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Con este primer número comienza la publicación de la Revista Internacional de nuestra Corriente Comunista Internacional.
La necesidad de una publicación de este tipo quedó clara para todos los grupos que componen nuestra Corriente durante los largos debates que precedieron y prepararon la Conferencia Internacional de principios de este año. Al tomar la decisión de publicar la misma revista en inglés, francés y español, la Conferencia no sólo dio un paso decisivo en el proceso de unificación de nuestra Corriente, sino que sentó las bases para el necesario reagrupamiento de los revolucionarios.
La concentración de las débiles fuerzas revolucionarias dispersas por el mundo es hoy, en este período de crisis general, lleno de convulsiones y agitación social, una de las tareas más urgentes y difíciles a las que se enfrentan los revolucionarios. Esta tarea sólo puede llevarse a cabo situándose desde el principio en el plano internacional. Esta preocupación está en el centro de las preocupaciones de nuestra corriente. Es a esta preocupación a la que también responde nuestra Revista, y al lanzarla pretendemos que sea un instrumento, un polo de reagrupamiento internacional de los revolucionarios.
La Revista será necesariamente, en primer lugar, la expresión del esfuerzo teórico de nuestra Corriente, porque sólo este esfuerzo teórico, en una coherencia de posiciones políticas y de orientación general, puede servir de base y asegurar la primera condición para el reagrupamiento y la intervención real de los revolucionarios.
Manteniendo su carácter de órgano de investigación y discusión indispensable para el esclarecimiento de los problemas que enfrenta el movimiento obrero, no tenemos la intención de convertirlo en una revista de marxología tan querida por los distinguidos académicos. Nuestra Revista será ante todo un arma de combate sólidamente anclada en las posiciones fundamentales de clase, las posiciones marxistas revolucionarias, adquiridas a través y en la experiencia de la lucha histórica de la clase contra todas las tendencias "izquierdistas", confusionistas, "innovadoras" (desde Marcuse a la Invariancia y sus sucesores) tan extendidas hoy en día, y que obstruyen gravemente el camino de la reanudación de las luchas del proletariado y obstaculizan el esfuerzo hacia la reconstitución de la organización revolucionaria de la clase.
No pretendemos poseer un Programa totalmente acabado. Somos perfectamente conscientes de nuestras carencias, que sólo pueden ser superadas por el esfuerzo incesante de los revolucionarios para lograr una mayor comprensión y coherencia en el curso del desarrollo de la lucha de clases y sus experiencias.
A este esfuerzo, que pretendemos llevar a cabo a través de nuestra Revista, invitamos también a los grupos revolucionarios que no forman parte organizativamente de nuestra Corriente Internacional, pero que comparten nuestras preocupaciones, a sumarse multiplicando y estrechando los contactos, la correspondencia y, eventualmente, enviando críticas, textos y artículos de debate que la Revista publicará en la medida de lo posible.
Algunos piensan que se trata de una decisión precipitada. No lo es. La gente nos conoce lo suficientemente bien como para saber que no somos como esos activistas acérrimos, cuya actividad se basa únicamente en un voluntarismo desenfrenado y efímero. Pero es igualmente necesario rechazar enérgicamente toda tendencia a formar "pequeños círculos" que se contentan con reunirse y, como mínimo, publicar de vez en cuando papelitos destinados mucho más a su propia satisfacción que a un deseo de participar e intervenir en la lucha política de la clase obrera. Hay que luchar sin tregua contra este espíritu localista y estrecho de pequeñas y seguras sectas familiares. Sólo el grupo que comprende la función militante en la clase y la asume efectivamente puede considerarse revolucionario.
Contra los que no hacen más que denigrar la noción de militante, desde los situacionistas de ayer hasta la invariancia en todas sus gamas de hoy, sólo tenemos un poco de desprecio y mucha indiferencia para oponerles. Cada uno ocupa su lugar: unos en la lucha, otros al margen, y eso está bien.
Dejamos con gusto a los manifestantes desilusionados de la pequeña burguesía en decadencia el placer de rascarse el ombligo. Para nosotros, militantes, luchadores de clase, la Revista es un arma de crítica que prepara el paso a la crítica por las armas.
Este primer número está enteramente dedicado a los principales textos de debate de la Conferencia Internacional. No es posible incluir todos los textos en este número, que ya es demasiado voluminoso. Los debates planteados están lejos de terminar; continuarán en los próximos números, que se publicarán trimestralmente. Por el momento, es imposible asegurar una publicación más frecuente. Esto se compensará en parte con los folletos en varios idiomas que tenemos previsto publicar.
¡Hemos dado un gran paso ¡
A todos los revolucionarios les pedimos su apoyo activo.
Corriente Comunista Internacional
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Durante varios años, Révolution Internationale (Francia), Internationalism (EE.UU.) y World Revolution (Inglaterra) han estado organizando reuniones y conferencias internacionales con el fin de desarrollar la discusión política sobre las perspectivas de la lucha y hacer posible una mayor comprensión de las posiciones de clase en la actualidad. Este año, además de los grupos mencionados, dos nuevos grupos de nuestra corriente asistieron a la Conferencia Internacional: Acción Proletaria (España) y Rivoluzione Internazionale (Italia). También pudo asistir una delegación de Internacionalismo, el grupo de nuestra Corriente en Venezuela. Esta conferencia se centró en la necesidad de organizar la intervención y la capacidad de los revolucionarios para actuar dotados de un marco internacional.
Incluso cuando nuestra corriente consistía en sólo uno o dos grupos en diferentes países (al final del período de reacción y al comienzo del nuevo período que se abre en 1968), la naturaleza de la lucha proletaria y las posiciones de clase que defendíamos, nos impusieron una coherencia política internacional. Hoy, ante el agravamiento de la crisis y el auge de las luchas, esta unidad política fundamental y años de trabajo conjunto, nos han permitido crear un marco organizativo internacional para nuestra corriente, que nos permite concentrar nuestros esfuerzos en varios países.
En el contexto de la confusión política actual y dadas las fuerzas muy débiles de los revolucionarios, creemos que es muy importante insistir en la necesidad, más apremiante en periodos de luchas crecientes, de realizar un trabajo de reagrupamiento de los revolucionarios. Por esta razón, hemos invitado a los grupos cuyas posiciones políticas los acercan a nuestra corriente: Pour une Intervention Communiste (Francia), Revolutionary Workers' Group (EE.UU.), Revolutionary Perspectives (Gran Bretaña), a participar en nuestra conferencia. La confrontación de ideas entre los grupos de nuestra corriente y estos que han sido invitados, ha ayudado a clarificar los análisis y orientaciones defendidas por los diferentes grupos frente a las tareas políticas actuales.
Durante los largos años del período de reconstrucción de la posguerra, los marxistas revolucionarios repitieron que el sistema capitalista, que había entrado en su período de decadencia desde la Primera Guerra Mundial, "prosperó" temporalmente solo gracias a los diversos paliativos de la reconstrucción, las medidas estatales, la economía de armas y que a pesar de esas medidas las contradicciones internas del sistema estallarán sin remedio en una crisis abierta aún más profunda que la de 1929. Hoy, la crisis ya no es un misterio para nadie y la realidad del sistema en bancarrota ha barrido del escenario a los burgueses exaltados y a los marxólogos eruditos como “Socialismo o Barbarie” que aseguraban llegado "el final de las crisis", la "superación del marxismo" o como Marcuse, proclamando “el aburguesamiento del proletariado”. Nuestra corriente ha estado analizando durante 7 años las vicisitudes de la crisis que va profundizándose: en este curso general, el año 1974 marcó un deterioro cualitativo y cuantitativo de la situación económica del capitalismo (tanto en el Este como en Occidente) y mostró el carácter efímero y engañoso de la reactivación de 1972.
La inflación, el desempleo, las crisis monetarias y las guerras comerciales, la caída del mercado de valores y las tasas de decrecimiento de las economías avanzadas, son signos de la crisis general de sobreproducción y de la saturación del mercado que está socavando el sistema capitalista mundial desde sus cimientos.
A diferencia de 1929, el capitalismo de hoy intenta en la medida de lo posible mitigar los efectos de la crisis a través de las estructuras estatales. Pero, a pesar de la intensificación de las rivalidades interimperialistas (como lo demuestra la continua guerra en Indochina, los enfrentamientos en Medio Oriente y Chipre) y el fortalecimiento de los bloques imperialistas y que el curso hacia la guerra es inherente en las crisis económicas del capitalismo decadente, hoy no puede imponérsenos una guerra generalizada, dado que la combatividad de la clase obrera continúa manteniéndose y desarrollándose. En la conferencia, los grupos de nuestra corriente elaboraron la perspectiva defendida en nuestra prensa, a saber, que la lucha de la clase obrera se intensificará en resistencia a la crisis y volverá a ponernos ante la alternativa histórica de “socialismo o barbarie”, después de 50 años de repliegue a causa de la contrarrevolución.
La burguesía atraviesa un período de convulsiones y profundas crisis políticas. En una situación así, busca presentar su máscara de "izquierda" que le permite reclutar mejor a la clase trabajadora, ya sea a través del Partido Laborista y el "contrato social" en Inglaterra, los partidos socialdemócratas en Alemania y en otros lugares, o el PS y el PC en Portugal, y pronto en España e Italia y los intentos para conseguirlo también en Francia. En la crisis actual, una de las armas más peligrosas de la clase capitalista es su capacidad para desarmar a la clase obrera mediante las “radicales” mistificaciones de las fracciones de "izquierda" de la burguesía. Económicamente, todas las fracciones de la burguesía serán inducidas a abogar, de una manera u otra, por medidas de estatalización para fortalecer el capital nacional. Pero políticamente, especialmente en áreas donde la crisis ya está golpeando duramente, son sus partidos de izquierda los que la burguesía necesita para poder llamar a la unidad nacional y al trabajo gratis los domingos. Estos partidos tendrán su lugar en el sol capitalista (ya sea en el gobierno o en una oposición "constructiva"), porque todavía pueden, junto a los sindicatos, encuadrar a la clase obrera y su lucha en apoyo del capital nacional.
Frente a este análisis, nos pareció que el PIC subestima el peso de las mistificaciones de la “izquierda” sobre la clase obrera, cuando mantiene que estas mistificaciones ya no tienen efecto. Por el contrario, creemos que una comprensión más objetiva de la situación nos muestra que actualmente el "antifascismo" y la "unidad nacional" aún están lejos de agotar su capacidad mistificadora. Aunque la clase muestra una creciente combatividad, no podemos subestimar el margen de maniobra de la clase enemiga. La burguesía ya no puede resistir en ciertos países, como España o Portugal, solamente con la represión de la derecha, sino que necesita recurrir a la izquierda, que demostrará ser mucho más efectiva, en estos y otros países, para la mistificación y masacre de los trabajadores.
La lucha de clases surge hoy como resistencia al deterioro de las condiciones de vida que produce la crisis y que se impone a la clase obrera. Es por esta razón que nuestra corriente ha rechazado el análisis del RWG que decía que las luchas "reivindicativas" son actualmente un callejón sin salida para la clase. Por el contrario, en un período de crisis y luchas crecientes, las llamadas luchas "reivindicativas" forman parte de todo un proceso de maduración de la conciencia, la combatividad y la capacidad organizativa de la clase. Los revolucionarios deben analizar el desarrollo de estas luchas y contribuir a su generalización y al desarrollo de una conciencia más clara de los objetivos históricos de la clase. Al rechazar las maniobras trotskistas que anclan a la clase en las demandas parciales y las mistificaciones de un capitalismo decadente, los revolucionarios no deben rechazar al mismo tiempo el potencial de desbordamiento y superación que contienen las luchas actuales.
El análisis de la crisis y su evolución determina en gran medida las perspectivas que los revolucionarios ven para el desarrollo de la lucha de clases. En la conferencia internacional, nuestra corriente defendió la tesis de que la profunda crisis del sistema se está desarrollando de manera relativamente lenta, aunque con agravaciones repentinas, a modo de dientes de sierra, pero en un curso cada vez más profundo. La lucha de clases se manifiesta de manera esporádica y episódica, mostrando todo un período de maduración de la conciencia, con importantes enfrentamientos entre el proletariado y la clase capitalista. Este análisis no fue completamente compartido por los otros grupos presentes en la conferencia. "RP", basándose en otras explicaciones económicas (rechazo de la teoría luxemburguista) ve la crisis como un largo proceso bastante lejano; para ellos, la lucha de clases está estrictamente determinada por los datos económicos y dado que la crisis catastrófica está lejos, un llamamiento a la generalización de las luchas actuales es solo voluntarismo. El "PIC", por su parte, cree ver ya que la crisis económica terminará en forma de peligro inmediato de guerra mundial (lanzando un "grito de alarma" sobre los recientes acontecimientos diplomáticos en Oriente Medio) o el de enfrentamientos de clase capaces de decidir la evolución de la historia actual. Hemos criticado estos dos casos de exageración señalando el hecho de que los revolucionarios deben ser capaces de analizar una situación contingente dentro de un período general, sin caer en una subestimación o sobreestimación que conduzca a caer en el vacío o a permanecer al margen de la realidad actual de la crisis y la lucha de clases.
Todavía no ha llegado el momento de embarcarse en un trabajo de agitación y los intentos del PIC que propone campañas (ver en nuestra revista Révolution Internationale) fuera de toda finalidad práctica, entre otras propuestas, no han encontrado mucha respuesta. Por otro lado, tras los informes de actividad de las diferentes secciones de nuestra corriente y de otros grupos, los camaradas de la corriente han señalado la necesidad de ampliar nuestro trabajo de intervención y publicación en todos los países, de una manera más organizada y sistemática. Sobre todo, asumiendo colectivamente la responsabilidad política de la intervención en países donde la corriente aún no tiene un grupo organizado, mediante la orientación de la publicación de periódicos en los países donde esto fuera posible. Para nosotros, es inútil plantear la cuestión de la intervención como una abstracción: a favor o en contra. La voluntad de actuar es la base misma de cualquier formación revolucionaria. No se trata de hablar de boquilla de la palabra "intervención" sin abordar la situación objetiva precisa, descuidando la necesidad misma de darnos los medios para intervenir mediante la organización de los revolucionarios a escala internacional. Debemos ver que el alcance de la intervención de los revolucionarios puede variar según las necesidades de la situación, pero no todos los gritos de intervención pueden llenar el vacío. La cuestión del nivel de intervención es un problema de análisis y apreciación del momento, mientras que la cuestión de la organización es un principio del movimiento obrero, un fundamento sin el cual cualquier posición revolucionaria sigue siendo letra muerta. Es por esta razón que rechazamos la propuesta de Acción Proletaria de plantear la cuestión de la intervención como una cuestión que debería prioritaria ante la necesidad de organizarse.
El trabajo militante es, por definición, un trabajo colectivo: no son los individuos los que asumen la responsabilidad personal dentro de la clase, sino los grupos basados en un cuerpo de ideas que están llamados a responder a la tarea de los revolucionarios: ayudar a la clarificación y la generalización de la conciencia de clase. En la conferencia internacional como en nuestras revistas, insistimos en la necesidad de comprender las razones de la aparición de grupos dentro de la clase y las responsabilidades que se derivan de ella. Tras 50 años de contrarrevolución, se produce la ruptura completa de toda continuidad orgánica en el movimiento obrero: la cuestión de la organización sigue siendo una de las más difíciles de asimilar por los nuevos elementos.
Un grupo revolucionario se basa fundamentalmente en posiciones de clase y el trabajo en grupos separados sólo puede justificarse por una divergencia de principios. Lejos de idealizar o querer perpetuar el estado actual de dispersión de esfuerzos, los revolucionarios en nuestro período de luchas crecientes deben ser capaces de distinguir cuestiones secundarias de interpretación o análisis de cuestiones de principio, y poner toda su fuerza en el esfuerzo de reagruparse en torno a posiciones de principio superando las tendencias a defender su "tienda" y su "libertad" de aislamiento.
Desde los debates de la 1ª Internacional, se ha convertido en una adquisición del marxismo que la organización de los revolucionarios debe tender hacia una centralización de los esfuerzos: Frente a los bakuninistas y las falsas teorías del federalismo pequeñoburgués, los marxistas han defendido la necesidad de la centralización internacional del trabajo militante: solo hemos querido traer al día este debate, para diferenciar la idea de la centralización de las desviaciones leninistas (centralismo democrático) y de las bordiguistas (centralismo orgánico). Queríamos insistir en la necesidad de un marco organizativo coherente para el trabajo de los revolucionarios, contrariamente a las diversas teorías de los grupos "anti- grupo", de los "libertarios" y otras fórmulas anarquistas actualmente en boga. El RWG era bastante escéptico sobre el esfuerzo por organizar una corriente internacional; este grupo, además de las diferencias secundarias que nos separan, parece estar traumatizado por las aberraciones de la contrarrevolución (especialmente el trotskismo) sobre la cuestión de la organización. Al querer huir de la contrarrevolución y optar por su contrario, los militantes corren el riesgo de caer en una idealización de la fragmentación y confusión actuales del medio revolucionario y nunca ser capaces de superar los errores y los fetiches organizativos del pasado de una manera positiva, mediante la contribución a su continuidad histórica.
Si observamos el desarrollo del movimiento proletario en la historia, vemos que la formación del partido de clase se produce tras el surgimiento de períodos de luchas. Hoy, en que la lucha se desarrolla a través de la resistencia a la crisis económica, la formación de los núcleos del futuro partido está siguiendo un camino de lenta maduración. El esfuerzo de nuestra corriente por constituirse como un polo de reagrupamiento en torno a posiciones de clase es parte de un proceso que va hacia la formación del partido en el momento de intensas y generalizadas luchas. No pretendemos ser el "partido" y tenemos cuidado de no sobreestimar el alcance de nuestros esfuerzos organizativos en el período actual. Sin embargo, el partido de mañana no surgirá un buen día de la nada; por el contrario, la experiencia nos muestra que la coherencia política sirve como polo esencial de reagrupamiento para los elementos revolucionarios del proletariado en el momento de los acontecimientos decisivos.
El reagrupamiento de los revolucionarios tiene lugar en torno a las fronteras de clase y los principios básicos de la perspectiva revolucionaria; cuestiones políticas secundarias no pueden obstaculizar un proceso general hacia la concentración de fuerzas, frente a las exigencias de la situación presente y futura. Aquellos que están a favor de una agrupación "en teoría" y en palabras, pero más bien para un futuro lejano, mientras elevan las cuestiones secundarias al mismo nivel que las fronteras de clase para justificar sus resistencias o su confusión, solo retrasan el proceso y hacen de obstáculo a la necesaria toma de conciencia.
Creemos que hoy es esencial dar el primer paso hacia una mayor organización internacional de revolucionarios y de traducir nuestro internacionalismo en términos organizativos para solidificar nuestro trabajo. Esto es lo que la conferencia se ha fijado como su tarea principal. La conferencia internacional de este año se destaca de las otras en que hemos querido que los militantes fueran más conscientes de los medios necesarios para garantizar la discusión sobre la organización y la situación actual mediante la consolidación de los lazos políticos y los fundamentos teóricos de nuestra corriente.
No pudimos abordar en la conferencia, por falta de tiempo, la cuestión del período de transición, que actualmente se está debatiendo en la corriente. Pero pensamos que era importante publicar aquí los documentos preparados para la conferencia sobre este tema. El lector podrá ver que esta cuestión teórica está lejos de estar resuelta tanto dentro de la corriente como en el movimiento obrero en general. Sin embargo, este debate ofrece un gran interés, incluso estando sin terminar, para los revolucionarios que están tratando de trazar las líneas generales para la orientación del movimiento del mañana.
La conferencia terminó su trabajo con la formación de la Corriente Comunista Internacional (que incluye Révolution Internationale, World Revolution, Internationalism, Internacionalismo, Acción Proletaria y Rivoluzione Internazionale), y por la decisión de publicar una Revista Internacional. en inglés, francés y español para difundir y desarrollar mejor las posiciones de nuestra corriente.
JA, por la Corriente Comunista Internacional.
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La conferencia de enero 1975 se fijó, entre otros objetivos, la tarea de organizar y centralizar, a nivel internacional, las actividades de los distintos grupos de la corriente internacional.
Este acto fue conscientemente concebido como un paso hacia la formación de una organización internacional completa.
Para entender su importancia, hay que responder a tres preguntas principales:
1. ¿Por qué una organización política internacional?
2. ¿Por qué emprender un proceso de este tipo ahora?
3. ¿Cómo debe concebirse el papel de la CCI en el proceso de construcción del partido mundial del proletariado?
I
La organización política es un ÓRGANO de la CLASE, generado por ella para cumplir una función específica: permitir el desarrollo de su conciencia de clase. La organización política no trae esta conciencia desde "fuera"; ni crea el proceso de toma de conciencia. Por el contrario, es un PRODUCTO de este proceso como instrumento indispensable para su desarrollo. Podríamos decir que la organización política es tan necesaria para el desarrollo colectivo de la conciencia de clase como la expresión oral y escrita para el desarrollo del pensamiento individual.
Se pueden distinguir dos tareas principales en la función general de la organización política del proletariado:
1. El análisis permanente de la realidad social para definir los intereses históricos del proletariado (apropiación de la experiencia histórica de la clase y definición de la posición proletaria ante cada situación concreta). Esta es la tarea de la elaboración constante del Programa Comunista, es decir, de la definición de los objetivos y medios de la lucha histórica de la clase obrera.
2. Intervención en el seno de la clase para que asuma conscientemente su programa histórico y se dote de los medios de su tarea revolucionaria.
II
El proletariado crea su organización política a su imagen y semejanza.
La clase obrera no es la única clase que existe a nivel internacional. En todos los países se puede encontrar a la burguesía y a las distintas clases campesinas. Pero el proletariado es la única clase que puede organizarse y actuar COLECTIVAMENTE a nivel internacional porque es la única clase que no tiene intereses nacionales. Su emancipación sólo es posible si es mundial.
Por eso su organización política tiende inevitablemente a ser CENTRALIZADA e INTERNACIONAL.
Ya se trate de su tarea de análisis político o de su intervención, la organización política proletaria se enfrenta a una realidad mundial. Su carácter centralizado e internacional no es el resultado de una exigencia ética o moral, sino una condición NECESARIA de su eficacia y, por tanto, de su EXISTENCIA.
III
El carácter internacional de la organización política proletaria se afirma a lo largo de la historia del movimiento obrero: ya en 1848, la Liga de los Comunistas, con su lema: "Proletarios de todos los países, uníos. Los proletarios no tienen patria" proclamó su carácter de organización internacional. A partir de 1864, las organizaciones políticas adoptan la forma de "Internacionales". Hasta el triunfo de la contrarrevolución estalinista y el "socialismo en un solo país", sólo el colapso de la Segunda Internacional interrumpió realmente esta continuidad internacionalista.
La Segunda Internacional, al corresponder al período de estabilidad de las grandes potencias industriales, sufre inevitablemente, en su internacionalismo, el confinamiento de las luchas proletarias en el marco de las reformas, el horizonte de la lucha proletaria sufre objetivamente un estrechamiento nacionalista. Así que la traición a la Segunda Internacional no fue un fenómeno aislado e inesperado. Fue la peor consecuencia de 30 años de confinamiento de las luchas obreras en los marcos nacionales. De hecho, desde sus primeros años, la Segunda Internacional marcó un retroceso en el campo del internacionalismo en relación con el Primera Internacional. El parlamentarismo, el sindicalismo, la constitución de las grandes partidos de masas, en definitiva, toda la orientación del movimiento obrero hacia las luchas por las reformas, contribuyó a la fragmentación del movimiento obrero mundial según las líneas nacionales. La tarea revolucionaria del proletariado sólo puede concebirse y realizarse a escala internacional. De lo contrario, sólo es una utopía. Pero, como el capital existe dividido en naciones, las luchas por la conquista de las reformas (cuando eran posibles) no requerían un terreno internacional para triunfar. No fue el capital mundial el que decidió conceder tal o cual mejora al proletariado de tal o cual nación. Fue en cada país, y en su lucha contra su propia burguesía nacional, donde los trabajadores consiguieron imponer sus reivindicaciones.
EL INTERNACIONALISMO PROLETARIO NO ES UN DESEO MORAL NI UN IDEAL ABSTRACTO, SINO UNA NECESIDAD QUE LE IMPONE LA NATURALEZA DE SU TAREA REVOLUCIONARIA.
Por eso, la Primera Guerra Mundial, al marcar la inviabilidad histórica de los marcos nacionales y la colocación de la tarea revolucionaria proletaria en el orden del día, tuvo que conducir a la más enérgica reafirmación del internacionalismo proletario en el movimiento obrero, tras la quiebra de la Segunda Internacional. Esto es lo que hicieron primero Zimerwald y Kienthal; es lo que impuso la constitución de la nueva internacional: la Internacional Comunista en 1919.
La Tercera Internacional se fundó al principio de la "era de la revolución socialista" y su primera característica fue inevitablemente su internacionalismo intransigente. Su fracaso estuvo marcado por su incapacidad para seguir asumiendo este internacionalismo. Esto se cristalizó en la adopción bajo la égida del estalinismo de la teoría del socialismo en un solo país en 1926.
Desde entonces, no es casualidad que la palabra internacionalista se encuentre siempre en los nombres de las principales reacciones organizadas contra la contrarrevolución estalinista. La decadencia capitalista es sinónimo de poner en la agenda la revolución proletaria y la REVOLUCIÓN PROLETARIA es sinónimo de INTERNACIONALISMO.
IV
Si las organizaciones políticas proletarias siempre han afirmado su carácter internacional, hoy esta afirmación es más que nunca la PRIMERA CONDICIÓN de una organización proletaria.
Es así como debemos entender la importancia y el profundo significado del esfuerzo internacionalista de nuestra corriente.
I
Cuando observamos la evolución de nuestra corriente internacional no podemos dejar de sorprendernos por la debilidad de nuestra importancia numérica. En el pasado, incluso en circunstancias especialmente desfavorables, las organizaciones internacionales eran, de un modo u otro, la culminación de diversas actividades nacionales. Si observamos nuestra corriente, vemos la tendencia contraria: la existencia internacional aparece más como punto de partida de las actividades nacionales que como resultado de ellas. Todos los grupos de la corriente se han concebido a sí mismos como parte de una corriente internacional incluso antes de haber publicado el primer número de su publicación nacional.
Se pueden destacar dos razones principales para este estado de cosas:
- la ruptura orgánica producida por 50 años de contrarrevolución que, por el debilitamiento que ha provocado en el movimiento revolucionario, obliga a los revolucionarios, desde el inicio de la reanudación de las luchas de clase, a concentrar sus débiles fuerzas para cumplir su tarea;
- la desaparición definitiva, tras 50 años de decadencia capitalista, de cualquier ilusión sobre las posibilidades de una acción verdaderamente nacional.
Si el punto de partida de nuestra corriente fue la actividad internacional, es, por tanto, en primer lugar, porque es la expresión concreta de una situación histórica particular.
II
No estamos improvisando esta actividad internacional unitaria. Este proceso existe desde el principio de los diferentes grupos de la corriente. De hecho, sólo asumimos conscientemente este proceso al pasar de la etapa de una cierta espontaneidad pasiva y anárquica con respecto a las condiciones objetivas del trabajo revolucionario a la de una organización consciente que crea para sí misma por su propia voluntad las condiciones óptimas para el desarrollo de este proceso.
En la base de toda actividad colectiva está la espontaneidad (reacciones no premeditadas a condiciones objetivas y comunes). El paso a la organización es en sí mismo un producto espontáneo de esta actividad, pero la organización es, sin embargo, una SUPERACIÓN (no una negación) de la espontaneidad. Al igual que en la actividad colectiva de la clase en su conjunto, en la actividad de los revolucionarios, la organización crea las condiciones para:
1° la toma de conciencia de las condiciones para que este proceso tenga lugar:
2° se crean así los medios para actuar consciente y voluntariamente en el desarrollo de este proceso.
Esto es lo que estamos haciendo al crear un Buró Internacional y al avanzar hacia la constitución de la organización completa.
III
La ruptura orgánica que ha sufrido el movimiento revolucionario desde la última oleada de los años 20 pesa sobre los revolucionarios no sólo por las dificultades que inevitablemente experimentan para recuperar las adquisiciones de las luchas pasadas, sino también por la influencia demasiado importante que ha tomado en sus filas la visión estudiantil pequeñoburguesa. El movimiento estudiantil, que tan espectacularmente marcó las primeras manifestaciones de la entrada en crisis del capitalismo y la reanudación de la lucha proletaria, sigue envenenando a los jóvenes grupos revolucionarios con su concepción del mundo (no podía ser de otra manera).
Una de las principales manifestaciones de esta debilidad se concreta en los problemas de organización. Todos los defectos del mundo académico suelen pesar en el mundo de los revolucionarios: dificultad para concebir el pensamiento teórico como un reflejo del mundo concreto dividido en clases antagónicas (lo que se traduce en todo tipo de celos con respecto al "propio" pensamiento de lo que uno cree que es una capilla teórica que pretende salvaguardar como tesis académica); dificultad para captar la actividad teórica como un momento de la actividad general y un instrumento de la misma; dificultad para comprender la importancia de la actividad práctica, de la actividad conscientemente organizada, en definitiva, incapacidad para hacer suyo el viejo lema marxista en toda su profundidad e implicaciones: "los filósofos sólo han interpretado el mundo, ahora se trata de transformarlo".
Esta incomprensión se expresa, por ejemplo, en las críticas que elementos como los de la tendencia "ex-LO" de RI han podido formular en el pasado con respecto a nuestra corriente.
Para estos elementos, nuestra corriente internacional sería una invención artificial y el esfuerzo organizativo para constituirla puro voluntarismo. Los argumentos a favor de esta postura pueden resumirse, en general, en dos ideas:
1- Habría "voluntarismo" porque hay una voluntad de construir una organización, mientras que ésta sólo puede ser un producto natural de un proceso objetivo independiente de la voluntad de los pocos individuos de la corriente.
2- Habría "artificialidad" porque las luchas de la clase aún no han dado el "salto cualitativo" que transformaría las luchas "reivindicativas" en luchas "revolucionarias", "comunistas".
Detrás de estas dos ideas que suenan “marxistas” se esconde una total incapacidad para asumir el fundamento esencial del marxismo: la voluntad de actuar conscientemente para la transformación revolucionaria del mundo.
Contra toda corriente idealista, el marxismo afirma la insuficiencia de la voluntad humana; los hombres no transforman el mundo cuando les da la gana. La realización de cualquier voluntad subjetiva depende de la existencia de condiciones objetivas favorables, efectivamente independientes de esa voluntad. Pero nada es más contrario al marxismo que transformar la insuficiencia de la voluntad en una negación de la voluntad misma. Esto sería identificar al marxismo con su principal antagonista filosófico: el positivismo empirista y fatalista. El marxismo sólo critica el voluntarismo para afirmar mejor la IMPORTANCIA DE LA VOLUNTAD. Al afirmar la necesidad de condiciones objetivas para la concreción de la voluntad humana, el marxismo subraya sobre todo el carácter necesario de esta voluntad.
La idea de que una organización revolucionaria se construye VOLUNTARIAMENTE, CONSCIENTEMENTE, CON PREMEDITACIÓN, lejos de ser una idea voluntarista, es por el contrario uno de los resultados concretos de toda la praxis marxista.
Comprender la necesidad de condiciones objetivas para comenzar a construir el partido revolucionario no significa que esta organización sea un producto automático de estas condiciones. Se trata de comprender la importancia de la voluntad subjetiva en el momento en que estas condiciones se dan históricamente.
Consideremos ahora la acusación de artificialidad.
Según nuestros "antiorganizacionistas", las condiciones objetivas que presiden el inicio del proceso de construcción del partido revolucionario no son otras que el comienzo de la lucha abiertamente revolucionaria del proletariado; la destrucción del Estado capitalista, e incluso el establecimiento de relaciones de producción comunistas.
El partido revolucionario no es un órgano decorativo que embellece el cuadro que presenta el estallido espontáneo de una lucha revolucionaria. Por el contrario, es un elemento vital y poderoso de esta lucha, un instrumento indispensable de la clase. Si la revolución rusa es la prueba positiva del carácter indispensable de este instrumento, la revolución alemana es la prueba negativa. El fracaso de la tendencia de Rosa Luxemburgo en comprender la necesidad de comenzar la construcción del partido ANTES de los primeros estallidos de la lucha revolucionaria ha pesado mucho en el desarrollo de los acontecimientos.
Comprender la naturaleza del INSTRUMENTO INDISPENSABLE del Partido para la lucha revolucionaria es comprender la necesidad de actuar en vista de su constitución tan pronto como las condiciones de una confrontación revolucionaria comiencen a madurar.
En efecto, no comprender la importancia de la construcción de la organización política mundial del proletariado mientras maduran las condiciones de una confrontación revolucionaria es no comprender la importancia del papel de esta organización.
No existe un índice infalible para medir el aumento de la lucha de clases. En determinadas circunstancias, incluso la disminución del número de horas de huelga puede ocultar una maduración de la conciencia revolucionaria. Sin embargo, hoy tenemos dos pistas que nos permiten estar seguros de que hemos entrado en un curso revolucionario desde 1968:
1- La profundización cada vez más acelerada de la crisis.
2- La existencia de una combatividad intacta en la clase obrera mundial que manifiesta el hecho de que, como la burguesía puede cada vez menos seguir gobernando como antes, el proletariado puede y vivirá cada vez menos como antes. Es decir, las condiciones para una situación revolucionaria están madurando irremediablemente.
En estas condiciones, el trabajo de construcción de la organización política no es un deseo artificial, sino una necesidad IMPERATIVA.
Para los revolucionarios, el peligro actual no es ir por delante sino por detrás.
I
Para comprender la importancia y el sentido de lo que estamos haciendo al constituir un Buró Internacional, tenemos que plantear el problema de la relación entre la corriente internacional y cualquier grupo que surja con posiciones de clase.
Hemos dicho a menudo que una de las tareas de los revolucionarios es constituir un polo de reagrupación de la vanguardia proletaria. Hoy debemos comprender que tenemos que constituir el eje, el "esqueleto" del futuro partido mundial del proletariado.
II
DESDE UN PUNTO DE VISTA TEÓRICO, porque recoge lo esencial de la experiencia histórica del proletariado, la plataforma de la corriente constituye el punto de encuentro de cualquier grupo que se sitúe en el terreno de la lucha histórica del proletariado.
- Al contrario de lo que afirmaba la ex- tendencia de LO en uno de sus textos, no hay "varias coherencias posibles" para englobar las posiciones de clase. En definitiva, la coherencia teórica no es una cuestión de silogismo, ni de pura lógica en el razonamiento. Es la expresión de una coherencia objetiva material que es ÚNICA: la de la práctica de la clase.
- Porque sintetiza esta experiencia práctica, nuestra plataforma es el único marco posible para la actividad de una organización revolucionaria.
III
DESDE EL PUNTO DE VISTA ORGANIZATIVO. Bordiga subrayó con razón que el Partido, lejos de ser sólo una doctrina, era también una VOLUNTAD. Esta voluntad no es una ilusión o un deseo "sincero". Es una determinación perseverante para la intervención revolucionaria. Y, como hemos visto, esta intervención es sinónimo de organización y, por tanto, de experiencia organizativa.
- Hay una ADQUISICIÓN ORGANIZATIVA igual que hay una ADQUISICIÓN TEÓRICA, y ambas se condicionan mutuamente.
- La actividad organizativa no es un fenómeno inmediato, que se dé de inmediato, de forma espontánea. Es el resultado de una experiencia y una conciencia que no se confunden con la de uno o varios individuos. Resulta únicamente de una PRAXIS colectiva, que es tanto más rica y compleja de adquirir cuanto más colectiva sea.
- Por eso, en la época en que había grandes organizaciones revolucionarias, una escisión era un acontecimiento que se dudaba de producir durante mucho tiempo.
La continuidad orgánica que unía a las organizaciones revolucionarias desde 1847 no era una simple "tradición" o un hecho casual. Expresó, como reflejo de la continuidad de la lucha proletaria, la necesidad de preservar el acervo organizativo que posee la organización política proletaria.
- Por eso, las organizaciones internacionales del proletariado se han constituido siempre en torno a un eje, en torno a una corriente que no sólo defendía de la manera más coherente las conquistas teóricas del proletariado, sino que también poseía la suficiente experiencia práctica y organizativa para servir de pilar a la nueva organización.
- Este papel fue desempeñado por la corriente de Marx y Engels para la 1ª Internacional, por la socialdemocracia para la 2ª Internacional, por el Partido Bolchevique para la 3ª Internacional.
- Si el movimiento obrero no hubiera experimentado la ruptura de 60 años que lo separa hoy de la Internacional Comunista, probablemente habría sido la "izquierda" de esta última ("izquierda italiana", "izquierda alemana") la que hubiera asumido esta vez esta tarea. Desde el punto de vista de las posiciones políticas, no cabe duda de que la próxima Internacional será una continuación de esta izquierda; pero desde el punto de vista organizativo, este eje está aún por construir.
- Desde la reciente reanudación de las luchas de clase, nuestra corriente internacional ha asumido una práctica organizativa con las posiciones de clase del proletariado. Es decir, su praxis se ha convertido, con todas sus debilidades y errores, en patrimonio de la lucha proletaria. La corriente ha creado así una nueva fuente de continuidad orgánica, al ser la única organización que ha asegurado una CONTINUIDAD en su práctica en el marco de las posiciones de clase.
IV
- la corriente internacional que hoy da un paso hacia su centralización debe, por tanto, y puede, considerar como su tarea esencial, la de constituir este eje, indispensable para la formación de la próxima Internacional, el Partido Mundial del Proletariado.
- Ver en esta declaración pura megalomanía no es modestia sino irresponsabilidad. La corriente internacional se suicidaría si no fuera capaz de asumir, en toda su magnitud, lo que objetivamente es.
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Los textos que publicamos aquí forman parte de las ponencias presentadas en la conferencia internacional. Los tres primeros son informes preparados para la conferencia, los otros fueron contribuciones escritas a la discusión. No tuvimos tiempo de presentar el “Informe sobre el período de transición”, ni de debatirlo, en la propia conferencia, pero decidimos publicar estos textos inmediatamente para continuar el debate abierto sobre este tema. Nuestra corriente no ha llegado a una homogeneidad sobre esta compleja cuestión y, en cualquier caso, a diferencia de otros grupos (incluyendo Perspectivas Revolucionarias), creemos que no corresponde a los revolucionarios crear fronteras de clase donde, la ausencia de experiencia de la clase no ha permitido que ella misma se expresara. Si bien algunos elementos revolucionarios son incapaces de asumir sus tareas en la situación actual, ya se están posicionando en términos absolutos en un tema tan complejo como el del período de transición. Creemos que sería preferible publicar estos textos para contribuir a la clarificación sin pretender resolver todos los problemas. También publicamos aquí una contribución de Perspectivas Revolucionarias sobre el período de transición -extractos elegidos por ellos de un texto más largo- que muestra sus diferencias con algunos de nuestros camaradas sobre este tema.
"¡Nace una nueva era! La época de la disolución del capitalismo, de su desintegración interna. La época de la revolución comunista del proletariado". (Plataforma de la Internacional Comunista, 4 de marzo de 1919)
Casi 54 años después de haber sido pronunciadas, estas palabras resuenan de nuevo con fuerza y amenazan al capitalismo mundial. El capitalismo decadente, que suda sangre y barro por todos sus poros, vuelve a ser acusado una vez más por toda la humanidad. ¿Los acusadores? Millones de proletarios masacrados durante dos generaciones por el capital, sumados a todos los que han perecido desde el comienzo del capitalismo; todos están allí, silenciosos y severos, son la clase obrera internacional. ¿La sentencia? Se ha pronunciado desde el principio cuando el proletariado naciente se levantó contra la explotación capitalista. Se encuentra en los intentos de Babeuf, Blanqui, la Liga de los Comunistas, que preparaban al proletariado para el asalto final. Tambien constituye el trabajo de la Primera, Segunda y Tercera Internacional. Y también es el trabajo de clarificación que la Izquierda Comunista nos dejó como legado. El acusado está condenado: la sentencia de muerte, de momento, simplemente se ha aplazado; ¡la humanidad ya no puede tolerar más retrasos!
Los últimos años han confirmado el análisis que nuestra corriente comenzó a hacer en 1967/68, y sobre la base de la crisis histórica y del desarrollo actual de la crisis.
De manera concreta, los últimos doce meses son la prueba irrefutable de las perspectivas que nuestros camaradas estadounidenses presentaron en la conferencia de hace un año. Las perspectivas que Internacionalismo esbozó para nuestra corriente incluían tres alternativas principales para la crisis del capitalismo, y es posible que las tres se desarrollen al mismo tiempo, aunque cada una de ellas a escala diferente, más o menos grande. Fue la tentativa de culpar de la crisis a otros estados capitalistas, o a los sectores más débiles del capital (incluyendo la pequeña burguesía y el campesinado) y por supuesto al proletariado.
No entraremos aquí en los detalles específicos de las manifestaciones de la crisis (lo que requeriría una presentación sistemática, nación por nación; la excelente serie de artículos publicados en los últimos números de Revolución Internacional es un ejemplo de cómo debemos lidiar con estos problemas). Aquí queremos destacar los principales aspectos de la crisis coyuntural de la actualidad, en otras palabras, trazar las tendencias generales para colocar la crisis en una perspectiva histórica totalmente vinculada al nivel de la lucha de clases internacional.
Con la saturación de los mercados que condena al capitalismo para siempre a ciclos de creciente barbarie, es de manera objetiva y material que la perspectiva de la revolución comunista se presenta como necesidad para la humanidad. Si bien es cierto que ha sido posible durante 60 años, el fracaso de los intentos comunistas pasados de derrocar al capital supone que la continuidad del capitalismo solo es posible mediante ciclos de crisis, guerras y reconstrucciones.
El mayor "boom" del capitalismo, la reconstrucción que resultó de la enorme destrucción y auto canibalización que el capitalismo realizó entre 1939/45, duró más de 20 años. Pero un "boom" en tiempos de decadencia es como hinchar a la fuerza un cuerpo vacío. Entre 1848 y 1873, la producción industrial mundial aumentó 3,5 veces. El PNB ha aumentado en un promedio del 5% (algunos países, como Japón, el doble). Sin embargo, con este crecimiento no se pudo contener el aumento de la inflación mundial, y los precios en Gran Bretaña hoy en día son aproximadamente 7,5 veces más altos que en 1945. Además, las economías de los países del Tercer Mundo no han hecho más que empeorar, y esta parte enorme del capitalismo mundial, se hunde año tras año en un abismo de deuda, desempleo, militarismo, despotismo y pobreza.
Desde los años 60, la crisis se ha manifestado en colapsos monetarios y con la reciente aparición de la inflación galopante (las dos son características de casi todos los países industriales). El sistema monetario internacional adoptado en los Acuerdos de Bretton Woods en 1944, que establecía tipos de cambio fijos frente al dólar y el precio del oro, está ahora relegado al olvido. Los grandes druidas del Fondo Monetario Internacional están dirigiendo ahora todos sus esfuerzos con el único objetivo de garantizar que no llegue una epidemia como resultado de las muertes inevitables que marcarán el futuro inmediato. ¡Una tarea desesperada! No hay red capaz de resistir el colapso del coloso capitalista. La inflación conduce inevitablemente a la recesión, a las bancarrotas, las quiebras, los despidos y el continuo recorte de sus ganancias. Estos son los aspectos inevitables del sistema capitalista de producción de hoy, y son sólo momentos del ataque permanente que el capitalismo decadente está librando contra la clase obrera mundial. La continuidad de la espiral inflacionaria sólo puede terminar con la parálisis de todo el mercado mundial y con un colapso internacional, cuyas consecuencias teme la burguesía.
Aunque el período 1972/73 parecía marcar un equilibrio relativo de la economía mundial, en realidad sólo ha sido una breve pausa para las grandes potencias imperialistas a expensas de sus rivales más débiles. La intensificación de las guerras comerciales no declaradas, las devaluaciones de precios y la lenta desintegración de las uniones aduaneras demuestran que este período fue solo un intento, de los países capitalistas más avanzados, de alcanzar un cierto grado de equilibrio antes de la llegada de un deterioro cada vez peor, a escala internacional. Antes 1914 y ahora 1975, anuncian un colapso aún más catastrófico, y sobre todo el final del período de prosperidad experimentado por algunas capitales nacionales durante los últimos dos años.
Hoy en día, la economía mundial está sumida en una profunda recesión. En 1974 el crecimiento no hizo más que reducirse y el comercio internacional desacelerarse. El PNB de EE. UU. cayó un 2% en el 73 y sigue cayendo. El de Gran Bretaña se está estancando y el de Japón ha registrado un descenso del 3%. En muchos países el pánico está creciendo por la caída de muchas pequeñas y medianas empresas. En Gran Bretaña es una enfermedad crónica que afecta incluso a grandes empresas, incluso multinacionales (empresas de transporte, navieras, automóviles, etc.). Sectores clave como la construcción, la construcción, las aerolíneas, la electrónica, la automoción, los textiles, las máquinas herramienta y el acero en la actualidad se enfrentan a dificultades cada vez mayores. El aumento de los precios del petróleo se sumó a los problemas insolubles de la recesión del capitalismo, agregando un déficit general de 60 mil millones de dólares a la balanza de pagos, en un solo año. A través de los vacilantes mecanismos del FMI, los "druidas" del capital están tratando de "reciclar" algunas de las ganancias provenientes de los países productores de petróleo, como si tales medidas "deflacionarias" pudieran servir para otra cosa diferente que la de llevar el petróleo a una espiral inflacionaria. Las deudas de las empresas industriales se han duplicado desde 1965 y, desde 1970, las tasas de crecimiento de los países capitalistas han disminuido constantemente o han mostrado claramente su naturaleza de creación artificial de demanda que se convierte en déficit. Las previsiones para 1975 no van más allá de una escasa tasa de crecimiento anual del 1,9% para los países de la OCDE (incluidos los Estados Unidos).
Aunque la situación es crítica para el capitalismo mundial, diferentes mecanismos de intervención del Estado han ayudado a disminuir la crisis al generalizar inmediatamente estas medidas, ante las peores consecuencias (como los despidos masivos). Esto se ha logrado a través de subsidios -en ocasiones de forma masiva- y la financiación de déficits a través del endeudamiento en el sistema bancario. Estos mecanismos son absolutamente incapaces de permitir realizar toda la plusvalía general que el capital necesita acumular. La única fuente que puede ofrecer tales ingresos son los ataques a la clase mediante programas de austeridad (como congelaciones salariales, recortes en los servicios sociales, impuestos, etc.). Todos estos procesos, que son sólo medidas destinadas a poner parches de urgencia, intensifican la crisis, ya sea trasladándola al terreno político (es decir, que se exprese en la lucha de clases) o acelerando el torbellino inflacionario, que ahora es imparable. Todos los mecanismos habituales puestos en marcha por el capitalismo para "detener" la crisis constituyen la continuación lógica de la lucha desesperada que el capitalismo decadente ha estado librando contra su propia descomposición desde principios de siglo. Sobre esta cuestión ya hemos escrito anteriormente:
"Las causas profundas de la crisis actual se encuentran en el estancamiento histórico en el que se encuentra el modo de producción capitalista desde la Primera Guerra Mundial: las grandes potencias capitalistas han dividido el mundo por completo y ya no hay mercados suficientes para permitir la expansión del capital; de ahora en adelante, en ausencia de una revolución proletaria victoriosa, única alternativa real a la crisis, el sistema sobrevive gracias al ciclo recurrente de crisis-guerra reconstrucción, nueva crisis, otra guerra, etc." (Sobreproducción e inflación, RI n°6).
Cuando el actual ministro de agricultura de los Estados Unidos informó recientemente sobre la crisis en la agricultura americana, admitió: "La única manera que tenemos para mantener la producción agrícola total de este país, es tener un mercado de exportación poderoso. No podemos consumir dentro del país toda la producción de nuestra agricultura". Este fiel perro guardián ladró, por una vez, honestamente, al igual que todos sus colegas alemanes, japoneses, ingleses, rusos o franceses. Todos los capitales nacionales de cualquier parte del mundo están tratando de introducirse en los mercados de las demás. Como sucedía con el rey Midas, están llenos de oro, ¡pero no pueden comer ni siquiera un trozo de pan! La necesidad de realización de la plusvalía no es posible satisfacerla. Al mismo tiempo, los dirigentes rusos han buscado los tratados nacionales que les resultan más favorables[1] para penetrar en los mercados estadounidenses y adquirir lo que les falta (tecnología, créditos, etc.) con el fin de aumentar su propia capacidad productiva y competitividad en el mercado mundial. Del mismo modo, los sectores del capital estadounidense que comprenden el lamentable estado de su capital nacional están buscando desesperadamente penetrar en los mercados rusos. Estos intentos acaban siempre y en todas partes, como la insaciabilidad de Midas; este pobre hombre era solo un dueño de esclavos, ¡estos capitalistas, por su parte, son verdaderos vampiros! Habiendo sangrado a sus víctimas hasta la última gota, corren hacia otras víctimas, ¡solo para darse cuenta de que otros habían llegado a la escena antes que ellos!
La coyuntural crisis actual contiene un factor importante, inherente al capitalismo decadente: la tendencia hacia el capitalismo de Estado. El colapso y la crisis de 1929 fue un colapso catastrófico que tuvo lugar después de años de estancamiento y de vanos intentos de recuperación de los países capitalistas avanzados, a pesar de un significativo crecimiento en los años anteriores al 14. La tendencia hacia el capitalismo de Estado ya presente en el 29 no estaba todavía lo suficientemente desarrollada como para servir de amortiguador de las crisis globales.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la tendencia hacia el capitalismo de Estado fue adoptada consciente y deliberadamente por muchos gobiernos capitalistas, si bien en realidad al ser una tendencia implícita del capitalismo decadente, de una u otra manera se hizo patente en todos los países. La economía del despilfarro mediante la producción de medios inútiles para la producción o el consumo (armamentos, etc.) y financiada en gran medida por el gasto inflacionario, osea por la deuda, se consideraba una solución a muchos problemas de estancamiento y sobreproducción. La producción estructural de este tipo de mercancías, o más precisamente el consumo improductivo y dilapidación de plusvalía, se convirtió en una característica económica innegable después de 1945, siendo uno de los instrumentos fundamentales que estaba en la base de la llamada "prosperidad" del período de posguerra. Los países destruidos por la guerra que tuvieron recuperaciones "milagrosas" (Alemania, Italia, Japón), fue posible porque permitió a los vencedores, reconstruir y reorganizar un mercado mundial destruido y despedazado por la guerra. El mercado mundial volvía a dar un impulso a la vida por medio de la destrucción y de 55 millones de víctimas. Otro efecto del periodo (quizás de menor importancia) fue el que muchos autoproclamados "Apóstoles" abandonaron definitivamente el terreno marxista para creer en este "milagro" de la recuperación y proclamar el "fin" de las crisis económicas. De hecho, este "prejuicio" fue una bendición para la sociología burguesa, todo está bien cuando bien termina. Pero muy pocos milagros parecen sobrevivir a los primeros ataques de las crisis crecientes. El ritmo y la intensidad de la crisis actual parecen confirmar los análisis que nuestra tendencia hizo hace 9 años. El "boom" de los años de posguerra ha terminado, dijimos, y el sistema capitalista mundial está entrando en un largo período de crisis que se desarrollará aún más. Los puntos de referencia (en estrecha relación entre sí) que nos habían servido para evaluar el ritmo de la crisis aparecen de forma simultánea y mucho más intensa:
1° - La caída masiva del comercio internacional
2° - Guerras comerciales ("dumping", etc.) entre capitales nacionales
3° - Medidas proteccionistas y colapso de las uniones aduaneras
4° - La vuelta a la autarquía
5° - La disminución de la producción
6° - El considerable aumento del desempleo
7° - Los ataques a los salarios reales de los trabajadores y a su nivel de vida
En ocasiones, la convergencia de varios de estos puntos puede provocar una depresión importante en algunos países, como Inglaterra, Italia, Portugal o España. Es una posibilidad que no negamos. Sin embargo, aunque tal desastre sacude irreparablemente la economía mundial (la inversión británica y las actividades comerciales en el extranjero solo representan 20 mil millones de dólares), el sistema capitalista mundial aún puede mantenerse, siempre y cuando se garantice un mínimo de producción en algunos países avanzados como los Estados Unidos, Alemania, Japón o los países del Este. Estas cuestiones obviamente tienden a afectar a todo el sistema capitalista, y las crisis de hoy son inevitablemente crisis globales. Pero por las razones que hemos esbozado anteriormente, tenemos razones para creer que la crisis se extenderá, con convulsiones, en dientes de sierra, pero su movimiento se parecerá más al movimiento de rebote de una pelota que a una caída repentina e inesperada. Incluso el colapso de una economía nacional no significaría necesariamente que todos los capitalistas en bancarrota se suicidarían, como dijo Rosa Luxemburgo en un contexto ligeramente diferente. Para que tal cosa suceda, la personificación del capital nacional, el Estado, tendría que ser destruido: y sólo podrá ser destruido por el proletariado revolucionario.
A nivel político, las consecuencias de la crisis son explosivas y van muy lejos. A medida que la crisis se profundice, la clase capitalista mundial avivará las llamas de la guerra. Las "pequeñas" guerras interminables de los últimos 25 años continuarán (Vietnam, Camboya, Chipre, India, Medio Oriente, etc.). Sin embargo, a medida que la descomposición crónica del Tercer Mundo se extiende a los centros del capitalismo en tiempos de crisis, la llamada a la guerra se fusiona con estos otros dos gritos de guerra de la burguesía: ¡AUSTERIDAD y EXPORTACIÓN, EXPORTACIÓN! Este ataque a la clase obrera significa que la burguesía está tratando de hacer que el proletariado pague el solo toda la crisis, con su sudor y sus lágrimas. En tales condiciones, el nivel de vida de la clase trabajadora, ya brutalmente disminuido por la inflación, se reducirá aún más por la austeridad y el esfuerzo para que sean posibles las exportaciones. La desmoralización psicológica provocada por la perspectiva de la guerra contribuye a fragmentar diferentes sectores del proletariado y los prepara para aceptar una economía de guerra, con todas las consecuencias que implica para la futura revolución proletaria. La burguesía sabe que la única solución a sus crisis es tener un proletariado derrotado, un proletariado incapaz de resistir los ciclos infernales del capitalismo decadente. Que sea incapaz de resistir la intensificación sistemática de la tasa de explotación, el aumento considerable del desempleo, como es el caso de Inglaterra, Alemania, los Estados Unidos, etc. También estamos tratando de aplicar otras medidas draconianas, como los recortes salariales "voluntarios", la semana de tres días, semanas enteras de desempleo técnico, la expulsión de trabajadores "extranjeros", el aumento de la velocidad de la cadencia de los ciclos, los frenos a los servicios sociales. No es necesario decir que estas medidas son glorificadas diariamente en los "medios" burgueses (prensa, televisión, periódicos, etc.).
Pero, a pesar de su severidad, estas medidas no son nada comparadas con lo que la burguesía todavía tiene pendientes para nosotros. No hay crimen, ni monstruosidad, ni mentira, ni engaño que haga retroceder a la clase capitalista en su campaña contra su enemigo mortal: el proletariado. Si la burguesía, en esta etapa, no se atreve a masacrar al proletariado, es porque duda y tiene miedo. El proletariado, este gigante que despierta, sale del período de reconstrucción sin ser derrotado, y proyecta la imagen de una clase que no tiene nada que perder y un mundo que ganar. La lucha será larga y a escala mundial antes de que la burguesía pueda imponer su solución capitalista definitiva: una nueva guerra mundial.
Esto explica la vacilación mostrada por ciertos sectores de la burguesía en sus relaciones con el proletariado. Algunos, asustados por los peligros del desempleo masivo provocado por una recesión creciente, están tratando de aumentar la demanda de los consumidores recortando los impuestos individuales (Ford ha propuesto eliminar 16 millones de dólares en impuestos) o restaurando las armas de vieja producción. Pero todas estas medidas "antiinflacionarias" terminan agravando el peso de la inflación y, en última instancia, solo aceleran la tendencia a la baja. Ante la disminución de la producción que acompaña a la inflación galopante, e incapaz de reducir la caída de su tasa de ganancia, dada la ausencia de un mercado, la burguesía finalmente se verá obligada a enfrentarse al proletariado en una lucha a muerte.
Pero la burguesía también aumentó la confianza en sí misma tras el "boom" de la posguerra. Los tópicos autosatisfechos de Daniel Bells, Bookchins y Cardan sobre un capitalismo "moderno" libre de crisis, tienen sus raíces en el estiércol del período de crecimiento y reconstrucción. Aferrada al Estado, este aparato que supervisó directamente el período de reconstrucción, y cuyas técnicas de intervención se han perfeccionado en 60 años de decadencia, la burguesía puede perder la confianza que tenía durante el período de reconstrucción, incluso puede entrar en pánico y desesperarse, pero aun así no sería derrotada. Mientras pueda contar con las mistificaciones de la "unidad nacional", la confianza en sí misma puede permanecer intacta. Pero las relaciones de clase tienden a endurecerse en tiempos de crisis y a adquirir un carácter irreconciliable.
En tales condiciones, el Estado debe aparecer como "imparcial", para poder mistificar en mejores condiciones a la clase obrera. Las intervenciones estatales en esos momentos deben mitigar los insolubles callejones sin salida tanto políticos como sociales que la burguesía tiene que enfrentar; el Estado debe dar la impresión de que actúa en nombre de "todos", patrones, pequeñoburgueses y trabajadores. Debe dar la apariencia de poseer los nobles atributos de un "árbitro" y así obtener la legitimidad necesaria para aplastar a la clase obrera y mantener las relaciones de producción existentes.
Las fracciones de izquierda del capital (estalinistas, socialdemócratas, los sindicatos y sus partidarios "críticos" trotskistas, maoístas o anarquistas) se preparan para asumir esta tarea, para asumir el papel de guardianes del Estado. Son los únicos que pueden hacerse pasar por representantes de la clase obrera, de los "débiles", de los "pobres". Esto es debido a que la clase obrera no está derrotada por lo que debe ser persuadida para aceptar recortes salariales y otras medidas, que sólo la izquierda puede constituir un medio real de introducir una mayor centralización estatal, nacionalizaciones y despotismo, como lo demuestran los ejemplos del Chile de Allende o Portugal.
En un capitalismo decadente, la tendencia es hacia las crisis y la guerra, y no hay fuerza en la sociedad que pueda poner fin al ciclo asesino de la barbarie, excepto el proletariado. A primera vista, parece que, en el futuro inmediato, la guerra es el único camino que puede salvar a la burguesía. El hecho de que el proletariado no tenga una organización permanente de masas podría ser una señal de que está indefenso contra la tormenta del chovinismo que precede a una nueva guerra mundial. Pero la burguesía sabe que esto no es cierto. Sabe a través de sus sindicatos que el proletariado sigue siendo una clase revolucionaria a pesar de la ausencia de una organización proletaria de masas. Los sindicatos conocen este hecho básico desde hace mucho tiempo, y su papel es cortar de raíz cualquier movimiento obrero autónomo. En cualquier movilización autónoma del proletariado, creen ver que apunta a la hidra de la revolución. ¡Y este es el principal obstáculo para los designios criminales de la burguesía! Antes de que la burguesía pueda movilizarse con éxito para la guerra, la clase obrera debe ser derrotada. Hasta entonces, hay que tener mucho cuidado. De hecho, a la burguesía le resulta difícil movilizar al proletariado detrás de consignas de "austeridad" y "vayamos todos juntos". Políticamente, los fascistas y los antifascistas no han tenido más éxito que la policía del capital. Las nuevas ideologías que crea el capitalismo parecen encontrar una resonancia estable en las filas de la pequeña burguesía, pero no en la clase obrera. No es casualidad que ideologías reaccionarias como el crecimiento cero, la xenofobia, la liberación sexual y sus contrapartes (como el fortalecimiento del matrimonio y "menos sexo"), así como otras, parezcan estar concentradas la mayor parte del tiempo entre las capas pequeñoburguesas. Hoy está claro que ya no hay una sola manera de justificar racionalmente ante el proletariado la continuación de las relaciones sociales capitalistas.
El hecho de que la clase obrera no tenga hoy una organización de masas permanente tiene varias consecuencias. La clase obrera no está encuadrada mediante las enormes organizaciones reformistas de su pasado como fue el caso en 14-23. Por lo tanto, las lecciones del período actual pueden ser asimiladas más rápidamente de lo que fue posible durante y después de la Primera Guerra Mundial. La conciencia de que sólo las soluciones comunistas pueden dar sentido a las luchas salariales y a las luchas por las condiciones de vida pueden aparecer de manera más aguda y clara, dado que cualquier "victoria" económica es inmediatamente asimilada por la crisis, dejando a los trabajadores en la misma situación, previa a la “victoria”, o incluso peor. Como dijo Marx, la humanidad sólo plantea los problemas que puede resolver. Si el proletariado se enfrenta a la crisis sin una organización reformista de masas de carácter permanente, que condiciona su autonomía, este hecho tiene necesariamente aspectos positivos.
Mientras la crisis no se haya profundizado hasta el punto de enfrentarse inevitablemente al derrocamiento revolucionario del capitalismo, mientras todo el proletariado no plantee la revolución como su objetivo inmediato, todas las instituciones temporales que surgen de la lucha de clases (comités de huelga, asambleas generales) son inevitablemente integradas o recuperadas por el capital, cuando intentan convertirse en organizaciones permanentes. Este es un proceso objetivo inevitable, una de las características de la decadencia del capitalismo. La clase obrera tarde o temprano se enfrentará al hecho de que cualquier comité de huelga, cualquier "comisión obrera", en la actualidad tiende a convertirse en un órgano de capital. Los trabajadores de Barcelona y del norte de España parecen conscientes de este hecho. En Inglaterra, miles de trabajadores sospechan casi instintivamente de los comités de huelga dominados por delegados sindicales. En los Estados Unidos, los trabajadores toleran a los líderes sindicales de izquierda o radicales, pero solo los tontos podrían ver en esta tolerancia una lealtad permanente al sindicalismo, o una consecuencia de las luchas salariales.
Los trabajadores luchan cada día, y más aún en los momentos de crisis, porque el proletariado como clase no sea integrado en el capitalismo. Esto es así porque el proletariado es una clase explotada y es la única clase productiva en la sociedad capitalista. En consecuencia, el proletariado sólo puede luchar para afirmarse contra las condiciones intolerables que el capitalismo le obliga a soportar. No importa lo que el proletariado piensa de sí mismo en lo inmediato. lo importante es lo que es, su condición de clase histórica revolucionaria. Y es la objetividad de esta realidad la que hará posible la toma de conciencia comunista de la clase obrera. No importa que los modernistas se rían de esto. Por su parte, el proletariado no tiene otro camino que tomar, ni otro camino de aprendizaje que el trazado por el “Calvario” de la sociedad burguesa.
El proletariado necesita el tiempo que le ofrece los períodos de crisis para poder luchar y comprender su posición en la sociedad mundial. Este entendimiento no puede llegar de repente a toda la clase. La clase tendrá que desarrollar combates, en muchas ocasiones durante el próximo período, y muchas veces tendrá que retirarse y retroceder, aparentemente derrotada. Pero al final, ningún muro puede resistir los continuos asaltos de la ola proletaria, y mucho menos cuando el muro se desintegra por sí solo. Pero mientras el proletariado combate dado el carácter permanente de la crisis, la burguesía usará todas sus cartas para hundirlo en la confusión para desbaratar y derrotar los esfuerzos de la clase obrera. El destino de la humanidad depende del resultado final de esta confrontación. Mientras tanto la burguesía tendrá que hacer, obligatoriamente, todo lo posible para debilitar las tendencias proletarias dirigidas hacia su reagrupamiento mundial. El proletariado fortalecerá la capacidad de establecer una continuidad directa en su lucha, a pesar de todas las divisiones y mistificaciones de los sindicatos, la izquierda, los gobiernos, etc. No hay organización capitalista que pueda resistir una ola casi continua de huelgas y autoactividad del proletariado sin inmutarse y darse cuenta del peligro que la lucha del proletariado supone para ella. Así, la clase en su conjunto comenzará a reapropiarse de la lucha comunista y profundizará su conciencia global en las confrontaciones reales. El tiempo de las acciones masivas de la clase continuará, y tendrá en su haber más y más lecciones aprendidas. Esto no debe descuidarse, ya que las únicas armas del arsenal proletario son su conciencia y su capacidad de organizarse de forma autónoma.
Los comunistas sólo pueden aprovechar para el proletariado las cuestiones que se presentan debido a la profundización de la crisis. La posibilidad de la revolución comunista aparece una vez más a nivel coyuntural como expresión de la decadencia histórica de la sociedad burguesa. Nuestras tareas serán necesariamente más amplias y complejas y el proceso hacia la formación del partido se acelerará directamente como resultado de nuestra actividad actual. El desarrollo gradual de la crisis en este período también nos permitirá reagruparnos mejor, galvanizar nuestras fuerzas a nivel internacional. La tendencia indiscutible de los grupos comunistas de hoy es ante todo buscar un reagrupamiento internacional de fuerzas. Los agrupamientos a nivel internacional no son etapas formales previas a una verdadera constitución internacional. Formalizar el curso del reagrupamiento de esta manera en un esquema estéril y localista significaría volver a las concepciones socialdemócratas de las "secciones nacionales" y otros gradualismos de izquierda. Sólo a nivel mundial podemos llevar a cabo nuestro trabajo preparatorio, profundizar nuestra comprensión teórica y defender nuestra plataforma en las luchas de la clase obrera.
Nuestra corriente se encontrará cada vez más confrontada de manera sistemática con una inmensa cantidad de trabajo de carácter organizativo, para contribuir a la formación y fortalecimiento de futuros grupos comunistas. En estrecha colaboración con ellos, nuestra corriente tendrá que ser capaz de intervenir con más cohesión y de forma internacional en todos los acontecimientos que se vayan a presentar en el próximo periodo. Pero nuestra función específica ya no es "organizar técnicamente" huelgas u otras acciones de clase, sino enfatizar paciente y enérgicamente, lo más claramente posible, las implicaciones de la lucha autónoma del proletariado y la necesidad de la revolución comunista. Estamos aquí para defender las conquistas programáticas de todo el movimiento obrero y esta tarea sólo puede ser profundizada por el trabajo militante y unido dondequiera que la clase manifieste una movilización por sus propios intereses y cuando estos intereses se vean directamente amenazados por los ataques del capital.
Las perspectivas que “Révolution Internationale” había presentado para nuestra corriente en enero de 1974 no tenían en cuenta de este aspecto primordial, el autor no veía claramente nuestras necesidades organizativas y minimizaba así su importancia. Esto se puede atribuir a la relativa inmadurez de nuestra corriente, con respecto a las implicaciones concretas de nuestra actividad, tanto con respecto la clase como respecto a nosotros mismos. Hoy podemos examinar la cuestión del reagrupamiento y el partido sobre una base más sólida. Para nosotros, un acuerdo programático debe ir acompañado de un acuerdo organizativo, de una perspectiva de “actividad” al interior de un marco de reagrupamiento mundial. Debemos evitar y distanciarnos a los "activistas" que quieren “intervenir" sin tener una comprensión clara de lo que es un trabajo de reagrupamiento mundial. La construcción de una corriente comunista internacional es un calvario amargo para tales activistas. El acuerdo sobre este punto debe demostrarse con hechos y actitudes, no sólo con palabras. Nuestra corriente ya se ha encontrado con muchas sectas que, como los centristas de ayer, son "en principio" una agrupación comunista (un sentimiento encomiable como lo es un acuerdo "de principio" sobre la fraternidad entre los hombres o la justicia eterna), pero solo lo son de manera formal. En la práctica, estas sectas sabotean la agrupación o cualquier movimiento significativo en esa dirección, invocando puntos secundarios o trivialidades que las diferencian de nosotros.
Así como a nuestra corriente no se interesa por los modernistas que anuncian a la clase obrera su integración en el capital, tampoco necesitamos confusionistas que, en la práctica, solo promueven la desmoralización y la dispersión localista. Es producto de nuestra evolución si nuestra Conferencia no invita a tales elementos. El proceso de reagrupamiento comenzó en el 70, pero nuestra corriente ya ha servido de polarización para muchos grupos o tendencias que después, en su mayoría, se han desmoronado organizativa y teóricamente. En estos se incluyen grupos surgidos en ruptura con S o B, diletantes del género Barrot, y de similares “iluminados” del modernismo. Hoy, nuestra corriente ya ha recorrido un largo camino, y podemos estar seguros de que, en muchos aspectos, el camino por delante será cada vez más difícil. Pero con respecto al período pasado de aclaración de las cuestiones teóricas esenciales y básicas, podemos concluir que este período está llegando a su fin. El espectáculo de las sectas "ultraizquierdistas" de hoy, hundiéndose en el modernismo y el olvido de las adquisiones, es una confirmación trágica pero inevitable de este pronóstico.
REVOLUCIÓN INTERNACIONAL
Enero de 1975
[1]Es decir: acuerdos preferenciales para la exportación a los Estados Unidos
Artículo publicado en nuestra primera Revista Internacional (1975) donde se abordan los problemas del periodo de transición del capitalismo al comunismo iniciado por la Revolución Proletaria Mundial. El tema del periodo de transición exige la mayor prudencia. La cantidad de cuestiones que se plantean es enorme, pero sobre todo la novedad y la complejidad de los problemas que se plantearán al proletariado impiden que se elaboren de antemano los planes de la sociedad futura. Marx se negaba ya a "dar recetas para las cazuelas del porvenir" y Rosa Luxemburgo insistía en que "solo tenemos postes indicadores, y son esencialmente negativos".
Claro está que la experiencia histórica de la clase (la Comuna de 1871, 1905, 1917-23) y la de la contrarrevolución nos dan luces sobre esos problemas, pero no por eso podemos pretender resolverlos de antemano. Lo que podemos hacer es ver el marco general en el que se plantean.
El estancamiento del modo asiático no permitió por ejemplo su superación hacia otro modo de producción. La antigua Grecia no conoció las condiciones históricas para superar el esclavismo, como tampoco el Egipto antiguo.
Decadencia solo significa el agotamiento del antiguo modo de producción social. Transición significa aparición de fuerzas y nuevas condiciones que permitan sobrepasar la antigua sociedad y resolver sus contradicciones.
Para poder hacer resaltar el carácter del periodo de transición del capitalismo al comunismo y lo que lo distingue de todos los que le han precedido, hemos de apoyarnos en una idea fundamental: un periodo de transición se define por la nueva sociedad que va a nacer y es en cierto sentido una muestra o anticipo de ella. Es entonces necesario poner de relieve las diferencias fundamentales que distinguen la sociedad comunista de las demás.
El periodo de transición hacia el comunismo está impregnado constantemente por la sociedad en la que nace, o sea, está impregnado por la prehistoria de la humanidad y también por la sociedad de la que el período de transición es portador, o sea, por la historia nueva de la sociedad humana. Eso es lo que distingue el período de transición hacia el comunismo de todos los periodos de transición anteriores.
A) Los periodos de transición anteriores
Hasta ahora, los periodos de transición tuvieron en común el haberse desarrollado en el corazón mismo de la antigua sociedad. El reconocimiento y la proclamación definitiva de la nueva sociedad, sancionado por el salto de la revolución, viene al cabo de un proceso transitorio. Eso por dos razones:
B) El periodo de transición hacia el comunismo
C) Lo que distingue el periodo de transición hacia el comunismo
En consecuencia se pueden sacar unas conclusiones:
«La conquista del poder político se ha vuelto el primer deber de la clase obrera» (Marx, "Llamamiento inaugural de la AIT").
a) La generalización mundial de la revolución es la condición previa a la apertura del periodo de transición. De esta generalización depende toda la cuestión de las medidas económicas y sociales, guardémonos de hablar de "socializaciones", aisladas en un país, una región, una fábrica o cualquier grupo de hombres. Aun después del primer triunfo del proletariado, el capitalismo sigue su resistencia con la guerra civil. Durante ese periodo, todo depende de la destrucción de la fuerza del capitalismo. Ese primer objetivo condiciona la evolución hacia el futuro.
b) Una única clase es portadora del comunismo: el proletariado. Otras pueden estar implicadas en la lucha que lleva el proletariado contra el capitalismo, pero como clases no pueden ser protagonistas o portadoras del comunismo. Por eso hemos de subrayar un elemento esencial: la necesidad que tiene el proletariado de no confundirse ni disolverse entre las demás clases. Durante el periodo de transición, en tanto que clase revolucionaria históricamente responsable de la tarea de crear una sociedad sin clases, el proletariado solo puede asumirla afirmándose como clase autónoma y políticamente dominante de la sociedad. Él solo tiene un programa del comunismo que intenta realizar y para ello ha de conservar en sus manos toda la fuerza política y toda la fuerza armada: tiene el monopolio de las armas.
Para llevarlo a cabo, se organiza en estructuras organizadas, los Consejos Obreros basados en las fábricas, y el Partido revolucionario.
La dictadura del proletariado puede entonces resumirse así:
c) ¿Cuales son las relaciones del proletariado con las demás clases de la sociedad?
Aunque la clase obrera tenga la obligación de tomar en cuenta a esas clases en la vida económica y administrativa, no deberá darles la posibilidad de una organización autónoma (prensa, partido, etc.). Esas clases y capas sociales numerosas tendrán que ser integradas en un sistema de administración soviético territorial. Sus miembros se integrarán en la sociedad como ciudadanos, no como clases.
d) La sociedad transitoria sigue siendo una sociedad dividida en clases y, como tal, hace surgir necesariamente esa institución propia de todas las sociedades divididas en clases: el Estado.
Con todas las amputaciones y medidas de precaución que se han de imponer a esa institución (funcionarios elegidos y revocables, sueldos iguales a los de los obreros, unificación entre legislativo y ejecutivo, etc.) y que reducen ese Estado a ser un semi-Estado, nunca se ha de perder de vista su carácter histórico anticomunista y por lo tanto antiproletario, esencialmente conservador: el Estado sigue siendo el guardián del statu quo.
Si reconocemos la inevitabilidad de esa institución que el proletariado tendrá que utilizar como un mal necesario, tanto para acabar con la resistencia de la clase capitalista derrocada como para preservar un marco administrativo y político unido a una sociedad que sigue desgarrada por intereses de clases, hemos de rechazar categóricamente la idea de transformar ese Estado en bandera y motor del comunismo. Ese Estado sigue siendo esencialmente un órgano de conservación del statu quo y un freno para el comunismo. No hemos entonces de identificarlo al comunismo ni a la clase que lo lleva en sí, el proletariado. Por definición, el proletariado es la clase más dinámica de la historia puesto que conlleva la desaparición de todas las clases en su lucha por su propia emancipación. Por ello, aun utilizando el Estado, el proletariado expresa su dictadura no a través de él, sino sobre él. Por ello igualmente, el proletariado no ha de reconocer el menor derecho a esa institución de intervenir por la violencia en la clase obrera ni a arbitrar las discusiones de los organismos de la clase, consejos y partido revolucionario.
e) En el terreno económico, el periodo de transición consiste en ser una política económica (y no una economía política) del proletariado con vistas a acelerar el proceso de socialización universal de la producción y de la distribución. Ese programa del comunismo integral a todos sus niveles, aun siendo la meta afirmada y buscada por la clase obrera, aun estará durante el periodo de transición limitado en su realización por las condiciones inmediatas, coyunturales, contingentes, que no se pueden ignorar so pena de caer en un voluntarismo utópico. El proletariado intentará inmediatamente conquistar un máximo de realizaciones posibles reconociendo también la necesidad de concesiones inevitables que tendrá que soportar. Dos escollos amenazan esa política:
Sin tener la pretensión de hacer un plan detallado de esas medidas, podemos ya prever las líneas generales:
M.C. 1975
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La necesidad que empuja a los comunistas a luchar por la máxima claridad y coherencia con respecto a las tareas revolucionarias del proletariado se deriva de la naturaleza única de la revolución proletaria. Mientras que la revolución burguesa (Gran Bretaña, Francia, etc.) constituyó, fundamentalmente, la coronación política de la dominación económica burguesa sobre la sociedad que se había extendido paulatina y firmemente sobre los vestigios de la decadente sociedad feudal, el proletariado no detenta ningún poder económico dentro del capitalismo y, en el período de decadencia, ninguna organización permanente propia. Las únicas armas que puede utilizar son su conciencia de clase y su capacidad para organizar su propia actividad revolucionaria. Y una vez arrebatado el poder de manos de la burguesía, se abre ante ella la inmensa tarea de construir conscientemente un nuevo orden social.
La sociedad capitalista, como todas las sociedades de clases, creció independientemente de la voluntad de los hombres, a través de un lento proceso "inconsciente", regido por leyes y fuerzas que no estaban sujetas al control humano. Y la revolución burguesa simplemente asumió la tarea de expulsar las superestructuras feudales que impedían la generalización de estas leyes. Hoy, es la naturaleza misma de estas leyes, su carácter ciego, anárquico y mercantil, lo que amenaza con llevar a la ruina a la civilización humana. Pero a pesar del carácter aparentemente inmutable de estas leyes, ellas son, en última instancia, sólo la expresión de las relaciones sociales que los hombres han creado. La revolución proletaria significa un asalto sistemático a las relaciones sociales existentes ligadas a las leyes despiadadas del capital. Sólo puede ser un asalto consciente porque es precisamente el carácter inconsciente y descontrolado del capital lo que la revolución trata de destruir; y el sistema social que el proletariado construirá sobre las ruinas del capitalismo constituye la primera sociedad en la que el género humano ejercerá un control racional y consciente sobre las fuerzas productivas y sobre toda la actividad social humana.
Lo que obliga al proletariado a confrontar y destruir las relaciones sociales del capital -trabajo asalariado, producción generalizada de mercancías- es que éstas han entrado en conflicto abierto con las fuerzas productivas, ya sean las necesidades materiales del proletariado o las fuerzas productivas de la sociedad humana en su conjunto. La decadencia de las relaciones sociales que dominan al proletariado lo lleva a darse como primera tarea, en nuestro tiempo, la destrucción de estas relaciones y la instauración de otras nuevas. Por lo tanto, su tarea no consiste en reformar, reorganizar o gobernar el capital, sino en liquidarlo para siempre. La decadencia significa simplemente que las fuerzas productivas ya no pueden desarrollarse en interés de la humanidad mientras permanezcan bajo el yugo del capital, y que el verdadero desarrollo sólo puede tener lugar en las relaciones de producción comunistas.
El materialismo histórico no deja lugar a un modo de producción transitorio entre el capitalismo y el comunismo.
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de la que nació”. (Marx, Crítica del Programa de Gotha).
Estamos ante un período de transición en el que el comunismo emerge, en los violentos dolores del parto, de la sociedad capitalista, un comunismo en constante lucha contra los vestigios de la vieja sociedad, un comunismo que se esfuerza constantemente por desarrollar sus propios fundamentos, los fundamentos de una etapa más avanzada del comunismo, del reinado de la libertad, de la sociedad sin clases.
Pero el movimiento hacia la abolición de las clases es un movimiento dirigido conscientemente, y la conciencia que lo guía hacia su meta final pertenece a una sola clase comunista, el proletariado. El comunismo no es un simple impulso inconsciente cuyo fin es la negación de las relaciones de mercado, y que descubriría, por casualidad, que el Estado capitalista es su guardián, que debe ser destruido para alcanzar el comunismo. El comunismo es un movimiento del proletariado que establece un programa político; este programa reconoce claramente de antemano en el Estado burgués al defensor de las relaciones sociales capitalistas; este programa defiende sistemáticamente que la destrucción del poder político de la burguesía es un requisito previo para la transformación comunista. En esto, la revolución proletaria se desarrolla según un patrón contrario al de la revolución burguesa: la revolución social emprendida por el proletariado sólo puede despegar después de la conquista política del poder por la clase obrera. Dado que el capital es una relación global, la revolución comunista sólo puede desarrollarse a escala mundial. La naturaleza global del proletariado y de la burguesía hace que la toma del poder por parte de los trabajadores de un país lleve a una guerra civil mundial contra la burguesía. Hasta que ella sea victoriosa; hasta que el proletariado no haya conquistado el poder en todo el mundo, no podemos hablar realmente de un período de transición, mucho menos de una transformación comunista.
Durante el período de la guerra civil mundial, la producción, aun cuando esté bajo la dirección del proletariado, no es una producción centrada principalmente en las necesidades humanas, que será el sello distintivo de la producción comunista. Durante este período, la producción, como todo lo demás, está subordinada a las necesidades de la guerra civil, a la imperiosa necesidad de extender y afianzar la revolución internacional. Incluso si el proletariado puede eliminar muchas de las características formales de las relaciones capitalistas, mientras se arma y produce para la guerra civil, uno no podría llamar comunismo puro y simple a una economía orientada a la guerra. Mientras exista el capitalismo en alguna parte del mundo, sus leyes seguirán determinando el contenido real de las relaciones de producción en todas partes.
Incluso si el proletariado de un país se deshace de la forma de trabajo asalariado y comienza a racionar todo lo que produce, sin ningún tipo de intermediario monetario, el ritmo de producción y distribución en este bastión proletario sigue estando a merced de la dominación capital global, de la ley del valor global. Al menor reflujo del movimiento revolucionario, estas medidas serían rápidamente socavadas y comenzarían a regresar a las relaciones salariales capitalistas en toda su brutalidad, sin que los proletarios dejaran de ser parte de la clase explotada. Pretender que es posible crear islas de comunismo cuando la burguesía todavía tiene el poder a escala mundial es intentar mistificar a la clase obrera y desviarla de su tarea fundamental: la eliminación total del poder burgués.
Esto no significa, sin embargo, que, en su lucha por el poder político, el proletariado se abstenga de tomar medidas económicas cuyo objetivo sea socavar el poder del capital. Menos aún que el proletariado tiene que apoderarse de la economía capitalista y utilizarla para sus propios fines. Así como la Comuna de París demostró que el proletariado no puede tomar el control de la maquinaria estatal capitalista, la revolución rusa reveló que es imposible que la clase obrera se mantenga indefinidamente "a la cabeza" de una economía capitalista. En última instancia, esto significa que el proletariado debe emprender un proceso de destrucción del capital global si quiere conservar el poder en alguna parte, pero que este proceso comienza en el acto: la clase obrera debe ser consciente de que su lucha contra el capital tiene lugar en todos los niveles (aunque no sea uniforme) porque el capital es una relación social global.
Tan pronto como el proletariado haya tomado el poder en un lugar, se verá obligado a emprender el asalto a las relaciones capitalistas de producción, primero para luchar contra la organización global del capital, segundo para facilitar la dirección política de la zona que controla, tercero para sentar las bases de una transformación social mucho más desarrollada que seguirá a la guerra civil. La expropiación de la burguesía en un lugar producirá efectos profundamente desintegradores en todo el capital mundial si se lleva a cabo en un centro importante del capitalismo, y esto, en consecuencia, profundizará la lucha de clases mundial; el proletariado tendrá que utilizar todas las armas económicas que tiene a su disposición. Considerando la segunda razón (que no es menos importante), es imposible imaginar la unificación y la hegemonía del proletariado si no emprende un asalto radical a todas las divisiones y complejidades impuestas por la división capitalista del trabajo. El poder político de los trabajadores dependerá de su capacidad para simplificar y racionalizar el proceso de producción y distribución, y esta cuestión no es secundaria. Esta racionalización es imposible en una economía totalmente dominada por las relaciones de mercado. Uno de los principales motores que empuja al proletariado a producir valores de uso, y que ese método de producción se adapta mucho mejor a las tareas que tiene que afrontar durante la crisis revolucionaria -como el armamento general de los trabajadores, la urgencia de racionar los suministros, la dirección centralizada del aparato productivo, etc. Al final, mientras la revolución sea globalmente victoriosa, estas medidas rudimentarias de socialización pueden encontrar continuidad en la verdadera reorganización positiva de la producción, que tiene lugar después de la victoria, en la medida en que contribuyen a neutralizar y arruinar la dominación de las relaciones mercantiles, disminuyendo así las tareas "negativas" del proletariado durante el período de transición.
La profundidad de la extensión de estas medidas dependerá del equilibrio de fuerzas en una situación dada, pero se puede esperar que sean más extensas donde el capitalismo ya ha hecho posible avanzar en el proceso de socialización material. Entonces la colectivización de los medios de producción seguramente irá mucho más rápida en los sectores donde el proletariado está más concentrado -en las grandes fábricas, las minas, los muelles, etc. Así mismo, la socialización del consumo se dará mucho más fácilmente en áreas parcialmente socializadas: el transporte, la vivienda, el gas, la electricidad y otros sectores podrán operar gratuitamente casi de inmediato, sólo con sujeción a la totalidad de las reservas controladas por los trabajadores. La colectivización de estos servicios invadiría profundamente el sistema salarial. Al igual que con la distribución directa de artículos de consumo individuales, la abolición total de las formas monetarias, es difícil decir hasta dónde puede llegar este proceso mientras la revolución permanezca confinada a una región. Pero podemos decir que la forma salarial debe ser atacada al máximo, y no hay duda de que los trabajadores no estarán dispuestos a pagarse a sí mismos en salarios, una vez que hayan tomado el poder. Para ser más concretos, estamos a favor de las medidas que tienden a regular la producción y la distribución en términos sociales, colectivos (medidas como el racionamiento, y la obligación universal de trabajar como exigían los Consejos Obreros) más que por medidas que requieran el cálculo de cada contribución de la persona al trabajo social. El sistema de bonos en función del tiempo de trabajo tendería a dividir a los trabajadores capaces de trabajar de los que no lo están (situación que muy bien podría extenderse en un período de crisis revolucionaria mundial) y además podría crear una brecha entre los proletarios y otros estratos sociales, dificultando el proceso de integración social. Este sistema requeriría una enorme supervisión burocrática del trabajo de cada trabajador, y degeneraría mucho más fácilmente en salarios monetarios en un momento de reflujo de la revolución (estos retrocesos pueden darse tanto durante la guerra civil como durante el mismo período de transición).
Un sistema de racionamiento bajo el control de los Consejos Obreros se prestaría mucho más fácilmente a una regulación democrática de todos los recursos de un bastión proletario, y fomentaría sentimientos de solidaridad dentro de la clase. Pero no nos hagamos ilusiones: este sistema, como ningún otro, no puede representar una "garantía" contra el retorno a la esclavitud asalariada en su forma más cruda. Básicamente, la sumisión al tiempo, a la escasez, a la presión de las relaciones mercantiles globales todavía existe: simplemente es apoyada por todo el bastión proletario como una especie de trabajo asalariado colectivo. Cualquier sistema temporal de distribución permanece expuesto a los peligros de la burocratización y la degeneración mientras existan las relaciones mercantiles, y las relaciones mercantiles (incluida la fuerza de trabajo como mercancía) no pueden desaparecer totalmente hasta que las clases hayan dejado de existir, porque la perpetuación de las clases significa la perpetuación del intercambio. De ninguna manera puede afirmarse que tal método de distribución, durante las primeras etapas de la revolución, o durante el mismo período de transición, sigue el principio de "a cada uno según sus necesidades", que no puede completarse sino en muy poco tiempo. etapa avanzada del comunismo.
El asalto a la forma del salario va de la mano con el asalto a la división capitalista del trabajo. Ante todo, las divisiones que el capital impone en las mismas filas del proletariado deben ser denunciadas y combatidas sin piedad. Las divisiones entre calificados y no calificados, hombres y mujeres, entre sectores proletarios, ocupados y desocupados, deben ser combatidas dentro de los órganos de masas de la clase, como única forma de cimentar la unidad de la combatividad obrera.
Asimismo, el proletariado, desde un principio, pone en marcha un proceso de integración a sus filas de las demás capas sociales, comenzando por las capas semiproletarias que habrán demostrado su capacidad para apoyar el movimiento revolucionario de los trabajadores. Podemos vislumbrar la integración rápida de ciertas capas que ya han demostrado su capacidad para luchar colectivamente contra su explotación, por ejemplo, grandes sectores de enfermeras y trabajadores de cuello blanco.
Pero debemos insistir en el hecho de que todas estas usurpaciones de las relaciones mercantiles y de la división capitalista del trabajo son, de hecho, sólo medios para llegar a una meta a la que deben estar estrictamente subordinadas: la extensión de la revolución mundial. Si bien no rehúye la tarea de atacar desde el principio las relaciones mercantiles, el proletariado debe ver qué ilusión y qué trampa encierra la idea de crear islas de comunismo en una u otra región. Aunque comienza a integrar en sus filas a las clases no explotadoras, el proletariado debe estar constantemente en guardia contra toda dilución en capas que no pueden, en su conjunto, compartir los objetivos comunistas de la clase obrera, y que pueden constituir una peligrosa quinta columna en sus filas ante los primeros signos de retroceso de la ola revolucionaria. La unificación de los trabajadores en todo el mundo debe tener prioridad sobre los intentos de comenzar a realizar la comunidad humana. Todos estos intentos de socialización son en realidad solo medidas para llenar vacíos, para responder a ciertas situaciones urgentes. Pueden ser parte del asalto a las relaciones de mercado, pero de ninguna manera representan la "abolición" de todas las categorías capitalistas. La superación real y positiva de estas relaciones de mercado sólo podrá hacerse después de la abolición mundial de la burguesía, después de la construcción de la dictadura del proletariado internacional. Es aquí donde el período de transición propiamente hablando comienza.
No podemos detenernos aquí en las tareas que el proletariado deberá realizar durante este período. Sólo podemos destacarlos brevemente para insistir en la inmensidad del proyecto proletario. Liberando a las fuerzas productivas de las cadenas del capital, liquidando el sistema de trabajo asalariado, las fronteras nacionales, el mercado mundial, el proletariado deberá establecer un sistema mundial de producción y distribución organizado con el único fin de satisfacer las necesidades humanas. Tendrá que encaminar el nuevo sistema productivo hacia la restauración y el renacimiento de un mundo asolado por décadas de decadencia capitalista y guerra civil revolucionaria. Alimentar y vestir a las áreas pobres del mundo, eliminar la contaminación y la producción innecesaria, reorganizar la infraestructura industrial global, combatir las innumerables alienaciones legadas por el capitalismo, que abundan tanto en el trabajo como en la vida social en su conjunto, eso son simplemente las primeras tareas. Estas son solo las condiciones necesarias para la construcción de una nueva civilización, una nueva cultura, una nueva humanidad cuyo esplendor difícilmente se puede imaginar de este lado del capitalismo, y que no se puede contemplar, principalmente, solo en términos negativos: la eliminación de la antagonismo entre economía y sociedad, entre trabajo y ocio, entre individuo y sociedad, entre hombre y naturaleza, etc. Y mientras el proletariado sienta las bases de esta nueva forma de vida, debe integrar progresivamente a toda la humanidad en sus filas, en el trabajo asociado, creando así la comunidad humana sin clases, no sin tener cuidado de no "abolirse a sí misma". demasiado rápido, sin asegurar que ya no exista la menor posibilidad de volver a la relación mercantil generalizada, y por lo tanto al capitalismo. El período de transición será el terreno de una lucha titánica por mantener un movimiento irreversible hacia la comunidad humana contra los restos de la vieja sociedad.
Aquellos que pintan el período de transición como una etapa sin problemas que el proletariado puede superar rápidamente, se están preparando para decepcionarse no solo a ellos mismos, sino a la clase en su conjunto. No sabemos cuánto durará este período. Lo que sí sabemos es que planteará problemas de una naturaleza y de una importancia sin precedentes en la historia de la humanidad, que la tarea que deberá realizar el proletariado es mayor que en cualquier otro tiempo, y pensar que esa tarea puede hacerse en un día es, en el mejor de los casos, una utopía y, en el peor, una mistificación reaccionaria. De lo que podemos estar seguros es que el período de transición no permitirá que el proletariado o la transformación social se estanquen.
Cualquier interrupción en la revolucionarización de la producción social significaría el peligro inmediato de un retorno al capitalismo y, por lo tanto, en última instancia, a la barbarie. En ningún momento el proletariado podrá dormirse en sus laureles y esperar a que el comunismo llegue por sí solo. O el proletariado lucha por un mayor grado de comunismo, en un constante estado de movimiento basado él mismo en la generalización de las relaciones comunistas, o bien se encuentra en la situación de una clase explotada, movilizada para alguna catástrofe final.
Es obvio precisar que los revolucionarios no pueden definir de antemano las formas organizativas precisas que utilizará el proletariado para llevar a cabo la transformación comunista. Es imposible prever completamente los diversos problemas organizativos y prácticos que la clase obrera tendrá que enfrentar en todo el mundo, problemas que en última instancia solo serán resueltos por la clase misma en su lucha revolucionaria. La creatividad que manifestará la clase será ciertamente superior a sus manifestaciones anteriores, y superará todos los vaticinios que hoy puedan hacer los revolucionarios.
Sin embargo, los revolucionarios de ninguna manera pueden eludir la discusión de la cuestión de las formas y estructuras de la dictadura del proletariado. Hacerlo equivaldría a negar toda la experiencia de la clase revolucionaria en nuestro tiempo, una experiencia que ha permitido extraer ciertas lecciones que el proletariado no puede darse el lujo de ignorar. Olvidar estas lecciones, especialmente la de Rusia, es dejar la puerta abierta a la repetición de los errores del pasado. No es casualidad que la "izquierda" capitalista (estalinistas, trotskistas, etc.) es incapaz de analizar los errores del pasado o definir un programa claro para lo que ellos llaman "revolución". Detrás de esta ambigüedad, esta renuencia a “planificar en detalle”, se esconde una posición de clase que luego se opondrá a la actividad revolucionaria autónoma de la clase obrera. Estos izquierdistas "prácticos", "realistas", suelen ocultarse tras la frecuente reticencia de Marx a especular sobre las formas organizativas de la dictadura del proletariado. Pero esta resistencia fue un reflejo de su tiempo, de un tiempo donde aún no existían las condiciones materiales necesarias para la revolución comunista.
Cualquier predicción que Marx o Engels pudieran hacer sobre la forma de la dictadura del proletariado estaba determinada por la madurez de la clase, por la forma en que se presentaba como una fuerza capaz de tomar en sus propias manos la dirección de la sociedad. Pero en el período ascendente del capitalismo, cuando el proletariado todavía estaba restringido y sin forma, la posibilidad de tomar el poder era extremadamente limitada y el poder no podría haberse mantenido en este período de todos modos. Sin embargo, había suficientes experiencias de levantamientos proletarios para que Marx pudiera definir ciertos puntos esenciales sobre la naturaleza del poder proletario. Debido a que se basaron en el método del materialismo histórico, pudieron aprender de sus experiencias y reconsiderar ciertas concepciones fundamentales sobre la naturaleza de la toma del poder por parte de la clase obrera. Es así como la experiencia de la insurrección de 1848 y más aún de la Comuna de París de 1871, los llevó a abandonar la perspectiva elaborada en el Manifiesto Comunista, perspectiva según la cual el proletariado debía organizarse para apoderarse de la. máquina del Estado burgués. Después de esta experiencia, quedó claro que el proletariado solo podía destruir esta máquina y construir sus propios órganos de poder, los únicos que podían servir a los objetivos comunistas.
Al extraer esta lección, Marx y Engels perseguían la tarea comunista fundamental de apoyar el programa político proletario sobre la única base de las experiencias históricas de la clase, y ésta sigue siendo la única manera de desarrollar el programa comunista hoy. Pero hoy vivimos en una época de decadencia del capitalismo y por tanto de posibilidad de revolución social proletaria, y podemos y debemos sacar las consecuencias de la experiencia de la clase en nuestro tiempo, particularmente de la gran ola revolucionaria de 1917- 1923, especialmente con respecto a la tarea de elaborar los puntos de organización de este programa, que era imposible para Marx y Engels.
Engels describe la Comuna como la forma misma de la dictadura del proletariado. Marx lo llama "la forma política de la emancipación social del trabajo". Pero mientras la Comuna da lecciones que siguen siendo válidas (necesidad de destruir el Estado burgués, armar a los trabajadores, asegurar el control directo de los delegados, etc.), no puede ser considerada hoy como modelo de dictadura. La Comuna era la expresión de una joven clase obrera que no sólo no era una clase mundial, sino que incluso en los centros urbanos del capitalismo estaba fragmentada y aún no del todo diferenciada de otras clases urbanas como la pequeña burguesía. Este hecho se reflejó claramente en la Comuna. A pesar de su aspiración a una "república social universal", la Comuna no pudo expandirse a escala mundial. Los miembros de los órganos centrales de la Comuna eran tanto jacobinos como proudhonianos o comunistas, y su base electoral se limitaba a las murallas de París, según el sistema de sufragio universal: no había una representación claramente proletaria o industrial. Además, y sobre todo, la Comuna no podría haber emprendido una transformación socialista porque las fuerzas productivas no estaban suficientemente desarrolladas para poner en el orden del día tanto la posibilidad como la necesidad inmediata del comunismo. Al final del período ascendente del capitalismo, la extensión del capitalismo a nivel mundial, así como su concentración, ya habían hecho caer en desuso muchos hechos característicos de la Comuna. Sin embargo, ningún revolucionario de la década de 1890 y principios de 1900 pudo llegar a una visión clara de la posible superación de la Comuna, modelo de dictadura del proletariado, y las perspectivas que expresaron sobre el tema fueron necesariamente vagas.
Fue la experiencia concreta de la clase misma la que iba a dar una respuesta al problema. Así, en Rusia en 1905 y 1917, y a lo largo de la oleada revolucionaria que siguió en otros países, el Soviet o Consejo Obrero apareció como el órgano combativo de la lucha revolucionaria. Los Consejos, asambleas de delegados electos y revocables de los sectores industriales, fueron ante todo la expresión de la organización colectiva del proletariado unificado en su propio terreno de clase y aparecieron, así como una forma de poder proletario más desarrollada que la de la Comuna de París. Tan pronto como la unión mundial de consejos obreros apareció como el objetivo inmediato de la revolución proletaria, la consigna "todo el poder a los soviets" marcó una frontera de clase entre las organizaciones proletarias y las organizaciones burguesas. Ninguna organización proletaria podría ya rechazar el poder soviético como forma de dictadura del proletariado. Desde entonces, todos los movimientos insurreccionales de la clase, desde China en 1927 hasta Hungría en 1956, han tendido a expresarse en forma de organización en Consejos y, a pesar de toda la debilidad de estos movimientos, nada ha cambiado fundamentalmente en la lucha de clase que pudiera justificar que los Consejos no aparezcan en la próxima oleada revolucionaria como forma concreta de organización del proletariado.
Ahora somos asaltados por una multitud de modernistas e "innovadores" (Invariance, Negation, Communismen) que pretenden que los Consejos Obreros solo reproducen la división capitalista del trabajo y que, por lo tanto, no son instrumentos apropiados para una revolución comunista que definen como el derrocamiento inmediato de todas las categorías de la sociedad capitalista. El punto de vista de clase de estas tendencias delata el carácter no dialéctico y antimarxista de su concepción de la revolución. Para ellos, la clase obrera es sólo una fracción del capitalismo que sólo puede formar parte del "sujeto revolucionario" o del "movimiento comunista" negándose inmediatamente en una "humanidad" universal.
La visión marxista de la revolución, en cambio, sólo puede ser la del proletariado afirmándose como la única clase comunista antes de integrar a toda la humanidad al trabajo asociado, acabando así con su propia existencia como clase separada. Los Consejos Obreros son los instrumentos idóneos para la autoafirmación del proletariado frente al resto de la sociedad, tanto para el proceso de integración de los demás estratos sociales a las filas del proletariado, como para la creación de una comunidad humana. Sólo cuando se realice definitivamente esta comunidad, desaparecerán los Consejos Obreros. Conectados, de ciudad en ciudad en todo el mundo, los Consejos Obreros serán responsables de las tareas militares, económicas e ideológicas de la guerra civil y de dirigir la transformación económica en el período de transición. En este período, los Consejos ampliarán constantemente su base social a medida que integren más y más a la humanidad en las relaciones de producción comunistas.
Pero afirmar la necesidad de la forma de consejo de ninguna manera impide que los revolucionarios de hoy critiquen los movimientos precedentes de los consejos, o las tendencias políticas producidas o inspiradas por estos movimientos. Esta crítica es absolutamente indispensable si la clase obrera quiere evitar repetir los errores del pasado; y sólo puede basarse en las amargas lecciones que el proletariado ha sacado de sus luchas más combativas de la época.
En Rusia y en todas partes, en el pasado, se aceptaba que la dictadura del proletariado se ejercía por medio del partido comunista, constituyendo este último el "gobierno", una vez que tenía la mayoría en los soviets, como en los parlamentos burgueses. Además, los delegados de los soviets fueron elegidos de las listas de los partidos, y no de las asambleas de trabajadores donde serían elegidos y encomendados para llevar a cabo las decisiones (y a menudo los delegados no provenían de las fábricas, sino que eran representantes de los partidos o sindicatos). Este hecho en sí era una concesión directa a las formas burguesas de representación y parlamentarismo, y tendía a dejar el poder en manos de "expertos" en política, más que en la masa de trabajadores mismos; pero lo que es aún más grave es la idea de que el partido ejerce el poder y no la clase en su conjunto (una idea del movimiento obrero de la época); esta idea se convirtió en portador directo de la contrarrevolución y fue utilizada por el partido bolchevique en degeneración para justificar sus ataques contra el conjunto de la clase tras la quiebra de la ola revolucionaria. La identificación del poder del partido con la dictadura del proletariado revistió a los bolcheviques con un adorno ideológico que rápidamente sirvió de tapadera a la propia dictadura del capital. La experiencia rusa ha refutado definitivamente la vieja idea socialdemócrata de que es el partido el que representa y organiza a la clase.
En los soviets del futuro, las decisiones más importantes relativas a la dirección de la revolución deben discutirse y elaborarse plenamente en las asambleas generales masivas en las fábricas y otros lugares de trabajo, de modo que los delegados de los soviets sirvan esencialmente para centralizar y llevar a cabo las decisiones de estas asambleas. Estos delegados serán a menudo miembros del partido o de otras fracciones, pero serán elegidos en tanto que trabajadores y no como representantes de ningún partido. Puede ser que en algún momento la mayoría de los delegados sean miembros del Partido Comunista, pero esto en sí mismo no es peligroso, mientras el proletariado en su conjunto participe activamente en sus órganos unitarios de clase y los controle. En última instancia, esto sólo puede garantizarse mediante la radicalización y la energía de los propios trabajadores, mediante el éxito de la transformación revolucionaria en sus manos; pero habrá que tomar ciertas medidas formales para protegerse del peligro de que se forme una élite burocrática en torno al partido o a cualquier organismo.
Entre estas medidas, la revocabilidad constante de los delegados, la rotación de tareas administrativas, la igualdad de acceso de los delegados y cualquier otro trabajador a los valores de uso, y en particular, la separación completa del partido de las funciones "estatales" de los consejos. Así, por ejemplo, son los consejos obreros los que controlan las armas y se encargan de la represión de los elementos contrarrevolucionarios, y no una parte o comisión particular del partido.
El futuro partido comunista no tendrá más armas que su propia claridad teórica y su compromiso político con el programa comunista. No puede buscar el poder por sí mismo, sino que debe luchar dentro de la clase por la aplicación del programa comunista. En ningún caso puede obligar a la clase en su conjunto a poner en práctica este programa, como tampoco lo puede poner en práctica él mismo, porque el comunismo es creado sólo por la actividad consciente de la clase en su conjunto. El partido sólo puede tratar de convencer a la clase en su conjunto de la justeza de sus análisis a través del proceso de discusión y educación activa que se lleva a cabo en las asambleas y consejos de clase, y denunciará sin piedad cualquier tendencia autoproclamada revolucionaria que quiera a asumir la tarea de organizar la clase y sustituir al sujeto revolucionario.
Cualquiera que sea la situación revolucionaria futura, tendremos a los herederos de la contrarrevolución rusa, trotskistas, estalinistas y otros para reclamar la subordinación de los consejos obreros a un partido-estado todopoderoso que oriente y eduque a la masa amorfa de trabajadores y centralizar el capital en sus manos. Los comunistas tendrán que permanecer dentro de su clase y luchar contra estos puntos de vista con uñas y dientes. Pero la amarga experiencia del capitalismo de Estado del proletariado en Rusia y en otros lugares, y su experiencia de la naturaleza reaccionaria de las nacionalizaciones en general, bien puede hacer que la clase sea mucho más reacia a los llamamientos a la nacionalización de lo que fue en los momentos revolucionarios del pasado. Pero no hay duda de que la burguesía encontrará otros gritos de guerra para tratar de vincular a los trabajadores al Estado burgués y a las relaciones de producción capitalistas; una de las más perniciosas podría ser la consigna de "autogestión obrera"; puede encontrar un eco en las mistificaciones corporativistas localistas y sindicalistas que existen en la clase. Experiencias pasadas han proporcionado muchos ejemplos de esto. En Italia, en Alemania, durante la primera gran oleada revolucionaria, hubo una fuerte tendencia entre los trabajadores a simplemente encerrarse en sus fábricas y tratar de administrar "su fábrica" sobre una base corporativista, para traer de vuelta la organización de consejos a nivel de cada fábrica en lugar de crear órganos específicamente destinados a la reagrupación y centralización de los esfuerzos revolucionarios de todos los trabajadores.
Hoy ya se presenta la idea de la autogestión como último recurso ante la crisis del capitalismo y son muchas las fracciones de izquierda del capital desde los socialdemócratas hasta los trotskistas y varios libertarios que abogan por “consejos obreros” emasculados. La ventaja de tal consigna para la burguesía es que sirve para llevar al proletariado a participar activamente en su propia explotación y aplastamiento sin cuestionar el poder del Estado capitalista, ni las relaciones mercantiles de producción. Así fue como la república burguesa española pudo recuperar muchos casos de autogestión y ponerlos al servicio de su esfuerzo bélico contra su rival capitalista, la facción franquista[1].
El aislamiento de los trabajadores en los "consejos" integrados por simples unidades productivas sólo mantiene las divisiones impuestas por el capitalismo y conduce a la derrota segura de la clase (Ver Cardan: Sobre el contenido del socialismo y los consejos obreros y las bases económicas de la autogestión de la sociedad, como modelo perfecto de derrota).
Tales métodos de organización desvían a los trabajadores de su objetivo principal de destruir el Estado capitalista, y permiten así al Estado relanzar su ofensiva contra una clase obrera fragmentada. Sirven así para perpetuar la ilusión de las "empresas autónomas" y del socialismo consistente en el libre intercambio entre colectivos de trabajadores, mientras que la verdadera socialización de la producción exige la abolición de las empresas autónomas como tales y el sometimiento de todo el aparato productivo a la dirección consciente de la sociedad, sin la intermediación del intercambio[2].
Desde el momento en que la clase obrera comienza a tomar el aparato productivo (y la toma de las fábricas debe ser vista como un momento de insurrección), comienza a emprender la lucha para someter la producción a las necesidades humanas. Esto implica no sólo la producción de valores de uso, sino también profundas transformaciones en la organización del trabajo, de modo que la propia actividad productiva tienda a convertirse en parte del consumo en el sentido más amplio. Habrá que tomar inmediatamente algunas medidas en este sentido, como la reducción de la jornada laboral (según las necesidades de la revolución), la rotación de las tareas y la eliminación de las relaciones jerárquicas dentro de la fábrica mediante la participación igualitaria de todos los trabajadores calificados y no calificados, manuales y técnicos, hombres y mujeres, en las asambleas y comités de la fábrica. Pero la mistificación de la autogestión no se limita a la idea de unidades de producción "autónomas". Puede extenderse al ámbito nacional, si se imagina a los consejos de trabajadores planificando conjuntamente la acumulación "democrática" del capital nacional. También puede asociarse con el ideal de un bastión "comunista" autosuficiente que intentaría abolir formalmente el trabajo asalariado y el comercio en un solo país, una ilusión en la que se entretenían muchos comunistas de consejo en los años 20 y 30, y que reaparece de nuevo en diversas formas en las ideas de los "innovadores" del marxismo que llaman a la creación inmediata de la "comunidad humana". Todas estas ideologías están vinculadas por un rechazo común a la necesidad de que el proletariado destruya el Estado burgués a escala mundial antes de poder emprender una verdadera socialización. Contra todas estas confusiones hay que afirmar que los Consejos Obreros son ante todo órganos de poder político que deben servir para unificar a los trabajadores no sólo para la administración de la economía sino para la conquista del poder a escala mundial.
La conquista internacional del poder por la clase obrera es sólo el comienzo de la revolución social: En el período de transición, los consejos obreros son los medios empleados por el proletariado para llevar a cabo la transformación comunista de la sociedad. Si los consejos obreros se convierten en un fin en sí mismos, esto simplemente significa que el proceso de revolución social se ha detenido y que estamos asistiendo al comienzo de un retorno al capitalismo. Si bien los Consejos Obreros son los instrumentos positivos de la abolición de la esclavitud asalariada y de la producción de mercancías, pueden convertirse en el sobre vacío en el que se asiente una nueva burguesía para explotar a la clase obrera.
No puede haber garantía, ni en el período de transición ni en el período mismo de la insurrección revolucionaria, de la continuidad del proceso revolucionario hasta el triunfo del comunismo. La mejor voluntad de las minorías revolucionarias no puede bastar para impedir la degeneración de la revolución que depende de un cambio material en el equilibrio de poder entre las clases. Entre el momento en que los Consejos son revolucionarios y el momento en que se han convertido definitivamente en apéndices del capital, hay un equilibrio inestable en el que todavía es posible reformar los Consejos desde dentro: pero esta es sólo una posibilidad relativamente limitada. Si este intento fracasa, los revolucionarios deben abandonar los Consejos y llamar a la formación de nuevos Consejos en oposición a los antiguos, en otras palabras, a una segunda revolución[3]. En este sentido, tenemos el ejemplo de las pequeñas facciones comunistas en Rusia que se negaron a colaborar con los Soviets muertos de los primeros años de la década de los 20, y llamaron al derrocamiento del Estado "bolchevique" (ver Grupo Obrero de Miasnikov en 23) - o la de la izquierda alemana que abandonó las organizaciones reformistas de fábrica frente a las sórdidas maquinaciones del KPD y los partidos socialdemócratas.
El problema del estado en el período de transición y sus relaciones con el proletariado es tan complejo que debemos tratar esta cuestión por separado, aunque está muy relacionada con las lecciones extraídas de revoluciones anteriores, sobre la forma de la dictadura del proletariado y el papel de los Consejos Obreros.
Mientras existan las clases, no podemos hablar de la abolición del Estado. El Estado sigue existiendo durante el período de transición, porque aún existen clases cuyos intereses directos no pueden conciliarse: por un lado el proletariado comunista, por otro las demás clases, vestigios del capitalismo, que no pueden tener ningún interés material en el comunización de la sociedad (campesinos, pequeña burguesía urbana, profesiones liberales) como escribe Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado: "El Estado no es en modo alguno un poder impuesto a la sociedad desde fuera... Es un producto de la sociedad en un cierto nivel de desarrollo es un reconocimiento de que la sociedad ha entrado en contradicciones insolubles, que "es prisionera de antagonismos incompatibles, que es incapaz de resolver. Pero para que estos antagonismos, estas clases en conflicto con los intereses económicos, no se consuman a sí mismos y con ellos a toda la sociedad en una lucha estéril, surge la necesidad de un poder aparentemente por encima de la sociedad para moderar el conflicto, para mantenerlo dentro de los límites del "orden"; y este poder, que surge de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella, y así tiende constantemente a preservarse, es el Estado.
Es importante no reducir el fenómeno del Estado a una simple conspiración de la clase dominante para retener el poder. El Estado nunca ha actuado por voluntad exclusiva de una clase dominante, sino que ha sido la emanación de la sociedad de clases en general, y por este hecho se ha convertido en el instrumento de la clase dominante.
“El Estado surge de la necesidad de contener los antagonismos de clase, pero al mismo tiempo que surge en medio del conflicto entre estas clases, la regla es que debe ser el Estado de la clase más poderosa, de la clase que domina económicamente y que, por mediación del Estado, asegura la dominación política" (ibid.).
En el período de transición comunista, inevitablemente surgirá el Estado, para evitar que los antagonismos de clase destrocen esta sociedad híbrida. El proletariado, como clase dominante, utilizará el Estado para mantener su poder y defender los logros de la transformación comunista que está consiguiendo. Lo cierto es que este Estado será diferente de todos los Estados del pasado. Por primera vez, la nueva clase dominante no "hereda" la vieja maquinaria estatal para utilizarla para sus propios fines, sino que derroca, destruye, aniquila el Estado burgués y construye sistemáticamente sus propios órganos de poder. Y esto porque el proletariado es la primera clase explotada de la historia en ser revolucionaria y no puede ser una clase explotadora. Así, no utiliza el Estado para explotar a las otras clases, sino para defender una transformación social que destruirá para siempre la explotación, que abolirá todos los antagonismos sociales y conducirá así a la desaparición del Estado. El proletariado no puede ser una clase económicamente dominante. Su dominación sólo puede ser política.
En los escritos de Marx, Engels, Lenin y muchos otros, se encuentra a menudo la idea de que en el período de transición "el Estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado, que el Estado es el proletariado armado" organizado como clase dominante", y que este Estado "proletario" ya no es un Estado en el sentido antiguo de la palabra. Pero un análisis más profundo de la naturaleza del Estado, basado en las críticas al Estado de Marx y Engels, y sobre la experiencia histórica de la clase, lleva a la conclusión de que el Estado de la revolución es otra cosa que el proletariado armado, que el proletariado y el Estado no son idénticos.
Veamos las principales razones que nos permiten afirmar esto.
1.- En el mismo período insurreccional, el período de la guerra civil revolucionaria, las perspectivas elaboradas por Marx, Engels y Lenin, pueden conservar cierto valor. En esta fase, la tarea principal de la clase obrera, de la dictadura del proletariado que se expresa en los Consejos Obreros, es precisamente una función "estatal": la eliminación violenta del enemigo de clase, la burguesía. Al comienzo de la insurrección, cuando la masa de los trabajadores toma las armas y el asalto revolucionario contra la burguesía está en su apogeo, los delegados de los Consejos Obreros funcionan sólo como instrumento de la voluntad de clase. Hay entonces poco o ningún conflicto entre las asambleas de base de los trabajadores y los cuerpos centrales que ellos eligen. Entonces es fácil identificar el proletariado armado y el Estado. Pero incluso en esta fase, es peligroso hacer una identificación así. Si la oleada revolucionaria encuentra serios obstáculos o entorpece la acción de los delegados obreros encargados de tratar con el mundo exterior, (ya sean los campesinos quienes proveen los alimentos o los Estados capitalistas dispuestos a intercambiar con el poder obrero)[4], será necesario recurrir a ciertos compromisos como pedir a los trabajadores que trabajen más o reducir su ración. Los delegados comenzarán entonces a aparecer como agentes externos a los trabajadores, como funcionarios del Estado en el sentido antiguo de la palabra, como elementos situados por encima de los trabajadores y contra ellos.
En esta etapa, los delegados de los trabajadores y los organismos centrales están a medio camino entre ser los negociadores entre los trabajadores y el capital mundial, y convertirse definitivamente en los agentes del capital mundial y en consecuencia de la contrarrevolución capitalista dentro del bastión proletario, como fue el caso con los bolcheviques en Rusia. El equilibrio entre los dos es inestable. Lo único que puede inclinar la balanza a favor de los trabajadores es una mayor extensión de la revolución mundial, ofreciendo un nuevo espacio a los trabajadores rodeados de capital y al sector socializado que han creado.
La instauración de medidas formales no es suficiente para evitar que se produzca esta degeneración, ya que es la consecuencia directa de las presiones del mercado mundial. Pero de todos modos es esencial que los trabajadores estén preparados para tal eventualidad, de modo que puedan hacer todo lo que esté a su alcance para combatirla. Por eso es importante que el proletariado no se identifique con el Estado, ni siquiera con el aparato que pone en marcha para mediar entre las clases no explotadoras y el bastión proletario, ni con los órganos centrales encargados de las relaciones con el exterior, o a cualquier otra institución, porque siempre existe la posibilidad de que una institución, aunque sea creada por la clase obrera, se integre al capital, mientras que la clase obrera misma no puede nunca ser integrada, nunca puede convertirse en contrarrevolucionaria .
Identificar al proletariado con el Estado, como hicieron los bolcheviques, conduce en un momento de reflujo, a la situación desastrosa en la que el Estado, como "encarnación" de la clase obrera, puede hacer cualquier cosa para mantener su poder, mientras que la clase obrera como un todo permanece indefenso. Así fue como Trotsky declaró que los trabajadores no tenían derecho a la huelga contra "su" propio Estado, y que la masacre del levantamiento de Kronstadt podía estar justificada ya que cualquier rebelión contra el "Estado obrero" sólo podía ser contrarrevolucionaria. Es cierto que estos hechos no se debieron únicamente a la identificación de la clase obrera con el Estado, sino también al retroceso material de la revolución mundial. Sin embargo, esta mistificación ideológica sirvió para desarmar a los trabajadores ante la degeneración de la revolución. En el futuro, la autonomía y la iniciativa de la clase obrera frente a los órganos centrales deberán ser aseguradas y reforzadas con medidas positivas, tales como la renuncia a todos los métodos violentos dentro del proletariado, otorgando el derecho de huelga a los trabajadores, a las asambleas de base la posesión de sus propios medios de comunicación y propaganda (prensa, etc.), y sobre todo la posesión de armas por parte de los trabajadores, en las fábricas y en los barrios, para que puedan resistir cualquier incursión de la burocracia, si es necesario.
No invocamos estas medidas de precaución por falta de confianza en la capacidad del proletariado para extender la lucha y socializar la producción, únicas garantías contra la degeneración, sino porque el proletariado debe estar preparado para cualquier eventualidad y no exponerse a las decepciones de falsas promesas como "todo estará bien". La revolución tendrá pocas posibilidades de resistir los obstáculos si el proletariado no está preparado para enfrentarlos.
2.- Contrariamente a ciertas predicciones de Marx, la revolución socialista no ocurrirá en un mundo donde la gran mayoría de la población sea proletaria. Si este fuera el caso, quizás uno podría imaginar que el Estado desaparecería casi inmediatamente después de la destrucción de la burguesía. Pero una de las principales consecuencias de la decadencia del capitalismo es que no ha podido integrar directamente a la mayoría de la humanidad en las relaciones sociales capitalistas, aunque la haya sometido enteramente a las leyes tiránicas del capital.
El proletariado es sólo una minoría de la población a escala mundial. El problema que plantea este hecho a la revolución proletaria no puede desaparecer por la magia de las invocaciones de los situacionistas u otros “modernistas”, que incluyen en el proletariado a todos aquellos que se sienten “alienados”, o sin control sobre sus vidas. Hay razones materiales que hacen del proletariado la única clase comunista: su naturaleza de asociados a nivel mundial, su lugar en el centro de la producción capitalista, la conciencia histórica que le viene de la lucha de clases. Es el hecho de que las demás capas o clases no tengan estas características lo que hace necesaria la dictadura del proletariado, y la afirmación que hace de sus fines comunistas, frente a todas las demás capas de la sociedad. En el proceso mismo de conquista del poder, el proletariado se encontrará confrontado con una enorme masa de estratos no proletarios, no burgueses, que pueden tener un papel que desempeñar en la lucha contra la burguesía, que posiblemente apoyen al proletariado, pero no puede, como clase, tener ningún interés en el comunismo.
Querer prescindir del período de transición, integrando inmediatamente a todos los demás estratos en el proletariado, es una idea que es una fantasía desesperada o un intento consciente de socavar la autonomía de la clase. La tarea es tan enorme que no se puede realizar en un día, ni siquiera dando un golpe. Y cualquier intento en esta dirección no terminaría en la disolución de las otras clases en el proletariado, sino en la disolución del proletariado en el "pueblo" místico del radicalismo burgués. Tales intentos diluirían la fuerza del proletariado haciendo imposible cualquier autonomía de acción. La primera condición de esta autonomía es que la integración se realice en términos proletarios, y esté sujeta a la extensión de la revolución mundial.
Asimismo, querer dar a estas capas una representación igualitaria en los Consejos Obreros, sin haberlas disuelto como capas, es decir, sin haberlas transformado en trabajadores, debilitaría definitivamente la autonomía de la clase obrera. A lo sumo, el proletariado puede permitir que estas capas o clases se sienten en órganos de poder paralelos, análogos a los Consejos Obreros.
Al mismo tiempo, la clase obrera no puede contentarse con actuar mediante la represión contra estas clases y privarlas de todos los medios de expresión. El ejemplo de Rusia, donde el proletariado se vio obligado durante todo el período del "comunismo de guerra" a una guerra civil contra el campesinado, atestigua elocuentemente la imposibilidad para el proletariado de imponer su voluntad al resto de la sociedad por la sola fuerza armada. Tal proyecto representaría un terrible derroche de vidas y energías revolucionarias, y seguramente contribuiría al fracaso de la revolución. La única guerra civil que no se puede evitar es la que se debe librar contra la burguesía. La violencia contra otras clases sólo debe utilizarse como último recurso. Además, el proletariado, en la producción y distribución comunista, tendrá que contar no sólo con sus propias necesidades sino con las de toda la sociedad, lo que significa que serán necesarias instituciones sociales adaptadas a la expresión de las necesidades de todos.
Entonces el proletariado tendrá que permitir que el resto de la población (excluyendo a la burguesía) se organice y forme organismos que puedan representar sus necesidades ante los Consejos Obreros. Sin embargo, la clase obrera no permitirá que estos otros estratos se organicen específicamente como clases con intereses económicos especiales. Así como estos otros estratos sólo son llevados al trabajo asociado como INDIVIDUOS, el proletariado sólo les puede permitir expresarse como individuos dentro de la sociedad civil. Esto implica que los órganos representativos a través de los cuales se expresan, a diferencia de los Consejos obreros, se basan en unidades territoriales y formas de organización. Es decir, por ejemplo, en el campo, las asambleas de las aldeas pueden enviar delegados a los consejos de distrito rurales y regionales; y en los pueblos, las asambleas de vecinos podían enviar representantes a los cabildos comunales. Es importante señalar que los obreros (como representantes de los barrios obreros) estarán presentes dentro de estos órganos, y que habrá que tomar medidas para llevar a cabo la dominación proletaria, incluso dentro de estos órganos. Por lo tanto, los consejos obreros deben insistir en que los delegados de la clase obrera tengan el voto preponderante, que los distritos obreros tengan sus propias unidades de milicia y que sean los delegados comunales de la clase obrera los que lleven a cabo la mayor parte del enlace y la discusión con los consejos obreros.
La existencia misma de estos órganos en contacto regular con los consejos obreros crea constantemente formas estatales en el sentido entendido por Engels más arriba, cualquiera que sea el nombre que se dé a tal aparato. Por esta razón, el Estado en el período de transición está vinculado a los Consejos Obreros y al conjunto del proletariado armado, pero no es idéntico a ellos. Porque, como dice Engels, el Estado no es sólo un instrumento de violencia y represión, (función que esperemos se reduzca al mínimo tras la derrota de la burguesía); es también un instrumento de mediación entre las clases, un instrumento para contener la lucha de clases dentro de los límites necesarios para la supervivencia de la sociedad. Esto no implica en absoluto que el Estado pueda ser "neutral" o "estar por encima de las clases" (aunque a menudo pueda parecerlo). Las mediaciones y negociaciones llevadas a cabo bajo el control del Estado siempre se hacen en interés de la clase dominante, siempre sirven para perpetuar su dominación. El Estado en el período de transición debe ser utilizado como un instrumento de la clase obrera.
El proletariado no comparte el poder con ninguna otra capa o clase. Deberá apropiarse del monopolio del poder político y militar, lo que significa concretamente que los trabajadores deberán tener el monopolio de las armas, el poder de decisión supremo sobre todas las propuestas de cualquier órgano negociador, un máximo de representación en todos los cuerpos estatales, etc. El proletariado deberá mantener una vigilancia constante hacia este Estado para que este instrumento, que surgió de la necesidad de impedir la ruptura de la sociedad de transición, quede en manos de la clase obrera y no se convierta en el representante de los intereses de otras clases, el instrumento de otras clases contra el proletariado. Mientras existan las clases, mientras haya intercambio y división del trabajo social, el Estado se mantiene. Pero también, como cualquier otro Estado, tiende, en palabras de Engels, a "auto conservarse", a convertirse en un poder por encima de la sociedad, y por tanto por encima del proletariado.
La única manera que tiene el proletariado de evitar que esto suceda es comprometerse en un proceso continuo de transformación social, poner en marcha cada vez más medidas tendientes a socavar las bases materiales de las otras clases, integrarlas en las relaciones de producción comunistas. Pero antes de que ya no haya una clase, el proletariado sólo puede dominar los órganos que han surgido durante el período de transición comprendiendo claramente su naturaleza y su función. Usamos el término "Estado" para caracterizar este aparato destinado a servir como mediador entre las clases en el período de transición, en un contexto de dominación política del proletariado. La palabra en sí es de poca importancia. Lo importante es no confundir este aparato con los Consejos Obreros, organismos autónomos cuya función y esencia no son compromisos y negociaciones, sino revolución social permanente.
3.- Esto nos lleva a nuestro último punto. La naturaleza misma del estado es ser una fuerza conservadora, un legado de milenios de sociedad de clases. Su función misma es preservar las relaciones sociales existentes, mantener el equilibrio de fuerzas entre las clases, en una palabra, el statu quo. Pero, como dijimos, el proletariado no puede apegarse a un statu quo. Todo lo que no sea un movimiento hacia el comunismo es un retorno al capitalismo. Abandonado a sí mismo, el Estado no se "desvanecerá" por sí mismo, sino que, por el contrario, tenderá a conservarse, incluso a reforzar su dominio sobre la vida social. El Estado sólo desaparece si el proletariado es capaz de llevar más allá la transformación social, hasta la integración de todas las clases en la comunidad humana. El establecimiento de esta comunidad socava los fundamentos sociales del Estado: "el antagonismo irreductible de clases", una enfermedad social cuyo único remedio es la abolición de las clases.
Sólo el proletariado contiene en sí mismo las bases de las relaciones sociales comunistas, sólo el proletariado es capaz de emprender la transformación comunista. El Estado puede, en el mejor de los casos, ayudar a preservar los logros de esta transformación (y en el peor, entorpecerla), pero no puede, como Estado, hacerse cargo de esta transformación. Es el movimiento social de todo el proletariado que, a través de su propia actividad creadora, aniquila la dominación del fetichismo de la mercancía y construye nuevas relaciones entre los seres humanos.
El movimiento obrero, desde Marx y Engels hasta Lenin e incluso las Izquierdas Comunistas, ha estado marcado por la confusión de que el control estatal de los medios de producción tiene algo que ver con el comunismo, que estatización = socialización. Como escribe Engels en el Anti-Dühring:
"El proletariado toma el poder estatal y transforma en primer lugar los medios de producción en propiedad del Estado. Pero al hacerlo pone fin a su existencia como proletariado, a cualquier diferencia o antagonismo de clase. También pone fin al Estado en tanto que Estado”.
Marx y Engels pudieron establecer tales perspectivas, a pesar de sus análisis contradictorios (y profundos) sobre la imposibilidad para el proletariado de utilizar el Estado en aras de la libertad, porque vivían en un período de ascenso del capitalismo. En efecto, en este período dominado por la anarquía del capitalismo "privado", las crisis de sobreproducción dentro de las fronteras nacionales, la organización de la producción por el Estado, incluso un Estado nacional, podría aparecer como un modo de organización económica sumamente superior. Los fundadores del socialismo científico nunca escaparon por completo a la idea de una transformación socialista que podría tener lugar dentro de una economía nacional, o de una nacionalización que podría ser un "puente" al socialismo o incluso un equivalente a la socialización misma. Estas ilusiones y confusiones impregnaron la socialdemocracia y las tendencias comunistas que rompieron con ella después de 1914, y sólo fueron expulsadas del movimiento comunista por la experiencia rusa, la crisis de sobreproducción global del capital, la tendencia general hacia el estado capitalista apto para la decadencia. Pero las confusiones que quedan sobre la nacionalización que tendría "algo socialista" siguen siendo una mistificación que pesa como un peso muerto sobre la clase obrera, y debe ser combatida con energía por los comunistas.
Hoy, los revolucionarios pueden decir que la propiedad estatal sigue siendo propiedad privada mientras los productores sean desposeídos, que la estatalización de los medios de producción no pone fin ni al proletariado, ni a los antagonismos de clase, ni al Estado, y que las perspectivas de Engels no se han verificado. Ni la nacionalización, ni la estatalización por parte de un Estado, incluso de un Estado mundial, en el período de transición será un paso hacia la propiedad social que, en cierto sentido, equivale a la abolición de la propia propiedad. Al expropiar a la burguesía, el proletariado no instituye ninguna propiedad privada, ni siquiera "proletaria". No existe una "economía proletaria" en la que los medios de producción sean propiedad privada de los trabajadores únicamente. El proletariado, al tomar el poder, socializa la producción: esto significa que los medios de producción y distribución tienden a convertirse en "propiedad" de toda la sociedad. El proletariado es "dueño" de esta propiedad en el período de transición, en interés de la comunidad humana cuyos fundamentos sienta. No es una propiedad propia, porque por definición el proletariado es una clase sin propiedades. El proceso de socialización de la sociedad se logra a condición de que el proletariado integre la sociedad consigo mismo, haciéndose uno con la comunidad humana comunista, una humanidad social que nacerá a la vida por primera vez. Una vez más, el proletariado utilizará el Estado para regular la realización de este proceso, pero el proceso en sí no sólo tiene lugar independientemente del Estado, sino que participa activamente en la desaparición del Estado.
Los comunistas no somos "partidarios" del Estado. Tampoco la tildamos de encarnación del mal, como hacen los anarquistas. Al analizar los orígenes históricos del Estado, no hacemos más que reconocer la inevitabilidad de las formas de Estado que surgen en el período de transición y, al reconocerlo, ayudamos a la clase a prepararse para su misión histórica. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA SOCIEDAD SIN CLASES, Y ASÍ LIBERARSE PARA SIEMPRE DE LAS GARRAS DEL ESTADO.
WORLD REVOLUTION.
Este texto expresa la visión de World Revolution, en su conjunto, pero no es un programa terminado ni una "solución" a los problemas del período de transición; la discusión sobre el período de transición debe permanecer abierta entre los revolucionarios, dentro de un marco que delimite las fronteras de clase. Sólo puede ser resuelto concretamente por la actividad revolucionaria de toda la clase. De ello se deduce que dentro de este marco pueden existir diferentes concepciones y definiciones del Estado en una tendencia revolucionaria coherente.
Las fronteras de clase en la cuestión del Estado son los siguientes:
1.- La necesidad de destruir completamente el Estado burgués a escala mundial.
2.- La necesidad de la dictadura del proletariado:
3.- El proletariado es la única clase revolucionaria,
4.- La autonomía del proletariado es una condición necesaria para la revolución comunista,
5.- El proletariado no comparte el poder con ninguna otra clase. Tiene el monopolio del poder político y militar.
6.- El poder es ejercido por todo el proletariado, organizado en Consejos y no por el partido.
7.- Toda relación de fuerza, toda violencia al interior del campo proletario debe de ser rechazada. La clase en su conjunto debe tener derecho a la huelga, derecho a portar armas, a tener plena libertad de expresión, etc.
8.- La dictadura del proletariado debe hacer efectivo el contenido social de la revolución: abolición del trabajo asalariado, producción mercantil, clases y construcción de la comunidad humana mundial.
[1] No hay que olvidar, sin embargo, el carácter burocrático y estatista de la mayor parte de la llamada colectivización llevada a cabo bajo los auspicios de la CNT anarquista, y la hostilidad de ésta hacia cualquier movimiento independiente por parte de la clase, como lo atestigua la colaboración de la CNT con la república cuando ésta llegó a pedir a los trabajadores por la fuerza de las armas la entrega de la Central Telefónica en 1937. De hecho, todos los intentos de los trabajadores de "gestionar" el capital terminan necesariamente en el despotismo normal de la producción capitalista sobre el conjunto de la sociedad y sobre cada fábrica. El llamado "capitalismo obrero" es imposible. Ver nuestro libro 1936: FRANCO Y LA REPUBLICA MASACRAN AL PROLETARIADO https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [16]; El mito de las colectividades anarquistas https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas [17] y Correspondencia con «Nuevo Proyecto Histórico»: Sobre la autogestión https://es.internationalism.org/cci-online/200601/383/correspondencia-con-nuevo-proyecto-historico-sobre-la-autogestion [18]
[2] Esto no significa que los trabajadores revolucionarios tendrán que tolerar a capataces o a regímenes despóticos dentro de la fábrica. A lo largo del proceso revolucionario, los comités de fábrica elegidos y responsables ante la asamblea general de fábrica estarán a cargo del funcionamiento cotidiano de la fábrica. Además, los planes generales de producción a que se referirán los comités de fábrica, serán decididos por los consejos obreros integrados por delegados y por tanto por la clase obrera en su conjunto
[3] Ver nuestra Serie ¿Qué son los Consejos Obreros? https://es.internationalism.org/revista-internacional/201002/2769/que-son-los-consejos-obreros-i [19] ; https://es.internationalism.org/revista-internacional/201005/2865/que-son-los-consejos-obreros-2-parte-de-febrero-a-julio-de-1917-re [20] ; https://es.internationalism.org/revista-internacional/201008/2910/que-son-los-consejos-obreros-iii-la-revolucion-de-1917-de-julio-a- [21] ; https://es.internationalism.org/revista-internacional/201012/3004/que-son-los-consejos-obreros-iv-1917-21-los-soviets-tratan-de-ejer [22] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3086/que-son-los-consejos-obreros-v-los-soviets-ante-la-cuestion-del-es [23]
[4] No nos oponemos por principio a ningún comercio o compromiso entre el proletariado y otras clases no explotadoras durante la guerra civil, ni siquiera entre bastiones proletarios y sectores de la burguesía mundial, si es necesario. Pero debemos aclarar los siguientes puntos:
1) El proletariado debe saber distinguir entre los compromisos impuestos por una situación difícil, y aquellos que son una capitulación abierta perteneciente a la traición de clase. Debe ser consciente del peligro de cualquier compromiso y tomar medidas para contrarrestarlo. Cualquier intento de establecer o institucionalizar un intercambio permanente con la burguesía es una ruptura de los límites de clase, una traición a la guerra civil. Véase por ejemplo el tratado de Rapallo que firmaron los bolcheviques en 1922
2) En las zonas controladas por los Consejos Obreros, surge un Estado que tiene la tarea de servir de intermediario entre el proletariado y las demás clases explotadoras (cf. todos los Congresos Rusos de Consejos de obreros, campesinos, soldados, después del 17 Véase también a continuación). Pero el proletariado no puede utilizar este Estado como mediador con su irreductible enemigo de clase: la burguesía. Cualquier negociación táctica con actores burgueses fuera del bastión proletario es tarea directa de los consejos obreros únicamente, y debe ser estrictamente supervisada por la clase obrera en su conjunto y sus asambleas generales
Cuando se funda el Partido Comunista Alemán, entre el 30 de Diciembre de 1918 y el 1° de Enero de 1919, la oposición revolucionaria a la Social-Democracia parece haber encontrado una autonomía organizativa.
Pero, el partido Alemán, que apareció cuando el proletariado ya luchaba en la calle con las armas en la mano y había tomado el poder (aunque fue por poco tiempo) en algunos centros industriales, iba a manifestar pronto tanto el carácter heterogéneo de su formación como su incapacidad para elevarse a una visión global y completa y afrontar las tareas para las que se había formado.
¿Qué fuerzas se unieron para constituir el Partido? ¿Con qué problemas se confrontarían de inmediato?
Limitémonos a los momentos más importantes, que puedan hacernos comprender qué errores se cometieron y que tendrían graves consecuencias para el futuro.
A - La trayectoria que siguieron los sucesos después del 4 de Agosto del 1914, estuvo llena de dificultades y desbandadas. La historia del grupo Spartaquista es una prueba de ello. Su acción de freno a la clarificación teórica y al desarrollo del movimiento comunista es evidente.
En tiempos de la “Liga Spartakus” (Spartakusbund) (así se llamará el grupo en 1916; antes en 1915, se había llamado “Internationale” por el nombre de la revista aparecida en Abril de ese año), todas las decisiones importantes estuvieron caracterizadas por las posiciones de Rosa Luxemburgo.
En Zimmerwald (5/8 de septiembre de 1915), los alemanes estarán representados por el grupo Internationale, por el berlinés Borchardt en representación del pequeño grupo de la revista Lichstrahlen (Rayos de Luz)y por el ala centrista en torno a Kautsky. Unicamente Borchardt apoyaría la posición internacionalista de Lenin , mientras que los demás alemanes dieron su apoyo a una moción redactada en los siguientes términos:
«En ningún caso debe sacarse la impresión de que esta conferencia quiere provocar una escisión y fundar una nueva Internacional».
En Kienthal (24/30/ de Abril de 1916), la oposición alemana está representada por el grupo International (Bertha Thalheimer y Ernst Meyer), por la Opposizion in der Organization (centristas de Hoffmann) y por los Bremer Linksradikalen (radicales de la izquierda de Bremen) con Paul Frolich.
Las dudas de los Spartaquistas (Internationale) no se han disipado del todo; una vez más se encontrarán más cerca de las posturas de los centristas que de las de la izquierda (Lenin-Frolich). E. Meyer diría:
«Queremos crear la base ideológica (...) de la nueva Internacional, pero en el plano de la organización no queremos comprometernos ya que todo está aún en marcha».
Es la clásica posición de R. Luxemburgo, para quien la necesidad del partido se sitúa más al fin de la Revolución que en su fase preparatoria e inicial («En pocas palabras, históricamente, el momento en que tendremos que encabezar la dirección no se sitúa al principio sino al final de la Revolución»).
El hecho más importante es la aparición en el plano internacional de el Bremer Linksradikalen1. Ya en 1910, el periódico socialdemócrata de Bremen, Bremen Burgerzeitung, publicaba artículos semanales de Pannekoek y Radek, y el grupo de Bremen alrededor de Knief, Paul Frolich y otros, se constituirá bajo la influencia de la Izquierda Holandesa. A finales de 1915, se constituye el ISD Socialistas Internacionales Alemanes nacidos de la unión de los comunistas de Bremen con los revolucionarios berlineses que publicaban la revista Lichtsrahlen. La Bremerlinke se hace independiente de la Socialdemocracia, incluso formalmente, en Diciembre de 1916, pero ya en junio de ese mismo año había empezado a publicar Arbeiterpolitik2 que será el órgano legal más importante de la izquierda. En este órgano aparecerían además de los artículos de Pannekoek y Radek, otros de Zinoviev, Bujarin, Kamevev, Trostsky y Lenin.
Arbeiterpolitik mostraría en seguida una conciencia más madura en cuanto a la ruptura con el reformismo, y así podía1 leerse en su primer número que el 4 de Agosto había sido «el final natural de un movimiento político cuyo declive había ido preparando el tiempo». De Aberiterpolitik surgieron las tendencias que más presión ejercieron para que se discutiera la cuestión del Partido. La discusión del grupo de Bremen con los Spartakistas resultó difícil, al empeñarse éstos a permanecer en la Social-Democracia.
El primero de Enero de 1917, en la conferencia nacional del grupo Internationale, Knief criticó la ausencia de perspectivas claras y de resolución de ruptura clara con el Partido Socialdemócrata y de toda perspectiva de formación de un partido revolucionario sobre bases radicalmente nuevas.
Mientras el grupo Spartaquista Internationale se adhería a la Socialdemocratische Arbeitergemeinschaft (colectivo de trabajo socialdemócrata en el reichstag) y aparecían escritos como:
«Lucha por el Partido y no contra el Partido...lucha por la democracia en el Partido, por los derechos de las masas, por los camaradas del Partido contra los jefes que se olvidan de su deberes... Nuestra consigna no es escisión o unidad, partido nuevo o viejo, sino reconquista del Partido desde la base gracias a la revuelta de las masas... la lucha decisiva por el Partido ha empezado».(Spartakus-Briefe, 30 de Marzo de 1916).
Al mismo tiempo en Arbeiterpolitik podía leerse:
«Creemos que la escisión, tanto a nivel nacional como internacional no sólo es inevitable sino que además es la condición previa a la reconstrucción real de La Internacional, del despertar del movimiento proletario de los trabajadores. Creemos que es inadmisible y peligroso que se nos impida expresar nuestra profunda convicción ante las masas laboriosas». (Arbeiterpolitik n° 4).
Y Lenin en “A propósito del panfleto de Junius” (julio 1916) escribía: «El mayor defecto de todo el marxismo revolucionario Alemán es la ausencia de una organización ilegal estrechamente unida...Una organización semejante se vería obligada a definir claramente su actitud respecto al oportunismo del Kautskysmo. Unicamente el grupo de los Socialistas Internacionalistas de Alemania (ISD) permanece en su lugar, eso está claro y sin ambigüedades».
La adhesión de los Spartaquistas al USPD (Partido Democrático Independiente de Alemania fundado el 6/8 de Abril de 1917; partido centrista sin diferencias, excepto en las proporciones, con la Socialdemocracia, ligado de hecho a la creciente radicalización de las masas; de él formaban parte: Haase, Ledebour, Kautsky, Hilferding y Bernstein), volvió aún más duras y exasperadas las relaciones entre los Comunistas de Bremen y aquellos. Si en Marzo de 1917 se leía aún en el Arbeiterpolitik:
«Los radicales de izquierda se encuentran ante una gran decisión. La mayor responsabilidad está en manos del grupo Internationale al cual reconocemos, a pesar de las criticas que hemos tenido que hacerle, como el grupo más activo y más numeroso, como núcleo del futuro partido radical de izquierda. Sin éste, tenemos que reconocerlo francamente, no podemos ni nosotros ni los ISD construir en un plazo previsible, un partido capaz de actuar. Del grupo Internationale depende que la lucha de los radicales de izquierda se desarrolle en un frente ordenado tras su bandera , o que los grupos de oposición que han surgido en el seno del movimiento obrero, cuya confrontación es un factor de clarificación, se suman en la confusión al avanzar demasiado lentamente y desperdiciando mucho tiempo para llegar a conclusiones» (Subrayado por nosotros)
Tras la adhesión del grupo Spartaquista al USPD, se podía leer en cambio:
«El grupo Internationale ha muerto...Un grupo de camaradas se ha constituido en comité de acción para construir el nuevo partido».
Efectivamente , en Agosto de 1917 hubo una reunión en Berlín con delegados de Bremen, Berlín,Francfort y otras ciudades alemanas, para poner los cimientos de un nuevo partido. Otto Ruhle con el grupo de Dresde participó en esta reunión. En el propio grupo Spartaquista se manifestaron posiciones muy cercanas a las de los Linksradicalen, que no aceptaron los compromisos organizativos de la Centrale, que estaba en la línea de Rosa Luxemburgo. Apareció primero la oposición de los grupos de Duisburgo, Francfort y Dresden a la adhesión al Arbeitergemeinscharft (colectivo...). El órgano del grupo de Duisburgo en particular, inició una viva discusión contra tal adhesión. Más tarde otros grupos como el de Chemnitz, en el que estaba Heckert, manifestaron su oposición a la adhesión a la USPD. Estos grupos estaban de acuerdo en la práctica con lo que Radek expresaba en Arbeiterpolitik:
«La idea de construir un partido con los centristas es una peligrosa utopía.
Los radicales de izquierda, sean o no propicias la circunstancias, tienen que construir su propio partido si quieren cumplir su tarea histórica».
Liebknecht mismo, más ligado a la efervescencia de la clase, expresaba su posición en un escrito desde la cárcel (1917), en el cual intentando aprehender las fuerzas vivas de la revolución, distinguía tres capas sociales en el seno de la Social-Democracia Alemana. La primera estaba formada por funcionarios a sueldo, base social de la política de la mayoría del partido Socialdemócrata. La segunda estaba formada por: «los trabajadores más acomodados y más instruidos. Para éstos, la importancia del peligro de ver estallar un grave conflicto con la clase dominante no estaba clara. Ellos quieren reaccionar y luchar; pero no están decididos a cruzar el rubicón. Forman la base de la Socialdemocratische Arbeitergemeinschaft»
Y la tercera capa:
«Las masas proletarias de trabajadores sin instrucción. El proletariado en su sentido real, estricto. Por su estado actual, sólo esta capa no tiene nada que perder . Nosotros apoyamos a esas masas: el proletariado».
Todo esto demuestra dos cosas:
Que una importante fracción del grupo Spartaquista se orienta hacia la misma dirección que los radicales de izquierda, chocando así contra un centro minoritario representado por Rosa Luxemburgo, Jogiches, Paul Levi
El carácter federalista no centralizado del grupo Spartaquista.
Los desacuerdos que se manifestaron entre los Spartaquistas y la mayoría del USPD sobre esta revolución , llevaron a Arbeiterpolitik a discutir de nuevo con los Spartaquistas3. Los Comunistas de Bremen no habían disociado nunca su solidaridad con la revolución rusa de la exigencia de formar un partido comunista en Alemania, ¿Por qué, se preguntaban los Comunistas de Bremen, la revolución había triunfado en Rusia?
«Unica y exclusivamente porque en Rusia quien desde el principio llevaba la bandera del socialismo y combatió con el emblema de la revolución Social, era un partido autónomo de radicales de izquierda. Si con buena voluntad aún se podían encontrar en Gotha razones que justificaran la actitud del grupo Internationale, hoy en día se ha desvanecido todo intento de justificación de asociación con los independientes.
Hoy la situación internacional hace aún más urgente la necesidad de fundar un partido propio de los radicales de izquierda”.
Sea como sea, tenemos la voluntad firme de consagrar todas nuestras energías a crear en Alemania las condiciones para un Linksradikalen Partei (partido de los radicales de izquierda). Invitamos pues, a nuestros amigos, a nuestros camaradas del grupo Internationale, en vista de la quiebra total en la que, desde hace ya casi nueve meses, se hunde la fracción y el partido de los Independientes; en vista de las repercusiones corruptoras del compromiso de Gotha (que sólo pueden perjudicar el porvenir del movimiento radical en Alemania4), a romper sin ambigüedades y abiertamente con los pseudosocialistas independientes y a fundar el partido propio de los radicales de izquierda...» (subrayados por nosotros) (Arbeiterpolitik, 15-12-1917).
A pesar de todo, aún tendría que pasar un año antes de la fundación del partido en Alemania, y mientras tanto la tensión social aumentaba: desde las huelgas de Berlín de Abril de 1917 hasta la revuelta de la flota durante el verano, y la oleada de huelgas de Enero de 1918 (Berlín, Ruhr, Kiel, Bremen, Hamburgo, Dresde) que duró todo el verano y el otoño
Veamos ahora algunos otros grupos menores que caracterizaban la situación alemana.
Como hemos escrito antes, los ISD agrupaban también al grupo de Berlín en torno a la revista Lichstrahlen. El representante más importante era Borchardt. Las ideas que desarrollaba en las revista eran violentamente antisocialdemócratas, pero ya anunciaban, por su orientación anarquizante, la ruptura con los Comunistas de Bremen. Arbeiterpolitik observaba que: «En vez del partido, éste (Borchardt) propone una secta propagandista de formas anarquistas»
Más tarde, los comunistas de izquierda lo consideraron como un renegado y lo bautizaron como “Julian el Apóstata”.
En Berlín, Werner Möller, que ya estaba afiliado a Lichtstrahlen, se hizo colaborador asiduo de Arbeiterpolitik, y más tarde su representante. Los sicarios de Noske lo asesinaron bestialmente y a sangre fría en Enero de1919. En Berlín, la corriente de izquierda era muy fuerte con, entre otros, los Spartaquistas (más tarde KAPD); Karl Schröder y Friederich Wendel.
El grupo de Hamburgo ocupa un lugar especial en la oposición revolucionaria a la social-democrácia. Este grupo no entrará en los ISD hasta noviembre de 1918,y entonces éstos, a propuesta de Knief, cambiaron de nombre para convertirse en los IKD (Internationale Kommunisten Deutschland) el 23 de diciembre de 1918. Los dirigentes más destacados en Hamburgo fueron Henrich Laufenberg y Fritz Wolffheim. Lo que los distinguía de los Comunistas de Bremen era una polémica más acerba contra los jefes, con tintes sindicalistas y anarquistas.
Arbeiterpolitik se mantenía al contrario en posiciones correctas cuando escribía el 28 de julio 1918: «La causa de los Linksradikalen, la causa del futuro Partido Comunista Alemán, al que tendrán que afluir tarde o temprano los que han permanecido fieles a los viejos ideales, no depende de grandes apellidos. Al contrario, lo que es y tiene que ser el elemento nuevo, si un día tenemos que llegar el socialismo, es que la masa anónima tome a cargo su propio destino: que cada compañero en tanto que individuo contribuya a ello con su iniciativa propia sin preocuparse si están con él “apellidos notorios”» (subrayado por nosotros).
Lo que también distinguía al grupo de Hamburgo era el carácter cada vez más claramente sindicalista de su orientación política, que se debía, en parte, a la militancia de Wolffheim en las IWW (International Workers of the World) cuando vivió en USA.
Puede decirse que los que expresaron mejor este período de la lucha de clases en Alemania fueron, sin duda, los Comunistas de Bremen. Reconocer esto significa también poner de manifiesto todas las tergiversaciones, los errores del grupo Spartaquista (y por tanto de su mejor teórico, Rosa Luxemburgo) en materia de organización, de concepción del proceso revolucionario, de la función que debe cumplir el Partido.
Está claro que resaltar los errores de Rosa Luxemburgo no significa que haya que minimizar sus batallas, su heroica lucha, pero ello permite entender que, junto a su visión premonitoria en la lucha teórica contra Bernstein y Kaustsky, Rosa defendió posiciones políticas que hoy nos resultan inaceptables.
No tenemos dioses que venerar, sino que al contrario, tenemos que entender los errores del pasado para poder evitarlos, tenemos que saber sacar sin fin lecciones útiles del movimiento proletario, entre otras las que conciernen a la función y el papel organizativo de los revolucionarios.
Para estar a la altura de nuestras tareas, también hay que comprender el lazo indisoluble que existe entre la actividad de pequeños grupos cuando predomina la contrarrevolución (como muestra el ejemplo elocuente, de lo que hicieron Bilan e Internationalisme) y la acción del grupo político cuando las contradicciones insuperables del capitalismo empujan a la clase al asalto revolucionario. Ya no se trata entonces de defender posiciones, sino, sobre la base de esas posiciones en constante elaboración, sobre las bases del programa de clase, ser capaces de cimentar la espontaneidad de la clase de expresar la conciencia de clase, de unificar sus fuerzas ante el asalto decisivo; en otras palabras, de construir el partido, momento esencial de la victoria proletaria.
Pero ni los partidos ni las revoluciones vienen prefabricados. Entendámonos: los artificios organizativos nunca sirvieron para nada; al revés, a menudo han servido incluso a la contrarrevolución. Autoproclamarse partido, construirse como tal en período contrarrevolucionario es un absurdo, un error muy grave que demuestra incomprensión de la base del problema, cuando no hay una perspectiva revolucionaria. Pero puede considerarse igualmente grave dejar esa tarea de lado, o aplazarla para cuando ya es demasiado tarde. En este artículo, es este segundo aspecto el que presenta mayor interés.
Quienes hablan de una espontaneidad que resolverá todos los problemas, hacen, a fin de cuentas, el elogio de una espontaneidad inconsciente y no de un paso de la espontaneidad a la conciencia; no pueden o no quieren comprender que la toma de conciencia por parte de la clase en la lucha tiene que llevarla a reconocer la necesidad de un instrumento adecuado para destruir por asalto el Estado, fortaleza del capital.
Si la espontaneidad de la clase es un momento que nosotros reivindicamos, el espontaneismo (o sea, la teorización de la espontaneidad) anula, precisamente, la espontaneidad, y se manifiesta por una serie de recetas viciadas: por un “estar con los obreros” por el hecho de no saber nadar contra la corriente en los momento de calma y reflujo para ir así “con la corriente” en los momentos decisivos. Las desviaciones de Luxemburg sobre las cuestiones organizativas se pueden ver también en su concepción de la conquista del poder (y hasta cierto punto es inevitable teniendo en cuenta la estrecha conexión entre ambos problemas):
«La conquista del poder no tiene que hacerse de un solo golpe, sino progresivamente, hundiéndonos en el Estado burgués hasta que ocupemos todas las posiciones y las defendamos con uñas y dientes» (Tomado del Discurso a la Convención Fundación del Partido Comunista Alemán, en “Habla Rosa Luxemburgo”. Pathfinder Press)
Y, desgraciadamente, eso no es todo. Mientras Paul Frölich, (representante del grupo de Bremen) lanzaba en noviembre de 1918 desde Hamburgo, este llamamiento:
«¡Este es el principio de la revolución alemana, de la revolución mundial! ¡Viva la mayor acción de la revolución mundial! ¡Viva la república alemana de los obreros! ¡Viva el bolchevismo mundial!»
Rosa Luxemburg, poco más de un mes después, en lugar de preguntarse por qué un ataque masivo del proletariado fue derrotado, decía”.
«El 9 de Noviembre, los obreros y soldados destruyeron el antiguo régimen en Alemania (...) El 9 de Noviembre el proletariado se sublevó y sacudió el infame yugo, los Hohenzollerns han sido expulsados por los obreros y los soldados organizados en consejos». (citado por Prudhommeaux: Spartakus et la Commune de Berlín).
Así pues, Rosa interpretaba como una revolución, el paso del poder de manos del equipo de Guillermo II a las de los Ebert-Scheidemann-Haase, y no como un relevo de guardia contra la revolución5.
La incomprensión de la función del papel histórico de la Social-democracia le costará la vida a Rosa, lo mismo que a Liebknecht y a miles de proletarios. El KAPD (Partido Comunista Obrero de Alemania) sabrá sacar las lecciones de esta experiencia (uno de los puntos sobre los que se basa su oposición fundamental a la IC (Internacional Comunista) y al KPD (Partido Comunista de Alemania) es su rechazo de cualquier contacto con el USPD; pero, más adelante, volveremos a este tema), como también lo hará la Izquierda Italiana. Bordiga escribía el 6 de Febrero de 1921 en Il Comunista un artículo titulado la función histórica de la social democracia. Veamos algunos pasajes:
«La socialdemocracia tiene una función histórica, en el sentido de que en los países de Occidente habrá probablemente un periodo durante el cual los partidos socialdemócratas estarán en el gobierno, solos o colaborando con los partidos burgueses. Sin embargo, allí donde el proletariado no tenga fuerza para evitarlo, semejante intermedio no será una condición positiva, necesaria para el advenimiento de formas e instituciones revolucionarias. No será una preparación útil para éstas últimas, sino que constituirá una tentativa desesperada de la burguesía para disminuir y desviar la fuerza de ataque del proletariado para acabar aplastándolo sin piedad a golpes de reacción blanca, en el caso de que le quedasen bastantes fuerzas para atreverse a levantarse contra el legítimo, el humanitario, el decente gobierno de la Socialdemocracia.
Para nosotros sólo puede haber una transferencia revolucionaria de poder, la de manos de la burguesía dominante a las del proletariado, de la misma manera que no puede concebirse otra forma de poder proletario que la dictadura de los Consejos».
Hemos empezado este estudio con el congreso de formación del Partido Comunista Alemán (30 diciembre de 1918, 1° de enero de 1919), y hemos recorrido hacia atrás la historia de su conformación; vayamos ahora hacía adelante, a partir de ese punto.
El congreso de formación cristaliza, por así decir, dos concepciones y dos posiciones diametralmente opuestas. Por un lado, la minoría alrededor de Luxemburgo, Jogisches, Paul Levi, que agrupaba a las personalidades más importantes del nuevo partido, y que aún siendo minoría asumía su dirección (las burlas a las posiciones preponderantes de la izquierda y la casi negativa a garantizar su expresión – únicamente Frolich será admitido en la Central – acabarán dando lugar unos meses más tarde a la farsa del congreso de Heildelberg). Por otro lado, la gran mayoría del partido: la furia y la potencialidad revolucionaria que expresaba el grupo del IKD y buena parte de Spartaquistas, con Liebnechkt a su cabeza. Las posiciones de la izquierda triunfaron por aplastante mayoría: contra la participación electoral, por la salida de los sindicatos, por la insurrección.
Pero les faltaba una visión clara de las tareas inmediatas a afrontar, de la preparación del ataque insurreccional que tiene que ser también militar, de la función centralizadora y de dirección del Partido. Predominaba una especie de federalismo, de independencia regionalista. En Berlín, casi ni sabían lo que pasaba en el Ruhr, en el centro, o en el sur y viceversa, la misma Rote-Fahne reconocía el 8 de enero de 1919 que: «la inexistencia de un centro encargado de organizar a la clase obrera no puede durar más tiempo...Es necesario que los obreros revolucionarios pongan en pie organismos dirigentes capaces de guiar y utilizar la energía combativa de las masas»; tengamos en cuenta además, que aquí sólo se trata de la situación en Berlín.
La desorganización sigue en aumento y llega al colmo con la muerte de Luxemburgo y de Liebknecht. Cuando el partido se ve reducido a la clandestinidad y sometido al terror contrarrevolucionario, está descabezado. Las repúblicas Soviéticas que surgen aquí y allá en Alemania: Bremen, Munich, Baviera, etc, son derrotadas una tras otra, y los combatientes proletarios aniquilados. La oleada revolucionaria, la inmensa potencialidad que lleva en sí la clase, retrocede. No podemos citar íntegramente la carta que dirigió Lenin en abril de 1919 a la República Soviética de Baviera. Ni que decir tiene que la mayor parte de las “medidas concretas” a que se refiere Lenin nunca fueron tomadas.
Salud a la República Soviética de Baviera
«Os agradecemos vuestro mensaje de saludo y a nuestra vez, saludamos con toda el alma a la República de Soviets de Baviera. Os rogamos encarecidamente que nos informéis más a menudo y más en concreto cuales son las medidas que habéis tomado para luchar contra los verdugos burgueses que son Scheidemann y Cía; si habéis creado soviets de obreros y de moradores en los barrios de la ciudad; si habéis armado a los obreros y desarmado a la burguesía; si habéis utilizado inmediatamente los almacenes de ropa y demás artículos para asistir inmediata y ampliamente a los obreros, y sobre todo a los jornaleros y pequeños campesinos; si habéis expropiado las fábricas y los bienes de los capitalistas de Munich, así como las explotaciones agrícolas capitalistas de los alrededores; si habéis abolido las hipotecas y los tributos de los pequelos campesinos; si habéis duplicado o triplicado el salario de los jornaleros y peones; si habéis confiscado todo el papel y todas las imprentas para publicar panfletos y periódicos de masas; si habéis instituido la jornada de trabajo de seis horas con dos o tres horas consagradas al estudio del arte de administrar por el Estado; si habéis echado a la burguesía en Munich para instalar inmediatamente a los obreros en los buenos apartamentos; si os habéis apoderado de los bancos; si habéis tomado rehenes de la burguesía; si habéis establecido una ración alimenticia mayor para los obreros que para los burgueses; si habéis movilizado a la totalidad de los obreros a la vez para la defensa y para la propaganda ideológica en los pueblos cercanos. La aplicación urgentisima y lo más amplia posibles de estas medidas y otras parecidas, apoyándose en la iniciativa de los soviets de obreros, de jornaleros y, aparte, de pequeños campesinos, reforzará vuestra posición. Es indispensable golpear a la burguesía con un impuesto extraordinario, y mejorar en la práctica, inmediatamente y cueste lo que cueste, la situación de los obreros, jornaleros y pequeños campesinos: Mis mejores votos y deseos de éxito». Lenin.
La falta de preparación teórica, la incapacidad para estar a la altura de las tareas que la situación exigía, provocaron, con los primeros signos de retroceso, una escisión en el movimiento Alemán. Por un lado se empezará a volver la vista hacia el bolchevismo, hacía Rusia victoriosa, a tomar su propaganda, sus indicaciones tácticas y estratégicas, procurando absurdamente calcarlas en Alemania. Valga de ejemplo en caso de Radek, que es típico: portavoz de los Comunistas de Bremen y del ala más intransigente del movimiento, será tras el retroceso momentáneo de la lucha en el verano de 1919, uno de los promotores, junto con Paul Levi, del Congreso de Heidelberg (octubre de 1919), durante el cual se repudiarían las conquistas del Congreso de Fundación del partido, volviendo al uso del “instrumento” electoral, de los sindicatos ultra reformistas en los que los comunistas tendrían que desarrollar su actividad, para terminar con “cartas abiertas” y el frente único.
¿Qué valor tiene entonces llamar a la centralización, si los sucesos toman el camino contrario al desarrollo del movimiento espontáneo?
Por otro lado, el ala revolucionaria que rehusó esa alternativa y será mucho más fecunda en consejos e indicaciones, tendrá que afrontar una vez constituida organizativamente, un compacto muro de dificultades crecientes.
La respuesta no es fácil, y exige la comprensión de la dinámica social de aquellos años. La revolución rusa fue un magnífico ejemplo para el proletariado occidental. La IIIª Internacional, fundada en Marzo de 19196, es un ejemplo de la voluntad revolucionaria de los bolcheviques, y fue, por su parte, una auténtica tentativa para apoyarse en los comunistas europeos. Pero las dificultades internas de la Revolución
Rusa que surgieron desde el fin de la guerra civil y no tenían solución dentro del marco ruso; la derrota de la primera fase de la revolución Alemana (Enero-Marzo 19) y la de la República Soviética Húngara, convencieron a los comunistas rusos de que la perspectiva de la revolución en Europa se estaba alejando. Para éstos, ya sólo importaba recuperar, para todo el período, a la gran masa de trabajadores, convencer a las masas socialdemócratas de lo justo de las posiciones comunistas, etc. Tendían a recuperar al USPD, considerándolo como el ala derecha del movimiento obrero y no como una fracción de la burguesía, en lugar de llevar una lucha teórica contra la Socialdemocracia, en lugar de estar atentos a las capas más avanzadas de la clase, basando la necesidad de atacar y desenmascarar a la Socialdemocracia en la voluntad de lucha de éstas.
Podemos pues decir que, si bien las vacilaciones de los comunistas de Occidente llegan a ser funestas durante una primera fase (1918-19), fue la misma Internacional Comunista, la que acabó siendo un obstáculo para la irrupción –aunque fuera tardía- de la auténtica vanguardia proletaria de Europa, cuando aún la situación era revolucionaria (y sólo nos referimos aquí a los años 1920-21, aunque aún se puede hablar de reacción proletaria contra los ataques de la burguesía durante dos años más –por ej. Hamburgo en 1923- e incluso después de una única verdadera derrota del proletariado por una masacre).
Si bien el tránsito de una situación a otra se produce gradualmente, podemos sin embargo, señalar, como momento que expresa el cambio de rumbo de la IC la disolución del buró de Amsterdam y el texto de Lenin “El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”.
Volvamos a las vicisitudes del Partido Comunista Alemán. El 17 de Agosto de 1919 se convoca una Conferencia Nacional en Francfurt. El ataque de Levi contra la Izquierda resulta un fracaso; pero en Octubre de ese mismo año, en Heildelberg, sí consigue, en cierta forma, resultados. En un congreso clandestino con escasa representación de los distritos y sin que algunos se enteraran, se decide en la práctica la escisión, al cambiar ciertas posiciones programáticas de Enero. En el punto 5 del nuevo programa del Partido leemos:
«La revolución , que no se hace de golpe, sino que es la larga y perseverante lucha de un clase oprimida desde hace milenios, y por tanto no plenamente consciente de su misión y de su fuerza, está sometida a flujos y reflujos» (subrayado nuestro).
Y Levi, poco después, sostendrá que la nueva oleada revolucionaria surgirá en... ¡1926!
Pero la decisión de expulsar a los “izquierdistas”, a los “aventureros”, no fue tomada oficialmente entonces, sino después, en 1920, en el 3er congreso del KPD. La izquierda después de lo de Heilderberg procura estructurarse en un KPD(O) (O:oposición) de manera que a finales del primer trimestre de 1920 había en la práctica dos organizaciones del KPD: el KPD(S) y el KPD(O). Y esto en una situación particularmente caótica. La información que conseguía llegar a Moscú era muy poca y fragmentada. Lenin en su Saludo a los Comunistas italianos, Franceses y alemanes, del 10 de Octubre de 1919, escribía:
«De los Comunistas Alemanes sólo sabemos que hay prensa comunista en muchas ciudades. Es normal que en un movimiento que se extiende rápidamente, que soporta persecuciones tan brutales, surjan disensiones bastante ásperas. Se trata de una enfermedad del crecimiento. Las divergencias en el seno de los comunistas alemanes se reducen, en la medida en que puedo juzgarlo, al problema del “empleo de los medios legales”: del parlamento burgués, de los sindicatos reaccionarios, de la “ley de consejos” que scheidemannianos y kautskystas han desvirtuado, de la participación en esas instituciones o su boicot». Lenin concluía que había que participar , dando la razón a Levi.
Pero el problema central que se manifestaría algunos meses más tarde será:
O lucha revolucionaria ilegal y preparación militar;
O actividad legal en los sindicatos y el parlamento.
Estos son los términos de la confrontación entre las dos “líneas” del KPD.
El centro de la Oposición estuvo durante algún tiempo en Hamburgo. Pero pronto Laufenberg y Wolffheim empezaron a desacreditarse. Son ellos quienes empezaron a elaborar la tesis del Nacional-Bolchevismo según la cual, la defensa de Alemania contra la Entente era un deber revolucionario que cumplir, incluso al precio de una alianza con la burguesía alemana7. Fue entonces cuando Bremen, que ya funcionaba como centro de información, se convirtió en punto de referencia del Comunismo de Izquierda. El “centro de información” de Bremen luchó en dos frentes hasta principios de 1920: contra la Central del Partido y contra Hamburgo. Bremen no buscó la escisión, pero intentó que se discutieran los resultados del Congreso de Heildelberg; la Central de Levi, sin embargo, se opuso a cualquier discusión, ayudado en eso por la lucha contra el Nacional-Bolchevismo de los de Hamburgo. La tentativa del levantamiento militar de Kapp, al dar a las divergencias un contenido “práctico”, acabo con la discusión. Veamos las respuestas proletarias a esta tentativa de levantamiento, y el comportamiento de las diferentes organizaciones:
«En el Ruhr, la Reichswehr no clarificó inmediatamente su posición respecto a Kapp, y teniendo en cuenta que todos, desde la ADGB8 y la Socialdemocracia hasta los centristas y el KPDS lanzaron la consigna de huelga general (aunque la Central del KPD dudara un poco en los primeros días), la situación habría tenido potencialidades revolucionarias, si la dirección de los sindicatos y partidos parlamentarios hubiera sido destruida; efectivamente, numerosas zonas como el Ruhr, en Alemania Central, no habrían sufrido las grandes derrotas obreras de los años precedentes, como las que se habían producido en Berlín, Munich, Bremen. Hamburgo, etc. En el Ruhr había una fuerte tensión entre la Reichswehr y los trabajadores y fue la situación creada por el golpe de Kapp lo que provocó inmediatamente el armamento de los proletarios en huelga (el hecho de que muchos obreros combativos hubiesen conseguido librarse del dominio de la ADGB, metiéndose en la FAUD9 también tuvo su importancia). A causa del carácter democratista y constitucionalista de la huelga general, los independientes y numerosos socialdemócratas procuraban moderar la agresividad proletaria, aunque sin éxito en el primer período de avance. El desarrollo de la situación fue el siguiente: localmente en cada ciudad se formaron tropas de proletarios (independientes de los sindicatos) que tomaban las armas contra los soldados de la Reichswehr. Las ciudades insurgentes se reunieron y atacaron las ciudades todavía en manos del ejército para apoyar a los obreros locales.
Mientras una parte del “Ejercito Rojo” (como se llamaba a sí mismo) del Ruhr, expulsaba al Reichswehr fuera del Ruhr, formando un frente paralelo al río Lippe, otros grupos de obreros tomaban una tras otra las ciudades de Reimscheid, Essen, Dusseldorf, Mulheim,
Duisburg. Hamborn y Dinkslaken y rechazaban al Reichswehr a lo largo del Rhin hasta Wesse, en poco tiempo, entre el 18 y el 21 de marzo.
El 20 de marzo, la AGDB, tras el fracaso del levantamiento de Kapp, declaró terminada la huelga general, y el 22 el SDP y el USPD hicieron lo mismo. El 24 de marzo, representantes del gobierno Socialdemócrata,, del SDP, del USPD y una parte del KPD concluyeron un acuerdo en Bielefeld proclamando el alto al fuego, el desarme de los obreros y la libertad para los obreros que hubiesen cometido actos “ilegales”. Una gran parte del ejército Rojo no acepto tal acuerdo, y siguió la lucha.
El 30 de marzo el gobierno Socialdemócrata y el Reichswehr lanzaron un ultimatun a los proletarios: o aceptaban inmediatamente el acuerdo o si no , la Reichwehr –cuya fuerza se había cuadruplicado, como mínimo, con la llegada de cuerpos francos de Baviera, Berlín, de Alemania del Norte y del Báltico- empezaría una nueva ofensiva. La coordinación ente las diferentes tropas obreras fue a partir de entonces mínima a causa de la traición de los independientes, del centrismo del KPD(S) y de los sindicalistas, y de la rivalidad entre las tres centrales militares del “Ejército Rojo”.
La Reichswehr y las numerosas tropas blancas desplegaron una vasta ofensiva en todos los frentes; el 4 de abril cayeron Duisburg y Mulheim, el 5 Dortmund y el 6 Gelsenkirchen.
Se desencadenó entonces el terror blanco con dureza; produjo víctimas no solo entre los obreros armados, sino también entre sus familias que fueron masacradas, y entre los obreros jóvenes que habían ayudado a los combatientes heridos en la retaguardia. El ejército del Ruhr (Ejército Rojo) incorporó entre 80.000 y 120.000 proletarios. Consiguió organizar una artillería y una pequeña fuerza aérea. El desarrollo de las luchas es lo que dio lugar a la formación de 3 centros militares:
a- Hagen, dirigida por la USPD, aceptó sin vacilar el acuerdo de Bielefeld.
b- Essen, dirigida por el KPD y por la izquierda Independiente; fue reconocida como central suprema del ejército el 25 de Marzo. Cuando el gobierno de la Socialdemocracia planteó el ultimatun a los obreros el 30 de marzo, esta central lanzó la consigna increiblemente ambigua de volver a la huelga general (¡cuando ya los trabajadores estaban en armas y luchando!).
c- Mulheim, dirigida por los Comunistas de Izquierda y sindicalistas revolucionarios. Seguía por completo a la Central militar de Essen, pero cuando esta reaccionó de manera centrista ante el acuerdo de Bielefeld, la Central de Mulheim lanzó la consigna de “luchar hasta la muerte”. Las centrales de la USPD, del KPD(S), y de la FAUD tuvieron en común la posición completamente innoble de considerar las luchas como “aventureras”
Ninguna Central Nacional tomó la dirección de las luchas: el movimiento proletario local mostró la mayor voluntad de centralización dentro de los límites de las fuerzas locales. Incluso en Alemania Central, los proletarios se armaron y, bajo la dirección del comunista M. Holz se levantaron numerosas ciudades de los alrededores de Halle; pero el movimiento no pudo ir más lejos, ya que el KPD(S), muy fuerte en Chemnitz, donde era el partido más importante, se limitó a armar a los obreros con el acuerdo de la Socialdemócratas y los Independientes y a esperar... la vuelta de Ebert al gobierno.
Brandler, que dirigía el consejo obrero de Chemnitz, pensó que su papel de dirigente comunista local consistía en evitar que estallaran luchas entre los Comunistas de Holz, que querían armarse con lo que había abandonado la Reichswehr en Chemnitz y en las afueras, y los Socialdemócratas, que siempre estuvieron preparados para atacar a los revolucionarios intentando varias veces lanzar la Heimwehr (grupos blancos armados de la burguesía local) contra ellos.
El centrismo del KPD(S) apareció a las claras cuando, estando los obreros en lucha. La Central de Levi lanzó el 26 de marzo la consigna, de “oposición leal” a un posible gobierno “obrero” de Socialdemócratas e independientes. “Die Rote Fahne”. Órgano central del KPD(S) escribía (n° 32, 1920): “La oposición leal, la entendemos así:
Ninguna preparación para la toma armada del poder, libertad natural para la agitación del partido, para sus metas y soluciones”. El KPD abdicaba oficialmente de sus metas revolucionarias, y lo hacía además, en un momento en el que más que nunca, el proletariado alemán necesitaba al Partido Comunista Revolucionario.
Es pues, un resultado histórico lógico que los Comunistas de Izquierda ante la traición de la sección de la IIIª Internacional, formasen al mes siguiente (abril 1920) el KAPD, Partido Comunista Obrero de Alemania».
Nos parece que ésta larga cita de la Izquierda Alemana y la Cuestión Sindical en la IIIª Internacional no exige comentario alguno (por este trabajo, una parte importante del P.C.I. (Partido Communiste Internationale) rompió con él en 1972).
En aquellos momentos tendría lugar otro suceso importante: el abandono del KPD(O) por la Bremerlinke y su vuelta al KPD(S), en el que hará el papel de oposición interna, con Frolich y Karld Becker(ya veremos más adelante la posición de estos en los años siguientes y, en particular en la primavera de 1921). Aún no tenemos todos los elementos para entender y juzgar lo que fue un duro golpe para el Comunismo de Izquierda, y un gran éxito para la dirección de Levi. Lo que influenció, sin duda la decisión del grupo de Bremen, fue el sentimiento de fidelidad a la IC (que dio su apoyo al KPD(S), aunque con muchas reservas) y su clara y neta oposición al grupo de Hamburgo, con Laufenberg y Wolffheim.
Hasta ahora no hemos hablado sobre Sindicatos, Consejos y Uniones Obreras que estuvieron en el centro de los debates y divergencias del movimiento Alemán. Lo complejo del problema, nos ha llevado primero a aclarar los demás puntos para, luego poder tratar, de manera sucesiva pero lo más clara posible, la “cuestión sindical”. Es lo que procuraremos hacer en nuestro próximo texto.
S.
1 Los historiadores y la historiografía han utilizado el término de “Linksradikalen” para nombrar grupos como el de Bremen o el de Hamburgo, y luego al KAPD y a las Uniones (AAU y AAUD). El término "Ultralinke", al contrario, fue usado para designar a la oposición de izquierda (Friesland – Fischer – Maslow) en los años siguientes, en el seno del KPD
2 Para publicar “Arbeiterpolitik”, se abrió incluso una suscripción entre los obreros de los astilleros de Bremen
3 En la interpretación de lo que pasaba en Rusia, había toda clase de divergencias entre los Comunistas de Bremen y los Spartakistas. Mencionaremos únicamente la cuestión del uso del “terror revolucionario”. En nombre del Grupo de Bremen, Knief criticó duramente la posición de Rosa Luxemburgo que rechazaba utilizar el terror de clase en la lucha revolucionaria.
4 En Gotha, los Spartaquistas se adhirierón al U.S.P.D.
5 En el IV Congreso de la Internacional Comunista (Noviembre de 1920), Radek recogerá esa idea diciendo que había que agradecer a la Socialdemocracia “el habernos dado el gusto de derrocar al Kaiser”.
6 Debemos recordar que en el 1er Congreso de la Internacional Comunista el representante del KPD tenía el mandato de votar en contra de la fundación de la Internacional. La insistencia y la presión ejercida por los otros delegados, hicieron que Eberlein se abstuviera.
7 La posición “Nacional-Bolchevique” será retomada de nuevo por el KPD en 1923 sin suscitar tantos escándalos.Brandler y Thalheimer hicieron declaraciones del estilo de:
«En la medida en que lleva una lucha defensiva contra el imperialismo, la burguesía Alemana juega, en la situación que se ha creado, un papel objetivamente revolucionario; pero en tanto que clase reaccionaria, no puede utilizar los únicos métodos que permitirían resolver el problema.
En estas circunstancias, la precondición de la victoria del proletariado es la lucha contra la burguesía Francesa y su capacidad de apoyar a la burguesía Alemana en esa lucha, asumiendo la organización y la dirección de la lucha defensiva, saboteada por la burguesía».
Y en “Imprekor”, de Junio de 1923, podía leerse:
«El Nacional-Bolchevismo no habría sido en 1920 más que una alianza para escapar de los generales que, justo después de su victoria, habrían aniquilado al Partido Comunista. Hoy, significa que todos están convencidos de que no hay otra salvación sino es con los Comunistas. Hoy, somos la única solución posible. El insistir con fuerza en el elemento nacional en Alemania es un acto revolucionario de l a misma manera que lo es, insistir en el elemento nacional en las colonias». (subrayado nuestro).
8 ADGB: Sindicato Alemán (Allgemeiner Deutscher Gewerkschafs Bund), antes de Junio de 1919 se llamaba Freien Gewerkshaften.
9 FAUD(S): Organización anarco-sindical fundada en Diciembre de 1919 (Freie Arbeiter Union Deutsclands (Syndikalisten).
El “Spartacusbond”, grupo holandés de la tradición del Comunismo de Consejos, ha publicado recientemente dos números de un “Boletín de Discusión Internacional” en ingles. Es ciertamente estimulante que el “Spartacusbond” haga sus ideas más accesibles para quienes no puedan leer el holandés y que están interesados en participar activamente en discusiones y debates internacionales.
Los dos números del Boletín de Discusión Internacional de Spartacusbond han sido dedicados a una crítica de nuestra Corriente Internacional (CCI): el primero es una respuesta a un articulo sobre el reagrupamiento internacional aparecido en Internationalism N° 5 (USA); el segundo aplaude el alejamiento de “Worker´s Voice” de nuestra corriente y critica un artículo sobre el KAPD aparecido en Revolution Internationale N° 6 e Internationalism N° 5
EL artículo de Internationalism N° 5 sobre la conferencia Internacional de 1974, hace hincapié en la necesidad de un reagrupamiento de los revolucionarios en este periodo de lucha creciente de la clase obrera. En el pasado, cincuenta años de contrarrevolución , la derrota de los esfuerzos revolucionarios de la clase obrera, la movilización para la guerra mundial y el letargo debido a los años de la reconstrucción, han hecho sentir sus efectos en los grupos revolucionarios que trataron de mantener viva la llama de la teoría revolucionaria como una contribución a las luchas futuras. La inevitable consecuencia de este largo periodo de derrotas y caos fue la pulverización y aislamiento de los grupos revolucionarios. Pero una necesidad no es una virtud. La fragmentación, el aislamiento de los revolucionarios, a nivel internacional son inevitables en la derrota, pero hoy, cuando la perspectiva de la revolución resurge en las luchas de la clase obrera en el mundo entero, este aislamiento de los revolucionarios deja de ser inevitable. Al contrario, nuestro nuevo periodo de lucha de clases ha reanimado –y reanimará- la consciencia de la clase obrera que se ha manifestado ya con la aparición de grupos y círculos revolucionarios en el mundo entero.
El propósito del artículo de Internationalism fue el de poner en claro la idea de que:
Pero allí donde escribimos “reagrupamiento de los revolucionarios” el Spartacusbond ve solamente al partido bolchevique mostrando su cabeza una vez más. “Nos preguntamos si los grupos presentes en la conferencia internacional querían realmente formar un partido bolchevique” (Boletín N° 1, pág. ). Para Spartacusbond, aparentemente toda organización es un partido, y todo partido es bolchevique. Este silogismo encierra en efecto una condena a todo trabajo revolucionario hoy... por temor que los demonios del pasado no hayan sido exorcizados.
En primer lugar, es sorprendente que Spartacusbond considere necesario preguntarnos si estamos tomando o no el camino de un partido bolchevique. Si ellos han leído nuestra prensa, seguramente se deben haber dado cuenta de que la plataforma política sobre la cual está fundamentada nuestra actividad en varios países, es clara e inequívoca sobre el rechazo a la concepción Bolchevique del partido, tanto en las relaciones partido-clase como en su estructura interna. Una de las premisas de base para cualquier trabajo revolucionario hoy en día es el rechazo de la concepción Bolchevique sobre el partido; sin esta base, ningún progreso es posible en la discusión. Desde sus comienzos, nuestra corriente ha defendido la idea de que:
I. la concepción leninista de la conciencia de clase, según la cual esta procede ”del exterior”, de los elementos “intelectuales”, es completamente falsa. No puede haber separación entre el ser y la consciencia, entre el proletariado como clase económica y su tarea histórica de realizar el socialismo, entre la clase y sus luchas. Las organizaciones políticas de los revolucionarios son una manifestación del desarrollo de la consciencia en la clase; ellas son una emanación de la clase obrera.
La consciencia no está circunscrita al partido, ella existe en el conjunto de la clase aunque no se manifieste de manera homogénea o simultánea. La tarea de aquellos que han logrado alcanzar la consciencia más rápidamente es la de organizarse para contribuir a la generalización de la consciencia en el conjunto de la clase. El partido no es el depositario exclusivo de la conciencia tal como la concepción ultra-leninista de los bordiguistas lo afirma; es simplemente una intervención organizada que tiende hacia una mayor claridad y una mayor coherencia de las perspectivas de clase, para contribuir así activamente al proceso de desarrollo de la consciencia en la clase. El partido no es de ninguna manera un ente absoluto y eterno sino un esfuerzo constante para fortalecer la consciencia del proletariado.
II. La concepción leninista, compartida por casi todos los revolucionarios en uno u otro grado en el comienzo de la gran oleada revolucionaria de 1917-23, según la cual el partido debía tomar el poder “en nombre de la clase”, debe ser rechazada. La experiencia histórica de la revolución rusa muestra que esta concepción no conduce más que a un capitalismo de estado, nunca al socialismo.
La clase obrera EN SU CONJUNTO es el sujeto de la revolución y ninguna minoría de la clase o procedente del exterior –por muy esclarecida que sea o piense que sea- puede “traer” el socialismo. El socialismo es solamente posible a través de una actividad organizada y consciente propia del proletariado, que aprende por su práctica y su lucha.
El rol del partido no es de ninguna manera el de ejercer el poder por encima de los obreros, ni el de asumir el poder del estado. El rol del partido es el de contribuir al desarrollo de la consciencia de la clase, a la comprensión de los intereses generales y del objetivo histórico de la lucha. Los consejos obreros son los instrumentos de la dictadura del proletariado y no el partido.
III. Con Marx, rechazando la noción anarquista de “federalismo” en la organización revolucionaria, nuestra corriente sostiene que la centralización internacional de las organizaciones revolucionarias no implica de ninguna manera el rechazo de la democracia en el marco de los principios políticos del grupo. Un grupo político no es un monolito como el modelo estalinista y no puede serlo puesto que el debe expresar los debates y discusiones reales del movimiento obrero. Los militantes no tienen simplemente el “derecho”, ellos tienen el deber de expresar y clarificar todas las divergencia libremente en la organización, dentro del marco de los principios políticos. Los Bolcheviques construyeron el partido como un aparato cuasi-militar por que: se consideraba que el objetivo era la toma del poder por el partido. Esto no es la meta del partido proletario y por consiguiente su estructura interna debe ajustarse a las necesidades de clarificación política para las cuales ha sido creado en el seno de la clase.
Tales han sido y son, en resumen, los principios sobre los cuales todos los grupos de nuestra corriente están basados. Preguntándose si no vamos a convertirnos en otro partido Bolchevique, nuestra Spartacusbond que aunque conoce nuestras posiciones, presienten que algún “destino fatal” nos transformará en lo contrario de lo que hoy somos, porque a pesar de todo lo que nosotros digamos o hagamos, Spartacusbond ve en nosotros el estigma invisible de la muerte. Solamente podemos decir que Spartacusbond no tiene el monopolio de una oposición sincera a la concepción leninista del partido; ni que tampoco todos los que rechacen esta concepción leninista del partido tienen que terminar compartiendo las ideas de Spartacusbond.
El verdadero problema consiste en que nuestra corriente constituye una organización internacional. No un partido, porque un partido solo puede formarse en un periodo de luchas de clases intensas y generalizadas. Pero nosotros sin embargo, construimos las bases políticas y organizativas para un reagrupamiento internacional. He ahí el hito. En su rechazo a la concepción leninista de la organización, Spartacusbond rechaza también TODAS las formas de organización internacional. “Combatimos toda idea acerca de la necesidad de un partido en la lucha de clases” (Boletín N° 2, pág. 3) y también: “Su presentación (la de la CCI) disipa la diferencia y la oposición entre partido y clase” (Boletín N° 1, pág. 1). Los leninistas ven el partido como exterior a la clase y por sobre ella, y Spartacusbond admite esta definición como inevitable y justa, y por consiguiente rechazan todo partido. El razonamiento es el mismo, solo las conclusiones cambian.
A través de toda la historia del movimiento obrero, se han formado organizaciones políticas en su seno, agrupando a aquellos individuos que defienden una orientación dada en la lucha de clase. Desde Babeuf, pasando por las sociedades secretas, la Liga de los Comunistas y la Primera Internacional, los primeros años del movimiento obrero transcurrieron en un torrente de actividad y de debates políticos. Gradualmente, a través de la experiencia alcanzada, la perspectiva y el papel de esas organizaciones fueron confrontados con la realidad y muchos aspectos clarificados o rechazados. Las sectas de conspiradores, las concepciones golpistas, son abandonadas, y el papel del partido como contribución al desarrollo de la consciencia de clase se clarifica mediante las lecciones positivas y negativas tanto de la segunda como de la tercera Internacional. Durante este periodo, los marxistas y Marx mismo combatieron las negativas de los Proudhonianos de organizarse políticamente así como también la resistencia opuesta por los anarquistas a la centralización, poniendo el acento sobre la necesidad para los revolucionarios de alcanzar una idea clara acerca de los “objetivos finales de la lucha y de los medios para obtenerlos”.
Es inútil argumentar que el desarrollo de la conciencia en la clase obrera no se expresa por sí sola en el desarrollo y unificación de los grupos revolucionarios. El Spartacusbond no toma en consideración esto. Ellos simplemente sostienen que AHORA estas clases de organizaciones no son meramente inútiles sino que también se han transformado en un verdadero obstáculo para el movimiento de la clase trabajadora. ¿Por qué? ¿Tiene el desarrollo de la conciencia de la clase una importancia tan esencial par la lucha proletaria, milagrosamente devenida en un proceso homogéneo y automático de la clase? ¿No hay más necesidad de elementos que miren estas cosas más claramente desde una perspectiva más avanzada para trabajar juntos en la diseminación de sus análisis y perspectivas?. Claramente la respuesta a ambas preguntas es no. Hasta el Spartacusbond reconoce esto: “No hay duda que aquellos que advierten esto (dentro de la necesidad de propagar sus experiencias en cada campo de la lucha. Pero apenas intenten iniciar un partido, una agrupación internacional, que se considere que vaya a ser el líder de la clase, reincidirán en ideas y modelos organizativos del pasado” (Boletín N° 2, pág. 3).
Esta es claramente una contradicción. Sí aquellos que lo vislumbran van a querer, inevitablemente, organizar y propagar sus criterios, ¿estarán ellos haciendo una contribución positiva o no a las luchas?. La respuesta parece ser que si ellos son simplemente un grupo aislado, ellos pueden decir lo que tengan que decir sin ningún miedo. Pero o si es que tratan de hacer su impacto más amplio y efectivo mediante la formación de una organización internacional, entonces de acuerdo al Spartacusbond ellos serán un obstáculo para la clase. Como grupos son ineficientes, aislados e indefinidos, el Spartacusbond está preparado a darles su sello de aprobación. Pero una vez que ellos tiendan hacia una coherencia política y organizativa, serán considerados nefastos. Nos permitimos entonces preguntar, por qué el spartacusbond existe?. ¿Para organizarse ellos con el fin de decir a otros que no lo hagan? ¿Un grupo anti-grupo?. Para el Spartacusbond una vez que un grupo trata de ejercer cualquier influencia en favor de sus ideas, convertirá inevitablemente a sus miembros en “líderes” (Esto es siguiendo el modelo Bolchevique). Si seguimos esta lógica nuestra única esperanza es autocondenarnos a la impotencia.
El Spartacusbond pretende reclamarse de la tradición comunista de los Consejos de Holanda. ¿Tenemos necesidad de recordarles que los comunistas de consejos con Gorter a la cabeza, trataron de formar una Cuarta Internacional en los años veinte?. ¿Significa esto que Gorter se convirtió en el discípulo holandés de Lenin? Un Bolchevique inconsciente?. Un esfuerzo similar fue el hecho por el grupo comunista de consejos holandés (después de la ruptura con Spartacusbond) en 1947. Este grupo animó la iniciativa de los comunistas de consejos belgas que hicieron un llamado para una conferencia internacional y el grupo holandés participó activamente en esta conferencia de los diferentes grupos de la izquierda comunista, que se realizó en 1948. ¿No está allí la verdadera tradición de los comunistas de consejo, muy contraria a lo no participación y a la condenación por Spartacusbond de los reagrupamientos internacionales de hoy?.
Pero, sin embargo, el debate se hace más profundo: ¿Cuál es el papel de los revolucionarios?. Es simplemente “propagar sus experiencias” actuales en tanto que individuos como se desprende de las frase citaba más arriba, o ¿es el de destilar la experiencia de todas las luchas de la clase obrera en la historia, de enriquecer las luchas del presente mediante las lecciones del pasado?. Para el Spartacusbond, el pasado es barrido por la escoba anti-leninista. La revolución rusa fue simplemente una revolución burguesa y los Bolcheviques un partido capitalista de Estado “por esencia” desde sus comienzos. Las concepciones erróneas de los Bolcheviques fueron tomadas de elementos de la Social Democracia. Por consiguiente, la II Internacional, por otro tanto, debe ser rechazada. Concluimos así con una mescolanza, con una aproximación incoherente, moralista de la historia. ¿Por qué entonces tomarse la molestia de analizar las luchas pasadas y las derrotas cuando es mucho más simple desconocer su existencia?.
La revolución rusa, según Spartacusbond, fue una revolución burguesa. Pero en el “Oeste” (Europa Occidental) la revolución estaba al orden del día a causa de los cambios objetivos del sistema capitalista (el periodo de decadencia, el comienzo del ciclo crisis-guerra-reconstrucción) y esto hizo surgir los levantamientos revolucionarios en Alemania y en otras partes. El Spartacusbond comprende que un nuevo periodo de lucha, de lucha revolucionaria, ha comenzado en esta época, porque el sostiene correctamente que los sindicatos han dejado de ser en esta época, las organizaciones adecuadas para la lucha de la clase obrera. Nos encontramos entonces con la contradicción absurda de que el capitalismo está maduro para la revolución proletaria en “Europa Occidental”, pero no en Rusia, donde la burguesía como clase histórica es todavía capaz de avanzar hacia la revolución burguesa. El capitalismo deja de ser así un sistema que domina al mundo y deviene en una cuestión de regiones geográficas: aquí la revolución proletaria está al orden del día, allá, la burguesía comienza su tarea. ¿Aquí, los obreros intentan tomar el poder, mientras que allá, sus camaradas obreros combaten el “feudalismo” ruso?. ¡Y los obreros de Europa Occidental que están impulsando las luchas contra el orden burgués son, al mismo tiempo, tan poco conscientes que se unen a la tercera Internacional y toman la revolución “burguesa”en Rusia por la vanguardia de su propia revolución. Esta es una lógica completamente incoherente, una visión de Alicia en el país de las maravillas de la historia. O el programa revolucionario socialista es una posibilidad mundial o él es simplemente una aventura utópica de la Europa Occidental. ¿Cómo Spartacusbond explica la existencia de consejos obreros, organización de la clase para el asalto revolucionario contra el orden capitalista, en el seno de una revolución “burguesa” en Rusia?. Los abandonaremos a las contorsiones teóricas de una argumentación ilógica. Pero la revolución rusa permanecerá como un libro cerrado para aquellos que estén obsesionados por la derrota, de tal suerte que ellos simplemente negarán todo carácter proletario de la experiencia rusa. Esto conduce inevitablemente al rechazo de toda raíz proletaria de la Tercera Internacional. La historia se transforma así en un enigma donde cada quien gira en círculos haciendo cosas incomprensibles. Para el Spartacusbond, toda lección del pasado es inútil, puesto que la más importante de la lucha de los obreros es “burguesa”; la historia proletaria se transforma así en un inmenso vacío.
Es comprensible que el Spartacusbond vea la contribución de los revolucionarios como simplemente la propagación de “sus experiencias” de manera inmediatista y sin dimensión histórica. Ellos tienen una dificultad deplorable para contactar con el pasado tal como el fue. En el artículo sobre el KAPD aparecido en Internationalism N° 5, Hembe cita la intervención de Jan Appel (Hempel) en el 3er. Congreso de la Tercera Internacional, para mostrar que el KAPD no era antipartido como lo fueron más tarde algunos comunistas de consejos. El KAPD se oponía a la toma del poder del Estado por el partido “en el nombre de la clase”. Pero no rechazaba al partido como contribución necesaria a la consciencia de clase.
“El proletariado necesita un partido fuertemente formado. Cada comunista debe ser individualmente un comunista irrecusable....y debe poder ser un dirigente en su medio. En sus relaciones, en las luchas donde el esté comprometido, él debe ser consistente y lo que le permite a él actuar así es su programa. El actúa de acuerdo a las decisiones tomadas por los comunistas. Aquí reina la más estricta disciplina. Aquí nada puede ser cambiado a riesgo de ser excluido o sancionado....” Jan Appel.
“El Spartacusbond” quiere expresar su indignación acerca del hecho de que Internationalism está abusando del nombre de Jan Appel para intentar encadenar de nuevo a la clase obrera” (Boletín N° 2, pág. 5).
Antes que nada, Spartacusbond considera necesario probar que el KAPD es “su” tradición y que nuestra Corriente no tiene porque citarlo para fortalecer sus ideas. Ellos se han limitado a “dudar de la autenticidad de la cita”, lo que constituye una táctica pueril ya que ni el KAPD ni el mismo Jan Appel, en ese tiempo o después, han protestado porque estos discursos hayan sido falsificados. Los lectores pueden buscar referencias en el texto La Izquierda Alemana (suplemento de Invariance N° 2 París 1974) para comprobar si Internationalism ha transcrito correctamente esta cita de las intervenciones del KAPD.
Pero Spartacusbond va más lejos: “El hecho es que él (Appel) dejó la Internacional comunista y después como miembro del KAPD retoma la lucha práctica y teórica de la clase obrera alemana” (Boletín N° 2 pág. 5). Esta frase implica que después de formular su discurso Appel se dio cuenta de su error y se unió al KAPD. De hecho Appel en el momento del discurso hablaba como delegado del KAPD a la Internacional Comunista y expresaba las posiciones de su organización que, por otra parte en las luchas de la clase obrera alemana: el tomó parte en ellas desde la primera guerra mundial en adelante. El es todavía activo en el movimiento revolucionario, participa en nuestra conferencia internacional y ha aportado contribuciones valiosas a nuestra organización. Difícilmente hubiéramos sacado esta cuestión a la luz, de no ser por el hecho de que Spartacusbond quiso manifestar ruidosamente su “indignación” y acusarnos públicamente de falsificación. Esta es ciertamente una acusación que puede ser devuelta contra los acusadores. Dejando a un lado las polémicas, es claro que aquellos para quienes la visión histórica está limitada a una obsesión con el partido leninista, tienen dificultades par comprender el contenido de las lecciones del pasado.
Pero ¿qué le da a Spartacusbond el derecho de acusar a nuestra Corriente de querer “encadenar nuevamente a la clase obrera”?. Además de los principios a los que hemos hecho alusión, el Spartacusbond nos reprocha el hecho de que tratemos de comprender las contribuciones positivas de los Bolcheviques. Nuestra Corriente, en efecto, ha sostenido que las posiciones claras e inequívocas de los Bolcheviques contra la Primera Guerra imperialista mundial fueron un fuerte llamado a la clase obrera y cohesionó a la izquierda internacional que mantenía una posición internacionalista en la época. Las posiciones del Partido Bolchevique sobre esta cuestión y sobre la necesidad de romper con la Segunda Internacional influenciaron profundamente el movimiento de la izquierda comunista alemana entre otros. La posición Bolchevique contra todo compromiso con el gobierno democrático burgués de Kerensky y el llamado de “todo el poder a los soviets” constituyen contribuciones positivas, a la práctica revolucionaria. Aunque no es nuestro propósito profundizar sobre la experiencia rusa en este artículo, queremos sin embargo puntualizar que estas posiciones merecen la atención y el estudio de los revolucionarios y no pueden ser simplemente eliminadas por la idea de Spartacusbond de la “esencia” del Bolchevismo o pretendiendo que todo esto era una maniobra maquiavélica para hundir a los obreros.
Tomar en cuenta la contribución positiva de los Bolcheviques sobre estas cuestiones, no puede de ninguna manera ser interpretado como una apología de la posición Bolchevique sobre el partido o sobre otros aspectos de la lucha de clases. Si los Bordiguistas hacen la apología de cualquier frase o palabra de Lenin, el Spartacusbond hace todo lo contrario y condena todo lo que los Bolcheviques hayan podido decir. Desgraciadamente para el Spartacusbond la historia proletaria no puede ser reducida a las simplificaciones de “todo es bueno o todo es malo”.
Estamos enteramente de acuerdo con Spartacusbond en que los consejos obreros son el instrumento esencial del poder proletario, las organizaciones unitarias de la clase, y de la democracia proletaria para la lucha revolucionaria y la venida del socialismo. Estamos de acuerdo igualmente en que la existencia de partidos es un vestigio de una sociedad dividida en clases. Desafortunadamente, el hecho de que el proletariado sea una clase explotada significa que el poder de las “ideas dominantes”, la ideología burguesa, retarda y bloquea el desarrollo homogéneo y simultaneo de la consciencia de clase en el proletariado. Por consiguiente, es inevitable y necesario que aquellos que pueden ver las raíces de la lucha más claramente se organicen y traten de propagar esas ideas en la clase. Este objetivo no puede ser alcanzado en tanto que individuos aislados e ineficaces o de grupos locales, así como tampoco a través de actividades limitadas, a decir a los obreros “formen consejos obreros” o reducirse a la idea ridícula de decir a los otros revolucionarios “no os organicéis”.
La clase obrera tampoco necesita de los revolucionarios para que la empujen a formar consejos obreros. En los períodos revolucionarios los obreros han formado sus consejos obreros sin que se les haya tenido que indicar los pasos a seguir para realizar esta operación. En el pasado, cuando la clase obrera estaba inexperimentada, los revolucionarios jugaron un papel importante al alentar la formación de las organizaciones de lucha económica, los sindicatos. Hoy en día, el período es diferente y la formación de los consejos obreros no es ya el resultado directo de la agitación revolucionaria, sino un movimiento relativamente espontáneo de la clase en respuesta a las condiciones objetivas.
La tarea de la organización revolucionaria es más bien una cuestión de clarificación de las perspectivas por la lucha, de definición de los objetivos y de denuncia clara y contundente de los peligros de las luchas corporativas y parciales.
No hay oposición entre los consejos obreros y el partido, entre el todo y una de sus partes. Cada uno tiene un papel que jugar en la vida de la clase.
El rechazo por el Spartacusbond del papel de una organización revolucionaria internacional, sin hablar ya de un partido, no es una continuación de las ideas centrales del KAPD; refleja las ideas de la fracción Ruhle que salió de KAPD, y estas ideas fueron parcialmente desarrolladas en los años 30 durante el período de derrota y de desmoralización. A pesar de las numerosas contribuciones del comunismo de los consejos para reforzar la idea de la importancia de los consejos obreros, las teorías de algunas de sus tendencias y particularmente Spartacusbond permanecen inacabadas y parciales. Ellos permanecen prisioneros de la dinámica leninista, aunque ellos han tomado simplemente la contrapartida: en lugar de decir “el partido es todo”, ellos dicen “el partido no es nada”.
“Sin embargo, no hay objeción al estudio y a la cooperación internacional de los grupos que pretendan estimular la lucha autónoma de los obreros. Pero esos grupos no pueden crear un nuevo movimiento internacional de la clase obrera” (Boletín N° 2, pág. 4).
Esto significa que durante el tiempo que los grupos revolucionarios “estudian” y “cooperan”, están formando parte de la clase. Pero que tan pronto como ellos quieran llevar la “cooperación” de los grupos locales o nacionales al nivel de una organización internacional, con posiciones de principio, teniendo una función activa en la clase, dejan de formar parte de esta última y Spartacusbond condena entonces sus esfuerzos. Cada país por sí mismo, cada grupo por sí mismo – y por encima de todo, no unirse internacionalmente por que el reagrupamiento los convertirá en “líderes” y “leninistas”. Aparentemente no sólo el poder corrompe, sino que también la organización. Esta incoherencia fundamental es teóricamente insostenible. Pero más fundamentalmente, la influencia de este miedo y de esta resistencia al reagrupamiento debilita al movimiento obrero y detiene los esfuerzos de la nueva generación de revolucionarios por crear las respuestas organizativas a las necesidades de la nueva situación revolucionaria de hoy.
J.A.
Los consejistas de hoy en día como aquellos de los grupos holandeses, Spartacusbond y Daad en Gedachte, se distinguen sobre todo por su confusión Menchevique, que llega a cumbres patéticas cuando la cuestión de la revolución Rusa es planteada.
Los comunistas de consejos que en los años 30 militaron en la lucha de clarificación en contra de la contrarrevolución, y que escribieron para correspondencia internacional de Consejos y otras publicaciones comunistas, eran sin lugar a dudas bolcheviques. Sus tradiciones eran enteramente proletarias. En la desmoralización y confusión causadas por la derrota de la Revolución Mundial, ellos trataron de entender las razones del reflujo dentro de un marco proletario aunque defiendan algunas concepciones erróneas. Confrontados con la declinación de la revolución proletaria ellos también comenzaron a declinar. Que diferente fue cuando ellos formaban un todo con la revolución proletaria en el levantamiento, cuando entusiastamente se zambullían en la, al parecer, ola irresistible de lucha clasista marcando el período de 1917 al 1923. El Menchevismo nunca pasó esas tesis de eventos: atacó a la revolución proletaria desde sus comienzos hasta el fin.
Tal como el zorro que en la fábula se alejó de las uvas inalcanzables murmurando que después de todo debían de estar agrias, los “consejistas” de hoy tratan a la revolución de octubre como una revolución burguesa. Como hemos dicho anteriormente, los comunistas de izquierda alemanes y holandeses que comenzaron a exponer una teoría de la “Revolución Burguesa” en los años 30 para poder explicar la contrarrevolución rusa, fueron una corriente comunista auténtica. Esto fue pese a sus tentativas, pero erróneas, aseveraciones dadas como razones para la recaída de la revolución Rusa. Los consejistas de hoy, así y todo no constituyen una tal corriente revolucionaria. Ellos no son más que su descolorido y empobrecido residuo, compartiendo (y contribuyendo más a la confusión) a todos los posteriores defectos de los comunistas de izquierda alemanes y holandeses, pero es más decido el hecho de que ellos no comparten nada del ardor original, o creatividad y coherencia que distinguían a la izquierda alemana y a la holandesa: en suma, ninguna de sus virtudes. Los revolucionarios del KAPD, y los de otros grupos que se identificaban con su posición, comenzaron como militantes comunistas quienes apoyaron sin reservas la revolución de Octubre, porque se dieron cuenta que era el momento correcto para desplegar la revolución mundial. Lo que ellos dijeron después cuando la ola revolucionaria mundial estaba retrocediendo, es otro asunto. En la desmoralización y retirada, las minorías comunistas se hacen inevitablemente más confusas y cometen errores, especialmente cuando toda la clase ha sufrido derrotas. Pero aclaremos esto: Spartacusbond, Daad en Gedachte y compañía tomaron de entre los restos de toda la confusión y desmoralización de lo que una vez fue una autentica fracción revolucionaria. En esto radica toda la diferencia.
Un examen a algunas declaraciones hechas por Spartacusbond demuestra notoriamente su completa regresión de cualquier posición revolucionaria.
“La tercera internacional, siendo promovida por una estructura económica y políticamente atrasada- en la realidad burguesa- (si) de la Rusia revolucionaria era una estructura organizativa del pasado, al menos para Europa Occidental”. (Boletín del Spartacusbond, N° 2, pág. 3). Y:
La declinación de la revolución “fue el resultado de la estructura de _Rusia y del socialismo de estado que existía en el bolchevismo desde el comienzo y lo que solamente podía resultar en un capitalismo estatal” (Ibid.,pág. 3).
Cajo Brendel, un “consejista” colaborador de Daad en Gedachte, también cree que la revolución de Octubre fue “burguesa”:
“Por algún tiempo la revolución (burguesa) Rusa parece que tuvo una gran influencia para desarrollos burgueses similares en Asia y Africa”. (Cajo Brendel, Tesis sobre la Revolución China, panfleto de Solidarity N° 46, Londres 1974, pág. 3).
Observando la repugnante adulteración creciente del marxismo y de las necesidades de la revolución mundial perpetuada por Moscú y el Comintern, los comunistas de izquierda alemanes y holandeses de los años 20 reaccionaron en muchas formas confusas. Algunos como Gorter y Pannekoek, comenzaron a decir que lo que había sucedido en Rusia era algo “inevitable” debiéndose al retroceso económico ruso; Otto Ruhle y muchos otros abiertamente mantuvieron que Rusia había tenido una revolución “Burguesa”. Hasta el Materialismo y Empirio-Criticismo de Lenin, en la opinión de Pannekoek, filosóficamente era un producto del nivel económico del escaso desarrollo burgués en Rusia, y así el Bolchevismo era cada vez más visto como un tipo especial de “híbrido” del movimiento burgués jacobino, “forzado” por la historia a establecer un capitalismo estatal en Rusia. Siguiendo este tren de pensamiento pero añadiéndole sus propios aderezos filisteos, Brendel llama a los bolcheviques “idealistas políticos” (Ibid., pág. 2) sentenciados a ser “repentina y horriblemente” despertados a la realidad del capitalismo estatal. Paul Mattick, que se convirtió en otra voz “consejista”, puso en claro una idea similar: para los bolcheviques “estar en el poder bajo las condiciones actuales significó aceptar el papel histórico de la burguesía pero con instituciones sociales diferentes y una ideología diferente”. (Paul Mattick, “Control Obrero” en La Nueva Izquierda, Boston, 1970, pág... 388). De acuerdo con Mattick la necesidad objetiva de la revolución Burguesa co-existió en la ola revolucionaria proletaria (desencadenada por la primer Guerra Mundial) que él califica de “débil”. Así . todo lo que sucedió en Rusia fue inevitable a causa de su retraso económico, de la ideología capitalista estatal bolchevique y de la debilidad del proletariado mundial. Bajo la superficie de estas expresiones podría tal vez encontrarse algo profundo como: “Es malo todo lo que termina mal”.
Defendiendo la Revolución Rusa contra el Menchevismo y los renegados como Kausky, Luxemburgo y los comunistas de Occidente que apoyaron el régimen Bolchevique sostuvieron que en 1914 el capitalismo entró en su muy esperado período de decadencia. De ahí que la revolución Rusa fue un eslabón en la creciente cadena de revoluciones proletarias. La guerra imperialistas había dado un golpe mortal al ascendente período de desarrollo capitalista. De ahí en adelante el programa comunista máximo, estaba en la agenda inmediata de la humanidad. La clase obrera estaba enfrentando la alternativa de socialismo o barbarie en ese momento. La espiral del ciclo guerra-reconstrucción–crísis-guerra, apareció en la historia con todos sus efectos mortales significando que nuestra época es también la época de la revolución mundial.
Hablar de “revoluciones burguesas” bajo tales condiciones, o acerca de “necesarios escenarios capitalistas” previos a la revolución proletaria cuando el capitalismo mundial daba señas agónicas de decadencia fue realmente la cima del cretinismo Kautskista. Kautsky y los Mencheviques se opusieron a la Revolución de Octubre por el hecho de que el desarrollo económico ruso estaba muy atrasado, permitiendo solamente la creación de una república burguesa. “Teóricamente esta doctrina... siguiendo el descubrimiento original “marxista” de que una revolución socialista es un asunto nacional y, por así decirlo, doméstico en cada país moderno, tomado por sí mismo”, dijo Rosa Luxemburgo (La Revolución Rusa, en Los Discursos de Rosa Luxemburgo, Nueva York, 1970, pág. 368). Pero los marxistas de su época entendieron que el desarrollo burgués era imposible dentro de los límites de la sociedad burguesa. Esto se aplica a todos los países, desde Rusia a Paraguay. Las conexiones mundiales del capital, que convierte a todos los países en un solo organismo integrado, el mercado mundial, no da lugar a las teorías de “excepcionalismo” tan defendido por lo izquierdistas de todo tipo y convicción. Ya en 1905-6, Parvus y Trotsky habían comenzado a comprender esta realidad, después de la experiencia de la Revolución Rusa de 1905. Lenin y Luxemburgo adoptaron este punto de vista firmemente en 1917, y comprendieron que el proletariado ruso podía solamente tomar el poder como un preludio a la revolución socialista mundial. No era que los trabajadores rusos tenían que tomar el poder par completar la “revolución burguesa” aunque sea de pasada, pero sí, que la crisis del capitalismo mundial permitía solamente una ininterrumpida e inmediata lucha hacia el socialismo.
Los argumentos de Kausky, Plekhanov, Martov y todos los doctrinarios del capitalismo nacional, fueron completamente refutados en la ola revolucionaria de 1917 a 1923. El hecho de que esta ola fue finalmente destruida no altera de ningún modo la conclusión . Si los fracasos de la revolución proletaria en el período de decadencia son siempre a causa del “retroceso económico”, entonces no hay esperanza par el comunismo. La decadencia capitalista significa precisamente que las fuerzas productivas eran cada vez más constreñidas y apretujadas por las propias relaciones capitalistas de producción. En otras palabras, el capitalismo en decadencia podrá solamente detener y limitar el desarrollo de las capacidades productivas de la humanidad; podrá solamente mantener el retardo económico como un todo.
Las razones para la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23 son muy complejas para discutirlas aquí. Es suficiente hacer notar que las respuestas verbosas de los Mencheviques acerca del “atraso” de Rusia solamente confunden la cuestión. Las raíces de la derrota proletaria durante la época de la revolución, se hallan principalmente al nivel de la consciencia proletaria, lo que ayuda a explicar factores subjetivos como el apego a viejas tradiciones e insuficiente claridad en lo que respecta al programa comunista, factores que tal vez en un momento dado paralicen la clase como un todo y permitan al capitalismo recobrar la iniciativa. Los aspectos subjetivos de la clase asumen así un aspecto socio-material que puede en ciertos momentos, convertirse en obstáculo objetivo. Pero el determinismo mecánico de los Kauskistas no tiene nada que decir acerca de este proceso que es parecido a un proceso “orgánico” más que a un proceso matemático. Era por lo tanto una regresión teorética para aquellos comunistas de izquierda, que fueron más tarde llamados comunistas de “consejos”, para revivir los argumentos Mencheviques de la inevitable naturaleza “Burguesa” de la Revolución Rusa. Haciendo esto, estos militantes se fueron en contra hasta de su propio pasado, y en contra de una de las más grandes experiencias obreras. Sí, fue cierto que la Revolución Rusa fue ahogada en sangre por la contrarrevolución mundial expresándose a través del “estado obrero” en Rusia. Y fue más doloroso aún ver a los bolcheviques asumir el mando, la tarea de capataz, en esta degeneración. Pero esto no niega la naturaleza proletaria de Octubre, cuya derrota significa una monstruosa debacle de la clase mundial trabajadora.
Solamente la estupidez puede entonces orgullosamente elevar su diminuta frente y encontrar una “revolución burguesa” en medio de la carnicería. Si las “revoluciones burguesas” emanaran de los huesos y sangre de millones de derrotados proletarios con conciencia de clase o enfocándolo de una manera diferente, si las “revoluciones burguesas” emanaran de los huesos y sangre de millones de derrotados proletarios con conciencia de clase o enfocándolo de una manera diferente, si las “revoluciones burguesas” son lo que los trabajadores pueden simplemente llamar contrarrevoluciones, entonces sin lugar a dudas personas como Noske, Scheidemann, Stalin, Mao, Ho, Castro y muchos otros, son “revolucionarios burgueses”. Pero sólo la insolencia y lo obtuso puede honestamente comparar a Cronwell, Robespierre, Saint-Just, Garibaldi, Marat, o William Blake, con esos abortos sangrientos del capitalismo decadente. Escritores como Brendel se sobrepasan en insolencia. Sus profundas declaraciones concernientes a la historia de la revolución proletaria contrastan sorprendentemente con la trivialidad de expresiones como: “La Revolución China tuvo esencialmente (no en detalles) el mismo carácter que la Revolución Rusa en 1917. Pueden haber diferencias entre Moscú y Pekín, pero tanto China como Rusia están en camino hacia el capitalismo estatal. Tal como Moscú, Pekín persigue una política exterior que tiene poco que hacer con la revolución fuera de Asia (ni siquiera “revolución” de clase media). (Brendel, op. cit. Pág. 2)”.
De este modo las revoluciones son lo mismo que las contrarrevoluciones, Lenin y Trotsky son lo mismo que Mao y Chou En-Lai. El aspecto más reaccionario de esta salsa “revolucionaria” es que implícitamente denigra y amortaja en extrema confusión los momentos vitales y complejos del movimiento obrero. Brendel, el abogado eterno del eterno desarrollo capitalista, piensa que es capaz de juzgar lo que el paternalísticamente llama “idealistas políticos”. A los Bolcheviques el los compara con Mao, el heredero de Stalin y autodesignado semi-dios de 800 millones de seres humanos. Con un rápido lavado de manos nuestro Poncio Pilatos niega cualquier responsabilidad histórica por el curso de la Revolución Rusa. Todo lo que tenía que ser fue, pero “No fue la inmadurez rusa lo que fue probado en los eventos de la guerra y en la Revolución Rusa”, afirmó Luxemburgo, “pero sí, la inmadurez del proletariado alemán para el logro de su tareas históricas”. Brendel, por su puesto no vislumbró nada de esto. En sus pensamientos tortuosos, él también, como Kausky y los Mencheviques tropezó y cayó dentro de la letrina que el movimiento obrero había colocado a un lado para aquellos siempre “inmaduros” para entender la revolución comunista.
Brendel habla fácilmente acerca del acaecimiento de toda clase de revoluciones -clase media, capitalista estatal, burguesa y hasta campesina. A todo se hace mención, excepto a la revolución proletaria, que se mantiene en él como un libro cerrado con siete sellos. De acuerdo con él, la revolución burguesa es inevitable en áreas atrasadas y el drama sigue en una búsqueda desesperada por actores que la lleven acabo. Así: “Ni en Rusia ni en China podía triunfar el capitalismo excepto en su forma bolchevique”. (Ibid., pág. 11). Pero en ninguna otra parte su concepción Menchevique se muestra más abiertamente que aquí:
“Tanto en Rusia como en China las revoluciones tuvieron que resolver las mismas tareas políticas y económicas. Ellos tuvieron que destruir el feudalismo y liberar las fuerzas productivas de la agricultura, de las cadenas en las cuales las relaciones existentes las limitaban. Ellos tuvieron que destruir el absolutismo y remplazarlo por una maquina estatal que facilitara soluciones a los problemas económicos existentes. Los problemas económicos y políticos fueron aquellos de una revolución burguesa, esto es, de una revolución que iba a hacer del capitalismo el modo dominante de producción”. (Ibid., pág. 10).
El mensaje es claro: el proletariado “tuvo” que ser fragmentado en diferentes unidades nacionales, que en su turno tuvieron excepcionales sendas de desarrollo que estaban separadas de la del mercado mundial y de la economía mundial. Cada capital nacional es autártico y la acumulación puede proceder muy bien desde un confín puramente capitalista. Los únicos límites para una sana acumulación serían las sorpresivas revueltas de los “alteradores del orden” (a lo cardan/Solidaarity) o una eventual “caída de la tasa de ganancias” (a lo Grossman/Mattick). Lo importante aquí es la concepción que tiene Brendel de la revolución proletaria: una concepción burguesa, nacionalmente fragmentada, localista. Pero entonces ¿cómo puede el proletariado mundial afirmarse como una clase unificada? ¿Cómo puede ser esto posible si cada proletariado hace frente a una condición nacional fundamentalmente diferente? ¿Qué unificará materialmente la lucha de clase ascendente para el socialismo mundial? Brendel y los otros escritores del “consejismo” hacen silencio en este punto guardando todas sus energías, presumiblemente, para resaltar encantamientos acerca de consejos obreros o “auto-gestión obrera”.
Brendel, mismo, está exento de cualquier cuidado concerniente a estas preguntas. Por ejemplo, las luchas de los obreros chinos de acuerdo a él fueron derrotadas: no porque estas luchas se encontraban a la merced de la contrarrevolución mundial (ya triunfante en Rusia, Alemania, Bulgaria, Italia, etc.), sino por la “insignificancia” obrera en números! Pero nosotros debemos permitir a Brendel delinear su propio curso de pensamiento: “Ha sido clamado por algunos que estos levantamientos fueron intentos del proletariado chino para influenciar eventos en una dirección revolucionaria. Este no podía haber sido el caso. Veintidós años después de las masacres en estas dos ciudades, el Ministerio Chino de Asuntos Sociales anunció que en China habían catorce ciudades industriales en una población de entre 400 a 500 millones de habitantes. Los obreros industriales componían menos del 0,25% de la población. En 1927 estas cifras deben haber sido todavía más bajas.”
“Con el proletariado insignificante como clase en 1949, parecía inverosímil (sic) que ellos pudieran embarcarse en una actividad de clase revolucionaria veintidós años antes. El levantamiento de Shangai en marzo de 1927 fue sostener la expedición norteña de Chiang Kai-Shek. Los obreros sólo jugaron un papel insignificante en él aunque Shangai era la ciudad más industrializada de China, donde un tercio del proletariado chino vivía. El levantamiento fue ”democratico-radical” antes que proletario en naturaleza y fue sangrientamente reprimido por Chiang Kai-Sshek porque él detestaba el jacobinismo y no porque él temiera al proletariado. La así llamada “Comuna de Cantón” no fue más que una aventura provocada por los Bolcheviques chinos en un intento de lograr lo que ellos no habían podido obtener en Wu Han.”
“El levantamiento de Cantón en 1927 no tuvo perspectiva política y expresó una resistencia proletaria no más que el KTT (Partido Comunista Chino) expresó aspiraciones proletarias. Borodin, consejero del gobierno ruso, dijo que él había vendido a China para pelear por una idea: fue por ideas políticas similares que KTT sacrificó a los obreros de Cantón. Estos trabajadores nunca desafiaron seriamente a Chiang Kai-Shek y a la derecha del KTT; el único serio, sistemático y sostenido desafío vino del campesinado”. (Ibid., pág. 15).
La acusación de que los obreros chinos nunca “desafiaron seriamente “ al capital chino es una completa malinterpretación. Cualquier acción propia del proletariado desafía al capitalismo aunque desde los primeros momentos los obreros no estén conscientes de sus propias metas finales y fuerza potencial. Pero el capital si lo presiente, y esa es la razón por la cual Shiang, Stalin, Bukharin y Borodin ayudaron a estrangular el movimiento revolucionario chino. Pero, ¿qué criterio usó Brendel par hacer esta aseveración sin sentido, esta aserción de un “no-existente” desafío proletario?. ¿Alguna vez el Soviet de Petrogrado de febrero de 1917, controlado por Mencheviques y liberales, “desafió” al capital ruso? La respuesta de Brendel sería “no”. En hechos, para él los obreros nunca deben pensar en desafiar al capitalismo ya que todo lo que ellos están limitados a obtener es capitalismo estatal, “jacobinismo”, etc. Los trabajadores chinos en Shangai, Hankow y Cantón, por supuesto se sublevaron por medio de los miles de comités de huelga creados y destacamentos armados que por su propia naturaleza hubieran tenido que confrontar no solamente a Chiang sino también al partido comunista chino, si la clase quería sobrevivir políticamente y conectarse con la lucha de clase mundial. Pero como no había ya una revolución mundial a la cual conectarse no se abrió ninguna perspectiva para la sublevación del proletariado chino. El movimiento proletario fue definitivamente estrangulado por la reacción política mundial en 1927, y no por su falta “numérica” de fuerza. El peso del proletariado en la economía y su carácter de clase internacional es, con su conciencia, la única base real par su lucha. Las difamaciones de Brendel en contra del proletariado tienen sin embargo, un más ominoso tinte. Él está en contra de las “aventuras” pero solo mientras sean proletarias. Cuando el habla acerca del campesinado se muestran sus verdaderos colores. Así que fueron los campesinos los que presentaron...” el único desafío serio, sistemático y sustancial...” al KTT. Ninguna aventura aquí por favor
La lógica de suposición fluye, casi majestuosamente: “Después de los veinte años de tentativa de ataque, las masas campesinas descubrieron al fin como unificarse en una fuerza revolucionaria. No fue la clase obrera que era muy débil todavía, la causante de la caída de Chiang Kai-Sshek sino las masas campesinas organizadas dentro de una democracia primitiva en guerrillas armadas. Esto demuestra otra diferencia fundamental entre Rusia y China y sus revoluciones. En Rusia fue donde los obreros estuvieron a la cabeza de los eventos en Petrogrado, Moscú, Kronstadt y la revolución progresó desde las ciudades hacia los campos. No así en China donde el caso fue lo opuesto. La revolución avanzó desde las áreas rurales a las urbanas”. (Ibid., pág. 16).
No se trata ya de la revolución proletaria luchando contra el capitalismo; no, ahora es una cuestión de “revoluciones” en abstracto, de dramas en busca de autores y actores. La idea de que los campesinos estuvieron organizados en una “democracia primitiva” en guerrillas armadas no es más que una apología cínicamaoista, típica de escritores como Edgar Snow.
“En China, tal como en Rusia, no fue el partido el que enseñó el camino a los campesinos – fueron los campesinos quienes le mostraron el camino al partido”.. (Ibid., pág. 17).
La lógica de esta posición está clara, aunque no está deletreada así por el poco ingenio de Brendel: si las masas campesinas le enseñaron el camino a la burocracia, entonces se entiende que la burocracia puede ser controlada desde abajo. Siendo así los comunistas deberían apoyar esa burocracia en contra de otras fracciones capitalistas que no permiten dicho control (esto es, de Chiang). El movimiento marxista del siglo 19 en el período ascendente del capitalismo no reparó en hacer esto cuando apoyó luchas genuinas de liberación nacional: tuvo que apoyar los embates de los demócratas pequeños burgueses o avanzadas fracciones capitalistas en sus luchas contra grupos reaccionarios o absolutistas. La jerizonga ética de Brendel y compañía, en todo caso no permite tales implicaciones. La verdad es que el campesinado chino fue movilizado por el partido comunista de Mao durante y después de la guerra anti-japonesa como carne de cañón para el embutido imperialista. Durante la segunda guerra mundial el PC de Mao fue simplemente aliado de la facción democrática imperialista en lucha contra el fascismo imperialista. Brendel no es de la clase que se hubiera opuesto a ese tipo de guerra. En china el hubiera estado de parte de las “guerrillas armadas democráticas de los campesinos”. (sic!). En otras palabras, el hubiera estado con los aliados, como lo hicieron todos los liberales y Stalinistas. Nuestro Poncio ha dado a entender en todo caso, que a él no le gustan las cosas dichas de esta forma; directo en la cara. Pero las tradiciones del movimiento obrero lo demandan, porque esta es la única forma en que el proletariado puede afirmar su programa revolucionario contra los escribas confusos y abiertamente reaccionarios.
Así de este modo, hemos visto como el Menchevismo (el viejo y el nuevo estilo) inevitablemente lleva a la capitulación a diferentes facciones capitalistas. No hay nada neutral en la lucha de clases, y aquellos filisteos que advierten que “no todo es blanco o negro, el gris también existe”, ignoran el hecho de que para poder apreciar las gradaciones en el color, uno primero debe determinar qué es blanco y qué es negro. Otra expresión de esta confusión reaccionaria aparece en el siguiente extracto tomado de un panfleto publicado por Solidarity, un grupo que ha sido influenciado por el “consejismo” en su forma degenerada:
“Solo porque la organización frontal comunista, es a veces forzada a la lucha, aunque sea solo por “representarse” así misma como “líder” de esa lucha, el revolucionario no debe desertar de esa lucha. Hacer esto es desdeñar, en una lucha los términos que fueron determinado por una clase. Desdeñar equivale sostener que los términos de la clase han sido decididos por el “partido” y no la “clase”. Tal decisión en estas circunstancias sería totalmente reaccionaria”. (Bob Potter, Vietnam: ¿La Victoria de Quién? Panfleto de Solidarity 43 Londres, 1973, pág. 29).
Por lo tanto, para el sofista Potter, la “clase determina” los términos de la lucha. De este modo los guerrilleros de Tito, el Octavo Regimiento inglés, los Rangers Norteamericanos en el Día-D, podrían ser llamados expresiones de la clase” “determinado” su lucha “antifascista” en1930-45, tal como la “clase” supuestamente “determino” la lucha contra Thieu y el imperialismo yanky. La apología es otra vez un truco Stalinista barato. En efecto, significa la completa degeneración de esas ideas, que bajo la pretensión de apoyar a la clase “de abajo” se va a capitular ante las facciones capitalistas que están retratadas como expresiones, aunque distorsionadas de la clase obrera.
En su introducción de 1970 para la Tesis de Brendel, los cardanistas de Solidarity de Aberdeen mostraron exactamente la total subordinación del “consejismo” actual a la ideología izquierdista del tercermundismo.
“A pesar de todo, las luchas de la gente de las colonias hicieron una contribución al movimiento revolucionario. Que poblaciones campesinas pobremente armadas podían resistir las enormes fuerzas del imperialismo moderno, destrozó el mito del invencible poder militar tecnológico-científico del Occidente. La lucha también reveló a millones de personas la brutalidad y racismo el capitalismo y guió a muchos, especialmente jóvenes y estudiantes, a luchar en contra de sus propios regímenes. Pero la resistencia de la gente de las colonias contra el imperialismo sin embargo, no implica para esta o aquella organización comprometida en la lucha”. (Panfleto de Solidarity de Aberdeen 2, pág. III).
La última frase es falaz dado que la precede y en cualquier caso es meramente añadida para apaciguar algunas malas consciencias.
Estas concepciones son un resultado inevitable de los años de esterilidad y confusión que finalmente destruyó el movimiento consejista. El Menchevismo también fue resucitado por el consejismo (y los Bordiguistas que hablan acerca de la “revolución colonial” fervientemente unidos en esta particular asociación).
De acuerdo a la leyenda bíblica, Jesús resucitó a Lázaro, y si toda la evidencia es verdadera, parece que nadie le criticó la hazaña. El caso hubiera sido diferente si Jesús hubiera en cambio elegido resucitar a Herodes, Jerjes ó cualquier déspota Sumerio sediento de sangre. Esta clase de “salvador” rápidamente se hubiera ganado un justificable desprecio por parte de sus contemporáneos. La hazaña de Spartacusbond, Dada en Gedachte, etc., en resucitar el Menchevismo por dos veces no es menos ofensivo para el movimiento obrero
Nodens
Una tesis concebida a escala nacional, estudia la situación de la Italia contemporánea “in vitro”, según la diferencia de nivel, la desigualdad de desarrollo entre el Norte industrial y el “Mezzogiorno” que se caracteriza por una agricultura fundada sobre un sistema de pertenencias y latifundios, región en donde a principios de este siglo, el promedio de las ganancias era un 50% más bajo que el de las provincias del Norte. Es ésta la tesis del alumno de B. Croce, del intervencionista de 1914, del revisionista que decreta que Octubre no comprobó el análisis de Marx, A Gramsci, de quien hereda la “nueva izquierda” y a quien ésta intenta presentar como el teórico más original del marxismo en el mundo no ruso.
Una tesis concebida a escala nacional, estudia la situación de la Italia contemporánea “in vitro”, según la diferencia de nivel, la desigualdad de desarrollo entre el Norte industrial y el “Mezzogiorno” que se caracteriza por una agricultura fundada sobre un sistema de pertenencias y latifundios, región en donde a principios de este siglo, el promedio de las ganancias era un 50% más bajo que el de las provincias del Norte. Es ésta la tesis del alumno de B. Croce, del intervencionista de 1914, del revisionista que decreta que Octubre no comprobó el análisis de Marx, A Gramsci, de quien hereda la “nueva izquierda” y a quien ésta intenta presentar como el teórico más original del marxismo en el mundo no ruso.
Sobre este tema, el marxismo no puede ser más claro: si las tierras del sur, presas de un sistema semi-feudal, constituyen uno de los principales centros de emigración, mientras que la reserva de riquezas del llano aluvial del Po es objeto de grandes cuidados por parte del capitalismo, esto se debe fundamentalmente a las condiciones del mercado mundial y a la consecuente división internacional del trabajo. Ilustrado esta visión diremos que esta emigración que despuebla las provincias meridionales correspondió a la crisis mundial y a la gran depresión agrícola del final de siglo. La adopción del proteccionismo fue el acto de nacimiento del capital italiano, favoreciendo a los agrarios del llano del Po y asegurándole sus rentas a los terratenientes ausentes. El descubrimiento de azufre en Lousiana representó la ruina de Sicilia que, durante largo tiempo fue la única extractora.
El capitalismo italiano surge “post festum” en una situación en que las potencias ya se han prácticamente compartido todo el mundo. A este capitalismo despojado de derecho de primogenitura le van a corresponder las partes del mundo que no les interesaba a las grandes potencias, no porque éstas fueran filántropos, sino que consideraron los fuertes gastos que le hubieran costado a las metrópolis colonizadoras. Pero Italia seguirá reivindicando incansablemente nuevos dominios de expansión para elevarse al nivel de las otras potencias. En una situación coyuntural desfavorable al imperialismo italiano se verá crecer la semilla de un nacionalismo que define a Italia como” la gran proletaria de las Naciones”, sobre ese camino, Mao tuvo predecesores en las personas de Crispi, Corradini o Mussolini, el otro piloto que con el lenguaje de Dante se llamó “Duce”.
En la época de rivalidades imperialistas crecientes, Italia puso en marcha su economía de guerra con la esperanza de utilizarla luego par su propia política de conquista territorial. Se preparaba así a conquistar una parte de las zonas en disputa donde hubiera podido encontrar las principales fuentes de materias primas que tanta falta le hacían a la economía metropolitana. Y es que los trabajadores italianos al contrario de sus hermanos de clase ingleses, belgas, franceses u holandeses no participaron de ninguna manera en los repartos de los botines imperialistas.
El desarrollo de ciertas industrias, particularmente de la siderúrgica, de la química, de la aeronáutica, de las construcciones navales, marca su progresión de éxitos que impresionaron hasta a los más incrédulos expertos de la metrópolis capitalistas. El esfuerzo de guerra italiano, que aumenta la red ferroviaria de 8.200 Km. en 1881 a 17.038 en 1905, todos los ingenieros, financieros, escritores y políticos que visitaron la península en esta época lo saludan unánimemente. Debiéndole mucho en cuanto a su desarrollo a la afluencia de capitales franceses invertidos masivamente en la economía italiana a partir de 1902, y a la fuerte participación bancaria suiza y germánica, Italia construye en el Norte del país potentes centrales hidroeléctricas. Este esfuerzo va a permitirle suplir las insignificantes extracciones de carbón del Valle de Aosta y electrificar las vías de ferrocarril que servirán ulteriormente para transportar carne de cañón... pero verán también formidables levantamientos de soldados y de huelgas de empleados del ferrocarril, las cuales fueron declaradas ilegales.
En el curso de este breve período de enderezamiento económico, el poder político pasará de las manos de los armadores y negociantes a las de los jefes de empresas de Lombardia y del Piemonte.
La dificultad de encontrar territorios extra-capitalistas no ocupados había pues conducido al desarrollo de una fuerte economía de guerra. En los primeros años del siglo, los gastos militares continúan devorando la cuarta parte de los ingresos. De mayo de 1915 a octubre del 17 la producción mensual de ametralladoras pasa de 25 a 800, la de cañones de 80 a 500, la fabricación de bombas de 10.000 a 85.000 por día. En mayo de 1915 Italia no poseía casi ningún lanza bombas mientras que justo antes de Caporetto tiene 2.400.A fines de diciembre de 1914 Italia podía disponer en llamados en filas un millón y medio de hombres.
Al mismo tiempo mientras se votaba en el parlamento la compra de material a la industria pesada y los créditos de defensa, en la mayoría de los centros industriales masas de obreros en mono azul y en uniforme se echan a la calle para reclamar pan y trabajo. No hubo una ciudad que no se viera paralizada por la huelga general, no hubo un centro industrial que no se viese invadido por la ola revolucionaria ascendente. En Napoli, el año 1914 comienza con un motín contra el aumento de los alquileres. En Marzo los trabajadores de la industria estatal de tabaco comienzan una huelga que durará dos meses, Valiente como siempre el proletariado de Italia reacciona con su violencia de clase a las matanzas de sus camaradas. El 7 de junio, la “semana roja” toma a Ancona en donde se abolieron inmediatamente los impuestos; su protesta no era platónica ni se hacía por medio de peticiones sino por la forma del poder. En Bologna en Ravena, se proclama la “República Roja”, la huelga general se extiende a toda la península dividiendo inmediatamente a Italia en dos campos. Salandra, llamado al poder para liquidar las escuelas de la guerra colonial de libia debió utilizar 100.000 hombres de tropa para restablecer el orden.
Saludemos a los militantes anarquistas que pagaron con su propia vida “burlándose con razón de los pedantes burgueses que les calculan el costo de esta guerra civil en muertos, heridos y sacrificios de dinero” (Marx)
La Italia monárquica y democrática había entrado en guerra para reconquistar los países africanos perdidos después del desastre militar total de Adowa frente a los ejércitos abisinios en marzo de 1896. Trataba de restablecer sus derechos sobre Libia, derechos disminuidos por una serie de tratados franco-ingleses, y, trataba de ganar algunas posiciones en el mar rojo. El desencadenamiento del primer conflicto mundial en donde se jugaba el reparto imperialista del mundo – y no la lucha por la “libertad”, tema mentiroso de la Social-democracia- le pareció a la clase dominante italiana un medio apropiado para apoderarse de las regiones sometidas a la autoridad austríaca; Trentino, el mercado de Trieste, Istria y Dalmatia o bien a la administración francesa: Córcega y Tunisia, más de un millón de residentes de habla italiana volverían a encontrar la hospitalidad de la madre patria.
Los obreros y campesinos de Italia solo pudieron abstenerse por un año de la desolación y sufrimiento de ésta conflagración, en la cual Italia tuvo que participar para no quedarse relegada para siempre a un segundo lugar, del que trataba de salirse desde su formación como nación. La entrada tardía de Italia en el conflicto mundial traducía por una parte las dificultades encontradas por la burguesía par hacerles morder el anzuelo del intervencionismo a los obreros y campesinos italianos, por otra parte su titubeo en escoger entre las ofertas austro-alemanas y las de los aliados. Por esta razón la diplomacia de Roma jugaba sobre los dos tableros, llevando a cabo dos tratados paralelos. A los austríacos les reclamaba además del Trentino, la posibilidad de adelantar sus fronteras hasta la ribera occidental del Isenzo, apoderarse de Trieste y Carso de las islas Curzola, en el centro de las costas dalmáticas, finalmente pedían la preponderancia italiana sobre Albania. La Entente fue más generosa: al participar en la guerra de su lado recibiría, al cabo de un mes, el Alto Adigio, el Trentino, los Alpes Julianos, Trieste y Albania, además de promesas sobre la zona turca de Adalia y venía confirmada su ocupación del Dodecaneso.
Inglaterra le concedió un préstamo a Italia de 50 millones de libras (125 billones de liras).
Italia se vendía pues al mejor postor: o a la Entente o a Alemania a quien estaba ligada desde 1882. Del lado alemán, el Reichstag envió a Roma al diputado socialista Sudekum, - una especie de social – chovinista sin escrúpulos, según Lenin- encargado de hacer respetar los compromisos políticos y económicos que Italia había contraído con los dignatarios de la triple Alianza. Por su parte el gobierno francés encargó al diputado socialista Cachin comprar la asistencia militar italiana a través de Mussolini. Para demostrar el valor muy relativo que los imperios centrales le daban a Italia, a Austria le parecieron excesivas las exigencias formuladas por Roma y por consiguiente, se negó a ceder a Italia cualquier territorio perteneciente a los Habsburgo o de extenderlos más allá de la parte meridional del Trentino. Entonces el 26 de abril de 1915 Sonnino firmaba el pacto de Londres; el 4 de marzo Italia denunciaba la Triple Alianza (el bando pro-alemán).
El viaje de Cachin y de Jouhaux para hacer entrar a Italia en la pelea se reveló beneficioso para el imperialismo francés. El dinero francés se sumaba a los subsidios de los industriales interesados por la intervención, Fíat, Ansaldo, Edison para caer en las cajas del “Popolo d’Italia”. En sus columnas, Mussolini exaltaba la guerra liberadora que tiene antes que todo que “borrar las leyendas innoble de que los italianos no pelean, tiene que anular la vergüenza de Lissa y de Custozza, debe mostrarle al mundo que Italia es capaz de hacer una guerra, una gran guerra. Hay que repetirlo una gran guerra” (“Popolo d’Italia”, 1915).
Miente por los intereses de la burguesía el que describe escenas de entusiasmo de los "“gloriosos días de mayo"”por parte de los trabajadores italianos. Al mismo tiempo borra el papel que jugó la social-democracia en una guerra que se hacía por el dominio económico y políticos donde podía instalarse el capital financiero. De hecho no hubo ninguna clase obrera marchando alegremente hacia la masacre con la flor en el fusil y el himno nacional en los labios. Ni los proletarios ni los campesinos, a quien se les había sin embargo, presentado la guerra como un asunto inalienable, creyeron en los discursos patrioteros que les hacían las oficinas del Estado, ni tampoco creyeron en las promesas de un porvenir mejor una vez que se hubiera ganado la victoria sobre el enemigo.
A los primeros contactos con la realidad poco gloriosa de la guerra, el sentimiento derrotista se reanimó, pues además, los jóvenes socialistas y anarquistas se entregaban por entero a la acción de transformar la guerra imperialista en guerra civil. La única diferencia que existía entre los dos, era que los socialistas sabían perfectamente que una transformación tal estaba condicionada por el hecho que el capitalismo había llegado hasta lo último de sus contradicciones como sistema de producción, y los anarquistas creían poder llevarla a cabo por la pura voluntad de su partido. Pero los dos cumplieron con el deber elemental del socialismo en la guerra: hacer propaganda por la lucha de clases.
Los años de guerra se caracterizaron por una ola gigantesca de huelgas contra las consecuencias catastróficas de la economía de guerra, por manifestaciones de soldados en las ciudades de guarnición, y de levantamientos de obreros agrícolas. Durante todo el tiempo que duró el conflicto imperialista estallaron sin cesar graves disturbios sociales. Los obreros exigían la paz inmediata y la desmovilización general para regresar a sus casas. El ejército titubeaba, y por cierto los soldados fueron desertando. Hacia el final de octubre de 1917 se vio el principio de guerra civil en la matanza de Isonzo: el frente se desintegró, en una zona de batalla de primera importancia. La conclusión de la falta de ardor guerrero en los soldados italianos, a quienes seguramente se les habían olvidado las lecciones de Mussolini, fue el desmoronamiento del frente de Caporetto. En olas sucesivas 350.000 hombres fueron abandonando sus armas en el campo de batalla frente al avance de los austro-alemanes cuyas primeras filas utilizaban gases mortales, los reservistas italianos enviados para frenar la ofensiva y detener a los desertores rehusaron a su vez ir al frente.
Para los progresos ulteriores de la revolución esta derrota, que era la de la burguesía reaccionaria italiana, abría grandes perspectivas. La debacle de Caporetto golpeó el mecanismo gubernamental italiano: la vía revolucionaria estaba definitivamente abierta.
Gritado por los pechos doloridos de centenares de miles de soldados, desde los páramos de Galicia regados de sangre hasta las trincheras de Isonzo, el grito de derrotismo revolucionario era finalmente victorioso. A miles de kilómetros más lejos, obreros, soldados y marineros revolucionarios tomaban el palacio de Invierno en Petrogrado.
El desmoronamiento del ejército italiano, el desorden que inundó los órganos del Estado, abrieron una crisis política profunda, de las que nadie se recupera. La dependencia italiana con respecto a la entente se acentuó puesto que el generalísimo Foch y el general en jefe inglés Robertson impusieron una reorganización profunda del alto mando italiano.
Después de la desbandada del II° Ejército que puso al enemigo a un día de marcha desde Venecia, la burguesía asocia la exaltación del celo patriótico a los solemnes llamados del rey a todos los hombres de orden. A toda costa había que oponerle a la “subversión bolchevique” un frente unido pues ésta había comprendido que si la máquina de la guerra se detenía “la multitud de los obreros de las fábricas de armamentos se quedarían sin trabajo: el hambre y el frío los harán unirse a la masa de fugitivos. Será la revuelta, luego la revolución“
En nombre de la central sindical, la Confederación General Italiana del trabajo, Rigola declaró: “cuando el enemigo pisotea nuestro suelo, tenemos un solo deber: resistir”. Tréves y Turati[1] dirán algo idéntico aunque más pernicioso: “la defensa de la patria no es renegar al socialismo”. Eran de verdad los aliados de todo el bloque burgués, los contadores del imperialismo.
En toda la península de Italia, los propagandistas gubernamentales dan discursos vengadores para excitar la venganza contra el “veneno corporatista”, para levantar la moral de la población y estimular la conciencia seccional de los trabajadores. El slogan patriotero “resistir, resistir, resistir,” costó a las cajas del Estado más de 6 millones de liras constantes y sonantes. ¿cómo reanimar la moral de una tropa que manifestaba su rechazo a la masacre?, era muy simple: el ejército fue reorganizado con una pizca de democratización, otorgando permisos regulares y mejorando el jornal del soldado. Nitti, que era entonces ministro de las finanzas creó “la Sociedad Nacional de los Combatientes” para facilitar la adquisición de tierras para los campesinos después de la desmovilización.
Los militantes internacionalistas, acusados de alta traición fueron sometidos a represalias furiosas, arrastrados ante cortes marciales, enviados a primera fila en el campo de batalla. No habían solamente deseado la derrota de su gobierno sino que se habían preparado para las nuevas tareas: reconstruir una Internacional. En aquel entonces los anarquistas encabezados por Malatesta sabían que la guerra se encuentra en gestación permanentemente en el organismo social capitalista, que ella es la consecuencia de un régimen que tiene como base la explotación de la fuerza del trabajo, que ya no existen más que guerras imperialistas. Todos ellos tanto los socialistas como los libertarios, tuvieron que sufrir los castigos de la democracia. Apenas los habían perseguido y martirizado cuando ya algunos diputados del partido socialista empezaban a participar en el trabajo de ciertas comisiones parlamentarias y marchaban alegremente hacia una fusión completa con el reino, que tenían esperanzas de ver convertido en una de las primeras potencias imperialistas.
Muy justamente, Gorter expresó la idea de que la burguesía, gracias a su propia descomposición, sabiendo olfatear otra pudredumbre moral, adivinó inmediatamente la profunda corrupción de la social-democracia. Desde el principio de las hostilidades, el P.S.I. (Partido Socialista Italiano) había antes que todo tratado de evitar todo lo que hubiese podido contribuir a desviar a Italia de la neutralidad, llegando a utilizar si era necesario...la huelga general. El amor de los socialistas por la neutralidad, les hizo reunirse con la delegación socialista suiza en Lugano en octubre de 1914. De la montaña no salió más que un ratón: lanzó al mundo un mensaje de paz y de concordia; dirigió una advertencia a los camaradas de los países en guerra par luchar a favor del armisticio; tomó la decisión de presionar a los gobernantes para imponerles una acción pacifica. Allí estaba todo el maximalismo italiano que tenía en sus manos el destino del P.S.I.
La táctica del P.S.I. se centró en frenar la lucha de clases durante todo el tiempo que duró la guerra, bajo el hipócrita pretexto: “ni sabotear, ni participar”, lo que, de hecho no era más que un pisoteo de los principios mas elementales de la lucha de clases internacional. Hay que señalar que ésta posición, de lo más ambigua la compartían también el medio de los negociantes y el Vaticano, protector del imperio católico austríaco. Igual que los socialistas de la neutralidad, el papa Benedicto XV lanza su famosa circular invitando a las potencias a negociar por una paz honorable, sin anexiones ni indemnizaciones. En pocas palabras, temiendo que de la guerra pudiera surgir la revolución proletaria, el P.S.I. en su lucha ambigua contra la guerra, simplemente, lucha contra la revolución.
A pesar de sus esfuerzos por construir la Unión Sagrada, la burguesía italiana no había logrado ahogar la lucha de clases. Durante el verano de 1917, Torino se había cubierto de barricadas, en este segundo año de guerra total. El 21 de agosto, como el pan y los víveres corrientes habían faltado, a pesar de que el prefecto hubiera dado la orden, muy a pesar suyo, de que los panaderos distribuyeran la harina, los obreros de varias fábricas pararon el trabajo y se fueron a la Cámara del Trabajo; pero se tropezaron con las fuerzas del orden. A partir de ese momento, empujada por su propia dinámica, la huelga demuestra que ella no consiste en un simple paro por las mejoras de las condiciones de vida. Se transforma rápidamente en lucha frontal, puesto que después de haber fraternizado con los soldados del regimiento Alpino, los trabajadores mal armados, pelean durante cinco días contra tropas que utilizaban ametralladoras y tanques. Así fue como los grandes levantamientos de Torino no vuelven a la calma- y todavía de lo más precaria- sino después de una represión que dejó cincuenta muertos y 200 heridos.
Fue a finales de 1916 cuando, para prevenir estallidos de huelgas salvajes en un momento que la producción de armamentos tenía que funcionar a pleno rendimiento, la burguesía instituyó los Comités de movilización Industriales. Sin ningún titubeo los sindicatos habían aceptado colaborar con la construcción de este baluarte del capitalismo de estado. Municipalidades con reputación de “rojas” como Bologna, Reggio, D’Emilia, Milano, se las arreglan para “humanizar” la guerra, y, en una expresión de caridad vienen a vendar las heridas: comida, ayuda para los familiares de los militares, etc. Las Comisiones Internas, compuestas únicamente por obreros sindicalizados recibieron como misión socavar la tensión en los talleres. Se convertían en instituciones permanentes a quienes se les confiaba entre otras cosas, el derecho de preocuparse de un problema tan importante como el cálculo del trabajo a destajo o bien, el despido de los obreros. Son esas estructuras de colaboración abierta, presentes en toda fábrica desde febrero de 1919, las que los Ordinovistas tomarán como soporte de la “práxis revolucionaria”, el “gérmen soviético” de la dictadura proletaria, el medio por excelencia de organización autónoma de la clase en los sitios de trabajo. Y la clase tuvo que pelear, otra vez, contra éstos órganos auto-reguladores del capital.
Los socialistas mayoritarios no fueron los únicos que siguieron la política nacionalista de su burguesía. También lo hicieron los partidarios de Sorel y los anarco-sindicalistas (por lo menos una parte importante). Los militantes que se aliaron a su burguesía – que antes habían combatido – fueron innumerables. El veterano A. Cipriani llegó a declarar que si sus 75 años se lo permitieran, él estaría en las trincheras “de la democracia”, combatiendo la “reacción militarista germánica”. El mismo escenario de capitulación de la social – democracia ante la prueba histórica de la guerra se repetía casi punto por punto del otro lado de los Alpes. Semejante colapso generalizado de la Internacional le hacía decir a Rosa Luxemburgo que la social-democracia se había puesto al servicio de la burguesía porque, a partir del 4 de agosto de 1014 y hasta que la paz fuera firmada. “la lucha de clase no beneficiaba sino al enemigo”. También en Italia las organizaciones le pedían a los trabajadores que renunciaran a hacer huelgas, que pospusieran su lucha de clases para no debilitar las fuerzas del Estado democrático, para no comprometer la eventualidad de una paz rápida. Mientras decían esas mentiras, los beneficios de la industria pesada italiana crecían como hongos después de la lluvia, y los cadáveres llegaban a formar montañas.
Grupos de anarquistas y sorelianos lanzaban los “fasci” por la revolución europea contra la barbarie, el militarismo alemán y la traicionera Austria católica-romana.
Ejemplo tras ejemplo, la alianza de fracciones enteras de la social-democracia con la burguesía en guerra, la actividad ultra-chovinista de las organizaciones, fue un fenómeno mundial cuyas raíces estuvieron en el cambio definitivo de período del capitalismo y no en la explicación personalista que pretende que se debió a la traición de los jefes. Las decenas de años de desarrollo del P.S.I. tuvieron una influencia negativa en el programa. Se había vuelto todopoderoso a un nivel material con 223 de las 280 comunas de Emilia que tenia en sus manos, centenares de sindicatos, ligas campesinas, cooperativas y bolsas de trabajo. Pero esta potencia “terrestre” era un peso muerto para el proletariado.
Evidentemente, el paso de la social-democracia italiana al terreno burgués no se hizo en un día. Ya desde los años de 1912, en una época, aunque, como contra-partida por el abandono de sus proyectos de conquista de Marruecos y de Egipto, el imperialismo italiano había sido autorizado por los ingleses y los franceses a poner su atención en Trípoli y a preparar la conquista de Dodecaneso y de Rodas, el partido que tenía entonces 22 años, había tenido problemas con la cuestión del colonialismo. Considerando que el establecimiento de 2 millones de italianos del continente en los lugares desérticos de Trípoli ofrecería una ocasión excepcional para ocupar una masa importante de desempleados y de ocuparse de nuevo de esta vieja colonia romana, diputados socialistas, Bissolati, Proceda y Bonowi se declararon partidarios convencidos del expansionismo italiano. En el Oriente Medio, los Balkanes, Italia tenía que tomar el relevo de “el hombre enfermo”: el imperio turco. Todo ese bonito mundo de hombres políticos clamaba desde lo alto de las tribunas parlamentarias y de las estradas de los mítines, que los socialistas no podían decentemente dejarles a los adversarios de derecha, el monopolio del patriotismo. Y, ironía de historia, es el futuro “Duce” quien hará expulsar del partido a los elementos belicistas, los masones libres como “enemigos de clase” por su apegamiento inmoderado a la causa de la democracia reformista y las simpatías que aportaron a la colaboración con la burguesía.
Había sido pues, necesario, amputar los miembros gangrenados y poner un nuevo centro dirigente capaz de defender la posición de clase sobre la cuestión del colonialismo. Contra los partidarios de la conquista, la izquierda declaraba: “Ni un hombre, ni un centavo para las aventuras africanas”. Desgraciadamente, las tendencias expansionistas que se habían afirmado al interior del movimiento obrero, tenían en realidad, causas más profundas de los que creían los que habían tratado de curar el mal con un hierro candente. Cuando en Monza, en julio de 1900, surge armado el obrero anarquista Bresci para vengar a los combatientes proletarios de Milano de 1898, los periódicos socialistas salen con los signos de duelo habituales. Los socialistas estaban llorando a Humberto I. El rey-carnicero. Así pues, se puede decir que durante la primera guerra mundial, el partido italiano firmó una nueva tregua con la casa de Savoya y, por un acuerdo tácito, alió su causa a la del Estado. En vez de llamar a la lucha de clases contra el militarismo y a la solidaridad internacional, sostenía que después de los necesarios sacrificios impuestos por la causa nacional, se abriría un largo camino de prosperidad capitalista que traería una serie de reformas sociales positivas. El Estado subvencionaría mucho mejor que antes la caja de seguros contra los accidentes de trabajo, haría leyes sobre las condiciones de empleo de las mujeres y de los niños, extendería el descanso semanal a nuevas capas de trabajadores, facilitaría la participación de los asalariados en los beneficios de la empresa. Así pues, las medidas de legislación social tomadas en los años 1903-1906 durante el breve período de estabilidad económica italiana se verían ampliadas y fortificadas. El jefe de la burguesía industrial y comercial, Giliotti sostuvo los discursos adormecedores de los socialistas de la Cámara, diciendo que había que ir “a la izquierda, siempre más a la izquierda”. Al terminar la guerra, no era ese cuadro de idilio social que deseaba la burguesía y su ayudante, la social-democracia, el que podía representar la situación real italiana.
El fin de las hostilidades, que llegó el 4 de noviembre de 1918, no permitió al imperialismo italiano beneficiarse con grandes conquistas. Una vez terminada la guerra, los países de la Entente se mostraron muy avaros con las compensaciones prometidas. Aprovecharon a fondo la imprecisión del artículo 13 del pacto de Londres, Francia rehusa ceder Dalmacia a Italia, prefiriendo que, como Dantzing, Fiume sea declarada “ciudad libre” bajo la tutela de la Liga de Naciones. Además, Inglaterra y Francia autorizan la ocupación de Smyrna por las tropas griegas de Venizelos, en vez de las italianas,, y, queda descartado que Roma obtendrá su mandato sobre el Togo ex-alemán,. La adquisición de nuevas fronteras al norte y al este, la conquista de la parte adriática de Istria, del puesto de Zadar, más algunas islas pequeñas, su protectorado sobre Albania, la soberanía italiana sobre el Dodécaneso, no llegan a resolver el problema de la necesidad de mercados para la economía italiana.
La desaparición del potente rival austríaco, que debe cederle casi la totalidad de su flota mercante, reemplazado por una cantidad de pequeños estados, no le evita a Italia su más grave crisis histórica desde la constitución de su unidad nacional en 1870.
Para el gran capital, la industria pesada había constituido un campo de acumulación cada vez mayor: no solo Italia pudo garantizar su producción de armas y de sus proyectiles sino que también exportó para sus aliados vehículos y aviones. En su camino, se tropezará con la hostilidad “pacifista” de las industrias tradicionales que la habían precedido en la formación del capital italiano. Este tuvo que reconvertir la producción a tiempos de paz cuando suena la hora de la reconciliación, cuando la guerra brutal viene a ser reemplazada por la competencia comercial. Entonces los magnates de los trusts Ansaldo, Breda, Montecatini, despiden obreros pues se hace cada vez más difícil valorizar los enormes capitales invertidos hasta hipertrofiarse en las industrias de “defensa nacional”.La producción de hierro colado cae de 471.188 toneladas en 1917 a 61.391 en 1921 y, al mismo tiempo, la del acero cae de 1.333.641 toneladas a 700.433. La Fíat, que había ensamblado 14.835 vehículos en 1920, no construye más que 10.321 un año más tarde. El déficit de la balanza comercial se encontró multiplicado por casi 5% con relación a 1914; América redujo las inmigraciones de 800.000 en 1913 a menos de 300.000 en 1921-22; Inglaterra disminuyó en un tercio sus exportaciones de carbón.
Mientras el anillo de la crisis se iba estrechando, nacía el nuevo gobierno encabezado por Nitti, principalmente par levantar las ruinas de la guerra. Todo el comercio exterior italiano tenia que ser reconstituido, lo cual representaba un trabajo que estaba por encima de las fuerzas reales del país, puesto que, en ese momento, la deuda pública era de unos 63 billones de los cuales, 2/3 se habían debido a los gastos de guerra.
El estado había hecho soportar a las clases laboriosas la política guerrera por la presión fiscal, la creación de impuestos suplementarios y, sobre todo, por el aplastamiento de los salarios; el régimen fiscal italiano se había vuelto uno de los más pesados del mundo. El gabinete Nitti que va a seguir ese mismo camino, toma, el 24 de noviembre de 1919, las disposiciones fiscales siguientes:
Al mismo tiempo, introducían nuevas tasas sobre el consumo. Lo que acababa de ensombrecer la situación era la falta de materias primas, de combustible. El ritmo de la producción se estaba derrumbando, las masas de desempleados aumentaban; las posibilidades de emigración que había absorbido 900.000 obreros y campesinos en 1913, se estaba agotando. La burguesía italiana no puede readaptar su economía a las nuevas necesidades del mercado mundial, puesto que sus competidores, mejor equipados, son los que dominan ese mercado. La deuda pública que aumentaba un 1 billón por mes, como lo escribía Nitti en una carta de octubre de 1919 a sus electores, era una de las siete plagas del país: debe 14.5 billones de liras a sus aliados.
La “victoria a medias” que había obtenido el capital italiano no le daba margen de maniobra para implantar una política de “concordia nacional” como la que el social patriota había impulsado en Francia desarrollando una política de subsidios. Las huelgas estallan, en 1920 la represión gubernamental de las mismas costará 320 muertos.
No se pueden comprender realmente las huelgas masivas que sumergen a Italia si no se incluyen en la curva de la crisis general del capitalismo, que empezó en 1914, y de la erupción proletaria que surgió como repuesta a la crisis en casi toda Europa. Igual que en Rusia, el surgimiento proletario en Italia no fue sino un momento de la revolución mundial nacida de la miseria y de los horrores indescriptibles engendrados por el militarismo. Fue pidiendo pan y el retorno a sus hogares que, como un volcán, se levantaron los trabajadores italianos hambrientos y ensangrentados. Desde 1913, su salario real había bajado 27% y la guerra le costó el proletariado 651.000 muertos y 500.000 mutilados.
Primero en Roma, luego en Liguria, en Toscana hasta la punta de la bota italiana, las masas, muriéndose de hambre, asaltan los almacenes de alimentos. Frente a ello las Cámaras del Trabajo[2] juegan a fondo su papel de perros guardianes. Llenos de pánico, los comerciales que, acaparando las mercancías, esperaban poder alzar los precios, depositan las llaves de sus sacrosantas tiendas entre las manos de los jefes sindicales. Esto les asegura en cambio una protección que el estado es incapaz de dar, pues en ese momento, no dispone de fuerzas suficientes par intervenir en todos los lugares en donde hay que salvaguardar la propiedad privada. Las huelgas se volvieron tan fuertes que el estado se vio obligado a importar trigo y a aplicar un “precio restringido de pan” con subvenciones que le costaban 6 billones de liras por año. Cuando en junio de 1920, el tercer ministerio de Nitti decide revocar el precio restringido de pan, provoca inmediatamente disturbios tales que se ve obligado a retroceder. El temor de un levantamiento revolucionario era tan justificado que la cámara rechazó varias veces las proposiciones de aumento de precio del pan. Tendrá que esperar el reflujo del movimiento, en 1921, para pasar a la ofensiva, y es el neutralista, el hombre de “izquierda” Giolotti quien logrará echar atrás por fin el precio restringido del pan.
En los campos, comienzan las ocupaciones de latifundios. Son esencialmente movimientos de los desmovilizados que perdieron definitivamente toda confianza en las antiguas promesas del estado sobre un eventual reparto de las tierras. En Italia, todas las proposiciones hechas sobre la cuestión agraria por los reformadores de la era liberal o ciertos elementos esclarecidos de la iglesia católica, no hicieron, evidentemente, más que crear ilusiones falsas. La idea de crear asociaciones agrícolas, agrupando en un solo dominio comunitario, las pequeñas parcelas, germinó en la mente de algunos filántropos de los años posteriores al “risorgimento”. Causó gran entusiasmo esta posición que hacía depender el futuro de los campesinos del cultivo en común de la tierra y de compartir las cosechas proporcionalmente al aporte de cada uno en tierra, ganado, material. Los campesinos más desfavorecidos por el régimen de la propiedad de bienes raíces depositaron muchas esperanzas en la asociación libre, propuesta también por la social-democrácia.
Así fue como las asociaciones cooperativas nacieron en medio de un entusiasmo general; por parte de los campesinos porque veían en ellas un remedio para su miseria material; por parte de los socialistas porque les parecían evidentes las posibilidades que éstas contenían para crear una forma de producción transitoria, tendiendo progresivamente a la realización del socialismo.
Hubieran debido comprender muchas cosas al ver al Estado mismo impulsar las comunas rurales, el clero católico organizar las cooperativas agrícolas en sus diócesis. Pero ya el programa mínimo de reformas a obtener dentro del capitalismo había cumplido su papel. Por su práctica limitada a las condiciones particulares y nacionales de Italia, hasta por sus costumbres, la democracia socialista se volvía cada vez más el representante del capitalismo. El capitalismo aportaba una “solución” a la vieja cuestión agraria consistente en agrupar a los cultivadores en cooperativas, base de una generalización de las relaciones de producción mercantiles en el campo. Quedaba fuera de juego la vieja consigna “la tierra al no pertenecerle a nadie, los frutos sean de todos” (Babeuf). Podía entonces “resolverse” en el terreno capitalista, sin que el proletariado triunfe en su lucha histórica y organice la satisfacción de la especie humana sobre bases exentas de todo criterio mercantil.
En el llano del Po, donde se practica un cultivo intensivo, el partido socialista había organizado a braceros sobre la base de la cooperativa agrícola. Lo más importante para los empresarios era aumentar la productividad para competir con las cooperativas del Partido Popular-Católico. En Bologna, en Ravena, en Reggio Emilia, de donde partió el movimiento cooperativo, las cámaras de trabajo controlan toda la vida económica de sus provincias y, “victoria obrera suprema” deciden el precio de los víveres que distribuyen por el canal de las cooperativas. Así la clase obrera italiana iba a poder expropiar pacíficamente a la burguesía, persuadiéndola de la inutilidad de su poder. Ese era al menos el estado de ánimo de los dirigentes socialistas, orgullosos de haber podido demostrar concretamente que sus programas no eran puras abstracciones.
Refiriéndose a Owen y a los pioneros del Rochdale, Lenin decía con respecto a la concepción cooperativa: “soñaron con realizar la democracia socialista del mundo sin tener en cuenta un punto tan importante como, la conquista del poder político por la clase obrera, la destrucción de la dominación de los explotadores”. Ese era exactamente el caso de los dirigentes italianos que se proponían ir hacia nuevas relaciones sociales, volviéndolas posibles inmediatamente.
La cooperación no resuelve nada puesto que el socialismo no puede nacer en el seno de las relaciones de producción de la vieja sociedad capitalista y volverse, a su vez, una fuerza económica. En todo el territorio italiano donde se siente fuertemente la competencia, principalmente con el trigo y el maíz, la lucha agraria se volvió muy intensa. Y como esta lucha desesperada no lograba ponerle un freno al declive de los pequeños productores campesinos y como, evidentemente la represión era muy violenta por parte del Estado, la única salida que se ofrecía era la escapatoria de la emigración hacia la metrópolis americanas y las regiones cafeteras del Brasil.
Apenas tres meses después de su formación (16 de noviembre de 1919), el ministro Nitti, que había lanzado el slogan “producir más, consumir menos”. Decide equipar un cuerpo de policía auxiliar, la Guardia Real. Ese nuevo cuerpo armado, que cuenta con millares de hombres, estuvo equipado de pies a cabeza para hacer reinar el orden burgués que se veía cada vez más desafiado. Aún antes de que el fascismo hiciera pesar el terror, centenares de trabajadores cayeron bajo las bajas de dicha guardia. De más esta decir que ese esfuerzo democrático del aparato de Estado le dará plena satisfacción a la burguesía. En abril de 1920, la tropa le dispara a los huelguistas en Décima y deja nueve obreros muertos en las calles; la conmemoración del 1° de mayo deja 15 muertos; el 26 de junio hubo 5 muertos en el levantamiento de Ancona contra la expedición de tropas italianas para ir a ocupar Albania. Bajo la dirección de los anarquistas, la revuelta se extiende a Romagna. En Mantua trabajadores y soldados invaden la estación, arrancan los rieles para detener los trenes de la Guardía Real, los que estaban destinados a la guerra contra los Soviets cargados de armas y de municiones, golpean a todos los oficiales, asaltan la prisión que incendian después de haber liberado a los presos. En un año, de abril del 19 a abril del 1920, la metralla democrática mató a 145 trabajadores e hirió a 444, en todas las regiones de Italia. Pero cada vez que hay muertos en las calles, los trabajadores continúan la lucha proclamando huelga general: la de los empleados del correo, la de los empleados de los ferrocarriles, la de Milano doblemente repudiada por el P.S. y la C.G.T. cuyos representantes, elegidos por sufragio universal, prefieren salir de la sesión inaugural de la cámara, gritando “viva la república”. En Puglia los jornaleros pelean para obtener el pago de sus días de trabajo; habrá 6 muertos del lado de los braceros y 3 entre los terratenientes.
La caída de los Hohenzollern[3], la explosión consecutiva del imperio austro-alemán, la revolución mundial, que conmovió primero a Europa Oriental y Central, fueron fermentos de una Italia cada vez más febril. El proletariado italiano será el único que concretizará su solidaridad con los Soviets rusos y húngaros con la huelga general, será el único que saboteará en su país la intervención armada de las potencias aliadas a favor de Koltchak[4].
A medida que se desarrollaba el movimiento de lucha del proletariado, la clase dirigente sentía la necesidad de armarse. En mayo de 1920 los industriales, agrupados en una Confederación General de la Industria, firman en Milano un acuerdo según el cual cada parte contratante se compromete a liquidar el “bolchevismo italiano y, prioritariamente a los militantes que habían defendido la única posición de clase durante la guerra imperialista: el derrotismo revolucionario”. No sin razón los defensores del orden veían en ellos el núcleo del partido revolucionario que llamaba al proletariado a la lucha contra el gobierno de su Majestad, a reagruparse bajo la bandera de la guerra civil por el derrocamiento de la dictadura democrático-burguesa. El 18 de agosto, se constituye, sobre un modelo idéntico, la Confederación General de la Agricultura que reúne alrededor de su programa a todas las formas de las grandes, medianas y pequeña explotación agrícola, interesadas todas en ponerle fin a las ocupaciones de las tierras. Todos quieren la cabeza de los “caporetistas” de los “rojos”, considerados como agentes del enemigo. Utilizan todos los medios posibles par impedir la propaganda comunista. Más adelante veremos el papel que jugaron cuando el fascismo vino al poder.
3. Dinastía reinante en Alemania derrocada por la revolución obrera de noviembre 1918.
4. Uno de los jefes de las fuerzas militares anti bolcheviques en la guerra civil que asola Rusia entre 1918-1921.
El segundo número de Forward, la revista del “Revolutionary Workers Group” (RWG) contiene una discusión internacional entre nuestra Corriente (Internacionalismo: “Defensa del Carácter Proletario de Octubre”) y el RWG (“Los Errores de Internacionalismo a Propósito de la Revolución Rusa”). En la crítica a nuestro artículo, el RWG aborda cuestiones importantes, pero sin proporcionar un marco general que permita la comprensión global de la experiencia rusa.
Los revolucionarios no analizan la historia por ella misma, para buscar “lo que hubieran hecho de haber estado allí”, sino para extraer, con el conjunto de la clase, las lecciones de la experiencia del movimiento obrero, con el objeto de comprender mejor el camino a seguir en las luchas del mañana.
El artículo de nuestra Corriente “Defensa del Carácter Proletario de Octubre”, sin tener la pretensión de ser un análisis exhaustivo de la cuestión compleja de la revolución rusa, busca clarificar un punto esencial: la revolución rusa fue una experiencia del proletariado y no una revolución burguesa; era parte integrante de la oleada revolucionaria que sacudió al capitalismo mundial del 17 a los años 20. La revolución rusa no fue una “acción burguesa” que, por consiguiente, podemos tranquilamente enterrar e ignorar en los análisis actuales. Muy al contrario parece inconcebible que los revolucionarios de hoy, rechazando al estalinismo, rechacen al mismo tiempo la historia trágica de su propia clase. El rechazo de todo carácter proletario de la revolución de Octubre, que a menudo encuentra sus adeptos entre los que siguen la tradición consejista, es una mistificación que oculta la realidad de los esfuerzos revolucionarios de la clase, tan dañina como la de los estalinistas y trotskistas enganchados a las supuestas “adquisiciones materiales” o al “Estado Obrero” para justificar la defensa del Capitalismo de estado ruso.
Con el reconocimiento del carácter proletario de Octubre, se debe reconocer que el partido Bolchevique, entre los primeros de la izquierda marxista internacional que defendía posiciones de clase durante la primera guerra mundial y en particular en el 17, era un partido proletario. Pero, luego de la derrota de los levantamientos obreros internacionales, el bastión ruso, aislado, sufre una contrarrevolución “desde el interior” y el partido Bolchevique, de pilar de la izquierda comunista internacional, degenera en partido del campo burgués.
He aquí cuales son las ideas centrales que resaltan del artículo de Internacionalismo, a pesar de la traducción a menudo penosa, que hace Forward. Forward no quiere en efecto, discutir el problema de la naturaleza proletaria de Octubre -él está de acuerdo sobre este punto-; lo que le preocupa, es la naturaleza contrarrevolucionaria de los acontecimientos ulteriores; aunque Internacionalismo, en su texto, no trata este problema, sino de manera secundaria. En ningún artículo de nuestra prensa pretendemos abarcar todos los problemas de la historia. A pesar de este mal entendido de partida, con el mismo asombro podemos leer: «Para los camaradas de Internacionalismo, como para los trotskistas y bordiguistas, hay una frontera insuperable entre la época de Lenin y la época de Stalin. Para ellos, el proletariado no podía caer antes que Lenin no estuviera con seguridad en su tumba y Stalin claramente instalado a la cabeza del PCR» (Forward, N° 2 página 42).
Reconocemos que esta conmovedora profesión de fe se encuentra entre los diferentes grupos trotskistas de donde provienen los camaradas de Forward, pero en ningún caso ella forma parte de nuestra corriente: «La incomprensión de los dirigentes del partido Bolchevique del papel de los Soviets (Consejos Obreros), y su concepción de la conciencia de clase, contribuyen al proceso de degeneración de la revolución rusa que llevó al partido Bolchevique -autentica vanguardia del proletariado ruso en octubre 1917- a convertirse más tarde en órgano activo de la contrarrevolución (...) Por esto, la actividad del partido Bolchevique, desde los primeros momentos de la revolución estuvo orientada hacia la transformación de los Soviets en organismo de poder del partido mismo» (Declaración de principios de Internacionalismo)
Y por otra parte: «La revolución de Octubre ha cumplido la primera tarea de la revolución proletaria: el objetivo político. La derrota de la revolución a escala internacional y la imposibilidad de mantener el socialismo en un solo país, han hecho imposible el paso a un nivel superior, es decir al comienzo de la transformación económica...El partido Bolchevique ha jugado un papel activo en el proceso revolucionario que ha conducido a los acontecimientos de Octubre, pero también ha jugado un papel activo en la degeneración de la revolución y la derrota internacional...Al identificar organizacional e ideológicamente al Estado y al considerar que su primera tarea era la defensa del Estado, el partido Bolchevique estaba condenado a transformarse -sobre todo después del fin de la guerra- en el agente de la contrarrevolución y del capitalismo de Estado» (Plataforma de RI).
Estas líneas parecen indicar claramente que el camino de la contrarrevolución fue un proceso en el cual las bases aparecen con el ahogo del poder de los Soviets y la supresión de la actividad autónoma del proletariado, un proceso que conduce a la masacre por el Estado de una parte de la clase obrera en Kronstadt.
¿Por qué la degeneración de la revolución rusa ha tenido lugar? La respuesta no puede encontrarse en el curso de una nación, en el de Rusia únicamente. Así como la revolución rusa fue el primer bastión de la revolución internacional en el 17, el primero de una serie de levantamientos proletarios internacionales, de la misma manera su degeneración en contrarrevolución fue la expresión de un fenómeno internacional, el resultado del fracaso de la acción de una clase internacional, el proletariado. En el pasado, las revoluciones burguesas han construido un Estado nacional, marco lógico para el desarrollo del capital, y esas revoluciones burguesas podrían tener lugar con un siglo de diferencia o más entre los deferentes países. La revolución proletaria, al contrario, es por esencia una revolución internacional, que debe extenderse hasta integrar el mundo entero, o esta condenada a una muerte rápida.
La primera guerra mundial término del período ascendente del capitalismo, marcó el punto de no retorno absoluto por el movimiento obrero del siglo XIX y sus objetivos inmediatos. El descontento general contra la guerra tomó rápidamente un carácter político contra el Estado en los principales países de Europa. Pero la mayoría del proletariado no fue capaz de romper con los vestigios del pasado (adhesión a la política de la II Internacional, que entonces se había pasado al campo enemigo de la clase) y de comprender completamente todas las implicaciones del nuevo período. Ni el proletariado en su conjunto, ni sus organizaciones políticas, comprendieron plenamente los imperativos de la lucha de clase en este nuevo período de “guerra o revolución”, de “socialismo o barbarie”. A pesar de las luchas heroicas del proletariado en esa época, la oleada revolucionaria fue aplastada por la masacre de la clase obrera europea. La revolución rusa era el faro que guiaba a toda la clase obrera de la época, pero esto no quita nada al hecho que su aislamiento constituya un grave peligro. Las brechas temporales, que se abren entre dos levantamientos revolucionarios están plenas de peligros. La que se abrió en 1920 era un precipicio.
El contexto del reflujo internacional y del aislamiento de la revolución rusa tiene la mayor importancia. Pero, en el interior de ese contexto, los errores de los Bolcheviques han jugado su papel .Esos errores deben ser puestos en relación con la experiencia y la lucha de la clase obrera misma. Los errores o los aportes positivos de una organización de la clase no caen del cielo ni se desarrollan arbitrariamente y por azar. Ellos son, en todo el sentido de la palabra, el reflejo de la conciencia de clase del proletariado en su conjunto.
El partido Bolchevique fue obligado a evolucionar a la vez teórica y políticamente en relación al surgimiento del proletariado ruso y la perspectiva del movimiento internacional, en Alemania y otras partes. El ha sido también el reflejo del aislamiento del proletariado en el período de crecimiento de la contrarrevolución. Tanto los Bolcheviques como los Spartaquistas o como cualquier otra organización revolucionaria de la época se vieron confrontados a las tareas nuevas del período de decadencia que se abría con la primera guerra mundial y ante ellas su comprensión incompleta ha servido de base a los errores políticos más graves.
Pero el partido del proletariado no es un simple reflejo pasivo de la conciencia. Los Bolcheviques al expresar claramente los objetivos de clase en el período de la primera guerra mundial (“transformación de la guerra imperialista en guerra civil”), y durante el período revolucionario (oposición al gobierno democrático burgués, consgina “todo el poder a los Soviets”, formación de la Internacional Comunista sobre la base de un programa revolucionario) han contribuido a trazar el camino de la victoria. A pesar de esto, las posiciones tomadas por los Bolcheviques en el contexto de declive de la oleada revolucionaria (alianzas con las fracciones centristas a escala internacional, sindicalismo, parlamentarismo, tácticas con los Frentes Unicos, Kronstadt) han contribuido a acelerar el proceso contra-revolucionario a escala internacional así como en Rusia. Una vez desaparecido el crisol de la práxis revolucionaria bajo la contrarrevolución triunfante en Europa, los errores de la revolución rusa fueron privados de toda posibilidad de corregirse.
El partido Bolchevique se había transformado así en el instrumento de la contrarrevolución.
Del hecho de la imposibilidad del socialismo en un solo país, la cuestión de la degeneración de la revolución rusa es ante todo una cuestión de derrota internacional del proletariado. La contrarrevolución ha triunfado en Europa antes de penetrar totalmente el contexto ruso “del interior”. Esto no debe, repetimos, “excusar” los errores de la revolución rusa o del partido Bolchevique. Más aún, esos errores “no excusan” al proletariado de no haber hecho la revolución en Alemania o Italia por ejemplo. Los marxistas no tienen nada que hacer para excusar” o dejar de “excusar” a la historia. Su tarea es explicar por qué ese acontecimiento ha tenido lugar y sacar las lecciones para las luchas proletarias por venir.
Este marco general internacional está ausente en el análisis de RWG que debate acerca de la “revolución y contrarrevolución en Rusia” (panfleto de RWG) en términos casi exclusivamente rusos. Esta tentativa puede parecer, a primera vista, una manera útil de aislar teóricamente un problema particular. Pero ella no ofrece ninguna base que permita comprender por qué esos acontecimientos han llegado a Rusia, y conduce a girar en torno al vacío sobre el fenómeno puramente ruso que resalta. Como Rosa Luxemburgo lo escribía: «El problema no puede ser más que planteado en Rusia. Pero no podrá ser resuelto en Rusia».
En los límites de este artículo, debemos necesariamente ceñirnos a una visión de conjunto del proceso de degeneración dejando de lado los detalles de los diversos episodios.
La revolución rusa fue considerada como la primera victoria de la lucha internacional de la clase obrera. En enero de 1919, los Bolcheviques llaman al primer congreso de la nueva internacional para marcar la ruptura con la social-democracia traidora, y para reunir las fuerzas de la revolución para las luchas futuras. Desgraciadamente la revolución alemana había sido aplastada en enero del 19, y la oleada revolucionaria decrecía. Sin embargo, a pesar del bloqueo casi total al que se veía sometida Rusia y las noticias deformadas que llegaban sobre el proletariado del oeste, la revolución concentra todas sus esperanzas en la única salida posible, la unión internacional de las fuerzas revolucionarias bajo un programa que fijara claramente los objetivos de clase: «El sistema soviético asegura la posibilidad de una democracia proletaria real, de una democracia para el proletariado, dirigida contra la burguesía. En este sistema el lugar principal es ocupado por el proletariado industrial y le corresponde asumir el rol de clase dominante, debido a su organización y conciencia política, y porque su hegemonía política permitirá al semiproletario y a lo campesinos pobres acceder gradualmente a esta conciencia (…) Las condiciones indispensables para la lucha son: la ruptura no solamente con los sirvientes del capital y los verdugos de la revolución comunista –el ala derecha de la socialdemocracia- sino también con el “centro” (el grupo de Kautsky) que abandonó al proletariado en el momento critico para reunirse al enemigo de clase» (Plataforma de IC: 1919).
Tal era la posición en 1919, y no las alianzas ulteriores con los centristas, que realizaron el partido y la Internacional y finalizaron en un “frente único”: «Esclavos de las colonias de Africa y Asia: el día de la dictadura proletaria en Europa será para vosotros como el día de vuestra liberación» (Manifiesto de la Internacional Comunista 1919). Esto nada tiene que ver con la manera como lo predican los izquierdistas hoy siguiendo las fórmulas contrarrevolucionarias sobre la “liberación nacional” proveniente de la degeneración de la Internacional.
«Pedimos a todos los obreros del mundo unirse bajo la bandera del comunismo que es ya la bandera de la primeras victorias para todos los países» (Manifiesto), lo que nada tiene que ver con el socialismo en un solo país.
«Bajo la bandera de los consejos obreros, de la lucha revolucionaria por el poder y la dictadura del proletariado, bajo la bandera de la Tercera Internacional, obreros del mundo entero uníos» (Manifiesto)
Estas posiciones son el reflejo del enorme paso que había dado el proletariado en los años precedentes. Las posiciones que los bolcheviques sostenían y defendían entonces era una ruptura clara con sus programas anteriores y constituían un llamado a la clase obrera entera a reconocer las nuevas necesidades políticas de la situación revolucionaria.
Pero en 1920, después del segundo congreso de la misma Internacional, la dirección del partido bolchevique cambia bruscamente, retornando a las “tácticas” del pasado. La esperanza de la revolución se debilita rápidamente, y el partido Bolchevique defiende entonces las 21 condiciones de admisión a la Internacional, incluyendo: el reconocimiento de las luchas de liberación nacional, de la participación electoral, de la infiltración en los sindicatos, lo que constituye en pocas palabras, un retorno al programa socialdemócrata, que estaba completamente inadaptado a la nueva situación. El partido ruso se convierte en efecto en la dirección preponderante de la IC, y el buró de Amsterdam fue cerrado. Y sobre todo, la dirección Bolchevique consigue aislar a los comunistas de izquierda: la izquierda italiana con Bordiga; a los camaradas ingleses alrededor de Pankurst; y Pannekoek, Gorter y el KAPD (que fue excluido en el tercer congreso). Los Bolcheviques y las fuerzas dominantes de la III Internacional obran a favor de un acercamiento con los centristas ambiguos y traidores a los que denunciaban dos años antes, y consiguen efectivamente sabotear toda tentativa de creación de una base de principios para la formación de partidos comunistas en Inglaterra, en Francia o en otros países, gracias a sus maniobras y sus calumnias sobre la izquierda. El camino del “Frente Unico” de 1922 en el cuarto congreso y la defensa de la patria rusa y del “socialismo en un solo país” estaba ya abierto por estas acciones.
El debilitamiento de la oleada revolucionaria y el camino hacia la contrarrevolución es claramente marcado por la firma del tratado secreto de Rapalo con el militarismo alemán. Cualquiera que sea el análisis de los puntos positivos y negativos del tratado de Bresst-Litovsk por ejemplo, fue hecho a la luz del día después de un largo debate en el seno del partido Bolchevique y fue presentado al proletariado mundial como una cuestión impuesta por una situación crítica. Pero el tratado de Rapalo, solamente dos años después, era una traición a todo lo que habían defendido los Bolcheviques, un tratado militar secreto concluido con el Estado Alemán.
Los gérmenes de la contrarrevolución se desarrollan con la rapidez de un período de transformaciones históricas, cuando los grandes cambios, pueden darse en algunos años o igualmente en algunos meses. Y finalmente, la vida deja el cuerpo de la Internacional cuando la doctrina del “Socialismo en un solo país” es proclamada.
La historia tormentosa de la IC no puede ser reducida a un plan maquiavélico de los Bolcheviques, según el cual ellos habrían planeado traicionar a la clase obrera tanto en Rusia como internacionalmente. Esta noción infantil no puede explicar nada sobre la historia. Pero la clase obrera no pudo reaccionar para reorientar sus propias organizaciones a causa de la derrota y del reflujo de la oleada revolucionaria; es esta misma derrota la que provoca la degeneración definitiva de sus organizaciones y de sus principios revolucionarios.
Marx y Engels habían constatado que un partido o una Internacional no pueden conservar su carácter de instrumentos de la clase cuando dominaba un marco general de reacción. Este instrumento de la clase no puede conservar una unidad organizacional cuando no existe práxis de la clase, él está penetrado por los efectos del reflujo y de la derrota, y eventualmente contribuye entonces, a la confusión, a la contrarrevolución. Es por esto que Marx disolvió la Liga de los Comunistas después del reflujo de la oleada revolucionaria del 1848 y saboteó a la primera Internacional (al enviarla a New York) después que la derrota de la Comuna de París hubo marcado el fin de un período. La II Internacional, a pesar de su auténtica contribución al movimiento obrero, sufre un largo proceso de corrupción durante el período ascendente del capitalismo, donde ella se ve atada cada vez más al reformismo, dando así una visión nacional a cualquier partido. Su paso definitivo al terreno burgués sobreviene con la guerra de 1914, cuando colabora en el esfuerzo de la guerra imperialista. A lo largo de todo ese período de crisis para la clase obrera, la tarea continua de elaboración teórica y de desarrollo de la conciencia de la clase corresponde a las “fracciones “ revolucionarias de la clase surgidas de las viejas organizaciones, preparando así el terreno para la construcción de una nueva organización.
La III Internacional fue construida como expresión de la oleada revolucionaria que siguió a la guerra mundial. Pero el fracaso de las tentativas revolucionarias y la victoria de la contrarrevolución acaban con ella, anunciando su muerte como instrumento de la clase. El proceso de contrarrevolución fue consumado- aunque había comenzado antes- cuando se produce la declaración del “socialismo en un solo país”, el fin definitivo de toda posibilidad objetiva para la subsistencia de las fracciones revolucionarias.
La ideología burguesa puede penetrar la lucha proletaria, en un período de reflujo, a causa de su fuerza como clase dominante en la sociedad. Pero cuando una organización se pasa definitivamente al campo burgués el camino se cierra a toda posibilidad de “regeneración”. De la misma manera que ninguna fracción viviente que exprese la conciencia de la clase proletaria puede surgir de una organización burguesa - y esto incluye hoy a los stalinistas, los trostkystas y los maoístas (aunque en calidad de individuos puedan ser capaces de romper con esas organizaciones)- también la IC y todos los partidos que permanecieron en su seno fueron irremediablemente perdidos por el proletariado.
Este proceso es más fácil de ver para la generación de proletarios de hoy (gracias al análisis y reflexión sobre todas esas experiencias de la clase) que desgraciadamente, para la clase en su conjunto en esa época, o para, muchos de sus elementos más politizados. El proceso de contrarrevolución que condenó a la IC ha sembrado una terrible confusión en el movimiento obrero durante los últimos cincuenta años. Aquellos que han proseguido la tarea de elaboración teórica en los sombríos años 30-40, lo que quedaba del movimiento de la izquierda comunista, tuvieron que esperar mucho tiempo para ver todas las implicaciones del período de derrota. Dejemos a los modernistas arrogantes que “han descubierto todo” en los años 74-75, aprendan en las sombras lo que la historia “debía haber sido”.
La política internacional de los Bolcheviques, su rol en el proceso de contrarrevolución internacional, no es prácticamente discutido en el panfleto de RWG “Revolución y Contrarrevolución en Rusia” y no es más que mencionado de paso en el texto de Forward. Para estos camaradas la contrarrevolución comienza esencialmente con la NEP (Nueva Política Económica). La NEP para ellos es, «el viraje de la historia de la Unión Soviética. El mismo año el capitalismo fue restaurado, la dictadura política vencida (?) y la Unión Soviética deviene un Estado Obrero» (Revolución y Contrarrevolución en Rusia) pág. 7.
De partida, es necesario decir cualesquiera que sean los acontecimientos en el contexto ruso, una revolución internacional ó una Internacional no muere a causa de una mala política de un país. El lector buscará en claro un marco coherente que permita analizar la NEP a los acontecimientos ulteriores en Rusia en general.
La degeneración de la revolución sobre el suelo ruso se explica esencialmente por el declive gradual y mortal de los Soviets y por su reducción a un simple aparato del partido-Estado Bolchevique. La actividad autónoma del proletariado, la democracia obrera en el interior del sistema de los Soviets era la base principal de la victoria de Octubre, pero desde 1918, aparece claramente que el poder político de los Consejos Obreros estaba en vías de ser diezmado y ahogado por el aparato del Estado. El punto culminante del período de declive de los Soviets en Rusia fue la masacre de una parte de la clase en Kronstadt. La RWG, inmutable sobre la NEP, no ha mencionado tampoco la masacre de Kronstadt con relación al análisis del Estado ruso. Esto nos asombra. Kronstadt no es mencionado en ninguno de los textos principales sobre Rusia, tampoco Rapalo. Puede ser comprensible que los camaradas de RWG, salidos recientemente del dogma trotskissta, no hayan todavía comprendido, cuando han escrito sus artículos, que Kronstadt no era el motín “contrarrevolucionario” del que hablaban Lenin y Trotsky. Lo que es menos comprensible, es que ellos acusen a nuestros camaradas de Internacionalismo de no ser capaces de ver “la degeneración de la revolución estando Lenin vivo”.
El error fundamental del partido bolchevique en Rusia era la concepción según la cual el poder debía ser ejercido por una minoría de la clase: el partido. Ellos creían que el partido podía aportar el socialismo a la clase y no pudieron ver que era la clase en su conjunto, organizada en Soviets, la que era el sujeto de la transformación socialista. Esta concepción del partido tomando el poder estatal existía en toda la izquierda, en un grado o en otro, la encontramos en Rosa Luxemburgo, y aún hasta en los escritos del KAPD de 1921. La experiencia rusa del partido en el poder, que el proletariado pagó con su sangre, marca una frontera de clase definitiva sobre la cuestión de la toma del poder por un partido o de una minoría de la clase, “en nombre de la clase obrera”. A partir de esta experiencia, la lección de la no identificación del estado y del partido se transforma en un signo distinto de las fracciones revolucionarias de la clase; y todavía más allá, que el papel de las organizaciones políticas es el de contribuir al desarrollo de la conciencia de la clase y no a sustituir al conjunto de la clase.
Los intereses históricos de la clase obrera en tanto que destruir al capitalismo no eran siempre comprendidos desde el principio, y no podía serlo tampoco el desarrollo de la conciencia política de la clase constantemente torpedeada por la ideología burguesa dominante. Marx escribió el Manifiesto Comunista sin ver que el proletariado no podía apoderarse del aparato del Estado burgués para servirse de él. La experiencia viviente de la Comuna de París fue necesaria para probar de manera irrefutable que el proletariado debía destruir el Estado burgués para poder ejercer su dictadura sobre la sociedad. De la misma manera la cuestión acerca del partido estuvo en discusión en el movimiento obrero hasta 1917, pero la experiencia rusa marca una frontera de clase sobre este punto. Todos aquellos que repiten o teorizan la repetición de los errores de los bolcheviques se ponen al otro lado de la frontera de clase.
Lo que el Estado ruso destruyó al debilitar a los Soviets, fue la fuerza misma del socialismo. Al estar ausente toda autonomía organizada de la clase en su conjunto, toda esperanza de regeneración fue progresivamente eliminada, la política económica de los bolcheviques era debatida, cambiada, modificada, pero su acción política en Rusia fue fundamentalmente un proceso continuo que aceleró la caída de la revolución. Todo este proceso se hace todavía más claro cuando se le ve en el contexto de la derrota internacional del movimiento del cual formaba parte.
Una de las primeras, de las más importantes lecciones que deben ser sacadas de la experiencia revolucionaria del período que sigue a la primera guerra mundial es que la lucha proletaria es ante todo una lucha internacional y que la dictadura del proletariado es (sea esta en un sector o a escala mundial) de partida y ante todo una cuestión política.
El proletariado, al contrario de la burguesía es una clase explotada y no explotadora. Ella no tiene pues privilegio económico alguno sobre el cual apoyar su porvenir de clase. Las revoluciones burguesas eran esencialmente un reconocimiento económico de un hecho político consumado. La clase capitalista era de hecho, la clase económica dominante de la sociedad, mucho antes del movimiento de su revolución. La revolución proletaria, al contrario comprende una transformación económica a partir de un punto de partida político: la dictadura del proletariado. La clase obrera no tienen ningún privilegio económico que defender en la vieja sociedad, así como tampoco en la nueva, y no tiene más que su conciencia de clase, su poder político organizado en los Consejos Obreros para guiarse en la transformación de la sociedad. La destrucción del poder burgués y la expropiación de la burguesía deben ser victoriosas a escala mundial, antes que toda transformación social pueda ser acometida bajo la dirección de la dictadura del proletariado.
La ley económica fundamental de la sociedad capitalista, la ley del valor, es el conjunto del mercado capitalista mundial y no se puede de ninguna manera por ningún medio eliminarsele en un solo país, (ni siquiera en uno de los países más desarrollados) ó en el conjunto de varios países, sino solamente a escala mundial. No existe escapatoria alguna frente a este hecho ni siquiera reconociéndolo piadosamente para después ignorarlo y hablar de abolir al mismo tiempo el dinero y el trabajo asalariado, que no son más que corolarios de la ley del valor y del sistema capitalista en su conjunto, en un solo país. Las únicas armas de las que dispone el proletariado para llevar a cabo la transformación de la sociedad que sigue y que no puede preceder a la toma del poder por los Consejos Obreros Internacionalmente son:
La victoria del proletariado no depende de su capacidad para “administrar” una fábrica ni todas las fábricas de un país. Administrar la producción cuando el sistema capitalista continúa existiendo, conducen esas “gestiones” a ser la gestión de la plusvalía y del intercambio. La primera tarea de todo proletariado vencedor en un país o un sector no es preocuparse por la forma de crear un “mitico islote de socialismo” que es imposible, sino de brindar toda la ayuda posible a su única esperanza: la victoria de la revolución mundial. Es de mayor importancia definir las prioridades sobre este punto. Las medidas económicas que tomará el proletariado en un país, o en un sector, son una cuestión secundaria. En el mejor de los casos, esas medidas no son más que medidas destinadas a parar el peligro y tenderán a marchar en un sentido positivo: todo error puede ser corregido si la revolución avanza, y si los Consejos Obreros pierden su control político y su clara conciencia del sentido en el cual se marcha, entonces no habrá esperanza de corregir los errores o de instaurar el socialismo. Hoy numerosas voces se elevan contra esta concepción; algunas de estas voces proclaman que encerrar la lucha proletaria sobre el terreno político no es más que un no-sentido, un fósil reaccionario. En efecto, la concepción según la cual la clase revolucionaria es una clase definida objetivamente, el proletariado, es también una antigualla y debería ceder el lugar a una “clase universal” comprendida por todos aquellos que son “oprimidos”, atormentados psicológicamente o que tengan una inclinación filosófica por la revolución.
Las “relaciones comunistas”, o según un grupo inglés del mismo nombre “las prácticas comunistas” pueden ser realizadas inmediatamente, bastando para ello que la “gente” lo desee. Para ellos, lo más importante no es la toma del poder por el proletariado a escala internacional y la eliminación de la clase capitalista, sino la instauración inmediata de las supuestas “relaciones comunistas” bajo el empuje espontáneo de las “gentes en general”.
Los elementos puramente abstractos y miticos que sustentan esta teoría no toman en consideración el hecho de que ella puede perfectamente servir de cobertura a la ideología “autogestionaria”. Frente al acrecentamiento del descontento de la clase obrera, expresados en movimientos de masas, conforme al profundizamiento de la crisis capitalista, una de las reacciones de la burguesía será decir a los obreros: vuestros intereses no pueden ser los de lanzarse a los problemas “políticos” como el de la destrucción del Estado burgués, sino tomar las fábricas y hacerlas marchar para “vosotros mismos”, en orden.
La burguesía tratará de colocar a los obreros detrás de un programa económico de autogestión y de explotación y durante ese tiempo la clase capitalista y su Estado aguardarán para recoger los frutos. Esto es lo que ha pasado en Italia, en 1920, donde “Ordino Nuovo” y Gramsci exaltaban las posibilidades económicas que abrían las ocupaciones de fábricas, mientras que las fracciones de izquierda con Bordiga, decían que los Consejos Obreros, aunque tuviesen sus raíces en las fábricas, debían conducir un ataque frontal contra el Estado y el sistema en su conjunto, o morir.
Los camaradas de RWG no rechazan la lucha política. Ellos se limitan a decir que el contexto político y las medidas económicas son igualmente importantes y cruciales. En un sentido no hacen más que repetir una verdad marxista trivial: El proletariado clase explotada, no se bate por tomar el poder político sobre la burguesía con el objeto de satisfacer alguna psicosis de poder. Sino para echar las bases de una transformación social para la lucha de clases y la actividad autónoma y organizada de la única clase revolucionaria que, liberándose de la explotación, libera a la humanidad entera de la explotación para siempre. Pero, los camaradas de RWG no tienen ninguna idea concreta de la manera en la cual se puede desarrollar ese proceso de transformación social. La revolución es un asalto rápido contra el Estado, pero la transformación económica de la sociedad es un proceso que se desarrolla a escala mundial y que es de una complejidad extrema. Para llevar a cabo ese proceso económico, el marco político de la dictadura de la clase obrera debe ser claro. Antes que nada debe reconocer que la toma del poder por el proletariado no quiere decir que el socialismo pueda ser instaurado por decreto. Por lo tanto:
A partir del hecho que nosotros afirmamos de que la dictadura política del proletariado es el marco y la condición previa para la transformación social, el espíritu simplista (RWG) concluye: «parece que Internacionalismo niega la necesidad para el proletariado de dirigir una guerra económica contra el capitalismo» (Forward, pág. 44)
Contrariamente a lo que proclama Forward, todo no tiene inmediatamente la misma importancia, o la misma gravedad, para la lucha revolucionaria. En un país donde la revolución acaba justamente de triunfar, los Consejos Obreros pueden considerar necesario trabajar 10 o 12 horas por día para la producción de armas y materiales necesarios para sus hermanos de clase situados en otra región. ¿Es esto socialismo? No, si se considera que los principios de base del socialismo son, la producción para las necesidades humanas (y no para la destrucción) y la reducción de la jornada de trabajo. ¿Entonces esas medidas deben ser denunciadas como una proposición contrarrevolucionaria? Evidentemente no, puesto que la primera esperanza de salvación de la clase obrera, es la de ayudar a la extensión de la revolución internacional. ¿Debemos entonces admitir que el programa económico esté sometido a las condiciones de la lucha de clase y que no existen los medios para crear un paraíso económico obrero en un solo país? En todo esto debemos insistir sobre el hecho que todo debilitamiento político del poder de los Consejos Obreros en la toma de decisiones y la orientación de la lucha sería fatal.
Los revolucionarios mentirían a su clase si la colmaran de sueños dorados, plenos de leche, de miel y de milagros económicos, en lugar de insistir sobre la lucha a muerte y las terribles destrucciones que necesita una guerra civil. No harían más que desmoralizar a su clase, declarando que los retrocesos económicos (en un país, o varios) significa el fin de la revolución. Poniendo estas cuestiones sobre el mismo plan inmediato que la solidaridad política, la democracia proletaria o el poder de decisión del proletariado, desviarían la fuerza decisiva de la lucha de clases comprometiendo así la única esperanza de empezar un período de transición al socialismo a escala mundial.
El RWG responde que «todo no puede ser semejante que antes, después de la revolución» y ponen el acento sobre las trágicas condiciones de los obreros en Rusia en 1921. Pero no nos dicen de cuales condiciones hablan. ¿Es que acaso, las organizaciones de masa de la clase obrera estaban excluidas de toda participación efectiva en el “Estado Obrero”?, ¿Quien reprimió a los obreros en huelga en Petrogrado?; si ellos hablan de estas condiciones tocan el corazón de la degeneración de la revolución. ¿O bien, hablan ellos del hecho de que los obreros estaban todavía trabajando en las fábricas, que los salarios existían aún (¿se les puede abolir en un solo país?), así como el intercambio? Aunque estas prácticas no sean evidentemente el socialismo, ellas son sin embargo inevitables al menos que se pretenda poder eliminar la ley del valor en un abrir y cerrar de ojos. Como lo dice RWG “un trazo debe ser tirado en alguna parte” ¿pero donde? Mezclando la importancia crucial de una coherencia política y el poder de la clase con los retrocesos económicos, los problemas de la lucha futura se reducen a una esperanza de realización milagrosa de nuestros más sinceros deseos.
El socialismo -o las relaciones sociales comunistas, éstos términos son usados aquí de manera intercambiable- se define esencialmente por la eliminación total de todas las “leyes económicas ciegas” y sobre todo de la ley del valor que rige la producción capitalista, eliminación que permite satisfacer las necesidades de la humanidad. El socialismo es el fin de todas las clases (la integración de todos los sectores no-capitalistas a la producción socializada y la apertura del trabajo asociado decidiendo sus propias necesidades), el fin de toda explotación, de toda necesidad de un Estado (expresión de una sociedad dividida en clases), de la acumulación de capital con su corolario al trabajo asalariado y de la economía de mercado. Este es el fin de la dominación del trabajo muerto (capital) sobre el vivo. Así pues el socialismo no es una cuestión de creación de nuevas leyes económicas sino, la eliminación desde abajo de las viejas, bajo la égida del programa comunista proletario.
El capitalismo no es un villano burgués que fuma un grueso puro, sino toda la organización actual del mercado mundial, la propiedad privada de los medios de producción, comprendida ahí la del campesinado, el subdesarrollo, la miseria, la producción para la destrucción etc. Todo eso debe ser extirpado y eliminado de la historia humana para siempre. Esto necesita un proceso de transformación económica y social a escala mundial de proporciones gigantescas, que tomará al menos una generación. Sobre lo que es necesario insistir, es el hecho de que ningún marxista puede proveer los detalles de la nueva situación que tendrá que afrontar el proletariado después de la revolución mundial. Marx evitó siempre “sacar planes” para el futuro, y todo lo que puede aportar la experiencia rusa son líneas de orientación muy generales para la transformación económica. Los revolucionarios faltarían a su tarea si su única contribución fuera el rechazo de la revolución rusa por no haber creado el socialismo en un solo país, o de crear ensueños acerca de la simultaneidad de la construcción del marco político y de la transformación económica.
El verdadero peligro del programa económico de la revolución es que las grandes líneas directivas no sean claras, que no se saque cuáles son las medidas que marchan en el sentido de la destrucción de las relaciones de producción capitalistas –y por lo tanto hacia el comunismo-, que deberán ser aplicadas desde que sean posibles. Es una cosa decir que en ciertas condiciones no podrá ser apremiante trabajar largas horas, o no ser capaces de abolir inmediatamente el dinero en un sector. Pero es otra cosa decir que el socialismo significa trabajar más duramente o peor todavía que las nacionalizaciones y el Capitalismo de Estado son un paso adelante, hacia el socialismo. No es tanto por el caos del Comunismo de Guerra llevado a la NEP, que los Bolcheviques deben ser condenados, si no por haber presentado las nacionalizaciones o bien el Capitalismo de Estado como una ayuda a la revolución o haber pretendido que la “competición económica con el Oeste” provocaría la grandeza de la producción socialista. Un programa de transformación económica claro es una necesidad absoluta, y hoy después de 50 años de retroceso, podemos ver claramente la cuestión más que los bolcheviques u otra expresión política del proletariado en la época.
La clase obrera tiene necesidad de una orientación clara de su programa político, clave de la transformación económica, pero no falsas promesas de remedios inmediatos a las dificultades o de mistificaciones sobre la posibilidad de eliminar la ley del valor por decreto.
El RWG no es el único en insistir sobre la NEP. Muchos de aquellos que provienen de rupturas con el “izquierdismo”, y particularmente con las variedades trotskistas, hacen lo mismo. Después de haber defendido la teoría insensata según la cual los “Estados Obreros” existen hoy, y que la colectivización en manos del Estado “prueba” el carácter socialista de la Rusia actual, buscan ahora presentar «el punto donde el cambio entre el 17 y hoy ha debido producirse» (Forward pág 44) en Rusia. Es la cuestión que siempre plantean los trotskistas con satisfacción: ¿En qué momento ha vuelto el capitalismo a implantarse?
La NEP no era una invención producida por el cerebro de los líderes bolcheviques. Ella retoma, por otra parte, en gran medida el programa de la revuelta de Kronstadt. La revuelta de Kronstadt sobre el tapete reivindicaciones políticas necesarias para salvar la revolución: el restablecimiento del poder a los Consejos Obreros, la democracia proletaria y el fin de la dictadura bolchevique a través del Estado. Pero económicamente los obreros de Kronstadt, empujados por el hambre hacia el intercambio individual para obtener alimentos, propusieron un “programa” que demandaba simplemente una regularización del intercambio, colocándolo bajo la dirección de los obreros. Una regularización del comercio para acabar con las hambrunas y el estancamiento económico. Los cargamentos enviados a las ciudades rusas eran tomados por asalto por la población hambrienta y debían, por lo tanto, ser acompañadas por guardias armados. Los obreros estaban a menudo obligados a cambiar útiles de trabajo por los alimentos que tenían los campesinos. La situación era catastrófica, y Kronstadt así como los bolcheviques, no podían proponer otra cosa que no fuese un retorno a una suerte de nacionalización económica, que no podía ser otra que el capitalismo.
1.- «Si los acontecimientos empujaban a la instauración de la propiedad capitalista como era en parte el caso,....» (Revolución y Contrarrevolución en Rusia pág 7) «la restauración del capitalismo significaba la restauración del proletariado en tanto que clase en sí...» (ídem. pág 17); «uno se pregunta lo que hubiera sido necesario conceder de más al capitalismo ¿no para arribar a su restauración?» (Forward, pág 46) –los subrayados son nuestros-.
Todo esto es una prueba clara de la confusión que se hace. La NEP no era la “restauración” del capitalismo, puesto que este no ha sido jamás eliminado en Rusia. El RWG lleva más lejos la confusión, al añadir: «si la NEP no era el reconocimiento de las relaciones económicas capitalistas normales, es decir legales» (Revolución y Contrarrevolución en Rusia Pág. 7). He ahí el colmo del absurdo: que las relaciones capitalistas sean o no legales; es decir que su existencia sea o no reconocida, no es más que una cuestión jurídica. ¿Qué "pureza" se gana pretendiendo que la realidad no existe? De todas maneras, que sea reconocida legalmente o no, no cambia en nada a la realidad económica. Sí la NEP marcó un punto decisivo, no fue porque reintrodujera (o reconociera) la existencia de fuerzas económicas capitalistas. Las leyes fundamentales de la economía capitalista dominaban el contexto ruso puesto que ellas dominaban el mercado mundial[1].
Esto puede conducir a algunos a decir que Rusia ha sido siempre capitalista y que constituye la prueba de que ahí no hubo revolución proletaria. Jamás estaremos en capacidad de identificar una revolución proletaria si nos obstinamos en concebirla como una transformación económica completa de un día para otro.
Una vez más volvamos al tema del “socialismo en un solo país”, que está suspendido como una nave amenazante, a propósito de la experiencia rusa. La NEP, con sus nacionalizaciones de industrias claves, fue un paso adelante hacia el Capitalismo de Estado, no un cambio fundamental del “socialismo” (o de otro sistema diferente del capitalismo) hacia el capitalismo.
2.- «Ella (la NEP) representa realmente una traición de los principios, una traición programática de las fronteras de clases» (Revolución y Contrarrevolución pág 7) Este es el corazón de la argumentación, aunque este argumento sea la consecuencia natural de lo que precede. Nadie es tan loco para pretender que la clase obrera no pueda jamas retroceder. Aunque de una manera general la revolución debe avanzar o perecer, lo que no puede jamás ser tomado unilateralmente y significar que podamos avanzar en línea recta y sin problemas.
La cuestión que se plantea es entonces la siguiente: ¿qué es un retroceso inevitable y qué es poner en peligro los principios? El programa bolchevique en lo que podía contener de apología engañosa del Capitalismo de Estado, era un programa que se podía volver contra el proletariado, pero la imposibilidad de abolir la ley del valor o del intercambio en un solo país no tiene nada que ver con una “traición de las fronteras de clase”. O se hace una distinción clara en esto, o se concluye defendiendo la posición según la cual el proletariado pudo haber arribado a un socialismo integral en Rusia. Siendo esto imposible, tendrían los revolucionarios que ocultar su incapacidad para aplicar el programa mintiendo acerca de lo que realmente debía ser hecho.
Los retrocesos en el terreno económico serán ciertamente inevitables en muchos casos – a pesar de la necesidad de una orientación -, pero un retroceso en el terreno político significa la muerte para el proletariado. Esta es la diferencia fundamental que hay entre la NEP y el tratado de Rapalo, o las tácticas del “Frente Unico”.
«¿Qué habrían hecho los camaradas de Internacionalismo en tal situación? ¿Habrían ellos restaurado la economía de mercado? ¿Habrían ellos descentralizado la industria para ponerla en manos de los directores de empresas? ¿Habrían ellos rehabilitado el rublo? En resumen, ¿habrían ellos efectuado un “retroceso” que era en efecto una derrota?... Habrían ellos subordinado los intereses de la revolución proletaria mundial a los intereses del capital nacional ruso» (Forward pág 45).
Este planteamiento ajeno a la historia consistente en preguntar “¿qué habrías hecho tú?” es estéril por definición, la historia no puede ser cambiada o “juzgada” con nuestras conciencia (o nuestra falta de ella) hoy. Sin embargo, las cuestiones sencillas planteadas por RWG muestran que no han comprendido la diferencia entre un retroceso y una derrota.
¿La economía de mercado? Jamás ha sido destruida internacionalmente, único medio de hacerla desaparecer, ni eliminado por nadie en Rusia, siempre ha existido. ¿El rublo? También una cuestión absurda según los análisis marxistas del capitalismo mundial y del rol del dinero. ¿Descentralización de la industria? Esta cuestión política concierne profundamente a los Consejos Obreros y pertenece profundamente a otro dominio. ¿Defensa de los intereses del capital ruso? Esta fue claramente la campanada que anunció la muerte de la revolución.
La transformación económica «no puede ser hecha por decreto, pero el decreto es el primer paso». Si por decreto RWG entiende el programa de la clase obrera entonces solamente tenemos que “decretar” el comunismo integral e inmediatamente. ¿Y después? ¿Como arribaremos ahí? ¿Acaso debemos o tirar la toalla completamente o mentir y pretender que podemos alcanzar el socialismo a través de pequeñas repúblicas socialistas?
La revolución en un país como Gran Bretaña por ejemplo (por no decir una economía tan atrasada o subdesarrollada como la de Rusia en 1917), no podría existir más que algunas semanas antes de ser ahogada por el hambre (en el caso de un bloqueo). ¿Qué sentido tendría hablar de una guerra económica contra el capitalismo, siempre victoriosa en medio de más hambre? La única política que defiende y protege un bastión revolucionario es la lucha revolucionaria ofensiva a escala internacional y la única esperanza es la solidaridad política de la clase, su organización autónoma y la lucha de clases internacional.
El RWG, con toda su charlatanería sobre la NEP, no ofrece ninguna vía par una orientación válida de la economía en la lucha del mañana. ¿En qué dirección debemos orientarnos, que podamos ir tan lejos como las circunstancias de la lucha de clase nos lo permita?
Estos puntos deben ser tomados como sugerencias para la orientación futura, como una contribución al debate que se sostiene en el seno de la clase sobre estas cuestiones.
Como los camaradas de RWG no comprenden la situación rusa, terminan perdiéndose en ella. Intentan ofrecer una orientación para el futuro escogiendo algunos aspectos de reacciones diferentes que se oponían en Rusia. Como todos aquellos que rechazan completamente el pasado y pretenden que la conciencia revolucionaria nació ayer (con ellos, lo más seguro), RWG toma, aparentemente lo contrario y responde a la historia en sus propios términos. Lo que no constituye un enriquecimiento de las lecciones del pasado, sino un deseo de revivirlo y “hacerlo mejor”, en lugar de ser una tentativa de buscar de lo que se puede sacar hoy.
El RWG escribe pues: «nuestro programa es el programa de la Oposición Obrera, que predica la actividad autónoma de la clase contra el burocratismo, y las tentativas a la restauración del capital» lo que revela una falta de comprensión fundamental de lo que significa realmente la Oposición Obrera en el contexto de los debates en Rusia. La Oposición Obrera fue uno de los numerosos grupos que se enfrentaron contra la evolución de los acontecimientos en las circunstancias de degeneración en Rusia. Lejos de rechazar sus esfuerzos a menudo llenos de coraje, es necesario considerar su programa.
La Oposición Obrera no estaba contra el “burocratismo”, sino contra la burocracia del Estado y por la utilización de la burocracia sindical. Los sindicatos debían ser el órgano de la gestión del capital en Rusia y no la máquina del partido-Estado. La Oposición Obrera pudo haber querido defender la iniciativa de la clase obrera, pero ella no pudo visualizarla fuera del contexto sindical. La verdadera vida de la clase en los Soviets había sido casi enteramente eliminada en Rusia en 1920-21, pero esto no quería decir, que los sindicatos, y no los Consejos Obreros, eran los instrumentos de la dictadura del proletariado. Es el mismo género de razonamientos que ha conducido a los bolcheviques a concluir en la necesidad de retornar en algunos aspectos, al viejo programa social demócrata –infiltración de los sindicatos, participación en el parlamento, alianzas con los centristas, etc.-, desde el mismo momento que el programa del primer congreso de la IC no pudo ser fácilmente puesto en práctica como consecuencia de las derrotas del proletariado en Europa. Igualmente si los Soviets fueron aplastados, la actividad autónoma de la clase- sin hablar de su actividad revolucionaria-, no podía ser ejercida en los sindicatos en el período de decadencia del capitalismo. Todo el debate sobre los sindicatos reposaba sobre una base falsa: los sindicatos habrían podido sustituir la unidad de la clase en los Soviets. En este sentido la experiencia de Kronstadt, llamando a la regeneración de los Soviets, era más clara sobre la cuestión. Durante ese tiempo la Oposición Obrera aportó su acuerdo y su sostén al aplastamiento militar de Kronstadt.
Es necesario comprender históricamente que el contexto ruso, los argumentos de ese debate giraban en torno a la manera de “administrar” la degeneración de la revolución, y que sería el súmmum de la absurdidad, el RWG afirma: «pero estamos seguros de una cosa: si el programa de la Oposición Obrera hubiera sido adoptado, el programa de la actividad autónoma de la clase, la dictadura del proletariado en Rusia habría muerto (en caso de muerte) combatiendo al capitalismo y no adaptándose a él. Y la posibilidad era que ella podía haber sido salvada por la victoria en el Oeste. Si ese programa de lucha hubiera sido adoptado no hubiese habido un retroceso internacional. Habrían habido posibilidades para la Izquierda Internacional de ganar predominio en la Internacional Comunista» (Forward, pág 48-49).
Esto prueba solamente que hay una convicción persistente entre el RWG, de que si las cosas hubieran sido hechas de mejor manera en Rusia todo hubiera sido diferente. Para ellos Rusia es el pivote de todo. Ellos también asumen como lo hemos visto, que si las medidas económicas hubieran sido diferentes, la traición política habría sido evitada, y no lo contrario. Pero la absurdidad histórica de estas hipótesis es más claramente expresada por “habrían habido posibilidades para la Izquierda Internacional de ganar predominio en la Internacional Comunista”.
La Izquierda Comunista de quienes presumimos que ellos hablan no comprendía claramente el programa económico para la época, pero el KAPD, por ejemplo, se basaba sobre el rechazo de los sindicatos y de su burocracia. La Oposición Obrera no tuvo nada –o si tuvo fue poco- que repetir sobre la estrategia bolchevique en el Oeste, y siempre sirvió de tapón a la política bolchevique oficial sobre esta cuestión, incluyendo las 23 condiciones del segundo congreso de la Internacional Comunista (como lo hizo Osinsky). La visión que atribuye a la Oposición Obrera haberse transformado en el punto focal de la Izquierda Internacional, es pura invención del RWG, porque desconocen la historia de la que hablan con tanta ligereza.
Aún cuando el RWG dice que: «escrutar la bola de cristal no es una tarea revolucionaria» (Forward, pág 48), él se pierde, en algunas líneas más adelante, en los horizontes infinitos que la Oposición Obrera habría abierto a la clase obrera. Se podría decir que en lugar de evitar las bolas de cristal, sería mejor saber de que se habla.
Nuestro objetivo esencial en este artículo, no es polemizar, aún cuando sea de indudable utilidad la claridad que se pueda llevar sobre ciertos puntos. La tarea esencial de los revolucionarios es la de sacar de la historia los puntos para la orientación de la lucha futura. El debate que trata específicamente sobre la cuestión de saber cuándo la revolución rusa degeneró es menos importante que:
Es en este sentido que queremos aportar una contribución a una visión general de la herencia esencial que nos ha dejado la experiencia de la oleada revolucionaria de post-guerra, para el presente y para el futuro.
Existen hoy en día muchos grupos pequeños, como el RWG, que se desarrollan con el resurgimiento de la lucha de clases y es importante comprender las implicaciones de su trabajo, así como el fortalecimiento del intercambio de ideas en el medio revolucionario. Pero existe el peligro de que después de tantos años de contrarrevolución, estos grupos no sean capaces de apropiarse de la herencia del pasado revolucionario. Como el RWG, muchos de esos grupos piensan que ellos “descubrieron” la historia por primera vez, como si nada hubiese existido antes que ellos. Esto puede conducir a aberraciones de este genero: fijarse sobre el programa de la Oposición Obrera o de los grupos de izquierda rusos, en el vacío, como si se “descubriera” cualquier día una “nueva piedra del rompecabezas”, sin colocar los elementos en un contexto más amplio. Sin conocer el trabajo de la Izquierda Comunista (y ser criticado al mismo tiempo) (KAPD, Gorter, Izquierda Holandesa, Pannekoek, “Worker’s Dreadnaught”, la Izquierda italiana, la revista Bilan en los años treinta e Internacionalismo en los cuarenta, el Comunismo de los Consejos y Living Marxismo tanto como los Comunistas de Izquierda rusos), y sin verlos como las piezas separadas de un rompecabezas, sino comprendiéndolos en los términos generales del desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase, nuestro trabajo estará condenado a la esterilidad y a la arrogancia del diletante. Aquellos que hacen el esfuerzo indispensable de romper con el izquierdismo deberían comprender que no están solos en la marcha sobre el camino de la revolución, y que tampoco están solos en la historia.
J.A.
[1] La política del Comunismo de Guerra en el país durante la guerra civil, tan celebrada por RWG, no era menos “capitalista” que la NEP. La expropiación violenta de los bienes de los campesinos, aunque siendo una medida necesaria para la ofensiva proletaria de la época, no constituía en nada un “programa” económico (el pillaje). Es fácil ver que estas medidas temporales, impuestas por la fuerza sobre la producción agrícola, no podían durar indefinidamente. Antes, durante y después del Comunismo de Guerra, la base esencial de la producción era la propiedad privada. El RWG tiene razón al señalar la importancia de la lucha de clase de los obreros agrícolas en el país, pero esta lucha no podía eliminar automáticamente e inmediatamente al campesino y su sistema de producción, ni siquiera en el mejor de los casos.
Este artículo escrito por un camarada de la C.C.I., es un intento de análisis de los acontecimientos de Kronstadt y de las enseñanzas que de ellos habría que sacar con vistas al desarrollo del movimiento obrero de hoy y del mañana. Sus análisis coinciden con las orientaciones generales de nuestra Corriente. En él se desarrollan los puntos esenciales para que los revolucionarios comprendan lo que hemos heredado de aquellos episodios. Estos puntos pueden resumirse como siguen:
1.- La revolución proletaria es, por su misma naturaleza histórica, una revolución internacional. Mientras permanezca arrinconada en el marco de uno o varios países aislados, tropezará con dificultades absolutamente insuperables y se encontrará fatalmente abocada a la muerte a corto o largo plazo.
2.- Al revés de otras revoluciones en la historia, la revolución proletaria exige la participación directa, constante y activa del conjunto de la clase. Lo cual significa que nunca podrá aceptar, so pena de iniciar inmediatamente un proceso de degeneración, la “delegación” del poder en un partido, ni que una fracción de la clase o un cuerpo especializado, por muy revolucionario que sea, suplante a toda ella.
3.- La clase obrera es la única revolucionaria, no sólo en la sociedad capitalista, sino igualmente en el período de transición, mientras sigan subsistiendo clases a nivel mundial. De manera que la autonomía total del proletariado con respecto a otras clases y capas sociales sigue siendo la condición fundamental que le permitirá ejercer hegemonía y su dictadura de clase con vista a la instauración de la sociedad comunista.
4.- La autonomía del proletariado significa que bajo ningún pretexto las organizaciones unitarias y políticas de la clase habrán de subordinarse a las instituciones del Estado, pues ello equivaldría a la disolución de estos organismos de clase y llevaría al proletariado a abdicar de su programa comunista del que es el único depositario.
5.- la marcha ascendente de la revolución proletaria no es consecuencia de tal o cual medida económica por importante que sea. La única garantía del avance de la revolución es el programa, la visión y la acción política y total del proletariado. En todo ese conjunto están comprendidas las medidas económicas inmediatamente posibles que se ajustan al sentido del programa.
6.- La violencia revolucionaria es un arma del proletariado frente a las otras clases. Bajo ningún pretexto servirá ésta de criterio ni instrumento dentro de la propia clase, porque no es un medio de toma de conciencia. Los únicos medios por los que el proletariado puede tomar conciencia son su propia experiencia y el examen critico constante de ella. Con ello queremos decir que el ejercicio de la violencia en el interior de la clase, sea cual sea su motivación y posible justificación inmediata, sólo puede impedir la actividad propia de las masas y ser el mayor obstáculo para su toma de conciencia; condición indispensable para el triunfo del comunismo.
La sublevación de Kronstadt en 1921 es la piedra de toque que separa a los que pueden comprender el proceso y la evolución de la revolución proletaria gracias a sus posiciones de clase, de aquellos otros para quienes la revolución es letra muerta. Resaltan en él de forma trágica algunas de las más importantes lecciones de toda la revolución rusa, lecciones que el proletariado no puede ignorar, y más en el momento en que está preparando -aunque sea a largo plazo- su próximo gran levantamiento revolucionario contra el capital.
Cualquier estudio marxista del problema de Kronstadt deberá partir de la afirmación de que la revolución de Octubre de 1917 en Rusia fue proletaria, un momento en el desarrollo de la revolución proletaria mundial que era la respuesta de la clase obrera internacional a la guerra imperialista de 1914-18. Esta guerra fue el jalón que señaló la entrada definitiva del capitalismo mundial en su ocaso histórico irreversible, al propio tiempo que se hacía sentir la necesidad material de la revolución proletaria en todos los países. Debemos afirmar también que el partido bolchevique, que era la vanguardia de la revolución de Octubre, era un partido comunista proletario, una fuerza vital en la izquierda internacional tras la traición de la Segunda Internacional en el 14, y que siguió defendiendo las posiciones de clase del proletariado durante la primera guerra mundial y el período que siguió.
En contra de los que hablan de la insurrección de Octubre como de un simple “golpe de Estado”, un Putsch realizado por una camarilla de conspiradores, nosotros repetimos que la insurrección fue el punto culminante de un largo proceso de lucha de clases y la prueba de la madurez de la conciencia de la clase obrera organizada en soviets, comités de fábrica y guardias rojos. La insurrección formaba parte de un proceso de destrucción del Estado burgués y de instauración de la dictadura del proletariado; los bolcheviques la defendieron con uñas y dientes como algo que debía marcar el primer jalón decisivo de la revolución proletaria mundial, de la guerra civil contra la burguesía. ¡Qué lejos estaba del espíritu de los bolcheviques en aquel momento la idea de que la insurrección tendría más tarde como fin la “construcción del socialismo únicamente en Rusia”, a pesar del número de errores y confusiones que contenía el programa económico inmediato de la revolución, errores que, por otra parte, eran compartidos entonces por el movimiento obrero en su conjunto!
Sólo de este modo se puede esperar comprender la degradación ulterior de la revolución rusa. Como este problema es abordado en otro texto de la revista del C.C.I. (“La degeneración de la revolución rusa”, en este mismo número, ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-dege... [36] ), nos limitaremos aquí a algunas observaciones generales. La revolución comenzada en el 17 no consiguió extenderse internacionalmente a pesar de las numerosas tentativas que hubo en toda Europa. Rusia misma se encontraba desgarrada por una larga y sangrienta guerra civil que había devastado la economía y fragmentado la clase obrera industrial, columna vertebral del poder de los soviets. En este contexto de aislamiento y de caos interno, los errores ideológicos de los bolcheviques comenzaron a ejercer un peso material contra la hegemonía política de la clase obrera, casi inmediatamente después de haber tomado el poder. Era sin embargo un proceso irregular. Los bolcheviques recurrían a medidas cada vez más burocráticas en la misma Rusia por los años 18-20 al mismo tiempo que contribuían a fundar la I.C. en el 19, con un único y claro objetivo que era acelerar la revolución proletaria mundial.
La delegación del poder en un partido, la eliminación de los comités de fábrica, la subordinación progresiva de los soviets al aparato de Estado, el desmantelamiento de las milicias obreras, el modo “militarista" cada vez más acentuado, de enfrentarse con las dificultades, resultado de los períodos de tensión durante la guerra civil, la creación de comisiones burocráticas, eran manifestaciones evidentes del proceso de degradación de la revolución rusa.
Estos hechos no son los únicos signos de debilitación del poder político de la clase obrera, pero son con toda seguridad los más importantes. Fue sobre todo durante la guerra civil cuando se pudo observar una acentuación del proceso aunque algunos síntomas eran ya visibles antes del período de comunismo de guerra. Puesto que la rebelión de Kronstadt fue en muchos aspectos una reacción contra los rigores del llamado "comunismo de guerra", será preciso mostrar aquí son especial claridad el significado real que tuvo este período para el proletariado ruso.
Como subraya el artículo sobre la “degeneración de la revolución rusa” no podemos nosotros ahora seguir manteniendo las ilusiones de los comunistas de izquierda de aquella época, que, en su mayoría, veían en el comunismo de guerra una “verdadera” política socialista, contra la restauración del capitalismo establecida por la NEP (Nueva Política Económica). La desaparición casi total del dinero y de los salarios, la requisición de los cereales a los campesinos no significaban que se hubieran abolido las relaciones sociales capitalistas, sino que eran simples medidas de urgencia impuestas por el bloqueo económico capitalista contra la República de los soviets y por las necesidades de la guerra civil. En cuanto al poder político real de la clase obrera, ya hemos visto que aquel período estuvo marcado por un debilitamiento progresivo de los órganos de dictadura del proletariado y por el desarrollo de la tendencia e instituciones burocráticas. La dirección del Partido-Estado se afanaba en demostrar que la organización de la clase era excelente en principio, pero que en aquellas circunstancias más valía subordinar todo a la lucha militar. La doctrina de la “eficacia” comenzaba a minar los principios fundamentales de la democracia proletaria. Basándose en esta doctrina, el Estado comenzó a instaurar una militarización del trabajo, que sometía a los trabajadores a métodos de vigilancia y explotación extremadamente severos. “En enero de 1920, el consejo de Comisarios del pueblo, principalmente instigado por Trotsky, decretó la obligación general de trabajar aplicable a todos los adultos válidos al tiempo que autorizaba el destino del personal militar desempleado a servicios civiles”. (Averich, Kronstadt 1921, Princetown 1970, p. 26-27).
Al mismo tiempo, las tropas del ejército rojo reforzaban la disciplina de trabajo en las fábricas. Debilitados los comités de fábrica, el Estado tenía vía libre para introducir la dirección personalizada y el Sistema Taylor de explotación previamente denunciado por Lenin en tanto que “hacía al hombre esclavo de la máquina”. Para Trotsky “la militarización del trabajo es el método de base indispensable para la organización de nuestra mano de obra”. (Informe del III Congreso de los Sindicatos de toda Rusia. Moscú 1920). El que el Estado fuera en aquel momento un Estado-obrero significaba para él que los trabajadores no podían poner objeciones a su sumisión completa al Estado.
Pero las duras condiciones de trabajo de las fábricas no eran recompensadas por salarios elevados o un fácil acceso a “los valores de uso”. Al contrario, los estragos que el bloqueo y la guerra habían hecho en la economía hicieron que pronto apareciera el espectro del hambre. Los trabajadores tenían que conformarse con raciones cada vez más escasas y distribuidas a menudo de modo irregular. Amplios sectores de la industria dejaron de funcionar con lo que muchos obreros se quedaron abandonados a sus propios recursos o a los de su imaginación para sobrevivir. La reacción natural de muchos de ellos fue renunciar a la ciudad y buscar en el campo el modo de salir adelante; cambiando, por ejemplo, herramientas robadas en las fábricas por alimentos. Cuando el régimen de comunismo de guerra prohibió el intercambio entre individuos, encargándose el Estado de la requisición y distribución de bienes esenciales, mucha gente sólo pudo sobrevivir gracias al estraperlo que se difundió por todo el país. Para luchar contra este mercado negro el gobierno acordonó las carreteras a fin de poder controlar a todos los viajeros que entraban o salían de las ciudades. Mientras tanto, las actividades de la Checa para reforzar los decretos del gobierno se hacían cada vez más enérgicas. Esta “Comisión extraordinaria” establecida en el 18 para combatir la contrarrevolución funcionaba de un modo más o menos incontrolado. Sus métodos despiadados le valieron el odio general de la población.
La actitud un tanto expeditiva de que fueron víctima los campesinos tampoco fue aprobada por todos los obreros. Las estrechas relaciones familiares y personales que existían entre muchos sectores de la clase obrera rusa y el campesinado hacían que los obreros fueran especialmente sensibles a las quejas de los campesinos sobre los métodos que solían utilizar los destacamentos armados enviados para la requisición de cereales, sobre todo cuando éstos les requisaban más de lo que les sobraba para vivir dejándolos sin los medios necesarios para satisfacer sus necesidades. El resultado que dieron estos métodos fue que los campesinos escondían o destruían a menudo sus cosechas con lo que se agravaba la situación de pobreza y penuria en todo el país. La impopularidad general de estas medidas económicas coercitivas se expondría más tarde en el programa de los insurrectos de Kronstadt como veremos después.
Si algunos revolucionarios, como Trotsky, tenían tendencia a convertir la necesidad en virtud y a glorificar la militarización de la vida económica y social; otros, como Lenin, hacían prueba de mayor prudencia. Lenin no disimulaba el hecho de que los soviets ya no funcionaban como órganos del poder proletario directo, y durante el debate sobre el problema de los sindicatos en 1921 con Trotsky, defendió la idea de que los trabajadores debían defenderse por sí mismos contra su Estado, particularmente desde que, según Lenin, la república de los soviets no era ya solamente un “Estado proletario”, sino un “Estado de obreros y campesinos” con profundas “deformaciones burocráticas”. La Oposición Obrera y, por supuesto, otros grupos de izquierda, llegaron más lejos en la denuncia de estas deformaciones burocráticas que el Estado había sufrido en el período 18-21. Pero la mayoría de los bolcheviques creían sincera y firmemente que mientras ellos (el partido del proletariado) controlaran el aparato de Estado, la dictadura del proletariado seguiría existiendo, a pesar de que las masas trabajadoras parecían haber desaparecido temporalmente de la vida política. Esta posición, fundamentalmente falsa, debería provocar inevitablemente consecuencias desastrosas.
Mientras duró la guerra civil, El Estado de los soviets seguía conservando el apoyo de la mayoría de la población pues se había identificado al combate contra las antiguas clases posesoras y capitalistas. Las duras privaciones de la guerra civil habían sido soportadas con relativa buena voluntad por los trabajadores y pequeños campesinos. Pero después de la derrota de los ejércitos imperialistas, muchos creyeron que podían esperar que las condiciones de vida fueran en adelante menos severas y que el régimen aflojara un poco el control de la vida económica y social.
La dirección bolchevique, sin embargo, confrontada a los estragos que la guerra había hecho en la producción, se mostró bastante reacia a permitir el menor relajamiento en el control estatal centralizado. Algunos bolcheviques de izquierda, como Ossinsky, defendían el mantenimiento e incluso el refuerzo del comunismo de guerra, sobre todo en el campo. Fue así como propuso un plan para la “organización obligatoria de las masas para la producción”, (N. Ossinsky, Gosudarstvenca regulizovanie Krest ianskogo Khoziastva, Moscú 1920, p. 8 y 9) bajo la dirección del gobierno para la formación de “comités de siembra” locales. Estos comités tenían como fin el aumento de la producción colectivizada y la creación de almacenes de semilla comunes en los que los campesinos deberían reunir todo el grano; el gobierno se encargaría de la distribución de este grano. Todas estas medidas (pensaba Ossinsky) conducirían naturalmente a la economía “socialista” en Rusia.
Los otros bolcheviques, como Lenin, comenzaron a presentir la necesidad de suavizar un poco la presión, especialmente en cuanto a los campesinos, pero en conjunto, el partido defendía con uñas y dientes los métodos del comunismo de guerra. El resultado fue que empezó a agotarse la paciencia de los campesinos y que en el invierno de 1920-21 se registraron varias sublevaciones de estos en todo el país. En la provincia de Tambow, en la región del medio Volga, en Ucrania, en Siberia occidental y en muchas otras regiones, los campesinos se organizaban en bandas armadas muy someramente para luchar contra los destacamentos de abastecimiento y la checa. Muy a menudo se alistaban en sus filas soldados recién licenciados del ejército rojo que les aportaban ciertas nociones de estrategia militar. En algunas regiones se formaron enormes ejércitos rebeldes, a medio camino entre la guerrilla y la horda de bandidos. En Tambow por ejemplo, el ejército que estaba al mando de A.S. Antonov llegó a contar hasta 50.000 hombres. La motivación ideológica de estas fuerzas era escasa si se quita el tradicional resentimiento de los campesinos contra la ciudad, contra el gobierno centralizado y los clásicos sueños de independencia y autosubsistencia que siempre ha tenido la pequeña burguesía rural. Después del enfrentamiento con las tropas campesinas de Makhno en Ucrania, la posibilidad de un levantamiento generalizado contra el poder de los soviets era algo que atormentaba a los bolcheviques. Nada tiene de extraño, pues, que asimilaran la sublevación de Kronstadt a esta amenaza que les venía más bien por parte del campesinado. Esta fue sin duda una de las razones por las que reprimieron con tanta fiereza el levantamiento de Kronstadt.
Casi inmediatamente después surgió en Petrogrado una serie de huelgas salvajes mucho más importantes. Todo comenzó en la fábrica metalúrgica de Trubochny y se extendió rápidamente a muchas otras grandes industrias de la ciudad. En las asambleas de fábrica y en las manifestaciones se adoptaban resoluciones que reclamaban un aumento de las raciones de alimentos y ropa, pues muchos de ellos pasaban hambre y frío.
Al mismo tiempo iban apareciendo otro tipo de reivindicaciones; éstas, más políticas: los obreros querían que se terminaran las restricciones sobre los desplazamientos fuera de las ciudades, la liberación de los prisioneros de la clase obrera, la libertad de expresión etc. Las autoridades soviéticas de la ciudad encabezadas por Zinoviev respondieron denunciando las huelgas que servían los propósitos de la contrarrevolución y pusieron a la ciudad bajo control militar directo, prohibiendo las asambleas en las calles y ordenando el toque de queda a las 11 de la noche. Sin duda alguna ciertos elementos contrarrevolucionarios como los Mencheviques o los S.R. jugaron un papel en los acontecimientos con sus teorías falaciosas sobre la “salvación”, pero el movimiento de huelga de Petrogrado era esencialmente una respuesta proletaria espontánea a unas condiciones de vida insoportables. Pero las autoridades bolcheviques no podían admitir que los obreros se pusieran en huelga contra el “Estado Obrero” y tacharon a los huelguistas de provocadores, perezosos e individualistas. Trataron también de romper la huelga cerrando fábricas, privándoles de sus raciones y ordenando la detención de los cabecillas más destacados por la Checa local. Pero había que dar una de cal y otra de arena: así Zinoviev anunciaba al mismo tiempo el fin del bloqueo de las carreteras de los alrededores de la ciudad, la compra de carbón al extranjero para hacer frente a la penuria de combustible y el proyecto de terminar con las requisiciones de cereales. Esta mezcla de represión y conciliación condujo a los trabajadores, ya debilitados o agotados, al abandono de su lucha en espera de un futuro más halagüeño.
Pero el eco más importante que iba a tener el movimiento de huelga de Petrogrado sería en la fortaleza próxima de Kronstadt. La guarnición de Kronstadt, uno de los principales baluartes de la Revolución de Octubre, había entablado ya una lucha contra la burocratización antes de las huelgas de Petrogrado. Durante los años 20 y 21 los marineros de la flota roja en el Báltico habían combatido las tendencias disciplinarias de los oficiales y las habilidades burocráticas del POUBALT (sección política de la flota del Báltico, el órgano del Partido que dominaba la estructura soviética de la marina). En febrero del 21 las asambleas de marineros habían votado mociones declarando que “el POUBALT no sólo se ha separado de las masas, sino incluso de los funcionarios activos. Se ha convertido en un órgano burocrático sin ninguna autoridad entre los marineros” (Ida Mett. La Comuna de Kronstadt, Solidarity pamphlet. Pág 3).
Así estaban las cosas cuando les llegaron noticias de las huelgas de Petrogrado y de que las autoridades habían declarado la ley marcial. ¿Había ya un cierto estado de fermentación entre los marineros? Lo cierto es que el 28 de febrero enviaron una delegación a las fábricas de Petrogrado para ver por dónde iban los tiros. El mismo día la tripulación del crucero Petropavlosk se reunió para discutir la situación y adoptar la resolución siguiente:
“Después de haber oído a los representantes de las tripulaciones delegados por la Asamblea general de los buques con el fin de conocer la situación de Petrogrado, los marineros deciden:
Esta resolución se convirtió rápidamente en el programa de la revuelta de Kronstadt. El primero de marzo tuvo lugar en la guarnición una asamblea de masa que reunió a 16000 personas. Oficialmente había sido prevista como una asamblea de la primera y segunda secciones de cruceros. A ella asistían Kalinin, presidente del ejecutivo de los soviets de toda Rusia, y Kouzmin, comisario político de la flota del Báltico. Aunque Kalimin fue acogido con música y banderas, pronto se encontró completamente aislado en la asamblea, al igual que Kouzmin. La asamblea entera adoptó la resolución del Petropavlosk, menos Kalimin y Kouzmin que tomaron la palabra con un tono provocador para denunciar las iniciativas que habían sido tomadas en Kronstadt. Al terminar fueron abucheados.
Al día siguiente, dos de marzo, era el día en que el Soviet de Kronstadt debía ser reelegido. La Asamblea del 1° de marzo convocó pues a los delegados de los barcos, de las unidades del ejército rojo, de las fábricas, a una reunión para tratar de la reconstitución del Soviet. Unos 300 delegados se encontraron en la casa de la cultura. La resolución del Petropavlosk fue nuevamente adoptada, así como los proyectos para la elección del nuevo Soviet presentados en una moción orientada hacia “una reconstrucción pacífica del régimen de los soviets”. (Ida Mett. Op. Cit.). Al mismo tiempo los delegados formaron un comité revolucionario provisional (CRP) encargado de la administración de la ciudad y de la organización de la defensa contra toda intervención del gobierno. Se consideró que esta última tarea era la más urgente, pues corrían rumores sobre un ataque inmediato de los destacamentos bolcheviques, a causa de las violentas amenazas de Kamilin y Kouzmin. Estos últimos adoptaron una actitud tan inflexible que fueron detenidos con otros personajes oficiales. Con este último acto la situación se convirtió ya en un motín declarado y fue interpretada por el gobierno como tal.
El CRP se puso inmediatamente manos a la obra. Comenzó a publicar sus propios Izvestia, cuyo primer número declaraba: “El partido comunista, señor del Estado, se ha separado de las masas. Ha demostrado su incapacidad para sacar al país del caos. Innumerables accidentes se han producido recientemente en Moscú y en Petrogrado, que demuestran claramente que el Partido ha perdido la confianza de los trabajadores. El partido no hace caso de las necesidades de la clase obrera, porque piensa que estas reivindicaciones son fruto de actividades contrarevolucionarias. Al actuar así, el Partido incurre en un grave error”. (Izvestia del CRP. 3 de marzo de 1921).
La Respuesta inmediata del Gobierno Bolchevique a la rebelión fue denunciarla como una faceta más de la conspiración contrarevolucionaria contra el poder de los soviets. Radio Moscú la llamaba “complot de la Guardia Blanca” y afirmaba poseer pruebas de que todo había sido organizado por el círculo de emigrados de París y por los espías de la Entente. Aunque estas falsificaciones sigan utilizándose hoy día, ya no se les presta excesivo crédito; ni siquiera historiadores semi-trotskistas, como Deutscher, que considera estas acusaciones desprovistas de fundamento real. Por supuesto, toda la carroña contrarrevolucionaria, desde la Guardia Blanca hasta los S.R. trataron de recuperar la rebelión y le ofrecieron su apoyo. Pero, aparte de la ayuda “humanitaria” que llegó a través de la Cruz Roja rusa, controlada por los emigrados, el CRP rechazó todas las proposiciones hechas por la reacción. Antes bien, proclamó bien alto que no luchaban por una vuelta a la autocracia ni a la Asamblea Constituyente, sino por una regeneración del poder de los soviets liberado del dominio burocrático: “la defensa de los trabajadores son los soviets y no la Asamblea Constituyente”, (Pravda o Kronstadt. Praga 1921. P. 32) declaraban los Izvestia de Kronstadt.
“En Kronstadt, el poder está en manos de los marineros, de los soldados rojos y de los trabajadores revolucionarios. No está en manos de los guardias blancos, mandados por el general Kozlovsky, como afirma engañosamente Radio Moscú”. (Llamada del CRP citada por I. Mett. p. 22-23).
Cuando se demostró que la idea de un simple complot era una pura ficción, los que se identificaban de una forma no crítica con la decadencia del bolchevismo, presentaron excusas más elaboradas para justificar la represión de Kronstadt.
En “Hue and Cry over Kronstadt” (New International. Abril 1938), Trotsky presentó la siguiente argumentación: “es cierto, Kronstadt fue uno de los baluartes de la revolución proletaria en el 17. Pero durante la guerra civil, los elementos revolucionarios proletarios de la guarnición fueron dispersados y reemplazados por elementos campesinos impregnados de la ideología pequeño-burguesa reaccionaria. Esos elementos no podían resistir los rigores de la dictadura del proletariado y de la guerra civil; se rebelaron con el fin de debilitar la dictadura y otorgarse raciones privilegiadas...”
“el levantamiento de Kronstadt no era sino una reacción armada de la pequeña burguesía contra los sacrificios de la revolución social y la austeridad de la dictadura del proletariado”. Continúa Trotsky diciendo que los trabajadores de Petrogrado, que al revés de los Dandies de Kronstadt soportaban estos sacrificios sin quejarse, habían terminado “asqueados de la rebelión”, porque se dieron cuenta de que “los amotinados de Kronstadt estaban al otro lado de la barricada” y por tanto, habían decidido “aportar su apoyo a los soviets”.
No interesa ahora pasar mucho tiempo examinando estos argumentos; los hechos que hemos citado los desmienten. La afirmación de que los insurrectos de Kronstadt reclamaban raciones privilegiadas para ellos mismos queda desmentida si nos remitimos al punto 9 de la resolución del Petropavlosk, que reclamaba raciones iguales para todos. Del mismo modo, el retrato de los obreros de Petrogrado aportando dócilmente su apoyo a la represión se desmiente por la realidad de las huelgas que precedieron a la revuelta. Aunque este movimiento hubiera decaído mucho en el momento de estallar la revuelta de Kronstadt, importantes fracciones del proletariado de Petrogrado siguieron aportando un apoyo activo a los insurrectos. El 7 de marzo, día que comenzó el bombardeo de Kronstadt, los trabajadores del arsenal se reunieron en mitin y eligieron una comisión encargada de lanzar una huelga general para sostener la rebelión. En Pouhlov, Battisky, Oboukov y en las principales empresas continuaban las huelgas.
Por otra parte no vamos a negar que hubieran elementos pequeño-burgueses en el programa y la ideología de los insurrectos y en el personal de la flota y el ejército. Pero todas las sublevaciones proletarias van acompañadas de una cantidad de elementos pequeño-burgueses y reaccionarios que no tergiversan el carácter fundamentalmente obrero del movimiento. Esto fue sin duda lo que ocurrió incluso en la insurrección de octubre, que contaba con el apoyo y la participación activa de elementos campesinos en las fuerzas armadas y en el campo. La composición de la asamblea de delegados del 2 de marzo demuestra que los insurrectos tenían una amplia base obrera. Estaba ésta formada en gran parte, por proletarios de las fábricas, de las unidades de la marina de la guarnición y del conjunto del CRP elegido por esta asamblea. El CRP estaba formado por veteranos trabajadores y marineros que habían participado en el movimiento revolucionario, al menos desde el 17. (Véase I. Mett para el análisis de la lista de miembros de este comité). Pero estos hechos son menos importantes que el contexto general de la revuelta; ésta tuvo lugar en un contexto de la lucha de la clase obrera contra la burocratización del régimen, se identificaba con esta lucha y era comprendida como un momento de su generalización.
“Que los trabajadores del mundo entero sepan que nosotros, los defensores del poder de los soviets, protegemos las conquistas de la revolución social. Venceremos o moriremos en las ruinas de Kronstadt luchando por la justa causa de las masas proletarias” (Pravda o Kronstadt, p. 82).
Los anarquistas, ideólogos de la pequeña burguesía, hablan de Kronstadt como de su revuelta. A pesar de que, sin lugar a dudas ha habido influencias anarquistas en el programa de los insurrectos y en su ideología, las reivindicaciones no eran simplemente anarquistas. No reclamaban una abolición abstracta del Estado, sino la regeneración del poder de los soviets. Tampoco querían abolir los “partidos” como tales. Aunque muchos insurrectos abandonaron el partido bolchevique en aquella época y a pesar de que se publicaron muchas resoluciones confusas sobre la “Tiranía Comunista”, nunca reclamaron “los Soviets sin los comunistas” como se ha afirmado muy a menudo. Sus consignas eran de libertad de agitación a los diferentes grupos de la clase obrera y “el poder a los soviets, no a los partidos”. A pesar de todas las ambigüedades que comportan estas consignas, expresaban un rechazo instintivo de la idea de partido que suplanta a la clase, lo cual ha sido uno de los principales factores que han contribuido a la degeneración del bolchevismo.
Uno de los rasgos característicos de la rebelión es que no presentaba un análisis político claro y coherente de la degeneración de la revolución. Tales análisis deberían encontrar expresión en el seno de las minorías comunistas, aunque en ciertas coyunturas específicas estas minorías vayan un poco rezagadas con respecto a la conciencia espontánea del conjunto de la clase. En el caso de la revolución rusa han tenido que pasar varios decenios de ardua reflexión en la Izquierda Comunista Internacional para llegar a una comprensión coherente de lo que era la degeneración. El levantamiento de Kronstadt representaba una reacción elemental del proletariado contra esta degeneración, una de las últimas manifestaciones de masa de la clase obrera rusa en aquella época. En Moscú, Petrogrado y Kronstadt, los trabajadores enviaron un SOS desesperado para salvar la revolución rusa que comenzaba a declinar.
Muchas han sido las polémicas a propósito de la relación entre las reivindicaciones rebeldes y la NEP (Nueva Política Económica). Para estalinistas empedernidos como los de la Organización Comunista Inglesa e Irlandesa –B&ICO- (Problema del Comunismo N° 3) hubo que aplastar la rebelión porque su programa económico de trueque y de libre cambio era una reacción pequeño-burguesa contra el proceso de “construcción del socialismo” en Rusia- socialismo significaba, por supuesto, la mayor concentración posible de Capitalismo de Estado. Pero al mismo tiempo la B&ICO defiende la NEP como una etapa hacia el socialismo. El reverso e la medalla está representado por el anarquista Murray Bookchin que, en su introducción a la edición canadiense de “La Comuna de Kronstadt” (Black Rose Book. Montreal 1971) nos describe el paraíso libertario que habría podido realizarse de haber aplicado simplemente el programa económico de los rebeldes:
“Una victoria de los marinos de Kronstadt habría podido abrir nuevas perspectivas a Rusia: una forma híbrida de desarrollo social con control obrero de las grandes fábricas y libre comercio de los productos agrícolas, basado en una economía campesina a pequeña escala y comunidades agrarias voluntarias”.
Bookchin añade a continuación, misteriosamente, que una sociedad tal sólo habría podido sobrevivir si hubiera habido un fuerte movimiento revolucionario en occidente para secundarla. Uno se pregunta a quién se le ocurre pensar que tales sueños de tendero autogestionario iban a representar una amenaza para el capital mundial.
De todos modos esta controversia tiene bien poco interés para los comunistas. Dado que la oleada revolucionaria había fracasado, forzoso es reconocer que ningún tipo de política económica, llámese comunismo de guerra, autarquía, NEP o programa de Kronstadt, habrían podido salvar la revolución. Por otra parte, muchas de las reivindicaciones puramente económicas presentadas por los rebeldes estaban más o menos incluidas en la NEP. Ambos son inadecuados en tanto que programas económicos y sería absurdo que los revolucionarios de hoy reivindicaran trueque o el libre cambio como medidas adecuadas para un baluarte proletario, aunque, en circunstancias críticas sea imposible eliminarlas. La diferencia esencial entre el programa de Kronstadt y la NEP es la siguiente: mientras que esta última debía ser implantada desde arriba, por la naciente burocracia de estado, en cooperación con las direcciones privadas y capitalistas restantes, los insurrectos de Kronstadt proponían la restauración del poder auténtico de los soviets y un término a la dictadura estatal del Partido Bolchevique como algo previo a cualquier avance revolucionario.
Es el verdadero meollo del problema. De nada sirve discutir ahora acerca de la política económica más socialista en aquel momento. Los insurrectos de Kronstadt lo comprendían quizás menos que los bolcheviques más ilustrados. Los insurrectos, por ejemplo, hablaban del establecimiento de un “socialismo libre” (independiente) en Rusia, sin hacer hincapié en la necesidad de extensión de la revolución a escala mundial antes de intentar realizar el socialismo.
“Kronstadt revolucionario combate por un tipo diferente de socialismo, por una república soviética de los trabajadores en la que el productor sea su propio amo y pueda disponer de su producto como mejor le parezca” (Pravda o Kronstadt, p. 92).
La evaluación prudente que hizo Lenin de las posibilidades socialistas de progreso en aquella época, aunque luego desembocó en conclusiones reaccionarias, era de hecho una aproximación que correspondía más a la realidad que las esperanzas que tenían los de Kronstadt de poder autogestionar su comuna en el seno de Rusia.
Pero Lenin y la dirección bolchevique, atados de pies y manos como estaban por el aparato de estado, no alcanzaron a comprender lo que querían decir los insurrectos de Kronstadt confusamente, es cierto, y con ideas mal formuladas: la revolución no puede dar un solo paso si los trabajadores no la dirigen. La condición previa y fundamental para la defensa y la extensión de la Revolución en Rusia era: todo el poder a los Soviets, es decir, la reconquista de la hegemonía política por las propias masas obreras. Como se subraya en el artículo: “Degeneración de la Revolución Rusa” esta cuestión del poder político es con mucho la más importante. El proletariado en el poder puede hacer progresos económicos importantes, o soportar regresos económicos sin que por ello permita que la Revolución se pierda. Pero una vez que se ha desmoronado el poder político de la clase no hay medida económica que valga para salvar a la revolución. Porque los rebeldes de Kronstadt luchaban por la reconquista de este indispensable poder político proletario, los revolucionarios de hoy deben reconocer en la lucha de Kronstadt una defensa de las posiciones de clase fundamentales.
La dirección bolchevique opuso una dura resistencia a la rebelión de Kronstadt. Ya hemos evocado el comportamiento provocador de Kouzmin y Kalinin en la guarnición, los bulos difundidos por radio Moscú diciendo que se trataba de una tentativa contrarevolucionaria de la Guardia Blanca. La actitud intransigente del gobierno bolchevique eliminó rápidamente toda posibilidad de compromiso o de discusión. La advertencia apremiante que Trotsky dirigió a la guarnición pedía la rendición sin condiciones ni concesión posible a los insurrectos. El allanamiento emitido por Zinoviev y el comité de defensa de Petrogrado (el organismo que había sometido a la ciudad a la ley marcial después de la oleada de huelgas) es de sobra conocido por su crueldad como demuestra la consigna dada a los soldados: “disparad sobre ellos como si fueran perdices”. Zinoviev organizó también la captura de rehenes entre las familias de los insurrectos, bajo pretexto que el CRP había detenido a algunos oficiales bolcheviques (sin que sufrieran daño alguno). Los insurrectos consideraron estas acciones como infamantes y se negaron a plegarse ante las amenazas. Durante el asalto, las unidades enviadas para aplastar la rebelión estuvieron constantemente al borde de la desmoralización. Hubo incluso casos de fraternización con los sublevados. Para “asegurarse” de la lealtad del ejército destacaron a algunos eminentes dirigentes del Partido Bolchevique, que se encontraba entonces en sesión, para que dirigieran el sitio; entre ellos había miembros de la Oposición Obrera que querían dejar bien claro que ellos no tenían nada que ver con el levantamiento. Al mismo tiempo, los fusiles de la Checa estaban detrás, apuntando a los soldados; como seguro complementario de que la desmoralización no se propagaría.
Cuando cayó por fin la fortaleza, centenares de insurrectos fueron exterminados, ejecutados sumariamente o condenados rápidamente a muerte por la Checa. A los demás, los mandaron a campos de concentración. A la hora de reprimir, lo hicieron sin contemplaciones. Para borrar todas las huellas del levantamiento pusieron a la ciudad bajo control militar. Disolvieron el Soviet e hicieron una purga de todos los elementos disidentes. Hasta los soldados que habían participado en la represión de la revuelta fueron dispersos inmediatamente en unidades distintas para impedir que se propagaran “los microbios de Kronstadt”. Medidas análogas fueron tomadas con las unidades de la marina consideradas “poco seguras”.
El desarrollo de los acontecimientos en Rusia durante los años que siguieron a la revuelta hacen absurdas las declaraciones que pretenden que la represión de la rebelión era una “necesidad trágica” para defender la revolución. Los bolcheviques creían que defendían la revolución contra la amenaza de la reacción, representada por la Guardia Blanca, en este puerto fronterizo estratégico. Pero cualesquiera que hayan podido ser las ideas de los bolcheviques sobre lo que hacían, lo cierto es que, al atacar a los rebeldes, estaban atacando la única defensa real que la revolución podía tener: la autonomía de la clase obrera y el poder proletario directo. Al actuar así, se comportaron como agentes de la contrarrevolución y sus actos sirvieron para allanar el camino que permitió el triunfo final de la contra revolución bajo la forma del estalinismo.
La extrema violencia con que el gobierno reprimió el levantamiento había llevado a algunos revolucionarios a la conclusión de que el partido bolchevique era clara y abiertamente capitalista en 1921, exactamente como los estalinistas y los trotskistas lo son hoy. No queremos polemizar ahora sobre el momento en que el partido se puso irremediablemente de parte de la burguesía, y, en todo caso rechazamos el método que intenta encerrar la comprensión del proceso histórico en un esquema rígido de fechas.
Pero decir que el Partido Bolchevique no era “otra cosa que capitalista” en 1921, significa en efecto que no tenemos nada que aprender de los sucesos de Kronstadt, salvo la fecha de la muerte de la revolución. Después de todo, los capitalistas nunca han dejado de reprimir los levantamientos obreros y esto es algo que no tenemos que estar aprendiendo sin cesar. Kronstadt sólo puede enseñarnos algo nuevo si lo reconocemos como un capítulo de la historia del proletariado, como una tragedia en el campo proletario. El problema real con el que han de enfrentarse hoy los revolucionarios es el de saber cómo un partido proletario pudo llegar a actuar cómo los Bolcheviques en Kronstadt en 1921, y cómo podemos estar seguros que tales cosas no se repetirán jamás. En una palabra, ¿qué conclusiones hay que sacar de Kronstadt?
La revuelta de Kronstadt esclarece de un modo particularmente dramático las lecciones fundamentales de toda la revolución rusa, lo único verdaderamente provechoso de la revolución de octubre que queda a la clase obrera.
I. LA REVOLUCIÓN PROLETARIA ES INTERNACIONAL O NO ES REVOLUCIÓN
La revolución proletaria sólo puede triunfar a escala mundial. Es imposible abolir el capitalismo o “construir el socialismo” en un solo país. La revolución no será salvada por programas de reorganización económica en un país, sino únicamente por la extensión del poder político proletario a toda la tierra. Sin esto, la degeneración de la revolución es inevitable, por muchos cambios que se aporten a la economía. Si la revolución permanece aislada, el poder político del proletariado será destruido por una invasión exterior, o por la violencia interna como en Kronstadt.
II. LA DICTADURA DEL PROLETARIADO NO ES LA DE UN PARTIDO
La tragedia de la revolución rusa, y en particular la matanza de Kronstadt, fue que el partido del proletariado, el Partido Bolchevique, consideró que su función era tomar el poder de Estado y defender ese mismo poder contra la clase obrera en su conjunto. Por ello, cuando el estado se autonomiza con respecto a la clase y se levanta contra ella, como en Kronstadt, los bolcheviques consideraron que su sitio estaba en el Estado que luchaba contra la clase y abandonaron a la clase que luchaba contra la burocratización del Estado.
Hoy, los revolucionarios deben afirmar como principio fundamental que la función del partido no consiste en tomar el poder en nombre de la clase. Sólo la clase obrera en su conjunto, organizada en comités de fábrica, milicias y consejos obreros, puede tomar el poder político y emprender la transformación comunista de la sociedad. El partido debe ser un factor activo en el desarrollo de la conciencia proletaria, pero no puede crear el comunismo “en nombre” de una clase. Tal pretensión sólo puede llevar, como sucedió en Rusia, a la dictadura del partido sobre la clase, a la supresión de la actividad del proletariado por sí mismo, bajo pretexto que “el partido es mejor”.
Al mismo tiempo, la identificación del partido con el estado, cosa natural para un partido burgués, no puede sino arrastrar a los partidos proletarios a la corrupción y la traición. Un partido del proletariado debe constituir la fracción más radical y avanzada de la clase que a su vez es la más dinámica de la historia. Cargar al Partido con la administración de los asuntos de Estado, que por definición no puede más que tener una función conservadora, es negar todo el papel del partido y ahogar su creatividad revolucionaria. La burocratización progresiva del partido bolchevique, su incapacidad creciente para separar los intereses de la clase revolucionaria de los del Estado de los soviets, su degeneración en una máquina administrativa, todo esto es el precio pagado por el partido mismo por sus concepciones erróneas del partido que ejerce un poder de Estado.
III. LAS RELACIONES DE FUERZA DENTRO DE LA CLASE NO DEBEN EXISTIR
El principio de que ninguna minoría, por ilustrada que sea, puede ejercer el poder sobre la clase obrera, es paralelo a este otro: no puede haber relaciones de fuerza dentro de la clase obrera. La democracia proletaria no es un lujo que puede ser suprimido en nombre de la “eficacia”, sino la única garantía de la buena marcha de la revolución y de la posibilidad que tiene la clase de sacar conclusiones de su propia experiencia. Aunque algunas fracciones de la clase estén en el error, ninguna otra fracción, (sea o no mayoritaria) puede imponerles la “línea justa”. Sólo una libertad total de diálogo dentro de los órganos autónomos de la clase (asambleas, consejos, partido etc.) podrá resolver los conflictos y los problemas de la clase. Esto implica también que la clase entera pueda tener acceso a los medios de comunicación (prensa, radio, TV etc.) conservar el derecho de huelga y juzgar críticamente las directivas que emanen de los órganos de Estado.
Aún admitiendo que los marinos de Kronstadt se equivocaron, la dureza de las medidas que tomó el gobierno bolchevique estaba totalmente injustificada. Tales acciones pueden destruir la solidaridad y la cohesión dentro de la clase al tiempo que engendran el desaliento y la desesperación. La violencia revolucionaria es un arma que el proletariado tendrá que utilizar necesariamente contra la clase capitalista. Su uso contra otras clases no explotadoras deberá reducirse al mínimo, pero en el interior mismo del proletariado, no puede haber sitio para ella.
IV.- LA DICTADURA DEL PROLETRIADO NO ES EL ESTADO
En el momento de la revolución rusa existía una confusión fundamental en el movimiento obrero, por la que se identificaba a la dictadura del proletariado con el Estado que apareció después del derrumbamiento del régimen zarista, es decir, el Congreso de los delegados de toda Rusia de los Soviets, de los trabajadores, soldados y campesinos.
Pero la dictadura del proletariado, funcionando a través de los órganos específicos de la clase obrera, como las asambleas de fábrica y los consejos obreros, no es una institución sino un estado de hecho, un movimiento de la clase obrera en su conjunto. El fin de la dictadura del proletariado no es el de un estado en el sentido en que lo entienden los marxistas. El Estado es ese órgano de superestructura que surge de la sociedad de clases, cuya función consiste en preservar las relaciones sociales dominantes, el statu quo entre las clases. Al mismo tiempo los marxistas han afirmado siempre la necesidad del Estado en un período de transición al comunismo, después de la abolición del poder político burgués. Por ello decimos que el Estado ruso soviético, así como la comuna de París, fue un producto inevitable de la sociedad de clases que existía en Rusia después de 1917.
Ciertos revolucionarios defienden la idea de que el único estado que pueda existir después de la destrucción del poder burgués son los consejos obreros. Es cierto que los Consejos Obreros tienen que asegurar la función que siempre ha sido una de las principales características del Estado: el ejercicio del monopolio de la violencia. Pero asimilarlos por ello al Estado es reducir el papel del Estado a un simple órgano de violencia sin más. Es decir, con tales concepciones, el Estado burgués de hoy estaría compuesto únicamente por la policía y el ejército, y no por el parlamento, municipios, sindicatos y otras innumerables instituciones que mantienen el orden capitalista sin hacer uso inmediato de la represión. Estas instituciones son órganos del Estado, pues sirven para mantener el orden social existente, los antagonismos de clase, dentro de un marco aceptable. Los consejos obreros, por el contrario, representan la negación activa de esta función de Estado puesto que son ante todo órganos de transformación social radical, y no órganos del statu quo.
Pero además de esto, es utópico esperar que las únicas instituciones que existan en el período de transición sean precisamente los consejos obreros. El gran trastorno social que es la revolución engendra instituciones de todo tipo, no sólo de la clase obrera en los lugares de producción, sino de la población entera que estaba oprimida por la clase capitalista. En Rusia, los Soviets y otros órganos populares aparecieron, no sólo en las fábricas, sino en todas las partes; en el ejército, en la marina, en los pueblos, en los barrios de las ciudades. Esto no venía únicamente de que “los bolcheviques comenzaban a construir un estado que tenía una existencia separada de la organización de masas de la clase”. (Workers Voice N° 14). Es cierto que los bolcheviques contribuyeron activamente a la burocratización del Estado, abandonando el principio de las elecciones e instituyendo innumerables comisiones al margen de los soviets; pero no se puede decir que los bolcheviques mismos crearan “el Estado Soviético”. Fue algo que surgió porque la sociedad debía engendrar una institución capaz de contener sus profundos antagonismos de clase. Decir que sólo pueden existir los consejos obreros es predicar la guerra civil permanente, no sólo entre la clase obrera y la burguesía, (que, por supuesto, es necesaria) sino también entre la clase obrera y todas las demás clases y categorías. En Rusia esto habría significado una guerra entre los soviets de obreros y los de soldados y campesinos. Lo cual hubiera sido una terrible pérdida de energía y una desviación de la tarea primordial de la revolución mundial contra la clase capitalista[1].
Pero si el estado de los soviets era desde cierto punto de vista el producto inevitable de la sociedad post-insurreccional, podemos sacar a la luz numerosos y graves defectos de estructura y funcionamiento, después de la revolución de Octubre, al margen del hecho que estaba controlado por el Partido.
a.- En el funcionamiento real del Estado había un abandono continuo de los principios fundamentales establecidos a partir de las experiencias de la Comuna de 1871, y reafirmados por Lenin en el Estado y la Revolución en 1917: que todos los funcionarios fueran elegidos y revocables en cualquier momento, que la remuneración de los funcionarios del Estado fuera igual a la de los obreros, que el proletariado estuviera permanentemente armado. Fueron multiplicándose las comisiones y departamentos sobre los que la clase obrera no tenían ningún control (consejos económicos, Checa, etc...). Las elecciones eran aplazadas o amañadas. Los privilegios otorgados a los personajes oficiales se convirtieron en el pan de cada día. Las milicias obreras fueron disueltas en el interior del ejército rojo, que no estaba controlado por los consejos obreros ni por los soldados alistados.
b.- los consejos obreros, los comités de fábrica y los otros órganos del proletariado representaban una parte entre otras del aparato de Estado (aunque los trabajadores tenían derecho de voto preferente). En vez de tener autonomía y hegemonía sobre todas las otras instituciones sociales, no sólo estos órganos iban siendo integrados cada vez más en el aparato general del Estado, sino que se le subordinaban. El poder proletario, en lugar de manifestarse por el canal de los órganos específicos de la clase, fue identificado al aparato de estado. Aún más, el postulado engañoso de un estado “proletario” y “socialista” llevo a los bolcheviques a sostener que los trabajadores no podían tener ningún derecho o interés diferente a los del Estado. De lo que se deducía que toda la resistencia al Estado por parte de los trabajadores sólo podía ser contrarevolucionaria. Esta concepción profundamente errónea explica la reacción de los bolcheviques hacia las huelgas de Petrogrado y el levantamiento de Kronstadt.
En el futuro, los principios de la Comuna sobre la autonomía de la clase obrera no deberán ser pura letra muerta; el proletariado tendrá que defenderlos como condición fundamental de su poder sobre el Estado. En ningún momento podrá distraer la vigilancia del aparato de estado, porque la experiencia rusa, y en particular los sucesos de Kronstadt demuestran que la contrarrevolución puede aparecer por donde menos se piensa, como el Estado post-insurreccional, y no sólo por una agresión burguesa “exterior”.
Es decir, que para garantizar que el Estado-comuna sigue siendo un instrumento de la autoridad proletaria, la clase obrera no puede identificar su dictadura con este aparato ambiguo y poco seguro, sino únicamente con sus órganos de clase autónomos. Estos órganos tendrán que controlar sin flaqueza el trabajo del estado a todos los niveles, exigiendo el máximo de representación de delegados de los consejos obreros en los congresos generales de los soviets, la unificación autónoma permanente de la clase obrera en el interior de estos consejos, y el poder de decisión de los consejos obreros sobre todo el planning del Estado. Por encima de todo, los trabajadores deberán impedir que el estado se interfiera en sus propios órganos de clase; pero, por otra parte, la clase obrera debe mantener su capacidad para ejercer la dictadura sobre y contra el Estado, por la violencia si fuera necesario. Esto significa que la clase obrera debe garantizar su autonomía de clase gracias al armamento general del proletariado. Si durante la guerra civil se hace necesaria la creación de un “ejercito rojo”, regular, esta fuerza deberá estar políticamente subordinada a los Consejos Obreros y disuelta tan pronto como se haya vendido militarmente a la burguesía. Pero, en ningún momento, podrán ser disueltas las milicias proletarias en las fábricas.
La identificación del partido y el estado, y la del Estado y la clase, tuvo su conclusión lógica, cuando el partido se puso de parte del Estado y en contra de la clase. El aislamiento de la revolución rusa en 1921 convirtió al estado en guardián del statu quo, de la estabilización del capital y del avasallamiento de los trabajadores. A pesar de todas las buenas intenciones la dirección bolchevique siguió esperando el alba salvadora de la Revolución mundial durante unos cuantos años, se vio obligada a actuar, por su implicación en la máquina estatal, como un obstáculo a la revolución mundial, y fue arrastrada al triunfo final de la contra revolución estalinista. Algunos bolcheviques comenzaron a ver que ya no era el partido el que controlaba al estado, sino el estado quien controlaba al partido. Lenin mismo decía:
“La máquina se está escapando de las manos de los que gobiernan: se diría que alguien tiene las riendas de esta máquina, pero que ésta toma una dirección diferente de la que él quiere, como conducida por una mano oculta..., nadie sabe de quién es esta mano; tal vez de un especulador, de un capitalista, o de los dos a la vez. Lo cierto es que la máquina no sigue la dirección que quieren aquéllos que deben dirigirla, y a veces llega a tomar una dirección diametralmente opuesta” (Informe político del Comité Central del Partido. 1922)
Los últimos años de Lenin fueron una lucha sin esperanza contra la burocracia naciente, con nimios proyectos como el de la “Inspección de los trabajadores y campesinos” en el que la burocracia debería someterse a la vigilancia de una nueva comisión burocrática. Lo que él no podía admitir era que el llamado estado proletario se había convertido pura y simplemente en una máquina burguesa, en un aparato de reglamentación de las relaciones sociales capitalistas y, por tanto, inaccesible a las necesidades de la clase obrera. El triunfo del estalinismo no fue más que el reconocimiento cínico de esta situación, la adaptación final y definitiva del Partido a su función de capataz del estado capitalista. Esta fue la significación real de la declaración del “Socialismo en un solo país” en 1924.
La rebelión de Kronstadt puso al Partido ante una alternativa histórica de extrema gravedad: o seguir dirigiendo esta máquina burguesa para acabar siendo un partido del capital, o separarse del Estado y ponerse de parte de la clase obrera entera en su combate contra esta máquina, esta personificación del capital. Al escoger la primera de ellas, los bolcheviques, de hecho, firmaron su propia sentencia en tanto que partido del proletariado e impulsaron el proceso contrarevolucionario que se manifestó a la luz del día en 1924. Después de 1921, solo las fracciones bolcheviques que habían comprendido la necesidad de identificarse directamente con la lucha de los obreros contra el estado, podían seguir siendo revolucionarios y capaces de participar en el combate internacional de los comunistas de izquierda contra la degeneración de la III Internacional. Así, por ejemplo, el “grupo obrero” de Miasnikov tuvo un papel activo en la huelga salvaje que se extendió por Rusia en agosto y septiembre de 1923. Por el contrario, la oposición de izquierda dirigida por Trotsky, cuya lucha contra la fracción estalinista se situaba siempre en el interior de la burocracia, no hizo nada por vincularse a la lucha obrera contra lo que los trotskistas definían como un estado “obrero” y una “economía obrera”. Su incapacidad inicial para despegarse de la máquina Estado-Partido dejaba prever la evolución ulterior del trotskismo como una especie de apéndice “crítico” de la contrarrevolución estalinista.
Pero las alternativas históricas no suelen presentarse de modo claro en el momento en el que hay que tomar la decisión. Los hombres hacen su historia en condiciones objetivas definidas y las tradiciones de las generaciones pasadas abruman “los cerebros de los vivientes como una pesadilla” (Marx). Este peso angustioso del pasado aplastaba a los bolcheviques y sólo el triunfo revolucionario del proletariado occidental habría podido eliminar este peso permitiendo a los bolcheviques, o al menos a una fracción apreciable del partido, darse cuenta de sus errores y ser regenerados por la inagotable creatividad del Movimiento Proletario Internacional.
Las tradiciones de la social-democracia, el atraso de Rusia, además de toda la carga del peso del estado en el contexto de una oleada revolucionaria en retroceso; todos estos factores deberían contribuir a que los bolcheviques tomaran la posición que tomaron en Kronstadt. Pero no fue la dirección bolchevique la única incapaz de comprender lo que allí pasaba. Como ya hemos visto, la Oposición Obrera en el partido se apresuró a declararse no solidaria de los levantamientos y a participar en el asalto de la guarnición. Incluso cuando la Ultra-izquierda rusa franqueó el límite de las tímidas protestas de la Oposición Obrera y entró en la clandestinidad, no consiguió sacar las consecuencias del levantamiento e hizo pocas referencias a él en sus críticas al régimen.
El KAPD criticó la represión del levantamiento de modo incompleto y no hizo nada por apoyar la revolución. En una palabra, pocos comunistas comprendieron entonces el significado profundo del levantamiento y sacaron las conclusiones esenciales. Todo esto es una prueba más de que el proletariado no aprende de un golpe las lecciones fundamentales de la lucha de clases, sino sólo a través de la acumulación de experiencias dolorosas, de luchas sangrientas y de intensa reflexión teórica. La labor de los revolucionarios de hoy no consiste en emitir juicios morales abstractos sobre el movimiento, un producto capaz de hacer una crítica inflexible de todos los errores del movimiento, pero un producto a pesar de todo. Si no es así, la crítica del pasado por los revolucionarios actuales no tendría ninguna influencia en la lucha real de la clase obrera. Los comunistas de hoy sólo pueden obtener el derecho de denunciar la acción de los bolcheviques y de declararse solidarios de los insurrectos si consideran a los protagonistas que se enfrentaban en Kronstadt como los actores trágicos de nuestra clase, de nuestra historia. Sólo si comprendemos los acontecimientos de Kronstadt como un momento del movimiento histórico de la clase podremos esperar entender las lecciones de esta experiencia para aplicarlas a la práctica presente y futura de la clase. Entonces, y sólo entonces, podremos estar seguros de que nunca jamás existirá otro Kronstadt.
C.D. WARD. Agosto 1975
[1] Esto no implica que compartamos la visión de los bolcheviques ni la de los insurrectos de Kronstadt sobre “el poder de los obreros y campesinos”. La clase obrera, cuando llegue la próxima oleada revolucionaria, deberá afirmar que es la única clase revolucionaria. Ello quiere decir que debe asegurarse de que es la única clase que ha de organizarse en tanto que tal durante el período de transición, disolviendo toda institución que pretenda defender los intereses específicos de cualquier otra clase. El resto de la población tendrá derecho de organizarse dentro de los límites de la dictadura del proletariado, y será representado en el Estado solamente en tanto que “ciudadanos” por el canal de los soviets elegidos territorialmente. El que se otorguen derechos civiles y voto a estos estratos sociales no significa que se les atribuya poder político en tanto que clase, del mismo modo que la burguesía no da poder político a la clase obrera al permitirles el voto en las elecciones municipales y parlamentarias.
El artículo aquí reproducido fue publicado en Noviembre de 1933 en el número II de Masses (Masas), una pequeña publicación mensual ligada a la izquierda de la Soocialdemocracia francesa. Fue escrito por A. Lechmann, un miembro de los “Grupos Obreros Comunistas “ de Alemania, el cual tuvo sus orígenes en el KAPD[1] (Partido Comunista Obrero Alemán). Lo reproducimos hoy para que nuestros lectores puedan tener una idea del grado de clarificación alcanzado por la izquierda comunista que surgió de la 3ª Internacional, y poder hacerse una idea del retroceso considerable representado por las corrientes consejista y bordiguista que se reclaman hoy de dicha Izquierda Comunista
Este artículo se ve afectado por un cierto número de debilidades que afectaban a elementos de la Izquierda Alemana en su comprensión del fascismo y que les llevó a considerar que este iba a extenderse a todos los países. Si bien es cierto que el documento muestra las condiciones generales que permiten el fascismo (periodo de declive del capitalismo, crisis económica aguda) no comprende sin embargo las condiciones particulares que lo han hecho aparecer en Alemania y en Italia (la brutal derrota de las clase obrera después de un poderoso movimiento revolucionario, y la parte muy pequeña que correspondió a estos países en el reparto del pastel imperialista tras la Primera Guerra Mundial).
En el mismo período la izquierda Italiana, aunque menos precisa en su comprensión de las condiciones generales, pudo hacer un análisis mucho más claro de esas condiciones particulares, las cuales le permitieron ver el “anti-fascismo” como uno de los peores enemigos del proletariado – (aunque después de la II guerra mundial cayó en la aberración de la “globalización del fascismo”). En contraste, en este texto no hay ninguna denuncia al antifascismo.
Otra debilidad que encontramos en el documento que publicamos es el análisis de la degeneración de la Revolución Rusa y de la 3ª Internacional. En el artículo este fenómeno es presentado esencialmente como consecuencia de la situación en Rusia misma (atraso, peso del campesinado, etc.), y no como un producto del retroceso de la revolución a escala mundial
A pesar de estas debilidades, el artículo contiene un significante número de puntos, los cuales todavía representan un análisis más valioso que el de muchos grupos que actualmente se proclaman descendientes de la “ultra izquierda”. Estos puntos fuertes pueden ser sumarizados como sigue:
Estos puntos forman el eje alrededor del cual la Corriente Comunista Internacional se ha constituido. Ellos evidencian la continuidad existente entre el movimiento revolucionario que se desarrolla hoy y el movimiento en el pasado, marcando la unidad histórica de la lucha proletaria después del terrible período de contrarevolución, el cual estamos dejando atrás.
Un gran número de tendencias “modernistas” rechazan esta continuidad. Estas tendencias quieren “innovar” . Pero hoy, rechazando el pasado, ellos también se privan de cualquier futuro (en el campo proletario, al menos). Por nuestra parte, entendemos que podemos ir más allá de las enseñanzas de la izquierda comunista comenzando con ellas y no rechazándolas. Este es el porqué nos reclamamos resueltamente de una continuidad con la izquierda comunista.
Para poder llegar a las causas esenciales del fascismo, es necesario considerar los cambios estructurales que han tenido lugar en décadas recientes en el capitalismo. Para los primeros años de este siglo el capitalismo aún se estaba desarrollando en una forma progresiva en la cual la competencia entre capitalistas privados o las compañías accionistas actuaban como una fuerza motriz del proceso económico. El crecimiento más o menos regular de la productividad era fácilmente absorbido por los nuevos mercados abiertos durante el período de colonización por las potencias imperialistas. La forma de organización política correspondiente a esta estructura atomizada del capitalismo fue la democracia burguesa, la cual permitió a los diferentes estratos capitalistas regular sus intereses contradictorios de la manera más apropiada. Las condiciones prósperas del capitalismo permitieron garantizar a los obreros ciertas concesiones políticas y económicas y creó dentro de la clase obrera las precondiciones para el reformismo y la ilusión de que el parlamento podía servir como un instrumento de progreso para la clase obrera.
La posibilidad de una acumulación de capital siempre creciente, la cual se había manifestado durante esta fase inicial, llegó a su fin cuando la competencia entre capitales nacionales se hizo mucho más intensa debido al agotamiento de nuevos territorios susceptibles de ser conquistados por la expansión capitalista. Estas rivalidades causadas por la restricción de mercados condujo a la Iª guerra mundial. Las mismas condiciones también iniciaron la transformación de la estructura capitalista hacia la concentración progresiva de capital bajo la dominación del capital financiero. La guerra y sus consecuencias aceleraron el proceso. La inflación en particular, por llevar al desposeimiento a las clases medias, permitió el desarrollo del capital monopolista a gran escala: la organización del capital en grandes trusts y cárteles, horizontal y verticalmente, los cuales comenzaron a extenderse más allá de las fronteras nacionales. Los diferentes estratos del capitalismo (financiero, industrial, etc.) perdieron su carácter particular y fueron absorbidos en un bloque uniforme de intereses.
Como la esfera de influencia de estos trusts y carteles comenzó a ir más allá de la estructura de los estados nacionales, el capitalismo se vio forzado a influenciar las políticas económicas del estado de una forma más acelerada. La ligazón entre los órganos de los intereses económicos capitalistas y el aparato estatal crecieron juntos, y el rol intermediario del parlamento se hizo cada vez más superfluo.
Frente a esta estructura, el capitalismo puede prescindir del parlamentarios, el cual subsiste, en un primer periodo, bajo la forma de una fachada tras la cual se oculta la dictadura del capital monopolista. Sin embargo, este parlamentarismo sigue prestando sus servicios a la burguesía, pues proporciona a la dictadura del capital una base política por medio de la cual ésta pudo mantener vivas las ilusiones reformistas en las masas proletarias. La agravación de la crisis mundial, la imposibilidad de obtener nuevos mercados, gradualmente llevó a la burguesía a perder todo interés en mantener la fachada parlamentaria. La dictadura abierta y directa del capital monopolista vino a ser una necesidad para la burguesía misma. El sistema fascista se mostró como la forma de gobierno mejor adaptada a las necesidades del capital monopolista. Su organización económica es la más capaz de ofrecer una solución a las contradicciones internas de la burguesía, pues su contenido político permite a la burguesía encontrar nuevas bases de soporte, remplazando el reformismo, el cual se ha revelado cada vez menos capaz de sostener las ilusiones de las masas.
La imposibilidad de la burguesía para mantener su base política en el reformismo deriva de la intensificación de los conflictos de clase entre la burguesía y el proletariado. Desde la guerra el reformismo en Alemania no ha sido más que un juego estéril. Cada día la clase obrera alemana pierde un poco más de lo que queda de las “conquistas” del reformismo. El prestigio del reformismo a los ojos de las masas sobrevive solo por su poderosa organización burocrática. Pero los ataques más recientes contra el nivel de vida de los obreros, los cuales los han hundido en la más terrible miseria, ha socavado rápidamente la influencia del reformismo en las masas obreras y ha revelado los antagonismos entre el proletariado y la burguesía.
Paralelo a este proceso dentro de la clase obrera, hubo un proceso de radicalización entre los diferentes estratos de la pequeña burguesía. Los campesinos se vieron arruinados por una montaña de deudas, reducidos a la pobreza, y en algunos lugares recurrieron a acciones terroristas. Los comerciantes sintieron las consecuencias del empobrecimiento de las masas y de la competencia de las grandes empresas y cooperativas. Los intelectuales, desorientados por lo incierto de lo que el mañana podría brindar, estudiantes sin un futuro, ex-oficiales desclasados, , todos comenzaron a adoptar ideas aventureras. Los trabajadores de corbata – proletarizados y hundidos por el desempleo, funcionarios innecesarios – también se mostraron listos para ser movilizados por la demagogia radical. Un vago y utópico anti-capitalismo creció en estos estratos heterogéneos, desposeídos por la gran burguesía. Su anti-capitalismo era reaccionario en tanto que reclamaba el retorno a una etapa ya superada por el capitalismo. A pesar de su radicalismo, vinieron a ser un factor conservador y fácil instrumento del capitalismo monopolista. En realidad, para estas radicalizadas e inconscientes masas pequeño-burguesas, incapaces de jugar un rol independiente en la economía y encarar los antagonismos crecientes entre la burguesía y el proletariado, solo fue una cuestión de escoger entre uno u otro. Ellas tuvieron que elegir entre el capital monopolista y el sujeto histórico de la revolución, el proletariado. El odio a la revolución proletaria, la cual podría poner un fin a las clases y un ataque a los privilegios pequeño-burgueses (privilegios que ahora son solo un recuerdo), lanzó a las clases medias radicalizadas en los brazos del capital, proporcionándole así una base social suficientemente grande para poder prescindir del reformismo, en estos momentos al borde del colapso
La síntesis de estos dos aspectos contradictorios del fascismo: dependencia del capital monopolista y de la movilización de las masas pequeño burguesas, se expresó en el plano político con el desarrollo del Partido Nacional Socialista. Este partido debió su desarrollo a una frenética demagogia y al subsidio de la industria pesada. Sobre el plano ideológico, vino a dar un desahogo a la desesperación de las masas pequeño-burguesas por medio de una fraseología radical y revolucionaria, aún yendo tan lejos como para defender ciertas formas de expropiación (bancos, judíos, grandes empresas, etc.); sus lazos con el capital se expresaron en su propaganda en pro de la colaboración de clases, por la organización corporativa contra la lucha de clases y el marxismo.
La inconsistencia del contenido ideológico de la demagogia Nazi se muestra claramente en su propaganda racista. El descontento de las masas fue orientado contra el tratado de Versalles, válvula de escape del capitalismo, y contra los judíos, los cuales eran vistos como los representantes del capital internacional y promotores de la lucha de clases. Este enredo de estupideces incoherentes solo pudo sentar raíces en las mentes de la pequeña burguesía, cuyo rol secundario en la economía la hace incapaz de entender en lo más mínimo los hechos económicos y acontecimientos históricos dentro de los cuales ha sido lanzada.
Los campesinos radicalizados y la pequeña burguesía siempre formaron las grandes masas del Partido Nacional Socialista. Fue solo cuando su subordinación al capital monopolista se hizo más clara, cuando la burguesía vino a reforzar los cuadros del Partido Nazi y lo suplió con oficiales y lideres. Antes de la llegada de Hitler al poder, al Partido Nazi le había sido imposible penetrar seriamente en la clase obrera, lo cual se evidenció en las elecciones a los consejos de trabajo. Los Nazis siempre tuvieron grandes dificultades para penetrar en la oficina de registro de desempleados; solo unos cuantos cientos de mercenarios pudieron ser reclutados por la SA y el SS (Policía Política) entre los desempleados de corbata y el lumpemproletariado, aunque habían millones de desempleados sin ningún medio de subsistencia.
Pero si la clase obrera no permitió ser significantemente contaminada por la demagogia fascista, ella fue sin embargo incapaz de impedir el desarrollo del Partido Nacional Socialista. No se orientó a deshacer la formación de un bloque de clases reaccionarias. Los grandes partidos obreros intentaron sin éxito hacer uso de esta o aquella divergencia aparente entre el capital monopolista y los Nacional-Socialistas. Sobre todo, el proletariado no comprendió que la contradicción real no era entre democracia y fascismo, sino entre fascismo y revolución proletaria. Fue así como la falta de capacidad revolucionaria de una parte del proletariado lo que permitió el desarrollo político del fascismo y el ascenso de Hitler.
Para ver cómo este fue posible, debemos examinar en detalle el contenido ideológico y táctico de las principales tendencias en el movimiento obrero.
a) El Reformismo
El reformismo se desarrolló en el seno de la clase obrera en el período ascendente del capitalismo. Sus orígenes se basan en la posibilidad para la burguesía de desarrollar rápidamente el aparato productivo, un crecimiento en la producción, que en general encuentra fácil colocación en nuevos mercados. El resultado de esto para la clase obrera fue un rápido desarrollo en su número y poder. La burguesía necesitaba asegurar el crecimiento incesante de una clase obrera dócil y satisfecha y esto pudo ser fácilmente conseguido cediendo a la clase obrera una pequeña parte de las crecientes ganancias derivadas del imperialismo. Pero, cuando la burguesía no pudo dar más concesiones a la clase obrera y tuvo que privarla de todas las conquistas que obtuvo en la época anterior, el reformismo retuvo una influencia importante en la clase obrera y pudo jugar el papel de proveer al capitalismo de una base política. Este fue el caso de los sindicatos y los órganos políticos del reformismo, los cuales, habiéndose desarrollado durante los años de prosperidad, continuaron existiendo como tales y pudieron defender los intereses del capital. El principal método de organización política (socialdemocracia) era el parlamentarismo. Su actividad tuvo que ayudar a convencer a los obreros de que debían esperar pacientemente para conseguir cualquier mejora, la cual podía ser tomada por el parlamento en la forma democrática apropiada. Cada vez la Socialdemocracia tomó la parte más activa en la masacre de los obreros revolucionarios, justificando su traición presentándose como la defensora de la democracia. Las organizaciones sindicales se orientaban hacia la discusión de contratos de trabajo con los patronos colocando siempre al Estado como árbitro en última instancia. Estos desviaron las luchas siempre que pudieron y, en el caso de luchas espontáneas, trataron de hacer retornar a los obreros al trabajo utilizando todo tipo de maniobras. Los innumerables burócratas sindicales, bien pagados y aburguesados, gobernaron sobre los obreros a través de su control sobre varias formas de asistencia (pagos por enfermedad, beneficios a los desempleados, etc.). La participación en estas instituciones y en los diferentes beneficios sindicales, mantuvo la docilidad de los obreros y el poder de los burócratas, a pesar de su persistente y siempre más cínica traición.
Paralelo al desarrollo de la burocracia sindical, una burocracia especial encargada de la legislación social – asistencia, seguros de desempleo, etc. – creció en el aparato estatal. Este organismo y sus funciones podrían ser vistos como una forma auxiliar de reformismo, cuyo origen está en la unión del reformismo parlamentario y sindical – un reformismo orientado por el estado, el cual contribuyó a mantener el orden, la obediencia y las ilusiones en la clase obrera.
Así el reformismo persitió en su forma organizacional, aunque tuvo que perder su base económica. La ideología reformista sobrevivió en la clase obrera, pero gradualmente cedió ante la presión de la creciente explotación y miseria del proletariado. Cuando el proletariado se vio en la necesidad de luchar por sus intereses más básicos, se hizo claro para la burguesía que no iba a poder mantener por mucho tiempo una forma organizacional para la colaboración de clases sobre la base del reformismo. La forma práctica organizacional tuvo que ser mantenida a toda costa, pero la ideología tuvo que ser cambiada; así la burguesía resueltamente reemplazó el reformismo pr el fascismo. No hubo resistencia por parte de los burócratas sindicales porque la realidad organizacional de la colaboración de clases se mantuvo; lo único que fue desechado fue la ideología reformista. El reemplazo del reformismo por el fascismo se produjo fácilmente, y si la burguesía no tuvo necesidad de nuevos agentes, ésta pudo retener los servicios de sus antiguos bufones que no exigieron nada nuevo.
Estos desenvolvimientos probaron que los sindicatos no estaban al servicio de la clase obrera, y que esto no era el resultado de una mala dirección sino de la misma estructura de los sindicatos como órganos representativos de los intereses corporativos dentro del capitalismo; tales órganos se han convertido en una parte intrínseca del funcionamiento normal de capitalismo y no pueden ser utilizados para fines revolucionarios.
b) Bolchevismo
El desarrollo de la Revolución Rusa desde Octubre de 1917 ha estado condicionado por la contradicción entre un proletariado muy concentrado pero numéricamente pequeño y un inmenso campesinado atrasado. La industria rusa era en líneas generales técnicamente moderna, pero su estructura económica sufrió el peso de una serie de atrasos porque había sido organizada por el capital extranjero par fines de guerra y exportación. Después de la caída del zarismo, la burguesía no pudo mantener el poder porque no pudo encontrar apoyo entre el campesinado que quería paz y tierra.
Un proletariado audaz y consciente tomó el poder del Estado en Octubre de 1917, Pero confrontó enormes dificultades de organización ante un campesinado que representaba veinte veces su número. La colectivización de las empresas fue llevada adelante por los obreros a gran velocidad, pero los intentos de una distribución comunista de los productos chocó contra la resistencia pasiva y activa de grandes masas campesinas. La NEP (Nueva Política Económica) fue un retroceso para un proletariado forzado a un compromiso con el campesinado; pero el proletariado todavía continuó rigiendo la economía. Sin embargo en este régimen de compromiso entre la industria colectivizada y una agricultura fragmentada, la oculta, pero real rivalidad entre el proletariado y el campesinado dio lugar a un inaudito desarrollo del aparato estatal, a la especialización burocrática y a la supresión del poder de los Soviets. El éxito de la economía planificada aceleró este proceso de cristalización de una burocracia, la cual gradualmente gobernó este proceso de cristalización de una burocracia, la cual gradualmente gobernó sin ningún control sobre ella, para imponer medidas coercitivas sobre el proletariado (restablecimiento del trabajo a destajo y la autoridad administrativa) y sobre el campesinado (concentración forzada de empresas campesinas), y también medidas políticas de dominación (reemplazo de los tribunales populares por las decisiones tomadas por la policía política especial, la GPU).
Un proceso paralelo tuvo lugar dentro del Partido Comunista, el órgano dirigente, el cual vivió una serie de crisis, convirtiéndose en la expresión exclusiva de los intereses de clase de la burocracia. Con la desaparición del poder político de los Soviets Obreros, la dictadura del proletariado dejó de existir, y fue remplazada por la dictadura de la burocracia como una clase en formación.
La III Internacional y los Partidos Comunistas en todos los países sufrieron estructuralmente las repercusiones de esta transformación del régimen ruso; con el partido alemán en particular, la burocratización y la ausencia de democracia interna alcanzaron un punto extremo. La influencia de las masas obreras no pudo hacerse sentir en la política del KPD. Su táctica y estrategia estaban impuesta sobre él en función de los intereses de la burocracia soviética. Hasta la NEP, la política exterior del Soviets había estado orientada hacia la revolución mundial, a pesar de los errores como en el caso de Radek, que tuvieron consecuencias desastrosas sobre la revolución alemana. Hoy, la teoría del “Socialismo en un solo país” pone todo su peso sobre la construcción del aparato industrial en Rusia (habiendo sido bautizada esta construcción industrial como “socialismo”), y consecuentemente da una enorme importancia a la estabilización del orden mundial capitalista y a las políticas de paz en las relaciones con el extranjero. Con la desaparición de la dictadura del proletariado en Rusia, el proletariado mundial ya no tiene ningún interés en considerar el desarrollo de la situación rusa como el eje de la revolución mundial.
Los intereses de clase de la burocracia engendraron la teoría del “Partido Lider”, lo cual es la negación de la posibilidad de una política independiente de la clase obrera con respecto a otras clases, en particular las clases medias, y se encuentra por lo tanto en las raíces del oportunismo. Al mismo tiempo, la utilización del proletariado mundial para las necesidades cambiantes de la diplomacia soviética creó un creciente abismo entre las masas y el KPD.
La consecuencia esencial, la cual cristaliza la actividad de la burocracia soviética, ha sido la degeneración del carácter de clase del movimiento revolucionario. En vez de difundir la ideología de clase, el KPD, por razones oportunistas y diplomáticas, propulsó una ideología nacionalista (la consigna de la liberación social y nacional, la teoría de que la nación alemana era oprimida por el imperialismo). El KPD creyó que por recurrir a esta maniobra podría causar confusión dentro de la pequeña burguesía del Nacional Socialismo. En realidad solo causó confusión dentro del proletariado; este no pudo hacer nada para oponerse al ascenso del fascismo, mientras que éste ascenso atrajo a las filas del Nacional Socialismo a militantes del KPD, que habían sido engañados por sus propias consignas nacionalistas
La incoherencia de las maniobras bolcheviques (frente unido con los fascistas o con los socialdemócratas), las pretensiones burocráticas tendentes al establecimiento de una dictadura sobre las masas, la ausencia de una ideología proletaria – todo esto condenó al KPD a la impotencia. Después de haber ido de “éxito” en “éxito” sobre la arena electoral, el KPD se encontró completamente aislado de las masas cuando quiso actuar (como ejemplo, la manifestación Nazi frente a la casa de Liebknecht). Sin embargo, no es posible saber sí él realmente quiso actuar y con qué fines.
Las raíces de esta incapacidad son las mismas que la de la Social.-democracia. En ambos casos son el resultado de la penetración de la ideología burocrática en la organización – las ideologías del parlamentarismo (expresada en la consigna “Para frenar a Hitler, vote por Thaelmann”); sindicalismo (intentar conquistar los sindicatos) y del oportunismo, el cual consiste en maniobras para establecer supuestas alianzas entre las clases y entre los diferentes estratos de la clase obrera.
Pequeñas agrupaciones bolcheviques
La teoría del “partido lider” y la práctica del parlamentarismo, sindicalismo y maniobras oportunistas la podemos encontrar también en los varios grupos bolcheviques de oposición. El KPD (1) (Brandler), los trotskystas y el SAP (2), tienen la misma base ideológica cambiando solo en sutiles detalles, los cuales cambian a cada momento.
Para todos estos grupos, la táctica a utilizar contra el fascismo es la unidad de acción entre el reformismo y el bolchevismo. Esta táctica no ha sido aplicada, pero la clase obrera no puede esperar ganar nada de la unidad de la traición y la impotencia.
Las lecciones de la experiencia revolucionaria
Las perspectivas solo pueden basarse sobre la experiencia – experiencia revolucionaria, la cual es rica en lecciones. Desde la Comuna de París a la Revolución de Octubre, pasando por la Revolución de 1905, la experiencia contradice la táctica y estrategia del bolchevismo; ella ha evidenciado que la clase obrera, en una situación objetiva dada, es capaz de actuar independientemente como una clase, y que en estas situaciones, ella espontáneamente crea órganos para la expresión y ejercicio de su poder como clase: los Soviets o consejos obreros. Es necesario ver cómo estos órganos fueron creciendo en Alemania. Las primeras acciones obreras, las cuales surgieron en 1917 contra los mandatos de los sindicatos burocráticos que habían sido integrados al régimen de guerra, engendró los “Delegados Revolucionarios”.
Los Consejos Obreros de 1918 fueron la consecuencia directa de este movimiento. El colapso militar de Alemania, dio un auge prematuro a las posibilidades de desarrollo de estos consejos, pero estos carecieron de suficiente claridad política . La conciencia más clara de las necesidades revolucionarias, representada en el grupo Spartacus, no estaba lo suficientemente desarrollada para que el movimiento consejista se desembarazara de ciertas ilusiones anarquistas y de hábitos heredados de un largo período de luchas reformistas. El fracaso del movimiento consejista en 1919 fue en gran parte el resultado de un desconocimiento de la necesidad de la dictadura del proletariado.
En la situación inestable del capitalismo, la cual duró hasta 1923, era claro para los obreros la necesidad de tener organizaciones revolucionarias basadas en la producción , y en casi toda Alemania crecieron organizaciones de fábrica, formadas más o menos espontáneamente contra los sindicatos contra-revolucionarios y creando así una corriente política muy importante. Los esfuerzos revolucionarios de los obreros terminaron en 1923 con la acción brutal del Reichwehr, masacrando obreros ya desmoralizados por la doblemente absurda táctica del Partido Comunista, el cual propuso a los fascistas en Reventlow un frente unido contra el imperialismo francés, y, al mismo tiempo participaba en el gobierno parlamentario de Sajonia con los Socialdemócratas.
Después de 1924, la estabilización temporal del capitalismo y la ausencia de perspectivas revolucionarias llevó a la desaparición de corrientes radicales, dio un nuevo aliento de vida al reformismo apoyado por el aparato estatal e inauguró el período de “éxitos” parlamentarios para el bolchevismo. Esta aparente consolidación del reformismo y los éxitos ilusorios del bolchevismo no previó, con el desarrollo de la crisis después de 1929, el crecimiento del movimiento fascista y la deterioración del nivel de vida de la clase obrera, que estaba sufriendo los golpes incesantes de un desempleo, que no parecía tener solución. A la vez, las masas mostraban cierta desconfianza frente a los partidos existentes, una cierta efervescencia que tendía hacia el frente unido de las clases; pero sobre todo, ésta fue una actitud de espera para que las grandes organizaciones actuaran efectivamente. La subida del fascismo al poder frustró las esperanzas de los obreros.
Hacia la organización del proletariado
De esta manera, la presión de las condiciones económicas llevó a la burguesía a destruir organizaciones que, de hecho, lo único que habían logrado era bloquear y paralizar cualquier movimiento revolucionario de la clase. Este aspecto dialéctico del fortalecimiento del fascismo nos ha llevado a ver, más allá del despliegue del terror y la dispersión del viejo movimiento obrero, las posibilidades de progreso y las bases para un nuevo movimiento. La destrucción de las viejas organizaciones abre nuevas perspectivas par un nuevo movimiento de clase. El proletariado se halla desembarazado de los auto-proclamados partidos proletarios que en realidad son reaccionarios, de las ilusiones mistificantes del reformismo político y sindical, y del parlamentarismo. Las ilusiones del bolchevismo también han sido sacudidas; la mayoría de los obreros revolucionarios ya no cree que sus acciones tienen que ser dirigidas por un partido de revolucionarios profesionales colocados por encima de la clase obrera; ya no tienen ninguna confianza en los métodos bolcheviques de agitación, los cuales solo llevan a acciones estériles.
La práctica de la lucha ilegal ha llevado a los obreros a desarrollar nuevas formas de trabajo político. Los obreros revolucionarios están formando en las fábricas y entre los desempleados pequeños grupos, los cuales los provocadores no han podido penetrar. La difusión de hojas con consignas de agitación y de bluff es reemplazada por la distribución de materiales de discusión y por la educación política proletaria. Los burócratas del Partido Comunista ya no pueden imponer su punto de vista sin haber discusiones.
Sin embargo, este trabajo de reagrupamiento y autoeducación esta dándose de una manera esporádica y con falta de claridad política. Es primordial que la mayor claridad programatica posible sea el punto de partida para todo trabajo político. Los elementos revolucionarios más conscientes, ya agrupados en núcleos formados después de un tenaz trabajo preparatorio, ayudarán en este trabajo de clarificación y reagrupamiento entre los grupos que han nacido de los escombros de las viejas organizaciones, pero que están en búsqueda de una nueva ideología. Los grupos de obreros comunistas se han desarrollado durante el período de profundización de la crisis. A través de estos núcleos, la síntesis de la experiencia de la lucha ilegal de los obreros radicales en varios intentos revolucionarios desde 1917, ha sido la principal preocupación y ha logrado realizarse; y ha sido hecha con todo el ardor de la juventud, para quien el desarrollo de los acontecimientos ha planteado la necesidad de romper con los métodos del reformismo y del bolchevismo. En su claridad ideológica sostienen las lecciones del pasado, y en su voluntad para la lucha residen las esperanzas para la clase obrera.
Durante el período que precedió al terror fascista, dominado por las ilusiones reformistas y bolcheviques, estos núcleos eran numéricamente débiles con respecto a las grandes organizaciones de masas , pero estaban fortalecidos en la propaganda ilegal y sólidamente enlazados a lo largo de toda Alemania. Libre del sectarismo en el cual cayeron las restantes organizaciones radicales después de 1923, ellos llevaban su actividad de propaganda ideológica entre los elementos más avanzados de la clase obrera. Gracias a su experiencia en el trabajo ilegal, continuaron su actividad sin ninguna interrupción a pesar del terror y sufrieron pocas bajas. Bajo el régimen de terror crecieron considerablemente, mientras que las pobremente reconstruidas organizaciones de masa, no lograban conseguirlo. Par esta época, la cantidad de material distribuido por los núcleos de obreros comunistas en Alemania era comparable a la de cualquier otra organización.
Estos núcleos, los cuales deben ser el armamento ideológico del proletariado, tendrán que integrar nuevos elementos, evitando que se pierda la claridad de sus principios. Cada nuevo núcleo que se constituya debe ser interiormente firme y claro, de tal manera que no estallen contradicciones larvadas más adelante.
En la actual fase del capitalismo, las tácticas de los comunistas están determinadas por el hecho de que la situación sea pre-revolucionaria o revolucionaria. En los momentos actuales, la tarea inmediata es la creación de los fundamentos del partido comunista revolucionario. Los núcleos comunistas deben actuar en el seno de la clase obrera para acelerar el desarrollo de las condiciones para la lucha revolucionaria: la lucha por la clarificación de la conciencia de clase, destrucción de la vieja ideología conservador reformista (o bolchevique), comprensión de la necesidad para que la clase se organice por sí misma en consejos y propagar los métodos revolucionarios de lucha. Esta acción dentro de la clase solo puede ser efectiva a través de la participación permanente en todos los frentes de lucha proletaria, porque los obreros solo pueden aprender realmente a través de su experiencia directa.
En una situación revolucionaria el objetivo es la destrucción del poder burgués por la acción del proletariado, la conquista de los medios de producción, la construcción del poder de los Consejos Obreros en el terreno político y económico, y el comienzo de la reconstrucción de la sociedad socialista en general. Todos estos objetivos solo pueden ser realizados mediante la revolución a través de la ligazón más estrecha posible entre el proletariado y el partido revolucionario, el cual es solo la fracción más clara y activa de la clase.
La finalidad del partido obrero no puede ser la de erigirse sobre la clase como un Comité Central bolchevique, comandando la revolución desde lo alto. El partido revolucionario es únicamente una palanca en el desarrollo de la actividad autónoma del proletario.
Las actuales fuerzas del comunismo de izquierda deben ser conscientes del hecho de que ellas no pueden construir el partido revolucionario en cualquier momento, sino que la base de éste partido solo puede ser formada a través de una nueva tarea de reconstrucción dentro de la lucha revolucionaria de las masas; que mientras “la revolución no puede triunfar sin un gran partido revolucionario”, lo contrario también es cierto – en una situación la cual es solo pre-revolucionria, este partido no puede enraizarse y desarrollarse en la clase obrera como un todo.
La cuestión fundamental para la táctica revolucionaria de un núcleo comunista en la clase no es cómo reunir lo más pronto posible la mayor potencia posible detrás de la organización para abatir al adversario gracias a la inteligencia superior de la dirección de la organización. No, el problema fundamental es: Cómo, en cada etapa de la lucha, pueden ser orientadas la conciencia, organización y capacidad de acción del proletariado, de tal manera que la clase como un todo pueda, conjuntamente con el partido comunista revolucionario, llevar a cabo su tarea histórica.
La tarea del núcleo comunista revolucionario es doble: por un lado, la clarificación ideológica como el fundamento para el desarrollo del partido revolucionario; de otro lado, la preparación de las bases de las organizaciones de fábrica a través del agrupamiento de los obreros revolucionarios más conscientes. Como la explotación capitalista se hace más y más aguda, esto forzará a los obreros a defender su existencia y a entrar en lucha abierta aún en las condiciones más difíciles. En ausencia de cualquier otra organización, los obreros crearán órganos para la dirección de sus luchas como, por ejemplo, los comités de acción. El papel de los núcleos de fábrica será el de participar en estos movimientos, para clarificarlos dándoles un contenido político y trabajar por su extensión a nivel nacional e internacional.
En la medida en que estas luchas se extiendan, la clase obrera entrará en lucha por el poder político. Estos órganos de lucha, teniendo que ser permanentes, tomarán un carácter especial: ellos se tornarán en órganos para la conquista del poder por el proletariado y al final, los únicos órganos de la dictadura proletaria. Estos consejos – órganos emanados directamente de las fábricas y de la organización de los desempleados, revocables en cualquier momento – tendrán un doble papel: los consejos políticos tendrán que completar el aplastamiento de la burguesía y el fortalecimiento de la dictadura del proletariado; los consejos económicos tendrán a su cargo la transformación social de la producción.
Estos principios organizativos y estas perspectivas para el desarrollo de la actividad de la clase se basan no solo en la experiencia histórica de la clase obrera, sino también en las perspectivas del capitalismo.
Las perspectivas del capitalismo están dominadas por la profundización y ampliación de la crisis en todo el mundo. Es claro para todos que la crisis actual es algo diferente de las crisis cíclicas las cuales formaban parte del funcionamiento normal del capitalismo. Es claro que la actual crisis es una crisis del sistema mismo, o mejor dicho, una etapa en la decadencia del capitalismo. Los intentos hechos para vencer la crisis acompañados al comienzo por el entusiasmo de la burguesía, se fueron al suelo unos pocos meses después – como ha sucedido con los esquemas de Roosevelt. El capitalismo no puede hacer nada sino modificar la división existente de los mercados, esto es, reemplazar el sector más duramente golpeado por la crisis por uno menos afectados; pero esto no puede crear ninguna nueva salida. El intento de una nueva a división de los mercados, al final solo se convierte en la extensión de los desastres de la crisis a todos los países y a todas las ramas de la economía, a que todos los obreros del mundo estén sujetos a una mayor explotación, y a la extensión del fascismo a nuevos países.
El intento de una nueva división de los mercados lleva a violentas contradicciones en todo el mundo. Las naciones capitalistas se disputan entre si a través de frenéticas políticas de precios y monetarias. Los antagonismos se hacen cada vez más agudos y los puntos de fricción, las fuentes de conflicto, se hacen más generales. Este deterioro de las relaciones políticas internacionales repercute en sus momentos más agudos sobre las condiciones económicas, las cuales la han engendrado, y esto hace los conflictos aún más insuperables. El resultado es que el fascismo no puede encontrar una base económica estable. Este es el porqué para desviar a las masas de su creciente miseria, se suscitan nuevas dificultades internacionales.
Así, la imposibilidad del capitalismo por superar sus dificultades económicas y la agudización de las contradicciones a nivel internacional, abren el camino al fascismo en todos los países y, a la vez excluye la posibilidad de que el capitalismo se estabilice. La solución a esta contradicción dialéctica solo puede estar en la revolución proletaria. Sin embargo, una solución puede ser buscada por la burguesía con una nueva guerra mundial, si el proletariado no toma la iniciativa y se orienta hacia la acción decisiva. Pero la guerra mundial en sí no es una solución y el dilema que será planteado despiadadamente será el previsto por Marx: Comunismo o barbarie.
Por lo tanto, las perspectivas revolucionarias deben preverse a escala mundial. Las fluctuaciones cíclicas de la crisis coyuntural, tomando lugar dentro de la estructura de crisis permanente del capitalismo decadente, llevará en los próximos años, a un deterioro más brutal e insoportable del nivel de vida de la clase obrera.
La necesidad para la clase obrera de defender sus intereses más elementales, originará inevitablemente las condiciones para una nueva época de luchas a escala mundial.
Enfrentados a un desarrollo del fascismo a escala mundial, no debemos considerar la situación de los obreros alemanes como algo especial, demandando acciones solidarias de una naturaleza más o menos utópica. El problema fundamental planteado al proletariado mundial es el siguiente: Cómo utilizar mejor las experiencias políticas y organizacionales de la situación alemana de modo que, en la siguiente ola de luchas, la clase enemiga se encuentre enfrentada con un proletariado mundial armado organizacional e ideológicamente de la mejor manera posible.
La respuesta es clara y surge de lo que ha sido dicho con respecto a la actividad en Alemania. Las mismas lecciones ideológicas y organizativas deben de ahora en adelante ser aplicadas a través del mundo por los comunistas revolucionarios que hayan entendido las lecciones de la reciente experiencia de la vergonzosa derrota reformista y de la caída del bolchevismo. Los núcleos revolucionarios deben dar resueltamente lineamientos para la tarea de clarificación ideológica y de organización renovada de la clase obrera.
Levantar ahora la consigna por la construcción de la IV Internacional, es tan inconsecuente como demandar la constitución inmediata de un nuevo “verdadero partido de la clase obrera”. En realidad esta consigna de SAP y de los trotskystas solo pueden terminar en la reconstrucción provisional del bolchevismo, en una “Internacional Tres y Media”, la cual será un vergonzoso apéndice de la III Internacional destinada a finalizar en el mismo fracaso.
El proletariado tiene otras cosas que hacer en vez de estar levantando caricaturas históricas. Su tarea es derrotar a la burguesía y realizar el comunismo. Está en nosotros preparar las armas que le permitirán el triunfo.
A. Lehmann
Notas:
1. Kommunistiche Partei Opposition.
2. Socialistische Arbeiterpartei (Partido de Obreros Socialistas).
[1] Fundado en 1921 como consecuencia de su expulsión del KPD, Partido Comunista alemán
Se estaba retrocediendo dentro de la III internacional, existía un intento de resucitar la vieja social-democracia, tal y como era antes del fracaso de 1914. Ya no se trataba de alejar de la nueva internacional a los social-chovinistas y a los socialistas gubernamentales de la II Internacional, adversarios acérrimos de la guerra civil del proletariado contra sus explotadores. En una palabra, lo que hacia el Kominterm era romper con las enseñanzas de la guerra imperialista y de la revolución mundial “La necesidad absoluta de una escisión con el social chovinismo”[1].
El programa de acción del P.C.I. (Partido Comunista Italiano), presentado en el IV congreso mundial de 1922, rechazaba enérgicamente el proyecto de fusión organizativa con el P.S.I. (Partido Socialista Italiano) que el Kominterm erigía perentoriamente para el 15 de febrero de 1923. Su rechazo se fundaba sobre el análisis ampliamente demostrado de que la verdadera función del P.S.I. era la de desviar, con una hábil propaganda electoral y sindicalista, a una fracción importante de trabajadores, de la lucha revolucionaria por el poder político.
De hecho, fusionar, significaba para el P.S.I.- cuya fracción “tercer-internacionalista” se declaraba dispuesta a aceptar las condiciones de admisión fijadas en el 2° congreso – primero cubrirse de nuevas plumas escamoteando su real función, segundo recuperar cierto prestigio frente a los trabajadores, prestigio que había perdido con los recientes acontecimientos.
A esta forma de comerciar con los principios, la delegación italiana opuso el principio de que había que ganar al comunismo a los elementos incorporados en el aparato socialista, interviniendo en primera fila en todas las luchas engendradas por la situación económica. Del mismo modo, había que actuar para arrancarle a los otros partidos con etiqueta “obrera” sus mejores elementos, es decir, a aquellos que aspiraban a una dictadura del proletariado.
Esta tesis de trabajo, en parte justa, se aniquilaba por si misma, puesto que preconizaba la agitación a partir de órganos burgueses, tales como los sindicatos, las cooperativas y asociaciones. Por más que las mociones del Comité Sindical Comunista reprobaran la “traición de Amsterdam”, y recordaran a la C-G.I.L. (Confederación General Italiana del Trabajo) sus “deberes de clase”, esto no impedía que el comité Sindical Comunista estaba actuando bajo la bandera del capitalismo.
El hecho de que los militantes comunistas lograron construir sus propios núcleos sindicales, ligados estrechamente a la vida del partido, no alteraba en lo absoluto la dura realidad. No podían detener la rueda de la historia, es decir, impedir que los sindicatos se incrustaran en el terreno del capitalismo y se vistieran con la bandera tricolor.
Para experimentar la táctica del Frente Unico Obrero (que el PCI aceptó aplicar por disciplina y únicamente en el terreno de las reivindicaciones económicas inmediatas), la izquierda del partido en la huelga general de Agosto del 22, creyó que al integrar a los no-sindicados, la Alianza del Trabajo se acercaría a la forma “Consejo Obrero”. Todo esto reforzaba varios tipos de prejuicios que tenían los trabajadores en un país en donde los mitos Sorelianos estaban profundamente arraigados: la acción sindical, la huelga general y las ilusiones democráticas. El llamado a la huelga general lanzado por la Alianza del trabajo contenía en su proclamación todos los microbios burgueses conocidos entonces. La Alianza invitaba a la lucha contra la “locura dictatorial” de los fascistas, insistiendo sobre el peligro de utilizar la violencia “dañina a la solemnidad de la manifestación” por la reconquista de la LIBERTAD, “lo más sagrado del hombre civilizado”.
Inútil es precisar que para el proletariado italiano, fue una derrota más, inevitable por el hecho que, cuando se está en una situación desfavorable, es imposible mantenerse constantemente sobre posiciones defensivas: con respecto a 1920, la cantidad de días de huelga había disminuido de 70 al 80%.
En una cadena de zig zags incoherentes, el Kominterm tan pronto apoyaba a los “tercinternacionalistas” para que se salieran del viejo P.S.I., como les daba la orden brutal de mantenerse en el, para crear núcleos en su interior. Como las negociaciones para la fusión, que tenían que terminar en la formación de un partido que se llamaría “Partido Comunista Unificado de Italia”, estaban durando mucho tiempo el Kominterm apuró el juicio del “infantilismo de izquierda”.
El “Mana” bendito cayó del cielo fascista. En febrero de 1923, Mussolini, habiendo hecho arrestar a Bordiga, de Grieco y muchos otros dirigentes de la izquierda, el Ejecutivo Ampliado de junio del 23 pudo nombrar un C.E. (Comité Ejecutivo) provisional con Tasca y Graziadei hombres de confianza; este C.E. se mantendrá en sus funciones después de la liberación de la vieja dirección elegida en Liverno y en Roma[2]
Tanto en Italia como en Francia con Cachin, la Internacional iba hacia la conquista de las “masas”, tomando apoyo sobre esas famosas tablas podridas de la Social-Democracia. Por supuesto, la táctica implicaba el descarte de los comunistas, de los fundadores de las secciones nacionales de la I.C. ( Internacional Comunista); había que tratarlos de “oportunistas de izquierda” por su intransigencia de principio.
Lo que se estaba desarrollando no era un sórdido juego de maniobras diversas por el poder de los jóvenes partidos comunistas, sino un drama de dimensiones históricas colosales, dictadura de la burguesía o dictadura del proletariado, comunismo o fascismo. Desgraciadamente, el telón cayó sobre la escena histórica de un proletariado derrotado.
La nueva conducta internacional determinada por Zinoviev, prefería ver a la Social-democracia el ala derecha del proletariado en vez del ala izquierda de la burguesía. Volteaba la página sobre lo que había pasado.
La social-democracia, a la cabeza de las viejas organizaciones de la época reformista, había reunido todas sus fuerzas en un frente anti-proletario para salvar al régimen burgués, que la noche del 4 de Agosto de 1914 le había dado a la reacción sus Noske, Scheidemann, sus Bohm y sus Peild par aplastar la república de Consejos Húngara, y un canciller federal a Austria en la persona de K. Renner, para incitar a los campesinos contra los obreros.
De este modo, el Komintern terminaba de desorientar completamente a la clase obrera, sembrando la confusión, con su táctica de “cartas abiertas”, de “poner contra la pared”, de invitaciones a constituir bloques electorales de izquierda, de fusiones....Por parte, el enemigo de clase, aprovechando la tregua de la lucha, lograba calmar la hemorragia de su aparato.
Convertido en representante titular de la I.C. en el partido italiano, poco tiempo después de que el Ejecutivo Ampliado hubiese destituido a Bordiga de su puesto dirigente, Gramsci preparó la joven formación comunista a la resistencia antifascista, conforme a las directivas de la Internacional. Entonces se empezó a tratar de distinguir, entre la burguesía, cuales eran las fuerzas fascistas y cuales las fuerzas hostiles al fascismo e integrantes del bloque “histórico”, puesto que el proletariado italiano podía volverse una clase “hegemónica” (dominante) al lograr crear un sistema de alianzas con otras clases “no-monopolísticas”.
Después del asesinato del diputado socialista Matteoti, en junio del 24 por los esbirros fascistas, los diputados socialistas y comunistas tomaron la vigorosa decisión de retirarse sobre el Aventino[3]. El análisis del nuevo grupo dirigente del P.C.I. (el circulo de Gramsci) desarrollaba la idea que, en Italia, el partido tenía que reunir alrededor de sus núcleos de fábrica, la mayor cantidad de masas antifascistas para lograr un objetivo intermedio: recuperar las libertades fundamentales del ciudadano. Si bien es justo afirmar que la dictadura del proletariado ya no estaba al orden del día momentáneamente en Italia, era mentira declarar que el restablecimiento de un régimen de libertad burguesa facilitaría el próximo asalto revolucionario.
Al retirarse del parlamento, los socialistas y los comunistas, sobre todo los de la tendencia de Gransci, esperaban poder provocar la destitución de Mussolini, como si la presencia de representantes de un partido totalitario en la cámara de diputados fuera una deshonra para el respetado parlamento burgués.
Se trataba, ni más ni menos, de suprimir toda referencia a la noción de la dictadura del proletariado par sustituirle por la consigna de carácter transitorio de “Asamblea Constituyente”. La línea del “Frente Unido” elaborada por Zinoviev desembocaba sino sobre un gobierno obrero idéntico al que fue constituido en SAXE-THURINGE, en 1923[4], al menos sobre la constitución de la Asamblea Constituyente. Con mucha diligencia, el dúo Gramsci-Togliatti se dedicó a esa faena. Su análisis era el siguiente: el “Aventino”, que se ha visto constituirse en embrión de un estado de tipo democrático en el estado fascista, está muy bien designado para servir de Constituyente a una República Federativa de Soviets, para resolver una política estrechamente nacional: la unidad italiana. Ese objeto ocupa un puesto de primer orden en el análisis de Gramsci, para él, el P.C.I. tenía que volverse el partido que arreglaría de manera definitiva el problema de la unidad nacional, que tres generaciones de burgueses liberales habían dejado en suspenso.
Tal fue la contribución de Gramsci que los epígonos calificaron de “el revolucionario italiano más radical”, el cual quería antes que todo, traducir las lecciones de Octubre ruso a su manera, dentro de condiciones estrictamente italianas. Este estrechamiento provisional del alcance universal de la experiencia del proletariado internacional, ese rechazo de ver que el problema no podía solucionarse más que por la revolución mundial, estaban hechos para alinear a Gramsci sobre la línea de defensa del “socialismo en un solo país” teoría cocinada por aquel que sabía también preparar platos picantes: Stalin.
La tesis central defensiva de Gramsci era que el fascismo se derivaba de las peculiaridades de la historia, y de la estructura económica de Italia en contraste con la situación a nivel internacional. Ya no le faltaba nada par justificar la constituyente como etapa intermedia entre el capitalismo italiano y la dictadura del proletariado. Acaso no era él quien decía que “una clase de carácter internacional tiene, en cierto modo, que nacionalizarse”?
Según Gramsci se necesitaba una Asamblea Nacional Constituyente, en donde los diputados de “todas las clases democráticas del país”, elegidos por voto universal, elaborarán la futura constitución italiana. Una Asamblea Constituyente en donde, en compañía de los “dos sturzo”, el secretario del Partido Popular Italiano, y de las “figuras como Salvemini, Gobeti y Turati, podrían aplicar un régimen “progresista” para la “joven y libre” Italia.
Ante el V congreso mundial, Amadeo Bordiga derrotó la posición adoptada por Gramsci, que veía en el fascismo una reacción feudal de propietarios terratenientes. En estos términos, se dirigió a una Internacional en vías de adoptar la teoría de la construcción del socialismo en la U.R.S.S.: “Tenemos que rechazar la ilusión según la cual un gobierno de transición podría ser suficientemente ingenuo par permitir que, a través de medios legales, de maniobras parlamentarías, de recursos más o menos hábiles, se sitien las posiciones de la burguesía, es decir, que sea posible acapararse legalmente las armas para los proletarios. En esta una concepción verdaderamente infantil. No es tan fácil hacer una revolución”.
Poco a poco, bajo pretexto del anti-fascismo, Gramsci comenzó el acercamiento con el “partido d!Azione”, de “Giustizia e Libertad” y con el partido cerdeño al cual estaba ligado desde largo tiempo, en tanto que insular, desde su adhesión, a las tesis del manifiesto anti-proteccionista para Cerdeña de Octubre de 1913. Para no cometer más esos “grandes errores” de lo que calificaban de “extremismo abstracto y verbal”, Gramsci-Togliati borraron de la propaganda comunista el único término que resumía la situación con exactitud la situación: fascismo o comunismo.
Montones de papeles con pretensiones científicas se han acumulado sobre los escritorios de los historiadores, para describir la originalidad y peculiaridad del “fenómeno” fascista. En efecto, la llegada al poder del fascismo hace 50 años ha merecido el título de golpe de Estado, una concepción muy agitada por los Stalinistas y sus apologistas izquierdistas.
El partido fascista Nacional entró al parlamento burgués gracias a las elecciones de Mayo de 1921, en otras palabras por canales perfectamente legales. Esto tuvo el apoyo del gran demócrata Gioolitti, quien el 7 de abril había disuelto el parlamento anterior. Por sus ordenes las interferencias administrativas y la persecución judicial de personas bajo su protección cesó al entrar en vigencia, los fascistas podían ahora actuar abiertamente, seguros de inmunidad, en todos los lugares eminentes. Y así, Mussolini, sentado en la extrema derecha con otros 34 diputados fascistas, vino a hacer uso de la tribuna parlamentaria. El 26 de junio de 1921, él anunció su rompimiento con el hombre que había guiado sus pasos al estribo electoral: Giolitti, quien no obstante continuó en estrecho contacto con el grupo parlamentario del Partido fascista por intermedio del prefecto de Milán: Luisgnoli. Además. Su consentimiento fue falso: Nitti fue del todo fiel al recibir, en pleno día, una visita del Baron Avezzana, a quien Mussolini le había enviado con la esperanza de formar una gran coalición. Como dijo Trotsky una vez, “El programa con el que el Nacional Socialismo vino al poder, recuerda una cualquiera de esas grandes tiendas judías fuera del camino provincial, donde no existe nada que usted no pueda encontrar” [5]. Lo mismo se aplica al fascismo italiano. A la sazón el fascismo fue un increíble mosaico, tomando prestado ideas de izquierda y de derecha absolutamente tradicionales para Italia. Este programa incluía: Anticlericalismo, demandaba la confiscación de las ganancias de las congregaciones religiosas. En el primer congreso de los Fasci en Florencia el 9 de Octubre de 1919. Marinetti había propuesto la desvaticanización del país en términos casi identicos a aquellos propuestos por Cavour algunos 34 años antes.
Sindicalismo, inspirado por las ideas de Sorel, lleno de un entusiasmo irrefrenable en alabanzas a la “moralidad de el productor”. A la luz de la experiencia de las ocupaciones, los fascistas entendieron que era necesario, a toda costa, asociar a las uniones obreras con el funcionamiento técnico y administrativo de la industria.
El ideal de una república iluminada, esta legitimidad se basaba en el sufragio universal, listas electorales, regionales y representación proporcional. Los fascistas también representaban el derecho al voto y la elegibilidad para la mujer; y para el culto al fascismo de los jóvenes, propusieron la demanda para bajar la edad del votante a 18 años y la edad de elegibilidad de diputado a 25.
Anti-plutocratismo, la amenaza de golpear los grandes capitales con un impuesto progresivo sobre las rentas (que fue llamada “auténtica expropiación parcial”), la revisión de todos los contratos de suministros de guerra y la confiscación del 85% de ganancias adquiridas durante la guerra.
Cuanto más liberal y rico en promesas es un programa social, en mayor número son sus defensores. Toda clase de personas comienzan a ser arrastradas por el fascismo: veteranos de guerra nostálgicos, franco masones, futuristas, anarco-sindicalistas....Todos ellos fundidos como un común denominador en un excremento reaccionario del capitalismo con sus instituciones parlamentarias decadentes. El edificio de San Sepulcro, puesto a la disposición fascista por el Circulo de Intereses Industriales y Comercial, transcendió con la famosa máxima de Mussolini: “Nuestros fascistas no tienen doctrina pre-establecidas; nuestra doctrina es la acción”. (23 de Marzo de 1919).
En la esfera electoral, el fascismo adoptó las tácticas más variadas y flexibles. En Roma, presentó un candidato en la lista de la Alianza Nacional: en Verona y Padua propugnó la abstención; en Ferrare y Rovigo se unió al Bloque Nacional; en Treviso aliado así mismo con los veteranos de la guerra, en Milán se dio el lujo de denunciar la demanda para el reconocimiento legal de las organizaciones obreras, una manía tan costosa para las fracciones izquierdistas. Los fascistas decían que la legalización conduciría al estrangulamiento de esas organizaciones:
Tal fue la naturaleza del fascismo en los primeros días que difícilmente podía reclamar ser una fuerza política independiente con sus propios objetivos. En particular, los fascistas tuvieron que hacer frente a la necesidad de deshacerse de toda la propaganda que resultara molesta para los industriales y que pudiera hacer poco respetable a los ojos de la clase dominante a un partido que en realidad estaba comprometido con la defensa del orden social capitalista. La clase dominante tenía toda razón para desconfiar de un movimiento que, a fin de atraer las masas de obreros y campesinos, había sido forzado a realizar una demostración espectacular de desprecio al conformismo social. El fascismo tenía que madurar antes para poder reunir los requerimientos del capital. Y así, este crudo anticlericalismo, unas veces tan virulentos en sus arranques ateístas, tenía sus banderas condenadas en la nave mayor de la Catedral de Milán por el Cardenal Ritti, el futuro Papa Pío XI[6]. Desde entonces ningún fascista ha olvidado recibir el rocío del agua bendita. En 1929 fue firmado el pacto de Letrán (en la Basílica de San Juan de Letrán), a través del cual el régimen reconocía el derecho legal de la Santa Sede para mantener su propiedad privada y le garantizaba una indemnización de 750 millones de liras, más el derecho de excepción de las rentas en un 5% de interés en capital de 100000 liras. Esto apaciguó a los católicos y además les agradó que el fascismo reintrodujera instrucciones religiosas dentro de los programas de estudios de las escuelas estatales. Ahora que Mussolini había dejado de lado sus pasiones anti-clericales, los católicos le apellidaron como “el hombre del destino divino”. En todas las regiones de Italia, los Te Deum fueron dichos por el fin afortunado de la tarea de salvación nacional realizado por el fascismo.
Asimismo, este gran movimiento republicano revivió a la corona y a la monarquía; tan es así, que el 9 de Mayo de 1936 ofreció al rey y sus descendientes el título de Emperador de Etiopía, y les concedió a la dinastía dominante representaciones en los puestos oficiales de los cuerpos diplomáticos.
Este anarquista, anti-partido, transformó al Partido Nacional fascista con sus pirámides de jerarcas y primeros magistrados; regando de honores a los dignatarios estatales; engrosando el estado burocrático con nuevos mercenarios y parásitos.
Este anti-estatismo que al comienzo había proclamado que el estado era incapaz de manejar los negocios nacionales y los servicios públicos, luego declaraba que tal cosa era parte del Estado. Las palabras celebres son: «No aguantamos más este estado como maquinista, este Estado como cartero, este Estado como corredor de seguros. No aguantamos más este estado que ejerce sus funciones con el dinero de todos los italianos que pagan impuestos y que lo que hace es agravar el agotamiento de las finanzas» (del discurso pronunciado en Udino, ante el congreso de los fascistas del Fricul, el 20/9/22), será reemplazado por: «Para el fascista todo está en el Estado y nada humano o espiritual puede existir, y, con mayor razón nada tiene valor, fuera del Estado» (de la Enciclopedia Italiana).
Ese seudo-enemigo de grandes fortunas, de beneficios de guerra y de negocios turbios-particularmente florecientes en la era de Giolitti- será sostenido y ayudado por los comendadores de la industria y de la agricultura, y eso, mucho antes de la famosa “marcha sobre Roma”. Desde su lanzamiento, la propaganda del “Popolo d! Italia” fue subvencionada regularmente por las grandes firmas industriales de armamento y de suministros de guerra, interesadas en que Italia pasara al terreno de los intervencionistas: FIAT, ANSALDO, EDISON. Los cheques patrióticos girados por el emisario del ministro: Guesde, el señor Cachin, ayudaron también a publicar los primeros números del periódico francofilo.
Dentro del P.N.F. nacían conflictos que llegaban a convertirse en disidencias, como fue el caso de ciertos fascistas de provincia, particularmente de los que estaban dirigidos por los triunviros Grandi y Baldo, y en parte, por la Confederación de Agricultura.
Siguiendo los pasos del presidente de la Internacional Comunista, -Zinoviev-, Gramsci sitúa al fascismo como reacción de grandes feudales. Habiendo aparecido, antes que todo, en los grandes centros urbanos muy industrializados, fue solamente después de cierto tiempo que el fascismo pudo penetrar en los campos bajo la forma de un sindicalismo rural. Sus expediciones punitivas parten de las ciudades para llegar a los pueblos, de los cuales se apoderan los escuadristas después de una lucha siempre sangrienta. La verdad obliga a decir que esas luchas intestinas entre fascistas expresaban la resistencia de los elementos pequeño burgués y anarquizantes del fascismo, arruinados por la guerra y por la concentración económica en manos del Estado que era la respuesta adecuada para los intereses generales de la clase dominante. En estos términos, aquellos viejos “camaradas” que “mostrabanse buenos para nada, excepto para revolcarse en las viejas glorias o para empuñar el garrote contra todos los aspirantes, estaban pasándose de la raya”.
Este era el golpe a la “izquierda” del partido, a continuación el fascismo golpeará a la derecha “las cabezas quemadas que no comprender que el movimiento perderá los beneficios de su victoria si pierde el sentido de la medida”..... Y la medida, en este caso, no es más que la tasa de beneficio del capital.
Por encima de la leyenda democrática, queda el hecho innegable que el fascismo no fue una contrarrevolución preventiva hecha con la intención consciente de aplastar a un proletariado que tenía que destruir el sistema de explotación capitalista. En Italia, no son los Camisas Negras los que acaban con la revolución; es la derrota de la clase obrera internacional la que impulsa la victoria del fascismo, no solamente en Italia, sino en Alemania y en Hungría. Es solamente después de la derrota del movimiento de ocupaciones de fábricas del otoño de 1920, cuando la represión se abate sobre la clase obrera italiana; esta represión tuvo dos alas propulsoras: las fuerzas legalmente constituidas del estado democrático y las escuadras fascistas que fusionaron en un bloque monolítico prácticamente todas las ligas anti-bolchevistas y patrióticas.
No es sino después de la derrota de la clase obrera cuando los fascistas pueden desarrollarse planamente gracias a la ayuda del patronato y de las autoridades públicas. Si a finales de 1919, los fascistas están a punto de desaparecer (30 células fascistas y poco menos de un millar de adherentes) en los últimos seis meses de 1920, crecen hasta llegar a la cantidad de 3.200 células fascistas con 300.000 miembros.
Fue Mussolini a quien escogieron la Confederación de la Industria y la confederación de la Agricultura, la Asociación Bancaria, los diputados y las dos glorias nacionales: el General Díaz y el Almirante Thaon di Revel. Fue a Mussolini a quien el gran capital sostuvo y no un Annunzio, cuya tentativa nacionalista de Fiume, en Navidad de 1920, será aniquilada por la burguesía de forma unánime. Fue a Mussolini, ex-ateo, ex-libertario, ex -intransigente de izquierda, ex -director de “Avanti”, a quien le tocará el papel de masacrar a los trabajadores y no al poeta de Annunzio.
Así pues, para el marxismo, el fascismo no esconde ningún misterio impenetrable que le impida denunciarlo ante la clase obrera.
A partir de la última semana del 1920, la ofensiva fascista hacia las organizaciones y asociaciones bajo control del P.S.I. redobla de intensidad. De nuevo empiezan a cazar “Bolcheviques”, los dirigentes socialistas se ven agredidos, y, en caso de resistencia, son asesinados cobardemente; los locales de periódicos socialistas, las cámaras de trabajo, las cooperativas y las Ligas Campesinas son incendiadas, saqueadas, siempre con la ayuda directa del estado democrático que protege con sus propios fusiles y ametralladoras las escuadras fascistas.
Al intervenir el Estado, el fascismo conquista al mismo tiempo la maquinaria indispensable de este estado; se apodera por la fuerza si es necesario, de instituciones estatales que habían satisfecho anteriormente la política de la burguesía imperialista.
El fascismo demostrará de manera evidente su interés hacia los sindicatos al firmar, el 2 de Agosto de 1921, el pacto de pacificación. Ese día, se habían reunido en Roma los representantes del Consejo de los fascistas y socialistas, de la C-G.I.L. y de Nicola, presidente de la Cámara, para ponerse de acuerdo para no dejarle más la calle a “desencadenamientos de violencia”, “ni excitar pasiones partidarias extremistas” (art. 2). Las partes en presencia “se comprometen recíprocamente a respetar las organizaciones económicas” (art. 4). Cada una reconoce en el adversario una fuerza viva de la nación con la cual hay que contar.
Al avalar el pacto de pacificación, todas las fuerzas políticas de la burguesía, derecha como izquierda, sienten la necesidad de enterrar definitivamente a la clase obrera bajo una losa de paz civil. La clase obrera no estaba todavía completamente vencida y adoptada posiciones defensivas; pero la resistencia de las masas trabajadoras se volvía cada día más dificil. A pesar de las condiciones que se habían vuelto desfavorables, el proletariado italiano continuaba luchando contra una doble reacción: la legal y la “ilegal”.
Turati, que seguía teniendo esperanzas en un próximo gobierno de coalición sostenido por los “reformistas”, se justificaba: “hay que tener el valor de ser cobarde”. El 10 de Agosto, la dirección del P.S.I. aprobada oficialmente el pacto de la pacificación. Entonces el lector del muy anticlerical “Avanti”, tuvo derecho a leer una novela muy original: “La vida de Jesús” según Pappini, para hacer pasar el trago amargo.
El escenario de la “Comedia del arte” se distribuía de la manera siguiente: los primeros actores utilizaban abiertamente la violencia militar contra un proletariado debilitado que se estaba batiendo la retirada; los segundos, lo exhortaba a no hacer nada que pudiera excitar al adversario, a no hacer nada ilícito pudiendo servir de pretexto a nuevos ataques, aún más violentos por parte de los fascistas. ¿Cuantas huelgas fueron suspendidas por la C.G.I.L., de acuerdo con las instancias del P.S.I.? Es imposible dar una cifra. Frente a una ofensiva militar y patronal hecha a golpes de despido y de reducción de los salarios, cosas que le parecían de los más naturales al F.I.O.M. (Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos), cuya principal preocupación era la de plegar todas las reivindicaciones al estado objetivo de la situación financiera de las empresas-táctica llamada de la “articulación”-, la izquierda burguesa continuaba su trabajo de sabotaje de la luchas obreras.
Hasta esta “Alianza del trabajo” en la cual el P.C.I. ponía tantas esperanzas aceptaba el programa de la salvación de la economía capitalista, desviaba las huelgas, le ponía rápidamente un término a las agitaciones cosas que reconocieron y denunciaron vigorosamente los Comunistas de Izquierda.
¿Que debe hacer entonces el proletariado? La respuesta que viene de las organizaciones socialdemócratas es simple, evidente: reunirse por enésima vez sobre el terreno electoral, infligir una derrota electoral a los fascistas, lo cual permitirá la formación de un gobierno de antifascistas, al cual podrían entrar algunos jefes del P.S.I.: “Ese fantasma de las elecciones es más que suficiente par cegar a los viejos parlamentarios que están ya en campaña para obtener nuestra alianza. Con esta carnada, haremos con ellos lo que queramos. Nacimos ayer, pero somos más inteligentes que ellos” (Diario)
Todo había sido preparado desde hace tiempo para pasarle el poder suavemente a Mussolini, bajo los auspicios reales, hacia el final de Octubre de 1922. Durante la farsa de la marcha sobre Roma (hecha en vagones-camas), marcha anunciada desde los primeros días de septiembre por los mítines y los defiles de los Camisas Negras, en Cremona, Merano y Trento los escuadristas fueron saludados en las estaciones de trenes por los representantes oficiales del Estado. En Trieste, Padova y Venecia, las autoridades marchaban codo a codo con los fascistas; en Roma, la intendencia militar aloja y da de comer a los Camisas Negras en los cuarteles.
Una vez instalado en el poder, el fascismo pedirá la colaboración leal de la C.G.I.L. El potente sindicato de los ferroviarios, al que seguirán rápidamente las otras federaciones,, será el primero en aceptar el llamamiento a la tregua lanzando por los fascistas. Así pues, sin haber recurrido a una insurrección armada, el fascismo pudo ocupar los puestos en el aparato del estado; Mussolini en la presidencia del Consejo detenta, además, las carteras ministeriales del Interior y de los Asuntos Extranjeros; sus compañeros de armas cercanos ocupan los otros ministerios importantes: Justicia, Finanzas y territorios Liberados. El fascismo fue simplemente un cambio en la dirigencia de la burguesía estatal. Después del cambio, el fascismo estuvo en una mejor posición para hacer que los obreros saborearan la cólera de la intensificación de la explotación. Y haciéndolo, también utilizó los látigos y los garrotes que los socialistas habían hecho con sus propias manos. El Estado fascista no es más que la organización que se da la burguesía para mantener las condiciones de acumulación el capital frente a una situación tal que, sin una dictadura abierta, no hay esperanzas de gobernar con los métodos parlamentarios.
El fascismo no es más que la aceleración de un proceso objetivo, al acercar y hacer fusionar las organizaciones sindicales con el poder del Estado burgués. Tanto para los sindicalistas y Socialdemócratas como para los fascistas, la lucha de clases representaba un obstáculo para la solución de los problemas económicos nacionales. El fascismo pone las asociaciones al servicio total de la nación, de la misma manera que estas lo habían hecho por iniciativa propia en la época de recesión de postguerra. Tanto los sindicatos como los fascistas profesaban el evangelio social de solidaridad entre las clases.
Formalmente, la economía en la época fascista se funda en el principio corporatista según el cual los intereses particulares tienen que subordinarse a los intereses generales. A la lucha de clases, el corporatismo la sustituye por la unión de las clases y el bloque nacional de todos los hijos de la patria; trata de hacer que los obreros concentren todos sus esfuerzos en los intereses supremos de Italia. La carta del Trabajo, adoptada en 1927 le reconoce solamente al Estado la capacidad de elaborar y de aplicar la política de la mano de obra; toda lucha fraccional, toda intervención particular fuera del estado están excluidas. De ahora en adelante, las condiciones de empleo y de salario serán reglamentadas por el contrato colectivo que establece la carta.
El fascismo quería construir un Parlamento Económico cuya composición se basaba sobre la elección de miembros por ramas de profesión. Por esta razón, atrajo bajo su esfera a las principales cabezas del sindicalismo soreliano. En ese proyecto, que se calificó de “audaz”, estos sindicalistas veían la justificación de su apoliticismo y de su independencia sindical hacia todo partido político.
El corporatismo se aplica en pleno período de crisis mundial como intervención directa del Estado en la actividad económica nacional y el mismo tiempo impone sumisión y obediencia a la clase obrera. ¿Es esa la única solución para desarrollar las fuerzas productivas de la industria bajo la dirección de las clases dirigentes tradicionales?, se preguntará el no-marxista Gramsci[7]. Al autor de “la Revolución (Rusa) contra el Capital” (de Marx) se le escapa totalmente el hecho que el capitalismo está en período de decadencia y que el fascismo no es más que una manera de sobrevivir para el capitalismo.
El año 1926 marcará el punto de partida de las grandes batallas económicas que se hacen con el fin de proteger el mercado interior italiano, limitar la importación de productos alimenticios y de objetos manufacturados, de desarrollar sectores hasta entonces incapaces de satisfacer las necesidades interiores. Pero los resultados son negativos: precios más elevados que en el mercado mundial. Así pues, de nada servía recurrir a maniobras estatales para resolver los problemas económicos de un país pobre de recursos naturales y que, de la jauría imperialista, no obtuvo ni nuevos mercados, ni el modo de deshacerse de su exceso de mano de obra.
El aumento de los derechos de aduana, el control draconiano del cambio, las subvenciones, los encargos del Estado y, correlativamente, el bloqueo de los salarios, continúan la tendencia que se había empezado durante la guerra. Durante la guerra bajo la presión de la necesidad, el Estado se había convertido en constructor de fábricas, proveedor de materias primas, distribuidor de mercados según un plan general, comprador único de la producción que, a veces pagaba por adelantado. El Estado se había vuelto el centro de gravedad de ese enorme aparato productor impersonal, ante el cual desaparecieron los individuos apegados a las reglas de la libre competencia. Por esas razones, las costumbres de la vida “liberal” las prácticas “democráticas” fueron reemplazadas por la actividad de ese estado. De esas suciedades pudo florecer el fascismo.
Si hay una empresa en peligro de quiebra, el Estado compra la totalidad de las acciones. Si hay un sector que hay que desarrollar con prioridad, el Estado da sus directivas dominantes. Si hay que frenar las importaciones de trigo, el estado obliga a fabricar un tipo de pan único y determina el porcentaje de trigo, que tiene que contener. Si hay que sobre-evaluar la lira, el Estado la pone a la par del franco, a pesar de las advertencias de los financieros. El estado estimula la concentración de las empresas; vuelve obligatoria la concentración de la siderúrgica; es propietario; cierra la emigración; fija los colonos en donde entiende “crear un sistema nuevo, orgánico y potente de colonización demográfica, transportando todos los provechos de su civilización” [8]; finalmente monopoliza el comercio exterior.
A finales del año 26, la parte más importante de la economía italiana se encuentra en manos de los organismos estatales o para-estatales: Instituto de la Reconstruzione (I.R.I.), Consiglio Nazionales delle Ricerche (C.N.R.), Istituto Cotoniere, Ente Nazionale por la Cellulosa, A Ziende Generale Italiane Petroli (A.Z.G.I.O.). Gran cantidad de estos organismos tiene como razón de ser el obtener para Italia productos de sustitución: la economía autarquica, que tanto admiraban los “grandes espíritus”, estaba preparando a Italia para la segunda guerra mundial.
El capitalismo decadente no puede, por una lógica implacable, más que producir crisis y guerras, como explosión de las contradicciones crecientes en el seno del sistema capitalista. Supone pues, una burguesía armada hasta los dientes. La Italia fascista no podía renunciar a lanzarse en el engranaje de la carrera del armamento so pena de tener que renunciar a hacer triunfar sus “derechos” imperialistas en la arena mundial. Y sus “derechos” forman un largo catálogo de reivindicaciones. Siguiendo la misma línea que sus predecesores. Mussolini quería hacer de Italia una potencia temida en todo el Mediterráneo, extenderse siempre más hacia el este, hacia los Balcanes y Anatolia.
Los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, intensificaban su programa de armamento enarbolando al mismo tiempo las ramas del olivo. Ellos buscaban volver a repartir el mundo, parloteando al mismo tiempo sobre la “seguridad de las naciones” y el “arbitraje internacional” bajo el benigno auspicio de la Liga de Naciones. Sin embargo, la Italia fascista no teme anunciar abiertamente sus intenciones: la movilización de “ocho millones de bayonetas” y de masas de “aeroplanos y torpederos”: «El deber fundamental de la Italia fascista es precisamente preparar todas sus fuerzas armadas de tierra, de mar y de aire... Entonces cuando -entre 1935 y 1940- habremos llegado al momento supremo en la historia de Europa, seremos capaces de hacer oír nuestra voz y de ver nuestros derechos finalmente reconocidos». (Discurso en la Cámara, el 27 de Mayo de 1927, de Mussolini).
Siendo ella misma imperialista, Italia sabía que en lo que se quería decir en realidad cuando los otros miembros de la Liga de Naciones se comprometían “solamente” a reducir sus armamentos bajo un control internacional; cuando el gobierno de Estados Unidos trataba de obtener que todos los países condenaran la guerra como...«ilegal y que se comprometieran a renunciar a la guerra como modo de solucionar sus litigios en sus asuntos internacionales» (pacto de Kellog del 27-5 -27). Para Roma, todo eso no era más que tonterías democráticas; la realidad era diferente: el mundo entero se estaba armando, y, Italia también se armaba par enfrentar la tempestad que dormía bajo las cenizas de la primera guerra mundial.
El fascismo no ignoraba que la vida de una nación depende de un problema de fuerza y no de justicia; que los problemas se resuelven con armas y no con la gracia mitológica que ciertos idealistas le otorgaban a la doctrina de Wilson. En el “decálogo” que se les daba a los jóvenes milicianos fascistas, se leía en la primera frase: “Que se sepa bien que un fascista verdadero, especialmente un miliciano, no debe creer en la paz perpetua”. En los periódicos, en el cine, en los concursos deportivos, se proclamaba que, después de haber ganado la batalla de 14-18, Italia tenía que reemprender su marcha hacia adelante.
Si la importancia del poder estatal se sitúa al centro de toda la vida social, el desarrollo de sus bases guerreras (ejército, flota y aviación) aparece de manera evidente, sobre todo, a la víspera de la segunda guerra mundial. Aún tomando en cuenta la devaluación de la lira, en 19939, Italia gasta dos veces más en armas que en la víspera de la guerra de Etiopía[9]. El Duce le ha advertido a toda la nación italiana que la guerra es inevitable, al igual que la agravación de las condiciones de vida del proletariado. Cuando las 51 naciones “democráticas” le imponen a Italia un embargo comercial por haber agredido a Abisinia, Mussolini utiliza esto como excusa para intensificar su propia cruzada contra las naciones “ricas”. A esta hipócrita aplicación del embargo -que no prohibía el comercio con Italia de carbón, acero, petróleo, y hierro, es decir, todo lo que era precisamente indispensable para la economía de armamentos- el fascismo respondió con la movilización-facilitada- de obreros alrededor de su programa[10].
R.C.
[1] Lenin: “El imperialismo y la escisión del socialismo”
[2] Trosky que escribía: “Los comités centrales de izquierda, en numerosos partidos, fueron destronados tan abusivamente como habían sido instalados antes del V° Congreso” en la Internacional Comunista después de Lenin, hubiera pensado siete veces antes de escribirlo
[3] Sede del Parlamento italiano
[4] Alemania
[5] “Que es Nacional-Socialismo?” Trostky, 10 de junio de 1933, tomo III de sus escritos
[6] Elegido el 6/02/22, Pío XI se sentirá de lo mejor en su nuevo cargo. Nuncio apostólico en Polonia en 1918-21, durante la guerra civil y durante la ofensiva victoriosa del ejército Rojo, le tenía un odio inextinguible al proletariado que había levantado una mano sacrílega sobre ese estado, creado el 11 de Noviembre de 1919 por Versalles, para separar la Rusia de los Soviets de la revolución Alemana
[7] “II materialismo storico e la Filosofia di B. Croce”
[8] Proyecto del 17 de Mayo de 1938. Desde el final de ese mismo año, 20.000 campesinos de Sicilia, de Serdeña y de Pouilles trabajan en Libia en 1880 empresas rurales agrupando 54.000 hectáreas de cultivos. En Libia, la cantidad total de italianos llega a 120.000; 93.550 en Etiopía, etc. “El imperialismo colonial italiano de 1870 a nuestros días"” de J.L. Miege, 1969, pág. 250.
[9] Presupuesto militar en millones de liras:
1933..............4.822 1936............16.357
1934..............5.590 937.............13.370
1935............12.624 938..............15.0030
[10] “Los obreros italianos se ven pues en la alternativa de un imperialismo italiana o el imperialismo inglés, que trata de disimularse detrás de la Liga de las Naciones. No es un dilema que pudiera enfrentar a pesar de las terribles dificultades actuales, sino un dilema entre dos fuerzas imperialistas; y no es de extrañar que, ante la imposibilidad de entrever su propio camino por causa de la política contra-revolucionaria de esos dos partidos (partidos “centristas” – como se decía entonces en la izquierda para designar al estalinismo – y “socialistas”, obligados a escoger, los obreros italianos se dirigían hacia el imperialismo italiano, puesto que, en la derrota de éste último, ven comprometidas sus propias vidas, las vidas de sus familiares, como ven igualmente acentuarse el peligro de una agravación más fuerte de sus condiciones de vida”. Del artículo: “un mes después de la aplicación de las sanciones”; en BILAN.
Con la fundación del Partido Comunista Alemán, entre el 30 de Diciembre y el 1° de Enero de 1919, la oposición revolucionaria a la Social-Democracia parece encontrar una autonomía organizativa. Pero, el partido Alemán, que aparece cuando ya el proletariado lucha en la calle con las armas en la mano y ha tomado el poder por poco tiempo en algunos centros industriales, manifestará pronto tanto el carácter heterogéneo de su formación como la incapacidad par ponerse a la altura de su visión global y encararse con las tareas para las que es constituido.
¿Cuáles fueron las fuerzas que se unieron para constituir el Partido? ¿Cuáles fueron los problemas con los que pronto tropezaron? Limitémonos a los momentos, sin duda más importantes para el tema, que puedan hacernos comprender los errores del partido con sus graves consecuencias en el futuro.
La trayectoria que siguieron los sucesos después del 4 de Agosto del 11914, estuvo llena de dificultades. La historia del grupo Spartakus es una prueba de ello. Su acción en la clarificación teórica y en el desarrollo del movimiento comunista es evidente.
Así se llamará el grupo en 1916; antes en 1915, se había llamado "Internationale" debido a la revista del mismo nombre aparecida en Abril de ese año), todas las decisiones importantes estuvieron caracterizadas por las posiciones de Rosa Luxemburgo.
En Zimmerwald (5/8 de septiembre del 15), los alemanes están representados por el grupo internationale, por el berlinés Borchardt que representa al pequeño grupo de la revista Lichstrahlen (Rayos de Luz) y por el ala centrista próxima a Kautsky . Únicamente Borchardt apoyaría la posición internacionalista de Lenin , mientras que los demás alemanes dan su apoyo a una moción redactada en los siguientes términos: «En ningún caso debe sacarse la impresión que esta conferencia quiere provocar una escisión y fundar una nueva Internacional».
En Kienthal (24/30/ de Abril de 11916), la oposición alemana está representada por el grupo International (Bertha Thalheimer y Ernst Meyer), por la Oposición en la Organización (centristas de Hoffmann) y por las Bremer Linksradikalen (radicales de la izquierda de Bremen) con Paul Frolich.
Las dudas de los Spartakistas (Internationale) no se han disipado del todo; una vez más, éstos se encontrarán más cerca de las posturas de los centristas que de las de la izquierda (Lenin-Frolich). E. Meyer diría: «Queremos crear la base ideológica (...) de la nueva Internacional, pero en el plano de la organización no queremos comprometernos ya que todo está aún en movimiento».
Es la clásica posición de R. Luxemburgo, para quien la necesidad del partido se sitúa más al fin de la Revolución que en su fase preparatoria e inicial: «En una palabra, históricamente, el momento en que tendremos que tomar la conducción o vanguardia no es al principio sino al final de la Revolución».
El hecho más importante es la aparición en el plano internacional de el Bremen Links radikalen
Los historiadores y la historiografía han utilizado el término de "Linksradikalen" para nombrar grupos como el de Bremen o el de Hamburgo, y luego a los del KAPD y a las Uniones de Trabajadores. El término "Ultralinke", por el contrario, fue usado para designar a la oposición de izquierda (Friesland - Fischer - Maslow) en los años siguientes, en el seno del KPD. Ya en 1910, el periódico socialdemócrata de Bremen, Bremen Burgerzeitung, publicaba artículos semanales de Pannekoek y Radek, y será bajo la influencia de la Izquierda Holandesa como se constituirá el grupo de Bremen alrededor de Knief, Paul Frolich y otros. A finales de 1915, se constituye el ISD Socialistas Internacionales Alemanes nacidos de la unión entre los comunistas de Bremen y los revolucionarios berlineses que publicaron la revista Lichtstrahlen. La Bremer linke se hace independiente de la Socialdemocracia, incluso en lo formal, en Diciembre de 1916, pero ya en junio de este año había empezado a publicar Arbeiterpolitik
Para publicar "Arbeiterpolitik", se abrió incluso una suscripción entre los obreros de los astilleros de Bremen que será el órgano legal más importante de la izquierda. En este órgano aparecerían además de los artículos de Pannekoek y Radek, otros de Zinoviev, Bujarin, Kamevev, Trostsky y Lenin. Arbeiterpolitik mostraría en seguida una conciencia más madura en cuanto a la ruptura con el reformismo, y así podía leerse en el primer número que el 4 de Agosto ha sido «el final natural de un movimiento político cuyo declive se estaba gestando desde hacía tiempo». De Aberiterpolitik surgieron las tendencias que más presión ejercieron para que se discutiera la cuestión del Partido. La discusión del grupo de Bremen con los Spartakistas resultó difícil, al empeñarse éstos en permanecer en la Social-Democracia.
El primero de Enero de 1916, en la conferencia Nacional del grupo Internationale, Knief criticó la ausencia de perspectivas claras e incluso de toda resolución de ruptura con el Partido Socialdemócrata y de toda perspectiva de formación de un partido revolucionario sobre bases radicalmente nuevas.
Mientras el grupo Spartakista Internationale se adhería al Socialdemócrata Arbeitergemeinschaft
Grupo de Trabajo en el Reichtag y publicaban escritos como: «Lucha por el Partido y no contra el Partido...lucha por la democracia en el Partido, por los derechos de las masas, por los camaradas del Partido contra los jefes que se olvidan de su deberes... Nuestra consigna no es escisión o unidad, partido nuevo o viejo, sino conquista del Partido desde la base gracias a la revuelta de las masas... la lucha decisiva por el Partido ha empezado».(Spartakus-Briefe, 30 de Marzo de 1916). Al mismo tiempo en arbeiterpolitik podía leerse: «Creemos que la escisión, tanto a nivel nacional como internacional no sólo es inevitable sino además condición previa a la real reconstrucción de La Internacional, del despertar del movimiento proletario de los trabajadores. Creemos que es inadmisible y peligroso que se nos impida expresar nuestra profunda convicción ante las masas laboriosas». (Arbeiterrolitik N° 4).
Y Lenin en "A propósito del panfleto de Junius" (julio 1916) escribía: «El mayor defecto de todo el marxismo revolucionario Alemán es la ausencia de una organización ilegal estrechamente unida...Tal organización se vería obligada a definir claramente su actitud respecto al oportunismo del Kautskysmo. Únicamente el grupo de los Socialistas Internacionalistas de Alemania (ISD) permanece en su lugar, de forma clara y sin ambigüedades».
Los Spartakistas continuaban adheridos al USPD (Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania fundado el 6/8 de Abril de 1917; partido centrista sin diferencias, excepto en las proporciones, con la Socialdemocracia, ligado de hecho a la creciente radicalización de las masas), y de él formaban parte: Haase, Ledebour, Kautsky, Hilferding y Bornstein. Esta unión volvió aún más duras y exasperadas las relaciones entre los Comunistas de Bremen y aquellos. En Marzo de 1917 se leía en el Arbeiterpolitik: «Los radicales de izquierda se encuentran ante una gran decisión. La mayor responsabilidad se encuentra en manos del grupo Internationale al cual reconocemos, a pesar de las criticas que hemos tenido que hacerle, como el grupo más activo y más numeroso, como núcleo del futuro partido radical de izquierda. Sin éste, tenemos que reconocerlo francamente, no podemos ni nosotros ni la ISD construir en un plazo previsible, un partido capaz de actuar. Es el grupo Internationale de quien depende que la lucha de los radicales de izquierda se desarrolle en un frente ordenado tras su bandera , o que la oposición dentro del movimiento obrero, la cual ha surgido en el pasado y que es un factor de clarificación, se disipe en una total confusión».
Tras la adhesión del grupo Spartakista a la USPD, se podía leer: «El grupo Internationale ha muerto...Un grupo de camaradas se ha constituido en comité de acción para construir el nuevo partido».
Efectivamente , en Agosto de 1917 hubo una reunión en Berlín con delegados de Bremen, Berlín, Francfort y otras ciudades alemanas, para poner los cimientos de un nuevo partido. Otto Ruhle con el grupo de Dresden participó en esta reunión. En el grupo Spartakista mismo se manifestaron posiciones muy cercanas a las de los Linksradicalen, que no aceptaron los compromisos organizativos de la Central y Rosa Luxemburgo. Apareció primero la oposición de los grupos de Duisburgo, Francfort y Dresden a la adhesión al Arbeitergemeinscharft. El órgano del grupo de Duisburgo en particular, inició una viva discusión contra tal adhesión. Más tarde otros grupos como el de Chemnitz, en el que estaba Heckert, manifestaron su oposición a la adhesión a la USPD. Estos grupos estaban de acuerdo en la práctica con lo que Radek expresaba en Arbeiterpolitik: «La idea de construir un partido con los centristas es una peligrosa utopía. Los radicales de izquierda, sean o no propicias la circunstancias, tienen que construir su propio partido si quieren cumplir su tarea histórica».
Liebknecht mismo, más ligado a la efervescencia de la clase, expresaba su posición en un escrito desde la cárcel (1917), en el cual intentando aprehender las fuerzas vivas de la revolución, distinguía tres capas sociales en el seno de la Social-Democracia Alemana: «La primera estaba formada por funcionarios a sueldo, base social de la política de la mayoría del partido Socialdemócrata». La segunda estaba formada por: «los trabajadores más acomodados y más instruidos. Para éstos, la importancia del peligro de ver estallar un grave conflicto con la clase dominante no estaba clara. Ellos quieren reaccionar y luchar; además forman la base del trabajo Colectivo Socialdemócrata». Y la tercera capa: «Las masas proletarias de trabajadores sin instrucción. El proletariado en su sentido real, estricto. Por su estado actual, sólo esta capa no tiene nada que perder . Nosotros apoyamos a esas masas: el proletariado».
Todo esto demuestra dos cosas:
Que una importante fracción del grupo Spartakista se orienta hacia la misma dirección que los radicales de izquierda, chocando así contra un centro minoritario representado por Rosa Luxemburgo, Jogchiches y Paul Levi
El carácter federalista no centralizada del grupo Spartakista.
La Revolución Rusa.- Los desacuerdos que se manifestaron entre los Spartakistas y la mayoría del USPD sobre esta revolución , llevaron a Arbeiterpolitik a discutir de nuevo con los Spartakistas
En la interpretación de lo que pasaba en Rusia, había toda clase de divergencias entre los Comunistas de Bremen y los Spartakistas. Mencionamos únicamente la cuestión del uso del "terror revolucionario". En nombre del Grupo de Bremen, Knief criticó duramente la posición de Rosa Luxemburgo sobre su rechazo en utilizar el terror de clase en la lucha revolucionaria. Los Comunistas de Bremen no habían disociado nunca su solidaridad con la revolución rusa de la exigencia de formar un partido comunista en Alemania, ¿Por qué, se preguntaban los Comunistas de Bremen, la revolución había triunfado en Rusia?
«Única y exclusivamente porque en Rusia, es un partido autónomo de radicales de izquierda quien desde el principio lleva la bandera del socialismo y combate con el emblema de la revolución Social (...) Si con mucha buena voluntad se podía encontrar en Gotha razones que justificaran la actitud del grupo Internationale, hoy en día toda apariencia de justificación de asociación con los independientes se ha desvanecido (...) Hoy la situación internacional hace aún más urgente la necesidad de fundar un partido propio de los radicales de izquierda (...) Sea como sea. Tenemos la voluntad firme de consagrar todas nuestras fuerzas para crear en Alemania las condiciones para un Linksrradikalen Partei (partido de los radicales de izquierda). Invitamos pues, a nuestros amigos, a nuestros compañeros del grupo Internationale, en vista de la quiebra total que desde hace ya casi nueve meses hunde a la fracción y al partido de los Independientes, en vista de las repercusiones corruptas del compromiso de Gotha que sólo perjudicará el porvenir del movimiento radical de Alemania, a romper sin ambigüedades y abiertamente con los pseudosocialistas independientes y a fundar el partido propio de los radicales de izquierda» (Arbeiterpolitik, 15-12-1917).
A pesar de todo, un año pasará aún antes de la fundación del partido en Alemania, y mientras tanto la tensión social no dejará de ir en aumento: desde las huelgas de Berlín de Abril de 1917 hasta la revuelta de la flota durante el verano, y las oleadas de huelgas de Enero del 18 (Berlín, Ruhr, Bremen, Hamburgo, Dresle) que duraron todo el verano y el otoño
Veamos ahora a otros grupos menores característicos de la situación alemana. Hemos escrito más arriba que el ISD agrupada también al grupo de Berlín alrededor de la revista Lichstrahlen. El representante más importante era Borchardt. Las ideas que desarrollaba en las revista eran violentamente antisocialdemócratas, pero ya anunciaban, por su orientación semi-anarquista, la ruptura con los Comunistas de Bremen. Arbeiterpolitik observaba que: «En lugar del partido, éste (Borchardt) pone una secta propagandista de formas anarquistas».
Más tarde, los comunistas de izquierda lo considerarán como un renegado y lo bautizarán "Juliano el Apóstata".
En Berlín, Werner Moller, que ya era afiliado de los Lichtstrahlen, se hizo colaborador asiduo de Arbeiterpolitik, y más tarde su representante. Los sicarios de Noske lo asesinarán bestialmente y a sangre fría en Enero del 19. En Berlín, la corriente de izquierda será muy fuerte con, entre otros, los Spartakistas (más tarde KAPD); Karl Schroder y Friederich Wendel.
El grupo de Hamburgo ocupa un lugar especial en la oposición revolucionaria contra la social-democracia. Este grupo no entrará en el ISD hasta noviembre de 1918. Cuando a partir de una proposición de Knief, éstos cambiaron de nombre para convertirse en el I:K:D: (Internationate Kommunisten Deutschland) el 23 de diciembre de 1918 en Hamburgo, las cabezas visibles fueron Henrich Laufenberg y Fritz Wolffheim. Lo que los distinguía de los Comunistas de Bremen fue una polémica acerba contra los jefes, polémica con aspectos sindicalistas y anarquistas. Arbeiterpolitik se mantenía el contrario en posiciones correctas cuando escribía el 28 de julio 1918: «La causa de los Linksradikalen, la causa del Partido Comunista Alemán, al cual tendrían que afluir tarde o temprano los que han permanecido fieles a los antiguos ideales, no dependen de grandes apellidos. Al contrario, lo que es y tiene que ser el elemento nuevo, si un día tenemos que llegar el socialismo, es que la masa anónima tome a su cargo su propio destino: que cada compañero en tanto que individuo contribuya en ello con su iniciativa propia sin preocuparse si están con él "apellidos notorios"».
Lo que también distinguía al grupo de Hamburgo era el carácter cada vez más claramente sindicalista de su orientación política, lo cual se debía, en parte, a la militancia de Wolffheim en las IWW (International Workers of the World) cuando vivió en USA.
Puede decirse que los que expresaron mejor este período de la lucha de clases en Alemania fueron, sin duda alguna, los Comunistas de Bremen. A este respecto, hay que poner de relieve todas las dudas, vacilaciones y errores del grupo Spartakista (y por tanto su mejor teórico, Rosa Luxemburgo) en cuanto a la organización, a la visión del proceso revolucionario, a la función que debe cumplir el Partido. Quede claro que el resaltar los errores de Rosa Luxemburgo no significa que haya que minimizar sus batallas, su heroica lucha, pero ello permite entender que, al lado de su visión premonitoria en su lucha teórica contra Bernstein y Kaustsky, Rosa defendió posturas políticas que hoy nos resultan inaceptables.
No tenemos dioses que venerar, sino que al contrario, tenemos que entender los errores del pasado para poder evitarlos, tenemos que saber sacar del movimiento proletario las lecciones útiles y no acabadas, y, entre éstas, las que conciernen a la función y el papel organizativo de los revolucionarios.
Para estar a la altura de nuestras propias tareas, hay que comprender también el lazo inevitable que existe entre la actividad de pequeños grupos cuando predomina la contrarrevolución (como ejemplo elocuente, lo que hicieron Bilan e Internationalisme) y la acción del grupo político cuando las contradicciones insuperables del capitalismo empujan a la clase al asalto revolucionario. Ya no se trata entonces de defender posiciones, sino, sobre la base de esas posiciones en constante elaboración, sobre las bases del programa de clase, ser capaces de cimentar la espontaneidad de la clase de expresar la conciencia de clase, de unificar sus fuerzas en vista al asalto de la fortaleza burguesa.
Los partidos sin embargo, no viene prefabricados. Entendámonos: los artificios organizativos nunca sirvieron para nada; al revés, a menudo han servido incluso a la contrarrevolución. Auto proclamarse partido, construirse como tal en período contrarrevolucionario es un absurdo, un error muy grave que demuestra incomprensión de la base del problema, cuando no hay una perspectiva revolucionaria. Pero puede considerarse como cosa tan grave al dejar esa tarea de lado, o dejarla cuando ya es demasiado tarde. Dentro de este artículo, es este segundo aspecto el que presenta mayor interés.
El que habla de una espontaneidad que resolverá todos los problemas, hace, en fin de cuentas, el elogio de una espontaneidad inconsciente y no de un paso de la espontaneidad a la conciencia; no comprende o no puede comprender que la toma de conciencia por parte de la clase en la lucha tiene que llevarla a reconocer la necesidad de un instrumento adecuado para destruir por asalto el Estado, fortaleza del capital.
Si la espontaneidad de la clase es un momento que nosotros reivindicamos, el espontaneismo (o sea, la teorización de la espontaneidad) anula, precisamente, la espontaneidad, y se manifiesta por una serie de recetas viciadas: por un "estar donde están los obreros" por el hecho de no saber andar contra la corriente en los momento de recaída y reflujo para así estar "con la corriente" en los momentos decisivos. Las desviaciones de Luxemburgo sobre las cuestiones organizativas se encuentran también en su concepción de la conquista del poder (nosotros diremos que es inevitable teniendo en cuenta la estrecha conexión entre ambos problemas):
«La conquista del poder no tiene que hacerse de un solo golpe, sino con una marcha progresiva ahondándonos en el Estado burgués hasta que ocupemos todas las posiciones y las defendamos con uñas y dientes»
Tomado del discurso de fundación del Partido Comunista Alemán diciembre 1918
Y, desgraciadamente, eso no es todo. Mientras Paul Frölich, (representante del grupo de Bremen) lanzaba en noviembre de 1918 desde Hamburgo, este llamamiento:
«Es éste el principio de la revolución alemana, de la revolución mundial". ¡Viva la mayor acción de la revolución mundial! ¡Viva la república alemana de obreros! ¡Viva el bolchevismo mundial!», Rosa Luxemburgo, poco más de un mes más tarde, en lugar de preguntarse por qué un ataque masivo del proletariado iba a ser derrotado, decía:
«El 9 de Noviembre, los obreros y soldados destruyeron el antiguo régimen en Alemania (...) El 9 de Noviembre el proletariado se levantó y sacudió el infame yugo, los Hohenzollerns han sido expulsados por los obreros y los soldados organizados en consejos».
Así pues, Rosa interpretaba como revolución, el paso del poder de manos del equipo de Guillermo II a las de los Ebert-Scheidemann-Haase, y no como un relevo de guardia contra la revolución
En el IV Congreso de la Internacional Comunista (Noviembre de 1920), Radek recogerá esa idea diciendo que había que agradecer a la Socialdemocracia «el habernos dado el gusto de derrocar al Kaiser».
La incomprensión de la función del papel histórico de la Social-democracia le costará la vida a Rosa, lo mismo que a Liebknecht y a millares de proletarios. El KAPD (Partido Comunista Obrero de Alemania) sabrá sacar las lecciones de esta experiencia (uno de los puntos sobre los que se basa su proposición fundamental contra la I:C: (Internacional Comunista) y contra el KPD (Partido Comunista de Alemania) es su negativa a tener cualquier contacto con la USPD. Pero, más adelante, volveremos a este tema), así como la izquierda italiana. Bordiga escribía el 6 de Febrero de 1921 en II Comunista un artículo titulado la función histórica de la social democracia. Veamos algunos pasajes:
«La socialdemocracia tiene una función histórica, es decir, que vendría un período en los países de Occidente durante el cual los partidos socialdemócratas estarán en el gobierno, solos o colaborando con los partidos burgueses. Sin embargo, allí en donde el proletariado no tenga fuerza par evitarlo, el intermedio ése no será una condición positiva, necesaria para el advenimiento de formas e instituciones revolucionarias. No será una preparación útil para éstas últimas, sino que constituirá una tentativa desesperada de la burguesía para disminuir y desviar la fuerza de ataque del proletariado para acabar aplastándolo sin piedad a golpes de reacción blanca, en el caso de que le quedasen bastantes fuerzas para atreverse a levantarse contra el legítimo, el humanitario, el decente gobierno de la Socialdemocracia. Para nosotros sólo puede haber una transferencia democrática de poder, la de las manos de la burguesía dominante a las del proletariado, de la misma manera que no puede concebirse otra forma de poder proletario que la dictadura de los Consejos».
Hemos empezado este estudio con el congreso de la formación del Partido Comunista Alemán (30 diciembre de 1918, 1° de enero de 1919), y hemos recorrido hacia atrás la historia de su conformación; vayamos ahora hacía adelante, a partir de ese punto.
El congreso de formación cristaliza, por así decir, dos concepciones y dos posiciones diametralmente opuestas. Por un lado, la minoría alrededor de Luxemburgo, Jogisches, Paul Levi, que agrupaba a los personajes más importantes del nuevo partido, y que aún siendo minoría asumía su dirección (las burlas y la casi negativa de garantizar la expresión de las posiciones preponderantes de la izquierda - únicamente Frolich será admitido en la Central - acabarán dando lugar unos meses más tarde a la farsa del congreso de Heildelberg). Por otro lado, la gran mayoría del partido: la furia y la potencialidad revolucionaria que expresaba el grupo del IKD y buena parte de Spartakistas. Las posiciones de la izquierda, (con Liebknecht, a su cabeza) triunfan con aplastante mayoría: contra la participación electoral, por la salida de los sindicatos, por la insurrección.
Pero les falta una visión clara de las tareas inmediatas que afrontar, de la preparación del ataque insurreccional que tiene que ser también militar, de la función centralizadora y de dirección del Partido. Reina una especie de federalismo de independencia regionalista. En Berlín, casi ni saben lo que pasa en el Ruhr, en el centro, o en el sur y viceversa, la Rote-Fohne misma reconoce el 8 de enero de 1919 que: la inexistencia de un centro encargado de organizar a la clase obrera no puede seguir...«Es necesario que los obreros revolucionarios pongan en pie organismos dirigentes capaces de guiar y utilizar la energía combativa de las masas»; notemos además, que sólo se trata aquí de la situación en Berlín.
La desorganización sigue en aumento y llega al colmo con la muerte de Luxemburgo y de Liebknecht. El partido cuando se ve reducido a la clandestinidad y sometido al terror contrarrevolucionario, está sin cabeza.
Las repúblicas Soviéticas que surgen aquí y allá en Alemania, Bremen, Munich, Berlín, etc, son derrotadas unas tras otras, y los combatientes proletarios aniquilados. La oleada revolucionaria, la inmensa potencialidad que lleva en sí la clase, retrocede. No podemos citar íntegramente la carta que dirigió Lenin en abril de 1919 a la República Soviética de Baviera. Inútil es decir que la mayor parte de las "medidas concretas" a que se refiere Lenin nunca fueron tomadas.
«Os agradecemos vuestro mensaje de saludo y a nuestra vez, saludamos con toda el alma a la República de Soviets de Baviera. Os rogamos encarecidamente que nos informéis más a menudo y más en concreto cuales son las medidas que habéis tomado para luchar contra los verdugos burgueses que son Scheidemann y Cía; si habéis creado soviets de obreros y de moradores en los barrios de la ciudad; si habéis armado a los obreros y desarmado la burguesía; si habéis utilizado inmediatamente los almacenes de ropas y demás artículos para asistir inmediata y ampliamente a los obreros, y sobre todo a los jornaleros y pequeños campesinos; si habéis expropiado las fábricas y los bienes de los capitalistas de Munich, así como las explotaciones agrícolas capitalistas de los alrededores; si habéis duplicado o triplicado el salario de los jornaleros y peones si habéis confiscado todo el papel y todas las imprentas para publicar panfletos y periódicos de masas; si habéis sustituido la jornada de trabajo de seis horas con dos o tres horas consagradas en Munich para instalar inmediatamente a los obreros en los buenos apartamentos; si os habéis apoderado de los bancos; si habéis escogido rehenes entre la burguesía; si habéis establecido una ración alimenticia más elevada para los obreros que para los burgueses; habéis movilizado a la totalidad de los obreros a la vez para la defensa y para la propaganda ideológica en los pueblos cercanos. La aplicación urgentisima y lo más amplia posibles de estas medidas y otras parecidas, hechas apoyándose en la iniciativa de los soviets, de los jornaleros y, separadamente, de pequeños campesinos, reforzará vuestra posición. Es indispensable golpear a la burguesía con un impuesto extraordinario, y mejorar en la práctica, inmediatamente y cueste lo que cueste, la situación de los obreros, jornaleros y pequeños campesinos: Mis mejores votos y deseos de éxito». Lenin.
La falta de preparación teórica, la incapacidad para estar a la altura de las tareas que la situación exige, provocarán, con los primeros signos de retroceso, una escisión en el movimiento Alemán. Por un lado empezarán a volver la vista hacía el bolchevismo, hacía la Rusia victoriosa, a tomar su propaganda, sus indicaciones tácticas y estratégicas, procurando, absurdamente calcarlas en Alemania. Valga de ejemplo el caso de Radek, que es típico: portavoz de los Comunistas de Bremen y del ala más intransigente del movimiento, será tras el retroceso momentáneo de la lucha en el ascenso del 19, uno de los artífices junto con Paul Levi, del Congreso de Heidelberg(octubre de 1919), durante el cual se repudiaran las conquistas del Congreso de Fundación del partido, volviendo al uso del "instrumento" electoral, de los sindicatos ultra reformistas en los que los comunistas tendrían que desarrollar su actividad para terminar con "cartas abiertas" y el frente único.
¿Qué valor tiene entonces el llamar a la centralización, si los sucesos toman el camino contrario al desarrollo del movimiento espontáneo? Por otro lado, el ala revolucionaria que rehusó esa alternativa y será mucha más fecunda en consejos e indicaciones, tendrá que afrontar una vez constituida organizativamente, un compacto muro de dificultades crecientes.
¿LA REVOLUCION MUNDIAL FRACASO A CAUSA DE LAS INSUFICIENCIAS DE LA REVOLUCION RUSA?, O BIEN , LA REVOLUCION RUSA FRACASO A CAUSA DE LAS INSUFICIENCIAS DE LA REVOLUCION MUNDIAL?.
La respuesta no es fácil, y exige la comprensión de la dinámica social de aquellos años. La revolución rusa fue un extraordinario ejemplo para el proletariado occidental. La III Internacional, fundada en Marzo de 1919
Debemos recordar que en el I Congreso de la Internacional Comunista la representación del KPD fue enviada a votar en contra de la fundación de la Internacional. Fue solo la insistencia y presión ejercida por los delegados, encabezados por Eberlein, lo que provocó su abstención, es un ejemplo de la voluntad revolucionaria de los bolcheviques, y fue, por su parte, una auténtica tentativa para apoyarse en los comunistas europeos. Pero las dificultades internas de la Revolución
Rusa que surgieron desde el fin de la guerra civil ya no tenían solución dentro del marco ruso; la derrota de la primera fase de la revolución Alemana (Enero-Marzo 19) y la de la República Soviética Húngara, convencieron a los comunistas rusos de que la perspectiva de la revolución en Europa se estaba alejando. Para éstos, ya sólo importaba recuperar, para todo el período, a la gran masa de trabajadores, convencer a las masas socialdemócratas de lo justo de las posiciones comunistas, etc. Tendían a recuperar a la USPD, considerándola en un principio como el ala derecha del movimiento obrero y no como una fracción de la burguesía, en lugar de llevar una lucha teórica contra la Socialdemocracia,, en lugar de estar atentos a las capas más avanzadas de la clase basándose en la voluntad de lucha de éstas para atacar y desenmascarar a la Socialdemocracia.
Podemos, pues, decir, que si bien las vacilaciones de los comunistas de Occidente llegan a ser funestas durante una primera fase (1918-19), fue las misma Internacional Comunista, la que acabó siendo un obstáculo para la irrupción -aunque fuera tardía- de la auténtica vanguardia proletaria de Europa, cuando aún la situación es revolucionaria (y sólo nos referimos aquí a los años 1920-21, aunque aún se puede hablar de reacción proletaria contra los ataques de la burguesía durante dos años más -Hamburgo en 1923- y sólo después de la derrota final y masacre de la clase obrera). Si bien el tránsito de una situación a otra se produce gradualmente, podemos sin embargo, señalar, como momento que expresa el cambio (brutal) de rumbo la disolución del buró de Amsterdam por parte de la Internacional Comunista, y el texto de Lenin "El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo".
Volvamos a las vicisitudes del Partido Comunista Alemán. El 17 de Agosto de 1919 se convoca a una Conferencia Nacional. El ataque que dirige Levi contra la Izquierda resulta fracasado; pero en Octubre de ese año, en Heildelberg, obtiene, en cierto sentido, resultados. En un congreso clandestino con una escasa representación de los distritos y sin que algunos se enteraran, se decide la escisión en la práctica, al cambiar ciertas posiciones programáticas de Enero. En el punto 5 del nuevo programa del Partido leemos:
«La revolución , la cual no se hace de un golpe sino que es la larga y perseverante lucha de un clase oprimida desde hace miles de años, y por tanto no plenamente consciente de su misión y de su fuerza, está sometida a flujos y reflujos».
Y Levi, poco después, sostendrá que la nueva oleada revolucionaria surgirá en 1926. Pero la decisión de expulsar a los "izquierdistas", a los "aventuristas", no fue tomada oficialmente, y sólo sería en 1920, en el III congreso del KPD, que será resuelta. La izquierda después de lo de Heilderberg procura estructurarse en un KPD(o) (O:oposición) de manera que a finales del primer trimestre de 1920 había dos organizaciones del KPD: el KPD(S) y el KPD(O). Y esto, en una situación particularmente caótica. Las informaciones que conseguían que llegarán a Moscú era muy pocas y fragmentadas. Lenin en su Saludo a los Comunistas italianos, Franceses y alemanes, del 10 de Octubre de 1919, escribía:
«De los Comunistas Alemanes sólo sabemos que hay una prensa comunista en muchas ciudades. es normal que un movimiento que se extiende rápidamente, que soporta persecuciones tan brutales, surjan deserciones bastantes duras. Se trata de una enfermedad del crecimiento. Las divergencias entre los Comunistas Alemanes se reduce, en la medida en que puedo juzgarlo, al problema de la utilización de las posibilidades legales: utilización del parlamento burgués, de los sindicatos reaccionarios, de los consejos legales que scheidemannianos y kautskystas han desvirtuado, de la participación en esas instituciones o en su boicot». Lenin concluía que había que participar , dando la razón a Levi.
Pero el problema central que se manifiesta algunos meses más tarde será:
O lucha revolucionaria ilegal y preparación militar.
O actividad legal en los sindicatos y parlamento.
Es esa la confrontación entre las dos líneas del KPD. El centro de la oposición estuvo durante algún tiempo en Hamburgo. Pero pronto Lauferberg y Wolffheim empezaron a desacreditarse. Son ellos quienes empezaron a elaborar la tesis del Nacional -Bolchevismo según la cual, la defensa de Alemania contra la Entente era un deber revolucionario que cumplir, incluso pagando en precio de una alianza con la burguesía nacional alemana
La posición "Nacional-Bolchevique" será tomada de nuevo por el KPD en 1923 sin que ello levantara tantos escándalos. Brandler y Thalheimer hicieron declaraciones del estilo de: «En la medida en que lleva una lucha defensiva contra el imperialismo, la burguesía Alemana juega, en la situación que se ha creado, un papel objetivamente revolucionario, pero en tanto que clase reaccionaria, no puede utilizar los únicos métodos que permitirían resolver el problema. En estas circunstancias, la precondición de la victoria de el proletariado es la lucha contra la burguesía Francesa y su capacidad en apoyar a la burguesía Alemana en esta lucha, asumiendo la organización y la dirección de la lucha defensiva, saboteada por la burguesía».
Y en "Imprekor", de Junio de 1923, podía leerse: «El Nacional-Bolchevismo no habría sido en 1920 más que una alianza para salvar a los generales que justo después de su victoria habrían aniquilado al Partido Comunista. Hoy, significa que todos están convencidos de que no hay otra salvación sino es con los Comunistas. Hoy, somos la única solución posible. El insistir con fuerza en el elemento nacional en Alemania es un acto revolucionario de l a misma manera que lo es, insistir en el elemento nacional en las colonias». Fue entonces cuando Bremen, que ya funcionaba como centro de informaciones, se convirtió en punto de referencia del Comunismo de Izquierda. El centro de información de Bremen luchó en dos frentes hasta principios del 20: contra la Central del Partido y contra Hamburgo. Bremen no buscó la escisión, pero intentó que se llevara a discusión los resultados del Congreso de Heildelberg; la Central de Levi, sin embargo, se opuso a toda clase de discusión ayudado en eso por la lucha contra el Nacional-Bolchevismo de Hamburgo. La tentativa del levantamiento militar de Kapp, al dar a las divergencias un contenido "práctico", acabó con la discusión. Veamos las respuestas proletarias a esta tentativa de levantamiento, y el comportamiento de las diferentes organizaciones:
En el Ruhr, la Reichsweh no clarificó su posición con respecto al Kapp inmediatamente, y teniendo en cuenta que todos, desde la ADGB
ADGB: Sindicato Alemán (All gemeiner Deutscher Gewerkschafs Bund), antes de Junio de 1919 se llamaba Freien Gewerkshaften y la Socialdemocracia hasta los centristas y el KPDS lanzaron la consigna de huelga general (aunque la Central del KPD dudara un poco en los primeros días), la situación habría tenido posibilidades revolucionarias, si la dirección de los sindicatos y partidos parlamentarios hubiera sido destruidas; efectivamente, numerosas zonas como el Ruhr, en Alemania Central, no habrían sufrido las grandes derrotas obreras de los años precedentes, como las que se habían producido en Berlín, Munich, Bremen. Hamburgo, etc. En el Ruhr había una fuerte tensión entre la Reichswehr y los trabajadores y fue la situación creada por el levantamiento de Kapp lo que provocó inmediatamente el armamento de los proletarios en huelga (el hecho de que muchos obreros combativos hubiesen conseguido levantarse del predominio de la ADGE, metiéndose en la FAUD
FAUD(S): Organización anarco-sindical fundada en Diciembre de 1919 (Freie Arbeiter Union Deutsclands (Syndikalisten) tenía también su influencia). A causa del carácter democratista y constitucionalista de la huelga general, los independientes y numerosos socialdemócratas procuraban moderar la agresividad proletaria, aunque sin éxito en el primer período de ataque. El desenvolvimiento de la situación fue el siguiente localmente en cada ciudad se formaron tropas de proletarios (independientes de los sindicatos) que tomaban las armas contra los soldados de la Reichswehr. Las ciudades insurgentes se reunieron y atacaron las ciudades todavía en manos del ejército para apoyar a los obreros locales.
Mientras por parte de "ejercito Rojo" del Ruhr, como así se llamaba, rechazaban al Reichswehe fuera del Ruhr, formando un frente paralelo al río Lippe, otros grupos de obreros tomaban unas tras otras las ciudades de Reimscheid, Essen, Dusseldorf, Mulheim, Duisburg. Hamborn y Dinkslaken y rechazaban al Reichswehr a lo largo del Rhin hasta Wesse, durante un corto período, entre el 18 y el 21 de marzo.
El 20 de marzo, la AGDB, tras el fracaso del levantamiento de Kapp, declaró terminada la huelga general, y el 22 la SDP y la USPD hicieron lo mismo. El 24 de ese mes representantes del gobierno Socialdemócrata,, de la SDP de la USPD y una parte del KPD concluyeron un acuerdo en Bielefeld proclamando el alto al fuego, el desarme de los obreros y la libertad para los obrero. que hubiesen cometido actos "ilegales". Una gran parte del ejército Rojo no aceptó tal acuerdo, y siguió la lucha.
El 30 de marzo el gobierno Socialdemócrata y el Reichswehr lanzaron un ultimatun a los proletarios: o aceptaban inmediatamente el acuerdo o si no , la Reichwehr -cuya fuerza había cuadruplicado, como mínimo, con la llegada de las partidas guerrilleras de Baviera, Berlín, de la Alemania del Norte y del Báltico- empezaba una nueva ofensiva. La coordinación ente las diferentes tropas obreras fueron mínimas desde entonces a causa de la traición de los independientes, el centrismo del KPD(S) y de los sindicalistas, y la rivalidades entre las tres centrales militares del ejército Rojo, la Reichswehr y las numerosas tropas blancas abrieron una vasta ofensiva en todos los frentes; el 4 de abril cayeron Duisburg y Mulheim, el 6 Dortmund y el 6 Gelsenkirchen.
Se desencadenó , entonces, el terror blanco con dureza; produjo víctimas no solo entre los obreros armados, sino también entre sus familias que fueron masacradas, y entre los obreros jóvenes que habían ayudado a los combatientes heridos en la retaguardia. El ejército de Ruhr (ejército Rojo) incorporó entre 80.000 y 120.000 proletarios: Consiguió organizar una artillería y una pequeña fuerza aérea. El desarrollo de la lucha dio lugar a la formación de 3 centros militares:
a- Hagen, ciudad dirigida por la U.S.P.D., aceptó sin vacilar el acuerdo de Beilefeld.
b- Essen, dirigida por el KPD y por la izquierda Independiente; fue reconocido como central suprema del ejército el 25 de Marzo. Cuándo el gobierno de la Socialdemocracia planteó el ultimatun a los obreros el 30 de marzo, esta central dio la consigna tan ambigua de retorno a la huelga general (¡cuando ya los trabajadores estaban en armas y luchando..!).
c- Mulheim, dirigida por los Comunistas de Izquierda y sindicalistas revolucionarios. Seguía por completo a la Central militar de Essen, pero cuando esta actuó de manera centrista respecto al acuerdo de Bielefeld, la Central de Mulheim dio la consigna: "luchad hasta la muerte". Las centrales de la USPD, del KPD(S), de la FAUD tuvieron en común la posición completamente innoble de considerar las luchas como "aventuristas"
Ninguna Central Nacional tomó la dirección de la lucha; el movimiento proletario local mostró la mayor voluntad de centralización dentro de los límites de las fuerzas locales incluso en Alemania Central, los proletarios se armaron y, bajo la dirección del comunista M. Hoelz se levantaron numerosas ciudades de los alrededores de Halle; pero el movimiento no pudo ir más lejos, ya que el KPD(S), muy fuerte en Chemnitz en donde era el mayor partido, se limitó a armar a los obreros con el acuerdo de la Socialdemócratas y los Independientes y a esperar la vuelta de Ebert al gobierno.
Brandler, que dirigía el consejo obrero de Chemnitz, pensó que su papel de dirigente comunista local consistía en evitar que estallaran luchas entre los Comunistas de Hoelz, que quería armarse con lo que había abandonado la Reichswehr en Chemnitz y en las afueras, y los Socialdemócratas, que siempre estuvieron preparados para atacar a los revolucionarios intentando varias veces lanzar la Heimwehr(grupos blancos armados de la burguesía local) contra ellos.
El centrismo del KPD(S) apareció a las claras cuando, estando los obreros en lucha. La Central de Levi dio la consigna, el 26 de marzo, de "oposición leal" a un posible gobierno "obrero" entre los Socialdemócratas e independientes. "Die Rote Fahne". Órgano central del KPD(S) escribía (N° 32, 1920): «La oposición leal...., así la entendemos: Ninguna preparación para la toma armada del poder, libertad natural para la agitación del partido, para sus metas y soluciones».
El KPD abdicaba oficialmente de sus metas revolucionarias, haciendo esto además, en un momento en el que más que nunca, el proletariado Alemán necesitaba el Partido Comunista Revolucionario.
Es pues, un resultado histórico lógico, el que los Comunistas de Izquierda ante la traición de la sección de la III internacional, formasen al mes siguiente (abril 1920) el KAPD, Partido Comunista Obrero de Alemania".
En aquellos tiempos, otro suceso importante ocurrió: el abandono del KPD(O) por la Bremerlinke y su vuelta al KPD(S), en el que hará el papel de oposición interna, con Frolich y Karld Becker (ya veremos más adelante la postura de estos en los años siguientes y, en particular en la primavera de 1921). Aún no tenemos todos los elementos para entender y juzgar lo que fue un duro golpe para el Comunismo de Izquierda, y un gran éxito para la dirección de Levi. Lo que influenció, sin duda la decisión del grupo de Bremen, fue el sentimiento de fidelidad a la I.C. (la cual dio un apoyo al KPD(S), aún con muchas reservas) y su clara y neta posición al grupo de Hamburgo, con Laufenberg y Wolffheim.
Hasta ahora no hemos hablado sobre Sindicatos, Consejos y Asociaciones Obreras que estuvieron en el centro de los debates y divergencias del movimiento Alemán. Lo complejo del problema, nos ha llevado primero a aclarar los demás puntos para, luego poder tratar, de manera sucesiva pero lo más clara posible, la "cuestión sindical". Es lo que procuraremos hacer en nuestro próximo texto.
S.
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Este texto apareció en la Revista Internacional nº 5 (abril 1976), dedicada enteramente a la publicación de los documentos adoptados por el Primer Congreso Internacional de la CCI, celebrado en enero 1976.
PresentaciónEl Primer Congreso de la Corriente Comunista Internacional adoptó, junto con la Plataforma, unos estatutos para sellar y solidificar la existencia de la organización unida. Aquí publicamos un artículo basado en el informe introductorio a la discusión de los estatutos, que intenta destacar los ejes esenciales que inspiraron la redacción de los estatutos actuales de la organización.
Si ya los estatutos de las diferentes organizaciones políticas de la clase hacen entrever los principios generales y programáticos que presiden su constitución, con más evidencia todavía se puede identificar en ellos las condiciones particulares en las que las organizaciones se fueron consolidando. El programa del proletariado no es ni mucho menos “invariante” como algunos lo proclaman, pues se enriquece de los aportes sucesivos de la experiencia de la clase. Sin embargo no es para nada algo circunstancial o que se pueda cuestionar en cada momento de la lucha: la forma con la que se organizan los revolucionarios para defender ese programa está fuertemente determinada tanto por las condiciones concretas a las que se enfrentan como por el momento histórico en que se desarrolla su actividad. Los estatutos no son ni mucho menos simples reglas neutras e intemporales, sino un reflejo muy significativo de la vida de la organización política, cambiando de forma cuando cambian las condiciones de esa vida. Mediante los estatutos de las cuatro principales organizaciones que se dio el proletariado (Liga de los Comunistas, Primera, Segunda y Tercera internacionales), podemos seguir la evolución y la maduración del propio movimiento de la clase.
Se pueden destacar tres características esenciales de los estatutos de la Liga de los Comunistas:
– la afirmación del principio de unidad internacional del proletariado;
– una fuerte insistencia sobre los problemas de clandestinidad;
– vestigios del comunismo utópico.
1) La afirmación del principio de unidad internacional del proletariado
Encabezando los estatutos de la Liga viene su famoso lema: “Proletarios de todos los países, ¡uníos!”. El internacionalismo aparece ya en los primeros balbuceos de la clase como una piedra angular de su programa. Asimismo, la organización de la que se dotan sus elementos más conscientes, los comunistas, es unitaria a nivel internacional y sus estatutos no están dirigidos a secciones territoriales particulares (regionales o nacionales), sino al conjunto de los miembros de la organización.
Sin embargo, el que hubiera unos estatutos únicos para la actividad de cada miembro a escala internacional no debe solo considerarse como una marcada expresión del internacionalismo de la Liga. De hecho, la Liga era ante todo una sociedad secreta como existían tantas en aquel entonces. Agrupaba sobre todo a obreros y artesanos alemanes, mayoritariamente emigrados a Bruselas, Londres y Paris y no tenía, por consiguiente, secciones nacionales ligadas a la vida política del proletariado de los distintos países. Debe tenerse en cuenta que la Liga no agrupa sino a una parte ínfima de las fuerzas vivas del proletariado en aquel entonces: en Francia, por ejemplo, las corrientes prudhonianas y blanquistas, muy influyentes, no forman parte de ella. La Liga no es más que una pequeña organización cuyos miembros están a menudo ligados por vestigios de las antiguas relaciones de gremios profesionales. Se ha de señalar que las “giras” de aprendizaje del oficio, que solían hacer los obreros de aquel entonces, desempeñan un papel importante en la difusión de las ideas de la Liga y el desarrollo de su organización.
Respecto al ámbito de aplicación de los estatutos de la Liga, hemos de señalar también que se organiza claramente sobre una base territorial: las comunas[1] de la Liga existen por localidad y se agrupan por sectores geográficos y basadas en una profesión o actividad industrial. Es ahí una característica de partido en contraposición a las de los sindicatos. La Liga entendió entonces desde el principio la necesidad que tenía la clase de ese tipo de organización, aunque todavía no correspondiera al grado de madurez en aquel entonces.
2) La insistencia en los problemas de clandestinidad
En aquella Europa de 1847 marcada por el “Congreso de Viena” símbolo de la reacción feudal, las libertades burguesas están todavía muy poco desarrolladas y el programa de la Liga la condena a la ilegalidad. Esto explica en gran parte todas las disposiciones establecidas por los estatutos para garantizar la clandestinidad:
– “Guardar silencio sobre la existencia y cualquier accionar de la liga” (art. 2, punto f);
– “Ser admitido por unanimidad en una comuna” (art. 2, punto g);
–“Cada miembro tiene un seudónimo” (Art. 4);
– “Las diversas comunas no se conocen entre sí y tampoco mantienen correspondencia” (Art. 8).
Sin embargo, aunque las condiciones policiales de aquel periodo explican la necesidad de una serie de medidas, también hemos de ver en ellas la expresión del carácter de sociedad secreta heredado de las sectas conspirativas que precedieron la Liga y de las que procedía (Société des saisons -Sociedad de las Estaciones, Liga de los Justos, etc.). Una vez más, la inmadurez del proletariado se plasma en las disposiciones organizativas de la Liga. Pero se plasmatodavía más en:
3) Los vestigios del comunismo utópico
Los estatutos de la Liga llevan la marca de sus orígenes en las sociedades secretas, tanto desde el punto de vista de cierta verbosidad como por el ritual que señala la integración de un nuevo miembro: “Los miembros son iguales, son hermanos, y se deben ayuda en todo momento” (Art. 3).
Aquí vuelve a surgir la antigua divisa de la Liga de los Justos de la que proviene la Liga de los Comunistas (“Todos los hombres son hermanos”), pero la idea de la solidaridad indispensable entre miembros de la organización no es un vestigio de tiempos pasados. En contra de las deformaciones sufridas en los partidos de las Segunda y Tercera internacionales en las que la ambición personal, el arribismo y el juego de rivalidades profesionales fueron una de las manifestaciones de la degeneración, consideramos necesario escribir en la Plataforma de la CCI: “(las relaciones entre militantes de la organización) no pueden estar en contradicción patente con el objetivo perseguido por los revolucionarios y se apoyan necesariamente en una solidaridad y una confianza mutua que son una de las marcas de la pertenencia de la organización a la clase portadora del comunismo”.
También podemos leer en los estatutos de la Liga:
“(los miembros deben) hacer profesión del comunismo” (art. 2, punto c) y, en el artículo 50, la descripción del ritual que debe presidir cualquier admisión: “El presidente de la comuna da lectura ante el candidato de los artículos 1 al 49, los explica y pone énfasis en las obligaciones que contrae toda persona que ingresa a la Liga, y a continuación le hace la siguiente pregunta: “¿estás de acuerdo, en estas condiciones, para entrar en esta Liga?”.
Surgen una vez más restos de los orígenes sectarios de la Liga. Estas disposiciones contienen sin embargo otra idea fundamental que no lleva en sí la marca de esos tiempos: la idea del necesario compromiso de los miembros de la organización, que no ha de aceptar diletantes. Recordemos que fue por esa razón por la que se produjo la escisión entre bolcheviques y mencheviques en 1903.
La Liga fue una etapa importante en el desarrollo del proletariado. Le legó acervos fundamentales, en particular su Manifiesto que es probablemente el texto más importante del movimiento obrero. Pero no pudo ser realmente el eje de agrupamiento de las fuerzas vivas del proletariado mundial, tarea que le incumbió asumir a la AIT en el periodo siguiente.
Los estatutos de la AIT desempeñaron un papel político fundamental en el desarrollo y la actividad de la organización. A través de su evolución, de los debates al respecto, de la forma en que se aplicaron, se puede leer de manera condensada toda una etapa fundamental de la vida de la clase.
La forma de esos Estatutos suscita une serie de observaciones preliminares.
En primer lugar, los “considerandos” son el verdadero programa de la AIT, mezclándose los estatutos con la plataforma de la organización. Esto era también válido para los Estatutos de la Liga de los Comunistas cuyo primer artículo indicaba:
“La finalidad de la Liga es el derrocamiento de la burguesía, la dominación del proletariado, la abolición de la vieja sociedad fundada sobre los antagonismos de clase y la instauración de una nueva sociedad, sin clases y sin propiedad privada.”
La posibilidad de insertar el programa de la organización en los estatutos existe al principio del movimiento obrero, cuando el programa se resume a algunos principios generales sobre el objetivo que debe alcanzarse. Pero a medida que va desarrollándose la experiencia de la clase y que se precisa el programa, no tanto sobre el objetivo final, que se definió en los inicios del movimiento obrero, sino sobre los medios de alcanzarlo, se va haciendo cada vez más difícil integrarlo en los estatutos. Los considerandos de los estatutos de la AIT están ya más desarrollados que el artículo 1 de los de la Liga, pero definen en unos pocos puntos la parte esencial del programa proletario de aquel entonces: auto-emancipación del proletariado, abolición de las clases, cuál es la base económica de la explotación y de la opresión de los trabajadores, necesidad de los medios políticos para acabar con ella, necesidad de la solidaridad, de la acción y la organización a escala internacional. Estos considerandos definen pues las bases de la unificación de los elementos más avanzados de la clase en aquél entonces.
Segunda observación que se puede hacer sobre esos estatutos, son los restos de verbalismo que siguen conteniendo:
“(los adherentes) reconocerán la verdad, la justicia y la moral como base de sus relaciones recíprocas y de su conducta hacia todos los hombres (…) No más deberes sin derechos, no más derechos sin deberes”. En una carta del 29 de noviembre de 1864, Marx, redactor de los estatutos, se explica:
“Por cortesía por los franceses y los italianos que siempre utilizan grandes frases, he debido acoger en el preámbulo de los estatutos algunos ejercicios de estilo inútiles.”
En realidad, la Internacional agrupaba toda una serie de corrientes de la clase: prudhonianos, partidarios de Pierre Leroux, marxistas, owenistas, incluso mazzinianos y, de forma atenuada, eso se reflejaba en sus propios estatutos que debían poder satisfacer a esas corrientes heteróclitas.
La tercera observación se refiere al carácter híbrido de la AIT, a la vez partido político y organización general de la clase (o tendiendo a serlo) que agrupa tanto a organizaciones profesionales (sociedades obreras, de ayuda mutua…) como a grupos políticos (como la de sobras conocida “Alianza de la Democracia Socialista” de Bakunin). Es una manifestación del carácter inmaduro de la clase en aquél período. La cuestión se solucionará progresivamente, pero sin esclarecerse nunca. Se puede seguir este proceso de aclaración a través de la evolución de los estatutos y reglamentos especiales adoptados por los Congresos sucesivos. Por ejemplo, el artículo 3 de los estatutos se transforma entre 1864 (constitución) y 1866 (1er Congreso). La frase “(el Congreso) estará compuesto de representantes de todas las sociedades obreras que se hayan adherido” pasó a ser: “Todos los años tendrá lugar un Congreso obrero general, integrado por los delegados de las secciones de la Asociación”. Vemos ahí como la AIT, alianza de sociedades obreras, se va estructurando en ramas, secciones, etc.
De hecho, los estatutos, así como las enmiendas y complementos aportados, fueron ya de por sí un instrumento de clarificación y de lucha contra las tendencias confusionistas y federalistas. Se puede citar el caso de las reglas especiales adoptadas en el congreso de Ginebra en 1866 cuyo artículo 5 estipula: “En todas partes en que las circunstancias lo permitan, se establecerán consejos centrales que agrupen a un cierto número de secciones”.
Así, las reglas de funcionamiento se convierten en herramienta útil, activa y dinámica del proceso de centralización de la Internacional. La necesidad de tal esfuerzo de centralización queda plasmada, por la contraria, en la manera en que las secciones francesas tradujeron los estatutos:
– “el consejo central funciona como agencia internacional”, se trasforma en “establecerá relaciones” (art. 6);
– “bajo una dirección común” se cambia “en un mismo espíritu” (art. 6);
– “Consejo Central Internacional” se vuelve “Consejo Central” (art. 7);
– “Órganos Nacionales Centrales” se traduce por “órgano especial” (art. 7);
– “Las sociedades obreras que adhieran a la Asociación Internacional continuarán guardando intacta su organización existente” se convierte en “seguirán existiendo sobre las bases que les son propias” (art.10).
Esta lucha contra las corrientes pequeñoburguesas encontrará su conclusión en el Congreso de La Haya en 1872 que adoptará el artículo 7a de los estatutos: “En su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar como clase sino constituyéndose él mismo en partido político propio y opuesto a todos los antiguos partidos formados por las clases poseedoras. Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y el logro de su fin supremo: la abolición de las clases. La coalición de las fuerzas obreras, obtenida ya por medio de la lucha económica, debe servir también de palanca en manos de esta clase en su lucha contra el poder político de sus explotadores.”
Así pues, el último Congreso de la AIT sentaba bases claras para la continuación de la lucha del proletariado:
– necesidad de la actividad política de la clase y no solamente económica;
– necesidad de la constitución de un partido político distinto de las múltiples “sociedades obreras” y otros órganos exclusivamente económicos.
Este esfuerzo de clarificación de la AIT conocería su fin en este Congreso con la salida de los anarquistas agrupados en torno a “la Alianza” de Bakunin, que acabaron siendo inasimilables. Ese final se caracterizó por el hecho de que la Internacional volvía, desde el punto de vista programático, a las posiciones de la Liga. Pero, mientras que ésta todavía era en buena parte una secta, agrupando sólo una muy pequeña minoría de elementos de la clase y sin gran influencia sobre ella, la Internacional había superado el estadio de las sectas, agrupando a las fuerzas vivas del proletariado mundial en torno a un determinado número de puntos fundamentales, entre los cuales, el internacionalismo, fue de los más importantes.
A diferencia de la Liga, la AIT era pues una verdadera organización internacional con una actividad y un impacto efectivos en la clase. Por ello, al contrario de la Liga cuyos estatutos iban dirigidos directamente a los miembros de la organización, la Internacional se estructuró en secciones nacionales puesto que es, en primer lugar, en el marco nacional donde se enfrentan el proletariado y la burguesía y su Estado.
Eso no debilitaba ni mucho menos el carácter sumamente centralizado de la organización en la que el Consejo General de Londres desempeñó un papel fundamental tanto en la lucha contra las tendencias confusionistas y sectarias ([2]) como en las posiciones adoptadas ante los acontecimientos fundamentales de la vida política. Se puede recordar por ejemplo que los dos textos sobre la guerra franco-prusiana de 1870 y sobre la Comuna de 1871, obras de Marx, fueron publicadas como manifiestos del Consejo General y en consecuencia eran tomas de posición oficiales de la Internacional.
La AIT desapareció en 1876, resultado del reflujo del movimiento obrero después del aplastamiento de la Comuna, pero también debido a que, tras una serie de convulsiones económicas y políticas de 1847 a 1871, el capitalismo disfrutó del período de mayor prosperidad y estabilidad de toda su historia.
El capitalismo está pues en su apogeo cuando se funda la II Internacional; lo que se refleja inmediatamente tanto en el programa de ésta como en su modo de organización. Puede así leerse en el orden del día del 1er Congreso:
1. Legislación laboral internacional, Reglamentación legal del día de trabajo. Trabajo de día, de noche, festivos, de adultos y niños.
2. Vigilancia de los talleres de la gran y pequeña industria, así como de la industria doméstica.
3. Vías y medios para obtener estas reivindicaciones.
4. Abolición de los ejércitos permanentes y armamento del pueblo.
Se puede así constatar que las preocupaciones de los partidos que componen la Internacional están orientadas hacia la obtención de reformas en el marco del sistema.
A nivel organizativo, lo menos que se puede decir es que esta Internacional no se parecía en nada a la anterior. En efecto, durante más de diez años, no existió sino por sus Congresos. Hasta 1900, no hubo ningún órgano permanente encargado de hacer cumplir sus decisiones. Los partidos de los países en los que debían celebrarse se encargaban de su preparación y organización. Sólo será en el Congreso de París, en 1900, cuando se proponga el principio de crear un “Comité Permanente Internacional”. Este se constituye a finales de 1900 con el nombre de Buró Socialista Internacional (BSI). Está formado de dos delegados por país y nombra una Secretaría permanente.
Hasta 1905, el BSI es relativamente discreto. Sólo en 1907, al Congreso de Stuttgart, se adoptan estatutos y reglamentos para los Congresos y el BSI. Cuando el momento crítico del inicio de la Primera Guerra Mundial, el BSI reunido el 29 de julio no toma ninguna decisión y suscribe a la solución propuesta por Jaurès:“El BSI formulará la protesta contra la guerra, el Congreso soberano decidirá”.
Este Congreso de la Internacional nunca se celebrará ya que ésta murió en la tormenta de la guerra, sus principales partidos pasando a la “defensa nacional” y “a la unión sagrada” amalgamados con la burguesía de sus países respectivos.
¿La Internacional Socialista fue entonces siempre una federación de partidos nacionales hasta el final? Eso es lo que expresa la forma del BSI, que no es la expresión colectiva de un cuerpo unitario sino la suma de los delegados elegidos por los partidos nacionales. ¿Cómo explicar esta relajación considerable con relación a la centralización de la AIT? Esencialmente por las condiciones históricas de la lucha proletaria de aquellos tiempos. El alejamiento de la perspectiva de la revolución, que parecía inminente a mediados del siglo XIX en medio de varios sobresaltos del capitalismo, la necesidad por lo tanto de dedicar lo esencial de las luchas a la obtención de reformas, había conducido el proletariado a desarrollar su organización a nivel nacional, en el que podían obtenerse estas reformas.
La II Internacional es la etapa del movimiento obrero en la que éste se desarrolla en grandes partidos de masas, convirtiéndose en fuerzas efectivas en el terreno político de los distintos países. Pero las condiciones de prosperidad capitalista en las que vivió favorecieron en ella el desarrollo del oportunismo y el relajamiento del internacionalismo que debían costarle la vida en 1914.
Por otra parte, el Internacional Socialista acabó la obra emprendida por la AIT para aclarar la diferencia entre organización general de la clase y organización de los revolucionarios.
Aunque dio origen a menudo a sindicatos (sobre todo en Alemania), la II Internacional se distanció progresivamente, desde el punto de vista organizativo, del movimiento sindical tras una serie de debates; la separación orgánica fue definitiva en 1902 con la creación de un “Secretaría Internacional de Organizaciones Sindicales”. Aunque no se puedan asimilar completamente los sindicatos a la organización general de la clase y los partidos de la II Internacional a la minoría revolucionaria, tal como aparecerán en el período siguiente, la distinción entre sindicatos y partidos políticos ya fue prefigurada por la II Internacional.
Durante los 30 años que separan la fundación de la IIa Internacional y de la IIIa se produjeron acontecimientos de una importancia considerable para el movimiento obrero. De ser un sistema en su apogeo, el capitalismo se convirtió en un sistema en decadencia, abriéndose así “la era de las guerras y revoluciones”. La primera gran manifestación de esta decadencia, la guerra imperialista de 1914-18, también selló la muerte de la Internacional Socialista y permitió la aparición de la Internacional Comunista, cuya función no es ya la de organizar la lucha por reformas, sino para preparar al proletariado a la revolución. La III Internacional se opone a la Segunda tanto desde el punto de vista programático como organizativo. Desaparece la distinción entre “programa mínimo y programa máximo”: “La Internacional Comunista se fija como objetivo la lucha armada por la liquidación de la burguesía internacional y la creación de la república internacional de los soviets, primera etapa en la vía de la supresión total de todo régimen gubernamental” (Preámbulo de los estatutos de las IC, 1920). Y para eso, la organización de la vanguardia de la clase no puede ser sino mundial y centralizada.
Sin embargo, aunque la IC rompió básicamente con la Segunda, no se libró enteramente de ella. Así conserva, dándoles un sentido que quiere ser “revolucionario”, las viejas tácticas sindicales y parlamentarias y, más tarde, frentistas. Del mismo modo, a nivel organizativo, conserva una serie de vestigios de la época anterior. Así el artículo 4 de los estatutos indica“La instancia suprema de la IC no es otra que el Congreso Mundial de todos los partidos y organizaciones afiliadas”, lo que sigue dejando una posible ambigüedad sobre la visión de la Internacional como suma de partidos. Por otra parte, otro vestigio de la II Internacional, los artículos 14, 15 y 16 de los estatutos de las IC prevén relaciones especiales con los sindicatos, el movimiento juvenil y el movimiento femenino.
Sin embargo, se destaca bien el carácter “fuertemente centralizado” de la organización:
“Art. 5. El Congreso internacional elige un Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, que se convierte en la instancia suprema de la Internacional comunista durante los intervalos que separen las sesiones del Congreso mundial.
Art. 9. (…) El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista tiene el derecho de exigir a los Partidos afiliados la exclusión de los grupos o individuos que hayan transgredido la disciplina proletaria. Puede exigir la expulsión de los Partidos que violen las decisiones del Congreso Mundial
Art. 11. Los órganos de la prensa de todos los Partidos y organizaciones afiliadas a la Internacional Comunista deben publicar todos los documentos oficiales de la IC y de su Comité Ejecutivo.”
Esta centralización es la expresión directa de las tareas del proletariado en aquél entonces. La revolución mundial implica que tanto el proletariado como su vanguardia deben unificarse a escala mundial. Como en la AIT, los elementos que reivindican una mayor “autonomía” de las secciones (como en Francia), son los que, en realidad, más sirven de transmisión de la ideología burguesa. Y es la izquierda italiana la que, por boca de Bordiga, propone la creación de un partido mundial. Si en parte fue por medio de esa centralización por el que se difundió una serie de gérmenes de la degeneración posterior, no se ha de perder vista que la centralización es, en el período actual, una condición indispensable para la organización de los revolucionarios.
a) Su forma
Como lo hemos visto más arriba, los estatutos de las diferentes organizaciones políticas de la clase fueron alavez que instrumentos de la lucha política, espejos fieles de las condiciones en las que debían luchar. Y en particular, llevaban en sí las debilidades y la inmadurez del proletariado de las diferentes épocas. Los estatutos de CCI no escapan a la norma. Son un producto de su tiempo, y ha sido porque el movimiento general de la clase ha ido superando progresivamente su inmadurez por lo que pueden, a su vez, superar hoy las debilidades de los estatutos que hemos examinado.
Por ejemplo, en los estatutos de la CCI ya no se hace referencia a la idea de que “todos los hombres son hermanos” o que no hay “deberes sin derechos”. Establecen, contrariamente a la AIT o a los inicios de la Segunda Internacional, una distinción neta entre la clase y los revolucionarios. Al no tener ya como tarea unificar a las distintas sectas y clarificar progresivamente el programa proletario, no son estatutos-programa como lo fueron los de la AIT. También han abandonado toda concepción federalista como la de la Segunda Internacional. Y, en fin, no prevén la existencia de organización sindical adjunta, de organización de jóvenes o de mujeres como los de la Tercera Internacional.
Habida cuenta de toda la experiencia del movimiento obrero y de las tareas que la CCI debe asumir en el período actual, las características esenciales de estos estatutos son una fuerte insistencia en el carácter unificado y centralizado mundialmente de la organización, pero no excluye que siga habiendo secciones por país, expresión del nivel en el que, en primer lugar, se enfrentará el proletariado a la burguesía en las luchas venideras y en el que los revolucionarios deberán actuar. Por eso es por lo que estos estatutos van dirigidos a secciones de países y no a individuos.
Por otra parte, habida cuenta de la experiencia de la degeneración de la Tercera Internacional, donde las medidas administrativas fueron el instrumento utilizado contra las fracciones revolucionarias, era útil insertar en estos estatutos unos puntos que precisen las condiciones en las cuales pueden y deben expresarse las divergencias en la organización.
Por lo tanto, los estatutos, se subdividen en una serie de partes que se pueden identificar de la siguiente forma:
– Preámbulo que indica el significado de la Corriente y que hace referencia a su base programática: la plataforma. La función de tal Preámbulo no es sustituir a la Plataforma;
– la unidad de la corriente;
– el Congreso, expresión de esta unidad;
– el papel centralizador del órgano ejecutivo;
– la forma centralizada de concebir las relaciones con el exterior, las finanzas y las publicaciones;
– la vida de la organización.
b) Su significado
La adopción por la CCI reviste una importancia considerable a la hora en que se profundiza inexorablemente la crisis del capitalismo y el movimiento de la clase. Es la manifestación de que los revolucionarios se han dotado de un instrumento fundamental de su actividad: su organización mundial. Se ha de señalar a este respecto que por primera vez en la historia del movimiento obrero, la organización internacional no viene a superponerse a unas secciones nacionales ya existentes, sino, al contrario, estas secciones son el resultado de la actividad de la Corriente Internacional que casi inmediatamentese constituyó a esta escala.
Contrariamente al pasado, la constitución efectiva de la organización mundial se produce antes de que el proletariado se haya lanzado en sus combates decisivos: en 1919, la Internacional se funda cuando el momento culminante del movimiento ya había pasado. Algunos grupos revolucionarios están de acuerdo con nosotros sobre el carácter necesariamente mundial de la organización de los revolucionarios, pero pretenden que no ha llegado todavía el momento y que hay que esperar a los combates decisivos, de modo que la creación de una organización mundial hoy sería “voluntarista”. Tal táctica dilatoria no es en realidad sino una manifestación de su localismo, de sus recelos de capillita y ese “más tarde” que proponen conlleva el riesgo de acabar siendo “demasiado tarde”. Los revolucionarios no deben hacer virtud de las debilidades del pasado.
La organización de los revolucionarios que se reconstituye difícilmente hoy tras la ruptura orgánica del vínculo con las fracciones comunistas, consecuencia de medio siglo de contrarrevolución, contiene aún graves debilidades que no podrán superarse sino a través de toda una experiencia larga y difícil. Sin embargo, el hecho de que, desde ahora, la clase pueda dotarse con una organización mundial de sus elementos revolucionarios es un elemento muy positivo que viene en parte a compensar esas otras debilidades y que sin duda pesará fuertemente en el resultado de los combates gigantescos que se preparan.
[Abril de 1976]
CG
[1] En la Liga se llamaban “Comunas” las secciones locales de la organización
[2]“La historia de la Internacional también ha sido una lucha continua del Consejo General contra las sectas y los experimentos de diletantes que tendían a echar raíces en la Internacional contra el verdadero movimiento de la clase obrera” (Marx, carta aBolte, 23 de noviembre de1871).
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El grupo portugués “Combate” se formó en 1974 durante el curso del resurgimiento de luchas obreras en Portugal, después de la caída de la dictadura de Caetano. La aparición de “Combate” -al igual que la de otros grupos en otros países- fue un signo del despertar general del movimiento obrero después de 50 años de contrarrevolución, de un renacimiento que no ha cesado de afirmarse desde 1968. Durante y después de mayo del 68 en Francia, surgieron muchos grupos que parecían prometer, poder contribuir a la generalización de las lecciones que el proletariado ha adquirido con tanta dificultad desde que la ola revolucionaria de los años 1917-23 fue sumergida por la contrarrevolución ascendente.
El renacimiento actual de la lucha de clase internacional es el producto del profundizamiento de la crisis mundial del capitalismo, crisis provocada por el fin de la reconstrucción de postguerra. La crisis planteó también las condiciones sociales y políticas previas al surgimiento de grupos que intentan situar su actividad del lado de la clase obrera, contra las mistificaciones del ala izquierda del capital y de los que la sostienen ideológicamente (trotskistas, maoístas, populistas, anarquistas, etc.) Cuando salió “Combate” por primera vez, no fue solo como una brisa fresca que emanaba de las luchas de los obreros portugueses; prometía mucho más. Efectivamente “Combate” fue el único grupo en Portugal -aparte de las sectas anarquistas y consejistas, paralizadas de manera crónica- que se agrupó sobre ciertas posiciones revolucionarias. “Combate” atacaba de frente las mistificaciones del M.F.A. (Movimiento de las Fuerzas Armadas portuguesas) al igual que el aparato sindical y de la izquierda de la burguesía. El grupo defendía las luchas autónomas de los obreros portugueses y se proclamaba firmemente internacionalista. En el clima repugnante del triunfalismo creado por el carnaval izquierdista en Portugal, de abril del 74 a noviembre del 75, la posición de “Combate” dejaba aparecer una llama de esperanza. Era como si, en el corazón mismo de la “Revolución Portuguesa”, de la “Revolución de los Claveles”, esa misma “revolución” que atacaba despiadadamente las luchas obreras, como las de la T.A.P., TIMEX, Correos, etc. una voz proletaria se hubiera de pronto escuchado.
En el Nº5 de WORLD REVOLUTION -publicación de la CCI en Inglaterra- habíamos escrito: “Lo que aparece es que la debilidad principal de “Combate” es su falta de claridad sobre la organización, combinada con cierto localismo. Sus artículos parecen defender una oposición abstracta a los “partidos” en vez de considerar la política reaccionaria de los partidos izquierdistas como una manifestación de su naturaleza capitalista. Esta actitud se relaciona, por parte de “Combate”, con el hecho que no ve la necesidad de organizarse de manera coherente y centralizada alrededor de una plataforma definida. Los artículos revelan también cierta tendencia a considerar la crisis actual en Portugal como un fenómeno portugués en vez de considerarlo como una manifestación de la crisis mundial del capitalismo; es más: aparece que tienen una conciencia limitada del hecho que los problemas que encuentra la clase obrera en Portugal solo pueden ser resueltos a nivel internacional.”
(WORLD REVOLUTION Nº5 “¿Qué Consejos Obreros?”)
Lo que decíamos se vio confirmado por la evolución ulterior de “Combate”. Los camaradas de la CCI han visitado y han discutido varias veces con “Combate” desde el verano del 75. Pero, desgraciadamente, estas discusiones fraternales no han hecho más que evidenciar una propensión, por parte de “Combate” hacia el localismo, el estancamiento teórico y el eclecticismo. En la situación portuguesa, que requiere por parte de los revolucionarios ideas particularmente claras, estas características negativas condujeron rápidamente a la aparición de una distancia que se fue agrandando entre las actividades de “Combate” y las necesidades de la clase obrera.
Los límites de “Combate” existían en su seno desde el principio, pero se convirtieron en freno real al desarrollo del grupo cuando empezó a teorizarlos. Cuando la lucha de clase en Portugal entró en su fase de calma temporal (durante y después del verano del 75), “Combate” empezó claramente retroceder. Probablemente desamparado por la retirada temporal del proletariado después de los acontecimientos de noviembre, “Combate” empezó a mostrar una tendencia neta hacia la defensa de la ideología “autogestionaria” e incluso la defensa de las luchas populistas y marginales. Esto vino acompañado, paralelamente, por parte de “Combate” de una indiferencia y una abstención casi completa frente a problemas políticos más generales que se le estaban planteando al proletariado portugués -y mundial- durante esos últimos meses. En respuesta a las recientes elecciones en Portugal, “Combate” publicó un título en primera página que proclamaba: “No a Otelo, No a Eanes, por una democracia directa” Con esas trivialidades, adornadas con un editorial en el cual la “Democracia Directa” se veía transformada en “Democracia obrera”, “Combate” se puso luego a sumergir sus lectores en un mar de artículos elogiando el “control obrero” y campesino de las empresas portuguesas” (“Combate”, Nº 43, Junio-Julio de 1976, artículos: “Cemento armado : una cooperativa de trabajadores y de habitantes, “Semprocil: una experiencia de control obrero”). La evolución de “Combate” no es ni accidental ni excepcional. Muestra el peso inmenso que la contrarrevolución le impone todavía a las fuerzas revolucionarias que surgen, un peso tan grande que llega a abreviar fácilmente el desarrollo positivo de un grupo, sobre todo en una situación en la cual el grupo no tiene ninguna continuidad teórica ni orgánica con el movimiento obrero del pasado. Es por esto que la evolución de “Combate” es importante: porque ayuda a los revolucionarios a evaluar las dificultades que encuentra hoy la clase obrera en su búsqueda permanente de claridad y de comprensión más profundas.
Las tareas que trató de cumplir “Combate” en la lucha de la clase portuguesa, no han sido nunca definidas claramente.” “Combate” comenzó en 1974, como una especie de “Colectivo autogestionario” centrado en una librería de Lisboa. Esta librería abría sus puertas, por turnos, a los obreros en lucha, y a los “grupos revolucionarios autónomos” como lugar para reunirse. Les prestaban también sus locales a las empresas autogestionadas -que son una característica corriente en la industria ligera portuguesa desde 1974- como depósito para sus mercancías. Respondiéndole a la carta de un lector, “Combate” afirmaba en uno de sus números, que la razón de ser del periódico era la de contribuir a la “autoorganización y la autodirección de la clase, ayudando a crear las condiciones que favorecen y aceleran esta autoorganización”. (Combate” Nº29). Aunque esta formulación es justa en sí, la tarea de “ayudar” a los trabajadores se concebía a menudo de una manera académica, en el sentido de una “desmitificación” de la ideología capitalista de Estado defendida por una supuesta clase “tecnócrata” que según “Combate” se apoderará de la sociedad, (una noción probablemente tomada de los escritos de James Burnham o de Paul Cardan). Por otra parte, “Combate” veía como tarea suya el intervenir en las “comisiones obreras” que aparecieron durante las luchas obreras en Portugal, para “unificarlas”. Estas comisiones se han convertido ahora, con el retroceso de la lucha de clase, en vehículos de la ideología autogestionaria en el proletariado.
A esta labor de “desmitificación” ideológica y de “unificación práctica” de la clase en Portugal, se sumaba un llamado, débil e incoherente, hacia el internacionalismo. Pero “Combate” solo comprendía este llamado en términos de “solidaridad internacional” de los trabajadores de todos los otros países - preferentemente aquellos que estaban viviendo igualmente experiencias “autogestionarias”- con los obreros de Portugal. “Combate” se desinteresaba completamente del combate por la creación de una organización internacional definida políticamente por la defensa de las posiciones de clase en el seno de la lucha de clase internacional. Aparentemente, la creación de un cuerpo de comunistas agrupados alrededor de una plataforma con un marco internacional claro, basada sobre las lecciones del pasado y del presente, sacadas de las luchas de la clase, era algo demasiado “teórico” para “Combate”. “Combate” insistía sin cesar sobre el hecho de que no era “ni leninista ni anarquista”, como si el problema de la organización revolucionaria pudiera resumirse en términos tan simplistas. Sin embargo “Combate” estaba siempre listo a emprender trabajos “comunes” con cualquiera, incluso con estalinistas, con tal de que existiera un vago denominador común de confusión entre los participantes. Un manifiesto publicado por “Combate” admitía cándidamente esta clase de frentismo:
“Todo nuestro trabajo tiene como único punto de referencia las posiciones prácticas defendidas en las luchas obreras. Y solo tiene como objetivo el contribuir a la unificación de las diferentes luchas en la lucha general de las masas proletarias y otros trabajadores. No somos un partido y no nos proponemos constituir un partido basado sobre el trabajo relacionado a nuestro periódico. Elementos y grupos colaboran con este trabajo, que sean de cualquier partido o sin partido, a condición de que desarrollen posiciones revolucionarias prácticas en las luchas obreras”. (Manifiesto de “Combate”).
Lo que significa exactamente “desarrollar posiciones revolucionarias prácticas” no está explicitado, pero sospechamos que se trata del caballo de Troya de la autogestión. Es así como, para “Combate”, todo el problema de la organización revolucionaria no es más que un vago “proyecto” arraigado en el localismo y sostenido por concepciones autogestionarias, un esfuerzo que combina a la vez las características anarquistas e izquierdistas. La labor de organizar y de “fomentar” luchas de clase, como luchas en el ejército y en la marina es una labor claramente establecida para “Combate”, como lo demuestra el extracto siguiente:
“Este periódico tiene como fin el ser un agente activo en el enlace de las diferentes luchas particulares, popularizando estas luchas y las experiencias organizativas que resultaron de ellas y acelerando de esta manera el desarrollo de las luchas obreras generalizadas. Es a partir de estas luchas y del desarrollo de la lucha generalizada que toda la elaboración de este periódico será fundada, y tendrá como resultado la profundización de las posiciones que tomamos. Este periódico es el primer eje de nuestro trabajo”.
Notemos ya que “Combate” basa la existencia de su periódico sobre contingencias, a saber, la existencia de “diferentes luchas particulares” sobre la cual “toda su elaboración, será fundada”. Al escribir esto “Combate” anuncia pues su propia desaparición al primer retroceso de las luchas, lo cual supone, o bien que ignora totalmente la manera en que se desarrolla la lucha proletaria, con sus explosiones, sus retrocesos y sus surgimientos bruscos, o bien que rehúsa toda actividad a partir del momento en que la clase retrocede momentáneamente. En ambos casos, se trata de una actitud irresponsable: efectivamente, hay que tener falta de responsabilidad para proponerse influenciar el movimiento tan fundamental para el destino de la humanidad como lo es el movimiento proletario, sin conocer sus rudimentos o previendo desertarlo apenas conozca el menor revés. Pero veamos la continuación de la cita:
“Íntimamente ligada al periódico existe la labor de suscitar la organización de asambleas de masa entre los trabajadores, los soldados y los marinos, o de trabajadores con soldados y marinos implicados en luchas específicas. Sabemos que es una labor difícil que requiere más que la simple preparación de las numerosas condiciones materiales como la defensa contra la represión de la burguesía. Pero no puede haber desarrollo y generalización de nuestra lucha sin la realización de asambleas de masa de obreros teniendo experiencias de luchas particulares y diferentes. Es este el segundo eje de nuestro trabajo…” (Ibid).
Aunque sea verdad que un grupo revolucionario interviene y práctica en las luchas de la clase obrera, sobre todo cuando el proletariado entero entra en un nuevo período de combatividad como hoy, la organización revolucionaria no prepara (y, en este terreno, no puede hacerlo) “las condiciones materiales” para la lucha revolucionaria de la clase (la creación de enlaces a gran escala entre los trabajadores en lucha, el lanzamiento de acciones de clase contra la represión de la burguesía y su Estado, etc.). Abundando en su primer papel de organización de asistencia social ofreciéndole sus servicios a la clase obrera, “Combate” se atribuyó, en idea, el papel de mayordomo de la revolución. ¡Una transformación equivalente a la del obscuro Clark Kent en Superman![1]
Las minorías revolucionarias del proletariado defienden la meta final general del movimiento proletario: el Comunismo. Su labor no es la de “organizar”, “unificar”, o “fomentar” luchas del proletariado. Es solamente la clase en su conjunto quién puede armar sus propios batallones, prepararlos en la lucha para el asalto final contra el bastión del poder burgués, el Estado, puesto que solamente el proletariado revolucionario en su conjunto quien puede convertirse en la clase dominante de la sociedad, y no una minoría de líderes y de “tácticos auto - designados”. Las concepciones de “Combate” sobre su propia función no son solamente desproporcionadas, por el hecho que no se basan sobre una definición clara de los principios políticos de la organización revolucionaria y de las responsabilidades de los militantes de esta, sino que llegan igualmente y en fin de cuentas a dejar el enemigo de clase participar en los “proyectos revolucionarios prácticos”. Los estalinistas, los populistas del COPCON, de la variedad PRP, los trotskistas aislados, etc., todos, según “Combate”, tienen su grano que aportar, por poco que se inclinen ante los misterios del “control obrero” y de la “autogestión”. Su contribución sería seguramente aprobada por “Combate” si añadieran frases resueltas contra la creación de “partidos políticos” puesto que, para “Combate” esta creación significa automáticamente “leninismo”. Claro, partiendo de tal concepción, no hay ninguna razón para que Otelo[2] no pueda tener también su contribución a aportar a título individual a los esfuerzos de “Combate”.
La experiencia portuguesa, después de otras, nos ha demostrado que detrás de la etiqueta “apartidaria” se agrupan a menudo batallones ligeros y francotiradores del Capital. Estos, en vez de enfrentar abiertamente el movimiento de la clase, intentan al contrario adular sus titubeos con el fin de desviarlo. Cuando los obreros comienzan a sublevarse contra los partidos burgueses, los “apartidarios” tratan de dirigirlos contra todos los partidos incluso organizaciones que la clase ha hecho surgir históricamente en su esfuerzo de toma de conciencia. Incapaz de hacer desaparecer la desconfianza que sus partidos y mistificaciones clásicas le inspiran a la clase obrera, el capital trata de extender esta desconfianza hasta las organizaciones revolucionarias que defienden el programa histórico del proletariado con el fin de despojarlo de sus instrumentos fundamentales de lucha y de su autonomía de clase.
En Portugal como en otras partes en donde la burguesía se encuentra sin aliento, esta frase secular “nada de partidos políticos” expresa de hecho los intereses del aparato de Estado en sus tentativas de sumergir la autonomía de la lucha de clase bajo la hegemonía “apolítica” del capitalismo de Estado portugués.
Para explicar los acontecimientos portugueses, “Combate” escribió: “la situación inaguantable de la burguesía portuguesa en sus colonias, la incapacidad de vencer militarmente el pueblo de las colonias fue uno de los factores que han vuelto de lo más urgente para la burguesía el “cambio” de su política y la ha conducido a buscar en la paz militar, soluciones políticas y económicas neo – colonialistas”.
La multiplicidad de las huelgas y de las luchas que los obreros portugueses han emprendido le han mostrado a la burguesía que el aparato represivo del régimen Caetano estaba ya completamente inadaptado para tratar de contener y de reprimir esas huelgas. La burguesía quería entonces permitir el “derecho de huelga”, al mismo tiempo que ponía a la cabeza del aparato sindical elementos reaccionarios opuestos a la práctica de la huelga.
“Las clases y las capas explotadoras necesitaban también adaptar el aparato de Estado a la resolución de los graves problemas económicos que se acumulaban sin que el gobierno de Caetano sea capaz de encontrar una solución cualquiera. La inflación, la necesidad de intensificar el desarrollo industrial, las relaciones con el Mercado Común, la emigración, todo pedía una reorganización urgente y a gran escala del aparato de Estado” (Manifiesto de “Combate”, p 1).
Como se puede ver aquí, las explicaciones de “Combate” al golpe de Estado de Abril del 74, no superaba el marco estrecho del localismo. Una visión del golpe de Estado estrictamente circunscrita al contexto portugués: inflación galopante, necesidad de integrar la economía portuguesa más completamente en el Mercado Común, la ola ascendente de luchas de clase en Portugal... todos estos son aspectos de la realidad del Capital portugués como parte del sistema capitalista internacional. La crisis portuguesa fue, en otros términos, una expresión, un momento de la crisis mundial del capitalismo que marcó el fin del “boom” de la post - guerra. Sin embargo, Combate consideró la lucha de clase en Portugal como un fenómeno esencialmente portugués. Era como si el mundo entero girará alrededor de Portugal y alrededor del proletariado portugués. La fuerte afluencia de izquierdistas a Portugal le dio cuerpo a esta ilusión y contribuyó a la atmósfera de euforia engendrada por “la revolución de los claveles”. De la misma manera que Chile bajo Allende se había convertido en un gran laboratorio para las diversas experiencias izquierdistas de “socialismo”, Portugal se vio transformado en un centro vital de mistificaciones izquierdistas. Pero por el hecho que, contrariamente a Chile, Portugal pertenece a Europa occidental, constituye un terreno aún más propicio para el izquierdismo. Como eslabón importante en el dispositivo de la OTAN y como nación sólidamente integrada a la economía europea, Portugal se ha vuelto un verdadero El Dorado para los empresarios izquierdistas.
En un país relativamente atrasado, en donde el movimiento obrero ha sufrido una atomización inmensa en el curso de los cincuenta últimos años, en donde una tradición política revolucionaria fuerte y coherente no ha existido jamás, el surgimiento de luchas de clase importantes estaba predestinado a darle a los revolucionarios en ese país una falsa impresión de triunfo, sobre todo si su entusiasmo no era temperado por una comprensión rigurosa de la lucha de clases internacional y de sus perspectivas. Este optimismo institucionalizado, este triunfalismo ingenuo tenía que ir de par, a nivel práctico, con una actividad inmediatista y prejuicios localistas frente a las implicaciones del desarrollo de la crisis internacional del capitalismo y de la lucha del proletariado.
En enero de 1976, un miembro de “Combate” escribía: “yo diría que la lucha de clases en Portugal es ideal y pura: los productores se encuentran en lucha contra los expropiadores, una lucha casi sin mediación institucional, integrada al aparato de explotación”. El autor continúa hablando del nuevo régimen portugués como de un “estado capitalista degenerado”, degenerado sin duda por una clase obrera con “una gran conciencia y una gran capacidad política” (Joao Bernardo, “Portugal, economía y política de la clase dominante”. Londres 1976 p. 2)
Para el localista, el mundo entero gira alrededor de él y de sus pequeños “proyectos”. El localismo solo tiene una visión de la lucha proletaria “día a día”. Se pierde cuando trata de generalizar tales experiencias a un nivel más global. Por ello, el nacionalismo es siempre algo inherente al localismo en sus perspectivas, puesto que este último es incapaz de apreciar el peso y el significado de la situación inmediata en relación con los problemas y los acontecimientos de orden más general. Los localistas solo encuentran nuevos “alimentos” en su medio ambiente inmediato y de origen, en una discusión individual con un trabajador, una carta de una empresa autogestionada vecina o en los “dicen que” de la vida cotidiana. El tener cierta “presencia física” en las “luchas cotidianas” de los obreros les da a los localistas una opinión exagerada de sí mismos que les incita a asumir su papel de interprete de las aspiraciones y de la conciencia locales del proletariado. Si la lucha se profundiza, los localistas (que tienen tendencia a volverse super - activistas en tales condiciones) conocen su día de gloria: hinchan la amplitud de la lucha olvidando todo sentido de proporción, se llenan de un entusiasmo sin reflexión y hacen predicciones mesiánicas. Pero cuando la lucha retrocede, el localista se queda varado, sintiéndose “traicionado” por la lucha de clase. El pesimismo, la “teorización” académica del aislamiento individual o bien la adhesión cínica a los puntos de vista del izquierdismo son las consecuencias que esto acarrea. En resumen, la estabilidad política de los localistas es siempre ínfima y no tiene ningún valor positivo para la lucha proletaria.
Para “Combate” también el optimismo fundado sobre un análisis superficial de los acontecimientos locales se desvaneció para ser reemplazado por el pesimismo, cuando la lucha de clase en Portugal emprendió un periodo de retroceso. A principios de 1976, “Combate” comenzó a hacer un balance de su trabajo internacional.
“ Notamos que para los grupos que afirman defender la lucha autónoma de los obreros y que escriben algunas veces a “Combate”, existe casi siempre en una sola preocupación: la discusión de los conceptos teóricos en general, de manera idealista e independiente de las experiencias reales de las luchas proletarias, con el fin, por encima de todo, no de hacer propaganda por las nuevas formas de organización social que el proletariado en lucha ha creado, sino de hacerle publicidad a su propio grupo político que consideran como el depositario de recetas teóricas sin las cuales el proletariado no se puede salvar. Cuando estos grupos publican textos de “Combate”, son casi siempre editoriales. Los grupos que publican en el extranjero los textos de trabajadores o las entrevistas con una cantidad mínima y es esta la parte que nosotros consideramos más importante para conocer el estado de la organización, las formas de lucha y la conciencia de los obreros portugueses, a fin de desarrollar esas formas de lucha internacionalmente. Casi dos años de correspondencia nos han convencido del hecho que esas organizaciones confunden el mundo gigantesco de la lucha de clase con el mundo microscópico de las luchas de organización” (En “Internacionalismo, la lucha comunista y la organización política”. ” Suplemento a “Combate”, nº36)
Prefiriendo los telescopios a los microscopios, “Combate” nos explica lo que quiere decir con “mundo gigantesco de la lucha de clase”:
“Desde el principio de nuestro periódico, hemos tratado de hacer que los grupos y los camaradas de otros países que tienen una práctica análoga unan sus fuerzas para establecer relaciones entre los trabajadores. (Un ejemplo: muy reciente, los obreros de TIMEX dijeron que era muy difícil entrar en contacto con los obreros de esta multinacional en otros países, porque no pueden hablar por teléfono con los obreros sino con los patrones que boicotearon tales contactos). ¿No sería más fácil que los grupos que tratan de dinamizar las luchas de los trabajadores trabajarán con vistas a hacer estos contactos posibles?” (ibid.)
Pobre proletariado, su mundo gigantesco es tan amplio que necesita el dinamismo de grupos como Combate para atravesar espacios tan vastos. ¿Cómo podrían unificarse las luchas si esta no tuviera una red de comunicaciones correcta establecida para ella por las hadas tan listas que son las “organizaciones revolucionarias” trabajando horas extras para marcar bien los números de teléfono? pero “Combate”, no quiere ser considerado simplemente como una central telefónica cómoda; su papel de mayordomo revolucionario no puede limitarse a esto y, en algún lugar le debe quedar sitio para la teoría:
“Nosotros no queremos decir que no consideremos la discusión de problemas teóricos como importante, o que estos no puedan ser ampliados por las diferentes prácticas de lucha en los diferentes países. Pero en nuestra comprensión de esto, la plataforma para la unidad del proletariado revolucionario está inscrita en las formas de organización que se han desarrollado con las luchas autónomas y en la conciencia que es producto de ellas, y no en un sistema ideológico cualquiera particular, relacionado con disputas teóricas. Para nosotros, es más importante contribuir a las formas concretas de lucha que han hecho estallar las fronteras y que han permitido a los trabajadores el establecer relaciones directas en la lucha común contra el capitalismo” (ibid.)
Desgraciadamente, para “Combate” la “teoría” es tributaria de una relación mecánica puramente inmediata y subordinada a las “formas concretas de lucha” fragmentarias de la época actual, sin que ninguna consideración le sea atribuida al aspecto histórico de la conciencia de clase, ligada, como lo es, a toda la experiencia del proletariado internacional, adquirida después de más de 130 años de luchas.
Esta confusión de “Combate” es el resultado de una incoherencia total en cuanto a las metas comunistas de la clase obrera, el papel del partido y de los órganos de masa proletarios: los consejos obreros. “Combate” no logra comprender el periodo actual de decadencia del capitalismo, la imposibilidad de conquistar mejoras duraderas, la naturaleza reaccionaria de los partidos izquierdistas (reaccionarios no porque se “limitan” a la autogestión, sino por su defensa del capitalismo durante los 50 últimos años de contrarrevolución) y que implica verdaderamente el internacionalismo para la clase obrera. En resumen, “Combate”, so pretexto de rechazar lo que considera como simples “disputas teóricas” manifiesta una indiferencia prácticamente total con respecto a la claridad en el seno de la lucha revolucionaria de la clase y en cuanto a la necesidad de una plataforma coherente en la lucha de clase. La conciencia de clase es un elemento histórico en la lucha del proletariado no renace cada día de la nada engendrada por cada acción fragmentaria de individuos de la clase obrera. Del mismo modo, el internacionalismo no es un intercambio ad hoc, hecho según el azar, de “experiencias concretas” de tales o cuales individuos o sectas que actúan con una concepción implícitamente federalista del estilo “les ayudaré si me ayudan”. Tales “experiencias concretas” no hacen estallar ninguna frontera, si no es en la cabeza de los elementos que las adoran beatamente.
De hecho, detrás de esta actitud de prosternación ante cada una de las luchas “concretas” y de desprecio ante las experiencias pasadas, detrás de esa visión endulzada del internacionalismo, reside una visión estrecha y mezquina del proletariado. Éste deja de ser un ser social que tiene una unidad histórica y geográfica para convertirse en simple suma y yuxtaposición de obreros o de empresas cuyo movimiento histórico hacia el comunismo se reduce a una acumulación cotidiana de “experiencias prácticas”, de “nuevas formas de organización” que prefigurarían las relaciones sociales de esta sociedad. Se llegó entonces, de una manera insensible y no confesada, a la visión gradualista que cree que el comunismo se puede construir por etapas, en el seno del capitalismo, mientras que el Estado burgués sigue ejerciendo su tutela sobre el conjunto de la vida social.
Una aberración tal es parecida a la teoría de Berstein, con la diferencia que se le han añadido adornitos agradables como la autogestión y otras baratijas ideológicas de los últimos 50 años de contrarrevolución, como la defensa de las luchas marginales, la defensa de los “pueblos oprimidos”, etc. La idea del “socialismo en un solo país” generalizada por el estalinismo no es ajena a esta teorización confusa. Así es que “Combate” afirma que “las formas sociales comunistas pueden ser creadas durante un momento en ciertos casos particulares, sin que la sociedad entera haya llegado a ellas ni haya transformado las simples formas sociales en organización económica comunista real. (ibid.) “Combate” no parece haber notado el papel que ha jugado la ideología autogestionaria en la lucha de clase en Portugal, en la ayuda a la salvación de la producción capitalista. Al contrario, “la autogestión”, las “formas comunistas” de gestión de firmas capitalistas son presentadas por “Combate” como la “solidaridad de los obreros” en la lucha. Las recetas titistas, Benbelistas[3] cocinadas a la manera no doctrinaria típicamente de “Combate” quieren evitar sembrar la confusión en las luchas obreras con el mundo “microscópico” de la lucha entre las organizaciones, y, simplemente ahogan la lucha de clase en el pantano macroscópico de la contrarrevolución. Cuando “Combate” reclama la “autonomía” para las masas, de hecho, su llamado no tiene nada que ver con las masas; es simplemente la petición de “Combate” para que se le permita continuar deformando el significado del comunismo, con su manera tan práctica, tan concreta, tan apocalíptica y tan “autónoma”. Es una defensa de la autonomía organizativa que pide que se le dispense de la búsqueda de la crítica principal de las organizaciones comunistas que reconocen la importancia absolutamente vital de la clarificación y de la ausencia de confusión en la lucha de clase.
El destino de “Combate” es el de un grupo que trata de situarse sobre el terreno de la lucha de la clase obrera, pero que no han logrado ver que esto implica la ruptura con todo el fango ideológico del capitalismo decadente. Ningún grupo puede hoy quedarse en el “no man’s land” entre las posiciones izquierdistas, “consejistas” vagas y las posiciones comunistas del proletariado. En último análisis, una frontera de clase para las unas de las otras. Para “Combate” evolucionar positivamente hubiera consistido en comprender la necesidad de un reagrupamiento internacional de revolucionarios en el seno de una organización que defienda las posiciones de clase clarificadas por la lucha histórica del proletariado internacional. Esto no se produjo (y quizás, a causa de la confusión engendrada por la “revolución de los claveles” era imposible que esto se produjera).
A partir de cierto punto, la evolución de “Combate” se volvió negativa y el grupo se convirtió en portavoz de numerosas mistificaciones izquierdistas, pretendiendo al mismo tiempo ser “el reportero” de las actividades de los obreros. Las preocupaciones favoritas habituales de la política libertaria se han puesto cada vez más de moda en las páginas de “Combate”, con artículos sobre el aborto, reproducciones de publicaciones extranjeras como las de “International Socialism” en Inglaterra, sobre los problemas de mujeres, o bien artículos sobre los problemas raciales, reproducidos sin críticas de “Race Today”, etc. Los problemas esenciales a los cuales está confrontada la lucha proletaria tienen cada vez menos espacio en “Combate”. La necesidad del internacionalismo en la lucha de clase, por ejemplo, “Combate” lo enfoca de manera ambigua, con semi verdades y truismos sobre el tema, que solo tienen a esquivar toda responsabilidad organizativa frente a este aspecto fundamental de la lucha de clase obrera. “Combate”, al igual que muchas corrientes confusas, puedes estar de acuerdo sobre casi todos los puntos con un grupo comunista siempre que el acuerdo pueda ser dado sin convicción y no implique ninguna consecuencia política. ¿Como no ver que esto representa la puerta abierta al oportunismo invertebrado?
Las limitaciones objetivas de hoy encuentran su origen en el desconcierto, la desmoralización y la confusión reinante sobre dos generaciones del proletariado mundial que han sufrido los peores golpes de la contrarrevolución. Mientras que el nivel de la lucha de clase que se eleva actualmente plantea las condiciones necesarias para la formación de los grupos revolucionarios, este periodo está todavía infectado por las aberraciones ideológicas y los vestigios del período precedente. Hoy, si los grupos que surgen no arraigan sólidamente su actividad en un marco internacional coherente, tarde o temprano emprenderán el camino de la descomposición teórica y práctica. Marx decía que las ideas de las generaciones muertas pesan como una pesadilla en los cerebros de los vivos. La evolución negativa de “Combate” ilustra esta verdad de manera evidente.
Portugal y España representan hoy ejemplos específicos de la difícil situación en que se encuentran los revolucionarios. El atraso político y económico de estos dos países débiles de Europa ha acarreado el hecho de que el proletariado de estos países ha tenido tendencia a propulsarse en la arena política desde el principio de la crisis económica. Para desviar las luchas del proletariado, las fuerzas izquierdistas aparecieron también en España y Portugal, anunciándole al mundo entero que el proletariado se tenía que ahogar en todo el “pueblo revolucionario”. Las tentativas del izquierdismo para diluir la clase obrera en el frente común del “pueblo” le abren así las puertas a toda una mistificación que la izquierda utiliza para arrastrar al proletariado tras las necesidades del capital nacional.
Gracias a los izquierdistas, toda una mitología ha tomado cuerpo a propósito de la “Revolución portuguesa” de 1974 en Portugal. Los mismos sucederá mañana en España. En Lisboa y en Porto, los izquierdistas pregonarán la necesidad de “defender” la supuesta “revolución”, mientras que al mismo tiempo se empeñan en desviar sistemáticamente las luchas autónomas de los obreros hacia callejones sin salida, como la “independencia nacional “o la “autogestión obrera”. Toda la campaña Indignante, a favor de los “comités populares”, “la democracia popular”, “la democracia de base”, los “consejos obreros” (¡), las “inter empresas”, todas esas mentiras lamentables fueron utilizadas a fondo por los izquierdistas en Portugal. En Portugal era prácticamente imposible nadar contra esa corriente de mentiras, de confusión y de falsas esperanzas engendradas de manera histérica por el izquierdismo. Al principio, “Combate” parecía capaz de hacerlo. Pero el error de “Combate” fue el considerar que el auge de las luchas de clase en Portugal era el signo precursor inmediato para una transformación social total en Portugal. No llegó a comprender que la lucha de los obreros portugueses era un eslabón en la cadena internacional de la lucha de clase y que, lo que prometía el proletariado portugués debía ser considerado como lecciones que se adquieren en la lucha de hoy y que culminarán en la lucha revolucionaria del proletariado internacional en los años venideros.
Sin embargo, “Combate” sobreestimó los acontecimientos de Portugal, y, más tarde, comprobó que era incapaz de formular un análisis comunista serio de lo que sucedía. Ponía en primer plano la autogestión y las luchas “cotidianas” de la clase obrera en Portugal. Existía evidentemente un auge muy fuerte de la combatividad en Portugal que exigía la intervención de un grupo revolucionario al máximo de sus posibilidades. Pero esta intervención solo podía ser sistemática y aportar sus frutos, fundándose sobre una concepción internacional clara de la lucha de clases global.
Ingenuamente, “Combate” no reconoció la necesidad de tal clarificación. Creía que la claridad política surgiría espontáneamente de las luchas “cotidianas” de la clase obrera portuguesa. Por ello, para “Combate”, no había ninguna necesidad fundamental de relacionarse con grupos fuera de Portugal. Lo único que afirmaba era una vaga noción de “internacionalismo”, que, a lo máximo, equivalía a un sentimiento vago de solidaridad moral con sectores dispersos de la clase. Su defensa de “lazos” permanentes entre los trabajadores se reducía el miedo de que los trabajadores mismos fueran incapaces de establecer una solidaridad de clase durante un auge revolucionario, y, de hecho, no era nada menos que una defensa de las ideas de autogestión, elevadas a un nivel “internacional”. En apariencia, diferentes sectores de la clase, unidos por “lazos” permanentes, podrían luchar mejor para obtener reformas. Pero tal lucha es hoy Imposible, en un mundo asediado por la crisis histórica del capitalismo. Para los revolucionarios, preconizar “lazos” o “relaciones” basados sobre ilusiones reformistas del proletariado, es sembrar confusión y bajar el nivel de conciencia de clase surgido durante las duras batallas de la clase tales y como las que se desarrollaron en Portugal en 1974 y 1975.
La descomposición de “Combate” es una pérdida para el movimiento revolucionario de hoy. Es una pérdida cuando se piensa en lo que “Combate” y grupos similares hubieran podido dar si hubieran evolucionado positivamente. Pero en su estado actual, ese tipo de grupo funciona como una barrera para el desarrollo de la conciencia del proletariado: se convierten en obstáculos a la cohesión organizativa y al reagrupamiento sobre la base de los principios revolucionarios.
A partir de ese momento, en ausencia de un enderezamiento cuya posibilidad se aleja cada vez más a medida que se hunden en sus propios errores y, sobre todo, que los teorizan, tales grupos no pueden resistir mucho tiempo a la terrible contradicción a la cual se ven sometidos, entre sus propios principios revolucionarios de origen y la terrible presión de la ideología burguesa que dejaron penetrar en su seno al negarse a dar a esos principios una base clara y coherente fundada sobre las necesidades de la experiencia histórica de la clase. La alternativa que se plantea ante ellos es simple: - o bien resuelven la contradicción atravesando el Rubicón y se pasan al terreno capitalista con el abandono de principios que les estorban cada vez más, o bien, más sencillamente, desaparecen dislocados por esta contradicción. Es probablemente esto lo que le va a suceder a “Combate”, cuya desaparición, como hemos visto, está ya inscrita en filigrana en la plataforma sobre la cual basaron su existencia. Si un grupo así no logra - como es muy probable- volver a subir la corriente de la confusión, es esta, en fin, de cuentas, la única evolución que responde a la necesidad vital de posiciones comunistas claras en el movimiento obrero.
NODENS
[1] Nota de la publicación presente (2021): en la película Superman el personaje de vida “normal” que repentinamente se transforma en héroe se llama Clark Kent.
[2] Nota de la publicación presente (2021): Otelo Saraiva de Carvalho es un militar izquierdista de tendencia maoísta que trató de desviar las luchas proletarias en Portugal (1974-75) hacia un terreno de capitalismo de estado extremo: nacionalizaciones, apoyo al bloque ruso. Fue apadrinado por el régimen cubano: en una visita a La Habana “el 26 de julio de 1975, Saraiva de Carvalho será homenajeado por Fidel Castro en persona. El presidente cubano consideraba al carismático líder militar "un héroe de la revolución portuguesa contra el fascismo, el imperialismo y la reacción", y así se lo hizo constar en su presencia. Asimismo, el auditorio cubano, enfervorizado, coreó: "Cuba, Portugal, unidos vencerán", pues estaban convencidos de que en el pequeño país ibérico triunfaría una revolución” (Wikipedia).
[3] Nota de la publicación presente (2021): el artículo habla de “titismo” y “benbelismo”, ideologías de izquierda del capital entonces de moda. Tito (1892-1980) fue dictador de la Yugoslavia “comunista” donde disfrazó el capitalismo de estado extremo propio del estalinismo con una fachada de “autogestión”. Ben Bella (1916-2012) fue el primer dirigente de la Argelia “liberada” de la dominación francesa y el impulsor del régimen de partido único del FLN (Frente de Liberación Nacional) que desde entonces gobierna el país con mano de hierro. Para hacer tragar esta dominación capitalista basada en el partido único y en la nacionalización extrema de la economía, Ben Bella la adornó con “propuestas de autogestión”. En 1965 fue derrocado por el ejército.
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En los números 4 y 6 de la Revista Internacional publicamos una primera serie de artículos de “Bilan” (Balance) que empieza con la caída del régimen de Primo de Rivera y de la monarquía y que acaba con los acontecimientos de 1936[1]. En esos artículos-análisis, “Bilan” se esforzaba en demostrar que la caída de la monarquía era resultado de su anacronismo; que el monárquico era un sistema absolutamente inadecuado para enfrentarse a las dificultades del capitalismo español de entonces; dificultades que eran una expresión más de la crisis general del capitalismo mundial y que, por tanto, para analizar la situación en España, para comprender su evolución, había que partir de ese contexto histórico. El planteamiento de la Izquierda Comunista, con la Fracción Italiana a su cabeza, se oponía radicalmente al de Trotski y al de otros grupos, productos de la degeneración de la I.C. Estos basaban sus análisis sobre todo en las particularidades de España, lo que los llevaba a toda clase de aberraciones; concretamente, a ver en el advenimiento de la República el triunfo de una especie de Revolución democrático-burguesa “progresista” que finiquitaba con el antiguo “orden feudal” español. Claro que “Bilan” no ignoraba el atraso del capitalismo español; al contrario, insistía sobre este hecho, pero rechazaba enérgicamente lo absurdo que era decir que dicho retraso feudal engendraría una revolución democrático-burguesa y todo lo que eso implica. De manera general, “Bilan” rechazó categóricamente toda idea de revolución democrático-burguesa en el período histórico presente de declive del capitalismo, en el que la única alternativa que se presenta a la sociedad es la de: Revolución proletaria o guerra imperialista, socialismo o barbarie (decadencia del capitalismo).
Esos grupos de izquierda, aunque en su mayoría no se referían a una “revolución antifeudal”, se empeñaban en ver en los acontecimientos de España un movimiento que fortalecería continuamente a la clase obrera y obligaría a la burguesía a recular. Así fue como interpretaron el reforzamiento de la República y el de los partidos de “izquierda” que estaban en ella. El desarrollo de la “democracia” era comprendido como la manifestación del avance del proletariado, como el reforzamiento de sus posiciones de clase. El afianzamiento del Estado “democrático” y de su aparato, a pesar de su carácter muy represivo, era percibido como una manifestación de la debilidad de la burguesía, sinónimo a la vez de reforzamiento del proletariado y condición de su avance posterior.
La interpretación de “Bilan” era diametralmente opuesta. “Bilan” veía en esa República democrática la implantación de una estructura estatal mejor adaptada para desviar a la clase obrera de su terreno de clase, desmovilizarla políticamente e incluso aplastarla físicamente. En efecto, el capitalismo mundial -del que el español era parte integrante- iba avanzando a toda prisa hacia la única salida de su crisis mundial: la guerra imperialista.
Por otra parte, el capitalismo había logrado dominar y detener totalmente la única alternativa a la guerra capaz de obstaculizar su desencadenamiento: la lucha de clase del proletariado. A causa de las múltiples derrotas sufridas, del triunfo en algunos países del estalinismo, del fascismo, del hitlerismo, de los frentes populares, la clase obrera de los principales países se encontraba profundamente desmoralizada e impotente.
Tan solo en la zona ibérica el proletariado conservaba aún un enorme potencial de combatividad que se había hecho insoportable para el capitalismo; y éste, no sólo tenía que aplastarlo, sino que además debía utilizar la feroz sangría de los obreros españoles para crear el ambiente necesario para que los proletarios de todos los países del mundo se “adhieran” a la matanza imperialista.
Este es el significado y la obra de la República democrática y del triunfo del Frente Popular en España. Tal diferencia en el análisis y en las perspectivas aislaba cada día más a la Fracción Italiana de los demás grupos que sobrevivieron a la degeneración de la IC. Los esfuerzos de “Bilan”, sus apasionadas advertencias contra los peligros y la catástrofe inminente que se estaba preparando para el proletariado en España quedaban sin eco; y “Bilan” sólo podía mirar con tristeza la ceguera de esos grupos, los graduales errores que los harían víctimas y cómplices de la matanza llamada “anti-fascista” que iba a desencadenarse por toda España.
El desarrollo de los acontecimientos no tardará en confirmar la definitiva involución de esos grupos. Ninguno de ellos tendrá la fuerza necesaria para evitar ser engullido por el engranaje de la guerra imperialista, puesta en marcha por el levantamiento del ejército bajo el mando de Franco. La magnífica y espontánea respuesta del proletariado que, mientras se mantuvo en su terreno de clase, acabó rápidamente con el ejército en los principales centros obreros, pronto quedó disuelta por una maniobra envolvente del Estado Republicano. Todas las fuerzas políticas organizadas que actúan en el seno de la clase y a la vez contra ella: PC, PS, anarquistas, sindicatos UGT y CNT, se emplearán a fondo para arrancar de las manos de los obreros la victoria obtenida contra el ejército; transformando esta victoria de clase en una defensa de la democracia, del Estado republicano y del orden capitalista. Los límites de clase serán difuminados, las fronteras de clase eclipsadas. La lucha de clases -proletariado contra capitalismo- será sustituida por la lucha contra el fascismo, cuya única alternativa es la democracia, la “Unión de todas las fuerzas democráticas” -plataforma clásica de la dominación capitalista-. Es el “ensayo general” de lo que va a servir perfectamente de Plataforma, banderín de enganche y de mistificación para la movilización en la II Guerra Mundial imperialista: democracia contra fascismo.
Así se cerraba la argolla, confirmando trágicamente la tesis de “Bilan” sobre la naturaleza y la función de la democracia en general y en España en particular: la democracia, lejos de ser un signo de afianzamiento del proletariado y lejos de constituir un trampolín para nuevas conquistas de la clase obrera, como pretendían los diferentes grupos de izquierda, era al contrario el signo de su desbandada y la condición de nuevas derrotas, que la llevarían finalmente a la guerra imperialista. Tales acontecimientos no sólo confirmaban la tesis de “Bilan” sino que esta tesis revolucionaria le permitió permanecer fiel a sí mismo; es decir, fiel a los principios revolucionarios de la clase, y no dejarse arrastrar en el cenagal nauseabundo de la guerra imperialista “antifascista”. Y esto es un gran mérito y un honor para todo grupo que se declara revolucionario.
Muy distinta era la situación de la mayoría de los demás grupos de izquierda e incluso comunistas. Tal es el caso, sin hablar de gentuza como los socialistas de izquierda estilo Pivert y compañía, del conjunto de los grupos de la oposición trotskista, del POUM, de los sindicatos revolucionarios e incluso de grupos como la Unión Comunista en Francia y el Grupo Internacionalista de Bélgica, que se hundieron miserablemente en el lodazal antifascista de la guerra en España.
Unos con entusiasmo y otros a regañadientes y heridos en su fuero interno, todos estaban atrapados en la red antifascista tejida por sus propias manos, y entre cuyos hilos se debatían de manera lamentable. Los grupos más radicales, que solían denunciar al Frente Popular y la participación en el Gobierno republicano, pensaban sin embargo que la participación en la guerra contra Franco era indispensable ya que, para ellos, la victoria militar contra el fascismo era la condición del avance de la Revolución. Y se esforzaban en aunar una guerra “exterior”, la de los frentes contra Franco, con una lucha de clase, contra el Gobierno republicano burgués, en el interior.
En el número 6 de nuestra Revista Internacional reproducimos una serie de artículos en los que “Bilan” destroza todo ese tejido hecho con ergotismos y sofismas que no tenían otra consecuencia que la de justificar, por encima de todo, la participación en la guerra imperialista, camuflada como antifascismo proletario, para el bien de la causa. La guerra de España desemboca directamente en la segunda guerra mundial. Los grupos radicales, caídos en su propia trampa, no tuvieron más remedio que desmenbrarse y desaparecer; en cuanto a los demás, como los trotskistas, acabaron pasándose definitivamente, con armas y equipos, al campo del enemigo de clase y participaron plenamente en la guerra imperialista generalizada[2].
Los acontecimientos de España daban a los revolucionarios otra lección capital: un grupo proletario no mete impunemente los dedos en el engranaje capitalista sin que, en un momento dado, en esos bruscos cambios que conoce la historia, acabe arrastrado irremediablemente por él y destrozado sin piedad. Si bien la clase obrera, engañada y aplastada, vuelve a resurgir siempre, porque fue y sigue siendo el sujeto de la historia, no pasa igual con sus organizaciones revolucionarias, que no son sino organismos e instrumentos de la clase. Atrapadas éstas en los mecanismos del enemigo están definitivamente perdidas y destruidas para el proletariado; en ese momento, la clase no tendrá más opción que segregar otras nuevas. Las organizaciones revolucionarias están siempre expuestas a ser corrompidas o devoradas por el enemigo de clase. No existe ninguna garantía absoluta contra esos peligros. Únicamente la fidelidad a los principios y la vigilancia política constante ofrecen a la organización revolucionaria alguna seguridad contra la penetración corruptora de la ideología del enemigo de clase dentro de sus filas. Y aún así, no es siempre seguro.
En el número seis de nuestra Revista Internacional, acabamos la serie de artículos de “Bilan” con el titulado: “El aislamiento de nuestra fracción ante los acontecimientos de España”. “Bilan” escribe en él: “Nuestro aislamiento no es fortuito: es la consecuencia de una victoria profunda del capitalismo mundial, que ha logrado gangrenar hasta los grupos de la Izquierda Comunista.” La Fracción Italiana, al haber acabado los demás grupos completamente gangrenados por el capitalismo mundial, no sólo se encontrará aislada, sino que además, y a pesar de toda su vigilancia, ella tampoco logrará escapar por completo a la presión capitalista y, a su vez, será verá infectada por esa misma gangrena. El mal se manifestará, dentro de sus filas, con la aparición de una minoría que propugnará el apoyo a la guerra "antifascista de España"[3].
Es bien sabido que declarada la I Guerra Mundial gran parte de la Sección parisina del Partido Bolchevique se pronunció a favor de la guerra “defensiva” de los aliados “democráticos” contra el militarismo imperialista prusiano.
Con la minoría de la Fracción Italiana se verifica una vez más la ausencia de inmunidad absoluta contra la infección capitalista en el cuerpo de los revolucionarios y también -fue lo que pasó con el Partido Bolchevique- que la buena salud general de la organización pudo acabar con esa gangrena sin demasiadas pérdidas.
Hemos considerado imprescindible publicar todos los textos y declaraciones, tanto los de la minoría como los de la mayoría, que se refieren a los debates y a la crisis que tuvieron lugar en la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista. Y eso por varias razones: Primero, el no haberlo hecho hubiera sido faltar al deber más elemental de información revolucionaria. La lectura de esos textos es altamente edificante y da una idea de la dimensión, del contenido y del alcance de estos debates y una visión más exacta de la vida política en la Fracción. Los argumentos de la Minoría, más una reacción sentimental que una verdadera voluntad revolucionaria, no son muy distintas de la manera de razonar de otros grupos radicales que cayeron en las mismas mistificaciones y los mismos errores. Su principal argumento consistía en decir que no intervenir es como esperar sentados o permanecer indiferentes; ambas cosas, desde luego, insoportables dadas las circunstancias.
Esta excusa de “no esperar sentados”, “hacer algo”, “no mirar los toros desde la barrera”, sirve de estribo para subirse al caballo desbocado de la guerra y las alternativas capitalistas, cayendo en precipitaciones desconsideradas e irreflexivas. Y la minoría, desgraciadamente, lo experimentó así. Por eso sorprende el hecho de que los bordiguistas nos lo echen en cara hoy en día para justificar su apoyo a las luchas (matanzas) de liberación nacional.
Nadie se sorprenderá al enterarse de que tras sus desventuras en la milicia antifascista del POUM y su incorporación en el ejército, disuelta ya la milicia; la minoría, a su regreso desde España, se meta en las aguas turbias de Unión Comunista. Era su lugar natural. Nadie se sorprenderá tampoco de que al final de la guerra, una vez más, la minoría sea la más entusiasta partidaria de la constitución del Partido bordiguista y de que acabe siendo, en Francia, la sección de ese Partido. Allí encontró su espacio natural. Y fue un buen desquite, porque fueron las posiciones de la Minoría las que triunfaron realmente en el PCI. Si el PCI no reconoce sus orígenes en la fracción italiana ni en “Bilan”, debería por lo menos reconocer algunas de sus raíces en las posiciones políticas de la minoría de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista y así rendirle justicia.
En fin, resulta muy interesante y significativo ver cuanto se esforzó la Fracción en llevar adelante las discusiones; con qué paciencia aguantaba todas las infracciones de la minoría, haciéndole toda clase de concesiones organizativas. Y no lo hacían para mantenerles dentro, ya que la Fracción consideraba que las posiciones políticas de aquella eran incompatibles con las suyas y la escisión absolutamente inevitable, si no para llevar la clarificación de las divergencias a su punto extremo y que la escisión sirviera para reforzar la conciencia y la cohesión revolucionarias. Esta es una de las grandes lecciones, poco común, que nos ha dejado la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista.
Con la tendencia que hay actualmente a la reconstitución del movimiento revolucionario, los grupos jóvenes que están naciendo deberán meditar sobre esta lección para asimilarla completamente y hacer de ella un arma más, a favor del reagrupamiento de los revolucionarios.
Al final de esta serie de textos publicaremos el “Llamamiento de la Izquierda Comunista en respuesta a las matanzas del mes de mayo de 1937” que cierra definitivamente el debate con la minoría sobre el verdadero significado del Gobierno Republicano de coalición antifascista y el sentido exacto de los acontecimientos ocurridos en España. Quienes pretenden sacar de esos acontecimientos lecciones positivas (colectivización en el campo, sindicalización de la industria, o no se sabe qué formas nuevas o superiores de autonomía obrera) se auto-embaucan con las apariencias, que toman por realidad.
La única y trágica realidad fue que España se transformó en una inmensa carnicería en la que fueron ejecutados, por centenares de miles, los obreros españoles; en nombre de la defensa de la democracia y como preparación para la segunda guerra imperialista. Esa es la única lección que tienen que sacar los obreros del mundo entero y nunca deben olvidarla.
-Trozos escogidos- (“BILAN” nº36 Octubre-Noviembre de 1936).
La Comisión Ejecutiva intenta mantenerse con firmeza fiel al principio de que la decisión en el seno del órgano fundamental del proletariado perturba y para el delicado proceso de la vida y de la evolución de este último, excepto cuando la escisión es el resultado, en la práctica, de divergencias programáticas que solo expresan o tienden a expresar las reivindicaciones históricas, no de una tendencia, sino de la clase en su totalidad.
La C.E. hace constar que la minoría se inspira en otros criterios y amenaza con pasar a la escisión no solo antes del Congreso sino antes de que haya empezado la discusión. Y eso, en base a la controversia sobre el reconocimiento o no del grupo de Barcelona. A pesar de la intimidación de la minoría, la C.E. se mantiene en el deber de salvaguardar la aplicación del principio de la necesidad del Congreso para la solución de la crisis de la Fracción.
La C.E. había ratificado las posiciones tomadas por uno de sus representantes que consistían en tomar acta de todas las decisiones del Comité de Coordinación. Pero el Comité se había limitado a pedir el reconocimiento del grupo de Barcelona, lo que no representaba una decisión sino simplemente una petición a la C.E. que quedaba libre de tomar la decisión. Resulta inexacto, pues, hablar de compromisos no cumplidos.
La C.E. se ha basado en un criterio elemental y de principio de la vida de la organización cuando decidió no reconocer al grupo de Barcelona. Y eso por consideraciones que ni siquiera fueron discutidas por el Comité de Coordinación y que fueron publicadas en nuestro precedente comunicado. No se decidió ninguna exclusión contra los miembros de la fracción y por eso resulta incomprensible la decisión del Comité de Coordinación, cuando considera como excluido al conjunto de la minoría si el grupo de Barcelona no es reconocido.
La C.E. ante el estado actual de imperfección en la elaboración de las normas que reglamentan la vida de una organización en un momento de crisis -aunque convencida de lo justo de su precedente decisión-, para llevar al conjunto de la fracción a la fase ulterior de la discusión programática y ante el ultimátum del C. de C., rectifica su decisión anterior y reconoce al grupo de Barcelona.
La C.E. había planteado también algunas consideraciones políticas que se referían a la imposibilidad de integrar a nuevos militantes en un periodo de crisis que acabaría en escisión -según la común convicción de las dos tendencias-, ya que los nuevos elementos venidos a la organización sobre la base de los problemas en discusión se hubieran encontrado en la absoluta imposibilidad de resolver el problema fundamental que se refiere a puntos del programa y que solo pueden ser solucionados por los que formaban parte de la organización antes de que se declarara la crisis y que habían aprobado los documentos de base de la fracción.
El Comité de Coordinación sigue un camino que no puede conducir a ningún resultado positivo para la causa del proletariado, pretendiendo además que lo único que ha guiado a la C.E. es el miedo a volverse minoritaria. El Comité de Coordinación sabe, también como la C.E., que aun en el caso absurdo de contar los votos de los proletarios que se afiliaron a la fracción, en Barcelona, la presunta inversión de las relaciones actuales no se hubiera verificado.
La C.E. exhorta a todos los compañeros para que tomen conciencia de la gravedad de la situación y que se retengan en sus reacciones para poder pasar a una discusión cuya meta no será el triunfo de una u otra tendencia sino la habilitación de la fracción a hacerse digna de la causa del proletariado revolucionario, rechazando ideologías que acabarán revelándose a lo largo de los acontecimientos españoles como elementos nocivos para la lucha de la clase obrera.
El Comité de Coordinación, en nombre de la minoría de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista:
Hace constar que la C.E. no cumple con la palabra dada por su representante en el Comité de Coordinación y que consistía en aceptar la orden del día presentada por la minoría y que pedía, entre otras cosas, el reconocimiento del grupo de Barcelona; Visto el comunicado de la C.E. publicado en “Prometeo” dónde está declarado que no se reconoce al grupo de Barcelona so pretexto de que las bases de su constitución están en la participación en la lucha militar;
Considerando que la base de la constitución del grupo del Barcelona es la misma que la de la minoría;
Decide que si la C.E. sigue manteniéndose en su postura, la minoría solo podrá considerarla como la exclusión de la Fracción de toda la minoría.
Por la minoría: el Comité de Coordinación.
P.S.: De la respuesta de la C.E., fechada del 23 de octubre, resulta que el negarse a reconocer al grupo de Barcelona depende del hecho de que la minoría podría pasar a mayoría. El Comité de Coordinación declara estar dispuesto a no tener en cuenta las votaciones de los nuevos afiliados en Barcelona y que la C.E. puede considerar como válidas únicamente las votaciones de los compañeros ya adscritos antes de salir para España.
La minoría, por su parte, considera a los recién afiliados como miembros de la fracción.
El C. de C. 24/10/36
Moción votada en la reunión del grupo de Barcelona de la F.I.I.C. (Antes de irse para el frente). Barcelona, 23 de agosto de 1936
Los camaradas de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista se han alistado en las filas de la milicia obrera para apoyar al proletariado español en la grandiosa lucha contra la burguesía. Estamos al lado suyo, preparados para todos los sacrificios por el triunfo de la revolución.
Durante largos años de militancia, de lucha y de exilio hemos vivido una doble experiencia: la de la reacción fascista que puso al proletariado italiano en una situación desesperada y la de la degeneración del Partido Comunista, que crucificó ideológicamente a las masas. Y, sin embargo, el problema de la revolución solo podrá solucionarse si la masa logra escapar a la influencia de la 2ª y 3ª internacionales, para reconstruir su verdadero partido de clase capaz de conducirla a la victoria.
Tenemos confianza en el desarrollo de los acontecimientos actuales y creemos que su dinamismo creará en España y en otras partes el partido de la revolución. La vanguardia que existe en el seno del POUM tiene ante sí una gran tarea y una importante responsabilidad.
Vamos al frente de batalla en la columna Internacional de las milicias del POUM, empujados por un ideal político común a los heroicos y magníficos obreros españoles: el ideal de combatir hasta el último de nosotros, no para salvar una burguesía hecha trizas, sino para arrancar las raíces de cualquier forma de poder burgués y para que triunfe la revolución proletaria.
Para que todos nuestros esfuerzos no sean vanos, la vanguardia revolucionaria del POUM, tiene que vencer las últimas vacilaciones y entrar resueltamente en el camino del Octubre español. Hoy tiene que escoger entre el apoyo directo o involuntario a la burguesía o la alianza con los obreros revolucionarios del mundo entero.
El destino de la masa obrera del mundo entero dependerá del carácter dado a la acción política en la actual conflagración social en España.
¡Viva la milicia obrera! ¡Viva la revolución!
(La moción de Biondo y la última resolución de la minoría saldrán en el próximo número. La redacción).
A lo largo de la evolución de la crisis de la fracción. La CE se dejó guiar por este doble criterio: evitar medidas disciplinarias e insistir para que los compañeros de la minoría se coordinen con vistas a formar una corriente de la organización que tienda a demostrar que la otra corriente se habría separado de las bases fundamentales de la organización mientras que la nueva se habría mantenido verdadera y fiel defensora de la organización. Esta confrontación polémica solo podría tener lugar en el Congreso.
Repetidas veces, en la reunión de la Federación parisina del 27 de septiembre que vio nacer al Comité de Coordinación, la C.E. exhorto a la fracción a que aguantara una situación en la que la minoría gozaba de un régimen de favor. No participaba en el esfuerzo financiero necesario para la vida de la prensa y a la vez escribía en ella. La única meta de la C.E. era evitar que la ruptura se hiciera sobre cuestiones de procedimiento.
Inmediatamente después surgió la amenaza de una ruptura en caso de que la C.E. no reconociera al grupo de Barcelona. La C.E. basándose siempre en el mismo criterio, que era que la escisión debía hacerse sobre cuestiones de principio, de ninguna manera sobre cuestiones particulares de tendencia y menos aún sobre cuestiones de organización, llegó a reconocer al grupo de Barcelona.
Por fin, cuando la C.E. no pudo hacer menos que comprobar que el que la minoría se negara a intercambiar con la otra tendencia la documentación que se refería a su vida política significaba la ruptura de la organización (y a pesar de eso, la C.E. seguía manteniendo la necesidad del Congreso), con una comunicación “verbal” del camarada Candiani, la minoría nos informó que iría inmediatamente a la ruptura.
La última solicitación de la C.E., del 25 de noviembre, recibió una contestación que impide cualquier tentativa ulterior para la presencia de la minoría en el Congreso.
En estas condiciones, la C.E. hace constar que la evolución de la minoría es la prueba patente de que ya no se la puede considerar como una tendencia de la organización sino como resultado de la maniobra del Frente Popular en el seno de la fracción. En consecuencia, no se puede plantear un problema de escisión política de la organización.
Por otra parte, teniendo en cuenta que la minoría se conchaba con fuerzas enemigas de la fracción y claramente contrarrevolucionarias (Giustizia e Libertà, restos del trotskismo, maximalistas) a la vez que proclama inútil discutir con la fracción.
La C.E. decide la expulsión por indignidad política de todos los camaradas que se solidaricen con la carta del Comité de Coordinación del 25 de noviembre de 1936 y deja 15 días a los compañeros de la minoría para que se pronuncien definitivamente. Esos camaradas están invitados a mandar una respuesta individual para el 13 de diciembre, salvo los compañeros que residen en Barcelona en espera de su regreso para que tengan la posibilidad de documentarse por completo. Esas reservas no conciernen al camarada Candiani que, antes de su regreso, ha tenido la posibilidad de conocer perfectamente la situación.
(Después de su regreso del frente y de que hayan tomado contacto con la Delegación oficial de la Fracción).
España, en estos momentos, es la piedra angular de toda la situación internacional. Según que gane una u otra de las fuerzas en lucha, nacerá una situación diferente para Europa. La victoria de Franco significaría el reforzamiento del bloque militar de Italia y de Alemania. La victoria del Frente Popular significaría el reforzamiento del bloque militar antifascista (ambos conducen a la guerra imperialista); y la victoria del proletariado sería el punto de partida de la reanudación mundial de la revolución proletaria.
Estamos en España ante una situación objetivamente revolucionaria. Las elecciones de febrero, que concluyeron con la victoria del Frente Popular fueron un extintor de incendios, una válvula de escape que impidió la explosión violenta de los enormes contrastes de clase. Las huelgas importantes que las siguieron y la agitación lo demuestran claramente.
La amenaza revolucionaria del proletariado decidió a la burguesía apresurarse para tener las ventajas de la iniciativa. De esas premisas se llega a la conclusión de que no luchan dos fracciones de la burguesía, sino que luchan la burguesía contra el proletariado. Y de que el proletariado tomó las armas para defender sus condiciones de vida y sus organizaciones contra el asalto de la reacción. Los obreros españoles han tomado las armas contra Franco por los mismos motivos que los proletarios rusos cuando las tomaron contra Kornilov.
No se trata del dilema democracia- fascismo, sino del dilema capitalismo- proletariado. Y si la burguesía sigue quedándose virtualmente en el poder, si las relaciones de propiedad no se han transformado verdaderamente, hay que buscar la causa en el hecho de que el proletariado no está preparado ideológicamente, y no posee un partido de clase.
La existencia del partido de clase hubiera solucionado la cuestión a favor del proletariado a partir de los primeros días de la lucha. La revolución española no ha entrado todavía en su período de ocaso y no se pueden excluir categóricamente las posibilidades de victoria del proletariado.
Frente al capitalismo que está luchando en dos frentes, el proletariado tiene que luchar en dos frentes: el frente social y militar. En el frente militar, el proletariado está luchando para defender lo que conquistó a lo largo de décadas de lucha; en el frente social, el proletariado tiene que acelerar el proceso de descomposición del Estado capitalista, preparar el partido de clase y los órganos del gobierno proletario y eso permitirá el ataque al poder capitalista. En el frente militar, desde ahora, el proletariado tiende a echar los cimientos del ejército rojo de mañana. En las zonas que las milicias van ocupando, se están formando inmediatamente comités de campesinos y se colectivizan las tierras y eso en las narices de los gobiernos de Madrid y Barcelona.
El grupo que se ha constituido en España considera que no ha roto con los principios de la fracción y, por eso, es imposible no reconocerlo. Se nos pide que rompamos los contactos con el POUM y esos contactos nunca han existido. No podemos disolver la columna ya que no fuimos nosotros quienes la levantamos. Sobre la cuestión de dispersarnos entre los proletarios en los lugares de trabajo, lo haremos a medida que tengamos posibilidades para hacerlo.
(Este documento debe ser considerado como una respuesta a la resolución de la C.E. del 27 de agosto del 36 y seguramente fue escrito a finales del mes de septiembre).
Un grupo de camaradas de la minoría de la Fracción Italiana de la Izquierda. Comunista, desaprobando la actitud oficial tomada por la fracción frente a la Revolución española, cortó bruscamente todos los lazos disciplinarios y formalistas con la organización y se puso al servicio de la revolución, yendo hasta formar parte de las milicias obreras e ir a luchar en el frente.
Hoy, una nueva situación se presenta, llena de incógnitas y de peligros para la clase obrera. La disolución del Comité Central de las milicias Antifascistas, organismo nacido de la Revolución y garantía del carácter de clase de las milicias; y la reorganización de este último en un Ejército regular que depende del Consejo de Defensa, deformando así el principio de la milicia voluntaria obrera.
Las necesidades del momento histórico que estamos viviendo imponen una vigilancia extrema de parte de los elementos de vanguardia del proletariado, para impedir que la masa incorporada en el nuevo organismo militar se transforme en un instrumento de la burguesía utilizado algún día contra los intereses de la clase trabajadora. Ese trabajo de vigilancia puede ser tanto más eficaz por cuanto las organizaciones de clase tomarán conciencia de sus intereses y orientarán sus acciones políticas hacia un sentido exclusivo de clase.
El trabajo político en esas organizaciones asume una importancia primordial no menos interesante que las tareas militares en el frente.
Esos mismos compañeros, a la vez que se mantenían firmes en el principio de la necesidad de la lucha armada en el frente, no han aceptado ser incorporados en un ejército regular que no representa el poder del proletariado y en el seno del cual sería imposible tener una función política directa. En cambio, pueden hoy contribuir más eficazmente a la causa del proletariado español, en el trabajo político y social indispensable para preservar y reforzar la eficacia ideológica revolucionaria de las organizaciones obreras que deben recobrar en lo político y social, la influencia que han perdido por las nuevas condiciones, en el mando militar.
Los mismos compañeros, al abandonar el puesto de milicianos de la columna internacional Lenin, siguen estando en movilizados y a la disposición del proletariado revolucionario español, y deciden seguir dedicando, en otro terreno, su actividad y experiencia hasta el triunfo definitivo del proletariado sobre el capitalismo bajo todas sus formas de dominio.
Barcelona, 22 de octubre de 1936.
¡PROLETARIOS!:
El 19 de julio de 1936, los proletarios de Barcelona, con puño desarmado, aplastaron batallones de Franco ARMADOS HASTA LOS DIENTES.
El 4 de mayo de 1937, estos mismos proletarios, ARMADOS, dejan en la calle muchas más víctimas que en julio cuando tienen que repeler a Franco, y es el gobierno antifascista -incluidos los anarquistas y de los que el POUM es indirectamente solidario- quién da suelta a la gentuza de las fuerzas represivas, contra los obreros.
El 19 de julio, los proletarios de Barcelona con una fuerza invencible. Su lucha de clase, liberada de los lazos del Estado burgués, repercute en los regimientos de Franco, los desagrega y despierta el instinto de clase de los soldados: la huelga encasquilla fusiles y cañones de Franco y para su ofensiva.
La historia solo va a retener algunos intervalos fugitivos en los que puede el proletariado adquirir una total autonomía frente al Estado capitalista. Unos días después del 19 de julio, el proletariado catalán llega a la encrucijada de caminos: o entraba en LA FASE SUPERIOR de su lucha con vistas a la destrucción del Estado burgués, o el capitalismo volvía a montar su aparato de dominio. En esta fase de la lucha en la que ya no basta el instinto de clase y en que LA CONCIENCIA se hace factor decisivo, solo puede vencer el proletariado si dispone del capital teórico almacenado con paciencia e insistentemente por sus fracciones de izquierda erigidas en partidos con la explosión de los acontecimientos. Y si hoy en día, el proletariado español está viviendo una tragedia tan triste, lo debe a su inmadurez para formar su partido de clase, su cerebro, lo único que puede darle fuerza de vida.
Desde el 19 de julio, en Cataluña, los obreros crean espontáneamente, en su terreno de clase, los órganos autónomos de lucha. Pero, inmediatamente surge el angustioso dilema: o entregarse totalmente A LA BATALLA POLÍTICA para la destrucción total del Estado capitalista y concluir perfectamente los éxitos económicos y militares, o dejar funcionar la máquina opresiva del enemigo y permitirle entonces que desnaturalice y termine con las conquistas obreras.
Las clases luchan con los medios impuestos por las situaciones y el nivel de tensión social. Frente a una llamarada obrera ni se le ocurre al capitalismo utilizar los métodos clásicos de la legalidad. Lo que le está amenazando, es la INDEPENDENCIA de la lucha proletaria que es la condición para la otra etapa revolucionaria, la que lleva a la abolición de la dominación burguesa. El capitalismo, entonces, tiene que atar de nuevo los hilos de su control sobre los explotados. Estos hilos, que antes eran, la magistratura, la policía, las cárceles, ahora, en la extrema situación de Barcelona, son los Comités de las Milicias, las industrias socializadas, los sindicatos obreros que administran los sectores esenciales de la economía, las patrullas de vigilancia, etc.
Así pues, en España, la historia plantea otra vez el problema, que en Italia y en Alemania se resolvió con el aplastamiento del proletariado: los obreros conservan para su clase los instrumentos que se crean en la lucha mientras los siguen usando contra el Estado burgués. Y los obreros arman a su futuro verdugo si, al no tener bastante fuerza para acabar con el enemigo, se dejan otra vez, atrapar en las redes de su dominio.
La milicia obrera del 19 de julio es un organismo proletario. La “milicia proletaria” de la semana siguiente es un organismo capitalista apropiado a la situación del momento. Entonces, para realizar sus planes contrarrevolucionarios, la burguesía puede llamar a los centristas[4], a los socialistas, a la CNT, a la FAI, al POUM, que engañan a los obreros, haciéndoles creer que el ESTADO CAMBIA DE NATURALEZA CUANDO LOS QUE LO ADMINISTRAN CAMBIAN DE COLOR. Escondido en los pliegues de la bandera roja, el capitalismo afilo pacientemente la espada de la represión en la que colaboran, el 4 de mayo, todas las fuerzas que, el 19 de julio, habían hecho doblar el espinazo de clase del proletariado español.
Hitler es hijo de Noske y de la Constitución de Weimar; Mussolini es hijo de Giolitti y del “control de la producción”[5]; la matanza del Barcelona del 4 de mayo de 1937 es hija del Frente antifascista español, de las “socializaciones” y de las milicias” proletarias”
Y UNICAMENTE EL PROLETARIADDO RUSO DIO LA RESPUESTA, CUANDO LA CAIDA DEL ZARISMO, CON SU OCTUBRE DE 1917, PORQUE UNICAMENTE EL SUPO CONSTRUIR SU PARTIDO DE CLASE, GRACIAS AL TRABAJO DE LAS FRACCIONES DE IZQUIERDA.
¡PROLETARIOS!
A la sombra de un Gobierno de Frente Popular, Franco pudo preparar su ataque. En la vía de la conciliación, Martínez Barrios intentó, el 19 de julio, formar un ministerio único capaz de realizar el programa de conjunto del capitalismo español, ya bajo el mando de Franco, ya bajo el mando mixto de la derecha y de la izquierda fraternalmente unidas. Pero fue el levantamiento obrero de Barcelona, de Madrid, de Asturias lo que obliga al capitalismo a desdoblar su Ministerio, a separar las funciones entre el agente republicano y el agente militar ligados por la indisoluble solidaridad de clase.
Donde Franco no logró imponer su victoria inmediata, el capitalismo invita a los obreros a seguirlo para “luchar contra el fascismo”. Sangrienta emboscada que han pagado con millares de cadáveres creyendo que, bajo la dirección del gobierno republicano, podrían aplastar al hijo legítimo del capitalismo: el fascismo. Y se fueron hacia los puertos de Aragón, las montañas de Guadarrama, de Asturias, buscando la victoria de la guerra antifascista.
Una vez más, como en 1914, es con la hecatombe de proletarios como la historia subraya con sangrientas líneas la oposición irreductible entre Burguesía y Proletariado.
Los frentes militares, ¿una necesidad impuesta por las situaciones? ¡No! ¡Una necesidad para el capitalismo a fin de cercar y aplastar a los obreros!. El 4 de mayo de 1937 es la prueba aplastante de que después del 19 de julio, el proletariado tenía que haber luchado tanto contra Companys y Giral como contra Franco. Los frentes militares solo podrían cavar la tumba de los obreros ya que presentaban los frentes de la guerra del Capitalismo contra el Proletariado. La única respuesta de los proletarios españoles -siguiendo el ejemplo de sus hermanos rusos en 1917, tendría que ser la práctica del derrotismo revolucionario en ambos campos de la burguesía: el republicano, como el fascista y transformando la guerra capitalista en guerra civil en vista a la destrucción total del Estado burgués.
La fracción italiana de izquierda fue apoyada únicamente, en su trágico aislamiento, por la solidaridad de la Corriente de la Liga de los Comunistas Internacionalistas de Bélgica, la cual acaba de crear la fracción belga de la Izquierda Comunista Internacional. Estas dos corrientes fueron las únicas en dar la alarma, mientras que, por todas partes, se proclamaba la necesidad de salvaguardar las conquistas de la revolución, de vencer a Franco para después, vencer a Largo Caballero[6].
Los últimos acontecimientos de Barcelona confirman siniestramente nuestra tesis inicial y dan cuenta de que es con una crueldad igual a la de Franco como el Frente Popular, flanqueado por los anarquistas y POUM, se ha abalanzado sobre los obreros sublevados el 4 de mayo.
Las vicisitudes de las batallas militares fueron ocasiones para el Gobierno republicano de acrecentar su poderío sobre los explotados. En ausencia de una política proletaria del derrotismo revolucionario, los éxitos como las derrotas militares del ejército republicano no han sido más que otras tantas etapas de la sangrienta derrota de clase de los obreros: en Badajoz, Irún, San Sebastián, la República del Frente Popular contribuye a la matanza concertada del proletariado, a la vez que estrecha los lazos de la Unión Sagrada, pues para ganar la guerra antifascista, se necesita un ejército disciplinado y centralizado. En cambio, la resistencia de Madrid facilita la ofensiva del Frente Popular que puede liquidar a su criado de ayer, el POUM, y así preparar el ataque del 4 de mayo. La caída de Málaga reanuda los hilos sangrientos de la Unión Sagrada, mientras que la victoria militar de Guadalajara abre el periodo que se acaba con los tiroteos de Barcelona. En esa atmósfera de borrachera guerrera puede germinar y surgir el ataque del 4 de mayo.
Paralelamente, en todos los países, la guerra de exterminación del capitalismo español alimenta la represión burguesa internacional, y los muertos fascistas y “antifascistas” de España vienen a hacer compañía a los asesinados de Moscú, a los ametrallados de Clichy; y en el altar sangriento del antifascismo es donde, también, los traidores juntan a los obreros de Bruselas alrededor del capitalismo democrático cuando las elecciones del 11 de abril de 1937.
“Armas para España”: esta fue la consigna que sonó en los oídos de los proletarios. Y estas armas dispararon contra sus hermanos de Barcelona. La Rusia soviética al cooperar al armamento de la guerra antifascista, ha colaborado también en el armazón capitalista y la reciente matanza. Respondiendo a las órdenes de Stalin -quien da muestras de su rabia anticomunista el 3 de marzo- el PSUC, toma la iniciativa de la matanza.
Una vez más, como en 1914, los obreros usan las armas para matarse unos a otros en vez de usarlas para la destrucción del régimen de opresión capitalista.
¡PROLETARIOS!
Los obreros de Barcelona han vuelto otra vez, el 4 de mayo de 1937, al camino del 19 de julio y del que el capitalismo había podido echarlos apoyándose en las fuerzas múltiples del Frente Popular. Desencadenando la huelga por todas partes, hasta en los sectores presentados como CONQUISTAS DE LA REVOLUCION, hicieron frente contra el bloque republicano-fascista del capitalismo. Y el gobierno republicano ha respondido con tanto salvajismo como Franco en Badajoz e Irún. Si el gobierno de Salamanca no aprovechó el desconcierto del Frente de Aragón para atacar, es porque presintió que su cómplice de izquierda hacía admirablemente el papel de verdugo del proletariado.
Agotado por 10 meses de guerra, de colaboración de clase, de la CNT, la FAI, el POUM, el proletariado catalán acaba de sufrir una tremenda derrota. Pero esta derrota también es una etapa de la victoria de mañana., un momento de su emancipación, porque firma la sentencia de muerte de todas las ideologías que habían permitido al capitalismo mantener su dominación, a pesar del sobresalto gigantesco del 19 de julio.
No, los proletarios caídos el 4 de Mayo no pueden ser reivindicados por ninguna de las corrientes que el 19 de Julio los sacaron de su terreno de clase para precipitarlos en el abismo del antifascismo.
Los proletarios caídos pertenecen al proletariado y solo a él. Son las membranas del cerebro de la clase obrera mundial, del partido de clase para la revolución comunista.
Los obreros del mundo entero se inclinan ante los muertos y los reivindican contra todos los traidores, de ayer como de hoy. El proletariado del mundo entero, al saludar a Camilo Berneri[7] saluda a uno de los suyos. Su inmolación por el ideal anarquista es una denuncia más de una corriente política que se ha ido hundiendo a lo largo de los sucesos de España; ¡ha sido bajo el mando de un gobierno con participación anarquista que la policía ha vuelto a realizar sobre el cuerpo de Berneri la hazaña de Mussolini sobre el de Matteoti!
PROLETARIOS
La matanza de la de Barcelona es la señal anunciadora de represiones aún más sangrientas contra los obreros de España y del mundo entero. Pero también es la señal anunciadora de las tempestades sociales que mañana invadirán el mundo capitalista.
El capitalismo es solo diez meses ha gastado ya los recursos políticos con que contaba para destruir al proletariado, poniéndole zancadillas en su tarea para construir su partido de clase, arma de su emancipación y de la construcción de la sociedad comunista. Centrismo y anarquismo, uniéndose en el mismo plano a la Socialdemocracia, han llegado en España a término de su evolución, como le ocurrió a esta cuando en 1914, la guerra volvió cadáver a la Segunda Internacional.
En España el capitalismo ha desatado una batalla de alcance internacional, la batalla entre fascismo y antifascismo que, con la forma extrema del enfrentamiento armado, anuncia una aguda tensión en las relaciones sociales en el ruedo internacional.
Los muertos de Barcelona tienen que ayudarnos a limpiar el terreno para la construcción del partido de la clase obrera. Todas las fuerzas políticas que han llamado a los obreros a luchar por la revolución comprometiéndolos en una guerra capitalista, se han pasado al otro lado de la barricada. Ante los obreros del mundo entero, se abre el horizonte en que los muertos de Barcelona han escrito con su sangre la lección que ya escribieron con la suya los muertos de 1914-18. LA LUCHA DE LOS OBREROS ES PROLETARIA A CONDICIÓN DE DIRIGIRSE CONTRA EL CAPITALISMO Y SU ESTADO; SIRVE LOS INTERESES DEL ENEMIGO SI NO VA DIRIGIDO CONTRA EL, EN TODO INSTANTE, EN TODOS LOS DOMINIOS, EN TODOS LOS ORGANOS PROLETARIOS QUE LAS DIVERSAS SITUACIONES HACEN SURGIR.
El proletariado mundial luchará contra el capitalismo incluso cuando éste se ponga a reprimir sus criados de la víspera. Es la clase obrera y nunca su enemigo de clase quien tiene que encargarse de arreglar cuentas con quienes han expresado una fase de su evolución, un momento de su lucha por la emancipación de la esclavitud capitalista.
La batalla internacional que el capitalismo ha iniciado en España contra el proletariado abre un nuevo capítulo internacional en la vida de las fracciones de todos los países. El proletariado mundial, que tiene que seguir luchando contra los “constructores” de Internacionales artificiales, sabe que puede cimentar la internacional proletaria únicamente gracias a un cambio radical y mundial de la relación de clases que abra el camino a la Revolución comunista, y solo así. Contra los frentes de la guerra de España, la cual anuncia la aparición de tormentas revolucionarias en otros países, el proletariado mundial siente que ha llegado el momento de atar los primeros lazos internacionales de las facciones de la izquierda comunista.
¡¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES!!
Vuestra clase es invencible; es el motor de la evolución histórica: ¡los acontecimientos de España son la prueba de ello, pues es UNICAMENTE vuestra clase la que está en juego en una lucha que convulsiona el mundo entero!
No es la derrota lo que puede desanimaros. ¡De ella sacaréis enseñanzas para la victoria de mañana!
¡Sobre vuestras bases de clase, reconstruiréis la unidad de clase por encima de las fronteras, contra las mentiras del enemigo capitalista!
¡En España, a las tentativas de compromiso que tienden a basar la paz en la explotación capitalista, contestad con la fraternización de los explotados de ambos ejércitos en la lucha simultánea contra el capitalismo!
¡En pie, por la lucha revolucionaria en todos los países!
¡Vivan los proletarios de Barcelona que han escrito una nueva página de sangre en el libro de la Revolución Mundial!
¡Adelante por la Constitución de una Mesa Internacional que promueva la creación de fracciones de izquierda en todos los países!
Levantemos la bandera de la revolución comunista que los verdugos, fascistas y antifascistas no podrán impedir que pase de los proletarios vencidos a sus herederos de clase. ¡Seamos dignos de nuestros hermanos caídos!
¡Viva la revolución comunista en el mundo entero!
LAS FRACCIONES BELGA E ITALIANA DE LA IZQUIERDA COMUNISTA INTERNACIONAL.
[1] En la versión española, estos artículos están publicados en nuestro libro 1936 FRANCO Y LA REPUBLICA MASACRAN A LOS TRABAJADORES concretamente en el Capítulo Primero, https://es.internationalism.org/cci/200602/495/capitulo-i-bilan-ante-los... [48]
[2] Ver del libro anteriormente citado, el capítulo IV que critica severamente las concesiones al antifascismo de los grupos del comunismo de los consejos. https://es.internationalism.org/cci/200602/492/capitulo-iv-el-comunismo-de-los-consejos-ante-la-guerra-de-espana [49]
[4] Centristas es el nombre que daba BILAN a los partidos comunistas. La fracción estalinista que acabó dominando los partidos comunistas convirtiéndolos en aparatos del Estado capitalista se presentaba inicialmente como el “centro” entre el comunismo de izquierdas (Oposición de Izquierdas, Izquierda Comunista) y las tendencias derechistas (Bujarin y otros).
[5] Ver nuestra serie La responsabilidad de la Izquierda del Capital en el ascenso del fascismo: https://es.internationalism.org/content/4650/la-responsabilidad-de-la-izquierda-del-capital-en-el-ascenso-del-fascismo-i [51] y https://es.internationalism.org/content/4661/la-responsabilidad-de-la-izquierda-del-capital-en-el-ascenso-del-fascismo-ii [52]
[6] Largo Caballero: dirigente del PSOE que colaboró con la Dictadura de Primo de Rivera (1923-30) y que después llegó a ser primer ministro de la República teniendo la desfachatez de proclamarse el “Lenin Español” (¡!!). Ver la primera parte de nuestra Serie Los gobiernos de izquierda al servicio de la explotación capitalista https://es.internationalism.org/content/4521/los-gobiernos-de-izquierda-en-defensa-de-la-explotacion-capitalista-i [53]
[7] Militante anarquista italiano que emigró a España 1936 para apoyar lo que creía una “revolución social”. Sin embargo, se distanció de la participación de la CNT en el gobierno republicano e impulsó el periódico Guerra de Clase que, aún con serias confusiones, denunciaba el encierro del proletariado en la guerra “antifascista”. En mayo de 1937 fue asesinado por agentes de la policía secreta italiana -aunque otras versiones hablan de la policía secreta estalinista. En todo caso contaron con la colaboración de Estat Catalá una organización que participaba en Esquerra Republicana de Cataluña, el partido que hoy gobierna la autonomía catalana.
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El texto que publicamos aquí es el documento final de la “Frazione Comuniste di Napoli”. La “Frazione” comenzó como un círculo de discusión en 1975 sobre la base de la lectura de los textos de la Corriente Comunista Internacional y de otras corrientes políticas. La mayoría de sus miembros venía de un medio contestatario y trataba de romper con el “izquierdismo extraparlamentario” para encontrar las posiciones revolucionarias. La evolución de la discusión política desembocó en que, por una parte, los miembros del núcleo fundador se adhirieron a la CCI y que, por otra parte, el círculo de la “Frazione” se disolvió como tal. Con el presente documento, los ex camaradas de la “Frazione” tratan de analizar y sacar las lecciones de su experiencia, dejar una huella de la evolución que siguieron, con el fin de que les sirva a los elementos que se encuentran y se encontrarán en una situación similar.
En documento muestra todo el lado inevitable y positivo del surgimiento de los “círculos de discusión política” en el día de hoy; el despertar de la lucha de clases a finales de los años 60 encontró el movimiento disperso, cortado de toda ligazón orgánica con las organizaciones del pasado. La necesidad de crear “círculos” para contribuir a una clarificación política encuentra su razón de ser en la dificultad de orientarse después de tantos años de contrarrevolución. Sin embargo, el documento rinde cuenta igualmente de las ambigüedades y de las dificultades encontradas en el curso de la evolución política. A través de esta experiencia particular hecha en Nápoles tratamos pues de destacar las enseñanzas generales de este proceso de toma de conciencia.
Uno de los principales peligros de todo “círculo de discusión” es que sus miembros lo tomen por lo que no es ni puede ser; un grupo político acabado. Un círculo de discusión es la expresión de un momento dado en un proceso de clarificación política; es un lugar relativamente abierto, en donde la discusión y el estudio político se efectúan a través de una confrontación constante de ideas.
Otra cosa es un grupo basado sobre una plataforma coherente y que se concretiza en una organización a nivel internacional afín de asumir la responsabilidad de intervenir en la clase. No hay que confundir el proceso con su conclusión: sea paralizando la evolución de los círculos con una semi plataforma inacabada e incoherente, sea erigiéndola en “organización” local y aislada, o aun, queriendo intervenir como cuerpo político en la lucha de clases sin tener ninguna definición política clara. La “Frazione Comunista” tropezó con estas dificultades cuando quiso tratar de establecer una plataforma parcial e, igualmente, cuando se dio cuenta de la responsabilidad política que implicaban sus publicaciones (intervención). Los ex camaradas de la “Frazione” se dan cuenta ellos mismos en su texto de que la idea de escribir una “mini- plataforma” para la “Frazione” correspondía efectivamente a un deseo de preservar su “autonomía” en Nápoles y “resistir” a la presión política de otros grupos, particularmente de la CCI, aunque esta razón no la sentían conscientemente en aquella época. A pesar de estas dificultades, la “Frazione” pudo superar sus debilidades, gracias a una convicción profunda de la naturaleza internacional de la lucha de clases, la cual la condujo a mantener siempre un contacto abierto con la CCI.
Otro peligro en la evolución de los círculos es el de no tomar conciencia de la heterogeneidad inevitable de este tipo de formación. Los miembros de un círculo pueden evolucionar no solamente en sentidos diferentes, sino que, aun siguiendo la misma dirección, pueden evolucionar a ritmos diferentes. Es de la mayor importancia que los miembros que llegan a tener una visión política relativamente coherente, sepan impulsar el trabajo del conjunto, sin renunciar a seguir adelante so pretexto de querer preservar artificialmente el “círculo” como cuerpo unido. Una responsabilidad mayor incumbe siempre a aquellos que toman conciencia más rápidamente y esto es cierto a todos los niveles de la vida política de la clase. Vemos pues que, aunque no existan recetas ni soluciones preestablecidas, un círculo debe quedarse siempre abierto hacia el exterior y ser dinámico en su evolución en el interior.
Después de un período de decantación política de varios meses. Los camaradas del núcleo fundador de la “Frazione” tomaron conciencia de que un círculo de discusión no tiene sentido de por sí, Su función es de etapa para llegar a una actividad militante en la clase. Puesto que estaban de acuerdo con la plataforma de la CCI, se integraron al trabajo de la corriente a través de la sección en Italia. Pero, al llegar a reconocer la necesidad de un polo de reagrupamiento organizativo, estos camaradas quisieron evitar que su círculo se transformara en un obstáculo para la clarificación política. Por esta razón, al afirmar el resultado de su trabajo, disolvieron la “Frazione”.
De manera general, los círculos de discusión y de estudio no pueden concebirse como “metas en sí”; no se trata de buscar “ideas” para sí mismas, sino para que se expresen en una actividad social. Los círculos forman parte de todo un proceso que se opera en la clase obrera que tiende a segregar organismos políticos de clase. En ese sentido, el surgimiento de esos “círculos”, prácticamente en todas partes del mundo actualmente, es la verificación del inicio de un nuevo período de lucha de clase; después muchos años de contrarrevolución, asistimos hoy al renacimiento de pequeños núcleos que buscan posiciones revolucionarias. Para que este enorme esfuerzo, desgraciadamente disperso, pueda llegar a algo, hay que reconocer antes que todo que la evolución de tales círculos no puede ser estacionaria. O bien se integran en una corriente política coherente a nivel internacional, o bien se transforman a la larga, en trabas para la toma de conciencia. Si los círculos se preservan como formación local y limitada políticamente, llegamos a un sinfín de pequeños grupos a medio formar cada uno aislado, lo cual contribuye a sembrar confusión, tanto sobre la necesidad de una coherencia política global, como sobre la necesidad de un reagrupamiento organizativo de los revolucionarios a nivel internacional. Lo que sucede más frecuentemente es que ese tipo de esfuerzos abortados terminan por dislocarse y desaparecer en la más total desmoralización de sus elementos fundadores. En resumen, los “círculos”, que constituyen un paso positivo, tienen que ser superados.
Si insistimos tanto sobre la experiencia de la “Frazione di Napoli”, es justamente porque su experiencia no es “napolitana”. Contiene las mismas riquezas y los mismos problemas que la experiencia de los círculos en España (que se unieron a Acción Proletaria), en Seattle (USA), en Toronto (Canadá), en Suecia, en Dinamarca, en Francia y en Bombay. Algunas de esas experiencias permitieron una clarificación política en cierto sentido, pero muchas otras, solo dejaron como resultado desmoralización y dislocación para la clase obrera. Y si citamos ciertas experiencias, es sabiendo perfectamente bien que existen decenas de experiencias iguales que ignoramos por causa del aislamiento local de sus elementos. Si la CCI insiste tanto sobre la necesidad de reagrupar las fuerzas revolucionarias, no es, como nos lo reprochan algunos, por una “voluntad de hegemonía (ejercida) abiertamente o de manera desviada sobre los demás” (“Jeune Taupe” Nº 10).
Esto prueba verdaderamente que cuando no se comprende un problema a fondo, se le reduce a problemas psicológicos de “voluntad de potencia”, lo que solo sirve para escamotear el problema real: el de la resistencia de los pequeños grupos para salvaguardar su autonomía particular. La CCI interviene lo más activamente posible en la evolución de toda la vida política y, más particularmente, en la evolución de los núcleos políticos. En el caso de la “Frazione”, la intervención de la CCI fue determinante en su proceso de clarificación, justamente porque tratamos de generalizar las experiencias, poniendo siempre en primer plano cuál es la meta de la discusión.
Fundamentalmente la CCI, espera ayudar, con su intervención, a romper el muro de aislamiento y de confusión política. Cuando elementos se pierden por causa de la confusión y de la presión política constante de la clase enemiga, es todo el movimiento obrero el que sufre la pérdida. Si nuestros camaradas, ex miembros de la Frazione Comunista, escriben este texto, es con el mismo espíritu que anima al conjunto de la CCI: contribuir a la clarificación política de la clase, trabajando hacia la constitución de un polo de reagrupamiento revolucionario coherente.
J.A.
“En todo caso, solo puede tratarse de una organización provisional. Y tener conciencia de este carácter provisional es esta una condición del buen resultado final. En efecto, un círculo de discusión que pretendiera ser una organización política no sería NI una buena organización política, Ni un buen círculo de discusión”. (Carta de la CCI a los camaradas de Nápoles - 3 de diciembre de 1975).
Si estudiamos un poco la historia de su evolución política, vemos que el grupo que originó la “Frazione” comenzó un trabajo de discusión durante la primavera verano de 1975 sobre la base de la lectura de textos de la CCI. Durante un período, constituyó efectivamente y cada vez más, un centro de debate político, sobre todo en el otoño de ese mismo año. La publicación del documento sobre Portugal[1] marcó una curva radical: para firmar el texto, el grupo se dio un nombre, “Frazione Comunista di Napoli” y la introducción que le dio, era la de un grupo político. La primera consecuencia de esta publicación fue que el número de camaradas duplicó con la llegada de nuevos elementos que, de hecho, se adherían a un grupo extraparlamentario. Ulteriormente dijimos a menudo que esta introducción constituía un paso político demasiado grande para el grupo; pero era realmente la publicación misma de un tal documento lo que constituía un paso demasiado grande. Un círculo de discusión es, por naturaleza, transitorio e informal; por lo tanto, no puede tener una intervención sobre el exterior (publicaciones, etc.) con todo lo que ello implica: cristalización organizativa y política (adopción de posiciones - sin haberlas comprendido plenamente- porque el documento “no podía salir tal cual”). El resultado es que la necesidad de situarse inmediatamente frente al exterior compromete la posibilidad de tener debates internos y, por lo tanto, compromete la base de una futura autodefinición consciente.
El acuerdo de la “Frazione” con la carta de la CCI no fue de hecho, más que un acuerdo formal, puesto que, al mismo tiempo que se definía como un grupo de discusión, ya el grupo de origen no era un grupo de discusión, sino que se situaba a medio camino hacia un grupo político. Esto se manifestó en la redacción de la Plataforma de la “Frazione Comunista” que cristalizaba el nivel alcanzado por los camaradas y determinaba una base programática de adhesión; lo cual es algo normal para un grupo de discusión. No es por casualidad si reconocimos ulteriormente que solo los camaradas del principio comprendían plenamente la plataforma. Es igualmente significativo que la plataforma haya sido propuesta y escrita por algunos camaradas (hoy miembros de la CCI) que temían la utilización de la “F.C.” por la CCI. Con la adopción de un programa propio, tendían instintivamente a defender su grupito propio contra la “invasión exterior” según la deformación típica de esos círculos que acaba invariablemente por hacerlos desaparecer.
Toda la existencia de la “F.C.” se vio impregnada con esta ambigüedad de fondo que por poco compromete el enorme trabajo ya hecho. El abandono sucesivo de todas las actividades hacia el exterior, incluso la de publicación (después de “Il sindicati contra la clase operaria”, publicado en enero, la F.C. no publicó más nada) es un indicio de la comprensión progresiva del peligro que constituye la parálisis en una forma bastarda semi- política. Este proceso contribuyó a disipar la ambigüedad de la situación de los camaradas que habían formado el primer núcleo y que reconocieron su exterioridad frente a esta situación intermedia y encontraron en la CCI la organización política con la cual discutir. La rapidez con la cual esta discusión condujo a la integración a la Corriente es la prueba de que ese paso era necesario desde hacía tiempo.
Hay que ser claro: el grupo de discusión de Nápoles murió desde el momento en que fue adoptada una plataforma que significó su transformación en grupo semi- político. Si hoy hemos comprendido la necesidad de denunciar la F.C. como un órgano bastardo, condenado a degenerar políticamente, no era menos cierto e inevitable cinco meses antes.
Toda organización que se define organizativamente sin asumir sus responsabilidades militantes frente a la clase sobre la base de un programa político coherente, no puede más que transformarse en un obstáculo para el reagrupamiento de los revolucionarios, en una especie de purgatorio, de pantano donde se atascan elementos paralizados en un perpetuo estado de semi- confusión.
Esto es particularmente cierto hoy cuando el proletariado regresa a la escena histórica después de un período de contrarrevolución tan fuerte que borró toda huella dejada por la ola revolucionaria de los años 20 en la conciencia obrera. Las viejas pequeñas fracciones de comunistas que sobrevivieron después de la derrota para conservar las enseñanzas de la lucha, no pudieron más que sucumbir, una después de otra, a la contrarrevolución triunfante. Es pues sin poder gozar de su apoyo directo que el gigante proletario, debe liberarse de la postración y volver a encontrar su camino histórico de clase. Por otra parte, con el fin del periodo de reformas y la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, todos los viejos instrumentos de la clase se han transformado en obstáculos para su toma de conciencia. Los sindicatos, las leyes obreras, las Casas del Pueblo, todo este aparato reformista a donde, sin embargo, acudían de sus fábricas centenares de obreros socialistas, esos centros en donde latía la vida de la clase obrera, se han convertido hoy en centrales activas de la burguesía.
Los obreros que encuentran hoy el camino de la lucha, privados de sus puntos tradicionales de apoyo, sienten tanto más la exigencia de reunirse para discutir y reflexionar cuanto mayores son las dificultades para realizarlo. Es por esto que, después de cada ola de luchas, se crean decenas de pequeños núcleos de obreros, generalmente agrupados sobre un mínimo de posiciones antisindicales. No es por casualidad ni por espíritu académico que muchos de los colectivos obreros formados durante el “otoño caliente” en las fábricas italianas se llamaron “grupos de estudios”. Este hecho traduce la necesidad imperiosa de reflexión, la necesidad para la clase de volver a encontrar su propia historia y su propio porvenir.
Pero ese mismo vacío de cincuenta años que provoca su proliferación es también la causa de su debilidad intrínseca. Con la desaparición de las fracciones comunistas que rompieron con la Internacional en degeneración, desapareció también, para esos obreros, el marco natural de su búsqueda. Están prácticamente solos frente a la desmoralización, el retroceso, el peso de las tendencias localistas y de la izquierda sindical.
Es por esto que hay que subrayar que ninguno de esos núcleos puede resistir a la larga al peso de la ideología dominante, si se encuentra en la incapacidad de romper completamente con el horizonte limitado de una sola fábrica y de orientar inmediatamente su propia actividad hacia la clarificación de los problemas políticos de fondo y de su propia posición militante. La única manera para que los camaradas que provienen de esas experiencias puedan ulteriormente contribuir a la lucha de clases es que se integren activamente y conscientemente al proceso de reagrupamiento internacional de revolucionarios. Tomar otro camino es meterse en un callejón sin salida.
¿Qué lecciones puede ser sacadas de nuestra experiencia? Un círculo de discusión por su naturaleza misma es un agregado transitorio, nacido de la necesidad de clarificar los problemas de la lucha de clases. A medida que, a través de la discusión, esta clarificación se hace, el círculo de discusión, en vez de reforzarse (Plataforma, organización) perece (agota su función). Cualquiera que sea el destino de sus militantes, tomados individualmente (evolución o desaparición), el círculo de discusión, por su parte, no puede más que degenerar o morir.
A los revolucionarios les toca indicar la función y los límites de estos círculos y denunciar a los que siguen aferrándose a ellos.
Ex miembros de la ex FRAZIONE COMUNISTA.
[1] LOTTE OPERAIE IN PORTOGALLO: Una nota essemplare: I lavoratori della T.A.P. di fronte al P.C.P. ed al “essecito democrático”.
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Al publicar este número de la Revista Internacional en castellano, nos toca dar ciertas explicaciones. ¿Porque el núm.7? Hasta ahora solo se habían publicado los números 1, 2 y 3.
La Revista Internacional de la Corriente Comunista Internacional es, como su nombre indica, la expresión política escrita que plasma la unidad a nivel internacional de toda la CCI. En francés e inglés han salido ya seis números. Dificultades materiales nos habían impedido hasta ahora publicar la versión castellana al mismo ritmo que aquellas. A partir a partir de este nº 7 la Revista saldrá al mismo tiempo en los tres idiomas. Este esfuerzo es tanto más necesario por cuanto América Latina y España son eslabones débiles del capitalismo mundial y, por lo tanto, los embates de la crisis que se despliega con cada vez mayor violencia son, en aquellos países, cada vez más fuertes. Son, por ello, regiones neurálgicas en donde el enfrentamiento entre capital y proletariado ha alcanzado niveles particularmente altos.
La necesidad de este esfuerzo viene subrayada también por otro hecho: en general, el resurgir de la lucha obrera a finales de los años 60, después de años y años de contrarrevolución triunfante, ha tenido lugar en medio de una confusión teórica -producto de gran parte de esos años de derrota obrera por el estalinismo, el nacionalismo y sus variantes- que a menudo se traduce por una especie de “desprecio olímpico” por la teoría y un dudoso ensalzamiento de la “acción por la acción”. Esta confusión que en particular propaga la miope impaciencia activista de la pequeña burguesía estudiantil cuya influencia sigue aun marcando los primeros esfuerzos de la clase obrera por constituirse en grupos y organizaciones revolucionarias, esa confusión pues, común a todos los países, aparece con aún mayor fuerza en España y América Latina. La mitología guerrillerista y terrorista y patriotera de la ETA y el FRAP hasta el MIR y demás guevarismos, han contribuido no poco en el desarrollo del confusionismo.
La conciencia que tenemos de la urgencia de la tarea teórica de los revolucionarios a nivel mundial, en estos tiempos de cada vez mayor crisis y barbarie capitalista, nos mueve a realizar este esfuerzo que se concretiza en la publicación simultánea de la Revista Internacional en tres idiomas. Respecto a los números 4, 5 y 6 de esta Revista Internacional, que publicaremos en castellano dos folletos: uno con una selección de los principales artículos y otro con artículos de la publicación de la Izquierda Comunista “Bilán” (1933-38) sobre la Guerra de España, artículos que fueron publicados en los números 4 y 6 de esta revista[1].
[1] Nota (julio 2021): el proyecto que menciona la introducción se transformó finalmente en el libro 1936: FRANCO Y LA REPUBLICA MASACRAN AL PROLETARIADO que nos puede ser solicitado escribiendo a nuestra dirección [email protected] [62]
«Cuando el proletariado anuncia la disolución del orden actual del mundo, anuncia de hecho el secreto de su propia existencia, porque representa la disolución efectiva de ese orden del mundo» (Marx).
Esa destrucción no es una acción ciega y totalmente determinada como algo directo, engendrado mecánicamente por una serie de causas económicas. Al contrario, exige de quien la realiza la plena conciencia de la meta que quiera alcanzar.
Pero si nos atenemos a una visión burguesa de la historia, esa conciencia, que se define como un sentimiento que se tiene de la existencia, no pasa de ser la categoría intelectual y subjetiva de un conjunto de ideas que se aplica a aprehender lo que existe.
Pues para cualquier ciencia burguesa, el pensamiento, la conciencia, separados del movimiento general de la materia, son ante todo una cuestión de individuos aislados o de grupos con intereses comunes. Por eso razonando siempre con las mismas y burdas deformaciones de la ideología dominante, el pensamiento burgués no entiende el proceso de la toma de conciencia más que como un mecanismo puramente mental que llevaría al individuo e incluso a un grupo social, tras una serie de causas (reacción-reflexión-acción), a tomar conciencia de lo que es. Aplicando ese proceso del ser aislado al de una clase social, esa manera de pensar termina por simbolizar e inmovilizar a las clases sociales bajo una forma individual y mítica. El proletariado aparece entonces bajo una apariencia “congelada”, objetiva como simple categoría económica.
Y así, siguiendo ese proceso mental de la ideología dominante, se “empaqueta” al proletariado bajo la forma de un bloque compacto que tendría que “tomar conciencia” –como un individuo- de quién es y de lo que tiene que llevar a cabo. Y acaban por concluir que el proletariado ya no existe sino como clase para el capital; o que basta con esperar a que esa “masa” activa tome conciencia de manera homogénea y simultánea en el cerebro de cada obrero; o que el proletariado no es sino una especie de cuerpo humano cuya cabeza sería el partido, los pies serían los consejos y así...
Esa manera totalmente errónea de ver el proceso histórico de una clase social, que ya fue criticada por Marx en las Tesis sobre Feverbach, se explica por el hecho de que la burguesía es incapaz de ponerse a sí misma en entredicho y no puede pensar el mundo más que en estratificaciones, categorías y separaciones arbitrarias. Para ella sólo existe una realidad consumada y acabada, una realidad del mundo ajena a toda práctica, una materia inmutable, un pensamiento que se aplica como un velo exterior a la realidad sin transformarla.
Forma y contenido, objeto percibido y sujeto pensante, idea y materia, teoría y práctica van asociados y pegados uno a otro inseparablemente, pero siempre diferenciados y vistos cada uno con un modo propio de existencia.
El mundo de los conceptos se elabora, y se despliega, pero opuesto a ese mundo, relegado al segundo plano de la conciencia, el mundo de lo real se contenta con “estar ahí”. La unidad de esos dos mundos, que nunca es más que la de las rectas paralelas que se unen en el infinito, resulta siempre de una pirueta intelectual.
Porque, de hecho, el defecto de todo materialismo vulgar, aun cuando reconoce las determinaciones de la materia, es que sólo tiene en cuenta al objeto bajo la forma externa e independiente del sujeto y no como práctica humana. Por eso, a la conciencia de clase le basta con quedar condensada en un programa teórico y que una minoría la transporte, mientras el proletariado se agita en el mundo de lo material, incapaz de llegar a la conciencia de la clase. O, para otros, la conciencia no es para el proletariado más que una especie de respuesta instintiva e inmediata a estímulos externos; entonces, los revolucionarios, para no perturbar o violar ese metabolismo natural, lo mejor que pueden hacer es la política del avestruz y esperar a que las cosas ocurran espontáneamente.
Los revolucionarios tienen que atacar esos puntos de vista simplistas del materialismo vulgar. Porque son conscientes de que la visión que tienen de la realidad no es producto del azar o de la voluntad individual; por que el papel fundamental que tienen en la realidad social no se limita a la constatación intelectual o empírica de las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución comunista. Y lo que podría apreciarse como demasiado abstracto o demasiado teórico de su reflexión no es más que el paso necesario para llevar a la práctica su intervención organizada, pues imaginar teóricamente un movimiento y pretender plasmar mentalmente un proceso es como querer nadar por el río y quedarse en la orilla guardando la ropa.
De ahí que los revolucionarios, por no tener intereses distintos de los del proletariado, no se contenten ni con esquemas o representaciones abstractas, ni con descripciones periodísticas e inmediatas de la realidad social. Como parte de un todo, como productos y factores de un proceso histórico, su reflexión teórica es, en definitiva, una toma de postura política de la realidad, un deseo de transformación radical de la sociedad[1].
En este sentido, las reflexiones sobre la conciencia de clase y el papel de los revolucionarios y del partido, no tienen que ser abordadas por su lado puramente teórico. Los primeros elementos para un análisis que aquí lanzamos se limitan por ahora a trazar las líneas generales; otros factores surgidos en la experiencia misma de la lucha de clases vendrán a reforzar, a modificar o a precisar numerosos puntos. Unicamente la actividad de la clase puede, en última instancia, confirmar o invalidar la teoría revolucionaria.
«Y todos los sistemas que llevan la teoría hacia el misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la compresión de esta práctica». Carlos MARX: “Tesis sobre Feverbach”.
LAS CONDICIONES DE LA REVOLUCION COMUNISTA
I.- El modo de producción capitalista, basado en la ley del valor, sólo puede ser superado por la acción de una clase consciente en su conjunto y unida mundialmente: el proletariado. Esta condición es de una importancia tal que es la única que puede esclarecernos sobre el carácter específico de la revolución comunista y del paso de un modo de producción basado en la ley del valor a un modo de existencia superior.
Porque de hecho hay un abismo entre lo que la humanidad ha conocido hasta ahora a nivel de su desarrollo histórico y el salto cualitativo que tendrá que realizar para clausurar este ciclo y liberar el hombre de toda explotación sea cual fuere.
Y esa gran diferencia es tanto más difícil de concebir por cuanto la sucesión de los diferentes modos de producción en la historia se ha ido desarrollando como un proceso necesario determinado y más o menos inconsciente, al haber sido realizado en las revoluciones pasadas por una clase que ya gozaba del poder económico en el antiguo modo de producción ya caduco. La diferencia cualitativa se mide a nivel de la conciencia histórica que exigirá la destrucción del modo de producción capitalista y la transición hacia el comunismo. Esa conciencia, lejos de quedar reducida a un simple fenómeno mental, ideológico o individual, tiene que situarse en el contexto de una clase social.
II.- El concepto de clase social debe de ser comprendido no como simple clasificación o categoría económica o suma de individuos aislados sino esencialmente como devenir histórico forjado por intereses políticos comunes.
El proletariado no existe verdaderamente como clase sino es a través del movimiento histórico que lo opone al capitalismo, y este movimiento no tiene fundamento real más que en el proceso de la toma de conciencia que le acompaña.
La revolución comunista se desmarca así fundamentalmente de todas las revoluciones anteriores porque, por primera vez en la historia de la humanidad, una clase revolucionaria, portadora de nuevas relaciones sociales, no tiene ningún poder económico en la vieja sociedad. El proletariado es la primera y la última clase revolucionaria de la historia que es a la vez la clase explotada. Esto implica que necesita una plena conciencia de sus fines históricos, aunque ya le obligue a ello al lugar socio-económico que ocupa en el modo de producción capitalista; pues es la única clase que tiene la posibilidad objetiva y subjetiva para tomar conciencia de la sociedad en su conjunto. El proletariado no posee ninguna raíz económica en el suelo capitalista; y al no tener raíces, tampoco pueden circular por ella las ramificaciones de la ideología y no puede surgir de ellas nuevas semillas para una nueva explotación del hombre por el hombre.
Mientras que la Ideología presupone una superestructura político-jurídica y una infraestructura económica determinada por fuerzas productivas que siguen dominando al hombre, el proceso de toma de conciencia tiene que ser para el proletariado condición previa a la toma del poder y al cambio total de la infraestructura que deja el capitalismo.
III.- El proletariado es la única clase en la historia, cuyas necesidades históricas, es decir la destrucción del sistema de explotación, coinciden plenamente con sus intereses de clase revolucionaria, intereses que además van ligados con los de la humanidad entera.
Ninguna otra clase o capa de la sociedad puede llevar en sí ese porvenir histórico - la necesidad de destruir el sistema de explotación -. Las demás no pueden llegar a la conciencia de la necesidad de la transformación del conjunto de la sociedad, aunque puedan llegar a tener un sentimiento más o menos claro de la barbarie social en que se vive; sentimiento que, por lo demás, acaba siendo recuperado, de una u otra manera, por la clase dominante y la ceguera de la ideología burguesa.
Desde el punto de vista capitalista, y por lo tanto ideológico, resulta imposible la comprensión del carácter histórico y transitorio de la sociedad. Porque, para la burguesía, las relaciones sociales son algo fijado para siempre, eterno, algo por encima de la voluntad humana. Aunque la burguesía en sus mistificaciones contra la clase obrera hile más o menos fino y opere con cierta lucidez, ello no quita de que habrá de poner todo su esfuerzo para que desaparezca de la conciencia social la realidad de la lucha de clase. Los límites objetivos de la producción capitalista implican los límites de su “conciencia” que precisamente a causa de esos límites, no es más que simple ideología.
Por eso, los principales embustes de la burguesía hoy en día son los que pretenden que la clase obrera se crea que una nueva gestión del sistema más adecuada puede retasar indefinidamente el hundimiento del capitalismo.
IV.- Conciencia de clase, lejos de coincidir con el concepto “ideología”, es ante todo, su negación primera, su antítesis fundamental. De lo que se trata hoy es de sacar al hombre del letargo en el que está hundido, de hacer un mundo consciente de sí mismo y de sus acciones, lo que ninguna ideología es capaz de realizar. Por que la ideología, producto de factores económicos y de una realidad social alienada, otorga a los objetos una existencia autónoma, y al conocimiento un poder de abstracción fuera de toda contingencia material; por eso le es imposible operar una crítica y práctica de la sociedad.
La conciencia de clase revolucionaria lejos de ser simplemente la que precede a la acción y la dirige hacia un fin determinado, es sobre y ante todo proceso de transformación de la sociedad; un proceso vivo que, al ser consecuencia del desarrollo y la exacerbación de la contradicción del mundo capitalista decadente, obliga a una clase social a realizar lo esencial de su existencia a través de la negación práctica y teórica (y por lo tanto consciente) de sus condiciones de vida. La historia de ese proceso es la historia de la lucha del proletariado y de las de las minorías revolucionarias que han surgido cojo parte comprometida del combate.
LAS CARACTERISTICAS DE LA TOMA DE CONCIENCIA.
I.- Las diferencias fundamentales entre ideología y conciencia de clase estriban en el origen mismo de la ideología y sus raíces materiales, raíces que se hunden en la historia de la división del trabajo, de la separación entre los productores y su producto, de la autonomía de las relaciones de producción y del dominio que sobre el hombre ejerce la forma material de su propio trabajo. Las leyes inherentes al capitalismo, leyes que se caracterizan por el predominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, la preponderancia del valor de cambio sobre el valor de uso y el fetichismo del valor, llevan a la transformación de las relaciones sociales en relaciones entre cosas y condicionan la aparición de relaciones jurídicas cuyo criterio básico es el individuo aislado.
Son esa leyes también lo que, a través de la especialización, quita al hombre la imagen de la totalidad y lo mantiene preso en una serie de categorías separadas, aisladas o independientes unas de otras, (la nación, la fábrica, el barrio). La visión de la totalidad ya no es entonces sino pura suma de dominios particulares del “saber”, saber que además está detentado por especialistas.
La conciencia de clase, por su parte, se afirma como visión de la totalidad y conciencia del conjunto de la clase. Es un proceso eminentemente colectivo. Su punto de partida es el de una clase unificada en la lucha, dispuesta a destruir las relaciones sociales capitalistas, implica el predominio determinante del todo sobre las partes. Pero esa totalidad sólo puede plantearse si el sujeto que la plantea es también él una totalidad, y ese punto de vista de la totalidad como sujeto, únicamente una clase lo representa. Por eso es por lo que el proletariado para unificarse como clase consciente, tendrá que destrozar la compartimentación, las separaciones, las fronteras sean cuales fueren, e imponer la dictadura de sus consejos obreros por encima de las naciones.
Otra consecuencia de la reificación en la conciencia social es la separación entre las partes respecto del todo, la meta parcial y la final, la lucha económica y la lucha política. En este periodo de decadencia del capitalismo en que toda reforma se ha vuelto imposible y en que la revolución se ha puesto a la orden del día, las luchas económicas tienden a transformarse en luchas políticas y a enfrentarse de lleno al sistema. El proletariado está llamado a transformar conscientemente la sociedad; por eso, la visión de la totalidad le exige comprender la contradicción dialéctica entre interés inmediato y meta final, entre momento aislado y totalidad. El momento aislado, es decir situación como clase atomizada y mistificada, está ligado al capitalismo; por eso el proletariado tiene que unificarse mundialmente y pasar de ser categoría económica a clase revolucionaria. La obrera es la única clase capaz de llevar a cabo esa unificación en clase consciente pues el carácter de trabajo asociado la confiere la posibilidad de aquella visión global.
II.- La naturaleza de la toma de conciencia, es decir fundamentalmente conciencia de clase, nos permite entender la diferencia fundamental que consideremos que hay entre ideología y conciencia. No es por una especie de purismo de lengua por lo que afirmaremos que no existe ni “ideología proletaria” ni “ciencia revolucionaria”, de la misma manera que no existe para una minoría revolucionaria la posibilidad de “transportar” o “encarnar” la conciencia de clase.
Los leninistas y bordiguistas de cualquier tendencia, que reducen todo un fenómeno histórico –a la vez práctico y teórico- a la simple expresión de una reflexión plasmada en el Programa, patrimonio del partido, aprehenden la naturaleza de la conciencia de clase con el mismo tipo de “razonamiento” que el de los místicos cuando afirman que la hostia es la encarnación del cuerpo de Cristo.
Efectivamente, la ideología y el misticismo existen porque la separación entre trabajo manual y trabajo intelectual ha hecho posible la aparición de un pensamiento que se caracteriza por la distancia que intenta poner entre su propia realidad y las condiciones materiales de su existencia y por la preocupación de aparecer como pensamiento independiente y autónomo, agente causal único del movimiento que ánima a la materia. Al comprender la realidad como una serie de mediaciones, de etapas necesarias entre el hombre y la materia, la ideología burguesa se niega a reconocer su verdadero origen. Al otorgar a la realidad una existencia independiente, la ideología burguesa contrapone a la metafísica un idealismo de la acción, considerando el comportamiento teórico como único válido y causa verdadera de la acción y relegando la práctica a algo simplemente natural.
La conciencia de clase, por su parte, coincide totalmente con la realidad social en la medida en que tiene su razón de ser en el desarrollo histórico de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción y que la necesidad de un cambio radical de las relaciones de producción exige una visión global y verdadera del conjunto de la realidad social.
La conciencia de clase reconoce su origen y objeto: el proletariado como núcleo vivo de la producción, clase social en permanente devenir. El proceso de toma de conciencia del proletariado, basado en la unidad dialéctica entre el ser y el pensamiento, rechaza cualquier tipo de intermediario ó de mediador entre la existencia y la conciencia. Se hace conciencia de sí y vuelve a realizar la unidad entre el hombre y la realidad.
III.- El proletariado está obligado a vender su fuerza de trabajo como simple objeto. Esta objetivización y la ruptura ente la fuerza de trabajo (objeto sometido a la explotación) y el sujeto que la vende es lo que permite que la toma de conciencia se realice. Por medio de su lucha contra la explotación capitalista el proletariado llega a percibirse a la vez como sujeto y como objeto del conocimiento. Este percibirse y la conciencia de su total desamparo e inhumanidad es a la vez puesta al desnudo de la sociedad y destrucción de ésta.
Al destruir la sociedad en su conjunto el proletariado no hace sino enunciar la esencia de su propia existencia porque es, precisamente, la negación de la sociedad, pues la única relación social que hay entre Capital y proletariado es la lucha de clases. La realización del proletariado como clase para sí pasa por la destrucción del sistema; la conciencia es factor y producto del proceso. El conocimiento de sí es, para la clase obrera, conocimiento de la esencia de la sociedad; no es toma de conciencia sobre algo, sobre un objeto, sino conciencia de sí, objeto de esa conciencia, precisamente porque es ya práctica (práxis) y opera una modificación en el objeto. Al dar cuenta del carácter objetivo del trabajo como mercancía, ese proceso acaba poniendo al desnudo el fetichismo de toda mercancía y descubrir el carácter social y temporal de la relación capital-trabajo.
Las ilusiones, las mistificaciones, la compartimentación que la ideología impone al pensamiento no son, pues, sino expresión mental de una realidad vuelta también “cosa” (reificada), la expresión mental de una estructura económica basada en la explotación del hombre por el hombre, y cuya negación no puede llevarse a cabo con un simple movimiento del pensamiento sino por la superación práctica. Por eso, la conciencia de clase no es simplemente un poner en entredicho teóricamente al sistema capitalista; es ante todo crítica y destrucción material del sistema en su conjunto.
La conciencia de clase, al dar cuenta del carácter histórico de las leyes económicas, descubre entonces el carácter histórico y transitorio del modo de producción capitalista, ve los límites objetivos de éste y analiza los períodos históricos de la sociedad. Es ir descubriendo un proceso que acopla teoría y práctica porque cada vez que se hunde una ilusión en el antiguo sistema, cada vez que una mistificación aparece como lo que es, ello corresponde a una voluntad práctica de destrucción de la esclavitud salarial.
IV.- Si bien la conciencia histórica surge porque el proletariado tiene que llegar al conocimiento total de la realidad a partir de su punto de vista de clase, ello no implica, sin embargo, que ese conocimiento aparezca inmediatamente.
Muy al contrario, el carácter de clase del proceso de toma de conciencia supone un desarrollo heterogéneo y doloroso de una práctica y una teoría obreras enfrentadas desde el principio a la presión permanente de la clase burguesa.
El proletariado, sea cual fuere su unidad en la lucha, no actúa como individualidad única y dirigida mecánicamente hacia una meta. La contradicción dialéctica que hay entre ser la clase explotada, su total indigencia en la sociedad, lo determina para ser la primera víctima de la ideología burguesa. Al no poder desarrollar su conciencia según los principios estables de una ideología o de una serie de recetas prácticas, por ser a la vez sujeto y objeto del conocimiento, el proletariado sólo puede tomar conciencia de su situación en un proceso real ligado a las condiciones materiales de su existencia social.
Son esas condiciones objetivas y la opresión cada vez mayor de la ideología dominante lo que obliga al proletariado a segregar, integradas en la tendencia de irse haciendo clase revolucionaria, a la minorías revolucionarias con vistas a acelerar el proceso de teorización de las experiencias históricas de la clase y de su difusión dentro de la luchas. La conciencia de clase no es, por lo tanto, un “espejo” de la realidad, un reflejo mecánico de la situación económica de la clase obrera, pues en ese caso no tendría ningún papel activo, ni tampoco crece espontáneamente en el terreno de la explotación capitalista.
La conciencia de clase surge en realidad de la convergencia de varios factores, entre los que las premisas económicas, aunque indispensables, son netamente insuficientes. La lucha económica de la clase obrera no basta para engendrar todo el movimiento teórico y práctico; no es el mago creador ni la máquina todopoderosa que es principio de todo y que algunos espontaneístas adoran como ídolo.
La lucha de la clase no es una entidad en sí, separada del mundo y detonador del movimiento de la materia; es el mundo, por él forjada y forja a su vez.
De ahí que únicamente la reunión de varios elementos que aparecen en el desarrollo y despliegue de la lucha de clases, pueda, en última instancia, llevar la conciencia socialista a su nivel histórico más alto. Esos elementos son fundamentalmente los siguientes:
a) la violencia económica permanente que aguanta el proletariado y su situación de clase explotada.
b) Las bases y datos objetivos del período y el nivel a que han llegado las contradicciones del sistema (decadencia del capitalismo y agudización de la crisis).
c) El nivel de la lucha de clases como respuesta a esa situación y la tendencia más o menos desarrollada de la clase obrera para organizarse como clase autónoma.
d) La influencia cada vez más decisiva de los grupos revolucionarios en las luchas, y la capacidad del proletariado para volver a apropiarse de su teoría revolucionaria.
Ninguno de los elementos expuestos puede ser considerado en sí, separándolo de los demás para erigirlo como principio causal único del movimiento.
Resulta evidente que la violencia económica o la teoría revolucionaria se imponen como factores activos en el desarrollo de la conciencia proletaria, pero no son por sí mismo la causa primera del proceso. Andar buscando la causa predominante y aislada a todo un movimiento no es más que pretender estancarlo entrando en la pelea tonta y estéril de qué es antes: ¿el huevo o la gallina?.
EL PAPEL DE LOS REVOLUCIONARIOS Y DEL PARTIDO
Definir la conciencia del proletariado como proceso histórico propio de una clase social y que se caracteriza por la afirmación en la escena histórica del “ser consciente” es no ir más allá de la simple confirmación pasiva.
Si nos quedamos ahí, sólo habríamos platicado teóricamente sobre las características de la toma de conciencia sin entender las razones objetivas que nos empujan a formular definiciones. Y es precisamente superando lo puramente teórico de su actividad como los revolucionarios toman conciencia de su papel histórico como elementos activos de un todo.
No se puede tirar abajo todo un sistema de explotación únicamente con las ganas y algunas reflexiones filosóficas. Para acelerar el proceso de toma de conciencia de la clase obrera y que ésta se organice como clase autónoma, los revolucionarios tienen que asumir toda su responsabilidad frente a aquella; responsabilidad que exige una clara visión de su función, una puntualización de las tareas históricas para las que se han constituido.
I.- La naturaleza y función de los grupos revolucionarios y del partido sólo pueden explicarse mediante la naturaleza profundamente contradictoria del proceso de la toma de conciencia de la clase obrera, contradicción que acompaña al movimiento mismo de la lucha de clases y que seguirá marcando el período de transición entre el capitalismo y el comunismo, hasta la desaparición de todas las clases.
Contradicción entre la situación de la clase obrera como clase explotada y sus tareas históricas que van hacia la abolición de cualquier explotación. Contradicción entre que sea imposible para la clase obrera el fabricarse una “ideología” proletaria en base a un poder económico inexistente y la necesidad adquirida con plena conciencia de su meta histórica. Por eso, el proletariado se ve obligado:
- por un lado, asumir en la práctica, en y mediante sus luchas cotidianas, la condición fundamental para la revolución comunista: «la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos» (Primera Internacional).
-Por otro, a preparar las armas teóricas que le son indispensables par su emancipación consciente aún siéndole imposible librarse por completo de la influencia de la ideología dominante.
Las minorías revolucionarias aparecen como producto de esta necesidad contradictoria. Surgen formando parte integrante del proletariado y, sin embargo no por ello son miembros sociológicos de él. La clase económica dominante es la que posee los medios de producción materiales e ideológicos; la clase obrera, por su parte, es incapaz de engendrar una cultura o una ideología que sería para ella “sociológicamente inmanente”, pues ello implicaría un interés económico que tendería a perpetuar su situación de clase explotada. Por eso, es un criterio político el que define a los revolucionarios como miembros efectivos del proletariado y les asigna la tarea de teorizar las experiencias adquiridas por su clase de manera que lo lleguen a ser del mayor número posible.
II.- La imperiosa necesidad para el proletariado de llevar a cabo un cambio radical consciente de la antigua sociedad, una transformación la vez práctica y teórica le exige una visión clara, «una neta comprensión de las condiciones, del desarrollo y de los objetivos generales del movimiento proletario» (Manifiesto Comunista). Mientras haya antagonismos de clase y explotación capitalista, esa visión de la meta final del movimiento seguirá enfrentándose a la influencia impositiva de la ideología burguesa y por eso no será algo que tendrá inmediatamente todo el proletariado. La difusión en profundidad de la teoría revolucionaria proletaria al conjunto de clase no es un fenómeno “natural” que sigue una progresión matemática lineal, sino ante todo, el resultado del esfuerzo organizado de la clase. La tentativa consciente de la clase obrera por darse una teoría revolucionaria y sacar las lecciones de las luchas pasadas se materializa en la aparición de minorías revolucionarias y que éstas en los períodos de auge revolucionario, se constituyan en Partido.
Esa constante determinación en el proletariado para la constitución de un partido revolucionario no tiene nada que ver con la acción voluntarista de individuos o grupos de individuos que tienen la pretensión de construir un partido revolucionario con vistas a suplir la acción de la clase en su conjunto. El resurgir de la teoría revolucionaria así como el los de grupos revolucionarios no es el fruto de la voluntad individual ni el producto de algún que otro principio novedoso «descubierto por tal o cual reformador del mundo» (Marx) sino la cristalización del desarrollo de una lucha de clases real y de una necesidad vital en el proletariado.
III.- No es, pues, a nivel abstracto como el proletariado se ha pensado como clase, sino a nivel de su acción concreta, por sus luchas incesantes, en las condiciones objetivas que le impone el periodo. De esta práctica histórica ha surgido no precisamente una serie de principios dogmáticos aplicados cual recetas teóricas a la lucha de clases, sino la expresión teórica de la experiencia. La teoría revolucionaria no es una suma definitiva o invariante de principios, sino el reflejo de la actividad concreta de la clase obrera explicitado y globalizado a nivel teórico por los grupos revolucionarios y reapropriado por la clase. Así a cada problema que la lucha y la organización de la clase han comprobado, corresponde un nuevo aporte teórico, que será a su vez transformado en realidad práctica por la incidencia que tendrá en luchas futuras. Producto, entonces, del ente social de las luchas, la teoría toma su energía en la práctica y a su vez clarifica políticamente las luchas venideras.
La teoría revolucionaria, que se desarrolla, pues, a partir de las luchas concretas de la clase y que los grupos revolucionarios transportan, no es, ni mucho menos, el tesoro oculto de éstos. El papel mismo de los revolucionarios y del Partido cristalizan precisamente la contraria y fundamental preocupación, la de que el proletariado vuelva siempre a recuperar lo adquirido en sus experiencias históricas para que lleguen a ser la realidad de la mayoría. Su función consiste en difundir la teoría en la clase, sabiendo muy bien que sólo puede hacerse en su seno y no como si una teoría pudiera “inyectarse” en una práctica o que la teoría fuera un primer y permanente fermento químico de todo un movimiento histórico.
Teoría y práctica se completan, se interpenetran; favorecer una en detrimento de la otra, insistir en el factor causal de la teoría, o al contrario, ignorar lo activo de la teoría, corre el riesgo de llevarnos por las vías peligrosas del voluntarismo o del academismo.
IV.- No es porque hayan grupos revolucionarios por lo que el proletariado es una clase revolucionaria. Si la burguesía pudiera cargárselos a todos y que desaparecieran de la faz de la tierra, lo único que haría es retrasar los plazos de su propia muerte sin poder parar la lucha de clase ni impedir que la obrera volviera a reconstruir, a segregar grupos revolucionarios. No por destruir los capullos y las primeras flores del árbol se destruye para siempre la posibilidad de reproducción.
En este orden de cosas, los revolucionarios, aún no teniendo intereses diferentes y sin estar separados del proletariado, no son, sin embargo, sinónimos de la clase. Sólo son una parte de ella, la parte más decidida, la que, sin ser el “Estado mayor” de un ejército inconsciente y encuadrado ni “el gran timonel” ese de la revolución, esboza los grandes ejes generales de la lucha, la que indica la dirección final del movimiento. Su función no es la de preparar la dirección “técnica” de las luchas, no son los revolucionarios quienes «con consignas justas dan nacimiento orgánicamente a las condiciones y a las posibilidades de la organización técnica del proletariado» (Lukacs). Su papel no es el de organizar a la clase ni dirigir la organización autónoma de la clase obrera con recetas prácticas sobre tal o cual forma de organización unitaria, sino la de señalar y poner siempre por delante la dirección política general hacia donde debe ir el movimiento.
V.- El que el partido no tenga que sustituir a la clase no significa en absoluto que su existencia sea un mal necesario e inevitable que habría que atenuar o evitar en la medida de lo posible. Los revolucionarios y el partido existen como productos necesarios, elementos indispensables en el proceso de toma de conciencia de la clase proletaria. Negar su función so pretexto de errores substitucionistas en el pasado, es dar prueba de purismo estéril y pretender quitar al proletariado una de sus armas vitales. Su tarea histórica, lejos de ser la concreción de una especie de paliativo, forma parte de la tendencia general de la clase obrera a constituirse como clase revolucionaria consciente. Por ser los elementos más combativos y más decididos de la clase obrera, los revolucionarios desarrollan en las luchas proletarias una intervención organizada con la permanente perspectiva de mostrar la meta final del movimiento. Su participación activa en las luchas ejerce una influencia decisiva en la organización global del movimiento de la clase: influencia que puede materializarse concretamente en la dirección política general de la lucha y en la aceleración del proceso de constitución del proletariado como clase autónoma para la toma del poder y la destrucción de la esclavitud asalariada.
Los revolucionarios y el partido no tendrán que substituirse a la clase. Eso significa que su función, aún siendo indispensable, no tiene un fin en sí, no es una obra acabada y perfecta que podría actuar en lugar de la clase obrera o capaz de hacer que penetre en el movimiento de masas espontáneo de la clase una especie de “verdad inminente” para “sacar” al proletariado de la necesidad económica de su origen y “colocarlo” en la acción consciente y revolucionaria. Así pues, por ser un elemento activo y perteneciente al proletariado, comprometido de lleno en el desarrollo de la toma de conciencia por la clase, el partido no es ni la mediación entre teoría y práctica, ni entre experiencia y conciencia. Uno y otra, el partido y la clase materializan la unidad entre teoría y práctica; esta unidad es idéntica para ambos, no hay intermediarios. Sólo hay intermediarios ente cosas previamente separadas. Esa unidad es un proceso vivo que determina tanto al partido como a la acción de la clase en su conjunto y a su organización unitaria en Consejos. Pretender que el partido es la mediación entre teoría y práctica significa considerar la teoría como algo externo al proletariado, como patrimonio exclusivo del partido, el cual sería entonces la única fuerza capaz de “cambiar el sentido de la praxis”; esto implica la castracíón del proletariado de toda capacidad consciente y política en su conquista del poder. Según ese razonamiento, los Consejos obreros acabarían siendo cáscaras vacías, órganos administrativos y estatales a los que el partido pretendería aportar el contenido revolucionario. La consecuencia lógica de esta visión es la de poner en manos del partido la dirección real de la sociedad y la de ponerlo a la cabeza del estado de la dictadura del proletariado.
El partido no es una organización directiva o ejecutiva, no es un órgano que el proletariado crea para que tome el poder. La idea según la cual la dirección de la dictadura obrera es cosa de un partido de masas durante el período revolucionario demuestra una muy grave incomprensión en lo que se refiere a la finalidad política real del partido. El partido no anda buscando hincharse como un globo incorporando la mayor cantidad de gente que se pueda. Su función no es la de un partido único totalitario y de Estado. Muy al contrario, el partido seguirá siendo la expresión de una parte de la clase y su razón de ser tenderá a desaparecer conforme la conciencia socialista vaya haciéndose cosa propia del conjunto de la clase.
CONCLUSIÓN
La inadecuación entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas llegó a tal grado de agudización en el período de la Primera Guerra Mundial que desde entonces y hoy aún más aparece el carácter embaucador de ideologías que corresponden a relaciones sociales totalmente caducadas. Todo esto obliga a la burguesía a emplear todo un arsenal de embustes y mistificaciones con objeto de desviar a las luchas obreras de su verdadero objetivo.
Las diferencias entre nuestra época y el período ascendente del capitalismo ejercen una influencia fundamental en la unidad entre teoría y la práctica, reforzándola, precisamente porque el desarrollo de las condiciones objetivas permite la revolución comunista.
Y como en período de decadencia del capitalismo, la revolución comunista se ha vuelto posibilidad objetiva y que la práctica de las luchas se va radicalizando en ese sentido, la teoría tiende cada vez más a comprender el objeto primero de su análisis: la conciencia de clase como unidad real de ambas – teoría y práctica – afianzándose en su proceso que no es sino el proceso del ser consciente. Ese reforzamiento de la unidad entre el ser social del proletariado y su teoría se plasma, a todo lo largo de la historia de la clase obrera en este periodo de decadencia, en la aparición de organizaciones revolucionarias de la clase que se dan como objetivo no ya la mejora de las condiciones de existencia del proletariado dentro del sistema capitalista, sino poner en evidencia la necesidad para la clase obrera de destruir el modo de producción capitalista por la violencia, y la toma del poder político con sus organizaciones autónomas.
En el período ascendente del capitalismo las minorías revolucionarias sólo podían surgir en un marco limitado, en el de la organización permanente del proletariado en partidos de clase o sindicatos en una lucha por reformas reales y duraderas. Hoy en día, cualquier forma permanente de organización de la clase está condenada sin remedio o bien a quedar integrada en la contrarrevolución o a desaparecer; en cuanto a las minorías revolucionarias, éstas no se limitan simplemente a teorizar lo adquirido en las experiencias proletarias, sino que además su práctica en el seno de la lucha de clases puede ser un auténtico factor de transformación y de esclarecimiento de la perspectiva histórica de la lucha. La teoría ya no sólo tiende entonces a realizarse en la práctica, sino que la realidad misma tiende a integrar y va integrando el pensamiento, es decir que el proletariado va apropiándose de nuevo la teoría al tomar conciencia, tras una lucha, de las fronteras de clase como de una experiencia adquirida en su pasado histórico.
El programa revolucionario no es, pues, un simple conjunto de posiciones más o menos flexible según las variaciones de la actualidad, sino que es algo tejido con el hilo histórico que une los deferentes momentos en que el proletariado ha irrumpido como clase pensante y actuante de y hacia su misión histórica, la destrucción del capitalismo.
La intervención de los revolucionarios no representa otra cosa sino el esfuerzo del proletariado para alcanzar la conciencia de sus verdaderos intereses con el fin de ir más allá de la simple comprobación empírica de fenómenos particulares, buscándoles la relación con los principios generales surgidos de la experiencia histórica.
Insistir constantemente en las fronteras de clase y esclarecer con cada vez mayor profundidad la meta histórica de la clase obrera no es, en fin de cuentas otra cosa que la concreción de la necesidad para la clase de tomar plena conciencia de su propia práctica; la existencia de organizaciones revolucionarias es consecuencia de esa necesidad. Al preceder y a la vez completar la conquista del poder por la clase obrera uy sus Consejos, la toma de conciencia anuncia un modo de producción en el cual los hombres, por fin dueños de las fuerzas productivas, las desarrollarán con pleno conocimiento para que de una vez termine el reino de la necesidad y empiece el de la libertad.
J.L. Julio de 1976.
[1] Hoy, tiempo de revolución social y en que el proletariado vuelve a la escena de la historia, la intervención es tanto más vital por el medio siglo de contrarrevolución y de confusión que ha venido pesando sobre la lucha de clase obrera, falsificándose burdamente la teoría revolucionaria, lo que ha ido arrastrando a algunos grupos hacia las aguas putrefactas de aquella; lo que exige a las minorías revolucionarias actuales una clarificación teórica indispensable con vistas a una práctica organizada dentro de las luchas.
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1.- El capitalismo se hunde progresivamente en la crisis a través de un movimiento de oscilación cada vez más caótico y la recesión brutal. Si, en cada uno de estos vaivenes, los países más poderosos pueden concederse un breve respiro llamado pomposamente "recuperación", es a costa de las economías más débiles que, una tras otra, en un movimiento de la periferia al centro, del tercer mundo a las metrópolis industriales, se ven sumidas en un caos irremediable. En Europa, el débil capital portugués fue el primero en verse afectado de esta manera. Ahora, en medio de un capitalismo adormecido por el dulce clamor de la "recuperación", a Italia le ha tocado ser el "enfermo". Decenas de miles de millones de dólares de deuda, una inflación con aspecto "sudamericano", una moneda que no deja de hundirse, una productividad que no hay medida que pueda dejar de caer: el "milagro italiano" se ha convertido en una pesadilla para la burguesía.
2 - En la actualidad, las condiciones de este famoso "milagro" no sólo se han agotado por completo, sino que se han convertido parcialmente en desventajas adicionales para el capital italiano. El relativo éxito del capital italiano en la segunda posguerra, que enmascaraba el hecho de que seguía siendo estructuralmente débil y altamente dependiente del capital extranjero, se basaba en gran medida en la existencia en el propio país de un gran sector agrícola atrasado que constituía una reserva masiva de mano de obra barata. Gracias a la explotación de esta mano de obra, el capital italiano pudo aprovechar el periodo de reconstrucción para conquistar importantes mercados en Europa, sobre todo en el ámbito de los bienes de consumo (coches, ropa, electrodomésticos). A esta condición favorable hay que añadir la inexistencia para Italia de un problema colonial que podría haber obstaculizado el desarrollo y la competitividad de otros países europeos competidores (Francia, Portugal, España, Bélgica).
La solución de los problemas coloniales de los demás países supuso el fin de la ventaja de Italia en este aspecto, al tiempo que se acumulaban crecientes dificultades en su economía. En particular, en un momento en que un mercado internacional cada vez más reducido ya no podía absorber la producción de esta economía, el atrasado sector agrícola se convirtió en una reserva de desempleados a cargo del Estado, mientras seguía siendo incapaz de abastecer las necesidades alimentarias de la población, convirtiéndose así en una pesada carga para el capital italiano. Además, el rápido desarrollo de la producción industrial de posguerra en un país en el que el subdesarrollo seguía teniendo una fuerte impronta había creado una serie de desequilibrios internos y factores de inestabilidad a nivel económico, social y político. Por eso, a diferencia del capital inglés, por ejemplo, donde los efectos de una crisis severa son amortiguados por todos los mecanismos que la burguesía más antigua ha puesto en marcha desde hace más de un siglo, el capital italiano es actualmente uno de los más impotentes de Europa frente a la crisis.
3 - Estas debilidades del capital italiano se tradujeron en el plano social por el desarrollo de un movimiento de luchas de clase que, desde el "mayo rampante" de 1969, situó al proletariado de Italia en primera línea del proletariado mundial por la profundidad y la extensión de sus luchas[1] y que, a partir de entonces, constituyó un hándicap adicional para este capital. En el plano político, estas debilidades se manifestaron en una sucesión de crisis gubernamentales que, si no consiguieron perturbar gravemente el "Boom" del periodo de reconstrucción, se convirtieron en un obstáculo adicional para cualquier intento de recuperación económica cuando llegó la crisis aguda. En la raíz de esta vulnerabilidad del aparato político del capital italiano está el envejecimiento, el desgaste y la creciente corrupción del partido dominante, la Democracia Cristiana, que, apoyándose en los sectores más anacrónicos de la sociedad italiana y enfrascada en un ejercicio casi solitario del poder desde hace 30 años, es cada vez menos capaz de gestionar la capital nacional. Esta deficiencia del aparato político está en el origen de una "dejadez" generalizada en el seno de la institución estatal que, en un momento en que la situación exige su intervención decidida en la economía nacional, se muestra de hecho cada vez más impotente.
4 - A pesar de este cúmulo de debilidades, el capital italiano cuenta con una baza de primer orden que, si no puede conseguir hoy un nuevo "milagro", constituye uno de sus últimos recursos: el Partido "Comunista" (P.C.I.).
Con más de un millón de afiliados, un electorado de 12 millones y una organización muy estructurada, el P.C.I. es la mayor fuerza política de Italia, el partido estalinista más poderoso de Occidente y uno de los principales partidos políticos de toda Europa. Con su control altamente eficaz sobre los trabajadores, en particular a través de la principal central sindical italiana, la C.G.I.L., el P.C.I. ha adquirido también una experiencia considerable en la gestión de los "asuntos públicos" al frente de las ciudades más importantes de Italia y de un número significativo de regiones.
Continuando la labor inaugurada por la movilización, a través de la "resistencia" del proletariado italiano en la Segunda Guerra Mundial, así como por su supervisión y represión (el compañero ministro Togliatti no dudó en hacer fusilar a los trabajadores cuando estaba en el gobierno) al servicio de la "reconstrucción nacional", el PCI se ha distinguido, sobre todo desde 1969, por un eficaz apoyo a su capital nacional. Ya sea por una gestión "sana" de los municipios y regiones que controla, por un apoyo discreto a la política gubernamental (desde hace varios años la mayoría de las leyes, incluso algunas de las más represivas, adoptadas por el Parlamento han sido votadas por el PCI) o por su actividad de mantenimiento del orden en las empresas, este "partido de la clase obrera" ha demostrado un "alto sentido de sus responsabilidades"... capitalistas. En este último ámbito, demostró, a partir de 1969, una gran habilidad para recuperar e integrar en el sindicalismo oficial los organismos extra sindicales e incluso antisindicales surgidos del "mayo rampante". Mediante la organización de "jornadas de acción" desmovilizadoras, la asunción por su correa de transmisión sindical de diversos movimientos de "autorreducción" de los alquileres y las tarifas públicas, la agitación del "peligro fascista" y el planteamiento de una perspectiva de participación gubernamental presentada como la que debe sacar al país de la mala situación en la que se encuentra, el PCI ha conseguido hasta ahora desviar el creciente descontento de los trabajadores y canalizarlo hacia vías muertas.
5 - Si la política de "oposición constructiva" del PCI ha permitido durante varios años evitar una catástrofe aún mayor para el capital italiano, la situación actual pone a la orden del día, y de forma urgente, una participación mucho más directa de este partido en la gestión nacional. De hecho, la perspectiva de la entrada del PC en el gobierno no puede constituir indefinidamente un factor de temporalización de la lucha de clases si su plazo se pospone continuamente. El draconiano plan de austeridad indispensable para frenar la marcha de la economía italiana hacia la bancarrota no tiene ninguna posibilidad de ser tolerado por la clase trabajadora si no lo aplica un gobierno en el que tenga la impresión de que sus intereses están directamente representados. Y sólo el PCI está en condiciones de aportar esta coloración "obrera" mediante una presencia efectiva en el seno de esta institución: una prolongación demasiado grande del apoyo extra gubernamental del PCI a una política de "austeridad" correría el riesgo de hacer que la impopularidad de dicha política se reflejara en ella, sin que pudiera agitar el mito de la "victoria obrera" constituida por la presencia de los “compañeros” en la dirección del Estado.
En términos más generales, la adhesión del P.C.I. a un papel gubernamental reforzaría significativamente al Estado italiano no sólo en su función de mistificar a los trabajadores sino también en su capacidad de asumir todas sus tareas. Presentándose como el paladín del "orden", de la "moral" y de la "justicia social", el P.C.I. es, en el espectro político, el partido menos vinculado a la defensa de los pequeños intereses particulares, más o menos parasitarios, de una "clientela" y, por tanto, el que está mejor dotado hoy en día para anteponer realmente los intereses generales del capital nacional a esos intereses y privilegios particulares. En particular, es el único que puede contribuir eficazmente a la puesta en marcha de medidas de capitalismo de Estado impuestas por la profundidad de la crisis y que, en un país donde el sector estatal ya es dominante en la economía, requieren en primer lugar una restauración de la autoridad del propio Estado. Es el único que puede presentar estas medidas necesarias de defensa del capital como "grandes victorias" para la clase obrera y convertirlas así en eficaces instrumentos de mistificación, pero, además, este "Estado fuerte" que el PCI exige y que se propone explícitamente ayudar a establecer es la condición primordial para el restablecimiento del "orden" en las calles y en las fábricas y, por tanto, para el aumento de la explotación de la clase obrera.
6 - La extrema vulnerabilidad del capital italiano, a la vez que pone en el orden del día la adopción de medidas de emergencia a nivel interno, lo sitúa al mismo tiempo bajo una dependencia muy grande de los demás países de Europa y del bloque imperialista de tutela: el de los EE.UU. Esto explica que, desde hace ya muchos años y cada vez más en la actualidad, el PCI se haya distanciado oficialmente de sus vínculos con la U.R.S.S. y se haya convertido en el defensor de sus propios intereses, defendiendo la C.E.E.[2] así como la permanencia de Italia en la OTAN. Además, perfectamente consciente de que el bloque occidental no podía aceptar una posición dominante al frente del gobierno de un PCI, aunque fuera un abierto defensor de la C.E.E. y de la OTAN, este partido centró toda su perspectiva en el "compromiso histórico" (alianza PC-PS-DC) en el que sería minoritario, y no en una alianza de la izquierda sola, que dominaría masivamente. En este sentido, se diferencia de los PC franceses y portugueses, que pueden contar con una alianza con el PS en la medida en que, en sus respectivos países, son menos fuertes que éste y sólo jugarían un papel secundario en la "unión de la izquierda". Aunque la participación de los PC en el gobierno se hace absolutamente imprescindible en algunos países de Europa Occidental, lo único que puede permitir el bloque americano es una participación minoritaria: la expulsión, tras la presión masiva de los países occidentales, del PC portugués de un poder que ejercía casi en solitario es otra ilustración convincente.
Los partidos comunistas son ante todo partidos del capital nacional y es como tal que, en la división del mundo en bloques imperialistas en relación con los cuales cada capital nacional debe determinarse, representan la fracción de este más favorable a una alianza con la URSS o a una mayor independencia de los EEUU. También por eso, si las opciones originales de los PC en la política internacional entran en conflicto con una defensa coherente y eficaz de los intereses capitalistas nacionales, es necesariamente en detrimento de estas opciones que los PC orientan su política y esto tanto más cuanto que el país es débil y por lo tanto dependiente del bloque imperialista de tutela. Este es el caso, en particular, del PC, que, debido a la extrema dependencia del capital italiano de los EE.UU. desde el final de la Segunda Guerra Mundial, siempre ha estado a la vanguardia del "policentrismo", de la independencia de la URSS y del "eurocomunismo". Sin embargo, esta orientación de la política de los partidos estalinistas no puede considerarse definitiva y en diferentes condiciones de la relación de fuerzas entre los bloques imperialistas estos partidos serían los más propensos a "revisar" sus posiciones en la arena política nacional para inclinar la balanza en su país a favor del bloque ruso. Por ello, el bloque occidental no puede tolerar el establecimiento de gobiernos dominados por el PC, aunque sean momentáneamente leales, pero que en otras circunstancias podrían inclinar su país hacia el otro bloque.
7. A pesar de la urgencia de la participación del PC en el poder, a pesar de su "realismo" y flexibilidad tanto en la política exterior como en la interior, el capital italiano experimenta hoy las mayores vacilaciones y dificultades para jugar esta carta fundamental. La razón principal es la enorme presión ejercida por el gobierno estadounidense y, en consecuencia, por los gobiernos de los principales países de Europa Occidental -incluido el gobierno francés, que abandona cada vez más la "independencia" del gaullismo- contra cualquier solución de este tipo. Importantes sectores de la burguesía estadounidense, los llamados "liberales", ya han comprendido la inevitabilidad del acceso del PC a las responsabilidades gubernamentales. En particular, se han dado cuenta de que un aliado sumido en el caos total no es el más adecuado para desempeñar eficazmente sus funciones dentro del bloque, tanto económica como militarmente. La actual administración yanqui también lo ha entendido a la hora de presionar a la burguesía española para que abandone las estructuras políticas heredadas del franquismo, cada vez más incapaces de hacer frente al deterioro de su situación económica y social interna, ya que la "democratización" que se propugna en España no implica necesariamente la entrada del PCE en el gobierno. Pero en lo que se refiere a Italia, este equipo sigue empeñado en una política de resistencia resuelta a cualquier fórmula gubernamental que incluya el PCI: ya sea en nombre de la "defensa de la democracia" o de la Alianza Atlántica, agita ostensiblemente y en voz alta la amenaza de represalias económicas para disuadir a la burguesía italiana de recurrir a dicha fórmula. Así, se ilustra vivamente uno de los componentes de la crisis política de la burguesía frente a la crisis de su economía: la contradicción entre el carácter fundamentalmente nacional de los intereses del capital y la necesidad de fortalecer los bloques en medio de las crecientes tensiones Inter imperialistas. Por el momento, y mientras no se cuestione la propia supervivencia del capitalismo, los bloques tienden a anteponer sus intereses generales inmediatos, es decir, sobre todo los de la potencia dominante, a las dificultades particulares de las capitales nacionales que los componen, a veces en detrimento de sus intereses futuros.
8. En la propia Italia, la oposición a cualquier papel gubernamental del PCI, orquestada por los Estados Unidos, encuentra decididos aliados en los estratos más anacrónicos del capital italiano, los que pueden verse más afectados por la reordenación política y económica propugnada por el PCI y que, tras el M.S.I., se agrupan en el ala derecha de la Democracia Cristiana encabezada por Fanfani. Pero esta oposición sólo ha podido resultar decisiva hasta ahora porque capas muy importantes de la burguesía italiana siguen desconfiando enormemente de un PCI cuyos giros democráticos y atlantistas no han permitido olvidar que pertenece a una categoría particular de partidos del capital: aquellos que son los más decididos portadores de la tendencia general al capitalismo de Estado y que siempre son capaces, si la situación se presta a ello, de eliminar a todas las demás fracciones de la burguesía vinculadas a la propiedad individual tanto en lo económico (propiedad estatal del capital) como en lo político (partido único). Aunque estos sectores decisivos del capital italiano, de los que el antiguo "patrón de patrones" Giovanni Agnelli[3] es un representante significativo, se han convencido de la necesidad de la entrada del PC en el gobierno, intentan obtener de él las máximas garantías previas contra cualquier evolución "totalitaria" a su costa.
9 - Las recientes elecciones italianas no han alterado fundamentalmente esta situación. Al mantener las posiciones electorales de una Democracia Cristiana desgastada y desacreditada, han puesto de relieve la importancia de la resistencia a la llegada del IPC al gobierno, en la medida en que la DC, bajo el liderazgo de Fanfani, había centrado su campaña contra tal eventualidad.
Sin embargo, al tiempo que alarmaba aún más a los sectores más retrógrados de la burguesía, el fortísimo empuje del PCI ha demostrado vivamente a esta clase la inevitabilidad de un "compromiso histórico" u otra fórmula de participación de este partido en el gobierno. La bipolarización generada por la confrontación electoral no provocó, en contra de las esperanzas de la derecha DC, una ruptura irremediable entre los dos grandes partidos del aparato político del capital italiano. Al descartar toda posibilidad de recurrir a las fórmulas de "centroizquierda" utilizadas hasta hace poco, esta evolución electoral ha mostrado al conjunto de la burguesía italiana el camino que debe seguir: el de una alianza entre sus dos grandes partidos. Este es el sentido de los acuerdos entre los partidos del "arco constitucional" para el reparto de una serie de cargos parlamentarios que, en el marco de las instituciones italianas, son de hecho ramas del ejecutivo.
Estos acuerdos, un nuevo paso en el camino del "compromiso histórico", son la traducción del hecho de que las necesidades objetivas del conjunto del capital nacional deben, al final, prevalecer sobre las resistencias opuestas por tal o cual fracción del mismo. Sin embargo, la lentitud con la que se está poniendo en marcha esta solución es una manifestación del peso todavía muy importante de estas resistencias, que las recientes elecciones no han permitido superar. De hecho, si por un lado estas elecciones clarificaron el juego político italiano y mostraron claramente a la clase dominante la dirección a seguir, también le ataron en parte las manos: brillantemente reconquistada en su supremacía sobre el programa, más capaz de asegurar su éxito electoral de rechazar el "compromiso" con el PC, la DC no puede por el momento renegar de todas sus promesas electorales y comprometerse plenamente con dicho compromiso.
La situación creada por las elecciones italianas pone de manifiesto que los mecanismos electorales y parlamentarios, si bien siguen siendo instrumentos eficaces de mistificación de la clase obrera en los países más desarrollados, también pueden actuar como un obstáculo para que el capital nacional adopte las medidas más adecuadas para la defensa de sus intereses. Como expresión de la decadencia del modo de producción capitalista inaugurada por la Primera Guerra Mundial, la tendencia general al capitalismo de Estado, que ya había vaciado al Parlamento de todo poder real en beneficio del Ejecutivo, tiende cada vez más a entrar en conflicto con los vestigios de democracia parlamentaria burguesa heredados de la fase ascendente de este sistema, particularmente en los países más débiles donde esta tendencia general se ejerce con mayor fuerza.
10 - La llegada al poder del PCI es inexorable, pero el retraso con el que probablemente se produzca esta llegada es una manifestación más de las contradicciones insolubles en las que se debate el capitalismo, cuya única defensa coherente sólo puede ejercerse a nivel nacional, pero que, dentro de cada nación, particularmente en su ámbito occidental, permanece dividido en una multitud de intereses contradictorios. En particular, el hecho de que la burguesía italiana no recurra ahora a este partido para tareas de gobierno no puede interpretarse como el resultado de un plan maquiavélico de la burguesía para jugar la carta del P.C.I. lo más tarde posible, cuando la situación económica y social se haya deteriorado aún más. Aparte de que la burguesía, atrapada en sus propios prejuicios de clase, es generalmente incapaz de tener una visión a largo plazo de la defensa de sus intereses, no puede encontrar ninguna ventaja hoy en Italia en retrasar más la adopción de las medidas económicas y políticas de "salvación nacional" que exige la situación y que implican la aplicación del "compromiso histórico". Cuanto más se retrasen estas medidas económicas, más difícil será la recuperación del capital italiano, incluso con un PCI en el poder. Asimismo, a la burguesía no le interesa esperar a que la lucha de clases se desarrolle plenamente para dotarse de los medios de mistificación y de encuadramiento más adecuados para afrontarla con éxito. Las medidas "en caliente" son siempre menos eficaces que las preventivas, en el sentido de que son menos elaboradas que éstas y que la inestabilidad que las provocó nunca puede ser totalmente reabsorbida. Presentada en todas las circunstancias como una "victoria obrera", la llegada al poder de la izquierda como respuesta a una movilización masiva de la clase tiende a anclar en la clase la idea de que "la lucha paga", mientras que todos los esfuerzos de la burguesía pretenden demostrar lo contrario.
Estas contradicciones estructurales del capital, que le obligan a seguir una política pragmática y a corto plazo respecto a la clase obrera, constituyen un factor muy favorable para ésta en su enfrentamiento decisivo con el orden social existente. Sin embargo, todos estos antagonismos en el seno de la propia clase dominante, tanto a nivel nacional como internacional, no deben hacer olvidar a la clase revolucionaria que, frente a ella, la burguesía manifiesta una unidad fundamental que puede reforzar en los momentos más decisivos para salvaguardar, incluso sacrificando importantes fracciones de sí misma, lo que sigue siendo esencial: el mantenimiento de las relaciones de producción capitalistas. En particular, los trabajadores deben rechazar hoy cualquier idea de utilizar los enfrentamientos dentro de la propia clase dominante apoyando a tal o cual fracción de la misma contra otra: la democracia contra el fascismo, el capital estatal contra el capital privado, esta nación contra otra, etc. Durante más de medio siglo, tales "tácticas" nunca han conducido a un debilitamiento del capitalismo, sino que siempre han llevado a la destrucción de la autonomía y la unidad de la clase obrera y, en última instancia, a su aplastamiento.
11 - En Europa, Italia ocupa una posición de extrema importancia tanto desde el punto de vista de su situación geográfica, como del peso de su economía y del alto grado de combatividad de su clase obrera, contra la que la burguesía dispone de un arsenal muy desarrollado. Además, el proletariado de este país es uno de los que, desde la primera guerra mundial, tiene una experiencia más rica tanto desde el punto de vista práctico como político y teórico (Labriola, Bordiga, Izquierda Italiana).
Durante un tiempo, Portugal ocupó un lugar importante como campo de pruebas de las distintas "soluciones" burguesas a la crisis. Con el empeoramiento de su situación económica, política y social, España se confirmó entonces como uno de los eslabones débiles del capitalismo, tanto por la fuerza de los enfrentamientos sociales como por el retraso de la burguesía en poner en marcha los mecanismos adecuados para limitar y desviar estos enfrentamientos. Con el repentino surgimiento de la crisis en Italia, el eje de la situación sociopolítica actual en Europa pasa por este país.
Por todo un tiempo, este eje pasará por España e Italia. De los acontecimientos del primer país, que la burguesía europea utilizará al máximo para promover sus mistificaciones antifascistas, los revolucionarios y la clase en su conjunto tendrán que aprender todo lo posible. Sin embargo, a medida que la crisis y la lucha de clases se desarrollen, la situación en Italia tenderá a pasar a primer plano, ya que es a la vez el país donde, ya desde 1969, la lucha de clases ha alcanzado uno de los niveles más altos y cuyas características generales se asemejan mucho a las de las grandes metrópolis capitalistas de Europa. En este sentido, la experiencia que surgirá de los próximos enfrentamientos sociales en este país será de extrema importancia tanto para la burguesía como para el proletariado de estas metrópolis y su vanguardia.
12 - Una de las características que se pueden extraer del conjunto de la situación actual, y de la que Italia es uno de los ejemplos más significativos, por el hecho mismo de ser uno de los países en los que la lucha de clases ha alcanzado su nivel más alto, es la existencia de una enorme brecha entre la profundidad de la crisis política de la burguesía, reflejo de su crisis económica, y el grado aún muy limitado de movilización y conciencia de la clase obrera. Este contraste es particularmente claro en Italia, donde las primeras manifestaciones de la crisis habían provocado una respuesta general del proletariado en 1969 que había sacudido a gran escala el marco sindical, y donde la actual gravedad de la crisis sólo provoca reacciones mucho más limitadas por parte de los trabajadores, totalmente canalizadas por los sindicatos.
La causa de esta discrepancia radica en el peso de las mistificaciones que la izquierda y los izquierdistas desarrollaron sistemáticamente en el seno de la clase obrera al presentar la llegada al poder de esta izquierda como una solución a la crisis, que supuestamente traería a los trabajadores las "victorias" que no habían podido obtener en las luchas económicas; mistificaciones posibilitadas por la dificultad experimentada por la clase para liberarse de la contrarrevolución más profunda de su historia. En Italia, el papel de los izquierdistas, sobre todo los agrupados en el cartel electoral de la "democracia proletaria", fue especialmente importante. A través de su "antifascismo de izquierda", más "radical" que el del PCI, su manejo "responsable" de los elementos de la clase (especialmente los desempleados) que tienden a escapar del control de este partido y de los sindicatos, y su propuesta de una "alternativa obrera" (gobierno PS-PC-Izquierda), cumplieron brillantemente su tarea como auxiliares de la izquierda del capital. Lo que la evolución de la situación en Italia en los últimos 7 años ha demostrado es que, lejos de ser una expresión de la conciencia de clase, el desarrollo de las corrientes de izquierda, como la aparición de granos en ciertas enfermedades eruptivas, es la manifestación de la secreción por parte del organismo capitalista de anticuerpos contra el virus de la lucha de clases. A medida que la lucha de clases se desarrolle en todos los países, estos anticuerpos se desarrollarán paralelamente, en particular para hacer volver a la izquierda oficial, a través de todas las políticas de "apoyo crítico", a los elementos de la clase que se apartan de ella.
Este desfase entre el nivel de la crisis y el de la lucha de clases no puede prolongarse indefinidamente: hoy, en un momento en que la izquierda ya no puede contentarse con asumir su función capitalista en la oposición, sino asumiendo directamente las responsabilidades gubernamentales, las condiciones están madurando para que desaparezca. Si, al principio, los gobiernos de "izquierda" permitirán un mejor encuadramiento de la clase al servicio del capital, su inevitable bancarrota económica y las medidas anti obreras cada vez más violentas que una crisis sin salida les obligará a tomar, barrerán las mistificaciones que aún oscurecen la conciencia de los proletarios.
CCI 23-7-1976
[1] Ver nuestra Serie sobre el Otoño Caliente de 1969 en https://es.internationalism.org/revista-internacional/201002/2773/el-otono-caliente-italiano-de-1969-i-un-momento-de-la-recuperacion [67] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/201012/3005/el-otono-caliente-italiano-de-1969-ii-un-momento-de-la-reanudacion [68]
[2] Actualmente la Unión Europea.
[3] Presidente de la empresa automovilística FIAT durante muchos años
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En una carta reciente, las librerías "Contra a corrente" del grupo “Combate” en Portugal nos informan de su decisión de dejar de vender publicaciones de la CCI. No es práctica de la CCI entrar en tales detalles en las páginas de sus publicaciones. Sin embargo, no compartimos el desprecio mostrado por los "modernistas" por lo que llaman "preocupación por la mercancía política". Por el contrario, creemos que la difusión más amplia posible de la prensa revolucionaria es una contribución importante a la clarificación y, por lo tanto, constituye una preocupación política básica. Además, mientras los grupos revolucionarios permanezcan compuestos por pequeñas minorías, sería difícil para ellos asumir plenamente sus publicaciones sin una cierta contraparte, a menudo pequeña, a través de las ventas. Pero si hablamos de la carta de “Combate” aquí, es para plantear abiertamente la pregunta: ¿por qué “Combate” tomó la decisión de cerrar sus librerías para nosotros? En la carta sólo encontramos una negativa, no una explicación.
A nivel puramente práctico, podemos ver que las publicaciones revolucionarias, dado el reflujo de la lucha, ya no se venden tan bien hoy en Portugal como lo hicieron durante el período 1974-75. Nos pareció necesario reducir el número de envíos (una decisión que se tomó entre “Combate” y los camaradas de la CCI que fueron a Portugal este verano). Pero eliminar todas las ventas es otra cosa. Sólo una librería burguesa podría decir como único criterio: si sus publicaciones no se venden rápidamente y en cantidades suficientes, no tenemos ningún interés en perder el tiempo con ustedes. Sin embargo, las librerías "Contra a corrente" de Oporto y Lisboa están en manos de un grupo que quiere ser revolucionario, interesado en hacer que las ideas de las corrientes comunistas sean más accesibles entre los trabajadores. Por lo tanto, nos parece que cualquier hipótesis "práctica" como explicación de la decisión debe ser rechazada.
Políticamente, la CCI nunca ha ocultado sus críticas al grupo “Combate”, ni cara a cara cuando tuvimos la oportunidad de reunirnos con estos camaradas, ni por escrito en nuestra prensa. A pesar de todas sus debilidades y confusiones destacadas en el artículo "Sobre Combate" en la Revista Internacional n° 7[1], siempre hemos considerado a “Combate” como uno de los únicos grupos en Portugal que defiende las posiciones de clase: la denuncia de las mistificaciones del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas), del aparato sindical y la izquierda del capital, así como la defensa de las luchas autónomas de los trabajadores y el internacionalismo proletario. Por eso nos pusimos en contacto con “Combate” y pusimos en contacto a activistas de otros países con ellos. Pero la principal debilidad de “Combate”, a saber, su falta de claridad sobre la necesidad de formar una organización sobre la base de una plataforma política coherente, los llevó inevitablemente a un cierto localismo, un apoyo ambiguo a las experiencias "autogestionarias", una creciente confusión sobre la orientación de las tareas de los revolucionarios. Finalmente, hemos encontrado que, si “Combate” continúa teorizando sus errores, "no puede resistir por mucho tiempo la terrible contradicción a la que está sometido entre sus propios principios revolucionarios de partida y la terrible presión de la ideología burguesa que ha permitido penetrar en su seno al negarse a dar a sus principios una base clara y coherente basada en las lecciones de la experiencia histórica de la clase”. ( Revista Internacional, n°7)
Todas nuestras apreciaciones sobre “Combate” son parte de un esfuerzo por contribuir a la clarificación de las posiciones revolucionarias en la clase obrera. ¿Debemos creer que “Combate” tiene la piel tan cosquilleada que las críticas la llevan a cerrar la puerta a la CCI? Trabajamos para confrontar ideas solo con grupos que están en el campo proletario, a pesar de todas las posibles confusiones dentro de ellos. No polemizamos con el estalinismo, el trotskismo o el maoísmo; los denunciamos pura y simplemente como armas ideológicas del capital. Y no nos sorprende cuando las librerías bajo control estalinista o trotskista (directa o indirectamente) rechazan nuestras publicaciones o cuando los trotskistas, como los de una librería de Boston, nos devuelven nuestras revistas después de haber tenido cuidado de romper artículos sobre Vietnam de antemano. No es posible pedirle “democracia” a la burguesía. Pero ¿Combate” también utiliza medidas administrativas para el ajuste de desacuerdos políticos?
A través de las discusiones que tuvimos con “Combate”, se desprende que “Combate” reprocha a la CCI el tener una fijación con la necesidad de crear una organización internacional sobre la base de posiciones de clase claras y precisas. Seríamos, según algunos de sus miembros, un vestigio de la "vieja concepción" de una organización revolucionaria, introvertida, sectaria e incapaz de "abrirnos a las nuevas contribuciones de la lucha", especialmente en Portugal. Lamentamos que nuestra intransigencia sobre las posiciones políticas de clase y nuestra preocupación por el reagrupamiento internacional de los revolucionarios no resuene en “Combate”. También lamentamos que “Combate” parezca encontrar mucho más interés en grupos caracterizados sobre todo por la vaguedad política y la búsqueda de "novedades" como la "autogestión" de “Solidaridad” en Gran Bretaña u otros libertarios sin una definición política clara. Pero ¿hay que concluir que no hay peor demagogo que aquellos que dicen ser "libertarios" hasta el momento en que las diferencias los llevan a tomar medidas represivas? Acusarnos de sectarismo nos parece una coartada fácil.
Hay que recordar que las librerías "Contra a corrente" no sólo distribuyen la prensa revolucionaria. Uno puede entender que es imposible dirigir una librería en el mundo capitalista de hoy con el único apoyo de la prensa comunista. Como resultado, en "Contra a corrente" se venden publicaciones de todo tipo: psicología, novelas, libros de Stalin y Mao, textos de trotskistas, así como publicaciones de Solidaritv, CWO y de la CCI, en portugués y otros idiomas. ¿Debemos entender que la clase obrera en Portugal necesita leer las elucubraciones de la contrarrevolución bajo la pluma de estalinistas o trotskistas, pero que debe ser "protegida" de la CCI que desaparecerá de las librerías de “Combate”? ¿Puede la canalla estalinista encontrar un lugar para difundir sus mistificaciones y, en cambio, una voz de revolucionarios ser censurada? Habría entonces que poner en la puerta de las librerías "Contra a corrente": "¡No hay peor enemigo de la clase obrera que la CCI y es por eso que no encontrarán su prensa aquí"!
Lo que está en juego en esta discusión no es simplemente la difusión de la CCI. En cualquier caso, nuestra prensa se distribuirá en Portugal. Pero todo esto no es digno de los esfuerzos de los elementos que hoy buscan el camino de la revolución. Es espantoso que “Combate” tome tales decisiones sin ninguna explicación. Actualmente hay demasiados grupos que dicen ser revolucionarios, pero se erigen como "jueces censores" del movimiento obrero: la CWO es un ejemplo flagrante de esto con su desafortunada convicción de que todos aquellos que no están de acuerdo con ellos son contrarrevolucionarios. Es necesario luchar contra esta tendencia a establecer las fronteras de clase cada uno a su antojo y para las necesidades de su capilla. Hoy, cuando la clase obrera debe tener una clara orientación política para poder actuar a tiempo ante la crisis del sistema, cuando finalmente, después de 50 años de triunfo de la barbarie de la contrarrevolución, hay una apertura en la historia, es lamentable que grupos revolucionarios como “Combate” se contenten con posiciones políticas confusas y caigan tan fácilmente en medidas represivas contra otras corrientes políticas, medidas que sólo pueden recordar los "buenos viejos tiempos" de los estalinistas.
Por lo tanto, pedimos abiertamente a “Combate” que reconsidere estas medidas para suprimir la venta de nuestra prensa y revertir esta decisión aberrante.
La CCI
30 de noviembre de 1976
LIVRARIA CONTRA-A-CORRENTE
Oporto, 9 de septiembre de 1976
Queridos camaradas:
Hace unos días, en una reunión, las librerías Contra a Corrente (Oporto y Lisboa) decidieron dejar de vender R.I. y todas las demás publicaciones de su Corriente; para el futuro sólo queremos recibir dos números para los archivos; pronto, intentaremos pagar lo que hemos vendido.
[1] Ver https://es.internationalism.org/content/4687/acerca-de-combate [73] Este artículo fue escrito durante el verano, antes de que la carta de “Combate” fuera enviada y publicada después de que fuera recibida. Por lo tanto, no juega un papel particular en el asunto de las librerías, excepto como un resumen general de las discusiones y críticas
Cuando se habla de la oposición revolucionaria a la degeneración de la Revolución Rusa o a la de la Internacional Comunista, se suele entender, por lo general, que se hace referencia a la Oposición de Izquierda dirigida por Trosky y otros líderes bolcheviques. Es más, la crítica totalmente inadecuada de ambas -hecha con mucho retraso por aquéllos que jugaron un papel activo en esa degeneración- es considerada como el principio y el fin de toda oposición, tanto dentro de Rusia como de la Internacional. Sin embargo, la crítica mucho más profunda y consecuente llevada a cabo por los “Comunistas de Izquierda” bastante antes de formarse la Oposición de Izquierdas en 1923, o es ignorada o se describe como los delirios de lunáticos sectarios alejados de la “realidad”. Esta deformación del pasado es simplemente una expresión de la amplia influencia de la contrarrevolución que se impuso tras años de lucha revolucionaria que concluyeron en los años veinte. Esta manipulación de la realidad va a servir siempre a los intereses de la contrarrevolución capitalista para ocultar o deformar la historia y las tradiciones genuinamente revolucionarias de la clase obrera y sus minorías comunistas. La burguesía intenta de esta forma oscurecer la naturaleza histórica del proletariado, de la clase destinada a llevar a la humanidad al reino de la libertad.
Contra esta deformación del pasado los revolucionarios deben afirmar y examinar las luchas históricas del proletariado, no por el interés propio de los recopiladores de la historia sino porque la experiencia pasada de la clase proletaria forma parte, con sus actividades presentes y futuras, de una cadena sin solución de continuidad y porque únicamente comprendiendo el pasado se puede comprender el presente y aproximar el futuro. Pretendemos que este trabajo, sobre la Izquierda Comunista en Rusia, ayude a arrancar un capítulo importante de la historia del movimiento comunista de las deformaciones con las que ha sido narrada por la historiografía burguesa, ya sea ésta académica o izquierdista. Pero sobre todo, esperamos que ayude a aclarar algunas de las lecciones de las luchas, derrotas y victorias de la Izquierda Rusa, lecciones que tienen un papel vital en la reconstitución del movimiento comunista del presente.
“En Rusia, el problema sólo podía ser planteado. No podía ser resuelto en Rusia”. Rosa Luxemburgo: “Crítica de la Revolución Rusa”.
Durante la contrarrevolución que inundó el mundo, tras de los años revolucionarios de 1917-23, creció un mito alrededor del Bolchevismo. Lo describía como un producto específico del “atraso” ruso y de la barbarie asiática. Los sobrevivientes de las Izquierdas Comunistas alemana y holandesa, profundamente desmoralizados por la degeneración de la Internacional y la muerte de la Revolución rusa, mantuvieron una posición semi-menchevique que afirmaba que el desarrollo burgués en Rusia en los años 20 y 30 era inevitable, ya que Rusia estaba inmadura para el comunismo; al tiempo que definían el bolchevismo como una ideología de la “inteligencia” la cual buscaba solamente la modernización capitalista de Rusia y había llevado a cabo una revolución “burguesa” o “capitalista de Estado” apoyándose en un proletariado inmaduro y ocupando el lugar que le correspondía a una burguesía impotente.
Toda esa teoría era la revisión total del carácter genuinamente proletario de la Revolución rusa y del bolchevismo, y la muestra de cómo muchos comunistas de izquierda repudiaron su propia participación en el drama heroico que había comenzado en octubre de 1917. Pero como todos los mitos, éste contenía un grano de verdad. El movimiento obrero, aunque fue fundamentalmente un producto de las condiciones internacionales, contenía también rasgos específicos derivados de las particularidades nacionales e históricas. Hoy, por ejemplo, no es casual que el movimiento comunista que renace sea más fuerte en los países de Europa occidental y más débil, casi inexistente, en los países del bloque oriental. Esto es producto de la manera específica en que se han desarrollado los hechos históricos de los últimos cincuenta años y, en particular, de la manera en que la contrarrevolución capitalista se ha organizado en diferentes países. De forma similar, cuando examinamos el movimiento revolucionario en Rusia, antes y después de la insurrección de Octubre, aunque la esencia de ese movimiento únicamente se puede comprender en el contexto del movimiento obrero internacional, observamos que algunos de sus aciertos y debilidades pueden explicarse si se los relaciona con las particulares condiciones existentes en aquel periodo en Rusia.
En muchos casos, las debilidades del movimiento revolucionario ruso eran simplemente la otra cara de lo que fue su fuerza. La capacidad del proletariado ruso de orientarse muy rápidamente hacia una solución revolucionaria de sus problemas estaba determinada en gran parte por la naturaleza del régimen zarista. Autoritario, decrépito, incapaz de erigir “amortiguadores” estables contra la amenaza proletaria el sistema zarista logró que cualquier intento de defenderse que hiciese el proletariado acabara enfrentándole inmediatamente a las fuerzas represivas del Estado. Al proletariado ruso, joven pero altamente concentrado y combativo, no le fue nunca dado el tiempo ni el espacio político como para desarrollar en su seno una mentalidad reformista que le hubiera llevado a identificar la defensa de sus intereses materiales inmediatos con la sobrevivencia de su “patria”. Al proletariado ruso le era también más fácil rechazar de plano cualquier identificación con el esfuerzo de guerra zarista después de la barbarie de 1914 y ver, en la destrucción del aparato político zarista, la condición previa a su propio avance en 1917. A grandes rasgos, y sin intentar aquí establecer una conexión demasiado mecánica entre el proletariado ruso y sus minorías revolucionarias, estos elementos de fuerza del proletariado ruso fueron uno de los factores que permitieron a los bolcheviques ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario mundial tanto en 1914 como en 1917, con su clamorosa denuncia contra la guerra y afirmando, sin compromisos, la necesidad de destruir la máquina del Estado burgués.
Pero, como ya hemos dicho, estos puntos fuertes tenían también sus debilidades y la inmadurez de este proletariado, su falta de tradiciones organizativas, la brutalidad con la que fue empujado a una situación revolucionaria,… fue dejando importantes lagunas en el arsenal teórico de sus minorías revolucionarias. Es significativo, por ejemplo, que las críticas más apropiadas y profundas a las prácticas reformistas de la social democracia y de los sindicatos, empiezan a ser elaboradas precisamente donde esas prácticas estaban más arraigadas: en países como Holanda y Alemania. Fue allí, en vez de en Rusia donde el proletariado luchaba todavía por derechos parlamentarios y sindicales, donde el peligro de los hábitos reformistas fue comprendido, desde el primer momento, por los revolucionarios. Por ejemplo, los trabajos de Anton Pannekoek y del grupo holandés Tribune, en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, contribuyeron a preparar el terreno para la ruptura radical de los revolucionarios alemanes y holandeses con las viejas tácticas reformistas, después de la guerra. Lo mismo hay que decir de la Fracción abstencionista de Bordiga en Italia. Por el contrario, los bolcheviques jamás comprendieron realmente que el período de las “tácticas” reformistas había acabado para siempre con la entrada del capitalismo en su periodo de agonía, en 1914; los bolcheviques nunca comprendieron plenamente todas las implicaciones que para la estrategia revolucionaria quedaban abiertas con la nueva época. Los conflictos sobre tácticas sindicalistas y parlamentarias que desgarraron a la Internacional Comunista después de 1920 se debieron, en gran parte, a la incapacidad del Partido ruso de comprender a fondo las necesidades del nuevo periodo. Sin embargo, esa incapacidad no estaba totalmente circunscrita al liderazgo bolchevique: se reflejaba también en el hecho de que las críticas del sindicalismo, del parlamentarismo, del sustitucionismo y de los otros rezagos socialdemócratas hechas por la Izquierda comunista rusa, nunca tuvieron el mismo nivel de claridad que las holandesas, alemanas e italianas.
Debemos matizar esta observación comprendiendo el contexto internacional de la revolución. Las debilidades teóricas del Partido bolchevique no eran definitivas, debido precisamente a que se trataba de un partido proletario genuino, abierto por lo tanto a los nuevos desarrollos y comprensiones surgidas de una lucha proletaria en su fase ascendente. Si la revolución de Octubre se hubiese extendido internacionalmente, estas debilidades se hubieran podido superar. Si las deformaciones socialdemócratas del bolchevismo acabaron por cristalizarse y convertirse en un obstáculo fundamental al movimiento revolucionario fue debido a que la revolución mundial cayó en un reflujo y el bastión proletario de Rusia acabó paralizado por su aislamiento. La rápida caída de la Internacional Comunista en el oportunismo se debió en gran parte a la influencia del Partido ruso dominante y entre otras cosas fue el resultado de los intentos bolcheviques de buscar un equilibrio entre las necesidades de sobrevivir del Estado soviético y los intereses internacionales de la revolución. Este esfuerzo se hizo tanto más contradictorio cuanto más retrocedía la ola revolucionaria; el intento fue abandonado finalmente al triunfar el “socialismo en un solo país”, que significó la muerte de la Internacional Comunista y coronó la victoria de la contrarrevolución en Rusia.
Si el tremendo aislamiento del bastión ruso fue lo que en última instancia impidió al Partido Bolchevique superar sus errores iniciales, también obstaculizó el desarrollo teórico de las fracciones de la Izquierda Comunista que se separaron del Partido ruso en degeneración. La Izquierda rusa, aislada de las discusiones y de los debates que aun mantenían las fracciones de Izquierda en Europa y sometida a la represión implacable de un Estado cada vez más totalitario, tendía a hacer una crítica formal de la contrarrevolución rusa y rara vez llegó a discernir las raíces profundas de la degeneración. La absoluta novedad y la rapidez que acompañaron a la experiencia rusa iban a dejar a una generación entera de revolucionarios en una confusión total sobre lo que allí había pasado. Fue en las décadas de los 30 y 40 cuando, entre las Fracciones comunistas que habían sobrevivido a la degeneración, empieza a aparecer un enfoque coherente de lo ocurrido. Pero a esa comprensión llegaron sobre todo los revolucionarios de Europa y de América; la Izquierda rusa estaba demasiado metida y apegada a la totalidad de aquella experiencia como para elaborar un análisis global y sobre todo objetivo del fenómeno.
Por tanto, no podemos sino coincidir con el análisis que de la Izquierda comunista han hecho los camaradas de Internationalism:
“La contribución que ha perdurado de estos pequeños grupos que trataban de comprender la nueva situación, no ha sido la de captar en su totalidad el proceso del capitalismo de Estado desde sus comienzos, ni tampoco la de presentar un programa totalmente coherente con el que relanzar la revolución. No, su contribución radica en que dieron la alarma, en que estuvieron entre los primeros que, proféticamente, denunciaron el establecimiento de un régimen de capitalismo de Estado. Su legado al movimiento obrero está en haber dejado la prueba política de que el proletariado ruso no sucumbió en silencio.” (J. Allen: “Una contribución a la cuestión del capitalismo de Estado” en Internationalism, n° 6).
Las ideas que presentan a los bolcheviques como a los partidarios del capitalismo de Estado y de la dictadura del Partido, y a los comunistas de Izquierda como a los verdaderos defensores del poder obrero y de la transformación comunista de la sociedad, aceptan que hay un abismo infranqueable ente los dos. Estas ideas son un aspecto más del mito sobre el bolchevismo “atrasado” y “burgués”. Semejante concepción tiene un atractivo especial para los consejistas y libertarios que desean identificarse solamente con lo que les gusta del movimiento obrero y desechan las experiencias reales de la clase cuando descubren sus defectos. En la realidad existe sin embargo una continuidad entre lo que era el bolchevismo en sus orígenes y lo que eran los comunistas de Izquierda en los años 20 y después. Los propios bolcheviques habían estado en la extrema izquierda del movimiento socialdemócrata anterior a la Gran Guerra, debido especialmente a su firme defensa de la coherencia en materia de organización y a su defensa de la necesidad de un partido revolucionario, libre de todas las tendencias reformistas y confusionistas del movimiento obrero hasta entonces[1].
Su posición en la guerra de 1914-18 (y sobre todo la posición de Lenin y de quienes la defendían en el seno del partido) fue la más radical de todas las posiciones anti-bélicas del movimiento socialista: “transformar la guerra imperialista en guerra civil”. Su llamada a la destrucción del Estado burgués en 1917, hizo de los bolcheviques el centro reagrupador de las minorías revolucionarias más intransigentes del mundo. Los “Radicales de Izquierda” en Alemania, en torno a los cuales se constituyó el núcleo del Partido Obrero Comunista de Alemania (KAPD) en 1920, se inspiraron directamente en el ejemplo de los bolcheviques, especialmente cuando éstos llamaban a la creación de un nuevo partido revolucionario, en total oposición a los social-patriotas del Partido Socialista de Alemania (SPD)[2]. De alguna manera, los Bolcheviques y la Internacional Comunista (fundada en buena medida por iniciativa suya) representaban la “Izquierda” y acabaron siendo el movimiento comunista. El comunismo de Izquierda surgió orgánicamente del movimiento comunista inicial, dirigido por los bolcheviques y la I.C.; aunque hay que entender su surgimiento como resultado de su reacción contra la degeneración y el abandono, por parte de esa vanguardia, de lo que defendió en sus orígenes.
Esto aparece claro cuando examinamos los orígenes de la Izquierda comunista en Rusia. Todas las fracciones de Izquierda rusas provienen del Partido Bolchevique. Esto es prueba en sí del carácter proletario del bolchevismo. Una expresión viva de la clase obrera, de la única clase que puede hacer una crítica despiadada y continua de su propia práctica, el Partido bolchevique engendró continuamente fracciones revolucionarias. En cada etapa de su degeneración, se alzaron en su seno voces de protesta; grupos que se formaban dentro del Partido o rompían con él para denunciar las traiciones contra el programa original del Bolchevismo. Sólo cuando el Partido fue finalmente enterrado por sus sepulteros estalinistas, estas fracciones dejaron de surgir de él. Los comunistas de Izquierda rusos eran todos bolcheviques; fueron ellos los que defendieron la continuidad con aquel bolchevismo de los heroicos años de la revolución; mientras que quienes les calumniaron, persiguieron y ejecutaron, sin importarles lo prestigioso que fueran sus nombres, eran los que rompieron con la esencia del verdadero bolchevismo.
Los primeros meses
El Partido Bolchevique fue en realidad el primero de los partidos del movimiento obrero constituidos tras la Guerra que produjeron una “izquierda”. Esto se debe precisamente a que fue el primer Partido que dirigió una insurrección victoriosa contra el Estado burgués. La concepción que existía en el movimiento obrero de entonces era la de que el papel del partido era organizar la toma del poder para asumir el timón del gobierno en el nuevo “Estado proletario”. De acuerdo con esta concepción, estaba claro que el carácter proletario del Estado estaba asegurado porque Éste estaba en manos de un Partido proletario que trataría de llevar a la clase obrera al socialismo. El carácter fundamentalmente erróneo de esta doble o triple sustitución (partido-Estado; Estado-clase; partido-clase) quedará desvelado en los años que siguieron a la revolución. El trágico destino de los bolcheviques fue ese precisamente: poner en práctica los errores teóricos del movimiento obrero en su conjunto y demostrar, con esa experiencia negativa, la falsedad absoluta de las concepciones mencionadas. Toda la vergüenza y las traiciones relacionadas con el Bolchevismo derivan del hecho de que la revolución nació y murió en Rusia y de que el Partido Bolchevique, al identificarse con el Estado que acabaría siendo el agente interno de la contrarrevolución, se transformó él mismo en el organizador de la muerte de la revolución.
Si la revolución hubiese estallado y degenerado en Alemania, y no en Rusia, es posible que los nombres de R. Luxemburgo y de K. Liebknecht causaran ahora las mismas reacciones ambiguas o equívocas que suscitan Lenin, Trotsky, Bujarin y Zinóviev. Se debe en última instancia a la gran epopeya que emprendieron los Bolcheviques el que los revolucionarios de hoy puedan decir sin titubeos que la tarea del Partido no es tomar el poder en nombre de la clase y que los intereses de la clase no son idénticos a los del Estado surgido de la revolución. Es también totalmente cierto que para que los revolucionarios puedan afirmar esas verdades, tan aparentemente sencillas, han sido necesarios muchos años de dolorosa reflexión autocrítica.
El Partido Bolchevique empezó a degenerar desde el momento en que “se hizo cargo” del Estado soviético, en Octubre 1917. No fue de golpe, ni tampoco una caída ininterrumpida. Mientras la revolución mundial seguía al orden del día, la degeneración no era irreversible. Pese a todo, el proceso general de degeneración comenzó inmediatamente. Mientras el Partido fue capaz de actuar libremente, como la fracción más resuelta de la clase, lo fue también de señalar la manera de profundizar y de extender la lucha de clases; pero la toma del poder por los Bolcheviques frenó cada vez más su capacidad para identificarse con y participar en la lucha de clase del proletariado. En adelante, las necesidades del Estado iban a prevalecer sobre las necesidades de la clase; y aunque esta dicotomía estaba al principio escondida por la intensidad misma de la lucha revolucionaria era, no obstante, la expresión de una contradicción intrínseca y fundamental entre la naturaleza del estado y la naturaleza del proletariado: las necesidades de un estado son esencialmente las de conservar la sociedad tal como está, conteniendo la lucha de clases dentro de una situación que se corresponde con el status quo social; mientras que las necesidades del proletariado -y por tanto de su vanguardia comunista- no pueden ser otra cosa que la extensión y la intensificación de la lucha de clases hasta la demolición de todas las condiciones existentes. Mientras el movimiento revolucionario de la clase, en Rusia y en el mundo, se mantuvo en ascenso, el Estado soviético podía ser usado para resguardar las conquistas de la revolución, ser un instrumento en manos de la clase revolucionaria; pero tan pronto el movimiento real de la clase desaparece, el status quo defendido por el Estado no pudo ser otro que el statu quo del capital. Esta era la tendencia general pero en realidad las contradicciones entre el proletariado y el nuevo estado empezaron a aparecer inmediatamente debido a la inmadurez de la clase y de los Bolcheviques -reflejada ésta en su actitud hacia el Estado- y, sobre todo, porque las consecuencias del aislamiento de la revolución rusa empezaron a causar estragos en el nuevo bastión proletario, desde su nacimiento. Enfrentados a un número de problemas que sólo podían solucionarse a escala internacional -dentro de Rusia, la organización de una economía devastada por la guerra, las relaciones con una enorme masa campesina en Rusia,… y en el exterior, un mundo capitalista que le era absolutamente hostil- los Bolcheviques no contaban con la experiencia que les hubiera permitido, al menos, tomar medidas para minimizar las consecuencias nefastas de estos problemas.
En realidad, las medidas que tomaron tendían a complicar los problemas en vez de a resolverlos y la gran mayoría de los errores cometidos provenían del hecho de que los bolcheviques, habiéndose situado a la cabeza del Estado, se sentían cargados de razón para identificar los intereses proletarios con los del Estado soviético; peor aún, para subordinar los primeros a los segundos.
Aunque ninguna fracción comunista en Rusia pudo en esos tiempos hacer una crítica fundamental de estos errores sustitucionistas -una debilidad que marcó a toda la Izquierda rusa-, una oposición revolucionaria a la política inicial del Estado se formó pocos meses después de la toma del poder. Esta oposición tomó la forma de un grupo de comunistas de izquierda, alrededor de Osinsky, Bujarin, Rádek, Smirnov y otros, organizado principalmente en el Buró Regional del Partido en Moscú, que publicaban el periódico fraccional “Kommunist”. Esta oposición, de inicios de 1918, fue la primera fracción bolchevique organizada que criticó los intentos del Partido de disciplinar a la clase obrera. Pero la originalidad del grupo de Comunistas de Izquierda fue su oposición a firmar al tratado de Brest-Litovsk con el imperialismo alemán.
Este no es lugar adecuado para iniciar un estudio detallado del tema Brest-Litovsk pero resumiremos: el debate principal era entre Lenin y los Comunistas de Izquierda (con Bujarin a la cabeza) que apoyaban la guerra revolucionaria contra Alemania y denunciaron el Tratado de paz como una “traición” a la revolución mundial. Lenin defendió la firma del Tratado como un medio de obtener “un espacio para respirar” mientras que reorganizaban la capacidad militar del Estado soviético. Los Izquierdistas insistían diciendo que:
“Aceptar las condiciones dictadas por los imperialistas alemanes sería un acto contrario a toda nuestra posición de socialismo revolucionario; nos llevaría a abandonar la línea correcta del socialismo internacional en lo que concierne a la política tanto doméstica como exterior y nos podría conducir a uno de los peores tipos de oportunismo”. (Citado por Robert Daniels en: “La Conciencia de la Revolución”.1960.)
Aunque aceptaban que el Estado soviético, debido a su debilidad técnica, era incapaz de librar una guerra convencional contra el imperialismo alemán, llamaban a una estrategia de agotamiento del ejército alemán con ataques de guerrillas hechos por destacamentos móviles de partisanos rojos. Confiaban que esta “guerra santa” contra el imperialismo alemán serviría de ejemplo al proletariado y lo incentivaría para unirse a la lucha.
No queremos adentrarnos en un debate retrospectivo sobre las posibilidades estratégicas del poder soviético en 1918. Debemos aclarar, no obstante, que tanto Lenin como los Comunistas de Izquierda reconocían que en última instancia la única esperanza del proletariado radicaba en la extensión mundial de la Revolución; uno y otros, situaban sus preocupaciones y sus acciones dentro de un marco internacionalista y ambos daban abiertamente a conocer sus argumentos ante el proletariado ruso organizado en soviets. Consideramos por lo tanto inadmisible calificar de “traición” a la revolución mundial y al internacionalismo la firma del Tratado de paz. Como se vio después, tampoco significó el colapso de la revolución en Rusia o en Alemania, como temía Bujarin. De cualquier modo, estas consideraciones estratégicas eran hasta cierto punto imponderables. Uno de los aspectos políticos más importantes surgidos en el debate de Brest-Litovsk es el siguiente: ¿Es la “guerra revolucionaria” el principal medio de extender la revolución? ¿Tiene el proletariado que ha tomado el poder en una región la tarea de exportar la revolución al proletariado mundial, a punta de bayoneta? Las observaciones hechas por la Izquierda Italiana sobre la cuestión de Brest-Litovsk son significativas a este respecto:
“De las dos tendencias del Partido Bolchevique que se enfrentaron por lo de Brest-Litovsk, la de Lenin y la de Bujarin, nos parece que la primera estaba más en concordancia con las necesidades de la revolución mundial. La posición de la fracción dirigida por Bujarin, que mantenía que la función del Estado proletario era liberar a los obreros de otros países a través de la “guerra revolucionaria”, está en contradicción con la naturaleza misma de la revolución proletaria y con las tareas históricas del proletariado.” (“Partido-Estado-Internacional: el Estado Proletariado”, Bilan n° 18 -abril/mayo 1935).
Contrariamente a la revolución burguesa, que podía ser exportada por medio de conquistas militares, la revolución proletaria depende de la lucha consciente del proletariado de cada país contra su propia burguesía:
“La victoria de un Estado proletario contra un Estado capitalista (en el sentido territorial del término) no significa en ningún modo la victoria de la revolución mundial” (ibid).
El avance del Ejército Rojo en Polonia en 1920, que sólo consiguió empujar a los obreros polacos a los brazos de su propia burguesía, es una prueba de que las victorias militares de un bastión proletario no pueden remplazar la acción política consciente del proletariado mundial. Concluyendo: la extensión de la revolución es, primero y ante todo, una tarea política. La fundación de la Internacional Comunista en 1919 es por tanto una contribución mucho más grande a la revolución mundial que cualquier “guerra revolucionaria”.
La firma del tratado de Brest-Litovsk, su ratificación por el Partido y los Soviets y el deseo ferviente de la izquierda de evitar una ruptura en el Partido sobre esta cuestión fue lo que acabó con la primera fase de la actividad de los Comunistas de Izquierda. Una vez que el Estado soviético pudo “respirar a gusto”, los problemas inmediatos a los que tuvo que hacer frente el Partido fueron los de la organización de la economía rusa devastada por la guerra. Quien más contribuyó a clarificar la cuestión de los peligros a que se enfrenta el bastión revolucionario fue el grupo de los Comunistas de Izquierda, con sus valiosas observaciones. Bujarin, el ferviente partisano de la “guerra revolucionaria”, no estaba muy interesado en criticar la política de la mayoría bolchevique tocante a la organización interna del régimen; por lo que la mayor parte de las críticas más serias a la política doméstica del liderazgo Bolchevique fueron hechas por Osinsky que se reveló como una figura de oposición mucho más coherente que Bujarin.
En los primeros meses de 1918, los líderes Bolcheviques intentan resolver el desorden económico en Rusia de una manera superficialmente “programática”. En un discurso ante el Comité Central Bolchevique (publicado con el título: “Las tareas inmediatas del poder soviético”) Lenin llama a la formación de trusts de Estado, a los que podrían incorporarse los expertos burgueses y los propietarios, aunque bajo la supervisión del Estado “proletario”. A cambio, los obreros debían aceptar el sistema Taylor de “gestión científica” de la producción (denunciado en su día por el propio Lenin como esclavitud del hombre por la máquina), y la “gestión personal” en las fábricas: “la revolución requiere... precisamente en interés del socialismo que las masas obedezcan incondicionalmente a la voluntad única de los dirigentes del proceso de producción”.
Todo esto significaba que el movimiento de Comités de fábricas que se había propagado como un reguero de pólvora desde febrero de 1917 debía ser frenado, las expropiaciones hechas por esos comités no debían ser alentadas, su creciente autoridad en las fábricas debía quedar reducida a una simple función de “control” y tendrían que transformarse en apéndices de los sindicatos -que eran instituciones mucho más manejables y que ya estaban incorporadas al nuevo aparato estatal-.
La dirección Bolchevique presentó esta política como la mejor manera, para el régimen revolucionario, de evitar el peligro de caos económico y racionalizar la economía en la perspectiva de la construcción definitiva del socialismo cuando la revolución mundial se hubiera extendido. Lenin llamó francamente a este sistema “capitalismo de Estado”, que significaba para él el control del Estado proletario sobre la economía capitalista en interés de la revolución.
En una polémica contra los Comunistas de Izquierda (“El Infantilismo izquierdista y la mentalidad pequeño burguesa”) Lenin arguye que semejante sistema de capitalismo de Estado sería un claro avance en un país atrasado como Rusia, donde el principal peligro de la contrarrevolución lo constituía la masa fragmentada, arcaica y pequeño burguesa del campesinado. Esta posición fue aceptada por los Bolcheviques como un “credo”, fe que les impidió ver que la contrarrevolución internacional se estaba expresando primordialmente a través del Estado y no de los campesinos.
Los Comunistas de Izquierda, que temían que la revolución degenerase en un sistema de “relaciones económicas pequeño burguesas” (“Tesis sobre la situación actual”, Kommunist n° 1 -abril 1918. Y R. Daniels: “Historia documental de la Revolución”), también compartían la convicción de la dirección de que la nacionalización realizada por el Estado “proletario” era una medida verdaderamente socialista. De hecho, los Comunistas de Izquierda pedían su extensión a toda la economía. Es evidente que ellos no podían ser totalmente conscientes del peligro que significaba el “capitalismo de Estado” pero, basándose en un fuerte instinto de clase, vieron rápidamente los peligros contenidos en un sistema que pretendía organizar la explotación de los obreros en interés del “socialismo”. La advertencia profética de Osinsky [Obolenski] es ahora bien conocida:
“Nosotros no apoyamos la concepción: “construcción del socialismo bajo la gestión de los trusts”. Al contrario, defendemos el punto de vista de la construcción de una sociedad proletaria por la creatividad de clase de los trabajadores mismos, no por los decretos de los “capitanes de industria”... tenemos confianza en el instinto de clase, en la iniciativa activa de clase del proletariado. No puede ser de otra manera. Si el proletariado no es capaz de crear los requisitos necesarios para la organización socialista del trabajo, nadie lo hará en su lugar, y nadie le obligará a hacerlo. El bastón que es esgrimido contra los obreros, deberá estar en las manos de una fuerza emanada bien de otra clase social bien del proletariado. Si ese bastón llega a caer en las manos de los soviets contra los obreros, el poder de los soviets se verá obligado a apoyarse en otra clase (el campesinado por ejemplo), negándose así como dictadura del proletariado. Una de dos, o el socialismo y la organización socialista del trabajo son establecidos por el proletariado mismo o no lo serán. Se establecerá algo totalmente diferente, o sea, “el capitalismo de Estado”. (“Sobre la Construcción del Socialismo”, Kommunist, N° 2, abril 18. También en: R. Daniels (Ibídem).
Contra esta amenaza, los comunistas de Izquierda proponían el control obrero de la industria a través de un sistema de Comités de fábrica y de “Consejos de economía”. Ellos definían su propio papel como el de una “oposición proletaria responsable” constituida dentro del partido para impedir que el Partido y el régimen soviético se “desvíen” hacia el “desastroso camino de la política pequeño burguesa” (“Tesis sobre la situación actual”).
Las advertencias de las Izquierdas contra estos peligros no se limitaban al plano económico sino que tenían profundas ramificaciones políticas; se puede demostrar esto con otra advertencia que hicieron contra el intento de imponer la disciplina laboral desde arriba:
“Bajo la política de administrar empresas basándose en la amplia participación de capitalistas y en la centralización semiburocrática, es natural que se combine una política laboral encaminada a instaurar la disciplina en los obreros hablando de “autodisciplina”, a introducir el trabajo obligatorio (tal programa había sido propuesto ya por bolcheviques de derechas), el pago por piezas realizadas, aumento de la jornada laboral, etc.,... La forma de administración gubernamental tendrá así que desarrollarse en el sentido de la centralización burocrática, hacia el reino de los “comisarios”, hacia la supresión de la independencia de los consejos locales y en la práctica al rechazo del “Estado-comuna” administrado por la base”. (“Tesis sobre la situación actual”).
La defensa de los comités de fábrica, de los soviets, y de la actividad autónoma de la clase obrera hecha por Kommunist era importante no porque diera soluciones a los problemas económicos de Rusia o fórmulas para la construcción inmediata del comunismo en Rusia. La Izquierda había expresado abiertamente que “el socialismo no puede ser puesto en práctica en un solo país y menos aún en un país ’atrasado’ ” (Ver: L. Schapiro, “El origen de la autocracia comunista”, 1955). La imposición de disciplina laboral por el Estado, la incorporación de los órganos proletarios autónomos en el aparato estatal, eran sobre todo golpes contra la dominación política de la clase obrera rusa. Como la CCI ha señalado con frecuencia[3], el poder político de la clase es la única garantía real para el éxito de la revolución. Y este poder político sólo puede ser ejercido por los órganos de masas de la clase –por sus comités, por sus asambleas de fábrica, sus consejos y sus milicias. Al socavar la autoridad de estos órganos, la política de la dirección Bolchevique presentaba un grave peligro para la revolución misma. Las señales de peligro observadas tan pertinentemente por los Comunistas de Izquierda en los primeros meses de la Revolución se volverían aún más serias durante el siguiente período de guerra civil. En efecto, este período determinaría de muchas maneras el destino final de la revolución en Rusia.
a) La guerra civil
El período de guerra civil en Rusia de 1918-1920 pone en evidencia fundamentalmente los inmensos peligros a los que se enfrenta un baluarte proletario si éste no es inmediatamente reforzado por los destacamentos de la revolución mundial. Debido a que la revolución no arraigó fuera de Rusia, el proletariado ruso tuvo que luchar prácticamente solo contra los ataques de la contrarrevolución blanca y sus aliados imperialistas. En términos militares, la heroica resistencia de los obreros rusos fue victoriosa pero políticamente hablando; el proletariado ruso emerge, de la guerra civil, diezmado, exhausto, fragmentado y más o menos privado de cualquier control real sobre el Estado soviético. En su ardor por ganar la lucha militar los bolcheviques aceleraron el declive del poder político de la clase obrera, militarizando, cada vez más, la vida social y económica. Si bien la concentración de todo el poder efectivo en los altos mandos del aparato estatal permitió que la lucha militar fuera librada de una manera implacable y efectiva, esto socavó aún más los verdaderos centros de la revolución: los órganos unitarios de masas de la clase. La burocratización del régimen soviético, que ocurrió durante este período, se iba a tornar irreversible con el reflujo sufrido por la revolución mundial después de 1921.
Con el inicio de las hostilidades, en 1918, se produjo un “cerrar filas” general en el Partido Bolchevique, ya que todos reconocían la necesidad de la unidad de acción contra el peligro externo. El grupo Kommunist, cuya publicación había dejado de aparecer después de haber sido severamente perseguidos por la dirección del Partido, dejó de existir y su núcleo original se dispersó en dos direcciones, presionado por la guerra civil. Una tendencia, expresada por Rádek y Bujarin, aplaudió las medidas económicas impuestas por la guerra civil con un entusiasmo descarado. Para ellos, las nacionalizaciones a gran escala, la supresión de las formas comerciales y monetarias, las requisas a los campesinos, medidas del “Comunismo de Guerra”, representaban una verdadera ruptura con la fase anterior de “capitalismo de Estado” y constituían un gran avance hacia genuinas relaciones comunistas de producción. Bujarin escribió incluso un libro, “Teoría económica del período de transición”, donde explicaba que la desintegración económica y aún el trabajo forzado eran estadios preliminares inevitables en la transición al comunismo. Sin duda, Bujarin trataba de demostrar “teóricamente” que Rusia bajo el comunismo de guerra, que había sido adoptado simplemente como un conjunto de medidas urgentes para enfrentar una situación desesperada, era una sociedad en transición hacia el comunismo. Bolcheviques como Bujarin, que fueron Comunistas de Izquierda, estaban dispuestos a abandonar sus críticas anteriores a la gestión personal y a la disciplina laboral, porque para ellos el Estado soviético ya no estaba tratando de hacer compromisos con el capital doméstico y estaba actuando resueltamente como un órgano de transformación comunista. En su “Teoría Económica del Período de Transición” Bujarin sostenía que el reforzamiento del Estado soviético y su creciente absorción de la vida social y económica representaban un paso decisivo hacia el comunismo:
“La estatalización de los sindicatos y, en la práctica, de todas las organizaciones de masas del proletariado resulta de la lógica interna del proceso de transformación mismo. La más pequeña célula del aparato de producción debe transformarse para apoyar el proceso general de organización que está siendo conducido y planificado por la voluntad colectiva de la clase obrera, que se materializa en la organización que corona la sociedad, que lo abarca todo: en su poder de Estado. Por lo tanto, el sistema de capitalismo de Estado se transforma dialécticamente en su contrario, en la forma estatal de socialismo obrero”. (“Teoría Económica del Período de Transición”. Citado por R. Daniels. Ibídem).
Con semejantes ideas Bujarin invirtió “dialécticamente” el razonamiento marxista según el cual el movimiento hacia la sociedad comunista se caracteriza por un debilitamiento progresivo, por una desaparición paulatina del aparato estatal. Bujarin era todavía un revolucionario cuando escribía esto; pero entre su teoría de un “comunismo estatalizado y contenido totalmente dentro de una nación” y la teoría estalinista del “socialismo en un sólo país” hay una innegable continuidad.
Mientras Bujarin hacía las paces con el Comunismo de Guerra, aquellos Izquierdistas que habían sido más consecuentes en su apoyo a la democracia obrera continuaron defendiendo este principio contra la creciente militarización del régimen. En 1919 el grupo Centralismo Democrático se formó con Osinsky, Saprónof y otros. Ellos continuaron protestando contra el principio de la “gestión personal” en la industria y continuaron abogando por el principio “colectivo” o “colegial” como “el arma más fuerte contra la compartimentación y la asfixia burocrática del aparato soviético” (“Tesis sobre el principio colegial y la autoridad individual”). Aunque reconocían la necesidad de usar especialistas burgueses en la industria y el ejército, los “cedemistas” también afirmaban la necesidad de poner a estos especialistas bajo el control de la base: "nadie se opone a la necesidad de usar a los “especialistas” –el debate es sobre cómo usarlos” (Saprónof, en R. Daniels: “La Conciencia de la Revolución”). Al mismo tiempo, los cedemistas protestaban contra la pérdida de iniciativa sufrida por los soviets locales, y sugerían una serie de reformas para el resurgimiento de los soviets como órganos efectivos de democracia obrera. Fueron posiciones como estas las que condujeron a ciertos críticos a decir que los cedemistas estaban más interesados en la democracia que en el centralismo. Al final los cedemistas abogaban por la restauración de las prácticas democráticas en el Partido. En el IX Congreso del PCR, en septiembre de 1920, los cedemistas atacaron la burocratización del Partido, la creciente concentración de poder en manos de una pequeña minoría. Es indicativo de la influencia que estas críticas todavía podían ejercer en el Partido, el hecho de que el Congreso terminó votando a favor de un manifiesto que llamaba vigorosamente a hacer “criticas desarrolladas de las instituciones centrales y locales del partido”, y a rechazar “cualquier forma de represión contra camaradas por tener ideas diferentes”. (“Resolución sobre las nuevas tareas en la construcción del Partido” del IX Congreso del Partido)
En general, la actitud de los cedemistas hacia el régimen soviético en un período de guerra civil se puede resumir en las palabras de Osinsky presentadas en ese mismo Congreso:
“La consigna clave que nosotros debemos proclamar para el momento actual es la unificación de las tareas militares, de las formas militares de organización y de los métodos administrativos por medio de la iniciativa creativa de los obreros conscientes. Si bajo la bandera de las tareas militares se empieza a imponer el burocratismo, vamos a dispersar nuestras propias fuerzas y no vamos a poder cumplir nuestras tareas”. (Citado por R. Daniels en su “Historia Documental del Comunismo”).
Algunos años después, el comunista de Izquierda Miasnikov diría esto sobre el grupo “Centralismo Democrático”:
“Este grupo tenía una Plataforma sin valor teórico real alguno. El único punto que atraía la atención de todos los grupos y del Partido era su lucha contra la centralización excesiva. Es ahora cuando podemos ver en esta lucha un intento, no muy preciso todavía, del proletariado para desalojar a la burocracia de las posiciones que acababa de conquistar en la economía. El grupo pereció de “muerte natural”, sin ejercerse sobre él ninguna violencia”. (“El obrero Comunista”, 1929. Un periódico francés cercano al KAPD).
Las críticas de los cedemistas eran inevitablemente imprecisas porque representaban una tendencia nacida cuando el Partido Bolchevique y la revolución estaban todavía muy vivas; de manera que su crítica al Partido era más bien un llamamiento a su democratización, a que fuese más igualitario,… En otras palabras, estaban condenados a que las críticas quedaran restringidas al nivel de la práctica organizativa más que al de las posiciones políticas fundamentales.
Muchos de los militantes de Centralismo Democrático también participaron en la Oposición Militar , que se formó por un breve período, en marzo 1919. Las necesidades de la guerra civil forzaron a los Bolcheviques a crear una fuerza de lucha centralizada, el Ejército Rojo, compuesta no sólo de obreros sino además de reclutas del campesinado y de otras capas sociales. Este ejército empezó a ajustarse muy rápidamente al modelo jerarquizado establecido en el resto del aparato estatal. La elección de oficiales fue abandonada rápidamente por ser “políticamente inútil y técnicamente ineficaz” (L. Trotsky, en su artículo “Trabajo, Disciplina y Orden”. 1920). La pena de muerte por negarse a obedecer la orden de ¡Fuego!, el saludo militar y las formas especiales de dirigirse a los oficiales fueron restablecidas; las jerarquías y los rangos reforzados, especialmente con el nombramiento de antiguos oficiales zaristas para altos mandos del ejército.
La Oposición Militar, cuyo principal portavoz era Vladimir Smirnof, se constituyó para luchar contra la tendencia a reorganizar el Ejército Rojo al modo y manera de un típico ejército burgués; no se oponía a la creación del Ejército Rojo en sí, ni al uso de “especialistas” militares pero estaba contra la jerarquización y la disciplina excesivas y por asegurarle al ejército una orientación con la que no se desviase de los principios bolcheviques. La dirección del Partido les acusó falsamente de querer desmantelar el ejército a favor de un sistema de destacamentos partisanos más adaptado a las guerras campesinas. Como en otras muchas ocasiones, los dirigentes Bolcheviques sólo concebían una única alternativa a lo que ellos llamaban “organización estatal proletaria”: la descentralización pequeño burguesa, anarquista. En efecto, los Bolcheviques confundían con frecuencia las formas burguesas de centralización jerárquica con el centralismo y la autodisciplina desde la base, que son distintivos del proletariado. En cualquier caso, las reclamaciones de la Oposición Militar, fueron rechazadas y el grupo se disolvió rápidamente. La estructura jerárquica del Ejército Rojo, junto al desmantelamiento de las milicias de fábrica, iba a permitir su utilización como fuerza represiva contra el proletariado desde 1921 en adelante.
Pese a la persistencia de tendencias de oposición en el Partido durante el período de guerra civil, la necesidad de unirse contra el ataque de la contrarrevolución actuó como fuerza aglutinadora tanto dentro del Partido como en todas las clases y capas sociales que apoyaban el régimen soviético contra los Blancos. Las tensiones internas del régimen fueron madurando durante este período y acabaron saliendo a la luz cuando las hostilidades cesaron y el régimen tuvo que hacer frente a las tareas de reconstrucción de un país devastado. Las discrepancias sobre cómo debía afrontar el régimen soviético la nueva etapa aparecieron en 1920-21 con rebeliones campesinas, descontento en la marina, huelgas obreras en Moscú y Petrogrado, y culminaron en el levantamiento obrero de Kronstadt en marzo de 1921. Estos antagonismos se expresaron inevitablemente dentro del propio Partido. La Oposición Obrera fue, en los traumáticos años de 1920-21, el foco central de la discrepancia política dentro del Partido Bolchevique.
b) La Oposición Obrera
En el X Congreso del Partido -marzo de 1921, estalló una controversia sobre la cuestión sindical, que se fue agudizando a partir del momento en que acaba la guerra civil. Aparentemente era un debate sobre el papel de los sindicatos en la dictadura del proletariado, pero en realidad el debate reflejaba problemas más graves, sobre el futuro del régimen soviético y el de sus relaciones con la clase obrera.
A grandes rasgos, había tres posiciones en el Partido: la de Trotsky, que apoyaba la total absorción de los sindicatos por el “Estado obrero”, donde tendrían la tarea de estimular la productividad del trabajo; la de Lenin, quien decía que los sindicatos todavía tenían que actuar como órganos defensivos de la clase, incluso contra el Estado obrero ya que , señalaba él, este Estado sufría de “deformaciones burocráticas”; y, finalmente, la del grupo Oposición Obrera, que defendía la gestión de la producción por los sindicatos industriales, independientes del Estado soviético. Aunque el marco general de este debate era profundamente inadecuado, la Oposición Obrera expresaba de manera confusa y titubeante no sólo la antipatía del proletariado hacia la burocracia y los métodos militares, que eran ya la marca del régimen, sino también las esperanzas de la clase obrera de que mejorasen las cosas una vez que los rigores de la guerra civil habían cesado.
Los líderes de la Oposición Obrera provenían en su mayoría del aparato sindical, aunque parece que contaban también con el considerable apoyo de la clase obrera en las zonas del Sudeste de la Rusia Europea y en Moscú, especialmente entre los metalúrgicos. Schliápnikov y Medvedev, dos de los líderes del grupo, eran obreros del metal. Pero la figura más famosa entre ellos era Alexandra Kolontai, quien redactó el texto programático de la Oposición Obrera, y un “Proyecto de Tesis sobre la cuestión sindical” que fue presentado por el grupo al X Congreso. Todas las fuerzas y debilidades del grupo se vislumbraban en ese texto, que comenzaba afirmando:
“La Oposición Obrera salió de las entrañas del proletariado industrial de la Rusia Soviética y se ha fortalecido no sólo a causa de las condiciones intolerables de vida y trabajo que padecen siete millones de proletarios industriales, sino también por las vacilaciones, oscilaciones y contradicciones de nuestra política gubernamental e incluso por sus desviaciones de la línea de clase clara y consecuente del programa comunista.” (A. Kolontai: “La Oposición Obrera”)
Kolontai prosigue describiendo las terribles condiciones económicas a las que se enfrentaba el régimen soviético acabada la guerra civil, y llama la atención sobre el crecimiento de una casta burocrática cuyos orígenes no eran la clase obrera sino la “intelligentsia”, el campesinado, los restos de la vieja burguesía, etc... Este estrato social había venido a dominar cada vez más el aparato soviético y el propio Partido, infectándolos de “carrerismo” y espíritu de trepa y de un ciego desdén hacia los intereses proletarios. Para la Oposición Obrera el Estado soviético mismo no era un auténtico órgano proletario sino una institución heterogénea obligada a mantener el equilibrio entre las distintas clases y estratos de la sociedad rusa. Kollontai insistía en que la manera de asegurar que la revolución se mantuviera fiel a sus metas originales no era confiando la dirección a tecnócratas no proletarios y a órganos socialmente mixtos del Estado, sino contando con la actividad y el poder creador de las propias masas trabajadoras:
“Los líderes de nuestro Partido han perdido de vista lo que es evidente para cualquier obrero, que es imposible decretar el Comunismo. El comunismo sólo puede crearse por un proceso de investigación práctica, con errores tal vez, pero sólo con la capacidad creadora de la clase obrera misma.” (Kolontai. Ibídem)
Estas observaciones generales de Oposición Obrera eran muy perspicaces en muchos aspectos, pero el grupo fue incapaz de contribuir con más y por mucho tiempo fuera de lo que eran estas generalidades. Las propuestas concretas que ellos adelantaron como solución a la crisis de la revolución se basaban en una serie de errores fundamentales, lo que expresa el enorme atolladero que tenía ante sí el proletariado ruso en aquella coyuntura.
Para Oposición Obrera, los órganos que expresaban los auténticos intereses de clase del proletariado no eran otros sino los sindicatos, o más bien los sindicatos industriales. La tarea de construir el comunismo debía, en consecuencia, ser confiada a los sindicatos:
“La Oposición Obrera reconoce en los sindicatos a los gestores y creadores de la economía comunista”. (Kolontai. Ibídem)
De tal manera que, mientras los comunistas de izquierda en Alemania, Holanda y otros países denunciaban a los sindicatos como uno de los principales obstáculos en el camino de la revolución proletaria, la Izquierda en Rusia los ensalzaba como los ¡órganos potenciales para la transformación comunista! Los revolucionarios en Rusia parecían tener grandes dificultades para comprender que los sindicatos ya no podían desempeñar ninguna tarea útil para el proletariado, en la época de la decadencia del capitalismo. Aunque la aparición de comités de fábrica y de consejos en 1917 significó la muerte de los sindicatos como órganos de lucha de la clase obrera, ninguno de los grupos de Izquierda en Rusia lo había comprendido verdaderamente, ni antes ni después de la aparición de Oposición Obrera. En 1921, cuando Oposición Obrera caracterizaba a los sindicatos como la columna vertebral de la revolución, los auténticos órganos de la lucha revolucionaria, los comités de fábrica y los consejos obreros (soviets) ya habían sido castrados. En el caso de los Comités de fábrica, fue su incorporación a los sindicatos después de 1918 lo que les eliminó definitivamente como órganos de clase. La capacidad de tomar decisiones pasó a manos de los sindicatos que, pese a las buenas intenciones de sus defensores, no podían devolver el poder al proletariado en Rusia. De haberse presentado un proyecto así, en realidad hubiera significado simplemente la transferencia del poder de una rama del Estado a otra.
El programa de Oposición Obrera para la regeneración del Partido nació viciado. Explicaba que el creciente oportunismo en el partido era debido pura y simplemente al influjo de elementos no proletarios. Para ellos, si se hacía una purga obrerista contra los miembros que no eran obreros, el Partido podría volver a su buen cauce proletario y si el Partido estuviese formado mayoritariamente de proletarios “puros” y de manos callosas, todo iría bien. Esta “solución” a la degeneración del Partido eludía totalmente la cuestión. El oportunismo del Partido no era debido al personal que lo formaba sino que era una reacción a las presiones y tensiones surgidas frente a él, al tener que mantenerse en el poder en circunstancias cada vez más desfavorables. Dado que estaba ya en marcha un período de reflujo de la revolución, cualquiera que hubiera tenido las riendas del poder se hubiera vuelto un “oportunista”, por muy puro que fuese su “pedigree” obrero. Bordiga señalaba en una ocasión que los obreros tendían a menudo a ser los peores burócratas. Pero la Oposición Obrera jamás se opuso a la concepción de que el Partido debía controlar el Estado para garantizar que éste continuara siendo un instrumento del proletariado:
“El Comité Central de nuestro Partido debe transformarse en el centro supremo de nuestra política de clase, en el órgano del pensamiento comunista y del control permanente de la política real de los soviets y en la encarnación moral de los principios de nuestro programa.” (Kolontai. Ibídem)
La incapacidad de la Oposición obrera para comprender la dictadura del proletariado como algo distinto de la dictadura del partido les llevó a hacer enardecidos votos de lealtad al Partido cuando, en pleno X Congreso, Kronstadt se sublevaba. Eminentes líderes de la Oposición Obrera llegarían incluso a demostrarlo en la práctica, poniéndose a la cabeza de las tropas de asalto que atacaron la guarnición de Kronstadt. Al igual que las otras fracciones de Izquierda en Rusia, no comprendieron en absoluto la importancia de la sublevación de Kronstadt, que fue la última lucha de masas de los obreros rusos para intentar restaurar el poder soviético. Haber ayudado a reprimir la revuelta no salvó a la Oposición Obrera de ser condenada como una “desviación anarquista, pequeño burguesa”, y sus miembros tachados de elementos “objetivamente” contrarrevolucionarios, al final del Congreso.
La prohibición de “fracciones” en el Partido, en el X Congreso, asestó un tremendo golpe a la Oposición Obrera
Confrontados a la perspectiva de un trabajo ilegal, clandestino, la Oposición mostró su incapacidad para mantener su resistencia al régimen. Unos pocos de sus miembros siguieron luchando durante los años 1920, unidos a otras fracciones ilegales; otros simplemente claudicaron. La misma Kolontai acabó como leal servidora del régimen estalinista. En 1922 el periódico comunista de izquierda inglés, The Workers Dreadnought se refería a los “líderes sin principios y faltos de espíritu de la tal “Oposición Obrera” (Workers Dreadnought. Julio 1920-22). Ciertamente, el programa del grupo carecía de firmeza. Pero esto no era debido a la falta de coraje de sus miembros; se debía a lo difícil que era para los revolucionarios rusos romper con el Partido que había sido el espíritu motor de la revolución. Para muchos comunistas sinceros desafiar las premisas del Partido significaba la nada, el vacío. Este apego al Partido -tan profundo que acabaría volviéndose una barrera contra la defensa de los principios revolucionarios- iba a ser aún más pronunciado en la Oposición de Izquierda que surgió después.
Otra razón que explica la debilidad de las críticas de Oposición Obrera al régimen era la casi total falta de perspectiva internacional. Si bien las más fogosas fracciones de Izquierda en Rusia sacaban su fuerza de una clara comprensión de que el único aliado del proletariado ruso y de su minoría revolucionaria era la clase obrera mundial, el programa de Oposición de Izquierda se basaba en la búsqueda de soluciones encuadradas totalmente dentro del Estado ruso.
La preocupación central de Oposición Obrera era: “¿Quién desarrollará los poderes creativos en el plano de la construcción económica?” (Kolontai). La tarea primordial que ellos adjudicaban a la clase obrera rusa era la construcción de una “economía comunista” en Rusia. Su preocupación respecto del problema de la gestión de la producción, la preocupación de crear unas llamadas “relaciones comunistas” de producción en Rusia demostraban la total falta de comprensión de un punto fundamental: El comunismo no puede ser creado en un bastión aislado. El mayor problema al que se enfrentaba la clase obrera rusa era el de la extensión mundial de la revolución y no la “reconstrucción económica” de Rusia.
Aunque el texto de Kolontai critica “que el comercio exterior con estados capitalistas se realice pasando por encima de los obreros rusos y extranjeros organizados”, la Oposición Obrera compartía la tendencia, que se iba reforzando en la dirección bolchevique, a situar los problemas domésticos de la economía rusa en primer plano, en detrimento de la extensión de la revolución a nivel mundial. El que las dos tendencias hayan defendido posiciones divergentes sobre la reconstrucción económica es lo menos importante cuando se ve que las dos tendían a coincidir en la concepción de que Rusia podía replegarse sobre sí misma por un período indeterminado sin traicionar los intereses de la revolución mundial.
La perspectiva, exclusivamente “rusa”, de la Oposición Obrera, se notaba en su fracaso para establecer lazos firmes con la Oposición Comunista fuera de Rusia. Pese a que el texto de Kolontai fue sacado clandestinamente de Rusia por un miembro del KAPD y publicado por estos y por el Workers Dreadnought, Kolontai se arrepintió pronto de haberlo permitido e ¡intentó que se le devolviera el documento! La Oposición de Izquierda no planteó verdaderas críticas a la política oportunista adoptada por la I.C. -aprobó las 21 condiciones de Admisión de la I.C.- ni tampoco intentó buscar aliados en la oposición a la I.C “en el extranjero”, pese a la obvia simpatía del KAPD y de otros por la Oposición Obrera En 1922, hicieron un último llamamiento al IV Congreso de la I.C., pero limitaron su protesta a cuestiones relativas a la burocracia del régimen y a la falta de libre expresión para los grupos comunistas disidentes, en Rusia. De cualquier modo, recibieron escasa atención por parte de una Internacional que ya había expulsado a muchos de sus mejores elementos y que se preparaba para aprobar la infame táctica del frente único. Al poco de ese llamamiento, los bolcheviques formaron una comisión especial para investigar las actividades de la Oposición Obrera
Esta comisión concluiría diciendo que el grupo constituía una “organización facciosa ilegal” y la represión que siguió puso rápidamente fin a casi todas las actividades del grupo[4]. Oposición Obrera tuvo la mala fortuna de haber sido lanzada al escenario político cuando el Partido, que atravesaba profundas convulsiones, pronto haría imposible toda actividad opositora legal en Rusia. Al tratar de balancearse en los dos columpios: el del trabajo fraccional legal en el Partido y el de la oposición clandestina al régimen, la Oposición Obrera cayó en el vacío; de entonces en adelante, la antorcha de la resistencia proletaria sería llevada por otros luchadores más resueltos e intransigentes.
C.D. Ward
1. Aunque Oposición Obrera dejó de existir a partir de 1922 su nombre, y el de Centralismo Democrático reaparecen continuamente, relacionados a la actividad clandestina, hasta finales de los años 30; lo que parece demostrar que, algunos de los elementos que formaron parte de ellos, combatieron hasta su último aliento
2.cf. “La degeneración de la revolución rusa” y “Lecciones de Kronstadt” en Revista Internacional, nº 3
3. Los mismos bolcheviques engendraron tendencias de extrema izquierda durante el período anterior a la Primera Guerra; en particular los maximalistas, que criticaban la táctica parlamentaria de la organización bolchevique tras la revolución de 1905. Pero, teniendo en cuenta que aquel debate tuvo lugar en la época en que terminaba la fase ascendente del capitalismo, no entraremos ahora a analizar aquellas posiciones. La Izquierda comunista, por el contrario, es un producto específico del movimiento obrero en la época de la decadencia; la Izquierda Comunista tiene su origen en la crítica de la estrategia comunista “oficial” de la Internacional Comunista en su origen, crítica que intentaba definir las tareas revolucionarias del proletariado en el nuevo período.
4. Vean: “Lecciones de la Revolución Alemana”, en Revista Internacional, n° 2
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Queridos camaradas:
Hemos leído en el número de septiembre de vuestra publicación (se trata del mensual de la CCI en Francia), el pasaje siguiente:
“Ciertamente que los revolucionarios, alias los “metafísicos impotentes” no quedarán muy sorprendidos con la oferta de los bordiguistas de sus disciplinados servicios para el frente único. Pues el actual P.C.I. se ha formado con un previo y anterior bagaje antifascista. Los primeros en sus filas vienen de grupos de “partisanos” italianos, después los del “Comité antifascista de Bruselas”, y luego, elementos de la antigua minoría de la Izquierda, favorables a lo que ellos creían que era una “verdadera lucha de clases” contra Franco. Por el contrario, la Izquierda Comunista en Francia y en Bélgica se mantuvo de manera intransigente sobre las bases afirmadas por la Izquierda Comunista Internacional. Durante la Segunda Guerra, sus llamamientos no iban hacia los antifascistas “sinceros” u “obreros”, sino hacia el proletariado mundial, llamándolo a transformar la guerra imperialista en guerra civil, rechazando de antemano cualquier gesto que pudiera ser interpretado como un apoyo crítico a la democracia”.
Este pasaje es del artículo “Proposiciones honestas del P.C.I. para un himen frontista, polémica contra una de las típicas salidas frentistas de Programa Comunista (en Francia, Le Proletaire).
No queremos entrar ahora en una polémica que no nos concierne y sobre la cual ya hemos definido nuestras posiciones. Lo que sí queremos es que se rectifiquen las afirmaciones del trozo arriba citado que no dudamos en calificar de totalmente falsas, no sabemos si fueron escritas por falta de conocimiento o por falta de vigilancia política. Es verdad que Programa Comunista (los bordiguistas) se han salido del Partido Comunista Internacionalista, partido que en Torino “en 1943 tuvo su primera convención, reuniéndose entonces los mismos camaradas que hoy vuelven a rumiar el frontismo (antifascista y sindical) digerido desde hace tiempo por la Izquierda revolucionaria”. Pero también es verdad que el PC Internacionalista ha seguido siendo en Italia la única fuerza que defiende con seriedad y de manera consecuente todo lo mejor que la izquierda hizo en su tarea de sacar las lecciones y las conclusiones de la primera oleada revolucionaria que empezó con la revolución en Rusia y terminó en el seno de la Tercera Internacional. Si por otra, parte los “programistas” se reclaman por comodidad de este mismo patrimonio de elaboración y de lucha para renegarlo en la práctica política, eso es un asunto que no nos concierne sino a causa de la confusión que acarrea incluso en las vanguardias obreras.
Y este Partido Comunista internacionalista fundado en 1943 y conoció la convención de Torino, el congreso de Florencia de 1948 y el de Milán en 1952, no tiene únicamente un bagaje “antifascista”. Los camaradas que lo constituyeron venían de aquella Izquierda que antes que nadie había denunciado, tanto en Italia como fuera, la política contrarrevolucionaria del bloque democrático (incluidos los partidos estalinistas y trotskistas) y la primera y la única en actuar en las luchas obreras y en las filas mismas de los Partisanos llamando al proletariado contra el capitalismo fuera cual fuera el régimen con que se cubre.
Aquellos camaradas, que R.I pretende que presentarlos cómo “resistentes”, eran militantes revolucionarios que hacían un trabajo de penetración en las filas de “Partisanos” para, en ellas, propagar los principios y la táctica del movimiento revolucionario, compromiso por el que llegaron pagar con sus vidas. ¿Tenemos que recordar a los camaradas de Revolution Internationale las figuras de Acquaviva y de Atti? Pues bien, esos dos compañeros vilmente asesinados por orden de jefes estalinistas (los mismos demócratas de hoy) eran dirigentes del Partido Comunista internacionalista y que por su heroica conducta revolucionaria por lo que el Partido Comunista Internacionalista pudo y puede seguir presentándose con sus papeles en regla.
Por lo que se refiere a los camaradas que en el periodo de la guerra de España tomaron la decisión de abandonar la fracción de la Izquierda Italiana para lanzarse a una aventura fuera de toda posición de clase, recordemos que los acontecimientos de España, que vinieron a confirmar las posiciones de la Izquierda, les sirvieron de lección para que volvieran a entrar en el surco de la izquierda revolucionaria. El comité antifascista de Bruselas, en la persona de Vercesi opina que tiene que adherir al PC INT. cuando este se constituye y mantiene sus propias posiciones bastardas hasta el momento en que el partido, en aras de una necesaria clarificación se separa de las ramas secas del bordiguismo. Lo que afirmamos está en documentos que los camaradas de Revolution Internationale tienen a su disposición pero que parece no han leído. El primer cuaderno internacionalista con todos los documentos de entonces muestra cuál fue la política del PC INT y de qué “frontismo” se reclaman: el de la unidad de los trabajadores contra la guerra y sus agentes fascistas y demócratas, lo cual es totalmente diferente del frontismo de organizaciones que hoy defienden los programistas.
Pidiendo que se haga la necesaria rectificación, ahora que R.I. se pone en un terreno de discusión con las fuerzas revolucionarias y se declara estar disponible para la iniciativa internacional de nuestro partido, deseamos que todos los revolucionarios sepan llevar a cabo un serio y crítico examen de las posiciones sobre los principales problemas políticos de la clase obrera hoy en día, documentándose con la seriedad que precisamente les define, cuando se trata de analizar los errores del pasado, lo cual sería siempre es necesario.
Saludos comunistas. Por el Ejecutivo del P.C. Int. DAMEN
Nos quedamos bastante sorprendidos cuando leímos vuestra carta impregnada, por lo menos, de santa indignación. ¿De qué van las cosas, exactamente? Se trata de un artículo publicado en el número 29 de Revolution Internationale del mes de septiembre, artículo dirigido contra el PCI bordiguista en el que poníamos de relieve el profundo oportunismo que corroe esa organización sobre todo en lo que se refiere a la tendencia, que se acentúa más y más, hacia el “frentismo”. El bordiguismo reconstituido en Partido a finales de la Segunda Guerra Mundial, ofrece la edificante imagen de la degeneración de una corriente, antaño comunista de izquierda, sobre todos los problemas que se han planteado al movimiento obrero desde el descalabro y quiebra de la IIIª Internacional, o sea: función del Partido, momento histórico de su constitución; naturaleza y función de los sindicatos hoy en día, programa de reivindicaciones transitorias; electoralismo; problema de la liberación nacional; frentismo. Sobre todos esos problemas, el bordiguismo convertido en Partido, no ha ido haciendo otra cosa que seguir un camino que lo aleja cada vez más de las posturas comunistas y que gradualmente lo va acercando de las posiciones trotskistas. Esta regresión política parece ser la única “invariación” política en la evolución del bordiguismo, y cualquier grupo verdaderamente revolucionario acabará por enfrentarse a él y combatirlo implacablemente. Y eso es lo que hizo Revolution Internationale en el artículo incriminado.
¿Cómo puede ser que los ataques contra el bordiguismo hayan alcanzado a Battaglia Comunista; ya que se queja y protesta y nos manda la carta arriba publicada? Parece como si los tiros hubieran rebotado con mala suerte. Pero ¿sobre quién han rebotado?
Para empezar, el rebote viene de que en Italia hay por lo menos 4 grupos que se llaman PC Int, todos ellos con origen en el Partido inicial y que se reclaman de la misma continuidad, de la misma “invariación” de la misma tradición y de la misma plataforma inicial de la que cada uno se reivindica como el verdadero, legítimo y único heredero. Es desde luego lástima que, por exceso de amor propio y prurito de autenticidad, estos grupos, al guardar el mismo nombre, no hagan más que mantener una confusión. La culpa no es nuestra; lo único que podemos hacer es lamentarlo.
Pero, además, fuera de Italia y sobre todo en Francia, es el un grupo bordiguista (Programa Comunista) el que es conocido como PCI lo cual, piense lo que quiera Battaglia, no deja de ser bastante lógico. Si bien no nos incumbe otorgar certificados de legitimidad, nos parece, sin embargo, que es una conclusión demasiado rápida la de decir que el bordiguismo es una corriente que no hizo más que “atravesar” la Izquierda Italiana, como pretende hacer creer la carta recibida. Sea cual sea su actual regresión, nadie puede ignorar ni negar que, durante 25 años, el bordiguismo se confunde plenamente con lo que se conoce como Izquierda Italiana. Y esto no es solo verdad para la fracción abstencionista de Bordiga y su periódico Il Soviet en los años 20, sino que además está confirmado por el hecho de que la Plataforma presentada por la izquierda en el Congreso de Lyon de 1926 y que va a servir de base para que la expulsen del PC, lleva expresamente el título de “Plataforma de la Izquierda (Bordiguista)”.
De todas maneras, nadie podía llamarse a engaño sobre a quién iba dirigido el artículo mencionado. no puede haber equívoco alguno, pues tomamos la precaución de poner las cosas claras en el subtítulo: “Un PCI (Programa Comunista) “frentista”. En cuanto al pasaje que citáis y que por lo visto tantos os ha irritado, hay que hacer notar que es un elemental derecho y, además, políticamente hablando, algo muy lógico el preguntarse si la degeneración del bordiguismo es una casualidad simplemente o si no hay que ir a buscar sus orígenes en las condiciones políticas mismas en que se constituyó el Partido. Lo que en verdad os molesta es que la historia de la formación de ese Partido resulta que es también vuestra propia historia. Por eso pretendéis minimizar la unidad de responsabilidad, la unidad que había en el origen de ese Partido y os ponéis a hacer distinciones que desde el principio existirían entre unos y otros: “Es verdad que Programa Comunista (los bordiguistas) se puso fuera del Partito Comunista Internazionalista que en Turín tuvo su primera convención, a la cual habían asistido esos mismos camaradas (…)”.
“…hasta el momento en que el partido, en aras de una necesaria clarificación se separa de las ramas muertas del bordiguismo”.
Dicho de otra manera: cuando se forma el PCI, venís a decir: “estábamos nosotros y ellos. Nosotros éramos los buenos y ellos los malos”. Suponiendo que así fuera, ello no impide que “los malos” estaban y que eran un elemento fundamental y unitario cuando se formó el Partido y que nadie dijo nada ni criticó nada, pues lanzados como estaban todos juntos en la carrera precipitada de formar un partido, nadie se tomó el tiempo (eso sin hablar de la falta de un examen serio de la oportunidad del momento para la constitución del partido) de mirar de cerca con quién se emprendía esa formación y de qué posiciones y actividades se reclamaban.
El no haber visto ni comprendido en aquel momento mismo puede ser casi una explicación, pero nunca una justificación y menos aún a posteriori. Por eso no entendemos vuestras quejas cuando lo único que hacemos es recordar simplemente los hechos y que lo que significan a nuestro parecer.
Battaglia Comunista nos pide una “profunda rectificación de las graves afirmaciones contenidas en el trozo citado”, añadiendo que son afirmaciones que “no dudamos en calificar de totalmente falsas”. Rectificar no rectificamos; nos vemos más bien obligados a explicarnos y aportar precisiones que dan base a lo que afirmamos, que no es ni mucho menos como lo pretende Battaglia Comunista “totalmente falso”. Para empezar que quede claro que nunca hemos dicho que el PCI -fundado en 1943- “tenía únicamente un bagaje antifascista”. Sí pensáramos eso, hubiéramos actuado consecuentemente, es decir con la denuncia pura y simple como con los trotskistas y no con la confrontación que, aunque sea virulenta a veces, es cosa muy diferente. No decimos que las posiciones del PCI eran “únicamente” antifascistas, sino que en el Partido les habían dado todos los derechos -incluso a nivel de dirección- a elementos que se reclamaban abiertamente de experiencias frentistas y antifascistas. Lo que queremos evidenciar es que, al lado de las posturas de clase afirmadas, el PCI dejaba que se mantuvieran ambigüedades tanto desde el punto de vista del agrupamiento de elementos como de la expresión de esas posiciones. Ocurría algo así como si después de cerrar la puerta, dejarán la ventana abierta, por si acaso… No queremos que se nos haga decir lo que no decimos, pero defendemos lo que decimos. Por eso apoyamos completamente lo que escribía Internationalisme nº 36 en julio de 1948:
“Como después de la Conferencia de 1945, seguimos pensando que en su seno (el PCI) se han juntado numerosos militantes revolucionarios sanos, y por esto esa organización no puede ser considerada como perdida para el proletariado”.
Internationalisme no habría hablado así de un grupo únicamente antifascista, pero ello no cambia nada de las “graves afirmaciones” críticas que hacía contra las “ambigüedades” y los errores del PCI y que las posteriores vicisitudes, crisis y escisiones han venido a confirmar con creces.
Esas ambigüedades y errores ya las encontramos en el hecho mismo de la constitución del Partido. El Partido no se constituye en cualquier momento. La Izquierda Comunista de Francia tenía razón, apoyándose en las críticas pertinentes de “Bilán” contra la proclamación por Trotsky de la Cuarta Internacional, cuando criticó con energía la constitución del P.C. Int. Un Partido así, constituido en un período de reacción y de derrota de la clase, no solo lleva las marcas del voluntarismo y de lo artificial, sino que además estará lleno de vaguedades y ambigüedades políticas. Que nosotros sepamos, nunca el P.C. Int. (seáis o no vosotros los únicos en continuarlo contesto a esas críticas, prefiriendo, en el entusiasmo constitutivo., ignorarlas con silencio desdeñoso, a la vez que abría las puertas a elementos muy dudosos políticamente.
Encontramos esas ambigüedades en la Plataforma Política del PC Int. publicada en francés en 1946. ¿Hace falta insistir que durante la guerra y sobre todo al final los problemas sobre la actitud de los revolucionarios frente a la guerra, la Resistencia Partisana, la mentira antifascista y demás “liberaciones” tomaban una extrema importancia y que exigían la mayor claridad e intransigencia? Hablando de esas actividades y aún condenando la Resistencia en su conjunto, la Plataforma escribe: “Los elementos efectivos de la acción clandestina que se desarrolló contra el régimen fascista han sido y son reacciones espontáneas e informes de grupos proletarios y escasos intelectuales desinteresados, a la manera de la acción y organización que cualquier Estado o ejército crean y fomentan en la retaguardia del enemigo” (Plataforma, pág. 19, párrafo 7)
Todo el párrafo 7, en qué se trata la cuestión de los “Partisanos”, se esfuerza en habilitar la idea según la cual el movimiento partisano tendría una doble base: una de origen proletario y la otra de Estados y ejércitos adversarios. Para revalorizar más aún las “reacciones espontáneas e informes de agrupamientos de proletarios” irán hasta minimizar el peso de la otra base: “Esos jefezuelos políticos que han aparecido como moscardones sabiondos que no han tenido más que una mínima influencia en esa acción” (ídem). Véase la ambigüedad de este otro pasaje del mismo párrafo:
“En realidad la red que los partidos burgueses y seudo proletarios construyeron durante el período clandestino, no tenía como finalidad, ni mucho menos la insurrección “partisana” nacional y democrática, sino la creación de un aparato destinado a inmovilizar cualquier movimiento revolucionario que pudiera haber surgido cuando el hundimiento de las defensas fascistas y alemanas.” (Idem)
Esa insistencia en hacer distinciones y oposiciones entre “la insurrección partisana nacional y democrática” que busca “inmovilizar cualquier movimiento revolucionario” recoge claramente la primera distinción sobre el origen y el doble carácter del movimiento “Partisano” y lleva lógicamente al reconocimiento de un posible movimiento “antifascista proletario” democrático sincero y demás… opuesto a un falso antifascismo burgués.
Así ocultan con velo casi transparente el lazo “natural” que ponen entre el proletariado y los Partisanos, velo que caerá por completo cuando escriben:
“Esos movimientos (de los Partisanos), que no tienen una orientación política suficiente (sic) expresan, a lo más, la tendencia de grupos proletarios locales a organizarse y armarse para conquistar y conservar el control de las situaciones locales y, por tanto, del poder”.
El movimiento de Partisanos no queda denunciado como lo que es, es decir, la movilización para la guerra imperialista, sino que se presenta como una tendencia de grupos proletarios para conquistar el poder local, pero desgraciadamente... “con una orientación insuficiente” …
Cuando uno piensa que estos textos están sacados de la Plataforma, es decir, del documento de base fundacional, escrito con el mayor cuidado, por los miembros con mayor audiencia puede uno imaginarse fácilmente las diatribas antifascistas de la prensa local del P.C. Int. en el Sur de Italia, que se encontraba aislado y cortado del centro que estaba en el Norte.
Con tales definiciones no es de extrañar que acabarán por defender esas luchas:
“Por lo que se refiere a la lucha partisana y patriótica contra los alemanes y los fascistas, el Partido denuncia la maniobra de la burguesía internacional y nacional quien con su propaganda por el reconocimiento de un militarismo de Estado oficial (propaganda sin sentido) (sic) intenta disolver y liquidar las organizaciones voluntarias de esta lucha, que ya en muchos países han sido atacadas por la represión armada”.
Se nos pedía a la C.C.I. una” profunda rectificación de afirmaciones graves”. Estamos totalmente de acuerdo y convencidos de que son necesarias y de que se imponen. La cuestión es saber quién tiene que rectificar y qué. ¿Nos toca a nosotros rectificar acusaciones falsas de antifascismo? ¿o es más bien Battaglia quien tiene que rectificar postulados y fórmulas muy ambiguas de la Plataforma, base constitutiva del P.C. Int.?
¿Cómo podía el P.C. Int salir en defensa de la organización Partisana contra la amenaza de disolución por parte del Estado? Los Partisanos eran la organización armada en la que la burguesía movilizaba a los obreros de la retaguardia para la guerra imperialista en nombre del antifascismo y de la liberación nacional. Eso nos parece muy evidente para el P.C. Int. que ve en esta organización de Partisanos patriótica y antifascista algo diferente, “una reacción espontánea de grupos proletarios” de ahí su política llena de solicitud hacia ellos:
“Respecto a esas tendencias que representan un hecho histórico de primer orden… el Partido pone en evidencia que la táctica proletaria exige, en primer lugar, que los elementos más combativos y resueltos encuentren finalmente (!) la posición política y la organización que les permitirá -después de haber dado su sangre por la causa de otros- luchar por fin y únicamente por su causa propia” (Idem).
No nos engañemos. Para el P.C. Int. no se trata de elementos obreros despistados y arrastrados a una organización capitalista que el proletariado tiene que destruir en primera instancia, sino de una organización obrera, “un hecho histórico de primer orden”, con “una orientación política insuficiente” que hay que defender contra las maniobras de la burguesía que quiere disolverla con quién puede haber diálogo, un campo fértil para la revolución y en cuyas filas se puede entrar para sembrar las posiciones comunistas.
Creen que nos callaremos diciéndonos que los militantes del P.C. Int. en las filas partisanas no estaban para hacer un trabajo de “resistentes” sino para “difundir los principios y las tácticas del movimiento revolucionario”. Vale. Pero para hacer propaganda oral o escrita no se pide a los revolucionarios que adhieran a una organización contrarrevolucionaria. Ese tipo de penetración es la táctica de los que se dedican al “entrismo táctico” cosa que desde luego no apreciamos nada y qué mejor es dejar para los trotskistas. Pero eso no explica por qué, precisamente, en las filas partisanas y no en partidos como los P.S. o P.C. por ejemplo. Esa se parece más bien a la táctica “entrevista” de los trotskistas y no tiene nada que ver con las posiciones revolucionarias de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista. Ya fuera por decisión individual o del Partido, que el partido aceptara que algunos de sus “cuadros” entrarán en la organización de Partisanos, es esa una táctica bastante extraña que no puede calificarse sino de colaboración política. Los Partisanos, no lo olvidemos, fue una organización contrarrevolucionaria y de la peor calaña, creada durante la guerra para seguir perpetuando la matanza de obreros; es una organización militar basada en el “voluntariado” (igual que las S.S.) y por ello, no ofrece ningún terreno propicio para difundir principios y tácticas revolucionarias; eso la distingue del ejército en donde los obreros son movilizados por la fuerza (1 ). El hecho de que esta organización de guerra tuviera aires “populares” y al “antifascismo” por bandera, no justifica en absoluto la política de penetración y el envío de dirigentes por parte de un Partido revolucionario. Si así lo hizo el P.C. Int. es porque también él estaba en la confusión: además, preso de su “activismo”, cometió una imperdonable ligereza al dejar que fueran militantes o, lo que es peor, mandándolos a esa guarida contrarrevolucionaria militar en la que acabaron siendo asesinados. De error semejante mejor sería no jactarse (2).
No conocemos al detalle las circunstancias en que fueron asesinados, por orden de estalinistas los camaradas Acquaviva y Atti. Su trágico fin lejos de traer pruebas de la justeza de vuestra política de participación no hace sino reforzar nuestra convicción. Muchos trotskistas, en Francia y otros sitios perdieron la vida en circunstancias parecidas, eso no es en absoluto una prueba de que la política de participación que practicaban fuera revolucionaria.
En vista de todos los expuesto, no queda duda alguna en cuanto a la ambigüedad de la postura del P.C. Int. sobre la cuestión de la Resistencia antifascista y Partisana; esto acabará pesando en la posterior evolución de la organización. Para confirmar lo que decimos, basta citar la intervención de Danielis (3) en el Congreso del P.C. Int. (Florencia 6-9 mayo 1948):
“Hay algo que tiene que quedar claro para todos: el Partido ha sufrido una grave experiencia con un fácil aumento de su influencia política -debida a un no menos fácil activismo- no en profundidad, por las dificultades, sino superficial. Debo dar cuenta de una experiencia personal que servirá para ponerse en guardia ante el peligro de una fácil influencia del Partido entre ciertas capas, masas, consecuencia automática de una no menos fácil formación teórica de los dirigentes. Yo estaba de representante del Partido en Turín durante los últimos meses de la guerra. La Federación era numéricamente fuerte, con elementos muy activistas, con un montón de gente joven, teníamos muchas reuniones, tirábamos octavillas, el periódico, un Boletín, había contactos con las fábricas, discusiones internas que siempre tomaban un tono extremista en las divergencias sobre la guerra en general o la de los partisanos en particular, contactos con desertores. La posición frente a la guerra era clara: ninguna organización en la guerra, rechazo de la disciplina militar por parte de gentes que se proclamaban internacionalistas. Podría deducirse, entonces, que ningún inscrito en el Partido aceptaría las directivas del “Comité de Liberación Nacional”. Pues bien, el 25 de abril por la mañana (fecha de la “liberación” de Turín) toda la Federación de Turín estaba en armas para participar en el remate de 6 años de matanzas, y algunos compañeros de la provincia -militarmente encuadrados y disciplinarios- entraron en Turín para participar en la caza del hombre. Yo mismo, que hubiera debido declarar disuelta la organización, tuve que hacer un compromiso pidiendo que se votará una orden del día por la que los compañeros se comprometían a participar en el movimiento de manera individual. El partido no existía se había volatilizado”.
Este testimonio público de un viejo militante responsable, formado por larga experiencia de la Izquierda Italiana en el extranjero, es elocuente y dramático a la vez. No fue, pues el Partido quien entró en las filas de partisanos para difundir los principios y la táctica revolucionaria, sino que fue el espíritu partisano el que entró en el Partido gangrenando a sus militantes. El hecho de que el P.C. Int. no se haya entregado nunca a una discusión crítica profunda sobre el tema, el que por razones de prestigio el Partido haya preferido esconderse en un silencio que lo ha arrastrado, como hemos de ver, a otros “silencios”, explica muchos incidentes de su historia, la supervivencia de esas ambigüedades y su desarrollo mismo en el conjunto de grupos en que se ha dividido.
Esa ambigüedad respecto a la cuestión de Partisanos, la encontraremos cada vez en los grupos salidos del P.C. Int. Original, y no solo entre los bordiguistas (Programa) con su apoyo a los movimientos de liberación nacional en los países subdesarrollados. La encontramos también en el “Bulletin International” publicado en francés a principios de los años 60, hecho en común por News and Letters, Munis y Battaglia Comunista, en donde, en un artículo de un camarada italiano, intenta demostrar echando mano de la teoría del “caso particular”, que los Partisanos en Italia tenían algo de diferente de las demás resistencias en otros países, lo cual justificaba un tratamiento particular. Huellas de esa posición ambigua, las encontramos incluso en la carta que nos ha mandado Battaglia Comunista cuando dice “actuar en el seno de las luchas obreras y en las filas mismas de los Partisanos”.
Según la carta de Battaglia, los camaradas de la minoría de la fracción italiana fueron a España “fuera de toda posición de clase”, mientras que los militantes del P.C. Int. “hacían un trabajo de penetración en las filas de los Partisanos para difundir los principios y la táctica del movimiento del revolucionario”. Pero ¿es que los camaradas de Battaglia Comunista creen que los militantes de la minoría fueron a España con la idea de “defender la democracia republicana contra el fascismo”? También ellos creían, como los del P.C. Int. en las filas partisanas, que iban a España a difundir en las filas milicianas los “principios y la táctica del movimiento revolucionario”, que iban a luchar por la Dictadura del Proletariado, por el Comunismo. ¿Por qué la de la minoría fue una “aventura” y, en cambio, la del P.C. Int? fue un acto de heroísmo? Pregunta muy sencilla y a la que desde luego no contesta la afirmación perfectamente gratuita de que los sucesos de España “les sirvieron de lección (a la minoría) para que volvieran a los cauces de la izquierda revolucionaria”. Esta minoría excluida de la fracción va a reagruparse en 1936 en la Unión Comunista grupo que defendía las mismas posiciones, quedándose en ella hasta la dispersión de dicho grupo durante la guerra. No volvería a tratarse la cuestión de la reintegración de esos militantes a la Izquierda Comunista, hasta el momento de la disolución de la Fracción y la integración de sus militantes en el P.C. Int. (finales del 45). Ni tampoco hubo “lección” aprendida, ni rechazo de posiciones, ni condena de su participación en la guerra antifascista de España por parte de sus camaradas. Fue simplemente la euforia y la confusión de la constitución del partido “con Bordiga” lo que animó a esos camaradas, incluidos los pocos compañeros franceses que quedaban de la Unión Comunista, a entrar en él; todo ello bajo la instigación directa de Vercesi, que se había vuelto dirigente del partido y su representante fuera de Italia. El Partido en Italia no les pidió cuentas, y no por ignorancia (viejos camaradas de la fracción como Danielis, Lecce, Luciano, Butta, Vercesi y muchos más no podían ignorar a aquella minoría que nueve años antes ellos mismos habían excluido), sino porque las cosas no estaban para “viejas peleas”; la reconstitución del Partido lo borraba todo. Un Partido que no parecía preocuparse mucho de los actos de Partisanos, presentes entre sus propios militantes, no iba a mostrar rigor hacia aquella minoría por actividades de un pasado ya lejano, abriéndole las puertas “naturalmente”, y haciendo de ella los cimientos de la sección francesa del nuevo Partido.
Las explicaciones sobre el Comité Antifascista de Bruselas y su promotor Vercesi no son mejores que las anteriores. Sobre esto, la carta de Battaglia dice: “El Comité Antifascista de Bruselas en la persona de Vercesi, quien cuando se forma el P.C. Int. opina que hay que adherir, mantiene sus propias posiciones bastardas hasta que el Partido, en aras de la claridad, se separa de las ramas muertas del bordiguismo”. ¡Qué bien dicho! El, Vercesi opina que tiene que adherir… y el Partido, ¿qué opina? ¿o es que el Partido es un club de golf del que es socio quién le parece? Vercesi no era un recién llegado. Era un viejo militante de la Izquierda Italiana en los años 20, principal portavoz de está en la inmigración. Fue el alma de la Fracción y el principal redactor de Bilan. Su labor de militante y sus méritos revolucionarios son enormes, así como su influencia. Por eso, la lucha dentro de la Fracción contra las posiciones cada vez más aberrantes de Vercesi tenía una gran importancia.
El anuncio de la constitución de un Comité Antifascista italiano en Bruselas en los últimos meses de la guerra con Vercesi a su cabeza en nombre de la fracción, provocaría una violenta reprobación entre los elementos y grupos revolucionarios en Francia. La fracción agrupada en Francia, en acuerdo con el Grupo francés de la Izquierda Comunista, reaccionó excluyendo a Vercesi de la Fracción, algunos meses antes de que se conociera la constitución del Partido en Italia y que aquella proclamará su propia disolución. Lo que volvía más grave el comportamiento político de Vercesi era que arrastraba tras sí a los compañeros italianos de Bruselas y a la mayoría de la Fracción Belga. Fue en esta situación que Vercesi, meses después, iría a Italia en dónde obtienes las nuevas investiduras de dirigentes del nuevo Partido y su representación en el extranjero. El Partido no podía dejar de conocer aquellos sucesos porque no solo una gran parte de compañeros responsables de la Fracción disuelta acababan de volver a Italia, sino sobre todo porque el Grupo francés de la Izquierda Comunista planteaba las discusiones públicamente en su revista Internationalisme y multiplicaba cartas directas y cartas abiertas al P.C. Int. y a las demás fracciones de la Izquierda Comunista, en las que criticaba y condenaba todas estas acciones. Exceptuando la Fracción Belga, el P.C. Int. se encerraba en un tupido silencio y, por toda respuesta acabó reconociendo en Francia únicamente a la fracción recién constituida por el mismo Vercesi, con las bases y la ayuda de la antigua minoría, apartando sí al grupo Internationalisme y sus molestas preguntas. Habría que esperar hasta 1948, para que el Partido se decidiera a romper el silencio, pronunciándose en una breve y lacónica resolución contra el Comité Antifascista de Bruselas sin ni siquiera mencionar al que seguía siendo uno de sus dirigentes, Vercesi. La política de silencios es la política del mantenimiento de la ambigüedad. Y harían falta 5 años más para que, como nos dicen en la carta, “el Partido, en aras de una necesaria claridad, se separe de las ramas muertas del bordiguismo”.
No es nuestra intención escribir la historia del P.C. Int. Si hemos hablado largo y tendido sobre la Plataforma y el problema de los Partisanos es porque esa era, en aquel entonces, la cuestión capital. Hemos hablado poco, sin embargo, sobre la integración de la minoría de la Fracción que participó en la guerra de España o de la de los del Comité Antifascista de Bruselas, aunque es verdad que las implicaciones políticas de la de estos últimos sean de la mayor importancia; ya que lo que nosotros queríamos era simplemente justificar lo que afirmamos: que a la base de la formación del P.C. Int. hay graves ambigüedades que lo ponen en franca regresión política con respecto a las posiciones de la Fracción de la preguerra y de Bilán. Aun manteniéndose globalmente en un terreno de clase, el P.C. Int. no consiguió librarse de las viejas posiciones erróneas de la Internacional Comunista como la cuestión sindical o la participación en campañas electorales. La posterior evolución del P.C. Int. y su dislocación en varios grupos que se produjo dan prueba de su fracaso. Lo aportado por la Izquierda Italiana es considerable, y sus trabajos teóricos políticos pertenecen al patrimonio de la historia del movimiento revolucionario del proletariado. sin embargo, como pasó con la Izquierda Alemana o la holandesa, todo da cuenta del agotamiento, ya antiguo, de lo que fue la Izquierda Italiana tradicional. Esta es otra prueba más de la ruptura de la continuidad orgánica con el pasado. La terrible época de la contrarrevolución, su profundidad y larga duración destruyeron física y orgánicamente a la I.C. en quiebra. La Fracción quería ser un puente entre el partido de ayer y el del mañana. No pudo realizarse. Con su constitución, el P.C. Int. quería ser el polo del nuevo movimiento revolucionario. Ni el periodo ni sus propias insuficiencias y ambigüedades se lo permitieron. Fracasó, y hoy aparece más bien como una supervivencia del pasado que como un nuevo punto de partida (4).
Con la reaparición de la crisis histórica que sacude los cimientos del sistema capitalista, y la reanudación de las luchas obreras por todas partes, tenían que volver a aparecer sin falta nuevos grupos revolucionarios que expresan la necesidad y la posibilidad de un nuevo agrupamiento de revolucionarios. Hay que dejar de seguir reclamándose de una vaga y dudosa continuidad orgánica y de querer resucitarla artificialmente. Lo que importa ahora es de ponerse manos a la obra por el reagrupamiento, por crear un nuevo polo de revolucionarios. Pero para que el reagrupamiento cumpla de verdad con su función y sea capaz de asumirla plenamente solo podrá realizarse con base en criterios políticos precisos, con una coherencia y orientación políticas claras, fruto de las experiencias del movimiento obrero y de sus principios teóricos. Es ese un esfuerzo que hay que continuar metódicamente y con la mayor seriedad. Hay que evitar a toda costa lo fácil, como decía Danielis, como convocar conferencias sobre la base tan difusa de denunciar tal o cual cambio o vuelta de los Partidos “Comunistas” de Europa. Eso sería poner por delante la preocupación de la cantidad a expensas de criterios políticos, que son los únicos válidos para cimentar con solidez y dar una significación verdadera al reagrupamiento de revolucionarios. Y también sobre este punto, la experiencia de la fundación del P.C. Int. puede servirnos de lección edificante.
Apegados como estamos a la idea de la necesidad de contactos y de la reagrupación de los revolucionarios, la C.C.I. dará ánimos y participará activamente en cualquier intento que vaya en ese sentido. Por eso contestamos positivamente a la iniciativa de Battaglia para una Conferencia Internacional de grupos revolucionarios, poniendo en guardia, eso sí, contra la ausencia de criterios políticos, que han permitido que invitarán a grupos como los trotskistas- modernistas de la Union Ouvriere, o mao-trotskystas de Combat Comuniste, cuyo sitio no vemos nada claro en una conferencia de comunistas.
Nos pidieron una “rectificación”. Es lo que hemos hecho, un poco larga quizás, pero, esperemos, clara. Es precisamente porque estamos cada vez más convencidos de la necesidad de discutir entre grupos que se reclaman del comunismo, por lo que pensamos que las discusiones no serán en verdad fecundas más que con la mayor claridad en cuanto a posiciones políticas, del presente como del pasado.
Esperando vuestras noticias, saludos comunistas.
Corriente Comunista Internacional, 30/11/76
1 Los Partisanos se formaron bajo control directo de los Aliados y en el terreno, bajo el control del Partido Comunista y del Partido Socialista.
2 En general, no apreciamos mucho el tono fanfarrón refiriéndose a los camaradas que constituyeron el P.C. Int. que venían de aquella Izquierda que “había sido la primera y la única en actuar en el seno de las luchas obreras y en las filas mismas de los Partisanos, llamando al proletariado a luchar contra el capitalismo sea cual sea el régimen con que se cubre”. Primero, es difícil no ser la “primera” cuando se es la “única”. Segundo, esta Izquierda no era la “única”. Había otros grupos como los Consejistas holandeses y norteamericanos, el R.K.D., los C.R. etc. que defendían posturas de clase contra el capitalismo y contra la guerra. Tercero, si se quiere hablar de participación hasta en las filas partisanas, aquella parte de la Izquierda Italiana que se dejó arrastrar no habrá sufrido demasiado de aislamiento al estar bien acompañada por toda clase de grupos desde los trotskistas hasta los anarquistas.
3 Danielis era un militante activo de la Fracción Italiana en Francia; volvió a Italia en vísperas de la guerra.
4 Baste recordar, para convencerse, la ausencia total de grupos que se reclamaran del P.C. Int. durante las luchas de la Fiat y Pirelli en el otoño caliente de 1969 en Italia, que le sorprendió por completo. Para qué hablar de la ridiculez del llamamiento de los bordiguistas, por medio de una octavilla manuscrita que pegaron en las paredes de la universidad, para que los 12 millones de obreros en huelga se pusieran tras las banderas del Partido… en mayo de 1968 en Francia.
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Los textos sobre la “situación internacional” y sobre el periodo de transición que publicamos en este número de la Revista Internacional son informes del Segundo Congreso de R.I., sección de la C.C.I. en Francia. Ambos temas fueron como el telón de fondo en que se inscribieron los trabajos del Congreso, el eje de los debates. Sí estaba en el orden del día del Congreso, no fue por razones teóricas generales sino como respuesta al desarrollo de la situación general. Porque la actual evolución de la crisis del sistema (que no es sino la continuación de su decadencia) plantea, por su agudización, cada vez más abiertamente la perspectiva revolucionaria como única salida posible. Hoy el ahondamiento inevitable de la crisis, de la que ya nadie pretende sacarnos un día, va a obligar al proletariado a recuperar las armas de su lucha histórica. Y ahora que el capital ya no intenta atraer con espejismos de “años mejores” sino que ya solo puede pedir a los proletarios del mundo entero que “se aprieten el cinto”, la revolución aparece no ya como una posibilidad lejana sino como una necesidad vital. El contenido del socialismo, los primeros problemas que planteará la victoria se vuelven una preocupación cada vez mayor para los revolucionarios. A esos problemas quiso responder el Congreso: el análisis de la situación que lleva a la revolución y los primeros problemas que su victoria planteará al proletariado. Ambos aspectos del porvenir, la situación antes y después de la revolución, estarán cada vez más ligados. La actual crisis hace de la revolución una perspectiva cada vez más concreta, lo cual lleva a plantearse el problema del contenido de esta.
Por eso, hoy, algunos grupos se ven llevados a preocuparse por los problemas del periodo de transición y apreciar su importancia. Grupos como el PIC, CWO, la revista Spartacus han consagrado artículos en sus publicaciones sobre ese tema que hace algunos años se desconocía prácticamente en el movimiento obrero que renacía. Es esencialmente la evolución de la realidad misma lo que ha originado esa preocupación. Hizo falta que la crisis apareciera con toda su crudeza para que, elementos de la clase, como ICO, el GLAT, Alarma o los situacionista en 1968-69, hacían bromas sobre las “profecías” de R.I. se vieran obligados a reconocerla y hablar de ella. Pues de la misma manera, también ha sido la evolución actual de la situación lo que lleva a diferentes grupos a preocuparse por los problemas de la revolución y a reconocerlos como problemas. “La humanidad no se plantea problemas que no puede resolver”. La realidad es quien provoca el desarrollo de la conciencia del proletariado de sus intereses y de tareas; es la que pone a los revolucionarios frente a sus responsabilidades en el desarrollo de esa conciencia.
Así pues, cada vez más, la evolución de la situación va a hacer que se plantee el problema del contenido de la revolución, problema que se hará preocupación creciente en el movimiento obrero. ¿Quién toma el poder?, ¿cómo es ese poder?, ¿cómo se organiza?, ¿cuáles son las primeras medidas que toman?, todo se va a plantear y a discutir ampliamente. Es únicamente en base a las experiencias del pasado de la clase como los primeros elementos de una respuesta podrán aportarse. Para ello se necesita una profunda reflexión; la responsabilidad de los revolucionarios a este respecto es tanto más grande porque se rompió la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado; y el desconocimiento por parte del movimiento obrero actual de lo adquirido en su propio pasado aumenta las dificultades. Ya desde hace varios años, R.I. ha iniciado y desarrollado discusiones sobre el periodo de transición; ahora, de momento, se han concretado en la resolución publicada en esta revista, la cual sirve como contribución en la discusión dentro de la CCI y para la clase obrera en su conjunto.
El texto sobre la “Situación Internacional” que va primero, aparte de ser un cuadro general de la situación política mundial, procura hacer la síntesis de las discusiones sobre la actualidad que hubo durante el pasado año en la CCI, y poner de relieve los diferentes factores que intervienen en cualquier situación; en este sentido, es también un texto de método que intenta afinar las armas para entender cualquier situación política.
El segundo Congreso de Revolution Internationale no solo se preocupó de problemas “específicos” de la sección en Francia; hizo y concibió su trabajo como parte integrante de la CCI. Ya hemos publicado los textos que incumben más directamente a la sección de Francia en R.I. nº32, pero en los textos que aquí siguen son de interés general e internacional y como tales los ponemos en nuestra prensa internacional para todo el movimiento obrero.
- I -
Durante años, los portavoces de la burguesía han tratado de exorcizar con pretensiones científicas a los demonios de la crisis. Cubriendo con Premios Nobel y honores a sus economistas más más estúpidamente beatos, la clase burguesa esperaba que los hechos se plegarán a sus aspiraciones. Hoy la crisis del capitalismo aparece con tal evidencia que hasta los sectores más “confiados” y “optimistas” de la clase dominante han admitido no solamente su existencia sino también su gravedad. Por eso, la tarea de los revolucionarios ya no es la de anunciar la inevitabilidad de la crisis, sino subrayar el fallo de las teorías que crecieron como hongos tras las lluvias en la época de la falaz “prosperidad” que acompañó a la reconstrucción de las ruinas de la segunda guerra mundial.
- II-
Entre las teorías más en boga en el mundo burgués, la de la Escuela Neo-Keynesiana era la favorita. ¿No había acaso anunciado una era de prosperidad ilimitada gracias a una intervención atinada del Estado en la economía, gracias a la herramienta del presupuesto? Desde 1945 esta intervención ha sido regla general en todos los países: la catástrofe económica presente viene a anunciar la muerte de las ilusiones de los discípulos de aquel que la burguesía considera como “el mayor economista del siglo XX”.
De manera general, la situación actual ilustra la derrota de todas las teorías que han hecho del Estado un posible Salvador del sistema capitalista contra la amenaza de sus propias contradicciones internas. El capitalismo de Estado, que ha sido presentado como la simple prolongación del proceso de concentración comenzado en el periodo ascendente del capitalismo o como “superación de la ley del valor”, se revela cada vez más como lo que siempre ha sido desde su aparición durante la Primera Guerra Mundial: la manifestación, esencialmente a nivel político, de los esfuerzos desesperados de un sistema económico acechado para preservar un mínimo de cohesión y para asegurar, no ya su expansión, sino la supervivencia. La violencia con la cual la crisis mundial golpea hoy los países en donde el capitalismo de Estado se ha desarrollado más, va echando por los suelos las ilusiones sobre su naturaleza “socialista” y sobre la pretendida capacidad de “planificación” o del “monopolio del comercio exterior” para acabar con la anarquía capitalista. En esos países se vuelve cada vez más difícil ocultar el desempleo tras una infrautilización de la mano de obra. Ahora, las autoridades reconocen abierta y oficialmente la existencia de esa plaga típicamente capitalista. Igualmente, la subida de los precios, que hasta estos últimos tiempos no tocaba sino el mercado paralelo, se extiende de manera espectacular al mercado oficial. La economía de esos países, que tiene la pretensión de aguantar bien las convulsiones del capitalismo mundial, se revela frágil y mal armada para enfrentar la exacerbación actual de la competencia comercial. Lejos de ser capaz como lo anunciaban ciertos de sus dirigentes de superar el capitalismo occidental, esas economías durante estos últimos años han contraído enormes deudas hacia él, lo cual la sitúa hoy prácticamente en una situación de bancarrota. Esta deuda considerable desmiente de una manera mordaz todas las teorías que, olvidando -a veces en nombre del “marxismo”- que la saturación general de los mercados no es un fenómeno específico de tal o cual región del mundo, sino que toca al conjunto del capitalismo, creyeron encontrar en los países llamados socialistas mercados milagrosos que iban a resolver los problemas que asaltan al capital.
Desde finales de los años 60, cuando la burguesía empezó a tomar conciencia de las dificultades de su economía, no han dejado de repetir que la situación actual es fundamentalmente diferente de la de 1929. Aterrada ante la idea de que pudiera conocer otra “depresión” de ese tipo, la burguesía ha tratado consolarse poniendo de relieve todas las diferencias que distinguen la crisis actual de la de entre las dos guerras. Y ha ido destacando, separados del conjunto, los diferentes aspectos y las diferentes etapas de la crisis para no hablar más que de “crisis del sistema monetario” seguida por la “crisis del petróleo”, que sería responsable tanto de la inflación galopante como de la recesión.
Al contrario de lo que piensa la mayoría de los “especialistas” de la clase dominante, la crisis de 1929 y la crisis actual tienen la misma naturaleza fundamental; las dos se inscriben en el ciclo infernal de la decadencia del modo de producción capitalista: crisis-guerra-reconstrucción- nueva crisis, etc. Ambas son la expresión del hecho de que, después de un período de reconstitución del aparato productivo destruido por la guerra imperialista, el capitalismo se encuentra de nuevo incapaz de vender su producción en un mercado mundial saturado. Lo que distingue a las dos crisis son aspectos circunstanciales. En 1929, la saturación del mercado se traduce por una caída brutal del crédito privado que se expresa en la caída brutal de la Bolsa. Después de un primer período de desbandada, tuvo lugar, por medio de políticas de armamento y de grandes obras como en la Alemania de Hitler y el “New Deal” americano, una intervención masiva del Estado en los mecanismos económicos que le dio un nuevo impulso a la economía, de manera momentánea. Pero esta política encuentra sus propios límites por el hecho de que las reservas financieras del Estado no son inagotables: en 1938, las cajas están vacías y la economía mundial se hunde en otra depresión de la cual no sale sino con … la guerra.
En el período que sigue a la Segunda Guerra, la intervención estatal no se reduce como después de la Primera Guerra. En particular el presupuesto del armamento conserva un lugar fundamental en la economía. Esto explica el mantenimiento desde 1945 de una inflación estructural. Esta expresa la presión creciente de los gastos improductivos necesarios para la supervivencia del sistema y que conduce a un endeudamiento cada vez más generalizado, en especial por parte de los diferentes Estados. Con el final de la reconstrucción y la saturación de los mercados, el sistema no tiene otra escapatoria que la de continuar con la misma política de endeudamiento que transforma la inflación estructural en inflación galopante. Desde entonces, no le queda al capitalismo otra salida que oscilar entre esa inflación y la recesión que vuelve a aparecer apenas los gobiernos tratan de combatir la inflación: por ello los planes de reactivación y los planes de austeridad se suceden a un ritmo cuya aceleración traduce en realidad la agravación catastrófica de las convulsiones del sistema. En la fase actual de la crisis, es de manera cada vez más simultánea y no alterna como la inflación y la recesión se abaten sobre las economías mundiales.
La intervención sistemática del Estado le ha evitado al sistema una caída brutal del crédito privado como la de 1929. Obnubilada por epifenómenos e incapaz de comprender las leyes fundamentales de su propia economía, la burguesía no ve todavía llegar su nuevo 29... por la sencilla razón que se encuentra ya en la situación de 1938.
-IV-
La situación presente de la economía mundial también desmiente la idea, defendida hasta en las filas de los revolucionarios, de que la crisis actual es una “crisis de reestructuración”, entendida no en el sentido de que su única salida es la transformación de la estructura de la sociedad, sino como resultado de un nuevo arreglo de las estructuras económicas existentes. En particular, con tal concepción, las medidas de capitalismo de Estado son presentadas a menudo como un medio para el sistema de superar sus contradicciones.
Sí hacia finales de los años 60 ese tipo de teoría podía tener algo de credibilidad, hoy aparece como elucubraciones de intelectuales más o menos originales. Los dirigentes de la economía burguesa serían unos pésimos aprendices de brujos si hubieran hundido la economía en semejante caos únicamente para “reestructurarla”. En realidad, en todos los terrenos, la situación está hoy mucho peor que hace 5 años, aunque hace cinco años ya se había deteriorado notablemente con respecto a la de hace diez años, Si las condiciones de hace diez años condujeron a las de hace cinco años y la de esta época al resultado actual, es imposible imaginarse cómo las condiciones presentes, (la recesión, el endeudamiento y la inflación nunca habían sido tan alarmantes) podrían desembocar en una mejora cualquiera de la situación de la economía capitalista.
Los Premios Nobel de Economía, al igual que los “revolucionarios” que echaron por el suelo al marxismo según ellos “superado”, tendrán que resignarse: la crisis actual es una crisis sin salida y que no para de agravarse.
Aunque la crisis actual no pueda sino ir dándose de manera ineluctable, aunque ninguna medida que tome la clase dominante sea capaz de detener su curso, la burguesía se ve, sin embargo, obligada a tomar toda una serie de disposiciones con el fin de tratar, en la desbandada general, de asegurar un mínimo de defensa de su capital nacional y de frenar su degradación.
Por el hecho de que la crisis es el resultado del carácter limitado del mercado mundial que impide la expansión de la producción capitalista, cualquier defensa de los intereses de un capital nacional pasa necesariamente por reforzar sus capacidades competitivas con respecto a los demás capitales nacionales y en definitiva por echar sobre los otros, parte de sus propias dificultades. Además de las medidas de carácter exterior capaces de mejorar sus posiciones en el escenario internacional, cada capital nacional debe, a nivel interno, adoptar una política que tienda a disminuir el precio de coste de sus mercancías con respecto al de otros países, lo cual supone una reducción de los gastos que entran en la fabricación de cada producto. Esta disminución exige una rentabilización máxima del capital y una disminución del consumo global del país, lo cual implica un ataque, por una parte, contra los sectores más atrasados de la producción y contra el conjunto de las clases medias, y por otra, contra el nivel de vida de la clase obrera.
Es, pues, una política que contiene tres partes, -desplazamiento de las dificultades hacia los demás países, hacia las capas intermedias y hacia los trabajadores- que tienen como denominador común el refuerzo de la tendencia hacia el capitalismo de Estado, que la burguesía intenta implantar en todos los países. Este desarrollo del capitalismo de Estado encuentra resistencias, originando contradicciones cuyos mecanismos dan lugar a que la crisis económica desemboque en crisis política, que tiende hoy a generalizarse a su vez.
-VI-
La primera parte de la política de la burguesía de cada país, frente a la crisis el intento de desplazar las dificultades hacia los otros países tropieza con el límite inmediato y evidente de entrar en contradicción con el mismo intento por parte de las demás burguesías nacionales. No puede conducir más que una agravación de las rivalidades económicas entre países que necesariamente acaba teniendo repercusiones a nivel militar. Pero tanto a nivel económico como con mayor razón a nivel militar, ninguna nación puede oponerse sola a todas las otras naciones del mundo. Es lo que explica la existencia de bloques imperialistas que tienden necesariamente a reforzarse a medida que la crisis se profundiza.
La división en bloques no está determinada necesariamente por las rivalidades comerciales mayores (así, por ejemplo, Europa Occidental, Estados Unidos, Japón, principales competidores a nivel económico se encuentran en el mismo bloque imperialista) que no cesan de agravarse. Pero, si enfrentamientos militares entre países de un mismo bloque siempre pueden suceder (por ejemplo, Israel y Jordania en 67, Grecia y Turquía en 74), esas tensiones económicas no pueden impedir la “solidaridad” militar de los principales países que lo constituyen frente al otro bloque. Al no poder expresarse a nivel militar dentro de un mismo bloque, so pena de favorecer al otro, la intensificación de las rivalidades económicas entre países desemboca en la intensificación de las rivalidades militares entre bloques. En tal situación, la defensa del capital nacional de cada país tiende a entrar cada vez más en conflicto con la defensa de los intereses del bloque de tutela, por la cual tiene que pasar inevitablemente. Además de la primera contradicción ya revelada, es pues esta una dificultad suplementaria con la cual tropieza la burguesía de cada país al iniciar la primera parte de su política contra la crisis y que no puede desembocar más que en la sumisión de los intereses nacionales a los del bloque de tutela.
-VII-
La capacidad de cada burguesía para realizar esa parte de su política está condicionada esencialmente por la potencia de su economía. Este hecho se traduce en primer lugar en un desplazamiento de los primeros ataques de la crisis hacia los países de la periferia del sistema: los del tercer mundo. Pero a medida que la crisis se agrava, sus efectos vienen a golpear cada vez más brutalmente en las metrópolis industriales, entre las cuales son también, las que poseen el potencial económico más sólido, las que resisten mejor. Así pues, la “reactivación” de 1975-76 de la cual se beneficiaron sobre todo los Estados Unidos y Alemania, se pagó con una deterioración catastrófica de las economías europeas más débiles, como las de Portugal, de España y de Italia, lo cual aumentó en igual medida su dependencia con respecto a los países más poderosos, sobre todo los EEUU. Esta supremacía económica repercute en el nivel militar, en el cual no solamente los países más débiles tienen que someterse de manera creciente al más poderoso, sino que además el bloque que tiene el poder económico más sólido (el dirigido por los EEUU) progresa y se refuerza en detrimento del otro. Hoy está claro, por ejemplo, que la famosa “derrota” americana en Vietnam fue en realidad un repliegue táctico de una zona sin gran interés militar o económico para ir a reforzar la potencia americana en las zonas mucho más importantes de África Austral y, sobre todo, del Oriente Medio. La agravación de la crisis anula pues las veleidades de “independencia nacional” que se habían desarrollado, favorecidas por la reconstrucción de ciertos países como Francia, al igual que desmiente brutalmente todas las mistificaciones entretenidas por la extrema izquierda del capital sobre la “liberación nacional” y la “victoria sobre el imperialismo americano”.
-VIII-
La segunda parte de la política burguesa frente a la crisis consiste en una mejor rentabilización del aparato productivo que se ejerce en contra de las capas sociales no proletarias. Consiste, por una parte, en un ataque contra el nivel de vida del conjunto de las clases medias ligadas a los sectores no productivos o a la pequeña producción, por otra parte, en una eliminación de los sectores económicos más anacrónicos, menos concentrados o que trabajan según técnicas arcaicas. Las capas sociales, generalmente bastante heteróclitas, afectadas por esas medidas, que están compuestas especialmente por el pequeño campesinado, los artesanos, la pequeña industria y el pequeño comercio, cuyos ingresos se ven a menudo reducidos de manera drástica con una agravación de la presión fiscal y de la competencia por parte de unidades productivas o de distribución más concentradas; lo más corriente es que se arruinen o se vean obligadas a abandonar su actividad. Esta política puede afectar también, con medidas de capitalismo de Estado, a las profesiones liberales, a los empleados superiores, ciertos sectores de la administración o del sector terciario, particularmente parasitarios, al igual que a fracciones de la clase dominante misma, bajo su forma más clásica, ligada a la propiedad individual.
Esta política del capital nacional tropieza necesariamente con la resistencia, a veces muy fuerte, del conjunto de esas capas que, aunque sean incapaces de unificarse y están históricamente condenadas, pueden pesar de manera notable sobre la vida política. Particularmente, esas capas pueden tener un peso electoral importante y a veces decisivo en ciertos países, en la medida en que constituyen el apoyo esencial de los gobiernos de derecha ligados al capitalismo clásico -que dominaron muchos países durante el período de reconstrucción- o bien una fuerza complementaria para gobiernos de izquierda, particularmente en Europa del norte. Por eso, la resistencia de esas capas sociales puede constituir un freno muy potente en contra de las medidas de capitalismo de Estado que esos Gobiernos se ven obligados a tomar de manera imperativa. Este freno puede, en ciertos casos, desembocar en una parálisis verdadera de las capacidades de esos gobiernos para tomar ese tipo de medidas, lo que viene a ser un factor agravante de la crisis política de la clase dominante.
-IX-
La tercera parte de la política capitalista frente a la crisis, la agresión al nivel de vida de la clase obrera es la que está destinada a convertirse en la más importante para el capital, en la medida en que esta clase es la principal productora de la riqueza social. Esta política, que tiene como fin esencial la reducción de los salarios reales y el aumento de la explotación se manifiesta principalmente a través de la inflación, que afecta más particularmente a los precios de bienes de consumo importantes en los medios obreros como la alimentación, el aumento masivo del desempleo, la supresión de ciertas “ventajas sociales”, que de hecho, forman parte de los medios de reproducción de la fuerza de trabajo y por lo tanto del salario y, finalmente, una intensificación, a veces violenta, de las cadencias de trabajo.
Esta agresión contra el nivel de vida de la clase obrera se ha vuelto una realidad evidente, reconocida por la clase capitalista misma que hace de ella la pieza angular de sus “planes de austeridad”. Esta agresión es, de hecho, mucho más violenta de lo que se atreven a afirmar las cifras oficiales, en la medida en que éstas no toman en cuenta el ataque contra las “ventajas sociales”, (medicina, seguro social y demás) ni el desempleo que no solo afecta a los trabajadores en paro, sino que pesa sobre el conjunto de la clase obrera al representar también una baja global del capital variable, destinado a mantener la fuerza de trabajo.
Esta situación destruye otra teoría que tuvo su momento de gloria durante el período de reconstrucción: la que proclamaba la falsedad de las previsiones marxistas sobre la pauperización absoluta del proletariado. Hoy ya no es de manera relativa, sino de manera absoluta cómo disminuye el consumo de los trabajadores y aumenta la explotación.
-X-
La agresión capitalista contra la clase obrera tropezó, desde su principio en 1968-69, con una respuesta muy viva por parte de esta. Este enfrentamiento entre burguesía y proletariado es el que hoy determina el curso general de la evolución histórica con respecto a la crisis: no una guerra imperialista como después de la crisis de 1929, sino guerra de clase. En este sentido, de las tres partes de la política burguesa, es la que se dirige directamente a la clase obrera a la que tiende a convertirse en primordial en la evolución política general. En particular en las zonas en donde el proletariado es más importante, el capital va a ir poniendo por delante sus fracciones políticas “de izquierda”, que son las más capaces para mistificar y encuadrar a la clase obrera para que acepte los “sacrificios” exigidos por la situación económica. En países industrializados, esta necesidad de llamar a la izquierda se hace sentir tanto más por cuanto la situación de la economía misma es incapaz de ser un factor de “consenso social” y de confianza en la capacidad del capitalismo para superar la crisis. Contrariamente a los países más prósperos y que resisten mejor ante la crisis, en los cuales no se necesita propaganda “anticapitalista” para amarrar a los trabajadores a su capital nacional, estos países están, pues, en vísperas de cambios importantes en su aparato político. Sin embargo, y es esta una contradicción suplementaria que asalta a la clase dominante, esos cambios tropiezan con una resistencia a menudo muy decidida por parte de los equipos que están todavía en el poder y que, aún en detrimento de los intereses globales del capital nacional, hacen todo lo posible para quedarse en el poder o conservar un lugar importante.
-XI-
En la aplicación de cada uno de esos tres ejes de su política, la burguesía se tropieza pues con toda una serie de resistencias y de contradicciones, pero cada vez más, esos ejes de la política capitalista llegan a entrar en contradicción entre sí mismos.
En ciertos casos hay convergencia entre algunos de esos ejes: por ejemplo, las medidas necesarias de capitalismo de Estado que tienen que caer sobre los sectores más anacrónicos del capitalismo constituyen, al mismo tiempo, un buen medio para que las fracciones de izquierda del capital mistifiquen a los trabajadores, haciéndolas pasar como medidas “anticapitalistas” o “socialistas”. De igual modo, es posible que la lucha contra los sectores más anacrónicos de la sociedad sea llevada por fuerzas políticas que tienen la confianza y el apoyo del bloque de tutela, como es el caso hoy en España, en donde el proceso de “democratización” se hace en relación y con el acuerdo directo de la burguesía europea y americana. Sin embargo, se asiste a menudo a un conflicto entre las medidas de capitalismo de Estado, que la agravación de la crisis hace indispensables y el estrechamiento de las relaciones de sumisión del capital nacional con respecto a su bloque de tutela; ese conflicto puede ocurrir por un ataque a los intereses económicos de la potencia dominante o también por que las fuerzas políticas más apropiadas para tomar aquellas medidas, tienen, en política internacional, opciones que no están conformes con las del bloque. Puede surgir, en el mismo sentido, un conflicto entre las necesidades del capital nacional en política internacional y las mistificaciones nacionalistas que pondrá en práctica para encuadrar al proletariado.
A medida que la crisis se ahonda, esas diferentes contradicciones tienden a agudizarse y a volver aún más inextricables los problemas que se le plantean a la burguesía, la cual se ve cada vez más llevada a enfrentar esos problemas, no con un plan a largo plazo ni a término medio, sino uno por uno según van surgiendo, día a día, en función de las urgencias del momento. Este aspecto empírico de la política de la burguesía se ve acentuado aún más por el hecho que es una clase incapaz de tener una visión a largo plazo de sus propias perspectivas históricas. Verdad es que la burguesía puede aprovechar las experiencias pasadas que sus hombres, políticos y universitarios, economistas o historiadores le recuerdan cuando es necesario para evitar que cometa los mismos errores: por ejemplo, a nivel económico, supo evitar el pánico de 1929, al igual que, a nivel político, supo tomar, en 1945, disposiciones para evitar una oleada revolucionaria de postguerra como la de 1917-23. Sin embargo, esta utilización de sus propias experiencias no va nunca mucho más lejos que el aprendizaje de cierto número de respuestas precisas frente a situaciones de un repertorio ya conocido. Sus propios prejuicios de clase impiden a la burguesía tener una comprensión correcta de las leyes históricas, incapacidad agravada por el hecho de que es hoy una clase reaccionaria que domina una sociedad que está en plena descomposición y decadencia. Esta incapacidad se manifiesta con mayor amplitud, por cuanto la situación económica se le va de las manos y, con ella, la comprensión de los mecanismos cada vez más complejos y contradictorios de tal situación.
La comprensión de las diferentes políticas que la burguesía de tal o cual país adopta en tal o cual momento, así como la evolución de las relaciones de fuerza y de los enfrentamientos entre las diferentes fracciones de esa clase, tienen pues que tomar en cuenta el conjunto de los datos contradictorios de los diferentes problemas que tiene que resolver y la importancia relativa que estos datos adquieren en los diferentes países, según su respectiva situación geográfica, histórica, económica y social. Tiene que tomar en cuenta, en particular, el hecho de que la burguesía no actúa necesariamente en cada momento de la manera más apropiada para la defensa de sus intereses inmediatos o históricos y que es a menudo a largo plazo y en conflictos a veces violentos que sus fracciones más capaces para encarar la situación se imponen a los que lo son menos.
-XIII-
Es en los países subdesarrollados en donde las contradicciones que encuentra la burguesía en sus intentos políticos son más violentas. La imposibilidad de desarrollo económico condena de antemano cualquier medida que tome la clase dominante: lejos de poder desplazar hacia otros países sus dificultades, sufre, al contrario, el peso de ese mismo tipo de política por parte de la burguesía de los países más desarrollados. Esta impotencia a nivel económico tiene como resultado a nivel político una inestabilidad crónica y convulsiones brutales. El enfrentamiento de las diferentes fracciones del capital nacional no puede solventarse en un terreno institucional con mecanismos “democráticos”; al contrario, las más de las veces desemboca en conflictos armados. Estos conflictos son particularmente violentos entre, por una parte, las fracciones más ligadas al capitalismo de Estado, cuya necesidad se hace sentir con mayor fuerza por la pobreza de la economía y, por otra parte, los sectores más anacrónicos de la producción, particularmente importantes debido al débil nivel de industrialización. Estos enfrentamientos entre diferentes sectores del capital nacional los amplifica generalmente el peso de las rivalidades Inter imperialistas, cuando no son éstas quienes pura y simplemente las crean, como es el caso hoy en el Líbano y en África Austral.
Por todas estas razones, los países subdesarrollados constituyen el terreno de predilección de las luchas de “liberación nacional”, sobre todo cuando se encuentran en zonas acechadas por las grandes potencias imperialistas, así como de los golpes de Estado militares, en la medida en que el Ejército es, en general, la única fuerza de la sociedad que tiene un mínimo de cohesión y que dispone de ese elemento esencial en los conflictos entre sectores de la clase dominante de esos países: la fuerza física. Es esa fuerza la que, en estos países en particular, se hacen a menudo el agente más decisivo del capitalismo de Estado en contra de los sectores “democráticos” ligados a intereses privados. En esos países, los enfrentamientos entre fracciones de la clase dominante son tanto más sistemáticos y duros por el hecho de que la clase obrera, a pesar de las reacciones a veces violentas que opone a una explotación feroz, es relativamente débil, a causa del bajo nivel de industrialización.
-XIV-
Es en los países económicamente más poderosos, en donde la clase dominante controla mejor el conjunto de problemas que hace resaltar la agravación de la crisis, en donde logra mantener mejor cierta estabilidad y dominio del juego político. Al tener una implantación más profunda, la economía de estos países aguanta mejor que aquellos. Lo cual suaviza las contradicciones internas, disponiendo así, por ahora, de medios políticos.
Concretamente, esto se manifiesta por el hecho que el capital nacional dispone de una gran capacidad para hacer la competencia a sus adversarios a nivel económico y militar, lo que los hace menos dependientes con respecto a los bloques imperialistas. Esta capacidad la deben al peso muy débil de los sectores anacrónicos de la producción, tanto desde el punto de vista numérico, como económico y, por lo tanto, político, por la gran capacidad para mistificar a la clase obrera manejando el “argumento” de la “prosperidad” económica.
Este último aspecto de la potencia de la burguesía es particularmente evidente en países como EEUU y Alemania occidental en donde la burguesía pudo darse el lujo de agredir oficialmente el nivel de vida del proletariado (baja notable del salario real y aumento masivo del desempleo) sin que éste, que es sin embargo el más poderoso del mundo, haya reaccionado de manera significativa. Por otra parte, en estos países, la tendencia general hacia el capitalismo de Estado que la crisis viene a acentuar de manera muy fuerte, no se traduce, como en los países atrasados, por un choque violento entre el sector estatal y el sector privado de la economía, sino en una fusión progresiva de ambos.
En estas condiciones, la burguesía dispone de un margen de maniobra relativamente grande que limita los enfrentamientos entre sus diferentes sectores (ver, por ejemplo, la similitud de los programas de los candidatos Ford y Carter en los EEUU) o las repercusiones de esos enfrentamientos (ver la facilidad con que la burguesía americana superó y explotó el asunto de “Watergate”). El bajo nivel de contradicciones que en los países ha producido, por ahora, la política capitalista de cada estado y bloque en dos de sus aspectos (1º y 3º que son históricamente los más importantes, es decir, 1º echar la crisis hacia los demás y 3º minar el nivel de vida de cada clase obrera) ha dado lugar, en estos países, a un protagonismo circunstancial de las contradicciones que produce la lucha intestina contra los sectores más anacrónicos de la burguesía (2º aspecto). Es así cómo se puede explicar la derrota de la socialdemocracia en Suecia y el retroceso del SPD en Alemania cuyo mantenimiento en el poder -gracias a la ayuda de los liberales- traduce las necesidades apremiantes de la burguesía alemana de medios que le permitan tomar medidas de capitalismo de Estado y embaucar a la clase obrera.
-XV-
En el caso de los países desarrollados, pero con un capitalismo más débil que los anteriores, en particular los países de Europa Occidental, las diferentes contradicciones a las que se enfrentan los distintos ejes de la política burguesa tienden en la actualidad a equilibrar sus respectivos pesos y a interactuar hasta conducir a situaciones que a primera vista parecen paradójicas y precarias. Este fenómeno es particularmente claro en la determinación del lugar de los P.C. en la vida política de varios países europeos. Estos partidos constituyen, en estos países, las fracciones del aparato político burgués más capacitadas tanto para tomar las medidas decisivas en la dirección del capitalismo de Estado que la situación requiere como para hacer que la clase obrera acepte los máximos sacrificios. En este sentido, su participación en el poder es cada vez más necesaria. Sin embargo, debido a sus opciones en política internacional y por el temor que inspiran en importantes sectores de las clases poseedoras, su acceso a las responsabilidades gubernamentales tropieza con una decidida resistencia por parte del bloque americano, que encuentra un importante apoyo entre los sectores más anacrónicos de la sociedad. En los últimos años, los PC han tratado de dar al resto de la burguesía el mayor número posible de pruebas de su compromiso con el capital nacional, de su independencia con respecto a la URSS y su voluntad de respetar las reglas democráticas vigentes en sus países; voluntad expresada en particular con el rechazo de la noción de "dictadura del proletariado". Sin embargo, todas estas concesiones no han sido suficientes, por el momento, para vencer esta resistencia, aun cuando la entrada de los PC en el gobierno se ha hecho muy urgente en algunos de estos países. Esto ilustra el hecho, ya señalado, de que la burguesía, sacudida por sus contradicciones a escala nacional e internacional, no se dota necesariamente de los instrumentos más apropiados en los momentos más oportunos. En este sentido es significativo que las situaciones y el equilibrio de poder que prevalece en este momento en un gran número de países europeos, especialmente en Portugal, España, Italia y Francia, es temporal e inestable.
-XVI-
Portugal es el país europeo que, en los últimos años, ha ilustrado más claramente la crisis política de la burguesía. Sus características de país subdesarrollado, que explican el papel fundamental que juega el ejército, junto con sus características de país desarrollado, en particular una fuerte concentración proletaria con una fuerte combatividad desde finales de 1973, están en el origen de las revueltas en este país en los años 1974 y 1975. El empuje inicial de las fuerzas de izquierda, - izquierda militar, izquierda e izquierdistas- que se explicaba tanto por la urgencia de las medidas del capitalismo de Estado en una economía particularmente decadente como por la necesidad de embaucar y desviar a la clase obrera, dio paso a un retorno del péndulo a la derecha gracias a la conjunción de un retroceso de la lucha de clases, una resistencia muy fuerte de los sectores vinculados a la pequeña propiedad contra el capitalismo de Estado y una enorme presión política y económica por parte del bloque americano. La actual orientación de la política portuguesa hacia la derecha (cuestionamiento de aspectos de la reforma agraria, regreso de Spínola, liberación de los agentes de la PIDE), si bien expresa el reflujo de la clase obrera y refuerza su desmoralización, es sin embargo insuficiente para enfrentar el próximo auge de luchas y, por tanto, está cargada de inestabilidad para el futuro
-XVII-
España es uno de los países europeos destinado a sufrir mayores convulsiones en los próximos años. Los rigores de la crisis al mismo tiempo que la senilidad y la impopularidad del viejo régimen franquista han puesto en la agenda importantes transformaciones políticas en dirección a la "democracia", facilitadas por la muerte de Franco. Estas transformaciones son tanto más urgentes para la burguesía en España en tanto que se enfrenta a uno de los proletariados más combativos del mundo y que la simple represión es cada vez menos capaz de contener. Estas transformaciones constituyen el "objetivo" fundamental en cuya dirección el capitalismo puede hoy, en España, desviar la combatividad obrera. Sin embargo, a pesar de la urgencia de la ruptura o de la “transición” democrática, este proceso se enfrenta a una resistencia muy fuerte por parte de los sectores más retrógrados de la clase dominante, cuyos apoyos esenciales son la burocracia estatal, el ejército y especialmente la policía. Además, la burguesía española, al igual que el conjunto de la burguesía occidental, sigue desconfiando enormemente de un PCE que, sin embargo, es de los más "eurocomunistas". Alarmada por la experiencia portuguesa, está especialmente preocupada por evitar que una transición demasiado rápida del poder a la oposición favorezca al PCE, que es la mayor fuerza. En este sentido, la burguesía hace todo lo posible para que, antes de esta transferencia de responsabilidades, se constituya un gran partido de centro, defensor de la burguesía clásica y capaz de hacerle contrapeso.
Es, pues, a través de la extrema fragilidad del equilibrio -traducción de las debilidades del capital nacional- entre el empuje de la lucha de clases, la resistencia de los vestigios del franquismo y los imperativos de la política del bloque occidental como se refleja hoy en España la crisis política de la burguesía.
-XVIII-
La situación del capital italiano se caracteriza también por la extrema precariedad de las soluciones políticas que ha podido encontrar hasta ahora. Ante una de las situaciones económicas más caóticas de Europa, su facción política dominante, la Democracia Cristiana, se ve incapaz de tomar las medidas de "reestructuración económica" y de fortalecimiento efectivo del Estado que son cada vez más urgentes. Aunque, en opinión de una parte creciente de la burguesía, la llegada al poder del PCI es indispensable, esta solución encuentra actualmente resistencias decisivas. Es la misma alianza entre los intereses de la burguesía norteamericana y de los sectores atrasados de la economía nacional (particularmente amenazados por el capitalismo de Estado) que había excluido al PC del poder en Portugal, la que hoy impide su acceso directo al poder en Italia. Ante las urgencias del momento, el PCI asume sus responsabilidades al frente del capital italiano de forma indirecta. Sin embargo, su "apoyo crítico" a la acción del gobierno en minoría de Andreotti sólo puede constituir un parche para salir del paso y que no puede prolongarse mucho tiempo sin graves peligros para ese capital.
En efecto, esta solución bastarda tiene la doble desventaja de no permitir la adopción de medidas enérgicas del capitalismo de Estado y de no poder ser presentada como una "victoria" de los trabajadores -como podría hacerlo una participación directa del PCI en el poder- mientras al mismo tiempo que hace soportar parte de la impopularidad de las medidas de "austeridad". Como en España, el capital en Italia está en la cuerda floja.
-XIX-
En Francia, un largo periodo de estabilidad política está llegando a su fin. Golpeado, como otros países latinos, por la crisis, el país está a punto de sufrir una gran agitación política. Las fuerzas políticas que llevan casi veinte años en el poder están cada vez más desgastadas y son impotentes para tomar medidas enérgicas para "sanear" la economía. Altamente dependientes de los sectores más atrasados de la sociedad, -como han demostrado los enfrentamientos parlamentarios por la "plusvalía"-, estas fuerzas sólo son capaces de realizar ataques relativamente tímidos contra el nivel de vida de la clase trabajadora, como demuestra la moderación del “plan Barre”. En estas circunstancias, "la izquierda unida” segura de sí presentó su candidatura para la sucesión de la derecha, que probablemente tendrá lugar tras las elecciones legislativas de 1978. Por eso, estas elecciones fueron cada vez más el centro de la polarización de la vida política en Francia, sobre todo porque deben permitir, con el oportuno relevo de las elecciones municipales de 1977, que la clase obrera, cuyo descontento e inquietud iban en aumento, por lo que esperara hasta esta "gran victoria".
A la espera de este resultado, la derecha se contentó con "seguir como siempre". Sin embargo, si la situación de Francia se asemeja a las de Portugal, España e Italia por su carácter transitorio, el capital de este país tiene, como traducción de una mayor fortaleza estructural, un mayor margen de maniobra y medios más importantes para hacer frente a sus dificultades políticas en el futuro inmediato.
-XX-
En muchos aspectos, la situación de Gran Bretaña no es fundamentalmente diferente de la de los demás países europeos que hemos considerado. Sin embargo, lo que hay que destacar, acerca de este país, es la paradoja entre la profundidad de la que la crisis y la capacidad de la burguesía para seguir controlando la situación políticamente. De hecho, si tenemos en cuenta los diferentes ejes de la política burguesa, la clase dominante no encuentra grandes problemas con las capas medias y, en particular con el campesinado, que es en proporción el más débil del mundo. Asimismo, su fracción de izquierda dominante, el Partido Laborista, goza de la plena confianza del bloque americano; por último, el capital ha demostrado una gran capacidad política al lograr dominar a uno de los proletariados más combativos del mundo, a través de un aparato sindical experimentado en el que el TUC y los “shop-stewards” se reparten eficazmente el trabajo.
Sin embargo, si la burguesía más antigua del mundo ha sorprendido momentáneamente por la amplitud de sus recursos, todo su "saber hacer" será finalmente impotente ante la gravedad de la situación de una economía que, desde 1967, ha sido una de las afectadas por la crisis mundial.
-XXI-
En los países llamados "socialistas", la situación no es fundamentalmente diferente de la de los países del bloque occidental. Es a través de las contradicciones planteadas por la divergencia entre los intereses de los bloques de tutela y el interés nacional, con la necesidad de reforzar la cohesión de un aparato productivo poco eficaz, con resistencias sordas, pero a veces decisivas, de sectores como el campesinado, con reacciones limitadas en cantidad, pero violentas de la clase obrera, es por lo que la crisis se transmite de la esfera económica a la política. Sin embargo, la gran fragilidad de estos regímenes, ligada a su debilidad económica y a su gran impopularidad, les deja muy poco margen de maniobra, a diferencia de los países "democráticos". En particular, la ausencia de fuerzas políticas de recambio del capital, ligada a su control estatal casi total, impide un "relevo democrático", al estilo español, capaz de canalizar el descontento de los trabajadores. Los únicos cambios que el aparato político de estos países es capaz de hacer es la modificación de las camarillas dirigentes en el seno del partido único, lo que limita significativamente su capacidad de mistificación. Por eso, aparte de la recuperación y de la institucionalización de los órganos que la clase puede darse en el curso de sus luchas y de poner en primer plano los temas "democráticos" agitados por fuerzas limitadas destinadas a permanecer en la oposición, el capital en estos países tiene pocos medios para encuadrar a la clase obrera que no sean la represión sistemática y feroz. En cada uno de estos puntos, la situación en Polonia es particularmente significativa: pone de manifiesto la gran debilidad del capital en estos países, la gran rigidez y las convulsiones de su aparato político que están ligadas a esta debilidad, así como su impotencia para llevar a cabo un ataque en toda regla contra el nivel de vida del campesinado y de una clase obrera particularmente combativa.
-XXII-
Entre los países "socialistas", China es un caso significativo. Su evolución – que la agravación de la crisis ha puesto de relieve - tanto en la política interior como en política internacional, confirma una serie de análisis ya expuestos para otros países.
En primer lugar, su acercamiento a EE.UU. a finales de los años 60, desmiente la tesis de que existe un "bloque del capitalismo de Estado" con intereses fundamentalmente "unidos" frente al "bloque del capitalismo privado". Este acercamiento ilustra también la imposibilidad de que una verdadera independencia de un país, por poderoso que sea, sea una alternativa a los dos grandes bloques imperialistas que se reparten el planeta, ya que la única "independencia nacional" consiste, en última instancia, en la posibilidad de pasar de la órbita de uno al otro bloque imperialista.
En segundo lugar, las convulsiones que siguieron a la muerte de Mao ponen de manifiesto la gran inestabilidad de este tipo de régimen: el enfrentamiento entre fuerzas políticas más o menos favorables al bloque ruso o estadounidense se combina, como en otras partes, con las oposiciones entre diferentes orientaciones económicas y políticas y entre diferentes sectores de la burocracia estatal, para desembocar en violentos e incluso sangrientos ajustes de cuentas entre las diferentes camarillas que forman el Estado y el Partido.
En tercer lugar, la aparición a la cabeza del Estado del antiguo jefe de policía Hua Kuo-Feng, que se apoya en gran medida en el ejército, ilustra a la vez que la represión más sistemática y abierta constituye el medio privilegiado para contener la lucha de clases y que, a pesar de sus características particulares, China no escapa a la regla que asigna al ejército un lugar decisivo en la política interior de los países subdesarrollados.
-XXIII-
Si bien hemos tenido en cuenta no sólo uno, sino los tres ejes de la política burguesa frente a la crisis y el conjunto de contradicciones que provocan en diferentes niveles, para comprender las condiciones de la actual crisis política de la clase dominante, esto no significa que cada uno de estos tres ejes tenga un impacto igual en la evolución de la crisis. Ya hemos puesto de relieve el hecho de que algunos de ellos pueden, en ciertos momentos y de manera circunstancial, ser el elemento determinante de una situación, pero también es cierto que, históricamente hablando, algunos de esos ejes tenderán a tomar más importancia que los demás, de manera definitiva. Se puede establecer así que la importancia de los problemas ligados al ataque capitalista contra las capas medias va a disminuir en favor de los problemas ligados con los intereses fundamentales del capital y que están en la base de la alternativa abierta por la crisis: la guerra de clases generalizada o la guerra imperialista. Por lo tanto, en el período que se avecina asistiremos a un aumento del peso de las cuestiones vinculadas a la competencia entre capitales nacionales, lo que se traducirá por una agravación de las tensiones Inter imperialistas y en un refuerzo de la cohesión en el seno de los bloques, y, por otra parte, a la importancia del factor de la lucha de clases. En la medida en que esta última es la que determina la supervivencia del sistema, acabará `por ponerse progresivamente en el primer plano relegando a la que le precede, según vaya aumentando el cuestionamiento de la supervivencia del sistema. La historia nos ha demostrado, particularmente en 1918, que el único momento en que la burguesía puede olvidarse de sus divisiones entre naciones, es cuando está en juego su propia vida, pero entonces es perfectamente capaz de hacerlo.
Una vez planteadas esas perspectivas globales, el examen de la situación política en la mayoría de los países (con la posible excepción de España y Polonia) lleva a la conclusión de que, en el último año, el factor de la lucha de clases fue relativamente poco importante en comparación con los demás factores, en la determinación de la manera de dirigir sus asuntos por parte de la burguesía. Y, de hecho, si a diferencia de los años 30, la perspectiva general no es la guerra imperialista sino la guerra de clases, hay que señalar que la situación actual se distingue por la existencia de un gran desfase entre el nivel de la crisis económica y política y el nivel de la lucha de clases. Este desfase es especialmente llamativo si nos fijamos en el país que, desde 1969, ha visto el mayor número de movimientos sociales: Italia. Si, en este país, los primeros ataques de la crisis habían provocado reacciones obreras tan potentes como la del "mayo rampante" de 1969, la verdadera agresión real contra la clase obrera, producto de la degradación de la situación económica, así como el caos político también resultante de esta situación, sólo encuentran frente a ellos una respuesta proletaria muy limitada, sin punto de comparación con la del pasado. No sólo hay que hablar del estancamiento de la lucha de clases, sino también de su retroceso, que afecta tanto a la combatividad del proletariado como a su nivel de conciencia, ya que hoy, y particularmente en Italia, el aparato sindical -que ha sido zarandeado y denunciado por un gran número de trabajadores en el pasado- ha restablecido un control bastante eficaz sobre ellos.
-XXIV-
Independientemente de las explicaciones que puedan darse para la actual disminución de la lucha de clases, este fenómeno ha dado un golpe de gracia a todas las teorías que veían en la lucha de clases la causa del desarrollo de la crisis. Tanto si son obra de los economistas burgueses, generalmente los más estúpidos y reaccionarios, como si intentan esconderse detrás del "marxismo", estas concepciones son hoy bastante incapaces de explicar cuál es el mecanismo que hace que un repliegue de la lucha de clases pueda provocar tal agravamiento de la crisis económica. El "marxismo" de los situacionistas, que vieron en mayo de 1968 la causa de las dificultades económicas que sólo descubrieron con varios años de retraso, al igual que el de la GLAT, que se pasa el tiempo haciendo juegos malabares con montones de cifras, no les vendría mal una cura de salud.
Por otra parte, la situación actual parece llevar agua al molino de las teorías que consideran que la crisis es el enemigo de las luchas obreras y que el proletariado sólo puede hacer su revolución contra un sistema que funciona "normalmente". Esta concepción, que encuentra argumentos históricos en el periodo que siguió a la lucha de clases después de 1929, es una de las expresiones, cuando la desarrollan los revolucionarios, de la desmoralización engendrada por la terrible contrarrevolución que ha marcado la mitad del siglo XX. No toma en cuenta el conjunto de la experiencia histórica y siempre ha sido combatida por el marxismo. Del mismo modo, hoy en día, tampoco hay que examinar la situación de manera estática e inmediata (lo cual puede llevar efectivamente a la conclusión de que el retroceso de las luchas es consecuencia de la agravación de la crisis) sino tomar en cuenta el conjunto de las condiciones y características del desarrollo del movimiento proletario. Solo así se puede comprender las causas de ese repliegue y, de este modo, sacar a la luz las perspectivas a las que conduce esta situación. De todos los factores que determinan la situación actual, hay que tener en cuenta, particularmente, tres:
- las características del desarrollo histórico de los movimientos revolucionarios de la clase;
- la naturaleza y el ritmo de la crisis actual;
- la situación creada por medio siglo de contrarrevolución.
-XXV-
Desde hace más de un siglo, los revolucionarios han demostrado que, a diferencia de las revoluciones burguesas que "iban de éxito en éxito", las revoluciones proletarias "interrumpen a cada instante su propio curso, (...) parecen vencer a su adversario sólo para permitirle sacar nuevas fuerzas de la tierra y volver a levantarse con más fuerza frente a ellas" (K. Marx, El 18 Brumario). Este curso, lleno de altibajos, de la lucha de clases, que se manifiesta tanto en grandes ciclos históricos de flujo y de reflujo, como fluctuaciones dentro de estos grandes ciclos, está vinculado al hecho de que, a diferencia de las clases revolucionarias del pasado, la clase obrera no tiene ninguna base económica en esta sociedad. Sus únicas fuerzas son su conciencia y su organización, constantemente amenazados por la presión de la sociedad burguesa; cada uno de sus tropiezos no se traduce en una simple interrupción momentánea de su movimiento, sino en un reflujo que tira por los suelos tanto a la una como a la otra y sume, a la clase, en la desmoralización y la atomización.
Este fenómeno se acentúa aún más con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, en la cual la clase obrera ya no puede tener organizaciones permanentes basadas en la defensa de sus intereses como clase explotada, como pudieron hacerlo los sindicatos en el siglo pasado. Hoy, tras la contrarrevolución más terrible de su historia, esos altibajos del desarrollo de las luchas de clase se refuerzan aún más debido a la profunda ruptura entre las nuevas generaciones obreras y las experiencias pasadas del proletariado. El proletariado debe, por tanto, repetir toda una serie de experiencias antes de poder sacar lecciones válidas de ellas, para volver a conectar con su pasado y de extraer de sus experiencias las lecciones que deberá integrar en sus luchas futuras.
Este largo camino de la lucha de clases se alarga aún más hoy, por las condiciones en que tiene lugar la recuperación de esas luchas: el lento desarrollo de la crisis económica del sistema. Los anteriores movimientos revolucionarios del proletariado se han desarrollado todos tras las guerras, lo que los situaba de manera inmediata frente a las convulsiones más violentas que puede experimentar la sociedad capitalista y los ponía rápidamente frente a problemas políticos, y en particular, frente al problema de la toma del poder. En las condiciones actuales, la toma de conciencia de la bancarrota total del sistema, sobre todo allí donde el proletariado está más concentrado, es decir, en los países más desarrollados, es necesariamente un proceso lento que sigue el ritmo de la propia crisis. Esto permite el mantenimiento, durante un largo período, de toda una serie de ilusiones sobre la capacidad del sistema para superar la crisis, gracias a diferentes fórmulas que los equipos de recambio de la burguesía ponen en primer plano.
-XXVI-
Es el conjunto de esta situación lo que permitió al capital recuperar parte del terreno perdido al principio de la crisis, frente a las súbitas reacciones de clase que había provocado, y que, al principio, habían sorprendido a la clase dominante. En particular, las fracciones izquierdistas del capital y sus aparatos sindicales sabotearon sistemáticamente las luchas, ya sea cuando estaban en el poder, agitando la amenaza de un "retorno de la derecha o de la reacción", o, aún más a menudo, presentando la llegada de la izquierda -que en todo caso se hacía cada vez más necesaria para imponer medidas de capitalismo de Estado a los sectores vinculados a la propiedad individual- como una forma de superar la crisis y proteger los intereses proletarios. En esta tarea, los izquierdistas jugaron un papel muy importante a través de sus políticas de "apoyo crítico", arrastrando hacia el terreno electoral y sindical a los elementos de la clase que empezaban a desencantarse de la izquierda clásica.
Esta perspectiva de victoria de la izquierda se vio facilitada por la decepción que una serie de derrotas en sus luchas económicas podía suponer para la clase: sintiendo la necesidad de una "politización" de su acción, pero sin tener aún suficiente experiencia, se vio conducida al terreno de una "politización" burguesa. Esta decepción también tuvo como consecuencia el desarrollo de cierto fatalismo entre los trabajadores que los incita a no reaccionar de nuevo ante un agravamiento mucho más violento de la crisis.
-XXVII-
Todas estas condiciones permiten explicar las causas del actual desconcierto del proletariado y de la relativa debilidad de sus luchas. Pero con el irremediable agravamiento de la crisis económica y el hecho de que, a diferencia de 1929, la clase de hoy no ha sido vencida, estas condiciones que permitieron momentáneamente a la clase dominante restablecer su dominio sobre la clase obrera van a ir agotándose.
En efecto, con la profundización de la crisis y el violento agravamiento que implica contra las condiciones de vida del proletariado, éste se verá obligado una vez más a reaccionar, cualesquiera que sean las mistificaciones que tiendan a impedir su toma de conciencia. Esta reacción obligará a la izquierda y a sus acólitos izquierdistas a desenmascararse un poco más en donde todavía no lo ha hecho.
Su acceso a la cabeza del Estado, cada vez más indispensable, constituirá probablemente, en un primer momento, un factor adicional de contemporización. Pero, al mismo tiempo, van a aparecer las condiciones que permitirán al proletariado comprender la única salida a su lucha: el enfrentamiento directo con el Estado capitalista. Finalmente, la acumulación de experiencias de clase le permitirá adquirir los medios para sacar las lecciones de ellas, transformándose a partir de entonces la desmoralización y las mistificaciones sufridas anteriormente en elementos adicionales de combatividad y de toma de conciencia.
Por el momento, las maniobras mistificadoras desplegadas por la burguesía siguen dando sus frutos y el papel de los revolucionarios es continuar denunciándolas con la máxima energía, y especialmente las promovidas por las corrientes de "izquierdistas". Pero la propia existencia de la actual brecha entre el nivel de la crisis y el de la clase pone al orden del día importantes resurgimientos de esta última que tenderán a borrar ese desfase. La relativa calma de la clase mientras la crisis asestaba golpes cada vez más violentos, sobre todo en 1974-75, y que en un principio la dejó aturdida, no puede interpretarse como una inversión de la tendencia general a la reanudación de las luchas que apareció a finales de los años 60. La calma actual es como la que precede a las tempestades. Tras un primer asalto a finales de los años 60 y principios de los años 70, la clase obrera se prepara y concentra sus fuerzas para un segundo asalto, a menudo de manera todavía inconsciente. Los revolucionarios deben anticiparse a este próximo asalto para no dejarse sorprender por él y poder asumir plenamente su función en la lucha que se avecina.
31/10/76
El texto que publicamos aquí forma parte de la introducción al compendio de artículos de “Bilan” sobre la guerra de España, publicado por la sección de la CCI en Italia (“Bilan 1933-1938: Articoli sulla guerra dei Spagna”. –Rivista Internazionale n° 1. Noviembre 1976)[1] Por esta razón, no se trata ahora tanto de exponer las posiciones de la Izquierda Italiana (que los artículos de Bilan ya desarrollan) como de recordar el marco histórico en que se desenvolvieron.
Si recogemos aquí este texto no es sólo por ser la introducción de los artículos aparecidos en los números 4, 6 (en francés e inglés) y en los 1 y 7 (en español)[2], de nuestra Revista Internacional sino porque además da una idea de lo que fueron las principales etapas del combate de la Izquierda comunista italiana, entre ambas guerras, para mantener vivo el esfuerzo teórico de la clase revolucionaria en medio de la tormenta contrarrevolucionaria que anegó el movimiento obrero tras la derrota de la gran oleada proletaria que puso fin a la primera guerra mundial. Este texto también da cuenta del ejemplo imperecedero de una cualidad indispensable en los revolucionarios proletarios, la de saber mantener, sacar y profundizar las experiencias históricas de la clase proletaria sin ceder terreno a las presiones de las distintas corrientes de la ideología burguesa dominante.
“Voy a hablar brevemente y con plena conciencia de mis responsabilidades. Lo que voy a decir es grave para todos nosotros y para el partido, pero algunos han creado una situación tan penosa en nuestra organización que me veo obligado a hablar. Independientemente de cualquier consideración de mayor o menor sinceridad y honradez, de los individuos que la formamos, debo declarar, en nombre de la Izquierda, que los procedimientos que se están utilizando aquí no sólo no han hecho vacilar nuestras opiniones, sino que son, junto con la organización y la preparación del Congreso y el programa que exponemos, el mejor argumento para reforzar la serenidad de nuestro juicio. He de deciros que el método aquí utilizado nos parece ser, desgraciadamente, pero con seguridad, un método dañino para los intereses de nuestra causa y del proletariado. (...). Creemos que es nuestro deber decir sin vacilaciones y con completa conciencia de nuestras responsabilidades el grave hecho siguiente: que ningún tipo de solidaridad podrá unirnos a hombres a quienes, independientemente de sus intenciones y sus características psicológicas, nosotros juzgamos como los representantes de la perspectiva, desde ahora inevitable, de la evolución oportunista de nuestro partido. (...). Si al valorar de esta manera lo que va a ocurrir yo soy víctima, todos somos víctimas de un terrible error, entonces debería y deberíamos ser considerados indignos de estar en el partido y por lo tanto desaparecer ante la clase obrera. Pero si esta despiadada antítesis que vemos perfilarse es verdadera y portadora en el porvenir de dolorosas consecuencias, podremos al menos decir entonces, que hemos luchado hasta el final contra los perniciosos métodos con que se nos ataca, y que hemos traído, al resistir a cada amenaza, un poco de claridad a la oscura confusión que se quiere crear aquí. Ahora que ya he hablado, porque debía hacerlo, podéis juzgarme como os parezca”.
Esta “Declaración de Bordiga” en el Congreso de Lyon de 1926 (citada en la revista Prometeo del 1 de junio de 1928) firmó la exclusión definitiva de la Izquierda por el Partido Comunista de Italia. Izquierda que había fundado y dirigido el Partido durante sus primeros años y que después llevó a cabo un duro trabajo de oposición en su seno, precisamente hasta el Congreso de Lyon. El VI Ejecutivo ampliado de la Internacional Comunista, en febrero de 1926, sancionaba definitivamente también, en el plano internacional, la derrota de la Izquierda Italiana, en un enfrentamiento directo entre Bordiga y Stalin.
Nos ha parecido necesario exponer algunas “fechas” y referencias del proceso de degeneración de la Internacional Comunista, aun siendo conscientes de lo limitadas e insuficientes que son, para ofrecer una imagen, aunque sea pálida, de los trastornos y cambios que conoció el movimiento proletario durante aquellos años.
No es el objeto de esta introducción tratar exhaustivamente ese período, a pesar de lo rico y fecundo en enseñanzas que fue y sobre el cual existe ya (en gran parte bajo la égida de la propaganda contrarrevolucionaria) cierto material documental, sino ver de cerca la actividad organizada de aquellos núcleos comunistas durante los años que siguieron a 1926; núcleos que, a pesar de las condiciones prácticamente imposibles, supieron aguantar y continuar (acosados como estaban en toda Europa por el fascismo nazi y los matones estalinistas; considerados por unos y otros como los peores enemigos, como gente a eliminar) una lucha desesperada y desigual, una actividad y una acción desconocidas e ignoradas incluso por aquéllos que querían unirse a ella, en número a decir verdad cada vez más reducido.
1921: III Congreso de la Internacional Comunista. Se presenta la teoría del “Frente Único”. Se discute la validez de la escisión de Livorno. De entre los alemanes, el KAPD, ya marginado, rompe con la Internacional Comunista.
La Izquierda Comunista parecía vencida.
Como consecuencia de la labor de la Tendencia de Essen en el KAPD, se funda el efímero KAI cuyo manifiesto constitutivo dice, entre otras cosas: “Nada puede parar la progresión de los acontecimientos, ni oscurecer la verdad. Nosotros decimos sin reticencias inútiles y sin sentimentalismos: La Rusia proletaria del Octubre rojo se está volviendo un Estado burgués”.
1922: II Congreso del Partido Comunista de Italia. Tesis de Roma. IV Congreso de la Internacional Comunista. La Izquierda Italiana se opone a la fusión con los socialistas. Análisis del fascismo por la Izquierda.
1923: Arresto de Bordiga y de otros dirigentes del Partido comunista en Italia. Bolchevización de los Partidos Comunistas. La oposición entre la Izquierda Italiana y la Internacional Comunista sigue aumentando de día en día.
1924: Aparece en Italia la revista Prometeo. Bordiga se niega a presentarse a las elecciones y declara: “No seré diputado jamás y cuantos más proyectos vuestros hagáis sin mí, menos tiempo perderéis”. Conferencia de Como. V Congreso de la I.C.
1925: Bordiga escribe “La cuestión Trotsky” y “El peligro oportunista y la Internacional”. Se funda el “Comité de Alianza”; después disuelto.
1926: La Izquierda es excluida del Partido y de la Internacional. Empieza el periodo de emigración. Carta de Bordiga a Korsch.
La carta que Bordiga envía desde Nápoles el 28 de octubre de 1926 a Karl Korsch en respuesta al propósito de este último de promover un proyecto de unificación con lo que quedaba de la Izquierda Comunista a escala internacional, nos parece particularmente interesante (éste es el único documento que queda de la correspondencia de Bordiga, durante aquellos años, con otros revolucionarios cuyos rastros parecen haber desaparecido). Citamos, algunos de los, a nuestro entender, pasajes fundamentales: “...Su “manera de expresarse” (Bordiga se refiere a Korsch) no me parece buena. No se puede decir que la revolución rusa es una revolución burguesa. La revolución de 1917 ha sido una revolución proletaria aunque sea un error el generalizar sus lecciones tácticas. Ahora se plantea el problema de lo que ocurre con la dictadura del proletariado en un país, si la revolución no continúa en otros países. Puede haber una contrarrevolución, un curso degenerativo del que hay que definir y descubrir los síntomas y su reflejo en el seno del Partido comunista. No se puede decir simplemente que Rusia es un país en donde el capitalismo está en expansión” (…) “Nosotros estamos intentando construir una línea de izquierda verdaderamente amplia, general y no circunstancial: que se constituya a través de fases diversas y del desarrollo de situaciones distantes en el tiempo; confrontándolas todas en un terreno verdaderamente revolucionario y no ignorando sus distintas características objetivas” (…) “De manera general, creo que hoy, más que la organización y la acción, lo que hay que poner en primer plano es el trabajo de elaboración de una ideología política de la Izquierda Internacional, basada en las elocuentes experiencia por las que ha pasado el Komintern. Por debajo de eso, toda iniciativa internacional seguirá siendo difícil” (…) “No es necesario insistir en el deseo de que se escindan los Partidos o la Internacional. Hay que convivir con la experiencia de la disciplina artificial y mecánica de la internacional, siguiéndola mientras sea posible en sus absurdas maneras de proceder sin renunciar nunca a las posiciones de crítica ideológica y política y sin solidarizarse jamás con la dirección” (…) “Creo que uno de los defectos de la actual Internacional ha sido el de formar un “bloque de oposiciones” locales y nacionales. Hay que reflexionar sobre esto, sin caer en exageraciones, acumulando enseñanzas. Lenin hizo mucho trabajo de elaboración “espontánea” contando con que si primero se reagrupaban materialmente los diferentes grupos, más tarde se fundirían al calor de la revolución rusa. Aunque en la mayoría de los casos eso no se logró.”
Vemos en su Carta en primer lugar, la defensa del carácter proletario de la Revolución rusa contra las afirmaciones simplistas sobre la “naturaleza burguesa” de ésta, por parte de todos aquellos que de repente descubrían que en Rusia “algo no funcionaba”. En segundo lugar, la definición del verdadero problema que se plantea: “qué ocurre con la dictadura del proletariado en un país, si la revolución no continúa en otros”; “cómo” encarar el problema fuera de cualquier propuesta organizativa, al margen de alianzas o bloques de cualquier tipo y, además, en el contexto de un período histórico en marcha reconocido como la más terrible contrarrevolución. Con el elemento añadido de que se enfrentaban a grandes dificultades para el trabajo de análisis, de estudio y de comprensión de los errores que debían ser útiles en una futura reactivación.
Una frase de la carta de Bordiga destaca de entre esas posiciones intransigentes: “No hay por qué querer que haya escisiones o rupturas en los partidos y en la Internacional”; cuando ya, de hecho, la Izquierda había sido expulsada. Lo que con esto defendía la Izquierda era permanecer ligada a lo que había sido, hasta sólo cinco años antes, la vanguardia del proletariado mundial; a la esperanza de que para la revolución no todo estuviese terminado, por decenios y decenios. Quería mantenerse unida a la esperanza de que, en la crisis mortal del capital, la clase obrera, aplastada por el terrible tornado de la crisis, pudiera todavía levantar cabeza y que, con el empuje de la “base”, las posiciones que la Izquierda defendía pudieran aún triunfar en el Partido y en la Internacional. Pero la clase había sido decapitada. La derrota física del proletariado, en las batallas que había entablado, se reflejaba en la degeneración de los partidos comunistas y de la Internacional. La reanudación no podía verificarse sin que la clase obrera fuese capaz de generar la vanguardia, el partido que ya no existía.
Bordiga expresa también en ella su punto de vista sobre la Internacional. Para él, ésta era el partido mundial del proletariado. En el V Congreso de la Internacional Comunista (Julio de 1924) diría: “Quisiera decir sinceramente que, en la presente situación, es la Internacional del proletariado revolucionario quien tiene que devolver al Partido Comunista ruso una parte de los numerosos servicios que de él ha recibido”. La Internacional tenía que oponerse pues a la regresión del partido ruso y no convertirse en instrumento de éste; si no, no cabría más esperanza... En realidad, eso fue lo que ocurrió.
Pero sobre esas bases y con esas preocupaciones, la Izquierda Italiana comienza y continuará su trabajo en la emigración.
“De alguna manera; nosotros desempeñamos un papel internacional, porque el pueblo italiano es un pueblo de emigrantes, en el sentido económico y social de la palabra y, tras el advenimiento del fascismo, también en el político... Nos está ocurriendo algo así como a los hebreos. Aunque hemos sido derrotados en Italia, podemos consolarnos pensando como los hebreos que también son fuertes porque están no sólo en Palestina, sino en otras muchas partes”. (Intervención de Bordiga en el VI Ejecutivo ampliado de la I.C.)
Toda la emigración de militantes comunistas de Italia no sigue el mismo camino. Si bien la mayor parte de entre ellos tuvo que irse de Italia en 1925-26, a resultas de la persecución despiadada de los fascistas y de su exclusión del Partido comunista en el Congreso de Lyon, lo cual los privó de toda una red de socorros y lugares de refugio, algunos se habían asentado ya, en 1923, primero en Austria y luego en Alemania, en donde los combatientes revolucionarios vivieron trágicos sucesos. Estos, que se opusieron a las decisiones de la I.C. y abandonaron el Partido Comunista de Italia, en la práctica son la primera oposición de izquierdas que se organiza en la emigración. En Alemania, mantienen contacto con los Entschiedene Linke[3] y con Karl Korsh, así como con los camaradas de la Izquierda que, en Italia, habían formado el “Comité de entendimiento”. Después de esto hubo intentos de contacto entre Korsch y Bordiga y la carta de que hemos hablado. El grupo se va de Alemania y travesando Suiza llegan a Francia donde, sin abandonar aun el contacto con los alemanes, se adhieren a un Comité de oposiciones comunistas (que no tiene nada que ver con la oposición trotskista), conservando su plena autonomía como grupo.
En Pantin, suburbio de París, refugio de los sintecho, de los desesperados y de los expulsados de la sociedad civil, forman en 1927 la “Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia” con la ausencia de Vercesi (Ottorino Perrone), más tarde uno de los mejores artífices de Bilan, que había sido expulsado de la “democrática” Francia. Por cuantas vicisitudes hubieron de pasar aquellos compañeros, a la búsqueda de techo y trabajo, perseguidos y desechados en las democracias, acosados por los estalinistas y el fascismo, pero que supieron mantener por todas partes una lucha intransigente, defender y difundir, sin compromisos y sin miedo, las posiciones comunistas. Para dejar claro el tipo de “relaciones” que tenían con los estalinistas, vamos a citar algunos pasajes de una carta de un tal Togliatti a Iaroslavsky, fechada el 19 de Abril de 1929: “La lucha que nuestro partido tiene que mantener contra la oposición bordiguista, que intenta organizar en fracción a todos los descontentos, resulta muy difícil. Tenemos que luchar contra esa gente en todos los países en donde hay emigración italiana (Francia, Suiza, América del Norte, Sudamérica, etc.). Nos será muy difícil llevar esta lucha si no nos ayudan los partidos hermanos. El PC de Italia pide al PC de la URRS ayuda de manera que pueda continuar esta lucha ya difícil y que puede serlo más si manifestamos debilidad. Nuestro partido no tiene otra cosa que decir. Pide únicamente que se utilice el mayor rigor”.
No sabemos si la escisión que da lugar a dos formaciones en la emigración en Francia, una minoría muy reducida y una mayoría, ocurrió antes o después de lo de Pantin, aunque tenemos datos que parecen confirmar la segunda alternativa. El primer grupo, que representa la continuidad de aquel pequeño grupo de emigrantes en Alemania del que hemos hablado, daría vida a “Le Reveil Communiste” que surge entre 1928 y 1929. La revista abrirá sus columnas a los grupos de la Izquierda en Alemania (a Korsch del Kommunistische Politik y a los que quedaban del KAPD en aquellos años) y también a la Izquierda Rusa en la persona de Miasnikov.
El punto central que caracterizaba las posiciones de “Réveil Communiste” era el de negar todo carácter proletario al Estado Ruso (punto sobre el que los elementos que más tarde formarían Bilan eran más prudentes) y un apoyo abierto y manifiesto a las posiciones del KAPD. A “Réveil Communiste” le sucederá, al comienzo de los años treinta, “L’ Ouvrier Communiste”, con posiciones claramente consejistas.
El otro grupo, al que se conoce propiamente como “Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia”, publicará Prometeo, periódico en lengua italiana, desde Junio de 1928 hasta 1938, a veces quincenal y otras mensualmente, y Bilan desde 1933 a 1938. Los primeros años de vida de la Fracción conocen el debate con Trotsky, exilado ya entonces en Prinkipo, y con las formaciones que se adhieren a él y se organizan en torno a sus posiciones, sobre todo en Francia.
En Noviembre de 1927 aparece en París “Contre le Courant » (Contra la Corriente) Órgano de la Oposición Comunista, que intenta plantearse como catalizador de los diversos grupúsculos trotskistas y favorecer, o al menos iniciar, un proceso de reagrupamiento de toda la oposición de izquierdas. En el número 12, de junio de 1928, envían una “Carta abierta a los comunista de la Oposición” a las organizaciones siguientes:
No saldrá nada de ese proyecto (fue en 1930 cuando “La vérité" (La verdad), gracias al apoyo directo de Trotsky, aparece como portavoz de toda la oposición trotskista). Vamos a ver, a través de Vercesi, como responde a eso el Buró Político de la “Fracción Italiana”, porque es muy interesante:
“Muchos grupos de oposición creen que tienen que limitarse a desempeñar el papel de cenáculo que registre los progresos de un curso degenerativo y que se limite a presentarle al proletariado lo evidente de la verdad que piensan haber encontrado. Pues bien, nosotros decimos que tendremos el porvenir que hayamos sabido preparar y que lo más importante es fijar los medios con los que trazar la orientación de la acción comunista. Creemos que la crisis de la Internacional tiene su origen en causas muy profundas: en sus cimientos, que parecen uniformes pero que son esencialmente heterogéneos; en la ausencia de una política firme y de una táctica comunista, de todo lo cual resulta una alteración de los principios marxistas que conduce a una serie de desastres revolucionarios.” (…) “Si exceptuamos la oposición rusa, únicamente nuestra fracción ha elaborado una dirección de acción sistemática y le ha dado una plataforma, propuesta por el camarada Bordiga[4]. Hay muchas oposiciones y esto es un mal para el que sólo hay un remedio: que se pongan en confrontación las ideologías respectivas, que se discutan, para llegar después a lo que nos proponéis.” (…) “Si hay tantas oposiciones es porque hay varias ideologías y éstas deben manifestarse con toda su sustancia y no únicamente expresarlas sin más en la discusión en un órgano común. Nuestra consigna es profundizar en nuestro esfuerzo sin dejarse guiar por la posibilidad de un resultado que en realidad no sería más que un nuevo fracaso.”(…) “Nosotros pensamos que si bien es verdad que la Internacional, tras haber alterado oficialmente sus programas, ha incumplido su papel de guía de la revolución, los partidos comunistas han hecho otro tanto. Vista la naturaleza de la situación que estamos viviendo, es en estos órganos en donde tenemos que trabajar para luchar contra el oportunismo y -¿por qué no?- hacer de ellos los guías de la revolución.
La carta (publicada en agosto de 1928 en Contre le Courant, n° 13) termina rehusando la invitación, por las razones expuestas.
Como puede verse, esta respuesta de Vercesi retoma el contenido de la carta de Bordiga a Korsch. De nuevo se afirma la necesidad de examinar de manera crítica el pasado, de sacar las enseñanzas de la degeneración y de la oleada contrarrevolucionaria que se ha abatido sobre el movimiento proletario. De nuevo se asienta la confianza en la lucha autónoma e intransigente, en lo que se refiere a los principios, dentro de los partidos comunistas.
Mucho más importantes serán los contactos epistolares entre Prometeo (que había empezado a aparecer en Junio de 1928) y Trotsky[5]. En la primera carta dirigida a Trotsky el grupo Prometeo explica a grandes rasgos su historia: la ruptura con Le Réveil Communiste, la constitución en “Fracción”, el análisis de la situación internacional -caracterizada como de la ofensiva capitalista-, el análisis de Rusia -que provocará la división en, una mayoría que consideraba a Rusia como Estado proletario y una minoría que se pronuncia por “la negación del carácter proletario del Estado ruso”-, la cuestión italiana -sobre la que la “fracción” se niega a reconocer que la social democracia o las fuerzas de la oposición democrática puedan llevar a cabo la lucha contra el fascismo, afirmando que “la clase obrera tiene únicamente la posibilidad llevar a cabo esa lucha si se basa en el programa comunista”.
A partir de la no asistencia de la “Fracción” a una conferencia de “la Oposición” en París las relaciones con Trotsky se ponen cada vez más tensas, y el revolucionario ruso le plantea a Prometeo, en una carta, los siguientes problemas:
“¿Os consideráis como un movimiento nacional o como parte de un movimiento internacional? ¿Por qué no pensáis crear una fracción internacional de vuestra tendencia? ¿A qué tendencia pertenecéis?”
Prometeo contesta:
“En resumen, nos invitáis a que os digamos si somos o no comunistas. (...) Y ahora, vamos a contestar a vuestras preguntas: Nos consideramos parte de un movimiento internacional. Pertenecemos, desde la fundación de la I.C. e incluso antes, a la tendencia de izquierda. No pensamos crear una fracción internacional de nuestra tendencia, pues creemos haber aprendido del marxismo que la organización internacional del proletariado no es una suma artificial de grupos y personalidades de todos los países en torno a un grupo determinado; al contrario, creemos que la organización tiene que ser el resultado de la experiencia del proletariado en todos los países.”
Problemas de método y problemas de principio oponían pues Prometeo a Trotsky. Los de Prometeo, no aceptaban íntegramente los cuatro primeros Congresos de la IC, criticaban el “Frente Único” que, escribe Prometeo, ha llevado al gobierno obrero y campesino “al comité anglo-ruso, al Kuomintang, a los comités proletarios antifascistas”. Los acontecimientos de 1930-31 en España acabaron llevando a la ruptura y a la interrupción definitiva del contacto entre ambos.
A Trotsky, que escribía en su “La revolución española y el deber de los comunistas”: “La consigna por la república es naturalmente también una consigna del proletariado. Pero para éste, no se trata únicamente de cambiar un rey por un presidente, sino de una depuración radical en toda la sociedad de las inmundicias del feudalismo”; y también: “Las tendencias separatistas plantean a la revolución el deber democrático de la autodeterminación nacional... El separatismo de los obreros y de los campesinos es la exteriorización de su indignación social”, Prometeo no podía sino contestarle que: “Está claro que nosotros no podemos seguirle por ese camino, y a él y a los dirigentes anarcosindicalistas de la CNT, les respondemos que negamos de la manera más explícita que los comunistas tengan que ponerse en primera fila de la defensa de la república y mucho menos de la república española.” (Prometeo. 23 agosto de 1931)
Una ruptura definitiva que se acentuaría al tratar el problema de la naturaleza social de la URSS, del análisis de Trotsky sobre la dirección burocrática en Rusia y sobre la defensa de Rusia en caso de guerra imperialista.
En noviembre de 1933, aparece el primer número de Bilan (Balance) “Boletín teórico mensual de la Fracción de Izquierda del PC de Italia”. En la “Introducción” queda ya delimitado el marco histórico en que se inscriben el trabajo de la revista y las tareas que este grupo de revolucionarios se propone asumir: “No ha sido un cambio de situación histórica lo que ha permitido al capitalismo atravesar la tormenta de los acontecimientos de la posguerra: En 1933, como en 1917, el capitalismo está definitivamente condenado en tanto que sistema de organización social. Lo que ha cambiado de 1917 a 1933 es la relación de fuerzas entre las dos clases fundamentales de la sociedad, las dos fuerzas históricas que actúan en el período actual: La burguesía y el proletariado. Estamos hoy en el tramo final de ese período. El proletariado quizás ya no sea capaz de oponer el triunfo de la revolución a la explosión de una nueva guerra imperialista. Sin embargo, si aún hay posibilidades de reanudación revolucionaria inmediata sólo será con la comprensión de las derrotas pasadas. Los que se oponen al imprescindible trabajo de análisis histórico con el manoseado cuento de la movilización inmediata de los trabajadores no hacen otra cosa que aumentar la confusión e impedir la verdadera reanudación de las luchas proletarias. Los cuadros de los nuevos partidos del proletariado no podrán surgir si no es con el conocimiento profundo de las causas de la derrota. Y este conocimiento no podrá soportar ni prohibiciones ni ostracismos. Hacer balance de los acontecimientos de la posguerra es, por lo tanto, poner las bases y las condiciones para la victoria del proletariado en todos los países”.
Fue siguiendo esta línea cómo Bilan avanzó y trabajó siempre, tratando los problemas fundamentales del movimiento revolucionario. Y así fueron precisando los análisis sobre: la crisis del capitalismo (decadencia), la crítica de los movimientos de liberación nacional, los momentos que harían de nuevo posible la reanudación del proletariado como clase; pasando por la crítica sin concesiones a los partidos “comunistas” y a Rusia, cuya naturaleza social no estaba aún clara pero sí su papel político de potencia imperialista, a la que la clase obrera debería negar todo apoyo en vista de la proximidad de la guerra mundial. Considerándolo como algo fundamental en el trabajo revolucionario, Bilan incitaba al debate con otras formaciones políticas y publicaba los textos de otros compañeros.
En 1935, Bilan pasa de ser el “Boletín teórico mensual de la Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia” a ser el “Boletín teórico mensual de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista”, lo cual marca su ruptura definitiva con un partido que ya era un eslabón de la contrarrevolución capitalista, y la confirmación del carácter internacional de su tarea.
En 1936 empiezan en la Fracción las divergencias sobre la guerra de España. Acabarían provocando una escisión en Bilan. Paralelamente se produce también la ruptura de los lazos que se habían establecido, a finales del 1932, con la “Liga de los Comunistas Internacionalistas de Bélgica”, grupo que procedía del trotskismo y que después fue fuertemente influenciado por el consejismo. En 1932, Bilan y la Liga coincidieron en su crítica de la “Oposición Internacional de Izquierda” (trotskista) la cual, frente al ataque fascista, había difundido en Alemania un llamamiento a formar un frente único para la defensa de las “reivindicaciones democráticas”; defensa a la que consideraban una etapa más de la lucha por la revolución mundial.
Ese acuerdo, así como el rechazo común de la solución propuesta por la oposición trotskista para la reconstrucción del partido comunista hacían posible la discusión y el contacto entre ambas organizaciones; discusión cuya objetivo sería la reconstrucción del patrimonio histórico del proletariado, basándose en el análisis de los acontecimientos que ocurrían durante aquellos años y la respuesta política que se les iba a dar.
La guerra de España marcó la ruptura de una discusión que había durado seis años y que Bilan había alimentado ampliamente.
La mayoría de la “Liga de los Comunistas Internacionalistas de Bélgica” decidió apoyar a la fracción antifascista en la guerra, lo mismo que hicieron la minoría de Bilan y el grupo francés “La Unión Comunista”. Hennaut, un importante representante de la “Liga”, escribe en un documento (que confirmaba la ruptura) fechado en febrero de 1937: “Sabemos que la defensa de la democracia no es más que el aspecto formal de la lucha; el antagonismo entre capitalismo y proletariado es la esencia real. A condición de no abandonar en ninguna circunstancia la lucha de clases, el deber de los revolucionarios es participar en la lucha”.
Así pues, lo que es uno de los FUNDAMENTOS de la lucha del capitalismo contra el proletariado, la mistificación democrática, es considerado una expresión formal de la lucha proletaria contra el capitalismo.
Pero no toda la “Liga” adoptará esa posición. Una minoría, mayoría en Bruselas, que se mantiene en las posiciones de Bilan fue expulsada de la organización; constituyéndose más tarde como “Fracción Belga de la Izquierda Comunista” y publicando, entre 1937 y 1939, Communisme, revista mensual multicopiada.
En 1938, Bilan deja de publicarse y lo sustituye Octobre (Octubre) con el subtítulo de “Órgano mensual del Buró Internacional de las fracciones de la Izquierda Comunista”. Publicaron cinco números de Octobre, el último en Agosto de 1939. Un mes más tarde empezaba la segunda carnicería mundial.
¿Qué es lo que une a estos grupos, que se ven a sí mismos como “continuidad” (más o menos orgánica) de la Izquierda Italiana, con el trabajo de la “Fracción” en el extranjero?
Examinemos la posición del “Partido Comunista Internacional” (Programa Comunista) sobre este punto. Programa Comunista ha reivindicado siempre, de palabra, el trabajo de Bilan y de Prometeo, quizás para rellenar el hueco que hay entre 1926 y la segunda Guerra mundial. En realidad, nunca ha intentado clarificar, para sus militantes y lectores, ni las posiciones ni el trabajo de Bilan (excepto con algunos artículos cortos en un número de su publicación en 1957, a la muerte de Ottorino Perrone (Vercesi)); dejándolo así reducido a poco más que a un nombre. ¡Quizás obraron así por pudor!
La lectura de Bilan hubiera sido traumática para quienes ya habían tomado un camino diametralmente opuesto al que había señalado la “Fracción Italiana” en la emigración. Hoy, parece que ya no les queda ni rastro de aquel falso pudor. No es que digan abiertamente que ya no hay nada que sacar de Bilan, pero se deduce claramente leyendo algunos de sus artículos que se refieren al movimiento obrero de los años treinta. En un artículo de 1971 (Programma Comunista, n° 21. 1971) criticaban aun el trabajo de Trotsky al que atribuyen “toda una serie de coaliciones híbridas en la arena de la oposición internacional”; señalando a renglón seguido que “ulteriormente esta heterogénea oposición se encontraría en la 4ª Internacional, nacida ya cadáver”. Sin embargo, en 1973 (Programa Comunista, n° 19) llegaba a escribir lo siguiente: “Cuando Trotsky afirmaba la necesidad prioritaria de formar un núcleo sólido, basado en las posiciones revolucionarias, como la condición indispensable, aunque no exclusiva ni suficiente, de una reanudación revolucionaria más o menos cercana y como la manera de fructificar en un sentido revolucionario el próximo conflicto, no hacía sino enunciar una verdad fundamental del marxismo. Verdad tanto más importante como poco evidente, hasta el punto de ser ignorada e incluso tomada a burla por la derecha, por el centro, por la “izquierda” y hasta por la extrema izquierda”.
Cuando alguien quiera saber lo que Programma Comunista entiende por: “con bases sólidas en las posiciones revolucionarias” ¿Le remitirá quizás al entrismo en los partidos socialdemócratas o bien a la defensa de Rusia durante la segunda Guerra mundial? ¿Qué es, si no, eso de “fructificar en un sentido revolucionario el próximo conflicto”, si tenemos en cuenta la tradición trotskista?
Más adelante, puede también leerse: “Si Trotsky se equivocó, no fue por haber defendido la necesidad de la IV Internacional, ni por haber concebido esa necesidad como un objetivo a realizar; contrariamente a quienes la reconocían en abstracto en la atmósfera tranquila de las bibliotecas en que se refugiaron, como los Korsch y los Pannekoek”, vanagloriándose de ello”.
¿Por qué no escriben también: “Y los Vercesi, y los Bordiga, etc...?
El artículo sigue: “Únicamente los sectarios sin cerebro pueden disfrutar con una tragedia como la de la pretendida IV Internacional, que fue víctima de las formas más heterogéneas de oportunismo”.
Y alcanza su cenit con: “La 4ª Internacional está por construir”.
¡Por fin lo dicen!
¿Qué tiene que ver con la Izquierda Comunista y con Bilan un grupo que quiere? : “Trabajar hoy con paciencia, tenacidad, modestia, para que pueda llegar el día en que el grito de la vanguardia revolucionaria del mundo entero sea: ¡viva la IV Internacional!”.
Señores de Programa Comunista, seguro que habéis tenido que esperar a que muchos estuvieran ya sepultados para escribir cosas semejantes, cosas que no se deben a la locura de algún perturbado que hubiera escrito bajo anonimato de vuestro periódico, sino que son la obra “colectiva” del “partido”.
El “Partido Comunista Internacionalista” (Battaglia Communista) también se reclama de Bilan. El número 10 de Prometeo (serie II. Marzo de 1958), revista teórica de Battaglia, estuvo dedicado enteramente a la obra teórico-política de 0ttorino Perrone (Vercesi). Vamos a citar algunos trozos de la presentación:
“Los acontecimientos de la revolución española, por el hecho de haber superado a sus propios protagonistas, han puesto en evidencia tanto los puntos fuertes como las debilidades de nuestra propia visión: la formulación de la mayoría de Bilan nos parece impecable, desde el punto de vista teórico, pero tiene el defecto de quedarse en simple abstracción; la minoría, nos parece estar interesada en una participación que no siempre puede evitar los virajes del jacobinismo burgués, incluso cuando se están levantando las barricadas”…“Dadas las condiciones objetivas, nuestros compañeros de Bilan tendrían que haber planteado el problema, el mismo problema que nuestro partido tendría que plantearse más tarde frente al llamamiento “partisano”, incitando a los obreros que luchaban a que no cayeran en la trampa de la estrategia de la guerra imperialista”.
Precisamente Battaglia Communista defiende al principio de la posguerra -tras la segunda G. M.- (sin hablar de la participación electoral en 1948), la misma posición que la minoría de Bilan durante la guerra de España. La minoría de Bilan, como se decía en los textos de Bilan que hemos publicado, no fue a España a defender la república contra el fascismo sino, era su pretensión, a defender entre los milicianos los principios y la táctica comunista.
Pero no es éste el único problema. La cuestión central es que Battaglia denomina “formalismo”, “abstracciones” …, a lo que para nosotros son principios proletarios, fronteras de clase.
S.
[1] En español ver nuestro libro 1936: FRANCO Y LA REPUBLICA MASACRAN A LOS TRABAJADORES https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [16]
[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197609/2061/bilan-lecciones-de-espana-1936-y-crisis-en-la-fraccion [78]
[3] Entschiedene Linke: grupo formado por los expulsados del KPD (con Schwarz a su cabeza) cercano del KAPD (de Berlín), en cuya actividad participa también Korsch. Poco tiempo antes, se había constituido, frente a la disolución del KPD, una “Liga de Spartacus n° 2”, la cual reunía a la AAUE, al grupo de Iwan Katz y a otros elementos. Korsch, por sus divergencias con el KAPD, acabaría separándose de esas organizaciones para dar vida a “Kommunistische Politik”
[4] Probablemente se hace referencia aquí a las tesis presentadas por la Izquierda al Congreso de Lyon
[5] Hay una buena documentación sobre el tema en el libro de Corvisieri: “Trotsky y el comunismo italiano”
A partir de 1921[1], el Partido Bolchevique, se encontró en una situación de auténtica pesadilla. Tras la derrota de las insurrecciones obreras en Hungría, Italia, Alemania... entre 1918 y 1921, la revolución proletaria mundial entre en un profundo reflujo, del que nunca, a pesar de que se extendiese a Alemania y Bulgaria en 1923 y China en 1927, se recuperará. Tanto la economía como el proletariado ruso habían alcanzado un alto grado de desintegración, las masas proletarias, o bien se habían desentendido, o habían sido apartados de la vida política. Lejos ya de ser un instrumento en manos del proletariado, el Estado Soviético efectivamente, había degenerado en una máquina para la defensa del “orden” capitalista. Presos de sus propias concepciones sustitucionistas, los Bolcheviques aun creían que era posible administrar esta máquina estatal, y la economía capitalista, mientras esperaban, e incluso ayudaban, al resurgimiento de la revolución mundial, las necesidades del poder estatal fueron transformando a los Bolcheviques en agentes abiertos de la contrarrevolución, tanto en el interior como en el extranjero. En Rusia se convirtieron en los inspectores de la creciente y feroz explotación de la clase obrera. Aunque la NEP supuso una cierta relajación de la dominación económica del estado, especialmente sobre el campesinado no se observó ninguna moderación de la dictadura del Partido sobre el proletariado. Por el contrario, dado que los Bolcheviques aun consideraban que el principal peligro contrarrevolucionario provenía de los campesinos, concluían que las concesiones económicas otorgadas al campesinado tenían que ser compensadas por un fortalecimiento de la dominación política del Partido Bolchevique sobre la sociedad rusa: ello llevó a un refuerzo de las tendencias hacia el monolitismo en el seno mismo del Partido. Tal “estrechamiento” del control del Partido y en el Partido era la única forma que se veía para erigir un dique proletario en contra de la marea creciente de capitalismo campesino.
A nivel internacional, las exigencias del Estado ruso tuvieron, a través de la dominación del Partido ruso, unos efectos cada vez más perniciosos en las políticas de la Internacional Comunista: el Frente Unido y el gobierno Obrero fueron tácticas reaccionarias que en gran medida expresaban la necesidad del estado ruso de encontrar aliados burgueses en el mercado capitalista mundial.
A pesar de que el Partido Bolchevique aun no había abandonado definitivamente la revolución proletaria; la lógica general de la situación iba situando, cada vez más al Partido, ante una completa y final identificación con las demandas del capital nacional ruso, los últimos escritos de Lenin muestran una preocupación obsesiva por los problemas de la “construcción del socialismo” en la atrasada Rusia. La victoria del estalinismo fue una mera explicación de esta lógica al eliminar el dilema entre internacionalismo e intereses del estado ruso, simplemente abandonó la primera en beneficio de la última.
Los sucesos de los últimos cincuenta años muestran como el partido no puede sobrevivir a los períodos de reflujo o derrota. De este modo, la única forma en que pudo preservar su existencia física el Partido Comunista, tras la derrota de la oleada revolucionaria, fue pasando del todo y sin vuelta atrás al campo de la burguesía.
En Rusia la tendencia a la degeneración, fue activamente ayudada por el hecho de la fusión entre el Partido y el Estado, y por lo tanto aquél hubo de adaptarse, incluso más rápidamente, a las exigencias del capital nacional. En un período de derrota, la defensa de las posiciones de clase, sólo puede ser asumida por pequeñas fracciones comunistas que se desligan del partido en degeneración o que sobreviven a su fallecimiento. Este fenómeno tuvo lugar en Rusia, principalmente entre 1921 y 1924, con la aparición de pequeños grupos decididos a defender el programa comunista contra la traición del Partido. Como hemos visto ya, la aparición de tendencias de oposición dentro del Partido Bolchevique no es nueva; pero las condiciones en las que operan dichas fracciones a partir de 1921 difieren dramáticamente de aquellas bajo las cuales habían trabajado sus predecesores.
La condición previa, para defender el programa comunista frente a la creciente contrarrevolución, había de ser, especialmente en Rusia, la facultad de mantenerse fiel a este programa por encima de toda atadura sentimental, personal, y política a las originalmente organizaciones de la clase, ahora que éstas se orientaban en un camino de traición a la clase. Y realmente, este fue el gran logro de las fracciones de izquierda rusas, su difícil cometido fue el de llevar desde fuera una labor comunista contra el Partido y en contra del Estado Soviético tan pronto como tal trabajo resultara imposible dentro de estas instituciones. Para la izquierda lo primero, ante todo, eran las posiciones; si los “héroes” de la revolución ya no podían defender el programa comunista, entonces tales héroes debían ser denunciados, incluso los de izquierda. No nos debe sorprender el hecho de que los comunistas de izquierda fueran en general individualidades relativamente oscuras, fundamentalmente trabajadores que no habían formado parte de la elite bolchevique durante los años “heroicos” (Miasnikov ) incluso solía burlarse de la Oposición de Izquierdas calificándola simplemente como “oposición de celebridades” que se oponían simplemente a la facción estalinista, por sus propias razones burocráticas –(ver L’Ouvrier Communiste, N° 6, Enero de 1930)- Estos trabajadores revolucionarios, fueron capaces de comprender las condiciones en que se encontraba el proletariado, mucho mejor y más fácilmente que los altos cargos oficiales del bolchevismo que habían perdido realmente todo contacto con la clase y que solo fueron capaces de ver los problemas de la revolución en términos de administración del Estado. A la vez, sin embargo, el mismo origen confuso de los miembros de las fracciones de izquierda fue en muchos momentos un factor condicionante de su debilidad. Sus análisis tendían a estar basados mucho más en un puro instinto de clase que en una profunda formación teórica. Emparejados a la debilidad histórica del movimiento obrero ruso, de la que ya hemos hablado, y al aislamiento de la izquierda rusa respecto a las fracciones comunistas fuera de Rusia, todos estos factores pusieron serias limitaciones a la evolución teórica del comunismo de izquierda en Rusia.
A pesar de la habilidad de la Izquierda en romper con las instituciones oficiales, y de identificarse con la lucha de la clase contra ellas, la gran retirada que emprende el proletariado ruso sitúa a las fracciones de izquierda ante una serie de problemas, contradictorios y confusos, a partir de 1921, el Partido Bolchevique aun permanecía como el foco de vida política de la clase en Rusia, y otras organizaciones de masas de la clase estaban muriendo, e incluso el mismo Estado se iba transformando en un órgano del Capital. A causa de la apatía y la indiferencia que demostraba la clase, tanto el debate como el conflicto político se centraban casi exclusivamente alrededor del Partido. Si bien es cierto que esta indiferencia e inactividad de la clase fue motivada, en gran medida, por la misma esterilidad de los debates que se sostenían en el Partido a principios de los años veinte, ningún revolucionario puede ignorar el hecho de que, en esos momentos, el Partido constituía un oasis del pensamiento político en medio del apoliticismo de la clase obrera.
Esta situación condujo a las fracciones de izquierda a un terrible dilema. De un lado, la apatía de las masas junto a las acciones represivas del Estado hizo extremadamente difícil la militancia en el proletariado “en general”. Por otra parte, cualquier trabajo dentro del Partido se vio severamente dificultado al prohibirse las fracciones en 1921 y por lo sofocante que resultaba la atmósfera dentro del Partido cada vez más enrarecida; fue igualmente imposible para cualquier grupo genuino de oposición hacer un trabajo legal dentro del Partido. Incluso el relativamente moderado criticismo, expresado en la Plataforma de los cuarenta y seis en 1923 (documento fundacional de la oposición de Izquierda) contenía la queja de que «La libre discusión dentro del Partido ha desaparecido de hecho; la ideología social del Partido ha sido reprimida». Para las tendencias a la izquierda de la Oposición de Izquierda, la situación, era incluso peor; y aún todos ellos continuaban combinando un trabajo de propaganda entre las “amplias masas” de las fábricas junto con un trabajo secreto dentro de las células locales del Partido. El Grupo Obrero en su Manifiesto de 1923 hablaba de la «necesidad de constituir el Grupo Obrero del Partido Comunista de Rusia (Bolchevique) sobre las bases programáticas y los estatutos del Partido Comunista de Rusia, de cara a ejercer una presión decisiva sobre el grupo que dirige el propio partido». El “Llamamiento” expresaba su visión de que «Dondequiera en los talleres y fabricas, en las organizaciones sindicales, las facultades obreras, las escuelas de los Soviets y del Partido, en la Unión Comunista de Jóvenes, en las organizaciones del Partido; deben ser creados círculos de propaganda en solidaridad con Verdad Obrera»[2]. Tal declaración muestra la extrema dificultad con que se encontraban estos grupos en su esfuerzo por encontrar un eco en el proletariado ruso, y la imposibilidad de hallar soluciones organizativasn claras en un periodo de confusión y desorden.
Finalmente, hemos de tener presente el hecho de que estos grupos estuvieron sujetos a la máxima represión y persecución por parte del aparato Partido-Estado. Precisamente por haber sido Rusia la “patria de los Soviets”, el país de la revolución obrera, la contrarrevolución fue allí, total cruel e implacable; llegando a sepultar los últimos vestigios de todo aquello que había sido revolucionario. Incluso antes de la victoria de la facción estalinista, los grupos de izquierda estaban sujetos a investigación por la GPU, arrestados, encarcelados y exiliados. Privados de fondos y equipamiento, constantemente “a la carrera” con la policía secreta, les resultó bastante difícil desarrollar incluso un mínimo de propaganda política. La consolidación de la contrarrevolución a partir de 1924 puso aún las cosas más difíciles y duras. Y aún a través de estos años sombríos de reacción, los comunistas de izquierda continuaron luchando por la revolución. Hasta incluso, en 1929, el Grupo Obrero publicó un texto ilegal en Moscú: “El Camino de los trabajadores hacia el Poder”. Incluso ni en campos de trabajo estalinista pudieron silenciar sus expresiones políticas. Una revolución proletaria no muere fácilmente. Los revolucionarios que luchaban en condiciones tan adversas sacaron coraje y tenacidad de un hecho muy simple: habían nacido de una revolución proletaria. Pasamos ahora a examinar con más detalle los principales grupos que recogieron la bandera de la revolución comunista, a pesar de todo lo que se les cargó en contra.
El grupo Verdad Obrera fue formado en el otoño de 1921. Al parecer, estaba compuesto fundamentalmente por intelectuales que provenían del “Proletkult” –un medio cultural y cuyo principal animador fue Bogdanov- un teórico del partido- que había roto con Lenin sobre problemas filosóficos en los años 1900 y que se había destacado en las tendencias de “izquierda” del bolchevismo de ese tiempo. En su “Llamamiento” de 1922, Verdad Obrera caracterizaba a la NEP como “el renacimiento de relaciones capitalistas normales”, y significándolas como una profunda derrota del proletariado ruso.
“La clase obrera en Rusia, esta desorganizada: la confusión reina en las mentes de los trabajadores. ¿Estamos en el país de la dictadura del proletariado, como repite insistentemente el Partido Comunista por medio de sus palabras y de la prensa? O ¿ nos encontramos en un país de gobierno, arbitrario, de explotación, como nos indica nuestra vida en cada paso? La clase obrera lleva una existencia miserable, al mismo tiempo que la nueva burguesía (funcionarios “de responsabilidades”, directores de planta, gerentes de los trusts, presidentes de los comités ejecutivos...) y los hombres de la NEP viven en un lujo que nos recuerda la imagen de la vida de la burguesía de todos los tiempos”.
Para Verdad Obrera, el Estado Soviético, se ha convertido en “el representante de los intereses nacionales del capital... el mero aparato director de la administración política y la regulación económica; y a su vez está organizado por la intelligentsia”. Al mismo tiempo la clase había sido privada de sus órganos defensivos, los sindicatos, y de su partido de clase. En un manifiesto publicado en el XII Congreso del Partido en 1923, Voz Obrera acusaba a los sindicatos de: “Haberse convertido de organización de defensa de los intereses económicos de los trabajadores, en órganos para la defensa de los intereses de la producción o sea, la defensa del capital de estado”. (Extraído de “El Interregnun de H. Carr Libros Penguin pg 89).
Y respecto al Partido, el “Llamamiento” afirmaba: “El Partido comunista Ruso se ha convertido en el partido de la “intelligentsia organizada; el abismo que se abre entre el Partido y la clase se va haciendo cada vez más profundo”.
Ellos por lo tanto, declaraban su intención de trabajar hacia la formación de un verdadero “partido del proletariado ruso”, aunque admiten que su trabajo será “largo, persistente y sobre todo ideológico”.
Aunque las miras, relativamente modestas del grupo Verdad Obrera, parecen indicar cierta comprensión de la derrota que había sufrido la clase obrera y de las consecuentes limitaciones que encontraba la actividad revolucionaria en este periodo, su marco general está viciado por una peculiar ambigüedad sobre la época histórica y sobre las tareas con que se enfrenta la clase globalmente quizás por basarse en una idea de Bogdanov que mantenía que hasta que el proletariado no hubiera madurado una organización de clase capaz, la revolución socialista seria prematura, ellos sacaron la conclusión de que la revolución en Rusia había asumido la tarea de abrir una fase de desarrollo capitalista: “Tras el éxito de la revolución y la guerra civil, amplias miras se abrían ante Rusia, para una rápida transformación en un país de capitalismo progresivo. Ahí reside el indudable y gran logro de la revolución de Octubre”. (Llamamiento)
Esta perspectiva también condujo a Verdad Obrera a abogar por una extraña política exterior para Rusia, llamando al reagrupamiento con los capitalismos progresivos de Alemania y América y, en contra del capitalismo reaccionario francés. Al mismo tiempo el grupo parecia tener muy pocos o ningún contacto con los grupos de la Izquierda Comunista fuera de Rusia.
Eran posiciones como éstas, las que sin duda llevarán al grupo obrero de Miasnikov a proclamar que no tenían “nada en común con el grupo llamado Verdad Obrera que intenta enterrar todo lo que era comunista en la revolución de Octubre de 1917 y es por tanto completamente menchevique” (Workers Dreadnought 31 Mayo 1924) aunque en su manifiesto de 1923 el Grupo Obrero reconociera que grupos como Verdad Obrera, Centralismo Democrático, Oposición Obrera, contenían muchos elementos proletarios honestos y llamaron al reagrupamiento sobre las bases del Manifiesto del grupo Obrero.
En los tiempos de la Revolución Rusa, aquellos que hablaban de la inevitabilidad de una evolución burguesa para Rusia tendían a ser identificados como mencheviques. Pero a la luz de la experiencia siguiente, nosotros preferimos comparar las posiciones del grupo Verdad Obrera a los análisis a que llegaron la Izquierda Alemana y holandesa en los años 30. Al igual que Verdad Obrera estos últimos comenzaron con alguna intuición perceptiva sobre la naturaleza del capitalismo de estado, pero subestiman la capacidad de sus análisis, concluyendo que la revolución Rusa había sido desde el principio un asunto de la intelligentsia encarado hacia la organización del capitalismo de Estado en un país que estaba inmaduro para la Revolución Comunista. En otras palabras, los análisis antepuestos de Verdad Obrera son los de una tendencia revolucionaria desmoralizada y confusa por la derrota de la revolución y que les condujo a poner en cuestión el carácter proletario original de esta revolución. Ante la ausencia de un marco coherente y claro en el que analizar la degeneración de la revolución, tales desviaciones son inevitables, particularmente en las condiciones adversas en que se encontraron los revolucionarios en Rusia después de 1921.
Pero a pesar de un cierto pesimismo e intelectualismo el grupo Verdad Obrera no dudó en intervenir en las huelgas salvajes que recorrieron Rusia en el verano de 1923, intentando impulsar consignas políticas dentro del movimiento general de la clase. Esta intervención, sin embargo, provocó que la GPU se le echara encima con toda su fuerza y su final se aceleró con rapidez en la represión que siguió a las huelgas.
Hemos visto que la principal debilidad de grupos como la Oposición Obrera y Verdad Obrera pueden ser su carencia de una perspectiva internacional; como corolario de esto podemos decir que las más importantes fracciones de la izquierda Comunista fueron precisamente aquellas que pusieron énfasis en la naturaleza internacional de la revolución y la necesidad de los revolucionarios de unirse a nivel mundial. Este fue el caso de los elementos en Rusia que corresponden más concretamente al KAPD alemán y a sus organizaciones hermanas.
El 3 de Junio y el 17 de junio de 1922 Workers Dreadnoght publicó una declaración de un grupo, recientemente formado, llamado “el grupo de comunistas revolucionarios de izquierda (Partido Comunista de los trabajadores) de Rusia”. Se anunciaban como un grupo a la izquierda del “Partido Comunista Ruso, que ha hecho su oficio como jefe” (W.D del 3 de Junio); aunque se comprometían a apoyar todas las izquierdas de las tendencias revolucionarias en el P.C.R y a “dar la bienvenida y apoyar todas las demandas y proposiciones de la Oposición Obrera que apuntasen en una dirección revolucionaria sólida, ellos insistían en que “no hay posibilidades de reformar el P.C.R. desde dentro. “En cualquier caso la Oposición Obrera no es capaz de hacerlo” (W.D. 17 de Junio). El grupo denunció los esfuerzos de los Bolcheviques y la Komintern en comprometerse con el capital tanto en Rusia como en el extranjero y atacaba en particular la política del Frente Unido de la Komintern como un medio para la “reconstrucción de la economía capitalista mundial” (W.D. 17 de Junio). Desde que los bolcheviques y la Komintern tomaron un curso oportunista que sólo les podía conducir a su integración en el capitalismo, el grupo afirmaba que había llegado la hora de trabajar por un Partido Comunista de los trabajadores alineado al K.A.P.D. en Alemania, al K.A.P. Holandés y a otros partidos de la Internacional Comunista de los Trabajadores[3].
El subsiguiente desarrollo de ese grupo es oscuro aunque parece que estuvieron estrechamente relacionados con el más conocido Grupo Obrero (también llamado Grupo comunista de trabajadores) de Miasnikov –de hecho, el PCT de 1922 en Rusia parece ser un precursor de este último-. El 1° de Diciembre de 1923, Drednought anunciaba que había sido enviada una copia del Manifiesto del Grupo Obrero por medio del PCT por el encarcelamiento de Miasnikov, Kuznezov y otros militantes del Grupo Obrero. En 1924.el KAPD publicaba el Manifiesto en Alemania y señalaba al Grupo Obrero como la “sección en Rusia de la IV Internacional”. En cualquier caso la defensa de la Izquierda Comunista clásica, como demostrabas el KAPD, sería en adelante asumida en Rusia por el grupo de Miasnikov.
Gabriel Miasnilov, un trabajador de los Urales, se había destacado en el Partido Bolchevique en 1921 cuando, inmediatamente después del X° Congreso, de crucial importancia, había hecho un llamamiento por la “libertad de prensa incluso para monárquicos y anarquistas”. (Extraído de “El Interrregnum” de H.CARR, pg 89). A pesar de los intentos de Lenin para disuadirle de este tipo de agitación, él rehusó retractarse y fue expulsado del partido en los inicios de 1922. En Febrero-Marzo de 1923 se unió a otros militantes por fundar el “Grupo Obrero del PCR(B)” y publicaron su Manifiesto que fue distribuido en el XII° Congreso del PCR. El grupo inició un trabajo legal entre los trabajadores del partido y los no afiliados, y al parecer tuvieron una presencia importante en la ola de huelgas del verano de 1923, en las que llamaban a manifestaciones de masas, intentando politizar un movimiento eminentemente defensivo del proletariado. Sus actividades en estas huelgas bastaron para convencer a la j GPU de la amenaza que suponían; una oleada de arrestos de sus dirigentes asestó un severo golpe al grupo. No obstante, como hemos visto, consiguieron llevar un trabajo clandestino, aunque a escala reducida, hasta los comienzos de los años treinta[4] .
El Manifiesto del Grupo Obrero representa un avance con respecto al “Llamamiento” de Verdad Obrera, pero, sin embargo, aún muestra las dudas y las ideas “a medio formar” de la izquierda comunista, especialmente la rusa, en este período.
El Manifiesto contiene las usuales denuncias sobre las terribles condiciones de vida que sufrían los trabajadores en Rusia, así como las desigualdades que acompañaban a la NEP a la que llamaba “Nueva Explotación del Proletariado”. Atacaron la eliminación de disidentes dentro y fuera del Partido, así como el peligro de que éste se transformase en “una minoría que detenta el control del poder y de los recursos económicos del país, lo que les conduciría a convertirse en una casta burocrática”. Argumentaban que tanto los sindicatos como los Soviets y comités de fábrica, habían perdido su función como órganos proletarios, ya que la clase no tenía ningún control sobre la producción, ni sobre el aparato político del régimen. Así por lo tanto, ellos llamaban a la regeneración de estos órganos, una reforma radical del sistema de Soviets, que hiciera capaz a la clase de ejercer su dominación sobre la vida económica y política.
Esto les condujo inmediatamente al mayor problema que se le planteaba a la izquierda comunista en los principios de los años 20. ¿Qué actitud tomar acerca del régimen soviético? ¿Conservaba este régimen algún carácter proletario, o debían los revolucionarios llamar a su destrucción? El problema residía en la ausencia en aquellos años de criterios que permitieran decidir si el régimen se había convertido totalmente en contrarrevolucionario. Este dilema se reflejaba en la ambigüedad de la actitud que tomaron frente a este hecho. De este modo, atacaban las insuficiencias de la NEP y el peligro de su “degeneración burocrática” mientras a la vez afirmaban que “la NEP es el resultado directo de la situación de las fuerzas productivas en nuestro país debe ser utilizada para la consolidación de las posiciones conquistadas por el proletariado en Octubre” [5]. El Manifiesto formulaba así una serie de sugestiones para “perfeccionar” la NEP: Control obrero, independencia respecto al capital extranjero... Igualmente y a pesar de criticar la degeneración del Partido, el grupo Obrero optó –como hemos visto- por trabajar entre los miembros de aquél con el fin de poder presionar sobre su dirección. Y aunque, por otro lado, el grupo fue el que mejor situó la cuestión de que la fuerza proletaria se vería precisada a empezar una lucha –incluso sangrienta- para derribar a la oligarquía (extraído de “El Interregnum” de H. Carr pg 278); el principal énfasis del Manifiesto está en la regeneración del estado Soviético y sus instituciones, pero nunca un derrocamiento violento. Esta posición de “apoyo crítico” fue acentuada por el hecho de que frente al miedo creado por la guerra y el ultimátum de Curzon de 1923, los miembros del Grupo Obrero tomaran la resolución de jurar resistencia a “todo intento de subvertir el poder soviético” (Carr oop. Cit. Pg 301). No se trata aquí de discutir si era o no una posición correcta la de defender al régimen soviético en 1923. Las posiciones que tomó entonces el Grupo Obrero no lo vuelven contrarrevolucionario ya que la experiencia de la clase no había zanjado definitivamente la cuestión rusa. Sus ambigüedades sobre la naturaleza del régimen ruso son, ante todo, un testimonio de las inmensas dificultades que suponía esta cuestión para los revolucionarios, en medio de la confusión y el desorden de aquellos años.
No obstante, el aspecto más importante del Grupo Obrero no fue sus análisis sobre el régimen ruso, sino su intransigente perspectiva internacionalista. Es significativo que su Manifiesto de 1923 empezase con una poderosa descripción de la crisis mundial del capitalismo, situando la alternativa par la Humanidad como una totalidad: socialismo o barbarie. En un intento de explicar las dificultades de la clase obrera para llegar a una conciencia revolucionaria frente a la crisis, el Manifiesto hace un magnífico ataque en regla contra el papel universalmente contrarevolucionario de la social-democracia: “Los socialistas de todos los países, han sido y son en cualquier momento los únicos preservadores de la burguesía frente a la revolución proletaria, ya que las masas trabajadoras están acostumbradas a sospechar de todo lo que venga de sus opresores, pero cuando esas mismas cosas son descritas como propias de sus intereses y son adornadas con frases socialistas, entonces el trabajador que es engañado por estas frases cree a los traidores y gasta sus energías en una lucha sin esperanza. La burguesía no tiene ni tendrá mejor abogado”.
Esta comprensión permitió al Grupo Obrero hacer toda una serie de duras denuncias de tácticas de la Komintern, del frente Unico y del gobierno Obrero como medios de ligar al proletariado a su clase enemiga. Aunque fuesen menos conscientes del papel reaccionario de los sindicatos, el Grupo Obrero compartió la opinión del KAPD de que en la nueva época de capitalismo decadente todas las viejas tácticas debían ser abandonadas: “El tiempo en que la clase obrera podía mejorar su posición legal y material por medio de la entrada en el Parlamento y las luchas, es ahora irreversible. Debe decirse abiertamente. La lucha por sus objetivos más inmediatos es la lucha por el poder. Debemos hacerles comprender por medio de nuestra propaganda, que aunque hemos llamado a la huelga en varios casos, esta ya no puede mejorar realmente las condiciones de los trabajadores, no habéis vencido aún las viejas ilusiones reformistas y estáis llevando una lucha que sólo puede agotaros. Nos solidarizamos con vosotros en vuestras luchas pero insistiendo siempre que estos movimientos no os liberarán de la esclavitud, la explotación, y pobreza sin esperanza. El único camino para la victoria es la conquista del poder por vuestras propias y rudas manos”.
El papel del partido, entonces, es prepararla las masas de cualquier lugar para la guerra civil contra la burguesía.
La comprensión del grupo Obrero sobre la nueva época histórica, parece contener tanto las debilidades como la fortaleza de la idea del KAPD respecto a la “crisis mortal del capitalismo”. Para ambos, una vez que el capitalismo ha entrado en su crisis final, las condiciones para la revolución proletaria existen en cualquier momento: el papel del partido es de este modo, el de servir de detonador a la clase en la explosión revolucionaria. En ninguna parte, en el manifiesto aparece una comprensión del reflujo de la revolución mundial que se estaba produciendo, requiriendo un análisis cuidadoso de las perspectivas que se abrían a los revolucionarios. Para el Grupo Obrero, en 1923, la revolución mundial acababa de ponerse el orden del día de la historia más aún que en 1917. Así pudieron compartir las ilusiones del KAPD sobre la posibilidad de construir una IVª Internacional en 1922; incluso más tarde en 1928-31. Miasnikov intentaría aun organizar un Partido Comunista de Trabajadores en Rusia. Tan sólo la izquierda italiana fue capaz de desarrollar la apreciación del papel de las fracciones comunistas en los períodos de reflujo, cuando ya el partido no puede existir. Para el KAPD, Workers ´Dreadnought, Miasnikov y otros, el partido podría existir en cualquier momento. El corolario de esta visión inmediatista fue una tendencia inexorable a la desintegración; incluso reconociendo los efectos de la represión, los comunistas de izquierda alemanes así como sus simpatizantes rusos e ingleses se encontraron imposibilitados para mantener su existencia política durante los años de la contrarrevolución.
Las propuestas concretas avanzadas por el Grupo Obrero hacia el reagrupamiento internacional de los revolucionarios, muestran una sana preocupación por la máxima unidad posible de las fuerzas revolucionarias, pero refleja al mismo tiempo los mismos dilemas sobre la relación de los comunistas de izquierda respecto a las instituciones comunistas “oficiales” en degeneración que hemos anotado ya en partes anteriores. De este modo, mientras se oponían violentamente al frente único con la Social-Democracia, el Manifiesto del Grupo Obrero llamaba a una especie de frente único con todos los elementos genuinos, entre los que incluían a los partidos de la III Internacional junto a los Partidos Comunistas de Trabajadores. En otra ocasión, el Grupo Obrero informó haber entrado en negociaciones con la izquierda del KPD, agrupada alrededor de Maslow, en un intento de disuadir a Maslow de su abortado “buró extranjero”. El KAPD en sus comentarios sobre el Manifiesto fue extremadamente crítico con el llamado Grupo Obrero: “La ilusión de que podáis revolucionar la Internacional Comunista... la III Internacional ha dejado de ser un instrumento en la lucha del proletariado. Por ello los PCT han formado la Internacional Comunista de Trabajadores”. Sin embargo los dilemas del Grupo Obrero sobre la naturaleza del régimen ruso y del Komintern fueron resueltos a la luz de la experiencia práctica; la victoria del stalinismo en Rusia les llevó a adoptar una postura frente a la burocracia y su Estado, a la vez que la rápida descomposición de la Komimtern tras 1923 hizo inevitable que los futuros compañeros internacionales del Grupo Obrero fueran las genuinas izquierdas comunistas de los diferentes países. Fueron primero y ante todo sus “contactos internacionales” con los supervivientes de la oleada revolutionaria, lo que permitió a revolucionarios como Miasnikov alcanzar un nivel relativamente alto de claridad dentro del mar de confusión, desmoralización y engaño en que se había sumido el movimiento obrero ruso.
No queremos aquí entrar en la totalidad de la cuestión de la Oposición de Izquierdas. Aunque su defensa de la democracia interna en el Partido, de la revolución china, y del internacionalismo en contraposición a la teoría stalinista del “socialismo en un solo país”, demuestra que la Oposición de Izquierdas fue una corriente proletaria –de hecho, el último destello de resistencia dentro del Partido Bolchevique y la Komintern- lo inadecuado de su critica a la contrarrevolución en ascenso nos hace imposible considerar a la Oposición de Izquierdas como un cuerpo integrante de la tradición a nivel internacional, se negaran cuestionar las tesis del I° al IV° Congresos de la Komintern, lo que les hubiera ayudado a para entender las causas de la degeneración de la Internacional y por lo tanto evitar una patética repetición de todos sus errores. En Rusia, a la Oposición de Izquierda le faltó una ruptura con el Partido-Estado, lo que les hubiera podido situar firmemente en el terreno de la lucha proletaria contra el régimen, alineándose junto a las genuinas fracciones de la Izquierda Comunista. Aunque sus enemigos intentaron implicar a Trotsky con grupos ilegales como Verdad Obrera, el mismo Trotsky se separó explícitamente de estos grupos cundo se refirió al grupo de Bogdanov como “Mentira Obrera” (H. Carr. Interregnum pg 93) e incluso participando en la represión de la “ultraizquierda”, por ejemplo, al estar en la comisión que investigaba las actividades de la Oposición Obrera en 1922. Todo lo que Trotsky llegó a admitir fue que estos grupos eran síntomas de una auténtica degeneración del régimen soviético.
Pero en sus primeros años, la Oposición de Izquierdas no se reducía simplemente a Trotsky. Muchos de los firmantes de la Plataforma de los Cuarenta y Seis eran pioneros de Izquierda Comunista y Centralistas Democráticos, como Ossinsky, Smirnov, Piatakov. Como afirmaba Miaskinov: “No hay solamente grandes personalidades en la oposición troskysta. Hay también muchos trabajadores. Y ellos no querrán seguir a sus lideres; y tras algunas dudas, entraran en las filas del Grupo Obrero” (L´Ouvrier Communiste N° 6. Enero 1930).
Precisamente, dado que la Oposición de Izquierda era una corriente proletaria, dio naturalmente origen a un ala izquierda que fue más lejos de las tímidas críticas al stalinismo hechas por Trotsky y sus “ortodoxos” seguidores. Hacia el final de los años veinte, se desarrolló dentro de la Oposición de Izquierda, una corriente conocida como los “irreconciliables”, compuesta principalmente por trabajadores jóvenes que se oponían a la tendencia de los trotskystas moderados que buscaban algún tipo de reconciliación con la facción stalinista, tendencia que fue acelerada cuando tras 1928, Stalin parece llevar adelante el programa de industrialización propuesto por la Oposición de Izquierdas. Isaac Deutscher escribía que entre los irreconciliables “la visión que se convirtió en axiomática era la que afirmaba que la Unión Soviética ya no era un estado obrero; que el partido había traicionado a la revolución; y que la esperanza de reformas era fútil. La Oposición de Izquierdas debería constituirse en un partido y predicar y preparar una nueva revolución. Algunos ven en Stalin como el promotor del capitalismo agrario o incluso como el líder de una democracia Kulak, mientras para otros su papel significaba el ascenso de un estado capitalista, implacablemente hostil al socialismo” (Deutscher: El Profeta Proscrito).
En su libro “Au pays Du Grand Mensonge” Anton Ciliga nos ofrece su visión como testigo presencial, sobre los debates en el interior de la Oposición de Izquierdas, que habían tenido lugar en los campos de Trabajo stalinistas; muestra como algunos miembros de la Oposición de Izquierdas estudiaban la capitulación ante el régimen de Stalin, otros estaban preocupados por reformarlo, otros por una “revolución política” para extirpar la burocracia (esta era la posición que el mismo Trotsky adoptó). Pero la tendencia irreconciliable o “negadores” como él los llamaba (Ciliga mismo fue uno de ellos) “Creían que no sólo el orden político, sino también el económico eran extraños y hostiles al proletariado. Nosotros, por lo tanto consideramos no sólo una revolution política. Si no también social que abriera el camino al desarrollo del socialismo. Según nosotros, la burocracia es una clase real, una clase enemiga del proletariado” (Reproducido en Políticos revolutionarios en las cárceles de {Stalin, un panfleto de los Oposicionistas).
En Enero de 1930, Miasnikov escribía en L’Ouvrier communiste (N° 6) de la Oposición de Izquierdas que: “Sólo existen dos posibilidades: o todos los trotskystas se reagrupan bajo la consigna de guerra en los palacios y paz en los hogares bajo la bandera de la revolución proletaria, para lo cual es necesario que el proletariado se vuelva clase dominante, o languidecerán lentamente y pasaran individual o colectivamente al campo de la burguesía. Estas son las dos únicas alternativas. No hay una tercera vía”.
Los sucesos de los años 30, que vieron el paso definitivo de los trotskystas a los ejércitos de la burguesía, confirmaron la predicción de Miasnikov. Sin embargo, los mejores hombres de la Oposición de Izquierdas todavía serían capaces de escoger el otro camino, el camino de la revolución obrera. Asqueados por la incapacidad de Trotsky para confirmar sus análisis (de ellos) en los escritos de éste desde el extranjero, rompieron con la Oposición de Izquierdas en 1930-32 y empezaron a trabajar con lo que quedaba del Grupo Obrero y con el grupo, en la cárcel, de centralismo Democrático, desarrollando un análisis de la derrota de la revolución Mundial y el significado del capitalismo de Estado.
Como señalaba Ciliga, no tuvieron miedo en ir al centro del problema y aceptar que la degeneración de la revolución no había comenzado con Stalin sino que remontaba incluso a Lenin y Trotsky. Como acostumbraba a decir Marx, ser radical es ir a la raíz. En aquellos años sombríos de reacción, ¿qué mejor contribución podría hace la Izquierda Comunista sino la de una investigación audaz de las derrotas de la revolución proletaria?
Algunos podrán apreciar los debates que tuvo la Izquierda Comunista en la cárcel como no mucho más que un símbolo de la impotencia de las ideas revolucionarias frente al leviatán capitalista. Aunque su situación fuese la expresión de una profunda derrota del proletariado, el hecho importante de que ellos continuaran clarificando las lecciones de la revolución, en tan aterradoras circunstancias, es un signo de que la misión histórica del proletariado no puede ser sepultada por una victoria temporal de la contrarrevolución –incluso si es la victoria se ha arrastrado durante décadas-, Como escribió Miasnikov cuando el encarcelamiento de Sopranov: “Ahora Sopranov está en la cárcel. Ni el exilio, ni el que ahogaran su voz consiguieron disminuir su energía; la burocracia no se ha sentido segura hasta que lo ha metido entre los sólidos muros de la cárcel. Pero un poderoso espíritu, el espíritu de la revolución de Octubre no pueden encarcelarlo; ni la tumba podría acallarlo. Los principios de la revolución están todavía vivos en la clase obrera rusa y desde el momento en que la clase obrera vive, la idea no puede morir. Te han podido detener, Sopranov, pero no a la idea de la revolución”. (L’Ouvrier Communiste, 1929).
Es cierto que la burocracia estalinista logró eliminar por mucho tiempo a las últimas minorías comunistas en Rusia. Pero hoy, cuando una nueva oleada de lucha obrera internacional está encontrando un eco incluso entre el proletariado ruso, el “poderoso espíritu” de un segundo Octubre ha vuelto a perseguir las mentes de los verdugos estalinistas de Moscú, y sus secuaces de Varsovia, Praga y Pekín. Cuando los trabajadores de esas “patrias socialistas” se alcen para destruir de una vez por todas el gran calabozo que es el estado estalinista, ellos serán por fin capaces, en unión de sus hermanos de clase del mundo entero, de resolver los problemas planteados por la revolución de 1917 y por sus más leales defensores, los revolucionarios de la Izquierda Comunista Rusa.
C.D. Ward Agosto de 1976
[1] La primera parte de este artículo ha sido publicada en esta Revista Internacional, N° 8 de Enero – Marzo 1977
[2] El Manifiesto del Grupo Obrero se puede conseguir (junto con las notas a pie de página del KAPD) en francés, en Invariance, N° 6, serie II. Una versión incompleta apareció en inglés en los siguientes números de Workers Dreadnought: 1, de dic. De 1923; 5, de Enero de 1924; 2, de feb. De 1924 y 9, de Feb. De 1924. El Llamamiento del grupo Verdad Obrera fue publicado en el Socialist Herald, Berlin 31 de Enero de 1923, y trozos de éste, en inglés, en A Doc Unitary History of Communism de Daniels, en las páginas 219-223
[3]El texto del 17 de Junio y otro sobre el frente Único, del mismo grupo, fueron reproducido en Workers´Voice (G.B.) N° 14
[4] La historia posterior de Miasnikov fue: entre 1923-27 estuvo la mayor parte del tiempo en la cárcel o exiliado por “actividades clandestinas”. Se escapó de Rusia en 1927, yendo a Persia y Turquía, asentándose definitivamente en Francia, en 1930. Durante ese período estuvo intentando todavía organizar su grupo en Rusia. En 1946, por razones que sólo él conoció (¿esperaba, quizás, una nueva revolución tras la guerra?) Miasnikov vuelve a Rusia... y desde entonces nunca se supo nada más de él
[5]El KAPD publicó el Manifiesto del Grupo Obrero, poniéndole notas propias. El KAPD no aceptaba los análisis del Grupo Obrero, sobre la NEP. Para ellos Rusia, en 1923, era un país de capitalismo campesino dominante y la NEP era la expresión de ello. Su preocupación no era la “superación de la NEP, sino su abolición violenta”.
Revista Internacional nº 10 junio-agosto 1977
La Guerra de España de 1936-39 iba a ser una prueba decisiva para los grupos de izquierda salidos de la 3° Internacional integrada ésta definitivamente en el campo de la burguesía. La formidable, inmediata y espontánea respuesta de las masas trabajadoras contra el “alzamiento” militar de Julio de 1936 acabó rápidamente por ser desviada y extirpada de su terreno de clase, y eso gracias a la “izquierda”, los partidos socialista y estalinista, y también gracias a los anarquistas de la FAI y a los sindicalistas de la CNT, para terminar siendo una guerra capitalista.
El que los partidos socialistas y estalinistas exaltaran la campaña por la guerra y se pusieran al frente de ella no tiene nada de sorprendente. Pasados desde hacía tiempo al campo capitalista, esos partidos “obreros” no hacían más que cumplir su tarea capitalista, al no ser la guerra otra cosa sino la continuación de la política de defensa de los intereses del capital por otros medios. Por su pasado “obrero” y “socialista”, esos partidos son los mejor situados entre las fuerzas políticas de la burguesía para mistificar a la clase obrera, desviarla de su lucha y alistarla para la matanza imperialista.
Respecto a esos partidos de izquierda, su toma de posición a favor de la guerra y su participación como dirigentes de ella no es, desde luego, ninguna sorpresa. Lo contrario sí que lo hubiera sido. Pero ¿cómo explicar que corrientes como la anarco-sindicalista, la CNT, o la de los trotskistas y detrás de éstos, la gran mayoría de grupos de izquierda hubieran caído y se hubieran entrampado en el torbellino de la guerra?. Unos llegarían incluso a participar desde dentro del gobierno de defensa nacional (... republicano) como la CNT o, de manera más subalterna, el POUM, los demás, aunque se opusieran a la participación gubernamental (los trotskistas), no dejaron, sin embargo, de predicar la participación en la guerra en nombre del frente único antifascista lo más amplio posible. Otros, más radicales, se fueron a la guerra en nombre de la resistencia antifascista OBRERA, algunos otros, lo hicieron por aquello del “enemigo N° 1” a destruir en el frente militar, para después, tras la victoria (¡?) dedicarse a la lucha de la clase obrera. Los hubo incluso que llegaron a considerar que el estado de la zona republicana no era ya sino una simple fachada que había perdido todo significado.
En su gran mayoría, aquellos grupos de izquierda que durante años habían encontrado su fuerza y razón de ser en la resistencia a la degeneración de los P C y de la Internacional Comunista, aquellos grupos que combatían sin cuartel al estalinismo, en nombre del internacionalismo proletario, se dejaron, sin embargo, atrapar en los engranajes de la guerra a causa de los sucesos en España.
Es verdad que fue a menudo con muchas críticas y reservas, agarrándose a todo tipo de justificaciones falaces para calmar su propia angustia, como aquellos grupos se metieron de lleno y justificaron su apoyo activo a la guerra de España. ¿Por qué?
Había, para empezar, el fenómeno del fascismo. Nunca se planteó este problema de manera clara y correcta, ni se analizó a fondo en la Internacional comunista. Ésta pronto acabó anegándolo en el rollo de las consideraciones de tácticas y de maniobras de Frente Único.
La diferencia de formas de la dictadura burguesa (democracia o fascismo) se iba transformando poco a poco en el antagonismo fundamental de la sociedad, sustituyendo al de la oposición histórica de clase: Proletariado-Burguesía.
De esta manera, las fronteras de clase quedaron ocultas y confusas: Democracia venía a ser el terreno de movilización del proletariado y Fascismo sinónimo de capitalismo. Según esta “nueva” ideología de división en la sociedad, el terreno histórico del proletariado desaparecía definitivamente, quedándole a la clase obrera como toda alternativa, la de servir de apéndice. El asco y el odio lógico de los obreros por la represión bárbara y sin guantes de las bandas asesinas del fascismo eran terreno fácil para ser explotados con mano maestra por todas las fuerzas llamadas democráticas del capital para embaucar al proletariado, haciendo que se fijara en un “enemigo principal” y que así se olvidara de que el fascismo no era sino un elemento de una clase que, frente a él, permanece siempre unida como clase enemiga.
El antifascismo, en tanto que entidad que sustituye al anticapitalismo, en tanto que frente inmediato privilegiado de la lucha contra el capitalismo, se había convertido en la mejor plataforma para que el proletariado se hundiera en las arenas movedizas del capitalismo, y a estas arenas se dejaron arrastrar la mayoría de los grupos de izquierda, para en ellas desaparecer,. Si bien hubo militantes aislados que pudieron encontrarse después de la guerra mundial, no ocurrió así con los grupos políticos como la Unión Comunista de Francia, el Grupo Internacionalista de Bélgica el GIC de Holanda, la minoría de la Fracción Italiana y tantos otros que se perdieron en el naufragio.
Otra piedra con que tropezarían esos grupos de izquierda fue la de su comprensión incompleta del profundo significado histórico de la guerra en la fase de ocaso del capitalismo. No veían en la guerra más que su motivación inmediata, contingente, de enfrentamiento antiimperialista. No se daban cuenta que más allá de esas determinaciones inmediatas y directas, las guerras imperialistas de nuestro período expresan el callejón sin salida a que ha llegado el sistema capitalista como tal. A este nivel la única solución posible ante esas contradicciones es su superación por la revolución comunista. Sin ésta, la sociedad entra inexorablemente en un movimiento de decadencia y autodestrucción. La guerra imperialista se presenta entonces como la única alternativa a la revolución. Este carácter histórico de movimiento de destrucción y autodestrucción, en oposición directa a la revolución, marca a cualquier guerra actual, sea cual sea la forma que tome de guerra local o generalizada, guerras antiimperialistas, de independencia o de liberación nacional, guerra de la democracia contra el totalitarismo, y también las que se presentan dentro de un mismo país bajo la forma de fascismo contra antifascismo.
Dos grupos, porque estaban sólidamente afirmados en el terreno de clase y del marxismo, supieron mantenerse firmes y no sucumbir ante la doble prueba que significó la guerra de España 1936-39; fueron las fracciones italiana y belga de la Izquierda Comunista. A pesar de muchas debilidades, su obra sigue siendo una muy seria contribución al movimiento revolucionario y aún hoy es una preciosa fuente de reflexión teórica para los revolucionarios. Sabían que estaban condenados al peor de los aislamientos, pero no por eso se doblegaron sus convicciones, pues también sabían que ese es el precio que tiene que pagar cualquier grupo auténticamente revolucionario en un período de derrota y retroceso del proletariado, que termina en la guerra. Y cuando el ensordecedor ruido de los cañones y de las bombas de la guerra en España, cubría a la ya débil voz de la Izquierda Comunista, del otro lado del mundo, desde México, firmado por un “Grupo de Trabajadores Marxistas”, llegaba un manifiesto que Bilan saludó calurosamente como “rayo de luz”.
Fue en medio de la oscuridad de la guerra de España como un grupo de revolucionarios, algunos en ruptura con el trotskismo, vuelve a encontrar el camino de clase y se forma para denunciar la guerra imperialista, para denunciar a sus proveedores conscientes o no, para llamar a los obreros a romper con aquellas repugnantes alianzas de clases en los frentes de guerra antifascista. Muy difícil fue el esfuerzo para constituir este grupo revolucionario, trágicamente aislado en un país como México, sometido a la represión del estado democrático, atacados por todas partes y en particular por los trotskistas que desencadenaron contra él una furiosa campaña de inmundas calumnias y de denuncias policiacas. A partir de la oposición a la guerra “antifascista” en España, el grupo sintió la necesidad imperiosa de remontar el curso de la historia y someter a examen crítico y teórico todas las posturas, postulados y práctica de los movimientos trotskistas y asimilados.
Sobre muchas cuestiones fundamentales compartimos con el grupo sus planteamientos y conclusiones políticas, y, en particular, sobre el período de decadencia y la cuestión nacional. En ellos saludamos a predecesores nuestros, un momento más de la continuidad histórica del programa del proletariado. Al publicar una primera serie de documentos de este grupo, mostramos también la vida y la realidad de esa continuidad política. Esos documentos, totalmente ignorados, encontrarán, estamos seguros, un vivo interés en todos los militantes revolucionarios, porque aportan nuevos elementos para conocer y reflexionar sobre los problemas de la revolución proletaria.
En un próximo número publicaremos dos textos teóricos de este grupo, uno sobre las nacionalizaciones y otro sobre la cuestión nacional
¡Una lección para los trabajadores de México!
¡En México no debe repetirse el descalabro sufrido por los trabajadores de España!
Cada día nos dicen que vivimos en una república democrática. Que tenemos un gobierno obrerista. Que este gobierno es la mejor defensa contra el fascismo.
Los trabajadores de España pensaban que vivían en una república democrática. Que tenían un gobierno obrerista. Que este gobierno era la mejor defensa contra el fascismo.
Mientras que los trabajadores no estaban en guardia, teniendo más confianza en el gobierno capitalista que en sus propias fuerzas, los fascistas, en plena vista del gobierno, prepararon su golpe del mes de Julio del año pasado, -precisamente como el gobierno de Cárdenas permite a los Cedillo, Morones, Calles, etc., preparar su golpe, mientras el adormece a los trabajadores con su demagogia “obrerista”.
¿Cómo fue posible que los trabajadores de España en julio del año pasado no entendieran que el gobierno “antifascista” les había traicionado, permitiendo la preparación del golpe de los fascistas?. ¿Y cómo es que los trabajadores de México no han sacado ningún provecho de esta experiencia dolorosa?.
Porque el gobierno de España hábilmente continuó su demagogia y se puso al frente de los trabajadores, engañándoles otra vez con la consigan: ¡El único enemigo es el fascismo!
Tomando la dirección de la guerra que los trabajadores habían comenzado, la burguesía la convirtió de guerra clasista en guerra capitalista, en la que los trabajadores han dado su sangre en defensa de la república de sus explotadores.
Sus líderes, vendidos a la burguesía, dieron la consigna: ¡No a las demandas de clase hasta que no hayamos vencido a los fascistas!.
Y durante nueve meses los trabajadores no han organizado una sola huelga, han permitido al gobierno disolver sus comités de base que habían surgido en los días de julio, y supeditar las milicias obreras a los generales de la burguesía. Han sacrificado su propia lucha para no perjudicar la lucha contra los fascistas.
¡Para afirmar la confianza de los trabajadores en su obrerismo!. El gobierno de Cárdenas tiene el interés que los trabajadores de México no entiendan que el gobierno “antifascista” de España había permitido a los fascistas preparar el golpe. Porque si entienden lo que pasó en España, entenderán también lo que está pasado en México.
Por esta razón Cárdenas dio su apoyo al gobierno legalmente constituido de Azaña y le mandó armas. Demagógicamente dijo que estas eran destinadas para la defensa de los trabajadores contra los fascistas.
Las últimas noticias llegadas de España han destruido para siempre esta mentira: El gobierno legalmente constituido de Azaña utilizó las armas para matar a los heroicos trabajadores de Barcelona cuando ellos se defendieron contra el gobierno que quiso desarmarles el día 4 de mayo de este año.
Hoy como ayer, el gobierno de Cárdenas ayudará al gobierno legalmente constituido de Azaña, pero hoy no contra los fascistas, sino contra los trabajadores.
La opresión sangrienta que siguió al levantamiento de los trabajadores de Barcelona ha mostrado la verdadera situación en España, como un relámpago que ilumina la noche. Quedan destruidas todas las ilusiones de nueve meses. ¡En su lucha feroz contra los trabajadores de Barcelona, Gerona, Figueras y otros lugares, el gobierno “antifascista” se desenmascaró!
No sólo mandó su policía especial, sus Guardias de Asalto, sus ametralladoras y tanques contra los trabajadores, sino liberó presos fascistas y retiró del frente regimientos “leales”, debilitándole y ¡exponiéndole al ataque de Franco!.
Estos hechos han mostrado que el verdadero enemigo del frente Popular no son los fascistas sino los trabajadores.
¡TRABAJADORES DE BARCELONA!
¡Habéis luchado magníficamente!, sin embargo habéis perdido. La burguesía pudo aislaros. Vuestra fuerza sola no fue suficiente.
Trabajadores de la retaguardia: Debéis luchar juntos con los compañeros en el frente, juntos contra el mismo enemigo: no como vuestra burguesía lo quiere, contra el ejército de Franco, sino contra la burguesía misma, sea fascista o “antifascista”.
Debéis mandar agitadores al frente con las consignas: ¡Rebelión contra nuestros generales! ¡Fraternización con los soldados de Franco, en su mayoría campesinos que han caído en las redes de la demagogia fascista, porque el gobierno del Frente Popular no les había cumplido su promesa de darles tierra! ¡Lucha común de todos los oprimidos, sean trabajadores o campesinos, españoles o moros, italianos o alemanes, contra nuestro enemigo común: la burguesía española y sus aliados internacionales, el imperialismo!.
Para esta lucha necesitáis un partido que sea verdaderamente vuestro. Todas las organizaciones de hoy, desde los socialistas a los anarquistas, están al servicio de la burguesía. En los últimos días en Barcelona han colaborado una vez más con el gobierno para restablecer “el orden” y “la paz”.
¡Forjar este partido clasista e independiente es la condición de vuestro triunfo!.
¡Adelante camaradas de Barcelona, por una España Soviética!
¡Fraternización con los campesinos engañados en el ejercito de Franco, para la lucha contra nuestros opresores comunes, sean fascistas o “antifascistas”!
¡Abajo la masacre de trabajadores y campesinos, por Franco, Azaña y compañía!
¡Convirtamos la guerra imperialista en España en guerra clasista!
¡TRABAJADORES DE MÉXICO!
¿Cuándo os despertaréis?
¿Dejaréis a la burguesía mexicana repetir el mismo engaño que en España? ¡NO! ¿Necesitaremos también nueve meses de matanzas par entender este engaño? ¡NO! ¡Vamos a aprender la lección de Barcelona!.
El engaño de la burguesía española ha sido posible solamente porque todos los líderes habían traicionado, al igual que en México, relegando la defensa de sus intereses a la magnanimidad del gobierno “obrerista”, y porque habían convencido a los trabajadores que la lucha contra el fascismo demandaba una tregua con la burguesía republicana.
Los líderes sociales de México han abandonado la lucha de conquistas económicas y han entregado a los trabajadores maniatados al gobierno.
Todos los organismos sindicales y políticos de México apoyan el envío de armas por el gobierno de Cárdenas a los asesinos de nuestros compañeros de Barcelona. Todos dan su apoyo a la demagogia del gobierno. Ninguna organización expone el verdadero papel del gobierno de Cárdenas.
¡Si los trabajadores de México no forjan un partido verdaderamente clasista e independiente, tendremos que sufrir el mismo descalabro que los trabajadores de España!.
Sólo un partido independiente del proletariado puede contrarrestar el trabajo del gobierno que separa a los campesinos de los trabajadores, con su distribución farsante de unos pedacitos de tierra en la laguna, para enfrentarlos mañana contra los trabajadores industriales.
La lucha contra la demagogia del gobierno, la alianza con los campesinos y la lucha por la revolución proletaria en México bajo la bandera de un nuevo partido comunista será la garantía de nuestro triunfo y la mejor ayuda a nuestros hermanos de España.
¡Alerta trabajadores de México!
¡No más armas a los asesinos de nuestros hermanos de España!
¡No os dejéis sorprender por el falso obrerismo del gobierno!
¡Luchemos por un partido clasista independiente!
¡Abajo los gobiernos de Frente Popular!
¡Arriba la dictadura del proletariado!
Grupo de Trabajadores Marxistas
En el primer momento de la lucha en España, el proletariado se peleó como fuerza independiente. La lucha comenzó como guerra civil, pero muy pronto, la traición de todos los partidos transformó la lucha de clases en colaboración de clases, y la guerra civil en guerra imperialista.
Todos los partidos (incluidos los anarcosindicalistas) han roto el movimiento huelguístico dando la consigna:¡ninguna reivindicación de clase antes de que hayamos ganado la guerra! El resultado de esta política ha sido tal, que el proletariado español ha abandonado la lucha de clases y ha dado su sangre por la defensa de la república capitalista. A través de la guerra de España, la burguesía se ha dedicado a unificar en el cerebro del trabajador español y mundial, los intereses de clase de éste con los intereses de clase de la democracia burguesa para que abandone sus propios medios de lucha, para que acepte el método de la burguesía: lucha territorial, proletarios contra proletarios.
Estamos viendo como, en la misma medida en que crece el heroísmo del proletariado español y la solidaridad del proletariado mundial, la conciencia de clase de los trabajadores baja el mismo ritmo.
La burguesía mundial, sobre todo la llamada “democrática” ve con buenos ojos el heroísmo del proletariado español y la solidaridad del proletariado internacional para desviar la lucha del terreno nacional al terreno “internacional”: de la lucha contra su propia burguesía a la lucha contra el fascismo de España, de Alemania y de Italia. Ese método ha beneficiado mucho a la burguesía de todos los países; es así como se han roto las huelgas. La guerra de España y su explotación por la burguesía ha unido más estrechamente al proletariado de cada país a su propia burguesía.
El gobierno de México supera a los demás gobiernos capitalistas, por su manera sistemática y demagógica de aprobar la guerra de España par así reforzar sus posiciones, uniendo al proletariado mexicano a su burguesía.
Las organizaciones obreras, que piden que su gobierno mande armas a España, dan en realidad su apoyo, no al proletariado español, sino a la burguesía española y a su propia burguesía. Asimismo, las colectas y el envío de voluntarios al frente no da más resultado que el de prolongar las ilusiones del proletariado español y de cada país y proveer en carne de cañón a la burguesía española e internacional.
El actual gobierno de México se da por tarea la de continuar la obra de sus predecesores, es decir, destruir el movimiento obrero independiente para que México se convierta en un territorio de dura explotación para el capitalismo internacional. Lo que ha cambiado con respecto al gobierno anterior es únicamente la forma como cumple esa tarea, es decir, intensificando la demagogia izquierdizante. El gobierno actual se presenta ante las masas como la expresión de una verdadera democracia.
El deber de la vanguardia del proletariado es señalar a su clase y a las masas trabajadoras en general, lo siguiente: primero, que la democracia no es sino una forma de la dictadura capitalista y que la burguesía emplea esta forma cuando la dictadura abierta ya no le sirve; segundo, que la función de la democracia es la de corromper la independencia ideológica y organizativa del proletariado; tercero, que la burguesía siempre completa el método violento de opresión con el de la corrupción; cuarto, que los métodos democráticos de hoy tienen como función la de preparar el terreno para la opresión brutal del movimiento obrero y para una dictadura abierta en el futuro; que el gobierno de Cárdenas permite a los elementos reaccionarios de dentro y de fuera de gobierno que vayan forjando sus armas para la opresión brutal en el futuro (amnistía, etc).
El gobierno actual está intentando separar a los obreros de sus aliados naturales, los campesinos pobres, e incorporar a las organizaciones de ambas clases en el aparato de Estado. El gobierno organiza y entrega armas a los campesinos para que éstos las usen después contra el proletariado. Al mismo tiempo, está intentando acabar con todas las organizaciones del proletariado para formar un único partido y una única central sindical ligada directamente al estado. El gobierno aprovecha la división en el seno del proletariado para debilitar a todas las organizaciones existentes: primero oponiéndolas entre sí, segundo unificando las secciones locales y regionales con la ayuda dirigida desde el estado. Últimamente, el gobierno ha empleado a Trotski y a los trotskistas para debilitar a los estalinistas en la G.T.N. El deber de la vanguardia del proletariado es denunciar y combatir sistemáticamente las maniobras del gobierno intensificando la lucha anti-gubernamental tanto como el gobierno intensifica su trabajo corruptor y demagógico; segundo, acelerar el trabajo de preparación de un partido de clase; tercero, elaborar una táctica revolucionaria para la unificación del movimiento sindical plenamente independiente del estado; cuarto, empezar un trabajo sistemático entre los obreros agrícolas y campesinos pobres para romper su confianza en el estado en vistas a su alianza con el proletariado de las ciudades.
Cada gobierno capitalista de un país semi-colonial es un instrumento del imperialismo. El gobierno actual de México es un instrumento del imperialismo U.S.A. Su política sirve fundamentalmente al imperialismo, intensificando la esclavitud de las masas mexicanas. El deber de la vanguardia del proletariado es desenmascarar la demagogia anti-imperialista del gobierno y mostrar a las masas del continente y del mundo que la colaboración del gobierno mexicano es hoy indispensable para la extensión del imperialismo, como así lo prueba la función que ha cumplido la delegación mexicana en la Conferencia de Buenos Aires. El resultado de ésta fue la intensificación del dominio de los USA, sobre todo en México.
Los métodos demagógicos del gobierno mexicano actual, respecto al movimiento obrero y a la agitación en los campos, ha inspirado tanta confianza al imperialismo USA que los bancos de Wall Street han ofrecido un gran préstamo al gobierno mexicano a condición de que los impuestos de las compañías petroleras sirvan de garantía para el pago de los intereses. El gobierno acepta esta condición, sin encontrar la menor oposición en todo el país como ocurrió con el gobierno anterior. Esto le ha sido posible gracias a la popularidad que le han dado la ayuda al gobierno español y la distribución de tierras en la laguna, y también gracias a la afirmación de que el préstamo serviría para la construcción de máquinas. Así pues, vemos como el proletariado, para luchas ventajosamente contra la burguesía mexicana, tiene que luchar sistemáticamente contra su política exterior, y cómo para luchar contra Cárdenas tiene que luchar también contra Roosevelt.
Teniendo en cuenta que el gobierno mexicano depende en toda su política del imperialismo americano, eso ha ocurrido también en cuanto al derecho de asilo para Trotski porque así se lo ha autorizado su dueño, el imperialismo americano, el cual pretenderá utilizar a Trotski para sus maniobras diplomáticas internacionales, sobre todo en sus negociaciones con Stalin.
El deber de la vanguardia del proletariado es señalar esta situación a los trabajadores sin dejar, naturalmente y al mismo tiempo, de luchar por el derecho de asilo para Trotski.
Grupo de Trabajadores Marxistas en México.
¡Compañeros!
Una organización que se llama comunista e internacionalista acaba de cometer un crimen con el cual demuestra que ni es comunista ni internacionalista: el crimen de denunciar a un compañero de lucha a la policía. La organización que ha cometido este crimen es la sección Mexicana de la Liga Comunista Internacionalista (IV Internacional), y su crimen es aún más grave porque se trata de denunciar a un compañero extranjero que reside en México, al que acusa de participar en la lucha proletaria del país en un sentido contrario a la política del gobierno del país.
En nuestras investigaciones, nos fue imposible dirigirnos al Partido Comunista Obrero de Alemania y a la Unión General de trabajadores del mismo país (a las cuales el dicho compañero había pertenecido durante 11 años, desde 1920 hasta 1931), porque el terror fascista los ha destruido. Pero nos dirigimos a la sección alemana de la Liga Comunista Internacionalista a la cual perteneció de 1931 a 1934, cuando salió de la organización por razón de su oposición a la nueva política de Trotski de entrar en los partidos de la segunda Internacional.
También nos dirigimos a la organización a la cual pertenecía Eiffel después de su emigración a los Estados Unidos. Citamos el párrafo siguiente de la respuesta que recibimos: “conocemos al compañero Eiffel desde varios años. Juntos con él hemos pasado por una lucha dura contra el revisionismo... Desde el momento de la creación de nuestra organización (Revolutionary workers League of United States) el compañero Eiffel ha sido miembro del Comité Central y del Buró Político de la organización. Desde que tuvo que salir de los Estados Unidos, porque las autoridades no prolongaron su visa, está en vuestro país como representante de nuestro Buró Político. Su pasado y su asociación con nosotros en nuestra lucha y en nuestro trabajo es prueba suficiente del carácter calumnioso de la acusación levantada contra él”. (Estamos dispuestos a poner el texto entero de la respuesta de la Revolutionary Workers League al conocimiento de todos los que lo soliciten). Al mismo tiempo los compañeros de los Estados Unidos nos mandaran la copia de una carta suya a la sección mexicana en la que demandan que ésta publique las “pruebas” de sus acusaciones, o en caso de que no las tenga, rectifique públicamente sus calumnias.
La respuesta de la Liga es... UNA NUEVA CALUMNIA, esta vez combinada con una denuncia a la policía. Pero ya casi no hablan de “agentes de Stalin”. Sino de “agentes de Hitler”. Nosotros sabemos que métodos semejantes son lo propio de organizaciones que no tienen ya nada de proletarias. Son métodos estalinistas, métodos que antes habían utilizado los social-demócratas contra la vanguardia revolucionaria, contra los internacionalistas.
Si la Liga Comunista se ha metido por ese camino es esto señal de su degeneración política, pues no se atreve a encarar la luz de una explicación leal y honrada de las divergencias que hay entre las dos organizaciones.
Vamos a intentar explicar nuestras divergencias.
El caso Trotski
Desde que Trotski llegó a México, la Liga ha cesado sus ataques contra el gobierno Cárdenas, llegando incluso hasta defenderlo. Califica al gobierno como “anti-imperialista”, “anti-fascista”, “progresista”... etc. Viendo el peligro de tal política, que pone a la vanguardia al mismo nivel que el estalinismo, el camarada D. Ayala, entonces miembro de la Liga mexicana, había pedido que ésta no se considerara comprometida por lo que Trotski hubiera tenido que prometer para obtener el derecho de asilo, liberándole de los lazos políticos con la organización ; y eso, cuando el evidente deber de toda organización obrera era luchar por el derecho de asilo para el camarada Trotski sin por eso cambiar nada en su doctrina y propaganda.
La Liga Comunista no lo ha entendido así y al tomar la responsabilidad de los actos de Trotski, da al gobierno la posibilidad de expulsarlo cuando la actividad de la Liga no le convenga. Nuestras propuestas comportaban, por el contrario, para Trotski una garantía más, permitiendo a la Liga que conservase su independencia ideológica completa...
Daniel Ayala se ha hecho miembro del Grupo de trabajadores Marxistas y la sección mexicana de la IV Internacional lo acusa de provocaciones, de agente de la G.P.U... Ahora, la nueva política de la Liga en México se parece a la del estalinismo, excepto en la argumentación teórica...
Hoy, Diego Rivera, uno de los líderes de la Liga, ya habla abiertamente de la necesidad de que los trabajadores “defiendan la independencia de nuestro país” (Excelsior, 3 de Septiembre de 1937). Los trotskistas se ponen a la altura del social patriotismo, aunque lo escondan con justificaciones como “defender la independencia contra las tentativas de “someter la administración de nuestro país a Moscú” (!!)
Excelsior, 3 de Septiembre de 1937
En la plataforma de la C.C.I., adoptada en el primer congreso de la C.C.I. de Enero de 1976, el punto sobre las relaciones entre proletariado y Estado durante el período de transición quedó “abierto”:
«La experiencia de la revolución rusa ha hecho aparecer la complejidad y la gravedad del problema planteado por las relaciones entre la clase y el estado en el período de transición. En el período que viene, los revolucionarios no podrán esquivar este problema y deberán consagrar todos los esfuerzos necesarios para resolverlo». (Plataforma de la C.C.I., punto XV sobre la dictadura del proletariado).
En el marco de este esfuerzo se inscribe la decisión del segundo congreso de Révolution Internationale[1]. de abordar este problema y tratar de llegar a una resolución que marque el punto al cual ha llegado la discusión.
Ahora bien, este problema es de orden programático. Puesto que la plataforma de la C.C.I. es, desde el primer congreso, la única base programática para todas las secciones de la Corriente, es obvio que sólo el Congreso general de la C.C.I. es competente para decidir sobre la oportunidad y sobre el contenido de todo cambio eventual de la plataforma.
Al pronunciarse sobre una resolución sobre el período de transición, el segundo congreso de R.I. no modifica, pues, las bases programáticas de R.I. (al igual que todas las secciones de la C.C.I., R.I. no tiene bases programáticas distintas de las de la C.C.I.).
El congreso no hace más que recapitular el esfuerzo realizado en R.I. con respecto a la labor de examinar en profundidad este problema con el fin de poder inscribirlo mejor dentro del esfuerzo global del conjunto de la Corriente.
Para poder orientarse mejor dentro de la complejidad de los problemas del período de transición, estos problemas se pueden agrupar alrededor de tres temas de preocupación, que distinguimos aquí con el único fin de tratar de hacer más cómoda la presentación del análisis:
El trabajo de análisis de los revolucionarios no puede dejar sin respuesta al conjunto de estos problemas. Sin embargo, desde que Marx y Engels plantearon las bases del “materialismo científico”, los revolucionarios saben que, so pena de perderse en especulaciones de búsqueda de lo que Marx llamaba con desprecio “recetas para las ollas del futuro”, tienen que ser conscientes de los límites inmensos que les imponen la experiencia proletaria sobre ese terreno.
Marx subrayaba la amplitud de estos límites en 1875 en su critica del Programa de Gotha, cuando escribía: «¿Cómo se transformará el estado en una sociedad comunista? ¿Qué funciones sociales se mantendrán que sean análogas a las funciones actuales del estado?. Este problema sólo lo puede resolver la ciencia y no será combinando de mil maneras la palabra pueblo, con la palabra estado como se hará adelantar el problema a saltitos de pulga».
En esta misma conciencia lo que expresaba Rosa Luxemburgo en 1918 en su folleto sobre la revolución rusa: «Lejos de ser una suma de prescripciones preestablecidas que no hubiera más que poner en aplicación, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico es algo que reside en las nieblas del futuro. Lo que poseemos en nuestro programa no son sino algunos postes indicadores que muestran la dirección en la cual hay que buscar las medidas que habrá que tomar, indicaciones que, además, son fundamentalmente de carácter negativo (...) [El socialismo] tiene como condición previa, una serie de medidas violentas contra la propiedad, etc. Lo que es negativo -la destrucción- se puede decretar; lo que es positivo, la construcción, no. Son tierras vírgenes con problemas a millares. Sólo la experiencia es capaz de poner correctivos y de abrir caminos nuevos».
Además de este límite de orden general, la resolución está conscientemente limitada por el objetivo que se da. No pretende hacer una síntesis de todo lo que han podido destacar los revolucionarios sobre el período de transición. En particular, la resolución no aborda el problema de las medidas económicas de transformación de la producción social.
Agrupa por una parte, posiciones adquiridas desde hace tiempo por el movimiento obrero (antes de la experiencia de la revolución rusa) y que se vieron confirmadas como verdaderas fronteras de clase; por otra parte, posiciones sobre las relaciones entre la dictadura del proletariado y el estado del período de transición, sacadas principalmente de la revolución rusa y que, aunque no constituyan por sí mismas fronteras de clase, se basan sobre una experiencia histórica suficientemente desarrollada como para formar parte integrante de las bases programáticas de una organización revolucionaria.
Las posiciones de clase fundamentales: lo inevitable del período de transición; la preeminencia del carácter político de la acción del proletariado como condición y garantía de la transición hacia la sociedad sin clases; el carácter mundial de esta transformación; la especificidad del poder de la clase obrera, particularmente el hecho de que el proletariado al contrario de las otras clases revolucionarias de la historia, en vez de afirmar su poder político con el fin de consolidar una posición de clase dominante económicamente, posición que no poseerá jamás, actúa hacia la eliminación de toda dominación económica de clase, con la eliminación de las clases mismas; la imposibilidad para el proletariado de utilizar el aparato de estado burgués y la necesidad de la destrucción de este último como primera condición del poder político proletario; la inevitable existencia de un estado durante el periodo de transición, aunque profundamente diferente de los estados que han existido antes en la historia.
Todas estas posiciones constituyen ya por si mismas un rechazo categórico de todas las concepciones socialdemócratas, anarquistas, autogestionarias y modernistas que hicieron estragos en el movimiento obrero desde sus primeros tiempos y sirven hoy como pilares ideológicos de la contrarrevolución.
Sobre la base de estas posiciones de clase fundamentales la resolución destaca, principalmente a partir de la experiencia de la revolución rusa, indicaciones sobre el problema de la relación entre proletariado y estado en el período de transición durante la dictadura del proletariado; como por ejemplo, la comprensión del carácter inevitablemente conservador del estado de transición; la imposibilidad de identificación del proletariado o de su partido con este estado; la necesidad para la clase obrera de entender sus relaciones con ese Estado en que participa como clase políticamente dominante, como una relación de fuerza: «Dominar la sociedad, es también dominar el Estado»; Necesidad de la existencia y del refuerzo (armado) de las organizaciones propias y especificas de la clase obrera (única clase organizada como tal en la sociedad), organizaciones sobre las cuales el Estado no puede tener ningún poder coercitivo
Estas indicaciones afirman un rechazo de las concepciones que pudieron servir de base mistificadora a la «contrarrevolución que se desarrolla en Rusia bajo la dirección del partido bolchevique y que siguen adoptando hoy el conjunto de las corrientes estalinistas y trotskistas, como fundamento teórico de la presentación del capitalismo de Estado como sinónimo de socialismo».
Estas indicaciones constituyen pues, una verdadera defensa contra un conjunto de concepciones erróneas contra las cuales el proletariado se va a tropezar mañana en su asalto mundial contra el capitalismo.
Sin embargo, por importantes que puedan ser mañana las consecuencias de estas posiciones en la lucha proletaria, es necesario comprender hoy los limites reales de este aporte:
Las experiencias históricas sobre las cuales se fundan estas posiciones, con respecto a las relaciones entre clase y estado de transición, siguen siendo demasiado poco numerosas, demasiado especificas para que las conclusiones que se sacan puedan ser consideradas hoy por los revolucionarios como fronteras de clase, es decir posiciones que son partes claramente definidas de la línea de demarcación que separa el terreno burgués del terreno proletario.
Las fronteras de clases no pueden ser comprendidas y definidas por los revolucionarios en función de una experiencia histórica insuficiente o de su apreciación del futuro, sino sobre una base experimental, suministrada por la historia misma de las luchas proletarias, que sea suficientemente neta y clara como para permitir sacar lecciones indiscutibles[2].
Hay pues que subrayar aquí el carácter expresamente limitado de los puntos que podemos considerar adquiridos sobre este problema, el rechazo de la identificación del proletariado o de su partido con el Estado de transición; la definición de la dictadura del proletariado con respecto al estado como una dictadura de clase sobre el Estado y de ningún modo del estado sobre la clase; el hacer resaltar la autonomía de las organizaciones propias del proletariado con respecto al Estado como condición primera de una verdadera autonomía y de una vida verdadera de la dictadura del proletariado.
Estos puntos son abstractos y generales. No ser sino «algunos grandes postes indicadores que enseñan la dirección en la cual hay que buscar las medidas que se deberán tomar, indicadores de carácter a menudo negativo». Las formas precisas en las cuales podrán concretizarse siguen siendo “tierra virgen” que sólo la experiencia permitirá desbrozar.
Una condición de eficacia de la organización revolucionaria en el saber darse cuenta no solamente de lo que sabe y puede saber sino también de lo que no sabe ni puede todavía saber. De esto depende su capacidad para saber elaborar un verdadero rigor programático así como para saber hacer suyos a tiempo, en la acción de la clase, los aportes fundamentales que sólo la práctica viva de la clase obrera podrá suministrar.
El desconocimiento generalizado de la historia del movimiento obrero, agravado por la ruptura orgánica que separa a los revolucionarios de hoy de las viejas organizaciones políticas de la clase, han hecho que el análisis sobre el cual nos pronunciamos aparezca como un “invento”, una “originalidad” de la C.C.I. Una evocación breve de la manera como el problema fue abordado (habría casi decir “descubierto”) por los revolucionarios desde Marx y Engel, bastará para demostrar la falsedad de tal visión.
En el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, que no emplea todavía la formula “dictadura del proletariado”, “el primer paso en la revolución obrera” se define como «la subida del proletariado al rango de clase dominante, la conquista de la democracia». Esta conquista, de hecho, no es más que la conquista del Estado burgués que el proletariado debería utilizar para «arrancarlo poco a poco toda especie de capital a la burguesía, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del estado –del proletariado organizado como clase dominante- y para aumentar lo más rápidamente posible la masa de las fuerzas productivas». Aunque la idea de la desaparición inevitable de todo Estado está ya establecida desde “Miseria de la Filosofía”, aunque la inevitabilidad de la existencia de un estado durante los “primeros pasos de la revolución obrera” está presente, el problema de la relación entre clase obrera y estado del período de transición se entrevé a penas.
Fue con la Comuna de París y su experiencia cuando y como el problema comienza realmente a percibirse a través de las lecciones que Marx y Engels sacaron de ella; necesidad de la destrucción del aparato de Estado burgués por el proletariado, establecimiento de un aparato completamente diferente que «ya no es un Estado en el sentido propio de la palabra» (Engels) en la medida en que ya no es un órgano de opresión de la mayoría por la minoría. Un aparato cuya naturaleza como “peso heredado del pasado” está claramente subrayado por Engels, cuando habla de él como de una plaga, una plaga que hereda el proletariado en su lucha para llegar a su predominio de clase, pero de la cual deberá, como lo hizo la Comuna y en la medida de lo posible, atenuar los efectos, hasta el día en que «una generación criada en una sociedad de hombres libres e iguales pueda deshacerse de todo ese fárrago gubernamental» (Prefacio de la Guerra Civil en Francia). Sin embargo, a pesar de que en la Comuna se hubiera intuido la necesidad de que el proletariado debería mantener viva una total desconfianza en ese aparato heredado del pasado (el proletariado, escribía Engels «tenia que tomar precauciones contra sus propios subordinados y sus propios funcionarios declarándolos, sin excepción y en todo momento amovibles») y, por el hecho de que la experiencia de la Comuna de París fue muy corta y circunscrita y que no se podía plantear el problema de las relaciones entre el proletariado, el estado y las demás clases no explotadoras de la sociedad, una de las ideas principales que fue sacada de la Comuna fue la de la identificación de la dictadura del proletariado con el Estado del período de transición. Así, tres años después de la Comuna de París, Marx escribía en su Crítica del programa de Gotha: «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, se sitúa el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde igualmente una fase de transición política, en donde el estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado».
Será ésta base teórica la que Lenin volverá a formular en el concepto del “estado proletario” en “el estado y la Revolución”; es sobre ella que los bolcheviques y el proletariado ruso instauran la dictadura del proletariado en 1917.
Las condiciones en las cuales debió desarrollarse esta tentativa proletaria, por el hecho mismo que acumulaban las mayores dificultades para el mantenimiento de un poder proletario (aplastante mayoría de campesinos en la sociedad, necesidad de sostener inmediatamente una guerra civil despiadada, aislamiento internacional de Rusia, debilidad extrema del aparato productivo destruido por la primera guerra mundial y luego por la guerra civil), todas esas condiciones tuvieron como resultado el que estallara, en toda su amplitud, el problema de la relación entre dictadura del proletariado y estado
La dura realidad de los hechos debía demostrar que no bastaba con bautizar al estado como "proletario" para que éste actuase en función de los intereses revolucionarios del proletariado; que no bastaba con poner el partido proletario a la cabeza del estado (hasta el punto de identificarse completamente con él) para que la máquina estatal siguiese el curso que los revolucionarios querían imprimirle.
El aparato de estado, la burocracia de estado, no podía ser la expresión de los intereses de la clase proletaria. Aparato encargado de asegurar la supervivencia de la sociedad, no podía expresar sino los intereses de la supervivencia de la economía moribunda rusa. Lo que los marxistas habían repetido desde los primeros tiempos quedaba comprobado con claridad meridiana: los imperativos de la supervivencia económica se imponían despiadadamente a la política del Estado. Y la economía estaba lejos de poder ser influenciada en un sentido proletario.
Lenin acabó manifestando su impotencia ante la situación, durante el XI° congreso del partido, un año después del principio de la N.E.P.: «Sed capaces vosotros, comunistas, vosotros, obreros, vosotros parte consciente del proletariado que os habéis encargado de dirigir el Estado, sed capaces de hacer que el estado que tenéis en vuestras manos actúe a “voluntad vuestra... el Estado se encuentra en nuestras manos pero ¿ha funcionado en la nueva política económica según nuestra voluntad? ¡NO!... ¿ y cómo ha funcionado entonces?. Se escapa el automóvil de entre las manos; por lo visto hay quien lo guía, pero el automóvil sigue otro camino como si otro hombre lo condujera de forma clandestina»
La identificación del partido proletario con el estado no logra someter al estado a los intereses del estado ruso. Es así que, bajo la presión de los imperativos de la supervivencia del estado ruso (en el cual los bolcheviques veían la encarnación misma de la dictadura del proletariado –se trataba de la salvaguardia “del bastión proletario”), el partido bolchevique terminó por someter la táctica de la Internacional Comunista a los intereses de Rusia (alianzas con los grandes partidos social – patrioteros europeos con vistas a que se aflojara el “cordón sanitario” que ahogaba a Rusia); fue bajo ésta presión que fue firmado el tratado de Rapallo con el imperialismo alemán; fue también para evitar el debilitamiento del poder del aparato de estado “proletario”(y en su nombre) por lo que fueron aplastados los insurrectos de Krondstadt por el Ejercito Rojo.
En cuanto a las masas obreras, si la identificación de su partido con el Estado había llegado a amputarles su vanguardia en el momento mismo en que más la necesitaban la idea de la identificación de su poder con el estado no sirvió más que para dejarlas impotentes y confusas ante la opresión creciente de la burocracia estatal[3].
La contrarrevolución que redujo a cenizas la dictadura del proletariado había surgido del órgano mismo que los revolucionarios, durante decenas de años, habían creído poder identificar con la dictadura del proletariado.
Pero el largo proceso de sacar las lecciones de la experiencia rusa comenzó desde los principios de la revolución misma.
En medio de una confusión inevitable, atacando aspectos parciales y sin comprender muchas veces el fondo mismo de los problemas, en medio de los torbellinos de una revolución cuyas características de degeneración empezaron a aparecer desde el principio, surgieron las primeras reacciones teóricas. Las críticas de Rosa Luxemburgo, realizadas en 1918, en su folleto sobre la revolución rusa contra la identificación de la dictadura del proletariado con la del partido, al igual que su crítica de toda limitación por el Estado de la vida política de la clase obrera, llevaban en sí las bases de la crítica de la identificación del proletariado con el estado del período de transición. Rosa Luxemburgo, a pesar del hecho de considerar siempre al estado de transición como un “Estado proletario”, a pesar de mantener la idea de la “conquista del poder por el partido socialista”, destaca lo que constituye el único medio real de atenuar los maléficos efectos de la plaga que es el estado como decía Engels: «El único medio eficaz que puede tener a mano la revolución proletaria son, aquí como siempre, medidas radicales de naturaleza social y política, la transformación más rápida posible, las garantías sociales de existencia en la masa y el despliegue del idealismo revolucionario, que sólo se puede mantener de manera duradera con una vida inmensamente activa de las masas, dentro de una libertad política ilimitada».
En Rusia y en el seno mismo del partido bolchevique, el desarrollo de la burocracia del estado y, por consiguiente, del antagonismo entre proletariado y poder estatal provocó, desde los primeros años el nacimiento de reacciones tales como la del grupo de Osinsky o más tarde, del Grupo Obrero de Miasnikov que, al poner en tela de juicio la burocracia, planteaba ya, aunque de manera confusa, el problema de la naturaleza del estado durante el período de transición.
Pero fue seguramente en la polémica entre Lenin y Trotsky, en el X° congreso del partido a propósito de la cuestión de los sindicatos, cuando la cuestión de la naturaleza del estado fue planteada de la manera más aguda. En efecto, contra Trotsky, que defendía la idea de una integración mayor de los sindicatos obreros dentro del aparato de estado con el fin de encarar mejor las dificultades económicas, Lenin opuso la necesidad de salvaguardar la autonomía de esas organizaciones de clase para que los obreros pudieran defenderse de «los abusos nefastos de la burocracia estatal». Lenin hasta llegó a afirmar que el estado no era «obrero, sino obrero y campesino con numerosas deformaciones burocráticas». Aunque es cierto que estos debates se desarrollaban en medio de una confusión generalizada (para Lenin las divergencias con Trotsky no lo eran sobre cuestiones de principio sino que resultaban de consideraciones contingentes), no por ello dejan de ser auténticas expresiones de la búsqueda del proletariado de respuestas al problema de las relaciones entre su dictadura y el estado.
Las Izquierdas Holandesa y Alemana, después de haber reaccionado en el mismo sentido que Rosa Luxemburgo frente al desarrollo de la burocracia de estado contra el proletariado en Rusia y, habiendo tenido que afrontar los problemas de la degeneración de la política internacional de la I.C., empezaron a desarrollar la crítica de lo que llamaron “socialismo de estado”. Sin embargo, el trabajo de Appel (Jan Appel era militante del KAPD), hecho en colaboración con la izquierda holandesa sobre los “Principios de base de la distribución comunista” aborda sobre todo la cuestión del período de transición desde el punto de vista económico, confirmando en lo político, fundamentalmente, las ideas principales de Rosa Luxemburgo.
Con los trabajos de la Izquierda Italiana en Bélgica y, particularmente con los artículos de Mitchell publicados a partir del N° 28 de Marzo-Abril de 1936 de la revista “BILAN”, las bases teóricas para una comprensión más profunda del problema quedaron planteadas: BILAN fue el primero en afirmar con claridad el carácter nefasto de toda identificación de la dictadura del proletariado con el Estado del período de transición y en subrayar paralelamente la importancia de la autonomía de la clase y de su partido con respecto a ese estado.
Sin embargo, los bolcheviques, en medio de las terribles dificultades contingentes, no consideraron nunca al estado como «una plaga que el proletariado hereda y de la que éste tiene que atenuar los efectos más maléficos» (Engels), sino como un órgano que se podía identificar completamente a la dictadura del proletariado, es decir, el Partido.
De ahí resultó la alteración principal de que el fundamento de la dictadura del proletariado no era el partido, sino el estado el cual, a causa de esa inversión, se encontró situado en condiciones de evolución que desembocaron, no en su desaparición, sino en el refuerzo de su poder coercitivo y represivo. De instrumento de la revolución mundial, el estado proletario se veía inevitablemente destinado a volverse un arma de la contrarrevolución mundial.
Aunque Marx, Engels y sobre todo Lenin hayan subrayado muchas veces la necesidad de oponer al Estado su antídoto proletario, capaz de impedir su degeneración, la revolución rusa, lejos de asegurar el mantenimiento y la vitalidad de las organizaciones de clase del proletariado, las esterilizó al incorporarles en el aparato de Estado y, de este modo, devoró su propia subsistencia.
El análisis de Bilan contienen todavía titubeos y debilidades, en particular con respecto al análisis de la naturaleza de clase del estado del período de transición considerado como “Estado proletario”.
Estos titubeos y estas insuficiencias inevitables serán superadas por los análisis de INTERNATIONALISME en 1945 (ver artículo “La naturaleza del Estado y la revolución proletaria” publicado en el N° 1 del boletín de estudio y de discusión de Révolution Internationale, enero de 1973). INTERNATIONALISME afirma ya de manera clara y basándose en criterios objetivos de análisis sobre el carácter económico y político del período de transición, la naturaleza no proletaria y antisocialista del estado en el período de transición:
«El Estado, en la medida en que se reconstituye después de la revolución, expresa la inmadurez de las condiciones de la sociedad comunista. Es la superestructura política de una estructura económica que no es todavía socialista. Permanece como algo extraño y opuesto al socialismo. Del mismo modo que la fase transitoria es algo inevitable histórica y objetivamente y por la que tiene que pasar el proletariado, el Estado es un instrumento de violencia inevitable para el proletariado, quien lo utiliza contra las clases que ha expropiado pero con el cual no puede identificarse (...). La experiencia rusa puso particularmente en evidencia el error teórico de la noción de estado obrero, de la naturaleza de clase proletaria del estado y de la identificación de la dictadura del proletariado con la utilización, por el proletariado, del instrumento de coerción que es el Estado».
Internationalisme saca de la experiencia de la revolución rusa la necesidad vital para el proletariado de aprender a ejercer un control estricto y permanente sobre el aparato de Estado siempre listo para convertirse, al menor retroceso, en la fuerza principal de la contrarrevolución:
«La historia y la experiencia rusa ha demostrado que no existe estado proletario propiamente dicho sino un estado en manos del proletariado, cuya naturaleza permanece anti-socialista y que, apenas la vigilancia política del proletariado se debilita, se convierte en la plaza fuerte, el centro de reunión y la expresión de las clases expropiadas de un capitalismo que renace».
En fin, aunque todavía impregnado de ciertas concepciones de la izquierda italiana de la cual proviene, particularmente respecto a la cuestión del partido y de los sindicatos, pero ya con la visión clara de la clase obrera como verdadero sujeto de la revolución, INTERNATIONALISME afirma la necesidad de la libertad política más completa de la clase y de sus órganos unitarios (considera aún como tales a los sindicatos) con respecto al estado, insistiendo en el rechazo de toda violencia de éste último contra aquellos. Es también el primero en establecer una verdadera coherencia entre los problemas políticos y los problemas económicos que se plantean durante el período:
«Esta fase transitoria del capitalismo al socialismo, bajo la dictadura política del proletariado, se traduce, por una política enérgica que tiende a disminuir la explotación de la clase, a aumentar constantemente la parte del proletariado en el ingreso nacional, del capital variable en relación con el capital constante (…) Esta política no la puede dar una afirmación programática del partido y todavía menos serle atribuida al estado, órgano de gestión y de coerción. Esta política encuentra su condición, su garantía y su expresión en la clase misma y exclusivamente en ella, en la presión que ejerce la clase en la vida social, en su oposición y su lucha contra las demás clases (...) Toda tendencia a disminuir el papel de los sindicatos después de la revolución, quien impidiese la libertad de acción sindical y de la huelga bajo pretextos de la existencia del “estado obrero”, quien favoreciese la intromisión del Estado en los sindicatos, quien, a través de la teoría aparentemente revolucionaria de darle la gestión a los sindicatos, incorporarse de hecho estos últimos en la máquina estatal, quien preconizase la violencia en el seno de proletariado y de su organización pretextando y cubriéndose con la mejor intención revolucionaria de “la meta final”, quien impidiese la existencia de la más amplia democracia por el simple juego de la lucha política y de las fracciones dentro del sindicato, expresaría una política antiobrera, falsificando las relaciones del partido y de la clase, debilitando la posición del proletariado en la fase transitoria. El deber comunista sería el denunciar y combatir con la energía más fuerte todas esas tendencias y obrar por el pleno desarrollo y la independencia del movimiento sindical, indispensable para la victoria de la economía socialista».
Fue pues Internationalisme quien supo definir el marco teórico general en el cual el problema de las relaciones entre la dictadura del proletariado y el estado en el período de transición podía por fin ser planteado sobre bases sólidas y coherentes.
Es inscribiéndose enteramente en este proceso que la resolución presentada en el congreso se concibe como una tentativa de reapropiación de los principios adquiridos del movimiento obrero sobre este tema y un esfuerzo par continuar la obra permanente de profundizar las bases programáticas de la lucha revolucionaria del proletariado.
Se puede ver hasta que punto esta resolución no tiene nada que ver con un “descubrimiento” de la CCI. Pero se ve también la responsabilidad histórica que pesa sobre los miembros de la organización revolucionaria al asumir esta herencia.
6) En toda sociedad dividida en clases, para impedir que los antagonismos que la agitan estallen en luchas permanentes llegando a amenazar el equilibrio y poniendo en peligro hasta su propia existencia, surgen superestructuras, instituciones cuyo coronamiento es el estado cuya función consiste esencialmente en mantener esas luchas dentro de un marco apropiado, adaptándose y conservando la infraestructura existente.
7) El período de transición al socialismo es, como lo hemos visto, todavía una sociedad en la cual subsiste la división en clases. Por esta razón surge necesariamente este organismo superestructural, ese mal inevitablemente, es el estado. Pero diferencias substanciales distinguen este estado del Estado de las sociedades antiguas divididas en clase. La experiencia de la Comuna de París puso de evidencia:
En este sentido los marxistas podían, con razón, hablar de un semi-Estado, de un Estado en vías de extinción.
8) La experiencia de la revolución rusa victoriosa aportó enseñanzas precisas, aunque negativas, sobre la relación entre la dictadura del proletariado y la institución estatal durante el período de transición:
9) La dictadura del proletariado debe definirse por:
[1] Sección de la CCI en Francia
[2] Las “bases programáticas” de una organización revolucionaria las constituye un conjunto de posiciones de principio y de análisis que definen el marco general de su acción. Las posiciones “fronteras de clase” forman parte de ellas y representan inevitablemente su esqueleto de base. Pero la acción de una organización revolucionaria no se puede definir solamente con fronteras de clase. La necesidad de la mayor coherencia posible en su intervención la obliga a buscar la mayor coherencia en sus concepciones y, así pues, a definir lo más profundamente posible el marco general que relaciona entre sí a las diferentes posiciones de clase, situándolas en una visión coherente y global de las metas y de los medios de la lucha revolucionaria del proletariado
[3] Estos dos elementos explican en parte la confusión, a veces extrema, que caracteriza los sobresaltos proletarios contra la contrarrevolución estatal (Krondstadt).
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La Plataforma de la CCI enuncia las adquisiciones del movimiento obrero sobre el contenido de la revolución comunista. Estas adquisiciones pueden resumirse así:
1) Todas las sociedades, hasta hoy se han fundado sobre la insuficiencia del desarrollo de las fuerzas productoras con respecto a las necesidades del hombre. Por ello, quitando al comunismo primitivo, todas fueron divididas en clases sociales con intereses antagónicos. Esa división ha provocado la aparición de un órgano, el Estado, cuyo funcionamiento especifico siempre ha sido el de impedir que esos antagonismos desgarren y destruyan la misma sociedad.
2) El progreso que el capitalismo ha impulsado al desarrollo de las fuerzas productoras ha permitido que su superación por una sociedad fundada en el pleno desarrollo de las fuerzas productoras, la abundancia, la satisfacción de todas las necesidades humanas: el comunismo. Esa sociedad no está dividida en clases y por ello no conoce ni puede soportar la existencia de un Estado.
3) Como en el pasado, existe entre ambas sociedades que son el capitalismo y el comunismo un periodo de transición, durante el que desaparecen las antiguas relaciones sociales y se colocan las nuevas. Durante ese periodo siguen existiendo clases sociales, conflictos entre ellas y, persiste, por tanto, un órgano que tiene como función impedir que esos conflictos desgarren la sociedad: el Estado.
4) La experiencia de la clase obrera ha demostrado que en ningún caso ese Estado puede tener una continuidad orgánica con el Estado del capitalismo. Es de arriba abajo que éste ha de ser destruido para que pueda abrirse el periodo de transición del capitalismo al comunismo.
5) La destrucción mundial del poder político de la burguesía va con la toma del poder a la misma escala por el proletariado, única clase portadora del comunismo. La dictadura del proletariado que se instaura sobre la sociedad se basa sobre la organización general de la clase: los Consejos obreros. Es la clase obrera en su conjunto la que puede ejercer el poder en el sentido de la transformación comunista de la sociedad: contrariamente a las clases revolucionarias del pasado, no puede delegar su poder a una institución particular, a ningún partido político, y tampoco a los partidos obreros.
6) El ejercicio de su poder por el proletariado supone:
– su armamento general;
– su liberación absoluta de cualquier sumisión a fuerzas exteriores;
– el rechazo de la utilización de cualquier forma de violencia en su seno.
7) La dictadura del proletariado ejerce su función de palanca de la transformación social:
– expropiando a las antiguas clases explotadoras;
– socializando progresivamente los medios de producción;
– conduciendo una política económica en el sentido de la abolición del asalariado y de la producción mercantil, en el sentido de la satisfacción creciente de las necesidades humanas.
El periodo de transición del capitalismo al comunismo contiene varios puntos comunes con los periodos de transición anteriores:
– no conoce modo de producción propio, sino que es un enredo de dos modos de producción;
– durante ese periodo van desarrollándose lentamente los gérmenes del nuevo modo de producción a detrimento del antiguo, hasta suplantarlo totalmente;
– el deterioro de la antigua sociedad no implica automáticamente maduración de la nueva, no es sino la condición de ésta: en particular, si la decadencia del capitalismo expresa que las fuerzas productoras han alcanzado el límite de su desarrollo en el marco de esa sociedad, esas fuerzas productivas siguen siendo insuficientes para permitir el comunismo y tendrán que proseguir su desarrollo durante ese periodo de transición.
Otro punto común entre los diferentes periodos de transición que hay que poner en evidencia es que las medidas tomadas van en el sentido de la sociedad que quieren hacer surgir. En la medida en que el comunismo se distingue fundamentalmente de las demás sociedades, la transición que conduce hasta él contiene una serie de características originales:
– ya no es el pasaje de un modo de explotación a otro, de una forma de propiedad a otra, sino que lleva a la abolición de cualquier tipo de explotación y de propiedad;
– no es la obra de una clase explotadora y propietaria de los medios de producción, sino la de una clase explotada que nunca ha poseído ni poseerá, aun sea colectivamente, medios de producción o una economía propia;
Según los propios términos de Engels:
El marxismo nunca ha considerado el Estado como una creación ex-nihilo de la clase dominante, sino como un producto, una secreción orgánica del conjunto de la sociedad. La identificación entre la clase dominante y el Estado es fundamentalmente el resultado de la identidad de sus intereses comunes de preservación de las relaciones existentes de producción. Partiendo de la concepción marxista, tampoco se puede considerar el Estado como un agente revolucionario, un instrumento de progreso histórico. Para el marxismo:
La conclusión que se destaca de esas bases es que en cualquier sociedad, el Estado no puede sino ser una institución conservadora por esencia y excelencia. Si el Estado, en las sociedades de clase, es un instrumento indispensable al proceso productivo al asegurar la estabilidad necesaria a su continuación, no puede desempeñar ese papel más que por su función de agente del orden social. Durante el curso de la historia, el Estado aparece entonces como un factor conservador y reaccionario de primer orden, como una traba contra la que choca constantemente la evolución y el desarrollo de las fuerzas productivas.
La existencia en el periodo de transición de una división de la sociedad en clases con intereses antagónicos hace surgir de ella un Estado. Ese Estado tiene como tarea garantizar las bases de la sociedad transitoria contra cualquier intento de restauración del poder de las antiguas clases explotadoras y contra cualquier desrame resultante de las oposiciones entre las clases no explotadoras que en ella subsisten.
El Estado del periodo de transición hacia el comunismo tiene varias diferencias con los de las sociedades anteriores:
Por esas razone y sus implicaciones los marxistas han podido hablar de semi-Estado al tratar del órgano que surge en el periodo de transición.
Sin embargo, ese Estado conserva varias similitudes con los del pasado. Sigue siendo en particular el órgano guardián del estatus-quo, encargado de codificar, legalizar un estado económico existente, sancionarlo, darle fuerza de ley, hacerlo aceptar a todos los miembros de la sociedad. En ese sentido, el Estado sigue siendo un órgano fundamentalmente conservador, que tiende:
Por ello el Estado del periodo de transición ha sido considerado por los marxistas desde sus inicios como una “plaga”, un “mal necesario” del que se trata de “limitar los efectos más dañosos”. Por todas esas razones y contrariamente a lo que ocurrió en la historia, la clase revolucionaria no puede identificarse con el Estado del periodo de transición.
Por un lado, el proletariado no es una clase económicamente dominante. No lo es en la sociedad capitalista como tampoco lo será en la sociedad transitoria. No posee ninguna economía, ninguna propiedad aunque sea colectiva, sino que lucha por la desaparición de la economía, de la propiedad. Por otro, como clase portadora del comunismo, el proletariado, agente del trastorno de las condiciones económicas y sociales de la sociedad transitoria, choca necesariamente contra el órgano que tiende a perpetuar esas condiciones. Por eso no se puede hablar ni de “Estado socialista”, ni de “Estado obrero”, ni de “Estado del proletariado” durante el periodo de transición.
Ese antagonismo entre proletariado y Estado se manifiesta tanto a nivel inmediato como a nivel histórico.
En el terreno inmediato, el proletariado tendrá que oponerse a las intrusiones y a la presión del Estado, representante de esa sociedad en la que siguen subsistiendo clases con intereses antagónicos a los suyos.
En el plano histórico, la necesaria extinción del Estado en el comunismo, ya puesta en evidencia por el marxismo, no será el resultado de su propia dinámica sino el fruto de la presión del proletariado que lo despojará progresivamente de todos sus atributos a medida de la evolución hacia la sociedad sin clases.
El proletariado debe entonces utilizar el Estado del periodo de transición, pero también ha de conservar su independencia total con respecto a él. En ese sentido, la dictadura del proletariado no se confunde con el Estado. Entre ambos existe una relación de fuerzas constante que el proletariado tendrá que mantener a su favor: la dictadura del proletariado no se ejerce en el Estado ni a través del Estado, sino sobre el Estado.
La experiencia de la Comuna de Paris como la de la Revolución rusa, en la que el Estado fue el mayor agente de la contrarrevolución, ponen en evidencia la necesidad de ciertas medidas que permitan:
a) la limitación de las características más dañosas del Estado del periodo de transición pasa por:
b) la independencia de la clase obrera se manifiesta por:
Se ejerce contra el Estado y las demás clases de la sociedad:
c) La dominación de la dictadura del proletariado sobre el Estado y el conjunto de la sociedad se basa esencialmente:
Esta resolución fue adoptada por el 2º Congreso Internacional de la CCI celebrado en 1977.
La caracterización de las diversas organizaciones que afirman defender el socialismo y la clase obrera es de la mayor importancia para la CCI. Esto no es, ni mucho menos, algo abstracto o puramente teórico; es, al contrario, orientador en la actitud que la Corriente mantiene hacia esas organizaciones, y, por consiguiente, de su actividad respecto a ellas: ya sea denunciándolas como órganos o productos del capital; ya sea polemizando y discutiendo con ellas para ayudarlas a alcanzar una mayor claridad y rigor programático; ya sea impulsando la aparición de tendencias en su seno que busquen tal claridad. Por ello debemos evitar apreciaciones subjetivas o hechas a la ligera sobre las organizaciones con las que la CCI se encuentra, así como definir el criterio con el que nos aproximemos a esos grupos tan precisamente como podamos, sin recurrir a esquemas rígidos o formalistas. Cualquier error o precipitación en esto irá en contra del cumplimiento de la tarea fundamental de constituir un polo de agrupamiento para los revolucionarios, y podrá llevar a desviaciones de cariz ya oportunista, ya sectario, que podría amenazar la vida misma de la Corriente.
El movimiento revolucionario de la clase obrera se expresa en un proceso de maduración de la conciencia, un proceso difícil y tortuoso que nunca es lineal y que atraviesa bastantes vacilaciones y tropiezos. Es algo que se manifiesta necesariamente en la aparición y existencia simultánea de una serie de organizaciones más o menos desarrolladas. Este proceso está basado tanto en la experiencia inmediata de la clase como en la histórica, y necesita de ambas para desarrollarse y enriquecerse. Debe apropiarse de las adquisiciones del pasado de la clase pero al mismo tiempo debe ser capaz de criticar e ir más allá de las limitaciones de lo adquirido, una actividad que sólo es posible si ha habido una asimilación real de las mismas. Así, las diferentes corrientes que aparecen en la clase pueden distinguirse por su mayor o menor capacidad para asumir esas tareas. Si bien el desarrollo de la conciencia de clase implica una ruptura con la ideología burguesa dominante, los grupos que expresan y participan en este desarrollo están en sí mismos sujetos a la presión que ejerce esa ideología, que amenaza constantemente o con hacerlos desaparecer o con ser absorbidos por la clase enemiga.
Esas características generales del proceso de la conciencia revolucionaria son incluso más evidentes en el periodo decadente del capitalismo. Si bien la decadencia ha establecido las bases para la destrucción de este sistema tanto desde el punto de vista objetivo (la crisis mortal del modo de producción) como subjetivo (la descomposición de la ideología burguesa y el debilitamiento de su control sobre la clase obrera), también ha puesto nuevos obstáculos y dificultades en la toma de conciencia del proletariado. Nos referimos a:
Hoy, sumado a esos factores, tenemos que tener en cuenta:
En ese marco general de examen del movimiento de la clase en pos de la conciencia de sus objetivos históricos, podemos analizar tres tipos básicos de organización.
El primero, los partidos que una vez fueron órganos de la clase pero que han sucumbido a la presión del capitalismo y acabaron por convertirse en defensores del sistema tomando un papel más o menos directo en la gestión de su capital nacional. Con estos partidos, la historia nos enseña lo siguiente:
Entre estos partidos, podemos citar principalmente a los Partidos Socialistas procedentes de la II Internacional, a los Partidos Comunistas procedentes de la III Internacional, a las organizaciones del anarquismo oficial y a las tendencias trotskistas. Todos estos partidos han participado en la defensa del capital nacional como agentes de la ley y el orden o como pregoneros de la guerra imperialista.
El segundo tipo, son las organizaciones cuya naturaleza proletaria de clase es indiscutible por su capacidad para extraer lecciones de las experiencias pasadas de la clase, para entender las nuevos elementos del desarrollo histórico, para rechazar todas las concepciones que han demostrado ser ajenas a la clase trabajadora, y cuyas posiciones en conjunto han alcanzado un alto nivel de coherencia. Por mucho que el proceso por el cual se desarrolla la conciencia nunca se complete definitivamente, por mucho que nunca pueda existir una coherencia perfecta y las posiciones de clase necesiten ser enriquecidas constantemente, hemos sido testigos, a lo largo de la historia, de la existencia de corrientes que, en un momento dado, han representado la expresión no exclusiva de la conciencia de clase más avanzada y completa y que han desempeñado un papel central en la aceleración de esa toma de conciencia.
En nuestra relación con grupos de este tipo, cercanos a la CCI, nuestro objetivo está claro. Intentamos participar en un debate fraterno con ellos y asumir los diferentes problemas que enfronta la clase obrera para:
El tercer tipo de organización, cuya naturaleza de clase, a diferencia de los dos primeros, no se ha establecido de forma clara y que, como expresión de la complejidad y dificultad del proceso de toma de conciencia de la clase obrera, puede ser distinguido del segundo tipo de organización porque:
Con estos grupos, debido a que están sumidos en la confusión, la línea de demarcación entre el campo proletario y el campo burgués es muy difícil de establecer de manera formal, aunque sí existe. Por las mismas razones es difícil clasificar a estos grupos de forma precisa. Sin embargo, podemos distinguir claramente tres categorías:
Los grupos de la primera categoría incluyen corrientes de la informalidad del ''Movimiento del 22 de marzo'' del 68, ''grupos autónomos'', etc., organizaciones, todas ellas, que surgieron del movimiento inmediato y, por lo tanto, sin raíces históricas, sin programa elaborado, pero establecidas sobre las bases de unas pocas posiciones vagas y parciales carentes de coherencia global e ignorantes de la totalidad de las adquisiciones históricas de la clase.
Estas características hacen muy vulnerables a estas corrientes, algo usualmente expresado en su desaparición tras un corto periodo de tiempo, o su rápida transformación en simple furgón de cola del campo izquierdista.
Sin embargo, también es posible para esas corrientes adherirse a un proceso de clarificación y profundización de sus posiciones, a una evolución que lleve a su desaparición como grupos independientes y a la integración de sus miembros en la organización política de la clase.
En su relación con cada una de esas corrientes, la CCI debe intervenir en el sentido de animar y estimular una evolución positiva en este sentido, tratando de evitar que desaparezcan en la confusión o sean recuperadas por el capitalismo.
En relación a la segunda categoría de grupos, sólo hablamos de las corrientes que se separan de sus organizaciones de origen sobre la base de una ruptura con determinados puntos de su programa, y no para salvar los pretendidos principios revolucionarios que estarían siendo traicionados. Por eso no hay nada que esperar de las diversas escisiones trotskistas que proponen salvaguardar o volver al trotskismo ''puro''.
Esos grupos, surgidos tras una ruptura con la organización de origen, no tienen nada que ver con las fracciones comunistas que aparecen como reacción a la degeneración de una organización proletaria. Estas últimas se basan no en una ruptura sino en una continuidad con el programa revolucionario que está siendo amenazado por la política oportunista de la organización, por mucho que, después, las fracciones comunistas aporten rectificaciones y profundicen el programa a la luz de la experiencia. Mientras que las fracciones comunistas aparecen con un programa revolucionario coherente y elaborado, las corrientes que rompen con la contrarrevolución tienden a basarse en posiciones esencialmente negativas, en una oposición parcial a las posiciones de su organización de origen, y esto no ayuda a la formación de un programa comunista sólido. Romper con la coherencia contrarrevolucionaria no es suficiente para otorgarles una coherencia revolucionaria. Además, el aspecto inevitablemente parcial de su ruptura se expresa en la tendencia a conservar un determinado número de prácticas de la organización de origen (activismo, arribismo, mentalidad maniobrera) o a asumir simétricamente posiciones no menos erróneas (academicismo, rechazo a organizarse, sectarismo...).
Por todas esas razones, es muy difícil para esos grupos evolucionar positivamente como tales grupos. Sus deformaciones iniciales son casi siempre demasiado fuertes para deshacerse por completo de la contrarrevolución, y eso cuando no desaparecen simplemente. La disolución es, en última instancia, el mejor desenlace porque hace posible que los militantes del grupo se quiten de encima sus taras de origen y puedan así avanzar hacia una coherencia revolucionaria.
Sin embargo, una alta probabilidad no es una certeza absoluta, y la CCI debe guardarse de cualquier tendencia a rechazar totalmente a estos grupos como irremediablemente contrarrevolucionarios. Esto no haría sino entorpecer el esfuerzo hacia una evolución positiva de tales grupos o de sus militantes. Puede haber una gran diferencia en el desarrollo de estos grupos según sea la naturaleza de sus organizaciones de origen. Los grupos que se separan de organizaciones que tienen un programa y una práctica contrarrevolucionarios coherentes y confirmados (como los trotskistas, por ejemplo) son a menudo los que sufren de más desventajas. En cambio, los grupos que provienen de organizaciones más informales, que tienen un programa menos elaborado (como los procedentes del anarquismo), o que han traicionado a la clase más tardíamente, tienen una mayor probabilidad de avanzar hacia posiciones revolucionarias, incluso manteniéndose como grupos.
Por otra parte, el carácter cada vez más evidente, a medida que se profundiza la crisis del capitalismo, del desfase entre la fraseología radical de las organizaciones izquierdistas y su política burguesa, provoca y seguirá provocando aún más en su seno la reacción de sus elementos más sanos, seducidos en un primer momento por tal fraseología, lo que alimentará este tipo de escisiones.
En todo caso, a la vez que hay que ser de lo más prudente respecto a grupos del primer tipo y evitar toda creación de “comités” comunes con ellos como hace, por ejemplo, el PIC, la CCI debe intervenir activamente en la evolución de estas corrientes, favoreciendo por sus críticas abiertas y no sectarias la discusión y la clarificación en su seno y evitar cometer los errores que en el pasado condujeron por ejemplo a Révolution Internationale a escribir “dudamos de la evolución positiva de un grupo procedente del anarquismo” en una carta dirigida al Journal des Luttes de Classe, cuyos miembros iban a fundar, un año más tarde, en compañía de los del RRS y a los del VRS, la sección de la CCI en Bélgica.
El problema que nos plantean los grupos comunistas en proceso de degeneración es uno de los más difíciles de resolver y pide ser examinado con muchísimo cuidado. El hecho de que franquear la frontera entre el campo proletario y el campo capitalista sólo pueda hacerse en un único sentido, pues una organización proletaria que pasa al campo burgués lo hace de forma definitiva, sin esperanza de retorno, tiene que llevarnos a una mayor prudencia para determinar el momento en que se produce ese paso y los criterios que nos permitan afirmarlo.
No hay que considerar por ejemplo que una organización es burguesa porque no actúe en la realidad de los hechos como factor de clarificación de la conciencia de clase sino como factor de confusión: todo error de una organización proletaria, y del proletariado en general, beneficia evidentemente al enemigo de clase pero no se puede decir que, puesto que una organización comete errores, incluso muy graves, ya por ello sea la emanación de la clase enemiga. En un ejército, la existencia de malas tropas es incontestablemente una debilidad que favorece al enemigo. ¿Hay que considerar por ello que tales tropas son unas traidoras?
En segundo lugar, no se puede considerar que franquear una frontera de clase por parte de una organización signifique de modo obligatorio su muerte como órgano del proletariado. Entre las fronteras de clase, las hay que, efectivamente, afectan a la coherencia global del programa y cuya puesta en entredicho puede constituir un criterio decisivo: por ejemplo el apoyo a la “defensa nacional” sitúa de golpe a una organización en el campo de la burguesía. Sin embargo, aunque una posición errónea, incluso sobre un solo punto, pone de relieve la ambigüedad de todo el programa de un grupo, ciertas posiciones, aun estando fuera de una coherencia comunista, no le impiden mantener una serie de posiciones auténticamente revolucionarias. Ciertas corrientes comunistas, por ejemplo, han podido aportar contribuciones fundamentales a la clarificación del programa revolucionario, aun conservando posiciones claramente falsas sobre puntos importantes (por ejemplo la Izquierda Italiana, la cual, sobre cuestiones como el sustitucionismo, los sindicatos e incluso sobre la naturaleza de la URSS ha mantenido posiciones y análisis claramente erróneos).
En fin, uno de los elementos fundamentales a tener en cuenta es la evolución del grupo considerado. Una opinión no tiene que ser formulada a partir de un análisis estático sino dinámico. Por ejemplo, con todas sus posiciones idénticas, existe una diferencia entre un grupo que surge hoy y apoya las luchas de liberación nacional, y un grupo que se ha formado en la lucha contra la guerra imperialista y que, sin comprender la relación entre las dos posiciones, capitula sobre tal cuestión.
Mientras que en el caso de un grupo reciente, cualquier posición contrarrevolucionaria corre el riesgo de arrastrarle rápida y plenamente al terreno de la burguesía, las corrientes comunistas que se han forjado en las grandes pruebas históricas, aunque lleven consigo elementos muy importantes de degeneración, no evolucionan de un modo tan rápido. Las condiciones muy difíciles en las que han surgido las han obligado a dotarse de una armadura programática y organizativa mucho más resistente contra los asaltos de la clase dominante. En regla general, por lo demás, su esclerosis es en parte el precio que pagan por su apego y fidelidad a los principios revolucionarios, a su desconfianza ante toda innovación que ha sido para otros grupos el caballo de Troya de la degeneración, desconfianza que les ha llevado a rechazar las actualizaciones de su programa que la experiencia histórica ha hecho necesarias. Por el conjunto de esas razones, por regla general, sólo los acontecimientos más importantes de evolución de la sociedad, guerra imperialista o revolución, son fases esenciales de la vida de las organizaciones políticas, permitiendo trazar de manera patente el paso definitivo como organismo al campo enemigo. Con frecuencia sólo estas situaciones nos permiten clarificar de un modo adecuado los problemas para poder quitar el velo que impide comprender algunas aberraciones que son propias más de la ceguera de elementos proletarios que de una coherencia en la contrarrevolución. Es generalmente en esos momentos donde ya no queda espacio para las ambigüedades cuando los órganos en degeneración dan prueba ya sea de su trayectoria definitiva hacia el otro campo, por una colaboración abierta con la burguesía, ya sea su mantenimiento en el campo obrero, como resultado de una sana reacción que demuestra que son todavía un terreno fértil para la aparición de un pensamiento comunista. Pero lo que es posible para las grandes organizaciones comunistas de la clase en degeneración, lo es en un grado muy inferior para los pequeños grupos comunistas de impacto limitado. Si aquéllas son recibidas con entusiasmo por la burguesía y están llamadas a desempeñar un papel de primer plano, éstas, cuando se ven atrapadas en el engranaje, como no tienen la posibilidad real de asumir una función capitalista, son implacablemente aplastadas y mueren en una larga y dolorosa agonía de sectas.
En el momento actual se pueden distinguir dos grandes corrientes que entran en la caracterización que acabamos de realizar y que se encuentran en un proceso similar de esclerosis y degeneración. Se trata de los grupos que proceden de las Izquierdas Holandesa y Alemana, por una parte, y de la Italiana por la otra. Entre ellos hay algunos que han resistido mejor que otros la degeneración, especialmente Spartacusbond para la primera corriente y Battaglia Comunista para la segunda, hasta llegar a poder desprenderse en buena parte de las posiciones esclerotizadas. Al contrario, otros grupos han ido muy lejos en el retroceso: por ejemplo Programme Communiste. Sobre esta organización, sea cual sea el grado alcanzado por su regresión, no existe sin embargo, en el momento actual, el elemento decisivo que nos permita establecer que se ha pasado como organismo al campo de la burguesía. Hay que precaverse contra una apreciación prematura sobre estos temas que corre el riesgo no sólo de no favorecer sino de entorpecer la evolución y el trabajo de los elementos o tendencias que procuren en el seno de ese grupo resistir contra ese proceso de degeneración o evitarlo incluso.
Respecto al conjunto de estos grupos, se trata de mantener una actitud serena que combine la intransigencia en la defensa de nuestras posiciones y la denuncia de sus errores, con la manifestación de nuestra voluntad de discutir con ellos. No hacerlo así implicaría una incomprensión fundamental de nuestras responsabilidades, una incomprensión también de que la degeneración completa de estos grupos implicaría una pérdida y un debilitamiento para el proletariado.
En la definición de la actitud general de la CCI hacia los diferentes grupos y elementos que puedan existir o aparecer en su entorno con posiciones más o menos confusas, hay que tener en cuenta el hecho de que nosotros nos situamos hoy en un período de recuperación histórica de la lucha de clases.
En los períodos de retroceso o de vacío proletarios como aquél del que salimos a mediados de los años 60, la mayor preocupación de los núcleos comunistas es la de salvaguardar el rigor de los principios, lo que les conduce más bien a aislarse del ambiente dominante para no dejarse contaminar por él. En esas circunstancias es vano apostar por la aparición de nuevos elementos o fuerzas revolucionarias: la difícil tarea de defender los principios comunistas amenazados por la contrarrevolución incumbe sobre todo a algunos elementos salidos de los antiguos partidos que no fueron arrastrados por aquélla y que permanecieron fieles a los principios.
En cambio, en el período de recuperación actual, a la vez que hay que prestar la mayor atención a la evolución de las corrientes comunistas que proceden de la ola revolucionaria precedente y a la discusión con ellas, debemos tener como preocupación principal no separarnos de los elementos y grupos que surgen necesariamente en la clase como manifestación de dicha recuperación. Nosotros no podremos realmente asumir nuestra función como polo de agrupamiento para ellos si no somos al mismo tiempo capaces de:
Lejos de excluirse, la firmeza en los principios y la apertura como actitud van de la mano: no tenemos miedo de discutir precisamente porque estamos convencidos de la validez de nuestras posiciones.
La burguesía ha vuelto a celebrar a su manera el sexagésimo aniversario de la Revolución de octubre de 1917:
Lo que en verdad ha celebrado el capitalismo en estos lugares no es la revolución de Octubre sino su muerte. Y todas esas pomposas celebraciones no perseguían otro objetivo que el de conjurar de una vez para siempre el espectro de la repetición de un acontecimiento similar.
Para el proletariado y, por tanto, para todos los revolucionarios recordar Octubre no implica ceremonia alguna. No necesitan enterrarlo. Para ellos Octubre sigue vivo. No como una estampa recordatorio de “tiempos heroicos” sino como una experiencia acumulada y por lo tanto una esperanza para los nuevos combates de la clase obrera. El homenaje que los revolucionarios pueden rendir a Octubre y a sus protagonistas no consiste en echar discursos ampulosos y estúpidos ni en pronunciar elogios fúnebres, sino en esforzarse por entender las enseñanzas que nos legó el proletariado, para poder fecundar con ellas los nuevos combates. Esta es la lucha que ya emprendió nuestra Revista Internacional y el conjunto de publicaciones de nuestra Corriente y que habrá que continuar de manera sistemática[1].
Un trabajo así sólo puede tener sentido si comprendemos la naturaleza real de la Revolución de octubre, si somos capaces de reconocer en ella una experiencia del proletariado –la más importante hasta hoy- y no una acción más de la burguesía, que es lo que pretenden ciertas corrientes políticas. Como es el caso del “consejismo”. Si no fuese así, Octubre no tendría más valor para la clase obrera que el que tuvo 1789 o Febrero de 1917. Significaría mucho menos que la Comuna de París de 1871. Esta es la razón por la que la condición previa para asimilar realmente las lecciones de Octubre es entender y defender tanto su carácter auténticamente proletario como el del partido que constituyó su vanguardia. Esta es la meta que se da el presente artículo.
Cuando la revolución estalla en Rusia, los revolucionarios son unánimes en saludarla como un primer paso hacia la revolución proletaria mundial.
Desde 1914, Lenin da la perspectiva: «En todos los países adelantados, la guerra está poniendo al orden del día la revolución socialista».Y durante toda la guerra no cesó de precisar los contornos:«No han sido nuestra impaciencia ni nuestros deseos sino las condiciones objetivas engendradas por la guerra imperialista las que han arrastrado a la humanidad entera a un atolladero, poniéndola ante el dilema: o dejar que sigan pereciendo millones de hombres y aniquilando toda la civilización europea o bien trasmitir el poder en todos los países civilizados al proletariado revolucionario, llevando a cabo la revolución socialista».
«Al proletariado ruso le ha correspondido el honor de inaugurar la serie de revoluciones engendradas con necesidad objetiva por la guerra imperialista. Y sin embargo, la idea de considerar al proletariado ruso como “el elegido” respecto a los demás, nos es completamente extraña…No son cualidades específicas, sino las condiciones históricas particulares lo que le han transformado por algún tiempo, quizás muy corto, en adelantado del proletariado revolucionario del mundo entero» (“Carta de despedida a los obreros suizos” -8 abril 1917”, Lenin). En V. I. Lenin: “La Revolución de 1917”, Tomo I, Editorial Cenit, S. A., Madrid, 1932.
Es exactamente esta misma perspectiva la que comparten los demás revolucionarios de entonces: Trotski, Pannekoek, Görter, Liebknecht o R. Luxemburgo. A ninguno de ellos se le hubiera ocurrido la idea de que la Rusa era una “revolución burguesa”. Muy al contrario, fue combatiendo semejante idea como se separaron de los mencheviques y de los “centristas” del estilo de Kautsky. La historia se daría prisa en mostrar que semejante idea echaba a sus autores en brazos de la burguesía y contra la clase obrera. Se convirtió de hecho en la posición de los sectores más “a la izquierda” de la clase capitalista, quienes denunciaban, por ejemplo, el “aventurerismo de los bolcheviques”.
En el conjunto del movimiento obrero la solidaridad con los combates del proletariado ruso estuvo acompañada no sólo del reconocimiento del carácter proletario de Octubre sino, y sobre todo, de la comprensión de lo urgente que era generalizar la experiencia a todo el mundo; es decir, la destrucción del Estado burgués y la toma del poder por los Consejos Obreros (Soviets).
Como consecuencia de las grandes derrotas sufridas por el proletariado durante los años 20 (particularmente en Alemania) y ante el desarrollo en Rusia de una sociedad que destruía sus esperanzas, cierto número de revolucionarios, Otto Rühle entre otros, empezaron a abandonar la posición unánime sobre 1917. Fue en la época en la que en Alemania el Nacional-socialismo se convertía en el agente movilizador de las energías para una nueva guerra imperialista, en la que en las “democracias” el Antifascismo hacía el mismo trabajo en nombre de una nueva “defensa de la civilización” y en la que en la misma Rusia se reforzaba el “Socialismo en un solo país” (de hecho una de las formas más bárbaras del capitalismo), cuando fueron elaboradas, por algunas de las corrientes revolucionarias que se habían salvado del naufragio de la Internacional comunista, las teorías que consideraban a la Revolución de octubre como una revolución burguesa de “tipo particular”.
En 1934 se publicaban en los órganos (Raetekorrespondenz, nº 3; International Council Correspondance, volumen I, nº 3) del “movimiento comunista de Consejos” las “Tesis sobre el bolchevismo” en las que puede leerse:
«7. La tarea económica de la Revolución rusa era, en primer lugar, la de destruir el feudalismo agrario y acabar con la explotación de los campesinos que vivían bajo el sistema de servidumbre, a la vez que industrializaban la agricultura poniéndola al nivel de una producción moderna de mercancías. Y en segundo lugar la de hacer posible la aparición de una clase de verdaderos “trabajadores libres” liberando al desarrollo industrial de todo vestigio feudal. En otras palabras, de lo que se trataba para el partido bolchevique era de llevar a cabo las tareas de la revolución burguesa…”
«9. En lo político la revolución rusa tenía que dedicarse a las tareas siguientes: destrucción del absolutismo, abolición de la nobleza feudal y creación de una constitución política y de un aparato administrativo garantizadores políticos de la ejecución de la obra económica de la revolución rusa. En este sentido los objetivos políticos de la revolución rusa coincidían con sus premisas económicas…con los objetivos de la revolución burguesa». “Crítica del Bolchevismo”: A Pannekoek, K. Korsch, P. Mattick. Editorial Anagrama. Bcna. 1976.
Volvemos a encontrar aquí, casi palabra por palabra, las posiciones de los mencheviques, es decir, de los enemigos más peligrosos del proletariado. La diferencia notable está en que estos deducían de su análisis que era necesario dar el poder a los partidos e instituciones clásicas de la burguesía (Cadetes, Gobierno provisional, Asamblea Constituyente), mientras que según los “consejistas” incumbía al “bolchevismo” la tarea de llevar a cabo esa revolución burguesa.
¿Cuál es la razón de que cierto número de revolucionarios, que habían saludado en Octubre 1917 a la revolución proletaria, acabaran volviendo al análisis menchevique?
Antón Pannekoek en su libro “Lenin filósofo”, escrito en 1938, nos esclarece sobre este punto. Al tratar de “Materialismo y empirocriticismo” dice:
«Ocurre a veces que una obra teórica permite entrever no el medio inmediato y las aspiraciones del autor, sino influencias más amplias e indirectas y miras más generales. En el libro de Lenin, sin embargo, nada de todo eso aparece. Todo está neta y exclusivamente en función e imagen de la revolución rusa a la que tiende con toda sus fuerzas. Esta obra está hasta tal punto en conformidad con el materialismo burgués que si se hubiera conocido e interpretado correctamente en su época, en Europa Occidental…hubiéramos sido capaces de prever que la revolución rusa tenía que acabar, de una u otra manera, en un tipo de capitalismo basado en la lucha obrera» (Pág. 133 del libro. Editorial Zero-ZYX. 1976)[2]
O sea que, según él, la “clave” de la naturaleza de la revolución rusa no podía descubrirse ni en 1914, frente a la guerra imperialista mundial, ni en 1917, en medio de los enfrentamientos de clase tanto en Rusia como en el resto del mundo, ni en los esfuerzos inmensos de los protagonistas de la revolución, ni en sus métodos, proclamas y llamamientos al proletariado de todos los países. ¡No! La clave, según su visión, se encontraría en «un texto filosófico publicado por primera vez en ruso en 1908 y traducido a otras lenguas en 1927», o sea, “demasiado tarde”. De manera que, «si los marxistas occidentales hubieran tenido conocimiento del libro y de las ideas antes de 1918, habrían criticado, sin lugar a dudas con mucha más decisión su táctica para la revolución mundial»[3].
De hecho, la verdadera razón de ese “descubrimiento tardío” no estaba en la falta de información de los “marxistas occidentales” acerca de ciertos conceptos filosóficos de Lenin sino en la terrible desesperanza con que la contrarrevolución cargaba sobre los mismos revolucionarios, sobre algunos militantes que contra viento y marea intentaban preservar los principios del comunismo. Desesperanza y decepción que los arrastró, como vamos a ver, hasta el abandono del método marxista que había permitido a los revolucionarios de 1917, y entre estos a los bolcheviques, comprender la verdadera naturaleza de la revolución estallada en Rusia.
A fin de cuentas la tesis consejista se reduce a una idea que tuvo gran éxito en los años de 1930 dentro del campo burgués, la de que el régimen existente en Rusia era la necesaria consecuencia de la Revolución de octubre. Y está claro que los estalinistas eran los más fervientes defensores de semejante idea. Para ellos, Stalin era el “genial continuador” de la obra de Lenin, el que había desarrollado y aplicado “el mayor descubrimiento de nuestros tiempos”, “la teoría de la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país, fuera de los demás”[4]. Pero con los estalinistas había también unanimidad de criterio para hacer de “Stalin el hijo de Lenin”; o más bien, del “terrorífico aparato estatal que se había implantado en Rusia el heredero directo de Octubre”. Los anarquistas, claro está, clamaban a voces que el régimen bestial y policiaco que imperaba en aquel país era la consecuencia “lógica” de los conceptos autoritarios del marxismo (mientras que por el contrario no consideraban el que la entrada de anarquistas en un gobierno burgués “antifascista” fuese la consecuencia “lógica” de sus conceptos “antiautoritarios”). Los demócratas de todo color veían en la “dictadura del proletariado” y en el “rechazo de las instituciones parlamentarias” a los “grandes responsables de los males que agobiaban al pueblo ruso”. Para todos ellos eso era un aviso al proletariado: “ahí tenéis los resultados de cualquier revolución, de cualquier intento para echar abajo el capitalismo, ¡un régimen aun peor!”.
La concepción consejista -nos dicen- no tenía ni mucho menos la finalidad de desanimar a la clase obrera de otras tentativas revolucionarias o de desviarla de su arma teórica, el marxismo. Al contrario, en nombre del marxismo los consejistas emprendieron el examen de sus análisis.
Y sin embargo al plantear el problema en términos como que “Si la Revolución rusa acabó en capitalismo de Estado es porque no podía ser de otra manera”, no hacían sino recoger del medio ambiente burgués la idea básica según la cual “lo que ha ocurrido en Rusia es lo que tenía obligatoriamente que ocurrir”. Una de dos, o semejante afirmación es una perogrullada, como quien dice: “la situación presente es el resultado de las diferentes causas que la han determinado”, o es un error teórico que pone al marxismo a la altura de un vulgar fatalismo.
Para el fatalismo todo lo que ocurre está escrito en el Gran Libro del Destino. Ya sea bajo formas populares como los tan juiciosos “refranes” ya sea enmascarado con palabrería filosófica de profesor de universidad el fatalismo tiene siempre la misma función, aceptar el orden existente e impuesto. El marxismo, que siempre ha luchado contra esa sumisión ante la “realidad” de la misma manera que contra las ideas voluntaristas e idealistas, ha afirmado que los hombres «no hacen la historia arbitrariamente, en condiciones por ellos escogidas sino en condiciones dadas y heredadas directamente del pasado», pero precisando bien que «son los hombres quienes hacen su propia historia»[5]. En lo que se refiere concretamente a la posibilidad de la revolución Marx escribió: «Una formación social nunca perece antes de que se hayan desarrollado todas las formas productivas que es capaz de contener y, las nuevas y más altas relaciones de producción no se revelan nunca antes de que se manifiesten en el seno de la vieja sociedad sus condiciones materiales de existencia»[6] .
Por todo eso el marxismo se opuso al anarquismo, para quien “, todo es posible en cualquier momento, con tal que los hombres se lo propongan”. En su análisis de la derrota de la Comuna de París (en 1871), Marx supo descubrir el peso que tuvo sobre la clase obrera la inmadurez de las condiciones materiales que el capitalismo había desarrollado. Sin embargo sería falso considerar que todos los acontecimientos sociales se explican obligatoriamente por las “condiciones materiales”. Los hombres y más precisamente las clases sociales no tienen de esas condiciones materiales una conciencia simplemente “refleja”, sino que emplean su conciencia como factor activo de su transformación:
«Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve…jamás podrá saltarse ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar los dolores del parto».K. Marx: “Prólogo a El Capital” –julio 1867. FCE. Mexico1995.
Los acontecimientos históricos son producto no sólo de las condiciones económicas de la sociedad sino también de todo un conjunto de factores “súperestructurales” y de la interacción compleja de esos diferentes factores determinantes, entre los cuales el “azar” -es decir, lo arbitrario, lo no previsible- debe ser tenido en cuenta. Por tanto, la historia no se puede concebir ni como el simple cumplimiento de un destino fijado previamente y de una vez por todas ni como el desarrollo de un guión escrito de antemano por la “voluntad divina”, cómo dicen algunos, ni como algo inscrito en la “estructura y el movimiento de los átomos o los genes”, que afirman otros.
De la misma manera que en ningún sitio estaba escrito que las obras de Marx iban a ser “destinadas” a justificar una de las formas más salvajes de la explotación capitalista (la de los países llamados “socialistas”), tampoco existía un “sino” de la Revolución rusa cuya verificación sería… lo que acabó ocurriendo. Los consejistas dicen rechazar el fatalismo. Para ellos su posición es perfectamente marxista y se apoya en el análisis del desarrollo de las fuerzas productivas. Pero la manera como toman en consideración ese problema y además limitándolo a Rusia, cuando incluso para la burguesía la Revolución de octubre fue un acontecimiento de alcance mundial, es propia de una concepción vulgar y estrecha del marxismo y muestra que lo ponen al nivel de una caricatura con la que pretenden “explicar el por qué del capitalismo de Estado en Rusia” a saber, si la Revolución de octubre en Rusia acabó en capitalismo es porque en sí misma era burguesa, es decir, estaba “destinada” a llegar al resultado al que llegó. Concluyendo, el fatalismo expulsado oficialmente por la puerta lo vuelven a meter por la ventana.
De hecho, la visión consejista no sólo tiene una buena dosis de fatalismo sino que llevada a sus últimas consecuencias acaba en un abandono puro y simple del marxismo y de toda perspectiva revolucionaria.
Las implicaciones del análisis consejista
Par el consejismo, tal y como queda expuesto en las “Tesis sobre el bolchevismo”, “La tarea económica de la Revolución rusa era…la de acabar con… la servidumbre y posibilitar la creación autónoma de una clase de verdaderos trabajadores libres”. Aunque no sea necesario para la demostración vale la pena recordar que en 1917 Rusia era la quinta potencia industrial del mundo. Su desarrollo capitalista se había saltado ampliamente la etapa del desarrollo de la artesanía y la manufactura, de modo que el capitalismo ruso estaba en posesión de las formas más modernas y concentradas del capitalismo internacional (Putilov, con más de 40.000 obreros, era la mayor factoría del mundo). Para el consejismo el carácter burgués de la Revolución rusa se explica simplemente por las condiciones locales. Eso fue cierto en parte para las verdaderas revoluciones burguesas, como la de 1640 en Inglaterra y la de 1789 en Francia, pues el desarrollo desigual del capitalismo permitía que la burguesía llegara al poder en periodos diferentes, en los diferentes países. Y posible, por el hecho de ser la nación el marco geopolítico específico del capitalismo; marco que por otra parte ha sido incapaz de superar. Y si el capitalismo pudo desarrollarse por “islotes” en la sociedad autárquica feudal, el socialismo sólo puede existir a escala mundial, potenciando el conjunto de fuerzas productivas y redes de circulación de bienes que el capitalismo ha creado.
Desde 1847, contestando a la pregunta ¿Podrá llevarse a cabo la revolución comunista en un solo país?, Engels y Marx afirmaban resueltamente que: «No. La gran industria al crear el mercado mundial ha articulado tanto entre sí a los pueblos de la tierra que cada uno de ellos depende estrechamente de lo que ocurra en los demás…Por lo tanto la revolución comunista no será una revolución puramente nacional sino que tendrá que desarrollarse simultáneamente en todos los países civilizados…será una revolución mundial y tendrá pues que tener un campo mundial». F. Engels: “Principios del comunismo”. Cia. Gral. De Ediciones, S.A. México 1964.
Es evidente que lo que ya se imponía a los revolucionarios en 1847, tras el periodo de mayor desarrollo del capitalismo -segunda mitad del siglo XIX, tenía que estar en la base misma de cualquier perspectiva proletaria durante la Primera Guerra mundial. En ésta quedó plasmado el hecho de que el capitalismo había terminado su tarea de impulsar el progreso de las fuerzas productivas a escala mundial. Había entrado en su fase de declive histórico y por lo tanto ya no volvería a haber revoluciones burguesas. La única revolución que estaba a la orden del día por todo el mundo, Rusia incluida, era la revolución proletaria. Y este análisis no era únicamente el de un Lenin, «espíritu embrollado por la filosofía materialista vulgar» y «dispuesto a transformar el movimiento comunista mundial en aparato de defensa del capitalismo de Estado ruso», que dicen los consejistas. Rosa Luxemburgo, una revolucionaria a quien muchos han intentado a menudo oponer al “burgués” Lenin y cuyo “consejismo” nunca puso en entredicho ni a las posiciones proletarias ni al buen entendimiento de “los asuntos rusos”, escribía en aquel entonces:
«Para cualquier observador inteligente este curso de los hechos es también una prueba convincente contra la teoría doctrinaria que Kautsky comparte con el partido social-democrático gubernamental, según la cual Rusia, por ser un país económicamente atrasado y en esencia agrícola, no estaría madura para la revolución social y para la dictadura ejercida por el proletariado. Esta teoría, que considera lícita en Rusia exclusivamente una revolución burguesa y que de esta concepción deriva luego la táctica de coalición de los socialistas rusos con el liberalismo burgués, es la misma que la del ala oportunista del movimiento obrero ruso, la de los llamados mencheviques bajo la probada dirección de Axelrod y de Dan. Los oportunistas, tanto rusos como alemanes coinciden perfectamente con nuestros socialistas gubernamentales en este concepto básico de la Revolución rusa, del que se deriva, como es natural, la posición adoptada sobre cuestiones de detalle de la táctica. En opinión de estas tres tendencias la Revolución rusa habría debido detenerse en el primer estadio, que según la mitología de la socialdemocracia alemana representará al noble objetivo de la conducta bélica del imperialismo alemán: el abatimiento del zarismo. El hecho de haber avanzado, de proponerse la dictadura del proletariado, representaría según dicha teoría un mero error del ala radical del movimiento obrero ruso, de los bolcheviques; y todos los infortunios que soportó la revolución en el curso ulterior de los acontecimientos, todo el desorden del que fue víctima, sólo se deberían a ese fatal despropósito. Esta teoría acordemente recomendada en calidad de fruto del pensamiento marxista tanto por el “Worwarts” de Stampfer como por Kautsky, desemboca teóricamente en el original descubrimiento “marxista” de que la revolución socialista constituye un asunto interno a resolver, por así decirlo en familia, de cada Estado moderno en particular. En las nieblas de la abstracción esquemática un Kautsky sabe, como es natural, pintar con diligente minuciosidad los nexos económicos mundiales del capital, que unifican a todos los países modernos en organismo único. La Revolución Rusa producto del desarrollo internacional y de la cuestión agraria no ofrece sin embargo posibilidad de soluciones en el marco de la sociedad burguesa.
Prácticamente esta teoría tiende a eximir al proletariado internacional y primeramente al alemán de toda responsabilidad. Tiende a rechazar sus conexiones internacionales. El curso de la guerra y de la Revolución rusa ha probado no la inmadurez de Rusia, sino la del proletariado alemán frente a sus propias tareas históricas y mostrarlo con claridad representa el deber primero y elemental de un examen crítico de la Revolución rusa. Su suerte dependía plenamente de los acontecimientos internacionales» Rosa Luxemburgo: “La Revolución rusa”, pág. 15. Miguel Castellote, Editor. Madrid 1975.
Así es como planteaba el problema, contra los sofismas de Kautsky, de los mencheviques y de… los consejistas, una de las más grandes teóricas del marxismo. Rosa Luxemburgo no sólo acabó con el mito de la inmadurez de Rusia sino que dio con la clave, que los consejistas no han podido entender nunca, de las causas de la degeneración de la Revolución rusa y, la fundamental, del fracaso de la revolución internacional -“de la que dependía por completo el porvenir de la primera”.
De hecho, al buscar en la misma Rusia las causas de la revolución y del régimen capitalista en que terminó, los consejistas dan claramente la espalda a todo lo que fueron las bases objetivas del internacionalismo. Y, aunque no se trata de poner en entredicho su internacionalismo, hay que decir que, a fin de cuentas, éste lo basan en una especie de “imperativo” moral. Si se llevan hasta las últimas consecuencias sus análisis se llega a la idea de que, si la revolución hubiera ocurrido en un país adelantado (Alemania, por ejemplo) y hubiera quedado aislada, no le habría sucedido lo que le ocurrió a la Revolución rusa. En otras palabras, habría podido evitar la reinstauración del capitalismo o lo que viene a ser lo mismo, la victoria sobre el capitalismo y la victoria del socialismo serían ambas posibles en un solo país. De la misma manera que el consejismo recoge del estalinismo la idea de que hay una continuidad entre Lenin y Stalin, entre la naturaleza de la Revolución de Octubre y la del régimen que se impuso más tarde en Rusia, parece que también tiende a recoger de aquel algún elemento de su tema de mayor mistificación: “el socialismo nacional”. Es así como el análisis marxista de los consejistas no sólo recoge la tesis menchevique y la de Kautsky sino que además no puede evitar el flirteo con la de Stalin.
Los análisis de los consejistas les llevan también a abandonar el marxismo en otros puntos. Una de las razones por la que les parece que la Revolución rusa fue una “revolución burguesa” es «la naturaleza de las medidas económicas adoptadas desde el principio por el nuevo poder». Los consejistas consideran, y con razón, que las nacionalizaciones o el reparto de tierras son, en sí, medidas perfectamente burguesas. De ahí sacan la rápida conclusión de que: «fue una revolución burguesa puesto que tomó esas medidas»; y a éstas les contraponen una política realmente socialista: «que la clase obrera y sus organizaciones de clase, los consejos obreros, se apoderen de las empresas y de la organización del sistema económico». (Punto 49 de las “Tesis sobre el bolchevismo”). Ese es el tipo de medidas que tenía que haber tomado la Revolución rusa si hubiese sido de verdad “proletaria”, dicen los consejistas para quienes «el aspecto burgués de la revolución bolchevique…queda plasmado de manera patente en el eslogan “control de la producción”» (punto 47 de las Tesis sobre el Bolchevismo).
En esto no es ya en Kautsky o en Stalin en quienes los consejistas basan sus análisis sino en Proudhon y en los anarquistas. Vuelven así a echar otro borrón sobre las enseñanzas fundamentales del marxismo, para quien una de las diferencias fundamentales entre la revolución burguesa y la revolución proletaria estriba en el hecho de que la primera llega tras todo un proceso de transformaciones económicas entre el feudalismo y el capitalismo, a las cuales remata en lo político; mientras que la segunda es por necesidad el punto de partida de la transformación económica entre el capitalismo y el comunismo. La diferencia está en relación con el hecho de que esta última transformación estriba, no en modificar el sistema de propiedad ni en instaurar nuevas relaciones de producción sino en suprimir la explotación. Por eso, al contrario de las revoluciones del pasado, la Revolución proletaria no se fija como meta el reforzar una nueva dominación clasista sino el abolir todas las clases. Y no es la obra de una clase explotadora sino, por primera vez en la historia, la de una clase explotada. Las relaciones de producción capitalista se fueron desarrollando en la sociedad feudal cuando la nobleza seguía controlando aun el conjunto de los mecanismos estatales de la sociedad. Este poder feudal podía haber sido una traba para el desarrollo del capitalismo pero éste pudo irse adaptando a su vez mientras no estuvo lo bastante desarrollado como para echarlo abajo.
La revolución burguesa ocurría como una consecuencia casi “mecánica” de la extensión del dominio económico del capitalismo y tenía como función eliminar los últimos obstáculos que se interponían a su pleno desarrollo.
Por el contrario, y teniendo en cuenta lo explicado, las relaciones sociales comunistas no pueden en modo alguno nacer y crecer en islotes dentro de la sociedad capitalista, donde la clase burguesa sigue disponiendo del control de ese instrumento esencial que es el Estado. Sólo después de haber sido destruido el Estado burgués y tras la toma del poder político a escala mundial, por la clase obrera, puede desplegarse la plena transformación de las relaciones de producción. Contrariamente a lo ocurrido en los periodos de transición en el pasado, el que va transcurre desde el capitalismo al comunismo no será el resultado de un proceso necesario, independiente de la voluntad de los hombres sino que dependerá de la acción consciente de una clase que utilizará su poder político para extirpar progresivamente de la sociedad todos los elementos que componían el capitalismo: la propiedad privada, el mercado, el salariado, la ley del valor, etc.…Sin embargo, tal política económica no podrá llevarse a cabo realmente más que cuando el proletariado haya destruido militarmente a la burguesía.
Mientras no se haya llegado a este resultado de manera definitiva las exigencias de la guerra civil mundial se pondrán por delante de la transformación de las relaciones de producción, en aquellos lugares en los que el proletariado haya establecido ya su poder y sea cual sea el desarrollo económico de la zona. Las medidas económicas adoptadas por el nuevo poder en Rusia (fueran cuales fueran los errores cometidos, cuya existencia no se trata de negar y de los que hay que sacar lecciones) no son el criterio para comprender la naturaleza de la Revolución de octubre. Lo mismo que tampoco fueron las medidas económicas de la Comuna las que le dieron su carácter proletario; carácter que ni los consejistas ni los anarcosindicalistas han puesto nunca en tela de juicio, que nosotros sepamos. A nadie se le ocurriría poner la reducción de la jornada de trabajo, la supresión del trabajo nocturno de los obreros panaderos o la “moratoria” sobre alquileres y depósitos en el Monte de Piedad como ejemplos de medidas socialistas.
Lo que dio su grandeza a la Comuna de París fue que por primera vez en la historia del proletariado, éste transformó una guerra nacional contra el extranjero en una guerra civil contra su propia burguesía. Fue el haber proclamado y realizado la destrucción del Estado capitalista y haberlo sustituido por la dictadura del proletariado. Fue la elegibilidad y revocabilidad de delegados, a todos los niveles. La equiparación de sueldos de todos los funcionarios con el salario medio de los obreros. La sustitución del ejército permanente por la permanencia armada y general de los obreros. Fue la proclama internacionalista de la Comuna Universal. Fueron esas medidas esencialmente políticas y esa orientación general lo que hizo que la Comuna de París haya sido considerada como el primer intento internacional del proletariado de realizar SU revolución. Por eso esta experiencia servirá de inestimable fuente para el estudio de la lucha revolucionaria a muchas generaciones proletarias de todos los países. Octubre de 1917, concretamente, no hace sino recoger los datos de la experiencia de la Comuna y generalizarlos. No es casualidad que Lenin escribiese su libro El Estado y la Revolución, en el cual hizo un análisis minucioso de aquella experiencia, en vísperas de Octubre.
No es pues analizando en detalle lo que la Revolución de octubre hizo o dejó de hacer en lo económico como puede entenderse su naturaleza de clase. Ésta viene dada por las características políticas de la Revolución (destrucción del Estado burgués, toma del poder por la clase obrera organizada en soviets, armamento general del proletariado…) y por el impulso que el nuevo poder da al movimiento internacional del proletariado: denuncia sin cuartel de la guerra imperialista, llamamientos a transformarla en guerra civil contra la burguesía, a la destrucción de todos los estados burgueses y a la toma del poder por los Consejos Obreros en todos los países,…
Fue por no haber entendido nunca la primacía de los problemas políticos en la fase inicial de la revolución proletaria por lo que el anarcosindicalismo acabó traicionando la lucha proletaria desviándola hacia el callejón de las “colectividades” y de la autogestión, mientras que mandaba ministros al gobierno burgués de la Republica española. La visión del anarcosindicalismo, y por tanto de los consejistas cuando les siguen los pasos, da la espalda a la revolución socialista precisamente porque la localiza no sólo dentro de los límites de un país sino incluso de los de una región o de unas fábricas aisladas, reduciendo la producción socialista, la cual por definición solo puede concebirse a nivel mundial, a una escala doméstica.
En 1921, por válida que sea en muchos puntos la crítica de la Oposición Obrera, y en particular en su denuncia de la burocratización del Estado y del sistema asfixiante dentro del Partido, su plataforma resulta sin embargo errónea en lo fundamental pues reduce el problema del desarrollo de la revolución a cuestiones económicas y de gestión directa por los obreros; dando así crédito implícitamente a la idea de la posibilidad de socialismo en el marco de un solo país, de la posibilidad de progresos socialistas en el plano económico en Rusia en medio de una tendencia general de derrotas de la revolución en el plano internacional[7].
A pesar de todos sus errores, Lenin tenía razón cuando denunciaba el carácter pequeño burgués y anarcosindicalista de la Oposición Obrera. No es casualidad si más tarde encontramos a la cabeza teórica de la Oposición Obrera a Alejandra Kollontai defendiendo “la teoría del socialismo en un solo país”, al lado de Stalin y contra la Oposición de Izquierdas.
De esta suerte, los defensores del “socialismo en una sola fábrica” se juntan a los del “socialismo en un solo país” y a los teóricos de la “inmadurez de las condiciones objetivas ‘en Rusia’”. Y a pesar de las denuncias que les hicieron hay que decir que en este crucial problema los consejistas coincidían, en muy mala compañía sin duda, con Kautsky, Stalin y los “camaradas ministros” de la CNT.
El único modo con que podría realmente el consejismo conciliar sus análisis sobre la Revolución de octubre con el internacionalismo, y algunas tendencias de la corriente consejista lo han hecho, sería afirmando que no era únicamente en Rusia donde las “condiciones objetivas” de la revolución proletaria no estaban maduras en 1917 sino a escala mundial. Al hacerlo han rechazado el análisis de los mencheviques y el de Kautsky para abrazar el de… la socialdemocracia de derechas, la cual echó mano de semejante análisis para reprimir la revolución proletaria en Alemania. No estamos diciendo que los que han acabado en tal análisis son como Noske. Se puede estar en la lucha revolucionaria, aun considerándola prematura y desesperada, como Marx demostró cuando la Comuna.
Tampoco vamos a organizar aquí un ataque en regla contra esos análisis pues nos llevaría demasiado lejos para el marco de este artículo. Vamos a plantear no obstante una serie de observaciones.
Esas concepciones llevan a rechazar la idea de que desde la Primera Guerra mundial el capitalismo está en su fase de decadencia, idea fundamental y básica en la ruptura de los revolucionarios con los partidos de la Segunda Internacional, y a poner en entredicho el cuerpo teórico sobre el que se fundó la Internacional Comunista, de la que sin embargo surgió la corriente “Comunistas de consejos”. Esos análisis llevan a negar las principales experiencias adquiridas por el movimiento obrero durante la Primera Guerra mundial y la marea revolucionaria de 1927-1923 y a fundamentar las posiciones comunistas en cimientos completamente diferentes. En particular las posiciones con las que la Izquierda comunista se opuso a la Internacional Comunista: El rechazo del parlamentarismo, incluso revolucionario, del sindicalismo, de la noción de partido de masas; la negativa a cualquier apoyo a luchas de liberación nacional o sectores “progresistas” de la clase burguesa. Y si no se aceptan el análisis de la decadencia del capitalismo no pueden más que acabar aceptando la idea de que toda la política obrera del siglo XIX y la mayor parte de los análisis de Marx y Engels era errónea. Si la Liga de los Comunistas, la Primera y la Segunda Internacional hubieran visto las cosas a la manera consejista habrían tenido una política totalmente falsa desde el punto de vista proletario puesto que apoyaban la formación de sindicatos, la lucha por el sufragio universal, ciertas luchas de liberación nacional,… Y a fin de cuentas habría que decir que, exceptuando las bases teóricas generales, Proudhon y Bakunin tenían razón frente a Marx y Engels. Y como resulta difícil desde el punto de vista marxista separar la teoría de sus implicaciones políticas entonces hay que dar un lógico y último paso rechazando el marxismo para darle la razón al anarquismo. A ver si los consejistas, que consideran la Revolución de octubre como burguesa porque las condiciones objetivas a escala mundial no estaban maduras en 1917, tienen la valentía de dar este último paso declarándose sin tapujos anarquistas. Tendrían que encarar entonces una última dificultad ¿Cómo conciliar sus análisis con una teoría, el anarquismo, que rechaza y que es incapaz de ver las bases objetivas para el socialismo y para quien “la revolución es posible en cualquier momento”?
Rechazar la idea de que el capitalismo está en su periodo de decadencia desde 1914 trae consigo otras implicaciones que vamos a resumir.
Habrá entonces que sacar conclusiones:
El movimiento obrero ha tenido que enfrentarse, a lo largo de su historia, a tres adversarios principales; al anarquismo en el siglo XIX, al reformismo socialdemócrata a principios del XX y al estalinismo entre las dos guerras mundiales. Estas tres corrientes acabaron aliándose contra él para consumar la contrarrevolución en uno de los momentos culminantes de ésta, la Guerra de España de 1936.
Hay que decir que el consejismo, que ha sido una de las reacciones más sanas contra la degeneración de la Internacional Comunista y que supo mantenerse en las posiciones de clase en los peores momentos de la contrarrevolución, realiza la difícil hazaña de recoger en esas tres corrientes las bases de su análisis y eso si no abandona, sin más, toda perspectiva revolucionaria, como les ocurrió a algunos de sus mejores militantes.
Estas son algunas de las implicaciones que resultan de negar el carácter proletario de la Revolución de octubre de 1917.
C.
[1] Revista Internacional (RInt), nº 2: “Los epígonos del consejismo”. RInt, nº 3: “La degeneración de la Revolución rusa” y “Las lecciones de Kronstadt”. RInt, nº 5: “Plataforma de la CCI”. RInt nº 6: “Contribuciones al periodo de transición”. RInt, nº 8 y 9: “La Izquierda comunista en Rusia”. RInt, nº 11: “Textos sobre el periodo de transición”.
[2] “Lenin filosofo”.Ibídem
[3] “Prefacio” a las “Obras escogidas de V. I. Lenin”. Editorial Progreso, Moscú, 1961
[4] K. Marx: “El 18 Brumario de Luís Bonaparte” (Página 33). Alianza Editorial S. A., Madrid, 2003
[5] K. Marx: “Prólogo” a la “Contribución a la crítica de la Economía política” (Página 234) en Obras fundamentales de Marx y Engels, FCE, México, 1987.
[6] Revista Internacional, nº 3: “La degeneración de la Revolución rusa”. RInt nº 8 y 9: “La Izquierda comunista en Rusia”
[7] C. C. I.: “La decadencia del capitalismo”. CCI Abril 1981
Este texto si bien no abordará todos los problemas relacionados con la teoría marxista sobre las crisis, sí que intentará establecer un marco para el debate que se está abriendo en el movimiento revolucionario internacional. Aunque no pretendemos ofrecer un punto de vista "objetivo" de este debate, puesto que defendemos una interpretación particular de los orígenes de la decadencia del capitalismo, si queremos aportar algunas pautas para que la discusión se desarrolle de manera constructiva.
Contexto del debate
La reanudación de la discusión sobre la crisis del capitalismo obedece, en términos generales, a una realidad material que estamos viviendo desde finales de los años 60: la irremediable caída del sistema capitalista, mundial, en un estado de crisis económica crónica. Los síntomas de alarma que vimos a mediados de los años 60 -y que tomaron sobre todo la forma de una dislocación del sistema monetario-, han dado paso hoy, a signos de auténtica zozobra, que afectan al corazón mismo de la producción capitalista: paro, inflación, descenso de la tasa de ganancia, desaceleración de la producción y del comercio. Ningún país del mundo -ni siquiera los que se proclaman "socialistas"- escapa a los efectos devastadores de esta crisis.
Durante los años 50 y 60 muchos elementos del reducido movimiento revolucionario, que mantenían una existencia precaria en un momento de quietud social y crecimiento económico, quedaron deslumbrados por el aparente éxito de la economía capitalista del período de posguerra. Grupos como "Socialisme ou Barbarie" o la "Internacional Situacionista", dieron por buena esa relativa prosperidad y declararon que el capitalismo había resuelto sus contradicciones económicas, por lo que las condiciones de una nueva revolución ya no residirían en los límites objetivos del sistema capitalista, sino en un rechazo "subjetivo" por parte de los explotados. Las premisas mismas del marxismo fueron puestas en duda, y a los grupos revolucionarios, que seguían insistiendo en que el capitalismo no podría evitar entrar en una nueva fase de crisis económica, se les tachó de "'reliquias' de la anticuada Izquierda Comunista que se aferran vanamente a la fosilizada ortodoxia marxista"
Sin embargo, algunos de estos grupos y elementos revolucionarios herederos de la Izquierda Comunista -"Internationalisme" en Francia (en los años 40 y 50), Paúl Mattick en EEUU, "Internacionalismo" en Venezuela (en la década de los 60)- siguieron defendiendo tenazmente sus posiciones; demostrando que el "boom" de posguerra era sólo eso: un producto del ciclo crisis-guerra-reconstrucción, característico del capitalismo en su época de decadencia; identificando, a mediados de los años 60, los primeros estornudos de la economía como lo que eran en realidad: los síntomas iniciales de un nuevo hundimiento de la economía capitalista; y entendiendo que la reaparición de las luchas obreras a partir de 1968 no tenía nada que ver con un rechazo de los "dirigidos" a "ser dirigidos", sino que se trataba de la respuesta del proletariado a la crisis económica y al deterioro de su nivel de vida. Apenas unos pocos años después de 1968 era ya imposible negar la existencia de una crisis económica de escala mundial. Las discusiones que se suscitaron entonces no se centraban ya en si existía o no la crisis económica, sino en su significado: ¿se trataba, como decían algunos, de un desequilibrio simplemente pasajero, expresión de la necesidad de "reestructurar" el aparato productivo; era acaso resultado del alza de los precios del petróleo, o de los aumentos de los costes salariales por las reivindicaciones obreras; o más bien, como defendieron los precursores directos de la "Corriente Comunista Internacional (CCI)", estábamos ante una manifestación del ocaso irreversible, histórico, del capitalismo, ante un nuevo momento de la agonía del Capital, que sólo puede conducir a la humanidad a la guerra o a la revolución mundial?
Este debate entre los elementos más avanzados del movimiento revolucionario quedó zanjado por el mismo avance inexorable de la crisis y por el reconocimiento, por la propia burguesía, de que no se trataba de un malestar pasajero sino de algo mucho más profundo y más grave. Se produjo entonces una decantación en la que grupos -caso del GLAT (Groupe de Liaison pour l'Action des Travailleurs -Grupo de Enlace para la Acción de los Trabajadores) en Francia- que se empeñaban en negar que la crisis económica actual expresara la decadencia del capitalismo, se quedaron en la estacada, flotando en las nubes del más refinado de los academicismos, tras abandonar sin más su peregrina explicación de que la causa de la crisis económica era la lucha de clases.
Hoy el debate ya no versa sobre si la crisis es un signo de la decadencia del capitalismo, sino sobre las bases económicas de la decadencia misma. En ese sentido, este debate es ya una expresión de todo el proceso de clarificación que ha tenido lugar en los últimos años. Que el debate pueda enfocarse en esos términos es el resultado de un progreso real en el movimiento revolucionario.
Importancia del debate
Comprender que el capitalismo es un sistema social en decadencia es absolutamente crucial hoy para cualquier práctica revolucionaria. La imposibilidad de reformas o de liberaciones nacionales, la integración de los sindicatos en el Estado, el significado del capitalismo de Estado, la perspectiva a la que hace frente hoy la clase obrera, etc., son cuestiones fundamentales que no pueden comprenderse sin situarlas en el contexto del periodo histórico en que vivimos. Pero si bien es cierto que ningún grupo revolucionario coherente puede actuar sin comprender el período de la decadencia del capitalismo, también es verdad que la importancia inmediata del debate sobre los fundamentos económicos de esa decadencia parece estar menos clara. Aunque más tarde examinaremos estas cuestiones, queremos detenernos antes en algunos errores que se cometen al abordarla. Estos errores se resumen, a grandes rasgos, en tres:
1.- Negar la importancia de la cuestión alegando que es "académica" o "abstracta". Ejemplo de esta actitud es la del grupo "Worker's Voice" -La Voz de los Trabajadores- de Liverpool, (unificado en 1975 con "Revolutionary Perspectives" dando lugar a la "Communist Workers Organisation" (CWO); de la que se escindió un año después. Una de las debilidades de éste grupo -aunque no la más importante, en honor a la verdad- era su desinterés e incomprensión de la decadencia del capitalismo, limitándose su posición a afirmar vagamente que el capitalismo estaba en declive, lo que le llevó a graves confusiones. Algunos elementos de Liverpool, siendo aún miembros de la CWO, empezaron a desarrollar una visión completamente idealista y moralista de la lucha de clases; otros sucumbieron a las ilusiones inmediatistas ante la incapacidad de analizar las luchas meramente locales a las que se vieron confrontados. Hay que decir que, por lo general, estas actitudes de menosprecio de la "teoría" van de la mano de concepciones activistas sobre el trabajo político.
2.- Otro error es el de exagerar la importancia del debate. Dado que este peligro está mucho más extendido en el medio de los grupos revolucionarios, nos extenderemos algo más sobre él. Un ejemplo típico lo tenemos en la CWO, que no contenta con considerar que la tendencia a la baja de la tasa de ganancia es la única explicación económica de la decadencia del capitalismo, ve además en todos los supuestos errores políticos de otros grupos la consecuencia de las "falsas" explicaciones de éstos sobre la decadencia. Así, la CWO considera que: el activismo del grupo "Pour une Intervention Communiste" (PIC) es resultado directo de su análisis "luxemburguista" de la decadencia (ver Texto para la Reunión entre la CWO y PIC en "Revolutionary Perspectives", nº 8) y que las insuficiencias políticas de la CCI (que abarcarían desde sus análisis y su actitud respecto a la izquierda, hasta sus errores sobre el período de transición), vendrían a ser el resultado del análisis "luxemburguista" de ésta sobre la crisis económica. Y puesto que la CWO considera que las posiciones políticas no emanan, fundamentalmente, de la comprensión del período de la decadencia capitalista sino de la interpretación económica que se hace de ésta, deduce que cualquier reagrupamiento con otros grupos, que tengan un análisis diferente sobre este periodo, es imposible. Por otra parte la CWO insiste sobremanera en la necesidad de escribir artículos sobre "economía", en detrimento de otras preocupaciones que son responsabilidad igualmente de los revolucionarios.
Este sesgo academicista podemos verlo también en algunos círculos de estudio y discusión que están surgiendo, sobre todo en los que han aparecido en Escandinavia. Para muchos de estos compañeros resulta imposible llevar a cabo una actividad política regular y crear una organización, sin haber entendido antes, hasta la última coma, toda la crítica de Marx a la Economía Política. Y dado que esta tarea resulta prácticamente irrealizable, sucede que se retrasa indefinidamente el compromiso y la actividad militante, para dedicarse en cambio a sesiones de estudio de "El Capital" o a debates sobre la enésima elucubración del "marxismo" académico, a las que tan aficionadas son las universidades escandinavas, alemanas,...
Estos compañeros, que ponen un énfasis exagerado en el análisis económico, en realidad no comprenden qué es el marxismo; que no es en absoluto un nuevo sistema "económico" sino la crítica de la economía política burguesa hecha desde el punto de vista de la clase obrera. Ese punto de vista es el que, en última instancia, permite alcanzar una comprensión clara de los procesos económicos del capitalismo, y no al revés. Creer que la claridad política y la defensa de la perspectiva proletaria nacen de un estudio abstracto y contemplativo de la economía, pensar que es posible disociar la crítica marxista de la economía política de la visión militante del proletariado, equivale a abandonar las premisas fundamentales del marxismo: que la existencia precede a la conciencia y que son los intereses generales de las clases sociales los que determinan su visión de la economía y de la sociedad. La concepción de los camaradas lleva a una visión caricaturesca e idealista del marxismo al que se le considera como una especie de ciencia "pura", una disciplina académica pérdida en la abstracción, alejada del mundo sórdido y vulgar de la política y la lucha de clases.
La crítica de Marx, expresión de los intereses de clase del proletariado, a la economía política burguesa demostró que las teorías económicas de la burguesía eran, en resumidas cuentas, una apología de los intereses de clase de la burguesía. El análisis, que aparece en "El Capital" y en otras obras de Marx sobre la tendencia inherente del capitalismo a su hundimiento, constituye en realidad la elaboración teórica de la conciencia práctica que surge del ser histórico del proletariado, última clase explotada de la historia y portadora de un modo de producción superior y sin clases. Sólo desde el punto de vista de esta clase se puede comprender no solo el carácter transitorio del capitalismo sino que la solución a las contradicciones de éste está en el comunismo. De ahí que la existencia del proletariado precediera a la de Marx, y que podamos decir que las teorías elaboradas por Marx, o sea el marxismo, son producto del proletariado. Las concepciones generales que se desarrollan en el "Manifiesto Comunista" -que a nuestros academicistas les parecerán posiciones y polémicas "vulgarmente políticas"- precedieron y sentaron las bases de la reflexión más avanzada que aparece en "El Capital". "El Capital" mismo -al que el propio Marx llegó a llamar «mierda de la economía»- se concibió como la primera parte de un trabajo mucho más vasto que iba a tratar todos y cada uno de los aspectos de la vida política y social en el capitalismo. Quienes piensan que hay que saberse cada punto y cada coma de "El Capital", antes de entrar en las posiciones de clase del proletariado y defenderlas activamente, están volviendo del revés el marxismo y la historia.
Para Marx no hay distinción entre el análisis "político" y el análisis "económico". La visión de que el primero sería la comprensión práctica del mundo y el punto de vista de la clase proletaria, y el segundo la visión "objetiva", "científica", la que cualquier profesor universitario o cualquier "gurú" izquierdista, lo suficientemente espabilado como para leerse los volúmenes de "El Capital", podrían aplicar, no es la visión de Marx sino la de Kautsky y de otros teóricos de la Segunda Internacional, que veían el marxismo como una especie de ciencia neutra elaborada por intelectuales burgueses y aportada, "desde fuera", a la clase obrera en el capitalismo (el proletariado).
Para Marx, la teoría comunista es una expresión del movimiento mismo del proletariado: «Así como los economistas son los representantes científicos de la clase burguesa; los socialistas y los comunistas son los teóricos de la clase proletaria» ("Miseria de la Filosofía", Ediciones Progreso. Moscú. Pág. 121).
"El Capital", como todas las obras de Marx, es el producto militante y polémico de un comunista, de un combatiente del proletariado; no puede concebirse más que como un arma del proletariado, una contribución a su toma de conciencia y a su emancipación. ¿Cómo podría ser de otra forma la obra de Marx, cuando él mismo criticó a los filósofos radicales de la burguesía porque, como todos los filósofos, se limitaban a interpretar el mundo?
Marx se volcó en el estudio de la economía política porque quería dar una base más firme, un marco más coherente, a la perspectiva política que se derivaba de la lucha de la clase y de sus experiencias. Jamás consideró este estudio como una alternativa a la actividad política; es más, Marx interrumpió en numerosas ocasiones sus investigaciones para consagrarse a la organización de la Iª Internacional. Tampoco veía en ello la única fuente de las posiciones revolucionarias, puesto que no podían reemplazar a lo que constituía su verdadera sustancia: la conciencia histórica del proletariado.
Así como la claridad política se basa primordialmente en la capacidad para asimilar el contenido de la experiencia de la clase obrera, las confusiones políticas expresan esencialmente la incapacidad de hacerlo y, más aún, la penetración de la ideología burguesa. Por ejemplo, las confusiones de Bernstein sobre la posibilidad de que el capitalismo superase sus crisis, no eran únicamente resultado de su incapacidad para comprender el funcionamiento de la ley del valor, sino que reflejaban la creciente subordinación ideológica de la socialdemocracia a los intereses del capital. Por esa misma razón, la crítica que Rosa Luxemburgo y otros hicieron de las posiciones de los reformistas no provenía de que se sintieran "mejores economistas" que ellos, sino de su capacidad para defender una perspectiva de clase contra la penetración de la ideología burguesa.
3.- El tercer error, muy ligado al anterior, consiste en creer que el debate sobre las bases económicas de la decadencia se ha resuelto o se resolverá en el futuro. Esta visión parte, una vez más, del presupuesto de que los procesos económicos del capitalismo pueden ser completamente comprendidos si se es lo bastante listo, lo suficientemente científico, o si se tiene el tiempo necesario para estudiarlos. Sin embargo, y al margen de algunas ideas fundamentales, sobre todo aquellas relacionadas con la naturaleza y la experiencia del proletariado -la realidad de la explotación, la inevitabilidad de la crisis, el significado concreto de la decadencia,...-, muchos de los problemas planteados por el marxismo no pueden quedar jamás zanjados definitivamente, precisamente porque no todos ellos se derivan de la experiencia de la clase obrera en su lucha. Esto puede aplicarse a la cuestión de cuál es el factor que determina la decadencia del capitalismo. La experiencia futura de la clase obrera no bastará para determinar si la decadencia del capitalismo comenzó como resultado de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, o de la saturación del mercado mundial; a diferencia de lo que sucede con otras cuestiones aún "no resueltas", como la de la naturaleza exacta del Estado en el período de transición, que sí habrán de resolverse en la próxima oleada revolucionaria.
Creemos haber demostrado con esto que el debate sobre las verdaderas "causas" de la decadencia no puede darse por concluido, pero es además importante recalcar que Marx jamás pudo elaborar una teoría completa sobre la crisis histórica del capitalismo. Pretender lo contrario sería a-histórico, ya que Marx no pudo captar todo el fenómeno de la decadencia del capitalismo, dado que vivió en un período en el que este sistema estaba aún por desarrollarse en todo el planeta. Lo que sí hizo Marx fue adelantar ciertas indicaciones generales, algunos conceptos fundamentales y, sobre todo, un método para abordar el problema. Los revolucionarios de hoy deben reapropiarse de ese método pero, precisamente porque el marxismo no es una doctrina anquilosada sino un análisis dinámico de una realidad cambiante, no pueden usar ese método y al mismo tiempo reivindicar el pretendido "marxismo ortodoxo" que, supuestamente, habría dicho ya la última palabra sobre todos los aspectos de la teoría revolucionaria. Esta actitud sólo conduce, en realidad, a distorsionar lo que de verdad dijo Marx. La CWO, por ejemplo, que se empeña en demostrar que la explicación de la decadencia basada en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia es la única explicación marxista, cae en el error de dejar de lado la cuestión de la sobreproducción de mercancías, o sea el problema del mercado. La CWO afirma que el interés por esta última cuestión no tiene nada que ver con Marx, y lo presenta como una variante de la teoría del subconsumo y de otras confusiones de Sismondi y Malthus. Sin embargo, tal y como veremos más adelante, el problema de la sobreproducción sí que ocupa un lugar central en la teoría de Marx sobre la crisis. Si queremos que el debate sobre la decadencia sea fructífero hemos de dejar atrás sectarismos y "ortodoxias" y tratar sobre todo de definir un cuadro general en el que pueda desarrollarse un enfoque marxista de la discusión.
Dos teorías sobre la crisis
No existen mil y una teorías sobre la crisis en la tradición marxista. El declive del capitalismo no es el resultado ni de la avidez de los capitalistas, ni del "triunfo del socialismo en una sexta parte de la Tierra", ni del agotamiento de los recursos naturales. Existen básicamente dos explicaciones de la crisis histórica del capitalismo. Ya Marx señaló dos contradicciones fundamentales que se encuentran en la raíz de las crisis de crecimiento por las que pasó el capitalismo a lo largo del siglo XIX y que, en un momento de su evolución, le llevarían a su etapa histórica de decadencia y le empujarían a una crisis mortal que pondría la revolución comunista a la orden del día. Esas dos contradicciones son: 1) la tasa de ganancia, que tiende a decrecer dada la inevitabilidad de una elevación constante de la composición orgánica del capital, y 2) el problema de la sobreproducción, enfermedad innata del capitalismo por la que produce más de lo que el mercado puede absorber. Aunque Marx elaboró un marco de análisis en el que estos dos fenómenos aparecen directamente relacionados, es bien cierto que él mismo no pudo completar su examen del sistema capitalista, por lo que en según que escritos, ponía el énfasis en uno u otro al señalar la causa fundamental de la crisis. En "El Capital" (libro III, sección 3ª) se señala efectivamente la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como la principal barrera a la acumulación, aunque aparece también (como veremos más adelante) el problema del mercado. En su polémica con Ricardo (Teorías sobre la Plusvalía: Libro IV de "El Capital") Marx considera, en cambio, la sobreproducción de mercancías como el «fenómeno básico de las crisis». Precisamente el hecho de que Marx no pudiera completar su teoría sobre esta cuestión crucial es lo que ha llevado a la controversia, en las filas del movimiento obrero, sobre las bases económicas de la decadencia capitalista. Pero, como ya hemos dicho, esto no se debe únicamente a la incapacidad personal de Marx -no poder completar su obra "El Capital"- sino a las propias limitaciones de la etapa histórica en que vivió.
En el periodo que siguió a la muerte de Marx y Engels la situación histórica se caracterizó por una relativa estabilidad económica en las metrópolis capitalistas y por la carrera desenfrenada entre las principales potencias capitalistas por anexionarse las zonas del planeta que aún restaban por conquistar. Las discusiones sobre las causas específicas de las crisis capitalistas tendieron, en ese momento, a situarse en el contexto de los encendidos debates que, en el seno de la Segunda Internacional, enfrentaron a reformistas y a revolucionarios. Los primeros negaban que el capitalismo pudiese encontrar barreras fundamentales en su expansión. Los segundos comenzaban a darse cuenta de que el imperialismo constituía un síntoma del agotamiento de la fase ascendente del capitalismo. En esos años, la teoría "ortodoxa" del marxismo sobre la crisis, tal y como la defendían Kautsky y otros, se centraba más bien sobre el problema de los mercados, pero sin sistematizarlo y sin relacionarlo con la decadencia del sistema; hasta que Rosa Luxemburgo publicó, en 1913, su obra "La acumulación del capital". Este texto constituye la exposición más coherente de la tesis según la cual la decadencia del capitalismo es, en primer lugar y ante todo, consecuencia de la incapacidad de este sistema social para ampliar continuamente el mercado. Luxemburgo desarrolló el argumento de que ya que la totalidad de la plusvalía del capital social global no puede, por su propia naturaleza, ser realizada en el seno de las relaciones sociales capitalistas, el crecimiento del capitalismo depende de sus continuas conquistas de mercados pre-capitalistas; y por tanto que el agotamiento relativo de estos mercados, lo que sucedió a finales del siglo XIX y principios del XX, es lo que precipitó al sistema capitalista a una nueva etapa de barbarie y guerras imperialistas.
La 1ª Guerra Mundial confirmó que esa nueva época era ya una realidad y que el capitalismo entraba en una nueva etapa. La posición de que se inauguraba «el período de la descomposición y el derrumbe de todo el sistema capitalista mundial» ("Carta de Invitación al Primer Congreso de la Internacional Comunista (I.C.)". Enero de 1919) constituyó un verdadero axioma para todo el movimiento revolucionario de aquella época. Sin embargo la Internacional Comunista no adoptó una posición unánime sobre las causas específicas de la descomposición capitalista; los principales teóricos de la I. C., como Lenin o Bujarin, no compartían el punto de vista de Luxemburgo y ponían más énfasis en la "tendencia decreciente de la tasa de ganancia"; Lenin, por ejemplo, estuvo particularmente influenciado por las estrafalarias tesis de Hilferding sobre la teoría de la concentración -un auténtico callejón sin salida para el pensamiento marxista. Lo cierto es que la I.C. jamás elaboró un análisis completo de la decadencia capitalista; por el contrario, sus análisis estuvieron marcados, sobre todo, por una incapacidad para comprender que la totalidad del mundo capitalista estaba ya en decadencia y, por tanto, no había lugar ya para revoluciones burguesas o liberaciones nacionales de las colonias.
Las minorías revolucionarias más coherentes de ese momento y del período de derrota que le sucedió, es decir los revolucionarios de la Izquierda Comunista de Alemania e Italia, se inclinaban más hacia la teoría de Rosa Luxemburgo. Esta tradición ha mantenido una continuidad que va desde el KAPD, Bilan, Internationalisme,..., hasta la CCI de hoy. Durante los años 30, Paúl Mattick, que pertenecía al movimiento de los Comunistas de los Consejos, retomó la crítica de Henryk Grossman a Rosa Luxemburgo y la idea de que la crisis permanente del capitalismo aparece cuando la composición orgánica del capital alcanza tal magnitud que hay cada vez menos plusvalía para relanzar la acumulación. Esta teoría, aunque revisada en algunos puntos, es la que hoy defienden grupos como la CWO, Battaglia Comunista y algunos grupos surgidos en Escandinavia, y la que también comparten algunos militantes de la CCI. Podemos ver por tanto que el debate que hoy se desarrolla tiene sus raíces históricas en un largo camino que empezó con Marx.
Marx: La cuestión de los mercados y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
El debate sobre los fundamentos económicos de la decadencia capitalista plantea, de entrada, dos interrogantes: ¿se excluyen mutuamente las dos explicaciones?, ¿conducen a conclusiones políticas diferentes? Examinemos primero un aspecto de la primera de estas preguntas. Quienes defienden hoy la teoría de Mattick afirman que la tesis de Rosa Luxemburgo no tiene nada que ver con Marx. De ser así no cabría entonces hablar de un debate entre ambas posiciones.
En los últimos años algunos de los revolucionarios, surgidos al calor de la reanudación de la lucha de clases, defienden la tesis de Mattick porque les parece, entre otras razones, que la tendencia decreciente de la tasa de ganancia se ajusta mejor a los análisis desarrollados por Marx en "El Capital". "Marx sitúa la crisis en «la esfera de la producción» y no en la de la «circulación», nos dicen al tiempo que nos reprochan: "como la misma burguesía, os interesáis por "el problema del mercado". La mayoría de los compañeros que nos hacen tales recriminaciones adoptan también el grito de guerra de los "críticos" del trabajo de Luxemburgo en 1913: "toda la teoría de Rosa Luxemburgo se basa en una incomprensión de los esquemas de la reproducción ampliada que figuran en el Libro II de El Capital. El problema que plantea Rosa sobre la realización de la plusvalía no existe como tal". En Revolutionary Perspectives, nº 6 encontramos una muestra particularmente virulenta de esto, de cómo CWO, con su acostumbrado sectarismo, acusa a Luxemburgo de haber abandonado completamente el marxismo.
No vamos a responder aquí a ese texto pero sí que nos concentraremos en explicar por qué la CCI considera que la teoría de Rosa Luxemburgo se inscribe, plenamente, en el método marxista, y también por qué la explicación de la decadencia por medio de la tesis sobre el problema de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, en realidad oscurece algunos aspectos cruciales de los análisis de Marx. Para entrar en materia tomemos, en primer lugar, una cita del mencionado artículo de R. P.: «Marx no dijo que la desproporción entre sectores no podía ser causa de la crisis (...). Lo que sí demostró es que la contradicción fundamental del modo de producción capitalista, su contradicción histórica, no se situaba en el proceso de circulación».
Esta afirmación ignora completamente lo que explicó Marx sobre las crisis. La idea de que las crisis de sobreproducción se debían a una "desproporción" entre sectores -o sea que no tenían su causa en las relaciones sociales capitalistas sino que se trataba de inadecuaciones pasajeras y contingentes entre la oferta y la demanda- era la idea que defendían precisamente Say y Ricardo, y que Marx atacó en sus "Teorías sobre la Plusvalía": «La concepción que Ricardo ha adoptado del vacuo e insustancial Say (...) de que es imposible la sobreproducción o, por lo menos, la saturación general del mercado, se basa en el principio de que los productos siempre se cambian por productos o, como ha dicho Mill, en el "equilibrio metafísico de los vendedores y los compradores" convertido más tarde (en el principio de que) la demanda sólo está determinada por la producción o, incluso, en el principio de la identidad entre la demanda y la oferta». (Karl Marx: "Teoría Económica". Barcelona 1967. Págs. 237-238). Más adelante, sobre la "explicación" de los ricardianos, incluso dice: "(explicar) la sobreproducción por un lado y la subproducción por otro sólo puede significar una cosa: si la producción fuese proporcional no habría superproducción". (Ídem. Pág. 281).
Marx denuncia estas "fantasías" e insiste en que la teoría de que la superproducción generalizada es imposible es una apología ciega de la producción capitalista. Para Marx, la sobreproducción no es simplemente una interrupción pasajera en un proceso de acumulación regular y constante y nos dice que tal armonía entre la oferta y la demanda tal vez sea teóricamente posible en una economía de simple producción de mercancías, pero no en una sociedad basada en relaciones de clase capitalistas, en la producción de plusvalía. En realidad, dice: "La sobreproducción está específicamente condicionada por la ley general de la producción del capital: se produce a la medida de las fuerzas productivas, es decir, de acuerdo con la posibilidad que tiene una determinada cantidad de capital de explotar una cantidad máxima de trabajo, sin atender a los límites efectivos del mercado ni a las necesidades solventes capaces de pagar. Y esto ocurre a través de la expansión constante de la reproducción y la acumulación y, por consiguiente, de la reconversión constante de la renta en capital; quedando limitada la masa de los productores al nivel medio de las necesidades, que es lo que tiene ser necesariamente, según las bases de la producción capitalista". (Ídem. Pág. 284).
Marx profundiza más sobre los límites intrínsecos del mercado capitalista cuando recalca: "La mera relación entre el trabajador asalariado y el capitalista implica que:
1.- la gran mayoría de los productores (los obreros) son no-consumidores (es decir, no compradores) de una parte considerable de su producto, concretamente de los instrumentos de trabajo y de las materias primas.
2.- la gran mayoría de los productores (es decir, los obreros) sólo pueden consumir el equivalente del producto cuando en realidad producen más que este equivalente (plusvalía o producto adicional). Ha de haber constantemente obreros que produzcan con exceso, por encima de sus necesidades para poder ser consumidores o compradores dentro de los límites de sus necesidades". (Ídem. Págs. 265-66).
Debido a esa limitación "interna" del mercado capitalista, el mercado "externo" debe ser ampliado constantemente si el capitalismo quiere evitar la sobreproducción , debida precisamente a esos límites "internos" del sistema capitalista; dice Marx: "Simplemente admitir que el mercado se ha de ampliar junto con la producción es admitir, desde otro ángulo, que la sobreproducción es posible; por estar el mercado limitado externamente en sentido geográfico, el mercado interior está limitado comparado con un mercado a la vez interior y exterior, y éste a su vez restringido en comparación con el mercado mundial -el cual es, a su vez, un mercado constantemente limitado, aunque sea capaz de expansionarse. Por consiguiente, admitir que el mercado se ha de ampliar si queremos que no haya sobreproducción supone admitir que la sobreproducción es posible. Puesto que el mercado y la producción son dos factores independientes, es perfectamente posible que la expansión de uno no se corresponda con la expansión de la otra, que los límites del mercado no se puedan ampliar con bastante rapidez para la producción o bien que los nuevos mercados -las nuevas ampliaciones del mercado- puedan ser rápidamente absorbidos por la producción, de modo que el mercado ampliado represente una traba para la producción como lo era el anterior mercado, más limitado.
Ricardo, consecuente consigo mismo, niega la necesidad de la expansión del mercado que se corresponde con la expansión de la producción y el crecimiento del capital". (Ídem. Pág. 274).
Marx vuelve a este punto en la sección en que trata la "tendencia decreciente de la cuota de ganancia": "La extracción de esta plusvalía constituye el proceso directo de producción, el cual, como queda dicho, no tiene más límites que los señalados más arriba. La plusvalía se produce tan pronto como la cantidad de trabajo sobrante que puede exprimirse se materializa en mercancías. Pero con esta producción de plusvalía finaliza solamente el primer acto del proceso capitalista de producción, que es un proceso de producción directo. El capital ha absorbido una cantidad mayor o menor de trabajo no retribuido. Con el desarrollo del proceso, que se traduce en una disminución de la cuota de ganancia, la masa de la plusvalía así producida se incrementa en proporciones enormes. Aquí empieza el segundo acto del proceso. La masa total de mercancías, el producto total, tanto la parte que repone el capital constante y el variable como la que representa la plusvalía, necesita venderse. Si no logra venderse o sólo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado su explotación no se realiza como tal para el capitalista. Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. No solo difieren en cuanto al tiempo y al lugar, sino también en cuanto al concepto. Unas están limitadas solamente por la capacidad productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las diferentes ramas de la producción y la capacidad de consumo de la sociedad. Pero esta capacidad no se halla determinada ni por la capacidad productiva absoluta ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo basada en las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a sólo un mínimo, susceptible de variación dentro de límites muy estrechos. Está limitada además por el impulso de acumulación; es decir, por la tendencia a acrecentar el capital y a producir plusvalía a una escala ampliada. Esta es una ley fundamental de la producción capitalista, ley que obedece a las constantes revoluciones operadas en los propios métodos de producción: la depreciación constante del capital existente, que supone la lucha general de la competencia, y la necesidad de perfeccionar la producción y ampliar su escala, simplemente como medio de conservación y so pena de perecer. El mercado tiene por tanto que extenderse constantemente, de modo que sus conexiones y las condiciones que lo regulan van adquiriendo cada vez más la forma de una ley natural, independiente de la voluntad de los productores, cada vez más incontrolable. La contradicción interna tiende a compensarse mediante la expansión en el campo externo de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la capacidad productiva más choca con los angostos fundamentos sobre los que descansan las condiciones del consumo. Partiendo de esta base contradictoria, no es en modo alguno una contradicción que el exceso de producción vaya unido al exceso de población. Si bien la combinación de ambos factores aumenta la masa de plusvalía producida, también se acentúa con ello la contradicción entre las condiciones en las que la plusvalía se produce y en las que se realiza". (Marx: "El Capital". Tomo III. Pág. 243. Fondo de Cultura Económica. México. Resaltado por nosotros).
Ahora bien, como Luxemburgo explica en "La acumulación de capital", cuando Marx habla de "la expansión del campo externo de la producción" o del "comercio exterior" se refiere a la expansión y al comercio hacia y con las áreas no capitalistas; eso se debe a su esquema de la acumulación, en el que Marx considera al conjunto del mundo capitalista como una sola nación, compuesta exclusivamente por obreros y capitalistas. Al contrario de lo que afirma la CWO, que no entiende cómo es posible realizar la plusvalía con tal comercio (ver Revolutionary Perspectives, nº 6. Págs. 15-16), Marx reconocía claramente la posibilidad: "Al contrario, dentro de su proceso de circulación, en el que el capital industrial funciona como dinero o como mercancía, el ciclo del capital industrial, ya sea como capital-dinero o como capital-mercancías, se entrecruza con la circulación de mercancías de los más diversos tipos sociales de producción, siempre y cuando sean, al mismo tiempo, sistemas de producción de mercancías. Poco importa que las mercancías sean el producto del tipo de producción basado en la esclavitud o del trabajo de unos campesinos (chinos, ryots indios, etc.), del régimen comunal (Indias orientales holandesas) o de la producción del Estado (como ocurre en ciertas épocas primitivas de la historia de Rusia, basadas en la servidumbre), de los pueblos semisalvajes dedicados a la caza o ..., etc.; cualquiera que sea su origen se enfrentan como mercancías y dinero al dinero y las mercancías que representan el capital industrial y entran tanto en el circulo de éste como en el de la plusvalía contenida en el capital-mercancías; siempre y cuando ésta se invierta como renta; entran, por tanto, en las dos ramas de circulación del capital-mercancías. El carácter del proceso de producción del que proceden es indiferente para estos efectos, funcionan como tales mercancías en el mercado y entran como mercancías tanto en el ciclo del capital industrial como en la circulación de la plusvalía adherida a él". (Ídem. Tomo II. Pág. 98).
Marx no solo acepta la posibilidad de tal comercio; también se da cuenta de su necesidad, al ver que el proceso mismo de comerciar que va acompañado de la destrucción y la absorción de los mercados precapitalistas no es otro que la manera que el capitalismo tiene de "extender constantemente su mercado" durante su fase ascendente. Veamos qué dice Marx:"En primer lugar, tan pronto como se realiza el acto D-Mp (Dinero-Mercancías), las mercancías dejan de ser mercancías para convertirse en una de las modalidades del capital industrial, en su forma funcional de P, de capital productivo (P). Con ello sus orígenes quedan borrados; sólo existen ya como formas reales del capital industrial, incorporadas a él. Queda en pie, sin embargo, la necesidad de la reproducción para poder reponerlas y, en este sentido podemos decir que el régimen capitalista de producción se halla condicionado por los tipos de producción que quedan al margen de su fase de desarrollo. No obstante, la tendencia del régimen capitalista es la de ir convirtiendo toda la producción, siempre que le sea posible, en producción mercantil; el medio principal del que se vale para ello consiste, precisamente, en incorporar las mercancías a su proceso circulatorio. Una producción mercantil desarrollada no puede ser sino una producción capitalista de mercancías. La intervención del capital industrial estimula en todas partes esa transformación que lleva aparejada la conversión de todos los productores directos en obreros asalariados". (Ídem. Pág. 99).
De hecho Marx había mostrado ya, en el Manifiesto Comunista, cómo la expansión misma del mercado capitalista, aún resolviendo sus crisis a corto plazo, lo que conseguía a largo plazo era empeorar el problema de la sobreproducción: "Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? En parte por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; en parte por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace? Preparando crisis más extensas y violentas al ir disminuyendo los medios de prevenirlas" (Marx, Engels: "El Manifiesto Comunista". Obras escogidas (3 tomos). Tomo I. Moscú 1976. Pág. 116).
Se puede ver que el problema de la realización abordado por Luxemburgo en "La acumulación del Capital" no era un "falso problema" originado por una "mala lectura" de Marx. Al contrario, la tesis de Luxemburgo está en continuidad esencial con la teoría de la crisis de Marx: o sea, que la producción capitalista tiene límites intrínsecos a su propio mercado por lo que debe expandirse continuamente a nuevos mercados si es que quiere evitar una crisis generalizada de sobreproducción. Luxemburgo demostró que el esquema de la reproducción ampliada que aparece en el tomo II de "El Capital" contradice esta visión en la medida en que se acepta la posibilidad de que la acumulación cree su propio mercado. Pero Luxemburgo también señaló que este modelo es válido como abstracción teórica que permite ilustrar ciertos aspectos del proceso de circulación. No pretendiendo usarlo como el esquema de la acumulación histórica real ni como una explicación de las crisis y seguramente tampoco para "resolver" el problema de la sobreproducción, Marx cae en ciertas contradicciones en la utilización que hace del esquema trazado y que son puestas a la luz por Luxemburgo. Pero lo fundamental es que tanto Marx como Luxemburgo sabían qué diferencias existen entre los modelos abstractos y el proceso real de la acumulación. Nada más extraño al sentimiento de Marx que los estériles intentos de Otto Bauer por probar "matemáticamente": que la acumulación puede efectuarse sin tropezar con los límites intrínsecos del mercado, y que Rosa estaba equivocada porque no había hecho correctamente sus cálculos. Respecto a la incomprensión del esquema de la reproducción ampliada de Marx hay que decir que quienes se alejan de éste son los que lo toman al pie de la letra, "liquidando" el problema de la realización, y no Rosa Luxemburgo. Si se interpreta el modelo al pie de la letra, no se puede evitar afirmar que el capitalismo puede crear indefinidamente su propio mercado, algo que Marx negaba explícitamente.
Esto pone a muchos de los críticos de Luxemburgo en una posición contradictoria. Por ejemplo, Mattick se adentra más en el problema de la realización que la CWO; en su obra "Crisis y teoría de las crisis" señala: "En el sistema capitalista no puede haber contradicción entre los diversos sectores de la producción, ni una concordancia perfecta entre la producción y el consumo" (Ediciones Península).
A fin de cuentas Mattick rechaza aquí, finalmente, esta percepción cuando arguye que el capitalismo no tiene ningún problema fundamental en la realización, debido a que la acumulación crea su propio mercado: "La producción mercantil crea su propio mercado en la medida en que es capaz de convertir plusvalía en nuevo capital. La demanda de mercado es una demanda de bienes de consumo y de bienes capitales. La acumulación sólo puede basarse en los bienes capitales, ya que el producto consumido no se puede acumular, simplemente desaparece. Lo que permite la realización de la plusvalía fuera de las relaciones de cambio capital-trabajo asalariado, es el crecimiento del capital en su forma física. Mientras exista una demanda adecuada y continua de bienes capitales no hay ninguna razón por la que las mercancías no puedan ser vendidas al ofertarse en el mercado". (Marx y Keynes).
Es evidente que aquí Mattick trata de evadirse del problema: "... en la medida en que es capaz de convertir plusvalía en nuevo capital...", "Mientras exista una demanda adecuada y continua...". ¿De dónde sale esa demanda continua? No se sabe. Mattick cae en el "carrusel incesante" de "la producción por la producción misma" a la que se refiere R. Luxemburgo en su obra "La acumulación del capital". Los críticos de Luxemburgo citan a menudo al Marx que dice que la producción capitalista es producción por la producción misma, pero esa cita hay que verla en su contexto. Marx no quería decir que la producción capitalista podría resolver sus problemas invirtiendo en un enorme montón de bienes capitales sin tener en cuenta la capacidad de la sociedad para consumir los bienes producidos. He aquí lo que decía: "... los capitalistas aumentan también sus gastos. Además, como ya hemos visto (Libro II, Sección III, págs. 376-379) se produce una circulación continua entre unos y otros capitales constantes (aún prescindiendo de la acumulación acelerada) que es, por el momento, independiente del consumo individual en el sentido de que no entra nunca en éste, aunque en definitiva lo limita puesto que la producción de capital constante no se realiza nunca en la producción misma, sino simplemente porque hay más demanda de ese consumo en las distintas ramas de producción cuyos productos entran en el área del consumo individual". ("El Capital": Tomo III. Pág. 297. F. C. E., México).
Según Mattick no existe el problema de que una fracción de la plusvalía no se realice, ya que la "inversión" que entraña la acumulación adicional de capital constante acaba absorbiendo todo lo que está en circulación. La crisis resulta sólo de una sobreacumulación de capital constante respecto al variable, o sea la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Pero como Rosa advertía en "La Acumulación del capital": "El consumo de los trabajadores es, en el régimen capitalista, una consecuencia de la acumulación; nunca su medio ni su fin... Los obreros, en todo caso, solo pueden consumir aquella parte del producto que corresponde al capital variable, y nada más. ¿Quién realiza pues la plusvalía que crece constantemente? El esquema responde: los capitalistas mismos y sólo ellos. ¿Y qué hacen con su plusvalía creciente? El esquema responde: la utilizan para ampliar más y más su producción. Estos capitalistas son, pues, fanáticos de la ampliación de la producción por la ampliación de la producción misma... Pero lo que de este modo resultará no es una acumulación del capital sino una producción creciente de medios de producción sin fin alguno..." (Rosa Luxemburgo: "La acumulación de capital". México 1967. Pág. 256).
Este "objetivo" de producir más y más bienes de producción sólo puede ser la expansión constante del mercado para todos los productos del capital. De no ser así, al sostener que la "inversión" de por sí resuelve los problemas del mercado, se adoptan las falsas soluciones criticadas por Marx en "El Capital": "Por último, si se afirma que los capitalistas sólo tienen que cambiar entre sí y consumir mercancías, se pierde de vista el carácter de la producción capitalista en su conjunto y se olvida que lo fundamental para ésta es la valorización del capital y no su consumo. En una palabra, todas las objeciones que se hacen contra los fenómenos tangibles de la sobreproducción (fenómenos que no se preocupan en lo más mínimo de tales objeciones) tienden a sostener que los límites de la producción capitalista no son límites de la producción en general, ni por tanto de esta forma específica de producción que es la capitalista". (Tomo III. Págs. 254-255. F. C. E. México).
Aquellos que sostienen que la acumulación del capital constante resuelve el problema de la acumulación están simplemente repitiendo la idea de que los capitalistas pueden simplemente intercambiar sus productos entre sí, aunque lo hacen -por así decirlo- para el "futuro" y no para el consumo inmediato. Pero, tarde o temprano, el capital constante invertido tendrá que hallar un verdadero mercado para los bienes producidos o, de lo contrario, el ciclo de la acumulación se vendrá abajo. Debido a que no hay manera de evitar este problema, afirmamos que la aseveración de Luxemburgo, de que la plusvalía en su totalidad no puede ser realizada dentro de las relaciones sociales de la sociedad capitalista, es la única conclusión válida de la idea de Marx de que la producción capitalista no crea su propio mercado. Ésta es la única alternativa a la teoría de Ricardo que sostiene que las crisis de sobreproducción son simples interrupciones accidentales de un ciclo de reproducción básicamente armónico. Los partidarios de la teoría de la "tasa de beneficio" de Mattick están con Marx cuando ponen el énfasis en la importancia de la tendencia a la baja del tipo de beneficio (tendencia decreciente de la tasa de ganancia) como factor de la crisis capitalista, pero están con Say y Ricardo cuando niegan que el problema de la realización es fundamental para el proceso de acumulación capitalista.
¿Dos teorías o una sola?
A partir de lo que hemos dicho más arriba está claro que no puede haber un análisis marxista de la crisis que ignore el problema del mercado como factor fundamental de la crisis capitalista. Incluso el argumento avanzado por Mattick y otros de que la sobreproducción de mercancías, siendo un problema real, es sólo un efecto secundario de la tendencia a la baja del tipo de beneficio, elude la verdadera cuestión que plantean Marx y Luxemburgo: el mercado de la producción capitalista se halla limitado por la relación misma entre trabajo asalariado y capital. Tanto el descenso de la tasa de beneficio como el problema del mercado existen como contradicciones primordiales del capitalismo. Al mismo tiempo, ambas contradicciones están íntimamente ligadas y se condicionan mutuamente de múltiples formas. La cuestión es ¿Cuál es el marco más adecuado para comprender cómo obran entre sí estos dos fenómenos?
Se podrá argumentar que el análisis de Mattick no puede ofrecer tal marco, en la medida en que niega que exista un problema de mercado. La teoría de Luxemburgo, en cambio, no rechaza el descenso de la tasa de beneficio. Es verdad que en "La acumulación del capital" Luxemburgo desarrolla un modelo abstracto, ciertamente, según el cual "la tendencia a la baja del tipo de beneficio se detendrá por completo". En "Una anticrítica" sostiene que: "... queda aún tiempo para que sobrevenga por este camino el hundimiento del mundo capitalista, tanto como el que queda para la extinción del sol" ("La Acumulación de capital". Pág. 393).
Se podría decir que estas citas expresan una subestimación del problema por parte de Luxemburgo, pero en su enfoque básico no hay nada que lo rechace; a decir verdad en "La acumulación del capital" nos brinda algunos ejemplos de la acción reciproca entre el descenso de la tasa de beneficio y el problema del mercado (ver más abajo).
La razón por la cual Rosa ponía énfasis en el problema del mercado como raíz de la decadencia es fácil de averiguar. Como señaló Marx, el descenso de la tasa de ganancia como factor de la crisis aparece como una tendencia general que se expresa a lo largo de amplios periodos y con una serie de influencias que se contrarrestan. Mientras que al contrario, el problema de la realización puede obstruir el proceso de la acumulación de una manera más directa e inmediata; lo cual se ha mostrado como cierto respecto a las crisis coyunturales del siglo XIX y a la crisis histórica del capitalismo. La absorción de las áreas precapitalistas que habían permitido la extensión continua del mercado fue una barrera a la que se enfrentó el capital desde mucho antes de que su composición orgánica se hinchara a tal escala como para impedir mantener una producción rentable. Pero, como se evidencia en la "Plataforma de la CCI": "... la dificultad creciente que tiene el capital para encontrar los mercados donde realizar su plusvalía, acentúa la presión a la baja que ejerce sobre la tasa de ganancia el aumento constante de la proporción entre el valor de los medios de producción y el de la fuerza de trabajo que los pone en funcionamiento. La baja de la tasa de ganancia, en un principio tendencia, se vuelve cada vez más efectiva, lo cual entorpece aún más el proceso de la acumulación del capital y, por tanto, el funcionamiento de todo el engranaje del sistema".
La saturación del mercado mundial, por un lado, empeora el descenso de la tasa de ganancia (porque el incremento de la competencia en un mercado cada vez más reducido obliga a los capitalistas a renovar los equipos antes de que todo su valor se haya desgastado) y, por otro, elimina una de sus influencias negativas más importantes: compensar la baja de la cuota de ganancia incrementando su masa; es decir, inflando el volumen de mercancías producidas. Todo esto puede compensar al descenso de la tasa de ganancia sólo mientras la expansión del mercado se mantenga en proporción a este incremento de la masa mercantil. Cuando el mercado no puede extenderse más la compensación sólo empeora las cosas, agravando tanto el descenso de la cuota de ganancia como el problema de la realización. Mucho trabajo y estudio deben hacerse aun sobre esta cuestión pero hay que tener en cuenta que, aunque es cierto que Luxemburgo no resolvió todos los problemas, el marco que elaboró permite comprender de forma más completa el papel que juega el descenso de la cuota de ganancia.
¿Es que el problema va más lejos? ¿Es que hay una contradicción básica en el pensamiento mismo de Marx (ya que no se logra "reconciliar" los dos fenómenos)? Claro que a primera vista parece que la tesis de que la crisis resulta de que hay demasiada plusvalía no realizada, no puede ser "conciliada" con la tesis de que la crisis está causada por una escasez de plusvalía. Vamos a intentar mostrar qué hay en el fondo.
Pese a que Marx nunca resolvió este problema existen elementos en su obra que nos permiten decir que ambas contradicciones son parte efectivamente de un todo dialéctico. Para empezar: "Por lo demás, el capital está formado por mercancías razón por la cual la sobreproducción de capital contiene también la sobreproducción de mercancías. De aquí el peregrino fenómeno de que los mismos economistas que niegan la sobreproducción de mercancías reconozcan la sobreproducción de capital" (El Capital. Tomo III. Pág. 254. F. C. E. México).
Una vez comprendido esto se puede ver que las dos contradicciones actúan necesariamente juntas en las crisis capitalistas; de un lado, la sobreproducción de capital causa un descenso en la cuota de ganancia debido a que implica un desajuste al alza de la relación entre el capital constante y el variable; de otro, esta enorme masa de capital constante produce una abundancia de mercancías que va excediendo cada vez más el poder de consumo del capital variable (o sea, de los asalariados), en relativa disminución. Espoleado por la competencia hacia un mercado restringido, el capital y su capacidad de vomitar mercancías crece y se hincha enormemente, mientras que las masas asalariadas se empobrecen más y más en relación al capital; cada mercancía contiene cada vez menos beneficios, cada vez pueden venderse menos mercancías,... La cuota de ganancia y la capacidad de realización se hunden juntas y una agrava las dificultades de la otra. La aparente contradicción, entre "tener demasiada" y "no tener bastante" plusvalía, desaparece cuando se ve claramente que nos estamos refiriendo al capital en conjunto y que estamos hablando en términos relativos y no absolutos. Es evidente que para el Capital -entendido como un todo- jamás hay una saturación absoluta de mercados, ni la cuota de ganancia baja a un cero absoluto que acabaría con toda la plusvalía disponible,... De hecho, como Luxemburgo demostró, a un cierto nivel de la concentración de capital el "exceso" y la "escasez" de plusvalía son la misma cosa, vista desde un punto de vista diferente: "Si la capitalización de la plusvalía es un fin en sí mismo y un motivo impulsor de la producción, la renovación del capital constante y del variable (así como la parte consumida de la plusvalía) es la amplia base y la condición previa de aquella. A medida que, con el desarrollo internacional del capitalismo, la capitalización de la mercancía se hace cada vez más apremiante y precaria, la amplia base (del capital constante y del variable) es una masa cada vez más potente, en absoluto y en relación con la plusvalía. De ahí se desprende un hecho contradictorio: los antiguos países capitalistas constituyen entre sí mercados capitalistas cada vez más grandes, y son cada vez más indispensables los unos para los otros, mientras que al mismo tiempo combaten cada vez más celosamente, como competidores, en sus relaciones con países no capitalistas. Las condiciones de la capitalización de la plusvalía se hallan cada vez más en contradicción entre ellas, lo cual no es, después de todo, más que un reflejo de la contradictoria ley de la cuota decreciente de beneficio". (R. Luxemburgo: "La acumulación del capital". Pág. 282).
En otras palabras, es una masa de plusvalía cada vez más reducida la destinada a la capitalización, pero aún así sigue siendo "excesiva" respecto a la demanda efectiva. Y esta plusvalía cada vez más "reducida" (aunque superior al valor que simplemente sustituye al capital inicialmente desembolsado) resulta de una composición orgánica de capital cada vez más alta.
En consecuencia, parece claro que las dos contradicciones trazadas por Marx no se excluyen mutuamente sino que son dos aspectos del proceso total de la producción de valor. Esto es lo que, en última instancia, hace posible que las "dos" teorías de la crisis se vuelvan una sola.
Consecuencias políticas
Hemos tratado de probar que, a fin de cuentas, la "cuota de ganancia" y los problemas del "mercado" son teóricamente "reconciliables", aunque el enfoque de Grossman-Mattick lo ignore o no tenga en cuenta el problema de la realización de la plusvalía. Los puntos débiles, en la teoría de Mattick a nivel "económico", implican también ciertas insuficiencias en las conclusiones políticas que de estos se derivan. Aunque debemos limitarnos aquí a una breve mención de estos puntos débiles, y pese a que repetimos que no se pueden derivar posiciones políticas mecánicamente de los análisis económicos, esto no significa que simplemente no existan consecuencias políticas. Éstas toman más la forma de tendencias que de leyes férreas y aparecen más pronunciadas en unos que en otros. Sin embargo, hay ciertas características comunes que parecen ser compartidas por las diferentes corrientes que defienden la teoría económica de Mattick.
Si se parte únicamente del análisis de la cuota decreciente de ganancia, es muy difícil definir el curso histórico de la crisis capitalista. Esto se aplica tanto a la definición retrospectiva del comienzo del período decadente, como al análisis de las perspectivas de la crisis hoy en día. Podríamos decir que ello se debe a que la teoría de Mattick deja sin respuesta, o sin respuesta adecuada, cierta cantidad de cuestiones básicas. Por ejemplo, si la cuota decreciente de ganancia es el único problema que afronta el capital ¿por qué razón la división del mundo entre las potencias imperialistas y la creación de la economía capitalista mundial han precipitado al capitalismo en una crisis histórica? ¿En qué momento alcanzó la composición orgánica del capital -tomada globalmente- un nivel en que las contratendencias de la cuota decreciente de ganancia ya no podían contrarrestarla? ¿En qué momento futuro, la cuota de ganancia será tan baja que impida al capital seguir acumulando sin recurrir a otra guerra? ¿Por qué la guerra ha llegado a ser el modo de supervivencia del capital en esta era? Si podemos decir que ninguna de estas preguntas puede ser contestada sin considerar la cuestión del mercado, Mattick al hacerlo, sólo da respuestas vagas a estas preguntas. No hay una consistencia real dentro de su comprensión de la época actual. En los años 30 sus escritos demostraban que sí comprendía que la crisis permanente del capitalismo era una realidad inmediata, que sólo podía compensarse gracias a una guerra mundial. Pese a ello, en sus escritos de posguerra parece que ponga en entredicho que el capitalismo había entrado realmente en una nueva época en tiempos de la Revolución Rusa. Unas veces, insinúa que la crisis histórica comenzó en torno a 1929; otras, que la cuota decreciente de ganancia sólo le creará problemas graves al capital allá por el año 2000. O sea que ¡quizás el capitalismo ni siquiera está en decadencia! Para ser breves, en Mattick no hay una comprensión consistente de la decadencia como un período de "crisis-guerra-reconstrucción", inaugurado definitivamente por la Primera Guerra Mundial. Tampoco hay una comprensión de la presente crisis como manifestación directa del ciclo histórico y no una simple convulsión pasajera en un período de crecimiento. Esta falta de claridad sobre lo que es la decadencia le lleva a subestimar la gravedad de la presente crisis y refuerza su tendencia hacia un academicismo en los años 40. Ya que, según él la "verdadera" crisis está muy lejana, la perspectiva de que surjan grandes luchas de clase no es para mañana. No hay por tanto hoy en día razón para comprometerse en la actividad política militante.
CWO que, pese a depender de la teoría económica de Mattick, comprende mucho mejor la decadencia, la presente crisis y las conclusiones políticas que se derivan, ha tratado de demostrar cómo puede ser explicado el período abierto por la Primera Guerra Mundial refiriéndolo a la cuota decreciente de ganancia (ver especialmente, "Las bases económicas de la decadencia capitalista": Revolutionary Perspectives, nº 2). Es un esfuerzo serio que requiere una crítica más detallada de la que se pueda intentar aquí. Tal crítica tendría que concentrarse en ciertas cuestiones cruciales, tales como: ¿Es coherente la aplicación de la teoría económica de Mattick en relación con el marco de la decadencia que emplea? ¿Hasta qué punto puede ser analizada la decadencia basándose en la cuota decreciente de ganancia, pero sin considerar el problema de los mercados? ¿Hasta qué punto sería coherente la apreciación de la decadencia que tiene CWO si no hubiese sido influenciada por otras tendencias, especialmente la CCI, que consideran el problema de los mercados como fundamental en la interpretación de la decadencia? En otras palabras, ¿Hasta qué punto el análisis de la decadencia de CWO mantiene una continuidad consistente con la teoría de Mattick? ¿De qué manera se amolda ese análisis a una teoría más unitaria de la decadencia? Lo que ya hemos dicho más arriba sobre la imposibilidad de ignorar el problema de la realización indica cual sería nuestra respuesta a estas preguntas.
Tal vez sea más importante señalar que las escuelas de la "cuota decreciente de ganancia", aunque no sigan a Mattick hasta el retiro académico, comparten la tendencia de considerar la "verdadera" crisis como algo para un futuro muy lejano. Ya que algunos de estos camaradas tienen también una concepción algo mecánica de la relación entre los niveles de la crisis y los de la lucha de clases, generalmente terminan diciendo que las perspectivas de la lucha de la clase proletaria y del reagrupamiento de los revolucionarios está aún lejos. Así, Battaglia Comunista considera que la presente crisis apareció en 1971 y, para ellos el resurgimiento de una organización internacional de revolucionarios sólo ocurrirá en algún día del futuro. CWO por su parte considera que tanto los preparativos del capital para la guerra imperialista como los de los obreros para la guerra civil son algo "del mañana", cuando la crisis alcance otro nivel. El reagrupamiento de los revolucionarios queda pospuesto por razones parecidas. Muchos de los camaradas escandinavos más cercanos a Mattick y, en cierto grado, todavía deslumbrados por la "prosperidad" escandinava, siguen considerando que las tareas de los revolucionarios consisten en estudiar y cavilar fuera de cualquier actividad militante. No creemos que estas actitudes "expectantes" sean accidentales. Están ligadas a las insuficiencias de la teoría de Mattick. A esta teoría le es difícil demostrar que la decadencia es en efecto una crisis permanente, resultante de la desaparición de las condiciones que permitieron una expansión capitalista saludable en el siglo XIX. La teoría de Luxemburgo al demostrar la naturaleza enferma de toda la acumulación en esta época, facilita la demostración de los límites del período de reconstrucción y la comprensión de que la crisis, la economía de guerra y la lucha de clases son todas realidades del presente. Es más, podríamos decir que la reacción de la clase obrera actual va retrasada con respecto al desarrollo de la crisis y de las preparaciones de la burguesía para la guerra. Esto no significa que la crisis haya tocado fondo, o que la guerra o la revolución estén a la orden del día en este instante, y que por ello deberíamos lanzarnos a un activismo desenfrenado (como es el caso del PIC -Pour une Intervention Communiste- de Francia, cuyo activismo natural es reforzado por una errónea aplicación de la teoría de la crisis de Luxemburgo). El capital todavía posee mecanismos capaces de retrasar la crisis. Toda una serie de procesos económicos y sociales seguirá su curso antes de que la crisis desemboque en la guerra o la revolución. Sin embargo, es importante ver que estos procesos ya están ocurriendo y que las tareas de los revolucionarios hoy en día son muy urgentes y no pueden ser dejadas para "mañana". Como escribía Bilan, "¿Puede el mañana ser otra cosa que el desarrollo de lo que está ocurriendo hoy?" ("Bilan", nº 36).
Como señalaba Lukacs en su ensayo "El marxismo de Rosa Luxemburgo", la validez de la teoría de la acumulación de Luxemburgo como contribución al punto de vista global del proletariado, está en que se basa en la "categoría de la totalidad", categoría que pertenece a una percepción específicamente proletaria. El problema de la acumulación investigado por Rosa corresponde como tal sólo al nivel del capital total o global. Los economistas vulgares que como punto de partida tomaban el marco del capital individual, eran incapaces de de ver incluso que hubiese problemas. Esta "vulgaridad" en cierta medida es aplicable a Mattick, ya que él exhibe una fuerte tendencia a considerar a cada capital nacional aisladamente. Esta perspectiva deformada lleva a algunos errores:
- Ambigüedades sobre la posibilidad de la liberación nacional, ya que las naciones pequeñas, según Mattick, pueden escapar al mercado mundial bajo una autarquía o bajo la protección del bloque "capitalista de estado".
- Paralelo a esto, Mattick ha afirmado que Rusia, China, etc., no son países reglamentados por la ley del valor y que no son realmente imperialistas debido a que no tienen ninguna tendencia intrínseca a abrirse al mercado mundial. Mattick ha acabado por llamar a esas sociedades..."socialismo de estado".
Estos errores se derivan de la incapacidad para considerar a esas naciones como parte integrante del mercado mundial capitalista. Sobre esta cuestión CWO, entre otros, también ha ido más allá de Mattick al afirmar la imposibilidad de la liberación nacional y que Rusia y China son países capitalistas reglamentados por la ley del valor. Aún así, su análisis contiene puntos débiles que hay que relacionar con su teoría económica. Al serle difícil examinar fenómenos particulares desde un punto de vista global, demuestran una cierta incapacidad para considerar el capitalismo de estado y la economía de guerra como realidades básicamente determinadas por la necesidad del capital nacional de competir en el mercado mundial. Para CWO, las medidas tomadas por el capitalismo de Estado responden sobre todo a la caída tendencial de la cuota de ganancia en ciertas industrias, cuya alta composición orgánica requiere la intervención del estado para mantenerlas a flote. Pero esta es sólo una explicación parcial, ya que el Estado procede así precisamente para aumentar la capacidad de competencia de todo el capital nacional. Similar es la idea de CWO de que Rusia, China, etc., pueden ser considerados capitalismos de Estado "integrales" cuyo desarrollo prueba que la "...acumulación de capital es posible en un sistema cerrado" (Revolutionary Perspectives, nº 1. Pág. 13). Este "hecho" pretende refutar el análisis económico de Luxemburgo, mientras que el concepto "capitalismo de Estado integral" permite colar la idea de que estas economías son en cierto modo "diferentes" y requieren ser tratadas de manera particular. La aseveración explícita e implícita de que el desarrollo autárquico es posible, podría tener varias consecuencias políticas. Por ejemplo, sobre la liberación nacional, CWO saca las conclusiones políticas correctas, pero habría que preguntarse si estas conclusiones son consistentes respecto a su análisis económico. ¿Es una consecuencia lógica más de su teoría económica la idea de Mattick de que las naciones subdesarrolladas podrían crecer gracias a su propio mercado interno?
Nosotros no insinuamos que CWO tenga confusiones fundamentales sobre la cuestión nacional; ni que su explicación sobre la imposibilidad de luchas por la liberación nacional carece de coherencia. Pero cualquier contradicción hoy abre la puerta a verdaderos errores mañana. Y podríamos decir que ya hay debilidades notables en el enfoque de CWO sobre la liberación nacional: le resulta difícil aceptar que, hoy, todos los capitales nacionales tienen los mismos voraces apetitos imperialistas, incluso el más pequeño de ellos; exhiben también un pronunciado pesimismo sobre la perspectiva de la lucha del proletariado en el tercer mundo. Sobre el primer punto arguyen que sólo Rusia y EE.UU. pueden actuar "realmente" como imperialistas hoy día, y que los otros capitales nacionales son sólo potencialmente, o en tendencia, imperialistas. Esto oculta la realidad de las rivalidades locales ínterimperialistas, que juegan un papel dentro de los enfrentamientos globales entre los bloques; realidad que se ve confirmada notablemente por los conflictos crecientes en el "cuerno" de África y en el Sudeste Asiático. En lo que concierne a la lucha de clases en los países del tercer mundo, CWO declara periódicamente cosas como: "...sólo podemos esperar desarrollos positivos... cuando los obreros en los países avanzados hayan emprendido la vía revolucionaria y dado una dirección clara" (R.P., nº 6). Semejante punto de vista reduce la importancia de las luchas actuales de los obreros del tercer mundo en el desarrollo internacional de la conciencia de clase, y establece una separación rígida entre hoy y mañana, entre los capitales más avanzados y los menos, lo cual no hace sino oscurecer la comprensión. Estos análisis inadecuados del imperialismo y la lucha de la clase se basan los dos en un análisis económico que afirma que sólo las naciones con alta composición orgánica de capital son imperialismos genuinos, y que sólo el proletariado de tales países tiene importancia. En estos dos casos, se nota una tendencia a fraccionar no sólo el capital mundial sino al proletariado mundial.
Esta tendencia de los teóricos del "descenso de la cuota de ganancia" a no considerar el problema más que desde el punto de vista del capital individual y no del global puede tener consecuencias en las discusiones sobre el período de transición. En efecto, si la acumulación del capital puede llevarse a cabo en un sólo país ¿por qué no considerar también las economías "comunistas" autárquicas? De cualquier modo, CWO cree que los bastiones proletarios podrían, temporalmente por lo menos, empezar a construir un modo de producción comunista una vez que se han salido del mercado mundial. Esta concepción equivocada puede ser criticada de manera coherente sólo desde una perspectiva que abarque el capital y el mercado mundial en su totalidad. De nuevo afirmamos que el planteamiento de Luxemburgo nos da las herramientas teóricas para comprender por qué tales bastiones aislados no podrían escapar a los efectos del mercado mundial de ninguna de las maneras.
Una vez dicho esto, debemos señalar dos importantes aspectos:
- que estas posiciones erróneas están ligadas sobre todo a una teoría unilateral de la "cuota decreciente de ganancia" del estilo de Mattick o CWO;
- que aún con todo, estas no provienen directa e inexorablemente de una marco económico erróneo.
Cuando examinamos los errores de un grupo revolucionario, es importante examinar la totalidad de su historia y de sus posiciones políticas. Muchos de los errores mencionados arriba tienen sus raíces en experiencias e incomprensiones fundamentales. El academicismo de Mattick, por ejemplo, está basado en una experiencia global de la contrarrevolución que le llevó a un profundo pesimismo sobre las perspectivas de la lucha de clases y a una seria subestimación de la necesidad de la organización de revolucionarios. Los errores de CWO sobre el reagrupamiento y el período actual son también, en gran parte, el resultado de la dificultad que tiene para apreciar la cuestión de la organización, mientras que sus errores sobre el período de transición se deben en su mayoría a su incapacidad para sacar las lecciones de la Revolución Rusa. Igualmente, en un contexto "luxemburguista", el activismo de PIC es más bien el resultado de una confusión profunda acerca del papel de los revolucionarios que el de su análisis económico. Podríamos decir que los errores a nivel de teoría económica tienden a reforzar los errores derivados de la totalidad de la política de un grupo. Cualquier incoherencia en los análisis hechos por un grupo puede abrir las puertas a confusiones más generales; pero no hablamos de fatalismos irrevocables, aquellos compañeros que apoyan "el descenso de la cuota de ganancia" no tienen necesariamente que caer en las confusiones acerca de la organización que tienen Mattick, CWO o Battaglia Comunista, ni en sus incomprensiones sobre la Revolución Rusa. Al mismo tiempo, confusiones sobre la organización y algunas otras, como el sectarismo de CWO, pueden en la práctica acentuar las debilidades de su análisis económico. No es difícil notar por ejemplo que el esfuerzo cada vez mayor de CWO por negar el problema de la sobreproducción está ligado a la necesidad que sienten de distinguirse de ciertos grupos que defienden una concepción diferente de la decadencia. Los compañeros que toman como punto de partida el análisis de la "tendencia decreciente de la cuota de ganancia" pueden y deben ser capaces de desarrollar un punto de vista más global, que no niegue el problema del mercado. Naturalmente, creemos que esto les llevará a hacerse "luxemburguistas" pero sólo un debate abierto y constructivo podrá realmente clarificar esta cuestión.
Esto nos permite llegar a una conclusión general sobre la importancia de este debate. El debate es de considerable importancia, porque así como las debilidades de un análisis económico pueden preparar el ánimo o reforzar errores políticos más generales, un análisis coherente de las bases económicas de la decadencia reforzará tanto nuestra comprensión de la decadencia como las conclusiones políticas que saquemos. La cuestión, por lo tanto, debe ser discutida como parte de la totalidad de las posiciones comunistas.
El debate puede situarse dentro de una perspectiva correcta si se comprende su importancia como aspecto de una coherencia más general. Dado que un análisis de las bases económicas de la decadencia es parte de un punto de vista proletario más global, un punto de vista que requiere un compromiso activo de "cambiar el mundo", la discusión no tiene que impedir nunca la actividad revolucionaria organizada. Y debido a que las conclusiones políticas defendidas por los revolucionarios no surgen mecánicamente de un análisis económico particular, la discusión no puede servir nunca de obstáculo al reagrupamiento de los revolucionarios. Como la CCI siempre ha sostenido, el debate puede y debe verificarse dentro de una misma organización revolucionaria. En el pasado, la defensa de teorías económicas diferentes no ha impedido que los revolucionarios se unifiquen, y no vemos por qué hoy o en el futuro tendría que ser diferente. A decir verdad lo más probable es que ésta sea una de las cuestiones que seguiremos discutiendo, por algún tiempo, después de que el proletariado haya borrado al capitalismo de la faz de la tierra...
C. D. Ward
En la primera parte de este artículo nos propusimos demostrar que la naturaleza proletaria de la Revolución de octubre de 1917 no provenía de las características particulares de Rusia en aquella época, sino que estuvo determinada por las características generales de la evolución del capitalismo mundial. La guerra de 1914 indica que el capitalismo había entrado en su fase de decadencia histórica. A partir de ese momento en que las condiciones objetivas de la revolución proletaria existen a escala mundial, la revolución en Rusia no podía ser sino el primer eslabón de la revolución internacional. Rechazábamos por tanto las teorías de la corriente "consejista" que consideran a la Revolución rusa como "burguesa" y afirmábamos que, con sus análisis, lo que hacen es retomar:
Demostrábamos finalmente que los análisis de los consejistas le dan la espalda al marxismo aunque, como proponen en tales análisis, lo hagan en su nombre; y también que las aberraciones del "consejismo" son fundamentalmente la manifestación del peso terrible que el conjunto de las corrientes proletarias soportaron durante el periodo de la más profunda contrarrevolución que haya conocido jamás el movimiento obrero. Sería falso, no obstante, decir que el consejismo fue la única corriente que se perdió en el pantano de tales dificultades. Es un hecho conocido que las diferentes corrientes de la izquierda comunista tuvieron tremendas dificultades, sumergidos como estaban en medio de una total desbandada teórica, para comprender las causas y la génesis de tal degeneración, al verse confrontadas con el monstruoso Estado que se desarrolló en Rusia como consecuencia de la degeneración de la Revolución, y al tener que denunciar la naturaleza contrarrevolucionaria de ese Estado (al contrario de los estalinistas y de los trotskistas). Hay que decir que no sólo el trotskismo y su "bonapartismo", con el que explican el fenómeno estalinista y justifican su "defensa de la URSS", también distintas corrientes de la Izquierda comunista tuvieron muchas dificultades para enfrentar este problema. La izquierda italiana por ejemplo, quien con su revista BILAN aportó elementos muy importantes de respuesta, quedó presa, durante mucho tiempo, de una concepción en la que consideraba a la URSS como un "estado obrero degenerado". Además, la Izquierda comunista, iba a engendrar otra deformación. Se trata de la teoría bordiguista de la "revolución doble", en cierto modo, una vuelta a los absurdos consejistas.
-"Esta es la explicación marxista de la "degeneración de la URSS": La Revolución de Octubre, que permitió la toma del poder por el proletariado comunista, tenía que destruir las trabas feudales al desarrollo capitalista de las fuerzas productivas. Dictadura del proletariado en política--capitalismo en economía, tal es la fórmula de la Rusia de la NEP. Con la ayuda de la revolución mundial el Partido bolchevique hubiera podido dominar la economía mercantil e introducir luego el socialismo. Aislado a la cabeza de una formidable máquina capitalista, abandonado, fue viciado por los mecanismos mercantiles que hicieron de él un mecanismo de la acumulación capitalista." (Programme Communiste, nº 57. Pág. 39).
Se ve enseguida lo que distingue la concepción "bordiguista" de la concepción "consejista". Para la segunda, en la concepción bolchevique de la revolución, los aspectos económicos y los políticos están íntimamente relacionados: instauración del capitalismo y toma del poder por un partido considerado burgués. Para la primera, al contrario, si bien a nivel político reconoce el carácter proletario de Octubre, en el del aspecto económico llega al mismo punto que el consejismo para decir que era una revolución burguesa. Podríamos encontrar muchas citas que muestran la convergencia de los análisis de los bordiguistas con los del consejismo, aunque los critiquen fieramente. Un ejemplo: -"Si se puede hablar de giro decisivo en Abril de 1917 hay que comprender bien que éste no concierne en absoluto al proceso por el cual un país del capitalismo avanza o desemboca en la revolución comunista, indica solamente, en un país de feudalismo en plena descomposición, el momento decisivo de una revolución burguesa y popular." (Programe Communiste, nº 39. Pág. 21).
¡Parece que estuviésemos leyendo a Pannekoek!
En realidad, la concepción bordiguista de la "revolución doble" se revela fundamentalmente ambigua y conduce a sus defensores a contradecirse de un artículo a otro, incluso de una frase a otra. Por ejemplo, en Las tesis de Abril de 1917, programa de la revolución proletaria en Rusia, artículo del que procede la cita anterior, se puede leer, como comentario de la segunda tesis, que "Lenin no adjunta aquí ningún adjetivo a la palabra revolución, pero podemos hacerlo sin titubeos... de lo que se trata es de una revolución antifeudal y no socialista." (Pág. 24).
En otro artículo titulado: "El marxismo y Rusia" (Programme Communiste, nº 68, Pág. 20) podemos leer: "Para nosotros Octubre fue socialista".
¡Pónganse de acuerdo!
Sin duda, la concepción bordiguista podría resumirse en una fórmula: "La revolución de Octubre era una revolución proletaria no proletaria, una revolución socialista no socialista". ¡Opaca limpidez!
Pero que Bordiga y sus epígonos se contradigan y tengan un lenguaje incoherente no es algo que moleste a estos últimos. Están acostumbrados. En cambio lo que sí debería estremecerles son las afirmaciones que están en formal contradicción con lo que Lenin (quien, según la fe bordiguista sólo cometió dos errores en su vida -de importancia secundaria puesto que eran errores tácticos) pudo decir acerca de la Revolución de octubre. Para los bordiguistas: "En Abril de 1917 se trata únicamente de recuperar las fuerzas sociales de la revolución antizarista, no para hacer más de lo fijado en 1905, sino para compensar que se había hecho menos, que se estaba atrasado respecto al programa de la revolución capitalista bajo la dictadura democrática del proletariado y los campesinos." (Programme Communiste, nº 39. Pág.25).
Para Lenin en cambio: "Toda esta revolución (1917) sólo se puede concebir como eslabón de la cadena de revoluciones proletarias socialistas provocadas por la guerra imperialista." (Prefacio de "El Estado y la revolución": Lenin. Obras completas. Tomo XXVII. Akal Editor).
Para Lenin, por consiguiente, se trataba de "hacer más" en 1917 que en 1905, cuando le daba a la revolución objetivos más modestos: "Esta victoria (la victoria decisiva contra el zarismo) no convertirá en absoluto nuestra revolución burguesa en una revolución socialista; la revolución democrática no se saldrá propiamente del marco de las relaciones económico- sociales burguesas; pero no por ello dejará de tener esta victoria un alcance inmenso para el desarrollo futuro de Rusia y del mundo entero." (Lenin: "Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática". Julio 1905. Tomo IX. O. C. Akal).
Se pueden encontrar todavía muchos ejemplos más donde la prosa bordiguista defiende lo opuesto de las verdaderas concepciones de Lenin. Nos contentaremos con citar uno más: "Así pues, el partido del proletariado no debe rechazar el soviet, esta forma histórica que surgió de la Revolución Rusa...Ellos (los soviets) expresan lo que Lenin había definido como dictadura democrática...la forma propia de la revolución antifeudal rusa no será una asamblea parlamentaria como en la Revolución Francesa, sino un órgano diferente, fundado sobre la única clase de los trabajadores de las ciudades y del campo." (Programme Communiste, nº 39. Pág. 28).
Para Lenin en cambio: "Había que encontrar la forma práctica que permitiera al proletariado ejercer su dominación. Esta forma es el régimen de los Soviets conjugado con la dictadura del proletariado. La dictadura del Proletariado era hasta hace poco puro latín para las masas pero hoy, por la difusión que ha alcanzado el sistema de los soviets en el mundo entero, esa formulación fue traducida a todas las lenguas modernas. Las masas obreras encontraron ya la vía práctica para dar forma a su dictadura." (Lenin: "Discurso de apertura del Primer Congreso de la Internacional Comunista". 2 de marzo de 1919).
"...La forma de la dictadura del proletariado que ya ha sido forjada de hecho, es decir, el poder de los Soviets en Rusia, el sistema de los Consejos obreros en Alemania...y otras instituciones soviéticas en otros países,..." ("Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado". I Congreso de la Internacional Comunista).
No es por refugiarnos tras la autoridad de Lenin por lo que hemos impuesto al lector estas citas, sino para mostrar que aunque Lenin cometió cierta cantidad de errores, aunque tenía sobre Octubre de 1917 una concepción más bien ambigua, las tonterías que recitan los bordiguistas, en nombre de la fidelidad a las posiciones de Lenin no tienen en realidad nada que ver con ellas.
No repetiremos aquí lo que ya dijimos en el artículo precedente para mostrar que en Rusia, como en cualquier parte del mundo, la revolución burguesa ya no estaba al orden del día, puesto que las condiciones materiales de la revolución comunista estaban presentes a escala mundial. Lo que afirmamos contra los consejistas y contra los mencheviques se aplica igualmente a las concepciones bordiguistas. Pero consideramos que sí es necesario responder a ciertas ideas que contiene la noción de "revolución doble".
En primer lugar, la idea de que el proletariado puede hacer una revolución burguesa, en lugar de la burguesía, es falsa. Aunque Marx haya podido defender una concepción así en 1848 -concepción que Lenin volvió a sacar a la luz en 1905- la historia no conoce ejemplos de una clase que haya sustituido a otra para llevar a cabo la misión histórica de ésta. Una revolución es el acto por el cual la clase portadora de las nuevas relaciones de producción, exigidas por el necesario desarrollo de las fuerzas productivas, se hace con el poder político. La historia ha mostrado muchas veces que la clase revolucionaria no llega al poder político, por regla general, sino mucho después de que hayan aparecido la necesidad y las condiciones materiales de la revolución. Este es un fenómeno clásico del retraso de la superestructura de la sociedad con respecto a su infraestructura, fenómeno que el marxismo ha puesto sobradamente en evidencia. Es un fenómeno que permite comprender la existencia, en la historia de las sociedades, de periodos de decadencia durante los cuales las viejas relaciones de producción se convierten en trabas al desarrollo de las fuerzas productivas, mientras que la clase portadora de las nuevas relaciones de producción no ha adquirido todavía la potencia suficiente –particularmente política– para suprimirlas. Por consiguiente, si una clase es suficientemente fuerte como para apoderarse del poder político es porque las tareas económicas y sociales que se le presentan por delante son las de desarrollar las relaciones de producción que lleva consigo históricamente y no las de sustituir a la clase histórica precedente para llevar a cabo tareas que ya no están al orden del día.
El proletariado participó, al igual que los campesinos y los artesanos, en las revoluciones burguesas pero como fuerza secundaria, nunca como protagonista. Hasta pudo llegar a ser un elemento muy activo de radicalización de estas revoluciones, dando su apoyo a los sectores más enérgicos de la clase burguesa. Pero cuando aparecieron sus propias posiciones de clase se opusieron inmediatamente a las de todas las fracciones de la burguesía incluso las más radicales. Es el caso de los "levellers -niveladores-" contra Cromwell durante la revolución inglesa (siglo XVII); el de Babeuf contra los "montagnards" durante la revolución francesa (1789-1799) o el del proletariado parisino contra el gobierno provisional en junio de 1848.
El otro punto al que hay que contestar, sobre la noción de "revolución doble", concierne a la comprensión del tipo de medidas económicas que puede acometer el proletariado en los inicios de su revolución. Tienen razón los bordiguistas cuando critican la idea trotskista según la cual la "asistencia a los desempleados" o la "eliminación de los propietarios privados de la gran industria" son medidas "socialistas". Para ellos no se trata más que de medidas de "welfare state -estado del bienestar-", las primeras, y de medidas de "nacionalización del capital", las segundas; ya que "el socialismo económico comienza con la destrucción del capital" (Programme Communiste, nº 57. Pág. 25). En este sentido los bordiguistas han comprendido bien la naturaleza todavía capitalista de las medidas económicas adoptadas por el poder proletario en Rusia y no tratan de atribuirles las virtudes "socialistas" alabadas por los estalinistas y los trotskistas.
El error de los bordiguistas se encuentra y podemos verlo, resumido, en este pasaje: "En los países avanzados la dictadura del proletariado podrá tratar de instaurar inmediatamente un plan de producción en cantidades físicas. En los otros, en espera de la extensión de la revolución, administrará el capitalismo concentrando siempre el máximo de fuerzas productivas en manos del Estado y adoptando al mismo tiempo medidas de protección de la clase asalariada, medidas imposibles en las mismas circunstancias para un partido burgués. En todos los casos la toma del poder por el proletariado no es sino la primera ola de la revolución mundial, que debe vencer o ser vencida; con lo que, o bien desencadena otras revoluciones y se extiende con la guerra revolucionaria o bien perece en la guerra civil o degenera en poder burgués en el caso en que deba administrar un capitalismo joven." (Programme Communiste, nº 57. Pág. 36).
¡Vaya! ¡Resulta que es únicamente "En el caso de que deba administrar un capitalismo joven"!
¡Vamos! ¡Como si el capitalismo, global y mundialmente senil, pudiera ser todavía joven en alguna parte del mundo!
¡Un capitalismo en el que la revolución "degenera en poder burgués"!.
De todo esto puede deducirse sin mayores esfuerzos que si la Revolución degeneró en Rusia fue porque se había quedado aislada en un país poco industrializado (lo que Programme Communiste llama erróneamente "capitalismo joven"); y que, en cambio, si la revolución se hubiera quedado aislada en un país fuertemente industrializado no habría degenerado - si se sigue ese razonamiento. Con lo que, las relaciones de producción que se habrían establecido habrían dejado de ser capitalistas. Total, el socialismo sería posible en un solo país... a condición de que fuese un país de "capitalismo viejo". En fin, al igual que las de los consejistas, si las concepciones bordiguistas se llevan a sus últimas consecuencias desembocan en la tesis estalinista. Deben escoger: o bien es "en todos los casos" o bien es sólo "en ciertos casos", en los que la "toma del poder por el proletariado no es más que la primera ola de la revolución mundial".
Decididamente, la noción de "revolución doble" parece provenir, en los bordiguistas, de una "concepción doble" es decir internacionalista en las frases pares, nacionalista en las frases impares.
La realidad es que cualquiera que sea el grado de desarrollo del país en donde el proletariado toma el poder no puede esperar adoptar medidas realmente "socialistas". Puede, eso si, imponer una serie de disposiciones -expropiación de los capitalistas privados, igualdad de retribuciones, asistencia a los más desfavorecidos, libre disposición de ciertos bienes de consumo- que se orientan hacia medidas socialistas pero que en sí mismas son perfectamente recuperables por el capitalismo. Mientras la revolución quede aislada en un país o en un grupo limitado de países la política económica que puede adoptarse se ve determinada en gran parte por las relaciones económicas que esos países tienen que mantener con el resto del mundo capitalista. Y tales relaciones no pueden ser sino de tipo comercial, es decir, que la zona en donde el proletariado ha tomado el poder tiene que intercambiar, en el mercado mundial, una parte de su producción para poder adquirir en este mismo mercado todos lo bienes que no produce y que le son sin embargo indispensables. Por eso, el conjunto de la economía existente en esa zona sigue sufriendo fuertemente la necesidad de producir al precio más bajo posible mercancías que puedan venderse a pesar de la competencia de las mercancías de países en donde el proletariado no ha tomado aún el poder. Esto quiere decir que dicha economía tendrá todavía que imponer restricciones al consumo de las masas trabajadoras, no sólo para permitir un desarrollo futuro de las fuerzas productivas -base indispensable para el comunismo- sino, más prosaicamente, para extraer un excedente intercambiable en el mercado mundial y preservar su competitividad. Claro está, el poder proletario tendrá que adoptar un máximo de disposiciones para protegerse contra los efectos corruptores que tal tipo de práctica, típicamente capitalista, acarreará obligatoriamente en esa zona y en sus instituciones[1]. Pero está igualmente claro que la persistencia de estas prácticas, si se mantiene el aislamiento de la revolución, terminarán destruyendo el poder del proletariado mismo. Y lo que es válido en un nivel estrictamente económico lo es igualmente a nivel militar. Aislada, la revolución tendrá que plantar cara a las tentativas del capitalismo para destruirla lo que significa que en la zona en donde el proletariado ha tomado el poder se mantienen intactas toda una serie de características de la sociedad capitalista: producción de armas a expensas del consumo obrero y de las potencialidades de desarrollo de las condiciones materiales del comunismo, existencia de un ejército que auque sea "rojo" no deja de ser una institución de igual naturaleza que bajo el capitalismo, es decir, una máquina destinada a perpetuar de manera organizada y sistemática muerte y coerción. Aquí también se puede comprender fácilmente que este tipo de necesidades persisten como graves amenazas sobre el poder proletario. Y esto es tan válido para un país avanzado como para un país atrasado. De hecho, un país fuertemente industrializado se encuentra aun más dependiente del mercado capitalista mundial que los otros y no es absurdo pensar que, aislada en un país como Alemania, la revolución habría sido vencida o habría degenerado aun más rápidamente que en Rusia. Así pues, no es sólo el atraso de un país lo que explica las medidas económicas de naturaleza capitalista adoptadas en los primeros años de poder de los Soviets, y si examinamos las medidas que hubieran sido tomadas en Alemania en el caso de una victoria proletaria veremos que son muy similares:
"1.- Confiscación de todas las fortunas e ingresos dinásticos en beneficio de la colectividad.
2.- Anulación de todas las deudas del Estado y de todas las otras deudas públicas, así como de todos los empréstitos de guerra a excepción de las suscripciones inferiores a cierto nivel, el cual será establecido por el Consejo central de los Consejos de obreros y soldados.
3.- Expropiación de la propiedad de bienes raíces de todas las empresas agrarias grandes y medianas. Formación de cooperativas agrícolas socialistas con una dirección unificada y centralizada para todo el país. Las pequeñas empresas campesinas se quedarán entre las manos de los que las explotan, hasta que estos se unan voluntariamente a las cooperativas socialistas.
4.- Nacionalización de todos los bancos, minas,..., y de todas las grandes empresas comerciales e industriales a favor de la República de los Consejos.
5.- Expropiación de todas las fortunas a partir de determinado nivel, que será determinado por el Consejo central de los Consejos de obreros y soldados.
6.- La república de los Consejos se hará cargo de todos los transportes públicos.
7.- Elección en cada fábrica de un Consejo que deberá gestionar los asuntos internos de acuerdo con los Consejos de obreros; es decir, deberá establecer las condiciones de trabajo, controlar la producción y finalmente sustituir a la dirección de la empresa." (Programa de la Liga Espartaquista (Spartacus Bund) y del PCA).
El gran error de los bordiguistas es considerar que el mundo está dividido en "áreas geo-económicas" diferentes. Áreas en donde el capitalismo ha llegado a la madurez e incluso ha entrado en su fase de senilidad y áreas en donde es todavía "joven, juvenil". Incapaces de comprender que es por ser un sistema mundial (el primer caso en la historia) por lo que el capitalismo tuvo su fase ascendente y desde 1914 está en una fase decadente; son igualmente incapaces de comprender que desde esta fecha, la tarea del proletariado es la misma en todas las regiones del mundo: destruir el capitalismo e instaurar las nuevas relaciones de producción. Para ellos existen todavía países en los que está al orden del día la revolución proletaria "pura" y países en donde están al orden del día "revoluciones dobles".
Tal visión tiene sus consecuencias:
En lo que concierne a la segunda implicación de la concepción bordiguista, hemos visto estos últimos tiempos a qué tipo de aberraciones conduce. Desde la apología de las masacres hechas por los "Jemeres Rojos" en la población de Camboya, consideradas como manifestaciones de "radicalismo jacobino"; a la participación en las corales estalinistas y trotskistas de Mandel para saludar al "Che" Guevara, símbolo vivo de la "revolución democrática antiimperialista", "cobardemente asesinado por... el imperialismo yanqui y sus lacayos latino-americanos." (Programme Communiste nº 75. Pág. 71). Y hasta toda clase de tomas de posición, más o menos críticas, a favor de tal o cual participante en conflictos imperialistas actuales (Vietnam, Angola, Mozambique, etc.).
Respecto a la primera decir que proviene de la idea absurda, influenciada por la visión burguesa, según la cual el proletariado de cada país, una vez que ha tomado el poder, debe "arreglar sus propios asuntos en su casa". En realidad es el conjunto del proletariado mundial quien se enfrenta al conjunto de los problemas económicos que se plantean en las diferentes regiones del mundo, problemas determinados por la doble tarea que tiene que llevar a cabo simultáneamente el proletariado: aumentar las fuerzas productivas y, más particularmente en las zonas atrasadas, y transformar progresivamente las relaciones de producción hacia el comunismo. Una vez ha tomado el poder a escala mundial el proletariado no tiene pues, en ninguna parte del mundo, ninguna tarea capitalista que llevar a cabo. Es dentro del marco de la transformación socialista de la sociedad donde el proletariado desarrollará las fuerzas productivas que el modo de producción capitalista ha sido históricamente incapaz de desarrollar. Es dentro de ese marco donde debe, con la generalización de las técnicas productivas más desarrolladas y con la integración a la producción asociada de los sector no socializados de la pequeña producción agrícola y artesana, que constituyen todavía en el día de hoy la inmensa mayoría de la población mundial, eliminar los vestigios de las sociedades precapitalistas que el capitalismo no pudo eliminar. Y esta tarea se debe llevar a cabo no sólo en los países atrasados sino igualmente en una cantidad importante de países avanzados tales como Japón, Francia, Italia o España en donde existen todavía decenas de millares de pequeños propietarios o trabajadores integrados dentro de estructuras agrarias cercanas al feudalismo. ¿Por qué no nos hablan los bordiguistas de "revolución doble" igualmente para esos países? Si, por un lado, su concepción le atribuye al proletariado de los países avanzados, mientras se quede aislado, tareas de lo más ambiciosas; por otro, le atribuye al proletariado mundial, un vez que ha tomado el poder en todas partes, tareas insuficientes con respecto a las necesidades históricas. Por ejemplo, la de desarrollar en ciertos países un capitalismo que en ninguna parte cumple ya ninguna función de desarrollo.
Vimos pues en la primera parte de este artículo cómo, después de haber saludado a Octubre 17, los consejistas se unieron a los coros socialdemócratas y anarquistas en la denuncia de esta Revolución. Acabamos de ver que los bordiguistas son, al contrario, sus defensores intransigentes. Desgraciadamente, a pesar de su comprensión, que desde luego los consejistas no tienen, del carácter primordialmente político y no económico de la revolución y que expresan en frases muy claras: "La revolución de Octubre no se debe considerar en primer lugar, por encima del aspecto de las transformaciones inmediatas,..., de las formas de producción ni de la estructura económica, sino como una fase de la lucha política internacional del proletariado" (Programme Communiste nº 68. Pág. 20), los bordiguistas se revelan incapaces de rechazar las afirmaciones mencheviques, a las que los consejistas otorgan una posición de honor. Al contrario, atados por una fidelidad religiosa a los análisis de Lenin (sobre la cuestión nacional concretamente -cuyo carácter erróneo ha sido demostrado por más de medio siglo de experiencias-), se impiden a sí mismos la comprensión de las aportaciones fundamentales de este revolucionario, de los bolcheviques y de la experiencia de la Revolución de octubre al programa proletario. Además de las calumnias de la burguesía, de las tentativas de ésta por recuperarla para sí y de la denuncia absurda que le hacen los consejistas, Octubre proletario tiene todavía que aguantar el elogio torpe que le hacen sus afanosos defensores bordiguistas.
Una defensa del carácter proletario de la revolución de Octubre no sería completa si no diese la misma carta de naturaleza al partido bolchevique, uno de sus principales protagonistas. Como la misma revolución, la naturaleza proletaria de este partido no provocó ninguna duda en el conjunto de las corrientes revolucionarias de la época de los acontecimientos. Fue solo ulteriormente cuando se desarrolló, independientemente de Kautsky y de la socialdemocracia, la idea de un partido bolchevique no proletario. Las "Tesis sobre el bolchevismo" que ya hemos evocado son definitivas sobre este tema: "El bolchevismo en sus principios, en su táctica y en su organización es un movimiento y un método de la revolución burguesa en un país de preponderancia campesina." (Tesis 66). Aunque se contradicen al respecto en otras partes: "El movimiento de la socialdemocracia rusa, dirigida por revolucionarios profesionales, representaba esencialmente un partido de la pequeña burguesía" (Tesis16).
Burgués, pequeño burgués o "capitalista de Estado", versiones distintas del análisis consejista, coinciden en un punto: negar todo carácter proletario al partido bolchevique. Antes de ir más lejos y examinar las razones sobre las que se funda ese análisis, es necesario recordar ciertos puntos elementales de la historia, de los orígenes y de las posiciones del bolchevismo y en particular de las luchas que mantuvo y contra quién.
El bolchevismo surge como una corriente marxista, parte integrante de la socialdemocracia rusa, que como tal y en su seno combate sucesivamente:
Estos puntos nos permiten ya tener una visión más exacta del partido bolchevique que la que nos dan los consejistas. De hecho la fracción bolchevique se encuentra, en prácticamente todas las circunstancias, al lado de la clase obrera. Es el caso de 1905, en la revolución que sacude toda la sociedad en Rusia; donde los bolcheviques participan activamente en la lucha por la destrucción del régimen zarista, en los soviets y junto a ellos, en la insurrección contra los mencheviques que proclaman que no hay que coger las armas.
El análisis de los bolcheviques sobre 1905 (revolución burguesa) era falso, pero su posición es exactamente la copia de la posición de Marx en 1848 sobre el desarrollo de la revolución burguesa en Alemania. Ponen en primer plano el papel activo y autónomo del proletariado en aquella revolución en vez de incitarlo a seguir ciegamente a la burguesía. Y es este punto el que constituye la frontera de clase y no la comprensión del hecho de que en lo sucesivo las revoluciones burguesas habrían dejado de ser posibles. El análisis de los bolcheviques va con retraso respecto a la realidad, en la medida en que se sitúa en un viraje entre dos épocas. Pero nadie comprende en 1905 que se está en vísperas de una crisis histórica del capitalismo, en vísperas de la entrada del capitalismo en su época de decadencia. Hubo que esperar a 1910-1911 para que Rosa Luxemburgo comenzara a plantear el problema de un cambio de perspectiva histórica.
La actividad y la toma de posición de los bolcheviques no conciernen solamente a los problemas planteados en Rusia. Con el conjunto de la Socialdemocracia rusa forman parte integrante de la Segunda Internacional, dentro de la cual y formando parte del ala izquierda toman posición sobre todos los grandes problemas que están en debate. Se pronuncian contra el reformismo, contra el revisionismo, contra el colonialismo y se sitúan de manera particular en vanguardia de la lucha por el internacionalismo.
En 1907, en el Congreso de Stuttgart, Lenin firma con Rosa Luxemburgo enmiendas (adoptadas) que refuerzan una resolución, un poco tímida, sobre la guerra y que servirá de base a la posición de los internacionalistas en 1914: "Sin embargo (los socialistas) en caso de que estallara la guerra, tienen el deber de intervenir para hacerla cesar inmediatamente, de utilizar con todas sus fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra para agitar a las capas populares más amplias y precipitar la caída de la dominación capitalista." .
En 1912, en el Congreso extraordinario de Basilea, donde se plantea el problema de la posibilidad y de la amenaza de la guerra imperialista, es toda el ala izquierda quien va a dar a luz a una resolución llamando a los obreros a levantarse contra la defensa nacional, por el internacionalismo proletario.
En 1914 los bolcheviques son los primeros en reaccionar, después del hundimiento de la Internacional, frente a la Guerra. Son los primeros que sacan la consigna apropiada que traduce en la práctica las resoluciones de Stuttgart y de Basilea: "transformación de la guerra imperialista en guerra civil".Son los primeros que comprenden la necesidad no sólo de romper con la Socialdemocracia patriotera sino igualmente con los centristas tipo Kautsky, los primeros que ponen en primer plano la necesidad de construir una nueva internacional sin el oportunismo que corrompió la Segunda Internacional y cuya tarea inmediata será la preparación de la revolución socialista.
En 1915, en la Conferencia de Zimmerwald (5-8 setiembre), los bolcheviques, con Lenin, están a la cabeza de la izquierda cuya moción escrita por Radek y enmendada por Lenin estipula que "La lucha por la paz sin acción revolucionaria es una frase hueca y mentirosa; el único camino de la liberación de los horrores de la guerra pasa por la lucha revolucionaria, por el socialismo.".
Esta moción fue rechazada sin examen y, finalmente, la izquierda (ocho delegados de treinta y ocho) se alía al manifiesto escrito por Trotski (animador del "centro" al cual pertenecen todavía las dos delegaciones espartaquistas) aunque manifestando siempre expresas reservas con respecto a él y tildándolo de "manifiesto inconsecuente y timorato" (Artículo del "Socialdemokrat" del 11 de octubre de 1915 titulado "El primer paso"). Para poder defender su propia posición la izquierda constituye, al lado de la "Comisión Socialista Internacional", un "Buró Permanente de la Izquierda Zimmerwaldiana" animado allí también por los bolcheviques.
En 1916, en la Conferencia de Kienthal (24 de abril) los bolcheviques están de nuevo a la cabeza de la izquierda cuya posición se ha reforzado (12 delegados de los 43) en particular gracias a la unión de los espartaquistas, lo que viene a confirmar la validez de la posición que adoptó la izquierda en Zimmerwald.
En 1917 toda la preparación de la Revolución de Octubre está ligada por Lenin a la lucha contra la guerra imperialista y por el internacionalismo: "Es imposible desprenderse de la guerra imperialista, imposible obtener una paz democrática no impuesta por la violencia si el poder del capital no es destruido, si el poder no pasa a manos de otra clase, el proletariado...Las obligaciones internacionales de la clase obrera de Rusia, hoy día sobre todo, se inscriben en el primer plano...Sólo existe uno, un único internacionalismo verdadero, consiste en trabajar con abnegación para el desarrollo del movimiento revolucionario y de la lucha revolucionaria en su propio país, en apoyar (con propaganda, simpatía, ayuda material) esa misma lucha y esa misma línea y ella sola en todos los países sin excepción." (Lenin: "Las tareas del proletariado en nuestra revolución"; 10 abril 1917). "El gran honor de comenzar le incumbió al proletariado ruso. Pero no debe olvidar que su movimiento y su revolución son parte del movimiento proletario revolucionario mundial que crece y se hace cada día más potente, por ejemplo en Alemania. Sólo bajo ese ángulo podemos determinar nuestras tareas." (Lenin: "Discurso de apertura de la Conferencia de abril de 1917).
En marzo de 1919 se funda en Moscú la Internacional Comunista. Su tarea fundamental se resume en el nombre que se da: "Partido Mundial de la Revolución Socialista". Es el fruto de los esfuerzos de los bolcheviques desde Zimmerwald. Es el partido bolchevique (ahora "comunista") quien convoca el Congreso y son dos bolcheviques, Lenin y Trotski, quienes redactan los documentos principales: "Las tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado" y el "Manifiesto". En fin, no es sólo porque la revolución tuvo lugar en Rusia por lo que dos de los miembros, Lenin y Zinoviev, que formaron parte del "Buró permanente de la Izquierda zimmerwaldiana", fueron integrados en el Comité Ejecutivo de la Internacional. Este hecho es simplemente la traducción de la constancia que manifestaron los bolcheviques en defender su internacionalismo irreprochable antes de que el reflujo de la revolución los arrastrara al terreno enemigo. Así actuó el bolchevismo dentro de las convulsiones que estremecieron al capitalismo a principios del siglo.
¡Y que existan revolucionarios que piensan todavía que se trata de una corriente burguesa!
Examinemos sus argumentos:
1. El "sustitucionismo" de los bolcheviques
"El principio básico de la política bolchevique (conquista y ejercicio del poder por la organización) es jacobino." ("Tesis sobre el bolchevismo", la nº 21). "Como dirigentes de una dictadura de tipo jacobino, los bolcheviques combatieron en todas las etapas y sin descanso contra la idea de la autodeterminación de la clase obrera y reclamaron la subordinación del proletariado a la organización burocrática." ("T sobre el B", la nº 42)....
Antes de ir más lejos y para rectificar ciertas leyendas es necesario darle la palabra a Lenin: "No somos utopistas. Sabemos que el primer peón o la primera cocinera que se presenten no van a ser capaces del día a la mañana de participar en la gestión del Estado. Sobre ese punto estamos de acuerdo con los Kadetes, con Bretskovskaya y con Tsereteli. Pero lo que nos distingue de esos ciudadanos es que exigimos la ruptura inmediata con el prejuicio según el cual los únicos capaces de administrar el Estado, de hacer el trabajo corriente, cotidiano de dirección, son los funcionarios ricos o que vienen de familias ricas. Exigimos que el aprendizaje en materia de gestión del Estado sea hecho por los obreros conscientes y por los soldados y que se comience sin tardar...a hacer partícipes en ese aprendizaje a todos los trabajadores, a todos los ciudadanos pobres...Es evidente que los errores son inevitables al dar sus primeros pasos este nuevo aparato...¿Puede existir otro camino para enseñarle al pueblo a dirigirse a sí mismo, para evitarle los errores, si no la vía de la práctica, la ejecución inmediata de la verdadera administración del pueblo por sí mismo? ... Lo esencial es inspirar a los oprimidos y a los trabajadores confianza en su propia fuerza, mostrarles en la práctica que pueden y deben emprender ellos mismos la repartición equitativa, estrictamente regulada, organizada del pan, de todos los productos alimenticios, de la leche, de la ropa, de los alojamientos, etc., a favor de las clases pobres...Si en todas partes se da concienzudamente, atrevidamente la administración a los proletarios y semiproletarios, esto provocará en las masas un gran entusiasmo revolucionario sin par en la historia. Esto aumentará las fuerzas del pueblo en proporciones tales en la lucha contra las plagas sociales, que muchas de las cosas que parecen imposibles para nuestras pocas fuerzas, envejecidas, burocráticas, se volverán realizables para las fuerzas de una masa de varios millones, que se pondrá a trabajar para sí misma y no para el capitalista, para el señorito, no para el burócrata, no a golpe de batuta." (Lenin: "¿Los bolcheviques, conservarán el poder?". 1 octubre 1917). He aquí como se expresaba el "jacobino" Lenin. Pero nos dirán: "Eso era antes de la Revolución de Octubre. Ese lenguaje era perfectamente demagógico y no tenía otro fin que el de ganarse la confianza de las masas para poder tomar mejor el poder en su lugar. Después todo cambió".
Veamos pues lo que decía Lenin-Robespierre después de Octubre: "La venal prensa burguesa puede pregonar cada error cometido por nuestra revolución. Nuestros errores no nos asustan. Los hombres no se han vuelto santos por el hecho de que la revolución ha empezado. Las clases laboriosas oprimidas, embrutecidas, mantenidas por fuerza en el torno de la miseria, de la ignorancia, de la barbarie desde hace siglos no pueden hacer la revolución sin cometer errores ...Por cien errores cometidos por nosotros y que la burguesía y sus lacayos van a pregonar por todas partes (incluso nuestros mencheviques y nuestros socialistas revolucionarios) se cuentan diez mil actos grandes y heroicos, más grandes y heroicos cuanto más simples, discretos, escondidos en la existencia cotidiana de un barrio obrero o de un pueblo perdido, cuanto que son hechos por hombres que no están acostumbrados, no tienen la posibilidad de gritarle a todo el mundo cada uno de sus éxitos. Pero aun si fuera lo contrario...aun si por cien actos justos se contaran diez mil errores nuestra revolución no sería por ello menos grande e invencible, porque por primera vez, no es una minoría, no son únicamente los ricos, únicamente las capas instruidas, es la masa verdadera, la inmensa mayoría de los trabajadores los que edifican ellos mismos una vida nueva y resuelven, fundándose en su propia experiencia, los problemas tan difíciles de la organización socialista. Cada error en ese trabajo, trabajo que ejecutan de la manera mas concienzuda y más sincera decenas de millones de simples obreros y campesinos para transformar toda su existencia, cada una de esas flaquezas vale millares y millones de éxitos "infalibles" de la minoría explotadora...porque no es sino pagando el precio de esos errores como los obreros y los campesinos aprenderán a construir una vida nueva, aprenderán a vivir sin los capitalistas. Sólo así se abrirán un camino -a través de mil obstáculos- hacia el triunfo de l socialismo." (Lenin: "Carta a los obreros norteamericanos". 20 agosto 1918. Tomo XXIX. O. C. Akal).
Esto es para moderar la imagen que se da a menudo de un Lenin asusta niños, sardónico, únicamente preocupado por su poder dictatorial y por combatir "sin descanso la idea de autodeterminación de la clase obrera". Podríamos citar decenas de otros textos, de 1917, 18 y 19, expresando las mismas ideas. A pesar de esto. Es cierto que Lenin y los bolcheviques tenían la idea errónea, proveniente de un esquema burgués, según la cual la toma del poder político por el proletariado consistía en la toma del poder por su partido. Y esta misma idea era la que compartía el conjunto de las corrientes de la Segunda Internacional incluida su izquierda. Es justamente la experiencia de la revolución en Rusia y la de su degeneración lo que permitió comprender que el esquema de la revolución proletaria era en este terreno fundamentalmente diferente del de la revolución burguesa. Hasta el final de su vida, en enero de 1919, Rosa Luxemburgo por ejemplo, cuyas divergencias con los bolcheviques sobre los problemas de organización son célebres, conservó esa misma falsa visión: "Si Spartacus toma el poder será bajo la forma de la voluntad clara, indudable de la gran mayoría de las masas proletarias." (Congreso de fundación del PCA. 1 enero 1919).
¿Hay que concluir que Rosa Luxemburgo era una "jacobina burguesa"? ¿De qué revolución burguesa habrían sido protagonistas ella y los espartaquistas en la Alemania industrial de 1919? ¿Defendía quizás R. Luxemburgo esa posición porque también dirigía un partido (SDKP) que tenía actividades en las provincias polaca y lituana en la Rusia zarista y en las cuales "sólo una revolución burguesa estaba a la orden del día"? Por ridículo que sea este argumento no tiene nada que envidiarle al que convierte a Lenin, que pasó la mayor parte de su vida militante en Alemania, Suecia, Francia e Inglaterra (es decir, en los países más avanzados de aquella época), en puro producto "del suelo ruso" y "de la revolución burguesa" que, supuestamente, estaba en gestación en Rusia.
2. La cuestión agraria
"Los bolcheviques expresaron perfectamente en su práctica y en sus consignas (paz y tierra), los intereses de los campesinos en lucha por la salvaguardia de la pequeña propiedad privada (intereses capitalistas). Lejos de apoyar los intereses del proletariado socialista contra la propiedad feudal y capitalista de la tierra se hicieron, en lo relativo a la cuestión agraria, los defensores descarados de los intereses de los pequeños capitalistas." ("Tesis sobre el bolchevismo", la nº 46).
Aquí también es necesario restablecer la verdad más elemental. Si sobre esta cuestión los bolcheviques cometieron errores es necesario criticar su posición verdadera como lo hizo R. Luxemburgo en el panfleto sobre "la Revolución Rusa" y no una posición inventada según las necesidades de la demostración. He aquí lo que figura en el "Decreto sobre la tierra", presentado por Lenin y adoptado en el Segundo Congreso de los Soviets el mismo día de la insurrección de Octubre: "Queda abolido para siempre el derecho de propiedad privada sobre la tierra. La tierra no podrá ser vendida ni comprada, alquilada o hipotecada ni alienada bajo ninguna otra forma. Todas las tierras, las del estado, patrimoniales, de la corona, de los conventos, de la iglesia, de los latifundios, propiedades privadas, de las comunas y campesinos, etc., son expropiadas sin indemnización. Pasan a ser propiedad de todo el pueblo y son concedidas en usufructo a quien las trabajan...Los terrenos que contienen explotaciones altamente desarrolladas. Jardines, plantaciones, viveros, provisiones, pastos, etc., no serán repartidos sino convertidos en explotaciones modelo, según su extensión e importancia, serán dados en disfrute exclusivo al Estado o a las comunas."
Se puede ver que esto es muy diferente a una salvaguardia de la pequeña propiedad privada (intereses capitalista)." Al contrario, esta propiedad queda "abolida para siempre".
Estas disposiciones del Decreto son la copia textual del "Mandato imperativo campesino sobre la tierra" redactado en agosto del 1917 a partir de 242 mandatos campesinos locales. En su informe Lenin explica: "se elevan voces para decir que el Decreto mismo y el Mandato fuero establecidos por los socialistas revolucionarios. Sea. Qué importa quien los estableció. Pero nosotros, como gobierno democrático, no podemos eludir las decisiones tomadas por las capas populares, aun cuando no estuviéramos de acuerdo con ellas. Al aplicar el decreto en la práctica, al aplicarlo localmente los campesinos comprenderán ellos mismos donde está la verdad. La vida es el mejor educador y mostrará quien tiene razón, los campesinos por un lado y nosotros por el otro trabajaremos para resolver este problema." (Obras de Lenin. Tomo XXVI).
La posición de los bolcheviques es clara. Si hicieron concesiones a los campesinos es porque no podían imponerles a la fuerza su propio programa al cual, sin embargo, no renuncian. Además, en el mismo momento en que se adoptaba el Decreto, los campesinos ya habían comenzado a repartirse las tierras en muchos lugares. Con respecto a la consigna "La tierra para los campesinos" obedecía no a una "defensa descarada de los intereses del pequeño capitalista", sino en la preocupación de desenmascarar en la realidad de los hechos a todos los partidos burgueses y conciliadores, mencheviques y socialistas revolucionarios, que no hacían sino engañar a los campesinos con promesas sobre la reforma agraria, reformas que no tenían ni la intención ni la posibilidad de realizar. Sobre ese punto estos artículos no hacían más que confirmar lo que Lenin y toda la izquierda marxista no paraba de repetir desde años atrás. Que la burguesía en los países subdesarrollados había dejado de ser capaz de cumplir cualquier tarea histórica "progresiva" y particularmente la de acabar con las estructuras y leyes feudales para imponer la propiedad campesina sobre las tierras como lo habían hecho los burgueses de los países avanzados al principio del capitalismo. En donde Lenin si que cometía un error era en creer que el proletariado podría encargarse de realizar esas medidas que la burguesía no había llevado a cabo. Si la burguesía ha dejado de ser capaz de llevarlas a cabo es porque históricamente han dejado de ser realizables, han dejado de tener un carácter de necesidad, no corresponden ya a las fuerzas productivas y por consiguiente se oponen a las nuevas tareas que se le imponen a la sociedad. Con razón R. Luxemburgo subraya que el reparto de las tierras "acumula, ante la transformación de la agricultura en una dirección socialista, dificultades invencibles". (R. Luxemburg: "La revolución rusa"). Y le opone la "nacionalización de la propiedad privada grande y mediana, (la) reunión de la industria y de la agricultura". Pero en vez de denunciar a los bolcheviques como "defensores de los intereses del pequeño capitalista", escribe con razón: "Que el gobierno de los soviets no haya establecido esas considerables reformas ¿Quién se lo puede reprochar? Sería una broma de mal gusto exigir o esperar de Lenin y demás compañeros que durante el corto tiempo de su dominación, en el vertiginoso torbellino de luchas interiores y exteriores, presionados por todas partes por enemigos y resistencias innumerables, que hayan podido resolver, o simplemente atacar uno de los problemas más difíciles, el de la transformación socialista. Nos romperemos más de un diente contra esa dura piedra cuando hayamos tomado el poder en occidente y en condiciones más favorables antes de habernos quitado de encima sólo las mayores de las miles dificultades complejas de esa gigantesca labor." (R. L.: "La revolución rusa").
3. La cuestión nacional
"El llamamiento al proletariado internacional no era más que uno de los aspectos de una política más amplia que trataba de ganarse el apoyo internacional a favor de la Revolución rusa. El otro aspecto era la política y la propaganda por la autodeterminación nacional, en donde los horizontes de clase quedaban aun más sacrificados que en el concepto de revolución del pueblo." ("Tesis sobre el bolchevismo", la nº 50).
Es difícil creer que fue con la vista puesta en colar una "táctica" de defensa de la revolución que tuvo lugar en 1917, que además nadie había previsto en ese país y en esas circunstancias[1], por lo que la Socialdemocracia rusa (y no sólo los bolcheviques), desde su fundación en 1898, y la Socialdemocracia internacional habían adoptado la consigna "derecho a la autodeterminación nacional". ¿Hay que creer entonces que Görter y Pannekoek, que criticaban las posiciones de Lenin sobre esta cuestión, tenían en mente la defensa futura de la "revolución burguesa holandesa" cuando, haciendo una excepción en sus análisis, preconizaban la "autodeterminación de las Indias Holandesas"?
Con respecto al "sacrificio de los horizontes de clase" veamos lo que decía Lenin sobre el tema en plena polémica con Rosa Luxemburgo: "La Socialdemocracia, como partido del proletariado, se da como tarea positiva y principal la de cooperar por la libre disposición no de los pueblos y naciones sino del proletariado de cada nacionalidad. Debemos tender siempre e incondicionalmente hacia la unión más estrecha posible del proletariado de todas las nacionalidades y, sólo en casos particulares y excepcionales podemos exponer y apoyar activamente reivindicaciones tendentes a la creación de un nuevo Estado de clase o al reemplazo de la unidad política total del Estado por la unión federal más débil." (Iskra, nº 44).
Una vez establecido esto -y hay que subrayar que la mayoría de las veces los que denuncian como burgués al bolchevismo lo conocen todavía menos que los que se reclaman de él al pie de la letra- es necesario afirmar que la consigna "derecho a la autodeterminación" nacional debe ser rechazada categóricamente por su contenido teórico erróneo y sobre todo después de que la experiencia haya demostrado en qué se convirtió y para qué sirvió en la práctica. La CCI ha consagrado suficientes textos a esta labor (en particular el panfleto "¿Nación o Clase?"[2]. Sí que vamos a insistir sobre el significado real que tenía esa consigna para los bolcheviques, sobre la diferencia fundamental que existe entre el error y la traición. Lenin, y con él la mayoría de los bolcheviques, partiendo de los intereses de la revolución socialista mundial, cree poder utilizar esa posición política (el "derecho a la autodeterminación nacional") contra el capitalismo y en eso se equivoca completamente. Los renegados, los traidores de toda clase utilizan a fondo esa posición para desarrollar su política contrarrevolucionaria y con el interés de conservar y reforzar el capitalismo nacional e internacional. He aquí toda la diferencia. Esa diferencia tiene el espesor de una frontera de clase.
Es natural que renegados y traidores del proletariado utilicen, para camuflarse mejor, tal o cual frase errónea de Lenin y lleguen a conclusiones completamente opuestas al espíritu revolucionario que guió la acción de Lenin durante toda su vida.
Es estúpido que haya revolucionarios que les ayuden obviando las diferencias, estableciendo una equivalencia entre esos canallas y Lenin.
Es de mentecatos decir que fue por defender los intereses nacionales de la "revolución burguesa" rusa por lo que Lenin proclamaba "el derecho a la autodeterminación de los pueblos" e incluso "su separación de Rusia". Cuando nosotros decimos que la "liberación" de los países coloniales, que su "independencia" formal no es incompatible con los intereses colonialistas, queremos decir que el imperialismo puede perfectamente arreglárselas con la independencia formal y no estamos de ninguna manera diciendo que el imperialismo practica benévolamente o por indiferencia esta política. Todas las "liberaciones" han sido producto de luchas internas, de presiones de intereses de diferentes burguesías y de intrigas internacionales de los imperialismos antagónicos. Stalin se encargará más tarde de demostrar, con mares de sangre, que los intereses de Rusia no eran exactamente la independencia de los países limítrofes, sino que exigían la incorporación forzada de tales países al gran imperio ruso. Explicar no es justificar. Pero aquel que para condenar una posición falsa mezcla "derecho de los pueblos a la separación" con la incorporación violenta, mezcla Lenin con Stalin, es que no entiende nada y convierte la historia en algo incomprensible, sin pies ni cabeza. En el derecho a la autodeterminación de los pueblos, Lenin quiere ver ante todo la posibilidad de denunciar el imperialismo, no el imperialismo del vecino de enfrente, el del extranjero sino el de "su propio país", de su propia burguesía. Es indiscutible que esto le conduce a contradicciones, y el pasaje siguiente lo atestigua: "La situación es indiscutiblemente muy complicada, pero existe una salida que permitiría a todos seguir siendo internacionalistas. Los socialdemócratas rusos y alemanes deben exigir la incondicional "libertad de separación" para Polonia, mientras los socialdemócratas polacos deben luchar por la unidad de acción revolucionaria en los países pequeños y grandes, sin reivindicar para la época o para el periodo presente (el de la guerra imperialista) la independencia de Polonia." ("Balance de un debate sobre el derecho de las naciones a definirse por si mismas. Octubre 1916. Obras de Lenin tomo XXIII).
También refleja este pasaje que el aspecto "muy complicado de la situación" le lleva en su análisis a contradicciones que están indudablemente animadas por una preocupación internacionalista intransigente. En la época en que escribe este texto la principal fuerza contrarrevolucionaria era la socialdemocracia, los socialimperialistas, como los llamaba Lenin "socialistas de palabras, imperialistas en actos" sin cuya ayuda el capitalismo no hubiera podido jamás mandar a los obreros a la guerra imperialista. Los "socialistas" justificaban la guerra en nombre de los supuestos intereses nacionales que los obreros tienen en común con la burguesía. La guerra imperialista llegaba a ser, según ellos: la defensa de la libertad, de las consignas obreras, de la democracia,... amenazadas por los "malditos imperialistas extranjeros". Desenmascarar las mentiras de esos falsos socialistas era el primer deber, la tarea más imperativa de un revolucionario. A esta preocupación obedece esencialmente, para Lenin, la consigna sobre el derecho de los pueblos a disponer por si mismos, y no por los intereses de Rusia sino contra los intereses nacionales de la burguesía rusa e internacional. Respecto a la acusación de que se utilizó esta consigna para justificar la participación en la guerra imperialista; Lenin contestó con claridad: "Invocar hoy en día la actitud de Marx con respecto a las guerras de la época de la burguesía progresiva y olvidar las palabras de Marx "Los obreros no tienen patria", palabras que se refieren justamente a la época de la burguesía reaccionaria que ha dejado de tener un papel progresivo, a la época de la revolución socialistas es deformar cínicamente el pensamiento de Marx y sustituir el punto de vista socialista por el punto de vista burgués." (Lenin: "El socialismo y la guerra").
4. El internacionalismo táctico
"Pero el internacionalismo revolucionario formaba parte de su táctica, lo mismo que luego fue parte de su táctica el retroceso hacia la NEP." ("T sobre el B", la nº 50).
"El verdadero peligro que amenazaba a la revolución rusa era el de un intervención imperialista. Para defenderse del imperialismo mundial el bolchevismo tenía que organizar un contraataque desde los centros imperialistas dominantes y de ahí la política internacional de dos caras que siguieron lo bolcheviques." ("T sobre el B", la nº 51).
"Así pues el concepto de "revolución mundial tenía para los bolcheviques un contenido de clase totalmente diferente al de la revolución proletaria internacional." ("T sobre el B", la nº 54).
Esta es otra de las viejas leyendas que se han inventado sobre los bolcheviques. La del internacionalismo de "circunstancias" destinado por un lado a ganarse la confianza de las masas populares cansadas de la guerra; y por otro a someter al conjunto del movimiento obrero mundial a una política de defensa del Estado capitalista ruso.
Con respecto al primer argumento basta con leer las tomas de posición de los bolcheviques mucho antes de que estalle la guerra y particularmente en los Congresos internacionales de 1907 (Stuttgart) y 1912 (Basilea). Además, la lucha contra la guerra, tal y como la concebían los bolcheviques, no tenía nada que ver con la de los sectores pacifistas de la burguesía, influyentes en ciertos sectores del movimiento obrero. Ellos no reclaman "una paz democrática y sin anexiones" a los estados beligerantes ni se contentan con declarar "guerra a la guerra" sino que colocaron en primer plano, siendo los primeros que lo hicieron en el movimiento obrero, la consigna verdaderamente revolucionaria "transformación de la guerra imperialista en guerra civil" y denunciaron sin piedad todas las ilusiones del pacifismo. Si su única preocupación hubiera sido la de "ganarse a las masas para tomar el poder" ¿Para qué poner por delante consignas, que les aislaban de esas masas sumergidas en el ambiente de "hasta la victoria final", en su forma "puramente patriotera" al principio y "revolucionaria" después? El Matasiete de bolcheviques responde "pues porque habían previsto que las masas, cansadas de la guerra y de las desgracias que acarrea, terminarán por volverse hacia ellos". Entonces y según esto Plejanov, los mencheviques, los socialistas revolucionarios, Kerenski, todas las fracciones de la burguesía que querían apoderarse también del poder deberían haber preconizado igualmente el "derrotismo revolucionario". Es decir debían haber explicado que no era asunto de los proletarios rusos que su país fuese vencido en la guerra imperialista. Es más, debían haber jugado también, esas corrientes, la carta del "internacionalismo", la buena, la que ganaba seguro, la que no entraba en conflicto con el capital ruso de cuyos intereses, según ellas, los bolcheviques eran fundamentalmente defensores. Vistas así las cosas la diferencia entre los bolcheviques y todas las corrientes citadas es simplemente de clarividencia, es una cuestión de inteligencia diplomática. A todo esto aboca el análisis de los detractores profesionales.
¿Cómo se explica entonces que todos los elementos avanzados del proletariado mundial (los "espartaquistas" y el grupo "Arbeiterpolitik" en Alemania, los elementos agrupados alrededor de Loriot en Francia, William Russel y el "Trade-unionist" en Inglaterra, Mac Lean en Escocia, el Partido Obrero Socialista" en los Estados Unidos, los "tribunistas" en Holanda, el Partido de los Jóvenes de Izquierda en Suecia, los "Estrechos" en Bulgaria, los elementos agrupados alrededor del "Buró Nacional" y del "Buró General" en Polonia, los Socialistas de izquierda de Suiza, los elementos del Club Karl Marx en Austria, etc.), todos o la mayoría (incluidos los "futuros" consejistas) de los que después se encontraron en la vanguardia de los grandes combates de clase que siguieron a la Guerra hayan adoptado o se hayan unido a una posición sobre la guerra idéntica o muy cercana a la de los bolcheviques; que hayan establecido contactos y colaborado dentro de la izquierda de Zimmerwald y de Kienthal?
Por lo general, el consejismo está de acuerdo con la naturaleza proletaria de esas diferentes corrientes ¡Faltaría más!
Pero entonces ¿Por qué se considera que lo que separa a los bolcheviques de los mencheviques es sólo una diferencia de "inteligencia" y a la vez se dice que esa misma oposición, entre espartaquistas y socialdemócratas, revelaría una diferencia de clase?
En Alemania, un capitalismo mucho más viejo, potente y experimentado que el ruso no fue capaz de hacer lo que un capitalismo más débil a todos lo niveles logró en Rusia: producir una corriente política lo suficientemente clara como para poner en primer plano consignas internacionalistas, desde 1907 y sobre todo a partir de 1914, las cuales le permitirían, en el momento propicio, recuperar el descontento de las mases a su favor y a favor del capital nacional. A esto conduce lógicamente la tesis sobre el "internacionalismo táctico". Y la paradoja es aun mayor cuando se sabe que en Zimmerwald fue ese partido "burgués" el que tuvo la posición más justa, desde el punto de vista proletario, mientras que la corriente proletaria espartaquista nadaba en la confusión del "centro". Cuando la gran revolucionaria Rosa Luxemburgo pone en evidencia esta confusión al escribir, en su panfleto contra la guerra ("La crisis de la socialdemocracia, "Folleto Junius""): "Sí, los socialdemócratas están obligados a defender su país durante las grandes crisis históricas. Y precisamente ahí radica la grave culpa de la fracción socialdemócrata del Reichstag, cuando manifiesta solemnemente en su declaración del 4 de agosto de 1914: "En la hora del peligro no dejaremos a nuestra patria en la estacada", renegando en ese mismo instante de sus propias palabras. La socialdemocracia ha dejado a la patria en la estacada en el momento de mayor peligro. Pues su primer deber ante la patria era, en ese momento, mostrar al país el verdadero trasfondo de esta guerra imperialista, desenmarañar la trama de mentiras diplomáticas y patrióticas que encubren este atentado contra la patria... Oponerse al programa de guerra imperialista. Defender el viejo programa verdaderamente nacional de los patriotas y demócratas de 1848, el programa de Marx, Engels y Lasalle: la consigna de una gran república alemana."
Sorprende verdaderamente que sea el "burgués" Lenin quien corrija los errores de Luxemburgo, en estos términos: "Lo erróneo de esos razonamientos salta a la vista...Propone que se le "oponga" a la guerra imperialista un programa nacional. ¡Le propone a la clase de vanguardia que mire al pasado y no al porvenir!... En la actualidad la situación objetiva en los grandes países adelantados de Europa es distinta -el progreso, si no se toman en cuenta los posibles y transitorios pasos atrás, puede ser realizado sólo en dirección a la sociedad socialista y a la revolución socialista." (Lenin. "El folleto de Junius: La crisis de la socialdemocracia.". Obras completas. Tomo XXXIII. Akal Editor).
Finalmente la tesis del "Internacionalismo táctico" viene a considerar que la posición contra la guerra imperialista era un punto secundario del programa proletario en esa época, puesto que podía perfectamente pertenecer al programa de un partido burgués. ¡Totalmente falso! De hecho, a partir de 1914 el problema de la guerra se ha convertido en el meollo de toda la vida del capitalismo. En ella se ponen de manifiesto todas sus mortales contradicciones. Indica que el sistema ha entrado en su fase de decadencia histórica, que se ha convertido en el impedimento clave del desarrollo de las fuerzas productivas, que sólo puede sobrevivir provocando holocaustos sucesivos, con mutilaciones repetidas y cada vez más catastróficas. Cuales quiera que sean los conflictos de intereses que oponen a las diferentes fracciones de la burguesía de un país, la guerra obliga a esos sectores a movilizarse por la defensa del patrimonio común, del capital nacional y de su representante supremo, el Estado. Por eso aparece bruscamente en 1914 un fenómeno que poco antes se creía imposible, "la Unión Sagrada", que reúne partidos y organizaciones que se habían combatido mutuamente durante décadas. Y aunque durante la guerra subsisten enfrentamientos entre sectores de la clase dominante, estos no están motivados por la necesidad o no de llevarse el mejor pedazo de las conquistas, sino por la manera de llevarse la mejor parte, la mayor ventaja. Por eso el gobierno provisional burgués que toma el poder después de la Revolución de Febrero no abandona ninguno de los objetivos fijados en los acuerdos diplomáticos entre la Rusia zarista y los países de la "Entente". Al contrario, fue por considerar que el régimen zarista no dirigía la guerra junto a Francia e Inglaterra con la suficiente decisión, tentado como estaba de romper sus alianzas y entendérselas con Alemania, por lo que la fracción de la burguesía que domina el gobierno provisional contribuye a la caída de Nicolás II. Si la revolución de Octubre hubiese sido efectivamente una "revolución burguesa", destinada a asegurar una mejor defensa del capital nacional, no hubiera proclamado inmediatamente la necesidad de paz, ni hubiera dado publicidad a acuerdos diplomáticos secretos, ni hubiera renunciado a todos los botines de guerra que en ellos figuraban. Al contrario, habría tomado inmediatamente disposiciones para asegurar una mejor dirección de la guerra. Si el partido bolchevique hubiese sido un partido burgués, no habría tomado la cabeza de los partidos proletarios de aquella época para denunciar la guerra imperialista ni llamado a acabar con ella por medio de la revolución socialista. Durante la guerra imperialista, el internacionalismo no era un problema secundario para el movimiento obrero. Constituía al contrario la línea de demarcación entre el terreno proletario y el terreno burgués, y eso no era sino la ilustración de una realidad mucho más general: el internacionalismo sólo pertenece a la clase obrera, la única clase histórica que no tiene ninguna propiedad y cuya dominación sobre la sociedad implica la desaparición de toda forma de propiedad. Como tal, es la única clase que puede superar realmente las divisiones territoriales (regional para la nobleza, nacional para la burguesía) que son la plasmación geopolítica de la existencia de la propiedad, el marco dentro del cual la clase dominante asegura la protección y la defensa de su propiedad. Y si la formación de naciones se correspondió con la victoria de la burguesía, la desaparición de las naciones no será posible más que con la victoria de la clase obrera sobre la burguesía.
Esto nos lleva pues al segundo argumento que utiliza el consejismo para dar crédito a la idea de que el internacionalismo de los bolcheviques era exclusivamente "táctico", al fin y al cabo, una consigna destinada a someter el movimiento obrero mundial a una política de defensa del Estado capitalista ruso; y a la de que la Internacional Comunista no era, desde su fundación, más que un instrumento de la diplomacia soviética. Hay que señalar que esa misma idea la defiende Guy Sabatier del grupo "Pour une Intervention Communiste" en su panfleto "Tratado de Brest-Litovsk de 1918, frenazo a la Revolución" (Ediciones Espartaco Internacional. Octubre 2001). Para este compañero que sin embargo no cae en el menchevismo de los consejistas sobre la naturaleza "burguesa" de la Revolución de Octubre: "Fue inmediatamente, con la perspectiva de defender el Estado ruso en todos los países y como apoyo a su diplomacia exterior de tipo tradicional, la forma en que se concibió la Tercera Internacional." (Pág. 59)
Y si bien admite que: "Varios textos reflejan el empuje del movimiento proletario internacional como por ejemplo el Manifiesto "A los proletarios del mundo entero" redactado por Trotski." (Pág. 63), Sabatier estima que: "El llamamiento "A los trabajadores de todos los países" que lanza el Congreso fue el documento más significativo del verdadero papel que correspondía a la organización mundial tras la cortina de humo de al profesión de fe comunista: dichos trabajadores eran ante todo convidados a aportar sin reservas su apoyo a la "lucha del Estado proletario rodeado por los Estados capitalistas" y para eso tenían que presionar a sus gobiernos respectivos con todos los medios "incluso si fuese necesario con medios revolucionarios". Además este llamamiento insistía sobre la "gratitud" que había que tenerle al "proletariado revolucionario ruso y a su partido dirigente, el partido comunista de los bolcheviques", preparando así además del tema de la "defensa de la URSS", el culto al partido-Estado." (Pág. 64).
Cierto es que ¡quien quiere matar a su perro dice que tiene la rabia! Y es curioso que se considere como "documento más significativo" del verdadero papel de la IC un simple memorando que entregó Sadoul al Congreso como Declaración de la delegación francesa. Es una engañifa presentar ese texto como "Llamamiento hecho por el Congreso" ¡Cuando ni siquiera fue sometido a ratificación! Según eso la I. C. indicaba al proletariado su tarea esencial, "defensa del Estado ruso" por medio de un texto de lo más secundario. En cambio, los textos esenciales del Congreso (por cierto, redactados por los bolcheviques): el "Manifiesto", de Trotski; las "Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado", de Lenin; la "Plataforma", de Bujarin; la "Resolución sobre la posición respecto a las corrientes socialistas y la conferencia de Berna", de Zinoviev) ponían esencialmente en primer plano:
En ninguno de estos textos se encuentra rastro alguno de llamamientos a "la defensa de la URSS"; no porque hubiese sido falso llamar a los obreros de los demás países a oponerse al apoyo de sus gobiernos a los ejércitos blancos y a su participación directa en la Guerra, sino simplemente porque no era esa la función primordial de la I. C. que se concebía a si misma como: "El instrumento de la República Internacional de los Consejos" y "La Internacional de la acción abierta de masas, de la realización revolucionaria, la internacional de la acción" ("Manifiesto").
Tal vez lo que se pretende es decir que Sadoul estaba "teledirigido" o "manipulado" por los bolcheviques para indicarles a los proletarios su deber de "defender la URSS" mientras ellos se dedicaban a producir la "cortina de humo de profesión de fe comunista". Así las cosas, esta sería una prueba más de la, repetidamente evocada, ¡"duplicidad" de los bolcheviques!
Suponiendo que fuese tal hipótesis verídica, todavía faltaría explicar por qué los bolcheviques utilizaron esta táctica. Si tenían realmente la intención, al fundar la Internacional, de movilizar a los obreros tras la "defensa de la URSS" ¿No hubiese sido la mejor manera de hacerlo incluir esa consigna en uno de los textos oficiales del Congreso, invistiéndola así con su propia autoridad, grande entre los trabajadores del mundo entero? ¿Se puede creer seriamente que esa consigna iba a tener más impacto entre las masas proletarias sacándola, de manera casi confidencial, en un documento secundario presentado por un militante tan poco conocido que ni siquiera era delegado oficial (el representante de la izquierda zimmerwaldiana era Guilbeaux)? La pobreza de los argumentos utilizados para defenderla es una prueba más de la inconsistencia de la tesis que caracteriza a la Internacional Comunista como un instrumento de la diplomacia capitalista rusa desde su fundación.
¡No, compañero Sabatier! ¡No, señores detractores de los bolcheviques!
La I.C. no era burguesa en su fundación. Se volvió burguesa. Pero al mismo tiempo, murió como Internacional porque no puede existir una internacional de la burguesía. Jamás revolución burguesa alguna ha dado nacimiento a una internacional. La "revolución burguesa" de 1917 sería pues una excepción y como los consejistas -de la misma manera que los estalinistas- nos la presentan, estaría al mismo nivel que la pretendida "revolución "china de 1949 (vean las "Tesis sobre la Revolución China" de Cajo Brendel). Está claro que tendrían que explicarnos por qué esta última no dio lugar a una internacional.
Y si la I.C. desde sus principios no hubiese sido algo más que una simple institución burguesa ¿Cómo explicar que en su seno se hayan reagrupado todas las fuerzas vivas del proletariado mundial, incluso las corrientes y los elementos que más tarde iban a formar la Izquierda Comunista? ¿No estaba acaso el Buró de la I. C. para Europa Occidental dirigido por Pannekoek y sus amigos? ¿Cómo podría un organismo burgués producir fracciones comunistas que en medio de la más terrible contrarrevolución de la historia iban a seguir defendiendo solas los principios proletarios? ¿Cómo imaginar que en el momento de la gran oleada revolucionaria de la primera posguerra millones de trabajadores en lucha, así como todos los militantes más conscientes y lúcidos del movimiento obrero se equivocaran de puerta tan sencillamente, al adherirse a la Internacional Comunista? Para esas preguntas el consejismo ya tiene la respuesta. Veamos.
5. El "maquiavelismo de los bolcheviques"
"...Los bolcheviques difundieron sus consignas entre los obreros, particularmente las referentes a los soviets. El hecho de que la consigna determinara finalmente la táctica de los obreros no tenía por si mismo nada más que un sentido puntual; el partido no consideraba en absoluto que una consigna le ligara a las masas como si se tratara de una obligación de principio; al contrario, veía en ella un instrumento para hacer propaganda de una política que apuntaba en última instancia a la toma del poder por parte de la organización." ("T sobre el B", la nº 31)
"El establecimiento del Estado soviético fue el establecimiento de la dominación del partido del maquiavelismo bolchevique." ("Tesis..." la nº 57).
No fue el consejismo quien inventó la idea del "maquiavelismo" de los bolcheviques y de Lenin, fue la burguesía de 1917. Es después de esa fecha y siguiendo a los anarquistas cuando los consejistas mezclaron sus voces a las de esos coros. Digamos ya que tal visión, la concepción policíaca de la historia, es típica de las clases explotadoras para quienes todo movimiento social no es sino un asunto de "manipulaciones" y de "cabecillas". Este tipo de concepción es tan absurda desde el punto de vista marxista (y los consejistas se pretenden "marxistas") que nos contentaremos con señalar algunas citas y algunos hechos que la invalidan respecto a la acción de los bolcheviques. Sin duda que el "maquiavelismo" o la "demagogia" guiaban a Lenin cuando declaraba en Abril de 1917: "No creáis en las palabras. No os dejéis arrastrar por las promesas. No exageréis vuestras fuerzas. Organizaos en cada fábrica, en cada regimiento y en cada compañía, en cada barricada. Realizad un trabajo perseverante de organización cada día, cada hora. Trabajar vosotros mismos, ya que esta labor no puede confiarse a nadie. Conseguir con vuestra labor que las masas vayan depositando su plena confianza en los obreros de vanguardia de manera gradual, con firmeza, indestructiblemente. Este es el contenido fundamental de todos los acuerdos de nuestra Conferencia. Esa es la enseñanza principal de todo el curso de la Revolución. En eso consiste la única garantía del éxito.
Camaradas obreros: os exhortamos a realizar una labor difícil, seria e infatigable, que una al proletariado consciente, revolucionario de todos los países. Este camino y sólo éste conduce a la salida, a salvar a la humanidad de los horrores de la guerra, del yugo del capital." (Conferencia de Abril, 1917. Lenin Obras escogidas. Editorial Cenit. Tomo II. Pág. 148).
"No es la cantidad lo que importa, sino la expresión fiel de las ideas y de la política del proletariado verdaderamente revolucionario". "Más vale quedarse sólo dos, con Liebknecht, porque es quedarse con el proletariado revolucionario." ("Las tareas del proletariado en nuestra revolución". Lenin, Abril 1917.Obras completas Tomo XXIV. Akal Editor).
Los bolcheviques no sólo declaraban que podían quedarse aislados sino que lo hicieron efectivamente en todos los momentos en los que la clase obrera se dejó arrastrar al terreno de la burguesía. En cambio, (¿Era tal vez pura y simple demagogia?), si que permanecieron a su lado y marcharon delante de ella cuando se encaminó a la revolución. Quizás eso no era sino por pura "táctica" y por la misma razón, desde 1903, no pararon de engañar a todo el mundo:
En realidad su "maquiavelismo" era tal que hasta lograron la proeza de engañarse sobre su propio ser...O eso al menos es lo que parece afirmar Pannekoek cuando escribe: "Lenin (que sin embargo fue un discípulo de Marx) ignoró siempre lo que es el marxismo real." (En "Lenin filósofo").
No es para honrar piadosamente la memoria de los bolcheviques ni la de la revolución de Octubre por lo que estamos defendiendo el carácter proletario de ambos. Es, porque toda concepción que les convierta en revolución burguesa a ésta o en partido burgués al de aquellos, rompe de hecho con el marxismo. Rompe con el instrumento teórico esencial de la lucha de la clase obrera, sin el cual el proletariado no podrá vencer jamás al capitalismo. Hemos visto ya cómo las concepciones consejistas o bordiguistas sobre Octubre 1917 llegan a aberraciones mencheviques o estalinistas y así mismo, cómo cualquier análisis que ve al partido bolchevique como corriente burguesa acaba por no comprender nada del proceso vivo de toma de conciencia del proletariado. Un proceso que los revolucionarios deben apresurarse a profundizar y generalizar y que por lo tanto deben conocer al máximo.
En efecto, a todos aquellos que consideran que la revolución de Octubre era proletaria pero que el partido bolchevique era burgués; a todos aquellos que atribuyen a los dos un carácter burgués pero no pueden negar que: "La Revolución Rusa constituyó un episodio importante en el desarrollo del movimiento de la clase obrera. Primero porque vio manifestarse nuevas formas de huelga política, instrumento de la revolución. Después y sobre todo, porque en esta ocasión aparecieron por primera vez nuevas formas de organización de los trabajadores en lucha, los soviets o consejos obreros." (A. Pannekoek "Los consejos obreros". Edita Zero-ZYX. 1977).
A todos ellos les preguntamos ¿Cómo se expresó, en un acontecimiento de tan gran importancia para la vida y la lucha de la clase, su conciencia? ¿Hay acaso que pensar que a tal suceso no lo acompañó ninguna toma de conciencia? ¿Acaso las masas proletarias se pusieron en movimiento, se dieron formas inéditas de lucha y de organización mientras seguían sufriendo el peso de la ideología burguesa? Basta con preguntárselo para ver lo que tal idea tiene de absurda. ¿Quedó entonces muda esa toma de conciencia? ¿En qué militantes, en qué periódicos, en qué panfletos se manifestó? ¿Cómo se extendió y se difundió al conjunto de la clase, por telepatía, a partir únicamente de millones de experiencias individuales idénticas? ¿Es posible que todos los sectores, todos los miembros de la clase obrera hayan evolucionado de manera homogénea y uniforme? ¡Claro que no!
¿Dentro de qué marco se reagruparon? ¿Cuál o qué organizaciones (además de los Consejos que agrupaban a toda la clase obrera y no sólo a sus elementos más avanzados) expresaron esa toma de conciencia y contribuyeron a ampliarla y a profundizarla?
¿Acaso el Partido bolchevique?
Algunos, que piensan que era burgués, estiman que expresaba "a pesar de todo" o de una "manera deformada" esa conciencia. Este análisis es indefendible. O bien este partido era una emanación de la burguesía o bien era una emanación de la clase obrera o de otra clase de la sociedad. Si era realmente una emanación acabada de la burguesía (bajo cualquier forma que sea) no podía, al mismo tiempo, expresar la vida de su enemigo mortal, el proletariado. No podía reagrupar a los elementos más conscientes de la clase obrera sino, al contrario, a los elementos más mistificados.
¿La corriente anarquista entonces?
Esa corriente estaba muy dividida y era demasiado heteróclita. Entre un Kropotkin que llamaba a luchar contra la "barbarie prusiana" y un Voline que supo mantenerse internacionalista incluso en el peor momento de la Segunda Guerra mundial, se abrió un precipicio. En su conjunto, incapaz de organizarse y dividido entre diferentes variantes individualistas, sindicalistas o comunistas, el anarquismo, a pesar de la audiencia importante que pudo tener, en algunos casos fue engullido por los acontecimientos y en otros siguió hasta Octubre del 17 un política idéntica a la de los bolcheviques. Si los elementos más conscientes de la clase no podían agruparse dentro del partido bolchevique, menos aun pudieron hacerlo dentro de la corriente anarquista.
¿Los socialistas revolucionarios de izquierda?
Ellos también, en lo mejor que hicieron, se encontraron al lado de los bolcheviques luchando contra el gobierno Kerenski, participando en la insurrección de Octubre, defendiendo el poder de los soviets. Pero esa corriente, que se concibió esencialmente como defensora del pequeño campesinado, volvió rápidamente a sus orígenes después de 1917, al terrorismo. Si los bolcheviques no eran militantes de la clase obrera, los socialistas revolucionarios de izquierda lo eran muchísimo menos.
¿Será entonces entre los partidos que participaron en el gobierno provisional burgués, los social-revolucionarios o los mencheviques, donde habrá que buscar a los elementos más avanzados?
Quizás a ciertos consejistas les parezca que el partido menchevique era el más consciente, desde el punto de vista proletario, puesto que utilizan sus análisis.
El hecho es que, con el análisis consejista es imposible responder a todas esas preguntas, a menos de concluir con que: o bien los acontecimientos de 1917 no provocaron ninguna toma de conciencia de clase o bien esa conciencia se quedó completamente muda, atomizada e individualizada.
Pero no son esas a las únicas aberraciones a que conduce el análisis consejista. Hemos visto como este análisis "demuestra el carácter burgués del partido bolchevique" apoyándose en que éste defendía posiciones burguesas sobre una serie de puntos: el sustitucionismo, la cuestión agraria, la cuestión nacional,...
Aunque el consejismo atribuye a los bolcheviques posiciones que no mantuvieron nunca (por lo menos hasta 1917 y durante los siguientes primeros años); aunque les atribuye una manera de proceder y una coherencia en la defensa de esas posiciones, opuestas a las que en realidad tenían; es necesario reconocer que cometieron errores y no tratar de pasarlos por alto, como hacen por ejemplo los bordiguistas -a pesar de que los propios bolcheviques fueron los primeros en reconocerlos cuando se daban cuenta de ellos. Lo que el consejismo no quiere admitir es justamente que se equivocaron. Para éste, no hubo errores, si no simplemente la ilustración de la evidente "naturaleza burguesa" del partido bolchevique.
Vean el prejuicio sistemático del consejismo. Cuando sobre un punto dado el partido bolchevique tiene la posición más correcta desde el punto de vista proletario (ruptura con la socialdemocracia, destrucción del Estado capitalista, poder de los consejos obreros, internacionalismo,...) es por "casualidad" o por "táctica". En cambio cuando defiende una posición menos correcta que las de las otras corrientes revolucionarias de su época (cuestión agraria, cuestión nacional) muestra su "naturaleza burguesa". Si se utilizan los mismos criterios del consejismo se llega a la conclusión de que todos los partidos proletarios de aquella época pertenecían a la clase capitalista.
Para el consejismo, la Tercera Internacional y por lo tanto los partidos que la componían eran, desde su origen, organismos capitalistas. ¿Qué hay que pensar entonces de la Segunda Internacional? ¿Tenía posiciones más correctas que la Tercera o que los bolcheviques sobre los diferentes puntos incriminados? Sobre la cuestión nacional por ejemplo y más concretamente sobre la cuestión polaca, en que se centró la controversia entre Rosa Luxemburgo y Lenin ¿Cuál era la posición de éste? La respuesta es evidente cuando se sabe que Lenin se apoyaba, en aquel debate, precisamente en las resoluciones de los Congresos de la Internacional, resoluciones combatidas por Luxemburgo.
Sobre la toma del poder por el proletariado la posición oficial de la Internacional consideraba que era una tarea que le correspondía al partido obrero. Ni Lenin ni R. Luxemburgo inventaron nada en ese aspecto. En cambio en los partidos socialistas se hablaba muy poco de la necesidad de destruir el Estado capitalista.
Se podrían multiplicar los ejemplos y todos tenderían a demostrar que las posiciones erróneas de los bolcheviques no eran más que una herencia de la Segunda internacional. Así las cosas, según el análisis de los consejistas esta Internacional era también un organismo burgués. ¡Pobres Engels, R. Luxemburgo, Liebknecht, Pannekoek, Gorter,... que militaron durante años en una institución de defensa del capitalismo! Tampoco se comprende por qué la Primera Internacional habría sido más "obrera" que las que la siguieron. ¿Era acaso la presencia en su seno de los "positivistas", de los proudhonianos y de los mazzinistas, lo que les daba el "aliento" proletario que les faltó a sus herederas?
¿Habrá que remontarse acaso a la Liga de los Comunistas para encontrar una verdadera corriente proletaria? Es una idea que se encuentra en ciertos consejistas. A éstos les recomendamos que lean el Manifiesto de 1848. A lo mejor les da un síncope al ver que en ese Manifiesto clase y partido se identifican y que su programa de medidas concretas se parece mucho al del capitalismo de Estado. A fin de cuentas, con el análisis de los consejistas se llega al interesante descubrimiento de que no ha existido nunca un movimiento obrero organizado. O más bien, que dicho movimiento empieza con ellos. Tampoco han existido nunca revolucionarios. ¿Marx y Engels? ¡Pero si eran demócratas burgueses! Si no ¿Cómo se pueden explicar los análisis de Engels sobre la conquista parlamentaria del poder en su "Prefacio, de 1895, a "Luchas de clases en Francia", el discurso de Marx felicitando al presidente Lincoln, la actitud de Marx y Engels durante la revolución de 1848 cuando se separan de la Liga de los Comunistas para fundirse en el movimiento democrático renano,...?
Lo mismo que los bordiguistas, para quienes existe desde 1848 un programa "invariante" e "inmutable" del proletariado, la manera de proceder de los consejistas es perfectamente no histórica al no querer admitir que la conciencia y las posiciones políticas del proletariado son producto de su propia experiencia histórica.
La idea según la cual todo error, toda posición burguesa en una organización política implica necesariamente su pertenencia a la clase capitalista presupone la idea, absurda y absolutamente opuesta a toda visión marxista, de que la conciencia comunista podría nacer súbitamente de manera acabada. Esta conciencia, al contrario, es el resultado de un largo proceso de maduración en el cual la reflexión teórica y la práctica están íntimamente ligadas y durante el cual el movimiento obrero busca a tientas, balbucea, avanza, se detiene, reexamina,... : " ... las revoluciones proletarias se critican constantemente a sí mismas, interrumpen a cada instante su propio curso, regresan a lo que parecía ya terminado para volverlo a empezar, se burlan despiadadamente de sus titubeos, de las debilidades y de las miserias de sus primeras tentativas, parece que derriban a su adversario solamente para permitirle sacar nuevas fuerzas de la tierra y volver a levantarse de nuevo más gigantesco frente a ellas; retroceden constantemente, aterradas ante la inmensidad infinita de sus propias metas, hasta que se crea por fin la situación que no permite volverse atrás y..."(K. Marx: "El 18 Brumario de Luís Bonaparte" Capítulo I).
Expresión del desconcierto de una corriente comunista en el curso de la más terrible contrarrevolución de la historia, las concepciones consejistas parecen haberse vuelto hoy un refugio para universitarios escépticos (no es casual que consejistas como Paul Mattick, Cajo Brendel o Maximilien Rubel se muestren más interesados en su actividad de escritores, conferenciantes o marxólogos que en la de animar a los grupos políticos comunistas). Y no hay nada anormal en eso ¿No es al fin y al cabo esta una actitud típica de esos mandarines de la universidad que desde lo alto de sus cátedras juzgan la historia y condenan -fuera de tiempo y a partir de criterios establecidos a posteriori- los errores y puntos débiles del proletariado y de los revolucionarios, en lugar de sacar de ellos lecciones para los combates de mañana? A posteriori el consejismo "descubrió" que la revolución de octubre en Rusia era burguesa y que el partido bolchevique era burgués. Partían no sólo de criterios establecidos años después de que tuviesen lugar los acontecimientos sino sobre todo del resultado final, la revolución "burguesa" de Octubre.
Hemos visto en este artículo y en otros de nuestra revista ("La degeneración de la revolución rusa", en la R. Internacional, nº 3) que la existencia hoy día de un régimen capitalista en URSS no se puede deducir de ninguna manera del estado de atraso de ese país en 1917 ni de la política de los bolcheviques en el poder. Aunque ciertamente estos dos factores tuvieron una influencia en la forma específica de este capitalismo y en su justificación ideológica. Hemos visto que el fracaso y la degeneración de la Revolución no se debieron a la ausencia de "condiciones objetivas materiales", puesto que éstas estaban dadas por la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. Las causas de la derrota de la revolución rusa residen en la inmadurez de las "condiciones subjetivas" es decir en el grado de conciencia del proletariado. ¿Quiere esto decir que el proletariado emprendió la revolución en Rusia de manera prematura, que fue un error de los bolcheviques presionar en este sentido? Sólo los filisteos universitarios y los reformistas responden de manera afirmativa. Los revolucionarios sólo pueden responder de manera negativa. Por un lado, porque no existe ningún criterio distinto que la acción y la práctica mismas que permita juzgar el nivel de conciencia, su aptitud para enfrentar una situación. Nivel de conciencia que por otro lado se modifica en la acción y con la acción, como escribió Rosa Luxemburgo en su polémica contra Bernstein: "...La conquista "prematura" del poder de Estado por el proletariado no podrá ser evitada, precisamente porque esos asaltos "prematuros" del proletariado constituyen un factor, y muy importante, que crea las condiciones políticas de la victoria final; porque es sólo durante la crisis política que acompañará a la toma del poder durante largas luchas obstinadas, cuando el proletariado puede adquirir el necesario grado de madurez política que le permitirá obtener la victoria definitiva de la revolución. Así pues, aquellas luchas prematuras del proletariado por la conquista del poder se presentan incluso como momentos históricos importantes que contribuyen a provocar y a determinar el momento de la victoria definitiva. Desde ese punto de vista la idea de una conquista prematura del poder político por las clases laboriosas aparece como un absurdo político que proviene de una concepción mecánica del desarrollo de la sociedad la cual presupone, para la victoria de la lucha de la clase, un momento determinado fuera e independientemente de esa lucha". (Rosa Luxemburgo: "¿Reforma social o revolución?; 2ª parte. Punto III).
La única manera para que la toma del poder "prematura" del proletariado en 1917, para que sus experiencias y sus errores (y por lo tanto las del bolchevismo) constituyan un "factor importante de la victoria final" es que el proletariado de hoy y sobre todo los revolucionarios critiquen despiadadamente esa experiencias y esos errores. Fue lo que hizo, entre los primeros y antes que los consejistas, Rosa Luxemburgo en su panfleto "Sobre la revolución rusa". Pero esto supone adoptar la misma actitud que ella contra todos los detractores interesados de la Revolución de octubre y de los bolcheviques: "...Por esto, cuando nos vienen con calumnias contra los bolcheviques no debemos olvidarnos nunca de contestar: ¿Dónde habéis aprendido el ABC de vuestra revolución actual? Lo habéis aprendido de los consejos de obreros y soldados rusos,..." (R. Luxemburgo: "Discurso en el Congreso fundacional del KPD (Partido comunista de Alemania)". El 31 de diciembre de 1918).
"...a quienes les corresponde el mérito histórico imperecedero de haber tomado la dirección del proletariado internacional, conquistado el poder político y planteado en la práctica el problema de la realización del socialismo; así como el de haber adelantado enormemente la lucha entre capital y trabajo en el mundo. En Rusia el problema no podía sino quedar planteado. No podía ser resuelto en Rusia. Y es en ese sentido que el porvenir pertenece en todas partes al "bolchevismo". (Rosa Luxemburgo: "La revolución rusa". Punto IV).
F.M.
[1] Pocas semanas antes de la revolución de febrero de 1917 en Rusia, Lenin declaraba todavía: "Nosotros los viejos, quizás no veremos las luchas decisivas de la revolución que está madurando. Pero creo poder expresar con seguridad las esperanzas de que los jóvenes que militan admirablemente en el movimiento socialista de Suiza y del mundo entero tendrán la felicidad no solo de combatir en la revolución proletaria de mañana sino también de triunfar," (Lenin: "Informe sobre la revolución de 1905". 9 de enero de 1917).
[2] Existe en francés, inglés y alemán y será publicado en español dentro de poco, por lo que no será necesario extenderse aquí sobre ese tema
Las grandes campañas ideológicas de la burguesía europea a propósito del terrorismo (el “affaire Schlayer” en Alemania y el “caso Moro” en Italia), tapujos vergonzantes de un sistemático fortalecimiento del Estado burgués y de su terror, han llevado al primer plano de las preocupaciones de los revolucionarios la cuestión de la violencia, el terror y el terrorismo. Estos problemas no son nuevos para los comunistas que, desde hace ya mucho tiempo, denunciamos la barbarie con que la clase dominante ejerce su poder sobre la sociedad, la bestialidad con la que, incluso los regímenes más democráticos, hacen frente a la más mínima puesta en cuestión del orden existente. También los revolucionarios hemos puesto de manifiesto que esas campañas no van dirigidas contra las picaduras de mosquito de algún que otro elemento desesperado producto de la descomposición de las capas pequeño burguesas, sino contra la clase obrera cuya revuelta, necesariamente violenta, será, cuando surja, la única y verdadera amenaza para el capitalismo.
Las grandes campañas ideológicas de la burguesía europea a propósito del terrorismo (el “affaire Schlayer” en Alemania y el “caso Moro” en Italia), tapujos vergonzantes de un sistemático fortalecimiento del Estado burgués y de su terror, han llevado al primer plano de las preocupaciones de los revolucionarios la cuestión de la violencia, el terror y el terrorismo. Estos problemas no son nuevos para los comunistas que, desde hace ya mucho tiempo, denunciamos la barbarie con que la clase dominante ejerce su poder sobre la sociedad, la bestialidad con la que, incluso los regímenes más democráticos, hacen frente a la más mínima puesta en cuestión del orden existente. También los revolucionarios hemos puesto de manifiesto que esas campañas no van dirigidas contra las picaduras de mosquito de algún que otro elemento desesperado producto de la descomposición de las capas pequeño burguesas, sino contra la clase obrera cuya revuelta, necesariamente violenta, será, cuando surja, la única y verdadera amenaza para el capitalismo.
La responsabilidad de los comunistas ha sido pues denunciar esas campañas en lo que son y también poner en evidencia el servilismo cretino de los grupos izquierdistas como, por ejemplo, algunos trotskystas, que se han prestado a denunciar a las “Brigadas Rojas” por haber condenado a Moro «sin suficientes pruebas», o «sin el acuerdo de la clase obrera». Pero si se hacía imprescindible denunciar el terror burgués y reafirmar igualmente que la clase obrera necesita la violencia para destruir el capitalismo, también era necesario que los revolucionarios dejaran claro:
el verdadero significado del terrorismo.
la forma que toma la violencia de la clase obrera en su lucha contra la burguesía.
Resulta, sin embargo, que en el seno mismo de organizaciones que defienden posiciones de clase, existen algunas posiciones erróneas que ven la violencia, el terror y el terrorismo como si fueran sinónimos, y que consideran por tanto que:
podría existir un “terrorismo obrero”.
que la clase obrera debería oponer al “terror blanco” de la burguesía su propio “terror revolucionario”, algo así como su simétrico.
El PCI.(Partido Comunista Internacional), bordiguista, es quien expresa más claramente esta confusión al escribir: «Del estalinismo, ellos (los Marchais y los Pelikan) no rechazan más que los aspectos revolucionarios, el partido único, la dictadura, el terror, que había heredado de la revolución proletaria». (“Programme Communiste”, nº 76, pág.87).
Para esta organización, por tanto, el terror, aunque fuera obra del estalinismo, es de esencia revolucionaria. Se deduce de ello que existiría una identidad entre los métodos de la revolución proletaria y los de la peor contrarevolución que haya sufrido jamás la clase obrera.
También el PCI, por muchas reservas y temores que expresase a que estos actos condujesen a callejones sin salida, se inclinó por presentar las acciones terroristas de Baader y sus compañeros, como signos anunciadores y ejemplos de la futura violencia de la clase obrera. Así, por ejemplo, en el número 254 de su publicación “Le Proletaire”, puede leerse: «Con ánimo angustiado hemos seguido la trágica epopeya de Andreas Baader y sus compañeros, participantes en ese movimiento de la lenta acumulación de las premisas para la reanudación proletaria. (...). La lucha proletaria conocerá otros mártires,...».
Veamos finalmente cómo la idea de un “terrorismo obrero” aparece claramente en pasajes como este: «En resumen, para ser revolucionario, no basta con denunciar la violencia y el terror del Estado burgués; también hay que reivindicar la violencia y el terrorismo como armas indispensables de la emancipación del proletariado». (“Le Proletaire” nº 253).
Frente a semejantes confusiones, nos proponemos establecer en este texto, más allá de las simples definiciones de diccionario y del uso abusivo de términos que hayan podido cometer accidentalmente algunos revolucionarios en el pasado, las verdaderas diferencias existentes, desde el punto de vista de la clase obrera, entre Terrorismo, Terror y Violencia; y de ésta la que el proletariado en particular deberá emplear para lograr su emancipación.
Reconocer la lucha de clases supone aceptar la violencia como uno de sus elementos fundamentales e inherentes a la misma. La existencia de clases supone el desgarramiento de la sociedad por antagonismos de clase irreconciliables, sobre los que se constituyen precisamente las clases. Las relaciones sociales entre las clases son necesariamente de oposición y antagónicas, es decir de lucha.
Pretender lo contrario, o sea que ese estado de cosas podría superarse merced a la buena voluntad de todos, a la colaboración y armonía entre las clases, significa situarse fuera de la realidad, en plena utopía.
Que las clases explotadoras profesen y divulguen tales ilusiones no debe sorprendernos, ya que están “naturalmente” convencidas de que no puede existir otra sociedad mejor que aquella en la que ellas son la clase dominante. Esta convicción ciega y absoluta les viene dictada por sus intereses y privilegios. Y como quiera que éstos se confunden con la supervivencia de la sociedad que esas clases dominan, no es de extrañar su mucho interés en predicar en las clases dominadas y explotadas que renuncien a luchar, que acepten el orden social imperante, que se sometan a las “leyes históricas”, que esas mismas clases dominantes declaran como inmutables. Eso explica que las clases dominantes estén tan objetivamente incapacitadas para entender el dinamismo de la lucha de clases - de las clases oprimidas -, como subjetivamente interesadas en que las clases oprimidas renuncien a cualquier atisbo de lucha. Para ello tratan de anular su voluntad de lucha con toda clase de embustes.
Pero no sólo entre las clases explotadoras dominantes aparece tal actitud respecto a la lucha de clases. Algunas corrientes creyeron posible evitar esa lucha apelando a la inteligencia, a una mejor comprensión, a los hombres de buena voluntad,... para crear una sociedad armónica, fraterna e igualitaria. Tal fue el caso de los utopistas en los momentos iniciales del capitalismo. Y no es que éstos, a diferencia de la burguesía y sus ideólogos, estuvieran interesados en negar la lucha de clases para mantener los privilegios de la clase dominante. Si pretendían eludir la lucha de clases se debía sobre todo a su incomprensión de las razones históricas de la propia existencia de las clases sociales. Lo que mostraban era más bien su inmadurez para comprender la realidad misma, una realidad en la que la lucha de clases, la lucha del proletariado contra la burguesía, era ya un hecho. Por ello, aunque ponían de manifiesto el inevitable retraso de la conciencia respecto a lo existente, los utopistas representaron, en todo caso, un esfuerzo en esa toma de conciencia, una manifestación de los primeros balbuceos teóricos de la clase obrera. No en vano los utopistas pueden ser considerados como los precursores del movimiento socialista, y sus trabajos como aportaciones considerables a ese movimiento, que encontrará en el marxismo los cimientos científicos e históricos de la lucha de clase del proletariado.
En un terreno completamente diferente se sitúan, sin embargo, los movimientos humanistas y pacifistas que afloraron desde la segunda mitad del siglo XIX, y que pretenden ignorar la lucha de clases. Estos movimientos no han aportado absolutamente nada a la emancipación de la humanidad, y son únicamente la expresión de clases y capas sociales pequeño burguesas, históricamente anacrónicas e impotentes, que sobreviven aplastadas en la sociedad moderna en la lucha entre capitalismo y proletariado. Su ideología a-clasista, interclasista y contraria a la lucha de clases, representa el lamento de clases impotentes, condenadas, sin provenir alguno en el capitalismo, y menos aún en el socialismo, la sociedad que el proletariado aspira a instaurar. Sus ideas y sus comportamientos políticos resultan ridículas y miserables, traduciéndose en lamentaciones, rogativas e ilusiones absurdas que sólo sirven de obstáculos al avance de la voluntad del proletariado. Precisamente por ello resultan perfectamente utilizables por el capitalismo, ¡y bien que éste las aprovecha!, en su afán de apoyar todo aquello que pueda emplear como instrumento de mistificación.
La existencia de las clases y de la lucha de clases implica obligatoriamente violencia de clases. Sólo lamentables plañideras o charlatanes redomados – o sea la socialdemocracia - , puede pretender negar tal evidencia. Pero es que, hablando en un plano más general, la violencia es una característica de la misma vida a la que acompaña en todo su desarrollo. Cualquier acción conlleva consigo cierto grado de violencia. El movimiento mismo está hecho de violencia pues es el resultado de una constante ruptura de un equilibrio, ruptura que proviene del choque entre fuerzas contradictorias.
La violencia ha estado presente desde las relaciones entre los primeros grupos de hombres, y no se expresa necesariamente en forma de violencia física descarada. También es violencia todo lo que es imposición, coerción, establecimiento de relaciones de fuerza, amenazas. Es violencia emplear la agresión física o fisiológica contra otros seres, pero también lo es imponer tal o cual situación o decisión por el hecho de disponer de los medios para ejercer la agresión, aun sin tener necesariamente que llegar a emplearlos. Podemos afirmar por tanto que la violencia, bajo una u otra forma, se manifiesta desde el mismo momento en que hay movimiento o vida, que la división en clases de la sociedad la ha convertido en uno de los cimientos más importantes de las relaciones sociales, y que en el capitalismo ha alcanzado abismos infernales.
Toda explotación de clase basa su poder en la violencia, una violencia creciente hasta el extremo de que llega a convertirse en la principal institución social, en su principal pilar, el que sostiene y mantiene todo el edificio de la sociedad, pues sin ella se hundiría inmediatamente. Siendo originariamente el necesario resultado de la explotación de una clase por otra, la violencia organizada, concentrada e institucionalizada en la forma acabada del Estado, se vuelve dialécticamente factor, condición fundamental para que siga existiendo y perpetuándose la sociedad de explotación. Frente a esa violencia cada vez más sanguinaria y asesina de las clases explotadoras, las clases explotadas y oprimidas deben oponer su propia violencia de clase si quieren liberarse. Apelar a los sentimientos “humanistas” de las clases explotadoras, como hacen los religiosos al estilo Tolstoi o Ghandi, o los “socialistas” de vía estrecha, equivale a creer en milagros, a implorar de los lobos que se conviertan en corderos, a pedirle a la clase capitalista que se transforme en clase obrera.
La violencia de la clase explotadora, inherente a su ser, sólo puede ser frenada mediante la violencia revolucionaria de las clases oprimidas. Comprender esto, preverlo, prepararse para ello, organizarlo, etc., no es sólo la condición decisiva para la victoria de las clases oprimidas, sino que además asegura esa victoria atenuando la cantidad y la duración de los sufrimientos. No es revolucionario quien emita la menor duda o la menor vacilación respecto a esto.
Hemos analizado que es inconcebible la explotación sin la violencia, que una y otra son orgánicamente inseparables. Puede concebirse una violencia al margen de relaciones de explotación, pero éstas sólo pueden llevarse a cabo a través y gracias a la violencia. Son como los pulmones y el aire que éstos necesitan para funcionar.
Lo mismo que le sucedió al capitalismo en su paso a la fase imperialista, también la violencia combinada con la explotación, adquirió cualidades novedosas y especiales. Dejó de ser algo accidental o secundario para pasar a ser algo cuya presencia se ha hecho permanente en todas las esferas de la vida social. Impregna todas las relaciones, penetra por todos los poros del cuerpo social, tanto en lo general como en lo que se llama personal. Naciendo de la explotación y de la necesidad de someter a la clase trabajadora, la violencia se acaba imponiendo sistemáticamente en todas las relaciones entre las diferentes clases y capas de la sociedad, entre los países industrializados y los subdesarrollados y entre los industrializados mismos, entre el hombre y la mujer, entre los padres y los hijos, entre los profesores y los alumnos, entre los individuos, entre gobernantes y gobernados,... La violencia se especializa, se estructura, se organiza, se concentra en un cuerpo diferente y separado: el Estado - con sus ejércitos permanentes, su policía, sus cárceles, sus leyes, sus funcionarios y torturadores,... - que tiende a situarse, dominándola, por encima de la sociedad.
Para asegurar la explotación del hombre por el hombre, la violencia se convierte en la primera actividad social, en la que la sociedad gasta incluso una parte cada vez mayor de sus recursos económicos y culturales. La violencia se ha elevado a culto, arte, ciencia. Una ciencia aplicada no sólo al campo militar y a la técnica armamentística, sino a todos los ámbitos, a todos los niveles: a la organización de campos de concentración, a la instalación de cámaras de gas masivas, al arte del exterminio rápido y sistemático de poblaciones enteras, a la creación de auténticas universidades de la tortura científica y psicológica en las que se doctoran pléyades de torturadores con patente y diploma. Una sociedad que no sólo «chorrea sangre por todos sus poros», como decía Marx, sino que ya no puede vivir ni respirar un sólo instante fuera de esa atmósfera hedionda y pestilente de cadáveres, muerte, destrucción y matanzas, sufrimientos y torturas. En esta sociedad, la violencia que se ha elevado ya a su enésima potencia, cambia cualitativamente para convertirse en terror.
Hablar de violencia en general sin hacer referencia a las condiciones concretas, a los períodos históricos, a las clases que la ejercen,... significa no entender absolutamente nada de su contenido real, de aquello que le confiere una cualidad diferente y específica en las sociedades de explotación, y el por qué de esa modificación fundamental que convierte la violencia en terror, que no se trata de un mero cambio cuantitativo. No ver la diferencia cualitativa entre violencia y terror, equivale a razonar de la misma manera que si tratando, por ejemplo, la cuestión de la mercancía, no viéramos más que una simple diferencia cuantitativa entre la antigüedad y el capitalismo, sin darnos cuenta de la diferencia cualitativa esencial entre esos dos modos de producción esencialmente distintos.
Conforme se va desarrollando la sociedad dividida en clases, la violencia en manos de la clase dominante y explotadora irá tomando cada vez más un nuevo carácter: el del terror. El terror no es un atributo de las clases revolucionarias cuando hacen su revolución, como un instrumento para llevarla a cabo. Esta es una visión puramente formal y completamente superficial, que acaba por glorificar el terror como la acción revolucionaria por excelencia y la determinante. Se llega así a establecer como axioma que «cuanto más fuerte es el terror, más radical y profunda es la revolución». Pero tal “axioma” ha quedado rotundamente desmentido por la historia. Si tomamos el ejemplo de la burguesía, resulta que esta clase ha perfeccionado y utilizado más el terror con el transcurrir de su existencia que cuando realizó su revolución. El terror de la burguesía ha alcanzado sus cotas más altas precisamente desde que el capitalismo entró en decadencia. El terror no es la expresión de la naturaleza y de la acción revolucionarias de la burguesía cuando hizo su revolución, es decir algo ligado al hecho revolucionario, aunque en aquellos momentos tuviese manifestaciones espectaculares. El terror es sobretodo la expresión de su naturaleza de clase explotadora, es decir, que únicamente puede basar su poder en el terror. Las revoluciones que permitieron la sucesión de las diferentes sociedades de explotación de clase no crearon el terror, sino que se limitaron a transferirlo, a darle continuidad, de una clase explotadora a otra. El perfeccionamiento y reforzamiento del terror que ha desarrollado la burguesía no tuvo como principal objetivo la antigua clase dominante para acabar con ella, sino, sobre todo, asentar su dominio sobre la sociedad en general y contra la clase obrera en particular. El terror en la revolución burguesa no fue más que una continuidad, puesto que la nueva sociedad es también una sociedad de explotación del hombre por el hombre. La violencia de las revoluciones burguesas no fue el fin de la opresión sino la opresión sin fin. Por eso esa violencia no puede ser más que terror.
Resumiendo: el terror puede definirse como la violencia específica y particular de las clases explotadoras y dominantes en la historia, y sólo con ellas desaparecerá. Sus características esenciales son:
Estar unido orgánicamente a la explotación para imponerla.
Ser propio de una clase privilegiada.
Ser propio de una clase minoritaria de la sociedad.
Ser atributo de un cuerpo especializado, estrictamente seleccionado y cerrado, y que tiende a escapar al control de la sociedad.
Reproducirse y perfeccionarse sin fin, y extenderse a todos los niveles, a todos los planos, de las relaciones que existen en la sociedad.
No tener otro sentido que el de someter y aplastar a la comunidad humana.
Hacer surgir sentimientos de hostilidad y violencia entre los grupos sociales: nacionalismo, patrioterismo, racismo y demás monstruosidades.
Hacer surgir sentimientos y comportamientos egoístas, de agresividad sádica, de ánimo de revancha, de guerras contínuas y cotidianas de todos contra todos, hundiendo a la sociedad entera en un estado de terror sin límites.
Las clases pequeño burguesas (campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, profesionales liberales, intelectuales, etc.) no son clases fundamentales de la sociedad, pues no representan un modo de producción particular, ni ofrecen proyecto histórico alguno a la sociedad. No son clases históricas en el sentido marxista del término. Son, inequívocamente, las menos homogéneas de las clases sociales. Aunque sus capas superiores sacan sus rentas de la explotación del trabajo de los demás y por ello forman parte de los privilegiados; esas clases en su conjunto, están sometidas al dominio de las clases capitalistas, y sufren de éstas el rigor de las leyes y la opresión. No tienen ningún porvenir como clase. La mayor aspiración de sus estratos superiores es integrarse individualmente en la clase capitalista. Y, en cuanto a sus capas más inferiores, se ven irremediable e implacablemente abocadas a perder toda propiedad e “independencia” de medios de subsistencia y a proletarizarse. Existe también una enorme masa intermedia condenada a ir vegetando económica y políticamente, sometida al imperio de la clase capitalista. Su comportamiento político se ve determinado por la relación de fuerzas entre las dos clases fundamentales de la sociedad (capitalismo y proletariado). Su resistencia desesperada a las despiadadas leyes del Capital les empuja a una visión y un comportamiento fatalistas y pasivos. Su ideología es en el plano individualista el “sálvese quien pueda”, y en el colectivo las múltiples variantes de lamentaciones quejumbrosas, la búsqueda de cualquier miserable consuelo, los impotentes y ridículos sermones pacifistas y humanistas de todo tipo.
Aplastadas materialmente, sin porvenir alguno ante sí, vegetando en un presente de horizontes completamente cerrados y en una ilimitada mediocridad cotidiana; esas clases son, por su falta de esperanzas, presa fácil de toda clase de mistificaciones, desde las más pacíficas (sectas religiosas, naturalistas, anti-violencia, hippies, ecologistas, anti-nucleares, etc.), hasta las más sangrientas (grupos patrioteros, progromistas, racistas, Ku-Klux-Klan, bandas fascistas, gángsteres y mercenarios de toda ralea). En éstas últimas, en las más sangrientas, es, sobre todo, donde encuentran la compensación de una ilusoria dignidad frente a una decadencia real acentuada día tras día por el desarrollo del capitalismo. Se trata del heroismo de la cobardía, de la valentía del pusilánime, la gloria de la mediocridad sórdida. Entre sus filas encuentra el capitalismo, tras haberles hundido en la peor bajeza, reservas inagotables donde reclutar a sus héroes del terror.
Aunque a lo largo de la historia se dieron explosiones de cólera y violencia por parte de esas clases, se trató siempre de revueltas esporádicas que nunca sobrepasaron la “jacquerie” o la algarada local, pues no tenían más perspectiva que la ser aplastadas. En el capitalismo esas clases han perdido por completo su independencia y sólo sirven de masa de maniobra y apoyo en los enfrentamientos entre las diferentes fracciones de la clase dominante tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales. En momentos de crisis revolucionaria, y en ciertas circunstancias favorables, el profundo descontento de una parte de esas clases sí podría servir de fuerza de apoyo a la lucha proletaria.
El inevitable proceso de empobrecimiento y de proletarización de las capas infereriores de esas clases es un camino difícil y doloroso que da lugar al surgimiento de corrientes de acentuada rebeldía. La combatividad de esos elementos, procedentes sobre todo de los artesanos y de la intelectualidad desclasada, nace más de su situación de individuos desesperados que de la lucha de clases del proletariado, lucha ésta que, por otra parte, les cuesta mucho integrar y entender. Lo que les caracteriza es, antes bien, el individualismo, la impaciencia, el escepticismo, la desmoralización, por lo que sus acciones tienen más que ver con el suicidio espectacular que con un combate para alcanzar una meta. Habiendo perdido “su pasado”, y sin porvenir alguno ante sí, esos elementos viven en un presente miserable, y se rebelan desesperados contra la miseria de ese presente que sienten en lo inmediato y como algo inmediato. Incluso si, al estar en contacto con la clase obrera y su perspectiva histórica, tratan de inspirarse en los ideales de ésta aunque sea de forma generalmente deformada, lo cierto es que esta “inspiración” rara vez supera el nivel de la fantasía o del sueño. Su visión de la realidad queda encerrada en el terreno reducido y limitado de lo contingente. La expresión política de esas corrientas toma formas muy variadas que van desde la mera acción individual hasta las diversas formas de las sectas cerradas, conspirativas, preparadoras de “golpes de Estado”, de acciones ejemplares y, en última instancia, el terrorismo.
Lo que da unidad a toda esa diversidad es la completa ignorancia de lo que es el determinismo histórico y objetivo de la lucha de clases, la falta de entendimiento de quién es el sujeto histórico de la sociedad actual, el único capaz de asegurar la transformación, es decir el proletariado.
Si existieron y siguen existiendo manifestaciones de esa corriente es porque el proceso de proletarización de esas capas ha persistido a lo largo de toda la historia del capitalismo. Sus variantes han sido el resultado de las situaciones locales y contingentes. Este fenómeno social fue paralelo a la historia de la formación de la clase proletaria, encontrándose así entremezclado en distintos grados al movimiento del proletariado en el que introdujeron ideas y comportamientos ajenos a la clase. Esto es particularmente evidente en lo que respecta al terrorismo.
Debemos insistir especialmente y remarcar este punto esencial para no dar lugar a ningún tipo de ambigüedad. Si, en los inicios de su formación como clase y de su tendencia a organizarse, el proletariado no encontraba aún las formas apropiadas, e imitó por tanto el tipo de organización de las sociedades conspirativas, secretas, herencia de la revolución burguesa; eso no quita que éstas tuvieran un carácter de clase burgués y que resultaran inadecuadas para el nuevo contenido, el de la lucha de clase del proletariado, que prontó, además, necesitó desprenderse y rechazar definitivamente tales formas de organización y métodos de acción.
Lo mismo que sucedió en cuanto a la elaboración teórica y su etapa utopista, la formación de organizaciones políticas de la clase pasó, inevitablemente, por la fase de sectas conspirativas. Pero no hay que recrear la confusión haciendo de la necesidad una virtud. Necesitamos, por el contrario, evitar confundir las diferentes estapas del movimiento y saber distinguir el significado diferente y opuesto de sus expresiones en las diferentes etapas.
Y lo mismo que el socialismo utópico, que tras haber realizado una gran contribución positiva se convirtió - cuando el movimiento obrero alcanzó una determinada etapa - en freno para su posterior desarrollo; así también en esa misma etapa ya más avanzada, las sectas conspirativas quedarán como algo negativo y esterilizante para el avance posterior del movimiento. La corriente representativa de esas capas en vías de una dolorosa proletarización dejará entonces de aportar la menor contribución a un movimiento de clase ya desarrollado. Desde ese momento, esa corriente no sólo va a reivindicarse del tipo sectario de organización y de sus métodos conspirativos característicos, sino que además, precisamente por aparecer como algo anacrónico respecto al movimiento real, se vio obligada a llevar esa reivindicación a ultranza, a hacer de ella una auténtica caricatura, expresándose en última instancia en la preconización de la acción terrorista.
El terrorismo no es sólo la acción del terror. No se trata de meras disquisiciones terminológicas. Lo que queremos poner de relieve es el sentido social y las diferencias que recubren esos término. El terror es un sistema de dominio estructurado, permanente, que emana de las clases explotadoras. El terrorismo es, por el contrario, una reacción de una clase oprimida pero sin ningún porvenir contra el terror de la clase opresora. Son reacciones momentáneas, sin continuidad, reacciones de venganza y sin mañana.
De ese tipo de movimientos pueden encontrarse emotivas descripciones en los escritos de Panait Istrati sobre los “Haiduc” en el contexto histórico de la Rumanía del siglo XIXº. Volveremos a encontrarlas en los “Narodnikis” rusos o incluso, por diferentes que parezcan, en los anarquistas y la “Banda de Bonnot”,... Todas esas expresiones tienen la misma naturaleza: venganza de impotentes, porque eso es lo que son. No son nunca el anuncio de algo nuevo, sino la expresión desesperada de un final, del suyo propio.
Reacción impotente de la impotencia, el terrorismo ni afecta ni puede hacer temblar el terror de la clase dominante. Es la picadura del mosquito en la piel del elefante. Al contrario, puede ser y a menudo es explotado por el Estado para justificar y reforzar el terror.
Hay que denunciar sin concesiones el mito de que el terrorismo sirva o podría servir de detonador de la lucha del proletariado. Resultaría muy sorprendente que una clase con devenir histórico tenga que encontrar en una clase sin porvenir alguno, el elemento detonador de su propia lucha.
Es totalmente absurdo pretender que el terrorismo de las capas más radicalizadas de la pequeña burguesía, tendría el mérito de destruir en la clase obrera los efectos de la mentira democrática, de la legalidad burguesa o de mostrarle el camino indispensable de la violencia. El proletariado no tiene lección alguna que sacar del terrorismo radical, sino es la de separarse de él rechazándolo, pues la violencia del terrorismo se sitúa, fundamentalmente, en el campo burgués de lucha. El proletariado comprende la necesidad indispensable de la violencia a partir de su existencia misma, de sus luchas, de sus experiencias, de sus enfrentamientos con la clase dominante. Esta violencia, por su naturaleza y por su contenido, por su forma y métodos, se distingue tan radicalmente del terrorismo pequeño burgués como del terror de la clase explotadora dominante.
Es cierto que la clase obrera manifiesta generalmente una actitud de solidaridad y simpatía no respecto al terrorismo al cual condena como ideología, organización y métodos, sino respecto a los individuos que lo practican. Esto es así por razones evidentes:
Porque se han rebelado contra el orden de terror existente, orden que el proletariado se propone destruir de arriba a abajo.
Porque, al igual que la clase obrera, también son víctimas de la cruel explotación y opresión por parte del enemigo mortal del proletariado: la clase capitalista y su Estado. El proletariado no puede evitar manifestar su solidaridad con esas víctimas, procurando salvarles de manos de sus verdugos, el terror del Estado existente; pero procurando también sacarles del callejón mortalemente peligroso en que se han metido, o sea el terrorismo.
No vamos a insistir aquí en la necesaria violencia de la lucha de clase del proletariado. Eso equivaldría a redundar en lo que desde hace ya casi dos siglos, desde los “Iguales” de Babeuf, ha quedado demostrado teórica y prácticamente como necesidad inevitable. También resulta fútil reiterar la perogrullada, presentándola además como si fuera un descubrimiento, de que todas las clases se ven obligadas a usar la violencia y que el proletariado no es una excepción. Si nos limitásemos a enunciar verdades que se han vuelto banalidades, acabaríamos planteando una especie de ecuación totalmente vacua: “violencia = violencia”. Se establece así una equivalencia, una igualdad tan simplista como absurda entre la violencia del capital y la violencia del proletariado, obviando y ocultando su diferencia esencial de que mientras una es opresiva la otra es liberadora.
Repetir esa tautología de “violencia = violencia”, limitándose a demostrar que todas las clases la utilizan, para así afirmar su naturaleza idéntica, es tan “inteligente y genial” como decir que el acto de un cirujano en una cesárea que da nacimiento a la vida, y el acto de un asesino rajando a su víctima para asesinarla, son iguales por el simple hecho de que tanto uno como otro emplean instrumentos similares, actúan sobre la misma zona del cuerpo o con una técnica parecida.
Lo que de verdad interesa no es repetir que “la violencia,... es violencia”, sino subrayar con todo énfasis las diferencias esenciales, es decir en qué, por qué, y cómo, la violencia del proletariado se distingue fundamentalmente del terror y del terrorismo de las demás clases.
Si diferenciamos terror y violencia de clase no es por querer ser puntillosos ni escrupulosos en la terminología, ni tampoco porque el término terror nos produzca repugnancia o pudor como a una virgen atemorizada; sino para resaltar más claramente la diferencia de naturaleza de clase, de contenido y de formas, que el empleo de un mismo termino ocultaría desdibujándolas. El vocabulario va por detrás de la realidad de los hechos, y además cuando las palabras no consiguen discriminar la diferencia de contenidos, es como resultas de un pensamiento insuficientemente elaborado que mantiene así una ambiguedad siempre nociva. Tenemos el ejemplo del término “socialdemocracia” que no tenía nada que ver con la esencia revolucionaria y la meta comunista que tiene la organización política del proletariado. Lo mismo sucede con el término “terror” que a veces aparece en las obras de la literatura socialista, incluso en la de los “clásicos”, junto a “revolucionario” o “del proletariado”. Hay que ponerse en guardia contra quienes abusan citando literalmente frases, pero sin ponerlas en su contexto, sin explicitar las circunstancias en que fueron escritas, contra qué adversario, etc., pues deforman o traicionan el pensamiento mismo de los autores. Hay que subrayar además, que las más de las veces estos mismos autores aunque emplearan la palabra “terror”, se cuidaban de dejar bien sentada la diferencia de fondo y de forma entre el del proletariado y el de la burguesía, entre la Comuna de París por un lado y Versalles por otro, entre el de la revolución y el de la contrarevolución en la guerra civil en Rusia. Si creemos que ya es hora de distinguir bien las cosas, asignando palabras distintas, es porque hay que disipar ya la ambiguedad alimentada por el empleo de términos idénticos, sobre todo la confusión de que entre uno y otro sólo existiría una diferencia de cantidad o de intensidad, cuando estamos hablando en realidad de una naturaleza de clase completamente diferente. Aunque se tratase únicamente de un cambio únicamente de cantidad, eso significaría para los marxistas – que reivindican el método dialéctico – un cambio de cualidad.
Si rechazamos el término terror y preferimos el de violencia de clase del proletariado, lo hacemos no sólo para expresar nuestra repugnancia de clase hacia el contenido real de explotación y de opresión que es el terror, sino también para acabar con las trapacerías casuísticas e hipócritas de que “el fin justifica los medios”.
Los propagandísticas incondicionales del terror, esos calvinistas de la revolución que son los bordiguistas, desdeñan las cuestiones de formas de organización y de los medios. Para ellos sólo existe la “meta”, para la cúal puede ser utilizado sin distinción cualquier medio. «La revolución es un problema de contenido y no de formas de organización» repiten sin descanso, excepto... en lo referente al terror. En este punto son categóricos: «No hay revolución sin terror», y no es revolucionario quien no es capaz de matar algún que otro niño. En este caso el terror, considerado como medio, se vuelve condición absoluta, imperativo categórico de la revolución y de su contenido. ¿Por qué esta excepción? Podríamos plantearnos, a la inversa, otro tipo de preguntas: si de verdad las cuestiones de los medios y las formas de la organización no tienen ninguna importancia para la revolución proletaria ¿no podría esta llevarse a cabo bajo la forma monárquica o parlamentaria, por ejemplo? ¿por qué no?
Pero lo cierto es que querer separar contenido y formas, fin y medios, es completamente absurdo. En la realidad contenido y formas están intimamente relacionados. Un fin no contiene cualquier medio sino los suyos apropiados y tales medios sólo son válidos para tales fines. Cualquier otro tipo de análisis no conduce más que a especulaciones sofistas.
Si rechazamos el terror como expresión de la violencia del proletariado no es por no se sabe que prejuicio moral, sino porque el terror, como método y contenido, se opone por naturaleza a los fines que persigue y se propone el proletariado. ¿Creen estos calvinistas de la revolución que van a convencernos de que para conseguir nuestra meta, el comunismo, el proletariado podría o debería recurrir a medios tales como inmensos campos de concentración, el exterminio sistemático de poblaciones por millones o instalando una tupida red de cámaras de gas más perfeccionadas aún que las de Hitler? ¿Forma parte el genocidio del “Programa” y de la “vía calvinista” al socialismo?
Basta recordar la enumeración que antes hicimos de las características del contenido y de los métodos del terror para darse cuenta del abismo que lo separa y lo opone al proletariado:
«Estar unido orgánicamente a la explotación para imponerla» El proletariado es una clase explotada y lucha por la supresión de la explotación del hombre por el hombre.
«Ser propia de una clase privilegiada». El proletariado no tiene ningún privilegio y lucha por la supresión de todo privilegio.
«Ser propia de una clase minoritaria de la sociedad».El proletariado representa con los demás trabajadores la inmensa mayoría de la sociedad. Quizás algunos vean en esta referencia “nuestra irremediable propensión hacia los principios de la democracia”, de mayorías y minorías, sin darse cuenta de que son ellos los que están obnubilados por ese problema hasta el extremo de hacer de la minoría, por puro horror visceral a la mayoría, el criterio de la verdad revolucionaria. El socialismo es irrealizable si no se basa en la posibilidad histórica y si no se corresponde a los intereses fundamentales y a la voluntad de la inmensa mayoría de la sociedad. Este es uno de los argumentos claves de Lenin en “El Estado y la Revolución”, y también de Marx cuando afirmaba que el proletariado no podría emanciparse sin emancipar al conjunto de la humanidad.
«Atribuirse a un cuerpo especializado,...» El proletariado ha escrito en su bandera la destrucción del ejército permanente, de la policía, etc. ; en favor del armamento general del pueblo y, ante todo, del proletariado. «... que tiende a separarse de todo control por parte de la sociedad» El proletariado tiene como objetivo la negación de toda especialización, y, al no ser esto posible inmediatamente, la exigencia de su total sumisión al control de la sociedad.
« Reproducirse y perfeccionarse sin fin...» El proletariado se propone acabar con esa reproducción y perfeccionamiento y eso desde el día siguiente a la toma del poder.
«No tener otro sentido que el de someter y aplastar a la comunidad humana». Las metas del proletariado son diametralmente opuestas. La razón de ser de su revolución es la liberación y la realización de la comunidad humana.
«Hacer surgir sentimientos de hostilidad y violencia entre los grupos sociales: nacionalismo, patrioterismo, racismo,...». El proletariado suprimirá todos esos anacronismos históricos que se han convertido en monstruosidades y trabas para la unificación armoniosa, necesaria y posible, de toda la humanidad.
«Hacer surgir sentimientos y comportamientos egoístas, de agresividad sádica, de ánimo de revancha, de guerras contínuas y cotidianas de todos contra todos,...». El proletariado, al contrario, hace surgir sentimientos nuevos: solidaridad, vida colectiva, fraternidad, libre asociación de productores, producción y consumo socializados. Si la esencia de las clases explotadoras es «hundir a la sociedad entera en un estado de terror sin límites», el proletariado, por el contrario, apela a la iniciativa y a la creatividad de todos para que tomen, en un clima de entusiasmo general, su vida y su suerte en sus propias manos.
La violencia de clase del proletariado no podrá ser nunca el terror, ya que su razón de ser es precisamente destruirlo. Considerar idénticos violencia y terror es jugar con las palabras, y confundirlos intercambiando los términos, poniendo en un mismo plano al asesino amenazando con el cuchillo y la mano que lo inmoviliza y le impide cometer el crimen. El proletariado no podrá recurrir jamás a la organización de “progromos”, al linchamiento, a montar escuelas de tortura, a la violación, a “procesos de Moscú”, etc. como medios y métodos para la realización del socialismo. Esos métodos se los deja al capitalismo, porque son inherentes a éste, le son propios, forman parte de él, están adaptados a sus fines: Son esos métodos los que llevan el nombre genérico de terror.
Ni el terrorismo antes, ni el terror después de la revolución, podrán ser armas del proletariado para la emancipación de la humanidad.
MC
Marzo de 1978.
En la Revista Internacional nº 14 publicamos ya un texto sobre la cuestión del terrorismo, el terror y la violencia de clase. En él establecíamos las bases de la intervención de la CCI para, a través de sus distintos órganos de prensa, responder por un lado a la enorme ofensiva ideológica y policíaca de la burguesía, y por otro a las diferentes concepciones que existen en el medio revolucionario respecto a las recientes acciones terroristas. Lo que publicamos aquí es una Resolución que
En la Revista Internacional nº 14 publicamos ya un texto sobre la cuestión del terrorismo, el terror y la violencia de clase. En él establecíamos las bases de la intervención de la CCI para, a través de sus distintos órganos de prensa, responder por un lado a la enorme ofensiva ideológica y policíaca de la burguesía, y por otro a las diferentes concepciones que existen en el medio revolucionario respecto a las recientes acciones terroristas. Lo que publicamos aquí es una Resolución que insiste, amplia y profundiza las cuestiones que desarrollamos en el mencionado artículo, tratando siempre de clarificar al máximo el carácter de clase de la violencia liberadora y emancipadora del proletariado.
No pretendemos en esta Resolución dar respuestas precisas y detalladas a todas las cuestiones y problemas que se plantean y se plantearán a la clase obrera en su actividad revolucionaria, una actividad que va de la reanudación de las luchas hacia la transformación revolucionaria de la sociedad, pasando por la fase de la insurrección y de la toma del poder. Esta Resolución tampoco entrará en la utilización directa que del terrorismo puede hacer la burguesía. La finalidad de esta Resolución es, pues, establecer un cuadro de análisis, una visión de conjunto, que permita abordar estos problemas desde un punto de vista proletario y no desde afirmaciones simplistas como que “la violencia es violencia”, “la violencia es el terror”, “decir que la violencia no es terror, es pacifismo”, etc; es decir todo ese tipo de afirmaciones basadas en la casuística de que “el fin justifica los medios”, que ya denunciamos en el citado artículo de la Revista Internacional nº 14.
Debemos demostrar que el pacifismo no corresponde a realidad alguna y que se trata de pura ideología ( en el mejor de los casos presión de las capas medias que teorizan su impotencia para oponer una fuerza verdadera a la burguesía y a su Estado). Ideología siempre al servicio de la burguesía en el ejercicio de su dominación sobre la clase obrera y el conjunto de la sociedad.
Hay que mostrar cómo y por qué el terror es la expresión de las clases dominantes y explotadoras y que la naturaleza profunda de su violencia de clase se convierte, cuando las bases materiales de su dominación están ya carcomidas, en el trasfondo de toda la vida social.
Hay que exponer cómo y por qué el terrorismo es la típica manifestación de la revuelta impotente de las capas medias, pero nunca un medio o un detonador de la lucha revolucionaria del proletariado.
Hay que hacer ver que la forma y el contenido de la violencia emancipadora de la clase obrera no puede ser comparada en ningún caso con el “terror”.
Y, finalmente, hay que mostrar donde reside la verdadera fuerza de la clase obrera: en la acción colectiva, consciente, y organizada de la inmensa mayoría y en su capacidad para transformar revolucionariamente las relaciones sociales.
Esos son los objetivos que se propone esta Resolución.
Pondremos además en evidencia que si hay una cuestión en la que las relaciones entre “fines y medios” son tan estrechas y están mutuamente condicionadas, esa es, sin duda, la de la violencia revolucionaria del proletariado. Todo esto redunda en la importancia de las actuales discusiones sobre terrorismo, terror y violencia de clase, que ocupan un lugar central en el concepto de la revolución proletaria.
Es completamente erróneo presentar el problema como un falso dilema: terror o pacifismo. En realidad el pacifismo nunca ha existido en una sociedad dividida en clases con intereses antagónicos. En esta sociedad lo que rige las relaciones entre las clases es la lucha. Por eso el pacifismo no ha sido nunca más que pura ideología. En el mejor de los casos un espejismo de capas impotentes y heterogéneas de una pequeña burguesía sin porvenir. En el peor una patraña, una mentira desvergonzada de las clases dominantes para que las clases explotadas abjuren de la lucha de clase y acaten el yugo de la opresión. Cuando se razona en términos de “pacifismo o terror”, es decir cuando se contrapone áquel a éste, se está cayendo en la trampa, se le está dando verosimilitud a este falso dilema, como ocurre también con la trampa igualmente construída sobre el falso dilema: guerra o paz.
En el debate debemos dejar de lado el uso de este dilema falsario, pues al oponer la fantasía a la realidad, se da la espalda y se oscurece el verdadero problema que se plantea: la naturaleza de clase del terror, del terrorismo y de la violencia de clase.
De igual forma que se escamotea el verdadero problema del terror y de la violencia de clase al sustituirlo por el falso dilema de “terror o pacifismo”, también se elude totalmente el problema identificándolos. Es verdaderamente sorprendente que quién se considera marxista, pueda pensar que clases de naturaleza tan diferente como la burguesía y el proletariado, aquella portadora de la explotación, ésta de la emancipación, aquella de la represión, ésta de la liberación, aquella del mantenimiento y perpetuación de la división de la humanidad, ésta de su unificación; que esas dos clases, la burguesía representante del reino de la necesidad, de la penuria y de la miseria, y el proletariado representante del reino de la libertad, de la abundancia y de la realización humanas, que esas dos clases, repetimos, puedan, sin embargo, tener los mismos usos y comportamientos, idénticos medios y modos de actuación.
Al hacer tal identificación, se está ocultando todo lo que distingue y opone a ambas clases, no en un terreno nebuloso, especulativo o abstracto, sino en la realidad misma de sus prácticas respectivas. A fuerza de identificar esas prácticas, se acaba identificando los sujetos mismos, es decir la burguesía y el propio proletariado, pues resulta aberrante afirmar por un lado que son dos clases cuya esencia es diametralmente opuesta, pero sostener, en cambio, que esas dos clases tienen, en realidad, prácticas idénticas.
Para centrar el problema del terror, tenemos que huir de cualquier disquisición terminológica y plantear al desnudo lo que contienen esos términos, o dicho de otra manera, ver el verdadero contenido, la práctica real del terror, y su significado. Empecemos pues por rechazar cualquier visión que separe el contenido y la práctica. El marxismo niega la visión idealista según la cual existiría un contenido etéreo al margen de la materialidad de las cosas que es su práctica, como la visión pragmática de una práctica vacía de contenido. Contenido y práctica, fin y medios, sin llegar a ser idénticos son, sin embargo, momentos de una unidad indisoluble. No existe una práctica separada y opuesta al contenido, y es imposible poner en cuestión un contenido sin quee la práctica quede inmediatamente en entredicho. La práctica revela necesariamente su contenido, de la misma forma que éste último sólo puede afirmarse en su práctica. Esto es particularmente evidente en lo referente a la vida social.
El capitalismo es la última de las sociedades divididas en clases de la historia. La clase capitalista basa su dominio en la explotación económica de la clase obrera. Para mantener y llevar al máximo esa explotación, la clase capitalista, como todas las clases explotadoras en la historia, recurre a todos los medios de opresión y represión a su alcance. No hace ascos a ningún medio, por muy inhumano, sanguinario y salvaje que sea, para mantener y perpetuar la explotación. Cuanto más se manifiestan las dificultades internas tanto más se manifiesta la resistencia obrera, y más sangrienta es aún la represión. Para ello la burguesía ha desarrollado todo un arsenal de medios represivos: cárceles, deportaciones, asesinatos, campos de concentración, guerras de exterminio y genocidios, la tortura más refinada, y también, necesariamente, todo un cuerpo social especializado en la aplicación de esa metodología: policía, guardia civil y gendarmerías especiales, ejército, aparato jurídico, torturadores con diploma, comandos superentrenados y grupos paramilitares. La clase capitalista invierte una parte cada vez mayor de la plusvalía extraída con la explotación de la clase obrera, en mantener este aparato de represión, hasta el extremo de que este sector se ha convertido en el más importante y más floreciente campo de la actividad social. Para mantener su dominio, la clase capitalista está llevando a la sociedad a la mayor abyección, conduciendo a la humanidad a los peores sufrimientos y la muerte.
No queremos hacer aquí una vívida descripción de la barbarie capitalista sino, más prosaicamente, mostrar lo esencial de su práctica. Esa práctica que impregna toda la vida social, todas las relaciones entre los hombres, que penetra por todos los poros de la sociedad. A esa práctica, a ese sistema de dominación, nosotros le llamamos Terror. El terror no es tal o cual acto de violencia episódico y circunstancial. El terror es un modo particular de la violencia, inherente a las clases explotadoras. Es una violencia concentrada, organizada, permanente y especializada, mantenida en constante desarrollo y perfeccionamiento, para así perpetuar la explotación.
Sus características fundamentales son:
– Que es la violencia de una clase minoritaria contra la gran mayoría de la sociedad.
– Que se perfecciona y se perpetua hasta el punto de encontrar en sí misma su razón de ser.
– Que necesita un cuerpo cada vez más especializado, cada vez más separado de la sociedad y encerrado en si mismo, que escapa a todo control, que impone con la mayor brutalidad su férula sobre el conjunto de la población, ahogando en un silencio de muerte cualquier veleidad de crtítica o de contestación.
El proletariado no es la única clase que sufre los rigores del terror del Estado sobre la sociedad. Ese terror se ejerce igualmente sobre todas las clases y capas pequeño burguesas: campesinos, artesanos, pequeños industriales y comerciantes, intelectuales y profesionales liberales, científicos y juventud estudiantil, e incluso en las propias filas de la clase burguesa. Estas capas y clases no ofrecen alternativa histórica alguna al capitalismo, por lo que, provocadas y exhasperadas por la barbarie del sistema y de su terror, no pueden oponerle, en cambio, más que actos desesperados: el Terrorismo.
Es cierto que el terrorismo puede ser utilizado por ciertos sectores de la burguesía, pero se trata, esencialmente, del modo de actuación político, de la práctica, de capas y clases desesperadas y sin porvenir. De ahí que esa práctica que se presume “heroíca y ejemplar” no sea más que una acción suicida, que no aporta alternativa alguna, y cuyo único efecto es abastecer de víctimas al terror del Estado. No tiene por tanto ningún efecto positivo sobre la lucha de clase del proletariado, y sí sirve, en cambio, para entorpecer la lucha pues siembra entre los trabajadores la ilusión de que existiría una vía diferente a la lucha de clases. Esto explica que el terrorismo, práctica de la pequeña burguesía, pueda ser y sea de hecho pertinentemente explotado por el Estado como medio para desviar a los obreros del terreno de la lucha de clases, e, igualmente, como pretexto para reforzar el Terror.
Lo que caracteriza el terrorismo, práctica insistimos de la pequeña burguesía, es que se trata siempre de acciones de pequeñas minorías o de individuos aislados, sin alcanzar jamás la altura de una acción de masas. Como también el modo conspirativo de actuación que ofrece un terreno muy favorable a las artimañas de los agentes policiales y del Estado, y en general a toda clase de manipulaciones e intrigas de lo más rocambolescas. Si ya por su propio orígen el terrorismo es emanación de voluntades individualistas y no de la acción generalizada de una clase revolucionaria, también en su desarrollo y resultados se mantiene en ese plano individualista. Su acción no pretende siquiera ir dirigida contra la sociedad capitalista y sus instituciones, sino contra individuos más o menos representativos de esa sociedad, por lo que acaban siendo “ajustes de cuentas”, acciones de venganza o de “vendetta” entre personas, de persona a persona, y nunca un enfrentamiento revolucionario de clase contra clase. De manera general el terrorismo da la espalda a la revolución que sólo puede ser obra de una clase decidida, con amplias masas en lucha abierta y frontal contra el orden existente y para la transformación social. El terrorismo es, además, fundamentalmente sustitucionista, pues no confía más que en la acción voluntarista de pequeñas minorías activistas.
Por todo ello hay que descartar y proscribir cualquier idea de un “terrorismo obrero” que postulara la creación de destacamentos del proletariado “especialistas” en la acción armada, o destinados a preparar los futuros combates “dando ejemplo” de la lucha violenta al resto de la clase, o “debilitando” al Estado capitalista con “ataques preliminares”. Es verdad que el proletariado puede crear destacamentos para tal o cual acción puntual (piquetes, patrullas, etc.), pero siempre bajo su control, y en un contexto de un movimiento del conjunto de la clase. En ese contexto, es cierto que la acción más decidida de los sectores de vanguardia puede servir de catalizador a la lucha de amplias masas, pero jamás lo será empleando los métodos conspirativos e individualistas típicos del terrorismo. Que obreros o grupos de obreros caigan en la práctica del terrorismo no le da a éste un carácter proletario como la composición obrera de los sindicatos no les hace órganos de la clase trabajadora. No hay tampoco que confundir los actos de sabotaje o de violencia individual llevados a cabo por trabajadores en los centros de producción con terrorismo. Esos actos son, esencialmente, manifestaciones de descontento y desesperación que aparecen sobre todo en momentos de reflujo de la lucha, cuando no pueden servir, ni mucho menos, de detonador de nada. En los momentos de reanudación de las luchas, esos actos tienden a integrarse y quedar superados por un movimiento colectivo y más consciente.
Por todas las razones expuestas, el terrorismo ni en su acepción más favorable (en la peor puede estar dirigido claramente contra los trabajadores), podrá ser jamás el modo de acción del proletariado, aunque éste no lo ponga en el mismo plano que el Terror, pues no olvida que el terrorismo, por muy vana que sea su acción, es una reacción, una consecuencia provocada por el terror de su enemigo mortal, el Estado capitalista, del cual él también es víctima.
El terrorismo como práctica refleja perfectamente su contenido: las clases pequeño burguesas de las que emana. Es la práctica estéril de clases impotentes y sin porvenir.
El proletariado, como última clase explotada de la historia, es portador de la solución a todos los desgarros, a todas las contradicciones y callejones sin salida en que se ha empantanado la sociedad. Esta solución no es sólo una respuesta a la explotación que soporta la clase obrera. Es la solución para la sociedad entera, pues el proletariado no puede liberarse sin liberar a la humanidad entera de la división de la sociedad en clases y de la explotación del hombre por el hombre. Esta solución, la de una comunidad humana libremente asociada y unificada, es el comunismo. Desde sus orígenes el proletariado lleva en sí el gérmen y algunos rasgos de esa humanidad renaciente: es una clase desprovista de cualquier propiedad privada, la clase más explotada de la sociedad y que se opone a toda explotación; es una clase unificada por el capitalismo en el trabajo productivo asociado, se trata pues de la clase más homogénea, la más unitaria de toda la sociedad; la solidaridad es una de sus primerísimas cualidades que es sentida como la más profunda de sus necesidades. Es la clase más oprimida de la historia y la clase que lucha contra todas las opresiones. Es la clase más alienada, y la clase portadora del movimiento de desalienación, puesto que su conciencia de la realidad no está sujeta a la automistificación dictada por los intereses de las clases explotadoras. Mientras las demás clases están sometidas a las leyes ciegas de la economía, el proletariado por su parte, cuando actúa conscientemente, se adueña de la producción, suprime el intercambio mercantil y organiza conscientemente la vida social.
Aunque arrastre todavía los estigmas de la antigua sociedad en la que ha surgido, el proletariado está llamado, sin embargo, a actuar en función de su porvenir. Y para esto no toma como modelo los modos de actuación de las antiguas clases dominantes, puesto que tanto en su práctica como en su propio ser, representa su más categórica antítesis. Las antiguas clases dominaban motivadas por la defensa de sus privilegios. El proletariado, en cambio, no tiene privilegio alguno que defender y su dominación tiene como objetivo la supresión de todo privilegio. Por esa misma razón, mientras las antiguas clases dominantes se rodeaban, blindándose, de infranqueables barreras sociales de casta; el proletariado, en cambio, se abre para que se incorporen a sus filas todos los demás miembros de la sociedad, creando así una única comunidad humana.
La lucha del proletariado como toda lucha social es necesariamente violenta, pero la práctica de su violencia es tan diferente de la violencia de las demás clases como diferentes son su proyecto y sus metas. Su práctica, incluida la de la violencia, es acción de amplias masas y no de minorías; es liberadora, es el parto de una sociedad nueva y armoniosa, y no la perpetuación de un estado de guerra permanente de uno contra todos y todos contra uno. Su práctica no intenta perfeccionar y perpetuar la violencia, sino proscribir de la sociedad los actos criminales de la clase capitalista, inmovilizándola. Por ello, la violencia revolucionaria del proletariado no podrá tener jamás la monstruosa forma del terror típica de la dominación capitalista, ni la forma del terrorismo impotente de la pequeña burguesía. Su fuerza invencible no se basa tanto en la fuerza física y militar, y menos aún en la represión, y sí, en cambio, en su capacidad para la movilización de masas, para asociar a la mayoría de las capas y clases trabajadoras no proletarias a la lucha contra la barbarie capitalista. Su fuerza reside en su toma de conciencia y en su capacidad para organizarse de manera autónoma y unitaria; en la firmeza de sus convicciones y en el vigor de sus decisiones. Estas son las armas fundamentales de la práctica y de la violencia del proletariado.
La literatura marxista emplea, a veces, el término terror en lugar de violencia de clase. Pero si examinamos el conjunto de la obra de Marx, comprenderemos que se trata más de una imprecisión en las fórmulas que una verdadera identificación de ambos conceptos en su pensamiento. El origen de tales imprecisiones hay que buscarlo en la profunda impresión causada por la gran revolución burguesa de 1789. Sea como fuere, ya es hora de acabar con esas ambiguedades que hace que algunos grupos lleven la exhaltación del terror a su extremo más caricatural, haciendo de esta monstruosidad un nuevo ideal para el proletariado.
La mayor firmeza, y la más estricta vigilancia no significan la instauración de un régimen policíaco. Es verdad que será indispensable reprimir físicamente las intrigas contrarevolucionarias de una burguesía acorralada, y que habrá que hacer frente al peligro de tener una actitud excesivamente benevolente o contemplativa frente a ellas. Pero no por ello el proletariado deberá bajar la guardia, ahí está el ejemplo de la preocupación de los bolcheviques en los primeros años de la revolución, contra todo exceso y abuso que pudiera acabar desfigurando y desnaturalizando su propia lucha, haciéndole perder de vista su meta última. La participación cada vez más activa de masas más amplias y la iniciativa creadora de éstas será la base verdaderamente esencial del poder del proletariado, y la garantía del triunfo final del socialismo.
CCI
Octubre de 1978
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¿Cómo puede la CCI hablar de la intensificación de los antagonismos Inter imperialistas hoy en día, mientras que al mismo tiempo afirma que la sociedad burguesa ha entrado en un período de crecientes luchas de clase desde finales de los años 60? ¿No hay una contradicción entre las advertencias sobre el peligro de la guerra en África y el Medio Oriente y el análisis de que se ha abierto un nuevo camino hacia la lucha proletaria y una decisiva confrontación de clases con la crisis económica? ¿Estamos viviendo una nueva versión de los años 30 con la guerra generalizada inevitablemente en el horizonte, o estamos enfrentando la perspectiva revolucionaria?
Esta cuestión es de suma importancia. En contraste con el pensamiento del espectador social perezoso y vago, el pensamiento revolucionario y dinámico no puede satisfacerse con "un poco de esto" y "un poco de aquello" mezclados en una salsa sociológica sin directrices. Si el marxismo sólo nos trajera un análisis del pasado para ofrecernos para hoy un simple "ya veremos", no lo necesitaríamos.
La acción social, la lucha, requiere la comprensión de las fuerzas en juego, requiere perspectiva. La acción del proletariado difiere según su conciencia de la realidad social que enfrenta y según las posibilidades que ofrece la relación de fuerzas. La intervención organizada de los revolucionarios en este proceso de conciencia de clase también se orienta de manera diferente, si no en su contenido profundo, al menos en su expresión, según la respuesta dada a la pregunta ¿vamos a la guerra o vamos a un enfrentamiento revolucionario?
La teoría marxista no es la letra muerta de los verdugos o académicos estalinistas, sino que sigue siendo el esfuerzo más coherente para expresar teóricamente la existencia y la experiencia del proletariado en la sociedad burguesa. Es en el marco del marxismo, y no sólo de su reapropiación sino también de su actualización, donde los revolucionarios pueden y deben responder a la cuestión de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado hoy, entre la guerra y la revolución.
En primer lugar, la perspectiva de las luchas no es una mera cuestión de días o años, sino que presupone todo un desarrollo histórico. El modo de producción capitalista, en el curso de su desarrollo, al destruir las bases materiales y económicas del feudalismo y otras sociedades precapitalistas, ha extendido sus relaciones de producción y el mercado capitalista a todo el planeta. Aunque el capitalismo aspira a ser un sistema universal, se enfrenta a contradicciones económicas internas de su propio funcionamiento basado en la explotación y la competencia. A partir de la creación efectiva del mercado mundial y el desarrollo de las fuerzas productivas, el capitalismo ya no puede superar sus crisis cíclicas ampliando su campo de acumulación, entra en un período de desgarro interno, un período de decadencia como sistema histórico, que ya no responde a las necesidades de la reproducción social. El sistema más dinámico de la historia hasta el día de hoy desata en su decadencia un verdadero canibalismo.
La decadencia del capitalismo está marcada por el florecimiento de las contradicciones inherentes a su naturaleza, por una crisis permanente. La crisis encuentra en juego dos fuerzas sociales antagónicas: la burguesía, clase del capital, que vive de la plusvalía, y el proletariado, cuyos intereses de clase explotada, al empujarla a oponerse a su explotación, conducen a la única posibilidad histórica de superar la explotación, la competencia y la producción de mercancías: una sociedad de productores libremente asociados.
La crisis actúa sobre estas dos fuerzas históricamente antagónicas de manera diferente: empuja a la burguesía hacia la guerra y al proletariado hacia la lucha contra la degradación de sus condiciones de vida. Con la crisis, la burguesía se ve obligada a retroceder detrás de la fuerza concertada de los Estados nacionales para defenderse en la competencia desenfrenada de un mercado mundial ya dividido entre las potencias imperialistas y que no puede expandirse más. La guerra mundial imperialista es el único resultado de la competencia que se ha pospuesto a nivel internacional. Para sobrevivir, el capitalismo sufre las deformaciones de su última etapa: el imperialismo generalizado. La tendencia universal del capitalismo decadente hacia el capitalismo de estado no es más que la expresión "organizativa" de las demandas de los antagonismos imperialistas. El movimiento de concentración del capital, que ya se expresaba a finales del siglo XIX por los trusts, los cárteles y luego las multinacionales, se ve frustrado y superado por la tendencia a la estatalización, que no responde a una "racionalización" del capital sino a la necesidad de fortalecer y movilizar el capital nacional en una economía de guerra casi permanente, el totalitarismo estatal en todos los ámbitos de la sociedad. La decadencia del capitalismo es la guerra, la masacre constante, la guerra de todos contra todos.
A diferencia del siglo pasado, cuando la burguesía se fortaleció desarrollando su dominio sobre la sociedad, hoy es una clase en decadencia, debilitada por la crisis de su sistema, asegurando sólo guerras y destrucción como consecuencias de sus contradicciones económicas.
En ausencia de una intervención proletaria victoriosa en una revolución mundial, la burguesía no tiene una "estabilidad", una paciente expectativa que ofrecernos sino, por el contrario, un ciclo de destrucción cada vez más prolongado. La clase capitalista no tiene unidad ni paz en su interior, sino antagonismo y competencia derivados de las relaciones de mercado de una sociedad explotadora. Ya en el período ascendente del desarrollo capitalista, los revolucionarios se opusieron a la idea reformista de Kautsky, Hilferding, de que el capitalismo podía evolucionar hacia la unidad supranacional. La izquierda socialista y Lenin en "Imperialismo, Etapa Suprema del Capitalismo" denunciaron esta quimera de una unificación global del capital. Aunque las fuerzas productivas tienden a empujar en dirección a la superación del estrecho marco nacional, nunca tienen éxito porque están sujetas a la camisa de fuerza de las relaciones capitalistas.
Después de la Segunda Guerra Mundial, una nueva variante de esta teoría de la supranacionalidad fue desarrollada por Socialismo o Barbarie para quien una "nueva sociedad burocrática" tendería a crear esta unificación mundial. Pero la "sociedad burocrática" no existe; la tendencia general a la nacionalización del capital no es un nuevo modo de producción ni un paso progresivo hacia el socialismo como algunos elementos del movimiento obrero pueden haber creído cuando lo vieron desarrollarse en la Primera Guerra Mundial. Siendo la expresión de la exacerbación de las rivalidades entre las fracciones nacionales del capital, el capitalismo de estado no logra la unidad, al contrario. El capital nacional está obligado a reagruparse en torno a las grandes potencias de los bloques imperialistas, pero esto no sólo no elimina las rivalidades dentro de un bloque, sino que sobre todo aplaza y acentúa aún más los antagonismos internacionales en la confrontación y la guerra entre los bloques. Sólo para enfrentarse a su enemigo mortal, el proletariado en lucha, la clase capitalista puede lograr un cierto grado de unidad internacional provisional.
Ante la amenaza del proletariado, incapaz de responder a los explotados con una mejora real de sus condiciones de vida, pero por el contrario obligado a exigir una explotación más feroz y una movilización para la guerra económica y luego militar, ante el desgaste de sus capacidades de mistificación la burguesía desarrolla un estado policial hipertrofiado, pone en marcha todo un aparato de represión desde los sindicatos hasta los campos de concentración, para poder dominar una sociedad en descomposición. Pero, así como las guerras mundiales expresan la descomposición del sistema económico, el fortalecimiento del aparato represivo del Estado muestra la verdadera debilidad de la burguesía frente a la historia. La crisis del sistema socava las bases materiales e ideológicas de poder de la clase dominante y la deja sin nada más que la implacable masacre.
En contraste con el colapso de la burguesía en la sangrienta barbarie de su decadencia, el proletariado en la era de la decadencia representa la única fuerza dinámica de la sociedad. La iniciativa histórica está con el proletariado; es el proletariado quien lleva la solución histórica que puede hacer avanzar a la sociedad. A través de su lucha de clases, puede frenar y finalmente detener la constante barbarie de la decadencia capitalista. Al plantear la cuestión de la revolución, al "transformar la guerra imperialista en guerra civil", el proletariado obliga a la burguesía a responder en el terreno de la guerra de clases.
Si nos hemos preguntado si durante un período de crecientes luchas puede haber la expresión e incluso el agravamiento de los antagonismos imperialistas, entonces estamos en condiciones de responder. La característica de la burguesía es la tendencia a la guerra, sea consciente de ello o no. Incluso cuando se prepara para enfrentarse al proletariado, los antagonismos imperialistas siguen existiendo; dependen de la profundización de la crisis y no encuentran su fuente en la acción de la clase obrera. Pero el capitalismo sólo puede llegar hasta el final, a la guerra generalizada, si primero ha sometido al proletariado y lo ha reclutado en la movilización. Sin esto, el imperialismo no puede llegar a su fin lógico.
En efecto, entre el estallido de la crisis en 1929 y la Segunda Guerra Mundial, se necesitaron diez años, no sólo para restablecer una economía de guerra suficiente para las necesidades de destrucción, sino para completar el aplastamiento físico y el desarme ideológico de la clase obrera implicada en los partidos "obreros", estalinistas y socialdemócratas, bajo la bandera del antifascismo o en las filas del fascismo, en la unión sagrada. Asimismo, antes del 14 de agosto, fue todo un proceso de degeneración de la Segunda Internacional y de colaboración de clases lo que preparó el terreno para la traición de las organizaciones de trabajadores. La guerra mundial no estalló como un relámpago en un cielo azul, sino como resultado de la eliminación efectiva de la resistencia proletaria.
Si la lucha de clases es lo suficientemente fuerte, el resultado de la guerra generalizada no es posible; si la lucha se debilita a través de la derrota física o ideológica del proletariado, entonces se abre el camino para la expresión de la tendencia inherente del capitalismo decadente: la guerra mundial. A partir de entonces, es sólo durante el curso de la propia guerra, como respuesta a las insoportables condiciones de vida, que el proletariado puede reanudar el camino de su conciencia y resurgir en la lucha. No debemos hacernos ilusiones: no podemos pretender "hacer la revolución contra la guerra", hacer la huelga general el día "D", frente a la orden de la movilización. Si la guerra está a punto de estallar, es precisamente porque la lucha de clases ha sido demasiado débil para detener a la burguesía, y entonces no se trata de adormecer al proletariado con ilusiones.
Hoy en día, los trabajadores no pueden descuidar la gravedad de las manifestaciones de las rivalidades imperialistas y lo que está en juego en la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado. Si la Segunda Guerra Mundial es sólo una continuación de la primera y si la tercera es una continuación de la segunda, si el capitalismo, como un combate de boxeo, vive los períodos de "reconstrucción" sólo como intervalos entre las guerras, la actual capacidad destructiva nos deja pocas esperanzas de cualquier posibilidad de que el proletariado se levante durante un tercer holocausto. Es muy probable que la destrucción sea tal que se descarte la necesidad y la posibilidad del socialismo con la destrucción de la mayor parte del globo. Por lo tanto, lo que está en juego es hoy y no mañana; es ante un período de crisis económica que la clase obrera emergerá y no ante una guerra. Sólo el proletariado puede frenar, mediante su lucha en su terreno de clase contra la crisis y la degradación de sus condiciones de vida, la constante tendencia de la burguesía hacia la guerra. Sólo hoy la relación proletariado/burguesía decidirá entre el socialismo o la caída definitiva en la barbarie.
Por lo tanto, si señalamos la gravedad de los enfrentamientos entre los bloques hoy en día, es para desenmascarar mejor la horrible realidad del sistema capitalista que 60 años de sufrimiento nos han enseñado. Pero esta advertencia general y necesaria no significa de ninguna manera que hoy en día la perspectiva sea hacia una guerra mundial o que estemos viviendo un período de contrarrevolución triunfante. Por el contrario, la balanza de fuerzas se ha inclinado a favor del proletariado. Las nuevas generaciones de trabajadores no han sufrido las derrotas de las anteriores. La ruptura del bloque "socialista", así como los levantamientos obreros en el Bloque del Este, debilitaron enormemente el poder mistificador de la ideología burguesa estalinista. El fascismo y el antifascismo están demasiado desgastados para servir y la ideología de los "derechos humanos" bajo el capitalismo, negada desde Nicaragua hasta el Irán, no es suficiente para reemplazarlos. La crisis, el fin de la engañosa prosperidad de la reconstrucción de la posguerra, ha provocado un despertar general del proletariado. La ola de 1968-1974 fue una respuesta poderosa al inicio de la crisis, y la combatividad de los trabajadores no perdonó a ningún país. Es este renacimiento de la combatividad obrera lo que marca el fin de la contrarrevolución y constituye la piedra angular de la perspectiva revolucionaria actual.
Nunca existe una situación social unilateral simplista; los antagonismos Inter imperialistas no desaparecen mientras el sistema capitalista esté vivo. Pero la combatividad de los trabajadores es un obstáculo, el único hoy en día, a la tendencia a la guerra. Cuando hay un descenso en las luchas, el freno no actúa suficientemente sobre la velocidad y los antagonismos Inter imperialistas empeoran. Por eso los revolucionarios insisten tanto en el desarrollo de la lucha autónoma de la clase obrera, en las huelgas salvajes que tienden a ir más allá de la camisa de fuerza sindical, en la tendencia a la autoorganización de clase, en la combatividad frente a la austeridad y en contra de los sacrificios exigidos por la burguesía.
La crisis, en una línea recta siempre descendente, lleva a la clase capitalista en decadencia a la guerra. Por otro lado, empuja a explosiones esporádicas y en dientes de sierra a la clase revolucionaria a luchar. El curso histórico es el resultado de estas dos tendencias antagónicas: la guerra o la revolución.
Aunque el socialismo es una necesidad histórica frente a la decadencia de la sociedad burguesa, la revolución socialista no es en todo momento una posibilidad concreta. Durante los largos años de la contrarrevolución, el proletariado fue derrotado, su conciencia y organización demasiado débiles para ser una fuerza autónoma en la sociedad frente a la destrucción.
Hoy en día, por otro lado, el curso histórico va hacia el surgimiento de las luchas proletarias. Pero el tiempo juega; nunca hay ninguna fatalidad en la historia. Un curso histórico no es "estable", adquirido para siempre; el curso hacia la revolución proletaria es una posibilidad que se abre, una maduración de las condiciones que lleva a la confrontación de clases. Pero si el proletariado no desarrolla su combatividad, si no se arma a través de la conciencia forjada en las luchas y a través de la contribución de los revolucionarios en su seno, no podrá responder a esta maduración a través de su actividad creadora y revolucionaria. Si el proletariado es derrotado, si vuelve a caer en la pasividad como resultado de un aplastamiento, entonces el curso se invertirá y se realizará el siempre presente potencial bélico generalizado.
Hoy el curso es hacia arriba. Porque la clase obrera no está derrotada, porque resiste la degradación de sus condiciones de vida en todo el mundo, porque la crisis económica internacional agrava el desgaste de la ideología burguesa y por tanto su peso sobre la clase, porque la clase obrera es la fuerza vital contra el "viva la muerte" de la sangrienta contrarrevolución, por todas estas razones hacemos un "saludo a la crisis" que abre por segunda vez en el período de decadencia la puerta de la historia.
J.A.
Las contradicciones del régimen capitalista se han transformado para la humanidad, como resultado de la guerra, en un sufrimiento inhumano: hambre, frío, epidemias, barbarie moral. La vieja disputa académica de los socialistas sobre la teoría del empobrecimiento y la transición gradual del capitalismo al socialismo ha quedado así definitivamente zanjada. Los estadísticos y los pedantes de la teoría de la nivelación de las contradicciones se han esforzado durante años en buscar en todos los rincones del mundo hechos reales o imaginarios para probar el mejoramiento de ciertos grupos o categorías de la clase obrera. Se admitió que la teoría del empobrecimiento estaba enterrada bajo los silbidos despectivos de los eunucos que ocupaban las cátedras burguesas de las universidades y los monjes del oportunismo socialista. Hoy en día, no sólo se nos presenta el empobrecimiento social, sino también el empobrecimiento fisiológico y biológico en toda su horrible realidad.
El desastre de la guerra imperialista ha acabado con todos los logros de la lucha sindical y parlamentaria. Y, sin embargo, esta guerra nació de las tendencias internas del capitalismo, al igual que las negociaciones económicas y los compromisos parlamentarios que ahogó en sangre y barro.
El capital financiero, que sumió a la humanidad en el abismo de la guerra, sufrió en sí mismo cambios catastróficos durante la guerra. La dependencia del papel moneda de la base material de la producción se rompió completamente. (...) Si la subordinación total del poder estatal al poder del capital financiero ha llevado a la humanidad a la carnicería imperialista, esta carnicería ha permitido al capital financiero no sólo militarizar completamente el Estado, sino también militarizarse a sí mismo, de modo que ya no puede cumplir sus funciones económicas esenciales excepto con hierro y sangre. Los oportunistas que antes de la guerra incitaban a los obreros a moderar sus exigencias en nombre de la transición progresiva al socialismo, que exigían durante la guerra la humillación y la sumisión de clase del proletariado en nombre de la unión sagrada y la defensa de la patria, exigen todavía nuevos sacrificios y abnegación del proletariado para superar las terribles consecuencias de la guerra. Si tales sermones encontraran una audiencia entre la clase obrera, el desarrollo capitalista continuaría su recuperación sobre los cadáveres de varias generaciones con nuevas formas aún más concentradas y monstruosas, con la perspectiva de una nueva e inevitable guerra mundial. »
Manifiesto de la Internacional Comunista a los proletarios del mundo
Los acontecimientos del año pasado pusieron en primer plano de la actualidad a la Autonomía Obrera (especialmente en Italia), nueva encarnación del demonio para la burguesía. Pero también pusieron en evidencia la manera en que ese “medio autónomo” ha perdido todo motivo para reclamarse de la clase obrera. Efectivamente, hoy se habla del “área de la autonomía” y no ya de la Autonomía Obrera. Esta se ha convertido en un espumoso montón de toda clase de franjas de la pequeña burguesía: desde estudiantes hasta actores callejeros, de las feministas a los profesores sin empleo fijo, todos unidos en la exaltación de su propia “especificidad” y en el rechazo asustado de la naturaleza de la clase obrera como única clase revolucionaria de nuestra época. En ese pantano, los autónomos “obreros” se distinguen por un radicalismo mayor sobre los principales problemas políticos de hoy: ¿Cómo se deben utilizar los cocktails molotov? ¿a la defensiva o a la ofensiva? ¿Hacia dónde se debe apuntar el P-38, esa mítica llave maestra del comunismo, a las piernas de los policías o más arriba? Existe, sin embargo, en esa degeneración total, una reacción en las tentativas críticas de las concepciones confusionistas e inter-clasistas, de elementos que han conservado una visión más clasista. Hay que saludar a esas tentativas pero hay que denunciar también los graves peligros que corren estos últimos al considerar esas desviaciones como “incidentes de recorrido” y concluir que es posible “volver a empezar”.
Los acontecimientos del año pasado pusieron en primer plano de la actualidad a la Autonomía Obrera (especialmente en Italia), nueva encarnación del demonio para la burguesía. Pero también pusieron en evidencia la manera en que ese “medio autónomo” ha perdido todo motivo para reclamarse de la clase obrera. Efectivamente, hoy se habla del “área de la autonomía”[1] y no ya de la Autonomía Obrera. Esta se ha convertido en un espumoso montón de toda clase de franjas de la pequeña burguesía: desde estudiantes hasta actores callejeros, de las feministas a los profesores sin empleo fijo, todos unidos en la exaltación de su propia “especificidad” y en el rechazo asustado de la naturaleza de la clase obrera como única clase revolucionaria de nuestra época. En ese pantano, los autónomos “obreros” se distinguen por un radicalismo mayor sobre los principales problemas políticos de hoy: ¿Cómo se deben utilizar los cocktails molotov? ¿a la defensiva o a la ofensiva? ¿Hacia dónde se debe apuntar el P-38, esa mítica llave maestra del comunismo, a las piernas de los policías o más arriba? Existe, sin embargo, en esa degeneración total, una reacción en las tentativas críticas de las concepciones confusionistas e inter-clasistas, de elementos que han conservado una visión más clasista. Hay que saludar a esas tentativas pero hay que denunciar también los graves peligros que corren estos últimos al considerar esas desviaciones como “incidentes de recorrido” y concluir que es posible “volver a empezar”.
Este artículo trata esencialmente de la Autonomía Obrera en Italia porque es fundamentalmente allí donde ese movimiento se ha desarrollado. Pero sus conclusiones se aplican igualmente a los partidarios de la búsqueda del nuevo “rollo” político, “la autonomía”, partidarios que han aparecido en el mundo. En esta contribución a la discusión, analizamos las bases teóricas mismas de la Autonomía Obrera, indicando como se fundan en realidad en el rechazo del materialismo marxista y dejan la puerta abierta a todas las degeneraciones que acabarían manifestándose más tarde.
Será también con la crítica más radical del movimiento de Autonomía Obrera y de todos sus errores que mañana el proletariado en su lucha volverá a encontrar el contenido político de su autonomía de clase.
Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, las manifestaciones de las luchas obreras se modifican profundamente, porque los largos combates que a veces duraron años para obtener mejoras como la jornada de 8 horas, etc, pierden su sentido a causa de la imposibilidad de obtener mejoras verdaderas en un sistema que ya no puede ofrecer nada. En el periodo de decadencia, las luchas obreras se caracterizan por explosiones imprevisibles y a menudo muy fuertes, seguidas por largos periodos de calma aparente mientras se preparan nuevas explosiones.
En Italia ha siso particularmente difícil comprender esa naturaleza discontinúa de la respuesta obrera a la crisis a causa de la extraordinaria continuidad de las luchas que abrió el “otoño caliente del 69” que continuó en 70-71 el “otoño rampante” y que terminó con los últimos sobresaltos del “otoño del 72 a marzo del 73” (ocupación de la Fiat-Mirafiori). En este último periodo de lucha, los grupos extra-parlamentarios se caracterizaron claramente como perros guardianes (sindicatos) del capital y perdieron gran parte de la influencia que habían ganado en los años 69 en los sectores obreros más combativos.
“Los convenios de 1972-73 son, desde ese punto de vista, el límite extremo tras el cual los grupos no hicieron sino ir sobreviviendo” (Potere Operaio n°50, noviembre del 73).
Los grupos autónomos de fábrica tienen su origen en la desconfianza que tienen a los grupúsculos, pero esa desconfianza no llega a ser una oposición a su contenido político. Por diferentes que sean los motivos de los grupos e individuos que se han reconocido en el medio de la autonomía, existe un punto común entre todos: la tendencia a centrar sus preocupaciones en el punto de vista obrero. Sin embargo, es justamente en ese punto - la concepción clasista de la lucha política - en él que el medio autónomo falla más claramente. Junto con la desaparición o, peor, la transformación en nombres sin sentido de la gran mayoría de los grupos autónomos obreros, se vio un desarrollo increíble de una autonomía que, lejos de ser obrera, posee una sola unidad: la de la negación de la clase obrera como eje fundamental de sus preocupaciones.
Feministas y homosexuales, estudiantes angustiados por la pérdida de la ilusión de encontrar empleo en la administración local o en el profesorado, artistas “alternativos” en crisis por falta de compradores, forman un frente único para reivindicar su “especificidad” y su preciosa autonomía con respecto a la asfixiante dominación obrera en los grupos extra parlamentarios (¿¡!!). Al contrario de lo que escriben los periódicos burgueses, esos movimientos marginales no representan las “cien flores” de la primavera revolucionaria sino algunas de las mil y una trampas purulentas de esta sociedad en degeneración. El año pasado, el proceso de degeneración llegó a tal nivel que ciertos elementos más “clasistas” se ven ahora obligados a tomar ciertas distancia con respecto al medio autónomo y comenzar un proceso de crítica de las experiencias pasadas. Aunque esas tentativas sean positivas, contienen en sí mismas profundos límites: denuncian solamente las posiciones del marginalismo que son más fácilmente criticables, para oponerles oposiciones “clasistas” como posiciones obreras, sin poner en tela de juicio ninguno de los fundamentos sobre los que se basa el área de la autonomía.
Este artículo se propone, pues, ajustarle las cuentas a las bases teóricas de la autonomía y mostrar cómo el marginalismo, aunque se diga “obrero”, no es solamente su hijo bastardo y degenerado sino que representa su conclusión lógica e inevitable. Con ese fin analizaremos la teoría de la “crisis de dirección” que se encuentra a la base de todas las posiciones políticas del “Área della Autonomía”
Si el largo periodo de prosperidad de finales del siglo XIX pudo dar raíz a toda una serie de teorías sobre el paso general del capitalismo al socialismo con la elevación de la conciencia de los trabajadores, la entrada del sistema en su fase decadente con la primera guerra mundial marca la confirmación histórica de las viejas fórmulas “catastróficas” de Marx sobre el colapso inevitable de la economía mercantil. Entonces se volvió claro que una sola alternativa se plantea a la humanidad: revolución o reacción y la revolución no es “lo que tiene que hacer tal o cual proletario o aun el proletariado entero en un momento dado sino lo que se verá obligado a hacer” (Marx). Es por eso que después de la derrota de la ola revolucionaria de los años 20 y el paso de la Internacional Comunista a la contrarrevolución, los grupos revolucionarios nacientes defendieron siempre el principio marxista de que “una nueva ola revolucionaria surgiría de una nueva crisis” (Marx). Sin embargo la ausencia de resurgimientos de la lucha proletaria después de la segunda guerra mundial según el esquema de Octubre Rojo y también el período de salud del capital debido a la reconstrucción después de la guerra, dispersó a esas pequeñas fracciones condenándolas en la mayoría de los casos a desaparecer.
Como producto de ese nuevo período, se vieron surgir nuevas teorías que pretendían superar la visión marxista de las crisis y, como lo hacía el grupo “Socialismo ou Barbarie”[2] en Francia, afirmaban que el capitalismo había superado sus contradicciones económicas. Las conclusiones anti-marxistas de “Socialismo ou Barbarie” se propagaron a través de toda una serie de grupos entre los cuales uno de los más conocidos fue sin duda la Internacional Situacionista.
Mayo del 68 fue el canto del cisne de esa posición: la reaparición del movimiento obrero en la escena de la historia, cuando la crisis no se había desplegado todavía con toda su amplitud, hizo creer a esos infelices que el movimiento no tenía base económica: “Respecto a los escombros del viejo ultra-izquierdismo no trotskista (…) ahora que han reconocido una crisis revolucionaria en Mayo, les queda probar que había allí, en la primavera del 68 esa crisis económica invisible. Tratan de hacerlo sin temer el ridículo, publicando curvas sobre el aumento del desempleo y de los precios”. Internationale Situationniste n° 12-Diciembre de 1969.
Efectivamente, para los teóricos de la “Sociedad del espectáculo”, sólo una crisis espectacular podía ser visible. Los marxistas, en cambio, no necesitan esperar que la evidencia de las cosas se imponga en las portadas de la prensa o llegue a penetrar en el cerebro de los notables de la burguesía, para reconocer y saludar la inminencia y la amplitud de la nueva crisis. Aunque estuviesen alejados del centro del mundo capitalista, un puñado de compañeros, en Venezuela, “ultra-izquierdistas” escribía en Enero de 1968 en su revista, Internacionalismo: “El año 67 nos dejó la caída de la libra esterlina y 68 nos trae las medidas de Johnson (…). No somos profetas y no pretendemos saber cuándo y de qué manera los acontecimientos futuros van a tener lugar. En cambio estamos seguros de que es imposible detener el proceso que atraviesa actualmente el capitalismo con reformas o devaluaciones, o con otro tipo de medidas económicas capitalistas y que inevitablemente, ese proceso lo conduce hacia la crisis. Así mismo, el proceso inverso, el del desarrollo de la combatividad de la clase, que esta surgiendo actualmente, va a conducir al proletariado a una lucha sangrienta y directa con vista a la destrucción de los Estados burgueses”.
La irrupción en la escena histórica de la clase obrera a partir de 1968 les quita a los partidarios de la “fiesta revolucionaria”, toda posibilidad de hablar en su nombre: en 1970, la Internacional Situacionista se disuelve en una orgía de exclusiones recíprocas; a partir de allí, las explosiones periódicas de revueltas que expresa la descomposición de la pequeña burguesía no lograron nunca constituir ni siguiera una Internacional Situacionista. Todas las expresiones posteriores sólo lograron ser puro folklore.
La entrada en la escena histórica de la clase, además de la desaparición de los situacionistas y de los diversos “contestatarios”, impone renovar las teorías sobre el control de la crisis para tomar en cuenta la nueva realidad. En vez de negar simplemente la posibilidad de la crisis (¿cómo se podría hacer eso ahora?) se revaloriza el lado activo de la tesis: puesto que el capitalismo controla la crisis económica, lo que le abre paso a la verdadera crisis económica es la crisis de eso control mismo con la ayuda de la acción obrera[3].
Ese tema, que ya estaba presente en los últimos textos de los situacionistas entre las cartas pastorales sobre la “crítica de vida cotidiana”, se convierte en el eje de las posiciones de nuestros nuevos “social-bárbaros” que serán pues “marxistas” y “obreros”. Es significativo que en Francia, la tentativa abortada de creación sobre esta base de una “izquierda marxista por el poder de los consejos de trabajadores” en 1971 haya surgido del grupo “Poder Obrero”, heredero “marxista” de “Socialismo ou Barbarie”.
En Italia, esas posiciones las expresaba fundamentalmente el grupo “Potere Operaio” y vamos a analizar esas concepciones[4].
El grupo parte del reconocimiento del carácter todo poderoso del “cerebro teórico del capital”, manipulador experimentado de una sociedad sin crisis: “después de 1929, el capital aprende a controlar el ciclo económico, a apoderarse de los mecanismos de la crisis, a no dejarse aplastar y a utilizarlos de manera política contra la clase obrera”, para proponer esta solución: “el objetivo estratégico de la lucha obrera más dinero y menos trabajo lanzado contra el desarrollo, ha verificado el teorema del cual partimos hace diez años: introducir un nuevo concepto de crisis del Estado del capital, ya no crisis económica espontánea por sus contradicciones internas, sino crisis política provocada por los movimientos subjetivos de la clase obrera, por sus luchas reivindicativas”[5].
Después de haber negado que “una nueva ola revolucionaria vendrá solamente después de una nueva crisis”, todavía queda por explicar por qué esta subjetividad obrera decidió despertarse en 1968-69 y no, por ejemplo, en 1954 o 1982. Las explicaciones sobre los orígenes del ciclo de las luchas revelan toda la incomprensión, o, mejor dicho, el desconocimiento, por parte de Potere Operaio, de la historia del movimiento obrero.
La derrota de los años 20, la expulsión y luego la exterminación de los compañeros por la Internacional pasada a la contrarrevolución, todo eso no existe según Potere Operaio, puesto que todo eso sale de los limites de la fábrica. Para PO, el hecho central es la introducción del trabajo en cadena, que “descalifica a todos los obreros, y hace retroceder la ola revolucionaria” y sería solamente en los años 30, por no haber comprendido la reestructuración del aparato productivo que se hizo en base a las teorías económicas de Keynes, cuando las organizaciones históricas se encontraron supuestamente “al interior del proyecto capitalista”. Después de haber planteado así el problema, después de haber rechazado la experiencia histórica de la clase, no vale la pena preguntar porqué fue solamente en 68 que los obreros aprendieron “(…) que una nueva sociedad y una vida nueva son posibles, que un mundo nuevo, libre, están al alcance de la lucha”. Bastará con responder: ”¿En dónde están esas condiciones objetivas si no es en la voluntad política subjetiva, organizada, de recorrer hasta el final la vía revolucionaria?” (PO n° 38-39 mayo de 1971). Sobre tal base, la proposición organizativa que PO le hace a todas las vanguardias no podrá más que fundarse en el desprecio más absoluto de toda la autonomía real de la clase obrera que se considera como cera blanda en las manos del partido que, para gran consolación, “se sitúa dentro de la clase”: “Hemos combatido siempre la basura oportunista que llamaba espontaneismo” a la espontaneidad, en vez de llamar impotencia a su propia incapacidad para dirigirla y a doblegarla a un proyecto organizativo, o una dirección de partido” (PO n° 38-39 pág.4,).
El centro de las contradicciones de PO es que, cuando habla del partido como fracción de la clase, no se refiere a la organización que se agrupa alrededor de un programa claro, una base política clara, a los elementos más concientes que se van a formar en las luchas obreras, independiente de su origen social; se refiere a una capa, a un porcentaje de la clase que, desde un punto de vista sociológico, es “el obrero-masa, la vanguardia de masa de la lucha contra el trabajo”. El menchevique Martov defendía contra el bolchevique Lenin la tesis de que “cada huelguista es miembro del Partido. Los “bolcheviques” de PO renovaron a Martov: “Cada huelguista duro es miembro del partido”. El Partido no es más que un gran comité de base y su único problema es el someter a la hegemonía del “obrero-masa” la pasividad y la resistencia de ciertas capas de la clase.
Para despertar a los obreros, hay que darles el plan organizativo ya listo: “¿Por qué (…) tiene el sindicato todavía en manos la gestión de las luchas? Solamente a causa de su superioridad organizativa. Se trata pues de un problema de gestión. Un problema de realización de un mínimo de organización a partir del cual la posibilidad de gestión del combate es creíble y aceptable”. Cuando se superpone el Partido a las fracciones combativas de la clase, es inevitable que, frente al reflujo progresivo del combatividad, el Partido se substituya cada vez más a la clase, en una progresión “completamente subjetiva de ascetismo y de militarización”.
Las luchas obreras del otoño del 72 que se terminaron con la ocupación de la Fiat-Mirafiori en marzo del 73 provocaron, por un lado, una pérdida de credibilidad de los grupúsculos izquierdistas entre los obreros (lo que condujo a la extensión de organismos autónomos) y, por otro lado a la crisis interna de PO. Se critica la línea hipervoluntarista y militarizada porque teoriza que: “la estructura militar es la única capaz de llevar acabo una labor revolucionaria, negando la lucha de la clase y el papel político de los comités obreros”. (PO n° 50, noviembre del 73).
Sin embargo, esa denuncia no llega a atacar las bases teóricas de esa degeneración y se presenta más bien como reafirmación de las tesis de PO que como una critica de éstas.
Efectivamente, a lo que se asiste es a una renovación de la vieja tesis para explicar en cierto modo por qué, en ausencia de luchas obreras, las crisis se va a agravar en todos los países: si antes, se insistía sobre la crisis provocada por las vanguardias, ahora la tesis que tiene más posibilidades de ganar, es la tesis de la crisis provocada “a propósito” por los capitalistas. “Los capitalistas gritan y eliminan la crisis económica cada vez que les parece necesario, siempre con el fin de derrotar a la clase obrera” (“De las luchas al desarrollo de la organización autónoma obrera” de las Asambleas autónomas Alfa-Romeo y Pirelli y Comité de lucha Sit-Siemens, mayo del 73).
Una vez más, se rehúsa sacar un balance de la experiencia histórica del proletariado conformándose con “reírse justamente de la forma del partido propia de la Tercera Internacional”. Cuando la clase reflexiona sobre su propio pasado, no lo hace para reírse de él o para llorar sino para comprender sus errores y, en base a sus experiencias, trazar una línea que sea de clase y de demarcación del enemigo de clase. El proletariado revolucionario no se “ríe” del “marxismo-leninismo trasnochado de Stalin” para glorificar mejor al “renovado” por Mao Tsé Tung: los denuncia a los dos como armas de la contrarrevolución. Es justamente eso lo que nuestros neo-autonomistas no quieren hacer: “Desde ese punto de vista, rechazamos la distinción dogmática (?!) entre leninismo y anarquismo: nuestro leninismo es el “Estado y la Revolución”, y nuestro marxismo-leninismo es el de la revolución cultural china” (PO n° 50, pág.3).
“Debemos ser capaces de reunir y organizar a la fuerza obrera, no substituirnos a ella”[6]. Esta frase representa el límite infranqueable que la Autonomía Operaia no pudo superar jamás, es decir, considerar substicionistas solamente a las concepciones según las cuales la revolución la hacen los diputados con reformas o los estudiantes “militarizados” con los cocktails molotov. En cambio, es substitucionista aquel que niega la naturaleza revolucionaria de la clase obrera, con todo lo que eso significa. Cuando se dice que la tarea de los revolucionarios es la de organizar a la clase, se niega justamente la capacidad de la clase para auto-organizarse con respecto a todas las otras clases de la sociedad. Los consejos obreros de la primera ola revolucionaria fueron creados espontáneamente por las masas proletarias; lo que Lenin hizo, después de 1905 no fue organizarlos, sino reconocerlos y defender en su seno las posiciones revolucionarias del Partido.
Si “la organización, el Partido, se basa hoy en la lucha”, una vez que la lucha se ha terminado, ¿Cómo se puede justificar la supervivencia de ese partido sin caer en el substitucionismo? Las vanguardias, los revolucionarios, no se agrupan alrededor de la lucha sino alrededor de un programa político y es sobre la base de éste que, como producto de las luchas, se convierten a su vez en factor activo de éstas, sin depender de los altibajos del movimiento, ni querer llenarlos con su obra “organizativa” llena de buena voluntad. La incapacidad de ver que clase y organización revolucionaria son dos realidades distintas pero no opuestas, se encuentra a la base de las concepciones substitucionistas que, todas, identifican partido y clase. Si los leninistas identifican la clase al partido, los autónomos (descendientes inconscientes del consejismo decadente) no hacen más que poner las cosas al revés al identificar el partido con la clase. Esta incapacidad es el síntoma de una ruptura incompleta con los grupos izquierdistas y eso se expresa de manera evidente en la Asamblea Autónoma de Alfa-Romeo, que llega a teorizar un reparto de tareas según el que, los grupos políticos hacen las luchas políticas (es decir: derechos políticos y civiles, anti-fascismo, en pocas palabras: todo el arsenal de mistificaciones anti-obreras) y los organismos autónomos, las luchas en las fábricas y las oficinas. Todo eso es lógico para aquellos que piensan que: “la capacidad de sacar de la cárcel a Valpreda mediante el voto se convertía en un momento de lucha victoriosa contra el Estado burgués (¡)” (Alfa-Romero; diario obrero de la lucha 1972-73, por la asamblea autónoma, Octubre de 1973).
Como lo hemos visto, la Autonomía Operaia partía de bases un poco más confusas que PO, cuando los cambios de situación le exigían que fueran mucho más claras. Todos esos empujes proletarios que expresaban, con confusión, una reacción sana a la práctica .. miserable de los izquierdistas, estaban destinados a dar vueltas sobre sí mismos y a perderse si se quedaban dentro de ese marco confuso.
“En Italia, las jornadas de Marzo de 1973 en Mirafiori son la sanción oficial del paso a la segunda fase del movimiento, de la misma manera que las jornadas de la Plaza de Estado fueron la primera fase. La lucha armada preconizada por la vanguardia obrera en el movimiento de masa constituye la forma superior de la lucha obrera… El deber del partido es el de desarrollar en una forma molecular, generalizada y centralizada, esta nueva experiencia de ataque”. (PO Noviembre del 73). Con esas palabras llenas de ilusiones beatas en la “formidable continuidad del movimiento italiano”, PO anunciaba su propia disolución en el “Área de la autonomía” y la inminente centralización de esta área como: “fusión de voluntad subjetiva, capacidad de combatir el ciclo de las luchas dominadas por la patronal y por los sindicatos, para imponer, al contrario, la iniciativa del ataque” (PO n° 50, 1973). Como se puede ver, la regla cambia pero las viejas ilusiones sobre la posibilidad de poner en pié ciclos de luchas obrera por pura voluntad mueren difícilmente. Pero para las ilusiones, Mirafiori 73 no fue el trampolín hacia la extensión de un nuevo nivel de la lucha armada sino el último sobresalto del movimiento antes de entrar en un largo periodo de reflujo. ¿Cómo explicar esa interrupción en la formidable continuidad del movimiento italiano? Recordando que es ésta una de las características típicas de las luchas obreras hoy en día, luchas que se desarrollan dentro del marco del capitalismo decadente, incapaz de mejorar en general las condiciones de vida de los trabajadores. Además, hasta las migajas que dieron durante el “boom” de la reconstrucción después de la segunda carnicería mundial, fueron recuperadas; la crisis económica abierta desde los años 60 vino a agudizar esta situación.
Con el primer hundimiento verdadero de la economía italiana, que ocurre justamente en 1973, el margen de maniobra, ya estrecho, de los sindicatos para pedir aumentos de salarios se estrecha de manera draconiana (es en ese momento que se derrumban las últimas ilusiones sobre un sindicalismo combativo, autónomo con respecto a los partidos, y sobre el papel de los consejos de fábricas). Cada vez más a menudo, las huelgas aunque sean largas y violentas se terminan sin que ninguna de las reivindicaciones de la clase obrera haya sido obtenida; en pocas palabras: los obreros descubren, derrota tras derrota, que para defender sus condiciones de vida, hay que atacar ahora directamente al Estado y que los sindicatos forman parte del mecanismo de éste. Para caracterizar esta fase que, con particularidades diferentes, se presentó en todos los países industrializados, hemos dicho a menudo que era como si la clase retrocediera frente a esos nuevos obstáculos para coger más vuelo. Esos años de pasividad aparente fueron años de maduración subterránea y el que creía que ese reflujo sería eterno, puede esperarse a tener algunas desilusiones. En realidad, la dificultad para defender victoriosamente sus propias condiciones de vida puede desorientar y desmoralizar a los obreros, pero, a la larga, los echará de nuevo a la lucha, con una rabia y una determinación cien veces mayor.
Frente al reflujo, las respuestas de la “autonomía” son esencialmente de dos tipos:
Sobre esta diferenciación progresiva entre los “duros” y los “alternativos”, titubea y se quiebra el proyecto de centralización del “Área de la Autonomía” que ambiciosamente sacaron en el momento en que PO se fundía dentro de la constitución de Coordinadora nacional. Esas dos líneas fueron, a grandes rasgos, el terreno sobre el cual se desarrollaron las dos desviaciones simétricas, el terrorismo y el marginalismo, que terminan siempre confundiéndose.
Sin tener la pretensión de analizar a fondo esos dos “filones”, sobre los cuales volveremos a hablar seguramente, es importante demostrar que son el desarrollo lógico de su origen obrerista y no su negación.
“Cuando la lucha obrera empuja al capital a la crisis, a la defensiva, la organización obrera debe de tener instrumentos técnicamente preparados (sub. nuestro), sólidos, con los cuales se podrá extender, reforzar y empujar la voluntad de ataque de la clase … provocar, organizar la revolución ininterrumpida contra el trabajo, determinar y vivir, ya momentos de liberación …Tal es la tarea de la vanguardia obrera y nuestra concepción de la dictadura”.
Como se ve ya, Potere Operaio expresa claramente las posiciones de fondo están a la base de su “línea terrorista”.
A medida que la oleada del 68 se deshilacha, se aumentan los “trucos” que un buen técnico de la guerrilla en fábricas tiene que conocer para conducir a sus compañeros de trabajo hacia la “tierra prometida”. Así nace y se desarrolla la mística de la “encuesta obrera”, es decir, del estudio, por parte de la vanguardia, de la estructura de la fábrica y del ciclo productivo para descubrir sus puntos débiles: bastará con tocarlos para bloquear el ciclo entero y “trancar” a los patronos. Pero, como de costumbre, lo que es bueno no es nuevo y lo que es nuevo no es bueno. La idea de golpear sin preaviso en el momento y en el lugar en donde causará más perjuicio a los patrones sin que haya muchas pérdidas para los obreros, esto no es una idea sino un descubrimiento práctico para la clase y tiene un nombre preciso: huelga salvaje. Lo que es nuevo es la idea y esto sí, no es más que una idea de que la huelga salvaje puede ser programada por las vanguardias, lo cual es una contradicción en los términos.
Se nos podría responder que todo eso es verdad pero que si no se conoce la fábrica, no se pueden unir las luchas de los diferentes servicios, se pierde uno, etc… Muy justo, pero no es seguro que sea con los “estudios” nocturnos de algunos militantes con lo que los obreros, los pintores de pistola, por ejemplo, aprenderán a orientarse en el taller de carrocería o en el de prensas. Es en el curso de la lucha en el que la clase resuelve prácticamente el problema de las rejas: arrancándolas.
Ese punto, que podría parecer secundario, muestra claramente que esa visión técnico-militarista considera la lucha de la clase bajo un ángulo erróneo. No es el hecho de tener en cada grupo a compañeros con planos de la fábrica en la mente lo que permite la unificación de las luchas; es la exigencia de unificarlas para salir de los callejones sin salida de las luchas sectoriales, lo que empuja a la clase a superar los obstáculos que se oponen a esa unificación. Para salir en manifestación y llamar a los obreros de otras fábricas, lo fundamental no es saber dónde está la salida sino haber comprendido que sólo la generalización de las luchas puede llevar a la victoria. En realidad, los obstáculos más temibles no son las rejas sino los que, dentro de la clase, se oponen con su demagogia a la maduración de la conciencia. El verdadero muro que hay que derrumbar es el que fabrican día tras día los delegados sindicales, los activistas de los partidos y de los grupúsculos “obreros”, es el muro invisible pero sólido que encierra al proletariado dentro del “pueblo italiano” y lo separa de sus hermanos de clase del mundo entero, es la cadena viscosa que lo liga a la suerte de la economía nacional en dificultad. Despojar esos obstáculos de sus disfraces demagogos y extremistas, denunciar su naturaleza contrarrevolucionaria, es ése el papel específico de los revolucionarios en la fábrica y fuera de ella, es ésa su contribución indispensable para forjar esa conciencia y esa unidad de clase que echarán abajo muchas otras puertas que las de Fiat (está claro que esto no tiene nada que ver con la idea que haría de los revolucionarios “consejeros” de la clase)
Se ha vuelto ahora tópico ver en las publicaciones de la Autonomía una crítica de las Brigadas Rojas porque “exageran” con su militarismo porque se cortan de las masas etc… lo que han hecho sencillamente las Brigadas Rojas es recorrer hasta el final la pendiente inclinada del voluntarismo en la tentativa imposible de responder con un “salto cualitativo” de las vanguardias a las nuevas dificultades del movimiento de clase.
El hecho de que todas las críticas de Autonomía Obrera a las Brigadas Rojas no hayan sido nunca sino las habituales lamentaciones oportunistas sobre el carácter prematuro de ciertas acciones, etc…, sin llegar nunca a lo esencial, no es pura casualidad; las raíces de esto se encuentran en las teorizaciones mismas de Autonomía Obrera: “Una teoría insurreccional ´Clásica´ ya no es aplicable a las metrópolis capitalistas; se revela superada así como está superada la interpretación de la crisis en términos de colapso …. La lucha armada corresponde a la nueva forma de crisis impuesta por la autonomía obrera así como la insurrección fue la conclusión lógica de la vieja teoría de la crisis como colapso económico”. (PO: Marzo de 1973)
No se puede rechazar el marxismo en nombre de la voluntad subjetiva de las masas y luego atreverse a criticar seriamente a aquéllos que, después de haberse autoproclamado “Partido combatiente” tratan de acelerar el curso de la historia aportando a las masas un poco de su propia “voluntad”. El militarismo de las Brigadas Rojas no es más que el desarrollo coherente y lógico del activismo obrerista de las demasiada célebres “encuestas obreras”.
Falta constatar que durante estos últimos meses tanta coherencia y previsión no impidió a las Brigadas Rojas el tener que perseguir, a golpes de comunicados y de llamados, a los jóvenes que sedujo el “partido del P.38” y a quienes no les pareció necesario pasar por las Brigadas Rojas para pasar a la lucha armada. Se podría hablar de aprendices de brujo incapaces de controlar fuerzas desencadenadas imprudentemente. Nada es más falso: esa incapacidad para controlar a los pistoleros metropolitanos es la prueba evidente de que no fue la “acción ejemplar” de las B.R. sino el proceso inexorable de la crisis económica lo que provocó la desesperación de amplias capas de la pequeña burguesía.
Los “destacamentos” de acero del “partido armado”, los “perros furiosos” del P.38 no pueden imponer nada, ni para bien ni para mal. Es la lógica de los hechos lo que los ha impuesto, será la lógica de los acontecimientos lo que los barrerá.
Mientras los “duros” se militarizan para substituirse al movimiento de reflujo en las fábricas, la mayor parte del movimiento autónomo anda en búsqueda de atajos más transitables hacia el comunismo. Dicho y hecho: el movimiento no está en reflujo, no señor. Lo que ocurre es que está atacando por otro flanco para despistar a los patronos. Y así, el “territorio” se convierte en el lugar “mágico”, “nueva dimensión de la Autonomía Obrera”.En realidad, el traslado de la lucha hacia el “nivel social” no facilita en absoluto el “desbordamiento de la iniciativa obrera de la fábrica hacia el territorio”. La lucha contra el aumento de los precios, de los alquileres y en general la lucha de los barrios, tiene que basarse en toda la población de los barrios. Efectivamente, sería absurdo y no podrían durar mucho tiempo que fueran solamente las familias obreras quienes practicaran la autoreducción del precio de la electricidad. Esto significa que la autonomía obrera, lejos de extenderse, va al contrario, a verse arrastrada por la pequeña burguesía e inmovilizada en medio y por la población. La tan alabada generalización de la lucha resulta ser el paso de la lucha por la defensa de las condiciones materiales de vida por los obreros a la lucha por derechos como ciudadanos.
La realidad histórica de las explosiones obreras es muy diferente: no hace surgir comités populares e interclasistas. Con su dinámica interna de clase, el proletariado, en los momentos cruciales de la lucha, encuentra en sí mismo la fuerza para superar los límites asfixiantes de la fábrica y de anunciar a sus patronos y servidores ese desbordamiento futuro al cual no podrá suceder ningún “regreso a la calma”. Petrogrado en 1917, Polonia en 1970, gran Bretaña en 1972, España en 1976, Egipto en 1977; es siempre en las grandes concentraciones obreras en donde se ha realizado la unificación del cuerpo colectivo del proletariado y la división del “pueblo unido” en dos campos distintos y opuestos.
Así pues, la lógica misma de esos diferentes movimientos “autónomos” ha sido la de una disolución progresiva del movimiento de las luchas en las fábricas, en las luchas pequeño burguesas y marginales.
Desde el territorio como “área de recomposición de Autonomía Obrera” a los círculos del proletariado joven, del poder obrero al poder de los “indios metropolitanos”, la trayectoria es conocida. Cada capa de la pequeña burguesía, atropellada por la crisis, se erige en “fracción de clase” y enarbola la bandera de su propia “autonomía”. Tomemos sólo un ejemplo, el del feminismo. En Italia, su “desarrollo de masas”, como el de todos los movimientos marginales, está ligado precisamente a la “crisis de los grupos” (izquierdistas), con la decepción que marca el reflujo de la lucha de clases, cuando el comunismo estilo “todo y en seguida” no vino a plantarse como el espíritu santo en las frentes voluntarias de los obreros de la Fiat-Mirafiori.
Al igual que todas las concepciones idealistas, el feminismo cree que son las ideologías las que determinan la existencia y no lo contrario. Es por eso que bastaría con negarse a efectuar las funciones impuestas para provocar la crisis de la sociedad burguesa. Cuando se trata de aplicar eso a la lucha de clase, lo que sale es simplemente una interpretación falsa (por ejemplo: es el rechazo del trabajo lo que determina la crisis económica) que se convierte en una ideología puramente reaccionaria. Es la afirmación por parte de cada capa “oprimida” de la sociedad de su propia autonomía lo que pondrá en tela de juicio la “dirección capitalista”.
No es por casualidad si la “nueva manera de hacer política” que descubrieron las feministas consistió principalmente en crear pequeños grupos de “auto-conciencia”!! Es ese el destino de cada “categoría” de la sociedad burguesa, jóvenes, homosexuales, etc): ser totalmente importantes frente a la historia y también incapaces de forjarse una conciencia histórica y terminar refugiándose en la “autoconciencia” de su propia miseria. Si el proletariado es la clase revolucionaria de nuestra época, no es porque fue convencido por los socialistas y que se acostumbró a esa idea, sino por su situación practica en el centro de la producción capitalista.
“Si los autores socialistas le atribuyen al proletariado ese papel histórico mundial, no es, como lo pretende la crítica, porque consideramos a los proletarios como dioses. Es más bien lo contrario… Lo que importa no es saber lo que piensa tal o cual proletario, o aun el proletariado entero… sino lo que se verá obligado históricamente a hacer, conforme a su ser”. (Marx y Engels “La Sagrada Familia”)
El que las mujeres no sean una capa social capaz de conducir la lucha de la clase viene, sencillamente, de que no son ni una clase, ni una fracción de clase, sino una de las numerosas categorías que el capital opone entre sí (división en razas, sexos, naciones, religiones, etc) para tratar de diluir la contradicción central que solamente el proletariado puede resolver.: “(El proletariado) no puede liberarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No puede suprimir sus condiciones de existencia sin suprimir todas las condiciones inhumanas de existencia de la sociedad actual…” (Marx y Engels “La Sagrada Familia”).
Es precisamente porque se dirige a las mujeres, es decir, a una categoría que frente a la crisis se divide inexorablemente en dos, a lo largo de la frontera de clase por lo que el feminismo resulta ser para el capital una mistificación de segunda categoría, incapaz para desviar a una cantidad considerable de proletarios de la línea de combate de su clase. Para que tenga alguna utilidad, el feminismo debe ser solamente una simple carta bien barajada en el juego tramposo del capital con su mejor base. : “la alternativa popular y de izquierda”, la única capaz de desviar todavía al proletariado.
El destino de todos esos movimientos marginales está ya marcado. Durante la primera carnicería mundial, las sufragistas inglesas suspendieron toda agitación acudiendo al llamamiento del Estado burgués, para salvaguardar el interés superior de la patria, reemplazando como voluntarias a los hombres del frente. A las sufragistas modernas del capital no se los reserva una actitud menos repugnante.
Los acontecimientos de estos últimos meses han mostrado que el peligro de no ir hasta el final de la crítica no era producto de nuestra invención. En un texto distribuido en Milan que se llamaba, de manera muy significativa, “Comprender todo en seguida, volver a empezar! “, se leía:
“Si alguien tuvo ilusiones sobre el carácter inmediato y lineal del enfrentamiento, hoy eso se acabó. Muchos sectores del movimiento han enfrentado el choque de clase con una rudeza y con ilusiones insurreccionales, con formas de luchas tan rápidas y espontáneas como incapaces de plantear el problema real en el enfrentamiento. El Estado, su estructura, no se barren, como un fantasma, en un instante… Las masas compañeros ! no se movilizan en un mañana, a golpe de varita mágica.” (subrayado por nosotros) (octavilla firmada por diferentes comités obreros y comités maoístas).
Los hechos son testarudos decía Marx y esta evidencia así como la naturaleza de los perros guardianes de la “legalidad democrática” de los grupúsculos izquierdistas, ha comenzado a imponerse en el interior del movimiento. Pero el peligro está en la ilusión de que se puede comprender todo en seguida, y en volver a comenzar la misma cosa al día siguiente. “El peso de los muertos pesa en la cabeza de los vivos”. No es reconociendo simplemente que se cometieron algunos errores, sino haciendo una crítica radical, la manera como lo que queda vivo en la Autonomía obrera podrá quitarse de la cabeza y del corazón el fantasma obsesionante del obrerismo.
En las discusiones con militantes de la Autonomía Obrera, se llega siempre al mismo punto: “Está bien, tenéis razón, pero ¿qué se puede hacer?”. Compañeros, la ambigüedad cesa inmediatamente si, como elemento de la vanguardia se toman todas las responsabilidades frente a la clase. Y esto no se puede hacer más que con un programa claro y una organización militante. Pero un programa no es una plataforma sindical alternativa al “contrato social” del año. Es una plataforma política que delimita claramente las fronteras de clase que la experiencia histórica del proletariado ha evidenciado. ¿Comprender enseguida? Pero, durante mucho tiempo Autonomía Obrera apoyó a China roja, a la “lucha antiimperialista” etc. Y hoy que China se ha desenmascarado, que en Camboya “liberada” reina el terror, ¿cómo reacciona Autonomía Obrera? pues muy sencillamente, no habla más de eso. Compañeros, si no se comprende todo eso, si no se llega a integrar todos esos hechos “misteriosos” en un conjunto coherente de posiciones de clase sobre el capitalismo de estado, sobre las luchas de liberación nacional, sobre los países “ socialistas”, etc., se construye sobre arena y se engaña al proletariado.
Nuestro propósito no es hacer citas, pontificar, sino trabajar con tenacidad en lo que es hoy la tarea fundamental de los revolucionarios: el reagrupamiento internacional para preparar la batalla futura y decisiva. Llevar a cabo ese papel no significa para nosotros ir a cazar militantes para reforzar nuestras filas, sino dar de manera organizada y militante nuestra propia contribución y estímulo al proceso todavía confuso y descontinuó de clarificación que está haciéndose en el movimiento de la clase. Es esa clarificación la que reforzará las filas de los revolucionarios. No tenemos atajos que ofrecer; no existen. Si alguien tiene todavía la ilusión de que es posible transformar cualquier coordinación de los comités de base en partido revolucionario, se le pasará rápido; ya se ha perdido demasiado tiempo.
BEYLE
(Publicado en RIVOLUZIONE INTERNAZIONALE, N° 8 de Abril 1977 y N° 10 de Septiembre de 1977)
[1] El área de la autonomía se puede comprender como la zona de influencia de las ideas autónomas en que se mueven sus diferentes elementos
[2] Escisión del trotskismo en los años 50.
[3] Para un análisis de la interpretación marxista de la crisis, ver el folleto “La decadencia del capitalismo”
[4] No queremos sostener que haya una descendencia directa entre “Socialismo ou Barbarie” y “Potere Operaio”; lo que es interesante, en cambio, es subrayar que las posiciones que los militantes y simpatizantes de PO han comprendido siempre como producto de la reanudación de la lucha de clases, no son más que versiones obreristas de las viejas posiciones en degeneración que florecieron sobre la derrota de la clase obrera. Por otra parte, hay que recordar que PO fue el único grupo italiano que expresó, aunque fuera de manera muy confusa, esa reanudación de la lucha obrera y que su infortunado fin no debe olvidar que los otros grupos terminaron en el parlamento.
[5] Las citas provienen del panfleto “Alle avanguardie per il Partito”, elaborado por el secretario nacional de PO en Diciembre de 1970.
[6] Las citas provienen del panfleto “Alle avanguardie per il Partito”, elaborado por el secretario nacional de PO en Diciembre de 1970.
Más de 10.000 muertos en un año. Cada día, durante meses y meses, la constante repetición de manifestaciones y de la represión; el país entero paralizado por la huelga casi general de los obreros petroleros; y además la de los hospitales y los bancos, los transportes y la prensa. Escuelas y Universidades cerradas. Advertencias amenazando con la intervención por parte de las grandes potencias. Evacuaciones de súbditos extranjeros. Vacilaciones y componendas del ejército y del Sha, de la oposición
Más de 10.000 muertos en un año. Cada día, durante meses y meses, la constante repetición de manifestaciones y de la represión; el país entero paralizado por la huelga casi general de los obreros petroleros; y además la de los hospitales y los bancos, los transportes y la prensa. Escuelas y Universidades cerradas. Advertencias amenazando con la intervención por parte de las grandes potencias. Evacuaciones de súbditos extranjeros. Vacilaciones y componendas del ejército y del Sha, de la oposición religiosa y del Frente Nacional. Estos son los acontecimientos que han revelado abiertamente la descomposición social, la crisis política y la parálisis del sistema, que no son sino la plasmación, en un país, de las características y las perspectivas de la situación actual del mundo capitalista en su conjunto.
Empezando por lo económico, el mito del Irán, que se ha puesto como ejemplo, durante años, de nación en desarrollo, a la que el Sha prometía el 5° puesto mundial para finales de siglo, se ha desmoronado cual castillo de naipes.
En 1973, por vez primera, el déficit exterior crónico de Irán quedaba anulado, y en 1974, las exportaciones superaban a las importaciones en un 52 %. Este salto hizo entonces creer en un "despegue" económico, lo cual también se decía del Brasil. Por fin, se decía, se ve a un país del Tercer Mundo con posibilidades de salir del subdesarrollo. Pero pronto se disipó la ilusión con un excedente comercial rebajado al 23% desde 1975. De hecho, al depender en un 96% del petróleo en la exportación, Irán no había hecho sino beneficiarse de la coyuntural multiplicación por cuatro del precio del petróleo. Esto no era en absoluto el resultado de las ganancias sobre un producto que hubiera escaseado de repente en el mercado, como así intentaron hacer creer con lo de la "penuria" petrolera, sino que fue resultado de un alza de precios procurada por los Estados Unidos y sus grandes compañías para poner orden, en su provecho, en el mercado supersaturado del oro negro. Con este alza, en efecto, los Estados Unidos, al ser también uno de los principales productores petroleros, presionaban con el racionamiento a sus aliados y a la vez, contrincantes, Europa y Japón, volviendo la producción americana más competitiva en el mercado mundial a la vez que les hacían pagar el armamento de los países petroleros, o sea con los Eurodólares pagados a la OPEP por el petróleo.
La "nueva riqueza" de los países productores de petróleo pronto iba a ceder ante la agresividad de una competencia encarnizada resultante de la sobreproducción mundial en todos los sectores y en particular el del petróleo, obligando a Irán a rebajar sus ambiciones de grandeza y a concentrar esfuerzos en los sectores vitales de la economía nacional. El "despegue" iraní ha sido humo de pajas. No tuvo el impulso juvenil de un capital nacional en plena salud, sino que fue un sobresalto en los estertores agónicos del capitalismo mundial. Ya no se trata ahora en Irán de prosperidad. Lo que está en el horizonte es una deuda exterior en aumento por las compras masivas de armamento ultrasofisticado y por la entrega de fábricas "llave en mano", fábricas que la burguesía ha sido incapaz de hacer funcionar de verdad.
En lo político también, la burguesía iraní, cuyo poder descansa por completo en el ejército, única fuerza capaz en un país subdesarrollado de mantener mínimamente cohesionado el Estado, dispone de un margen de maniobra cada vez más limitado. La monarquía del todopoderoso sha ya no era un feudalismo atrasado y anacrónico que la burguesía podía quitarse de encima para ir hacia adelante, sino una ejemplar forma de capitalismo de Estado concentrado, originado por la debilidad histórica y estructural del capital nacional. La evolución de Irán, marcada por los intentos de "modernización" y la separación de los sectores arcaicos del aparato productivo, únicos sectores del "desarrollo" y la ganancia, es algo irreversible.
Ninguna política de la burguesía puede hoy cuestionar el papel preponderante del ejército y la orientación de la economía nacional hacia el único y limitado recurso de que dispone en el marco de la economía mundial. En un régimen así, típico de los países subdesarrollados, todo tiene que importarse, y los "negocios" se hacen con el dinero de las exportaciones, con todo lo que eso acarrea: compadreos, malversaciones de fondos y tráficos diversos... De ahí surgen los enfrentamientos interburgueses, pero éstos no pueden realmente cuestionar la fuente de recursos y el funcionamiento del sistema. Ninguna política burguesa puede oponerse de verdad a la eliminación de los sectores no rentables del aparato productivo sin agudizar aún más la quiebra del sistema. Por estas razones, no hay ninguna alternativa estable real y a largo plazo, a la crisis que ha provocado el movimiento y revuelta de todas las capas y clases de la población. Lo único que es capaz de proponer la burguesía, en última instancia, es la metralla y las matanzas a repetición contra las masas pauperizadas y en revuelta. La oposición entre la Iglesia chiíta y el Frente Nacional sólo estriba en la manera cómo usar el Estado y el ejército para llevar a cabo lo único que les interesa en la situación actual, o sea, encontrar los medios adecuados para volver a poner en marcha al país.
La alternativa de una "Revolución de 1789" en Irán, planteada por toda una propaganda dispuesta a dar sus buenos consejos y su apoyo al poder burgués sacudido por la crisis no es más que patraña. En plena crisis mundial del sistema, ya no queda sitio para la prosperidad y el desarrollo en el marco del capitalismo. La historia de Irán de los 50 últimos años está totalmente marcada, no por el feudalismo al que podría oponerse la burguesía hoy con perspectivas progresistas, sino por la decadencia capitalista, por la contrarrevolución que siguió a la ola revolucionaria de los años 1917-23 y por el reparto del mundo surgido de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el general de cosacos Reza Jan, padre del Sha actual, tomó el poder en 1921 y se hizo coronar emperador en 1925, la era de revoluciones burgueses se había cerrado y el régimen se instauraba con la bendición de los "aliados" y sobre las ruinas de una guerra generalizada y la derrota del proletariado mundial. Tras haberse tambaleado durante la segunda carnicería mundial por su inclinación hacia las potencias del Eje, el régimen fue puesto en pie de nuevo por los vencedores occidentales tras el reparto de Yalta entre Este y Oeste, y más tarde el orden sería restaurado en provecho de aquéllos, apoyando al Sha contra Mosadegh, cuyo nacionalismo se adaptaba mal a sus intereses.
La crisis iraní queda totalmente enmarcada por sus características históricas, económicas y políticas, en la crisis mundial del sistema capitalista.
La crisis del sistema, al minar todos los medios de subsistencia de capas y clases que componen la sociedad, provoca la quiebra y la descomposición social. Al replegarse cada vez más en lo esencial que asegura el mantenimiento de su poder, la burguesía se incapacita para dar soluciones materiales a la situación. Al contrario, los salarios y el número de obreros, los subsidios y los míseros recursos de supervivencia de parados y sin trabajo, las salidas para estudiantes, las ganancias del pequeño comercio, las inversiones no rentables, todo va siendo irremediablemente laminado por la burguesía. Entonces las contradicciones sociales acaban apareciendo a las claras. Y para empezar, en la misma clase dominante, en la cual los métodos chanchullescos, los apaños y la corrupción sistemática de los que tienen las riendas del poder van a provocar la ira de los que quedan fuera. Por otro lado, la miseria aumenta y con ella la masa de individuos pauperizados, se acumula el descontento que lleva a la revuelta. Frente al poder estatal reducido e identificado a una pandilla de hampones, cuando convergen todas esas condiciones, el levantamiento de la población surge aún más amplio y más decidido. Pues cuanto más débiles y debilitados por la crisis son los cimientos de la dominación de clase tanto más esa dominación aparece arrogante y descaradamente impuesta. Como en Nicaragua contra el dictador Somoza, en Irán la ira y la indignación se cristalizaron contra el Sha, su familia, su policía política. Igual que en Nicaragua, contra "todo el pueblo" agrupado en manifestaciones contra el tirano, el régimen contestaba sistemáticamente con la represión y el ejército, dejando cada vez un montón de muertos por las calles (en Septiembre, en Teherán, de 3000 a 5000 muertos en un día). Pero cuando surgieron las huelgas, primero en las plantas petrolíferas y luego en los demás sectores, la burguesía tuvo que ceder a las reivindicaciones salariales de los trabajadores (hasta el 50% de aumento) para que volviera a arrancar la producción. Y para asegurarse de esto, el ejército ocupó los centros petroleros, implantó la ley marcial, prohibió los agrupamientos, detuvo a los "cabecillas" de la huelga. Y las huelgas volvieron esta vez contra la represión y el ejército, parando de nuevo la producción, dando así un nuevo impulso vigoroso al movimiento.
Esta vez, y esto no ocurrió en Nicaragua, al asalto al símbolo del poder capitalista, el ejército, se le añadía una parálisis de las bases mismas de ese poder. La reivindicación contra el Sha, al principio puras buenas intenciones utilizadas en sus maniobras por las oposiciones de la Iglesia Chií y del Frente Nacional, a lo cual el gobierno podía responder con la represión, se volvió un problema vital para la burguesía desde el momento en que sus beneficios quedaban cuestionados por las huelgas. La clase obrera, que aparecía bien diferenciada del "pueblo", demostraba ser una fuerza capaz para resistir a los ataques de la burguesía. En medio de reivindicaciones de capas y clases con motivaciones e intereses tan divergentes como los de los burgueses medio arruinados de los Bazares o abrumados por los abusos de la camarilla del Sha, los vagabundos en la miseria total, los estudiantes sin posibilidades de carrera, la pequeña burguesía indecisa y fluctuante, la clase obrera, en cambio, defendía colectivamente, apoyada en bases materiales, sus intereses, plasmando al mismo tiempo las aspiraciones de las capas arruinadas y pauperizadas de la sociedad.
Al revés que la pequeña burguesía y capas intermedias, las cuales, al dispersarse en una multitud de intereses particulares, sólo pueden llevar el movimiento hacia la sumisión o la revuelta desesperada, la clase obrera, por el contrario, agrupada en un cuerpo colectivo, en el centro mismo de la producción capitalista, puede ofrecer resistencia antes de ir construyendo la única y real alternativa histórica, la destrucción del capitalismo. Esta es la realidad de lo que está ocurriendo en Irán, detrás de las cortinas de humo de los llamamientos a Alá y a su profeta Jomeini para que intervengan, o de los trazos más o menos dudosos del Frente Nacional.
"La clase obrera no tiene ideal por realizar, sino únicamente liberar lo que de la sociedad nueva lleva en sus flancos la vieja sociedad burguesa que se está hundiendo" ( Tercer saludo del Consejo General de la A.I.T a la Comuna de París en 1871, Marx ).
Con el movimiento se han agudizado la crisis política y la ruptura del frágil equilibrio del Estado Iraní. Ante las primeras dificultades, el Estado contestó sin miramientos con la represión pura y simple. El Sha seguía teniendo el apoyo de los Estados Unidos y el presidente Carter tras las matanzas de Septiembre, demostrando él mismo que lo de los "derechos humanos" es puro cuento y humo, volvía a confirmar el carácter "liberal" del régimen. La URSS, por su parte, mantenía una "positiva y respetuosa" neutralidad. El ministro británico de Exteriores aportaba al Sha un firme apoyo. China también, con la venida de Huaguofeng, daba todos sus apoyos. Para todos, la única posibilidad estaba en el Sha y su ejército. Nadie tenía a alguien diferente a quien proponer, u otra alternativa que presentar. Pero, la extensión del "caos" tenía que empujar a la burguesía a preparar posibilidades de relevo. Ya Francia, sin duda el mejor auxiliar de la política exterior de Occidente, había recuperado y puesto en reserva bajo su ala protectora, a la oposición religiosa acogiendo al "refugiado" ayatolah Jomeini, heraldo de la oposición, "expulsado" de Irak en donde estaba instalado. El Sha encarcelaba a elementos del Frente Nacional. Las vacilaciones constantes desatadas por la necesidad de poner orden no podían acabar sin otro apoyo que el ejército, lo cual se tradujo en la entrega formal del gobierno a esa institución, y por parte de la oposición, en llamamientos repetidos para que el ejército cambiara de campo. Mientras tanto, la burguesía se agitaba para encontrar justificaciones frente a la población, procurando atraer a las fracciones burguesas y pequeño burguesas neutrales, pasivas u opuestas a la corrupción, buscando "hombres íntegros" y "no comprometidos" con el régimen. El Ayatollah Jomeini y el Frente Nacional mantenían el radicalismo de fachada necesario para evitar desbordamientos exigiendo cada vez más alto la marcha del Sha. A su vez, el Frente Nacional proporcionaba la persona que podría dar un primer paso, Bajtiar ("el hombre de los franceses") y Jomeini mandaban crear una comisión del petróleo para pedir a los obreros que volvieran al trabajo con la excusa del "consumo popular".
Esa tarea ya no es fácil cuando el "pueblo" está en la calle. Y cuando los obreros están movilizados y organizados, semejantes llamamientos de la oposición, incluso la más creíble y decidida, se vuelven contra sus intereses. Los obreros organizaron bajo su propio control el abastecimiento. El ejército tuvo que intervenir para interrumpirlo y el Ayatollah no abrió la boca sobre esta operación. Porque el "pueblo" sólo es para esas momias del pasado una palabra vacía que puede servir a los intereses nacionales. Si esa palabra tiene un significado para el proletariado, sólo puede ser el de su fuerza autónoma capaz de verdadera solidaridad con las inmensas masas pauperizadas. Nunca podrá ser el de los "humanistas", los "demócratas" o los "populistas", quienes, cuando proponen sus soluciones para la defensa del capital nacional, ven en el "pueblo" a una masa de maniobra en apoyo de sus ambiciones.
Esta ilustración de la crisis política muestra a la burguesía en Irán, como así ocurrirá cada vez más en el mundo, sin ninguna salida verdadera a su crisis. Los "hombres políticos" de la burguesía son hoy y cada vez más "hombres de transición", "técnicos", que ocultan o no, según las necesidades de la burguesía, a los verdaderos "hombres" de ésta, el ejército, la policía y de todos los cuerpos de represión del Estado. En Irán, la alternativa para la clase dominante no es Jomeini o el Ejército, o Sandjabi o el Ejército: Mientras exista un estado capitalista, el ejército estará presente, con un Jomeini, un Sandjabi o un Sha. Los "relevos" sólo son una nueva careta para el ejército y sus funciones de encuadramiento, pues es éste la única fuerza en la que la burguesía puede asentar su poder. Históricamente, pues las únicas fuerzas que se enfrentaran de manera decisiva son la burguesía y el proletariado, el ejército y los obreros.
Por el momento, la burguesía, para encarar a la clase obrera, intenta disolver los intereses de ésta en el conjunto de la población para desmovilizarla y seguir manteniendo la dictadura del capital. Lo básico en las discusiones y maniobras políticas de la burguesía, del gobierno y de la oposición y dentro del ejército mismo es cómo aplastar la revuelta y/o separar, en la mente de la población y de los obreros sublevados, el Sha del Estado, para, si hace falta, darles la cabeza del Emperador sin que el Estado quede afectado.
"La revolución hasta la marcha del Sha", gritaban los manifestantes de Teherán. Si la marcha del Sha es la condición para que pare el proletariado, la burguesía hará lo que pueda para conseguirlo, de manera a dar ilusiones de que la meta de la lucha es la caída del Sha, el final del movimiento y de la movilización.
Para la burguesía, no hay hoy ninguna perspectiva ni a corto ni a largo plazo. La marcha del Sha y un nuevo gobierno no son más que el mantenimiento y la aceleración de las mismas condiciones de crisis, de miseria, de guerra y de represión.
Para el proletariado, a largo plazo, por la extensión y generalización de su combate al mundo entero y sobre todo en las grandes concentraciones industrializadas del capital, la perspectiva es la de la destrucción de ese sistema por la revolución comunista. El combate de la clase obrera en Irán es un momento de ese combate general. No está limitado a Irán, sino que ha abierto nuevas experiencias de posibilidades de extensión y de generalización, por su propia organización y respecto a las masas pauperizadas de la sociedad; ha demostrado, para el proletariado del mundo entero, en un país situado en la línea de enfrentamientos interimperialistas, que era capaz de resistir a los ataques de la burguesía.
Para la clase obrera en Irán, el peligro a corto plazo es el de dejar que sus intereses se diluyan en los de la población entera, si acepta una unión antinatural... entre capital y trabajo con cualquier fracción de la burguesía, el peligro de una explotación y de una represión reforzada. Su fuerza está en su capacidad para mantenerse movilizada en su terreno de clase.
M.G. (enero de 1979)
En la primera quincena de Noviembre se reunió en Paris la Segunda Conferencia de grupos comunistas. La primera, de la cual es consecuencia, había tenido lugar en Mayo del 77 en Milán (Italia) por iniciativa del Partito Comunista Internacionalista (Battaglia Conmunista). No se trata en este artículo de dar una reseña detallada de los debates. Estos aparecerán en un folleto especial para que así los militantes revolucionarios puedan seguir los esfuerzos de clarificación que hacen los grupos revolucionarios que, confrontando sus posturas, participaron en la Conferencia. Lo que nos proponemos con este artículo es sencillamente y a grandes rasgos, despejar lo importante de tal conferencia, más todavía en la actual situación, y también contestar a la actitud tan negativa que algunos grupos decidieron adoptar respecto a ella.
Para empezar hay que subrayar que esta segunda conferencia fue mejor preparada y organizada que la anterior, y esto tanto desde el punto de vista político como organizativo. La invitación a grupos se hizo en base a criterios políticos precisos. Grupos que;
Ya sólo con enunciar esos criterios, cualquier obrero puede entender que no se trata de una cuerda de gente de “buena voluntad”, sino de grupos comunistas de verdad que se desmarcan claramente de la fauna izquierdista: maoístas, trotskistas, y por otro lado de los “modernistas” y demás consejistas del rollo “antipartido”.
Esos criterios, desde luego muy insuficientes para establecer una plataforma política de reagrupamiento, son, cuando menos, suficientes como para saber con quién se discute y en qué marco, de modo que la discusión sea fructífera y marque un punto positivo.
Además, para mejorar respecto a la primera, el orden del día de los debates quedó fijado con sobrada antelación para que así cada grupo pudiese presentar sus puntos de vista en textos escritos de antemano. El orden del día fue.
Un orden del día así da idea de que la conferencia no tuvo que nada que ver con uno de esos coloquios de sociólogos y sabios economistas que se masturba con “teorías”. Fue una preocupación militante lo que presidió la conferencia, procurado despejar la mayor comprensión de la situación mundial actual, de la crisis en que está el capitalismo mundial y de las perspectivas desde un punto de vista proletario, así como las tareas resultantes para los grupos revolucionarios en el seno de su clase.
Fue, pues, con esos criterios y con una preocupación militante como fueron invitados unos doce grupos de diferentes países. La mayoría contestaron favorablemente, aunque algunos no pudieran asistir a última hora por razones diversas. Así ocurrió con “Arbetarmakt” de Suecia, de “OCRIA” de Francia y “Il Leninista” de Italia. Y también hay que mencionar que cuatro grupos se negaron a participar. Fueron “Spartacusbond” de Holanda, P.I.C. de Francia y los dos “partidos” comunistas internacionales (PCInt. “Programa” y el PCInt “il Partito Comunista”) de Italia.
Vale la pena examinar de cerca los argumentos de cada uno de esos grupos y las verdaderas motivaciones de su negativa. Para “Spartakusbond” de Holanda, es bien sencillo: el grupo está en contra de cualquier idea de Partido. Se les pone el pelo de punta con solo oír la palabra “Partido”. Pero este grupo, surgido después de la segunda guerra mundial, en vano puede reclamarse de la tradición y como continuador de la izquierda comunista holandesa de la cual solo es una lamentable caricatura. A todo lo más, Spartakusbond podría reclamarse de Otto Rhule aderezado con Sneevliet, pero desde luego que no de Gorter y de Pannekoek, los cuales nunca negaron el principio de la necesidad de un partido comunista. Spartacus aparece como el final senil de la corriente Comunista Consejista convertida en secta, replegada en sí misma, aislándose cada día más del movimiento obrero internacional. Su negativa no hace sino confirmar el desgaste casi definitivo de la corriente consejista pura, para confundirse e integrarse más y más en las aguas putrefactas del izquierdismo. Triste final de una evolución irreversible fruto de un demasiado largo período de contrarrevolución.
De diferente manera aparece la actitud de P.I.C.. Tras haber dado su acuerdo de principio para la conferencia de Milán, cambia de decisión en vísperas de ésta, estimando que en las actuales circunstancias, sería un “dialogo de sordos”. Para la segunda conferencia, la negativa de principio la basa en que “no participa en conferencias “bordigo –leninistas”. También con el PIC, asistimos a una evolución precisa. Hace cinco o seis años, los compañeros que dejaron Revolution Internacionale para formar el grupo “Pour une Intervention Communiste”, basaban la separación en la intervención insuficiente de R.I. Dejando de lado el activismo verbal de P.I.C., que los ha llevado a toda clase de “conferencias” y “campañas” de toda calaña, cada una de ellas más artificial que la anterior, lo que hoy resulta evidente es lo que siempre hemos afirmado: que el verdadero debate no estriba en “intervenir o no intervenir”, sino en “cómo intervenir, en qué terreno, y con quién”. Por eso el P.I.C., que se dedica a menudo a “conferencias” con toda clase de grupos y elementos anarquizantes o grupos “autónomos” y sobre todo quiméricos, y que terminan en agua de borrajas, está bien situado para hablar de “dialogo de sordos”, cuando se trata de discusiones entre grupos verdaderamente comunistas. Y eso no es todo. De vuelta del fallido intento de formar una coriente anti-CCI, junto con “Revolutionary Perspectivas”, “Workers Voice”, y RWG (estos dos últimos se perdieron después en el paisaje sin dejar rastro), PIC, un poco escaldado por los grupos de la izquierda comunista, se conformó con elementos de la izquierda socialista, participando en el grupo iniciador que ha vuelto a lanzar la antigua revista socialista de izquierda “Spartacus”, bajo la sabia dirección de su fundador René Lefeuvre. En esta revista, en cuyas páginas pululan, entre otras cosas, la glorificación del ejército republicano de la guerra de España de 36-39, las hazañas del “antifascismo”, uno de los promotores activos de la segunda carnicería mundial, encendidos homenajes a Marceau Pivert y su PSOP (algo así como un PSU francés de antes de la guerra), al POUM, alabanzas y recuerdos enternecedores de la acción heroica trotskista en la Resistencia francesa durante la guerra, en esa revista, pues, PIC se encuentra tan a gusto, formando parte de la redacción. El delicado olfato de PIC que no aguanta el horrible hedor de los “borgigo-leninistas” parece recrearse con el perfumado incienso del Socialismo de izquierdas y el antiautoritarismo. En la pocilga de la Social-Democracia[1] PIC parece revolcarse a gusto, y encima puede darse el placer de hacer críticas “radicales” y hacer el número de “enfant terrible” ultrarrevolucionario. Cierto es que “Spartacus” es una revista muy amplia. Pero ser amplio no ha sido nunca de por sí una cualidad. Lo que de verdad da unidad y cimienta al equipo redactor de “Spartacus” es un antibolchevismo estreñido que confunden adrede y haciendo trampa con el estalinismo. Los socialistas de “izquierda” no estuvieron esperando al estalinismo para denigrar a los bolcheviques, a Lenin y demás, y combatir, en nombre del “socialismo democrático”, a la revolución de Octubre y al comunismo. Por antibolchevismo, los socialistas de izquierda siempre han andado al maloliente rabo de la Social Democracia, de los Scheideman-Noske, de los Turati y de los Blum, Esto no molesta a PIC para colaborar y andar con ellos. Y no es en las críticas y en la continuidad de la Izquierda Comunista en donde PIC va a buscar su crítica contra esta o aquellas posición de los bolcheviques o de Lenin, sino en las basuras de los consulados zaristas y de Kerenski o husmeando en el estercolero de la izquierda socialista. En su fiebre anti bolchevique, lo que PIC olvidó es que, cualesquiera que sean nuestras divergencias con los bolcheviques, éstas no pueden hacer cambiar nuestro juicio sobre la Social Democracia, sea de izquierda o de derecha, pues lo que separa a los comunistas de la Social Democracia es ese abismo infranqueable, el que pertenecen a las clases mortalmente enemigas, los comunistas al proletariado, la social democracia a la burguesía. Aunque sólo fuera esta lección, se la debemos por completo a Lenin y al partido bolchevique. No es pues por casualidad, sino por haber olvidado esta lección, si PIC desde las columnas de Spartacus en donde se ha hecho su nidito, se siente capaz para negarse a discutir con “bordigo-leninistas”. Uno puede preguntarse si es el “antileninismo” visceral lo que ha acercado el PIC a la izquierda socialista o, si al contrario, ha sido el acercamiento al socialismo de izquierda y al izquierdismo lo que lo ha transformado en duro anti bolchevique. Lo que si queda claro es que PIC está en un punto situado, por ahí, entre los socialistas de izquierda y Lenin, lo cual da como resultado un anti bolchevismo violento (o radicalismo de boquilla) en colaboración con los socialistas de izquierda (oportunismo en la práctica).
Lo cachondo de la historia, y no lo menos, son cosas como ese artículo publicado por el “Jeune Taupe” (Joven Topo, bimensual de PIC) sobre el grupo “Combat Communiste” por su no ruptura total con los trotskistas, recordándoles en esta ocasión (por una vez no es pecado): «Como decía Lenin en Zimmerwald respecto a los social demócratas, que estaban fuera del campo proletario y, por lo tanto en el de la burguesía y si nosotros somos un poco consecuentes, no podemos considerarlos como compañeros en el error y menos todavía militar con ellos»[2]. O sea que PIC no parece completamente amnésico, aunque a menudo se le vaya la cabeza. Cuando se trata de criticar a “Combat Comuniste”, se acuerda muy bien de que «para él (Lenin), los social demócratas eran enemigos de clase con los que había que cortar. De ahí que la Tercera Internacional se constituyera como oposición a los intentos de reconstitución de la segunda»[3] . Muy buena memoria tiene PIC, pero poco debe mirarse al espejo. A no ser que lo que les parece indispensable, o sea la ruptura con el trotskismo, se menos evidente cuando se trata de colaborar con la izquierda socialista. También estamos de acuerdo con la conclusión del artículo citado: «Los años venideros que tendrán que conocer el resurgir del proletariado en el escena histórica como sujeto de sus propio devenir, no tolerarán las más mínima confusión teórica. Lo que hoy es inconsistencia y fantasía se volverá mañana peligro mortal y teoría contrarrevolucionaria. Es ahora cuando hay que pronunciarse claramente, que hay que escoger su campo»[4].
Perfecto ¿Hay que concluir entonces que PIC, al negarse a venir a la Conferencia por miedo a contaminarse por los “bordigo.leninistas” y quedarse tranquilamente en las filas de Spartacus, ya ha escogido su campo?. El porvenir nos lo dirá.
En cuanto a los dos PCInt. Bordiguistas, estos no se dignaron dar a conocer directamente su negativa, sino que se contentaron con publicar cada uno sendos artículos en su prensa, de tono insultante y en plan despectivo. Cuando uno se autodenomina Partido Comunista Internacional, uno se queda en su rango y no se rebaja a contestar a otros que no son más que… simples grupos. Hay que mantener su dignidad, oiga, incluso cuando no se es en realidad más que un grupito, dividido, para más inri, y subdividido en unos tres o cuatro partidos comunistas internacionalistas, que se ignoran mutuamente.
Procedentes, tras la muerte de Bordiga, de una oscura escisión con la organización de Programma, el grupo de Florencia, siguiendo la estricta tradición del bordiguismo de que sólo puede haber un único partido en todo el universo, se autoproclamó, así de sencillo, nada menos que “Partido Comunista Internacional”. Este gran “Partido Internacional” de Florencia está, pues, bien situado para echar anatemas sobre las “miserias de los hacedores de Partido”[5]. ¿Cómo asegurarles a esos recelosos personajes que nadie en la Conferencia tenía pretensiones sobre lo que ellos consideran como su bien exclusivo?. A nadie en la Conferencia se le ocurrió plantear el problema de la constitución inmediata del Partido, ni siguiera el de la formación de una organización unificada y eso por la sencilla razón de que los grupos eran plenamente conscientes de la inmadurez de ese proyecto. Es no entender nada del problema del Partido de clase creer que se decreta con la simple voluntad de un puñado de militantes y en cualquier condición. Esa concepción voluntarista e idealista del Partido, de que se decreta en cualquier momento, independientemente del estado y desarrollo de la lucha de clases, no tiene nada que ver con la realidad que hace que el Partido es un organismo vivo de la clase que sólo surge y se desarrolla cuando las condiciones están dadas para que pueda asumir las tareas que le incumben. Los malabarismos bordiguistas sobre el partido formal y el Partido histórico sólo les sirven para tapar su ignorancia completa de la diferencia entre fracciones o grupos y el Partido y, por tanto, su incomprensión de cuando se forma efectivamente el partido.
La visión que se tiene de la naturaleza y del funcionamiento del Partido es el problema que más debates apasionados ha producido en la historia del movimiento marxista. Baste con recordar las divergencias que opusieran Rosa Luxemburgo a Lenin, entre el Partido bolchevique y la Izquierda Alemana, entre la fracción de Bordiga y la Internacional Comunista, y la fracción italiana de Bilan al PCInt., reconstituido al final de la segunda guerra. Y sigue siendo hoy un tema de discusiones y de necesarias precisiones en el movimiento de Comunistas de Izquierda. Allá ellos, si a grupos de cualquier ciudad más o menos provinciana, se les ocurre proclamarse un buen día “Partido único y mundial”; ninguna ley puede impedírselo. Otra cosa es que lo sean, y que haya que creérselo. Eso ya es megalomanía. Y, sin embargo, para la corriente bordiguista, ni hablar de poner entredicho sus conceptos sobre el Partido único y monolítico, el cual toma el poder y ejerce su dictadura en nombre del proletariado, incluso contra la voluntad de la clase. Pues, así amenaza “Il Partido”, «quien se opone a esa concepción o no acepta esta disciplina fuera del terreno de la Izquierda». No hace falta decir que esta concepción está muy lejos de ser la de Marx y Engels, quienes no andaban proclamando cada dos por tres el “Partido”, ni la de Rosa Luxemburgo, ni siquiera la de Lenin, ni la de “Bilan”, ni la de la Izquierda Italiana en general. Es algo que les pertenece a los bordiguistas. No hace falta decir, a riesgo de ser excomulgados, que tampoco es la nuestra.
Puede entenderse perfectamente que los bordiguistas eviten toda discusión con otros grupos comunistas y la confrontación de sus posiciones con las de ellos. ¡Ya ni siquiera discuten entre sí!, como así lo exige el “centralismo orgánico”. Pues es cierto que nunca se ha visto a una secta poner en entredicho los dogmas de su Biblia “invariante”. La única disputa que tienen es para saber cuál de entre sus numerosos partidos será el único, reconocido universalmente como tal. Es como un manicomio en el que cada quien se cree el verdadero el único Napoleón.
El último vástago de la antepenúltima escisión de los bordiguistas, el Partido florentino, no es por eso el menos fiero. Ofendido porque alguien se haya atrevido a invitarle a la Conferencia, lanza cual rayo su advertencia. «Los misioneros de la unificación, grupos políticos de diferentes tradiciones tienden, lo quieran o no, a formar una organización política objetivamente contra la “Izquierda y la Revolución”». Dejemos a un lado lo de “misioneros”, puesto así para ver si insulta, e insistamos una vez más que en ningún momento la Conferencia se había previsto con el objetivo de discutir acerca de la unificación de nadie con nadie. Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír. No ha llegado todavía la hora para que se unifiquen en un único partido, los diferentes grupos comunistas que existen hoy. Pero sí que creemos que ha llegado la hora de que los grupos comunistas salgan de su aislamiento invernal que ya ha durado demasiado tiempo. Durante este período de 50 años, la contrarrevolución no sólo acabó con la clase, sino también o inevitablemente con el movimiento comunista internacional que quedó reducido a la más mínima expresión. Pocos grupos de la Izquierda Comunista aguantaron y han sobrevivido a la monstruosa avalancha contrarrevolucionaria. Y los que han sobrevivido han quedado profundamente marcados por el repliegue general, que provocó en ellos un reflejo de aislamiento, un encerrarse en sí, un espíritu de secta.
Otro reflejo fue el de liarse la manta a la cabeza, poniendo al mal tiempo buena cara, lo cual se plasmaba en la construcción artificial de Partidos, en lo cual los trotskistas se hicieron expertos antes de la segunda guerra sustituyéndoles los bordiguistas y superándolos en la faena, llevándola, según su costumbre, hasta el absurdo. En aquellas condiciones, la formación del partido bordiguista iba a contrapelo de la realidad, no pudiendo ir más que de fracaso en fracaso. Así como el despliegue de la lucha de clases es un poderoso factor en el proceso de homogeneización en la clase y por lo tanto la organización de los comunistas o sea el partido, así al contrario, un período de reacción y contrarrevolución es factor en un proceso de atomización en la clase y de dispersión en la organización de los comunistas. El partido bordiguista no podía escapar a esa ley, de ahí el proceso de escisiones en cadena en sus filas.
Bordiga tenía más reservas respecto a la oportunidad de la formación inmediata del partido. Y lo mismo Vercesi, quien dos años más tarde ponía claramente en tela de juicio esa formación, en acuerdo con la crítica que él mismo había hecho diez años antes contra las propuestas de Trotski. Pero, al menos en Trotski, la formación del Partido era una conclusión correcta, basada en un análisis erróneo de la situación. Trotski veía en la Francia del Frente Popular y en la guerra civil de España, el “principio de un resurgir revolucionario”, lo que implicaba la construcción inmediata del Partido. El Partido bordiguista ni siguiera puede invocar un análisis falso. Y por eso, se ha dedicado a desarrollar una teoría de lo más aberrante según la cual la formación del Partido está completamente desligada de la situación real de la lucha del proletariado. Incluso en Bordiga y su visión piramidal del Partido, éste, en lo alto de la pirámide, descansa, sin embargo, en una base de clase de la que es producto. Pero, en la dialéctica de los bordiguistas de hoy, el Partido está como colgado, allá arriba en el cielo, completamente despegado del movimiento real de la clase; se puede formar incluso cuando la clase está soportando las peores condiciones de la derrota y la desmoralización, pues la basta con el conocimiento teórico y la voluntad. Al dar así la espalda a toda la historia del movimiento obrero y de sus enseñanzas y al proclamarse cada grupito bordiguista Partido Mundial Único Reconstituido, no es de extrañar que no entiendan nada de los que es un período de resurgir de la lucha de clases y el proceso que necesariamente implica, la tendencia al reagrupamiento de revolucionarios. Y por eso los bordiguistas siguen yendo a contrapelo. Hace 20 años, clamaban en el desierto con llamamientos al reagrupamiento de revolucionarios. Hoy, cuando ya hay posibilidades, no paran de denigrar los esfuerzos y de encerrarse con “dignidad” en su capilla. Cualquier propuesta de discusión les parece una blasfemia; y no hablemos del agrupamiento, para ellos no puede ser otra cosa que “formar una organización política objetivamente contra la Izquierda y la revolución”. ¿Habrá que pensar que ignoran la historia, la verdadera y no la mítica, del movimiento revolucionario? La constitución de la Liga de los Comunistas, de la Primera, de la Segunda y Tercera Internacionales, de todos los partidos obreros… ¿no se hicieron por medio de encuentros discusiones, entre grupos dispersos que convergían hacia una unidad política y organizativa? ¡No era ese el proceso propuesto por la antigua Iskra de Lenin para salir de la dispersión en Círculo y que surgiera el Partido ruso?. ¿La constitución (tardía) del P.C. de Italia en Livorno no siguió acaso el mismo camino?. Y la reconstitución precipitada del PCInt., al final de la segunda guerra no fue también producto de encuentros entre varios grupos?
El PCInt de Florencia termina su articulo lamentándose: «Es penoso tener que “presenciar periódicamente tales miserias».
Poco diferentes es en cuanto a los argumentos, el artículo que le sirve de respuesta al segundo PCInt., el de “Programma”. Lo que les distingue fundamentalmente es la extremada finura de que hacen gala. El título del artículo: “La lucha entre Fottenti y Fottuti” (literalmente, algo así como entre “porculizadores y porculizados”) ya da idea de la “altura” a la que se sitúa el PCInt. “Programma”, altura que resulta a otros muy poco accesible. ¿Tendremos que suponer que “Programma” está tan impregnado de hábitos estalinistas que es incapaz de entender la confrontación entre revolucionarios si no es como “violadores” y “violados”?. Para “Programma”, ninguna discusión es posible entre grupos que se reclaman y se sitúan en el terreno del comunismo. Eso sí, pueden andar con trotskistas, maoístas y demás formando Comités-Fantasmas de soldados, o también firmar con esos y otra fauna izquierdista octavillas comunes para “la defensa de los obreros inmigrados”, pero nunca en la vida pensar en discutir con grupos comunistas, ni siquiera entre los numerosos partidos bordiguistas. Con estos sólo puede reinar la relación de fuerzas y si no pueden destruirlos, entonces hay que ignorar su existencia. Violación o prepotencia, ésa es la única alternativa en la que Programma quisiera encerrar al movimiento comunista y las relaciones entre grupos. Y como no tienen otra visión, ésa es la que ven por todas partes, atribuyéndola de buen grado a los demás. Para ellos, una Conferencia Internacional de grupos comunistas sólo puede ser y no tener más objetivo que el de “pervertir” a algún que otro elemento de otro grupo. Y desde luego, si Programma no vino a la Conferencia no fue por falta de ganas de “violar”, sino por temor a aparecer impotente.
En vano “Programma” suelta una ristra de sarcasmos contra los criterios que servían de marco para la invitación de grupos. ¿Hubiera preferido la ausencia de criterios?. O hubiera preferido otros criterios? ¿Pero cuáles, por favor? Los criterios establecidos apuntaban a delimitar un marco que permitiera discutir entre grupos que se reclaman de la Izquierda Comunista, eliminando así a las tendencias anarquizantes, trotskistas, maoístas y demás izquierdistas. Esos criterios forman un todo orgánico, no puede separárseles unos de otros como le gusta hacer a Programma. No pretenden ser una plataforma para la unificación, sino, más modestamente, un marco para saber con quien se discute y qué orientación se lleva. Pero para Programma sólo puede uno discutir consigo mismo. Por temor a ser impotente en una confrontación de posiciones con otros grupos comunistas, Programma se consuela en el “placer solitario”. Esa es la virilidad de una secta y el único medio de darse satisfacción.
Ahuecando la voz, Programma amonesta severamente a aquellos que cuestionan “el modo con que el partido bolchevique… planteó la relación entre partido comunista y clase obrera”. Por mucho que se empeñé Programma ese “modo” no es un tabú intocable e indiscutible, como nunca lo fue en el movimiento comunista, y ese “modo” no ha salido precisamente muy bien parado con la caricatura esperpéntica que de él han hecho los bordiguistas. Y cuando Programma exclama: «Sí, la Internacional rompió con la Social Democracia, pero antes había roto con todas las versiones infantiles, espontaneistas, anti-partido, iluministas, y desde el punto de vista ideológico, burguesas», lo que hace es manipular la historia a sus conveniencias. Los grupos que fueron invitados al Primer Congreso, los que van a fundar la Tercera Internacional, eran mucho más heteróclitos que lo que Programma pretende. En ese Congreso había desde anarco-sindicalistas hasta Izquierdas socialistas apenas decantadas: Los únicos puntos precisos en medio de esa falta de cohesión son:
Será más tarde cuando empiecen las rupturas y lo cierto es que van dirigidos sobre todo contra la Izquierda (no siempre muy coherente), mientras que, por otro lado, se les abren las puestas a los oportunistas y demás izquierdas socialdemócratas. ¿Desde cuándo los bordiguistas se han puesto a exaltar y a aplaudir esa orientación de degeneración oportunista de la Internacional Comunista?. Las tesis del Segundo Congreso sobre el parlamentarismo revolucionario, sobre la conquista de los sindicatos, sobre la cuestión nacional y colonial, la política de conferencias con la Segunda y Segunda y media internacionales son otros tantos pasos que marcan la regresión de la Internacional Comunista. Esa es la orientación que los bordiguistas glorifican hoy desde que se proclamaron nuevo Partido Comunista Internacional. ¿No es eso “burlarse de sus propios afiliados” como así dice el propio artículo de Programma?.
Programma nos achaca con violencia que somos “anti-partido”. Eso es puro cuento bordiguista que es tan falso como el rollo del PIC, por ejemplo, cuando nos trata de “bordigo-leninistas”. Ninguno de los grupos presentes en la Conferencia cuestionaba la necesidad del Partido. Lo que sí hay que poner en discusión es qué tipo de Partido, cuál es su función y cuáles son y debe ser las relaciones entre Partido y la clase. Es totalmente falso que el primer Congreso de la I.C:, ni las 21 condiciones hayan dado una respuesta completa y definitiva a esos problemas. La historia de la I.C., la experiencia de la Revolución Rusa y la degeneración de ambas plantean hoy en día, con el resurgir de las luchas del proletariado, a los revolucionarios, la imperiosa tarea de contestar de la manera más precisa a esos problemas. La concepción bordiguista de un partido Infalible, omnisciente y todopoderoso nada tiene que ver con el marxismo y, en cambio, parece más una visión religiosa que otra cosa. En los bordiguistas, como en la religión monoteísta de los hebreos, todas las relaciones están invertidas. Todo funciona al revés. Dios (el Partido) no es un producto de la conciencia humana, sino que es Jehová (el Partido) quien elige a su pueblo (su clase) El Partido ya no es una manifestación de un movimiento histórico de la clase, sino que es el Partido quien hace que exista la clase. No es un “dios” a imagen del hombre, sino que es el hombre quien es imagen de Dios. Así se puede entender por qué en la Biblia (El Programa), ese Dios único (Partido) no habla a su pueblo, sino que “ordena, manda y exige” en todo instante. Es un dios celoso de sus prerrogativas. Puede, si lo quiere, otorgárselo todo a su pueblo, el paraíso o la inmortalidad; pero no admitirá nunca que el hombre pueda comer la fruta del árbol de la ciencia. La conciencia, toda la conciencia, es monopolio exclusivo del Partido. Por eso es por lo que ese dios (Partido) exige la plena confianza, el absoluto reconocimiento, la toral sumisión a su gran poder, y por la más pequeña duda o discusión se vuelve dios severo del rencor, del castigo y de la venganza de un Cronstadt, de cuyo aplastamiento se reivindican los bordiguistas para ayer y para mañana. Ese dios terrorífico -el del terror rojo- ése es el modelo del Partido bordiguista. Y ése es el tipo de Partido que nosotros rechazamos totalmente.
El bordiguismo no ha constituido el Partido Internacional. Lo que ha inventado es una mitología: el mito-partido. Su Partido verdadero tiene poca consistencia, pero el mito-partido es tanto más consistente. Lo que caracteriza más que nada a ese partido-mito, es su profundo desprecio de la clase, a la cual deniega toda conciencia y toda capacidad de toma de conciencia. Y esa concepción mitológica del Partido. Partido-espantajo, se ha convertido hoy en obstáculo real al necesario esfuerzo para la construcción del partido comunista mundial del mañana. Pensamos y decimos con sinceridad. Para no seguir con polémicas, los grupos bordiguistas se encuentran hoy en una encrucijada: o entran con honradez, sin ánimos de “fottenti y fottuti”, sin ostracismos, en el camino de la confrontación y discusión en el movimiento comunista revolucionario renaciente o quedarán en el aislamiento, convirtiéndose sin remedio en una secta esclerotizada e impotente.
La Conferencia tendría ocasión de ver otro de esos números circenses con el extraño comportamiento del grupo FOR. Este, tras haberse adherido plenamente a la primera Conferencia en Milán, y haber dado su acuerdo para venir a la segunda, presentando textos de discusión, resulta que se echó atrás en la apertura de esa última so pretexto de que estaba en desacuerdo con el primer punto del orden del día, es decir, sobre la evolución de la crisis y sus perspectivas. El FOR desarrolla la tesis de que le capitalismo no está en crisis económicamente. Para él, la crisis actual no es sino una crisis coyuntural como las que el capitalismo ha tenido y superado a lo largo de su historia. De ahí que la crisis no abre perspectivas nuevas, menos aún la de la reanudación de la lucha proletaria, sino todo lo contrario. El FOR mantiene, en cambio, una tesis de “crisis de civilización” totalmente independiente de la situación económica. Esta tesis huele bastante a modernismo, herencia del situacionismo. No vamos a entrar aquí en un debate para demostrar que para los marxistas resulta de lo más absurdo hablar de decadencia y hundimiento de una sociedad histórica basándose únicamente en manifestaciones superestructurales y culturales sin hacer referencia a la estructura económica y afirmando incluso que esta estructura, básica en cualquier sociedad, está reforzándose y en su mayor expansión. Esa manera de razonar se parece más a las divagaciones de un Marcase que al pensamiento de Marx. Por eso, FOR basa la actividad revolucionaria menos en un determinismo económico objetivo que en un voluntarismo subjetivo típico de contestatarios de toda calaña. Pero hay que preguntarse: ¿son semejantes aberraciones la razón fundamental que inspiró a FOR la retirada de la Conferencia?. Desde luego que no. En esa negativa a participar, retirándose del debate, lo que aparece más que nada es el espíritu de camarilla, de cada uno en su casa, que todavía sigue impregnando tanto a los grupos que se reclaman del comunismo de Izquierda, y que sólo será superado con el resurgir de la lucha de clase del proletariado y con la toma de conciencia de los grupos revolucionarios.
Romper con ese espíritu camarillista y de repliegue, herencia de cincuenta años de contrarrevolución, demostrar que es necesario y posible establecer contactos y discusiones entre grupos revolucionarios fue de lo más positivo de los trabajos de la Conferencia. Si en Milán sólo estábamos dos grupos, ésta vez, en la segunda Conferencia en París, éramos cinco grupos de diferentes países los que participamos en el debate. Esto nos parece ser un paso muy importante que hay que continuar. De la Conferencia no salió ni una hipotética unificación, ni un efímero partido, pues la Conferencia ni siguiera lo planteó como objetivo inmediato. Ni tan siguiera hubo resoluciones comunes, y pudimos constatar la cantidad de numerosas divergencias verdaderas, pero aún más numerosas las incomprensiones, los malentendidos que circulan en el ambiente revolucionario. Y esto no tiene que desanimarnos en absoluto, pues nunca sembramos ilusiones sobre una unidad de visión preexistente. Esa unidad de visión no va a caer del cielo. Habrá de ser el fruto, precisamente, de un largo período de discusiones, de confrontaciones entre los grupos revolucionarios en un curso ascendente de lucha del proletariado. Y por todo lo dicho, depende también de la capacidad y de la voluntad de los grupos para romper con el espíritu sectario, para saber comprometerse y perseverar en el difícil camino y en el esfuerzo hacia el reagrupamiento de revolucionarios.
Los debates de la Conferencia, que saldrán en una publicación de actas, mostraron bien las insuficiencias, lagunas y confusiones, tanto en las análisis como en la perspectiva. Pero también demostraron que los encuentros y las discusiones podrán plasmarse en resultados positivos aunque limitados. La Conferencia fue una demostración de lo que Engels no cesaba de repetir, de que era de la discusión de lo que Marx y él esperaban el desarrollo del movimiento obrero.
De la Conferencia se despejó la voluntad unánime de proseguir el esfuerzo, de preparar, mejor, nuevas conferencias, ampliándolas a otros grupos que se reclaman del comunismo de Izquierda y que entran en el marco de los criterios establecidos, Es éste un propósito muy limitado y somos conscientes de que no tenemos el éxito garantizado. La historia nos demuestra que no hay garantías absolutas. Pero de lo que sí estamos convencidos es que no hay otro camino para llegar al necesario reagrupamiento de revolucionarios, para la indispensable constitución del Partido Comunista Mundial, arma del triunfo de la revolución proletaria. Por ese camino, la CCI pretende ir sin reservas con toda su convicción y voluntad.
M.C. (Enero de 1979)
Este trabajo responde a la invitación para que se defienda el análisis de la economía hecho por la CCI, invitación que aparece en las páginas de Revolutionary Perspectives, revista de Communist Workers Organisation (CWO, Organización de Trabadores Comunistas, en Gran Bretaña)[1]. No es nuestra intención penetrar aquí en la compleja red de confusiones y de falsas concepciones que constituyen tal “crítica” de la CWO respecto al análisis económico de Rosa Luxemburgo y de la CCI. En efecto, respuestas más detalladas a los temas presentados aparecerán en futuros números de la REVISTA INTERNACIONAL. En esta oportunidad, nos concentraremos solamente en las principales acusaciones lanzadas por CWO contra la CCI y contra la “economía luxemburguista” en general.
Existe antes que nada la afirmación que constantemente reaparece en los textos de CWO, de que la teoría de Luxemburgo relacionada con la saturación del mercado, “abandona el marxismo y la teoría del valor”. Es posible que CWO crea que repitiendo tan asombrosa afirmación una y otra vez, pueda ésta convertirse en verdad. Sin embargo, el lenguaje autoritario con el cual CWO descarta a Luxemburgo del campo del marxismo no puede esconder el verdadero significado de estas alegaciones: la profunda falta de compresión de parte de CWO, respecto a la “teoría del valor” y de su papel dentro del análisis económico marxista.
CWO alega que Luxemburgo “abandonó la teoría del valor al afirmar que la caída de la cuota de ganancia no puede ser la causa de la crisis capitalista”[2]. El hecho es que tanto la inevitabilidad de la crisis como la necesidad histórica del socialismo deben ser explicados no simplemente por éstas o aquélla tendencia de la producción capitalista, (como lo es la caída de la cuota de ganancia), sino más bien por medio de la comprensión marxista de la producción del valor en sí.
La determinación del valor de las mercancías según el tiempo de trabajo contenido dentro de ellas, no es una determinación específica del marxismo. Es bien conocido que tal concepción constituyó uno de los rasgos centrales del trabajo de los más importantes economistas clásicos burgueses, hasta llegar al propio Ricardo. Pero la concepción marxista del valor es totalmente lo contrario de lo que señalan los economistas burgueses. Para estos últimos, el sistema capitalista de producción de mercancías, y el intercambio de las mercancías de acuerdo a su valor, representa nada menos que una relación social armónica reveladora de la igualdad de la humanidad, mediante el cambio entre individuos libres, del producto del trabajo humano. La producción del valor, por lo tanto, asegura la justa distribución de la riqueza de la humanidad. Bajo este criterio está la idea de que la producción del valor es la forma natural adoptada por el trabajo humano. Como dijo Luxemburgo, “del mismo modo en que la araña fabrica la tela a partir de su propio cuerpo, del mismo modo el hombre trabajador (según los economistas burgueses) produce valor”. La producción de valores de cambio (de mercancías para la venta en el mercado) es vista como idéntica a la producción de valores de uso (producción para la satisfacción de las necesidades humanas). Del mismo modo en que las sociedades del pasado están basadas en la producción del valor, asimismo lo estarán las del futuro.
Contra la visión burguesa no sólo de la “libertad, igualdad y fraternidad”, sino también de la “eternidad” de la sociedad capitalista, la comprensión marxista de la producción del valor está basada en la contradicción entre la producción de valor de cambio y la producción de valor de uso. Según el marxismo, la producción del valor de cambio no es una forma natural ni eterna de la producción humana. Es una forma histórica específica de producción que caracteriza a una sociedad cuyo fin es la producción por sí misma. Por lo tanto una producción opuesta y a expensas de la satisfacción directa de las necesidades humanas. La producción de valor de cambio, en la forma de producción generalizada de mercancías, es entonces un mecanismo no de intercambio igual sino necesariamente de intercambio desigual. Su función no es otra sino la expropiación del valor producido por la clase trabajadora (y también del valor que en diferente escala obtienen los pequeños capitalistas y los productores independientes, la pequeña burguesía) para llevar a cabo la acumulación de capital: la restricción del consumo a favor del desarrollo de los medios de producción.
Esto corresponde a las necesidades de la humanidad en una etapa determinada de su desarrollo. Pero hay cierto punto en el que la producción de valor de cambio, o sea, la concentración de las energías de la humanidad hacia un único fin, el desarrollo de los medios de producción, establece más y más restricciones sociales a la utilización racional de los medios de producción. Esto debe dar curso a una nueva sociedad: al socialismo, que es la producción directa para las necesidades humanas, en donde la abundancia potencial creada por el capitalismo es transformada en una realidad social: el bienestar material de la humanidad como un todo.
Pero no solamente la necesidad histórica del socialismo, sino también los medios por los cuales ésta debe de ser lograda, son aspectos fundamentales que se derivan directamente de la teoría marxista del valor: si el fin de la producción de valor es la restricción del consumo a favor del desarrollo de los medios de producción, entonces el medio como eso se logra no puede ser otro que el de la explotación de la clase trabajadora. En la concepción burguesa del valor, el intercambio de las mercancías permitiría a toda la humanidad beneficiarse del desarrollo de las fuerzas productivas. Marx demostró que lo opuesto es la realidad dentro del capitalismo, es decir que es la relación social y económica fundamental, la relación trabajo-capital, en la cual la fuerza de trabajo es convertida en mercancía, la relación que condiciona el permanente empobrecimiento de la clase trabajadoras. A medida que aumenta el desarrollo de las fuerzas productivas, también aumenta la explotación de la clase obrera, y tanto mayor es la limitación de que ésta pueda disfrutar de la abundancia potencial que es creada por el mismo proceso. La contradicción entre valor de uso y valor de cambio, entre el potencial material de la producción capitalista y las restricciones sociales para la realización de tal condición, se expresa en el incremento de los antagonismos de clase y, sobre todo, en la lucha entre el productor de la riqueza, el proletariado, y el representante del capital, la burguesía. La necesidad objetiva del socialismo se expresa en la necesidad subjetiva del proletariado para tomar control de los medios de producción de las manos de la burguesía. Sólo el proletariado, mediante su propia emancipación, pues liberar a la humanidad.
La “teoría marxista del valor” no es principalmente un modelo económico de la acumulación capitalista, sino antes que nada, una crítica social e histórica del capitalismo. En efecto, sólo el marxismo permite la elaboración de modelos de este tipo. Pero los principios socialistas no se derivan de tal modelo. Al contrario, tal modelo sólo puede derivarse de un análisis cuya premisa es el entendimiento de la necesidad histórica del socialismo, implícita en la teoría marxista del valor.
¿Cómo definimos entonces un análisis del valor en términos marxistas?. Los principios básicos de la teoría marxista del valor se encuentran, no en los análisis detallados que se presentan, por ejemplo, en El Capital Vol. III, sino en el programa revolucionario del proletariado establecido por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: estos son, ante todo, la naturaleza histórica transitoria del capitalismo y la necesidad histórica del socialismo a escala mundial y también la naturaleza revolucionaria de la clase obrera.
Definir el análisis del valor, tal como lo hace CWO, en términos de un modelo económico basado en la abstracción de un aspecto parcial del desarrollo capitalista (la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) no es otra cosa sino arrancar del marxismo su contenido revolucionario. Porque sustituye la crítica socio-histórica del capitalismo, incluida en la teoría marxista del valor, por una crítica puramente económica. La interacción de las clases sociales es sustituida por una interacción de categorías económicas, que por sí mismas no explican ni la necesidad histórica del socialismo, ni la naturaleza revolucionaria de la clase obrera.
La comprensión de Marx de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia se basa en la premisa de que el trabajo es la fuente de todo valor. La inversión capitalista se divide en dos categorías: capital variable, esto es, fuerza de trabajo humano; y, capital constante, o sea, materias primas, maquinarias y cualquier otro capital fijo. En efecto, mientras que el valor del capital constante simplemente se transfiere a las mercancías producidas, el capital variable crea un valor adicional que es lo que constituye la ganancia del capitalista. Sin embargo, con el desarrollo del mismo capitalismo; la composición orgánica del capital (la relación entre capital constante y variable) tiende a crecer, y por lo tanto la cuota de ganancia (relación de la ganancia con el total del capital invertido) tiende a disminuir. Al tanto que la productividad del trabajo aumenta con el desarrollo de la industria, una mayor proporción de la inversión capitalista es dirigido cada vez más hacia materias primas y maquinarias cada vez más sofisticadas. Con ello, el componente productor de valor incluido en la misma inversión, la fuerza de trabajo humano, disminuye en proporción.
En Revolutinary Perspectives (RP) N° 8, CWO intenta demostrar, siguiendo el análisis de Grossman y Mattick, que hay un punto en el que el valor global “del capital constante será tan grande que la plusvalía producida será insuficiente para realizar mayores inversiones”[3]. Este es el centro de todos los análisis que, como los de CWO, tratan de comprender la crisis capitalista únicamente en términos de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Tal análisis admite que la mencionada tendencia puede y de hecho confronta al capitalista individual con inmensos problemas, pero al mismo tiempo insiste en que tal aspecto es secundario respecto al problema principal de la rentabilidad del capital global. Como dice Mattick en su comentario del trabajo de Grossman, el cual es la base del análisis de CWO, “para comprender la acción de la ley del valor y de la acumulación tenemos primero que dejar de lado a los movimientos individuales y externos y considerar la acumulación desde el punto de vista del capital total ”[4].
Según este análisis, tal como lo sugiere la cita de RP, la causa de la crisis no es otra que la escasez absoluta de plusvalía a escala mundial. Esto demuestra, de una vez, las consecuencias de abstraerse del mundo real del desarrollo capitalista, así como también las de ver al capitalismo sólo en términos de relaciones entre categorías económicas abstractas, como capital constante y variable. El capitalista individual, en el mundo real, necesita cierta masa de plusvalía para invertir, si es que su inversión va a producir ganancias al nivel requerido de rentabilidad. Pero el nivel de rentabilidad y la masa de plusvalía requerida están enteramente determinados por la lucha competitiva con los demás capitalistas individuales. Si el capitalista no puede producir a niveles de productividad equivalentes o mayores que los de sus competidores, se ve abocado a su segura extinción. Con el desarrollo de la industria, la cuota de ganancia tiende a disminuir, mientras que la masa de plusvalía requerida para la inversión a niveles competitivos de rentabilidad aumenta constantemente. Sin embargo, si uno no toma en cuenta la lucha competitiva, ¿Cómo es posible determinar el punto en el que el capital global es incapaz de producir “suficiente” plusvalía para invertir al nivel requerido de rentabilidad?. En un mundo teórico capitalista, vacío de toda competencia, esta pregunta se vuelve un sin sentido: porque el factor que determina el “nivel requerido de rentabilidad”, la misma lucha competitiva, se encuentra ausente.
Dentro de este modelo abstracto de acumulación capitalista, Grossman supone que el nivel requerido de rentabilidad para el capital global, es aquél que permite al capital constante un crecimiento anual del 10% y, respecto al capital variable, de un 5% . Cuando la tasa de ganancia cae por debajo del 10%, tal crecimiento se vuelve imposible y por tanto, según Grossman, la crisis comienza.
Es evidente que una vez que la cuota de ganancia cae muy por debajo del 10% es imposible que se incremente el capital constante en un 10% y el capital variable en un 5% . No necesitamos una tabla estadística para comprenderlo. Pero la razón por la que tal situación presentaría un problema sin solución para el capital global, es un asunto que queda oscuro. A pesar del impresionante manejo estadístico de Grossman, éste no llega a demostrar en absoluto cual sería la terrible calamidad del capitalismo, en el caso de que el capital constante creciera sólo en un 9% y el capital variable en un 4%. Ni tampoco si los datos fueran un 8% y 3% o incluso un 3% y 1%...
Los datos incluidos en las tablas de Grosaman son, evidentemente, pura ficción. Sin embargo, sus tablas intentan explicar las “Leyes internas del capitalismo” al pretender demostrar que cuando la cuota de ganancia global y, por tanto, la de acumulación caen por debajo de un determinado nivel, todo el proceso de producción se interrumpe, y comienza todo un período de convulsiones económicas.
Por otro lado, según Mattick, existen dos razones por las cuales la caída de la cuota de acumulación lleva a la crisis del capital global. Primero y ante todo, porque causa desempleo: si la cuota de crecimiento del capital variable cae por debajo de un nivel determinado, ésta no puede seguir el ritmo de crecimiento de la población. Segundo, porque si la cuota de crecimiento del capital constante cae también por debajo de cierto nivel, “el aparato productivo no podrá renovarse ni expandirse de forma que mantenga el ritmo del progreso técnico”[5]. Esta obsesión con las categorías económicas conduce finalmente a la conclusión de que la causa de la crisis capitalista es una incapacidad técnica para satisfacer las necesidades de acumulación permanente y por lo tanto, para satisfacer las necesidades de la humanidad. Nada está más lejos del análisis de Marx, que ve la crisis en términos de las contradicciones sociales que surgen de un capitalismo técnicamente incapaz de satisfacer dichas necesidades.
En el nivel abstracto y global, divorciado de la realidad social del capitalismo, la cuota decreciente de ganancia no es una condición que por sí misma presente una amenaza para el capitalismo. La caída de la cuota de ganancia y, por tanto, de la cuota de acumulación, en términos de valores de cambio, simplemente refleja el crecimiento de la productividad del trabajo. Esto significa que a pesar de que la riqueza social crece cada vez con mayor rapidez, en términos de valores de uso (por ej. los elementos materiales de producción y consumo), éste crecimiento depende cada vez menos del aumento de trabajadores empleados, puesto que el trabajo humano es la única fuente de valor, la plusvalía extraída de la clase obrera, tanto como las cuotas de ganancia y acumulación tienden a caer, pese al crecimiento continuo de bienes materiales. La última consecuencia de esta tendencia es la de la producción automatizada en la que se excluye al trabajador del proceso productivo. Al llegar a este punto, no obstante el fantástico crecimiento de la producción de mercancías, la cuota de acumulación será sencillamente ZERO, esto es, la producción se estancará en términos de valores de cambio. Claro, este punto hipotético nunca será alcanzado. Pero nos sirve para demostrar el hecho de que la caída de la cuota de ganancia revela, no la incapacidad del capitalismo para producir suficiente plusvalía, sino más bien el hecho de que el crecimiento de la producción depende cada vez menos de la extracción de la plusvalía. Expresa, en otras palabras, la tendencia del modo de producción capitalista “Hacia el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas sin tomar en cuenta el valor ni la plusvalía que éstas contengan” (Marx, El Capital, vol. 3).
Baste esto para contestar a la supuesta incapacidad del aparato productivo “para mantener el ritmo del progreso técnico”. Si esta tendencia fuera la única “contradicción” del capitalismo, éste podría, mediante la distribución racional de plusvalía, continuar para siempre a pesar de la cuota decreciente de ganancia. El capitalismo contaría también con una capacidad siempre creciente para satisfacer las necesidades de la humanidad; y esto tanto en términos de abundancia de mercancías como respecto al bienestar físico de la humanidad. En tal situación, por tanto, el “crecimiento del desempleo” representaría nada menos que el aumento del tiempo de ocio, ya que el capitalismo se hubiera liberado de la necesidad del explotar trabajo humano en la producción de mercancías. ¡Y esto sería valido aunque la cuota de ganancia fuera de un 10% en términos globales, de un 5%, 1% y aun menos¡ En este sentido, Luxemburgo estaba perfectamente en lo correcto cuando dijo que ” … queda aun tiempo para que se derrumbe, por este camino (la cuota decreciente de ganancia), el rendimiento del capitalista; algo así como lo que queda hasta la extinción del sol” (R. Luxemburgo, “Una Anticrítica”).
De hecho, esta distribución racional de plusvalía es, en términos generales, el objetivo de la economía keynesiana; un análisis que se basa explícitamente en el reconocimiento de la cuota decreciente de ganancia:
“Según Keynes, el estancamiento del capital expresa la incapacidad o falta de voluntad del capitalista para aceptar una rentabilidad decreciente ….. Keynes llegó finalmente a la conclusión de que el deber de planificar el volumen corriente de inversión no puede dejarse con confianza en manos privadas …” (Mattick, “Marx y Keynes”).
Keynes no vio por qué la caída de la rentabilidad plantearía problemas insolubles al capitalismo. Sin embargo, la visión burguesa de Keynes no le permitió comprender cómo las bases sociales mismas del capitalismo impiden el tipo de distribución racional de plusvalía que él defendía. El objetivo del capitalismo tal como Marx lo afirmó no es otro sino el de “preservar la autoexpansión del capital existente y el de promover esta autoexpansión al más alto nivel posible” (Marx , ob. Cit.). Lo que importa, por lo tanto, no es la distribución racional de la plusvalía a nivel global, sino los intentos de cada capital individual de potenciar al máximo su propia plusvalía. El origen de la crisis debe buscarse no principalmente en la relación global entre el capital constante y el variable, sino en la relación social entre los capitales individuales, cuya lucha competitiva por la plusvalía les impide finalmente la realización de la plusvalía a escala global.
CWO, al tiempo que se obsesiona con la tendencia abstracta, y de hecho ficticia, hacia una escasez absoluta de plusvalía a nivel global, busca minimizar la lucha competitiva entre capitales individuales. En su lugar, CWO da énfasis a los diversos mecanismos que, como el crédito y los préstamos internacionales, permiten que el capitalismo mitigue en cierta forma los más duros efectos de la lucha competitiva[6]. Esa preocupación respecto a un posible desarrollo de un capital “supranacional”, que trasciende el marco del Estado es, como veremos, un rasgo común de los análisis que se basan exclusivamente en la cuota decreciente de ganancia y, al mismo tiempo, en la tendencia hacia la centralización del capital. Esta concepción lleva a creer que el hundimiento inevitable del capitalismo (determinado por la cuota decreciente de ganancia) se producirá en un futuro incierto y oscuro, al tanto que ignora, o niega, los principales factores que en el mundo real de la acumulación capitalista impulsan al sistema hacia la crisis y la decadencia: la lucha competitiva entre los capitales individuales.
El capital individual puede ser un gran “trust” así como una moderna economía de Estado capitalista. Hoy en día, parecería que con la integración de las diferentes economías nacionales en las amplias economías de los bloques imperialistas, se pueda ver surgir una unidad capitalista que trascienda la economía nacional. Pero en realidad, este fenómeno representa no tanto el surgimiento de una economía internacional planificada en el interior de los bloques imperialistas, sino más bien las relaciones de fuerza entre los diferentes capitales nacionales de cada bloque, y también, la dominación económica y militar de las dos economías más poderosas, esto es, URSS y EEUU. En todo caso, el hecho es que la centralización del capital a nivel de la nación, y aun a nivel del bloque imperialista, no representa en sentido alguno un movimiento hacia una real economía supranacional; todo lo contrario, teniendo en cuenta que los antagonismos imperialistas se proyectan hacia una escala de destrucción de enormes proporciones, tal tendencia representa la incapacidad del capitalismo para transformarse en una economía mundial unificada. Es esta incapacidad la que en último análisis conduce a la destrucción del capitalismo.
En este sentido, lo que Luxemburgo escribió en “¿Qué es la Economía Política?” tiene tanto valor o más en la época actual: “Mientras las innumerables partes - y una empresa privada actual, aun la más gigantesca, es sólo un fragmento de los grandes conjuntos de la economía que se extiende a lo largo de toda la tierra -, mientras que las partes están organizadas del modo más estricto, el conjunto de la llamada “economía política”, es decir de la economía mundial capitalista, es absolutamente inorgánico. En el conjunto, que se enrosca sobre océanos y continentes, no se hace valer ningún plan, ninguna conciencia, ninguna regulación; sólo la acción de fuerzas desconocidas e indómitas desarrolla con el destino económico de los hombres su caprichoso juego. Es cierto que un prepotente soberano gobierna hoy a la humanidad laboriosa: el capital. Pero la forma en que gobierna no es el despotismo, sino la anarquía. “(R. Luxemburgo, “¿Qué es la Economía Política?)
En el desarrollo histórico de esta “anarquía”, es posible determinar una tendencia constante: desde la absorción de los capitales individuales por los grandes “trusts” en la lucha competitiva, hasta la fusión de éstos en monopolios nacionales y la consolidación progresiva de todos los capitales nacionales en un solo capital estatal defendido por el poder militar del Estado. Al mismo tiempo que esto tomaba cuerpo, el capitalismo invadía todos los rincones lejanos del planeta, destruía las antiguas relaciones sociales precapitalistas y las reemplazaba con las suyas propias. En vísperas de la primera Guerra Mundial, los capitales “maduros” de Europa y América se habían repartido totalmente el mundo entre sí. La lucha de los poderes coloniales por controlar el mercado mundial y la competencia económica dio nacimiento a esa monstruosa criatura: la guerra imperialista.
Desde 1914 la era de crisis permanente y de guerra imperialista los poderes imperialistas más débiles quedaron destruidos en el holocausto de la guerra y hoy el capitalismo ya llegó a la culminación de su desarrollo: el enfrentamiento entre los dos principales poderes imperialistas y de los Estados guardianes que se agrupan alrededor de los bloques rivales. Mientras que el potencial productivo de la humanidad es más grande que nunca, los medios de producción están dedicados al desarrollo de nuevos y terribles medios de destrucción. No hay duda de que media humanidad se hunde cada vez más en el hambre y la necesidad. Para la clase obrera, incluso la miserable compensación alcanzada en forma de “bienes de consumo” por los largos años de crisis abierta y de guerra, por la siempre creciente intensidad de explotación, por la inseguridad continua de su diaria existencia y por la inhumanidad del trabajo bajo el capitalismo, incluso, pues, esa miserable compensación se pierde progresivamente a la vez que el desempleo y la austeridad se van poniendo al orden del día. La conclusión lógica de la anarquía de la producción capitalista acaba siendo la destrucción de la propia humanidad. ¿De qué manera pueden los revolucionarios y la clase obrera en general comprender este desarrollo y la situación en la que se encuentran hoy en día? Seguramente no a través de la estéril erudición de Hilferding, o de las tablas matemáticas de Grossman, ni siquiera en las certidumbres de CWO de que nuestro día llegará cuando la cuota de ganancia descienda a tal o cual nivel, aun cuando se diga que claro, “aun estamos muy lejos de tal situación”. ¡Sólo se comprenderá gracias al análisis histórico vivo de Rosa Luxemburgo! Cualesquiera que hayan sido los errores en el análisis de Rosa Luxemburgo, tiene este el gran mérito de basarse en la comprensión del análisis marxista; porque un análisis basado en la teoría marxista del valor es sobre todo un análisis social e histórico. Porque las leyes generales del desarrollo capitalista que fueron elaboradas por Marx no son el desarrollo del capitalismo en sí mismo, sino más bien un marco para comprender tal desarrollo en el mundo real. Un análisis que se encierra dentro de los límites estrechos de las categorías económicas es tan inadecuado para entender el desarrollo del capitalismo como lo es también para entender la general e histórica necesidad del socialismo.
Para ilustrar lo dicho basta tomar sólo un rasgo del capitalismo moderno, la característica más importante del capitalismo moderno para la clase obrera: la diferencia cualitativa entre las crisis de crecimiento del capitalismo del siglo pasado y las crisis de decadencia del capitalismo del siglo XX. Claro está, esto no surge de diferentes cuotas globales de ganancia durante esos dos períodos, sino de las diferentes condiciones históricas en que las crisis ocurren.
Evidentemente, un análisis basado en la tendencia de la cuota decreciente de ganancia no impide, por si mismo, un análisis histórico de este tipo. Es posible ver esta preocupación por el desarrollo histórico del capitalismo y por las restricciones sociales del desarrollo capitalista, en uno de los mejores análisis que siendo contemporáneo al de Rosa, se basaron en la mencionada tendencia, el de Bujarin, en su “Economía Mundial e Imperialismo”:
“Existe una creciente discrepancia entre las bases de la economía que se han vuelto mundiales, y la peculiar estructura de clases sociales de la sociedad, una estructura en la cual la clase dirigente, la burguesía, se encuentra dividida en grupos “nacionales” con intereses económicos contradictorios, grupos que, siendo opuestos al proletariado mundial, compiten entre si por dividirse la plusvalía que han creado a escala mundial…
El desarrollo de las fuerzas productivas se mueve dentro de los límites estrechos de las fronteras estatales al mismo tiempo que aquéllas ya han sobrepasado tales límites. En estas condiciones es inevitable que surja el conflicto, el cual, dada la propia existencia del capitalismo, se resuelve mediante la extensión de las fronteras estatales por medio de luchas sangrientas, una resolución que incluye la posibilidad de nuevos y mayores conflictos…
La competencia alcanza la más alta y última etapa concebible de su desarrollo. Ahora es una competencia de estados-trusts capitalistas dentro del mercado mundial. La competencia es reducida al mínimo dentro de las fronteras de las economías “nacionales”. Sólo para ensancharse en proporciones colosales, en una forma que hubiera sido imposible en épocas precedentes”.
En el análisis de CWO, y también en los de Mattick y Grossman, en los cuales las condiciones históricas del desarrollo capitalista son sólo un elemento periférico, constituyen claramente una regresión del análisis histórico y social realizado por Bujarin, el cual está, en fin de cuentas, muy cerca de la culminación de la anarquía de la producción capitalista en “¿Qué es la economía política?”. A pesar de todo, en el análisis de Bujarin se descubre cierta insuficiencia. Bujarin concibe la guerra imperialista como producto inevitable del desarrollo capitalista. Pero es también, hasta cierto punto, vista como una parte del proceso de desarrollo capitalista, una continuación de la expansión progresiva del capitalismo en el siglo XIX:
“La guerra sirve para la reproducción de determinadas relaciones de producción. La guerra de conquista sirve para reproducir estas relaciones en una escala mayor…La guerra (imperialista) no puede detener el curso general del capital mundial, sino que, al contrario, es la expresión de una expansión al máximo del proceso de centralización … La guerra recuerda, por su influencia económica, en muchos aspectos, las crisis industriales, de las que se distingue, desde luego, por una mayor intensidad en las conmociones y estragos que produce”. (Subrayado nuestro, Bujarin ibid)
En el análisis de Bujarin, la guerra constituye la tradicional crisis cíclica del capitalismo, expandida e intensificada a la enésima potencia. Pero la guerra imperialista es mucho más que eso: al contrario, ésta refleja la imposibilidad histórica del desarrollo capitalista. La Primera Guerra Mundial no fue simplemente una nueva forma histórica de la crisis cíclica; la guerra inauguró una nueva era de crisis permanente en la cual la guerra no es simplemente el resultado lógico del desarrollo capitalista, sino la única alternativa posible a la revolución proletaria.
Es posible percibir el error de Bujarin repitiéndose en el análisis de CWO: “Cada crisis conduce (mediante la guerra) a la devaluación del capital constante, lo que eleva la cuota de ganancia y permite que el ciclo de reconstrucción (el “boom”, depresión-guerra) se repita de nuevo”[7]. Para CWO, por lo tanto, las crisis del capitalismo decadente son vistas en términos económicos como si fueran las crisis cíclicas del capitalismo en ascendencia, pero repetidas a un más alto nivel.
Observemos este punto más de cerca. Si de hecho este fuera el caso, se encontraría que las mismas características aparecen tanto en los períodos de reconstrucción que siguen a las guerras mundiales, como en los de expansión económica que siguen a las crisis cíclicas del siglo pasado. Los niveles de producción, por ejemplo, han aumentado considerablemente, al menos en el período que le sigue a la Segunda Guerra Mundial. Y esto es porque la productividad del trabajo ha continuado creciendo durante el período de decadencia; el desarrollo técnico de los medios de producción no ha parado ni un instante, esto no podría ocurrir a menos que la producción capitalista llegara a detenerse por completo. Lo mismo puede decirse del proceso de concentración del capital, el cual ha seguido sin interrupción desde el primer día del capitalismo hasta hoy.
El hecho es que la producción capitalista no llega a un paro total con el inicio de la decadencia. Esta continúa y continuará hasta que la sociedad capitalista sea destruida por el proletariado. Tenemos que dar cuenta de la forma específica que adopta la producción capitalista durante este período de decadencia en ausencia de una revolución proletaria tal como, el carácter cíclico de las crisis, guerra-reconstrucción etc, y en particular, debemos dar cuenta del período de rápida producción creciente que tomó forma tras la Segunda Guerra Mundial. Pero antes que nada, nuestro análisis tiene que dar cuenta de la imposibilidad de cualquier desarrollo capitalista progresivo a lo largo del período de decadencia capitalista, no sólo durante las guerras y las crisis, sino también en los períodos de reconstrucción.
Para clarificar lo dicho, es necesario observar las más importantes características del período de expansión capitalista durante el siglo XIX:
1. Ante todo el crecimiento cuantitativo del proletariado: la absorción de una creciente proporción de la población mundial en el trabajo asalariado.
2. La emergencia de nuevos poderes capitalistas, como los EEUU, Rusia y Japón;
3. El crecimiento del comercio mundial, en el sentido de que las economías no capitalistas y las “jóvenes” economías capitalistas desempeñaban un papel de importancia creciente.
En resumen, el desarrollo del capitalismo en el siglo XIX, se expresaba en la internacionalización del capital: cada vez más la población mundial era integrada dentro del proceso del desarrollo de los medios de producción impulsado y creado por las relaciones de producción capitalistas. Es por esta razón que el movimiento revolucionario en el siglo XIX apoyó la lucha por establecer relaciones capitalistas de producción en las áreas subdesarrolladas, no solo en los países coloniales, sino también en países como Alemania, Italia y Rusia, en los cuales las arcaicas condiciones sociales y políticas amenazaban con frenar el propio proceso de desarrollo capitalista.
Podemos ver que en el capitalismo decadente, ninguna de estas características está presente[8]:
1) En las áreas desarrolladas el incremento del proletariado no ha ido parejo con el incremento de la población. En algunas áreas como Rusia, Italia y Japón, estratos no capitalistas han sido absorbidos en el proletariado. Sin embargo, este crecimiento ha sido insignificante comparado con la tendencia global hacia la exclusión de amplios sectores de la población mundial, de todo tipo de actividad económica. Esta tendencia se expresa en el incremento histórico sin precedentes de la penuria y la hambruna de masas durante los últimos 60 años.
2) Ningún nuevo poder capitalista ha surgido durante este período. Claro, algún que otro desarrollo industrial ha tomado cuerpo en los países subdesarrollados. Pero en general, el abismo económico entre las viejas economías capitalistas y las economías del “tercer-mundo”, aun los más afortunados en recursos naturales como China, ha ido aumentado constantemente. Por ejemplo, como lo demostramos en la “Decadencia del Capitalismo” “desde 1950-60 (punto culminante de la reconstrucción mundial) en Asía, África, y en América Latina, el número de nuevos asalariados por cada 100 habitantes era 9 veces menor que en los países desarrollados”
3) Paralelo a este fenómeno, tenemos que la parte en el comercio mundial de los países subdesarrollados no ha crecido, sino que ha tendido a bajar desde 1914.
Desde el punto de vista de la internacionalización de la producción capitalista, por lo tanto, el período transcurrido desde 1914 ha sido de estancamiento económico. Esta forma de ver el desarrollo capitalista tiene mucho más sentido, ya que lo importante es comprender por qué el desarrollo económico se ha limitado casi enteramente a un pequeño grupo de naciones que ya eran economías de peso antes de 1914 y de igual manera, pero en términos más generales, comprender la gran diferencia entre los niveles de acumulación que hubiesen sido posibles durante este período de tener únicamente en cuenta la cuota global de ganancia y los niveles que han sido alcanzados de verdad. Basta con considerar el grado en que las fuerzas productivas han sido dedicadas a diversas formas de producción de desperdicios (armamento, propaganda, planificación del desuso de material industrial…) que no contribuyen a la acumulación de capital. O también considerar la inmensa reserva de potencial productivo “escondido”, potencial que se manifiesta durante las guerras mundiales. Todo ello para tener una idea de la magnitud de aquella diferencia.
Si es que la guerra imperialista, tal como sostiene CWO, al elevar la cuota de ganancia, ofrece las condiciones para un nuevo período de desarrollo capitalista, ¿por qué es que todas las características de desarrollo capitalista progresivo han estado ausentes desde 1918? Si por otro lado, CWO reconoce, como es el caso, el cambio cuantitativo en la naturaleza del desarrollo capitalista desde 1914, ¿cuáles son las causas económicas que explican ese fenómeno?.
Ya hemos demostrado que la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, considerada como tendencia abstracta y global, no puede explicar las limitaciones históricas del desarrollo capitalista, como tampoco lo puede el análisis histórico presentado por los defensores de la “teoría de la cuota decreciente de ganancia”. Pues ésta ve al capitalismo decadente como continuación de las crisis cíclicas del siglo XIX, excepto que la competencia ya no se da entre capitalistas individuales, sino entre economías estatales rivales. Este análisis no puede explicar la restricción del desarrollo económico desde 1914. De hecho, una vez que hemos rechazado la errónea concepción de que la crisis es causada por una escasez absoluta de plusvalía, resulta muy claro que un análisis basado en la tendencia de la cuota decreciente de ganancia, nos lleva exactamente a una conclusión opuesta: la guerra debería, como Bujarin explica, conducir a un nuevo período de vigoroso crecimiento económico, a la creación de nuevas economías capitalistas desarrolladas, y a la integración de vastos sectores de los estratos no proletarizados a la producción capitalista. En el trabajo que Bujarin hiciera más tarde, El imperialismo y la acumulación de capital, se revela explícitamente la conclusión lógica de su anterior análisis: la visión del capitalismo dinámico de posguerra que “demuestra las asombrosas maravillas del progreso tecnológico” se la utiliza para justificar el abandono de la política revolucionaria por parte de la deteriorada III Internacional. CWO, que no quiere admitir que ésa es también la conclusión lógica de su análisis, sostiene por su parte que las “lamentables conclusiones políticas” de Bujarin son inconsecuentes respecto a su análisis económico. No obstante, fue Lenin quien había demostrado claramente las peligrosas consecuencias políticas de este tipo de análisis, en su introducción a la Economía mundial y el Imperialismo de Bujarin:
“¿Se puede, sin embargo, negar que una nueva fase del capitalismo después del imperialismo, a saber, una fase de superimperialismo, sea un abstracto concebible? No. Teóricamente puede imaginarse una fase semejante. Pero quien se atuviera en la práctica a tal concepción sería un oportunista que pretende ignorar los más graves problemas de la actualidad para soñar con problemas menos graves que se plantearían en el porvenir. En teoría, ello significa que en lugar de apoyarse en la evolución, tal como se presenta actualmente, se separa deliberadamente de ella para soñar. Está fuera de duda que la evolución tiende a la creación de un trust único, mundial comprendiendo a todas las industrias y a todos los Estados, sin excepción.”
Es aquí donde Lenin expresa la insuficiencia teórica de la “ortodoxa” economía marxista contemporánea la misma que estuvo a la base del análisis del mismo Lenin y Bujarin para explicar la realidad política que tenía que encarar el proletariado: la decadencia del capitalismo y la nueva era de guerras y revoluciones. Ofrecer una explicación teórica y económica de esta realidad política, fue la tarea que se impuso Rosa Luxemburgo en La Acumulación del capital. Pero ello requirió un análisis que tomaba en cuenta otra contradicción fundamental de la producción capitalista: la contradicción del mercado.
A medida que el capitalismo desarrolla las fuerzas productivas, la clase obrera sólo puede consumir una proporción cada vez menor de la creciente producción de mercancía. En los términos más sencillos, ésta es la “teoría del mercado” en que Luxemburgo basa su análisis. En este sentido, el análisis de Rosa surge directamente del concepto marxista de la producción del valor que hemos señalado al comienzo de este texto, que el “problema del mercado” se desprende directamente de la característica fundamental de la producción capitalista: “la restricción del consumo en función del desarrollo de los medios de producción”.
Ya hemos demostrado en otro lugar que “el problema del mercado” juega un papel importante en la teoría marxista[9]. De hecho, los dos aspectos de la crisis capitalista son reflejo de una misma tendencia subyacente: el aumento de la composición orgánica del capital. Ello no sólo conduce a la tendencia a disminuir de la cuota de ganancia, sino que también tiende a la contracción del mercado. Y esto, porque la clase obrera sólo puede consumir mercancías en proporción al valor total de sus salarios, y porque el crecimiento de la productividad del trabajo (o sea, el aumento de la composición orgánica del capital) significa que el total de los salarios equivale a una proporción siempre decreciente de la producción total.
Sin embargo, estas dos tendencias no son, al principio, problemas insolubles para el capitalismo. La baja de la cuota de ganancia dio impulso para la eliminación de los capitalismos atrasados y de poca entidad y su sustitución por capitales de cota elevada y alta tecnología. Este proceso compensaría la caída de la cuota de ganancia permitiendo una mayor masa de ganancias. La contracción del “mercado interno”, por otro lado, promovió la extensión “geográfica” del capitalismo. La búsqueda de nuevos mercados, a su vez, trajo consigo la destrucción de áreas precapitalista de producción y la apertura de nuevas áreas para el desarrollo del capitalismo.
Las dos tendencias están claramente interrelacionadas[10]. La caída de la cuota de ganancia impone a todo capitalista la necesidad de reducir los salarios de la fuerza de trabajo en lo máximo posible. Esta medida restringe aún más el mercado interno del capitalismo como un todo, impulsando su expansión hacia áreas externas de producción no capitalista. La saturación del mercado impone a cada capital la necesidad de vender sus mercancías a los precios más bajo posibles, lo que profundiza más el problema de la rentabilidad y estimula la concentración y racionalización del capital existente. En conjunto, estas tendencias son los rasgos característicos del capitalismo en su fase ascendente: el rápido desarrollo tecnológico de los medios de producción, y al mismo tiempo, la rápida expansión de las relaciones capitalistas de producción hacia los rincones más lejanos del globo.
No tenemos espacio aquí para describir el papel desempeñado por los mercados no capitalistas en el desarrollo del capitalismo. La importancia central de éstas áreas se basa en la oportunidad que ofrecieron al capitalismo para entrar en una relación de intercambio (de mercancías de todo tipo por materias primas estratégicas para la continua acumulación) con determinadas economías que, al no producir en base a la rentabilidad, ofrecieron una salida al excedente capitalista, sin poner en peligro al mercado interno. Es importante comprender que el capitalismo no pudo utilizar a cualquier comunidad campesina o tribal como “tercer comprador” de sus excedentes de mercancías. Sólo economías bien desarrolladas como India, China o Egipto, que podían ofrecer bienes en intercambio por el excedente capitalista, pudieron cumplir ese papel. Pero ese proceso (como lo demuestra Rosa Luxemburgo en la Sección Tercera de La Acumulación del capital) condujo inevitablemente a la transformación de estas economías en economías capitalistas, que ya no podían ofrecer una salida para la producción de excedentes de las metrópolis capitalistas. Al contrario, esas nuevas economías burguesas dependían a su vez de una mayor extensión del mercado para poder sobrevivir. Fue en esas circunstancias que el capitalismo prestó atención a las regiones no exploradas del mundo, como lo era África. Pero los nuevos mercados creados por la lucha colonial para captar tales territorios económicos fueron verdaderamente insignificantes, en comparación con los mercados que se requerían para un rápido crecimiento del capitalismo mundial.
Según Rosa Luxemburgo, es entonces cuando deja de haber áreas significantes de producción no capitalista capaces de ofrecer nuevos mercados que compensaran la contracción del mercado capitalista existente, que el período ascendente del desarrollo capitalista llega a su final y que comienza el período de decadencia o de crisis permanente. Las dos tendencias que habían dado el impulso necesario para la acumulación capitalista se vuelven círculo vicioso, que constituye una barrera al propio proceso de acumulación capitalista. La búsqueda de nuevos mercados se vuelve feroz lucha competitiva en la cual los capitalistas individuales se ven forzados a disminuir su margen de ganancias a un mínimo, de tal manera que puedan competir en un mercado mundial que se encoge. La producción rentable se hace cada vez más difícil, no sólo para los capitales más atrasados e ineficientes, sino para todos los capitales, cualesquiera que fueran sus niveles de productividad. Los salarios son brutalmente reducidos en la búsqueda de rentabilidad. Pero al tiempo que los salarios bajan y que la inversión declina, los mercados se contraen en relación creciente, reduciéndose más y más la posibilidad de producción rentable.
Los dos principales aspectos de nuestro análisis, que han sido resumidos arriba, son:
1) que es la saturación del mercado mundial la condición que constituye el punto histórico de división entre el período de ascendencia y el de decadencia del desarrollo capitalista;
2) que la crisis permanente del capitalismo decadente no puede ser entendida sin tomar en cuenta los dos aspectos interrelacionados de la crisis: la saturación del mercado y la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.
Se podría decir que, sencillamente, todas las contradicciones causadas por la baja de la cuota de ganancia podrían ser resueltas por el alza de la cuota de explotación, como así lo explica Mattick cuando dice que “no existe una situación en la que la explotación no pueda ser aumentada lo suficiente para compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”[11]. Sí, podría ser así, si no fuera porque la crisis resultante a nivel del mercado agudiza aún más el problema de la rentabilidad.
Negar que la sobreproducción es una contradicción inherente al capitalismo significa, en efecto, proclamar la inmortalidad del sistema. Lo irónico es que este punto es presentado por Grossman, al escribir sobre Say, el economista burgués:
“La teoría de los mercados de Say, esto es, la doctrina de que cualquier oferta es simultáneamente una demanda y, consecuentemente, que toda la producción, al producir una oferta crea una demanda, condujo a la conclusión de que un equilibrio entre la oferta y la demanda es posible en cualquier momento. Pero esto implica la posibilidad de una acumulación de capital y de una expansión de la producción sin límites, ya que no existen obstáculos para el pleno empleo de los factores de producción”.(Grossman; Marx, la Economía política clásica y el problema de la dinámica, Segunda parte, en Capital and Class, N° 3).
Por otra parte, el problema del mercado puede ser resuelto por medio del incremento de la inversión, a fin de absorber lo que de otra manera serían excedentes invendibles. Al respecto Mattick mantiene que: “Mientras exista una demanda adecuada y continua para los bienes de capital, no hay razón para que las mercancías que entran al mercado no puedan ser vendidas”[12]. Podría ser así, no fuera porque la tendencia decreciente de ganancia impone a la nueva inversión aún más el problema del mercado.
Esta interrelación entre los dos aspectos de la crisis está implícita en el análisis de Luxemburgo. Porque a pesar de la afirmación que hace CWO de que Luxemburgo no toma en cuenta a la tendencia de la cuota decreciente de ganancia, todo su análisis se basa en la restricción del mercado causado por el aumento de la composición orgánica del capital (y por tanto en el descenso de la cuota de ganancia). Los diagramas de Marx de la reproducción ampliada (acumulación de capital), que se incluyen en el “Capital”, Vol. II, demuestran que cada año, toda la plusvalía producida en términos de bienes de producción y de consumo, es reabsorbida como nuevos elementos de la producción (capital constante y variable). Es en base a estos diagramas que CWO y otros afirman que no hay problemas de mercado mientras que la acumulación continúa a un ritmo suficiente. Pero estos diagramas no toman en consideración el aumento de la composición orgánica del capital. Luxemburgo demuestra que cuando se tiene en cuenta este aspecto, es el propio proceso de acumulación el que al reducir constantemente el capital variable en relación al capital constante crea el problema de la sobreproducción.
La permanente necesidad de reducir los gastos de capital variable significa que las nuevas inversiones, lejos de resolver el problema existente a nivel del marcado (al realizar la plusvalía existente), agrava el problema a una escala aún mayor.
CWO sostiene que Luxemburgo abandona a Marx y a la teoría del valor al “andar buscando fuera de la relación valor-trabajo, fuera del dominio de la suprema ley del valor, para encontrar sus famosos mercados saturados y sus fracasados consumidores…”[13]. Debe estar ya muy claro en vista de lo que hemos argumentado arriba, de que estas afirmación es o una mala interpretación o una deliberada falsificación de lo que Luxemburgo dijo. La expansión del capitalismo a las áreas precapitalistas de su periferia existió como una solución al problema de la saturación del mercado en las áreas existentes de producción capitalista. Fue mediante la extensión geográfica del capitalismo que nuevos mercados fueron creados para compensar la contracción del mercado interno.
En esto Luxemburgo siguió las propias concepciones de Marx, tal como ya lo hemos demostrado en el trabajo titulado: “Marxismo y Teoría de la Crisis” en la “Revista Internacional” N° 13. En donde Luxemburgo va más allá de Marx, es en la determinación de los límites históricos de este proceso de “expansión de los campos externos de producción”. De esta manera, ella también determina los límites históricos de la propia acumulación capitalista, esto es, la coyuntura histórica en la cual la tendencia de la cuota decreciente de ganancia y la contracción del mercado deja de ser un impulso al desarrollo capitalista. Coyuntura que, por tanto, transforma a esos aspectos gemelos de la crisis mortal en dos aspectos que condenan al capitalismo a un ciclo cada vez más profundo de baja de rentabilidad y de contracción de mercado. Su resultado ofrece una única alternativa: guerra o revolución, barbarie o socialismo.
Cuando CWO afirma que el análisis económico de Rosa Luxemburgo lleva a conclusiones políticas muy serias, que conducen eventualmente a posiciones “anticomunistas”, nosotros contestamos simplemente que ella ofreció no solo la primera, sino la más clara explicación económica para el más importante tema político que encara el proletariado desde hace 60 años: la decadencia histórica y global del capitalismo. La defensa de todas las posiciones defendidas por las minorías revolucionarias del presente depende de un claro entendimiento de la decadencia como realidad permanente del capitalismo contemporáneo.
Ninguno de los análisis que se basan únicamente en la cuota decreciente de ganancia han podido hasta el momento dar cuenta de esa realidad. Las tablas matemáticas de Grossman pretenden demostrar como, eventualmente, el momento tan esperado llegará, en el cual el capitalismo será incapaz de funcionar debido a una escasez absoluta de plusvalía. Pero Grossman ha sido totalmente incapaz de relacionar este modelo abstracto con el mundo real, en el cual otras fuerzas ya impulsaron al capitalismo a una época de decadencia irreversible. Mattick, quien en discusiones con la CCI ha mantenido que la crisis final del capitalismo podría no ocurrir antes de otros mil años, ha admitido finalmente en sus últimos trabajos (por ej. en su “Crítica a Marcuse”), que sus análisis económicos no llevan a ninguna conclusión definitiva sobre el futuro del capitalismo. Además, tanto Mattick como Grossman, mantienen que las economías de capitalismo de Estado de Rusia y China, son inmunes a los efectos de la crisis; Grossman fue un fervoroso partidario de la Rusia estalinista hasta el final de sus días. CWO, a pesar de su comprensión política de la decadencia, como fenómeno tanto global como permanente, tiene un análisis económico que, al mismo tiempo, deja el hundimiento del capitalismo para un futuro indefinido. Esto conduce a lo absurdo, a posiciones contradictorias que sostienen que el capitalismo es decadente y, sin embargo, “el final del capitalismo no está a la vista”[14].
No tenemos más espacio en este texto para seguir discutiendo los serios peligros políticos que acompañan a esa subestimación de la profundidad de la crisis presente. Todo esto nos recuerda extrañamente a los críticos contemporáneos de Rosa Luxemburgo. Los “pequeños expertos de Dresde” del marxismo ortodoxo del siglo XIX, quienes a medida que el capitalismo se echaba de cabeza a la Primera Guerra Mundial, especulaban sobre la posibilidad de una era de “capitalismo pacífico”.
Y se adherían a la ortodoxia marxista manteniendo que “eventualmente, algún día en el futuro, el capitalismo se derrumbará a causa de la caída de la cuota de ganancia”.
Claro está, no todos los que adhieren a la teoría de la cuota decreciente de ganancia siguen a aquellos renegados en las filas de la contrarrevolución. Como hemos demostrado, un análisis político correcto no surge directamente de un análisis económico; éste depende, al contrario, de mantener una firme comprensión de las premisas fundamentales del marxismo: la necesidad histórica del socialismo y la naturaleza revolucionaria de la clase obrera. Así mismo, los intereses de clase del proletariado no se derivan de un análisis económico, sino directamente de la experiencia y de las lecciones de la lucha de clases. Fue sobre esta base que Lenin y Bujarin pudieron, a pesar de las limitaciones de sus análisis económicos, defender los intereses de proletariado mundial en 1914. Por otro lado, un análisis “luxemburguista” no garantiza por si mismo la adhesión a posiciones políticas revolucionarias: dos “luxemburguistas” de la posguerra, por ejemplo, Sternberg y Lucien Laurant, fueron, políticamente, partidarios de la Social Democracia contrarrevolucionaria.
Pero si nosotros rechazamos la relación mecanicista entre el análisis económico y las posiciones políticas, ello no significa que veamos en el estudio de la economía una simple “añadidura decorativa de marxismo”, tal como lo afirma CWO. Todo lo contrario, reconocemos que un análisis económico coherente es un factor vital en la conciencia proletaria: al soldar las lecciones de la experiencia proletaria en una sola visión unificada del mundo, el proletariado podrá comprender y por tanto confrontar con mayor decisión, los numerosos problemas con que topará en el largo camino hacia el comunismo.
Claro, nosotros tenemos mucho que recorrer, antes de que podamos comprender todo el desarrollo del capitalismo desde 1914, y particularmente desde 1945. Como dijimos al comienzo del texto, estos temas serán abordados en el futuro, en esta “Revista Internacional”. Pero aquí volvemos a afirmar, en base a las razones expuestas arriba, que sólo un análisis “luxemburguista” puede dar una explicación coherente de la realidad política que enfrenta el proletariado de hoy.
Para resumir, rechazamos el análisis de CWO que se basa exclusivamente en la tendencia a disminuir de la tasa de ganancia, porque:
- es un análisis parcial que no puede por si mismo dar cuenta de las fuerzas económicas que llevan al colapso del capitalismo. Como teoría abstracta, lleva lógicamente a la conclusión de que la producción capitalista puede seguir indefinidamente;
- como consecuencia de lo anterior, aquélla conduce a una seria subestimación e incluso a la negación de la profundidad y consecuencias de la crisis presente.
Sugerimos seriamente a los compañeros de CWO que abandonen los intentos de demostrar lo lejos que estamos del final del capitalismo, que se separen por un momento de las páginas de “El Capital”, vol. III y de los análisis abstractos de Grossman y Mattick, y que en su lugar presten atención a la presente crisis que se está desenvolviendo en el mundo que rodea, que capten las implicaciones políticas de la crisis para la lucha del proletariado y el movimiento revolucionario.
Por nuestra parte, nos proponemos continuar el importante trabajo de análisis económico. Y en particular, nos hemos fijado las dos tareas siguientes:
- desarrollar nuestro análisis del capitalismo desde 1914 y particularmente desde 1945, a fin de situar la crisis actual dentro del marco de la crisis permanente del capitalismo desde 1914;
- desenmascarar a todas esas teorías, que han surgido tanto dentro como fuera del campo proletario, que niegan la realidad de la crisis contemporánea, posponen la crisis del capitalismo a un futuro lejano o afirman que las contradicciones del capitalismo pueden ser resueltas en el marco de las economías capitalistas de Estado o del “Estado Obrero”.
Y tomamos como guía la comprensión marxista de la economía que señalaba Rosa en 1916:
“En la teoría de Marx, la economía política halló su culminación, pero también su liquidación como ciencia. La continuación sólo será - aparte de ciertos desarrollos de detalle de la teoría marxista - la transposición de esta teoría a la acción, es decir la lucha del proletariado internacional por la realización del ordenamiento económico socialista. El fin de la economía política como ciencia entraña pues un hecho histórico mundial: la traducción a la práctica de una economía mundial organizada de acuerdo con un plan. El último capítulo de la teoría económica es la revolución social del proletariado mundial”. Rosa Luxemburgo: ¿Qué es la economía política?
R. Weyden
Revista Internacional nº 17 abril - junio 1979
El silencio de la prensa internacional sobre las contiendas violentas que desde
casi tres meses oponen burguesía y proletariado en Francia no nos debe extrañar: Los revolucionarios y los bolcheviques en particular denunciaron siempre la "abominable venalidad" de la prensa cuya función, en periodos de la mentira y, más eficazmente por medio del silencio, es impedir todo movimiento de solidaridad proletaria. Se hace mucho ruido sobre "la paz en Oriente Medio" y no se dice nada sobre las luchas violentas entre obreros y policía. La burguesía francesa e internacional teme con razón el despertar del fantasma de la lucha de clase internacional:
- Finales de 1978: durante varios meses, huelga total de los obreros iraníes; fue con mucha dificultad que Bazargan y Khomeiny lograron hacerles reanudar el trabajo;
- Noviembre - Diciembre: huelga de los obreros metalúrgicos en Alemania Federal,
- Enero - Febrero de 1979: huelga de los camioneros ingleses, seguida por otras huelgas de trabajadores de los hospitales, de los obreros metalúrgicos; los obreros obtienen hasta 20 a 30 % de aumento de salario; en el momento en que escribimos, el movimiento de huelgas no se ha apagado todavía;
- Febrero de 1979: huelgas de los obreros de Renault en Valladolid, España; en Marzo, huelga de los obreros metalúrgicos de Bilbao;
- Marzo de 1979: huelga que desbordan a los sindicatos en Sao Paulo, Brasil; más de 200.000 obreros metalúrgicos se reúnen en asambleas generales.
Se cometería un error grave si se viera en esas luchas simultáneas simples escaramuzas, prolongación de la oleada de luchas de 1968-73, por el hecho que a menudo los obreros no ponen en tela de juicio o muy poco - extender sus luchas.
Tenemos que saber reconocer en esa simultaneidad y combatividad los primeros signos de un movimiento más amplio que está madurando. El ataque violento y decidido de la burguesía contra el proletariado lo empuja a luchar. Como en Francia, los obreros sienten cada vez más que "no es hora de palabras sino de acción" frente al cinismo, la altivez de una clase dominante que se lanza a una guerra económica "feliz y contenta", despidiendo, reprimiendo abiertamente a los obreros, explotándolos en su trabajo y reservándoles la mutilación suprema: la carnicería imperialista.
Esa reanudación de la lucha de clases, esos síntomas de una nueva oleada de luchas, lo estamos viendo ya ante nuestros ojos. Cierto es que por el momento está solamente en gestación y no toma el aspecto de la explosión generalizada de 1968-69. Pero lo que pierde en espectacularidad lo gana en profundidad puesto que se arraiga en todos los estratos del proletariado. Ahora nadie puede negar que el proletariado es hoy la única llave de la situación histórica. Los sociólogos y periodistas tuvieron que enterrar el "movimiento estudiantil" y observar con terror que la clase obrera no es un mito sino una realidad bien viva. Claro, el surgimiento es lento y todavía subterráneo, pero decidido. El proletariado no se lanza ciegamente al combate. A una crisis lenta pero inexorable contesta todavía golpe a golpe esperando combates que serán mil veces más decisivos que las luchas actuales.
¿Cuáles son las lecciones de las luchas en Francia?
Antes los silencios y mentiras de la burguesía, es necesario dar una visión cronológica de las luchas en Lorena y en el Norte de Francia antes de destacar algunas lecciones y perspectivas para un futuro cercano.
¡ YA NO ES HORA DE PALABRAS SINO DE ACTOS!
Después de 1971, el proletariado francés fue cayendo en un estado de apatía. La izquierda del aparato político había prometido a los obreros las mil maravillas con su "programa común de gobierno". Durante años, los sindicatos pasearon a los obreros en manifestaciones sin futuro. De huelgas por categorías en huelgas de 24 horas, los encerraban en la fábrica con ocupaciones, secuestros de patrones, los divertían en acciones autogestionarías (LIP en 1973). Los sindicatos utilizaron cuidadosamente las válvulas de seguridad en espera de la famosa llegada al poder del PC y del PS. La crisis política en la izquierda, las declaraciones a favor de sacrificios después de 1975 fueron gastando poco a poco ciertas ilusiones. El fracaso de la izquierda en las elecciones de Marzo de 1978 fue el acta de defunción del "programa común de gobierno" y convenció poco a poco los obreros de que había que volver al camino de la lucha. Huelgas fuertes - aunque controladas por los sindicatos estallaron a partir del verano de 1978 en los arsenales, en las torres de control de la aviación civil, en Moulinex, en Renault Flins (esencialmente entre los obreros inmigrantes).
El "plan Barre", llamado de "despliegue industrial" fue un factor decisivo del descontento obrero que se había estado incubando desde hace años. Se prevén más de treinta mil desempleados por mes cuando ya el desempleo alcanza a un millón de trabajadores; bloqueo de los salarios, subida de precios, aumento brutal en Diciembre de 1978 de las cotizaciones obreras a la Seguridad Social, disminución y hasta supresión de ciertos subsidios de desempleo ... son todos, golpes económicos que dan a la clase obrera. El desempleo afecta a casi todas las capas del proletariado: los empleados de banca, de las compañías de seguros, técnicos, enseñantes... Pero, por primera vez, la ofensiva de la burguesía ataca directamente al meollo de la clase obrero: amenaza con despedir a 30.000 obreros el año próximo entre astilleros y siderurgia. Es a eso a lo que la burguesía llama cínicamente "política de desengrase de los efectivos".
En los últimos años, los obreros de sectores periféricos o poco concentrados reaccionaron débilmente o se quedaron aislados. El ataque contra los siderúrgicos, fuertemente concentrados en el Norte y en la Lorena, constituye un paso decisivo de la ofensiva burguesa contra la clase obrera. Los sindicatos aceptaron naturalmente las medidas del Estado capitalista negociando el desempleo. La burguesía francesa, arrogante y altanera, añadió entonces a la violencia económica la violencia política con un aporreamiento sistemático de los obreros en huelga, con expulsiones de los obreros que ocupaban las fábricas.
Poco a poco fue naciendo en la conciencia de los obreros la idea de que al dejar el terreno de la misma fábrica, fortín guardado con miradores sindicales, para echarse a la calle, ganarían la libertad, de que, para que cediera la burguesía, era necesario afrontar sin titubeos las fuerzas del Estado. Y aparecieron los desbordamientos violentos de clase. Sorprendido por su propia audacia, el proletariado fue cogiendo cada vez más seguridad en sí.
De Noviembre de 1978 a mitades de Enero de 1979, los enfrentamientos comienzan lentamente y se van endureciendo progresivamente.
17-11-78: en Caen[1] una manifestación paseo sindical se transforma en un enfrentamiento con la policía; los sindicatos denuncian elementos "autónomos" e "incontrolados".
20-12-78: secuestros de jefes en los astilleros de Saint-Nazaire (los mayores de Francia) ; la policía interviene y hay enfrentamiento.
21-12-78: En Saint - Chamond (cerca de Saint-Etienne), la policía asalta una pequeña fábrica que estaba ocupando por los obreros en huelga, expulsa al piquete y lo substituye con "policía de la patronal" (hombres pagados por la patronal para "vigilar" la empresa); en esa región, muy afectada por el desempleo, la noticia corre como reguero de pólvora; por la mañana, unos 5.000 trabajadores de Saint-Chamond, de Saint-Etienne, de Rive de Giers, amenazan con tomar por asalto la fabrica guardada por los vigilantes armados que se refugian en los tejados; lo que los salva es la intervención conjunta de la policía y de los sindicatos; los obreros vuelven entonces a ocupar la fábrica.
A partir de Diciembre de 1978, la situación empeora con el anuncio de los veinte mil despidos que prevé el "Plan Barre". Ya no queda esperanza: los primeros despidos deben cumplirse en Enero de 1979. La determinación de la burguesía va a aumentar la determinación de los obreros, a los cuales no les queda nada que perder en los centros de Lorena y del Norte ya que no hay alternativa a la siderurgia.
PRELUDIO.....
4-1-79: en Nancy, capital de la Lorena, la manifestación de 5.000 obreros se convierte en enfrentamiento violento con los CRS (policía entrenada especialmente para la represión). En Metz, el mismo día, los obreros son reprimidos por la policía.
17-1-79: En la región de Lyon, segunda concentración industrial de Francia, el director de PUK (Pechiney Ugine Kulmann) es secuestrado y liberado por los CRS. Al mismo tiempo, huelgas comienzan a extenderse en las compañías de seguros en Paris, Burdeos y Pau en el Suroeste.
DENAIN - LONGWY - PARIS
Denain et Longwy se convierten rápidamente en el símbolo de la contraofensiva obrera. El cierre de las fábricas de acero Usinor que dominan exclusivamente esas dos ciudades excluye toda posibilidad de volver a encontrar trabajo. Está previsto que las fábricas tienen que cerrar en las semanas siguientes; todo eso incita a los obreros a reaccionar y lo hacen rápidamente porque la represión policíaca se hace muy violenta.
26-1-79: los siderúrgicos de Usinor queman los expedientes en la oficina de recaudación de impuestos y son duramente apaleados por la policía (en Denain).
29,30-1-79: luchas violentas estallan en Longwy cerca de la frontera con Bélgica y Luxemburgo, región en donde los obreros se sienten poco "lorenos" (italianos, españoles, norteafricanos, belgas); todos trabajan en la industria local. A pesar de los llamados de la CGT para salvar al "país" del imperio de los trusts "alemanes", los obreros siderúrgicos van a desbordar esta vez a los sindicatos y asaltar la comisaría de policía, porque la policía había expulsado a los obreros de una fábrica que habían secuestrado a cuatro directores. Al alcalde (del Partido Comunista Francés) de la ciudad que declaró a los obreros: "no contestéis a la violencia con la violencia, regresad a vuestras empresas", los obreros contestaron: "la próxima vez traeremos "material". El mes de Febrero y principios de Marzo ven una serie casi ininterrumpida de enfrentamientos durante los cuales los sindicatos tratan de dividir el movimiento, desviarlo hacia objetivos nacionalistas (campaña del PCF contra "la Europa alemana", ataque de vagones cargados de hierro y de carbón "extranjeros" por comandos del PCF), denigrarlo, denunciando como "provocadores" e "incontrolados" a los obreros combativos que ellos no controlan.
2-2-79: en el puerto de Dinard en Bretaña, los bomberos en huelga se manifiestan y logran forzar el cordón de los CRS.
6-2-79: en la cuenca de las minas de hierro de Briey en Lorena (alcalde del PCF), los obreros ocupan la subprefectura tras una dura pelea contra la policía. En Denain, el mismo día, los sindicatos logran, con mucha dificultas, obtener la liberación de los jefes de Usinor secuestrados.
7-2-79: En Longwy, ocupación de la subprefectura, enfrentamientos con la policía.
8-2-79: En Nantes, -puerto del Atlántico, ciudad en donde comenzaron los primeros movimientos de ocupación de fábricas en Mayo de 1968- las manifestaciones se convierten en enfrentamientos con la policía al tratar de tomar por asalto la subprefectura.
9-2-79: Siguiendo una iniciativa sindical los obreros siderúrgicos de Denain van a Paris. Los sindicatos no logran impedir que se enfrenten los obreros con los CRS cerca del aeropuerto de Roissy.
Casi al mismo tiempo comienza la huelga en la "Societe Francaise de Production" (SFP) de los técnicos de la radio y de la televisión, entre los cuales iba a haber 450 despedidos. Esa huelga durará más de tres semanas. Los técnicos SFP tratan de tomar contacto con los obreros siderúrgicos de Lorena.
Ese mismo día, los sindicatos organizan una jornada "ciudad muerta" (se paraliza toda la actividad de la ciudad) en Hagondange (siderurgia Lorena).
3-2-79: secuestro de los jefes de Usinor en Denain; enfrentamientos entre los bomberos (en huelga) y la policía de Grenoble, en el Sureste de Francia.
Durante esos días, los sindicatos que tratan de controlar el movimiento lanzando consignas regionales para el 16 de Febrero no logran controlar sus propios adherentes.
Jóvenes obreros de la CGT declaran: «en este momento les cuesta mucho a los sindicatos controlar el terreno. Además, no nos sentimos, sindicados, actuamos por nuestra cuenta». «Se lo pedimos con insistencia a los sindicatos, pero no hubo nada que hacer», confiesa con amargura una militante del PCF de Longwy. La CGT, al contrario de la CFDT que, más sutil, sigue la corriente, no hace más que vomitar montones de basura nacionalista: "1870, 1914, 1940, ¡basta ya, no se venderá la Lorena a los trusts alemanes". ¿La respuesta de los obreros? Es la respuesta de los obreros de Nantes que manifiestan el 8 de Febrero gritando "Abajo la burguesía". Al ver que el movimiento se extiende a varias regiones, los sindicatos tratan de aislar a los obreros siderúrgicos del Norte y de Lorena llamando a una huelga general...regional; para el 16 de Febrero. Cuentan con que los otros obreros no se van a mover y que será un buen entierro. Pero se equivocaron:
16-2-79: la manifestación sindical "degenera" en Sedan (Lorena), los obreros levantan barricadas y pelean durante seis horas con la policía. En Roubaix, (Norte), hay enfrentamientos.
20-2-79: En Rouen, enfrentamientos entre huelguistas y policía. La CGT denuncia a los "elementos incontrolados".
¿Llegará a organizarse esta violencia obrera? se preguntan inquietos los sindicalistas. «Lo que tememos ahora es que algunos se organicen por su cuenta y preparen golpes sin avisarnos, porque sabrían que ya no pueden contar con nuestro apoyo». Ese temor de los sindicatos se va a justificar casa vez más.
20-2-79: Principio de las huelgas en Correos (PTT), en varios centros de Paris, de sus afueras y de otras ciudades. La huelga se extiende lentamente y dura solamente unos días en los centros que fueron afectados, pero se nota una gran combatividad y mucha desconfianza hacia los sindicatos. Por primera vez se ve a delegaciones de empleados de correos de la afueras de Paris ir por su propia cuenta a buscar la solidaridad de los demás centros y llamarlos a unirse a la huelga. El fracaso de la huelga de 1974 no se ha olvidado: la conciencia de los trabajadores ha madurado. Las consignas que surgen son: "Ayer en Longwy, hoy en Paris", "basta de lamentaciones, acciones eficaces". La idea de una coordinación de la huelga entre todos los centros va a aparecer. Los sindicatos van hacer todo lo que pueden para cortar de raíz cualquier coordinación de la lucha, independiente de su control. La huelga se acaba a principios de Marzo pero la idea de coordinación es una lección esencial de esa lucha.
21-2-79: los siderúrgicos del sindicato CFDT ocupan la emisora de televisión de Longwy. El que ésta funcione es para los obreros una provocación, puesto que los trabajadores de la SFP están todavía en huelga. Además, lo que sale de las salas de redacción son puras mentiras sobre las luchas. Secuestran a los periodistas que serán liberados gracias a la intervención de la Central CFDT. Es de notar el odio que le tienen los obreros a los "lacayos de la pluma". Pocos días después, un periodista se salvó por poco de una lección que le quería dar un obrero enfadado.
22-2-79: desde el 21 de Febrero, la emisora de Longwy, que ocupan los siderúrgicos, difunde informaciones sobre la crisis en Lorena. La policía ocupa entonces la emisora. Inmediatamente después; los obreros se reúnen durante la noche y la policía despeja la emisora; otros obreros vuelven a ocupar la televisión; la muchedumbre aumenta con la llegada de otros siderúrgicos avisados por el toque a rebato; cantando cantos revolucionarios, los obreros van por la mañana a atacar la comisaría de policía. Algunos hablan de hacerse con fusiles. El alcalde PCF, un tal Portu, denuncia a los grupos incontrolados.
Ante la amplitud de los acontecimientos, los sindicatos van a tratar de impedir todo enfrentamiento entre policía y obreros en el Norte en donde los siderúrgicos están dispuestos a tomar el relevo. "Longwy enseña el camino" es una consigna que tuvo mucho éxito.
28-2-79: saqueo de la patronal en Valenciennes (Norte). Los sindicatos tratan de evitar que los obreros ataquen la comisaría y los edificios públicos. Un sindicalista CFDT declara: "Los muchachos tiene que desahogarse; para eso hemos previsto un catálogo de acciones". Pero los sindicatos no habían previsto las brutalidades deliberadas de los CRS y de los "guardias móviles" contra los obreros de Denain.
7 y 8-3-79: la CGT trata de arrastrar a los obreros hacia acciones de comando para bloquear el carbón y el hierro "extranjero" en las fronteras. Lo que no había previsto es que compañías de CRS van a detener los autobuses de siderúrgicos, romper cristales, tirar granadas lacrimógenas, aporrear y registrar a los obreros. Los trabajadores de Usinor-Denain hacen huelga, organizan un meeting y deciden atacar la comisaría de policía armados con tuercas, cocktails molotov, hondas y hasta una excavadora. Los enfrentamientos duran todo el día. Por la noche, la intersindical, que agrupa la CFDT y CGT, llama a los obreros a "regresar inmediatamente a la empresa para ocuparla". Los obreros se niegan a dejar la calle y pisotean sin leerlo el volante sindical, gritando "no es hora de discutir sino de ir adelante". Las peleas no paran, duran varias horas, algunos obreros armados con fusiles disparan a los CRS.
10-3-79: Después de los enfrentamientos, los sindicatos, el PC y el PS, deciden organizar un gran meeting de entierro de la lucha con el chundatachunda de los discursos electorales en Denain. Rápidamente, centenares de obreros se marchan del estadio en donde la izquierda reunió a los obreros con la consignas: "Basta de palabras, acciones!".
EL SABOTAJE DE LA MARCHA A PARÍS
Desde hace varias semanas centenares de huelgas estallan localmente en toda Francia. Los grandes centros, Paris (excepto Correos, empleados de los hospitales y empleados de las compañías de seguros y de la televisión) y Lyon han sido relativamente poco afectados por la ola de huelgas que corre de una fábrica a otra, de una región a otra. Los sindicatos saben que hay que impedir que el movimiento de descontento que se hace cada vez más explosivo se extienda hasta París, centro político y principal concentración proletaria. Los sindicatos deciden "días de acción" por sectores que, por cierto, son muy seguidos: maestros, enseñantes, ferroviarios.
Efectivamente, entre los obrero del Norte y de Lorena, ha surgido una idea que ha germinado en los combates: hay que ir a París, lo cual tiene un valor simbólico para todo el descontento acumulado por los obreros. Para impedir todo riesgo de explosión como en 1968, los sindicatos entran en acción. La CGT va a llamar a una marcha a Paris para el 23 de Marzo; CGT, CFDT y todos los demás sindicatos van a sabotear el movimiento de descontento en Paris. Van a poner todo su empeño para que termine la huelga de los empleados de banco, la de los técnicos de la SFP, la de Correos y, al igual que toda la prensa burguesa, mienten al pretender que cada movimiento de huelga se encuentra aislado. Minimizan la amplitud del descontento y de las huelgas y hacen reanudar el trabajo sector por sector.
Pero con respecto a los obreros del Norte y de Lorena, la estrategia sindical de desviación y agotamiento de la combatividad de los siderúrgicos lorenos y del Norte antes que reaccionen los obreros en París, lo cual podría "encender la pólvora". No es seguro que la marcha a París - en una fecha en la que ciertos sectores habían vuelto al trabajo- no provoque nuevas huelgas y que miles de trabajadores se unan a esa marcha.
La política de los sindicatos, en primer lugar de la CGT, va a ser una obra de arte de sabotaje de la manifestación. Se hace todo lo posible para impedir que los obreros de la región parisina, del Norte, de Lorena, se unan en la lucha. La CGT, llama desde el 10 de Febrero a una marcha a Paris, abandona pocos días después esa idea y habla de marcha regional. Deja subsistir la duda sobre si se hará esa marcha cuya idea nació espontáneamente entre los obreros lorenos y del Norte, que sienten de manera confusa que su fuerza sólo se puede desarrollar en estrecha unión con el principal centro industrial (Paris y sus afueras). Se va a hacer una división del trabajo minuciosa, planificada con los Estados Mayores de los sindicatos CGT y CFDT para asquear a los obreros de la idea de "subir" a Paris. La CFDT anuncia que no participará en la marcha. La CGT a su vez, anuncia que no llamará a la huelga general en la región parisina para el 23 de Marzo. La CGT espera probar con esa marcha su capacidad para controlar y demostrar en los hechos que bien merece las generosas subvenciones de la burguesía. Movilizan más de 3.000 matones del PCF, miembros de la CGT, más los empleados de los municipios comunistas para asegurar el orden junto con los cordones sindicales y para impedir toda solidaridad entre los obreros del Norte, de Lorena, de Paris. Hasta el último minuto no se sabrá cuándo y con qué medios (autobuses, trenes) vendrán los obreros del Norte y de Lorena a Paris. Meterán a los obreros en plena noche en autobuses PC-CGT y los recibirán a la llegada en cinco puntos diferentes de las afueras de Paris, en las alcaldías comunistas en donde los representantes locales los esperan adornados con su trapo tricolor, la boca llena de consignas nacionalistas.
Pero eso no es todo. La CGT va a modificar en el último momento el itinerario de la manifestación para evitar que los obreros contacten a los trabajadores que salen del trabajo. Se desvía la manifestación de la estación Saint-Lazare (por donde pasan cada día millares de trabajadores), hacia los barrios ricos de la Ópera.
Así, con la ira en las entrañas, los obreros más combativos del Norte y de Lorena van a ver cómo se les va de las manos su marcha de solidaridad con los obreros de París. La manifestación fue menos importante de lo que se preveía: a cien mil hay que restar los millares de policías del cordón sindical y todos los funcionarios del aparato del PCF. Cierto es que, a pesar del sabotaje, hay bastantes trabajadores, SFP, EDF (electricistas), ferroviarios, algunos obreros de Renault. A los obreros de Denain y de de Longwy los repartieron entre las comitivas sindicales para evitar toda contaminación de la manifestación e impedir que aparezcan como cuerpo unido. Sin embargo, la bofia sindical no logrará impedir que los obreros siderúrgicos de Longwy fuercen el cordón sindical y se pongan en cabeza de la manifestación.
Se establece una colaboración estrecha entre los CRS y los guardias móviles y la policía sindical para impedir que, en el momento de la dispersión, los obreros puedan organizar mítines. La policía está por todas partes; el cordón sindical dispersa inmediatamente a los obreros a penas llegan al final del recorrido, con el pretexto de que hay "autónomos" en la manifestación; la policía tira cantidad de bombas lacrimógenas mientras que los matones PC-CGT golpean brutalmente a jóvenes manifestantes y hasta entregan a algunos a la policía. Los sindicalistas terminan protegiendo de la ira de los siderúrgicos a los CRS que aporrean a los manifestantes. Nunca habrá sido tan manifiesta la colaboración entre policía sindical y policía a secas.
Pero lo más asqueroso para los luchadores de Longwy y de Denain, además de haber sido bombardeados con gases lacrimógenos por la policía, fue oír las incesantes consignas y letanías nacionalistas del PC y de la CGT, del estilo "salvar la independencia nacional" o "Protegerse de los trusts alemanes". Los obreros que fueron mandados a los trenes a golpes de bomba lacrimógena y de porras de la policía recordarán los llamamientos a la dispersión, la denuncia de los luchadores como "agentes del poder" ¡Esto provocará fricciones en el interior mismo del sindicato!
La lección es amarga pero necesaria: para ganar hay que romper el cordón sindical. Para los obreros que combatieron durante semanas contra la burguesía ésta gracias a los sindicatos pudo triunfar denunciando la "violencia de los autónomos" y exponer con regusto las fotos de cientos de CRS cargando a los manifestantes.
Señores del PC, del PS, del RPR, de la UDF, ceñidos con vuestras fajines tricolores, señores izquierdistas que trabajáis para la izquierda de la burguesía, señores anarquistas que os reclamáis de la "libertad, igualdad, fraternidad" de la justicia de clase capitalista, por más que digáis, los trabajadores que, por centenares, se enfrentaron ese día a la policía han ganado una experiencia que, sin vuestro poder y a pesar de él, sabrán añadir a la de todas las luchas obreras[2].
Aunque estén aislados, los obreros del Norte y de Lorena no han agotado su combatividad ni su voluntad de luchar. Los obreros de París fueron pocos en participar a la manifestación, es una lección: o se retrocede aceptando los despidos o se profundiza el movimiento, nos organizamos nosotros mismos fuera de los sindicatos. Los obreros han perdido el gusto a las manifestaciones sindicales-paseos, a las huelgas sectoriales y regionales. Sintieron su fuerza y su determinación al enfrentarse con el Estado fuera de los sindicatos.
UNAS CUANTAS LECCIONES
Al leer esta narración de los acontecimientos en Francia, acontecimientos que se han precipitado desde Febrero, hay que evitar a la vez:
- una subestimación: la amplitud de los enfrentamientos, el desbordamiento de los sindicatos, la violencia obrera están solamente empezando. Esas manifestaciones, esas peleas de calle tienen ya un color diferente. Se asiste a un movimiento ascendente que no ha alcanzado en absoluto su punto culminante.
- una sobrestimación: aunque fueron desbordados, los sindicatos no perdieron el control de los obreros. Para eso es necesario que la lucha proletaria pase a una fase cualitativamente superior: la organización de los obreros fuera de los sindicatos, en sus asambleas generales. Estas aparecieron solamente de manera embrionaria y puntual en la organización de la violencia obrera contra la policía. Todavía falta que los obreros organicen -un paso que tendrán que franquear- por sí mismos sus propias manifestaciones, vayan ellos mismos en masa a buscar la solidaridad de los obreros que no se atreven todavía a lanzarse a la acción. Esto exige que se tenga una conciencia clara sobre las metas y los medios de la lucha que se puede desarrollar no de manera abstracta sino en la experiencia misma. El proletariado está solamente empezando su combate, está lejos de haber comenzado la guerra de clase generalizada. Muchas ilusiones existen todavía sobre la izquierda y las elecciones (como lo demostró el triunfo del PS y del PC en las elecciones cantonales donde hubo una participación obrera fuerte).
Sin embargo, a pesar del peso de la izquierda sobre el proletariado, las ilusiones empiezan a derrumbarse poco a poco:
- los sindicatos, ligados al PC y al PS firmaron con la patronal y el Estado acuerdos que aceptan que los obreros licenciados por causa de quiebra de la empresa ya no cobren el 90% de su salario durante un año (¡ y ya no eran muchos los que lo cobraban!) sino solamente 65% con una disminución del subsidio de desempleo. "Una gran victoria" exclaman la CGT y la CFDT !.
-el gobierno Barre, a pesar de la combatividad obrera, no piensa echarse atrás en los despidos previstos. La burguesía está encerrada en las exigencias económicas. Espera ganar tiempo y cuenta sobretodo con la arrogancia y la represión, acostumbrada como está a una clase obrera controlada por los sindicatos y cloroformada por el "programa común de la izquierda". Desde un punto de vista económico, la burguesía no tiene muchas posibilidades: sus posibilidades se las impone la crisis que, lejos de permitirle cierta flexibilidad política, le impone al contrario más rigidez.
Frente a una derecha que no quiere ceder y frente al PS que, con la voz de Rocard, justifica las medidas de austeridad, al proletariado no le queda más recursos que contestar golpe por golpe a lo que se está haciendo. 11.000 despidos en la industria de teléfonos, desempleo a la vista en la industria del automóvil, 30.000 puestos de enseñanza suprimidos, ¡esa es la realidad de las promesas de reintegración que se les da a los siderúrgicos!
El proletariado en Francia se encuentra en una encrucijada. No es la combatividad la que sorprendió a la burguesía; desde el 68 ésta ha aprendido a temblar ante la facilidad con la que los obreros son capaces de luchar masivamente. Lo que la inquieta es ver que no solamente al Estado, sino, sobre todo, que desbordan los sindicatos. Eso no había sucedido ni siguiera en 1968.
"Hay un vacío político", exclaman todas las fracciones de la burguesía. "Hay un vacío sindical" responden a coro los trotskystas a quienes preocupa "un desafecto respecto a las organizaciones sindicales, puesto que 50% de los adherentes cegetistas de la metalurgia de la Moselle no habían vuelto a tomar su carné sindical en Marzo de 1978, y 20% en cuanto a los adherentes de la CFDT"[3].
Ese "vacío" que inquieta a la burguesía es la erosión de las ilusiones en el proletariado. Y bien lo demostró el proletariado con su energía feroz al resistir a la ofensiva de la burguesía, con su alegría, en Longwi y en Denain, al ver que puede hacer retroceder a la burguesía. Un proletariado que puede todavía creer en su fuerza no es una clase que se confiesa vencida. Sabe que ahora se trata de ir más lejos, que no es posible retroceder.
¡Sacrificarse hoy por la burguesía nacional en el terreno de su guerra económica es sacrificarse por su guerra real mañana!
El camino de la lucha de clase es lento, con avances bruscos seguidos por recesos brutales. Pero el proletariado aprende con su experiencia y no conoce otra escuela que la misma lucha:
1) La lucha vale
2) Cuanto más la lucha encuentra sus propios instrumentos más vale
Un estadio superior de la lucha no se encontrará jamás en la multiplicación de las acciones puntuales y aisladas de los sindicatos sino en la extensión de las acciones masivas organizadas de manera independiente frente a todos los aparatos sindicales y políticos de la burguesía.
Con este objetivo los obreros deben tomar la palabra en las Asambleas Generales, ir ellos mismos a buscar la solidaridad allí donde otros obreros están luchando. La clase obrera debe tomar confianza en si misma, debe tomar conciencia de que "la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores" (eslogan de la Primera Internacional).
La clase obrera duda aún, extrañada de su propia audacia. ¡Lo que debe hacer es redoblar aún más su audacia!
Chardin
[1] Caen es una ciudad normanda que anunció Mayo 68 cuando se produjo en enero de ese año una jornada de enfrentamientos con los CRS (policías especiales).
[2] Tras el 23 de marzo hubo un proceso contra los "agitadores", proceso en el cual los anarquistas se desolidarizaron de los actos de violencia cometidos en la manifestación
[3] IMPRECOR: revista teórica de la Liga Comunista Revolucionaria, una de las más importantes organizaciones trotskistas francesas. Número correspondiente al 15-3-79
1.- La crisis mundial del capitalismo se ha hecho hoy evidencia indiscutible, incluso para los sectores menos lúcidos de la clase dominante. Y si los economistas, esos propagandistas paniaguados del modo de producción capitalista, empiezan ya a no atribuir las dificultades actuales de la economía al alza del precio del petróleo o al desajuste del sistema monetario internacional instaurado en 1944, son sin embargo incapaces, por sus propios prejuicios de clase, de entender el significado real de esas dificultades.
2.- Únicamente el marxismo puede entender ese significado. El marxismo demuestra, como así lo dejó claro la Internacional Comunista que, desde la Primera Guerra Mundial imperialista, el sistema capitalista entró en su fase de decadencia. A las crisis cíclicas del siglo pasado, -pulsaciones de un cuerpo en plena salud-, siguió la crisis permanente, en la cual el sistema sólo sobrevive, gracias a un ciclo infernal -verdadero estertor de agonía- de crisis agudas, guerras, reconstrucción, nuevas crisis agudas...
3.- Hay que rechazar, pues, las teorías (incluso aquellas que se reclaman del marxismo) que consideran que la crisis es simplemente "cíclica" o de "reestructuración" o de adaptación" o de "modernización". El capitalismo es totalmente incapaz de superar la crisis actual; cualquiera de sus planes, estén destinados a frenar la inflación o a relanzar la producción, sólo pueden acabar en fracaso. La única "salida" del capitalismo, arrastrado a ésta por sus propias leyes, es una nueva guerra imperialista mundial.
4.- Si la experiencia muestra que la única perspectiva que el capitalismo abre a la humanidad es la guerra generalizada, también la historia ha demostrado, sobre todo en 1917 (Rusia) y en 1918 (Alemania), que en la sociedad hay una fuerza capaz de oponerse, de hacer retroceder y de anular esa perspectiva: La lucha revolucionaria del proletariado. La alternativa que plantea la agravación inexorable de las contradicciones económicas del capitalismo es, por tanto: guerra imperialista o resurgir revolucionario de la clase obrera; el resultado final será la plasmación de la relación de fuerza entre las dos clases principales de la sociedad: burguesía y proletariado.
5.- La burguesía consiguió imponer su "solución" a las contradicciones de su sistema económico en dos ocasiones: en 1914, gracias a la gangrena oportunista y a la traición de los grandes partidos obreros; y en 1939, gracias a la terrible derrota impuesta al proletariado en los años 20, rematada por la traición de sus Partidos Comunistas y por la terrible losa del fascismo y las mistificaciones antifascistas y democráticas.
La situación actual es muy diferente: el encuadramiento del proletariado por los partidos de izquierda -PC's y PS's- es mucho menos eficaz que lo fue, el que llevaron a cabo los partidos social-demócratas en 1914; los mitos democráticos o antifascistas y el poder embaucador del llamado "Estado obrero", aunque son frecuentemente agitados por la burguesía, están ya bastante gastados y demasiado vistos.
6.- Así pues, la perspectiva abierta por la agravación de las contradicciones capitalistas al final de los años 60 no es "guerra imperialista generalizada" sino "guerra de clases generalizada". Sólo después de haber escarmentado al proletariado con una gran derrota el capitalismo podría encaminarse -empujado por sus contradicciones- a una tercera guerra mundial; eso es lo que demostró la reacción proletaria del 68 en Francia, del 69 en Italia, 70 Polonia, y, en otros muchos países en el mismo periodo. Y si la burguesía pudo hacer que pararan momentáneamente las luchas gracias a una contraofensiva política e ideológica, animada principalmente por los partidos de izquierda, las reservas de combatividad del proletariado no están, ni mucho menos, agotadas. Con la agravación de la crisis, con la austeridad y el desempleo que comporta esta combatividad no dejará de plasmarse de nuevo en formidables combates contra el capitalismo; contrariamente a lo que espera la burguesía.
1.- En la base de la constitución de la Internacional Comunista (IC) estaba el reconocimiento de que el capitalismo había entrado en su fase de decadencia, poniendo en el orden del día la revolución proletaria. Así de claro lo dejó la Internacional cuando dijo que, con la primera Guerra Mundial "se había abierto definitivamente la era de las guerras imperialistas y de las revoluciones". Hoy, cualquier formulación coherente de las posiciones de la clase proletaria descansa en el reconocimiento de esa característica esencial de la vida de la sociedad.
2.- El marxismo ha reconocido siempre -desde la aparición del "Manifiesto Comunista"- la tendencia del modo de producción capitalista a "unificar las leyes de la economía mundial", y la de la burguesía a "crear un mundo a su imagen". Por eso, está fuera del marxismo el considerar que pueda haber, cuando la revolución proletaria está al orden del día, áreas geográficas determinadas que escaparían a la evolución del capitalismo en su conjunto; lugares donde "revoluciones democráticas burguesas" o "luchas de liberación nacional" podrían tener vigencia.
3.- La experiencia de más de medio siglo ha demostrado que esas "luchas nacionales" no son sino momentos, más o menos espaciados en tiempo y territorio, de los diferentes conflictos interimperialistas que culminan en la guerra mundial; y que toda la propaganda para que los proletarios participen en esas luchas o las apoyen sólo sirve para desviarlos de sus verdaderas luchas y para embaucarlos en la preparación de la guerra imperialista mundial.
1.- Desde que el movimiento obrero existe, ha reconocido en la organización y en la conciencia las dos armas esenciales de su lucha de clase proletaria. Como cualquier actividad humana la revolución comunista es un acto consciente, claro que a un nivel considerablemente más elevado que las revoluciones del pasado. El proletariado se ha ido forjando la conciencia de su ser, de sus objetivos y de los medios para llegar a la revolución, a lo largo de su experiencia como clase independiente; en un proceso doloroso, con choques, heterogéneo, en el cual la clase obrera segrega organizaciones políticas que agrupan a sus elementos más conscientes, aquellos que "tienen, en relación a la masa proletaria, la ventaja de comprender las condiciones, el proceso y los resultados generales del movimiento" (El Manifiesto...), organizaciones que tienen como tarea participar activamente en la toma de conciencia, en la generalización de ésta y por tanto en los combates de la clase.
2.- La organización de los revolucionarios es un órgano esencial de la lucha del proletariado, tanto antes como después de la insurrección y de la toma del poder. Sin ésta, sin partido proletario -ya que su falta expresaría una inmadurez en la toma de conciencia- la clase obrera no puede realizar su tarea histórica: destruir el sistema capitalista y edificar el comunismo.
3.- Antes de la revolución y como preparación de la misma los comunistas intervienen activamente en las luchas de la clase obrera, animando y estimulando todas las expresiones y posibilidades que, apareciendo en la lucha, expresan la tendencia hacia la autoorganización y el desarrollo de la conciencia: asambleas generales, comités de huelga, comités de lucha y de acción, comités de parados, círculos de discusión o núcleos obreros. En cambio, para no contribuir a la confusión y al engaño mantenidos por la burguesía, los comunistas deben rechazar cualquier tipo de participación en la vida de los sindicatos, los cuales se han vuelto definitivamente órganos del capitalismo.
4.- Durante y después de la revolución, el partido proletario participa activamente en la vida del conjunto de la clase agrupada en organizaciones unitarias, los consejos obreros, con el fin de orientarla hasta la destrucción de las relaciones de producción capitalistas y la instauración de relaciones sociales comunistas. Aunque su acción es indispensable, el partido no puede sustituir al conjunto de la clase en la toma del poder y en el cumplimiento de su tarea histórica, al contrario de lo que es el esquema imperante en la revolución burguesa. En ningún caso, el partido será la delegación de la clase para la toma del poder; la naturaleza de la meta a alcanzar, el comunismo, es tal que únicamente el conjunto del proletariado, con su actividad y su experiencia, pueden realizar la toma del poder.
5.- Tras la más profunda contrarrevolución de la historia del movimiento obrero, una de las tareas más importantes que les toca a los revolucionarios es la de contribuir activamente en la reconstrucción del órgano fundamental de la lucha proletaria: el partido proletario.
Si bien el surgimiento de éste está condicionado por el desarrollo en profundidad de la lucha de la clase obrera, por la posibilidad abierta hacia la revolución comunista, no por eso surgirá mecánica y automáticamente, ni es algo que pueda improvisarse. La preparación de su surgimiento exige hoy:
1.- La unidad de los revolucionarios ha sido siempre, desde los albores del movimiento obrero, una preocupación fundamental para ellos. Esta exigencia fundamental de unidad entre los elementos más avanzados de la clase es una manifestación de la unidad profunda entre sus intereses inmediatos y sus intereses históricos y es un factor decisivo en el proceso que lleva a su unificación mundial, a la conquista de su propio ser. Ya fue así: en el intento de constitución en 1850 de una "Liga Mundial de Revolucionarios Comunistas" -que agrupaba a la "Liga de los Comunistas", a los "Blanquistas" y a los "Cartistas" de izquierda-; en la fundación de la AIT en 1864; en la Segunda Internacional en 1889 y en la Internacional Comunista en 1919. Cada etapa importante del movimiento obrero estuvo pues marcada por esa voluntad de reagrupamiento mundial de revolucionarios.
2.- Aunque sea la respuesta a una exigencia básica de la lucha de clases, la tendencia hacia la unidad de los revolucionarios, de igual forma que la tendencia hacia la unidad de la clase obrera en su conjunto, ha estado constantemente entorpecida por toda una serie de factores:
3.- La capacidad de los revolucionarios de tender hacia la unidad para superar esos obstáculos es, en general, la expresión fiel de la relación de fuerzas entre las dos clases antagónicas fundamentales de la sociedad: la burguesía y el proletariado.
Si a los periodos de reflujo de la lucha de clases les corresponde, en general, un movimiento de dispersión y aislamiento mutuo entre las diferentes corrientes y los distintos elementos revolucionarios; en los periodos de avance del proletariado se concreta la tendencia fundamental hacia la unidad de los revolucionarios. Este fenómeno se manifiesta de manera muy clara cuando se forman los partidos del proletariado, resultantes generalmente del agrupamiento de varias tendencias políticas proletarias, en una situación de desarrollo cualitativo de la lucha de clases; como así ocurrió:
Por muchas debilidades que tuvieran algunas de esas corrientes constitutivas y aunque, en general, la unificación se hiciera alrededor de una corriente políticamente mas sólida que las demás, el hecho es que la fundación del partido no es el resultado de una proclamación unilateral sino el producto de un proceso orgánico de agrupamiento de los elementos más avanzados de la clase.
4.- Que se produzca tal proceso de agrupamiento en los momentos de desarrollo histórico de la lucha de clases, se explica:
5.- La situación actual del medio revolucionario se caracteriza por su gran división, por sus grandes divergencias en cuestiones básicas, por el aislamiento de sus distintos componentes, por el peso del sectarismo, del espíritu de capilla, de la esclerosis de algunas corrientes y la inexperiencia de otras; manifestaciones todas ellas de la terrible presión de medio siglo de contrarrevolución.
6.-Si tal situación se mira de manera estática se puede concluir en la idea, que defiende en particular el grupo FOR (Fomento Obrero Revolucionario), de que no habría posibilidad alguna, ni presente ni futura, de acercamiento entre las diferentes posiciones y análisis del momento actual, de que ese acercamiento sólo podría venir por la adquisición de una coherencia y una claridad comunes, bases éstas indispensables para que se constituya una organización unificada. Esta manera de ver ignora dos elementos fundamentales:
7.- Hoy, el hundimiento del capitalismo en la fase aguda de la crisis y el resurgir mundial del proletariado ponen al orden del día, de manera apremiante, el agrupamiento de fuerzas revolucionarias. El conjunto de problemas que nuestra clase tendrá que encarar en la práctica, las enseñanzas que los revolucionarios se verán obligados a sacar de la experiencia concreta:
El que la exigencia de unidad esté al orden del día y el que como consecuencia de eso se abran debates entre revolucionarios, y que ambas cosas sean una necesidad absoluta, no por ello se plasman mecánicamente en una realidad; ésta exige la toma de conciencia de tal necesidad y la voluntad militante de asumir la intervención en los debates en un decidido esfuerzo por la clarificación. Los grupos que en el momento actual no han tomado conciencia de esa necesidad y se niegan a participar en el proceso de discusión y de agrupamiento están condenados, si no cuestionan sus posiciones, a convertirse en trabas para el movimiento y a desaparecer en tanto que expresiones del proletariado.
8.- Ha sido el conjunto de estas consideraciones lo que ha inspirado a la CCI a participar en los debates abiertos con la Conferencia de Milán en mayo de 1977 y la de París de Noviembre de 1978. Es fundamentalmente porque la CCI analiza el período actual como periodo de reanudación histórica de la lucha de la clase obrera, por lo que tiene tanto apego al esfuerzo de confrontación, por lo que condena con firmeza la actitud de los grupos que desdeñan o se niegan a ese esfuerzo y por lo que considera que esta actitud es una posición política por sí misma, cuyas implicaciones son por lo menos tan importantes como otras posiciones erróneas que siguen pesando sobre las corrientes comunistas. Por lo tanto, la CCI estima que esas discusiones son un elemento importantísimo en el proceso de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias que tiene que conducir a su unificación en el seno del partido mundial del proletariado, arma esencial de su combate revolucionario.
París, noviembre de 1978
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Dentro de la publicación en nuestra Web de artículos antiguos de nuestra Revista Internacional, sometemos a la consideración de nuestros lectores el texto El curso histórico adoptado por nuestro Tercer Congreso Internacional (1979). Este texto se planteó como respuesta los debates desarrollados por las Conferencias Internacionales de la Izquierda Comunista (1977-80)[1].
El documento resume los análisis del marxismo para considerar como evoluciona la relación de fuerzas entre las clases, es decir, como y cuando es posible para el proletariado lanzarse a hacer su revolución mundial. Estos análisis siguen siendo plenamente válidos.
No obstante, el texto fue escrito en un periodo histórico dominado por la confrontación imperialista entre los dos grandes bloques: el americano y el ruso. Esta situación cambió radicalmente a partir de 1989 con la entrada del capitalismo en su fase de descomposición[2] y con la desaparición de los bloques imperialistas y la tendencia a un caos de confrontaciones imperialistas que, si bien ha hecho desaparecer de forma razonable la perspectiva de una Tercera Guerra Mundial (es decir, de lo que podría significar una destrucción generalizada del conjunto del planeta), a cambio estamos asistiendo a una sucesión interminable de guerras localizadas, de atentados terroristas en grandes ciudades, de barbarie sistemática[3], cuyas consecuencias pueden ser tanto o más letales que una guerra mundial. Todo esto ha modificado una serie de aspectos importantes de la lucha de clases que empezamos a tratar en un documento aprobado por nuestro 14º Congreso[4] y que hemos abordado de nuevo en la Resolución sobre la situación internacional de nuestro último congreso[5].
Como en otras ocasiones, estas traducciones de artículos las debemos a compañeros muy próximos a la organización que con su esfuerzo entusiasta permiten tener disponibles en lengua española textos de interés publicados por nuestra Corriente.
La segunda Conferencia Internacional de grupos de la Izquierda Comunista (noviembre 1978) puso en evidencia la confusión extrema que reina actualmente en filas revolucionarias sobre el problema del periodo histórico actual, más precisamente:
De manera más general, las incomprensiones giran sobre:
El presente texto intenta dar respuesta a este conjunto de preguntas.
La naturaleza misma de toda actividad humana supone el pronóstico: el proyecto. Por ejemplo, Marx escribe: “(…) una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera.”[6] Cada acto del ser humano procede de tal manera: de hecho, esta capacidad de prevenir, de proyectar, es un componente esencial de la conciencia humana. Esto es aún más cierto en el proceso científico; es de manera constante que utiliza el pronóstico: es únicamente transformando las hipótesis formuladas en predicciones a partir de una primera serie de experiencias y confrontando estos pronósticos con nuevas experiencias que el investigador puede verificar (o descartar) la veracidad de estas hipótesis y avanzar en el conocimiento.
Basándose en un enfoque científico de la realidad social, el pensamiento revolucionario del proletariado adopta necesariamente dicha forma con la única diferencia de que, contrariamente a los investigadores, los revolucionarios no pueden crear en un laboratorio las nuevas condiciones de experimentación. Es la práctica social, confirmando o invalidando las perspectivas que son definidas, quien viene a validar o invalidar su teoría. De hecho, son todos los aspectos del movimiento histórico de la clase obrera que se apoyan sobre el pronóstico: él permite adaptar las formas de lucha a cada época de la vida del capitalismo, pero, sobre todo, es sobre el pronóstico, y especialmente, sobre la perspectiva de una caída del capitalismo, que se basa el proyecto comunista. Como la celdilla del maestro albañil, el comunismo es primeramente concebido –evidentemente a grandes rasgos– en la cabeza de los seres humanos antes de que sea edificado en la realidad.
Contrariamente a lo que piensa, por ejemplo, Paul Matick, que dice que el estudio de los fenómenos económicos no puede desembocar en ninguna predicción utilizable par la actividad de los revolucionarios, el pronóstico, la definición de perspectivas, son una parte integrante y muy importante de esta actividad.
Esto establecerá la pregunta que se puede formular de la siguiente manera: “¿cuál es el campo de aplicación del pronóstico para los revolucionarios?”
La pregunta se puede formular más precisamente así: “En el marco de los pronósticos en la mediana duración, ¿se puede y se debe prevenir la evolución de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado?”, lo que supone que admitimos la posibilidad de una tal evolución y que se ha podido dar respuesta a la siguiente pregunta preliminar:
Puede parecer curioso que nos veamos empujados a plantearnos preguntas tan elementales. En el pasado, estas interrogantes ni siquiera llegaron a la mente de los revolucionarios ya que sus respuestas parecían evidentes. Si se planteaba una pregunta no era: “¿existe un curso en la lucha de clases?” o “¿es posible y necesario de analizar?”, sino únicamente “¿cuál es la naturaleza del curso?”. Y de eso se trataban en los debates entre los revolucionarios. Desde 1852, Marx podía describir el curso particularmente convulso de la lucha de la clase obrera: “las revoluciones proletarias (…) se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo (...), parece que solo derriban a su adversario para que este saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines (...)”[7] Hace más de un siglo, la pregunta parecía clara. Pero está claro que la terrible contrarrevolución de la que salimos ha introducido tanta confusión en el medio revolucionario[8] que es necesario hoy reformular este tipo de preguntas.
En general, las confusiones en esta área se basan en un desconocimiento de la historia del movimiento obrero (pero, como dijo Marx, la ignorancia no es una excusa). Su estudio nos permite verificar lo que Marx había señalado, es decir, la alternancia de brotes, a menudo brillantes y deslumbrantes, de la lucha proletaria (1848-49, 1864-71, 1917-23) y de su retroceso (a partir de 1850, 1872 y 1923) que llevaron, cada vez, a la desaparición o degeneración de las organizaciones políticas que la clase se dio en el periodo de remonte de las luchas (Liga de los Comunistas: creación en 1847, disolución en 1852; AIT: Asociación Internacional de los Trabajadores: fundación en 1864, disolución en 1876; Internacional Comunistas fundación en 1919, degeneración y muerte en los primeros años de la década de 1920; la vida de la Internacional Socialista 1889/1914, sigue un curso similar pero menos claro). Es probablemente la duración extremadamente larga (medio siglo) de la contrarrevolución que sigue a la ola revolucionaria que culminó en 1917 y durante la cual la clase obrera permanece prácticamente uniforme en una posición de debilidad, lo que hace posible explicar que hoy hay revolucionarios incapaces de comprender que puede haber tal alternancia entre períodos de progreso y de retroceso de la lucha de clases. El estudio sin prejuicios (¡pero es mucho más cómodo no estudiar y no cuestionar!) de la historia del movimiento obrero y los análisis marxistas, hubieran permitido a estos revolucionarios superar el peso de la contrarrevolución, y les habría permitido, también, saber que los brotes de lucha de clases acompañan los periodos de crisis de la sociedad capitalista (crisis económica: 1848; o guerra: 1871, 1905, 1917) por:
La historia nos muestra que los revolucionarios pueden cometer errores considerables en esta área. Los ejemplos no faltan:
Sin embargo, la historia también ha demostrado que los revolucionarios tenían los medios para analizar adecuadamente el curso y hacer predicciones precisas sobre el futuro de las luchas de clases:
La experiencia ha igualmente demostrado que, en general, estas predicciones adecuadas no eran aleatorias, sino que se basaban en un estudio muy serio de la realidad social abarcando un análisis del capitalismo mismo, y en primer lugar, de la situación económica, pero también una evaluación de la dinámica de las luchas sociales tanto en el plano de la combatividad como de la conciencia. Es de esta forma que:
Pero, como condición necesaria para una reactivación obrera, la crisis del capitalismo no es suficiente, contrariamente a lo que pensaba Trotsky después de la crisis de 1929. De la misma forma, la combatividad obrera no es un indicio suficiente de la recuperación real y duradera si no se acompaña de una tendencia a romper con la mistificación capitalista: esto es lo que desconoce la minoría de la Fracción Comunista Italiana que ve en la movilización y el armamento de los trabajadores españoles en julio de 1936 el comienzo de una revolución cuando, de hecho, están políticamente desarmados por el "antifascismo" y, por lo tanto, incapaces de atacar realmente al capitalismo.
Por lo tanto, podemos constatar que es posible para los revolucionarios predecir la evolución de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado y que, lejos de abordar esta tarea como una lotería, tienen criterios extraídos de la experiencia que, sin ser infalibles, les permite caminar sin los ojos vendados. Pero otra objeción surge en algunos revolucionarios: "Aun cuando es posible hacer predicciones sobre el curso histórico, ellas no tienen ningún interés para la lucha de clases ni condicionan de ninguna manera la actividad de los comunistas. Todo eso es especulación intelectual sin impacto en la práctica". Son a estos argumentos a lo que se trata de responder.
Para responder a esta pregunta, casi se podría decir que los hechos hablan por sí mismos, pero la contrarrevolución ha hecho tantos estragos en algunos grupos revolucionarios que, bien ignoran totalmente estos hechos, o que ya no son capaces de leerlos. Solo hay que mencionar la difícil situación de la Izquierda Alemana –completamente desorientada, dislocada y finalmente destruida tras su error sobre el curso de la lucha de clases[10], a pesar del valor de todas sus posiciones programáticas– para convencerse de la necesidad para la organización de los revolucionarios de un análisis correcto de la perspectiva histórica. También vamos a recordar el triste vagar de la minoría de la Fracción Italiana alistándose en las milicias antifascistas, o el destino igualmente lamentable de la Unión Comunista practicando desde hace años una política de "apoyo crítico" a los socialistas de izquierda del POUM esperando que surja una vanguardia comunista que tome la delantera en la "revolución española", para constatar el impacto desastroso que puede haber sobre los revolucionarios una incomprensión del problema del curso de la historia.
De hecho, el análisis del curso de la lucha de clases afecta directamente el tipo de organización e intervención de los revolucionarios. Del mismo modo, que, para remontar la corriente de un río, nadamos sobre el borde, y para descender, se nada en el medio, igualmente las relaciones que establecen los revolucionarios con su clase son diferentes en función de si están a la cabeza de su movimiento cuando va hacia la revolución o que están luchando contracorriente en un movimiento que impulsa al proletariado al abismo de la contrarrevolución.
En el primer caso, su principal preocupación será no apartarse de la clase, de seguir cuidadosamente cada uno de los pasos y cada una de sus luchas con el fin de desarrollar, lo más posible, sus potencialidades. Sin descuidar nunca el trabajo teórico, el trabajo de participación directa en las luchas de la clase será, por lo tanto, privilegiado. En el plan organizacional, los revolucionarios tendrán una actitud segura y abierta hacia otras corrientes que puedan surgir en la clase. Si bien se mantienen, como en todas las circunstancias firmes en los principios, se apostará a una evolución positiva de estas corrientes, sobre las posibilidades de la convergencia de sus posiciones respectivas y se enfocará la máxima atención y esfuerzo en la tarea de reagrupamiento.
Muy diferente será el actuar de los revolucionarios en un período de reflujo histórico de las luchas. Se tratará, entonces, en primer lugar, de concentrar todos los esfuerzo en resistir este flujo adverso y así preservar sus principios de la influencia destructora de la mistificación capitalista que tiende a abrumar a toda la clase, y en segundo lugar, para preparar el futuro resurgimiento de ella, dedicando la mayor parte de sus escasas fuerzas a un trabajo de examen teórico y el balance de las experiencias pasadas y, en particular, las causas de la derrota. Está claro que este enfoque tiende a distanciar a los revolucionarios de la clase, pero debe asumir tal resultado desde el momento en que se ha constatado que la burguesía está por el momento victoriosa y que el proletariado se deja llevar en su terreno, de lo contrario, pueden ser arrastrados también. Del mismo modo, en cuanto al reagrupamiento revolucionario, y sin nunca darle la espalda a este esfuerzo, sería inútil en tales períodos apostar a una perspectiva muy positiva, la tendencia es más bien a un repliegue firme de la organización en torno a sus posiciones, al mantenimiento de los desacuerdos donde su resolución choca con la falta de experiencia viviente de la clase. Esto demuestra que el análisis del curso tiene un impacto en el modo de actividad y de organización de los revolucionarios y que no se trata de "especulaciones académicas." De hecho, como un ejército necesita en cualquier momento conocer la naturaleza precisa de la relación de fuerzas con el ejército enemigo con el fin de saber si debe atacar o retirarse en buen orden, la clase obrera necesita apreciar correctamente la relación de fuerzas con su enemigo: la burguesía. Y pertenece a los revolucionarios, como los elementos más avanzados de la clase proporcionarle el máximo de elementos para tal apreciación. Esta es una de sus razones esenciales de su existencia. Esta responsabilidad los revolucionarios la ejercieron, con diferentes grados de éxito, en el pasado, pero el análisis del curso histórico se vuelve aún más importante con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia en la medida que el desafío en sí de la lucha de clases adquiere una dimensión mayor.
Tras la Internacional Comunista, la CCI siempre ha afirmado que con la decadencia del capitalismo se había abierto "la era de las guerras imperialistas y las revoluciones proletarias". La guerra no es una especificidad del capitalismo decadente, ya que no es una especificidad del capitalismo mismo. Pero la función y la forma de guerra cambia si este sistema es progresivo, o se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad:
"En la era del capitalismo en ascenso, las guerras (conquista nacional, colonial e imperialista) expresaron la marcha ascendente de fermentación, fortalecimiento y expansión del sistema económico capitalista. La producción capitalista encontró en la guerra la continuación de su política por otros medios. Cada guerra se justificaba y pagaba sus gastos abriendo un nuevo campo de mayor expansión, asegurando el desarrollo de una mayor producción capitalista.
En la época del capitalismo decadente, tanto la guerra como la paz expresan esta decadencia y contribuyen poderosamente a acelerarla.
Sería un error considerar la guerra como un fenómeno limpio, negativo por definición, destructivo y que se presenta como un obstáculo para el desarrollo de la sociedad, en oposición a la paz, que se presentaría como el curso normal positivo del desarrollo continuo de la producción y de la sociedad. Esto introduciría un concepto moral en un curso objetivo, económicamente determinado.
La guerra era el medio indispensable del capitalismo, abriéndole posibilidades para un mayor desarrollo, en la época en que estas posibilidades existían y solo podían abrirse por medio de la violencia. De manera similar, el colapso del mundo capitalista que históricamente agotó todas las posibilidades de desarrollo encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de este colapso que, sin abrir ninguna posibilidad de un mayor desarrollo para la producción, no hace más que sumergir las fuerzas productivas en el abismo y acumular, a un ritmo acelerado, ruina sobre ruinas.
No hay oposición fundamental en el régimen capitalista entre guerra y paz, pero hay una diferencia entre las dos fases ascendentes y decadentes de la sociedad capitalista y, por lo tanto, una diferencia en la función de la guerra (en la relación de la guerra y la paz) en las dos fases respectivas. Si en la primera fase, la guerra tiene la función de asegurar una ampliación del mercado, con miras a una mayor producción de bienes de consumo, en la segunda fase, la producción se dirige esencialmente hacia la producción de medios de destrucción, es decir, en miras de la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista encuentra su expresión impactante en el hecho de que, en las guerras para el desarrollo económico (período ascendente), la actividad económica se restringe principalmente con el propósito de la guerra (periodo decadente).
Esto no significa que la guerra se haya convertido en el objetivo de la producción capitalista, el objetivo siempre permanece para el capitalismo en la producción de plusvalor, pero eso significa que la guerra, tomando un carácter permanente, se ha convertido en la forma de vida del capitalismo decadente."
(Informe a la Conferencia de la Izquierda Comunista de Francia de julio de 1945)[11]
De este análisis de la relación entre el capitalismo decadente y la guerra imperialista, se pueden extraer tres conclusiones:
1 - Entregado a su propia dinámica, el capitalismo no puede escapar de la guerra imperialista: todos los chismes sobre la paz, todas las "Sociedades de Naciones" y "Organizaciones de las Naciones Unidas", toda la buena voluntad de algunos de estos "grandes hombres" no pueden hacer nada y los períodos de "paz" (es decir, cuando la guerra no está generalizada) son solo los momentos en que reconstituye sus fuerzas para enfrentamientos bárbaros y aún más destructivos.
2 - La guerra imperialista es la manifestación más significativa de la bancarrota histórica del modo de producción capitalista, ella pone en evidencia la necesidad e incluso la urgencia de sobrepasar este modo de producción antes de llevar a la humanidad al abismo o la destrucción definitiva, ese es el sentido de la fórmula citada de la IC.
3 - Contrariamente a las guerras del período ascendente, que afectaron solo áreas delimitadas del globo y no determinaron la vida social completa de cada país, la guerra imperialista implica una extensión mundial y una sumisión de toda la sociedad a sus requerimientos y en primer lugar, evidentemente, de la clase que produce la mayor parte de la riqueza social: el proletariado.
Es por esta razón que el proletariado lleva consigo el final de todas las guerras y el único futuro posible de la sociedad, el socialismo, pero también la clase que está a la vanguardia de los sacrificios impuestos por la guerra imperialista y que, excluidos de toda propiedad, es la única sin patria, la verdaderamente internacionalista, el proletariado tiene en sus manos el destino de toda la humanidad. Y más directamente de su capacidad de reaccionar en su terreno de clase a la crisis histórica del capitalismo, depende de la posibilidad o no de que este sistema traiga su propia respuesta –la guerra imperialista– y la imponga a la sociedad.
Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, las implicaciones de la naturaleza del curso histórico son, por lo tanto, casi desproporcionadas con respecto a lo que podrían haber sido en el siglo pasado. En el siglo XX, la victoria capitalista significaba barbarie sin nombre de la guerra imperialista y la amenaza de una desaparición de la especie humana; la victoria proletaria, por otro lado, significa la posibilidad de una regeneración de la sociedad, el "fin de la prehistoria humana y el comienzo de su verdadera historia", la "salida del reino de la necesidad y la entrada en el reino de la libertad". Esto es el meollo que los revolucionarios deben tener en cuenta cuando examinan la cuestión del curso. Pero este no es el caso de todos los revolucionarios, especialmente aquellos que se niegan a hablar de alternativas históricas (o, si hablan de ello, no saben de qué se trata), para quienes la guerra imperialista y la emergencia proletaria son simultáneas o incluso complementarias.
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial se había desarrollado, en la Izquierda Italiana, la tesis de que la guerra imperialista ya no sería el producto de la división del capitalismo entre Estados y potencias antagónicas luchando, cada una, por la hegemonía mundial. Por el contrario, este sistema recurriría a este fin solo para masacrar al proletariado y obstaculizar el surgimiento de la revolución. Es a este argumento que la Izquierda Comunista Francesa respondió escribiendo:
"La era de las guerras y las revoluciones no significa que el desarrollo del curso de la revolución responda a un desarrollo del curso de la guerra. Sin embargo, estos dos cursos tienen su fuente en la misma situación histórica de crisis permanente del régimen capitalista, son, no obstante, de esencia diferente, no tienen relación recíproca directa. Si el transcurso de la guerra se convierte en un factor directo, precipitando las convulsiones revolucionarias, no es lo mismo con respecto al curso de la revolución que nunca es un factor en la guerra imperialista. La guerra imperialista no se desarrolla en respuesta al flujo de la revolución, pero es exactamente lo contrario que es verdad, es el reflujo de la revolución que sigue a la derrota de la lucha revolucionaria, fue el desalojo momentáneo de la amenaza de la revolución, que le permite a la sociedad capitalista evolucionar hacia el estallido de la guerra engendrada por las contradicciones y los desgarros internos del sistema capitalista".
También han surgido otras teorías más recientes según las cuales "con la agravación de la crisis del capitalismo, son los dos términos de la contradicción que se refuerzan al mismo tiempo: la guerra y la revolución no se excluirían entre sí, sino que avanzarían de manera simultánea y paralela sin que uno sepa cuál llegará a su fin antes que el otro". El principal error de tal concepción es que se descuida por completo el factor de lucha de clases en la vida de la sociedad. La concepción desarrollada por la Izquierda Italiana pecaba por una sobreestimación del impacto de este factor. Partiendo de la frase del "Manifiesto Comunista" siguiente: "la historia de toda sociedad hasta la actualidad es la historia de la lucha de clases", tuvo implicaciones mecánicas en el análisis del problema de la guerra imperialista considerándola como una respuesta a la lucha de clases, sin ver, por el contrario, que solo podría tener lugar en ausencia de ella o debido a su debilidad. Pero por falsa que fuera, esta concepción se basó en un esquema correcto, el error provenía de una delimitación incorrecta de su campo de aplicación. Por otro lado, la tesis del "paralelismo y simultaneidad del curso hacia la guerra y la revolución" ignora por completo este esquema básico del marxismo porque supone que las dos principales clases antagónicas de la sociedad pueden preparar sus respuestas respectivas a la crisis del sistema -la guerra imperialista para uno y la revolución para el otro- completamente independiente entre sí, de la relación entre sus fuerzas respectivas, de sus enfrentamientos. Si ni siquiera se puede aplicar a lo que determina toda alternativa histórica completa, la vida de la sociedad, el esquema del "Manifiesto Comunista" no tiene más razón de existir y podemos clasificar a todo el marxismo en un museo en el estante de los inventos "absurdos de la imaginación humana". En realidad, la historia es responsable de demostrar el error de tal concepción de "paralelismo". De hecho, a diferencia del proletariado que no conoce intereses contradictorios, la burguesía es una clase profundamente dividida por el antagonismo existente entre los intereses económicos de sus diferentes sectores: en una economía donde la mercancía es indiscutible, la competencia entre fracciones de la clase dominante es en general insuperable; ahí reside la causa profunda de las crisis políticas que se abaten en esta clase, así como de las tensiones entre países y entre bloques que se agravan a medida que la competencia aumenta con la crisis. El nivel más alto al que se le puede dar cierta unidad al capital es a nivel nacional, y uno de los atributos esenciales del Estado capitalista es imponer disciplina entre los sectores del capital nacional. En el límite podemos considerar la existencia de una cierta "solidaridad" entre naciones del mismo bloque imperialista: es la traducción del hecho de que, contra todos los demás, un capital nacional no puede hacer nada y que está obligado a ceder parte de su independencia para defender mejor sus intereses globales, pero esto no elimina:
- rivalidades entre países del mismo bloque,
- el hecho de que el capitalismo nunca se puede unir a escala mundial (contrariamente a lo que afirmaba la tesis del "superimperialismo" de Kautsky, por ejemplo), los bloques siempre se mantienen y sus antagonismos solo pueden ir agravándose.
El único momento en que la burguesía puede restaurar la unidad a escala mundial, donde puede hacer callar sus rivalidades imperialistas, es cuando se ve amenazada en su propia supervivencia por su enemigo mortal: el proletariado. Pero entonces, y la historia lo ha demostrado ampliamente, ella es capaz de mostrar esta solidaridad que falta en otras circunstancias. Esto se ilustra:
- ya en 1871, la colaboración entre Prusia y el gobierno de Versalles con respecto a la Comuna (liberación de los soldados franceses que iban a ser utilizados durante la "semana sangrienta");
- en 1918, la "solidaridad" del bloque imperialista de la Entente[12] con la burguesía alemana amenazada por la revolución proletaria (liberación de los soldados alemanes utilizados en la masacre de los Espartaquistas).
Por lo tanto, de una manera que no es paralela e independiente, sino antagónica y mutuamente determinante, se está desarrollando el curso histórico hacia la guerra y hacia la revolución. Además, no es solo en términos del futuro de la sociedad que la guerra y la revolución imperialista se excluyen mutuamente como respuestas de las dos clases históricamente antagónicas, sino que también en sus preparativos respectivos se manifiesta su oposición.
La preparación de la guerra imperialista presupone para el capitalismo el desarrollo de una economía de guerra, de la cual el proletariado, por supuesto, soporta la carga más pesada. Por lo tanto, es ya mediante la lucha contra la austeridad que obstaculiza estos preparativos y que muestra que no está listo para apoyar los sacrificios aún más terribles que la burguesía pediría durante una guerra imperialista. Prácticamente, la lucha de clases, incluso para fines limitados, representa, para el proletariado, una ruptura en la solidaridad con "su" capital nacional, una solidaridad que se le demanda que se manifieste en la guerra. También expresa una tendencia a romper con los ideales burgueses como la "democracia", la "legalidad", la "patria", el falso "socialismo", en defensa de los cuales los trabajadores serán llamados a hacerse masacrar y masacrar a sus hermanos de clase. Ella permite, en fin, que se desarrolle su unidad, condición indispensable de su capacidad para oponerse, a escala internacional, al arreglo de cuentas entre bandidos imperialistas.
La entrada del capitalismo, a mediados de la década de 1960, en una fase de aguda crisis económica significa la inminencia de la perspectiva definida por el IC: "guerra imperialista y revolución proletaria", como respuestas específicas de cada una de las dos clases principales de la sociedad a tal crisis. Pero esto no significa que los dos términos de esta perspectiva se desarrollarán simultáneamente. Es bajo la forma de una alternativa, es decir, de exclusión mutua, que estos dos términos se presentan a sí mismos:
- o el capitalismo impone su respuesta y eso significa que anteriormente ha superado la resistencia de la clase trabajadora,
- o el proletariado trae su solución y huelga decir que ha logrado paralizar la mano asesina del imperialismo.
La naturaleza del presente curso hacia la guerra imperialista o la guerra de clases es, por lo tanto, la traducción de la evolución de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado. Como lo han hecho antes que nosotros la mayoría de los revolucionarios, especialmente Marx, son estas relaciones de fuerzas las que debemos estudiar. Pero esto supone que uno tiene criterios para tal evaluación que no son necesariamente idénticos a los utilizados en el pasado. La definición de tales criterios presupone, por lo tanto, tanto el conocimiento de los del pasado, la distinción entre los que siguen siendo válidos y los que se han vuelto obsoletos en vista de la evolución de la situación histórica, así como la toma de cuenta de nuevos criterios impuestos por esta evolución. En particular, no se puede aplicar mecánicamente los esquemas del pasado a pesar de que es necesario empezar desde el estudio de las condiciones que permitieron la ruptura, es decir, la guerra imperialista en 1914 y 1939.
Con la interrupción de la lucha de clases, o más precisamente, la destrucción del poder de clase del proletariado, la destrucción de su conciencia, la desviación de sus luchas, la burguesía consigue operar a través de sus agentes en el proletariado, vaciando sus luchas de su contenido revolucionario y enrumbándolos en los rieles del reformismo y el nacionalismo, que es la condición última y decisiva para el estallido de la guerra imperialista.
Esto debe entenderse no desde un punto de vista estrecho y limitado del proletariado de un país, sino internacionalmente.
De esta forma, la recuperación parcial, el resurgimiento de las luchas y huelgas observadas en 1913 en Rusia no disminuye nuestra afirmación. Mirando las cosas más de cerca, veremos que el poder del proletariado internacional en vísperas de 1914, las victorias electorales, los principales partidos socialdemócratas y los sindicatos de masas, la gloria y el orgullo de la Segunda Internacional, no eran más que una apariencia, una fachada, que esconde bajo su barniz la profunda decadencia ideológica. El movimiento obrero, socavado y podrido por el oportunismo reinante, debía derrumbarse, como un castillo de naipes, frente al primer soplo de guerra.
La realidad no se traduce como el fotógrafo cronológico de los eventos. Para entenderla, se debe comprender el movimiento interno subyacente, los cambios profundos que ocurrieron antes de que aparecieran en la superficie y sean registradas por fechas. Cometeríamos un grave error al querer permanecer fieles al orden cronológico de la historia y presentar la guerra de 1914 como la causa del colapso de la Segunda Internacional, cuando, de hecho, el estallido de la guerra estuvo directamente condicionado por la degeneración oportunista previa del movimiento obrero internacional. Las frases internacionalistas sonoras y bravuconas eran la apariencia externa que daba una falsa seguridad, en lo interno de los partidos de la 2ª Internacional triunfaba y dominaba la tendencia nacionalista. La guerra de 1914 no hizo más que poner en evidencia, a plena luz del día, el aburguesamiento de los partidos de la Segunda Internacional, la sustitución de su programa revolucionario inicial, por la ideología del enemigo de clase, su apego a los intereses de la burguesía nacional.
Este proceso interno de destrucción de la consciencia de clase ha manifestado su finalización, abiertamente, en el estallido de la guerra de 1914 que él ha condicionado.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial estuvo sujeto a las mismas condiciones.
Podemos distinguir tres etapas necesarias y sucesivas entre las dos guerras imperialistas.
La primera termina con el agotamiento de la gran ola revolucionaria posterior a 1917 y consiste en una serie de derrotas de la revolución en varios países, en la derrota de la Izquierda excluida de la Internacional Comunista donde triunfa el centrismo[13] y el compromiso de la URSS en una evolución hacia el capitalismo a través de la teoría y la práctica del "socialismo en un solo país".
La segunda etapa es la de la ofensiva general del capitalismo internacional llegando a liquidar las convulsiones sociales en el centro decisivo donde se juega la alternativa histórica del capitalismo/socialismo: Alemania, mediante el aplastamiento físico del proletariado y el establecimiento del régimen de Hitler jugando el rol de gendarme de Europa. En esta etapa corresponde la muerte definitiva del IC y la quiebra de la Oposición de Izquierda de Trotsky que, incapaz de reagrupar las energías revolucionarias, se compromete por la coalición y la fusión con grupos y corrientes oportunistas de la izquierda socialista y se orienta hacia prácticas de bluf y aventurerismos proclamando la formación de la Cuarta Internacional.
La tercera etapa fue la desviación total del movimiento obrero de los países "democráticos". Bajo la máscara de la defensa de las "libertades" y "conquistas" de los trabajadores amenazadas por el fascismo, en realidad se intentó y se logró que el proletariado se alistara a la defensa de la democracia, es decir, de la burguesía nacional, de su patria capitalista. El antifascismo era la plataforma, la ideología moderna del capitalismo, que los partidos traidores al proletariado usaban para envolver la mercancía putrefacta de la defensa nacional.
En esta tercera etapa opera el paso definitivo de los llamados partidos comunistas al servicio de su capitalismo respectivo, la destrucción de la conciencia de clase por el envenenamiento de las masas, por la ideología antifascista, la adhesión de las masas a la futura guerra imperialista a través de su movilización en los "frentes populares", las huelgas desnaturalizadas y desviadas de 1936.
La guerra antifascista española, la victoria definitiva del capitalismo de Estado en Rusia se manifestó, entre otras cosas, por la feroz represión y matanza física de cualquier intento de reacción revolucionaria, su adhesión a la Liga de las Naciones; su integración en un bloque imperialista y el establecimiento de la economía de guerra para la guerra imperialista. Este período también se registró la liquidación de muchos grupos revolucionarios y comunistas de Izquierda surgidos de la crisis de la IC y que, a través de la adhesión a la ideología antifascista, a la "defensa del Estado obrero" en Rusia, estaban atrapados en el engranaje del capitalismo y perdidos, definitivamente, en tanto como expresión de la vida de la clase. Nunca antes la historia había registrado tal divorcio entre la clase y los grupos que expresan sus intereses y su misión. La vanguardia estaba en un estado de aislamiento absoluto y se reduce cuantitativamente a pequeñas islas insignificantes.
La gran ola de la revolución que surgió a finales de la primera guerra imperialista sumió al capitalismo internacional en un tal temor, que ha hecho falta este largo período de desarticulación de las bases del proletariado para que se cumplan las condiciones para el estallido de la nueva guerra imperialista mundial". (ídem)
A estas líneas luminosas, podemos agregar, aún, los siguientes elementos:
- la evolución oportunista y la traición de los partidos de la II Internacional fue permitida por las características del capitalismo en su apogeo, que, por su progreso económico, por su aparente falta de convulsiones profundas, por las reformas que fue capaz de conceder a la clase trabajadora, había favorecido la idea de una transformación gradual, pacífica y legal hacia el socialismo desde la sociedad burguesa;
- uno de los elementos esenciales de la confusión proletaria entre las dos guerras era la existencia y la política de la URSS. Esta había ocasionado dos reacciones igualmente negativas en la inmensa mayoría de los trabajadores: o bien, les había asqueado sobre toda perspectiva socialista devolviéndolos a regazo de la socialdemocracia; o bien, los que seguían creyendo que Rusia era la “Patria del Socialismo” sometieron sus luchas a los imperativos de la defensa de sus intereses imperialistas.
Del análisis de las condiciones que llevaron al estallido de las dos guerras imperialistas, podemos extraer las siguientes lecciones comunes:
- la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado solo puede juzgarse de manera mundial y no puede tener en cuenta las excepciones que pueden afectar a las zonas secundarias: es esencialmente la situación de un cierto número de países grandes de lo que se puede deducir la verdadera naturaleza de esta relación de fuerzas;
- para que la guerra imperialista pueda estallar, el capitalismo necesita imponer previamente una profunda derrota al proletariado, sobre todo, una derrota ideológica y física, si el proletariado ha mostrado anteriormente una fuerte combatividad (caso de Italia, Alemania y España entre las dos guerras);
- para esta derrota no basta una pasividad de la clase, si no que se necesita la adhesión entusiasta de ella a ideales burgueses ("democracia", "antifascismo", "socialismo en un solo país");
- la adhesión a estos ideales supone:
(a) que ellas tengan una apariencia de realidad (posibilidad de un desarrollo infinito y sin problemas del capitalismo y la "democracia"; el origen obrero del régimen que se establece en la URSS),
(b) que ellas estén asociadas de una forma u otra con la defensa de intereses proletarios,
(c) que tal asociación sea defendida entre los trabajadores por organizaciones que tienen la confianza de haber sido en el pasado los defensores de sus intereses, es decir, que los ideales burgueses tienen como defensores a las organizaciones anteriormente proletarias que han traicionado.
Estas son, en términos generales, las condiciones que han permitido el estallido de guerras imperialistas en el pasado. No se dice a priori que una posible guerra imperialista futura necesite condiciones idénticas, pero en la medida en que la burguesía toma conciencia del peligro que podría representar para ella un brote prematuro de hostilidades (a pesar de todos estos preparativos preliminares, incluso la Segunda Guerra Mundial provoca una reacción de los trabajadores en 1943 en Italia y en 1944/45 en Alemania), no vamos demasiado lejos al considerar que se lanzaran en una confrontación generalizada solo si es consciente de controlar igual de bien la situación como en 1939, o al menos como en 1914. En otras palabras, para que la guerra imperialista sea posible nuevamente, debe haber al menos las condiciones enumeradas anteriormente y si no es el caso, debe haber otras capaces de compensar las que faltan.
En el pasado, el terreno principal en el que se decidió el curso histórico fue Europa, especialmente sus tres países más poderosos, Alemania, Inglaterra y Francia, y países en un segundo orden como España e Italia. Hoy, esta situación sigue siendo parcialmente similar en la medida en que es este continente el que sigue siendo el objetivo esencial del choque entre los dos bloques imperialistas. Cualquier evaluación del curso pasa por el examen de la situación de la lucha de clases en estos países, pero, al mismo tiempo, no podría completarse si no se tuviera en cuenta la situación en la URSS y en China.
Si examinamos todos estos países, podemos ver que, en ninguna parte, durante varias décadas, el proletariado ha sido derrotado físicamente; la última de las derrotas en este orden ha llegado a un país tan marginal como Chile. Del mismo modo, no podemos encontrar en ninguno de estos países una derrota ideológica comparable a la de 1914, es decir, permitiendo una adhesión entusiasta de los proletarios al capital nacional:
- las viejas mistificaciones como "antifascismo" o "socialismo en un país" han fracasado incluso si se enfrenta a la ausencia de un "fascismo aterrador" y la exposición de la realidad de este "socialismo",
- la creencia en un progreso permanente y pacífico del capitalismo ha sido severamente sacudida por más de medio siglo de convulsiones y barbarie, y las ilusiones que se desarrollaron con la reconstrucción de la segunda posguerra ahora son maltratadas por el desarrollo de la crisis,
- el chovinismo, incluso si se mantiene de manera no despreciable entre un cierto número de países del Tercer Mundo, no tiene el mismo impacto que en el pasado:
- sus fundamentos están siendo socavados por el desarrollo del capitalismo, que cada día suprime un poco más las diferencias y especificidades nacionales,
- con la excepción de las dos grandes potencias, la URSS y los EEUU, existe la necesidad de la movilización, no detrás de un país, sino detrás de un bloque,
- en la medida en que es en nombre del interés nacional que cada vez se exigen más sacrificios a los trabajadores frente a la crisis, este "interés nacional" aparecerá cada vez más como el enemigo directo de sus intereses de clase, de hecho, en la actualidad el chovinismo, disfrazado de independencia nacional, encuentra verdadero refugio solo en los países más atrasados.
- la defensa de la "democracia" y la "civilización", que hoy ha tomado la forma de campañas de Carter sobre "derechos humanos"[14] y tiene la ventaja de garantizar una unidad ideológica para el conjunto del bloque occidental, encuentra un éxito significativo solo entre las peticiones habituales del medio intelectual y de "nuevos filósofos", pero muy pocas entre las nuevas generaciones de proletarios que no ven mucho qué relación pueda existir entre sus intereses y esos "derechos humanos" que sus promotores burlan cínicamente,
- los antiguos partidos obreros socialdemócratas y "comunistas" han traicionado durante demasiado tiempo a su clase para que puedan tener un impacto comparable al del pasado: los primeros han sido, durante más de 60 años, gerentes leales del capitalismo, su función anti-proletaria es probada y reconocida por muchos trabajadores. Por último, son ellos quienes en los últimos años han tenido la tarea, en la mayoría de los países de Europa Occidental, de dirigir gobiernos que son sinónimo de austeridad y medidas antiobreras, y si ayuda a restaurar un poco su escudo, su cura de oposición actual, no puede darles un entusiasta apoyo de los proletarios. En cuanto a los partidos estalinistas, se puede decir que los proletarios no les muestran ninguna confianza dónde gobiernan: los odian, y en los países en donde la pertenencia al campo occidental los confina en la oposición y donde pueden tener un cierto impacto en la clase, este impacto no es directamente utilizable para una movilización detrás del bloque estadounidense presentado por ellos como "el principal enemigo del pueblo". Globalmente, para ser verdaderamente eficaz, la traición de un partido obrero debe ser reciente y servir, como los fósforos, solo una vez para una movilización masiva detrás de la guerra imperialista: este es el caso de la socialdemocracia, cuya abierta traición se remonta a 1914, en menor medida a los partidos "comunistas", que traicionaron en la década de 1920 antes de desempeñar su papel de promotores de la guerra en la década de 1930, el peso de la brecha entre las dos fechas se ven parcialmente compensadas por el hecho de que es precisamente, lo que reclaman bien fuerte, contra la traición socialdemócrata que se había formado. En la actualidad, la burguesía ya no tiene esta ventaja considerable que en el pasado había hecho la decisión: los izquierdistas, y especialmente los trotskistas, han solicitado su candidatura a la sucesión de los socialdemócratas y estalinistas para este trabajo sucio, pero enseguida, tienen dos limitantes importantes, por un lado, su impacto está lejos del de sus maestros, y por otro lado, antes de que este impacto pueda desarrollarse de manera significativa, revelan abiertamente su naturaleza burguesa al especializarse en el papel de gancho para los partidos de izquierda.
Como se puede ver, ninguna de las condiciones que permitieron el enrolamiento en los conflictos imperialistas del pasado existe hoy en día, y no vemos por cual nueva mistificación podría tomar el relevo en el futuro inmediato de aquellos que fracasaron. Es este análisis que ya estaba en la base de la toma de posición de los camaradas de Internacionalismo cuando ellos saludaron el inicio del año 68, que venía lleno de promesas de lucha de clases, frente a la crisis que se estaba desarrollando. Es este mismo análisis el que permitió a RI escribir en 68, antes del caluroso otoño italiano de 69, la insurrección polaca de los 70 y toda la ola de luchas que dura hasta 1974:
"El capitalismo tiene cada vez menos temas de mistificación capaces de movilizar a las masas y lanzarlas a la masacre... En estas condiciones, la crisis aparece desde sus primeras manifestaciones por lo que es: desde sus primeros síntomas, aparecerá en todos los países reacciones cada vez más violentas de las masas... Mayo de 68 aparece en toda su significación por ser una de las primeras y una de las reacciones más importantes de la masa de trabajadores frente a una situación económica global en vías de deterioro." (RI N ° 2, serie antigua)
Es este análisis, basado en las posiciones clásicas del marxismo (la inevitabilidad de la crisis y la provocación por ella misma, de confrontaciones de clase), así como sobre la experiencia de más de medio siglo, que ha permitido a nuestra corriente, mientras que muchos otros grupos hablaban solo de contrarrevolución y no veían nada venir, predecir la recuperación histórica de la clase a partir de 1968, así como el remonte actual, luego de un declive entre 1974 y 1978.
Pero hay revolucionarios que, más de 10 años después de 1968, aún no han entendido su significado y pronostican el curso hacia una tercera guerra imperialista. Veamos sus argumentos:
(a) La existencia actual de conflictos Inter imperialistas localizados:
Algunos revolucionarios han comprendido perfectamente que detrás de las llamadas luchas de liberación nacional están ocultos conflictos Inter imperialistas (cada vez peor, es cierto, hasta el punto de que incluso una corriente tan miope como el bordiguismo, de vez en cuando, está obligada a reconocerlo). De la persistencia de tales conflictos durante décadas, no han concluido cabalmente en un "aumento de la revolución", siguiendo la expresión trotskista. Los seguiremos en este punto. Pero van más lejos y concluyen que la mera existencia de tales conflictos y su reciente intensificación significa que la clase está golpeada mundialmente y no podrá oponerse a una nueva guerra imperialista. La pregunta que no plantean, lo que demuestra la naturaleza errónea de su enfoque, es: "¿por qué la multiplicación y el agravamiento de los conflictos locales no han degenerado en un conflicto generalizado?" A esta pregunta, algunos, como la Organización de Trabajadores Comunistas (OTC) (ver la Conferencia de noviembre de 78) responden: "porque la crisis aún no es lo suficientemente profunda", o "los preparativos militares y estratégicos no se han completado". La historia misma niega estas interpretaciones:
- en 1914, la crisis y los armamentos eran mucho más escasos cuando el conflicto de Serbia degeneró en una guerra mundial.
- en 1939, después del New Deal y la política económica nazi, que había restaurado parcialmente la situación de 1929, la crisis no se sintió más violentamente que hoy, del mismo modo, en ese momento, los bloques no estaban completamente constituidos ya que la URSS estaba prácticamente al lado de Alemania y los EEUU todavía eran "neutrales".
De hecho, las condiciones están más que maduras para una nueva guerra imperialista, el único dato militar que falta es la adhesión del proletariado ... Pero eso no es lo menos importante.
(b) Los nuevos datos tecnológicos del armamento:
Para algunos, siguiendo el ejemplo de los que habían declarado la guerra imposible en el pasado debido al gas venenoso o la aviación, la existencia del arsenal atómico prohíbe, en adelante, el recurso a una nueva guerra generalizada que significaría la amenaza de una destrucción total de la sociedad. Ya hemos denunciado las ilusiones pacifistas contenidas en tal concepción. Por otro lado, otros creen que el desarrollo de la tecnología prohíbe toda posibilidad para el proletariado, de intervenir en una guerra moderna porque utiliza armas, principalmente, sofisticadas manejadas por especialistas y muy pocas masas de soldados. La burguesía tendría las manos libres para conducir su guerra atómica sin temor a ninguna amenaza de motín, como fue el caso en 1917-18. Lo que ignora tal análisis es que:
- el armamento atómico no es, por mucho, el único disponible para la burguesía; el gasto en armas convencionales es aún mucho más elevado que el de las armas nucleares.
- si esta clase hace la guerra, no es a priori, para hacer un máximo de destrucción, sino para apoderarse de los mercados, los territorios y la riqueza del enemigo; en este sentido, incluso si este es el recurso extremo, no tiene ningún interés en utilizar el arma atómica desde el principio, y el problema de la movilización de los hombres para la ocupación de territorios conquistados continua formulándose: así, como en el pasado, se mantiene la necesidad de reclutar a decenas de millones de proletarios como condición de la guerra imperialista.
(c) La guerra-continente:
Está en el proceso de la generalización del conflicto imperialista un aspecto del engranaje involuntario que escapa a todo control de cualquier gobierno. Tal fenómeno hace que algunos digan que, sea cual sea el nivel de la lucha de clases, el capitalismo puede hundir a la humanidad en la guerra generalizada "por accidente", después de esa pérdida de control de la situación. Obviamente, no existe una garantía absoluta de que el capitalismo nunca nos sirva tal menú, pero la historia ha demostrado que es menos probable que este sistema vaya a este tipo de "inclinaciones naturales" que se sienta amenazada por el proletariado.
d) La insuficiencia de la reacción proletaria:
Algunos grupos, como "Battaglia Communista", creen que la respuesta proletaria a la crisis es insuficiente para constituir un obstáculo al curso hacia la guerra imperialista, creen que las luchas deben ser de "naturaleza revolucionaria" para que realmente puedan contrarrestar a este curso y basan su argumento en el hecho de que en 1917-18 fue solo la revolución la que puso fin a la guerra imperialista. De hecho, cometen un error al tratar de transponer un esquema en sí mismo en una situación que no encaja. Efectivamente, un ascenso del proletariado en y contra de la guerra toma desde el comienzo la forma de una revolución:
- porque la sociedad está entonces inmersa en la forma más extrema de su crisis, la que impone a los proletarios los más terribles sacrificios,
- porque los proletarios en uniforme se encuentran armados,
- porque las medidas excepcionales (ley marcial, etc.) que prevalecen hacen que cualquier enfrentamiento de clase sea más violento y frontal,
- porque la lucha contra la guerra adquiere inmediatamente una forma política de confrontación con el Estado que lidera la guerra sin pasar por la etapa de las luchas económicas que, ellas, son mucho menos frontales.
Pero todo lo demás es la situación cuando la guerra aún no se ha declarado.
En estas circunstancias, cualquier tendencia, incluso limitada al aumento de las luchas en el terreno de la clase, es suficiente para controlar el engranaje en la medida que:
- ella refleja una falta de adherencia de los trabajadores a las mistificaciones capitalistas,
- la imposición a los trabajadores de sacrificios mucho más grandes que aquellos que causaron las primeras reacciones puede desencadenar una respuesta proporcional de parte de ellos.
Así, mientras las amenazas de una guerra imperialista generalizada continúan surgiendo a principios del siglo XX, que las oportunidades de su estallido no faltan (guerra ruso-japonesa, enfrentamientos franco-alemanes sobre Marruecos, conflicto en los Balcanes, invasión de Tripolitania por Italia), el hecho de que hasta 1912 la clase obrera (manifestaciones masivas) y la Internacional (mociones especiales a los Congresos de 1909 y 1910, Congreso Extraordinario en 1912 sobre la cuestión de la guerra) se movilizan durante cada conflicto local no es ajeno a la no generalización de estos conflictos. Y es solo cuando la clase trabajadora, dormida por los discursos de los oportunistas, deja de movilizarse contra la amenaza de la guerra (entre 1912 y 1914), que el capitalismo puede desencadenar la guerra imperialista desde un incidente (el atentando en Sarajevo) aparentemente benigno en comparación con los precedentes.
En la actualidad, no es necesario que la revolución golpee la puerta antes de que se bloquee el curso hacia la guerra imperialista.
(e) La guerra, una condición necesaria para la revolución:
La observación de que, hasta el presente, las grandes oleadas revolucionarias del proletariado (la Comuna de 1871, Revoluciones de 1905 y 1917/18) surgieron como resultado de guerras, llevaron a ciertas corrientes, incluida la Izquierda Comunista de Francia, a considerar que solo de una nueva guerra podría surgir una nueva revolución. Si bien este enfoque, aunque falso, era defendible en 1950, su mantenimiento en la actualidad es un apego fetichista y no crítico al esquema del pasado. El papel de los revolucionarios no es recitar catecismos bien aprendido en los libros de historia al considerar que se repite de manera inmutable. En general, la historia no se repite y si es necesario conocerla bien para comprender el presente, el estudio de este presente, con todas sus especificidades, es aún más necesario. Tal esquema de revolución surgido únicamente de la guerra imperialista ahora es doblemente erróneo:
- hizo caso omiso de la posibilidad de un levantamiento revolucionario después de una crisis económica (de acuerdo con el esquema previsto por Marx, si esto puede tranquilizar a los fetichistas),
- se pone en una perspectiva que no tiene nada ineludible (como lo demostró el resultado de la guerra imperialista de 1939/45) y que presupone una etapa - una tercera guerra generalizada - que es muy probable, dado los medios actuales de destrucción, para privar permanentemente a la humanidad de cualquier posibilidad de realizar el socialismo o incluso de su existencia.
En fin, tal análisis puede tener consecuencias desastrosas para la lucha, como veremos.
Los errores en el análisis de los cursos tienen, como hemos visto, siempre consecuencias graves. Pero el nivel de esta gravedad es diferente según el tipo de rumbo: hacia el ascenso de la lucha de clases o hacia la guerra imperialista. Cometer errores cuando la clase retrocede puede ser catastrófico para los propios revolucionarios (por ejemplo, el KAPD) pero tiene poco impacto en la clase misma en la que, de todas formas, tienen poca audiencia. Por otro lado, un error en la reanudación de la lucha de clases, en un momento en que la influencia de los revolucionarios aumenta en su seno, puede tener consecuencias trágicas para toda la clase. En lugar de empujarla a la lucha, alentar sus iniciativas, de permitir el desarrollo de sus potencialidades, un lenguaje de "doctores asiduos" actuará en este momento como un factor de desmoralización y se convertirá en un obstáculo para la reanudación del movimiento.
Por eso, a falta de criterios decisivos que demuestren la realidad de un retroceso, los revolucionarios siempre han apostado por el término positivo de la alternativa, ante la perspectiva de un aumento de las luchas y no sobre una derrota: el terror del médico que abandona el cuidado de un paciente que aún tiene la oportunidad de vivir es mucho peor que el del médico que se esfuerza por tratar a un paciente que no tiene ninguno mal.
Es por eso que hoy no es tanto para los revolucionarios, que prevean un curso de reactivación, de aportar la prueba irrefutable de su análisis, sino para aquellos que anuncian un curso hacia la guerra.
En la hora actual, decir a la clase trabajadora, aunque no del todo seguro, que la perspectiva que tiene ante sí es "la de una nueva guerra imperialista” en la que, tal vez, pueda resurgir, es irresponsable. Si existe la posibilidad, incluso la más pequeña posible, de que sus luchas puedan evitar el estallido de un nuevo holocausto imperialista, el papel de los revolucionarios es apostar con todas sus fuerzas en esta oportunidad y alentar tanto como sea posible las luchas de clase al resaltar la apuesta por ella y por la humanidad.
Nuestra perspectiva no predice la inevitabilidad de la revolución. No somos charlatanes y sabemos muy bien, a diferencia de algunos revolucionarios fatalistas, que la revolución comunista no es "tan cierta como si ya hubiera tenido lugar". Pero cualquiera que sea el resultado final de estas luchas, que la burguesía intentará escalonar para infligir a la clase una serie de derrotas parciales, que preludia su derrota definitiva, el capitalismo no puede, a partir de ahora, imponer su propia respuesta a la crisis de sus relaciones de producción sin enfrentar directamente al proletariado.
Es en parte la capacidad de los revolucionarios para hacer sus tareas, y en particular para definir las perspectivas correctas para el movimiento de clase, que depende que estos combates sean victoriosos, y que conduzcan a la revolución y al comunismo.
[1] Publicamos un folleto en inglés y francés con documentos de estas conferencias. Para relaciones sobre su evolución ver Revista Internacional nº 16 https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2065/segunda-conferencia-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista [101] , Revista Internacional nº 17 https://es.internationalism.org/revista-internacional/197904/2289/resoluciones-presentadas-por-la-cci-a-la-2-conferencia-internacion [102] , Revista Internacional nº 22 https://es.internationalism.org/revista-internacional/201003/2829/el-sectarismo-una-herencia-de-la-contrarrevolucion-que-hay-que-sup [103]
[2] Ver nuestras "TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION [104]".
[3] Ver Militarismo y Descomposición, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion [105]
[4] Ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3255/el-concepto-de-curso-historico-en-el-movimiento-revolucionario [106]
[5] Ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/201711/4256/22-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacional [107] especialmente el punto 11.
[6]Karl Marx, El Capital: Tomo I, vol.1 (México D.F.: Siglo XXI Editores, 2008), pág. 216.
[7]Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte (Madrid: Fundación Federico Engels, 2003), 14.
[8] Ver la carta del grupo FOR (Fomento Obrero Revolucionario) aparecida en Révolution Internationale números 56 y 57. Révolution Internationale es el órgano de la CCI en Francia. Los textos correspondientes a los artículos mencionados puede encontrarse en francés en https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197901/9395/revolution-internationale-n-57-janvier [108] y https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197902/9396/revolution-internationale-n-58-fevrier [109]
[9] Ver nuestro libro 1936: Franco y la República masacran al proletariado, https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [16]
[10] Para un análisis global, que incluye la visión del curso histórico, del principal exponente de la Izquierda Comunista Alemana -el KAPD- ver Fundación del KAPD de nuestra Serie sobre la Revolución Proletaria en Alemania (1918-23). https://es.internationalism.org/revista-internacional/199704/2782/vii-la-fundacion-del-kapd [110]
[11] Publicado en Revista Internacional nº 59: Las verdaderas causas de la segunda guerra mundial, https://es.internationalism.org/revista-internacional/198910/2140/internationalisme-1945-las-verdaderas-causas-de-la-segunda-guerra- [111]
[12] Formado por Gran Bretaña y Francia al que se sumó desde 1917 Estados Unidos.
[13] El estalinismo se presentó como un “centro” entre la izquierda de la Oposición y las Izquierdas Comunistas (muy diferentes entre sí) y la derecha que propugnaba Bujarin.
[14] El presidente estadounidense Carter (1976-80) propugnó como ideología de preparación de la guerra imperialista generalizada la “defensa de los derechos humanos”, aunque no tuvo mucho éxito.
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La existencia, durante el periodo de transición, de una división de la sociedad en clases con intereses antagónicos hace surgir en ella un Estado, que tendrá como tarea garantizar las adquisiciones de la sociedad transitoria, tanto contra cualquier intento interior o exterior de restauración del poder de las antiguas clases explotadoras como para mantener la cohesión contra el peligro de desgarramiento resultante de las oposiciones entre las diferentes clases no explotadoras que siguen existiendo en ella.
El Estado del periodo de transición contiene varias diferencias con el de las sociedades anteriores:
– Por primera vez en la historia, es un Estado que no está al servicio de una minoría explotadora para oprimir la mayoría, sino que está al servicio de la mayoría compuesta de las clases y capas no explotadoras contra la minoría derrotada de las antiguas clases dominantes.
– no es la emanación de una sociedad y de relaciones de producción estables, sino de una sociedad cuya característica permanente es el trastorno constante en el que se producen las mayores transformaciones conocidas por la historia.
– No puede identificarse a ninguna clase económicamente dominante, al no existir clase de ese tipo en la sociedad del periodo de transición.
– Contrariamente al Estado en las sociedades pasadas, el Estado del periodo de transición al comunismo ya no tiene el monopolio de las armas. Por esas razones con sus implicaciones los marxistas han hablado siempre de semi-Estado a su respecto.
Pero el Estado conserva ciertas características de los del pasado. Sigue siendo el órgano des estatus-quo, encargado de codificar, legalizar un estado económico ya existente, sancionarlo, darle fuerza de ley para que su aceptación sea obligatoria por todos los miembros de la sociedad. Durante el periodo de transición, el Estado tendrá tendencia a conservar el estado económico existente y, por ello, seguirá siendo un órgano fundamentalmente conservador, con tendencias a:
– no a favorecer la transformación social, sino a oponerse a ella;
– mantener las condiciones que le dan vida: la división de la sociedad en clases;
– colocarse por encima de la sociedad, imponerse a ella y perpetuar su propia existencia y desarrollar sus prerrogativas;
– unir su existencia con la coerción, la violencia que utiliza necesariamente durante el periodo de transición, tendiendo a reforzar y mantener ese tipo de regulación de las relaciones sociales;
– ser un caldo para la formación de una burocracia, proporcionando un lugar de concentración a los tránsfugas de las antiguas clases y a los ejecutivos que había destruido la revolución.
Por ello el Estado del periodo de transición siempre ha sido considerado por los marxistas como una “calamidad”, un “mal necesario” del que se ha de “limitar los aspectos más nefastos” (Engels). Todas esas razones permiten deducir que, contrariamente a lo que ocurrió por el pasado, la clase revolucionaria no puede identificarse al Estado del periodo de transición.
Por otro lado, el proletariado no es una clase económicamente dominante. No lo es en el capitalismo, no lo será en la sociedad transitoria. No posee en ésta ninguna economía, ninguna propiedad aunque sea colectiva, sino que lucha a favor de la desaparición de la economía, de la propiedad. Por otro lado, el proletariado, como clase portadora del comunismo, motor del trastorno de las condiciones económicas y sociales de la sociedad transitoria, choca contra el órgano que tiende por su lado a perpetuar esas condiciones. Por esto no se puede hablar de “Estado socialista”, como tampoco de “Estado obrero” o “proletario” durante el periodo de transición.
Ese antagonismo entre proletariado y Estado se manifiesta tanto sobre el plano inmediato como en el histórico.
En el plano inmediato, el proletariado tendrá que oponerse a las intrusiones y la presión del Estado como manifestación de una sociedad en la que perduran clases con intereses antagónicos.
En el plano histórico, la necesaria extinción del Estado en el comunismo, ya puesta en evidencia por el marxismo, no será el resultado de su propia dinámica sino el fruto de la presión del proletariado que lo despojará progresivamente de todos sus atributos a medida de la evolución hacia la sociedad sin clases.
Por todas esas razones, el proletariado debe servirse del Estado durante el periodo de transición, pero debe conservar su total independencia con respecto a él. La dictadura del proletariado no se confunde entonces con el Estado. Entre ambos existe una relación de fuerzas constante que el proletariado tendrá que mantener a su favor: el proletariado ejerce su dictadura por medio de sus organización general, unitaria, independiente y armada: los consejos obreros, que participan como tales en los soviets territoriales (en los que está representado el conjunto de la población no explotadora y de la que emana la estructura estatal) si confundirse con ellos, para afirmar una hegemonía de clase sobre todas las estructuras de la sociedad del periodo de transición.
Marzo 1979
La existencia, durante el periodo de transición, de una división de la sociedad en clases con intereses antagónicos hace surgir en ella un Estado, que tendrá como tarea garantizar las adquisiciones de la sociedad transitoria, tanto contra cualquier intento interior o exterior de restauración del poder de las antiguas clases explotadoras como para mantener la cohesión contra el peligro de desgarramiento resultante de las oposiciones entre las diferentes clases no explotadoras que siguen existiendo en ella.
El Estado del periodo de transición contiene varias diferencias con el de las sociedades anteriores:
– Por primera vez en la historia, es un Estado que no está al servicio de una minoría explotadora para oprimir la mayoría, sino que está al servicio de la mayoría compuesta de las clases y capas no explotadoras contra la minoría derrotada de las antiguas clases dominantes.
– no es la emanación de una sociedad y de relaciones de producción estables, sino de una sociedad cuya característica permanente es el trastorno constante en el que se producen las mayores transformaciones conocidas por la historia.
– No puede identificarse a ninguna clase económicamente dominante, al no existir clase de ese tipo en la sociedad del periodo de transición.
– Contrariamente al Estado en las sociedades pasadas, el Estado del periodo de transición al comunismo ya no tiene el monopolio de las armas. Por esas razones con sus implicaciones los marxistas han hablado siempre de semi-Estado a su respecto.
Pero el Estado conserva ciertas características de los del pasado. Sigue siendo el órgano des estatus-quo, encargado de codificar, legalizar un estado económico ya existente, sancionarlo, darle fuerza de ley para que su aceptación sea obligatoria por todos los miembros de la sociedad. Durante el periodo de transición, el Estado tendrá tendencia a conservar el estado económico existente y, por ello, seguirá siendo un órgano fundamentalmente conservador, con tendencias a:
– no a favorecer la transformación social, sino a oponerse a ella;
– mantener las condiciones que le dan vida: la división de la sociedad en clases;
– colocarse por encima de la sociedad, imponerse a ella y perpetuar su propia existencia y desarrollar sus prerrogativas;
– unir su existencia con la coerción, la violencia que utiliza necesariamente durante el periodo de transición, tendiendo a reforzar y mantener ese tipo de regulación de las relaciones sociales;
– ser un caldo para la formación de una burocracia, proporcionando un lugar de concentración a los tránsfugas de las antiguas clases y a los ejecutivos que había destruido la revolución.
Por ello el Estado del periodo de transición siempre ha sido considerado por los marxistas como una “calamidad”, un “mal necesario” del que se ha de “limitar los aspectos más nefastos” (Engels). Todas esas razones permiten deducir que, contrariamente a lo que ocurrió por el pasado, la clase revolucionaria no puede identificarse al Estado del periodo de transición.
Por otro lado, el proletariado no es una clase económicamente dominante. No lo es en el capitalismo, no lo será en la sociedad transitoria. No posee en ésta ninguna economía, ninguna propiedad aunque sea colectiva, sino que lucha a favor de la desaparición de la economía, de la propiedad. Por otro lado, el proletariado, como clase portadora del comunismo, motor del trastorno de las condiciones económicas y sociales de la sociedad transitoria, choca contra el órgano que tiende por su lado a perpetuar esas condiciones. Por esto no se puede hablar de “Estado socialista”, como tampoco de “Estado obrero” o “proletario” durante el periodo de transición.
Ese antagonismo entre proletariado y Estado se manifiesta tanto sobre el plano inmediato como en el histórico.
En el plano inmediato, el proletariado tendrá que oponerse a las intrusiones y la presión del Estado como manifestación de una sociedad en la que perduran clases con intereses antagónicos.
En el plano histórico, la necesaria extinción del Estado en el comunismo, ya puesta en evidencia por el marxismo, no será el resultado de su propia dinámica sino el fruto de la presión del proletariado que lo despojará progresivamente de todos sus atributos a medida de la evolución hacia la sociedad sin clases.
Por todas esas razones, el proletariado debe servirse del Estado durante el periodo de transición, pero debe conservar su total independencia con respecto a él. La dictadura del proletariado no se confunde entonces con el Estado. Entre ambos existe una relación de fuerzas constante que el proletariado tendrá que mantener a su favor: el proletariado ejerce su dictadura por medio de sus organización general, unitaria, independiente y armada: los consejos obreros, que participan como tales en los soviets territoriales (en los que está representado el conjunto de la población no explotadora y de la que emana la estructura estatal) si confundirse con ellos, para afirmar una hegemonía de clase sobre todas las estructuras de la sociedad del periodo de transición.
Marzo 1979
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La proliferación de luchas de liberación nacional por todo el planeta, el creciente número de guerras locales entre Estados capitalistas, la carrera acelerada de preparativos de ambos bloques imperialistas para un postrer enfrentamiento, todos esos fenómenos que expresan la irreversible descomposición de la economía mundial capitalista hacen que sea cada día más importante para los revolucionarios, el explicar claramente lo que es el imperialismo. Los marxistas han afirmado que vivimos, desde hace 70 años, en la época de decadencia imperialista y han procurado sacar todas las consecuencias de ese hecho para la lucha de clases.
Sin embargo, y en particular con la contrarrevolución que cayó sobre el proletariado en los años 20, la tarea histórica de definir el imperialismo ha sido algo duramente entorpecido por el triunfo casi completo de la ideología burguesa bajo cualquiera de sus formas. Y de ahí que el significado del término IMPERIALISMO haya sido desvirtuado y vaciado de su contenido verdadero.
Esa labor embaucadora ha sido llevada a cabo en varios frentes. Primero, por los ideólogos burgueses tradicionales, quienes proclaman que el imperialismo se terminó con la transformación del “Imperio” británico en “Commanwealth” o con el abandono de las colonias por parte de las grandes potencias. También, por batallones de sociólogos, economistas y demás parlanchines de universidad, que se enfrentan a base de escritos, ensayos y otra literatura indigesta sobre el “Tercer Mundo”, sobre “Estudios para el desarrollo”, o sobre “el despertar del nacionalismo en las colonias”. Pero la palma de la patraña se la llevan los “marxistas” de la izquierda capitalista que protestan ruidosamente contra los crímenes del imperialismo americano, pretendiendo que Rusia y China son potencias antiimperialistas e incluso anticapitalistas. Y este lavado de cerebro concentrado y embrutecedor también ha alcanzado al movimiento revolucionario.
Así, algunos revolucionarios, quebrantados por los “descubrimientos” de los especialistas burgueses han acabado por dejar de referirse a las maquinaciones imperialistas del capitalismo, considerando al imperialismo como fenómeno trasnochado, superado en la historia del capitalismo. Otros, con sus esfuerzos por resistir a las trampas de la ideología burguesa, no han hecho sino transformar lo escrito por marxistas anteriores, en santas escrituras. Esto ocurre con los bordiguistas, por ejemplo, quienes aplican mecánicamente las “cinco características básicas del imperialismo” de Lenin al mundo de ahora, desdeñando toda la evolución que ha habido en los últimos sesenta años.
Y los marxistas no pueden ni ignorar la tradición teórica de la que han salido, ni transformarla en dogma. Lo que importa es asimilar de modo crítico a los clásicos del marxismo y explicar las contribuciones más importantes a un análisis de la realidad actual.
El propósito de este texto es el de aclarar el significado real y contemporáneo de la fórmula elemental de que en nuestra época el imperialismo domina el planeta entero y explicar el contenido de la afirmación de la Plataforma de la CCI: “el imperialismo se ha convertido en modo de supervivencia de cualquier nación sea esta grande o pequeña”, mostrar que, en el capitalismo moderno, todas las guerras tienen carácter imperialista, menos una : la guerra civil del proletariado contra la burguesía. Pero para todo eso, primero hay que volver a los debates sobre el imperialismo dentro del movimiento obrero.
En el periodo que acabó en la Primera Guerra Mundial, dentro de la Socialdemocracia, la cuestión “teórica” del imperialismo fue una frontera que separaba el ala revolucionaria, internacionalista, de todos los elementos reformistas y revisionistas del movimiento obrero. Y cuando la guerra se declara, la postura sobre el imperialismo será determinante para saber de qué lado de la barricada estaba cada uno. Era una cuestión fundamentalmente práctica, pues de ella dependía toda la actitud respecto a la guerra imperialista y respecto a las convulsiones revolucionarias que la guerra había provocado.
Había ciertos puntos clave sobre la cuestión, puntos sobre los cuales todos los marxistas revolucionarios estaban de acuerdo. Esos puntos siguen siendo hoy, la base de cualquier definición marxista del imperialismo.
1) Los marxistas, que definían el imperialismo como producto específico de la sociedad capitalista, atacaban duramente las ideologías burguesas más abiertamente reaccionarias que decían que el imperialismo era casi como una necesidad biológica, una expresión del deseo del hombre de territorios y conquistas, esa especie de teorías que hoy vuelven a florecer en nociones como la de “imperativo territorial” que “venden” zoólogos sociales del estilo de Robert Ardrey y Desmond Morris. Los marxistas luchaban con igual firmeza contra los temas racistas de “la tarea civilizadora del hombre blanco” y contra todas las confusas amalgamas para justificar las políticas de conquista y de anexión de todo tipo de formas sociales. Como decía Bujarin:
“(…) Una última “teoría”, ampliamente difundida, del imperialismo, lo define como una política de conquista en general. Desde este punto de vista se puede hablar tanto del imperialismo de Alejandro de Macedonia y de los conquistadores españoles como de Cartago y de Juan III, de la antigua Roma y de la América moderna, de Napoleón y de Hindenburg.
Cualquiera que sea su simplicidad, esta teoría no es menos falsa. Lo es porque ella “explica” todo, es decir, nada, en realidad.
(…) Es evidente que se puede decir otro tanto de la guerra. La guerra es un medio de reproducción de ciertas relaciones de producción. (nota: en el libro cursiva de Bujarin) La guerra de conquista es un medio de reproducción ampliada de estas relaciones. Ahora bien, dar a la guerra la simple definición de guerra de conquista es completamente insuficiente, por la sencilla razón de que lo esencial no queda indicado, es decir, cuáles son las relaciones de producción que esta guerra afirma y extiende y cuál es la base que está llamada a ampliar una política de “rapiña”.” (Bujarin.- La Economía mundial y el Imperialismo.- Editorial siglo XIX, Cuadernos del Pasado y del Presente, p. 143). (nota: La editorial es siglo XXI y son Cuadernos de Pasado y Presente, 2ª edición, 1973).
Aunque dijera Lenin que “la política colonial y el imperialismo existían ya antes de la fase última del capitalismo. Roma cuya sociedad se basaba en la esclavitud, mantuvo una política colonial y ejerció el imperialismo”, este, de acuerdo con Bujarin, añade: “Pero los razonamientos “generales” sobre el imperialismo, que olvidan o relegan a segundo término la diferencia radical entre las formaciones económico-sociales, se convierten inevitablemente en trivialidades vacuas o en jactancias…” (Lenin.- El Imperialismo, Fase superior del capitalismo.- Ed. Progreso, p. 759).
2) Los marxistas definen el imperialismo como necesidad para el capitalismo, como resultado directo del proceso de acumulación, de las leyes inherentes al capital. En una fase determinada del desarrollo del capital, era el único medio que permitía al sistema prolongar su existencia. Es decir que era algo irreversible. La explicación del imperialismo como plasmación de la acumulación del capital es más clara en unos marxistas que en otros (sobre esto hemos de volver), pero todos ellos rechazaban las tesis de Hobson, Kautsky y otros que consideraban al imperialismo como una simple “política” escogida por el capitalismo o, más bien, por ciertas fracciones del capitalismo. Estas tesis venían lógicamente acompañadas de la idea de que se podía probar que el imperialismo era una mala política, costosa y a corto plazo, y que se podía convencer al menos a los sectores “ilustrados” de la burguesía que era mejor llevar a cabo una política generosa y no imperialista. Todo eso abría el camino a todas clases de recetas reformistas, pacifistas, con la intención de hacer al capitalismo menos brutal y agresivo. Kautsky llegó incluso a desarrollar la idea de que el capitalismo evolucionaba gradual y pacíficamente hacia una fase de “ultra imperialismo”, que se fusionaría en un sólo y gran trust sin antagonismos y del que desaparecerían las guerras. Contra semejante visión utópica (que volvió a encontrar adeptos durante el boom que vino tras la Segunda Guerra Mundial, en Paul Cardan y gente por el estilo), los marxistas insistían en el hecho de que, lejos de representar una superación de los antagonismos capitalistas, el imperialismo expresaba la agudización cada vez mayor de ellos. La época imperialista era inevitablemente una época de crisis mundial, de despotismo político y de guerra mundial.
2) Enfrentado a esa perspectiva catastrófica, el proletariado solo puede contestar con la destrucción revolucionaria del capitalismo.
3) El imperialismo estaba por lo tanto considerado como una fase específica de la existencia del capital. Su última fase.
Aunque pueda hablarse de imperialismo británico y francés en la primera parte del siglo XIX, la fase imperialista del capital, en tanto que sistema mundial, no empieza verdaderamente antes de los años 1870, momento en que varios capitales nacionales fuertemente centralizados y concentrados empiezan a entrar en competencia por la posesión de colonias, por esferas de influencia y el dominio del mercado mundial. Como dijo Lenin: “Uno de los rasgos esenciales del imperialismo es la rivalidad entre grandes potencias por tener la hegemonía.” (Lenin. - Imperialismo…).
EL IMPERIALISMO es, por lo tanto y esencialmente, una RELACIÓN DE COMPETENCIA ENTRE LOS ESTADOS CAPITALISTAS EN DETERMINADO ESTADIO DE LA EVOLUCIÓN DEL CAPITAL MUNDIAL.
Y yendo más lejos, la evolución de esta relación puede también ser separada en dos fases distintas que están directamente ligadas a los cambios del medio mundial en el que se sitúa la competencia imperialista.
“El primer periodo del imperialismo comprende el último cuarto del siglo XIX y viene después de las guerras nacionales por medio de las cuales se había cimentado la constitución de grandes Estados nacionales, y de las cuales, la franco-prusiana marcó el último extremo.
Si ya el largo período de depresión económica que vino después de la crisis de 1873 llevaba en germen la decadencia del capitalismo, éste pudo, sin embargo, usar las cortas reanudaciones que marcaron aquella depresión para, en cierto modo, rematar la explotación de los territorios y de los pueblos atrasados.
El capitalismo en su búsqueda enfebrecida de materias primas y de compradores que no fuesen ni capitalistas, ni asalariados, esquilmó, diezmó y asesinó a las poblaciones de las colonias. Fue la época de la penetración y extensión en Egipto y África del Sur, de Francia en Marruecos, Túnez y Tonkín, de Italia en el este africano, en las fronteras de Abisinia, de la Rusia zarista en Asia central y Manchuria, de Alemania en África y Asia, de los EE.UU. en Filipinas y Cuba y, por fin, del Japón en el continente asiático.
Pero una vez terminado el reparto entre esos grandes agrupamientos capitalistas de las mejores tierras, de las riquezas explotables, de las zonas de influencia, en fin, de todos los rincones del mundo en donde se pudiera robar trabajo que, transformado en oro, iría a engordar las arcas de los bancos nacionales de las metrópolis entonces también se terminaba la misión progresiva del capitalismo… y es indudable que entonces tendría que abrirse la crisis general del capitalismo”. (“El problema de la Guerra”. Escrito por Jehan, militante de la Izquierda Comunista en Bélgica).
La fase inicial del imperialismo, aun dando ya una idea de lo que sería la decadencia del capitalismo, al llevar miseria y matanzas a las poblaciones de las regiones coloniales, tenía cierto aspecto progresivo en la medida en que establecía la dominación del capital a escala mundial, condición previa a la revolución comunista. Pero una vez ese dominio del mundo cumplido, el capitalismo deja de ser un sistema progresivo, y la barbarie que hicieron soportar a los pueblos colonizados vuelve de rebote al corazón del sistema, lo cual queda plasmado en la Primera Guerra Mundial.
“El imperialismo actual no es, en el esquema de Bauer, el preludio de la expansión del capital, sino el último capítulo de su proceso histórico de expansión: es el período de la concurrencia general mundial de los Estados capitalistas que se disputan los últimos restos del medio no capitalista de la Tierra. En esta fase última, la catástrofe económica y política es un elemento vital, una forma normal de existencia del capital lo mismo que lo era en la “misma acumulación primitiva” de su fase inicial. De la misma manera que el descubrimiento de América y de la ruta marítima hacia la India no sólo significaron un avance prometeico del espíritu y de la civilización humanos tal como aparece en la leyenda liberal, sino también, inseparablemente, una serie incontable de matanzas de los pueblos primitivos del Nuevo Mundo, y una interminable trata de esclavos en los pueblos de África y Asia. En la última fase imperialista, la expansión económica del capital es inseparable de la serie de conquistas coloniales y guerras mundiales que tenemos ante nosotros. La característica del imperialismo, última lucha por el dominio capitalista del mundo no es solo la particular energía y la expansión multilateral, sino –y éste es el síntoma específico de que el círculo de la evolución comienza a cerrarse- el rebote de la lucha decisiva por la expansión de los territorios que constituyen su objeto, a los países de origen. De esta manera, el imperialismo hace que la catástrofe, como forma de vida, se retrotraiga de la periferia de la evolución capitalista a su punto de partida. Después que la expansión del capital había entregado, durante cuatro siglos, la existencia y la civilización de todos los pueblos no capitalistas de Asia, África, América y Australia a incesantes convulsiones y aniquilamientos en masa, ahora precipita a los pueblos civilizados de Europa en una serie de catástrofes, cuyo resultado final sólo puede ser el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista.” (Rosa Luxemburgo. - La Acumulación del Capital Editorial Grijalbo, México 1967, Pág. 452l.- En el apéndice “Una Anticrítica. La acumulación del capital o en que han convertido los epígonos la teoría de Marx”)).
El capitalismo en su fase imperialista final entra en “la era de guerras y revoluciones”, como así lo afirmó la Internacional Comunista, una era en que la humanidad está enfrentada a la estricta alternativa de socialismo o barbarie. Para la clase obrera, esta época significa erosión de todas las reformas ganadas en el siglo XIX y principios del XX, y una agresión creciente contra su nivel de vida por la austeridad y la guerra. Políticamente, esta época significa destrucción o recuperación de las organizaciones de la clase y la opresión despiadada del Estado-monstruo imperialista, Estado obligado por la lógica de la competencia imperialista y por la descomposición del edificio social, a tomar a cargo todos los aspectos de la vida social, económica y política. De ahí que, encarada al desastre de la Primera Guerra Mundial, la Izquierda Revolucionaria sacará la conclusión de que el capitalismo había agotado definitivamente su papel en la historia y que, por lo tanto, la tarea inmediata de la clase obrera era la de “transformar la guerra imperialista en guerra civil”, de derribar al capitalismo al único nivel apropiado: el sistema capitalista mundial. Eso implicaba, claro está, la ruptura total con los traidores de la Socialdemocracia quienes, tal como Scheideman, Millerand y demás ralea, se habían convertido en abogados patrioteros de la guerra imperialista, también con los “social pacifistas” como Kautsky, quienes seguían propalando la ilusión de que el capitalismo podía existir sin imperialismo, sin dictadura, terror o guerra.
Hasta ese punto no podía haber desacuerdo entre los marxistas y, de hecho, esos puntos básicos eran suficientes para el agrupamiento de la vanguardia revolucionaria en la Internacional Comunista.
Pero los desacuerdos de entonces y que sigue habiendo hoy en el movimiento revolucionario, surgieron cuando los marxistas se pusieron a analizar más precisamente las fuerzas motrices del imperialismo y de sus manifestaciones concretas, y cuando sacaron las consecuencias políticas de ese análisis. Los desacuerdos tendían a corresponder a las diferentes teorías de la crisis del capitalismo y del declive histórico del sistema, puesto que el imperialismo era, y en eso todos estaban de acuerdo, la tentativa del capital para superar sus mortales contradicciones. Bujarin y Rosa Luxemburgo, por ejemplo, insistieron, en sus teorías de las crisis, en contradicciones diferentes y por lo tanto diferían en cuanto a la fuerza motor de la expansión capitalista. Este debate se complicó aún más por el hecho de que el grueso de los trabajos de Marx sobre cuestiones económicas se había escrito antes de que el imperialismo estuviera asentado, de manera que esa “laguna” en su trabajo acarreó interpretaciones diferentes de cómo había que aplicar lo escrito por Marx al análisis del imperialismo. No podemos tratar en este artículo sobre todos los debates acerca de la crisis y del imperialismo, muchos de los cuales ya han quedado resueltos. Lo que sí abordaremos, aunque sea brevemente son las dos grandes definiciones de imperialismo que se desarrollaron en esa época: la de Lenin-Bujarin, y la de Rosa Luxemburgo, y analizaremos como se adaptan tanto a aquella situación, como a la actual. Trataremos igualmente de precisar nuestro propio concepto del imperialismo hoy.
Para Lenin, los rasgos esenciales del imperialismo eran:
1) Concentración de la producción y del capital llega hasta un grado tan elevado de desarrollo que crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica.
2) La fusión del capital bancario con el industrial y la creación sobre la base de este “capital financiero” de la oligarquía financiera.
3) La exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande
4) La formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, que se reparten el mundo y
5) La terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.
(Lenin, «El Imperialismo: Fase superior del capitalismo»,
Aunque la definición que hace Lenin del imperialismo tiene indicaciones importantes, su principal debilidad consiste en que describe más bien algunos efectos del imperialismo, pero no analiza las raíces de éste en el proceso de acumulación. La evolución orgánica o intensiva del capital hacia unidades cada vez más concentradas y el desarrollo geográfico o extensivo del campo de actividad del capital (es decir la búsqueda de colonias, el reparto territorial del planeta) son, básicamente, expresiones de su proceso interno de acumulación. Lo que obligan al capital nacional a buscar nuevas salidas que sean rentables para la inversión del capital y a ampliar constantemente el mercado para sus mercancías, es la creciente composición orgánica del capital con la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y el estrechamiento del mercado interior.
Y aunque la dinámica profunda del imperialismo no cambia en lo sustancial, las manifestaciones externas de dicha dinámica si se van modificando, por lo que muchos aspectos de los referidos por Lenin en su definición del imperialismo no se ajustan hoy a la realidad, y podemos decir incluso que tampoco lo hacían cuando elaboró su concepción. Así, por ejemplo, en el período en que el capitalismo parecía dominado por una “oligarquía financiera” y por “grupos de monopolios internacionales”, se estaba entrando, con la 1ª Guerra Mundial, en una nueva fase: la era del capitalismo de Estado, de la economía de guerra permanente. En la época de las rivalidades ínter imperialistas crónicas en el mercado mundial, el conjunto de cada capital nacional tiende a concentrarse en torno al aparato de Estado, el cual subordina y disciplina a todas las fracciones particulares del capital para hacer posible su supervivencia militar y económica.
Bujarin tuvo más claridad que Lenin para comprender que el capitalismo había entrado en una nueva etapa de luchas violentas entre «los trust capitalistas de Estado» nacionales (ver «La Economía Mundial y el Imperialismo» de Bujarin en Editorial Siglo XXI), pero aún seguía prisionero de la idea de la relación entre imperialismo y capital financiero, por lo que sus “trust capitalistas de Estado” aparecen como meros instrumentos de la oligarquía financiera, cuando la realidad es que es el Estado quien se constituye en el órgano dirigente supremo en nuestra época. Es más, como señaló Bilan:
«Definir el imperialismo como “producto del capital financiero” tal y como hace Bujarin, supone establecer una falsa filiación y, sobre todo, perder de vista el origen común de esos dos procesos del proceso capitalista: la producción de plusvalía » (Bilan nº 11, pág. 387).
Las incomprensiones de Lenin sobre el significado del capitalismo de Estado iban a acarrear graves consecuencias políticas en muchos terrenos: ilusiones a propósito del carácter supuestamente progresista de ciertos aspectos del capitalismo de Estado que fueron aplicados, con consecuencias desastrosas, por los bolcheviques en la Revolución rusa; la incapacidad para ver la integración de las antiguas organizaciones obreras en el Estado, dejándose en cambio llevar por interpretaciones como la teoría de la “aristocracia obrera”, o la de los “partidos obreros-burgueses” y los “sindicatos reaccionarios” a los que veía sin embargo separados de la maquinaria estatal. El verdadero problema entonces no era que esas organizaciones tuvieran jefes traidores que fueran corrompidos por las “súper ganancias imperialistas”, sino que el conjunto de esos aparatos se había incorporado al coloso que es el aparato de Estado. Las conclusiones tácticas derivadas de esas teorías erróneas son bien conocidas: Frente Único, trabajo en los sindicatos, …
Asimismo, la insistencia de Lenin en que las posesiones coloniales eran un rasgo distintivo e incluso indispensable del imperialismo tampoco ha resistido el paso del tiempo. Sus previsiones de que la pérdida de las colonias, acelerada por las revueltas nacionales en esas regiones, sacudiría hasta sus cimientos el sistema imperialista se han demostrado erróneas. Lo cierto es que éste se ha adaptado muy fácilmente a la “descolonización”, que lo único que ha plasmado ha sido el declive de las antiguas potencias imperialistas y el triunfo de gigantes imperialistas que, precisamente, no estaban lastrados por un gran número de colonias cuando la 1ª Guerra Mundial. Por ello, tanto EE.UU. como Rusia, pudieron desarrollar una política cínica de “anticolonialismo” para llevar a cabo sus propios objetivos imperialistas, apoyándose en movimientos nacionales, trasformado estos rápidamente en guerras ínter imperialistas en la que los “pueblos” de estas regiones eran meros peones.
La teoría del imperialismo de Lenin se hizo posición oficial de los bolcheviques y de la Internacional Comunista, sobre todo en cuanto a la cuestión nacional y colonial, dónde precisamente, estos errores teóricos tendrían más graves consecuencias. Dado que la definición del imperialismo se basa en sus manifestaciones superestructurales, es lógico dividir el mundo entre naciones imperialistas, opresoras, y naciones no imperialistas y oprimidas. E incluso, para ciertas potencias imperialistas, “dejar de serlo”, cuando desaparecen algunas de esas características. Al mismo tiempo se desarrolló la tendencia a borrar las diferencias de clase en las “naciones oprimidas” y a defender que el proletariado, en tanto que “adalid de la nación” de todos los oprimidos, debía aliarse precisamente con las naciones oprimidas tras su estandarte revolucionario. Es verdad que esta posición se aplicaba, sobre todo, a las colonias, pero no es menos cierto que Lenin, en su crítica al «Folleto de Junius» de Rosa Luxemburgo, defendió la idea que incluso los países capitalistas desarrollados de la Europa moderna podrían, en determinadas circunstancias, mantener una guerra legítima por la independencia nacional.
Durante la 1ª Guerra Mundial esta idea ambigua no tuvo consecuencias, gracias a la correcta valoración por parte de Lenin de que el contexto imperialista global de la guerra impedía al proletariado apoyar políticas de independencia nacional de ninguno de los contendientes. Pero las debilidades de esta teoría se pusieron en seguida de manifiesto tras la guerra y, sobre todo, con el declinar de la oleada revolucionaria y el aislamiento del Estado ruso. La idea de que las “naciones oprimidas” luchaban contra el imperialismo quedó desmentida por los hechos mismos en Finlandia, Europa Oriental, en Persia, en Turquía y en China[1], países estos en los que los intentos de llevar a cabo políticas de “autodeterminación nacional”, y de “frentes únicos antiimperialistas” resultaron impotentes para impedir que las burguesías locales se aliaran con potencias imperialistas y que aplastaran toda tentativa de revolución comunista. Sin duda alguna la aplicación más grotesca de las ideas presentadas por Lenin en su «Acerca del Folleto de Junius», fue la experiencia “nacional bolchevique” en Alemania en 1923, basada en la peregrina idea de que Alemania había dejado de ser, de repente, potencia imperialista pues había perdido sus colonias y estaba siendo saqueada por la Entente, por lo que sí convendría una alianza con ciertos sectores de la burguesía. Está claro que no hay continuismo alguno entre las debilidades teóricas de Lenin y esas traiciones absolutas. Entre ambas, media todo un proceso de degeneración. Es importante, sin embargo, que los comunistas demostremos que son precisamente los errores de los revolucionarios del pasado, los que pueden servir a los partidos en degeneración o contrarrevolucionarios para justificar su traición. No es casualidad que la contrarrevolución -tanto en su forma estalinista, maoísta o trotskista- se refieran continuamente a las teorías de Lenin sobre el imperialismo o la liberación nacional, para “probar” que Rusia o China no son imperialistas, o el sempiterno discurso de los izquierdistas escudándose en el ¿dónde están los monopolios y las oligarquías financieras en la URSS? También lo utilizan para reivindicar su apoyo a muchas camarillas de los países subdesarrollados en su “lucha antiimperialista”. Está claro que esos grupos deforman y corrompen gran cantidad de aspectos de la teoría de Lenin, pero también es verdad que los comunistas no deben tener reparo en admitir que hay muchos elementos en los conceptos de Lenin que pueden ser tomados por esas fuerzas de extrema izquierda de la burguesía sin cambiarles una coma. Y que son precisamente esos elementos los que tenemos que ser capaces de criticar.
En la teoría de Lenin se encuentra prácticamente implícito que la expansión imperialista tiene sus raíces en el proceso de acumulación, en la necesidad de compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia mediante la obtención de mano de obra barata y materias primas en las regiones coloniales. Esto lo deja más claro Bujarin, y no es casualidad por ello que el análisis más riguroso del imperialismo por parte de éste estuviera acompañado, al menos al principio, de una posición también más clara sobre la cuestión nacional. Durante la 1ª Guerra Mundial y los primeros años de la Revolución Rusa, Bujarin estuvo en contra de la posición de Lenin sobre la autodeterminación nacional, aunque luego cambió de posición. Fue por tanto la tesis de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional, enlazada estrechamente con su teoría del imperialismo, la que acabó siendo más consistente[2].
Sin duda la necesidad de compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia fue un factor de primer orden en el imperialismo, ya que este empieza precisamente cuando un gran número de capitales nacionales de elevada composición orgánica entran en el mercado mundial. Pero pensamos, aunque no podamos tratar este tema extensamente aquí[3], que las explicaciones del imperialismo referidas más o menos exclusivamente a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, adolecen de dos grandes dificultades:
1).- Tales explicaciones dan una idea del imperialismo como si este sólo concerniera a los países muy desarrollados, países de elevada composición orgánica del capital, obligados a exportar capital para compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Esta idea ha alcanzado en el grupo CWO (Communist Worker´s Organisation – Organización Comunista de los Trabajadores – que publica “Revolutionary Perspectives”) cotas verdaderamente caricaturescas, ya que la CWO asimila imperialismo con independencia política y económica, concluyendo por tanto que hoy en día no hay más que dos potencias imperialistas en todo el mundo: los EE.UU. y la URSS, puesto que son los únicos verdaderamente “independientes”, mientras los demás países sólo tendrían tendencias imperialistas que nunca llegarían a materializarse. Esto es resultado de examinar el problema desde el punto de vista y no desde el del capital global. Como ya subrayaba Rosa Luxemburgo:
«La política imperialista no es propia de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable que no puede entenderse más que en sus relaciones recíprocas y que ningún Estado puede evitar» (“La crisis de la socialdemocracia”, conocido también como “Folleto de Junius”).
Con esto no queremos decir que las conclusiones que saca la CWO sean la consecuencia inevitable de su explicación del imperialismo a partir de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Si tomamos el punto de vista del capital global, resulta claro que, si la tasa de ganancia de los países más adelantados es lo que determina la tasa de ganancia global, las acciones imperialistas resultantes de los países adelantados tendrán también repercusiones en los capitales más débiles. Pero si se considera, de verdad, el problema desde el punto de vista del capital global aparece otra contradicción del ciclo de acumulación: la incapacidad del capital global para extraer toda la plusvalía en el interior de sus propias relaciones de producción. Este problema, planteado por Rosa Luxemburgo en “La Acumulación de Capital”, fue negado tanto por Lenin y Bujarin como por sus seguidores, que lo consideraron como una herejía para el marxismo. Lo cierto, sin embargo, es que no es difícil demostrar la preocupación de Marx por ese mismo problema[4]:
«Cuanto más se desarrolla la producción capitalista tanto más está obligada a producir a una escala que no tiene nada que ver con la demanda inmediata, sino que depende de una continua expansión del mercado mundial. Ricardo recurrió al postulado, rebatido por Say, de que los capitalistas no producen para sacar ganancia, plusvalía, sino que producen valores de uso directamente para el consumo, para su propio consumo. Aquel se olvida de que la mercancía tiene que convertirse en dinero. El consumo de los obreros no es suficiente, puesto que precisamente la ganancia tiene su origen en que el consumo obrero es menor que el valor de su producto, y que aquella es tanto mayor cuanto más pequeño es, relativamente, el consumo. El consumo de los capitalistas mismos es también insuficiente» (En “Historia crítica de la teoría de la plusvalía – 2ª parte, cap. XVIº: La Teoría de Ricardo sobre la ganancia”).
Por tanto, cualquier análisis serio del imperialismo, tendrá que tomar en cuenta esa necesidad de “expansión constante del mercado mundial”. Una teoría que no tenga en cuenta ese problema no puede explicar por qué fue precisamente en la época en que el mercado mundial fue incapaz de seguir expansionándose, tras la integración de los sectores más importantes de la economía precapitalista en la economía capitalista mundial, es decir a principios del siglo XX, cuando el capitalismo se sumió en la crisis capitalista de su período de crisis imperialista final. La simultaneidad histórica de esos dos fenómenos ¿puede despreciarse como simple coincidencia? Si bien es cierto que todos los análisis marxistas del imperialismo vieron en la búsqueda de materias primas y de fuerza de trabajo barata, un aspecto central de la conquista colonial, sólo los análisis de Luxemburgo entienden la importancia decisiva de los mercados extra capitalistas que suponen las colonias y semi colonias, y que ofrecen el terreno para “una expansión continua del mercado mundial” hasta los primeros años del siglo XX. Y, precisamente, este elemento es la “variable” en el análisis. El capital puede seguir encontrando fuerza de trabajo y materias primas baratas en las regiones subdesarrolladas. Esto es cierto tanto antes como después de la integración de las colonias y semi colonias en la economía capitalista mundial, tanto en la fase de auge como en la de declive capitalista.
Pero, por un lado, la demanda global de esas regiones deja de ser “extra capitalista”; y, por otro, esa demanda es integrada en las relaciones de producción capitalistas. Al capital global no le quedan pues nuevos mercados donde realizar la fracción de la plusvalía destinada a la acumulación. Ha perdido su capacidad para extenderse continuamente en el mercado mundial. Ahora, las “regiones coloniales” son también productoras de plusvalía en competencia con la metrópoli. La fuerza de trabajo y las materias primas de esas regiones seguirán siendo baratas, seguirán siendo provechosas áreas de inversión, pero ya no pueden servirle al capital mundial para resolver los problemas de realización, ya que ellas también forman parte del problema. Y, además, esa capacidad de extender el mercado mundial en el grado exigido por el desarrollo de la productividad anula para la burguesía precisamente una de las tendencias contra restantes de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, esto es el crecimiento de la masa de ganancias mediante la producción y venta de una cantidad siempre creciente de mercancías. Quedan así confirmadas las previsiones del “Manifiesto Comunista”:
«Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence la burguesía estas crisis? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace pues? Preparando crisis, más extensas y violentas, y disminuyendo los medios de prevenirlas» (Marx y Engels: “Manifiesto del Partido Comunista”).
Y es la teoría de Rosa Luxemburgo, la que mejor continúa la obra de Marx.
«El imperialismo es la expresión política del proceso de la acumulación del capital en su lucha por conquistar los medios no capitalistas que no estén aún agotados. Geográficamente, estos medios abarcan, todavía hoy, los más amplios territorios del planeta. Pero comparados con la potente masa del capital ya acumulado en los viejos países capitalistas, que pugna por encontrar mercados para su plus producto, y posibilidades de capitalización para su plusvalía; comparados con la rapidez con que hoy se transforman en capitalistas, territorios pertenecientes a culturas precapitalistas, o en otros términos, comparados con el grado elevado de las fuerzas productivas del capital, el campo parece pequeño para la expansión de éste. ¿Es esto lo que determina el juego internacional del capital en el escenario mundial? Dado el gran desarrollo y la concurrencia cada vez más violenta de los países capitalistas para conquistar territorios no capitalistas, el imperialismo aumenta su agresividad contra el mundo no capitalista, agudizando las contradicciones entre los países capitalistas en lucha. Pero cuanto más violenta y enérgicamente procure el capitalismo el hundimiento total de las civilizaciones no capitalistas, tanto más rápidamente irá minando el terreno a la acumulación del capital. El imperialismo es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un medio seguro para poner objetivamente final a su existencia. Con eso no se ha dicho que ese final se alcance plácidamente. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe» (Rosa Luxemburgo: “La Acumulación del Capital”.- pág 346. Ed. Grijalbo).
Como puede verse en este pasaje, la definición luxemburguista del imperialismo se centra en las bases del problema, es decir, en el proceso de acumulación y, más particularmente, en una fase de ese proceso como es el de la realización, y no tanto en las ramificaciones superestructurales del imperialismo. Por otra parte, demuestra que el resultado político de la expansión capitalista es la militarización de la sociedad y el fortalecimiento del Estado. De ahí el desgaste de la democracia burguesa y el desarrollo de formas claramente despóticas de la dominación capitalista, la bestial degradación del nivel de vida de los obreros para mantener el sector militar hipertrofiado de la economía. Aunque en “La Acumulación del Capital” aparecen ideas contradictorias sobre el militarismo, al que se le ve como parte del proceso de acumulación, lo cierto es que Luxemburgo acertaba al ver la economía de guerra como característica indispensable del capitalismo imperialista decadente.
Pero el análisis fundamental de la fuerza motor del imperialismo, en el análisis de Rosa Luxemburgo, fue objeto de numerosas críticas. La más importante es la que escribió Bujarin en su texto: “Imperialismo y Acumulación de Capital” (1924). Lo esencial de esta crítica ha encontrado recientemente eco en la CWO (véase el artículo “La Acumulación de las Contradicciones” en RP nº6). Vamos a contestar aquí a dos de las críticas más importantes de las realizadas por Bujarin. Para éste, la teoría de Rosa, según la cual el motor del imperialismo es la búsqueda de nuevos mercados, no distingue entre la época del imperialismo y otros períodos del capital:
«El capitalismo comercial y el mercantilismo, el capitalismo industrial y el liberalismo, el capitalismo financiero y el imperialismo, todas estas fases del desarrollo capitalista aparecen confundidas en el capitalismo como tal» (Bujarin: “Imperialismo y Acumulación,…”).
Y, para la CWO:
«(…) y su análisis del imperialismo basado en la “saturación de los mercados” es muy flojo e inadecuado. Si, tal como decía Rosa, (…) las metrópolis capitalistas contuvieran aún enclaves precapitalistas (siervos, campesinos) ¿por qué necesitaría el capitalismo extenderse hacia el exterior, lejos de las metrópolis capitalistas desde el principio de su existencia? ¿Por qué no integró desde sus inicios a esas capas en la relación capital-trabajo asalariado, si lo único que buscaba eran nuevos mercados? La explicación está no en la búsqueda de nuevos mercados, sino en la búsqueda de materias primas y máxima ganancia. Segundo, la teoría de R. Luxemburgo, implica que el imperialismo sería una característica permanente del capitalismo. Como el capitalismo, según Rosa, ha procurado siempre extender el mercado para acumular, su teoría no puede distinguir entre la expansión originaria de las economías del comercio y del dinero en los albores del capitalismo en Europa, y su posterior expansión imperialista (…) el capital mercantil era necesario para la acumulación originaria, pero es un fenómeno cualitativamente diferente de la manera como el capitalismo acumula una vez que se ha establecido como modo dominante de producción.» (RP nº 6, págs. 18 y 19).
En este pasaje la diatriba de la CWO contra el “luxemburguismo” supera incluso la acerba polémica de Bujarin. Antes de proseguir queremos aclarar algunos aspectos. En primer lugar, Rosa Luxemburgo jamás dijo que la expansión imperialista se debiera únicamente a la búsqueda de nuevos mercados, y sí describió claramente la búsqueda de nuevos mercados, pero también de mano de obra barata y de materias primas, como hace notar la propia CWO en esa misma página de ese mismo número de RP. En segundo lugar, es chocante que se quiera presentar la necesidad que tiene el capitalismo de «extender sus mercados para acumular», como si fuera un “descubrimiento” de Rosa, cuando fue una posición defendida ya por Marx contra Say y Ricardo, como hemos visto en la cita anterior. El mismo Bujarin, por otra parte, jamás negó que el imperialismo buscara nuevos mercados, sino que por el contrario lo consideró como una de las fuerzas motoras de la expansión imperialista:
«Hemos descrito los tres móviles fundamentales de la política de conquista de los Estados capitalistas modernos: la competencia creciente en el mercado de venta, en el mercado de las materias primas y en la esfera de inversión de capital (…) Esas tres raíces de la política del capital financiero representan, sin embargo, tres facetas de un mismo fenómeno, fenómeno que no es otra cosa que un conflicto entre el crecimiento de las fuerzas productivas y los límites “nacionales” de la organización de la producción» (Bujarin: “La Economía Mundial y el Imperialismo”).
Para Lenin, Bujarin y otros, lo que distingue la fase imperialista de la fase anterior, es que la exportación es de capitales y no de mercancías. Cabe preguntarse entonces ¿Ignoró Rosa esa distinción de lo que se deduciría que el imperialismo habría sido una característica del capitalismo desde sus orígenes?
Si nos referimos a los pasajes de Rosa Luxemburgo que hemos destacado y en particular a la larga cita de “Una Anticrítica” podemos comprobar que Rosa sí hacía una neta distinción entre la fase de acumulación primitiva y la fase imperialista, que es presentada, sin lugar a dudas, como una fase determinada del desarrollo capitalista.
No hay contradicción, de hecho, en el análisis de Rosa. El imperialismo propiamente dicho empieza a partir de 1870, cuando el capital llega a una nueva configuración significativa, o sea, un período en el que la formación de Estados nacionales en Europa y América del Norte ha terminado, y en el cual, en lugar de una Gran Bretaña “fábrica del mundo”, hay varias “fábricas” capitalistas nacionales desarrolladas que compiten entre sí por el dominio del mercado mundial, y no sólo por los mercados internos de los demás, sino también por el mercado colonial. Esta situación es la que provoca la depresión de los años 1870, «gérmenes de la decadencia capitalista», precisamente porque el declive del sistema es sinónimo de la división del mercado mundial entre capitales concurrentes y la transformación del capitalismo en un “sistema cerrado” en el cual el problema de la realización de la plusvalía se vuelve insoluble. Pero, desde luego, en los años 1870, seguía habiendo posibilidad de romper ese círculo cerrado y eso es lo que, en gran parte, explica la desenfrenada carrera por la expansión imperialista de aquella época.
Es cierto, como señala la CWO, que el capital ha buscado siempre mercados coloniales, pero esto no es ningún misterio, puesto que los capitalistas han tratado siempre de conseguir zonas de explotación rentables y de consecución de ventas, incluso cuando los mercados “domésticos” no estaban aún saturados. Sería absurdo pensar que el capitalismo ha seguido un curso de desarrollo regular como si los capitalistas se hubieran reunido y se hubiesen dicho: “ahora, primero, vamos a agotar todos los sectores precapitalistas de Europa, y luego nos vamos a extender a Asia, África luego, etc.” Sin embargo, en el desarrollo caótico del capitalismo, sí puede apreciarse una característica bien determinada. Primero, el saqueo de las colonias por el capitalismo naciente, y la utilización de ese saqueo para acelerar la revolución industrial en la metrópoli. Después, sobre la base del capitalismo industrial, un nuevo empuje en las regiones coloniales. Naturalmente, el primer período de expansión colonial no era una reacción a una sobreproducción interna, sino que se correspondía a las necesidades de la acumulación primitiva. No podemos empezar a hablar de imperialismo más que cuando la expansión colonial resulta ser una reacción a las contradicciones de una producción capitalista plenamente desarrollada. Así, podemos situar los comienzos del imperialismo en la época en que las crisis comerciales de mediados del siglo XIX actúan como aguijones de la expansión del capital británico hacia las colonias y semi colonias. Pero, como ya hemos dicho, el imperialismo, en el pleno sentido del término, implica relación de competencia entre Estados capitalistas. Y cuando el mercado de las metrópolis se ha dividido, de manera decisiva, entre varios gigantes capitalistas; entonces la expansión imperialista se convierte en necesidad inevitable para el capital. Esto es lo que explica la transformación rápida de la política colonial británica en la última parte del siglo XIX.
Con anterioridad a la depresión de los años 1870, antes de sufrir la creciente competencia por parte de USA y Alemania, los capitalistas británicos se preguntaban si las colonias existentes realmente valían lo que costaban, y dudaban si echarle o no mano a nuevas colonias. En esos años acabaron por convencerse de que Gran Bretaña necesitaba mantener y extender la política colonial. La carrera por las colonias de los finales del siglo XIX, no fue el resultado de una locura repentina de la burguesía, o de una orgullosa búsqueda de “prestigio nacional”, sino que fue una respuesta a una brutal contradicción del ciclo de acumulación: la concentración creciente del capital y el reparto del mercado en las metrópolis, lo que acentuaba a su vez, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y el desfase entre la productividad y los mercados con solvencia, es decir la realización de plusvalía.
Que la mayor parte del comercio mundial de aquella época se diese entre metrópolis capitalistas no contradice la idea de que la tendencia a abrir nuevos mercados fuese un factor de la expansión imperialista, contrariamente a lo que afirma la CWO (RP nº 6, pág. 19). Como Rosa Luxemburgo ya destacó:
«Y, al paso que, con el desarrollo internacional del capitalismo, la capitalización de la plusvalía se hace cada vez más apremiante y precaria, resulta que la amplia base del capital constante y variable, como masa, es cada vez más potente en términos absolutos, así como en relación a la plusvalía. De aquí un hecho contradictorio: los antiguos países capitalistas constituyen mercados cada vez mayores entre sí, y son cada vez más indispensables los unos para los otros, mientras, al mismo tiempo, pelean cada vez más fieramente, como competidores, en sus relaciones con los países no capitalistas».
Los mercados “exteriores” suponían para el capital global como un lugar con aire fresco en una cárcel cada vez más fuerte y más poblada. Cuanto menos aire fresco hay en relación a la superpoblación de la cárcel, tanto más desesperadamente se lanzan los presos en su busca.
Que también durante ese período hubiese un claro crecimiento de las exportaciones de capital no significa que la expansión imperialista no tenga nada que ver con el problema de los mercados. La exportación de capital a las colonias era necesaria no sólo porque permitía al capitalismo producir con una mano de obra más barata, aumentando así la cuota de ganancia; sino también porque así ampliaba el mercado mundial:
a) porque la exportación de capitales incluye la exportación de bienes de producción, que son también una mercancía que hay que vender.
b) porque la exportación de capital ya sea como capital monetario para la inversión o como bienes de producción, servía para ampliar el conjunto del mercado para la producción capitalista, instalándose en nuevas regiones e integrando cada vez más compradores en su órbita. El ejemplo más patente fue el de la construcción de ferrocarriles, los cuales sirvieron para extender la venta de mercancías capitalistas a millones y millones de nuevos compradores.
El problema del mercado es básico para explicar una de las características más evidentes de la manera como el imperialismo ha extendido la producción capitalista por el mundo, o sea la “creación” del subdesarrollo, pues lo que querían los imperialistas era un mercado sumiso, es decir un mercado de compradores que no acabaran compitiendo con la metrópolis, al convertirse también ellos en productores capitalistas. De ahí ese fenómeno contradictorio por el cual el imperialismo exportó el modo de producción capitalista, destruyendo sistemáticamente todas las formas económicas precapitalistas, pero, a la vez, frenando el desarrollo del capitalismo indígena, saqueando despiadadamente las economías de las colonias, subordinando su desarrollo industrial a las necesidades específicas de la economía metropolitana, y apoyándose para ello en el personal más reaccionario y sumiso de las clases dominantes indígenas. Por ello, y contradiciendo las previsiones de Marx, el capitalismo no creó un reflejo de sí mismo en las regiones coloniales. En las colonias y semi colonias no iban a prosperar capitales nacionales independientes, plenamente formados con su propia revolución burguesa y su base industrial sana; sino más bien burdas caricaturas de los capitales metropolitanos, debilitadas por el peso de jirones descompuestos de modos de producción anteriores, industrializados de forma caótica y aberrante al servicio de capitales foráneos, y con burguesías débiles y caducas de nacimiento tanto en lo económico como en lo político. El imperialismo fabricó el subdesarrollo que ya, para siempre, será incapaz de abolir, al mismo tiempo que se aseguraba definitivamente la imposibilidad de revoluciones burguesas en los países atrasados.
En gran parte pues, las repercusiones profundas del desarrollo del imperialismo, que hoy son demasiado evidentes en un “Tercer Mundo” que se hunde en la barbarie, tienen sus orígenes en la política imperialista de utilizar las colonias y semi colonias para resolver el problema de los mercados.
2.- Según Bujarin, la definición que Rosa Luxemburgo hacía del imperialismo implicaba que éste dejaría de existir en cuanto ya no quedaran vestigios de sectores no capitalistas que disputarse:
«(…) se deduce de esa definición que la lucha por territorios ya capitalistas no es imperialismo, lo cual es absurdo (…) se deduce de la misma definición que la lucha por territorios ya “ocupados” tampoco es imperialismo. La falsedad de ese momento de la definición también salta a la vista (…) Vamos a citar un ejemplo típico que va a permitirnos ilustrar lo insostenible de la concepción luxemburguista del imperialismo. Pensemos en la ocupación del Ruhr por los franceses en 1923.
Desde el punto de vista de la definición de Rosa Luxemburgo, en ello no habría nada de imperialismo, puesto que:
1.- Aquí no hay “últimos territorios”.
2.- No hay ningún “territorio no capitalista”.
3.- El territorio del Ruhr tenía ya antes de la ocupación un propietario imperialista» (Bujarin: “Imperialismo y Acumulación,”).
Este argumento lo volvió a emplear la CWO en una pregunta un tanto simple que formuló cuando la 2ª Conferencia internacional en París: «¿Dónde están los mercados extra capitalistas, o los que sean, en la guerra entre Etiopía y Somalia, por el desierto del Ogadén?».
Semejante pregunta revela una comprensión muy superficial de lo que dijo Rosa Luxemburgo, y también una tendencia a ver el imperialismo no como «un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable», sino como «algo propio de un país o de un grupo de países». O sea, a ver la cuestión desde la óptica parcial e individual de los capitales nacionales.
Si Bujarin se hubiera tomado la molestia de citar algo más que la primera frase del extenso pasaje de “La Acumulación de Capital” que hemos expuesto anteriormente, habría comprobado que, para Rosa, la desaparición progresiva de medios no capitalistas no supondría el final del imperialismo, sino, al contrario, la acentuación de los antagonismos Inter imperialistas entre Estados capitalistas mismos. Es lo que Rosa quería decir cuando escribía que:
«El imperialismo está volviendo a traer su catástrofe desde la periferia de su campo de acción a su punto de partida». (“Una Anticrítica”). En la fase final del imperialismo el capital se ha hundido en una serie horrible de guerras, en la que cada capital o bloque de capitales, incapaz de extenderse “pacíficamente” hacia nuevas zonas, se ve obligado a apoderarse de mercados y territorios de sus rivales. La guerra ya no es “la continuación de la política” sino el modo de supervivencia de todo el sistema.
Rosa Luxemburgo pensaba, claro está, que la revolución acabaría con el capitalismo mucho antes de que el medio no capitalista quedara reducido a la insignificancia que es hoy. La explicación de cómo el capitalismo decadente ha prolongado su existencia, a pesar de la falta de ese medio no capitalista, no es el objeto de este texto[5]. Pero mientras se siga considerando al imperialismo como «producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración», «un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable», podemos ver la validez de la definición de Luxemburgo. Solo debe ser modificada precisamente porque hoy, las políticas imperialistas de conquista y dominio están determinadas por la casi completa desaparición de un mercado exterior, en lugar de ser una lucha directa por vestigios precapitalistas. Es importante subrayar el cambio global en la evolución del capitalismo mundial (el agotamiento de los mercados externos) que obliga a cada fracción particular del capital a comportarse de forma imperialista.
Volvamos a las objeciones de Bujarin. No hay porque andar buscando “medios no capitalistas” en cada conflicto imperialista, pues es el capital como un todo, el que necesita un mercado exterior para su expansión. Para el capitalista individual, los demás capitalistas y los obreros son un mercado perfectamente válido para sus mercancías. Y lo mismo cabe decir para un capital nacional: una nación rival puede servir para invertir su plusvalía. No todos los mercados que se han disputado los Estados imperialistas han sido siempre precapitalistas, y cada vez menos, puesto que esos mercados se han ido integrando en el mercado mundial. Cada lucha Inter imperialista no es tampoco una lucha directa por mercados, ni mucho menos. En la situación actual, la rivalidad global entre los EEUU y la URSS está determinada por la imposibilidad de extender progresivamente el mercado mundial. En cambio, muchos, sin duda la mayoría, de los aspectos de las políticas exteriores de los EEUU y la URSS están dedicados a la consolidación de ventajas estratégico-militares sobre el otro bloque. Israel no es, por ejemplo, más mercado para los EEUU que lo es Cuba para la URSS. Esas posiciones se mantienen sobre todo por su valor estratégico y político, a costa de fuertes gastos por parte de sus valedores. A una escala menor, el saqueo por parte de Vietnam de los arrozales camboyanos no es más que lo dicho, un saqueo. Camboya no es un “mercado” para la industria vietnamita. Vietnam se ve obligado a saquear los arrozales camboyanos porque el estancamiento industrial del sector agrícola le impide producir lo suficiente para poder alimentar a su población. Y su estancamiento industrial está determinado por el hecho de que el mercado mundial no puede extenderse, ya está repartido y, no admite recién llegados. Repitámoslo, en todos esos aspectos, sólo tienen sentido si se consideran desde un punto de vista global.
Las implicaciones políticas del debate teórico sobre el imperialismo siempre se han centrado en una cuestión: ¿ha vuelto la época del imperialismo, más probables las guerras nacionales revolucionarias, como afirmaba Lenin, o las ha vuelto imposibles como afirmaba Luxemburgo? Para nosotros, la historia ha confirmado de manera categórica lo que decía Rosa Luxemburgo:
«La tendencia general de la política capitalista actual domina la política de los Estados particulares como una ley ciega y todopoderosa, de la misma manera que las leyes de la competencia económica determinan con rigor las condiciones de producción para cada empresario particular» (“La Crisis de la Socialdemocracia” ó Folleto de Junius, Rosa Luxemburgo).
Y, por lo tanto: «En esta época del imperialismo desenfrenado, ya no puede haber guerras nacionales. Los intereses nacionales no son más que una pura patraña cuyo fin es poner a las masas laboriosas al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo» (Ídem.).
La primera cita tiene las siguientes aplicaciones concretas en nuestra época y, confirma de modo patente e inequívoco la segunda cita:
a) «Cualquier nación, cualquier burguesía particular, está obligada a alinearse tras uno de sus bloques imperialistas dominantes y, por lo tanto, a conformarse y doblegarse ante los imperativos del capital mundial». Y también según las palabras de Luxemburgo: “…las pequeñas naciones, cuyas clases dirigentes son marionetas y cómplices de sus camaradas de clase de los grandes Estados, no son más que peones en el tablero imperialista de las grandes potencias e igual que las masas obreras de las grandes potencias, sirven de instrumento durante la guerra para ser sacrificadas después de la guerra a los intereses capitalistas» (Rosa Luxemburgo, obras citadas).
Contra la esperanza de Lenin de que las revueltas de las “naciones oprimidas” iban a debilitar al imperialismo, en realidad todas y cada una de las luchas nacionales de nuestra época han acabado en guerras imperialistas a causa del irreversible predominio de las grandes potencias. Como el mismo Lenin reconocía, el imperialismo significa un mundo dividido entre los grandes Estados capitalistas:
«(…), de tal modo que, en el porvenir, únicamente un nuevo reparto será posible, o sea que los territorios no podrán hacer más que pasar de un “dueño” a otro, en lugar de pasar del estadio de territorio libre al del “dueño”» (“El Imperialismo…” Lenin).
La experiencia de los últimos 60 años ha demostrado que lo que Lenin aplicaba a los territorios puede aplicarse también a cualquier nación. Eso es más que evidente hoy, cuando el mundo ha quedado repartido, desde 1945 en dos bloques imperialistas constituidos de manera permanente. Cuando la crisis se ahonda y los bloques se fortalecen, aparece cada vez más claramente que incluso gigantes capitalistas como Japón o China tienen que someterse humildemente a los dictados de su dueño, los EEUU. En una situación así, ¿Cómo puede seguir teniéndose ilusiones en cuanto a la posibilidad de “independencia nacional” de países de debilidad crónica como son las excolonias?
b) Cualquier nación[6] está obligada a actuar de manera imperialista contra sus competidores. Incluso subordinada a un bloque dominante, cualquier nación está obligada a procurar someter a otras más pequeñas a su hegemonía. Rosa Luxemburgo ya notó este fenómeno durante la Primera Guerra Mundial, al referirse a Serbia:
«Formalmente, Serbia está llevando a cabo una guerra de defensa nacional. Pero su monarquía y clases dominantes están hinchadas de veleidades expansionistas como las de cualquier Estado moderno (…) De ahí que Serbia esté avanzando hoy hacia las costas adriáticas en donde se ha metido en un conflicto imperialista con Italia, a costa de los albaneses…” (Rosa Luxemburgo, Obra citada)[7].
El estado de asfixia del mercado mundial hace que la decadencia sea una época de guerras de cada uno contra todos los demás. Y, lejos de poder evitar esta realidad, las naciones pequeñas están obligadas a adaptarse a ella sin remisión. La enorme militarización de los capitales más atrasados, la frecuencia de las guerras locales entre los Estados de las regiones subdesarrolladas, son concreciones permanentes del hecho de que «ninguna nación puede mantenerse al margen» de la política imperialista hoy.
Según la CWO, “La idea de que todos los países son imperialistas está en contradicción con la de los bloques imperialistas…” (Revolutionary Perspectives, nº 12 pag. 25). Pero eso sólo es verdad si ya de entrada se limita la discusión afirmando que únicamente las potencias “independientes” son imperialistas. Es verdad que toda nación debe estar integrada en uno u otro bloque imperialista, pero porque esa es la única manera que tiene de defender sus propios intereses imperialistas. Los conflictos y conflagraciones dentro de cada bloque no por eso quedan eliminadas e incluso pueden acabar en guerra abierta como la de Grecia y Turquía en 1.974. Lo que ocurre es que quedan subordinados a un conflicto que prevalece por encima de todos los demás. Los bloques imperialistas como cualquier alianza burguesa no pueden ser armoniosos ni estar realmente unificadas sus partes. Creer que no son imperialistas, que no están inmersos en el imperialismo, o considerar a las naciones débiles sólo como meros muñecos en manos de las potencias dominantes, impide entender las contradicciones de la realidad y los conflictos que surgen en el seno del mismo bloque, no sólo entre las naciones débiles, sino también entre las necesidades de las naciones más débiles y las de la potencia dominante. El que los conflictos acaben casi siempre a favor del Estado dominante, no los hace menos reales. Así mismo, ignorar las acciones imperialistas de las pequeñas naciones imposibilita comprender y explicar la realidad de la guerra entre esos Estados. El que esas acciones sean sistemáticamente utilizadas a favor de los intereses de los bloques no significa que sólo sean producto de decisiones secretas de Moscú o Washington. Proceden de tensiones y dificultades reales a nivel local, dificultades que acarrean inevitablemente una respuesta imperialista por parte de los Estados locales. En ese sentido, no es cierta la idea de que las naciones pequeñas sólo tienen tendencias imperialistas cuando se ve a países como Vietnam invadir Camboya, derribar al Gobierno, instalar un régimen adepto, saquear su economía y, hacer llamamientos para formar una “Federación Indochina” bajo hegemonía vietnamita. Vietnam no sólo tiene apetitos imperialistas, además los satisface chupándose a sus vecinos.
A quienes rechazamos la idea de que esa política sea la de un Estado “obrero” que está llevando a cabo una guerra revolucionaria, a quienes consideramos que el clan dominante en Vietnam no es el actor principal de una lucha burguesa históricamente progresista, sólo nos queda una palabra para definir las acciones de esa calaña: Imperialismo.
Si todas las “luchas nacionales” sirven a los Estados imperialistas grandes o pequeños, entonces es imposible seguir hablando de guerra de defensa nacional, de liberación nacional, o de movimientos revolucionarios en nuestra época. Hay que rechazar cualquier intento por reintegrar la posición de la Internacional Comunista sobre la cuestión nacional y colonial. Como por ejemplo hace el “Núcleo Comunista Internacionalista” al sugerir que sería posible aplicar las tesis de la Internacional Comunista a las regiones subdesarrolladas si existiera un verdadero partido comunista: “(…)en las zonas extra metropolitanas, la misión de un partido comunista pasa, obligatoriamente, por el cumplimiento de tareas que no son “suyas” (en términos “inmediatos”), que son incluso “democrático burguesas”(constitución de un Estado nacional independiente, unificación territorial y económica, reforma agraria, nacionalización,…)…”[8].
La preocupación del NCI es que el proletariado y su vanguardia no se pueden quedar indiferentes ante los movimientos sociales de las masas oprimidas en esas regiones, que tienen que ponerse a la cabeza de las revueltas uniéndolas a la revolución comunista mundial, todo lo cual es perfectamente correcto. Pero para eso, el proletariado tiene que reconocer también que lo “nacional” no viene de las masas oprimidas y explotadas sino de sus opresores y explotadores. Desde el instante en que esas revueltas so arrastradas a la lucha por tareas “nacionales”, entonces son desviadas al terreno de la burguesía. En el contexto histórico actual, nacional quiere decir imperialista: “…Desde entonces el imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa democrático burgués: la expansión más allá de las fronteras nacionales (cualesquiera que sean las condiciones nacionales de los países anexionados) se han convertido en plataforma de la burguesía en todos los países. Claro está, la fraseología nacional se ha mantenido, pero su contenido real y su función se ha convertido en todo lo contrario. Sólo sirve para tapar más o menos las aspiraciones imperialistas , si no es utilizada claramente como grito de guerra, en los conflictos imperialistas, como único y último medio ideológico para captar la adhesión de las masas populares y que así hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas…” (Rosa Luxemburgo, “La crisis de la socialdemocracia”).
Este planteamiento de Rosa Luxemburgo ha sido confirmado por todos los llamados “movimientos de liberación nacional” desde Vietnam hasta Angola, pasando por Líbano y Nicaragua. Antes y después de su llegada al poder, las fuerzas burguesas de la liberación nacional actúan siempre y, sin excepción, como agentes de una u otra de las grandes potencias imperialistas. Desde el momento en que se apoderan del Estado, empiezan a querer llevar a cabo sus propios fines imperialistas. Así pues, de lo que se trata para los revolucionarios, no es de dirigir las revueltas de las masas oprimidas en un “momento” de la lucha nacional democrático-burguesa, sino de sacar a esas masas fuera del terreno nacional burgués llevándolas al terreno proletario de la guerra de clases. “Transformar la guerra imperialista en guerra civil “es el grito de unión del proletariado en todas las partes del mundo hoy en día.
El carácter imperialista actual de todas las fracciones de la burguesía y de todos sus proyectos políticos no puede ser detenido, ni siquiera momentáneamente, ni por el mejor partido comunista del mundo. Es esta una realidad histórica profunda, basada en una evolución social objetivamente determinada.
“…La era de las guerras imperialistas y de las revoluciones proletarias ya no opone a Estados reaccionarios contra Estados progresistas en guerras en las que se forjan, con el concurso de las masas populares, la unidad nacional de la burguesía, en las que se construye la base geográfica y política que va a servir de trampolín al desarrollo de las fuerzas productivas. Tampoco enfrentan ya esas guerras, a la burguesía con las clases dominantes de las colonias, en guerras coloniales que dan aire y espacio a las fuerzas capitalistas de producción ya muy desarrolladas. Esta época, al contrario, enfrenta a todos los Estados capitalistas entre sí, entidades económicas que se reparten y vuelven a repartirse el mundo, incapaces, sin embargo, de reducir los contrastes de clase y las contradicciones económicas, si no es llevando a cabo, gracias a la guerra, una gigantesca destrucción de fuerzas productivas y aniquilando a innumerables proletarios expulsado de la producción.
Desde el punto de vista de la experiencia histórica se puede afirmar que el carácter de las guerras que sacuden periódicamente a la sociedad capitalista, así como la política proletaria correspondiente tiene que estar determinadas, no ya por el aspecto particular y a menudo equívoco bajo el cual esas guerras pueden presentarse, sino por su contexto histórico surgido del desarrollo económico y del grado de madurez de los antagonismos de clase…” (“El problema de la guerra”, 1.935. Jehan, miembro de la Izquierda Comunista de Bélgica).
Cuando concluimos que, en el contexto histórico actual, todas las guerras, todas las políticas de conquista, todas las relaciones concurrentes entre los Estados capitalistas tienen un carácter imperialista, no estamos en contradicción con lo que afirmaba Bujarin, con razón, es decir que había que juzgar el carácter de una política de guerras y de conquistas a partir de la pregunta: ¿Qué relaciones de producción se refuerzan o se extienden con la guerra? Nosotros no debilitamos la precisión del término Imperialismo precisamente porque ampliamos su empleo. Pues, si bien los marxistas identificaban las guerras nacionales como guerras al servicio de una función progresiva, a causa de la extensión de las relaciones de producción, en una época en las que estas servían todavía de base para el desarrollo de las fuerzas productivas, también oponían las guerras de este tipo a las guerras imperialistas, guerras históricamente reaccionarias, precisamente porque sirven para mantener las relaciones de producción capitalistas cuando estas se han vuelto una traba para cualquier desarrollo posterior. Hoy, todas las guerras de la burguesía y todas las políticas exteriores lo único que pretenden es preservar un modo de producción decadente, podrido; así que podemos calificarlas a todas, y con razón, de imperialistas. Pues, efectivamente, “uno de los rasgos más definitorios de la decadencia del capitalismo es que, mientras en su fase ascendente, “…la guerra tiene como función asegurar una ampliación del mercado con vistas a una mayor producción de medios de consumo, en la fase decadente, la producción está centrada básicamente en la producción de medios de destrucción, es decir, con vistas a la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista tiene su expresión más patente en el hecho de que mientras en el período ascendente las guerras contribuían al desarrollo económico, hoy, en cambio, es la actividad económica la que se dedica casi exclusivamente a la guerra…” (“Informe sobre la Situación Internacional, Izquierda Comunista de Francia, 1.945”[9]).
Aunque la finalidad de la producción capitalista sigue siendo la extracción de plusvalía, la subordinación creciente de toda la actividad económica a las necesidades de la guerra, representa una tendencia del capital a negarse a sí mismo. La guerra imperialista, surgida por la carrera de la burguesía por las ganancias, asume una dinámica durante la cual las leyes de la rentabilidad y el intercambio van desapareciendo. Los cálculos de las ganancias y pérdidas, los informes de compraventa quedan marginados en la alocada carrera del capital hacia su autodestrucción. Hoy, la “solución” que ofrece el capital a la humanidad, en la lógica de su auto canibalismo, es un holocausto nuclear que podría destruir a la especie humana por completo. Esta tendencia a la autonegación del capital que es la guerra viene acompañada por una militarización universal de la sociedad. Es un proceso que aparece con toda su amplitud en el “Tercer Mundo” y en los regímenes estalinistas, pero que, si la burguesía consigue tener la vía libre, se convertirá pronto en una realidad para los obreros de las “democracias” occidentales también. La subordinación total de la vida económica, política y social a las necesidades de la guerra, ésa es la terrible realidad del imperialismo de todos los países hoy en día.
Más que nunca, la clase obrera mundial se encuentra ante la alternativa planteada por Rosa Luxemburgo en 1.915: “… O triunfa el imperialismo y la destrucción de toda cultura como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la degeneración, en suma, un inmenso cementerio. O la victoria del socialismo, o sea, la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo…” (Rosa Luxemburgo, “La crisis de la socialdemocracia”).
C.D.Ward.
Diciembre de 1.979
[1] Ver la primera parte de la Serie Balance de 70 años de liberación nacional Balance de 70 años de luchas de "liberación nacional" (Primera parte) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [114]
[2] Para una argumentación más detallada ver el folleto de la CCI: «Nación o Clase» https://es.internationalism.org/cci/200606/968/nacion-o-clase [115]
[3] Para ello remitimos a los lectores al artículo. “Teorías económicas y lucha por el socialismo” Publicado en Revista Internacional nº 16. https://es.internationalism.org/revista-internacional/200606/949/teorias-economicas-y-lucha-por-el-socialismo [116]
[4] Ver “Marxismo y Teorías sobre la crisis” en Revista Internacional nº 13 https://es.internationalism.org/revista-internacional/197803/2363/marxismo-y-teorias-sobre-las-crisis [117]
[5] Ver el folleto de la CCI: “La Decadencia del Capitalismo”
[6] Cuando afirmamos que «Toda nación es imperialista» está claro que hacemos una generalización y que, por lo tanto, se pueden encontrar excepciones en este o aquel Estado que, al parecer, no han cometido nunca actos imperialistas criminales. Pero eso no desmiente la regla. Como tampoco puede evitarse el problema con preguntas tontas del estilo «¿Dónde está el imperialismo de las Islas Seychelles o de Andorra? Lo que nos interesa no son los paraísos fiscales o las anécdotas históricas, sino los capitales nacionales que, aunque no sean independientes, si tienen una existencia palpable y una actividad en el mercado mundial.
[7] Hemos de corregir un malentendido de la CWO cuando rechaza la idea de que «la visión de Luxemburgo sobre la cuestión nacional tiene por base su visión económica, puesto que la primera precede a la segunda en más de diez años» (Revolutionary Perspectives nº 12, pág. 25). Es evidente que la CWO no está al tanto de lo que escribió Rosa en 1898, en la edición de «Reforma o Revolución», donde señala que: «Cuando examinamos la situación económica actual, hemos de admitir que todavía no hemos entrado en la fase de plena madurez capitalista que está inscrita en la teoría de Marx sobre las crisis periódicas. El mercado mundial se encuentra aún en fase expansiva. Por tanto, aunque ya no estemos en el estadio de súbitas apariciones de nuevas zonas de apertura para la economía, como sucediera de vez en cuando hasta los años 1870 acarreando las primeras “crisis de juventud” del capitalismo, no por ello podemos decir que hemos entrado en ese nivel de desarrollo, de plena expansión del mercado mundial que conllevará colisiones periódicas entre las fuerzas productivas y los límites del mercado, o, en otras palabras, las crisis verdaderas de un capitalismo plenamente desarrollado. (…) Una vez que el mercado mundial este totalmente extendido, más o menos, de tal manera que ya no pueda haber aperturas repentinas de mercados, el crecimiento incesante de la productividad del trabajo producirá entonces, tarde o temprano, esas colisiones periódicas entre las fuerzas productivas y los límites del mercado, que se harán cada vez más violentas y agudas por su repetición». (traducido del inglés por nosotros. Citado en el libro de Sternberg: «Capitalismo y Socialismo»).
[8] Partito e Clase : c/o P.Turco Stretta Matteoti 6, 33043 Cividale, Italie
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/introduccion_rint_1.pdf
[2] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/congresos-de-la-cci
[3] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional
[4] https://es.internationalism.org/files/es/balancedeunaconferenciarint1_es.pdf
[5] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[6] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria
[7] https://es.internationalism.org/files/es/informe_sobre_la_cuestion_organizativa_de_nuestra_corriente_internacional.pdf
[8] https://es.internationalism.org/tag/21/516/cuestiones-de-organizacion
[9] https://es.internationalism.org/files/es/rint1situacion1975_es.pdf
[10] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/lucha-de-clases
[11] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/crisis-economica
[12] https://es.internationalism.org/tag/21/488/el-estado-en-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo
[13] https://es.internationalism.org/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado
[14] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo
[15] https://es.internationalism.org/files/es/la_revolucion_proletaria.pdf
[16] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[17] https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas
[18] https://es.internationalism.org/cci-online/200601/383/correspondencia-con-nuevo-proyecto-historico-sobre-la-autogestion
[19] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201002/2769/que-son-los-consejos-obreros-i
[20] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201005/2865/que-son-los-consejos-obreros-2-parte-de-febrero-a-julio-de-1917-re
[21] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201008/2910/que-son-los-consejos-obreros-iii-la-revolucion-de-1917-de-julio-a-
[22] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201012/3004/que-son-los-consejos-obreros-iv-1917-21-los-soviets-tratan-de-ejer
[23] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3086/que-son-los-consejos-obreros-v-los-soviets-ante-la-cuestion-del-es
[24] https://es.internationalism.org/tag/21/367/revolucion-alemana
[25] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-germano-holandesa
[26] https://es.internationalism.org/tag/21/511/la-izquierda-germano-holandesa
[27] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/consejismo
[28] https://es.internationalism.org/tag/21/552/revolucion-y-contrarrevolucion-en-italia
[29] https://es.internationalism.org/tag/20/446/mussolini
[30] https://es.internationalism.org/tag/20/448/gramsci
[31] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-italiana
[32] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos
[33] https://es.internationalism.org/tag/21/368/rusia-1917
[34] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[35] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923
[36] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-degeneracion-de-la-revolucion-rusa
[37] https://es.internationalism.org/tag/21/564/fascismo-y-antifascismo
[38] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/anti-fascismoracismo
[39] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/fascismo
[40] https://es.internationalism.org/tag/20/468/bordiga
[41] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/ia-guerra-mundial
[42] https://es.internationalism.org/files/es/estatutos-en-orgas-definitivo.pdf
[43] https://es.internationalism.org/files/es/rin7_combate_-_portugal.pdf
[44] https://es.internationalism.org/tag/geografia/portugal
[45] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/pantano
[46] https://es.internationalism.org/tag/2/34/la-autogestion
[47] https://es.internationalism.org/files/es/bilan_espana_1936_y_crisis_fraccion.pdf
[48] https://es.internationalism.org/cci/200602/495/capitulo-i-bilan-ante-los-acontecimientos-de-espana
[49] https://es.internationalism.org/cci/200602/492/capitulo-iv-el-comunismo-de-los-consejos-ante-la-guerra-de-espana
[50] https://es.internationalism.org/cci/200602/509/11el-aislamiento-de-nuestra-fraccion
[51] https://es.internationalism.org/content/4650/la-responsabilidad-de-la-izquierda-del-capital-en-el-ascenso-del-fascismo-i
[52] https://es.internationalism.org/content/4661/la-responsabilidad-de-la-izquierda-del-capital-en-el-ascenso-del-fascismo-ii
[53] https://es.internationalism.org/content/4521/los-gobiernos-de-izquierda-en-defensa-de-la-explotacion-capitalista-i
[54] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/historia-movimiento-obrero
[55] https://es.internationalism.org/tag/geografia/espana
[56] https://es.internationalism.org/tag/21/513/la-izquierda-italiana-bilan
[57] https://es.internationalism.org/tag/2/32/el-frente-unido
[58] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/espana-1936
[59] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/antifascismo
[60] https://es.internationalism.org/files/es/rint_7_frazione_comunista_napoles.pdf
[61] https://es.internationalism.org/files/es/rint_7_introduccion.pdf
[62] mailto:[email protected]
[63] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/intervenciones
[64] https://es.internationalism.org/tag/21/490/fraccion-y-partido
[65] https://es.internationalism.org/tag/3/51/partido-y-fraccion
[66] https://es.internationalism.org/files/es/tesis_italia.pdf
[67] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201002/2773/el-otono-caliente-italiano-de-1969-i-un-momento-de-la-recuperacion
[68] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201012/3005/el-otono-caliente-italiano-de-1969-ii-un-momento-de-la-reanudacion
[69] https://es.internationalism.org/tag/geografia/italia
[70] https://es.internationalism.org/tag/2/36/los-falsos-partidos-obreros
[71] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia
[72] https://es.internationalism.org/files/es/combate_rint8.pdf
[73] https://es.internationalism.org/content/4687/acerca-de-combate
[74] https://es.internationalism.org/files/es/las_ambiguedades_sobre_los_partisanos_en_la_formacion_del_partido_comunista_internacionalista_en_italia.pdf
[75] https://es.internationalism.org/tag/series/lucha-contra-el-oportunismo
[76] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/battaglia-comunista
[77] https://es.internationalism.org/files/es/1976_congreso_ri.pdf
[78] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197609/2061/bilan-lecciones-de-espana-1936-y-crisis-en-la-fraccion
[79] https://es.internationalism.org/tag/21/514/las-fracciones-de-izquierda
[80] https://es.internationalism.org/tag/21/508/la-izquierda-comunista-en-rusia
[81] https://es.internationalism.org/tag/21/539/la-izquierda-mexicana
[82] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[83] https://es.internationalism.org/files/es/resolucion_ri_rint_11.pdf
[84] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
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[86] https://es.internationalism.org/tag/21/524/teorias-de-las-crisis-y-decadencia
[87] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[88] https://es.internationalism.org/tag/21/541/terror-terrorismo-y-violencia-de-clase
[89] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/terrorismo
[90] https://es.internationalism.org/files/es/web_curso_historico.pdf
[91] https://es.internationalism.org/tag/2/29/la-lucha-del-proletariado
[92] https://es.internationalism.org/tag/3/44/curso-historico
[93] https://es.internationalism.org/tag/21/485/el-otono-caliente-italiano-de-1969
[94] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/obrerismo
[95] https://es.internationalism.org/tag/geografia/asia
[96] https://es.internationalism.org/tag/21/542/conferencias-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista
[97] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/lucha-de-clases-1
[98] https://es.internationalism.org/tag/geografia/francia
[99] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/area-de-influencia-de-la-izquierda-comunista
[100] https://es.internationalism.org/files/es/el_curso_de_la_historia.pdf
[101] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2065/segunda-conferencia-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista
[102] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197904/2289/resoluciones-presentadas-por-la-cci-a-la-2-conferencia-internacion
[103] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201003/2829/el-sectarismo-una-herencia-de-la-contrarrevolucion-que-hay-que-sup
[104] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[105] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion
[106] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3255/el-concepto-de-curso-historico-en-el-movimiento-revolucionario
[107] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201711/4256/22-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacional
[108] https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197901/9395/revolution-internationale-n-57-janvier
[109] https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197902/9396/revolution-internationale-n-58-fevrier
[110] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199704/2782/vii-la-fundacion-del-kapd
[111] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198910/2140/internationalisme-1945-las-verdaderas-causas-de-la-segunda-guerra-
[112] https://es.internationalism.org/files/es/resolucion_iiier_congreso_de_la_cci_rint_18.pdf
[113] https://es.internationalism.org/files/es/acerca_imperialismo.pdf
[114] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201707/4221/balance-de-70-anos-de-luchas-de-liberacion-nacional-primera-parte
[115] https://es.internationalism.org/cci/200606/968/nacion-o-clase
[116] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200606/949/teorias-economicas-y-lucha-por-el-socialismo
[117] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197803/2363/marxismo-y-teorias-sobre-las-crisis
[118] https://es.internationalism.org/tag/21/547/imperialismo
[119] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo