Los gobiernos de izquierda en defensa de la explotación capitalista (I)

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1ª Parte: Los gobiernos de izquierda en la República y la Guerra del 36 (1931-39)

Tras una gestación complicada, llena de intrigas, maniobras, pulsos y puñaladas traperas[1], se ha formado el primer “Gobierno de coalición” desde que en 1975 el Estado capitalista cambió de disfraz y pasó de la dictadura franquista al engaño democrático.

Este gobierno “social” y de “progreso” no parece haber suscitado demasiadas ilusiones, sin embargo, nos dicen que “es preferible a un gobierno de derechas”, que “alguna mejora traerá” y según Pablo Iglesias sería “la mejor vacuna contra la extrema derecha en toda Europa[2].

Sin embargo, la experiencia histórica del proletariado en todos los países dice todo lo contrario:

  • Los gobiernos de izquierda han defendido siempre el Capital;
  • En la defensa de la nación española, en las medidas anti obreras, en el uso de la represión, PSOE-Podemos nada tienen que envidiar ni a Vox, ni a la Derecha de todos los colores[3];
  • Sus medidas “sociales” y de “progreso” jamás han mejorado realmente las condiciones de los trabajadores, sino que han sido el vehículo para hacer tragar los peores ataques[4].

Como se decía en las asambleas del movimiento de indignados en 2011: “PSOE y PP la misma mierda es”, “¿Dónde está la izquierda? Al fondo a la derecha”[5].

La colaboración del PSOE con la dictadura de Primo de Rivera

Vamos a ver concretamente la historia de los gobiernos de Izquierda en España. En un primer artículo veremos los gobiernos de la Conjunción Republicano -Socialista de 1931-33 y los del Frente Popular (1936-39). Nos apoyaremos en el legado de nuestros antepasados de Bilan de la Izquierda Comunista[6].

En 1923 el capital español, sumido en graves contradicciones y urgido de acabar la interminable sangría de la guerra de Marruecos, propició de forma casi unánime la dictadura de Primo de Rivera. La misión de esta fue, por una parte, desarrollar estructuras de capitalismo de Estado, requeridas por la decadencia del capitalismo, y, sobre todo, como recuerda Bilan, hacer frente al peligro proletario, pues los obreros en España, con la huelga de 1917, la huelga de La Canadiense de 1919 y el Trienio Bolchevique de 1917-20, habían intentado, de forma lamentablemente dispersa, unirse a la oleada revolucionaria mundial de 1917-23:  “Las grandes huelgas de 1.917-18, los movimientos sociales que han seguido a la guerra hasta 1.923, obligaron al capitalismo a recurrir a la dictadura de Primo de Rivera que, bajo un feroz terror militar, debía impedir que el movimiento proletario consiguiera el desmoronamiento del sistema económico burgués. Solamente a este precio la burguesía pudo dirigir los beneficios realizados durante la guerra hacia el desarrollo de la red bancaria, de los medios de comunicación y de la electrificación

El PSOE en 1921[7] eliminó definitivamente todo vestigio proletario y se erigió en uno de los apoyos más contundentes de una dictadura que, como acabamos de ver, tenía en su agenda tres de las piezas básicas de la barbarie capitalista: desarrollo del capitalismo de Estado, aplastamiento de la lucha proletaria y participación en la guerra imperialista marroquí. El PSOE inauguraba por todo lo alto su hoja de servicios a la explotación capitalista.

La UGT, el sindicato del PSOE, se convirtió en sindicato del régimen y ejerció como delator de obreros combativos. Largo Caballero, jefazo de la UGT y alto personaje del PSOE, fue promovido a consejero de Estado del dictador. Este puesto que legitimaba al régimen fue justificado diciendo “Me parece que sería un error que, porque haya dictadura, como si no la hubiera, nosotros abandonásemos los sitios de lucha... porque cuando más aprieta el enemigo nosotros debemos defendernos más[8]. El PSOE estuvo a punto de participar en una Asamblea Nacional Consultiva que había montado el dictador. Sin embargo, su pretensión de que los representantes socialistas acudieran a título individual frustró la colaboración.

La participación del PSOE en la instauración de la República

El PSOE comenzó a cambiar de chaqueta en 1929 cuando arreciaban las huelgas obreras y amplios sectores de la burguesía, incluidos los monárquicos, veían necesario no solo desprenderse del dictador sino igualmente del propio monarca, Alfonso XIII. De repente, los líderes del PSOE descubrieron que “era suicida colaborar con la dictadura” y que “el intervencionismo reformista se había agotado” (sic). Aun así, gran parte del conglomerado PSOE-UGT siguió apoyando al dictador y a su sucesor, el general Dámaso Berenguer, quien incapaz de controlar la situación, sobre todo frente a las huelgas obreras, su régimen fue llamado humorísticamente la “dictablanda”.

Los políticos republicanos, secundados por monárquicos como Alcalá Zamora, conspiraron abiertamente en el famoso Pacto de San Sebastián celebrado en agosto de 1930 al que finalmente se sumó el PSOE dos meses después tras no pocas vacilaciones. Aprovechando su aparato partidista y sindical implantado en toda España, el PSOE se puso al frente de la alianza pro - República, proclamando en un viraje de 360 grados “la organización de una huelga general que fuera acompañada de una insurrección militar que metiera a la Monarquía en los archivos de la Historia y estableciera la República sobre la base de la soberanía nacional representada en una Asamblea Constituyente” (Manifiesto de diciembre 1930).

Estos radicalismos de pacotilla tenían como fin borrar las huellas de su apoyo al dictador, ponerse al frente de las fuerzas antimonárquicas y, especialmente, tratar de desviar la marea de huelgas hacia objetivos políticos burgueses, tales como la “Asamblea Constituyente” y la República.

De la prometida “huelga general” nunca más se supo y la “insurrección” no pasó de lamentables intentonas golpistas rápidamente reprimidas con fusilamientos por los responsables de la “dictablanda”. Se organizó un “comité revolucionario” (sic) donde figuraban republicanos, monárquicos conversos, catalanistas y autonomistas gallegos, y donde quien “cortaba el bacalao” eran los representantes socialistas, Largo Caballero, Fernando de los Ríos e Indalecio Prieto.

Las elecciones municipales convocadas a la desesperada por la monarquía dieron el triunfo en las grandes ciudades a las candidaturas del “comité revolucionario”. Alfonso XIII puso pies en polvorosa y en medio de una euforia ilusa fue proclamada la República el 14 de abril de 1931. El “comité revolucionario” se autoproclamó Gobierno provisional. Había nacido el gobierno de coalición Republicano Socialista.

Una vez más, el PSOE se ponía al servicio del Capital. No hay ninguna incoherencia entre su anterior apoyo a una dictadura feroz y su nueva imagen de “promotor” de una República demagógicamente presentada como “República de los Trabajadores” a cuyo frente figurará Niceto Alcalá Zamora un terrateniente andaluz, monárquico de toda la vida. En 1923 y en 1931 un solo interés guía la acción del PSOE: la defensa del Capital Español.

El gobierno de coalición republicano – socialista

Entre 1931-33 el poder es ejercido por socialistas y republicanos. Su demagogia “social” y “democrática” oculta la brutalidad de sus ataques a las condiciones de vida obreras y la bárbara bestialidad de la represión de las huelgas empleando masivamente el ejército y un nuevo cuerpo de represión bendecido como “republicano”, los Guardias de Asalto.

El nuevo gobierno tenía que hacer frente a los graves efectos de la Gran Depresión de 1929 que había traducido en el plano económico la Decadencia del Capitalismo que la Primera Guerra Mundial había expresado en el plano imperialista. Frente a la crisis tenía que desmovilizar las luchas obreras y proseguir las medidas de Capitalismo de Estado que había iniciado la dictadura de Primo de Rivera. Igualmente, debía hacer frente a un problema crónico en la España de la Decadencia Capitalista: el separatismo, principalmente catalán y vasco[9].

El programa “social

Las llamadas “medidas sociales” iban encaminadas a reforzar el poder de los sindicatos como órganos de control de la clase obrera. Pese a la oposición incendiaria de Derecha y terratenientes que las presentaban como “revolucionarias”, eran la “cara social” del Capitalismo de Estado que se materializó en 3 leyes:

  • La ley de Contratos de Trabajo de noviembre de 1931 que regulaba la negociación patronal -sindicatos, dando toda clase de privilegios a la UGT;
  • La ley de Jurados Mixtos que encargaba a una comisión formada por 6 representantes empresariales, 6 representantes sindicales y un delegado gubernamental nombrado por el ministerio de Trabajo, la resolución de conflictos sociales y las medidas laborales;
  • El decreto de Términos Municipales que daba a los sindicatos la potestad de controlar la contratación de jornaleros en zonas agrarias.

Se extendió un miserable “Seguro Obrero” (un programa estatal anticipo de la actual Seguridad Social) a casi 5 millones de trabajadores que mejoró algo la situación de los jornaleros. Sin embargo, el gobierno republicano – socialista degradó con brutalidad la situación de los trabajadores: desempleo, caída de salarios, endurecimiento de las condiciones laborales y una represión omnipresente fueron el pan amargo que tuvo que tragar el proletariado en España.

La llamada “Reforma Agraria” presentada como la “solución” a la terrible miseria de los jornaleros y una gran mayoría de campesinos, resultó ser un gigantesco fraude. “A pesar de las grandes expectativas que había levantado, los efectos de la Ley de Reforma Agraria fueron muy limitados: a finales de 1933 sólo se habían ocupado 24 203 Has., repartidas entre 4339 campesinos, a los que habría que añadir otros tres o cuatro mil en las tierras previamente expropiadas a la Grandeza de España (las previsiones eran de entre 60 000 y 75 000 campesinos instalados por año)[10].

La Ley de Defensa de la República

Este gobierno “de los trabajadores” adoptó la Ley de Defensa de la República en octubre de 1931, preparada por el Estatuto Jurídico del Gobierno Provisional que otorgaba a éste, sin necesidad de aval judicial, la facultad de anular las libertades y derechos constitucionales «si la salud de la República, a juicio del Gobierno, lo reclama» (ídem.).La siniestra ley se presentó como “baluarte” contra fascistas y monárquicos (alfonsinos o carlistas) pero en realidad iba dirigida contra las huelgas obreras y contra anarquistas y comunistas, los cuales tuvieron “serios obstáculos para ejercer [el derecho a la libertad de asociación] pues se tolerarán, y no siempre, sus reuniones en locales cerrados pero se les prohibirá su ejercicio en lugares públicos. Por ejemplo, una manifestación que se formó a la salida de una reunión que el Partido Comunista de España celebró el 1 de mayo en San Sebastián fue disuelta contundentemente por la fuerza pública, produciéndose numerosos heridos (…) Más significativo aún fue lo que ocurrió el 28 de mayo de 1932. Aquel día unos huelguistas de Pasajes que se dirigían a San Sebastián fueron bloqueados por la Guardia Civil en el puente de Miracruz. Ante la negativa de aquellos a disolverse, los guardias civiles comenzaron a disparar ocasionado la muerte a ocho personas y más de cincuenta heridos.” El jefe del Gobierno, el republicano Azaña, gritó en las Cortes de forma muy “marcial” que contra esa Ley “ningún recurso será posible, una decisión adoptada por el ministro de la Gobernación no se va a recurrir ante un juez ni ante el Tribunal Supremo tampoco”. A esta ley la sustituyó la Ley de Orden Público (1933) del mismo calado, y se añadió otra “Ley de Vagos y Maleantes” que siguió vigente bajo el franquismo.

Dada la debilidad de la burguesía española, el régimen liberal necesitó del concurso activo de los militares. Durante el siglo XIX, O’Donnell, Narváez, Prim, Serrano, Martínez Campos y un larguísimo etcétera capitanearon los gobiernos como expresión del peso desmesurado del Ejército en el Estado burgués. Bilan lo explica: “A partir de este momento [1834, instauración definitiva del régimen liberal] aparecerá un fenómeno que una y otra vez encontraremos a lo largo de la evolución española, puesto que el desarrollo económico de la estructura de la sociedad española no contiene los fundamentos que permiten sentar las bases del estado capitalista moderno;  es a través de la violencia, del ejército, como  los liberales intentaron instaurar el régimen “del pueblo”, al igual que por medio del ejército serán aplastados tanto el propio liberalismo como los movimientos sociales que se desencadenaron en reacción a sus tentativas”. El gobierno republicano – socialista quiso apartar los militares de la política. Sin embargo, siguió confiando al ejército no solo la represión de las huelgas sino igualmente encargó a la justicia militar los juicios sumarísimos contra huelguistas y “agitadores”. Un socialista, Juan Simeón Vidarte, reconoció que “aunque ello parezca extraño, no llegó a modificarse el Código de justicia Militar y en todos los choques que se produjeron entre el pueblo y la Guardia Civil, siguieron interviniendo los Consejos de guerra[11].

La brutal represión de las huelgas y revueltas obreras

Como hemos visto, la “República de los trabajadores” ofrecía mucho circo, pero, a diferencia de los emperadores romanos, les quitaba el pan a los trabajadores. Esto provocó una creciente desilusión tanto en los obreros urbanos como agrícolas. Las huelgas no se hicieron esperar y ante ellas el Gobierno Republicano – socialista desplegó una salvaje represión.

La huelga de Telefónica iniciada el 4 de julio de 1931 suscitó una huelga de solidaridad que tuvo especial éxito en Sevilla que quedó paralizada el 20 de julio. “La respuesta del gobierno fue declarar el estado de guerra dos días después, por lo que las fuerzas militares ocuparon la ciudad llegando a utilizar la artillería contra el local de la CNT donde estaba reunido el comité de huelga. Hubo 30 muertos y 200 heridos” (ídem.). A estos muertos cabe agregar cuatro más a los que se aplicó la Ley de Fugas el 23 de julio, según reconoció el propio Manuel Azaña. “A esta huelga siguieron otras, no sólo en las ciudades (como la del metal en Barcelona el 4 de agosto de 1931) sino también en el campo, donde además se produjeron ocupaciones de fincas por jornaleros en demanda de la reforma agraria” (ídem.), de nuevo, el Gobierno “de los trabajadores” respondió a sangre y fuego.

En Castilblanco, un pueblo agrario de la provincia de Badajoz, la UGT convocó a manifestaciones para pedir trabajo para los jornaleros el 30 y 31 de diciembre de 1931. La Guardia Civil entró a tiros en la Casa del Pueblo donde se celebraba una reunión masiva causando un muerto, en respuesta jornaleros y mujeres acabaron linchando a 4 guardia civiles. Pocos días después “en Zalamea de la Serena, la intervención de la Guardia Civil —en lo que parecía, para algunos, un escarmiento por los sucesos de Castilblanco- mató a dos campesinos e hirió a tres más[12]

El 2 de enero de 1932, los obreros de una fábrica azucarera de Épila (Zaragoza) se declararon en huelga hallando inmediatamente la solidaridad de los jornaleros de la localidad, una asamblea en la plaza del pueblo fue atacada por la Guardia Civil causando 2 muertos. “Al día siguiente, lunes 4 de enero, una manifestación de campesinos en Jeresa (Valencia), enfrentados a los patronos que no aceptaban las bases de trabajo propuestas, recibió a la Guardia Civil a caballo con insultos y piedras. Hubo una carga de sables y disparos. El resultado fue cuatro muertos y trece heridos, dos de ellos mujeres” (ídem.) El 5 de enero en la localidad industrial riojana de Arnedo una manifestación de obreros que acompañaba a los delegados sindicales de la UGT que trataban de negociar el fin de la huelga fue de nuevo atacada por la Guardia Civil provocando 11 muertos.

La huelga del Alto Llobregat (Barcelona), protagonizaba por mineros y trabajadores industriales iniciada el 19 de enero, culminó en una insurrección obrera con la toma de varios pueblos mineros donde se proclamó la “comuna libertaria”. El gobierno envió el ejército desencadenando una nueva oleada represiva. 204 obreros, considerados “cabecillas”, fueron deportados a las colonias de Marruecos y Guinea en condiciones espantosas, uno de ellos murió enfermo en la travesía.

Justo un año después de la insurrección del Alto Llobregat se produjo un nuevo movimiento insurreccional anarquista, esta vez general, que provocó graves incidentes en Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía, expeditivamente reprimidos por las fuerzas gubernativas, que causaron numerosos muertos. Los sucesos más graves tuvieron lugar en la aldea de Casas Viejas (Cádiz) donde la intervención de las fuerzas de orden público provocó una matanza” (ídem.). Casas Viejas, un poblado de jornaleros de la provincia de Cádiz, sufrió una verdadera carnicería: los sucesivos destacamentos de Guardia Civil y Guardia de Asalto, siguiendo instrucciones directas de las autoridades de Madrid[13], acabaron asesinando a 22 personas, una choza fue incendiada deliberadamente causando 6 muertos, “Mataron a un anciano que se negó a abrirles la puerta de su casa y detuvieron a doce personas a las que condujeron esposadas a la choza calcinada de Seisdedos. Les mostraron el cadáver del guardia de asalto muerto y a continuación el capitán Rojas y los guardias los asesinaron a sangre fría” (ídem.)

En el Bienio “progresista” de 1931-33 1500 obreros fueron asesinados en la represión de las luchas. El currículo del PSOE había pasado del sostén a la Dictadura de Primo de Rivera al copo del “comité revolucionario” que promovería el engaño de la Segunda República (la demagógicamente proclamada “Republica de los Trabajadores”) para desembocar en la participación en un gobierno que durante 2 años derramó ríos de sangre proletaria.

El Frente Popular (1936)

Tras el paréntesis del gobierno de derechas de 1933-36, quien prosiguió las matanzas de obreros, la más grave la represión de la insurrección obrera de Asturias (octubre 1934) con cientos de muertos, torturados y encarcelados, en febrero de 1936 una nueva coalición de izquierdas, el Frente Popular, subió al poder.

Los gobiernos de Frente Popular surgieron en aquellos países de Europa donde la clase obrera no estaba totalmente derrotada a diferencia de Rusia y Alemania donde, respectivamente, el estalinismo y el nazismo, habían sellado el aplastamiento del proletariado. Su misión era alistar al proletariado para la guerra imperialista utilizando como banderín de enganche el antifascismo. Las dos experiencias más significativas de Frente Popular se dieron en Francia y España.

En Francia, en 1934 se tomó como pretexto los incidentes causados por los fascistas de la Croix de Fer para desatar una campaña histérica de “qué viene el fascismo”. A ello concurrió el pacto de la URSS con las grandes potencias “democráticas” “1934 es el año en que la URSS firma los acuerdos con Francia integrándose con todos los honores en la "alta sociedad" imperialista lo que se verá formalmente reconocido con su admisión en la Sociedad de naciones (precedente de la actual ONU). Los PC operan un cambio radical: la política "extremista" del "tercer periodo" caracterizada por una burda parodia del "clase contra clase" es reemplazada de la noche a la mañana por una política "moderada" de mano tendida a los socialistas, de formación de Frentes populares interclasistas en cuyo seno el proletariado debe someterse a las fracciones burguesas "democráticas" para conseguir el objetivo "supremo" de "cerrar el paso al fascismo"[14]. El 14 de julio de 1935, fiesta nacional francesa, se organizan manifestaciones gigantescas donde se mezcla el agua con el fuego: la bandera roja del proletariado con la bandera tricolor francesa, retratos de Marx con retratos de Robespierre, se canta La Internacional y La Marsellesa. Esta farsa monumental tiene como fin atar a los obreros al carro de la defensa nacional, su disolución en la masa amorfa del “pueblo de Francia”, todo ello sobre la base del antifascismo. “Bajo el signo de imponentes manifestaciones de masas se está disolviendo el proletariado francés en el régimen capitalista. A pesar de los miles y miles de obreros desfilando por las calles de París, se puede afirmar que, en Francia, ni más ni menos que en Alemania, no subsiste ya una clase proletaria que luche por sus propios objetivos. Y en esto, el 14 julio ha sido un momento decisivo en el proceso de disgregación del proletariado y en la reconstrucción de la sacrosanta unidad de la nación capitalista. (…) Así pues, los obreros han tolerado la bandera tricolor, han cantado La Marsellesa e incluso han aplaudido a los Daladier, Cot y demás ministros capitalistas, los cuales, junto con Blum, Cachin[15], han jurado solemnemente que “darán pan a los trabajadores, trabajo a los jóvenes y paz al mundo” o sea, dicho con otras palabras: plomo, cuarteles y guerra imperialista para todos” (Bilan n° 21, julio-agosto de 1935).

En el caso de España, se fue fraguando tras arduas negociaciones una nueva alianza entre republicanos y PSOE, aunque este último aportó dos partidos situados a su izquierda: PCE y POUM.  Azaña aclaró en una declaración parlamentaria que “el Frente Popular no es la revolución social, ni es la labor de entronizamiento del comunismo en España[16]. Su programa se limitaba a una amnistía de los numerosos represaliados de Asturias 1934, una vaga alusión a proseguir las “reformas sociales” de 1931-33, la continuación de las medidas de autonomía de las regiones españolas, y abandonaba las referencias a la “reforma agraria” sustituidas por medidas muy tímidas de “apoyo a los campesinos”. Su énfasis más importante era la “alianza contra el fascismo” donde en nombre de “cerrarle el paso” se buscaba la disolución del proletariado en el “pueblo español” y su sometimiento a unas fracciones burguesas pretendidamente “liberales” y “progresistas”.

El gobierno es confiado a los partidos republicanos, mientras que PSOE y sus adláteres apoyan desde el parlamento. Esta división de tareas tiene como fin desmovilizar y finalmente amordazar a la clase obrera “Izquierda – Derecha, República – Monarquía, apoyo a la izquierda en contra de la derecha y la Monarquía; he aquí los dilemas y las posiciones que han defendido los diversos movimientos que actuaban en el interior de la clase obrera. El verdadero dilema estaba en la oposición Capitalismo o Proletariado; Dictadura de la burguesía para aplastar al proletariado o Dictadura del proletariado para erigir un baluarte de la revolución mundial y suprimir el Estado y las clases” (Bilan).

El Frente Popular prosiguió la misma política anti obrera de sus predecesores. El desempleo y la carestía de la vida subieron sin descanso y las medidas “sociales” se redujeron. Hubo una oleada de huelgas de grandes proporciones, entre marzo y junio de 1936 tantas huelgas como en todo 1933[17], en general, las autoridades fueron más prudentes en el uso de la fuerza, aunque una huelga general para reclamar la readmisión de los despedidos por la insurrección de Asturias y la liberación de los presos detenidos fue reprimida por los Guardias de Asalto causando un muerto. El 8 de marzo con el gobierno ya definitivamente constituido, la Guardia Civil asesinó a 4 jornaleros en una manifestación en Escalona (Toledo) que pedía el reparto de tierras. “Entre el 1 de mayo y el 8 de julio se contabilizaron 192 huelgas agrarias. La repuesta de los jornaleros, entre los que el paro y el pauperismo alcanzaban proporciones alarmantes, fue a veces violenta y dio pie a incidentes sangrientos, como el de Yeste (Albacete) donde a finales de mayo la detención de unos campesinos que pretendían talar árboles en una finca particular condujo a un sangriento enfrentamiento entre la Guardia Civil y los jornaleros, en los que murieron un guardia y 17 campesinos, varios de ellos asesinados a sangre fría por los agentes” (ídem.)

El Gobierno del Frente Popular cómplice de la conspiración militar

Desde el mismo día de la formación del Gobierno del Frente Popular, un grupo muy representativo de militares (Mola, Goded, Sanjurjo, Franco etc.) conspiraba descaradamente para dar un golpe de Estado. La gran mayoría de la Derecha le apoyaba “Al día siguiente de formarse el gobierno de Azaña el periódico de la Comunión Tradicionalista El Pensamiento Alavés ya afirmaba “que no sería en el Parlamento donde se libraría la última batalla, sino en el terreno de la lucha armada” y esa lucha partiría de “una nueva Covadonga que frente a la revolución sirviera de refugio a los que huyeran de aquélla y emprendiera la Reconquista de España” (ídem.).

El gobierno trasladó a regiones periféricas a los generales más significados (Franco fue destinado a Canarias), sin embargo, la conspiración siguió su curso sin grandes obstáculos. Mola, máximo dirigente, desarrolló sus famosas instrucciones secretas que programaban una verdadera caza del hombre en las filas obreras, y fue tejiendo enlaces en los distintos cuarteles; si el golpe se retrasaba era más bien por las disensiones entre los conspiradores puesto que José Antonio, capitoste de la Falange, exigía un poder desmesurado y lo mismo sucedía con los carlistas. El gobierno “popular” se ufanaba de “tenerlo todo controlado”, "Azaña y muchos elementos de su partido, y el propio Casares Quiroga, jefe del gobierno, no creyeron que después de haber neutralizado con facilidad el golpe de Sanjurjo en 1932 en el ejército hubiera capacidad para preparar una acción seria, estimando además que tenían controlados a los posibles cabecillas y que en el caso de que esa rebelión se produjese sería fácil abortarla” (ídem.).

En realidad, pese a ser rivales, golpistas y Frente Popular, estaban unidos por el mismo enfrentamiento de clase contra el proletariado, “El Frente Popular en España, se revela ser, como demuestran los hechos actuales, no una fuerza de la que los obreros puedan servirse, sino un arma poderosa del enemigo que tiene por función su aplastamiento. Bajo su gobierno se ha podido organizar metódicamente toda la acción de la derecha, donde las ayudas no consistían solamente en la conspiración (este aspecto muy teatral es el menos importante), que han tenido facilidad para preparar” (Bilan).

Cuando por fin, el 18 de julio, los militares se sublevan, lo primero que hará el Frente Popular es intentar pactar con ellos, puesto que los republicanos de izquierda temían "tanto o más que el golpe militar de signo antirrepublicano, el desbordamiento del orden social por obra de una acción de masas"[18]

Fueron los obreros los que con su rebelión espontánea impidieron a los militares realizar sus propósitos, mientras que el principal propósito del gobierno del Frente Popular fue paralizar a los obreros: “encargó a Diego Martínez Barrio, presidente de las Cortes y líder de Unión Republicana, que formara un gobierno con el mayor apoyo político posible, dejando fuera a los dos extremos (la CEDA y el Partido Comunista de España), cuyo objetivo era conseguir "detener la rebelión" sin recurrir al apoyo armado de las organizaciones obreras. Martínez Barrio formó un gobierno que, aunque difería poco del anterior (no consiguió que se integraran en él los socialistas), incluyó a políticos moderados y dispuestos a llegar a algún tipo de acuerdo con los militares sublevados, como el líder del Partido Nacional Republicano Felipe Sánchez Román, que abandonó la coalición del Frente Popular cuando se integró en ella el Partido Comunista, o Justino de Azcárate” (ídem.)

El General Mola, contactado por Martínez Barrio, se carcajeó de éste cuando pretendió ofrecerle una transacción, “Ustedes tienen sus masas y yo tengo las mías”, le espetó. El fracaso de la negociación obligó a la burguesía republicana a realizar la maniobra más arriesgada: formar un nuevo gobierno, presidido por Giral, con el objetivo de encuadrar a los obreros en las redes de los Sindicatos, contando para ello con la colaboración fundamental de la CNT que, consumando definitivamente sus bodas de sangre con el Estado burgués, proclamó su defensa incondicional de la República. El anarquismo que se presentaba -y sigue presentándose- como el “gran enemigo del Estado” capitulaba vergonzosamente ante él enarbolando argumentos demagógicos: “El gobierno en la hora actual, como instrumento regularizador de los órganos del Estado, ha dejado de ser una fuerza de opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya el organismo que separa la sociedad en clases. Y ambos dejarán aún más de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de elementos de la CNT[19]

En la traición definitiva de la CNT y su integración irreversible en el Estado burgués, el PSOE jugó un papel esencial. Primero a través de su sindicato UGT que, tras haber sido el chivato que delataba a los militantes cenetistas durante la dictadura de Primo de Rivera y el bienio 1931-33, no cesó de ofrecer “alianzas” y “unidades de acción” a la CNT, logrando finalmente arrastrarla al terreno capitalista. Segundo con los “buenos oficios” de Largo Caballero que, tras haber sido consejero de Estado de Primo de Rivera y ministro de Trabajo en el gobierno republicano-socialista, tuvo la caradura de proclamarse “el Lenin español” lanzándose desde 1934 a una sobrepuja de “declaraciones revolucionarias”[20].

El Gobierno de la guerra imperialista

Contando con el apoyo de la CNT y “moviendo hacia la izquierda” el gobierno del Frente Popular, la burguesía republicana logrará sacar a los obreros de su terreno de clase (la lucha contra el Capital sin distinguir entre fascismo y República) para desviarlo y encerrarlo en el terreno capitalista de la lucha militar únicamente contra Franco cerrando filas detrás de la burguesía republicana. “Tras el derrumbe del gobierno de José Giral, el 4 de septiembre de 1936, Francisco Largo Caballero fue designado jefe del gobierno y ministro de la guerra. Su gran preocupación, aparte del curso de la contienda, fue intentar mantener la disciplina en el ejército y la autoridad dentro de la zona republicana a cualquier precio[21].

La burguesía, especialmente en Cataluña, Valencia, Aragón, dejará manos libres a la CNT para encerrar a los obreros en la “incautación de fábricas y tierras” donde se expulsará a los patronos, terratenientes y curas y se implantará el “comunismo”, empresa en la que colaborarán gustosos los “reformistas” del PSOE, UGT y PCE. Una farsa escandalosa pues lo que significa esa “toma del poder” es que los obreros, rígidamente encuadrados por los sindicatos, se auto explotan al servicio de la producción capitalista[22]. El Estado, más fuerte que nunca, permite ese festival de demagogia, mientras como dice la cita anterior, el Gobierno de Largo Caballero se dedica a restablecer “la autoridad” y conducir todas las fuerzas hacia la guerra imperialista.

La farsa permitirá apagar en pocos meses las luchas reivindicativas y autoorganizadas de los obreros, lo que dominará es que, alistados por la CNT, el POUM, el PSOE, el PCE, los obreros aceptarán, por un lado, que sus milicias se integren y disuelvan en el ejército regular de la República -lo que Largo Caballero llamaba “imponer la disciplina en el ejército”- y, por otra parte, sacrificar sus necesidades humanas en el altar de la producción para la guerra. Así, las mejoras salariales y la semana de 40 horas serán borradas en unos pocos meses, por consejo de la CNT, para que los obreros pongan todo su sudor en sacar tanques, ametralladoras, cañones, para el asesinato mutuo entre obreros: en un bando los encuadrados por Franco, en el otro los alistados por la República.

Los líderes republicanos, sin desaparecer de las palancas de mando, pasarán a un segundo plano, los focos se centrarán en la “izquierda más radical”: Largo Caballero; Federica Montseny y García Oliver por la CNT; La Pasionaria por el PCE, ocuparán el centro de la escena para hacer de los obreros la carne de cañón de una contienda imperialista que opone, en un bando, la República española, tibiamente secundada por Francia y Gran Bretaña y de manera cada vez más decidida por la URSS que quiere aprovechar la ocasión para implantar su feroz dictadura en territorio español y, en el otro bando, la fracción fascista de Franco, Falange, los carlistas, la derecha en general, respaldados por Alemania e Italia. España 1936 será el teatro de operaciones donde se prepara el nuevo baño de sangre que ocasiona el capitalismo en decadencia: la Segunda Guerra Mundial con sus 60 millones de asesinatos.

En Barcelona la fachada oscurece la realidad. Parece que la burguesía se retira provisionalmente de la escena política, parece que la burguesía no está a la cabeza de ciertas empresas, se ha llegado a considerar que el poder burgués no existe. Aquí la respuesta trágica de los hechos es cruel: todas las formaciones políticas, hasta la más extremista, la CNT, proclaman abiertamente que ponerse detrás de la máquina del estado capitalista sería útil para la clase obrera. Dos principios se oponen, dos clases, dos realidades: una, la de la colaboración y la traición; la otra de la lucha. Si de cara a una conflagración social del tipo de la de Barcelona los obreros son encaminados no a atacar la máquina estatal capitalista, sino a su salvaguarda, entonces es la colaboración y no la lucha de clases lo que triunfa. La socialización de una empresa dejando intacto el aparato estatal es un eslabón de la cadena que bloquea al proletariado detrás de su enemigo tanto en el frente interior como sobre el frente imperialista del antagonismo fascismo-antifascismo, al igual que el desarrollo de una huelga por la misma reivindicación de clase dentro de una industria socializada es un anuncio que puede conducir a la defensa y a la victoria del proletariado español e internacional” (Bilan).

El gobierno del aplastamiento de la insurrección obrera de mayo 1937

La supeditación de toda la sociedad a la guerra imperialista significa terror policial, militarización draconiana (toque de queda), racionamientos, jornadas de trabajo de 12 y 14 horas, prohibición de toda huelga con los sindicatos CNT-UGT como primeros represores… En la vida social, si en los primeros meses tras la respuesta obrera de julio 1936, los señoritos habían desaparecido de los cafés, las propinas habían sido prohibidas, los burgueses habían adoptado vestiduras “proletarias” …, todo eso fue desapareciendo gradualmente para volver por sus fueros el lujo provocador de los burgueses, la restauración de las propinas, la expresión descarada de la división en clases.

Las milicias espontáneamente creadas por los obreros en julio de 1936 sufrieron un proceso de adulteración por etapas sucesivas: primero fueron encuadradas en los sindicatos “obreros” CNT y UGT, que encaminaron gran parte de ellas hacia el frente militar y fueron sometidas gradualmente a la disciplina del Ejército Regular. Se las “centralizó” en un Comité Central de Milicias Antifascistas con objeto de borrar de ellas toda orientación proletaria y dirigirlas vía la mistificación de la “lucha contra el fascismo” hacia la defensa del Capital bajo su etiqueta republicana. Pero, aún quedaban restos de resistencia proletaria en las milicias en las llamadas Patrullas de Control que intentaban, cada vez más aisladas, defender intereses obreros, por ejemplo, oponiéndose a patronos o a políticos republicanos o “comunistas”, demasiado descarados en la defensa del capital.

El gobierno republicano, espoleado por el Partido “comunista” que cada vez ganaba más terreno, debido a la influencia rusa, quería acabar con estos últimos focos de resistencia. La Central telefónica de Barcelona, ocupada por los obreros, resistía en todos los planos y, especialmente, intentaba controlar las llamadas de los altos dirigentes del Estado republicano. El 3 de mayo de 1937 “un grupo de 200 policías mandados por el consejero de Orden Público de la Generalidad de Cataluña, Rodríguez Salas, se dirigió a la central de la Telefónica y se personó en el departamento de censura (situado en la segunda planta) con la intención de tomar el control del edificio. ​ Aquello pareció a los anarquistas una provocación, pues la Telefónica estaba ocupada legalmente por un comité anarcosindicalista de acuerdo a un decreto de la propia Generalidad acerca de las colectivizaciones[23]. En defensa de los atacados una gran masa obrera se congregó en la plaza de Cataluña y pronto se generalizaron los enfrentamientos con los Guardias de Asalto y demás fuerzas represivas. Al día siguiente, una huelga masiva se extendió por las industrias de Barcelona, Tarragona y otros centros industriales catalanes. Los obreros recuperaron las últimas armas de que disponían y los choques armados se extendieron por el territorio. “Los obreros de Barcelona han tomado nuevamente, el 4 de mayo de 1937, el camino que iniciaron el 19 de Julio, y del que el capitalismo los había podido separar apoyándose en las múltiples fuerzas del Frente Popular. Provocando la huelga por todos lados, incluso en los sectores presentados como «conquistas de la revolución», se han enfrentado contra el bloque republicano-fascista del capitalismo. Y el gobierno republicano ha respondido con el mismo salvajismo con el que actuó Franco en Badajoz e Irún. Si el Gobierno de Salamanca no ha explotado esta conmoción del frente de Aragón para impulsar un ataque es porque ha intuido que su cómplice de izquierda ejecutaba admirablemente su papel de verdugo del proletariado” (Bilan).

Los ministros anarquistas corrieron a desmovilizar los obreros: “los dirigentes anarquistas García Oliver y Federica Montseny y el ejecutivo de la UGT Carlos Hernández Zancajo leían por la radio un llamamiento a sus seguidores para que depusieran las armas y volvieran al trabajo” (ídem.).

Hay que subrayar que “en el Frente de Aragón, unidades de la 26.ª División anarquista (anteriormente llamada la Columna Durruti) a las órdenes de Gregorio Jover, se congregaron en Barbastro para emprender la marcha sobre Barcelona. No obstante, al oír la alocución radiada por García Oliver permanecieron donde estaban. ​ Pero la 28.ª División (la que fuera la Columna Ascaso) y también la 29.ª División del POUM, capitaneada por Rovira, no desistieron de la proyectada marcha sobre Madrid hasta que el jefe de la aviación republicana en el frente de Aragón, Alfonso Reyes, amenazó con bombardearles si la marcha se efectuaba” (ídem.). “Una fuerza de aproximadamente 5000 miembros, la mayoría de ellos guardias de asalto, parten de Madrid y Valencia hacia la capital catalana. Por la noche dos destructores republicanos, acompañados por el acorazado Jaime I llegaron al puerto de Barcelona procedentes de Valencia y cargados de hombres armados” (ídem.)

El Gobierno de la República no duda en dejar de lado momentáneamente la “guerra antifascista” para masacrar a sus huestes, por la sencilla razón de que éstas son sus “tontos útiles” y no puede consentir que se rebelen. Con esta movilización gigantesca y con el apoyo descarado de la CNT que el 6 de mayo hace un nuevo llamamiento solemne a abandonar la huelga, desde la mañana del 7 de mayo Barcelona es sometida a una ocupación militar en toda regla, el 8 de mayo los últimos focos de resistencia son aplastados. “Las fuerzas expedicionarias que entraron en Barcelona iban bajo el mando del teniente coronel Emilio Torres, que gozaba de cierta simpatía entre los anarquistas y precisamente por ello la CNT había propuesto que se le asignara a él dicha tarea para facilitar la vuelta a la normalidad” (ídem.). El 7 de mayo, la CNT repitió el llamamiento a la vuelta al trabajo, proclamando por la radio: «¡Abajo las barricadas! ¡Que cada ciudadano se lleve su adoquín! ¡Volvamos a la normalidad!»

¡La normalidad capitalista de la guerra, los racionamientos y la represión! Una normalidad impuesta con más de 500 muertos, más de 1000 heridos, miles de detenidos, torturados, desaparecidos. El gobierno republicano se reestructura, el “radical” Largo Caballero cede el mando a Negrín, quien da carta blanca a la jauría de los estalinistas para desencadenar la represión y a los mandos militares para imponer una disciplina de hierro en el ejército.

El 19 de Julio los proletarios de Barcelona, con sólo sus puños desnudos, aplastaron el ataque de los batallones de Franco, armados hasta los dientes. Ahora, en las jornadas de mayo de 1937, cuando sobre los adoquines han caído muchas más víctimas que cuando en Julio rechazaron a Franco, ha sido el gobierno antifascista - incluyendo hasta los anarquistas y del que el POUM es indirectamente solidario - quien ha desencadenado la chusma de las fuerzas represivas contra los trabajadores” (Bilan).

La lección de la experiencia trágica de 1931-39 de Gobiernos de Izquierda es contundente: no es solo el PSOE como en 1931-33 sino todas las fuerzas que dicen “hablar en nombre de los trabajadores” (PCE, CNT, POUM) quienes cierran filas con el Capital y cubiertos con la máscara del “antifascismo” imponen la Guerra, la explotación capitalista, la represión y la miseria.

En el siguiente artículo analizaremos la experiencia de los gobiernos de izquierda desde 1975 con la “restauración” de la democracia.

C.Mir 16-2-20

 

[1] Para un análisis de las negociaciones, más bien auténticas guerras, entre PSOE y Podemos, ver Contra el espectáculo repugnante de la política burguesa existe una respuesta: la política revolucionaria del proletariado https://es.internationalism.org/content/4464/contra-el-espectaculo-repugnante-de-la-politica-burguesa-existe-una-respuesta-la

[3] Dos ejemplos: Podemos que se dice “republicano” se ha vuelto el más furibundo monárquico, no solo han dejado de denostar al rey Borbón, sino que lo elogian descaradamente. En los “debates” electorales, Pablo Iglesias, el mandamás de Podemos, se presentaba como el más aplicado defensor de la Constitución de 1978.

[4] La medida que tomó el gobierno socialista en 2019 para controlar los horarios de los trabajadores se presentó como un medio de evitar que se hicieran horas extras no pagadas y ha resultado ser todo lo contrario: con ella se están haciendo miles de horas extras que no se remuneran.

[5] Ver nuestra hoja internacional 2011: de la indignación a la esperanza, https://es.internationalism.org/cci-online/201204/3349/2011-de-la-indignacion-a-la-esperanza

[6] Ver sobre todo nuestro libro ESPAÑA 1936: FRANCO Y LA REPUBLICA MASACRAN AL PROLETARIADO, capítulo I, https://es.internationalism.org/cci/200602/497/1la-leccion-de-los-acontecimientos-de-espana . Mientras no se indique lo contrario las citas son tomadas de este libro.

[7] En 1921 se celebró un Congreso Extraordinario del PSOE que rechazó la adhesión a la Tercera Internacional, abandonando el partido las últimas tendencias proletarias (aunque muy confusas y de orientación centrista) que formarían inmediatamente el Partido Comunista Obrero Español, PCOE, que se fusionarían sin debate alguno, obligados por el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, con los grupos que habían constituido un año antes un primer partido comunista.

[9] Para un análisis más detallado ver de nuestro libro antes citado España 1936, Franco y la República masacran al proletariado, el Capítulo I: Bilan ante los acontecimientos de España

[13]Pasada la medianoche, llegó a Casas Viejas una tercera unidad de orden público-compuesta por cuarenta guardias de asalto al mando del capitán Rojas, que había recibido la orden del Director General de Seguridad en Madrid, Arturo Menéndez, para que se trasladara desde Jerez de la Frontera y acabara con la insurrección, abriendo fuego «sin piedad contra todos los que dispararan contra las tropas». (ídem. Nota 9).

[15] Líderes respectivamente del Partido Socialista francés y del PCF.

[17] Hay que señalar que los estalinistas del PCE rechazaron abiertamente las huelgas: “Una prueba de que la polarización política no era definitiva fue la actitud del Partido Comunista de España (uno de los representantes del "bolchevismo" que tanto temía la derecha), que mostró un firme apoyo al Gobierno republicano, e incluso moderó su exigencia de una reforma agraria revolucionaria e hizo llamamientos a los dos sindicatos, UGT y CNT, para que detuvieran la escalada de huelgas que se produjo a lo largo de la primavera de 1936”.

[19] Declaración del periódico de la CNT Solidaridad Obrera, citada por Burnett Bolloten Revolución y Contra – Revolución en España.

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