La responsabilidad de la izquierda del Capital en el ascenso del fascismo (I)

Printer-friendly version

Leemos en La Haine, una revista ideológica de la Izquierda del Capital, un artículo que denuncia la complicidad entre el liberalismo y el fascismo, recogiendo una cita de Bertold Brecht: “Los intelectuales tienden un velo sobre el carácter dictatorial de la democracia burguesa al presentarla como el absoluto opuesto del fascismo y no como otra fase natural del mismo en el que la dictadura burguesa se revela de modo más abierto” y señalando que “fascismo y liberalismo comparten su innegable devoción al orden mundial capitalista. Aunque sea preferible el guante de terciopelo del gobierno hegemónico y consensual y el fascismo sea más proclive a aplicar sin reparos el puño de hierro de la violencia represiva, ambos pretenden mantener y desarrollar las relaciones sociales capitalistas, y han cooperado a lo largo de la historia moderna para lograrlo[1]

Dos trampas habituales en la ideología de la Izquierda del Capital

Ya de entrada nos deslizan una trampa: decir que el “guante de terciopelo” de la democracia sería preferible al “puño de hierro” del fascismo, nos proponen pues que hay que elegir entre las diferentes variantes del Estado capitalista ocultando que éste es siempre la dictadura del Capital y nos engañan haciéndonos creer que la democracia sería menos represiva o más “considerada” con los explotados. Todo esto es radicalmente falso: democracia y fascismo son dos formas de la dictadura del capital, la democracia es culpable de tantas matanzas, represión y guerras como el fascismo y, en última instancia, la democracia es la que ha preparado la cama al fascismo como se ha demostrado reiteradas veces: en Italia con el ascenso al poder por vías democráticas de Mussolini (1922); el triunfo electoral nazi en 1933; la complicidad entre la República y Franco en España (1936) o las puertas abiertas que Allende ofreció a Pinochet en Chile (1973).

Aunque el artículo denuncia la identificación que hace el liberalismo entre fascismo y comunismo[2] que considera ambos como “totalitarios”, desliza otra trampa al afirmar: “la línea divisoria fundamental no es la que separa dos modos diferentes de gobernanza capitalista, sino capitalismo y anticapitalismo”. Esto es igualmente una falsedad: lo que se opone al capitalismo no es el “anticapitalismo”, una ambigua y confusa oposición que no ofrece ninguna alternativa[3], la verdadera alternativa es la lucha de clase del proletariado por el comunismo.

¿Cómo llegó Mussolini al poder en 1922?

El artículo reconoce la complicidad entre los partidos liberales -la derecha clásica de la burguesía- y el fascismo. Sin embargo, no dice ni una palabra de todo lo que hizo la izquierda del capital contra los obreros y que facilitó el triunfo de Mussolini, de Hitler, de Franco o de Pinochet. Decía un poeta alemán, Lessing, que la “peor mentira es una verdad a medias”. Ocultar la responsabilidad de la Izquierda del Capital es falsear la realidad histórica. La Izquierda del Capital aplastó primero a la clase obrera y la encadenó a dos trampas consecutivas:  1) defensa de la democracia; 2) elegir bando entre los verdugos capitalistas. Con esta estrategia política abrió el camino hacia el fascismo. Los ideólogos de la Izquierda del Capital intentan esconder que ella, junto con los sindicatos, es un pilar fundamental del Estado Capitalista, cómplice de derecha y extrema derecha.

En numerosos artículos hemos demostrado ese papel criminal de la Izquierda del Capital. Una visión falsa de la historia es la que presenta al fascismo como el medio para impedir una revolución proletaria. En los años cruciales de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23, las experiencias de Alemania, Italia y Hungría nos demuestran que las cosas no sucedieron así. Fue, al contrario: primero la Izquierda del capital, auxiliada por los sindicatos, aplastó a los obreros y, después, cuando estos estaban derrotados y desmoralizados, las hordas fascistas remataron la faena instaurando el más feroz terror capitalista. En Alemania el SPD y los sindicatos aplastan la tentativa revolucionaria del proletariado alemán (1918-23), alumbran la República de Weimar y esta, a su vez, aniquilada toda resistencia de clase en el proletariado, cede democráticamente el poder a Hitler en 1933. En Hungría, los socialistas sabotean los Consejos Obreros (que habían tomado el poder en marzo de 1919), permitiendo su derrota en agosto de 1919, lo que dio paso a la feroz dictadura fascista del almirante Horthy[4].

Vamos a ver lo que ocurrió en Italia, el artículo denuncia justamente la colaboración de la gran burguesía en el asalto al poder de Mussolini y sus hordas fascistas. Grandes industriales financiaron a sus bandas de matones que aterrorizaban a los obreros y les dieron el espaldarazo final con la Marcha sobre Roma el 28 de octubre 1922. Denuncia igualmente la colaboración de la monarquía que llamó a Mussolini al gobierno pese a que no tenía mayoría parlamentaria. Del mismo modo, denuncia la colaboración de los liberales que apoyaron la modificación de la ley electoral de 1923 que propuso el partido fascista y fueron en coalición con éste en las elecciones de 1924 regalándole una abrumadora mayoría parlamentaria.

Pero el artículo se detiene ahí cumpliendo con ello su función mistificadora. No dice nada del papel que jugaron el partido socialista, los sindicatos y la rama oportunista que finalmente controlaría el Partido Comunista en Italia. Conocer todo esto es vital para la clase obrera actual.

El Partido Socialista Italiano y los sindicatos guardianes del interés del capital italiano en la guerra de 1914

Con la guerra de 1914 que marca la entrada del capitalismo en su época de decadencia se produce la traición y la integración en el Estado capitalista de la gran mayoría de partidos socialistas, así como de los sindicatos.

El Partido Socialista Italiano adoptó una política de “neutralidad” frente a la guerra imperialista acomodándose a las necesidades del capital italiano que dudaba entre el bando germano – austriaco o el franco – inglés (se decantó por este último en la tardía fecha de 1917). El PSI “se centró en frenar la lucha de clases durante todo el tiempo que duró la guerra, bajo el hipócrita pretexto: “ni sabotear, ni participar”, lo que, de hecho, no era más que un pisoteo de los principios más elementales de la lucha de clases internacional. Esta posición la compartían también los negociantes y el Vaticano, protector del imperio católico austríaco. Igual que los socialistas, el papa Benedicto XV lanza su famosa circular invitando a las potencias a negociar una paz honorable, sin anexiones ni indemnizaciones. En pocas palabras, temiendo que de la guerra pudiera surgir la revolución proletaria, el P.S.I. en su lucha ambigua contra la guerra, simplemente, lucha contra la revolución[5]

Esta política fue secundada por los sindicatos que no movieron un dedo para apoyar la insurrección obrera en Turín (1917) dejando que fuera aplastada por el ejército con un saldo de 50 muertos y 200 heridos. Los sindicatos se sumaron a las “Comisiones Internas” creadas por el gobierno que tenían como misión garantizar el pleno funcionamiento de la industria y especialmente de la producción de guerra: “compuestas únicamente por obreros sindicalizados recibieron como misión socavar la tensión en los talleres. Se convertían en instituciones permanentes a quienes se les confiaba el cálculo del trabajo a destajo o bien, el despido de los obreros” (ídem.).

PSI y sindicatos pedían a los obreros en Italia “que renunciaran a hacer huelgas, que pospusieran su lucha de clases para no debilitar las fuerzas del Estado democrático, para no comprometer la eventualidad de una paz rápida. Mientras decían esas mentiras, los beneficios de la industria pesada italiana crecían como hongos, y los cadáveres llegaban a formar montañas” (ídem.).

1919-20: PSI y sindicatos sabotean la lucha proletaria

La posguerra de 1914-18 debilitó al capital italiano. El alineamiento en el último minuto con los vencedores -USA, Gran Bretaña y Francia- no le reportó gran cosa. Ni siquiera su reivindicación de Trieste fue complacida. La posguerra lo sumió en una grave crisis, con una fuerte carestía de alimentos. El precio del pan fue aumentado provocando en 1919 numerosas huelgas que fueron aplastadas causando 320 muertos. En el campo la agitación de los jornaleros se recrudecía.

Sin embargo, desde mediados de 1919 las huelgas y acciones obreras se extienden por todo el país y muestran su simpatía con la revolución en Rusia tratando de extenderla al territorio italiano. En respuesta, el gobierno del liberal Nitti formó un cuerpo militarizado especializado en enfrentar a los obreros en lucha, la Guardia Real, con miles de miembros fuertemente equipados. “Aún antes de que el fascismo hiciera pesar el terror, centenares de trabajadores cayeron bajo las bajas de dicha guardia. Ese esfuerzo democrático del aparato de Estado le dará plena satisfacción a la burguesía. En abril de 1920, la tropa dispara a los huelguistas en Décima y deja nueve obreros muertos en las calles; la conmemoración del 1° de mayo deja 15 muertos; el 26 de junio hubo 5 muertos en el levantamiento de Ancona contra la expedición de tropas italianas para ir a ocupar Albania. En Mantua trabajadores y soldados invaden la estación, arrancan los rieles para detener los trenes de la Guardia Real, los que estaban destinados a la guerra contra los Soviets cargados de armas y de municiones, golpean a todos los oficiales, asaltan la prisión que incendian después de haber liberado a los presos. Cada vez que hay muertos en las calles, los trabajadores continúan la lucha proclamando huelga general:  correos, empleados de los ferrocarriles, Milano” (ídem.).

En todos estos movimientos el PSI y los sindicatos o están ausentes o se oponen radicalmente. En Milán condenan la huelga general y salen a la calle al grito de Viva la República.

El movimiento obrero se radicaliza en el norte industrial y muy especialmente en Turín. En esta ciudad los obreros constituyen Consejos de Fábrica desde mayo 1919. En sucesivas oleadas, las luchas se extienden a Milán, a la región de Liguria y a los obreros del campo. La respuesta del organismo patronal, la Cofindustria, es el cierre de fábricas, ante lo cual los obreros las ocupan, forman milicias obreras y se organizan en Consejos de Fábrica. El movimiento, sin embargo, se encierra en el “control de la producción”, llegándose a emitir dinero para el intercambio de mercancías entre empresas y barrios obreros, también intentando extender este modo de organización a los campesinos en algunas regiones del centro de Italia. El anarquista Malatesta celebra esta desviación: “los trabajadores pensaron que el momento estaba maduro para la toma de posesión de una vez para siempre de los medios de producción. Se armaron para su propia defensa y comenzaron a organizar la producción por su propia cuenta. El derecho de propiedad fue de hecho abolido era un nuevo régimen, una nueva forma de vida social que hacía su entrada. Y el gobierno se echó a un lado al sentirse impotente para ofrecer oposición[6].

Todo esto es un engaño: no se tomaron “para siempre” los medios de producción pues estos seguían completamente bajo las leyes de las relaciones de producción capitalistas que operan a escala mundial y de los cuales no se puede escapar en el encierro local. El colmo es decir que el gobierno burgués “se echa a un lado” (¡cuando lanzó el ejército contra los obreros causando numerosos muertos!)

El PSI y los sindicatos se opusieron a las ocupaciones y a los Consejos de Fábrica. A espaldas de estos negociaron con el gobierno algunas migajas y propusieron una “asociación empresarios – trabajadores” para la gestión de las empresas, medida que ataba a los obreros al interés de la empresa y por tanto del capital. Tras la firma de este acuerdo, las ocupaciones aún resistieron un mes. El 27 de septiembre de 1920, un intento de desalojo de las fábricas ocupadas provocó una huelga general en Turín. Hubo un cierre patronal y el gobierno Giolitti envió miles de soldados que cercaron las fábricas con ametralladoras. Los sindicatos y el PSI denunciaron la huelga e impidieron su extensión al resto de Italia. Al cabo de 15 días los obreros abandonaron las fábricas admitiendo la derrota.

1921-22 PSI y sindicatos desmovilizan a los obreros frente al fascismo

Vencido el movimiento de ocupaciones, los sectores dominantes del capital italiano apuestan claramente por el partido fascista de Mussolini. Es el hombre del momento pues con su mano izquierda practica una demagogia anticlerical, anticapitalista (que se basa en reducir el capitalismo a una “oligarquía” de grandes empresarios y terratenientes), “anti- estado” (Mussolini proclama en Udine, septiembre 1922, “Ya estamos hartos del Estado ferroviario, del Estado postal, del Estado de los seguros. Estamos hartos de que el Estado ejerza sus funciones a costa de todos los contribuyentes italianos y agrave el agotamiento de las finanzas”), anticorrupción etc.

Y con su mano derecha recibe cuantiosas subvenciones de las grandes firmas de la industria de guerra (FIAT, Ansaldo, Edison) e incluso de los socialistas franceses, que participaban en el gobierno de guerra de su país, aportaron cuantiosos fondos por intermedio de Cachin, futuro dirigente del Partido Comunista francés (¡¡¡).

Pero la principal tarea del Partido Nacional Fascista son las expediciones punitivas contra los obreros de la industria y del campo que se multiplican desde el otoño de 1920 y que causan innumerables víctimas con el beneplácito gubernamental que envía la policía para facilitarles la labor.

La clase obrera se ve brutalmente golpeada desde dos frentes: el frente legal de la represión del gobierno y el frente ilegal de la canalla fascista. Como denuncia la 2ª parte de nuestro artículo Revolución y contra – revolución en Italialas fuerzas legalmente constituidas del estado democrático y, las escuadras fascistas, fusionaron en un bloque monolítico, prácticamente todas las ligas antibolcheviques y patrióticas[7].

¿Y qué hacen ante ello el PSI y los sindicatos? Pues firmar con los fascistas un Pacto de Pacificación en agosto de 1921. El día 2 de dicho mes “hubo una reunión en Roma con los representantes del Consejo del Fascio, del P.S.I., de los grupos parlamentarios fascista y socialista, de la C.G.I.L. y, finalmente, de De Nicola, presidente de la Cámara, para acordar no dejar que las calles sean objeto de "violencia, ni incitar a las pasiones partidistas extremistas" (art. 2). Las dos partes "se comprometen mutuamente a respetar las organizaciones económicas" (art. 4). Cada uno reconoce en el adversario una fuerza viva de la Nación con la que hay que contar; cada uno acepta pasar por ello”.

Con dicho pacto que los fascistas incumplieron llegando a asaltar las propias sedes socialistas y sindicales, el PSI y los sindicatos les daban legitimidad presentándolos como una “fuerza democrática de la Nación”. Es decir, encerraban al proletariado en la cárcel nacional y con ello lo obligaban a ver al fascismo como mero “adversario político” y no como mamporrero sangriento del capital. Le comprometían a la “no violencia” frente a sus brutalidades (Turati, dirigente socialista proclamará “¡Hay que tener el coraje de ser cobarde!”) y, sobre todo, lo encadena al Estado democrático, quien un año después apadrinará el ascenso definitivo del partido fascista al poder (1922-23).

Aquí entran en escena los sindicatos que desarrollan dos líneas de ataque. Por un lado, exhortan a los obreros a renunciar a la huelga y a no oponerse a las expediciones de castigo fascistas pues “se puede caer en la ilegalidad y dar un pretexto a los fascistas”. Por otra parte, también reclaman la renuncia a la huelga para “dar tiempo a la economía nacional para recuperarse”, lo que permite a la patronal rebajar salarios y lanzar despidos masivos.

El PSI y los sindicatos focalizan todas las esperanzas obreras en las elecciones donde “derrotaremos democráticamente al fascismo”. Esta maniobra no hará sino reforzar al bando mussoliniano como reconoce francamente el Duce: “Este fantasma de las elecciones es más que suficiente para cegar a los viejos parlamentarios que ya están haciendo campaña por nuestra alianza. Con este cebo, haremos con ellos lo que queramos. Nacimos ayer, pero somos más inteligentes que ellos

Los graves errores de la Tercera Internacional frente al fascismo

Frente a la sucia labor de sabotaje del PSI y los sindicatos, la Internacional Comunista, en lugar de jugar un papel de apoyo a la lucha proletaria y de vanguardia de esta, corroída por el oportunismo, jugó el papel contrario de desarmar a los obreros y debilitar su respuesta al ascenso de Mussolini.

En el Partido Comunista de Italia fundado finalmente en enero 1921 en Livorno se pueden distinguir 3 grandes corrientes:

  • La corriente centrista procedente del PSI que no rompió nunca con la visión socialdemócrata
  • La corriente de Gramsci (Ordine Nuovo), que defendía una mezcla de anarcosindicalismo y reformismo socialdemócrata
  • La corriente clara y consecuentemente comunista de la fracción alrededor de Bordiga y que sería uno de los pilares de la Izquierda Comunista.

Dominada por el oportunismo la IC apoyó a las dos primeras corrientes en detrimento de la tercera y puso el PC italiano en las manos de Gramsci y Togliatti. Todo ello llevó a una política desastrosa frente al ascenso del fascismo. Tres fueron los ejes de esa política:

  1. Apoyo al PSI
  2. Participación en los sindicatos
  3. Falsa visión del fascismo

El apoyo al PSI

En el Tercer Congreso de Tercera Internacional se preconizó la línea de ganar a los sectores de izquierda de los viejos partidos socialistas. Esta política era una respuesta falsa a un problema correcto. Había en los partidos socialistas un sector de jóvenes obreros o militantes de toda la vida que sinceramente luchaban por el interés proletario y veían en la revolución de octubre un faro para proseguir la lucha por la revolución mundial. Sin embargo, la respuesta dada era falsa y peligrosa en dos sentidos:

  1. Planteaba una mera fusión entre los primeros partidos comunistas y esos sectores de izquierda socialista, con lo cual la claridad programática, la decantación comunista, que habían logrado desarrollar esos primeros núcleos quedaba desdibujada o claramente liquidada. En el caso de partido italiano, todo el trabajo de fracción llevado desde 1912 por el conjunto de militantes en torno a Bordiga fue arrojado a la basura.
  2. Confundía los grupos de obreros sinceramente inclinados al comunismo con la cuerda de “dirigentes de izquierda” centristas que pretendían convertirse en dirigentes de los nacientes partidos comunistas aplicando la vieja y podrida política socialdemócrata. Con ello cortaban de raíz el esfuerzo de clarificación de esos grupos de obreros.

La aplicación de esta política en Italia retrasó la fundación del partido comunista (se formó en enero 1921 en Livorno tras la derrota del movimiento de ocupaciones) y, sobre todo, debilitó la posición avanzada y coherente de las fracciones comunistas alrededor de Bordiga, para reforzar al máximo las posiciones de la supuesta “ala izquierda” del PSI y la línea confusa y claudicante de Gramsci, Tasca y compañía.

Estos graves errores se hicieron aún peores con las orientaciones adoptadas por el Cuarto Congreso de la Tercera Internacional que, vía las posiciones del “Frente Unido” y el “Gobierno Obrero”, preconizaban la alianza con los partidos socialistas y la colaboración gubernamental con ellos, con lo cual se echaba al cubo de la basura la denuncia intransigente de los Partidos Socialistas como lacayos del Capital (posición adoptada por el Primer Congreso de la IC) y la lucha por el único gobierno posible: los consejos obreros como “forma al fin encontrada de la dictadura del proletariado” (abandonando lo que había defendido el Primer Congreso de la IC).

La nueva línea de conducta internacional de Zinóviev prefería ver a la socialdemocracia como el ala derecha del proletariado y no como el ala izquierda de la burguesía. La socialdemocracia, a la cabeza de las viejas organizaciones de la época reformista, había reunido todas sus fuerzas en un frente anti proletario para salvar el régimen burgués en la noche del 4 al 14 de agosto, y había entregado a la reacción sus Noske, Scheidemann, Böhm y Peild para el aplastamiento de la República Húngara de Consejos, un canciller federal en Austria en la persona de K. Renner, para incitar a los campesinos contra los obreros” (de la segunda parte del artículo Revolución y contrarrevolución en Italia).

Apoyo a los sindicatos

Como en el resto del mundo, los sindicatos italianos habían mostrado con quien estaban tanto por su conducta durante la guerra como frente a las luchas masivas de signo revolucionario de 1919-20. El joven partido comunista en Italia siguió a pies juntillas las Tesis sobre la cuestión sindical del Segundo Congreso de la Tercera Internacional que había proclamado sin ningún argumento que “Los sindicatos, que durante la guerra se habían convertido en los órganos del sometimiento de las masas obreras a los intereses de la burguesía, representan ahora los órganos de la destrucción del capitalismo[8] y “Dada la pronunciada tendencia de amplias masas obreras a incorporarse a los sindicatos, y considerando el carácter objetivo revolucionario de la lucha que esas masas sostienen pese a la burocracia profesional, es importante que los comunistas de todos los países formen parte de los sindicatos para convertirlos en órganos conscientes para la liquidación del régimen capitalista y el triunfo del comunismo”.

El PC italiano se olvidaba de que los sindicatos 1) habían apoyado el esfuerzo de guerra del capital italiano y habían saboteado todo intento de huelga; 2) se habían enfrentado a lucha revolucionaria de 1919-20; 3) habían propugnado una política de claudicación frente a la ofensiva patronal y las expediciones punitivas de las escuadras fascistas (1921-22). Estas 3 conductas eran pruebas concluyentes de que los sindicatos se habían convertido en engranajes del Estado capitalista[9].

Visión oportunista del fascismo

En el PC italiano triunfó la línea de Gramsci (apoyado sin recato por el Comité Ejecutivo de la IC) que pretendía que el fascismo tenía como causa el atraso de la burguesía italiana por el peso que los terratenientes y los residuos feudales tenían en su estructura, olvidando con ello, que el capitalismo había entrado en decadencia en todo el mundo y las trabas y particularidades de cada país no debían ser motivo -como argüían los mencheviques en Rusia y, en general, los socialistas en todos los países- para encerrarse en “revoluciones democráticas anti- feudales” cerrando la puerta a la única revolución necesaria y posible, la Revolución Comunista Mundial.

Gramsci distinguía dentro de la burguesía entre “fuerzas fascistas” y “fuerzas antifascistas” propugnando establecer con estas últimas un “Bloque Histórico” que llevaría al poder al proletariado (¡¡¡). En consecuencia, no había que luchar por la revolución proletaria ni unir los obreros italianos al movimiento por la revolución mundial, sino por una “Asamblea Constituyente” que daría luz a un “nuevo Estado” desde el cual sería posible luchar por el comunismo. Una alianza con liberales, católicos etc., sería la transición hacia una “República Federativa de Soviets” (¡¡¡). Bordiga denunció estas estupideces: “Debemos rechazar la ilusión de que un gobierno de transición pueda ser tan ingenuo como para permitir, por medios legales, maniobras parlamentarias, expedientes más o menos hábiles, asediar las posiciones de la burguesía, es decir, apoderarse legalmente de todo su aparato técnico y militar para distribuir tranquilamente las armas al proletariado. ¡Esta es una concepción verdaderamente infantil! No es tan fácil hacer una revolución[10]

En la segunda parte de este artículo veremos concretamente como el SPD y el PC alemán desarmaron al proletariado en 1930-33 frente al ascenso del partido nazi.

Smolny 13-2-21

 

[2] El capitalismo ha podido sobrevivir frente al proletariado gracias a la Gran Mentira del siglo XX -probablemente la mentira más grande la historia-: la identificación de los regímenes estalinistas con el “comunismo”, cuando lo que hubo en Rusia (o lo que hay ahora en China, Cuba o Corea del Norte) no tiene nada que ver con el comunismo, sino que es una forma particular del capitalismo de Estado.

[3] El “anticapitalismo” es una forma de “oposición” al capitalismo que en realidad lo reproduce ideológicamente. Para comprender la trampa del “anticapitalismo” ver el capítulo III del Manifiesto Comunista, Literatura socialista y comunista, donde denuncia los “anticapitalismos” de la época: el socialismo feudal, el socialismo pequeñoburgués, el “socialismo alemán”, el socialismo burgués, delimitando esta basura ideológica de los intentos socialistas y comunistas proletarios. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm

[6] Citado en el libro de Vernon Richards, Errico Malatesta vida e ideas.

[10] Citado en la segunda parte de Revolución y contrarrevolución en Italia

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Cuestiones teóricas: