Atrás quedaron los días en que, a pesar de la realidad de este mundo dominado por un sistema de explotación que lleva a la humanidad cada vez más explícitamente a su perdición, los medios de información se obstinaban en difundir un poco de optimismo para adormecer mejor a los explotados sugiriendo razones para esperar un mundo capitalista mejor. Ahora, la acumulación de catástrofes de todo tipo es tal que hace mucho más difícil entrever otra cosa que el infierno en la Tierra. Adaptándose a esta situación, la intoxicación propagandística tiende cada vez más a encerrar la reflexión en esta atmósfera de fin del mundo y hace todo lo posible por desviar a los explotados de la idea de que, precisamente, otro futuro es a la vez indispensable y posible, que está madurando en las entrañas de la sociedad y que será el resultado de la lucha de clases del proletariado, si logra derrocar al capitalismo.
Por dramática y sobrecogedora que sea la situación del mundo, no es inexorable y puede explicarse de otra manera que por las mentiras de aquellos que tienen un interés en la perpetuación del capitalismo: explotadores de la fuerza de trabajo proletaria, politicastros de todos los pelajes, demócratas de izquierda o derecha, populistas o incluso aquellos de extrema izquierda que son la última línea de defensa del capital.
Más que ningún otro modo de producción anterior, el capitalismo desarrolló las fuerzas productivas que hicieron posible, por primera vez en la historia de la humanidad, la edificación de una sociedad libre de necesidades y sin clases sociales: el comunismo. En este sentido representó una etapa progresiva en la historia de la humanidad. La Primera Guerra Mundial -con sus millones de muertos y sus destrucciones como la historia no había conocido antes- significó la entrada de este sistema en una decadencia irreversible cuya perpetuación amenaza cada vez más la existencia misma de la humanidad. Con dos guerras mundiales en su haber y una sucesión ininterrumpida de guerras locales cada vez más mortíferas, ha entrado desde el hundimiento del bloque del Este en 1990 en una nueva y última etapa de su decadencia, su fase final, la de la descomposición general de la sociedad, de su putrefacción desde las raíces.
Sólo a través del marco materialista e histórico de la descomposición, como fase última de la decadencia del capitalismo, es realmente posible aprehender los fenómenos del “fin del mundo” que invaden la sociedad y combatir su causa: la persistencia de la dominación de las relaciones de producción capitalistas que han quedado obsoletas.
La descomposición invade la sociedad en todos los ámbitos: el desarrollo del cada uno para sí o sálvese quien pueda generalizado, la inestabilidad creciente de las estructuras internacionales de “regulación” y de los aparatos políticos, pero también la explosión del consumo de drogas, la delincuencia, el fanatismo religioso, la depresión, los suicidios, etc.[1] y la destrucción del pensamiento racional. La oleada de populismo es en sí misma un producto de esta descomposición, que afecta cada vez más la capacidad de fracciones de la burguesía para asumir “racionalmente” la gestión del capital. Dos artículos de este número de la Revista Internacional lo ilustran[2] “Cómo se organiza la Burguesía (§ “El auge del populismo”: la expresión más espectacular de la pérdida de control de la burguesía sobre su aparato político”)” y “La izquierda del capital no puede salvar un sistema moribundo”.
Más allá de la irresponsabilidad social de la burguesía, la descomposición contribuye a favorecer la degradación acelerada del medio ambiente y por tanto, a la agravación del cambio climático, por el ánimo del lucro que se obtiene echando mano de los recursos naturales; como atestiguan la frecuencia y la amplitud de las catástrofes climáticas en el mundo.
Evidentemente la descomposición de la sociedad no elimina las contradicciones fundamentales del capitalismo; al contrario, no hace sino agravarlas. La crisis económica mundial, de vuelta desde finales de la década de 1960, se agrava inexorablemente y de forma irreversible, con manifestaciones que serán más profundas y desestabilizadoras que durante la recesión de 2008, y que posiblemente batirán todos los récords de la gran crisis de 1929 y 1930 (Lea en este número de la Revista Internacional, “Esta crisis se convertirá en la más grave de todo el periodo de decadencia”)[3]. Pero al mismo tiempo, aunque infrinja nuevos sufrimientos a la humanidad, en particular un considerable refuerzo de la explotación de la clase obrera, al revelar abiertamente la bancarrota del capitalismo, la crisis económica será el fermento de nuevos desarrollos de la lucha de clases y de la toma de conciencia de la clase obrera.
Por otro lado la barbarie guerrera se extiende por todos los continentes de forma incontrolable y cada vez más dramática. La guerra hace estragos actualmente en Ucrania y en la Franja de Gaza en Medio Oriente; la amenaza de un futuro enfrentamiento entre China y Estados Unidos[4] no cesa... Frente a todas las guerras actuales o en gestación, la clase obrera no debe elegir ningún bando y debe defender con firmeza la bandera del internacionalismo proletario en todas partes. Durante todo un período, la clase obrera no podrá alzarse contra la guerra. Por el contrario, la lucha de clases contra la explotación va a adquirir mayor importancia porque empuja al proletariado a politizar su lucha.
No existe otra perspectiva realista para la humanidad, que no sólo se enfrenta a cada una de las calamidades capitalistas que hemos mencionado -descomposición, crisis, guerra, destrucción del medio ambiente- sino que todas estas lacras se entrecruzan e interactúan entre sí en una especie de “efecto torbellino” con efectos más destructivos que la simple suma de esas lacras consideradas aisladamente unas de otras.
Mientras que el polo de la sociedad que representa la perspectiva de la destrucción de la humanidad ocupa todo el espacio mediático, hay otro polo en juego respecto al cual la burguesía se muestra muy discreta: la reanudación de la lucha de clases a escala mundial, cuyo desarrollo representa el único futuro posible para la humanidad. Así, tras las considerables dificultades encontradas por la lucha de clases consecutivas a la explotación política que la burguesía hizo del hundimiento del bloque del Este, el proletariado vuelve a la escena social. Le fueron necesarias tres décadas, a partir de1990, para digerir la repugnante campaña ideológica que, en todos los tonos posibles y a través de los medios de información de todos los continentes, ha insistido en que el hundimiento de los regímenes estalinistas -falsamente identificados con la futura sociedad comunista que es su antítesis- significaba el fin del proyecto de construcción de una sociedad comunista a escala mundial. Esas campañas llegaron incluso a decretar el fin de la lucha de clases, de la clase obrera y de la propia historia. Incluso si durante esos treinta años la clase obrera intentó levantar cabeza a través de ciertas luchas, éstas se vieron considerablemente limitadas por el hecho de que los trabajadores ya no se reconocían como una clase distinta de la sociedad, la principal clase explotada de la sociedad, con un proyecto histórico que le es propio. Pero fue la recuperación gradual por parte de la clase obrera de su identidad de clase lo que hizo posible el surgimiento de las luchas en el Reino Unido, “El verano de la cólera” de 2022, la mayor oleada de huelgas en ese país desde 1979, y que entraña la recuperación por parte del proletariado de su propio proyecto político, el derrocamiento del capitalismo[5] y la construcción de la sociedad comunista.
Los artículos de la prensa de la CCI han ilustrado, acompañado y comentado las expresiones más llamativas de esta renovación de la lucha de clases. Sólo desde la publicación del número 171 de la Revista Internacional, se han producido importantes luchas en Quebec, Suecia, Finlandia, Alemania, Turquía e Irlanda del Norte. Estas luchas son evidentemente el resultado del rechazo creciente de la clase obrera a sufrir la agravación de la explotación y de las condiciones miserables que la acompañan (el “¡Ya basta!” de los trabajadores en Gran Bretaña). Más allá de la conciencia inmediata que puedan tener los trabajadores en lucha, estos movimientos constituyen el principio de una respuesta al infierno en la tierra al que el capitalismo condena a la humanidad.
Como secreción de la lucha histórica del proletariado mundial, la actividad y la intervención de los revolucionarios son indispensables. Y esto es cierto en todos los periodos de la vida de la sociedad, desde el nacimiento del movimiento obrero hasta nuestros días, tanto en el ascenso del capitalismo y el desarrollo del movimiento de los trabajadores como en la decadencia capitalista. Ya sea estando en la vanguardia de la lucha de la clase obrera para darle orientaciones en los periodos revolucionarios, o resistiendo políticamente y muy minoritariamente en los peores momentos de retroceso para salvar y mantener el legado que hay que transmitir. Pero también en todas las situaciones “intermedias”, como la que vivimos actualmente -en las que no hay posibilidad de influencia extensa real en el seno de la clase trabajadora y en las que la actividad de los revolucionarios no puede ser la de un partido- es sin embargo esencial e indispensable en más de un sentido, sobre todo en lo que se refiere a la preparación de las condiciones para el surgimiento del futuro partido.
De hecho, en cualquier circunstancia, la actividad de los revolucionarios dista mucho de limitarse a la producción de prensa o de octavillas y a su distribución, aunque estas tareas sean efectivamente esenciales y muy exigentes. Así, como condición a la realización de la prensa, la organización debe tener la capacidad de aprehender la evolución de la situación mundial a todos los niveles, lo que significa un esfuerzo colectivo permanente de análisis, que puede requerir una vuelta a los fundamentos, para actualizar y enriquecer el marco de análisis. Porque “no puede haber movimiento revolucionario sin una teoría revolucionaria” (Lenin), y porque el mundo no es estático, los revolucionarios deben dar vida a sus posiciones políticas a la luz de la realidad. Así es como, por ejemplo, Lenin, consciente de que se acercaba el momento favorable a la revolución, se comprometió a escribir “El Estado y la revolución”[6], que constituye una continuación y una clarificación de la teoría marxista sobre la cuestión del Estado. Es el mismo tipo de consideración que, en un contexto completamente diferente, había llevado a nuestra organización a hacer un esfuerzo de análisis para comprender, a finales de los años 80, el significado de la acumulación de fenómenos de descomposición de la sociedad, y poner en evidencia que eso no se trataba en absoluto de algo fortuito o normal en la vida del capitalismo, sino que correspondía a una nueva fase de la decadencia del capitalismo, la de su descomposición.
Es este enfoque el que permite a la CCI comprender la dinámica actual de los conflictos imperialistas, no como un enfrentamiento entre dos bloques imperialistas rivales, como era el caso antes del derrumbe de los bloques, sino ante todo como una expresión del cada uno para sí concerniente a cada país imperialista, la búsqueda de su supervivencia en la arena mundial. Mientras que Estados Unidos lucha por su liderazgo mundial, no ha dudado en empujar a Rusia a invadir Ucrania para que quede considerablemente debilitada e incapaz de apoyar a China frente al mismo Estados Unidos.
También este análisis permite a la CCI comprender y defender que, desde la desaparición de los bloques imperialistas, la alternativa histórica ya no es “Revolución Mundial o Guerra Mundial”, siendo ambos términos mutuamente excluyentes, en particular porque un proletariado no derrotado mundialmente es un obstáculo para su reclutamiento para la guerra. Las dos dinámicas antagónicas de la situación actual no se excluyen mutuamente: por un lado, el hundimiento de la sociedad en la descomposición, con la vía a la desaparición de la sociedad y de toda vida humana sobre la tierra en juego, y por otro, el desarrollo de la lucha de clases mundial hasta la toma del poder por el proletariado. Sin embargo, el resultado de las dos dinámicas es exclusivo de una u otra.
En el medio proletario, y ciertamente entre los que buscan posiciones de clase, existen divergencias o interrogantes sobre la forma de plantear la alternativa histórica en la situación actual. Algunas de estas divergencias tienen que ver con el reconocimiento o no de la actual fase de descomposición del capitalismo. La CCI ha desarrollado una crítica del enfoque “materialista vulgar” que subyace al rechazo de la noción de descomposición del capitalismo (Léase “El método marxista, herramienta indispensable para comprender el mundo actual” en el “Informe sobre la descomposición del 25º Congreso de la CCI” y no podemos sino animar a sus críticos, así como a sus defensores, a entablar un debate sobre esta cuestión. Pero ésta no es la única cuestión que debe aclararse con carácter prioritario. En efecto, el desarrollo de las tensiones guerrera exige la mayor claridad y firmeza concerniente a la actitud e intervención en esta situación.
La defensa del internacionalismo proletario tal como es presentado en el Manifiesto del Partido Comunista es irrevocable: “Los proletarios no tienen patria; Proletarios de todos los países uníos”. Sin embargo, frente a los conflictos actuales, en particular el de la Franja de Gaza, existe una tendencia entre los grupos de la Izquierda Comunista (bordiguistas) pero también en el seno de una parte de elementos que comparte cierta proximidad con las posiciones de clase, a dejar de lado la fórmula “Proletarios de todos los países uníos” en favor de fórmulas dudosas que “olvidan” al proletariado de la Franja de Gaza, disolviéndolo en el “pueblo palestino”. Tales confusiones, que deben ser discutidas y combatidas, son muy perjudiciales en la medida en que abren una brecha en los principios que la clase trabajadora debe defender para poder hacer frente al desarrollo de los conflictos guerreros que van a amplificarse en todo el mundo. Sobre esta cuestión, lea nuestros artículos en este número de la Revista: “Praga‘Semana de acción’ : el activismo es una barrera para la clarificación política” y “La lucha contra la guerra imperialista sólo puede librarse con las posiciones de la Izquierda Comunista”.
Desde que existe, la Izquierda Comunista ha asumido una responsabilidad de primer orden en la lucha contra la guerra en distintos momentos clave de la historia denunciando los dos campos imperialistas presentes: durante la guerra de España de 1936, los republicanos por un lado y los fascistas por otro; durante la Segunda Guerra Mundial: Gran Bretaña, Francia, Rusia y Estados Unidos por un lado y Alemania e Italia por otro, en un momento en que el trotskismo se traicionaba a sí mismo defendiendo el campo democrático en España y luego el de Rusia. Sobre este tema, lea nuestro artículo en este número de la Revista “Manifiesto de la Izquierda Comunista a los Proletarios de Europa (junio de 1944)”. Pero desde entonces, los principales grupos de la Izquierda Comunista han rechazado las diversas peticiones de la CCI para adoptar una posición común ante los diversos conflictos que han ensangrentado el mundo desde finales de los años setenta. Ya sea por sectarismo o por oportunismo, como en el caso de la guerra de Ucrania, donde la TCI, rechazando el enfoque propuesto por la CCI, que se inscribe totalmente en el de la Izquierda Comunista, prefirió un enfoque opuesto, amplio y difuso de la demarcación que debe existir entre la Izquierda Comunista que lucha efectivamente contra la guerra y el conjunto de un medio formado por los que se oponen circunstancialmente a tal o cual guerra (Lea el artículo de este número de la Revista “La lucha contra la guerra imperialista sólo puede librarse con las posiciones de la Izquierda Comunista”. En estas circunstancias, solo un reducido número de grupos de la Izquierda Comunista asumió esta responsabilidad internacionalista. Lea “Dos años después de la declaración común de la Izquierda Comunista sobre la guerra en Ucrania”.
Sylunken (20/07/2024)
[1] Lea nuestras Tesis sobre la Descomposición “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”. Revista Internacional 107. TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [2]
[2] Véase también El auge del populismo es producto de la descomposición del capitalismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [3]
[3] Lea también el siguiente artículo de este número de esta Revista: “Esta crisis está llamada a convertirse en la más grave de todo el período de decadencia”.
[4] Lea el artículo sobre las tensiones imperialistas de este número.
[5] Sobre este tema, léase Tras la ruptura en la lucha de clases, la necesidad de politización de las luchas | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [4]
[6] Sobre este tema, léase nuestro artículo “El Estado y la revolución” (Lenin)- Una brillante confirmación del marxismo (Revista Internacional 91), II - «El Estado y la revolución» (Lenin) - Una brillante confirmación del marxismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [5]
Con la carrera presidencial en Estados Unidos y las elecciones europeas, las diferentes fracciones burguesas del aparato estatal han desarrollado una vasta campaña ideológica en defensa de la democracia y de sus instituciones “amenazadas” por el ascenso del populismo.
Una campaña así, diseñada para durar, representa un peligro real para la clase obrera: podría debilitar la tendencia que ha existido en su seno durante varias décadas, a alejarse del circo electoral a medida que se hacía cada vez más claro que votar de ninguna manera le permite defender sus condiciones de vida, que son constantemente atacadas por el Estado y la patronal, y que la izquierda defiende y defenderá siempre los intereses del capitalismo.
Explotando el rechazo espontáneo al populismo, su supuesta xenofobia, su discurso abiertamente autoritario... que existe en gran parte de la clase obrera, las fracciones burguesas de izquierda o derecha intentan devolver a los trabajadores al terreno podrido de la democracia mediante el cual la burguesía impone de la manera más solapada su dictadura sobre toda la sociedad. Los discursos que advertían sobre la “democracia amenazada” por el populismo tuvieron cierto efecto en la mente de la gente y la participación aumentó considerablemente durante las elecciones europeas, en particular en Francia (primero en las elecciones europeas, luego en las legislativas).
Seguir a la burguesía en este terreno equivale a defender intereses que no son los de la clase obrera, a elegir la defensa de un campo burgués contra otro, cuando el único campo que la clase obrera debe elegir es el de su lucha autónoma contra el capitalismo en crisis y factor de guerra. Esta advertencia es tanto más necesaria cuanto que el caos y la acción del populismo van a adquirir aún más importancia y, con ellos, las campañas de la burguesía para la defensa de su “democracia”.
El populismo y su pútrida ideología existen desde hace mucho tiempo en Estados Unidos, y durante décadas la burguesía ha podido impedir que tenga demasiada influencia en el aparato estatal. Hoy, su creciente presencia parece inexorable y los intentos de detenerla parecen infructuosos. Aunque las fracciones más responsables de la burguesía siguen trabajando para frenar su ascenso al poder, como hemos visto recientemente en Francia, incluso con la derrota de Trump, el populismo ya es y seguirá siendo un factor en el debilitamiento de los Estados Unidos, tanto dentro del aparato estatal, de la sociedad estadounidense, como a nivel internacional. Por su parte, el desacreditado campo demócrata, al frente de un Estado que ha multiplicado sus ataques e incapaz de descartar rápidamente la candidatura de un Biden debilitado, se acerca a las elecciones con una desventaja innegable. Por tanto, debemos esperar un enfrentamiento despiadado entre demócratas y republicanos para las próximas elecciones estadounidenses.
La campaña electoral es, de hecho, ya más violenta que la anterior, en los discursos pero no sólo en ellos. Así, las hostilidades entre los dos bandos ya han estado marcadas por nada menos que un intento de asesinato contra Trump. El hecho de que Trump haya escapado de él, con una arrogancia increíble, le permite parecer más poderoso que nunca, una situación que no dejará de explotar en su beneficio. Y si, por un corto tiempo, adornándose con el halo del martirio, intentó jugar la carta de la "reconciliación nacional", muy rápidamente la abandonó volviendo a la de la demolición del campo contrario, sin preocuparse por las consecuencias sobre el funcionamiento de las Instituciones del Estado en el futuro. Además, algunos de los obstáculos que el campo demócrata había puesto a su nueva candidatura, especialmente en el plano legal, han sido eliminados recientemente por un sistema judicial, parte del cual está claramente bajo el control de Trump.
El estilo de Trump, basado en mentiras, amenazas y violencia, no es nuevo, ya que ya había tenido un fuerte impacto en campañas electorales anteriores, en las que el presidente saliente cuestionó violentamente su derrota, en particular alentando el asalto al Capitolio por parte de una multitud de sus fanáticos partidarios. Una nueva derrota del campo republicano podría dar lugar a disturbios de alcance aún mayor. En un país donde la población está fuertemente armada, los partidarios de Trump, acalorados durante meses, alimentados con teorías de conspiración, podrían embarcarse en aventuras sediciosas y sembrar el caos en todo el país. La promesa de Trump de vengarse de los funcionarios estatales que considera sus enemigos, reemplazando a 400,000 de ellos si es elegido, también presagia problemas después de las elecciones. Por otro lado, si Trump gana, sus políticas consideradas peligrosas para el capital estadounidense y sus intereses imperialistas serán impugnadas dentro de diferentes organismos estatales como el ejército y los servicios secretos.
Por lo tanto, la única certeza es que, cualquiera que sea el resultado de las elecciones, es probable que se desarrollen tensiones y caos en la principal potencia mundial, aunque sea en formas indudablemente diferentes y a un ritmo diferente dependiendo de si los demócratas o los republicanos ganan las próximas elecciones. Pase lo que pase, tendrá repercusiones catastróficas en todo el mundo. Si bien Biden acabó cediendo el paso a su vicepresidenta Kamala Harris, la alternativa entre republicanos y demócratas no puede ser la de la clase obrera, que tendrá que resistir esta falsa elección en un contexto muy difícil.
Las tensiones entre los Estados de la Unión Europea están aumentando, prometiendo una vez más el desarrollo de la inestabilidad en el corazón histórico del capitalismo. La descomposición del capitalismo exacerba la tendencia al sálvese quien pueda entre los Estados y está también en el origen del fenómeno del ascenso del populismo. Los factores de división pesan cada vez más.
Los trastornos políticos en Estados Unidos están impactando la estrategia de los estados europeos que enfrentan un futuro incierto con respecto a Estados Unidos, particularmente en el contexto de la guerra en Ucrania y una Rusia amenazante. La confrontación entre Estados Unidos y China, en el centro de las tensiones imperialistas globales, exacerba las tensiones dentro de la propia Unión Europea: entre países, como Polonia, que favorecen claramente la opción atlantista, y aquellos, como Francia, que desean afirmar una cierta independencia frente a Estados Unidos, cada país se enfrenta a una serie de intereses contradictorios con respecto a China, tanto a nivel económico como a nivel imperialista.
Como tal, las tensiones también han aumentado desde el inicio de la guerra en Ucrania. Incluso la “pareja franco-alemana”, fuerza impulsora de la Unión Europea, ha demostrado su fragilidad. Alemania, entonces dependiente del suministro energético ruso, sufrió la guerra tanto económica como imperialista por el debilitamiento de su influencia sobre los países del Este.
Mientras las fracciones populistas de la burguesía se imponen cada vez más al frente de los gobiernos, su irresponsabilidad en la gestión de los asuntos estatales amenaza abiertamente la unidad de la Unión Europea.
En un contexto de guerra y crisis, también se han intensificado las tensiones en el plano económico y en el presupuesto "común", en particular en la cuestión energética (que está estrechamente relacionada con la cuestión militar, en particular en lo que respecta a la energía nuclear). Los Estados tienen una tendencia cada vez mayor a favorecer sus propios intereses en detrimento de la unidad europea.
Avefka (30/07/2024)
El capitalismo -el modo de producción que impera en todos los países del planeta- se está muriendo. En declive histórico desde hace más de un siglo, la aceleración de su descomposición ha sido cada vez más visible desde hace tres décadas y sobre todo desde principios de los años 2020, donde sus múltiples crisis -económica, militar, ecológica- se conjugan para crear un torbellino mortal que agrava considerablemente la amenaza de destrucción de la humanidad.
La clase dominante en el capitalismo, la burguesía, no tiene ninguna solución para este escenario de pesadilla. Incapaz de ofrecer ninguna perspectiva a la sociedad, está atrapada en la lógica desesperada de una sociedad en descomposición: ¡la del “cada uno para sí, y que el diablo se lleve al último!” Ésta se ha convertido en la regla dominante en las relaciones internacionales, expresándose en la extensión de guerras bárbaras por todo el planeta. Pero también es la tendencia dominante dentro de cada nación: la clase dominante está cada vez más dividida en camarillas y clanes, cada uno poniendo sus propios intereses por encima de las necesidades del capital nacional; y esta situación está haciendo cada vez más difícil para la burguesía actuar como una clase unificada y mantener el control general de su aparato político. El auge del populismo en la última década es el producto más claro de esta tendencia: los partidos populistas son una encarnación de la irracionalidad y del “no futuro” del capitalismo, con su promulgación de las teorías conspirativas más absurdas y su retórica cada vez más violenta contra los partidos establecidos. Las facciones más “responsables” de la clase dominante están preocupadas por el auge del populismo porque sus actitudes y políticas están directamente en desacuerdo con lo que queda del consenso tradicional de la política burguesa.
Por poner un ejemplo: la estrategia imperialista. Una de las razones por las que hay tanta oposición, dentro de la propia clase dominante estadounidense, al regreso de Trump a la presidencia, es que socavaría los principales ejes de la política estadounidense en cuestiones clave como el fortalecimiento de la OTAN y el apoyo a Ucrania en la guerra contra Rusia, al tiempo que daría vía libre a las facciones más agresivas de la burguesía israelí en Oriente Medio. Al igual que Trump, Le Pen, Farage y otros populistas en Europa también son notoriamente pro-rusos en su visión internacional, que va en contra de las políticas actuales de los estados occidentales más importantes. Con los demócratas estadounidenses algo paralizados sobre si reemplazar o no al envejecido Biden a tiempo para las elecciones de noviembre, un “segundo ascenso” de Donald Trump parece cada vez más probable[[1]], abriendo la perspectiva de una mayor aceleración del caos en las relaciones internacionales.
Más generalmente, el populismo es fruto de una creciente desilusión con la “clase política”. Se alimenta del descontento por la venalidad y la corrupción de los políticos establecidos, por su letanía de promesas incumplidas y su papel en la reducción del nivel de vida de la mayoría de la población. De ahí la pretensión de los populistas de expresar una verdadera rebelión del “pueblo” contra las “élites” y sus exigencias demagógicas de mejorar el nivel de vida de la población “autóctona” mediante chivos expiatorios y la exclusión de inmigrantes y extranjeros.
Los resultados de las elecciones en Gran Bretaña y Francia demuestran que las facciones “responsables” de la clase dominante no están dispuestas a descansar y dejarse derrotar por los populistas.
La burguesía británica tiene desde hace tiempo la reputación de ser la clase dominante más experimentada e inteligente del mundo, una reputación que ha sobrevivido al declive de Gran Bretaña como potencia mundial. En la década de 1980, por ejemplo, las orientaciones políticas y económicas del thatcherismo y la división del trabajo entre la derecha en el poder y la izquierda en la oposición, sirvieron de ejemplo a seguir en todo el bloque occidental, más particularmente en los propios Estados Unidos. Pero los últimos años han sido testigos de cómo el partido Tory, en sus intentos de “contener” el auge del populismo, se ha ido contagiando cada vez más de él, sobre todo gracias al desastre del Brexit y a la incompetencia y la mentira descarada de los sucesivos primeros ministros tories. En el espacio de menos de cinco años, los tories han pasado de la enorme victoria de 2019 a la casi aniquilación en las elecciones de 2024, que ha visto una victoria laborista aplastante y la mayor derrota electoral en la historia Tory. Los conservadores perdieron 251 escaños y esto incluyó a varios ex ministros del gabinete (como Grant Shapps y Jacob Rees-Mogg) e incluso a una ex primera ministra (Liz Truss). En muchos distritos electorales, los tories acabaron en tercer lugar, por debajo de los liberal-demócratas y, más significativamente, detrás de Reform UK de Farage (conocido como el partido del Brexit).
En uno de sus primeros discursos como primer ministro, Keir Starmer proclamó que su Gobierno lucharía para “hacer que vuelvas a creer”. Plenamente consciente del escepticismo cinismo muy extendido entre la población hacia los políticos, el Gobierno laborista vende una visión de gobierno fuerte y estable en contraste con el caos de los últimos años. Habla de “cambio”, pero es extremadamente cauto en las promesas que hace, y aún más cauto a la hora de gastar para salir de los problemas económicos de Gran Bretaña. En política exterior no habrá casi ningún cambio en el apoyo del gobierno anterior a las políticas de EE. UU. y la OTAN hacia Ucrania, Oriente Medio y China.
La capacidad de los laboristas para presentarse como el nuevo partido del orden y del gobierno sensato es una expresión de la inteligencia que le queda a la clase dominante británica; su comprensión de que la política tory de controlar el populismo inyectando toda una serie de temas populistas en su propio cuerpo ha sido un completo fracaso. En este sentido, ha añadido algunos ladrillos a la barrera contra el auge populista. Pero incluso en el Reino Unido, se trata de una barrera muy frágil.
Por un lado, la aplastante victoria laborista se basó en una participación muy baja: sólo votó el 60% del electorado, lo que indica que el cinismo hacia el proceso político sigue estando muy extendido. En segundo lugar, los sondeos muestran claramente que el voto laborista no se basaba en un gran entusiasmo por sus políticas, sino que estaba motivado principalmente por el deseo de librarse de los tories. Y quizás lo más importante, la derrota de los tories, se debió en parte a una deserción a gran escala hacia el Reformismo, impulsada por la decisión de Farage de asumir el liderazgo del partido y presentarse a las elecciones. Aunque Reform UK sólo obtuvo 5 escaños en el Parlamento, obtuvo el 14,3% de los votos, lo que le situó en tercer lugar en cuanto al total de votos emitidos. Farage dejó muy claro que no esperaba ganar muchos escaños y que la lucha contra los laboristas (y el centro) no ha hecho más que empezar.
El sistema bipartidista británico, con su principio de “el primero en pasar”, se ha publicitado durante mucho tiempo como piedra angular de la estabilidad política británica, un método para evitar las turbulencias de la política de coaliciones que impera en los numerosos sistemas parlamentarios basados en la representación proporcional. En este caso, el planteamiento británico ha demostrado ser un bloqueo eficaz para que los partidos más pequeños, como Reform, tengan una presencia significativa en el Parlamento. Pero el sistema bipartidista también depende de la estabilidad de los dos partidos principales, y lo que resultó de las elecciones de 2024 fue una paralización histórica de los conservadores, un golpe del que puede que no se recuperen.
Otro indicio clave de que puede que no estemos ante un largo periodo de gobierno laborista “fuerte y estable” es su actitud ante la lucha de clases. Starmer, Angela Rayner (viceprimera ministra) y otros pueden hacer hincapié en sus orígenes personales de clase trabajadora, pero esto es más una forma de contrarrestar las afirmaciones de los populistas de que “hablan en nombre de la gente ordinaria” que un medio de presentar al Laborismo como un partido de la clase trabajadora, y menos aún como un partido “socialista”. El laborismo de Starmer es en gran medida un refrito del Nuevo Laborismo de Blair, que pretende mantener el terreno del “centroizquierda”, en oposición a los “excesos del ala izquierda” de Jeremy Corbyn que le costaron caro en 2019. Pero entre 2019 y 2024 Gran Bretaña ha visto un importante renacimiento de las luchas de clase que actuaron como faro para la resistencia de los trabajadores en todo el mundo. Estas luchas se han apagado, pero todavía están hirviendo a fuego lento. El actual régimen laborista no estaría bien equipado ideológicamente para responder a un nuevo estallido de movimientos de clase y se encontraría perdiendo rápidamente credibilidad en beneficio de los tories.
En Francia, como en Gran Bretaña, hemos visto que desde dentro del aparato político burgués hay una respuesta bastante inteligente al auge del populismo y al peligro de que la Rassemblement National (RN) de Le Pen gane la mayoría en el parlamento. El Nuevo Frente Popular fue improvisado poco después de que Macron declarara unas elecciones anticipadas en respuesta a los éxitos de RN en las elecciones de la Unión Europea. Reunió a las principales fuerzas de la izquierda: los partidos Socialista y Comunista, La France Insoumise, los Verdes y algunos grupos trotskistas. Tras la victoria de RN en la primera vuelta de las legislativas, llegaron a un acuerdo con el partido de centro de Macron, Renacimiento, para no oponerse mutuamente a sus candidatos en la segunda vuelta si eso suponía perder terreno frente a RN, y la maniobra funcionó: RN no consiguió la mayoría en la Asamblea Nacional.
¿Significa esto que la apuesta de Macron de convocar elecciones anticipadas ha merecido la pena? De hecho, ha creado una situación extremadamente incierta en la política burguesa francesa. Aunque la izquierda y el centro fueron capaces de llegar a un acuerdo contra el RN, Macron se enfrentará a un parlamento dividido, formado por tres grupos principales que a su vez están divididos en varios subgrupos. Por tanto, es probable que esta situación siga dificultando su trabajo mucho más que antes. A diferencia de Gran Bretaña, Francia no tiene un partido de centroizquierda fuerte porque el Partido Socialista quedó totalmente desacreditado tras sus años en el poder, en los que arreciaron los ataques contra la clase trabajadora. El Partido Comunista Francés también es una sombra de lo que fue. La fuerza más dinámica del Nuevo Frente Popular es La France Insoumise, que pregona sus credenciales obreras y socialistas, sus vínculos con las luchas obreras contra las políticas neoliberales de Macron (por ejemplo, pide que se abandone el aumento de la edad de jubilación a los 64 años, una cuestión clave en las recientes huelgas y manifestaciones en Francia, y que se restablezca a los 60 años). La France Insoumise también es muy crítica de la OTAN y de la guerra en Oriente Medio, lo que no le convierte en un partidario fiable de la política exterior de Macron. Todo esto apunta a la conclusión de que la barrera francesa contra el populismo y el caos político es quizás aún más frágil que la británica.
En cierta medida, la incertidumbre a la que se enfrenta el aparato político francés es un reflejo de una debilidad basada más históricamente de la burguesía francesa, que no ha disfrutado de la misma estabilidad política que su homóloga británica y ha estado plagada de divisiones entre intereses particulares durante mucho más tiempo. Una de las razones por las que el Partido Socialista perdió su credibilidad como partido de la clase obrera fue su intempestivo acceso al poder en los años 80, donde se vio obligado a llevar a cabo algunos feroces ataques contra la clase obrera, en lugar de permanecer en la oposición como el Partido Laborista en el Reino Unido. Y esta incapacidad para ajustarse a una estrategia internacional de la clase dominante fue una muestra de esta incoherencia histórica de la clase dominante francesa y de su maquinaria política.
En Francia, había más entusiasmo en las calles por la “derrota” sufrida por RN que por el “triunfo” de los laboristas en el Reino Unido. El bloqueo de RN del gobierno significó que algunas de sus políticas más abiertamente represivas y racistas contra los inmigrantes y los musulmanes no se pondrían en práctica, y esto sin duda se sintió como un alivio para muchos, sobre todo los de origen inmigrante. Pero este entusiasmo encierra peligros reales, sobre todo la idea de que la izquierda está realmente del lado de los trabajadores, y que el capitalismo sólo está representado por la extrema derecha o el neoliberalismo de Macron.
El hecho mismo de que los partidos de izquierda hayan desempeñado un papel tan crucial en el esfuerzo por bloquear la RN es una prueba de la naturaleza burguesa de la izquierda. El populismo es ciertamente un enemigo de la clase obrera, pero no es el único, y combinarse con otros partidos para dar estabilidad al aparato político existente es una acción al servicio del capitalismo y su Estado. Además, como esta acción se lleva a cabo en nombre de la defensa de la democracia contra el fascismo, es un medio de reforzar la ideología fraudulenta de la democracia. No olvidemos el papel que la izquierda ha desempeñado en el pasado para salvar al capitalismo en sus horas de necesidad: desde la Primera Guerra Mundial, cuando los oportunistas de la Socialdemocracia pusieron los intereses de la nación por encima de los intereses de la clase obrera internacional y ayudaron a reclutar a los trabajadores para los frentes de guerra; hasta la Revolución alemana de 1918, cuando el gobierno socialdemócrata actuó como el “sabueso sanguinario” de la contrarrevolución, utilizando al proto fascista Frei Korps para aplastar a los trabajadores insurrectos; y lo que es más revelador, a los años 30, cuando los Frentes Populares “originales” ayudaron a preparar a la clase obrera para la matanza de la Segunda Guerra Mundial, precisamente con el mismo fin de defender la democracia contra el fascismo.
La clase trabajadora no debe hacerse ilusiones de que quienes participan en la maquinaria política burguesa, sean de derechas o de izquierdas, están ahí para proteger a los trabajadores de los ataques a su nivel de vida. Al contrario, la única opción de un gobierno burgués y de los partidos que lo componen, ante un sistema capitalista que se desmorona, es exigir sacrificios a la clase obrera en nombre de la defensa de la economía nacional y de sus intereses imperialistas, hasta sacrificarse en el altar de la guerra. Ya hemos visto esto ampliamente demostrado por el gobierno del Nuevo Laborismo de Blair en Gran Bretaña y el gobierno del Partido Socialista de Mitterand en Francia[[2]]
La defensa de los intereses de los trabajadores no reside en las urnas ni en depositar nuestra confianza en los partidos de la clase enemiga. Sólo puede basarse en las luchas independientes y colectivas de los trabajadores como clase contra todos los ataques a nuestras condiciones de vida y de trabajo, y a nuestras propias vidas, vengan estos ataques del ala derecha o izquierda de la clase dominante.
Amos
[1]En el momento de escribir estas líneas, el expresidente Trump ha sido víctima de un intento de asesinato. Uno de sus partidarios ha perdido la vida. Trump sufrió una herida en la oreja. Por supuesto, los intentos de asesinato no son nada nuevo, y Estados Unidos ha visto su cuota de asesinatos políticos. Pero este ataque, que sigue a varios otros (Bolsonaro en Brasil, Shinzo Abe en Japón, etc.), ilustra el empeoramiento de las tensiones dentro de la burguesía estadounidense y la realidad de la profundización de la inestabilidad política.
[2] Véase, por ejemplo: Blair’s legacy: A trusty servant of capitalism [11], (El legado de Blair: Un fiel servidor del capitalismo), World Revolution 304.
Ante el callejón sin salida en que se encuentra el capitalismo y la quiebra de todos los «remedios» económicos, la burguesía no tiene más remedio que huir hacia delante por medios militaristas. La agravación de las tensiones bélicas en Ucrania, Oriente Medio y África, así como las crecientes amenazas en Asia (Filipinas, Taiwán, etc.) son el principal vector de una situación global en la que la guerra, la crisis económica y el desastre ecológico se agravan y refuerzan mutuamente. El proletariado mundial está pagando las consecuencias en primera línea en Rusia y Ucrania, en Israel y Gaza, en Yemen, el Sahel, etc. Frente a la multiplicación de las medidas de austeridad para financiar la guerra, se profundizan en todas partes la pobreza, la precariedad laboral y el miedo al mañana. Si el proletariado reacciona cada vez más con su lucha a los ataques económicos insoportables, aún queda mucho camino por recorrer antes de que el desarrollo y la politización de sus luchas permitan desafiar la dominación capitalista.
A pesar de que la polarización y la confrontación entre EEUU y China es el eje central de las tensiones imperialistas y de que los diferentes conflictos guerreros encuentran una referencia directa o indirecta a ese enfrentamiento mayor, la dinámica imperialista no es la de alianzas estables que llevan a la formación de bloques imperialistas en la preparación de una Tercera guerra mundial.
Eso no quiere decir sin embargo que la humanidad pueda dormir tranquila; la tendencia actual de caos imperialista incontrolado significa igualmente una amenaza para su supervivencia.
Desde el hundimiento de los bloques, la tentativa de EEUU de mantenerse como primera potencia mundial, y por tanto de imponer el (su) orden imperialista, es una contribución mayor justamente al desorden imperialista que se desarrolla.
Desde la administración Obama, la burguesía norteamericana ha implementado una política que “pivota” hacia Asia, tejiendo una red de alianzas económicas y militares (AUKUS, Quad) para aislar a China, siguiendo el modelo de cerco a la URSS[1] que contribuyó a provocar el hundimiento del bloque del Este. Socavar la alianza entre Rusia y China es un objetivo importante de esa política y por eso EE.UU. ayudó a provocar la guerra de Ucrania para “desangrar” a Rusia[2]. Otra pata de la estrategia del imperialismo USA era la Pax americana en Oriente Medio, con los acuerdos de Abraham (2020), que trataba de neutralizar a Irán y sus milicias proxy en la región y de bloquear la presencia de China a través de la ruta de la seda. El caos que se apoderó de la región tras el
sangriento ataque de Hamás y la respuesta genocida de Israel, que corre el riesgo de incendiar la región, va en contra de los intereses de Estados Unidos, que ha tenido que movilizar considerables recursos militares para evitar una desestabilización que amenaza la estabilidad «garantizada» por los Acuerdos de Abraham.
Además, para mayor confusión, las fracciones populistas de la burguesía norteamericana, no están de acuerdo con la forma de impulsar esas orientaciones de los demócratas, lo que hace aún más imprevisible las perspectivas en el caso de que Trump gane las próximas elecciones:
«Trump oscila entre el deseo de proyectar el poder de EE.UU. en el extranjero y el aislacionismo; recientemente, ha prometido retirarse de la OTAN, poner fin a las importaciones de productos chinos, desplegar el ejército de EE.UU. en las calles estadounidenses para luchar contra la delincuencia y deportar a los inmigrantes, y "expulsar" a los "belicistas" y "globalistas "del gobierno de EE.UU. Otros líderes conservadores -como el gobernador de Florida, Ron de Santis, y el empresario Vvek Ramaswamy- expresan una hostilidad manifiesta hacia el mantenimiento de los compromisos internacionales de Estados Unidos. La mayoría de los candidatos presidenciales del Partido Republicano ofrecieron un apoyo incondicional a Israel tras el ataque de Hamás... En cuanto a Ucrania, los políticos del partido están divididos, y algo más de la mitad de los republicanos de la Cámara de Representantes votaron en septiembre de 2023 a favor de detener la ayuda estadounidense a la defensa de Kiev contra la invasión rusa»[3]
Impasse de la guerra de Ucrania
Después de dos años y medio la guerra parece estancada. La ofensiva ucraniana fue un fracaso y Rusia apenas avanza sus posiciones. Los dos bandos se confrontan a la necesidad de una mayor movilización de la población y de recursos en el frente; mientras se acumulan las ruinas de las ciudades y las víctimas y las carencias de la población.
La causa de este punto muerto no es que se habría subestimado la resistencia de Rusia al “sangrado”, su capacidad de mantenerse como una potencia mundial; al contrario, podría decirse que se han sobreestimado. La verdadera causa es la espiral de caos que ha desatado la guerra de Ucrania.
En primer lugar en Rusia mismo, donde el crecimiento económico es en realidad el resultado de la economía de guerra, que engulle el conjunto de recursos y anuncia “pan para hoy y hambre para mañana”:
«Más de un tercio del crecimiento de Rusia se debe a la guerra, con las industrias relacionadas con la defensa floreciendo a tasas de crecimiento de dos dígitos […] El sector militar está recibiendo una cantidad desproporcionadamente alta de gasto público, y también está desviando mano de obra de la población activa civil, lo que lleva a una tasa de desempleo anormalmente baja del 2,9% [...] La interacción entre el gasto militar, la escasez de mano de obra y el aumento de los salarios ha creado una ilusión de prosperidad que probablemente no durará […] Putin se enfrenta a un trilema imposible. Sus retos son tres: debe financiar su guerra contra Ucrania, mantener el nivel de vida de su población y salvaguardar la estabilidad macroeconómica. Lograr el primer y el segundo objetivo exigirá un mayor gasto, lo que alimentará la inflación e impedirá así la consecución del tercer objetivo»[4]
Ese panorama de inflación, deterioro de los servicios públicos (sanidad, enseñanza) y endeudamiento de las familias, va a cambiar sin duda la forma en que hasta ahora las principales concentraciones obreras en Rusia viven la guerra.
Además, la productividad de la economía rusa y su nivel de tecnología ocupan los últimos lugares del ranking mundial[5] hasta el extremo de que Rusia está teniendo que comprar armas a Corea del Norte. A eso se suma un problema demográfico[6] y una carencia de mano de obra cualificada que se ha agravado con la huida del alistamiento de los jóvenes trabajadores tecnológicos[7].
Sin embargo no son solo los problemas de la economía los que enfrenta Putin. La federación rusa alberga 24 repúblicas (incluyendo los territorios ocupados de Ucrania) a las que el gobierno de Putin retiró (con la excepción de Chechenia), sus prerrogativas de autonomía, no sin una resistencia por su parte (Chechenia, Ingusetia, Daguestan, Asia central –ver reciente atentado de Jorasán en Moscú-). La distribución desigual del esfuerzo de guerra, con el alistamiento selectivo en las regiones periféricas, la retirada de recursos para concentrarlos en Moscú, todo eso aumenta las tensiones, y en el caso de un hundimiento de Rusia, plantearía una situación de posible estallido de la Federación con un panorama de diferentes Señores de la guerra armados con ojivas nucleares, lo que significa una visión de pesadilla que el resto de potencias, incluyendo a EEUU, declaran como algo absolutamente a evitar, pero que en realidad contribuyen a provocar. Otro elemento que tensa la cohesión de la burguesía en Rusia son las pugnas entre sus diferentes fracciones. A pesar de la férrea dictadura de Putin, es evidente que la rebelión de Wagner y la muerte “accidental” de Prigozhin, y la de Navalny, así como los sucesivos relevos en el Alto mando militar, muestran ese mar de fondo de opciones enfrentadas en el seno del Estado.
Geoestratégicamente, de hecho Rusia ha perdido ya su órdago de impedir la extensión de la OTAN hacia el Este, con la integración de Polonia, o los tres países Bálticos. Es más, como consecuencia de la guerra de Ucrania, Finlandia y Suecia han planteado su candidatura. Por otra parte, el aislamiento internacional de Rusia la empuja a una mayor dependencia de China,
No hay ninguna garantía de que en este caos, Putin (o cualquier otro) recurran en una situación desesperada a la utilización de armas de destrucción masiva.
EE.UU. auspició el inicio de la guerra de Ucrania, pero la prolongación de la guerra y el estancamiento en que se encuentra se vuelve contra sus propios intereses. Por una parte porque consume recursos económicos, militares y diplomáticos que podría emplear en reforzar su presencia en el continente asiático.
Por otra parte porque eso refuerza las divisiones en el seno de la burguesía USA. Los Republicanos han estado bloqueando un paquete de 60 mil millones de dólares de apoyo a Ucrania. Trump por su parte ha declarado que si gana las elecciones no continuará apoyando la guerra de Ucrania. En su línea de provocación ha llegado a decir que dejaría que Rusia “hiciera lo que quisiere” para llevar a cabo sus amenazas frente a Europa, si los países europeos no cumplían con el aumento de sus gastos militares, amenazando incluso con la salida de EE.UU. de la OTAN.
La guerra también es una fuente de tensiones con sus aliados europeos, a los que EE.UU. ha impuesto la política de sanciones a Rusia y de aumento del gasto en armamento.
Sin embargo abandonar el apoyo a Ucrania no puede ser una opción para la burguesía USA. Y en primer lugar porque eso debilitaría su credibilidad de padrino imperialista y su capacidad de disuasión. Como ha recordado el ministro de Asuntos Exteriores de Taiwan, «el apoyo a Ucrania es crítico para disuadir a Xi de invadir la isla»[8].
Igual que Rusia, China ( y también India) y la UE, están pendientes de lo que va a hacer EEUU y de lo que puede suponer un nuevo gobierno Trump. Ante el riesgo de que hiciera efectiva la retirada del apoyo militar y financiero a Ucrania, la diplomacia del gobierno Biden ha desarrollado una intensa actividad los últimos meses. Empezando por el proyecto de un Pacto de Seguridad con Ucrania que debería aprobarse en la próxima cumbre de Washington de la OTAN «que no sería del tipo del que obliga a los miembros de la OTAN a una mutua defensa, pero que probablemente reafirmaría un apoyo a largo plazo a Ucrania»[9]. Y que se suma a la decisión de la cumbre del 75 aniversario de la OTAN, en abril pasado, de acelerar el aumento del gasto militar[10] e integrar a Finlandia y Suecia.
Por otra parte, Blinken ha presionado en el mismo sentido a la UE en París, el pasado 2 de abril, a «aumentar su producción de armas y municiones para producir más, más rápido y apoyar a Ucrania frente a Rusia… los desafíos a los que se enfrenta Ucrania no desaparecerán mañana»[11]. La Cámara de Representantes presidida por Mike Johnson (Republicano trumpista) ha aceptado la votación para desbloquear los fondos de ayuda a Ucrania cediendo a las presiones del gobierno Biden.
Mención aparte merece la reciente (15-16 Junio) cumbre de Bürgenstock (Suiza) para la paz en Ucrania. Zelensky ha reunido 100 delegaciones, pero desde la primavera, las delegaciones francesa, alemana, británica y norteamericana, habían redactado un Zero draft que reducía a 4 puntos los 10 que había propuesto inicialmente Ucrania y que particularmente excluía los que se referían a la retirada de tropas y a la integridad territorial de Ucrania, limitándose a señalar el riesgo nuclear y la necesidad de evitar el bloqueo del comercio de alimentos.
Le Monde Diplomatique de Julio publica un artículo basado en un informe de Foreign Affairs, que informa de que recién comenzada la guerra en marzo de 2022, los países occidentales habrían evitado un acuerdo de paz empujando a Ucrania a continuar la guerra hasta la derrota de Rusia. Según este artículo, Putin habría dicho que Boris Johnson (entonces primer ministro británico), «en nombre del mundo anglo-sajón», llamó a los ucranianos «a combatir hasta conquistar la victoria y que Rusia sufra una derrota estratégica»[12]
Washington ha impuesto su disciplina a las potencias europeas con la aplicación de las sanciones a Rusia, la financiación de la guerra de Ucrania y el aumento de los gastos militares de la OTAN; pero los países de la UE tratan de resistirse y el envío de armamento y apoyo a Ucrania llega lento y limitado, lo que no niega sin embargo un esfuerzo armamentístico notable en beneficio de aumentar la potencia militar de cada cual. La primera potencia de la UE, Alemania, es un concentrado explosivo de todas las contradicciones de la situación inédita abierta por la guerra de Ucrania. Amenazada por el caos en el Este, el fin del multilateralismo
afecta a su pujanza económica dependiente de las exportaciones, le obliga a un esfuerzo de gasto militar de rearme y, finalmente, tras haber asestado un duro golpe a sus suministros de gas ruso, se ve obligada a encontrar fuentes alternativas de energía. En la situación actual, Alemania se ve obligada a someterse a la tutela militar americana, por lo que, por el momento
es uno de los principales partidarios de la política imperialista americana.
Pero la guerra ha provocado divisiones en el seno de la UE y de la OTAN, entre los que defienden una política abiertamente Pro-Putin, como Hungría y Eslovaquia, y los que, como Francia, tienen veleidades de una mayor independencia respecto a EE.UU. Las recientes elecciones europeas además han puesto de manifiesto que en diferentes capitales nacionales, las fracciones populistas defienden orientaciones contrarias a las de los intereses del conjunto de la burguesía nacional, como en el caso del RN de Le Pen en Francia, partidario de un mayor entendimiento con Moscú, igual que La Lega de Salvini en Italia.
El imperialismo chino trata de profundizar en esa división, ofreciéndose como apoyo a los disidentes de EEUU, y Xi Jing Pin ha organizado viajes selectivos a Europa, evitando las capitales más proamericanas como Berlín; pero visitando París.
Sea como sea, la guerra de Ucrania impone a las potencias europeas una política de rearme y de austeridad y sacrificios para la clase obrera. En la UE se agita el fantasma de la amenaza de Rusia para hablar de una economía de guerra, Von der Lyden, recién reelegida presidenta de la Comisión europea ha declarado que «aunque la amenaza de guerra no es inminente, debemos prepararnos para ella».
Pero la clase obrera en los países centrales ha mostrado que no está dispuesta a aceptar más sacrificios sin presentar batalla. Como se vio en “el verano del descontento” de 2022 en Gran Bretaña, con la consigna de “enough is enough”, o la lucha contra los recortes de las pensiones en Francia, asistimos a una recuperación de la combatividad que va a ir desarrollándose frente a los ataques a nuestras condiciones de vida.
«El esfuerzo de Biden por lograr un acuerdo de normalización israelo-saudí fue el componente más reciente de una larga campaña estadounidense para reforzar la cooperación entre los actores regionales autodenominados moderados. Las conversaciones de normalización se basaron en el éxito de los Acuerdos de Abraham de 2020, que allanaron el camino para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Bahréin, Marruecos, Sudán y los Emiratos Árabes Unidos y abrieron oportunidades sin precedentes para el comercio bilateral, la cooperación militar y el compromiso interpersonal. La apertura con Riad habría impulsado esta tendencia, poniendo a Irán en una situación de desventaja incluso mientras se esforzaba por garantizar su propio acercamiento a Riad»[13].
Esta Pax americana trataba de inmovilizar a Irán y sus milicias proxy[14], así como de implementar una ruta comercial desde India que impediría desplegar el proyecto chino de la ruta de la seda en la región; por las mismas, permitiría desviar recursos militares hacia Asia y los mares de China, donde se juega hoy la partida geoestratégica. Todo el plan se hacía a espaldas del reconocimiento del Estado Palestino que hasta ahora había sido una condición de los países árabes en general y de Arabia Saudí en particular, para establecer relaciones con Israel. De hecho la Autoridad Palestina en Gaza había perdido toda credibilidad a favor de Hamas, y en Cisjordania era impotente para frenar la ocupación de los colonos israelís impulsada por el gobierno de ultraderecha y apoyada por el ejército.
Esa estrategia obviaba la presencia de cualquier fuerza palestina en la región y trataba de neutralizar los intereses de Irán. De hecho el anterior gobierno Trump no tuvo ningún escrúpulo en reconocer la anexión de los Altos del Golán, o en trasladar la embajada americana de Tel-Aviv a Jerusalén, lo que no podía recibirse sino como una provocación. Todo esto no dejaba margen mas que para una reacción a la desesperada del bando iraní/palestino.
El ataque del 7 de Octubre de Hamas, preparado y apoyado por Irán, ha sido un envite a todo eso, que ha puesto patas arriba toda la región
«Varios presidentes de USA esperaban minimizar el rol de Norteamérica en Oriente Medio sin grandes costos –en el caso de Biden para centrarse en el desafío de China y la creciente amenaza de Rusia. Pero Hamas e Irán han traído de vuelta a EEUU»[15]
Y en efecto los grandes portaviones americanos han vuelto a las costas de la región y varias operaciones especiales han castigado selectivamente las milicias proiranís:
«El rápido despliegue por parte de Biden de medios militares estadounidenses en la región, junto con sus gestiones diplomáticas en Líbano y otros actores regionales clave, ayudaron a evitar la guerra más amplia que Hamás podría haber esperado precipitar. Una serie de ataques estadounidenses contra las milicias respaldadas por Irán en Irak, Siria y Yemen degradaron las capacidades de esos grupos y señalaron a los socios de Teherán que pagarían un precio por sus continuas agresiones contra los estadounidenses. Sin embargo, el riesgo de que los estadounidenses cometan errores de cálculo y se confíen aumentará con el tiempo»[16].
Pero lo que Washington no ha podido frenar es la vorágine de venganza de Israel. Hamas ha prendido la mecha de una política de tierra quemada en la región, pero es Israel quien la está llevando a cabo en lo inmediato. El Estado sionista ya hace tiempo que no se limita a acatar las órdenes USA y en realidad este gobierno de ultraderecha no ha hecho sino reforzar esa tendencia a la contestación.
EE.UU. ha apoyado la respuesta del genocidio de Israel en Gaza (más de 38 mil muertos hasta ahora), al mismo tiempo que trataba de contener una escalada de guerra abierta contra Irán. Pero esa situación perjudica su discurso en Ucrania, donde apoya un país invadido por la agresión guerrera de su vecino (Rusia); mientras que en Gaza apoya en la práctica la invasión y el exterminio de palestinos que Israel lleva a cabo; e igualmente debilita su propaganda de líder de la democracia mundial. Además la continuación de la guerra y su extensión en Oriente Medio desanda el camino que EE.UU. había recorrido en la región. Por eso para los expertos asesores de la estrategia imperialista USA, «La tarea más urgente de Washington es terminar la guerra de Gaza»[17]. Otra cosa es si EEUU es capaz de imponer su autoridad en la región, y concretamente de contener el desenfreno belicista de Israel.
El jefe de la diplomacia USA, A. Blinken, ha realizado ya hasta 8 giras por la región desde el inicio de la guerra, con el punto de mira de apoyarse en la alianza con Arabia Saudí. Por primera vez desde el 7 de Octubre EE.UU. no ha vetado en marzo una resolución sobre alto el fuego en la ONU, permitiendo así que se aprobara; aunque con la muletilla de que “no es vinculante”. Por otra parte ha negociado en Quatar y Arabia Saudí un plan para la liberación de prisioneros por parte de Hamas, que ha sido aprobado en el Consejo de Seguridad de la ONU en Junio. Netanyahu ya ha desoído previamente otros llamamientos al alto el fuego, lo que ha provocado en abril la dimisión de Benny Gantz del gabinete de guerra, forzando de hecho su disolución, y su llamamiento a elecciones anticipadas en septiembre.
Frente a las iniciativas de EEUU para tratar de contener las aspiraciones imperialistas independientes de Israel y someterlo a su disciplina de líder mundial, el gobierno sionista abre nuevos frentes de guerra mediante provocaciones como el ataque al consulado de Irán en Damasco que causó la muerte de siete comandantes de la Guardia revolucionaria de Irán, los ataques a Hezbolá en el Sur del Líbano, o recientemente el ataque a Yemen, tratando de forzar el apoyo de Washington a su rol de gendarme de la región; pero al precio de incendiar la región desencadenando una guerra con Irán. De hecho por primera vez el régimen de los Mulás ha lanzado en abril un ataque directo contra Israel.
El gobierno Netanyahu igualmente trata de ganar tiempo esperando la victoria de Trump en las próximas elecciones en EE.UU., quien ha anunciado su apoyo sin fisuras a una guerra de Israel contra Irán. Para el propio Netanyahu, más allá de las pugnas de intereses imperialistas con EE.UU., la continuación de la guerra es además una cuestión personal, de salvar el pellejo frente a las amenazas de ser juzgado por corrupción y a las protestas de la población en su contra.
La víctima de estas maniobras imperialistas es la población de toda la región, exterminada bajo el fuego de la pugna entre bandos imperialistas, en Gaza entre Israel y Hamas, en Yemen entre Irán y Arabia Saudí (y ahora Israel), en Líbano entre Hezbolá e Israel.
El caos imperialista mundial se concreta en África por la intensificación de los conflictos imperialistas , que significa decenas de miles de muertos, millones de refugiados y hambrunas sin precedentes. Los conflictos implican a 31 países y 295 enfrentamientos entre milicias y guerrillas[19] y Washington y las potencias occidentales tienen cada vez más difícil contrarrestar la creciente influencia económica y militar de China y Rusia en el continente. El ejemplo más paradigmático es la pérdida de posiciones de Francia.
África es fundamental para la economía china desde el punto de vista de aprovisionamiento de materias primas básicas para el desarrollo tecnológico y de petróleo; pero más importante aún, a través del proyecto de la Ruta de la Seda, China ha reforzado su presencia militar y geoestratégica en el Norte y el cuerno de África, a pesar de que por el momento únicamente cuenta con una base militar en Yibuti.
Respecto a Rusia, sus tropas mercenarias (Wagner) han participado en los golpes de Mali, Burkina Faso, Niger y recientemente en el conflicto entre el Congo y Rwanda.
Pero el centro de las tensiones imperialistas actualmente es la región del cuerno de África, directamente vinculada al conflicto de Oriente Medio y donde se juega el control del Mar Rojo, por donde trascurre aproximadamente el 15% del comercio mundial. Irán trata de controlar la región a través de los Hutíes, China por su presencia en Yibuti y Rusia por medio de su intervención en Sudán. Precisamente la hambruna en este país (el 3º de África), donde 25 millones de personas (el 15% de la población) precisa asistencia humanitaria y se ha producido un éxodo de más de 7 millones de personas, es una confirmación del efecto torbellino de interacción de la guerra, la crisis y el desastre ecológico.
En EE.UU., las divisiones de la burguesía proporcionan al mismo tiempo un falso terreno de reflexión y oposición a la guerra para los obreros. Trump se presenta como el partisano de la población trabajadora que no quiere inmiscuirse en guerras que no le conciernen y donde mueren sus hijos, en un extraño terreno en que el rechazo a la guerra se mezcla con la defensa de la patria (EEUU), los sacrificios económicos para reconstruir la economía y el rechazo de la inmigración y la xenofobia. Biden y los Demócratas por su parte, se presentan como los defensores de la Paz y la “Solidaridad Internacional” cuando su gobierno es responsable en primer plano del caos actual.
Esa falsa opción conduce al proletariado en EE.UU. al terreno burgués del racismo/antiracismo, los enfrentamientos populistas/antipopulistas y la defensa de la democracia, como lo vimos en el Black Live Matters o en las movilizaciones pro y contra en torno al asalto al Capitolio.
Solo en el terreno de la lucha por sus condiciones de vida, por sus reivindicaciones, como en la huelga de los Big Three (automoción), o las luchas de la educación y la sanidad en California, el proletariado es capaz de luchar al margen de las falsas alternativas que le plantea la burguesía.
Igualmente en Oriente Medio, la guerra impide que pueda expresarse una lucha proletaria internacionalista contra ambos bandos, desviando la solidaridad con las víctimas al terreno del apoyo al bando palestino e iraní.
En cuanto al proletariado de Europa, en la región del conflicto Rusia/Ucrania, no cabe esperar una respuesta masiva del proletariado en su terreno. Incluso en Rusia, aunque la continuación de la guerra significa una mayor implicación de los batallones centrales de esta parte del proletariado. En el futuro, el agravamiento de la crisis económica y financiera creará, más en Rusia que en Ucrania, las condiciones de una movilización del proletariado para defender sus condiciones de vida.
La lucha de los trabajadores en Gran Bretaña con la consigna de “enough is enough” y su continuidad en Otras partes como EEUU o Francia, muestra que el proletariado no está dispuesto a sacrificarse por la guerra, estimulando una reflexión que relaciona crisis y guerra y que concierne al futuro que el capitalismo nos tiene reservado.
El impacto de la guerra en Oriente Medio es, sin embargo, un obstáculo momentáneo para el desarrollo de la lucha de clases. Favorece los planteamientos de elegir uno de los campos imperialistas, tomando partido por la guerra, lo que el proletariado debe rechazar y combatir con la mayor energía.
H.R. (23 julio 2024)
[1]Ver artículos anteriores: La guerra de Ucrania, un paso de gigante hacia la barbarie y el caos generalizado; Significación e impacto de la guerra en Ucrania
[2] En los inicios de la guerra, en marzo de 2022, el ministro de finanzas francés, Bruno Le Maire, había resumido así las declaraciones en ese sentido de Biden y Von der Lyden: «vamos a provocar el hundimiento económico de Rusia»
[3] «The case of Conservative Internationalism» by Kori Schake, miembro del Consejo de Seguridad y del Departamento de Estado con Bush hijo, Catedrático y Director de los estudios de política exterior y Defensa del American Enterprise Institut, Foreign Affairs January/February 2024
[4] «Putin’s Unsustainable Spending Spree», by Alexandra Prokopenko (exasesora del Banco central ruso hasta 2020, actualmente trabaja en el think tank Carnegie Russia Eurasia Centre) ,Foreign Affairs January 8, 2024
[5]«Rusia ocupa casi el último lugar en el mundo en la escala y velocidad de automatización de la producción: su robotización es sólo una fracción microscópica de la media mundial» «The five Futures of Russia», by Stephen Kotkin, (Kleinheinz Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University), in Foreign Affairs May/Juin 2024
[6] Desde principios del s. XXI hasta hoy hay una pérdida demográfica de la población en edad de trabajar de más de 10 millones y la población entre 20 y 40 años (considerada la franja más productiva en términos de fuerza de trabajo), continuará disminuyendo la próxima década
[7] «los límites de la disminución de la fuerza de trabajo en el país son cada vez más evidentes incluso en ese sector de alta prioridad –la producción de guerra NdR- que cuenta con unos cinco millones de trabajadores cualificados menos de los que necesita», «The five futures of Russia»
[8] «If he (Trump) wins», Time vol 203, nºs 17-18
[9] «Biden is growing bolder on Ukraine», by Ian Bremmer, in Time vol. 203, nºs 21-22, 2024
[10] «La OTAN prevee, según su portavoz y secretario general, Jens Stoltenberg, desbloquear 10.000 millones de euros en 5 años… “Los ministros han discutido sobre el mejor medio de organizar el apoyo de la OTAN a Ucrania para que sea más fuerte y duradero” ha declarado un alto responsable de la Alianza» (Les pays occidentaux envisagent de débloquer 100 milliards d’euros pour soutenir le régime de Kiev; en Diplomatie International nº 5)
[11] Le Secrétaire d’Etat Antony Blinken s’active sur tous les fronts et multiplie les initiatives, Karin Leiffer en Diplomatie International nº5
[12] «La négociation qui aurait pu mettre fin au conflit en Ukraine», versión abreviada de un artículo de Foreign Affairs de Abril 2024, de Samuel Charap (politólogo) y Sergueï RadchenKo (Prof. De Historia de la Universidad Johns-Hopkins), en Le Monde Diplomatique Julio 2024
[13] «Iran’s Order of Chaos», by Suzanne Maloney (Vicepresidenta de Brookings Institution y Directora de su programa de política exterior, en Foreign Affairs May/Juin 2024
[14] Milicias peones de Irán, como Hebollah, los Huties o la propia Hamas
[15] Ver nota 13
[16] Idem
[17] The war that remade the Middle East, by María Fatappie (responsable del Programa para el Mediterraneo, Oriente Medio y Äfrica del Istituto Affari Internazionali de Roma, and Vali Nasr Profesor Majid Khadduri de Asuntos Internacionales y de Oriente Medio de la Escuela de Estudios Internacionales de la John Hopkins University; fue asesor principal del Representante especial de EEUU para Afganistán y Pakistán de 2009 a 2011; en Foreign Affairs Enero/Febrero 2024
[18] Según Zhang Hongming, director adjunto del Instituto de Estudios de Asia occidental y África de la Academia China de ciencias sociales, África es «el eslabón débil del diseño estratégico global de EEUU»
Desde el 7 de octubre de 2023, Medio Oriente se ha vuelto a enfangar en una escalada de violencia bárbara que desafía los límites de toda comprensión. Después de la incursión de cientos de terroristas de Hamás que masacraron y secuestraron a tantas personas como pudieron en territorio israelí y el lanzamiento sincronizado de miles de misiles disparados desde Gaza, la respuesta del ejército israelí fue devastadora, con un bombardeo sistemático y la destrucción de centros de población civil, decenas de miles de muertos, especialmente mujeres y niños, forzando a un nuevo desplazamiento de toda la población de la Franja de Gaza, con familias enteras obligadas a dormir en las calles. La población palestina está siendo rehén, tanto de Hamás como del ejército israelí. Los Estados árabes circundantes (Egipto, Jordania) hacen todo lo posible para evitar que los palestinos, en su huida, lleguen hasta sus propios territorios. Desde Hezbolá en el norte, hasta los hutíes en el Mar Rojo, una extensión progresiva de la guerra, amenaza a toda la región.
Ante toda esta carnicería, la indignación y la ira no son suficientes. Sobre todo, es necesario analizar y comprender el contexto histórico que llevó a estas masacres. Detrás de las reivindicaciones de los demócratas pro sionistas del “sagrado derecho de los judíos a fundar y defender su Estado” o de las consignas de la izquierda pro palestina que abogan por una “Palestina libre, desde el río hasta el mar”[1], se esconde una movilización de la población de la región, y en particular de la clase obrera, con vistas a un aumento de las carnicerías en beneficio de las siniestras maniobras y enfrentamientos imperialistas que han durado ya más de un siglo: “El panorama geopolítico del Medio Oriente contemporáneo es incomprensible si no se conocen los últimos cien años de maniobras imperialistas” (W. Auerbach, 2018).
De hecho, con la entrada en la decadencia del capitalismo, puesta de manifiesto por el estallido de la Primera Guerra Mundial, la formación de nuevos Estados-nación perdió toda función progresista y sólo sirve para justificar la brutal limpieza étnica, el éxodo masivo de poblaciones y la discriminación sistemática de las minorías. Baste recordar cómo prácticamente simultáneamente con la formación del Estado sionista a finales de los años cuarenta –y también como consecuencia del doble juego del imperialismo británico– se produjo un éxodo masivo forzado de musulmanes de la India e hindúes de Pakistán, provocado por horribles pogromos en ambos bandos. Y más recientemente, la desintegración de Yugoslavia ha llevado a sangrientas guerras civiles y masacres de la población. Así, el conflicto palestino-israelí con sus matanzas y refugiados, si bien tiene aspectos específicos, no es un mal de carácter excepcional, sino un producto clásico de la decadencia del capitalismo. En este marco, la posición internacionalista, defendida por la Izquierda Comunista, rechaza todo apoyo a cualquier Estado o proto-Estado capitalista y a las fuerzas imperialistas que los apoyan. Hoy en día, la destrucción de todos los Estados capitalistas está a la orden del día por un solo medio: la revolución proletaria internacional. Cualquier otro objetivo “estratégico” o “táctico” es un apoyo a la lógica asesina de la guerra imperialista.
La historia de la confrontación entre las burguesías judía y árabe en Palestina ilustra cómo los movimientos “nacionales”, tanto el de los judíos como el de los árabes, aunque engendrados por la terrible experiencia de la opresión y la persecución, están inextricablemente entrelazados con la confrontación de imperialismos rivales. Ilustra también cómo ambos movimientos han sido utilizados para eclipsar los intereses de clase comunes de los proletarios árabes y judíos. llevándolos a matarse unos a otros por los intereses de sus explotadores.
Desde finales del siglo XIX y principios del XX, una vez que el globo terráqueo se dividió entre las principales potencias europeas, la naturaleza de los conflictos imperialistas adquirió un carácter cualitativamente nuevo con un enfrentamiento cada vez más abierto y violento entre estas potencias en diferentes partes del mundo: entre Francia e Italia en el norte de África, entre Francia e Inglaterra en Egipto y Sudán, entre Inglaterra y Rusia en Asia Central, entre Rusia y Japón en el Lejano Oriente, entre Japón e Inglaterra en China, entre Estados Unidos y Japón en el Pacífico, entre Alemania y Francia sobre el tema de Marruecos, etcétera. A partir de ese momento, varias potencias, como Alemania, Rusia e Inglaterra, le habían echado el ojo a partes del Imperio Otomano en declive.[2]
El colapso del Imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial no ofreció de ningún modo una oportunidad para la creación de una gran nación industrial, ni en los Balcanes ni en el Medio Oriente, una nación que hubiera podido competir en el mercado mundial. Por el contrario, la presión de la confrontación entre imperialismos llevó a su fragmentación y al surgimiento de estados embrionarios. Del mismo modo que los mini estados de los Balcanes han sido objeto de maquinaciones entre imperialismos hasta el día de hoy, la parte asiática de las ruinas del Imperio Otomano, el Medio Oriente, ha sido y sigue siendo el escenario de conflictos imperialistas permanentes. Ya durante la Primera Guerra Mundial, aprovechando la derrota de Alemania y el alejamiento de Rusia de la escena imperialista (enfrentada al movimiento revolucionario), Francia y Gran Bretaña se repartieron la supervisión de los territorios árabes “abandonados” (acuerdo Sykes-Picot de 1916). Como resultado, en abril de 1920 Inglaterra recibió un “mandato” de la Sociedad de Naciones sobre Palestina, Transjordania, Irán e Irak, mientras que Francia recibió uno sobre Siria y Líbano. Prácticamente todos los conflictos étnico-religiosos persistentes de los que oímos hablar hoy en día en la región –entre judíos y árabes en Israel/Palestina, suníes y chiítas en Yemen, Irak, cristianos y musulmanes en el Líbano, cristianos, suníes y chiítas en Siria, kurdos en el Kurdistán turco, iraní, iraquí y sirio– se remontan a la forma en que se dividió Medio Oriente en torno a 1920. En lo que respecta a Palestina, mientras existió el Imperio Otomano, siempre se le consideró parte de Siria. Pero llegado ese momento, con el Mandato Británico sobre Palestina, las potencias imperialistas estaban creando una nueva “entidad” separada de Siria. Como todas esas nuevas “entidades” creadas durante la decadencia del capitalismo, estaba destinada a convertirse en un teatro permanente de conflicto e intriga entre las potencias imperialistas.
En ninguno de los países o protectorados árabes la burguesía local tenía realmente los medios para instalar estados económica y políticamente sólidos, liberados de las garras de las potencias “protectoras”. La demanda de “liberación nacional” no era en realidad más que una demanda reaccionaria. Mientras que Marx y Engels en el siglo XIX tuvieron razón al apoyar ciertos movimientos nacionales, con la única condición de que la formación de Estados-nación pudiera acelerar el crecimiento de la clase obrera y fortalecerla, para que pudiera actuar como sepulturera del capitalismo, la nueva realidad económica e imperialista en el Medio Oriente mostró que ya no había espacio para la formación de una nueva nación árabe o palestina. Como en todas partes del mundo, una vez que el capitalismo entró en su fase de decadencia, ninguna fracción nacional del capital podía desempeñar ya un papel progresista, confirmando así el análisis realizado por Rosa Luxemburgo durante la Primera Guerra Mundial: “El Estado nacional, la unidad y la independencia nacional, fueron las banderas ideológicas bajo las cuales se constituyeron los grandes Estados burgueses del corazón de Europa en el siglo pasado. […] Antes de extender su red a todo el globo, la economía capitalista buscaba crear un solo territorio unificado dentro de los límites nacionales de un estado. Hoy en día, (el ideal nacional) sólo sirve para enmascarar las aspiraciones imperialistas, a menos que se utilice directamente como grito de guerra en los conflictos imperialistas, se trata del único y definitivo medio ideológico para captar la atención de las masas populares y hacerlas desempeñar el papel de carne de cañón en las guerras imperialistas” (Folleto de Junius).
Durante la Primera Guerra Mundial, las dos potencias Mandatarias habían hecho promesas a los pueblos subyugados que entonces estaban bajo el control del Sultán de Estambul. Gran Bretaña, en particular, había alentado esperanzas de independencia para los árabes, incluso en cuanto a la formación de una gran nación árabe (véase la correspondencia McMahon-Hussein de 1915-1916), y había tenido éxito en fomentar una revuelta de las tribus árabes contra los otomanos (codirigida por T.E. Lawrence, “Lawrence de Arabia”). Pero, por otro lado, para Inglaterra, Palestina representaba una posición estratégica entre el Canal de Suez y la futura Mesopotamia británica, vital para defender su imperio colonial, codiciado por otras potencias. Desde esta perspectiva, la potencia británica no veía con malos ojos que la colonización “importada” de Europa constituyera una especie de fuerza controladora en la región, siguiendo el ejemplo de los bóeres en Sudáfrica o los protestantes en Irlanda. De ahí la Declaración Balfour de 1917, que expresaba el compromiso del gobierno británico con “el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. De hecho, una legión judía, el Cuerpo de Mulás de Sión, luchó en el ejército británico durante la Primera Guerra Mundial en Medio Oriente. En resumen, la “pérfida Albión” jugaba en ambos bandos.
Al final de la guerra, la situación de la clase dominante palestina era muy precaria. Separada de sus lazos históricos con Siria, era aún más débil que las burguesías árabes de otras regiones. Al no tener una base industrial significativa ni un capital financiero, debido a su atraso económico, sólo podía contar con una movilización político-militar para defender sus intereses. Ya en 1919, en un primer congreso nacional palestino en Jerusalén, los nacionalistas palestinos pidieron la inclusión de Palestina como país “parte integral... del gobierno árabe independiente de Siria dentro de una Unión Árabe, libre de toda influencia o protección extranjera”[3]. Palestina fue concebida como parte de un Estado sirio independiente, gobernado por Faisal, quien fue nombrado por el Consejo Nacional Sirio en marzo de 1920 como el rey constitucional de Siria-Palestina: “Consideramos que Palestina es parte de la Siria árabe y nunca ha estado separada de ella en ningún momento. Estamos unidos a ella por fronteras nacionales, religiosas, lingüísticas, morales, económicas y geográficas”.[4] Ya en 1919 se organizaron manifestaciones en toda Palestina y en abril de 1920, los disturbios dejaron una docena de muertos y casi 250 heridos en Jerusalén. Sin embargo, el movimiento nacionalista fue rápidamente reprimido por el ejército británico en Palestina, mientras que las fuerzas francesas aplastaron a las fuerzas del Reino Árabe de Siria en julio de 1920, sin dudar en utilizar su fuerza aérea para bombardear a los nacionalistas. Ya en Egipto, en marzo de 1918, las manifestaciones de los nacionalistas egipcios, pero también de los obreros y campesinos que exigían reformas sociales, fueron reprimidas tanto por el ejército británico como por el egipcio, matando a más de 3,000 manifestantes. En 1920, Gran Bretaña aplastó sangrientamente un movimiento de protesta en Mosul, Irak.
Al mismo tiempo, la clase dominante palestina, despreciada por sus homólogos sirios, egipcios y libaneses y que proclamaba su autonomía en un mundo en el que ya no había lugar para un nuevo Estado-nación, se enfrentó a un nuevo “rival” desde el exterior. Como resultado del apoyo de Gran Bretaña al establecimiento de una patria judía en Palestina, el número de inmigrantes judíos aumentó drásticamente, y al principio Gran Bretaña utilizó a los nacionalistas judíos tanto contra su principal rival, Francia, como contra los nacionalistas árabes. Por lo tanto, llevó a los sionistas a proclamar a la Sociedad de Naciones que no querían ni la protección francesa (como parte de la “Gran Siria”) ni la protección internacional en Palestina, sino la protección británica. En la propia Palestina, la financiación de la burguesía judía europea y estadounidense permitió una rápida expansión de los asentamientos, lo que llevó a enfrentamientos cada vez más violentos con las poblaciones palestinas originales de la zona. En 1922, al comienzo del Mandato Británico sobre Palestina, 85,000 habitantes eran judíos de un total de 650,000 habitantes en Palestina, es decir el 12% de la población, en comparación con 560,000 musulmanes o cristianos. Como resultado de la inmigración masiva ligada al creciente antisemitismo en Europa Central y Rusia, como consecuencia de la derrota de la oleada revolucionaria mundial en estas regiones, la población judía se había más que duplicado en 1931 (175,000). Creció en casi 250,000 habitantes entre 1931 y 1936, de modo que ya representaba el 30% de la población en 1939.
El considerable aumento de la inmigración judía a Palestina y la proliferación de asentamientos que compraban tierras árabes y barrios judíos en las ciudades fueron aprovechados por ambos nacionalismos para aumentar las tensiones y empujar a los enfrentamientos entre comunidades. Los campesinos y obreros palestinos, así como los obreros judíos, se enfrentan a la falsa alternativa de tomar partido por una u otra facción de la burguesía (palestina o judía). Esto ya se puso claramente de manifiesto en 1931 en la revista “Bilan”, el órgano de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista: “La expropiación de la tierra, a precios ridículamente bajos, sumió a los proletarios árabes en la miseria más oscura y los empujó a los brazos de los nacionalistas árabes, de los grandes terratenientes y de la burguesía naciente. Es evidente que esta última se está aprovechando de esto para ampliar sus objetivos de explotación de las masas y dirigir el descontento de los fellahs y proletarios contra los trabajadores judíos de la misma manera que los capitalistas sionistas dirigieron el descontento de los trabajadores judíos contra los árabes. De este contraste entre los explotados judíos y árabes, el imperialismo británico y las clases dominantes árabes y judías sólo pueden salir fortalecidos”.[5] De hecho, esta falsa alternativa significaba el alistamiento de los obreros en el terreno de los enfrentamientos armados intercomunitarios únicamente en interés de la burguesía. A lo largo de las décadas de 1920 y 1930, estallaron disturbios antijudíos en toda Palestina, causando muchos muertos y heridos: en 1921 en Jaffa; luego durante las “masacres de 1929” en Jerusalén, Hebrón y Safed, con saqueos e incendios de aldeas judías aisladas, a menudo completamente destruidas, y ataques de represalia contra barrios árabes, que resultaron en la muerte de 133 judíos y 116 árabes.
Después de estos disturbios, los británicos jugaron la carta de la pacificación hacia los árabes a principios de la década de 1930, reduciendo las fuerzas de autodefensa judías, pero las persistentes tensiones y provocaciones entre las comunidades llevaron a una gran revuelta de los nacionalistas palestinos contra las fuerzas británicas y las comunidades judías a finales de 1936, que duró más de tres años (hasta el final del invierno de 1939). Ante este estallido de la revuelta árabe, las autoridades de la comunidad judía impusieron inicialmente una política de no represalia y contención a la Haganá, la milicia judía de autodefensa, para evitar un estallido de violencia. Pero dentro de estas fuerzas de autodefensa, maduran los llamados a las represalias tras los crecientes ataques árabes. Como resultado, el Irgún, organización armada vinculada a la derecha sionista, el “partido revisionista” de V. Jabotinsky, decidió embarcarse en ataques de represalia indiscriminados contra los árabes, que finalmente se convirtieron en una campaña de terror que causaría cientos de muertes entre la población árabe. La revuelta árabe también llevó a los británicos a reforzar las fuerzas paramilitares sionistas (desarrollo de una fuerza policial judía y unidades especiales judías: los “Escuadrones Nocturnos Especiales” de la Haganá y el Comando Fosh).
En 1939, el Irgún se dividió en dos grupos y su franja más radical fundó el Lehi (también conocido como el “Grupo Stern” o la “Banda Stern”), que lanzó una ola de ataques que también tuvo como objetivo a los británicos. Por su parte, a partir de la década de 1930, los insurgentes árabes utilizaron métodos de guerrilla en las zonas rurales y, en las zonas urbanas, métodos terroristas, como bombardeos y asesinatos. Grupos, a menudo de tipo yihadista, destruyeron líneas telefónicas y telegráficas, y luego sabotearon el oleoducto Kirkuk-Haifa, asesinando a soldados, miembros de la administración británica y judíos. Los británicos reaccionaron violentamente, especialmente frente a los actos de terrorismo árabes, y emprendieron acciones antiterroristas, como la destrucción total de aldeas o barrios árabes (como en Jaffa en agosto de 1936).
Al final, la revuelta árabe fue un fracaso militar y condujo al desmantelamiento de las fuerzas paramilitares árabes y al arresto o exilio de sus líderes (incluido el Gran Muftí de Jerusalén Amin al-Husseini). Más de 5,000 árabes, 300 judíos y 262 británicos murieron en los enfrentamientos. La revuelta también desembocó en enfrentamientos internos entre facciones de la burguesía palestina, con Amin al-Husseini atacando a las facciones más moderadas -consideradas “traidoras” porque no eran lo suficientemente nacionalistas para el gusto de los rebeldes y porque vendían tierras a los judíos-, y asesinando a los policías árabes que permanecían leales a los británicos. Estas acciones, a su vez, abrieron un ciclo de venganza, que condujo a la creación de milicias antiterroristas en las aldeas árabes y, a su vez, provocó al menos mil muertes. A principios de 1939, un clima de terror generalizado entre los diferentes clanes reinaba entre la población árabe y continuaría después del final de la revuelta.
Sin embargo, aunque derrotados militarmente, los árabes palestinos obtuvieron importantes concesiones políticas por parte de los británicos (“Libro Blanco” de 1939), que temían que estos recibieran el apoyo de los alemanes. Inglaterra impuso un límite a la inmigración judía y a la transferencia de tierras árabes a los judíos, y prometió la creación de un estado unitario en un plazo de diez años, en el que judíos y árabes compartirían el gobierno. Esta propuesta fue rechazada por la comunidad judía y sus fuerzas paramilitares, que a su vez lanzaron una revuelta general, temporalmente congelada por el estallido de la 2ª Guerra Mundial.
Demasiado débiles para actuar autónomamente y fundar su propio Estado-nación, la burguesía sionista judía, así como la burguesía árabe palestina, tuvieron que buscar el apoyo de los grandes patrocinadores imperialistas, que, con su injerencia, no han hecho más que avivar las llamas de la confrontación.
Las facciones gobernantes palestinas, enfrentadas al aplastamiento británico (y francés) del movimiento nacionalista en favor de una Gran Siria y a la afluencia de colonos judíos de Europa, solo podían recurrir a otras potencias imperialistas para buscar apoyo contra su rival sionista. Así, el muftí de Jerusalén primero buscó el apoyo de la Italia de Mussolini y luego se volvió en la década de 1930 hacia la Alemania nazi, el gran rival de Gran Bretaña. Ya en marzo de 1933, los funcionarios alemanes en Turquía informaron a las autoridades nazis del apoyo del muftí a su “política judía”. Tras el fracaso de la revuelta árabe de 1936-1939 y la ruptura de la burguesía árabe con los más moderados, los líderes nacionalistas más radicales, incluido el Gran Muftí de Jerusalén, se exiliaron y eligieron el bando de la Alemania nazi en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Tras su participación en la revuelta iraquí en 1941, fomentada por los alemanes contra los británicos, el muftí acabó refugiándose en Italia y en la Alemania nazi con la esperanza de obtener la independencia de los estados árabes.
En el caso de las facciones gobernantes judías, la situación era más compleja, en la medida en que aparecerían diferencias de política entre las facciones de izquierda y centro, por un lado, y la derecha “revisionista”, por el otro. La Organización Sionista Mundial, dominada por la izquierda en alianza con los centristas, optó por mantener relaciones bastante buenas con los británicos (al menos hasta 1939) y respaldar oficialmente el objetivo de un “Hogar Nacional Judío” sin pronunciarse sobre la cuestión de la independencia o bien la autonomía bajo el mandato británico.[6] La derecha irredentista, representada por el Partido Revisionista y el Irgún, por su parte, exigió inmediatamente la independencia y, por lo tanto, se distanció de los británicos.
En esta lógica, el carismático líder de la derecha ultranacionalista, Vladímir Jabotinski, tuvo, en la segunda mitad de la década de 1930, relaciones cordiales con regímenes dictatoriales o incluso antisemitas, como el polaco o el italiano fascista, para presionar a los británicos. Así, en 1936, el gobierno polaco lanzó una campaña antijudía a gran escala e impulsó la emigración judía. Cuando indicó oficialmente en 1938 que quería “una reducción sustancial del número de judíos en Polonia”[7], Vladimir Jabotinsky decidió entonces comprometer al Partido Revisionista en el apoyo al gobierno autoritario polaco, que no ocultaba su virulento antisemitismo. Su objetivo era tratar de convencer a este último de que canalizara a los judíos expulsados de Polonia a Palestina. Además, la colaboración de los revisionistas con Polonia también tenía un componente militar: se entregaban armas y dinero al Irgún, y los oficiales del Irgún recibían entrenamiento militar y de sabotaje en Polonia. La facción revisionista también tenía un ala abiertamente fascista, encarnada primero en el grupo Birionim (un grupo sionista fascista fundado en 1931 por radicales del partido revisionista) que simpatizaba abiertamente con Mussolini, y después de la destitución de este último en 1943, continuó existiendo a través de ciertos militantes, como Avraham Stern, un líder del Irgún en la segunda mitad de los años treinta y fundador del Lehi, que simpatizaba con los regímenes fascistas europeos y entró en contacto con la Alemania nazi. Para esta ala fascista del revisionismo, Alemania era indudablemente un “adversario”, sin embargo, ¡el ocupante británico era el verdadero “enemigo” que impedía el establecimiento de un Estado judío!
La lógica implacable del imperialismo en el capitalismo decadente estaba destinada a impulsar a las diversas fracciones burguesas de Palestina a buscar el apoyo de las potencias extranjeras y esto no podía más que promover una multiplicación de las intrigas imperialistas. Así, el movimiento sionista se convirtió en un proyecto realista sólo después de recibir el apoyo maquiavélico del imperialismo británico, que esperaba obtener un mayor control sobre la región. Pero Gran Bretaña, al tiempo que apoyaba el proyecto sionista, también estaba jugando un doble juego: debía de tener en cuenta el gran componente árabe-musulmán de su imperio colonial y, por lo tanto, había hecho todo tipo de promesas a la población árabe de Palestina y del resto de la región. En cuanto al movimiento de “liberación árabe”, si bien se oponía al apoyo dado por Gran Bretaña al sionismo, no era en modo alguno antiimperialista, ni lo eran las facciones sionistas que estaban dispuestas a atacar a Gran Bretaña, ya que todas buscaban el apoyo de otras potencias imperialistas, como el triunfante imperialismo estadounidense, la Italia fascista o la Alemania nazi.
En un capitalismo históricamente en decadencia y dominado por la barbarie creciente de los asesinos enfrentamientos imperialistas, la única perspectiva que podían defender los revolucionarios era la que ya había defendido Bilan en 1930-1931: “Para el verdadero revolucionario, por supuesto, no existe la cuestión “palestina”, sino sólo la lucha de todos los explotados en el Medio Oriente, incluidos los árabes y los judíos, lucha que es parte de la lucha más general de todos los explotados en todo el mundo por la revolución comunista”[8]. Para los proletarios árabes y judíos de Palestina, atrapados en las redes de la “liberación de la nación”, las décadas de 1920 y 1930 fueron años siniestros de terror, masacres y miedo permanente bajo los disturbios, ataques, represalias y contra represalias de bandas de bárbaros y terroristas “nacionalistas” de ambos bandos.
Las organizaciones sionistas habían rechazado categóricamente las orientaciones del nuevo plan británico (“Libro Blanco” de 1939), que implicaba una limitación de la inmigración judía y la transferencia de tierras árabes a los judíos, así como la creación de un Estado unitario en un plazo de diez años. Esta oposición llevó a un enfrentamiento frontal con el poder Mandatario después de la Segunda Guerra Mundial. Los británicos establecieron un bloqueo naval de los puertos de Palestina, para impedir que nuevos inmigrantes judíos entraran en el Mandato Palestino, con la esperanza de apaciguar de este modo a la burguesía árabe palestina. Por su parte, los sionistas utilizaron la simpatía y la compasión del mundo por el destino de los miles de refugiados que habían escapado de los campos de concentración nazis para presionar a los británicos y forzar las puertas de Palestina para todos los inmigrantes.
Sin embargo, en 1945, la relación de fuerzas imperialistas había cambiado: Estados Unidos había consolidado sus posiciones a expensas de una Inglaterra que, desangrada por la guerra y al borde de la bancarrota, se había convertido en deudora de los estadounidenses. Así, a partir de 1942, las organizaciones sionistas se dirigieron a Estados Unidos en busca de apoyo para su proyecto de crear una patria judía en Palestina. En noviembre, el Consejo Judío de Emergencia, reunido en Nueva York, rechazó el Libro Blanco británico de 1936 y formuló como su principal demanda la transformación de Palestina en un estado sionista independiente, lo que era directamente contrario a los intereses de Inglaterra. Los principales beneficiarios de la caída del Imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial, Francia y Gran Bretaña, se encontraron ahora flanqueados por el imperialismo estadounidense y soviético, ambos con el objetivo de reducir la influencia colonial de los anteriores peces gordos. Así, la URSS ofreció su apoyo a cualquier movimiento inclinado a debilitar el dominio británico y, como resultado, suministró armas a las guerrillas sionistas a través de Checoslovaquia. Estados Unidos, el principal vencedor de la Segunda Guerra Mundial, también estaba trabajando para reducir la influencia de los países “Mandatarios” en el Medio Oriente y dio armas y dinero a los sionistas mientras estos luchaban contra su aliado de guerra británico.
Tan pronto como se votó en la ONU un plan para la partición de Palestina a finales de noviembre de 1947, se intensificaron los enfrentamientos entre las organizaciones sionistas judías y las árabes-palestinas, mientras que los británicos, que se suponía que debían garantizar la seguridad, organizaron unilateralmente su retirada e intervinieron solo ocasionalmente. En todas las zonas mixtas donde vivían las dos comunidades, en particular en Jerusalén y Haifa, los ataques, las represalias y las contra represalias fueron cada vez más violentas. Tiroteos ocasionales evolucionaron a batallas campales; los ataques contra el tráfico se convierten en emboscadas. Se producen ataques cada vez más sangrientos, que a su vez son respondidos con disturbios, represalias y otros ataques.
Las organizaciones armadas judías lanzaron una nueva campaña intensiva de bombardeos particularmente mortíferos contra los británicos y también contra los árabes. La sucesión de ataques en ambos bandos fue espantosa, el 12 de diciembre de 1947, el Irgún detonó un coche bomba en Jerusalén, causando la muerte de 20 personas. El 4 de enero de 1948, el Lehi hizo estallar un camión frente al Ayuntamiento de Jaffa que albergaba el cuartel general de una milicia paramilitar árabe, matando a 15 personas e hiriendo a 80, 20 de ellas de gravedad. El 18 de febrero, una bomba del Irgún explotó en el mercado de Ramalah, matando a 7 personas e hiriendo a 45. El 22 de febrero, en Jerusalén, los hombres de Amin al-Husseini perpetraron un triple atentado con coche bomba con la ayuda de desertores británicos, contra las oficinas del periódico The Palestine Post, el mercado callejero Ben Yehuda y el patio trasero de las oficinas de la Agencia Judía, matando a 22, 53 y 13 judíos, respectivamente, e hiriendo a cientos. Por último, la matanza de aldeanos en Deir Yassin el 9 de abril, cometida por el Irgún y el Lehi, dejó entre 100 y 120 muertos. El punto culminante de esta campaña tuvo lugar el 17 de septiembre de 1948, en Jerusalén, cuando un comando del Lehi asesinó al conde Folke Bernadotte, mediador de las Naciones Unidas por Palestina, así como al jefe de los observadores militares de la ONU, el coronel francés Sérot. En los dos meses de diciembre de 1947 y enero de 1948, hubo casi mil muertos y dos mil heridos. A finales de marzo, un informe dio la cifra de más de dos mil muertos y cuatro mil heridos.
A partir de enero, bajo la mirada indiferente de los británicos, la guerra civil entre las comunidades derivó en operaciones que tomaron un cariz cada vez más militar. Las milicias armadas árabes entraron en Palestina para apoyar a las milicias palestinas y atacar asentamientos y aldeas judías. Por su parte, la Haganá montó cada vez más operaciones ofensivas destinadas a desarrollar las zonas judías expulsando a las milicias árabes, destruyendo aldeas árabes, masacrando a sus habitantes y provocando la huida de cientos de miles de personas (en total, durante este período y durante la guerra árabe-israelí que siguió a la declaración de la fundación del Estado de Israel, casi 750.000 árabes-palestinos huyeron de sus aldeas). Los países árabes se preparaban entonces para entrar en Palestina para, supuestamente, “defender a sus hermanos palestinos”.
El 15 de mayo de 1948 terminó el Mandato Británico sobre Palestina y el mismo día se proclamó el Estado de Israel en Tel Aviv. Menos de 24 horas después, Egipto, Siria, Jordania e Irak lanzaron una invasión. La guerra, que duró hasta marzo de 1949, costó la vida a más de 6,000 soldados y civiles judíos, 10,000 soldados árabes-palestinos y unos 5,000 soldados de los diversos contingentes militares árabes.
Si bien la burguesía palestina no había sido capaz de crear su propio Estado, en el momento de la desaparición del Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial, la proclamación del Estado de Israel por parte de los sionistas implicaba necesariamente que este nuevo Estado sólo podía sobrevivir transformando su economía en una máquina de guerra permanente, estrangulando a sus vecinos, aterrorizando y desplazando a la mayoría de la población palestina y, sobre todo, buscando el apoyo imperialista. Frente a la antigua potencia “protectora”, Gran Bretaña, que inicialmente se opuso a la formación de un Estado israelí para no dañar su posición frente al mundo árabe, el nuevo Estado pudo apoyarse en Estados Unidos, que apoyó inmediatamente la creación del Estado de Israel, así como en la URSS, que esperaba que la formación de un Estado israelí debilitara al imperialismo británico en la región.
Los nacionalistas palestinos, incapaces de enfrentarse solos al recién fundado Estado de Israel, también tuvieron que buscar apoyo entre los enemigos de ese Estado, como las burguesías de los países vecinos de Jordania, Siria, Egipto e Irak, que estaban enviando sus tropas contra Israel. Esta guerra, la primera de media docena de guerras y numerosas operaciones militares contra sus vecinos en las que Israel participaría desde 1948, duró desde mayo de 1948 hasta junio de 1949. Debido al pobre equipamiento de las tropas árabes, las fuerzas israelíes lograron repeler la ofensiva y no solo retener sino incluso ampliar los territorios asignados a los sionistas por los británicos antes de 1947. Más allá de las grandes declaraciones de solidaridad, las burguesías árabes vecinas, “acudiendo en ayuda de sus hermanos palestinos”, jugaron sobre todo sus propias cartas imperialistas. Jordania no sólo ocupó Cisjordania, y Egipto la Franja de Gaza después de la primera guerra árabe-israelí de 1948, sino que los estados árabes también intentarían en los años siguientes poner sus manos sobre las diversas alas de los nacionalistas palestinos. Poco después de su creación en 1964, Arabia Saudita comenzó a financiar a la OLP; Egipto también intentó hacerse con Fatah (el movimiento político de la OLP); Siria creó el grupo As-Saiqa, Irak apoyó al FLA (Frente Árabe de Liberación creado en 1969). A pesar de todos los bellos discursos sobre la “nación árabe unida”, las burguesías de los diferentes países árabes competían ferozmente entre sí y no dudaron en utilizar y, si era necesario, en sacrificar a la población palestina por sus sórdidos intereses.
Desde el día de su fundación, el Estado de Israel no solo ha estado involucrado en conflictos bilaterales permanentes con los árabes-palestinos y sus vecinos árabes, sino que dichos enfrentamientos siempre han sido parte de la dinámica imperialista global, en la medida en que su posición estratégica lo coloca en el centro de las tensiones regionales en el Medio Oriente, pero también y sobre todo en el corazón de los enfrentamientos mundiales entre los grandes tiburones imperialistas. En este sentido, desde finales de la década de 1950, el Estado de Israel desempeñó el papel de gendarme del bloque estadounidense en la región.
El inicio de la Guerra Fría entre el bloque estadounidense y el bloque soviético puso a Oriente Medio en el centro de las rivalidades imperialistas. Después de la Guerra de Corea (1950-53), que fue el primero de los grandes enfrentamientos entre los dos bloques, la Guerra Fría se intensificó y el imperialismo ruso trató de aumentar su influencia en los países del “tercer mundo” y esto dio a Oriente Medio una importancia cada vez mayor para los líderes de ambos bloques. Si al principio, las tensiones en la región permitieron principalmente a Estados Unidos “disciplinar” a sus aliados europeos, impidiéndoles perseguir demasiado intensamente sus propios intereses imperialistas en la región (la operación franco-británica de 1956 en Suez y la guerra israelí-egipcia), el conflicto en Oriente Medio evolucionó luego durante 35 años en el contexto de la confrontación Este-Oeste y Palestina fue un teatro central de confrontación.
La guerra de 1948 fue solo el comienzo de un ciclo interminable de conflictos militares. A partir de la década de 1950, ante la incapacidad de las tropas de la Liga Árabe para derrotar a su mucho más pequeño enemigo, pero mejor organizado y armado, se produjo una carrera armamentista, en la que Israel recibió envíos masivos de armas de los Estados Unidos, y los rivales árabes recurrieron al imperialismo soviético, que intentaría persistentemente atrincherarse en la región apoyando el nacionalismo árabe: Egipto, Siria e Irak, que se unieron temporalmente en una República Árabe Unida, se convirtieron durante un tiempo en aliados del bloque oriental, que también apoyaba a los fedayines palestinos y a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Palestina. En 1968, los diversos movimientos de resistencia palestinos se unieron bajo la égida de Arafat. En el contexto de la Guerra Fría, cuando Israel era un aliado importante de Estados Unidos, la OLP tuvo que recurrir a la URSS y a sus “hermanos árabes”. Sin embargo, detrás de la retórica sobre la “unidad del pueblo árabe”, los Estados árabes volvieron a orientar sus tropas no sólo contra Israel, sino también contra los nacionalistas palestinos, que a menudo actúan como una fuerza disruptiva dentro de esos Estados. Los Estados Árabes nunca han dudado en cometer masacres similares a las de la burguesía israelí contra los refugiados palestinos. Así, en 1970, durante el “Septiembre Negro”, 30,000 palestinos fueron asesinados en Jordania por el ejército jordano. En septiembre de 1982, milicias cristianas libanesas, con el consentimiento tácito de Israel, entraron en dos campamentos palestinos en Sabra y Chatila y masacraron a 10,000 civiles.
Estos intentos del bloque oriental por afianzarse en la región se encontraron con una fuerte oposición por parte de Estados Unidos y del bloque occidental, que convirtieron al Estado de Israel en una de las puntas de lanza de sus políticas. El apoyo de Estados Unidos a Israel ha sido una característica permanente de todos los conflictos en la región, al igual que el apoyo financiero por parte de Alemania[9]. Este apoyo no se debe esencialmente al considerable peso del electorado judío en Estados Unidos ni a la influencia del “lobby sionista” sobre los líderes políticos estadounidenses. Si bien Israel no tiene recursos petroleros significativos u otras materias primas importantes, el país es de gran importancia estratégica para los Estados Unidos sobre todo debido a su posición geográfica. Por otro lado, en su confrontación con una serie de potencias imperialistas locales, Israel es financiera y militarmente totalmente dependiente de los Estados Unidos, por lo que los intereses imperialistas de Israel lo han obligado a buscar la protección del Tío Sam. En resumen, hasta 1989, Estados Unidos siempre pudo contar con Israel como su brazo armado. Además, en la serie de guerras contra sus rivales árabes, la mayoría de los cuales estaban equipados con armas rusas, el ejército israelí era un campo de experimentación para las armas estadounidenses.
A finales de los años setenta y ochenta, el bloque estadounidense se aseguró gradualmente el control global de Oriente Medio y redujo gradualmente la influencia del bloque soviético, a pesar de que la caída del Sha y la “Revolución iraní” en 1979 no sólo privaron al bloque estadounidense de un importante bastión, sino que anunciaron, a través de la llegada al poder del régimen retrógrado de los mulás, la expansión de la descomposición del capitalismo. Esta ofensiva del bloque estadounidense tenía “como objetivo completar el cerco de la URSS, despojar a este país de todas las posiciones que ha podido mantener fuera de su contacto e influencia directa. La prioridad de esta ofensiva era la expulsión definitiva de la URSS de Oriente Medio, poner de rodillas a Irán y la reintegración de este país en el bloque estadounidense como parte importante de su sistema estratégico “[10]. En esta política ofensiva del bloque occidental, Israel jugó un papel esencial a través de las guerras árabe-israelíes de 1967 (“Guerra de los Seis Días”), 1973 (“Guerra de Yom Kippur”), el bombardeo y destrucción de un reactor nuclear en Bagdad en 1981 y la invasión del Líbano en 1982. La acción militar de Israel, combinada con la presión económica y militar del bloque estadounidense, condujo a la derrota de los aliados del bloque oriental en la región, el paso de Egipto y luego de Irak al bloque occidental, y la drástica reducción del control de Siria sobre el Líbano.
Sin embargo, fortalecida por la disminución de las tensiones con Egipto, la burguesía israelí reafirmó en julio de 1980 el traslado de su capital nacional de Tel Aviv a Jerusalén y la incorporación de la Ciudad Antigua de Jerusalén (antes jordana) a territorio israelí. También desde entonces, el gobierno israelí decidió acelerar los asentamientos judíos en Cisjordania. Esto ha exacerbado las tensiones entre las burguesías israelí y palestina y, desde 1987 en particular, la espiral de violencia ha empeorado drásticamente. La señal la dio la primera Intifada (o “levantamiento”) en 1987. En respuesta a la creciente represión del ejército israelí en Cisjordania y Gaza, la intifada dio lugar a una campaña masiva de desobediencia civil, huelgas y manifestaciones. Aclamado por los izquierdistas como un modelo de lucha revolucionaria, siempre ha estado enteramente dentro del marco nacional e imperialista del conflicto árabe-israelí.
Si la primera mitad del siglo XX en Oriente Medio demostró que la liberación nacional se había vuelto imposible y que todas las fracciones de la burguesía local estaban subordinadas a los conflictos globales, librados entre sí por los grandes tiburones imperialistas, la formación del Estado de Israel en 1948 marcó casi cuarenta años de otro período de enfrentamientos sangrientos, parte de la despiadada confrontación entre los bloques del Este y del Oeste. Más de setenta años de conflicto en el Medio Oriente han demostrado irrefutablemente que el sistema capitalista en decadencia no tiene nada que ofrecer más que guerras y masacres y que el proletariado no puede elegir entre un campo imperialista u otro.
Después de la implosión del bloque soviético a finales de 1989, la década de 1990 estuvo marcada por la espectacular expansión de las manifestaciones del período del capitalismo en putrefacción, su descomposición, y en este contexto, el “informe sobre las tensiones imperialistas” del XX Congreso de la CCI ya señaló en 2013: “Oriente Medio es una terrible confirmación de nuestros análisis sobre el callejón sin salida del sistema y la huida hacia el 'sálvese quien pueda'.” Es una ilustración impactante de las características centrales de este período:
En esta dinámica de crecientes enfrentamientos en Oriente Medio, el Estado de Israel ha desempeñado un papel clave. Como primer lugarteniente de los estadounidenses en la región, Tel Aviv estaba llamada a ser la piedra angular de una región pacificada a través de los acuerdos de Oslo y Jericó-Gaza de 1993, uno de los mayores éxitos de la diplomacia estadounidense en la región. Este último concedió a los palestinos los inicios de la autonomía y así los integró en el orden regional diseñado por el Tío Sam. Sin embargo, durante la segunda mitad de la década de 1990, tras el fracaso de la invasión israelí del sur del Líbano, la derecha israelí "dura" llegó al poder (el primer gobierno de Netanyahu de 1996 a 1999) en contra de los deseos del gobierno estadounidense, que apoyaba a Shimon Peres. A partir de entonces, la derecha hizo todo lo posible para sabotear el proceso de paz con los palestinos:
La provocadora visita del líder de la oposición Ariel Sharon al Monte del Templo en septiembre de 2000 provocó una segunda intifada, en la que se produjo un fuerte aumento de los atentados suicidas contra israelíes. En la misma lógica, el desmantelamiento unilateral de los asentamientos en Gaza por parte del gobierno de Sharon en 2004 no fue en absoluto un gesto conciliador, como lo presentó la propaganda israelí, sino al contrario el producto de un cálculo cínico para congelar las negociaciones sobre la solución política del conflicto: el objetivo de la retirada de Gaza “es la congelación del proceso político [y] cuando se congelas el proceso político, impides la creación de un Estado palestino y cualquier discusión sobre los refugiados, sobre las fronteras y sobre Jerusalén”[11]. Además, dado que los islamistas rechazan la existencia de un Estado judío en la tierra del Islam, al igual que los sionistas mesiánicos rechazan un Estado palestino en la tierra de Israel, dado por Dios a los judíos, estas dos facciones son, por lo tanto, aliados objetivos en el sabotaje de la “solución de dos Estados”. Así, las facciones derechistas de la burguesía israelí hicieron todo lo posible para fortalecer la influencia y los medios de Hamás, en la medida en que esta organización era, como ellas, totalmente opuesta a los Acuerdos de Oslo: los primeros ministros Sharon y Olmert prohibieron en 2006 a la Autoridad Palestina desplegar un batallón adicional de policías en Gaza para oponerse a Hamás y permitieron a Hamás presentar candidatos en las elecciones de 2006. Cuando Hamás dio un golpe de Estado en Gaza en 2007 para “eliminar a la Autoridad Palestina” y establecer su poder absoluto, el gobierno israelí se negó a apoyar a la policía palestina. En cuanto a los fondos financieros qataríes que Hamás necesitaba para poder gobernar, el Estado judío permitió que se transfirieran regularmente a Gaza bajo la protección de la policía israelí.
La estrategia israelí era clara: Gaza ofrecida a Hamás, la Autoridad Palestina debilitada, con un poder muy limitado en Cisjordania. El propio Netanyahu promovió abiertamente esta política: “Cualquiera que quiera frustrar la creación de un Estado palestino debe apoyar el fortalecimiento de Hamás y transferir dinero a Hamás. Esto es parte de nuestra estrategia”[12]. El Estado de Israel y Hamás, en diferentes momentos y por diferentes medios, se están hundiendo en una política de lo más completamente irracional, que inevitablemente ha acelerado el ciclo de violencia y contra-violencia y que ha conducido a las atroces masacres de hoy. De hecho, la actual matanza de Gaza es una continuación de una serie de ataques y contraataques llevados a cabo por Hamás y el ejército israelí:
Privada de una estructura estatal clásica y de los medios financieros para establecer un ejército estructurado capaz de competir con el Tsahal (FDI, Fuerzas de Defensa de Israel), la burguesía palestina siempre ha tenido que recurrir a los ataques terroristas, como lo hacían los sionistas antes de la proclamación del Estado de Israel. Desde el principio, la OLP aplicó tácticas terroristas que estaban destinadas a causar el mayor número de víctimas civiles, como secuestros, liquidaciones, secuestros de aviones, ataques a equipos deportivos (masacre del equipo olímpico israelí en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972). Desde entonces, los atentados suicidas se han multiplicado. Cometidos por jóvenes palestinos desesperados, no tienen como diana objetivos militares, sino que sólo buscan sembrar el terror entre los civiles israelíes, en clubes nocturnos, supermercados y autobuses. Son la expresión de un callejón sin salida total, de la desesperación y el odio. Las masacres del 7 de octubre de 2023 son una continuación de esta política, pero a un nivel aún mayor de brutalidad y destrucción.
La aterradora deriva actual también hay que verla en continuidad con la política irresponsable del populista Trump en la región. En línea con la prioridad dada a la contención de Irán, Trump empujó a una política de apoyo incondicional a la derecha israelí, proporcionando al Estado judío y a sus respectivos líderes promesas de apoyo inquebrantable a todos los niveles: el suministro de equipos militares de última generación, el reconocimiento de Jerusalén-Este como capital y la soberanía israelí sobre los Altos del Golán sirios. Esta orientación apoyaba el abandono de los Acuerdos de Oslo y la solución de “dos Estados” (israelí y palestino) en “Tierra Santa”. El cese de la ayuda estadounidense a los palestinos y a la OLP y la negociación de los “Acuerdos de Abraham”, una propuesta de “un gran acuerdo” que implicaba el abandono de cualquier demanda de creación de un Estado palestino y la anexión por parte de Israel de grandes partes de Palestina a cambio de una “gigantesca” ayuda económica estadounidense, tenía como objetivo esencial facilitar el acercamiento de facto entre los compinches estadounidenses saudíes e israelíes: “Para las monarquías del Golfo, Israel ya no es el enemigo. Esta gran alianza comenzó hace mucho tiempo entre bastidores, pero aún no se ha puesto en escena. La única manera de que los estadounidenses se muevan en la dirección deseada es obtener luz verde del mundo árabe, o más bien de sus nuevos líderes, MBZ (Emiratos) y MBS (Arabia Saudita) que comparten la misma visión estratégica para el Golfo, para quienes Irán y el islam político son las principales amenazas. Según esta cosmovisión, Israel ya no es un enemigo, sino un potencial socio regional con el que será más fácil frustrar la expansión iraní en la región. […] Para Israel, que lleva años tratando de normalizar sus relaciones con los países árabes suníes, la ecuación es sencilla: se trata de buscar una paz árabe-israelí, sin obtener necesariamente la paz con los palestinos. Los países del Golfo, por su parte, han rebajado sus exigencias sobre la cuestión palestina. Este “plan definitivo” […] parece aspirar a establecer una nueva realidad en Oriente Medio. Una realidad basada en la aceptación de la derrota por parte de los palestinos, a cambio de unos pocos miles de millones de dólares, y en la que israelíes y países árabes, principalmente del Golfo, podrían finalmente formar una nueva alianza, apoyada por Estados Unidos, para frustrar la amenaza de expansión de un imperio Persa moderno”[13]. Sin embargo, como ya señalamos en 2019, estos acuerdos, que eran una pura provocación tanto a nivel internacional (abandono de acuerdos internacionales y resoluciones de la ONU) como a nivel regional, solo podían reactivar la irresuelta cuestión palestina, instrumentalizada por todos los imperialismos regionales (Irán, por supuesto, pero también Turquía e incluso Egipto) contra Estados Unidos y sus aliados. Además, sólo podían envalentonar al compinche israelí en sus propios apetitos anexionistas e intensificar los enfrentamientos, por ejemplo, con Irán: “Ni Israel, que es hostil al fortalecimiento de Hezbolá en Líbano y Siria, ni Arabia Saudí pueden tolerar este avance iraní”[14]. Los Acuerdos de Abraham sembraron irreparablemente las semillas de la actual tragedia en Gaza.
La precipitación de las facciones derechistas de la burguesía israelí en el poder –más concretamente de los sucesivos gobiernos de Netanyahu desde 2009 hasta el presente– en la prosecución de sus propias políticas imperialistas se opone cada vez más abiertamente a los intereses de las facciones más responsables de Washington y constituye una caricatura de la gangrena de la descomposición que está carcomiendo el aparato político de las burguesías. Las oposiciones entre las diferentes facciones políticas en Israel sobre la política a seguir, las oposiciones entre Netanyahu y su ministro de Defensa o los jefes de las FDI, la confrontación abierta entre Netanyahu y la actual administración estadounidense sobre la conducción de la guerra inducen una importante dosis de incertidumbre e irracionalidad sobre el resultado de la fase actual del conflicto, más aún porque la sombra de un posible regreso de Trump a la presidencia estadounidense se cierne sobre Oriente Medio, lo que daría carta blanca a las políticas bélicas de Israel y, por tanto, acabaría con cualquier esperanza de que Estados Unidos impusiera algún tipo de estabilidad en la región.
Una vez más, es la clase obrera la que más ha sufrido las consecuencias de la política imperialista de las clases dominantes. Los trabajadores israelíes y palestinos se enfrentan constantemente al terror diario de los ataques terroristas palestinos y las incursiones y ataques aéreos del ejército israelí. Si bien el terror interminable desatado por sus clases dominantes ha creado una profunda angustia entre la mayoría de los trabajadores, el nacionalismo de sus líderes también está envenenando sus mentes. La clase dominante de ambos lados está haciendo todo lo posible para azuzar el nacionalismo y el odio entre unos y otros.
En términos materiales, los trabajadores de ambos lados del conflicto imperialista sufren enormemente el peso aplastante de la militarización. Los trabajadores israelíes son reclutados obligatoriamente por 30 meses (hombres) y 24 meses (mujeres). El peso de la economía de guerra israelí ha aumentado la miseria de los trabajadores israelíes. Los trabajadores palestinos, si acaso tienen la suerte de encontrar un trabajo, reciben salarios muy bajos. Más del 80% de la población vive en la pobreza extrema. La única posibilidad para la mayoría de sus hijos es ser víctimas de las balas y los buldóceres israelíes. Y si protestan contra su destino, la Autoridad Palestina y la policía de Hamás están listos para reprimirlos.
Un siglo de conflicto imperialista sobre Israel ha demostrado que ni los trabajadores israelíes ni los palestinos pueden ganar nada apoyando a su propia burguesía. Mientras que el Estado israelí sólo ha sobrevivido a través del terror y la destrucción, la creación de un Estado palestino “en condiciones” sólo significaría un nuevo cementerio para los trabajadores israelíes y palestinos. Es decir, este llamado a un estado palestino es una consigna totalmente reaccionaria que los comunistas deben rechazar.
Es absolutamente vital que los comunistas sean claros sobre las perspectivas de la clase obrera. Si bien todos los izquierdistas presentaron la intifada de 1987 y las que siguieron como revueltas sociales que podían conducir a la liberación, estas luchas fueron en realidad solo una expresión de desesperación, siendo sus llamas encendidas por los nacionalistas. En todos estos enfrentamientos con el Estado israelí, los trabajadores palestinos no luchan por sus intereses de clase, sino que sólo sirven de carne de cañón para su dirección nacionalista palestina.
En contraste, ha habido algunas reacciones combativas ocasionales de trabajadores palestinos que luchaban por sus intereses de clase: en 2007 y nuevamente en 2015, los trabajadores del sector público en Gaza se declararon en huelga contra la administración de Hamás por salarios no pagados. Lo mismo ocurre en Israel, con un historial de huelgas contra el aumento del coste de la vida, como la de los trabajadores portuarios en 2018 y la de los trabajadores de las guarderías en 2021. En 2011, durante las manifestaciones y asambleas de protesta por la crisis de la vivienda en Israel, hubo incluso tímidos signos de acercamiento entre los trabajadores israelíes y palestinos para discutir sus intereses comunes. Pero una y otra vez, el retorno al conflicto militar ha tendido a sofocar estas expresiones elementales de la lucha de clases.
Los comunistas deben ser claros sobre la naturaleza y el efecto del nacionalismo que llena de violencia la vida cotidiana. Pero, además, hemos visto cómo las campañas de apoyo a uno u otro bando en el reciente conflicto han creado verdaderas divisiones en la clase obrera en los centros neurálgicos del capitalismo. Precisamente en el momento en que la clase obrera está saliendo de años de pasividad y resignación, las calles de las ciudades de los países centrales del sistema han sido ocupadas por manifestaciones por una Palestina libre o “contra el antisemitismo”, que llaman a los trabajadores a abandonar sus intereses de clase y elegir bando en una guerra imperialista.
Si bien la población judía de Europa fue una de las principales víctimas del régimen genocida nazi, la política del Estado israelí demuestra que estos crímenes bárbaros no son una cuestión de raza o afiliación étnica o religiosa. Ninguna facción de la burguesía tiene el monopolio de la limpieza étnica, el desplazamiento forzado de la población, el terror y la aniquilación de grupos étnicos enteros. En realidad, los “mecanismos de defensa” del Estado israelí y los métodos de guerra palestinos son una parte integral de la barbarie sangrienta practicada por todos los regímenes en un capitalismo en putrefacción.
R. Havanais / 15.07.2024
[1] El lema “Palestina libre desde el río hasta el mar” surgió a principios de la década de 1960 y se hizo popular entre los miembros de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como un llamado a regresar a las fronteras previas a la creación de Israel como Estado judío. La expresión hace referencia al río Jordán (que actualmente separa Jordania de Israel y Cisjordania) y al mar Mediterráneo, límites fronterizos de la extensión de Palestina cuando se constituyó este territorio como Mandato Británico tras la I Guerra Mundial y antes de la existencia del Estado de Israel. En la actualidad este lema ha sido asumido y proclamado por nacionalistas, demócratas, e izquierdistas de todo tipo como apoyo al estado Palestino frente al criminal Estado de Israel.
[2] Cf. Notas sobre la historia de los conflictos imperialistas en Oriente Medio, 1ª parte, Revista Internacional 115, 2003.
[3] “De las guerras a Nakbeh: Acontecimientos en Belén, Palestina, 1917-1949, Adnan A. Musallam” (Archivo del 19 de julio de 2011) (consultado el 29 de mayo de 2012)
[4] Meir Litvak, Memoria colectiva palestina e identidad nacional, Palgrave Macmillan, 2009.
[5] Bilan N.º 31 (junio-julio 36); Cf. “El conflicto judío-árabe: la posición de los internacionalistas en la década de 1930” (Bilan Nos. 30 y 31), Revista Internacional, 110, 2002.
[6] La independencia no fue reclamada oficialmente hasta mayo de 1942, en la Conferencia de Baltimore.
[7] Programa político del OZON, el partido en el poder en Polonia, mayo de 1938, recogido en Marius Schatner, Historia de la derecha israelí, Éditions Complexe, 1991, página 140.
[8] Bilan N.º 31 (junio-julio 36); Cf. “El conflicto judío-árabe: la posición de los internacionalistas en los años treinta” (“Bilan” No 30 y 31), Revista Internacional, 110, 2002.
[9] Poco después de la fundación de Israel, Alemania comenzó a apoyarlo financieramente con un “fondo de compensación” anual de mil millones de marcos alemanes por año.
[10] “Resolución sobre la situación internacional, sexto Congreso de la CCI”, Revista Internacional No 44, 1986.
[11] Dov Weissglas, un asesor cercano al primer ministro Sharon, en el diario Haaretz, 8 de octubre de 2004. Citado en Ch. Enderlin, “El “error estratégico” de Israel”. Le Monde diplomatique, enero de 2024.
[12] Netanyahu a los diputados del Likud el 11 de marzo de 2019, según informó el diario israelí Haaretz del 9 de octubre.
[13] Extracto del diario libanés El Orient-Le Jour, 18 de junio de 2019.
[14] “23 Congreso Internacional de la CCI, Resolución sobre la Situación Internacional”. Revista Internacional No 164, 2019.
Entre el 20 y el 26 de mayo, una "Semana de Acción" en Praga en torno al tema "Juntos contra las guerras capitalistas y la paz capitalista" atrajo a grupos e individuos de varios países, incluyendo Rusia, Ucrania, Bulgaria, Serbia, República Checa, Hungría, Grecia, Bélgica, Alemania, Suiza, España, Italia, Gran Bretaña, Argentina... La mayoría de los grupos invitados eran anarquistas, obreristas o consejistas que han tomado una posición internacionalista contra la guerra Rusia-Ucrania y -a pesar de muchas dudas y confusiones- contra las otras guerras que asolan el planeta[1]. El comité organizador del acto -en el que parecen haber participado dos grupos con sede principalmente en la República Checa, Tridni Valka ("Guerra de clases") y la Iniciativa Antimilitarista-, declaró en una entrevista[2] que no habían invitado deliberadamente a los principales grupos de la Izquierda Comunista, que según ellos no están interesados en el debate, sino sólo en crear un "partido de masas" según las líneas bolcheviques. No obstante, la CCI envió una delegación, al igual que la Tendencia Comunista Internacionalista; también estuvieron presentes camaradas cercanos al grupo bordiguista que publica Programma Comunista. No todos los actos de la semana se limitarían a los invitados formalmente, y por nuestra parte pensamos que el surgimiento de esta oposición a la guerra imperialista es expresión de algo más profundo que está teniendo lugar en la clase obrera, y los comunistas tenemos la clara responsabilidad de participar en el proceso con el objetivo de clarificar sus objetivos y combatir sus ilusiones.
Pero aunque la amplia asistencia de elementos que buscaban posiciones internacionalistas fue ciertamente positiva, y su concentración física en Praga hizo posible desarrollar muchos contactos y debates al margen del acto "oficial", hay que decir de entrada que el acto estuvo muy mal organizado e incluso fue caótico, aunque hubo esfuerzos alentadores por parte de una mayoría de los participantes para tomar el control de los debates.
Uno de los factores de este desorden es la profunda división existente en el seno del movimiento anarquista de la República Checa. El fin de semana de la "Semana de Acción" también se celebró una Feria del Libro Anarquista organizada por la Federación Anarquista Checa, que defiende abiertamente el esfuerzo bélico ucraniano y apoya la formación de unidades anarquistas en el ejército ucraniano. La Feria del Libro emitió un comunicado distanciándose de la Semana de Acción y la Federación Anarquista Checa publicó un folleto denunciando a sus participantes como "anarco putinistas". El comité organizador también sostiene que estos anarquistas pro guerra han llevado a cabo una serie de provocaciones contra los internacionalistas; lo más grave es que sospechan que se pusieron en contacto con las autoridades del lugar donde iba a celebrarse el congreso antiguerra del fin de semana y les comunicaron el verdadero objetivo de la reunión, lo que provocó la cancelación de la reserva y obligó a los organizadores a buscar un nuevo lugar.
Sin embargo, la naturaleza caótica de la "Semana de Acción" no puede achacarse enteramente a las maquinaciones de los anarquistas pro-guerra. La propia concepción de una Semana de Acción y los métodos de sus organizadores ya estaban profundamente viciados.
En nuestra opinión, la necesidad primordial de quienes buscan hoy una práctica internacionalista real es la discusión y la clarificación política en torno a algunas cuestiones muy fundamentales: la base histórica del impulso del capitalismo hacia la guerra y la destrucción; la contratendencia de la lucha de la clase obrera por sus propios intereses contra la crisis económica a pesar de la propaganda a favor de la unidad nacional; la continuación de la tradición internacionalista de la Izquierda de Zimmerwald. Aunque algunas de las reuniones anunciadas como parte de la Semana de Acción contenían temas para la reflexión (como la relación entre la paz capitalista y la guerra capitalista, el significado del derrotismo revolucionario, etc.), toda la idea de una "Semana de Acción" sólo podía fomentar los enfoques inmediatistas y activistas que dominan a gran parte de los participantes. Esto se puso de manifiesto en varios de los temas de debate anunciados, como "cómo podemos ayudar a los desertores", "cómo podemos sabotear el esfuerzo de guerra", etc. Pero las perniciosas consecuencias de este enfoque activista pueden ilustrarse mejor recordando algunos de los principales acontecimientos de la semana.
El viernes se produjo una nueva confusión al anunciarse que el lugar previsto para el "Congreso" del sábado y el domingo, acto culminante de la Semana de Acción, había quedado descartado. Pero el comité organizador "no oficial" consiguió encontrar un lugar adecuado en la zona exterior de una cafetería y pudimos celebrar un debate razonablemente bien organizado durante la tarde y las primeras horas de la noche. La celebración de esta "asamblea auto-organizada" fue un importante paso adelante dado el extremo desorden del evento hasta el momento - un pequeño reflejo de una necesidad más amplia dentro de la clase obrera de tomar las cosas en sus propias manos y crear la posibilidad de debatir y tomar sus propias decisiones. Se elaboró un orden del día y se acordó que era necesario empezar con un debate sobre la situación global a la que se enfrenta la clase obrera. Aquí la CCI señaló la espiral de guerra y destrucción ecológica en todo el planeta, la necesidad de ver todas las guerras en curso como parte de este proceso, la necesidad del mismo nivel de claridad sobre la naturaleza de la guerra en Oriente Medio que sobre la guerra de Ucrania. Habiendo mencionado la noche anterior que uno de los grupos invitados a la semana, el Grupo Comunista Anarquista, había caído en la trampa de apoyar boicots anti-israelíes, señalamos el fiasco de la protesta del lunes para ilustrar el peligro de este tipo de activismo irreflexivo. También repetimos el argumento de que era menos probable que el verdadero movimiento contra la guerra viniera de los proletarios de Israel, Gaza o Ucrania, que habían sufrido una grave derrota, que de los trabajadores de los países capitalistas centrales que ya habían mostrado su rechazo a pagar los efectos indirectos de la guerra (inflación, etc.). Pero la capacidad de la clase obrera en su conjunto para comprender el vínculo entre los ataques a su nivel de vida y el impulso hacia la guerra tardaría tiempo en desarrollarse y no podría acelerarse con la acción sustitucionista de pequeños grupos.
En este debate, y en el que le siguió al día siguiente, se observó una convergencia entre las intervenciones de la CCI y de la TCI, que se reunieron más de una vez para comparar notas sobre la evolución de la discusión[4]. Y dado que las delegaciones de ambos grupos desempeñaban claramente un papel constructivo en los debates y en la organización de las reuniones (incluido el hecho de que un miembro de la TCI había aceptado participar en el comité organizador oficial), no había entre los participantes en estas reuniones ninguna señal de la hostilidad hacia los grupos de la izquierda comunista que había manifestado abiertamente el comité organizador oficial.
Esto no significa en absoluto que toda la asamblea haya adoptado las posiciones de la Izquierda Comunista. A pesar del acuerdo inicial sobre la necesidad de comprender la situación general antes de iniciar una discusión sobre "lo que hay que hacer", el esfuerzo por hacerlo se vio constantemente arrastrado a especulaciones sobre qué medidas podemos tomar mañana para bloquear la campaña bélica -redes de contrainformación, ayuda a los desertores, etc.-.o La cuestión de la lucha de clases como única alternativa a la guerra y la destrucción quedó en suspenso por estas especulaciones. Tampoco se pudo desarrollar ninguna discusión sobre un punto clave del orden del día: qué significa el derrotismo revolucionario en este período - la CCI tiene algunas críticas serias a esta consigna[5] pero tendremos que plantearlas en otras ocasiones.
Y entonces se produjo una nueva perturbación. El viernes por la tarde llegó a la reunión un grupo de personas que decían no ser el comité organizador oficial, pero que hablaban en su nombre, y anunciaron un nuevo lugar para el "Congreso" del sábado y el domingo. Desgraciadamente, sólo tendría capacidad para 25 o 30 personas, aunque la reunión del viernes ya había atraído al doble. Esto significaría sin duda excluir a los no invitados (especialmente los grupos de la Izquierda Comunista o "bolcheviques" que, según un argumento, presumiblemente procedente del comité organizador oficial, se habían apoderado de la asamblea autoorganizada)[6]. Ninguno de los participantes en la reunión del viernes se pronunció a favor de dicha exclusión, mientras que se mostró una considerable desconfianza hacia el comité organizador oficial, que seguía negándose a mostrarse abiertamente. En un comunicado publicado en el sitio web oficial afirmaron que se trataba de un procedimiento de seguridad normal, pero esto no impresionó a los camaradas cuya seguridad ya había quedado expuesta por los desacertados planes del comité durante la semana.
El resultado de todo esto fue una mayor división. El sábado, algunos de los que habían participado en la reunión del viernes decidieron ir a la nueva sede "oficial", pero la mayoría de los "auto organizadores" optaron por permanecer juntos y reunirse de nuevo al día siguiente. Esto supuso buscar de nuevo un local, y el que se encontró no era tan adecuado como el utilizado el viernes. En este momento tenemos poca información sobre lo que ocurrió en el nuevo lugar oficial, aunque la Red Comunista Anarquista ha escrito un artículo sobre la semana en su conjunto que contiene alguna información sobre las discusiones que tuvieron lugar[7].
En cuanto a la posición del comité oficial sobre la seguridad, también debemos señalar que Tridni Valka reivindica una cierta continuidad con el Grupo Comunista Internacionalista, aunque haya habido algunos desacuerdos no declarados entre ellos en el pasado, y el GCI como tal ya no exista. Pero el GCI fue un grupo que tuvo una trayectoria muy peligrosa y destructiva -sobre todo un coqueteo con el terrorismo que supuso un grave peligro para todo el movimiento revolucionario[8]. Esto implicaba una especie de enfoque de capa y espada que Tridni Valka parece haber asumido, y que sin duda contribuyó a la desorganización de la semana y a la desconfianza que muchos de los participantes desarrollaron hacia ellos.
Dada esta letanía de división y desorden, entre los participantes en la "asamblea autoorganizada" existía la sensación de que era necesario obtener algún resultado de los acontecimientos de la semana, aunque sólo fuera la posibilidad de continuar el debate y retomar las numerosas preguntas que no habían recibido respuesta. Así pues, el domingo se celebró una última reunión en un parque para decidir qué hacer a continuación. Para entonces, el cansancio y la división habían reducido el número de asistentes a esta reunión, aunque entre ellos se encontraban algunos de los que habían sido más constructivos en los debates hasta el momento. Ya se había creado un grupo de chat por teléfono móvil que permanecería, pero éste no puede ser un vehículo para desarrollar un debate real, por lo que se tomó la decisión de crear un sitio web que pudiera publicar las contribuciones de todos los elementos implicados (incluidos los que asistieron al congreso "oficial" del fin de semana). Los camaradas cercanos a Programma también propusieron un breve "compromiso con la guerra de clases", que era una declaración muy general de oposición a las guerras imperialistas. La mayoría de los presentes votó a favor[9]. La delegación de la CCI dijo que no podía firmarla, en parte porque contiene formulaciones y consignas con las que no estamos de acuerdo, pero sobre todo porque no creíamos que las discusiones en las reuniones hubieran alcanzado un nivel de homogeneidad suficiente para publicar una declaración conjunta de este tipo. En cambio, éramos partidarios de publicar un informe sobre lo ocurrido durante la semana, así como impresiones y reflexiones de distintos grupos y personas. Además, el sitio podría recopilar y publicar información sobre las guerras actuales, difícil de conseguir en otros lugares. Veremos si este proyecto llega a buen puerto.
A pesar de todas sus debilidades y carencias, fue importante haber participado en este evento. El "movimiento real" contra la guerra se expresa también en las minorías que buscan claridad, y aunque nos oponemos a formar alianzas o frentes prematuros con grupos que aún albergan confusiones de carácter activista o incluso izquierdista, es absolutamente vital que los grupos de la Izquierda Comunista estén presentes en tales encuentros, conservando su independencia política y presionando por una clarificación basada en la lucha histórica del movimiento obrero y en la indispensable lucidez del método marxista.
Amos, junio de 2024
[1] https://actionweek.noblogs.org. [18] La lista completa de grupos invitados puede consultarse en este sitio.
[2] En la revista Transmitter, "Entrevista con el comité organizador de la Semana de Acción".
[3] Según el comité organizador oficial, la marcha se canceló porque el comité necesitaba tiempo para buscar un nuevo lugar para el fin de semana. Pero esta explicación ignora por completo las verdaderas razones de la negativa a acudir a la marcha, basadas en argumentos políticos y de seguridad.
[4] Dadas las posiciones internacionalistas compartidas y las tradiciones de los grupos de la Izquierda Comunista, la CCI ha propuesto durante décadas llamamientos escritos comunes con estos grupos contra la guerra imperialista, incluidos los relativos a la guerra en Ucrania y en Gaza. Desgraciadamente, hasta ahora, la TCI nunca ha aceptado hacer tales declaraciones comunes que reforzarían la defensa del principio de clase fundamental contra la guerra imperialista. Antes de la Semana de Acción, escribimos a la TCI para proponer que nuestros dos grupos trabajaran juntos en la medida de lo posible durante el evento.
[5] Véase, por ejemplo, ¿Nación o clase? - [19]Introducción [19]
[6] La idea original del Congreso era que el sábado fuera un acto público, pero que el domingo estuviera restringido únicamente a los grupos invitados.
[8] Cómo el Groupe Communiste Internationaliste escupe sobre el internacionalismo proletario, [21] CCI Online
[9] La delegación de la TCI no estuvo presente en esta reunión, pero la tarde anterior nos habían comunicado que tampoco la firmarían.
A finales de febrero de 2022, la CCI propuso a los demás grupos de la Izquierda Comunista una declaración internacionalista conjunta contra la guerra imperialista en Ucrania. Estos grupos son los descendientes actuales de la única corriente política proletaria que luchó contra los dos bandos imperialistas, tanto el fascista como el democrático, durante la Segunda Guerra Mundial. Son, por tanto, los únicos que pueden reivindicar una continuidad, en palabras y en hechos, con el internacionalismo proletario.
En los dos años transcurridos desde esta Declaración, la CCI propuso también a esos mismos grupos la realización de un “Llamamiento” similar, esta vez respecto a la guerra en Gaza que estalló a finales de 2023 (para abreviar denominaremos a ambos Declaraciones conjuntas).
¿Qué lecciones podemos aprender de esta iniciativa que puedan guiarnos en un período en el que la carnicería imperialista inevitablemente va a más? expandirá?
De los seis grupos a los que se propuso la declaración conjunta, dos la aprobaron y uno más – el PCI (Corea), cuyos orígenes no están en la izquierda comunista -, la apoyó.
A primera vista, estas iniciativas internacionalistas de la CCI no parecen haber tenido éxito, ya que no condujeron a una respuesta unitaria de todas ni siquiera de la mayoría de las corrientes de la izquierda comunista, una respuesta que habría proporcionado un faro de internacionalismo auténticamente comunista a todos los trabajadores que buscan una alternativa de clase a la masacre imperialista.
La falta de éxito inmediato de estas iniciativas de la CCI convencerá, sin duda, a quienes, burlándose de ella, creen que se dirige únicamente a los “adeptos”, y que piensan más bien que es posible crear un “movimiento contra la guerra” más amplio, que se podría acabar con el imperialismo “haciendo algo ya”, reuniendo al mayor número posible de participantes sin que importen ni sus convicciones políticas, ni su integridad, en un período de desorientación de la clase obrera sobre esta cuestión de la guerra. El fiasco en que terminan estas ilusiones y campañas conduce o conducirá inevitablemente a la pasividad, la confusión y el agotamiento, o peor aún, a la opción por uno u otro campo imperialista, de forma crítica por supuesto.
En realidad, la experiencia de las iniciativas planteadas por la CCI nos permite extraer lecciones importantes a largo plazo, para avanzar en una línea de trabajo político que debe conducir al futuro partido de la clase obrera y al derrocamiento del capitalismo global, la única manera de poner fin a la guerra imperialista. En otras palabras, el éxito o el fracaso se miden en última instancia por la historia y no por las impresiones a corto plazo.
Comparemos estas dos iniciativas de la CCI de los últimos dos años con los llamamientos internacionalistas similares para un trabajo conjunto de la izquierda comunista, y que se remontan a 1979 en el momento de la invasión rusa de Afganistán. En todas las ocasiones anteriores, las propuestas internacionalistas comunes de la CCI jamás pudieron despegar más allá de nuestra propuesta, ya que el principio mismo de hacer una declaración pública unitaria fue rechazado sumariamente o ignorado por los otros grupos.
En cambio, en esta ocasión y por vez primera, la propuesta de una declaración conjunta sobre Ucrania suscitó respuestas positivas de dos grupos. Y cuando uno de esos grupos, el Instituto Onorato Damen (IOD), propuso a la CCI redactar una declaración conjunta de este tipo, ésta fue aceptada, impresa y distribuida por la prensa de los tres grupos en forma de volante.
Este paso adelante, por pequeño que parezca, ha provocado otros avances que no deben pasar desapercibidos:
- Uno de los grupos que rechazó el trabajo conjunto - la Tendencia Comunista Internacional - entabló por primera vez una larga correspondencia con la CCI sobre los motivos de su negativa, que se transformó en una especie de polémica que mereció ser publicada para clarificar ante un mayor número de lectores la responsabilidad de la izquierda comunista en su conjunto frente al desarrollo de la guerra imperialista.
- Los signatarios de las declaraciones conjuntas acordaron elaborar un boletín de discusión en el que se pudieran desarrollar y confrontar las diferencias de análisis entre los cuatro grupos. Hasta ahora se han publicado dos ediciones de estos boletines y se han incluido contribuciones de un grupo relativamente nuevo de la izquierda comunista: Voz Internacionalista.
- Se ha examinado más a fondo la importancia de Zimmerwald y de la llamada izquierda de Zimmerwald durante la Primera Guerra Mundial, así como conexión con el internacionalismo actual.
- Las declaraciones conjuntas resaltaron la naturaleza de una intervención internacionalista basada en principios dirigida hacia individuos y grupos que no forman parte de la Izquierda Comunista pero que, sin embargo, buscan una orientación política clara y una ruptura con el izquierdismo y la confusión.
- El ambiente de solidaridad creado entre quienes nos sumamos a la iniciativa permitió también organizar dos Reuniones Públicas on line, una en italiano y otra en inglés, para discutir y clarificar la necesidad de la Declaración Conjunta y las tareas de los revolucionarios frente a la guerra imperialista y las nuevas condiciones mundiales. Estas reuniones públicas también dieron lugar a un artículo de balance sobre ellas: ver Balance de las reuniones públicas sobre la Declaración conjunta de los grupos de la Izquierda Comunista sobre la guerra en Ucrania [25].
Correspondencia entre la CCI y la TCI
Puede leerse íntegramente – en francés - en el artículo: “La Izquierda Comunista ante la guerra en Ucrania” [26] . Por tanto, bastará resumir los principales argumentos. En primer lugar, la TCI insistió en que las diferencias sobre el análisis de la guerra imperialista (es decir, sobre la explicación marxista de la guerra imperialista y sus perspectivas actuales) entre los grupos eran demasiado importantes para que firmaran la declaración conjunta con la que, por lo demás, estaban de acuerdo. En segundo lugar, cuestionaron la invitación hacia los grupos bordiguistas (PCI - Programa Comunista), PCI (El Comunista - El Proletario), PCI (El Partido Comunista) a la declaración conjunta y, por otro lado, lamentaron la ausencia de ciertos grupos en la lista de invitados. En tercer lugar, pretendían un movimiento más amplio contra la guerra, lamentando que la declaración conjunta se dirigiese tan sólo a la Izquierda Comunista.
La CCI respondió que, en lo que respecta a las diferencias de análisis, que son ciertamente importantes, siguen siendo secundarias respecto al acuerdo fundamental sobre un programa de acción internacionalista común entre los grupos de la izquierda comunista. Hacer de estas diferencias secundarias un obstáculo para tal trabajo común es, por lo tanto, elevar los intereses del propio grupo por encima de las necesidades del movimiento en su conjunto; siendo por lo tanto clásicamente sectario. De hecho, la versión final de la declaración conjunta pudo acomodar una diferencia en el análisis del imperialismo entre el IOD y la CCI para enfatizar la posición de clase esencial. Una diferencia bastante similar a la que la TCI consideró un motivo esencial para no firmar la declaración.
En cuanto al segundo punto, resulta irónico que la TCI se quejara de que cada uno de los grupos bordiguistas invitados se consideraba el único partido comunista internacionalista del mundo. Podría decírseles eso de “¡mira quién fue a hablar! puesto que la TCI, aunque se define a sí misma como una “tendencia”, considera que su principal componente, Battaglia Comunista es también el Partido Comunista Internacionalista y, por tanto, hostil a todos los demás pretendientes al trono.
En cuanto a los grupúsculos parásitos que dicen ser parte de la Izquierda Comunista y que no fueron invitados a firmar la declaración conjunta, era completamente lógico excluirlos ya que, en la práctica, estas diversas camarillas y cenáculos se dedican a vilipendiar todo lo que pueden a la Izquierda Comunista. La TCI, al pretender invitarlos, se abría de forma oportunista a asociarse con calumniadores parásitos e incluso soplones que nada tienen que ver con el internacionalismo en acción. El sectarismo de la TCI hacia el resto de la Izquierda Comunista -sus hermanos bordiguistas y la CCI- ha encontrado así su complemento natural en un oportunismo hacia los que están fuera de la Izquierda Comunista e incluso le son hostiles.
Por lo tanto, el deseo de la TCI de un “movimiento más amplio, más allá de la izquierda comunista” se precipitó enseguida en una exclusión de la mayoría del medio verdaderamente internacionalista que existe hoy, y en el lanzamiento de un “frente” (“No a la guerra, sí a la guerra de clases”, NWBCW por sus siglas en inglés) con criterios de participación más elásticos que los de la declaración conjunta y, por tanto, más accesible a un entorno heterogéneo de anarquistas, parásitos e incluso izquierdistas. Sus reuniones públicas no traspasaron los límites de este entorno. De hecho, dicho sea de paso, las delegaciones de la CCI que hablaron en estas reuniones públicas fueron el componente más importante en ellas. Los NWBCW resultaron ser un farol oportunista cuyo verdadero propósito es servir como correa de transmisión para la TCI en lugar de ampliar el eco del auténtico internacionalismo.
Boletines de debate de la izquierda comunista
La declaración conjunta proporcionó un cuadro de base de unidad internacionalista en acción, parámetros marxistas para discutir y clarificar las diferencias teóricas y analíticas entre los grupos. Los Boletines, por tanto, no son una compilación aleatoria de posiciones e ideas, sino esencialmente un foro para la confrontación de argumentos, es decir polémicas, en el seno de la Izquierda Comunista.
De momento los dos boletines han incluido: la pertinente correspondencia entre los grupos que participamos en la declaración conjunta, tomas de posición de las respectivas organizaciones analizando la situación actual de las guerras imperialistas en Ucrania y Gaza. Y, lo más importante, una controversia en curso sobre cómo las contradicciones del capitalismo se traducen en conflictos imperialistas, y si éstos son el resultado directo de ambiciones económicas -tales como la preservación de la hegemonía del dólar o el control de la producción y la distribución del petróleo- o, en cambio, el producto de una dinámica autodestructiva resultante del impasse en que se encuentra la decadencia capitalista en este momento histórico. Esta controversia es de gran interés e importancia para comprender las perspectivas y condiciones del militarismo actual. Y hay que continuarla.
La relevancia de Zimmerwald
La Izquierda Comunista partiendo de la historia del movimiento revolucionario de la clase obrera ha de analizar, lógicamente, la naturaleza y el significado de la Conferencia de Zimmerwald durante la Primera Guerra Mundial.
¿Acaso Zimmerwald pretendía crear un movimiento contra la guerra lo más amplio posible, como afirma la TCI, una especie de antecedente de los actuales NWBCW? Zimmerwald significó, de hecho, el primer indicio de que la clase obrera se desengañaba de la guerra imperialista y ponía de manifiesto su anhelo de encontrar otra salida. Pero la importancia real y duradera de Zimmerwald reside en el desarrollo de una ala internacionalista intransigente en esa pequeña minoría llamada la Izquierda de Zimmerwald. Esta última comprendió que la Primera Guerra Mundial era sólo el comienzo de todo un período histórico dominado por la guerra imperialista que requeriría un programa máximo para la clase trabajadora: guerra civil, derrocamiento de los regímenes burgueses, dictadura del proletariado con una nueva Internacional Comunista para reemplazar a la fallida Segunda Internacional chovinista.
La mayoría de Zimmerwald, en cambio, se mantuvo en la ambigüedad o se opuso a este programa, considerando que la Primera Guerra Mundial sería, más bien, una aberración temporal y esperando una reconciliación o reconstitución de la Segunda Internacional que se había derrumbado en 1914, pretendiendo la exclusión de los “alborotadores” y “escisionistas” de la izquierda. Finalmente, las fronteras de clase que separan ambas posturas se pusieron en evidencia en 1917 durante la Revolución de Octubre.
La intervención de los internacionalistas en el movimiento contra la guerra hoy
Sólo la gran burguesía y los Estados que defienden sus privilegios sacan partido de la guerra imperialista que es el resultado inevitable del desarrollo capitalista. Para la sociedad en su conjunto, la guerra imperialista tiene un efecto devastador. La clase obrera es quien más sufre el imperialismo pues la apisonadora del militarismo amenaza con dividirla, arrastrarla a una masacre fratricida y llevar su pobreza hasta la indigencia. Pero también una capa intermedia - la pequeña burguesía -, situada entre la burguesía y el proletariado, ve en peligro su estatus, relativamente más seguro, debido a la vorágine imperialista. Por ello esta capa anhela un retorno a la “normalidad” y la paz, pero ve la lucha de la clase obrera como otra amenaza de desaparición de su estatus, otra fuente de perturbaciones y conflictos.
En esta situación es cierto que surgen sentimientos contra la guerra tanto en el proletariado como en esta capa media, pero en esta reacción, aparentemente común al imperialismo, hay ocultos intereses de clase diferentes y antagónicos. Para defender sus intereses, la clase obrera debe luchar por desentenderse de las “soluciones” pacifistas (por muy radicales que aparenten ser como es el caso del antimilitarismo) que están muy extendidas entre las capas intermedias. Debe situarse, por el contrario, en el terreno de su propia lucha de clases que conduzca a los proletarios a una guerra civil contra la burguesía y el capitalismo en su conjunto. La pequeña burguesía, en cambio, carente de una perspectiva histórica que oponer al capitalismo, sólo puede, y eso en el mejor de los casos, reaccionar con impotencia ante la guerra imperialista, quedando atrapada en una permanente ambigüedad. Esta amalgama entre una clase que lucha por la conciencia de sus intereses internacionalistas y una capa intermedia que simplemente reacciona con horror ante la barbarie imperialista, es la base social para el crecimiento de un pantano político entre la Izquierda Comunista y el izquierdismo de hoy, que no pertenece a ninguno de los dos, y que vive en constante contradicción y agitación.
Por tanto, la intervención de los internacionalistas comunistas en este entorno es vital para acelerar el desarrollo de la conciencia de la clase obrera. Por definición, las organizaciones internacionalistas no surgen a partir de ese pantano que, globalmente, representa esencialmente una confusión política en el camino hacia la conciencia de clase. Las organizaciones internacionalistas son, más bien, el producto de una experiencia histórica del movimiento revolucionario que se remonta a la Primera Guerra Mundial y aún antes. La existencia y la intervención de la Izquierda Comunista, su presencia política, son, pues, vitales no sólo para combatir la influencia de la burguesía, sino también para sacar a la luz la diferencia de intereses de clase entre el proletariado y las capas intermedias que, a pesar de su oposición radical a la gran burguesía, son reaccionarias.
Ésta es la importancia de la declaración conjunta que, al definir la posición común de la Izquierda Comunista, comenzó a delimitar, en un ambiente de confusión política, un punto de referencia internacionalista.
Conclusión
Por la experiencia de los dos últimos años y vistas las reacciones a la Declaración Conjunta se constata que la corriente histórica de la Izquierda Comunista continúa estando fragmentada y que muchos de sus grupos no se suman a propuestas internacionalistas unitarias contra la acentuación de la guerra imperialista. Sin embargo, sí se han dado pequeños pasos en esta dirección, como se ha visto. Sólo sobre la base de esta perspectiva política y la clarificación de las diferencias, el proletariado podrá armarse en la eventual transformación de la guerra imperialista en una guerra civil.
Aquí el vínculo para acceder a la Correspondencia sobre la Declaración Conjunta de los grupos de la Izquierda Comunista sobre la guerra en Ucrania [27] (en inglés).
Frente a la perspectiva de una nueva guerra mundial, la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista fue capaz, desde una fase temprana, de poner en guardia al proletariado contra los cantos de sirena de la burguesía que pretendían atraerlo detrás de uno u otro campo imperialista. Recordaron que sus intereses de clase no tienen que ver con una patria, ya fuera “soviética”, fascista o democrática, sino en la defensa del internacionalismo proletario. No cesó en denunciar el rol de “sargento reclutador” que los partidos que ya habían traicionado al proletariado en 1914, los partidos socialistas, y que volvían a hacerlo una vez más, así como los partidos comunistas (a los que denominaban “partidos centristas”), que también traicionan a su vez al campo del proletariado. Todas las posiciones y análisis de la Fracción durante la década de los 30 convergieron hacia esta defensa intransigente de las posiciones proletarias, y éste era también el sentido del Manifiesto que publicó en 1935.
Debilitada organizativa y numéricamente, desorientada por el estallido de la guerra[1], la Izquierda Comunista Italiana se encontró impotente para desarrollar una intervención frente a la misma. Se reorganizó políticamente, no obstante, tuvo que hacer frente a las crecientes dificultades de la guerra. Su intransigente oposición a la guerra y su negativa a apoyar a cualquier bando imperialista la obligaron a pasar a la clandestinidad, lo que provocó la atomización y dispersión de sus militantes. La ocupación de Bélgica y Francia por Alemania, la colaboración entre la policía local y la Gestapo, que a su vez trabajaba mano a mano con la OVRA italiana (policía política) en la caza de refugiados políticos, tuvieron un efecto desintegrador desastroso en las fracciones italiana y belga. Algunos militantes fueron deportados y murieron en campos de concentración. Otros, “más afortunados”, tras una estancia en los campos de trabajo alemanes, fueron entregados a la policía italiana y relegados a las islas, donde las condiciones de detención eran menos duras. No obstante, toda el trabajo de intervención abierto contra la guerra efectuada por la Fracción italiana y el Núcleo francés de la Izquierda Comunista dio lugar al desarrollo numérico de sus fuerzas militantes en Marsella, París y el norte de Francia, conduciendo así al nacimiento de la Fracción Francesa de la Izquierda Comunista[2]. Se pegaron carteles de denunciando a la guerra imperialista en varias ciudades francesas. Las octavillas escritas en alemán, inglés, italiano y francés se lanzaron en los trenes que partían hacia el frente. Tras el desembarco americano del 6 de junio del 44, se hizo un llamamiento a todos los soldados y obreros para que mostraran su solidaridad de clase, más allá de las fronteras; para que cesaran el fuego y bajaran las armas; de unirse todos contra el capitalismo mundial “sobre el frente internacional de clase”, en vistas de transformar la guerra imperialista en guerra civil, por el triunfo de la revolución mundial.
Hace casi cinco años que la guerra imperialista hace estragos en Europa, con todas sus manifestaciones de miseria, masacres y devastación.
En los frentes ruso, francés, italiano, decenas de millones de obreros y de campesinos se degüellan unos a otros por los intereses exclusivos de un capitalismo sórdido y sangriento que no obedece más que a sus leyes: de la ganancia, de la acumulación.
En el transcurso de cinco años de guerra, la última, nos dicen, la de la liberación de todos los pueblos. Muchos programas engañosos e ilusiones falsas han desaparecido, haciendo caer la máscara tras la que se ocultaba el odioso rostro del capitalismo internacional.
En cada país, os han movilizado con ideologías diferentes pero con el mismo objetivo, el mismo resultado: lanzaros a la carnicería de unos contra otros, hermanos contra hermanos en la miseria, obreros contra obreros.
El fascismo y el nacionalsocialismo reivindican un espacio vital para sus masas explotadas, no haciendo más que ocultar su feroz voluntad de salvarse ellos mismos de la crisis profunda que los socava desde su propia base.
El bloque anglo-ruso-americano quería al parecer, liberaros del fascismo para devolveros vuestras libertades, vuestros derechos. Pero estas promesas no eran más que la carnada para haceros participar en la guerra, para eliminar, después de haberlo creado, al otro rival imperialista: el fascismo (…)
La Carta del Atlántico[3], el plan de la nueva Europa, no eran más que las cortinas tras las que se ocultaba el verdadero significado del conflicto: la guerra de bandidaje con su triste cortejo de destrucción y de masacres con la clase obrera sufriendo todas las terribles consecuencias.
Os dicen, y os quisieran hacer creer, que esta guerra no es como las demás. Os engañan. Mientras haya explotadores y explotados, el capitalismo es la guerra, la guerra es el capitalismo.
La Revolución de 1917 en Rusia fue una revolución proletaria. Fue la prueba evidente de la capacidad política del proletariado para erigirse en clase dominante y orientarse hacia la organización de la sociedad comunista. Fue la respuesta de las masas trabajadoras a la guerra imperialista de 1914-18.
Pero los dirigentes del Estado ruso han abandonado desde entonces los principios de esta Revolución, transformaron vuestros Partidos comunistas en partidos nacionalistas, disolvieron la Internacional Comunista, ayudaron al capitalismo internacional a lanzaros a la carnicería.
Si en Rusia nos hubiéramos mantenido fieles al programa de la Revolución y al internacionalismo, si hubiéramos llamado constantemente a las masas proletarias a unificar sus luchas contra el capitalismo, si no hubiéramos participado en la mascarada de la Sociedad de Naciones, habría sido imposible que el imperialismo iniciara la guerra.
Participando en la guerra imperialista a favor de un grupo de potencias capitalistas, el Estado ruso traicionó a los obreros rusos y al proletariado internacional.
Vuestra burguesía os utiliza, emplea vuestro aguante, vuestra fuerza productiva, a fin de hacerse con una posición ventajosa en el enfrentamiento imperialista que le permita dominar la cuenca industrial y agraria de Europa. Después de convertir a Alemania en un cuartel, después de haceros trabajar durante cuatro años a un ritmo frenético para preparar los motores de la guerra, os lanzaron a todos los países de Europa para llevar a todas partes, al igual que en cada conflicto imperialista, la ruina y la destrucción.
El plan de vuestro imperialismo fue desbaratado por las leyes del desarrollo del capitalismo internacional, que desde 1900 había agotado toda posibilidad de expansión de la forma imperialista de dominación y, más aún, de toda expresión nacionalista.
La profunda crisis que mina al mundo y particularmente a Europa, es la crisis mortal e irresoluble de la sociedad capitalista.
Sólo el proletariado, a través de su revolución comunista, será capaz de eliminar las causas de la angustia y la miseria de las masas trabajadoras, de los obreros.
La suerte de vuestra burguesía se está jugando ahora en el terreno de las confrontaciones imperialistas. Pero el capitalismo internacional no puede detener la guerra, puesto que es su última y única posibilidad de supervivencia.
Vuestras tradiciones revolucionarias están profundamente arraigadas en la lucha de clases del pasado. En 1918, mediante la contribución de vuestros líderes proletarios Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, en 1923, a pesar del oportunismo creciente en la IC, grabasteis en la Historia de vuestras experiencias de lucha, la fuerza de voluntad y de la potencia revolucionaria, de la que nos dieron constancia.
El nacionalsocialismo de Hitler y el oportunismo de la Tercera Internacional os hicieron creer que vuestra suerte dependía de la lucha contra el Tratado de Versalles. Esta falsa lucha no podía más que sujetaros al programa de vuestro capitalismo, que se traducía por un espíritu de revancha y la preparación de la guerra actual.
Vuestros intereses de proletarios únicamente están ligados a los intereses de todos los explotados de Europa y del mundo entero.
Vosotros ocupáis un lugar primordial para imponer el fin de la monstruosa matanza. Siguiendo el ejemplo del proletariado italiano, debéis emprender la lucha contra la producción de guerra, debéis negaros a combatir contra vuestros hermanos obreros. Vuestra rebelión debe ser una manifestación de lucha de clases. Debe traducirse en huelgas y en agitaciones de masas. Como en 1918, la suerte de la revolución proletaria depende de vuestra capacidad de romper las cadenas que os atan a la monstruosa máquina del imperialismo alemán.
Os han deportado para haceros construir instrumentos de destrucción. Por cada obrero que llega, un obrero alemán que sale para el frente.
Cualquiera que sea vuestra nacionalidad, vosotros sois explotados. Vuestro único enemigo es el capitalismo alemán e internacional, Vuestros camaradas son los obreros alemanes y los del mundo entero.
Lleváis las tradiciones y experiencias de las luchas de clases de vuestro país y del mundo entero. No sois “extranjeros”.
Vuestras reivindicaciones, vuestros intereses son idénticos a los de vuestros camaradas alemanes. Participando en la lucha de clases en la fábrica, en los lugares de trabajo, contribuiréis eficazmente a romper el curso de la fuerza imperialista.
Durante las huelgas de 1936, todos los partidos han maniobrado para transformar vuestras justas y legitimas reivindicaciones de clase en una manifestación de adhesión a la guerra que se preparaba. La era de prosperidad que los demagogos del Frente Popular os presentaban como un desarrollo pleno, en realidad no era más que la crisis profunda del capitalismo francés.
Vuestras efímeras mejoras de vida y de trabajo no eran la consecuencia de una recuperación económica, sino que estaban dictadas por la necesidad de poner en marcha la industria de guerra.
La invasión de Francia ha sido explotada por todos los responsables del conflicto, de izquierda y de derecha, para mantener en vuestros espíritus una voluntad de revancha y de odio contra el proletariado alemán e italiano, que, como vosotros, no tienen ninguna responsabilidad en el desencadenamiento de la guerra, y como vosotros, sufren las terribles consecuencias de la carnicería consentida y preparada por todos los Estados capitalistas.
El gobierno Pétain-Laval os habla de revolución nacional. Es el engaño más vulgar. El método más reaccionario para haceros sufrir sin reaccionar el peso de la derrota militar en beneficio exclusivo del capitalismo.
El comité de Argel os hace soñar con el retorno a la abundancia y prosperidad de antes de la guerra. Cualquiera que sea el color o la forma del gobierno futuro, las masas trabajadoras de Francia y de los demás países de Europa, tienen que pagar un alto tributo de guerra a los imperialistas anglo-ruso-americano, además de las ruinas y las destrucciones causadas por los dos ejércitos en lucha.
Muchos de vosotros habéis llegado a creer, a esperar el bienestar importado por los ejércitos, sean ingleses, americanos o rusos.
Las intrigas y contrastes que ya están surgiendo en el seno de esta “trinidad” de ladrones por el futuro reparto, nos dan razones para anticipar que las condiciones que se impondrán al proletariado serán duras si no tomáis el camino de la lucha de clases.
Muchos de vosotros os convertís en auxiliares del capitalismo participando en la guerra de los partisanos, expresión del nacionalismo más exacerbado.
Vuestros enemigos no son, ni el soldado alemán, ni el soldado inglés o americano, sino su capitalismo que les empuja a la guerra, a la matanza, a la muerte. Vuestro enemigo es vuestro propio capitalismo, representado por Laval o por De Gaulle. Vuestra libertad no está ligada ni a la suerte ni a las tradiciones de vuestra clase dominante, sino a vuestra independencia en tanto que clase proletaria.
Vosotros sois los hijos de la Comuna de Paris, y solamente inspirándoos en ella y en sus principios llegaréis a romper las cadenas de esclavitud que os atan al aparato caduco de la dominación capitalista: las Tablas de 1789 y las leyes de la Revolución burguesa.
En 1917, con vuestro partido bolchevique y Lenin, derribasteis el régimen capitalista para instaurar la primera República de los Soviets. Vuestra gesta magnifica de clase abrió el periodo histórico de la lucha decisiva entre dos sociedades opuestas: la antigua, la burguesa, destinada a desaparecer bajo el peso de sus contradicciones; y la nueva, erigiéndose el proletariado en clase dominante para dirigirse hacia una sociedad sin clases, el comunismo.
En esa época también, la guerra imperialista estaba en pleno apogeo. Millones de obreros caían en los campos de batalla del capitalismo. Con el ejemplo de vuestra lucha decisiva, en el seno de las masas obreras surgió la voluntad de acabar con la inútil masacre. Rompiendo el curso de la guerra, vuestra Revolución se convirtió en el programa, el estandarte de la lucha de los explotados del mundo. El capitalismo, “corroído” por la crisis económica agravada por la guerra, se estremeció ante el movimiento proletario que se desplegaba por toda Europa.
Cercados por los ejércitos blancos y por el capitalismo internacional, que querían venceros por el hambre, conseguisteis desligaros de la atadura contrarrevolucionaria gracias a la aportación heroica del proletariado europeo e internacional, que, tomando el camino de la lucha de clases, impidió a la burguesía aliada intervenir contra la revolución proletaria.
La enseñanza fue decisiva, a partir de ahora, la lucha de clases se desarrollará en la escena internacional, y el proletariado formará su PC y su Internacional sobre la base del programa consolidado por vuestra Revolución Comunista. La burguesía se volcará en la represión del movimiento obrero y en la corrupción de vuestra revolución y de vuestro poder.
La guerra imperialista actual os encuentra, no con el proletariado, sino contra él. Vuestros aliados ya no son la Constitución soviética de 1917, sino la patria “socialista”. Ya no tenéis camaradas como Lenin y sus compañeros, sino mariscales con botas y rango, como en todos los países capitalistas, emblemas del capitalismo sangriento, asesinos del proletariado.
Se os dice que en vuestro país ya no hay capitalismo, pero vuestra explotación es parecida a la de todos los proletarios, y vuestra fuerza de trabajo desaparece en el abismo de la guerra y en las arcas del capitalismo internacional. Vuestra libertad es la de haceros matar para ayudar al imperialismo a sobrevivir. Vuestro partido de clase ha desaparecido, vuestros soviets están destruidos, vuestros sindicatos son cuarteles, vuestros lazos con el proletariado internacional se han roto.
En vuestro país, igual que en otras partes, el capitalismo ha sembrado la ruina y la miseria. Las masas proletarias de Europa, como vosotros en 1917, esperan el momento favorable para sublevarse contra las espantosas condiciones de existencia impuestas por la guerra. Como vosotros, ellos se volverán contra todos los responsables de esta terrible masacre, sean fascistas, demócratas o rusos. Como vosotros, ellos intentan derribar el sangriento régimen de opresión que es el capitalismo.
Su bandera será vuestra bandera de 1917. Su programa será vuestro programa, el que vuestros dirigentes actuales os han arrebatado: la Revolución comunista.
Vuestro Estado está aliado con las fuerzas de la contrarrevolución capitalista. Sed solidarios, confraternizad con vuestros camaradas de lucha, vuestros hermanos; luchad junto a ellos para restablecer en Rusia y en otros países las condiciones de la victoria de la revolución mundial.
Vuestro imperialismo no hace más que desarrollar su plan de colonización y de esclavismo de todos los pueblos para intentar salvarse de la grave crisis en que está inmersa toda la sociedad.
Ya antes de la guerra, a pesar de la dominación colonial y del enriquecimiento de vuestra burguesía, vosotros sufristeis el paro y la miseria, eran millones los que no tenían empleo.
Contra vuestras huelgas por reivindicaciones legitimas, vuestra burguesía no ha dudado en emplear el método más bárbaro de represión: el gas.
Los obreros de Alemania, Francia, Italia y España tienen que ajustar cuentas con su propia burguesía, tan responsable como la vuestra de la inmunda masacre.
Querrán haceros jugar el papel de gendarme, lanzaros contra las masas proletarias sublevadas.
Negaos a disparar, fraternizad con los soldados y los trabajadores de Europa.
Estas luchas son vuestras luchas de clase.
Estáis cercados por un mundo de enemigos. Todos los partidos, todos los programas se han integrado en la guerra; todos disfrutan de vuestros sufrimientos, todos unidos para salvar de su derrumbamiento a la sociedad capitalista.
Toda la banda de canallas al servicio de las grandes finanzas, desde Hitler hasta Churchill, desde Laval hasta Pétain, de Stalin a Roosevelt, de Mussolini a Bonomi, están en el plan de colaborar con el Estado burgués para predicar el orden, el trabajo, la disciplina y la patria, lo que se traduce en la perpetuación de vuestra esclavitud.
A pesar de la traición de los dirigentes del Estado ruso, los esquemas, las tesis, las previsiones de Marx y de Lenin encuentran en la alta traición de la situación actual su confirmación evidente.
Nunca la división en clases entre explotados y explotadores ha sido tan clara, tan profunda. Nunca la necesidad de acabar con un régimen de miseria y de sangre ha sido tan imperiosa.
Con la matanza en los frentes, con las masacres de la aviación, con los cinco años de restricciones, el hambre hace su aparición. La guerra se despliega sobre el continente, el capitalismo no sabe, no puede finalizar esta guerra.
No es ayudando a uno u otro grupo de las dos formas de dominación capitalista como abreviaréis el combate. Esta vez es el proletariado italiano el que os ha indicado la vía de la lucha, de la sublevación contra la guerra.
Como Lenin lo hizo en 1917, no hay otra alternativa, otro camino distinto a seguir que el de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil.[4]
Mientras exista el régimen capitalista, no habrá para el proletariado ni pan, ni paz ni libertad.
Hay muchos partidos, demasiados partidos. Pero todos, hasta los grupúsculos del trotskismo, se han sumergido en la contrarrevolución.
Falta un solo partido: el partido político de la clase proletaria.
Sólo la Izquierda Comunista ha permanecido junto al proletariado, fiel al programa del marxismo, a la Revolución comunista. Es únicamente sobre la base de este programa que será posible devolverle al proletariado sus organizaciones, sus armas adecuadas para poder conducirle a la lucha a la victoria. Estas armas son el nuevo Partido Comunista, la nueva Internacional.
Contra todo el oportunismo, contra todo pacto en el terreno de la lucha de clases, la Fracción os llama a unir vuestro esfuerzo para ayudarle al proletariado a desprenderse de la argolla del capitalismo. Contra las fuerzas colisionadas del capitalismo debe erigirse la fuerza invencible de la clase proletaria.
Sólo a vosotros os corresponde detener la terrible masacre sin precedentes en la historia.
Obreros, detened en todos los países la producción destinada a matar a vuestros hermanos, vuestras mujeres, vuestros hijos.
¡Soldados, cesad el fuego, bajad las armas!
Fraternizar por encima de las fronteras artificiales del capitalismo.
Uníos en el frente internacional de clase.
¡VIVA LA FRATERNIZACION DE TODOS LOS EXPLOTADOS!
¡ABAJO LA GUERRA IMPERIALISTA!
¡VIVA LA REVOLUCION COMUNISTA MUNDIAL!
Junio 1944
[1] Después de que una minoría de sus miembros fuera a apoyar a las milicias en España, , basándose en posiciones influidas por el oportunismo, ya que creía, en total contradicción con el análisis desarrollado durante los años 30, que la guerra no tendría lugar. Este desconcierto se tradujo en el abandono de la publicación de la revista Bilan en favor de la titulada Octobre, lo que suponía mantener la posición errónea de que la clase obrera no tardaría en emerger.
[2] Que publicó l’Etincelle en 45-46 e Internationalisme hasta 1952.
[3] La Carta Atlántica de agosto 1941 fue un pacto elaborado por Churchill y Roosevelt que se presentó como una alianza para defender la paz y la seguridad internacional, rechazando toda política de anexión de territorios. En realidad, sirvió para preparar ideológicamente a la población de los EE.UU. para la movilización militar y su posterior entrada, junto a los Aliados a la 2ª GM.
[4] Esta consigna de transformar la guerra imperialista en guerra civil fue la consigna planteada por los revolucionarios durante la Primera Guerra Mundial. Se basaba en el hecho de que, aunque el proletariado había sido traicionado y engañado ideológicamente por los dirigentes de los partidos de la II Internacional, no había sido derrotado físicamente por la burguesía y conservaba casi intactas todas sus fuerzas vitales. No fue así en 1939, y menos aún en 1944. Este llamamiento de los revolucionarios de la época fue, por tanto, un error, ya que fue un proletariado sin sangre, cuya conciencia de clase y organizaciones habían sido destruidas de arriba abajo, el que emergió de la guerra. Sin embargo, este error de apreciación sobre las capacidades del proletariado de la época no desvirtúa en absoluto el carácter indefectiblemente proletario del manifiesto que hemos publicado más arriba.
La indignación y preocupación de la clase obrera ante la proliferación de guerras imperialistas cada vez más destructivas se expresan en la aparición de pequeñas minorías que buscan una respuesta internacionalista.
Pero, ¿qué es el internacionalismo? En nombre del internacionalismo, grupos izquierdistas -principalmente trotskistas- nos piden que elijamos bando entre los gánsteres imperialistas. Para ellos, ¡elegir Palestina en nombre de la "liberación nacional de los pueblos" sería la respuesta más internacionalista! Nos venden un "internacionalismo" que es lo contrario del internacionalismo proletario, porque el internacionalismo es la lucha contra todos los campos imperialistas, la lucha de clases internacional, la perspectiva de la revolución mundial que es la única que puede poner fin a la guerra.
Hay otras visiones del internacionalismo. Los anarquistas tienden a reducirlo al rechazo: rechazo de los ejércitos, rechazo del servicio militar, rechazo de las guerras en general. Estas visiones no llegan a la raíz del problema, que es la decadencia del capitalismo y su dinámica de destrucción del planeta y de toda la humanidad.
Por lo tanto, primero tenemos que aclarar qué es el internacionalismo, basándonos en la experiencia histórica del proletariado.
La lucha contra la guerra no puede confiarse a hombres de buena voluntad o a políticos sabios y pacíficos... la lucha contra la guerra es una cuestión de clase. Sólo la clase obrera tiene la perspectiva comunista, la fuerza y los intereses para poner fin a la guerra.
Por eso decimos en nuestro Tercer Manifiesto Internacional: "De todas las clases de la sociedad, la más afectada y golpeada por la guerra es el proletariado. La guerra "moderna" es llevada a cabo por una gigantesca máquina industrial que exige una gran intensificación de la explotación del proletariado. El proletariado es una clase internacional que no tiene patria, pero la guerra es el asesinato de los trabajadores por la patria que los explota y oprime. El proletariado es la clase de la conciencia; la guerra es el enfrentamiento irracional, la renuncia a todo pensamiento y reflexión conscientes. Al proletariado le interesa buscar la verdad más clara; en la guerra, la primera víctima es la verdad, encadenada, amordazada, asfixiada por las mentiras de la propaganda imperialista. El proletariado es la clase de la unidad más allá de las barreras de la lengua, la religión, la raza o la nacionalidad; el enfrentamiento mortal de la guerra obliga al desgarramiento, la división, el enfrentamiento entre naciones y pueblos" [[1]].
El internacionalismo es la expresión más coherente de la conciencia y del interés histórico del proletariado.
La piedra angular del internacionalismo se encuentra en los Principios del Comunismo [31] de 1847, donde, en el punto XIX, Friedrich Engels responde a su pregunta: "No. La gran industria, al crear el mercado mundial, ya ha unido tan estrechamente a los pueblos de la tierra, especialmente a los más civilizados, que cada pueblo depende estrechamente de lo que ocurre en los demás. También ha unificado el desarrollo social en todos los países civilizados hasta tal punto que, en todos estos países, la burguesía y el proletariado se han convertido en las dos clases más importantes de la sociedad, y el antagonismo entre estas dos clases se ha convertido ya en el antagonismo fundamental de la sociedad. La revolución comunista, por lo tanto, no será una revolución puramente nacional. Se producirá al mismo tiempo en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, América, Francia y Alemania. Se desarrollará más rápida o más lentamente en cada uno de estos países, según que uno u otro posea una industria más desarrollada, una riqueza nacional mayor y una masa de fuerzas productivas más considerable. Por eso será más lento y difícil en Alemania, más rápido y fácil en Inglaterra. También tendrá repercusiones considerables en todos los demás países del globo y transformará por completo su modo de desarrollo. Es una revolución universal; tendrá, por tanto, repercusiones universales”.
El Manifiesto Comunista reafirmó y profundizó este principio al proclamar que "los proletarios no tienen patria; ¡proletarios de todos los países, uníos!
En los años sesenta del siglo XIX, Marx y Engels lucharon contra el paneslavismo, que se oponía a la unidad internacional de la clase obrera, y argumentaron que el apoyo a determinadas guerras nacionales podía acelerar las condiciones para la revolución mundial, pero no en nombre de un supuesto "derecho nacional". Éste fue el caso de la guerra civil estadounidense y de la guerra franco-alemana de 1870. Como dijo Lenin en su folleto "El socialismo y la guerra", escrito justo antes de la Conferencia de Zimmerwald en 1915: "Así, en las guerras revolucionarias de Francia, hubo un elemento de saqueo y conquista de tierras ajenas por los franceses; pero esto no altera el significado histórico esencial de estas guerras que demolían y socavaban el régimen feudal y el absolutismo de toda la vieja Europa, la Europa de la servidumbre"[[2]].
La Segunda Internacional se enfrentó a un claro cambio en las guerras, que adquirían cada vez más un carácter imperialista. Así, en 1900, en el Congreso de París, adoptó la siguiente posición: "Los diputados socialistas en los parlamentos de todos los países deben votar contra todos los gastos militares y navales y contra las expediciones coloniales".
Pero la creciente gravedad de las tensiones imperialistas, que expresaban la entrada del capitalismo en su periodo de decadencia y la necesidad de una revolución proletaria mundial, dio lugar a la necesidad de hacer del internacionalismo no sólo una posición defensiva de rechazo a la guerra -en la que tendía a mantenerse la mayoría de la II Internacional-, sino de hacer de la lucha contra la guerra la lucha por la destrucción del capitalismo, la lucha por la revolución proletaria mundial. Por eso, en el Congreso de Stuttgart (1907), ante la propuesta de resolución sobre la guerra de August Bebel, formalmente correcta pero demasiado tímida y limitada, Lenin, Rosa Luxemburgo y Mártov propusieron una enmienda, que finalmente fue aprobada, insistiendo en la necesidad de "aprovechar por todos los medios la crisis económica y política para agitar a los pueblos y precipitar así la caída de la dominación capitalista".
Del mismo modo, el Congreso Extraordinario de Basilea (1912) denunció una posible guerra europea como "criminal" y "reaccionaria" y declaró que ésta sólo podría "acelerar la caída del capitalismo provocando inevitablemente la revolución proletaria".
Sin embargo, la mayoría de los partidos de la II Internacional "denunciaban la guerra sobre todo por sus horrores y atrocidades, porque el proletariado proporcionaba carne de cañón a la clase dominante". El antimilitarismo de la II Internacional era puramente negativo (...) En particular, la prohibición de votar créditos de guerra no resolvía el problema de la "defensa del país" contra el ataque de una "nación agresora". Fue por esta brecha por donde se precipitó la jauría de social chovinistas y oportunistas"[[3]].
Frente a las limitaciones de la posición mayoritaria de los partidos de la II Internacional, su confusión sobre la cuestión nacional e incluso el colonialismo de Hyndman de la Federación Socialdemócrata de Gran Bretaña, sólo la izquierda de la II Internacional, en particular los bolcheviques y Rosa Luxemburgo, defendieron el internacionalismo contra la guerra imperialista y estuvieron por la revolución proletaria mundial. Dejaron claro que el internacionalismo es la frontera que separa a los comunistas de todos los partidos y organizaciones que defienden la guerra capitalista.
La reacción a la Primera Guerra Mundial estableció una clara distinción entre el internacionalismo de una pequeña minoría de partidos socialdemócratas y el chovinismo de la gran mayoría que había destruido la Segunda Internacional. Los internacionalistas se reunieron en las conferencias de Zimmerwald, que comenzaron en septiembre de 1915.
Pero Zimmerwald era sólo un punto de partida, ya que también expresaba una gran confusión. El movimiento de Zimmerwald era el vástago de los partidos de la moribunda Segunda Internacional, que se había derrumbado en 1914, y por tanto reunía a un grupo de fuerzas totalmente heterogéneas, unidas únicamente por un rechazo general a la guerra, pero carentes de un auténtico programa internacionalista.
Estaban los partidarios de un imposible retorno al capitalismo de antes de la Primera Guerra Mundial, que llamaban a la "paz" y querían confinar la lucha al parlamento, absteniéndose o negándose a votar los créditos de guerra (Ledebour del SPD). Estaban los pacifistas de línea dura, un ala centrista vacilante (Trotsky, espartaquistas) y, por último, la minoría clara y decidida en torno a Lenin y los bolcheviques, la Izquierda de Zimmerwald.
Como dice nuestro artículo en la Revista Internacional 155: "en el contexto de Zimmerwald, la derecha está representada no por los 'social chovinistas', para usar el término de Lenin, sino por Kautsky y consortes -todos los que más tarde formarían el ala derecha del USPD- mientras que la izquierda está constituida por los bolcheviques y el centro por Trotsky y el grupo Spartakus de Rosa Luxemburgo. El proceso que lleva a la revolución en Rusia y Alemania está marcado precisamente por el hecho de que una gran parte del "centro" es ganada por las posiciones bolcheviques" [4]
Desde el principio, sólo los bolcheviques propusieron una respuesta internacionalista auténtica y coherente, defendiendo tres puntos esenciales:
- Sólo la destrucción del capitalismo puede poner fin a la guerra imperialista.
- Sólo la clase proletaria que lucha por la revolución mundial puede llevar a cabo esta tarea.
- No hay vuelta atrás a la Segunda Internacional. Una nueva Internacional, la Tercera Internacional, es necesaria y debe fundarse lo antes posible.
En torno a estos tres puntos que libraron una lucha tenaz e inquebrantable. Eran conscientes de la confusión que reinaba en el "movimiento de Zimmerwald" y de que ese terreno pantanoso del eclecticismo, de la coexistencia del "agua y el fuego", conducía al desarme de la lucha antibelicista y al debilitamiento de la perspectiva revolucionaria que estaba madurando, con los obreros de Rusia a la cabeza.
Es cierto que los bolcheviques firmaron el compromiso del Manifiesto de Zimmerwald en 1915, pero esto no significaba la aceptación de esta confusión, en particular el tono pacifista del Manifiesto, sino el reconocimiento de que podía, al denunciar a los social patriotas al conjunto de la clase obrera, ser un primer paso para adoptar una línea internacionalista intransigente hacia una nueva Internacional. Manteniendo su crítica al centrismo de Zimmerwald, los bolcheviques podían continuar el necesario proceso de decantación. A la vista de los resultados de la conferencia de Zimmerwald, los bolcheviques adoptaron las siguientes decisiones:
- Presentar un proyecto de Manifiesto mucho más claro que el adoptado.
- Crear un órgano de prensa propio que agrupara a la izquierda de Zimmerwald.
- Emprender una polémica intransigente contra los diversos representantes del ala derecha y del ala centrista: Plejánov, Mártov y, sobre todo, el centrismo de Kautsky, que era aún más peligroso que el social chovinismo abierto.
Hoy, la Tendencia Comunista Internacionalista y los parásitos dicen ser seguidores de Zimmerwald. Dan muchos "me gusta" a Zimmerwald. Sin embargo, su significado ha sido deliberadamente oscurecido e incluso invertido por la TCI y los elementos parásitos disfrazados de internacionalistas. Para la TCI, el objetivo de Zimmerwald era supuestamente reunir al mayor número posible de opositores a la guerra como medio práctico de organizar a las masas. "No es el momento de elegir entre los que se oponen a la guerra sobre la base de un programa revolucionario. En primer lugar, como antes de Zimmerwald, vale la pena aunar todas las energías revolucionarias e internacionalistas. Pero más que eso, el ejemplo de Francia es significativo con el Comité para la Reanudación de las Relaciones Internacionales (CRRI), que fue el más activo y el corazón de la oposición obrera a la guerra. Desde el principio, reunió a sindicalistas revolucionarios y a militantes del Partido Socialista, sección de la fracasada Internacional. De hecho, la razón de ser del CRRI era oponerse a la guerra y a la Unión sagrada, y reunir a los distintos opositores a la guerra procedentes del mundo sindicalista, socialista y anarquista"[5]. Está claro que esta distorsión y desprecio de los hechos está diseñada para justificar el oportunismo de la empresa "Not War But the Class War" (NWBCW)[6], en contraste con los bolcheviques que, aunque muy minoritarios, insistieron en rechazar el pacifismo, rechazaron el intento de resucitar la II Internacional y se comprometieron en la lucha por el partido mundial. El principio rector de los bolcheviques era desarrollar una "línea de trabajo" para la clase obrera en la era de las guerras imperialistas, contra el marasmo de la confusión centrista, aunque esto significara, en aquel momento, el aislamiento numérico.
Zimmerwald no era una agrupación de elementos "antibelicistas", como pretenden la TCI y los parásitos, aunque al principio se concibiera todavía como una agrupación en el seno de los partidos socialdemócratas, en un momento en que estos últimos eran todavía la referencia política del proletariado en su conjunto. La orientación adoptada por los bolcheviques fue la lucha por superar esta confusión y avanzar hacia la formación de la III Internacional. Se entendía que Zimmerwald estaba en el terreno de clase. Pero se produjo un proceso de decantación que llevó a los centristas a la contrarrevolución y, por tanto, a apoyar a su propia burguesía nacional, mientras que la izquierda intransigente seguía siendo la única corriente proletaria internacionalista.
La lucha de la Izquierda de Zimmerwald fue validada en la práctica por la revolución proletaria de octubre de 1917, que hizo realidad la consigna internacionalista de "transformar la guerra imperialista en guerra civil". La retirada inmediata del nuevo régimen soviético de la alianza imperialista de la Entente en medio de la Primera Guerra Mundial y la publicación de los tratados secretos -relativos a "quién ganaría qué" en caso de victoria- enviaron ondas de choque a través de la burguesía mundial, mientras que el ascenso revolucionario de la clase obrera europea recibió un tremendo impulso, resultando en el casi éxito de la revolución alemana y la formación de la Internacional Comunista en 1919.
Si el camino hacia el internacionalismo durante la Primera Guerra Mundial estaba en la lucha de la Izquierda contra el oportunismo de los social chovinistas y centristas, la continuidad de este camino en los años 20 y 30 estaba en la lucha de la Izquierda comunista contra la degeneración de la Internacional Comunista en los años 20, y después contra la de la Oposición de Izquierda de Trotsky en los años 30. La Comintern, debido al aislamiento y a la degeneración de la revolución en Rusia, capituló cada vez más ante los social chovinistas de la socialdemocracia, que se había convertido en el enemigo a través de la política de los Frentes Unidos y de los gobiernos obreros. La política de la III Internacional se convirtió cada vez más en una extensión de los intereses del Estado ruso en lugar de las necesidades de la revolución internacional, lo que contribuyó a las derrotas de ésta en Alemania, Gran Bretaña y China. Esta política se consolidó con la adopción en 1928 por la Comintern de la consigna nacionalista "Socialismo en un solo país" y con la capitulación completa del Estado ruso al juego del imperialismo mundial con la entrada de Rusia en la Sociedad de Naciones en 1934.
La Izquierda Comunista fue la primera en oponerse a esta tendencia, en particular la tradición de la Izquierda Comunista Italiana, que acabó siendo excluida del Partido Comunista Italiano y de la Internacional Comunista. Formó una Fracción en el Exilio y más tarde una Fracción Internacional de la Izquierda Comunista.
La derrota de la oleada revolucionaria internacional en 1928 allanó el camino para una nueva guerra imperialista mundial, y sólo la izquierda comunista se mantuvo fiel a la lucha internacionalista del proletariado revolucionario, tanto en el periodo previo a la Segunda Guerra Mundial como durante y después de la guerra misma.
Bilan trazó una clara línea de demarcación contra la Oposición de Izquierda en torno a Trotsky sobre la cuestión clave de la defensa de la URSS, posición que contribuyó a arrastrar a la corriente trotskista al apoyo de la guerra imperialista:
- "Consideramos que en caso de guerra, el proletariado de todos los países, incluida Rusia, tendría el deber de concentrarse para transformar la guerra imperialista en una guerra civil. La participación de la URSS en una guerra de rapiña no alteraría su carácter esencial y el Estado proletario sólo podría hundirse bajo los golpes de las contradicciones sociales que tal participación acarrearía. Los bolcheviques-leninistas abandonan el terreno del marxismo cuando invitan al proletariado a sacrificar su lucha por la revolución mundial a cambio de la defensa de la URSS" (Bilan nº 10, agosto de 1934).
Sin embargo, la prueba de fuego internacionalista para los grupos y fracciones revolucionarios que habían sido expulsados de la degenerada Comintern fue la guerra en España a partir de 1936, donde el conflicto entre las alas republicana y fascista de la burguesía española se convirtió en el terreno de una batalla de poder entre las potencias imperialistas rivales, Gran Bretaña y Francia, Rusia, Alemania e Italia. Sin embargo, los trotskistas, que habían sido excluidos de los partidos comunistas en particular por sus intentos de defender el internacionalismo, defendían ahora, en nombre del antifascismo y de forma “crítica”, al bando republicano y traicionaban así al proletariado, al que incitaban a elegir un bando en este ensayo general interburgués e interimperialista de la Segunda Guerra Mundial.
Bilan tuvo que luchar contra esta tendencia a capitular, que arrastraba consigo a los grupos proletarios. Su lealtad intransigente al internacionalismo le llevó a un aislamiento dramático: sólo pequeños grupos en Bélgica y México se unieron a su lucha.
Sin embargo, la propia izquierda comunista no era inmune a los peligros del oportunismo. Una minoría de la Fracción Italiana rompió con ella y con sus principios internacionalistas y se unió a la lucha antifascista en España.
Y la Segunda Guerra Mundial encontró a la Fracción Italiana desorganizada, con su representante más notable, Vercesi, afirmando que el proletariado había desaparecido y que la lucha política por el internacionalismo ya no era viable. Sólo con extrema dificultad una parte de la Fracción Italiana -atrapada entre la Gestapo y la resistencia- consiguió reagruparse en el sur de Francia y proclamar las posiciones internacionalistas de la Izquierda Comunista, es decir, contra los dos campos imperialistas, ya fueran "fascistas" o "antifascistas".
Mientras tanto, en 1943, el Partito Comunista Internazionalista (PCInt) se formó en el norte de Italia, tras el derrocamiento de Mussolini, y continuó la política internacionalista de la Izquierda Comunista. Sin embargo, haciendo caso omiso de las críticas al oportunismo de la Comintern por parte de la Fracción Italiana en el Exilio, e ignorando el objetivo de aprender las lecciones de un periodo de derrotas para el proletariado, incluida la intransigencia internacionalista ante la guerra en España, el PCInt volvió a la política de "ir hacia las masas" e imaginó que podría transformar a los partisanos en Italia, es decir, a las fuerzas antifascistas que trabajaban en nombre del imperialismo aliado, en auténticos internacionalistas"[[7]].
Mientras que el PCInt abandonó prematuramente el trabajo necesario de una fracción internacional contra esta deriva oportunista, la Gauche Communiste de France (que publicaba Internationalisme) continuó resueltamente el trabajo de la Fracción, elaborando las posiciones que Bilan había comenzado a desarrollar. La GCF denunció claramente la falsa oposición entre fascismo/democracia que había sido la bandera de movilización para la carnicería imperialista, mientras que después de la Segunda Guerra Mundial, y frente a la nueva configuración imperialista (la lucha entre EEUU y la URSS), denunció el medio suplementario de alistamiento para la guerra: la "liberación nacional" de los "pueblos oprimidos" (Vietnam, Palestina, etc.).
Podemos concluir que sólo la Izquierda Comunista ha permanecido fiel al proletariado defendiendo el internacionalismo contra las innumerables masacres militares que han ensangrentado el planeta desde 1914. Por eso, en nuestro Tercer Manifiesto Internacional, decimos:
- “En situaciones históricas graves, como las guerras a gran escala como la de Ucrania, el proletariado puede ver quiénes son sus amigos y quiénes sus enemigos. Los enemigos no son sólo los grandes dirigentes, como Putin, Zelensky o Biden, sino también los partidos de extrema derecha, de derecha, de izquierda y de extrema izquierda que, con los argumentos más diversos, incluido el pacifismo, apoyan y justifican la guerra y la defensa de un campo imperialista contra el otro”[[8]].
La continuidad histórica crítica de las posiciones comunistas defendidas y desarrolladas a lo largo del último siglo por la Izquierda Comunista es la única capaz de proporcionar un cuerpo de análisis (la naturaleza del capitalismo, la decadencia, el imperialismo, la economía de guerra, la descomposición capitalista, etc.), una continuidad en los debates y en la intervención de clase, una coherencia, que constituyen las armas de la lucha por la revolución comunista mundial contra todas las manifestaciones de la barbarie capitalista y, sobre todo, de la guerra imperialista.
Contra la infame carnicería en Ucrania, la CCI propuso una Declaración Conjunta de la Izquierda Comunista, que fue firmada por otros 3 grupos. Frente a la nueva barbarie imperialista en Gaza, lanzamos un llamamiento[[9]] para "la elaboración de una declaración común contra todas las potencias imperialistas, contra los llamamientos a la defensa nacional detrás de los explotadores, contra los llamamientos hipócritas a la "paz", y por la lucha de clases proletaria que conduzca a la revolución comunista".
Todas las fuerzas de la burguesía (partidos, sindicatos, instituciones como las iglesias, la ONU, etc.) llaman a los proletarios a tomar partido por los bandidos imperialistas, a aceptar los terribles sacrificios que impone la dinámica guerrera del capitalismo, en definitiva, a dejarse atrapar por la maquinaria de guerra y destrucción que conduce a la aniquilación del planeta y de la humanidad en su conjunto. Sólo la voz de la Izquierda Comunista se pronuncia claramente contra este concierto de muertos.
La declaración conjunta y el llamado de la CCI al medio político proletario sectario y oportunista de hoy se inscriben en continuidad con la actitud de los bolcheviques de Zimmerwald frente a los centristas. Los grupos de la Izquierda Comunista son hoy el único terreno de clase mínimo sólido para una perspectiva internacionalista. Pero los grupos de la Izquierda Comunista surgidos del PCInt se negaron a firmar las propuestas comunes. Pero si estos grupos hubieran firmado las declaraciones comunes, esto habría constituido un faro político para las fuerzas revolucionarias emergentes y podría haber abierto un proceso más intenso de decantación política. La declaración común y el llamamiento[[10]] fueron concebidos como un primer paso hacia la necesaria decantación política que requerirá la formación del futuro partido.
La burguesía necesita acallar la voz internacionalista de la Izquierda Comunista. Para ello, libra una guerra secreta y solapada. En esta guerra, no utiliza abiertamente los órganos represivos del Estado ni los grandes medios de comunicación. Dado el pequeño tamaño, la reducida influencia, la división y la dispersión de los grupos de la izquierda comunista, la burguesía utiliza los servicios de los parásitos.
Los parásitos pretenden ser internacionalistas, descalificando a los diversos partidos con declaraciones grandilocuentes, pero todos sus esfuerzos se concentran en denigrar, calumniar y denunciar a los grupos genuinamente internacionalistas como la CCI. Son chivatos y mafiosos como el GIGC que utilizan la verborrea "internacionalista" como pasaporte para atacar a las organizaciones comunistas. Sus métodos son la calumnia, la denuncia, la provocación y las acusaciones de "estalinismo" contra la CCI. Proclaman que nuestra organización está "fuera de la izquierda comunista" y, para "llenar el vacío", adulan descaradamente a la TCI ofreciéndole el trono de "vanguardia de la izquierda comunista". Se trata, pues, de crear la división en el seno de la Izquierda Comunista y de utilizar descaradamente el sectarismo y el oportunismo de la TCI para volverla aún más fuertemente contra la organización más clara y más coherente de la Izquierda comunista, la CCI.
La camarilla parasitaria, una mezcla caótica de grupos y personalidades, utiliza un refrito indigerible de las posiciones de la Izquierda Comunista para atacar a la verdadera Izquierda Comunista, para falsificarla y denigrarla. Este ataque adopta diferentes formas.
Por un lado, está el blog, primero llamado Nuevo curso y luego disfrazado de Comunia, que trata de engañarnos: utiliza las posiciones confusas, debidas a una ruptura incompleta con el trotskismo de un auténtico revolucionario, Munís[[11]], para presentar una falsa izquierda comunista, completamente adulterada y falsificada. Esta empresa de impostura promovida por el aventurero Gaizka[[12]] fue apoyada sin reservas por el parásito GIGC.
Otro frente en la guerra contra la izquierda comunista procede de una farsa de conferencia celebrada en Bruselas, en la que una serie de personalidades y grupúsculos parasitarios tienen “una evidente base común (...) que sin duda prefieren mantener en la sombra: es la convicción de que el marxismo y los logros de las luchas de la izquierda comunista de los últimos cien años son obsoletos y deben ser “completados”, o incluso “superados” recurriendo a diversas teorías radicales anarco-consejistas, modernistas o ecologistas radicales. Por eso se autodenominan “pro-revolucionarios”, considerándose una especie de “amistad para la propagación de la revolución”. Su mensaje es que la clase obrera debe “empezar de cero” y, bajo el estruendo de las guerras, las olas de inflación y miseria, la orgía de destrucción, que debe esperar pacientemente a que estos “pro-revolucionarios” de sillón utilicen sus increíbles cerebros para dar con una idea sobre “cómo luchar contra el capitalismo”[[13]]
La guerra de la burguesía contra el internacionalismo se apoya en la posición sectaria y oportunista de la TCI.
La TCI denuncia la guerra imperialista, rechaza a todas las partes en conflicto y defiende la revolución proletaria como única salida. Pero este internacionalismo corre el riesgo de quedarse en papel mojado porque, por un lado, se niegan a luchar contra la guerra en común con los demás grupos de la Izquierda Comunista (por ejemplo, negándose a participar en la Declaración Conjunta propuesta por la CCI al inicio de la guerra en Ucrania o rechazando también el Llamamiento que lanzamos ante la guerra en Gaza). Del mismo modo, dando al internacionalismo una elasticidad que acaba por romperlo o diluirlo, defienden frentes (por ejemplo, el NWBCW) que pueden corresponder a grupos de izquierda “internacionalistas” frente a un conflicto bélico pero chovinistas frente a otro, o a grupos confusos que tienen una concepción errónea del internacionalismo.
Esta posición sectaria y oportunista no es nueva; tiene una historia de casi 80 años, como vimos anteriormente en relación con los orígenes del PCInt. Desde el resurgimiento histórico del proletariado en 1968, tanto los grupos bordiguistas derivados del PCInt como de la rama damenista, antecesora de la actual TCI. Por un lado, son sectarios en su rechazo a cualquier declaración o acción conjunta contra la guerra imperialista propuesta por la CCI y, por otro, colaboran con grupos confusos o claramente situados en el terreno de la burguesía.
Así la TCI, con el sectarismo y el oportunismo en sus genes, ha rechazado todas las acciones conjuntas de la Izquierda Comunista propuestas por la CCI contra la guerra imperialista - ¡desde la invasión rusa de Afganistán en 1979- hasta las guerras de Ucrania y Gaza!
Al mismo tiempo, ha creado frentes como No War But the Class War con el argumento de que el campo de acción de la Izquierda Comunista es demasiado estrecho y apenas llega a la clase obrera.
La supuesta «estrechez» de la Izquierda Comunista llevó a la TCI a «ampliar el campo del internacionalismo» llamando a grupos anarquistas, semitrotskistas y parásitos, provenientes de un pantano más o menos izquierdista, a unirse a NWBCW. De esta manera, la identidad programática, la tradición histórica y la lucha sin cuartel de más de un siglo llevada a cabo por la Izquierda Comunista son negadas por una «ampliación» que en realidad significa dilución y confusión[[14]] .
Pero, al mismo tiempo, el INTERNACIONALISMO es pisoteado porque estos «internacionalistas» no son internacionalistas en todas las circunstancias. Son internacionalistas contra algunas guerras, mientras que contra otras guardan silencio o las apoyan más o menos abiertamente. Sus argumentos contra la guerra contienen muchas ilusiones sobre el pacifismo, el humanismo y el interclasismo. Esto puede verse en la actitud de la TCI hacia el Grupo Comunista Anarquista de Gran Bretaña (ACG). Acoge con satisfacción la posición de este grupo sobre la guerra en Ucrania, pero al mismo tiempo “lamenta” su posición contraria sobre la guerra en Gaza.
La TCI, en su afán oportunista de “unir” a todos los que dicen “algo contra la guerra”, difumina la demarcación que debe existir entre la Izquierda Comunista que lucha realmente contra la guerra y el conjunto del medio compuesto por:
1. Los que se oponen circunstancialmente a tal o cual guerra (en palabras de Bilan: “El carácter de una guerra no está determinado por la naturaleza específica de cada uno de los Estados que participan en ella, sino que resulta del carácter del conflicto en su conjunto. Este hecho debe incitarnos a adoptar una posición unificada, general y análoga para todos los países, con respecto a la guerra”. Nº 8, junio de 1934).
2. Los que se oponen a la guerra en general. Se niegan a aceptar que “la clase obrera no puede conocer ni exigir más que un solo tipo de guerra: la guerra civil dirigida contra los opresores en cada Estado y que termina con la victoria insurreccional” (Bilan nº 16, marzo de 1935);
La TCI quiere mantener la confusión porque dice: “Lo que no creemos que deban hacer los internacionalistas es atacarse unos a otros. Siempre hemos sido de la opinión de que las viejas polémicas se resolverían o se volverían discutibles con el surgimiento de un nuevo movimiento de clase” (extracto de “Las tareas de los revolucionarios ante el avance del capitalismo hacia la guerra”).
Este enfoque es radicalmente opuesto al de los bolcheviques de Zimmerwald. Lenin consideraba esta reunión de “internacionalistas en general” como un “charco” y libró una lucha intransigente para separar la posición genuinamente internacionalista de este charco de confusión que bloqueaba la lucha coherente contra la guerra.
Lenin y los bolcheviques demostraron que la “mayoría de Zimmerwald” practicaba un “internacionalismo de fachada”; su oposición a la guerra era más una postura hueca que una lucha real. Del mismo modo, debemos advertir contra el internacionalismo actual de la TCI. Por supuesto, la TCI no ha traicionado el internacionalismo, pero su internacionalismo es cada vez más formal y abstracto, tendiendo a convertirse en una cáscara vacía con la que la TCI encubre su sabotaje de la lucha por el partido, su complicidad con el parasitismo, su colaboración con los soplones, su creciente connivencia con el izquierdismo.
Como & C.Mir 22-12-23
[1] Ver en Revista Internacional 169. [32] “El capitalismo conduce a la destrucción de la humanidad... Sólo la revolución mundial del proletariado puede ponerle fin”.
[2] Sin embargo, es necesario subrayar que tras la Comuna de París y la colaboración de las burguesías francesa y prusiana en su represión, Marx llegó a la conclusión de que ésta marcaba el fin de las guerras nacionales progresivas en los países centrales del capitalismo.
[3] Bilan n° 21, agosto de 1936.
[4] Zimmerwald y las corrientes centristas en las organizaciones políticas del proletariado.
[5] En el sitio web de la TCI:NWBCW and the real international bureau of 1915
[6] La Tendance Communiste Internationaliste et linitiative no war but the class war
[7] Leer https://fr.internationalism.org/rinte8/partisan.htm [33], “las ambigüedades sobre los “partisanos” en la constitución del Partido Comunista Internacionalista de Italia”, publicado en la Revista Internacional nº 8.
[8] El capitalismo conduce a la destrucción de la humanidad... Sólo la revolución mundial del proletariado puede acabar con él. [34]
[9] Appel de la gauche communiste. Llamamiento de la Izquierda Comunista: ¡Abajo las masacres, ningún apoyo a ningún bando imperialista! ¡No a las ilusiones pacifistas! ¡Internacionalismo proletario! ¡Ningún apoyo a ningún bando imperialista!
[10] Ídem
[11] Nuevo Curso y la «izquierda comunista española»: ¿Cuáles son los orígenes de la Izquierda Comunista? [35]
[13] Una conferencia del comunismo de izquierdas en Bruselas; una trampa para quienes quieren comprometerse en la lucha revolucionaria. [37]
[14] Por ejemplo, en un artículo titulado “Las tareas de los revolucionarios frente al empuje bélico del capitalismo”, la TCI cita acríticamente esta ambigua declaración de un sindicato, la CNT-AIT en Francia: “Una vez más, los que deciden las guerras no son los que mueren en ellas..... Una vez más, es la población civil la que sufrirá, desde Sderot hasta Gaza. Todas las ideologías utilizadas por los gobiernos, a saber, el nacionalismo y la religión, son los pilares de esta lógica asesina que lleva a los pueblos a matarse unos a otros para mayor beneficio de los gobernantes de este mundo. ¡No a Hamás, no a la colonización! Mientras haya Estados, habrá guerras”.
Como de costumbre, los congresos de la CCI y las reuniones de su Buró Internacional examinan 3 temas principales relativos a la situación internacional y que tienen el mayor impacto en nuestra intervención: las contradicciones económicas del capitalismo, los conflictos imperialistas y la evolución de la lucha de clases. Dicho esto, nunca se debe descuidar el examen de la vida política del enemigo de clase, la burguesía, entre otras cosas porque permite completar nuestro conocimiento de la sociedad contra la que luchamos y también puede aportar claves para comprender los 3 temas principales. Según una visión totalmente reduccionista, y por tanto falsa, del marxismo, el punto de partida es la situación económica del capitalismo, que determinaría los conflictos imperialistas y el nivel de la lucha de clases. Hemos señalado a menudo que la realidad no es tan simple, en particular considerando las citas de Engels sobre el lugar de la economía, en última instancia, en la vida de la sociedad.
Esta necesidad de examinar la vida política de la burguesía está presente en numerosos escritos de Marx y Engels. Uno de los textos más conocidos y notables sobre este tema es “El 18 brumario de Luis Bonaparte”. En este documento, aunque se refiere brevemente a la situación económica de Francia y Europa, Marx se propone dilucidar una especie de enigma: cómo y a través de qué proceso la revolución de 1848 condujo al golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851, que dio plenos poderes a un aventurero, Luis Napoleón Bonaparte. Al hacerlo, Marx nos presenta un cuadro vívido y profundo del funcionamiento político de la sociedad francesa de su época. Por supuesto, sería absurdo trasladar el análisis de Marx a la sociedad actual. En particular, el papel que desempeña hoy el Parlamento no tiene nada que ver con el de mediados del siglo 19º. Dicho esto, es fundamentalmente en el método utilizado por Marx, el materialismo histórico y dialéctico, donde podemos encontrar una fuente de inspiración para analizar la sociedad actual.
La importancia de un examen sistemático de la vida política de la burguesía para la comprensión del mundo actual ha sido verificada en varias ocasiones por la CCI, pero merece la pena destacar un episodio particularmente significativo: el del hundimiento del bloque del Este y de la Unión Soviética en 1989-90. La caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, constituyó una enorme sorpresa para la mayoría de los grupos políticos proletarios y los “especialistas” burgueses que, hasta la víspera de esa fecha, estaban lejos de pensar que las dificultades encontradas por los países del bloque llevarían a su derrumbe brutal y espectacular. Sin embargo, la CCI había previsto este gran acontecimiento dos meses antes, a principios de septiembre de 1989 mientras se redactaban las “Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y Europa del Este”. Éstas son muy claras:
- “…teniendo en cuenta que el factor prácticamente único de cohesión del bloque ruso es la fuerza armada, toda política que tienda a hacer pasar a un segundo plano este factor lleva consigo la fragmentación del bloque. El bloque del Este nos está dando ya la imagen de una dislocación creciente (…). Fenómeno similar es el que se puede observar en las repúblicas periféricas de la URSS (…) Los movimientos nacionalistas que favorecidos por el relajamiento del poder central del partido ruso se desarrollan hoy (…) llevan consigo una dinámica de separación de Rusia. A fin de cuentas, si el poder central de Moscú no reaccionara asistiríamos a un fenómeno de explosión no sólo del bloque ruso sino igualmente de su potencia dominante. En una dinámica así, la burguesía rusa, clase hoy dominante de la segunda potencia mundial, no se encontraría a la cabeza más que de una potencia de segundo orden, mucho más débil que Alemania, por ejemplo.” (Punto 18).
- “Pero cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que hoy los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo, de esa monstruosidad símbolo de la más terrible contrarrevolución que haya sufrido el proletariado. En esos países se ha abierto un periodo de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras. En particular el debilitamiento del bloque ruso, que se va a acentuar aún más, abre las puertas a una desestabilización del sistema de relaciones internacionales y de las constelaciones imperialistas que habían surgido de la II Guerra mundial con los acuerdos de Yalta”. (Punto 20).
- “Los acontecimientos que hoy están agitando a los países llamados “socialistas”, la desaparición de hecho del bloque ruso, la bancarrota patente, definitiva, del estalinismo a nivel económico, político e ideológico, constituyen el hecho histórico más importante desde la II Guerra Mundial junto con el resurgimiento internacional del proletariado a finales de los años 60”. (Punto 22).
- Esta capacidad de prever lo que iba a ocurrir en el bloque del Este no era el resultado de un talento particular para leer bolas de cristal, sino de un seguimiento regular y de un análisis en profundidad de la situación y de la naturaleza de los países de este bloque[1]. Es por ello por lo que toda una primera parte de las Tesis recuerda lo que ya habíamos escrito sobre esta cuestión, para situar los acontecimientos de 1989 en el marco de lo que habíamos identificado anteriormente, en particular durante las luchas obreras en Polonia en 1980. En las tesis se citan principalmente 3 artículos publicados en la Revista Internacional en 1980-81:
- “La dimensión internacional de las luchas obreras en Polonia [38]”, Revista Internacional 24[2],
- “Un año de luchas obreras en Polonia [39]”, Revista Internacional 27,
- “Europa del Este: Crisis económica y las armas de la burguesía contra el proletariado [40]”, Revista Internacional 34[3].
No es éste el lugar para reseñar estos escritos, fácilmente accesibles en nuestra página web. Sólo podemos recordar dos ideas importantes que, entre otras, guiaron nuestro análisis del hundimiento del bloque del Este una década más tarde:
- “Al forzarla a una división de tareas a la que la burguesía de Europa del Este es estructuralmente refractaria, las luchas proletarias de Polonia han creado una contradicción viva. Aún es demasiado pronto para predecir cómo se resolverá esta contradicción. Ante una situación históricamente inédita, la tarea de los revolucionarios es ponerse a analizar modestamente los hechos” (Revista Internacional 27).
- “... si el bloque americano puede perfectamente 'gestionar' la 'democratización' de un régimen fascista o militar cuando ello resulta útil (Japón, Alemania, Italia, en la posguerra; Portugal, Grecia, España, en los años 70), la URSS no puede acomodarse a ninguna 'democratización' al seno de su bloque. (…) Un cambio de régimen político en un país 'satélite' conlleva la amenaza directa de que ese país se una al bloque contrario.” (Revista Internacional 34).
Hoy en día, el examen de la vida política de la burguesía conserva toda su importancia. La herramienta metodológica que utilizamos para este examen es, evidentemente, nuestro análisis de la descomposición, más particularmente la cuestión de la pérdida de control por parte de la clase dominante de su juego político, en la que el auge del populismo es una manifestación importante. Este informe desarrollará principalmente esta cuestión del populismo por 2 razones centrales:
- de una parte, este auge del populismo no ha hecho más que intensificarse en los últimos años;
- de otra parte, los análisis que hemos adoptado hasta la fecha sobre esta cuestión no están exentos de debilidades; debilidades que debemos identificar y rectificar.
Es tardíamente, en el XXII Congreso de Révolution Internationale (nuestra sección en Francia) en mayo de 2016, que la CCI empezó a hacer el balance de la importancia del fenómeno populista a escala internacional. En ese mismo Congreso, el debate sobre la resolución relativa a la situación en Francia puso de manifiesto la falta de manejo y claridad sobre esta cuestión. Así, se aprobó una moción en la que se insistía en la necesidad de lanzar un debate en toda la CCI. Un año más tarde, la resolución sobre la lucha de clases internacional adoptada por el 22º Congreso de la CCI decía sobre el fenómeno populista: “El auge actual del populismo ha sido alimentado, por tanto, por estos diversos factores -la crisis económica de 2008, el impacto de la guerra, del terrorismo y de la crisis de refugiados- y aparece como una expresión concentrada de la descomposición del sistema, de la incapacidad de las dos principales clases de la sociedad para ofrecer a la humanidad una perspectiva de futuro.” Si bien esta afirmación contenía un análisis válido, otros puntos de la resolución hacían mayor hincapié en la permeabilidad de la clase trabajadora como factor determinante en el desarrollo del populismo. Además, el fenómeno populista no se evaluaba realmente a la luz de las propias dificultades de la burguesía desde la entrada en la fase de descomposición. Estas ambigüedades expresaban la falta de homogeneidad que se acompañaba por una tendencia en el seno de la CCI a ocultar el marco defendido en las Tesis sobre la Descomposición para comprender la vida política de la burguesía en el período histórico actual. Esta deriva fue particularmente evidente en el texto “Contribución sobre el problema del populismo [41]” y también en el artículo “Brexit, Trump, Contratiempos para la burguesía que en nada son un buen presagio para el proletariado [42]” publicado unos meses antes en la Revista Internacional 157. Formalmente, estos dos textos presentan efectivamente el populismo como una expresión de “la descomposición de la vida política burguesa”: “como tal, es el producto del mundo burgués y de su visión del mundo - pero sobre todo de su descomposición”[4]. Por todo ello, es importante constatar hasta qué punto las Tesis no constituyen el punto de partida del análisis sino sólo un elemento de reflexión entre otros[5]. De hecho, estos dos textos sitúan otro factor en el centro del análisis: “El ascenso del populismo es peligroso para la clase dominante porque amenaza su capacidad para controlar su aparato político y mantener la mistificación democrática que es uno de los pilares de su dominación social. Pero no ofrece nada al proletariado. Al contrario, es precisamente la debilidad del proletariado, su incapacidad para ofrecer otra perspectiva a la amenaza de caos del capitalismo, lo que ha hecho posible el ascenso del populismo. Sólo el proletariado puede ofrecer una salida al callejón sin salida en el que se encuentra la sociedad actual, y no podrá hacerlo si los trabajadores se dejan embaucar por los cantos de sirena de los demagogos populistas que prometen un imposible retorno a un pasado que, en cualquier caso, nunca existió”[6]. Haciendo un paralelismo entre el auge del populismo y el auge del nazismo en los años 30, la contribución concluye: “… si el proletariado es incapaz de presentar su alternativa revolucionaria al capitalismo, la pérdida de confianza en la capacidad de la clase dominante para “hacer su trabajo” conduce en última instancia a una revuelta, una protesta, una explosión de un tipo totalmente diferente, una protesta que no es consciente sino ciega, orientada no hacia el futuro sino hacia el pasado, que no se basa en la confianza sino en el miedo, no en la creatividad sino en la destrucción y el odio.” En otras palabras, el principal factor del desarrollo y auge del populismo en la política burguesa se encontraría en lo que equivale a una derrota política de la clase obrera[7].
De hecho, todos los aspectos que alimentan el “catecismo” populista (el rechazo a los extranjeros, el rechazo a las “élites”, la teoría de la conspiración, la creencia en el hombre fuerte y providencial, la búsqueda de chivos expiatorios, el repliegue sobre la comunidad autóctona... ) son ante todo el producto de los miasmas y la putrefacción ideológica que transmite la falta de perspectiva de la sociedad capitalista (explícita en el punto 8 de las Tesis sobre la descomposición), en la que la clase capitalista es afectada en primer lugar. Pero la irrupción y el desarrollo del populismo en la vida política de la burguesía estuvieron determinados sobre todo por una de las principales manifestaciones de la descomposición de la sociedad capitalista: “la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político. La base de este fenómeno es, claro está, que la clase dominante cada día controla menos su aparato económico, infraestructura de la sociedad. (…) La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual pueda movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es todavía una amenaza de su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una tendencia a una indisciplina cada vez mayor y al sálvese quien pueda”. (Tesis 9).
Es, pues, sobre la base del continuo agravamiento de la crisis económica, así como de la incapacidad de la burguesía de movilizar a la sociedad para la guerra mundial que la desintegración y el desmoronamiento del aparato político encuentran sus principales fuerzas motrices. Este fermento histórico se ha manifestado principalmente en una tendencia creciente a la indisciplina, a la división, al cada uno para sí, y, en última instancia, a la exacerbación de las luchas de camarillas en el seno del aparato político. Este fermento ha proporcionado el terreno fértil para la aparición de facciones burguesas con una retórica cada vez más irracional, capaces de surfear sobre las ideas y los sentimientos más nauseabundos, cuyos líderes se comportan como auténticos jefes de bandas que vandalizan las relaciones políticas, con el objetivo de hacer valer sus propios intereses a toda costa, en detrimento de los intereses del capital nacional.
De este modo, si bien la incapacidad del proletariado para abrir el camino a una perspectiva distinta de la del caos y la barbarie capitalista no puede sino reforzar las manifestaciones de descomposición como el populismo, no significa, sin embargo, que esto constituya el factor activo. Además, los dos últimos años han refutado de forma contundente tal análisis. Por un lado, hemos asistido a una reanudación muy significativa de las luchas obreras, que contiene un desarrollo de la reflexión y la maduración de la conciencia. Por otra parte, bajo el efecto de un agravamiento sin precedentes de la descomposición, el auge del populismo se ha confirmado a pesar de todo plenamente. En definitiva, la tesis presentada en la contribución sobre el populismo está en total contradicción con el análisis de la CCI, que identifica dos polos en la situación histórica actual. Además, equivale también a negar el análisis de la ruptura histórica y/o a pensar que el desarrollo de la lucha obrera puede hacer retroceder las tendencias populistas. Por último, también nos lleva a subestimar el hecho de que la burguesía explotará el populismo contra la clase obrera.
La victoria del Brexit en el Reino Unido en junio de 2016, seguida de la llegada de Trump al poder en Estados Unidos unos meses más tarde, supuso un avance espectacular del populismo en la vida política de la burguesía. Esta tendencia ha continuado desde entonces, haciendo del populismo un factor decisivo e irreversible en la evolución de la sociedad capitalista.
Varios países europeos están ahora gobernados en su totalidad o en parte por facciones populistas (Países Bajos, Eslovaquia, Hungría, Italia, Finlandia, Austria). En el resto de Europa, los partidos populistas o de extrema derecha han seguido subiendo en las encuestas y en los sufragios, sobre todo en Europa Occidental. Según algunos estudios, los partidos populistas podrían imponerse en 9 países de la Unión Europea (UE) en las elecciones europeas de junio de 2024. Pero el alcance del fenómeno se extiende claramente más allá del marco europeo. En Sudamérica, después de Brasil, ahora le toca vivirlo a Argentina con la llegada al poder de Javier Milei. Pero si el populismo es un fenómeno general, es importante para nuestro análisis apreciar sobre todo su irrupción en el seno de los países centrales, ya que tal dinámica no sólo tiene un impacto desestabilizador sobre la situación de los países afectados, sino también sobre el conjunto de la sociedad capitalista. En la actualidad, dos países en particular deben ser objeto de atención: Francia y Estados Unidos.
En Francia, el partido Rassemblement national (RN, Agrupación Nacional) logró un resultado histórico en las elecciones legislativas de junio de 2022, con 89 diputados en los escaños de la Asamblea Nacional. Según un “sondeo secreto” encargado por el partido derechista Les Républicains a finales de 2023, RN podría obtener entre 240 y 305 escaños en caso de elecciones anticipadas tras una eventual disolución de la Asamblea Nacional. Del mismo modo, su victoria en las elecciones presidenciales de 2027 es un escenario cada vez más creíble. Tal situación agravaría sin duda la crisis política a la que se enfrenta la burguesía francesa. Pero, sobre todo, dada la proximidad de RN a la facción de Putin, esto agravaría las divisiones en el seno de la UE y debilitaría su capacidad para aplicar su política pro-ucraniana. Así, a diferencia de la burguesía alemana, que por el momento parece haber encontrado los medios que le permitan contener el riesgo de que la AfD (Alternativa para Alemania) llegue al poder (a pesar del aumento de la influencia de esta formación en el seno del juego político alemán), la burguesía francesa parece ver su margen de maniobra cada vez más limitado debido al fuerte descrédito de la facción Macron, en el poder desde hace 7 años, pero sobre todo debido a la exacerbación de las divisiones en el seno del aparato político[8].
Pero es sobre todo el posible regreso de Trump a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de noviembre de 2024 lo que marcaría una profunda agravación de la situación no sólo en EE. UU. sino en el conjunto de la situación internacional. La acentuación de las fuerzas centrífugas y la tendencia a la pérdida de liderazgo mundial han lastrado durante muchos años la capacidad del Estado norteamericano para dotarse de la facción más adaptada para defender sus intereses, a la imagen de la llegada al poder de los neoconservadores a principios de los años 2000. La era Obama no puso fin a esta tendencia, ya que la llegada de Trump al poder en 2017 no hizo sino exacerbarla. Al día siguiente de su derrota en enero de 2021, Adam Nossiter, el jefe del Buró del New York Times en París aseguraba: “En seis meses, ya no oiremos hablar de él, lejos del poder, será nada”. Es necesario constatar que esta profecía del periodista fue ampliamente desmentida. En los últimos cuatro años, las facciones más responsables de la burguesía estadounidense no han conseguido “ponerle fuera del juego”. A pesar de las numerosas impugnaciones judiciales, campañas de desprestigio e intentos de desestabilizar a sus más allegados, el regreso de Trump a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de noviembre de 2024 constituye un escenario cada vez más probable. Su victoria en las recientes primarias republicanas demostró incluso el fortalecimiento del trumpismo dentro del partido conservador, en detrimento de las facciones más responsables.
En cualquier caso, una victoria de Trump provocaría una verdadera onda de choque sobre la situación internacional, particularmente en el terreno imperialista. Al poner en duda la continuidad del apoyo a Ucrania, o al amenazar con condicionar la protección estadounidense a los países de la OTAN por su solvencia, la línea política estadounidense debilitaría a la UE y comprendería el riesgo de agravar el conflicto ruso-ucraniano. En cuanto a la guerra de Gaza, las últimas declaraciones “críticas” de Trump sobre Netanyahu no parecen cuestionar el apoyo incondicional de la derecha religiosa republicana a la política de tierra quemada aplicada por el gobierno israelí. ¿Cuáles serían las consecuencias de la victoria de Trump en este sentido?
En términos más generales, el regreso del estandarte populista a Washington tendría un gran impacto en la capacidad de la burguesía para hacer frente a las manifestaciones de la descomposición de su propio sistema. Así, la victoria de Trump podría significar:
- Una nueva salida del acuerdo climático de París por parte de la potencia que es segunda mayor emisora de CO2.
- Una política cada vez más aislacionista y agresiva en el plano económico.
- Un agravamiento de la violencia social y de la desintegración del tejido social a través de la cruzada contra las “minorías”.
- Un empeoramiento del caos político alimentado por el espíritu de venganza y la voluntad de ajustar cuentas tanto dentro del partido republicano como, más ampliamente, dentro del aparato político. Como dijo Trump el pasado diciembre en Fox News: “No seré un dictador, ¡salvo el primer día!”.
Sin embargo, debemos ser cautelosos y no pensar que la suerte está echada. Al contrario, el resultado de las elecciones presidenciales es más imprevisible que nunca. Tanto por el grado de desestabilización del aparato político estadounidense como por las profundas y duraderas divisiones de la sociedad norteamericana, acentuadas tanto por la retórica populista como por la campaña anti-Trump de la administración Biden.
A diferencia del ascenso del fascismo en la década de 1930, el populismo no es el resultado de una voluntad deliberada por parte de los sectores dominantes de la burguesía. Así, las facciones más responsables de la burguesía siguen intentando aplicar estrategias para contenerlo. El informe sobre el impacto de la descomposición en la vida política de la burguesía para el 23º Congreso de la CCI en 2019 evaluó estas diferentes estrategias:
- la política anti populista,
- la adaptación o absorción de las ideas populistas,
- la constitución de gobiernos populistas,
- la refundación de la división izquierda/derecha.
¿Qué eficacia han tenido en los últimos cinco años? Como afirma la resolución sobre la situación internacional del 25º Congreso de la CCI, “el auge del populismo, engrasado por la ausencia total de perspectiva ofrecida por él capitalismo y el desarrollo del “cada uno para sí” a nivel internacional, es probablemente la expresión más clara de esta pérdida de control, y esta tendencia ha continuado a pesar de los contra movimientos de otras facciones más “responsables” de la burguesía (por ejemplo, el reemplazo de Trump y el rápido desprendimiento de Truss en el Reino Unido).” En consecuencia, aunque las facciones más responsables no han permanecido inactivas, estas diversas estrategias han demostrado ser cada vez menos eficaces y no pueden constituir una respuesta viable y sostenible.
Como se mencionó anteriormente, la campaña para intentar desacreditar y eliminar a Trump de la carrera presidencial aún no ha dado sus frutos. Al contrario, los diversos procesos que se han intentado contra él han reforzado globalmente su popularidad entre una parte significativa del electorado estadounidense. Al mismo tiempo, la nueva candidatura de Biden, de 81 años, que ha mostrado públicamente claros signos de senilidad, no es evidentemente una ventaja para la burguesía estadounidense. Tanto más cuanto que los ataques económicos del Gobierno han acentuado enormemente su descrédito. Sin embargo, esta elección por defecto (a pesar de los desacuerdos dentro del partido) expresa una crisis de renovación de la dirección del partido, pero, sobre todo, profundas divisiones al seno del aparato político del partido, que repercuten en el electorado. Así, el descontento de la comunidad árabe con la postura de Estados Unidos en la guerra de Gaza hace que exista el riesgo de una derrota en el Estado “oscilante” de Michigan. Del mismo modo, la creciente influencia de la ideología wokista e identitaria, defendida por el ala izquierda del partido, podría provocar un alejamiento de algunas minorías y de los jóvenes, más preocupados por el deterioro de las condiciones de trabajo y de existencia. En particular, las encuestas parecen mostrar que una parte del electorado afroamericano podría dejarse seducir por Trump.
En Francia, aunque la burguesía logró una vez más repeler a RN en las elecciones presidenciales de 2022 mediante la reelección de Macron, esta hazaña no estuvo exenta de efectos colaterales. Los múltiples ataques a la clase obrera desde 2017, así como la falta de experiencia y el amateurismo que se manifiesta regularmente, solo han servido para aumentar el ya muy desarrollado descrédito del ejecutivo. El peligro real de una amplia victoria de RN en las elecciones europeas obligó a Macron a cambiar de gobierno nombrando a un primer ministro joven y leal (G. Attal) que debía dirigir la cruzada contra RN hasta a junio. Sin embargo, este gobierno atraviesa las mismas dificultades que el anterior, a pesar de la intensificación de la retórica contra RN e incluso del intento de la mayoría de recuperar ideas de extrema derecha.
Pero la mayor debilidad reside fundamentalmente en las divisiones y en la actitud de “sálvese quien pueda” que gangrena cada vez más el juego político, incluso dentro de los distintos partidos y, en primer lugar, dentro del bando presidencial. La mayoría relativa obtenida por el partido gubernamental en las elecciones legislativas ha acentuado la tendencia a las fuerzas centrífugas. Ante las dificultades para forjar alianzas estables sobre las reformas clave, el gobierno se ve obligado a recurrir regularmente al artículo 49.3, que le permite prescindir del voto de los diputados de la Asamblea. Del mismo modo, los partidos tradicionales, que la burguesía hundió en gran medida en las elecciones de 2017, siguen más fragmentados que nunca, como es el caso del partido de derecha Les Républicains. Este heredero del partido gaullista, que ha estado en el poder la mayor parte del tiempo desde la fundación de la V República en 1958, cuenta ahora con sólo 62 diputados y está formado por al menos tres tendencias cuyas fracturas son cada vez más marcadas. Así, esta crisis política podría perjudicar seriamente la capacidad de la burguesía para presentar un candidato creíble capaz de defenderse de Marine Le Pen, cuyas posibilidades de victoria en las elecciones de 2027 nunca han sido tan altas. Mientras tanto, la burguesía francesa podría enfrentarse a otros obstáculos. ¿Qué pasaría en caso de una derrota estrepitosa de la lista macronista en las elecciones europeas? Del mismo modo, la derecha amenaza ahora con presentar una moción de censura si el gobierno decide subir los impuestos. Una aventura a la que otros partidos de la oposición, en particular RN, se sumarían. Un resultado así conduciría a elecciones legislativas anticipadas con un escenario imprevisible, sin contar el hecho de que se acentuaría el caos político en el que está inmersa la burguesía francesa.
En cuanto a Alemania, el informe de 2019 concluía: “la situación es compleja y la renuncia de Merkel a la presidencia de la CDU (Unión Demócrata Cristiana de Alemania) -y por tanto en el futuro al cargo de canciller- anuncia una fase de incertidumbre e inestabilidad para la burguesía dominante en Europa”. El estallido de la guerra en Ucrania ha afectado especialmente a la línea política tradicional de la clase dirigente alemana. Internamente, el debilitamiento de los partidos tradicionales (SPD -Partido Socialdemócrata de Alemania- y CDU) ha continuado, lo que ha obligado a formar coaliciones que unen a los tres principales partidos en un momento en que las relaciones son cada vez más conflictivas. Al mismo tiempo, Alemania no está exenta del auge del populismo y la extrema derecha. De hecho, el partido populista AfD se ha convertido en el segundo partido de Alemania en términos electorales. A diferencia de RN en Francia, algunas de cuyas posiciones muestran signos de responsabilidad, las posiciones políticas del AfD (rechazo de la UE, xenofobia, apertura hacia Rusia, etc.) están, por el momento, fuertemente en contradicción con los intereses del capital nacional como para permitirle participar al más alto nivel del gobierno. Sin embargo, su postura contraria a la élite gubernamental y su condena como total opositor a la integridad del Estado federal lo convertirán en un punto de encuentro durante mucho tiempo para los votantes contestatarios.
“El Brexit vino acompañado de la transformación del centenario partido Tory en un caos populista que relegó a la marginalidad a políticos experimentados y encumbró a puestos gubernamentales a mediocres ambiciosos y doctrinarios, que luego perturbaron la competencia de los ministerios que dirigían. La rápida sucesión de primeros ministros conservadores desde 2016 es testimonio de la incertidumbre que reina en el timón político”[9]. Los 44 días de caos político bajo el gobierno de Liz Truss en septiembre-octubre de 2022 fueron una vívida ilustración de ello. Aunque esta elección podría haber representado una ruptura con el populismo, estuvo sobre todo marcada por la defensa de una política radicalmente ultraliberal y el fantasma de una “Gran Bretaña Global” que no correspondía absolutamente a los intereses globales del capital británico. Sin embargo, la llegada de Sunak al poder fue un intento del Estado de preservar su credibilidad democrática y la de las instituciones estatales y gubernamentales: “el gobierno de Sunak, a pesar de la influencia del populismo, modificó ciertos aspectos del Protocolo de Irlanda del Norte para sortear algunas de las contradicciones del Brexit, y se sumó al proyecto europeo Horizon, sin poder superar la huida de la economía. El rey Carlos fue enviado a Francia y Alemania como embajador para mostrar la dignidad que le quedaba a Gran Bretaña. Por último, el despido de Suella Braverman y el nombramiento de Lord Cameron como ministro de Asuntos Exteriores es una expresión más de este intento de limitar el creciente virus populista dentro del partido, pero su futura dirección y estabilidad siguen siendo profundamente inciertas, entre otras cosas porque el mismo virus es una realidad internacional, sobre todo dentro de la clase dirigente estadounidense”.
El informe sobre el impacto de la descomposición en la vida de la burguesía afirmaba: La tercera estrategia prevista, es decir la reanudación de la oposición entre derecha e izquierda para cortar la hierba bajo los pies del populismo, no parece estar siendo realmente aplicada por la burguesía. Por el contrario, los últimos años se han caracterizado por una tendencia irreversible hacia el declive de los partidos socialistas. Esta tendencia se ha confirmado en los últimos años. Si bien esta configuración resiste en algunos países (España y el Reino Unido en particular), el declive irreversible de la socialdemocracia y, más en general, de los partidos gubernamentales tradicionales, así como la dificultad en muchos países europeos para estructurar nuevas formaciones de izquierda (La France Insumise en Francia, Podemos en España, Die Linke en Alemania) debido a las luchas de camarillas que estas formaciones también están experimentando, muestran la tendencia al desarrollo de coaliciones cada vez más frágiles. Es el caso de España, por ejemplo, donde el PSOE se apoya en fuerzas opuestas para mantenerse en el poder: por un lado, la derecha chovinista catalana y, por otro, el partido de extrema izquierda SUMAR, por parte del cual Yolanda Díaz es vicepresidenta segunda del Gobierno. Este gobierno “Frankenstein” refleja la fragilidad del PSOE, que sigue siendo la única fuerza capaz de gestionar las tendencias separatistas dentro del Estado.
La llegada al poder de partidos populistas y de extrema derecha es un escenario que puede convertirse en un elemento importante de la situación política de la burguesía en los próximos años, sin por ello engendrar las mismas consecuencias en todas partes. Mientras que los años de poder de Trump, de Bolsonaro y Salvini han marcado un aumento de la inestabilidad política, se ha constatado una capacidad por parte de otros sectores del aparato estatal para canalizar o frenar sus aspiraciones más irracionales y descabelladas. Así ocurrió, por ejemplo, durante la presidencia de Trump, con la incesante lucha emprendida por una parte de la administración estadounidense para controlar la imprevisibilidad de las decisiones presidenciales. Amplios sectores de la burguesía, en particular dentro de las propias estructuras del Estado, han logrado oponerse a la tentación de un acercamiento o incluso de una alianza con Rusia, asegurando así el triunfo de la opción de las facciones dominantes de la burguesía. O como se constató en el caso de Italia, durante el gobierno de Salvini, también es posible que los populistas acepten “poner agua en su vino” abandonando ciertas medidas o reduciendo el tono de sus promesas, particularmente en el ámbito social. Así lo demostró también recientemente la decisión del líder del PVV (Partido por la Libertad), Geert Wilder, en Holanda, de renunciar a tomar el poder al no poder formar una coalición.
La posibilidad de que partidos populistas lleguen al poder, y la realidad de un hecho como el ocurrido en Italia, pone de relieve que no se pueden identificar populismo y extrema derecha. Este país está gobernado por una alianza entre la derecha tradicional (Forza Italia fundada por Berlusconi), la Lega populista de Salvini y el partido de inspiración neofascista de Meloni, Fratelli d'Italia (Hermanos de Italia), cuyo símbolo sigue siendo la llama tricolor del antiguo MSI (Movimiento Social Italiano), abiertamente mussolinista. Existen, por supuesto, importantes similitudes entre la Lega y el partido de Meloni, en particular la retórica xenófoba contra los inmigrantes, especialmente los musulmanes, lo cual les permite competir en el escenario electoral. Al mismo tiempo, el lema de Fratelli d'Italia (FI), “Dios, Patria y Familia”, revela la inspiración tradicionalista de este partido, que lo distingue de la Lega. Esta última, aunque puede invocar valores tradicionales, es más bien anticlerical y más “antisistema” que los FI. En Francia encontramos esta diferencia entre la extrema derecha populista, representada por RN de Marine Le Pen, y la extrema derecha tradicional representada por el partido Reconquête[10]. No es casualidad, por otra parte, que, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2022, Zemmour quedara segundo (detrás de Macron, que se ha convertido en el político más favorecido por la burguesía) en los “beaux quartiers” (“barrios hermosos”) de París, obteniendo el triple de votos que Marine Le Pen, mientras que esta última aplastó completamente a Zemmour en las localidades “populares”. Y es cierto que los discursos de Le Pen contra la política económica de Macron, como la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio y la reforma de las pensiones, caen muy mal entre la burguesía clásica. De hecho, con mayor o menor éxito en los distintos países, estamos asistiendo a un intento de ciertos sectores de la burguesía de capitalizar los temores en torno a las cuestiones de la inmigración, la inseguridad y el terrorismo islámico, que hasta ahora han sido el pilar de la propaganda del populismo, para dar nueva vida a una extrema derecha “presentable” desde el punto de vista de la clase dominante, con un programa más compatible con sus intereses. Es así como Zemmour siempre ha afirmado que su programa económico era el mismo que el de la derecha clásica, representada hasta ahora en Francia por el partido Les Républicains, heredero del partido gaullista. Lo que propuso en el momento de las elecciones presidenciales de 2022 fue una alianza con este partido, argumentando que Marine Le Pen nunca podría ganar las elecciones por sí sola. De momento, esta política de Zemmour ha fracasado, ya que Rassemblement National se ha colocado a la cabeza de las encuestas y podría ganar las elecciones presidenciales de 2027, lo que preocupa mucho a la burguesía. En cambio, es una política que ha tenido éxito en Italia ya que Meloni ha demostrado una notable capacidad para llevar a cabo una política acorde con los intereses burgueses y ha aventajado ampliamente a Salvini.
El populismo no es una corriente política promovida por los sectores más previsores y responsables de la burguesía y ya ha causado daños a los intereses de esta clase (particularmente en el Reino Unido) pero, entre las cartas de las que dispone la clase dominante para intentar limitar estos daños, está precisamente este impulso a una extrema derecha “tradicional” para competir o debilitar al populismo.
Desde finales de los años ochenta, el gansterismo y la delincuencia, alimentados en gran medida por el tráfico de drogas, se han disparado a escala mundial. Este fenómeno, ya destacado en las Tesis sobre la Descomposición, va acompañado de una increíble corrupción en el seno del aparato político: “la violencia y la delincuencia urbana han estallado esparciéndose en numerosos países de América Latina y también en los suburbios de ciertas ciudades europeas, en parte, pero no exclusivamente, en relación con el tráfico de drogas. En cuanto al narcotráfico y al enorme peso que ha adquirido en la sociedad, incluso en términos económicos, puede decirse que corresponde a la existencia de un «mercado» en constante expansión como consecuencia del malestar y la desesperación crecientes que afectan a todos los sectores de la población. En cuanto a la corrupción y todas las manipulaciones que conforman la “delincuencia de cuello blanco”, los últimos años han estado llenos de descubrimientos (como los “Papeles de Panamá”, que no son más que una ínfima punta del iceberg del gangsterismo en el que están cada vez más sumidas las finanzas)” (Informe sobre la descomposición hoy, 2017 [43]).
Es importante poder identificar los principales efectos de este fenómeno en la vida política de la burguesía. La colusión cada vez más evidente entre el crimen y las facciones políticas del aparato estatal tiende a transformar el juego político en verdaderas guerras de bandas, a veces con el telón de fondo de una tendencia al colapso de las instituciones políticas. Se trata sin duda de la forma más aguda y desenfrenada de la tendencia a acentuar las divisiones y la fragmentación del aparato político burgués. La situación política en Haití es sin duda el ejemplo más caricatural. Pero muchos otros países de América Central y del Sur se han visto particularmente afectados por este fenómeno durante décadas. Como la guerra interna que estalló a plena luz del día a principios de enero entre el Estado ecuatoriano y las bandas criminales: “La actual facción burguesa que controla el aparato de Estado está directamente vinculada al grupo agroindustrial exportador e importador más poderoso de Ecuador. Su entrada triunfal al Palacio Carondelet se inició con leyes financieras que beneficiaron directamente a este grupo, con la aprobación del PSC (Partido Social Cristiano) y los correístas del RC5 (Revolución Ciudadana). El resultado fue un país sumido en la miseria y la corrupción endémica en todos los niveles del Estado, penetrado por todos lados por los cárteles mexicanos de la droga (Jalisco Nueva Generación y Sinaloa) asociados con narcotraficantes peruanos y colombianos. Las mafias albanesa, china, rusa e italiana también están muy presentes. Y una sociedad desbordada por el crimen organizado nacional, los organismos de control y gestión de mercancías vinculados a los cárteles mexicanos o a las mafias mencionadas”.
También hay que señalar que la precipitación en los ajustes de cuentas entre facciones tiene consecuencias en el aumento de las tensiones entre Estados nacionales. Por ejemplo, el asalto de la policía ecuatoriana a la embajada mexicana en Quito, el 5 de abril, para extraer al exvicepresidente acusado de corrupción por el gobierno de Noboa, fue un verdadero acto de vandalismo contra las reglas del decoro burgués, y sólo contribuye a la inestabilidad diplomática en esta parte del mundo.
El sistema político en Rusia también está especialmente marcado por la gangsterización de las relaciones políticas. El clientelismo, la corrupción y el nepotismo son los principales engranajes del “sistema Putin”. Es una cuestión a tomar en cuenta concerniente al análisis de los riesgos que pesan en el futuro de la federación de Rusia: “…desde la supervivencia política de Putin hasta la de la Federación de Rusia y el estatus imperialista de esta última, las cuestiones derivadas de la derrota en Ucrania están cargadas de consecuencias: a medida que Rusia se hunde más en los problemas, existe el riesgo de que se produzcan ajustes de cuentas, o incluso enfrentamientos sangrientos entre facciones rivales” (Informe sobre las tensiones imperialistas, 25º Congreso de la CCI [44]). La rebelión del grupo Wagner en junio de 2023, seguida de la liquidación de su líder Prigozhin dos meses después, y la severa represión sufrida por la facción prodemocracia (el asesinato de Navalny) han confirmado plenamente la magnitud de las tensiones internas y la fragilidad de Putin y su círculo íntimo, que no dudan en defender sus intereses por todos los medios, a la manera de un auténtico jefe mafioso. El papel central que ocupa el gansterismo en el sistema político ruso desempeña, por tanto, un papel activo en el riesgo de ruptura de la Federación Rusa. Del mismo modo, los ajustes de cuentas armados en el seno de la antigua nomenklatura soviética contribuyeron a la profunda desestabilización resultante de la implosión del bloque del Este. Pero después de más de tres décadas de descomposición, las consecuencias de esta dinámica podrían desembocar en una situación mucho más caótica. El desmembramiento de la federación en varias mini Rusias y la proliferación de armas nucleares en manos de señores de la guerra incontrolables representarían una verdadera carrera hacia el caos a escala internacional.
Sin embargo, aunque estas manifestaciones de la descomposición ideológica y política de la sociedad están particularmente avanzadas en las zonas periféricas del capitalismo, esta tendencia también es cada vez más evidente en los países centrales:
- En las democracias, si bien los enfrentamientos (a veces violentos) entre facciones rivales no son nada nuevo y se expresan generalmente en el marco de las instituciones y del “respeto al orden”, empiezan a adoptar formas particularmente caóticas y violentas: “El asalto al Capitolio por parte de los partidarios de Trump el 6 de enero puso de relieve el hecho de que las divisiones dentro de la clase dominante, incluso en el país más poderoso del planeta, se están profundizando y corren el riesgo de degenerar en enfrentamientos violentos, incluso en guerras civiles” (“Resolución sobre la situación internacional [45]”, Revista Internacional 170).
- La corrupción y la malversación de fondos asolan ahora todo el cuerpo político, hasta los más altos niveles de los Estados, como han puesto de manifiesto los escándalos de los “Papeles Panamá” y el Qatargate (en los que están implicados eurodiputados, asistentes parlamentarios, representantes de ONG y organizaciones sindicales). Esto no hace sino acentuar el descrédito de las distintas facciones políticas, en particular a las que se presentan como las más íntegras, dando así crédito al discurso populista anti-élites de “todo el mundo está podrido”.
En el siglo 19, Marx señalaba que el país más avanzado de la época, Inglaterra, indicaba la dirección en la que se desarrollarían los demás países europeos. Hoy, es en los países menos desarrollados donde encontramos las manifestaciones más caricaturales del caos que recorre el planeta y que afecta cada vez más a los países más desarrollados. La constatación por Marx en su época era una ilustración del hecho de que el modo de producción capitalista se encontraba aún en su fase ascendente. La constatación que podemos hacer hoy sobre el avance del caos en la sociedad es una ilustración (¡otra más!) del callejón sin salida histórico en el que se encuentra el capitalismo, de su decadencia y de su descomposición.
CCI, diciembre de 2023
[1] Evidentemente, la esencia de este marco de análisis había sido transmitida a la CCI por el camarada MC sobre la base de reflexiones que ya habían tenido lugar en la Izquierda Comunista Francesa, pero también sobre la base de reflexiones que el camarada había llevado a cabo a medida que se desarrollaban los acontecimientos. Ver nuestros artículos: MARC: De la Revolución de Octubre de 1917 a la Segunda Guerra Mundial, Revista Internacional 65 [46]; Marc, parte 2: de la Segunda Guerra Mundial a la actualidad, Revista Internacional 66 [47]
[2] No disponible en español. Ver Revista Internacional 24 en francés o inglés
[3] No disponible en español. Ver Revista Internacional 34 en francés o inglés
[4] “Contribución sobre el problema del populismo”.
[5] El párrafo sobre “populismo y descomposición” sólo aparece en el último tercio de la contribución.
[6] “Brexit, Trump: contratiempos para la burguesía que en nada son un buen presagio para el proletariado”, Revista Internacional 157.
[7] Cabe señalar que este análisis también se reflejó en algunos documentos elaborados y adoptados por la CCI. Por ejemplo, el Informe sobre el impacto de la descomposición en la vida política de la burguesía (Revista Internacional 164) afirma, al hablar del populismo, que su causa determinante es “la incapacidad del proletariado para plantear su propia respuesta, su propia alternativa a la crisis del capitalismo”.
[8] Ídem. Véase el capítulo III del informe.
[9] Resolución sobre la situación en Gran Bretaña, documento interno.
[10] De forma algo paradójica, este partido está dirigido por Éric Zemmour, cuyo nombre indica sus orígenes judíos sefardíes. Para superar esta “desventaja” frente a su clientela tradicionalista, que sigue sintiendo simpatías por el mariscal Pétain, jefe de la colaboración con la Alemania nazi, Zemmour no dudó en declarar que Pétain había salvado vidas judías (lo que contradicen todos los historiadores serios).
Para la CCI, «La crisis que ya se desarrolla desde hace decenios se convertirá en la más grave de todo el período de decadencia y su alcance histórico superará incluso la primera crisis de esta época, la que comenzó en 1929. Después de más de 100 años de decadencia capitalista, con una economía devastada por los gastos militares, debilitada por el impacto de la destrucción del medio ambiente, profundamente alterada en sus mecanismos reproductivos por la deuda y la manipulación estatal, plagada de enfermedades pandémicas, sufriendo cada vez más todos los demás efectos de la decadencia, es ilusorio pensar que, en estas condiciones, habrá alguna recuperación remotamente sostenible de la economía mundial.» (Resolución sobre la situación internacional (2021) [50]; Revista Internacional 167)
El medio político proletario, en cambio, subestima la profundidad de la crisis: para el PCI (Partido Comunista Internacional), que se concentra esencialmente en sus aspectos financieros, la crisis actual no parece más que una repetición de la crisis de 1929. En cuanto a la TCI (Tendencia Comunista Internacional), aunque empíricamente puede ver ciertos fenómenos de su agravamiento, lastrada por su enfoque economicista basado únicamente en la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, no alcanza a ver la amplitud de la decadencia del sistema capitalista y la gravedad de la crisis. Al seguir concibiendo la crisis como la secuencia de ciclos que sí eran típicos en la fase ascendente del capitalismo, no comprende las formas que adopta en la decadencia ni realmente sus consecuencias y lo que está en juego para el proletariado. Sobre todo, considera que el Capital «... genera guerras como medio de proseguir el proceso de acumulación y extracción de la plusvalía, base de su existencia».
Este informe, que ahora publicamos, basa su evaluación de la gravedad actual de la crisis económica en las adquisiciones del marxismo y en los elementos de su evolución desde finales de los años 60, tal como se expone en diversas publicaciones de la CCI.
A. El callejón sin salida de la crisis de sobreproducción se basa en que las relaciones sociales capitalistas demasiado son ya estrechas para la acumulación ampliada de capital [1] o en mercados extracapitalistas solventes demasiado limitados.
La crisis que resurgió en 1967 y que sigue haciendo estragos hoy en día es una crisis de sobreproducción. En su raíz se encuentra una causa fundamental, la contradicción principal del capitalismo desde sus orígenes, que se ha convertido en un obstáculo definitivo una vez que las fuerzas productivas han alcanzado un cierto nivel de desarrollo: la producción capitalista no crea automáticamente y a voluntad los mercados necesarios para su crecimiento. El capital produce más mercancías de las que pueden ser absorbidas por las relaciones capitalistas de producción: una parte de la realización de sus beneficios, la destinada a ampliar la reproducción del capital (es decir, no consumida ni por la clase burguesa ni por la clase proletaria) debe realizarse fuera de estas relaciones, en mercados extracapitalistas. Históricamente, el capitalismo encontró las salidas solventes necesarias para su expansión primero entre los campesinos y artesanos de los países capitalistas, luego compensó su incapacidad de crear sus propias salidas extendiendo su mercado a todo el mundo creando el mercado mundial.
«Pero al generalizar sus relaciones a todo el planeta y unificar el mercado mundial, alcanzó un grado crítico de saturación de las mismas salidas que le habían permitido lograr su formidable expansión en el siglo XIX. La creciente dificultad del capital para encontrar mercados para su plusvalía acentúa la presión a la baja ejercida sobre su tasa de ganancia por el aumento constante de la relación entre el valor de los medios de producción y el valor de la fuerza de trabajo. De ser una tendencia, esta caída de la tasa de ganancia se hace cada vez más efectiva, lo que a su vez obstaculiza el proceso de acumulación de capital y, por tanto, el funcionamiento de todos los engranajes del sistema». (Plataforma de la CCI) «Las dos contradicciones señaladas por Marx (la sobreproducción y la tendencia a la caída de la tasa de ganancia) no se excluyen mutuamente, sino que son dos facetas de un proceso global de producción de valor. En última instancia, esto hace que las «dos» teorías sean una y la misma». (Marxismo y teorías de la crisis [51]; Revista Internacional 13).
En un plano más inmediato, la crisis abierta a finales de los años 60 puso fin a dos décadas de prosperidad basadas en la reanudación de la explotación de los mercados extracapitalistas (enlentecida durante y entre las dos guerras mundiales) y en la modernización del aparato productivo (métodos fordistas, introducción de la informática, etc.). El retorno de la crisis abrió de nuevo la vía a la alternativa histórica: o la guerra mundial o bien el enfrentamiento de clases generalizado que desembocaría en la revolución proletaria.
Ante el recrudecimiento de la crisis en los años 70, nuestra organización mantuvo tres criterios para calibrar la gravedad de la crisis: el desarrollo del capitalismo de Estado, el estancamiento creciente de la superproducción y la preparación para la guerra con el desarrollo de la economía de guerra.
Como expresión de la contradicción entre la socialización mundial y la base nacional de las relaciones sociales de producción capitalista, la tendencia universal al fortalecimiento del Estado capitalista en todas las esferas de la vida social refleja fundamentalmente la inadaptación definitiva de las relaciones sociales capitalistas al desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. El Estado es la única fuerza capaz de:
- frenar los antagonismos en el seno de la clase dominante, con vistas a imponer la unidad indispensable para la defensa de los intereses del capital nacional;
- organizar y desarrollar plenamente a escala nacional la manipulación de la ley del valor, de limitar su campo de aplicación para frenar los efectos disgregadores de las contradicciones insuperables del capitalismo sobre la economía nacional;
- poner la economía al servicio de la guerra y organizar el capital nacional con vistas a preparar la guerra imperialista;
- reforzar, por medio de fuerzas represivas y de una burocracia cada vez más pesada, la cohesión interna de una sociedad amenazada de dislocación por la descomposición creciente de sus bases económicas; imponer, por medio de una violencia omnipresente, el mantenimiento de una estructura social cada vez más incapaz de regir espontáneamente las relaciones humanas y cada vez menos aceptada puesto que e convierte, cada vez más, en un absurdo desde el punto de vista de la supervivencia misma de la sociedad.
La superproducción no tiene solución en el capitalismo. Todas las políticas aplicadas para paliar sus efectos están condenadas al fracaso y el capitalismo se enfrenta constantemente a esta contradicción fundamental insuperable. En esencia, esta contradicción sólo puede eliminarse mediante la abolición del trabajo asalariado y la explotación. A lo sumo, la burguesía sólo puede intentar atenuar la violencia de la crisis ralentizándola:
La «crisis general de superproducción (...) se expresa, en las metrópolis del capitalismo, por una superproducción de mercancías, de capital y de fuerza de trabajo». (Resolución sobre la crisis [52] del 4º Congreso de la CCI, disponible en francés, Revista Internacional 26 - 3er trimestre 1981)
Este callejón sin salida se expresa en el desarrollo de la inflación, alimentada por el peso de los gastos improductivos movilizados por la necesidad de mantener un mínimo de cohesión en una sociedad en desintegración (capitalismo de Estado) y la esterilización del capital representada por la economía de guerra y la producción de armamento. La inflación, alimentada también por la manipulación de la ley del valor (endeudamiento, creación de dinero, etc.), es una característica permanente de la decadencia del capitalismo y adquiere aún más importancia en tiempos de guerra. Una enorme masa de capital, que ya no puede invertirse de forma rentable, alimenta entonces la especulación.
«La crisis de sobreproducción no es sólo la producción de un excedente para el que no hay salida, sino también la destrucción de ese excedente (...) la sobreproducción implica un proceso de autodestrucción. El valor del excedente de producción que no puede acumularse no se fija ni se almacena, sino que debe destruirse. (...) Es este proceso de autodestrucción resultante de la rebelión de las fuerzas productivas contra las relaciones de producción lo que se expresa en el militarismo.» ("Las condiciones de la revolución: crisis de sobreproducción, el capitalismo de Estado y la economía de guerra.” [53], disponible en francés, Revista Internacional 31)
«En la fase decadente del imperialismo, el capitalismo sólo puede dirigir los contrastes de su sistema hacia un resultado: la guerra. La humanidad sólo puede escapar de tal alternativa mediante la revolución proletaria». ("Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante - Parte 1; Bilan nº 10, agosto-septiembre de 1934 [54]); Revista Internacional 103). De hecho, a medida que la crisis económica se prolonga y profundiza, intensifica los antagonismos interimperialistas. Para el capital, sólo hay una «solución» a su crisis histórica: la guerra imperialista. Así pues, cuanto más demuestren su inutilidad los diversos paliativos más deliberadamente deberá prepararse cada bloque imperialista para un reparto violento del mercado mundial.
La instauración de una economía de guerra implica el desarrollo de una producción (en particular la producción de armamento) que no puede emplearse para aumentar el valor del capital, es decir, que no puede integrarse en la producción de nuevas mercancías. En este sentido, implica una esterilización del capital, que debe compensarse con un aumento de la plusvalía extraída. Esta compensación se consigue básicamente reforzando la explotación de la clase obrera.
A finales de los años 70 y principios de los 80, el capitalismo llegó a un callejón sin salida: en el bloque occidental la sobreproducción de mercancías se reflejó en la caída de la producción industrial, que alcanzó su punto máximo, sobre todo en Estados Unidos, donde las recesiones hicieron retroceder la producción siderúrgica al nivel de 1967. En el bloque oriental el capital escaseaba, la producción industrial estaba subdesarrollada y atrasada, y el capital era incapaz de competir en el mercado mundial[2]. El mito de que los países llamados «socialistas» podían escapar a la crisis general del sistema se derrumbó definitivamente en los años ochenta. Muchos países del Tercer Mundo ya se habían hundido a mediados de los años setenta.
En el bloque norteamericano, la crisis económica aceleró la tendencia al fortalecimiento del capitalismo de Estado. Al mismo tiempo, éste demuestra su incapacidad para frenar el desarrollo de la crisis: no sólo las medidas keynesianas del calibre de las adoptadas en la crisis de 1929 ya no eran viables, sino que las diversas políticas de relanzamiento también fracasaron. Una recesión siguió a otra, haciéndose cada vez más profundas.
Cada bloque intensificó sus preparativos para un tercer holocausto mundial, en particular mediante un aumento considerable del gasto en armamento para exacerbar la concurrencia interimperialista. Los preparativos de guerra también se intensificaron fortaleciendo políticamente los bloques con vistas a la confrontación imperialista (pero también a la confrontación con la clase obrera).
Pero para El Capital, «la producción de armamento (...) es riqueza, capital destruido, una sangría improductiva para la competitividad de la economía nacional. Los dos cabezas de bloque surgidos de la división de Yalta han visto cómo sus economías se debilitaban y perdían competitividad frente a sus propios aliados. Este es el resultado del gasto para reforzar su poder militar, que es el garante de su posición como líderes imperialistas y la condición última de su poder económico. Aunque han reforzado la supremacía imperialista de EE. UU., los pedidos de armas no han impulsado la industria estadounidense. Todo lo contrario.» (La crisis del capitalismo de Estado: la economía mundial se hunde en el caos [55]; Revista Internacional 61)
A finales de los años ochenta, las dos clases fundamentales y antagónicas de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, pero no por ello desaparecen las contradicciones y manifestaciones de la decadencia del capitalismo moribundo que marcan sucesivamente los diferentes momentos de esta decadencia. Es más se mantienen, acumulan y profundizan, culminando en la fase de descomposición generalizada del sistema capitalista que completa y corona tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia.
La irrupción de la descomposición dará lugar a un fenómeno sin precedentes: el hundimiento de todo un bloque fuera de las condiciones de una guerra mundial o de una revolución proletaria.
«Este hundimiento, en efecto, es globalmente una de las consecuencias de la crisis mundial del capitalismo; tampoco puede analizarse sin tener en cuenta las características específicas que las circunstancias históricas de su aparición confirieron a los regímenes estalinistas (...). Sin embargo, sólo podemos comprender plenamente este hecho histórico considerable y sin precedentes, el hundimiento desde dentro de todo un bloque imperialista en ausencia de una revolución o una guerra mundial, introduciendo en el marco de análisis ese otro elemento inédito que constituye la entrada de la sociedad en una fase de descomposición como la que estamos presenciando hoy. La centralización extrema y el control total de la economía por parte del Estado, la confusión entre el aparato económico y el aparato político, el engaño permanente y a gran escala de la ley del valor, la movilización de todos los recursos económicos hacia la esfera militar, todas estas características propias de los regímenes estalinistas (...) han llegado brutal y radicalmente a su límite cuando la burguesía ha tenido que enfrentarse durante años a la agravación de la crisis económica sin poder desembocar en esta misma guerra imperialista». (TESIS: La descomposición, fase última de la decadencia capitalista [2]: Revista Internacional no. 107)
Tras décadas de políticas capitalistas de Estado aplicadas bajo la disciplina de los bloques imperialistas, el hundimiento del capitalismo de Estado estalinista «constituye efectivamente, desde cierto punto de vista, una victoria del mercado, un reajuste brutal de las rivalidades imperialistas a las realidades económicas. Y, simbólicamente, afirma la impotencia de las medidas del capitalismo de Estado para cortocircuitar ad aeternam las leyes ineludibles del mercado capitalista. Este fracaso, incluso más allá de los estrechos confines del antiguo bloque ruso, muestra la impotencia de la burguesía mundial para hacer frente a la crisis de sobreproducción crónica, la crisis catastrófica del capital. Muestra la creciente ineficacia de las medidas estatales empleadas a una escala cada vez más masiva, a escala de todo el bloque, durante décadas, y presentadas desde los años 30 como una panacea para las contradicciones insuperables del capitalismo, tal como se expresan en su mercado.» (La crisis del capitalismo de Estado: la economía mundial se hunde en el caos [55]; Revista Internacional no. 61).
«La ausencia de una perspectiva (salvo la de «salvar los muebles» de su economía día a día) hacia la que pueda movilizarse como clase, y mientras el proletariado no constituya todavía una amenaza para su supervivencia, determina en el seno de la clase dominante, y en particular de su aparato político, una tendencia creciente a la indisciplina y al sálvese quien pueda. Es este fenómeno, en particular, el que contribuye a explicar el hundimiento del estalinismo y de todo el bloque imperialista del Este». (TESIS: La descomposición, fase última de la decadencia capitalista [2]; Revista Internacional 107). Aunque reconociendo que el modelo de capitalismo de Estado al estilo occidental, que integra el capital privado en una estructura estatal y bajo su control, es mucho más eficaz, flexible, adecuado, con un sentido de la responsabilidad más desarrollado para la gestión de la economía nacional, más mistificador porque está más oculto y, sobre todo, porque controla una economía y un mercado mucho más potentes que los de los países de Europa del Este, la CCI señaló que la quiebra del bloque del Este, después de la del «Tercer Mundo», anunciaba la futura quiebra del capitalismo en sus zonas más desarrolladas. «La debacle general en el seno del propio aparato de Estado, la pérdida de control sobre su propia estrategia política, tal como la vemos hoy en la URSS y sus satélites, es en realidad una caricatura (debido a las características específicas de los regímenes estalinistas) de un fenómeno mucho más general que afecta al conjunto de la burguesía mundial, un fenómeno propio de la fase de descomposición». (TESIS: La descomposición, fase última de la decadencia capitalista [2]: Revista Internacional 107)
En el periodo subsiguiente también se confirmó que vastas partes del mundo, como África, estaban económicamente marginadas en el mercado mundial. Y, aunque se alejara la perspectiva de la Tercera Guerra Mundial, no por ello se relajó el militarismo y los estragos de la guerra y los estragos de la guerra sumieron en el caos a zonas cada vez más extensas por instigación directa de las grandes potencias, encabezadas por Estados Unidos con sus catastróficas intervenciones en Irak (1991 y 2001) y Afganistán.
Sin embargo, en el contexto caótico de esta nueva situación histórica de descomposición y en un mundo capitalista profundamente alterado por los efectos de su decadencia, la desaparición de los bloques ofreció no obstante una oportunidad, aprovechada en particular por las grandes potencias encabezadas por los EE. UU. (única superpotencia restante, tanto económica como militarmente), para prolongar la supervivencia del sistema capitalista.
Los intentos de la llamada “mundialización” para limitar el impacto de la contradicción del capitalismo entre el carácter social y global de la producción y el carácter privado de la apropiación de la plusvalía por las naciones capitalistas competidoras se basan fundamentalmente en:
- la mejor explotación de los mercados ya existentes, debido a la desaparición de sus competidores, barridos por la crisis que estuvo ya en el origen del hundimiento de los países del bloque del Este, aunque estos mercados estuvieran lejos de ser El Dorado que nos vendieron en su momento las campañas burguesas. Y sobre todo, la explotación de los mercados extracapitalistas restantes en el mundo, donde la desaparición de los bloques supuso la desaparición del principal obstáculo que impedía su acceso mientras estuvieran bajo la tutela del enemigo. Sin embargo, no todos los mercados son necesariamente solventes, es decir, capaces de pagar las mercancías disponibles para la venta.
- la acción de los Estados. Ya no es el jefe de bloque quien, en nombre de la necesaria unidad del bloque, impone las medidas a implementar por cada capital nacional, sino que el poder económico y político de los EE. UU. le permitió chantajear a cada Estado para que acepte las nuevas reglas del juego, so pena de verse privado de las ganancias financieras necesarias para sobrevivir en la arena capitalista. Los Estados han sido los principales instrumentos para organizar la globalización, desempeñando un papel decisivo con el establecimiento de normativas que favorecen la máxima rentabilidad, la definición de políticas fiscales atractivas, etc.
- la extensión a escala mundial de las trampas a la ley del valor mediante la generalización a escala planetaria de las medidas y mecanismos que habían comenzado a desarrollarse bajo la égida de los EE. UU. en el marco del bloque occidental en la última década de su existencia. Intentaban así combatir mediante una demanda financiada artificialmente con deuda- las consecuencias de la estrechez de los mercados sobre la rentabilidad del Capital.
La nueva organización internacional de la producción y del comercio impuesta por la primera potencia mundial adoptó esencialmente dos formas: la libre circulación de capitales y la libre circulación de la mano de obra. Estas dos disposiciones están estrechamente vinculadas a la lucha contra la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, «poderoso fermento de descomposición de la economía capitalista decadente» en un contexto de escasez de mercados solventes:
- Es esta ley la que proporciona la explicación de la exportación de capitales, que aparece como uno de los rasgos específicos del capitalismo decadente: «La exportación de capitales, dice Marx, “no está causada por la imposibilidad absoluta de ocuparlos en casa, sino por la posibilidad de colocarlos en el extranjero a una tasa de ganancia más elevada”. Lenin confirma esta idea (El Imperialismo) cuando dice que “la necesidad de exportar capitales resulta de la excesiva madurez del capitalismo en ciertos países donde las inversiones ‘ventajosas’ (...) comienzan a fracasar”». (Bilan) Al mismo tiempo, tuvo el efecto de destruir el aparato industrial de los países centrales, cuando existía la posibilidad de trasladarla a otro lugar del mundo, en condiciones más rentables. También se intensificó la carrera por la productividad, destinada a compensar la tendencia a la baja de la tasa de ganancia aumentando la cantidad de beneficios obtenidos.
- La cuestión de la mercancía «fuerza de trabajo» (el trabajo vivo de cuya explotación el capitalismo extrae su plusvalía) ha desempeñado un papel central. La desaparición de los bloques permitió la búsqueda de la fuerza de trabajo disponible que podía ser explotada de forma más rentable y también favoreció la extensión de las relaciones de clase capitalistas a zonas hasta entonces fuera del campo de la producción capitalista. Como resultado de la proletarización de enormes masas de pequeños productores separados de sus medios de producción, el número de asalariados en todo el mundo se elevó a un total de 1900 millones de obreros y empleados en 1980, y superó los 3 000 millones en 1995. La explotación cada vez más drástica de la fuerza de trabajo de la clase obrera (mediante la reducción directa o indirecta de los salarios, la intensificación del trabajo o la prolongación de la jornada laboral) en todas las partes del mundo concurrentes entre si, así como la integración de nuevas fuerzas de trabajo en las relaciones sociales de producción capitalistas, permitió a las grandes potencias, durante un tiempo, lograr una mejor realización de la acumulación mediante la exportación de capital a zonas deslocalizadas: liberado del corsé imperialista que dividía el mundo en bloques, el capitalismo extendió sus relaciones de producción a todo el planeta, hasta sus límites finales.
Por otra parte, la lucha por la supervivencia y el afán desenfrenado por el máximo beneficio también han conducido a una explotación aún más devastadora y destructiva de la otra base de la riqueza capitalista: la naturaleza. El saqueo y la depredación de la naturaleza provocados por la necesidad de hacer bajar el precio de las materias primas han alcanzado tales cotas que la “Gran Aceleración” de la destrucción medioambiental producida por el capitalismo en su fase de decadencia, y especialmente desde la Segunda Guerra Mundial, está cobrando aún más impulso con la entrada del capitalismo en su fase final de descomposición.
Todos los medios para maximizar los beneficios de la clase dominante se han visto, literalmente, puestos en práctica
1) Los mecanismos del capital financiero, se sitúan en posición central, con objeto de drenar una parte cada vez más considerable de la riqueza creada en todo el mundo hacia la clase dominante de los países centrales.
2) La política de expoliación, en particular de las demás clases productoras (pequeña burguesía), fenómeno típico de la decadencia, adquiere una nueva extensión y se generaliza: «la necesidad del capital financiero de buscar el súper beneficio, no a partir de la producción de plusvalía, sino a partir de la expoliación, por una parte, del conjunto de los consumidores elevando el precio de las mercancías por encima de su valor y, por otra, de los pequeños productores apropiándose de una parte o de la totalidad de su trabajo. El beneficio excedente representa, pues, un impuesto indirecto sobre la circulación de mercancías. El capitalismo tiende a volverse parasitario en el sentido absoluto del término. («Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante», 2ª parte (Bilan nº 11, octubre-noviembre de 1934 [56]); Revista Internacional no. 103.)
3) La especulación, impulsada por las instituciones oficiales y los gobiernos, adquiere una nueva dimensión y significado: alimenta el endeudamiento a todos los niveles de la economía poniendo en circulación cantidades cada vez más desorbitantes de capital ficticio (que alcanzó, en 2007, un valor 10 veces superior al PIB mundial[3]), concentrado en «burbujas» que, “afortunadamente” permiten hacen desaparecer el endeudamiento de la contabilidad pública y enmascaran la inflación difuminando sus efectos negativos.
4) La gangsterización de la economía, el fraude, el comercio ilegal, el tráfico, la falsificación de moneda, etc. adquieren un alcance y una dimensión sin precedentes con la corrupción de sectores enteros del Estado, o incluso a instigación de los propios Estados (como Serbia, Corea del Norte, etc.).
Fueron las circunstancias inéditas de la desaparición de los bloques imperialistas las que hicieron posible la emergencia de China: «Las etapas del ascenso de China son inseparables de la historia de los bloques imperialistas y de su desaparición en 1989: la posición de la Izquierda Comunista que afirmaba la "imposibilidad de cualquier emergencia de nuevas naciones industrializadas" en el período de decadencia y la condena de los Estados "que no lograron su ‘despegue industrial’" antes de la Primera Guerra Mundial para estancarse en el subdesarrollo, o para superar un atraso crónico en comparación con las potencias dominantes" era perfectamente válida en el período de 1914 a 1989. Fue la camisa de fuerza de la organización del mundo en dos bloques imperialistas opuestos (permanentes entre 1945 y 1989) en preparación para la guerra mundial lo que impidió cualquier ruptura de la jerarquía entre las potencias. El ascenso de China comenzó con la ayuda estadounidense que recompensó su cambio imperialista a los Estados Unidos en 1972. Continuó de manera decisiva después de la desaparición de los bloques en 1989. China parece ser el principal beneficiario de la "globalización" tras su adhesión a la OMC en 2001, cuando se convirtió en el taller mundial y en el receptor de las deslocalizaciones e inversiones occidentales, convirtiéndose finalmente en la segunda potencia económica del mundo. Fueron necesarias las circunstancias sin precedentes del período histórico de descomposición para permitir el ascenso de China, sin las cuales no habría ocurrido.
El poder de China soporta todos los estigmas del capitalismo terminal: se basa en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo proletaria, el desarrollo desenfrenado de la economía de guerra del programa nacional de "fusión militar-civil" y va acompañado de la destrucción catastrófica del medio ambiente, mientras que la "cohesión nacional" se basa en el control policial de las masas sometidas a la educación política del Partido Único y en la feroz represión de las poblaciones alófonas del Xinjiang y el Tíbet musulmanes. De hecho, China es sólo una metástasis gigantesca del cáncer militarista generalizado de todo el sistema capitalista: su producción militar se está desarrollando a un ritmo frenético, su presupuesto de defensa se ha multiplicado por seis en 20 años y ocupa el segundo lugar en el mundo desde 2010». (Resolución sobre la situación internacional (2019): conflictos imperialistas, vida de la burguesía, crisis económica [57] - Revista Internacional no. 163)
El período 1989-2008 está marcado por una serie de dificultades que demuestran que la globalización, pese a alterar notablemente la jerarquía entre las potencias económicas, no ha puesto fin a la tendencia a la sobreproducción y al estancamiento del capitalismo, como lo demuestran:
- un crecimiento más débil;
- el subempleo o la destrucción de enormes cantidades de bases productivas;
- la enorme cantidad de mano de obra excedente (estimada entre un tercio y la mitad de la mano de obra total mundial), desempleada o subempleada, que el capitalismo es incapaz de integrar en la producción, condenada a vegetar en el sector informal o en los márgenes de la economía capitalista;
- una gran inestabilidad y la incapacidad de evitar la llegada de nuevas crisis: la crisis del sistema monetario europeo en 1993, la crisis mexicana en 1994, la crisis asiática en 1997-98, la crisis de Argentina en 2001, el estallido de la burbuja de Internet en 2002... con un riesgo permanente y creciente de implosión del sistema financiero internacional (aunque, durante dos décadas, el capitalismo consiguió limitar las crisis a ciertas partes del mundo, a costa de aumentar exorbitantemente los estragos del sistema);
- que el cáncer del militarismo lejos de remitir ha continuado succionando la sangre vital de la producción global, aunque afectando a las principales partes del mundo de diferentes maneras: si bien los países europeos lograron reducir su gasto militar un 50% respecto a los niveles de 1989; si China no participó en conflicto alguno en ese período, concentrando sus energías económicas para emerger como segunda potencia mundial; pero las largas y costosas guerras (Irak, Afganistán, etc.) emprendidas por el imperialismo estadounidense han contribuido a debilitar su economía en relación con sus rivales.
De hecho, este período no fue más que un interludio que permitió al sistema capitalista preservar un poco su economía de los efectos de su descomposición.
Pero el empeoramiento del estado real de la economía y la “revancha” de la ley del valor desembocaron en la crisis financiera de 2008, la más grave desde la Gran Depresión de 1929. Estalló en Estados Unidos, en el corazón del capitalismo global y se extendió al resto del mundo. El debilitamiento de la dinámica de la globalización redujo las posibilidades de realización de la acumulación ampliada, mientras que el peso de los gastos militares y de la intervención imperialista y el estancamiento de la sobreproducción provocaron la implosión y el desmoronamiento de la gigantesca pirámide Ponzi del andamiaje financiero internacional basada en el endeudamiento general ilimitado del Estado americano, en la que la especulación sirve de sustituto del crecimiento mundial para mantener vivo el sistema capitalista.
Los gigantescos planes de rescate sin precedentes puestos en marcha por los bancos centrales de las grandes potencias y el papel impulsor de China, consiguieron estabilizar el sistema y frenar la crisis de liquidez, pero no reactivaron realmente la economía. El año 2008 marca un punto de inflexión en la historia del hundimiento del modo de producción capitalista en su crisis histórica.
Este violento estallido de la crisis puso fin a más de dos décadas de sobreexplotación a escala mundial, alcanzando todas las zonas del mundo, y todos los mercados -incluidos los mercados extracapitalistas-, confirmando así que el sistema capitalista se encuentra completamente atascado en una situación en la que la hegemonía universal de las relaciones de clase hace que la acumulación ampliada sea cada vez más difícil. La mera tendencia hacia ello, constituido ya el mercado mundial y repartido entre las potencias, había significado la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, como señaló Rosa Luxembourg. «Así, el capitalismo no cesa de crecer gracias a sus relaciones con las capas sociales y los países no capitalistas, prosiguiendo la acumulación a costa de ellos, pero al mismo tiempo descomponiéndolos y reprimiéndolos para establecerse en su lugar. Pero a medida que aumenta el número de países capitalistas que participan en la captación de los territorios de acumulación y a medida que se reducen los territorios aún disponibles para la expansión capitalista, la lucha del capital por sus territorios de acumulación se hace cada vez más feroz, y sus campañas engendran una serie de catástrofes económicas y políticas en todo el mundo: crisis mundiales, guerras, revoluciones.
A través de este proceso, el capital prepara su propio colapso de dos maneras: por un lado, al expandirse a expensas de las formas de producción no capitalistas, adelanta el momento en que toda la humanidad estará efectivamente formada sólo por capitalistas y proletarios, y en que será imposible una mayor expansión y, por tanto, la acumulación. Por otra parte, a medida que avanza, exaspera los antagonismos de clase y la anarquía económica y política internacional hasta tal punto que provocará contra su dominación la rebelión del proletariado internacional...». (R. Luxembourg, La acumulación del capital, apéndice Una Anticrítica)
Muchos de los fenómenos ya existentes en la decadencia adquieren una dimensión cualitativamente nueva en el período de descomposición, en particular debido a la imposibilidad del capital para ofrecer una perspectiva: «la burguesía se ha visto incapaz de movilizar a los diferentes componentes de la sociedad, incluso en el seno de la clase dominante, en torno a un objetivo común, como no sea el de resistir paso a paso, pero sin esperanza de éxito, el avance de la crisis». «Por eso la situación actual de crisis abierta se presenta en términos radicalmente diferentes a los de la anterior crisis del mismo tipo, la de los años 30». (Tesis sobre la descomposición [2])
Mientras cada nación pudo beneficiarse de la globalización, el capitalismo consiguió, en general, preservar la economía capitalista de los efectos de la descomposición. En particular conteniendo el “cada uno a la suya” y acatando sin rechistar la ley del más fuerte. La situación fue muy diferente después de 2008, cuando se cerraron las «oportunidades» de la globalización: la incapacidad aún más evidente de superar la crisis de su modo de producción condujo a una explosión del “cada uno a la suya”, tanto entre naciones (con el retorno progresivo del proteccionismo y el cuestionamiento unilateral por parte de las dos principales potencias del multilateralismo y de las instituciones de la globalización), como dentro de cada nación.
En la década de 2020, los efectos de la descomposición adquirieron una escala y una importancia nuevas, poderosamente destructivas para la economía capitalista. Inaugurada por la pandemia mundial del covid 19, un producto puro de la descomposición que paralizó la economía mundial, haciendo necesaria una intervención estatal masiva y una espiral de endeudamiento. La pandemia fue seguida poco después por el regreso de la guerra a Europa en Ucrania en 2022, cuya onda expansiva siguen sacudiendo el mundo capitalista. Consagrado por la pandemia, el desarrollo del “cada uno a la suya” a una escala sin precedentes y el abandono de cualquier forma de cooperación entre las naciones están socavando todo el sistema capitalista, contrariando así las lecciones extraídas de la crisis de 1929 sobre la necesidad de una cierta cooperación entre las grandes naciones.
Los efectos de la descomposición no sólo se aceleran y, como un boomerang, se revuelven con mayor fuerza contra el corazón mismo del capitalismo, combinando y acumulando los efectos de la crisis económica, la crisis ecológica climática y la guerra imperialista, interactuando y multiplicando sus efectos unos con otros para producir una espiral devastadora de consecuencias incalculables para el capitalismo, golpeando y desestabilizando cada vez más severamente la economía capitalista y su infraestructura de producción. Aunque cada uno de los factores que alimentan este efecto «torbellino» de descomposición representa en sí mismo y por sí solo un grave factor de riesgo de colapso para los Estados, sus efectos combinados superan con creces la mera suma de cada uno de ellos tomados aisladamente.
La alteración global del ciclo del agua es un ejemplo de ello. Consecuencia del calentamiento global atribuible al sistema capitalista, las sequías extremas y de larga duración son la causa de mega incendios que conducen a la desertificación de zonas enteras del planeta que se vuelven inhabitables -a menudo, además, devastadas por la guerra-, obligando a las poblaciones a emigrar. Estas sequías fueron también una de las causas del colapso de los Estados árabes de Oriente Medio en 2010[4]. La productividad e incluso la práctica de la agricultura se han desestabilizado en Estados Unidos, China y Europa. Las precipitaciones extremas y las inundaciones están arruinando irreparablemente regiones enteras o incluso Estados (Pakistán), destruyendo infraestructuras vitales y perturbando la producción industrial. La subida del nivel del mar amenaza al 10% de la población mundial, así como a las aglomeraciones urbanas y las infraestructuras industriales costeras de los países centrales. El acceso al agua se está convirtiendo en una cuestión estratégica crucial, que provoca tensiones y enfrentamientos entre Estados por su control.
Como demuestra el desencadenamiento del militarismo en Ucrania, la guerra (una decisión deliberada de la clase dominante) es el acelerador decisivo del caos y la crisis económica, entre los diversos factores del «efecto torbellino»: aumento de las hambrunas en todo el mundo, interrupción de las cadenas de suministro, escasez, destrucción de la economía ucraniana, destrucción del medio ambiente, etc.
La descomposición también afecta a la forma en que la clase dominante intenta hacer frente al estancamiento de su sistema.
El estallido de la guerra en Ucrania representa un «cambio de época» para el capitalismo y los países centrales: una guerra con un carácter cada vez más irracional, donde cada bando se arruina y se debilita, ya no es una perspectiva lejana. Está cada vez más cercana a los centros del capitalismo mundial e implica a la mayoría de las grandes potencias. Sigue teniendo profundas repercusiones negativas en la situación económica mundial y está perturbando todas las relaciones entre las naciones capitalistas.
Mientras el caos sigue extendiéndose (con el conflicto entre Israel y Hamás), todos los Estados se preparan ahora para una guerra de «alta intensidad»: cada capital nacional reorganiza su economía nacional para reforzar su industria militar y garantizar su independencia estratégica. Los presupuestos militares aumentan rápidamente en todas partes, alcanzando e incluso superando la proporción de la riqueza nacional dedicada al armamento que se alcanzó en el momento álgido del enfrentamiento entre los bloques.
La agudización general de las tensiones imperialistas, y dentro de ellas el gran conflicto entre China y Estados Unidos, está teniendo profundas repercusiones en la estabilidad económica del sistema capitalista. Se está desarrollando una tendencia a la fragmentación del mercado mundial como resultado del deseo de Estados Unidos de torpedear el poder industrial de China (la base del aumento del poder militar de China y de su deseo de expansión mundial) y de implicar a sus aliados en la desvinculación de las economías occidentales de China, promoviendo en cambio el “comercio entre amigos” (friendshoring). Las decisiones económicas adoptadas por las grandes potencias están cada vez más determinadas por consideraciones estratégicas que siguen las líneas de las fracturas imperialistas y provocan importantes perturbaciones en la oferta y la demanda mundiales.
Los mecanismos del capitalismo de Estado y su eficacia tienden a agarrotarse. La gravedad del “impasse” del capitalismo y la necesidad de construir una economía de guerra alimentan los enfrentamientos en el seno de cada burguesía nacional, mientras que los efectos de la descomposición sobre la burguesía y la sociedad se expresan en la tendencia de la clase dominante a perder el control de su juego político. La tendencia a la inestabilidad y al caos político en el seno de la clase dominante, como muestra el “espectáculo” protagonizado por ejemplo por las burguesías estadounidense y británica, afecta a la coherencia, a la visión a largo plazo y a la continuidad de la defensa de los intereses globales del capital nacional. La llegada al poder de fracciones populistas irresponsables (con programas poco realistas para el capital nacional) debilita la economía y las medidas impuestas por el capitalismo desde 1945 para evitar el contagio incontrolado de la crisis económica.
Si el capitalismo de Estado occidental ha podido sobrevivir a su rival estalinista ha sido como un organismo de una constitución más fuerte que resiste durante más tiempo, pero la misma enfermedad. Incluso aunque la burguesía aún pueda apoyarse en fracciones más responsables y con mayor sentido del Estado, el capitalismo actual muestra tendencias similares a las que provocaron la caída del capitalismo de Estado estalinista. En el caso del capitalismo de Estado chino, marcado por el lastre estalinista estalinista a pesar de la hibridación de su economía con el sector privado y plagado de tensiones en el seno de la clase dominante, el endurecimiento del aparato estatal es un signo de debilidad y la promesa de una futura inestabilidad.
La deuda, principal paliativo de la crisis histórica del capitalismo y usado a todo trapo, no sólo está perdiendo su eficacia, sino que el peso de la deuda está condenando al capitalismo a convulsiones cada vez más devastadoras. Al restringir cada vez más la posibilidad de burlar las leyes del capitalismo, reduce el margen de maniobra de cada capital para apoyar y reactivar la economía nacional. El papel de “pagador de última instancia” asumido por los gobiernos desde 2008 está debilitando las monedas, mientras que el servicio de la deuda restringe gravemente la capacidad de inversión de los gobiernos.
El panorama que dibuja el sistema capitalista confirma las predicciones de Rosa Luxemburgo: el capitalismo no experimentará un colapso puramente económico, sino que se hundirá en el caos y las convulsiones:
- la ausencia casi total de mercados extracapitalistas altera ahora las condiciones en las que los principales estados capitalistas deben lograr una acumulación ampliada. Esta, que es condición misma de su propia supervivencia, sólo puede lograrse a expensas directas de los rivales del mismo rango, debilitando sus economías. La predicción hecha por la CCI en los años 70 de un mundo capitalista que sólo podría sobrevivir reduciéndose a un pequeño número de potencias aún capaces de lograr un mínimo de acumulación se está convirtiendo cada vez más en realidad.
- El grado de impasse alcanzado por la superproducción, combinado con la anarquía inherente a la producción capitalista y la creciente destrucción de los ecosistemas, está empezando a provocar cada vez más escasez o cortes de suministros (medicamentos, agricultura, etc.) debidos a la incapacidad de generar suficientes ganancias para producirlos.
- Como expresión de este callejón sin salida, la inflación, instigada por el retorno de la guerra, está reapareciendo con virulencia, desestabilizando la economía y privándola de la previsibilidad que necesita.
- La búsqueda frenética de nuevos lugares de deslocalización (por ejemplo, en África, Oriente Medio) para explotar una mano de obra más barata tropieza con las condiciones dantescas del caos y el subdesarrollo; un obstáculo para las potencias occidentales como comprueba por ejemplo China en el desmoronamiento de sus Rutas de la Seda.
- La India tampoco representa una alternativa viable a largo plazo que pueda desempeñar un papel equivalente al de China en las décadas de 1990 y 2000. Ya no se dan las circunstancias que permitieron el “milagro de la emergencia de China”, y tal perspectiva es ahora imposible.
- Los enormes costos de abordar la crisis ecológica y descarbonizar la economía superan con creces la capacidad del capital para realizar las inversiones necesarias. Muchos proyectos ecológicos simplemente se están abandonando porque el costo del crédito hace imposible su rentabilidad, tanto en Europa como en Estados Unidos.
- A pesar de la considerable ralentización del desarrollo de las fuerzas productivas, el capitalismo todavía es capaz de realizar algunos avances, por ejemplo, en medicina, biotecnología, Inteligencia Artificial, etc. Pero estos avances, profundamente pervertidos por el uso que de ellos hace el capital, se están volviendo contra la clase obrera y la humanidad. La IA, por ejemplo, aparte del riesgo de destruir miles de puestos de trabajo sin posibilidad de que esa mano de obra encuentre trabajo en otra parte, es vista por los gobiernos como una herramienta para controlar a la población o desestabilizar a sus rivales imperialistas, y sobre todo como un arma de guerra y una herramienta de destrucción. Por ejemplo, Israel, que se jacta de haber librado la primera guerra incorporando la IA, la considera la “clave de la supervivencia moderna”. Algunos de sus diseñadores han advertido de que la IA supone un riesgo de «extinción» para la humanidad, «como otros tantos riesgos para nuestras sociedades, como las pandemias y la guerra nuclear».
- La escasez masiva de mano de obra en muchos países occidentales es el resultado de la anarquía del capitalismo que genera tanto exceso de capacidad como escasez, pero también de tendencias propias de la decadencia capitalista en sus repercusiones demográficas: caída de la renovación de la población que afecta a los países occidentales y a China. El envejecimiento de la población en los países más desarrollados está reduciendo la población en edad de trabajar hasta tal punto que todos los países tienen que recurrir a la inmigración. La escasez masiva de mano de obra también refleja la creciente incapacidad de los sistemas educativos para proporcionar al mercado una mano de obra suficientemente formada para el nivel de cualificación técnica que exige la producción, mientras que muchos sectores están quedando desiertos debido a las condiciones de explotación y remuneración imperantes.
El 24º Congreso de la CCI identificó claramente las implicaciones de esta situación histórica para las principales naciones:
«No sólo la capacidad de cooperación de las principales potencias capitalistas para contener el impacto de la crisis económica ha desaparecido más o menos, sino que, ante el deterioro de su economía y el recrudecimiento de la crisis global, y a fin de preservar su posición como primera potencia mundial, Estados Unidos apunta cada vez más deliberadamente a debilitar a sus competidores. Se trata de una ruptura abierta con gran parte de las normas adoptadas por los Estados desde la crisis de 1929. Esto ha abierto paso a una Terra incógnita cada vez más dominada por el caos y lo impredecible.
Estados Unidos, convencido de que la preservación de su liderazgo frente al ascenso de China depende en gran medida de la pujanza de su economía, a la que la guerra ha colocado en una posición de fortaleza política y militar, también se lanza a la ofensiva contra la economía de sus rivales. Esta ofensiva opera en varias direcciones. Estados Unidos es el gran ganador de la “guerra del gas” lanzada contra Rusia en detrimento de los Estados europeos que se han visto obligados a dejar de importar gas ruso. Habiendo alcanzado la autosuficiencia en petróleo y gas gracias a una política energética a largo plazo iniciada bajo Obama, esta guerra ha confirmado la supremacía estadounidense en la esfera estratégica de la energía. Ha puesto a sus rivales a la defensiva en este nivel: Europa tuvo que aceptar su dependencia del gas natural licuado estadounidense; China, altamente dependiente de las importaciones de hidrocarburos, se ha visto debilitada por el hecho de que Estados Unidos ahora está en condiciones de controlar las rutas de suministro de China. Estados Unidos tiene ahora una capacidad sin precedentes para ejercer presión sobre el resto del mundo a este nivel.
Aprovechando el rol central del dólar en la economía mundial, de ser la primera potencia económica mundial, las diversas iniciativas monetarias, financieras e industriales (desde los planes de estímulo económico de Trump hasta los subsidios masivos de Biden a productos “made in USA”, pasando por la Ley de Reducción de la Inflación, etc.) han aumentado la “resiliencia” de la economía estadounidense, que atrae inversiones de capital y reubicaciones industriales en el territorio estadounidense. Estados Unidos está limitando el impacto de la actual desaceleración mundial en su economía y trasladando los peores efectos de la inflación y la recesión al resto del mundo.
Además, para garantizar su decisiva ventaja tecnológica, Estados Unidos también pretende asegurar la reubicación en Estados Unidos de tecnologías estratégicas (semiconductores) o, al menos, su control internacional, de las que pretende excluir a China, al tiempo que amenaza con sanciones a todos los que rivalizan con su monopolio.
El deseo de Estados Unidos de preservar su poder económico tiene como consecuencia el debilitamiento del sistema capitalista en su conjunto. La exclusión de Rusia del comercio internacional, la ofensiva contra China y el desacoplamiento de sus dos economías, en definitiva, la voluntad declarada de Estados Unidos de reconfigurar en su beneficio las relaciones económicas mundiales, ha marcado un punto de inflexión: Estados Unidos se revela como un factor en la desestabilización del capitalismo mundial y la propagación del caos en el plano económico.
Europa se vio especialmente afectada por la guerra, que la privó de su principal fortaleza: su estabilidad. Los capitalismos europeos están sufriendo una desestabilización sin precedentes de su “modelo económico” y corren un riesgo real de desindustrialización y reubicación en áreas americanas o asiáticas bajo los embates de la “guerra del gas” y el proteccionismo estadounidense.
Alemania en particular es un concentrado explosivo de todas las contradicciones de esta situación sin precedentes. El fin del suministro de gas ruso sitúa a Alemania en una situación de fragilidad económica y estratégica, amenazando su competitividad y toda su industria. El fin del multilateralismo, del que el capital alemán se benefició más que cualquier otra nación (ahorrándole también la carga del gasto militar), afecta más directamente a su poder económico, dependiente de las exportaciones. También corre el riesgo de volverse dependiente de Estados Unidos para su suministro de energía, ya que este último presiona a sus “aliados” para que se unan a la guerra económica-estratégica contra China y renuncien a sus mercados chinos. Dado que se trata de una salida vital para el capital alemán, Alemania se enfrenta a un gran dilema, compartido por otras potencias europeas, en un momento en el que la propia UE se ve amenazada por la tendencia de sus Estados miembros a anteponer sus intereses nacionales a los de la Unión.
En cuanto a China, si bien se presentó hace dos años como el gran ganador de la crisis del Covid, es una de las expresiones más características del efecto “torbellino”. Víctima ya de una desaceleración económica, ahora enfrenta graves turbulencias.
Desde finales de 2019, la pandemia, los repetidos confinamientos y el tsunami de contagios que siguió al abandono de la política “Covid cero” han seguido paralizando la economía china.
China está atrapada en la dinámica global de la crisis, con su sistema financiero amenazado por el estallido de la burbuja inmobiliaria. El declive de su socio ruso y la ruptura de las “rutas de la seda” hacia Europa por los conflictos armados o el caos ambiental están causando daños considerables. La poderosa presión de Estados Unidos aumenta aún más sus dificultades económicas. Y frente a sus problemas económicos, sanitarios, ecológicos y sociales, la debilidad congénita de su estructura estatal estalinista constituye una desventaja mayor.
Lejos de poder jugar el papel de locomotora de la economía mundial, China es una bomba de relojería cuya desestabilización tendría consecuencias imprevisibles para el capitalismo mundial.» («Resolución sobre la situación internacional del 25º Congreso de la CCI [45]»; Revista Internacional 170.).
Rusia parece estar mostrando cierta resiliencia a las sanciones destinadas a «desangrar» su economía. Paradójicamente, ha sabido aprovechar el atraso de su economía (ya evidente antes de 1989 y propio de la decadencia), basada sobre todo en la extracción y exportación de materias primas, especialmente hidrocarburos, y aprovechar la mentalidad del “cada uno a la suya” imperante en las relaciones internacionales, para venderlas a China, o a través de la India, con el fin de paliar algunos de los efectos de las sanciones. Sin embargo, este “éxito” frágil y temporal no podrá resistir ad aeternam el estrangulamiento progresivo de sus capacidades industriales.
Muchos países están al borde de la quiebra, incapaces de hacer frente a sus deudas debido a la subida de los tipos de interés y víctimas de la fuga de capitales hacia Estados Unidos. La ampliación de los BRICS de cinco a once miembros (incluidos Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos) representa un intento de emanciparse respecto a Estados Unidos y escapar al estrangulamiento de sus economías. La introducción de una moneda común o el uso de la moneda china como alternativa al dólar es improbable debido a las numerosas diferencias entre estos países, sobre todo en lo que respecta a su relación con el Estado chino.
Las tres partes principales del capitalismo se están hundiendo en la estanflación, sin esperanza de un verdadero repunte de la economía capitalista; con el riesgo de una caída en recesión, de la que la UE y posiblemente China ya están al borde, mientras que Estados Unidos está tratando de escapar a expensas de sus rivales.
«Lo que vemos en conjunto es, por un lado, lo que quizás va a ser la PEOR CRISIS de la historia del capitalismo, y, por otro, la realidad concreta de la PAUPERIZACION ABSOLUTA de la clase obrera en los países centrales confirma totalmente lo acertado de aquella predicción que Marx hizo sobre la perspectiva histórica del capitalismo y de la que tanto se han burlado los economistas y demás ideólogos de la burguesía.» (El capitalismo conduce a la destrucción de la humanidad... Sólo la revolución mundial del proletariado puede ponerle fin [58]; Revista Internacional 169)
Tras décadas de presión a la baja sobre el precio de la fuerza de trabajo, la participación correspondiente al trabajo en la riqueza creada ha caído constantemente en todo el mundo desde finales de la década de 1970. Los salarios reales han retrocedido a los niveles anteriores a 1980. Una gran parte de la clase trabajadora vive ahora por debajo del umbral de la pobreza o al borde del mismo.
La burguesía se jacta de haber conseguido “frenar” la inflación, pero en lo tocante al poder adquisitivo de los trabajadores, cada proletario tiene que pagar mucho más por el combustible, los alimentos, los préstamos, mientras que sus salarios se han recortado con “aumentos” muy por debajo de la tasa de inflación, lo que impide satisfacer las necesidades más básicas.
La extracción de plusvalía relativa va cada vez más de la mano de la extracción de plusvalía absoluta, la intensificación del trabajo va de la mano de la prolongación de la jornada laboral y de la duración del tiempo de explotación en la vida de cada proletario.
Las condiciones de explotación tienden incluso a sobrepasar cada vez más los límites fisiológicos de los proletarios, matando literalmente a los obreros en el trabajo.
Algunos estados norteamericanos han intentado obligar a los empleados a trabajar durante las olas de calor, provocando que las muertes y los accidentes se disparen. En Corea, donde la muerte en el trabajo es un fenómeno generalizado (como en el resto del sudeste asiático), el deseo del Estado de aumentar la semana laboral de 52 a 69 horas se vio frustrado por la respuesta de la clase obrera.
Cada año, los accidentes laborales provocan una hecatombe: oficialmente, casi dos millones de trabajadores mueren en el mundo y 270 millones resultan heridos o mutilados.
En muchos sectores de la producción la mano de obra sobrecargada de trabajo sufre un desgaste nervioso y musculo esquelético tan acelerado que es descartada y pasa a engrosar las cohortes de proletarios inempleables mucho antes de la fecha legal de jubilación.
Por último, son también muy habituales las situaciones de virtual esclavitud de la mano de obra (sobre todo en los sectores agrícolas de los países desarrollados), de servidumbre por deudas o de trabajo forzoso (por ejemplo, en el sector de la pesca industrial en China). Y ello especialmente entre los trabajadores migrantes.
Con la crisis a punto de agravarse, los ataques económicos a las clases obrera con trabajo o en el desempleo, no cesarán.
Pero como gritaban los proletarios británicos «¡ya, basta!»[5]. En los dos últimos años, la clase obrera ha comenzado a responder retomando el camino de la lucha en todos los bastiones de la economía mundial. Este retorno histórico a la lucha de clases, tras varias décadas de pasividad proletaria, confirma la importancia del papel que el marxismo asigna a la crisis y a las luchas reivindicativas contra ella, para el futuro de la lucha obrera: «... los ataques económicos (caída de los salarios reales, despidos, aumento de los ritmos de producción, etc.) resultantes directamente de la crisis afecta de manera específica al proletariado (es decir, a la clase que produce la plusvalía y se enfrenta al capital en este terreno); la crisis económica, a diferencia de la descomposición social que concierne esencialmente a las superestructuras, es un fenómeno que afecta directamente a la infraestructura de la sociedad sobre la que descansan estas superestructuras; en este sentido, pone al desnudo las causas últimas de toda la barbarie que se abate sobre la sociedad, permitiendo así al proletariado tomar conciencia de la necesidad de cambiar radicalmente el sistema y no limitarse a intentar mejorar ciertos aspectos del mismo. » (Tesis sobre la descomposición [2])
CCI, diciembre de 2023
[1] El capitalismo no puede constituir el mercado necesario para vender su producción, por lo que siempre ha tenido que vender el excedente a mercados «extracapitalistas», ya sea dentro de los países dominados por las relaciones de producción capitalistas o fuera de ellos.
[2] Leer «La crisis capitalista en los países del Este» [59], disponible en francés, Revista Internacional 23.
[3] Véase «La Mondialisation» Ed Bréal, p 107 de Carroué, Collet, Ruiz.
[4] Sobre este tema, leer Jean-Michel Valantin, “Géopolitique d'une planète déréglée”, Seuil, 2017, pp.240 a 249, capítulos: Les «primaveras árabes»: crisis política, crisis geofísica ; Acontecimientos climáticos extremos y crisis política ; Clima, crisis agraria y guerra civil: el caso de Siria.
[5] Traducción de la consigna “enough is enough” de las luchas del proletariado inglés en 2022-23. (N de T al español)
«¿Cómo puede una clase, actuando como clase, como es en la sociedad capitalista, llevar a cabo la abolición de las clases y, por tanto, del capitalismo?» Para algunos, sólo hay una solución posible a esta aparente paradoja: «No se trata de que el proletariado triunfe, liberándose a sí mismo, liberando el trabajo, extendiendo su condición... sino de abolir lo que él mismo es»[1]. “La autonegación del proletariado” es el credo de la corriente modernista surgida a finales de los años 60, también conocida como corriente ultraizquierdista. Uno podría estar tentado de decir, con Engels, «lo que les falta a estos señores es dialéctica». ¿Cómo eliminar la fase de afirmación del proletariado durante el período revolucionario y conservar únicamente su fase de negación cuando, como resultado de la acción del propio proletariado, las clases desaparecen en el curso de la transición del capitalismo al comunismo? ¿No forman estas dos fases una unidad y una interrelación? En otras palabras, ¿cómo separar la culminación, la abolición de las clases, de todo el proceso que conduce a ella, en este caso la constitución del proletariado como clase y luego como clase dominante? ¿No hay unidad entre el fin y los medios? Pero no es sólo dialéctica lo que les falta a estos señores, como veremos en esta revisión histórica. Descubriremos que los modernistas rechazan la emancipación del proletariado - «No se trata de que el proletariado se libere»-, que es precisamente el único medio de que dispone la humanidad para liberarse de la embrutecedora sociedad de clases. La ideología modernista es el socialismo burgués, que proclama que la naturaleza de la clase obrera dentro del capitalismo no es revolucionaria. También descubriremos que, en palabras de Marx y Engels, «el socialismo burgués sólo alcanza su expresión adecuada cuando se convierte en una mera figura retórica»[2]. Esta fue la fuente en la que se inspiraron los comunistizadores.
La corriente modernista surgió durante la reanudación histórica de la lucha de clases a finales de los años sesenta. Mayo del 68 en Francia, el Otoño Caliente de 1969 en Italia, las luchas de 1970 en Polonia... en todos los continentes, el proletariado lanzó luchas masivas y se afirmó con fuerza, rompiendo con décadas de apatía marcadas por algunos estallidos efímeros. El periodo inicial de intensas luchas, que abarca los años 1970-1980 tras el flamante movimiento del 68, no puede entenderse sin tener en cuenta una serie de dificultades a las que se enfrentaron el proletariado y sus minorías revolucionarias. En primer lugar, hay que señalar la agitación estudiantil que había comenzado unos años antes del renacimiento obrero y que, de Berkeley a la Sorbona, expresó el peso de la pequeña burguesía en el movimiento. A diferencia de lo que ocurre hoy, los estudiantes procedían entonces en su inmensa mayoría de la burguesía y la pequeña burguesía. Mientras el gigante proletario seguía dormido, los primeros signos de la crisis económica provocaron en la pequeña burguesía una fuerte inquietud por su futuro. La fiebre se extendió a las universidades de todo el mundo, avivada por las masacres de la guerra de Vietnam y una asfixiante sociedad conservadora. En las manifestaciones aparecían retratos del Che Guevara, Fidel Castro, Mao y Ho Chi Min, a pesar de que estas figuras no tenían absolutamente nada que ver con el movimiento obrero[3]. En la pequeña burguesía, clase sin futuro histórico y totalmente atrapada en el presente, hablar de revolución encubría una revuelta pasajera, una actitud contestataria totalmente ajena a la lucha proletaria.
La segunda gran dificultad era la ruptura de la continuidad que hasta entonces había unido a las distintas organizaciones políticas sucesivas en el curso de la historia del movimiento obrero. La contrarrevolución que acababa de terminar había sido tan violenta y tan larga (1923-1968, ¡45 años!) que había conseguido destruir esta continuidad. La Izquierda Comunista Italiana, que en los años 30, a través de las revistas Prometeo, Bilan y Octobre, continuó la labor crítica y militante iniciada en los años 20 contra la degeneración de la IIIª Internacional, entró en crisis y desapareció durante la Segunda Guerra Mundial, a lo que siguió, a principios de los años 50, la desaparición de la Gauche Communiste de France (GCF), que había intentado preservar las enseñanzas y los principios de aquel periodo. La tradición de la militancia comunista parecía haber sido engullida por las arenas del olvido[4].
Por último, la tendencia al capitalismo de Estado, característica de la decadencia del capitalismo, no había conocido tregua desde la Segunda Guerra Mundial y hacía que la democracia burguesa fuera cada vez más totalitaria. Esta tendencia expresaba la necesidad de la burguesía de aumentar la intervención del Estado para hacer frente a la crisis económica permanente y mantener la paz social mientras la clase obrera se enfrentaba a un fuerte aumento de la explotación. La burguesía mantuvo vivas todas las organizaciones proletarias que habían traicionado (sindicatos y partidos) y las puso al servicio del capitalismo en forma de órganos de control proletario. En tal situación, la historia del movimiento obrero se convirtió en sánscrito para la mayoría de los jóvenes que se iniciaban en la vida política. La traición de la socialdemocracia en 1914 (a través de la unión sagrada) o del partido bolchevique en 1924 (con la proclamación del «socialismo en un solo país») no fue vista como el resultado de un lento proceso histórico de penetración del oportunismo en el seno de una organización proletaria, con una lucha sin cuartel de las minorías de izquierda para intentar preservarla, sino como un destino fatal sellado desde el principio para cualquier organización política. En el ambiente de los años 70, cuando las ideas libertarias estaban de moda, cualquiera que defendiera la necesidad de una organización revolucionaria era visto como un aprendiz de burócrata, o incluso como un estalinista.
Estas tres características del periodo y las dificultades que crearon explican por qué el proceso de politización de las luchas obreras no pudo tener éxito durante los años 70 y 80, en un momento en que la clase revolucionaria había reaparecido en escena, volvía a hablar de revolución y trataba de reapropiarse de su historia. El peso de la ideología dominante estaba destinado a afectar a esta nueva generación de proletarios inexpertos, así como a los elementos politizados de diferentes clases, en particular la ideología promovida por los diversos cenáculos izquierdistas (anarquismo oficial, trotskismo, maoísmo) cuya influencia se vio repentinamente incrementada por el apoyo masivo de la pequeña burguesía. Muy impresionados por el despertar del gigante proletario, creyeron en su condición divina, luego se apartaron rápidamente, decepcionados porque no había cumplido su promesa del advenimiento inmediato de un mundo de goce y dicha. El peso deletéreo del obrerismo y del inmediatismo fue la consecuencia.
El Modernismo es un producto típico de este periodo. Mientras maduraban las condiciones para la explosión de Mayo del 68, los artistas de la Internacional Situacionista (IS) (que confundían bohemia con revolución) reclamaban una revolución de la vida cotidiana. Al mismo tiempo, Jacques Camatte y sus amigos abandonaban el Partido Comunista Internacional de Amadeo Bordiga (Programa Comunista, Le Prolétaire), cuya esclerosis parecía simbolizar la impotencia de la Izquierda Comunista y el fracaso del «viejo movimiento obrero», términos que los modernistas tomaron de la corriente consejista. Todos ellos apelaban a una nueva teoría revolucionaria adaptada a la nueva realidad. En resumen: había que ser «modernos». Creían que las luchas obreras contra los efectos de la explotación capitalista eran, o bien la expresión de una integración definitiva en la sociedad burguesa (a la que llamaban «sociedad de consumo»), o bien una revuelta contra el trabajo, y creían en la aparición de un nuevo movimiento obrero: «El fuerte ascenso y, sobre todo, el cambio de contenido de las luchas de clases a finales de los años 60 cerraron el ciclo abierto en 1918-1919 por la victoria de la contrarrevolución en Rusia y Alemania. Al mismo tiempo, este nuevo curso de las luchas puso en crisis la teoría programática del proletariado y toda su problemática. Ya no se trataba de saber si la revolución era asunto de los consejos o del partido, o si el proletariado era capaz o no de emanciparse. Con la multiplicación de las revueltas en los guetos y de las huelgas salvajes, con la revuelta contra el trabajo y la mercancía, el retorno del proletariado al primer plano de la escena histórica marcó paradójicamente el fin de su afirmación»[5]
Nuestra prensa de la época estaba llena de polémicas contra la corriente modernista, en particular para demostrar que, a pesar de la evolución del capitalismo, la clase obrera seguía siendo la clase revolucionaria y que, al centrarse en las manifestaciones más aparentes de la alienación social, los modernistas permanecían ciegos ante las «fuentes que las hacen nacer y las alimentan»[6].
Cabe señalar que varios grupos modernistas, como la Internacional Situacionista (René Riesel) y Le Mouvement Communiste (Gilles Dauvé), participaron a principios de los años 70 en las conferencias organizadas por Informations et Correspondance Ouvrières (ICO), foros esenciales de debate y clarificación política de la época. A las conferencias de ICO asistían también grupos consejistas, elementos del entorno anarquista como Daniel Guérin (OCL) o Daniel Cohn-Bendit (a quien Raymond Marcellin, Ministro del Interior, había expulsado de Francia), Christian Lagant (Noir et Rouge), y elementos de la Izquierda Comunista como Marc Chirik (de Révolution internationale), Paul Mattick (de la Izquierda Comunista Alemana), Cajo Brendel (de la Izquierda Comunista Holandesa). En este ambiente de incesante y apasionada discusión política, un cierto número de modernistas se unieron a la Izquierda Comunista (junto con una mayoría de elementos consejistas), sobre todo porque estaban convencidos por los argumentos sobre la naturaleza proletaria de Octubre de 1917.
De hecho, algunos de los elementos modernistas se reconocían en el medio político proletario. Esto no significa, sin embargo, que la teoría modernista pueda calificarse de comunista, y mucho menos de marxista. Más bien, los diversos grupos e individuos de esta corriente pertenecían al pantano, esa zona intermedia que reúne a todos aquellos que oscilan entre el campo del proletariado y el de la burguesía, que todavía están en camino hacia uno u otro campo. Aquellos elementos modernistas que se unieron a la Izquierda Comunista sólo pudieron hacerlo rompiendo con el modernismo, no gracias a él. De hecho, como hemos demostrado en artículos anteriores de esta serie, la teoría modernista es burguesa por naturaleza y tiene sus raíces en la Escuela de Frankfurt, un grupo de académicos del Instituto de Investigación Social que, en la década de 1950, creyeron haber identificado una crisis en el marxismo y resolvieron el problema enterrándolo. Algunos de ellos, como Marcuse, llegaron a la conclusión de que el proletariado se había integrado definitivamente en la sociedad de consumo, perdiendo así su naturaleza de clase revolucionaria. El Modernismo también tiene sus raíces en el grupo Socialisme ou Barbarie (SouB), que no logró completar su ruptura con el trotskismo y acabó rechazando el marxismo[7].
Gilles Dauvé es un buen ejemplo de la esterilidad del modernismo surgido en los años sesenta. Fuertemente influido por SouB, se dedicó a criticar la tesis que iba a llevar a la perdición a este grupo, que consistía en sustituir la oposición entre la clase dominante y la clase explotada por la oposición entre los dominadores y los dominados, lo que para SouB fue el primer paso hacia el abandono del marxismo. Pero en su crítica de esta tesis, que se basaba en la autogestión y el socialismo de empresa, Dauvé sólo consiguió adoptar el punto de vista opuesto al abogar por la negación inmediata de las relaciones de producción capitalistas. Esto equivalía a permanecer en el mismo terreno que SouB: «Por el contrario, creemos que la destrucción del capitalismo no debe plantearse desde el punto de vista de la gestión únicamente, sino desde el punto de vista de la necesidad/posibilidad de la desaparición del intercambio, de la mercancía, de la ley del valor, del trabajo asalariado. No basta con gestionar la economía, hay que ponerla patas arriba; no basta con gestionarla para ponerla patas arriba.»[8] Responder simplemente con la necesidad de la abolición inmediata del valor era burlarse del mundo, cuando de lo que se trataba era de demostrar que, debido a su lugar en el modo de producción capitalista, el proletariado está impulsado por la necesidad y por su conciencia a transformar sus luchas contra los efectos de la explotación en luchas contra las causas de la explotación, es decir, que es capaz, en el curso del proceso de huelga de masas y de revolución, de transformarse a sí mismo y a la sociedad de arriba abajo.
El nº 84 de Information et Correspondance Ouvrières apareció en agosto de 1969 con un informe y documentos de la Conferencia de ICO celebrada en Bruselas en junio de 1969. Contenía dos textos esenciales: uno fue escrito por Marc Chirik, «Luttes et organisations de classe», y sería reimpreso en Révolution Internationale antigua serie n° 3 (diciembre de 1969) bajo el título «Sur l'organisation». Representa una etapa decisiva en el fortalecimiento de la corriente de la Izquierda Comunista, que desembocará en 1972 en la unificación en Francia de tres grupos bajo el nombre de Révolution Internationale. El otro texto significativo es el de Gilles Dauvé, «Sobre la ideología ultraizquierdista», que emprende una crítica de la corriente modernista que también se había desarrollado durante los acontecimientos de mayo. Contiene este pasaje significativo: «La burocracia bolchevique había tomado el control de la economía: los ultraizquierdistas quieren que las masas lo controlen. Una vez más, la ultraizquierda se mantuvo en el terreno del leninismo, contentándose con dar una respuesta diferente a la misma pregunta»[9].
Esto era señal de que estaba surgiendo una nueva corriente dentro del modernismo. Se mantenía fiel a la auto-negación del proletariado y seguía considerando a Marx un «reformista revolucionario», ya que defendía la reducción de la jornada laboral y el uso de cupones de trabajo. Pero consideraba que Marx había dado un paso decisivo con la noción de dominación real del capital sobre el trabajo que, según Dauvé, explica por qué el proletariado ya no dispone de medios para afirmarse de forma revolucionaria[10]. También retomó de Marx la tendencia irresistible hacia el comunismo. Éste conservó su naturaleza de movimiento dentro del capitalismo, pero para Dauvé perdió su segundo significado como objetivo final de la lucha por la emancipación proletaria. Esta tendencia fue vista únicamente como un proceso de disolución del capitalismo, y adoptó su nombre de bautismo, «la comunistización». En un momento en que la IS acababa de disolverse (1972), esta nueva corriente comenzó a desarrollarse bajo el impulso de Jacques Camatte, Gilles Dauvé, Michel Bérard y Roland Simon (Intervention Communiste y luego Théorie Communiste), que rompieron con los Cahiers du Communisme de Conseils cuando éstos se unieron a Révolution Internationale.
Los comunistizadores o partidarios de la comunistización estaban cortando los últimos hilos que les unían en aquel momento al renacimiento histórico de la lucha de clases. Empezaron utilizando el término «corriente de ultraizquierda». Esta terminología, producto de la confusión de la época, pretendía agrupar a todos los que se alejaban del izquierdismo, pero tenía la ventaja para los comunistizadores de hacer creíble una especie de continuidad/superación de la Izquierda Comunista. Las enseñanzas que sacaron de esta primera etapa del renacimiento histórico de la lucha de clases se centraron en el rechazo del «trabajo»: «La revolución significaba una revolución del trabajo, el socialismo o el comunismo significaban una sociedad del trabajo. Y eso es lo que la crítica del trabajo por parte de una franja minoritaria pero dinámica de proletarios dejó obsoleto en los años 60 y 70»[11].
De hecho, el conflicto de clase entre el proletariado y la burguesía se presenta a menudo, en la historia del movimiento obrero, como un conflicto entre el trabajo y el capital. Lo que a la pequeña burguesía le cuesta entender es que el proletariado es el representante del trabajo, que es a la vez trabajo alienado, la explotación, pero también que desempeñó un papel central en el surgimiento de la humanidad. El proletariado es precisamente la clase del trabajo porque, para emanciparse, no tiene otro medio que abolir el trabajo asalariado, y no puede hacerlo sin transformar radicalmente el trabajo; en otras palabras, pasar de la sociedad de clases a una sociedad sin clases, de sociedades de escasez basadas en la economía a una sociedad de abundancia donde «el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos» (Manifiesto del Partido Comunista). Los modernistas observan que el proletariado ha tomado al capital como su enemigo y concluyen, a la manera de Proudhon, que si reconoce al capital como tal, se está comprometiendo con él y, por tanto, permaneciendo en la sociedad burguesa, cuya gestión sólo reclama. Tal es la prestidigitación anarquista utilizada por los modernistas.
Los comunistizadores entraron en una nueva fase de desarrollo cuando la corriente modernista inicial entró en crisis a finales de los años ochenta. En aquella época se produjo una dispersión general del movimiento modernista como consecuencia de la desilusión pequeñoburguesa. Algunos optaron por la ecología radical o practicaron el primitivismo, otros se fueron a criar ovejas al Larzac[12] o se presentaron a las elecciones con una candidatura ecologista, mientras que otros, como Raoul Vaneigem[13], estaban convencidos de que el «impulso vital» acabaría con el capitalismo. Hubo quienes (representados por el grupo Krisis y Anselme Jappe en la actualidad) afirmaron que, en El Capital, la lucha de clases sólo era una opción secundaria para Marx y que era el propio capitalismo el que conduciría espontáneamente al comunismo, y otros que se comprometieron con el negacionismo y el apoyo a Faurisson[14], luego se unieron a los chalecos amarillos y ensalzaron sistemáticamente el carácter subversivo de los disturbios.
Los comunistizadores intentaron reaccionar, sobre todo porque Camatte, por su parte, abandonó toda referencia al proletariado e inventó su teoría de la clase universal, que presentaba a la propia humanidad como sujeto revolucionario. Si bien el término comunismo tiene dos significados, el de un nuevo modo de producción libre de clases, fronteras nacionales y Estado, y el de un proceso en marcha dentro del propio capitalismo, «la abolición de las condiciones existentes», que explica el choque cada vez más violento entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, tanto en la esfera económica como en la de la lucha de clases, loscomunistizadores lo mutilaron y reivindicaron su nuevo invento, cojo pero tan moderno, «la comunistización, la abolición del capital sin una fase de transición».
Los comunistizadores trataron entonces de demostrar que era la propia situación histórica la que había cambiado. La dominación real del capital, la globalización y la reestructuración industrial habrían arruinado todo lo que quedaba como posibilidad de afirmación del proletariado. El proletariado seguía siendo «potencialmente» revolucionario, pero era necesario sobre todo insistir en la idea de que esta potencialidad sólo se hacía realidad a través de su autonegación. «Con el objetivo de la liberación del trabajo como reapropiación proletaria de las fuerzas productivas y del movimiento del valor, la idea misma de una naturaleza positivamente revolucionaria del proletariado entró en crisis -y el neoconsejismo situacionista con ella. En efecto, la IS, al mismo tiempo que introducía en las formas del programa un contenido no programático -la abolición sin transición del trabajo asalariado y del intercambio, y por tanto de las clases y del Estado-, conservaba estas formas: las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución, el desarrollo de los «medios técnicos» y la búsqueda de la conciencia por parte del proletariado, redefinido como la clase casi universal de todos los desposeídos del uso de sus vidas »[15] Era una cuestión de vida o muerte: para sobrevivir y tratar de desviar a algunos jóvenes en busca de coherencia revolucionaria, había que reafirmar la existencia de un proletariado revolucionario y proclamar alto y claro la necesidad del comunismo, de una revolución que desembocara en una insurrección mundial capaz de destruir el Estado. Así llegamos a la cumbre de la hipocresía de Gilles Dauvé: «Corazón y cuerpo del capitalismo, el proletariado es también el vector posible del comunismo»[16].
La caída del Muro de Berlín y la intensa campaña ideológica de la burguesía sobre la bancarrota del comunismo han dado lugar a un nuevo auge del movimiento de la comunistización. Bajo el impacto de esta campaña, el proletariado sufrió un retroceso en su conciencia y en su espíritu de lucha. No había librado antes una lucha decisiva, por lo que no fue derrotado, pero se enfrentó a la pérdida de su identidad de clase. Para los comunistizadores, esto era la confirmación de sus tesis: el proletariado tenía que abandonar sin remordimientos su identidad de clase, su naturaleza de clase explotada y sus luchas reivindicativas, para sumergirse inmediatamente en la autonegación revolucionaria. El llamado nuevo movimiento obrero tenía que romper con lo que ellos llaman programatismo, término que en realidad designa los medios y el proceso que conducen al objetivo final.
En otras palabras, se trataba de un vertiginoso retroceso, una vuelta a la situación anterior a los trabajos de la Primera Internacional que, contra los anarquistas, había recordado que toda lucha de clases es una lucha política y que la emancipación del proletariado pasa por la toma del poder político a escala internacional, única palanca de que dispone para lograr disolver las categorías económicas del capitalismo. Los comunistizadores podían afirmar sin pudor: «Con la liquidación de la política por el capital, que ha logrado la dominación real de la sociedad, la crítica anarquista de la política puede integrarse en la teoría comunista: la autonegación del proletariado será al mismo tiempo la destrucción de todos los tinglados políticos, unidos en la contrarrevolución capitalista»[17].
El lamentable resultado de todo esto es muy simple. Los comunistizadores sólo tenían una idea en mente, corregir a Marx con la ayuda de Bakunin, que fue el primero en proclamar las virtudes creadoras de la destrucción, y que propugnaba un socialismo sin transición. «Persistiremos, dijo Bakunin, en negarnos a asociarnos a cualquier movimiento político que no tenga como objetivo inmediato y directo la emancipación completa de los trabajadores[18]. ¿Cuál es ese «objetivo inmediato y directo» sino la autonegación del proletariado y el abandono del concepto de transición al comunismo?
Hemos visto que los comunistizadores se inspiran en el nihilismo anarquista; que, como Bakunin en su tiempo, han entrado en guerra contra toda forma de organización revolucionaria, que presentan como un chanchullo; que pretenden destruir toda referencia al programa, a los principios, a las tradiciones, a la continuidad histórica, a la teoría, a la conciencia y a la perspectiva revolucionaria del proletariado. En resumen, contrariamente a la ingenuidad infantil de los modernistas de los años 70, los comunistizadores de hoy son extremadamente peligrosos para la lucha del proletariado. Reflejan la sociedad burguesa en descomposición y viven con ella. Una sociedad en la que, para la clase dominante, lo único que queda es gestionar día a día las situaciones de crisis, agitar el bastón de la violencia de Estado, en la que el pasado y el futuro han desaparecido, en la que el pensamiento da vueltas en círculo, entonando una desconfianza generalizada hacia cualquier planteamiento científico o político. Entre los comunistizadores, el inmediatismo ha sido llevado al límite, hasta la caricatura.
Para estos señores, el comunismo no es «un nuevo modo de producción, sino la producción de la inmediatez de las relaciones entre individuos singulares, la abolición sin transición del capital y de todas sus clases, incluido el proletariado», por lo que hay que rechazar la «realización leninista o consejista de la dictadura del proletariado[19].
En contraste con este galimatías, el rigor del marxismo, como teoría viva del proletariado, es un soplo de aire fresco. Basándose en su profundo conocimiento de las revoluciones burguesas, de la antigüedad griega y romana[20] y del papel histórico del proletariado, Marx forjó el concepto de dictadura del proletariado, que representa un logro teórico fundamental: «..Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases...[21]».
La formulación propiamente dicha no apareció por primera vez hasta 1850 en La lucha de clases en Francia, pero ya estaba presente como hilo conductor en el Manifiesto del Partido Comunista. Tras un largo periodo en el que el proletariado se había movilizado principalmente en la lucha por reformas, la noción de dictadura del proletariado reapareció allí donde el conflicto de clases se había agudizado más, en Polonia y Rusia, donde la revolución de 1905 anunciaba las grandes luchas revolucionarias de la decadencia capitalista. El IIº Congreso del POSDR aprobó un programa redactado por Plejánov y Lenin que, por primera vez en la historia de los partidos socialdemócratas, incluía este principio.
La dictadura del proletariado no tiene nada que ver con las diversas formas de totalitarismo burgués que existen en Rusia, China, Estados Unidos o Francia. Significa, sobre todo, que es necesario un período de transición entre el capitalismo y el comunismo, por dos razones.
Esta necesidad se deriva principalmente del hecho de que, por primera vez en la historia, la clase revolucionaria es también la clase explotada. A diferencia de la burguesía revolucionaria, el proletariado no tiene poder económico en el que apoyarse para construir gradualmente los elementos de la sociedad comunista dentro del capitalismo. Sólo puede comenzar este trabajo fuera del capitalismo. El acto de tomar el poder político no es por tanto, como para la burguesía, la coronación de un poder económico creciente en el seno de la vieja sociedad, sino el punto de partida para que el proletariado modifique profundamente las formas de organización de la producción social. La insurrección es, pues, la primera etapa, no la última, de la transformación social que el proletariado está llamado a realizar. Primero debe romper el marco político de la vieja sociedad.
La segunda razón fundamental es que la extenuación de las condiciones de la vieja sociedad no significa necesaria y automáticamente la maduración y culminación de las condiciones de la nueva sociedad. Mediante el aumento de la productividad del trabajo, la concentración y centralización del capital y la socialización internacional de la producción, el capitalismo crea las premisas para el comunismo, pero no el comunismo en sí. En otras palabras, el declive de la vieja sociedad no es automáticamente la maduración de la nueva, sino sólo la condición para esa maduración. Citando el Anti-Dühring de Engels, la Izquierda Comunista Italiana escribió en su revista Bilan: «Es evidente que el desarrollo final del capitalismo no corresponde a un “pleno florecimiento de las fuerzas productivas” en el sentido de que éstas serían capaces de satisfacer todas las necesidades humanas, sino a una situación en la que la supervivencia de los antagonismos de clase no sólo detiene todo el desarrollo de la sociedad, sino que conduce a su regresión.[22]».
Sin nada en lo que apoyarse, sin propiedades, el proletariado sólo dispone de la palanca política para transformar el mundo. Como demuestra la experiencia histórica, es capaz de hacerlo gracias a su conciencia y su unidad, dos fuerzas gigantescas materializadas por su organización de masas, los consejos obreros, y su vanguardia, el Partido Comunista Mundial. Pero para crear una sociedad de abundancia, primera condición de la emancipación humana, debe romper no sólo el marco político de la vieja sociedad, sino también las relaciones burguesas de producción que impiden un nuevo auge de las fuerzas productivas liberadas definitivamente de los estragos de la industria capitalista.
- «Como es natural, en primera instancia esto sólo puede ocurrir por medio de intervenciones despóticas en el derecho de propiedad y en las relaciones burguesas de producción, vale decir, en virtud de medidas que parecen económicamente insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y que resultan totalmente inevitables como medios para revolucionar todo el modo de producción»[23]. El principio de la dictadura del proletariado nos recuerda que la única fuerza capaz de llevar a buen término esta obra es una clase histórica homogénea que está en el mismo centro de las contradicciones del capitalismo: la clase del trabajo asalariado. Por su práctica revolucionaria, el proletariado se revela como la última clase explotada de la historia de la humanidad. «Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se unifica necesariamente para convertirse en clase, si en virtud de una revolución se convierte en clase dominante y en cuanto clase dominante deroga por la fuerza las antiguas relaciones de producción, abolirá, junto con estas relaciones de producción, las condiciones de existencia del antagonismo de clases, las clases en general y con ello su propia dominación en cuanto clase».
Por otra parte, la dictadura del proletariado es la extensión y culminación de la lucha entre las dos clases fundamentales de la sociedad. Al tomar el poder, el proletariado afirma que no hay otro camino, ningún compromiso posible, para librarse de los antagonismos de clase. Este período revolucionario está marcado por una alternativa franca y brutal: será la dictadura de la burguesía o la dictadura del proletariado. El proletariado no tiene necesidad de ocultar sus objetivos y manifiesta claramente al mundo que «El poder político en su sentido estricto es el poder organizado de una clase para la opresión de otra»[24] y tenía el deber de decirlo alto y claro para conducir a la humanidad entera hacia el dominio de sus propias fuerzas sociales, rompiendo con las fuerzas ciegas del pasado.
La conquista del poder y la dictadura del proletariado siguen siendo el núcleo del programa comunista. Este es el resultado al que llega la teoría científica del marxismo: «Aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio movimiento –y el objetivo último de esta obra es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna-, no puede saltearse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto»[25].
Cuando la aparición de los consejos obreros ha creado una situación de doble poder, la situación sólo puede resolverse mediante la toma del poder por el proletariado y la demolición del Estado burgués. La insurrección es el momento de este desenlace. La conquista del poder se ha convertido en la prioridad absoluta en la que se concentran todas las fuerzas del proletariado. Intentar controlar u organizar la producción y la distribución sería ilusorio y un peligroso despilfarro de energía mientras este poder no esté en manos del proletariado. También sería catastrófico intentar forzar el proceso llamando prematuramente a la conquista del poder cuando no se han dado las condiciones necesarias. Contra Gramsci, la Izquierda italiana escribía en su órgano Il Soviet en junio de 1919: «No se puede considerar la aplicación práctica del programa socialista sin tener siempre presente la barrera que nos separa claramente en el tiempo: la realización de una condición previa, a saber, la conquista de todo el poder político por la clase obrera; este problema precede al otro, y el proceso de su resolución está aún lejos de ser precisado y definido. El estudio concreto de las conquistas socialistas vitales bien podría llevar a algunos a concebirlas fuera de la atmósfera de dictadura proletaria que las nutre, a creerlas compatibles con las instituciones actuales y a deslizarse así hacia el reformismo»[26].
Todos estos principios resultantes de la experiencia histórica y del trabajo teórico, como hemos visto, no tienen sentido para los comunistizadores. Cada cuestión planteada por la perspectiva revolucionaria se responde metafísicamente. Veamos cómo presentan, por ejemplo, la contradicción entre las necesidades vitales y la transformación de las relaciones sociales: «En 1999-2001, algunos piqueteros argentinos emprendieron producciones cuyo único objetivo no era el producto. Una panadería piquetera comunitaria elaboraba pan, y el acto de producción era también un elemento de transformación de las relaciones interpersonales: ausencia de jerarquía, práctica del consenso, autoformación colectiva... Para cada participante, “el otro como tal [se había] convertido en una necesidad para él” [Marx] »[27] La trampa del interclasismo que estrangulaba entonces a los trabajadores argentinos se vio agravada por la tutela del Estado sobre los desocupados con la ayuda de organizaciones peronistas y de izquierda[28]. La complicidad de los comunistizadores con estos órganos del Estado burgués confirmaba una vez más el carácter burgués de la ideología modernista.
Los dos momentos de la historia en los que el proletariado fue capaz de tomar el poder, la Comuna de París en 1871 y Octubre de 1917 en Rusia, aportaron valiosas lecciones y permitieron corregir y enriquecer el programa revolucionario del proletariado. En primer lugar, confirmaron plenamente lo que la teoría marxista venía desarrollando desde su nacimiento a finales de la década de 1840. El nacimiento de un nuevo modo de producción sólo puede tener lugar mediante la violencia, mediante el enfrentamiento brutal de las clases históricas. En este proceso, la superestructura representada por el poder político y el Estado desempeñan un papel esencial. Son los instrumentos a través de los cuales los pueblos hacen la historia y hacen posible el surgimiento de una nueva sociedad que ha permanecido aprisionada en los flancos de la antigua.
Una vez en el poder, el proletariado se organiza para no perderlo y estimular la agitación revolucionaria en otras partes del mundo. Para ello, comienza por disolver el ejército permanente y la policía y se apodera del monopolio de las armas. Destruye el Estado burgués, cuya burocracia y fuerzas de represión se han vuelto inadecuadas para las tareas revolucionarias. Y cuando en el período revolucionario reaparece un nuevo Estado como fenómeno inevitable porque las clases e intereses antagónicos no han desaparecido, debe tomar el control de este Estado para volverlo contra la antigua clase dominante e intervenir en el terreno económico. En sus notas sobre un texto de Bakunin, Marx describe esta situación revolucionaria: «Esto significa que mientras existan otras clases, y en particular la clase capitalista, el proletariado lucha contra ella (porque sus enemigos y la antigua organización de la sociedad no han desaparecido todavía con su acceso al poder), y debe por tanto emplear medios violentos, es decir, medios de gobierno; si él mismo sigue siendo todavía una clase y si las condiciones económicas en las que se basan la existencia y la lucha de clases no han desaparecido todavía, deben ser abolidas o transformadas por la violencia y el proceso de transformación, acelerado por la violencia»[29].
Mientras no esté asegurado el poder internacional de los Consejos Obreros, es seguro que las primeras medidas económicas, administrativas y jurídicas introducidas por el semi-estado del período transitorio parecerán bastante insuficientes, como ya subraya el Manifiesto del Partido Comunista. La prioridad es bloquear el camino a la contrarrevolución, atraer al movimiento a las clases medias y a los parados de todo el mundo. Es imposible predecir cuánto durará esta etapa de la revolución, pero sí sabemos que impondrá grandes sacrificios al proletariado. Durante todo este tiempo, la necesidad de garantizar el funcionamiento de la sociedad implica inevitablemente la persistencia de relaciones de intercambio con el pequeño campesinado.
Con un notable espíritu de síntesis, Lenin resume toda la trayectoria histórica que hace posible la victoria del proletariado: «Los utopistas se dedicaron a “descubrir” las formas políticas con las que debía producirse la transformación socialista de la sociedad. Los anarquistas se desentendieron del problema de las formas políticas en general. Los oportunistas de la socialdemocracia actual han tomado por límite insuperable las formas políticas burguesas del Estado democrático parlamentario y se ha roto la frente de tanto prosternarse ante este “modelo”, declarando anarquismo toda aspiración a romper estas formas.»[30] Los comunistizadores, por su parte, pulverizan el proceso de transición de una sociedad a otra eludiendo totalmente su origen: la constitución del proletariado como clase dominante capaz tanto de asegurar su poder sobre la sociedad como de salvaguardar su autonomía política y su objetivo comunista.
A pesar de los límites impuestos por la situación de partida, el proletariado sólo puede vencer si dirige la sociedad hacia el comunismo desde el principio. Debe aprovechar todas las oportunidades para atacar la separación entre la ciudad y el campo, entre la industria y la agricultura, para atacar la división capitalista del trabajo y todas las formas mercantiles, y para reorientar toda la producción hacia la satisfacción de las necesidades humanas.
Entre las primeras medidas adoptadas, de las que dependería la dinámica revolucionaria, figuran las siguientes:
«- La socialización inmediata de las grandes concentraciones capitalistas y de los principales centros de actividad productiva.
- Planificación de la producción y la distribución: el criterio de la producción debe ser la máxima satisfacción de las necesidades y ya no la acumulación.
- Reducción masiva de la jornada laboral.
- Aumento sustancial del nivel de vida.
- Intento de abolir la remuneración basada en el salario y en su forma monetaria.
- Socialización del consumo y de la satisfacción de las necesidades (transporte, ocio, alimentos, etc.).
- La relación entre los sectores colectivizados y los sectores de producción que siguen siendo individuales -especialmente en el campo- debe tender a un intercambio colectivo organizado a través de las cooperativas, suprimiendo así el mercado y el intercambio individual.»[31]
Una experiencia tan importante como la de octubre de 1917 no podía dejar de aportar numerosas enseñanzas, tanto positivas como negativas. En particular respecto a la degeneración y el fracaso de la revolución. Ésta se vio asfixiada por el aislamiento internacional, en particular por el fracaso de la revolución en Alemania. Tuvo que aguantar en previsión de nuevos intentos revolucionarios en los países centrales del capitalismo, resistiendo al mismo tiempo los asaltos de los ejércitos blancos y de la coalición de países desarrollados cuyas tropas desembarcaron en territorio ruso. Este aislamiento condujo muy pronto a la degeneración de la Revolución Rusa y al auge del oportunismo en el seno del partido bolchevique. Uno de los factores de la degeneración de la revolución fue la connivencia entre el poder proletario y el nuevo Estado creado por la revolución[32]. Marx, como muestra su Crítica del Programa de Gotha, parecía haber resuelto el problema de una vez por todas: «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado»[33].
Sin embargo, la teoría marxista del Estado ya había permitido vislumbrar el problema. En su introducción a La guerra civil en Francia, Engels escribió: «En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que se transmite hereditariamente al proletriado triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del estado.»[34]
La Revolución Rusa demostró que el Estado, lejos de ser una simple «máquina» que podía cambiar de función cambiando de manos, era ante todo un producto de todas las sociedades de clases del pasado y llevaba en sí todas las formas posibles de opresión. Ninguno de los revolucionarios de la época había imaginado que la contrarrevolución burguesa emergería victoriosa del corazón mismo del Estado, de un Estado que sin embargo se calificaba de proletario, y que sería capaz de reconstituir ex nihilo una nueva clase burguesa rusa apoyándose en la burocracia y en su expresión política, la fracción estalinista.
La Izquierda Comunista Italiana hizo una contribución fundamental a esta cuestión en su valiosísimo trabajo de balance de la década de 1930[35]. La Gauche Communiste de France (GCF) en los años 1940-50, seguida de la Corriente Comunista Internacional, son las únicas que han retomado, dentro de la corriente de la Izquierda Comunista actual, este sólido marco político que nos permitirá afrontar mañana los complejos problemas del periodo de transición. Dejemos que Marc Chirik resuma estos principios: «La sociedad transitoria sigue siendo una sociedad dividida en clases y, como tal, hace surgir necesariamente esa institución propia de todas las sociedades divididas en clases: el Estado.
Con todas las amputaciones y medidas de precaución que se han de imponer a esa institución (funcionarios elegidos y revocables, sueldos iguales a los de los obreros, unificación entre legislativo y ejecutivo, etc.) y que reducen ese Estado a ser un semi-Estado, nunca se ha de perder de vista su carácter histórico anticomunista y por lo tanto antiproletario, esencialmente conservador: el Estado sigue siendo el guardián del statu quo.
Si reconocemos la inevitabilidad de esa institución que el proletariado tendrá que utilizar como un mal necesario, tanto para acabar con la resistencia de la clase capitalista derrocada como para preservar un marco administrativo y político unido a una sociedad que sigue desgarrada por intereses de clases, hemos de rechazar categóricamente la idea de transformar ese Estado en bandera y motor del comunismo. Ese Estado sigue siendo esencialmente un órgano de conservación del statu quo y un freno para el comunismo. No hemos entonces de identificarlo al comunismo ni a la clase que lo lleva en sí, el proletariado. Por definición, el proletariado es la clase más dinámica de la historia puesto que conlleva la desaparición de todas las clases en su lucha por su propia emancipación. Por ello, aun utilizando el Estado, el proletariado expresa su dictadura no a través de él, sino sobre él. Por ello igualmente, el proletariado no ha de reconocer el menor derecho a esa institución de intervenir por la violencia en la clase obrera ni a arbitrar las discusiones de los organismos de la clase, consejos y partido revolucionario.»[36].
Por su parte, los comunistizadores, al haber desvinculado al proletariado de su programa, es decir, de su perspectiva revolucionaria y de su experiencia histórica, son incapaces de extraer lecciones de la historia. No pueden ofrecer ninguna orientación revolucionaria, sólo desilusión, niebla y noche, aventuras desastrosas y, finalmente, la derrota. Al sostener la perspectiva del advenimiento inmediato del comunismo, desempeñan el mismo papel destructor que Bakunin, ese parásito del movimiento obrero: «De la misma manera que los primeros cristianos tomaron como modelo de su organización su paraíso imaginario, de la misma manera, nosotros debernos, según eso, tornar también como modelo nuestro el futuro paraíso social del señor Bakunin, y en vez de luchar, rezar oraciones y tener esperanza. ¡Y esos hombres, que nos predican tales absurdos, se presentan como los únicos revolucionarios auténticos! »[37].
Adeptos del método especulativo, ignoran totalmente el método dialéctico. Son incapaces de plantear correctamente las contradicciones, de comprender cómo se pueden superar, y muy a menudo inventan contradicciones que no tienen nada que ver con la realidad. Por ejemplo, la supuesta contradicción entre la clase obrera y el proletariado, es decir, según los modernistas, entre la clase explotada que contribuye únicamente a la reproducción del capital y la clase revolucionaria producida por su imaginación. He aquí a dónde nos lleva esto en relación con la Revolución alemana de 1918-1919: «El aplastamiento de la Revolución alemana por la socialdemocracia trastoca muchas concepciones [...]. Toda una concepción se derrumbó para estos revolucionarios: era el propio movimiento obrero organizado el que se enfrentaba a ellos como la principal fuerza contrarrevolucionaria, el que sostenía el Estado, el que organizaba los cuerpos francos... Pero es más, en el primer Congreso de los Consejos de Obreros y Soldados alemanes, ¡era el SPD el que tenía la mayoría! »[38].
Aquí podemos ver el estado de ánimo de la pequeña burguesía contestataria de 1968, que creía ver en el PCF un primer paso hacia la conciencia de clase, en lugar de ver en él la expresión del capitalismo de Estado, que permitía a la burguesía penetrar en el proletariado -gracias a los sindicatos, los partidos de izquierda y los izquierdistas- para controlarlo e intentar impedir cualquier despertar de conciencia o cualquier movimiento general; Del mismo modo, la socialdemocracia, que acababa de pasarse al campo burgués al apoyar la guerra imperialista, se presenta aquí como una emanación del proletariado. Pero desde hace 56 años, ha corrido mucha agua bajo los puentes. Tal afirmación se ha convertido ahora en criminal porque perpetúa la confusión entre la clase revolucionaria y el enemigo de clase disfrazado de falso socialismo, confusión de la que tanto le costó desembarazarse al proletariado de la época y que le condujo a las masacres de la Primera Guerra Mundial. Pero los comunistizadores no se detuvieron ahí y participaron también en la gigantesca campaña ideológica de Estado que intentó hacer pasar el estalinismo por comunismo y confundió a Stalin con Lenin. Esta es su pequeña contribución a los esfuerzos de la burguesía por impedir que la clase obrera recupere su identidad de clase y su perspectiva revolucionaria tras el revés de los años noventa.
Al reanudar sus luchas de resistencia por las reivindicaciones inmediatas desde 2022, el proletariado ha contradicho una vez más las expectativas de los comunistizadores. Estas luchas constituyen la base material que permitirá al proletariado redescubrir su identidad de clase, resistir al desencadenamiento de guerras imperialistas regionales, desarrollar su conciencia y redescubrir su perspectiva revolucionaria. Por el contrario, el proletariado que recorre las mentes de los comunistizadores, como ayer recorrió las mentes de los pequeñoburgueses de 1968, es imaginario y fantasioso, y no tiene nada que ver con el proceso histórico real. Gracias a su método y convicciones revolucionarias, Marx ya había denunciado de antemano a estos pretenciosos idealistas y su pomposa retórica: «Ante el primer estallido de la revuelta obrera de Silesia, la única tarea de una mente pensante y amante de la verdad no era juzgar el acontecimiento como un pedante, sino, por el contrario, estudiar su carácter particular. Es cierto que esto requiere un poco de comprensión científica y un poco de amor al ser humano, mientras que para la otra operación, una fraseología hecha, teñida de vano amor propio, es más que suficiente»[39].
Avrom Elberg
[1] Roland Simon, (en francés) Senonevero; Histoire critique de l´ultragauche.pdf [60], Marsella, 2009, p. 19.
[2] Manifiesto del Partido Comunista, capítulo III, Literatura socialista y comunista, 2. Socialismo conservador y burgués.
[3] De estos cuatro discípulos de Stalin, sólo dos, Mao y Ho Chi Minh, pertenecieron al movimiento obrero en su juventud antes de ser arrastrados al oportunismo y la traición bajo la bandera del «socialismo en un solo país».
[4]La izquierda comunista germano-holandesa también desapareció por una degeneración consejista que a menudo desembocó en el izquierdismo. Varios grupos políticos actuales proceden de la izquierda italiana. La mayoría de ellos pertenecen al medio político proletario, pero han cuestionado las principales posiciones adquiridas por la Izquierda Comunista Italiana desde su nacimiento en el Congreso de Bolonia en 1912 hasta la autodisolución de la Fracción Italiana en mayo de 1945.
[5] François Danel, (en francés) prefacio a la antología Rupture dans la théorie de la révolution, Textes 1965-1975, publicada por Éditions Entremonde en 2018, Pág.9.
[6] Véase en particular el artículo contra los situacionistas en Révolution internationale antigua serie nº 2 de febrero de 1969: «Comprender a Mayo». Reimpresa en la Revista Internacional 74 y on line.
[7] Véase: Castoriadis, Munis y el problema de la ruptura con el trotskismo [61] en Revista Internacional nº 160 (2º semestre de 2018) y nº 161 (1º semestre de 2019). Véase también «Crítica a los llamados "comunistizadores" III (1ª parte). Jacques Camatte: del bordiguismo a la negación del proletariado [62] y Crítica a los llamados "comunistizadores" III (2ª parte).: Jacques Camatte: del bordiguismo a la negación del proletariado [63] en CCI on line
[8] Jean Barrot (Gille Dauvé), Communisme et question russe, París, La Tête de Feuilles, 1972, p. 23
[9] Citado en Rupture dans la théorie de la révolution, Op. cit, p. 212.
[10] Este argumento cae lastimosamente en saco roto, ya que la verdadera dominación del capital sobre el trabajo, que Marx explicó, es una revolución en el proceso técnico del trabajo que se generalizó a principios del siglo XIX y que los comunistizadores confunden con la aparición del capitalismo de Estado en 1914 bajo la presión de la guerra imperialista. Pero el objetivo era también echar un velo de confusión sobre la teoría subversiva de la decadencia del capitalismo adoptada por la Internacional Comunista en su primer congreso.
[11] Gilles Dauvé, De la crise à la communisation [64], París, ed. Entremonde, 2017, p. 21.
[12] Este fue el caso de René Riesel, líder situacionista de Mayo del 68, que durante un tiempo dirigió la Confédération paysanne con José Bové.
[13] Vaneigem, también dirigente situacionista de Mayo del 68, no oculta su amistad con Robert Ménard, alcalde ultraderechista de Bézier en Francia. Este último es sin duda el inspirador de esta pieza de bravura: «No condeno (¿y con qué derecho?) el batiburrillo de análisis, debates e informes de expertos que fustigan al capitalismo. Mi indiferencia o mi reserva nacen de una simple constatación: a los críticos del viejo mundo les falta una dimensión esencial, la insurrección del corazón». Raoul Vaneigem, Du Traité de savoir-vivre à l'usage des jeunes générations à la nouvelle insurrection mondiale, (Tratado de buenos modales hacia la nueva insurrección mundial) 2023, p. 13.
[14] A principios de los años 1990, hubo en Francia toda una campaña montada por restos de la «ultraizquierda» en torno a las «revelaciones» de Faurisson sobre la supuesta inexistencia de campos de exterminio nazis, campaña recuperada en gran medida por la extrema derecha. Al volver a poner de moda las tesis trasnochadas del antisemita Faurisson, la «ultraizquierda negacionista» ha servido bien, incluso en su momento y del mismo modo que Le Pen, a la propaganda burguesa de la izquierda destinada a poner a los trabajadores detrás de la defensa del Estado democrático en nombre del «retorno del peligro fascista». Sobre este tema, lee nuestro artículo «El pantano de la “ultraizquierda” al servicio de las campañas de la burguesía» en nuestro folleto «Fascismo y democracia: dos expresiones de la dictadura del capital».
[15] Rupture dans la théorie de la révolution, Op. cit, p. 9.
[16] De la crise à la communisation, op. cit. p. 116.
[17] Rupture dans la théorie de la révolution, op. cit. p. 13.
[18] Citado en B. Nicolaïevski, O. Mænchen-Helfen, La vie de Karl Marx, París, Gallimard, 1970, p. 336.
[19] Rupture dans la théorie de la révolution, Op. cit, pp. 10 y 22.
[20] En la Antigüedad, la república romana, enfrentada a una profunda crisis interna, se dio la opción de confiar temporalmente el poder a un tirano. En virtud de la ley del dictatore creando, el Senado romano podía ceder parcialmente el poder por un período no superior a seis meses.
[22] Se trata de un artículo de Mitchell de la serie “Problemas del periodo de trancisión 3 [66]” publicado en Bilan nº 28 (febrero-marzo de 1936) y reeditado en la Revista Internacional nº 129 (2° trimestre de 2007).
[23] Un próximo artículo de esta serie abordará la cuestión de la política económica aplicada por la dictadura del proletariado para llevar a cabo la disolución de todas las categorías económicas del capitalismo.
[24] Las tres últimas citas proceden del Manifiesto Comunista, capítulo II: «Proletarios y comunistas», pags 66 y 67, Ed CRÍTICA (Grijalbo Mondadori, S.A.) 1998, Barcelona
[25] K. Marx, Prefacio a El Capital, 1867, pag. 8, Ed. Siglo XXI 1978, Madrid
[26] En Programme Communiste n° 72, diciembre de 1976, p. 39.
[27] De la crise à la communisation, op. cit, p. 125.
[28] Véase el artículo de nuestros camaradas, Argentina: la mistificación de los "piqueteros" (NCI) [67], en Revista Internacional n° 119, 4º trimestre de 2004.
[29] K. Marx, Notes critiques à « Étatisme et anarchie », en Marx/Bakounine, Socialisme autoritaire ou libertaire, París, éd. UGE-10/18, 1975, tomo 2, p. 375.
[30] Lenin, El Estado y la revolución, en Obras escogidas en tres tomos, T. 2, pag 333, Ed Progreso, Moscú, 1978
[31] «El comunismo está en el orden del día de la historia: Marc Chirik y el Estado en el período de transición [68]»; Revista Internacional 165
[32] Dejamos aquí de lado otro importante factor de degeneración, el sustitucionismo, es decir, el ejercicio del poder por el partido, que llevó a la destrucción de los consejos obreros rusos.
[33] K. Marx, Crítica del Programa de Gotha (IV) en Marxist internet archives: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/critica-al-programa-de-gotha.htm [69]
[34] Friedrich Engels, Introducción a K. Marx, La Guerra Civil en Francia, en Carlos Marx-Federico Engels, Obras escogidas en dos tomos, Tomo primero, pag 504, AKAL Ed. 1975, Madrid
[35] Véase nuestro libro La Gauche communiste d'Italie.
[36] Marc Chirik, «Problèmas del période de transición», en Revista Internationale nº 1, abril de 1975. https://es.internationalism.org/revista-internacional/197501/955/problemas-del-periodo-de-transicion [70]
[37] Friedrich Engels, El congreso de Sonvillier y la Internacional, https://www.grupgerminal.org/?q=system/files/1872-01-03-sonvillier-engels_0.pdf [71]
[38] Histoire critique de l'ultragauche, op. cit. p. 29.
[39] K. Marx, Glosas críticas al margen del artículo « «El rey de Prusia y la reforma social por un prusiano» [72] MIAléiade III, p. 414.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint_172_v.web_1.pdf
[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[3] https://es.internationalism.org/content/5101/el-auge-del-populismo-es-producto-de-la-descomposicion-del-capitalismo
[4] https://es.internationalism.org/content/5064/tras-la-ruptura-en-la-lucha-de-clases-la-necesidad-de-politizacion-de-las-luchas
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199712/1217/ii-el-estado-y-la-revolucion-lenin-una-brillante-confirmacion-del-
[6] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[7] https://es.internationalism.org/tag/2/40/la-conciencia-de-clase
[8] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion
[9] https://es.internationalism.org/tag/2/31/el-engano-del-parlamentarismo
[10] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional
[11] https://en.internationalism.org/worldrevolution/200705/2136/blair-s-legacy-trusty-servant-capitalism
[12] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierdismo
[13] http://www.warsintheworld.com
[14] https://es.internationalism.org/tag/3/47/guerra
[15] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/conflictos-interburgueses-0
[16] https://es.internationalism.org/tag/geografia/oriente-medio
[17] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo
[18] https://actionweek.noblogs.org/
[19] https://en.internationalism.org/pamphlets/nationorclass/intro
[20] https://anarcomuk.uk/articles/
[21] https://en.internationalism.org/icconline/2006/groupe-communiste-internationaliste
[22] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/pantano
[23] https://es.internationalism.org/tag/organizacion-del-proletariado/militancia
[24] https://es.internationalism.org/tag/3/49/internacionalismo
[25] https://es.internationalism.org/content/4830/balance-de-las-reuniones-publicas-celebradas-sobre-la-declaracion-conjunta-de-grupos-de
[26] https://fr.internationalism.org/content/10811/gauche-communiste-guerre-ukraine
[27] https://en.internationalism.org/content/17240/correspondence-joint-statement-groups-communist-left-war-ukraine
[28] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos
[29] https://es.internationalism.org/tag/2/29/la-lucha-del-proletariado
[30] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-italiana
[31] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/47-princi.htm
[32] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint169.pdf
[33] https://fr.internationalism.org/rinte8/partisan.htm
[34] https://es.internationalism.org/content/4914/el-capitalismo-lleva-la-destruccion-de-la-humanidad-solo-el-proletariado-tiene-la
[35] https://es.internationalism.org/content/4460/nuevo-curso-y-una-izquierda-comunista-espanola-de-donde-viene-la-izquierda-comunista
[36] https://es.internationalism.org/content/4519/quien-es-quien-en-nuevo-curso
[37] https://es.internationalism.org/content/5024/una-conferencia-del-comunismo-de-izquierdas-en-bruselas-una-trampa-para-los-que-quieren
[38] https://fr.internationalism.org/rinte24/pologne.htm
[39] https://es.internationalism.org/content/2318/un-ano-de-luchas-obreras-en-polonia
[40] https://fr.internationalism.org/rinte34/est.htm
[41] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201610/4178/contribucion-sobre-el-problema-del-populismo-junio-de-2016
[42] https://es.internationalism.org/content/4185/brexit-trump-contratiempos-para-la-burguesia-que-en-nada-son-un-buen-presagio-para-el
[43] https://es.internationalism.org/content/4454/informe-sobre-la-descomposicion-hoy-mayo-de-2017
[44] https://es.internationalism.org/content/5006/informe-sobre-las-tensiones-imperialistas-para-el-25o-congreso-de-la-cci
[45] https://es.internationalism.org/content/4979/25o-congreso-internacional-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacional
[46] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1053/marc-de-la-revolucion-de-octubre-1917-a-la-ii-guerra-mundial
[47] https://es.internationalism.org/content/4663/marc-parte-2-de-la-segunda-guerra-mundial-la-actualidad
[48] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/documentos-de-los-congresos-y-conferencias
[49] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[50] https://es.internationalism.org/content/4720/resolucion-sobre-la-situacion-internacional-xxiv-congreso-de-la-cci-2021
[51] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197803/2363/marxismo-y-teorias-sobre-las-crisis
[52] https://fr.internationalism.org/rinte26/reso-crise.htm
[53] https://fr.internationalism.org/rinte31/congres_crise.htm
[54] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/769/bilan-n-10-1934-crisis-y-ciclos-en-la-economia-del-capitalismo-agon
[55] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200712/2117/la-crisis-del-capitalismo-de-estado
[56] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/760/bilan-n-11-1934-crisis-y-ciclos-en-la-economia-del-capitalismo-agon
[57] https://es.internationalism.org/content/4447/resolucion-sobre-la-situacion-internacional-2019-los-conflictos-imperialistas-la-vida
[58] https://es.internationalism.org/content/4893/el-capitalismo-lleva-la-destruccion-de-la-humanidad-solo-la-revolucion-mundial-del
[59] https://fr.internationalism.org/rinte23/crise.htm
[60] https://entremonde.net/IMG/pdf/senonevero_histoire%20critique%20de%20l´ultragauche.pdf
[61] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201804/4300/el-comunismo-esta-al-orden-del-dia-en-la-historia-castoriadis-muni
[62] https://es.internationalism.org/content/5043/critica-los-llamados-comunistizadores-iii-1a-parte-jacques-camatte-del-bordiguismo-la
[63] https://es.internationalism.org/content/5057/critica-los-llamados-comunistizadores-iii-2a-parte-jacques-camatte-del-bordiguismo-la
[64] https://entremonde.net/IMG/pdf/21rupture-livre.pdf
[65] https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m5-3-52.htm
[66] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200705/1904/v-los-problemas-del-periodo-de-transicion-3
[67] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/185/la-mistificacion-de-los-piqueteros-de-argentina-nci
[68] https://es.internationalism.org/content/4544/marc-chirik-y-el-estado-en-el-periodo-de-transicion
[69] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/critica-al-programa-de-gotha.htm
[70] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197501/955/problemas-del-periodo-de-transicion
[71] https://www.grupgerminal.org/?q=system/files/1872-01-03-sonvillier-engels_0.pdf
[72] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1844/julio-31.htm
[73] https://es.internationalism.org/tag/series/los-comunistizadores
[74] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/modernismo