25º Congreso Internacional de la CCI - Resolución sobre la situación internacional

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1. Preámbulo

El texto de la CCI sobre las perspectivas que se abren en la década de 20201 afirma que las múltiples contradicciones y crisis del sistema capitalista mundial -económicas, sanitarias, militares, ecológicas, sociales- se juntan cada vez más, interactuando entre ellas para crear una especie de “efecto torbellino” que hace de la destrucción de la humanidad un resultado cada vez más probable. Esta conclusión se ha vuelto tan evidente que partes significativas de la clase dominante pintan un cuadro similar. El Informe sobre Desarrollo Humano 2021-22 de la ONU ya había hecho sonar la alarma, pero el informe “Global Risk” (Riesgo Global) del Foro Económico Mundial (FEM), publicado en enero de 2023, es aún más explícito, puesto que habla de la “policrisis” a la que esta enfrentada la humanidad A medida que comienza 2023, el mundo se enfrenta a una serie de riesgos que parecen completamente nuevos y extrañamente familiares. Hemos visto un regreso de los riesgos antiguos (inflación, crisis del costo de vida, guerras comerciales, salidas de capital de los mercados emergentes, disturbios sociales generalizados, enfrentamientos geopolíticos y el espectro de la guerra nuclear) que pocos líderes empresariales y gubernamentales de esta generación han conocido. Estos fenómenos se ven amplificados por desarrollos relativamente nuevos en el panorama de riesgo global, incluidos niveles de deuda insostenibles, una nueva era de bajo crecimiento, de baja inversión global y desglobalización, una disminución en el desarrollo humano después de décadas de progreso, el desarrollo rápido y sin restricciones de tecnologías de doble uso (civil y militar), y la creciente presión de los impactos y ambiciones del cambio climático en una ventana de transición cada vez más estrecha hacia un mundo con una temperatura de 1.5°C. temperatura que necesariamente debería reducirse. Todos estos elementos están convergiendo para dar forma a una década única, incierta y turbulenta por venir”.

Aquí está la burguesía hablando honestamente consigo misma sobre la situación mundial actual, incluso si solo puede engañarse sobre la posibilidad de encontrar soluciones en el marco del sistema existente. Y continuará vendiendo estas ilusiones a la población mundial, con la ayuda y el apoyo de numerosos partidos políticos y campañas de protesta que ofrecen programas que suenan radicales y que jamás cuestionan las relaciones sociales capitalistas que han dado origen a una catástrofe inminente.

Para nosotros, los comunistas, no puede haber solución sin la abolición de las relaciones capitalistas y el establecimiento de una sociedad comunista a escala planetaria. Y lo que el FEM ha designado como otro “riesgo” en el período venidero -“malestar social generalizado”- constituye, sí separamos este término de todos los diversos movimientos burgueses o interclasistas que han planteado esta categoría, la alternativa opuesta con la que la humanidad se enfrenta: la lucha de clases internacional, que es la única que puede conducir al derrocamiento del capital y a la instauración del comunismo.

2. El marco histórico

La burguesía no ha sido capaz de situar la “policrisis” en las contradicciones económicas insolubles que surgen de las relaciones sociales antagónicas existentes, sino que ha visto su causa en la abstracción de la “actividad humana”; y tampoco ha podido ubicarlos en un marco histórico coherente. Para los comunistas, por el contrario, la trayectoria catastrófica del capitalismo mundial es el resultado de más de un siglo de decadencia de este modo de producción.

La guerra de 1914-18, y la oleada revolucionaria que provocó, llevó al primer Congreso de la Internacional Comunista a proclamar que el capitalismo había llegado a su época de “desintegración interior”, de “guerras y revoluciones”, ofreciendo la opción entre socialismo y descenso en la barbarie y el caos. La derrota de los primeros intentos revolucionarios del proletariado hizo que los acontecimientos de fines de la década de 1920, luego de la de 1930 y 1940 (la mayor depresión económica de la historia del capitalismo, una guerra mundial aún más devastadora, genocidios sistemáticos, etc.), inclinaran la balanza hacia la barbarie, y después de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto entre los bloques estadounidense y ruso confirmó que el capitalismo decadente ahora tenía la capacidad de destruir a la humanidad. Pero la decadencia del capitalismo continuó a través de una serie de fases: el auge económico de la posguerra, el regreso de la crisis abierta a fines de la década de 1960, el resurgimiento de la clase obrera internacional después de 1968. Esta última terminó con la dominación de la contrarrevolución, impidiendo la marcha hacia una nueva guerra mundial y abriendo un nuevo camino histórico hacia la confrontación de clases, que contenía el potencial para el renacimiento de la perspectiva comunista. Pero el fracaso de la clase trabajadora en su conjunto para desarrollar esta perspectiva condujo a un estancamiento de clase que se hizo cada vez más evidente en la década de 1980. El colapso del viejo orden mundial imperialista después de 1989 ha confirmado y acelerado la apertura de una fase cualitativamente nueva y terminal de la época de decadencia, que llamamos descomposición del capitalismo2. El hecho de que esta fase se haya caracterizado por una creciente tendencia al caos en las relaciones internacionales ha agregado un obstáculo adicional a una trayectoria hacia la guerra mundial, pero de ninguna manera hizo más seguro el futuro de la sociedad humana. En nuestras Tesis sobre Descomposición, publicadas en 1990, pronosticamos que la descomposición de la sociedad burguesa podría conducir a la destrucción de la humanidad sin necesidad de una guerra mundial entre bloques imperialistas organizados, a través de una combinación de guerras regionales, destrucción ecológica, pandemias y de colapso social. También pronosticamos que el ciclo de luchas obreras de los años 1968-89 estaba llegando a su fin y que las condiciones de la nueva etapa traerían mayores dificultades para la clase obrera.

3. Aceleración de la descomposición

La situación actual del capitalismo mundial ha traído una sorprendente confirmación de este pronóstico. La década de 2020 se abrió con la pandemia de Covid, luego en 2022 por la guerra en Ucrania. Al mismo tiempo, hemos sido testigos de numerosas confirmaciones de la crisis ecológica planetaria (olas de calor, inundaciones, derretimiento de los casquetes polares, contaminación masiva tanto del aire como de los océanos, etc.). Desde 2019, también hemos experimentado una nueva inmersión en la crisis económica, los “remedios” para la llamada crisis financiera de 2008 revelando todos sus límites. Pero mientras que en décadas anteriores la clase dominante de los principales países había logrado hasta cierto punto proteger a la economía del impacto de la decadencia, asistimos hoy a un “efecto torbellino” donde las diferentes expresiones de una sociedad en descomposición interaccionan entre sí y aceleran el descenso hacia la barbarie. Por lo tanto, la crisis económica obviamente se ha visto agravada por la pandemia y los confinamientos, la guerra en Ucrania y el costo creciente de los desastres ecológicos; mientras tanto, la guerra en Ucrania tendrá serias implicaciones ecológicas mundiales; tanto como la competencia por los escasos recursos naturales exacerbará aún más las rivalidades militares y revueltas sociales. En esta concatenación de efectos, la guerra imperialista, resultado de elecciones deliberadas de la clase dominante, ha jugado un papel central, pero incluso el impacto de un desastre “natural” como el terrible terremoto de Turquía y Siria se ha visto muy agravado por el hecho de que se produjo en una región ya paralizada por la guerra. También se puede señalar la corrupción endémica de políticos y contratistas, que es otra característica de la decadencia social: en Turquía, la miserable y desconsiderada búsqueda de ganancias en la industria de la construcción local llevó a ignorar las normas de seguridad que habrían podido reducir significativamente el número de víctimas del terremoto. Esta aceleración y esta interacción de los fenómenos de descomposición han marcado una nueva transformación de la cantidad en calidad en esta fase terminal de decadencia, mostrando más claro que nunca que la continuación del capitalismo se ha convertido en una amenaza tangible para la sobrevivencia de la humanidad.

4. Impacto de la guerra en Ucrania

La guerra en Ucrania también tiene una larga “prehistoria”. Ella es la culminación de los desarrollos más importantes en las tensiones imperialistas durante las últimas tres décadas, en particular:

- el derrumbe del sistema de bloques posterior a 1945 a fines de la década de 1980 y la irrupción del “cada uno para si” en las relaciones Inter imperialistas, provocando un importante declive en el liderazgo mundial de Estados Unidos.

- el surgimiento, dentro de esta nueva refriega global, de China como el principal retador imperialista de Estados Unidos, con su estrategia de largo plazo dirigida a sentar las bases económicas globales para su futura dominación imperialista. La reacción de Estados Unidos ante su propio declive y el ascenso de China no ha sido retirarse de los asuntos globales, sino todo lo contrario, ha lanzado su propia ofensiva destinada a limitar el progreso de China, desde el “viraje hacia el Este” de Obama hasta el enfoque más directamente militar de Biden, pasando por el énfasis de Trump en la guerra comercial (provocaciones en torno a Taiwán, destrucción de globos espía chinos, formación de AUKUS, nueva base estadounidense en Filipinas, etc.) El objetivo de esta ofensiva es erigir un muro de fuego alrededor de China, bloqueando su capacidad para desarrollarse como potencia mundial.

- Al mismo tiempo, Estados Unidos ha continuado con el cerco gradual de Rusia a través de la expansión de la OTAN, con el objetivo no solo de contener y debilitar a la propia Rusia, sino también y sobre todo de sabotear su alianza con China. La trampa tendida para Rusia en Ucrania fue el movimiento final en este juego de ajedrez, dejando a Moscú sin otra opción que tomar represalias militares, empujándolo a una guerra que tiene el potencial de desangrarlo y socavar sus ambiciones como una fuerza regional y mundial.

A la sombra de estas rivalidades imperialistas globales, se han extendido e intensificado otros tipos de conflictos que también están vinculados a la lucha entre las principales potencias, pero de forma aún más caótica. Numerosas potencias regionales juegan cada vez más su propio juego, tanto con respecto a la guerra en Ucrania como en los conflictos en su propia región. Así, Turquía, miembro de la OTAN, por un lado actúa como “intermediario” en nombre de la Rusia de Putin en el tema del aprovisionamiento de cereales, pero por otro suministra a Ucrania drones militares y se opone a Rusia en la “guerra civil” de Libia; Arabia Saudita ha desafiado a Estados Unidos al negarse a aumentar sus entregas de petróleo y, por lo tanto, a bajar los precios mundiales del petróleo; India se ha negado a cumplir con las sanciones económicas dirigidas por Estados Unidos contra Rusia. Mientras tanto, la guerra en Siria, que los principales medios de comunicación apenas han cubierto desde la invasión de Ucrania, ha seguido causando estragos, con Turquía, Irán e Israel más o menos directamente involucrados en la matanza. Yemen ha sido un campo de batalla sangriento entre Irán y Arabia Saudita; la subida al poder de un gobierno de extrema derecha en Israel ha echado leña al fuego del conflicto con la OLP, Hamas e Irán. Tras una nueva cumbre Estados Unidos. -África, Washington ha anunciado una serie de medidas económicas destinadas explícitamente a contrarrestar la creciente implicación de Rusia y China en este continente, que sigue sufriendo el impacto de la guerra en Ucrania por el suministro de alimentos y todo un mosaico de guerras y tensiones regionales (Etiopía-Tigray, Sudán, Libia, Ruanda-Congo, etc.) que ofrecen oportunidades para todos los buitres imperialistas regionales y mundiales. En el Lejano Oriente, Corea del Norte, que es uno de los raros países que suministra armas directamente a Rusia, agita su sable contra Corea del Sur (en particular con nuevos disparos de misiles, que también son una provocación con respecto a Japón). Y detrás de Corea del Norte está China, que está reaccionando al creciente cerco de Estados Unidos.

Otro objetivo de guerra de Estados Unidos en Ucrania, en marcada ruptura con los esfuerzos de Trump por socavar la alianza de la OTAN, ha sido frenar las ambiciones independientes de sus “aliados” europeos, obligándolos a cumplir las sanciones estadounidenses contra Rusia y continuar armando a Ucrania. Esta política de acercamiento a la alianza de la OTAN ha tenido cierto éxito, siendo Gran Bretaña el partidario más entusiasta del esfuerzo bélico de Ucrania. Sin embargo, la reconstitución de un verdadero bloque controlado por Estados Unidos aún está lejos. Francia y Alemania -este último con más que perder con el abandono de su tradicional “Ostpolitik” (Política hacia Este), dada su dependencia de los suministros energéticos rusos- siguen siendo incoherentes en cuanto a la entrega de armas solicitada por Kiev y han persistido en sus propias “iniciativas” diplomáticas hacia Rusia y China. Por su parte, China ha adoptado una postura muy cautelosa hacia la guerra en Ucrania, revelando recientemente su propio “plan de paz” y absteniéndose de proporcionar a Moscú la “ayuda letal” que tan a desesperadamente necesita.

Todos los hechos -incluso dejando de lado la cuestión de la movilización del proletariado en los países centrales que esto requeriría- confirman, pues, el punto de vista según el cual no nos encaminamos hacia la formación de bloques imperialistas estables. Pero eso de ninguna manera disminuye el peligro de escaladas militares descontroladas, incluido el uso de armas nucleares. Desde que George Bush padre anunció el advenimiento de un “nuevo orden mundial” tras la desaparición de la URSS, los intentos de Estados Unidos por imponer este “orden” lo han convertido en la fuerza más poderosa para aumentar el desorden y la inestabilidad en el mundo. Esta dinámica quedó claramente ilustrada por el caos de pesadilla que sigue reinando en Afganistán e Irak tras las invasiones estadounidenses de estos países, pero el mismo proceso también está funcionando en el conflicto ucraniano. Poner a Rusia contra la pared, por lo tanto, conlleva el riesgo de una reacción desesperada del régimen de Moscú, incluido el uso de armas nucleares; por el contrario, si el régimen se derrumba, podría desencadenar la desintegración de la propia Rusia, creando una nueva zona de caos con las consecuencias más impredecibles. La irracionalidad de la guerra en la decadencia del capitalismo se mide no sólo por sus gigantescos costos económicos, que superan con creces cualquier posibilidad de ganancia o reconstrucción a corto plazo, sino también por el brutal derrumbe de los objetivos estratégico-militares que, en el período de decadencia capitalista, ha suplantado cada vez más a la racionalidad económica de la guerra.

Después de la primera Guerra del Golfo, en nuestro texto “Militarismo y descomposición” (Revista International 64, primer trimestre de 19913), predijimos el siguiente escenario para las relaciones imperialistas en la fase de descomposición:

- “En el nuevo período histórico al que hemos entrado, y los acontecimientos del Golfo acaban de confirmarlo, el mundo se presenta como una inmensa batalla campal, donde jugará fondo la tendencia del ‘cada uno para sí’, en la cual las alianzas entre Estados no tendrán, ni mucho menos, el carácter de estabilidad que caracterizó a los bloques, sino que estará dictado por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sangriento en el que el gendarme americano intentará hacer reinar un mínimo de orden mediante el uso cada vez más masivo y brutal de su poderío militar.

Como demostraron las secuelas de las invasiones de Afganistán e Irak a principios de la década de 2000, la creciente dependencia de Estados Unidos del poderío militar dejó en claro que, lejos de lograr este mínimo de orden, la política imperialista de Estados Unidos se ha convertido en una de los principales factores de la inestabilidad del mundo ” (Resolución sobre la situación internacional , 17º Congreso de la CCI, (Revista Internacional 130, tercer trimestre de 20074), y los resultados de la ofensiva de EE.UU. contra Rusia lo han hecho aún más evidente, que el “gendarme del mundo” se ha convertido en el factor principal en la intensificación del caos a escala planetaria.

5. La crisis económica

La guerra de Ucrania es un nuevo golpe a una economía capitalista ya debilitada y socavada por sus contradicciones internas y por las convulsiones resultantes de su descomposición. La economía capitalista ya estaba entonces en medio de una desaceleración, marcada por el desarrollo de la inflación, las crecientes presiones sobre las monedas de las grandes potencias y la creciente inestabilidad financiera (reflejada en el estallido de las burbujas inmobiliarias en China, así como de las criptomonedas y de tecnología). La guerra ahora está agravando poderosamente la crisis económica en todos los niveles.

La guerra significa la aniquilación económica de Ucrania, el severo debilitamiento de la economía rusa por el inmenso costo de la guerra y los efectos de las sanciones impuestas por las potencias occidentales. Sus ondas de choque se sienten en todo el mundo, agravando las crisis alimentarias y las hambrunas a través del aumento de los precios de los productos de primera necesidad y la escasez de cereales.

La consecuencia más tangible de la guerra en todo el mundo es la explosión de los gastos militares, que ha superado los 2 billones de dólares. Todos los estados del mundo están atrapados en la espiral del rearme. Más que nunca, las economías están sujetas a las necesidades de la guerra, aumentando la parte de la riqueza nacional dedicada a la producción de instrumentos de destrucción. El cáncer del militarismo significa la esterilización del capital y constituye una carga aplastante para el comercio y la economía nacional, que lleva a exigir cada vez mayores sacrificios a los explotados.

Al mismo tiempo, se extienden las convulsiones financieras más graves desde la crisis de 2008, nacidas de una serie de quiebras bancarias en Estados Unidos (incluida la del 16º banco estadounidense) y luego de Credit Suisse (2º banco más grande del país), a nivel internacional, mientras que la intervención masiva de los bancos centrales estadounidense y suizo no ha logrado evitar el riesgo de contagio a otros países de Europa y a otros sectores de riesgo, ni ha evitado que estas quiebras se conviertan en una crisis crediticia “sistémica”.

A diferencia de 2008, cuando el colapso de los grandes bancos se debió a su exposición a los prestamos hipotecarios de alto riesgo [subprime], esta vez los bancos se ven debilitados principalmente por sus inversiones a largo plazo en bonos del gobierno que, con el aumento repentino de las tasas de interés para combatir la inflación, pierden valor. La inestabilidad financiera actual, aunque no sea (todavía) tan dramática como la de 2008, esta tocando el corazón del sistema financiero, porque el recurso a la deuda pública -y en particular al Tesoro americano, en el centro de este sistema- siempre ha sido considerado el refugio más seguro.

En todo caso, las crisis financieras, cualquiera que sea su dinámica interna y sus causas inmediatas, son siempre, en última instancia, una manifestación de la crisis de sobreproducción que resurgió en 1967 y que se ha agravado aún más por factores ligados a la descomposición del capitalismo.

Sobre todo, la guerra revela el triunfo del “cada uno para si” y el fracaso, incluso el fin, de toda “gobernanza mundial” al nivel de la coordinación de las economías, de la respuesta a los problemas climáticos, etc. Esta tendencia al cada uno para sí, en las relaciones entre Estados se ha profundizado gradualmente desde la crisis de 2008, y la guerra en Ucrania ha puesto fin a muchas tendencias económicas, descritas como “globalización”, que habían continuado desde la década de 1990.

No sólo la capacidad de cooperación de las principales potencias capitalistas para contener el impacto de la crisis económica ha desaparecido más o menos, sino que, ante el deterioro de su economía y el recrudecimiento de la crisis global, y a fin de preservar su posición como primera potencia mundial, Estados Unidos apunta cada vez más deliberadamente a debilitar a sus competidores. Se trata de una ruptura abierta con gran parte de las normas adoptadas por los Estados desde la crisis de 1929. Esto ha abierto paso a una Terra incógnita cada vez más dominada por el caos y lo impredecible.

Estados Unidos, convencido de que la preservación de su liderazgo frente al ascenso de China depende en gran medida de la pujanza de su economía, a la que la guerra ha colocado en una posición de fortaleza política y militar, también se lanza a la ofensiva contra la economía de sus rivales. Esta ofensiva opera en varias direcciones. Estados Unidos es el gran ganador de la “guerra del gas” lanzada contra Rusia en detrimento de los Estados europeos que se han visto obligados a dejar de importar gas ruso. Habiendo alcanzado la autosuficiencia en petróleo y gas gracias a una política energética a largo plazo iniciada bajo Obama, esta guerra ha confirmado la supremacía estadounidense en la esfera estratégica de la energía. Ha puesto a sus rivales a la defensiva en este nivel: Europa tuvo que aceptar su dependencia del gas natural licuado estadounidense; China, altamente dependiente de las importaciones de hidrocarburos, se ha visto debilitada por el hecho de que Estados Unidos ahora está en condiciones de controlar las rutas de suministro de China. Estados Unidos tiene ahora una capacidad sin precedentes para ejercer presión sobre el resto del mundo a este nivel.

Aprovechando el rol central del dólar en la economía mundial, de ser la primera potencia económica mundial, las diversas iniciativas monetarias, financieras e industriales (desde los planes de estímulo económico de Trump hasta los subsidios masivos de Biden a productos “made in USA”, pasando por la Ley de Reducción de la Inflación, etc.) han aumentado la “resiliencia” de la economía estadounidense, que atrae inversiones de capital y reubicaciones industriales en el territorio estadounidense. Estados Unidos está limitando el impacto de la actual desaceleración mundial en su economía y trasladando los peores efectos de la inflación y la recesión al resto del mundo.

Además, para garantizar su decisiva ventaja tecnológica, Estados Unidos también pretende asegurar la reubicación en Estados Unidos de tecnologías estratégicas (semiconductores) o, al menos, su control internacional, de las que pretende excluir a China, al tiempo que amenaza con sanciones a todos los que rivalizan con su monopolio.

El deseo de Estados Unidos de preservar su poder económico tiene como consecuencia el debilitamiento del sistema capitalista en su conjunto. La exclusión de Rusia del comercio internacional, la ofensiva contra China y el desacoplamiento de sus dos economías, en definitiva, la voluntad declarada de Estados Unidos de reconfigurar en su beneficio las relaciones económicas mundiales, ha marcado un punto de inflexión: Estados Unidos se revela como un factor en la desestabilización del capitalismo mundial y la propagación del caos en el plano económico.

Europa se vio especialmente afectada por la guerra, que la privó de su principal fortaleza: su estabilidad. Los capitalismos europeos están sufriendo una desestabilización sin precedentes de su “modelo económico” y corren un riesgo real de desindustrialización y reubicación en áreas americanas o asiáticas bajo los embates de la “guerra del gas” y el proteccionismo estadounidense.

Alemania en particular es un concentrado explosivo de todas las contradicciones de esta situación sin precedentes. El fin del suministro de gas ruso sitúa a Alemania en una situación de fragilidad económica y estratégica, amenazando su competitividad y toda su industria. El fin del multilateralismo, del que el capital alemán se benefició más que cualquier otra nación (ahorrándole también la carga del gasto militar), afecta más directamente a su poder económico, dependiente de las exportaciones. También corre el riesgo de volverse dependiente de Estados Unidos para su suministro de energía, ya que este último presiona a sus “aliados” para que se unan a la guerra económica-estratégica contra China y renuncien a sus mercados chinos. Dado que se trata de una salida vital para el capital alemán, Alemania se enfrenta a un gran dilema, compartido por otras potencias europeas, en un momento en el que la propia UE se ve amenazada por la tendencia de sus Estados miembros a anteponer sus intereses nacionales a los de la Unión.

En cuanto a China, si bien se presentó hace dos años como el gran ganador de la crisis del Covid, es una de las expresiones más características del efecto “torbellino”. Víctima ya de una desaceleración económica, ahora enfrenta graves turbulencias.

Desde finales de 2019, la pandemia, los repetidos confinamientos y el tsunami de contagios que siguió al abandono de la política “Covid cero” han seguido paralizando la economía china.

China está atrapada en la dinámica global de la crisis, con su sistema financiero amenazado por el estallido de la burbuja inmobiliaria. El declive de su socio ruso y la ruptura de las “rutas de la seda” hacia Europa por los conflictos armados o el caos ambiental están causando daños considerables. La poderosa presión de Estados Unidos aumenta aún más sus dificultades económicas. Y frente a sus problemas económicos, sanitarios, ecológicos y sociales, la debilidad congénita de su estructura estatal estalinista constituye una desventaja mayor.

Lejos de poder jugar el papel de locomotora de la economía mundial, China es una bomba de relojería cuya desestabilización tendría consecuencias imprevisibles para el capitalismo mundial.

Las principales áreas de la economía mundial ya están en recesión o a punto de hundirse en ella. Sin embargo, la gravedad de “la crisis que se desarrolla desde hace décadas y que está destinada a convertirse en la más grave de todo el período de decadencia, cuya importancia histórica superará incluso a la mayor crisis de esta era, la que se inició en 19295, no se limita a la magnitud de esta recesión. La gravedad histórica de la crisis actual marca un punto avanzado en el proceso de “desintegración interna” del capitalismo mundial, anunciado por la Internacional Comunista en 1919, y que se desprende del contexto general de la fase terminal de la decadencia, cuyas principales tendencias son:

- la aceleración de la descomposición y la multiplicidad de sus efectos sobre una economía capitalista ya degradada;

- la aceleración del militarismo a escala global;

- el agudo desarrollo del cada uno para sí entre las naciones en el contexto de una competencia cada vez más feroz entre China y Estados Unidos por la supremacía mundial;

- el abandono de las reglas de cooperación entre naciones para enfrentar las contradicciones y convulsiones del sistema;

- la ausencia de una locomotora capaz de reactivar la economía capitalista;

- la perspectiva de un empobrecimiento absoluto del proletariado en los países centrales, que ya está en marcha.

Asistimos a la coincidencia de las distintas expresiones de la crisis económica, y sobre todo a su interacción en la dinámica de su desarrollo: así, la alta inflación obliga a subir las tasas de interés; esto a su vez provoca una recesión, fuente de la crisis financiera, que conduce a nuevas inyecciones de liquidez, y por lo tanto a un endeudamiento aún mayor, ya astronómico, y que es un factor adicional de la inflación... Todo esto demuestra el fracaso de este sistema y su incapacidad para ofrecer una perspectiva a la humanidad.

La economía mundial se encamina hacia la estanflación, situación marcada por el impacto de la sobreproducción y el estallido de la inflación por el crecimiento de los gastos improductivos (principalmente los gastos en armamento, pero también el costo desorbitado de los estragos de la descomposición) y el uso de la impresión de dinero lo que alimenta aún más la deuda. En un contexto de caos creciente y aceleraciones imprevistas, la burguesía no hace más que revelar su impotencia: todo lo que hace tiende a agravar la situación.

Para el proletariado, el aumento de la inflación y la negativa de la burguesía a agravar la “espiral de salarios y precios” redujeron drásticamente el poder adquisitivo. A esto se suman los despidos masivos, los severos recortes en los presupuestos sociales, los ataques a las pensiones, que auguran un futuro de pobreza, como ya ocurre en los países de la periferia. Para capas cada vez más grandes del proletariado en los países centrales, será cada vez más difícil encontrar vivienda, calefacción, comida o beneficiarse de la asistencia social.

La burguesía se enfrenta a una escasez masiva de mano de obra en varios sectores. Este fenómeno, cuyo alcance e impacto sobre la producción no tienen precedentes, aparece como la cristalización de un conjunto de factores que conjugan las contradicciones internas del capitalismo y los efectos de su descomposición. Es a la vez el producto de la anarquía del capitalismo que genera sobrecapacidad - desempleo - y escasez de mano de obra. Los otros factores de este fenómeno son la globalización y la creciente fragmentación del mercado mundial que dificultan la disponibilidad internacional de la mano de obra; factores demográficos como la disminución de las tasas de natalidad y el envejecimiento de la población que limitan el número de trabajadores disponibles para la explotación, la relativa ausencia de una mano de obra suficientemente calificada, a pesar de las políticas de inmigración selectiva implementadas por muchos Estados. A esto se suma la huida de empleados de sectores donde las condiciones laborales se han vuelto insoportables.

6. La destrucción de la naturaleza

La guerra en Ucrania es también una poderosa demostración de cómo la guerra puede acelerar aún más la crisis ecológica que se ha acumulado a lo largo del período de decadencia, pero que ya había alcanzado nuevos niveles en las primeras décadas de la fase terminal del capitalismo. La devastación de edificios, infraestructura, tecnología y otros recursos son un gran desperdicio de energía y reconstruirlos generará aún más emisiones de carbono. El uso descontrolado de armas altamente destructivas conduce a la contaminación del suelo, el agua y el aire, con la amenaza siempre presente de que toda la región pueda volver a convertirse en una fuente de radiación atómica, ya sea como resultado del bombardeo de centrales nucleares o del uso deliberado de armas nucleares. Pero la guerra también tiene un impacto ecológico a nivel global, ya que ha hecho aún más difícil alcanzar los objetivos globales de limitación de emisiones, con cada país cada vez más preocupado por su “seguridad energética”, lo que generalmente significa una mayor dependencia de los combustibles fósiles.

Así como la crisis ecológica es un factor del “efecto torbellino”, también genera sus propios “ciclos de retroalimentación” que ya están acelerando el proceso de calentamiento global. Así, el derretimiento de los casquetes polares no sólo contiene los peligros inherentes a la subida del nivel del mar, sino que se convierte en sí mismo en un factor del aumento de la temperatura global ya que la pérdida de hielo implica una menor capacidad de retorno de la energía solar en la atmósfera. De igual modo, el derretimiento del permafrost (capas de hielo y tierra rocosa congeladas) en Siberia liberará una gran cantidad de metano, un potente gas de efecto invernadero. El agravamiento y la combinación de los efectos del calentamiento global (inundaciones, incendios, sequías, erosión del suelo, etc.) ya están haciendo cada vez más inhabitables regiones del planeta, exacerbando aún más el problema mundial de los refugiados, ya alimentado por la persistencia y la propagación de los conflictos imperialistas.

Como explicaron Carlos Marx y Rosa Luxemburgo, la búsqueda incesante de mercados y materias primas empujó al capitalismo a invadir y ocupar todo el planeta, destruyendo las áreas “salvajes” restantes o sometiéndolas a la ley de la ganancia. Este proceso es inseparable de la generación de enfermedades zoonóticas (que “saltan” de animales al ser humano) como el Covid y sienta así las bases para futuras pandemias.

La clase dominante es cada vez más consciente de los peligros que plantea la crisis ecológica, tanto más cuanto todo esto tiene un costo económico enorme, pero las recientes conferencias sobre el medio ambiente han confirmado la incapacidad fundamental de la clase dominante para hacer frente a semejante situación, ya que el capitalismo no puede existir sin la competencia entre los Estados nacionales, debido a las exigencias del “crecimiento”. Un sector de la burguesía, como un ala significativa del Partido Republicano en los Estados Unidos, cuya ideología es alimentada por la profunda irracionalidad típica de la fase final del capitalismo, persiste en negar la ciencia del clima, pero tal como muestran los informes del FEM y la ONU, las facciones más inteligentes o menos retrogradas, son muy conscientes de la gravedad de la situación. Pero las soluciones que ofrecen nunca pueden llegar a la raíz del problema y, de hecho, se basan en soluciones técnicas que son tan tóxicas como la tecnología existente (como en el caso de los vehículos eléctricos “limpios” cuyas baterías de litio se basan en grandes proyectos mineros altamente contaminantes) o impliquen nuevos ataques a las condiciones de vida de la clase trabajadora. Así, la idea de una economía de “poscrecimiento” en la que un Estado “benefactor” y “verdaderamente democrático” preside todas las relaciones fundamentales del capitalismo (trabajo asalariado, producción generalizada de mercancías) no solo es un absurdo lógico -puesto que son estas mismas relaciones las que subyacen a la necesidad de acumulación sin fin- sino que implicaría mayores medidas de feroz austeridad, justificadas por el lema “consumir menos”. Y mientras el ala más radical de los movimientos “verdes” (Fridays for Future, Extinction Rebellion, etc.) expresa críticas cada vez más al “bla-bla-bla” de las conferencias gubernamentales sobre el medio ambiente, sus llamados a la acción directa por parte de “ciudadanos” afectados, solo puede oscurecer la necesidad de que los trabajadores luchen contra este sistema en su propio terreno de clase y evitando reconocer que el verdadero “cambio de sistema” solo puede ocurrir a través de la revolución proletaria.

En un momento en que las catástrofes ecológicas se suceden cada vez con mayor rapidez, la burguesía no dejará de utilizar estas formas de protesta como falsas alternativas a la lucha de clases, que es la única que puede desarrollar la perspectiva de una relación radicalmente nueva entre la humanidad y su entorno natural.

7. Inestabilidad política de la clase dominante

En 1990, nuestras Tesis sobre la descomposición destacaron la creciente tendencia de la clase dominante a perder el control de su juego político. El auge del populismo, engrasado por la ausencia total de perspectiva ofrecida por él capitalismo y el desarrollo del “cada uno para sí” a nivel internacional, es probablemente la expresión más clara de esta pérdida de control, y esta tendencia ha continuado a pesar de los contra movimientos de otras facciones más “responsables” de la burguesía (por ejemplo, el reemplazo de Trump y el rápido desprendimiento de Truss en el Reino Unido). En EE.UU., Trump todavía está preparando una nueva candidatura presidencial que, de tener éxito, socavaría gravemente las orientaciones actuales de la política exterior del gobierno de EE.UU.; en Gran Bretaña, el país clásico de gobierno parlamentario estable, hemos visto un tren de cuatro primeros ministros conservadores sucesivos, expresando profundas divisiones dentro del partido conservador en su conjunto, y nuevamente impulsado principalmente por las fuerzas populistas que han empujado al país al fiasco del Brexit; lejos de los centros históricos del sistema, demagogos nacionalistas como Erdogan (Turquia) y Modi (India) continúan actuando como francotiradores impidiendo la formación de una alianza sólida detrás de Estados Unidos en su conflicto con Rusia. En Israel, Netanyahu también se levantó de lo que parecía ser su tumba política, apoyado por fuerzas ultra sionistas y abiertamente anexionistas,y sus esfuerzos por subordinar la Corte Suprema a su gobierno provocaron un vasto movimiento de protesta, enteramente dominado por llamados a la defensa de la “democracia”.

El asalto al Capitolio por parte de los partidarios de Trump el 6 de enero puso de relieve el hecho de que las divisiones dentro de la clase dominante, incluso en el país más poderoso del planeta, se están profundizando y corren el riesgo de degenerar en enfrentamientos violentos, incluso en guerras civiles. La elección de Lula en Brasil ha visto a las fuerzas bolsonaristas intentar su propia versión del 6 de enero, y en Rusia la oposición a Putin dentro de la clase dominante es cada vez más evidente, especialmente de grupos ultranacionalistas que no están satisfechos con el progreso de la actual “operación militar especial” en Ucrania. Abundan los rumores de golpes militares; y aunque el propio Putin actualmente se está adaptando a la presión de la derecha al amenazar constantemente con intensificar la “guerra con Occidente”, reemplazar a Putin con una pandilla rival sería cualquier cosa menos un proceso pacífico. Finalmente, en China, las divisiones dentro de la burguesía también se están volviendo más manifiestas, en particular entre la facción en torno a Xi Jinping, a favor de un fortalecimiento del control estatal central sobre toda la economía, y rivales más apegados a las posibilidades de desarrollo del capital privado y la inversión extranjera. Si bien el gobierno de la facción de Xi parecía inexpugnable durante el Congreso del Partido de octubre de 2022, su manejo desastroso de la crisis del Covid, el empeoramiento de la crisis económica y los graves dilemas creados por la guerra en Ucrania expusieron las debilidades de la clase dominante china, abrumada por un rígido aparato estalinista que no tiene los medios para adaptarse a los grandes problemas sociales y económicos.

Sin embargo, estas divisiones no ponen fin a capacidad de la clase dominante de volver los efectos de la descomposición en contra de la clase trabajadora, o, frente a la creciente lucha de clases, de dejar temporalmente de lado sus divisiones para enfrentar a su enemigo mortal. E incluso cuando la burguesía es incapaz de controlar sus divisiones internas, la clase obrera está constantemente amenazada por el peligro de ser movilizada detrás de las facciones rivales de su enemigo de clase.

8.  La ruptura con 30 años de reflujo y desorientación

El resurgimiento de la combatividad obrera en un cierto número de países es un acontecimiento histórico importante que no resulta sólo de circunstancias locales y no puede explicarse por condiciones puramente nacionales.

En el origen de este resurgimiento, las luchas que se han estado desarrollando en Gran Bretaña desde el verano de 2022 tienen un significado que va más allá del contexto únicamente británico; la reacción de los trabajadores en Gran Bretaña arroja luz sobre lo que están ocurriendo en otros lugares y da un significado nuevo y especial en la situación. El hecho de que las luchas actuales hayan sido iniciadas por una fracción del proletariado que más ha sufrido con el repliegue general de la lucha de clases desde fines de la década de 1980 es profundamente significativo: así como la derrota en Gran Bretaña en 1985 anunció el reflujo general de fines de la década de 1980, el regreso de las huelgas y la combatividad obrera en Gran Bretaña revelan la existencia de una corriente profunda dentro del proletariado del mundo entero. Ante el recrudecimiento de la crisis económica mundial, la clase obrera comienza a desarrollar su respuesta al inexorable deterioro de las condiciones de vida y de trabajo en un mismo movimiento internacional. Y este análisis también es válido con respecto a las movilizaciones masivas durante tres meses de la clase obrera en Francia ante el ataque del gobierno a las pensiones. Desde hace varias décadas, los trabajadores de este país se encuentran entre los más combativos del mundo, pero sus movilizaciones a principios de 2023 no constituyen una simple continuación de las importantes luchas del período anterior; la amplitud de estas movilizaciones se explica también, y fundamentalmente, por el hecho de que forman parte de una combatividad que anima al proletariado de muchos países. 

Las luchas obreras actuales en Europa confirman que la clase obrera no ha sido derrotada y conserva su potencial. El hecho de que los sindicatos controlen estos movimientos sin ser cuestionados no debe minimizar o relativizar su importancia. Por el contrario, la actitud de la clase dominante, que se ha estado preparando durante mucho tiempo para la perspectiva de un resurgimiento de las luchas obreras, atestigua su potencial: los sindicatos han estado listos de antemano para adoptar una posición “combatiente” y para ponerse ellos mismos a la cabeza del movimiento para desempeñar plenamente su papel como guardianes del orden capitalista.

Impulsados por una nueva generación de trabajadores, la escala y la simultaneidad de estos movimientos dan testimonio de un verdadero cambio de estado de ánimo en la clase y rompen con la pasividad y la desorientación que prevalecía a fines de la década de 1980 hasta hoy.

Ante el calvario de la guerra, no era posible esperar una respuesta directa de la clase obrera. La historia muestra que la clase obrera no se moviliza directamente contra la guerra sino contra sus efectos sobre la vida en la retaguardia. La rareza de las movilizaciones pacifistas organizadas por la burguesía no significa que el proletariado se adhiera a la guerra, solo muestra la efectividad de la campaña por “la defensa de Ucrania contra el agresor ruso”. Sin embargo, no se trata solo de una falta de adherencia pasiva. La clase obrera de los países centrales no sólo no está todavía dispuesta a aceptar el sacrificio supremo de la muerte, sino que rechaza el sacrificio de las condiciones de vida y de trabajo que exige la guerra.

Las luchas actuales son precisamente la respuesta obrera a este nivel; son la única respuesta posible y contienen las premisas del futuro, pero al mismo tiempo muestran que la clase obrera aún no es capaz de hacer la conexión entre la guerra y el deterioro de sus condiciones.

La CCI siempre ha insistido en que, a pesar de los golpes a la conciencia de clase, a pesar de su reflujo en las últimas décadas:

- el proletariado de los países centrales ha conservado enormes reservas de combatividad que no han sido puestas a prueba decisivamente hasta ahora;

- el desarrollo de una resistencia abierta a los ataques del capital constituye más que nunca, en la situación actual, la condición más crucial para que el proletariado redescubra su identidad de clase como punto de partida para una evolución más general de la conciencia de clase.

Hasta ahora, las expresiones de combatividad que han surgido parecen haber tenido “muy poco eco en el resto de la clase: el fenómeno de las luchas en un país que responden a movimientos en otros lugares parece ser casi inexistente. Para la clase en general, la naturaleza fragmentada e inconexa de las luchas hace poco, al menos en apariencia, para fortalecer o más bien restaurar la confianza en sí mismo del proletariado, su conciencia de ser una fuerza distinta en la sociedad, una clase internacional que tiene el potencial para desafiar el orden existente6.

Hoy, la combinación de un retorno de la combatividad obrera y el agravamiento de la crisis económica mundial (respecto a 1968 o 2008) que no perdonará a ninguna parte del proletariado y los golpeará a todos simultáneamente, está cambiando objetivamente las bases de la lucha de clases.

La profundización de la crisis y la intensificación de la economía de guerra solo pueden continuar a escala global y en todas partes esto solo puede generar una combatividad creciente. La inflación jugará un papel especial en este desarrollo de la combatividad y la conciencia. Al golpear a todos los países, a toda la clase obrera, la inflación empuja al proletariado a la lucha. Al no ser un ataque que la burguesía pueda preparar y posiblemente retirar, sino un producto del capitalismo implica una lucha y una reflexión más profunda.

La reanudación de las luchas confirma la posición de la CCI según la cual la crisis sigue siendo el mejor aliado del proletariado: El inexorable agravamiento de la crisis capitalista constituye el estímulo esencial para la lucha de clases y el desarrollo de la conciencia, la condición previa para su capacidad de resistir el veneno destilado por la podredumbre social. Porque si las luchas parciales contra los efectos de la descomposición no tienen base para la unificación de la clase, su lucha contra los efectos directos de la crisis constituye sin embargo la base para el desarrollo de su fuerza y su unidad de clase”. (Tesis sobre descomposición, Revista International 107). Este desarrollo de luchas no es una efímera llamarada, sino que tiene futuro. Indica un proceso de renacimiento de la clase después de años de reflujo, y contiene el potencial para la recuperación de la identidad de clase, de la clase recuperando la conciencia de lo que es, del poder que tiene cuando entra en lucha.

Todo indica que este movimiento de clase, nacido en Europa, puede durar mucho tiempo y se repetirá en otras partes del mundo. Se abre una nueva situación para la lucha de clases.

Ante el peligro de destrucción que encierra la descomposición del capitalismo, estas luchas muestran que la perspectiva histórica permanece totalmente abierta: Estos primeros pasos serán muchas veces vacilantes y llenos de debilidades, pero son esenciales para que la clase obrera pueda reafirmar su capacidad histórica para imponer su perspectiva comunista, por lo que los dos polos alternativos de la perspectiva se enfrentarán globalmente: la destrucción de la humanidad o la revolución comunista, aunque esta última alternativa sea todavía muy lejana y tropiece con enormes obstáculos.”7

Aunque el propio contexto de descomposición representa un obstáculo para el desarrollo de las luchas y la recuperación de la confianza del proletariado, aunque la descomposición ha avanzado espantosamente, aunque el tiempo ya no está de su lado, la clase ha logrado retomar la lucha. El período reciente ha confirmado sorprendentemente nuestra predicción en la Resolución sobre la Situación Internacional del 24º Congreso Internacional: - “Como ya hemos recordado, la fase de descomposición encierra el peligro de que el proletariado simplemente no responda y sea asfixiado durante un largo período, una muerte por mil golpes en lugar de un choque de clases frontal. Sin embargo, afirmamos que todavía hay suficiente evidencia para mostrar que, a pesar del innegable avance de la descomposición, a pesar de que el tiempo ya no está del lado de la clase obrera, el potencial para un profundo renacimiento proletario - que conduzca a una reunificación entre las dimensiones económicas y políticas de la lucha de clases- no ha desaparecido8

La lucha en sí es la primera victoria del proletariado, revelando en particular:

- El camino para recuperar la identidad de clase. Si bien la frágil reaparición de la lucha de clases (EE.UU. 2018, Francia 2019) estuvo bloqueada en gran medida por la pandemia y los confinamientos, estos eventos revelaron la condición de la clase trabajadora, como principal víctima de la crisis sanitaria pero también como fuente de todo trabajo y de toda producción material de bienes esenciales. Los trabajadores ahora están inmersos en una experiencia colectiva de lucha en la que se busca la unidad y el inicio de la solidaridad entre los diferentes sectores de la clase, entre los “cuellos azules” y los “cuellos blancos”, como entre las generaciones. El sentimiento de estar todos en el mismo barco permitirá que la clase obrera se reconozca como una fuerza social unida por las mismas condiciones de explotación. La recuperación de la identidad de clase del proletariado comprende una dimensión inseparable de estos primeros pasos en el reconocimiento de sí mismo y de sus fuerzas; incluido también la identificación de su antagonismo de clase, más allá de tal o cual patrón o gobierno. Esta reanudación del enfrentamiento entre clases crea las condiciones para una perspectiva de politización más consciente de la lucha, un proceso largo y tortuoso que recién comienza. 

- Una progresión de la maduración subterránea de la conciencia, que se ha desarrollado durante un período bastante largo y en diferentes niveles: en los estratos más amplios de la clase, la maduración subterránea toma primero la forma de una pérdida de ilusión en la capacidad del capitalismo para ofrecer un futuro, una conciencia que la situación solo puede empeorar, que toda la dinámica del capitalismo está empujando a la sociedad contra la pared y, sobre todo, una profunda revuelta contra las condiciones de explotación, resumida en la consigna “ya basta”. En un sector más pequeño de la clase, hay una reflexión sobre las luchas pasadas y una búsqueda de lecciones sobre cómo fortalecer la lucha, para crear una relación de fuerzas contra el Estado. Finalmente, en una fracción de la clase, aún más limitada en tamaño, pero destinada a crecer con el avance de la lucha, esto toma la forma de una defensa explícita del programa comunista, y por tanto de reagrupamiento en una vanguardia marxista organizada.9 Esto se materializa con la aparición de minorías interesadas en las posiciones políticas de la izquierda comunista.

Es la pérdida paulatina de la identidad de clase lo que permitió a la burguesía esterilizar o recuperar los dos grandes momentos de lucha proletaria desde los años 80 (el movimiento contra el Contrato de Primer Empleo en Francia en 2006 y los Indignados en España en 2011), porque los protagonistas fueron privados de esta base crucial para el desarrollo más general de la conciencia10. Hoy, la tendencia hacia la recuperación de la identidad de clase y la evolución de la maduración subterránea expresan el cambio más importante a nivel subjetivo, revelando el potencial para el desarrollo futuro de la lucha proletaria. Porque significa la conciencia de formar una clase unida por intereses comunes, opuestos a los de la burguesía, porque significa la constitución del proletariado como clase(Manifiesto), la identidad de clase es parte inseparable de la conciencia de clase, para la afirmación del ser revolucionario consciente del proletariado. Sin ella, no hay posibilidad de que la clase se relacione con su historia para extraer lecciones de las batallas pasadas y así participar en sus luchas presentes y futuras. La identidad de clase y la conciencia de clase sólo pueden fortalecerse mediante el desarrollo de la lucha autónoma de la clase en su propio terreno.

El despertar de la combatividad de clase y la maduración subterránea de la conciencia exigen que los sindicatos, estos órganos estatales especializados en el encuadramiento de las luchas obreras, y las organizaciones políticas izquierdistas, falsos amigos burgueses de la clase obrera, se coloquen en primera línea contra la lucha de clases.

La eficacia actual del control sindical se basa en las debilidades resultantes de la descomposición, debilidades explotadas políticamente por la burguesía, y del repliegue de conciencia que se prolonga desde hace varias décadas y que ha desembocado en el “retorno con fuerza de los sindicatos” y el fortalecimiento de  la ideología reformista sobre las luchas del próximo período, facilitan mucho el trabajo de los sindicatos (Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este11).

En particular, el peso de la atomización, la falta de perspectiva, la debilidad de la identidad de clase, la pérdida de adquisiciones y lecciones de los enfrentamientos con los sindicatos en el pasado están en el origen de la influencia extremadamente importante del corporativismo. Esta debilidad permite que los sindicatos mantengan una poderosa influencia sobre la clase.

Aunque todavía no se ven amenazados por un cuestionamiento de este control de la lucha, los sindicatos se han visto obligados a adaptarse a las luchas actuales, a hacer mejor su habitual labor de división, utilizando un lenguaje más “combativo” más “obrero”, presentándose como los artífices de la unidad de clase, solo para sabotearla mejor.

Al mismo tiempo, las diversas organizaciones izquierdistas (y la izquierda en general) trabajan dentro y fuera de los sindicatos y les brindan un poderoso apoyo. Defensores de las más sofisticadas mistificaciones antiobreras bajo un disfraz radical, también tienen la función de capturar minorías en busca de posiciones de clase.

La constante defensa de la “democracia” y de los intereses del “pueblo” pretende ocultar la existencia de antagonismos de clase, alimentar la mentira del Estado de bienestar y atacar la identidad de la clase proletaria, reduciendo a la clase obrera a una masa de ciudadanos o a “sectores” de actividad separados por intereses particulares.

Frente a los movimientos de las clases no explotadoras o de la pequeña burguesía pulverizada por la crisis económica, el proletariado debe desconfiar de las revueltas “populares” o luchas interclasistas que ahogan sus propios intereses en la suma indiferenciada de los intereses del “pueblo”. Debe colocarse resueltamente sobre el terreno de la defensa de sus propias reivindicaciones y de su autonomía de clase, condición para el desarrollo de su fuerza y de su combate.

También debe rechazar las trampas tendidas por la burguesía en torno a las luchas sectoriales (para salvar el medio ambiente, contra la opresión racial, el feminismo, etc.) que la desvían de su propio terreno de clase. Una de las armas más eficaces de la clase dominante es su capacidad para volver contra él los efectos de la descomposición y alentar las ideologías descompuestas de la pequeña burguesía. En el terreno de la descomposición, la irracionalidad, el nihilismo y el “no-futuro” proliferan todo tipo de corrientes ideológicas. Su papel central es hacer de cada aspecto repugnante del sistema capitalista decadente un motivo específico de lucha, asumido por diferentes categorías de la población o, a veces, por el “pueblo”, pero siempre separado de un verdadero cuestionamiento del sistema en su conjunto.

Todas estas ideologías (ecologistas, “wokismo”, antirracistas, etc.) que niegan la lucha de clases, o que, como las que abogan por la “interseccionalidad”, ponen la lucha de clases al mismo nivel que la lucha contra el racismo o el machismo, representan un peligro para la clase, en particular para la joven generación de trabajadores sin experiencia que están profundamente indignados por el estado de la sociedad. En este nivel, estas ideologías se complementan con la panoplia de izquierdistas y modernistas (“comunizadores12) cuyo papel es esterilizar los esfuerzos del proletariado por desarrollar la conciencia de clase y desviar a los trabajadores de la lucha de clases.

Si la lucha de clases es por naturaleza internacional, la clase obrera es al mismo tiempo una clase heterogénea que debe forjar su unidad a través de su lucha. En este proceso, es el proletariado de los países centrales el que tiene la responsabilidad de abrir la puerta de la revolución al proletariado mundial.

En países como China, India, etc., si bien la clase obrera se ha mostrado muy combativa y a pesar de su importancia cuantitativa, estas fracciones del proletariado, por su falta de experiencia histórica, son particularmente vulnerables a las trampas y mistificaciones de la clase dominante. Sus luchas son fácilmente reducidas a la impotencia o se desvían hacia callejones sin salida burgueses (llamadas a más democracia, libertad, igualdad, etc.) o incluso se diluyen por completo en movimientos interclasistas dominados por otros estratos sociales. Como mostró la Primavera Árabe de 2011: la lucha muy real de los trabajadores en Egipto se diluyó rápidamente en el “pueblo”, luego arrastrado detrás de las facciones de la clase dominante hacia el terreno burgués de “más democracia”. O nuevamente, el inmenso movimiento de protesta en Irán, donde, en ausencia de una clara perspectiva revolucionaria defendida por las fracciones más experimentadas del proletariado mundial en Europa Occidental, las muchas luchas obreras en el país solo pueden ahogarse en el movimiento popular y desviados de su terreno de clase tras la consigna de los derechos de la mujer.

En Estados Unidos, aunque marcado por debilidades ligadas al hecho de que la clase de este país no se ha enfrentado directamente a la contrarrevolución y que no tiene una tradición revolucionaria profunda, el proletariado de la primera potencia mundial, a pesar de los numerosos obstáculos generados por la descomposición de la que Estados Unidos (el peso de las divisiones raciales y del populismo, todo el ambiente de cuasi guerra civil entre populistas y demócratas, el impasse de los movimientos que trabajan en terreno burgués como Black Lives Matter) muestra la capacidad de desarrollar sus luchas (durante la pandemia, durante el "Striketober" en 2021) en su terreno de clase. El proletariado estadounidense muestra, en una situación política muy difícil, que empieza a responder a los efectos de la crisis económica.

La clave del futuro revolucionario del proletariado permanece en manos de su fracción en los países centrales del capitalismo. Sólo el proletariado de los viejos centros industriales de Europa Occidental constituye el punto de partida de la futura revolución mundial:

- Porque es sede de la más importante experiencia revolucionaria de la clase obrera desde las primeras batallas de 1848 hasta la revolución en Alemania de 1918-19 pasando por la Comuna de París de 1871;

- Porque ha sido más endurecido por la confrontación con las mistificaciones burguesas más sofisticadas de la democracia, las elecciones y los sindicatos.

- Porque también se enfrentó a la contrarrevolución en las diferentes formas que tomó la dictadura de la clase dominante: democracia burguesa, estalinismo y fascismo.

- Porque la cuestión de la internacionalización de la lucha de clases se plantea inmediatamente por la proximidad de las naciones más poderosas de Europa;

- Porque allí están presentes los grupos políticos de la izquierda comunista, aunque todavía muy minoritarios y débiles.

9. La responsabilidad de los revolucionarios

Ante el enfrentamiento creciente entre los dos polos de la alternativa - destrucción de la humanidad o revolución comunista - las organizaciones revolucionarias de la izquierda comunista, y la CCI en particular, tienen un papel insustituible que desempeñar en el desarrollo de la conciencia de clase, y deben dedicar sus energías al trabajo permanente de profundización teórica, a proponer un análisis claro de la situación mundial, y a intervenir en las luchas de nuestra clase para defender la necesidad de la autonomía, la autoorganización y la unificación de la clase, y el desarrollo de la perspectiva revolucionaria.

Este trabajo solo puede hacerse sobre la base de una construcción organizativa paciente, sentando las bases para el partido mundial del mañana. Todas estas tareas requieren una lucha militante contra todas las influencias de la ideología burguesa y pequeñoburguesa en el medio de la izquierda comunista y de la misma CCI. En la coyuntura actual, los grupos comunistas de izquierda están confrontados el peligro de una verdadera crisis: salvo contadas excepciones, no han podido unirse en defensa del internacionalismo ante la guerra imperialista en Ucrania y están cada vez más abiertos a la penetración del oportunismo y el parasitismo. La adhesión rigurosa al método marxista y a los principios proletarios es la única respuesta a estos peligros.

Mayo-2023

1 Los años 20 del Siglo XXI: La aceleración de la descomposición capitalista plantea abiertamente la cuestión de la destrucción de la humanidad | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

2 Ver TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

3 Militarismo y descomposición | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org), ver actualización en Militarismo y descomposición (mayo de 2022) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

4 XVIIº Congreso internacional - Resolución sobre la situación internacional | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

5 Resolución sobre la situación internacional XXIV Congreso de la CCI (2021) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

6 El concepto de curso histórico en el movimiento revolucionario | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

7 Los años 20 del Siglo XXI: La aceleración de la descomposición capitalista plantea abiertamente la cuestión de la destrucción de la humanidad | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

8 Resolución sobre la situación internacional (2021)

9 Respuesta a la CWO: sobre la maduración subterránea de la conciencia de clase; Revista Internacional 43

10 Sobre estas experiencias ver Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org), 2011: de la indignación a la esperanza | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) y Un balance crítico del movimiento de indignados (2011) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

11 Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org), ver también Derrumbe del Bloque del Este: Dificultades en aumento para el proletariado | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

12 Ver Críticas a los llamados “comunistizadores”. (I): Introducción a la serie | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) y Crítica de los llamados “comunistizadores” (II) Del izquierdismo al modernismo: las desventuras de la “tendencia Bérard” | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

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