A los militantes del BIPR
París, 7 de Diciembre de 2004.
Camaradas,
Desde el 2 de Diciembre hemos asistido a discretas modificaciones en la página web del BIPR. Primero la versión inglesa, y después la versión española, de la “Declaración del Círculo de Comunistas Internacionalistas contra la metodología nauseabunda de la CCI”, del 1 de Octubre, que estaba colgada hacía mes y medio, desaparecen (curiosamente se mantiene la versión francesa, y sigue ahí en el momento en que os enviamos esta carta). ¿El BIPR tiene una política diferente según el país o la lengua?[1]. Además, en las páginas en Italiano, la introducción que precede a la “Toma de posición del Círculo de Comunistas Internacionalistas sobre los hechos de Caleta Olivia” pierde sus ¾ partes, y entre ellas el siguiente párrafo: “Recientemente el Núcleo Comunista Internacionalista de Argentina ha roto con la Corriente Comunista Internacional, a la que desde hace tiempo consideramos como inútil superviviente de una vieja política indiscutiblemente inadaptada para contribuir a la formación del Partido internacional. La organización argentina ha cambiado de nombre adoptando el de Circulo de Comunistas Internacionalistas”.
Estas modificaciones demuestran que el BIPR empieza (¿quizá?) a tomar conciencia del avispero en el que se ha metido al tomar por moneda corriente, publicando sin la menor precaución, lo que ese pretendido Circulo le ha contado en sus diversas “Declaraciones” en especial en lo tocante al comportamiento de la CCI. En resumen, el BIPR ya no puede ocultarse, ni desde luego ocultar a los lectores de su web en Internet, lo que la CCI viene afirmando desde hace tiempo: las acusaciones vertidas contra nuestra organización son una sarta de mentiras inventadas por un elemento turbio, un impostor mitómano sin escrúpulos. Dicho esto, la discreta y progresiva desaparición de esas “declaraciones” no disminuye un ápice la gravedad de la falta política, por no decir el incalificable comportamiento, del que vuestra organización es responsable. Todo lo contrario.
Por ello esta carta es un llamamiento solemne a los militantes del BIPR frente al comportamiento absolutamente escandaloso de su organización, comportamiento incompatible con una actitud de clase proletaria.
UN BREVE RECORDATORIO DE LOS HECHOS:
Hacia mediados de Octubre, el BIPR publica, en varias lenguas, en su web la famosa “Declaración contra la metodología nauseabunda de la CCI” del supuesto “Circulo de Comunistas Internacionalistas” que se presenta como sucesor del “Núcleo Comunista internacional” con quien la CCI había mantenido discusiones desde hacía varios meses (con dos encuentros incluso en Argentina entre el NCI y delegaciones de la CCI).
En sustancia ¿Qué contiene esa “Declaración”?: Una serie de acusaciones extremadamente graves contra nuestra organización:
- la CCI emplea “prácticas que no corresponden a la herencia legada por la Izquierda Comunista, sino son más bien métodos propios de la izquierda burguesa y del estalinismo” con “hipócrita intención de destruir [a nuestro pequeño núcleo] (es decir al “Círculo”, nueva denominación del NCI) o a sus militantes de forma individual provocando la mutua desconfianza y sembrando los gérmenes de la división en las filas de este pequeño grupo”;
- la CCI “está metida en una dinámica de destrucción no solo de aquellos que osan desafiar las “leyes y teorías inmutables” de los gurús de esa corriente, sin contra todos que tratan de pensar por si mismos y dicen NO a los chantajes de la CCI”;
- la CCI emplea “la táctica estalinista de “tierra quemada”, es decir, no solo la destrucción de nuestro pequeño y modesto grupo, sino la oposición activa a cualquier tentativa de reagrupamiento revolucionario si la CCI no está a su cabeza por su política sectaria y oportunista. Por eso no duda en emplear toda suerte de maniobras repugnantes para lograr su objetivo central: desmoralizar a sus oponentes y así eliminar todo “potencial enemigo”;
- “la CCI trata de sabotear cualquier tentativa de reagrupamiento revolucionario, que no responda a sus pretensiones, como fue el caso en la Reunión Pública [del BIPR] el 2 de Octubre de 2004 en París (Francia) y (…) y hoy trata de destruir a nuestro pequeño grupo de Argentina”.
Cualquier lector que esté mínimamente al corriente de las cuestiones que conciernen a los grupos de la Izquierda Comunista (o que se reclaman de ella) habrá reconocido que el estilo de esas calumnias es el mismo de las que la FICCI lleva años vertiendo contra nuestra organización. Pero la analogía no se para ahí. La vemos también en el aplomo con el que miente de forma tan descarada:
“De forma unánime, los camaradas a los que la CCI telefoneó para sembrar los gérmenes de la desconfianza y la destrucción de nuestro pequeño grupo, proponen al conjunto de miembros del Circulo de comunistas internacionalistas el rechazo total del método político de la CCI al considerarlo como típicamente estalinista y que tiene como objetivo central, objetivo de la dirección actual de la CCI, impedir el reagrupamiento revolucionario por el que luchan diversos contactos y grupos; y proponen denunciar estas actitudes ante el conjunto de corrientes que se reclaman de la continuidad de la Izquierda Comunista”.
La realidad es completamente distinta, como ya hemos mostrado en otros textos y como demuestra la declaración del NCI del 27 de Octubre: Efectivamente nosotros telefoneamos a un camarada del NCI pero en absoluto para trata de “destruir [al NCI] o a sus militantes individualmente”. El objeto de nuestra primera llamada era tratar de saber cómo se había constituido ese “Circulo de Comunistas Internacionalistas” y porqué camaradas que semanas antes habían mantenido una actitud extremadamente fraternal con nuestra delegación y no habían manifestado ningún desacuerdo con la CCI (especialmente respecto a los comportamientos de la FICCI), ahora el 2 de Octubre adoptaban una “Declaración” especialmente hostil contra nuestra organización y daban la espalda a todo aquello que hasta entonces habían defendido. Ya desde ese momento percibíamos que el conjunto de camaradas del NCI no se habían asociado a esa “Declaración” (a pesar de que en ella se afirmaba que había sido adoptada por “unanimidad” de los miembros del NCI).Las discusiones que mantuvimos por teléfono con los compañeros del NCI nos permitieron informarles sobre lo que estaba pasando: la aparición de un “Circulo” que se presentaba como el continuador del NCI y que lanzaba su ataque contra la CCI. Igualmente pudimos verificar que estos camaradas no tenían ni la más remota idea de nueva política que llevaba el ciudadano B (el único que tenía acceso a internet) en su nombre y a sus espaldas. Cuando le preguntamos al primero de los camaradas con el que pudimos hablar si quería que volviéramos a llamarle, nos contestó que por supuesto y que con cuanta más frecuencia mejor, nos pidió que le volviéramos a llamar a la hora en que estaría con otros camaradas para que pudiéramos hablar también con ellos. Esa era la “petición unánime de los camaradas del NCI telefoneados”: en ningún momento habían “propuesto al conjunto de miembros del “Circulo” el rechazo total del método político de la CCI” sino que lo saludaban calurosamente. El método “que consideraban como típicamente estalinista” es el del Sr. B.
Ese interesante personaje nos advertía al principio de su declaración del 12 de Octubre: lo que se afirma sobre la “metodología de la CCI” puede “parecer mentira”. Efectivamente las “declaraciones” del Sr. B pueden “parecer una mentira”y ello por una buena razón: ciertamente son mentira, una sarta de mentiras. Evidentemente la FICCI se ha tragado inmediatamente esa mentira pues para ella es pan bendito todo lo que pueda ensuciar la reputación de nuestra organización y poco le importa si la acusación puede “parecer mentira”, al fin y al cabo la mentira es su segunda naturaleza, su marca de fábrica (junto al chantaje, el robo y la delación). Pero lo verdaderamente increíble, lo que “parece mentira”, es que una organización de la Izquierda Comunista, el BIPR, siga los pasos de la FICCI y publique en su web, sin el menor comentario, las elucubraciones infames del Sr. B, dándoles con ello su aval.
Al BIPR le gusta dar lecciones a los demás, por ejemplo da su propia interpretación a las crisis de la CCI creyendo a pies juntillas las mentiras de la FICCI sin molestarse en examinar seriamente el análisis que hace la propia CCI (ver sin ir más lejos “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI” en la web del BIPR). En cambio no le gusta nada las opiniones sobre su forma de actuar: “rechazamos por ridículas las “advertencias” [de la CCI]”, “Ni a la CCI, ni a nadie tenemos por qué rendir cuentas sobre nuestras acciones políticas, y la pretensión de la CCI de relanzar las presuntas tradiciones de la Izquierda Comunista nos parecen simplemente patéticas” (ver “Respuesta a las estúpidas acusaciones de una organización en vía de desintegración”). Pese a todo, nos permitiremos el lujo de decirle como actuaría la CCI de haber recibido una declaración como la del “Circulo” que pusiera en tela de juicio gravemente al BIPR. Lo primero que habríamos hecho es ponernos en contacto con el BIPR pidiendo su versión sobre tales acusaciones. Habríamos verificado la credibilidad y honorabilidad del autor de tales acusaciones. De verificarse que tal acusación era falsa la habríamos denunciado inmediatamente dando nuestro apoyo y nuestra solidaridad al BIPR. En caso de que la acusación fuera fundada y considerásemos necesario darlo a conocer en nuestra prensa, pediríamos al BIPR que nos hiciera llegar su posición a fin de publicarlo al lado del documento en el que se le acusa.
Podéis pensar que son solo bellas palabras y que en realidad habíamos hecho otra cosa. En todo caso los lectores de nuestra prensa saben cual es la forma de actuar de la CCI y saben que la hemos llevado a la práctica por ejemplo cuando LA Workers’ Voice lanzó una campaña de denigración contra el BIPR (ver Internationalism nº 122).
¿Cómo ha actuado el BIPR al recibir la “Declaración del Círculo”?. No solo se ha contentado con avalarla al publicarla en su web en varias lenguas, sin verificar su autenticidad, además durante más de 10 días ha evitado publicar el desmentido que le habíamos enviado y que en varias ocasiones habíamos reclamado que se publicase junto a la declaración del “Circulo” (ver las cartas del 22, 26 y 30 de Octubre).
Lo mínimo que podía hacer el BIPR era publicar nuestro desmentido (eso es algo que en general se acepta hasta en la prensa burguesa) y para conseguirlo han hecho falta tres carta y ciertos acontecimientos que ponen en evidencia lo mentiroso de la “Declaración”. Publicar nuestro desmentido era lo mínimo pero totalmente insuficiente porque mientras el BIPR no tome posición sobre la declaración del “Círculo” seguirá avalando sus mentiras. Por eso en nuestras cartas del 17 y 21 de Noviembre os pedíamos “publicar inmediatamente (es decir a vuelta de correo) en vuestra web la Declaración del NCI del 7 de Octubre que está disponible en nuestra propia web en todas las lenguas correspondientes”, una declaración que no la hace la CCI y se podría sobrentender que echa agua a nuestro molino, sino los testigos principales de la impostura y las mentirosas calumnias del Sr. B. Hasta la fecha no habéis publicado esa declaración del NCI (que os mandaron desde Buenos Aires por correo postal) y eso que sois conscientes de que es verídica, de no ser así no habríais eliminado progresiva y discretamente de vuestra web la declaración del “Círculo”.
Durante semanas os habéis hecho los sordos a nuestras demandas de que restablecieseis la verdad. Hoy cuando la verdad se impone (y no precisamente gracias a vosotros) elegís el método más hipócrita de todos para tratar de que no os salpique: retirar el documento que desde hace cerca de dos meses ha vertido sobre nuestra organización toneladas de lodo, retirada tan sigilosa como su puesta en circulación, sin la más mínima explicación.
¿Camaradas, sois conscientes de la gravedad de vuestro comportamiento? ¿Sois conscientes de que tal actitud no es digna de un grupo que se reclama de la izquierda comunista sino propia del trotskismo más degenerado o del estalinismo?,.¿Os dais cuenta de que estáis haciendo lo mismo que el Sr. B (los recientes escarceos en su web con “Argentina Roja” prueba que vuelve a sus antiguos amoríos estalinistas) que se pasa el rato quitando y poniendo documentos en su web tratando de borrar pistas?
En todo caso, ya que habéis puesto vuestros medios de comunicación al servicio de a calumnia contra la CCI no basta con eliminar discretamente esa calumnia como si nada hubiera pasado. Habéis cometido una falta política muy grave y ahora debéis repararla. El único medio digno de una organización proletaria es declarar en vuestra web que el documento que estuvo colgado en ella durante cerca de dos meses es una sarta de mentiras, así como denunciar las andanzas del Sr. B.
Nos damos cuenta de la amarga decepción que debisteis sentir al descubrir la verdad: el NCI no ha roto con la CCI, y el “Circulo” en quien teníais depositadas grandes esperanzas (ver vuestro artículo en Battaglia Comunista de Octubre “Anche in Argentina qualcosa si muove”) es una impostura fruto de la mente calenturienta del Sr. B. Pero eso no es razón para evitar tomar posición sobre los métodos de ese impostor. También se trata de una cuestión elemental de solidaridad hacia los militantes del NCI victimas en primera línea de las manipulaciones infames de ese elemento que ha usurpado su nombre.
Entendemos que os cueste reconocer públicamente que, de nuevo (tras vuestro comunicado del 2 de Septiembre de 2003 sobre los “Comunistas Radicales de Ucrania”), os han estafado. Cuando esta desgracia os sobrevino la CCI no hizo el más mínimo comentario. Más que hurgar en la herida, pensamos que lo que os toca hacer, como “fuerza dirigente responsable” (según vuestros propios términos), es sacar las lecciones de esta experiencia. No nos ha sorprendido tras los desengaños que habéis sufrido con el SUCM y la LAWV, pese a nuestras advertencias que “rechazasteis como ridículas”. Pero en este asunto las cosas han ido más lejos que el de acabar siendo el tonto de la farsa. Tras la supina ingenuidad con la que habéis creído a pie juntillas a un mitómano timador, se oculta la duplicidad con la que habéis acogido en vuestra web las infamias de ese individuo. Es un comportamiento absolutamente indigno de una organización que se reclama de la Izquierda Comunista.
El BIPR afirma que la CCI ha “perdido toda capacidad/posibilidad de contribuir positivamente al proceso de formación del indispensable partido comunista internacional” (Battaglia Comunista, Octubre 2004). Contrariamente al BIPR (y a las diversas capillitas de la corriente bordiguista), la CCI jamás se ha considerado la única organización capaz de contribuir positivamente a la formación del futuro partido revolucionario mundial, incluso si estima evidentemente que su propia contribución a esta tarea será la más decisiva. Por eso, desde su reaparición en 1964 (mucho antes de la fundación de la CCI propiamente dicha) nuestra corriente se dio la misma orientación que la izquierda comunista de Francia y ha defendido siempre la necesidad del debate fraternal y la cooperación (evidentemente en la claridad) entre las fuerzas de la Izquierda comunista. Incluso antes de que Battaglia Comunista en 1976 hiciera la propuesta de organizar las conferencias internacionales de los grupos de la izquierda comunista, nosotros le habíamos hecho esa misma propuesta a BC en múltiples ocasiones aunque en vano. Por eso respondimos con entusiasmo a la iniciativa de Battaglia y nos implicamos con determinación y seriedad en ese trabajo. Igualmente, por esa misma razón lamentamos y condenamos la decisión de Battaglia y de la CWO de poner fin a ese esfuerzo al término de la 3ª Conferencia en 1980.
En efecto, consideramos que ciertas de las posiciones del BIPR son confusas, erróneas o incoherentes, y que pueden sembrar o mantener confusiones en el seno la clase. Por eso publicamos regularmente polémicas en nuestra prensa en las que criticamos esas posiciones. Sin embargo pensamos que el BIPR por sus principios fundamentales es una organización del proletariado y que aporta una contribución positiva en su seno contra las mistificaciones burguesas (especialmente cuando defiende el internacionalismo contra la guerra imperialista). Por eso hasta el presente siempre hemos considerado que a la clase obrera le interesaba preservar a una organización como el BIPR. Ese no es vuestro análisis en lo tocante a nuestra propia organización, ya que en vuestra reunión con la FICCI en Marzo de 2002 afirmasteis “estamos llamados a concluir que la CCI se ha convertido en una organización “no válida”, por consiguiente nuestro objetivo será hacer todo lo que este en nuestras manos para que desaparezca” (Boletín de la FICCI nº 9) y desde entonces se ha aplicado a fondo en esa tarea.
Que consideréis que la CCI es un obstáculo para la toma de conciencia de la clase obrera y que es preferible, para su combate, que desaparezca, no nos plantea ningún problema. A fin de cuentas esa es la posición que siempre han defendido las diversas capillas de la corriente bordiguista. Tampoco nos plantea ningún problema que os deis los medios de lograr tal objetivo. La cuestión es ¿Qué medios? La burguesía está igualmente interesada en que desaparezca la CCI, como en que desaparezcan el resto de los grupos de la Izquierda Comunista, para ello lanza repugnantes campañas contra esta corriente asimilándola a la corriente “revisionista” cómplice de la extrema derecha. Para la clase dominante TODOS los medios son buenos, incluida en primer término la mentira y la calumnia. Pero no para las organizaciones que pretenden luchar por la revolución proletaria. La Izquierda Comunista, al igual que las otras organizaciones del movimiento obrero que le precedieron, no se distingue sólo por sus posiciones programáticas, como el internacionalismo; en su combate contra la degeneración de la IC y contra la deriva oportunista que llevó al trostkismo al campo de la burguesía, la Izquierda siempre reivindicó un método basado en la claridad, y en la verdad, especialmente frente a las falsificaciones suministradas por el estalinismo. Como decía Marx: “La verdad es revolucionaria”. Dicho de otra forma, la mentira, y más aún la calumnia, no son armas del proletariado sino de la clase enemiga. Y la organización que las utiliza como instrumentos de combate, sean cuales sean sus posiciones programáticas, camina por la senda de la traición o, en todo caso, se convierte en un obstáculo decisivo para la toma de conciencia de la clase obrera. Efectivamente en tal caso, y más que ante errores en su programa, es preferible, desde el punto de vista de los intereses del proletariado, que esa organización desaparezca.
Camaradas,
Os lo decimos francamente: si el BIPR persiste en la política de mentiras, de calumnias, y lo que es peor de “dejar decir” y de silencio cómplice ante las acciones de grupúsculos cuya razón de existir y su marca de fábrica es precisamente esa, tal como el “Círculo” y la FICCI, dará prueba de que se ha convertido en un obstáculo para la toma de conciencia del proletariado. Será un obstáculo no tanto por el descrédito que podría aportar a nuestra organización (los recientes acontecimientos han demostrado que somos capaces de defendernos, auque vosotros estiméis que “la CCI está en vía de desagregación”) sino por el descrédito y el deshonor que este tipo de comportamientos inflinge a la memoria de la Izquierda Comunista de Italia, y por tanto a su irremplazable contribución. En ese sentido será preferible que el BIPR desaparezca y “nuestro objetivo será hacer todo lo posible para empujar hacia su desaparición” como bien decís vosotros. Esta claro, evidentemente, que para lograr tal fin solamente emplearemos las armas propias de la clase obrera entra las que nos están, cae por su propio peso, la mentira y la calumnia.
Un último punto:
La declaración del 12 de Octubre del “Circulo”, al igual que el artículo del Boletín 28 de la FICCI, evoca nuestras supuestas “tentativas de sabotaje” durante vuestra reunión pública del 2 de Octubre en París. Vosotros mismos no sois ajenos a ese tipo de acusación ya que en la primera versión de vuestra toma de posición sobre esa reunión pública que sólo apareció en italiano (y no en francés, ¡otro misterio más del BIPR¡) decís “las vanguardias revolucionarias incluso si son reducidas, y obstaculizadas en su emergencia por los miasmas producidos por una organización en vía de desagregación, como la CCI en París. Por eso el BIPR continuará su trabajo también en París, tomando todas las medidas necesarias para prevenir y evitar los sabotajes, vengan de donde vengan”. Más tarde habéis retirado este ultimo párrafo (puede que no estuvierais muy seguros de vosotros mismos) especialmente la referencia a nuestros “sabotajes”. Pero un cierto número de visitantes de vuestra web y de abonados que se ha comunicado por Email han tomado nota de esas acusaciones. Por su parte la FICCI y el “Circulo” siguen teniéndolo colgado en sus web respectivas sin que vosotros lo desmintáis.
Camaradas si creéis que tratamos de sabotear vuestra reunión pública en París decirlo abiertamente y explicar porqué. Así podremos discutirlo con argumentos en vez de enfrentarnos a sinuosos rumores.
Una última cosa. Esta carta se centra en una única cuestión: la publicación en vuestra web de una “Declaración” infame y calumniosa contra la CCI. Pero, dicho esto, el uso de la mentira y la calumnia (ya sea de forma activa o pasiva) como medio de “combate” contra la CCI no se para ahí. Os recordamos que os hemos escrito dos cartas en las que os pedimos, entre otras cosas, que toméis posición sobre algo de la mayor importancia (a no ser que esas palabras no signifiquen nada para vosotros): “¿Creéis que la CCI, como no cesa de repetir la FICCI, está dominada por agentes del Estado capitalista pertenecientes a su policía o a una secta franc-masona)?”.
Igualmente os recordamos que hasta este momentos no nos habéis dado ninguna explicación de cómo llegó a la dirección de nuestros abonados, cuyo fichero robó la FICCI y vosotros justificáis, la invitación a vuestra reunión pública cuando ellos no os habían comunicado su dirección. La única explicación que tenemos es la que nos dio uno de los miembros del presidium de vuestra reunión pública del 2 de octubre en París cuando dijo: “no estábamos al corriente del envío de esas invitaciones y no estamos de acuerdo”.
· ¿Si el BIPR no las mandó, quien lo hizo?
· ¿Por qué no aprobáis esa iniciativa y en cambio aprobáis el robo de nuestro fichero de abonados?
Si no tenéis interés en dar explicaciones a la CCI, al menos tener la corrección de dárselas a nuestros abonados, que no son necesariamente simpatizantes de la CCI.
Hasta aquí un conjunto de cuestiones que, para nosotros, no están cerradas y que volveremos a plantear cada vez que sea necesario si decidís aplicar vuestra política tradicional de silencio ante nuestra correspondencia.
Recibid, camaradas, nuestros saludos comunistas.
La CCI.
[1] Esto no se plantea solo a propósito de la fecha de retirada de la “Declaración” del 12 de Octubre, sino también respecto a su inserción en la web del BIPR. En efecto, esa declaración jamás se ha publicado en italiano mientras que si se han publicado en esa legua otros textos del Circulo “Presa di posizione del Circolo di Comuinisti Internazionalisti sui fatti di Calet Olivia” (“Toma de posición del Circulo de Comunistas Internacionalistas sobre los sucesos de Caleta Olivia”) y “Prospettive della clase operaia in Argentina e nei Paesa periferici” (“Perspectivas para el proletariado en Argentina y en las naciones periféricas”), que curiosamente el BIPR no ha publicado en otros idiomas. ¡Que lo compre quien lo entienda! Esperamos que al menos los militantes del BIPR sepan la razón de tan sorprendente decisión.
Como ya lo hemos puesto de relieve en varias ocasiones en nuestra prensa (1), el periodo actual está caracterizado por un viraje en la relación de fuerzas entre las clases favorable al proletariado después de todo un periodo de retroceso en la combatividad y en la conciencia de este último resultante de las inmensas campañas ideológicas que habían acompañado el hundimiento de los regímenes llamados “socialistas” a finales de los años 80. Una de las manifestaciones de este viraje es “el proceso existente en la clase, de reflexión profunda, aunque hoy todavía subterránea, lo cual se plasma, entre otras cosas, en algo que se confirma más y más: la aparición de toda una serie de elementos y grupos, jóvenes muchas veces, que se acercan a posiciones de la Izquierda comunista” (2). Esta aparición de elementos que se orientan hacia la Izquierda comunista es, evidentemente, un fenómeno de una importancia capital puesto que es una de las condiciones de la constitución del futuro partido revolucionario mundial. Incumbe, por consiguiente, a las organizaciones de la Izquierda comunista aportar la máxima atención al surgimiento de estas nuevas fuerzas con objeto de fecundarlas y permitirles beneficiarse de su experiencia e integrarlas en una actividad revolucionaria organizada. Se trata de una tarea especialmente difícil y delicada y que ha sido objeto de numerosas reflexiones y discusiones en el movimiento obrero. Marx y Engels fueron los primeros en dedicar a esta cuestión numerosos esfuerzos, especialmente dentro de la primera organización internacional de la que se dotó la clase obrera, la Asociación internacional de los trabajadores (AIT o Primera internacional). Más próximo a nosotros, uno de los méritos de Lenin y los bolcheviques, a partir del congreso de 1903 del POSDR (3), es haber abordado a fondo esa cuestión aportándole respuestas, lo que permitió a los bolcheviques estar a la altura de sus responsabilidades en la Revolución de Octubre 1917. Se trata de una tarea que la CCI se ha tomado siempre muy en serio, particularmente inspirándose en estos grandes nombres del movimiento obrero y en las organizaciones en las que militaron. Es una de las razones por las que, frente al surgimiento de nuevas fuerzas revolucionarias, volvemos sobre este tema dedicándole una serie de artículos en nuestra Revista internacional. De forma más precisa, pensamos que es necesario ilustrar, una vez más, la diferencia que existe entre “la visión marxista y la visión oportunista del Partido” (según el título de un artículo que publicamos en la Revista internacional 103 y 105). Por ello dedicamos el primer artículo de esta serie a la más reciente de estas experiencias, el surgimiento en Argentina de un pequeño grupo de revolucionarios, el Núcleo comunista internacional (NCI) donde justamente esas dos visiones se han confrontado una vez más.
El NCI (4) ha sido uno de los blancos de la furiosa ofensiva desatada por la “Triple Alianza” formada por el oportunismo (el BIPR), los parásitos (FICCI) y un extraño aventurero megalómano, fundador, máximo dirigente y único miembro de un “Círculo de ComunistaS InternacionalistaS” de Argentina que cual vulgar impostor se ha arrogado la “continuidad” del NCI, pretendiendo haberlo destruido para siempre.
En este artículo vamos a analizar cómo surgió el NCI, cómo tomó contacto con la CCI, cuál fue la evolución de sus relaciones con nuestra organización, qué lecciones ha aportado esta experiencia y qué perspectivas de trabajo se plantean tras haber conseguido desenmascarar al ridículo impostor, que ha logrado ser respaldado por el oportunismo del BIPR que pretendía aprovechar sus maniobras para atacar a la CCI sin importarles de paso destruir el NCI (5).
Este análisis persigue dos objetivos: en primer lugar, reivindicar el combate de unos militantes que expresan una contribución del proletariado en Argentina a la lucha general del proletariado mundial. En segundo lugar, sacar lecciones del proceso de búsqueda de una coherencia comunista internacionalista viendo los obstáculos y dificultades que se alzan en el camino pero también los elementos de fuerza con que contamos.
Surgimiento y toma de contacto con la CCI
En una carta en la que se explicaba la trayectoria política del grupo y de sus miembros (12-11-03), el NCI se presenta como:
“un pequeño grupo de camaradas que provenimos de diversas experiencias políticas, de distintas actuaciones en el movimiento de masas, y de distintas responsabilidades políticas. Pero todos nosotros tenemos un tronco común que fue el Partido comunista de Argentina (…) Luego algunos de nosotros por los años 90, se incorporaron al Partido obrero, al partido Trabajadores por el socialismo, y otros se refugiaron en el sindicalismo. Pero el primer núcleo surge de nuestro rompimiento junto con una pequeña fracción del PTS, llamada LOI, el cual luego de algunas discusiones entre los años 2000 y principios del 2001 (enero/febrero), decidimos no fusionarnos con dicha corriente trotskista, por existir diferencias de principios”.
A partir de ahí se desarrolló un arduo proceso que llevó a estos compañeros a encaminarse
“a partir de poseer Internet, a conocer vuestras posiciones y de las otras corrientes del denominado arco de la izquierda comunista, y a pasarnos materiales y a leer cada uno de ellos, fundamentalmente el IBRP y la CCI, esto durante finales del 2002”.
El estudio de las posiciones de las corrientes de la Izquierda comunista llevó a los compañeros a decantarse en el curso de 2003 por las posiciones de la CCI:
“lo que más nos acercó a la CCI no fueron solamente vuestras pautas programáticas, sino también documentos que leímos y que se hallan publicados en la página Web, como el debate con los camaradas rusos, el curso histórico, la teoría de la decadencia del capitalismo, las posiciones acerca del partido, y su vinculo con las masas, la corrección en la situación Argentina, el debate con el BIRP acerca del partido, entre las más destacadas”.
Esta asimilación llevó al grupo a adoptar unas posiciones programáticas muy próximas a la Plataforma de la CCI, a crear una publicación (Revolución comunista, de la cual aparecieron cuatro números entre octubre 2003 y marzo 2004) y establecer un contacto con la CCI que comenzó en octubre 2003.
El Llamamiento al medio político proletario
Un doble proceso se abrió a partir de entonces: por una parte, discusiones más o menos sistemáticas de las posiciones de la CCI, de otro lado, intervención ante el proletariado en Argentina centrándose en las cuestiones más candentes: ¿lo que pasó en diciembre 2001 en Argentina fue un avance de la lucha proletaria o fue una revuelta sin perspectivas? En un artículo aparecido en Revolución comunista número 2, escrito con motivo del segundo aniversario de aquellos sucesos, se da un claro pronunciamiento:
“esta nota tiene por objetivo fundamental desvelar las equivocaciones que las distintas corrientes vertieron en las distintas páginas de sus publicaciones, panfletos, volantes etc., caracterizando los sucesos ocurridos en la Argentina hace dos años atrás como algo que en realidad no lo fue: una lucha proletaria”.
Llevamos, vía Internet, un debate sobre la cuestión sindical que sirvió para clarificar y superar residuos (6) de la concepción izquierdista de “trabajar en los sindicatos para oponer a la base contra la dirección” que pervivían en el Núcleo. Se trató de una discusión sincera y fraternal en la cual en ningún momento las críticas que planteamos fueron percibidas como una “persecución” o un “anatema”
En diciembre 2003, el NCI lanzó un “Llamamiento al medio político proletario” planteando la realización de Conferencias internacionales
“con el objetivo preciso de que la misma constituya un polo de enlace y de información donde las diversas organizaciones debatan programáticamente sus diferencias políticas y en donde puedan emerger acciones unificadas frente a los enemigos de la clase obrera: la burguesía, ya sea confeccionando documentos públicos en común, organizando reuniones publicas de cara a lo más avanzado del proletariado dando cuenta que nos une y que nos divide, como asimismo cualquier otra iniciativa que pudiera emerger”.
Para la CCI es evidente que este Llamamiento chocaba contra el sectarismo y la irresponsabilidad reinantes en la mayoría de grupos de la Izquierda comunista. Pero, por nuestra parte, apoyamos la iniciativa pues partía de una apertura a la discusión y la confrontación de posiciones, así como una voluntad de llevar acciones comunes contra el enemigo capitalista:
“Saludamos vuestra propuesta de celebrar una nueva conferencia de grupos de la Izquierda comunista (un “nuevo Zimmerwald” para utilizar vuestros términos). Por su parte, la CCI ha defendido siempre esta perspectiva y participó con entusiasmo en las 3 conferencias que se celebraron a finales de los años 70 y comienzos de los 80. Desgraciadamente, como muy probablemente sabréis, los otros grupos de la Izquierda comunista estiman que tales conferencias no están a la orden del día dada la naturaleza y la importancia de las divergencias existentes entre los diferentes grupos de la Izquierda comunista. Esa no es nuestra opinión, pero como dice el proverbio: “Para divorciarse basta con que uno sólo lo quiera, pero para casarse tienen que estar de acuerdo los dos”. Evidentemente, en el periodo actual, no se plantea la cuestión del “matrimonio” (es decir, el agrupamiento en el seno de una misma organización) entre las diferentes corrientes de la Izquierda comunista”.
En este marco general, pusimos de manifiesto una orientación que debe guiar el trabajo de los pequeños grupos que surgen en los distintos países sobre la base de las posiciones de clase o en proceso de acercamiento a ellas:
“Esto no significa que no sean posibles “matrimonios” en el periodo actual. En realidad, si existe un acuerdo programático profundo entre dos organizaciones alrededor de una misma plataforma, no solo es posible sino necesario que se agrupen: el sectarismo que afecta a muchos grupos de la Izquierda comunista (y que conduce, por ejemplo, a la dispersión de la corriente “bordiguista” en una multitud de pequeñas capillas en las que es difícil comprender los desacuerdos programáticos) constituye uno de los tributos que sigue pagando la Izquierda comunista a la terrible contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera en los años 20” (Carta del 25-11-03).
Encuentro con la CCI
Aparte de la CCI, únicamente el Partido comunista internacional (Il Partito, llamado “de Florencia”) y el BIPR respondieron al llamamiento (7). Ambas respuestas fueron claramente negativas.
En su respuesta, el BIPR afirma de forma perentoria:
“Ante todo, estamos sorprendidos porque, 23 años después del fin del ciclo de Conferencias internacionales de la Izquierda comunista (convocadas originariamente por el PC internacionalista de Italia) que demostró lo que desarrollaremos más adelante, semejante proposición se presenta ingenuamente idéntica en una situación completamente diferente”.
¿Cómo se les ocurre a esos “intrusos” plantear algo que “hace 23 años” ya “resolvió” (8) el BIPR? El desdén “trascendental” (la misma actitud que Marx ve en Proudhon (9)) que el BIPR manifiesta ante los primeros esfuerzos de elementos de la clase es profundamente desalentador (10). ¡Y este es el “único polo válido de reagrupamiento” como proclaman a todas horas sus interesados aduladores de la FICCI!
El PCI pone por delante –¡ante un grupo recién nacido!– todos los desacuerdos posibles, empezando por la cuestión del partido, donde la argumentación que da es tan endeble que raya en el ridículo:
“Quizá la que primero salta a la vista es la concepción de partido, nosotros, nuestro partido, nos consideramos los continuadores del partido histórico que iniciaron Marx y Engels, y que nunca ha dejado de existir desde entonces, pues a pesar de las épocas difíciles por las que ha podido pasar, la antorcha de la doctrina marxista se ha mantenido siempre encendida gracias a organizaciones como la Izquierda comunista de Italia o el Partido bolchevique ruso”.
Mantener encendida la antorcha de la doctrina marxista es la base misma de la CCI y es de lo que intenta explícitamente reclamarse el propio NCI. ¡Cualquier excusa es válida para evitar la confrontación política!
Como puede verse por ambas respuestas, la perspectiva para los grupos nuevos que actualmente está segregando el proletariado sería muy sombría si sólo existieran en el campo de la Izquierda comunista las organizaciones que han escrito esas respuestas. Ambas organizaciones los miran desde lo alto de sus baluartes sectarios dándoles como única posibilidad aceptar a pies juntillas el “agrupamiento internacional” del BIPR o integrarse “persona a persona” en el PCI. ¡Estas posturas están a años luz de las que adoptaron Marx, Engels, Lenin, la IIIª Internacional o la Fracción italiana de la Izquierda comunista! (11)
Por eso no es nada extraño que, ante el fracaso del Llamamiento, los compañeros decidieran acercarse a la CCI lo que cristalizó en el envío de una delegación a Buenos Aires en abril 2004 que llevó a cabo numerosas discusiones con los componentes del NCI abordándose cuestiones como los sindicatos, la decadencia del capitalismo, el funcionamiento de las organizaciones revolucionarias, el papel de los Estatutos, la unidad de los tres componentes del programa del proletariado: posiciones políticas, funcionamiento y comportamiento. Propusimos una reunión general que acordó el establecimiento de discusiones regulares sobre la descomposición del capitalismo, la decadencia de este sistema, los Estatutos, textos sobre la organización y el funcionamiento de los revolucionarios etc., todo ello en la perspectiva de integrarse en la CCI:
“Con relación a la visita internacionalista de la CCI, los miembros del núcleo han considerado en forma unánime que la misma ha superado enormemente las expectativas que habíamos depositado en dicha visita, no solo por los acuerdos logrados, sino también por el gran avance que dicha visita significó para nosotros (...) Asimismo, si bien nuestro objetivo significaba integración con la CCI, esta visita permitió no solo conocer por dentro a dicha corriente internacional y su programa, sino también su conducta revolucionaria e internacionalista” (Resolución del NCI, 23 de febrero del 2004).
El peligro de los gurús
Tras la visita de nuestra delegación, el grupo acordó colaborar con artículos sobre la situación en Argentina en la prensa de la CCI. Estas contribuciones fueron muy positivas destacando en particular un artículo denunciando el engaño del “movimiento piquetero” que ha sido muy útil para desenmascarar mitos de “revolucionarismo” que propagan frente al proletariado de los países centrales, izquierdistas y grupos “anti-globalización” (12).
Entre las discusiones que abordó el NCI destacó el problema de los comportamientos que deben darse dentro de una organización proletaria y que afectan a la naturaleza de la futura sociedad por la que se lucha: ¿El fin justifica los medios? ¿Se puede implantar el comunismo, una sociedad de liberación y comunidad de todos los seres humanos, entregándose a prácticas de calumnia, delación, manipulación, robo etc., que destruyen en la raíz la más básica sociabilidad? ¿El militante comunista debe aportar de forma desprendida lo mejor de sí mismo a la causa de la emancipación de la humanidad o, por el contrario, se puede servir a esa causa persiguiendo fines de protagonismo personal, de caudillaje, de utilización de otros como peones para fines particulares?
Estas discusiones llevaron a los miembros del NCI a una discusión a fondo sobre los comportamientos de la llamada FICCI que condujo a la elaboración de un documento realizado el 22-5-04 en el que se condena a dicha banda con “conocimiento a través de la lectura de las publicaciones, tanto de la CCI, como de la Fracción interna de la CCI”, considerando que tenía una conducta “ajena a la clase obrera y a la Izquierda comunista” (13).
Pese a esos progresos, un problema empezaba a manifestarse. En una carta de balance del viaje habíamos señalado que:
«... sin funcionamiento colectivo y unitario no puede existir una organización comunista. Las reuniones regulares, llevadas a cabo con rigor y con modestia, sin objetivos desmedidos pero con tenacidad y espíritu riguroso, son la base de esa vida colectiva, unitaria y solidaria. Evidentemente, lo colectivo no se opone al desarrollo de la iniciativa y la contribución individual. La visión burguesa de lo “colectivo” es la de una suma de clones donde todo espíritu de iniciativa y contribución individual es sistemáticamente aplastado. Esta falsa visión ha sido simétrica y complementariamente desarrollada tanto por los ideólogos liberales y libertarios como por sus supuestos antagonistas estalinistas. Frente a ello, la visión que desarrolla el marxismo, es la de un marco colectivo que fomenta y desarrolla la iniciativa, la responsabilidad y la contribución individual. Se trata de que cada cual aporte lo mejor de sí mismo en concordancia con lo que decía Marx en la Crítica del Programa de Gotha: “De cada cual según su capacidad”».
Uno de los integrantes del núcleo, B., llevaba una práctica en oposición radical a esta orientación. En primer lugar, monopolizaba de forma exclusiva los medios informáticos de Internet, la correspondencia y contactos con el exterior, la redacción de textos, aprovechando para ello la confianza que los demás compañeros le dispensaban. En segundo lugar, en contra de la orientación acordada en el viaje de abril, desarrollaba una práctica organizativa consistente en evitar todo lo posible las reuniones generales del grupo en las cuales todos podían expresarse, decidir sobre las orientaciones y controlar de manera colectiva sus actividades. En su lugar, se reunía por separado con uno o a lo sumo dos camaradas, lo cual le otorgaba el control de todos los asuntos. Se trata de una práctica típica de los grupos burgueses donde el “responsable” o “comisario político” se reúne con los distintos miembros tomados separadamente para mantenerlos divididos y a la vez ignorantes de todas las cuestiones. Esto llevó a que, como nos han testimoniado posteriormente los compañeros del NCI, ellos mismos no sabían realmente quién era miembro del NCI y qué tareas eran encomendadas por el señor B a gente que ellos ni conocían (14).
Otro elemento de su política era evitar cualquier discusión seria en las escasas reuniones más o menos generales. Los compañeros han manifestado su malestar ante el hecho de que el ciudadano B. interrumpía cualquier discusión arguyendo que se debía pasar rápidamente a “otro asunto”. Para vaciar de contenido las escasas reuniones plenarias, B propiciaba la máxima informalidad: reducir la reunión a una cena donde participaba gente, familiares u otros, que no formaban parte de la organización.
Esta práctica organizativa es radicalmente ajena al proletariado y es propia de los grupos burgueses, particularmente de la izquierda y extrema izquierda. Su objetivo es doble: en primer lugar, mantener a la mayoría de compañeros en el subdesarrollo político, desposeyéndoles sistemáticamente de los medios para tener un criterio propio; en segundo lugar, y en concomitancia con lo anterior, transformarlos en masa de maniobra de la política del “gran líder”. El ciudadano B pretendía utilizar a sus “compañeros” (15) como trampolín para convertirse en una “personalidad” dentro del medio político proletario.
Combate por la defensa de la organización
Los planes del ciudadano B se vieron obstaculizados por dos factores con los que su arrogancia y presunción no contaba: de un lado, la firmeza y la coherencia organizativa de la CCI; de otro lado, el que los compañeros, pese a tener medios limitados y a la sorda obstrucción del señor B., estaban desarrollando un esfuerzo de reflexión que les conducía a la independencia política.
A fines de julio, el ciudadano B. realizó una maniobra audaz: pedir la integración inmediata en la CCI. Esta medida la impuso pese a la resistencia de los demás compañeros que, aún dándose firmemente como meta la integración en la CCI, veían necesario realizar todo un trabajo previo de clarificación y asimilación. Comprendían que la militancia comunista debe asentarse sobre sólidos cimientos.
Todo esto colocaba al ciudadano B. en una posición muy incómoda: sus “compañeros” podían transformarse en elementos conscientes de la clase dejando de ser meros comparsas de su ambicioso juego de “caudillo internacional”. Ante la delegación de la CCI que visitó Argentina a finales de agosto, el ciudadano B. insistió en que se hiciera una declaración inmediata de integración en la CCI del NCI. La CCI no aceptó tales pretensiones. Nosotros rechazamos firmemente integraciones precipitadas e inmaduras que entrañan el riesgo de destrucción de militantes. En la carta de balance de este viaje señalamos que
“Antes del viaje nos planteasteis la integración en la organización. Esto lo acogimos con el entusiasmo natural que experimentan los combatientes proletarios cuando otros compañeros quieren sumarse a la batalla (...) Sin embargo, es preciso dejar claro que nosotros no planteamos la integración de nuevos elementos o la formación de nuevas secciones al estilo de una empresa comercial que quiere implantarse a toda costa en un nuevo mercado o de un grupo izquierdista que trata de reclutar nuevos adeptos para el proyecto político que representa dentro del capitalismo de Estado [sino como] un problema general del proletariado internacional que debe abordarse desde criterios históricos y globales. (...) La orientación central que dimos a la delegación fue la de discutir en profundidad todo lo que implica la militancia comunista y todo lo que significa la construcción de una organización internacional unitaria y centralizada. [Esto] no es algo simple o técnico, sino que requiere un esfuerzo colectivo tenaz y perseverante. Por tanto, jamás puede fructificar si se apoya en impulsos momentáneos (...) nosotros queremos formar militantes con criterio propio, capaces de asumir, cualquiera que sean sus dotes intelectuales o personales, la tarea de participar colectivamente en la construcción y defensa de la organización internacional”.
Este planteamiento no encajaba en los planes del ciudadano B. Por ello, “es muy probable que ya estuviera en contacto con la FICCI al mismo tiempo que nos engañaba con su juego de querer precipitar la integración del NCI en la CCI” (Presentación de la Declaración del NCI). Este individuo cambió de chaqueta de la noche a la mañana sin tener la honradez de plantear su “desacuerdo”. La razón es muy simple, él no buscaba la claridad sino simplemente su medro personal como “caudillo internacional”, visto que en la CCI no iba a encontrar la satisfacción a sus pretensiones prefirió buscar mejores compañías.
Recurrió a la intriga y el doblez para fabricar su pequeño “efecto sensacionalista”. Así, de la noche a la mañana alumbró un espectral “Círculo de Comunistas Internacionalistas” compuesto por él mismo pero que tenía la desfachatez de “incorporar” no sólo a los miembros del NCI – ¡sin que estos supieran nada!- sino a “muy estrechos contactos”. Este “Círculo” se propuso hacer desaparecer de la circulación el NCI empleando el método, patentado por Stalin, de presentarse como su verdadero y único continuador (16).
Estas maniobras, alentadas como decíamos al principio por la alianza de pícaros constituida por el oportunismo del BIPR y los parásitos de la FICCI (17), han sido desenmascaradas y anuladas por nuestro combate al que se ha sumado el NCI.
Los compañeros del NCI habían quedado aislados por las maniobras del ciudadano B, pero nosotros conseguimos ponernos en contacto con ellos pese a la precariedad de los medios para hacerlo.
“Mediante nuestras llamadas telefónicas (que según los términos empleados por el Sr. B demostrarían la ‘nauseabunda metodología de la CCI’) hemos sabido que los demás camaradas del NCI nada sabían de la existencia de ese ‘Círculo’ que ¡decía representarlos! Desconocían la existencia de esas ‘Declaraciones’ nauseabundas contra la CCI que, según se afirma en ellas hasta la saciedad, se habrían adoptado... “Colectiva y unánimemente’ tras ‘consultar’ ¡a todos los miembros del NCI! Todo ello era pura mentira” (Presentación de la Declaración del NCI).
Una vez restablecido el contacto, organizamos un viaje urgente para discutir con ellos y establecer perspectivas de trabajo. La acogida fue calurosa y fraterna. Durante nuestra estancia, los camaradas del NCI tomaron la decisión de enviar por correo postal su Declaración del 27 de octubre a todas las secciones del BIPR y a otros grupos de la Izquierda comunista con el fin de restablecer la verdad: contrariamente a las falsas informaciones propagadas por el BIPR (particularmente en su prensa en italiano), el NCI no ha roto con la CCI.
Los miembros del NCI pidieron varias veces por teléfono al individuo B. que viniera a explicarse ante el NCI y la delegación de la CCI. El Señor B. se negó a cualquier encuentro. Este comportamiento revela la cobardía de este individuo: descubierto con las manos en la masa prefiere esconderse bajo tierra como un conejo en su madriguera.
Pese al choque que han recibido al descubrir las mentiras y maniobras realizadas en su nombre y a sus espaldas por ese siniestro personaje, los camaradas del NCI han expresado su voluntad de proseguir una actividad política a la medida de sus fuerzas limitadas. Gracias a su acogida fraterna y a su implicación política, la CCI ha podido celebrar una segunda reunión pública en Buenos Aires el 5 de noviembre sobre un tema elegido por los camaradas del NCI (18).
Pese a las terribles dificultades materiales que encuentran cotidianamente, estos compañeros han insistido ante nuestra delegación que quieren implicarse en una actividad militante y particularmente proseguir la discusión con la CCI. Los que están desempleados quieren encontrar a toda costa un trabajo no solo para poder sobrevivir y alimentar a sus hijos sino también para salir del subdesarrollo político en el que el Señor B les mantenía (particularmente han expresado la voluntad de contribuir en la compra de un ordenador). Al romper con el ciudadano B y sus métodos burgueses, los camaradas del NCI se han comportado como verdaderos militantes de la clase obrera.
Perspectivas
La experiencia del NCI es rica en lecciones. En primer lugar, al adoptar posiciones programáticas muy próximas a las de la CCI ha demostrado la unidad del proletariado mundial y de su vanguardia. El proletariado tiene las mismas posiciones en todos los países cualquiera que sea su nivel económico, su posición imperialista, su régimen político. En ese marco unitario internacional los compañeros han podido hacer aportaciones de interés general para todo el proletariado (naturaleza del movimiento piquetero, el carácter de las revueltas sociales en Argentina o Bolivia…), así como sumarse al combate internacional por los principios del proletariado: denuncia clara de la banda de hampones que se hace llamar FICCI, Declaración en defensa del NCI y los principios proletarios de comportamiento…
En segundo lugar, ha evidenciado el peligro de los gurús como un obstáculo en la evolución de los grupos y compañeros en búsqueda de las posiciones de clase. Este fenómeno no es algo propio de Argentina (19), ni mucho menos. Se trata de un fenómeno internacional que hemos constatado repetidas veces: la existencia de elementos, a menudo brillantes, que consideran a los grupos como su “propiedad privada”, que por desconfianza hacia las capacidades reales existentes en la clase o por pura sed de valorización personal tratan de someter a los demás compañeros a su control personal que conduce al bloqueo de su evolución y provoca su subdesarrollo político. En un primer momento, tales elementos pueden jugar un papel de impulso en una dinámica de aproximación a las posiciones revolucionarias, porque suelen ponerse a la cabeza de una actitud y una reflexión que están llevando a cabo otros compañeros. Pero, en general, tales elementos (a no ser que cuestionen de forma radical su actitud pasada) no suelen llegar al término de una evolución que implicaría la pérdida de su estatuto de gurú. Otra consecuencia de este fenómeno es que los grupos sufren, más o menos rápidamente, una hemorragia de elementos que ante el clima de subjetivismo permanente y de sometimiento a los dictados personalistas del gurú, rompen, desmoralizados, con toda actividad política, al comprobar con amargura que las posiciones políticas pueden ser más o menos interesantes pero la práctica organizativa, las relaciones humanas, las conductas, no rompen para nada con el universo opresor que reina en los grupos de “izquierda” o “extrema izquierda”.
En tercer lugar, ha demostrado no solo el peligro de los gurús, sino algo mucho más importante: que se puede luchar contra ese peligro, que se puede superar. Hoy, los compañeros, no sin dificultades, emprenden un proceso de clarificación, de adquirir confianza en sí mismos, de desarrollo colectivo de sus capacidades con vistas a una futura integración en la CCI. Independientemente de cuáles sean los resultados finales de este combate lo que se ha demostrado es que compañeros que contaban con muy escasos medios y a los que el gurú reducía prácticamente a cero, pueden organizarse y luchar de forma consecuente por la causa del proletariado.
En fin, y no menos importante, con la participación activa de los compañeros, un medio de debate proletario, alrededor de las Reuniones Públicas de la CCI, se va desarrollando en Argentina. Este medio será muy útil para la clarificación y determinación militante de elementos proletarios que surgen en ese país y en otros de la zona.
C.Mir 3-12-04
1) Revista internacional nº 119, “Resolución sobre la evolución de la lucha de clases”.2) Ídem.3) Ver nuestra serie de artículos “1903-1904: el nacimiento del bolchevismo” en los nos 116 a 118 de la Revista internacional.POSDR = Partido obrero socialdemócrata ruso.4) Núcleo comunista internacional, grupo formado por unos cuantos militantes en Argentina. Para más información, léase “El NCI existe y no ha roto con la CCI” (en nuestro sitio Internet, en español y en francés), “Presentación de una declaración del NCI” (en francés y español en Internet y en la prensa escrita).5) Ver, entre otros, “¿El Círculo de comunistas internacionalistas, impostura o realidad?” en nuestro sitio Internet.6) Por ejemplo: el uso de la expresión “burocracia sindical” que tiende a ocultar que es todo el sindicato, como organización, de la base a la cúspide, que es un fiel servidor del capital y un enemigo de los trabajadores. Lo mismo ocurre con el concepto de los sindicatos como “mediación” entre capital y trabajo, que permitiría considerarlos como órganos neutrales entre las dos clases fundamentales, la burguesía y el proletariado.7) El NCI nos comunicó copia de esas respuestas.8) La manera de “resolver” la dinámica de las conferencias internacionales fue romperla mediante maniobras sectarias (ver Revista internacional nº 22).9) Leer su célebre polémica Miseria de la filosofía.10) Imaginemos por un momento que Marx y Engels hubieran contestado a los obreros franceses e ingleses que habían convocado el mitin que haría nacer la Primera internacional en 1864, que ellos ya habían resuelto el asunto en 1848… 11) En una carta enviada a los camaradas haciendo el balance del Llamamiento, explicamos detalladamente los métodos de agrupamiento y de debate que utilizaron los revolucionarios a lo largo de la historia del movimiento obrero, mostrando cómo se forjaron las diferentes organizaciones internacionales del proletariado.12) Ver el artículo cobre el movimiento piquetero en nuestra prensa territorial y en la Revista internacional 119.13) Esa condena se publicó en la Revista internacional nº 350 y en Acción proletaria nº 179.14) Esto explica algo aparentemente contradictorio sobre los orígenes del NCI. Para los camaradas actuales del NCI, éste se constituyó realmente el 23 de abril de 2004, es decir después de la toma de contacto con la CCI. El modo de funcionamiento que hasta entonces había logrado imponer el señor B y la dispersión y el desconocimiento mutuos entre sus diferentes miembros eran más que nada, en la primera etapa de formación del NCI, algo típico de un círculo informal de discusión. Fue tras nuestra primera visita, durante la cual nosotros insistimos y logramos convencer de la necesidad de hacer reuniones regulares, cuando el NCI empezó a ser algo consciente para cada uno de sus miembros.15) B expresaba hacia ellos un notorio y repelente desprecio: “El señor B despreciaba profundamente a los demás miembros del NCI. Estos son obreros que viven en la indigencia, mientras que él ejerce una profesión liberal y se jactaba de que era el único miembro del NCI que ‘podría pagarse un viaje a Europa’” (ver “El NCI no ha roto con la CCI”, en nuestra prensa en francés y español).16) Todos las andanzas de ese “Círculo” cuya ridículo eco internacional solo se ha debido a sus protectores, la FICCI y el BIPR, han sido sacadas a la luz en tres documentos disponibles en nuestro sitio Web en castellano y en francés: “El Círculo de comunistas internacionalistas: una nueva extraña aparición” y “El Círculo de comunistas internacionalistas: ¿impostura o realidad?”17) Nuestro sitio Web ha publicado toda una serie de documentos, varias cartas al BIPR en especial, que ponen de relieve la lamentable deriva de esta organización. En efecto, en cuanto el señor B formó su “Círculo”, a espaldas de los demás miembros del NCI, el BIPR se apresuró a ofrecerle audiencia, publicando, primero, una traducción en italiano de un documento del “Círculo” sobre la represión de una lucha obrera en Patagonia (y eso que el BIPR no se había dignado publicar el menor documento del NCI), publicando luego en español, francés e inglés (pero no en italiano) una declaración (del 12 de octubre) del “Círculo” (“Contra la metodología nauseabunda de la CCI”), que es una sarta de mentiras groseras y de calumnias contra nuestra organización. Después de tres semanas y tres cartas de la CCI pidiendo al BIPR que pusiera en su sitio Web un corto comunicado de la CCI desmintiendo las acusaciones del “Círculo”, el BIPR así lo hizo al fin. Desde entonces ha quedado patente el carácter mentiroso y calumniador de las aserciones del señor B., al igual que la impostura que su “Círculo” es. Sin embargo, hasta hoy el BIPR no ha hecho la menor declaración para restablecer la verdad, aunque, eso sí… ha retirado de su sitio Internet sin más explicaciones, las obras de ese individuo. Vale la pena subrayar lo siguiente: fue cuando comprendió que con la CCI no iba a poder seguir con sus maniobras de aventurero de salón, cuando, de repente, lo arrebató una pasión por la FICCI y el BIPR, así como también por las posiciones de éste. Semejante conversión, más repentina que de san Pablo en el camino de Damasco, por lo visto no levantó la menor desconfianza en el BIPR que se puso a inmediata disposición para servir de altavoz a ese señor. Un día deberá el BIPR preguntarse por qué, en varias ocasiones, elementos que han dado la prueba de su incapacidad para integrarse en la Izquierda comunista, se han girado hacia el BIPR tras el fracaso de su “acercamiento” a la CCI. Hemos de volver sobre este tema en un próximo artículo de nuestra Revista.18) Ver nuestro artículo en sitio Web en español y francés y nuestra prensa territorial.19) En el caso del señor B., hay que decir que el grado de retorcimiento y mala fe por él alcanzado podría rozar lo patológico.
con trasfondo de matanzas de los diferentes conflictos del planeta, en primer término el de Irak, ha habido dos elecciones mediatizadas mundialmente, las de Estados Unidos y Ucrania. Han estado en primera plana de la actualidad durante muchas semanas. Una y otra, como cualquier otra elección, en nada podrán servir para solucionar la miseria y la barbarie creciente en la que el capitalismo en crisis está hundiendo a proletarios y a masas explotadas. Pero una y otra son también, cada una a su manera, ilustraciones del atolladero en que está metido el capitalismo mundial. En efecto, la reelección de Bush no viene a coronar la buena salud de la primera potencia mundial, victoriosa de la guerra fría, sino, al contrario, ha puesto de relieve cómo se plasman, en el interior, las dificultades del imperialismo americano.
Quince años después del hundimiento del bloque del Este, las elecciones en Ucrania han sido un momento de las luchas de influencia que están llevando a cabo las diferentes potencias imperialistas para controlar la región, abriendo así una nueva vía al caos en los territorios de la difunta URSS.
Elecciones en Estados Unidos
La guerra de Irak, centro de la campaña electoral
A medida que se iba acercando el día de las elecciones, los comentaristas que, tanto en EEUU como en cantidad de países, apoyaban mayoritariamente a Kerry, anunciaban cada vez más un empate técnico. Hasta el último instante, en un suspense casi patético, los media hicieron depender la esperanza del mundo de la derrota de Bush, que personificaba la impopular guerra de Irak. Y, sin embargo, nada de tangible fundaba tal esperanza, puesto que, en el tema de la guerra, los programas de Bush y de Kerry eran idénticos en el fondo. Baste, de muestra, cómo se expresaba Kerry con los mismos tonos histéricos ultrapatrioteros que su competidor:
“Para nosotros, la bandera americana es el símbolo más poderoso de lo que somos y de aquello en lo que creemos. Representa nuestra fuerza, nuestra diversidad, nuestro amor por el país. Todo lo que América hace es grande y bueno. Esa bandera no pertenece a un presidente, a una ideología, a un partido, sino que pertenece al pueblo americano” (Kerry en la convención demócrata del mes de julio).
En realidad, las diferencias más patentes se referían a temas como el aborto, la homosexualidad, el medio ambiente o la bioética, todo lo cual permitía poner el precinto de “conservador” a uno, y de “progresista” al otro. Pero no importa, lo que importa para la burguesía es dar el mayor énfasis a una consulta electoral para embaucar a los explotados. Sin embargo, los clamores mediáticos anti-Bush lo que en realidad recubrían, según los países, era unos intereses no solo diferentes sino incluso antagónicos entre las diferentes fracciones nacionales de la burguesía mundial.
Para países como Francia o Alemania, muy hostiles desde el principio a la intervención de EEUU en Irak que contrariaba claramente sus propios intereses imperialistas, tomar posición contra Bush en estas elecciones estaba en la continuidad lógica de las campañas ideológicas antiamericanas precedentes. Al denunciar al presidente norteamericano como responsable de la agravación del orden mundial, esas campañas servían para ocultar la responsabilidad de un sistema en crisis en el incremento de la barbarie guerrera y esconder la propia naturaleza imperialista de esas burguesías. El deseo que éstas expresaban de ver derrotado a Bush no era más que hipocresía, pues era él “su mejor enemigo”. En efecto, más que nadie, Bush encarna todo lo que la propaganda burguesa ha invocado como falsas razones de la invasión de Irak por Estados Unidos: sus vínculos familiares con la industria petrolera tejana, la cual iba a sacar beneficios (¡sic!) de esta guerra; sus vínculos familiares con la industria de armamento; su pertenencia, en el seno del partido republicano, al campo de los “halcones”; su “integrismo” religioso; su “incompetencia”. En otras palabras, nada mejor que un Bush de presidente para hacer de EEUU el espantajo. Por eso, a pesar de la tónica anti-Bush en sus tomas de posición, la reelección de éste ha sido una suerte para los rivales imperialistas principales de EEUU.
Por todo eso también, tras un largo período de indecisión, la burguesía estadounidense, se decidió mayoritariamente por Kerry. Si a pesar de los muchos defectos de éste, especialmente con posicionamientos contradictorios sobre la guerra de Irak, la opinión dominante en la burguesía de EEUU acabó escogiéndolo fue porque pensaba que era el mejor situado para restaurar la credibilidad de EEUU en el ruedo internacional e intentar dar una salida al atolladero iraquí. Además, Kerry era el mejor situado para convencer a la población de que aceptara nuevas incursiones militares en otros escenarios bélicos.
Por todas esas razones, Kerry recibió el apoyo de generales y almirantes retirados de alto rango, mientras que a Bush lo abandonaban altas personalidades de su propio partido, criticándole en particular su gestión de la crisis iraquí, y eso solo cinco semanas antes de la fecha de los comicios. Kerry también se benefició del apoyo de los medios, gracias especialmente a la cobertura que dieron a los debates que enfrentaron a ambos contrincantes, encontrando siempre los argumentos que permitían concluir cada vez que Kerry había ganado a su adversario. Y, en fin, los media se dedicaron a transmitir, dándoles la amplitud y el relieve necesarios, una serie de historias y negocios que comprometieran más todavía la imagen de Bush, especialmente filtraciones procedentes de miembros de la administración que revelaban los errores y daños de la administración Bush, especialmente sobre la guerra de Irak. Se divulgaron así los intentos de la administración para modificar el código de justicia militar en contra de lo dispuesto en la convención de Ginebra. Una fuente anónima de la CIA relató que había una amplia oposición en el seno de ese servicio de información contra esa “violación de los principios democráticos”. Otra “lamentable” historia fue la de la desaparición de 380 toneladas de explosivos en Irak que las tropas norteamericanas habían sido incapaces de controlar, caídas probablemente en manos de quienes las utilizan contra las fuerzas de EEUU. Solo una semana antes de las elecciones, fuentes del FBI dejaron filtrar detalles de una encuesta criminal sobre el tratamiento preferente del que se ha beneficiado la empresa Halliburton (cuyo director general antes de las elecciones de 2000 era el actual vicepresidente) para obtener jugosos contratos en Afganistán e Irak, establecidos bajo cuerda. Los media también presentaron con un enfoque positivo la acción de 19 soldados estadounidenses que desobedecieron a la misión, calificada de suicidio, de transportar carburante por Irak en camiones sin blindaje ni escolta. En lugar de tildarlos de sediciosos o de cobardes, los medios presentaron a esos soldados como valientes y dignos, pero hartos de estar mal abastecidos y peor armados, una descripción que correspondía exactamente a la situación que denunciaba Kerry en su campaña electoral desde hacía semanas.
Por eso, la derrota de Kerry, ocurrida a pesar de los apoyos de primera importancia que recibió y en contra de las aspiraciones de los sectores dominantes de la burguesía americana, es significativa de las dificultades de la clase dominante en el plano interior, las cuales son en parte reflejo del atolladero en que se encuentra metido el imperialismo americano en el mundo.
Las dificultades de la burguesía estadounidense
Como hemos dicho a menudo en nuestros textos, la crisis del liderazgo mundial estadounidense obliga a la burguesía de EEUU a tomar permanentemente la iniciativa en el terreno militar, único medio para ella de evitar que sus rivales directos tengan la veleidad de poner en entredicho su hegemonía. Pero, de rebote, como lo ilustra el barrizal iraquí, esa política no hace sino alimentar por el mundo entero la hostilidad hacia la primera potencia mundial, aislándola más todavía. Al no poder dar marcha atrás, lo cual debilitaría más todavía su autoridad mundial, la clase dominante de EEUU se encierra en contradicciones cada vez más complicadas. Además de ser un abismo financiero, Irak es el trampolín permanente sobre el que saltan todas las críticas de los principales rivales imperialistas de EEUU y una fuente de descontento creciente en la población norteamericana. Hoy se han agotado todos los beneficios ideológicos que, tanto nacional como internacionalmente, pudo sacar la clase dominante de EEUU de los atentados del 11 de septiembre (realizados con la complicidad de altas esferas del aparato de Estado norteamericano (1) para que sirvieran de pretexto a la intervención en Afganistán y en Irak). Las vacilaciones y disensiones aparecidas en el seno de la burguesía estadounidense para escoger el candidato más idóneo expresan, no, desde luego, la opción por otra línea imperialista menos agresiva, sino la dificultad para proseguir la realización de la única línea posible.
La adopción tardía de una orientación pro Kerry por parte de la burguesía de EEUU debilitó su capacidad para manipular el resultado electoral en ese sentido. Sobre todo porque existe en EEUU un ala cristiana fundamentalista, con un peso electoral importante, que es por naturaleza muy poco permeable a las campañas ideológicas contra Bush. De hecho, esos fundamentalistas encuadrados por la clerigalla local y cuya aparición había sido favorecida para servir de apoyo a los republicanos durante los años de Reagan, se caracterizan por un conservadurismo social anacrónico. Muy presentes en las regiones menos pobladas y en los estados rurales, han basado su voto en temas como el matrimonio homosexual y el aborto. Como lo hacía notar con incredulidad un comentarista de CNN en la noche electoral, a pesar de que un Estado industrial como Ohio, pero también con sectores de lo más atrasado, haya perdido 250 000 empleos, que haya una guerra tan desastrosa como la de Irak y que Kerry hubiera ganado tres debates contra Bush, el conservadurismo social de ese Estado hizo ganar las elecciones al presidente saliente.
El auge del fanatismo religioso, en Estados Unidos como en el resto del mundo, es, en el período actual, una reacción al caos y a la pérdida de esperanza en el futuro característica de la descomposición social, y plantea serias dificultades a la clase dominante pues le reduce su capacidad de control de su propio juego electoral. Es tanto más problemático para ella porque la reelección de Bush tiende a legitimar lo que hoy se practica en la dirección del ejecutivo norteamericano, una práctica que desprestigia el funcionamiento del ejecutivo y del Estado democrático, pues hay miembros del equipo presidencial, empezando por el propio vicepresidente Cheney, acusados de confundir sus intereses particulares con los del Estado. En efecto, después de haber reprochado a Cheney el haber recibido órdenes directas de Enron a principios del año 2001, se le acusa ahora de sus vínculos con Halliburton, empresa de la que fue director general y de la que dimitió para ser vicepresidente. Desde entonces, esa empresa, que fabrica equipos militares e interviene en la reconstrucción de Irak, beneficiándose de favoritismo en los pedidos relacionados con la guerra de Irak, ha seguido remunerando a Cheney. Éste, además, se puso arrogante y perentorio con sus acusadores. Desde luego no es ni mucho menos la colusión entre miembros de la administración Bush y la industria armamentística o petrolera lo que para nada explicaría la guerra de Irak, como tampoco fueron los negociantes de cañones Krupp y Schneider quienes originaron la Primera Guerra mundial. Este tipo de falsedades, generalmente difundidas por las fracciones de izquierda de la burguesía, tenía la función, durante las elecciones en EEUU, de participar en el desprestigio de la administración Bush. Aunque su impacto fue insuficiente para lograr la derrota de Bush, todo eso muestra, sin embargo, lo enérgicas que son las reacciones por parte de la burguesía o de sus fracciones principales, ante comportamientos de otras fracciones perjudiciales a los intereses del capital nacional como un todo. Esto ya quedó ilustrado, a una escala y en un contexto muy diferentes, cuando el escándalo de Watergate que le costó a Nixon el poder. Su política internacional disgustaba entonces cada día más a la burguesía, pues, al tardar en concluir cuanto antes la guerra de Vietnam, estaba retrasando al mismo tiempo el establecimiento de la nueva alianza con China contra el bloque del Este, y eso que había sido el propio Nixon quien había echado las bases de esa nueva política. Pero, sobre todo, la camarilla dirigente había utilizado las agencias estatales (FBI y CIA) para asegurase una ventaja decisiva sobre las demás facciones de la clase dominante; y, para éstas, al sentirse directamente amenazadas, eso era algo intolerable (2).
Aunque no sepamos cómo va a solucionar los problemas que tiene que encarar la burguesía estadounidense, lo que sí es seguro es que, ni más ni menos que la elección de un gobierno de derechas o de izquierdas sea donde sea, nunca será en modo alguno para aportar más paz al mundo.
Elecciones en Ucrania
Grandes maniobras imperialistas en Europa oriental
Después de la “revolución de las rosas “ en Georgia del año pasado, en donde la pretendida “voluntad popular” acabó con el régimen corrupto de Shevardnadze, que estaba bajo control de Moscú, le ha tocado ahora al gobierno ucraniano, tan corrompido y en la órbita moscovita como aquel, acabar de la misma manera ante otra “movilización popular” llamada esta vez “revolución naranja”. Aunque también este acontecimiento haya sido una vez más la ocasión para los media de embobar a la clase obrera de todos los países dejando pantalla abierta a todos los clamores democráticos del estilo: “La gente ya no tiene miedo”, “podremos hablar libremente”, “quienes se creían intocables han dejado de serlo”, lejos estamos, sin embargo, de las infames campañas sobre la muerte del comunismo que fueron marcando las diferentes etapas del desmoronamiento del estalinismo (3). Claro, no iba a ser en nombre de no se sabe qué comunismo la manera con la que los nuevos dictadores defendieron el capital nacional a la cabeza del Estado, y allí donde esos dictadores fueron sustituidos por equipos más democráticos, como en Georgia, la situación de la población no ha cambiado en nada, si no es, como por todas partes, para peor.
Por otra parte, lo que está en juego en el plano imperialista es algo tan explícitamente presente que incluso los medios lo tienen en cuenta, sobre todo porque los intereses varían de un país a otro y queda muy bien el desprestigiar a sus rivales hablando “de verdad” sobre esos intereses:
“Los derechos humanos siempre han tenido una geometría variable: se habla de ellos en Kiev o en Georgia, ¡menos en Uzbekistán o en Arabia Saudí! Esto no significa no reconocer el fraude electoral y la preocupación democrática expresada por los ucranianos. El problema de Rusia es que, precisamente, se apoya en regímenes impopulares, corruptos y autoritarios. Y así Estados Unidos lo tiene fácil con la defensa de la democracia… para ocultar sus intenciones estratégicas. Ya lo vimos en 2003 y la revolución de las rosas en Georgia. Se ha instalado allí un gobierno muy pro americano y no creo que la corrupción haya retrocedido mucho” (Gérard Chaliand, experto francés en geopolítica, en una entrevista titulada “Una estrategia estadounidense de arrinconamiento de Rusia” en el diario francés Libération del 6/12/2004).
Para mantener su dominio sobre sus países vecinos, Rusia no dispone sino de medios a la altura de su poder: apadrinar a camarillas que solo pueden imponerse mediante el fraude electoral, el crimen (intento de envenenamiento del candidato reformador Viktor Yúchenko) mientras que sus rivales, Estados Unidos el primero, que no tienen la menor repugnancia en usar esos mismos métodos, pero sí saben hacerlo con más discreción, disponen además de medios para apadrinar y apoyar a camarillas democráticas. Esta realidad, en lo que a Ucrania se refiere, no es, en el fondo, puesta en entredicho por Rusia aunque la presente con una luz más favorable para su imagen:
“Esta elección ha demostrado por otra parte la popularidad de Rusia: 40 % de los ucranianos han votado, a pesar de todo, por un oligarca condenado dos veces… cuya única verdadera cualidad era ser “el candidato ruso” (Serguei Márkov, uno de los principales consejeros rusos en comunicación que apoyaron la campaña de Victor Yanúkovich, en Libération del 8/12/2004).
Lo que se está jugando actualmente en Ucrania se integra plenamente en la dinámica que se abrió tras el hundimiento del bloque del Este. Desde el principio de 1990, se pronunciaron por la independencia los países bálticos. Mucho más grave para el imperio soviético, el 16 de julio de 1990, Ucrania, segunda república de la URSS, vinculada a Rusia desde siempre, proclamaba su soberanía. Iban a seguirle los pasos Bielorrusia, luego el conjunto de las repúblicas del Cáucaso y de Asia central. Gorbachov intentó entonces “salvar los muebles” proponiendo la adopción de un tratado de Unión que mantuviera un mínimo de unidad política entre los diferentes componentes de la URSS. El 21 de diciembre, tras el fracaso de un golpe de Estado con el que algunos querían oponerse al desmembramiento de la URSS, se formó la Comunidad de Estados Independientes (CEI), con unas estructuras muy imprecisas, agrupadora de unos cuantos antiguos componentes de la URSS, la cual acabó disolviéndose 4 días después. Desde entonces, Rusia ha ido perdiendo influencia sobre los países del antiguo bloque “soviético”: en Europa central y oriental, todos los Estados antaño miembros del pacto de Varsovia se adhirieron a la OTAN, al igual que los Estados bálticos. En el Cáucaso y en Asia central, Rusia ha perdido gran parte de su influencia. Peor todavía, su propia cohesión interna está amenazada. Para evitar que se le separe una parte de su territorio a causa de las veleidades independentistas de las repúblicas caucásicas, a Moscú no le ha quedado más remedio que replicar con una guerra a ultranza en Chechenia.
Hoy, el alineamiento imperialista de Ucrania es para Moscú un problema político, económico y estratégico de la primera importancia. Ucrania es, en efecto, una potencia nuclear de 48 millones de habitantes, con más de 1600 km de frontera común con Rusia. Además,
“sin cooperación económica estrecha con Ucrania, Rusia perdería entre 2 y 3 puntos de crecimiento. Ucrania son los puertos por donde salen nuestras mercancías, los gasoductos por los que pasa nuestro gas, y muchos proyectos de alta tecnología (…) es el país en donde se halla la principal base naval rusa en el mar Negro, en Sebastopol” (Serguei Márkov, ibid).
Con la pérdida de influencia sobre tal vecino, la posición de la Rusia en la región quedará sensiblemente malparada, sobre todo porque sus rivales, como Estados Unidos, se reforzarán tanto más.
El retroceso de la influencia de Rusia ha beneficiado sobre todo a Estados Unidos, pues es ya proamericano el gobierno actual de Georgia, país en donde hay estacionadas tropas estadounidenses que refuerzan las ya presentes en Kirguizistán y Uzbekistán, al norte de Afganistán. Aunque hay otros candidatos deseosos de colocar sus peones en el tablero ucraniano y en la región, y en primer término Alemania, hoy es, sin embargo, Estados Unidos el mejor situado para llevarse la mejor tajada, gracias, en especial, a la colaboración de Polonia, uno de los mejores aliados en Europa del Este y con una influencia histórica en Ucrania. Putin no se equivocaba cuando, con ocasión de un discurso pronunciado en Nueva Delhi el 5 de diciembre, acusó a EEUU de querer “remodelar la diversidad de la civilización, siguiendo unos principios de un mundo unipolar equivalente a un cuartel” y querer imponer “una dictadura en los asuntos internacionales adornada con una bella fraseología pseudo democrática”. Tampoco le dio empacho en recordar al primer ministro iraquí en Moscú el 7 de diciembre que EEUU está en mal lugar para dar lecciones de democracia, precisando, a propósito de las próximas elecciones en Irak, que no se imaginaba “cómo podían organizarse elecciones en condiciones de ocupación total por tropas extranjeras”.
Cualquiera que, a parte de Rusia, pretenda desempeñar un papel en Ucrania está obligado a navegar con la marea “naranja” del equipo del reformador Viktor Yúchenko, equipo del que una parte es favorable a Polonia y Estados Unidos. Por esa razón, los rivales principales de EEUU a la guerra en Irak, o sea Francia y Alemania, también apoyan a los reformistas; y al mismo tiempo, los aliados de ayer, Rusia y Alemania y Francia, defienden campos opuestos en estas elecciones.
La ofensiva política de Estados Unidos en Ucrania, forma parte de la ofensiva general que EEUU debe llevar a cabo en todos los frentes, militares, políticos y diplomáticos para defender su liderazgo mundial y, en este marco, tiene objetivos bien determinados. En primer lugar, esa ofensiva se inscribe en una estrategia de acorralamiento a Europa para bloquear los intentos expansionistas de Alemania, país para el que el Este de Europa es el eje “natural” de su expansión imperialista, como lo ilustraron las dos guerras mundiales. En segundo lugar apunta específicamente a Rusia, castigándola así por su actitud durante la guerra de Irak, de oposición radical a los intereses estadounidenses, en compañía de Francia y Alemania. Es cierto que sin Rusia y su determinación, Francia y Alemania habrían sido menos temerarias en su oposición a la política norteamericana. Para que tal contrariedad no vuelva a producirse o al menos tenga menos efecto, se trata para EEUU de quitarle a Rusia (que sigue siendo sin embargo un aliado potencial en una serie de cuestiones: Putin ha apoyado, por ejemplo la candidatura de Bush) las últimas bazas que le permitían hacer incursiones y lucirse en el patio de los mayores, limitando claramente su estatuto al de potencia nuclear regional, como India por ejemplo.
Hacia una aceleración del caos en Europa oriental y Asia central
Lo que hoy se está jugando en los territorios de la antigua URSS no puede entenderse como una simple transferencia entre una potencia y otra de la influencia en un país. Sabemos hasta qué punto está Rusia decidida a resistir para conservar su dominio, aunque solo sea en la parte oriental de Ucrania. ¿Podría acaso abandonar Crimea y Sebastopol sin que ello tenga repercusiones de la primera importancia en la estabilidad política de su régimen? Ese revés de la mayor trascendencia ¿no sería acaso la señal para una traca de reivindicaciones independentistas de las repúblicas de la propia Federación Rusa? Además, ya no son solo dos bellacos los que riñen por una zona de influencia muy importante, sino tres en realidad, pues Alemania no va a quedarse quietecita a la sombra de Estados Unidos. Por otra parte, también se sabe que el incremento de la inestabilidad en los territorios de la antigua URSS habrá de despertar las apetencias imperialistas de potencias regionales (en este caso, de Irán y Turquía) que ven la ocasión de sacar tajada de la situación. No existe un guión que permita responder a esas cuestiones, pero lo que sí tienen en común todos los guiones posibles es que, desde el desmoronamiento del bloque del Este, desde que reina la tendencia de cada cual a la suya en el plano imperialista, siempre es el caos el resultado de las tensiones entre grandes potencias.
Y del mismo modo, sea cual sea el motivo ideológico invocado por la burguesía para afirmar sus pretensiones imperialistas, sólo es un pretexto, pues la única explicación de la agravación de las tensiones y la multiplicación de los conflictos es el hundimiento irremediable del capitalismo en una crisis sin fin. Por eso, la solución de los conflictos no es ni la instauración de la democracia, ni la búsqueda de la independencia nacional, ni el abandono por Estados Unidos de su voluntad hegemónica, ni ninguna reforma del capitalismo sea cual sea, sino su destrucción a escala planetaria.
LC (20-12-04)
1) Ya dimos, justo después del atentado contra las Torres Gemelas, las razones que permiten avanzar esa hipótesis. Desarrollamos, después, una argumentación para dar solidez a esa tesis (ver nuestros artículos “En Nueva York como en todas partes, el capitalismo siembra la muerte, ¿A quién beneficia el crimen?” en la Revista internacional n° 107 y “Pearl Harbor 1941, Torres Gemelas 2001: El maquiavelismo de la burguesía” en la Revista internacional n° 108). Esa tesis la confirman hoy unas publicaciones a las que es imposible sospechar de simpatía por las posiciones revolucionarias. Puede leerse al respecto el libro The New Pearl Harbor; Disturbing Questions about the Bush administration and 9/11 de David Ray Griffin.
2) Léanse nuestros artículos: “Notas sobre la historia de la política imperialista de Estados Unidos desde la Segunda Guerra mundial” en los números 113 y 114 de la Revista internacional.
3) Véase nuestro artículo “El proletariado mundial ante el hundimiento del del estalinismo “, en la Revista internacional n° 99.
“En Europa occidental, el sindicalismo revolucionario ha surgido en muchos países como resultado directo e inevitable del oportunismo, del reformismo, del cretinismo parlamentario. En nuestro país también, los primeros pasos de la “actividad parlamentaria” han fortalecido el oportunismo hasta el extremo, llevando a los mencheviques a arrastrarse ante los Cadetes (…) El sindicalismo revolucionario se desarrollará por necesidad en suelo ruso como reacción contra esa conducta vergonzante de socialdemócratas ‘famosos’” (1). Ese texto de Lenin, citado ya en el artículo anterior de esta serie, se puede muy bien aplicar a la Francia de principios del siglo XX. Para muchos militantes, asqueados por “el oportunismo, el reformismo, y el cretinismo parlamentario”, la Confederación general del trabajo (CGT) francesa fue en gran medida la organización faro del nuevo sindicalismo “revolucionario”, que “se basta a sí mismo” (según la expresión de Pierre Monatte) (2). Sin embargo, aunque el desarrollo del sindicalismo revolucionario es un fenómeno internacional en el proletariado de entonces, lo específico de la situación política y social en Francia permitió que el anarquismo desempeñara un papel muy importante en el desarrollo de la CGT. La conjunción entre una auténtica reacción proletaria contra el oportunismo de la IIª Internacional y de los viejos sindicatos y la influencia de las ideas anarquistas, típicas de la pequeña burguesía artesana, fue el origen de lo que desde entonces se llama anarco-sindicalismo.
El papel desempeñado por la CGT, ejemplo concreto de las ideas anarco-sindicalistas, quedaría más tarde eclipsado por el que tuvo la Confederación nacional de trabajadores (CNT) durante la pretendida revolución española, la cual puede ser en cierto modo considerada como verdadero prototipo de organización anarco-sindicalista (3). Eso no quita que la CGT, fundada quince años antes que la CNT española, estuviera muy influida, y hasta dominada por la corriente anarco-sindicalista durante el período anterior a 1914. Por eso, la experiencia de las luchas llevadas a cabo por la CGT durante ese período y. sobre todo, su reacción al estallido de la primera gran escabechina imperialista en 1914, son una prueba teórica y práctica para el anarco-sindicalismo. Por eso, este artículo (segundo de la serie iniciada en el anterior número de esta Revista), lo dedicamos al período que va desde la fundación de la CGT en el congreso de Limoges en 1895, hasta la catastrófica traición de 1914 cuando pudo verse a la práctica totalidad de los sindicatos de los países beligerantes hundirse en un apoyo sin fisuras al esfuerzo de guerra del Estado burgués.
¿Por qué hablamos del “anarco-sindicalismo” de la CGT? Recordemos que en el artículo introductivo de esta serie (ver la Revista internacional n° 118), distinguíamos varias diferencias importantes entre el sindicalismo revolucionario propiamente dicho y el anarco-sindicalismo:
• Sobre la cuestión del internacionalismo: las dos organizaciones dominadas por el anarco-sindicalismo (la CGT francesa y la CNT española) va a enfangarse en la defensa de la Unión Sagrada, en 1914 y 1936 respectivamente, mientras que los sindicalistas revolucionarios (las IWW (4) sobre todo), duramente reprimidos a causa de su oposición a la guerra de 1914) se mantuvieron, a pesar de sus debilidades, en un terreno de clase. Por lo que especialmente a la CGT se refiere, como veremos luego, su oposición al militarismo y a la guerra antes de 1914, se parece más al pacifismo que al internacionalismo proletario para el cual “los obreros no tienen patria”. Los anarco-sindicalistas de la CGT iban a “descubrir” en 1914 que los proletarios franceses debían, pese a todo, defender la patria de la Revolución francesa de 1789 contra el yugo del militarismo prusiano.
• En el plano de la acción política, el sindicalismo revolucionario se mantuvo abierto a la actividad de las organizaciones políticas (Socialist Party of America y Socialist Labor Party en Estados Unidos; SLP y después de la guerra de 1914-18, la Internacional comunista en Gran Bretaña).
• En el plano de la centralización, el anarco-sindicalismo tiene una visión de principio federalista: cada sindicato es independiente de los demás, mientras que el sindicalismo revolucionario es favorable a la tendencia a una mayor unidad política y organizativa de la clase.
Esa diferencia no era evidente para los protagonistas de la época: compartían hasta cierto punto, el mismo lenguaje e ideas similares. Sin embargo, en unos y en otros, las mismas palabras no significaban lo mismo ni en las ideas ni en la práctica. Encima, no había –como sí la había en el movimiento socialista- una Internacional en la que se dirimieran las diferencias y alcanzar una mayor clarificación. Se puede decir, someramente, que el movimiento hacia el sindicalismo revolucionario fue un auténtico esfuerzo en el seno del proletariado por encontrar una respuesta al oportunismo de los partidos socialistas y de los sindicatos, el anarco-sindicalismo fue la expresión de la influencia del anarquismo en el seno de ese movimiento. No es casualidad si esta influencia del anarquismo es más fuerte en los países menos desarrollados en el plano industrial, más marcados por el peso del pequeño artesanado y el campesinado: Francia y España. No es posible, en un artículo, dar detallada cuenta de la historia de aquel período complejo y tumultuoso y hay que precaverse del peligro del esquematismo. Dicho lo cual, la distinción es válida en sus grandes líneas y nuestra intención, en este artículo, es examinar si los principios del anarco-sindicalismo, tal como se expresaron en la CGT de antes de 1914, eran los más idóneos ante los acontecimientos (5).
La Comuna y la AIT
Durante el período que va desde finales del siglo xix hasta la guerra de 1914, el movimiento obrero estuvo profundamente marcado por la Comuna de París y la influencia de la Asociación internacional de los trabajadores (AIT). La experiencia de la Comuna, primer intento de toma del poder por la clase obrera, anegado en sangre por el gobierno versallesco en 1871, legó a los obreros franceses una enorme desconfianza hacia el Estado burgués. En cuanto a la AIT, la CGT se reivindica de ella explícitamente, como en este texto de Emile Pouget (6) :
“La expresión orgánica del Partido del trabajo es la Confederación general del trabajo (...), el Partido del trabajo procede, en línea recta, de la Asociación general de trabajadores, cuya prolongación histórica es aquél” (7).
Más específicamente, para Pouget, uno de los propagandistas principales de la CGT, la Confederación se reivindica de los federalistas (o sea de los aliados de Bakunin) en la AIT, así como de la consigna “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los trabajadores mismos”, en contra de los “autoritarios” aliados de Marx. A Pouget, como a todos los anarquistas desde entonces, se le pasa totalmente por alto lo irónico de esta afiliación. Esa tan famosa expresión citada no es del anarquista Bakunin, sino del primer Considerando de los Estatutos de la AIT redactado por ese horrible autoritario de Karl Marx varios años antes de que Bakunin se adhiriera a la Internacional. En cambio, este último, que era la referencia de los anarquistas de la CGT, prefería la dictadura secreta de la organización, la cual debía ser un “cuartel general de la revolución” (8):
“Puesto que rechazamos todo poder, ¿mediante qué fuerzas dirigiremos la revolución del pueblo? Una fuerza invisible –reconocida por nadie, impuesta por nadie– gracias a la cual, la dictadura colectiva de nuestra organización será tanto más poderosa cuanto más invisible y desconocida sea…” (9).
Es necesario insistir aquí sobre la diferencia entre al visión marxista de la organización y la del anarquista Bakunin: es la diferencia entre una organización abierta, una organización de la fuerza proletaria por la propia masa de los proletarios, y la visión del “pueblo” amorfo, que debe ser guiado por la mano invisible de una “dictadura secreta” de revolucionarios.
El contexto histórico
El marco en que se desarrolla el anarco-sindicalismo en Francia es un período muy particular. Los años que van desde el inicio del siglo XX hasta 1914 son un período bisagra durante el cual el capitalismo en pleno apogeo acaba enfangándose en la espantosa carnicería de la Primera Guerra mundial, que fue la señal de la entrada en la decadencia de ese sistema. Desde el incidente de Fachoda en 1898 (cuando las tropas francesas y británicas, en competencia por dominar África, se las vieron frente a frente en Sudán), hasta el de Agadir (cuando se presentó el acorazado Panther enviado por Alemania en su intento de aprovecharse de las dificultades francesas en Marruecos), y la guerra de los Balcanes en 1912 y 1913, las alarmas ante una posible guerra generalizada en Europa se hicieron cada día más insistentes y angustiantes. Cuando estalla la guerra en 1914, nadie se lleva la menor sorpresa: ni la burguesía, comprometida desde hacía años en una carrera armamentística desenfrenada, ni el movimiento obrero internacional (resoluciones de los congresos de Stuttgart y Basilea de la Segunda Internacional, y también el congreso de CGT contra la amenaza de guerra).
La guerra imperialista generalizada es la competencia capitalista llevada a su extremo más álgido. Exige la organización de todas las fuerzas de la nación para poder realizarse. La burguesía está entonces obligada a modificar su organización social: es el Estado el que toma el control de todos los recursos económicos y sociales de la nación para dirigir la lucha a muerte contra el imperialismo enemigo (nacionalizaciones de la industrias clave, reglamentación de la industria, etc.). La mano de obra debe ser organizada para hacer funcionar la industria de guerra. Los obreros deben estar dispuestos a aceptar los sacrificios consiguientes. Para ello es necesario encuadrar a la clase obrera en la defensa de la nación y mediante la Unión sagrada. Por ello, el aparato de control social se desarrolla enormemente, integrando también a las organizaciones sindicales. Este desarrollo del capitalismo de Estado, una de las características básicas de su período de decadencia, significó pues una mutación cualitativa de la sociedad capitalista.
La burguesía, claro está, no entendió en absoluto que el trastorno que se estaba produciendo abiertamente con la guerra de 1914 era un momento fatídico para su sistema. En cambio, lo que sí entendió muy bien –especialmente la burguesía francesa gracias a su experiencia de la Comuna– es que hay que doblegar y a la vez ablandar las organizaciones obreras antes de que el poder se lance a aventuras militares. Los años anteriores a 1914 conocieron así la preparación de la integración de los sindicatos en el Estado.
El período de preguerra aparece como el del auge imparable del movimiento proletario, pero es solo apariencia. El objetivo de las reformas votadas en el parlamento, presuntamente para mejorar la condición obrera, es enganchar a los obreros al carro del Estado, especialmente haciendo partícipes a los sindicatos en su gestión.
Tras la derrota de la Comuna había entre los obreros una gran desconfianza hacia todo intento de intrusión del Estado en sus asuntos. Así, el primer congreso de las cámaras sindicales habido desde 1871 (el congreso de París de 1876) rechaza una oferta de subvención gubernamental de 100 000 francos; el delegado Calvinhac declara:
«¡Oh! Aprendamos a arreglárnoslas sin ese elemento como nos las arreglamos sin la burguesía para la cual el gubernamentalismo es un ideal. Es nuestro enemigo. Sólo puede inmiscuirse en nuestros asuntos para reglamentar, y debéis estar seguros que todos los reglamentos los hará en provecho de los dirigentes. Pidamos únicamente la libertad completa y realizaremos nuestros sueños cuando estemos plenamente decididos a resolver nuestros asuntos nosotros mismos” (citado en l’Histoire des Bourses de travail de Pelloutier).
En principio, esa posición debería haber recabado el apoyo indefectible de los anarquistas, opuestos sin concesiones a toda acción “política” (o sea, según sus ideas, parlamentaria o municipal). Sin embargo, la realidad es mucho más matizada. Así, la primera de las Bolsas de Trabajo (10), en cuyo desarrollo Fernand Pelloutier (11) y los anarco-sindicalistas iban a desempeñar un papel importante y cuya Federación iba a ser un elemento constitutivo de la CGT, se funda en París en 1886 tras un informe favorable no ya de las organizaciones obreras, sino del Ayuntamiento (Informe Mesureur del 5/11/1886). Durante toda sus existencia, y hasta que las Bolsas quedaran totalmente fundidas en la CGT, la relación entre ellas y los ayuntamientos fue bastante agitado: unas veces estaban apoyadas y hasta subvencionas por el Estado en ciertos períodos, otras eran reprimidas (la Bolsa de trabajo de París fue, en 1893 por ejemplo, clausurada por el ejército). Georges Yvetot (12) (sucesor de Pelloutier a la muerte de éste) acaba incluso confesando que su sueldo de secretario de la Federación nacional de Bolsas se paga con subvenciones del Estado.
Esa actitud ambigua de los anarco-sindicalistas respecto al Estado se aprecia de manera más visible todavía en el debate en la CGT sobre qué actitud adoptar hacia la nueva ley votada por el Parlamento en 1910, sobre la “Jubilación obrera y campesina” (Retraite ouvrière et paysanne, ROP). Surgen dos tendencias: una rechaza la ROP por la oposición de principio a toda interferencia del Estado en asuntos de la clase obrera, incluso en el tema de las pensiones; la otra que intenta alcanzar una reforma inmediata arreglándoselas con el Estado. Las dificultades de la CGT para tomar posición sobre esa ley es un presagio de la desbandada de 1914. Para muchos militantes de la CGT, la traición está simbolizada no tanto en el llamamiento a defender la Francia de las tradiciones revolucionarias, sino en la participación del “revolucionario” Jouhaux (13), e incluso, a pesar de sus dudas, del internacionalista Merrheim (14), en el “Comité permanente para el estudio y la prevención del desempleo” establecido por el gobierno francés para poner remedio a la desorganización económica provocada, en un primer tiempo, por la movilización de la industria francesa para la guerra.
¿Cómo se pasó la CGT de una defensa intransigente de su independencia respecto al Estado a la participación en los intentos de ese mismo Estado burgués para arrastrar a los obreros a la guerra imperialista, aún cuando los principios del anarco-sindicalismo habían tenido una influencia tan grande en su seno?
El papel de los anarquistas en la CGT
Aunque a la CGT se la consideró como una “organización faro” de los sindicalistas revolucionarios, hay que decir que no era “sindicalista revolucionaria” ni siquiera “anarco-sindicalista” como tal. En Francia, la CGT es la única organización que reúne a varios cientos de federaciones sindicales. Entre esos sindicatos, algunos son claramente reformistas (como el sindicato del Libro dirigido por Auguste Keufer, primer tesorero de la CGT, o el sindicato de Ferroviarios), o muy influidos por los militantes revolucionarios “guesdistas” (15) del Partido obrero francés (o SFIO (16) desde la unificación de los partidos socialistas franceses en 1905). También hay otros sindicatos importantes, como el “viejo sindicato” reformista de la minería, dirigido por Emile Basly, que no está en la Confederación.
Los anarquistas no desempeñaron en realidad sino un papel reducido en el despertar del movimiento obrero en la Francia de después de la derrota de la Comuna. Para empezar existe una marcada desconfianza en la clase obrera hacia todo lo que de cerca o de lejos recuerda la política pretendidamente “utopista”, como puede comprobarse en el informe del Comité de iniciativa del congreso obrero de 1876:
“Hemos querido que el congreso sea exclusivamente obrero (…) No hay que olvidar que todos los sistemas, todas las utopías que se reprochan a los trabajadores nunca han procedido de ellos. Todos vienen de burgueses, con las mejores intenciones sin duda, pero que iban a buscar los remedios a nuestros males en ideas y elucubraciones, en lugar de tomar consejo de nuestras necesidades y de la realidad» (citado en l’Histoire des Bourses du travail).
Es sin duda ese poco radicalismo de la clase obrera lo que empuja a los anarquistas (excepto algunos como Pelloutier) a abandonar las organizaciones obreras y volcarse hacia la propaganda del «acto ejemplar»: atentados, atracos a bancos, asesinatos (cuyo ejemplo clásico es el anarquista Ravachol (17)).
Durante los veinte años que siguen al congreso de 1876, no son los anarquistas sino les socialistas, especialmente los militantes del Partido obrero francés (POF) de Jules Guesde, quienes tendrán la actuación política más importante en el movimiento obrero. Los congresos obreros de Lyón y Marsella conocen la victoria de las tesis revolucionarias del POF contra las tendencias “pro gobierno” propuestas por Barberet, y en 1886 es también el POF el que propone y da base a una Federación nacional de Sindicatos (FNS). Nuestro propósito, aquí, no es cantar alabanzas a Guesde y al POF. La rigidez de Guesde –unida a una torpe comprensión de lo que es el movimiento obrero y a un gran oportunismo– hizo que el POF quisiera limitar el papel de la FNS a apoyar las campañas parlamentarias del partido. Además, y contra la voluntad de los dirigentes del POF, hay militantes del partido que apoyan resoluciones, en los congresos de Bouscat, Calais, y Marseille (1888, 89 y 90) en las que se afirma que “la huelga general, o sea el cese total de todo trabajo, o la revolución pueden llevar a los trabajadores a su emancipación”. Está claro que el resurgimiento del movimiento obrero en Francia después de la Comuna debe más a los marxistas, con todas sus debilidades, que a los anarquistas. Otro ejemplo en el mismo sentido (sin por ello quitarle valor alguno a la porfiada labor del anarquista Fernand Pelloutier) fue la creación de la Federación nacional de Bolsas del trabajo, pues esa creación le debe mucho a los socialistas –y, entre ellos, a los dos primeros secretarios de la FNB, miembros del Comité revolucionario central animado por Edouard Vaillant (18).
Hasta 1894, y el asesinato del presidente de la República Sadi Carnot por el anarquista Caserio, los militantes anarquistas poco se habían preocupado por el sindicalismo, y mucho más por la “propaganda por los hechos”, aprobada en el Congreso internacional anarquista de Londres de 1881. El propio Pelloutier lo reconoce más o menos explícitamente en su famosa Carta a los anarquistas (19) de 1899 :
“Hasta ahora, nosotros, anarquistas, hemos realizado lo que llamaría yo la propaganda práctica (…) sin que haya habido la menor unidad de enfoques. La mayoría de nosotros han ido saltando de un método a otro, sin reflexionar previamente, sin análisis de las consecuencias, al albur de las circunstancias. Aquél que la víspera había tratado sobre arte, daba hoy una conferencia sobre acción económica y meditaba para el día siguiente sobre una campaña antimilitarista. Muy pocos, tras haberse dado sistemáticamente una regla de conducta, han sabido atenerse a ella y, mediante la continuidad en el esfuerzo, obtener en una dirección determinada el máximo de resultados sensibles y presentes. Así, a nuestra propaganda por la escritura (que es ciertamente maravillosa y de la que ninguna colectividad –si no es la cristiana en los albores de nuestra era– da un modelo semejante), no podemos oponerle sino una propaganda de acción de lo más mediocre (…)
“No propongo yo (…) ni un método nuevo ni un asentimiento unánime a ese método. Lo que únicamente creo es que, en primer lugar, para acelerar la “revolución social” y hacer que el proletariado sea capaz de sacar el mejor provecho deseable, debemos no sólo predicar a los cuatro vientos el gobierno de sí mismo por sí mismo, sino además dar prueba a la muchedumbre obrera, en el seno de sus propias instituciones, que un gobierno así es posible y también armarlo, instruyéndolo sobre la necesidad de la revolución, contra las irritantes sugestiones del capitalismo (…)
“Los sindicatos tienen desde hace algunos años una alta y muy noble ambición. Creen tener una misión social que cumplir y, en lugar de considerarse ya como simples instrumentos de resistencia a la depresión económica ya como simples “cuadros” del ejército revolucionario, pretenden además, sembrar en la sociedad capitalista el germen de unos grupos libres de productores mediante los cuales parece poder realizarse nuestra idea comunista y anarquista. ¿Debemos pues nosotros, absteniéndonos de cooperar con su tarea, correr el riesgo de que un día los desanimen las dificultades y acaben echándose en brazos de la política?”.
La misma preocupación la expresa de manera más cruda Emile Pouget en su Père peinard de 1897:
“Si existe una agrupación en la que los anarcos deben meterse es, evidentemente, la cámara sindical (…) hemos cometido el enorme error de limitarnos a los grupos afines » (20).
Esos pasajes son reveladores de las diferencias entre anarquismo y marxismo. Para los marxistas, no hay separación alguna entre la clase obrera y los comunistas. Estos forman parte del proletariado, expresan los intereses de éste como clase diferenciada de la sociedad. Como ya lo expresaba así en 1848 el Manifiesto comunista:
“Los comunistas (...) no tienen intereses separados de los intereses de todo el proletariado. No establecen principios especiales según los cuales pretendan moldear el movimiento proletario. (…) Los postulados teóricos del comunismo no se fundan en modo alguno en ideas o principios que hayan sido inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. Sólo son expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que transcurre ante nuestra vista”.
El comunismo (21) es indisociable de la existencia del proletariado en el capitalismo: primero porque el comunismo no se vuelve posibilidad material sino a partir del momento en que el capitalismo unificó el planeta en un solo mercado mundial; después, porque el capitalismo creó una clase revolucionaria única capaz de echar abajo el viejo orden y construir una sociedad nueva basada en el trabajo asociado a escala mundial.
Para los anarquistas, lo que cuenta son sus ideas, las cuales no tienen ningún lazo con ninguna clase en particular. Para ellos, el proletariado solo es útil si los anarquistas pueden “realizar” sus ideas mediante aquél y tener una influencia en su acción, pero si el proletariado aparece momentáneamente adormecido, entonces cualquier otra agrupación podrá servir: los campesinos, evidentemente, pero también los pequeños artesanos, los estudiantes, las “naciones oprimidas”, las mujeres, las minorías… o, sencillamente, el “pueblo” de manera general, al cual hay que estimular mediante el “acto ejemplar”.
La visión anarquista del proletariado como simple “medio” hizo que muchos anarquistas vieran el progreso del sindicalismo revolucionario con bastante desconfianza. Así, en el Congreso Internacional anarquista de Ámsterdam en 1907, Enrico Malatesta contesta a la intervención de Monatte, que teoriza el sindicalismo revolucionario, diciendo:
“El movimiento obrero para mí no es más que un medio –el mejor medio entre todos que se nos haya ofrecido (…) Los sindicalistas tienden a hacer de ese medio un fin (…) y así el sindicalismo está convirtiéndose en nueva doctrina que amenaza al anarquismo en su propia existencia (…) Ahora bien, incluso adornándose con el epíteto tan inútil de revolucionario, el sindicalismo no será nunca otra cosa que un movimiento legalista y conservador, sin otra finalidad accesible– ¡y ni siquiera! – que la mejora de las condiciones de trabajo (…) Lo repito: los anarquistas deben acudir a las uniones obreras. Primero para hacer en ellas propaganda anarquista; después, porque es el único medio para, llegado el día, tener a nuestra disposición grupos capaces de tomar en nuestras manos la dirección de la producción” (22).
El retorno de los anarquistas hacia los sindicatos obreros, y por lo tanto el desarrollo de lo que se llamará anarco-sindicalismo, corresponde, en el tiempo, al incremento de la insatisfacción en las filas obreras respecto al oportunismo parlamentario de los partidos socialistas, y la incapacidad de estos para laborar por una unificación real de las organizaciones sindicales en la lucha de clases. Y fue así cómo, en las propias filas de la FNS, hasta entonces patrocinada por el POF de Guesde, surgió el deseo de crear una verdadera organización unitaria que debía actuar independientemente del partido: la CGT fue creada en el congreso de Limoges de 1895. A lo largo de los años, la influencia anarco-sindicalista va a ir en aumento: en 1901 Victor Griffuelhes (23) llega a ser secretario de la CGT, a la vez que Emile Pouget es secretario adjunto del nuevo semanario de la CGT, la Voix du peuple (la Voz del pueblo). Los otros dos principales periódicos de la CGT serán La Vie ouvrière, lanzado por Monatte en 1909, y La Bataille syndicaliste lanzado con muchas dificultades y un éxito muy limitado por Griffuelhes en 1911. Podemos pues decir que l’anarco-sindicalismo poseía una influencia preponderante en las instancias dirigentes de la CGT.
Veamos ahora funcionando, en la teoría y en la práctica, al anarco-sindicalismo en y a través de la CGT.
¿Qué es el anarco-sindicalismo en la CGT?
Los anarco-sindicalistas en la CGT se presentan sobre todo como partidarios de la acción, considerada como lo contrario de las elucubraciones teóricas. Así Emile Pouget en le Parti du travail:
“Lo que diferencia el sindicalismo de las diferentes escuelas socialistas – y hace que sea superior– es su sobriedad doctrinal. En los sindicatos, se hace poca filosofía. Se hace algo mejor: ¡se actúa! Ahí, en el terreno neutral que es el terreno económico, los elementos que afluyen impregnados de las enseñanzas de tal o cual escuela (filosófica, política, religiosa, etc.), pierden, gracias al contacto, su rugosidad particular, para no seguir conservando más que los principios comunes a todos: la voluntad de mejora y de emancipación íntegra”.
Pierre Monatte interviene en el mismo sentido en el congreso anarquista de Ámsterdam:
“Mi anhelo no es tanto el dictaros una exposición teórica de sindicalismo revolucionario, sino la de mostrároslo en acción y, por eso, hacer que hablen los hechos. El sindicalismo revolucionario, a diferencia del socialismo y del anarquismo que le han precedido en la carrera, se ha afirmado menos con teorías que con actos y es más en la acción que en los libros donde debemos buscar” (24).
En su folleto El sindicalismo revolucionario, Victor Griffuelhes nos resume una visión de la acción sindical:
“El sindicalismo proclama el deber del obrero de actuar él mismo, luchar por sí mismo, combatir por sí mismo, únicas condiciones que podrán permitirle llevar a cabo su liberación total. De igual modo que el campesino no cosecha el grano sino gracias a su trabajo, así el proletario no disfrutará de derechos sino gracias al precio de su trabajo hecho de esfuerzos personales (…) El sindicalismo, repitámoslo, es el movimiento, la acción de la clase obrera; no es la clase obrera misma. Es decir que el productor, al organizarse con productores como él, para luchar contra un enemigo común, la patronal, al combatir por el sindicato y en el sindicato por la conquista de mejoras, está creando la acción y está formando el movimiento obrero (…)
“[Para el Partido socialista] el Sindicato es el órgano que balbucea las aspiraciones de los obreros, es el Partido el que las formula, las traduce y las defiende, pues, para el Partido, la vida económica se concentra en el Parlamento; hacia éste debe converger todo, de éste debe venir todo (…)
“Puesto que el sindicalismo es el movimiento de la clase obrera (…) o sea que las agrupaciones surgidas de ella solo pueden estar compuestas de asalariados (…) por eso mismo, esas agrupaciones excluyen a individuos que disfrutan de una situación económica diferente de la del trabajador”.
En su intervención en el congreso de Ámsterdam, Pierre Monatte considera que el sindicato hace desaparecer los desacuerdos políticos en la clase obrera:
“En el sindicato, las divergencias de opinión, a menudo tan sutiles, tan artificiales, pasan a segundo plano; y gracias a esto es posible el entendimiento. En la vida práctica, los intereses se anteponen a las ideas: ahora bien, ninguna discordia entre escuelas y sectas conseguirá que los obreros, por el mismo hecho de estar sometidos por igual a las leyes del salariado, dejen de tener intereses idénticos. Ese es el secreto del entendimiento que se ha fraguado entre ellos, ésa es la fuerza del sindicalismo y lo que le permitió, el año pasado, en el Congreso de Amiens [en 1906, ndlr], afirmar con orgullo que se bastaba a sí mismo» (25).
Hay que resaltar que, aquí, Monatte mete a los grupos anarquistas en el mismo saco que a los socialistas. ¿Qué se destaca de esas citas? Cuatro ideas que vamos a poner aquí de relieve.
El sindicato no reconoce tendencias políticas; es políticamente “neutro”. Es una idea que se encuentra una y otra vez en los textos de los anarco-sindicalistas de la CGT: los partidos políticos, vienen a decir, no representan sino “las trifulcas entre escuelas o sectas rivales”; el trabajo sindical, la asociación de los obreros en la lucha sindical, no conocen luchas de tendencias, o sea, “políticas”. Ahora bien, esa idea no tiene nada que ver con la realidad. No existe ningún automatismo en la lucha obrera, la cual, necesariamente, se construye mediante decisiones y de una acción realizada en función de esas decisiones: éstas son actos políticos. Esto es todavía más cierto para la lucha obrera que para las luchas de las demás clases revolucionarias de la historia anterior. Al ser forzosamente la revolución proletaria el acto consciente de la gran masa de la clase obrera, la toma de decisión necesita constantemente una capacidad de reflexión, de debate, de la clase obrera, tanto como su capacidad de acción: ambas son indisociables. La historia de la CGT misma es un testimonio de las luchas incesantes entre tendencias diferentes. Primero fue la lucha contra los socialistas que querían acercar la CGT a la SFIO, lo cual se terminó en derrota de ésta en el congreso de Amiens. Por otro lado, para asegurar la independencia del sindicato respecto al partido, los anarco-sindicalistas no vacilaron en aliarse con los reformistas, los cuales insistían no sólo en la independencia del sindicato respecto al partido, sino en la autonomía de cada sindicato, para así poder mantener la política reformista en el seno de las Federaciones que dominaban. Hubo después luchas entre reformistas y revolucionarios sobre la sucesión de Griffuelhes, que dimitió en 1909 y fue sustituido por el reformista Niel, sustituido éste a su vez unos meses más tarde por el candidato revolucionario Jouhaux, el mismo que cargó con una enorme responsabilidad por la traición de 1914.
La política, es el parlamento. Esta idea, aunque le debe mucho al incurable cretinismo parlamentario (recogiendo la expresión de Lenin) de los socialistas franceses, no tiene nada que ver con el marxismo. Ya en 1872, Marx y Engels habían sacado esta lección de la Comuna de París,
“... en la cual el proletariado ostentó el poder político, por primera vez, durante dos meses”: “la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina estatal ya acabada, y ponerla en movimiento para sus propios fines” (Prólogo a la edición alemana de 1872 del Manifiesto comunista).
En la Segunda internacional, el principio del siglo xx se caracterizó por una lucha política en el seno de los partidos socialistas y los sindicatos, entre, por un lado, los reformistas que querían integrar el movimiento obrero en la sociedad capitalista, y, por otro, la izquierda que defendía sus fines revolucionarios, apoyándose en las nuevas lecciones surgidas de la experiencia de las huelgas de masas en 1903 en Holanda y de 1905 en Rusia.
Debe prohibirse la presencia de no-obreros en la lucha. Esta idea la recoge también Pouget (le Parti du travail):
“esta labor de reorganización social solo podrá elaborarse y llevarse a cabo en un medio indemne de toda contaminación burguesa (…) [el Partido del Trabajo es] el único organismo que en virtud de su propia constitución, elimina de su seno todas las escorias sociales”.
Esta noción es, sencillamente, un disparate: la historia está llena de ejemplos de obreros que han traicionado a su clase (empezando por varios dirigentes anarco-sindicalistas de la CGT), así como también de otros que, aunque no fueran obreros, se mantuvieron fieles al proletariado y lo pagaron con sus vidas: el abogado Karl Liebknecht y la intelectual Rosa Luxemburg por sólo nombrar a estos dos.
Es la acción y no la “filosofía”, la esencia de la lucha. Digamos primero que los marxistas no esperaron a los anarquistas para insistir en que “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diferentes maneras, se trata ahora de transformarlo” (26). Lo que caracteriza al anarco-sindicalismo no es solo el hecho de “actuar”, sino la idea de que la acción no necesita apoyarse en la reflexión teórica; que bastaría, en cierto modo, con eliminar de las organizaciones obreras a los elementos “ajenos” para que surgiera la “acción” idónea. Esta ideología se resume en una de las consignas típicas del sindicalismo revolucionario: “la acción directa”.
¿Acción directa o huelga de masas política?
Así describe Pouget “Los métodos de acción sindical” en le Parti du travail:
“[éstos] no son la expresión de la aprobación de las mayorías que se manifiestan por el procedimiento empírico del sufragio universal, sino que se inspiran de medios gracias a los cuales, en la naturaleza, se manifiesta y se desarrolla la vida, en sus numerosas formas y aspectos. De igual modo que la vida apareció primero en un punto, una célula, de igual modo que a lo largo del tiempo siempre es una célula el elemento de fermentación, así, también en el ámbito sindicalista, el impulso lo dan las minorías conscientes que, con su ejemplo, su ánimo (y no con órdenes autoritarias) atraen hacia sí y arrastran a la acción a la masa menos ardiente» (op. cit.).
Aparece hay la vieja monserga anarquista: la actividad revolucionaria se realiza gracias al acto ejemplar de la “minoría consciente”, quedando relegada la masa de la clase obrera al estatuto de borrego. Eso queda más claro todavía en el libro de Pouget sobre la CGT :
“... si el mecanismo democrático fuera practicado por las organizaciones obreras, el “no-querer” de la mayoría inconsciente y no sindicada paralizaría toda acción. Pero la minoría no está dispuesta a abdicar de sus reivindicaciones y sus aspiraciones ante la inercia de una masa que no está todavía animada ni vivificada por el espíritu de rebelión. Por consiguiente, para la minoría consciente hay una obligación, la de la acción, sin tener en cuenta la masa reacia, si no, se verá obligada a doblegar el espinazo, lo mismo que los inconscientes” (op. cit.).
Es cierto que la clase obrera no es homogénea en su toma de conciencia: siempre hay elementos de la clase que ven más lejos que sus camaradas. Por eso es precisamente por lo que los comunistas insisten en la necesidad de organizarse, de agrupar la minoría de vanguardia en una organización política capaz de intervenir en las luchas, de participar en el desarrollo de la conciencia del conjunto de la clase de manera a poder lograr que el conjunto de la clase obrera sea capaz de actuar de modo consciente y unificado, en resumen, hacer que “la emancipación de la clase obrera” sea de verdad “la obra de los obreros mismos”. Esa capacidad de “ver más allá” no procede, sin embargo, de no se sabe qué “espíritu de rebeldía” individual que surgiría no se sabe de dónde ni cómo, sino que se inscribe en el ser mismo de la clase obrera como clase histórica e internacional, la única clase en la sociedad capitalista que está obligada a alcanzar la comprensión de la naturaleza del capitalismo y de su propia naturaleza de enterrador de la vieja sociedad. Una reflexión profunda sobre la acción obrera, para con ella sacar las lecciones de las victorias y –las más de las veces– de las derrotas, forma parte, evidentemente, de tal comprensión, pero no es su único componente: a la clase que va a emprender la revolución más radical que la humanidad haya conocido, la destrucción de la dominación de unas clases sobre otras para sustituirla por la primera sociedad mundial y sin clases, le es necesaria una conciencia de sí misma y de su misión histórica que va mucho más allá de la mera experiencia inmediata.
Esta visión, está a años luz del desprecio por la “masa reacia” de que hacía gala el anarquista Pouget:
“¿Quién podría recriminar la iniciativa desinteresada de la minoría? No van a ser los inconscientes, a quienes los militantes apenas si los consideran como ceros humanos a la izquierda de la cifra” (op. cit.).
Así pues, la “teoría” anarquista de la acción directa procede en línea recta de la visión bakuninista de las masas como fuerza elemental y, sobre todo, no consciente, que, por ello mismo, necesita ese “cuartel general secreto” para dirigir su “revuelta”.
Otros militantes insisten más bien en la acción independiente de los obreros mismos: Griffuelhes, por ejemplo, escribe que
“... el asalariado, dueño en todo momento de su acción, ejerciéndola a la hora que a él le parece mejor, intensificándola o reduciéndola según su voluntad, o bajo la influencia de sus medios y medidas, al no dejar nunca a nadie el derecho de decidir en su lugar, al guardar como un bien inestimable la posibilidad y la facultad de decir en todo momento la palabra que abre la acción y la que la cierra, se está inspirando de esa idea tan antigua y tan criticada llamada acción directa, la cual es ni más ni menos que la forma propia de actuar y de combatir del sindicalismo”.
Por otro lado, Griffuelhes compara la acción directa a una “herramienta” que el obrero debe aprender a manejar. Esta visión de la acción obrera, aunque no ostente ese altanero desprecio de un Pouget por los “ceros humanos”, poco tiene de interesante. Primero, en Griffuelhes, hay una clara tendencia individualista, al ver la acción de la clase como una simple suma de actos individuales de cada obrero. Es pues de lo más lógico que sea incapaz de comprender que existe una relación de fuerzas no ya entre los individuos, sino entre las clases sociales. La posibilidad de realizar con éxito una lucha de envergadura –y más todavía, claro está, la revolución– depende, no de un simple aprendizaje del uso de una “herramienta”, sino de una relación de fuerzas más global entre burguesía y proletariado. Lo que Griffuelhes, y el sindicalismo revolucionario en general, son totalmente incapaces de ver es que el principio del siglo xx es un período bisagra en el que el contexto histórico de la lucha obrera se está trastornando de arriba abajo. En el apogeo del capitalismo, entre 1870 y 1900, era todavía posible para los obreros alcanzar victorias duraderas gremio a gremio y hasta factoría por factoría, primero porque la expansión sin precedentes del capitalismo lo permitía, y, segundo, porque la organización de la propia clase dominante no había tomado todavía la forma del capitalismo de Estado (27). Fue en ese período, que favoreció el desarrollo cada día más importante de las organizaciones sindicales mediante las luchas reivindicativas, cuando adquirieron su experiencia los militantes de la CGT. El sindicalismo revolucionario, fuertemente influido por el anarquismo en el caso de la CGT, significa teorizar las condiciones y la experiencia de un período ya pretérito, una teoría inapropiada en el nuevo período que se está iniciando, en el cual el proletariado se va a encarar a la opción de guerra o revolución, y va a tener que batirse en un terreno que va mucho más allá que la lucha reivindicativa.
En este nuevo período de la vida del capitalismo, el de su decadencia, la realidad es diferente. Primero, no es el proletariado el que puede decidir luchar por tal o cual mejora, sino lo contrario: 99 veces de cada cien, los obreros entran en lucha para defenderse frente a un ataque (despidos, bajas de salario, cierres de fábricas, ataques contra el “salario social”). En segundo lugar, el proletariado no tiene ante sí a una materia bruta con la que se pueda trabajar o moldear con una herramienta. Muy al contrario, la clase enemiga burguesa va a tomar la iniciativa, mientras lo pueda, hacerlo todo por pelear en su propio terreno, con sus propias herramientas, que son la provocación, la violencia, las trampas, las promesas falaces y demás. La acción directa no proporciona el menor antídoto mágico que permita al proletariado inmunizarse contra esos medios. Lo que sí es indispensable, en cambio, para llevar a buen puerto la lucha de clases, es una comprensión política de todo lo que condiciona la lucha de clases: cuál es la situación del capitalismo, de la lucha de clases a nivel mundial, en qué medida los cambios del contexto en el que el proletariado desarrolla sus luchas determinan los cambios en sus medios de lucha. Desarrollar esa comprensión, que es la tarea que incumbe específicamente a la minoría revolucionaria de la clase, era tanto más necesario en un período que iba a conocer no, desde luego, un desarrollo sindical más o menos lineal, sino, al contrario, una ofensiva burguesa que no retrocederá ante nada para meter en cintura al proletariado, para corromper sus organizaciones, y arrastrar la clase hacia la guerra imperialista. Una tarea, la de aquella comprensión, que el anarco-sindicalismo de la CGT fue radicalmente incapaz de realizar.
La razón fundamental de esa incapacidad fue que, a pesar de la insistencia de los anarco-sindicalistas en la importancia de la experiencia obrera que hemos citado, la teoría de la acción directa limita esa experiencia a las lecciones inmediatas que cada obrero o grupo de obreros pueda sacar de la suya propia. Fueron así totalmente incapaces de sacar lecciones de lo que, sin lugar a dudas, fue la experiencia de lucha más importante de entonces: la revolución rusa de 1905. No es éste el lugar para desarrollar cómo trataron los marxistas aquella extraordinaria experiencia para sacar de ella el máximo de enseñanzas para la lucha obrera. Lo que sí podemos afirmar, en cambio, es que en la CGT casi ni se enteraron y cuando los anarco-sindicalistas se dieron cuenta de ella fue para comprenderla al revés. Así, en Cómo haremos la revolución, Pouget y Pataud (28) sólo hacen referencia a 1905 para hablar del papel desempeñado por… los sindicatos amarillos:
“cada vez que la burguesía (…) favoreció la eclosión de grupos obreros, con la esperanza de tenerlos por las riendas utilizándolos como instrumentos, tuvo problemas. El ejemplo más típico fue el de la formación en Rusia, bajo influencia de la policía y la dirección del cura Gapón, de sindicatos amarillos que pronto evolucionaron del conservadurismo a la lucha de clases. Fueron esos sindicatos los que, en enero de 1905, tomaron la iniciativa de la manifestación ante el Palacio de Invierno en San Petersburgo – punto de partida de la revolución que, aunque no logró echar abajo el zarismo, sí consiguió atenuar la autocracia”.
Según estas líneas, la huelga se habría lanzado ¡gracias a los sindicatos amarillos!. En realidad, la manifestación organizada por el cura Gapón acudió ante Palacio para implorar humildemente al “padrecito”, el Zar, una mejora de las condiciones de vida de la clase obrera: fue la réplica bestial de las tropas lo que hizo que brotara la sublevación espontánea en la que quien desempeñó el papel principal en su dinámica y organizó la acción obrera, no fueron los sindicatos sino un nuevo organismo, el soviet (consejo obrero) (29).
¿Hacia la huelga general?
La noción de huelga general, como ya hemos visto, no procede, como tal, de los anarco-sindicalistas, pues existe desde los albores del movimiento obrero (30) y ya había sido propuesta por la FNS guesdista antes de la creación de la CGT. En sí, la huelga general puede aparecer como una ampliación natural de una situación en la que las luchas se van desarrollando poco a poco. ¿No es de lo más lógico suponer que los obreros se van volviendo cada día más conscientes y las huelgas se van extendiendo para acabar en huelga general de toda la clase obrera? Y ésa es en efecto la visión de la CGT expresada por Griffuelhes:
“La huelga general (…) es el remate lógico de la acción constante del proletariado con anhelos de emancipación; es la multiplicación de las luchas declaradas contra la patronal. Al ser el acto final, exige un sentido muy desarrollado de la lucha y una práctica superior de la acción. Es una etapa de una evolución marcada y acelerada por sobresaltos, que (…) serán huelgas generales corporativas.
“Estas son la gimnasia necesaria, de igual modo que las grandes maniobras son la gimnasia de la guerra” (31)..
Otra consecuencia lógica del razonamiento de los sindicalistas revolucionarios es que la huelga transformada en general no podrá ser otra cosa sino el movimiento revolucionario. Griffuelhes cita la Voix du Peuple del 8 de mayo de 1904:
“la huelga general sólo puede ser la Revolución misma, pues comprendida de otra manera sería una nueva engañifa. Las huelgas generales corporativas o regionales la precederán y la prepararán” (ídem).
Es evidente que los sindicalistas revolucionarios no solo dijeron cosas falsas sobre el progreso de la lucha hacia la acción revolucionaria (32). Pero también es evidente que la perspectiva sindicalista de una progresión casi lineal de las luchas obreras hacia la toma del poder por una minoría dirigente agrupada en los sindicatos no corresponde a la realidad histórica. Y eso no es casualidad. Incluso dejando de lado que –en la realidad- los sindicatos se pasaron del lado de la burguesía apareciendo como los peores enemigos de la clase obrera en sus intentos revolucionarios (Rusia 1917 y Alemania 1919), hay una contradicción básica entre sindicatos y poder revolucionario. Los sindicatos existen en la sociedad capitalista y están inevitablemente marcados por el combate en el seno del capitalismo, la revolución, en cambio, se alza en contra de la sociedad capitalista. Los sindicatos están organizados por oficios o industrias y, en la visión anarco-sindicalista cada sindicato conserva celosamente sus prerrogativas de organizarse a su manera y para defender los intereses específicos del ramo. Hay pues una incoherencia evidente en la idea de que el sindicato permita a todos obreros reunirse independientemente de su adhesión política y, de ahí, pensar que el sindicato podría reunir al conjunto de la clase, mientras que, a la vez, los sindicatos mantienen la división de los obreros por ramo o industria.
La revolución, al contrario, no es solo cosa de las minorías más avanzadas, sino que atañe a toda la clase obrera incluidas sus fracciones hasta entonces más atrasadas en la conciencia. La revolución debe permitir a todos los obreros ver y actuar más allá de las divisiones que le impone la organización de la economía capitalista; debe dar con los medios organizativos para que todas las partes de la clase se expresen, decidan, actúen, desde las más avanzadas a las más atrasadas. El poder obrero revolucionario es pues algo muy diferente de la organización sindical. Trotski, elegido presidente del soviet de Petrogrado en 1905, así lo expresó:
“El consejo [soviet] organizaba las masas, dirigía las huelgas políticas y las manifestaciones, armaba a los obreros...
“Otras organizaciones revolucionarias, sin embargo, lo habían hecho ya antes que el consejo, lo seguían haciendo al mismo tiempo que éste y seguirían haciéndolo tras su disolución. La diferencia es que era, o al menos aspiraba a ser un órgano de poder (...)
“Si el consejo ha llevado a diferentes huelgas hasta la victoria, si ha arreglado con éxito conflictos varios entre obreros y patronos, no es, ni mucho menos, que existiera exactamente con esa finalidad, sino al contrario, allí donde había un sindicato poderoso, éste se mostró con mayor capacidad que el consejo para dirigir la lucha sindical; la intervención del consejo solo tenía peso gracias a la autoridad universal de que disponía. Y esa autoridad se debía a que cumplía sus tareas fundamentales, las tareas de la revolución, que iban mucho más allá de los límites de cada oficio o cada ciudad y asignaban al proletariado como clase un lugar en las primeras filas de combatientes”. (33)
Esas líneas fueron escritas en un tiempo en el que los sindicatos podían todavía ser considerados como órganos de la clase obrera: las lecciones que en ellas se saca de la experiencia son hoy todavía más válidas. Si observamos el movimiento más importante que la clase obrera ha conocido desde que 1968 marcó el final de la contrarrevolución, o sea la huelga de masas en Polonia en 1980, podemos constatar inmediatamente que los obreros, lejos de usar la forma del «sindicato amarillo» (los sindicatos en Polonia estaban totalmente integrados en el Estado estaliniano), adoptaron una forma muy diferente de organización, una forma anticipadora de los soviets revolucionarios: la asamblea de delegados elegidos y revocables (34).
1906 : la huelga general puesta a prueba
La teoría de la huelga general de los anarco-sindicalistas de la CGT se verá puesta a prueba cuando la Confederación decide lanzar una gran campaña por la reducción de la jornada laboral, mediante la huelga general (35). La CGT llama a los trabajadores, a partir del 1º de mayo de 1906 (36), a que impongan ellos mismos la nueva jornada abandonando el trabajo al término de las 8 horas. La adhesión a la CGT seguía siendo muy minoritaria: de un total de 13 millones de obreros potencialmente “sindicables” en 1912 (37), la CGT solo agrupa a 108 000 en 1902, cantidad que sube hasta 331 000 en 1910 (38). Será pues una verdadera prueba de la verdad para la visión anarco-sindicalista: la minoría, con su ejemplo, debía arrastrar a toda la clase obrera en un enfrentamiento general con la burguesía gracias a algo tan simple en apariencia como el cese de trabajo a la hora decidida por el obrero y no por el patrón. A partir de 1905, la CGT crea una comisión especial encargada de la propaganda, que va a multiplicar octavillas, folletos, periódicos y reuniones de propaganda (¡más de 250 reuniones sólo en París!).
Toda esa preparación se vio seriamente zarandeada por un acontecimiento inesperado: la terrible catástrofe de Courrières, el 10 de marzo de 1906, cuando más de 1200 mineros mueren a causa de una enorme explosión subterránea. La rabia se extiende muy rápidamente y el 16 de marzo hay 40 000 mineros metidos en una huelga que ni fue prevista ni deseada, ni por el “viejo sindicato” reformista de Emile Basly, ni por el “joven sindicato” revolucionario dirigido por Benoît Broutchoux (39). La situación social es explosiva: si bien vuelven al trabajo los mineros, tras una dura lucha salpicada de enfrentamientos violentos con la tropa, otros sectores, en cambio, entran en lucha – en abril 200 000 obreros están en huelga. En un ambiente de casi guerra civil, el ministro del Interior, Clemenceau, se prepara para un Primero de Mayo mezclando provocación y represión, con el arresto de Griffuelhes y de Levy, tesorero de la CGT, incluido. La huelga obtiene poco éxito en provincias, y los 250 000 huelguistas parisinos se quedan aislados y obligados a reanudar el trabajo a las dos semanas y sin haber alcanzado sus fines. Cuando se lee lo ocurrido, se da uno perfecta cuenta de que la CGT estaba muy poco preparada para llevar a cabo una huelga en la que ni el gobierno ni los obreros actúan según lo previsto. En fin de cuentas, la huelga de 1906 confirma en negativo lo que el 1905 ruso había confirmado en positivo:
“Y es que la huelga de masas ni se ‘fabrica’ artificialmente, ni se ‘decide’, o ‘propaga’, en el éter inmaterial y abstracto, sino que es un fenómeno histórico resultante, en cierto momento, de una situación social a partir de una necesidad histórica.
“El problema se resolverá, no con especulaciones abstractas sobre la posibilidad o la imposibilidad, sobre la utilidad o el peligro de la huelga de masas, sino mediante el estudio de los factores y de la situación social que la provocan en la fase actual de la lucha de clases; ese problema no se comprenderá ni se podrá discutir a partir de una apreciación subjetiva de la huelga general considerando lo que es deseable o lo que no lo es, sino a partir de un examen objetivo de los orígenes de la huelga de masas, y planteándose la pregunta de si es o no es históricamente necesaria” (40).
Colmo de la ironía, en el Congreso de Amiens de junio de 1906 de una CGT que por lo visto debía permitir a los obreros aprender de sus experiencias e ignorar la política, no se discute para nada de la experiencia del mes anterior, sino que se pasa el tiempo discutiendo de la cuestión tan política de la relación entre la Confederación y la SFIO…
La CGT ante la guerra: un internacionalismo vacilante
Ya dijimos que la guerra de 1914 no fue una sorpresa para nadie: ni para la burguesía de las grandes potencias imperialistas, inmersas en una frenética carrera de armamentos, ni para las organizaciones obreras. Al igual que los partidos socialistas de la IIª Internacional en los congresos de Basilea y de Stuttgart, la CGT adoptó varias resoluciones de oposición a la guerra, especialmente en su congreso de Marsella de 1908 el cual
“... declara que es necesario, con un enfoque internacional, instruir a los trabajadores para que en caso de guerra entre potencias, los trabajadores repliquen a la declaración de guerra con una declaración de huelga general revolucionaria” (41).
Y, sin embargo, cuando comienza la guerra, la Bataille syndicaliste de Griffuelhes se reivindica de Bakunin para llamar a
“... Salvar a Francia de una esclavitud de cincuenta años (…) Haciendo patriotismo, salvaremos la libertad universal”,
y Jouhaux, secretario otrora «revolucionario» de la CGT declara en el entierro de Jaurès que
“no es el odio al pueblo alemán lo que nos animará a ir a los campos de batalla, ¡sino el odio al imperialismo alemán!” (42).
La traición de la CGT anarco-sindicalista fue pues algo tan asqueroso como la de los socialistas a los que aquella tanto había vapuleado anteriormente, pudiendo decir incluso el ex anarquista Jouhaux que Jaurès “era nuestra viva doctrina” (43).
¿Cómo llegó la CGT a semejante extremo? En realidad, y a pesar de sus llamamientos al internacionalismo, la CGT era más antimilitarista que internacionalista, es decir que ve el problema desde un enfoque de la experiencia inmediata de los obreros frente a un ejército que la burguesía francesa no vacila en usar para romper las huelgas. La problemática de la CGT es francesa, nacional, y la guerra es considerada como “una desviación ante las reclamaciones en aumento del proletariado” (44). Bajo unas apariencias revolucionarias, el antimilitarismo de la CGT es, en realidad, algo más próximo al pacifismo, como pudo verse en la declaración del Congreso de Amiens de 1906:
“Se quiere meter al pueblo en la obligación de desfilar, con el pretexto del honor nacional, de la guerra inevitable por ser defensiva (…) la clase obrera quiere la paz a toda costa” (45).
Se crea así una amalgama – típica del anarquismo por cierto– entre la clase obrera y “el pueblo”, y queriendo “la paz a toda costa”, se preparan a echarse en brazos de un gobierno que pretende buscar la paz de buena fe: es así como el pacifismo se convierte en el peor partidario de la guerra, cuando se trata de defenderse contra el militarismo adverso (46).
La lectura del libro de Pouget y Pataud (Comment nous ferons la révolution), que ya citamos, es muy instructiva al respecto, pues en él describen una revolución puramente nacional. Los dos autores anarco-sindicalistas no esperaron a Stalin para considerar la posibilidad de una construcción del “anarquismo en un solo país”: una vez realizada con éxito la revolución en Francia, todo un pasaje del libro está dedicado a la descripción del comercio exterior que sigue operando según el sistema comercial, mientras que dentro de las fronteras nacionales se produce de modo comunista. Mientras que para los marxistas, la afirmación de que “los trabajadores no tienen patria” no es un principio moral, sino la expresión del propio ser del proletariado mientras el capitalismo no haya sido derribado a escala planetaria, para los anarquistas eso no es más que un deseo piadoso. Esa visión nacional de la revolución estaba fuertemente vinculada a la historia francesa y a una tendencia de muchos anarquistas, incluso de socialistas franceses, a considerarse herederos de la revolución burguesa de 1789: no es de extrañar que Pouget y Pataud se inspiraran no en la experiencia rusa de 1905, sino sobre todo en la experiencia francesa de 1789, en los ejércitos revolucionarios de 1792, y en la lucha del “pueblo” francés contra el invasor alemán y reaccionario. En ese libro de anticipación llama la atención el contraste entre la estrategia imaginada del régimen revolucionario victorioso en Francia y la estrategia real de los bolcheviques tras la toma del poder en 1917. Para los bolcheviques, la tarea esencial es hacer la mayor propaganda en el extranjero (por ejemplo, desde los primeros días de la revolución con la emisión por radio de los tratados secretos de la diplomacia rusa), y ganar tiempo para permitir lo más posible la confraternización con las tropas alemanas en el frente. El nuevo poder sindical en Francia, en cambio, apenas si se preocupa de lo que pasa más allá de las fronteras, preparándose para repeler la invasión de los ejércitos capitalistas, no mediante la confraternización y la propaganda, sino con amenazas primero, seguidas del uso de lo que en un libro de ciencia-ficción de principios del siglo xx podía ser equivalente a las armas nucleares y bacteriológicas.
Esa falta de interés por lo que ocurre fuera del “hexágono francés” no solo era algo propio de un libro de anticipación social, sino que se puede comprobar en el poco entusiasmo de la CGT por los vínculos internacionales. La CGT se adhiere a la Secretaría internacional de sindicatos, pero apenas si se lo toma en serio: Griffuelhes, delegado en el congreso sindical de 1902 en Stuttgart, es incapaz de seguir unos debates que son en su mayoría en alemán y ni siquiera se preocupa por saber si la moción por él presentada ha sido traducida. En 1905, la CGT quiere proponer a los sindicatos alemanes que se organicen manifestaciones contra el peligro de guerra ante la crisis de Marruecos. Pero al insistir los alemanes para que toda acción se lleve a cabo de consuno con los partidos socialistas alemán y francés, lo cual va en contra de la doctrina sindicalista, la CGT abandona su iniciativa. Poco antes de la guerra hay un intento en Londres de constituir una internacional sindicalista revolucionaria, pero la CGT no envía delegado alguno.
La quiebra del anarco-sindicalismo
La ruina de la CGT, la traición a sus principios y a la clase obrera, su participación en la Unión sagrada en 1914, no fueron menos repugnantes que la traición de los sindicatos alemanes o británicos, y no vamos a describirla aquí. El anarco-sindicalismo francés, igual que el sindicalismo alemán vinculado al partido socialista o el sindicalismo inglés, el cual, por su parte, acababa de crear su propio partido (47), no supo mantenerse fiel a sus principios y combatir contra una guerra que todo el mundo estaba viendo llegar. En el seno de la CGT, sin embargo, surgió con enormes dificultades a causa de la represión, una pequeña minoría internacionalista, de la que es Pierre Monatte uno de sus miembros más preclaros. Lo que es significativo, sin embargo, es que cuando Monatte dimite del Comité confederal en diciembre de 1914 (48) para protestar contra la actitud de la CGT en la guerra, cita, entre sus razones, la negativa de la CGT a contestar al llamamiento de los partidos socialistas de los países neutrales para una conferencia de paz en Copenhague. Llama a la CGT a seguir el ejemplo de Keir Hardie (49) en Gran Bretaña y de Liebknecht en Alemania (50). O sea que Monatte no encuentra en ninguna parte, en 1914, la menor referencia sindicalista revolucionaria internacionalista en la que poder apoyarse. Se ve obligado a apoyarse sobre todo, en aquel inicio de la guerra, en los socialistas centristas.
El anarco-sindicalismo se resquebrajó por partida doble ante su primera gran prueba: el sindicato se precipitó, desmoronado, en la Unión sagrada patriotera. Por primera vez, pero no la última, serán los anarquistas antimilitaristas del día anterior quienes, al día siguiente, van a empujar a la clase obrera hacia la carnicería de las trincheras. En cuanto a la minoría internacionalista, no encuentra el menor apoyo en el movimiento anarquista o anarcosindicalista internacional. En un primer tiempo tiene que mirar hacia los socialistas centristas de los países “neutrales”; después, hará alianza con el internacionalismo revolucionario que se expresa en las izquierdas de los partidos socialistas, y que va a emerger en las conferencias de Zimmerwald y sobre todo de Kienthal, para dirigirse hacia la creación de la Internacional comunista.
Jens, 30/09/2004
Lenin, “Prefacio al folleto de Voinov (Lunacharski) sobre “La actitud del partido hacia los sindicatos” (1907), Obras.
2) Pierre Monatte: nació en 1860, iniciando su vida política como dreyfusard –defensor del capitán Dreyfus contra la acusación de traición– y socialista haciéndose después sindicalista. Él se define a sí mismo como anarquista, pero pertenece en realidad a la nueva generación de sindicalistas revolucionarios. Fundó la revista la Vie ouvrière en 1909. Internacionalista en 1914, participó en la labor de agrupamiento iniciada por la Conferencia de Zimmerwald ingresando en el Partido comunista, del cual acabó siendo excluido en 1924 durante el proceso de degeneración de la Internacional comunista, consecuencia del aislamiento y derrota de la Revolución rusa.
En un próximo artículo de esta serie trataremos la historia de la CNT.
4) Industrial Workers of the World.
5) Para la cronología, puede leerse (en francés) l’Histoire des Bourses du travail de Fernand Pelloutier (ediciones Gramma), l’Histoire de la CGT de Michel Dreyfus (ediciones Complexe), así como el encomiable trabajo de Alfred Rosmer (miembro de la CGT y muy vinculado a Monatte) le Mouvement ouvrier pendant la Première Guerre mondiale (ediciones de Avron).6)Émile Pouget. Nacido en 1860, contemporáneo de Monatte, Pouget trabaja primero en un almacén y participa en la creación del sindicato de dependientes. Próximo de los bakuninistas, es detenido en 1883 tras una manifestación y condenado a 8 años de cárcel (es liberado al cabo de tres años). Se hace periodista y funda le Père Peinard, periódico que se hace conocer por su lenguaje “popular”. Llega a ser secretario de redacción del periódico de la CGT, la Voix du peuple. Es, pues, en cierto modo, responsable del posicionamiento oficial del sindicato. Abandona la CGT por la vida personal en 1909, se vuelve patriota durante la guerra, contribuyendo mediante artículos patrioteros en la propaganda burguesa de entonces.
7) Ver la Confederation générale du Travail de Émile Pouget (reeditado por la CNT de la región parisina).
8) Programa de la Hermandad internacional de 1869.
9) Bakunin, Carta a Nechaiev, 2/06/1870 (traducido del inglés por nosotros).
10) Las Bolsas del trabajo se inspiran en buena parte de las antiguas tradiciones del “compagnonnage” (el sistema gremial en Francia de origen medieval), cuya finalidad era a la vez encontrar trabajo, instruirse y organizarse. Hay en ellas bibliotecas, salas de reunión para las organizaciones sindicales, informaciones de ofertas de trabajo y también sobre las luchas del momento de modo que los obreros no se conviertan en “esquiroles” sin saberlo. También organizan el viaticum, un sistema de ayuda a los obreros de paso en busca de trabajo. En 1902, la Federación nacional de Bolsas de trabajo (FNB) se fusiona con la CGT en el congreso de Montpellier, cuando, debido al desarrollo de la gran industria, ya está decayendo el trabajo artesano. La Bolsa, como organización separada del sindicato, pierde cada día más su función, y la doble estructura de la CGT (Bolsas y sindicatos) desaparece en 1914.
11) Fernand Pelloutier (1867-1901): procedente de una familia monárquica, Pelloutier revela desde muy joven un gran talento de periodista y espíritu crítico. En 1892, se adhiere al Partido obrero francés, creando su primera sección en la ciudad portuaria de Saint-Nazaire. Escribe, junto con Aristide Briand, un folleto titulado De la révolution par la grève générale, que plantea el triunfo de los obreros de manera no violenta, por la simple asfixia de los dirigentes. Pero pronto Pelloutier, conquistado por las ideas anarquistas y de regreso a París, se dedica plenamente a la actividad y la propaganda. Elegido secretario de la Federación nacional de Bolsas de trabajo en 1895, critica duramente “las gesticulaciones irresponsables de la secta ravacholiana” así como las discusiones “bizantinas” de los gropúsculos anarquistas. Todo el resto de su vida trabaja sin descanso, con una entrega admirable por la causa proletaria, por el desarrollo de la FNB. Muere prematuramente tras una larga y dolorosa enfermedad en 1901.
12) Georges Yvetot (1868-1942) : tipógrafo, anarquista, sucedió a Pelloutier de secretario de la FNB de 1901 a 1918. Desempeñó un papel en el movimiento antimilitarista antes de 1914, pero desapareció, ante lo cual Merrheim expresó su repulsión (carta de Merrheim a Monatte, diciembre de 1914: “Yvetot está en Étretat y no da nunca la menor noticia. Es algo repugnante, te lo aseguro. ¡Será cobarde!”).
13) Léon Jouhaux (1879-1954): nacido en París, hijo de un obrero combatiente de la Comuna (communard), Jouhaux trabaja primero en una manufactura de fósforos de Aubervilliers (región parisina), en donde se adhiere al sindicato. Vinculado al anarquismo, entra en el Comité nacional de la CGT como representante de la Bolsa de trabajo de de Angers en 1905. Considerado como “portavoz” de Griffuelhes, es el candidato de los revolucionarios en la elección del nuevo secretario de la CGT, tras su dimisión en 1909. En 1914, acepta el título de “comisario de la nación” por petición de Jules Guesde, el cual ha entrado en el gobierno. Jouhaux permanecerá a la cabeza de la CGT hasta 1947.
14) Alphonse Merrheim (1871-1925): hijo de obrero, calderero como su padre. Es “guedista”, luego “allemanista”, antes de hacerse sindicalista revolucionario. Se instala en París en 1904. Es secretario de la Federación del metal, lo que hace de él uno de los dirigentes principales de la CGT. Hostil a la Unión sagrada, no sigue los pasos de Monatte con la dimisión, estimando que debe continuar luchando por las ideas internacionalistas en el seno del comité confederal. Aunque participaría en el movimiento de Zimmerwald, acabó separándose de los revolucionarios a partir de 1916, y apoyando a Jouhaux contra los revolucionarios en 1918.
15) Jules Guesde (1845-1922) estuvo a favor de la Comuna, refugiándose en Suiza e Italia, pasando de un republicanismo radical al anarquismo y, después, al socialismo. Una vez vuelto a Francia, funda el periódico l’Egalité y entra en contacto con Marx, quien redactará los “Considerandos” (preámbulo teórico) del Partido obrero francés fundado en noviembre de 1880. Guesde se presenta en la política francesa como defensor de la “línea revolucionaria” y marxista, hasta el punto de ser el único diputado de la SFIO en el parlamento que votó en contra la ley sobre la Jubilación obrera y campesina. Su pretensión apenas está justificada como puede comprobarse en una carta que Engels escribió a Bernstein el 25 de octubre de 1881 : “Cierto es que Guesde vino aquí cuando se trató de la elaboración del proyecto de programa para el Partido obrero francés. En presencia de Lafargue y de mí mismo, Marx le fue dictando los considerandos del programa, Guesde con la pluma en la mano (…) Luego se discutió el contenido del programa: introdujimos o quitamos algunos puntos, pero en muy poco era Guesde el portavoz de Marx y eso se comprueba en que en ese programa, Guesde acabó introduciendo su insensata teoría del ‘mínimo de salario’. Como no era nuestra responsabilidad, sino la de los franceses, acabamos dejándole hacer (…) [Nosotros] tenemos la misma actitud hacia los franceses que hacia los demás movimientos nacionales. Estamos en relación constante con ellos, si es algo importante y la ocasión se presenta, pero cualquier intento de influir en la gente contra su voluntad no haría más que dañar y arruinar la vieja confianza que viene de los tiempos de la Internacional” (citado en le Mouvement ouvrier français, Tomo II, ediciones Maspero, París). Jules Guesde acabaría entrando en la Unión sagrada en 1914.
16) Sección francesa de la Internacional obrera (o sea la IIª Internacional).
17) François Koenigstein, alias Ravachol (1859-1892). Obrero tintorero, convertido en antirreligioso, después anarquista por rebeldía contra la injusticia de la sociedad. Resistiendo a su sino, decide robar. El 18 de junio de 1891, en Chambles, roba a un viejo solitario muy rico; éste se rebela y Ravachol lo mata. Llega a París tras haber hecho creer que se había suicidado. Indignado por el proceso a que se somete a los anarquistas Decamps y Dardare, decide vengarlos. Ayudado por unos compañeros, roba dinamita en una obra. El 11 de marzo de 1892, hace saltar el domicilio del juez Benoît. Será arrestado tras una conversación indiscreta en un restaurante. Recibe su condena a muerte dando “Vivas a la anarquía”. Lo guillotinaron en Montbrison el 11 de julio de 1892.
18) Médico, blanquista bajo el Imperio (de Napoleón III), exiliado en Londres después de la Comuna, durante la cual fue delegado para la Enseñanza. Formó parte del Consejo general de la Primera internacional, que abandonó después del Congreso de La Haya (1872). Fundó, a su retorno a Francia, el Comité revolucionario central, que será un componente esencial de la izquierda socialista de finales del siglo xix, sobre todo en el momento del asunto Millerand (ver el artículo anterior de esta serie). Se integró en la Unión sagrada en 1914.
19) Ver https://kropot.free.fr/Pelloutier-Lettre.htm [7]
20) Citado en la presentación de Comment nous ferons la révolution, ediciones Syllepse, París.
21) Hablamos aquí del comunismo como posibilidad materialmente realizable y no en el sentido mucho más limitado de los “sueños” de las clases oprimidas de las sociedades anteriores al capitalismo (ver nuestra serie “El comunismo no es un bello ideal…”, en particular el primer artículo en la Revista internacional n°68.)
22) En Anarco-sindicalismo y sindicalismo revolucionario, ediciones Spartacus, París (subrayado nuestro)
23) Griffuelhes no procede del anarquismo, sino del Partido socialista revolucionario de Édouard Vaillant. Militó en la Alianza comunista revolucionaria y fue candidato en las elecciones municipales de mayo de 1900. Paralelamente era miembro activo del Sindicato general de zapateros del departamento del Sena (es obrero zapatero), convirtiéndose en secretario de la Unión de sindicatos del Sena en 1899 y secretario de la Federación nacional del cuero en 1900, con 26 años. Griffuelhes será secretario de la CGT hasta 1909. En 1914 aceptará, con Jouhaux, el nombramiento de “comisario de la nación”, participando así en la Unión sagrada. Las biografías contrastadas de Griffuelhes y de Monatte hacen resaltar el peligro de establecer clasificaciones demasiado esquemáticas. Aunque Griffuelhes ne procede del anarquismo, sus ideas políticas están marcadas por ese fuerte individualismo típico del pequeño artesanado, tierra de cultivo del anarquismo, acabando por encontrarse junto al anarquista Jouhaux en 1914. Monatte, en cambio, se dice anarquista pero su visión política parece a menudo estar más cerca de la de los comunistas: la Vie ouvrière, de la que es uno de los principales animadores, se da como objetivo principal la formación de los militantes y su mentalidad está muy alejada del elitismo anarquista de un Pouget. No fue, sin duda, por casualidad si, en parte por mediación de Rosmer, está cerca de Trotski y de los socialdemócratas rusos exiliados, y sigue siendo internacionalista en 1914, para acabar integrándose en la IC después de la guerra.
24) En Anarcho-syndicalisme et syndicalisme révolutionnaire, ediciones Spartacus, París.
25) Ídem.
26) Marx, Tesis sobre Feuerbach, 1845.
27) Ver nuestros artículos sobre las luchas obreras en los períodos de ascendencia y de decadencia del capitalismo en Revista internacional nos 25 y 26.
28) Émile Pataud (1869-1935) : nació en París, a los 15 años tuvo que dejar sus estudios para ir a trabajar a la fábrica. Se alista en la Marina de la que sale hecho un antimilitarista. A partir de 1902, se vuelca en la actividad sindical como empleado de la Cia. Parisina de Electricidad. El 8-9 de marzo de 1907, organiza una huelga muy mediatizada que deja a París en la oscuridad. Un intento de huelga en 1908 es desbaratado por el ejército. En 1911, Pataud participa en un mitin antisemita, tras haberse acercado a Acción francesa (grupo monárquico de extrema derecha). En 1913 es excluido de la CGT por haber agredido a los redactores de la Bataille syndicaliste. Trabajará después de contramaestre. Cuando sale la novela Comment nous ferons la révolution en 1909, sus autores forman parte de los dirigentes más conocidos de la CGT. Las ideas expresadas en ese libro dan una buena idea de cómo ve las cosas los anarco-sindicalistas.
29) Ver en esta misma Revista “Hace cien años: la revolución de 1905 en Rusia”.
30) Ya citamos, en el artículo precedente, el ejemplo de la Grand National Consolidated Union inglesa, de principios del siglo XIX.
31) L’Action syndicaliste, https://bibliolib.net/Griffuelhes-ActionSynd.htm [8]
32) Cualquier marxista estaría de acuerdo con, por ejemplo, la idea de que la huelga “es pues para nosotros imprescindible, porque golpea al adversario, estimula al obrero, lo educa, lo hace fuerte gracias a la entrega esforzada y mantenida, le enseña la práctica de la solidaridad y lo prepara para movimientos generales que engloben a toda o a parte de la clase obrera” (Griffuelhes).
33) Texto inédito en francés y castellano (disponible en marxists.org) traducido del alemán a partir de un artículo publicado en Neue Zeit en 1907. Debe saberse que el conjunto de ese texto fue recogido y argumentado por Trotski, en la conclusión de su obra 1905. El subrayado es nuestro.
34) Véanse nuestros artículos sobre las luchas en Polonia 1980 en varias Revista internacional, especialmente “Huelga de masas en Polonia 1980: se ha abierto una nueva brecha” (nº 23), “La dimensión internacional de las luchas obreras en Polonia” (nº 24), “Un año de luchas obreras en Polonia” y “Notas sobre la huelga de masas” (nº 27).
35) Cabe señalar que Keufer, del sindicato de Impresores (“Livre”) estaba en contra del movimiento por una reivindicación que él consideraba perdida de antemano, prefiriendo limitar la reivindicación a la jornada de 9 horas.
36) No fue, claro está, un invento de los anarco-sindicalistas, pues la idea de una lucha con manifestaciones anuales a escala internacional, el Primero de Mayo, había sido lanzada por la IIª Internacional desde su creación en 1889.
37) Obreros agrícolas y pequeños campesinos incluidos.
38) Cifradas sacadas del libro de Michel Dreyfus.
39) Ni uno ni el otro pertenecen a la CGT.
40) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicato.
41) Citado en Rosmer, le Mouvement ouvrier pendant la Première Guerre mondiale.
42) Citado en Hirou, Parti socialiste ou CGT ?.
43) Cita del discurso de Jouhaux en el entierro de Jaurès. Fue en ese sepelio, ante una asistencia masiva, donde los dirigentes de la SFIO y de la CGT se declararon abiertamente partidarios de la Unión sagrada. Jaurès fue asesinado el viernes 31 de julio de 1914, unos días antes del inicio de la guerra. Esto es lo que escribió Rosmer sobre ese asesinato: “… circula el rumor de que el artículo que va a escribir [Jaurès] hoy para el número del sábado de l’Humanité será un nuevo J’accuse! [Referencia al artículo de Zola en el asunto Dreyfus] denunciador de las intrigas y las mentiras que han puesto al mundo al borde de la guerra. Ya por la noche, Jaurès quiere hacer un nuevo intento ante el Presidente del Consejo. Dirige una delegación del grupo socialista… Es recibida por el subsecretario de Estado Abel Ferry. Tras haber escuchado a Jaurès, le pregunta qué es lo que piensan hacer los socialistas ante la situación: ‘Seguir nuestra campaña contra la guerra’ contesta Jaurès. A esto, Abel Ferry replica: ‘Ni se atreva, pues lo matarán en la primera esquina!’ Dos horas más tarde, cuando acude Jaurès a su despacho de l’Humanité para escribir el temido artículo, el asesino Villain lo mata…” (op. cit.). Raoul Villain, fue juzgado en abril de 1919. Fue declarado inocente y la mujer de Jaurès tuvo que pagar los gastos del juicio.
44) Congreso de Bourges, 1904, sobre la guerra ruso-japonesa, citado por Rosmer.
45) Citado en Hirou, p. 247.
46) Se puede comprobar fácilmente que las justificaciones de la CGT para participar en la guerra contra el “militarismo alemán” son casi las mismas que las que sirvieron para alistar a los obreros en la guerra “antifascista”.
47) El Labour Party (Partido Laborista) de Gran Bretaña procedía del Labour Representation Committee creado en 1900.
48) El texto de su carta de dimisión se encuentra en una recopilación de sus artículos titulada la Lutte syndicale y también en Internet: https://increvablesanarchistes.org/articles/1914_20/monatte_demis1914.htm [9].49)Keir Hardie (1856-1915) : nacido en Escocia, aprendiz de panadero a los 8 años, minero después a los 11 años. Hardie entra en el combate sindical y dirige, en 1881, la primera huelga de los mineros del Lanarkshire. Está entre los fundadoresdel Independent Labour Party (no confundir con el Labour Party creado por los sindicatos ingleses), en 1893. Elegido en el Parlamento diputado por Merthyr Tydfil en 1900, toma posición contra la guerra en 1914, e intenta organizar una huelga nacional en contra. Enfermo, participa, sin embargo, a las manifestaciones contra la guerra. Muere en 1915. Su oposición a la guerra se basaba más en un pacifismo cristiano que en el internacionalismo revolucionario.
50) Hay, claro está, una diferencia básica entre el pacifista Hardie y Liebknecht, el cual murió combatiendo por la revolución alemana y mundial.
Hace 100 años, el proletariado entablaba en Rusia el primer movimiento revolucionario del siglo XX, conocido con el nombre de Revolución rusa de 1905. Por no haber salido victorioso como sí ocurriría 12 años más tarde con la revolución de Octubre, aquel movimiento ha caído prácticamente en el olvido. Por eso no ha sido objeto de las campañas de denigración y de calumnias como sí lo fue la Revolución rusa de 1917, especialmente tras el hundimiento del muro de Berlín, en el otoño de 1989. Si embargo, la Revolución de 1905 aportó toda una serie de lecciones, de esclarecimientos y de respuestas a las cuestiones que se planteaban al movimiento obrero en aquel entonces y sin las cuales la Revolución de 1917 no hubiera podido, sin duda, salir triunfante. Y aunque esos acontecimientos hayan ocurrido hace un siglo, 1905 está mucho más cerca de nosotros políticamente de lo que podría pensarse. Es necesario, para las generaciones de revolucionarios de hoy y de mañana volver a hacer suyas las enseñanzas fundamentales de aquella primera revolución en Rusia.
Los acontecimientos de 1905 ocurrieron en los albores de la fase de declive del capitalismo, marcados ya por ese declive, por mucho que, en aquel entonces, solo una ínfima minoría de revolucionarios fuera capaz de entrever su significado en medio de un profundo cambio que se estaba produciendo en la sociedad y en las condiciones de lucha del proletariado. Durante aquellos acontecimientos, se vio a la clase obrera desarrollar movimientos masivos, más allá de las fábricas, los sectores, las profesiones, sin reivindicación única, sin clara distinción entre lo económico y lo político como hasta entonces había sido entre la lucha sindical y la lucha parlamentaria, sin consignas precisas por parte de partidos o sindicatos. La dinámica de esos movimientos desembocó, por vez primera, en la creación por el proletariado de unos órganos, los soviets (o consejos obreros), que serán, en la Rusia de 1917 y en toda la oleada revolucionaria que sacudió Europa tras la de Rusia, la forma de organización y de poder del proletariado revolucionario.
En 1905, el movimiento obrero consideraba todavía que era la revolución burguesa la que estaba al orden del día en Rusia puesto que la burguesía rusa no tenía el poder político, sino que seguía soportando el yugo feudal del zarismo. El papel dirigente asumido por la clase obrera en los acontecimientos iba a echar por los suelos ese punto de vista. La orientación reaccionaria que había comenzado a tener, con el cambio de período histórico que se estaba operando, la lucha parlamentaria y sindical, distaba mucho de esclarecerse y solo lo será mucho más tarde. Sin embargo, el papel totalmente secundario o nulo que los sindicatos y el Parlamento desempeñaron en el movimiento en Rusia, fue la primera expresión significativa de ese cambio. La capacidad de la clase obrera para tomar en sus manos su porvenir y organizarse por sí misma venía a poner en entredicho la visión de la socialdemocracia alemana y del movimiento obrero internacional sobre las tareas del partido, su función de organización y de encuadramiento de la clase obrera, y esclarecer con un nuevo enfoque las responsabilidades de la vanguardia política de la clase obrera. Muchos elementos de lo que iban a ser las posiciones decisivas del movimiento obrero en la fase de decadencia del capitalismo estaban ya presentes en 1905.
La revolución de 1905 fue objeto de numerosos escritos en el movimiento obrero de entonces. Las cuestiones planteadas fueron debatidas a fondo. Nos vamos a concentrar, en una corta serie de tres artículos, en algunas lecciones que nos parecen hoy centrales para el movimiento obrero y que siguen siendo actuales: la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y su capacidad histórica intrínseca para enfrentarse al capitalismo y dar una nueva perspectiva a la sociedad; la naturaleza de los soviets, “la forma por fin encontrada de la dictadura del proletariado” como así lo entendió Lenin; la capacidad de la clase obrera para aprender de sus experiencias, para sacar lecciones de sus derrotas, la continuidad de su combate histórico y la maduración de las condiciones de la Revolución. Para ello, hemos de tratar muy brevemente los acontecimientos de 1905, refiriéndonos a quienes, como Trotski, Lenin, Rosa Luxemburg, fueron entonces testigos y protagonistas de ellos y fueron además capaces, en sus escritos, no sólo de sacar sus grandes lecciones políticas sino, además, hacer vivir la intensa emoción suscitada por la fuerza de la lucha durante todos aquellos meses (1).
La naturaleza revolucionaria de la clase obrera
La Revolución rusa de 1905 fue una ilustración de lo más esclarecedor de lo que el marxismo entiende por carácter fundamentalmente revolucionario de la clase obrera. La capacidad del proletariado ruso para pasar de una situación en la que está ideológicamente dominado por los valores de la sociedad a una posición en la que, por medio de un movimiento masivo de luchas, va tomando confianza en sí mismo, desarrolla su solidaridad, va descubriendo su fuerza histórica hasta crear los órganos que le permitan apropiarse de su porvenir, es un ejemplo vivo de la fuerza material que es la conciencia de clase del proletariado cuando se pone en movimiento. En los años que precedieron 1968, la burguesía occidental nos explicaba que el proletariado se había “aburguesado”, y que de él no había ya nada que esperar. Los acontecimientos del 68 en Francia y toda la oleada internacional de luchas que vinieron después, fueron un desmentido radical. Acabaron con el periodo más largo de contrarrevolución de la historia, período que se había iniciado con la derrota de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Desde la caída del muro de Berlín en 1989, la burguesía no ha cesado de proclamar que el comunismo está muerto y que la clase obrera ha desaparecido; Las dificultades que hoy encuentra la clase parecen darle la razón. La burguesía siempre ha tenido el mayor interés en “enterrar” a su propio enterrador histórico. Pero la clase obrera sigue ahí, pues no hay capitalismo sin clase obrera. Los acontecimientos de 1905 en Rusia nos recuerdan cómo puede pasar la clase obrera de una situación de sumisión y confusión ideológica bajo el yugo del capitalismo a una situación en la que se convierte en sujeto de la historia, portadora de todas las esperanzas, pues lleva en su propio ser, el porvenir de la humanidad.
Breve historia de los primeros pasos de la revolución
Antes de interesarnos por la dinámica de la Revolución rusa de 1905, recordaremos brevemente el contexto internacional e histórico en el que la Revolución alzó el vuelo. Las últimas décadas del siglo xix se caracterizaron por un desarrollo económico muy marcado en toda Europa. Fueron años durante los cuales el capitalismo se desarrollaba con el mayor dinamismo; los países adelantados desde el punto de vista capitalista estaban en busca de una expansión hacia las regiones atrasadas, ya fuera para encontrar mano de obra más barata, ya para abrir nuevos mercados para sus mercancías. Fue en ese contexto en el que la Rusia zarista, país con una economía todavía muy marcada por un profundo atraso, se convirtió en el lugar ideal para una importante exportación de capitales con objeto de instalar industrias de media y gran dimensión. En pocas décadas se produjo una transformación profunda de la economía, “siendo el ferrocarril el poderoso instrumento de la industrialización del país” (2). Los datos de la industrialización de Rusia, citados por Trotski, comparados con los de otros países de estructura industrial más sólida, como la Alemania y Bélgica de entonces, muestran que, aunque la cantidad de obreros era todavía relativamente baja con relación a una población muy importante (1,9 millones y, en cambio, 1,56 en Alemania y 600 000 en la pequeña Bélgica), Rusia poseía ya sin embargo una estructura industrial de tipo moderno que nada tenía que envidiar a las demás potencias del mundo. Creada a partir de nada, gracias a capitales procedentes en su mayoría del extranjero, la industria capitalista en Rusia no se construyó gracias a una dinámica interna sino a un verdadero trasplante de tecnologías y capitales procedentes del exterior. Los datos de Trotski muestran lo concentrada que estaba la mano de obra en Rusia, mucho más que en otros países, puesto que se repartía sobre todo entre grandes y medianas empresas (38,5 % en empresas de más de 1000 obreros y 49,5 % en empresas con plantillas entre 51 y 1000 obreros, mientras que en Alemania, esas cifras eran de 10 y 46 %). Son esos datos estructurales de la economía lo que explican la vitalidad revolucionaria del proletariado, aunque éste viviera en un país profundamente atrasado y en medio de una economía campesina preponderante.
Además, los acontecimientos de 1905 no surgen de la nada, sino que son el producto de una acumulación de experiencias sucesivas que agitaron a Rusia desde finales del siglo xix. Como lo dice Rosa Luxemburg,
“… esta huelga de enero en San Petersburgo fue la consecuencia inmediata de la gigantesca huelga general que había estallado antes, en diciembre de 1904, en el Cáucaso, en Bakú y que mantuvo a toda Rusia pendiente de ella. Y lo ocurrido en diciembre en Bakú no fue sino el último y poderoso eco de las grandes huelgas que, entre 1903 y 1904, como terremotos periódicos, habían sacudido todo el sur de Rusia, y cuyo prólogo había sido la huelga de Batúm en el Cáucaso en marzo de 1902. En realidad, esta primera serie de huelgas, inscrita en la cadena continua de erupciones revolucionarias actuales, solo dista cinco o seis años de la huelga general de los obreros textiles de San Petersburgo en 1896 y 1897” (3).
El 9 (22) de enero de 1905 fue el llamado “domingo sangriento”, que marcó el inicio de una serie de acontecimientos en la vieja Rusia zarista que se desarrollaron durante todo el año 1905 y que terminaron con la represión sangrienta de la insurrección de Moscú en diciembre. La actividad de la clase fue constante durante todo un año, aunque las formas de lucha no fueran siempre las mismas y no tuvieran todas la misma intensidad. Hubo tres momentos significativos durante aquel año de revolución: enero, octubre y diciembre.
Enero
En enero de 1905, son despedidos dos obreros de las factorías Putílov de Petersburgo. Se desencadena un movimiento de huelgas de solidaridad, se elabora una petición por las libertades políticas, el derecho a la educación, la jornada de 8 horas, contra los impuestos, etc. que se decide presentar al zar en una manifestación masiva. La represión de esta manifestación será el punto de partida de la hoguera revolucionaria que va a extenderse por el país durante un año. El proceso revolucionario arrancó de una manera singular:
“Miles de obreros, y de obreros no socialdemócratas, sino creyentes, súbditos leales del zar, dirigidos por el cura Gapón, acuden desde todos los rincones de la ciudad hacia en centro de la capital, hacia la plaza del Palacio de Invierno, para entregar una petición al zar. Los obreros llevan iconos y el pope Gapón, su momentáneo dirigente, había escrito al zar para asegurarle que él garantizaba su seguridad personal y rogarle que se presentara ante el pueblo” (4).
El cura Gapón había sido, en abril de 1904, el animador de una “Asamblea de obreros rusos de fábrica y oficinas de la ciudad de San Petersburgo”, autorizada por el gobierno y en connivencia con el policía Zubátov (5). Como dijo Lenin, el papel de esa organización, exactamente como hoy ocurre con otros medios, era contener y encuadrar el movimiento obrero de aquel entonces. Sin embargo, la presión en el seno del proletariado había alcanzado un punto crítico.
“Y resulta que el movimiento zubatovista se salta los límites impuestos y, aunque suscitado por la policía para su propio interés de apoyo a la autocracia y para corromper la conciencia política de los obreros, se vuelve contra la autocracia y desemboca en una explosión de lucha de clase del proletariado” (6).
Todo se trama cuando, una vez llegados al Palacio de Invierno para depositar su petición al zar, los obreros son atacados por las tropas, las cuales
“cargan sobre la muchedumbre con arma blanca; disparan también contra los obreros desarmados que suplican de rodillas que se les permita acercarse al zar. Según los propios informes de policía hubo ese día más de mil muertos y dos mil heridos. La indignación de los obreros fue indescriptible” (7).
Esa indignación profunda de los obreros de San Petersburgo hacia quien ellos llamaban “Padrecito” y que había contestado con balas a sus súplicas, ultrajando así a quienes confiaban en él, desencadenará las luchas revolucionarias de enero. La clase obrera, que empezó suplicando detrás del cura Gapón y los iconos de la iglesia, ante el “Padrecito del pueblo”, demostró una fuerza inesperada en cuanto la revolución cogió ímpetu. Se produce un cambio muy acelerado en las mentes proletarias en ese período; es la expresión típica del proceso revolucionario durante el cual, los proletarios, a pesar de sus creencias y sus miedos, descubren y toman conciencia de que su unión hace la fuerza.
“El país, de un rincón al otro, fue atravesado por una gigantesca marea de huelgas que sacudieron el cuerpo de la nación. Según un cálculo aproximado, la huelga se extendió a ciento veintidós ciudades y lugares, a varias minas del Donetz y a diez compañías ferroviarias. Las masas proletarias se vieron removidas hasta lo más profundo. El movimiento arrastraba a millones de seres. Sin plan determinado, a menudo sin formular ninguna exigencia, interrumpiéndose y volviendo a empezar, sólo guiada por el instinto de solidaridad, la huelga reinó en el país durante dos meses” (8).
El haber entrado en huelga sin una reivindicación específica, por solidaridad, porque “una masa de millones de proletarios descubre de pronto, con un agudo sentimiento de lo insoportable, lo intolerable que es su existencia social” (9) es, a la vez, una expresión y un factor activo de la maduración, en el seno del proletariado ruso de entonces, de la conciencia de ser una clase y de la necesidad de enfrentarse como tal a su enemigo de clase.
A la huelga general de enero le siguió un período de luchas constantes, que surgían y desparecían por el país entero, por reivindicaciones económicas. Este período, aunque menos espectacular, sí fue tan importante.
“Las diferentes corrientes subterráneas del proceso revolucionario se entrecruzan, se obstaculizan mutuamente, avivan las contradicciones internas… la gran tormenta de primavera y del verano siguiente y las huelgas económicas (…) desempeñan un papel insustituible.”
Aunque no hay “ninguna noticia sensacional del frente ruso”,”en realidad la revolución prosigue sin tregua día tras día, hora tras hora, con su inmensa labor subterránea que mina las profundidades del imperio entero” (Ibíd.).
Hay enfrentamientos sangrientos en Varsovia. Se levantan barricadas en Lodz. Se amotinan los marinos del acorazado Potemkin del mar Negro. Durante todo ese período se prepara el segundo tiempo fuerte de la revolución.
Octubre
“Esta segunda gran acción revolucionaria del proletariado reviste un carácter bastante diferente de la primera huelga de enero. La conciencia política desempeña un papel mucho más importante. Es cierto que lo que desencadenó la huelga de masas fue algo accesorio y aparentemente fortuito: se trataba del conflicto entre los ferroviarios y la administración, a propósito de las Cajas de Pensiones. En cambio, el levantamiento general del proletariado industrial que siguió se afianzaba en un pensamiento político claro. El prólogo que fue la huelga de enero se debió a la súplica al zar para obtener la libertad política; la consigna de la huelga de octubre ya era: “¡Acabemos de una vez con la comedia constitucional del zarismo!”. Y gracias al éxito inmediato de la huelga general que se tradujo en el manifiesto zarista del 30 de octubre, el movimiento no retrocedió por sí mismo como en enero, para volver al inicio de la lucha económica, sino que se desbordó hacia el exterior, ejerciendo con ardor la libertad política recién conquistada. Manifestaciones, reuniones, una prensa joven, discusiones públicas, represiones sangrientas para acabar con los “desórdenes”, seguidas de nuevas huelgas de masas y nuevas manifestaciones”(Ibíd.).
Un cambio cualitativo se produjo en ese mes de octubre que se plasmó en la constitución del soviet de Petersburgo y que marcará un hito en la historia del movimiento obrero internacional. Al extenderse la huelga de los tipógrafos a los ferrocarriles y telégrafos, los obreros toman le decisión en asamblea general de formar el soviet que se convertirá en centro neurálgico de la revolución:
“El Consejo de diputados obreros se formó para dar respuesta a una necesidad práctica, surgida de la situación coyuntural de entonces: se necesitaba una organización que poseyera una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que agrupara de entrada a las multitudes diseminadas y desprovistas de enlaces; en esta organización debían confluir todas las corrientes revolucionarias del interior del proletariado; debía poseer una capacidad de iniciativa y controlarse a sí misma de manera automática” (10).
Y se forman soviets, a su vez, en muchas otras ciudades.
El surgimiento de los primeros soviets pasó desapercibido para gran parte del movimiento obrero internacional. Rosa Luxemburg, quien tan magistralmente analizaría las características nuevas de la lucha del proletariado en los albores del nuevo período histórico, la huelga de masas, apoyándose precisamente en la Revolución de 1905, sigue considerando a los sindicatos como las formas de organización de la clase (11). Son los bolcheviques (y no inmediatamente) y Trotski quienes comprenden el paso adelante que para el movimiento obrero era la formación de esos órganos como órganos de la toma del poder. A esta cuestión dedicaremos un próximo artículo (12). Ahora diremos únicamente que fue precisamente porque el capitalismo estaba entrando en su fase de declive por lo que la clase obrera se ha visto desde entonces enfrentada a tarea de echarlo abajo; y así, tras 10 meses de luchas, de agitación socialista, de maduración de la conciencia, de transformación de relación de fuerzas entre las clases, la clase obrera acabó creando “naturalmente” los órganos de su poder.
“En lo esencial, los soviets eran simplemente comités de huelga, como los que se constituyen siempre durante las huelgas salvajes. En Rusia, al estallar las huelgas en las grandes fábricas y extenderse muy rápidamente a ciudades y provincias, los obreros debían mantenerse en contacto de modo permanente. Se reunían y discutían en los talleres, (...) mandaban delegados a las demás fábricas (...) Pero esas tareas, en este caso, cobraban una mucha mayor importancia y amplitud que en las huelgas corrientes. Los obreros tenían que librarse de la aplastante opresión zarista y no ignoraban que los cimientos mismos de la sociedad rusa se estaban transformando gracias a su acción. Ya no solo era cosa de salarios, sino de todos los problemas planteados en la sociedad como un todo. Tenían que descubrir por sí mismos su vía segura en diferentes ámbitos y zanjar cuestiones políticas. Cuando la huelga, al intensificarse, se propagó por el país entero, una vez que hubo parado en seco la industria y los medios de transporte y hubo paralizado a las autoridades, los soviets se encontraron ante problemas nuevos. Debían organizar la vida social, velar tanto por el mantenimiento del orden como por el buen funcionamiento de los servicios públicos indispensables, en resumen, hacer las funciones que, normalmente, son propias de los gobiernos. Lo que los soviets decidían, los obreros le ejecutaban” (13).
Diciembre
“El sueño de la Constitución ha venido seguido de un despertar brutal. Y la sorda agitación acaba desencadenando en diciembre la tercera huelga general de masas que se extiende por el Imperio entero. Esta vez, su transcurso y su final son muy diferentes comparados con los dos acontecimientos anteriores. La acción política no deja el sitio a la acción económica como ocurrió en enero, pero tampoco obtiene una victoria rápida como en octubre. La camarilla zarista no renueva sus experimentos de instaurar una libertad política verdadera, chocando la acción revolucionaria así, por primera vez, contra ese gigantesco muro inamovible: la fuerza material del absolutismo” (14).
La burguesía capitalista, amedrentada por el movimiento del proletariado cerró filas detrás del zar. El gobierno no aplicó las leyes liberales que acababa de acordar. Los dirigentes del soviet de Petersburgo son detenidos. Pero la lucha sigue en Moscú:
“La Revolución de 1905 alcanzó su cénit con la insurrección de diciembre en Moscú. Una pequeña cantidad de insurgentes, obreros organizados y armados –apenas si llegaban a 8000– resistió durante nueve días al gobierno del zar. No podía éste fiarse de la guarnición de Moscú, sino, al contrario, tuvo que mantenerla encerrada y sólo gracias a la llegada del regimiento de Semiónovski, desde Petersburgo, pudo reprimir el levantamiento.” (15)
Naturaleza proletaria de la Revolución de 1905 y dinámica de la huelga de masas
Una vez trazados los datos históricos principales, queremos ahora subrayar un último dato: la Revolución de 1905 tuvo un protagonista fundamental, el proletariado ruso, y toda la dinámica de la revolución sigue estrictamente la lógica de la clase proletaria. Aún cuando el movimiento obrero internacional esperaba una revolución burguesa en Rusia, estimando que la tarea central de la clase obrera –como así había ocurrido en las revoluciones de 1789 et 1848– era participar en el derrocamiento del Estado feudal y estimular a la instauración de las libertades burguesas, no solo es la huelga de masas de la clase obrera la que vivifica todo el año 1905, sino que además es su dinámica la que lleva a la creación de los órganos del poder obrero. Lenin mismo lo deja claro cuando recuerda que aparte de su carácter “democrático burgués” debido a su “contenido social”,
“La revolución rusa fue a la vez una revolución proletaria, no solo por ser el proletariado su fuerza dirigente, la vanguardia del movimiento, sino también porque el medio específicamente proletario de lucha, la huelga, fue el medio principal para poner en movimiento a las masas y el fenómeno más característico del desarrollo, en oleadas sucesivas, de los acontecimientos decisivos” (Ibíd.).
Pero cuando Lenin habla de huelga, no debemos imaginarnos acciones de 4, 8 o 24 horas como las que hoy proponen los sindicatos en todos los países del mundo. En realidad, en 1905, se desarrolla lo que luego habrá de llamarse huelga de masas, ese “océano de fenómenos” – como así la definió Rosa Luxemburg – o sea la extensión y la autoorganización espontáneas de la lucha del proletariado que van a ser características de los grandes momentos de lucha del siglo XX.
“En aquel entonces, el ala derecha de la IIª Internacional, mayoritaria, sorprendida por la violencia de los acontecimientos no entiende nada de lo que acaba de ocurrir delante de sus ojos, y, en cambio, sí expresa con alharacas su reprobación y repugnancia ante el desarrollo de la lucha de clase, anunciando así el proceso que la va a llevar rápidamente al campo del enemigo de clase” (16).
El ala izquierda, con los bolcheviques, Rosa Luxemburg, Pannekoek, verá en Rusia 1905 la confirmación de sus posiciones (contra el revisionismo de Bernstein (17) y el cretinismo parlamentario) pero deberá empeñarse en una labor teórica con profundidad para entender plenamente los cambios en las condiciones de vida del capitalismo – la fase del imperialismo y de la decadencia – que serán determinantes de los cambios en objetivos y medios de la lucha de clases. Pero ya Luxemburg empezó a anticipar lo que se estaba perfilando:
“La huelga de masas aparece no como un producto específicamente ruso del absolutismo, sino como una forma universal de la lucha de la clase proletaria, determinada por la fase actual del desarrollo capitalista y las relaciones de clase (...) la revolución rusa actual ha estallado en un momento de la evolución histórica que ya está en la otra vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista” (18).
La huelga de masas no es un simple movimiento de las masas, una especie de revuelta popular que engloba a “todos los oprimidos” y que sería, por esencia, algo positivo como las ideologías izquierdistas y anarquistas de hoy quieren hacer creer. En 1905, Pannekoek escribía:
“Si se considera la masa en su sentido general, el conjunto del pueblo, lo que aparece es que, al neutralizarse mutuamente las ideas y las voluntades divergentes de unos y de otros, no emerge aparentemente otra cosa sino una masa sin voluntad, antojadiza, entregada al desorden, versátil, pasiva, oscilando de acá para allá según los impulsos, entre movimientos incontrolados e indeferencia apática –resumiendo, como ya sabemos, el retrato del pueblo que tanto gusta pintar a los escritores liberales (...) Ellos no conocen las clases. En el extremo opuesto, ha sido la fuerza de la doctrina socialista la que ha dado un principio de orden y un sistema de interpretación de la infinita variedad de individualidades humanas, al haber introducido el principio de la división de la sociedad en clases (...) En cuanto se identifican las diferentes clases en los movimientos de masas históricos, inmediatamente surge de la espesa niebla la imagen clara del combate entre las clases, con sus fases sucesivas de ataque, de retirada, de defensa, de victoria y de derrota” (19).
Mientras que la burguesía y, con ella, todos los oportunistas en el movimiento obrero torcían un morro asqueado ante el movimiento “incomprensible” de 1905 en Rusia, la izquierda revolucionaria iba a sacar las lecciones de la nueva situación:
“… las acciones de masas son una consecuencia natural del desarrollo del capitalismo moderno hacia el imperialismo, son cada día más la forma de combate que se impone.” “Antaño, era necesario que los levantamientos populares vencieran plenamente, pues si no lograban hacerlo lo perdían todo. Nuestras acciones de masas [las del proletariado], en cambio, no pueden fracasar, pues incluso si no alcanzamos el objetivo que nos hemos dado, esas acciones no son vanas, pues incluso las retiradas temporales contribuyen en la victoria futura” (20).
La huelga de masas no es tampoco una receta ya preparada como la “huelga general” que proponen los anarquistas (21), sino el modo de expresión de la clase obrera, una manera de agrupar sus fuerzas para desarrollar su lucha revolucionaria.
“En una palabra: la huelga de masas cuyo modelo nos ofrece la revolución rusa no es un medio ingenioso, inventado para reforzar el efecto de la lucha proletaria sino que es el movimiento mismo de las masas proletarias, la expresión de la lucha proletaria en la revolución” (22).
La huelga de masas es algo de lo que hoy no tenemos una idea directa, si no es, para quienes son menos jóvenes, gracias a lo que fue la lucha de los obreros polacos en 1980 (23). Sigamos refiriéndonos una vez más a Luxemburg, la cual proporciona un marco sólido y lúcido:
“las huelgas de masas –desde la primera gran huelga reivindicativa de los obreros textiles en San Petersburgo en 1896-1897 hasta la última gran huelga de diciembre de 1905– han pasado del ámbito de las reivindicaciones económicas al de las políticas, aunque ya sea difícil establecer fronteras entre aquellas y estas. Cada una de las grandes huelgas de masas dibuja en miniatura, por así decirlo, la historia general de las huelgas en Rusia, empezando por un conflicto sindical, puramente reivindicativo o, al menos, parcial, recorriendo después todos los niveles hasta el de la expresión política. (...) La huelga de masas de enero 1905 empezó por un conflicto interno de las factorías Putílov, la huelga de octubre con las reivindicaciones de los ferroviarios por su caja de pensiones, y la huelga de diciembre, en fin, con la lucha de los empleados de correos y telégrafos por el derecho de coalición. El progreso del movimiento no se debe a que desparezca el factor económico, sino, más bien, por la rapidez con la que se van recorriendo todas las etapas hasta la expresión política, y por la posición más o menos extrema del punto final alcanzado por la huelga de masas. (...) El factor económico y el político ni se distinguen completamente ni se excluyen mutuamente, (...) sino que son en un período de huelga de masas dos aspectos complementarios de la lucha de clase proletaria en Rusia” (24).
Rosa Luxemburg aborda aquí un aspecto central de la lucha revolucionaria del proletariado: la unidad inseparable de la lucha económica y de la lucha política. A la inversa de quienes, en aquel entonces, afirmaban que la lucha política significaba la cumbre, la parte noble por decirlo así, de la lucha del proletariado en sus enfrentamientos con la burguesía, Luxemburg explica claramente, al contrario, cómo la lucha económica va desarrollándose desde el terreno económico al político para después volver con una fuerza duplicada al terreno de la lucha reivindicativa. Todo esto queda muy claro cuando se leen los textos sobre la Revolución de 1905 y, en particular, lo referente a lo ocurrido en primavera y verano. Se observa cómo el proletariado, que había empezado con una manifestación política para reivindicar derechos democráticos en aquel domingo sangriento, a un nivel muy humilde, no sólo no retrocedió ante la dura represión, sino que salió de esa situación con una energía nueva y fortalecida para después ir hacia adelante por la defensa de sus condiciones de vida y de trabajo. Y así, durante los meses siguientes, se multiplicaron las luchas,
“aquí se lucha por la jornada de 8 horas, allí contra el trabajo por piezas; en el otro lado, llevan a los contramaestres brutales en carros después de haberlos atado con un saco; en otra parte se lucha contra el sistema infame de las multas; y por todas partes se lucha por mejoras de salarios, aquí y allá por la supresión del trabajo a domicilio”(Ibíd.).
Este período también fue muy importante pues, como lo subraya también Rosa Luxemburg, dio al proletariado la posibilidad de interiorizar, a posteriori, todas las enseñanzas del prólogo de enero y esclarecerse las ideas para el futuro. Efectivamente,
“los obreros bruscamente electrizados por la acción política reaccionan inmediatamente en el dominio que les es más próximo: se rebelan contra su condición de esclavitud económica. El gesto de revuelta que la lucha política es les hace sentir con una intensidad insospechada el peso de sus cadenas económicas”(Ibíd.).
Carácter espontáneo de la Revolución y confianza en la clase obrera
Un aspecto muy importante en el proceso revolucionario en la Rusia de 1905, fue su carácter marcadamente espontáneo. Las luchas surgen, se desarrollan y se refuerzan, haciendo surgir nuevos instrumentos de lucha como la huelga de masas y los soviets, sin que los partidos revolucionarios de entonces consigan enterarse de qué va la cosa, ni siquiera comprender enteramente, en aquel momento, las implicaciones de lo que está sucediendo. La fuerza del proletariado en el movimiento, en el terreno de sus propios intereses de clase, es asombrosa y posee en sí misma una creatividad inimaginable. Lenin mismo lo reconocería un año después al hacer balance de la Revolución de 1905:
“De la huelga y de las manifestaciones se pasa a la construcción de barricadas aisladas. De las barricadas aisladas a la construcción de barricadas en masa y a las batallas callejeras contra las tropas. Pasando por encima de la cabeza de las organizaciones, la lucha proletaria de masas fue de la huelga a la insurrección. Esa es la gran adquisición de la Revolución rusa, adquisición debida a los acontecimientos de diciembre 1905 y realizada, como las anteriores, a costa de sacrificios enormes. De la huelga política general, el movimiento se alzó a un nivel superior. Forzó a la reacción a ir hasta el final de su resistencia: y ha sido así como el movimiento ha acercado extraordinariamente el momento en que la revolución, ella también, irá hasta el final en el empleo de sus medios ofensivos. La reacción no puede ir más allá del bombardeo de las barricadas, de las casas, de la muchedumbre. La Revolución, en cambio, puede ir más allá de los grupos de combate de Moscú, tiene campo abierto y ¡qué campo en extensión y profundidad! (…) El cambio de las condiciones objetivas de la lucha que imponía la necesidad de pasar de la huelga a l’insurrección, fue percibido por el proletariado mucho antes que por sus dirigentes. La práctica, como siempre, se adelantó a la teoría” (25).
Este pasaje de Lenin es especialmente importante hoy, pues muchas dudas en los elementos politizados y, hasta cierto punto, también en las organizaciones proletarias, se arraigan en la idea de que al proletariado no logrará jamás salir de la apatía en la que a veces parece haber caído. Lo ocurrido en 1905 es el desmentido más patente de todo eso. La fuerte impresión que produce comprobar ese carácter espontáneo de la lucha de la clase se debe, a veces, a la subestimación de los procesos que se desarrollan en lo profundo de nuestra clase, de esa maduración subterránea de la conciencia de la que ya hablaba Marx, cuando la comparaba al “viejo topo”. La confianza en la clase obrera, en su capacidad para dar una respuesta política a los problemas que afectan a la sociedad, es algo de la primera importancia hoy en día. Después del desmoronamiento del muro de Berlín y la campaña de la burguesía que vino después sobre la quiebra del comunismo y su falaz identificación con el infame régimen estalinista, la clase obrera ha encontrado muchas dificultades para reconocerse como tal clase y, por consiguiente, reconocerse en un proyecto, en una perspectiva, en un ideal por el que combatir. La falta de perspectiva produce automáticamente una caída de la combatividad, un debilitamiento de la convicción de que es necesario batirse, porque no se lucha por algo sino cuando hay un objetivo que alcanzar. Por eso es por lo que hoy, la ausencia de claridad sobre la perspectiva y la falta de confianza en sí misma por parte de la clase obrera están fuertemente relacionadas. Pero sobre todo es en la práctica donde puede superarse una situación así, a través de la experiencia directa que la clase obrera realizará de sus posibilidades y de la necesidad de luchar por una perspectiva. Esto es lo que se produjo precisamente en Rusia en 1905 cuando
“en unos cuantos meses cambiaron las cosas de arriba abajo. Las pocas centenas de socialdemócratas revolucionarios fueron “de repente” miles y esos miles se volvieron dirigentes de dos o tres millones de proletarios. La lucha proletaria suscitó una gran efervescencia e incluso, en parte, un movimiento revolucionario, en lo más profundo de la masa de los cincuenta a cien millones de campesinos; el movimiento campesino tuvo repercusiones en los ejércitos, lo cual llevó a revueltas militares y oposiciones armadas entre las tropas” (26).
Y eso no solo era una necesidad para el proletariado en Rusia, sino para el proletariado mundial, incluido el más desarrollado, el proletariado alemán:
“En la Revolución, en donde la masa misma aparece en el ruedo político, la conciencia de clase se hace concreta y activa. Y es así como un año de revolución ha dado al proletariado ruso esa “educación” que treinta años de luchas parlamentarias y sindicales no han podido dar artificialmente al proletariado alemán. (…) Pero, a la inversa, también es cierto que en Alemania, en un período de acciones políticas enérgicas, se apoderará de las capas más amplias y profundas del proletariado un vivo instinto de clase revolucionario, deseoso de actuar; y esto se realizará tanto más rápidamente cuanto más fuerte haya sido la influencia educadora de la socialdemocracia” (27).
Podemos hoy decir, parafraseando a Rosa Luxemburg, que también es cierto que hoy, en el mundo, en un período de crisis económica profunda y ante la incapacidad patente de la burguesía para hacer frente a la quiebra de todo el sistema capitalista, un sentimiento revolucionario activo y vivo se apoderará de los sectores más maduros del proletariado mundial. Y así será sobre todo en los países de capitalismo avanzado, en los cuales la experiencia de la clase ha sido más rica y arraigada y en las que están más presentes unas fuerzas revolucionarias, eso sí, todavía débiles. Esta confianza en la clase obrera que hoy expresamos no es un acto de fe, ni procede de una especia de ceguera mística, sino que se basa precisamente en la historia de nuestra clase y en su capacidad de reanudación, a veces sorprendente, en medio de un aparente letargo. La dinámica con la que se produce la maduración de la conciencia proletaria es a veces oscura y difícil de comprender. Pero también es cierto que la clase obrera estará históricamente obligada, por el lugar que ocupa en la sociedad de clase explotada y a la vez revolucionaria, a levantarse contra la clase que la oprime, la burguesía, y en la experiencia de ese combate volverá a encontrar esa confianza en sí misma que hoy le falta:
“Antes, teníamos una masa impotente, dócil, inerte como un cadáver, frente a la fuerza dominante, la cual sí está bien organizada sí sabe lo que quiere, y manipula a la masa a su conveniencia; y resulta que esa masa se transforma en humanidad organizada, capaz de decidir su propio sino ejerciendo su voluntad consciente, capaz de hacer frente con empecinamiento al viejo poder dominante. Era pasiva y se vuelve masa activa, organismo dotado de vida propia, cimentado y estructurado par sí mismo, dotado de su propia conciencia, de sus propios órganos” (28).
Paralelamente a la confianza de la clase obrera en sí misma, aparece necesariamente otro factor crucial de la lucha del proletariado: la solidaridad en sus filas. La clase obrera es la única clase verdaderamente solidaria por su propia esencia, porque en su seno no hay intereses económicos divergentes, contrariamente a la burguesía, clase de la competencia y cuya solidaridad sólo llega hasta los límites nacionales o, también, contra su enemigo histórico, el proletariado. La competencia en el seno del proletariado le viene impuesta por el capitalismo, pero la sociedad de la que es portador es una sociedad que acabará con todas las divisiones, una verdadera comunidad humana. La solidaridad proletaria es un arma fundamental de la lucha del proletariado; fue una de las bases del impresionante cambio que se produjo en 1905 en Rusia:
“la chispa que provocó el incendio fue un conflicto corriente entre capital y trabajo: la huelga en una fábrica. Pero cabe señalar que la huelga de los 12 000 obreros de Putilov, desencadenada el lunes 3 enero, fue ante todo una huelga proclamada en nombre de la solidaridad proletaria. La causa de ella fue el despido de 4 obreros. ‘Cuando fue rechazada la petición de readmisión –escribe un camarada de Petersburgo el 7 enero– la factoría se paró de inmediato, por unanimidad total’” (29).
No es por casualidad si hoy la burguesía lo hace todo por degradar la noción de solidaridad presentándola como “humanitaria” o con los adornos de “la economía solidaria”, última moda del “nuevo movimiento” altermundialista, que lo hace todo por desviar la toma de conciencia que se está fraguando en las entrañas de la sociedad sobre el callejón sin salida que es el capitalismo para la humanidad. Si la clase obrera en su conjunto no es hoy todavía consciente de la fuerza de la solidaridad, la burguesía, en cambio, no ha olvidado las lecciones que el proletariado le ha infligido en la historia.
1905 fue un magnífico acontecimiento del movimiento obrero, surgido de las entrañas revolucionarias del proletariado, que demostró la potencia creadora de la clase revolucionaria. Hoy, a pesar de todos los golpes que la burguesía agonizante le ha asestado, el proletariado sigue conservando, intactas, sus capacidades. Les incumbe a los revolucionarios hacer que su clase pueda volver a apropiarse de las grandes experiencias de su historia pasada y preparar sin descanso el terreno teórico y político del desarrollo de la lucha y de la conciencia de clase hoy y mañana.
“En la tempestad revolucionaria, el proletario, el padre de familia prudente, preocupado por asegurar su asistencia, se transforma en “revolucionario romántico” para el que el bien supremo mismo –la vida– y menos todavía el bienestar material tienen poco valor en comparación con el ideal de la lucha. Si es pues verdad que la dirección de la huelga le corresponde al período revolucionario en el sentido de la iniciativa de su desencadenamiento y de los problemas de mantenimiento, también es cierto que en un sentido muy diferente, la dirección en las huelgas de masas le incumbe a la socialdemocracia y a sus órganos directivos. (…) La socialdemocracia está llamada, en un período revolucionario, a tomar la dirección política. La tarea más importante de “dirección” en el período de huelga de masas, consiste en dar la consigna de la lucha, orientarla, ajustar la táctica de la lucha política de manera que en cada fase, en cada instante del combate se haga realidad y se ponga en actividad la potencia total del proletariado ya comprometido y lanzado a la batalla” (30).
Durante el año 1905, muy a menudo los revolucionarios (llamados en aquella época socialdemócratas) fueron sorprendidos, adelantados, superados por el ímpetu del movimiento, su novedad, su imaginación creativa y no siempre supieron darle las consignas de las que habla Luxemburg, “en cada fase, en cada instante” e incluso cometieron errores importantes.
Sin embargo, la labor revolucionaria de fondo que llevaron a cabo antes y durante el movimiento, la agitación socialista, la participación activa en la lucha de su clase fueron factores indispensables en la Revolución de 1905; su capacidad, después, para sacar las lecciones de esos acontecimientos preparó el terreno de la victoria de 1917.
Ezechiele (5-12-04)
(1) No podemos, en el marco de estos artículos, restituir toda la riqueza de los acontecimientos, ni el conjunto de cuestiones que en ellos se plantearon. Aconsejamos a nuestros lectores la lectura de los documentos históricos. Dejaremos también de lado una serie de puntos como la discusión sobre las tareas burguesas (según los mencheviques), la naturaleza “democrático-burguesa” (según los bolcheviques) de la Revolución rusa o “la teoría de la Revolución permanente” (según Trotski) los cuales, todos más o menos, tendían todavía a encarar las tareas del proletariado en el marco nacional impuesto por el período ascendente del capitalismo. Tampoco podemos abordar la discusión en la socialdemocracia alemana sobre la huelga de masas, sobre todo entre Kautsky y Rosa Luxemburg
L. Trotski, 1905.
R. Luxemburg: Huelga de masas, Partido y Sindicatos, 1906.
Lenin: Informe sobre la Revolución de 1905, 9 (22) enero 1917.
Zubátov era un policía que había creado, en acuerdo con el gobierno, unas asociaciones obreras cuya finalidad era mantener los conflictos dentro de un marco estrictamente económico, separándolos de esta manera de todo cuestionamiento del gobierno.
(6) Lenin: “La huelga de Petersburgo”, en Huelga económica y huelga política.
(7) Lenin: Informe sobre la Revolución de 1905.
(8) L. Trotski, 1905.
(9) R. Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(10) L. Trotski,1905.
Ver nuestro artículo “Notas sobre la huelga de masas” en la Revista internacional n° 27, 4º trimestre 1981.
Ver también nuestro artículo “Revolución de 1905: enseñanzas fundamentales para le proletariado” en la Revista internacional n°43, 4º trimestre 1985.
(13) Anton Pannekoek, Los Consejos obreros (redactado en 1941-42).
(14) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
Lenin, Informe sobre la Revolución de 1905.
Ver nuestro artículo “Las condiciones históricas de la generalización de la lucha de la clase obrera” en la Revista internacional n° 26, 3er trimestre 1981.
(17) Bernstein era, en la socialdemocracia alemana, el promotor de la idea de una transición pacífica al socialismo. Su corriente es conocida con el nombre de revisionismo. Rosa Luxemburg lo combatió como expresión que era de una peligrosa desviación oportunista que afecta al partido, en su folleto Reforma social o Revolución.
(18) R. Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(19) “Marxismo y teleología”, publicado en Neue Zeit en 1905, citado en “Acción de masas y revolución” (1912).
(20) Pannekoek, “Acción de masas y revolución”, Neue Zeit, en 1912.
(21) Los anarquistas, por lo demás, no desempeñaron papel alguno en 1905. El artículo sobre la CGT en Francia, publicado en esta misma revista, subraya que 1905 no tiene ningún eco entre los anarcosindicalistas. Como lo pone claro Rosa Luxemburg, desde el principio, en su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, “el anarquismo estuvo totalmente ausente en la Revolución rusa como tendencia política seria”. “La revolución rusa, esta misma revolución que ha sido la primera experiencia histórica de la huelga general, no sólo no rehabilita el anarquismo, sino que incluso ha significado su liquidación histórica.”
(22) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(23) Véase nuestro folleto sobre Polonia 80.
(24) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(25) Lenin, Las enseñanzas de la insurrección de Moscú, 1906.
(26) Lenin, Informe sobre la Revolución de 1905.
(27) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(28) Pannekoek, “Acción de masas et Revolución”, Neue Zeit, en 1912.
(29) Lenin, Huelga económica y huelga política.
(30) Huelga de masas, partido y sindicatos.
La conmemoración del aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwtitz, con su cortejo de imágenes y testimonios que reviven los horrores bien reales del fascismo, es una nueva ocasión para que la burguesía oculte la responsabilidad del “otro campo”, el democrático, en las atrocidades de la segunda guerra mundial.
Aparecen documentos inéditos que ilustran una vez más los horrores sin nombre sufridos por los deportados, y la barbarie sin límite de sus verdugos y torturadores nazis. No es ninguna casualidad que esta ola de verdad y “autenticidad” se pare justo cuando implica al “campo democrático”. En efecto, los aliados que lo sabían todo sobre la realidad del holocausto no hicieron lo más mínimo para obstaculizar la ejecución de los macabros planes nazis. La responsabilidad de los revolucionarios es recordar esa realidad, tal y como hacemos nosotros al republicar extractos de nuestro artículo de la Revista Internacional nº 89 “La corresponsabilidad de los aliados y de los nazis en el Holocausto”.
Además, la barbarie de la que hizo gala el bando democrático en la Segunda Guerra mundial no tiene nada que envidiar a la del bando fascista, ni en cuanto al horror ni en cuanto al cinismo con el que perpetraron sus crímenes contra la humanidad como, por ejemplo en Dresde, Hamburgo o al lanzar el horror nuclear sobre un Japón ya vencido. Por eso afirmamos, junto a los compañeros de la Izquierda Comunista de Francia de la cual reproducimos a continuación un panfleto editado en Junio de 1945 “Buchenwald, Maideneck: macabra demagogia” publicado en L’Etincelle nº 6, que los responsables de la guerra no son los proletarios alemanes, americanos o ingleses –guerra que ellos no han querido- sino el capitalismo y la burguesía
El papel desempeñado por las SS, los nazis y su campo de la muerte industrial, fue el de exterminar en general a todos aquellos que se opusieron al régimen fascista y sobre todo a los militantes revolucionarios que siempre han estado a la vanguardia del combate contra la burguesía capitalista, sea cual sea su forma: autocrática, monárquica o “democrática”, cualquiera que sea su jefe: Hitler, Mussolini, Stalin, Leopoldo III, Jorge V, Víctor Manuel, Churchill, Roosevelt, Daladier o De Gaulle.
La burguesía internacional que, frente a la Revolución rusa de octubre de 1.917, usó todos los medios posibles e imaginables para aplastarla, que quebró la revolución alemana en 1919 mediante una represión de una bestialidad inaudita, que ahogó en sangre la insurrección proletaria de China; que financió en Italia la propaganda fascista y después, en Alemania, puso en el poder a Hitler para ser el gendarme de Europa; esa misma burguesía se gasta hoy millones para “financiar la exposición de los crímenes hitlerianos”, la filmación y la presentación al público de filmes sobre las “atrocidades alemanas”, mientras las víctimas de esas atrocidades siguen muriendo a veces sin cuidados y los supervivientes no tienen ningún medio de vida.
Esa misma burguesía es la que por un lado pagó el rearme de Alemania y, por otro, engañó al proletariado arrastrándolo a la guerra con la ideología antifascista; fue ella la de que esa manera, tras haber favorecido la llegada al poder de Hitler, se sirvió hasta el final de él para aplastar al proletariado alemán y arrastrarlo a la guerra más sangrienta, a la carnicería más abominable que imaginarse pueda.
Es esa misma burguesía la que manda representantes con coronas de flores a inclinarse hipócritamente ante las tumbas de los muertos que ella misma ha provocado, porque es incapaz de dirigir la sociedad, porque la guerra es su única forma de vida.
¡ES A ELLA A QUIEN ACUSAMOS!
Es a ella a quien acusamos, pues los millones de muertos por ella asesinados no son más que el suma y sigue de una lista interminable de mártires de la “civilización”, de la sociedad capitalista en descomposición.
Los responsables de los crímenes hitlerianos no son los alemanes, quienes, los primeros , en 1.934, pagaron con 450.000 vidas humanas la represión burguesa hitleriana y que siguieron soportando esa despiadada represión cuando, al mismo tiempo, empezó a ejercerse en el extranjero. Como tampoco los franceses, ni los ingleses, ni los americanos, ni los rusos, ni los chinos son responsables de los horrores de la guerra que ellos no han querido pero que sus burguesías respectivas les han impuesto.
En cambio, los millones de hombres, de mujeres asesinados en los campos de concentración nazis, salvajemente torturados y cuyos cuerpos se pudren por doquier, aquellos que han sido aplastados durante esta guerra en el combate, aquellos que han sido sorprendidos en medio de un bombardeo “liberador”, los millones de cadáveres mutilados, amputados, destrozados, desfigurados, pudriéndose bajo tierra o al sol, los millones de cuerpos de soldados, mujeres, ancianos, niños... todos esos millones de muertos claman venganza. No claman venganza contra el pueblo alemán, el cual sigue sufriendo, sino contra esa infame burguesía, hipócrita y sin escrúpulos, la cual no ha pagado sino que se ha aprovechado y sigue burlándose, como un cerdo cebado, de los esclavos hambrientos.
La única postura para el proletariado no es la de seguir los llamamientos demagógicos que tienden a continuar y acentuar el chovinismo a través de los comités antifascistas, sino la lucha directa de clase por la defensa de sus intereses, de su derecho a la vida, lucha de cada día, de cada instante hasta la destrucción del monstruoso régimen, del capitalismo.
LLa campaña ideológica actual que intenta asimilar las posiciones políticas de la Izquierda comunista frente a la IIª Guerra Mundial con el llamado negacionismo (negación del exterminio de los judíos por los nazis) tiene dos objetivos. Uno de éstos es manchar y desprestigiar ante la clase obrera a la única corriente política, la Izquierda comunista, que se negó a ceder a la unión sagrada ante la IIª Guerra Mundial. En efecto, la Izquierda comunista fue la única que denunció la guerra –como lo hicieron anteriormente Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo con la Iª Guerra mundial- como una guerra interimperialista de la misma naturaleza que la de 1914-18 y que demostró que la pretendida especificidad de la IIª, según la cual ésta habría sido consecuencia de la lucha entre dos sistemas, la democracia y el fascismo, no fue más que una vulgar mentira con la que alistar a los proletarios en una carnicería sin límites. El otro objetivo se inscribe en la ofensiva ideológica que pretende hacer creer a los proletarios que la democracia burguesa sería, a pesar de sus imperfecciones, el único sistema posible, y que, por lo tanto, deberán movilizarse para defenderlo. Ese es el mensaje que se les propone mediante todas esas campañas ideológicas político-mediáticas que van desde la operación “manos limpias” en Italia hasta el “caso Dutroux” en Bélgica, pasando por la matraca anti-Le Pen en Francia. En esta ofensiva, la función adjudicada a la denuncia del negacionismo es la de presentar al fascismo como el “mal absoluto”, disculpando así al capitalismo como un todo de su responsabilidad en el holocausto.
Una vez más, queremos aquí dejar bien claro que la Izquierda Comunista no tiene nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con esa caterva “negacionista” que reúne a la extrema derecha tradicional y a la “ultra-izquierda”-concepto totalmente ajeno a la Izquierda comunista-. Para nosotros no se trata ni mucho menos de negar la espantosa realidad de los campos nazis de exterminio. Ya lo decíamos en el número anterior de esta Revista: “pretender relativizar la barbarie del régimen nazi incluso para denunciar la mistificación anti-fascista significa, a fin de cuentas, relativizar la barbarie del sistema capitalista decadente, de la que ese régimen es una de las expresiones”. Por eso, la denuncia del antifascismo como instrumento del alistamiento del proletariado en la peor de las carnicerías ínter-imperialistas de la historia y como medio de disimular a quién es el verdadero responsable de todos esos horrores, o sea, al capitalismo como un todo, no ha significado nunca la menor complacencia en la denuncia del campo fascista, cuyas primeras víctimas fueron los militantes proletarios. En la esencia del internacionalismo proletario, del que la Izquierda comunista ha sido siempre una defensora intransigente –en recta continuidad con la verdadera tradición marxista y por lo tanto enfrentada a todos aquellos que la traicionaron, entre ellos los trotskistas-, ha estado siempre denunciar a todos los campos enfrentados, denunciar que todos son igualmente responsables de los horrores y del indecible sufrimiento que todas las guerras interimperialistas causan a la humanidad.
Ya hemos mostrado en números anteriores de esta Revista cómo la barbarie del “campo democrático” durante la II Guerra Mundial no tuvo nada que envidiar a la del “campo fascista”, en el horror y en el cinismo con el que fueron perpetrados horrendos crímenes contra la humanidad, como fueron por ejemplo los bombardeos de Dresde y de Hamburgo o el fuego nuclear abatido sobre el ya vencido Japón. En este artículo nos ocuparemos de demostrar la complicidad de los Aliados, que guardaron cuidadoso silencio, hasta el final de la guerra, con los genocidios que estaba perpetrando el régimen nazi, estando como estaban perfectamente al corriente de la existencia de los campos de concentración y para qué se utilizaban.
Antes de demostrar la complicidad aliada con los crímenes perpetrados por los nazis en los campos de exterminio, debe recordarse que la subida al poder del fascismo –presentado siempre, desde la derecha clásica hasta la izquierda y extrema izquierda del capital, o como un monstruoso accidente de la historia o como una aberración surgida del cerebro enfermo de un Hitler o un Mussolini- es, al contrario, la consecuencia orgánica del capitalismo en su fase de decadencia, de la derrota sufrida por el proletariado tras la ola revolucionaria que acabó con la Iª Guerra Mundial.
La posición que defiende que la clase dominante no sabía cuáles eran los verdaderos proyectos del partido nazi, o la que de cierta manera ésta se habría dejado engañar, no se aguantan de pie. El partido nazi hunde sus raíces en dos factores determinantes para la historia de los años treinta: por un lado, el aplastamiento de la revolución alemana, que abre la puerta al triunfo de la contrarrevolución a escala mundial; por otro, la derrota del imperialismo alemán tras la Iª carnicería mundial. Desde el principio el objetivo del naciente partido nazi fue, apoyándose en la sangría infligida a la clase obrera de Alemania por el Partido Social Demócrata (SPD) de Noske y Scheidemann, rematar el aplastamiento del proletariado para así reconstituir las fuerzas bélicas del imperialismo alemán. Estos objetivos eran compartidos por el conjunto de la burguesía alemana, por encima de ciertas divergencias reales tanto en lo que se refiere a los medios a emplear como en lo concerniente al momento más oportuno para usarlos. Las SA, milicias de asalto en las que se apoyó Hitler en su marcha hacia el poder, fueron las herederas directas de los cuerpos francos que habían asesinado a Rosa Luxemburg, a Karl Liebnecht y a miles de comunistas y militantes obreros. La mayoría de los dirigentes de las SA habían iniciado su carrera de carniceros en esos mismos cuerpos francos que constituían la “guardia blanca” utilizada por el SPD para ahogar en sangre la Revolución, con el apoyo de las tan democráticas potencias victoriosas; las cuales, a la vez que desarmaban al ejército alemán, ponían sumo cuidado en dejar que las milicias contrarrevolucionarias dispusiesen del suficiente armamento para llevar a cabo sus sucias labores.
El fascismo no pudo arraigarse y prosperar sino gracias a la derrota física infligida al proletariado por la izquierda de capital, única capaz de frenar primero y vencer después la ola revolucionaria que se extendió por Alemania desde 1918 hasta1919. Así de perfectamente claro lo tuvo el Estado Mayor de los ejércitos alemanes al dar carta blanca al SPD para que éste pudiera dar en enero de 1919 el golpe decisivo al movimiento revolucionario que se estaba desarrollando. Y si Hitler no fue apoyado en su intentona de golpe en München en 1925, fue porque el ascenso del fascismo era considerado prematuro todavía por los sectores más lúcidos de la clase dominante. Había que rematar primero la derrota del proletariado, utilizando hasta el final la mistificación democrática mediante la República de Weimar; la cual, aunque presidida por el Junker Hindemburg, se beneficiaba de un disfraz radical gracias a la participación regular en sus sucesivos gobiernos de ministros procedentes del llamado partido “socialista”.
Pero en cuanto la amenaza proletaria quedó definitivamente conjurada, la clase dominante, en su forma –insistamos en ello- más clásica, por medio de las joyas del capitalismo alemán, o sea los Krupps, los Thyssen, AG Farben etc., no cejará en su apoyo total al partido nazi y a su victoriosa marcha hacia el poder. Y es entonces cuando la voluntad de Hitler de reunir todas las fuerzas necesarias para la restauración de la potencia militar del imperialismo alemán se corresponden exactamente con las necesidades del capitalismo alemán. Éste, vencido y expoliado por sus rivales imperialistas tras la Iª Guerra Mundial, no puede, so pena de muerte, sino intentar reconquistar el terreno perdido metiéndose en una nueva guerra.
Lejos de ser la consecuencia de una pretendida agresividad germánica, agresividad congénita que por fin habría encontrado en el fascismo el medio de darse rienda suelta, esa voluntad no es otra que la estricta expresión de las duras leyes del imperialismo en la decadencia del sistema capitalista como un todo; leyes que, frente a un mercado mundial totalmente repartido, no dejan otra solución a las potencias imperialistas, perjudicadas en el reparto del “pastel imperialista”, que la de intentar, mediante una nueva guerra, llevarse una porción mayor. La derrota física del proletariado alemán, por un lado, y el estatuto de potencia imperialista expoliada que le tocó a Alemania tras su derrota en 1918, por otro; hicieron del fascismo, contrariamente a los países vencedores en donde la clase obrera no había sido físicamente aplastada, el medio más adecuado del capitalismo alemán para prepararse para una segunda carnicería imperialista. El fascismo, como forma brutal de un capitalismo de Estado que se estaba fortaleciendo por todas partes, incluso en los países llamados democráticos, era el instrumento de concentración y centralización de todo el capital nacional en manos del Estado frente a la crisis económica, para orientar la economía hacia la preparación de la guerra. Hitler llegó pues al poder de la manera más “democrática”, o sea con el apoyo total de la burguesía alemana. En efecto, una vez que la amenaza proletaria quedó definitivamente descartada, la clase dominante ya no tenía que preocuparse por mantener el arsenal democrático siguiendo así el mismo proceso ya instaurado en Italia.
“Si, quizás…”, nos dirán algunos, “pero ¿Acaso no hacéis abstracción de uno de los rasgos que distinguen al fascismo de las demás fracciones de la burguesía; o sea, de su antisemitismo visceral, siendo ésta la característica principal que provocó el holocausto?”. Esa es la idea que defienden en particular los trotskistas. Estos, de hecho, sólo reconocen formalmente la responsabilidad del capitalismo y de la burguesía en general en la génesis del fascismo, por lo que añaden a renglón seguido que el fascismo es, pese a todo, mucho peor que la democracia burguesa, como lo demostraría el holocausto, y que, por lo tanto, ante la ideología del genocidio no cabe la menor vacilación: hay que escoger campo, o el de la democracia o el de los aliados. Fue ese argumento, unido al de la defensa de la URSS, el que le sirvió para justificar su traición al internacionalismo proletario y su paso al campo de la burguesía durante la IIª Guerra Mundial. Es pues de lo más lógico encontrar hoy en Francia a la Liga Comunista Revolucionaria y a su líder A. Krivine, con el apoyo discreto pero real de Lutte Ouvrière, a la cabeza de la cruzada antifascista y “antinegacionista” defendiendo la visión del fascismo como ese “mal absoluto” que lo hace cualitativamente diferente a todas las demás expresiones de la barbarie capitalista, y contra el que la clase obrera debería ponerse en la vanguardia del combate y por la defensa, se podría decir, de la revitalización de la democracia.
Que la extrema derecha y el nazismo sean en esencia profundamente racistas nunca ha sido cuestionado por la Izquierda comunista. Tampoco lo ha sido la espantosa realidad de los campos de la muerte. Pero la verdadera cuestión es otra. Se trata de saber si ese racismo y la abominable designación de los judíos como chivo expiatorio de todos los males es expresión de la naturaleza particular del fascismo, producto maléfico de cerebros enfermos; o por el contrario, consecuencia siniestra del modo de producción capitalista enfrentado a la crisis histórica de su sistema, transformación monstruosa pero natural de la ideología nacionalista defendida y propagada por todas las fracciones de la burguesía. El racismo es una característica de la sociedad dividida en clases y no un atributo eterno de la naturaleza humana. Si la entrada en decadencia del capitalismo ha agudizado el racismo hasta grados nunca antes alcanzados, si el siglo XX es el siglo en el que los genocidios ya no son la excepción sino la regla, no es debido a no se sabe qué perversión de la naturaleza humana. Es el resultado del hecho de que frente a la guerra, ahora permanente, que cada Estado debe llevar a cabo en el marco de un mercado mundial sobresaturado y repartido hasta el más recóndito islote, la burguesía, para poder justificar y soportar esa guerra permanente está obligada en todos los países a reforzar el nacionalismo por todos los medios. ¡Qué ambiente más propicio, en efecto, para el incremento del racismo que aquel que tan certeramente describió Rosa Luxemburgo en el folleto en el que denuncia la Iª carnicería mundial: “(…) toda la población de una ciudad convertida en populacho, dispuesta a denunciar a cualquiera, a ultrajar a las mujeres, gritando ¡hurra!, y a llegar hasta el paroxismo del delirio propagando absurdos rumores; un clima de crimen ritual, la atmósfera de pogromo en donde el único representante de la dignidad humana era el agente de policía en una revuelta de la calle.” Y prosigue así: “Enlodada, deshonrada, embarrada en sangre, ávida de riquezas: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella” (R. L.: “La crisis de la socialdemocracia”).
Podrían retomarse exactamente los mismos términos para describir las múltiples escenas de horror en la Alemania de los años 30: saqueos de almacenes de judíos, linchamientos, niños separados de sus padres,…O evocar también la misma atmósfera de pogromo que reinaba en Francia en 1945, cuando el diario l’Humanité de los estalinistas vomitaba en la primera página aquella ignominia de “¡Cada uno a por su boche (a los alemanes se les llamaba despectivamente así, boches!). No, el racismo no es especialidad exclusiva del fascismo, como tampoco lo es su forma antisemita. Patton, el célebre general de los “democráticos” Estados Unidos, no dudaba en declarar que “los judíos son peor que los animales” mientras el otro “gran liberador”, Stalin, organizaba sus propios pogromos contra los judíos, los gitanos, los chechenios, etc. El racismo es producto de la naturaleza básicamente nacionalista de la burguesía, sea cual sea la forma de su dominación, totalitaria o “democrática”, nacionalismo puesto al rojo vivo por la decadencia de su sistema.
Si el nazismo, con el asentimiento de la clase dominante, pudo utilizar el racismo siempre latente en la pequeña burguesía, para hacer de él y del antisemitismo la ideología del régimen, fue debido a que la única fuerza capaz de oponerse al nacionalismo, el proletariado, había sido derrotada tanto física como ideológicamente. Una vez más, por muy irracional y monstruoso que sea el antisemitismo oficial, profesado y después puesto en práctica por el régimen nazi, no se puede explicar únicamente por la locura o la perversión de los dirigentes nazis. Como lo subraya con toda justicia el folleto publicado por el Partido Comunista Internacionalista titulado “Auschwitz o la gran excusa”, el exterminio de judíos “se produjo no en un momento cualquiera sino en plena crisis y guerra imperialistas. Y dentro de esa gigantesca empresa de destrucción hay que explicarlo. El problema se encuentra, por eso mismo esclarecido; ya no hay que explicar el “nihilismo destructor” de los nazis, sino por qué la destrucción se concentró en parte contra los judíos”. Y para explicar por qué la población judía, aunque no fuera la única, fue señalada primero para la vindicta pública y después exterminada en masa por el nazismo, hay que tener en cuenta dos factores: las necesidades del esfuerzo de guerra alemán y el papel desempeñado en ese periodo siniestro por la pequeña burguesía. Esta última se vio reducida a la ruina por la violencia de la crisis económica en Alemania, cayendo progresivamente en una situación de lumpenización. Así, desesperada, en ausencia de un proletariado que pudiera desempeñar un papel de antídoto, dio rienda suelta a todos los prejuicios reaccionarios típicos de una clase sin porvenir alguno, enfangándose en el racismo y el antisemitismo propagados por las formaciones fascistas. Éstas señalaron con el dedo al judío, imagen por excelencia del apátrida “chupasangres”, como chivo expiatorio de la miseria a la que se veía reducida esa clase insegura y sin futuro y así ganársela para sus intereses.
Lo esencial de las primeras fuerzas de choque del fascismo procedía efectivamente de una pequeña burguesía en proceso de descomposición. Esa designación de los judíos como enemigos por excelencia, tendrá también la función de permitir al capitalismo alemán reunir fondos a partir de la confiscación de los bienes de éstos para el rearme de su imperialismo. Al principio tuvo que hacerlo sin llamar la atención de quienes la vencieron en la Iª Guerra Mundial. Los campos de concentración nacieron también con el mismo objetivo: abastecer con mano de obra gratuita a toda la burguesía, plenamente dedicada a la preparación de la guerra.
Mientras que desde 1945 hasta hoy la burguesía no ha cesado de exhibir, casi obscenamente, los montones de esqueletos encontrados en los campos de exterminio nazis y lo cuerpos esqueléticos de los supervivientes de aquel infierno, fue en cambio muy discreta sobre esos mismos campos durante la guerra misma; hasta el punto de que ese tema estuvo ausente de la propaganda guerrera del “campo democrático”. Eso de que los aliados sólo se habrían enterado de lo que ocurría en Dachau, Auschwitz, Treblinka, cuando la liberación de los campos en 1945, es una patraña que nos cuenta con regularidad la burguesía pero que no resiste al menor estudio histórico.
Los servicios de información ya existían entonces y eran muy activos y eficaces, como lo demuestran ciertos episodios de la guerra en los que desempeñaron un papel determinante. La existencia de los campos de la muerte no se libraba de su investigación. Esto está confirmado por una serie de trabajos de historiadores sobre la IIª Guerra Mundial. Así, el diario francés Le Monde, muy activo por otra parte en la campaña antinegacionista, escribía en su edición del 27 de septiembre de 1996: “Una matanza (la perpetrada en los campos) de la que un informe del partido socialdemócrata judío, el Bund polaco, había revelado, ya en la primavera de 1942, la amplitud y el carácter sistemático, fue oficialmente confirmada a los dirigentes norteamericanos por el famoso telegrama del 8 de agosto de 1942 emitido por G. Riegner, representante del Congreso Judío Mundial en Ginebra, basándose en informaciones dadas por un industrial alemán de Leipzig llamado Eduard Scholte. En esta época, como se sabe, una gran parte de los judíos europeos que serían más tarde aniquilados estaba todavía viva”.
Los gobiernos aliados por canales múltiples, estaban completamente al corriente de los genocidios desde 1942, y sin embargo los dirigentes del “campo democrático”, los Roosevelt, Churchill y demás, hicieron todo para que esas revelaciones, indiscutibles, no tuvieran la menor publicidad, dando consignas estrictas a la prensa de entonces para que mantuviesen la mayor reserva y discreción al respecto. De hecho no hicieron el menor esfuerzo por intentar salvar la vida de esos millones de seres condenados a muerte. Esto lo confirma ese mismo artículo citado: “(…) el americano D. Wyman demostró a mediados de los años 80 en su libro “Abandono de los judíos” (Editorial Calmann-Levy), que varios cientos de miles de vidas podrían haberse salvado sin la apatía, cuando no la obstrucción de ciertos organismos de la administración estadounidense (como el Departamento de Estado) y de los aliados en general”.
Esos extractos del burgués y tan democrático diario Le Monde no hacen sino confirmar lo que siempre ha afirmado la Izquierda comunista, especialmente el folleto de Amadeo Bordita y el PCInt “Auschwitz o la gran excusa”, el cual se ve hoy designado mediante mentiras infames, a la vindicta pública porque, según pretenden, habría sido el origen de las tesis negacionistas sobre la inexistencia de los campos de la muerte. Ese silencio de la coalición adversaria de la Alemania hitleriana demuestra lo que valen las virtuosas y ruidosas proclamaciones de indignación ante el horror del holocausto que vociferan todos esos campeones de la “defensa de los derechos humanos”.
¿Se explicaría ese silencio por el antisemitismo latente de ciertos dirigentes del campo Aliado, como así lo han afirmado historiadores israelíes después de la guerra? Es cierto que el antisemitismo no es una especialidad de los regímenes fascistas: recuérdese la declaración, citada anteriormente, del general Patton. También podría denunciarse el bien conocido antisemitismo de Stalin. Pero no es esa la verdadera explicación del silencio de los Aliados, entre cuyos dirigentes también había judíos o próximos a organizaciones judías como Roosevelt. También aquí el origen de esa notable discreción está en las leyes que rigen el sistema capitalista, sean cuales sean los ropajes, democráticos o totalitarios, con los que se viste su dominación. Como en el campo adversario, todos los recursos del campo Aliado se movilizaron al servicio de la guerra. Ninguna boca inútil, todo el mundo debe estar ocupado ya sea en el frente, ya sea en la producción de armamento. La llegada en masa de poblaciones procedentes de los campos, de niños y de ancianos que no podían ser llevados al frente o a la fábrica, de hombres y mujeres enfermos que no podían ser integrados inmediatamente en el esfuerzo de guerra habría desorganizado dicho esfuerzo. Por lo tanto se cierran las fronteras y se impide por todos los medios tal emigración. A. Eden decidió en 1943, es decir en un periodo en el que la burguesía anglosajona estaba perfectamente al corriente de la existencia de los campos, a petición de Churchill que “ningún navío de las Naciones Unidas fuera habilitado para efectuar transferencias de refugiados en Europa”. Mientras Roosevelt añadía que “transportar a tanta gente desorganizaría el esfuerzo de guerra” (W. Churchill: “Memorias”; t. X). Estas son las sórdidas razones que llevaron a esos “antifascistas” y “demócratas” a mantener el más absoluto silencio sobre lo que ocurría en Dachau, Buchenwald y otros lugares de siniestra memoria. Las consideraciones humanitarias que pretendidamente serían las inspiradoras del campo antifascista no contaban para nada ante las exigencias del esfuerzo de guerra.
Los Aliados no se limitaron a mantener riguroso silencio durante toda la Guerra acerca de los genocidios cometidos en los campos. Fueron todavía más lejos en la abyección y en el increíble cinismo que caracterizan a la clase dominante en su conjunto. No sólo no vacilaron un instante en arrojar un diluvio de bombas sobre las ciudades alemanas, se negaron además a intentar la menor operación militar de intervención en los campos. Así, cuando a principios de 1944 podían haber bombardeado las vías férreas que conducían a Auschwitz sin mayores problemas, pues el objetivo estaba al alcance de la aviación aliada y dos personas evadidas del campo habían descrito con detalle el funcionamiento y la topografía del terreno, no hicieron lo más mínimo.
Cuando “dirigentes judíos húngaros y eslovacos suplican a los Aliados que pasen a la acción, en un momento en que ya han empezado las deportaciones de judíos de Hungría, designando incluso un objetivo: el cruce ferroviario de Kosice-Presov. Es cierto que los alemanes podían reparar las vías rápidamente. Sin embargo este argumento no sirve para la destrucción de los crematorios de Birkenau, lo cual habría desorganizado sin lugar a dudas la máquina exterminadora. No se hará nada. En definitiva, es difícil no reconocer que ni lo mínimo se intentó, pues todo quedó enterrado en la mala voluntad de los Estados Mayores y de los diplomáticos” (Le Monde, 27/09/96).
Pero, contrariamente a lo que lamenta ese diario, no fue simplemente por la “mala voluntad burocrática” por lo que “el campo demócrata” fue cómplice del holocausto. Esta complicidad fue perfectamente consciente. Los campos de deportación fueron al principio esencialmente campos de trabajo en los que la burguesía alemana podía explotar a menor coste una mano de obra esclavizada, sometida hasta el agotamiento y enteramente dedicada a las exigencias del esfuerzo de guerra. Aunque ya habían existido campos de exterminio, hasta 1942 fueron más la excepción que la regla. Pero a partir de los primeros reveses militares serios sufridos por el imperialismo alemán sobre todo frente a la apabullante apisonadora estadounidense, al no poder alimentar a la población y a las tropas alemanas, el régimen nazi decidió liquidar a la población excedentaria encerrada en los campos. Desde entonces, los hornos crematorios se extendieron por todas partes y cumplieron su siniestra labor. El innombrable horror de los dientes, las uñas y el pelo de las personas gaseadas, cuidadosamente recuperados por sus verdugos para alimentar la máquina de guerra alemana, eran los actos de un imperialismo acorralado, retrocediendo en todos los frentes, llevando hasta el final la profunda irracionalidad de la guerra imperialista, devorando su cupo de carne humana cada vez más gigantesco para defender sus intereses mortalmente amenazados por sus rivales en el saqueo imperialista. El holocausto fue perpetrado por el régimen nazi y sus esbirros sin la menor vacilación, pero poco beneficio podía sacar de él un capitalismo alemán que estaba metido, como hemos visto, en una carrera desesperada por reunir los medios necesarios para una resistencia eficaz ante el avance imparable de los Aliados. Y en ese contexto fueron intentadas varias acciones, en general directamente organizadas por las SS, para quitarse de en medio, con beneficios, a cientos de miles cuando no millones de prisioneros, vendiéndolos o intercambiándolos con los Aliados.
El episodio más conocido de esa abominable y siniestra venta fue la intentada ante Joel Brand dirigente de una organización semiclandestina de judíos húngaros. Brand, como lo ha contado A. Weissberg en su libro “La historia de J. Brand” y recogido también en el folleto “Auschwitz o la gran excusa”, fue convocado en Budapest para entrevistarse con el jefe de las SS encargado de la cuestión judía, A. Eichmann. Éste le encargó que negociara con los gobiernos angloamericanos la liberación de un millón de judíos a cambio de diez mil camiones, precisando que podían ser menos y estar dispuesto a aceptar otro tipo de mercancías. Las SS, para dar prueba de la seriedad de su oferta, declararon que estaban dispuestos a liberar a cien mil judíos en cuanto Brand obtuviera un acuerdo de principio, sin haber obtenido nada a cambio. Durante su viaje J. Brand conoció las cárceles inglesas de Oriente Medio y, tras múltiples dificultades que no tuvieron nada de casuales sino que fueron debidas a la acción de los gobiernos Aliados para evitar una entrevista oficial con semejante “aguafiestas”, pudo al fin discutir la propuesta con Lord Moyne, responsable del gobierno británico en Oriente Medio. La negativa tajante de éste a la propuesta de Eichmann no fue ni personal, pues no hacía sino aplicar las consignas del gobierno inglés, ni menos todavía un rechazo moral a un odioso chantaje.
Ninguna duda es posible cuando se lee la reseña que de esta discusión hizo Brand: “Le suplica (Brand) que al menos dé un acuerdo escrito, aunque no lo cumpla al menos se salvarán cien mil vidas. Moyne le pregunta entonces cual sería la cantidad total. Eichmann habló de un millón. ¿Cómo puede usted imaginarse semejante cosa Mr. Brand? ¿Qué haría yo con un millón de judíos? ¿Dónde los metería? ¿Quién los acogería? Si en la tierra ya no hay sitio para nosotros, lo único que nos queda es dejarnos exterminar, dijo Brand desesperado”. Como lo subraya muy justamente “Auschwitz o la gran excusa” a propósito de ese “glorioso” episodio de la IIª carnicería mundial, “desgraciadamente, si bien existía la oferta, no había en cambio demanda. ¡No sólo los judíos, incluso los mismos SS se habían dejado engañar por la propaganda humanitaria de los Aliados! ¡Los aliados no querían para nada ese millón de judíos! Ni por diez mil camiones, ni por cinco mil, ni por nada”.
Cierta biografía reciente intenta demostrar que esa negativa se debió ante todo al veto de Stalin a ese intercambio. Esa no es sino una tentativa más por ocultar y atenuar la responsabilidad de las “grandes democracias” y su complicidad directa en el holocausto, lo que pone de relieve lo ocurrido al crédulo Brand, y eso aun cuando nadie puede poner en entredicho su veracidad. Baste con decir que durante toda la guerra ni Roosevelt ni Churchill se dejaron dictar su conducta por Stalin, y que en este punto preciso, como lo demuestran las declaraciones citadas arriba, aquellos dos estaban en la misma longitud de onda que el “padrecito de los pueblos”, pues en la dirección de la guerra aquellos no tenían nada que envidiarle en cinismo y en brutalidad a tal padrecito. El superdemócrata Roosevelt opondrá, por su parte, la misma negativa a otros intentos por parte de los nazis, especialmente cuando a finales de 1944 intentaron venderle judíos a la Organización de Judíos Americanos, transfiriendo, en prueba de su buena voluntad, unos dos mil judíos a Suiza, como lo cuenta en detalle Y. Bauer en un libro titulado “Juifs a vendre” (“Judíos en venta”; Ediciones Liana Levi).
Todo eso no se debió ni a errores ni a unos dirigentes que se habrían vuelto “insensibles” a causa de los terribles sacrificios que exigía la guerra contra la feroz dictadura fascista, explicación más corrientemente difundida por la burguesía para justificar la dureza de Churchill, por ejemplo, y otros episodios poco gloriosos de 1939-45. El antifascismo no ha expresado nunca un antagonismo real entre, de un lado, un campo que habría defendido la democracia y sus valores y de otro, un campo totalitario. No fue, desde el principio, sino una trampa tendida a los proletarios para justificar la guerra que se anunciaba ocultando su carácter clásicamente interimperialista y el objetivo de un nuevo reparto del mundo entre los grandes tiburones. Una guerra que anunció la Internacional Comunista desde la misma firma del tratado de Versalles, anuncio que el antifascismo insistió en querer borrar de la memoria obrera, con lo que acabó alistándolo finalmente en la carnicería más gigantesca de la historia. Si había que guardar silencio y cerrar cuidadosamente las fronteras a todos los que intentaban escapar del infierno nazi para “no desorganizar el esfuerzo de guerra”, después de la guerra todo iba a cambiar. La inmensa publicidad hecha repentinamente a partir de 1945 sobre los campos de la muerte iba a ser una buena oportunidad para la burguesía. Enfocar todos los proyectores sobre la realidad monstruosa de los campos de la muerte iba a permitir a los aliados ocultar los innumerables crímenes que ellos también habían cometido. La propaganda ensordecedora permitía también encadenar sólidamente al carro de la democracia a una clase obrera que podría oponer resistencia ante los sacrificios y la miseria que iba a seguir sufriendo después de la “Liberación”. Todos los partidos burgueses, desde la derecha hasta los estalinista, presentaban la “democracia” como un valor común a burgueses y obreros, valor que había que defender sin rechistar para evitar en el futuro nuevos holocaustos. Atacando a la Izquierda comunista hoy, la burguesía, fiel defensora de Goebbels, pone en práctica el célebre consejo de este dirigente hitleriano de que una mentira cuanto más gruesa mejor podría ser tragada. E intenta presentar a la Izquierda comunista como antepasada del “negacionismo”.
La clase obrera debe rechazar semejante calumnia y recordar quiénes fueron los que despreciaron el terrible sino de los deportados en los campos de la muerte, quiénes utilizaron cínicamente a aquellos pobres deportados en sus campañas sobre la superioridad intangible de la democracia burguesa, justificando así el sistema de explotación y de muerte que es el capitalismo. Hoy, frente a los esfuerzos de la clase dominante para reavivar el engaño democrático, utilizando el antifascismo, la clase obrera debe acordarse de lo que ocurrió durante los años 1930-1940, cuando se dejó engañar por ese mismo antifascismo, acabando por servir de carne de cañón en nombre de “la defensa de la democracia”.
En la primera parte de este artículo (véase Revista internacional nº 119), hemos recordado que para el marxismo y contrariamente a la visión desarrollada por Battaglia comunista (1), la decadencia del capitalismo no es una eterna repetición de sus contradicciones a una escala crecientegún automatismo o fatalismo en la sucesión de los modos de producción que permitiría pensar que el capitalismo, acosado por contradicciones cada vez más insuperables, se retiraría por sí solo de la escena de la historia.
En la primera parte de este artículo (véase Revista internacional nº 119), hemos recordado que para el marxismo y contrariamente a la visión desarrollada por Battaglia comunista (1), la decadencia del capitalismo no es una eterna repetición de sus contradicciones a una escala crecientegún automatismo o fatalismo en la sucesión de los modos de producción que permitiría pensar que el capitalismo, acosado por contradicciones cada vez más insuperables, se retiraría por sí solo de la escena de la historia.
Así, tras haber puesto en entredicho el concepto marxista de decadencia (fatalismo), tras haber afirmado tajantemente que no existiría definición coherente de la decadencia y que por ello este concepto no tendría el menor valor, tras haber rechazado el método marxista para volverlo a definir, vemos ahora a Battaglia rechazar las manifestaciones esenciales que lo caracterizan. En esta segunda parte de nuestro art sino que plantea la cuestión de su supervivencia como modo de producción, según los propios términos utilizados por Marx y Engels. Al rechazar el concepto de decadencia tal como fue definido por los fundadores del marxismo y asumido por las organizaciones del movimiento obrero, Battaglia da la espalda a la comprensión del materialismo histórico que nos enseña que las condiciones de superación de los modos de producción supone que éstos han entrado en una fase de “senilidad” (Marx) “en que sus relaciones de producción ya caducas son un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas” (Marx), no existe el menor “fatalismo” intrínseco en la idea de “autodestrucción”, como lo pretende Battaglia, puesto que si la decadencia de un modo de producción es la condición indispensable para “una transformación de la sociedad entera” (Marx, Manifiesto comunista), es la lucha de clases la que, en última instancia, zanja las contradicciones socioeconómicas y si no lo logra, si ocurre un bloqueo de las relaciones de fuerza entre las clases, la sociedad se hunde entonces en una fase de descomposición, en “la ruina de ambas clases en lucha”, como dice Marx al empezar el Manifiesto comunista. No existe pues ninículo, vamos a:
Cuando las discusiones en torno a la adopción de su plataforma política en su primera Conferencia nacional en 1945, el Comité central del “Partido” reconstituido encargó a uno de sus miembros –Stefanini senior, conocido militante de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1828-45)– que presentara un informe político sobre la cuestión sindical. En él, se “reafirma su concepción de que el sindicato en la fase de decadencia del capitalismo está necesariamente vinculado al Estado burgués” (actas de la Primera conferencia internacional del PCInt). Este Informe, presentado el tercer día del Congreso, estaba en contradicción con la plataforma discutida y votada el día anterior (2). Por añadidura, varios militantes apoyaron durante la discusión la posición desarrollada por Stefanini en nombre del Comité central cuando éste, al final de la discusión, llamó sin embargo al Congreso a reafirmar la posición expresada en la Plataforma (3) y consideró que se debía presentar y hacer votar una moción al terminar el Congreso que llamaba a “la reconstrucción de la CGL” y a “la conquista de los órganos dirigentes del sindicato” (ídem, “Moción del Comité central sobre la cuestión sindical”).
Además, a pesar de su reivindicación explícita de continuidad política y organizativa con la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45) (4) y a pesar de la presencia de miembros de dicha Fracción en la dirección del “Partido” reconstituido, la Plataforma votada en el Congreso de fundación ni siquiera evoca lo que eran los cimientos y la coherencia política de las posiciones de la Fracción, a saber el análisis de la decadencia del capitalismo. El “Partido” nombró además un Buró internacional para coordinar los grupos surgidos de su extensión organizativa en el extranjero, grupos que por su parte –¡exigencias de la cacofonía!– siguen defendiendo en sus publicaciones... ¡el análisis de la decadencia del capitalismo (5)! Ya podemos ver que con semejantes métodos de agrupamiento ya en su fundación, una verdadera heterogeneidad programática era lo que predominaba en casi todas las cuestiones políticas abordadas. Las Actas de ese Congreso son edificantes en cuanto a la confusión política reinante (6).
Con semejantes confusiones en sus bases políticas no es de extrañar si la noción de decadencia, como el monstruo del Lochness, reaparece en tal o cual ocasión, particularmente en la Conferencia sindical del PCInt de 1947, en la que se afirma, en contradicción con la Plataforma adoptada en 1945, que
“En la fase actual de decadencia de la sociedad capitalista, el sindicato está llamado a convertirse en instrumento esencial de la política de conservación y, por consiguiente, a asumir unas determinadas funciones de los organismos de Estado” (7).
Ese cóctel explosivo en la misma fundación del PCInt no resistirá a la prueba del tiempo y acabará escindiéndose en dos partes en 1952, una en torno a Bordiga (Programa comunista) y la otra en torno a Damen (Battaglia comunista), la cual se reivindica de forma más explícita de las aportaciones políticas de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45) (8). Fue en aquél momento cuando Bordiga desarrolló algunas consideraciones críticas sobre la decadencia (9). Sin embargo, a pesar de la reapropiación de ciertas posiciones de la Fracción, el análisis de la decadencia seguirá sin formar parte de la nueva plataforma de Battaglia tras la escisión de 1952.
Algún tiempo más tarde, en su esfuerzo de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias y de discusión con nuestra organización, Battaglia adoptará finalmente el análisis de la decadencia del capitalismo en el marco de la dinámica abierta por las Conferencias internacionales entre 1976 y 1980 (10). Battaglia publicará entonces dos largos estudios sobre la decadencia en sus publicaciones del primer semestre 1978 y de marzo de 1979 (11) así como en sus textos de contribución para las dos primeras Conferencias de los grupos de la Izquierda comunista (12). También aparecerá entonces, en las posiciones básicas que caracterizan a Battaglia y que están publicadas en el reverso de sus publicaciones, un nuevo punto programático que anuncia la adopción de unos principios para analizar la decadencia:
“El aumento de los conflictos interimperialistas, las luchas comerciales, la especulación, las guerras locales generalizadas, confirman el proceso de decadencia del capitalismo. La crisis estructural del sistema lleva al capital más allá de sus límites “normales”, hacia su solución, la guerra imperialista”.
Tras el fallecimiento de Damen senior en octubre del 79, fundador del PCInt e iniciador del ciclo de conferencias, este punto sobre la decadencia desaparecerá de las posiciones de base a partir del nº 3 de Prometeo en diciembre del 79, o sea en vísperas de nuestra expulsión por Battaglia de la tercera conferencia en mayo del 80. Resulta significativo que el análisis de la decadencia del capitalismo, cuestión central en las contribuciones de Battaglia en las dos primeras Conferencias, desaparezca totalmente en sus contribuciones para la tercera, en las que aparece un análisis que anticipa su posición actual... ¡y esto en la discreción más total y sin la menor explicación ni a sus lectores ni a los demás grupos del medio político proletario! Para decirlo todo, señalemos también que Battaglia propone hoy el abandono de lo que seguía afirmando en la plataforma del BIPR del 97, o sea la existencia de una ruptura cualitativa desde la Primera Guerra mundial, entre dos períodos históricos fundamentales y distintos en la evolución del modo de producción capitalista aunque ya no lo explicara, mediante el concepto marxista de ascendencia y decadencia de un modo de producción, concepto que dejó de usar (13). Y tras haber dado tantas vueltas políticas, Battaglia tiene el descaro de quejarse afirmando que está “cansada de discutir de tan poca cosa cuando tenemos tanto que trabajar para entender lo que ocurre en el mundo” (14). ¡Cómo no va a estar cansada cuando se cambia de gafas sin parar y que ya no sabe cuáles tiene que ponerse para “entender lo que ocurre en el mundo”! Hoy podemos comprobar que Battaglia ha escogido gafas de gran aumento para corregir su miopía.
El lector ya habrá podido constatar que a falta de ser experto en marxismo como lo pretende, Battaglia tiene sobre todo talento de surfista para ir sorteando las dificultades del momento y ser el campeón del cambio de chaqueta... pero eso no se acaba ahí. El colmo acaba de ser alcanzado con sus recientes culebreos. En efecto, para quienes leen la prosa de Battaglia, resulta evidente que esta organización quiere librarse definitivamente de una noción que considera, según sus propios términos en una toma de posición de febrero del 2002 y publicada en Internationalist Communist nº 21 (15), como “un concepto tan universal como confuso (...) ajeno al método y al arsenal de la crítica de la economía política”, que no tiene “ningún papel en el terreno de la economía política militante, del análisis profundo de los fenómenos y las dinámicas del capitalismo”, “fuera del materialismo histórico” y que, además, no aparece “nunca en los tres volúmenes que componen el Capital” (16). Pero entonces, ¿por qué demonios Battaglia siente la necesidad dos años después (Prometeo nº 8, diciembre del 2003) de lanzar un gran debate en el BIPR sobre un concepto “confuso”, que no puede “explicar los mecanismos de la crisis”, “ajeno a la crítica de la economía política”, que no aparecería más que accesoriamente en la obra de Marx y estaría ausente de su obra maestra? Enésimo cambio de chaqueta... ¿Se habrá acordado de golpe Battaglia que el primer folleto escrito por su organización hermana (la CWO) se titulaba precisamente Los fundamentos económicos de la decadencia? Esta organización hermana considera con razón que la “decadencia forma parte del análisis de Marx de los modos de producción” y estuvo en el centro de la creación de la Tercera Internacional: “Cuando la fundación de la IC en 1919, parecía en aquel entonces que se había alcanzado la época de la revolución, lo que decretó su Conferencia de fundación” (Revolutionary Perspectives, nº 32)... ¿Estaría dándose cuenta Battaglia que le resulta difícil evacuar un logro del movimiento obrero tan central como es la noción marxista de decadencia de un modo de producción?
Por lo tanto, no es de extrañar que Battaglia, en su contribución de apertura al debate, no tuviera nada que decir sobre la definición y el análisis de la decadencia de los modos de producción desarrollados por Marx y Engels, como tampoco sobre los esfuerzos de éstos por definir las circunstancias y el momento de la decadencia del capitalismo. Battaglia también finge ignorar con altanería que la posición constitutiva de la IC que consistió en analizar y afirmar que la Primera Guerra mundial fue la señal inequívoca de la apertura del período de decadencia del capitalismo. Battaglia, por mucho que se reivindique de la Izquierda italiana (1928-45), se calla, sin embargo, la boca (en todos los idiomas) sobre el hecho de que la Izquierda italiana hizo de la decadencia el marco de su plataforma política. Entonces, en vez de pronunciarse sobre el patrimonio legado por los fundadores del marxismo y profundizado por generaciones de revolucionarios, Battaglia prefiere lanzar anatemas (“fatalismo”) y sembrar la confusión sobre la definición de decadencia... para terminar anunciándonos un debate en el BIPR así como una “gran investigación” de su cosecha: “... la meta de nuestra investigación será verificar si el capitalismo ha agotado su ímpetu en el desarrollo de las fuerzas productivas y, si se verifica, cuándo, en qué medida y, sobre todo, por qué”. Es efectivamente más fácil, cuando se quiere abandonar un logro histórico del marxismo, escribir en una página en blanco que tener que pronunciarse sobre los textos programáticos del movimiento obrero. Ese ya era el método de los reformistas a finales del siglo xix. Por nuestra parte, esperamos los resultados de esa “investigación” con mucho interés y nos empeñaremos en cotejarlos con la teoría marxista y la realidad de la evolución histórica y actual del capitalismo, pero ya podemos observar que los argumentos utilizados desde ahora nos muestran una dirección que no augura nada bueno…
Para Battaglia como para los socialistas utópicos, la revolución no es el producto de una necesidad histórica cuyo origen está en el callejón sin salida de la decadencia del capitalismo, como nos lo mostraron Marx, Engels y Luxemburg:
“... la universalidad hacia la que tiende el capital encuentra limites inmanentes a su naturaleza, los cuales en un cierto estadio de su desarrollo, le hacen aparecer como el mayor obstáculo a esta tendencia y lo empujan a su autodeestrucción...” (Principios de una crítica a la economía política, Proyecto 1857-1858)...;
“la tarea de la ciencia económica (...) consiste más bien en exponer los males sociales que ahora destacan como consecuencia necesaria del modo de producción existente, pero también, al mismo tiempo como anuncios de su inminente disolución; y en descubrir, en el seno de la forma de movimiento económico que está disolviéndose, los elementos de la futura nueva organización de la producción y del intercambio, la cual elimina dichos males....” (F.Engels, Anti-Duhring, parte II, Objeto y método).
“Para el socialismo científico, la necesidad histórica de la revolución socialista está demostrada sobre todo por la anarquía creciente del sistema capitalista que lo encierra en un callejón sin salida” (Rosa Luxemburg, citada en la primera parte de esta serie).
Para el marxismo, la “autodestrucción”, la “disgregación”, el “callejón sin salida” de la decadencia del capitalismo es una condición indispensable para la superación de ese modo de producción, pero eso no implica, ni mucho menos, su desaparición automática, debido a que
“lo que podrá derribarlo, es el martillazo de la revolución, o sea la conquista del poder político por el proletariado” (Rosa Luxemburg).
“La autodestrucción” (Marx), la “disgregación” (Engels), el “callejón sin salida” (Luxemburg) de la decadencia del capitalismo crea las condiciones de la revolución, son los cimientos sin los cuales:
“las bases del socialismo serían idealistas, pues excluirían la idea de la necesidad histórica: en ese caso, el socialismo ya no se basaría en un desarrollo material de la sociedad (...) y dejaría de ser una necesidad histórica; sería entonces todo lo que se quiera, menos el resultado del desarrollo material de la sociedad” (Rosa Luxemburg, obra citada).
Así como siglos de decadencia romana y feudal fueron necesarios para que surgieran las condiciones objetivas y subjetivas necesarias al advenimiento de un nuevo modo de producción, el callejón sin salida de la decadencia del capitalismo es para el proletariado la prueba del carácter históricamente retrógrado de ese modo de producción puesto que, a pesar de lo que piensa Battaglia,
“El socialismo no viene automáticamente y en cualquier circunstancia de la lucha cotidiana de la clase obrera. Nacerá de la exasperación de las contradicciones internas de la economía capitalista y de la toma de conciencia de la clase obrera, que comprenderá la necesidad de abolirlas mediante la revolución social” (Rosa Luxemburg, obra citada).
El marxismo no dice que es inevitable la revolución. Tampoco niega la voluntad como factor histórico, pero demuestra que no es suficiente y que se realiza en un marco material producto de una evolución, una dinámica histórica que debe tener en cuenta para ser eficaz. La importancia que otorga el marxismo a la comprensión de las “condiciones reales”, las “condiciones objetivas” no significa negación de la conciencia y de la voluntad, sino, al contrario, es la única afirmación consecuente de esa conciencia y voluntad. Por lo tanto, si el capitalismo “se reproduce, reeditando todas sus contradicciones a un nivel superior” (Battaglia) ¿dónde están los fundamentos objetivos del socialismo? Como lo recuerda Rosa Luxemburg,
“Para Marx, la rebelión de los obreros, la lucha de clases – y es eso lo que da firmeza a su fuerza victoriosa son los reflejos ideológicos de la necesidad histórica objetiva del socialismo, la cual es también el resultado de la imposibilidad económica objetiva del capitalismo en cierta fase de su desarrollo. Es evidente que el proceso histórico debe llegar necesariamente (o puede) hasta su término, hasta el límite de la imposibilidad económica del capitalismo. La tendencia objetiva del desarrollo capitalista basta para provocar, antes incluso de haber alcanzado ese término, la exasperación de los antagonismos sociales o políticos y una situación tan insostenible que el sistema acaba desmoronándose... Pero esos conflictos sociales o políticos no son, en última instancia, sino el resultado de la imposibilidad económica del capitalismo, y se van exacerbando en la medida en que esta imposibilidad se hace sensible. Supongamos, al contrario, como los “peritos” (como Battaglia, ndlr) la posibilidad de un crecimiento ilimitado de la acumulación: el socialismo pierde entonces las bases graníticas de la necesidad histórica objetiva, y nos hundimos entonces en las tinieblas de los sistemas y escuelas premarxistas que pretendían que el socialismo procedería de la injusticia del siniestro mundo actual así como de la voluntad revolucionaria de las clases trabajadoras (...) a medida que avanza el capital, agudiza los antagonismos de clase y la anarquía económica y política internacional hasta el punto en que provocará contra su dominación la rebelión del proletariado internacional mucho antes de que la evolución económica haya llegado a sus últimas consecuencias: la dominación absoluta y exclusiva de la producción capitalista en el mundo (La acumulación del capital, tomo II, Crítica de las críticas).
No es porque la inmensa mayoría de los hombres esté explotada por lo que la necesidad histórica del socialismo está hoy a la orden del día. Ya reinaba la explotación con el esclavismo, el feudalismo y también con el capitalismo del siglo xix sin que fuese por eso posible el socialismo. Para que éste pueda convertirse en realidad, no solo es necesario que los medios para su instauración (clase obrera y medios de producción) estén suficientemente desarrollados, sino también que el sistema que debe ser superado –el sistema capitalista– haya dejado de ser un sistema indispensable para el desarrollo de las fuerzas productivas y se haya convertido en una traba cada día mayor, o sea que haya entrado en su fase de decadencia:
“La mayor conquista de la lucha de la clase proletaria durante su desarrollo fue el descubrimiento de que la realización del socialismo se apoya en las bases económicas de la sociedad capitalista. Hasta entonces el socialismo era un “ideal”, un sueño milenario de la humanidad; se ha convertido en necesidad histórica” (Rosa Luxemburg, Reforma o revolución).
El error inevitable de los utopistas estaba en su visión de la marcha de la historia. Para unos como para otros, ésta dependía de la buena voluntad de grupos de individuos: Babeuf o Blanqui esperaban la solución de la acción de unos cuantos obreros decididos; Saint-Simon, Fourier o Owen esperaban de la benevolencia de la burguesía la realización de sus proyectos. Fue la aparición del proletariado como clase autónoma durante la Revolución de 1848 lo que evidenció que el socialismo sería la obra de una clase. Confirmaba la tesis que Marx ya anunciaba en el Manifiesto: desde que la sociedad se había dividido en clases, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. La evolución de las sociedades solo puede entenderse entonces en función del marco que determina esas luchas, o sea la evolución de las relaciones sociales que unen a los hombres y los dividen en clases en la producción de sus medios de existencia: las relaciones sociales de producción. Saber si es posible el socialismo es entonces determinar si las relaciones sociales de producción se han vuelto una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas, imponiendo la necesidad de la superación del capitalismo por el socialismo. Para Battaglia, en cambio, sea cual sea el contexto histórico global del período en que está el capitalismo,
“... el aspecto contradictorio de la forma capitalista, las crisis económicas que derivan de éste, el rebrote del proceso de acumulación momentáneamente interrumpido por las crisis pero que recibe nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de los medios de producción excedentarios, no cuestionan automáticamente su desaparición. O es el factor subjetivo el que interviene, del que la lucha de clases es el eje material e histórico y las crisis las premisas económicas determinantes, o se reproduce el sistema económico, reeditando a nivel superior todas sus contradicciones, sin crear por eso las condiciones de su propia destrucción”,
la lucha de clases conjugada con un episodio de la crisis económica bastaría para abrir la vía a una posible solución revolucionaria:
“No obstante los indudables éxitos de la burguesía en la contención y en la gestión de las contradicciones de su sistema económico, estas contradicciones no se pueden eliminar y nosotros los marxistas sabemos que ese juego no puede prolongarse eternamente. Sin embargo, su explosión final no desembocará necesariamente en una victoria revolucionaria; en la era imperialista, en efecto, la guerra global puede representar para el capitalismo una resolución temporal de sus contradicciones. Empero, antes de que esto suceda, es posible que el dominio político e ideológico de la burguesía sobre la clase obrera pueda relajarse; en otras palabras, es posible que de improviso el proletariado vuelva a ser masivamente parte activa en la lucha de clases y los revolucionarios deberán estar preparados para ese momento. Cuando la clase obrera retome la iniciativa y comience a usar su fuerza de masa contra los ataques del capital, las organizaciones políticas revolucionarias deben encontrarse, desde el punto de vista político y organizativo, en posición tal que puedan guiar y organizar la lucha contra las fuerzas de la izquierda burguesa” (Plataforma del BIPR, 1997).
Para Battaglia, no existe ninguna necesidad de determinar si las relaciones sociales de producción se han vuelto históricamente obsoletas, ninguna necesidad de un período de decadencia... puesto que el sistema “recibe nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de los medios de producción excedentarios” y, tras cada una de sus crisis, “se reproduce el sistema económico, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones”.
Eos de crisis económica combinados con conflictos de clases desde los primeros tiempos del capitalismo, sin que por ello se abran las puertas a la posibilidad objetiva de derrumbar el modo capitalista de producción. Con la concepción materialista histórica, Marx nos enseña que tres condiciones son imprescindibles: un período de crisis, de conflictos de clases y también el advenimiento de la decadencia del modo de producción (en este caso el capitalismo). Esto es lo enl que Marx haya podido decir que “toda esta mierda de economía política desemboca sin embargo en la lucha de clases”, aun cuando pasó lo esencial de su vida en hacer la crítica de la economía política, demuestra que sí consideraba que era la lucha de clases el factor decisivo, el motor de la historia, pero no por eso desdeñaba sus cimientos objetivos, el contexto económico, social y político en el que esa lucha se desarrolla. Repetirlo tras él como lo hace Battaglia es como descubrir la pólvora puesto que ni el mismo Marx ni la CCI pretenden que uno de estos factores (crisis económica o lucha de clases), aislado, bastaría para derrumbar al capitalismo. Lo que, en cambio, no entiende Battaglia es que, incluso juntos, ambos factores no bastan. En efecto, ya existieron períodtendieron los fundadores del marxismo, cuando, tras haber pensado varias veces que el capitalismo había pasado a la historia, tuvieron que revisar su diagnóstico (para una breve historia del análisis de Marx y Engels sobre las condiciones y el momento del advenimiento de la decadencia del capitalismo, remitimos al lector al nº 118 de la Revista internacional). Engels concluirá esa búsqueda en su introducción de 1895 a la obra de Marx La Lucha de clases en Francia, al decirnos:
“La historia no nos ha dado la razón, ni a nosotros ni a quienes pensaban de manera parecida. Ha demostrado claramente que la fase de desarrollo económico en el continente distaba todavía mucho de su madurez para desembocar en la eliminación de la producción capitalista; lo ha demostrado mediante la revolución económica que, desde 1848, se ha adueñado de todo el continente... (...) esto prueba una vez más lo imposible que era en 1848 conquistar la transformación social simplemente por sorpresa” (Introducción de Engels –1895- a la obra de Marx sobre las luchas de clase en Francia)”.
Pero eso no es todo, porque lo que nunca Battaglia consiguió entender, es que es necesaria una cuarta condición para que se abra un período favorable a los movimientos insurreccionales triunfantes: la apertura de un curso histórico a enfrentamientos de clase. En efecto, en los años 30, tres de las condiciones mínimas estaban presentes (crisis económica, conflictos sociales y período de decadencia), pero eso ocurría en un curso histórico hacia la guerra imperialista. Esta fue una de las aportaciones políticas más importantes de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45). En coherencia con el análisis de la Internacional comunista (IC) que definía el período abierto por la Primera Guerra mundial como “era de guerras y de revoluciones”, desarrolló esa noción de curso histórico hacia enfrentamientos de clase o hacia la guerra. La Izquierda comunista de Francia (1942-52) y más tarde la CCI la retomaron y la han desarrollado, pero no son los que la descubrieron, como lo pretende falsamente Battaglia: “La concepción esquemática de los períodos históricos, que pertenece históricamente a la corriente original de la Izquierda comunista francesa y estuvo en los orígenes de la CCI, caracteriza los períodos históricos como revolucionarios o contrarrevolucionarios según consideraciones abstractas sobre la condición de la clase obrera” (Internationalist Communist, no 21). Esta falsificación sobre los orígenes de ese concepto permite a Battaglia, además de desacreditar a nuestros antepasados políticos, seguir reivindicándose de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45) sin pronunciarse sobre esta aportación teórica esencial de sus antepasados.
“¿Ha agotado su tiempo el capitalismo? ¿si o no?; ¿Es aún capaz de desarrollar a nivel mundial las fuerzas productivas y de hacer progresar a la humanidad?. Esta es una cuestión fundamental. Tiene una importancia decisiva para el proletariado...” (Trotski, Europa y las Américas, 1924, Ed. Anthropos).
Esta cuestión es efectivamente como dice Trotski “fundamental y decisiva para el proletariado”, puesto que el determinar si un modo de producción sigue estando en su fase ascendente o está en su fase de decadencia tiene como consecuencia nada menos que saber si sigue siendo progresista para el desarrollo de la humanidad o si ha pasado a la historia. El saber si el capitalismo sigue teniendo algo que ofrecer al mundo o si se ha vuelto caduco acarrea consecuencias radicalmente diferentes para las posiciones y la estrategia del proletariado. Trotski lo tenía perfectamente claro cuando seguía así su reflexión sobre el análisis de la Revolución rusa:
“Si se demuestra que el capitalismo es aún capaz de cumplir una misión de progreso histórico, de hacer más ricos a los pueblos, su trabajo más productivo, esto significa que nosotros, partido comunista de la URSS, nos hemos precipitado en cantar su De Profundis; en otras palabras, que hemos tomado demasiado pronto el poder para realizar el socialismo. Pues, como explicó Marx, ningún régimen social desaparece antes de haber agotado todas sus posibilidades latentes” (Ibíd.)
Deben meditar estas palabras de Trotski aquellos que abandonan la teoría de la decadencia porque, si no, acabarán concluyendo que tenían razón los mencheviques, cuando consideraban que lo que estaba a la orden del día en Rusia no era la revolución proletaria sino la revolución burguesa, que la Internacional comunista basaba sus teorías en ilusiones, que los métodos de lucha del siglo xix siguen siendo válidos, etc. Como marxista consecuente que era, Trotski responde sin vacilar:
“La guerra de 1914 no fue un fenómeno fortuito. Se produjo por el levantamiento ciego de las fuerzas de producción contra las formas capitalistas, incluida la del Estado nacional. Las fuerzas de producción creadas por el capitalismo no pueden mantenerse en el marco de las formas sociales del capitalismo” (ídem).”
Es ese el diagnóstico sobre el fin del papel históricamente progresista del capitalismo y el significado de la Primera Guerra mundial como momento crucial del paso de la ascendencia a la decadencia que entendieron todos los revolucionarios de aquel entonces, con Lenin a la cabeza:
“De liberador de naciones que fue el capitalismo en la lucha contra el régimen feudal, el capitalismo imperialista se ha convertido en el mayor opresor de las naciones. Antiguo factor de progreso, el capitalismo se ha convertido en reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas hasta tal punto que la humanidad no puede más que pasar al socialismo o sufrir durante años, incluso decenas de años, la lucha armada entre “grandes” potencias para seguir manteniendo artificialmente el capitalismo con la ayuda de las colonias, los monopolios, y los privilegios y opresiones nacionales de todo tipo” (Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1918, “La guerra actual es una guerra imperialista”).
En efecto, si el capitalismo “se reproduce, reeditando a nivel superior todas sus contradicciones” (Battaglia), no solo se da la espalda a los fundamentos materialistas, marxistas, de la posibilidad de una revolución tal como los acabamos de describir, sino que tampoco se puede entender por qué cientos de millones de hombres decidirán mañana jugarse la vida en una guerra civil para sustituir este sistema por otro, puesto que, como dice Engels,
“mientras un modo de producción se encuentra en la rama ascendente de su evolución, son entusiastas de él incluso aquellos que salen peor librados por el correspondiente modo de distribución. Así ocurrió con los trabajadores ingleses cuando la implantación de la gran industria. Incluso cuando el modo de producción se mantiene simplemente como el socialmente normal, reina en general satisfacción o contentamiento con la distribución, y si se producen protestas, ellas proceden del seno de la clase dominante misma (Saint-Simón, Fourier, Owen) y no encuentran eco alguno en la masa explotada” (F.Engels, Anti-Duhring, parte II, Objeto y método).
Cuando entra el capitalismo en su fase de decadencia está poniendo las bases materiales y (potencialmente) subjetivas para que el proletariado posea las condiciones y las razones de pasar a la acción. En su texto, Engels dice:
“Sólo cuando el modo de producción en cuestión ha recorrido ya un buen trozo de su rama descendente, cuando se está medio sobreviviendo a sí mismo, cuando han desaparecido en gran parte las condiciones de su existencia y su sucesor está llamando a la puerta (...) la tarea de la ciencia económica (...) consiste más bien en exponer los males sociales que ahora destacan como consecuencia necesaria del modo de producción existente, pero también, al mismo tiempo como anuncios de su inminente disolución; y en descubrir, en el seno de la forma de movimiento económico que está disolviéndose, los elementos de la futura nueva organización de la producción y del intercambio, la cual elimina dichos males” (F. Engels, Anti-Duhring, parte II, Objeto y método).
Eso es lo que está olvidándose de hacer Battaglia al abandonar el concepto de decadencia: su “ciencia económica” ya no les sirve para demostrar “los males sociales”, y los primeros anuncios de “la inminente disolución” del capitalismo como nos exhortaban a hacerlo los fundadores del marxismo, sino para servirnos de tapadillo la prosa izquierdista y altermundialista sobre las capacidades del capitalismo para sobrevivir gracias a la financiarización del sistema, sobre la recomposición del proletariado, así como los tópicos sobre las “transformaciones fundamentales del capitalismo” tras la supuesta “tercera revolución industrial” basada en los microprocesadores” y demás “nuevas tecnologías”, etc.:
“La larga resistencia del capital occidental a la crisis del ciclo de acumulación (o a la actualización de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) ha evitado hasta ahora el hundimiento vertical que golpeó por el contrario al capitalismo de Estado del imperio soviético. Tal resistencia ha sido posible por cuatro factores fundamentales: 1) la sofisticación de los controles financieros a nivel internacional; 2) una reestructuración en profundidad del aparato productivo que ha acarreado una aumento vertiginoso de la productividad; 3) la demolición consecuente de la composición de clase precedente, con la desaparición de tareas y funciones ya superadas y, la aparición de nuevas tareas, de nuevas funciones y de nuevas figuras proletarias (...). La reestructuración del aparato productivo ha llegado al mismo tiempo que lo que nosotros llamamos la tercera revolución industrial vivida por el capitalismo (...) La tercera revolución industrial está marcada por el microprocesador” (Prometeo n° 8, “Proyecto de Tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).
Además, cuando Battaglia aún defendía el concepto de decadencia, afirmaba claramente que “ambas guerras mundiales y la crisis son la prueba histórica de lo que significa en el ámbito de la lucha de clases la permanencia de un sistema económico decadente como lo es el sistema capitalista” (17), mientras que tras haberlo abandonado considera ahora que “la solución militar aparece como el principal medio para resolver los problemas de valorización de capital” o, como está dicho en la Plataforma del BIPR (1979), que “la guerra global puede ser para el capitalismo una vía momentánea para resolver sus contradicciones”.
Mientras que en su IVº Congreso, Battaglia, en sus “Tesis sobre los sindicatos hoy y la acción comunista” (18), era todavía capaz de poner de relieve esta cita de su Conferencia sindical de 1947:
“En la fase actual de decadencia de la sociedad capitalista, el sindicato está llamado a ser un instrumento esencial de la política de conservación y en consecuencia a asumir funciones precisas de organismo del Estado”,
considera ahora que el sindicato seguiría teniendo un papel de defensa de los intereses inmediatos de la clase obrera mientras la curva pluridecenal de la tasa de ganancia esté en alza:
“Todo lo que las luchas sindicales han conseguido en el terreno del reformismo, es decir, en el terreno de la mediación sindical e institucional, en áreas como la sanidad, en prevención y asistencia, en la escuela, en la fase ascendente del ciclo (años 1950 y en parte 1970)”
y un papel contrarrevolucionario cuando esa curva se orienta hacia abajo
“El sindicato – desde siempre instrumento de mediación entre el capital y el trabajo en lo que respecta al precio y las condiciones de venta de la fuerza de trabajo – ha modificado, no la sustancia, sino el sentido de la mediación: ya no están representados y defendidos los intereses obreros ante el capital, al contrario, los intereses del capital se defienden y ocultan ante la clase obrera. Esto es así porque – especialmente en los periodos de crisis del ciclo de acumulación – la simple defensa de los intereses inmediatos de los obreros contra los ataques del capital pone en cuestión la estabilidad y la supervivencia de las relaciones capitalistas” (Citas extraídas de Prometeo n°8, “Proyecto de Tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).
Los sindicatos tendrían entonces una función doble según la orientación de la curva de la cuota de ganancia... ¡Hay que ver los estragos que hace el materialismo vulgar!
¡Battaglia reconsidera incluso el carácter de los partidos estalinistas y socialdemócratas! Ahora los presenta como partidos ¡que han defendido los intereses inmediatos de los obreros!, puesto que
“juegan el papel de mediadores de los intereses inmediatos del proletariado en el seno de las democracias occidentales, en forma coherente con el papel clásico de la socialdemocracia”;
cuando, tras la caída del muro de Berlín,
“El fracaso del ‘socialismo real’ los ha conducido a mantener su papel de partidos nacionales pero también al abandono de la clase en tanto que objeto de mediación democrática (...) El hecho es que la clase obrera se encuentra también privada de los instrumentos de mediación política en el seno de las instituciones burguesas y, por tanto, completamente abandonada a los ataques cada vez más violentos del capital” (Prometeo n° 8, artículo citado).
El sueño se vuelve pesadilla. ¡Ahora se pone Battaglia a lloriquear sobre la desaparición de un supuesto papel de defensores de los intereses inmediatos de los obreros en las instituciones burguesas, papel que habrían asumido ¡estalinistas y socialdemócratas!
Asimismo, en lugar de comprender la instauración del sistema del seguro social a finales de la Segunda Guerra mundial como una política de capitalismo de Estado particularmente viciosa para transformar la solidaridad de la clase obrera en dependencia económica hacia el Estado, Battaglia la considera como una conquista obrera, una verdadera reforma social:
“Durante los años 50, las economías capitalistas arrancaron de nuevo (...) Ello se tradujo de forma evidente en la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores (seguridad social, convenios colectivos, revisiones de salarios...). Estas concesiones fueron hechas por la burguesía, bajo la presión de la clase obrera...” (BIPR, Bilan et Perspectives, n° 4).
Y para colmo, Battaglia hasta considera que los “convenios colectivos”, acuerdos que permiten a los sindicatos desempeñar su papel policíaco en las fábricas, han de considerarse como “logros sociales ganados en reñida lucha”.
No podemos detallar aquí todas las regresiones políticas de Battaglia consecuentes de su abandono definitivo del marco conceptual de la decadencia del capitalismo para la elaboración de las posiciones de clase; ya volveremos sobre éstas en otros artículos, aquí solo se trata de ilustrar mediante unos ejemplos claros para el lector que el camino es muy corto entre ese abandono y la defensa abierta de posiciones típicamente izquierdistas, ¡pero que muy corto!. Después de todo esto, cuando Battaglia nos dé la tabarra en páginas y más páginas con aquello de que es necesario comprender las nuevas evoluciones del mundo que nosotros seríamos incapaces de comprender (19), no se da cuenta de que al abandonar el marco de análisis de la decadencia del capitalismo, está siguiendo el mismo camino que el reformismo de finales del xix: también fue en nombre de la “comprensión de las nuevas realidades de finales del siglo xix” con lo que Bernstein y Cía. justificaron su revisión del marxismo. Al dejar de lado definitivamente la teoría de la decadencia, Battaglia cree haber dado un gran paso adelante en la comprensión de “las nuevas realidades del mundo actual”, y lo que en realidad está haciendo es volver al siglo xix. Si “comprender las nuevas realidades del mundo” significa cambiar el enfoque marxista por los lentes del izquierdismo, ¡allá ellos!. En esto puede comprobarse cómo la ausencia repetida de la noción de decadencia en sus sucesivas plataformas (excepto en la declaración de principios en la época de las Conferencias internacionales de grupos de la Izquierda comunista) es la causa de todos los tumbos oportunistas que va dando Battaglia de acá para allá desde sus orígenes.
Detrás de sus pretensiones teóricas, las críticas de Battaglia Comunista al concepto de decadencia no son sino repeticiones de las ya enunciadas por Bordiga hace cincuenta años. Battaglia está así volviendo a su matriz bordiguista de origen. La crítica del pretendido “fatalismo” intrínseco a la teoría de la decadencia, ya la hizo Bordiga en la reunión de Roma de 1951:
“La afirmación corriente de que el capitalismo se encuentra en su rama descendente y no puede remontarla contiene dos errores: uno fatalista y otro gradualista”.
Y la otra crítica de Battaglia a la teoría de la decadencia según la cual el capitalismo
“recibe nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de medios de producción excendentarios”
y así
“el sistema económico se reproduce, elevando a un nivel superior todas sus contradicciones”,
ya la había enunciado Bordiga en esa misma reunión romana de hace 50 años:
“La visión marxista puede representarse con toda una ramificación de curvas ascendentes hasta la cima...” y en su Diálogo con los muertos: “...el capitalismo crece sin cesar más allá de cualquier límite...”.
Sin embargo ésa no es la visión del marxismo ni de Marx, como ya hemos visto:
“la universalidad hacia la que tiende el capital encuentra límites inherentes a su naturaleza, los cuales en un cierto estadio de su desarrollo, le hacen aparecer como el mayor obstáculo a esta tendencia y lo empujan a su autodestrucción” (Principios de una crítica a la economía política, Proyecto 1857-1858) (20),
ni para Engels:
“El modo de producción capitalista (...) por su propia evolución, tiende hacia un punto en el que el mismo se convierte en imposibilidad” (Anti-Durhing, parte II, Objeto y método) (21).
Lo que afirma el marxismo no es que el triunfo de la revolución comunista sea algo inevitable a causa de las contradicciones mortales que llevan al capitalismo a un punto en el que él mismo se convierte en imposibilidad (Engels) y a su autodestruccción (Marx), sino que, si el proletariado no estuviera a la altura de su misión histórica, el porvenir no sería el de un capitalismo que “se reproduce, reeditando a un nivel superior sus contradicciones” y que “crece más allá de todo límite “ como lo pretenden Battaglia y Bordiga, sino que el futuro del capitalismo sería la barbarie, la barbarie de verdad: la que no ha cesado de aumentar desde 1914, desde las orgías carniceras de Verdún hasta los genocidios de Ruanda y de Camboya, pasando por el Holocausto, el Gulag e Hiroshima. Comprender qué significa la alternativa Socialismo o Barbarie, es comprender la decadencia del capitalismo.
Cuando la adulación servil sirve de línea política
En el artículo precedente así como en su primera parte (Revista internacional n°119) examinamos detalladamente por qué Battaglia Comunista, con el pretexto de “redefinir el concepto”, abandonaba la noción marxista de decadencia, meollo del análisis materialista histórico de la evolución de los modos de producción en la historia. También mostrábamos el método típicamente parásito usado por la Ficci de lisonjear para obtener los favores del BIPR. La Ficci ha vuelto a sacar el cepillo pelotillero en su boletín n°26 (“Comentarios sobre un artículo del BIPR: Hundimiento automático o revolución proletaria”). El artículo de Battaglia es saludado efusivamente “Queremos saludar y subrayar la importancia de la publicación de este artículo...” y no, desde luego, por lo que es ese artículo, o sea, la expresión de una grave deriva oportunista al desviarse del materialismo histórico en la comprensión de las condiciones políticas, sociales y económicas de la sucesión de los modos de producción. La Ficci se atreve incluso a afirmar, con el vil descaro que la caracteriza, que Battaglia en su artículo “...reconoce explícitamente la existencia de una fase ascendente y otra, decadente, en el capitalismo”. Por parte nuestra, no tomamos a los lectores por tontos de solemnidad como lo hace la Ficci, sino que les dejamos que juzguen por sí mismos sobre esa afirmación tras haber leído nuestras críticas en estos dos artículos (22).
Evidentemente, como lo exige el método parásito, la tonadillita de alabanzas a Battaglia tenía que venir acompañada del rebuzno contra la CCI: se nos acusa ahora de desarrollar una “nueva teoría sobre el desmoronamiento automático del capitalismo” (Bulletin communiste n°26, “Commentaires...”) sirviendo así de eco a la crítica de fatalismo hecha por Battaglia hacia el concepto marxista de decadencia y, de rebote, su rechazo al concepto marxista de descomposición: “No podemos terminar este rápido vuelo sobre las teorías del “desmoronamiento” sin evocar la teoría sobre la descomposición social que defiende la actual CCI (...) queremos justo atraer la atención sobre cómo esta teoría (...) se ha ido convirtiendo cada vez más en una teoría con características semejantes a las teorías del hundimiento en el pasado (...) Y es cierto, como lo señala el BIPR, que tanto la teoría del “hundimiento” como la de la “descomposición” acaban teniendo repercusiones negativas en el plano político, al generar la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo basta con sentarse a la orilla” (Bulletin communiste n°26, idem). Y la Ficci repite erre que erre que la CCI “se niega a contestar a la pregunta fundamental que nosotros planteamos: la introducción “oficial” por el XVº congreso de la CCI de una tercera vía que sustituye la alternativa histórica “guerra o revolución” ¿es o no es una revisión del marxismo?” (Bulletin communiste n°26, “La vérité se lit parfois dans les détails”). Precisemos que en su XVº congreso, en el fondo, lo único que la CCI hizo fue afirmar lo que el marxismo ha defendido siempre desde el Manifiesto comunista, o sea que “una transformación revolucionaria de la sociedad entera” (Marx) no tiene nada de ineluctable, pues, como decía él, si las clases en lucha no encuentran las fuerzas necesarias para zanjar las contradicciones socioeconómicas, la sociedad se hunde entonces en un caos que será la “ruina de las diferentes clases en lucha” (Marx). Marx con eso no defendía una fantasmagórica “tercera vía”, sino que era sencillamente consecuente con el materialismo, el cual rechaza de plano la visión fatalista según la cual les contradicciones sociales se resolverían “automáticamente” con la victoria de una de las dos clases fundamentales en lucha. En efecto, para la Ficci, nosotros nos negaríamos a “reconocer que “el atolladero histórico” sólo podría ser momentáneo” (Bulletin communiste n°26, “Commentaire...”). Efectivamente, junto con Marx, nos negamos a sólo considerar unilateralmente un “atolladero histórico momentáneo” y como aquél pensamos que un bloqueo de la relación de fuerzas entre clases puede así perdurar y desembocar en “la ruina de las diferentes clases en lucha”. A partir de ahí, y parafraseando a la Ficci, le devolvemos la pregunta: la introducción por parte de la Ficci de la idea de que “el atolladero histórico solo puede ser momentáneo” ¿es o no es una revisión del marxismo?.
En realidad, en su dinámica parásita y destructiva del medio político proletario, la Ficci no se dedica a “debatir” como así lo pretende, sino que usa cualquier cosa para hacer real su delirio de una pretendida “degeneración” de nuestra organización, poniendo así al desnudo su ignorancia de las bases elementales del materialismo histórico e, igual que en la fábula, ni se entera de que va cabalgando el engendro que denuncia en los demás sin ton ni son: el engendro del automatismo y el fatalismo en la resolución de las contradicciones históricas entre las clases.
En nuestro artículo de la Revista internacional n°118 demostramos, apoyándonos en incontables citas de toda su obra, incluidos el Manifiesto y el Capital, que el concepto de decadencia de un modo de producción tiene su verdadero origen en Marx y Engels. En su cruzada contra nuestra organización, la Ficci no vacila en ir en el sentido de los argumentos de corrillos academicistas y parásitos que consisten en decir que el concepto de decadencia tiene sus orígenes fuera de los trabajos de los fundadores del marxismo. En efecto, para la Ficci (Bulletin communiste n°24, abril 2004), la teoría de la decadencia habría nacido a finales del siglo xix “nosotros hemos presentado el origen de la noción de decadencia en torno a los debates sobre el imperialismo y la alternativa histórica de guerra o revolución, que hubo a finales del siglo xix ante las profundas transformaciones vividas entonces por el capitalismo” contribuyendo así a la misma idea defendida por Battaglia (Internationalist communist n°21) de que el concepto de decadencia es “tan universal como confuso (...) ajeno al método y al arsenal de la crítica de la economía política” que no desempeña “ningún papel en el terreno de la economía política militante, del análisis profundo de los fenómenos y de las dinámicas del capitalismo”, que está “fuera del materialismo histórico” y que, encima, no aparece “nunca en ninguno de los tres volúmenes que componen el Capital” y que Marx sólo evocaría la noción de decadencia en un único lugar en toda su obra: “Marx se limitó a dar una definición progresista del capitalismo sólo para la fase histórica durante la que eliminó el mundo económico del feudalismo engendrando un vigoroso período de desarrollo de las fuerzas productivas inhibidas por la forma económica precedente, pero no hizo ningún avance en una definición de la decadencia, si no fue de manera puntual en la famosa Introducción a la crítica de le economía política”. Entre la adulación vil y la prostitución solo hay un paso. La Ficci, que tiene la cara de presentarse como gran defensora de la teoría de la decadencia, lo ha dado.
C. Mcl.
1)Especialmente en los dos artículos siguientes: Prometeo nº 8, serie VI (dic. de 2003) “Para una definición del concepto de decadencia” escrito por Damen jr. (disponible en italiano y francés en el sitio web del BIPR http//www.ibrp.org [16] y en inglés en Revolutionary Perspectives nº 32, serie 3, e Internationalist Communist nº 21, “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI”, escrito por Stefanini jr. disponible en las páginas en francés del sitio Web del BIPR
2) “El trabajo en las organizaciones económicas sindicales de los trabajadores, con vistas a su desarrollo y reforzamiento, es una de las primeras tareas políticas del Partido. (...) El Partido aspira a la reconstrucción de una Confederación sindical unitaria (...) los comunistas proclaman de forma abierta que la función del sindicato no se completa y realiza más que cuando su dirección está en manos del partido político de clase del proletariado” (punto 12 de la Plataforma política del Partido comunista internacionalista, 1946)
3)”Tras una amplia discusión del problema sindical, la Conferencia somete a la aprobación general el punto 12 de la Plataforma política del Partido y le da mandato al Comité central para elaborar un programa sindical consecuente con esta orientación” (Actas de la Primera Conferencia nacional del PCInt).
4)“En conclusión, si no fue la emigración política, que se había encargado exclusivamente del trabajo de la Fracción de izquierdas, la que tomó la iniciativa de constitución del Partido comunista internacional en 1943, ésta se hizo sin embargo en bases que aquella defendió de 1927 hasta la guerra” (Introducción a la Plataforma política del PCInt, publicación de la Izquierda comunista internacional, 1946).
5) Léase por ejemplo el interesante estudio sobre “la acumulación decadente” en l’Internationaliste (1946), boletín mensual de la Fracción belga de la Izquierda comunista internacional, o su primer folleto nombrado Entre dos mundos, publicado en diciembre del 46: “La lucha es entre dos mundos: el mundo capitalista decadente y el mundo proletario en potencia (...) Desde la crisis de 1913, el capitalismo ha entrado en su fase de decadencia”.
6) ¿Por qué tanta heterogeneidad y cacofonía política? En realidad, la fundación del Partido comunista internacionalista data de su Primera Convención en Turín en 1943 y de su Primera Conferencia nacional en 1945 con la adopción de su Plataforma política. En un reagrupamiento heteróclito de camaradas y núcleos procedentes de horizontes y posiciones diversos, que reúne desde grupos de la Italia del Norte influidos por las posiciones de la Fracción en el extranjero (1928-45) hasta antiguos militantes procedentes de la disolución prematura de ésa en 1945, pasando por grupos del Sur de Italia con Bordiga que consideraban aún posible la recuperación de los Partidos comunistas y seguían confusos sobre la naturaleza de la URSS, por elementos de la minoría expulsada de la Fracción en 1936 por su participación a las milicias republicanas durante la guerra de España y por la tendencia Vercesi que había participado en el Comité antifascista de Bruselas. Con bases organizativas y programáticas tan heterogéneas, resulta claro que se acaba escogiendo el mínimo denominador común... No puede uno esperar de semejante agrupación una claridad programática a toda prueba, particularmente sobre el tema de la decadencia.
7) Disponible en francés el sitio web de Battaglia: “Tesis sobre el sindicato hoy y la acción de los comunistas”. Semejantes contradicciones con el punto 12 de la plataforma de 1945 sobre política sindical también están presentes en el Informe presentado por la Comisión ejecutiva del “Partido” sobre “La evolución del sindicato y las tareas de la Fracción sindical comunista internacionalista” publicado por Battaglia comunista nº 6, 1948, publicado también en francés en Bilan et Perspectives nº 5, noviembre del 2003.
8) Para más detalles sobre la historia de la fundación del Partido comunista internacionalista y su escisión entre Partido comunista internacional (Programa comunista) y Partido comunista internacionalista (Battaglia comunista), véase nuestro folleto sobre La Izquierda comunista de Italia, así como los artículos “Las ambigüedades sobre los “partisanos” en la constitución del PCInt en Italia del 43”, publicado en la Revista internacional nº 8, “Una caricatura de partido, el partido bordiguista”, Revista internacional nº 14, “Problemas actuales del medio revolucionario”, Revista internacional nº 32, “Contra la concepción del jefe genial”, Revista internacional nº 33, “Respuesta a Battaglia” y “Contra la concepción de la disciplina del PCInt”, Revista internacional nº 34, Sobre el Segundo Congreso del PCInt”, Revista internacional nº 90, “En los orígenes de la CCI y del BIPR”, Revista internacional nº 90, “La formación del PCInt”, Revista internacional nº 91, “Entre las sombras del bordiguismo y de sus epígonos”, Revista internacional nº 95, “La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido (I)”, Revista internacional nº 103, “La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido (II)”, Revista internacional nº 105.
9) “La doctrina del diablo en el cuerpo”, 1951, reproducido en le Prolétaire nº 464 (en francés), “El cambio de la praxis en la teoría marxista”, Programme communiste nº 56 (revista teórica del PCInt en francés), así como en las reseñas de la reunión de Roma de 1951 publicadas en Invariance no 4.
10) Hubo tres conferencias, la primera en abril-mayo del 77, la segunda en noviembre del 78 y la tercera en mayo del 80. En ésta, Battaglia añadió un criterio suplementario de participación para así eliminar a nuestra organización, según sus propios términos. De las cinco organizaciones que participaban (BC, CWO, CCI, NCI, l’Eveil + el GCI como grupo observador), solo dos (Battaglia y la CWO) aceptaron ese criterio suplementario que no fue entonces adoptado formalmente por la Conferencia. Más allá de la cuestión formal, ese truco para evitar la confrontación marcó el fin del ciclo de clarificación política. La cuarta conferencia, a iniciativa de lo CWO y de BC, sólo reunirá a esas dos organizaciones y a una oscura organización iraní de estudiantes maoístas (el SUCM) que desaparecerá poco después. El lector puede referirse a las reseñas de esas Conferencias así como a nuestros comentarios en las Revista internacional nº 10 (Primera conferencia), 16 y 17 (Segunda conferencia), 22 (Tercera conferencia) así como a las 40 y 41 con comentarios sobre la Cuarta conferencia.
11) “Ahora que la crisis del capitalismo ha alcanzado una dimensión y profundidad que confirman su carácter estructural se plantea de nuevo la necesidad de una comprensión correcta de la fase histórica en que vivimos como fase de decadencia del sistema capitalista” (“Notas sobre la decadencia...”, Prometeo nº 1, serie IV, 1er semestre del 78); “La afirmación de la dominación del capital monopolístico confirma el principio de la decadencia de la sociedad burguesa. Una vez alcanzada su fase de monopolio, el capitalismo ya pierde toda función progresiva; esto no significa que impida el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, sino que las condiciones del desarrollo de las fuerzas productivas dentro de las relaciones burguesas de producción solo se hace en una continua degradación de la vida de la mayoría de la humanidad hacia la barbarie”, Prometeo nº 2, serie IV, marzo del 79).
12) Citemos los textos de presentación de Battaglia cuando la primera y segunda Conferencias: “Crisis y decadencia”: “Cuando empezó esto a manifestarse, el capitalismo dejó de ser un sistema progresivo, o sea necesario para el desarrollo de las fuerzas productivas, y entró en una fase de decadencia caracterizado por los intentos de resolver sus propias contradicciones insolubles, dándose nuevas formas organizativas desde un punto de vista productor (...) Efectivamente, la intervención progresiva del Estado en la economía ha de ser considerada como la marca de la imposibilidad de resolver las contradicciones que van acumulándose en las relaciones de producción y es entonces la manifestación de su decadencia” (primera Conferencia); “Monopolio y decadencia”: “Es precisamente en esta fase histórica cuando el capitalismo entra en su fase de decadencia (…) Dos guerras mundiales y esta crisis son la prueba histórica de lo que significa para la lucha de clases la permanencia de un sistema económico decadente como el sistema capitalista” (Segunda conferencia).
13) “La Primera Guerra mundial, resultado de la competencia entre Estados imperialistas, marcó un giro decisivo en los desarrollos capitalistas (...). Se entró entonces en un nuevo período histórico, el del imperialismo en el que cada Estado forma parte de un sistema económico global y no puede escaparse a las leyes económicas que lo rigen en su conjunto (...). Se acabó desde hace muchos decenios la época en la que las luchas de liberación nacional podían ser un factor de progreso en el mundo capitalista (con la Primera Guerra mundial de 1914). (...) Con la fundación de la Tercera internacional fue proclamada la era de la revolución proletaria mundial y esto afirmó la victoria de los principios marxistas; a partir de entonces, la actividad de los comunistas debía dirigirse exclusivamente hacia la destrucción de la sociedad burguesa para crear las condiciones de la construcción de una sociedad nueva”.
14) En “Respuestas a las estúpidas acusaciones de una organización en vías de desintegración”, en el sitio web del BIPR.
15) Disponible en francés en Internet: https://www.geocities.com/CapitolHill/3303/ [17] francia/crises_du_cci.htm.
16) Ya hemos visto en el artículo publicado en la Revista internacional nº 118 que Battaglia había leído muy mal El Capital, en el que la noción de decadencia aparece claramente en varios momentos. Pero quizás tenemos que hacer la penosa constatación de que Battaglia haciendo ridículos aspavientos, intenta protegerse abusivamente con la autoridad de nuestros “maestros” ante los jóvenes elementos en búsqueda de posiciones de clase. En el primer artículo de esta serie, comentamos más de veinte citas repartidas en la obra de Marx y Engels, desde la Ideología alemana hasta el Capital, pasando por el Manifiesto, el Anti-Duhring, etc., y citamos amplios extractos de un estudio específico de Engels llamado “La decadencia del feudalismo y el auge de la burguesía”.
17) Texto de presentación de Battaglia en la IIª Conferencia de grupos de la Izquierda Comunista.
18) Disponible en: www.internazionalisti.it/BIPR [18].
19) “[La CCI]... es una organización cuyas bases metodológicas y políticas situadas fuera del materialismo histórico e incapaz de explicar la sucesión de los acontecimientos del ‘mundo moderno’...” (Internationalist Communist n°21).
20) Obra conocida sobre todo por Grundrisse.
21) Por nuestra parte, al habernos comprometido a redactar una larga serie de artículos en defensa del materialismo histórico en le análisis de la evolución de los modos de producción, la relectura de las obras de Marx y Engels nos hacen descubrir y volver a descubrir una y otra vez con el mayor placer la gran cantidad de citas de esas obras que confirman plenamente lo que en estos artículos desarrollamos. Por eso reiteramos aquí nuestra invitación a todos los censores de la teoría de la decadencia a que pongan una detrás de otra, como así lo hemos hecho nosotros, las citas de los fundadores que puedan confirmar sus conceptos tan especiales sobre el materialismo histórico.
22) En realidad la Ficci sabe de sobra que Battaglia, so pretexto de redefinir la noción, está abandonando el concepto marxista de decadencia. Su apoyo y coba al BIPR sólo le sirve para adquirir una legitimidad política ante grupos de la Izquierda comunista que no defienden o han dejado de defender la teoría de la decadencia, para así ocultar sus métodos de hampones, rateros y soplones.
¡Más de 200.000 muertos! ¡Millones de personas amenazadas por las enfermedades, el hambre, el desempleo, que, además, ya han perdido lo poco que tenían!
Manifestamos nuestro dolor por esta nueva catástrofe que golpea a la humanidad. El maremoto era un fenómeno inevitable pero la indefensión de las víctimas, la falta de medidas de prevención, el estado lamentable de las viviendas etc., todo eso era evitable. También es evitable el abandono en el que han quedado la inmensa mayoría de las víctimas que, pasados los primeros días donde los medios de “comunicación” se volcaban con imágenes de explotación morbosa, ahora se han quedado solos, sin medios, en una situación de miseria mucho peor que antes.
¡Una catástrofe natural se ha convertido en una terrible catástrofe social que se une a la larga y terrible lista de matanzas por las guerras y otras catástrofes que no tienen nada de naturales sino que son sociales, es decir, causadas por las relaciones sociales de producción capitalista!.
Por eso decimos que el capitalismo es culpable de la catástrofe social como es igualmente culpable de desviar los recursos técnicos y científicos que ha desarrollado la humanidad hacia la guerra, la especulación y el negocio, cuando podrían dedicarse al desarrollo y bienestar de todos los seres humanos.
Este trágico acontecimiento no puede dejarnos indiferentes, tenemos que expresar nuestra solidaridad con las víctimas haciéndonos eco del impulso de solidaridad que ha manifestado mucha gente en todo el mundo.
Ahora bien ¿qué solidaridad? ¿la de los Estados que han utilizado hipócritamente la “ayuda humanitaria” como medio de enviar tropas y ocupar posiciones imperialistas en esa zona estratégica del mundo? ¿la de las ONG que no hacen más que poner remiendos que no resuelven nada y solo buscan su propio prestigio?
La auténtica solidaridad es desarrollar la lucha contra este sistema social, el capitalismo, basado en la explotación del hombre por el hombre, en el sacrificio de la vida para las leyes ciegas del mercado, en la división del mundo en Estados que utilizan a sus poblaciones respectivas como carne de cañón para repartirse el mundo, que han convertido el planeta en un campo de batalla causando sufrimientos cada vez mayores.
El desarrollo de esta solidaridad debe apoyarse en la comprensión de qué está pasando:
¿Cómo es posible que un fenómeno natural, el tsunami, se haya podido transformar en una gigantesca catástrofe social?
Ante el formidable desarrollo de la tecnología ¿podemos creernos realmente que era imposible prever la llegada del maremoto? ¿Podemos creer en la “fatalidad”? ¿Podemos aceptar que no había nada o muy poco que hacer para proteger a las poblaciones?
¿Quién es el verdadero responsable del desastre? ¿Tal o cual gobierno? ¿Tal o cual Estado? ¿Tal o cual empresa? ¿O es el sistema capitalista en su totalidad?
¿Cómo podemos evitar la repetición de catástrofes de este tipo?
Al mismo tiempo que en Asia ocurría el maremoto, en Argentina tenía lugar otra catástrofe que ha golpeado sobre todo a hijos de proletarios: la matanza de la discoteca, provocada directamente por la sed de beneficio de los capitalistas y la corrupción y la complicidad de los políticos. Es un sujeto que también se puede abordar en la discusión.
Para responder a estas y otras cuestiones que los asistentes deseen plantear, la Corriente Comunista Internacional organiza Reuniones Públicas en numerosos países. En Argentina:
Buenos Aires: sábado 19 de febrero 2005 19 horas Salón KUMON calle Rioja 117
El año 2005 es rico en aniversarios macabros. La burguesía acaba de celebrar uno de ellos, la liberación de los campos de concentración nazis en enero de 1945, con un fasto que ha superado el de las ceremonias del cincuentenario. No es de extrañar, desde luego, pues la exhibición de los crímenes monstruosos del adversario que salió derrotado de la Segunda Guerra mundial es el medio más seguro para absolver a los Aliados de sus propios crímenes contra la humanidad, cometidos durante la guerra misma y desde entonces, y presentar los valores democráticos como garantías de la civilización frente a la barbarie. Por razones similares, podemos suponer que el aniversario de la capitulación de Alemania de mayo de 1945 tenga también un especial boato. La Segunda Guerra mundial, de igual modo que la primera, fue una guerra imperialista, que enfrentó a bandidos imperialistas y la hecatombe que provocó (50 millones de muertos) confirmó de una manera tan dramática la quiebra del capitalismo. Y si hoy la burguesía está obligada a dar semejante amplitud a las conmemoraciones de la Segunda Guerra mundial, es precisamente porque las patrañas con las que se ha envuelto aquella barbarie tienen tendencia a gastarse. Empiezan ahora a evocarse evidencias negadas u ocultadas durante largo tiempo, como el hecho de que los Aliados conocían a la perfección la existencia de los campos de exterminio y que no hicieron nada para ponerlos fuera de uso, lo cual plantea la cuestión de la corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto. Les incumbe a los revolucionarios, que fueron los primeros en erguirse para denunciar la barbarie de ambos bandos, proseguir un combate contra unas mentiras de la burguesía cuyo objetivo es mantener ocultos los crímenes de los Aliados o minimizar su realidad. Les incumbe también dejar patente la inconsistencia de todos los intentos de la burguesía por “excusar” los actos de barbarie del bando “democrático”
¿Por qué tanto ruido sobre la liberación de los campos de concentración?
La conmemoración del 60º aniversario del desembarco aliado de junio de 1944 tuvo ya una amplitud que superó la del cincuentenario (1). Consciente de que el recuerdo de ese acontecimiento debe mantenerse permanentemente fresco en el cerebro de los vivos, la burguesía no escatimó medios para reavivar la imagen de todos aquellos jóvenes reclutas que, imaginándose que combatían por “la libertad de sus semejantes”, fueron aplastados por decenas de miles en las playas del desembarco. Para la burguesía, es de la mayor importancia que se mantenga en las conciencias de las nuevas generaciones, la mitología que permitió alistar a sus mayores que pensaban que combatir el fascismo en el campo democrático (2) era defender la dignidad humana y la civilización contra la barbarie. Por eso no le basta a la clase dominante con haber utilizado como carne de cañón a la clase obrera inglesa, americana, alemana (3), rusa o francesa, sino que es ahora a las generaciones actuales de proletarios a las que aquélla dirige en primer lugar su infecta propaganda. En efecto, aunque hoy no esté todavía dispuesta a sacrificarse por los intereses de económicos e imperialistas de la burguesía, la clase obrera sigue siendo permeable al embuste de que no sería el capitalismo la causa de la barbarie en el mundo, sino ciertos poderes totalitarios, enemigos jurados de la democracia. La tesis del carácter “único” del genocidio judío (y por lo tanto en nada comparable a otro genocidio) desempeña un papel central en la persistencia actual de la mistificación democrática. En efecto, fue gracias a su victoria sobre el régimen totalitario exterminador del pueblo judío si el campo aliado y su ideología democrática, lograron imponer la patraña de que ellos eran las garantías contra la suprema barbarie.
Justo después de la Segunda Guerra mundial, incluso en las dos décadas siguientes, denunciar en el mismo plano la barbarie de los Aliados y la de los nazis sólo lo hacían unas pequeñas minorías, limitadas prácticamente al medio revolucionario internacionalista (4). Esto iba a ir cambiando paulatinamente con la puesta en entredicho, consecuencia del resurgir internacional del proletariado en 1968, de toda una serie de mistificaciones y mentiras forjadas y alimentadas durante casi medio siglo de contrarrevolución (y en primer lugar, la mentira del carácter socialista de los países del Este). Y tanto más por cuanto la serie continua de conflictos bélicos desde la Segunda Guerra mundial, en la que los grandes países democráticos aparecían como los pioneros de la barbarie (Estados Unidos en Vietnam, Francia en Argelia…) (5), abrieron el camino a la reflexión crítica. El incremento de la barbarie y del caos desde los años 90 aparece, a pesar del despliegue de la mentira democrática alimentada por el desmoronamiento del estalinismo, como el remate del siglo más sanguinario de la historia (6). Desde hace 15 años, grandes potencias, a menudo “democráticas”, han acumulado unas responsabilidades evidentes en el desencadenamiento de los conflictos: Estados Unidos y tras ellos la coalición anti Sadam en la primera guerra en Irak que hizo 500 000 muertos; las grandes potencias occidentales en Yugoslavia (en dos ocasiones) con sus “limpiezas étnicas” y entre éstas la del enclave de Srebrenica en 1993, cometido por Serbia, sí, pero con el apadrinamiento de Francia y Gran Bretaña; el genocidio de Ruanda coordinado por Francia y que hizo un millón de víctimas (7); la guerra en Chechenia con su limpieza étnica también realizada por Rusia; y la última intervención, tan actual y tan brutal, de Estados Unidos y Gran Bretaña en Irak. En algunos de esos conflictos se asiste incluso a la repetición del guión de la Segunda Guerra mundial, designando un dictador para que cargue con todas las responsabilidades de las hostilidades y de las matanzas: Sadam Husein en Irak, Milosevic en Yugoslavia. Poco importa si, antes, el dictador había sido un tipo respetable para esas democracias que mantenían con él unas cordiales relaciones antes de darle un mejor uso como cabeza de turco.
En esas condiciones, no es de extrañar que la píldora del carácter “único” del genocidio judío sea cada vez más difícil de tragar para quienes no hayan sufrido una matraca ideológica embrutecedora durante una vida entera. Concebir el Holocausto como una ignominia especialmente abominable en medio de un océano de barbarie, y no como algo particular, supone que se posee un sentido crítico que no ha sucumbido frente a las campañas de culpabilización y de intimidación más asquerosas de la burguesía con las que pretende hacer pasar por “indiferentistas”, por “negacionistas” (que ponen en entredicho la realidad del Holocausto), por antisemitas o neonazis a quienes rechazan y condenan tanto al campo de los Aliados como al de los fascistas. Por esta razón las nuevas generaciones son más capaces de librarse de las mentiras que han emponzoñado las conciencias de sus mayores, como dan testimonio algunos comentarios de profesores de secundaria que dan las clases sobre la Shoah :
“Es difícil hacer que admitan [los alumnos] que es un genocidio diferente de los demás” (le Monde del 26 de enero, “La actitud refractaria de algunos alumnos obliga a los profesores a revisar sus clases sobre la Shoah”).
Por eso, para entorpecer el camino de una toma de conciencia sobre la naturaleza real de la segunda carnicería mundial y la democracia, la burguesía que hacer jugar a fondo la emoción que inevitablemente provoca el recuerdo y la descripción del sufrimiento de millones de desaparecidos en los campos de concentración, desviando la responsabilidad real de esos horrores y los de toda la guerra hacia un dictador, un régimen, un país, para así excusar a un sistema, el capitalismo. Y para hacer que esa puesta en escena sea lo más eficaz posible, había que seguir ocultando y deformando la realidad de los crímenes de las grandes democracias durante la Segunda Guerra mundial.
Tras el terror y la barbarie de los Aliados y del nazismo, la misma razón de Estado
La experiencia de dos guerras mundiales muestra que tuvieron características comunes que explican el grado alcanzado en la barbarie y del que son responsables todos los campos presentes:
• El armamento incorpora el grado más elevado de la tecnología, y, como el conjunto del esfuerzo de guerra, canaliza todos los recursos y fuerzas de la sociedad. Los progresos de la tecnología que hubo entre la Primera y la Segunda Guerra mundial, sobre todo en la aviación, hicieron que los enfrentamientos bélicos no se limitaran ya, esencialmente, a campos de batalla en los que se enfrentan los ejércitos enemigos, sino que es toda la sociedad la que acaba siendo teatro de operaciones;
• Un grillete de hierro comprime la sociedad entera para que se pliegue ante todas las exigencias extremas del militarismo y de la producción de guerra. La manera con la que eso se llevó a cabo en Alemania es un modelo llevado al extremo. En efecto, a medida que se incrementan las dificultades militares, las necesidades de mano de obra se van a intensificar cada vez más. Para satisfacerlas, a lo largo del año 1942, los campos de concentración se convierten en un inmenso almacén de material humano barato, renovable indefinidamente y explotable sin límites. Así, la tercera parte como mínimo de los obreros empleados por las grandes compañías como Krupp, Heinkel, Messerschmitt o IG Farben eran deportados (8).
• Se usan todos los medios, hasta los más extremos, para imponerse militarmente: gases asfixiantes durante la Primera Guerra mundial, unos gases que hasta su primer uso se consideraban como el arma absoluta que no se usaría nunca; la bomba atómica, el arma absoluta, contra Japón en 1945. Menos conocidos, pero más mortíferos todavía, fueron los bombardeos de Segunda Guerra mundial de ciudades y poblaciones civiles con el objetivo de aterrorizarlas y diezmarlas. Inaugurados por Alemania sobre las ciudades de Londres, Coventry y Rótterdam, fueron sistematizados y perfeccionados por el Reino Unido, cuyos bombarderos desencadenarían verdaderos huracanes de fuego en el corazón de las ciudades alcanzando unas temperaturas de más de mil grados en medio de unas espantosas hogueras.
“Los crímenes alemanes o soviéticos no pueden hacer olvidar que los propios Aliados fueron habitados por el espíritu del mal, poniéndose por delante de Alemania en ciertos dominios, especialmente en el de los bombardeos de terror. Al decidir el 25 de agosto de 1940 lanzar las primeras incursiones sobre Berlín, en réplica a un ataque accidental sobre Londres, Churchill tomó la aplastante responsabilidad de una terrible regresión moral. Durante casi cinco años, el Premier británico, los comandantes del Bomber Command, Harris, en particular, se ceban en las ciudades alemanas. (…)
“El colmo del horror se alcanzó el 11 de septiembre de 1944 en Darmstadt. Durante un ataque magistralmente agrupado, todo el centro histórico desapareció en medio de un océano de llamas. En 51 minutos, la ciudad recibió un tonelaje de bombas superior al de toda la aglomeración londinense durante toda la guerra. Murieron 14 000 personas. En cuanto a las factorías situadas en la periferia y que sólo representaban el 0,5% del potencial económico del Reich, apenas si fueron tocadas” (Una guerra total 1939-1945, estrategias, medios, controversia, Ph. Masson) (9).
Los bombardeos ingleses sobre las ciudades alemanas causarían la muerte de cerca de 1 millón de personas.
El descalabro alemán y japonés del año 1945 no llevó, ni mucho menos, a una moderación de la ofensiva sobre esos países que permitiera reducir costes financieros, sino que, al contrario, tuvo el efecto de redoblar la intensidad y la brutalidad de los ataques aéreos. La razón estriba en que lo que desde entonces estaba en juego ya no era la victoria sobre esos países, algo ya adquirido. Se trataba, en realidad de evitar que, frente a los sufrimientos de la guerra, apareciesen fracciones de la clase obrera en Alemania que se rebelaran contra el capitalismo, como había ocurrido al final de la Primera Guerra mundial (10). Los ataques aéreos ingleses servían para proseguir el aniquilamiento de los obreros que no habían perecido en el frente militar, hundiendo al proletariado en la impotencia y el terror.
A esa consideración se le añade otra. Estaba claro para los anglo-norteamericanos que el futuro reparto del mundo iba a enfrentar a los principales países vencedores de la Segunda Guerra mundial, Estados Unidos por un lado (y junto a este país, un Reino Unido exangüe) y, por el otro lado, la Unión Soviética, capaz entonces de reforzarse considerablemente merced a las conquistas y la ocupación militar que le permitirían vencer a Alemania. Es la conciencia de esa amenaza lo que expresa Churchill sin el menor equívoco:
“la Rusia soviética se había vuelto un enemigo mortal para el mundo libre, [de manera] que había que crear sin tardanza un nuevo frente para parar su marcha adelante de tal modo que ese frente estuviera lo más al Este posible de Europa” (11).
Se trata pues, para los Aliados occidentales, de marcar los límites ante las apetencias imperialistas de Stalin en Europa y Asia mediante demostraciones de fuerza disuasorias. Será ésta la otra función de los bombardeos británicos de 1945 sobre Alemania y el único objetivo del empleo del arma atómica contra Japón (12).
El carácter cada vez más limitado de los objetivos militares y económicos que acaban siendo totalmente secundarios, pone claramente de relieve, como en Dresde, los nuevos designios de los bombardeos:
“Hasta 1943, a pesar de los sufrimientos infligidos a la población, los raids podían tener todavía una justificación militar o económica al ser bombardeados los grandes puertos del norte de Alemania, el complejo del Ruhr, los centros industriales de mayor importancia o incluso la capital del Reich. Pero, a partir del otoño de 1944, ya no es lo mismo ni mucho menos. Con una técnica perfectamente rodada, el Bomber Command, que dispone de 1600 aviones y que se enfrenta a unas defensas alemanas cada día más débiles, emprende el ataque y la destrucción sistemática de ciudades medianas e incluso pequeñas aglomeraciones sin el menor interés militar o económico.
“La historia ha retenido la atroz destrucción de Dresde en febrero de 1945, con la excusa estratégica de neutralizar un nudo ferroviario importante de la retaguardia de la Wehrmacht implicada contra el Ejército rojo. En realidad, las perturbaciones ocasionadas a la circulación no irán más allá de las 48 horas. Ninguna justificación, sin embargo, para la destrucción de Ulm, de Bonn, de Wurtzbourg, de Hidelsheim, de todas esas ciudades medievales, de esas joyas artísticas pertenecientes al patrimonio de Europa. Todas esas antiguas ciudades desaparecerán en medio de tempestades de fuego en donde la temperatura alcanza 1000 a 2000 grados que provocan la muerte de decenas de miles de personas en unos sufrimientos atroces” (Ph. Masson).
Cuando la barbarie misma se convierte en el móvil principal de la barbarie
Hay otra característica común a los dos conflictos mundiales: al igual que las fuerzas productivas que la burguesía es incapaz de controlar bajo el capitalismo, las fuerzas destructivas que pone en marcha en una guerra total tienden a escapar a su control. De igual modo, los peores instintos desencadenados por la guerra se hacen autónomos, se autoestimulan, produciendo actos de barbarie gratuita, ya sin la menor relación con los objetivos militares buscados, por muy abominables que ya sean.
Los campos de concentración nazis se habían ido convirtiendo, durante la guerra, en una monstruosa máquina de matar a todos aquellos sospechosos de resistencia en Alemania o en los países ocupados o sometidos a vasallaje, al constituir los traslados de los detenidos a Alemania un medio de imponer el orden mediante el terror en las zonas ocupadas por Alemania (13). Pero el carácter cada día más expeditivo y radical de los medios empleados para deshacerse de población concentrada, de los judíos en particular, se debe menos a la necesidad de imponer el terror o el trabajo forzado. Se trata de una huida ciega en una barbarie cuyo único móvil es la barbarie misma (14). Junto a las matanzas masivas, lo torturadores y médicos nazis se dedicaban a hacer “experimentos” con prisioneros en los que, más que interés científico, lo que dominaba era el puro sadismo. A esos científicos, por otra parte, se les ofrecerá la inmunidad y una nueva identidad a cambio de su colaboración en proyectos clasificados “secreto militar” en Estados Unidos.
La marcha del imperialismo ruso, a través de Europa del Este hacia Berlín, vino acompañada de barbaridades que tienen esa misma “lógica”:
“Se aplastan columnas de refugiados bajo las cadenas de los carros de combate o son sistemáticamente ametralladas por la aviación. La población de aglomeraciones enteras es aplastada con cruel ensañamiento. Se crucifica a mujeres desnudas en las puertas de las granjas. Se decapita a niños o se les aplasta la cabeza a culatazos o se les tira vivos en la pocilga de los cerdos. Todos aquellos que no han podido huir o no han podido ser evacuados por la Marina en los puertos del Báltico son sencillamente exterminados. Se puede calcular el número de víctimas entre 3 o 3,5 millones (…)
“Sin alcanzar ese grado, esa locura asesina se extiende a todas las minorías alemanas de Sureste europeo, en Yugoslavia, en Rumania y en Checoslovaquia, a miles de Sudetes. La población alemana de Praga, instalada en la ciudad desde la Edad Media es machacada con un sadismo inaudito. Después de haber sido violadas, se les corta a las mujeres el tendón de Aquiles, condenadas a morir desangradas en el suelo con unos sufrimientos atroces. Se ametralla a los niños a la salida de las escuelas, los tiran a la calle desde los pisos más altos de los edificios o los ahogan en estanques y fuentes. A muchos pobres desgraciados los emparedan vivos en los sótanos. En total, más de 30 000 victimas..
“De la violencia tampoco se escapan las jóvenes auxiliares de transmisiones de la Luftwaffe tiradas vivas en medas de heno a las que se prende fuego. Durante semanas el Vltava (Moldava) arrastra miles de cadáveres, familias enteras a veces, clavados en almadías. Ante el estupor de algunos testigos, toda una parte de la población checa hace alarde de una bestialidad propia de edades remotas.
“Esas matanzas se deben, en realidad, a una voluntad política, a una eliminación intencionada, favoreciendo el despertar de las pulsiones más bestiales. En Yalta, ante la inquietud de Churchill de ver surgir nuevas minorías dentro de las futuras fronteras de la URSS o de Polonia, Stalin no se retuvo para declarar con tono burlón que no debían de quedar muchos alemanes en esas regiones...” (Ph. Masson).
De la “limpieza étnica” de las provincias alemanas del Este no solo fue responsable el ejército de Stalin, sino que se realizó gracias a la ayuda de los ejércitos británico y estadounidense. Aunque ya entonces se estaban diseñando las líneas del futuro antagonismo entre la URSS y Estados Unidos, estos dos países junto con Gran Bretaña cooperaron sin reservas en la tarea de eliminar todo peligro proletario, mediante la eliminación masiva de la población (15). Además, todos ellos tienen interés en que el yugo de la futura ocupación de Alemania pueda ejercerse sobre una población inerte por lo mucho que ha sufrido y que contenga la menor cantidad posible de refugiados. Este objetivo, que ya por sí solo encarna la barbarie, será la base de partida de una escalada de una bestialidad incontrolada al servicio del asesinato de masas.
Los refugiados que escapan a los tanques de Stalin, son aplastados por unos bombardeos ingleses y americanos en los que se da rienda suelta a medios abrumadores para realizar el exterminio puro y simple. Los crueles bombardeos sobre Alemania, fueran éstos ingleses, ordenados por Churchill en persona, o norteamericanos, tienen el objetivo de matar al mayor número de personas y con la mayor atrocidad posible:
“... esta voluntad masiva de destrucción sistemática que acaba a veces pareciéndose a un genocidio, prosigue hasta abril de 1945, a pesar de las objeciones en aumento del Air Marshall Portal, comandante en jefe de la RAF, el cual desearía orientar los bombardeos hacia la industria o los transportes. Como buen político, el propio Churchill acaba inquietándose tras las indignadas reacciones de la prensa de los países neutrales e incluso de una parte de la opinión británica” (Ph. Masson).
En el frente alemán, el objetivo del raid norteamericano del 12 de marzo de 1945 sobre la ciudad portuaria de Swinemünde en Pomerania que provocará más de 20 000 victimas, son los refugiados que huyen ante el avance de las tropas de Stalin, amontonados en la ciudad o ya a bordo de navíos:
“La playa estaba bordeada de una amplia cintura de parques en los que se había concentrado la masa de los refugiados. El 8º ejército lo sabía perfectamente y fue por eso por lo que había cargado sus aviones con gran cantidad de “rompedores de árboles”, bombas con detonadores que explotaban en cuanto entraban en contacto con las ramas.
“Un testigo cuenta haber visto a refugiados en el parque “que se tiraban al suelo exponiendo así todo su cuerpo a la acción de los “rompedores de árboles”. Los marcadores habían dibujado exactamente los límites del parque con luces trazadoras, de modo que la lluvia de bombas caía en una zona muy estrecha de tal manera que no había ninguna posibilidad de poder escapar (…)
“Entre los grandes barcos mercantes que se hundieron (los Jasmund, Hilde, Ravensburg, Heiligenhafen, Tolina, Cordillera)- fue el Andros el que sufrió las mayores pérdidas. Había zarpado el 5 de marzo en Pillau, en la costa de Samland, con dos mil pasajeros en dirección a Dinamarca” (El incendio, Alemania bajo las bombas, 1940-45 de Jörg Friedrich).
“A esos ataques masivos se añaden, durante el mismo período, las incursiones repetidas de la aviación táctica, bimotores y cazabombarderos. Esos raids [tanto de Estados Unidos como de Gran Bretaña] apuntan a los trenes, las carreteras, a pueblos, alquerías aisladas, incluso a campesinos en sus tierras. Los alemanes ya solo trabajan la tierra al alba o al anochecer. Los ametrallamientos se producen a la salida de las escuelas y hay que ir a recoger a los niños para protegerse contra los combates aéreos. Durante el bombardeo de Dresde, los cazas aliados atacan las ambulancias y los camiones de bomberos que acudían hacia la ciudad desde las ciudades vecinas” (Ph. Masson).
En el frente de guerra extremo oriental, el imperialismo estadounidense actúa con la misma bestialidad:
“Volvamos al verano de 1945. Setenta de las mayores ciudades de Japón ya han sido destruidas por el fuego como consecuencia de los bombardeos con napalm. En Tokio, un millón de civiles está sin techo y han muerto 100 000 personas. Han sido, retomando la expresión del general de división Curtis Lemay, responsable de esas operaciones de bombardeo por el fuego, “asados, hervidos y cocidos hasta la muerte”. El hijo del presidente Franklin Roosevelt, que era también su confidente, había declarado que los bombardeos debían continuar “hasta que hayamos destruido más o menos la mitad de la población civil japonesa”. El 18 de julio, el emperador del Japón telegrafía al presidente Harry S. Truman, que había sucedido a Roosevelt, para pedirle la paz una vez más. Su mensaje es ignorado. (…) Unos días después del bombardeo de Hiroshima, el vicealmirante Arthur Radford se jacta: ‘Japón acabará siendo una nación sin ciudades, un pueblo de nómadas’” (“De Hiroshima a las Torres Gemelas”, le Monde diplomatique, septiembre de 2002).
Confusión ideológica y mentiras para tapar los cínicos crímenes de la burguesía
Hay otra característica del comportamiento de la burguesía, especialmente presente en las guerras, sobre todo cuando son guerras totales: los crímenes que ella decide que no se borren de la historia (del mismo modo que los historiadores estalinistas empezaron a hacerlo en los años 1930), los trastoca en lo contrario, en actos de valentía, actos virtuosos que habrían permitido salvar más vidas humanas que las que se suprimieron con esos actos.
Les bombardeos británicos en Alemania
Tras la victoria de los Aliados, desaparece de la realidad histórica toda una parte de la Segunda Guerra mundial (16):
“los bombardeos de terror cayeron en el casi absoluto olvido, al igual que las matanzas perpetradas por el Ejército rojo o los repugnantes ajustes de cuentas en Europa del Este” (Ph. Masson).
Esos acontecimientos no son, claro está, conmemorados en las ceremonias de los aniversarios “macabros”, son totalmente desterrados de ellas. Solo quedan algunos testimonios de la historia, demasiado arraigados para ser arrancados abiertamente, y que son “tratados mediáticamente” para volverlos inofensivos. Así ocurre, en particular, con el bombardeo de Dresde :
“… la más “admirable” incursión de terror de toda la guerra [...] fue obra de los Aliados victoriosos. Un récord absoluto fue alcanzado el 13 y 14 de febrero de 1945: 253 000 muertos, refugiados, civiles, prisioneros de guerra, deportados del trabajo. Ningún objetivo militar” (Jacques de Launay, “Introducción” a la edición francesa de 1987 del libro La destrucción de Dresde (17).
Queda bien, en los media que comentan las ceremonias del 60º aniversario del bombardeo de Dresde, considerar la cantidad de 35 000 víctimas y cuando se evoca la de 250 000 es para atribuir inmediatamente tal estimación, para unos a la propaganda nazi y, para otros, a la propaganda estalinista. Esta última “interpretación” es, por cierto, poco coherente con la preocupación principal de las autoridades de Alemania oriental de esos años, para las cuales
“había que evitar a toda costa que se extendiera la información cierta de que la ciudad había sido invadida por cientos de miles de refugiados que huían del Ejército rojo” (Jacques de Launay).
En efecto, en el momento de los bombardeos, la ciudad contaba alrededor de un millón de habitantes, entre los cuales 400 000 refugiados. Habida cuenta de cómo quedó la ciudad de aniquilada, es difícil imaginarse cómo solo pereció ¡el 3,5 % de la población (18)!
Por encima de la campaña de banalización por la burguesía del horror de Dresde, mediante la minimización de la cantidad de víctimas, hay otra para hacer aparecer la indignación legítima que ese acto de barbarie como algo típico de neonazis. Toda la publicidad que se ha hecho en torno a las manifestaciones que en Alemania agruparon a unos energúmenos, degenerados nostálgicos del Tercer Reich, para conmemorar el acontecimiento sirve, claro está, para evitar una crítica que ponga en entredicho los Aliados por miedo a ser confundido con los nazis.
El bombardeo atómico de Japón
Al contrario de los bombardeos ingleses en Alemania para los que se hizo todo por ocultar su amplitud, el empleo del arma atómica por primera y única vez en la historia, por parte de la primera democracia del mundo, fue un acontecimiento que nunca ha sido ocultado o minimizado. Al contrario, se hizo todo para que todo el mundo se enterara y que el poder destructivo de esta nueva arma apareciera claramente. Se tomaron todas las disposiciones necesarias para ello, incluso antes del bombardeo del 6 de agosto de 1945:
“Fueron designadas cuatro ciudades [para ser bombardeadas]: Hiroshima (gran puerto y ciudad industrial con bases militares), Kokura (arsenal principal), Nigata (puerto, siderurgia y refinerías), et Kyoto (industrias) (…) A partir de ese momento, ninguna de esas ciudades recibió bombas: había que evitar a toda costa que fueran tocadas de tal manera que la potencia destructiva de la Bomba atómica fuera indiscutible.”
(Artículo “Bomba lanzada sobre Hiroshima” en “https://www.momes [23]. net/dictionnaire/h/hiroshima.html”). En cuanto al lanzamiento de la segunda bomba sobre Nagasaki (19), corresponde a la voluntad de Estados Unidos de dejar patente que podía, cuantas veces quisiera, usar la explosión nuclear (aunque no era así, pues las bombas siguientes no estaban todavía listas).
Según la justificación ideológica de esa masacre de japoneses, era ése el único medio que permitiera obtener la capitulación de Japón salvando la vida de un millón de soldados norteamericanos. Es ésa una enorme mentira más propagada hoy: Japón estaba desangrado y EE.UU. (gracias a haber interceptado y descifrado las comunicaciones de la diplomacia y del estado mayor nipón) sabía perfectamente que estaba dispuesto a capitular. Pero también sabía que, del lado japonés, había una restricción a la capitulación, o sea, la negativa a destituir al emperador Hiro Hito. Con una justificación así para evitar que Japón aceptara la capitulación total, EE.UU. la usó redactando los ultimátum de tal modo que indujeran la idea de que exigían la destitución del emperador. Hay que subrayar, además, que la administración estadounidense no amenazó nunca explícitamente a Japón con hacerle sufrir el fuego nuclear tras el primer ensayo nuclear acertado en Alamogordo, para así no dar la menor ocasión de que Japón aceptara las condiciones norteamericanas. Tras haber lanzado dos bombas atómicas con la demostración de la superioridad de esta nueva arma sobre todas las armas convencional, los Estados Unidos habían conseguido sus fines, Japón capituló… y el emperador siguió en su sitio. La inutilidad absoluta del uso de la bomba atómica contra Japón para forzarlo a capitular se ha visto confirmada desde entonces en declaraciones de militares, algunos de ellos de alto rango, horrorizados, incluso ellos mismos, por un cinismo y una barbarie semejantes (20).
La corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto
“Al silencio europeo se añade el de los Aliados. Perfectamente al corriente a partir de 1942, ni los británicos, ni los estadounidenses se conmueven por el siniestro destino de los judíos, negándose a integrar la lucha contra el genocidio en sus objetivos de guerra. La prensa señala traslados y matanzas, pero esas informaciones son relegadas a las páginas interiores. El fenómeno es particularmente claro en Estados Unidos en donde reina un antisemitismo virulento desde 1919” (Una guerra total…).
Cuando la liberación de los campos, los Aliados fingen la sorpresa ante su existencia y las exterminaciones masivas que ellos han ayudado a cometer. Hasta ahora únicamente denunciada por algún que otro historiador honrado y las minorías revolucionarias, esa superchería empieza, desde hace unos diez años, a ser puesta en tela de juicio por parte de personalidades oficiales o en algunos medios conocidos. Benyamin Netanyahu, Primer ministro israelí, por ejemplo, declara el 23 de abril de 1998, en Auschwitz, con ocasión de la “Marcha de los Vivos”:
“No era difícil pararlo todo, bastaba con bombardear los raíles. Ellos [los Aliados] estaban al corriente. No bombardearon porque, en aquel entones, los judíos no tenían Estado, ni fuerza militar y política para protegerse”;
la revista francesa Science et vie Junior escribe también:
“En la primavera de 1944, los Aliados fotografían Auschwitz-Birkenau en detalle y bombardean en cuatro ocasiones las fábricas cercanas. Nunca se lanzó bomba alguna contra las cámaras de gas, las vías férreas o los hornos crematorios del campo de exterminio. Winston Churchill y Franklin Roosevelt estaban ya informados de lo que pasaba en los campos desde 1942 por el representante del Congreso Judío Mundial de Ginebra y, más tarde por resistentes polacos. Resistentes judíos pidieron que se bombardearan las cámaras de gas y los crematorios de Auschwitz. No lo hicieron o, en el caso de Churchill, sus órdenes no fueron ejecutadas” (n° 38, octubre 1999; sobre la Segunda Guerra mundial).
El procedimiento es tan viejo como el mundo: se acusa a unos mandaos para evitar que se acuse al mando. Las respuestas dadas a esa situación, incluidas las más honradas, dejan intacta la respetabilidad del campo aliado:
“¿Por qué, si la aviación aliada bombardeó una fábrica de caucho a 4 km de allí? La respuesta es terrible: los militares tenían otras prioridades. Para ellos lo esencial era ganar la guerra lo antes posible y nada debía retrasar ese objetivo prioritario” (Ibid.).
Todo para evitar que se plantee la verdadera cuestión sobre la corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto (21), cuando, en realidad, rechazaron todas las propuestas alemanas de cambiar a los judíos por camiones, e incluso por nada y que se negaron en absoluto a salvar la vida a una población que consideraban un engorro y de la que no querían saber nada.
La burguesía: una clase de gángsteres
¿Cómo explicar que unos secretos tan bien guardados se saquen hoy a plaza pública? En el artículo citado antes que contiene el discurso de Netanyahu del 23 de abril de 1998 en Auschwitz, aparece un principio de respuesta:
“Evidentemente, la presión ejercida sobre Benyamin Netanyahu en vísperas de su salida para Polonia, por los países europeos y sobre todo por Estados Unidos, en relación con las negociaciones con Yasir Arafat, explica que haya recurrido a la temática de las víctimas de la Shoah” (“El debate historiográfico en Israel en torno a la Shoah: el caso del leadership judío” de Raya Cohen, Universidad de Tel-Aviv).
Fue efectivamente para relajar la presión ejercida sobre Israel por Estados Unidos en las negociaciones con los palestinos si Netanyahu tiró una piedra en el charco para salpicar la reputación del Tío Sam. Al mostrar explícitamente su voluntad de una mayor independencia respecto a EE.UU. y poder así jugar su propio juego, lo que Israel hace es meterse en la misma dinámica que la de todos los antiguos vasallos de Estados Unidos en el seno del bloque del Oeste desde que desapareció éste a principios de los años 90. Otros países como Francia o Alemania han llevado más lejos esa dinámica, poniendo abiertamente en entredicho el liderazgo estadounidense. Esa es la razón por la cual, para así alimentar un antiamericanismo que no han cesado de fortalecer a medida que se incrementaban los antagonismos con la primera potencia mundial, los nuevos rivales (y antiguos Aliados) de EE.UU., podrían ser hoy más favorables a que se planteara en plaza pública, la pregunta de saber “¿por qué los Aliados, que sabían que se estaba produciendo el Holocausto no bombardearon los campos?” Es de suponer que Estados Unidos, junto con Gran Bretaña, tengan que afrontar en el futuro unas críticas más explícitas sobre su corresponsabilidad en el Holocausto (22).
Existen, en particular en Alemania, intentos de romper el consenso ideológico favorable al vencedor que ha prevalecido desde 1945, paralelamente a su deseo de quitarse de encima el estatuto de enano militar resultante de la derrota. Desde su reunificación a principios de los años 90, Alemania se ha dado los medios de asumir, en el plano internacional, responsabilidades militares en las operaciones de “mantenimiento de la paz”, en la antigua Yugoslavia en especial y, más recientemente, en Afganistán. Esta política de Alemania, país que tiende a afirmarse como principal retador del liderazgo de Estados Unidos (aunque esté todavía muy lejos de poderlo asumir), corresponde a la voluntad de Alemania de desempeñar de nuevo un papel de primer plano en el tablero imperialista mundial. Entre las condiciones requeridas para desempeñar ese papel, Alemania debe poner fin a la vergüenza de su pasado nazi, algo que tiene pegado a su piel como una lapa, “rehabilitarse” demostrando que durante la Segunda Guerra mundial, la barbarie estaba en ambos bandos, lo cual no parece muy difícil en vista de las pruebas que atestiguan esa realidad. Quienes, muy a propósito, están llevando a cabo esa ofensiva ideológica de Alemania son personalidades que afirman que su combate está subordinado al de la defensa de la democracia, sin, por lo tanto, olvidarse de denunciar los crímenes nazis. Como lo relata un artículo titulado “El libro de Jörg Friedrich Der Brand ha reabierto la polémica sobre los bombardeos estratégicos” publicado en un número especial de Der Spiegel de 2003, esta ofensiva ideológica produjo un agrio intercambio mediático entre Alemania y Gran Bretaña. Der Spiegel escribía:
“Nada más publicarse en el Bild-Zeitung unos extractos de ese estudio exhaustivo sobre la guerra de las bombas llevada a cabo por los Aliados contra Alemania en los años 1940-45 y ya unos periodistas británicos se echaron encima del historiador berlinés acabando por hacerle la misma pregunta: “¿Cómo ha llegado usted a pintar a Winston Churchill como criminal de guerra?”. Friedrich ha explicado sin descanso que en su libro se abstuvo de dar una opinión sobre Churchill. ‘Además no puede considerársele como criminal de guerra en el sentido jurídico de la palabra, dice Friedrich, porque los vencedores, incluso cuando cometieron crímenes de guerra, no fueron inculpados’”.
Der Spiegel sigue:
“No es de extrañar que el Daily Telegraph conservador haya hecho sonar las alarmas y estigmatizado el libro de Friedrich ‘como un ataque nunca antes visto contra la manera de conducir la guerra por parte de los Aliados’. En el Daily Mail el historiador Corelli Barnett se enfurece de que su colega alemán se haya unido a la ‘caterva de peligrosos revisionistas’, intentando establecer ‘una equivalencia moral entre el apoyo de Churchill a los bombardeos “alfombra” y el crimen indecible’ de los Nazis, ‘un absurdo infame y peligroso’” (…)
“Churchill – verdadero hombre de guerra – también era un político ambivalente. Fue ese carismático Primer ministro quien exigió ataques ‘de aniquilamiento’ contra las ciudades alemanas. Pero, luego, cuando vio las películas de la ciudades en llamas, preguntó: ‘¿Somos animales? ¿No habremos ido demasiado lejos?’
“Al mismo tiempo, y nadie más que él (al igual que Hitler y Stalin) tomó por su cuenta y riesgo todas las decisiones militares importantes y como mínimo dio su aprobación a la escalada constante en la guerra de los bombardeos.”
En el mismo sentido, Alemania está desarrollando una ofensiva diplomática para, en un primer tiempo, obtener reparación moral por el perjuicio que sufrió con la pérdida de su influencia histórica en una serie de países de Europa del Este, tras su derrota en la Segunda Guerra mundial. En efecto,
“... unos 15 millones de alemanes tuvieron que huir del Este de Europa tras la derrota. Nazis o no, colaboradores o resistentes, fueron expulsados de unas regiones en las que, en bastantes casos, estaban establecidos desde hacía siglos: les Sudetes en Bohemia y Moravia, en Silesia, Prusia Oriental y Pomerania” (“La ‘nueva Alemania’ rompe sus viejos tabúes”, le Temps –periódico suizo– del 14 de junio de 2002).
En efecto, con la tapadera de laborar con fines humanitarios, Alemania ha tomado la iniciativa de crear una
“red europea contra los desplazamientos de poblaciones” motivada por la “la idea de que el desplazamiento de las poblaciones alemanas fue una “injusticia” basada en razones étnicas justificada por los Acuerdos de Potsdam” (Informationen zur Deutschen Außenpolitik del 2 de febrero de 2005; https://www.germanforeignpolicy.com [24]) (23).
En un discurso de apoyo a esa “red”, pronunciado en noviembre de 2004 ante una comisión del Consejo de Europa, Markus Meckel, diputado del SPD especializado en temas internacionales, declaraba:
“Claro está, fueron dictadores como Hitler, Stalin y, recientemente, Milosevic quienes ordenaron esos desplazamientos de población, pero demócratas como Churchill y Roosevelt, aceptaron esa homogeneización étnica como un medio de estabilización política”.
La publicación citada (Informationen zur …) resume la continuación del discurso:
“Meckel insiste en la provocación añadiendo que hoy todo el mundo estaría de acuerdo en calificar de vulneración del derecho el traslado de poblaciones alemanas. ‘La comunidad internacional condena hoy’, explica, el comportamiento de los vencedores de la guerra de los cuales no parece pensarse que actuaran de manera diferente a la de la dictadura racista del nacional-socialismo.”
No cabía claro está esperar de parte de ninguna fracción de la burguesía que, al poner en evidencia los crímenes cometidos por otras, no sea su motivación sino la de defender sus propios intereses imperialistas. La propaganda burguesa que utiliza hoy la revelación de los crímenes de los Aliados durante la Segunda Guerra mundial debe ser combatida con la misma determinación que la aliada y democrática que utilizó los crímenes del nazismo para fabricarse una virginidad. Todas las lágrimas que echan sobre las víctimas de la Segunda Guerra mundial, sea cual sea la facción de la burguesía, no son más que repugnante hipocresía.
La lección más importante que sacar de esos seis años de carnicería mundial es que los dos campos enfrentados y los países que agrupaban, sea cual sea la ideología con la que se cubrían, estalinista, demócrata o nazi, eran todos ellos el legítimo engendro de la bestia inmunda que es el capitalismo decadente.
La única denuncia de la barbarie que pueda servir los intereses de la humanidad es la que va a la raíz de esa barbarie y la utiliza como una herramienta de denuncia del capitalismo como un todo para acabar con él antes de que él acabe con la humanidad entera bajo sus ruinas.
LC-S (16 de abril de2005)
1 Leer nuestro artículo “Desembarco de junio de 1944 : Matanzas y manipulaciones capitalistas” en la Revista internacional n° 118.
2 Leer nuestro artículo sobre las conmemoraciones de 1944: “50 años de mentiras imperialistas” en la Revista internacional n° 78.
3 Se trata esencialmente de la Izquierda comunista que denunció esa guerra como guerra imperialista igual que la primera, defendiendo que frente a ella, la única actitud consecuente de los revolucionarios era el internacionalismo más intransigente, negándose a apoyar ni a uno ni al otro de los dos campos. No fue ésa la actitud del trotskismo, el cual, al apoyar el imperialismo ruso y el campo democrático, firmó su paso al campo de la burguesía. Esto explica porqué algunas sucursales del trotskismo (Ras l’front en Francia) especializadas en el antifascismo radical, cultivan un odio cerril a toda actividad y posición que denuncie la explotación ideológica por parte de los Aliados de los campos de la muerte, como, especialmente, contra la posición expresada en el folleto publicado por el Partido comunista internacional, Auschwitz o la gran excusa.
4 Se trata esencialmente de la Izquierda comunista que denunció esa guerra como guerra imperialista igual que la primera, defendiendo que frente a ella, la única actitud consecuente de los revolucionarios era el internacionalismo más intransigente, negándose a apoyar ni a uno ni al otro de los dos campos. No fue ésa la actitud del trotskismo, el cual, al apoyar el imperialismo ruso y el campo democrático, firmó su paso al campo de la burguesía. Esto explica porqué algunas sucursales del trotskismo (Ras l’front en Francia) especializadas en el antifascismo radical, cultivan un odio cerril a toda actividad y posición que denuncie la explotación ideológica por parte de los Aliados de los campos de la muerte, como, especialmente, contra la posición expresada en el folleto publicado por el Partido comunista internacional, Auschwitz o la gran excusa.
5 Léase nuestro artículo “Las matanzas y los crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional n° 66.
6 Leer nuestro artículo “Año 2000, termina el siglo más bárbaro de la historia” en la Revista internacional n° 101.
7 Léase el libro La France au Rwanda, l’inavouable (“Francia en Ruanda, lo inconfesable”) de Patrick de Saint-Exupéry en el que se detallan todos los elementos que demuestran cómo la Francia de Mitterrand armó, entrenó, apoyó y protegió a los torturadores de los tustsis, en defensa de sus intereses imperialistas en África.
8 Esos métodos expeditivos de organizar la producción forzosa habían sido inaugurados en parte durante el primer conflicto mundial, en otro ámbito, el de la disciplina en los ejércitos, cuando en Francia, las tropas eran llevadas al combate con una hilera de metralletas detrás manejadas por gendarmes cuyas órdenes eran disparar sobre quienes se negaran a avanzar hacia las líneas enemigas.
9 A Philippe Masson no se le puede sospechar desde luego de simpatías revolucionarias, pues fué el jefe de la sección histórica del Servicio histórico de la Marina francesa y enseñó en la Escuela superior de Guerra naval.
10 Desde finales de 1943, estallan huelgas obreras Alemania y tienden a incrementarse las deserciones en el ejército alemán. En Italia, a finales de 1942 y sobre todo en 1943, estallan huelgas en muchos lugares de los principales centros industriales del Norte.
11 Memorias, Tomo 12, mayo de 1945.
12 Leer nuestro artículo “50 años después: Hiroshima, Nagasaki o las mentiras de la burguesía” en la Revista internacional n° 83.
13 Una instrucción del general Keitel, del 12 de diciembre de 1941, conocida por el nombre de “Noche y Niebla”, explica: “un efecto de intimidación duradera solo podrá obtenerse mediante condenas a muerte o con medidas tales que dejen a la familia (del culpable) y a la población en la incertidumbre sobre la suerte del detenido”.
14 Aunque no se basaran en una política tan sistemática de eliminación, los malos tratos infligidos a la población alemana deportada (desde los países del Este), y a los prisioneros de guerra (encerrados en Estados Unidos y Canadá), al igual que el hambre que se apoderó de la Alemania ocupada se plasmaron en la muerte de 9 a 13 millones de personas entre 1945 y 1949. Para más informaciones, léase nuestro artículo “En 1948, el puente aéreo de Berlín oculta los crímenes del imperialismo aliado” en la Revista internacional n° 95.
15 Esa cooperación implicó también, en ciertas circunstancias, al ejército alemán, al cual le incumbió la tarea de aniquilar a la población de Varsovia que, tras una promesa de ayuda de los Aliados, se había levantado contra la ocupación alemana. Mientras los SS masacraban la población, las tropas de Stalin estaban estacionadas en la otra orilla del Vístula en espera de que los alemanes remataran la labor, a la vez que, claro está, la ayuda prometida por los ingleses no aparecía por ninguna parte.
16 “En 1948, una encuesta aliada revelará que, desde 1944, el mando había decidido cometer ‘una atrocidad a tal escala que aterrorizara a los alemanes y los llevara a cesar los combates’. El mismo argumento servirá seis meses más tarde en Hiroshima y Nagasaki. La encuesta concluyó que la acción era ‘política y no militar’ y no vacilará en calificar los bombardeos de Dresde y Hamburgo ‘de actos terroristas a gran escala’. Nunca se pedieron cuentas a ningún responsable político o militar” (de la página Web del 13 de febrero de 2004 de la Red Voltaire: El “terrorismo aéreo” sobre Dresde mató a 135 000 civiles).
17 Al autor de ese libro, David Irving, se le acusa de haber adoptado recientemente las tesis negacionistas. Aunque semejante evolución, si es real, pone en entredicho la objetividad de su libro La destrucción de Dresde (edición francesa de 1987), hay que decir que su método, que hasta ahora nunca ha sido criticado, no está en absoluto marcado por el negacionismo. El prefacio de esa edición escrito por el general de aviación, Sir Robert Saundby, que, desde luego, no debe tener nada de un furibundo pronazi ni de negacionista, dice entre otras cosas: “Este libro narra honradamente y sin pasión la historia de un caso especialmente trágico de la última guerra, la historia de la crueldad de hombre hacia el hombre. Hagamos votos para que los horrores de Dresde et de Tokio, de Hiroshima y de Hamburgo, puedan convencer a la raza humana entera de lo fútil, bestial e inútil que es la guerra moderna”. Además, hay en la edición inglesa de 1995 de ese libro (titulado Apocalypse 1945) que es una actualización, el pasaje siguiente: “¿hay un paralelismo entre Dresde y Auschwitz? A mi parecer el uno y el otro nos enseñan que el verdadero crimen de la guerra como de la paz no es el genocidio –que supone implícitamente que la posteridad acordará sus simpatías y condolencias a una raza particular– sino el “inocenticidio”. No fue porque sus víctimas eran judíos por lo que Auschwitz fue un crimen, sino porque eran inocentes” (subrayado nuestro). Señalemos, en fin, para disipar eventuales dudas sobre el carácter excesivo del autor, que la edición francesa de 1963, que calcula las víctimas en torno a 135 000, cita los cálculos hechos por las autoridades norteamericanas, unas 200 000 victimas o más.
18 “Una primera oleada de bombarderos pasa sobre la ciudad el 13 de febrero por la noche, a eso de las 21 h 30. Suelta 460 000 bombas de fragmentación, que caen en espiral y explotan reventando las paredes, los pisos y los techos de las viviendas. (…) Una segunda oleada de bombarderos, a las tres de la madrugada, lanza durante 20 minutos 280 000 bombas incendiarias de fósforo y 11 000 bombas y minas. (…) Los incendios se propagan con tanta más facilidad que los edificios han sido previamente reventados. La tercera ola llaga el 14 de febrero a las 11 h 30. Durante 30 minutos, suelta a su vez bombas incendiarias y bombas explosivas. En total, en quince horas, cayeron sobre Dresde 7000 toneladas de bombas incendiarias que destruyeron más de la mitad de las viviendas y la cuarta parte de las zonas industriales. La mayor parte de la ciudad quedó hecha cenizas (…) Muchas víctimas desaparecen en humo bajo los efectos de una temperatura a menudo superior a los 1000 °C” (del artículo “14 de febrero de 1945: Dresde reducida a cenizas” consultable en el sitio Internet: https://www.herodote.net/histoire02141.htm [25]).
A esos datos hay que añadir el “detalle” siguiente del que da cuenta el artículo “Los 13 y 14 de febrero, 7000 toneladas de bombas” en el diario francés le Monde del 13/02/2005 que da una explicación a la cantidad tan elevada de víctimas “La primera ola de bombardeos ocurrió a eso de las 22 h. Las sirenas habían sonado unos 20 minutos antes, de modo que los habitantes de Dresde tuvieron tiempo de meterse en los sótanos de las casas, pues los refugios eran insuficientes. La segunda ola llegó a la 1 h 16 de la noche. Al haber quedado destruidas en los primeros bombardeos, las sirenas de alarma ya no funcionaban. Para huir del calor espantoso producido por los incendios –hasta 1000 °C–, la población se esparció por los parques y las orillas del Elba. Y fue allí donde la alcanzaron las bombas.”
19 Si Nagasaki, ciudad no prevista en el programa, recibió la segunda bomba atómica, fue debido a la meteorología desfavorable en las ciudades seleccionadas. El bombardero con la bomba embarcada no podía volver a la base pues la carga nuclear estaba armada.
20 Almirante Leahy, jefe de Estado mayor de los presidentes Roosevelt y Truman: “Los japoneses ya estaban vencidos y dispuestos a rendirse. (...) El uso en Hiroshima y Nagasaki de esta arma bestial no nos ayudó a ganar la guerra. (...) Por ser el primer país en usar la bomba atómica, adoptamos la regla ética de los bárbaros” (Memorias escritas en 1995). General Eisenhower: “En aquel momento preciso [agosto de 1945], Japón estaba buscando un medio para capitular guardando un mínimo de apariencias. (...) No era necesario golpear con este horrible instrumento” (Memorias).
21 Leer el artículo “La corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto” de nuestro folleto Fascismo y democracia: dos expresiones de la dictadura del capital (en francés).
22 Ya se están preparando, por cierto, de la única manera coherente posible, publicando los archivos que muestran que la existencia de los campos era conocida. Así, “en enero de 2004, el departamento de archivos de reconocimiento aéreo de la universidad de Keele (Gran Bretaña) publicaba por primera vez fotos aéreas que mostraban el campo de Auschwitz-Birkenau en actividad. Tomadas por los aviones de la Royal Air Force en el verano de 1944, esas impresionantes fotografías en las que se ve el humo de los hornos a cielo abierto y la organización de los campos de exterminio, habrán esperado sesenta años antes de hacerse públicas” (le Monde 9/01/05 ; “Auschwitz: la prueba olvidada”). Se ha entablado un debate con falsas respuestas del estilo: “no era el campo de Auschwitz lo que los aviones querían fotografiar entonces, sino un enorme complejo petroquímico alemán. Por la urgencia, los agentes encargados de analizar las fotos no se habrían dado cuenta de que los campos de Auschwitz y de Birkenau, cercanos a la factoría de petróleo sintético, pertenecían al mismo conjunto” (Ibid.)
23 Francia, inquieta por la voluntad imperialista de su socio alemán, se ha opuesto al proyecto.
La última recesión de 2000-2001 ha puesto en muy mal lugar a todas las elucubraciones teóricas a propósito de la pretendida “tercera revolución industrial” basada en el microprocesador y las nuevas tecnologías de la información, del mismo modo el hundimiento de la bolsa ha reducido a la nada todas las divagaciones sobre el advenimiento de un “capitalismo patrimonial” que suplantaría el salariado por el accionariado participativo (¡)... enésima versión del gastado mito de un “capitalismo popular” donde cada obrero se transformaría en “pequeño propietario” por la posesión de algunas acciones de “su” empresa.
Desde entonces, Estados Unidos ha logrado contener la amplitud de la recesión mientras que Europa se enfanga en una coyuntura sombría. Se nos explica machaconamente que los resortes de la recuperación americana residirían en la gran importancia en EEUU de esa famosa “nueva economía” y en una mayor desregulación y flexibilidad del mercado de trabajo. Y, al contrario, el letargo de la recuperación europea se explicaría por el retraso crónico en esos dos campos en el viejo continente. Para remediarlo, la política de la Unión Europea se fijó como objetivo la llamada “estrategia de Lisboa” para instaurar, de aquí a 2010, “la economía del conocimiento más competitiva y más dinámica del mundo”. Así podemos leer en las “directivas para el empleo”, definidas por la Comisión Europea, y a las que hace referencia la nueva constitución, que los estados deben reformar “las condiciones demasiado restrictivas de la legislación en materia de empleo que afectan la dinámica del mercado de trabajo” y promover la “diversidad de modalidades en términos de contratos de trabajo, sobre todo en materia de tiempos de trabajo”. Rápidamente, la burguesía trata de pasar página y presentarnos la última recesión y el hundimiento de la bolsa como un contratiempo en el camino del crecimiento y de la competitividad. Y nos vuelve a prometer un porvenir mejor... mediante algunos sacrificios suplementarios que los trabajadores deberán consentir para disfrutar del paraíso en la tierra. Más allá de las prescripciones para tratar de aumentar la austeridad, la realidad está muy alejada de esos discursos como lo demuestra este artículo apoyándose en las estadísticas oficiales de la burguesía analizadas en un marco marxista. La última parte de este artículo está dedicada a la refutación del método de análisis de la crisis desarrollado por otra organización revolucionaria, Battaglia Communista.
La última recesión no ha sido ni mucho menos algo accidental. Es la sexta que ha sufrido la economía capitalista desde finales de los años sesenta (gráfico nº1).
Las recesiones de 1967, 1970-1971, 1974-1975, 1980-1982, 1991-1993 y 2001-02 tuvieron una tendencia a ser cada vez más largas y profundas y esto en un contexto de declive constante de la tasa de crecimiento medio de la economía mundial, década tras década. No son simples contratiempos en el camino del desarrollo de “la economía más competitiva y dinámica del mundo” sino que representan otras tantas etapas del lento pero inexorable descenso a los infiernos que llevan al modo de producción capitalista a la quiebra. En efecto, a pesar de todos los discursos triunfantes sobre la “nueva economía”, la liberación de los mercados, la ampliación de Europa, la revolución tecnológica, la mundialización, así como los infundios mediáticos recurrentes a propósito de las hazañas de los pretendidos países emergentes, de la apertura de los mercados de los países del Este, del desarrollo del sudeste asiático y de China... la tasa de crecimiento del Producto interior bruto mundial por habitante no ha hecho más que decrecer década tras década [1].
Ciertamente, al mirar algunos indicadores como el paro, la tasa de crecimiento, la cuota de ganancia o el comercio internacional, la crisis actual está lejos del hundimiento conocido por la economía capitalista mundial en los años 1930, y su ritmo es mucho más lento. Desde entonces, y particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, las economías de todos los países pasaron progresivamente bajo un control directo e indirecto muy importante y muy omnipresente de los estados. A esto se unió la instauración de un control económico en cada bloque imperialista (mediante la puesta en marcha de organismos como el FMI por el bloque occidental y el COMECON por el bloque del Este) [2]. Con la desaparición de los bloques, dichas instituciones internacionales desaparecieron o perdieron su influencia en el plano político sin por ello dejar, para algunas de ellas, de desempeñar cierto papel en el plano económico. Esta “organización” de la producción capitalista ha permitido durante las últimas décadas dominar mucho mejor que durante los años treinta las contradicciones del sistema, y ello explica la actual lentitud de la crisis. Pero paliar los efectos de las contradicciones no quiere decir resolverlas.
La evolución económica actual no es un yoyó donde los ciclos de bajada y alza serían indispensables para su desarrollo sino que está inscrita en una tendencia global al declive, ciertamente lenta y progresiva a causa de la intervención reguladora del Estado y de las instituciones internacionales, pero no menos irreversible.
Ése es el caso de la recuperación estadounidense tan alabada y mostrada como ejemplo: Estados Unidos ha tratado de limitar la amplitud de su recesión, pero al precio de nuevos desequilibrios que no harán más que profundizar la próxima recesión y cuyos efectos serán todavía más dramáticos para la clase obrera y todos los explotados de la Tierra. No ir más allá de constatar la existencia de recuperaciones económicas después de cada recesión sería puro empirismo que no nos haría avanzar ni una pulgada para comprender por qué la tasa de crecimiento de la economía mundial no ha hecho más que bajar desde finales de los años 60. La evolución de la situación económica después de esta época, que refleja las contradicciones fundamentales del capitalismo, consiste en una sucesión de recesiones y de recuperaciones, siendo estas últimas cada vez más frágiles en sus fundamentos. En efecto, sobre la recuperación que se está desarrollando en Estados Unidos después de la recesión de los años 2000-2001, comprobamos que está esencialmente basada en tres factores de lo más aleatorio: 1) el crecimiento rápido e importante del déficit presupuestario; 2) una recuperación del consumo que se apoya en un endeudamiento creciente, la anulación del ahorro nacional y la financiación exterior; 3) una espectacular bajada de los tipos de interés que anuncia una inestabilidad creciente de los mercados financieros internacionales.
1) Una profundización récord del déficit presupuestario
Desde finales de los años 60, se ha comprobado claramente (gráfico nº 2) que las recesiones de 1967, 1970, 1974-75 y 1980-82 son cada vez más profundas (línea discontinua: tasa de crecimiento del PIB de EEUU), mientras que las de 1991 y 2001aparecen con menor amplitud y separadas por fases más largas de recuperación (1983-1990 y 1992-1999).¿Tendríamos los primeros efectos del advenimiento de esta nueva economía que algunos se deleitan en señalar? ¿Asistiríamos a un cambio de tendencia que ha comenzado en la economía más avanzada del mundo y que debería generalizarse a todos los países copiando las recetas americanas? Es esto lo que tenemos que examinar.
Constatar la existencia de recuperaciones, aunque de menor amplitud, nos hace avanzar poco, si no examinamos los resortes subyacentes. Para hacerlo tenemos que comparar la evolución del déficit público del Estado norteamericano (línea plena en el gráfico 2) con la del crecimiento y constatar igualmente que no solamente cada fase de recuperación está precedida por un déficit público importante, sino que éste último tiene cada vez mayor amplitud y duración. Desde entonces, tanto las fases más largas de recuperación a lo largo de los años 1980 y 1990 como la atenuación relativa de las recesiones se explican ante todo por la amplitud del déficit público y su mantenimiento a un alto nivel. La recuperación después de la recesión de 2000-2001 no se sale de esta regla. Sin un déficit público de la amplitud y la rapidez del aumento que ha alcanzado récords históricos, el “crecimiento” americano rozaría la deflación. La bajada de impuestos (esencialmente para las rentas altas), combinada con los gastos militares, ha ocasionado al presupuesto un déficit que alcanza el 3,5 %, y eso que había obtenido un excedente de 2,4 % en 2000. Además, las prioridades definidas para 2005, contrariamente a las promesas de la campaña presidencial, se deberían traducir en una agravación de ese déficit, teniendo en cuenta el aumento en los gastos en armamento y en seguridad y las sustanciales bajadas de impuestos para los más ricos [3]. Algunas medidas para contener este déficit se traducirán en todavía más austeridad para los explotados ya que está previsto bajar los gastos destinados a los más pobres [4].
Por todo esto tenemos que acabar con el mito de un cambio de tendencia que habría comenzado en Estados Unidos. Las tasas de crecimiento por década, después de la caída que comenzó a finales de los años 1960, se mantuvieron estables alrededor del 3%, es decir a un nivel inferior a las de las décadas precedentes. Y no serán las dos centésimas de porcentaje (¡) de más del período 1990-1999 comparado con 1980-1989 lo que podría dar validez a un cambio de tendencia (gráfico 3).
Vemos entonces claramente que la idea del comienzo de una nueva fase de crecimiento inaugurado por los Estados Unidos no es más que un mito de la propaganda de la burguesía. Ese mito queda ya desmentido por los resultados obtenidos por Europa, y eso que en los años 1980 ésta había alcanzado a la primera economía del mundo [5]. La mejoría de la economía de EEUU no viene, por consiguiente, de su mayor eficacia en la llamada “nueva economía”, sino que es el resultado de un muy clásico endeudamiento colosal de todos los actores económicos que, por añadidura, son financiados esencialmente por los capitales procedentes del resto del mundo. El crecimiento del déficit público y de otros parámetros es la base de la recuperación de la economía americana que vamos ahora a analizar.
2) Una recuperación del consumo por el endeudamiento
Una de las razones de la diferencia de crecimiento más elevado en Estados Unidos reside en el apoyo al consumo de las familias favorecido por las medidas siguientes:
– la espectacular bajada de impuestos que ha permitido mantener el consumo de los ricos, al costa de una degradación suplementaria del presupuesto federal;
– el descenso del tipo de interés que ha pasado del 6,5% de principios de 2001 al 1% en 2004 y de la tasa de ahorro (gráfico 4), que ha tenido como efecto propulsar el endeudamiento de las familias a niveles sin precedentes (gráfico 5) y originar el comienzo de la burbuja especulativa en el mercado inmobiliario (gráfico 6).
Tal dinamismo en el consumo de las familias origina tres problemas: un endeudamiento creciente de éstas con la amenaza de un crac inmobiliario; un déficit comercial creciente frente al resto del mundo: 5,7 % del PIB de USA en 2004 (o sea más de 1 % del PIB mundial) contra 4,8% en 2003, y un reparto de la renta cada vez más desigual [6].
Como lo muestra el gráfico 4, las familias ahorraban el 8 ó 9 % de su renta, impuestos deducidos, a principios de los años 1980. Después, esa tasa empezó una caída regular hasta alrededor del 2 %. Ese consumo está en la base del déficit exterior creciente de Estados Unidos. Este país importa cada vez más bienes y servicios del resto del mundo en relación con lo que vende al extranjero. Proseguir con esta frenética trayectoria, en la que es el resto del mundo el que da cada vez más créditos a Estados Unidos, es posible porque los extranjeros que reciben los dólares gracias al exceso de importaciones de EE.UU. en relación con sus exportaciones, los invierten en los mercados financieros norteamericanos en lugar de exigir su conversión en otras divisas. Este mecanismo ha hinchado la deuda bruta de Estados Unidos frente al resto del mundo pasando de 20 % de su PIB en 1980 a 90 % en 2003, batiendo así un récord establecido hace ciento diez años [7] Una deuda así frente al resto del mundo debilita las ganancias del capital americano, pues éste debe financiar los intereses de aquélla. La única cuestión es saber cuánto tiempo podrá soportarlo la economía norteamericana.
Además, ese endeudamiento de las familias de EEUU se inscribe en una tendencia al incremento del endeudamiento total de la economía norteamericana que toma proporciones gigantescas ya que se eleva a más del 300 % del PIB en 2002 (gráfico 7), en realidad 360 % si se añade la deuda federal bruta. Esto significa concretamente que para devolver esta deuda habría que trabajar más de tres años gratuitamente. Esto concreta muy bien lo que dijimos anteriormente, es decir que argumentar diciendo que las recesiones son menos profundas y las fases de recuperación más largas desde comienzos de los años 1980, para así probar que habría una nueva tendencia al crecimiento basado en una “tercera revolución industrial”, no tiene ningún sentido porque tales afirmaciones no se basan en un crecimiento “sano”, sino cada vez más artificial.
3) Una disminución de los tipos de interés permite una devaluación competitiva del dólar
En fin, el tercer factor de la recuperación americana reside en la bajada progresiva de los tipos de interés del 6,5 % a comienzos de 2001 al 1 % a mediados de 2004, permitiendo así sostener el mercado interior y llevar una política de deflación competitiva del dólar en el mercado internacional.
Estos bajos tipos de interés han estimulado el endeudamiento (sobre todo el crédito hipotecario que está muy barato) y permiten que el consumo y el mercado de la vivienda mantengan la actividad económica y los gastos a pesar del retroceso del empleo durante la recesión. Así, la parte del consumo de las familias norteamericanas en el Producto interior bruto que oscilaba alrededor del 62 % entre los años 1950 y 1980, aumentó regularmente desde entonces hasta superar el 70 % a comienzos del siglo xxi.
Por otra parte, la respuesta al déficit comercial de EEUU es la considerable bajada del dólar (40 % más o menos) en relación con las divisas no alineadas con la moneda dominante, principalmente el Euro (y en parte el Yen). Así el crecimiento de la economía de EEUU se realiza sobre los hombros del resto del mundo y a crédito porque es financiado por las entradas de capitales procedentes del extranjero, permitido todo ello por la posición hegemónica de Estados Unidos. En efecto, cualquier otro país que se encontrase en la misma situación, estaría obligado a tener unos tipos de interés suficientemente elevados para atraer capitales.
Hemos visto que la recuperación después de la recesión de 2001 es todavía más frágil que todas las precedentes. Se inserta en efecto en una sucesión de recesiones que cristalizan la tendencia al declive constante de las tasas de crecimiento, década tras década, desde finales de los años 1960. Para comprender esta tendencia al declive de las tasas de crecimiento, y en particular su carácter irreversible, tenemos que volver sobre los factores que la explican.
Con el agotamiento de la dinámica impulsada al finalizar la Segunda Guerra mundial, cuando las economías europeas y japonesa reconstruidas inundan el mundo con productos sobrantes (en relación con los mercados solventes), se produce un freno en el crecimiento de la productividad del trabajo desde mediados de los años 1960 para Estados Unidos y al comienzo de los años 1970 para Europa (gráfico 8).
Como los incrementos de productividad son el principal factor endógeno que permite contrarrestar la tendencia decreciente de la cuota o tasa de ganancia, el cese de esos incrementos presionan a la baja sobre la cuota de ganancia y también sobre las demás variables fundamentales de la economía capitalista que son sobre todo la tasa de acumulación [8] y el crecimiento económico [9]. El gráfico 9 nos muestra claramente esta caída de la cuota de ganancia desde mediados de los años 60 para Estados Unidos y a comienzos de los años 1970 en Europa hasta 1981-82.
Como ilustra claramente ese gráfico, la baja de la cuota de ganancia se invirtió a comienzos de los años 1980 para orientarse después resueltamente al alza. La cuestión fundamental entonces es determinar la causa de este cambio de tendencia, porque la cuota de ganancia es una variable sintética que está determinada por numerosos parámetros que se pueden resumir en los tres siguientes: la tasa de plusvalía, la composición orgánica de capital y la productividad del trabajo <!--[if [10]. Resumiendo y yendo a lo esencial, el capitalismo puede escapar a la tendencia decreciente de su cuota de ganancia ya sea “por arriba”, por la vía de un crecimiento de la productividad del trabajo, ya sea “por abajo”, por la vía de la austeridad ejercida sobre los asalariados. Y se observa claramente, gracias a los datos presentados en este artículo, que la subida de la cuota de ganancia no se debe a nuevos incrementos de la productividad que engendren una baja en la extensión de la composición orgánica del capital debido a una “tercera revolución industrial basada en el microprocesador” (la famosa nueva economía), sino que se debe a la austeridad salarial (directa o indirecta) y al incremento del desempleo (gráficos 10, 11 y 12).
A partir de ahí, lo que es fundamental percibir en la situación actual es que a pesar de una rentabilidad recuperada desde hace un cuarto de siglo en las empresas (gráfico 9), ni la acumulación (gráfico 12), ni la productividad (gráfico 8), ni el crecimiento (gráfico 1) han respondido: todas estas variables fundamentales han quedado debilitadas. Por lo tanto, normalmente, en los períodos históricos durante los cuales la cuota de ganancia aumenta, la tasa de acumulación y también la productividad y el crecimiento igualmente tiran al alza. Hay que plantearse, pues, la pregunta fundamental siguiente: ¿por qué, a pesar de una cuota de ganancia restaurada y orientada al alza, la acumulación de capital y el crecimiento económico no la siguen?
Esta respuesta fue dada por Marx en todos sus trabajos de crítica de la economía política y más particularmente en El Capital cuando anunció su tesis central postulando la independencia entre la producción y el mercado: “En efecto, el mercado y la producción son dos factores independientes, la extensión de uno no corresponde forzosamente al incremento del otro” (Marx, Economía II) [11]; “Las condiciones de explotación inmediata y las de su realización no son idénticas. No se diferencian solamente por el tiempo y el lugar, teóricamente tampoco están unidas” (Marx, El Capital, libro IIIº, tomo 1) [12]. Esto significa que la producción no crea su propio mercado (al contrario, una saturación del mercado tendrá necesariamente un impacto en la producción que entonces será limitada voluntariamente por los capitalistas para tratar de evitar la ruina total). En otras palabras, la razón fundamental por la que el capitalismo se encuentra en una situación en la que la rentabilidad de sus empresas ha sido restablecida pero sin que la productividad, la inversión, la tasa de acumulación e incluso el crecimiento le sigan, hay que buscarla en la insuficiencia de los mercados solventes.
Es también esa insuficiencia de los mercados solventes lo que está en la base de la llamada tendencia a la “financiarización de la economía”. En efecto, si las ganancias abundantes ya no son reinvertidas, no es por una falta de rentabilidad del capital invertido (según la lógica de quienes explican la crisis por el único mecanismo de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) sino por una falta de mercados suficientes. Esto se encuentra bien ilustrado por el gráfico 12 que muestra que a pesar del aumento de ganancias (la tasa de margen mide la relación entre ganancia y valor añadido) consecutivo al aumento de la austeridad, la tasa de inversión continúa declinando (y también correlativamente el crecimiento económico) explicando además el aumento de la tasa de desempleo y de ganancia no reinvertida que es entonces distribuida en rentas financieras [13]. En Estados Unidos, las rentas financieras (intereses y dividendos, sin tener en cuenta las ganancias del capital) representaban, una media del 10 % de la renta total de las familias entre 1952 y 1979 pero aumentaron progresivamente entre 1980 y 2003 para llegar al 17 %.
El capitalismo no puede controlar los efectos de sus contradicciones que lo empujan al día de su desenlace. No las puede resolver, y las hace más explosivas. La crisis actual, pone en evidencia, día tras día, la impotencia de la organización y de las políticas económicas puestas en marcha desde los años 1930 y de la Segunda Guerra mundial, que anuncia una mucho mayor gravedad del nivel a que han llegado las contradicciones del sistema que en todas las crisis anteriores.
Hemos visto, hasta aquí, que los discursos y las explicaciones de la burguesía no sólo no valen un céntimo sino que no son sino puras mistificaciones para enmascarar el fracaso histórico de su sistema. Desgraciadamente, ciertos grupos políticos revolucionarios asumen –voluntariamente o no– esas concepciones; unas veces las oficiales y en otros casos las de los izquierdistas o las de los altermundialistas. Nos limitaremos aquí a tratar los análisis producidos por Battaglia communista (BC) [14].
De entrada queremos advertir que todo lo que hemos venido exponiendo en este artículo desmiente el fundamento del “análisis” de la crisis presentado por esa organización, en lo que se refiere tanto a la idea de una “tercera revolución industrial”, idea que incluso parece retomada de los manuales de propaganda de la burguesía, como a sus análisis acerca de la “financiarización parasitaria” del capitalismo y de la “recomposición de la clase obrera” –sacados de los opúsculos izquierdistas y altermundialistas [15]. En efecto, Battaglia communista cree firmemente que el capitalismo está en plena “tercera revolución industrial marcada por el microprocesador” y que se encuentra en una “reestructuración de su aparato productivo” y en una “consiguiente disolución de su precedente composición de la clase [obrera]” lo que le permitiría “una amplia capacidad de resistencia a la crisis del ciclo de acumulación” [16]. Todas esas zarandajas nos obligan a hacer ciertas acotaciones:
1) De entrada, si el capitalismo estuviese realmente en plena “revolución industrial”, como pretende Battaglia communista, deberíamos al menos – y eso por definición- presenciar un rebrote de la productividad del trabajo. Y eso es, desde luego, lo que BC se imagina, puesto que afirma, sin cortarse en absoluto y sin verificación empírica, que “la profunda reestructuración del aparato productivo ha traído consigo un aumento vertiginoso de la productividad”, análisis en el que se reafirma en el último número de su revista teórica diciendo: “… una revolución industrial, procesos de producción que siempre tienen como consecuencia el aumento de la productividad del trabajo…” [17]. Ahora bien, nosotros hemos mostrado que la realidad en materia de productividad es inversa al farol que se tira la propaganda burguesa y que recoge Battaglia communista. Esta organización parece no haberse dado cuenta de que hace más de treinta y cinco años que el crecimiento de la productividad del trabajo baja en picado, estancándose incluso; a pesar de que hayamos visto fluctuaciones de bajo nivel durante los años 1980 (gráfico 8) [18].
2) Hemos visto también que, para esta organización “la tercera revolución basada en el microprocesador” es tan potente que ha “generado vertiginosos incrementos de las ganancias por productividad” permitiendo así “disminuir el incremento de la composición orgánica del capital”. Pues bien, cualquiera que examine, aunque sea por encima, la realidad de la dinámica de las cuotas de ganancia constatará que la recesión de los años 2000-2001 en Estados Unidos estuvo precedida –desde 1997– por un giro coyuntural a la baja (gráfico 9) [19], especialmente porque esta “nueva economía” se tradujo en una fuerte sobrecarga de capitales; es decir, en un incremento de la composición orgánica y no en una disminución como afirma Battaglia [20]. Sin duda, las nuevas tecnologías han permitido ciertos incrementos en la productividad [21] pero no han sido suficientes para compensar el coste de las inversiones, ni han supuesto una baja apreciable de su precio relativo; lo que ha pesado finalmente en la composición orgánica del capital y –desde 1997– ha invertido a la baja la cuota de ganancia en los Estados Unidos. Este punto es importante puesto que en él se pone fin a las ilusiones acerca de la capacidad del capitalismo para librarse de sus leyes fundamentales. Las nuevas tecnologías no son el instrumento mágico que permitirá acumular capital gratuitamente.
3) Además, si la productividad del trabajo conociese realmente un “incremento vertiginoso” entonces (para quien sabe leer a Marx) la cuota de ganancia se orientaría al alza. Eso viene a ser lo que Battaglia communista nos sugiere, evitando no obstante decirlo explícitamente, cuando afirma que “… a diferencia de las revoluciones industriales que la han precedido (…) la basada en el microprocesador (…) ha reducido también el coste de las innovaciones, en realidad el coste del capital constante, con lo que disminuye a la vez el incremento de la composición orgánica del capital” [22]. Como se puede constatar, BC en su argumentación no deduce como resultado un aumento de la cuota de ganancia. Ha olvidado que “si la productividad se incrementa más rápidamente que la composición del capital entonces la cuota de ganancia no baja; al contrario, va a aumentar”; como escribió su organización hermana, la CWO, hace ya cierto tiempo (Revolutionary Perspectives nº 16, antigua serie, “Guerras y acumulación”). Battaglia Communista prefiere púdicamente hablar de “disminución del incremento de la composición orgánica” consecutivo “al crecimiento vertiginoso de la productividad que sigue a la revolución industrial basada en el microprocesador” antes que de crecimiento de la cuota de ganancia. ¿Por qué hace tales contorsiones con el lenguaje? ¿Por qué enmascara ciertas realidades económicas a los ojos de sus lectores? Simplemente, porque reconocer tal implicación a partir de su particular observación –sea ésta acertada o equivocada– de la evolución de la productividad del trabajo, pondría en un aprieto su sempiterno dogma de que el único origen de la crisis es la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. En efecto, esta organización no desaprovecha jamás una ocasión para reafirmar su inoxidable credo en el que se mantiene que la cuota de ganancia ¡se orienta siempre a la baja! Hasta tal punto está preocupada por “comprender el mundo”, al margen de los esquemas pretendidamente abstractos de la CCI, que Battaglia communista parece no haberse dado cuenta de que, desde hace más de un cuarto de siglo, ¡la cuota de ganancia está resueltamente orientada al alza! y no a la baja (gráfico nº 9), como BC sigue afirmando. Esta ceguera, de unos 28 años, tiene una única explicación: que no se puede continuar hablándole al proletariado de crisis del capitalismo sin cuestionar el dogma de que sólo la tendencia decreciente de la cuota de ganancia explicaría las crisis, cuando en realidad dicha cuata está en alza desde principios de los años 1980.
4) El que el capitalismo sobreviva no quiere decir que vaya adelante, por medio de una “revolución industrial” o con “nuevos prodigiosos superávits de productividad”, como pretende Battaglia communista; sino que va hacia atrás, a base de reducciones drásticas de la masa salarial, de empujar al mundo a la miseria y a la vez limitando, con esas medidas, buena parte de sus propios mercados. Cualquiera que analice atentamente los resortes que empujan al alza las cuotas de ganancia, desde hace más de un cuarto de siglo, constatará que ese empuje no se debe tanto “al crecimiento vertiginoso de las ganancias por la productividad” ni a “la disminución del incremento de la composición orgánica”, sino a un ataque sin precedentes a la capacidad adquisitiva de la clase obrera, a una austeridad desbocada, como podemos ver en las gráficos 10 y 12.
La configuración actual del capitalismo es pues un desmentido formal a todos aquellos que hacen del mecanismo de la “tendencia decreciente de la cuota de ganancia” la explicación única de la crisis económica. ¿Cómo se va a entender la crisis cuando hace más de veinticinco años que la cuota de ganancia está orientada al alza? Si la crisis perdura todavía, pese a la recuperación de la rentabilidad por las empresas, es porque éstas han dejado de ampliar su producción como lo hacían antes, a causa de la restricción y, por lo tanto, la insuficiencia de mercados solventes. Lo cual se puede apreciar en las anémicas inversiones y en el débil crecimiento. Esto, Battaglia communista es incapaz de entenderlo pues este grupo no sólo no ha asimilado nunca la tesis fundamental de Marx de la independencia entre la producción y el mercado (ver lo dicho antes), sino que además la ha cambiado por una idea absurda de que es únicamente la simple dinámica –al alza o a la baja– de la cuota de ganancia lo que determina el desarrollo o la contracción de los mercados [23].
Tras tantos patinazos, que revelan una incomprensión de nociones más que elementales del marxismo, no nos queda más remedio que reiterarle a Battaglia communista nuestro mejor consejo: empápense de pe a pa de los conceptos económicos marxistas antes de jugar a profesores y excomulgadores contra la CCI. Propia de una virgen asustada, la reciente decisión de esta organización de no respondernos, se toma en el momento oportuno parapetando tras ella su evidente incapacidad para hacer una crítica política de nuestra argumentación [24].
Battaglia insiste en que, para contrariar los “esquemas abstractos” de la CCI que se situarían “fuera del materialismo histórico”, ha “… estudiado la gestión de la crisis en Occidente, tanto en sus aspectos financieros como en el aspecto de la reestructuración engendrada por la ola de la revolución del microprocesador” [25]. No obstante, nosotros hemos visto que “el estudio” de Battaglia no es sino una descolorida copia de las teorías izquierdistas y altermundialistas sobre el “parasitismo de la renta financiera” [26]. Copia que es además totalmente incoherente y contradictoria, consecuencia lógica del deficiente dominio de los conceptos económicos marxistas que pretende manipular. Conceptos que, o bien no los entiende o los transforma a su antojo. Es el caso de la tesis de Marx sobre la independencia entre la producción y el mercado la cual, por el arte de birlibirloque de la dialéctica battagliana, se transforma en ley de la estricta dependencia entre “…el ciclo económico y el proceso de valorización que vuelve “solvente” o “insolvente” el mercado” (op. citada). De las contribuciones críticas que pretenden restablecer la visión marxista, frente a las pretendidas visiones idealistas de la CCI, se espera algo mejor que una colección de necedades.
Sobre las principales cuestiones del análisis económico, Battaglia communista cae sistemáticamente en la trampa de la simple apariencia de los hechos en sí mismos, en lugar de buscar y comprender su esencia partiendo del método marxista de análisis. Hemos podido constatar que Battaglia communista da por ciertos los discursos de la burguesía sobre la existencia de una tercera revolución industrial basándose simplemente en la apariencia empírica de algunas novedades tecnológicas en el sector de la microelectrónica y de la información, por muy espectaculares que sean [27]. y que deduce de ellos, de manera puramente especulativa, unas “ganancias vertiginosas por productividad” y una “reducción del coste del capital constante, reduciéndose así el incremento de la composición orgánica”. Por el contrario un riguroso análisis marxista de los fundamentos que rigen la dinámica de la economía capitalista (el mercado, las cuotas de ganancia, las tasas de plusvalía, la composición orgánica del capital, la productividad del trabajo, etc.) nos ha permitido entender no solamente que detrás de todos esos discursos no hay nada y que son, en esencia, una exageración mediática, sino que además la realidad va totalmente a la inversa del discurso que sostiene la burguesía y que como un eco lo repite Battaglia communista.
Comprender la crisis no es un ejercicio académico sino esencialmente militante. Como nos enseña Engels “la tarea de la ciencia económica (…) es, sobre todo, exponer con claridad las anomalías sociales que tienen lugar ante nuestros ojos, como consecuencias necesarias del modo de producción existente; pero también y a la vez, como señales de su eminente disolución y, en descubrir, en el seno de esa forma de movimiento económico que se disgrega, los elementos de la futura, de la nueva organización de la producción y del intercambio que eliminará dichos males”. Eso puede hacerse con tanta más claridad “solamente cuando, el modo de producción en cuestión ha recorrido ya un buen trozo de su rama descendente, cuando se está medio sobreviviendo a sí mismo, cuando han desaparecido en gran parte las condiciones de su existencia y su sucesor está ya llamando a la puerta...” [28]. Tal es el sentido y el alcance del trabajo de los revolucionarios en el campo del análisis económico. Éste permite deducir no sólo el contexto en que se produce la evolución de la relación de fuerzas entre las clases, sino además algunas de sus grandes resoluciones, ya que desde que el capitalismo entra en su fase de decadencia, están puestas las bases materiales y las (potencialmente) subjetivas para que el proletariado encuentre las circunstancias y las razones para acometer la insurrección. Eso es lo que la CCI se esfuerza en mostrar a través de todos sus análisis, mientras que Battaglia communista, al haber abandonado el concepto de decadencia [29] y aferrarse a una visión academicista y monocausal de la crisis, comienza a olvidarse de hacerlo. Su “ciencia económica” no le sirve a BC para mostrar las “anomalías sociales” ni las “señales de la inminente disolución” del capitalismo, como nos exhortaban a hacerlo los fundadores del marxismo, sino para arropar la prosa izquierdista y altermundialista acerca de las “capacidades de supervivencia del capitalismo”, con el manto de la “financiarización del sistema”, de la “recomposición del proletariado”, del gastado tópico de las “transformaciones fundamentales del capitalismo”, seguida de la pretendida “tercera revolución industrial basada en el microprocesador” y las nuevas tecnologías, etc.
Hoy, Battaglia communista está completamente desorientada y no sabe muy bien qué defender ante la clase obrera: ¿El modo de producción capitalista está, sí o no, en decadencia [30]? ¿Es el modo de producción o la formación social capitalista lo que está en decadencia ([31])? ¿Está el capitalismo “en crisis desde hace casi más de treinta años” [32]? O por el contrario ¿Está en una “tercera revolución industrial caracterizada por el microprocesador” generadora de “un aumento vertiginoso de la productividad” [33]? ¿Está la cuota de ganancia orientada al alza, como lo atestiguan todos los datos estadísticos? O, como repite BC, ¿sigue como siempre a la baja –baja que habría llegado a un punto tal que el capitalismo deberá multiplicar las guerras por el mundo para evitar su quiebra [34]?. ¿Se encuentra el capitalismo en un callejón sin salida? O más bien, ¿dispone de una “amplia capacidad de resistencia” por la vía de una “tercera revolución industrial” [35], de una “solución” a su crisis por el camino de la guerra? “La solución guerrera se muestra como el principal medio para resolver los problemas de valorización del capital” contesta el BIPR a esta pregunta en su plataforma. Estas son unas de las preguntas fundamentales para orientarse en la situación presente y sobre las que BCplanea y a las cuales es incapaz de aportar una respuesta clara al proletariado.
C.C.
[1] No tenemos sitio aquí para tratar el caso de China y de India con los que tanta tabarra nos dan. Los trataremos en el próximo número de esta Revista.
[2] Instituciones existentes al nivel de bloque, esos organismos eran ante todo la expresión de una relación de fuerzas basada en la potencia económica pero sobre todo militar a favor de los países que encabezaban esos bloques, o sea Estados Unidos y la URSS.
[3] 70% de las reducciones fiscales favorecen a las rentas más elevadas (20%).
[4] Van a reducir los bonos alimenticios distribuidos a las familias de ingresos bajos, privando a 300,000 persona de esa ayuda: el presupuesto de ayuda social para los niños se ha bloqueado por cinco años y han reducido el presupuesto de cobertura médica para los más desfavorecidos.
[5] En 1950, el conjunto de las economías de Alemania, de Francia y de Japón representaba el 45% de la de EEUU. En los años 70 alcanzaban el 80% para bajar al 70% en el año 2000.
[6] En vísperas de la Segunda Guerra mundial, el 1 % más pudiente de las familias de EE.UU. recibía en torno al 26 % de la renta total del país. En unos cuantos años, al final de las hostilidades, ese porcentaje bajó a 8 % en el que se mantuvo hasta principios de los 80 y entonces subió para volver a estar en los niveles de aquella época (Piketty T, Saez E., 2003, “Income Inequality in the United States, 1913-1998”, The Quaterly Journal of Economics, vol. CXVIII, nº 1, pp. 139).
[7] La deuda neta, que tiene en cuenta las rentas obtenidas de los activos de EE.UU. en el resto del mundo, lo ilustra muy bien, pues de haber sido negativa hasta 1985 (o sea que las rentas de los activos de EE.UU. en el resto del mundo eran superiores a las rentas obtenidas por los activos extranjeros en EE.UU.) se ha vuelto positiva, alcanzando el 40 % del PIB en 2003 (o sea que las rentas obtenidas por los activos extranjeros en EE.UU. se han vuelto muy superiores a los activos estadounidenses en el extranjero).
[8] La tasa de acumulación del capital es la inversión de capital fijo comparado con las reservas de éste.
[9] Ver también nuestro artículo “La crisis económica certifica la quiebra de las relaciones de producción capitalista” en la Revista internacional nº 115.
[10] Esos tres parámetros pueden descomponerse y están determinados por la evolución de la duración del trabajo, del salario real, del grado de mecanización de la producción, del valor de los medios de producción y de consumo y de la productividad del capital.
[11] Marx, Theories of Surplus Value, Section 13, https://www.marxists.org/archive/marx/works/1863/theories-surplus-value/ch17.htm [27]
[12] Marx, Capital, Vol. 3, Ch. 15 ‘Exposition of the Internal Contradictions of the Law’, Section 1: General, https://www.marxists.org/archive/marx/works/1894-c3/ch15.htm [28]
[13] Así pues, la realidad se ha encargado de desmentir mil veces el teorema –repetido hoy, a pesar de todo, hasta la náusea – del canciller socialdemócrata alemán Helmut Schmidt: “Las ganancias de hoy son las inversiones de mañana y los empleos de pasado mañana”. Ganancias sí hay, pero de inversiones y empleos nada…
[14] En otra ocasión –en el marco de nuestros artículos de seguimiento de la crisis–, trataremos de otros análisis que tienen lugar en el pequeño medio academicista y parásito. También lo haremos en nuestra serie sobre “La teoría de la decadencia en el centro del materialismo histórico”.
[15] “Los ganancias sacadas de la especulación son de tal importancia que no sólo son atractivas para las empresas clásicas sino también para muchas otras, entre ellas, las aseguradoras o los fondos de pensiones, de los cuales Enron es un formidable ejemplo (…) La especulación representa para la burguesía el medio complementario, por no decir el principal, de apropiarse la plusvalía (…) Una regla se impone, fijar en el 15 % el objetivo mínimo de rentabilidad para los capitales invertidos en las empresas (…) La acumulación de los ganancias financieras y especulativas alimenta un proceso de eliminación de industrias que acarrea paro y miseria en todo el planeta” (BIPR en Bilan et Perspectives nº 4, p.6-7).
[16] “La larga resistencia que el capital occidental ha opuesto a la crisis del ciclo de acumulación (o a la actualización de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) le ha evitado hasta ahora el hundimiento en picado que sí ha castigado al capitalismo de Estado del imperio soviético. Cuatro factores fundamentales han hecho posible tal resistencia: (1) la sofisticación de los controles financieros a nivel internacional; (2) una reestructuración profunda del aparato productivo que ha hecho posible un aumento vertiginoso de la productividad (…); (3) la consecuente disolución de su precedente composición de clase, con la desaparición de tareas y de roles ya caducos y la aparición de nuevas tareas, de nuevas funciones y de nuevas figuras proletarias (…) La reestructuración del aparato productivo ha llegado al mismo tiempo que lo que nosotros podemos definir como la tercera revolución industrial vivida por el capitalismo. (…) La tercera revolución industrial está marcada por el microprocesador…” (Prometeo nº 8, deciembre 2003: “Proyecto de tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).
[17] Prometeo nº 10, diciembre 2004: “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”.
[18] La progresión algo más rápida de la productividad en los Estados Unidos durante la segunda mitad de los años 1990 (que permitió un incremento acelerado de los índices de acumulación que ha ayudado a sostener la economía americana) no desmiente para nada su permanente declinar desde finales de los años 1960 (gráfico 8). Volveremos a tratar de esto, más extensamente, en próximos artículos. Señalemos, no obstante, que este fenómeno es básico en la casi inexistencia de creación de empleo, contrariamente a lo sucedido en precedentes reactivaciones; que esta reactivación de la productividad es ligera, que la duda persiste en lo que se refiere a la permanencia en el tiempo de esas ganancias debidas a la productividad y que la esperanza de su difusión a otras economías dominantes está casi excluido. Es más, si en los Estados Unidos un ordenador se cuenta como capital, en Europa, en cambio, se le considera como bien de consumo intermedio. Por eso, las estadísticas estadounidenses tienen la tendencia a sobrestimar el PIB (y en consecuencia la productividad) en relación a las estadísticas europeas ya que incluyen la depreciación del capital. Cuando se corrige ese detalle y el efecto de la ampliación de la jornada de trabajo, se constata que las diferencias en las ganancias por productividad se reducen fuertemente entre Europa (1,4 %) y los Estados Unidos (1,8 %) para el periodo 1996-2001, ganancias que están siempre muy lejos del 5 % (Europa) y 6 % (USA) en los años 1950 a 1960.
[19] Este giro es coyuntural, hay que tener presente que las tasas de ganancia empiezan a recuperar su orientación al alza a mediados de 2001 y han vuelto a su nivel de 1997 a finales de 2003. Esta recuperación se ha logrado por medio de una gestión muy afinada del empleo –se ha hablado de “recuperación sin empleo”– e igualmente por los medios clásicos de restablecimiento de las tasas de plusvalía, tales como la ampliación de la jornada de trabajo o el bloqueo de los salarios facilitado por el débil dinamismo del mercado de trabajo. El receso que sufrieron las tasas de acumulación como consecuencia de la recesión, ha permitido igualmente aligerar el peso de la composición orgánica del capital sobre la rentabilidad.
[20] Para un análisis, en un lenguaje al menos algo serio, de este proceso leer el artículo de P. Artus “Karl Marx is back” publicado en Flash nº 2002-04 (disponible en Internet) y su libro La nouvelle économie en la colección Repères-La Découverte nº 303, del que reproducimos un pasaje al final de este artículo.
[21] Precisemos “que ha sido mostrado por numerosos estudios que, sin las prácticas de flexibilidad, la introducción de la “nueva economía” no mejoraría la eficacia de las empresas” (P Artus, op. citada).
[22] Prometeo nº10, diciembre 2004, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”.
[23] “[Para la CCI ] esta contradicción, producción de la plusvalía y su realización, aparece como una sobreproducción de mercancías y, por tanto, como causa de la saturación del mercado; la cual a su vez se opone al proceso de acumulación, lo que pone al sistema en su conjunto en la imposibilidad de compensar la caída de la cuota de ganancia. En realidad [para Battaglia] el proceso es inverso. (…) Es el ciclo económico y el proceso de valorización los que hacen “solvente” o “insolvente” el mercado. Por tanto, son las leyes contradictorias que regulan el proceso de acumulación, las que pueden llegar a explicar la “crisis del mercado” (Texto de presentación de Battaglia communista en la primera conferencia de grupos de la Izquierda comunista).
[24] “… hemos declarado que ya no estamos interesados en cualquier debate/confrontación con la CCI (…) Si continúan siendo ésas, y lo son, las bases teóricas de la CCI, las razones por las que hemos decidido no perder más tiempo, papel y tinta para discutir con ellos deben quedar claras” (Prometeo nº10, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”) y “Estamos fatigados de discutir de nada cuando tenemos que trabajar para tratar de comprender lo que pasa en el mundo” (Página Web del BIPR [29]), “Respuesta a las acusaciones estúpidas de una organización en vías de degeneración”).
[25] Prometeo nº 10, diciembre 2004, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión.”
[26] Lean igualmente nuestro artículo en Revista internacional nº 115, 4º trimestre 2003, “La crisis: señal de la quiebra…”
[27] Para más detalles sobre este farol llamado revolución industrial, lean nuestro artículo sobre la crisis en la Revista internacional nº 115 del que citamos aquí un pasaje: “La “revolución tecnológica” sólo existe en los discursos de las campañas burguesas y en la imaginación de quienes se las tragan. Esa constatación empírica de la reducción de la productividad (del progreso técnico y de la organización del trabajo) sin interrupción desde los años 60, contradice la imagen mediática, aunque esté bien incrustada en las mentes, de un cambio tecnológico creciente, de una nueva revolución industrial de la que hoy estarían preñados la informática, las telecomunicaciones, Internet y los multimedia. ¿Cómo explicar la fuerza de esa patraña que pone la realidad patas arriba en nuestras mentes?
“Antes que nada, hay que recordar que los progresos de productividad tras la Segunda Guerra mundial fueron mucho más espectaculares que los que nos presentan actualmente como “nueva economía”. (…) Desde los sesenta, la productividad no ha hecho sino disminuir. (…) Además, se cultiva permanentemente esta confusión: la de una relación directa entre la aparición de nuevos bienes de consumo y los progresos de la productividad. El flujo de innovaciones, la multiplicación de novedades por extraordinarias que sean como bienes de consumo (DVD, GSM, Internet, etc.), no pueden tapar lo que está ocurriendo con la productividad. Progreso de la productividad significa capacidad para ahorrar en los recursos requeridos para la producción de un bien o de un servicio. La expresión “progreso técnico” debe siempre entenderse en el sentido de progreso de las técnicas de producción y/o de organización, desde el estricto enfoque de la capacidad para ahorrar en los recursos usados en la fabricación de un bien o en la prestación de un servicio. Por impresionantes que sean, los progresos de lo digital (o numérico) no se plasman en progresos significativos de la productividad en el seno del proceso de producción. Ahí radica todo el bluff de la ‘nueva economía’”.
[28] F. Engels, El Anti-Dühring (Sección II. I, Objeto y método)
[29] Leer nuestra serie de artículos “La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico” iniciada en la Revista internacional nº 118.
[30] Ésa es la razón por la que Battaglia communista ha anunciado en el nº 8 de su revista teórica un gran estudio sobre la cuestión de la decadencia: “... el objetivo de nuestra investigación será verificar si el capitalismo ha agotado su desarrollo de las fuerzas productivas y, si eso es cierto, en qué medida y sobre todo por qué” (Prometeo nº 8, serie VI, diciembre 2003, “Por una definición del concepto de decadencia”).
[31] “Estamos pues, ciertamente confrontados a una forma tal de aumento de la barbarie de la formación social, de sus relaciones sociales, políticas y civiles y, verdaderamente –a partir de los años 90–, a un retroceso en la relación capital/trabajo (con el retorno, al modo del más puro estilo manchesteriano, de la búsqueda de plusvalía absoluta, además de la de plusvalía relativa) pero esta “decadencia” no concierne al modo de producción capitalista sino más bien a su formación social en el ciclo actual de acumulación capitalista, en crisis desde hace algo de más 30 años” (Prometeo nº 10, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”). Nosotros volveremos en un próximo número de Revista internacional a tratar sobre esta elucubración teórica de Battaglia communista consistente en pretender que ¡únicamente la “formación social capitalista” está en decadencia y no el modo de producción capitalista! Señalemos, no obstante, que en la cita de Engels reproducida arriba, lo mismo que en todos los escritos de Marx y Engels (cf. nuestro artículo en la Revista internacional nº 118) ellos hablan siempre y claramente de decadencia del modo de producción capitalista y no de decadencia de la formación social capitalista.
[32] “… el ciclo actual de acumulación capitalista ¡en crisis desde algo más de 30 años!” (Prometeo nº10, diciembre 2004, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”).
[33] Prometeo nº 8, diciembre2003, “Proyecto de tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”.
[34] “Según la crítica marxista de la economía política, existe una relación muy estrecha entre la crisis del ciclo de acumulación de capital y la guerra, debida al hecho de que en un cierto momento de todo ciclo de acumulación, a causa de la tendencia decreciente de la cuota media de ganancia, se determina una verdadera sobre-acumulación de capital cuya destrucción, por medio de la guerra, se hace necesaria para reemprender un nuevo ciclo de acumulación” (Traducción nuestra, Prometeo nº 8, diciembre 2003 “La guerra que falta”).
[35] “La larga resistencia del capital occidental a la crisis del ciclo de acumulación (o a la actualización de la tendencia decreciente de las cuota de ganancia) ha evitado hasta ahora el desplome…” (“Prometeo nº 8, diciembre 2003, “Proyecto de tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).
Sobre el camelo de la nueva revolución industrial
Para permitirle al lector juzgar mejor si existe realmente “una tercera revolución tecnológica basada en el microprocesador”, como pretende Battaglia communista, reproducimos aquí algunos pasajes significativos del libro de P. Arthus (obra citada en nota) sobre la nueva economía, en el que se utilizan ampliamente herramientas del análisis marxista: “La nueva economía ha acelerado el crecimiento desde 1992 hasta 2000 en relación con la parte de capital utilizado que ella misma ha exigido, pero sin aumentar la productividad global de los factores (el progreso técnico global). En ese sentido, la nueva economía difiere claramente de otros descubrimientos tecnológicos del pasado, como la electricidad. (…) Paradójicamente, podría uno incluso preguntarse si la nueva economía existe realmente. Estamos efectivamente ante una “agitación” (…) No se trata de negarlo, sino de preguntarse si estamos en presencia de un verdadero ciclo tecnológico. Es decir, de una aceleración duradera del progreso técnico y del crecimiento incluso después de que el esfuerzo inversor haya cesado. (…) El sector de la nueva economía (telecomunicaciones, Internet, fabricación de ordenadores y soportes informáticos...) representa el 8 % del total de la economía americana; pero aunque su crecimiento es rápido no llega a incentivar el crecimiento del conjunto de Estados Unidos en más de un 0,3 % anual. En el resto de la economía (el 92 %), el crecimiento de la productividad global de los factores (es decir, el crecimiento de la productividad que es posible para un capital y un trabajo dados –el progreso técnico puro) no se ha acelerado mucho en los años 1990. Se observa, es cierto, un enorme esfuerzo de inversión de las empresas por incorporar las nuevas tecnologías a su capital productivo, y es esencialmente ese esfuerzo de inversión el que provoca el suplemento de crecimiento tanto desde el lado de la demanda (la inversión aumenta rápidamente), como desde el de la oferta (el stock de capital productivo aumenta en más de un 6 % anual en volumen). Insisto, esta situación no es sostenible a largo plazo. (…) Para que haya realmente ciclo tecnológico será necesario que en un momento dado la acumulación de capital produzca una aceleración del crecimiento de la productividad global de los factores y por tanto, que pueda haber crecimiento más rápido, espontáneamente, sin que el capital productivo continúe incrementándose más rápidamente que el PIB (*). Algunos sugieren que la nueva economía no existe, que Internet no es una innovación tecnológica a la altura de los grandes inventos del pasado (la electricidad, el automóvil, el teléfono, el motor de vapor,…). Una de las razones podría ser que las nuevas tecnologías de la información al sustituir a las antiguas tecnologías las reemplazan pero no son verdaderamente el producto radicalmente nuevo que provoca un suplemento neto de demanda y de oferta; otra es que los costes de instalación, de funcionamiento, de gestión de estas nuevas tecnologías son importantes, superiores a lo que aportan. (…) Las incertidumbres que, con motivo de la nueva economía, están evocadas aquí han sido evidentemente reforzadas por la recesión y la crisis financiera del periodo 2001-2002. Se ha demostrado claramente que hubo un exceso de inversión a finales de los años 90, que la rentabilidad de las empresas no ha mejorado sustancialmente porque hayan invertido en nuevas tecnologías…” (p. 4-8).
(*) Exactamente en eso está la diferencia entre una verdadera revolución industrial y el epifenómeno actual de la nueva economía. Si Battaglia communista fuese capaz de leer a Marx lo habría entendido hace tiempo.
En el primer artículo de esta serie publicado en la Revista internacional nº 118, vimos cómo y por qué, para Marx y Engels, la teoría de la decadencia estaba en el centro mismo del materialismo histórico en el análisis de la evolución de los modos de producción. La volvemos a encontrar con la misma importancia en el centro de los textos programáticos de las organizaciones de la clase obrera. Además, algunas de ellas no solo reafirmarán este fundamento del marxismo sino que también desarrollarán su análisis e implicaciones políticas. Siguiendo este doble punto de vista, pasaremos aquí revista a las principales expresiones políticas del movimiento obrero, empezando, en esta primera parte, por el movimiento obrero de la época de Marx, la Segunda internacional, las Izquierdas marxistas que se desgajaron de ella así como también la Internacional comunista en sus orígenes. En la segunda parte que publicaremos más tarde, examinaremos más en especial la corriente de los grupos de la Izquierda comunista, base de nuestra propia filiación política y organizativa.
El movimiento obrero en tiempos de Marx
Marx y Engels siempre expresaron claramente que la perspectiva de la revolución comunista dependía de la evolución material, histórica y global del capitalismo. O sea que la concepción según la cual un modo de producción no puede expirar antes de que las relaciones de producción que contiene no se hayan convertido en trabas al desarrollo de las fuerzas productivas fue la base de toda la actividad política de Marx y Engels y de la elaboración del programa político proletario.
A pesar de que Marx y Engels, en dos ocasiones, creyeron haber detectado el advenimiento de la decadencia del capitalismo (1), corrigieron sin embargo rápidamente su apreciación y reconocieron que el capitalismo seguía siendo un sistema progresivo. Su visión, esbozada ya en El Manifiesto comunista y profundizada en todos sus escritos de aquella época, según la cual el proletariado que alcanzase el poder en aquel entonces tendría como principal tarea la de desarrollar el capitalismo de la forma más progresista posible, y no la de destruirlo pura y simplemente, expresaba ese análisis. Por ello la práctica de los marxistas en la Primera internacional se basaba con razón en el análisis de que, mientras siguiera el capitalismo desempeñando un papel progresista, el movimiento obrero debía apoyar a aquellos movimientos burgueses que preparaban el terreno histórico del socialismo:
“Ya hemos visto anteriormente que el primer paso de la revolución obrera lo constituye la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado utilizará su hegemonía política para despojar paulatinamente a la burguesía de todo su capital (...) [Los comunistas] luchan, pues, por alcanzar los fines e intereses inmediatos de la clase obrera pero en el movimiento actual representan al mismo tiempo el futuro del movimiento. En Francia los comunistas se adhieren al Partido socialista democrático contra la burguesía conservadora y radical, sin por ello abandonar el derecho de mantener una posición crítica frente a las frases y a las ilusiones provenientes de la tradición revolucionaria. Entre los polacos, los comunistas apoyan al partido que establece la revolución agraria como condición de la liberación nacional, el mismo que suscitó la insurrección de Cracovia en 1846. En Alemania, en la medida en que la burguesía actúa revolucionariamente, el Partido comunista actúa conjuntamente con la burguesía contra la monarquía absoluta, la propiedad feudal de la tierra y la pequeña burguesía. Por último, los comunistas trabajan en todas partes en pro de la vinculación y el entendimiento de los partidos democráticos de todos los países” (Manifiesto comunista) (2).
De forma paralela, era necesario que los obreros siguieran luchando por reformas mientras las posibilitaba el desarrollo del capitalismo, y en esa lucha, “los comunistas luchan por los intereses y fines inmediatos de la clase obrera”, tal como lo decía el Manifiesto. Estas posiciones materialistas iban en contra de los llamamientos a-históricos de los anarquistas por una abolición inmediata del capitalismo y su oposición total a cualquier reforma (3).
La Segunda Internacional, heredera de Marx y Engels
La IIª Internacional explicitó aun más esa adaptación de la política del movimiento obrero al período, al adoptar un programa mínimo de reformas inmediatas (reconocimiento de los sindicatos, disminución de la jornada de trabajo, etc.) así como un programa máximo, el socialismo, cuya práctica estaría a la orden del día cuando ocurriera la inevitable crisis histórica del capitalismo. Aparece muy claramente en el Programa de Erfurt que concretó la victoria del marxismo en la socialdemocracia:
“La propiedad privada de los medios de producción ha cambiado... se ha convertido, por la fuerza motriz del progreso, en la causa de la degradación y la ruina social... Su caída es segura, la única cuestión a la que hay que responder es: ¿el sistema de la propiedad privada de los medios de producción arrastrará a la sociedad en su caída al abismo o la sociedad se quitará ese fardo desembarazándose de él? (...) Las fuerzas productivas que se han generado en la sociedad capitalista se han vuelto irreconciliables con el sistema mismo que las hizo surgir quedando aprisionadas. La tentativa de mantener ese sistema de propiedad hace imposible cualquier nuevo desarrollo social y condena a la sociedad al estancamiento y la decadencia (...) El sistema social capitalista ha llegado al final de su carrera, su disolución es desde ahora una cuestión de tiempo. Es un destino implacable, las fuerzas económicas empujan al naufragio la producción capitalista, la construcción de un nuevo orden social que sustituya al que actualmente existe no es simplemente algo deseable, se ha convertido en algo inevitable (...) Tal y como están las cosas actualmente, la civilización no puede durar, debemos avanzar hacia el socialismo o caeremos en la barbarie. (...) La historia de la humanidad no está determinada por las ideas sino por el desarrollo económico que progresa irresistiblemente obedeciendo a leyes subyacentes precisas y no a cualquier deseo o fantasía” (Traducción nuestra de extractos del Programa de Erfurt releído, corregido y apoyado por Engels) (4).
Pero para la mayoría de los principales líderes oficiales de la Segunda internacional, el programa mínimo se transformará cada día más en el único verdadero programa de la socialdemocracia: “El objetivo, sea cual sea, no es nada. El movimiento lo es todo”, según decía Bernstein. El socialismo y la revolución proletaria acabaron siendo peroratas repetidas como sermones en las manifestaciones del Primero de mayo mientras la energía del movimiento oficial se concentraba cada día más en la obtención por parte de la socialdemocracia, costara lo que costara, de un lugar en el sistema capitalista. Inevitablemente, el ala oportunista de la socialdemocracia empezó a negar la necesidad de la destrucción del capitalismo para defender la posibilidad de una transformación gradual del capitalismo en socialismo.
La Izquierda marxista en la Segunda internacional
En respuesta al desarrollo del oportunismo en la Segunda internacional se desarrollaron fracciones de izquierda en varios países. Serán éstas las que posteriormente permitirán que se funden partidos comunistas tras la traición al internacionalismo proletario por parte de la socialdemocracia cuando estalle la Primera Guerra mundial. Las fracciones de izquierda defenderán claramente la bandera del marxismo al asumir la herencia de la Segunda internacional, desarrollándola ante los nuevos retos planteados por el nuevo período del capitalismo iniciado de manera patente por el estallido de la guerra, el período de su decadencia.
Estas corrientes aparecieron cuando el sistema capitalista estaba viviendo la última fase de su ascenso, cuando la expansión imperialista hacía vislumbrar la perspectiva de enfrentamientos entre las grandes potencias del capitalismo mundial y cuando se iba radicalizando cada día más la lucha de clases (desarrollo de huelgas generales políticas y sobre todo de huelgas de masas en varios países). Contra el oportunismo de Bernstein y Cía., la izquierda de la socialdemocracia –los bolcheviques, el grupo de Tribunistas holandeses, Rosa Luxemburg y otros revolucionarios– defenderán el análisis marxista con todas sus implicaciones: entender la dinámica del fin de la fase ascendente del capitalismo y lo ineluctable de su quiebra (5), las causas de las derivas oportunistas (6) y la reafirmación de la necesidad de la destrucción violenta y definitiva del capitalismo (7). Desgraciadamente, ese trabajo teórico por parte de las fracciones de izquierda no se realizó a escala internacional; se hará en orden disperso y con niveles de análisis y de comprensión diferentes ante los formidables trastornos sociales de principios del siglo xx, caracterizados por el estallido de la Primera Guerra mundial y el desarrollo de movimientos insurreccionales a escala internacional. No tenemos aquí la pretensión de hacer una presentación ni un análisis detallado de todas aquellas contribuciones de las fracciones de izquierda sobre estos temas; nos limitaremos a algunas tomas de posición de lo que serán las dos columnas vertebrales de la nueva internacional –el Partido bolchevique y el Partido comunista alemán–, a través de sus dos más eminentes representantes, Lenin y Rosa Luxemburg.
Si Lenin no utiliza los vocablos de “ascendencia” y de “decadencia” sino términos y expresiones como “la época del capitalismo progresista”, “antiguo factor de progreso”, “la época de la burguesía progresista” cuando trata del período ascendente del capitalismo y de “la época de la burguesía reaccionaria”, “el capitalismo se ha vuelto reaccionario”, “un capitalismo agonizante”, “la época del capitalismo en que ha alcanzado su madurez” para caracterizar el período decadente del capitalismo, utiliza sin embargo esos conceptos y sus implicaciones esenciales para analizar correctamente el carácter de la Primera Guerra mundial. En contra de los socialtraidores que pretendían apoyarse en los análisis de Marx durante la fase ascendente del capitalismo para preconizar un apoyo condicional a ciertas fracciones burguesas y a sus luchas de liberación nacional, Lenin identificará en la Primera Guerra mundial la expresión de un sistema que ha agotado su misión histórica, poniéndose así al orden del día la necesidad de su superación mediante una revolución a escala mundial. Por eso define la guerra imperialista como totalmente reaccionaria a la que había que oponer el internacionalismo proletario y la revolución:
“De liberador de las naciones que fue el capitalismo en su lucha contra el régimen feudal, el capitalismo imperialista se ha convertido en el mayor opresor de las naciones. El capitalismo, antiguo factor de progreso, se ha tornado reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas hasta tal punto que a la humanidad no le queda más que pasar al socialismo o sufrir durante años, incluso decenas de años, la lucha armada de las “grandes” potencias por mantener artificialmente el capitalismo con ayuda de las colonias, monopolios, privilegios y opresiones nacionales de todo tipo (Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1918; “La guerra actual es una guerra imperialista”);
“La época del imperialismo capitalista es la época de un capitalismo que ya ha alcanzado y ha sobrepasado su periodo de madurez, que se adentra en su ruina, maduro para dejar su sitio al socialismo. El periodo de 1789 a 1871 ha sido la época del capitalismo progresista: su tarea era derrocar el feudalismo, el absolutismo, la liberación del yugo extranjero...” (El oportunismo y la bancarrota de la IIa Internacional”, enero de 1916); “De todo lo dicho anteriormente sobre el imperialismo resalta que debemos caracterizarlo como capitalismo de transición, o más exactamente como un capitalismo agonizante. (...) la putrefacción y el parasitismo caracterizan el estadio histórico supremo del capitalismo, es decir, el imperialismo. (...) El imperialismo es el preludio de la revolución social del proletariado. Esto se confirmó a escala mundial después de 1917” (“El imperialismo fase superior de capitalismo, Lenin”, Obras escogidas, Tomo I, editorial Progreso).
Las posiciones tomadas frente a la guerra y la revolución siempre han sido líneas claras de demarcación en el movimiento obrero. La capacidad de Lenin para definir la dinámica histórica del capitalismo y captar el final de “la época del capitalismo progresista” y que “el capitalismo se ha vuelto reaccionario” no solo le permitieron caracterizar claramente la Primera Guerra mundial sino también el carácter y la dimensión de la revolución en Rusia. En efecto, cuando estaba madurando la situación revolucionaria en Rusia, la comprensión que tenían los bolcheviques de las tareas impuestas por el nuevo período les permitió luchar contra las concepciones mecanicistas y nacionalistas de los mencheviques. Cuando éstos intentaron minimizar la importancia de la oleada revolucionaria con el pretexto de que “Rusia no estaba bastante desarrollada para el socialismo”, los bolcheviques afirmaron que el carácter mundial de la guerra imperialista mostraba que el capitalismo mundial había alcanzado el nivel de maduración necesario para la revolución socialista. Luchaban entonces por la toma de poder por la clase obrera, considerándola como un preludio de la revolución proletaria mundial.
Entre las más claras expresiones de esta defensa del marxismo está el folleto Reforma o revolución escrito por Rosa Luxemburg en 1899, que aun reconociendo que el capitalismo seguía en expansión gracias a “bruscos sobresaltos expansionistas” (o sea el imperialismo), insistía en que seguía corriendo inevitablemente hacia su “crisis de senilidad” y esto conduciría a la necesidad inmediata de la toma del poder revolucionaria por el proletariado. Con mucha perspicacia política, Rosa Luxemburg fue además capaz de percibir las nuevas exigencias planteadas por el cambio de período histórico a la lucha y a las posiciones políticas del proletariado, especialmente en la cuestión sindical, la táctica parlamentaria, la cuestión nacional y los nuevos métodos de lucha mediante la huelga de masas (8):
Sobre los sindicatos:
“Cuando el desarrollo de la industria haya alcanzado su punto máximo y empiece, por tanto el “declive” capitalista en el mercado mundial, cuando tienda a bajar la cuesta, la lucha sindical será entonces doblemente difícil (...) Los sindicatos se ven obligados, por la necesidad, a limitarse simplemente a defender lo ya conseguido, y ello a fuerza de luchar en condiciones cada vez más desventajosas. Así es el curso de los acontecimientos, cuya contrapartida debe ser el desarrollo de una lucha de clases política y social” (Rosa Luxemburg, Reforma o Revolución).
Sobre el parlamentarismo:
“¡Asamblea Nacional o todo el poder a los Consejos de obreros y soldados, abandono del socialismo o lucha de clases determinada y armada contra la burguesía: ese es el dilema!. ¡Alcanzar el socialismo por la vía parlamentaria, por la simple decisión de la mayoría, eso es un proyecto idílico! (...) El parlamentarismo, es cierto, fue un terreno de la lucha de clase del proletariado mientras duró la vida tranquila de la sociedad burguesa. Y fue una tribuna desde la cual pudimos reunir a las masas en torno a la bandera del socialismo y educar para la lucha. Pero hoy estamos en el corazón mismo de la revolución proletaria y se trata, desde ahora, de abatir el árbol de la explotación capitalista. El parlamentarismo burgués, como la dominación de clase burguesa que fue su razón de ser más eminente, ha perdido su legitimidad. Desde el presente, la lucha de clases irrumpe a cara descubierta, el capital y el trabajo no tienen nada que decirse, no le queda más camino que empuñar firmemente su lanza y zanjar el desenlace de esa lucha a muerte” (Rosa Luxemburgo, “¿Asamblea bacional o Consejos obreros?”, Obras escogidas).
Sobre la cuestión nacional:
“La guerra mundial no sirve ni para la defensa nacional, ni para la de los intereses económicos o políticos de las masas populares sean cuales sean, es producto únicamente de las rivalidades imperialistas entre las clases capitalistas de diferentes países por la supremacía mundial y por el monopolio de la explotación y opresión de regiones que aún no están sometidas al Capital. En la época de este imperialismo desenfrenado ya no puede haber guerra nacional. Los intereses nacionales son solo una mistificación destinada a que las masas populares laboriosas se pongan al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo” (La crisis de la Social Democracia, 1915).
La decadencia en la médula del análisis de la Internacional comunista
Alentada por los movimientos revolucionarios que acabaron con la Primera Guerra mundial, la constitución de la Tercera internacional (Internacional comunista, o IC) se apoyó en el análisis del final del papel históricamente progresista de la burguesía, que las izquierdas marxistas de la Segunda internacional habían hecho. Ante la tarea de entender el giro que puso en evidencia el estallido de la Primera Guerra mundial y de los movimientos insurreccionales a escala internacional, tanto la IC como los grupos que la formaron harán de la “decadencia” –a un nivel u otro– la clave de la comprensión del nuevo período que acababa de abrirse. Así es como en la plataforma de la nueva internacional se precisaba que:
“Ha nacido una nueva época. Época de desintegración del capitalismo, de su desmoronamiento interno. Época de la revolución comunista del proletariado” (Primer Congreso),
y en este marco de análisis se basarán, más o menos, todas sus tomas de posición (9), como por ejemplo en las Tesis sobre el parlamentarismo adoptadas en el Segundo congreso:
“El comunismo debe tener como punto de partida el estudio teórico de nuestra época (apogeo del capitalismo, tendencias del imperialismo hacia su propia negación y su propia destrucción)” (idem) (10).
Ese marco de análisis aún será más evidente en el Informe sobre la situación internacional escrito por Trotski y adoptado por el IIIer Congreso de la IC:
“Las oscilaciones cíclicas, decimos en nuestro Informe al 3º Congreso de la IC acompañan el desarrollo del capitalismo en su juventud, su madurez y su decadencia como el tic-tac del corazón acompaña al hombre incluso hasta su agonía” (Trotski, La marea sube, 1922)...
“Ayer vimos en detalle cómo el camarada Trotski, y todos los aquí presentes estaremos, creo, de acuerdo con él, estableció la relación entre, de un lado, las pequeñas crisis y los pequeños periodos de desarrollo cíclicos y momentáneos y, de otro lado, el problema del desarrollo y el declive del capitalismo en cuanto a los grandes periodos históricos. Estaremos todos de acuerdo en que la gran curva que antes iba hacia arriba hoy va irremisiblemente hacia abajo, y que dentro del esta gran curva, tanto cuando asciende como cuando desciende como hoy, se producen oscilaciones” (Authier D., Dauvé G., Ni parlamento ni sindicatos, ¡Consejos obreros!).
En fin, la “Resolución sobre la táctica de la IC” de su IVº Congreso, explicita aún más y reafirma el análisis de la decadencia del capitalismo:
“II.- El periodo de decadencia del capitalismo. Luego de haber analizado la situación económica mundial, el IIIer Congreso pudo comprobar con absoluta precisión que el capitalismo, después de haber realizado su misión de desarrollar las fuerzas productivas, cayó en la contradicción más irreductible con las necesidades no solamente de la evolución histórica actual sino también con las condiciones más elementales de la existencia humana. Esta contradicción fundamental se reflejó particularmente en la última guerra imperialista y fue agravada por esta guerra que conmovió, del modo más profundo, el régimen de la producción y de la circulación. El capitalismo, que de este modo sobrevivió a sí mismo, entró en una fase donde la acción destructora de sus fuerzas desencadenadas arruina y paraliza las conquistas económicas creadoras ya realizadas por el proletariado en medio de las cadenas de la esclavitud capitalistas. (...) Actualmente el capitalismo está viviendo su agonía. (Los cuatro primeros Congreso de la Internacional comunista)”.
El análisis del significado político de la Primera Guerra mundial
El estallido de la guerra imperialista en 1914 señala un giro decisivo tanto en la historia del capitalismo como en la del movimiento obrero. El problema de la “crisis de senilidad” del sistema dejó de ser un debate teórico entre diversas fracciones del movimiento obrero. La comprensión de que la guerra abría un nuevo período para el capitalismo, como sistema histórico, exigía un cambio en la práctica política cuyos fundamentos se convirtieron en frontera de clase: por un lado los oportunistas que desvelaron claramente su rostro de agentes del capitalismo “aplazando” la revolución con su llamada a la “defensa nacional” en una guerra imperialista y, por el otro, la izquierda revolucionaria –los bolcheviques en torno a Lenin, el grupo Die Internationale, los Radicales de izquierda de Bremen, los Tribunistas holandeses, etc.– que se reunieron en Zimmerwald y Kienthal para afirmar que la guerra marcaba la apertura de la época “de las guerras y de las revoluciones” y que la única alternativa a la barbarie capitalista era la insurrección revolucionaria del proletariado contra la guerra imperialista. Entre todos los revolucionarios que asistieron a esas conferencias, los más claros sobre la cuestión de la guerra fueron los bolcheviques. Esa clarividencia emana directamente de la compresión de que el capitalismo había entrado en su fase de decadencia puesto que “la época de la burguesía progresista” había dejado el lugar a “la época de la burguesía reaccionaria”, como lo confirma sin ambigüedades Lenin:
“Los socialdemócratas rusos (Plejánov a la cabeza) invocan la táctica de Marx en la guerra de 1870; los socialchovinistas alemanes (tipo Lensch, David y compañía ) invocan las declaraciones de Engels en 1891 sobre la necesidad, para los socialistas alemanes, de defender la patria en caso de una guerra contra Francia y Rusia unidas... Todas estas referencias deforman de modo indignante las concepciones de Marx y de Engels complaciendo a la burguesía y a los oportunistas... Invocar hoy en día la actitud que tuvo Marx respecto a la época progresiva de la burguesía y olvidar las palabras de Marx: “Los obreros no tienen patria”, palabras que se relacionan directamente con la época de la burguesía reaccionaria cuyo tiempo ha pasado, con la época de la revolución socialista, es deformar cínicamente el pensamiento de Marx y suplantar el punto de vista socialista por el punto de vista de la burguesía” (Lenin 1915, Obras completas, Tomo 27).
Ese análisis político del significado histórico del estallido de la Primera Guerra mundial determinó la posición del conjunto del movimiento revolucionario, de las fracciones de izquierda en la Segunda internacional (11) hasta los grupos de la Izquierda comunista, pasando por la IIIª internacional. Es lo que ya predijo Engels a finales del siglo XIX:
“Friedrich Engels dijo un día: «La sociedad burguesa está situada ante un dilema: o pasa al socialismo o cae en la barbarie». Pero ¿qué significa, pues, una caída en la barbarie en el grado de civilización que conocemos en la Europa de hoy? Hasta ahora hemos leído estas palabras sin reflexionar y las hemos repetido sin presentir la terrible gravedad. Echemos una mirada en torno nuestro en este momento y comprenderemos lo que significa una caída de la sociedad burguesa en la barbarie. El triunfo del imperialismo lleva a la negación de la civilización, esporádicamente durante la duración de la guerra y definitivamente, si el período de las guerras mundiales que comienza ahora se prosigue sin obstáculos hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Friedrich Engels predijo una generación antes que la nuestra, hace cuarenta años. Estamos situados hoy ante esta elección: o bien triunfo del imperialismo y decadencia de toda civilización como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, un enorme cementerio; o. bien, victoria del socialismo, es decir, de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y: contra su método de acción: la guerra. Éste es un dilema de la historia del mundo, un o bien, o bien, todavía indeciso, cuyos platillos se balancean ante la decisión del proletariado con conciencia de clase. El proletariado debe lanzar resueltamente en la balanza la espada de su combate revolucionario. El porvenir de la civilización y de la humanidad depende de ello” (Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia, I).
Esto mismo lo habían comprendido bien, con determinación, todas las fuerzas revolucionarias que participaron en la creación de la Internacional comunista. Así, sus estatutos recuerdan claramente que:
“La IIIa Internacional se constituyó al final de la carnicería de 1914-18, durante la cual la burguesía sacrificó 20 millones de vidas en diferentes países. ¡Acordémonos de la guerra imperialista. Esta es la primera palabra que la Internacional comunista dirige a cada trabajador, sea cual sea su origen o la lengua en la que hable. ¡Recordemos que por la existencia del régimen capitalista, un puñado de imperialistas ha podido, durante 4 largos años, obligar a los trabajadores a ir a mutuo degüello! ¡Recordemos que la guerra burguesa sumió a Europa y el mundo entero en el hambre y la indigencia! ¡Recordemos que sin derrocamiento del capitalismo, será no solo posible, sino inevitable que se repitan esas criminales guerras! (…) La Internacional comunista considera la dictadura del proletariado como el único medio disponible para liberar a la humanidad de los horrores del capitalismo” (Cuatro primeros congresos de la IC).
Sí, más que nunca hemos de “recordar” el análisis de nuestros predecesores y debemos reafirmarlo con tanta más fuerza que las camarillas parásitas intentan tacharlo de “humanismo y moralismo burgués”, minimizando la guerra imperialista y los genocidios. So pretexto de criticar la teoría de la decadencia, dirigen un ataque en regla contra las adquisiciones fundamentales del movimiento obrero:
“Por ejemplo para demostrarnos que el modo de producción capitalista está en decadencia, Sander afirma que su característica es el genocidio y que más de las tres cuartas partes de los muertos en guerra de los últimos 500 últimos años se produjeron en el siglo xx. Ese tipo de argumentos también forma parte del pensamiento milenarista. Para los testigos de Jehová, la Primera Guerra mundial significaría un giro en la historia a causa de su gravedad y su intensidad. Según ésos, la cantidad de muertos durante la Primera Guerra mundial habría sido “... siete veces mayor que todas las 901 principales guerras anteriores durante los 2400 años antes de 1914 (…)” según la polemista Ruth Leger Sivard, en un libro editado en 1996, el siglo xx habría hecho unos 110 millones de muertos en 250 guerras. Si extrapolamos ese resultado se alcanzan los 120 millones de muertos, 6 veces más que en el siglo xix. Equiparada esta cantidad con la población media, la relación relativa cae a 2. (...) Incluso así, la consecuencia de las guerras sigue siendo inferior a las de las moscas y los mosquitos. (...) No se hará avanzar el materialismo y menos todavía la comprensión de la historia del modo de producción capitalista adoptando conceptos propios del derecho burgués moderno (como el de genocidio), confeccionados por la ideología democrática y de derechos humanos sobre los escombros de la Segunda Guerra mundial” (Robin Goodfelow, Camarada, un esfuerzo más para dejar de ser un revolucionario).
Comparar los estragos de las guerras imperialistas con algo que es “menos importante que los efectos de moscas y mosquitos” es realmente escupirles a la cara tanto a los millones de proletarios que fueron asesinados en los campos de batalla como a los miles de revolucionarios que sacrificaron su vida intentando bloquear el brazo armado de la burguesía y estimular las luchas revolucionarias. Es un escandaloso insulto a todos aquellos revolucionarios que lucharon con todas sus fuerzas denunciando las guerras imperialistas. Comparar los análisis dejados por Marx, Engels y todos nuestros ilustres predecesores de la Internacional comunista y de la Izquierda comunista con los de los Testigos de Jehová y con el moralismo burgués es una sórdida indecencia. Ante semejantes “pensamientos”, nos sumamos a Rosa Luxemburg cuando decía que ¡la indignación del proletariado es una fuerza revolucionaria!
Según esos parásitos, toda la Tercera internacional, Lenin, Trotski, Bordiga, etc., se habrían extraviado en un lamentable malentendido, creyendo ingenuamente que la Primera Guerra mundial era “el mayor de los crímenes” (Plataforma de la IC, ibid.), cuando, según esos parásitos, fue algo “menos importante que los efectos de moscas y mosquitos”. Todos aquellos revolucionarios que pensaron que la guerra imperialista es la mayor catástrofe para el proletariado y el movimiento obrero en su conjunto, “La catástrofe de la guerra imperialista ha barrido de arriba abajo todas las conquistas de las batallas sindicales y parlamentarias” (Manifiesto de la IC)”, habrían cometido, por lo tanto, la peor de las equivocaciones: la de haber teorizado que la Primera Guerra mundial abría el período de decadencia del capitalismo:
“El periodo de decadencia del capitalismo (...) el capitalismo, tras haber cumplido su misión de desarrollar las fuerzas productivas cayó en una total contradicción con las necesidades no solo de la evolución histórica actual sino también con las condiciones de la existencia humana más elemental. Esa contradicción fundamental se plasmó sobre todo en la última guerra imperialista y esta guerra la ha agravado más todavía” (op. cit.).
Ese desprecio presuntuoso de esos parásitos hacia lo adquirido por el movimiento obrero, que escribieron con su sangre nuestros hermanos de clase, no se puede comparar sino con el desprecio que tiene la burguesía hacia la miseria de los obreros o con el cinismo desencarnado de las cifras brutas utilizadas por ésta para cantar los méritos del capitalismo. Parafraseando la celebre fórmula de Marx cuando trata sobre Proudhon y la miseria, esos parásitos no ven en las cifras más que cifras y ni sospechan su significado social y político revolucionario (12). Todos los revolucionarios de aquel entonces, sí que entendieron perfectamente el carácter cualitativamente diferente, todo el significado social y político de aquel “aplastamiento masivo de las mejores tropas del proletariado internacional”:
“Pero el desencadenamiento actual de la fiera imperialista en los campos europeos produce además otro resultado que deja al “mundo civilizado” por completo indiferente [y a esos parásitos actuales, añadimos nosotros]: la desaparición masiva del proletariado europeo. Jamás una guerra había exterminado en tales proporciones capas enteras de la población (...) Y es la población obrera de las ciudades y de los campos quien constituye las nueve décimas partes de esos millones de víctimas (...) son las mejores fuerzas, las más inteligentes, las mejor adiestradas del socialismo internacional (...) El fruto de decenas de años de sacrificios y esfuerzos de varias generaciones es aniquilado en algunas semanas; las mejores tropas del proletariado internacional son diezmadas (...) Aquí el capitalismo descubre su propia descarnada calavera; aquí confiesa que su derecho a la existencia ha caducado, que la continuación de su dominación ya no es compatible con el progreso de la humanidad” (Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia, 1915) (13).
C. Mcl
1Para mas detalles, léase el primer artículo de esta serie en la Revista internacional nº 118.
2Desgraciadamente, lo que Marx expresó con razón en aquel entonces ha sido utilizado como confusión reaccionaria durante el período de decadencia por parte de todos aquellos que invocaban aquellas medidas preconizadas en el Manifiesto comunista como si pudieran adaptarse a la época actual.
3Estas posiciones de los anarquistas, aparentemente ultrarrevolucionarias, no eran sino el deseo de la pequeña burguesía de acabar con el Estado y el trabajo asalariado, no avanzando hacia su superación histórica sino volviendo hacia un mundo de productores independientes.
4El primer artículo de esta serie ya demostró claramente, apoyándose en numerosas citas sacadas del conjunto de su obra, que el concepto de decadencia así como la palabra misma “decadencia” tienen su origen en Marx y Engels y son la médula misma del materialismo histórico para comprender la sucesión de los modos de producción. Esto invalida claramente las aserciones estrambóticas de la revista academista Aufheben que pretendían que “la teoría del declive del capitalismo apareció por primera vez en la Segunda internacional” (serie de artículos titulada “Sobre la decadencia, teoría del declive o declive de la teoría”, publicada en los nos 2, 3 y 4 de Aufheben). Y al reconocer que la teoría de la decadencia está en el centro mismo del programa marxista de la Segunda internacional, nuestra serie desmiente rotundamente la extravagante serie de partidas de nacimiento inventadas por una retahíla de grupos parásitos: para la Ficci, por ejemplo, la decadencia aparecería a finales del siglo XIX, “Hemos presentado el origen de la noción de decadencia en torno a los debates sobre el imperialismo y la alternativa histórica de guerra o revolución que se desarrollaron a finales del siglo XIX ante las profundas transformaciones entonces vividas por el capitalismo” (Bulletin communiste no 24, abril del 2004), mientras que para la RIMC aparece tras la Primera Guerra mundial: “El objetivo de este trabajo es el de hacer una crítica global y definitiva del concepto de “decadencia” que está envenenando la teoría comunista como una de las mayores desviaciones nacidas en la primera posguerra, que ha impedido todo trabajo científico de restauración de la teoría comunista debido a su carácter profundamente ideológico” (Revista internacional del movimiento comunista, “Dialéctica de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción en la teoría comunista”). Para Perspective internationaliste, sería Trotski el inventor del concepto: “El concepto de decadencia del capitalismo surgió en la Tercera internacional en la que fue sobre todo Trotski quien lo desarrolló” (“Hacia una nueva teoría de la decadencia del capitalismo”). Lo único que tienen en común esas camarillas es su crítica a nuestra organización y en particular a nuestra teoría de la decadencia, sin saber realmente ninguna de ellas de qué está hablando.
5Véase por ejemplo Lenin en el Imperialismo, fase suprema del capitalismo, o Rosa Luxemburg en la Acumulación del capital.
6Véase también Rosa Luxemburg en Reforma o revolución y más tarde Lenin en la Revolución proletaria y el renegado Kautski.
7Véase Lenin en el Estado y la revolución y Rosa Luxemburg, ¿Qué quiere la Liga Spartacus?
8Léase Huelga de masas, partido y sindicatos.
9Ilustraremos más ampliamente esta idea en la segunda parte de este artículo.
10Esta cita está sacada de la intervención de Alexander Schwab, delegado del KAPD, en el IIIer Congreso de la Internacional comunista, en la discusión acerca del informe de Trotski sobre la situación económica mundial, “Tesis sobre la situación mundial y las tareas de la Internacional comunista”. Esa cita restituye correctamente el sentido y el contenido, y sobre todo el marco conceptual de ese informe y de la discusión en la IC en torno a la noción de “auge” y de “declive” del capitalismo a escala de los “grandes períodos históricos”.
11“Una cosa es cierta, y es que la guerra mundial ha significado un giro para el mundo. Es una locura insensata imaginarse que solo nos quedaría esperar a que acabe la guerra, como la liebre que está esperando debajo de una mata a que se termine la tormenta y reanudar alegremente su quehacer diario. La guerra mundial ha cambiado las condiciones de nuestra lucha, nos ha cambiado a nosotros mismos de manera radical” (Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia).
12Incluso en las cifras, nuestros censores se ven obligados a reconocer, después pensárselo mucho, que la “relación relativa” de la cantidad de muertos en la decadencia es el doble del de la ascendencia..., sin que eso les plantee mayores problemas.
13Si hemos considerado necesario denunciar esos insultos, no solo es para estigmatizarlos y defender las lecciones teóricas de generaciones enteras de proletarios y revolucionarios, sino también para denunciar firmemente esa charca de parásitos que propaga, cultiva y deja desarrollarse ese tipo de canalladas. Es ése uno de los múltiples ejemplos, una de las numerosas pruebas de su carácter totalmente parásito: su papel es destruir los logros políticos de la Izquierda comunista, es hacer de parásitos del medio político proletario e intentar desprestigiarlo, sobre todo a la CCI.
“... Un día deberá el BIPR preguntarse por qué, en varias ocasiones, elementos que han dado la prueba de su incapacidad para integrarse en la Izquierda comunista, se han girado hacia el BIPR tras el fracaso de su “acercamiento” a la CCI” (ibid.).
Que sepamos nosotros, el BIPR sigue sin hacerse esa pregunta (en todo caso nunca apareció públicamente en su prensa).
Uno de los objetivos de éste artículo es intentar aportar elementos de respuesta a esa pregunta, que puedan ser útiles tanto a esa organización como a quienes se acercan a la Izquierda comunista y que podrían impresionarse ante la afirmación del BIPR al presentarse a sí mismo como “la única organización heredera de la Izquierda comunista de Italia”. Más generalmente, este artículo va a procurar entender por qué esa organización ha sufrido una serie de fracasos en su política de agrupamiento a escala mundial de las fuerzas revolucionarias.
En el precedente artículo de esta serie (“El Núcleo comunista internacional, un esfuerzo de toma de conciencia en Argentina”, Revista internacional no 120), recordamos la trayectoria de un núcleo de elementos revolucionarios en Argentina, agrupados en el Núcleo comunista internacional (NCI).
Poníamos de manifiesto los problemas conocidos por ese pequeño grupo, el hecho, en particular, de que uno de sus componentes, el ciudadano B, se aprovechaba de su dominio de la informática (en particular el de Internet) para aislar a sus demás compañeros, monopolizar el correo con los grupos del medio político proletario, imponerles sus decisiones y eso cuando, escondiendo deliberadamente sus manejos, no se dedicaba a desarrollar una política a espaldas de los demás, puesto que cuestionaba del día a la mañana las orientaciones seguidas hasta entonces. Más precisamente, tras haber afirmado hasta el verano de 2004 su voluntad de integrarse rápidamente en la CCI (1) con la que afirmaba compartir totalmente las posiciones programáticas y los análisis, al mismo tiempo que rechazaba las posiciones del BIPR y condenaba el comportamiento de hampones y chivatos de la autodenominada “Fracción interna de la CCI” (Ficci), don B. se cambió repentinamente de chaqueta.
Estando todavía presente en Argentina una delegación de la CCI que llevaba a cabo una serie de discusiones con el NCI, el ciudadano B entró en contacto con la Ficci y el BIPR para anunciarles su intención de desarrollar un trabajo con ambos, cambiando de nombre (Círculo de comunistas internacionalistas), todo ello a escondidas tanto de nuestra delegación como de los demás miembros del NCI. De hecho,
“... fue cuando comprendió que con la CCI no iba a poder seguir con sus maniobras de aventurero de salón, que, de repente, lo arrebató una pasión por la FICCI y el BIPR, y por las posiciones de éste. Semejante conversión, más repentina que la de san Pablo en el camino de Damasco, por lo visto no levantó la menor desconfianza en el BIPR que se puso a su inmediata disposición para servir de altavoz a ese señor. Un día deberá el BIPR preguntarse por qué, en varias ocasiones, elementos que han dado la prueba de su incapacidad para integrarse en la Izquierda comunista, se han girado hacia el BIPR tras el fracaso de su “acercamiento” a la CCI” (ibid.).
Que sepamos nosotros, el BIPR sigue sin hacerse esa pregunta (en todo caso nunca apareció públicamente en su prensa).
Uno de los objetivos de éste artículo es intentar aportar elementos de respuesta a esa pregunta, que puedan ser útiles tanto a esa organización como a quienes se acercan a la Izquierda comunista y que podrían impresionarse ante la afirmación del BIPR al presentarse a sí mismo como “la única organización heredera de la Izquierda comunista de Italia”. Más generalmente, este artículo va a procurar entender por qué esa organización ha sufrido una serie de fracasos en su política de agrupamiento a escala mundial de las fuerzas revolucionarias.
La actitud del señor B., que de golpe se descubre una profunda convergencia tanto con las posiciones del BIPR como con las acusaciones totalmente calumniadoras de la Ficci contra la CCI, no es, en realidad, sino la caricatura de una actitud qua ya hemos conocido a menudo en gente que, tras haber empezado a discutir con nuestra organización se dieron cuenta que se habían equivocado, sea por que no estaban realmente de acuerdo con nuestras posiciones o porque las exigencias del militantismo en la CCI les parecían demasiado apremiantes, o también por que constataron que nuestra organización no les permitiría llevar a cabo su política personal. A menudo tales elementos dirigieron entonces sus miradas hacia el BIPR, en cuyo seno ellos consideraban que sus ambiciones podrían quedar más satisfechas. Ya hemos evocado varias veces este tipo de proceso en nuestras publicaciones. Dicho esto, merece le pena volver sobre ello para poner en evidencia que no se trata de un fenómeno fortuito y excepcional, sino repetitivo que debería plantearles problemas a los militantes del BIPR.
En vísperas del nacimiento del BIPR
Ya en la prehistoria del BIPR (e incluso en la de la CCI) puede verse una primera manifestación de lo que luego se irá repitiendo a menudo. Estamos en los años 1973-74. Tras un llamamiento del grupo norteamericano Internationalism en 1972 (grupo que posteriormente será la sección de la CCI en EE.UU.) a formar una red de correspondencia internacional, se organizaron una serie de encuentros entre varios grupos que se reivindicaban de la Izquierda comunista. Los participantes más regulares en estos encuentros fueron Révolution internationale en Francia y tres grupos de Gran Bretaña, World Revolution, Revolutionary Perspective y Worker’s Voice (nombre de sus respectivas publicaciones). WR y RP procedían de escisiones del grupo Solidarity, más bien anarco-consejista. En cuanto a WV, era un pequeño grupo de obreros de Liverpool que acababa de romper con el trotskismo. Tras esas discusiones, los tres grupos británicos llegaron a posiciones cercanas a las de RI e Internationalism (en torno a cuales se formará la CCI al año siguiente). Sin embargo, el proceso de unificación de aquellos tres grupos fracasó. Por un lado, los elementos de WV decidieron romper con WR por que tenían la sensación de haber sido engañados. WR había conservado posiciones semi-consejistas sobre la Revolución de 1917 en Rusia: consideraba que sí era una revolución proletaria, pero que el Partido bolchevique era un partido burgués, posición que lograron hacer compartir a compañeros de WV. Y cuando WR, en los encuentros de enero del 74, rebatió esos últimos vestigios de consejismo adhiriéndose a la posición de RI, aquellos compañeros se sintieron “traicionados” desarrollando una gran hostilidad hacia WR (a quien acusaban de haber “capitulado” ante RI), lo que les hizo publicar una “aclaración” en noviembre del 74 en la que tachaban de “contrarrevolucionarios” (2) a los grupos que formarían poco después la CCI. Por otro lado, RP pidió su integración en la CCI como “tendencia”, con plataforma propia (pues existían todavía desacuerdos entre ese grupo y la CCI). Contestamos entonces a esa solicitud que nuestro enfoque no era integrar “tendencias” en sí, cada una con su propia plataforma, aunque consideramos que pueden existir desacuerdos en una organización sobre aspectos secundarios de sus documentos programáticos. Aunque de esta forma no cerramos las puertas a la discusión con RP, este grupo empezó a alejarse de la CCI. Intentó entonces hacer surgir un agrupamiento internacional “alternativo” a la CCI con WV, el grupo francés “Pour une intervention communiste” (PIC) y el “Revolutionary Workers’ Group” (RWG) de Chicago. Este “bloque sin principios” (como diría Lenin) duró poco. Y no podía ser de otra manera, debido a que lo único que unía a esos grupos no era otra cosa sino la hostilidad creciente hacia la CCI. El agrupamiento acabó realizándose en Gran Bretaña en septiembre del 75 entre RP y WV que formaron el “Communist Workers’ Organisation” (CWO). Esta unificación tuvo que pagarla RP: sus militantes tuvieron que aceptar la posición de WV que consideraba que la CCI era “contrarrevolucionaria”. Es una posición que conservaron durante bastante tiempo, hasta que se separaron un año después los antiguos miembros de WV, acusando a los de RP de... ¡su intolerancia hacia los demás grupos! (3). Este “análisis” de la CWO que consideraba a la CCI como “contrarrevolucionaria” se basaba en “argumentos decisivos”:
“– la CCI defiende a Rusia capitalista de Estado tras 1921 así como a los bolcheviques;
“– mantiene que una camarilla capitalista de Estado como la Oposición de izquierdas trotskista era un grupo proletario” (Revolutionary Perspectives nº 4”).
Pasará mucho tiempo antes de que la CWO renuncie a considerar la CCI como “contrarrevolucionaria”; fue cuando empezó a tratar con el Partito communista internazionalista (Battaglia communista). Si hubiese mantenido los criterios qua hasta entonces tenía, ¡también hubiese tenido que considerar a BC como “contrarrevolucionaria”!
El punto de partida de la trayectoria de la CWO, como vemos, está marcado por el hecho de que la CCI no había aceptado la solicitud de integración de RP con su propia plataforma en su seno. Esta trayectoria desembocó finalmente en la fundación del BIPR en 1984: por fin la CWO podía participar en un agrupamiento internacional tras sus precedentes fracasos.
Los sinsabores con el SUCM
El proceso por el que se constituye el BIPR está marcado por ese tipo de mecanismos en los que unos “decepcionados” de la CCI se orientan hacia el BIPR. No volveremos aquí sobre el tema de las tres conferencias de los grupos de la Izquierda comunista entre 1977 y 1980, tras el llamamiento de BC en abril del 76 (4). Nuestra prensa ya ha insistido frecuentemente en la forma totalmente irresponsable, guiada por sus mezquinos intereses de capilla, con la que BC y la CWO dinamitaron deliberadamente aquel esfuerzo haciendo votar, de prisa y corriendo, a finales de la IIIª Conferencia, un criterio suplementario sobre el papel y la función del partido, cuya razón de ser era única y exclusivamente excluir a la CCI de las futuras conferencias (5). En cambio, merece la pena evocar la “conferencia” de 1984, que quería dar la ilusión de que era la continuidad de las que se desarrollaron entre 77 y 80. Esta “conferencia” agrupó, además de BC y la CWO, el “Supporters of the Unity of Communist Militants” (SUCM), grupo de estudiantes iraníes asentados principalmente en Gran Bretaña, bien conocido por la CCI que había empezado con él una discusión antes de darse cuenta de que, a pesar de afirmar su acuerdo con la Izquierda comunista, no era sino un grupúsculo izquierdista de tendencia maoísta. El SUCM se dirigió entonces hacia la CWO, que no hizo caso de las advertencias con respecto a ese grupo de nuestros compañeros de la sección de la CCI en Gran Bretaña. Y gracias a ese “recluta” de primer orden, la CWO y BC evitaron el mano a mano durante aquella gloriosa “conferencia de los grupos de la Izquierda comunista” que pretendía plantear ¡por fin!, ahora que ya no estaba la CCI para contaminarla con su consejismo, los verdaderos problemas de la construcción del partido mundial de la revolución (6). Efectivamente, todas las demás “fuerzas” que la pareja CWO-BC había “seleccionado” (formula utilizada frecuentemente por BC) “seriamente” y “con claridad” desertaron, sea porque no pudieron acudir, como ocurrió con el grupo austriaco Kommunistische Politik o porque ya habían desaparecido en el momento de la “conferencia”, como así fue con los dos grupos norteamericanos Marxist Worker y Wildcat; sorprendentemente, éste grupo entraba perfectamente en los “criterios” decretados por BC y la CWO, a pesar de su… consejismo (7).
Hay que decir que el flirteo con el SUCM no duró mucho tiempo, no gracias a la lucidez de los compañeros de BC y de la CWO, sino porque ese grupo izquierdista, al no poder enmascarar eternamente su verdadero carácter, acabó integrando el Partido comunista de Irán, partido estalinista oficial sin tapujos. En cuanto a las conferencias de los grupos de la Izquierda comunista, BC y la CWO ya no convocaron más; prefirieron evitarse el ridículo de otro fracaso (8).
Dos trayectorias individuales
Ese tipo de atracción que ejerce el BIPR sobre los elementos “decepcionados” por la CCI también se manifestó en aquel entonces con el elemento al que llamaremos L que llegó a ser el único representante del BIPR en Francia. Había sido trotskista y se acercó a la CCI a principios de los 80, presentando incluso su candidatura. Proseguimos con él, evidentemente, discusiones muy serias pero le pedimos paciencia antes de incorporarse a la organización, porque, a pesar de que afirmara estar totalmente de acuerdo con nuestras posiciones, seguía teniendo huellas importantes de su pasado izquierdista en sus planteamientos, en particular un inmediatismo muy marcado. Paciencia tenía poca: en cuanto consideró que las discusiones tomaban demasiado tiempo, las interrumpió unilateralmente para orientarse hacia los grupos que iban a formar el BIPR. Sus posiciones de geometría variable evolucionaron del día a la mañana y descubrió que estaba de acuerdo con el BIPR, el cual, por su parte, no le exigía tanta paciencia para integrarlo. La prueba de que sus convicciones no eran muy sólidas fue el hecho de que se salió luego del BIPR para navegar entre grupos del ámbito de la Izquierda comunista, y, entre ellos, los de la corriente “bordiguista”, antes de volver... al BIPR a mediados de los 90. Ya entonces habíamos advertido a los compañeros del BIPR de lo poco de fiar que era, políticamente, ese elemento. El BIPR no nos hizo caso y lo reintegró. Como era de esperar, L no siguió mucho tiempo en el BIPR: a principios de los 2000, “descubrió” que las posiciones a las que ya se había adherido dos veces no acababan de convencerlo y vino a varias de nuestras reuniones públicas para poner por los suelos a esa organización: decidimos entonces que era necesario rechazar las calumnias que vertía y defender al BIPR.
La serie de flirteos con el BIPR por parte los frustrados de la CCI no se limita a los ejemplos que acabamos de dar.
Otro elemento que también venía del izquierdismo, al que llamaremos E, tuvo una trayectoria parecida. El proceso de integración en la CCI fue más allá que el de L, puesto que lo integramos en nuestras filas tras muchas discusiones. Una cosa, sin embargo, es decir que se está de acuerdo con unas posiciones políticas y otra integrarse en una organización comunista. A pesar de haberle explicado en diferentes ocasiones lo que significaba ser militante de una organización comunista e incluso si hubiera estado de acuerdo con nuestro enfoque, la experiencia práctica del militantismo supone en particular un esfuerzo constante de lucha contra el individualismo. Esas dificultades le hicieron rápidamente darse cuenta que no lograba incorporarse y empezó entonces a desarrollar una actitud hostil hacia nuestra organización. Acabó dimitiendo sin manifestar el menor desacuerdo con nuestra plataforma (a pesar de nuestra insistencia para llevar a cabo una discusión sobre sus “reproches”). Ello no le impidió, al poco tiempo, descubrirse profundos acuerdos con el BIPR, hasta el punto de publicar en la prensa de esa organización un artículo de polémica contra la CCI.
Pero volviendo a los grupos que adoptaron ese tipo de comportamiento, la lista no se limita a los ejemplos que acabamos de dar. También hay que evocar al “Communist Bulletin Group” (CBG) en Gran Bretaña, al “Kamunist Kranti” en India, a “Comunismo” en México, a “Los Angeles Worker’sVoice” y a “Notes internationalistes” en Canadá.
Los amores sin futuro entre el CBG y la CWO
Ya hemos publicado varios artículos en nuestra prensa sobre el CBG (9). No volveremos sobre el análisis que hicimos de este grupito parásito integrado por antiguos miembros de la CCI que salieron de nuestra organización en 1981 robándole dinero y material y cuya única razón de existir era la de intentar echar basura sobre nuestra organización. A finales del 83, este grupo contestó positivamente a un “Llamamiento a los grupos proletarios” adoptado por el Vº Congreso de la CCI “para realizar una cooperación consciente entre todas las organizaciones” (10); decían “Queremos expresar nuestra solidaridad con el enfoque y las preocupaciones expresadas en el Llamamiento”, sin hacer la menor crítica al comportamiento de chorizos que habían tenido. Les contestamos:
“Hasta que no se haya entendido el problema fundamental de la defensa de las organizaciones políticas del proletariado, contestaremos categóricamente “no” a la carta del CBG. Se equivocaron de Llamamiento”.
Frustrados probablemente de que la CCI rechazara su carta y sufriendo sin duda de aislamiento, el CBG se volvió hacia la CWO, componente británico del BIPR. Una reunión se hizo en diciembre del 92 en Edimburgo, tras una “colaboración práctica entre miembros de la CWO y del CBG”.
“Muchas incomprensiones fueron aclaradas por ambas partes. Se decidió entonces formalizar más la cooperación práctica. Se redactó un acuerdo que la CWO como tal tendrá que ratificar en enero (a continuación se publicará un informe completo) y que contiene los siguientes puntos...”.
Sigue una lista de los diferentes acuerdos de colaboración, y en particular “ambos grupos han de discutir sobre el proyecto de “plataforma popular” preparado por un camarada de la CWO como herramienta de intervención” (Workers’ Voice, no 64).
Nunca más oímos hablar de esa colaboración entre el CBG y la CWO. Nunca pudimos leer tampoco nada explicando las razones por las que aquella colaboración se volvió agua de borrajas.
Los desengaños del BIPR en India
El BIPR tuvo otro desengaño desdichado con “frustrados de la CCI” en sus relaciones con el grupo que publicaba en India Kamunist Kranti. Éste procedía de un grupo de elementos con quien había discutido la CCI durante los años 80. Algunos de ellos se acercaron a nuestras posiciones hasta hacerse simpatizantes muy cercanos y uno se integró en nuestra organización. Sin embargo, otro, al que llamaremos S, que había desempeñado un papel importante en las primeras discusiones con la CCI, no prosiguió en este sentido. Por temor probablemente a que una integración en la CCI le hiciera perder su individualidad, formó su propio grupo, publicando Kamunist Kranti.
El BIPR, por su lado, había conocido varios sinsabores en India. A pesar de considerar que las condiciones en los países de la periferia “posibilitan la existencia de organizaciones de masas” (Communist Review no 3), lo que supone que las condiciones son más favorables que en los países centrales del capitalismo para formar desde ahora grupos comunistas, el BIPR sufría, sin embargo, de que sus tesis no se concretaran en la formación de grupos que se incorporaran a su plataforma. Este sufrimiento era tanto más cruel porque la CCI, a pesar de sus análisis “eurocentristas”, tenía una sección en uno de esos países de la periferia, Venezuela. El flirteo malogrado con el SUCM agravaba su amargura. Por lo tanto, en cuanto pudo tener discusiones con el grupo “Lal Pataka” en India, pensó entrever el final de su amargura. Por desgracia, a pesar de sus ostentosas simpatías hacia las posiciones de la Izquierda comunista, ese grupo, como el SUCM, no había roto totalmente con sus orígenes maoístas. Ante las advertencias de la CCI sobre a ese grupo (que finalmente se redujo a un elemento), el BIPR contestó:
“Algunos espíritus cínicos [se trata de la CCI] podrán considerar que hemos integrado demasiado deprisa a este camarada en el BIPR”.
Durante algún tiempo, “Lal Pataka” fue presentado como el componente del BIPR en India pero, en 1991, desapareció su nombre de la prensa del BIPR para dejar paso al de “Kamunist Kranti”. El BIPR contaba mucho con este “decepcionado de la CCI”:
“Esperamos que podrán establecerse fecundas relaciones en el porvenir entre el Buró internacional y ‘Kamunis Kranti’”.
Una vez más esas ilusiones quedaron frustradas, pues dos años más tarde podía leerse en la Communist Review no 11 que
“Es una tragedia que a pesar de la existencia de elementos prometedores aun no exista un núcleo fuerte de comunistas indios”.
“Kamunist Kranti” había desaparecido efectivamente. Claro que sigue existiendo un pequeño núcleo comunista en India, que publica Communist Internationalist, pero forma parte de la CCI y el BIPR “se olvida”, claro, de nombrarlo.
Decepciones mexicanas
En el mismo período en que varios elementos en India se acercaban a las posiciones de la Izquierda comunista, la CCI entabló unas discusiones con un grupo de México, el Colectivo comunista Alptraum (CCA), que publicó Comunismo en 1986 (11). Al poco tiempo se formó el Grupo proletario internacional (GPI) que empezó a publicar Revolución mundial a principios del 87 y con quien también se entablaron discusiones (12). El CCA empezó entonces a distanciarse de la CCI: por un lado desarrollando un enfoque cada vez más academicista en sus posiciones políticas, y, por otro, acercándose al BIPR. Es evidente que este grupo vivió mal las relaciones que se establecían entre la CCI y el GPI.
Al conocer el punto de vista de la CCI que insiste en la necesidad de que los grupos de la Izquierda comunista en un país establezcan estrechos vínculos, el CCA pensó probablemente que su “individualidad” estaba amenazada – al ser numéricamente diez veces más débil que el GPI– de desaparición con el acercamiento de éste. Las relaciones entre el BIPR y CCA se mantuvieron algún tiempo, pero éste ya había desaparecido cuando el GPI se integró en la CCI como sección en México de la Corriente comunista internacional.
Un “sueño americano” atormentado
Con la aventura del “Los Angeles Workers’Voice” (LAWV) casi llegamos al cabo de esta lista. Este grupo se formó con elementos que provenían del maoísmo (tendencia proalbanesa). Discutimos con ellos bastante tiempo y constatamos su incapacidad para superar las confusiones que heredaban de su pertenencia pasada a una organización burguesa. Entonces, cuando ese grupo se acercó al BIPR a mediados de los 90, le avisamos sobre las confusiones de LAWV. El BIPR se lo tomó muy mal, considerando que no queríamos que desarrollaran una presencia política en el continente norteamericano. Durante varios años, el LAWV fue un grupo simpatizante del BIPR en EE.UU., y en abril del 2000 participó, en Montreal (Canadá), en una Conferencia destinada a reforzar la presencia política del BIPR en Norteamérica. Al poco tiempo, la gente de Los Ángeles empezó a plantear desacuerdos sobre varias cuestiones, acercándose cada vez más a una visión anarquizante (rechazo a la centralización, calificación del Partido bolchevique como partido burgués, etc.) y sobre todo profiriendo calumnias miserables contra el BIPR y en particular contra otro simpatizante norteamericano de esta organización, AS, que vivía en otro Estado. Nuestra prensa en EEUU denunció entonces los comportamientos del LAWV y afirmó su solidaridad hacia los militantes calumniados (13). No consideramos entonces necesario recordar las advertencias que habíamos hecho al BIPR a principios de su idilio con el LAWV.
El otro componente norteamericano de la Conferencia de abril del 2000, “Notes internationalistes” (NI), que hoy en día sigue siendo un “grupo simpatizante” del BIPR, también forma parte de los “decepcionados por la CCI”. La discusión entre la CCI y los camaradas de Montreal empezó a finales de los 90. Se trataba de un núcleo cuyo elemento más formado políticamente, al que llamaremos W, tenía mucha experiencia del sindicalismo y del izquierdismo. Las discusiones siempre fueron muy fraternales, en particular cuando unos militantes de la CCI los visitaron en Montreal, y teníamos la ilusión de que fueran tan sinceras por su parte como lo eran por la nuestra. Siempre fuimos muy claros con ellos diciendo, entre otras cosas, que considerábamos que el largo período de militantismo de W en una organización izquierdista era un obstáculo para la plena comprensión de las posiciones y del enfoque de la Izquierda comunista. Por esta razón, pedimos al camarada W que redactara un balance de su trayectoria política, pero éste tuvo visiblemente dificultades para redactar ese documento, puesto que nunca nos lo mandó a pesar de su compromiso en hacerlo.
Mientras proseguían las discusiones con “Notes internationalistes” y que nunca nos informaron de un eventual acercamiento suyo a las posiciones del BIPR, llegó a nuestro conocimiento una declaración por la cual NI se convertía en grupo simpatizante del BIPR en Canadá. Hemos de confesar que fue la CCI quien había animado a los camaradas de Montreal a conocer las posiciones del BIPR y a tomar contacto con él. Nuestra política nunca ha sido la de “guardar para nosotros nuestros contactos”. Al contrario, pensamos que los militantes que se acercan a las posiciones de la CCI deben conocer a fondo las posiciones de los demás grupos de la Izquierda comunista, para que se adhieran a nuestra organización con pleno conocimiento (14). El que gente que se acerca a la Izquierda comunista esté de acuerdo con las posiciones del BIPR no nos plantea el menor problema en sí. Lo que sí nos sorprendió fue que este acercamiento se hiciera “en secreto”, por decirlo así. Resulta evidente que el BIPR no tenía las mismas exigencias que la CCI en lo que se refiere a la ruptura de W con su pasado izquierdista. Y seguimos convencidos que ésta es una de las razones por las que W se fue hacia el BIPR sin informarnos de la evolución de sus posiciones.
Es asombrosa la repetición del fenómeno de que elementos “decepcionados de la CCI” se vuelvan después hacia el BIPR. Podría considerarse, quizás, que sería un proceso normal: tras haber comprendido que las posiciones de la CCI eran erróneas, esas personas irían hacia la exactitud y la claridad de las del BIPR. Quizás sea esto lo que los militantes de esta organización hayan pensado cada vez. El problema es que entre todos los grupos que han tenido ese recorrido, el único que sigue perteneciendo a las filas de la Izquierda comunista es precisamente el que hemos evocado en último lugar, o sea “Notes Internationalistes”. Todos los demás grupos o han desparecido o han acabado en las filas de organizaciones cien por cien burguesas como el SUCM. El BIPR debería preguntarse por qué. Sería también interesante que hiciera ante la clase obrera un balance de esas experiencias. Las reflexiones siguientes podrán ayudar a sus militantes a sacar un balance.
Es evidente que esos grupos que, es de suponer, no encontraron lo que buscaban en la CCI, no estaban, en realidad, dispuestos a llegar a la mayor claridad, puesto que acabaron por abandonar el militantismo comunista. Los hechos han demostrado que su alejamiento de la CCI, como lo hemos comprobado cada vez, se debía sobre todo a un alejamiento de la claridad programática y de los métodos de la Izquierda comunista y también al rechazo de las exigencias del militantismo en nuestra corriente. En realidad su flirteo efímero con el BIPR no fue sino una etapa en el abandono del combate en las filas proletarias. Se plantea entonces la pregunta: ¿por qué el BIPR atrae tanto a quienes se han ido por ese camino?
A esa pregunta hay una respuesta fundamental: porque el BIPR defiende un método oportunista en materia de agrupamiento de los revolucionarios.
Es el oportunismo del BIPR lo que permite a quienes se niegan a realizar una ruptura completa con su pasado, encontrar un “refugio” momentáneo cerca de esa organización, haciendo creer o creyéndose que mantienen su compromiso con la Izquierda comunista. El BIPR, sobre todo a partir de la IIIª Conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, no ha cesado de insistir en la necesidad de una “selección rigurosa” en el medio proletario. En realidad, tal exigencia solo va dirigida a la CCI, la cual ya no es “una fuerza válida en la perspectiva del futuro partido mundial del proletariado” y que ya “no puede ser considerada por nosotros [BIPR] como un interlocutor válido para definir une forma de unidad de acción” (respuesta a nuestro llamamiento del 11 de febrero de 2003 dirigido a los grupos de la Izquierda comunista para una intervención común ante la guerra y publicada en la Revista internacional no 113). Par consiguiente, es del todo imposible para el BIPR establecer la menor cooperación con la CCI, ni siquiera para una declaración común del campo internacionalista frente a la guerra imperialista (15). Sin embargo, este gran rigor no parece ejercerse en otras direcciones, especialmente hacia grupos que no tienen nada que ver con la Izquierda comunista, y eso cuando no son grupos izquierdistas. Como lo escribíamos en la Revista internacional n° 103:
“Para darse plena cuenta del oportunismo del BIPR, basta ver las razones de su rechazo al llamamiento sobre la guerra que nosotros le propusimos. Es muy instructivo leer un artículo aparecido en Battaglia communista de noviembre de 1995, titulado: “Equívocos sobre la guerra en los Balcanes”. En este artículo, Battaglia refiere que ha recibido de la OCI (Organizzazione comunista internazionalista) una carta de invitación a una Asamblea nacional contra la guerra que debía tener lugar en Milán. Battaglia consideró que “el contenido de la carta es interesante y mucho mejor que las posiciones que la OCI había adoptado sobre la guerra del Golfo, de ‘apoyo al pueblo iraquí atacado por el imperialismo’ y muy polémica al acusarnos de ‘indiferentismo’.” El artículo de Battaglia communista proseguía: “Falta la referencia a la crisis del ciclo de acumulación (…) y el análisis esencial de sus consecuencias sobre la Federación Yugoslava. (…) Pero eso no parece que sea un impedimento para una posible iniciativa en común de quienes se oponen a la guerra desde un terreno de clase”. Hace tan solo cuatro años, como puede observarse, en una situación menos grave que la que hemos vivido con la guerra de Kosovo, BC habría estado dispuesto a tomar una iniciativa común con un grupo ya entonces claramente contrarrevolucionario para así satisfacer sus operaciones activistas a la vez que tiene la cara de decir no a la CCI… con el pretexto de que nuestras posiciones están demasiado alejadas. A eso es a lo que se llama oportunismo.”
Esa selectividad tan unidireccional del BIPR pudo manifestarse una vez más durante el año 2003 cuando rechazó la propuesta de la CCI de hacer una toma de posición ante la guerra en Irak. Como lo escribíamos en la Revista internacional no 116:
“Al observar la actitud puntillosa del BIPR con respecto al examen de sus divergencias con la CCI, hubiésemos esperado una actitud parecida por parte de esta organización con respecto a los demás grupos. Y no es así.
“Aquí nos referimos a su actitud con su grupo simpatizante y representante político en Norteamérica, el “Internationalist Worker’s Group” (IWG) que publica Internationalist Notes. Este grupo ha intervenido junto con anarquistas y ha tenido una reunión publica común con Red and Black Notes, con consejistas y con la “Ontario Coalition Against Poverty” (OCP), especie de grupo típicamente izquierdista y activista” (“El medio político proletario frente a la guerra – Sectarismo
en el propio campo internacionalista”).
Como se ve, el oportunismo del BIPR se manifiesta en su negativa a tomar una posición clara respecto a grupos muy alejados de la Izquierda comunista, que han realizado una ruptura incompleta con el izquierdismo (o sea con el campo burgués). Esa actitud ya había sido la suya respecto al SUCM o a Lal Pataka. Con esa actitud, es de lo más normal que quienes no llegan a hacer un claro balance de sus experiencias en el izquierdismo se encuentren más a gusto en el BIPR que en la CCI.
Además, con lo ocurrido con el grupo de Canadá, parece que estemos ante otra variante del oportunismo del BIPR: cada uno de sus componentes es “libre de llevar a cabo su propia política”. Lo que no es ni imaginable para los grupos europeos es de lo más normal para un grupo norteamericano (pues no hemos leído la menor crítica en las columnas de Battaglia communista o de Revolutionary Perspective sobre la actitud de los camaradas de Canadá). A eso se le llama federalismo, un federalismo que el BIPR rechaza en su programa, pero que adopta en la práctica. Es un federalismo vergonzante que obliga a algunos elementos que encontraban demasiado exigente el centralismo de la CCI a mirar hacia el BIPR.
Lo que ocurre es que ese reclutamiento del BIPR de gente que conserva restos de su paso por el izquierdismo, o que no soporta la centralización y desea hacer su propia política en su rincón, es el mejor medio para socavar las bases de una organización que pueda existir a escala internacional.
Otro aspecto del oportunismo del BIPR es lo indulgente que es con gente hostil a nuestra organización. Como ya hemos visto al principio de este artículo, una de las bases de la formación de la CWO en Gran Bretaña no solo fue la voluntad de guardar su propia “individualidad” (RP pidió ser integrada en la CCI como “tendencia” con su propia plataforma) sino la oposición a la CCI (considerada durante un tiempo como “contrarrevolucionaria”). Más precisamente, la actitud de la gente de Workers’ Voice en el seno de la CWO, consistía, como queda dicho antes, en “utilizar a RP como escudo contra la CCI” se ha vuelto a encontrar en otra gente y otros grupos cuya motivación principal era la hostilidad hacia la CCI. Así era con el elemento L quien, fuera cual fuera el grupo al que perteneciera (y han sido cantidad), se hacía notar siempre como el más histérico contra nuestra organización. También el individuo mencionado antes empezó a expresar una violenta hostilidad hacia la CCI antes de unirse a las posiciones del BIPR. Esto es tan cierto que, por lo que sabemos, lo único que el BIPR ha publicado de él ha sido una violenta embestida contra la CCI.
¿Y qué decir del CBG, con quien la CWO tuvo un flirteo sin futuro, que ha alcanzado cotas de denigración (incluidos cotilleos de lo más repugnante) contra la CCI sin parangón?
Y ha sido precisamente en los últimos tiempos cuando esas aperturas hacia la BIPR basadas en el odio hacia la CCI han alcanzado sus formas más extremas. Valgan dos ilustraciones: los guiños hechos al BIPR por la pretendida “Fracción interna de la CCI” (FICCI) y por el ciudadano B, fundador, caudillo y único miembro del “Círculo de comunistas internacionalistas” de Argentina.
No vamos a repetir todos los detalles del comportamiento de la FICCI que pone de relieve su odio obsesivo por nuestra organización (16). Vamos a resumir algunas de sus hazañas:
– calumnias asquerosas contra la CCI y algunos de sus militantes sugiriendo, tras haber hecho circular rumores por la organización, que uno de ellos trabajaría para la policía y que otro estaría aplicando una política como la de Stalin consistente en “eliminar” a “los miembros fundadores de la organización”;
– robo de dinero y de material político de la CCI (especialmente un fichero de direcciones de los suscriptores de la publicación de la CCI en Francia);
– chivatazos que podían dar a los órganos de represión del Estado burgués la posibilidad de vigilar la conferencia de nuestra sección en México de diciembre de 2002 y descubrir la verdadera identidad de uno de nuestros militantes (al que la FICCI señala como “jefe de la CCI”). El ciudadano B, por su parte, se ilustró con la redacción de varios comunicados rastreros que ponían en entredicho “la metodología nauseabunda de la CCI”, comparada con los métodos del estalinismo, en medio de una sarta de groseras mentiras.
Si ese siniestro personajillo pudo presumir con tanta arrogancia fue porque, durante todo un período, se puso a lisonjear al BIPR, redactando textos con posiciones cercanas a éste (especialmente sobre el papel del proletariado en los países de la periferia). En pago, el BIPR le otorgó una especie de crédito. No sólo le tradujo y publicó en su sitio Web las tomas de posición y los “análisis” de ese individuo, no sólo saludó la formación del “Círculo” como “un paso adelante importante y seguro realizado hoy en Argentina hacia la agregación de fuerzas para el partido internacional del proletariado” (“Incluso en Argentina algo se mueve”, Battaglia communista, octubre de 2004), publicando además en tres lenguas en su sitio Web un comunicado de 12/09/2004 que es un basurero de calumnias contre nuestra organización.
Los amores del BIPR con ese aventurero exótico empezaron a hacer aguas cuando pusimos en evidencia de manera indiscutible que sus acusaciones contra la CCI eran todo mentira y su círculo una siniestra engañifa (17). Entonces, con gran discreción, el BIPR empezó a quitar de Internet los textos más comprometedores de ese personajillo, sin por ello condenar sus métodos incluso después de haber mandado nosotros una carta abierta a sus militantes (carta del 7 de diciembre de 2004 publicada en nuestro sitio Web) pidiéndoles una toma de posición. La única reacción que hayamos tenido de esta organización es un comunicado en su sitio Web “Última respuesta a las acusaciones de la CCI” en el que afirman que el BIPR es:
“... objeto de ataques violentos y vulgares por parte de la CCI, que está enfurecida porque es ella la que está surcada por una profunda e irreversible crisis interna” y “a partir de hoy no contestaremos en modo alguno a sus vulgares ataques”.
Los amoríos con el “Círculo”, por su parte, son hoy, por la fuerza, hojas muertas. Desde que la CCI le quitó la careta al ciudadano B., el sitio Internet de éste, que se había agitado febrilmente durante un mes, es hoy un desierto total.
Con la FICCI, el BIPR manifestó la misma condescendencia. En lugar de recoger con prudencia las acusaciones de esa gente contra la CCI, el BIPR prefirió darles fianza encontrándose con aquélla en varias ocasiones. La CCI, tras el primer encuentro entre la FICCI y el BIPR, en primavera de 2002, pidió tener un encuentro con éste para darle su propia versión de los hechos. Pero el BIPR lo rehusó diciendo que no quería inmiscuirse entre los dos protagonistas. Pura mentira, pues la propia reseña hecha por la FICCI de las discusiones con el BIPR (y nunca desmentidas por éste) muestra su aceptación de las acusaciones a la CCI. Pero eso solo fue un entremés en el menú de los comportamientos incalificables del BIPR. Acabaría yendo mucho más lejos. Primero cerrando púdicamente los ojos ante el comportamiento de soplones de los de la FICCI, comportamiento perfectamente comprobable consultando su sitio Web: así, el BIPR no tenía ni siquiera la excusa de que le faltaban pruebas sobre la verdad de lo que afirmaba la CCI. No se iba a quedar ahí el BIPR: después justificó, pura y simplemente, el robo de material político de la CCI por miembros de la FICCI. El BIPR convocó a una reunión pública en Paris el 2 de octubre de 2004, mandando una invitación a los suscriptores de Révolution internationale cuyas direcciones habían sido robadas por un miembro de la FICCI (18). En resumen, de igual modo que intentó atraer a su orbita al “Círculo” de Argentina publicando en su sitio Web los delirios del ciudadano B., no vaciló en conchabarse con un pandilla de soplones voluntarios y además ladronzuelos con la esperanza de ampliar su presencia política en Francia y establecer una antena en México (no oculta que espera poder recuperar en sus filas a los de la FICCI).
Contrariamente al “Círculo”, la FICCI sigue ahí, publicando regularmente unos boletines en gran parte dedicados a la calumnia contra CCI. El BIPR, por su parte afirma que “los lazos con la FICCI existen y persisten”. Quizás logre integrar a los de la FICCI y eso que estos no han cesado de afirmar, contra toda evidencia, de que serían los “verdaderos continuadores de la auténtica CCI”. Y entonces, el BIPR habrá llegado al final de sus métodos oportunistas, unos métodos que ya hoy están desprestigiando la memoria de la Izquierda comunista de la que sigue reivindicándose. E incluso si el BIPR logra integrar a los de la FICCI, no debería ponerse demasiado contento: su propia historia debería enseñarle que para los residuos que se encuentra en los basureros de la CCI, no hay reciclaje que valga.
Mentiras, complicidad de chivatazo, calumnias y robo, traición a los principios de honradez y de rigor que son el honor de la Izquierda comunista de Italia: ahí lleva el oportunismo. Y lo más triste para el BIPR, es que eso no le aporta casi nada en la práctica. Y es porque no ha comprendido que con un método oportunista (o sea, que favorece el “éxito inmediato” a costa de la perspectiva a largo plazo, incluso pisoteando los principios) se construye sobre arena. En el único ámbito en el que el BIPR ha dado pruebas de eficacia es en los abortos. Tras casi medio siglo de existencia, la corriente que representa sigue siendo una pequeña secta con menos fuerzas políticas que en sus orígenes.
En un próximo artículo trataremos sobre cuáles son los fundamentos del método oportunista del BIPR que lo han llevado a las lamentables contorsiones de las hemos sido testigos últimamente.
Fabienne
1Una precipitación que no compartían los demás compañeros que no se consideraban todavía preparados para dar ese paso.
2Véase el nº 13 de Worker’s Voice, al que contestamos en la Revista internacional nº 2, así como en un artículo de World Revolution nº 3, “Sectarism illimited”.
3Al constituirse CWO, lo calificamos de “agrupamiento incompleto” (véase World Revolution nº 5). Los hechos confirmaron este análisis muy rápidamente: en las actas de una reunión de CWO que analiza la salida de los elementos de Liverpool, se puede leer “Se ha demostrado que el antiguo RP no aceptó la política de fusión más que para utilizar a RP como escudo contra la CCI”, citado en “La CWO, pasado, presente, futuro”, redactado por los elementos que se escindieron de la CWO en noviembre del 77 para integrarse en la CCI, publicado en la Revista internacional nº 12).
4Aquí es necesaria una precisión: es frecuente que en la prensa del BIPR y otros se dé la impresión de que el mérito de estas conferencias le corresponde únicamente a BC, puesto que la primera de las tres que se celebraron (tras el llamamiento de 1976), fue en Milán en mayo del 77. Ya contestamos a eso en una carta mandada a BC el 9 de junio de 1980: “Si consideramos lo puramente formal, entonces sí, fue el llamamiento de BC en 1976 el punto de partida. ¿Habrá que recordar, compañeros, que ya en agosto del 68 la delegación de tres de nuestros compañeros que fueron a visitaros a Milán hizo la propuesta de convocar una conferencia? En aquel entonces, nuestra organización no era sino embrionaria (...). En tales condiciones nos resultaba difícil llamar a una conferencia de los grupos que nacieron o se desarrollaron en mayo del 68. Pensamos entonces que tal iniciativa debía proceder de un grupo más importante, organizado y conocido, con una prensa más regular y frecuente, como era el vuestro. Por eso os sugerimos esas conferencias, insistiendo en su importancia en un momento en que la clase obrera empezaba a sacudir el yugo terrible de la contrarrevolución. Sin embargo, considerando que no había nada nuevo bajo el sol, que mayo del 68 no había sido más que una revuelta estudiantil, rechazasteis esa propuesta. Al año siguiente, cuando el movimiento de huelgas empezó a desarrollarse en Italia durante el verano (...) hicimos la misma propuesta y nos disteis la misma respuesta. (...) Cuando ya el movimiento se desarrollaba en toda Europa, hicimos otra vez la misma propuesta en la época de vuestro congreso de 1971. Y otra vez vuestra respuesta fue la misma. Finalmente, al no ver venir nada, en noviembre del 72, por mediación de nuestros compañeros de Internationalism (que posteriormente formarán la sección en EE.UU. de la CCI) lanzamos la iniciativa de una “correspondencia internacional” basada en la importancia de una discusión entre revolucionarios que la reanudación de la lucha de clases exigía. Esta propuesta fue hecha a unos veinte grupos, entre los cuales el vuestro, escogidos en base a unos cuantos criterios muy parecidos a los de las recientes conferencias, para celebrar una conferencia internacional. Respondisteis negativamente, repitiendo los mismos argumentos que ya utilizasteis contra las precedentes propuestas. (...) ¿Se ha de suponer que para esta organización (el PCInt), no hay buena iniciativa que no sea la suya? (...) Nuestra organización siempre ha estimulado la idea de conferencias internacionales de los grupos comunistas. Y podemos decir que la iniciativa del 76 del Partito communista internazionalista no fue en nada una primicia, sino más bien un despertar tardío y una respuesta con ocho años de retraso a nuestra primera propuesta de 1968, o con cuatro respecto a la de 1972. (...) todo aquello no nos ha impedido contestar afirmativamente a esa iniciativa. Y para terminar con este tema, podemos decir además que si la iniciativa de Battaglia no se fue al garete se debe a nuestra adhesión a ella, puesto que con vosotros fuimos la única organización efectivamente presente en la conferencia de Milán de 1977” (carta publicada en las actas en francés de la IIIa Conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, editadas por la CCI).
5BC. realizó su hazañita gracias a unas maniobras dignas de las prácticas del parlamentarismo burgués:
– antes de la Conferencia, no dijo ni palabra sobre la necesidad de poner en el orden del día si había que adoptar un nuevo criterio sobre la cuestión del partido;
– solo tras largas transacciones en los pasillos con la CWO logró convencerla para que apoyase su propuesta (en lugar de presentar públicamente unos argumentos que había reservado para la CWO);
– cuando le preguntamos a BC, unos meses antes, en una reunión del Comité encargado de preparar la Conferencia, si tenía la intención de apartar a la CCI de las futuras conferencias, contestó muy rotundamente que no, que eran partidarios de que siguieran con todos sus participantes, incluida la CCI.
Por otro lado, la votación –dos votos a favor del nuevo criterio, uno en contra (el de la CCI) y dos negativas de voto– se realizó cuando ya se había marchado el otro grupo que, junto a la CCI, estaba en contra de la adopción de semejante criterio.
6“Existen ahora los fundamentos del principio de un proceso de clarificación sobre las verdaderas tareas del partido... A pesar de que haya menos participantes que en la IIª o en la IIIª Conferencia, empezamos con bases más claras y serias” (Actas de la “Conferencia”).
7Esto demuestra que no era la posición de la CCI sobre el papel del partido lo que planteaba problemas a BC y a la CWO, sino el hecho de que la CCI actuaba a favor de una discusión seria y rigurosa, y eso no lo querían esas dos organizaciones.
8Las actas de la IVª Conferencia son bastante surrealistas: por un lado se publicaron ¡dos años después este acontecimiento histórico!, y por otro, ponen de manifiesto que la mayoría de las fuerzas serias “seleccionadas” por BC y la CWO desaparecieron antes de que se hiciera la Conferencia o poco después. Pero tambien nos enteramos de que el Comité técnico (BC-CWO) fue incapaz de publicar el menor boletín preparatorio, cosa tanto más molesta que la conferencia se hizo en inglés cuando los textos de referencia de BC no existían más que en italiano, y el grupo que organizó la conferencia era incapaz de traducir la mitad de las intervenciones.
9Vease en particular “Respuesta a las respuestas”, Revista internacional no 36.
10Vease Revista internacional no 35.
11Vease Revista internacional no 44, “Saludo a Comunismo no 1”.
12Vease “Desarrollo de la vida política y de las luchas obreras en México”, Revista internacional no 50.
13Vease “Defense of the revolutionary milieu”, Internationalism no 122 (verano del 2002).
14Por ello es que los animamos a asistir a las reuniones públicas de esos grupos, y en particular del BIPR, como lo hemos hecho cuando la reunión pública en París del 2 de octubre del 2004. Se ha de notar que el BIPR no apreció la presencia “masiva” de nuestros simpatizantes, como se puede leer en la toma de posición que hizo sobre esta reunión pública.
15Sobre ese tema, ver en especial nuestro artículo “El Medio político proletario ante la guerra: la plaga del sectarismo en el campo internacionalista” en la Revista internacional n° 116.
16Ver al respecto nuestros artículos “El combate por la defensa de nuestros principios organizativos “ y “XVº congreso de la CCI: reforzar la organización frente a los retos del período” en los nos 110 y 114 de la Revista internacional.
17Ver en nuestro sitio Web las diferentes tomas de posición de la CCI respecto al “Círculo”: “Una extraña aparición”; “Una nueva extraña aparición”; “¿Impostura o realidad?” y también en nuestra prensa territorial: “‘Círculo de comunistas internacionalistas (Argentina): un impostor al descubierto”.
18Ver el artículo de respuesta al BIPR: “¡El robo y la calumnia no son métodos de la clase obrera!” en nuestro sitio Web.
Si tuviéramos que caracterizar con un vicio a cada época de la historia humana, el del capitalismo sería, sin lugar a dudas, el de la hipocresía de la clase dominante. El gran conquistador mongol, Gengis Khan, mandaba que se hicieran pirámides de calaveras tras haber conquistado una ciudad rebelde, pero nunca pretendió con ello que estaba haciendo el bien de los habitantes. Ha habido que esperar a la democracia burguesa y capitalista para oír declarar que la guerra era “humanitaria” y que había que bombardear a las poblaciones civiles para aportar… la paz y la prosperidad a esas mismas poblaciones.
Tsunami: el bluf de la ayuda humanitaria
El maremoto de diciembre de 2004 anegaba las costas del océano Índico cuando estábamos sacando el número precedente de esta Revista. Y al no haber podido incluir una toma de posición cobre un acontecimiento tan significativo de nuestros tiempos, lo hacemos ahora y aquí en este número (1). Ya en 1902, hace poco más de 100 años, la gran revolucionaria Rosa Luxemburg denunció la hipocresía de las grandes potencias que llegaron con su “ayuda humanitaria” para aliviar a la población damnificada por la erupción del volcán de la isla de Martinica, unas grandes potencias que nunca han vacilado en aplastar a cualquier población para extender su dominio por el ancho mundo (2). Cuando se ve hoy la reacción de las grandes potencias ante la catástrofe ocurrida en Asia meridional a finales de 2004, hay que constatar que las cosas no han cambiado si no es para peor.
Hoy sabemos que la cantidad de muertos causados directamente por el maremoto ha sido superior a las 300 000 personas, por lo general entre las más pobres, por no mencionar a los cientos de miles sin techo. Una hecatombe de tales proporciones no era, ni mucho menos, una “fatalidad”. Es evidente que no vamos a acusar al capitalismo de haber originado el terremoto que ocasionó el gigantesco maremoto. Lo que sí se le puede achacar es, en cambio, la incuria total, la criminal irresponsabilidad de los gobiernos de esa región del mundo y la de sus compinches occidentales que han desembocado en esta enorme catástrofe humana (3).
Todos sabían que esa región del globo está muy expuesta a los temblores de tierra:
“Los expertos locales, sabían, sin embargo, que se estaba fraguando un drama. En diciembre, en una reunión de físicos en Yakarta, unos sismólogos indonesios evocaron el tema ante un experto francés. Eran perfectamente conscientes del peligro de los tsunamis pues en la región hay terremotos constantemente” (del diario francés Libération, 31/12/04).
Y no solo lo sabían sino que además, el ex director del Centro internacional de información sobre los tsunamis de Hawai, George Pararas-Carayannis, había avisado sobre un sismo de gran intensidad que se había producido 2 días antes de la catástrofe del 26 de diciembre.
“El océano Índico dispone de infraestructuras de base para medir los terremotos y para las comunicaciones. Nadie tenía por qué hacerse el sorprendido, puesto que un terremoto de magnitud 8,1 se había producido el 24 de diciembre. Eso debería haber alertado a las autoridades. Pero lo que falta es ante todo voluntad política por parte de los países afectados y una coordinación internacional a la medida de lo que se está construyendo en el Pacífico” (Libération, 28/12/04).
Nadie tenía por qué hacerse el sorprendido, y, sin embargo, ocurrió lo peor, a pesar de poseer cantidad de informaciones sobre la catástrofe que se estaba preparando y gracias a ellas haber podido actuar y evitar semejante matanza.
No es negligencia, no. Es un comportamiento criminal que pone de relieve el insondable desprecio que la clase dominante tiene por la población y el proletariado, principales víctimas de la política burguesa de los gobiernos locales.
De hecho hoy ya ha sido reconocido de forma oficial que si no se dio la alerta fue por temor a que…afectara al sector turístico. O sea, por defender unos sórdidos intereses económicos y financieros, fueron sacrificadas decenas de miles de seres humanos.
Esa irresponsabilidad de los gobiernos es una nueva ilustración del modo de vida de la clase de tiburones que gestiona la actividad productiva de la sociedad. Los Estados burgueses están dispuestos a sacrificar las vidas humanas que sean necesarias con tal de preservar la explotación y las ganancias capitalistas.
El profundo cinismo de la clase capitalista, el desastre que para la humanidad significa la pervivencia de ese sistema de explotación y de muerte, es todavía más evidente si comparamos el coste de un sistema de detección de tsunamis y las gigantescas cantidades gastadas en armamento, y eso solo para los países limítrofes del océano Índico y en “vías de desarrollo”: la cantidad de los 20-30 millones de dólares que se estiman necesarios para instalar un sistema de balizas de alarma en la región es la misma que la de la compra de uno solo de los 16 aviones Hawk-309 comprados al Reino Unido por Indonesia en los años 90. Si se observan los presupuestos destinados a los ejércitos indios (19 mil millones de dólares), indonesios (1,3 mil millones de dólares) esrilanqueses (540 millones de dólares – Sri Lanka es el más pequeño y el más pobre de los tres países), parece como una evidencia la realidad de un sistema económico que gasta sin freno para sembrar la muerte, y que, en cambio, es de lo más tacaño cuando se trata de proteger la vida de las poblaciones.
Ha habido nuevas víctimas recientemente tras el nuevo seísmo que ha golpeado la región de la isla indonesia de Nias. La elevada cantidad de muertos y heridos se debe a los materiales de construcción de las viviendas hechas de bloques de hormigón mucho menos resistentes a los temblores de tierra que la madera con la que se hacían tradicionalmente las casas de la región. Lo que pasa es que el hormigón sale barato y, en cambio, la madera es cara, pues la exportación de esta materia hacia los países desarrollados es una fuente muy importante de ingresos para capitalistas, mafiosos y militares indonesios. Con este nuevo desastre el retorno de la prensa occidental a la zona, con objeto de mostrarnos la labor “tan buena” que hacen las ONG allí presentes, también nos revela cuál ha sido el resultado concreto de las grandes declaraciones de solidaridad gubernamental que siguieron al maremoto de diciembre de 2004.
Primero, en cuanto a las donaciones prometidas por los gobiernos occidentales, la comparación entre los gastos en armamento y el dinero destinado a operaciones de socorro es todavía más chirriante que para los países limítrofes del océano Índico: Estados Unidos, que al principio se comprometió a entregar 35 millones de dólares de ayuda (“es lo nos gastamos en Irak cada mañana antes del desayuno” como dijo el senador norteamericano Patrick Leahy), tiene previsto un presupuesto militar para 2005-2006 de 500 000 millones de dólares, y eso sin contar los gastos de las guerras en Afganistán e Irak. E incluso sobre ese lamentable nivel de ayuda, ya dijimos que la burguesía occidental hace muchas promesas, pero racanea a la hora de la verdad:
“recordemos que esa “comunidad internacional” de bandidos capitalistas prometió 115 millones de dólares tras el seísmo que sacudió Irán en diciembre de 2003 y Teherán solo ha recibido hasta hoy 17 millones. Lo mismo ocurrió en Liberia: prometieron 1000 millones de $ y sólo se recogieron 70” (4).
El Asian Development Bank anuncia hoy que faltan 4000 millones de $ del dinero prometido y según la BBC,
“El ministro de Exteriores esrilanqués, Lakshman Kadirgamar, ha dicho que su país todavía no había recibido nada de lo prometido por los gobiernos”.
En Banda Aceh, sigue sin haber agua potable para la población. Paradójicamente los refugiados en sus improvisados campamentos son los únicos que pueden beneficiarse de los esfuerzos muy insuficientes de las ONG. En Sri Lanka, los refugiados de la región de Trincomalee (por poner un ejemplo) siguen viviendo en tiendas, sufren de varicela y diarreas; 65% de la flota pesquera, de la que depende gran parte de la población de la isla, quedó destruida por el tsunami y sin la menor sustitución.
La prensa, como siempre a las órdenes, nos explica, por activa y por pasiva, que las dificultades de una operación de socorro de gran envergadura son inevitables. Es muy instructivo comparar esas “dificultades” para socorrer a unas poblaciones desamparadas (algo que no aporta el menor beneficio al capital), con la capacidad logística impresionante desplegada por los ejércitos norteamericanos en la operación Desert Storm: recuérdese que la preparación para el asalto a Irak duró seis meses. Durante ese tiempo, según un artículo publicado por el Army Magazine (5),
”El 22º Support Command recibió más de 12 447 vehículos oruga, 102 697 vehículos de ruedas, 3.700 millones de litros de carburante y 24 toneladas de correo durante ese corto período. Entre las innovaciones en relación con las guerras anteriores, pudo verse el uso de navíos de carga rápida, de transportes de contenedores ultramodernos, un sistema eficaz de carburante estándar y una gestión automática de la información”.
O sea que cada vez que nos vengan con la monserga de las “dificultades logísticas” de las operaciones humanitarias, recordemos lo que el capitalismo es capaz de hacer cuando se trata de defender sus intereses imperialistas.
Además, ni siquiera esas miserables cantidades y recursos se han enviado allá gratis, pues la burguesía no se gasta un duro sin contrapartida. Si los Estados occidentales han mandado allá helicópteros, portaviones y vehículos anfibios, es porque cuentan con sacar provecho para su influencia imperialista en la zona. Así lo dijo sin tapujos Condoleezza Rice ante el senado de EEUU cuando fue confirmada como Secretaria de Estado (6):
“Estoy de acuerdo para decir que el tsunami ha sido una magnífica ocasión para mostrar la compasión no sólo del gobierno sino también del pueblo norteamericano, y pienso que nos ha proporcionado muchas ventajas” (7).
De igual modo, la decisión del gobierno indio de rechazar toda ayuda occidental se debió a su deseo de “jugar en el patio de los mayores” y afirmarse como potencia imperialista regional.
La democracia para ocultar la barbarie
Si solo nos dedicáramos a hacer constar esas obscenas diferencias entre lo que gasta la burguesía para sembrar la muerte y las condiciones de vida cada día más miserables de la inmensa mayoría de la población mundial, no iríamos mucho más allá que todas esas buenas conciencias defensoras de la democracia, las ONG de todo tipo.
Pero ya las propias grandes potencias son también ardientes defensoras de la democracia, y sus informaciones televisivas no se privan de darnos todo tipo de razones para tener esperanzas en un mundo mejor, gracias a la irresistible extensión de la democracia. Tras las elecciones en Afganistán, la población ha votado por vez primera en Irak, y Bush jr. ha podido saludar “el admirable valor de esas gentes que desafiaron las amenazas de muerte para ir a las urnas y decir “no” al terrorismo”. En Ucrania, la “revolución naranja” siguió el ejemplo de Georgia, sustituyendo un gobierno corrupto y prorruso por el “heroico” Yúshenko. En Líbano, la juventud movilizada exige que se haga la verdad sobre el asesinato del opositor Rafik Hariri, y que las tropas sirias salgan del país. En Palestina, las elecciones han dado un mandato claro a Mahmud Abbas para que ponga fin al terrorismo y concluya una paz con Israel. En fin, en Kirguizistán una “revolución de los tulipanes” ha barrido al ya ex presidente Akaiev. Estaríamos por lo visto ante una verdadera marea democrática de “poder del pueblo”, portador, al fin, del “nuevo orden mundial” que nos prometieron tras la caída del muro de Berlín en 1989.
Pero basta con rascar un poco para darse cuenta de que tales perspectivas no son nada halagüeñas.
En Irak primero, las elecciones lo único que han hecho es dejar patente hasta qué punto sigue la lucha por el poder entre las diferentes fracciones de la burguesía iraquí, con sus agrias negociaciones entre shiíes y kurdos por el reparto de poder y el grado de autonomía acordado a la zona kurda del país. Aunque momentáneamente han llegado a un acuerdo sobre algunas poltronas gubernamentales, solo ha sido porque han dejado para más tarde el espinoso problema de Kirkuk, rica localidad petrolera del norte de Irak, objeto de todos los deseos de suníes y kurdos y que sigue siendo escenario de enfrentamientos ultraviolentos. Cabe preguntarse hasta qué punto se han tomado en serio los dirigentes kurdos las elecciones iraquíes, cuando, el mismo día, organizaron un “sondeo” según el cual 95% de los kurdos desean un Kurdistán independiente.
“La autodeterminación es el derecho natural de nuestro pueblo y éste tiene derecho a expresar sus deseos”, dijo el dirigente kurdo y “cuando llegue el momento ese deseo se hará realidad” (8).
La situación de los kurdos está preñada de amenazas para la estabilidad de la región, pues cualquier intento por su parte de afirmar su independencia sería percibido como un peligro inmediato por dos potencias limítrofes en las que viven minorías kurdas importantes: Turquía e Irán.
Las elecciones iraquíes han sido un golpe mediático favorable a Estados Unidos, que ha debilitado considerablemente las resistencias de las potencias rivales, Francia especialmente, en la región. En cambio, el gobierno de Bush no está muy encantado por la perspectiva de un Estado iraquí dominado por los shiíes, aliados de Irán, y por lo tanto, indirectamente, de Siria y de sus secuaces en Líbano, el partido Hizbolá. En este contexto debe comprenderse el asesinato de Rafik Hariri, poderoso dirigente y hombre de negocios de Líbano.
Toda la prensa occidental –americana y francesa, sobre todo– ha señalado a Siria. Sin embargo, todos los comentaristas están de acuerdo en decir que, primero, Hariri no tenía nada de un opositor (fue Primer ministro bajo la tutela siria durante 10 años), y, segundo, que el país que menos se aprovecha del crimen es precisamente Siria, obligada ahora a anunciar la retirada total de sus tropas para el 30 de abril (9). Los que, en cambio, sí sacan tajada de la situación son, por un lado, Israel que ve debilitarse la influencia de Hizbolá y, por otro, Estados Unidos, que han echado mano de la situación para meter en cintura al régimen sirio. ¿Quiere eso decir que la “revolución democrática” que ha provocado esa retirada habría conquistado una nueva zona de paz y de prosperidad? Ni mucho menos cuando se comprueba que los “oponentes” de hoy (el dirigente druso Walid Jumblat, por ejemplo) no son ni más ni menos que señores de la guerra de ayer, actores del conflicto que llenó de sangre el país entre 1975 y 1990; ya ha habido varios ataques con bomba en algunas regiones cristianas de Líbano, mientras que Hizbolá (con sus 20 000 hombres armados) organiza manifestaciones masivas.
También, la dimisión forzada del presidente kirguiz, Akaiev, lo único que anuncia será más miseria e inestabilidad. Este país, entre los más pobres de Asia central, que alberga ya bases militares rusa y norteamericana, está siendo cada día más objeto de las apetencias de China. Es, además, uno de los principales lugares de paso para la droga. En tales condiciones, la reciente solución “democrática” no es más que una etapa en los ajustes de cuentas entre grandes potencias mediante intermediarios.
Dos veces en el siglo xx, las rivalidades imperialistas ensangrentaron el planeta en las espantosas carnicerías de las dos guerras mundiales, por no hablar de las guerras incesantes que desde 1945 enfrentaron a los dos grandes bloques imperialistas que salieron victoriosos de la Segunda Guerra mundial hasta la caída del bloque ruso en 1989. Tras cada matanza, la clase dominante nos ha jurado que esta vez iba a ser la última: la guerra de 1914-18 era “la última de las últimas”, la de 1939-45 iba a abrir un nuevo período de reconstrucción y de libertad garantizadas por las Naciones Unidas, el final de la Guerra fría, en 1989 iba a iniciar un “nuevo orden mundial” de paz y de prosperidad. En caso de que la clase obrera se hiciera preguntas hoy sobre las ventajas de ese “nuevo orden” (de guerra y de miseria), en los años 2004 y 2005 han visto y van a seguir viendo, las fastuosas celebraciones de los triunfos de la democracia (del Desembarco en Normandía en junio de 1944), así como las conmemoraciones de los horrores del nazismo (ceremonias sobre la liberación de los campos de concentración). Se puede suponer que la burguesía democrática e hipócrita hará menos ruido sobre los 20 millones de muertos en los gulags rusos cuando la URSS era su aliada contra Hitler, y sobre los 340 000 muertos de Hiroshima y Nagasaki cuando la mayor democracia del mundo utilizó, la única vez en la historia, el arma monstruosa, la bomba atómica contra un país ya derrotado (10).
Ni que decir tiene la poca confianza que nos inspira esa clase burguesa para aportarnos la paz y la prosperidad que nos promete. Al contrario:
“Enlodada, deshonrada, embarrada en sangre, ávida de riqueza: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella. No es cuando, tan pulida y honrada, presume de cultura y de filosofía, de moral y de orden, de paz y derecho, sino cuando se parece a una alimaña salvaje, cuando se agita en el aquelarre de la anarquía, cuando echa su aliento apestoso sobre la civilización y la humanidad, entonces sí que aparece en toda su desnudez, tal como de verdad es” (11).
Contra ese aquelarre macabro, solo el proletariado puede hacer surgir una verdadera oposición capaz de poner fin a la guerra porque solo él acabará con el capitalismo promotor de la guerra.
Solo la clase obrera podrá ofrecer una solución
Al final de la guerra del Vietnam, el ejército de Estados Unidos había perdido su capacidad de combate. Los soldados –reclutas la mayoría de ellos– se negaban a menudo a ir al frente, matando incluso a los oficiales que se propasaban en su empeño. Aquella desmoralización no se debió a una derrota militar, sino a que, contrariamente a 1939-45, la burguesía norteamericana no había logrado hacer que la clase obrera se adhiriera a sus proyectos imperialistas.
Antes de lanzar la invasión de Irak, los matachines del Pentágono estaban convencidos de que el “síndrome del Vietnam” estaba superado. Y, sin embargo, sigue habiendo un rechazo por parte de los obreros en uniforme para entregar sus vidas por las aventuras militares de su burguesía: desde el inicio de la guerra en Irak, unos 5500 soldados han desertado, a la vez que faltan unos 5000 hombres al plan de alistamiento del ejército de reserva (que proporciona la mitad de las tropas): ese total de 10 500 hombres es casi 8 % de la fuerza presente Irak de 135 000 hombres.
Como tal, esa resistencia pasiva no es una perspectiva con futuro. Pero el viejo topo de la conciencia obrera sigue abriéndose camino y el lento despertar de la resistencia del proletariado a la degradación de sus condiciones de vida es portador no sólo de resistencia, sino de demolición de este viejo mundo en putrefacción, acabando de una vez por todas con las guerras, la miseria y la hipocresía que son su consecuencia.
Jens, 9 de abril de 2005
1Ver la declaración de la CCI publicada en nuestro web: (https://fr.internationalism.org/ri/353_Tsunami [35])
2Disponible en inglés en el sitio https://www. marxists.org/archive/luxemburg/1902/05/15.htm [36]
3Hasta la erupción del Monte Pelado en Martinica, los “peritos” gubernamentales aseguraban que el volcán no era ningún peligro para la población.
5Revista oficial de la Asociación del ejército americano. Ver https://www.ausa.org/www/armymag.nsf/ [37]
6O sea ministra de Relaciones exteriores.
7Agencia France Presse, 18/01/2005, ver: https://www.commondreams.org/headlines05/0118-08.htm [38]
8Citado en Al Yazira: https://english.aljazeera.net/NR/exeres/350DA932-63C9-4666-9014-2209F872... [39]
9Hasta hoy, la única conclusión clara de la investigación de Naciones Unidas es que el asesinato exigía la obligada participación de alguno de los servicios secretos que actúan en la zona, o sea, los israelíes, los franceses, los sirios o los estadounidenses. Tampoco se puede excluir la simple tesis de la incompetencia de los servicios secretos sirios.
10No es una ironía de la historia, sino que está en la naturaleza misma del capitalismo, el que el nuevo Estado, que utiliza sin cesar el horror que provoca el holocausto, sea, a su vez, él también abiertamente racista (Israel se basa en el pueblo y la religión judías) y esté preparando, mediante el “muro de seguridad”, la creación de un nuevo y gigantesco campo de concentración en Gaza. Como muy bien lo expresa Arnon Soffer, uno de los ideólogos de la política de Sharon: “Cuando 2,5 millones de personas viven encerradas en Gaza, eso acaba siendo una catástrofe humanitaria. Esa gente acabará volviéndose más bestial que lo que ahora es gracias a la ayuda de un fundamentalismo islamista desquiciado. La presión en la frontera va a volverse espantosa. Habrá una guerra terrible. Por eso, si queremos seguir en vida, deberemos matar, matar y matar más. Todos los días, cada día” (citado en Counterpunch: https://www.counterpunch.org/makdisi01262005.html [40]).
11Rosa Luxemburg, Folleto de Junius.
Hace 25 años, en mayo de 1980, el ciclo de las Conferencias internacionales de la Izquierda comunista, que había arrancado a iniciativa del Partido comunista internacionalista (PCInt, Battaglia communista) unos años atrás, se terminó en el desorden y la confusión después de una moción sobre el partido propuesta por Battaglia comunista y la Comunist Workers Organisation. Esta moción tenía la clara intención de excluir a la CCI a causa de su posición supuestamente “espontaneista” sobre la cuestión de la organización.
Esas conferencias habían sido saludadas por la CCI por el avance positivo que eran para salir de la dispersión y los malentendidos entre los grupos, lo cual constituía una plaga para el medio proletario internacional. Las conferencias representan aún una experiencia válida de la cual la nueva generación de revolucionarios que hoy aparece puede sacar muchas lecciones y es importante para esta nueva generación apropiarse de los debates que han tenido lugar en las conferencias y alrededor de ellas. Sin embargo, no podemos ignorar los efectos negativos que se ocasionaron por la manera en la cual fueron interrumpidas. Un rápido vistazo al triste estado actual del medio político proletario muestra que todavía soportamos las consecuencias de ese fracaso para crear un marco organizado para un debate fraternal y una clarificación política entre los grupos de tradición de la Izquierda comunista.
Después del coqueteo del BIPR con los parásitos de la “Fracción Interna” de la CCI y con el aventurero que se esconde detrás del “Círculo de Comunistas internacionalistas” en Argentina, las relaciones entre esta organización y la CCI nunca habían sido tan malas. Los grupos de la tradición bordiguista o bien han permanecido autosatisfechos en la torre de marfil del aislamiento sectario en la cual se pusieron al abrigo de las conferencias de finales de los años 70 o –como en el caso de le Proletaire–, se han manifestado no menos propensos que el BIPR para tragarse las adulaciones de la FICCI. En todos los casos, los bordiguistas aún no se han recuperado de la crisis traumática que los golpeó en 1981 y de la cual sólo han sacado muy pocas lecciones en lo que toca a sus debilidades más importantes. Los últimos herederos de la izquierda alemana/holandesa, al mismo tiempo, han perdido ahora toda sustancia. Todo ello en el momento en el cual la nueva generación de elementos en búsqueda voltea hacia el movimiento comunista organizado para encontrar una guía y responder a sus aspiraciones, en un momento en el cual los retos de la historia nunca habían sido tan agudos.
Cuando Battaglia tomó la decisión de sabotear la participación de la CCI a las conferencias, afirmaba que había “asumido la responsabilidad que se debe suponerse en una fuerza revolucionaria seria” (Respuesta al Llamamiento que la CCI dirigió al medio proletario de 1983). Volviendo sobre la historia de esas conferencias queremos mostrar, entre otras cosas, la real responsabilidad de esa corriente en la desorganización de la Izquierda comunista.
No tratamos de hacer un informe exhaustivo de las discusiones en las conferencias y lo que de ellas se desprendió. Los lectores pueden remitirse a varias publicaciones que contienen los textos y las actas de esas conferencias, si bien son un tanto escasos ahora, de modo que ayuda para crear archivos en línea de esas publicaciones es bienvenida. Nuestro objetivo es resumir los principales temas que se abordaron en las reuniones y, sobre todo, examinar las razones centrales del fracaso de esas reuniones.
La salida de un largo periodo de dispersión: el contexto de las conferencias internacionales
La dispersión de las fuerzas de la izquierda comunista no era un fenómeno nuevo en 1976. La Izquierda comunista tiene sus orígenes en las Fracciones de izquierda de la Segunda internacional que entablaron el combate contra el oportunismo a partir de finales del siglo xix. Tambien ese combate se llevó a cabo de forma dispersa.
Así, cuando Lenin emprendió la lucha contra el oportunismo menchevique en el partido ruso, la primera reacción de Rosa Luxemburg fue la de ponerse del lado de los mencheviques. Cuando Luxemburg empezó a percibir la profundidad real de la capitulación de Kautsky, Lenin tardó en darse cuenta cuenta que ella tenía razón. Todo esto se debía a que los partidos de la Segunda Internacional estaban formados sobre una base nacional y realizaban casi toda su actividad a nivel nacional; la Internacional era más una federación de partidos nacionales que un partido mundial único. Aunque la Internacional comunista se comprometió en superar esas particularidades nacionales, siguieron teniendo éstas un peso muy importante. No hay ninguna duda de que las fracciones comunistas de izquierda que comenzaron a reaccionar contra la degeneración de la IC a principios de los años 20 estaban también afectadas por ese peso; la izquierda, de nuevo, respondía de manera muy dispersa al desarrollo del oportunismo en la Internacional proletaria. La expresión más peligrosa y la más perjudicial de esta separación fue la zanja que casi inmediatamente dividió a la izquierda alemana de la izquierda italiana a partir de los años 20. Bordiga tendió a identificar el acento puesto por la Izquierda alemana en los consejos obreros con “el consejismo de fábrica” de Gramsci; y la Izquierda alemana no alcanzó realmente a ver en la izquierda italiana “leninista” un aliado posible contra la degeneración de la IC.
La contrarrevolución que golpeó con toda su rudeza a fines de los años 20 dispersó aún más las fuerzas de la izquierda, aún y cuando la Fracción italiana en el exilo trabajó con ahínco para combatir esa tendencia, tratando de establecer los fundamentos para una discusión y una cooperación internacionales sobre una base de principios. Así, la Fracción italiana abrió sus columnas a los debates con los internacionalistas holandeses, con los grupos disidentes de la oposición de izquierda y otros más. Esta apertura de espíritu que mostraba Bilan era –entre otros tantos avances programáticos más generales realizados por la Fracción en el exilio– una de las primeras víctimas en la formación oportunista del Partido comunista internacionalista en Italia al término de la guerra. Sucumbiendo ante una buena dosis de estrechez de espíritu nacional, la mayoría de la fracción italiana saludó las luchas obreras en Italia en 1943, sin tomar distancia para considerarlas en el contexto histórico global, y se precipitó para disolver la Fracción y proclamar la fundación de un nuevo partido (¡solamente en Italia!). Ese agrupamiento precipitado de varias fuerzas muy heterogéneas no cimentó la unidad de la Izquierda italiana sino que provocó nuevas divisiones. Primero, en 1945, con la Fracción en Francia cuya mayoría se opuso a la disolución de la Fracción italiana y criticó las bases oportunistas del nuevo partido. La Fracción francesa fue expulsada sumariamente de la organización internacional del PCI (La Izquierda comunista internacional) y formó la Izquierda comunista de Francia. En 1952 el mismo PCI sufrió una gran separación entre las dos alas principales del partido –los “damenistas” alrededor de Battaglia comunista y los “bordiguistas” en torno a Programa comunista, desarrollando este último en particular una justificación teórica del sectarismo más rígido, considerándose como el único partido proletario en todo el planeta (lo que no ha impedido otras rupturas y la coexistencia de varios “solos y únicos” Partidos comunista internacional en los años 70). Ese sectarismo es seguramente un tributo pagado a la contrarrevolución. Por un lado, era la expresión de una tentativa para mantener los principios en un ambiente hostil construyendo un muro de fórmulas incambiables sobre posiciones adquiridas a un enorme precio. Y por otro, expresaba la tendencia creciente a que los revolucionarios se quedaran aislados de su clase y a existir en un mundo de pequeños grupos, lo cual reforzaba el espíritu de círculo y un divorcio, análogo al de las sectas, con las necesidades reales del movimiento.
Empero, después de los áridos años 50 que representaron el nadir del medio revolucionario internacional, el clima social comenzó a cambiar. El proletariado volvió a la escena de la historia con las huelgas de mayo del 68, un movimiento que tuvo una dimensión política profunda ya que planteaba la cuestión de una nueva sociedad dando nacimiento a una plétora de grupos a los que su búsqueda de coherencia revolucionaria los conducía de manera natural hacia una reapropiación de las tradiciones de la Izquierda comunista. Entre los primeros en reconocer la nueva situación estaban los camaradas de la antigua ICF que ya habían retomado una actividad política con algunos jóvenes elementos que habían conocido en Venezuela y que formaron el grupo Internacionalismo en 1964. Después de los acontecimientos de mayo del 68, los camaradas de Internacionalismo se fueron a Europa para intervenir en el nuevo medio proletario que ese movimiento masivo había hecho nacer. Esos camaradas animaron, en particular, a los viejos grupos de la Izquierda italiana, los cuales tenían la ventaja de contar con una prensa y una forma organizativa estructurada, para actuar en tanto que centro del debate y de contacto entre los nuevos elementos en búsqueda, organizando una conferencia internacional. Recibieron una respuesta glacial, ya que las dos alas de la Izquierda italiana sólo veían en mayo 68 (al igual que en el otoño rampante italiano) una llamarada de agitación estudiantil. Después de varias tentativas frustradas para convencer a los grupos italianos de asumir su papel (ver la carta de la CCI a Battaglia en el folleto Tercera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, mayo 1980, Actas) los camaradas de Internacionalismo y del grupo Révolution internationale nuevamente formado en Francia, concentraron sus esfuerzos en el agrupamiento de los elementos nuevos producidos por el regreso del movimiento de la clase. En 1968, dos grupos en Francia –Cuadernos del comunismo de consejos y el grupo Comunistas de consejos de Clermont-Ferrand– se reunieron con el grupo Révolution internationale haciendo surgir Révolution internationale “nueva serie” que formaba entonces una tendencia internacional junto con Internacionalismo e Internationalism en los Estados Unidos. En 1972, Internationalism propuso una red internacional de correspondencia. Una vez más, los grupos italianos se pusieron al margen de este proceso aunque éste daba ya resultados positivos, en particular, una serie de conferencias en 1973-74, que reunía a la vez a RI y a algunos de los nuevos grupos de Inglaterra, entre ellos, World Revolution el cual se sumaría a la tendencia internacional que daría lugar a la CCI en 1975 (compuesta entonces por seis grupos: RI, Internationalism, WR, Internacionalismo, más Acción proletaria en España y Rivoluzione internazionale en Italia).
Primera Conferencia, Milán 1977
El ciclo de conferencias internacionales de la izquierda comunista se abrió en 1976 cuando Battaglia salió finalmente de su aislamiento en Italia y envió una propuesta de reunión internacional a un cierto número de grupos en el mundo.
La lista de los grupos era la siguiente:
– Francia: Révolution internationale, Pour une intervention communiste, Union ouvrière, Combat communiste;
– Inglaterra: Communist workers organisation, World revolution;
– España: Fomento obrero revolucionario;
– USA: Revolutionary workers group;
– Japón: Japan revolutionary communist league, Revolutionary marxist fraction (Kahuamura-Ha);
– Suecia: Forbundent arbetarmakt (Workers power league);
– Portugal: Combate.
La introducción al folleto Textos y actas de la Conferencia internacional organizada por el Partido comunista internacionalista (Battaglia comunista)”, apuntaba que
“muy rápidamente, una selección “natural” se efectuó por la disolución de Union ouvrière y de RWG y por la interrupción de relaciones con Combat communiste cuyas posiciones políticas son probadamente incompatibles con los temas de la Conferencia…Por otro lado, las relaciones con el grupo portugués han sido interrumpidas después de un encuentro entre sus representantes y un enviado del PCInt a Lisboa, reencuentro en el curso del cual se constató el alejamiento de ese grupo en relación a los fundamentos del movimiento comunista. La organización japonesa no ha dado, en cambio, ninguna respuesta. Se puede suponer que no han recibido “El Llamado” del PCInt”.
El grupo sueco manifestó su interés pero no pudo participar.
Era un paso adelante importante que daba Battaglia, un reconocimiento de la importancia fundamental, no sólo de la necesidad de los ‘lazos internacionales’ (lo que cualquier grupo izquierdista puede reivindicar) sino del deber internacionalista de superar las divisiones en el movimiento revolucionario mundial y trabajar para su centralización y, en definitiva, su agrupamiento. La CCI saludó calurosamente la iniciativa de Battaglia como un golpe serio asestado al sectarismo y a la dispersión; además, su decisión para participar en la iniciativa tuvo un efecto saludable sobre su propia vida política ya que no estábamos enteramente inmunizados contra la funesta tendencia a considerarse el “solo y único” grupo revolucionario. Después de los cuestionamientos que habían sido planteados por la CCI sobre el carácter proletario de los grupos provenientes de la izquierda italiana, siguió una discusión sobre los criterios para juzgar la naturaleza de clase de las organizaciones políticas lo cual dio lugar después a una resolución sobre los grupos políticos proletarios adoptada en el congreso internacional de la CCI en 1976.
Había sin embargo numerosas debilidades importantes en la propuesta de Battaglia y en la conferencia que ésta suscitó en Milán en abril-mayo de 1977.
De entrada, la propuesta de Battaglia carecía de criterios claros de participación. En su origen, la razón dada para el llamado a la Conferencia era sobre qué significaba –con la distancia, está plenamente confirmado– el fenómeno en curso de la adopción del “Eurocomunismo” por algunos de los principales Partidos comunistas de Europa. Las implicaciones de una discusión sobre eso que Battaglia llamaba la “socialdemocratización” de los PC no eran claras, más importante aún, la propuesta no alcanzaba a definir las posiciones de clase esenciales que garantizarían que toda reunión internacional era una concentración de grupos proletarios y que excluiría el ala de izquierda del capital. La ambigüedad sobre esta cuestión no era nada nuevo para Battaglia que, en el pasado, había hecho llamados a una reunión internacional con los trotskistas de Lutte ouvrière. En esta ocasión la lista de invitados también incluía a izquierdistas radicales tales como el grupo japonés y Combate comunista. La CCI insistió pues para que la Conferencia adoptara un mínimo de principios fundamentales que excluyera a los izquierdistas pero también a aquéllos que, aún defendiendo algunas posiciones de clase, se oponían a la idea de un partido de clase. La meta de la conferencia era pues encarar el cómo hacer parte de un proceso a largo plazo que condujera a la formación de un nuevo partido mundial.
Al mismo tiempo, las conferencias se alzaban directamente contra un sectarismo que ya estaba dominando el movimiento. Para comenzar, Battaglia parecía haber decidido que ella sería el único representante de la Izquierda italiana y por lo tanto no había invitado a ningún grupo bordiguista a la Conferencia. Esta actitud se reflejaba también en el hecho de que el llamado no estaba dirigido a la CCI como tal (que ya tenía una sección en Italia) sino solamente a algunas secciones territoriales de la CCI. Después, vimos la súbita decisión del grupo “Por una intervención comunista” de no participar, mientras que al principio estaba de acuerdo. En una carta fechada el 25/04/77 escribió que esa reunión no sería otra cosa que un “diálogo de sordos”. En tercer lugar, en la misma reunión, hubo una pequeña manifestación de aquello que más tarde sería un problema fundamental: el fracaso de la Conferencia para adoptar posiciones comunes. Al término de la reunión, la CCI propuso un corto documento que resumía los acuerdos y desacuerdos que habían surgido de la discusión. Era demasiado para Battaglia. Aún cuando este grupo se había dado objetivos grandiosos para la Conferencia –“las grandes líneas de una plataforma de principios fundamentales, de manera que nos permita empezar a trabajar en común; un buró internacional de coordinación” (Tercera circular del PCInt, febrero de 1977)– mucho antes de que se establecieran las premisas para un tal paso, se desanimó con solo pensar en firmar con la CCI una propuesta tan modesta como un resumen de acuerdos y desacuerdos.
De hecho, los únicos grupos capaces de participar a la reunión de Milán eran Battaglia y la CCI. La Communist Workers Organisation estaba de acuerdo en acudir –lo que era un gran avance ya que había llegado hasta la ruptura de toda relación con la CCI, tratándola de “contrarrevolucionaria” debido a su análisis de la degeneración de la Revolución rusa– pero no pudo asistir por razones prácticas. Ídem para el grupo en torno a Munis en España y en Francia, el FOR. Sin embargo esta discusión había abordado muchos de los puntos y fijó toda una serie de cuestiones cruciales, resumidas en la propuesta de toma de posición común de la CCI que señalaba cuáles habían sido éstas:
– un acuerdo sobre el hecho de que la sociedad capitalista estaba en una época de decadencia, si bien el análisis de las causas de ésta eran diferentes: la CCI defendía la tesis de Rosa Luxemburg según la cual la contradicción fundamental que ha producido la caída del capitalismo en la decadencia es el problema de la realización de la plusvalía, mientras que para Battaglia, esto era secundario en relación al problema de la baja de la tasa de ganancia;
– un acuerdo sobre la apertura de una nueva fase de crisis económica aguda;
– un desacuerdo sobre la significación del movimiento de clase de finales de los años 60 y principios de los 70, para la CCI representaban el signo del fin de la contrarrevolución mientras que, para Battaglia, era aún la contrarrevolución la que dominaba;
– un acuerdo sobre el papel contrarrevolucionario de los PC y de los PS, si bien la CCI criticó la definición de esas organizaciones como oportunistas o reformistas dada por Battaglia, ya que tales adjetivos sólo pueden aplicarse a organizaciones proletarias afectadas por la ideología burguesa;
– un acuerdo sobre el hecho que los sindicatos eran organizaciones de la burguesía, pero un desacuerdo sobre cómo intervenir en ellos. Battaglia hablaba aún de un trabajo en los sindicatos, que se podía incluso hacerse elegir en los “comités de fábrica” del sindicalismo de base. Al mismo tiempo, Battaglia hablaba de formar sus propios “grupos de fábrica”, a los cuales llamaba “grupos comunistas de fábrica” o “comités comunistas sindicales”;
– esta cuestión de los grupos de fábrica fue un punto no menos importante de discusión, Battaglia los veía como una correa de transmisión entre el partido y la clase y la CCI argumentaba sobre el hecho de que tales correas de transmisión no podían existir en la decadencia ya que en tal etapa no podía haber órganos de masas permanentes para remplazar a los sindicatos;
– esta cuestión estaba ligada a grandes desacuerdos sobre la cuestión del partido y de la conciencia de clase, Battaglia defiende la tesis de Lenin según la cual la conciencia debe ser aportada a los obreros “desde el exterior”, por el partido. Esta cuestión sería retomada en la siguiente conferencia.
Estas cuestiones han seguido siendo puntos de desacuerdo entre la CCI y Battaglia (y el BIPR) desde las conferencias (con un giro importante efectuado por el BIPR hacia el abandono de la noción misma de decadencia –ver los artículos recientes de la Revista internacional). Sin embargo, esto no representaba de ninguna manera un diálogo de sordos. Battaglia realmente evolucionó sobre la cuestión sindical, al menos hasta retirar el término “sindical” de sus grupos de fábrica. De la misma manera, entre algunas de las respuestas de la CCI a Battaglia sobre la conciencia de clase durante la reunión de Milán revelaban un “antileninsimo” visceral que la CCI tuvo que combatir en sus propias filas en los años que siguieron, en particular, en el debate con lo que se llamaría “la Fracción externa de la CCI” después de 1984. En resumen, era una discusión que podía conducir a clarificaciones de ambos lados y que tenía un gran interés para el medio político en su conjunto. La Conferencia sacaba, en efecto, un balance positivo de su trabajo en la medida en que hubo un acuerdo para continuar ese proceso.
Segunda Conferencia: Paris, noviembre de 1978
Esa conclusión se concretó en el hecho que la Segunda conferencia iba a marcar un paso adelante respecto a la primera. Estuvo mejor organizada, con criterios políticos de participación claros y logró juntar a más organizaciones que la primera. Muchos documentos de discusión fueron publicados así como las actas (ver volumen I y II del folleto Segunda conferencia de los grupos de la Izquierda comunista… aún disponible en francés).
Esta vez la Conferencia se abrió con muchos participantes: Battaglia, la CCI, la CWO, el Nucleo comunista internazionalista (Italia), Fur Kommunismen (Suecia) y FOR. Otros tres grupos que se declararon favorables a esta conferencia no pudieron estar presentes: Arbetarmakt, Il Leninista de Italia y la Organización comunista revolucionaria de Argelia.
Los temas de la reunión, de entrada, daban continuidad a la discusión de la Primera conferencia –la crisis y los fundamentos económicos de la decadencia capitalista, el papel del partido. Hubo también una discusión sobre el problema de las luchas de liberación nacional que era un escollo para la mayor parte de los grupos de tradición bordiguista. Esos debates representaron una importante contribución en un proceso más general de clarificación. Primeramente, permitieron a varios de los grupos que participaban en la conferencia ver que había muchas cosas en común para comprometerse en un proceso de agrupamiento, lo que no ponía en tela de juicio el marco general de las conferencias. Era el caso para la CCI y el grupo sueco Fur Kommunismen. En segundo lugar, esos debates aportaron un punto de referencia inestimable para el medio en su conjunto –incluyendo a los elementos que no pertenecían a un grupo en particular pero que buscaban una coherencia revolucionaria.
Sin embargo, esta vez, el problema del sectarismo iba a aparecer de manera mucho más aguda.
Los grupos bordiguistas fueron invitados a la Segunda conferencia pero su respuesta fue una expresión clásica de su rechazo a comprometerse en el movimiento real, de una actitud profundamente sectaria. El partido llamado PCI “de Florencia” (que se separó del principal grupo bordiguista Programma en 1972 y publica Il Partito comunista) respondió que no quería tener nada que ver con ningún “misionero de la unificación”. Pero, como lo subrayó nuestra respuesta en “La Segunda conferencia internacional”, Revista internacional no 16, la unificación no era ciertamente la cuestión inmediata:
“la hora no ha sonado todavía para la unificación en un solo partido de diferentes grupos comunistas que existen actualmente”.
Ese mismo artículo se dirigía también a la respuesta de Programma:
“un poco diferente –en cuanto al fondo de la argumentación– es el artículo de Programma, respuesta del segundo PCI. Lo que le distingue esencialmente es su tosquedad. El título del artículo “La lucha entre fottenti y fottuti” (literalmente entre el que da y el que le dan) muestra ya la “altura” donde se pone el PCI Programma, altura realmente poco accesible para los demás. ¿Habría que creer que Programma está a tal punto impregnado por costumbres estalinistas que no pueden concebir la confrontación de posiciones entre revolucionarios mas que en términos de ‘violadores’ y ‘violados’? Para Programma, ninguna discusión es posible entre grupos que se reclaman y se sitúan en el terreno del comunismo, especialmente imposible entre esos grupos. Se puede en rigor, marchar con los troskistas y otros maoístas en un comité fantasma de soldados, o aún más, firmar con estos mismos y con otros izquierdistas volantes comunes por la ‘defensa de obreros emigrados’, pero jamás encarar la discusión con otros grupos comunistas, menos aún entre los numerosos partidos bordiguistas. Aquí no puede reinar sino una relación de fuerza, si no se les puede destruir entonces ¡ignorar hasta su existencia! Violación o impotencia, tal es la única alternativa en la cual Programma quisiera encerrar el movimiento comunista y las relaciones entre los grupos. No teniendo otra visión, la ve por todos lados y la atribuye a voluntad a los otros. Una Conferencia internacional de los grupos comunistas no puede, a sus ojos, ser otra cosa ni tener otro objetivo que el de pervertir a algunos elementos del otro grupo. Y si Programma no ha venido, no es ciertamente porque le falten deseos de ‘violar’ sino porque teme ser impotente… Para Programma sólo se puede discutir consigo mismo. Por temor a ser impotente en una confrontación de posiciones con otros grupos comunistas, Programma se refugia en el ‘placer solitario’. Esta es la virilidad de una secta y el único medio de satisfacción.”
El PCI también había puesto por delante otra excusa: la CCI es “antipartido”. Otros más rechazarían la participación porque estaban contra el partido –Spartacusbund (Holanda) y el PIC que, como lo subraya el artículo, preferían mucho más la compañía del ala izquierda de los socialdemócratas que la de los “bordiguistas-leninistas”. Y en fin:
“A la Conferencia aún le faltaba por presenciar el espectáculo del comportamiento del grupo FOR. Este grupo, después de haber dado su plena adhesión a la Primera conferencia de Milán y su acuerdo para la realización de la Segunda contribuyendo con textos para la discusión, se retracta en la apertura de ésta con el pretexto de no estar de acuerdo con el primer punto del orden del día, a saber, sobre la evolución de la crisis y sus perspectivas. El FOR desarrolla la tesis de que el capitalismo no está en crisis económica. La crisis actual no sería sino una crisis coyuntural como las que el capitalismo ha conocido y superado a lo largo de su historia. La crisis no abre pues ninguna perspectiva nueva, mucho menos una reanudación de las luchas del proletariado, todo lo contrario. El FOR, en cambio, profesa una tesis de ‘crisis de civilización’ totalmente independiente de la situación económica. Se encuentran en esta tesis los resabios del modernismo, herencia del situacionismo. No abriremos aquí un debate para demostrar que a los marxistas les parece absurdo hablar de decadencia y de hundimiento de una sociedad histórica, basándose únicamente en manifestaciones superestructurales y culturales sin referirse a su estructura económica, afirmando incluso que esta estructura –fundamento de toda sociedad– no conoce sino un reforzamiento y su más completo desarrollo. Es esta una actitud que se aproxima más a las divagaciones de un Marcuse que al pensamiento de Marx. Así, el FOR funda su actividad revolucionaria no sobre un determinismo económico objetivo sino sobre un voluntarismo subjetivo lo cual es atributo de todos los grupos contestatarios. Pero debemos preguntarnos algo: ¿son esas aberraciones la razón fundamental que ha dictado al FOR el retirase de la Conferencia? Ciertamente no. En su rechazo a participar a la Conferencia y, al retirarse del debate, se manifiesta ante todo su espíritu de capilla, de cada uno para sí, espíritu que impregna aún fuertemente a los grupos que se reclaman de del comunismo de izquierda” (1).
En resumidas cuentas, era muy evidente que el sectarismo era un problema en sí mismo. Sin embargo, la Conferencia rechazó el apoyar la propuesta de la CCI de hacer una toma de posición en común rechazando ese tipo de actitudes (si bien el Núcleo estaba a favor de tal propuesta). Las razones dadas eran que la actitud de los grupos no era el problema –el problema era las divergencias políticas. Esto era cierto para grupos como Spartacusbund y el PIC que, al rechazar el partido de clase, mostraban claramente que no podían aceptar los criterios. Pero lo que era falso es la idea según la cual la actividad política sólo reside en la defensa o el rechazo de posiciones políticas. La actitud, la trayectoria, el comportamiento y la práctica organizativa de los grupos políticos y de sus militantes tienen una gran importancia y la actitud sectaria cae justamente en esa categoría.
Hemos recibido la misma respuesta del BIPR en reacción a una de las crisis en la CCI. Según el BIPR, la tentativa de comprender las crisis internas hablando de problemas como el espíritu de círculo, el comportamiento clánico o el parasitismo es sólo una forma de evitar las cuestiones “políticas”, y más aún, una camuflaje deliberado. Con esa óptica, los problemas organizativos de la CCI se podrían explicar por nuestra visión errónea de la situación internacional o del periodo histórico; el impacto cotidiano de las costumbres y de la ideología burguesa en el seno de las organizaciones proletarias no tendría el más mínimo interés. Pero la prueba más clara de que el BIPR es deliberadamente ciego en esta materia ha sido aportada por su conducta lamentable en los últimos ataques contra la CCI perpetrados por los parásitos de la FICCI y del aventurero que se esconde detrás del “Círculo” en Argentina. Incapaz de ver la motivación real de esos grupos, que no tiene nada que ver con la clarificación de diferencias políticas, el BIPR se volvió directamente cómplice de su actividad destructiva (2). Las cuestiones de comportamiento no son falsas cuestiones para la vida política proletaria. Al contrario, son una cuestión de principio, ligada a una necesidad vital para toda forma de organización de la clase obrera: el reconocimiento de un interés común opuesto a los intereses de la burguesía. En pocas palabras, la necesidad de la solidaridad –y ninguna organización proletaria puede ignorar esta cuestión elemental sin tener que pagar un alto precio. Esto se aplica también al problema del sectarismo, que es también un medio para debilitar los lazos de solidaridad que deben unir a las organizaciones de la clase obrera. Al haberse negado a condenar el sectarismo en la Segunda conferencia, socavaron las bases mismas que las habían suscitado –la necesidad urgente de ir más allá del espíritu de cada uno para sí y trabajar por la unidad real del movimiento revolucionario. Al haber rechazado toda toma de posición en común, las Conferencias caían también en la trampa del sectarismo.
Según la definición de Marx: “la secta ve su razón de ser y su pundonor no en lo que tiene en común con el movimiento de la clase, sino en la característica que la distingue del movimiento” (Marx a Schwetzer, Correspondencia). Es una definición exacta del comportamiento de varios de los grupos que participaron en las Conferencias internacionales.
Tercera conferencia, Paris, mayo de 1980
Aún cuando permanecimos optimistas sobre el trabajo de la Segunda conferencia porque había marcado un avance significativo respecto a la Primera, los signos de peligro seguían ahí. Y se convertían en una alerta en la Tercera conferencia.
Los grupos que asistieron fueron: la CCI, Battaglia, la CWO, l’Eveil internationaliste, los Nuclei leninisti internazionalisti (salidos de un reagrupamiento entre Nuclei y Il Leninista) la Organización comunista revolucionaria de Argelia (que sin embargo no estuvo presente físicamente) y el Groupe communiste internationaliste que asistía como “observador” (3).
Las principales cuestiones en el orden del día eran de nuevo la crisis, sus perspectivas y las tareas de los revolucionarios en la actualidad. El balance sacado por la CCI de esta conferencia, “Algunas observaciones generales sobre las contribuciones para la Tercera conferencia internacional…”, publicado en el folleto la Tercera conferencia, hacía sobresalir una serie de puntos de acuerdo importantes que estaban en la base de la Conferencia:
– el capitalismo hace frente a una crisis que se profundiza y que conduce al sistema a una tercera guerra mundial;
– esta guerra será imperialista y los revolucionarios deberán denunciar ambos campos;
– los comunistas deben tener como meta el contribuir a la acción revolucionaria de su clase, única alternativa a una marcha hacia la guerra;
– la clase obrera debe liberarse de la influencia de partidos y sindicatos “obreros”, y ahí, la actividad de los revolucionarios sigue siendo vital.
Al mismo tiempo, el texto notaba que había enormes desacuerdos sobre el curso histórico, con Battaglia en particular, quien sostenía que podía haber simultáneamente un curso a la guerra y un curso a la revolución y que no era tarea de los revolucionarios decidir cuál de ellos iba a prevalecer. La CCI, por su lado, basándose en el método de la Fracción italiana en los años 30, insistía en el hecho que un curso a la guerra sólo podría establecerse sobre la base de un debilitamiento y de una derrota de la clase obrera y que, en el mismo sentido, una clase que iba a una confrontación revolucionaria con el capitalismo no podía estar encuadrada en una marcha hacia la guerra. Agregaba que era vital para los revolucionarios tener una posición tan clara como fuera posible sobre la tendencia dominante, ya que la forma y el contenido de su actividad deben ser adaptadas a las conclusiones que de ello se saquen.
La cuestión de los grupos de fábrica volvió a representar un escollo para los grupos. Presentado por Battaglia como una manera para desarrollar una influencia real y concreta en la clase, para la CCI esta concepción tenía como base una nostalgia por las épocas de las organizaciones permanentes y a gran escala tales como los sindicatos. La idea de que los pequeños grupos revolucionarios de hoy podían crear tal red de influencia, como las “correas de transmisión entre el partido y la clase”, revelaba cierta megalomanía sobre las posibilidades reales de la actividad revolucionaria en este periodo. Al mismo tiempo, sin embargo, la separación entre esta actitud y una comprensión del movimiento real podía tener como consecuencia una seria subestimación del trabajo auténtico que podían hacer los revolucionarios, una incapacidad para comprender la necesidad de intervenir en las formas reales de organización que habían empezado a aparecer en las luchas del 78-80: no solamente las asambleas generales y los comités de huelga (que harían su aparición más espectacular en Polonia pero que ya se habían antes manifestado en la huelga de los estibadores de Rótterdam), sino también los grupos y los círculos formados por las minorías combativas durante las huelgas o después de ellas. Sobre esta cuestión, la visión de la CCI era cercana a la desarrollada por los NLI en sus críticas al esquema “grupo de fábrica” de Battaglia.
Sin embargo, toda posibilidad de desarrollar la discusión sobre esta cuestión u otras se redujo a nada por la victoria definitiva del sectarismo sobre las conferencias.
En primer lugar, se rechazó la propuesta de la CCI de hacer una declaración común frente a la amenaza de guerra que era entonces, ciertamente, una cuestión central después de la invasión de Afganistán por Rusia:
“La CCI pide que la conferencia tome posición sobre esta cuestión y propone una resolución, a discutir y enmendar si fuera necesario, para afirmar en conjunto la posición de los revolucionarios frente a la guerra. El PCInt la rechazó y, después le siguieron la CWO y l’Eveil internationaliste. La Conferencia enmudece. Tomando en cuenta los criterios de participación a la conferencia, todos los grupos presentes compartían inevitablemente la misma posición de fondo sobre la actitud que debe asumir el proletariado en caso de un conflicto mundial o frente a su amenaza. “¡Pero cuidado!” nos dicen los grupos partidarios del silencio, “¡es que nosotros no firmamos con cualquiera! ¡No somos oportunistas!” Nosotros les respondemos: oportunismo es traicionar los principios en la primera oportunidad. Lo que proponemos no es traicionar un principio sino afirmarlo con el máximo de nuestras fuerzas. El principio internacionalista es uno de los más altos y de los más importantes para la lucha proletaria. Cualesquiera que sean las divergencias que separan a los grupos internacionalistas, pocas organizaciones políticas en el mundo lo defienden de manera consecuente. La conferencia debe hablar sobre la guerra y debe hacerlo lo más fuerte posible.
“El contenido de ese brillante razonamiento “no oportunista” es el siguiente: ya que las organizaciones revolucionarias no lograron ponerse de acuerdo sobre todas las cuestiones, no deben entonces hablar de aquellas cosas en las cuales están de acuerdo desde hace mucho tiempo. La especificidad de cada grupo prima por principio sobre lo que hay de común en todos. Eso es el sectarismo. El silencio de tres Conferencias es la demostración más nítida de la impotencia a que conduce el sectarismo” (Revista internacional no 22, “El sectarismo, una herencia de la contrarrevolución que debe ser superada”).
Ese problema no ha desaparecido: se ha manifestado en 1999 y en 2003 en las respuestas a las propuestas más recientes de la CCI para hacer una declaración común contra la guerra en los Balcanes y en Irak.
En segundo lugar, el debate sobre el partido se interrumpió súbitamente al término de la reunión por la propuesta de Battaglia y de la CWO de establecer un nuevo criterio, formulado de tal manera para eliminar a la CCI a causa de su posición que rechaza la idea de que el debe toma el poder en la revolución. Ese nuevo criterio era:
“el partido proletario, un organismo que es indispensable para la dirección política del movimiento de la clase revolucionaria y del poder revolucionario mismo”.
Esto significaba poner fin a un debate incluso antes de que éste haya comenzado. Según Battaglia, era marca de un proceso de selección que eliminaba orgánicamente a los “espontaneistas” de las filas de la Conferencia, dejando sólo a los que estaban seriamente interesados en la construcción del partido revolucionario. De hecho, todos los grupos que asistían a la Conferencia estaban, por definición, comprometidos en la construcción del partido en tanto que perspectiva de largo plazo. Únicamente la discusión –enlazada con la práctica real de los revolucionarios– podía resolver los desacuerdos más importantes sobre la estructura y función del partido.
En realidad, el criterio de Battaglia y la CWO muestra que esos grupos no habían llegado ellos mismos a una posición clara sobre el papel del partido. En el momento de la Conferencia, elaborando frecuentemente grandes frases sobre el partido, “capitán” de la clase, Battaglia, insistiendo sobre la necesidad para el partido de permanecer diferenciado del Estado, rechazaba normalmente la visión bordiguista más “franca” que se sitúa como abogado de la dictadura del partido. En la Segunda conferencia, la CWO había elegido polemizar principalmente contra los criterios que hacía la CCI de los errores “substitucionistas” de los bolcheviques y declaraba categóricamente que el partido toma el poder, aunque “a través” de los soviets. Así, esos dos grupos difícilmente podían declarar “terminado” el debate. Pero la razón por la cual Battaglia –que comenzó las Conferencias sin ningún criterio y se volvía ahora fanática de los criterios especialmente “selectivos”– puso por delante ese criterio no era de ninguna manera una voluntad de clarificación, sino un impulso sectario para deshacerse de la CCI, vista como un rival que tenía que ser excluido, y así presentarse como el único polo internacional de agrupamiento. De hecho, esto se convertiría cada vez más en la práctica y la teoría del BIPR en los años 80 y 90, hasta el punto mismo de abandonar el concepto de campo proletario y de declarar ser la única fuerza que trabaja por el partido mundial.
Es importante comprender, además, que la otra cara del sectarismo es siempre el oportunismo y el trapicheo con los principios. Eso es lo que demostró el método con el cual ese nuevo criterio se puso en marcha –después de las negociaciones en los pasillos con la CWO y sacado de la manga sólo cuando el otro grupo que realmente se habría opuesto, el NCI, había ya dejado la Conferencia (esta maniobra es conocida con el nombre de “filibustería” en los parlamentos burgueses y evidentemente no debe haber sitio para ella en una reunión de grupos comunistas). Contra tales métodos, la carta de la CCI escrita a Battaglia después de la conferencia (publicada en la Tercera conferencia) mostraba lo que tendría que haber sido una actitud responsable:
“Si, efectivamente, ustedes pensaban que era el momento para introducir un criterio suplementario, mucho más selectivo, para la convocatoria de futuras conferencias, la única actitud seria, responsable y compatible con la preocupación de la claridad y de discusión fraterna que debe animar a los grupos revolucionarios, habría sido la de pedir explícitamente que esta cuestión sea puesta en el orden del día de la conferencia y que se hayan preparado textos sobre ella. Pero, en ningún momento en el curso de la preparación de la Tercera conferencia, han planteado ustedes explícitamente tal cuestión. Solo después de las transacciones secretas con la CWO, al término de la Conferencia, ustedes lanzaron su bombita.
“¿Cómo comprender su doble cara y la disimulación deliberada de sus reales intenciones? Por nuestra parte, nos es difícil no ver otra cosa que la voluntad de esquivar el debate de fondo, única cosa que hubiera permitido que la eventual introducción de un criterio suplementario sobre la función del partido hubiera tenido un sentido. Es por ello por lo que para poder llevar a cabo ese debate de fondo, aunque consideramos que una ‘selección’ sobre este punto sería muy prematura incluso después de tal discusión, hemos propuesto poner en el orden del día de la próxima conferencia la cuestión del partido, su naturaleza, su función y la relación partido-clase a partir de un texto histórico sobre la cuestión en le movimiento obrero y la verificación histórica de esas concepciones (proyecto de resolución presentado por la CCI). Es esta discusión la que ustedes han querido evitar (¿tanto les molesta?) y ello quedó claramente de manifiesto al término de la Conferencia cuando rechazaron explicar lo que ustedes entendían, en su propuesta de criterio, por la formulación de ‘el partido proletario, organismo indispensable en la dirección política del movimiento de clase revolucionario y del poder revolucionario mismo’. Para todos los participantes era claro que la única voluntad no era la de clarificar el debate sino ‘deshacerse’ en las conferencias de aquellos elementos que ustedes califican de ‘espontaneistas’ y principalmente de la CCI.
“Por otro lado, esta manera insolente de actuar que expresa el más grande desprecio con respecto al conjunto de grupos participantes, de los que estaban presentes físicamente, pero igualmente y sobre todo, de aquéllos que por razones materiales no pudieron venir y, más allá de esos grupos, del conjunto del medio revolucionario para el cual las conferencias eran un punto de referencia, tal manera de actuar parece indicar que Battaglia comunista consideraría las Conferencias como algo suyo, que puede hacer y deshacer a su antojo, según su humor del momento. ¡No camaradas! Las Conferencias no son propiedad de Battaglia, ni siquiera del conjunto de los grupos organizadores. Las Conferencias pertenecen al proletariado porque constituyen un momento en el difícil y tortuoso camino de su toma de conciencia y de su marcha hacia la revolución. Y ningún grupo puede atribuirse sobre ellas un derecho de vida o muerte a través de una simple actitud poco pensada o de un rechazo temeroso de debatir a fondo los problemas que enfrenta la clase obrera”.
El oportunismo que se manifestó en la actitud de Battaglia y de la CWO se confirmó plenamente en la Cuarta Conferencia realizada en Londres en 1982. No solamente fue un fiasco desde el punto de vista de la organización, con mucho menos participantes que las conferencias precedentes, sin publicación de textos ni de actas, sin seguimiento, sino que representó también una alteración peligrosa de los principios, ya que el único nuevo grupo presente era el grupo “Por la unidad de los militantes comunistas” (Scum, en siglas inglesas)” –un grupo estalinista radical en relación directa con el nacionalismo kurdo, lo que es ahora el Partido comunista de trabajadores de Irán (conocido también bajo el nombre de “Hejmatistes”). Ese “rigor” sectario hacia la CCI y el medio proletario iba de la mano con una actitud muy complaciente con respecto a la contrarrevolución. El BIPR iba a reproducir de manera repetida esta actitud oportunista escandalosa para el agrupamiento, como lo pusimos en evidencia en el artículo: “Una polémica con el BIPR: una política oportunista de agrupamiento que no lleva mas que a abortos” (Revista internacional no 121).
Los años de la verdad para los revolucionarios
Los años 70 han sido años de crecimiento para el movimiento revolucionario que recogía todavía los frutos del primer asalto de las luchas obreras a finales de los 60. Pero desde principios de los 80, el ambiente político era considerablemente sombrío. La invasión por Rusia de Afganistán, la respuesta agresiva de Estados Unidos, marcaban de manera clara una exacerbación de los conflictos interimperialistas en los cuales empezaba a tomar terriblemente forma la amenaza de una guerra mundial. La burguesía hablaba cada vez menos de un futuro brillante que nos reservaría y comenzaba a hablar cada vez más el lenguaje del realismo, cuyo símbolo claro era el estilo de la “Dama de hierro” en Gran Bretaña.
Al principio de esa década, la CCI decía que los años de ilusión habían terminado y que comenzaban los años de la verdad. Confrontados al profundizamiento dramático de la crisis y a la aceleración de los preparativos de guerra, nosotros defendíamos el hecho de que la clase obrera iba a ser obligada a llevar sus luchas a un nivel más elevado y que el decenio siguiente iba a ser decisivo en lo que concernía a la determinación del destino final del capitalismo. El proletariado, bajo el apremio de la brutal necesidad, puso en efecto a un nivel mucho más elevado los retos de la lucha de clases. En Polonia, en agosto de 1980, presenciamos el regreso de la huelga de masas clásica que demostraba la capacidad de la clase obrera para organizarse a escala de un país entero. Aunque ese movimiento quedó aislado y finalmente aplastado por la represión brutal, la ola de luchas que comenzó en Bélgica en 1983 mostraba que los obreros de los países clave en Europa occidental estaban listos para responder a los nuevos ataques contra sus condiciones de vida impuestos por la crisis. Los revolucionarios tenían numerosas e importantes ocasiones para intervenir en el movimiento y, sin embargo, no era un periodo “fácil” para el militantismo comunista. La gravedad de la situación demandaba demasiado para aquéllos que no estaban listos para un compromiso de largo plazo por la causa del comunismo que necesariamente exigía, o bien se quedarían en el movimiento con toda clase de ilusiones pequeño burguesas heredadas de los días felices de los años 60. Al mismo tiempo, a pesar de la importancia de las luchas obreras de esa época, esas luchan no lograron izarse a un nivel suficiente de politización. Las luchas de los mineros ingleses, de los trabajadores de la educación en Italia, de los ferroviarios en Francia, la huelga general en Dinamarca…Todos esos movimientos y muchos otros expresaron claramente la desconfianza abierta de una clase que no estaba derrotada y que continuaba siendo un obstáculo para la marcha de la burguesía hacia la guerra mundial, pero esos movimientos no plantearon la perspectiva de una nueva sociedad, no ponían claramente por delante la identidad de la clase obrera como fuerza revolucionaria del porvenir. No producirían, en consecuencia, una nueva generación de grupos proletarios y de militantes.
El resultado global de esa relación de fuerzas entre las clases iba a constituir eso que llamamos la fase de descomposición del capitalismo, en la cual, ninguna de las dos clases históricas es capaz de plantear claramente la alternativa guerra o revolución. Para el medio revolucionario, los “años de la verdad” iban a revelar sin piedad toda su debilidad. El PCI (Programma) sufre una crisis devastadora a principios de los años 80, resultado de una carencia vital en su armamento programático –principalmente, sobre la cuestión de las luchas de liberación nacional que condujo a la penetración en sus filas de elementos abiertamente nacionalistas e izquierdistas. La crisis de la CCI en 1981 (que culminaba con la separación causada por la tendencia “Chenier”) era en gran medida el precio que tuvo que pagar por su debilidad para asimilar las cuestiones organizativas, mientras que la ruptura con la “Fracción externa de la CCI” mostraba que la Corriente tenía aún cuentas por saldar con los restos del consejismo de sus primeros años. El 1985, el BIPR se formaba sobre la base de un matrimonio entre Battaglia y la CWO. La CCI caracterizó esto como un “bluff oportunista”; el fracaso del BIPR, como consecuencia, para construir una organización internacional realmente centralizada, probaba que esa definición era más que justa.
Estos problemas no se habrían manifestado ciertamente si las Conferencias no hubiesen sido saboteadas a principios de esa década. Pero la ausencia de conferencias significaba que, una vez más, el medio proletario tenía que enfrentarlos de manera dispersa. Es casi un símbolo que las conferencias fracasaran en la víspera misma de la huelga de masas en Polonia, subrayando la dificultad del medio internacional para ser capaz de hablar con una sola voz, no solamente sobre la cuestión de la guerra sino también sobre una expresión tan abierta y estimulante como la alternativa proletaria.
De la misma manera, las dificultades a las cuales hace frente el medio político proletario hoy en día, no son del todo el producto del fracaso de las conferencias internacionales: tal como acabamos de verlo, las dificultades tienen raíces mucho más profundas y mucho más extendidas. Pero no hay ninguna duda de que la ausencia de un marco organizado de debate político y de cooperación ha contribuido a acentuarlas.
No obstante, dada la aparición de una nueva generación de grupos y de elementos proletarios, la necesidad de un marco organizado se presentará ciertamente en el futuro. Una de las primeras iniciativas del NCI en Argentina había sido la de hacer una propuesta en ese sentido, pero sólo tuvo el vacío como respuesta de casi todos los grupos del medio proletario. Propuestas como esas serán sin embargo realizadas en el futuro, aún si la mayoría de grupos “establecidos” son cada vez manos capaces de hacer una contribución, aunque sólo sea un poco positiva, al desarrollo del movimiento. Cuando esas propuestas empiecen a dar sus frutos, deberán seguramente reapropiarse de las lecciones de las conferencias de 1976-80.
En su carta a Battaglia en su folleto “la Tercera conferencia”, la CCI despejaba las lecciones más importantes:
“– Importancia de esas conferencias para el medio revolucionario y para el conjunto de la clase,
“– necesidad de tener criterios,
“– necesidad de pronunciarse,
“– rechazo a toda precipitación,
“– necesidad de la discusión más profunda sobre las cuestiones cruciales enfrentadas por el proletariado”.
Si estas lecciones son asimiladas por la nueva generación, entonces el primer ciclo de conferencias no habrá fracasado completamente en su tarea.
Amos
Apéndice: notas breves
sobre los grupos mencionados
Algunos de los grupos mencionados en este artículo desaparecieron poco después.
Spartacusbond
Este grupo era uno de los últimos representantes que quedaban de la Izquierda holandesa, pero en los años 70, era ya sólo una sombra del comunismo de consejos de 1930 y de Spartacus Bond de la posguerra que reconocía la necesidad de un partido proletario.
Forbundet Arbetarmkt
Un grupo sueco que representaba una curiosa mezcla de consejismo e izquierdismo. Definía a la URSS como “el modo burocrático de Estado de producción” y apoyaba las luchas de liberación nacional y el trabajo en los sindicatos. Sin embargo, había divergencias considerables en su seno y algunos miembros lo abandonaron a finales de los 70 para sumarse a la CCI.
Pour une Intervention communiste
Salido de la CCI en Francia en 1973, diciendo que la CCI no intervenía demasiado (para el PIC, esto quería decir el producir sin fin cantidades de volantes). El grupo evolucionó rápidamente hacia las posiciones semiconsejistas y acabo disolviéndose.
Nuclei comunista internazionalista
Este grupo salió del PCI (Programa) en Italia a finales de los 70 y tenía al principio una actitud mucho más abierta frente a la tradición de Bilan y del medio proletario existente, una actitud que puede verse en muchas de sus intervenciones en las conferencias. En la época de la Tercera conferencia, se agrupó con Il Leninista para formar los Nuclei leninisti internazionalisti. Poco después, constituirá la Organizzazione comunista internazionalista que acabaría cayendo en el izquierdismo. La debilidad inicial del NCI sobre la cuestión nacional había encontrado el terreno para echar raíces ya que la OCI intervino para apoyar abiertamente a Serbia en la guerra en 1999 y a Irak en las dos guerras del Golfo.
Fomento obrero revolucionario
Corriente fundada por Grandizo Munis en los años 50. Munis había roto con el trotskismo sobre la cuestión de la defensa de la URSS y había evolucionado hacia posiciones de la Izquierda comunista. Las confusiones del grupo sobre la crisis y la muerte de Munis, que era muy carismático, dieron un golpe mortal a esa corriente que desaparecería en los años 90.
L’Eveil internationaliste (el Despertar internacionalista)
Este grupo apareció en Francia a finales de los años 70 después de una ruptura con el maoísmo. En la Tercera Conferencia, pretendió dar lecciones a los demás grupos sobre sus insuficiencias en materia de teoría y de intervención y desapareció sin dejar huellas poco tiempo después.
Organización comunista revolucionaria de Argelia
Conocida alguna vez con el nombre de TIL, nombre de su periódico, Travailleurs immigrés en lutte. Apoyaba las conferencias pero afirmaba que no podía participar físicamente por razones de seguridad. Esto formaba parte de un problema mucho más amplio –evitar la confrontación con el medio revolucionario. No logró sobrevivir mucho tiempo durante los años 80.
1 Es interesante notar que el FOR parece haberse anotado una victoria póstuma en esa conferencia. Hay toda una similitud impactante entre su idea que la sociedad capitalista es decadente, pero no la economía capitalista, y el nuevo descubrimiento del BIPR de una distinción entre el modo capitalista de producción (no decadente) y la formación social capitalista (decadente). Ver en particular el texto de Battaglia: “Decadencia y descomposición, productos de la confusión” y nuestra respuesta en nuestro sitio Web en francés.
2 Ver en particular: “Carta abierta a los militantes del BIPR” en nuestro sitio Web.
3 La actitud del GCI en la Conferencia mostraba, como lo habíamos observado en la Revista internacional no 22, que no tenía un lugar en una reunión de revolucionarios. Aún cuando la CCI no había desarrollado todavía su comprensión del fenómeno del parasitismo político en la época de las conferencias, el GCI mostraba ya todas las características distintivas: fue a la conferencia sólo para denunciarla como una “mistificación”, insistía en el hecho de que estaba presente en tanto que observador y que se le debía permitir hablar sobre todas las cuestiones, y en un momento dado, provocó casi una pelea a puñetazos. En resumen, es un grupo que existe para sabotear el movimiento proletario. En la conferencia hizo grandes declaraciones a favor del “derrotismo revolucionario” y del “internacionalismo de acción y no sólo de palabra”. El valor de esas frases puede medirse en la sarta de apologías a las bandas nacionalistas en Perú y en El Salvador que hace el GCI en su sitio, y de su visión actual según la cual hay un núcleo proletario para la “Resistencia” en Irak.
Durante varias semanas, el proletariado de Europa ha soportado el frenesí mediático de las consultas electorales. Con su cinismo de costumbre, la burguesía, que controla todos los medios de información, ha sacado provecho de la situación para relegar a un segundo plano los horrores de la barbarie de su sistema. Así, las informaciones sobre Irak, país que se ha ido sumiendo en una ferocidad sin nombre cada día más exterminadora, sobre la hambruna que amenaza a la tercera parte de la población nigerina y tantas y tantas otras situaciones dramáticas del planeta, han cedido el sitio a una exhibición de varias puestas en escena del circo electoral.
Referendos sobre la Constitución europea, organizados por las clases dominantes francesa y holandesa, elecciones legislativas en Gran Bretaña, elecciones en Renania, región más poblada de Alemania, cada vez todas las fuerzas burguesas (partidos de izquierda, de derecha, extrema derecha, izquierdistas, sindicatos) se ponen frenéticas a dirigir la orquesta de la murga electoral.
Dramatizando lo que está en juego en el referéndum europeo (el porvenir de Europa exigiría el “voto popular”), llamando a votar a favor o en contra de la política de austeridad del gobierno de Schröder o a favor o en contra el gobierno de Blair que “ha mentido” sobre los objetivos de la guerra en Irak, la clase dominante, invariablemente, ofrece a los proletarios un desahogo al profundo malestar social.
Gracias a sus patrañeras campañas electorales la clase dominante puede evitar que se acuse al capitalismo, ocultando la quiebra de su modo de producción. Ante un angustiante porvenir, el miedo al desempleo, al hastío de una interminable austeridad y de la precariedad, preocupaciones hoy centrales en los medios obreros, la burguesía usa y abusa de sus citas electorales para destruir la reflexión de los obreros sobre esos problemas, explotando sus ilusiones, todavía muy fuertes en el proletariado, hacia la democracia y el juego electoral.
Negarse a participar en el circo electoral no es algo evidente para el proletariado, pues la mistificación electoral está estrechamente vinculada al corazón mismo de la ideología de la clase dominante, la democracia. Toda la vida social en el capitalismo está organizada por la burguesía en torno al mito del Estado “democrático” (1). Este mito se basa en la mentira de que todos los ciudadanos son “iguales” y “libres” de “escoger”, mediante el voto, a los representantes políticos que desean y el parlamento es presentado como el reflejo de la “voluntad popular” (2). Esta estafa ideológica es difícil de desmontar por la clase obrera, por el hecho de que la mistificación electoral se apoya en parte en algunas verdades que permiten destruir la reflexión sobre si es útil el voto o no lo es. La burguesía se apoya en la historia del movimiento obrero, recordando las luchas heroicas del proletariado por conquistar el derecho de voto, para así desarrollar aquélla su propaganda. Para ello, no vacila en mentir y falsificar los acontecimientos. Los partidos de izquierda y los sindicatos, por ejemplo, no paran de recordar los combates de la clase obrera del pasado por la obtención del sufragio universal. Los trotskistas, aunque relativicen a veces la importancia de las elecciones para el proletariado, no pierden una ocasión de participar en ellas reivindicándose de las posiciones de la IIIª Internacional sobre la “táctica” del “parlamentarismo revolucionario” o la utilización de las elecciones para, pretendidamente, hacer oír la voz de los intereses obreros y defender la política de una izquierda que se pretende “anticapitalista”. En cuanto a los anarquistas, unos participan y otros llaman a la abstención. Ante toda esa confusión ideológica, sobre todo la que pretende apoyarse en la experiencia y en las tradiciones de la clase obrera, es necesario volver a las verdaderas posiciones defendidas por el movimiento obrero y sus organizaciones revolucionarias sobre la cuestión electoral. Y no solo por sí mismas, sino en función de los diferentes períodos de la evolución del capitalismo y de las necesidades de la lucha revolucionaria del proletariado.
La cuestión de las elecciones en el siglo XIX en la fase ascendente del capitalismo
El xix fue el siglo del pleno desarrollo del capitalismo durante el cual la burguesía utiliza el sufragio universal y el Parlamento para luchar contra la nobleza y demás fracciones retrógradas. Como lo subraya Rosa Luxemburg, en 1904, en su texto Socialdemocracia y parlamentarismo:
“El parlamentarismo, lejos de ser un producto absoluto del desarrollo democrático, del progreso de la humanidad y demás lindezas de ese estilo, es, al contrario, una forma histórica determinada de la dominación de clase de la burguesía, es el reverso de esa dominación, de su lucha contra el feudalismo. El parlamentarismo burgués será una forma viva mientras dure el conflicto entre la burguesía y el feudalismo”.
Con el desarrollo del modo de producción capitalista, la burguesía suprimió la servidumbre, extendiendo el salariado para las necesidades de su economía. El Parlamento es el ruedo en el que los diferentes partidos, representantes de los diferentes grupos que existen en la burguesía, se enfrentan para decidir la composición y las orientaciones del gobierno que asume el ejecutivo. El Parlamento es el centro de la vida de la burguesía, pero en ese sistema democrático parlamentario, solo los notables son electores. Los proletarios no tienen derecho a la palabra, ni derecho a organizarse. Con la impulsión de la Iª y después de la IIª Internacional, los obreros van a entablar luchas sociales de gran alcance, sacrificando a menudo sus vidas, por obtener mejoras en sus condiciones de vida (reducción de la jornada laboral, de 14 o 12 horas a 10, prohibición del trabajo infantil y de los trabajos duros para las mujeres). Al ser entonces todavía el capitalismo un sistema en plena expansión, su derrocamiento por la revolución proletaria no estaba al orden del día. Por eso la lucha reivindicativa en el terreno económico mediante los sindicatos y la lucha de sus partidos políticos en el parlamentario permitieron al proletariado arrancar reformas ventajosas en el seno del sistema.
“Esa participación le permitía, a la vez, presionar a favor de esas reformas y utilizar las campañas electorales como medio de propaganda y de agitación en torno al programa proletario y emplear el Parlamento como tribuna para denunciar la ignominia de la política burguesa. Por eso la lucha por el sufragio universal fue durante todo el siglo xix en muchos países una de las ocasiones más importantes de movilización del proletariado” (3).
Fueron estas posiciones defendidas por Marx et Engels a lo largo del período ascendente del capitalismo las que explican su apoyo a la participación del proletariado en las elecciones.
La corriente anarquista, en cambio, se opuso a esa política basada en una visión histórica y un concepto materialista de la historia. El anarquismo se desarrolló en la segunda mitad del siglo xix como expresión de la resistencia de las capas pequeño burguesas (artesanos, comerciantes, pequeños campesinos) al proceso de proletarización que les privaba de su “independencia” social del pasado. La visión de los anarquistas de la “rebelión” contra el capitalismo era puramente idealista y abstracta. No es pues casualidad si una gran parte de los anarquistas, entre ellos Bakunin, figura legendaria de esa corriente, no veía al proletariado como clase revolucionaria, tendiendo a sustituirlo por la noción burguesa de “pueblo”, que engloba a todos cuantos sufren, sea cual sea el lugar que ocupan en las relaciones de producción, sea cual sea su capacidad para organizarse, para ser conscientes de sí mismos como fuerza social. En esta lógica, para el anarquismo, la revolución es posible en cualquier momento y, por lo tanto, toda lucha por reformas es, básicamente, una obstáculo en la perspectiva revolucionaria. Para el marxismo, ese radicalismo de fachada es un ilusorio espejismo de corta duración, pues expresa
“... la incapacidad de los anarquistas para comprender que la revolución proletaria, la lucha directa por el comunismo no estaba al orden del día porque el sistema capitalista no había agotado todavía su misión histórica, y que para el proletariado era todavía necesaria su consolidación como clase, para arrancarle a la burguesía todas las reformas a su alcance para así fortalecerse para la lucha revolucionaria del futuro. En un período en que el Parlamento era un verdadero espacio de lucha entre fracciones de la burguesía, el proletariado tenía los medios de entrar en él sin tener que subordinarse a la clase dominante; esta estrategia se volvió imposible con la entrada del capitalismo en su fase decadente, totalitaria” (4).
La cuestión de las elecciones en el siglo xx, en la fase de decadencia del capitalismo
Con la entrada en el siglo xx, el capitalismo terminó su conquista del mundo y, al chocar con los límites de su expansión geográfica, se encontró también con los límites objetivos de los mercados y de las salidas a su producción. Las relaciones de producción capitalistas se transforman en trabas para el desarrollo de las fuerza productivas. El capitalismo, como un todo, entra entonces en un período de crisis y de guerras a escala mundial (5).
Semejante trastorno, sin precedentes en la vida del capitalismo, va a provocar una modificación profunda en la vida política de la burguesía, en el funcionamiento de su aparato de Estado y en las condiciones y medios de lucha del proletariado. El papel del Estado se vuelve preponderante, pues solo él puede asegurar “el orden”, mantener la cohesión de una sociedad capitalista desgarrada por sus contradicciones. Es cada más evidente que los partidos burgueses acaban siendo instrumentos del Estado encargados de hacer aceptar la política de éste. Así, las exigencias de la Primera Guerra mundial y el interés nacional prohíben el debate democrático en el Parlamento, imponiendo una disciplina absoluta a todas las fracciones de la burguesía nacional. Y, después, esa situación se mantendrá y se reforzará. El poder político tenderá a desplazarse del legislativo al ejecutivo, y el Parlamento burgués acabará siendo una cáscara vacía sin prácticamente ningún poder decisorio. Fue esta realidad la que va a definir claramente la Internacional comunista en 1920, con ocasión de su IIº Congreso:
“La actitud de la IIIª Internacional hacia el parlamentarismo no viene determinada por una nueva doctrina, sino por el cambio de función del propio Parlamento. En la época anterior, el Parlamento como instrumento del capitalismo en vías de desarrollo, trabajó, en cierta manera, por el progreso histórico. En cambio, en las condiciones actuales, en esta época de barbarie imperialista, el Parlamento se ha convertido en instrumento de la mentira, de la engañifa, de la violencia y a la vez en una exasperante jaula de cotorras... Hoy, el Parlamento no podrá ser en ningún caso, para los comunistas, el teatro de una lucha por reformas y la mejora del vivir de la clase obrera, como así fue en el pasado. El centro de gravedad de la vida política se ha desplazado fuera del Parlamento, y eso de una manera definitiva” (6).
Desde entonces, imposible para la burguesía otorgar, sea cual sea el ámbito, económico o político, reformas reales y duraderas en las condiciones de vida de la clase obrera. Lo que la burguesía impone al proletariado es lo contrario: cada día más sacrificios, más miseria, explotación y barbarie. Los revolucionarios son entonces unánimes en reconocer que el capitalismo había alcanzado sus límites históricos y había entrado en su período de declive, de decadencia como quedó patente con el estallido de la Primera Guerra mundial. La alternativa ha sido desde entonces: socialismo o barbarie. La era de reformas quedaba definitivamente cerrada y los obreros ya nada podrían conquistar en el terreno electoral.
Va a desarrollarse, sin embargo, un debate central durante los años 1920 en la Internacional comunista sobre la posibilidad, defendida por Lenin y el partido bolchevique, de utilizar la táctica del “parlamentarismo revolucionario”. Ante la cantidad de problemas que planteaba la entrada del capitalismo en su período de decadencia, el pasado seguía pesando en la clase obrera y sus organizaciones.
La guerra imperialista, la revolución proletaria en Rusia y después el reflujo de la oleada de luchas proletarias a nivel mundial a partir de 1920, llevaron a Lenin y sus camaradas a creer que podría destruirse el Parlamento desde dentro, y utilizar la tribuna parlamentaria de manera revolucionaria, como lo había hecho Karl Liebknecht en el Parlamento alemán para denunciar la participación en la Primera Guerra mundial. De hecho, esa “táctica” errónea va a llevar a la IIIª Internacional hacia compromisos cada vez mayores con la clase dominante. Además, el aislamiento de la revolución rusa, la imposibilidad de su extensión hacia el resto de Europa tras el aplastamiento de la revolución en Alemania, van a llevar a los bolcheviques y a la Internacional, y, al cabo, a todos los partidos comunistas, hacia un oportunismo desenfrenado. Y será este oportunismo el que acabará arrastrándolos hasta poner en entredicho las posiciones revolucionarias del Primero y el 2º congresos de la Internacional comunista para acabar hundiéndose en la degeneración en los congresos posteriores, hasta la traición y el ascenso del estalinismo, punta de lanza de la contrarrevolución triunfante (7).
Fue contra esa degeneración, contra ese abandono de los principios proletarios contra lo que se rebelaron las fracciones más a la izquierda en los partidos comunistas. La Izquierda italiana, para empezar, con Bordiga a su cabeza, el cual, ya antes de 1918, preconizaba el rechazo de la acción electoral. Conocida primero como “Fracción comunista abstencionista”, se constituyó formalmente tras el congreso de Bolonia de octubre de 1919. En una carta enviada de Nápoles a Moscú, la Fracción afirmaba que un verdadero partido que se adhería a la Internacional comunista, sólo podría crearse con bases antiparlamentaristas (8). Las izquierdas alemana y holandesa desarrollarán a su vez la crítica del parlamentarismo, sistematizándola. Antón Pannekoek denuncia claramente la posibilidad de utilizar el Parlamento para los revolucionarios, pues semejante táctica solo podría llevarlos a hacer compromisos y concesiones a la ideología dominante. Sólo servía para inyectar una falsa vitalidad a esas instituciones moribundas, para incrementar la pasividad de los trabajadores cuando lo que necesita la revolución, para echar abajo al capitalismo e instaurar la sociedad comunista es la participación activa y consciente del proletariado entero.
En los años 1930, la Izquierda italiana, en su revista Bilan, mostrará de manera concreta cómo fueron desviadas las luchas de los proletarios españoles y franceses hacia el terreno electoral. Bilan afirmaba con razón que fue la “táctica” de los frentes populares en 1936 lo que permitió alistar al proletariado como carne de cañón en la IIª Guerra imperialista. Al terminar aquel espantoso holocausto, la Izquierda comunista de Francia publica la revista Internationalisme (de la que la CCI procede), y denunciará con claridad la “táctica” del parlamentarismo revolucionario:
“La política del parlamentarismo revolucionario fue de una gran ayuda en el proceso de corrupción de los partidos de la IIIª Internacional y las fracciones parlamentarias sirvieron de fortaleza al oportunismo, tanto en los partidos de la IIIª como, antaño, en los de la IIª Internacional. La verdad es que el proletariado no puede utilizar para su lucha emancipadora “el medio de lucha política” propio de la burguesía y destinado a someterlo… El parlamentarismo revolucionario como actividad real no existió nunca por la sencilla razón de que la acción revolucionaria del proletariado, cuando esa situación se presenta ante él, exige la movilización de clase en un plano fuera del capitalismo, y no la toma de posiciones en el interior de la sociedad capitalista” (9).
Desde entonces, el antiparlamentarismo, la no participación en las elecciones, es una frontera de clase entre organizaciones proletarias y organizaciones burguesas. En esas condiciones, desde hace más de 80 años, las elecciones han sido utilizadas, a escala mundial, por todos los gobiernos, sea cual sea su color político, para desviar el descontento obrero hacia un terreno estéril y prestigiar el mito de la “democracia”. No es además casualidad si, hoy, contrariamente al siglo xix, los Estados “democráticos” llevan a cabo una lucha sin cuartel contra el abstencionismo y la desafección hacia los partidos, pues la participación de los obreros en las elecciones es esencial para perpetuar las ilusiones democráticas. Eso es precisamente lo que, de manera flagrante, han ilustrado las recientes elecciones en Europa. En ese plano, éstas han sido un “ejemplo paradigmático”.
Las elecciones no son sino una mistificación y la “Europa social” una patraña
En contra de la propaganda indigesta que nos ha presentado la victoria del “No” a la Constitución europea, tanto en Francia como en Holanda, como una “victoria del pueblo”, dando a entender que serían las urnas las que gobiernan, hay que afirmar una vez más que las elecciones son una mascarada. Cierto que puede haber divergencias en el seno de las diferentes fracciones que componen el Estado burgués sobre cómo defender mejor los intereses del capital nacional, pero, básicamente, la burguesía organiza y controla el circo electoral para que el resultado sea conforme a sus necesidades de clase dominante. Por eso y para eso, el Estado capitalista organiza, planifica, manipula y utiliza unos medios de comunicación a sus órdenes. Puede haber, sin embargo, “accidentes”, como ocurre a menudo en Francia (hoy con la victoria del No en el referéndum, en 2002 con el partido de extrema derecha Frente Nacional en segunda posición en las elecciones presidenciales, en 1997 con la victoria de la izquierda en las legislativas anticipadas o, en 1981, con la de Mitterrand en las presidenciales), pero no tienen evidentemente nada que ver con no se sabe qué puesta en entredicho, por mínima que sea, del orden capitalista. Esa dificultad de la burguesía francesa para que las urnas digan lo que de ellas espera, revela una debilidad histórica y un arcaísmo de su aparato político (10), que no existen en países como Alemania o Gran Bretaña (11).
Esa debilidad no significa ni mucho menos que el proletariado pueda sacar provecho de ella para imponer otra orientación a la política de la burguesía. En efecto (y es algo que cada proletario podrá comprobar de su propia experiencia participativa en la mascarada electoral), desde finales de los años 1920 hasta hoy, sea cual sea el resultado de las elecciones, salga la derecha o la izquierda victoriosa de las urnas, es, al fin y al cabo, la misma política antiobrera la que se acaba aplicando.
Dicho de otra manera, el Estado “democrático” se las arregla siempre para defender los intereses de la clase dominante y del capital nacional, independientemente de las consultas electorales organizadas con cadencias aceleradas (12).
La focalización orquestada por la burguesía europea en torno al referéndum sobre la Constitución logró captar la atención de los obreros y persuadirles de que la construcción de Europa estaba en juego para su propio porvenir y el de sus hijos. ¡Vaya cuento! Nada más falso. Lo que se jugaba a través de la adopción de la nueva Constitución, era, para la clase dominante de los Estados fundadores de Europa, en el contexto de la ampliación a 25 países miembros, la capacidad para ejercer en el seno de las instituciones europeas una influencia equivalente a la que poseían antes del ingreso de los nuevos Estados miembros, pues el peso relativo de cada uno de ellos ha ido disminuyendo.
La clase obrera no tiene por qué tomar partido en las luchas de influencia entre fracciones de la burguesía. En realidad, esa Constitución europea lo único que hacía era asentar una política ya implantada hoy, una política ajena, de todas maneras, a los intereses de la clase obrera. La clase obrera seguirá estando tan explotada con el “No” como con el “Sí”.
La clase obrera debe rechazar tanto la ilusión de poder utilizar el Parlamento nacional en su lucha contra la explotación capitalista como la de creer que podría hacerlo en el Parlamento europeo (13).
En ese concierto de hipocresía y falsedad, la palma se la llevan, por un lado, las fuerzas de izquierda que se agruparon para decir No a la Constitución y que pretenden que se podría construir “otra Europa”, más “social” y, por otro, a los populistas de todo pelaje que explotan los miedos, la desesperanza, la incertidumbre sobre el porvenir que hay en la población y en buena parte de la clase obrera. Como en Francia y en Alemania, por ejemplo, en Holanda se ha agravado del desempleo (cuya tasa ha pasado de 2 % en 2003 a 8 % hoy) y se han incrementado los ataques contra la protección social.
Ha sido precisamente contra esos ataques si ha habido en ese país un principio de movilización social importante. El retorno del proletariado al escenario social (14) significa que en su seno se está abriendo camino una reflexión profunda sobre el porqué del desempleo masivo, sobre unos ataques que se repiten sin cesar, sobre el desmantelamiento del sistema de pensiones y de protección social. La política antiobrera de burguesía y la necesaria réplica proletaria contra ella, acabarán por provocar una toma de conciencia creciente en la clase obrera sobre la quiebra histórica del capitalismo. Es precisamente para sabotear ese principio de toma de conciencia si los vendedores de una Europa más “social” se agitan por doquier, pidiendo al Estado capitalista que arbitre el conflicto entre clases sociales antagónicas, exhortando a los obreros a movilizarse contra el liberalismo con el único objetivo de que se sometan más fácilmente a la mentira del Estado “social”, nueva mercancía adulterada tan vendida en fiestas, foros y salones del altermundialismo (15). El objetivo de toda esa propaganda ideológica es recuperar el descontento social para llevarlo hacia el terreno burgués de las urnas. Así, el referéndum en Francia ha sido presentado como un medio de rechazar una política, de expresar el hastío, hasta el punto de que parecía un desahogo para el descontento social que se ha ido acumulando desde hace años y años. Por eso, las fuerzas de izquierda “anticapitalistas” han gritado victoria, convocando ya a los obreros a mantenerse alerta para los próximos comicios electorales en los que “se tratará de transformar, una vez más en las urnas, la victoria del No en el referéndum”. Y esa misma política de desvío del descontento social se ha practicado en Alemania. Aquí a los obreros se les ha ofrecido para expresar su descontento social la posibilidad de sancionar a la coalición de Schröder en las recientes elecciones regionales de Renania.
En la fase decadente de los modos de producción anteriores al capitalismo, una táctica deliberada, perfecta y conscientemente asumida por las clases dominantes, consistía en proporcionar ocasiones a los explotados para que se desahogaran en fiestas de carnaval u otros festejos, en los que todo estaba permitido, o acudiendo a ruedos para contemplar combates hasta la muerte o justas deportivas.
Con la misma finalidad, la burguesía ha normalizado el embrutecimiento mediante competiciones deportivas bien reglamentadas y utiliza el circo electoral para que se desahogue la cólera obrera. No solo ya hunde la burguesía al proletariado en la pauperización total, sino que además lo humilla regalándole “juegos y circo electoral”. ¡El proletariado no debe participar en la fabricación de sus propias cadenas, sino que debe romperlas!
¡Contra el fortalecimiento del Estado capitalista, los obreros deben replicar con su voluntad de destruirlo!
Hoy como ayer, al proletariado no le queda otra alternativa. O se deja arrastrar al terreno electoral, al terreno de los Estados burgueses que organizan su explotación y su opresión, terreno en el que estará obligatoriamente desmembrado y sin fuerzas para resistir a los ataques del capitalismo en crisis. O, al contrario, desarrolla sus luchas colectivas de manera solidaria y unida, para defender sus condiciones de vida. Sólo de esta manera podrá volver a encontrarse con lo que siempre ha sido su fuerza como clase revolucionaria: su unidad y su capacidad para luchar fuera y contra todas las instituciones burguesas (Parlamento y elecciones) para echar abajo el capitalismo. Solo de esa manera podrá edificar, en el futuro, una nueva sociedad librada de la explotación, de la miseria y de las guerras.
La alternativa que hoy se plantea es la misma que la que despejaron las izquierdas marxistas en los años 1920: electoralismo y mistificación de la clase obrera o desarrollo de su conciencia de clase y extensión de las luchas hacia la revolución.
D.
(26/06/2005)
1 Léase nuestro artículo “La mentira del Estado democrático”, Revista Internacional n° 76.
2 Como contribución a la defensa de la democracia burguesa, citemos le Monde diplomatique, voz cantante del movimiento altermundialista, cuyo radicalismo ha acabado pariendo una nueva consigna “revolucionaria”: “Otra Europa es posible” escribe exultante su editorial del mes de junio, titulado “Esperanzas” (por la victoria del No en el referéndum y la movilización de la población). Según ese mensual, esa victoria “ya por sí sola ha sido un inesperado éxito para la democracia” lo que le permite afirmar que “El pueblo ha efectuado su gran retorno…”.
3 Plataforma de la CCI.
4 Leer nuestro artículo “Anarquismo o comunismo” en la Revista internacional n°79.
5 Léase nuestro folleto la Decadencia del capitalismo.
6 Ver La cuestión parlamentaria en la Internacional comunista, Ediciones “Programa comunista” del P.C.I. (Partido comunista internacional).
7 Ver nuestro folleto (en francés) El terror estalinista: un crimen del capitalismo, no del comunismo.
8 Fue de hecho el apoyo implícito de la IC, en el IIº Congreso mundial, a la tendencia intransigente de Bordiga lo que iba a sacar a la Fracción comunista abstencionista de su aislamiento minoritario en el partido. Léase al respecto nuestro libro la Izquierda comunista de Italia.
9 Internationalisme n°36, julio de 1948, reproducido en Revista Internacional n°36.
10 Las debilidades congénitas de la derecha en Francia tienen sus raíces en la historia misma del capitalismo francés, marcado por el peso de la pequeña y mediana empresa, del sector agrícola y del comercio. Ese arcaísmo siempre ha estado presente como una tara, en el aparato político, el cual nunca ha logrado hacer surgir un gran partido de derechas vinculado a la gran industria y las finanzas, como lo está el partido conservador en Gran Bretaña o el partido cristianodemócrata en Alemania. Al contrario, tras la IIª Guerra mundial irrumpe el “gaullismo” (De Gaulle) que va a marcar en profundidad la vida de la burguesía francesa y cuya última escoria es la UMP, partido gobernante en Francia. Para más explicaciones sobre el referéndum en Francia puede leerse la publicación de la CCI en ese país, Révolution internationale n° 357.
11 La reelección de Blair se ha hecho con la anuencia de toda la clase política, incluidos los sindicatos. Ese “socialdemócrata” ha salido reelegido porque ha sido capaz de practicar, tanto en el plano económico como en el imperialista, la política deseada al más alto nivel por el Estado británico. La controversia en torno a las “mentiras” de Blair sobre las armas de destrucción masiva en Irak permitió movilizar al electorado popular dándole la ilusión de que era posible protestar mediante las urnas, lo cual obligaría al jefe laborista a contar con la opinión de su pueblo. De hecho, como se vio cuando se desataron las hostilidades en Irak y hasta hoy, la “democracia” capitalista es perfectamente capaz de absorber la oposición pacifista a la guerra manteniendo el compromiso militar que estima necesario para preservar sus intereses. Para Alemania también, la derrota de Schröder en las elecciones regionales de Renania (1/3 de la población alemana) y la victoria de la CDU corresponden a las necesidades del capital alemán. Esa derrota ha provocado la convocatoria de elecciones anticipadas en otoño, lo que permitirá al nuevo gobierno, gracias a la legitimidad que le dará la “voluntad popular”, proseguir con la política de “reformas”, pues, para el capital alemán, es necesario que prosigan. Si, como es muy probable hoy por hoy, gana la CDU, el SPD podrá hacerse una cura de oposición, pues la coalición rojiverde en el gobierno desde 1998 está muy desprestigiada ante la clase obrera a causa del desempleo masivo (más de 5 millones de personas) y de las medidas de austeridad draconianas resultantes del “Agenda 2010”.
12 Nuestros camaradas de Internationalisme denunciaban con mucha clarividencia en mayo de 1946 en su periódico l’Etincelle (la Chispa), el referéndum en Francia por la Constitución de la IVª Republica : “Para desviar la atención de las masas hambrientas de las causas de sus miserias, el capitalismo monta la escena de la comedia electoral y las divierte con refrendos. Para engañar los retortijones de estómagos vacíos les dan papeletas de voto para que tenga algo que digerir. En lugar de pan, les tiran la “Constitución” para que mordisqueen”.
13 Leer nuestro artículo “La ampliación de la Unión Europea”, Revista internacional n° 112.
14 Leer nuestra “Resolución sobre la situación internacional del XVIº congreso de la CCI” en esta misma Revista.
15 Léase nuestro artículo “Altermundialismo, un trampa ideológica contra el proletariado”, Revista internacional n° 116.
La CCI celebró su decimosexto congreso la primavera pasada. “El Congreso internacional es el órgano soberano de la CCI”, como se dice en nuestros estatutos (1). Por eso y como siempre después de ese tipo de ocasiones, es responsabilidad nuestra dar cuenta de ellas ante la clase obrera y extraer sus principales orientaciones.
En el artículo publicado tras nuestro congreso precedente, escribíamos:“El XVº congreso tenía para nuestra organización una importancia particular, por dos razones esenciales.
“Por una parte, desde el congreso anterior, en la primavera del 2001, hemos asistido a una agravación muy importante de la situación internacional, en el plano de la crisis económica, y sobre todo en el plano de los conflictos imperialistas. Precisamente este congreso se ha desarrollado mientras ocurría la guerra de Irak, y era responsabilidad de nuestra organización precisar sus análisis, para poder intervenir de la forma más apropiada posible frente a esta situación.
“Por otra parte, este congreso se desarrolló tras haber atravesado la CCI la crisis más peligrosa de su historia. A pesar de que esta crisis se había superado, nuestra organización tenía que sacar el máximo de enseñanzas de las dificultades que había encontrado, sobre sus orígenes y los medios para enfrentarlas” (Revista internacional no 114, “XVo Congreso de la CCI; reforzar la organización frente a los retos del período”).
Los trabajos de este XVIo congreso han tenido un tono muy diferente: han puesto en el centro de sus preocupaciones el examen de la reanudación de los combates de la clase obrera y las responsabilidades que esa reanudación acarrea para nuestra organización, especialmente frente a la aparición de una nueva generación que se está girando hacia una perspectiva política revolucionaria.
La barbarie militarista sigue evidentemente incrementándose en un mundo capitalista enfrentado a una crisis económica insuperable. En el Congreso se presentaron, se discutieron y se adoptaron informes específicos sobre los conflictos imperialistas. Lo esencial de esos informes se recogió en la Resolución sobre la situación internacional que publicamos en esta Revista.
Como se recuerda en esa resolución, la CCI define el período histórico actual como la fase postrera de la decadencia del capitalismo, la fase de descomposición de la sociedad burguesa, la de su putrefacción de raíz. Como ya lo hemos dicho en múltiples ocasiones, la descomposición se debe a que, frente al hundimiento histórico irremediable de la economía capitalista, ninguna de las dos clases antagónicas de la sociedad, la burguesía y el proletariado, logra imponer su respuesta propia: la guerra mundial aquélla y la revolución comunista éste. Esas condiciones históricas determinan las características fundamentales de la vida de la sociedad burguesa actual. Con ese análisis de la descomposición es cómo se puede comprender la permanencia y la agravación de toda una serie de calamidades que abruman hoy a la humanidad, y en primer lugar la barbarie bélica, pero también fenómenos como la destrucción ineluctable del medio ambiente o las terribles consecuencias de las “catástrofes naturales” como la provocada por el tsunami el invierno pasado. Esas condiciones históricas de la descomposición son un enorme peso en los hombros del proletariado y también de sus organizaciones revolucionarias. Son una de las causas más importantes de las dificultades que ha encontrado nuestra clase y nuestra organización desde principios de los años 90, como así lo hemos escrito en artículos anteriores:
“Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica :
“– la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el “sálvese quién pueda”, el “arreglárselas por su cuenta” ;
“– la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad ;
“– la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el “no future” ;
“– la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época” (“La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, Revista internacional no 107).
Especialmente, la crisis de la CCI que mencionábamos antes solo podría comprenderse gracias a un análisis de la descomposición que permite sobre todo explicar cómo es posible que unos militantes con muchos años en nuestra organización, los que formaron la pretendida Fracción interna de la CCI (FICCI), se pusieran a portarse como unos fanáticos histéricos en busca de chivos expiatorios, como unos hampones y, al cabo, como soplones (2).
La reanudación de los combates de clase
El XVo congreso verificó entonces que la CCI había superado su crisis de 2001, sobre todo porque comprendió por qué había sido una expresión en nuestro seno de los efectos de la descomposición. También constató las dificultades que seguía teniendo la clase obrera en sus luchas contra los ataques capitalistas, y en especial, su falta de confianza en sí misma.
Sin embargo, desde ese congreso celebrado en la primavera de 2003, como lo señalaba la reunión plenaria del órgano central de la CCI del otoño de ese año:
“Las movilizaciones a gran escala en la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de clases desde 1989. Son el primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el período más largo de reflujo desde 1968” (Revista internacional n° 119).
Un giro así en la lucha de clases no fue una sorpresa para la CCI pues ya su XVº lo anunciaba en perspectiva. En el artículo de presentación de dicho Congreso escribimos lo siguiente:
“La CCI ya ha puesto en evidencia, muchas veces, que la descomposición de la sociedad capitalista ejerce un peso negativo en la conciencia del proletariado. Igualmente, desde el otoño de 1989, la CCI subrayó que el hundimiento de los regímenes estalinistas iba a provocar “dificultades crecientes para el proletariado” (título de un artículo de la Revista internacional nº 60). Desde entonces, la lucha de clases ha confirmado con creces esa previsión.
“Frente a esta situación, el congreso ha reafirmado que la clase conserva todas sus potencialidades para llegar a asumir sus responsabilidades históricas. Es verdad que aún está hoy en una situación de retroceso importante de su conciencia, tras las campañas burguesas que asimilan marxismo y comunismo a estalinismo, y establecen una continuidad entre Lenin y Stalin. También, la situación actual se caracteriza por la notable pérdida de confianza del proletariado en sus propias fuerzas, y en su capacidad para entablar incluso luchas defensivas contra los ataques de sus explotadores, que puede conducirle a perder de vista su identidad de clase. Y hay que destacar que esa tendencia a la pérdida de confianza en la clase se expresa incluso en las organizaciones revolucionarias, particularmente en forma de arrebatos súbitos de euforia frente a movimientos como el de finales de 2001 en Argentina (presentado como un formidable empuje del proletariado, cuando estaba empapado de interclasismo). Pero una visión materialista, histórica, a largo plazo, nos enseña, parafraseando a Marx, “que no se trata de considerar lo que tal o cual proletario, o incluso el conjunto del proletariado, toma hoy por la verdad, sino de considerar lo que es el proletariado, y lo que históricamente se verá conducido a hacer conforme a su ser” (la Sagrada familia). Esa visión nos muestra particularmente que, frente a los golpes más y más fuertes de la crisis del capitalismo, que se traducen por ataques cada vez más feroces, la clase reacciona, y reaccionará necesariamente desarrollando su combate” (“15º congreso de la CCI”, Revista internacional no 114).
Lo que permitió que nuestra organización no cayera en el escepticismo, la desmoralización incluso, ha sido el método marxista, cuando, durante una década, el proletariado mundial quedó dañado en su combatividad y en su conciencia del contragolpe provocado por el desmoronamiento de los regímenes a los que todos los sectores de la clase burguesa presentaban como regímenes “socialistas” u “obreros”. Ese mismo método, que exige estar siempre alerta ante las nuevas situaciones, nos permitió afirmar que quedaba cerrado el largo período de retroceso de la clase obrera, tras su derrota ideológica de 1989. Esto lo hemos plasmado en nuestra resolución sobre la situación internacional adoptada por el reciente XVIº congreso:
“Pero a pesar de todas estas dificultades, este período de retroceso no ha significado, ni mucho menos, el "fin de la lucha de clases". Incluso en los años 1990 hemos visto algunos movimientos (como los de 1992 y de 1997) que ponían de manifiesto que la clase obrera conservaba aún intactas reservas de combatividad. Ninguno de esos movimientos supuso, no obstante, un verdadero cambio en cuanto a la conciencia en la clase. De ahí la importancia de los movimientos que han aparecido más recientemente, que aún careciendo de la espectacularidad y notoriedad ("le Grand soir") de los que tuvieron lugar por ejemplo en Francia en Mayo de 1968, sí representan, en cambio, un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Las luchas de 2003-2005 se han caracterizado porque:
“- implican a sectores muy significativos de la clase obrera de los países del centro del capitalismo (por ejemplo en Francia en 2003);
“- manifiestan una mayor preocupación por problemas más explícitamente políticos. En particular los ataques a las pensiones de jubilación plantean la cuestión del futuro que la sociedad capitalista puede depararnos a todos;
“- Alemania reaparece como foco central de las luchas obreras, lo que no sucedía desde la oleada revolucionaria de 1917-23;
“- la cuestión de la solidaridad de clase se plantea de una forma mucho más amplia y más explícita de lo que se planteó en los años 1980, como hemos visto, sobre todo, en los movimientos más recientes en Alemania” (Resolución publicada en esta misma Revista).
Esa evolución de las luchas del proletariado nos ha permitido comprender plenamente las campañas sobre el llamado “altermundialismo”, promovidas por amplios sectores de la burguesía desde principios del siglo xxi, campañas que se han concretado en particular en la celebración de “foros sociales” mundiales y europeos altamente mediatizados. La clase capitalista era consciente de que el retroceso que logró imponer a su enemigo mortal gracias a las campañas sobre la “muerte del comunismo”, el “fin de la lucha de clases”, “la desaparición de la clase obrera” incluso, no iba a ser algo definitivo y era necesario promover otros temas para tomar la delantera ante el inevitable despertar de las luchas y de la conciencia proletarias.
Esas campañas burguesas no solo van dirigidas a las grandes masas obreras. Su objetivo es también alistar y desviar hacia un atolladero a los elementos más politizados que miran hacia la perspectiva de otra sociedad librada de las calamidades que el capitalismo engendra. Y así la Resolución adoptada por el XVIo congreso deja constancia de que las diferentes expresiones del viraje en la relación de fuerzas entre las clases
“... se ven acompañadas del surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de encontrar claridad política. Esta nueva generación se expresa tanto en una nueva afluencia de elementos netamente politizados, como en nuevas capas de trabajadores que, por vez primera, se incorporan a las luchas. Como se ha podido comprobar en algunas de las manifestaciones más importantes, se están forjando las bases de una unidad entre esta nueva generación y la llamada "generación de 1968" en la que se incluyen tanto la minoría política que reconstruyó el movimiento comunista en los años 1960 y 1970, como sectores más amplios de trabajadores que vivieron la rica experiencia de luchas de la clase obrera entre 1968 y 1989”.
La responsabilidad de la CCI ante el resurgir de nuevas fuerzas revolucionarias
Otra preocupación esencial del XVIo congreso ha sido la de poner a nuestra organización a la altura de sus responsabilidades ante el surgimiento de esos nuevos elementos que se están orientando hacia las posiciones de clase de la Izquierda comunista. Así aparece claramente en la Resolución de actividades adoptada por el Congreso:
“El combate para ganarse a la nueva generación para las posiciones de clase y el militantismo es hoy central en todas nuestras actividades. Esto no sólo en la intervención, sino en toda nuestra reflexión política, nuestras discusiones y preocupaciones militantes. (…)
“La labor actual de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias es antes que nada la del fortalecimiento político, geográfico y numérico de la CCI. Sigue el crecimiento de las secciones, incapaces durante años algunas de ellas de integrar a nuevos miembros, la concreción de una verdadera sección en India, la preparación de las bases para una sección en Argentina. Todo ello es central en nuestras perspectivas”
Esa labor de agrupamiento de las nuevas fuerzas militantes exige en particular que se las defienda contra todos los intentos de destruirlas o llevarlas hacia atolladeros. Y esta defensa solo podrá realizarse si la propia CCI sabe defenderse contra los ataques de que es objeto. El congreso anterior ya constató que nuestra organización fue capaz de repeler los ataques inicuos de la FICCI, impidiéndole que lograra el objetivo abiertamente declarado de ésta, o sea, la destrucción de la CCI, o, al menos, la mayor cantidad de secciones posible. En octubre de 2004, la FICCI montó una nueva ofensiva contra nuestra organización apoyándose en una serie de posiciones calumniosas de un “Círculo de comunistas internacionalistas” basado en Argentina y que se presentaba como el continuador del “Núcleo comunista internacional” (NCI) con el que la CCI había desarrollado discusiones y contactos desde finales de 2003. Lamentablemente, el BIPR hizo su contribución en esta maniobra vergonzosa publicando, en varias lenguas y dejándola durante varios meses en su página Web, una declaración de lo más mentiroso e histérico contra nuestra organización. Actuamos con rapidez publicando una serie de documentos en nuestra página Web para rechazar ese ataque de modo que nuestros agresores acabaron dando la callada por respuesta. Al “Círculo” se le cayó la careta, apareciendo como lo que es, una ficción inventada por el ciudadano B., un aventurerillo del hemisferio austral, de poca monta pero con un morro descomunal y una pretensión sin límites: su página Web, que no había parado un instante con una actividad frenética durante las tres primeras semanas de octubre de 2004, desde el 23 de ese mes es un desierto. La FICCI, tras haberse creído (o hacer creer) durante varios meses la realidad de ese “Círculo”, ahora ya no dice nada sobre el tema. El BIPR, por su parte, ha quitado de su página Web el comunicado de B., pero sin más explicaciones y negándose a publicar el aviso del verdadero NCI sobre las actuaciones de B.
Porque el combate contra esa ofensiva de la “triple alianza” entre el aventurerismo (B.), el parasitismo (FICCI) y el oportunismo (BIPR) ha sido también un combate por la defensa del NCI, que representa un esfuerzo de un pequeño núcleo de camaradas para desarrollar una compresión de posiciones de la Izquierda comunista en relación con la CCI (3).
“La defensa del NCI frente a los ataques conjuntos del “Círculo”, de la “Ficci” y del BIPR muestra el camino a toda la CCI para desarrollar la organización. Esta defensa se basa en:
“- una profunda confianza en la nueva generación, confianza basada en una visión histórica, a largo plazo; (...)
“- ser capaces de trasmitir, con convicción y entusiasmo, nuestras posiciones y nuestra visión del militantismo, de desarrollar la solidaridad proletaria como herramienta básica para la unificación de las fuerzas de clase; (...)
“- acoger a la nueva generación, ni con escepticismo ni “miedo al éxito”, sino con los brazos abiertos, construyendo sobre lo que es positivo en ella para así poder superar sus debilidades;
“- concretar las lecciones aprendidas en la organización, para, con determinación y tras una reflexión de fondo, proteger a los elementos en búsqueda de los peligros del espíritu de círculo, del clanismo, de los gurús y del aventurerismo;
“- usar al máximo todos los medios a nuestra disposición, en acuerdo con las necesidades de la situación, como partes de una estrategia global, desde la correspondencia a las visitas, pasando por Internet, nuestra prensa y nuestras reuniones públicas; combinar la rapidez de nuestras reacciones y el trabajo a largo plazo, un trabajo decidido incluso ante derrotas inmediatas” (Resolución de actividades)
Ante esa labor hacia las personas en búsqueda, la CCI debe poner en práctica una política decidida de intervención. Pero también debe poner el mayor cuidado tanto en la pertinencia de los argumentos en las discusiones como a la cuestión del comportamiento político:
“Siguiendo ese esfuerzo, debemos procurar:
“- establecer o aumentar el impacto de la CCI en todos los países en los que tenemos secciones, pero también en zonas como Rusia o Latinoamérica, estimulando debates (reuniones, foros en Internet), polémicas, correspondencias, revista de prensa, favoreciendo la formación de círculos de discusión y promoviendo su trabajo;
“- atraer a las gentes proletarias hacia nosotros, gracias a la profundidad de nuestros argumentos, pero también a nuestra capacidad para hacernos respetar. La determinación de la CCI en la defensa de los principios, nuestra capacidad para reaccionar contra las maniobras destinadas a sabotear el agrupamiento, eso es lo que hará que ganemos la confianza de las expresiones proletarias, y amedrentar o inhibir a los elementos destructores
“- promover los métodos proletarios de clarificación, de agrupamiento y de comportamiento; (…)
“- intensificar nuestra ofensiva contra el parasitismo, no solo contra la “Ficci”, sino también contra grupos que tienen un impacto internacional como el GCI.”
Por otro lado, el surgimiento de nuevas fuerzas comunistas debe ser un poderoso aguijón que estimule la reflexión y las energías, no solo de los militantes sino también de elementos que fueron afectados por el retroceso de la clase obrera a partir de 1989:
“Los efectos de los acontecimientos históricos contemporáneos en las capas más politizadas de la clase son muy profundos. Estos hechos ya han empezado a despertar la conciencia de una nueva generación para la que el atolladero del capitalismo es una realidad en la que han nacido los elementos de esas nuevas generaciones, pero carecen de formación política o de experiencia de clase. Van a despertar a quienes, en los años 1980 o 90, bajo los primeros efectos de la descomposición, permanecían escépticos sobre una posible política proletaria. Los efectos del actual desarrollo histórico van a hacer volver a la política a una parte de la generación de 1968, que fue entonces desviada y emponzoñada por el izquierdismo. De hecho ya han comenzado a reactivarse antiguos militantes, no sólo de la CCI, sino también de otras organizaciones proletarias. Cada una de las expresiones de esa fermentación representa un valiosísimo potencial para la recuperación de la identidad de clase, de la experiencia de lucha, y de la perspectiva histórica del proletariado. Pero esos potenciales sólo llegarán a materializarse si son agrupados por una organización que representa la conciencia histórica, un método marxista y una experiencia organizativa que, actualmente, sólo la CCI puede ofrecer. Esto hace que el desarrollo continuo y a largo plazo de las capacidades teóricas, la comprensión militante y la centralización de la organización, resulten cruciales para la perspectiva histórica.”
El congreso ha señalado, en efecto, la enorme importancia del trabajo teórico en la situación actual:
“La organización no puede cumplir sus responsabilidades ni hacia las minorías revolucionarias ni hacia la clase en su conjunto, si no es capaz de comprender el proceso de preparación del partido en el contexto más amplio de la evolución general de la lucha de clases. La capacidad de la CCI para analizar los cambios en la relación de fuerzas entre las clases, y para intervenir en las luchas y en la reflexión política que se da en el seno de la clase obrera, tiene una gran importancia a largo plazo en la evolución de la lucha de clases. Pero incluso ahora, es decir a corto plazo, resulta crucial para conquistar nuestro papel dirigente frente a la nueva generación politizada. El que la CCI haya sido capaz de reconocer con rapidez el final cercano del largo retroceso de la combatividad, y sobre todo de la conciencia del proletariado, que se produjo después de 1989, es una primera prueba de la necesaria renovación teórico-política. En estos dos últimos años, hemos comenzado también a adaptar nuestra intervención a las condiciones actuales, a la realidad de la reflexión subterránea, a lo enorme de lo que está en juego, al nivel político tan bajo en la clase y a las grandes dificultades en las luchas inmediatas. La organización debe continuar esta reflexión teórica, sacando un máximo de lecciones concretas de su intervención, abandonando los esquemas del pasado.”
Al mismo tiempo, esa reflexión debe hacerse de carne y hueso, concretándose eficazmente en nuestra propaganda, y para ello, es necesario que la organización dé el mayor apoyo al principal medio de difusión de sus posiciones, o sea, la prensa:
“La evolución de la situación mundial plantea exigencias nuevas y mayores en la calidad de nuestra prensa y su distribución. Por Internet, la organización se ha abierto a una dimensión cuantitativa y cualitativamente nueva de su intervención por vía de prensa. Durante el reciente combate contra la alianza entre el oportunismo y el parasitismo, y gracias a ese medio, la CCI ha podido desarrollar, por vez primera desde la época en que existía una prensa revolucionaria diaria, una intervención en la que fue decisiva la capacidad de replicar inmediatamente. De igual modo, la rapidez con la que la organización ha sido capaz de publicar en su página Web en alemán sus panfletos y análisis sobre las luchas de los obreros de Mercedes y Opel, nos muestra el camino que seguir. El uso creciente de nuestra prensa para organizar y sintetizar debates, para hacer propuestas y lanzar iniciativas hacia las personas en búsqueda, subraya su importancia cada vez mayor como instrumento privilegiado para el agrupamiento, el desarrollo político y numérico de la organización.”
En fin, el congreso ha dedicado una muy particular atención a la cuestión que figura al final de la plataforma de nuestra organización:
“Las relaciones que se establecen entre las diferentes partes y militantes de la organización llevan necesariamente los estigmas de la sociedad capitalista y no pueden, pues, constituir un islote de relaciones comunistas dentro de ella. Sin embargo no pueden estar en contradicción flagrante con los objetivos perseguidos por los revolucionarios, por lo que se apoyan necesariamente en una solidaridad y confianza mutuas, que son signos de pertenencia de la organización a la clase portadora del comunismo”.
Por eso, la Resolución de actividades pone de relieve que:
“La fraternidad, la solidaridad y el sentido de la comunidad forman parte de los instrumentos más importantes en la construcción de la organización, de la capacidad para ganar a nuevos militantes y conservar la convicción militante”.
Esta exigencia, como todas a las que debe hacer frente una organización marxista, requiere una reflexión teórica:
“En la medida que las cuestiones de organización y de comportamiento están hoy en el centro de los debates tanto en el interior como en el exterior de la organización, un eje central de nuestro trabajo teórico en los dos próximos años será la discusión de los diferentes textos de orientación (…), especialmente el texto sobre la ética. Estas cuestiones nos llevan a las raíces de las recientes crisis de la organización, van a las bases fundamentales de nuestro compromiso militante, y son cuestiones centrales para la revolución en esta época de la descomposición. Estas cuestiones están llamadas a desempeñar un papel crucial en la renovación de la convicción militante y en la renovación del gusto por la teoría y por el método marxista que aborda cada cuestión desde un planteamiento histórico y teórico”.
Publicamos en los números 111 y 112 de la Revista internacional le esencial de un texto de orientación adoptado por nuestra organización sobre “La confianza y la solidaridad en la lucha del proletariado” que dio lugar a una profunda discusión en la CCI. Hoy, sobre todo tras unos comportamientos de miembros de la “FICCI” en ruptura total con las bases de la moral proletaria, hemos decidido profundizar esa cuestión en torno a un nuevo texto de orientación que trata de la ética del proletariado, texto cuya versión final publicaremos más tarde. Con esta perspectiva, el XIVº congreso, como así ocurre en la mayoría de los congresos de la CCI, dedicó gran parte de su orden del día a un tema teórico general y haciendo balance de las discusiones llevadas ya a cabo sobre la ética.
Perspectivas enardecedoras
Los congresos de la CCI son siempre momentos de entusiasmo para el conjunto de sus miembros. No podía ser de otra forma cuando militantes venidos de tres continentes y de trece países, animados por las mismas convicciones, se encuentran para discutir juntos las perspectivas del movimiento histórico del proletariado. Pero el XVIo congreso resultó aún más estimulante que la mayoría de los que le precedieron.
Durante casi la mitad de sus treinta años de vida, la CCI ha existido (en el próximo número de la Revista publicaremos un artículo sobre su historia) mientras el proletariado sufría un retroceso de su conciencia, una asfixia de sus luchas y un agotamiento de nuevas fuerzas militantes. Durante más de una década una de las consignas centrales de nuestra organización fue “resistir”. Ha sido una prueba difícil y algunos de los “viejos” militantes no han podido aguantarla (sobre todo los que constituyeron la FICCI y los que abandonaron el combate en los momentos de crisis que hemos conocido en este período).
Actualmente que la perspectiva empieza a aclararse, podemos decir que la CCI, como un todo, ha superado esta prueba. Incluso ha salido fortalecida de ella. Un fortalecimiento político, como pueden juzgar los lectores de nuestra prensa (de quienes recibimos un número creciente de cartas de apoyo). Pero también un fortalecimiento numérico ya que, en el momento actual, las nuevas adhesiones son más numerosas que las dimisiones que conocimos en la crisis de 2001. Y lo que es más destacable, es que un número significativo de estas adhesiones es de gente joven, que no ha sufrido ni ha tenido que superar las deformaciones debidas a la militancia en organizaciones izquierdistas. Elementos jóvenes cuyo dinamismo y entusiasmo sustituyen y superan con creces las cansadas y gastadas “fuerzas militantes” que nos han abandonado.
El entusiasmo de los militantes que participaron en el Congreso ha tenido su mejor expresión en los camaradas que hicieron el discurso de apertura y el de las conclusiones. Fueron dos compañeros de la nueva generación, que ni siquiera eran miembros de ella en el congreso anterior. La decisión de confiarles esa tarea no se debió a no se sabe qué demagogia “projuvenil”: todos los delegados saludaron la calidad y la profundidad de sus intervenciones.
El entusiasmo que se ha vivido durante el XVIo congreso ha sido lúcido. No tiene nada que ver con la euforia ilusoria que se vivió en otros congresos de nuestra organización (euforia que a menudo fue propia de quienes después nos han dejado). La CCI, después de 30 años de existencia, ha aprendido (4), a veces dolorosamente, que el camino que conduce a la revolución no es ninguna autopista, que es sinuoso, y está sembrado de trampas que la clase dominante tiende a su enemigo mortal, la clase obrera, para desviarla de su objetivo histórico.
Los miembros de nuestra organización saben bien actualmente que la militancia no es fácil; que hace falta no solamente una sólida convicción, sino además abnegación, tenacidad y paciencia.
Si embargo, hacen suya la frase de Marx en una carta a J. P. Becker:
“He podido comprobar siempre que los caracteres verdaderamente bien forjados, en cuanto se han metido en la vía revolucionaria, sacan constantemente nuevas fuerzas de la derrota, y se vuelven cada día más resueltos a medida que el fluir del río de la historia los lleva más lejos”.
La conciencia de la dificultad de nuestra tarea no es para desanimarnos. Al contrario, es un factor suplementario de nuestro entusiasmo
Actualmente, el número de participantes en nuestras reuniones públicas ha aumentado sensiblemente, y nos llegan cada vez más correos de Grecia, Rusia, Moldavia, Portugal, Brasil, Argentina, Argelia, Senegal, Irán, Corea, para solicitar directamente su candidatura a nuestra organización, para proponer y desarrollar discusiones o simplemente pedir las publicaciones, pero siempre con una perspectiva militante. Todas esas personas nos permiten confiar en el desarrollo de la presencia de posiciones comunistas en los países donde la CCI no tiene todavía sección, incluso la creación de nuevas secciones en esos países. Saludamos a estos camaradas que vienen hacia las posiciones comunistas y hacia nuestra organización. Nosotros les decimos:
“Habéis hecho una buena elección, la única elección posible si tenéis la perspectiva de integraros en el combate por la revolución proletaria. Pero no habéis elegido lo más fácil: no vais a ver éxitos rápidos, habréis de tener paciencia y tenacidad y no desmoralizaros cuando los resultados no estén a la altura de vuestras esperanzas. Pero no estaréis solos: los militantes actuales de la CCI estarán a vuestro lado y son conscientes de la responsabilidad que el paso que habéis dado representa para ellos. Su voluntad, tal y como se expresa en el XVIo congreso, es la de estar a la altura de esa responsabilidad”.
Corriente comunista internacional
1 No es ni mucho menos una “originalidad de la CCI”, sino una tradición del movimiento obrero. Pero hay que decir que esa tradición ha sido abandonada por la corriente “bordiguista” (en nombre del rechazo del “democratismo”) y que no está muy viva en el Partito comunista internazionalista (Battaglia comunista) componente principal del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) el cual, en sesenta años de existencia solo ha celebrado siete congresos.
2 Sobre la crisis de la CCI y las maniobras de la FICCI, puede leerse “Amenazas de muerte contra militantes de la CCI”, “Reuniones públicas de la CCI prohibidas a los soplones”, “Los métodos policíacos de la FICCI” (en nuestra prensa territorial e Internet, especialmente, en los nos 354, 338 y 330 de Révolution internationale) así como “Conferencia extraordinaria de la CCI : el combate por la defensa de los principios organizativos”, Revista internacional n° 110. El artículo de presentación del XVº congreso publicado en la Revista internacional n° 114 trata también más ampliamente sobre este tema: “Pero para estar a la altura de sus responsabilidades, es preciso también que las organizaciones revolucionarias den la talla para enfrentarse, no sólo a los ataques directos que trata de asestarles la clase dominante, sino también a la penetración en su seno del veneno ideológico que ésta difunde en el conjunto de la sociedad. En particular es su deber combatir los efectos más deletéreos de la descomposición que, de la misma forma que afectan la conciencia del conjunto del proletariado, pesan igualmente en el cerebro de sus militantes, destruyendo su convicción y su voluntad de obrar por la causa revolucionaria. La CCI ha tenido que enfrentarse en el último periodo precisamente a ese ataque de la ideología burguesa favorecido por la descomposición. La voluntad de defender la capacidad de la organización para asumir sus responsabilidades ha estado en el centro de las discusiones del congreso sobre las actividades de la CCI”.
3 Ver al respecto nuestro artículo “El Núcleo comunista internacional: una expresión del esfuerzo de toma de conciencia del proletariado en Argentina”, Revista internacional n° 120.
4 En realidad, habría que decir “ha vuelto a aprender”, puesto que de eso eran muy conscientes las organizaciones comunistas del pasado y, particularmente, la Fracción italiana de la Izquierda comunista de la que se reivindica la CCI.
1. En 1916, en el capítulo introductorio del Folleto de Junius, Rosa Luxemburg explicaba el significado histórico de la Primera Guerra mundial:
“Federico Engels dijo una vez: “La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie”. Pero ¿qué significa “regresión a la barbarie” en la etapa actual de la civilización europea? Hasta ahora leíamos estas palabras sin reflexionar y las repetíamos sin darnos cuenta de su terrible gravedad. En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. El triunfo del imperialismo conduce a la liquidación de la civilización; de manera esporádica durante una de las guerras modernas, pero definitivamente si el período de guerras mundiales que ahora se inicia se mantiene imparable hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Federico Engels pronosticó, una generación antes que nosotros, hace cuarenta años. Hoy nos encontramos ante esa alternativa: o triunfo del imperialismo y con ello decadencia de toda civilización lo que, como en la antigua Roma, conlleva la despoblación, la desolación, la degeneración, en definitiva un enorme cementerio; o victoria del socialismo, es decir de la lucha consciente del proletariado contra el imperialismo y contra su método de actuación: la guerra. Ese es el dilema en que se encuentra la historia de la humanidad, una disyuntiva que aún debe resolverse según actúe el proletariado consciente. El proletariado debe inclinar decisivamente la balanza mediante su combate revolucionario. De ello depende el porvenir de la civilización y de la humanidad.»
La guerra en el capitalismo decadente
2. Casi noventa años más tarde el laboratorio de la historia ha demostrado sobradamente la claridad y la precisión del diagnóstico efectuado por Rosa Luxemburg, esto es, que el conflicto que estalló en 1914 inauguró un “periodo de guerras ilimitadas” que conducirían, si no encontraban respuesta, a la destrucción de la civilización.
Sólo veinte años después de que la rebelión del proletariado pusiera fin a la Primera Guerra mundial pero no lograra acabar con el capitalismo, estallaba la Segunda Guerra mundial imperialista que superó con creces la profundidad y la extensión de la barbarie alcanzada durante la primera. Esta nueva carnicería se caracterizó no sólo por el exterminio masivo y sistemático de seres humanos en los campos de batalla; sino, ante todo y sobre todo, por el genocidio de pueblos enteros, por la masacre de millones de civiles en los campos de la muerte de Auschwitz o Treblinka o machacados por los bombardeos que arrasaron ciudades enteras desde Coventry, Hamburgo y Dresde, hasta Hiroshima y Nagasaki.
Por si mismo, el período 1914-1945 ya habría bastado para confirmar que el sistema capitalista se había adentrado, de manera irreversible, en una etapa de decadencia; que se había convertido ya en un obstáculo fundamental para las necesidades de la humanidad.
3. Los 60 años transcurridos desde 1945 no han puesto en absoluto en entredicho esa conclusión, por mucho que la propaganda burguesa se empeñe en proclamar lo contrario, como sí el capitalismo pudiera vivir su declive histórico durante una década, y salir milagrosamente de él en la década siguiente. Antes incluso de que acabase la segunda carnicería imperialista, dos nuevos bloques imperialistas empezaron ya a actuar para hacerse con el control del planeta. Tanto es así que los Estados Unidos llegaron incluso a retrasar la finalización de la guerra contra Japón, no para ahorrar víctimas entre sus propias tropas sino para poder hacer una espectacular demostración de su terrorífico poderío militar borrando del mapa Hiroshima y Nagasaki. El destinatario de tal exhibición no era desde luego un Japón ya derrotado sino el nuevo rival ruso. Pero es que, pocos años más tarde, los dos nuevos bloques imperialistas se habían dotado ya de suficiente armamento no ya para destruir la civilización, sino para acabar con cualquier signo de vida en el planeta. Durante los cincuenta años siguientes a 1945 la humanidad ha vivido acogotada por el Equilibrio del Terror (cuyas siglas en inglés: MAD – Mutual Assured Destruction – también pueden traducirse por “el loco”). En las regiones subdesarrolladas de la Tierra millones de personas sufrieron terribles hambrunas, mientras la maquinaria de guerra de las grandes potencias imperialistas acaparaba todos los recursos del trabajo humano y de las innovaciones científicas que exigía su insaciable apetito. Además otros tantos millones de seres humanos murieron en las llamadas “guerras de liberación nacional” que eran en realidad la expresión de las sangrientas rivalidades entre las grandes superpotencias en Corea, Vietnam, el subcontinente indio, África y Oriente Medio.
4. El discurso de la burguesía dice que fue ese Equilibrio del Terror lo que “salvó” al mundo de un tercer, y probablemente definitivo, holocausto imperialista. Por ello debíamos estarle agradecidos a la bomba. Pero si una tercera Guerra mundial no acabó por estallar se debió en realidad a que:
– en un primer momento, los dos nuevos bloques imperialistas que se habían formado necesitaban organizarse y condicionar con nuevos lemas ideológicos a la población para poder movilizarla contra un nuevo enemigo. Por otro lado, el boom de la reconstrucción (financiada por el plan Marshall) de las economías destruidas durante la Segunda Guerra mundial, permitió un cierto sosiego de las tensiones imperialistas.
– posteriormente, a finales de los años 60, cuando ya el “boom” económico de a reconstrucción tocaba a su fin, el capitalismo no tenía ya enfrente a un proletariado derrotado como durante la crisis de los años 30, sino a una nueva generación de trabajadores dispuestos a defender sus intereses de clase frente a las exigencias de sus explotadores. En el capitalismo decadente, la guerra mundial requiere la movilización activa y completa del proletariado. Por ello, las oleadas internacionales de huelgas obreras que comenzaron con la huelga general en Francia en mayo de 1968, pusieron en evidencia que, durante los años 1970 y 80, que no existían las condiciones de esa movilización para la guerra.
5. El desenlace definitivo de la larga rivalidad que sostuvieron el bloque ruso y el norteamericano no fue pues una guerra mundial, sino el hundimiento del bloque ruso. Incapaz de competir económicamente con la potencia americana muchísimo más avanzada, así como de reformar sus rígidas instituciones políticas; cercada militarmente por su rival, y – como pusieron de manifiesto las huelgas de masas en Polonia en 1980 – incapaz también de alistar al proletariado para la guerra, el bloque imperialista ruso hizo implosión en 1989. Este triunfo de Occidente fue rápidamente presentado como el signo anunciador de un nuevo período de paz mundial y prosperidad. Pero igualmente sin tardanza estallaron nuevos conflictos imperialistas que tomaron una nueva forma pues ya no existía la conocida unidad del bloque occidental sino que entre los antaño aliados surgían ahora feroces rivalidades imperialistas, y la Alemania recién reunificada planteaba su candidatura para ser la principal potencia mundial capaz de rivalizar con los Estados Unidos. No obstante, en esta nueva etapa de los conflictos imperialistas es menos posible aún que antes el estallido de una guerra mundial, ya que:
– la formación de nuevos bloques se ve retrasada por la por las divisiones internas entre las potencias que, lógicamente, deberían formar un nuevo bloque rival frente a los Estados Unidos, en especial, las potencias europeas más importantes: Alemania, Francia y Gran Bretaña.. La Gran Bretaña no ha abandonado su tradicional política de impedir que otra potencia mayor domine Europa, mientras sigue teniendo muy buenas razones históricas para limitar en lo posible su eventual subordinación a Alemania. Tras la ruptura de la vieja disciplina debida a la existencia de dos bloques imperialistas antagónicos, lo que prevalece en las relaciones internacionales es “el cada uno a la suya”.
– la aplastante superioridad militar de los Estados Unidos, sobre todo si se les compara con Alemania, hace imposible cualquier enfrentamiento directo contra EE.UU. por parte de sus rivales.
– el proletariado no está derrotado. Es verdad que el período abierto con el hundimiento del bloque del Este ha sumido al proletariado en una importante desorientación (sobre todo por el impacto de las campañas ideológicas a propósito de la “muerte del comunismo” y el “fin de la lucha de clases”), pero la clase obrera de las principales potencias capitalistas aún no está predispuesta para dejarse sacrificar en una nueva carnicería mundial.
Por todo ello, los principales conflictos militares del período post-1989 han tomado en la mayoría de las ocasiones la forma de “guerras indirectas”, caracterizadas por que en ellas la potencia mundial dominante ha intentado contrarrestar al creciente desafío a su autoridad, mediante espectaculares demostraciones de fuerza contra potencias de cuarta categoría. Tales han sido los casos de la primera Guerra del Golfo en 1991, del bombardeo de Serbia en 1999, o de las “guerras contra el terrorismo” en Afganistán e Irak tras el atentado contra las Torres gemelas en 2001. En estas guerras se ha ido viendo cada vez más claro cuál es la estrategia global y precisa que persiguen los Estados Unidos: conseguir un completo dominio de Oriente Medio y Asia Central para así cercar militarmente a sus principales rivales (Europa y Rusia), cerrándoles las salidas, y tener en su mano poder cortarles el acceso a las fuentes de energía.
Tras 1989, el mundo ha visto también el estallido de multitud de conflictos regionales y locales – a veces subordinados a la estrategia de EE.UU. y a veces, en cambio, contrariándola – que han extendido la muerte y la destrucción sobre continentes enteros. Tales conflictos han ocasionado millones de muertos, de mutilados y de desplazados, en países africanos como Congo, Sudán, Somalia, Liberia, Sierra Leona y, ahora, amenazan con sumergir a países de Oriente Medio y Asia Central en una situación de guerra civil permanente. En ese proceso asistimos también al alza del fenómeno del terrorismo, que frecuentemente es producto de la acción de fracciones de la burguesía no controladas por ningún estado en particular, y que constituye un elemento suplementario de inestabilidad, llevando además estos mortíferos conflictos al corazón mismo del mundo capitalista (11 de Septiembre, atentados de Madrid…).
6. Aunque la guerra mundial no sea hoy una amenaza tangible para la humanidad como si lo ha sido durante la mayor parte del siglo xx, no por ello la alternativa socialismo o barbarie ha perdido urgencia. En cierta forma es aún más urgente, pues la guerra mundial exigiría una movilización activa del proletariado, mientras que hoy la clase obrera hace frente al peligro de verse progresiva e insidiosamente empantanada en la barbarie:
– la proliferación de guerras locales y regionales podría devastar regiones enteras del planeta haciendo con ello imposible que el proletariado de esas regiones pueda contribuir a la guerra de clases. Eso atañe muy claramente a las muy peligrosas rivalidades que enfrentan a las dos grandes potencias militares del subcontinente indio (India y Pakistán). Y no le van a la zaga la espiral de aventuras militares llevadas a cabo por Estados Unidos. Por mucho que estos pretendan crear un nuevo orden mundial bajo sus auspicios, lo cierto es que el resultado de tales aventuras ha sido no sólo agravar el caos y los antagonismos ya existentes, sino incluso acentuar y agravar la propia crisis histórica del liderazgo norteamericano. La situación actual en Irak así lo confirma con rotundidad. Y sin aspirar siquiera a la reconstrucción de Irak, los Estados Unidos se ven empujados a lanzar nuevas amenazas contra Siria e Irán. Las recientes iniciativas de la diplomacia norteamericana para establecer un diálogo con las potencias europeas sobre la situación de Siria, de Irán o del mismo Irak, no debe hacernos pensar que se rebaja el nivel de tales amenazas. Lo que demuestra la crisis que hoy se vive en Líbano es que los Estados Unidos no tienen tiempo que perder en su afán por lograr un completo dominio de Oriente Medio, objetivo éste que ha de conducir a una fuerte exacerbación de las tensiones imperialistas en general, ya que ninguna de las principales potencias imperialistas puede permitirse dejarles el terreno libre en esta región de una importancia estratégica vital. Esta perspectiva también se dibuja en las intervenciones norteamericanas cada vez más descaradas contra la influencia rusa en países de la antigua URSS (Georgia, Ucrania, Kirguizistán), así como en los importantes desacuerdos que han surgido respecto a la venta de armas a China. En un momento en que precisamente China está afirmando cada vez más sus ambiciones imperialistas, amenazando militarmente a Taiwán y azuzando las tensiones con Japón; resulta que Francia y Alemania se ponen a la vanguardia del movimiento para levantar el embargo de venta de armas a China, decretado tras la matanza de la plaza Tian’anmen en 1989.
– si hay una filosofía que marca el período actual esa es la del “cada uno a la suya”, pero ésta no afecta únicamente a las rivalidades imperialistas, sino también al funcionamiento vital mismo de la sociedad. La aceleración de la atomización social y de todos los venenos ideológicos que de ello se derivan (la gangsterización, la huida hacia el suicidio, la irracionalidad y la desesperación) plantea el riesgo de hacer definitivamente imposible que la clase obrera recupere su identidad de clase y, con ello, la única perspectiva posible de un mundo diferente basado, no en la desintegración social, sino en una verdadera comunidad y en la solidaridad.
– la pervivencia del modo de producción capitalista ya caduco añade al peligro de la guerra imperialista, una nueva amenaza a la posibilidad de construir una nueva sociedad humana. Nos referimos al imparable deterioro del medio ambiente del planeta. Por mucho que varias conferencias científicas hayan alertado sobre ese riesgo, lo cierto es que la burguesía es incapaz de poner en marcha las medidas mínimas para reducir, por ejemplo, el efecto invernadero. El “tsunami” que asoló el sudeste asiático ha demostrado cómo la burguesía es incapaz de mover un solo dedo para proteger a la especie humana de la potencia devastadora e incontrolada de la naturaleza. Y hay que pensar que los efectos del calentamiento global de la Tierra serán aún mucho más devastadores y extensos. Además, el hecho de que las consecuencias más catastróficas de este deterioro puedan parecer aún muy lejanas, hace extremadamente difícil que el proletariado pueda ver en él hoy un motivo de lucha contra el sistema capitalista.
7. Por todas estas razones, los marxistas tienen razón no sólo cuando concluyen que la alternativa socialismo o barbarie sigue teniendo hoy la misma vigencia que en 1916, sino también al afirmar que el avance de la barbarie puede arruinar las bases futuras del socialismo. La historia les confirma no únicamente que el capitalismo es desde hace mucho tiempo una formación social históricamente superada, sino también que esa decadencia que se inició nítidamente con la Primera Guerra mundial, se ha adentrado ya en su fase terminal: la fase de descomposición. Pero no se trata de la descomposición de un organismo ya muerto sino de un pudrimiento en vida, de una gangrena creciente del capitalismo, que se aferra a una prolongada y dolorosa agonía cuyas convulsiones mortales amenazan con arrastrar con él a la muerte al conjunto del género humano.
La crisis
8. La clase capitalista no tiene futuro alguno que ofrecer a la humanidad. Ha sido ya condenada por la historia. Precisamente por ello debe recurrir a todos los medios a su alcance para tratar de ocultar o de negar tal veredicto, para tratar de desprestigiar las previsiones realizadas por el marxismo de que el capitalismo como, por otra parte, todos los anteriores modos de producción está abocado a entrar en una etapa de decadencia y a desaparecer. La clase capitalista se esfuerza pues en segregar a modo de anticuerpos ideológicos con objeto de refutar esta conclusión fundamental del método del materialismo histórico:
– ya antes incluso de la definitiva entrada del capitalismo en su etapa de decadencia, el ala revisionista de la socialdemocracia empezó a poner en duda la visión “catastrofista” de Marx, y a postular, en cambio, que el capitalismo podría continuar existiendo indefinidamente, de lo que deducía que el socialismo no podría alcanzarse a través de la violencia revolucionaria, sino a través de un proceso de cambios pacíficos y democráticos;
– en los años 20, las destacadas tasas de crecimiento industrial en los Estados Unidos llevaron a un “genio” como Calvin Coolidge a proclamar el triunfo del capitalismo, y eso en vísperas nada más y nada menos que del gran “crac” de 1929;
– durante el período de reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial, afamados burgueses como Macmillan les refregaban a los obreros eso del “nunca habéis estado mejor”, mientras los sociólogos elucubraban teorías sobre la “sociedad de consumo”, el “aburguesamiento de los trabajadores”, e incluso los más radicales como Marcuse se afanaban en buscar “nuevas vanguardias” con las que sustituir a los apáticos proletarios;
– tras 1989 hemos asistido a una verdadera crisis de sobreproducción de nuevas teorías, esforzándose todas ellas en explicar que la situación presente no se parecía en nada a lo anterior, y hasta qué punto las teorías de Marx habían quedado anticuadas: la del “final de la historia”, la de la “muerte del comunismo”, la de la “desaparición de la clase obrera”, la globalización, la revolución de los microprocesadores, la economía Internet, la aparición en Oriente de nuevos gigantes económicos cuyos más modernos exponentes serían India o China, etc., etc. Estas teorías resultaban tan persuasivas que acabaron deslumbrando a una nueva generación que se planteaba preguntas sobre el futuro que el capitalismo podría deparar al mundo. Y hay que decir que no sólo a ellos sino que también, y esto es aún más preocupante, tales teorías fueron retomadas, recubiertas con un envoltorio marxista, incluso por elementos de la Izquierda comunista.
En resumidas cuentas que el marxismo ha debido llevar siempre una batalla contra quienes, al menor signo de vida del capitalismo, se han apresurado a proclamar que este tenía ante sí un brillante porvenir. Ante cada florecimiento de este tipo de “teorías” el marxismo ha sabido no capitular ante las apariencias más inmediatas sino mantener una visión histórica y a largo plazo. Las grandes sacudidas de la historia han terminado dándole siempre la razón en esa batalla:
– el “optimismo” plácido de los revisionistas se vino abajo con los acontecimientos verdaderamente catastróficos de 1914-1918, y la respuesta revolucionaria del proletariado que éstos provocaron;
– Calvin Coolidge y sus cofrades quedaron reducidos al silencio por la crisis económica más profunda de la historia del capitalismo que desembocó en el desastre absoluto de la Segunda Guerra mundial imperialista;
– la reaparición de las crisis a finales de los años 1960 “tapó” las bocas de quienes pocos años antes decían que ésta era prácticamente una reliquia del pasado. De igual modo la reanudación de las luchas obreras en respuesta a esta crisis tampoco les permitió mantener mucho más tiempo la patraña de que la clase obrera estaba aburguesada.
El mismo fin ha corrido la proliferación de teorías sobre “el nuevo capitalismo”, “la sociedad post-industrial”, etc. Gran parte de la base sobre la que se sustentaban ha quedado ya desenmascarada por el imparable avance de la crisis. Así las esperanzas que se depositaron en las economías de los Tigres o de los Dragones asiáticos quedaron defraudadas por el repentino batacazo de estos países en 1997; en cuanto a la revolución de las “empresas.com”, Internet, etc. se reveló, más pronto que tarde, como un auténtico fiasco. Otro tanto cabe decir de las “nuevas industrias” en los sectores de informática, comunicaciones, que se han mostrado tan vulnerables a la recesión como la “vieja industria” siderúrgica o los astilleros. Y aunque en multitud de ocasiones le hayan dado por muerta, lo cierto es que la clase obrera sigue levantando la cabeza como vimos por ejemplo en los movimientos en Austria y Francia en 2003, o en las luchas en España, Gran Bretaña y Alemania en 2004.
9. No obstante no podemos caer en el error de subestimar la capacidad mistificadora de tales ideologías en el momento actual, ya que, como todas las mistificaciones, se apoya en toda una serie de “medias verdades”, como que:
– a causa de la crisis de sobreproducción y de las implacables leyes de la competencia el capitalismo ha creado, en las últimas décadas, y en los principales centros de sus sistema, gigantescos desiertos industriales y ha arrojado a millones de trabajadores al desempleo permanente o a un empleo improductivo y mal pagado en el sector “servicios”. Por esas mismas causas una gran cantidad de empleos industriales han sido deslocalizados hacia regiones del “Tercer Mundo” donde se pagan salarios más bajos. Muchos de los sectores tradicionales de la clase obrera se han visto diezmados en ese proceso lo que, sin duda, ha agravado las dificultades del proletariado;
– el desarrollo de nuevas tecnologías ha permitido aumentar tanto la tasa de explotación, como también la velocidad de circulación a escala mundial de capitales y mercancías;
– el retroceso padecido por la lucha de clase en las dos últimas décadas hace difícil que la nueva generación de trabajadores pueda concebir al proletariado como único sujeto capaz de protagonizar el cambio social;
– la clase capitalista ha demostrado una importante capacidad para gestionar la crisis del sistema manipulando, e incluso trampeando, sus propias leyes de funcionamiento.
Podríamos hablar de otros ejemplos, pero ninguno podría servir de base para poner en entredicho la senilidad fundamental del sistema capitalista.
10. La decadencia del capitalismo, en contra de lo que pronosticaron algunos elementos de la Izquierda comunista alemana en los años 1920, nunca ha podido interpretarse como un derrumbe repentino del sistema. Tampoco como el bloqueo absoluto del desarrollo de las fuerzas productivas que erróneamente planteó Trotski en los años 30. Como ya subrayó Marx, la burguesía se hace inteligente en tiempos de crisis y es capaz de aprender de sus propios errores. Durante la década de 1920 fue la última ocasión en que la burguesía creyó realmente poder retornar al liberalismo, al “laissez-faire” del siglo xix. Esto se explica porque la Primera Guerra mundial, aunque resultado en última instancia de las contradicciones económicas del sistema, estalló sin embargo antes de que esas contradicciones pudieran manifestarse en términos “puramente” económicos. La crisis de 1929 fue pues la primera crisis económica mundial del período de la decadencia. Tras esa experiencia la burguesía reconoció la necesidad de un cambio fundamental. Pese a las pretensiones ideológicas contrarias, ninguna fracción de la burguesía pondrá jamás en entredicho la necesidad de que el Estado ejerza su control sobre la economía en general; la necesidad de abandonar la idea de “equilibrio contable” y apostar por el déficit y por todo tipo de manipulaciones ; la necesidad de contar con un enorme sector de armamento en el centro de la actividad económica. Esa misma razón lleva al capitalismo a emplear todos los medios a su alcance para evitar la autarquía que dominó la economía en los años 30. Y aunque se acentúe la tentación de la guerra comercial y de liquidar los organismos internacionales heredados del período de los bloques imperialistas, lo cierto es que una gran parte de estos han sobrevivido debido a que las principales potencias capitalistas entienden la necesidad de poner ciertos límites a la desenfrenada concurrencia económica entre los distintos capitales nacionales.
El capitalismo se mantiene pues en vida gracias a la intervención consciente de la burguesía que ya no puede permitirse verse sometida a la “invisible mano del mercado”. Pero también es verdad, por otra parte, que las soluciones adoptadas se convierten en sí mismas en mayores problemas:
– el recurso al endeudamiento acumula en realidad enormes problemas para el futuro;
– la desmesurada hinchazón del aparato estatal y del sector armamentístico genera tremendas tensiones inflacionistas.
Para enfrentar estos problemas, desde los años 1970, se han puesto en práctica diferentes políticas económicas, unas veces de tipo “keynesiano” y otras “neo-liberales”, pero como ninguna de ellas podía atacar las verdaderas causas de la crisis, tampoco han servido para superarla. Sí es, en cambio, muy significativo el empeño que ha puesto la burguesía para seguir proporcionándole el aire que le falta a la economía y frenar así, mediante un gigantesco endeudamiento, su tendencia a la quiebra. En este aspecto, y durante los años 90, fue la economía norteamericana la que marcó la pauta a seguir, y hoy cuando el “crecimiento” artificial de ésta empieza a desfallecer, le toca a la burguesía china convertirse en el nuevo “el Dorado”. Es verdad que en comparación con la ineptitud de la URSS y de los estados estalinistas de la Europa del Este para adaptarse políticamente a la necesidad de “reformas económicas”, la burocracia china (mascarón de proa del actual “boom”) sí ha conseguido asombrosamente la hazaña de mantenerse con vida. Algunas de las críticas que se hacen a la noción de decadencia del capitalismo presentan precisamente esto como la demostración de que el sistema capitalista tiene aún capacidad de desarrollarse y de lograr un crecimiento real.
La verdad es que el actual “boom” chino no pone en entredicho el declive general de la economía capitalista mundial, puesto que a diferencia de lo que sucedía en el período ascendente del capitalismo:
– el actual crecimiento industrial de China no forma parte de un proceso global de expansión. Todo lo contrario ya que tiene como corolario directo la desindustrialización y el estancamiento de las economías más avanzadas, que deslocalizan hacia China en busca de menores costes laborales;
– el proletariado chino no tiene ante sí la perspectiva de una mejora significativa de sus condiciones de vida, sino que es previsible que sufra cada vez más ataques contra sus condiciones de vida y trabajo, y una acrecentada pauperización de enormes masas de trabajadores y campesinos fuera de las principales zonas de crecimiento;
– ese crecimiento frenético no contribuirá a una expansión global del mercado internacional, sino a profundizar la crisis mundial de sobreproducción pues dado que la capacidad de consumo de las masas chinas es sumamente restringida, la mayor parte de los producido allí se dirige hacia la exportación a los países capitalistas más desarrollados;
– la irracionalidad fundamental del “despegue” chino aparece en toda su magnitud cuando se ven los brutales niveles de contaminación que engendra, lo que evidencia claramente cómo la presión imperativa que sufre cada capital nacional para explotar a mansalva sus recursos naturales para poder ser competitivo en el mercado mundial conduce a una terrible degradación del medio ambiente planetario;
– a imagen y semejanza del sistema capitalista en su conjunto, la totalidad del crecimiento de China está basado en una montaña de deudas que jamás podrá compensar con una verdadera expansión en el mercado mundial.
Hasta la propia burguesía reconoce la fragilidad de este tipo de “boom”, y no esconde la alarma que le inspira la “burbuja” de la economía china. Y no porque le disgusten los niveles bestiales de explotación sobre los que está fundamentada, ni mucho menos, ya que son precisamente estos lo que hace atractivo invertir en China, sino por la excesiva dependencia del conjunto de la economía mundial respecto al mercado chino, y por tanto por las catastróficas consecuencia de un hundimiento de esta economía no sólo para China (que reviviría una situación de violenta anarquía como la de los años 1930), sino para toda la economía mundial.
11. El crecimiento económico actual del capitalismo lejos de desmentir la realidad de la decadencia, la confirma plenamente, puesto que no tiene nada que ver con los ciclos de crecimiento del siglo xix, basados en una verdadera expansión en los sectores periféricos de la producción, en la conquista de los mercados extra-capitalistas. Es cierto que el capitalismo entró en su fase de decadencia bastante antes de que tales mercados se agotasen, como también que el capitalismo ha tratado de utilizar de la mejor forma posible lo que ha ido quedando de estas áreas económicas, como salida para su producción. Ahí están los ejemplos del crecimiento de Rusia durante los años 1930, o la integración de lo que quedaba en el sector agrario durante la reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial. Pero la tendencia dominante en el capitalismo decadente es, desde luego, el recurso a un mercado artificial basado en el endeudamiento.
Hoy no puede negarse que el frenético “consumo” de las dos últimas décadas se ha basado completamente en un endeudamiento de los hogares, que alcanza ya proporciones escalofriantes: billones de libras esterlinas en el caso de Gran Bretaña; el 25 % del Producto interior bruto en EE.UU., etc. No es de extrañar, ya que los gobiernos no sólo fomentan este descomunal endeudamiento de las familias, sino que ellos mismos practican esa misma política a una escala aún mayor.
12. Por otra parte, el crecimiento económico capitalista actual es un ejemplo de lo que Marx llamaba “el crecimiento del declive” (Grundisse), ya que es uno de los factores más importantes de la destrucción del medio ambiente. Los incontrolables niveles de contaminación en China, la enorme aportación de Estados Unidos al aumento de los gases que provocan el “efecto invernadero”, la explotación sin freno de lo que queda de masas forestales…, cuanto presuntamente más “crece” el capitalismo, tanto más se pone de manifiesto que no puede solucionar la crisis de la ecología, que sólo podrá resolverse verdaderamente planteando unas nuevas bases para la producción, es decir con “un plan para la vida de la especie humana” (Bordiga) en armonía con su entorno natural.
13. Con “boom” o con “recesión”, lo cierto es que la realidad que subyace sigue siendo la misma: el capitalismo es incapaz de regenerarse espontáneamente. Los ciclos naturales de acumulación han pasado a la historia. En la primera etapa de la decadencia, entre 1914 y 1968, el ciclo crisis-guerra-reconstrucción reemplazó al ya obsoleto ciclo de expansión y recesión. Pero en 1945, la Izquierda comunista francesa ya demostró tener razón al afirmar que tras la ruina de la guerra mundial no habría una marcha automática hacia la reconstrucción. Lo bien cierto es que si la burguesía norteamericana se dedicó a relanzar las economías europeas y japonesa mediante el Plan Marshall, fue sobre todo debido a la necesidad de anexionar estos países en su área de influencia imperialista, impidiéndoles así la tentación de caer en brazos del bloque rival. Así pues el “boom” económico más importante del siglo xx fue en realidad el resultado de la pugna interimperialista.
14. En su etapa de decadencia, las contradicciones económicas del capitalismo le empujan a la guerra, pero ésta no resuelve tales contradicciones, sino que más bien las agudiza. En todo caso hoy no cabe ya hablar de un ciclo crisis-guerra-reconstrucción y sí, en cambio, de cómo la crisis actual, dada la incapacidad del capitalismo para darle salida a través de una Guerra mundial, constituye el factor primordial de la descomposición del sistema, es decir de su marcha hacia la autodestrucción.
15. Muchas de las críticas que se hacen a la afirmación de que el capitalismo es hoy un sistema decadente, parten de que este análisis supondría una visión fatalista, ya que tanto un hundimiento automático del sistema como su destrucción espontánea por parte del proletariado, haría innecesaria la intervención de un partido revolucionario. Por supuesto que la burguesía ha demostrado ya sobradamente que no va a permitir que su economía se hunda sin más. Sin embargo, abandonado a su propia suerte, el capitalismo sí se encamina a una devastación completa a través de guerras y otros tantos desastres. En ese sentido puede afirmarse que está “condenado” a desaparecer. No existe, en cambio, certeza alguna de que la respuesta del proletariado esté a la altura de ese reto. No hay “fatalidad” alguna predestinada en el libro de la historia. Como Rosa Luxemburg escribió en el capítulo introductorio del Folleto de Junius:
“El socialismo es el primer movimiento popular en la historia que se impone como objetivo y que tiene como mandato histórico dar a la acción social de los hombres un sentido consciente, introducir en la historia un pensamiento metódico y, consecuentemente una voluntad libre. He aquí por que Federico Engels decía que la victoria definitiva del proletariado socialista supone un salto para la humanidad del reino animal al reino de la libertad. Pero este “salto” se inscribe igualmente en las leyes inalterables de la historia, sucediendo a los miles de escalones precedentes de una evolución lenta y tortuosa. Pero jamás se logrará si, del conjunto de premisas materiales acumuladas por la evolución, no surge la chispa de la voluntad consciente de la gran masa popular. La victoria del socialismo no caerá del cielo como una bendición del destino. Sólo se ganará a través de una larga serie de enfrentamientos entre las viejas y las nuevas fuerzas, y en el transcurso de esos enfrentamientos el proletariado internacional realizará su aprendizaje bajo la dirección de la socialdemocracia, intentará tener en sus manos su propio destino y adueñarse del timón de la vida de la sociedad, para dejar de ser el juguete pasivo de la historia e intentar convertirse en su guía consciente.”
El comunismo es pues la primera sociedad en la que la humanidad tendrá el dominio consciente de su capacidad productiva. Y dado que en la lucha proletaria los objetivos y los medios no pueden estar en contradicción, el movimiento hacia el comunismo ha de ser “el movimiento consciente de la inmensa mayoría” (Manifiesto comunista), es decir que la profundización y la extensión de la conciencia de clase representan la medida indispensable del progreso hacia la revolución y la superación definitiva del capitalismo. Ese proceso es, necesariamente, difícil, desigual y heterogéneo porque emana de una clase explotada que carece de todo poder económico en la vieja sociedad, y que se ve sometida constantemente a la dominación y a las manipulaciones ideológicas de la clase dominante. Carece por tanto de cualquier tipo de garantía a priori. Todo lo contrario, pues es perfectamente posible que el proletariado, ante la inmensidad sin precedentes de su tarea histórica, no logre estar a la altura de su responsabilidad histórica, con las terribles consecuencias que eso supondría para la humanidad.
La lucha de clases
16. El nivel más alto hasta ahora alcanzado por la conciencia de clase ha sido la insurrección de Octubre de 1917. Aunque la historiografía burguesa así como sus pálidos reflejos anarquistas y otras ideologías de la misma ralea, han tratado de negarlo diciendo que Octubre de 1917 fue en realidad un golpe de Estado perpetrado por unos bolcheviques ávidos de poder, lo cierto es que Octubre significó que el proletariado se daba cuenta de que la humanidad no tenía más alternativa que hacer la revolución en todos los países. Pero esta comprensión no arraigó con la necesaria profundidad ni se extendió lo suficiente en el conjunto de la clase obrera. Por ello fracasó la oleada revolucionaria, ya que el resto de los trabajadores del mundo, y sobre todo los de Europa, fueron incapaces de desarrollar una comprensión política global que les habría permitido responder conforme a lo que requería el nuevo período de guerras y revoluciones abierto en 1914. Este fracaso trajo como consecuencia, a partir de finales de los años 20, el advenimiento del retroceso más largo y más profundo que el proletariado haya conocido jamás. Este retroceso no se plasmó tanto en la combatividad de los trabajadores –de hecho durante las décadas de 1930 y 1940 aparecieron puntualmente explosiones de combatividad de clase–, sino sobre todo en lo tocante a la conciencia, ya que, políticamente, la clase obrera se adhirió activamente a los programas antifascistas de la burguesía, como fue el caso en España en 1936-39 y en Francia en 1936, o a los de defensa de la democracia y de la “patria” estalinista durante la Segunda Guerra mundial. Este profundo retroceso en su conciencia también pudo apreciarse en la práctica desaparición de las minorías revolucionarias en los años 1950.
17. Pero de nuevo el resurgimiento histórico de las luchas en 1968 volvió a plantear la perspectiva, a largo plazo, de la revolución proletaria, aunque esto no fue algo explícito y consciente más que para una minoría de la clase que originó un renacimiento del movimiento revolucionario a escala internacional. Las oleadas de luchas obreras entre 1968 y 1989 mostraron avances importantes en el terreno de la conciencia, pero tendían a situarse en el terreno de las luchas inmediatas sobre aspectos tales como la extensión y la organización de las luchas, etc. Su punto más débil fue, sin duda, la falta de profundización política, lo que frecuentemente se reflejaba en un rechazo a la política, consecuencia sobre todo de la contrarrevolución estalinista. Pero es que, en el terreno político, la burguesía demostró una sobrada capacidad para maniobrar y confundir a los trabajadores. En un primer momento a través de las ilusiones en el “cambio” encarnado por la llegada al poder de los gobiernos de izquierda en los años 70. Posteriormente, en los años 1980, jugando la baza de que esos mismos partidos de izquierda sabotearan desde dentro las propias luchas. Si bien puede decirse que esas oleadas de luchas consiguieron impedir la marcha a una nueva guerra mundial, también es verdad que su incapacidad para lograr una dimensión histórica y política ha supuesto la entrada de la sociedad en la fase de su descomposición.
El acontecimiento histórico con el que se inaugura esta nueva etapa, o sea el hundimiento del bloque del Este, constituyó tanto una consecuencia como un factor agravante de la propia descomposición. Las convulsiones que se vivieron a finales de los años 1980 fueron por un lado consecuencia de las dificultades políticas del proletariado pero también – puesto que dieron lugar a una incesante matraca propagandística sobre la muerte del comunismo y de la lucha de clases– han sido claves para ocasionar el severo retroceso experimentado por la conciencia en la clase, hasta el extremo de hacer que los trabajadores pierdan de vista su fundamental identidad de clase. Eso ha permitido que la burguesía pueda pues alardear de haber vencido a la clase obrera, sin que ésta, hasta el momento presente, haya sido capaz de evidenciar la fuerza suficiente con la que desmentir esta afirmación.
18. Pero a pesar de todas estas dificultades, este período de retroceso no ha significado, ni mucho menos, el “fin de la lucha de clases”. Incluso en los años 1990 hemos visto algunos movimientos (como los de 1992 y de 1997) que ponían de manifiesto que la clase obrera conservaba aún intactas reservas de combatividad. Ninguno de esos movimientos supuso, no obstante, un verdadero cambio en cuanto a la conciencia en la clase. De ahí la importancia de los movimientos que han aparecido más recientemente, que aún careciendo de la espectacularidad y notoriedad de los ocurridos por ejemplo en Francia en Mayo de 1968, sí representan, en cambio, un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Las luchas de 2003-2005 se han caracterizado por que:
– implican a sectores muy significativos de la clase obrera de los países del centro del capitalismo (por ejemplo en Francia en 2003);
– manifiestan una mayor preocupación por problemas más explícitamente políticos. En particular los ataques a las pensiones de jubilación plantean la cuestión del futuro que la sociedad capitalista puede depararnos a todos;
– Alemania reaparece como foco central de las luchas obreras, lo que no sucedía desde la oleada revolucionaria de 1917-23;
– la cuestión de la solidaridad de clase se plantea de una forma mucho más amplia y más explícita de lo que se planteó en los años 1980, como hemos visto, sobre todo, en los movimientos más recientes en Alemania;
– se ven acompañadas del surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de encontrar claridad política. Esta nueva generación se expresa tanto en una nueva afluencia de elementos netamente politizados, como en nuevas capas de trabajadores que, por vez primera, se incorporan a las luchas. Como se ha podido comprobar en algunas de las manifestaciones más importantes, se están forjando las bases de una unidad entre esta nueva generación y la llamada “generación de 1968” en la que se incluyen tanto la minoría política que reconstruyó el movimiento comunista en los años 1960 y 1970, como sectores más amplios de trabajadores que vivieron la rica experiencia de luchas de la clase obrera entre 1968 y 1989.
19. Contradiciendo la percepción característica del empirismo que no ve más allá del aspecto superficial y que permanece ciega ante las tendencias subyacentes más profundas, lo cierto es que la maduración subterránea de la conciencia no quedó eliminada por el retroceso general de la conciencia en la clase tras 1989. Una de las características de ese proceso subterráneo es que, en sus inicios, se manifiesta sólo a través de una minoría, pero la ampliación de esa minoría expresa el avance y el desarrollo de un fenómeno más amplio en el seno de la clase obrera. Después de 1989 ya apareció una pequeña minoría de elementos politizados que se planteaban cuestiones respecto a las campañas de la burguesía sobre la “muerte del comunismo”. Esta pequeña minoría se ha visto hoy reforzada por una nueva generación que manifiesta abiertamente su inquietud ante la orientación global que va tomando la sociedad burguesa. El significado de este hecho es, en un plano más general, que el proletariado no está derrotado y que sigue estando vigente el curso histórico hacia masivos enfrentamientos de clase que se abrió en 1968. Pero, más concretamente, el “giro” del que antes hablábamos, conjugado con el surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de buscar clarificarse; evidencia que hoy la clase obrera se encuentra en los primeros momentos de un nuevo intento de asalto contra el capitalismo, tras el fracaso de la tentativa de 1968-89.
En el día a día, la clase obrera debe hacer frente a la tarea, aparentemente elemental, de reafirmar su identidad de clase. Pero no olvidemos que, tras esta cuestión, lo que se juega es la perspectiva de una imbricación mucho más estrecha entre la lucha inmediata y la lucha política. Lo que se plantean las luchas en el período de la descomposición puede parecer quizás más “abstracto”, cuando en realidad se trata de cuestiones más globales como son la necesidad de la solidaridad de clase frente a la atomización que reina en el ambiente, el desmantelamiento del Estado del bienestar, la omnipresencia de la guerra, la amenaza que se cierne sobre el medio ambiente del planeta. En definitiva la cuestión del porvenir que puede depararnos esta sociedad y, por tanto, la de una sociedad diferente.
20. En ese proceso de politización hay dos aspectos que hasta ahora han tendido más a inhibir la lucha de clase, pero que están llamados a jugar un papel cada vez más estimulante de los movimientos del futuro. Nos referimos al desempleo masivo y a la cuestión de la guerra.
En las luchas de los años 80, cuando ya el desempleo masivo se hacía cada vez más evidente, ni la lucha de los trabajadores en activo contra los despidos, ni la resistencia de los parados en la calle, alcanzaron niveles significativos. No vimos, desde luego un movimiento de los parados comparable al de los años 1930 en Estados Unidos aún cuando entonces la clase obrera vivía un período de profunda derrota. Durante las recesiones de los 80, los desempleados se vieron confrontados a una terrible atomización, sobre todo la joven generación de proletarios que carecía por completo de experiencia en el trabajo y en el combate colectivos. Pero es que cuando los trabajadores en activo llevaron a cabo grandes luchas contra los despidos (como en el caso de los mineros en Gran Bretaña), el fracaso de tales movilizaciones fue además utilizado por la clase dominante para acentuar los sentimientos de pasividad y de desesperanza. Aún hace poco hemos visto este tipo de reacciones, por ejemplo ante la quiebra de la empresa automovilística Rover en Gran Bretaña, donde la única “alternativa” que se presentaba a los trabajadores era la elección de los nuevos patrones que debían hacerse cargo de la empresa. Sin embargo, teniendo en cuenta la reducción del margen de maniobra de la burguesía, y su creciente dificultad para dar subsidios a los parados, la cuestión del desempleo está destinada a convertirse en un potente factor subversivo, favoreciendo la solidaridad de activos y parados, e impulsando en el conjunto de la clase obrera una reflexión más profunda y más activa sobre la quiebra del sistema.
Otro tanto puede decirse en lo concerniente a la guerra. A comienzos de los años 1990, las primeras guerras de la etapa de la descomposición capitalista (la guerra del Golfo, las guerras balcánicas) tendieron sobre todo a reforzar los sentimientos de impotencia inspirados por las campañas sobre el hundimiento del bloque del Este, en un momento en que las coartadas de la “intervención humanitaria” en África o en los Balcanes gozaban aún de una cierta credibilidad. Pero después de 2001, y la “guerra contra el terrorismo”, la naturaleza engañosa e hipócrita de las justificaciones de la burguesía para la guerra se han hecho, en cambio, cada vez más evidentes, por mucho que el despliegue de enormes movilizaciones pacifistas haya contribuido en gran medida a diluir el cuestionamiento político que tales guerras habían suscitado. Las guerras de hoy tienen además un impacto cada vez más directo sobre la clase obrera, aunque éste se limite especialmente a los países que se ven directamente implicados en tales conflictos. En Estados Unidos, por ejemplo, esto puede apreciarse en que cada vez son más las familias que cuentan entre sus miembros, a proletarios de uniforme muertos o heridos; pero, sobre todo, en el coste económico exorbitante de las aventuras militares que crece proporcionalmente a la disminución del salario social. Y puesto que las tendencias militaristas del capitalismo tienden a desarrollarse en una espiral en continuo aumento, que cada vez escapa más al control de la propia clase dominante, puede deducirse que los problemas de la guerra y su relación con la crisis van a conducir también a una reflexión, mucho más profunda y más amplia, sobre lo que está en juego hoy en la historia.
21. Paradójicamente, sin embargo, la inmensidad de estas cuestiones es una de las principales causas de que la reanudación de las luchas a la que hoy asistimos, parezca mucho más limitada y menos espectacular, en comparación con los movimientos que marcaron la reaparición del proletariado a finales de los años 1960. Frente a problemas tan vastos como son la crisis económica mundial, la destrucción del medio ambiente o la espiral del militarismo, las luchas defensivas cotidianas pueden parecer ineficaces e impotentes. Hasta cierto punto este sentimiento refleja una verdadera comprensión de que no existe solución posible a las contradicciones que acosan al capitalismo. También hemos de ver que, mientras en los años 1970 la burguesía disponía aún de un arsenal de mistificaciones que supuestamente iban a mejorar nuestra existencia, los esfuerzos que la burguesía hace hoy por convencernos de que vivimos en una época de crecimiento y de prosperidad nunca antes vista, recuerdan más bien el empeño del hombre agonizante que se niega a admitir la cercanía de su defunción. Si la decadencia del capitalismo es la época de las revoluciones sociales es, precisamente, porque las luchas de los explotados no pueden conducirles ya a mejora alguna de sus condiciones de vida. Que las luchas pasen del nivel defensivo al ofensivo será desde luego una tarea muy difícil, pero la clase obrera no tendrá más opción que franquear este paso tan sumamente arduo, que la intimida. Como todos los saltos cualitativos habrá de estar precedido por multitud de pequeños pasos, desde huelgas por el pan, hasta la formación de pequeños grupos de discusión en el mundo entero.
22. Ante la perspectiva de la politización de la lucha, las organizaciones revolucionarias tienen un papel único e irremplazable. Sin embargo, la conjunción de los efectos cada vez mayores de la descomposición, con debilidades teóricas y organizativas que vienen de lejos y el oportunismo en la mayoría de las organizaciones políticas proletarias, hacen ver la incapacidad de la mayor parte de esos grupos para poder responder a las exigencias de la historia. El exponente más claro de esto es la dinámica negativa en la que, desde hace algún tiempo, se ve atrapado el BIPR (Buró internacional por el partido revolucionario); no sólo por su total incapacidad para comprender la nueva fase de la descomposición, conjugada además con su abandono de un concepto teórico clave como es el de la decadencia del capitalismo; sino, y esto es aún más desastroso, por su desprecio de los más elementales principios de solidaridad y de comportamiento proletarios, que pone de manifiesto con sus flirteos con el parasitismo y el aventurerismo. Esta regresión resulta más grave si se tiene en cuenta que hoy existen las premisas de la construcción del partido comunista mundial. Al mismo tiempo, el hecho de que los grupos del medio político proletario se descalifiquen ellos mismos en el proceso que lleva a la formación del partido de clase acentúa aún más el papel crucial que la CCI debe ocupar en ese proceso. Cada vez se ve más claro que el futuro partido no será el resultado de una suma “democrática” de los diferentes grupos del medio, sino que la CCI constituye ya el esqueleto del futuro partido. Pero para que el partido tome cuerpo la CCI debe demostrar que está a la altura de la tarea que el desarrollo de la lucha de clases y la emergencia de la nueva generación de elementos en búsqueda le impone.
La revolución de 1905 se produjo cuando el capitalismo empezaba a entrar en su período de declive. La clase obrera se vio entonces ante la necesidad no de luchar por reformas en el seno del capitalismo sino de llevar a cabo una lucha contra el capitalismo para derribarlo, una lucha, pues, en la que más que concesiones en el plano económico, lo central era la cuestión del poder.
El proletariado respondió ante este reto creando las armas de su combate político: la huelga de masas y los soviets.
En la primera parte de este artículo (Revista internacional n°120), veíamos cómo se desarrolló la revolución a partir de una petición al Zar en enero de 1905 hasta llegar a poner en entredicho abiertamente el poder político de la clase dominante. Mostrábamos que se trató de una revolución proletaria que confirmó la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y que fue a la vez una expresión y un catalizador en el desarrollo de la toma de conciencia de la clase revolucionaria. Demostramos que la huelga de masas de 1905 no tuvo nada que ver con la visión confusa que de ella tenía la corriente anarcosindicalista que se estaba desarrollando en aquella misma época (ver los artículos en los nos 119 y 120 de la Revista internacional), una visión que consideraba la huelga de masas como un medio de transformación económica inmediata del capitalismo.
Rosa Luxemburg dejó claro que la huelga de masas unía la lucha económica de la clase obrera a la política y, de este modo, marcaba un desarrollo cualitativo en la lucha de clases, aunque en aquel entonces era imposible comprender plenamente las consecuencias del cambio histórico en el modo de producción capitalista:
“En Rusia, la población laboriosa y a la cabeza de ésta, el proletariado, llevan adelante la lucha revolucionaria sirviéndose de la huelga de masas como del arma más eficaz para conquistar precisamente esos mismos derechos y condiciones políticas cuya necesidad e importancia en la lucha por la emancipación de la clase obrera fueron demostradas por Marx y Engels, quienes las defendieron con todas sus fuerzas en el seno de la internacional, oponiéndose al anarquismo. De este modo, la dialéctica de la historia, la roca sobre la cual reposa toda la doctrina del socialismo marxista, tuvo por resultado que el anarquismo ligado indisolublemente a la idea de la huelga de masas haya entrado en contradicción con la práctica de la propia huelga de masas. Y esta última a su vez, combatida en otra época como contraria a la acción política del proletariado, aparece hoy como el arma más poderosa de la lucha política por la conquista de los derechos políticos” (1).
Los soviets fueron también la expresión de un cambio cualitativo importante en el modo de organización de la clase obrera. De igual modo que la huelga de masas, los soviets no fueron un fenómeno específicamente ruso. Trotski, como Rosa Luxemburg, puso de relieve ese cambio cualitativo, aunque tampoco él, como Luxemburg, no dispusiera de los medios para captar plenamente lo que significaban:
“El soviet organizaba a las masas obreras, dirigía huelgas y manifestaciones, armaba los obreros y protegía a la población contra los pogromos. Sin embargo, hubo otras organizaciones revolucionarias que hicieron lo mismo antes, al mismo tiempo y después de él, y nunca tuvieron la misma importancia. El secreto de esta importancia radica en que esta asamblea surgió orgánicamente del proletariado durante la lucha directa, determinada en cierto modo por los acontecimientos, que libró al mundo obrero “por la conquista del poder”. Si los proletarios, por su parte, y la prensa reaccionaria por la suya dieron al soviet el título de “gobierno proletario” fue porque, de hecho, esta organización no era otra cosa que el embrión de un gobierno revolucionario. El soviet detentaba el poder en la medida en que la potencia revolucionaria de los barrios obreros se lo garantizaba; luchaba directamente por la conquista del poder, en la medida que éste permanecía aún en manos de una monarquía militar y policiaca.
“Antes de la aparición del soviet encontramos entre los obreros de la industria numerosas organizaciones revolucionarias, dirigidas sobre todo por la socialdemocracia. Pero eran formaciones “dentro del proletariado”, y su fin inmediato era luchar “por adquirir influencia sobre las masas”. El soviet, por el contrario, se transformó inmediatamente en “la organización misma del proletariado”; su fin era luchar por “la conquista del poder revolucionario”.
“Al ser el punto de concentración de todas las fuerzas revolucionarias del país, el soviet no se disolvía en la democracia revolucionaria; era y continuaba siendo la expresión organizada de la voluntad de clase del proletariado” (2).
El significado verdadero a la vez de la huelga de masas y de los soviets sólo podían percibirse a la luz de un contexto histórico correcto, comprendiendo cómo y por qué los cambios de las condiciones objetivas del capitalismo determinaban las tareas y los medios de acción tanto de la burguesía como del proletariado.
En la última década del siglo xix, el capitalismo entró en un período de cambio histórico. El dinamismo que le había permitido extenderse a través del planeta seguía vivo gracias a la promoción económica de países como Japón y Rusia, pero ya habían empezado a aparecer en diferentes partes del mundo crecientes tensiones y desequilibrios en la sociedad.
El mecanismo de alternancia regular entre crisis y bonanza económica analizado por Marx a medidos del siglo xix, había empezado a alterarse con crisis más largas y profundas (3). Tras bastantes años de paz relativa, al final del siglo xix y principio del xx aparecieron tensiones crecientes entre los imperialismos rivales, pues la lucha por los mercados y las materias primas sólo empezaba a poder llevarse a cabo expulsando una potencia a la otra. Esto quedó ilustrado con los “empujones por África” (“Scramble for Africa”) cuando, en el plazo de 20 años, un continente entero se encontró repartido entre potencias coloniales y sometido a la explotación más brutal que se haya visto jamás. Los “empujones por África” llevaron a choques diplomáticos frecuentes y a enfrentamientos militares, como los incidentes de Fachoda en 1898, tras los cuales el imperialismo inglés obligó a su rival francés a cederle el Alto Nilo.
Durante ese mismo período, la clase obrera se había lanzado a una serie de huelgas cada vez más intensa y extensa. En Alemania, por ejemplo, la cantidad de huelgas pasó de 483 en 1896 a 1468 en 1900, volviendo a caer a 1144 y 1190 en 1903 y 1904 respectivamente (4). En Rusia en 1898 y en Bélgica en 1902, se desarrollaron huelgas de masas, signos anticipadores de las de 1905. El desarrollo del sindicalismo revolucionario y del anarcosindicalismo fue, en parte, una consecuencia de esa creciente combatividad. El desarrollo de estas formas de lucha se debía al oportunismo cada vez mayor de muchos sectores del movimiento obrero, como lo hemos expuesto en la serie de artículos que hemos empezado a escribir sobre ese tema (5).
Así, para cada una de las dos clases principales, el período era el de un inmenso cambio en el cual los nuevos planteamientos exigían nuevas respuestas cualitativamente diferentes. Para la burguesía, era el final de un período de expansión colonial y el principio de un período de rivalidades imperialistas cada vez más agudas que iba a llevar a la guerra mundial en 1914. Para la clase obrera, ese cambio significaba el fin de una época en la que las reformas podían ser conquistadas en un marco legal o semilegal establecido por la clase dominante, y el principio de otra época en la que sus intereses no podían defenderse si no era cuestionando el Estado burgués. Esta situación acabaría desembocando en última instancia en la lucha por el poder en 1917 y la oleada revolucionaria que le siguió. 1905 fue el “ensayo general” de ese enfrentamiento con lecciones válidas para aquella época pero válidas siempre hoy para quienes quieren verlas.
Rusia no era una excepción en esa tendencia general, pero las características del desarrollo de la sociedad rusa debían llevar al proletariado a enfrentarse, más rápida y profundamente, a algunas consecuencias del nuevo período que se iniciaba.
Aunque más lejos consideraremos los aspectos peculiares de Rusia, es necesario primero dejar claro que la causa subyacente de la revolución eran las condiciones que afectaban a la clase obrera como un todo, como así lo subrayó Rosa Luxemburg:
“De igual modo hay mucha exageración en la idea que nos hacíamos de la miseria del Imperio zarista antes de la revolución. La categoría de obrero que es actualmente la más activa y ardiente, tanto en la lucha económica como en la política, la de los trabajadores de la gran industria de las grandes ciudades, tenía un nivel de vida apenas inferior al de las categorías correspondientes del proletariado alemán; en cierto número de oficios encontramos salarios iguales e incluso superiores a los existentes en Alemania. Del mismo modo, en lo que respecta a la duración del trabajo, la diferencia entre las grandes empresas industriales de los dos países es insignificante. La idea de un pretendido ilotismo material y cultural de la clase obrera rusa no reposa sobre nada sólido. Si se reflexiona un poco es refutada por el hecho mismo de la revolución y el papel eminente que en ella desempeñó el proletariado. Los obreros de la gran industria de San Petesburgo, de Varsovia, de Moscú y de Odesa que encabezaban el combate, están mucha más próximos del tipo occidental en el plano cultural e intelectual de lo que se imaginan los que consideran al parlamentarismo burgués y a la práctica sindical regular como la única e indispensable escuela del proletariado. El desarrollo industrial moderno de Rusia y la influencia de quince años de socialdemocracia dirigiendo y animando la lucha económica han logrado, incluso en ausencia de garantía exteriores del orden legal burgués, un trabajo civilizador importante” (6).
Es cierto que el desarrollo del capitalismo en Rusia se basaba en una explotación feroz de los obreros, con unas jornadas de trabajo largas y unas condiciones que recordaban las del siglo anterior en Inglaterra, pero las luchas obreras se desarrollaron rápidamente a finales del xix y principios del xx.
Ese desarrollo podía observarse en particular, en las factorías Putilov de San Petersburgo, donde se fabricaban armas y navíos. Las factorías empleaban a miles de obreros y en ellas podía producirse a una escala capaz de hacer la competencia a sus rivales más desarrolladas del extranjero.
Los obreros de esas factorías crearon una tradición de combatividad. Fueron un elemento central en las luchas revolucionarias del proletariado ruso tanto en 1905 como en 1917. Las factorías Putilov sobresalían por su tamaño, pero era ya una ilustración de la tendencia general en Rusia al desarrollo de grandes fábricas.
Entre 1863 et 1891, la cantidad de fábricas en la Rusia europea pasó de 11 810 a 16 770, o sea 42 % de aumento, y el número de obreros de 357 800 a 738 100, o sea 106 % de incremento (7). En regiones como la de San Petersburgo, disminuía el número de fábricas, mientras que el de obreros se incrementaba, lo cual indica una tendencia mayor todavía a la concentración de la producción y, por lo tanto, del proletariado (8).
La situación de los ferroviarios en Rusia confirma el argumento de Rosa Luxemburg sobre la situación de los sectores más avanzados de la clase obrera rusa. En lo material, hubo adquisiciones significativas: entre 1885 y 1895, los salarios reales en los ferrocarriles se incrementaron en 18% de media, aunque esta media oculta grandes disparidades entre diferentes puestos de trabajo y regiones del país.
En el plano de la cultura proletaria, una tradición de lucha remontaba a los años 1840-1850, cuando los siervos fueron movilizados para construir los ferrocarriles. Pero fue en el último cuarto de siglo cuando los ferroviarios llegaron a ser la fracción central del proletariado urbano con una experiencia significativa de la lucha: entre 1875 y 1884, hubo 29 “incidentes” y en la década siguiente, 33.
Cuando, después de 1895, empezaron a degradarse las condiciones de trabajo, los ferroviarios reaccionaron:
“... entre 1895 y 1904 el número de huelgas ferroviarias fue tres veces superior al de los dos decenios precedentes juntos... Las huelgas de finales de los años 1890 eran más determinadas y menos defensivas... Tras 1900, los trabajadores respondieron al inicio de la crisis económica con una resistencia y una combatividad crecientes y los metalúrgicos de los ferrocarriles actuaban con frecuencia de manera concertada con los obreros de la industria privada; los agitadores políticos, la mayoría socialdemocratas, tenían una influencia significativa” (9).
En la revolución de 1905, los ferroviarios iban a desempeñar un papel de primer plano, poniendo su habilidad y experiencia al servicio de toda la clase obrera, impulsando la extensión de la lucha y el paso de la huelga a la insurrección. No fue una lucha de pordioseros que el hambre lleva a amotinarse ni una lucha de campesinos vestidos de obreros, sino la de una parte vital y dotada de una elevada conciencia de clase del proletariado internacional. Fue en esas condiciones, en ese contexto común a la clase obrera internacional, en el que tuvieron un fuerte impacto los aspectos particulares de la situación en Rusia, la guerra con Japón en el extremo oriente y la represión política en el interior.
La guerra entre Rusia y Japón de 1904-1905 fue una consecuencia de las rivalidades imperialistas entre esas dos nuevas potencias capitalistas de finales del siglo xix. El enfrentamiento se fue perfilando en los años 1890 en torno a la cuestión de sus influencias respectivas en China y Corea. A principios de la década de 1890 se iniciaron las obras del Transiberiano, línea que debía permitir a Rusia penetrar en Manchuria, a la vez que Japón desarrollaba intereses económicos en Corea. Las tensiones se fueron incrementando durante esa década pues Rusia obligó a Japón a retirarse de una serie de posiciones que tenía en el continente; y llegaron a su punto álgido cuando Rusia empezó a desarrollar sus propios intereses en Corea.
Japón propuso que se pusieran de acuerdo los dos para respetar cada cual la esfera de influencia del otro. Al no responder Rusia, Japón lanzó un ataque sorpresa sobre Port Arthur en enero de 1904.
La enorme disparidad entre las fuerzas militares de ambos protagonistas hacía prever el resultado de la guerra como algo ya resuelto de antemano. Al principio, su declaración fue saludada en Rusia por una explosión de fervor patriótico y la denuncia de esos “insolentes mongoles” en manifestaciones estudiantiles de apoyo a la guerra.
No hubo victoria rápida ni mucho menos. El Transiberiano no estaba terminado de modo que las tropas no podían ser trasladadas rápidamente al frente; el ejército ruso tuvo que retroceder; en mayo, la guarnición quedó aislada y la flota rusa mandada para relevarla fue destruida; y el 20 diciembre, tras un asedio de 156 días, caía Port Arthur.
En lo que a medios militares se refiere, no había precedentes para aquella guerra. Se enviaron millones de soldados al frente, en Rusia fueron llamados 1 200 000 reservistas; la industria se puso al servicio de la guerra, lo que desembocó en penurias y una agravación de la crisis económica. En la batalla de Mukdon en marzo de 1904, combatieron 600 000 hombres durante dos semanas, dejando 160 000 muertos.
Fue hasta entonces la mayor batalla de la historia y un signo anunciador de lo que iba a ser 1914. La caída de Port Arthur significó para Rusia la pérdida de su flota del pacífico y la humillación de la autocracia. Lenin extrajo de esos acontecimientos grandes lecciones:
“Pero aún es mayor la importancia que la catástrofe militar sufrida por la autocracia reviste como síntoma del derrumbe de todo nuestro sistema político. Los tiempos en que las guerras eran libradas por mercenarios o por representantes de una casta semiaislada del pueblo, han pasado para no volver (...) La guerras las libran ahora los pueblos, y esto hace que hoy se destaque con claridad una de las grandes cualidades de la guerra, a saber: la que pone de manifiesto de modo tangible, ante los ojos de decenas de miles de personas, la discordia existente en el pueblo y el gobierno, que hasta hoy sólo era evidente para una pequeña minoría consciente. La crítica que todos los rusos progresistas, la socialdemocracia y el proletariado de Rusia formulaban contra la autocracia se ve confirmada ahora por la critica de las armas japonesas, hasta el punto de que la imposibilidad de seguir viviendo bajo la autocracia la sienten ahora, cada vez más, inclusive quienes no saben lo que la autocracia significa, inclusive quienes, aún sabiéndolo, desearían con toda su alma mantener en pie el régimen autocrático. La incompatibilidad de la autocracia con los intereses de todo el desarrollo social, con los intereses de todo el pueblo (excepto un puñado de funcionarios y mangantes) se puso de manifiesto el día en que el pueblo se vio obligado a pagar con su sangre las cuentas del Gobierno autocrático. Su estúpida y criminal aventura colonialista ha metido a la autocracia en un callejón sin salida, del cual el pueblo podrá salir sólo por si mismo, y sólo derrocando al zarismo” (10).
En Polonia, el impacto económico de la guerra fue especialmente devastador: entre 25 y 30 % de los obreros de Varsovia fueron despedidos, para otros los salarios se redujeron hasta la mitad. En mayo de 1904, hubo enfrentamientos entre obreros y policía ayudada ésta por los cosacos. La guerra empezaba a provocar una oposición cada vez más fuerte. Durante el “domingo sangriento”, cuando las tropas empezaron a aplastar a los obreros que habían ido a presentarle una súplica al Zar,
“No en vano los obreros de Petesburgo gritaban a los oficiales –según informan todos los corresponsales extranjeros– que tenían más éxito en su lucha contra el pueblo ruso que contra los japoneses” (11).
Después, se rebelaron sectores del ejército contra la situación que se les imponía, poniéndose del lado de los obreros:
“La moral de los soldados se ha debilitado mucho con la derrota en Oriente y la incapacidad notoria de sus dirigentes. Después el descontento creció ante la resistencia del Gobierno a mantener su promesa de una rápida desmovilización. El resultado fueron motines en muchos regimientos y, en ciertos momentos, batallas campales. Los informes de tales desordenes veían de los sitios más recónditos como Grodno y Samara, Rostov y Kursk, desde Rembertow hasta Varsovia, de Riga a Letonia y Viborg en Finlandia, de Vladivostok a Irkutsk.
En otoño el movimiento revolucionario en la marina se había hecho más fuerte y, como consecuencia, se produjo un motín en Octubre en la base naval de Cronstadt, en el Báltico; motín que con el que se acabó empleando la fuerza.
Aún le siguió otro motín en la flota del Mar Negro, en Sebastopol, que estuvo en cierto momento a punto de controlar toda la ciudad” (12).
En su llamamiento a la clase obrera de mayo de 1905, los bolcheviques plantearon la cuestión de la guerra y de la revolución como un único problema:
“¡Camaradas! En Rusia nos encontramos ahora en vísperas de grandes acontecimientos. Nos lanzamos al furioso combate contra el Gobierno autocrático zarista y tenemos que llevar esta lucha hasta su victorioso desenlace. ¡Véase a qué extremos de desventura ha arrastrado a todo el pueblo ruso este Gobierno de verdugos y tiranos, de cortesanos venales y lacayos del capital! El Gobierno zarista ha arrojado al pueblo ruso a la insensata guerra contra el Japón. Cientos de miles de jóvenes vidas humanas le han sido arrebatadas al pueblo, para sacrificarlas en Extremo Oriente. No hay palabras para expresar todas las calamidades que esta guerra trae consigo. ¿Y por qué se combate? ¡Por la posesión de Manchuria, territorio que nuestro rapaz Gobierno zarista arrebató a China! Se derrama la sangre rusa y se arruina nuestro país en la disputa por un territorio ajeno. Cada vez es más dura la vida del obrero y del campesino, cada vez les aprietan más el dogal al cuello los capitalistas y los funcionarios, y mientras tanto el Gobierno zarista envía al pueblo a expoliar tierras ajenas. Los incapaces generales zaristas y los funcionarios venales han causado la pérdida de la flota rusa, dilapidado cientos de miles de millones del patrimonio del pueblo, sacrificado ejércitos enteros, pero la guerra sigue e inmola nuevas vidas. El pueblo se hunde en la ruina, la industria y el comercio se paralizan, el hambre y el cólera son inminentes, pero el Gobierno autocrático zarista, en su loca ceguera, sigue impertérrito su camino, dispuesto a que Rusia perezca con tal de que se salve el puñado de verdugos y tiranos. Y por si la guerra contra Japón no bastara, desencadenan ahora otra: la guerra contra todo el pueblo ruso” (13).
La guerra también servía para desviar el movimiento creciente contra la política opresiva de la autocracia. Se mencionaban estas palabras de Plehve, ministro del Interior, en diciembre de 1903: “para impedir la revolución necesitamos una pequeña guerra victoriosa” (14).
El poder de la autocracia se había fortalecido tras el asesinato del zar Alejandro II en 1881 por miembros de Voluntad del pueblo, un grupo que había decidido usar el terrorismo contra la autocracia (15).
Se tomaron nuevas “medidas de excepción” para poner fuera de la ley toda acción política, pero fueron en realidad la norma: ““Es cierto que ... entre la promulgación del Estatuto del 14 de Agosto de 1881 y la caída de la dinastía en Marzo de 1917, no hay un solo instante en que las “medidas de excepción” no hayan estado en vigor en alguna parte del país o en su mayor parte” (16).
El “nivel reforzado” de esas medidas permitía a los gobernadores de las regiones concernidas encerrar a las personas durante tres meses sin juicio, prohibir toda conversación privada o pública, clausurar fábricas y almacenes, deportar a individuos. Le “nivel extraordinario” era, en realidad, la ley marcial impuesta en una región, con detenciones arbitrarias, encarcelamientos y multas. El uso de soldados contra las huelgas y las manifestaciones era de lo más corriente y muchos obreros fueron matados en las luchas. La cantidad de obreros encarcelados o en presidios se incrementaba por toda Rusia, al igual que la de exilados hacia los confines extremos del país.
Durante aquel período se incrementó regularmente la proporción de obreros acusados de crímenes contra el Estado. En 1884-90, la cuarta parte de los acusados eran trabajadores manuales; en 1901-1903, eran ya las tres quintas partes. Esto refleja el cambio habido en el movimiento revolucionario, entre un movimiento dominado por los intelectuales a otro compuesto de obreros, como la decía un carcelero con este comentario:
“¿Por qué acuden cada vez más campesinos politizados? Antes eran caballeros, estudiantes y jovencitas, pero ahora son obreros campesinos como nosotros” (17).
Junto a esas formas “légales” de opresión, el Estado ruso empleó otros medios. Por un lado, alentaba el antisemitismo, cerrando los ojos ante los pogromos y las matanzas a la vez que aseguraba una protección del grupo que ejecutaba la labor, la Unión del pueblo ruso, más conocida por los Cien negros, abiertamente apoyada por el Zar. Se denunciaba a los revolucionarios como parte de un complot dirigido por los judíos para tomar el poder. Esta estrategia iba a ser utilizada contra los revolucionarios de 1905 y para castigar a los obreros y los campesinos.
Por un lado, el Estado intentaba apaciguar a la clase obrera creando una serie de “sindicatos policíacos” dirigidos por el coronel Zubatov. La labor de esos sindicatos consistía en atajar el ardor revolucionario de la clase obrera manteniéndolo dentro de las reivindicaciones económicas inmediatas, pero los obreros de Rusia empujaron esos límites al máximo y después, en 1905, acabaron saltándoselos. Lenin estimaba que la situación política en Rusia “... “incita” vivamente a los obreros que están llevando a cabo la lucha económica a ocuparse de cuestiones políticas” (18), y defendía que la clase obrera podía utilizar esos sindicatos si los revolucionarios sabían poner en evidencia las trampas que tendía la clase dominante.
“En ese sentido podemos y debemos decir a los Zubátov y a los Ozerov: ¡Trabajen ustedes, señores, trabajen!. Por cuanto tienden ustedes una celada a los obreros... nosotros ya nos encargaremos de desenmascararles. Por cuanto dan ustedes un paso efectivo hacia delante –aunque sea en forma del más “tímido zigzag” pero un paso hacia delante– les diremos: ¡Sigan, sigan!. Un paso efectivo hacia delante no puede ser sino una aplicación efectiva, aunque minúscula, del campo de acción de los obreros. Y toda ampliación semejante ha de beneficiarnos y precipitará la aparición de asociaciones legales en las que no sean los provocadores quienes pesquen a los socialistas, sino los socialistas quienes pesquen adeptos” (19).
De hecho, cuando estalló la revolución, primero en 1905 y luego en 1917, no fueron los sindicatos los que salieron reforzados sino que se creó una nueva organización adaptada a la tarea que ante sí tenía el proletariado: los soviets.
Si bien los factores expuestos arriba permiten explicar por qué los acontecimientos de 1905 ocurrieron en Rusia, no por ello son solo significativos del contexto ruso. ¿Qué es lo significativo en 1905? ¿Qué lo define?
Un aspecto llamativo de 1905 fue el desarrollo de la lucha armada en diciembre. Trotski hizo una vehemente reseña de la batalla que hubo en Moscú cuando la clase obrera de la región levantó barricadas para defenderse contra las tropas zaristas mientras la Organización combatiente socialdemócrata estaba llevando a cabo una guerrilla por las calles y las casas:
“El siguiente relato dará una idea de lo que fueron los combate. Avanzaba una compañía de georgianos (20), que contaban con los hombres más intrépidos. Se componía su destacamento de veinticuatro tiradores, avanzando en perfecto orden, de dos en dos. Advertidos por la multitud de que dieciséis dragones, al mando de un oficial venían a su encuentro, la compañía se desplegó empuñando los máuseres y, en cuanto apreció la patrulla, ejecutó unos disparos simultáneos. El oficial cayó herido y los caballos, situados en primera línea, también heridos, se encabritaron. Se apoderó de la tropa una confusión tal, que los soldados fueron incapaces de disparar. Así, la compañía obrera no había hecho más de 100 disparos, mientras los dragones se daban a una fuga desordenada, dejando tras sí algunos heridos y muertos. “Marchaos ahora –decían apresuradamente los espectadores– la artillería estará aquí en un instante”. En efecto no tardó en aparecer y, con sus primeras descargas, comenzaron a caer personas, heridas o muertas, en medio de esa multitud desarmada que no se había imaginado que podría servir de blanco al ejército. Pero los georgianos se preparaban entretanto y volvieron a disparar contra las tropas. La compañía obrera era casi invulnerable, protegida por la simpatía general” (21).
No es sin embargo la lucha armada, por muy valiente que fuera, lo que define 1905. La lucha armada fue evidentemente una expresión de la lucha entre les clases por el poder, pero marcó la fase última, pues surge cuando el proletariado está enfrentado a los contraataques eficaces de la clase dominante. Los obreros, primero, intentaron ganarse a las tropas, pero los enfrentamientos se multiplicaron cada día más, volviéndose más y más sangrientos. La lucha armada fue un intento por defender unas zonas bajo control de la clase obrera y no una tentativa de extender la revolución. Doce años más tarde, cuando los trabajadores volvieron a enfrentarse a los soldados, su éxito fue haberse ganado a partes importantes de los ejércitos y de la marina, lo cual fue una garantía de supervivencia y de avance de la revolución.
Además, los enfrentamientos armados entre la clase obrera y la burguesía tenían ya una larga historia. Los primeros años del movimiento obrero en Inglaterra estuvieron marcados por choques violentos. Por ejemplo, en 1800 y 1801, hubo una oleada de motines contra el hambre, algunos de los cuales parecían haber sido planificados de antemano con documentos impresos llamando a los obreros a reunirse. Un año más tarde hubo informes diciendo que los obreros se estaban entrenando en el manejo de las picas y que había asociaciones secretas que conspiraban por la revolución. Durante la década siguiente, el movimiento “luddiste”, que a sí mismo se nombraba “Ejército de los enderezadores”, se desarrolló como reacción contra el empobrecimiento de miles de tejedores.
Unos años más tarde, los “Chartistas de la Fuerza física”, prepararon planes de insurrección. Las jornadas de junio de 1848 y sobre todo la Comuna de Paris en 1871 vieron cómo estallaba a la luz del día el violento enfrentamiento entre las clases. En Estados Unidos, la explotación feroz que había acompañado la acelerada industrialización del país provocó una violenta oposición, como fue el caso de los Molly Maquires que se habían especializado en el asesinato de patronos y transformaban las huelgas en conflictos armados (22). Lo que caracterizó 1905, no fue el enfrentamiento armado, sino la organización del proletariado con unas bases de clase para alcanzar sus objetivos generales. De ahí un nuevo tipo de organización, los soviets, con nuevos objetivos, y que, necesariamente, debían suplantar a los sindicatos.
En uno de los primeros estudios y más importantes sobre los soviets, Oskar Anweiler afirma que:
“... Será más conforme a la realidad histórica mantener que éstos últimos (los soviets de 1905), al igual que los soviets de 1917, se desarrollaron durante largo tiempo sin deberle nada al partido bolchevique ni a si ideología y que, de entrada, no buscaban para nada conquistar el poder del Estado” (23).
Es una buena evaluación de la primera etapa de los soviets, pero deja de ser verdad para las siguientes cuando se da a entender que la clase obrera se habría contentado con seguir al cura Gapone y seguir rogando al “Padrecito” (el Zar). Entre enero y diciembre de 1905, algo cambió. Comprender qué cambió y cómo es la clave para entender 1905.
En el primer artículo de esta serie, subrayamos el carácter espontáneo de la revolución. Las huelgas de enero, octubre y diciembre, parecían haber surgido de no sé sabe dónde, haber prendido con la lumbre de unos acontecimientos en apariencia insignificantes como lo fue el despido de dos obreros de una fábrica. Las acciones desbordaron incluso a los sindicatos más radicales:
“El 30 de Septiembre, comenzó la agitación en los talleres de las líneas Kursk y Kazán. Estas dos vías estaban preparadas para abrir la campaña del primero de Octubre. El sindicato las retuvo. Fundándose en la experiencia de las huelgas de empalmes de febrero, abril y junio, preparaba la huelga general de los ferrocarriles para el momento de convocatoria de la Duma; en aquel momento, se oponía a toda acción separada. Pero la fermentación no se apaciguaba. El 20 de septiembre se había inaugurado en Petersburgo la Conferencia oficial de los representantes ferroviarios, en relación a las cajas de retiro. La Conferencia tomó sobre sí la ampliación de sus poderes y, con el aplauso de todos los ferroviarios, se transformó en un congreso independiente, sindical y político. De todas partes llegaron felicitaciones al congreso. La agitación crecía. La idea de una huelga general inmediata en los ferrocarriles comenzaba a abrirse paso en el radio de Moscú” (24).
Los soviets se desarrollaron con unas bases que iban más allá de la vocación del sindicato. El primer organismo que puede considerarse como soviet aparece en Ivanovo-Voznesensk en la Rusia central. El 12 de mayo estalla una huelga en una fábrica de la ciudad que era conocida como el Manchester ruso y, en unos cuantos días, se cerraron todas las fábricas y más de 32 000 obreros se pusieron en huelga. Tras una sugestión de un inspector de la fábrica, fueron elegidos delegados para representar a los obreros en las discusiones. La Asamblea de delegados, compuesta por unos 120 obreros, se reunió con regularidad durante las semanas siguientes. Su objetivo era conducir la huelga, impedir acciones y negociaciones separadas, asegurar el orden y organizar las acciones obreras y que el trabajo solo cesara tras una orden suya. El soviet emitió una gran cantidad de reivindicaciones, a la vez económicas y políticas, incluida la jornada de 8 horas, un salario mínimo más elevado, que se pagaran los días de baja por enfermedad o maternidad, libertad de reunión y de palabra. Creó después una milicia obrera para proteger a la clase de los ataques de los Cien Negros, impedir los enfrentamientos entre los huelguistas y los que todavía seguían trabajando, mantener el contacto con los obreros de las zonas más alejadas.
Las autoridades cedieron ante la fuerza organizada de la clase obrera pero empezaron a reaccionar hacia finales de mes prohibiendo la milicia. Una asamblea masiva a principios de junio fue atacada por los Cosacos, que mataron a varios obreros y detuvieron a otros. La situación se fue degradando más al final del mes: hubo motines y otros enfrenamientos con los Cosacos. Se lanzó una nueva huelga en julio, implicando a 10 000 obreros, pero fue derrotada al cabo de tres meses con la única conquista aparente de la reducción de la jornada de trabajo.
En ese primer esfuerzo podía ya percibirse la naturaleza fundamental de los soviets: unificación de los intereses económicos y políticos de la clase obrera, y al unir a los trabajadores con una base de clase más que corporativa, el soviet tendió a ser cada día más político, lo cual, irremediablemente, llevaba a un enfrentamiento entre el poder establecido de la burguesía y el poder emergente del proletariado. El que la cuestión de la milicia obrera fuera central en la vida del soviet de Ivanovo-Voznesensk no se debió a la amenaza militar inmediata que esa milicia presentaba, sino a que planteaba la cuestión del poder de clase.
Esa tendencia a crear poderes opuestos al oficial por todas partes está presente en todo el relato de Trotski sobre 1905. Eso es lo que se planteó explícitamente en 1917 con la situación de doble poder:
“Si el Estado es la organización de una supremacía de clase y la revolución la sustitución de la clase dominante, el paso del poder de unas manos a otras ha de crear necesariamente antagonismos en la situación del Estado, principalmente bajo la forma de una dualidad de poderes. La relación de fuerzas entre las clases no es un dato matemático que puede calcularse de antemano. Mientras que el viejo régimen ha perdido su equilibrio, una nueva relación de fuerzas sólo puede establecer como resultado de su verificación recíproca en la lucha. Y eso es la revolución” (25).
La situación de doble poder no se alcanzó en 1905, pero la cuestión se planteódesde el principio:
“El soviet, desde el momento en que fue instituido hasta el de su pérdida, permaneció bajo la poderosa presión del elemento revolucionario, el cual, sin perderse en consideraciones vanas, desbordó el trabajo de la inteligencia política.
“Cada uno de los niveles de la representación obrera estaba predeterminado, “la táctica” a seguir se imponía de manera evidente. No había que examinar los métodos de lucha, apenas se contaba con el tiempo de formularlos...” (26).
Esa es la cualidad esencial del soviet y eso es lo que lo distingue de los sindicatos. Los sindicatos son un arma de lucha del proletariado en el capitalismo, los soviets son un arma en su lucha contra el capitalismo, por su derrocamiento. En un principio no se oponen, por el hecho de que ambos surgen de las condiciones objetivas de la lucha de clase de su época y están en continuidad puesto que ambos luchan por los intereses de la clase obrera; pero acaban oponiéndose cuando la forma sindical sigue existiendo después de que su contenido de clase –su papel en la organización de la clase y en el desarrollo de su conciencia– se haya transferido a los soviets. En 1905, esa oposición no apareció todavía; los soviets y los sindicatos podían coexistir y, en cierto modo, reforzarse mutuamente, pero, implícitamente, esa oposición estaba inscrita en la manera con la que los soviets pasaban por encima de los sindicatos.
Les huelgas de masas que se desarrollaron en octubre de 1905 desembocaron en la creación de otros muchos soviets, con el de San Petersburgo a la cabeza. En total se han identificado entre 40 y 50 soviets así como también algunos soviets de soldados y de campesinos. Anweiler insiste en sus variopintos orígenes:
“Su nacimiento se produjo o bien de forma mediatizada, en el marco de organizaciones de viejo tipo –comités de huelga o asambleas de diputados, por ejemplo– o bien de forma inmediata, por iniciativa de las organizaciones locales del partido socialdemocrata, que en este caso tenían una influencia decisiva en el soviet. La linde entre el comité de huelga puro y simple y el consejo de diputados obreros realmente digno de ese nombre con frecuencia era difusa, y sólo en los principales centros de la revolución y de la clase trabajadora como (dejando aparte San Petesburgo) Moscú, Odessa, Novorossiisk y la cuenca del Donetz, los consejos tuvieron una forma organizativa netamente diferente” (27).
Por su novedad, seguían el flujo y el reflujo de la marea revolucionaria:
“La fuerza del soviet residía en el animo revolucionario, la voluntad de combate de las masas, frente a la debilidad del régimen imperial. En esos “días de la libertad”, las masas obreras, exaltadas, respondían con entusiasmo a los llamamiento del órgano que ellos mismos habían elegido; cuando se relaja la tensión y la indolencia y la decepción se abren paso, los soviets pierden su influencia y su autoridad” (28).
Los soviets y la huelga de masas surgieron a partir de las condiciones de existencia objetivas de la clase obrera exactamente como los sindicatos lo habían hecho antes que ellos:
“Los consejos de diputados obreros se formaron respondiendo a una necesidad práctica, suscitada por la coyuntura de entonces: había que tener una organización que gozara de una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que reagrupara de golpe a las masas diseminadas e inconexas; esta organización debía ser una punto donde confluir todas las corrientes revolucionarias dentro del proletariado; debía tener iniciativa y capacidad para controlarse ella misma de forma automática; y lo esencial, en fin, poder crearla en veinticuatro horas” (29).
Por eso es por lo que en el siglo xx, después de 1905, la forma del soviet, como tendencia o como realidad, volvió a aparecer en ciertos momentos cuando la clase obrera estaba en la ofensiva:
“El movimiento en Polonia, por su carácter masivo, por su rapidez, por su extensión por encima de las categorías y regiones, no solo confirma la necesidad sino también la posibilidad de una generalización y autoorganización de la lucha” (30).
“El habitual empleo masivo y sistemático de la mentira por parte de las autoridades, al igual que el control totalitario ejercido por el Estado sobre todos y cada uno de los aspectos de la vida social, empuja a los obreros polacos a llevar la autoognaización de la clase mucho más lejos de lo que habíamos visto hasta ahora” (31).
North, 14/06/05
La continuación de este artículo aparecerá en el próximo número de la Revista internacional y podrá consultarse próximamente en nuestra página Web. Tratará, en particular de las cuestiones siguientes:
– Es el soviet de los diputados obreros de San Petersburgo el punto culminante de la revolución de 1905; es la más patente ilustración de lo que es esa arma de la lucha revolucionaria que el soviet es: una expresión de la lucha misma, para desarrollarla al máximo y masivamente, agrupando al conjunto de la clase.
– La práctica revolucionaria de la clase obrera clarificó la cuestión sindical mucho antes de que lo comprendiera teóricamente. Cuando se creaban sindicatos en 1905, tendían a desbordar el marco de su función pues eran arrastrados por la marea revolucionaria. Después de 1905, declinaron rápidamente y en 1917, fue en los soviets donde la clase obrera se organizó para entablar el combate contra el capital.
– La tesis según la cual la revolución de 1905 se debió al atraso de Rusia es un error que sigue hoy teniendo algún peso. En contra de semejante idea, tanto Lenin como Trotski dejaron claro que el capitalismo se había desarrollado en Rusia a un alto nivel).
1 Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
2 Trotski, 1905 - Resultados y perspectivas, capitulo “Conclusiones”.
3 Ver nuestro folleto la Decadencia del capitalismo.
4 The International Working class Movement, Progress Publishers, Moscow 1976.
5 Revista internacional no 118: “Historia del movimiento obrero. ¿Qué distingue al movimiento sindicalista revolucionario?”; Revista internacional n° 120: “Historia del movimiento obrero. El anarco-sindicalismo frente al cambio de época: la CGT francesa hasta 1914”.
6 Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partidos y sindicatos.
7 Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia.
8 Lenin, Idem.
9 Henry Reichamn, Railways and revolution, Russia, 1905. University of California Press, 1987.
10 Lenin, “La caída de Port Arthur”, Obras completas.
11 Lenin, “Jornadas revolucionarias”, Obras completas.
12 David Floyd, Rusia en revuelta.
13 Lenin, “El Primero de Mayo”, Obras completas.
14 Un trabajo más reciente relativiza esa visión, diciendo que es evidente que “probablemente eso indica que… Plevhe no parecía poner objeciones a que Rusia entrara en guerra contra Japón, con la idea de que un conflicto bélico desviaría a las masas de las preocupaciones políticas” (Ascher, The revolución of 1905).
15 El hermano de Lenin formaba parte de un grupo que se inspiraba de la Voluntad del pueblo. Fue ahorcado en 1887 tras un intento de asesinato del zar Alejandro III.
16 Edward Crankshaw, The shadow of the Winter Palace.
17 Teodor Shanin, 1905-07. Revolution as a moment of truth.
18 Lenin, Que hacer.
19 Idem.
20 Era el nombre que se daba a las unidades combatientes individuales. Trotski las nombra colectivamente como los druzhinniki.
21 Trotski, 1905.
22 Ver Dynamite, de Louis Adamic, Rebel Press, 1984.
23 Los Consejos obreros.
24 Trotski, 1905.
25 Trotski, Historia de la Revolución rusa.
26 Trotski, 1905.
27 Los Consejos obreros.
28 Idem.
29 Trotski, op.cit.
30 Revista internacional no 23: “Huelgas de masas en Polonia 1980: el proletariado abre una nueva brecha”.
31 Revista internacional no 24: “La dimensión internacional de las luchas obreras en Polonia”.
En 1867, en el prefacio de la primera edición de su famosa obra, El Capital, Carlos Marx observaba que las condiciones económicas de Inglaterra, primer país industrializado, eran un modelo para el desarrollo del capitalismo en los demás países. Fue así Gran Bretaña el “país referencia” de las relaciones de producción capitalistas. A partir de entonces, el sistema capitalista ascendente iba a dominar el mundo. Cien años más tarde, en 1967, la situación en Gran Bretaña volvía a ser simbólicamente significativa y profética con la devaluación de la libra esterlina: esta vez, lo que simbolizaba era el declive del mundo capitalista y su creciente quiebra. Los acontecimientos del verano de 2005 en Londres han mostrado una vez más que Gran Bretaña ha vuelto a ser una especie de jalón indicador para el capitalismo mundial. El verano londinense ha sido precursor en dos planos: el de las tensiones imperialistas, o sea el conflicto mortífero entre los Estados nacionales en el ruedo mundial y el de la lucha de clases internacional, o sea el conflicto entre las dos clases principales de la sociedad: la burguesía y el proletariado.
Los atentados terroristas del 7 de julio en Londres fueron reivindicados por Al Qaeda, como represalias contra la participación de tropas británicas en la ocupación de Irak. Ese martes por la mañana, las explosiones ocurrieron en una hora punta de los transportes públicos, recordando brutalmente a la clase obrera que es ella la que paga por el capitalismo, no solo por el trabajo de forzado y la pobreza que éste le impone, sino también con su sangre. Las 4 bombas del metro londinense y la del autobús mataron en medio del espanto a 52 ([1]) obreros, jóvenes en su mayoría, dejando además lisiados y traumatizados a cientos. Y los atentados han tenido un impacto mucho mayor. Su siniestro mensaje para millones de obreros es que desde ahora se pregunten, al ir o al volver del trabajo, si su próximo trayecto o el de sus allegados no será el último. En palabras es difícil expresar mayor compasión que la expresada por el gobierno de Tony Blair, o el alcalde de Londres, Ken Livingstone (representante del ala izquierda del Partido laborista), la prensa o la patronal. Sin embargo, tras las consignas de “no cederemos a los terroristas” y “Londres se mantiene unida”, la burguesía hacía saber que las actividades debían seguir como si no hubiera pasado nada. Los obreros debían correr el riesgo de nuevas explosiones en la red de transportes si querían seguir “disfrutando de su tradicional modo de vida”.
Esos atentados han sido el ataque más mortífero contra civiles en Londres desde la Segunda Guerra mundial. La comparación con la carnicería imperialista de 1939-45 se justifica plenamente. Los atentados de Londres, después de los del 11 septiembre en Nueva York y los de marzo de 2004 en Madrid, muestran que el imperialismo “vuelve a casa”, a las principales metrópolis del mundo.
Tampoco hubo que esperar 60 años para que volvieran a Londres ataques militares contra sus habitantes. La ciudad fue también el blanco de las bombas de los “Provisionals” del IRA (Ejército republicano irlandés) ([2]) durante casi dos décadas desde 1972. La población ya pudo probar lo que es el terror imperialista. Pero las atrocidades del 7 de julio de 2005 no son únicamente una repetición de esas experiencias; son una amenaza creciente, representativa de la fase actual, mucho más mortífera, de la guerra imperialista.
Naturalmente, los atentados terroristas del IRA fueron un anticipación de la barbarie de los ataques de Al Qaeda. Más en general, aquellos ataques eran ya la expresión de la tendencia a que el terrorismo contra la población civil fuera cada vez más un método predilecto de la guerra imperialista en la segunda mitad del siglo xx.
Sin embargo, durante la mayor parte del período durante el que se produjeron los atentados del IRA el mundo estaba dividido en dos bloques imperialistas bajo control de Estados Unidos y de la URSS. Esos bloques regulaban más o menos los conflictos imperialistas secundarios, aislados entre Estados en su propio campo, como el de Gran Bretaña en Irlanda en el bloque de Estados Unidos, país que no podía tolerar ni permitir que tal conflicto cobrase una amplitud que pudiera debilitar el frente militar principal contra la URSS y sus satélites. De hecho, la amplitud de las campañas del IRA para desalojar a Gran Bretaña de Irlanda del Norte dependía, y sigue dependiendo todavía en gran parte, del total de la ayuda financiera de Estados Unidos al IRA. Los ataques terroristas del IRA en Londres eran algo relativamente excepcional, en aquel entonces, en las metrópolis de los países avanzados. Los escenarios principales de la guerra imperialista en donde se enfrentaban los bloques por naciones interpuestas, estaban, efectivamente, en la periferia del sistema: Vietnam, Afganistán, Oriente Medio. Aunque entre las víctimas del IRA hubo civiles indefensos, los objetivos de sus bombas (fuera de Irlanda del Norte) correspondían, en general, a una lógica imperialista más clásica. Eran áreas militares como Chelsea Barracks en 1981, o Hyde Park en 1982 ([3]) las escogidas, o, también, símbolos del poder económico como Bishopsgate en la City de Londres ([4]), o Canary Wharf en 1996 ([5]). En cambio, los atentados de Al Qaeda contra unos transportes públicos abarrotados, son síntoma de una situación imperialista más peligrosa y más típica de las nuevas tendencias internacionales resultantes de una situación en la que ya no hay bloques imperialistas que impongan una especie de pretendido orden al militarismo capitalista. “Cada cual para sí” es ahora el lema principal del imperialismo, afirmada, para empezar, de la manera más violenta y cruel por parte de Estados Unidos en su afán de mantener su hegemonía en el mundo. La estrategia unilateral de Washington, llevada a cabo en diferentes ocasiones, especialmente con la invasión y la ocupación de Irak, no hace más que exacerbar el caos. El incremento de la influencia global de Al Qaeda y demás señores imperialistas de la guerra en Oriente Medio es el producto de esta refriega imperialista general que las principales potencias imperialistas, cada una contra las demás, son incapaces de impedir.
Las grandes potencias, incluida Gran Bretaña, han contribuido activamente en la propagación de la amenaza terrorista, la han utilizado y han intentado utilizarla en provecho propio.
El imperialismo británico estaba decidido a que no se le dejara al margen de la invasión estadounidense de Irak. Estaba así dispuesto a proteger sus propios intereses en la región y conservar su grado de potencia militar de cierto prestigio. Al construir pieza a pieza un pretexto para unirse a la “coalición” estadounidense gracias al famoso dossier sobre unas imaginarias armas de destrucción masiva, el imperialismo británico ha desempeñado plenamente su papel en el naufragio de Irak en un océano caótico de sangre. El Estado británico ha contribuido en fomentar la campaña terrorista de Al Qaeda contra el imperialismo occidental. Verdad es que esta campaña terrorista empezó antes de la invasión de Irak, pero fueron las grandes potencias las que, por así decirlo, participaron en su procreación. En efecto, Gran Bretaña, al igual que Estados Unidos, participó, durante los años 1980, en el entrenamiento y armamento de la guerrilla de Bin Laden en su combate contra la ocupación de Afganistán por la URSS.
Tras el 7 de julio, los principales “aliados” de Gran Bretaña (sus rivales, en realidad) no han perdido la ocasión de hacer notar que a la capital británica se la tildaba de “Londonistán” –o sea, refugio de toda clase de grupos islamistas radicales vinculados a organizaciones terroristas de Oriente Medio. El Estado británico ha permitido la presencia en su suelo de una serie de individuos a los que incluso protegió, con la esperanza de que le sirvieran para sus propios intereses en Oriente Medio, en detrimento de las demás grandes potencias “aliadas”. Por ejemplo, Gran Bretaña se ha negado durante diez años a ceder a las demandas del Estado francés de extradición de Rachid Ramda, acusado de implicación en los atentados del metro parisino. Devolviéndole la pelota, la dirección central de los servicios secretos franceses (según el International Herald Tribune, 09/08/05) nunca comunicó a sus colegas británicos el informe de sus servicios, escrito en junio, en el que se preveía que unos simpatizantes paquistaníes de Al Qaeda estaban preparando un atentado con bombas en Gran Bretaña.
La política imperialista de Gran Bretaña –que observa los mismos “principios” que sus rivales: “hacedlo a los demás antes de que ellos os lo hagan”– ha dado su contribución para que ocurran ataques terroristas en su propio suelo.
En el período actual, el terrorismo ya no es la excepción en la guerra entre Estados o protoEstados, sino que se ha vuelto el método privilegiado. El desarrollo del terrorismo corresponde en parte a la ausencia de alianzas estables entre potencias imperialistas y es típico de un período en el que cada potencia procura socavar y sabotear el poder de sus rivales.
En ese contexto, no debemos subestimar el papel creciente de las operaciones secretas y de guerra psicológica llevadas a cabo por las principales potencias imperialistas sobre su propia población para así desprestigiar a sus rivales y encontrar un pretexto a sus iniciativas bélicas. Salvo imprevistos nunca habrá confirmación oficial, claro está, pero hay fuertes sospechas de que el atentado de las Torres Gemelas, o el del edificio de pisos de Moscú, que abrieron el camino a aventuras bélicas fundamentales a Estados Unidos y a Rusia respectivamente, hayan sido obra de los servicios secretos de esos Estados. En ese aspecto, tampoco es inocente el imperialismo británico ni mucho menos. Su incorporación abierta o camuflada en ambos bandos del conflicto terrorista en Irlanda del Norte es bien conocida, de igual modo que la presencia de varios de sus agentes en las filas del “Real IRA”, la organización terrorista responsable del atentado de Omagh ([6]). Más recientemente, en septiembre de 2005, dos miembros de SAS (Fuerzas especiales británicas) eran detenidos en Basora por la policía iraquí cuando, según algunos periodistas, estaban de misión para realizar un atentado terrorista ([7]). Esos ejecutantes subterráneos fueron después liberados mediante un asalto del ejército británico contra la cárcel en que estaban detenidos. En base a acontecimientos así, es legítimo pensar que el imperialismo británico está también él implicado en la carnicería terrorista cotidiana en Irak: probablemente para permitirle justificar su presencia “estabilizadora” como fuerza de ocupación. Fue el propio imperialismo británico, antigua potencia colonial, el primero que puso a punto el principio subyacente de “divide y reinarás” que hoy, en Irak, está detrás de las tácticas de terror.
La tendencia creciente a usar el terrorismo en los conflictos imperialistas lleva la marca del período final del declive del capitalismo, el período de descomposición social en el que la ausencia de perspectivas a largo plazo domina la sociedad en todos los planos.
Significativo de esa situación es que los atentados del 7 de julio hayan sido obra de unos kamikazes nacidos y educados Gran Bretaña. Así, los países del corazón del capitalismo son tan capaces como los de la periferia del sistema de engendrar entre los jóvenes esta especie de irracionalismo que lleva a la autodestrucción más violenta y más infame. Es demasiado pronto para saber si el Estado británico está, él también, implicado en los atentados.
El horror de la sinrazón de la guerra imperialista ha vuelto pues al corazón del capitalismo donde viven los sectores más concentrados de la clase obrera. Ya no está reservado a los países del Tercer Mundo, sino que golpea cada vez más frecuentemente las metrópolis industriales: Nueva York, Washington, Madrid, Londres. Los blancos ya no son expresamente económicos o militares: son escogidos para matar a la mayor cantidad de civiles.
La antigua Yugoslavia ya fue, en los años 90, una expresión de esa tendencia al retorno de la guerra imperialista a los países centrales del capitalismo. Hoy, después de España, le ha tocado a Gran Bretaña.
Sin embargo, los londinenses no sólo tuvieron que enfrentarse a la amenaza mortal de los atentados terroristas en julio de 2005. El 22 de julio, un joven electricista brasileño, Jean Charles de Menezes, fue ejecutado cuando acudía a su trabajo de 8 balazos disparados por la policía en la estación del metro Stockwell. La policía pretende que lo había tomado por un kamikaze. Gran Bretaña, conocida por la imagen de integridad de Scotland Yard y de su simpático “bobby” local que ayuda a las ancianitas a cruzar la calle, siempre ha querido hacer creer que su policía está al servicio de la comunidad democrática, que sus policías son los protectores de los derechos de los ciudadanos y los garantizadores de la paz. Lo que ha aparecido claramente en esta ocasión, es que la policía británica no es fundamentalmente diferente de la de cualquier dictadura tercermundista que utiliza sin tapujos sus “escuadrones de la muerte” para las necesidades del Estado. Según el discurso oficial de la policía británica, la ejecución de Jean Charles fue un trágico error. Sin embargo, a partir del 7 de julio, los destacamentos armados de la policía metropolitana recibieron la orden de “tirar a matar” a cualquier persona sospechosa de ser un kamikaze. Incluso después del asesinato de Jean Charles, se ha defendido y mantenido esa política con energía. Habida cuenta de que es casi imposible identificar o arrestar a un kamikaze antes de que dispare el detonador, esa orden daba efectivamente a la policía toda latitud para disparar contra cualquiera, sin prácticamente previo aviso. Como mínimo, la política instaurada al más alto grado, permitía semejantes “errores trágicos”, considerados inevitables efectos secundarios del reforzamiento del Estado.
Se puede suponer, pues, que ese asesinato no tiene nada de accidental, sobre todo si se considera que la función del Estado y de sus órganos de represión no es la que ellos pretenden, o sea, la de protectores al servicio de la población que a veces están obligados a escoger ante difíciles alternativas entre la defensa del ciudadano y la protección de sus derechos. En realidad, la tarea fundamental del Estado es otra: defender el orden existente en interés de la clase dominante. Eso quiere decir, ante todo, que el Estado debe preservar y hacer alarde de su monopolio de la fuerza armada. Eso es especialmente cierto en tiempos de guerra, cuando le es necesario y vital mostrar su fuerza y ejercer represalias. En respuesta a ataques terroristas como los del 7 de julio, la primera prioridad del Estado no es proteger a la población –tarea que, de todas maneras, no puede ser realizada si no es en favor de un puñado de altos funcionarios– sino hacer alarde de su poder. Reafirmar la superioridad de la fuerza del Estado es, pues, una necesidad para mantener la sumisión de su propia población e inspirar el respeto de las potencias extranjeras. En esas condiciones, la detención de los verdaderos criminales es algo secundario o no tiene nada que ver con el objetivo principal.
Es útil, aquí, otra comparación con la campaña de atentados del IRA. En reacción a los atentados contra los pubs de Birmingham y Guildford ([8]), la policía británica detuvo a 10 irlandeses sospechosos, les arrancó falsas confesiones, amañó testimonios contra ellos, condenándolos la justicia a largas penas de cárcel. Sólo sería 15 años más tarde cuando el gobierno reconoció que había habido un “trágico error judicial”. ¿No se trataba, en realidad, de represalias contra una población “extranjera” y “enemiga”?
El 22 de julio de 2005 reveló la realidad de lo que se oculta detrás de la fachada democrática y humanitaria del Estado, tan sofisticadamente construida en Gran Bretaña. El papel esencial del Estado, como aparato de coerción que es, no es el de actuar para o por la mayoría de la población, sino contra ella.
Eso se ha confirmado con toda una serie de medidas “antiterroristas” propuestas tras los atentados por el gobierno de Blair para reforzar el control del Estado sobre la población en general, medidas que no podrán, en ningún caso, hacer cesar el terrorismo islamista. Medidas como la introducción del documento de identidad, la instauración, por un tiempo indeterminado, de la política de “tirar a matar”, las órdenes de control de los desplazamientos de los ciudadanos, la política de escuchas telefónicas y de vigilancia de Internet que va ser oficialmente reconocida, la detención de sospechosos sin acusación durante tres meses, la instauración de tribunales especiales con testigos y declaraciones a puerta cerrada y sin jurado.
Y es así como, durante el verano, el Estado, como ya lo hizo en otras ocasiones, utiliza el pretexto de los ataques terroristas para reforzar su aparato represivo y prepararse así a usarlo contra un enemigo mucho más peligroso: el proletariado que está resurgiendo.
El 21 de julio, tras los atentados fallidos de Londres que marcaron esa jornada, solo las líneas “Victoria” y “Metropolitan” del metro fueron cerradas oficialmente (el 7 de julio, se había cerrado toda la red). Pero también se cerraron ese día las líneas “Bakerloo” y “Northern” a causa de unas acciones obreras. Los maquinistas del metro se negaron a conducir los trenes por falta de garantías de seguridad. Lo que expresa esta acción, incluso puntualmente, es la perspectiva de solución a largo plazo de una situación intolerable, o sea, que los obreros se ocupen ellos mismos de su propia situación. Los sindicatos reaccionaron ante esa chispa de independencia de clase con tanta rapidez como los servicios de urgencia ante los atentados. Bajo su dirección, los conductores tuvieron que volver al trabajo esperando a que concluyeran las negociaciones entre sindicatos y dirección. Los sindicatos aseguraron que apoyarían a todo conductor que se negara a conducir, lo cual significa, en su lenguaje, que lo dejarían abandonado a su suerte.
Durante las primeras semanas de agosto, la resistencia de la clase obrera iba a tener un impacto mucho mayor con la huelga salvaje ocurrida en el aeropuerto de Londres Heathrow. Esta huelga fue iniciada por los empleados de la compañía Gate Gourmet que abastece en comidas los vuelos de la British Airways. Y suscitó la inmediata solidaridad de los mozos de equipaje de British Airways, unos 1000 trabajadores en total. Los vuelos de British Airways se quedaron en tierra durante varios días y las imágenes de pasajeros dejados a su suerte y de los piquetes masivos de huelga se difundieron por el mundo.
Los medios de comunicación británicos, furibundos, denunciaron la insolencia de unos obreros que habían tenido la osadía de reanudar con la táctica “anacrónica” de las huelgas de solidaridad. Se ve que los obreros todavía no se han enterado de que hubo expertos, juristas y demás especialistas en relaciones industriales al servicio del poder que decidieron que las acciones de solidaridad pertenecían a la prehistoria y, por si no había quedado claro, las habían declarado ilegales ([9]). La prensa intentó denigrar el valor ejemplar de los obreros, hablando hasta la saciedad de las consecuencias nefastas para los pasajeros de su acción.
La prensa adoptó después un tono más conciliador, pero sin dejar de ser hostil a la causa obrera. Declararon que la huelga se debía a la táctica brutal de los propietarios norteamericanos de Gate Gourmet que habían anunciado a los obreros, por megafonía, los despidos masivos. La huelga sería pues “un error”, una consecuencia inútil de una gestión empresarial incompetente, una excepción en el manejo normal y civilizado de las relaciones industriales, entre sindicatos y dirección, método que hace inútiles las acciones de solidaridad. En realidad, la causa primera de la huelga no es la arrogancia de un pequeño patrón. La táctica brutal de Gate Gourmet no es nada excepcional. Tesco, por ejemplo, la cadena de supermercados mayor y más rentable de Gran Bretaña, anunció recientemente, sin más, que entraba en vigor la supresión del pago de los días de baja por enfermedad de sus empleados. Los despidos masivos no son tampoco el resultado de la falta de implicación de los sindicatos. Al contrario, según el International Herald Tribune (19/08/2005), la portavoz de British Airways, Sophie Greenyer, “ha dicho que la compañía logró en el pasado reducir empleos y costes gracias a la cooperación de los sindicatos. BA ha suprimido 13 000 empleos en los últimos tres años y reducido sus costes en 850 millones de libras esterlinas. “Hemos sido capaces de trabajar de manera razonable con los sindicatos “y lograr así hacer esos ahorros”, como ha dicho ella.”
Es la determinación de BA en reducir constantemente los costes operacionales lo que lleva a la empresa a reducir cada día más los salarios y empeorar las condiciones de vida de los obreros de Gate Gourmet. A su vez, Gate Gourmet se ha dedicado a lanzar provocaciones para poder sustituir la mano de obra actual por empleados de Europa del Este, en unas condiciones y con unos salarios peores todavía.
La reducción de costes que realiza BA sin cesar es de lo más corriente en los transportes aéreos y en muchos otros sectores. Muy al contrario, la intensificación de la competencia en unos mercados cada vez más saturados es la respuesta normal del capitalismo ante la agravación de la crisis económica.
La huelga de Heathrow no ha sido algo efímero, sino un ejemplo de lucha obrera, de unos trabajadores obligados a defenderse contra unos ataques feroces e incesantes de la burguesía como un todo. La voluntad de lucha de los obreros no ha sido el único aspecto significativo de la huelga. Las acciones ilegales de solidaridad de los demás trabajadores del aeropuerto son de una importancia mayor todavía. En efecto, esos empleados corrían el riesgo de perder sus propios medios de vida al ampliar así la lucha. Esa expresión de solidaridad de clase –por breve y embrionaria que haya sido– ha sido aire fresco en la atmósfera sofocante de sumisión nacional que la burguesía ha creado tras los ataques terroristas. Recuerda que lo que predomina hoy en la población londinense no es el “espíritu del Blitz” de 1940, cuando soportaba pasivamente los bombardeos nocturnos de la Luftwaffe en interés del esfuerzo de guerra imperialista.
Al contrario, la huelga de Heathrow ha sido la continuidad de toda una serie de luchas por el mundo entero desde 2003, como lo han sido también la acción de los trabajadores de Opel en Alemania y la acción solidaria de los obreros de Honda en India ([10]).
La clase obrera internacional está volviendo a surgir, lentamente, casi imperceptiblemente a veces, después de un largo período de desorientación tras el derrumbamiento del bloque del Este en 1989. Está ahora avanzando con dificultades hacia una perspectiva de clase cada vez más evidente.
Las dificultades para desarrollar esa perspectiva pudieron comprobarse con el rápido sabotaje realizado por los sindicatos contra la acción de solidaridad en Heathrow. El Transport and General Workers Union acabó rápidamente con la huelga de los mozos de equipaje; los obreros despedidos de Gate Gourmet se quedaron entonces esperando el destino que les reservaban las negociaciones prolongadas entre sindicatos y patronal.
Sin embargo, la manifestación en Gran Bretaña de ese resurgir difícil de la lucha de clases es muy significativa. La clase obrera británica, después de haber alcanzado altas cotas en sus luchas con la huelga masiva del sector público en 1979 y la huelga de la minería de 1984/85, sufrió enormemente de la derrota de esta última, derrota el gobierno de Thatcher explotó al máximo, ilegalizando, en particular, las huelgas de solidaridad. Por eso, la reaparición de esas huelgas en Gran Bretaña es del mejor augurio.
Gran Bretaña no solo fue el primer país capitalista; también el testigo del nacimiento de las primeras expresiones de la clase obrera mundial y de sus primera organizaciones políticas, los Chartistas; allí tuvo su sede el Consejo general de la Asociación internacional de trabajadores (AIT). Gran Bretaña ya no es el eje de la economía mundial, pero sigue desempeñando un papel clave en el mundo industrializado. El aeropuerto de Heathrow es el mayor del mundo. La clase obrera británica sigue teniendo un peso significativo en la lucha de la clase mundial.
Durante este último verano, fue en Gran Bretaña donde lo que está en juego en la situación mundial apareció a las claras: por un lado, la tendencia del capitalismo a hundirse en la barbarie y el caos, en un desconcierto general en el que se van destruyendo todos los valores sociales; por otro lado, la huelga del aeropuerto de Londres ha vuelto a poner a las claras, durante un breve momento, que existen principios sociales totalmente diferentes basados en la solidaridad ilimitada de los productores, los principios del comunismo.
Como
[1]) No están incluidos los 4 kamikazes que se hicieron reventar.
[2]) Los “Provisionals” del IRA se llamaban así para distinguirse de la llamada “Official IRA” de tintes “socializantes”, de la que fueron una escisión; el “Official IRA” no desempeñó un papel significativo en la guerra civil que convulsionó Irlanda del Norte a partir de los años 1970.
[3]) Chelsea Barracks es un cuartel en pleno centro de Londres, donde se alojaba entonces el regimiento de los Irish Guards. El atentado de Hyde Park iba dirigido contra una exhibición de la guardia real.
[4]) La City de Londres es, en realidad, el distrito financiero, un área de un km2 en pleno Central London, el cual es a su vez una zona del Gran Londres. Canary Wharf es un rascacielos emblemático del nuevo barrio de negocios construido en el área de los antiguos muelles (docks) londinenses.
[5]) Cabe señalar que uno de los atentados más asesinos del IRA (el del centro comercial de Arndale, en pleno centro de Manchester, en 1996) correspondía más bien a una época en la que el IRA servía de instrumento a la burguesía estadounidense en su campaña de intimidación contra las veleidades británicas de acción imperialista independiente, y forma más bien parte de la nueva época de caos que hizo surgir Al Qaeda.
[6]) El “Real IRA” era una escisión del IRA que reivindicaba la prosecución del combate contra los británicos. Fue el responsable del atentado en la ciudad de Omagh (Irlanda del Norte) que mató a 29 civiles el 15 de agosto de1998.
[7]) Ver la página web prisonplanet.com: www.prisonplanet.com/articles/september2005/270905plantingbombs.htm [48].
[8]) El IRA justificó esos atentados, en 1974, porque esos pubs estaban sobre todo frecuentados por militares.
[9]) Las huelgas de solidaridad son efectivamente ilegales en Gran Bretaña tras una ley adoptada por el gobierno de Thatcher en los años 1980 que el gobierno laborista de Blair ha mantenido.
[10]) Leer al respecto, en nuestra página web, el artículo publicado por la sección de la CCI en India: "India - World's largest democracy Shows its ugly face [49]".
La catástrofe que ha golpeado el sur de Estados Unidos y sobre todo la ciudad de Nueva Orleáns no ha sido, contrariamente a lo machacan los medios de la burguesía, consecuencia de la irresponsabilidad del presidente Bush y de su administración. Esta propaganda antiamericana, tan difundida en esta ocasión por los medios europeos para desprestigiar la potencia estadounidense oculta, en realidad, a la vista de los proletarios, al verdadero responsable de las consecuencias dramáticas del huracán Katrina a su paso por esa región del mundo. Los trastornos climáticos, provocados en parte por el efecto invernadero, son la consecuencia de una economía capitalista cuya única razón de ser es la ganancia. Esos desajustes hacen que las “catástrofes naturales” sean más numerosas y mucho más devastadoras que en el pasado. Y además, la ausencia de auxilios, de equipos especiales y médicos, son también la expresión inmediata de la quiebra del capitalismo.
Un revelador de la quiebra del capitalismo
Todo el mundo ha visto las imágenes de la catástrofe. Cuerpos hinchados flotando en las fétidas aguas de la inundación en Nueva Orleáns. Un anciano sentado en una silla de camping, acurrucado, sufriendo sed, calor, hambre, mientras otros supervivientes languidecían a su alrededor. Madres atrapadas con sus hijos pequeños sin nada que comer o beber durante tres días. Caos en los propios centros de refugiados adonde las autoridades habían dicho a las víctimas que fueran para ponerse a salvo. Esta tragedia de la que a duras penas se encuentran precedentes, no se ha producido en ningún rincón del tercer mundo azotado por la miseria, sino en el corazón de la primera potencia capitalista e imperialista mundial.
Cuando el tsunami afectó al continente asiático en diciembre, la burguesía de los países desarrollados echó la culpa de la catástrofe a la incompetencia política de los países pobres por negarse a tomar en cuenta las señales de alarma. Esta vez no sirve la misma excusa.
Hoy el contraste no es entre países ricos y pobres, sino entre gente rica y pobre. Cuando se ordenó evacuar Nueva Orleáns y el resto de la costa del Golfo, imperó el sálvese quien pueda para cada cual o cada familia. Quienes tenían coche y pudieron conseguir gasolina (su precio se elevó siguiendo también la norma moral capitalista de aprovechar las oportunidades de “negocio”), se dirigieron al norte y al oeste para resguardarse, buscando refugio en hoteles, moteles y en casa de familiares y amigos. Pero la mayoría de los pobres, los ancianos, los enfermos, quedaron a merced del huracán, incapaces de escapar. En Nueva Orleáns, las autoridades locales abrieron el Superdome y el Centro de convenciones como refugios frente a la tormenta, pero no suministraron ningún tipo de servicio, ni agua, ni alimentos, ni asistencia. Cuando miles de personas, la mayoría de raza negra, ocuparon estas instalaciones, fueron abandonados a su suerte. Para los ricos que se quedaron en Nueva Orleáns, la situación fue totalmente distinta. Los turistas y los VIP’s que se alojaban en hoteles de cinco estrellas adyacentes al Superdome, nadaban en la abundancia y estaban protegidos por agentes de policía armados, que mantenían a la “chusma” del Superdome a raya. En vez de organizar la distribución de agua y alimentos guardados en los depósitos y almacenes de la ciudad, la policía se cruzó de brazos y la gente empezó a asaltarlos para distribuir productos de primera necesidad.
Indudablemente que elementos lumpen se aprovecharon de la situación y comenzaron a robar aparatos electrónicos, dinero y armas, pero los “saqueos”, desde luego, empezaron como tentativa de sobrevivir a unas condiciones más que inhumanas. Mientras tanto, en cambio, agentes de policía con armas de fuego protegían a los empleados enviados por un hotel de lujo a una farmacia de la vecindad a buscar agua, medicamentos y alimentos para el confort de sus distinguidos huéspedes. Un oficial de policía explicaba que esto no eran saqueos, sino “incautación” de mercancías por la policía, que está autorizada para eso en caso de emergencia. La diferencia entre “saqueos” e “incautaciones” es la diferencia entre ser pobre o rico.
La culpa es del sistema. La incapacidad del capitalismo para responder a esta crisis siquiera con una mínima apariencia de solidaridad humana, demuestra que la clase capitalista no merece seguir gobernando, que su modo de producción se hunde en un proceso de descomposición social, de pudrimiento de raíz, que sólo ofrece a la humanidad un futuro de muerte y destrucción.
El caos que ha consumido países enteros uno tras otro en África y en Asia estos años atrás es una muestra del futuro que el capitalismo reserva incluso a los países industrializados, y hoy Nueva Orleáns proporciona un fugaz anticipo de ese futuro desolador. Como siempre, la burguesía se ha dado prisa en plantear todo tipo de coartadas para excusar sus crímenes y sus fracasos.
En su última serie de excusas, hemos soportado un coro de lloriqueos diciendo que han hecho todo lo que han podido; que estamos ante un desastre natural, y no provocado por el hombre, que nadie podía haberse esperado el peor desastre natural de la historia de la nación, que nadie podía prever que los diques fueran a romperse. Las críticas a la administración, tanto en EEUU como en el extranjero, culpan a la incompetencia del régimen de Bush de haber convertido un desastre natural en una calamidad social.
Ninguna de esas cacatúas burguesas da en el clavo. Lo que buscan es desviar la atención de la realidad de que el responsable es el sistema capitalista. «Hacemos todo lo que podemos» se está convirtiendo en el latiguillo más repetido de la propaganda burguesa. Hacen «todo lo que pueden» para terminar la guerra de Irak, para mejorar la economía, para mejorar la educación, para acabar con la criminalidad, para mejorar la seguridad de la lanzadera espacial, para terminar con las drogas, etc., «No se puede hacer más»; tendríamos que tener claro que el gobierno nunca puede tomar decisiones políticas, nunca tiene la posibilidad de intentar otras medidas alternativas ¡Pamplinas! En realidad siguen la política que han decidido conscientemente y que claramente tiene consecuencias desastrosas para la sociedad. Respecto a si se trata de una catástrofe natural, o producto de la intervención humana, está claro que el huracán Katrina ha sido producto de la naturaleza, pero la escala alcanzada por el desastre natural y social podía haberse evitado. Se mire como se mire, ha sido el capitalismo, y el Estado que lo representa, quien ha permitido la catástrofe.
La nocividad creciente de los desastres naturales que hoy vivimos en todo el mundo es consecuencia de políticas económicas y ambientales temerarias del capitalismo en busca de incesantes beneficios, ya sea por “ahorrarse” la tecnología disponible para alertar de la posibilidad de tsunamis y poder avisar a tiempo a la población amenazada, o por arrasar los bosques en los países del tercer mundo, lo que exacerba el potencial devastador de las inundaciones provocadas por las mareas, o por la polución irresponsable de la atmósfera, con la emisión de gases que provocan el efecto invernadero y empeoran el calentamiento global, contribuyendo al cambio climático.
En ese sentido hay probadas evidencias de que el calentamiento global produce incrementos en la temperatura de los océanos y con ello al desarrollo de depresiones tropicales, tormentas y huracanes que hemos visto los últimos años. Cuando Katrina llegó a Florida, era solo un huracán de fuerza 1, pero planeó una semana sobre las aguas del golfo de México, a casi 32 ºC y se elevó a la categoría de fuerza 5, con vientos de 280 Km/hora antes de alcanzar la costa del Golfo. Los izquierdistas ya han empezado a citar los vínculos de Bush y a la industria energética y su oposición al protocolo de Kyoto, como responsables del desastre del Katrina, pero esta crítica acepta las premisas del debate de la clase capitalista, como si llevar a la práctica los acuerdos de Kyoto pudiera realmente invertir los efectos del calentamiento global, o como si la burguesía de los países que están a favor de dichos protocolos estuviera de verdad interesadas en someter la producción capitalista a la preservación de la ecología. Peor aún, olvida que fue la administración Clinton la primera que, llenándose eso sí la boca de declaraciones en defensa del medio ambiente, rechazó los acuerdos de Kyoto. Rechazar el problema del calentamiento global es la posición de la burguesía norteamericana y no solo de la administración Bush.
Además Nueva Orleáns, que tiene casi 600 000 habitantes (muchos más contando los suburbios), es una ciudad cuya mayor parte está construida bajo el nivel del mar, lo que la hace vulnerable a las inundaciones cuando se desborda el río Mississipi, o el lago Pontchartrain, o sube la marea del golfo de México. Desde 1927, el cuerpo de ingenieros del ejército USA desarrolló y puso a punto un sistema de diques para prevenir las inundaciones anuales del río Mississipi, lo que permitió a la industria y la agricultura florecer junto al río haciendo que creciera la ciudad de Nueva Orleáns; pero con ello impedían también que las aguas fluviales llevaran el sedimento y el barro que normalmente contienen los pantanos y los marjales del delta del Mississipi río abajo, hasta el golfo de México. Debido a eso, las zonas pantanosas que proporcionaban una protección natural a Nueva Orleáns, como una esponja, frente a la crecida de la marea, quedaron peligrosamente erosionadas, y la ciudad fue más vulnerable a las inundaciones marítimas. Esto no fue algo “natural” sino producto de la acción humana.
Tampoco fue la fuerza de la naturaleza lo que mermó los efectivos de la guardia nacional de Luisiana. Un gran contingente de ésta había sido movilizado para la guerra de Irak, dejando sólo 250 Guardias nacionales disponibles para apoyar los esfuerzos de rescate de los departamentos de policía y bomberos los tres primeros días tras la rotura de los diques. Un porcentaje aún mayor de la guardia de Mississipi había sido desplegado igualmente en Irak.
El argumento de que este desastre no podía preverse es igualmente absurdo. Durante casi 100 años, los científicos, los ingenieros y los políticos, han discutido cómo abordar la vulnerabilidad de Nueva Orleáns ante los huracanes y las inundaciones. A mediados de la década de 1990, diferentes grupos de científicos e ingenieros presentaron distintos proyectos, lo que finalmente llevó en 1998 (durante la administración Clinton) a una propuesta llamada Coast 2050. Este plan proponía reforzar y rediseñar los diques construyendo un sistema de compuertas, y excavar nuevos canales que aportaran agua con sedimentos fluviales para restaurar el tampón que suponen las zonas pantanosas del delta. El coste de este proyecto era de 14 mil millones de dólares que tendrían que invertirse en un periodo de 10 años. Washington, sin embargo, no lo aprobó (bajo el mandato de Clinton, no de Bush).
El año pasado, el ejército pidió 105 millones de dólares para programas contra huracanes e inundaciones en Nueva Orleáns, pero el gobierno sólo aprobó 42 millones. Al mismo tiempo, el Congreso aprobaba 231 millones de dólares para la construcción de un puente en una pequeña isla deshabitada de Alaska. Otra refutación de la excusa de que «nadie podía haberlo previsto» es que la víspera de la llegada del huracán, el director de la FEMA (Administración Federal para las emergencias) Michel D. Brown, alardeaba en entrevistas en televisión, de que había dado órdenes para la puesta en marcha de un plan de emergencia en caso de que se produjese el peor de los escenarios en Nueva Orleáns, tomando en cuenta lo que ocurrió con el tsunami en el Sudeste Asiático, y de que la FEMA confiaba en que podría hacerse cargo de cualquier eventualidad.
Informes de Nueva Orleáns indican que este plan de la FEMA incluía la decisión… de rechazar camiones con donaciones de agua embotellada y de cerca de 3700 litros de diesel transportados en los guardacostas, así como el corte de las líneas de comunicación de emergencia que usan las autoridades de la policía local en los suburbios de Nueva Orleáns. Brown tuvo incluso la cara dura de excusar la inoperancia en el rescate de las 25 000 personas del Centro de Convenciones diciendo que las autoridades federales no fueron conscientes de que esas personas estaban allí hasta bien entrada la semana; a pesar de que los informativos habían informado de la situación por televisión desde hacía 3 ó La prensa intentó 4 días.
Y por mucho que el vociferante alcalde Ray Nagin, un demócrata, haya cubierto de vituperios la pasividad de las autoridades federales, fue su administración local la que no hizo absolutamente ningún esfuerzo por garantizar la evacuación de los pobres y los ancianos, ni tomó ninguna responsabilidad en la distribución de agua y comida, ni proporcionó suministros de primera necesidad, ni garantizó la seguridad en los centros de evacuación, abandonando la ciudad al caos y la violencia.
Sólo la clase obrera puede ofrecer una alternativa
El sufrimiento en la costa del Golfo ha conmovido a millones de trabajadores, que al mismo tiempo se sienten furiosos por la falta de sensibilidad de la respuesta oficial al desastre. Especialmente en las filas de la clase obrera hay un sentimiento de auténtica solidaridad humana hacia las víctimas de esta calamidad. Mientras que la burguesía parcela su compasión, dependiendo de criterios económicos o de raza, entre ricos y pobres, blancos o negros, para la mayoría de trabajadores americanos no existen tales distinciones. Aunque la burguesía emplea a menudo la carta del racismo para dividir y oponer a los obreros negros y blancos, y a pesar de que varios líderes del movimiento “negro” están poniéndose al servicio del capitalismo de esa forma, insistiendo en que la crisis de Nueva Orleáns es en realidad un problema de racismo, el sufrimiento de los pobres en Nueva Orleáns repugna a toda la clase obrera. La administración Bush es indudablemente un equipo de gobierno incompetente para una clase capitalista, propenso a la ineptitud, a los gestos vacuos, y con una capacidad de respuesta lenta frente a la crisis actual, que añadirá leña al fuego de su creciente impopularidad. Pero la administración de Bush no es una aberración, sino más bien un reflejo de la cruda realidad de que EEUU es una superpotencia en declive que gobierna un “orden mundial” que se hunde en el caos.
La guerra, el hambre y los desastres ecológicos son el futuro que nos reserva el capitalismo. Si hay alguna esperanza para el futuro de la humanidad, es que la clase obrera desarrolle la conciencia y la comprensión de la verdadera naturaleza de la sociedad de clases, y asuma su responsabilidad histórica de acabar con este anacronismo, de destruir el sistema capitalista y reemplazarlo por una sociedad revolucionaria, controlada por la clase obrera, en la que la auténtica solidaridad humana, y la satisfacción de las necesidades humanas sean el principio rector.
Internationalism
sección de la CCI en Estados Unidos (4 Septiembre 2005)
Con este artículo emprendemos el tercer volumen de nuestra serie sobre el comunismo iniciada hace ya casi 15 años. El segundo volumen de la serie se terminaba (en la Revista internacional nº 111) abordando el agotamiento de la oleada revolucionaria internacional que había hecho temblar al capitalismo mundial hasta sus cimientos y más particularmente, con una descripción audaz de la cultura del comunismo del futuro, bosquejada por Trotski en sus trabajos de 1924, Literatura y revolución.
La clarificación de sus metas generales constituye un elemento constante en la lucha del movimiento proletario. En el curso de esta serie hemos tratado de aportar nuestro grano de arena en esta lucha, no solamente al contar de nuevo su historia –lo cual es ya muy importante si se tiene en cuenta la terrible distorsión a la cual la ideología dominante somete la historia real del proletariado– sino también tratando de explorar nuevos dominios que desde hace mucho tiempo estaban descuidados, para desarrollar así una comprensión más profunda del conjunto del proyecto comunista. En los próximos artículos continuaremos pues, según la línea cronológica que la serie ha seguido hasta ahora, estudiando en particular las contribuciones sobre el problema del periodo de transición que hicieron las fracciones comunistas de izquierda durante el periodo de la contrarrevolución que siguió a esta derrota histórica de la clase obrera. Sin embargo, antes de arrancar y meternos en esos temas sobre las nuevas elaboraciones teóricas en el movimiento obrero (los problemas del comunismo y del periodo de transición a la luz de la primera experiencia de la toma del poder por el proletariado revolucionario), pensamos que es útil y necesario clarificar las metas y el método de la serie. Por una parte, regresando una vez más al principio: a la vez al inicio de la serie y a los inicios del marxismo mismo. Por otra parte, resumiendo los principales argumentos desarrollados en los dos primeros volúmenes de la serie que referían los aportes y la clarificación sobre el contenido del comunismo legados por la experiencia histórica del proletariado. Ello nos aportará un sólido punto de partida para examinar las cuestiones que los revolucionarios de los años 30 y 40 plantearon y proseguir así sobre el problema de la revolución proletaria en nuestra época.
En este número de la Revista examinaremos en detalle un texto fundamental del joven Marx: la carta a Arnold Ruge ([1]) en septiembre de 1843, un texto frecuentemente citado pero rara vez analizado en profundidad. Hay bastantes razones para volver a analizar la carta a Ruge. Para Marx y el marxismo no se trata simplemente de luchar por una nueva forma económica que sustituiría al capitalismo cuando éste hubiera alcanzado sus límites históricos. No se trata tampoco de militar por la simple emancipación de la clase obrera. Como lo dijo Engels más tarde, se trata, para el conjunto de la especie humana, de “pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad”, de liberar la totalidad de las potencialidades que el hombre contiene en sí mismo y que se encuentran aún contenidas, atadas e incluso oprimidas desde la prehistoria, debido, primero, al débil desarrollo de las fuerzas productivas y de la civilización y, después, a la existencia de la sociedad de clases. La carta a Ruge nos abre una vía en esta problemática, insistiendo en el hecho de que estamos en los inicios de un despertar de la especie humana. Podemos ir aún más lejos: tal como Marx los defendió en los Manuscritos económicos y filosóficos, más conocidos como Manuscritos de 1844, la resurrección del hombre es al mismo tiempo la resurrección de la naturaleza; si el hombre se hace consciente de sí mismo a través del proletariado, entonces la naturaleza se hace consciente de sí misma a través del hombre. Es seguro que éstas son cuestiones que nos llevan a comprender cuáles son las aspiraciones más profundas del ser humano.
Las grandes líneas de sus respuestas no son la invención de un brillante pensador individual, Marx, sino la síntesis teórica de las posibilidades reales presentes en la historia. La carta a Ruge ilustra muy bien el proceso de evolución de Marx desde el medio filosófico al movimiento comunista. Ya hemos tratado esta cuestión en el segundo artículo de la serie (“Cómo el proletariado se ganó a Marx al comunismo” en la Revista internacional nº 69) en el cual mostrábamos que la trayectoria política de Marx es por sí misma una ilustración de la posición adoptada en el Manifiesto comunista: la visión de los comunistas no es la invención de ideólogos individuales sino la expresión teórica de un movimiento vivo, el movimiento proletario. Hemos mostrado en particular cómo la implicación de Marx en las asociaciones obreras de Paris en 1844 tuvo un papel decisivo para hacerle partícipe de un movimiento comunista que le había precedido y que había nacido independientemente de él. El estudio de la carta a Ruge y de otros trabajos de Marx antes de su llegada a Paris, muestra claramente que no se trata de una “conversión” repentina sino de la culminación de un proceso que ya se estaba realizando. Pero eso no cambia en nada la tesis de base. Marx no era un filósofo solitario que elaboraba recetas para el futuro en la tranquilidad de su cocina o de su biblioteca. Él evolucionó hacia el comunismo bajo la atracción de una clase revolucionaria que supo hacer suyos los indudables talentos de Marx como pensador en la lucha por un mundo nuevo. Y la carta a Ruge, como lo veremos, constituye ya el inicio de una expresión clara de esta realidad biográfica a través de una actitud teórica coherente sobre la cuestión de la conciencia.
En septiembre de 1843, Marx pasó un periodo de “vacaciones” durante varios meses en Kreuznach, en parte debido a la agobiante censura prusiana que le había privado de la responsabilidad de publicar Die Renische Zuitung (la Gaceta renana). El periódico había sido clausurado después de haberse publicado unos artículos “subversivos”, entre ellos uno de Marx sobre los sufrimientos de los viñadores de la región del Mosela. Marx utilizó la libertad que se le había concedido para reflexionar y escribir. Atravesaba un periodo crucial en su evolución, el de la transición entre un enfoque democrático radical y una posición explícitamente comunista que un año más tarde declararía en Paris.
Se ha escrito mucho sobre el “joven Marx”, en particular sobre sus trabajos de los años 1843-1844. Algunos de los documentos más importantes de ese periodo no se conocieron hasta después de su muerte: principalmente los Manuscritos de 1844, que escribió en Paris, no fueron publicados hasta 1932. Por eso, muchos de los primeros trabajos de Marx no fueron conocidos por los propios marxistas durante un largo periodo del movimiento obrero –incluido todo el periodo de la Segunda Internacional y de la formación de la Tercera. Algunas de las exploraciones más audaces contenidas en los Manuscritos de 1844 –elementos claves sobre el concepto de alienación así como el contenido de la experiencia humana en una sociedad que ha superado la alienación– no pudieron integrarse en la evolución del pensamiento marxista durante todo ese periodo.
Lo anterior ha dado lugar a una serie de interpretaciones ideológicas de diferentes niveles que se mueven generalmente entre dos polos. Un polo está personificado en el portavoz de la forma más senil del intelectualismo estalinista –Louis Althusser, para quien los primeros escritos de Marx pueden quedar relegados a la categoría de humanismo sentimental y de la inconsciencia juvenil, y habría sido por “cordura” si más tarde los dejó de lado un Marx científico que ponía el acento en la importancia central de las leyes objetivas de la economía. Lo cual, si se logra pasar de la sublime jerigonza de la teoría althusseriana a su aplicación mucho más comprensible en el mundo de la política, significa dirigirse no hacia el fin de la alineación, sino hacia el programa mucho más realizable del capitalismo de Estado de la burocracia estalinista. El otro polo es la imagen en el espejo del anterior, la imagen de un Marx estalinista pragmático: es la ideología que engloba a toda una congregación de católicos, de existencialistas y otros filósofos que, también ellos, ven una continuidad entre los últimos trabajos de Marx y los planes quinquenales de la URSS, pero que nos cuchichean que existe otro Marx, un Marx joven, romántico e idealista, un Marx que ofrece una alternativa al empobrecimiento espiritual que ha sufrido el Occidente materialista. Entre esos dos polos existen toda clase de teóricos –algunos de ellos cercanos a la Escuela de Francfort ([2]) y a los trabajos de Lucio Colleti ([3]), otros parcialmente influidos por algunos aspectos del comunismo de izquierda (por ejemplo la publicación Aufheben en Gran Bretaña), que, valiéndose de que la Segunda Internacional se apoyaba más en Engels en vez de hacerlo en los primeros escritos filosóficos de Marx, se han dedicado a cavar una fosa infranqueable, no ya entre el joven y el viejo Marx, sino entre Marx y Engels o entre Marx y la Segunda y Tercera Internacionales. En ambos casos, se traiciona malintencionadamente el pensamiento de Marx mediante una distorsión mecanicista y positivista.
Esas posturas, ciertamente, salpican sus recetas con algunas verdades. Es cierto que el periodo de la Segunda Internacional, en particular, vio al movimiento obrero hacerse cada vez más vulnerable a la penetración de la ideología dominante, tanto en el plano de la teoría en general (en filosofía, sobre el problema del progreso histórico, sobre los orígenes de la conciencia de clase) como en el de la práctica política (la cuestión parlamentaria, sobre el programa mínimo y el programa máximo, etc.). Es posible también que la ignorancia de los primeros escritos de Marx acentuara esa vulnerabilidad, en ocasiones sobre problemas de lo más básico. Engels, entre otros, jamás negó que Marx era el más profundo pensador de ambos y, en algunas partes, el trabajo teórico de Engels podría haber sido sin duda más profundo si hubiera asimilado plenamente algunas cuestiones que Marx planteó con insistencia en sus primeros trabajos. Pero de lo que carecen todas esas posturas que establecen oposiciones, es del sentido de la continuidad en el pensamiento de Marx y de la continuidad de la corriente revolucionaria que, con todas sus debilidades y deficiencias, se apropió del método marxista para hacer avanzar la causa del comunismo.
En precedentes artículos de esta serie, combatimos la idea de la existencia de una fosa infranqueable entre la Segunda Internacional y el marxismo auténtico, antes o después (ver en la Revista internacional nº 84, “La socialdemocracia hace avanzar la causa del comunismo”), también respondimos a las tentativas de oponer a Marx y a Engels en el plano filosófico (ver “La transformación de las relaciones sociales” en la Revista internacional nº 85 que rechaza la idea avanzada por Schmidt –y Colleti– según la cual el concepto de dialéctica de la naturaleza no existiría en Marx). Y al igual que Bordiga, insistimos en la continuidad que existe fundamentalmente entre el Marx de 1844 con los Manuscritos de 1844 y el Marx autor de el Capital, el cual no abandonó su punto de vista inicial sino que trató de darle un fundamento sólido y una base más científica, ante todo desarrollando la teoría del materialismo histórico y un estudio más profundo de la economía política del capitalismo (ver la Revista internacional nº 75, “El capital y los principios del comunismo”).
Una ojeada a los trabajos de Marx en su fase inmediatamente “precomunista” de 1843 confirma plenamente esa manera de abordar el problema. Durante el periodo anterior, Marx estuvo cada vez más confrontado a las ideas comunistas. Por ejemplo, cuando todavía publicaba la Gaceta Renana, había asistido, en las oficinas del periódico de Colonia, a las reuniones de un círculo de discusión animado por Moses Hess ([4]) quien se declaraba ya a favor del comunismo. Marx jamás se comprometió en una causa a la ligera. Del mismo modo que había reflexionado durante largo tiempo antes de hacerse discípulo de Hegel, también se negó a adoptar las teorías del comunismo de manera superficial y pensaba que muchas de las formas existentes de comunismo eran burdas y poco desarrolladas –presentándose como abstracciones dogmáticas, como lo escribe en su carta de septiembre de 1843 a Ruge. En una carta anterior a Ruge (noviembre de 1842), escribía que: “…consideraba inadmisible y hasta inmoral el contrabando de dogmas comunistas y socialistas, es decir, de una nueva manera de ver el mundo, en las críticas teatrales corrientes, etc., y que exigía, si se trataba el tema, un estudio totalmente distinto y más a fondo del comunismo.”
Pero un examen rápido de los textos que escribió durante este periodo muestra que ya había comenzado su evolución hacia el comunismo. Si se toma el texto principal que escribió durante su estancia en Kreuznach, la Critica de la filosofía del derecho de Hegel, un texto largo e incompleto, difícil de leer, éste muestra que Marx lucha con la crítica de Hegel que hace Feuerbach. Marx estaba particularmente influido por la crítica pertinente avanzada por Feuerbach a las especulaciones idealistas de Hegel y que ponían en evidencia que es la existencia la que produce la conciencia y no a la inversa. Este método alimenta la crítica del Estado, considerado por Hegel como la encarnación de la Idea y no como el reflejo de las realidades más terrenales de la vida humana. Las premisas de una crítica fundamental del Estado como tal, ya estaban establecidas. En la Crítica de 1843, Marx consideraba ya al Estado – e incluso al Estado moderno con sus diputados- como una expresión de la alienación de la sociedad humana. Y aunque Marx contaba en esa época con la llegada del sufragio universal y de una república democrática, ya desde el principio miraba más allá del ideal de un régimen político liberal; en efecto, en las formulaciones aun híbridas de la Crítica, Marx defiende la idea de que el sufragio universal o más bien la democracia radical anuncian la superación del Estado y de la sociedad civil (es decir, de la burguesía).
“En el Estado político abstracto, la reforma del derecho de voto es una disolución del Estado, pero también la disolución de la sociedad civil.”
De forma embrionaria se perfila ya el objetivo que ha animado al movimiento marxista en toda su historia: el decaimiento del Estado. En el texto la Cuestión judía, también redactada a fines de 1843, Marx mira más allá de la lucha por la abolición de las trabas feudales – se trata, en este caso, de restricciones de los derechos civiles de los judíos cuya abolición era considerada por Marx como un paso adelante, contrariamente a los sofismas de Bruno Bauer. Marx muestra los límites inherentes a la propia noción de derechos civiles que no significan otra cosa que los derechos del ciudadano atomizado en una sociedad de individuos en competencia. Para Marx, la emancipación política - en otras palabras los objetivos que se da la revolución burguesa que estaba todavía por realizarse en una Alemania atrasada– no debía ser confundida con una emancipación social auténtica que permitiría a la humanidad librarse de la dominación de poderes políticos ajenos así como de la tiranía del intercambio. Esto implicaba la superación de la separación entre el individuo y la comunidad. No utiliza el término comunismo, pero las implicaciones de su punto de vista ya son evidentes (ver “Marx y la cuestión judía” en Revista internacional n° 114).
Para terminar, los pasos que da Marx en la Introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, un texto más corto pero mucho más centrado (redactado a fines de 1843 o a principios de 1844), son enormes – y sería necesario un artículo dedicado exclusivamente a este texto para hacerle justicia. Para hacer un resumen lo más breve posible, esos escritos se componen de dos partes: al principio Marx desarrolla su famosa crítica de la religión que va más allá de las críticas racionalistas de la burguesía ilustrada y demuestra que el poder de la religión proviene de la existencia de un orden social que debe negar las necesidades humanas; además, por primera vez identifica al proletariado como el sujeto de la revolución social: “… una clase con cadenas radicales, una clase de la sociedad burguesa que no sea una clase de la sociedad burguesa, una clase que sea la disolución de todas las clases, … una esfera… que no pueda emanciparse, sin emancipar a las demás esferas de la sociedad y que, por consiguiente, no pueda emanciparse sin emanciparlas a todas, es decir, en una palabra, a la parte entera del hombre, y no pueda por tanto reconquistarse a sí misma sin el renacer completo del hombre”.
La emancipación del proletariado es indisociable de la emancipación de toda la humanidad: la clase obrera no se libera solamente de la explotación; no se establece eternamente como clase dominante; actúa como portadora y expresión de todos los oprimidos, de la misma manera, no se contenta con liberarse y liberar a la humanidad del capitalismo, sino que debe permitir a la humanidad superar la pesadilla que sobre ella hacen pesar todas las formas de explotación y de opresión que han existido anteriormente.
Es necesario señalar que esos dos últimos textos, así como la serie de Cartas a Ruge fueron publicadas en una única edición de los Deutsche-Französische Jahrbücher (los Anales franco-alemanes) en febrero de 1844. Este periódico era el fruto de la colaboración de Marx con Ruge, Engels y otros ([5]). Marx había puesto muchas esperanzas en esta empresa con la que esperaba poder sustituir los Deutsche Jahrbücher (Anales alemanes) prohibidos de Ruge y que permitiría desarrollar lazos estrechos entre los revolucionarios franceses y alemanes. A fin de cuentas, ningún colaborador francés respondió a sus esperanzas y todas las contribuciones vendrían de los alemanes. Es muy interesante notar que en agosto-septiembre de 1843, Marx había redactado un corto proyecto de programa para la orientación de esta publicación: “Los artículos de nuestros Anales serán escritos por alemanes o franceses y tratarán:
“1) De los hombres y los sistemas que han adquirido influencia, útil o peligrosa, y cuestiones políticas de actualidad sobre las constituciones, la economía política o las instituciones públicas y morales.
“2) Publicaremos una revista de prensa que, por ciertos aspectos, será una crítica feroz de la servidumbre y la bajeza que muestran ciertas publicaciones, y que llamará la atención sobre los esfuerzos válidos manifestados por otros en nombre de la humanidad y la libertad.
“3) Incluiremos una revista de literatura y de publicaciones del viejo régimen en Alemania que está en declive y se destruye a sí mismo y, para terminar, una revista de libros de dos naciones que marcan el inicio y la continuación de la nueva era en la que entramos.”
De este documento podemos señalar dos aspectos. El primero, es que ya en esta época la preocupación de Marx era militante; redactar un proyecto de programa para una publicación, aunque breve y general, es considerar esta publicación como la expresión de una acción organizada. Esta dimensión de la vida de Marx –el compromiso con una causa y la necesidad de construir una organización de revolucionarios– es una huella fundamental de la influencia del proletariado sobre Marx “el hombre y el combatiente “ – para utilizar el título de la biografía de Marx escrita por Nikolaievski en 1936.
El segundo aspecto, es que cuando Marx habla de una “nueva era”, hay que tener en cuenta que, mientras que en Alemania y en una gran parte de Europa, nueva era significaba derrumbe del feudalismo y victoria de la burguesía democrática, el compromiso de Marx y Engels hacia el comunismo implicaba, desde el principio, una fuerte tendencia a conjugar revolución burguesa y revolución proletaria y que pensaban que ésta vendría rápidamente tras aquélla. Esto queda claro porque Marx ve al proletariado como el sujeto del cambio revolucionario incluso en una Alemania atrasada y más claro todavía en el método del Manifiesto comunista y la teoría de la revolución permanente elaborada en la estela de los levantamientos de 1848. Si se aplica esta visión a los trabajos de Marx en 1843 y 1844, se debe deducir que cuando preveía una “nueva era”, Marx no se refería tanto a una lucha puramente transitoria hacia una república burguesa, sino a la lucha que debía proseguir por una sociedad realmente humana librada del egoísmo y de la explotación capitalistas. Lo que animó a Marx durante toda su vida, fue, ante todo, ese sentido de la posibilidad de tal sociedad. Él habría de reconocer más tarde, con más lucidez, que la lucha inmediata por tal mundo no estaba aún a la orden del día de la historia; que la humanidad debía aún pasar por el calvario del capitalismo para que las bases materiales de la nueva sociedad quedaran establecidas, pero él jamás se desvió de su inspiración inicial.
No tiene sentido por tanto establecer una distinción entre el joven Marx y el viejo Marx. Los textos de 1843-44 son etapas decisivas hacia una visión comunista plenamente desarrollada del mundo, incluso antes de que él mismo se hubiera definido consciente o explícitamente como comunista. Además, la rapidez de la evolución de Marx durante este periodo es sorprendente. Después de haber escrito los textos que se han mencionado, se mudó a Paris. Durante el otoño de 1844, manifiestamente influido por su implicación directa en las asociaciones obreras comunistas de esa ciudad, Marx redactó los Manuscritos económicos y filosóficos (Manuscritos de 1844) en los cuales toma partido por el comunismo; a finales de agosto, se encuentra con Engels, cuya contribución es fundamental para comprender mucho más directamente del funcionamiento del sistema capitalista. Su colaboración tuvo un efecto dinamizador sobre el trabajo de Marx y, en 1845, con las Tesis sobre Feuerbach y la ideología Alemana, era ya capaz de presentar la esencia de la teoría materialista de la historia. Y como el marxismo, contrariamente a lo que sus detractores pretenden, no es un sistema cerrado, ese proceso en evolución y autodesarrollo continuó hasta el fin de la vida de Marx. (Ver por ejemplo el artículo de esta serie sobre “el Marx de la madurez” en la Revista internacional n° 81 en el que se refiere cómo Marx se puso a aprender ruso para así poder tratar la cuestión rusa a la que él dio unas respuestas que algunos de sus “discípulos” más rígidos eran incapaces de comprender). A la luz de lo que acabamos de decir, es necesario leer la carta de septiembre de 1843 que reproducimos completamente al final de este escrito. No es casualidad si toda la serie de cartas se publicó en los Deutsche-Französische Jahrbücher; en aquel entonces ya eran consideradas como una contribución a la elaboración de un nuevo programa o, al menos, de un nuevo método político; la última carta es la más “programática” de todas. En las cartas, se pueden seguir los pasos de Marx cuando decide dejar Alemania donde sus perspectivas son cada vez más precarias a la vez por desacuerdos familiares y a causa de las presiones por parte de las autoridades. En la carta de septiembre, Marx confiesa que le es cada vez más difícil respirar en Alemania y piensa irse a Francia – el país de las revoluciones, en donde el pensamiento socialista y comunista se desarrollaba profusamente en todas direcciones. Ruge, antiguo editor de los Deutsche Jahrbücher prohibidos, era voluntario para participar en la creación de los Anales franco-alemanes – aunque sus enfoques acabarían siendo divergentes cuando Marx adoptó un punto de vista explícitamente comunista. Anteriormente Ruge había expresado a Marx sus sentimientos de desánimo tras su experiencia con la censura alemana y a causa de la atmósfera filistea que prevalecía en Alemania. También la penúltima carta de Marx a Ruge (escrita en Colonia en mayo de 1843) está dedicada en parte al estado de ánimo de Ruge y nos da una buena idea del optimismo de Marx en aquella época:
“Debemos por nuestra parte poner al viejo mundo en plena luz y trabajar positivamente en la formación del nuevo. Cuanto más tiempo nos dejen los acontecimientos propios de la humanidad pensante para reflexionar y los propios de la humanidad doliente el tiempo para reunirnos, más acabado será el producto que aparecerá en el mundo y que nuestra época lleva actualmente en su seno”.
Cuando Marx escribió la carta de septiembre, se le subió la moral a Ruge. Marx esboza con entusiasmo la actitud política que debe subtender la empresa que se proponen. Para comenzar, insiste en evitar las actitudes dogmáticas. Hay que recordar que era la época dorada del socialismo utópico cuyas diversas variantes se basaban, casi todas, en especulaciones abstractas acerca de la forma de alcanzar una nueva sociedad más igualitaria, y tenían poca, por no decir ninguna, relación con las luchas que se desarrollaban en el ancho mundo. En el mejor de los casos, los utopistas manifestaban un desdén altivo por las reivindicaciones de la oposición democrática al feudalismo, y por las reivindicaciones económicas inmediatas de la clase obrera naciente; y para alcanzar el nuevo orden social prácticamente no tenían más proyecto que el de mendigar a los ricos filántropos burgueses. Es por lo que Marx rechaza la mayor parte de esos tipos de socialismo que le son contemporáneos y los considera como formas dogmáticas que encaran el mundo con esquemas preestablecidos y que consideran indignas de su atención las luchas políticas prácticas. Al mismo tiempo, Marx muestra claramente que conoce las diferentes tendencias del movimiento comunista y que considera algunas de ellas –menciona a Proudhon y Fourier ([6])– dignas de atención. Pero la clave de su visión descansa en la convicción de que un mundo nuevo no puede venir del cielo sino que será el resultado de las luchas que se desarrollan en el mundo. De ahí el famoso pasaje: “Nada nos impide pues, enlazar nuestra crítica a la crítica de la política, a la toma de partido en política, es decir, a las luchas reales, e identificarla con ellas. No compareceremos pues ante el mundo en actitud doctrinaria, con un nuevo principio: ¡he aquí la verdad, postraos de hinojos ante ella! Desarrollaremos ante el mundo, a base de los principios del mundo, nuevos principios. No le diremos: desiste de tus luchas, que son una cosa necia; nosotros nos encargaremos de gritarte la verdadera consigna de la lucha. Nos limitaremos a mostrarle por qué lucha, en verdad, y la conciencia es algo que tendrá necesariamente que asimilarse, aunque no quiera.”
En el fondo, como señalaba Lukacs en su texto de 1920 “La conciencia de clase”, es ya un análisis materialista: no se trata de aportar la conciencia a cualquier cosa inconsciente –la esencia del idealismo- sino de hacer consciente un proceso que evoluciona ya en esa dirección, un proceso conducido por una necesidad material que contiene también la necesidad de hacerse consciente de sí mismo.
Es verdad que Marx habla en gran parte de la lucha por la emancipación política –por el remate de la revolución burguesa, ante todo en Alemania. Esto queda confirmado por su insistencia sobre la crítica de la religión, sobre la necesidad de intervenir en las cuestiones políticas del momento como, por ejemplo, la diferencia entre el sistema de los grandes propietarios y el del gobierno de representantes, como la idea según la cual es posible que estas actividades críticas “interesen prácticamente a un gran partido”– es decir influyan en la burguesía liberal. Pero no olvidemos que Marx estaba a punto de considerar al proletariado como el agente del cambio social, conclusión que debía de ser aplicada cuanto antes a la Alemania feudal y a los países más desarrollados desde un punto de vista capitalista. Por eso, el método también puede aplicarse –y de hecho con mayor razón todavía– a la lucha proletaria por sus reivindicaciones inmediatas, ya sean económicas o políticas. Esto fue de hecho una profunda anticipación de la lucha contra la visión sectaria del socialismo que Bakunin habría de encarnar más tarde; se puede también establecer una relación con la formulación de la Ideología alemana que define al comunismo como “el movimiento real que suprime el estado de cosas existentes”, que sitúa la conciencia revolucionaria en la existencia de una clase revolucionaria y que define explícitamente la conciencia revolucionaria como una emanación histórica del proletariado explotado. La continuidad con las Tesis sobre Feuerbach –donde se dice que los educadores deben también ser educados– es también evidente. El conjunto de estos trabajos es una advertencia anticipada a todos los que más tarde habían de considerarse como los “salvadores” del proletariado, a todos aquellos que ven la conciencia socialista aportada a los humildes obreros de abajo desde un ensalzado lugar en lo alto.
Los párrafos finales resumen el método de Marx sobre la intervención pública, pero también nos llevan hacia una reflexión más profunda: “Nuestro lema deberá ser, por tanto: la reforma de la conciencia, no por medio de dogmas, sino por el análisis de la conciencia mística, oscura, bajo su forma religiosa o política. Y entonces se verá que el mundo posee en sueños desde hace mucho tiempo aquello de lo que solo le falta tener conciencia para poseerlo realmente. Se verá que no se trata de una ruptura de pensamiento entre el presente y el pasado, sino de la realización del pensamiento del pasado. Se verá, en fin, que la humanidad no emprende una tarea nueva, sino que sólo realiza su tarea antigua en forma consciente. Podemos resumir en una palabra la función de la revista: toma de conciencia por parte del tiempo presente, de sus luchas y de sus anhelos. Es esta una tarea para el mundo y para nosotros, que solo puede ser realizada por fuerzas unidas. Sólo se trata de una confesión. Para hacerse perdonar los pecados, a la humanidad le basta con explicarlos tal y como son.”
En la gran novela de George Eliot, sobre la vida social inglesa de mediados del siglo xix, Middlemarch, hay un personaje que se llama Casaubon, erudito y polvoriento, hombre de iglesia independiente que dedica su vida a escribir un trabajo monumental que pretende ser definitivo titulado la Clave de todas las mitologías. Este trabajo jamás será acabado y expresa simbólicamente el divorcio entre la vida humana real y las pasiones. Pero podemos considerar también esta historia como la de la erudición burguesa en general. En su fase de ascendencia, la burguesía favoreció el interés por las cuestiones universales y la búsqueda de respuestas universales, pero en su fase de decadencia, ha ido abandonando cada vez más esas investigaciones, pues la llevarían a la insoportable conclusión de que, como clase, está destinada a desaparecer. El reto de Casaubon es una anticipación del atolladero intelectual del pensamiento burgués. Marx, al contrario, en unas cuantas afirmaciones, nos ofrece los inicios de un método que da verdaderamente la clave de todas las mitologías; pues del mismo modo que Marx escribe en su carta de septiembre que la religión es el resumen de los combates teóricos de la humanidad, nosotros podemos decir que la mitología es el resumen de la vida psíquica de la humanidad desde sus orígenes, de sus límites como de sus anhelos y el estudio de los mitos puede esclarecernos sobre las necesidades que los hicieron surgir.
David McLellan, el mejor biógrafo de Marx desde Mehring, comenta que “la noción de salvación mediante una “reforma de la conciencia” era evidentemente muy idealista. Pero era muy típico de la filosofía alemana de la época (Karl Marx, Su vida y pensamiento, 1973). Pero es esa una forma muy estática de considerar esa expresión de Marx. Si se toma en cuenta el hecho de que Marx veía ya esa “reforma de la conciencia” como producto de luchas reales, si se recuerda que Marx comenzaba ya a ver al proletariado como el portador de esta conciencia “reformada”, es evidente que Marx ya estaba evolucionando más allá de los dogmas de la filosofía alemana de la época. Como lo mostrará Lukacs más tarde en sus artículos de Historia y conciencia de clase, el proletariado, primera clase a la vez explotada y revolucionaria, no tiene necesidad de mistificaciones ideológicas. Así pues, su conciencia de clase es, por vez primera, una conciencia clara y lúcida que marca una ruptura fundamental con todas las formas de ideología ([7]). La noción de una conciencia clara, inteligible en sí misma, está íntimamente relacionada con el movimiento de Marx hacia el proletariado. Y fue ese mismo movimiento el que permitió a Marx y a Engels elaborar la teoría materialista de la historia que reconocía que el comunismo ya no era un “bello ideal”, puesto que el capitalismo había creado las premisas materiales de una sociedad de abundancia. Las bases de esta comprensión habrían de ser desarrolladas sólo dos años más tarde en la Ideología alemana.
Se podría también reprochar a las expresiones utilizadas por Marx en la carta de septiembre de seguir siendo prisioneras de un marco humanista, de una visión de la humanidad “por encima de todas las clases”. Pero como lo hemos demostrado, Marx tendía ya hacia el movimiento proletario, y parece claro que los restos de humanismo no eran un obstáculo para la adopción de un punto de vista de clase. Además, no solo es legítimo sino también necesario hablar de la humanidad, de la especie como una realidad y no como una abstracción si queremos comprender la verdadera dimensión del proyecto comunista. Pues aun siendo la clase comunista por excelencia, el proletariado no comienza, sin embargo, “una nueva tarea”. Los Manuscritos de 1844, como se ha visto, plantean claramente que el comunismo se basa en toda la riqueza del pasado de la humanidad; de igual forma, en ellos se defiende que: “el movimiento entero de la historia es pues, por un lao, el acto de procreación real de este comunismo –el acta de nacimiento de su existencia empírica- y, por otra parte, es para su conciencia pensante, el movimiento comprendido y conocido de su devenir.”
El comunismo es por tanto la obra de la historia y el comunismo del proletariado constituye la clarificación y la síntesis de todas las luchas pasadas contra la miseria y la explotación. Es por lo que Marx, entre otros, designó a Espartaco como la figura histórica que él admiraba más. Si se mira todavía más lejos, el comunismo del futuro volverá a encontrar, a un nivel infinitamente superior, la unidad en que vivió la humanidad la mayor parte de su existencia histórica, la unidad que prevalecía en las comunidades tribales primitivas, antes de la aparición de las divisiones de clase y la explotación del hombre por el hombre. El proletariado se considera como defensor de todo lo que es humano. A la vez que denuncia ferozmente la inhumanidad de la explotación, no predica una actitud de odio hacia sus explotadores individuales, ni considera con desprecio y superioridad a las demás clases y capas sociales oprimidas, del pasado y del presente. La visión según la cual el comunismo significaría supresión de toda cultura porque, hasta hoy, la cultura habría pertenecido a los explotadores, fue vigorosamente combatida como comunismo “vulgar” que es, en los Manuscritos de 1844. Esta tradición negativa siempre ha sido un azote para el movimiento obrero, por ejemplo en algunas formas de anarquismo que se deleita en saquear y destrozar los símbolos culturales del pasado; y la decadencia del capitalismo, en particular cuando se combina con la contrarrevolución estalinista, ha engendrado caricaturas más siniestras todavía como las campañas maoístas contra “la banda de los cuatro” durante la supuesta “revolución cultural”. Pero actitudes simplistas y destructivas hacia la cultura del pasado se manifestaron también durante los días heroicos de la revolución rusa, cuando órganos de represión como la Checa hicieron alarde en ocasiones de una actitud dura y vengativa hacia los “no proletarios”, casi considerados como congénitamente inferiores a los “puros” proletarios. El reconocimiento marxista del papel histórico de la clase obrera no tiene nada en común con este tipo de “obrerismo”, con la adoración del proletariado en todas las circunstancias, ni con el filisteísmo que rechaza toda la cultura del viejo mundo (ver particularmente el artículo de esta serie sobre “Trotski y la cultura proletaria” en la Revista internacional no109). El comunismo del futuro integrará todo lo mejor en las tentativas culturales y morales de la especie humana.
Amos
Me alegra que se haya decidido usted, y que, apartando la vista del pasado, dirija sus pensamientos hacia el futuro, hacia una nueva empresa. Está usted pues en París, vieja escuela superior de la filosofía y en la capital del nuevo mundo. Lo que es necesario se abre paso. No dudo, pues, que se vencerán todos los obstáculos cuya importancia no desconozco.
Llévese o no a cabo la empresa, estaré en París para fines de mes, pues el aire de aquí le hace a uno siervo y no veo en Alemania ni el menor margen para una actividad libre.
En Alemania, todo es violentamente reprimido, ha estallado una verdadera anarquía del espíritu, el régimen de la estupidez misma, y Zurich obedece las órdenes que llegan de Berlín; está, pues, cada vez más clara la necesidad de buscar un nuevo centro de reunión para las cabezas realmente pensantes e independientes. Estoy convencido de que nuestro plan vendría a resolver una necesidad real, y las necesidades reales no pueden quedar insatisfechas. No dudo pues de la empresa propuesta, siempre y cuando la cosa se tome en serio.
Aún casi mayores que los obstáculos externos parecen ser las dificultades internas. Pues si no media duda alguna en cuanto a “de dónde venimos”, reina, en cambio, gran confusión acerca de “hacia dónde vamos”. No solo se ha producido una anarquía general entre los reformadores, sino que cada cual se ve obligado a confesar que no tiene una idea exacta de lo que se trata de conseguir. Sin embargo, volvemos a encontrarnos con que la ventaja de la nueva tendencia consiste precisamente en que no tratamos de anticipar dogmáticamente el mundo, sino que queremos encontrar el mundo nuevo por medio de la crítica del viejo. Hasta ahora, los filósofos habían dejado la solución de todos los enigmas quieta en los cajones de su mesa, y el estúpido del mundo exotérico ([8]) no tenía más que abrir la boca para que le cayeran en ella los pichones asados de la Ciencia absoluta. La filosofía se ha secularizado, y la prueba más palmaria de ello la tenemos en que la misma conciencia filosófica se ha lanzado, no solo exteriormente, sino también interiormente, al tormento de la lucha. Si no es incumbencia nuestra la construcción del futuro y el dejar las cosas arregladas y dispuestas para todos los tiempos, es tanto más seguro lo que al presente tenemos que llevar a cabo; me refiero a la crítica implacable de todo lo existente; implacable tanto en el sentido de que la crítica no debe asustarse de sus resultados como en el de que no debe rehuir el conflicto con los poderes dominantes.
No soy, por tanto, partidario de que plantemos una bandera dogmática. Al contrario, debemos ayudar a los dogmáticos a ver claro en sus propias tesis. Así, por ejemplo, el comunismo es una abstracción dogmática, y, al decir esto, no me refiero a cualquier comunismo imaginario y posible, sino al comunismo realmente existente, tal como lo profesan Cabet, Dézamy, Weitlng ([9]), etc. Este comunismo no es más que una manifestación particular del principio humanista, contaminada por su antítesis, la propiedad privada. Abolición de la propiedad privada y comunismo no son, por tanto, en modo alguno, términos idénticos, y no es casual, sino que responde a una necesidad, que el comunismo haya visto surgir frente a él otras doctrinas socialistas, como las de Fourier, Proudhon, etc., ya que él mismo es solamente una realización especial y unilateral del principio socialista.
Y el principio socialista en su totalidad no es, a su vez, más que una de las caras que presenta la realidad de la verdadera esencia humana. Tenemos que preocuparnos también, en la misma medida, de la otra cara, de la existencia teórica del hombre y hacer recaer nuestra crítica, por tanto, sobre la religión, la ciencia, etc. Queremos, además, influir en las gentes de nuestro tiempo, y concretamente, en nuestros contemporáneos alemanes. Y cabe preguntarse cómo vamos a hacerlo. Dos hechos son innegables. Por un lado la religión y por otro la política son temas de interés centrales de la Alemania de hoy, hay que tomarlos como punto de partida tal y como son y no oponerles un sistema ya terminado, como, por ejemplo, el de Viaje a Icaria.
La razón siempre ha existido, aunque no siempre bajo su forma razonable. Por tanto, el crítico puede vincularse a cualquier forma de la conciencia teórica y práctica, para desarrollar, partiendo de las propias formas de la realidad existente, la realidad verdadera como lo que Deber-ser y su finalidad última. Por lo que se refiere a la vida real, vemos que precisamente el Estado político, aún cuando no se halle todavía imbuido conscientemente de los postulados socialistas, contiene en todas sus formas modernas los postulados de la razón. Y no se detiene ahí. Presupone por todas partes la razón ya realizada, pero, de igual modo, cae por todas partes en la contradicción entre su determinación ideal y sus premisas reales.
Partiendo de este conflicto del Estado político consigo mismo cabe, pues, desarrollar por todas partes la verdad social. Así como la religión es el resumen de las luchas teóricas de la humanidad, el Estado político lo es de sus luchas prácticas. El Estado político expresa, por tanto, dentro de su forma sub specie rei publicae [en forma política] todas las luchas, necesidades y verdades sociales. No es pues ofensivo ni insultante para la altura de los principios el convertir en tema de la crítica el problema político más específico –digamos, por ejemplo, la diferencia entre el sistema estamental y el sistema representativo–. En efecto, este problema expresa, aunque bajo forma política, la diferencia que existe entre el poder del Hombre y el poder de la propiedad privada. Por tanto, el crítico no sólo puede, sino que debe entrar en estas cuestiones políticas (que, en opinión de los socialistas crasos, son indignas). Al demostrar las ventajas del sistema representativo sobre el estamental, la crítica interesa prácticamente a un gran partido. Y al elevar el sistema representativo de su forma política a la forma general y hacer valer la verdadera significación sobre la cual descansa, obliga al mismo tiempo a ese partido a ir más allá de sí mismo, pues su victoria es a la vez su pérdida.
Nada nos impide, pues, enlazar nuestra crítica a la crítica de la política, a la toma de partido en política, es decir, a las luchas reales, e identificarla con ellas. No compareceremos, pues, ante el mundo en actitud doctrinaria, con un nuevo principio: ¡he aquí la verdad, postraos de hinojos ante ella! Desarrollaremos ante el mundo, a base de los principios del mundo, nuevos principios. No le diremos: desiste de tus luchas, que son una cosa necia; nosotros nos encargaremos de gritarte la verdadera consigna de la lucha. Nos limitaremos a mostrarle por qué lucha, en verdad, y la conciencia es algo que tendrá necesariamente que asimilar, aunque no lo quiera.
La reforma de la conciencia solo consiste en hacer que el mundo cobre conciencia de sí mismo, en despertarlo de la ensoñación que de sí mismo tiene, de explicarle sus propias acciones. Y la finalidad por nosotros perseguida no puede ser, lo mismo que la crítica de la religión por Feuerbach, otra que presentar las cuestiones políticas y religiosas bajo una forma humana consciente de sí misma.
Nuestro lema deberá ser, por tanto: la reforma de la conciencia, no por medio de dogmas, sino por el análisis de la conciencia mística, oscura, bajo su forma religiosa o política. Y entonces se verá que el mundo posee en sueños desde hace mucho tiempo aquello de lo que solo le falta tener conciencia para poseerlo realmente. Se verá que no se trata de una ruptura de pensamiento entre el presente y el pasado, sino de la realización del pensamiento del pasado. Se verá, en fin, que la humanidad no emprende una tarea nueva, sino que sólo realiza su tarea antigua en forma consciente. Podemos resumir en una palabra la función de la revista: toma de conciencia por parte del tiempo presente, de sus luchas y de sus anhelos. Es esta una tarea para el mundo y para nosotros, que solo puede ser realizada por fuerzas unidas. Sólo se trata de una confesión. Para hacerse perdonar los pecados, a la humanidad le basta con explicarlos tal y como son. Karl Marx
[1]) Arnold Ruge (1802-1880): joven hegeliano de izquierda, colabora con Marx en los Anales franco-alemanes, después rompe con él. Acabó siendo bismarkiano en 1866.
[2]) La Escuela de Francfort se fundó en 1923. Su primer objetivo era estudiar los fenómenos sociales. Más que instituto de investigación social, se convirtió, después de la guerra, en la expresión de una corriente de pensamiento de intelectuales (Marcuse, Adorno, Horkheimer, Pollok, Grossmann, etc.) que se reivindicaban de un pensamiento “marxiano”.
[3]) Lucio Colleti (1924-2001). Filósofo italiano que estableció una filiación de Marx con Kant (y no con Hegel). Autor de varios escritos, entre ellos el Marxismo y Hegel y una Introducción a los primeros escritos de Marx. Miembro del PC de Italia, se acercó a la socialdemocracia para terminar su carrera política como diputado del gobierno de Berlusconi.
[4]) Moses Hess (1812-1875). Joven hegeliano cofundador y colaborador de la Reinische Zeitung. Fundador del “verdadero socialismo” en los años de 1840.
[5]) En la mayoría de los textos mencionados, los Deutsche-Franzsische Jahrbücher contenían también la carta de Marx al editor de la Allgemeine Zeitung (Augsburg), dos artículos de Engels: “Esbozo de una Crítica de la economía política” y una revista de prensa de Thomas Carlyle “Pasado y Presente”. Marx había escrito en octubre de 1843 a Feuerbach con la esperanza de que él participara en la revista, pero aparentemente Feuerbach no estaba dispuesto a pasar del terreno de la teoría al de la acción política.
[6]) Pierre Joseph Proudhon (1809.1865): economista francés. Marx hace una crítica a sus doctrinas económicas en su Miseria de la filosofía. Charles Fourier (1772-1837): socialista utópico francés que ejerció una considerable influencia en el desarrollo de las ideas socialistas.
[7]) O sea de los no iniciados, en oposición al esoterismo de los filósofos.
[8]) O sea de los no iniciados, en oposición al esoterismo de los filósofos.
[9]) Wilhem Weitling (1808-1971), obrero sastre, líder en sus inicios del movimiento obrero alemán que propugnaba el comunismo igualitario. Théodore Dézamy (1803-1850) fue uno de los primeros teóricos del comunismo. Etienne Baet (1788-1856), comunista utópico francés, autor de Viaje a Icaria.
Aquí publicamos la continuación del artículo aparecido en el número anterior de nuestra Revista internacional. En la primera parte resaltamos que el cambio de periodo histórico en la vida del capitalismo, el paso de su ascendencia a su decadencia, es el escenario sobre el que se desarrollan los sucesos de 1905 en Rusia. En esa primera parte también insistimos en las condiciones favorables para la radicalización de las luchas que existían en Rusia: una clase obrera moderna y concentrada, con un alto nivel de conciencia frente a unos ataques capitalistas agravados por las consecuencias desastrosas de la guerra ruso-japonesa. La clase obrera, para defender sus condiciones de existencia, tiene que enfrentar directamente al Estado, y se organiza en soviet para asumir esta nueva fase histórica de su lucha. La segunda parte de este artículo analiza, más en detalle, cómo se formaron los soviets, su relación con el movimiento global de la clase obrera, así como su relación con los sindicatos. De hecho, los sindicatos ya no eran una forma de organización que necesitaba la clase obrera en ese nuevo periodo de la vida del capitalismo que se abría, y sólo podían jugar un papel positivo al estar empujados por la dinámica del movimiento, tras la estela de los soviets y bajo su autoridad.
Las tendencias manifestadas en Ivanovo-Vosnesensk culminaron en el Soviet de diputados obreros de San Petersburgo.
El Soviet era el resultado del desarrollo de las luchas obreras de San Petersburgo. Contrariamente a Ivanovo-Vosnesensk, no había surgido de una lucha particular sino a iniciativa de los mencheviques que convocaron su primera reunión. Está tan enraizado en las luchas obreras que es una expresión más del movimiento en su conjunto que de una parte de él. De hecho supone un avance. Es un formalismo superficial pensar que sería menos auténticamente proletario, o en cierta forma una creación de la Socialdemocracia. En realidad los revolucionarios fueron arrastrados por la oleada de acontecimientos y por el desarrollo espontáneo de la lucha a un ritmo que no habían previsto.
El Soviet desde su aparición explicita su carácter político: “Se decide llamar inmediatamente al proletariado de la capital a la huelga general política y a elegir delegados”.
El llamamiento de su primera reunión dice: “la clase obrera tiene que recurrir a la última medida de la que dispone el movimiento obrero mundial y que le da su fuerza: la huelga general” (…) “En breve se van a producir en Rusia acontecimientos decisivos que determinarán la suerte de la clase obrera durante años, debemos ir por delante de los hechos con todas nuestras fuerzas disponibles, unificados bajo la égida de nuestro Soviet” ([1]).
La segunda reunión del Soviet planteará reivindicaciones frente a la clase dominante: “Una diputación especial se encargará de formular ante la Duma municipal las siguientes reivindicaciones: 1) adoptar medidas inmediatas para garantizar el aprovisionamiento de las masas obreras; 2) disponer de locales para las reuniones; 3) suspender toda atribución de provisiones, locales, fondos, a la policía, a la gendarmería, etc; 4º) asignar las sumas necesarias para armar al proletariado de Petersburgo que lucha por la libertad” ([2]).
El Soviet, rápidamente, se convierte en el centro de coordinación de las luchas y dirige la huelga de masas, los sindicatos y los comités de huelga específicos se ponen a sus órdenes y adoptan sus decisiones. El Manifiesto constitucional que firma el Zar, y que se publica el 18 de octubre, puede parecer un documento no muy radical, pero en el contexto político de la época expresa la relación de fuerzas entre las clases durante la revolución y tiene un significado histórico. Como señala Trostski: “El 17 de octubre, el gobierno del Zar cubierto por la sangre y las maldiciones de los siglos, había capitulado ante la sublevación de las masas obreras en huelga. Ningún intento de restauración podría borrar de la historia este acontecimiento. Sobre la corona sagrada del absolutismo, la bota del proletariado había aplicado su marca imborrable” ([3]).
Los siguientes dos meses y medio fueron testigos del conflicto entre el proletariado revolucionario, dirigido por el Soviet que aquél había hecho nacer, y la burguesía. El 21 de octubre, el Soviet, ante el decaimiento de la huelga decide ponerle fin y organiza la vuelta al trabajo de todos los obreros a la misma hora, demostrando con ello su fuerza. La manifestación planificada para finales de octubre, a favor de la amnistía de los detenidos por el Estado, se desconvocó ante los preparativos de la clase dominante para provocar incidentes. Con acciones como esa se trataba de tomar la iniciativa ante los inevitables enfrentamientos de clase que se avecinaban: “Esta era, precisamente, en su dirección general, la política del Soviet: miraba bien de frente y marchaba hacia un conflicto. Sin embargo no se sentía autorizado a acelerar su llegada. Mejor sería más tarde” ([4]).
A finales de octubre la ola de pogromos en la que se movilizan las Centurias negras aliadas al lumpen y criminales, deja entre 3500 y 4000 muertos, y 10 000 heridos. En San Petersburgo mismo, la burguesía prepara la confrontación final a través de ataques puntuales y batallas aisladas. La respuesta de la clase obrera es reforzar su milicia, tomar las armas e instaurar patrullas, lo que obliga al gobierno a enviar soldados a la ciudad.
En noviembre se desarrolla una nueva huelga, en parte como respuesta a la ley marcial instaurada en Polonia y la creación de un tribunal militar para juzgar a los soldados y marinos que se habían rebelado en Cronstadt. El Soviet, de nuevo ante la realidad de que el movimiento pierde impulso tras haber obtenido algunas concesiones, decide acabar la huelga y los obreros vuelven al trabajo como un cuerpo disciplinado. El éxito de la huelga era haber movilizado a nuevos sectores de la clase obrera y haber conectado con los soldados y los marinos: “De un solo golpe, removió las masas del ejército y, en el curso de los días que siguieron, ocasionó una serie de mítines en los cuarteles de la guarnición de Petersburgo. En el comité ejecutivo, e incluso en las sesiones del Soviet, se vio aparecer no solo a soldados aislados, sino a delegados de la tropa que pronunciaron discursos y solicitaron ser apoyados; el vínculo revolucionario se afirmó entre ellos, las proclamas revolucionarias se difundieron con profusión en ese medio” ([5]).
Aunque la tentativa de consolidar lo ganado en la jornada de 8 horas no podía mantenerse y lo adquirido se perdió una vez que la campaña fue desconvocada, su impacto sobre la conciencia de la clase obrera permanece: “Al defender el Soviet la moción que debía terminar la lucha, el portavoz del comité ejecutivo resumía de la manera siguiente los resultados de la campaña: Si no hemos conquistado la jornada de 8 horas para las masas, al menos hemos conquistado a las masas para la jornada de 8 horas. En adelante, en el corazón de todo obrero petersburgués resonará el mismo grito de batalla: ¡Las ocho horas y un fusil!” ([6]).
Las huelgas continúan, surgen nuevos movimientos espontáneos, especialmente por parte de los ferroviarios y empleados de telégrafos, pero la contrarrevolución gana fuerza progresivamente. El 26 de noviembre detienen a Georgi Nosar, presidente del Soviet. El Soviet sabe que es inevitable el enfrentamiento y adopta una resolución en la que deja claro que sigue preparado la insurrección armada. Obreros, campesinos y soldados afluyen al Soviet, apoyan su llamamiento a las armas y comienzan los preparativos. Pero el 6 de diciembre sitian el Soviet y detienen a sus miembros. El Soviet de Moscú va más lejos y llama a la huelga general e intenta transformarla en insurrección armada. Pero la reacción ya ha movilizado masivamente sus fuerzas y la tentativa de insurrección se convierte en un combate de retaguardia, en una acción defensiva. A mediados de diciembre se consuma su derrota. La represión que le sigue deja 14 mil muertos en los combates, 20 mil heridos y 70 mil prisioneros o exiliados.
La propia burguesía se interroga sobre lo sucedido en 1905. Como no puede entender el carácter revolucionario de la clase obrera, la confrontación armada y la derrota del proletariado le parecen una locura: “El Soviet de Petrogrado espoleado por el éxito sucumbe a la hibris ([7]), sucumbe a un orgullo desmesurado… En vez de consolidar lo ganado se vuelve cada vez más osado y combativo. Muchos de sus dirigentes hacen el razonamiento siguiente: ¿No sería mejor hacer una autocrítica, obtener más concesiones para la clase obrera, que forzar el paso hacia una revolución socialista?. Prefieren ignorar que el éxito de la huelga general se debía a que había logrado unificar a todos los grupos sociales; no podían entender que el Soviet al concentrar su fuego contra la autocracia atraía la simpatía de las clases medias” ([8]).
La importancia de 1905 para los revolucionarios no está en las adquisiciones intermedias, fueran las que fueran, sino en sus lecciones para el desarrollo de la revolución respecto al papel del proletariado y de la organización de revolucionarios, especialmente sobre los medios que puede usar el proletariado para llevar su lucha a delante: los soviets.
Y estas lecciones se pudieron sacar gracias al “orgullo desmesurado” y a la “osadía” del proletariado, cualidades inestimables para poder acabar con el capitalismo.
Los bolcheviques dudan frente a la constitución de los soviets. En San Petersburgo la organización bolchevique de la ciudad, que participa en su formación, adopta una resolución para que el Soviet acepte el programa socialdemócrata. En Saratov se oponen hasta finales de noviembre a que se constituya un soviet; por el contrario en Moscú, tras algún retraso, participan activamente en el Soviet. Lenin viendo las potencialidades de los soviets criticó –en una carta escrita a principios de noviembre y no publicada en Pravda– a los que, en el partido, se oponían, y defendió la idea de que: “hay que llegar absolutamente a esta solución: tanto el soviet de diputados obreros como el partido”, argumentando: “me parece inútil exigir al soviet de diputados obreros que adopte el programa socialdemócrata o que se adhiera al Partido obrero socialdemócrata de Rusia” ([9]).
Después explica que el soviet ha surgido de la lucha, que es un producto del conjunto del proletariado y que su papel es agrupar al proletariado y a las fuerzas revolucionarias; y que cuando quiere agrupar a campesinos y elementos de la intelectualidad burguesa dentro de los soviets introduce una confusión significativa: “… a mi modo de ver, el soviet de diputados obreros, como centro político dirigente revolucionario, no es una organización demasiado amplia, sino, al contrario, demasiado estrecha. El soviet debe proclamarse gobierno revolucionario provisional, o bien constituirlo, incorporando para ello a nuevos diputados, no solo de los obreros, sino, primero, de los marinos y soldados, que en todas partes se sienten ya atraídos por la libertad; segundo, del campesinado revolucionario, y tercero, de la intelectualidad burguesa revolucionaria. No nos asusta esa composición tan amplia y abigarrada, sino que la deseamos, pues sin la unidad del proletariado y el campesinado, sin el acercamiento militante de los socialdemócratas y demócratas revolucionarios es imposible el éxito total de la gran Revolución rusa”.
La posición de Lenin en el momento de la revolución es justa, aunque luego no siempre fue clara debido a que, en gran medida relacionaba los soviets con la revolución burguesa, y los consideraba como base de un gobierno revolucionario provisional. Sin embargo reconocía uno de los aspectos clave de los soviets: ser una forma surgida de la propia lucha, de la huelga de masas, que agrupa a la clase, un arma de la lucha revolucionaria o insurreccional que avanza y retrocede con ella: “Los soviet de diputados son órganos de la lucha directa de las masas. Surgieron como órganos de la lucha huelguística. Por el peso de las circunstancias se convirtieron muy pronto en órganos de la lucha general revolucionaria contra el gobierno. Y, en virtud del desarrollo de los acontecimientos y del paso de la huelga a la insurrección se convirtieron inconteniblemente en órganos de la insurrección. Es un hecho absolutamente indiscutible que ese es el papel desempeñado en diciembre por toda una serie de “soviets” y “comités”. Y todos los acontecimientos han demostrado de la manera más palmaria y concluyente que la fuerza y la importancia de dichos órganos en el momento de la acción combativa depende totalmente del vigor y del éxito de la insurrección” ([10]).
En 1917 esta comprensión permitió que Lenin reconociera el papel central que desempeñaban los soviets.
Una de las principales lecciones de 1905 es sobre la función de los sindicatos. Ya hemos mencionado este punto fundamental: el nacimiento de los soviets pone en evidencia que la historia ha superado la forma sindical, pero conviene considerar esta cuestión con más detalle.
El Estado ruso prohibió durante años las asociaciones obreras, al contrario de lo que sucedía en los países capitalistas más avanzados donde los sindicatos se habían ganado el derecho a existir y reagrupaban a miles, cuando no a millones, de obreros. La situación particular que se daba en Rusia no impedía que los obreros lucharan, sino que hacía que esos movimientos tendieran a ser espontáneos y, especialmente, que las luchas generaran directamente organizaciones que tomaban la forma de comités de huelga y que desaparecían al terminar la huelga. Lo único legalmente permitido era organizar la recogida de fondos de apoyo a la huelga.
En 1905 Serguei Zubatov funda en Moscú una asociación de ayuda mutua de los trabajadores de la industria mecánica, su ejemplo cunde en otras ciudades en las que se crean organizaciones similares. El objetivo de estos sindicatos (montados y creados por la policía zarista) era separar las reivindicaciones económicas de las políticas, y permitir la satisfacción de las primeras para impedir que surgieran las segundas. Aunque tampoco se satisfacen las primeras, de un lado porque el Estado no quiere hacer la más mínima concesión (que permitiría a los sindicatos ganar un mínimo de credibilidad), y de otro porque la clase obrera y los revolucionarios los utilizan para sus propios fines: “Los zubatovistas de Moscú encontraron audiencia en los talleres ferroviarios de la línea Moscú-Kursk pero, contrariamente a los planes de esos “socialistas de la policía”, los contactos que se establecían en las cantinas y en las librerías zubatovistas también reforzaban la organización de grupos socialdemócratas” ([11]).
La amplia huelga de masas de 1902-1903, extendida por todo el sur del país con la participación de unos 225 mil trabajadores, barrió a los sindicatos zubatovistas.
Para sustituirlos, el Estado permitió la creación de starostes ([12]), o decanos de fábrica, que negocian con la dirección. Ese tipo de delegación había surgido en el pasado ante la falta de otra forma de organización, pero con la nueva ley hecha para evitar la aparición de delegados que representaran realmente los intereses de los obreros, esos individuos solo pueden elegirse con el permiso de sus patronos de los que dependen completamente. No disfrutaban de ninguna inmunidad y podían ser despedidos por sus patronos o ser directamente apartados de sus puestos por los gobernantes de la región dependientes del Estado.
Cuando estalla la revolución los sindicatos aún eran ilegales. Sin embargo se habían formado muchos sindicatos durante la primera oleada de luchas. En San Petersburgo a finales de septiembre había 16 sindicatos, en Moscú 24, así como en otras partes del país. A finales de año pasaron a 57 en San Petersburgo, 67 en Moscú. Los intelectuales y las profesiones liberales también formaban sindicatos (abogados, personal sanitario, ingenieros, técnicos…), 14 de esos sindicatos formaron la Unión de sindicatos.
¿Qué relación había entre sindicatos y soviet? Sencillamente, los soviets dirigían la lucha, y los sindicatos se radicalizaban bajo su dirección: “A medida que se desarrollaba la huelga de octubre, el soviet se convertía naturalmente en el centro que atraía la atención general de los hombres políticos. Su importancia crecía literalmente de hora en hora. El proletariado industrial había sido el primero en cerrar filas en torno a él. La unión de los sindicatos que se había adherido a la huelga a partir del 14 de octubre, tuvo casi inmediatamente que reconocer el protectorado del soviet. Numerosos comités de huelga –los de los ingenieros, abogados funcionarios del gobierno– regulaban sus actos por las decisiones del soviet. Sometiendo a las organizaciones independientes, el soviet unificó en torno suyo a toda la revolución” ([13]).
El ejemplo del sindicato de ferroviarios es instructivo ya que muestra a la vez lo máximo a lo que pueden llegar los sindicatos en ese periodo revolucionario, y sus límites.
Como ya hemos dicho, los ferroviarios antes de 1905 tenían fama de combativos y, los revolucionarios, incluidos los bolcheviques tenían gran influencia en ellos. A finales de enero se producen oleadas de huelgas ferroviarias, primero en Polonia, luego en San Petersburgo, después en Bielorrusia, Ucrania y en las líneas con destino a Moscú. Las autoridades empiezan por hacer alguna concesión e inmediatamente tratan de imponer la ley marcial, pero ninguna de esas dos tácticas hace que los obreros se dobleguen. En abril se funda el Sindicato de empleados y obreros de ferrocarril de todas las Rusias. Al principio ese sindicato parece dominado por los técnicos y oficinistas, mientras los obreros guardan distancia respecto a él; pero eso cambia a lo largo del año. En julio se produce una nueva ola de luchas que arranca de la base y que inmediatamente adopta una forma más política. Como ya hemos recordado, en septiembre la Conferencia sobre las jubilaciones se transforma en “Primer Congreso de delegados de empleados de ferrocarril de todas las Rusias”. Esta marea de combatividad en alza comienza a sobrepasar los límites del sindicato y se desencadenan huelgas espontáneas en septiembre, lo que fuerza a los sindicatos a reaccionar, como señala un delegado al Congreso sobre las jubilaciones: “Los empleados hicieron la huelga espontáneamente, ven inevitable una huelga en el ferrocarril Moscú-Kazan, el sindicato ve necesario apoyar a huelga en las demás vías que conectan Moscú” ([14]).
Esas huelgas se convierten en la chispa que enciende la huelga de masas de octubre: “El 9 de octubre igualmente, en una sesión extraordinaria del Congreso de delegados ferroviarios en Petersburgo, se formula y expide inmediatamente por telégrafo a todas las líneas el lema de la huelga de los ferrocarriles: la jornada de 8 horas, las libertades cívicas, la amnistía, la Asamblea constituyente.
“La huelga extiende ahora una mano dominadora por toda la extensión del país. Se deshace de todas sus vacilaciones. A medida que el número de huelguistas aumenta, su seguridad se hace mayor. Por encima de las necesidades económicas de las profesiones, se elevan las reivindicaciones revolucionarias de la clase. Despegándose de los marcos corporativos y locales, comienza a sentir que la revolución es ella misma, y esto le confiere una audacia inesperada.
“Corre sobre los raíles y, con un gesto autoritario, cierra el camino tras de sí. Advierte de su paso por el hilo telegráfico del ferrocarril: “¡La huelga! ¡Haced la huelga!” exclama en todas las direcciones” ([15]).
Los obreros de base pasan al primer plano, inundan los sindicatos con su pasión revolucionaria: “Entre el 9 y el 18 de octubre no emana ninguna nota del Buró central en la que se dé la más mínima instrucción a los sindicatos locales, y las memorias de sus líderes son especialmente silenciosas en lo que concierne los sucesos de aquellos días. De hecho, la aparición de una organización de obreros de base, promovida por el huelga, tendía a reforzar la influencia tanto de los grupos dirigentes locales como de los partidos revolucionarios a expensas del Buró central que sólo tenia de independiente su nombre, especialmente cuando la huelga implicaba a nuevas categorías de obreros” ([16]).
Incluso la policía zarista reconocía que… “… durante la huelga, los huelguistas formaban comités en cada una de las líneas férreas para asegurar su organización y su dirección” ([17]).
Una de las características de esta huelga fue la aparición de “delegados de tren” cuya misión era extender la huelga y mantener las comunicaciones entre los centros en lucha.
Entre octubre y diciembre se formaron gran cantidad de nuevos sindicatos, como muestra un informe del Gobierno, que se comprometen inmediatamente en la lucha política: “Al principio los sindicatos se forman para regular las relaciones económicas de los empleados pero, enseguida, influenciados por la propaganda contra el Estado, toman un giro más político y empiezan a luchar por derrocar el Estado y el orden social existentes” ([18]).
Esta es muy probablemente una descripción fiel de la actitud de los obreros ferroviarios que, participando en la huelga y en la insurrección armada de diciembre en Moscú estaban en le primer plano de la escena de la revolución.
Los sindicatos de ferroviarios declinan rápidamente tras la revolución. En su Tercer Congreso, diciembre de 1906, su actividad descendió notablemente respecto al año anterior a pesar de que el número de obreros representados se había duplicado. En febrero de 1907 los socialdemócratas se retiran del sindicato y éste se hunde en 1908.
En el siglo xix, la clase obrera en Gran Bretaña se batió para crear sindicatos. Al principio agrupaban solo a los obreros más cualificados, hubo que esperar a las grandes luchas de la segunda mitad de ese siglo para que los obreros no cualificados superaran su dispersión y su debilidad, y formaran sus propios sindicatos. En la Rusia de 1905 son también los obreros más cualificados los que crean primero los sindicatos pero, al contrario de lo ocurrido en Inglaterra, la falta de participación de los no cualificados, de los obreros de base, no expresaba una falta de combatividad y de conciencia de clase sino un nivel más alto de estas. La ausencia de sindicatos no impidió el desarrollo de la conciencia de clase y de la combatividad que continuó progresando en 1905 creando las condiciones favorables para la huelga de masas y la aparición de los soviets. Se dio la forma sindical, pero su contenido tendía a inscribirse en la nueva forma de lucha. En la ebullición revolucionaria los obreros creaban nuevas formas de lucha pero también inyectaban ese nuevo contenido a las viejas formas, arrastrándolas en el torbellino revolucionario. La actividad revolucionaria de la clase obrera clarificó en la práctica la situación mucho antes de que se comprendiese a nivel teórico: en 1917 cuando la clase obrera parte al asalto contra el capital lo hace con los soviets.
La Revolución de 1917 confirmará que el soviet es la única forma de organización que se adapta a las necesidades de la lucha de la clase obrera en “la era de las guerras y de las revoluciones” (términos con los que la Internacional comunista caracteriza el periodo que abre la Primera Guerra mundial en la vida del capitalismo).
La huelga de masas de 1905 y su tentativa de insurrección muestran que los consejos obreros eran capaces de tomar a su cargo todas las funciones esenciales asumidas hasta ese momento por los sindicatos, es decir ser un lugar donde el proletariado se unifica y desarrolla su conciencia de clase, especialmente bajo la influencia de la intervención de los revolucionarios ([19]). Pero, mientras que durante todo el periodo precedente, en que la clase obrera estaba aún constituyéndose, los sindicatos normalmente debían su existencia a la intervención de los revolucionarios que organizaban a su clase; en cambio las masas obreras toman a cargo espontáneamente la creación del soviet, lo que se corresponde con la propia evolución de la clase obrera, a su madurez, a su nivel más alto de conciencia, y a las nuevas condiciones de se lucha. En efecto, mientras que la acción sindical se hacía en estrecha colaboración con los partidos parlamentarios de masas en torno a la lucha sistemática y progresiva por reformas, el consejo obrero corresponde a una necesidad de la lucha al tiempo económica y política, frontal contra el poder del Estado que es ya incapaz de satisfacer las reivindicaciones obreras. Es decir, el sindicato ya no sirve para llevar a delante una lucha capaz de agrupar y unir en la acción a fracciones crecientes y diversas de la clase obrera y ser el crisol de un desarrollo general de la conciencia.
Los sucesos de 1905 muestras por sí mismos que la practica sindical, instrumento por cuya constitución los obreros se batieron durante décadas, estaba perdiendo toda utilidad para la clase obrera. Si las circunstancias de 1905 dieron a los sindicatos la oportunidad de hacer todavía un papel positivo a favor de los obreros, esto sólo fue posible gracias a la propia existencia de los consejos obreros de los que los sindicatos se convirtieron en meros apéndices. En los años siguientes la sanción de la historia fue mucho más cruel para esas herramientas ya inadaptadas para la lucha obrera. En efecto en la primera carnicería mundial, la burguesía de los principales países beligerantes se adueñará de los sindicatos, poniéndolos al servicio del estado burgués, para con ellos atar a la clase obrera al esfuerzo de guerra.
La Revolución de 1905 es rica en lecciones de una importancia capital hoy en día para comprender el periodo histórico, para saber cuáles son las tareas y las formas de la lucha revolucionaria. La lucha de 1905 muestra los elementos esenciales de la lucha del proletariado en el periodo de decadencia del capitalismo. El desarrollo de la crisis del capitalismo platea a la lucha el objetivo de derrocar revolucionariamente al capitalismo, al tiempo que las consecuencias de la crisis, la guerra, la pobreza y una explotación aguda, imponen a toda lucha real darse una forma política. En tal situación nacieron los soviets. No fueron una especificidad rusa, sino que con diferentes ritmos y formas se dieron en los principales países capitalistas. En próximos artículos de esta serie veremos qué lecciones ha sido capaz de sacar el movimiento obrero.
North, 14/06/05
[1]) Trotski, 1905, Resultados y perspectivas, “La formación del Soviet de diputados obreros”.
[2]) Ídem.
[3]) Ídem, Capitulo 10, “El ministerio de Witte”.
[4]) Ídem, Capitulo 11, “Los primeros días de la «libertad»”.
[5]) Ídem, Capitulo 15: “La huelga de noviembre”
[6]) Ídem, Capitulo 16: “¡Las ocho horas y un fusil!”.
[7]) Ndlr: Hibris era en la Grecia antigua la personificación de la insolencia, de la trasgresión de las normas generalmente admitidas, y al castigo que reciben los hombres por ello, de querer parecerse a los dioses o pretender igualarse a ellos.
[8]) Abraham Ascher: La Revolución de 1905, Cap. X: “Días de libertad” (en inglés, traducido por nosotros).
[9]) Lenin: Obras completas,“Nuestras tareas y el Soviet de diputados obreros”.
[10]) Ídem, “La disolución de la Duma y las tareas del proletariado”.
[11]) Henry Reichman, Railwaymen and Revolution, Russia 1905 (Ferroviarios y revolución: 1905”, traducido del inglés por nosotros).
[12]) Ese término, en su origen, se refiere a un veterano nombrado por los campesinos para hacer de policía en el pueblo, mediar en las disputas y tener en cuenta todos los intereses. Todos se sometían siempre a las decisiones del staroste.
[13]) Trotski, 1905, Resultados y perspectivas, Capitulo 8: “La formación del Soviet de diputados obreros”.
[14]) Henry Reichman: Ferroviarios y revolución: 1905, Capitulo 7 (en inglés, traducido por nosotros).
[15]) Trotski, 1905, Resultados y perspectivas, Capitulo 7: “La huelga de octubre”.
[18]) Ídem, Capitulo 8.
[19]) La actitud de los revolucionarios se distingue de la de los reformistas en que frente a cualquier lucha local siempre ponían por delante los intereses comunes a todo el proletariado como clase histórica y mundial revolucionaria y no la perspectiva de un “capitalismo social”.
En el primer artículo de esta serie publicado en el nº 118 de esta Revista, pusimos en evidencia cómo la teoría de la decadencia, en Marx y Engels, está en la médula del materialismo histórico en el análisis de la evolución de los modos de producción. De igual modo la encontramos en el centro de los textos programáticos de las organizaciones de la clase obrera. En el segundo artículo, publicado en el nº 121 de la Revista internacional, hemos visto cómo las organizaciones obreras, tanto en los tiempos de Marx como en la Segunda Internacional, en sus Izquierdas marxistas así como en la Tercera Internacional, la Internacional comunista (IC), hicieron de este análisis el eje central de su comprensión de la evolución del capitalismo para ser capaces determinar las prioridades del momento. Marx y Engels, efectivamente, siempre dijeron claramente que la perspectiva de la revolución comunista dependía de la evolución material, histórica y global del capitalismo. La Internacional comunista, en particular, hará de este análisis el eje central de comprensión del nuevo período abierto con el estallido de la Primera Guerra mundial. Todas las corrientes políticas que la constituirán reconocerán el sello de la entrada del capitalismo en su período de decadencia en el primer conflicto mundial. Seguimos aquí evocando históricamente las principales expresiones políticas particulares de la IC sobre las cuestiones sindical, parlamentaria y nacional, para las cuales la entrada del sistema en su fase de declive tuvo consecuencias muy importantes.
El Primer congreso de la IC se celebró del 2 al 6 de marzo 1919, en plena culminación de la efervescencia revolucionaria internacional que se estaba desarrollando sobre todo en las principales concentraciones obreras de Europa. El joven poder soviético en Rusia apenas existía desde hacía dos años y medio. Un amplio movimiento insurreccional había estallado en septiembre del 18 en Bulgaria. Alemania estaba en plena agitación social, se habían formado consejos obreros en todo el país y una sublevación revolucionaria acababa de ocurrir en Berlín entre noviembre del 18 y febrero del 19. Llegó incluso a formarse una República socialista de consejos obreros en Baviera, que desgraciadamente sólo viviría entre noviembre del 1918 y abril de 1919. Una revolución socialista triunfadora estalló en Hungría inmediatamente después del congreso y resistir seis meses, de marzo a agosto del 19, a los asaltos de las fuerzas contrarrevolucionarias. Importantes movimientos sociales, consecuencia de las atrocidades de la guerra y de las dificultades de la posguerra, agitaban a todos los países europeos.
Al mismo tiempo, a causa de la traición de la socialdemocracia al haber tomado abiertamente partido por la burguesía al estallar la guerra en 1914, las fuerzas revolucionarias estaban en plena reorganización. Empezaban a desprenderse nuevas formaciones mediante un difícil proceso de decantación, con el objetivo de salvar los principios proletarios y las mayores fuerzas posibles de los antiguos partidos obreros. Las Conferencias de Zimmerwald (septiembre de 1915) y de Kienthal (abril del 16), que agruparon a todos los opositores a la guerra imperialista, contribuyeron ampliamente en esa decantación, permitiendo echar los primeros cimientos para la fundación de una nueva Internacional.
En el precedente artículo vimos cómo, tras el estallido de la Primera Guerra mundial, esa nueva Internacional hizo de la entrada del capitalismo en un nuevo período histórico su marco de comprensión de las tareas del momento. Examinaremos ahora cómo aparecerá ese marco, tanto explícita como implícitamente, en la elaboración de sus posiciones programáticas; hemos de poner también en evidencia que la rapidez del movimiento, en las difíciles condiciones de aquellos tiempos, no permitió a los revolucionarios sacar todas las implicaciones políticas de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia en lo referente al contenido y las formas de lucha de la clase obrera.
En el Primer congreso de la Tercera internacional en marzo del 19, las primeras cuestiones a las que han de confrontarse las nuevas organizaciones comunistas atañen a la forma, contenido y perspectivas del movimiento revolucionario que se está desarrollando en toda Europa. La tarea del momento ya no es la de conquistas progresivas en el marco de un sistema capitalista ascendente: es la de la conquista del poder contra un modo de producción que ha sellado su quiebra histórica con el estallido de la Primera Guerra mundial ([1]). La forma de la lucha del proletariado debe entonces evolucionar para corresponderse con ese nuevo contexto histórico y con el nuevo objetivo.
La organización en sindicatos –esencialmente órganos de defensa de los intereses económicos del proletariado, que agrupaban minorías de la clase obrera– era la apropiada para los objetivos del movimiento obrero durante la fase ascendente del capitalismo, paro ya no correspondía a la perspectiva de conquista del poder. Por ello la clase obrera, en las huelgas de masas en Rusia de 1905 ([2]), hizo surgir los soviets (consejos obreros), órganos que agrupan al conjunto de los obreros en lucha, siendo su contenido a la vez político y económico ([3]) y cuyo objetivo fundamental es la preparación de la toma de poder:
« Lo fundamental es encontrar la vía practica que brindará al proletariado el medio para tomar el poder. Esa vía es el sistema de los soviets conjugado con la dictadura del proletariado. ¡Dictadura del proletariado!. Hasta hace poco estas palabras eran para las masas una expresión rebuscada y difícil, pero hoy, por la difusión que ha alcanzado en el mundo entero el sistema de los soviets, esa formulación ha sido traducida a todos los idiomas contemporáneos. Gracias al poder soviético que hoy gobierna en Rusia, gracias a los grupos espartaquistas de Alemania y a otros organismos similares de otros países (…)” (“Discurso de apertura del Primer Congreso de la IC” pronunciado por Lenin, citado en Los cuatro primeros congresos de la IC –primera parte).
Basándose en la experiencia de la Revolución rusa y en la aparición masiva de los consejos obreros en todos los movimientos insurreccionales en Europa, la IC en su Primer congreso era muy consciente de que el marco de las luchas consecuentes de la clase obrera ya no eran las organizaciones sindicales sino estos nuevos órganos unitarios: los soviets:
“En efecto, la victoria no podrá ser considerada como segura mientras no sean organizados no solo los trabajadores de la ciudad sino también los proletarios rurales, y organizados no como antes en los sindicatos y cooperativas sino en los soviets” (“Discurso de Lenin sobre las Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado en el Primer Congreso de la IC”, Idem).
Es por supuesto la principal lección que se despeja de ese Primer congreso constitutivo de la IC, que se da como “tarea más esencial” la “propagación del sistema de los soviets”, según las propias palabras de Lenin:
«Sin embargo, creo que tras casi dos años de revolución no debemos plantear el problema de ese modo sino adoptar resoluciones concretas dado que la propagación del sistema de los soviets es para nosotros, y particularmente para la mayoría de los países de Europa occidental, la más esencial de las tareas (…) Deseo hacer una propuesta concreta tendente a la adopción de una resolución en la cual deben ser señalados particularmente tres puntos: 1. Una de las tareas más importantes para los camaradas de los países de Europa occidental consiste en explicar a las masas el significado, la importancia y la necesidad del sistema de los soviets (…) 3. Debemos decir que la conquista de la mayoría comunista en los soviets es la principal tarea en todos los países donde el poder soviético aún no triunfó” (idem).
El primer congreso de la IC también pone en evidencia que la clase obrera no solo hace surgir nuevos órganos de lucha –los consejos obreros– adaptados a los nuevos objetivos y contenido de su lucha en el período de decadencia del capitalismo, sino que éstos han de enfrentarse a los sindicatos que se han pasado al campo de la burguesía. Lo atestiguan los informes presentados por los delegados de varios países. Albert, delegado por Alemania, dice en su Informe:
«Es importante constatar que esos consejos de fábricas ponen entre la espada y la pared a los viejos sindicatos, incluso tan potentes como los alemanes, que habían prohibido a los obreros hacer huelga, que estaban contra cualquier movimiento declarado por parte de los obreros, y que habían apuñalado por la espalda a la clase obrera. Esos sindicatos están totalmente fuera de juego tras el golpe del 9 de noviembre. Todas la reivindicaciones salariales se han lanzado sin los sindicatos, e incluso contra ellos, porque ellos no han defendido ninguna reivindicación salarial » (citado en el Primer Congreso de la Internacional comunista).
El informe de Platten sobre Suiza va en el mismo sentido:
« El movimiento sindical en Suiza sufre del mismo mal que en Alemania (...) Los obreros suizos comprenden muy bien que solo podrán mejorar su situación material si vulneran los estatutos de sus sindicatos y parten en lucha, no bajo la dirección de la vieja Confederación sino bajo una dirección elegida por ellos. Se organizó un Congreso obrero en el que se formó un consejo obrero... (...) Congreso obrero que se realizó pese a la resistencia de la dirección sindical » (Idem).
Esa realidad del enfrentamiento, a menudo violento, entre movimiento obrero organizado en consejos y sindicatos transformados en último baluarte para salvar al capitalismo, es una experiencia que aparece en los informes de todos los delegados, a uno u otro nivel ([4]).
Este papel contrarrevolucionario de los sindicatos es un descubrimiento para el Partido bolchevique y Zinoviev, en su Informe sobre Rusia, dice:
«El desarrollo histórico de nuestros sindicatos ha sido diferente al de Alemania. En 1904 y 1905 desempeñaron un gran papel revolucionario y, hasta ahora, han luchado a nuestro lado por el socialismo (...) La inmensa mayoría de sus miembros comparten los puntos de vista de nuestro partido y todo lo que votan es a nuestro favor» (Primer Congreso de la IC).
El propio Bujarin, como corredactor de la Plataforma que será votada, declara:
«Camaradas, mi labor consiste en analizar la plataforma que se presenta (...) Si la hubiéramos escrito para los rusos trataríamos del papel de los sindicatos en el proceso de transformación revolucionaria. Pero tras la experiencia de los comunistas alemanes, eso es imposible, ya que los camaradas nos dicen que los sindicatos en Alemania son lo opuesto a los nuestros. En nuestro caso, los sindicatos desempeñan un papel positivo dentro del proceso de trabajo. El poder soviético se apoya, precisamente, en ellos; en Alemania ocurre todo lo contrario » (Primer Congreso de la IC).
Eso no es una sorpresa cuando se sabe que los sindicatos no aparecen realmente en Rusia más que en 1905, en el período de efervescencia revolucionaria en el que son arrastrados por el movimiento, a menudo bajo la dependencia de los soviets. Cuando se hunde el movimiento tras el fracaso de la revolución, los sindicatos también tienen tendencia a desaparecer, pues, contrariamente a lo que ocurría en los países occidentales, el absolutismo del Estado ruso no les permitía integrarse en su seno. En la mayor parte de los países occidentales desarrollados, como Alemania, Gran Bretaña y Francia, los sindicatos tenían tendencia a implicarse cada día más en la gestión de la sociedad a través de su participación en organismos varios y lo que hoy se llama “comisiones paritarias”. La explosión de la guerra confiere a esa tendencia su carácter decisivo, poniendo a los sindicatos en la obligación de escoger explícitamente su campo; y todos lo harán en los países citados traicionando a la clase obrera, incluido el sindicato anarcosindicalista CGT en Francia ([5]). En Rusia, sin embargo, con el desarrollo de la lucha de clases en reacción a las privaciones y al horror de la Primera Guerra mundial, la existencia de los sindicatos se reactiva. En el mejor de los casos, su papel es el de auxiliar de los soviets, como en 1905. Es preciso señalar, sin embargo, que a pesar de las condiciones desfavorables para su integración en el Estado, ciertos sindicatos como el de los ferroviarios ya eran muy reaccionarios en el periodo revolucionario de 1917.
Con el reflujo de la oleada revolucionaria y el aislamiento de Rusia, esas diferencias en la herencia de la experiencia obrera pesarán sobre la capacidad de la Internacional para sacar y hacer homogéneas todas las lecciones de las experiencias del proletariado a escala internacional. La fuerza del movimiento revolucionario, todavía aun muy importante cuando el Primer congreso, así como la convergencia de las experiencias sobre la cuestión sindical a la que se refieren todos los delegados de los países capitalistas más desarrollados, hacen que esta cuestión siga abierta. Así es como el camarada Albert, en nombre de la Mesa y como ponente de la Plataforma de la IC, concluirá sobre la cuestión sindical:
“Ahora abordo una cuestión capital que no se trata en la Plataforma, es decir la del movimiento sindical. Esta cuestión la hemos trabajado ampliamente. Hemos escuchado a delegados de diferentes países hablar del movimiento sindical y debemos constatar que no podemos adoptar hoy una posición internacional sobre esto en la Plataforma porque la situación del proletariado varía considerablemente de un país a otro. (...) Las circunstancias son muy diferentes según los países, de forma que nos parece imposible dar unas líneas directrices internacionales claras a los obreros. Ya que ello no es posible y no podemos zanjar la cuestión, debemos dejar que sean las diversas organizaciones nacionales las que definan su posición» (Primer Congreso de la IC)”.
Así contestará Albert, delegado del Partido comunista de Alemania, a la idea emitida por Reinstein, antiguo miembro del Socialist Labor Party americano y considerado como el delegado de Estados Unidos ([6]), de “revolucionalizar” a los sindicatos:
“Estoy tentado de decir que hay que «revolucionarizar», cambiar a los dirigentes amarillos por dirigentes revolucionarios. Pero, en realidad, no es fácil pues todos las formas de organización de los sindicatos se adaptan al viejo aparato del Estado, y porque el sistema de los Consejos no se puede construir sobre la base de los sindicatos de ramo » (Idem).”
El final de la guerra, una cierta euforia de la “victoria” en los países vencedores y la capacidad de la burguesía, apoyada ahora por la ayuda indefectible de los partidos socialdemócratas y por los sindicatos, para mezclar la represión feroz de los movimientos sociales con concesiones importantes en lo económico y lo político a la clase obrera –tales como el sufragio universal y la jornada de ocho horas– le permitirán estabilizar poco a poco, según qué país, la situación socioeconómica. Esta situación favorecerá el declive progresivo de la intensidad de la oleada revolucionaria que precisamente había surgido contra las atrocidades de la guerra y de sus consecuencias. Ese agotamiento del impulso revolucionario y el frenazo a la degradación de la situación económica pesarán mucho sobre la capacidad del movimiento revolucionario para sacar todas las lecciones de las experiencias de lucha a escala internacional y unificar su comprensión de todas las implicaciones del cambio de período histórico sobre la forma y el contenido de la lucha del proletariado. El aislamiento de la Revolución rusa favorecerá que la IC esté dominada por las posiciones del Partido bolchevique, un partido al que la presión terrible de los acontecimientos obligará a hacer cada vez más concesiones para intentar ganar tiempo y romper el bloqueo que ahogaba a Rusia. Tres hechos significativos de esa involución se materializarán entre el Primer y el Segundo congreso de la IC (julio de 1920). Por un lado, la IC formará en 1920, antes de su Segundo congreso, una Internacional sindical roja que se presentará como contrincante de la Internacional de los sindicatos “amarillos” de Ámsterdam (ligados a los partidos traidores socialdemócratas). Por otro lado, la Comisión ejecutiva de la IS disolverá, en abril de 1920, su Buró para Europa occidental de Ámsterdam, que polarizaba las posiciones radicales de los partidos comunistas en Europa del Oeste, en oposición con ciertas orientaciones defendidas por dicha Comisión, en particular sobre las cuestiones sindical y parlamentaria. Y, para terminar, Lenin escribe, en abril-mayo de 1920, uno de sus peores libros, La enfermedad infantil del comunismo, en el que hace una critica errónea de los que él llamó en aquel entonces “izquierdistas”; estos agrupaban en realidad todas las expresiones de izquierda y expresaban las experiencias de los bastiones más concentrados y avanzados del proletariado europeo ([7]). En lugar de proseguir la discusión, la confrontación y la unificación de las diferentes experiencias internacionales de las luchas del proletariado, ese cambio de perspectiva y de posición abría las puertas a un temeroso repliegue hacia las viejas posiciones socialdemócratas radicales ([8]).
A pesar de los acontecimientos cada día más desfavorables, la IC muestra, en sus «Tesis sobre la cuestión sindical» adoptada en su Segundo congreso, que sigue siendo capaz de clarificaciones teóricas puesto que adquirió la convicción, gracias a la confrontación de las experiencias de lucha en el conjunto de los países y a la convergencia de las lecciones sobre el papel contrarrevolucionario de los sindicatos, y a pesar de la experiencia contraria en Rusia, que los sindicatos se habían pasado a la burguesía durante la Primera Guerra mundial:
“Las mismas razones que, con raras excepciones, habían hecho de la democracia socialista no un arma de la lucha revolucionaria del proletariado por la liquidación del capitalismo, sino una organización que encabezaba el esfuerzo del proletariado según los intereses de la burguesía, hicieron que, durante la guerra, los sindicatos se presentaran con frecuencia como elementos del aparato militar de la burguesía. Ayudaron a ésta a explotar a la clase obrera con la mayor intensidad y a llevar a cabo la guerra del modo más enérgico, en nombre de los intereses del capitalismo” (“El movimiento sindical, los comités de fábrica y de empresas”, Segundo Congreso de la IC, Idem)”.
También los bolcheviques estaban convencidos, a pesar de su experiencia en Rusia, de que los sindicatos desempeñaban ya un papel esencialmente negativo y eran un poderoso freno al desarrollo de la lucha de clases, el estar, como la socialdemocracia, contaminados por el virus del reformismo.
No obstante, debido al cambio de tendencia en la oleada revolucionaria, a la estabilización socioeconómica del capitalismo y al aislamiento de la Revolución rusa, la presión tremenda de los acontecimientos conducirá a la IC, bajo la influencia de los bolcheviques, a quedarse con las antiguas posiciones socialdemócratas radicales en vez de seguir la indispensable profundización política para así comprender los cambios habidos en la dinámica, el contenido y la forma de la lucha de clases en la fase de decadencia del capitalismo. No es extraño entonces que se produjeran unos evidentes retrocesos también en las tesis programáticas que se votaron en el Segundo congreso de la IC, a pesar de la oposición de muchas organizaciones comunistas que representaban las fracciones más avanzadas del proletariado de Europa del Oeste. Y fue así, sin la más mínima argumentación y en total contradicción con la orientación general del Primer congreso y de la realidad concreta de las luchas, cómo defenderán los bolcheviques la idea según la cual:
“… Los sindicatos, que durante la guerra se habían convertido en los órganos del sometimiento de las masas obreras a los intereses de la burguesía, representan ahora los órganos de la destrucción del capitalismo” (Ídem)”.
Esta afirmación, por supuesto, fue inmediata y enérgicamente matizada ([9]), pero abrió la puerta a todos los subterfugios tácticos de “reconquista” de los sindicatos, de “ponerlos entre la espada y la pared” o desarrollar la táctica del frente único, so pretexto de que los comunistas seguían siendo muy minoritarios, que la situación era más desfavorable cada día, que había que “ir a las masas”, etc.
La evolución rápidamente descrita aquí se refiere a la cuestión sindical pero será idéntica, salvo algunos detalles, para las demás posiciones políticas desarrolladas por la IC. Tras haber realizado importantes clarificaciones y avances teóricos, ésta irá retrocediendo a medida que iba retrocediendo la oleada revolucionaria a nivel internacional. No se trata para nosotros de erigirnos en jueces de la historia y poner buenas o malas notas a unos y a otros, lo único que queremos es entender un proceso en el que cada factor cuenta, con sus fuerzas y debilidades. Ante el aislamiento creciente y sometido a la presión del retroceso de los movimientos sociales, cada componente de la IC tendrá tendencia a adoptar una actitud y unas posiciones determinadas por la experiencia específica de la clase obrera de cada país. La influencia predominante de los bolcheviques en la IC dejará progresivamente de ser un factor dinámico en el momento de su formación para acabar siendo un freno para la clarificación, cristalizando las posiciones de la IC a partir únicamente de la experiencia de la Revolución rusa ([10]).
Así como para la cuestión sindical, la posición referente a la política parlamentaria sufrirá una evolución semejante, pasando de una tendencia a la clarificación, expresada incluso en las «Tesis sobre el parlamentarismo» adoptadas por el Segundo congreso de la IC, a una tendencia a la fijación en posiciones de repliegue a partir de esas mismas Tesis ([11]). Pero, todavía más que sobre la cuestión sindical, y eso es lo que más nos interesa en este articulo, la cuestión parlamentaria será claramente analizada como algo propio de la evolución del capitalismo de su fase ascendente a su fase decadente. Se puede leer lo siguiente en las Tesis del Segundo Congreso:
« El comunismo debe tomar como punto de partida el estudio teórico de nuestra época (apogeo del capitalismo, tendencia del imperialismo a su propia negación y a su propia destrucción, agudización continua de la guerra civil, etc.) (...) La actitud de la IIIª Internacional con respecto al parlamentarismo no está determinada por una nueva doctrina sino por la modificación del papel del propio parlamentarismo. En la época precedente, el parlamentarismo, instrumento del capitalismo en vías de desarrollo, trabajó, en cierto sentido, por el progreso histórico. En las condiciones actuales, caracterizadas por el desencadenamiento del imperialismo, el parlamento se ha convertido en un instrumento de la mentira, del fraude, de la violencia, de la destrucción, de los actos de bandolerismo. Obras del imperialismo, las reformas parlamentarias, desprovistas del espíritu de continuidad y de estabilidad y concebidas sin un plan de conjunto, perdieron toda importancia práctica para las masas trabajadoras.(…) Para los comunistas, el parlamento no puede ser actualmente, en ningún caso, el teatro de una lucha por reformas y por el mejoramiento de la situación de la clase obrera, como sucedió en ciertos momentos de la época anterior. El centro de gravedad de la vida política actual está definitivamente fuera del marco del parlamento. (…) Es indispensable considerar siempre el carácter relativamente secundario de este problema (del “parlamentarismo revolucionario”). Al estar el centro de gravedad en la lucha extraparlamentaria por el poder político, es evidente que el problema general de la dictadura del proletariado y de la lucha de las masas por esa dictadura no puede compararse con el problema particular de la utilización del parlamentarismo” (“El partido comunista y el parlamentarismo”, Segundo Congreso de la IC, Ídem, subrayado nuestro).
Desgraciadamente, esas Tesis no serán consecuentes con sus propios presupuestos teóricos puesto que, a pesar de la nitidez de esas afirmaciones, la IC no sacará de ellas todas las consecuencias, pues acaba exhortando a todos los Partidos comunistas a que hagan una labor de propaganda “revolucionaria” desde la tribuna del Parlamento y durante las elecciones.
El Manifiesto votado en el Primer congreso de la IC era muy clarividente sobre la cuestión nacional, al enunciar que en el nuevo periodo abierto por la Primera Guerra mundial:
« El Estado nacional, tras haber dado un impulso vigoroso al desarrollo capitalista, se ha vuelto demasiado estrecho para la expansión de las fuerzas productivas” (“Manifiesto de la Internacional comunista a los proletarios de todo el mundo”, Idem).
Y, por consiguiente, deduce:
“Este fenómeno ha hecho más difícil la situación de los pequeños Estados situados en medio de las grandes potencias europeas y mundiales” (Idem)…
En esto, los pequeños Estados también estaban obligados a desarrollar sus propias políticas imperialistas:
“… “Esos pequeños estados surgidos en diferentes épocas como fragmentación de los grandes, como la calderilla destinada a pagar diversos tributos, como tampones estratégicos, poseen sus dinastías, sus castas dirigentes, sus pretensiones imperialistas, sus maquinaciones diplomáticas (…) Al mismo tiempo el número de pequeños estados creció: de la monarquía austrohúngara, del imperio de los zares se desprendieron nuevos estados que apenas nacidos luchaban entre sí por problemas de fronteras” (Idem)...
Habida cuenta de estas debilidades en un contexto demasiado estrecho para la expansión de las fuerzas productivas, de la independencia nacional se dice que es “ilusoria” y no deja más posibilidades a esas pequeñas naciones que la de hacerles el juego a las grandes potencias vendiéndose a la que más paga en el concierto interimperialista mundial:
“Su independencia ilusoria estaba basada, antes de la guerra, del mismo modo como estaba basado el equilibrio europeo, en el antagonismo de los dos grandes campos imperialistas. La guerra ha destruido ese equilibrio. Al dar primeramente una inmensa ventaja a Alemania, la guerra obligó a los pequeños estados a buscar su salvación en la magnanimidad del militarismo alemán. Al ser vencida Alemania, la burguesía de los pequeños estados, de acuerdo con sus “socialistas” patriotas, se giró para saludar al imperialismo triunfante de los aliados, y en los hipócritas artículos del programa de Wilson se dedicó a buscar las garantías del mantenimiento de su independencia (…) Mientras tanto, los imperialistas aliados preparan acuerdos de pequeñas potencias, viejas y nuevas, para encadenarlas entre sí mediante un odio mutuo y un debilitamiento general” (Ídem)”.
Esa clarividencia será desgraciadamente abandonada ya en el Segundo congreso con la adopción de las «Tesis sobre la cuestión nacional y colonial» puesto que todas las naciones, por pequeñas que sean, ya no serán consideradas como coaccionadas a llevar una política imperialista e involucrase en el juego de las grandes potencias. Las naciones del planeta serán subdivididas en dos grupos,
«la neta y precisa división entre naciones oprimidas, dependientes, protectorados, y opresoras y explotadoras » (Idem).
lo cual implica que:
« Todo partido perteneciente a la IIIº Internacional tiene el deber de (...) apoyar, no con palabras sino con hechos, todo movimiento de emancipación en las colonias (...) Los adherentes al partido que rechacen las condiciones y las tesis establecidas por la Internacional comunista deben ser excluidos del partido” (“Condiciones de admisión de los partidos en la Internacional comunista”, Idem).
Además, contrariamente a lo que se enunciaba con razón en el Manifiesto del Primer congreso, al Estado nacional ya no se le considera como “demasiado estrecho para la expansión de las fuerzas productivas” puesto que:
“… la dominación extranjera traba el libre desarrollo de las fuerzas económicas. Por eso su destrucción es el primer paso de la revolución en las colonias” (ídem).
Aquí de nuevo, podemos constatar hasta qué punto el abandono de todo lo que implica en profundidad, el análisis de la entrada en decadencia del sistema capitalista, acabará llevando poco a poco a la IC hacia la pendiente resbaladiza del oportunismo.
No pretendemos que la IC tuviera una perfecta comprensión de la decadencia del modo de producción capitalista. Como veremos en un próximo articulo, de lo que la IC y sus componentes eran plenamente conscientes, a un grado más o menos elevado, es que había nacido una nueva época, que el capitalismo había pasado a la historia, que la tarea del momento ya no era la conquista de reformas sino la conquista del poder, que la clase dominante, la burguesía, se había vuelto reaccionaria, al menos en los países centrales. Fue precisamente una de las principales debilidades de la IC el no haber sacado todas las lecciones del nuevo periodo abierto por la Primera Guerra mundial sobre la forma y el contenido de la lucha proletaria. Más allá de las fuerzas e insuficiencias de la IC y de sus principales componentes, esta debilidad se debía ante todo a las dificultades generales que tenía que encarar el movimiento obrero en su conjunto:
– la profunda división de las fuerzas revolucionarias tras la traición de la socialdemocracia y la necesidad de recomponerse en las condiciones difíciles de la guerra y de la inmediata posguerra;
– la separación entre países vencedores y países vencidos no eran las condiciones propicias para la generalización del movimiento revolucionario;
– la rápida involución de los movimientos de luchas por la capacidad, de la burguesía, diferente según los países, de estabilizar la situación económica y social inmediatamente después de la guerra.
Esta debilidad iba necesariamente a incrementarse y les incumbirá a las fracciones de izquierda que saldrán de la IC seguir el trabajo que no pudo cumplir ésta.
C. Mcl
[1]) “La IIª Internacional ha hecho un trabajo útil organizando a las masas proletarias durante el « periodo pacífico » del peor esclavismo capitalista durante el último tercio del siglo xix y principios del xx. La tarea de la IIIª Internacional es la de preparar al proletariado para la lucha revolucionaria contra los gobiernos capitalistas, para la guerra civil contra la burguesía en todos los países, hacia la toma del poder público y la victoria del socialismo » (Lenin, noviembre 1914, citado por M. Rakosi en su “Introducción a los textos de los cuatro primeros congresos de la Internacional comunista”).
[2]) Léase, en esta misma Revista internacional y en los nos 120 y 122, nuestra serie sobre la Revolución de 1905 en Rusia y la aparición de los soviets.
[3]) “En la época en que el capitalismo cae en ruinas, la lucha económica del proletariado se transforma en lucha política mucho más rápidamente que en la época de desarrollo pacifico del régimen capitalista. Todo conflicto económico importante puede plantear ante los obreros el problema de la Revolución » (« El movimiento sindical, los comités de fábrica y de empresas », Segundo Congreso de la IC) “La lucha de los obreros por el aumento de los salarios, aún en el caso de tener éxito, no implica el mejoramiento esperado de las condiciones de existencia, pues el aumento de los precios de los productos invalida inevitablemente ese éxito. La enérgica lucha de los obreros por aumentos de salarios en los países cuya situación es evidentemente sin salida, imposibilita los progresos de la producción capitalista debido al carácter impetuoso y apasionado de esta lucha y su tendencia a la generalización. El mejoramiento de la condición de los obreros sólo podrá alcanzarse cuando el propio proletariado se apodere de la producción» (Plataforma de la IC adoptada en el Primer Congreso).
[4]) Así, le Informe de Feinberg por Inglaterra señala que: “Los sindicatos renuncian a las conquistas arrancadas durante largos años de lucha, y la dirección de las trade-unions hace la unión sagrada con la burguesía. Pero la vida, la agravación de la explotación, la elevación del coste de la vida fuerzan a los obreros a volverse contra los capitalistas que utilizan la unión sagrada para sus objetivos de explotación. Se ven obligados a pedir aumentos de salarios y a apoyar esas reivindicaciones mediante huelgas. La dirección de los sindicatos y los antiguos líderes del movimiento habían prometido al gobierno sujetar a los obreros. Pero esos aumentos se producirían aunque de forma “no oficial” (Idem) Igualmente, por lo que respecta a los Estados Unidos, el Informe de Reinstein señala: “Pero, hay que destacar aquí que la clase capitalista norteamericana ha sido bastante pragmática y artera al dotarse de un pararrayos práctico y eficaz gracias al desarrollo de una gran organización sindical antisocialista bajo la dirección de Gompers. (...) Gompers es, más que nada, un Zubatov americano (Zubatov fue quien organizó los “sindicatos amarillos » por cuenta de la policía zarista). Siempre ha sido, y es, un decidido adversario de la concepción y de los objetivos socialistas, pero representa a una gran organización obrera, la Federación norteamericana del trabajo, fundada sobre los sueños de armonía entre el capital y el trabajo, que vela para que la potencia de la clase obrera se paralice y se ponga en orden de combate para mayor gloria del capitalismo americano » (Idem). El delegado por Finlandia, Kuusinen, irá en el mismo sentido en la discusión sobre la Plataforma de la IC : “Hay que hacer una puntualización al párrafo « Democracia y dictadura » sobre la cuestión de los sindicatos revolucionarios y las cooperativas. En Finlandia no existen ni sindicatos revolucionarios ni cooperativas revolucionarias y dudamos que pudieran existir. La forma de esos sindicatos y de tales organizaciones es tal en nuestro caso que estamos convencidos de que el nuevo régimen social tras la revolución será más sólido sin esos sindicatos que con ellos» (Ídem).
[5]) Esa es también la razón por la que la CNT española todavía no se pasara al campo burgués en 1914. Al no haber participado España en la Primera Guerra mundial, la CNT no se vio acorralada entre la espada y la pared, obligada a escoger su campo como ocurrió con los sindicatos de otros países.
[6]) Léanse las paginas del libro Los Cuatro primeros congresos de la IC sobre el tema. Este mismo delegado propondrá una enmienda en ese sentido a la Plataforma de la IC, que rechazará el Congreso.
[7]) Así Lenin llegará a escribir: “De ahí la necesidad, la necesidad absoluta para la vanguardia del proletariado, para su parte consciente, para el Partido comunista, de andarse con rodeos, de llegar a acuerdos, compromisos con los diversos grupos proletarios, los diversos partidos obreros y pequeños empresarios (...)”.
[8]) “El segundo objetivo de actualidad y que consiste en saber llevar a las masas a esta nueva posición (la dictadura del proletariado) capaz de asegurar la victoria de la vanguardia en la revolución, ese objetivo actual no podrá ser alcanzado sin la liquidación del doctrinarismo de izquierda, sin el rechazo decisivo y la eliminación total de sus errores“ (Lenin, en La enfermedad infantil del comunismo).
[9]) Las tesis continúan: «Pero la vieja forma burocrática profesional y las antiguas formas de la organización sindical entorpecen cualquier transformación del carácter de los sindicatos».
[10]) «El Segundo Congreso de la IIIª Internacional considera no adecuadas las concepciones sobre las relaciones del partido con la clase obrera y con las masas respecto a la participación facultativa de los Partidos comunistas en la acción parlamentaria y en la acción en los sindicatos reaccionarios, que han sido ampliamente refutadas en las resoluciones especiales del presente Congreso, tras haber sido defendidas, sobre todo, por el “Partido comunista obrero alemán” (KAPD, nota del redactor), por unos cuantos del “Partido comunista suizo”, por el órgano del buró vienés de la IC para Europa Oriental, Kommunismus, por algún camarada holandés, por ciertas organizaciones comunistas de Inglaterra, por la Federación Obrera Socialista, etc, así como por las IWW de Estados Unidos y por los Shop Stewards Commitees de Inglaterra, etc.” (Los cuatro primeros congresos de la IC).
[11]) Al haberlo hecho detalladamente para la cuestión sindical, no podemos aquí, en el marco de este articulo sobre la decadencia, repetirlo sobre la cuestión parlamentaria. Remitimos el lector a nuestra selección de artículos Movilización electoral, desmovilización de la clase obrera, que recoge dos artículos sobre el tema, publicados respectivamente en Révolution internationale no 2, febrero de 1973, “Las barricadas de la burguesía” y en el nº 10, julio de 1974, “Las elecciones contra la clase obrera.
El decimosexto congreso de la CCI ha coincidido con sus treinta años de vida. Igual que cuando los diez y los veinte años de la CCI, queremos en este artículo, sacar un balance de la experiencia de nuestra organización durante ese período pasado. No es ni mucho menos una expresión de narcisismo: las organizaciones comunistas no existen por y para sí mismas; son instrumentos de la clase obrera y a ésta pertenece la experiencia de aquéllas. Y por eso, este artículo es como una entrega de mandato que la clase obrera ha confiado a nuestra organización durante los treinta años de su existencia. Y como en toda entrega de mandato, hay que evaluar si nuestra organización ha sido capaz de hacer frente a las responsabilidades que le incumbían cuando se formó. Por eso empezamos examinando cuáles eran las responsabilidades de los revolucionarios hace treinta años ante lo que estaba en juego en la situación de entonces y cómo han evolucionado desde entonces al irse modificando la situación.
La situación en la que se formó la CCI, y que determinó las responsabilidades que tuvo que asumir en sus primeros años, era la del fin de la profunda contrarrevolución que se había abatido sobre el proletariado mundial tras el fracaso de la oleada revolucionaria de 1917-23. La extraordinaria huelga de masas de mayo de 1968 en Francia, el “mayo rampante” del otoño del 69 en Italia, las huelgas del Báltico en Polonia en el invierno de 1970-71, y muchos otros movimientos, revelaron que el proletariado había levantado la pesada losa que cargaba sobre él durante cuatro décadas. Esta reanudación histórica del proletariado no solo se expresó en el resurgir de las luchas obreras, y en la capacidad de éstas para deshacerse de la argolla en que estaban encerradas por los partidos de izquierda y sobre todo por los sindicatos durante décadas (así ocurrió en particular cuando las huelgas “salvajes” del “otoño caliente” italiano de 1969). Uno de los signos más patentes de que la clase obrera se había librado por fin de la contrarrevolución fue la aparición de toda una serie de personas y de grupos en búsqueda de las verdaderas posiciones revolucionarias del proletariado, poniendo en entredicho el monopolio que los partidos estalinistas ejercían, junto con sus apéndices izquierdistas (trotskistas o maoístas), sobre la idea misma de revolución comunista. La CCI fue, también ella, el resultado de ese proceso, puesto que se formó mediante el agrupamiento de una serie de grupos surgidos en Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia y España y que se acercaron a las posiciones defendidas desde 1964, por el grupo Internacionalismo en Venezuela, grupo impulsado por un antiguo militante de la Izquierda comunista, MC, que estaba en ese país desde 1952.
Durante todo un tiempo, la actividad y las preocupaciones esenciales de la CCI estuvieron determinadas por estas tres responsabilidades fundamentales:
– apropiarse plenamente de las posiciones, análisis y enseñanzas de las organizaciones comunistas del pasado, pues la contrarrevolución las había llevado a la esclerosis o a su desaparición;
– intervenir en la oleada internacional de luchas obreras iniciada en mayo de 1968 en Francia;
– proseguir el agrupamiento de las nuevas fuerzas comunistas, del que la formación de la CCI había sido una primera etapa.
Con el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas de Europa en 1989 se instauró una nueva situación para la clase obrera la cual recibió en plena cara el latigazo de todas las campañas sobre el “triunfo de la democracia”, “la muerte del comunismo”, la “desaparición de la lucha de clases”, incluso de la propia clase obrera. Esa situación provocó un profundo retroceso en la clase obrera tanto en su combatividad como en su conciencia.
Y así, los treinta años de vida de la CCI se dividen en dos períodos de una duración equivalente, cada uno de ellos de unos quince años y de perfiles muy diferentes. En el primer período había que acompañar los pasos progresivos de la clase obrera en el desarrollo de sus combates y de su conciencia, interviniendo activamente en sus luchas. En cambio, una de las preocupaciones centrales de nuestra organización durante el segundo período ha sido la de resistir a contracorriente ante el profundo desconcierto de la clase obrera mundial. Fue una prueba para la CCI como para todas las organizaciones comunistas, pues no son impermeables al ambiente general en el que se mueve el conjunto de su clase: la desmoralización y la falta de confianza en sí misma que afectaban a ésta tenían una repercusión inevitable en las propias filas de nuestra organización. Y ese peligro era tanto más importante porque la generación que fundó la CCI había llegado a la política a partir de 1968 y principios de los años 70 por los surcos de unas luchas obreras de gran amplitud que podían hacer pensar que la revolución comunista estaba ya llamando a las puertas de la historia.
Hacer pues el balance de estos treinta años de vida de la CCI es examinar cómo fue nuestra organización capaz de hacer frente a esos dos períodos de la vida de la sociedad y del combate de la clase obrera. Se trata de ver cómo, ante las pruebas que tuvo que arrostrar, superó las debilidades inherentes a las circunstancias históricas presentes en su constitución y, de ese modo, comprender los factores de fuerza que le permiten sacar un balance positivo de estos treinta años de existencia.
En efecto, antes de ir más lejos, debemos hacer constar que el balance que la CCI puede sacar de sus treinta años de vida es positivo con creces. Cierto es que el tamaño de nuestra organización y, sobre todo, su impacto es muy modestos. Así lo escribíamos en el artículo publicado con ocasión de los 20 años de la CCI :
“Cuando comparamos a la CCI con las organizaciones que han marcado la historia del movimiento obrero, especialmente las Internacionales, puede embargarnos una cierta sensación de vértigo: mientras que millones o decenas de millones de obreros pertenecían, o estaban influenciados por estas organizaciones, la CCI es conocida en el mundo por una ínfima minoría de la clase obrera”[1]
Esta situación sigue siendo básicamente la misma hoy y se explica, como lo hemos puesto de relieve en nuestros artículos, por las circunstancias inéditas en medio de las cuales la clase obrera ha reanudado su camino hacia la revolución:
– ritmo lento del hundimiento económico del capitalismo, cuyas primeras manifestaciones a finales de los años 60 sirvieron de detonador para el resurgir histórico del proletariado;
– amplitud y profundidad de la contrarrevolución que se cernió sobre la clase obrera a partir de finales de los años 1920 y que separó a las nuevas generaciones de proletarios y de revolucionarios de la experiencia de las generaciones que habían realizado los grandes combates de principios de siglo xx y, en particular, de la oleada revolucionaria de 1917-23;
– enorme desconfianza de los obreros hacia toda organización política proletaria, al rechazar la dominación de los sindicatos y de los partidos pretendidamente “obreros”, “socialistas” o “comunistas”;
– incremento del peso de la falta de confianza en sí y de la desmoralización consecuente al desmoronamiento de los pretendidos “regímenes comunistas”.
Dicho lo cual, hay que poner de relieve el camino recorrido: mientras que en 1968 nuestra tendencia política sólo contaba con un pequeño núcleo en Venezuela y se formaba en Francia, en una sola ciudad del Sur, un pequeño grupo capaz únicamente de publicar dos o tres veces por año una revista a multicopista, nuestra organización es hoy una referencia para quienes se acercan a las posiciones revolucionarias:
– con publicaciones territoriales en 12 países, redactadas en 7 lenguas (inglés, español, alemán, francés, italiano, holandés y sueco);
– más de cien folletos y otros documentos publicados en esas lenguas y, además, en ruso, portugués, bengalí, hindi, farsi y coreano;
– más de 420 números de nuestra publicación teórica, la Revista internacional, publicada regularmente cada tres meses en inglés, español y francés y, con menor regularidad, en alemán, italiano, holandés y sueco.
Desde su formación, CCI ha realizado, en término medio, una publicación cada 5 días y ese ritmo es actualmente de una publicación cada 4 días. Hay que añadir el sitio Internet, con páginas en 13 lenguas. Esas páginas recogen los artículos de la prensa territorial, de la Revista internacional, los folletos y los volantes o panfletos impresos en papel, pero se publican en internationalism.org textos específicos, ICConline, lo cual nos permite dar a conocer lo antes posible nuestros posicionamientos ante acontecimientos sobresalientes de la actualidad.
Junto a esa actividad de publicación, hay que señalar también la cantidad de reuniones públicas o permanencias realizadas en 15 países por nuestra organización desde que ésta se creó, que permiten a nuestros simpatizantes venir a discutir sobre nuestras posiciones y análisis. Sin olvidar nuestras propias intervenciones orales, las ventas de prensa y reparto de volantes, en las reuniones públicas claro está, los foros o reuniones de otras organizaciones, en las manifestaciones, a las puertas de las empresas, en mercados, estaciones y, evidentemente, en las luchas de nuestra clase.
Digámoslo una vez más, todo eso es muy poco comparado, por ejemplo, con lo que podía ser la actividad de las secciones de Internacional comunista a principios de los años 20, en una época en que las posiciones revolucionarias se expresaban en periódicos diarios. Pero, como ya dijimos, solo puede compararse lo comparable y la verdadera medida del “éxito” de la CCI puede ser la diferencia que la separa de las demás organizaciones de la Izquierda comunista, unas organizaciones ya constituidas en 1968 cuando nuestra propia corriente estaba todavía en pañales.
Había en aquellos años unas cuantas organizaciones que se reivindicaban de la Izquierda comunista. Por un lado, estaban los grupos que se reivindicaban de la tradición de la Izquierda holandesa, o sea el “consejismo”, representado sobre todo por Spartacusbond y Daad en Gedachte, en Francia por el Groupe de liaison pour l’action des travailleurs (GLAT) e Informations et correspondances ouvrières (ICO), en Gran Bretaña por Solidarity, que se reivindicaba más especialmente del francés Socialisme ou barbarie, grupo desparecido en 1964 y surgido de una escisión habida en la IVª Internacional trotskista al término de la Segunda Guerra mundial.
Fuera de la corriente consejista, había también en Francia otro grupo salido de Socialisme ou Barbarie, Pouvoir ouvrier y, también, un pequeño núcleo en torno a Grandizo Munis (antiguo dirigente de la sección española de la IVª Internacional), Fomento obrero revolucionario, en francés Ferment ouvrier revolutionnaire (FOR, que publicaba Alarma/Alarme).
La otra corriente de la Izquierda comunista presente en 1968 era la que se vinculaba a la Izquierda italiana con dos ramas debidas a la escisión de 1952 en el Partito comunista Internazionalista de Italia fundado en 1945 al final de la guerra. Estaba, por un lado, el Partido comunista internacional “bordiguista” con su publicación Programma comunista en Italia y le Prolétaire y Programme comunista en Francia y, por otro, la corriente mayoritaria en el momento de la escisión, que publicaba Battaglia comunista y Prometeo.
Durante cierto tiempo, algunos de esos grupos se granjearon un éxito incontestable en lo que a “audiencia” se refiere. Así fue con grupos “consejistas” como ICO, hacia el que convergieron toda una serie de gente incitada a la política por Mayo del 68, grupo que fue capaz, en 1969 y 1970, de organizar varios encuentros a nivel regional, nacional e incluso internacional (Bruselas 1969) con la asistencia de importantes cantidades de elementos y grupos (el nuestro entre ellos). Pero ICO desapareció a principios de los años 70. Este medio volvió a aparecer a partir de 1975 con un boletín trimestral (Échanges) en el que participaban gentes de varios países pero solo en lengua francesa. En cuanto a los demás grupos de la corriente “consejista”, o dejaron de existir, como el GLAT en los años 70, Solidarity en 1988 o Spartacusbond, el cual no sobrevivió a la muerte de su principal animador, Stan Poppe en 1991, o dejaron de publicarse como Daad en Gedachte a finales de los 90.
También desaparecieron otros grupos mencionados arriba, Pouvoir ouvrier en los años 70 y FOR en los 90.
En cuanto a los grupos que se vinculan a la Izquierda Italiana, tampoco puede afirmarse que su destino haya sido de lo más brillante.
La esfera “bordiguista” conoció, tras la muerte de Bordiga en 1970, varias escisiones, entre las cuales la que desembocó en la formación de un nuevo “Partido comunista internacional” que publica il Partito comunista. Pero sería la tendencia mayoritaria que publica il Programma comunista, la que conoció a finales de los años 70 un desarrollo importante en varios países, lo que hizo de ella, durante algún tiempo, la principal organización internacional que se reivindicaba de la Izquierda comunista. Esta progresión, sin embargo, se debió en gran parte a una deriva izquierdista y tercermundista de la organización. Al cabo, una verdadera explosión golpeó al Partido comunista internacional 1982. La organización internacional se desmoronó cual castillo de naipes, tirando cado uno por su lado en plena desbandada. La sección francesa desapareció durante algunos años, mientras que en Italia, con grandes dificultades, algunos elementos fieles al bordiguismo “ortodoxo” volvieron a empezar al cabo de algún tiempo a manifestarse con dos publicaciones, Il Programma comunista e il Comunista. Hoy, la corriente bordiguista, aunque conserva cierta capacidad editorial en Italia con tres periódicos más o menos mensuales, está poco presente en el plano internacional. A la tendencia que publica il Comunista sólo en Francia le queda un representante con el trimestral le Prolétaire. La que publica Programma comunista en italiano publica Internationalist Papers en inglés cada uno o dos años y Cahiers internationalistes en francés con menor frecuencia todavía. La tendencia que publica en italiano Il Partito comunista (un “mensual” que aparece 7 veces al año) y Comunismo (cada 6 meses) saca también una o dos veces por año la Izquierda comunista y Communist Left, en español e inglés.
En cuanto a la corriente mayoritaria salida de la escisión de 1952 y que, además de las publicaciones, ha conservado el nombre de Partito comunista internazionalista (PCInt), ya hemos relatado en nuestro artículo “Una política oportunista de agrupamiento que no lleva más que a “abortos”[2]” las desventuras en sus intentos por ampliar su audiencia internacional. En 1984, el PCInt se agrupó con la Communist Workers’ Organización (que publica Revolutionnary Perspective) para formar el Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR). Casi 15 años más tarde, esta organización logró por fin extenderse más allá de sus dos componentes iniciales, integrando, a finales de los años 90 y principios de los años 2000, a varios pequeños núcleos, entre los cuales, el más activo es el que publica Notes internationalistes – Internationalist Notes en Canadá con una frecuencia trimestral, mientras que Bilan et perspectives, en Francia, aparece menos de una vez por año y el Círculo de América Latina (un grupo “simpatizante” del BIPR) no tiene publicación regular, limitándose esencialmente a publicar tomas de posición y traducciones en español en la página Internet del BIPR. Aunque se formó hace más de 20 años (y que además el Partito comunista internazionalista existe desde hace más de 60), el BIPR que, de todos los grupos vinculados al PCInt de 1945, es el de mayor extensión internacional[3], es hoy una organización mucho menos desarrollada que lo estaba la CCI cuando se formó.
Más en general, la CCI sola realiza cada año más publicaciones regulares (una publicación cada 5 días) que todas las demás organizaciones juntas. Ninguna de esas organizaciones dispone hoy por hoy de una publicación regular en lengua alemana, lo cual, evidentemente, es una debilidad, debido a la importancia del proletariado de Alemania en la historia del movimiento obrero internacional y en el porvenir de éste.
No se trata de ponerse en plan de competencia comercial si hemos hecho aquí esta comparación entre la extensión de nuestra organización y la de los demás grupos que se reivindican de la Izquierda comunista. Contrariamente a los que pretenden algunos de esos grupos, la CCI nunca ha intentado desarrollarse a costa de ellos, todo lo contrario. Cuando discutimos con contactos, siempre les animamos a que conozcan a esos otros grupos y sus publicaciones[4]. Y siempre hemos invitado a las demás organizaciones de la Izquierda comunista a que intervengan en nuestras reuniones públicas y presenten en ellas su prensa (proponiéndoles incluso alojar a sus militantes en las ciudades o países en donde no están presentes)[5]; también, en caso de acuerdo, hemos depositado en librerías publicaciones de esos grupos. Nuestra política no ha sido nunca la de ir “de pesca” para enganchar a militantes de otras organizaciones que tuvieran divergencias con las posiciones o la política de ellas. Siempre les animamos a quedarse en ellas para llevar a cabo en su seno un debate de clarificación[6].
Porque, contrariamente a los demás grupos citados aquí, los cuales se consideran todos como el único en poder impulsar la formación del futuro partido de la revolución comunista, nosotros pensamos que existe un campo de la Izquierda comunista que defiende posiciones en el seno de la clase obrera y que ésta sacará tantos más beneficios cuanto más se desarrolle ese campo en su conjunto. Claro que criticamos las posiciones y análisis que nos parecen erróneos en esas organizaciones cuando nos parece útil. Pero nuestras polémicas forman parte del debate necesario en el proletariado, pues, como Marx y Engels, nosotros pensamos que, además de su experiencia, solo la discusión y la confrontación de las posiciones le permitirá avanzar en su toma de conciencia[7].
El objetivo esencial de esa comparación del balance de la CCI con el de las demás organizaciones de la Izquierda comunista es, en realidad, poner de relieve lo débil que es todavía el impacto de las posiciones revolucionarias en el seno de la clase, debido a las condiciones históricas y a los obstáculos que la clase encuentra en el camino de su toma de conciencia. Nos permite comprender que el débil impacto que tiene todavía hoy la CCI no debe ser considerado como un fracaso de su política o de sus orientaciones. Muy al contrario: teniendo en cuenta las circunstancias históricas actuales, lo que hemos logrado realizar desde hace treinta años debe considerarse como muy positivo y subraya la validez de las orientaciones que nos hemos dado a lo largo de este período. Por consiguiente debemos examinar más precisamente cómo nos han permitido esas orientaciones enfrentar positivamente las diferentes situaciones que se han ido sucediendo desde la fundación de la organización. Y en primer lugar, debemos recordar (pues ya lo dijimos en los artículos publicados con ocasión del Xº y el XXº aniversario de la CCI) cuáles han sido los principios fundamentales en los que nos hemos basado[8].
Lo primero que hay que decir con fuerza es que esos principios no son, ni mucho menos, un invento de la CCI. Ha sido la experiencia del conjunto del movimiento obrero lo que ha ido elaborando progresivamente esos principios. Por eso no es en absoluto por formalismo si en las “posiciones de base” que aparecen en la contraportada de todas nuestras publicaciones está escrito:
“Las posiciones de las organizaciones revolucionarias y su actividad son el fruto de las experiencias pasadas de la clase obrera y de las lecciones que dichas organizaciones han ido acumulando de esas experiencias a lo largo de la historia.
“La CCI se reivindica de los aportes sucesivos de la Liga de los comunistas de Marx y Engels (1847-52), de las tres Internacionales (la Asociación internacional de los trabajadores, 1864-72, la Internacional socialista, 1884-1914, la Internacional comunista, 1919-28), de las Fracciones de izquierda que se fueron separando en los años 1920-30 de la Tercera internacional (la Internacional comunista) en su proceso de degeneración, y más particularmente de las Izquierdas alemana, holandesa e italiana”.
Nos reivindicamos de los aportes sucesivos de las diferentes fracciones de izquierda de la IC, pero, en lo referente a la construcción de la organización nos vinculamos con las concepciones de la Fracción de izquierda del Partido comunista de Italia, especialmente con las expuestas en la revista Bilan en los años 30. Fue la gran clarividencia alcanzada por esta organización lo que fue decisivo en su capacidad no sólo para sobrevivir, sino también para impulsar el pensamiento comunista de manera sobresaliente.
En el marco de este artículo, no podemos desarrollar las posiciones de la Fracción italiana (FI) en toda su riqueza. Nos limitaremos a lo esencial.
Lo primero que nos vincula a la FI es la cuestión del curso histórico: ante la crisis mortal de la economía capitalista cada una de las clases fundamentales de la sociedad, burguesía y proletariado, da su propia respuesta: la guerra imperialista aquélla y la revolución el proletariado. La salida que se impondrá finalmente depende de la relación de fuerzas entre las clases. Si la burguesía pudo desencadenar la Primera Guerra mundial fue porque el proletariado había sido derrotado previamente por su enemigo, sobre todo gracias a la victoria del oportunismo en el seno de los principales partidos de la Segunda Internacional. La guerra imperialista misma, sin embargo, al barrer con toda su bestialidad todas las ilusiones sobre la capacidad del capitalismo para proporcionar la paz y la prosperidad a la sociedad y mejorar las condiciones de vida de la clase obrera, provocó el despertar de ésta. El proletariado se alzó contra la guerra a partir de 1917 en Rusia y en 1918 en Alemania para después lanzarse a los combates por el derrocamiento del capitalismo. El fracaso de la revolución en Alemania, o sea en el país más decisivo, abrió la puerta a la victoria de une contrarrevolución que extendió su dominación al mundo entero, especialmente a Europa, con la victoria del estalinismo en Rusia, del fascismo en Alemania y de la ideología “antifascista” en los países “democráticos”. Uno de los méritos de la Fracción, durante los años 30, fue haber comprendido que, a causa de la derrota profunda de la clase obrera, la crisis aguda del capitalismo que había empezado en 1929, no podía sino desembocar en una nueva guerra mundial. Con esta base de análisis del período, o sea que el curso histórico no era hacia la revolución sino hacia la guerra mundial, la Fracción pudo comprender la naturaleza de los acontecimientos en España 36 y no caer así en el error fatal de los trotskistas que veían en ellos los inicios de la revolución proletaria cuando en realidad eran la preparación de la segunda carnicería imperialista.
La capacidad de la Fracción para identificar la verdadera situación de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado se completaba con la claridad con la que concebía el papel de las organizaciones comunistas en cada uno de los períodos de la historia. Basándose en la experiencia de las diferentes Fracciones de izquierda habidas en la historia del movimiento obrero, en particular la Fracción bolchevique dentro del Partido obrero socialdemócrata de Rusia (POSDR), y también la actividad de Marx y Engels desde 1847, la Fracción, con su publicación Bilan, estableció la diferencia entre la forma Partido y la forma Fracción de la organización comunista. El partido es el órgano que se da la clase en períodos de lucha intensa cuando las posiciones defendidas por los revolucionarios tienen un impacto real en el discurrir de la lucha. Cuando la relación de fuerzas se hace desfavorable al proletariado, el partido o desparece como tal o tiende a degenerar en un derrotero oportunista que lo arrastra a la traición al servicio de la clase enemiga. La defensa de las posiciones revolucionarias le incumbe entonces a un organismo de dimensiones e impacto más restringidos, la Fracción. El papel de ésta es luchar para enderezar el partido y que sea capaz de desempeñar su papel cuando la clase vuelva a la lucha o, en caso de que esa tarea resulte imposible, servir de puente programático y organizativo hacia el futuro partido, el cual solo se podrá formar a condición:
– de que la Fracción haya sacado todas las lecciones de la experiencia pasada, en particular de las derrotas;
– que la relación de fuerzas entre las clases vuelva a ser otra vez favorable al proletariado.
Otra de las enseñanzas transmitidas por la Izquierda Italiana y que se deduce de lo dicho antes, es el rechazo del inmediatismo, o sea de la actitud que pierde de vista el largo plazo que es lo propio de la lucha del proletariado y de la intervención de las organizaciones revolucionarias en esa lucha. Lenin decía que la paciencia debía ser una de las cualidades principales de los bolcheviques. Reanudaba así el combate de Marx y de Engels contra la plaga del inmediatismo[9], la cual, a causa de la penetración permanente en la clase obrera de la ideología de la pequeña burguesía, o sea una capa social sin el menor porvenir, una amenaza constante para el movimiento de la clase obrera.
Una consecuencia de esa lucha contra el inmediatismo en la que se ilustró la Fracción fue el rigor en la labor de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias. Contrariamente a la corriente trotskista, que privilegiaba los agrupamientos apresurados basados entre otras cosas en acuerdos entre “personalidades”, la Fracción anteponía la necesidad de una discusión profunda de los principios programáticos antes de unirse con otras corrientes.
Pero ese rigor en los principios no excluía ni mucho menos la voluntad de discusión con otros grupos. Cuando se es firme en las convicciones no se teme la confrontación con otras corrientes. Y, al contrario, el sectarismo, al considerarse “único en el mundo” y rechazar todo contacto con otros grupos proletarios, es, en general, la marca de una falta de convicción en la validez de sus propias posiciones. Fue precisamente porque se basaba con firmeza en lo adquirido por el movimiento obrero por lo que la Fracción dio pruebas de audacia al pasar por el tamiz de la crítica las experiencias pasadas hasta llegar si hacía falta a poner en entredicho algunas posiciones consideradas como una especie de dogma por otras corrientes[10]. Y así, mientras que la corriente de la Izquierda germano-holandesa, ante la degeneración de la revolución en Rusia y el papel contrarrevolucionario desde entonces desempeñado por el partido bolchevique, tiraba todo a la basura cuando concluía que la naturaleza de la revolución de Octubre y de ese partido era burguesa, la Fracción, en cambio, siempre dejó muy clara la naturaleza proletaria de aquélla y de éste. De este modo también combatía la postura del “consejismo” hacia la que había resbalado la Izquierda holandesa, afirmando el papel indispensable del partido para la victoria de la revolución comunista. Y contra el trotskismo, que se reivindicaba íntegramente de los cuatro primeros congresos de Internacional comunista, la Fracción, siguiendo al Partido comunista de Italia de principios de los años 20, rechazó las posiciones erróneas de esos congresos, especialmente la política de “frente único”. Pero fue todavía más lejos, poniendo en entredicho la posición de Lenin y del Segundo Congreso sobre el apoyo a las luchas de liberación nacional uniéndose en eso a la postura defendida por Rosa Luxemburg.
Sobre el conjunto de esas enseñanzas, recogidas y sistematizadas por la Izquierda comunista de Francia (1945-52), se basó la CCI cuando se formó. Y es eso lo que le ha permitido enfrentarse victoriosamente a las pruebas que iba a encarar, a causa, en particular, de las debilidades que pesaban sobre el proletariado y sus minorías revolucionarias en el momento de la reanudación histórica de 1968.
Lo primero que había que comprender ante ese resurgir de la clase era la cuestión del curso histórico. Esta cuestión no la entienden bien los demás grupos que se reivindican de la Izquierda Italiana. Al haber formado el Partido en 1945, cuando la clase estaba sumida en la contrarrevolución y sin que después hicieran la crítica de esa constitución prematura, esos grupos (que seguían llamándose “partido”) han sido incapaces de diferenciar la contrarrevolución y la salida de la contrarrevolución. En el movimiento de mayo de 1968, como en el otoño caliente italiano de 1969, no veían nada de fundamental para la clase obrera, atribuyendo esos acontecimientos a la agitación estudiantil. Al contrario, conscientes del cambio en la relación de fuerzas entre las clases, nuestros camaradas de Internacionalismo (especialmente MC, antiguo militante de la Fracción y de la ICF) comprendieron la necesidad de entablar una labor de discusión y agrupamiento con los grupos que el cambio del curso histórico estaba haciendo surgir. En varias ocasiones, esos compañeros pidieron al PCInt que hiciera un llamamiento para iniciar discusiones y convocara una conferencia Internacional en la medida en que esta organización tenía una importancia sin comparación posible con la de nuestro pequeño núcleo de Venezuela. Cada vez, el PCInt rechazaba la propuesta argumentando que no había nada nuevo bajo el sol. Finalmente pudo organizarse un primer ciclo de conferencias a partir de 1973 tras el llamamiento lanzado por Internationalism, el grupo de Estados Undios que se había acercado a las posiciones de Internacionalismo y de Revolución Internacional, fundada ésta en Francia en 1968. Fue en gran parte gracias a estas conferencias, que permitieron una seria decantación entre toda una serie de grupos y gentes llegados a la política tras mayo de 68, si se pudo constituir la Corriente comunista internacional en enero de 1975. Es evidente que la actitud de búsqueda sistemática de la discusión con elementos, quizás confusos pero con voluntad revolucionaria, como había sido la actitud de la Fracción, fue un factor determinante en la realización de esa primera etapa.
Pero junto a todo el entusiasmo que expresaban los jóvenes que formaron la CCI o que se unieron a ellos en los primeros años, había una serie de debilidades muy importantes:
– el impacto del movimiento estudiantil, impregnado de ideas pequeño burguesas, el individualismo y el inmediatismo entre otras cosas, (“¡la revolución ya!” era uno de los lemas estudiantiles de 1968);
– la desconfianza hacia toda forma de organización de los revolucionarios que intervenga en la clase a causa del papel contrarrevolucionario desempeñado por los partidos estalinistas; en resumen: el peso del consejismo.
Esas debilidades no solo afectaban a quienes se agruparon en la CCI. Eran, en realidad, mucho más importantes entre los grupos y elementos que se quedaron fuera de nuestra organización que en gran parte se había formado en el combate contra ellos. Esas debilidades explican el éxito efímero que conoció la corriente consejista después de 1968. Y solo efímero podía ser, pues cuando se teoriza su propia inutilidad para el combate de clase, difícilmente se podrá sobrevivir. Permiten también explicar el éxito y después la desbandada de Programma comunista: después de no haber entendido nada del significado y la importancia de lo ocurrido en 1968, esa corriente atrapada por un repentino vértigo ante el desarrollo internacional de las luchas obreras, abandona la prudencia y el rigor organizativo que la habían caracterizado durante largos años. Su sectarismo congénito y su “monolitismo” reivindicado se habían trastocado en “apertura” a todos los vientos (salvo, eso sí, a nuestra organización a la que seguía considerando como “pequeño burguesa”), abriéndose especialmente hacia toda una serie de elementos apenas salidos del izquierdismo, y de manera incompleta, y en especial del tercermundismo. El cataclismo que vivió Programma comunista en 1982 fue la consecuencia lógica del olvido de las enseñanzas principales de la Izquierda italiana de la que, sin embargo, no ha cesado de reivindicarse.
En la CCI, a pesar de la voluntad de no integrar precipitadamente a nuevos militantes, esas debilidades no tardaron en aparecer. Y fue así como en 1981 nuestra organización vivió una crisis muy importante que, por ejemplo, se llevó por delante a la mitad de su sección en Gran Bretaña. El carburante principal de aquella crisis fue el inmediatismo que llevó a toda una serie de militantes, especialmente en los países que en aquel entonces acababan de vivir las luchas obreras más masivas de su historia (con 29 millones de jornadas de huelga, la Gran Bretaña de 1979 se coloca en segunda posición detrás de la Francia de 1968 en lo que a estadísticas de la combatividad obrera se refiere), a sobrestimar las potencialidades de la lucha de clases y considerar como proletarios a órganos del sindicalismo de base que la burguesía hizo surgir frente al desbordamiento de las estructuras sindicales oficiales. Al mismo tiempo, el individualismo que seguía pesando fuertemente llevó a un rechazo del carácter unitario de la organización: cada sección local, incluso cada individuo, podía librarse de la disciplina de la organización cuando le parecía que las orientaciones de ésta no eran correctas. Es en particular el peligro que combate el “Informe sobre la función de la organización revolucionaria” (Revista internacional n° 29) adoptado en la Conferencia extraordinaria celebrada en enero de 1982 para volver a enderezar a la CCI.
También la tarea del “Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de los revolucionarios” (Revista internacional n° 33) fue combatir el individualismo defendiendo una organización centralizada y disciplinada (a la vez que se insistía en la necesidad de llevar a cabo los debates de la manera más abierta y profunda en la organización).
El combate victorioso contra el inmediatismo y el individualismo, aunque permitió salvar a la organización en 1981, no por ello eliminó las amenazas que sobre ella pesaban: el peso del consejismo especialmente, o sea de la subestimación del papel de la organización comunista, que se cristalizó en 1984 en la formación de una “tendencia” que alzó su estandarte contra la “caza de brujas”, cuando entablamos el combate contra los vestigios del consejismo en nuestras filas. Esta “tendencia” acabó dejando la CCI en su VIº Congreso, a finales de 1985, para formar la Fracción externa de la CCI (FECCI) que se proponía defender la “verdadera plataforma” de nuestra organización contra su pretendida “degeneración estalinista” (fue la misma acusación que la que habían hecho los elementos que habían dejado la CCI en 1981)[11].
Esos diferentes combates permitieron a nuestra organización asumir globalmente su responsabilidad ante las luchas de la clase obrera que se desarrollaron en ese período, como la huelga de los mineros de 1984 en Gran Bretaña, la huelga general de 1985 en Dinamarca, la gran huelga del sector público de 1986 en Bélgica, la huelga de los ferroviarios y de los hospitalarios en 1986 y 1988 en Francia, la huelga en la enseñanza en la Italia de 1987[12].
Esta intervención en las luchas obreras de los años 1980 no hizo olvidar a nuestra organización una de las preocupaciones centrales de la Fracción italiana: sacar las lecciones de las derrotas pasadas. Y así, tras haber seguido y analizado con la mayor atención las luchas obreras de 1980 en Polonia[13], la CCI, para comprender mejor la derrota, se dedicó a estudiar las características específicas de los regímenes estalinistas de Europa del Este[14]. Fue ese análisis en particular el que permitió a nuestra organización, unos dos meses antes de la caída del muro de Berlín, prever el desmoronamiento del bloque del Este y de la URSS, mientras que muchos otros grupos estaban todavía analizando lo que estaba ocurriendo en la URSS y su bloque (la “perestroïka” y la “glasnost”, la subida al poder de Solidarnosc en Polonia durante el verano de 1989), como una política de fortalecimiento de ese bloque[15].
De igual modo, la capacidad para encarar las derrotas de la clase, que la Fracción poseía en alto grado y que, después de ella, fue también una cualidad de la Izquierda comunista de Francia, nos permitió a nosotros, ya antes de los acontecimientos del otoño de 1989, prever que iban a provocar un profundo retroceso en la conciencia del proletariado:
Incluso en su muerte, el estalinismo está haciéndole un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue emponzoñando la atmósfera que respira el proletariado... Es de suponer, pues, que asistamos a un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado... (...) Habida cuenta de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, ese retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en entredicho el curso histórico, o sea la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase, sí aparece como mucho más profundo que el que vino tras la derrota de 1981 en Polonia” (“Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del bloque del Este”, Revista internacional n 60)”[16].
Sin embargo, ese análisis no era unánimemente compartido en el campo de la Izquierda comunista. Muchos pensaban que la desaparición vergonzante del estalinismo, por haber sido la punta de lanza de la contrarrevolución, iba a abrir el camino al desarrollo de la conciencia y la combatividad del proletariado. Era la época también en la que al BIPR no se le ocurrió mejor cosa que escribir lo siguiente sobre el golpe de Estado que derrocó a Ceaucescu a finales del 1989:
“Rumania es el primer país en las regiones industrializadas en el que la crisis económica mundial ha hecho surgir una real y auténtica insurrección popular cuyo resultado ha sido el derrocamiento del gobierno (…) en Rumania, todas las condiciones objetivas y casi todas las condiciones subjetivas estaban reunidas para transformar la insurrección en una real y auténtica revolución social” (Battaglia comunista de enero de 1990, “Ceaucescu ha muerto, pero el capitalismo sigue viviendo”).
En fin, si nuestra organización comprendió las dificultades que iba a acarrear en el combate de la clase obrera el desmoronamiento del bloque del Este y del estalinismo, fue porque antes había sido capaz de identificar la nueva fase en la que había entrado la decadencia del capitalismo, la fase de la descomposición:
“Hasta hoy, los combates de clase que desde hace 20 años, se han desarrollado en todos los continentes, han sido capaces de impedir que el capitalismo decadente dé su propia respuesta al callejón sin salida de su economía: el desencadenamiento de la forma terminal de su barbarie, una nueva guerra mundial. Pero no por eso la clase obrera es todavía capaz de afirmar, mediante luchas revolucionarias, su propia perspectiva, ni siquiera de presentar al resto de la sociedad ese futuro que lleva en sí. Es precisamente esa situación de momentáneo compás de espera, en el que, por ahora, ni la alternativa burguesa ni la proletaria pueden afirmarse lo que origina ese fenómeno de pudrimiento de raíz de la sociedad capitalista, que explica el grado extremo que hoy ha alcanzado la barbarie típica de la decadencia del sistema. Y ese pudrimiento se va a incrementar con la agravación inexorable de la crisis económica” (“La descomposición del capitalismo”, Revista internacional n° 57).
“En realidad, el hundimiento actual del bloque del Este es una de las expresiones de la descomposición general de la sociedad capitalista, cuyo origen se encuentra…en la incapacidad para la burguesía de dar su propia respuesta, la guerra generalizada, a la crisis abierta de la economía mundial” (“La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”[17]).
Y también fue inspirándonos en el método de la Fracción italiana, para la que el «conocimiento no puede soportar ninguna prohibición ni ningún ostracismo», si la CCI pudo llevar a cabo esa reflexión. Si la CCI pudo elaborar ese análisis fue porque, a imagen de la Fracción, la preocupación de la CCI es combatir la «rutina», la pereza del pensamiento, la idea de que «no habría nada nuevo bajo el sol» o que «las posiciones del proletariado son invariables desde 1848» (come lo pretenden los bordiguistas). Nuestra organización pudo prever el desmoronamiento del bloque del Este y la consiguiente desaparición del bloque occidental, como también previó el retroceso importante que iba a sufrir la clase obrera a partir de 1989, porque hizo suya esa voluntad de estar en permanente vigilancia ante los hechos históricos, a riesgo de poner en entredicho unas cuantas certezas confortables y bien establecidas. Ese método de la Fracción del que se reivindica la CCI no nos pertenece por muy capaces que hayamos sido de ponerlo en práctica. Es, en realidad, el método de Marx y de Engels, los cuales nunca vacilaron en poner en entredicho las posiciones que antes había adoptado en cuanto la realidad lo exigía. Era el método de Rosa Luxemburg, la cual tuvo la audacia, ante el congreso de la Internacional socialista de 1896, de llamar al abandono de una de las posiciones más emblemáticas del movimiento obrero, el apoyo a la independencia de Polonia y, más en general, a las luchas de liberación nacional. Era el método del que se reivindicaba Lenin cuando, ante el estupor y la oposición de los mencheviques y de los «viejos bolcheviques», anuncia que hay que volver a escribir el programa del Partido adoptado en 1903, precisando que «gris es el árbol de la teoría, verde es el árbol de la vida».
Esta voluntad de vigilancia de la CCI ante todo nuevo acontecimiento no solo se aplica al ámbito de la situación internacional. También inspira la vida interna de nuestra organización. Tampoco en esto hemos inventado nada. Este método lo hemos aprendido de la Fracción, la cual se inspiraba a su vez del ejemplo de los bolcheviques, y, antes, del de Marx y Engels, especialmente en la AIT. El período siguiente al desmoronamiento del bloque del Este, que hasta hoy viene a ser, como ya dijimos, cerca de la mitad de la vida de la CCI, ha sido una nueva prueba para nuestra organización que tuvo, como en los años 80, que encarar nuevas crisis. A partir de 1993, hubo que entablar combate contra «el espíritu de círculo», tal como lo definió Lenin con motivo del combate llevado a cabo en y después del Congreso de 1903, un espíritu de círculo procedente de los orígenes mismos de la CCI a partir de pequeños grupos en los que las afinidades se mezclaban con la convicción política. De perpetuarse ese espíritu de círculo, y con la presión creciente de la descomposición, se aumentaba la tendencia a favorecer los comportamientos de «clan» dentro de la CCI, amenazando así su unidad, incluso su supervivencia. Y de igual modo que las personas más marcadas por ese ánimo, incluidos muchos miembros fundadores del partido como Plejánov, Axelrod, Zasulich, Potrésov y Mártov, se opusieron y alejaron de los bolcheviques para formar la Fracción menchevique tras y a causa de ese congreso, cierto número de «miembros eminentes» de la CCI (como los podría haber llamado Lenin) no soportaron ese combate y se fueron de la organización en esa época (1995-96). Sin embargo, la lucha contra el espíritu de círculo y de clan no se llevó hasta sus últimas consecuencias y de manera letal volvieron a la carga en 2000-2001. Los mismos ingredientes que los de la crisis de 1993 estuvieron presentes en la de 2001, paro hay que añadir el desgaste de la convicción comunista en algunos militantes, desgaste agravado por el retroceso prolongado de la clase obrera y el peso acentuado de la descomposición. Sólo eso puede explicar por qué hubo algunos miembros veteranos de la CCI que o abandonaron toda preocupación política o se transformaron en chantajistas, hampones y hasta soplones por libre[18]. Cuando poco antes de morir en 1990 nuestro compañero MC subrayaba la importancia del retroceso que iba a sufrir la clase obrera, decía que era entonces cuando se iba a ver a los verdaderos militantes, o sea a aquellos que no pierden sus convicciones en tiempos difíciles. Quienes, en 2001, dimitieron y formaron la FICCI, fueron una prueba de esa alteración en las convicciones. Una vez más, la CCI ha llevado a cabo un combate por la defensa de la organización con la misma determinación con la que estaba animada las veces anteriores. Esa determinación se la debemos al ejemplo de la Fracción italiana. En lo más profundo de la contrarrevolución, la Fracción se dio el lema de «no traicionar». Por su parte, las CCI, puesto que retroceso de la clase no significaba retorno de la contrarrevolución, adoptó la consigna de «resistir». Algunos fueron hasta traicionar, pero el conjunto de la organización ha resistido e incluso se ha reforzado, gracias, en particular, a la voluntad de plantear con la mayor profundidad teórica posible las cuestiones de organización, como lo hicieron en sus épocas, Marx, Lenin y la Fracción. Los dos textos ya publicados en nuestra Revista, «La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI» (n° 109) y «La confianza y la solidaridad en la lucha del proletariado» (nos 111 y 112), son un testimonio de esa constancia teórica ante las cuestiones de organización.
De igual modo, la CCI ha dado una respuesta firme a quienes pretendían que las numerosas crisis vividas por nuestra organización serían la prueba de su fracaso:
« Además, si parece que la CCI tiene una vida agitada, con repetidas crisis, es porque lucha contra la penetración del oportunismo. Y como ha defendido sin concesiones sus estatutos y el espíritu proletario que expresan, ha suscitado la rabia de una minoría ganada por un oportunismo desenfrenado, es decir, dispuesta a un abandono total de los principios en materia de organización. En esto la CCI continúa el combate del movimiento obrero, de Lenin y el partido bolchevique en particular, cuyos detractores estigmatizaban las crisis repetidas del partido y los múltiples combates en el plano organizativo. En esa misma época, la vida del partido socialdemócrata alemán era mucho menos agitada, pero la calma oportunista que la caracterizaba (alterada únicamente por los “aguafiestas” de izquierda, como Rosa Luxemburg) anunciaba su traición de 1914. Las crisis del partido bolchevique construían la fuerza que permitió la revolución de 1917” (“XVº Congreso de la CCI: fortalecer la organización ante los retos del período”, Revista internacional n° 114).
La capacidad de la CCI para hacer frente a sus responsabilidades a lo largo de estos treinta años de vida, se la debemos en gran parte a los aportes de la Fracción italiana de la Izquierda comunista. El secreto del balance positivo que sacamos de nuestra actividad durante todo ese período está en nuestra fidelidad a las enseñanzas de la Fracción y, más generalmente, al método y al espíritu del marxismo de los que se ha apropiado plenamente[19].
La Fracción se encontró desarmada ante el estallido de la IIª Guerra mundial. Ello se debió a que su mayoría, siguiendo a Vercesi, había abandonado los principios que habían sido su fuerza anteriormente, sobre todo ante la guerra de España. Y fue, al contrario, basándose en esos principios si el pequeño núcleo marsellés pudo reconstituir la Fracción durante la guerra, prosiguiendo un trabajo político y de reflexión ejemplar. Pero a su vez, la Fracción «mantenida» abandonó sus principios fundamentales al final de la guerra, decidiendo mayoritariamente disolverse y unirse individualmente al Partito Comunista Internazionalista que se había formado en 1945. Le incumbió entonces a la Izquierda comunista de Francia hacer suyas las adquisiciones fundamentales de Fracción, proseguir su elaboración para preparar así el marco político que iba a permitir a la CCI constituirse, existir y progresar. Por eso, para nosotros, evocar estos treinta años de nuestra organización debía entenderse como un homenaje a la extraordinaria labor llevada a cabo por un grupo de militantes exiliados que mantuvieron viva la llama del pensamiento comunista en el período más sombrío de la historia. Una labor que, aunque tan desconocida hoy y muy ignorada por quienes, sin embargo, se reivindican de la Izquierda Italiana, aparecerá cada vez más determinante para la victoria final del proletariado.
Gracias a las enseñanzas que nos legó la Fracción y la ICF, transmitidas y elaboradas sin tregua por nuestro camarada MC hasta su muerte, la CCI está hoy preparada para acoger en sus filas a una nueva generación de revolucionarios que se está acercando a nuestra organización a la que van a reforzar en número y en entusiasmo gracias a la tendencia a la reanudación de los combates de clase desde 2003. Nuestro último congreso internacional lo hacía constar: asistimos hoy a un aumento sensible de nuestros contactos y nuevas adhesiones.
“Y lo que es más destacable, es que un número significativo de estas adhesiones es de gente joven, que no ha sufrido ni ha tenido que superar las deformaciones debidas a la militancia en organizaciones izquierdistas. Elementos jóvenes cuyo dinamismo y entusiasmo sustituyen y superan con creces las cansadas y gastadas “fuerzas militantes” que nos han abandonado” (“XVIº Congreso de la CCI – Prepararse para los combates de clase y el surgimiento de nuevas fuerzas revolucionarias”, Revista internacional n° 122[20]).
Treinta años es para la especie humana el tiempo medio de una generación. Son quienes podrían ser los hijos (y a veces lo son) de los militantes que fundaron la CCI los que hoy se acercan a nosotros o ya se nos han unido.
Lo que decíamos en el Informe sobre la situación internacional presentado en el VIIIº congreso de la CCI se está concretando:
“Era necesario que las generaciones marcadas por la contrarrevolución de los años 30 a 60 fueran dejando el sitio a las que no la vivieron, para que el proletariado mundial encontrara las fuerzas para superarla. De manera similar (aunque haya que relativizar la comparación insistiendo en que entre la generación del 68 y las anteriores hubo ruptura histórica, mientras que entre las generaciones siguientes hay continuidad), la generación que hará la revolución no podrá ser la que cumplió la tarea histórica esencial de haber abierto al proletariado mundial una nueva perspectiva tras la más honda contrarrevolución de su historia.”
Y lo que es válido para la clase obrera también lo es para su minoría revolucionaria. La mayoría de los “viejos”, sin embargo, ahí siguen, por mucho que el pelo se les haya vuelto canoso (¡y eso cuando les queda!). La generación que fundó la CCI en 1975 está lista para transmitir a los “jóvenes” las enseñanzas que ella recibió de sus mayores, y, además, las que ha ido adquiriendo a lo largo de estos treinta años, de modo que la CCI sea cada día más capaz de aportar su contribución a la formación del futuro partido de la revolución comunista.
Fabiana
[1] Construcción de la organización revolucionaria - Los 20 años de la CCI | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [57]
[2] Polémica con el BIPR: una política oportunista de agrupamiento que no lleva mas que a "abortos" | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [58]
[3] Es, en particular, la única de esas organizaciones que publica en lengua inglesa a un nivel importante (unos diez números por año).
[4] Vale la pena señalar que los camaradas de Montreal que publican Notes internationalistes tomaron contacto primero con la CCI y nosotros les animamos a entrar en contacto con el BIPR. Y hacia esta organización acabaron yéndose esos camaradas. También, en un encuentro con nosotros, un camarada de la CWO, rama británica del BIPR, nos dijo muy claramente que los únicos contactos de esa organización en Gran Bretaña eran los que la CCI había animado a que entraran en contacto con las demás organizaciones de la Izquierda comunista
[5] Ver la carta que dirigimos a los grupos de la Izquierda comunista el 24 de marzo de 2003 publicada en el artículo “Propuestas de la CCI a los grupos revolucionarios para una intervención común frente a la guerra” en la Revista internacional n°113 ¿Es posible una acción común de la Izquierda Comunista contra la guerra? | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [59]
[6] Esto escribíamos en la Revista internacional n° 33 (“Informe sobre la estructura y el funcionamiento de las organizaciones revolucionarias” Estructura y funcionamiento de la organización revolucionaria | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [60]): “En el medio político proletario siempre hemos defendido esa postura [si la organización va por mal camino, la responsabilidad de los miembros que creen defender una posición correcta no es la de salvarse cada uno en su rincón, sino la de llevar a cabo una lucha en el seno de la organización para ayudar a volver a “ponerla en sus raíles”]. Así ocurrió, en particular, cuando hubo la escisión de la sección de Aberdeen de la “Communist Worker’s Organización” y cuando la escisión del Nucleo comunista internazionalista de Programme communiste. Criticamos entonces el carácter precipitado de unas escisiones basadas en divergencias aparentemente no fundamentales y para cuyo esclarecimiento no se dio ocasión mediante un profundo debate interno. En general, la CCI está en contra de “escisiones” sin principios, basadas en divergencias secundarias (incluso cuando, como así ocurrió con lo de Aberdeen, los militantes concernidos presentan después su candidatura a la CCI).”
[7] “Para la victoria definitiva de las propuestas enunciadas en el Manifiesto, Marx confiaba únicamente en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía ser el resultado de la acción y de la discusión comunes” (Engels, prefacio a la edición alemana de 1890 del Manifiesto comunista que recoge casi palabra por palabra lo que se dice en el prefacio de la edición inglesa de 1888)
[8] 10 años de la CCI: Balance y perspectivas, algunas enseñanzas | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [61] y Construcción de la organización revolucionaria - Los 20 años de la CCI | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [57]
[9] Marx y Engels tuvieron que vérselas, en el seno de la Liga des comunistas en 1850, contra la tendencia Willich-Schapper la cual, a pesar de la derrota sufrida por la revolución de 1848, querían “la revolución ya”: «Nosotros les decimos a los obreros: “Habéis atravesado quince, veinte, cincuenta años de guerras civiles y de luchas entre los pueblos, no sólo por cambiar las condiciones existentes, sino por cambiaros a vosotros mismos y haceros aptos para la dirección política”. Vosotros, al contrario, decís: “Debemos alcanzar el poder inmediatamente o, si no, solo nos queda irnos a dormir”» (intervención de Marx en la reunión del Consejo general de la Liga del 15/09/1850).
[10] “Los dirigentes para los nuevos partidos del proletariado solo podrán surgir mediante el conocimiento profundo de la cause de las derrotas. Y ese conocimiento no podrá soportar ni prohibiciones ni ostracismos” (Bilan n° 1, noviembre de 1933).
[11] Ver ¿Para qué sirve la «fracción externa de la CCI”? - De la irresponsabilidad política al vacío teórico | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [62]
[12] Nuestro artículo dedicado a los 20 años de la CCI da cuenta más en detalle de nuestra intervención en las luchas obreras de aquel período.
[13]Ver “Huelgas de masas en Polonia 1980 : se ha abierto una nueva brecha”, “La dimensión internacional de las luchas obreras en Polonia”, “A la luz de los acontecimientos en Polonia, el papel de los revolucionarios”, “Perspectivas de la lucha de clases internacional: una brecha abierta en Polonia”, “Un año de luchas obreras en Polonia”, “Notas sobre la huelga de masas”, “Tras la represión en Polonia” en las Revista internacional nos 23, 24, 26, 27 y 29: Huelga de masas en Polonia: se ha abierto una nueva brecha | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [63] , Un año de luchas obreras en Polonia | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [64]
[14] “Europa del Este: Crisis económica y armas de la burguesía contra el proletariado”, Revista internacional n° 34.
[15] Ver al respecto en la Revista internacional n° 60 las “Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este” Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [65] , así como lo que hemos escrito en el artículo “Los 20 años de la CCI” en la Revista internacional n° 80.
[16] “Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del bloque del Este”, Revista internacional n° 60.
[17]TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [66]
[18] Sobre la crisis de la CCI de 2001 y el comportamiento de la pretendida “Fracción interna de la CCI” (FICCI), ver, entre otros textos, “XVº Congreso de la CCI : reforzar la organización frente a los retos del período”, Revista internacional n°114. 15 Congreso CCI: reforzar la organización frente a los retos del periodo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [67]
[19] Y la causa del balance mucho menos positivo que puedan sacar de su propia actividad las demás organizaciones que se reivindican de la Izquierda Italiana se debe a que su reivindicación de esa herencia es sobre todo platónica.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos
[2] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr
[3] https://es.internationalism.org/tag/geografia/argentina
[4] https://es.internationalism.org/tag/geografia/estados-unidos
[5] https://es.internationalism.org/tag/geografia/rusia-caucaso-asia-central
[6] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion
[7] https://kropot.free.fr/Pelloutier-Lettre.htm
[8] https://bibliolib.net/Griffuelhes-ActionSynd.htm
[9] https://increvablesanarchistes.org/articles/1914_20/monatte_demis1914.htm
[10] https://es.internationalism.org/tag/21/218/sindicalismo-revolucionario
[11] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/sindicalismo-revolucionario
[12] https://es.internationalism.org/tag/21/226/hace-100-anos-la-revolucion-de-1905-en-rusia
[13] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1905-revolucion-en-rusia
[14] https://es.internationalism.org/tag/21/564/fascismo-y-antifascismo
[15] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/iia-guerra-mundial
[16] http://www.ibrp.org
[17] https://www.geocities.com/CapitolHill/3303/
[18] http://www.internazionalisti.it/BIPR
[19] https://es.internationalism.org/tag/21/535/la-teoria-de-la-decadencia-en-la-medula-del-materialismo-historico
[20] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/battaglia-comunista
[21] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[22] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/reuniones-publicas
[23] https://www.momes
[24] https://www.germanforeignpolicy.com
[25] https://www.herodote.net/histoire02141.htm
[26] https://es.internationalism.org/tag/3/47/guerra
[27] https://www.marxists.org/archive/marx/works/1863/theories-surplus-value/ch17.htm
[28] https://www.marxists.org/archive/marx/works/1894-c3/ch15.htm
[29] https://www.leftcom.org/es
[30] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia
[31] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[32] https://es.internationalism.org/tag/2/24/el-marxismo-la-teoria-revolucionaria
[33] https://es.internationalism.org/tag/21/377/polemica-en-el-medio-politico-sobre-agrupamiento
[34] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria
[35] https://fr.internationalism.org/ri/353_Tsunami
[36] https://www. marxists.org/archive/luxemburg/1902/05/15.htm
[37] https://www.ausa.org/www/armymag.nsf/
[38] https://www.commondreams.org/headlines05/0118-08.htm
[39] https://english.aljazeera.net/NR/exeres/350DA932-63C9-4666-9014-2209F872A840.htm
[40] https://www.counterpunch.org/makdisi01262005.html
[41] https://es.internationalism.org/tag/geografia/asia
[42] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/irak
[43] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo
[44] https://es.internationalism.org/tag/3/50/medio-ambiente
[45] https://es.internationalism.org/tag/2/31/el-engano-del-parlamentarismo
[46] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional
[47] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
[48] http://www.prisonplanet.com/articles/september2005/270905plantingbombs.htm
[49] https://en.internationalism.org/node/1455
[50] https://es.internationalism.org/tag/geografia/gran-bretana
[51] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/terrorismo
[52] https://es.internationalism.org/tag/21/481/medioambiente
[53] https://es.internationalism.org/tag/21/228/el-comunismo-entrada-de-la-humanidad-en-su-verdadera-historia
[54] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo
[55] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[56] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[57] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199504/1831/construccion-de-la-organizacion-revolucionaria-los-20-anos-de-la-c
[58] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200504/69/polemica-con-el-bipr-una-politica-oportunista-de-agrupamiento-que-no
[59] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/838/es-posible-una-accion-comun-de-la-izquierda-comunista-contra-la-gue
[60] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198302/2127/estructura-y-funcionamiento-de-la-organizacion-revolucionaria
[61] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198501/2233/10-anos-de-la-cci-balance-y-perspectivas-algunas-ensenanzas
[62] https://es.internationalism.org/cci-online/201108/3183/para-que-sirve-la-fraccion-externa-de-la-cci-de-la-irresponsabilidad-politica
[63] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198007/2307/huelga-de-masas-en-polonia-se-ha-abierto-una-nueva-brecha
[64] https://es.internationalism.org/content/2318/un-ano-de-luchas-obreras-en-polonia
[65] https://es.internationalism.org/content/3451/tesis-sobre-la-crisis-economica-y-politica-en-los-paises-del-este
[66] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[67] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/850/15-congreso-cci-reforzar-la-organizacion-frente-a-los-retos-del-per
[68] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200509/117/xvi-congreso-de-la-cci-preparemonos-para-los-combates-de-clase-y-el
[69] https://es.internationalism.org/tag/21/506/construccion-de-la-organizacion-revolucionaria