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Rev. Internacional 100, 3er trimestre 2000

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Hipocresía y complicidades en la barbarie capitalista

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Hipocresía y complicidades en la barbarie capitalista

Las guerras suceden a otras guerras. Después de Kosovo, vino Timor. Después de Timor, Chechenia. Un concurso macabro de horror y matanzas. El conflicto entre el ejército ruso y las milicias chechenas es especialmente sangriento y trágico para la población chechena. «El último balance checheno es de 15.000 muertos; 38.000 heridos; 22.000 refugiados; 14 pueblos totalmente destruidos; a los que hay que añadir 280 pueblos destruidos en 80 %. Se dice que hay 14.500 niños mutilados y 20.000 huérfanos» (The Guardian, 20/12/99) ([1]).

El país está arrasado y destruido; la población, hambrienta, exiliada, dispersada, aterrorizada, desesperada. Para medir la amplitud de la catástrofe «humanitaria», en proporción con la población, es como si hubiera 2 millones de muertos, 5 millones de heridos y mutilados, 28 millones de refugiados en un país como Estados Unidos. Y desde diciembre estas espeluznantes cifras no han cesado de aumentar.

A ellas, hay que añadir las pérdidas rusas, que serían, según el Comité de madre de soldados, de al menos 1.000 muertos y 3.000 heridos (Moscow Times, 24/12/99).

Los supervivientes de la población civil o están enterrados en los sótanos de Grozni, capital arrasada por los bombardeos, sin agua, alimentos, viviendo como ratas aterrorizadas; o se han refugiado en las ciudades y las aldeas devastadas, sometidos a la tenaza de las múltiples bandas mafiosas chechenas o de la soldadesca rusa, también ella aterrorizada, borrachos de alcohol, pillajes y asesinatos; o están encerrados en campos de concentración en las repúblicas vecinas, sin abastecimientos, ni ciudados, sin calefacción, en tiendas a veces sin siquiera un jergón. La situación en esos campos es dramática. Como lo era en los campos de refugiados kosovares en donde la «ayuda internacional» llegaba por cuenta de gotas, en gran parte desviada por las mafias albanesas y el Ejército de Liberación de Kosovo (UĢK), mientras las grandes potencias de la OTAN ([2]) tiraban millones de dólares en bombas sobre Serbia y Kosovo. Hoy, cuando otras decenas de millones de dólares del FMI sirven para financiar a fondo perdido al Estado ruso y su guerra, las grandes potencias dejan que la población chechena se pudra en los campos. «Los enfermos y los ancianos no tienen asistencia médica. Para alimentarse, los residentes buscan en los basureros, esperando encontrar patatas podridas para la sopa. El agua, extraída de un depósito para incendios, es marrón y está llena de insectos e incluso después de ser hervida sigue oliendo mal» (Moscow Times, 24/12/99). En los campos, los refugiados siguen sufriendo terror de los militares rusos, después de haber sido esquilmados, agredidos y ametrallados en su éxodo. Como titula The Guardian (18/12/99), «los refugiados de la guerra en Chechenia no encuentran ningún refugio en unos campos [de los que nadie] puede salir sin una autorización diaria que permite traspasar unas puertas guardadas por vigilantes armados».

Entre 200 y 200 mil refugiados han huido de los combates y de los bombardeos. En realidad es un verdadero asesinato colectivo lo que está viviendo la población chechena. Los bombardeos masivos de pueblos y ciudades, el terror ejercido por las tropas rusas contra la población, el ametrallamiento de la caravanas de refugiados en los pasillos abiertos por el ejército ruso, ha llevado a los chechenos a huir. Esta limpieza étnica sangrienta sucede a la llevada a cabo en 1996 por... las fuerzas chechenas tras su victoria sobre el ejército de Moscú, con 400.000 residentes rusos que tuvieron que abandonar precipitadamente la región. Igual que la limpieza étnica de las milicias serbias contra los kosovares, a la que le sucedió la de los civiles serbios de Kosovo por las milicias del UĢK.

Esto es lo que, en gran parte, no pueden hoy decir la televisión y la prensa. Podría sorprender la amplitud de la campaña mediática en los países occidentales que denuncia la intervención rusa después de haber apoyado, y con qué celo, los bombardeos masivos contra Serbia y Kosovo. Pero es ésta una campaña de lo más hipócrita con la que se intenta ocultar la doblez de las grandes potencias occidentales. Pues lo que no dicen es que las condiciones, los medios y las consecuencias de esta guerra, como de otras, son cada vez más trágicos, bestiales y que lo único que enuncian y preparan es todavía más conflictos, más amplios y más dramáticos.

Hoy, las guerras imperialistas son una expresión de la descomposición del capitalismo

La limpieza étnica, que era algo limitado a algunos países muy atrasados hace tan sólo diez años, se ha convertido en la norma de las guerras imperialistas a lo largo de los años 90, tanto en África como en Asia y en Europa. Los millones de refugiados del mundo de hoy no volverán a ver nunca más sus casas. Estarán encerrados para siempre en campos. La situación de los palestinos se está imponiendo como norma para todos y en todos los continentes.

Excepcional y limitada hasta finales de los 80, se ha ido multiplicando la afirmación de cantidad de nacionalismos minoritarios –lo que la prensa llama «la explosión de los nacionalismos»– provocando un aumento permanente de conflictos nacionales con la aparición de unos Estados a cada cual más mafioso y corrupto. El poder y las luchas de mafias rivales se han vuelto la norma. El tráfico de drogas, de armas de todo calibre, el bandidaje, el rapto ([3]), son y serán los principales recursos de esas «nuevas naciones» y su forma de existencia. La situación afgana –o africana o colombiana– se está convirtiendo en norma general. O sea que la norma es un caos y se extiende y generaliza por todos los continentes.

En cambio, los bombardeos masivos para aterrorizar a la población civil no es algo nuevo. Es una de las características de todos los conflictos imperialistas, locales y generalizados, típicas del período de decadencia del capitalismo desde la Primera Guerra Mundial de 1914. El estado de destrucción de Europa y de Japón en 1945 no tendría nada que envidiar al de Chechenia el año 200. Lo que sí es, en cambio, nuevo, es que a cualquier parte adonde lleguen la guerra y sus calamidades, ni hay ni habrá reconstrucción contrariamente a lo ocurrido tras la Segunda Guerra Mundial. Ni prístina, en Kosovo, ni Kabul en Afganistán, ni Brazzaville en El Congo, ni Grozni después de 1996, han sido ni serán nunca reconstruidos. Las economías arrasadas por la guerra no volverán a levantarse. No habrá, ni puede haber, planes Marshall ([4]). Ésa es la realidad de la situación en Bosnia, Serbia, Kosovo, Afganistán, Irak, la mayoría de los países africanos, ahora de Timor, países que, todos ellos, han vivido las destrucciones de la guerra «moderna», de las guerras de los años 90.

La permanencia, la acumulación, la multiplicación, la conjunción de todas esas características de las guerras imperialistas típicas del período de decadencia del capitalismo, a lo largo de todo el siglo XX, son una expresión de la quiebra histórica de ese sistema. Son la expresión de su descomposición.

Hemos dicho hipocresía y doblez para denunciar las campañas mediáticas actuales sobre la guerra en Chechenia. Con esas campañas se quiere dar la impresión de denunciar la intervención rusa. En realidad todos son cómplices: los gobiernos, los políticos, los periodistas, «filósofos» y demás intelectuales, para justificar la barbarie capitalista y el terror del Estado. No criticar, no ir contra los crímenes de masas en Chechenia haría a todo el aparato democrático de los Estados occidentales, especialmente los media, abiertamente cómplice no sólo del terror del Estado ruso, sino también del apoyo de todas las grandes potencias occidentales a las matanzas.

«Ya sea en África, en Europa central o en cualquier otro sitio, si alguien quiere cometer crímenes de masas contra una población civil inocente, debe saber que, en la medida de nuestras posibilidades, se lo impediremos» cacareó Clinton tras la guerra de Kosovo. No dar hoy la impresión de denunciar lo que sirvió de pretexto a la intervención militar de ayer haría añicos las campañas sobre el derecho de injerencia humanitaria. Y, sobre todo, reduciría las futuras capacidades guerreras para intervenir. Dar la impresión de que se denuncia, en cambio, permite seguir la campaña ideológica e incluso darle otra mano de pintura.

¿Qué está en juego, qué intereses en la guerra de Chechenia?

¿Sólo habrá, sin embargo, un interés propagandístico en esas campañas mediáticas antirusas? ¿No evidenciarán una oposición entre las potencias occidentales y Rusia? ¿No habrá conflictos de intereses económicos, políticos, estratégicos, en resumen, imperialistas, especialmente en el Cáucaso? ¿Acaso Estados Unidos está a favor, no patrocina proyectos de oleoductos que esquiven el territorio ruso, pasando por Georgia o por Turquía? ¿No existe acaso la voluntad de las diferentes potencias de controlar el petróleo del Cáucaso e incluso de echar mano de los beneficios financieros de su explotación?

Es cierto que existen intereses antagónicos entre las grandes potencias también en el Cáucaso. Y es, junto con la descomposición primero de la URSS y después de Rusia, otro de los factores que hacen correr sangre en el Cáucaso, en realidad en la totalidad de las antiguas repúblicas «soviéticas» de Asia. Esa es la razón de la presencia activa de las diferentes potencias locales, y en primer término Turquía e Irán, y de las potencias mundiales, europeas y norteamericana (Alemania y EE.UU. Que se disputan la influencia en Turquía). ¿Qué se debe entender, sin embargo, por intereses imperialistas? ¿Es sencillamente la apetencia de la «renta petrolera» y de los beneficios que de ella se pueden sacar?

¿Por la «renta petrolera»?

¿Cuál es la realidad del petróleo del Cáucaso? «La producción de petróleo en esa región no es un factor primordial [...] Esta industrial, unida al mantenimiento de la actividad de refinado, es sin lugar a dudas una fuente de financiación para los clanes que dominan en el plano local, pero no es en modo alguno una baza a escala federal [es decir de Rusia entera]» ([5]).

¿Qué «interés vital» directamente económico para Estados Unidos va a ser el controlar una tan pequeña producción cuando controlan sin la menor dificultad la mayor parte de la producción mundial del petróleo, la suya propia evidentemente, la de Oriente Medio y las latinoamericanas de México y Venezuela? En sí, Estados Unidos no espera sacar ningún beneficio directo financiero. ¿Por qué entonces su presencia activa? ¿Es para controlar los ejes de transporte del petróleo?

«Si el Cáucaso sigue siendo objeto de enfrentamientos geopolíticos importantes, es desde otro punto de vista: el de los ejes de tráfico para los hidrocarburos del mar Caspio, incluso si el volumen real parece haber sido revisado a la baja. Y, a ese respecto, la relación de fuerza que hay entre ambos lados de la cordillera [que separa a las repúblicas caucásicas del norte que pertenecen a la Federación de Rusia y las repúblicas caucásicas exsoviéticas del Sur] se ha agudizado desde hace un año. Rusia ha defendido siempre la idea de que la mayor parte del petróleo debía pasar por su territorio, como en la época soviética, utilizando el oleoducto Bakú-Novorissisk [...] Pero el 17 de abril de 1999, se abrió oficialmente un oleoducto que une Bakú a Supsa, puerto georgiano a orillas del mar Negro, integrado prácticamente en el sistema de seguridad de la Alianza Atlántica [...] Y los presidentes azerí y turco confirmaron, a mediados de octubre, que se iba a construir un oleoducto que unirá Bakú al puerto turco mediterráneo de Ceyban: todo el petróleo del sur del Caspio evitaría así a Rusia» ([6]).

¿Se trataría pues de echar mano de los beneficios económicos de todo el petróleo del mar Caspio y de su transporte? Las ganancias de ese control son, sin lugar a dudas, nada desdeñables para las repúblicas de la exURSS de la región, empezando por las propias Rusia y Turquía. ¿Y para Estados Unidos?

«Pero que el trazado [del proyecto de oleoducto por Turquía] adoptado la semana pasada –que es estratégicamente ventajoso para Estados Unidos, pero costoso para las compañías petroleras– pueda ser inmediatamente provechoso sigue siendo un gran interrogante. Al igual que la naturaleza de la extensión de las consecuencias políticas con Rusia, que es la perdedora en el asunto» ([7]).

El verdadero interés, el objetivo real, de Estados Unidos no es económico sino estratégico, y es, sin la mejor duda, el Estado norteamericano quien manda, a pesar del parecer contrario de las compañías petroleras en este caso, y quien dirige las orientaciones estratégicas y económicas del capitalismo estadounidense ([8]). En el período de decadencia del capitalismo, los intereses y los conflictos están determinados por la geopolítica; los intereses directamente económicos que, a pesar de todo, siempre están presentes, se ponen al servicio de grandes orientaciones estratégicas: «Para la administración Clinton, la primera preocupación es estratégica: garantizar que todos los oleoductos eviten Rusia e Irán y, por lo tanto, privar a estas dos naciones del control de nuevas reservas de energías para el Oeste» ([9]).

Por intereses estratégicos

Ése es el verdadero objetivo de Estados Unidos: no es tanto el asegurarse la «renta petrolera», sino privar a Rusia y a Irán del control de las vías de salida del oro negro para así asegurarse su control contra... sus grandes rivales europeos, especialmente Alemania. Es como en los deportes profesionales, el fútbol por ejemplo, en donde los clubes más ricos se compran los mejores jugadores, muchos más de los que necesitan para jugar, para que no se los lleven los equipos rivales. Lo que está en juego tiene, en realidad, un contenido estratégico en una zona en la que se oponen, de manera por ahora solapada, pero muy real y profunda, las grandes potencias occidentales. Una Rusia inestable, dispuesta a venderse a cualquiera, un Irán antiamericano y proeuropeo, proalemán más bien, que controlaran las vías de salida del petróleo de la región, sería un peligro estratégico para EE. UU. Los constantes mimos a Turquía, potencia de una influencia imperialista bastante extensa en toda una región de lengua turca, por parte de EE. UU. Y de Europa, aquél prometiendo oleoductos, ésta la entrada en la Unión Europea, da buena idea de lo que se está jugando y de las líneas de fractura entre las grandes potencias imperialistas. Para la burguesía de EE. UU., asegurarse el petróleo de la zona le permitiría privar de él, llegado el caso, a los europeos, lo cual sería un medio de presión suplementario y un paso significativo en la relación de fuerzas imperialistas. Apoderarse del petróleo de la región no daría a EE. UU. Ventajas financieras (incluso podría salirle caro), pero sí una importante ventaja estratégica.

Las potencias occidentales apoyan a Rusia en Chechenia

Hipócritas y cómplices, las campañas mediáticas de la prensa occidental sobre la guerra de Chechenia, no se integran directamente en esos conflictos geoestratégicos. La prensa europea es, por cierto, mucho más virulenta que la norteamericana en la denuncia de la intervención rusa, cuando podría ser dirigida más bien contra los avances estadounidenses. La guerra en Chechenia, aunque relacionada con esos antagonismos imperialistas, sobre todo desde el punto de vista ruso, no forma parte directamente de ellos. O, más exactamente, Chechenia no es objeto de las apetencias occidentales, como lo es el Cáucaso del sur (Georgia, Armenia, Azerbaiyán), cuyo control se disputan las potencias imperialistas. «Nosotros aceptamos que Moscú proteja su territorio» ha afirmado Javier Solana, Coordinador de la política exterior de la Unión Europea ([10]), añadiendo, para el auditorio, «pero no de esta manera, lo que es de una extrema delicadeza por parte del ex Secretario general de la OTAN, el mismo que, en marzo pasado, dio la orden de arrasar a Serbia y hacerla «retroceder 50 años. […] Su objetivo [de los rusos], su objetivo legítimo, es vencer a los rebeldes chechenos y acabar con el terrorismo en Rusia, acabar con la invasión de las provincias vencidas como Daghestán» ([11]). A lo que se añaden las declaraciones de los principales dirigentes americanos y europeos, como el expacifista ecologista alemán, hoy ministro de Asuntos exteriores en el gobierno de izquierda de Schröder: «Nadie cuestiona el derecho de Rusia a combatir el terrorismo [...], pero las acciones preventivas rusas están a menudo en contradicción con el derecho internacional» ([12]), el colmo en boca de uno de los más fervientes defensores de la intervención militar occidental en Serbia..., todavía más ilegal desde el punto del derecho internacional y de los organismos como la ONU con que se ha dotado la burguesía para, dicen, dirimir sus diferentes conflictos internacionales.

¿Por qué esa unanimidad? ¿Por qué, por muchos guantes que se pongan, ese apoyo a Rusia dándole carta blanca para arrasar Chechenia? ¿No estará eso en contradicción con la dinámica misma de los apetitos imperialistas actuales?

La contradicción de las potencias occidentales: luchar contra el caos en Rusia o defender sus intereses imperialistas

«No es sólo la URSS la que se está desintegrando, sino incluso su mayor república, Rusia, amenazada ahora de explosión sin poseer los medios, si no es con auténticos baños de sangre de incierto fin, para hacer respetar el orden» ([13]). Desde 1991, esa tendencia a la descomposición de la exURSS y de Rusia se ha realizado con creces, una tendencia que afecta a todos los Estados del mundo capitalista, sobre todo a los más frágiles de la periferia, en todos los planos: político, social, económico, ecológico. Rusia es, sin lugar a dudas, u concentrado de esos fenómenos.

La situación catastrófica y caótica de Rusia es una causa de inquietud para las grandes potencias occidentales. Las condiciones de la intervención militar rusa en Chechenia no han venido a tranquilizarlas ni mucho menos. «Los generales han amenazado con dimitir masivamente e incluso con una mayor guerra civil si los políticos se inmiscuyen en su campaña, una nueva nota inquietante en la desintegración del poder civil ruso, y eso que existía una tradición entre los militares de quedarse al margen de la política. El temor que Rusia está inspirando ahora, una década después de la caída del Muro de Berlín, es la de su debilidad irracional [...] Podría ser éste el cambio de rumbo de la evolución poscomunista de Rusia que sería el del fracaso de la lucha por la democracia, daría rienda suelta al caos y, eventualmente, a un poder militar. Por eso los gobiernos dudan tanto en si reaccionar o no» ([14]).

Esa inquietud y vacilación la comparten las principales grandes potencias occidentales, a pesar de sus antagonismos imperialistas. E incluso si los americanos están más bien a favor de la camarilla de Yeltsin, mientras que los europeos, hoy por hoy, apoyarían más bien a la de Primakov, parecen estar todos de acuerdo en no echar más leña al fuego, procurando así evitar en lo más posible, que el caos se agrave. En este sentido, el triunfo electoral del clan de Yeltsin en las elecciones legislativas de diciembre fue algo más bien inquietante para la estabilidad política del país, a causa de la reelección de una cuadrilla de inútiles (excepto para llenarse los bolsillos) muy desprestigiada y cuyo éxito sólo se ha debido a las sangrientas victorias militares en Chechenia. Con la demisión de Yeltin, de la que acabamos de enterarnos, y su sustitución por el primer ministro Putin, se intenta claramente precipitar las elecciones presidenciales y garantizar a la corrupta familia de Yeltsin que podrán disfrutar, sin temor a la justicia, de sus múltiples malversaciones. La toma de control del poder por parte de un primer ministro, hoy presidente, que aparece como alguien «mano de hierro», y por el ejército, parecen ser hoy un freno al desmoronamiento del Estado ruso, al menos momentáneamente, y en caso de que se confirmen los primeros éxitos militares en Chechenia, lo que no es evidente ni mucho menos, a pesar de la enorme superioridad de medios de los rusos.

Pero la agravación ineluctable de la situación económica de Rusia y las tendencias centrífugas en una Federación que la arrastran hacia su estallido, no sólo son amenazantes para el país mismo sino para el mundo capitalista entero. Por muy oxidados que estén, los misiles y los submarinos nucleares de la exURSS son todavía más peligrosos en un país en plena anarquía e inestabilidad política. Y las amenazas de Yelsin cuando afirmaba que Clinton (al criticar éste, para la foto, los excesos de la intervención militar rusa), «se había olvidado durante un minuto de que Rusia posee un arsenal completo de armas nucleares» ([15]) no sólo deben interpretarse como las payasadas de un anciano alcohólico. El simple hecho de que ese mamarracho corrupto, empapado de vodka, que pellizcaba las secretarias ante las cámaras de TV del mundo entero, haya podido estar al mando de Rusia durante diez años, ya da una idea del estado de descomposición del aparato político de la burguesía rusa. Las grandes potencias imperialistas se encuentran en una situación contradictoria: por un lado, la lógica implacable de la competencia imperialista las lleva a aprovecharse de todas las oportunidades para adelantarse de todas las oportunidades para adelantarse a sus rivales y, así, agravar todavía más el caos y la descomposición de la sociedad y, muy especialmente, de países como Rusia; por otro lado, son relativamente conscientes de esa dinámica de caos y descomposición, calibran sus peligros, intentan a veces acabar con ellos. Pero seamos claros, sería ilusorio pensar que el mundo capitalista pueda invertir la tendencia hacia su propia descomposición, al igual que sería ilusorio creer que la lógica infernal de la competición imperialista pudiera cesar y no, como es el caso, volver a aumentar el caos, las guerras y las matanzas. La voluntad común de no hundir más a Rusia es temporal y la lógica imparable de los intereses imperialistas incrementará el caos y la descomposición en el Cáucaso, como en todas las demás regiones del mundo.

Las potencias occidentales apoyan a Rusia para limitar el caos

Frente a la amenaza de una Rusia en total descontrol, existe entre los Estados occidentales un acuerdo tácito para no disputarle el Cáucaso norte, que forma parte de la Federación de Rusia; pero con la advertencia tácita también de que no se la va a dejar meterse en la zona sur del Cáucaso, zona que se disputan las grandes potencias. Este acuerdo se ha plasmado en el apoyo concreto, en la «autorización», según la prensa rusa, que las grandes potencias han dado a Rusia para que intervenga, confirmando su «derecho legítimo» a anegar en sangre a Chechenia. «En el marco del Tratado sobre las armas convencionales, la cumbre [de la OSCE] de Estambul, acaba de autorizarnos para disponer, en el sector militar del Cáucaso Norte, de muchos más hombres y material que en 1995 (600 carros en lugar de 350, 2200 vehículos blindados en vez de 290, 1000 piezas de artillería en lugar de 640). Es, claro está, en Chechenia donde Rusia va a concentrar esa potencia militar» ([16]).

Digamos que, en eso, la prensa rusa tiene el mérito de no andar con rodeos; y de reproducir fielmente las intenciones de las potencias occidentales, algo así como «Les dejamos el Cáucaso Norte, y nos otorgamos el derecho de pelearnos por el Cáucaso Sur». El martirio de las poblaciones caucásicas no ha hecho más que empezar. Esta región del mundo ha entrado a su vez en una barbarie en la que ya nunca habrá paz; y nunca habrá reconstrucciones para restañar los destrozos que la han afectado y seguirán afectándola.

La democracia burguesa equivale a guerra y a miseria

Hipócritas y cómplices, las campañas mediáticas occidentales no están hechas para atenuar, menos todavía para luchar contra la barbarie guerrera del capitalismo. Se dirigen, ante todo, a las poblaciones occidentales, y en primer término, a la clase obrera de cada país, para ocultar a toda costa la relación estrecha que hay entre las guerras imperialistas y la quiebra económica del sistema, para encubrir la dinámica infernal a la que la humanidad es arrastrada. Denuncian la guerra en Chechenia con el rollo ese del «derecho de injerencia humanitaria» para justificar mejor así la guerra de Kosovo. Critican la inacción de los gobiernos occidentales para así ponderar mejor la democracia burguesa, cuando los principales actores de las guerras recientes, Kosovo, Timor y ahora Chechenia, son Estados democráticos con gobiernos democráticamente elegidos. «La democracia no es una garantía contra las cosas repugnantes» ([17]), dicen esos media para hacer de esa democracia una meta, una lucha, con la que todo el mundo debería identificarse: «Necesitamos volver a encontrar una meta en los asuntos mundiales que sea moral intelectual y políticamente irresistible. La visión democrática conserva una vitalidad enorme. Nuestro deber es ayudar a definir el siglo XXI como el siglo democrático [...] La democracia es de manera evidente ahora un valor universal» ([18]).

En pleno delirio de mentiras, las campañas actuales quieren hacer creer que es la falta de democracia lo que provoca guerras y miserias. Creer que «el reto fundamental al que nos confrontamos es el reconocimiento de que la lucha política se plantea siempre en el modo de vida democrático y la negación de la libertad humana y política» ([19]), adherirse, aunque sea lo mínimo, en la lógica de la defensa de la democracia burguesa, «por más democracia», como nos lo machacaron cuando la gigantesca puesta en escena mediática con ocasión de las manifestaciones antiOMC en Seattle, identificarse a su Estado nacional, colocarse tras su burguesía nacional, todo eso es entramparse en un callejón sin salida. Toda adhesión masiva de las poblaciones, y en primer término de la clase obrera internacional, a los «ideales» de la democracia burguesa no va a hacer cesar, ni mucho menos, la caída en los infiernos; al contrario, lo que haría es acelerar todavía más el curso del mundo hacia la barbarie. ¿No es ésa precisamente la desgraciada experiencia que ha vivido el mundo desde el final del bloque imperialista del Este y el acceso de esos países a la democracia burguesa de tipo occidental? ¿No es precisamente eso lo que intentan ocultar las campañas mediáticas a repetición sobre lo buena que es la democracia? El caos en Rusia y la guerra en Chechenia son también el producto de la democracia capitalista.

Apoyo a los internacionalistas en Rusia

Salvar a la humanidad de la barbarie capitalista pasa por otra vía. Esta vía los media de la burguesía no la evocarán nunca, nunca mencionarán ninguna de sus expresiones. Y, sin embargo, existen y encontrarán un eco significativo si no estuvieran ahogadas, anegadas, perdidas y fueran apenas audibles bajo el diluvio de las campañas ideológicas permanentes. La vía del rechazo a los sacrificios y a las guerras existe y se expresa. Fiel al principio internacionalista del movimiento obrero, el conjunto de grupos de la izquierda comunista intervino para denunciar la guerra imperialista en Yugoslavia ([20]). Esta vía también ha aparecido en Rusia misma. En medio de una hostilidad generalizada, de una severa represión, con graves riesgos personales, en medio de la histeria nacionalista, saludamos a los militantes que han sabido erguirse contra la intervención imperialista rusa en Chechenia, que han sabido defender la única vía realista que pueda frenar primero y oponerse después a la barbarie guerrera.

“¡ABAJO LA GUERRA!

“¡No nos toméis por imbéciles!

“Los Yeltsin, Masjadov, Putin, Bassaiev... ¡Son todos de la misma camarilla!

“Son ellos quienes han organizado el terror en Moscú, en Vogodonsk, en Daghestán, en Chechenia. Es su negocio, es su guerra. La necesitan para fortalecer su poder. La necesitan pata defender su petróleo. ¿Por qué deberían morir nuestros hijos por sus intereses? ¡Que se maten mutuamente los oligarcas!

“No os creáis los discursos imbéciles y nacionalistas: no hay que acusar a un pueblo entero de haber cometido unos crímenes realizados por no se sabe quién, pero que sólo benefician a los gobernantes y a los amos de todas las naciones.

“¡No vayáis a esta guerra, ni dejéis que vayan vuestros hijos! ¡Resistid a esta guerra tanto como podáis! ¡Haced huelga contra la guerra y sus promotores!

“Internacionalistas de Moscú” ([21])

Oponerse a la burguesía y rechazar todo tipo de nacionalismo, oponerse al Estado sea o no democrático, rechazar la guerra del capital y llamar a la clase obrera a luchar, a defender sus condiciones de vida y a levantarse contra el capitalismo, ésa es la vía. Esa vía es por la que debe encaminarse la clase obrera de todos los países. Esta vía es la de la lucha de la clase obrera, la de la lucha contra la explotación capitalista, contra la miseria y los sacrificios. Esa vía es la de la destrucción del capitalismo, de ese sistema que siembra la muerte y la miseria, cada día un poco más, por todas partes en el mundo. Esa vía es la de la revolución comunista.

Las guerras se multiplican. La crisis económica provoca estragos. Las catástrofes suceden a otras catástrofes, a causa de una producción capitalista desbocada que lo destruye todo. La vida en el planeta se está volviendo cada día más insoportable. A todos esos males trágicos que lleva en sí el capitalismo, y que no hará sino incrementar, únicamente la clase obrera internacional puede dar una respuesta. Únicamente el proletariado mundial puede ofrecer una perspectiva y una salida a la humanidad.

RL 1/1/2000


[1]      Hemos traducido nosotros los artículos de la prensa en inglés y en francés.

[2]      Ya entonces denunciamos a esos bomberos pirómanos que habían provocado la represión serbia y el éxodo de los kosovares (ver Revista Internacional no. 98, la prensa territorial de la CCI y nuestra hoja internacional de denuncia de la guerra). Las grandes potencias occidentales pudieron entonces justificar la intervención militar ante su propia «opinión» utilizando con el mayor descaro a los miles de refugiados provocados por los bombardeos de la OTAN. La política de provocación, intransigencia y manipulación de las grandes potencias, especialmente por parte de EE. UU., para declarar la guerra a Yugoslavia, sacrificando deliberadamente a las poblaciones civiles kosovares y serbias, ha sido desde entonces confirmada en varias ocasiones en periódicos más especializados o en artículos discretos, no destinados al «gran público». Últimamente, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) decía en un informe del 6 de diciembre que: «contrariamente a lo que afirman muchos países durante la guerra de Kosovo [...] las ejecuciones sumarísimas y arbitrarias [de las fuerzas serbias] se generalizaron con el inicio de la campaña aérea de la OTAN contra la República Federal de Yugoslavia en la noche del 24 al 25 de marzo [...] Hasta esa fecha, la preocupación de las fuerzas militares y paramilitares serbias estaba centrada en las zonas de Kosovo por donde circulaban las fuerzas de la UĢK y donde éste tenía sus bases» (Le Monde, 7/12/99).

[3]      En una correspondencia que hemos recibido de Rusia, un lector nos ha informado de la existencia de un auténtico tráfico de rehenes del que son cómplices oficiales rusos y jefezuelos de bandas chechenos. Esto ha sido confirmado por la prensa misma, especialmente la venta y entrega por parte de oficiales rusos a pandillas chechenas de... ¡sus propios soldados! Estos sirven, después, para chantajear a sus familias y son devueltos tras pago de rescate que se reparten unos y otros.

[4]      A pesar de 1948, se puso en marcha el plan Marshall para reconstruir Europa occidental bajo la dirección de Estados Unidos. El objetivo de la «ayuda» de EE. UU., que no tenía nada de desinteresada, fue asegurarse el dominio de Europa occidental por parte de EE. UU. Contra las pretensiones imperialistas de la URSS. 1947 fue el principio de la Guerra Fría entre los dos imperialismos de entonces.

[5] Le Monde diplomatique, noviembre de 1999.

[6] Ídem.

[7] International Herald Tribune, 22/1/99.

[8] La decisión del Estado americano de imponer la construcción del oleoducto por Turquía es uno de los muchos ejemplos del papel engañador que tienen las campañas contra el liberalismo y la pretendida impotencia de los Estados frente a las grandes multinacionales financieras y económicas. En realidad, la política de liberalización desarrollada a partir de los años 80 lo que ha hecho es reforzar y hacer más eficaz, más flexible y sobre todo más totalitario todavía el dominio del Estado sobre todos los aspectos de la vida social. Lejos de debilitarse con el «liberalismo» de Reagan o Thatcher, el capitalismo de Estado no ha sido nunca tan fuerte como hoy. Las campañas internacionales antiOMC (las manifestaciones durante la conferencia de Seattle, por ejemplo), llamando a una verdadera «democracia ciudadana» no tienen más finalidad que la de presentar, a nivel internacional, una alternativa democrática y de izquierdas, una falsa alternativa para así evitar que se ponga en entredicho al capitalismo como tal.

[9] International Herald Tribune, op. cit.

[10] International Herald Tribune, 20/12/99.

[11] Clinton, Internacional Herald Tribune, 10/12/99.

[12] J. Fischer, Internacional Herald Tribune, 18/12/99.

[13] Revista Internacional no. 68, diciembre de 1991.

[14] International Herald Tribune, 13/12/99.

[15] International Herald Tribune, 10/12/99.

[16] Obshchaia Gazieta, seminario ruso, recogido en Courrier international, 16/12/99.

[17] International Herald Tribune, 22/12/99.

[18] Max M. Kampelman, antiguo diplomático norteamericano, International Herald Tribune 18/12/99.

[19] Ídem.

[20] Cf. Revista Internacional nos 98 y 99.

[21] Esta toma de posición internacionalista ha sido pegada en las paradas de autobús y del metro y no difundida en la forma de panfleto a causa de la represión y de la histeria nacionalista que hoy por hoy campea en Rusia. ¿Cuál es la causa inmediata de ese clima patriotero y racista? Son los atentados sangrientos atribuidos a islamistas chechenos y que, sin duda, han sido una provocación montada por los servicios secretos rusos.

La falsa buena salud del capitalismo - Crisis económica

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La falsa buena salud del capitalismo

 

Crisis económica

 

Hace un año, los economistas y algunos medios, tras haber comprobado la sucesión de toda una serie de hundimientos financieros en varios continentes, expresaban el miedo que les producía la evolución de la economía mundial. Esos mismos órganos de la burguesía declaran hoy que el crecimiento económico es fuerte, que va a seguir aumentando, que el desempleo decrece, que algunos países han llegado ya a una tasa de desempleo que corresponde al pleno empleo. Los gobiernos de muchos países dicen que van por ese camino.

Con esas declaraciones se quiere dar la idea de que el capitalismo está reabsorbiendo la crisis, y para argumentar ese diagnóstico, los economistas organizan debates sobre la emergencia de una «Nueva economía» en Estados Unidos, que sería la causa de la fase del «crecimiento largo» que se está viviendo en ese país, fase que continuaría y se generalizaría a otros países a condición de que los obreros acepten de buena gana trabajar más por sueldos cada vez más bajos.

Desde que hace 30 años el capitalismo entró en una nueva crisis, no es ésta, ni mucho menos, la primera vez que nos sacan el cuento de «la salida del túnel» y del «fin de la crisis». Como las veces anteriores, ese optimismo de que alardean no tiene la menor base.

El principal objetivo de la burguesía en la acción que está llevando a cabo, tanto para evitar que se inicie una recesión abierta como en toda esa propaganda, es mostrar a la clase obrera que el capitalismo es el único sistema viable y que es utópico y muy peligroso querer y hasta pensar en echarlo abajo.

No estamos en una nueva fase de crecimiento

Primero, es totalmente falso afirmar que el capitalismo conocería hoy una fase en la que el crecimiento sería más elevado de lo que ha sido en estos treinta últimos años. Los problemas siguen siendo enormes en cualquier parte del mundo.

Eso es ya muy cierto para la mayoría de los grandes países europeos. La evolución de las producciones industriales ([1]) de Alemania e Italia son, desde hace un año, negativas y las del Reino Unido (+ 1%) y de la Unión Europea en su conjunto (+ 0,8%) no son mucho mejores.

En Extremo Oriente, contrariamente a lo que nos dicen, el cuadro no es, ni mucho menos, el de una «salida de la crisis». En Japón, en donde están viviendo una recesión desde principios de los años 90, la tasa de crecimiento del PIB es muy débil y los despidos masivos «se multiplican: 21 000 en Nissan y NTT, gigante de telecomunicaciones; 10 000 en Mitsubishi Motors; 1500 en NEC, 17 000 en Sony… Ya no hay “santuarios”: todos los sectores están afectados»; los despidos en las pequeñas y medianas empresas son difíciles de calcular, pero «el plan de reestructuración de Nissan-Renault amenazaría entre setenta y ochenta mil empleos en las PME» ([2]). Aunque otros países del Sudeste asiático conocen un crecimiento más importante, ello se debe, ante todo, al arranque habido tras el frenazo que sufrieron en el segundo semestre de 1997. Pero, como lo demuestran las dificultades del grupo coreano Daewo (junto con otros grupos industriales coreanos del Sudeste asiático en la misma situación) esa «recuperación» es más que frágil, pues han vuelto a endeudarse a mansalva yendo todo recto hacia una nueva crisis financiera. Y para encarar esas dificultades, la burguesía occidental recomienda que se proceda a «dolorosas reestructuraciones», o sea a despidos y más despidos.

En Sudamérica, el PIB ha bajado este año, y algunos países, y no de los menores, como Argentina, han vivido un descalabro de su producción industrial (– 11 %); otros se están preparando para anunciar la suspensión de pagos, como Ecuador.

En cuanto a la economía estadounidense, su tasa de crecimiento se mantiene artificialmente mediante un endeudamiento vertiginoso tanto de las familias como de las empresas. Es evidente que no van a ser las nuevas tecnologías las que la harán resolver el problema. El endeudamiento permite mantener la demanda y es la causa de un déficit de la balanza de pagos que ha alcanzado marcas históricas, pues ya fue de 240 mil millones de dólares en 1998 y en 1999 ha sido de 300 mil millones. De igual modo, la cobertura de las importaciones por las exportaciones sólo alcanza el 66 %. Hay que añadir que tales déficits acabarán desembocando tarde o temprano en tensiones monetarias como la que se vio en septiembre cuando el dólar se debilitó fuertemente respecto al yen.

El capitalismo de Estado evita el bloqueo económico pero no resuelve la crisis

La realidad de las medidas económicas tomadas por Estados Unidos nos indica las razones por las cuales la quiebra financiera del Sudeste asiático, de Rusia y de buena parte de Latinoamérica, y la caída de las importaciones de esos países no ha provocado una baja de la demanda mundial y una penuria de crédito, lo cual hubiera provocado, cuando menos, una terrible recesión del conjunto de la producción mundial.

Tanto los déficits exteriores históricos de EE.UU. como el hecho de que las «familias» americanas tengan un consumo mayor que sus rentas reales, son muestra del vigor con el que la Administración estadounidense decidió impedir que la crisis financiera de 1997-98 tuviera, en lo inmediato, consecuencias importantes. Hay que añadir, y es también el resultado de la política monetaria, que una parte de las rentas de las familias norteamericanas vienen de ganancias bursátiles que no corresponden a ninguna riqueza real.

En hecho de que el Estado con la economía más poderosa del mundo, con la moneda que sigue funcionando como moneda mundial, haya actuado de esa manera, muestra la gravedad del problema. Entre la crisis financiera de Tailandia en julio de 1997 y la de Rusia en agosto de 1998, fue el Fondo Monetario Internacional (FMI) quien entregó los fondos necesarios para evitar la bancarrota de los grandes bancos mundiales que habían prestado a mansalva a esos países. Y, sin embargo, en el verano de 1998, el presidente del FMI, M. Camdessus, declaraba que las arcas estaban vacías y la propia Reserva Federal tuvo que coger de relevo para aprovisionar a los bancos en moneda, evitando así que hubiera un cese de reembolso de la deuda pública de Brasil y la de otros países latinoamericanos. Y, a su vez, esa acción lo que ha seguido provocando es un endeudamiento creciente de la sociedad americana, lo cual hace aparecer el anuncio del final del déficit presupuestario estadounidense como una farsa cómica. Farsa cuyo único objetivo es mostrarnos que la política norteamericana ya no es inflacionista, lo cual sería una prueba más de que se acabó la crisis.

Estados Unidos no es, sin embargo, el único país en practicar esa política: todos los grandes países industrializados participan en ella. La deuda total de los países de la Unión Europea —cuyos gobiernos siguen estando, en principio, sometidos a los criterios de Maastricht— aumenta 10% por año. En cuanto a Japón, cuyos bancos no son lo bastante sólidos como para impedir que el país salga de la recesión, su hacienda pública es un pozo sin fondo: el déficit público será de 9,2% del PIB en 1999, lo cual hará que el Estado japonés emita este año «el 90% de las emisiones netas de obligaciones de Estado (o sea, Bonos del tesoro) de las dieciocho economías mundiales principales» ([3]). Esto significa que el gobierno japonés, para salir de la recesión, ha movilizado las cuentas de ahorro postales en las que los japoneses habían colocado sus ahorros desde hace años.

Todas esas acciones son los medios que se ha dado el Estado en el siglo XX y que definen el capitalismo de Estado. Las medidas de capitalismo de Estado se instauran para evitar el bloqueo y un hundimiento de la economía parecidos a los que sufrió el capitalismo en la crisis de 1929, pues tales fenómenos no sólo serían perjudiciales para los intereses de la burguesía, sino, y sobre todo, porque serán expresión misma de la quiebra del sistema ante la clase obrera, en un periodo en el que ésta no está derrotada, en un curso histórico ([4]) hacia enfrentamientos de clase generalizados.

Eso no quiere decir que la burguesía posea los medios de resolver la crisis del capitalismo. Muy al contrario, pues las políticas de reactivación acentúan las tensiones económicas, monetarias y financieras:

–   Excepto los apóstoles de la «Nueva Economía», todo mundo sabe que la política de Estados Unidos, que hemos descrito antes, no podrá durar mucho tiempo so pena de nuevo arranque de la inflación, de una crisis monetaria y de problemas bancarios; de todos modos, un crack bursátil, llamado «corrección bursátil», entre 15 y 40 % es inevitable;
–   De igual modo, los gastos públicos japoneses aparecen inquietantes pues el ahorro de los japoneses acabará agotándose «y si se imagina uno el guión catastrófico en el que los poderes públicos nipones perdieran el control de sus finanzas públicas, lo que seguiría a continuación sería una crisis financiera mundial» (Boletín Conjecture Paribas).

 

Eso significa que hoy como ayer, esas tensiones sólo pueden desembocar en recesiones abiertas, o sea, en mayor caída en la crisis.

En 1987, la progresión de la deuda para mantener la demanda mundial y la «burbuja» financiera resultante, acabaron en el krach del 21 de octubre, durante el cual, la burguesía perdió el control de la situación financiera durante algunas horas, bajando el índice Dow Jones 22 % y aniquilándose dos billones (2 millones de millones) de dólares. Los Estados, por medio de instituciones financieras, compraron los valores bursátiles aprovisionando en moneda a bancos y empresas para que el krach no desembocara en un bloqueo de la economía. Pero, a partir de 1989, la burguesía no pude evitar seguir con esa política, lo cual desembocó en la recesión de 1989-1993, recesión muy profunda que la burguesía justificó entonces con la Guerra del Golfo, ocultando así lo que en realidad era una expresión de la quiebra del capitalismo.

Con la crisis de los países asiáticos, ha aparecido claramente que la burguesía no pude impedir que la deuda masiva de toda una serie de países acabara en bancarrota; y frente a lo que significaría una pérdida de control de la evolución financiera y monetaria, los grandes estados han vuelto a impedir, mediante una deuda todavía más amplia, que desemboque en un bloqueo de la economía mundial. Como antes, los medios empleados agravan las tensiones económicas y no podrán seguir sirviendo por mucho tiempo; por sí mismos, esos medios implican un nuevo ahondamiento de la crisis, y cuando esto ocurra, podemos estar seguros que la burguesía va a darnos una nueva explicación para dar a entender que el capitalismo como sistema no sería el responsable.

La crisis del capitalismo se profundiza permanentemente

La burguesía es capaz de retrasar provisionalmente el hundimiento brutal en la crisis como el que se vivió en 1974, 1981 o 1991. Pero no puede impedir su hundimiento lento y permanente. Frente a la tendencia permanente a la superproducción y a la baja de las ganancias, la burguesía ataca sistemáticamente las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, hundiendo en la pauperización más absoluta a una parte cada día mayor de ellas. La prensa occidental criticaba a los países del Sudeste asiático por no haber reestructurado lo suficiente, es decir disminuido los costes de trabajo. Ahora, el desempleo se ha disparado en esos países desde 1997 (en Corea del Sur, por ejemplo, se ha triplicado). Esa crítica es muy reveladora: significa que si los países occidentales disfrutan de una mejor salud económica, es porque ellos no han cesado un instante en su búsqueda permanente de reducción de costes de producción, o sea, de agravar la explotación de la clase obrera.

En realidad, la fuerza de los grandes países desarrollados es la herencia de la industrialización temprana que realizaron en el siglo XIX, en el periodo ascendente del capitalismo. En la decadencia del capitalismo, los nuevos países que han logrado industrializarse has sido excepción e, incluso en este caso, su desarrollo es inestable. Corea del Sur es un buen ejemplo de ello. Es, por eso, falso pretender que si esos países llevaran a cabo una reestructuración, saldrían de la crisis. Lo que sí demuestra esa falsedad es la permanente necesidad para la burguesía de atacar las condiciones de vida de la clase obrera desde que se inició la crisis, para así intentar restablecer el nivel de las ganancias.

Nos dicen que Japón está saliendo de la recesión, pero el desempleo en ese país ha pasado de 3,4 % de la población activa en 1997 a 4,9 % y ya se da por hecho que habrá una tasa de desempleo de al menos 5 % durante mucho tiempo.

En los países desarrollados occidentales, la experiencia de la clase obrera y sus potencialidades intactas han llevado a la burguesía a practicar la mentira sofisticada, sobre todo en la cuestión central del desempleo, utilizando cantidad de medios para ocultar su nivel real, y hasta, como dicen hoy, demostrar que está bajando. Junto a las cifras del desempleo hay además otras, mucho menos difundidas por los medios, que muestran la progresión masiva de la miseria en esos países:

–   en Estados Unidos, mientras la burguesía festeja una tasa de desempleo que habría vuelto al 4,2 % que, según los especialistas, correspondería al pleno empleo que existía en 1972, según diferentes publicaciones entre 14 y 18 % de la población tiene unos ingresos por debajo del umbral de pobreza, o sea, 36 millones de personas como mínimo; en 1972 esta situación afectaba únicamente al 3 % de la población;
–   en el Reino Unido, desde 1997, ha aumentado en un millón la cantidad de familias que cobran menos del 40 % de los ingresos medios (y eso que el gobierno de Blair ha puesto el umbral de pobreza en el 50 % de la renta media). Hoy son 8 millones ([5]);
–   en Francia, el 10% de las familias viven por debajo del umbral de pobreza, o sea 6 millones de personas; la tasa de desempleo es, dicen, de 10,8 %; pero, y es una cifra reveladora, en la población «por debajo del umbral de pobreza», ¡hay más asalariados que desempleados! ([6]);
–   en España, en donde el gobierno afirma que la economía española está creando empleos, más del 60% de éstos duran menos de un mes y, además, 8 millones de habitantes viven por debajo del umbral de pobreza ([7]).

 

Las cifras de Francia, y ocurre otro tanto en los demás países, muestran que la profundización actual de la crisis, no sólo se plasma en la exclusión del proceso productivo de una proporción cada día mayor de la población activa, sino en que los salarios de una parte creciente de los obreros que han encontrado un empleo, no les permiten adquirir lo mínimo necesario. La flexibilidad del trabajo y la baja de salarios impuestos con el truco de la reducción del tiempo laboral, el incremento imparable del trabajo a tiempo parcial y del interino (éste ha aumentado 8 % en Francia en un año) son otros tantos medios con los que la burguesía está recortando los ingresos obreros.

Y esa situación es la de los países desarrollados, en unos países de Europa occidental y Norteamérica, que aparecen como islotes en un mundo cada vez más sumido en el caos. La burguesía misma afirma que en una parte de los países del Sudeste asiático las inversiones extranjeras han desaparecido y que esos países «han vuelto a caer en el subdesarrollo» ([8]). En la mayor parte de los países de la periferia, la parte de la población que vive en la miseria más estremecedora es inmensa. En Rusia, por ejemplo, y esto puede generalizarse al conjunto de la exURSS, más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza; el nivel de vida en África ha disminuido desde 1980, una época en la que ya la hambruna se cebaba periódicamente en algunos países.

Esa es la realidad de la quiebra del capitalismo. El Estado, ya sea con la derecha, ya sea, como hoy en muchos países, con la izquierda en el poder, no puede resolver el problema de la sobreproducción que es inherente al capitalismo decadente; y todas las afirmaciones sobre «el ritmo actual del crecimiento» no son más que propaganda, una propaganda que se apoya en una medidas de capitalismo de Estado con las que se quiere evitar que la clase obrera recuerde que las tasas de crecimiento, en término medio, no han cesado de bajar desde hace 30 años. Y esto, sólo el marxismo es capaz de explicarlo. Las coplas de victoria que la burguesía canta en cuanto logra, como hoy, estabilizar la situación durante algunos meses, son canciones para dormir.

J. Sauge, diciembre de 1999.


[1] A pesar de todos los trucos de la burguesía, la producción industrial es una cifra más digna de fe que el PIB (Producto Interior Bruto), pues éste está hinchando artificialmente con todo tipo de ingresos de quienes no tienen nada que ver con la producción, los militares y la burocracia y los sectores improductivos como el financiero, los seguros y demás…

[2] Del diario francés Le Monde, 9/12/99.

[3] Boletín Conjecture Paribas, julio de 1999.

[4] Ver los artículos sobre el curso histórico en la Revista Internacional nos. 18 y 53.

[5] La Tribune, 9/12/99.

[6] La Tribune, 26 de mayo de 1998.

[7] L´Humanité, 10/12/1999.

[8] «Bilan du monde», 1998, publicado por Le Monde.

Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado (marzo de 1919)

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Nuestra presentación

El siglo está acabándose en medio de un concierto general o, más bien una matraca ensordecedora, para celebrar los avances de la democracia burguesa en el mundo, alabando sus pretendidas ventajas y cualidades. Y así cada quien entona un saludo a sus victorias a lo largo de este siglo, contra las dictaduras, rojas o pardas, exaltando a sus héroes como Gandhi, Walesa, Mandela o Martin Luther King, propugnando que se generalicen y apliquen sus «grandes principios generosos y humanistas». Según esa propaganda, que intenta darnos gato por liebre, la situación que ha prevalecido sobre todo desde la caída del muro de Berlín y los combates que ha habido para defender y desarrollar la democracia, nos permitirían esperar y entrever «unas perspectivas de paz y armonía» de los más positivo para la humanidad.

Las «grandes democracias» nos han organizado unas grandes cruzadas para imponer y defender los «derechos humanos» en los países que no los respetaban, a la fuerza si era necesario, o sea multiplicando las matanzas y la barbarie. Hemos asistido, hace poco, a la creación de un Tribunal penal internacional encargado de juzgar y castigar a quienes sean responsables de «crímenes contra la humanidad». ¡Tiemblen, señores dictadores!, vienen a decir. ¿No nos anuncian acaso para los años venideros, el advenimiento de una «democracia global» y «mundial» que exigiría «un mayor papel de la sociedad civil»? Las manifestaciones que ha habido recientemente en torno a las negociaciones de la OMC, con José Bové al frente de ellas, ¿serían acaso las primicias de esa «democracia global», cuando no la constitución de una «internacional de los pueblos», hoy en lucha contra la dictadura de los mercados, el liberalismo salvaje y la comida basura?

Parece como si para las generaciones actuales de proletarios, la única lucha que valiera la pena fuera la de apuntarse a todo lo que va hacia la instauración de regímenes democráticos en todos los países del planeta, lo cual llevaría a la igualdad de derechos para todas las razas y todos los sexos, una lucha por «un comportamiento ciudadano». Los mercachifles de la ideología de todo tipo, especialmente los de izquierdas, se están hoy movilizando más que nunca para convencer a esas nuevas generaciones de la validez de ese combate y arrastrarlos hacia él. A quienes dudara en comprometerse con él, el mensaje es: «A pesar de sus taras, la democracia burguesa es el único régimen reformable y, de todos modos, no existe otra cosa». O sea, que frente a la miseria creciente que nos impone el capitalismo, no queda más posibilidad que la de portarnos como «ciudadanos», no hay más salida que aceptar el sistema porque, nos dicen, no hay mejor alternativa, no existe otra alternativa.

Si reproducimos aquí las Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, presentadas por Lenin el 4 de marzo de 1919, ante el primer congreso de la Internacional Comunista es, primero, para replicar a esta tabarra ideológica con que nos está aporreando la burguesía, y cuya diana principal es la clase obrera, única clase capaz de cuestionar y derribar su sistema. Estas Tesis recuerdan en particular que la democracia en el capitalismo no es más que una forma (la forma más eficaz) de dictadura opresora sobre la clase obrera y defensora de la burguesía y sus privilegios de clase explotadora. Recuerdan estas Tesis que las libertades de que alardea la clase dominante no son más que la hipocresía y camelo para los explotados, afirmando incluso con justeza y profundidad que «cuanto más desarrollada y más “pura” es la democracia [...] tanto más “puras” se manifiestan la opresión por el capital y la dictadura de la burguesía». Las Tesis recuerdan, en fin, que la guerra mundial se llevó a término «en nombre de la libertad y de la igualdad». El siglo XX, el más bestial y sangriento que la humanidad haya conocido, ha visto esas mentiras repetidas en múltiples ocasiones para justificar una segunda conflagración mundial y una multitud de guerras y matanzas regionales.

La otra razón que justifica hoy la publicación de esas Tesis es la necesidad de desmentir la propaganda burguesa que lo hace todo para que el verdadero comunismo se asimile al estalinismo, es decir a una de las peores dictaduras que haya tenido que soportar el proletariado mundial, lo hace todo por transformar a Stalin en el perfecto continuador de Lenin cuando es, en realidad, su antítesis. Fue, en efecto, Lenin mismo quien escribió y presentó estas Tesis que muestran que el comunismo es la verdadera democracia, la que propone la burguesía no es más que camelo que le permite justificar la supervivencia de su sistema. Fue Lenin quien defendió mejor que nadie que «la dictadura del proletariado, por el contrario, es el aplastamiento por la violencia de la resistencia que ofrecen los explotadores, es decir, la minoría más ínfima de la población, los terratenientes y los capitalistas», que es «precisamente un cambio que diese una extensión sin precedente en el mundo al goce efectivo de la democracia por los hombres que el capitalismo oprimiera, por las clases trabajadoras».

Es Lenin quien, en las Tesis, afirma en nombre de los comunistas del mundo entero que esta dictadura significa y realiza, en favor de «la inmensa mayoría de la población, una posibilidad efectiva, real, de gozar de las libertades y los derechos democráticos, posibilidad que nunca ha existido, ni siquiera aproximadamente, en las repúblicas burguesas mejores y más democráticas». La dictadura estalinista no tiene nada que ver con la dictadura del proletariado que Lenin defiende, sino que fue su enterrador. La ideología estalinista no tiene nada que ver con los principios proletarios defendidos por Lenin, sino que fue una monstruosa traición contra ellos.

Como ya lo escribimos en nuestra Revista Internacional no. 60, en el momento en que empezaba a desmoronarse el estalinismo: «En un primer tiempo, el período nuevo va a ser difícil para el proletariado, pues además del peso de la mistificación democrática, incluido Occidente, va a estar confrontado a la necesidad de comprender las nuevas condiciones en las que se va a desarrollar el combate». Para que el proletariado pueda encarar sus dificultades, para ayudarlo a resistir a la actual ofensiva ideológica de la clase dominante (cuya finalidad es intoxicar las conciencias obreras intentando hacer creer que la democracia burguesa es el único régimen «viable y humano») reproducimos aquí estas Tesis que fueron adoptadas en el primer congreso de la I.C. Es un arma política de la mayor importancia, que aquél deberá volver a hacer suya.

Elfe.

1. El desarrollo del movimiento revolucionario del proletariado en todos los países ha provocado que la burguesía y sus agentes en las organizaciones obreras forcejeen convulsivamente para encontrar argumentos teóricos en defensa de la dominación de los explotadores. Entre éstos, se pone énfasis particular en el rechazo de dictadura y la defensa de democracia. La falsedad e hipocresía de este argumento, repetido en mil formas en la prensa capitalista y en la conferencia de la Internacional amarilla celebrada en Berna en febrero de 1919, es sin embargo son evidentes para cualquiera que no quiera traicionar los principios fundamentales del socialismo.

2. En el primer lugar, los argumento se basan en conceptos abstractos de «democracia» en general y «dictadura» en general, sin especificar la cuestión de que clase se trata, planteando la cuestión al margen de las clases o por encima de ellas, esa cuestión desde el punto de vista —como dicen falsamente— del pueblo, es una clara burla de la teoría básica de socialismo, a saber la teoría de la lucha de clases que todavía reconocen de palabra los socialistas que se han pasado al campo de la burguesía, pero que en los hechos se les olvida. Pues, en ningún país capitalista civilizado existe «la democracia en general», existe una democracia solamente burguesa, y no es la cuestión de «la dictadura en abstracto» sino de la dictadura de la clase oprimida, es decir, del proletariado, sobre los opresores y explotadores, o sea la burguesía, con el fin de vencer la resistencia que los explotadores oponen en la lucha por su dominación.

3. La historia nos enseña que una clase oprimida nunca ha llegado ni podía llegar a dominar sin atravesar un periodo de dictadura, esto es, sin la conquista de poder político y la supresión por la fuerza de la resistencia más desesperada y furiosa que no retrocede ante ningún crimen, que siempre oponen los explotadores. La burguesía cuya dominación es defendida ahora por socialistas que expresan su rechazo «la dictadura en general» y están en cuerpo y alma por «la democracia en general», conquistó su poder en los países civilizados por una serie de insurrecciones, guerras civiles, aplastando por la violencia la dominación de los reyes, de los señores feudales y a los esclavistas, y esfuerzos de restauración. En sus libros y folletos, sus resoluciones de congresos y discursos, los socialistas en cada país han explicado al pueblo miles y millones de veces el carácter de la clase de esas revoluciones burguesas. Por eso, la defensa que hoy hacen de democracia burguesa encubriéndose en discursos sobre «democracia» en general, y los gritos contra la dictadura del proletariado encubiertos en el clamor sobre «dictadura, en general» es una descarada traición al socialismo, el paso efectivo al campo de la burguesía, un rechazo del derecho del proletariado a su revolución, una defensa de reformismo burgués, y esto precisamente en un momento histórico cuando el reformismo ha fracasado a lo largo del mundo y en que la guerra ha creado una situación revolucionaria.

4. Todos los socialistas al explicar el carácter de la clase de democracia burguesa, de parlamentarismo burgués, han articulado ideas expresadas con la más gran precisión científica por Marx y Engels al decir que incluso la república del burguesa más democrática no es nada más que el instrumento por el cual la burguesía oprime a la clase obrera, por la que un puñado de capitalistas oprime a las masas trabajadoras. No hay un solo revolucionario o un solo marxista entre los que vociferan contra la dictadura y a favor democracia que no haya jurado ante los obreros por todo lo humano y todo lo divino que reconoce esta verdad fundamental de socialismo; pero ahora, cuándo el movimiento ha empezado entre el proletariado revolucionario, apuntado a romper esa maquina de opresión y luchar por la dictadura del proletariado, estos traidores al socialismo, presentan a la burguesía como si hubiera hecho a los obreros un don de «democracia pura», como si la burguesía renunciara a la resistencia y estuviera dispuesta a someterse a una mayoría de trabajadores, como si en la república democrática no hubiera ningún aparato Estatal para la opresión de trabajo por capital.

5. La Comuna de París a la que de palabra honran todos los que desean pasar por socialistas, porque saben que las masas trabajadoras simpatizan con ella ardiente y sinceramente, mostró con particular evidencia el carácter históricamente condicionado y el limitado valor de parlamentarismo burgués y democracia burguesa que son instituciones muy progresivas comparado con las Edad Media pero que en la época de revolución proletaria exigen ser cambiadas inevitablemente. El propio Marx, quién aprecio la importancia histórica de la Comuna, en su análisis de ella demostró el carácter explotador de la democracia burguesa y parlamentarismo burgués bajo las cuales la clase oprimida tiene el derecho una vez en varios años, para decidir qué diputado de las clases poseedoras ha de «representar y aplastar» al pueblo en el Parlamento. Precisamente, cuando el movimiento soviético se está extendiendo a todo el mundo y continua a la vista de todos la causa de la Comuna, los traidores a socialismo olvidan la experiencia práctica y las lecciones concretas de la Comuna de París y repiten la vieja basura burguesa sobre «la democracia en general». La Comuna no fue una institución parlamentaria.

6. La importancia de la Comuna consiste, en que hizo a un esfuerzo por destruir y absolutamente hasta sus cimientos la máquina Estatal burguesa, con sus funcionarios, su ejército, y su policía, para reemplazarlo por una organización autónoma de obreros sin ninguna separación del poder legislativo y del ejecutivo. Todas las repúblicas democráticas burguesas de nuestro tiempo, incluso la alemana a la que los traidores al socialismo burlándose de la verdad llaman proletaria, conserva ese aparato Estatal. Eso demuestra una vez más, clara y inequívocamente, que el grito en defensa de «democracia en general» es nada más que una defensa de la burguesía y sus privilegios de explotación.

7. «La libertad de reunión» puede usarse como un ejemplo de la reivindicación de la «democracia pura». Cada obrero consciente que no haya roto con su clase, comprenderá inmediatamente que sería un absurdo monstruoso prometer la libertad de reunión a los explotadores en tiempos y situaciones en las que ellos están resistiéndose su derrocamiento y están defendiendo sus privilegios. Ni en Inglaterra en 1649, ni en Francia en 1793, cuando la burguesía era revolucionaria otorgó la libertad de reunión a los monárquicos y a la nobleza que convocaron a tropas extranjeras y se «reunían» para intentar la restauración. Si la burguesía de hoy, desde mucho tiempo reaccionaria, demanda que el proletariado garantizará de antemano «la libertad de reunión» a los explotadores sin tener en cuenta la resistencia que los capitalistas opondrán a su expropiación, los obreros no harán sino reírse de tal hipocresía burguesa.

Por otro lado los obreros saben muy bien que incluso en la república burguesa más democrática «libertad de reunión» es una frase vacía, ya que los ricos tienen los mejores edificios públicos y privados a su disposición, también tienen bastante ocio para sus reuniones que son protegidas por el aparato burgués de poder. El proletariado de la ciudad y el campo, así como los pequeños campesinos que son la mayoría de la población no tienen nada de todo eso. Mientras dure este estado de cosa, «la igualdad», es decir, «la democracia pura», es un engaño. Para conquistar igualdad real, hacer una realidad de democracia de los trabajadores, deben privarse primero a los explotadores de todos locales públicos y privados y sus mansiones, los obreros deben darse el tiempo libre, y la libertad de reunión deben ser defendidas por obreros armados y no por los señoritos de la nobleza ni por oficiales hijos de los capitalistas mandando a soldados que son instrumentos ciegos.

Sólo después de tales cambios es posible hablar de «libertad de reunión», de igualdad, sin burlarse de los obreros, de los trabajadores, de los pobres. Pero estos cambios sólo los puede realizar la vanguardia de los trabajadores, el proletariado, derrocando a los explotadores, a la burguesía.

8. «La libertad de la prensa» es otra principal consigna de «democracia pura». Pero los obreros saben, y los socialistas de todos los países le han admitido un millón de veces, que esta libertad es un engaño en tanto las mejores imprentas y suministros del papel estén en manos de los capitalistas, y mientras el poder de los capitalistas siga ejerciéndose sobre la prensa, un poder que se expresa en el mundo entro tanto más cínica y claramente, cuanto más desarrollada este la democracia y el régimen republicano, como ocurre por ejemplo en Estados Unidos. Ganar una verdadera igualdad y democracia real para los trabajadores, para los obreros y campesinos, los capitalistas deben ser privados primero de la posibilidad de conseguir a escritores a su servicio, de comprar casas editoriales y sobornar a la prensa. Y para eso es necesario sacudirse del yugo de capital, derrocar a los explotadores y aplastar su resistencia. Los capitalistas siempre han dado el nombre de libertad a la libertad de ganancias para el rico y a la libertad de los pobres para morirse de hambre. Los capitalistas dan el nombre de libertad de prensa a la libertad del rico para sobornar la prensa, la libertad para usar su riqueza para crear y torcer una llamada opinión pública. Los defensores de la «democracia pura» se revelan una vez más como defensores del sistema sucio y corrupto de la dominación del rico sobre los medios de información de las masas, como engañadores del pueblo lo desvían con bellas y pomposas frases completamente falsas de la tarea histórica concreta de liberar la prensa de la capital. Se encontrarán libertad real y igualdad verdadera en el sistema que los comunistas están instaurando, y en el que será imposible hacerse rico a costas otros, ni habrá ninguna posibilidad objetiva de sujetar la prensa, directamente o indirectamente, al poder del dinero, donde nada obstaculizará los trabajadores (o cualquier grupo de obreros sea cual fuere su número) de tener y ejercer derechos iguales para usar las imprentas y papel que pertenecerán a la sociedad.

9. La historia de los siglos XIX y XX mostró, ya antes de la guerra, lo que es realmente la cacareada «democracia pura» bajo el capitalismo. Los marxistas siempre han afirmado que cuanto más desarrollada, más «pura» es la democracia, más abierta, y cruelmente es la lucha de la clase, y más claramente se manifiesta la «pureza» de la opresión de capital y la dictadura de la burguesía. El asunto Dreyfus en la Francia republicana, la sangrienta represión a los huelguistas en la república libre y democrática de los Estados Unidos, por mercenarios armados por los capitalistas, éstos y mil hechos similares descubren la verdad que la burguesía trata en vano ocultar, a saber, que la dictadura y el terror de la burguesía reina y se manifiestan en la república más democrática, siempre que parezca a los explotadores que el poder del capital esta en peligro.

10. La guerra del imperialista de 1914-18 expuso el verdadero carácter de la democracia burguesa, aún a los obreros atrasados, incluso en las repúblicas más libres. Para enriquecer a grupos de millonarios multimillonarios alemanes e ingleses, docenas de millones de hombres han sido masacrados y en las repúblicas más libres la burguesía estableció la dictadura militar. Esta dictadura del ejército todavía existe aun en los países de la Entente después de la derrota de Alemania. Precisamente la guerra, más que cualquier otra cosa, abrió los ojos de los trabajadores, ha rasgado el falso oropel de democracia burguesa, y reveló al pueblo cuan profundo ha sido el abismo de la especulación y de la codicia, durante la guerra y con motivo de la guerra. La burguesía emprendió esta guerra en el nombre de la libertad y la igualdad; en nombre de libertad e igualdad los mercaderes de la guerra aumentaron su riqueza inauditamente. Ningún esfuerzo de la internacional amarilla de Berna podrá ocultar a las masas el carácter explotador, ahora definitivamente desenmascarado de la libertad burguesa, la igualdad burguesa, y la democracia burguesa.

11. En el país Europeo donde capitalismo se ha desarrollado más, es decir, en Alemania, los primeros meses de plena libertad republicana que siguió a la derrota imperialista, mostró a los obreros alemanes y al mundo entero el carácter de clase real de la república democrática burguesa. El asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo no sólo es un acontecimiento de importancia histórica mundial porque los mejores dirigentes de la internacional comunista verdaderamente proletaria perecieron trágicamente, sino también porque se ha puesto de manifiesto el carácter del Estado europeo más desarrollado —puede afirmase sin caer en exageración— del principal Estado en el mundo. Si prisioneros, es decir, las personas que han sido tomadas bajo la custodia del poder Estatal, pueden ser asesinados con impunidad por funcionarios y capitalistas bajo un gobierno de social-patriotas, es evidente entonces que la república democrática en la que esto puede pasar es una dictadura de la burguesía. Aquellos que expresan indignación ante el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg pero no comprende esta verdad demuestra su torpeza o su hipocresía. La «libertad» consiste en una de las más libres y avanzadas de las repúblicas del mundo, en la república alemana, en la libertad para matar impunemente a los líderes encarcelados del proletariado. No puede ser por otra manera mientras se mantenga el capitalismo, pues el desarrollo de democracia no embota sino agudiza la lucha de clases que en virtud y como resultado de la guerra y sus consecuencias, alcanzado su punto de ebullición.

Hoy día en todo el mundo civilizado se está deportando, persiguiendo, encarcelando a bolcheviques; como ha ocurrido en Suiza, una de las repúblicas burguesas más libres, y en Norteamérica, se organizan contra ellos pogromos contra ellos. Del punto de vista de «la democracia en general», o «democracia pura», es absolutamente ridículo que países progresistas, civilizados, democráticos, armados hasta los dientes, tengan temor de la presencia en ellos de unas docenas personas de la atrasada, hambrienta y arruinada Rusia, descrita como salvaje y criminal en millones de ejemplares de periódicos burgueses. Es obvio que un sistema social que puede dar lugar a las tales contradicciones tan agudas es en realidad una dictadura de la burguesía.

12. En semejante estado de cosas la dictadura del proletariado no está totalmente justificada, como un medio de derrocar a los explotadores y romper su resistencia, sino también como único esencial medio para la masa de obreros de defenderse contra la dictadura burguesa que ha llevado a la guerra y está preparándose para las nuevas matanzas.

La cuestión principal que no entienden los socialistas —lo cual es una muestra de su miopía teórica, su cautiverio y dependencia en prejuicios burgueses, y su traición política al proletariado—, es que en la sociedad capitalista cuando la lucha de clases inherente a ella se agudiza, no hay nada intermedio entre la dictadura de la burguesía y dictadura del proletariado. Cualquier ilusión de otra tercera vía es el lamento reaccionario de la pequeña burguesía. La prueba de esto es la experiencia de más de cien años de democracia burguesa y del movimiento obrero en todos los países avanzados, y particularmente la experiencia de los últimos cinco años. También lo prueba la económica política, todo el contenido del Marxismo en el que se explica la necesidad económica de dictadura burguesa en toda economía mercantil, un dictadura que puede ser abolida por la clase que a través del desarrollo de capitalismo se desarrolla y crece, se vuelve más organizada y poderoso, es decir, por la clase de los proletarios.

13. Otro error teórico y político de los socialistas es su fracaso para entender que las formas de democracia han cambiado inevitablemente por los siglos desde que aparecía primero en el. Mundo Antiguo, a medida que una clase gobernante fue sustituida por otra. En las repúblicas de Grecia en las ciudades medievales, en los Estados capitalistas avanzados, la democracia tiene formas diferentes y se aplica en grado distinto. Sería el más grande absurdo asumir que la revolución más profunda en historia, la transferencia de poder de la minoría explotadora a la mayoría explotada —paso que se observa por primera vez en el mundo—, podría tener lugar dentro del armazón de la vieja democracia parlamentaria burguesa, sin los cambios más radicales, sin la creación de nuevas formas de democracia, nuevas instituciones, y de nuevas condiciones para su aplicación, etc.

14. La dictadura del proletariado tiene en común con la dictadura de otras clases, es que como cualquier dictadura, se origina en la necesidad de suprimir a través de fuerza la resistencia de la clase que está perdiendo su poder político. La diferencia fundamental entre la dictadura del proletariado y la dictadura de otras clases, la de los terratenientes de la Edad Media y la de burguesía en todos los países capitalistas civilizados, donde la dictadura de terratenientes y la burguesía ha sido un aplastamiento por la violencia de la resistencia de la inmensa mayoría de la población, es decir, de los trabajadores. La dictadura del proletariado es la supresión por medio de la violencia de la resistencia de los explotadores, es decir, la ínfima minoría de la población, los grandes terratenientes y capitalistas.

De esto se deriva que la dictadura del proletariado debe involucrar inevitablemente no sólo un cambio en las formas y instituciones de democracia, sino también un cambio que produjese una extensión sin precedentes de democracia real, a las clases trabajadoras a quien capitalismo a oprimido.

Y de hecho las formas tomadas por la dictadura del proletariado ya ha sido elaborada de hecho; el poder soviético en Rusia, los consejos obreros en Alemania, (Rätesystem),los comités en Bretaña (Shop-stewards Committees) y las instituciones soviéticas similares en otros países, todas éstas hacen una realidad para las clases laboriosas, es decir, para la aplastante mayoría de la población; de gozar de libertades y derechos democráticos como nunca ha existido ni siquiera aproximadamente en las repúblicas en las mejores republicas democráticas.

El poder soviético consiste en que la base permanente y única del poder Estatal, del aparato Estatal por completo, es la organización de masas de esas mismas clases que fueron oprimidas por los capitalistas, eso es, los obreros y semiproletarios (campesinos que no explotan trabajo ajeno y que venden constantemente aunque sea solo en parte su fuerza de trabajo). Precisamente las masas que hasta en las repúblicas burguesas más democráticas donde por ley tenían derechos iguales, por medio de mil maneras y artimañas, se han visto privadas de tomar parte en la vida política y el uso de derechos democráticos y libertades, tienen ahora necesariamente una participación continua, y además decisiva en la dirección democrática del Estado.

15. La igualdad de ciudadanos, sin distinción de sexo, religión, raza, nacionalidad de la que la democracia burguesa siempre ha hablado por todas partes pero de hecho nunca ha llevado a cabo y que no podría llevar a cabo debido a la dominación del capitalismo, se ha hecho una realidad completa por el régimen soviético, o sea la dictadura proletaria, pues eso sólo el poder de los obreros que no están interesado en la propiedad privada de los medios de producción y en la lucha para su distribución y redistribución, puede hacerlo.

16. La vieja democracia, es decir, democracia burguesa y el parlamentarismo, esta organizada de tal modo que precisamente las clases trabajadoras son apartadas del aparato administrativo. El poder de los sóviets, es decir, la dictadura proletaria, por el contrario esta organizado de manera tal que ellas se aproximen a la máquina administrativa. La fusión del poder legislativo y del ejecutivo en la organización soviética del estado tiene el mismo propósito, tanto como hacer la substitución de las circunspecciones electorales territoriales por entidades de la producción, como lo son las fábricas.

17. El ejército no sólo era un instrumento de opresión bajo la monarquía; sino también sigue siéndolo en todas las repúblicas burguesas, incluso las más democráticas. Sólo el poder soviético, en tanto que organización Estatal único permanente de las mismas clases oprimido por los capitalistas, está en una posición de abolir la dependencia del ejército al mando burgués y realmente fundir el proletariado con el ejército, al llevar acaba realmente el armamento del proletariado y el desarme de la burguesía, condiciones sin la cuales la victoria del socialismo es imposible.

18. El organización soviética del Estado esta adaptada al hecho de que el proletariado, como la clase concentrada y más consiente e ilustrada por capitalismo, detenta el papel dirigente en el Estado. La experiencia de todas las revoluciones y todo los movimientos de las clases oprimidas, la experiencia del movimiento socialista mundial, nos enseña que sólo el proletariado está en una posición unir y llevar tras de si a los estratos atrasado y dispersos de la población explotada.

19. Sólo la organización soviética del estado puede destruir, de una vez y completamente el viejo aparato, es decir, el aparato burocrático y judicial burgués que permanecía y tenía que permanecer inevitablemente bajo capitalismo, incluso en las repúblicas más democráticas, siendo de hecho para los obreros y trabajadores el mayor obstáculo para la realización eficaz de la democracia. La Comuna de París dio el primer paso histórico mundial en esta dirección, el régimen soviético el segundo.

20. La abolición de poder Estatal es la meta de todos los socialistas con Marx a la cabeza. Mientras esta meta no sea alcanzada, la verdadera democracia, es decir, la igualdad y libertad, es irrealizable. Solo la democracia soviética o proletaria lleva de hecho a esa meta, porque inmediatamente empieza a preparar la agonía completa de todo Estado, asociando la organización de las masas trabajadoras en la participación constante y sin restricción de la administración Estatal.

21. El fracaso completo de los socialistas que se reunieron en Berna, su absoluta incomprensión de la nueva democracia proletaria, se ve muy claramente de los siguientes hechos: el 10 febrero 1919 Branting clausuró la conferencia de la Internacional amarilla en Berna. El 11 de febrero del mismo año sus miembros en Berlín publicaron en el periódico Die Freiheit un llamado del partido «Independiente» al proletariado. En este llamado se reconoce el carácter burgués del gobierno de Scheidemann a quien se le reprocha por querer abolir a los consejos obreros llamados «portadores y defensores» de la revolución y se propone legalizar los consejos obreros, y darles derechos estatutarios, darles el derecho para vetar las decisiones de la Asamblea Nacional y someter la cuestión a un referéndum nacional.

Semejante propuesta refleja la completa quiebra intelectual de los teóricos que defienden democracia y no han entendido su carácter burgués. Este esfuerzo ridículo por unir el sistema de consejos, es decir, la dictadura proletaria, con la Asamblea Nacional, que no es otra cosa que la dictadura de la burguesía, expone la pobreza mental de los socialistas amarillos y socialdemócratas y finalmente su política pequeño-burguesa reaccionaria, así como sus concesiones pusilánimes a la irresistible fuerza creciente de la nueva democracia proletaria.

22. La mayoría Internacional amarilla de Berna al condenar al Bolchevismo pero que no se atrevió por el miedo a las masas trabajador, a votar formalmente una resolución en esta línea, actuó correctamente del punto de vista de clase. Esta mayoría se solidariza completamente con los Mencheviques y Socialrevolucionarios rusos y los Scheidemann en Alemania. Los Mencheviques y Socialrevolucionarios rusos al quejarse de que los bolcheviques los persiguen intentan ocultar el hecho que esta persecución fue provocada por su participación en la guerra civil al el lado de la burguesía contra el proletariado. Scheidemann y su partido en Alemania tomaron parte en la guerra civil en el lado de la burguesía contra los obreros de precisamente de la misma manera.

Es por consiguiente bastante natural que la mayoría de aquellos que asisten a la Internacional amarillo en Berna debe salir en favor de la condena a los bolcheviques. Pero eso no representó una defensa de «democracia pura»; sino que fue la autodefensa de las personas que perciben que en la guerra civil están del lado de la burguesía contra el proletariado.

Por estas razones la decisión de la mayoría de la Internacional amarilla debe describirse como correcta desde el punto de vista de clase. Pero el proletariado no debe temer la verdad, sino al contrario afrontarla y extraer las conclusiones políticas pertinentes.

Series: 

  • El Estado en el periodo de transición del capitalismo al comunismo [1]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El engaño del parlamentarismo [2]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Tercera Internacional [3]

VIII - La comprensión de la derrota de la Revolución Rusa (2) - 1921: el proletariado y el Estado de transición

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En el artículo anterior de esta serie examinamos los más importantes debates que tuvieron lugar en el Partido Comunista de Rusia acerca de la dirección que debía tomar el nuevo poder proletario —notablemente, las advertencias que se hicieron sobre el desarrollo del capitalismo de Estado y el peligro de degeneración burocrática—. Estos debates alcanzaron su momento cumbre a principio de 1918. Sin embargo, en los dos siguientes años la Rusia soviética se vio envuelta en una lucha a vida o muerte contra la intervención imperialista y la contrarrevolución interna. Ante las inmensas exigencias de la guerra civil, el partido cerró filas frente al enemigo común, a la vez que la mayoría de los trabajadores y los campesinos, pese a las crecientes privaciones, se unieron a la defensa del poder soviético frente a los intentos de las viejas clases explotadoras para restaurar sus privilegios perdidos.

Como señalamos en un artículo anterior (ver Revista Internacional no. 95), el programa del partido adoptado por el VIII Congreso celebrado en marzo de 1919 expresó esta tentativa de unidad dentro del partido, sin abandonar las esperanzas más radicales generadas por el ímpetu original de la revolución. También reflejaba que las corrientes de izquierda del partido —que habían sido los grandes protagonistas de los debates de 1918— todavía tenían una considerable influencia y en todo caso no estaban radicalmente separados de aquellos que estaban en el corazón del partido como Lenin y Trotsky. Además, algunos de los antiguos comunistas de izquierda, como Radek o Bujarin, empezaron a abandonar sus anteriores críticas, al identificar las medidas de «comunismo de guerra» adoptadas durante la guerra civil con un proceso real de transformación comunista (ver el artículo sobre Bujarin en Revista Internacional no. 96).

Otros antiguos izquierdistas no se vieron tan fácilmente satisfechos con las nacionalizaciones a gran escala y la virtual desaparición de las formas monetarias que caracterizaron el «comunismo de guerra». No perdieron de vista que los abusos burocráticos frente a los cuales habían alertado en 1918 no sólo habían sobrevivido sino que se habían acrecentado considerablemente en el transcurso de la guerra civil mientras que su antídoto —los órganos de masa de la democracia proletaria— habían ido perdiendo su vida en una proporción alarmante, debido tanto a las exigencias de las conveniencias militares como a la dispersión de muchos de los trabajadores más avanzados en los frentes de guerra. En 1919, el grupo Centralismo Democrático se formó en torno a Osinski, Sapranov, Smirnov y otros, siendo su objetivo más importante la lucha contra el burocratismo en los sóviets y en el partido. Mantuvo lazos muy estrechos con la Oposición Militar que llevaba un combate similar dentro del ejército. Fue una de las corrientes más perseverantes en la oposición de principio dentro del Partido Bolchevique.

Sin embargo, mientras la prioridad fue la defensa del régimen soviético contra sus enemigos más declarados, estos debates permanecieron dentro de ciertos límites: pero, en todo caso, mientras el partido siguió siendo un crisol vivo de pensamiento revolucionario, no hubo ninguna dificultad esencial para proseguir la discusión dentro de los canales normales de la organización.

La terminación de la guerra civil en 1920 dio lugar a un cambio crucial en esta situación. La economía estaba en ruinas. El hambre y las epidemias en una escala espantosa asolaban el país y especialmente las ciudades, reduciendo los antiguos centros neurálgicos de la revolución a un nivel de desintegración social en el cual la lucha desesperada por la supervivencia se imponía sobre cualquier otra consideración. Las tensiones que habían permanecido ocultas por la necesidad de estar unidos frente al enemigo común, volvieron a emerger y en tales circunstancias los rígidos métodos del «comunismo de guerra» no sólo fueron incapaces de contenerlas sino que las agravaron considerablemente. Los campesinos se sintieron crecientemente exasperados por la política de requisición de grano que había sido introducida para sostener las ciudades hambrientas; los trabajadores estuvieron cada vez menos dispuestos a aguantar la disciplina militar en las fábricas y, en una forma mucho más impersonal, las relaciones mercantiles, que habían sido suspendidas a la fuerza pero cuyas raíces materiales no habían sido afectadas en manera alguna, empezaron a pasar factura de forma cada vez más apremiante: el mercado negro crecía como hongos bajo el «comunismo de guerra», incrementando su presión con sus efectos nocivos sobre la estructura social.

Pero, sobre todo, el desarrollo de la situación internacional, había proporcionado un pequeño respiro a la fortaleza rusa de los trabajadores. 1919 había sido el pináculo de la oleada revolucionaria mundial de la cual el poder soviético en Rusia era completamente dependiente. Pero ese mismo año vio también la derrota de la revuelta proletaria más decisiva en Alemania y en Hungría, así como la incapacidad de las huelgas de masas en otros países (principalmente en Gran Bretaña y Estados Unidos) para ir hasta la ofensiva política. En 1920 se asistió al definitivo descarrilamiento de la revolución en Italia, mientras que en Alemania, el país más importante de todos, la dinámica de la lucha de clases se planteaba en términos defensivos, como respuesta al golpe de Kapp (ver Revista Internacional no. 90). En ese mismo año el intento de romper el aislamiento de Rusia mediante las bayonetas del Ejército Rojo en Polonia terminó en un completo fiasco. En 1921, la acción de marzo en Alemania, se concluyó con otra derrota (ver Revista Internacional no. 93). Los revolucionarios más lúcidos estaban empezando a comprender que el impulso revolucionario estaba empezando a desaparecer, aunque aún no era posible afirmar con toda seguridad que se había entrado en un reflujo definitivo.

En ese momento Rusia se convirtió en una olla a presión y la explosión social estaba a la orden del día. A finales de 1920, estallaron una serie de revueltas campesinas en la provincia de Tambov, en el Volga medio, en Ucrania, en el oeste de Siberia y en otras regiones. La rápida desmovilización del Ejército Rojo añadió más leña al fuego pues campesinos armados volvían a sus pueblos de origen. La reivindicación central de estas rebeliones era el fin del sistema de requisición de granos y el derecho de los campesinos a disponer de sus propios productos. Y, como veremos, e principios de 1921 el impulso de las revueltas se extendió a los trabajadores de las ciudades que habían sido el epicentro de la insurrección de Octubre: Petrogrtado, Moscú... y Krondstadt.

Frente a esta crisis social en ascenso, era inevitable que las divergencias dentro del Partido Bolchevique alcanzaran un umbral crítico. Los desacuerdos no versaban sobre si el régimen proletario en Rusia dependía o no de la revolución mundial: todas las corrientes del partido, aunque hubiera entre ellas diferentes matices, compartían la convicción fundamental según la cual sin extensión de la revolución, la dictadura proletaria en Rusia no podía sobrevivir. Al mismo tiempo, dado que el poder soviético en Rusia se concebía como un bastión crucial conquistado por el ejército proletario mundial, había también acuerdo general en que había que «aguantar», lo cual exigía la reconstrucción de la economía rusa arruinada y de su edificio social. Las diferencias surgían sobre los métodos que el poder soviético debía utilizar para permanecer dentro de la línea justa capaz de evitar sucumbir al peso de fuerzas de clase enemigas que se encontraban tanto dentro como fuera de Rusia. La reconstrucción era una necesidad práctica; la cuestión era cómo llevarla a cabo de tal forma que pudiera ser asegurado el carácter proletario del régimen. El punto central que cristalizaba estas diferencias entre 1920 y a principios de 1921 fue el «debate sobre los sindicatos».

Trotsky y la militarización del trabajo

Este debate había sido comenzado a finales de 1919, cuando Trotsky había desvelado sus propuestas para restaurar los devastados sistema industrial y de transportes en Rusia. Habiendo alcanzado éxitos extraordinarios como comandante del Ejército Rojo durante la guerra civil, Trotsky (pese a algún momento de vacilación, cuando él consideró otras posibilidades muy diferentes( se pronunció por aplicar los métodos del «comunismo de guerra» al problema de la reconstrucción: en otras palabras, para reunir y unificar a una clase obrera que corría el peligro de descomponerse en una masa de individuos aislados que vivía de pequeños tráficos, de pequeños robos o de la vuelta a la agricultura. Trotsky abogaba por la militarización a ultranza del trabajo. Formuló sus puntos de vista en sus Tesis sobre la transición de la guerra a la paz (Pravda, 16-12-1919) que luego desarrolló más ampliamente en el IX Congreso celebrado en marzo-abril de 1920: «Las masas obreras no pueden andar vagando por toda Rusia. Deben ser asentadas aquí y allí, establecidas, dirigidas, como los soldados». Los que sean acusados de «desertar el trabajo» deben ser enviados a los batallones de castigo o campos de trabajo. En las factorías la disciplina militar debe prevalecer: como Lenin en 1918, Trotsky ensalza las virtudes de la dirección personal y los aspectos «progresivos» del sistema de Taylor. En lo concerniente a los sindicatos, su tarea dentro de este régimen es subordinarse totalmente al Estado: «El joven Estado socialista requiere unos sindicatos que no se dediquen a la lucha por mejores condiciones de trabajo —tarea que incumbe a las organizaciones sociales y estatales en su conjunto— sino a organizar la clase obrera para los fines de la producción, para educar, disciplinar, distribuir, agrupar, retener a ciertas categorías y a ciertos trabajadores en sus puestos por periodos determinados. En una palabra, mano a mano con el Estado, ejercer su autoridad para dirigir a los trabajadores dentro del marco de un plan económico único» (Terrorismo y comunismo, Trotsky).

Las posiciones de Trotsky —aunque, inicialmente, fueron ampliamente apoyadas por Lenin— provocaron vigorosas críticas dentro del partido y no sólo por parte de aquellos que solían situarse a la izquierda. Estas críticas incitaron a Trotsky a endurecer y teorizar sus puntos de vista. En Terrorismo y comunismo —que es a la vez una respuesta a las críticas dirigidas a Trotsky dentro de los bolcheviques así como a las procedentes de Kautski, que es su blanco polémico principal— Trotsky llega hasta argumentar que, dado que el trabajo forzado jugó un papel progresivo en anteriores modos de producción, tales como el despotismo asiático o el esclavismo clásico, sería puro sentimentalismo argumentar que el Estado obrero no podía utilizar semejantes métodos a gran escala. Desde luego, Trotsky no llega a caer en argumentar que la militarización es la forma específica de organización del trabajo en la transición al comunismo: «los fundamentos de la militarización del trabajo son aquellas formas de compulsión estatal sin las cuales la sustitución de la economía capitalista por la socialista será siempre una palabra vacía» (ídem).

En el mismo trabajo, Trotsky pone de relieve que la idea de dictadura del proletariado sólo es comprensible como dictadura de partido, llegando incluso a proponer esa idea casi como principio teórico: «Hemos sido acusados a veces de haber sustituido la dictadura de los sóviets por la dictadura del partido. Pero en realidad se puede afirmar con completa certeza que la dictadura de los sóviets sólo es posible a través de la dictadura del partido. Sólo gracias a claridad y a la visión teórica y a su fuerte organización el partido ha permitido a los sóviets la posibilidad de transformarse de un parlamento informe del trabajo en un aparato de supremacía del trabajo. Esta sustitución del poder del partido sobre el poder de los trabajadores no tiene nada de accidental y en realidad no es ninguna sustitución. Los comunistas expresan los intereses fundamentales de la clase obrera. Es, por tanto, absolutamente natural que en un periodo en que la historia hace triunfar esos intereses en toda su magnitud, colocándolos al orden del día, los comunistas se hayan convertido en los representantes reconocidos de la clase obrera en su conjunto» (ídem). Esto está muy lejos de la definición que hizo Trotsky en 1905 de los sóviets como órganos de poder que van mucho más lejos que las formas parlamentarias de la burguesía, así como de la posición de Lenin en El Estado y la revolución de 1917 y de la postura y la práctica de los bolcheviques en Octubre, cuando la idea de que el partido toma el poder era más una concesión inconsciente al parlamentarismo que una posición activa y que, en todo caso, los bolcheviques habían mostrado ellos mismos su voluntad de asociar a otros partidos. Ahora, resulta que el partido tiene una especie de «derecho histórico de nacimiento» para ejercer la dictadura del proletariado, «incluso aunque esta dictadura tropiece temporalmente con los con los ánimos pasajeros de la democracia obrera» (Trotsky en el X Congreso del Partido, citado por Deutscher en El Profeta Armado).

Este debate en torno a la cuestión de los sindicatos, puede parecer extraño dado que la emergencia de nuevas formas de autoorganización de los trabajadores en Rusia misma —comités de fábrica, sóviets, etc.— había hecho obsoletos aquellos, una conclusión ya extraída por muchos comunistas del Occidente industrializado, donde los sindicatos habían sufrido un largo proceso de degeneración burocrática y de integración en el orden capitalista. La focalización del debate en Rusia era en parte un reflejo del retraso ruso, del hecho que la burguesía no había desarrollado un aparato estatal sofisticado capaz de reconocer el valor de los sindicatos como instrumentos de paz social. Por esta razón no podemos decir que los sindicatos formados, antes e incluso durante y después de la revolución de 1917, eran ya órganos del enemigo de clase. En particular, había una fuerte tendencia a la formación de uniones industriales que expresaban todavía cierto contenido proletario.

Desde este punto de vista, el desenlace del debate provocado por Trotsky iba a ser mucho más profundo. En esencia, fue un debate sobre la relación entre el proletariado y el Estado del periodo de transición. La cuestión que se planteó fue: ¿puede el proletariado, habiendo destruido el viejo Estado burgués, identificarse con el nuevo Estado «proletario»? O, por el contrario, ¿hay razones de peso para que el proletariado deba proteger la autonomía de sus propios órganos de clase y, si es necesario, contra las exigencias del Estado?

La posición de Trotsky tenía el mérito de ser clara: para él, el proletariado debía identificarse e incluso subordinarse al Estado «proletario» (y, de hecho, el partido proletario, que tenía como función ejercer de brazo ejecutivo del Estado). Desgraciadamente, como hemos visto sobre sus teorizaciones sobre el trabajo forzado como método de construcción del comunismo, Trotsky había olvidado ampliamente lo que es específico de la revolución proletaria y del comunismo: la nueva sociedad sólo puede ser el producto de la actividad autoorganizada y consciente de las masas proletarias mismas. Su respuesta al problema de la reconstrucción económica sólo podía tener como resultado acelerar la degeneración burocrática que ya estaba amenazando con engullir todas las formas de autoactividad proletaria, incluyendo al partido mismo. Y eso llevó a otras corrientes en el partido a ser el eco de las reacciones de clase contra la peligrosa tendencia del pensamiento de Trotsky y contra los principales peligros que estaba enfrentando la propia revolución.

La Oposición Obrera

Que se trataba de cuestiones importantes se refleja en este debate por la cantidad de posiciones y de agrupamientos que surgieron a su alrededor. Lenin escribió a propósito de esas diferencias que «el partido está enfermo. El partido tiembla de fiebre» («La crisis del partido», Pravda, enero 21, en Obras completas de Lenin). Él mismo formó uno de los agrupamientos —el llamado Grupo de los Diez— los Centralistas Democráticos y el grupo de Ignatov tenían su propia posición; Bujarin, Preobrazhinski y otros trataron de formar un «grupo amortiguador». Pero, aparte del grupo de Trotsky, las posiciones más específicas fueron las de Lenin, por una parte, y las del grupo de la Oposición Obrera, dirigida por Kollontai y Shliapnikov, por otro lado.

La Oposición Obrera expresa indudablemente una reacción proletaria tanto contra las teorizaciones burocráticas de Trotsky como contra las distorsiones burocráticas reales que se estaban desarrollando dentro del poder proletario. Frente a la apología de Trotsky de trabajo forzado, no tenía nada de demagógico o de fraseología para Kollantai insistir en su folleto La oposición de los trabajadores, escrito para el X Congreso celebrado en marzo de 1921, que «justamente estos principios, que tan claros los tienen los trabajadores entre nosotros, los han olvidado las élites dirigentes. El comunismo no puede imponerse por decreto. Sólo puede crearse en una continua búsqueda, incurriendo de vez en cuando en fallas y siempre por medio de la fuerza creadora de la clase obrera» (Kollontai, «La oposición de los trabajadores», en el libro Democracia de los trabajadores o dictadura de partido). En particular, la Oposición rechazó la tendencia del régimen a imponer la dictadura de la dirección en las fábricas, de tal forma que la situación inmediata de los trabajadores de la industria se hizo cada vez más difícil de distinguir de la que existía antes de la revolución. Defendió el principio de la dirección colectiva de los trabajadores contra el uso y abuso de los especialistas y de la práctica de la dirección personal.

En un nivel más global, la Oposición de los trabajadores planteó claramente la cuestión de la relación entre la clase trabajadora y el Estado soviético. Para Kollontai esa era la cuestión clave: «¿Quién debe llevar a cabo las riendas de la dictadura del proletariado en el terreno de la construcción económica? ¿Deben ser los órganos que por su composición son órganos de la clase, unidos por lazos vitales con la producción de un modo inmediato, es decir, los sindicatos, o debe ser el aparato de los sóviets, separado de la actividad productivo-económica inmediata y vital que, además es un compuesto social de diversas capas sociales? Esa es la raíz de las diferencias de opinión. La oposición de los trabajadores defiende lo primero. Las élites de nuestro partido se pronuncian en pacífica concordancia por la segunda, aunque en algunos puntos entre ellos se den puntos de fricción» (ídem).

En otro pasaje del texto, Kollontai explica más esta noción de la naturaleza heterogénea del Estado soviético: «El partido que está en la cumbre del Estado soviético compuesto por capas socialmente mezcladas, debe forzosamente acomodarse a las necesidades de los campesinos autónomos, a sus costumbres típicas de pequeño poseedor y a sus hábitos contra el comunismo, y debe acomodarse igualmente a la capa fuerte de los elementos pequeñoburgueses de la antigua Rusia capitalista, debe contar igualmente con todas las especies de acaparadores, comerciantes pequeños y medianos, vendedores, pequeños artesanos autónomos y empleados que han sabido acomodarse rápidamente a los órganos soviéticos... Es esta capa, que inunda las instituciones de los sóviets, la capa de la pequeña burguesía, del espíritu pequeñoburgués con su animosidad contra el comunismo, su fidelidad a los derechos inamovibles del pasado, su repulsa y su miedo ante las acciones revolucionarias, quien destruye nuestras instituciones de sóviets y conlleva un espíritu completamente ajeno a la clase obrera» (ídem).

Este reconocimiento de que el Estado soviético (debido tanto a la necesidad de conciliar los intereses de los trabajadores con los de otros estratos sociales, como a su vulnerabilidad frente al virus de la burocracia) no puede desempeñar por sí mismo un papel dinámico y creativo en la elaboración de la nueva sociedad fue una idea importante, aunque no fue suficientemente desarrollada. Pero estos pasajes también expresan las principales debilidades de la Oposición Obrera. Lenin, en su polémica con el grupo, lo reduce a una corriente sindicalista, pequeñoburguesa y anarquista. Eso es falso. Pese a todas sus confusiones representaba una genuina respuesta proletaria a los peligros que amenazaban al poder soviético. Sin embargo, la acusación de sindicalismo no es desacertada. Esto se ve claro en su identificación de los sindicatos industriales como los órganos principales de transformación comunista de la sociedad y en su propuesta de que la gestión de la economía debía ser puesta en manos de un «Congreso ruso de productores». Como hemos dicho ya, la Revolución Rusa mostró que la clase obrera era capaz de ir más allá de la forma sindical de organización y que en la nueva época del capitalismo decadente los sindicatos sólo pueden ser órganos de conservación social. Los sindicatos industriales rusos no estaban, evidentemente, protegidos contra el burocratismo y su tendencia orgánica a desposeer a los trabajadores. La neutralización de los comités de fábrica surgidos en 1917 tomó generalmente la forma de su incorporación a los sindicatos y, por consiguiente, su integración en el Estado. También es necesario poner de manifiesto que cuando la clase obrera entró en acción en su propio terreno, en el momento mismo del debate sobre los sindicatos, con las huelgas de Moscú y Petrogrado, volvió a confirmar la obsolescencia de los sindicatos, pues empleó los métodos la lucha proletaria propios de la nueva época: huelgas espontáneas, asambleas generales, comités de huelga elegidos, envío de delegaciones masivas a otras fábricas, etc. Pero, más importante aún, el énfasis de la Oposición sobre los sindicatos revela una total desilusión respecto a los órganos proletarios de masas más importantes, los sóviets obreros, que fueron capaces de unir a todos los trabajadores por encima de los límites de categoría y de combinar las tareas económicas y políticas de la revolución[1].

Esta ceguera ante la importancia de los consejos obreros se prolonga lógicamente a través de una total subestimación de la primacía de lo político sobre lo económico en la revolución proletaria. La mayor obsesión del grupo de Kollontai era la gestión de la economía hasta el punto de proponer casi un completo divorcio entre el Estado político y el «Congreso de productores». En la dictadura del proletariado, la gestión obrera del aparato económico no es un fin en sí mismo, sino únicamente un aspecto de la dominación política del proletariado sobre el conjunto de la sociedad. Lenin criticó también la idea del «Congreso de productores» alegando que era más aplicable en la sociedad comunista del futuro donde no existirían clases y todos serían productores. En resumidas cuentas, el texto de la Oposición insiste fuertemente en que el comunismo podría ser construido en Rusia si el problema de la gestión económica era resuelto correctamente. Esta impresión se acentúa por las escasas referencias en el texto de Kollontai al problema de la extensión mundial de la revolución. Parece que el grupo tuvo poco que decir acerca de las políticas internacionales de los bolcheviques de su tiempo. Todas esas debilidades son, por su puesto, expresiones de la influencia de la ideología sindicalista, aunque la Oposición no puede ser reducida a una simple desviación anarquista.

El punto de vista de Lenin sobre el debate acerca de los sindicatos

Como hemos visto, Lenin consideraba que el debate sobre los sindicatos expresaba un profundo malestar en el partido; dada la situación crítica del país, tenía incluso el sentimiento de que el partido había cometido un error al autorizar el debate mismo. Estaba especialmente enfadado con Trotsky por la manera en que había provocado el debate y lo acusaba de haber actuado de una manera irresponsable y propia de una fracción sobre una serie de cuestiones relacionadas con el debate. Lenin estaba igualmente insatisfecho con el planteamiento mismo del debate sintiendo que «al permitir semejante discusión hemos cometido sin duda un error por no ver que en ella sacábamos a primer plano una cuestión que, dadas las condiciones objetivas, no puede figurar en primer plano» (Lenin: informe al X Congreso del Partido, 8-3-1921, Obras Completas, tomo 43). Quizá su mayor temor era que el aparente desorden en el partido no podía sino enardecer el desorden social creciente que existía en Rusia; pero quizás también sentía que el nudo de la cuestión estaba en otra parte.

En todo caso, la aportación más importante que Lenin ofreció en este debate fue sobre el problema de la naturaleza de clase del Estado. Tal es la razón por la cual trató de dar un marco a la cuestión en un discurso pronunciado a finales de 1920 en una reunión de delegados comunistas: «y entretanto, incurriendo en esa falta de seriedad, el camarada Trotsky comete, en el acto, un error. Resulta, según él, que la defensa de los intereses materiales y espirituales de la clase obrera no es misión de los sindicatos en un Estado obrero. Esto es un error. El camarada Trotsky habla del “Estado obrero”. Permítaseme decir que esto es una abstracción. Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero, pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: “¿Para qué defender y frente a quién defender a la clase obrera, si no hay burguesía y el Estado es obrero?”. No del todo obrero: ahí está el quid de la cuestión. En esto consiste cabalmente uno de los errores fundamentales del camarada Trotsky [...] En nuestro país, el Estado no es obrero sino obrero y campesino y de esto dimanan muchas cosas (interrupción de Bujarin: “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?). Y aunque el camarada Bujarin grite desde atrás: “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”, no le responderé. Quien lo desee, puede recordar el Congreso de los sóviets que acaba de celebrarse y en él encontrará la respuesta.

Pero hay más. En el programa de nuestro partido —documento que conoce muy bien el autor del ABC del comunismo— vemos ya que nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle —por así decirlo— esta lamentable etiqueta. Ahí tienen la realidad del periodo de transición. Pues bien, dado este género de Estado que ha cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender? ¿Se puede prescindir de ellos para defender los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad? Esto es falso por completo desde el punto de vista teórico... Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan nuestro Estado» («Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotsky», en Obras Completas, tomo 42).

En un artículo posterior, Lenin retrocede un tanto respecto a esta formulación, admitiendo que «el camarada Bujarin tenía razón. Yo hubiera debido decir: “El Estado obrero es una abstracción, lo que tenemos en realidad es un Estado obrero, primero, con la particularidad de que lo que predomina en el país no es la población obrera, sino la campesina y, segundo, es un Estado obrero con deformaciones burocráticas”. El que quiera leer mi discurso completo verá que esta corrección no modifica el hilo de mi argumentación ni mis deducciones» («La crisis del partido», publicado en Pravda el 21-1-1921, en Obras Completas, tomo 42).

En realidad Lenin hizo un gran alarde de sabiduría política al cuestionar la noción de «Estado obrero». Incluso en países donde hay una mayoría de campesinos, el Estado del periodo de transición tendrá todavía la tarea de acompasar y representar las necesidades de todos los estratos no explotadores de la sociedad y por ello no puede ser visto como un órgano puramente proletario; encima, y en parte como resultado de ello, su peso conservador tenderá a expresarse en la formación de una burocracia frente a la cual la clase obrera deberá estar especialmente vigilante.

Lenin había intuido todo esto, incluso a través del espejo distorsionado del debate sobre los sindicatos.

También es notable subrayar que en este punto sobre la naturaleza del Estado de transición hay una real convergencia entre Lenin y la Oposición Obrera. La crítica de Lenin a Trotsky no le llevó, sin embargo, a simpatizar con aquella. Al contrario, vio en ella el principal peligro y los acontecimientos de Krondstadt le convencieron de que expresaba la misma tendencia pequeñoburguesa contrarrevolucionaria. Bajo la instigación de Lenin, el X Congreso del Partido adoptó una resolución «sobre la desviación sindicalista y anarquista en el partido» la cual estigmatiza explícitamente a la Oposición Obrera: «Por eso, las concepciones de la Oposición Obrera y de los elementos análogos no sólo son falsas teóricamente sino que, en la práctica, son una expresión de las vacilaciones pequeñoburguesas y anarquistas, debilitan la línea firme de dirección del Partido Comunista y ayudan a los enemigos de clase de la revolución proletaria» (Obras Completas, tomo 43).

Como hemos afirmado antes, estas acusaciones de sindicalismo no carecían totalmente de fundamento. Pero el principal argumento de Lenin en este punto es profundamente erróneo: para él, el sindicalismo de Oposición Obrera reside no en que propugna la dirección económica por parte de los sindicatos en lugar de la autoridad política de los sóviets, sino en que pretendidamente desafiaría el papel dirigente del Partido Comunista «porque las tesis de la Oposición Obrera están abiertamente reñidas con la resolución del II Congreso de la Internacional Comunista sobre el papel del Partido Comunista en el ejercicio de la dictadura del proletariado» («Resumen de la discusión sobre el informe del Comité Central al X Congreso», Obras Completas, tomo 43).

Como Trotsky, Lenin había llegado definitivamente al punto de vista según el cual «la dictadura del proletariado no puede realizarse a través de la organización que agrupa a la totalidad del mismo. Porque el proletariado está aún tan fraccionado, tan menospreciado, tan corrompido en algunos sitios (por el imperialismo, precisamente, en ciertos países); no sólo en Rusia, uno de los países capitalistas más atrasados, sino en todos los demás países capitalistas, que la organización integral del proletariado no puede ejercer directamente la dictadura de éste. La dictadura sólo puede ejercerla la vanguardia, que concentra en sus filas la energía revolucionaria de la clase» («Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotsky», en Obras Completas, tomo 42). Frente a Trotsky era un argumento para que los sindicatos actuaran como una correa de transmisión entre el partido y la clase. Frente a Oposición Obrera, era un argumento para declarar sus puntos de vista fuera del marxismo, del mismo modo que todo aquel que cuestionara la noción de que el partido quien ejerce la dictadura del proletariado.

De hecho, la Oposición Obrera no cuestionaba la noción de partido que ejerce la dictadura. El texto de Kollontai propone que «el Comité Central de nuestro partido llegue a ser el centro ideológico supremo de la política de clase, órgano de pensar y del control de la política práctica de los sóviets, para la realización espiritual de los fundamentos de nuestro partido» (Kollontai, «La oposición de los trabajadores», en el libro Democracia de los trabajadores o dictadura de partido). Esta fue la razón por la que la Oposición Obrera apoyó el aplastamiento de la Comuna de Kronstadt y fue la última en plantear un explícito desafío al monopolio bolchevique del poder.

La tragedia de Krondstadt

El punto de vista oficial y sus defensores vergonzantes

En medio de la extensión de las huelgas en Moscú y Petrogrado, la rebelión de Krondstadt estalló en el mismo momento en que el Partido Bolchevique estaba celebrando su X Congreso[2].Las huelgas habían surgido a partir de demandas económicas y habían sido tratadas por las autoridades regionales con una mezcla de concesiones y represión. Pero los trabajadores y marineros de Krondstadt que inicialmente habían actuado en solidaridad con los huelguistas habían acabado planteando, junto a las peticiones para suavizar el duro régimen del «comunismo de guerra», una serie de reivindicaciones políticas importantes: nuevas elecciones en los sóviets, libertad de prensa y agitación para todas las tendencias pertenecientes a la clase obrera, abolición de los departamentos políticos tanto en el ejército como en todas partes, «en adelante, ningún partido tendrá la exclusiva en la propaganda ideológica, ni podrá recibir, para esta propaganda, ninguna subvención del gobierno» (Resolución de la Asamblea General, 1-3-1921, publicada en Krondstadt). Además, hacía un llamamiento para reemplazar el poder del Partido-Estado por el poder de los sóviets. Lenin —rápidamente informado por los portavoces oficiales del Estado— denunció la sublevación como resultado de una conspiración del ejército blanco, aunque reconocía que los reaccionarios habían manipulado el descontento real existente en capas de la pequeña burguesía e incluso a sectores de la clase obrera, influenciados ideológicamente por aquella. En todo caso «esta contrarrevolución pequeñoburguesa es sin duda de mayor peligro que Denikin, Yudénich y Kolchak juntos, porque nos las habemos con un país donde el proletariado es la minoría y donde la ruina abarca a la propiedad campesina. Además, estamos ante la desmovilización del ejército que ha proporcionado elementos sediciosos en cantidad increíble» (Lenin, «Informe al X Congreso del Partido», 8-3-1921, Obras completas, tomo 43).

Este argumento inicial según el cual el motín había sido obra de los generales blancos agazapados en la sombra, se vio rápidamente que no tenía ningún fundamento. Isaac Deutscher, en su biografía sobre Trotsky, subraya el malestar que había provocado entre los bolcheviques tras el aplastamiento de la sublevación: «los comunistas extranjeros que visitaron Moscú algunos meses después y pensaban que lo de Krondstadt había sido un incidente más de la guerra civil, se quedaron sorprendidos y extrañados porque los dirigentes bolcheviques hablaban de los rebeldes sin la rabia y el odio con que habían hablado antes de los guardias blancos y los intervencionistas. Sus conversaciones estaban llenas de simpatías reticentes y de tristeza, lo cual para alguien exterior al partido creaba turbación en la conciencia» (El Profeta armado). Además, según Víctor Serge en su libro Memorias de un revolucionario, Lenin dijo a uno de sus próximos: «Esto es el Thermidor. Pero no debemos permitir ser guillotinados. Nosotros mismos haremos el Thermidor». Desde luego, Lenin había visto rápidamente que la rebelión demostraba la imposibilidad de mantener rigor del «comunismo de guerra», en ese sentido la NEP fue una concesión a los rebeldes en su llamamiento a que se acabara con las requisiciones de grano, aunque las demandas políticas —centradas en la reactivación de los sóviets— fueron completamente rechazadas. Fueron percibidas como un vehículo a través del cual la contrarrevolución podía desplazar a los bolcheviques y acabar con el resto de la dictadura proletaria. «El ejemplo de la sublevación de Krondstadt, cuando la contrarrevolución burguesa y los guardias blancos de todos los países del mundo se han mostrado al punto dispuestos a adoptar incluso las consignas del régimen soviético con tal de derribar a la dictadura del proletariado en Rusia, cuando los eseristas y la contrarrevolución burguesa han utilizado en Krondstadt las consignas de la insurrección, supuestamente promovidas en aras del poder soviético en contra del gobierno soviético de Rusia, ha evidenciado, quizás, de la manera más palmaria, que los enemigos del proletariado aprovechan todas las desviaciones de la pauta comunista estricta y consecuente. Estos hechos demuestran por completo que los guardias blancos procuran y saben disfrazarse de comunistas, hasta de los más izquierdistas, con tal de debilitar y derribar el baluarte de la revolución proletaria en Rusia» («Resolución sobre la unidad del partido», X Congreso, en Obras completas, tomo 43).

Sin embargo, aunque poco a poco la tesis que explicaba el motín de Krondstadt por una maquinación de los guardias blancos fue abandonada, ha quedado en pie el argumento básico: se trataba de una revuelta pequeñoburguesa que abría las puertas a las fuerzas de la contrarrevolución descarada. Literalmente porque Krondstadt era una base naval vital situada en las puertas de Petrogrado, y en un sentido más general, porque se temía que un éxito de la rebelión pudiera acabar inspirando una revuelta general de los campesinos en toda Rusia. De esta forma, la única alternativa para los bolcheviques era actuar como guardianes del poder proletario, incluso aunque éste, como conjunto, no participara en ello y sectores suyos simpatizaran con los rebeldes. Ese punto de vista, no se limitaba únicamente a los líderes bolcheviques sino que, como hemos dicho, la Oposición Obrera se puso ella misma en primera línea de las fuerzas enviadas al asalto de la fortaleza de Krondstadt. En realidad, como poner de relieve Víctor Serge, «el Congreso del Partido Bolchevique movilizó a todos los presentes, incluidos muchos opositores. Dybenko, un antiguo marinero de Krondstadt y un extremista de la izquierda comunista, Bubnov, el escritor, el soldado y el líder del grupo Centralismo Democrático, se unieron a la batalla en los hielos contra los rebeldes, a quienes, en su fuero interno, daban la razón».

Internacionalmente, la izquierda comunista se vio también atrapada en un callejón sin salida. En el III Congreso de la Internacional Comunista, Hempel, el delegado del KAPD, apoyó el llamamiento de Kollontai por una mayor iniciativa y autoactividad de los trabajadores rusos pero, al mismo tiempo, argumentó, sobre la base de la teoría de la «excepción rusa» que «decimos esto porque nosotros tenemos para Alemania y para Europa occidental otra concepción sobre la dictadura del proletariado. Según nuestra concepción es verdad que la dictadura es justa en Rusia a causa de la situación rusa, porque no hay fuerzas suficientes, fuerzas suficientemente desarrolladas dentro del proletariado por lo que la dictadura debe ser ejercida desde arriba» (La izquierda alemana). Otro delegado, Sachs, protestaba contra la acusación de Bujarin según la cual Görter y el KAPD habían tomado partido por los insurgentes de Krondstadt, pues parecían reconocer su carácter proletario: «después de que el proletariado se haya sublevado en Krondstadt contra vosotros, Partido Comunista, y que hayáis tenido que decretar el estado de sitio en Petrogrado. Esta lógica interna en la sucesión de acontecimientos no sólo aquí en la táctica rusa, sino también en las resistencias que se manifiestan contra ella, todo eso lo ha reconocido y señalado el camarada Görter. Esta frase es lo que se debe leer para saber que el camarada Görter no toma partido por los insurgentes de Krondstadt y lo mismo respecto al KAPD» (ídem).

Quizá la mejor descripción del angustioso estado de ánimo de los elementos que, siendo críticos con la dirección que la revolución estaba tomando en Rusia, pero que decidieron apoyar el aplastamiento de Krondstadt, la proporcione Víctor Serge en Memorias de un revolucionario. Serge muestra cómo, durante el periodo del «comunismo de guerra», el régimen de la Checa y del Terror Rojo se había hecho cada vez más opresivo tanto para los que apoyaban la revolución como para sus enemigos. Da cuenta del desastroso y ominoso tratamiento de los anarquistas por parte de la Checa y especialmente del movimiento makhnovista. Recuerda con vergüenza las mentiras que fueron propagadas por los medios oficiales sobre las huelgas de Petrogrado y los motines de Krondstadt —era la primera vez que el Estado soviético caía en la mentira sistemática lo cual se convertiría en el sello del régimen de Stalin posteriormente—. Pese a todo, Serge reconoce que «tras muchas vacilaciones y en medio de una insoportable angustia, mis compañeros y yo declaramos finalmente que nos poníamos del lado del Partido. Esto es por lo que Krondstadt tenía razón. Krondstadt fue el comienzo de una fresca, liberadora revolución por la democracia popular; fue llamada por ciertos anarquistas “La Tercera Revolución” que ponían en ella todo su interés con infantil ilusión. Sin embargo, el país estaba económicamente exhausto y la producción bajo cero. No había reservas de ningún tipo, no había siquiera ánimo en el corazón de las masas. La élite de la clase obrera que se había moldeado en la lucha contra el antiguo régimen estaba literalmente diezmada. El Partido, tragado por el influjo de los poderes establecidos ofrecía poca confianza. La democracia soviética carecía de líderes, instituciones e inspiración; detrás de ella había una masa de hombres hambrientos y desesperados.

La contrarrevolución popular tradujo las reivindicaciones de sóviets libres y electos como “sóviets sin comunistas”. Si los bolcheviques caían, lo que se avecinaba era un escalón hacia el caos y a través del mismo el estallido campesino, la matanza de los comunistas, la vuelta de los emigrados, y a fin de cuentas, como resultado de la fuerza misma de los hechos, otra dictadura, esta vez antiproletaria» (ídem). Y apuntaba el peligro candente de que los Guardias Blancos tomaran la guarnición de Krondstadt como una plataforma de lanzamiento de una nueva intervención y que se extendiera por todo el país la revuelta campesina.

Voces discordantes

No hay ninguna duda de que las fuerzas activas de la contrarrevolución estaban dispuestas a aprovechar cualquier oportunidad para utilizar Krondstadt ideológica, política incluso militarmente como martillo para golpear a los bolcheviques. De hecho, hoy continúan haciendo uso de Krondstadt: para los principales ideólogos del Capital, la supresión de la rebelión de Krondstadt es una prueba más de que el bolchevismo y el estalinismo son tal para cual. En el momento de los acontecimientos había un miedo atroz a que los Guardias Blancos aprovecharan la revuelta para tomar ventaja contra los bolcheviques. Ello empujó a muchas de las voces más críticas del comunismo a apoyar la represión. Fueron muchas pero no todas.

Desde luego estaban los anarquistas. En la Rusia de entonces el anarquismo era un verdadero pantano de diversas corrientes: algunas, tales como el makhnovismo expresaron los mejores aspectos de la revuelta campesina; otras eran producto de la intelectualidad más profundamente individualista; otros no eran más que lunáticos y bandidos. Pero había también los «anarquistas soviéticos», los anarcosindicalistas y otros, que eran corrientes proletarias por esencia, pese a que sufrían el peso de una postura pequeñoburguesa, que es el núcleo real del anarquismo.

No hay, sin embargo, duda de que muchos de los anarquistas tenían razón en criticar la dominación de la Checa y el aplastamiento de Krondstadt. El problema es que el anarquismo no ofrece un marco para entender el significado histórico de estos acontecimientos. Para ellos, los bolcheviques acabaron aplastando a los obreros y marineros porque, en palabras de Volin, eran «autoritarios, marxistas y estatalistas». Dado que el marxismo está por la formación de un partido político de la clase obrera, se pronuncia por la centralización de las fuerzas proletarias y reconoce el carácter inevitable del Estado del periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo, está condensado a convertirse en verdugo de las masas. Con estas «verdades» intemporales nos incapacitamos para comprender el proceso histórico real, su evolución, y sacar las lecciones del mismo.

Pero hubo también bolcheviques que se negaron a apoyar el aplastamiento de la rebelión. En Krondstadt mismo, la mayoría de los miembros del Partido estuvieron con los rebeldes (y también una parte de las tropas enviadas para asaltar la fortaleza). Algunos bolcheviques de Krondstadt se limitaron a dimitir del Partido en protesta por las calumnias propagadas sobre la naturaleza de los acontecimientos.

Pero otros formaron un buró provisional del Partido que lanzó un llamamiento desmintiendo los rumores según los cuales los rebeldes de Krondstadt estaban ejecutando a los comunistas. Expresaron su confianza en el Comité Revolucionario Provisional formado por los nuevos elegidos al sóviet de Krondstadt y terminaron el llamamiento con estas palabras: «¡Viva el poder de los sóviets! ¡Viva la unión universal de los trabajadores!» (del libro Krondstadt).

Es importante mencionar también la posición adoptada por Miasnikov, quien acabaría formando en 1923 el Grupo de Trabajadores dentro del Partido Comunista de Rusia en 1923. En ese momento Miasnikov empezó a hablar contra el reciente régimen burocrático imperante en el partido y en el Estado, aunque parece que no formaba parte de ninguno de los grupos de oposición existentes en el Partido. Según Paul Avrich en un ensayo titulado «La oposición bolchevique a Lenin: G. T. Miasnikov y el Grupo de Trabajadores», publicado en La revista rusa volumen 43, 1984, Miasnikov quedó profundamente afectado por las huelgas de Petrogrado y el motín de Krondstadt (vivía en Petrogrado en ese momento): «a diferencia de Centralismo Democrático y la Oposición Obrera, se negó a denunciar a los insurgentes. No participó en su represión pese a haber sido llamado para ello». Avrich cita directamente a Miasnikov: «Si alguien se atreve a mantener el coraje en defender sus convicciones resulta que es un aprovechado o, peor aún, un contrarrevolucionario, un menchevique o un SR. Tal fue el caso con Krondstadt. Todo estaba tranquilo y en calma. Entonces, de repente, sin mediar palabra, te lanza a bocajarro: “¿qué es Krondstadt? Unos pocos cientos de comunistas están luchando contra nosotros”. ¿Qué significa eso? ¿Quién es culpable de que los círculos dirigentes del partido no hablen el mismo lenguaje que los trabajadores que no son miembros del partido e incluyo que la base comunista? Tan poco se entienden que acaban empuñando las armas unos contra otros. ¿Qué ocurre entonces? Pues la ruptura, el abismo»[3].

A pesar de esas aportaciones, pasó bastante tiempo para sacar en toda su profundidad las lecciones de los acontecimientos de Krondstadt. A nuestro parecer, las conclusiones más importantes fueron extraídas por la fracción italiana de la izquierda comunista, en los años 30, en el contexto de un estudio llamado «La cuestión del Estado» (Octobre no 2, marzo de 1938): «Se puede dar una circunstancia en la que un sector del proletariado —y concedemos incluso que haya sido prisionero inconsciente de las maniobras del enemigo— pase a luchar contra el Estado proletario. ¿Cómo hacer frente a esta situación, partiendo de la cuestión de principio por la cual el socialismo no se puede imponer por la fuerza o la violencia al proletariado? Era mejor perder Krondstadt que conservarlo desde el punto de vista geográfico ya que, sustancialmente, esa victoria podía tener más que un resultado: alterar las bases mismas, la sustancia de la acción llevada por el proletariado».

Un número importante de cuestiones están planteadas en este pasaje. Para empezar, afirma con claridad que el movimiento de Krondstadt tenía un carácter proletario. Desde luego había influencias pequeñoburguesas, especialmente anarquistas, en ciertos puntos de vista expresados por los rebeldes. Pero está en completa oposición a la realidad el argumento que emplea Trotsky, como justificación retrospectiva (en «Gritos sobre Krondstadt», New International, abril 1938) según el cual el proletariado de Krondstadt había sido sustituido por una masa pequeñoburguesa que ya no podía aguantar más los rigores del «comunismo de guerra» y que pedían privilegios especiales para sí mismos y que por ello eran rechazados por los trabajadores de Petrogrado. El motín empezó como una expresión de solidaridad de clase con los trabajadores de Petrogrado. Delegados de Krondstadt fueron enviados a las fábricas de Petrogrado para explicar su caso y pedir apoyo. «Sociológicamente» hablando, el núcleo era también proletario. Cualesquiera que hayan sido los cambios en el personal de la flota desde 1917, una simple muestra de los delegados elegidos para el Comité Revolucionario Provisional evidencia que la mayoría eran marineros con largos años de servicio y claras funciones proletarias (electricistas, telefonistas, cocineros, mecánicos...). Otros delegados procedían de las fábricas locales y en general eran obreros de las fábricas, especialmente los del arsenal de Krondstadt que tuvieron un papel clave en el movimiento. Es igualmente falso que pidieran privilegios para ellos. El punto 6 de la plataforma de Krondstadt dice: «Distribución a los trabajadores de una cantidad de alimentos, con excepción de aquellos que realizan trabajos de especial dureza» («Resolución de la Asamblea General», en Krondstadt). Especialmente, sus demandas políticas tienen un marcado carácter proletario e intuitivamente corresponden a una necesidad desesperada de la revolución: reanimar los sóviets y terminar con la absorción del Partido por el Estado, lo cual no sólo daña a los sóviets sino que destruye el Partido desde su interior.

Para entender que fue un movimiento proletario, es vital la conclusión que saca la izquierda italiana: para ésta todo intento de suprimir una reacción proletaria a las dificultades que encuentra la revolución no puede hacer otra cosa que distorsionar la sustancia misma del poder proletario. La fracción italiana extrajo la conclusión de que dentro del campo proletario toda relación de violencia debe ser proscrita, tanto frente a movimientos espontáneos de autodefensa como frente a minorías políticas. Refiriéndose explícitamente al debate sobre los sindicatos y a los acontecimientos de Krondstadt, se reconoce la necesidad para el proletariado de mantener la autonomía de sus propios órganos de clase (consejos, milicias, etc.), intentar evitar que sean absorbidos por el aparato general del Estado e incluso luchar contra el mismo Estado si es necesario. Y aunque no se había zanjado todavía la fórmula «dictadura del partido», la fracción insistió mucho en la necesidad de que el partido se diferenciara lo más posible del Estado. Volveremos sobre el proceso de clarificación emprendido por la fracción en un artículo ulterior.

La valiente conclusión que hemos sacado de este pasaje de Octobre (hubiera sido mejor perder Krondstadt desde un punto de vista geográfico que mantenerlo al precio de distorsionar el auténtico significado de la revolución) es también la mejor respuesta a la preocupación de Serge. Para él el aplastamiento de la revuelta era la única alternativa frente al surgimiento de una dictadura antiproletaria que habría llevado la masacre de comunistas. Pero con la ventaja de la distancia, podemos ver que, pese al aplastamiento de la revuelta, sí acabó surgiendo «una dictadura antiproletaria» que «realizó la matanza de los comunistas»: la dictadura de Stalin. Hay que añadir que el aplastamiento de la revuelta aceleró el declive de la revolución y ayudó de forma involuntaria a abrirle el paso al estalinismo. Además, el triunfo de la contrarrevolución estalinista tuvo consecuencias mucho más trágicas que las hubiera tenido un retorno de los Guardias Blancos. Si los generales blancos hubieran vuelto al poder, las cosas hubieran quedado meridianamente claras, como fue el caso de la Comuna de París donde todo el mundo pudo ver que el capitalismo había ganado y los trabajadores habían perdido. Pero lo más horrible de la muerte de la Revolución Rusa es que la contrarrevolución ganó en nombre del socialismo. Todavía hoy estamos padeciendo las odiosas consecuencias de ello.

El partido ata el nudo alrededor de su propio cuello

El conflicto entre el proletariado y el «Estado proletario» que se había manifestado abiertamente con los acontecimientos de Krondstadt colocó al Partido Bolchevique en una encrucijada histórica. Dado el aislamiento y las terribles condiciones que se habían impuesto en el bastión ruso, resultaba inevitable que la máquina estatal se transformara de forma creciente en un órgano del capitalismo contra la clase obrera. Los bolcheviques podían seguir a la cabeza de esta máquina —lo que significaba que iban a estar cada vez más atrapados por ella— o, «ir a la oposición», tomar su lugar junto con los trabajadores, defendiendo sus intereses inmediatos y ayudándoles a reagrupar sus fuerzas preparándose para un posible renacimiento de la revolución internacional. Pero aunque el KAPD había planteado seriamente esa posibilidad en el otoño de 1921[4], era muy difícil para los bolcheviques verlo claramente en ese momento. En la práctica, el Partido estaba tan profundamente atado a la máquina estatal, tan impregnado por los métodos y la ideología sustitucionista, que no hubo posibilidad real de que el Partido en su conjunto diera ese paso audaz. Pero lo que sí era realista en el periodo que siguió fue la lucha de las fracciones de izquierda contra la degeneración del Partido para mantener su carácter proletario. Pero desgraciadamente el Partido agravó el error cometido en Krondstadt concluyendo, en palabras de Lenin, que «no era momento de oposiciones», declarando el estado de sitio dentro del partido y prohibiendo las fracciones, como concluyó el X Congreso. Éste adoptó la resolución sobre la unidad del partido pidiendo la disolución de todos los grupos de oposición en un momento en que el partido «estaba rodeado de enemigos». No se pretendía que ello fuera permanente ni dar por acabadas las críticas dentro del partido, la resolución llamaba a una publicación más regular del boletín de discusión interna del partido. Pero viendo únicamente el «enemigo exterior» no dio el peso suficiente al «enemigo interior»: el crecimiento del oportunismo y la burocratización dentro del partido, lo que hacía cada vez más necesario que la oposición tomara una forma organizada. En realidad, al prohibir las fracciones, el partido estaba atándose el nudo alrededor de su cuello. En los años siguientes, cuando el curso de degeneración se hizo cada vez más evidente, la resolución del X Congreso fue utilizada repetidas veces para ahogar toda crítica u oposición a ese curso. Volveremos sobre esta cuestión en el próximo artículo de esta serie.

CDW


[1]En el artículo Oposición bolchevique a Lenin: G. T. Miasnikov y el Grupo Obrero, Paul Avrich muestra que Miasnikov, aunque no formaba parte de ningún grupo organizado en ese momento, había llegado ya a similares conclusiones: “Para Miasnikov por el contrario, los sindicatos habían perdido su utilidad, a causa de la existencia de los sóviets. Los sóviets, argumentaba, eran cuerpos revolucionarios y no reformistas. A diferencia de los sindicatos, engloban a no a tal o cual sector del proletariado, ni a tal o cual sector u ocupación, sino a todos los trabajadores por encima de las diferentes producciones o profesiones. Los sindicatos debían ser desmantelados, decía Miasnikov, junto con el Consejo de Economía Nacional, en el cual reinaba la burocracia y el formalismo; la gestión de la industria debía ser entregada a los sóviets de trabajadores”. La fuente de Avrich es Zinoviev, edición Partiia y Soyuzy, 1921.

[2]Para una relación más detallada de los acontecimientos de Krondstadt ver nuestro artículo en la Revista Internacional no. 3. Ha sido recientemente publicado de nuevo en inglés con una nueva introducción.

[3]Avrich usa como fuente de su cita Social-tischeskii, 23 de febrero, 1922.

[4]

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [4]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [5]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La dictadura del proletariado [6]
  • La revolución proletaria [7]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Tercera Internacional [3]

Cien números de la Revista Internacional

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Que la aparición del número 100 de la Revista Internacional coincida con el comienzo del año 2000 no es enteramente fortuito. La CCI se constituyó a principios de 1975 y el primer número de la Revista apareció un poco después como expresión de la unidad internacional de la Corriente. Desde el principio fue concebida como un trimestral teórico publicado en las 3 lenguas principales de la Corriente –francés, inglés y español- aunque con una frecuencia menor han aparecido suplementos en otros idiomas –italiano, alemán, sueco y holandés. Cuatro veces al año en 25 años significan 100 números. Esto es un hecho que tiene una cierta significación política. En el artículo que publicamos con ocasión del 20o aniversario de la CCI observamos que muy pocas organizaciones proletarias habían durado tanto tiempo (Revista Internacional nº 80) ([1]). Esta longevidad debe ser reconocida como un éxito indudable en una época donde muchos grupos que han emergido con el renacimiento de la lucha de clases a finales de los años 60 han desaparecido sin dejar rastro. No es ningún secreto nuestro acuerdo con la aseveración de Lenin según la cual la publicación de una prensa regular es una condición sine qua non de una organización revolucionaria seria. Que la prensa es de hecho un “organizador” clave en todo grupo que esté motivo por el espíritu de partido y no por el espíritu de círculo. La Revista Internacional no es la única publicación regular de la CCI. Publicamos 12 periódicos o revistas territoriales en 7 lenguas diferentes así como libros, suplementos, folletos etc. Nuestra prensa territorial ha aparecido también de forma consistente y regular. Pero la Revista Internacional es nuestra publicación central; el órgano a través del cual la CCI obviamente habla con una sola voz y proporciona unas orientaciones básicas a las publicaciones territoriales.

En última instancia, sin embargo, lo más importante de la Revista Internacional no es su regularidad ni su carácter internacional y centralizado, sino su capacidad para actuar como instrumento de clarificación teórica. “La Revista será necesariamente y sobre todo la expresión del esfuerzo teórico de nuestra Corriente, pues solo este esfuerzo teórico en una coherencia de las posiciones políticas y de la orientación general puede servir de base y asegurar la condición primaria para el reagrupamiento y la intervención real de los revolucionarios” (presentación del primer número de la Revista Internacional, abril 1975). El marxismo, como punto de vista teórico de la clase revolucionaria, es la expresión más avanzada del pensamiento humano sobre la realidad social. Pero, como Marx insistió en las Tesis sobre Feuerbach, la verdad de un método de pensamiento solo puede ser probada en la práctica; el marxismo ha demostrado su superioridad sobre otras teorías sociales al ser capaz de ofrecer una comprensión global del movimiento de la historia humana y de predecir las grandes líneas de su futura evolución. Del mismo modo, dentro del movimiento marxista, ciertas corrientes han demostrado en los momentos clave de la historia que eran las más capaces de comprender la dirección de los acontecimientos y de esta forma proporcionar una guía a la acción de la clase obrera. Podemos citar por ejemplo el papel de Lenin y los bolcheviques en 1914-19 o el de las fracciones de izquierda contra el avance de la contrarrevolución desde los años 20 en adelante.

La capacidad para jugar este papel de vanguardia no ha sido conferida por derecho divino. Ha sido constantemente verificado en el fuego de los conflictos sociales. Sí reivindicamos tal papel para nuestra organización actualmente no porque pensemos que hayamos heredado el manto de los profetas del pasado sino porque pensamos que nuestra organización ha sido una de las que ha mostrado una mayor capacidad para aplicar el método marxista en las tres pasadas décadas de aceleración histórica, y, en particular, de continuar las mejoras tradiciones de la Izquierda Comunista internacional. Para realizar semejante reivindicación la mejor evidencia que podemos ofrecer es el cuerpo de trabajo contenido en 600 artículos diferentes de 100 apariciones de la Revista Internacional.

Continuidad, enriquecimiento y debate

El marxismo es una tradición histórica viva lo que significa que:

Por una parte, está profundamente convencido de la necesidad de enfocar los problemas desde un punto de partida histórico; no verlos como enteramente “nuevos” sino desde la perspectiva de un vasto proceso histórico. Sobre todo, reconoce la continuidad esencial del pensamiento revolucionario, la necesidad de construir sobre los sólidos cimientos proporcionados por las minorías revolucionarias que nos han precedido. Así, durante los años 20 y 30, la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista que publicaba la revista Bilan hizo frente a la necesidad imperiosa de comprender la naturaleza del régimen contrarrevolucionario surgido en Rusia. Sin embargo, rechazó toda conclusión precipitada, especialmente la de aquellos que, habiendo desarrollado inmediatamente con más rapidez que la Izquierda Italiana, una caracterización correcta del poder estalinista (considerándolo como una forma de capitalismo de Estado), lo hicieron al precio de rechazar en bloque la experiencia de los bolcheviques y de la insurrección de Octubre, calificándolas como “burguesas” desde el principio. Para Bilan no había, sin embargo, ninguna duda sobre su propia continuidad con la energía revolucionaria generada por el partido bolchevique, el poder soviético y la Internacional Comunista.

La capacidad para mantener o restaurar los lazos con el movimiento revolucionario del pasado es especialmente importante para el medio proletario que ha surgido del renacimiento de la lucha de clases a finales de los años 60, un medio formado en su gran mayoría por nuevos grupos que han perdido los lazos organizacionales e incluso los políticos con la anterior generación de revolucionarios. Muchos de estos grupos son presa de la ilusión según la cual no vienen de ningún sitio ignorando profundamente las contribuciones de las generaciones pasadas, que habían sido prácticamente aniquiladas por la contrarrevolución. En el caso de los grupos influenciados por las ideas consejistas o modernistas, el “viejo movimiento obrero” sería algo a dejar atrás a toda costa; de hecho, se trata e una apología teórica de la ruptura impuesta por la clase enemiga. Faltos de todo anclaje en el pasado, la gran mayoría de estos grupos no han visto tampoco ningún futuro, por lo que han acabado desapareciendo. Por ello no es nada extraño que el actual movimiento revolucionario esté casi enteramente compuesto por grupos que descienden de una u otra manera de la corriente que entendió más claramente la cuestión de la continuidad histórica –la Fracción Italiana. Podemos añadir que ese anclaje histórico es hoy más importante que nunca, como defensa frente a la cultura que nos rodea: la de la descomposición capitalista. Una cultura que busca más que nunca borrar la memoria histórica de la clase obrera y que, ella misma carente de todo sentido de futuro, solo se dedica a aprisionar la conciencia en la inmediatez más estrecha donde la novedad es la única virtud.

Por otra parte, el marxismo no es simplemente la perpetuación de la tradición; ya que siempre se dirige hacia el futuro, hacia el objetivo final del comunismo y está obligado a renovar sus capacidades para captar el movimiento real, el presente siempre cambiante. En los años 50, el bordiguismo, producto de la Izquierda Italiana, se refugió frente a la contrarrevolución, inventando la noción de “invariancia”, oponiéndose a toda tentativa de enriquecer el programa comunista. Sin embargo, esta postura estaba muy lejos del espíritu de Bilan quien, mientras jamás rompió el lazo con el pasado revolucionario, insistió en la necesidad de examinar las nuevas situaciones “sin ningún tabú ni ostracismo”, sin temer el romper con tal o cual posición programática errónea. Así, la fracción no temió poner en cuestión las tesis del IIº Congreso de la Internacional Comunista, algo que, posteriormente, el bordiguismo fue incapaz de hacer. En los años 30, Bilan tuvo que abordar la nueva situación creada por la derrota de la revolución mundial; por su parte, la CCI se ha visto confrontada a la necesidad, en primer lugar, de comprender igualmente las nuevas condiciones creadas por el fin de la contrarrevolución a finales de los años 60 y, posteriormente, por el periodo inaugurado por el colapso del bloque del Este. Ante esas cambiantes circunstancias, el marxismo no puede conformarse con repetir las viejas y probadas fórmulas, sino que debe someter sus hipótesis a una constante verificación práctica. Esto significa que el marxismo, como cualquier rama de un proyecto científico, debe ser constantemente enriquecido.

Al mismo tiempo el marxismo no es una forma de conocimiento académico, de aprender por el simple placer de aprender; es forjado por un combate implacable contra la ideología dominante. La teoría comunista es por definición una polémica y combativa forma de conocimiento; su objetivo es hacer avanzar la conciencia de clase proletaria a través de exponer y combatir las influencias de las mistificaciones burguesas, tanto si estas mistificaciones aparecen en sus formas más groseras dentro del sector mayoritario de la clase, como en su guisa más sutil en las filas de la vanguardia proletaria misma. Desde luego, una tarea central de toda organización comunista es llevar a cabo una crítica constante de las confusiones que se pueden desarrollar en otros grupos revolucionarios y en sus propias filas. La claridad jamás podrá desarrollarse evitando el debate y la confrontación, incluso sí eso es demasiado frecuente en el caso del movimiento revolucionario actual, que ha perdido el dominio de las tradiciones del pasado – la tradición defendida por Lenin que nunca vaciló en polemizar, tanto con la burguesía, como frente a grupos confusos dentro del movimiento obrero, como ante sus propios camaradas revolucionarios. Es la tradición defendida igualmente por Bilan quien, en su esfuerzo de elaboración del programa comunista al calor de las pasadas derrotas, se comprometió en el debate con las diferentes corrientes del movimiento proletario internacional del momento (los grupos procedentes de la Oposición Internacional de Izquierdas, los de la Izquierda Comunista Holandesa y Alemana etc.).

En este artículo no podemos realizar un repaso de todos los textos que han aparecido en la Revista Internacional aunque vamos a intentar publicar una lista completa de ellos en la nuestra WEB. Intentaremos mostrar cuales han sido los ejes centrales de nuestro esfuerzo en esos 3 aspectos clave de la lucha teórica del marxismo.

Reconstruir el pasado revolucionario del proletariado

Dada la interminable campaña de difamación contra la memoria de la revolución rusa y los esfuerzos de los historiadores burgueses para esconder la envergadura internacional de la oleada revolucionaria desencadenada por la insurrección de Octubre, un amplio espacio de nuestra Revista ha sido concedido necesariamente a la reconstrucción de la verdadera historia de esos acontecimientos, afirmando y defendiendo la experiencia proletaria contra las mentiras manifiestas de la burguesía así como las mentiras por omisión, todo ello con el fin de desgajar sus auténticas lecciones tanto frente a las distorsiones de la Izquierda del capital como ante las conclusiones erróneas sacadas dentro del actual movimiento revolucionario.

Por citar los ejemplos más destacados la Revista Internacional no 3 contiene un artículo que elabora el marco para comprender la degeneración de la Revolución Rusa en respuesta las confusiones existentes en el medio revolucionario del momento (concretamente en el grupo Revolutionary Workers Group de Estados Unidos); también contiene un largo estudio de las lecciones de la insurrección de Krondstadt ([2]) ocurrida en un momento clave del declive de la revolución. La Revista Internacional nos 12 y 13 incluye artículos reafirmando el carácter proletario del partido bolchevique y de la insurrección de Octubre, combatiendo las ideas medio mencheviques del consejismo ([3]); estos artículos surgieron de un debate en el grupo que iba a prefigurar la CCI –Internacionalismo de Venezuela en los años 60– y fueron publicados bajo la forma de folleto bajo el título Octubre 1917, comienzo de la revolución mundial. En el momento del colapso de los regímenes estalinistas, publicamos en Revista Internacional nos 71, 72 y 75 una serie de artículos en respuesta al vasto torrente de propaganda sobre la muerte del comunismo, dirigidos en particular a combatir la fábula que presente Octubre como un golpe de Estado bolchevique y mostrando en detalle porqué el aislamiento del bastión proletario en Rusia lo que lo condujo a su degeneración ([4]). Estos temas los abordamos de nuevo analizando más detenidamente los principales momentos de la Revolución en Rusia entre febrero y octubre de 1917 (ver Revista Internacional nos 89 a 91) ([5]). Desde sus principios la posición de la CCI ha consistido en una defensa militante de la revolución rusa, pero no hay duda alguna que la CCI ha ido madurando en su posición liberándose de los iniciales residuos consejistas que acompañaron su nacimiento y evitando cualquier visión apologética tanto sobre la cuestión del partido como sobre figuras clave como fueron Lenin o Trotski.

La Revista Internacional contiene también un examen de las lecciones de la Revolución alemana en uno de sus primeros números (el no 2) y dos artículos con ocasión de su 70o aniversario (Revista Internacional nos 55 y 56), un acontecimiento cuidadosamente ocultado por la historiografía burguesa. Pero la revolución alemana es analizada de forma mucho más profunda en nuestra serie publicada en Revista Internacional nos 81 a 83, 85, 88, 90, 93, 95, 97 a 99 ([6]). En esta serie podemos ver una maduración definitiva de la CCI en su postura ante este sujeto, una posición más critica sobre las lagunas organizacionales y políticas del movimiento comunista alemán y una comprensión más profunda de la construcción del partido revolucionario. Otros artículos han tratado la oleada revolucionaria mundial de 1917-23 en un sentido más amplio: sobre Zimmerwald (no 44) ([7]), sobre la formación de la Internacional Comunista en el no 57, sobre la extensión y significado de la oleada revolucionaria en el no 80 ([8]), sobre la capacidad del proletariado para acabar con la guerra en el no 96 ([9]).

Otros eventos clave de la historia del movimiento obrero han sido abordados en artículos específicos: la revolución en Italia (no 2) ([10]), España 1936 y el papel de las “colectividades anarquistas” (nos 15, 22 y 47) ([11]), las luchas en Italia 1943 (no 75) ([12]) y de forma más general artículos denunciando los crímenes de las “democracias” en la IIª Guerra Mundial (nos 66, 79 y 83) ([13]), las series sobre las luchas obreras en los países del Este abordando los movimientos masivos de 1953, 1956 y 1970 (nos 27 a 29) ([14]), una serie sobre China en la cual se denuncia el mito del maoísmo (nos 81, 84, 94 y 96) ([15]), reflexiones sobre los acontecimientos en Francia durante Mayo 1968 (nos 14, 53, 74 y 93) ([16]).

Íntimamente ligado a estos estudios hemos hecho un constante esfuerzo para recuperar la casi olvidada historia de la Izquierda Comunista perdida en estos gigantescos episodios. Una profundización en nuestra comprensión que sin esta historia no podría haber existido. Este esfuerzo ha tomado la forma tanto de publicación de los raros textos que, en muchos casos, eran traducidos por primera vez, como del desarrollo de nuestras propias investigaciones sobre las posiciones y evolución de estas corrientes. Podemos mencionar los siguientes estudios aunque, una vez más, la lista no es exhaustiva: la Izquierda Comunista de Rusia cuya historia está evidentemente relacionada con la degeneración de la revolución rusa (Revista Internacional nos 8 y 9) ([17]); sobre la Izquierda Alemana (la serie sobre “la Revolución Alemana” ya mencionada; la republicación de textos del KAPD: sobre el partido en el no 41 y su programa en el no 94); sobre la Izquierda holandesa en una larga serie (nos 40 a 50 y 52) que ha servido de base al libro sobre esta corriente aparecido en francés, italiano y próximamente en inglés; sobre la izquierda italiana a través de la republicación de los textos sobre la guerra de España (nos 4, 6 y 7) que han dado origen al folleto en castellano 1936: Franco y la República masacran al proletariado, que va a ser reeditado por tercera vez próximamente; sobre el fascismo (no 71) ([18]) y sobre el Frente Popular (no 47). También sobre la Izquierda Comunista de Francia, de la cual hemos publicado sus artículos y manifiestos contra la IIª Guerra Mundial (nos 77 y 88), sus textos sobre el capitalismo decadente y el capitalismo de Estado (nos 21 y 61) ([19]), su crítica del libro de Pannehoek Lenin filósofo (nos 27, 28 y 30), sus numerosas polémicas con el Partito Comunista Internazionalista (nos 33, 34 y 36). Por último, también de la Izquierda Comunista Mejicana sobre España, China y el tema de las nacionalizaciones en Revista Internacional nos 19 y 20 ([20]) o de la Izquierda Comunista Griega (comentario sobre el libro de Stinas en el no 72).

Inseparable con este trabajo de reconstrucción histórica ha sido la energía que hemos investido en textos que elaboran nuestra postura sobre las posiciones fundamentales de la clase que se derivan a la vez de sus experiencias de combate y de la reflexión teórica y la interpretación de esas experiencias realizada por las organizaciones comunistas. En ese sentido podríamos citar:

  • sobre el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo, en particular, tratando de sacar lecciones de la experiencia de Rusia sobre la relación entre el proletariado y el Estado del periodo de transición. Este fue un debate cardinal en el movimiento revolucionario en el momento de la constitución de la CCI, lo que se reflejó en numerosos textos de discusión de los diferentes grupos en la primera aparición de la Revista Internacional. El debate prosiguió dentro de la CCI con varios textos que se pronuncian a favor o en contra de la posición mayoritaria existente en la CCI (véase los nos 6, 11, 15 y 18) ([21]);
  • sobre la cuestión nacional: una serie de artículos analizan cómo abordó el movimiento obrero este problema en las dos primera décadas del siglo XX (Revista Internacional nos 37 y 42) ([22]). Una segunda serie examina esta cuestión en el periodo que va desde la oleada revolucionaria de 1917-23 hasta la farsa de luchas de “liberación nacional” en la fase de descomposición capitalista (nos 66, 68 y 69) ([23]);
  • los fundamentos económicos del imperialismo y la decadencia del capitalismo son abordados en diferentes textos. En respuesta a las críticas de otros grupos proletarios argumentamos la continuidad entre la teoría de Marx sobre la crisis y la que Rosa Luxemburg desarrolla en La Acumulación de Capital y otros textos (ver los nos 13, 16, 19, 22, 29 y 30) ([24]). Paralelo a ello defendemos el concepto básico de decadencia del capitalismo frente a sus detractores “radicales” tanto en el campo parásitos como fuera de él (nos 48, 49, 54 a 56, 58 y 60) ([25]);
  • otras cuestiones analizadas son la cuestión sindical en la IC (nos 24 y 25), la teoría de la aristocracia obrera (no 25) ([26]), la ecología (no 63). El terror, el terrorismo y la violencia de clase, fueron objeto de un debate importante en la CCI, en particular sí podrían existir en la decadencia capitalista grupos pequeño burgueses con una expresión política propia. La distinción que hace la CCI entre el terror del Estado burgués y el terrorismo pequeño burgués, así como la diferencia entre estos últimos y la violencia de clase del proletariado, es ampliamente abordada en Revista Internacional nos 14 y 15 ([27]).

Quizá sea este el lugar más adecuado para referirse a la serie sobre el comunismo que ha sido publicada regularmente en la Revista Internacional desde 1992. Originalmente el proyecto fue concebido como una sucesión de 4 o 5 artículos que clarificaban el significado real del comunismo en respuesta a la campaña de la burguesía basada en la ecuación comunismo = estalinismo. Pero al intentar aplicar el método histórico de la forma más rigurosa posible, la serie creció hasta convertirse en un re-examen más profundo de la biografía evolutiva del programa comunista, su enriquecimiento progresivo a través de las experiencias clave de la clase en su conjunto y de las contribuciones y debates de las minorías revolucionarias. Aunque la mayoría de artículos de la serie abordan necesariamente cuestiones políticas, porque el primer paso hacia la creación del comunismo es el establecimiento de la dictadura del proletariado, una premisa de la serie es que el comunismo va más allá del reino de la política hasta abordar la verdadera naturaleza social de la humanidad. De esta forma, la serie plantea el problema de la antropología marxista. La interrelación entre las dimensiones “política” y “antropológica” de la serie ha sido, de hecho, uno de sus ejes centrales. El primer volumen de la misma empezó con los precursores del marxismo y con la grandiosa visión del joven Marx de los fines últimos del comunismo (desde Revista Internacional no 68) ([28]); termina en el umbral de la huelga de masas de 1905 en Rusia la cual señala que el capitalismo está evolucionando hacia una nueva época donde la Revolución Comunista deja de ser una perspectiva global del movimiento obrero para convertirse en un elemento urgente de la agenda de la historia (Revista Internacional no 88). El segundo volumen se ha centrado en los debates y los documentos programáticos emanados de la gran oleada revolucionaria de 1917-23; después habrá que atravesar los años de contrarrevolución y el debate que renace sobre el comunismo en el periodo posterior a 1968 y tratar de clarificar el marco de discusión sobre las condiciones de la revolución del mañana. Pero al final tendrá que volver a la cuestión del porvenir de la especie humana en el futuro reino de la libertad ([29]).

Otro componente importante del esfuerzo de la Revista Internacional para dar una mayor profundidad histórica a las posiciones de clase defendidas por los revolucionarios es la constante preocupación por clarificar la cuestión de la organización. Esta ha sido ciertamente una de las cuestiones más difíciles para la generación de revolucionarios que emergió al final de los años 60, sobre todo por el trauma que significó la contrarrevolución estalinista y el poderoso influjo de las actitudes individualistas, anarquistas y consejistas en esa generación. Más adelante mencionaremos algunas de las numerosas polémicas que la CCI ha realizado con otros grupos del medio político proletario sobre esta cuestión, pero queremos significar que algunos de los textos más importantes de la Revista Internacional AL en materia de organización son el producto directo de los debates dentro de la propia CCI, del, a menudo, penoso combate que la CCI ha debido acometer en sus propias filas para reapropiarse plenamente la concepción marxista de la organización revolucionaria. Desde el comienzo de los años 80, la CCI ha sufrido 3 importantes crisis internas, cada una de las cuales ha tenido como resultado escisiones o salidas de militantes, pero de las cuales ha salido reforzada política y organizacionalmente. Para defender esta conclusión podemos aportar la calidad de los artículos que han surgido de estas luchas y que han sintetizado una mejor comprensión por parte de la CCI de la cuestión organizacional. Así, en respuesta la escisión provocada por la tendencia Chénier a principio de los años 80 publicamos 2 textos principales: el papel de la organización de los revolucionarios dentro de la clase (no 29) ([30]) y su modo de funcionamiento interno (no 33) ([31]). Este último, en particular, permanece como un texto clave, dado que la tendencia Chénier amenazaba con echar a la basura las concepciones básicas contenidas en nuestros estatutos, nuestras reglas internas de funcionamiento. El texto de la Revista Internacional nº 33 fue una clara restauración y elaboración de aquellas concepciones (aquí queremos destacar un texto muy anterior sobre los Estatutos en la Revista Internacional no 5). A mediados de los años 80, la CCI dio un paso suplementario ajustando las cuentas con las tendencias antiorganizacionales y las influencias consejistas que persistían en sus rangos, a través del debate con la tendencia que tomó la forma de “Fracción Externa de la CCI” en su comienzo y que actualmente es “Perspectiva Internacionalista”, un típico componente del medio parásito. Los textos principales publicados por la Revista Internacional acerca de este debate ilustran estas cuestiones clave: la estimación del peligro planteado por las ideas consejistas en el campo revolucionario actual (nos 40 y 43); la cuestión del oportunismo y el centrismo en el movimiento obrero (nos 43 y 44). Mediante este debate –y particularmente abordando las consecuencias que tiene en nuestra intervención en la lucha de clases–, la CCI adoptó definitivamente la noción de la organización revolucionaria como una organización de combate, una dirección política y militante dentro de la clase. El tercer debate, a mediados de los 90, retomó la cuestión del funcionamiento a un nivel más alto y reflejó la determinación de la CCI para enfrentar los vestigios del espíritu de círculo que habían presidido su nacimiento –para afirmar un espíritu abierto, centralizado, basado en los estatutos. Un método de funcionamiento riguroso contra las prácticas anarquistas basadas en redes de amistad e intrigas clánicas. Aquí, una vez más, un cierto número de textos de auténtica calidad expresan nuestros esfuerzos por restablecer y profundizar la posición marxista sobre el funcionamiento interno: en particular, la series de textos que abordan la lucha entre marxismo y bakuninismo en la Primera Internacional (nos 84, 85, 87 y 88) así como los dos artículos “¿Somos leninistas?”, en los nos 96 y 97 ([32]).

Analizando el movimiento real

La segunda tarea clave expuesta al principio de este artículo –la constante evaluación de una situación mundial cambiante – ha sido igualmente un elemento central en la Revista Internacional.

Casi sin excepción, cada número de la Revista Internacional empieza con una editorial consagrada a los acontecimientos más importantes de la situación internacional. Estos artículos representan la orientación general de la CCI ante tales eventos guiando y centralizando la toma de posición de nuestros órganos territoriales. Siguiendo el hilo de estas editoriales es posible darse una idea sucinta de la respuesta de la CCI ante los hechos más importantes de los años 70, 80 y 90: la segunda y tercera oleada internacional de luchas; la ofensiva del imperialismo USA en los 80, las guerras de Oriente Medio, el Golfo, Africa, los Balcanes; el colapso del bloque oriental en los albores de la descomposición capitalista; las dificultades de la lucha de clases ante la nueva época. Un rasgo común de trabajo ha sido la rúbrica regular ¿por donde va la crisis?, que, de nuevo, nos ha permitido poner en evidencia las tendencias generales y los momentos más importantes en el largo descenso del capitalismo en el lodazal de sus propias contradicciones. Junto a éste seguimiento trimestral hemos publicado también textos que desarrollan una visión a más largo plazo desde su estallido a finales de los 60, especialmente nuestra reciente serie 30 años de crisis abierta (Revista Internacional nos 96 a 98) ([33]). Análisis a más largo plazo de todos los aspectos de la situación internacional están contenidos igualmente en los informes y resoluciones de nuestros congresos que tienen lugar cada 2 años y que publicamos, siempre que es posible, en la Revista Internacional (ver nos 8,11, 18, 26, 35, 44, 51, 59, 67, 74, 82, 90, 92, 97 y 98).

En realidad, no es posible hacer una separación rígida entre los textos que analizan la situación corriente y los artículos teóricos o históricos. El esfuerzo de análisis estimula inevitablemente la reflexión y el debate el cual a su vez da lugar a Textos de Orientación más elaborados que definen la dinámica del conjunto del periodo y clarifican ciertos conceptos fundamentales. Estos textos suelen ser el producto de congresos internacionales o de reuniones de los órganos centrales de la CCI.

Por ejemplo, el tercer congreso de la CCI, en 1979, adoptó sendos textos de orientación sobre el curso histórico y sobre el paso de los partidos de izquierda del capital en la oposición, lo que proporcionó el marco básico para comprender, por una parte, la relación de fuerzas en el período abierto por la reanudación de la lucha de clase en 1968, y, por otra parte, la primera respuesta de la burguesía a la lucha de clase en los años setenta y 1980 (no 18). Una aclaración posterior sobre cómo la clase dominante manipuló el proceso electoral para responder a sus propias necesidades fue proporcionado por el artículo sobre el maquiavelismo de la burguesía en la Revista no 31 y en la correspondencia internacional sobre la misma cuestión en el no 39 ([34]). Del mismo modo, la reciente vuelta de la burguesía a una estrategia que consistía en colocar los partidos de izquierda al Gobierno también se analizó en un texto del XIIIo congreso de la CCI y se publicó en el no 98 ([35]).

El IVo congreso, celebrado en 1981, tras la huelga de masa en Polonia, adoptó un texto sobre las condiciones para la generalización de la lucha de clase, poniendo de relieve en particular que la extensión de las huelgas de masa hacia los centros del capitalismo mundial tendrá lugar en respuesta a la crisis económica capitalista y no a la Guerra Mundial capitalista; otra contribución intentó dar una vista histórica global al desarrollo de la lucha de clase desde 1968 (no 26). Los debates sobre Polonia, y obviamente sobre la segunda ola internacional de luchas cuyos acontecimientos en Polonia eran el punto culminante, dieron nacimiento a otros muchos textos importantes sobre las características de la huelga de masa (no 27) ([36]), sobre la crítica de la teoría del eslabón más débil (no 31) ([37]), sobre el significado de las luchas de las empresas siderúrgicas en Francia en 1979 y la intervención de la CCI en su seno (nos 17, 20) ([38]), sobre los grupos de trabajadores (no 21) ([39]), las luchas de los parados (no 14) etc. Un texto especialmente importante se refiere a la lucha del proletariado en el capitalismo decadente (no 23) ([40]) encaminado a demostrar porqué los métodos de lucha que eran los apropiados en el período ascendente (huelgas sindicales por sector, solidaridad financiera, etc.) debían estar superados, en el tiempo de decadencia, por los métodos de la huelga de masa. El esfuerzo permanente de seguir y proporcionar una perspectiva al movimiento de clase internacional se continuó en numerosos artículos durante la tercera ola de luchas de clase entre 1983 y 1988.

En 1989, otro acontecimiento histórico principal ocurrió en la situación internacional: el hundimiento del bloque imperialista del Este y la apertura definitiva de la fase de descomposición del capitalismo donde se manifiestan todas las características de un sistema decadente y se caracteriza en particular por la guerra creciente de todos contra todos a nivel imperialista. Aunque la CCI no haya previsto antes este hundimiento “pacífico” del bloque ruso, muy rápidamente vio en qué sentido el viento soplaba y ya se armaba de un marco teórico para explicar porqué el estalinismo no podía reformarse (véase los artículos sobre la crisis económica en el bloque ruso, nos 22, 23, 43, y en particular las tesis sobre “la dimensión internacional de la lucha de clase en Polonia” en el no 24). Este marco constituyó la base del texto de orientación “Sobre la crisis económica y política en los países del Este” en la Revista no 60 ([41]), que preveía el final definitivo del bloque mucho antes de que este se realizara por la caída del muro de Berlín y el hundimiento de la URSS. Las tesis tituladas “La descomposición, fase final de la decadencia del capitalismo” en el no 62 ([42]) y el artículo “Militarismo y descomposición” en el no 64 constituyen también guías importantes para comprender las características del nuevo período. Este último texto reanudó y empujó más lejos lo que se reflejaba en los artículos “Guerra, militarismo y bloques imperialistas” que se habían publicado en los nos 52 y 53 ([43]), antes del hundimiento del bloque ruso, y que desarrollaban el concepto de irracionalidad de la guerra en la decadencia capitalista. A través de estas contribuciones, resultó posible hacer progresar el marco para la comprensión de los afilados antagonismos imperialistas en un mundo sin la disciplina de los bloques. La exacerbación muy palpable de los conflictos ínter imperialistas, de la lucha caótica del cada uno para sí durante esta década, ha confirmado plenamente el marco desarrollado en estos textos.

La defensa del principio del debate abierto entre revolucionarios

En una reciente reunión pública organizada por el Communist Workers Organización en Londres, con respecto a la llamada de la CCI a una toma de posición adoptada en común de los grupos revolucionarios ante la guerra en los Balcanes, un camarada del CWO planteó la cuestión: “Dónde está la CCI?”. Dejó entender que “la CCI hizo más cambios de dirección que la Internacional comunista estalinista” y que su planteamiento “amistoso” hacia el medio no fuera más que el último de sus numerosos cambios de dirección. El grupo bordiguista PCI que publica al Proletario describió la llamada de la CCI en términos similares, denunciándolo como una “maniobra” (véase Revolución internacional no 294).

Tales acusaciones hacen seriamente dudar que estos camaradas hayan seguido la prensa de la CCI durante estos 25 últimos años. Un breve sobrevuelo de los 100 números de la Revista internacional sería suficiente para refutar la idea que la llamada a la unidad entre revolucionarios es un “nuevo cambio de dirección” de la CCI. Como ya lo dijimos, para nosotros el verdadero espíritu de la Izquierda comunista y, en particular, de la Fracción italiana, se basa en un debate político serio y de confrontación entre todas las distintas fuerzas en el campo comunista, y, por supuesto, entre los comunistas y los que luchan para incorporarse al terreno político proletario. Desde sus principios, y en oposición al sectarismo de sobra extendido que prevalecía en el medio como resultado directo de las presiones de la contrarrevolución, la CCI hizo hincapié en:

  • la existencia de un campo político proletario constituido de distintas tendencias que, de una manera o de otra, son expresiones de la conciencia de clase del proletariado;
  • la importancia central, en el seno de este campo, de los grupos que tienen su origen en las corrientes históricas de la Izquierda comunista;
  • la necesidad de la unidad y la solidaridad entre los grupos revolucionarios ante el enemigo de clase, y de frente a sus campañas anticomunistas, a su represión, a sus guerras;
  • la necesidad de un debate serio y responsable sobre las verdaderas divergencias entre estas organizaciones revolucionarias;
  • la necesidad última de la reagrupación de las fuerzas revolucionarias como parte de un proceso que conduce a la formación del partido mundial.

En la defensa de estos principios, hubo momentos donde lo más necesario era abordar las diferencias y otros en que la unidad de acción fue de primera importancia, pero eso nunca ha cuestionado ningún principio fundamental. Reconocemos también que el peso del sectarismo afecta a todo el medio y nosotros no nos proclamamos completamente inmunizados contra éste, aunque estamos mejor situados para combatirlo por el simple hecho de que reconocemos su existencia, al contrario de la mayoría de los otros grupos. En cualquier caso, nuestros propios argumentos a veces fueron debilitados por exageraciones sectarias: por ejemplo en un artículo publicado en WR y RI que lleva el título “El CWO gangrenado por el parasitismo político”, que podía sugerir que el CWO de verdad había pasado al campo de los parásitos y en consecuencia fuera del medio proletario, aunque el artículo en realidad estaba justificado básicamente por la necesidad de poner en guardia un grupo comunista contra los peligros del parasitismo. De manera similar, el título del artículo que publicamos sobre la formación del BIPR en 1985, La constitución del BIPR, un bluf oportunista (nos 40 y 41), podía implicar que esta organización había sucumbido enteramente al virus del oportunismo, mientras que en realidad siempre hemos considerado sus componentes como parte integral del campo comunista, aunque hayamos constantemente criticado mucho lo que consideramos ser francamente errores oportunistas. A partir de los primeros números de la Revista internacional, es fácil ver lo que ha sido nuestra verdadera actitud: el primer número contenía artículos de debate sobre el período de transición, reflejando el debate a la vez entre los grupos que formaron la CCI y otros que permanecieron fuera; la misma Revista indica también que algunos de estos grupos habían sido invitados o habían asistido a la conferencia de fundación de la CCI ([44]); más aún, la práctica de publicar en la Revista las contribuciones de otros grupos y elementos se continuó desde entonces (véase los textos del CWO, del grupo mexicano GPI; del grupo argentino Emancipación Obrera ([45]); de elementos de Hong Kong, de Rusia ([46]), etc.);

  • en el no 11 publicamos un texto votado en nuestro segundo congreso en 1977, definiendo los contornos del medio político proletario y del “pantano” e indicando nuestra política general hacia las otras organizaciones y elementos proletarios;
  • al final de los años setenta, dimos nuestro pleno apoyo a la propuesta de Battaglia comunista de una conferencia internacional entre los grupos de la Izquierda comunista, participado plenamente a todas las conferencias que se tuvo, publicado sus actas y de los artículos sobre las mismas en la Revista internacional y, en el contexto de las conferencias, defendiendo la necesidad para los grupos implicados de hacer tomas de posiciones comunes sobre las cuestiones centrales del día (como la invasión rusa de Afganistán en 1980). De la misma manera criticamos severamente la decisión de Battaglia comunista de hacer abortar estas conferencias (véase los nos 10, 16, 17, 22 ([47]) y también los folletos de los textos y actas de las tres conferencias internacionales de la Izquierda comunista 1977, 1978 y 1980);
  • a principios de los años ochenta, publicamos artículos analizando la crisis que afectó a varios grupos en el medio proletario (nos 29, 31…);
  • el no 35 contiene el llamamiento a los grupos proletarios hecho por nuestro 5º congreso internacional en 1983. Esta llamada no propone volver a convocar inmediatamente conferencias internacionales sino pretende establecer prácticas “más modestas” como la asistencia a las reuniones públicas de los otros grupos, de las polémicas más serias en la prensa, etc. ([48]) ;
  • en el nº 46, hacia a finales de 1986, expresan nuestro apoyo a la “propuesta internacional” lanzada por el grupo argentino Emancipación Obrera en favor de una mayor cooperación y de un debate más organizado entre los grupos revolucionarios;
  • en el nº 67, hemos publicado una nueva llamada al medio proletario, lanzado esta vez por parte de nuestro IXº congreso internacional en 1991.

Así la política de la CCI desde 1996 de llamar a una respuesta común a acontecimientos como las campañas de la burguesía contra la Izquierda comunista, o contra la guerra en los Balcanes, no representa de ningún modo un nuevo cambio de dirección o cualquier maniobra hipócrita sino está en plena coherencia con todo nuestro planteamiento hacia el medio proletario desde e incluso antes de que se hayan formado la CCI.

Las numerosas polémicas que publicamos en la Revista internacional forman también parte de esta orientación. No podemos alistarlos todas, pero podemos decir que a través de la Revista llevamos un debate constante sobre prácticamente cada aspecto del programa revolucionario con todas las corrientes del medio proletario y bastantes con algunos a la frontera de este medio.

Los debates con el BIPR (Battaglia comunista y el CWO) fueron ciertamente los más numerosos, indicación de la seriedad con la cual siempre hemos tratado esta corriente. Algunos ejemplos:

  • Sobre el partido: el problema del sustitucionismo (no 17); la maduración subterránea de la conciencia (no 43); la relación entre la fracción y el partido (nos 60, 61, 64, 65) ([49]);
  • sobre la historia de la Izquierda italiana y los orígenes del Partito Comunista Internazionalista (nos 8, 34, 39, 90, 91) ([50]);
  • sobre las tareas de los revolucionarios en la periferia del capitalismo (nº 46 y en este número);
  • sobre la cuestión sindical (no 51);
  • sobre el curso histórico (nos 36, 50, 89);
  • sobre la teoría de las crisis y el imperialismo (nos 13, 19, 86 ([51]), etc.);
  • sobre la naturaleza de las guerras en la decadencia (nos 79, 82 ([52]));
  • sobre el período de transición (no 47);
  • sobre el idealismo y el método marxista (no 99) ([53]);

Todo eso sin hablar de los numerosos artículos que tratan de la posición del BIPR sobre acontecimientos más inmediatos o sobre nuestra intervención en éstos (por ejemplo sobre nuestra intervención en la lucha de clase en Francia en 1979 o en 1995, sobre las huelgas en Polonia o el hundimiento del bloque del Este, las causas de la guerra del Golfo, etc.).

Con los bordiguistas, sobre todo discutimos de la cuestión del partido (nos 14, 23) ([54]), y también de la cuestión nacional (no 32), la decadencia (nos 77 et 78) ([55]), el misticismo (no 94) ([56]), etc.

Podríamos también citar las polémicas con los últimos descendientes del consejismo, los grupos holandeses Spartakusbond y Daad en Gedachte en el no 2 ([57]), el grupo danés Comunismo de consejo en el no 25 y con la corriente animada por Munis (nos 25, 29, 52). En paralelo a estos debates en el medio político proletario, escribimos muchas críticas de los grupos del pantano (la autonomía en el no 16 ([58]), el modernismo y el situacionismo en el no 80) ([59]),y llevamos el combate contra el parasitismo político que constituye, a nuestro modo de ver, un serio peligro para el campo proletario, causado por elementos que se reclaman formar parte de el, pero que desempeñan un papel completamente destructivo contra él (véase por ejemplo las “Tesis sobre el parasitismo” en el no 94 ([60]), los artículos sobre el FECCI en los nos 45, 60, 70, 92 ([61]), etc., sobre el CBG en el nº 83 ([62]), etc.).

Incluso cuando polemizamos muy duramente con otros grupos proletarios, siempre hemos intentado discutir de manera seria, basándonos no en especulaciones o deformaciones sino sobre las posiciones reales de los otros grupos. En la actualidad, dada la enorme responsabilidad que pesa sobre un campo revolucionario aún estrecho, intentamos hacer un mayor esfuerzo aún para discutir de manera adecuada y básicamente fraternal. Nuestros lectores pueden recorrer nuestros artículos polémicos en la Revista internacional y hacerse su propio juicio sobre el hecho de saber si lo hemos logrado. Desgraciadamente sin embargo, no podemos indicar más que muy pocas respuestas serias a la mayoría de estas polémicas, o a los muchos textos de orientación que propusimos explícitamente como contribuciones para el debate en el medio proletario. La mayoría del tiempo nuestros artículos o se ignoran o se desprecian como la última “locura” de la CCI, con ninguna tentativa real de combatir los argumentos que nosotros alegamos. En el espíritu de nuestras llamadas anteriores al medio político proletario, no podemos sino pedir que comencemos a superar los obstáculos sectarios que impiden un verdadero debate entre revolucionarios, una debilidad que no puede, en último resorte, sino beneficiar a la burguesía.

¡Camaradas! ¡Ayuden a difundir la Revista internacional!

Nos parece que podemos estar orgullosos de la Revista internacional y estamos convencidos de que es una publicación que pasará la prueba del tiempo. Aunque las situaciones hayan cambiado profundamente desde que la Revista comenzó, aunque los análisis de la CCI hayan madurado, no pensamos que los 100 números que hemos publicado, o los numerosos números que publicaremos en el futuro, se volverán obsoletos. No es por casualidad, por ejemplo, sí muchos de nuestros nuevos contactos, una vez que se interesan seriamente por nuestras posiciones, comienzan por constituirse una colección de los antiguos números de la Revista Internacional. Pero somos también demasiado conscientes de que nuestra prensa, y la Revista internacional en particular, sólo es leída por una pequeña minoría. Sabemos que hay razones objetivas históricas que explican la debilidad numérica de las fuerzas comunistas hoy, su aislamiento del conjunto de la clase, pero la conciencia de estas razones, si exige realismo por nuestra parte, no es una excusa para la pasividad. Las ventas de la prensa revolucionaria, y en consecuencia de la Revista internacional, pueden ciertamente aumentar, aunque sólo de manera modesta, por una fuerza de voluntad revolucionaria por parte de la CCI, y de sus lectores y sus simpatizantes. Esta es la razón por la que queremos concluir este artículo con una llamada a nuestros lectores para que participen activamente en el esfuerzo de aumentar la difusión y la venta de la Revista internacional, encargando antiguos números y colecciones completas, encargando copias suplementarias para difundirlos, ayudándonos a encontrar librerías y agencias de distribución donde podemos depositar la Revista internacional. El acuerdo teórico con la idea de la importancia de la prensa revolucionaria implica también un compromiso práctico en su venta, puesto que no somos como algunos de estos anarquistas que desprecian ensuciarse las manos en la venta y la contabilidad, sino los comunistas que pretenden llegar a nuestra clase lo más ampliamente posible. Sabemos que eso no puede hacerse más que de una manera organizada y colectiva.

Al principio de este artículo, destacábamos la capacidad de nuestra organización para proseguir sin fallo durante un cuarto de siglo la publicación de un número trimestral, mientras que tantos otros grupos publicaron de manera irregular, intermitente, cuando no han desaparecido sencillamente. Se podría obviamente destacar que después de 25 años de existencia de la CCI, no aumentó la frecuencia de su publicación teórica. Es obviamente la señal de una determinada debilidad. Pero a nuestro sentido esta debilidad no es la de nuestras posiciones políticas o nuestros análisis teóricos. Es una debilidad que pertenece al conjunto de la Izquierda comunista en el seno de la cual la CCI representa a pesar de todo, aunque sus fuerzas sean reducidas, la organización política con mucho la más importante y más amplia. Es una debilidad del conjunto de la clase obrera que, aunque haya sido capaz de salir de la contrarrevolución al final de los años sesenta, encontró en su camino obstáculos considerables, el hundimiento de los regímenes estalinistas y desarrollo de la descomposición general de la sociedad burguesa no son los menores. En particular, una de las características de la descomposición, que pusimos de relieve en nuestros artículos, consiste en el desarrollo en toda la sociedad, y también en la clase obrera, de toda clase de visiones superficiales irracionales y místicas, en detrimento de un enfoque profundo, coherente y materialista, cuya teoría marxista constituye precisamente la mejor expresión. En la actualidad, los libros de esoterismo tienen incomparablemente más éxitos que los libros marxistas. Aunque teníamos las fuerzas de publicar más frecuentemente en tres lenguas la Revista internacional, su difusión actual justificaría que hagamos un tal esfuerzo. Es por eso también que comprometemos nuestros lectores a sostenernos en este esfuerzo de difusión. Al participar en este esfuerzo, participan en el combate contra todos los miasmas de la ideología burguesa y la descomposición que el proletariado deberá superar con el fin de abrirse el camino de la revolución comunista.

Amos, diciembre de 1999


[1] Ver "Construcción de la organización revolucionaria - Los 20 años de la CCI [8]".

[2] "Las enseñanzas de Kronstadt [9]".

[3] "Octubre de 1917, principio de la revolución proletaria (I) [10]" y https://es.internationalism.org/node/2362 [11]

[4] "El desarrollo del movimiento, de febrero a octubre del 17 [12]", "La conquista de los soviets por el proletariado [13]" y "El aislamiento es la muerte de la revolución [14]".

[5] https://es.internationalism.org/node/2787 [15], "II - 1917: Las «Jornadas de julio»: el papel indispensable del partido [16]" y "III - 1917: La insurrección de Octubre, una victoria de las masas obreras [17]".

[6] "I - Los revolucionarios en Alemania durante la Ia Guerra mundial y la cuestión de la organización [18]" (artículo inicial).

[7] https://es.internationalism.org/node/2334 [19]

[8] "Lecciones de 1917-23 - La primera oleada revolucionaria del proletariado mundial [20]".

[9] "1918-1919 - La revolución proletaria pone fin a la guerra imperialista [21]".

[10] "Revolución y contrarrevolución en Italia (I) [22]".

[11] Ver nuestro libro "España 1936, Franco y la República masacran al proletariado [23]".

[12] "La lucha de clases contra la guerra imperialista - Las luchas obreras en Italia 1943 [24]".

[13] "Las conmemoraciones de 1944 (II) - 50 años de mentiras imperialistas [25]" y "50 años después - Hiroshima y Nagasaki o las mentiras de la burguesía [26]".

[14] https://es.internationalism.org/node/2321 [27]

[15] El artículo inicial en "China 1928-1949 (I) - Eslabón de la guerra imperialista [28]".

[16] "Mayo 68, 20 años después: La maduración de las condiciones para la revolución proletaria [29]", "Veinticinco años después de mayo 1968 - ¿Qué queda de Mayo del 68? [30]" y "Mayo del 68 - El proletariado vuelve al primer plano de la historia [31]".

[17] "La Izquierda Comunista en Rusia (I) [32]".

[18] "Documento – El aplastamiento del proletariado alemán y la ascensión del fascismo [33]".

[19] "La experiencia rusa - Propiedad privada y propiedad colectiva [34]".

[20] "Textos de la Izquierda Mexicana (1937-38) [35]".

[21] Ver "Problemas del periodo de transición [36]" y "Estado y dictadura del proletariado [37]".

[22] https://es.internationalism.org/node/3398 [38] y https://es.internationalism.org/node/3303 [39]

[23] "Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” II —En el siglo XX, la “liberación nacional”, eslabón fuerte de la cadena imperialista [40]".

[24] https://es.internationalism.org/node/2363 [41], "Teorías económicas y lucha por el socialismo [42]", https://es.internationalism.org/node/2136 [43]

[25] "Comprender la decadencia del capitalismo (VI) - El modo de vida del capitalismo en decadencia [44]".

[26] https://es.internationalism.org/node/3199 [45]

[27] "Terror, terrorismo y violencia de clase [46]" y https://es.internationalism.org/node/2134 [47].

[28] "I - Del comunismo primitivo al socialismo utópico [48]".

[29] Para leer la serie sobre el Comunismo en su conjunto en nuestra Web pulsar en Textos por Temas en nuestra sección Temas de Reflexión y Discusión (https://es.internationalism.org/go_deeper [49] ), la rúbrica ¿Qué es el comunismo?

[30] "Informe sobre la función de la organización revolucionaria [50]".

[31]https://es.internationalism.org/node/2127 [51]

[32]El conjunto de artículos mencionados se puede seguir en https://es.internationalism.org/series/516 [52]

[33] Estos 3 artículos se pueden seguir en https://es.internationalism.org/series/520 [53]

[34] “El método para comprender la lucha de clases”, https://es.internationalism.org/node/2325 [54]

[35] "¿Por qué actualmente los partidos de izquierda están en el gobierno en la mayoría de los países europeos? [55]".

[36] “Una año de lucha de clases en Polonia”, https://es.internationalism.org/node/2318 [56]

[37] "El proletariado de Europa Occidental en una posición central de la generalización de la lucha de clases [57]".

[38] “Francia, Longwy y Denain nos marcan el camino”, https://es.internationalism.org/node/2129 [58] y “La intervención de los revolucionarios: respuesta nuestros censores”, https://es.internationalism.org/node/2142 [59]

[39] "La organización del proletariado fuera de los periodos de luchas abiertas (grupos obreros, núcleos, círculos, comités) [60]".

[40] https://es.internationalism.org/node/2265 [61]

[41] “Tesis sobre la crisis económica y política de los países del Este”, https://es.internationalism.org/node/3451 [62]

[42] "TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo [63]".

[43] "Guerra, militarismo y bloques imperialistas II [64]".

[44] "Informe de la Conferencia internacional [65]".

[45] https://es.internationalism.org/node/3069 [66]

[46] "Contribución desde Rusia - La clase no identificada : la burocracia soviética según León Trotski [67]".

[47] "Segunda Conferencia de los grupos de la Izquierda Comunista [68]" ; “Resoluciones presentadas por la CCI a la 2ª Conferencia Internacional”, https://es.internationalism.org/node/2289 [69] ; “El sectarismo, una herencia de la contrarrevolución que hay que superar”, https://es.internationalism.org/node/2829 [70]

[48] “Llamamiento a los grupos políticos proletarios”, https://es.internationalism.org/node/2771 [71]

[49] https://es.internationalism.org/node/2121 [72] y "La relación entre fracción y partido en la tradición marxista III - De Marx a Lenin, 1848-1917 [73]".

[50] Polémica sobre los orígenes de la CCI y del BIPR: "Polémica: hacia los orígenes de la CCI y del BIPR, I - La Fracción italiana y la Izquierda comunista de Francia [74]" y "Polémica: hacia los orígenes de la CCI y del BIPR, II - La formación del Partito comunista internazionalista [75]".

[51] "Acerca del imperialismo [76]".

[52] "La concepción del BIPR sobre la decadencia del capitalismo [77]", "Respuesta al BIPR (I) - La naturaleza de la guerra imperialista [78]" y "Respuesta al BIPR (II) - Las teorías sobre la crisis histórica del capitalismo [79]".

[53] "Polémica con el BIPR - El método marxista y el Llamamiento de la CCI sobre la guerra en la antigua Yugoslavia [80]".

[54] “El partido desfigurado, la concepción bordiguista”, https://es.internationalism.org/node/2132 [81]

[55] "Negar la noción de decadencia equivale a desmovilizar al proletariado frente a la guerra [82]".

[56] "Marxismo y misticismo [83]".

[57] “Los epígonos del consejismo [84]”.

[58] "Auge y decadencia de la «Autonomía obrera» [85]".

[59] "Guy Debord - La segunda muerte de la Internacional situacionista [86]".

[60] Ver "Construcción de la organización revolucionaria - Tesis sobre el parasitismo [87]".

[61] "Perspective internationaliste campeones del disparate político [88]".

[62] "El CBG hace la faena de la burguesía [89]".

 

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Vida de la CCI

La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo

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La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo

 

El BIPR ha publicado unas Tesis sobre la táctica comunista en los países de la periferia capitalista en las que expone su posición sobre la existencia en el capitalismo de una división entre países centrales y países periféricos y las consecuencias que ello tiene para la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Tales tesis tratan de dar una respuesta a diferentes preguntas sobre la cuestión nacional y el proletariado, tales como:
– ¿Qué vínculo existe entre el proletariado de los países de la periferia y el de los países centrales?
–¿De dónde irradiará probablemente un movimiento internacional de la clase obrera, del centro del capitalismo o de su «eslabón más débil»?
–¿Podrían los movimientos de los «desheredados» de la periferia convertirse en el motor de la revolución mundial?
–¿Existe una burguesía progresista en los países «dominados» a la que debería apoyar el proletariado?
–¿Cuál debe ser la actitud del proletariado ante los «movimientos de liberación nacional»?

Nos parece importante abordar críticamente las tesis del BIPR con la intención que debe animar a los revolucionarios, de aportar lo más claramente posible las respuestas a este tipo de cuestiones planteadas por el movimiento de la clase obrera.

La postura revolucionaria e internacionalista de los grupos de la Izquierda Comunista

De las Tesis[1] del BIPR destaca, en primer lugar, su marco de principios políticos, revolucionario e internacionalista. Mencionamos esto no para adular al BIPR, sino con el fin de que la clase obrera identifique los principios comunes, los principios que unen a los grupos de la Izquierda Comunista, lo que llamamos el medio político proletario. Esto se hace más necesario por cuanto algunos de estos grupos —incluido el BIPR— se olvidan a vece, si no es que niegan, de que existen otros que comparten esos mismos principios, tal como sucedió durante los bombardeos sobre Kosovo, cuando la CCI hizo un llamado a una acción común, en base a éstos, para que en tal momento crítico pudiera expresarse de la manera más alta, clara y unida posible la voz de todos los internacionalistas, llamado que finalmente fue rechazado invocando «las diferencias» que nos separan. Por lo demás, estos principios políticos con los cuales acordamos son el punto de partida para debatir nuestras diferencias, las cuales ciertamente no dejan de ser amplias.

Así, desde el preámbulo de las Tesis, el BIPR expresa unas posiciones con las cuales no podemos sino estar de acuerdo. Sobre el carácter del proletariado y la revolución, se reafirma el principio enunciado desde los orígenes del movimiento obrero, sobre el carácter internacional, mundial, del proletariado, de donde se desprende que la clase podrá afirmar su propio programa de emancipación solamente a escala internacional. Se afirma de entrada que la frase de base del estalinismo sobre el «socialismo en un solo país» fue únicamente la tapadera ideológica del capitalismo de Estado que surgió a partir de la derrota de la oleada revolucionaria de principios de siglo y de la degeneración del Estado soviético; en cambio las tesis de que «el comunismo es internacional o no es», reafirmado por la Izquierda Comunista que se desprendió de la degeneración de la Tercera Internacional, pertenece al patrimonio del movimiento comunista.

De aquí se desprende el fundamento del programa comunista: «La unicidad internacional del programa histórico del proletariado (una sola clase, un sólo programa). El partido comunista tiene un solo programa: la dictadura del proletariado para la abolición del modo de producción capitalista y la construcción del socialismo» (Tesis del BIPR, preámbulo). Pero la unicidad del programa no significa solamente el objetivo único, sino también, a partir de la experiencia histórica de la oleada revolucionaria de principios de siglo, la eliminación de la distinción entre «programa mínimo» y «programa máximo», aspecto que también reafirma el preámbulo de las tesis. Finalmente, se desprende un primer aspecto general relacionado con los países periféricos: no pueden existir actualmente diferentes programas para el proletariado de diferentes países (trátese de «centrales» o «periféricos»); el programa comunista es actualmente el mismo para el proletariado de todos los países y mucho menos se puede sustituir con programas todavía burgueses.

Existen, evidentemente, algunos conceptos que no comparte la CCI sobre el análisis general del capitalismo afirmado por las Tesis; sin embargo, estos no invalidan el espíritu claramente internacionalista del preámbulo[2]. Todos estos principios generales que hemos mencionado los suscribimos también nosotros.

El centro y la periferia del capitalismo: ¿equilibrio o contradicción?

Las tesis 1 a la 3 están dedicadas a la caracterización de las relaciones actuales entre los países. El BIPR rechaza las mistificaciones sobre la división de los países entre «desarrollados» y «en desarrollo» como un mero tranquilizante ideológico, o la de «dominados» y «dominantes», haciendo notar simplemente que un país dominado por otro puede a la vez ser dominante en relación a otros. Entonces, por un proceso de eliminación, las Tesis adoptan la definición de «países de la periferia y centrales».

«El concepto de centro y periferia implica y expresa la concepción marxista del periodo histórico actual según la cual el imperialismo domina incluso en las esquinas más remotas del globo, habiendo superpuesto desde hace tiempo a formaciones económico-sociales diversas, consideradas genéricamente como precapitalistas, las leyes de su mercado internacional y los mecanismos económicos que lo caracterizan» (tesis 2).

El sentido de esta definición es el rechazo a una distinción entre los países que pudiera conducir a un programa diferente (comunista o democrático-burgués) o a una alianza del proletariado con la burguesía de los «países dominados» (aspectos que se abordan más adelante). Apoyamos firmemente esta preocupación del BIPR por tomar distancias con cualquier justificación de una lucha «nacional» o una alianza con una fracción burguesa con el pretexto de las «condiciones económicas diferentes» entre los países; de hecho, las Tesis combaten aquí la ambigüedad al respecto, que se nota entre grupos con influencia bordiguista.

Sin embargo, no podemos compartir la definición del BIPR, aún estando de acuerdo en utilizar la noción de centro y de periferia, porque el BIPR ve no en ello una limitación histórica del capitalismo, sino una racionalidad económica y política: «La permanencia de relaciones precapitalistas y de formaciones sociales y políticas “preburguesas” era necesaria de una parte y funcional a la dominación imperialista de la otra [...] necesaria en el sentido de que la superposición del capitalismo no está determinada por una testaruda voluntad de dominación político-social cuanto por las necesidades de tipo económico del capital [...] funcional porque, al hacer contrastar las condiciones entre proletariado industrial y las otras masas desheredadas, él se asegura, por un lado, la división de clases y, por el otro, la descarga de las tensiones sociales y políticas en el terreno del progresismo burgués [...] En conclusión, la contradicción entre el dominio capitalista y la permanencia de relaciones económicas y formaciones sociales precapitalistas no existe es, por el contrario, condición de aquel mismo dominio» (tesis 3).

En esta tesis permea la idea de una situación de «equilibrio» o «estabilidad» entre periferia y centro, como si la relación no tuviera un desarrollo, una historia, como si el Capital controlara o regulara de algún modo su proceso de expansión por todo el mundo. Así, las desigualdades de los diferentes países que caen bajo la órbita del Capital no serían resultado de las contradicciones del capitalismo, sino que estarían determinadas por sus «necesidades».

Para nosotros, en cambio, la incapacidad del capitalismo para igualar las condiciones de todos los países del mundo expresa precisamente la contradicción entre su tendencia a un desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, a una expansión creciente de la producción y del marcado capitalistas, y el límite que encuentra la realización de las ganancias, el mercado. El aspecto fundamental de esta incapacidad no es la permanencia de «relaciones precapitalistas» en el ámbito del mercado mundial, como plantean las Tesis, sino la destrucción de estas relaciones (la destrucción de la pequeña producción) por todas partes y de manera cada vez más acelerada, las que son sustituidas por la gran producción capitalista, pero hasta cierto punto, a partir del cual se empieza a ver el límite histórico del capitalismo para extender la producción social; a partir de entonces la destrucción de las relaciones precapitalistas continúa, pero absorbiendo cada vez menos a la población expropiada a la gran producción, lo que se muestra tanto en la ruina de las masas campesinas y artesanas, en el crecimiento constante de masas de subempleados en las grandes ciudades, como en la existencia de países o regiones que quedan industrialmente «atrasadas».

Es decir, el proceso de destrucción de la pequeña propiedad llevó, en el siglo XX no a la absorción de toda la población trabajadora a la gran producción capitalista, como algunas corrientes en el movimiento obrero del siglo pasado se imaginaban que pasaría, sino por el contrario, a la formación de masas que son arrojadas hacia una órbita «periférica», como deshecho del propio capitalismo; esto es una de las marcas más nítidas de la decadencia del sistema y, al agudizarse el fenómeno, de su descomposición.

Las Tesis niegan implícitamente una contradicción del capitalismo que ya había destacado el Manifiesto comunista: el capitalismo requiere efectivamente conquistar constantemente nuevos mercados, fuentes de materias primas, de mano de obra, de allí su expansión, la creación del mercado mundial. Pero al hacerlo destruye las viejas relaciones, con lo que va limitando sus posibilidades de nuevas expansiones.

Las Tesis en cambio hablan del mantenimiento de relaciones precapitalistas, como condición de la acumulación capitalista, cuando es por el contrario la propia acumulación capitalista la que conduce a la destrucción de estas relaciones precapitalistas.

Aquí se evidencia la ausencia de claridad del BIPR en cuanto a la noción de decadencia del capitalismo. El BIPR queda estancado en una visión de principios de siglo cuando aún se podía hablar de regiones donde dominaban «relaciones precapitalistas»; pero hay que preguntarse: ¿a dónde ha conducido el mantenimiento del sistema capitalista a lo largo del siglo XX? El BIPR considera que permanecen en el mercado mundial las mismas relaciones que en el pasado siglo (donde el mercado capitalista mundial había ya subordinado las regiones atrasadas, pero la producción precapitalista todavía se mantenía). Dejando en entredicho que permanecerían las condiciones materiales tanto para las luchas de liberación nacional como para las burguesía «progresistas», la posición teórica del BIPR tiene como consecuencia debilitar el rechazo de las luchas de liberación nacional y de las alianzas con fracciones de la burguesía, aunque el BIPR se esfuerce sinceramente por argumentar en contra de ello.

Por otra parte, el aspecto «funcional» del mantenimiento de la relación centro-periferia no se desarrolla más en esta parte de las Tesis, sin embargo prepara la idea de que las masas no proletarias de la periferia podrían ser más «radicales» que el proletariado de los países centrales, debido a que las condiciones materiales de este último serían mejores.

La «radicalización» de las masas de la periferia y el proletariado

La tesis 4 define la diferencia que existe en la composición social entre países centrales y periféricos. Se señala, de paso, que la burguesía y el proletariado son las clases fundamentales y antagónicas en los países periféricos, como en el resto del mundo capitalista. Pero lo que se subraya en esta tesis es que en la periferia «el mantenimiento de las viejas relaciones económicas y sociales y su subordinación al capital imperialistas» determinaría la subsistencia de «otras estratificaciones sociales y clases» así como una «diversidad de formas de dominio y opresión de la burguesía». Estas otras «estratificaciones sociales y de clase diferentes de las típicas del capitalismo, sobreviven pero en fase de declinación tendencial, en fase, por así decir, agónica. Lo que, en cambio, tiende a ampliarse es la medida y proletarización de estratos precedentemente ocupados en economías tradicionales de subsistencia o mercantiles locales».

Esta idea de la «declinación tendencial» de las otras estratificaciones es un contrasentido con lo que las tesis anteriores dicen sobre «el mantenimiento de las viejas relaciones». Es decir, por un lado, «las viejas relaciones» se mantendrían «de forma necesaria y funcional», pero por el otro las clases sociales que corresponden a ellas se hallarían en «fase agónica». La existencia hoy en día de masas crecientes subempleadas o desempleadas, que viven en la más completa miseria en los países de la periferia no corresponde ya a una «declinación tendencial de los viejos estratos sociales» ni a la «proletarización» de éstos; quedarse en este nivel de análisis es devolver el problema a los principios de siglo.

El aspecto fundamental es que la proletarización se cumple cada vez más solamente en su primer aspecto: en la ruina y expropiación de las viejas capas, pero sin lograr cumplir el segundo: la integración de esas masas expropiadas a la gran producción.

El capitalismo conoció este fenómeno en sus orígenes, cuando la naciente industria no podía absorber todavía a las masas campesinas que eran violentamente expulsadas de las tierras; actualmente, el fenómeno se vuelve a expresar, pero no ya como índice de la declinación de las antiguas formas de producción y del ascenso del capitalismo, sino ahora como índice de su límite histórico, de su decadencia y descomposición. Estas masas jamás serán absorbidas ya por la producción capitalista formal.

Junto a lo anterior, la cantidad de proletarios desempleados tiende a aumentar constantemente en relación a los empleados, debido tanto al crecimiento de la población joven que ya no es absorbida por la producción, como al despido masivo producto de las «recesiones». Esta tendencia, propia del capitalismo actual en general, es aún más grave en los países de la periferia, y hace parte con el fenómeno anterior de la misma tendencia histórica: la incapacidad creciente del capitalismo para absorber a la gran producción a la población trabajadora. Tenemos entonces, en conjunto: masas crecientes que orbitan alrededor del proletariado, que en cierto sentido viven sobre sus espaldas; que no tienen la experiencia de clase del trabajo colectivo, que ideológicamente se mantienen más cerca del pequeño propietario, que son propensas a la revuelta para saquear por su cuenta, o al enrolamiento de las bandas armadas de toda clase de gánsteres burgueses; fenómeno que no tiene que ver con «el mantenimiento de las viejas relaciones», sino con la decadencia y descomposición del capitalismo actual; que «tendencialmente» no disminuye, sino que aumenta con el paso del tiempo. El BIPR tendría ahora que reconocerlas y diferenciarlas de las «viejas capas sociales en declinación».

La caracterización de estas masas no proletarias es importante para la determinación de la actitud del proletariado y los revolucionarios ante ellas. Para el BIPR las masas no proletarias de los países periféricos tienen un «potencial de radicalización de la conciencia» mayor que el proletariado de los países centrales: «La diversidad de las formaciones sociales, el hecho de que el modo de producción capitalista en los países periféricos se ha impuesto trastornando los viejos equilibrios y que su conservación se funda y se traduce en miseria creciente para masas crecientes de proletarizados y desheredados, la opresión política y la represión, que son, por tanto, necesarias para que las masas soporten aquellas relaciones, determinan en los países periféricos un potencial de radicalización de las conciencias más alto que en las formaciones sociales de las metrópolis. Radicalización no significa ir a la izquierda, como ha sido demostrado por los recrudecimientos del integrismo islámico a consecuencia de motines materiales de las masas pobres (Argelian, Túnez, Líbano). El movimiento material de las masas, determinado por las objetivas condiciones de híperexplotación, encuentra siempre, necesariamente, su expresión ideológica y política entre aquellas formas y fuerzas que en el cuadro dado se presentan y se mueven».

«En términos generales, el dominio del capital en aquéllos países no es todavía el dominio total sobre la colectividad, no se expresa en la subsunción de la entera sociedad a las leyes y a la ideología del capital, como sucede, en cambio, en los países metropolitanos. La integración ideológica y política del individuo en la sociedad capitalista no es todavía en muchos de aquellos países el fenómeno de masas que, en cambio, ha llegado a ser en los países metropolitanos...

«No es el opio democrático el que obra sobre las masas, sino la dureza de la represión».

El concepto expresado en esta tesis hace abstracción de la posición y los intereses de clase que podrían estar en el desarrollo de una conciencia revolucionaria, de la cual el proletario es el único portador de nuestra época, poniendo en su lugar una supuesta «radicalización de la conciencia» basada únicamente en las condiciones de miseria en general. La expresión material de esta «radicalización» no es otra, como lo dice el propio BIPR en los «motines», las revueltas del hambre; en realidad el BIPR confunde «radicalización» con «desesperación». Si bien el fundamentalismo puede alimentarse de la desesperación de las masas, la conciencia revolucionaria por el contrario sustituye esta desesperación con la convicción de una sociedad y una vida mejor. La revuelta no es el principio del movimiento revolucionario sino un callejón sin salida; sólo la integración en un movimiento de clase puede hacer que la energía de las masas hambrientas rindan frutos para la revolución. Esta integración no depende de una competencia entre el partido comunista y los fundamentalistas para «canalizar» esa «radicalización»; sino de la clase presencia de un movimiento de la clase obrera que pueda llevar tras de sí a otros sectores de explotados por el Capital.

En segundo lugar, el poner como eje de las posibilidades el inicio de un movimiento revolucionario no al movimiento de la clase obrera, sino la «radicalización» de las masas de la periferia, las Tesis deslizan la vieja posición de que la revolución comienza por el «eslabón más débil» del capitalismo. La idea de que el dominio del Capital en la periferia «no se expresa en la subsunción de la entera sociedad a las leyes y la ideología del Capital, como en los países metropolitanos» es un contrasentido con la idea —correcta— que avanzaban las Tesis al principio sobre un dominio mundial del capitalismo. Basta ver el control absoluto de los medios de comunicación, que actualmente permite a la burguesía de los países centrales hacer para una idea simultáneamente en todos los países (por ejemplo la idea de los «bombardeos quirúrgicos» sobre Irak o Yugoslavia), para rechazar la visión de un «dominio ideológico desigual» en los países periféricos; por lo demás, en las últimas décadas, con la creación de los nuevos medios de comunicación, de transporte, las nuevas armas, los nuevos destacamentos militares de respuesta inmediata... con todo esto, el dominio político, ideológico y militar de la burguesía alcanza realmente todas las esquinas del globo.

Por otra parte, el que la democracia sea muchas veces caricatural en los países de la periferia no implica un dominio precario de la burguesía, sino solamente que no requiere de esa forma de dominio, la cual sin embargo siempre queda en reserva (y que puede poner en marcha como una mistificación novedosa cuando lo requiere en esos países, como se ve actualmente), mientras que el proletariado de los países desarrollados tiene ya una vasta experiencia sobre la forma más refinada de dominación política de la burguesía, que es la democracia.

Lo que inclinará la balanza del movimiento revolucionario no es un «eslabón débil» del Capital, sino la fuerza de la clase obrera. Y ésta es muchas veces mayor en las concentraciones industriales de los países centrales que en los países de la periferia.

En realidad, el concepto de «mayor potencial de radicalización de las conciencias» nos remite también a la vieja cuestión de la «introducción de la conciencia revolucionaria» «desde fuera del movimiento». Según el BIPR, si el «potencial de radicalización» presente en los países de la periferia se convierte en callejón sin salida, o si se va hacia el fundamentalismo, en vez de convertirse en un movimiento revolucionario, no es por el carácter interclasista de semejante «radicalización», sino por la ausencia de una dirección revolucionaria.

Con la idea de un «mayor potencial de radicalización de las conciencias», la conciencia deja de ser una conciencia de clase para convertirse en una conciencia abstracta. A esto conduce el concepto de la «radicalización de la conciencia». Es así como el BIPR lleva hasta el final su razonamiento, concluyendo que son más favorables las condiciones para el desarrollo de la conciencia y la organización revolucionarias no entre el proletariado industrial de los países centrales... sino entre las «masas de desheredados», esas masas desesperadas de la periferia: «Queda la posibilidad de que la circulación del programa comunista al interior de las masas sea más fácil y más alto el “nivel de atención” obtenido por los comunistas revolucionarios, respecto a las formaciones sociales del capitalismo avanzado» (tesis 5).

Es esa una visión completamente invertida en la realidad. Al contrario, la dificultad para ver claramente las diferencias de clase entre el proletariado y la burguesía, produce en las masas de los países periféricos una visión de heterogeneidad, de ausencia de fronteras de clase y las vuelve más receptivas a las ideas izquierdistas, fundamentalistas, populistas, étnicas, nacionalistas, nihilistas, etc. Las masas desheredadas, lumpenizadas, son las que se hallan más alejadas de una visión de lucha proletaria, colectiva; son las más atomizadas y receptivas a toda clase de mistificación burguesa; la descomposición social fortalece aún más estas mistificaciones.

En los países de la periferia, la debilidad del proletariado industrial dificulta más la lucha revolucionaria, precisamente porque el proletariado tiende a quedar diluido en las masas pauperizadas y entonces tiene más dificultades para destacar su propia y autónoma perspectiva revolucionaria.

La «posibilidad de que la circulación del programa comunista sea más fácil» en la periferia es una ilusión peligrosa, sacada no se sabe de dónde. Tan sólo las condiciones materiales para la propaganda comunista son más difíciles: el analfabetismo dominante, la carencia de medios de impresión para la propaganda y las dificultades de transporte, etc. Por otra parte, «el atraso ideológico» no significa ningún modo una «pureza» que permitiría la difusión de la propaganda revolucionaria, sino una mescolanza de ideas «viejas» propias del pequeño comerciante o campesino marcadas por el regionalismo, la religión, etc. Con ideas «nuevas» de atomización, de desesperanza sobre el presente y el futuro, y con las idea de dominación eterna que difunde la burguesía a través de radio y televisión; mezcolanza difícil de quebrantar. Finalmente, en los países periféricos no existe casi ninguna tradición de lucha, ni de organización revolucionaria proletaria. Las referencias de lucha se refieren más bien a los movimientos nacionales de la burguesía, a las «guerrillas», etc., por lo que la distinción es aún más difícil.

Las Tesis no hablan, pues, del proletariado de los países de la periferia en relación al de los países centrales, de —por ejemplo— las diferencias de su fuerza, de su concentración, de su experiencia, de su capacidad para sobrepasar las fronteras nacionales; ni de la forma posible en que se crearán los lazos de unidad entre el proletariado de ambas partes; ni de las dificultades particulares que enfrenta la lucha del proletariado contra la burguesía de la periferia; aspectos que en todo caso podrían dar lugar a una «táctica» particular del proletariado, en relación tanto con sus hermanos de los países centrales, como con esas masa desheredadas que orbitan a su alrededor. Cuestiones «tácticas» que los revolucionarios evidentemente deben discutir y clarificar.

Pero el BIPR no se refiere a la «clase fundamental», al verdadero sujeto de la revolución sino, de manera general, a las «masas de proletarizados y desheredados» de la periferia, las que además contrasta con el proletariado de los países centrales, y a las cuales considera «con mayor potencial de radicalización de las conciencias» y más receptivas al programa comunista. Es decir, al final, las tesis expresan no una táctica para el proletariado, sino una posición de desconfianza o desilusión en el movimiento de la clase obrera, al que se le busca un sustituto: las masas desheredadas de la periferia[3].

El oportunismo del BIPR en materia de organización

La posición del BIPR sobre el «potencial de radicalización de los desheredados» tiene importantes consecuencias para la cuestión organizativa. La tesis 6 se refiere a este aspecto y aquí la reproducimos íntegramente: «Tales “mejores” condiciones se traducen en la posibilidad de organizar alrededor del partido revolucionario un número de militantes ciertamente mayor de cuanto es posible en los países centrales» (tesis 5).

«6. La posibilidad de organizaciones “de masa” dirigida por comunistas no es la posibilidad de dirección revolucionaria sobre los sindicatos en cuanto tales. Y no se traduce siquiera en la masificación de los partidos comunistas mismos.

»Será, en cambio, utilizada para la organización de fuertes grupos en los puestos de trabajo y sobre el territorio, dirigidos por el partido comunista en calidad de instrumentos de agitación, de intervención y de lucha.

»Los sindicatos, en cuanto órganos de contratación del precio y de las condiciones de la venta de la fuerza de trabajo en el mercado capitalista, mantienen también en los países periféricos sus características generales e históricas. Por lo demás, como lo ha demostrado la recientísima experiencia coreana, los sindicatos desempeñan también aquí la función de mediadores de las necesidades capitalistas dentro del movimiento de los trabajadores.

»Aún permaneciendo, por tanto, como uno de los espacios en los cuales los comunistas trabajan, intervienen, hacen propaganda y agitación —porque en ellos está agrupada una masa significativa y considerable de proletarios— no son y no serán nunca instrumento de ataque revolucionario.

»No es, por tanto, su dirección lo que interesa a los comunistas, sino la preparación —dentro y fuera de ellos— de su superación. Esta es representada por las organizaciones de masa del proletariado dentro de la preparación del asalto al capitalismo.

»Los propulsores y vanguardia política de las organizaciones de masa —primero de lucha y luego de poder— son los militantes comunistas organizados en partido. Y el partido será tanto más fuerte cuanto más haya sabido y podido vertebrar en organismos apropiados toda su área de influencia directa.

»También en los países periféricos se hace posible, por las razones ya vistas, la organización de grupos territoriales comunistas.

»Grupos territoriales que recogen a los proletarios, semiproletarios y desheredados presentes sobre un cierto territorio bajo la directa influencia del partido comunista; comunistas porque precisamente están dirigidos por y según las líneas comunistas, porque están animados y guiados por los cuadros y por organismos del partido» (tesis 6).

De entrada, hay que decir que es confuso y parco que las tesis nos dicen en materia de organización[4]. Pero el problema principal es que el BIPR abre muchas puertas al oportunismo en materia organizativa. Tratemos de desglosar la tesis:

Sobre el partido

Las tesis no dicen nada, excepto que las «mejores condiciones» en la periferia permitirían que el partido tuviera un «número mayor de militantes» que en los países centrales. Desahogar así el asunto es por lo menos irresponsable, y más ante el cúmulo de cuestiones a resolver que nos ha dejado, por un lado la experiencia histórica de la Tercera Internacional, y por otro la propia formación social de los países de la periferia.

¿Un «número mayor de militantes» se refiere a que es posible un partido «de masas» en la periferia? En todo caso eso es lo que se desprendería de la tesis anterior; pero entonces estaríamos hablando de una concepción del partido ya rebasada por la historia, el BIPR nos estaría remitiendo a la época de la Segunda Internacional. En ese caso tendríamos que alertar no solamente sobre el peligro de borrar los criterios políticos de delimitación para ingreso de los militantes, sino sobre el peligro de difuminar la propia función de dirección política del partido en la época actual. Si las Tesis no se refieren a la formación de un partido de masas, entonces es absurdo predecir si serán «mayores» o «menores», porque eso depende de factores que van desde las circunstancias del movimiento revolucionario, hasta el tamaño de la población de cada país.

Por otra parte, la Tercera Internacional dejó planteada la cuestión de la centralización del partido comunista mundial; las tesis no se pronuncian al respecto, pero podríamos preguntar (a menos que el BIPR tenga una concepción federalista del partido mundial), ya que se considera que «hay mejores condiciones» en la periferia, entonces: ¿estaría en alguno de los países periféricos el eje de la formación de una nueva Internacional?, ¿podría irradiarse desde los países periféricos la extensión del partido mundial, el apoyo económico y político para la formación de nuevas secciones por todo el mundo?, ¿su dirección política podría estar tal vez en algún país de África, Sudamérica o Indochina? Con el desarrollo del movimiento internacional de la clase obrera este tipo de preguntas tendrá que ser respondido en términos cada vez más concretos, será más determinante para la actividad de las organizaciones, pero ya desde ahora la orientan.

Queda también la cuestión de la composición de clase del partido. Evidentemente los criterios de pertenencia en un partido restringido, de militancia rigurosa, excluyen el aspecto sociológico, si es obrero, profesionista o campesino el militante (claro, a menos que se piense en un partido de masas interclasista); sin embargo la selección pasa por una ruptura con la ideología e intereses ajenos a la clase obrera, y la adopción de los intereses y objetivos del proletariado. Esta ruptura no es más fácil en los países de la periferia, precisamente por la influencia del elemento «atrasado» (campesinado, pequeña burguesía) y por el elemento de disgregación (el subempleo de las ciudades) que puede acercarse, y que intenta penetrar al partido de la clase obrera. Particularmente el izquierdismo radical pequeñoburgués (especialmente el «guerrillerismo») es un difícil obstáculo que enfrenta la formación de organizaciones revolucionarias en la periferia.

A fin de cuentas, un partido numéricamente mayor en los países de la periferia, sólo podría conseguirse relajando los criterios de pertenencia a éste, y el BIPR abre las puertas para ello, con su ilusión sobre las «mejores condiciones» y el «nivel más alto de atención». Este relajamiento, que de manera general constituye un grave peligro, es todavía mayor en los países en que el proletariado es más débil como clase; implica abrir las puertas a la penetración de ideologías y concepciones ajenas al proletariado. A eso se reduce la frase de las tesis sobre la «posibilidad de un número de militantes ciertamente mayor».

Sobre los sindicatos

En las Tesis se inserta, sin ninguna explicación previa, la confusa posición del BIPR sobre los sindicatos: «órganos de contratación de la fuerza de trabajo», «mediadores de las necesidades capitalistas dentro del movimiento de los de los trabajadores» en los cuales los comunistas trabajan... para su superación.

Además, no se dice nada particular de los sindicatos en los países de la periferia (de lo que se supone hablan las tesis); en especial no se menciona que en la periferia el carácter de los sindicatos como instrumentos del Estado suele ser más brutalmente abierto (el enrolamiento suele ser obligatorio, los sindicatos mantienen cuerpos de represión armados, los obreros tienen prohibido expresarse en las «asambleas», etc.); carácter que la definición del BIPR tiende a ocultar.

Decir, en los países de la periferia, que «los comunistas trabajan en los sindicatos» sólo puede tener dos sentidos: o es una perogrullada, ya que todo trabajador está afiliado al sindicato por obligación; o significa trabajar de plano en la estructura organizativa del sindicato, en las elecciones sindicales, como delegado, etc., es decir formar parte den engranaje sindical, y defender de hecho su existencia. Añadir que «hay que trabajar en ellos para superarlos» no hace avanzar un centímetro la cuestión: de hecho, ante el desprecio de los obreros hacia los sindicatos, la izquierda del Capital en los países periféricos ha planteado siempre consignas semejantes para impulsar la creación de nuevos sindicatos que sustituyan a los viejos.

Sobre las organizaciones de masa

Las Tesis no especifican a qué se refieren al hablar de organizaciones «primero de lucha y luego de poder». A esta ambigüedad se añade la que se refiere a unos supuestos «grupos territoriales» que recogerían a proletarios, semiproletarios y desheredados, y que al parecer serían algo intermedio entre el partido y las organizaciones unitarias. Pero estos grupos más que una especie de enlace, constituirán un peligro para ambos tipos de organización requeridas por el proletariado.

Desde el punto de vista del partido, existiría el peligro de una pérdida de rigor y disciplina, ya que por su definición como grupos «dirigidos por y según las líneas comunistas» podrían confundirse con el propio partido. Por un lado tenemos las actuales características organizativa del BIPR, tales como su estructura implícitamente federalista (cada grupo dentro del Buró mantiene su propia estructura organizativa, programa, etc.), o la falta de rigor en la inclusión de nuevos grupos. Por el otro, tenemos las Tesis según las cuales en los países periféricos es más «fácil» formar «grupos comunistas» (es decir grupos bajo el control del BIPR, pero sin una necesaria claridad en los principios, ni una disciplina rigurosa). Podemos temer que en aras de la formación inmediatista de grupos con fronteras ambiguas, el BIPR tienda a sacrificar el porvenir de una organización partidaria firme. Esto es lo que llamamos oportunismo en materia organizativa.

Del lado de la organización unitaria, se introduce algo que no son ya «organismos de masa del proletariado», sino grupos territoriales, de tipo interclasista, en los cuales además del elemento lumpenproletario podría mezclarse el elemento pequeñoburgués radical con la clase obrera; lo que significaría un verdadero peligro, una fuente de confusión y desorganización para la lucha del proletariado.

El proletariado ante la cuestión nacional

La mitad de las tesis que estamos desglosando están dedicadas a la cuestión nacional. El BIPR realiza aquí un esfuerzo importante para liquidar todo tipo de ambigüedades relacionadas con el apoyo del proletariado a las «luchas de liberación nacional» o las «revoluciones democrático-burguesas», y con la posibilidad de que la clase obrera pudiera entrar en «alianza temporal» con fracciones «progresistas» de la burguesía, especialmente en los países de la periferia; ambigüedades heredadas de la Tercera Internacional y del bordiguismo, y que algunos grupos actuales de la izquierda comunista «de Italia» aún mantienen. La CCI no puede sino saludar y apoyar este esfuerzo de clarificación contenido en las Tesis. Subrayemos nuevamente primero, pues, los principios que compartimos con el BIPR, para en seguida mostrar las diferencias que mantenemos, las cuales, a nuestro parecer, implican la necesidad de que el BIPR vaya hasta el fondo en la liquidación de esas ambigüedades.

Primeramente, las tesis subrayan que la burguesía de los países periféricos es, en su naturaleza explotadora, idéntica a la de los centrales: «la burguesía de los países periféricos hace parte... de la clase burguesa internacional, dominante en el conjunto del sistema de explotación porque está en posesión de los medios de producción a escala internacional... con iguales responsabilidades e iguales destinos históricos...; y que los contrastes entre la burguesía periférica y la metropolitana no atañen a la sustancia de las relaciones de explotación entre trabajo y capital que, antes bien, defienden conjuntamente contra el peligro representado por el proletariado» (tesis 7). Se plantea igualmente que las características particulares del capitalismo en la periferia, tales como su expresión jurídica (por ejemplo el que las empresas sean propiedad del Estado), o el carácter agrícola de la producción, no constituyen diferencias esenciales de la clase capitalista.

De allí, las Tesis desprenden que «la táctica del proletariado en la fase imperialista excluye cualquier alianza con cualquier fracción de la burguesía, no reconociendo a ninguna de ellas el carácter “progresista” o “antiimperialista”, que otras veces ha sido adoptado para justificar tácticas de frente único [...] La burguesía nacional de los países atrasados está ligada a los centros imperialistas [...] sus antagonismos con éste o aquél frente, con este o aquel país imperialista, no son antagonismos de clase, sino son internos a la dinámica y coherentes con la lógica capitalista» (tesis 9).

«Por tanto, no tiene ya ningún sentido para el proletariado una alianza con la burguesía. La fuerzas comunistas internacionalistas consideran como adversario inmediato a todas aquellas fuerzas burguesas y pequeñoburguesas [...] que predican la alianza de clases entre el proletariado y la burguesía».

Finalmente, las tesis reafirman los objetivos del proletariado a escala internacional: las fuerzas comunistas internacionalistas «rechazan cualquier forma de alianza o frente unido [...] tendiente a alcanzar presuntas fases intermedias [...] consideran como un papel prioritario […] la preparación del asalto de clase al capitalismo, a escala nacional [...] pero en el marco de una estrategia que ve al proletariado internacional como el verdadero sujeto antagonista al capitalismo» (tesis 10). «Los comunistas en los países periféricos no inscribirán en su programa la conquista de un régimen que asegure las libertades democráticas y las formas de vida democrática, sino la conquista de la dictadura del proletariado» (tesis 11).

Compartimos con el BIPR este conjunto de posiciones, que resultan básicas en la presente época para mantenerse en un terreno de clase, sobre todo ante las guerras imperialistas actuales.

Desafortunadamente, las tesis se hallan salpicadas de expresiones un tanto ambiguas, que por momentos hasta tiendan a contradecir las afirmaciones que acabamos de reproducir. Estas expresiones muestran que persiste aún la idea de la posibilidad de ciertas luchas nacionales; aunque las tesis insisten una y otra vez en la afirmación de que el proletariado no debe caer en la trampa y apoyar tales luchas.

Por ejemplo, las tesis hablan de secciones de la burguesía nacional «no incorporada a los circuitos internacionales del capital», que «no participa en la explotación conjunta del proletariado internacional» y que puede llevar a cabo luchas que pueden «asumir la forma de oposición al dominio que el capital metropolitano instaura en sus países» (tesis 8). Según las tesis tales serían los casos en Nicaragua o Chiapas (en México). Si bien a renglón seguido se reconoce que éstas no conducen sino a una nueva opresión y la sustitución de un grupo de explotadores por otro. En otra parte de las tesis se afirma que las «revoluciones nacionales» están, por tanto, «destinadas a consumirse en el terreno de los equilibrios interimperialistas» (tesis 9); y más adelante encontramos que «en caso de rebeliones que den lugar a gobiernos de “nueva democracia” o “democracia revolucionaria” [las fuerzas comunistas] mantendrán el propio programa comunista y el propio rol antagonista revolucionario» (tesis 10). El problema, es que para el BIPR sigue existiendo, a pesar de todo, la posibilidad de revoluciones nacionales, a pesar de que entrecomille el término, y a pesar de que insista en que el proletariado no tiene nada que hacer en ellas. Esta consideración debilita su análisis general, porque deja abierta la ventana a las concepciones que pretende expulsar por la puerta: la división entre burguesía «dominada» y «dominante»; el carácter «progresista» de tales «luchas nacionales»; y, finalmente la posibilidad de que el proletariado participe en ellas en alianza con la burguesía; precisamente, el que las Tesis tengan que repetir una y otra vez que el proletariado no debe aliarse con la burguesía muestra no el aspecto de claridad alcanzada, sino la intuición de que algo no queda bien, de que se ha dejado una rendija abierta que hay que taponear a toda costa.

Para nosotros, la posibilidad de las revoluciones nacionales de la burguesía ha quedado clausurada históricamente con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia y la apertura de la época de la revolución mundial del proletariado. En la época actual, los «movimientos de liberación nacional» son una mera mistificación, destinada a enrolar al proletariado detrás de las pugnas interimperialistas. Las Tesis del BIPR, hacen abstracción de que la burguesía de los países atrasados tiene también un carácter imperialista que, o bien actúa supeditada bajo la sombra de una gran potencia —para obtener beneficios imperialistas o para cambiar de bando—; o bien actúa independientemente pero entonces lo hace con pretensiones imperialistas propias (caso de las potencias medianas). Pero la ambigüedad de las Tesis no para en este punto, sino que dan un paso atrás, aún más peligroso.

En la tesis 12 se afirma que «los movimientos de masa nacionalistas, no son el testimonio de la simple existencia de fuerzas burguesas nacionalistas, antes bien, obedecen a la amplia disponibilidad a la lucha de las masas oprimidas, desheredadas y superexplotadas sobre las cuales el nacionalismo burgués apoya su propaganda y su trabajo organizativo para tomar la dirección de las mismas». Pero lo que el BIPR llama «movimientos de masa nacionalistas» no son otra cosa que las guerras imperialistas que presenciamos actualmente, a las cuales la burguesía les pone precisamente una careta «nacionalista»; el BIPR cae aquí presa de la mistificación de la burguesía. Estos supuestos «movimientos de masa nacionalistas» no expresan la «disponibilidad a la lucha de las masas oprimidas», sino exactamente lo contrario: el dominio ideológico y político más completo de la burguesía sobre esas masas, al grado de lograr que se maten por intereses que les son completamente ajenos. La afirmación del BIPR es equivalente y tan absurda como decir que «la Segunda Guerra Mundial no fue sólo el testimonio de la existencia de pugnas imperialistas, sino que también obedeció a la amplia disponibilidad a la lucha de las masas».

En la tesis 11 leemos otro resbalón del mismo calibre que el anterior. Después de afirmar que «los comunistas internacionalistas en los países periféricos no inscribirán en su programa la conquista de un régimen que asegure las libertades democráticas... sino la conquista de la dictadura del proletariado», nos dice que éstos «se constituirán en los defensores más dedicados y consecuentes de aquéllas libertades, desenmascarando a las fuerzas burguesas que agitándolas... se prestan a negarlas inmediatamente después». Aquí, las Tesis simplemente «olvidan» que, como planteaba claramente Lenin, «no existen libertades democráticas abstractas, sino libertades de clase; es decir, que el papel de los revolucionarios no es «defender» las libertades democráticas burguesas, sino denunciar su carácter de clase.

Políticamente, estos dos conceptos, «los movimientos nacionalistas de masas» y la «defensa de las libertades democráticas», dejan abierta la puerta a la posibilidad de intervenir en movimientos «nacionales» o «democráticos», si se llega a considerar que detrás de ellos no está solamente la burguesía «sino la disposición a la lucha de las masas»; constituyen por tanto otras tantas peligrosas concesiones al campo enemigo, y junto con los aspectos organizativos que criticamos más arriba (en especial con el del «trabajo en los sindicatos») bordean el oportunismo.

La necesidad de comprender la decadencia del capitalismo

En el plano del análisis teórico, las ambigüedades que presentan las Tesis, reflejan las dificultades para comprender la etapa actual del capitalismo. Las insuficiencias en la distinción entre ascenso y decadencia del capitalismo conduce a igualar teóricamente fenómenos que en la realidad tienen causas completamente distintas: a igualar el proceso de destrucción de las formas precapitalistas de producción de los orígenes del capitalismo, con el proceso de descomposición social actual; a minimizar las diferencias entre las luchas nacionales de la burguesía del siglo pasado, con las actuales pugnas imperialistas con careta «nacionalista».

Ciertamente, hay un esfuerzo por dotar a las Tesis de un marco histórico adecuado. La tesis 9, particularmente, lidia con la posición del segundo congreso de la Internacional Comunista sobre la cuestión nacional y la alianza del proletariado con la burguesía, y critica la posición de Lenin y los bolcheviques sobre el apoyo a las luchas de liberación nacional. Pero en esta misma tesis se resiste el límite de la visión sobre los cambios históricos que se sucedieron a la vuelta del siglo pasado, al centrarse exclusivamente en los errores de las tesis adoptadas por el congreso de la IC, en lugar de plantear la existencia en la época de un amplio debate en el medio revolucionario sobre el fin de las luchas nacionales con la entrada del capitalismo en su fase imperialista o decadente, y el peligro para el proletariado de ponerse detrás de los movimientos nacionales de la burguesía.

En la última tesis se hace un llamado a los proletarios y desheredados de los países periféricos «a la unidad de clase con los proletarios de todos los países, hacia el común objetivo de la dictadura del proletariado y del socialismo internacional» (tesis 13).

La idea con la que terminan las Tesis nos parece de lo más interesante. Se plantea que el rechazo del nacionalismo «es tanto más importante en aquellas situaciones en las cuales el nacionalismo de siempre degenera en el localismo más villano y reaccionario... En estos casos, en los cuales las ideologías oscurantistas han sustituido ya los elementales principios de la solidaridad de clase, la reafirmación de éstos es, precisamente, tanto más difícil cuanto más necesaria como condición ineludible de una posible continuación del movimiento revolucionario y comunista».

En esta cita se intuyen dos aspectos importantes que reflejan con claridad la situación actual del capitalismo: la degeneración del nacionalismo en el «localismo más villano y reaccionario» y la sustitución de la solidaridad de clase por las «ideologías oscurantistas». Las Tesis no están hablando aquí de otra cosa que de la descomposición social del capitalismo. Bastaría desarrollar esas ideas, expresando claramente que no se trata de casos aislados, para llegar a la comprensión de que existe una tendencia nueva y general del capitalismo. Estas ideas justas del BIPR deberían abrir la puerta al reconocimiento de las dificultades acrecentadas para el proletariado y sus organizaciones revolucionarias, particularmente en los países de la periferia (en contraste con las «mayores facilidades», etc. De las que se habla anteriormente). Y debería, sobre todo, abrir la puerta al reconocimiento pleno (y no sólo a retazos y a regañadientes) de la decadencia y descomposición que actualmente vive el capitalismo, y de los peligros históricos que contiene ésta.

Leonardo


[1]Con este nombre nos referiremos en este escrito a las Tesis sobre la táctica comunista en los países de la periferia capitalista, que fueron publicadas en italiano en Prometeo no. 13, serie V, junio del 97, en inglés en Internationalist Communist, Special Issue, Theses and Documents from the Vith Congress of Battaglia Comunista, y en español en la hoja internet del BIPR.

[2]Por ejemplo, el BIPR habla de la fase imperialista avanzada, para caracterizar la etapa actual, mientras nosotros hablamos de la decadencia y descomposición del capitalismo; asimismo, por capitalismo de Estado el BIPR entiende únicamente el monopolio estatal y no una tendencia general del capitalismo en la época actual, como lo consideramos nosotros. Mencionemos por último el concepto utilizado por el Buró de oportunismo reformista con vestidura “revolucionaria” para referirse a lo que nosotros llamamos izquierdismo. Esta noción del BIPR (heredada de la izquierda italiana) es particularmente confusa: al llamar “oportunismo” a una tendencia política del campo burgués cuando históricamente “oportunismo” se ha denominado (como lo hacemos nosotros) a una corriente política dentro del campo proletario pero que voluntaria o involuntariamente hace concesiones políticas u organizativas al campo enemigo. La forma confusa como los grupos que reivindican de la izquierda italiana utilizan el término “oportunismo” no es accidental, sino que refleja cierta ambigüedad frente al izquierdismo, una propensión a “discutir” con él, en lugar de denunciarlo, es decir refleja cierto “oportunismo”. De cualquier forma, hay que notar esta diferencia de uso del concepto, sobre todo cuando nosotros consideramos “oportunista” a cierta política del BIPR o de los grupos bordiguistas.

[3]Se explica entonces por qué el BIPR suele mantener expectativas alrededor de las revueltas de desesperados, o los «movimientos» campesinos. Consideramos por nuestra parte que estos son utilizados por las fuerzas imperialistas en pugna (por ejemplo, las FARC en Colombia o los zapatistas de Chiapas en México, como también las guerrillas de los años 70 o los sandinistas en Nicaragua en los 80).

[4]Por ejemplo, para la definición de «países periféricos» se dedican tres tesis que abarcan una página y media; mientras que la cuestión organizativa la desahogan en una, de menos de media página, la mitad de la cual está dedicada a repetir la posición general del BIPR sobre los sindicatos.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [90]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [91]

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