Las imágenes de Zelensky siendo humillado por Trump en el Salón Oval de la Casa Blanca, burlado por llevar su uniforme sin corbata, pidiéndole que diera las gracias y luego mandándole callar, han despertado una ola de indignación en todo el mundo.Que las relaciones entre las grandes burguesías sean de dominación, aplastamiento e intimidación no debería sorprendernos. Lo que ocurre es que suelen mantener sus maneras de gánsteres entre bastidores, lejos de las cámaras y los oídos indiscretos, mientras que Trump las convierte en un espectáculo a la vista de todos.
Pero la razón de esta onda expansiva en realidad es otra, mucho más profunda que la simple vulgaridad exhibida. Este acontecimiento ha arrojado ante el mundo las imágenes de una gran convulsión histórica, lo que los medios de comunicación han denominado “el gran cambio de las alianzas”. Detrás del abandono de Ucrania por Estados Unidos se esconde una ruptura con Europa y un acercamiento a Rusia, nada menos. Es la estructuración del mundo desde 1945, que después de haber sido remodelada en 1990, la que está en vías de ser barrida.
La reacción en Europa fue inmediata. De París a Londres, las cumbres se han encadenado una tras otra, un plan de 800,000 millones de euros para “rearmar Europa” fue votado, y Francia, Alemania y el Reino Unido afirmaron en voz alta y clara la necesidad de desarrollar la economía de guerra frente a la nueva amenaza rusa, ahora que la protección militar estadounidense parece caduca.
Desde entonces, en todos los países del mundo, los discursos se dan uno tras otro para advertir de la necesidad de aceptar nuevos sacrificios, porque según todas las burguesías, de cada lado de las fronteras, vamos a tener que armarnos más para proteger la paz (¡sic!). Así, India acaba de anunciar un gran proyecto para desarrollar su industria militar con el objetivo de contrarrestar las ambiciones de China en toda Asia.
“El capitalismo arrastra consigo la guerra como la nube arrastra la tempestad”, dijo Jean Jaurès desde la tribuna cierta tarde de julio de 1914, en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Esa misma perspectiva de guerra está hoy en la mente de todos. Para la clase obrera el futuro próximo es cada vez más aterrador. ¿Qué nueva catástrofe se avecina? ¿La invasión rusa de Europa? ¿Un enfrentamiento militar entre Estados Unidos y China, o entre India y China, o entre Israel e Irán? ¿Una Tercera Guerra Mundial?
El papel de las minorías revolucionarias consiste precisamente en saber discernir, en medio del ruido y el furor, entre las mentiras cotidianas, las incesantes manipulaciones y propaganda, la realidad del desarrollo histórico en curso. Sí, ¡el futuro va a ser muy difícil para la clase obrera! Tenemos que prepararnos para ello. Pero no, no es la Tercera Guerra Mundial lo que amenaza, ni siquiera la invasión de Europa. Es una barbarie menos frontal y general, más insidiosa y rastrera, pero igual de peligrosa y asesina.
El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín, anunciando el fin de la URSS, reconocido oficialmente el 25 de diciembre de 1991. Para comprender la dinámica actual, hay que partir de este acontecimiento histórico.
Con el hundimiento sobre sí mismo del bloque del Este, el bloque occidental perdió su razón de ser, y Estados Unidos perdió a su enemigo mortal de más de cincuenta años -Rusia-, que quedó considerablemente debilitada. La burguesía de la primera potencia mundial comprendió inmediatamente la nueva situación histórica que se abría: el mundo dividido en dos bloques imperialistas se había acabado, la disciplina que era necesaria para mantener la cohesión de cada bloque se había acabado, la sumisión de los aliados de Estados Unidos para protegerse de los apetitos del ogro ruso se había acabado. Había llegado el momento de la fragilidad de las alianzas, del cambio de campo según las circunstancias de cada conflicto, de la explosión del “sálvese quien pueda”. Europa en particular, que había estado en el centro de la batalla Este-Oeste desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se vio liberada de este dominio. En cuanto a las naciones más sólidas y ambiciosas, el lugar de Rusia, el número 2, el gran adversario de Estados Unidos estaba en juego. Por ello, la burguesía estadounidense reaccionó inmediatamente: “Hoy nos encontramos en un momento excepcional y extraordinario... una rara oportunidad para orientarnos hacia un periodo histórico de cooperación... puede nacer un nuevo orden mundial: una nueva era, menos amenazada por el terror, más fuerte en la búsqueda de la justicia y más segura en la búsqueda de la paz”. Estas palabras, del presidente estadounidense George H. W. Bush pronunciadas en su discurso ante el Congreso el 11 de septiembre de 1990, siguen grabadas en la memoria. Al mismo tiempo -en nombre de un “nuevo orden mundial”, de “cooperación”, de “justicia” y de “paz”- los Tomawaks lanzados desde portaaviones estadounidenses y los tanques Abrams estaban en camino de aplastar Irak.
Con esta primera guerra del Golfo, en la que murieron casi 500,000 personas, Estados Unidos perseguía un doble objetivo: dar una verdadera exhibición de fuerza militar para apaciguar el creciente ardor imperialista de todas las demás naciones, en particular de sus antiguos aliados del bloque occidental, y obligarlos a todos a participar en la intervención en Irak, a obedecerles.
¿El resultado? En 1991, estalló la guerra en Yugoslavia: Francia, Gran Bretaña y Rusia apoyaron a Serbia, Estados Unidos optó por Bosnia, y Alemania por Eslovenia y Croacia. Alemania, que quería recuperar una ruta directa al Mediterráneo, ya estaba demostrando sus nuevas ambiciones. En 1994 estalló la guerra en Ruanda, con Francia del lado de los hutus y de su genocidio, y Estados Unidos del lado de los tutsis y su reconquista del poder.
Estos cinco años, 1990-1994, resumen toda la dinámica imperialista que siguió y que conocimos desde hace más de tres décadas. La “Operación antiterrorista” en Afganistán, la segunda guerra del Golfo, las intervenciones en Libia, Yemen y Siria... el resultado ha sido siempre el mismo:
- primero, una demostración de fuerza estadounidense, cuyo poder militar no tiene rival;
- después, un caos sin fin y la incapacidad de regular y estabilizar la región derrotada;
- por último, una exacerbación de las tensiones imperialistas a escala mundial, con cada nación desafiando cada vez más la hegemonía que Estados Unidos desea seguir imponiendo.
Estados Unidos, primera potencia mundial, se ha convertido también en el principal generador del “desorden mundial”.
- Contra Rusia, estacionando cada vez más fuerzas militares en las tierras de los antiguos satélites rusos;
- Contra Japón, librando una verdadera guerra comercial selectiva y reduciéndolo al estancamiento económico durante más de treinta y cinco años. En 1989, Lawrence Summers, entonces secretario del Tesoro estadounidense, declaró: “Japón representa una amenaza mayor para Estados Unidos que la URSS”;
- Contra Alemania, a la que le permitió desarrollar su economía, pero le limitó sus pretensiones militares.
Sin embargo, una nueva potencia había logrado alzarse a pesar de todo: China. “Fábrica del mundo”, auténtica locomotora económica mundial que Estados Unidos también necesita: los apetitos imperialistas chinos se agudizan cada vez más, hasta el punto de pretender ser capaz de hacerse un día con el lugar de la primera potencia mundial.
Es por ello, que, en 2011, la secretaria de Estado Hillary Clinton anunció la adopción por parte de Estados Unidos del “pivote estratégico hacia Asia”, una visión que sitúa a “Asia en el centro de la política estadounidense” y que se ilustra en términos concretos con un compromiso militar, económico y diplomático de Estados Unidos con el objetivo de aumentar su presencia e influencia en el seno de la región del Indo-Pacífico. Al año siguiente, Barack Obama confirmó esta reorientación de las fuerzas estadounidenses hacia Asia bajo el nombre de “reequilibrio”.
La respuesta de China no se hizo esperar. En 2013, anunció oficialmente sus nuevas ambiciones imperialistas mundiales. En 2013, el presidente Xi Jinping anunció el “proyecto del siglo”: la construcción de una “nueva ruta de la seda”, una red de enlaces marítimos y ferroviarios entre China, Europa y África, pasando por Kazajistán, Rusia, Bielorrusia, Polonia, Alemania, Francia, Reino Unido, Yibuti y Somalilandia. ¡Este proyecto abarca más de 68 países que representan 4.400 millones de habitantes y el 40% del PIB mundial!
El intento de Rusia de invadir Ucrania el 22 de febrero de 2022 fue una trampa. Estados Unidos provocó deliberadamente esta guerra al planear ampliar la presencia de las fuerzas de la OTAN en territorio ucraniano, en la frontera rusa, lo que sabía que sería intolerable para el Kremlin. ¿El objetivo? Arrastrar a Rusia a un atolladero, a un callejón sin salida. Ninguna guerra de ocupación desde 1945 ha tenido éxito, sea quien sea el “invasor”. Estados Unidos sabe todo esto con Vietnam.
Se trató de un plan urdido hace mucho tiempo. Todos los presidentes desde 1990, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama, Trump, Biden... han continuado, uno tras otro, la misma labor de implantación de la OTAN en los países de Europa del Este.
Desde 2022 hasta el regreso de Trump, Estados Unidos informó y armó a Ucrania lo suficiente como para garantizar que la guerra duraría, para que los rusos no fueran vencidos ni vencedores, que permanecieran allí, atrapados, sacrificando las “fuerzas vivas de la nación” en el frente y desgastando todo el tejido económico en la retaguardia.
Estados Unidos ha jugado aquí una partida de billar a tres bandas. Después de todo, era fundamentalmente China el objetivo de la maniobra, siendo Rusia su principal aliado militar. Esta guerra significó también un freno al progreso de la “nueva ruta de la seda”. Y Estados Unidos aprovechó la ocasión para debilitar a Europa, sobre todo a Alemania, fuertemente dependiente de los mercados hacia el Este y del gas ruso.
Así pues, a finales de 2024, la reorientación imperialista estadounidense hacia Asia como nuevo “pivote” iniciada en 2011, empieza a tener graves repercusiones en el equilibrio del mundo:
- Según los expertos, China debía convertirse en la primera potencia mundial en 2020, luego en 2030, luego en 2040 y ahora en 2050... cuando no invierten pura y simplemente este pronóstico. En efecto, todas las señales se vuelven rojas para China: ralentización del crecimiento económico, crisis inmobiliaria, parálisis del proyecto de la ruta de la seda... incluso el objetivo de alcanzar a Estados Unidos en gastos militares es cada vez más lejano, con un presupuesto de “defensa” tres veces inferior al de su rival, ¡y así cada año!
- Aliada crucial de Estados Unidos contra la URSS durante más de cincuenta años, Europa ha perdido parte de su importancia geoestratégica con el ascenso de China, convirtiéndose sobre todo en un feroz competidor económico y en una fuente de países contestatarios, incluso enemigos, durante los conflictos armados. El discurso del ministro francés De Villepin en la tribuna de la ONU el 14 de febrero de 2003, para negarse a implicarse en la intervención militar en Irak, sigue siendo el símbolo de estos países europeos que se enfrentan cada vez más a Estados Unidos: “En este templo de las Naciones Unidas, somos los guardianes de un ideal, somos los guardianes de una conciencia. La pesada responsabilidad y el inmenso honor que nos corresponden deben llevarnos a dar prioridad al desarme en la paz. Y es un viejo país, Francia, un viejo continente como el mío, Europa, quien os lo dice hoy”. Los últimos acontecimientos de principios de 2025 han marcado definitivamente esa ruptura, una ruptura que acelerará enormemente el caos mundial.
“Escucha, seamos honestos, la Unión Europea fue concebida para cabrear a Estados Unidos”: he aquí, veintidós años después, en palabras de Donald Trump, la respuesta de la burguesía estadounidense a De Villepin y a la burguesía francesa.
El presidente estadounidense es un loco megalómano. La propaganda aprovecha este hecho, que está a la vista de todos, para poner sobre su espalda toda la podredumbre, la barbarie y la irracionalidad que se desarrollan hoy en día. Pero no es casualidad que haya sido un loco megalómano el que haya llegado a cabeza de la primera potencia mundial. Trump es el producto de la locura y la irracionalidad que gangrenan cada vez más a todo el sistema capitalista mundial. En este sentido, su presidencia no rompe con las políticas llevadas a cabo antes que él; las prolonga, las acelera y las lleva a su clímax. La política de Trump no es más que una caricatura desenmascarada de la política de toda la burguesía a la que pertenece.
¿Ha perdido Europa su importancia geoestratégica? Pues Trump está llevando las consecuencias hasta el extremo. A sus ojos, el “viejo continente” no es más que un competidor económico, así que, ¡al diablo con los acuerdos y las alianzas, al diablo con el escudo nuclear, y vivan las barreras aduaneras con extravagantes subidas de impuestos! El fin de la protección militar estadounidense tiene como objetivo obligar a todos los países de Europa a malgastar parte de sus recursos económicos en el desarrollo de sus fuerzas militares.
¿China es el principal enemigo a destruir? Entonces, cambiemos el “pivote” de Clinton y de Obama hasta el final: tenemos que arrebatar Rusia a China, aunque eso signifique sacrificar a Ucrania, hay que controlar el Canal de Panamá porque China pretende utilizarlo para construir su “nueva ruta de la seda”, y hay que avanza hacia Groenlandia porque China tiene los ojos puestos en el Ártico. El Polo Norte es actualmente uno de los puntos calientes del planeta: Rusia, China, Canadá y Estados Unidos aspiran a dominar esta zona. ¡De hecho, China ha declarado su deseo de abrir una “nueva ruta de la seda polar”!
Así, detrás de las declaraciones más descabelladas de Trump, se esconde la persecución de los objetivos centrales de toda la burguesía estadounidense: debilitar a China e impedirle definitivamente que pretenda ocupar el lugar de primera potencia mundial algún día.
La forma de actuar de Trump es, simplemente mucho más agresiva, caótica e irracional que la de sus predecesores ¡Es la quintaesencia de la agresividad, el caos y la irracionalidad del actual periodo histórico! Lo que a veces puede conducir al éxito. El 7 de febrero de 2025, tras su reunión con el secretario de Estado estadounidense Marco Rubio, el presidente panameño José Raúl Mulino anunció que no prolongaría la cooperación con China. Pekín declaró inmediatamente que “lamentaba profundamente” esta retirada. “China se opone firmemente a que Estados Unidos utilice la presión y la coacción para denigrar y socavar la cooperación”, declaró Lin Jian, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino.
Pero, excepciones aparte, la forma de hacer las cosas de Trump, producto del caos mundial, se está convirtiendo a su vez en un factor activo y acelerador de ese mismo caos.
Trump y su camarilla dirigen la política económica e imperialista de la primera potencia mundial de la misma manera que dirigen sus negocios: buscan las “jugadas adecuadas”, sin ningún plan a largo plazo, necesitan obtener ganancias, “ahora mismo y de inmediato”. Las consecuencias son obviamente catastróficas.
Al abandonar Ucrania, Trump ha dicho al mundo: la palabra del Estado estadounidense no vale nada, no podéis confiar en nosotros. Es más, Trump y su camarilla no buscan establecer alianzas internacionales, sino acuerdos bilaterales puntuales válidos “ahora mismo”. India, Corea del Sur y Australia están ahora especialmente preocupadas y recelosas de su “amigo americano”, cuya fiabilidad ya había quedado muy dañada por la precipitada y caótica salida de las tropas estadounidenses de Afganistán en 2021. Canadá se acerca a Europa, cuyos compromisos parecen más fiables.
Peor aún, al abandonar Europa, Trump ha roto definitivamente los lazos que quedaban después de 1990. Las consecuencias para Europa aún no son previsibles, pero cualquiera que sea el camino que se tome, resultará perjudicial para Estados Unidos: ya sea un fortalecimiento de la cohesión de las principales potencias europeas contra Estados Unidos, con una guerra comercial acrecentada y un desarrollo de la fuerza armada europea, o ya sea una mentalidad aún más exacerbada del “cada uno para sí” al seno de Europa, con una Unión Europea que se disgrega en parte; potencias que refuerzan sus economías de guerra nacional para poder jugar sus propias cartas siempre que se presente la oportunidad. Lo más probable es que ambas dinámicas coexistan, dependiendo de los conflictos y de los rincones del planeta que estén en juego. Pero en todos estos casos, Estados Unidos se enfrentará a un mundo imperialista que le será aún más hostil y menos estable, menos controlable.
Y todo ello, ¿para qué? Trump y su camarilla ni siquiera están seguros de ganarse a Rusia para ellos. De hecho, es imposible. Así que Trump ha abierto una brecha entre China y Rusia, que ya desconfiaban la una de la otra desde hace mucho tiempo. China está ocupando tierras rusas ricas en minerales en contra de los deseos del Kremlin. Rusia entró en guerra en Ucrania sin la bendición de Pekín. Este ha sido el caso de todas las “alianzas” imperialistas desde 1990: son frágiles y cambiantes. Pero nunca logrará convertir a Rusia en su aliado. Putin intentará sacar todo lo que pueda de la “buena jugada” de Trump, pero nada estable saldrá de esta “agitación de alianzas” que ya nunca lo serán.
Fundamentalmente, tras los sucesivos y constantes fracasos de la burguesía norteamericana para imponer su orden y limitar el “cada uno para sí”, Trump ha reconocido la imposibilidad de detener esta dinámica y ha declarado abierta la “guerra de todos contra todos”, como verdadera “estrategia” de la nueva administración norteamericana.
Al abandonar a Ucrania y Europa y volcarse hacia Rusia, Trump ha destruido los escasos cimientos del orden internacional que sobrevivieron al colapso de la URSS en 1990. Y no hay posible vuelta atrás.
Obviamente, dado el nivel de amateurismo e incompetencia de la camarilla de Trump, los fracasos actuales y futuros, el caos que se desarrollará en todo el mundo y los previsibles reveses económicos e imperialistas para Estados Unidos, la burguesía estadounidense intentará reaccionar y prepararse para la era post-Trump. La burguesía estadounidense tiene todo el interés de lograr borrar las payasadas y exageraciones de la camarilla de Trump, de revivir su muy eficaz “poder blando” y tratar de restaurar la credibilidad de sus palabras y compromisos. Pero en realidad ninguna vuelta atrás será posible. Porque detrás de esta aceleración de los acontecimientos se encuentra la confirmación y manifestación del impasse histórico que representa la supervivencia del capitalismo para la sociedad: la próxima administración cambiará, puede ser, la forma de su política, pero no el fondo, la confianza en la solidez de la palabra estadounidense no volverá, las alianzas destruidas con Europa no se reconstruirán, el caos en Ucrania no se detendrá y las relaciones con Rusia no se pacificarán[1].
Al contrario, el futuro, es la guerra que se extiende a Oriente Próximo, probablemente a Irán, Rusia pone el ojo en sus vecinos -Moldavia, por ejemplo- es el aumento de las tensiones en Asia, en torno a Taiwán, entre China e India... El futuro es un capitalismo mundial que se pudre de pie, revolcándose en la barbarie, el sálvese quien pueda, la multiplicación de los conflictos bélicos... El futuro es una economía de guerra que se desarrolla en todos los países y exige de la clase obrera que trabaje más, que trabaje más rápido, que gane menos, que reciba menos educación y menos atención sanitaria...
Sí, ¡este es el futuro del capitalismo! La única respuesta es la lucha de clases. La amenaza de la extensión de la barbarie guerrera puede asustar, paralizar y hacer que la gente quiera ser “protegida” por “su” Estado. Pero ese mismo Estado atacará sin piedad a “sus” trabajadores para aumentar los ritmos de producción y desarrollar su economía de guerra. De aquí surge el camino que tomará la lucha de clases en los próximos años: la negativa a apretarse más el cinturón conducirá a la lucha obrera masiva, al desarrollo de la solidaridad, de la conciencia y la organización de los trabajadores.
Desde el “verano de la ira” que estalló en 2022 en el Reino Unido, esta serie de huelgas que duraron varios meses en todos los sectores, la clase obrera a nivel mundial ha redescubierto la voluntad de luchar, de tomar las calles, de reagruparse, de discutir y de luchar unida. Esta es la única dinámica que puede ofrecer a la humanidad un futuro diferente: el futuro del derrocamiento del capitalismo, el fin de sus guerras, el fin de sus fronteras y su explotación, el futuro de la revolución proletaria por el comunismo.
Y corresponde a las minorías revolucionarias, a todos los elementos en búsqueda, a todos los que aspiran a otra perspectiva diferente de este capitalismo decadente y bárbaro, reunirse, discutir, establecer el vínculo entre la guerra, la crisis económica y los ataques a la clase trabajadora, y señalar la necesidad de luchar de forma unida, en tanto que clase.
Gracchus (24/03/2025)
[1] Además, Rusia es perfectamente consciente de que la burguesía estadounidense ya se está preparando para la era post-Trump y existe una enorme probabilidad de que la próxima camarilla en el poder provenga de la histórica tradición antirrusa de Estados Unidos, lo que hace que los actuales pseudoacuerdos sean aún más frágiles. Rusia desconfía.
En recientes artículos escritos los primeros días de la segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, la CCI ya ha explicado que el peligroso caos y los estragos que ha desatado en el mundo desde que se instaló en la Casa Blanca no son una aberración individual en un sistema por lo demás estable, sino la expresión del colapso del sistema capitalista en su conjunto y de su principal potencia. El gangsterismo imprevisible de la administración de Trump refleja un orden social en ruinas. Además, la facción liberal democrática de la burguesía estadounidense que se resiste con uñas y dientes a la nueva presidencia es igualmente parte de este colapso y en ningún sentido un "mal menor" o una solución alternativa al movimiento populista MAGA (Make America Great Again) que debería apoyar la clase obrera.
Cualquiera que sea la forma política que adopte hoy el capitalismo, en su agenda sólo figuran la guerra, la crisis y la pauperización de la clase obrera. La clase obrera tiene que luchar por sus intereses de clase contra todos los sectores de la clase dominante. El resurgimiento de las luchas obreras para defender los salarios y las condiciones de vida, como ha ocurrido recientemente en Boeing y en los muelles de la costa este de EE. UU., junto con el de la combatividad en Europa, son la única promesa para el futuro.
En este artículo queremos ampliar la explicación de por qué y cómo Trump fue elegido para un segundo mandato, y porqué es más extremo y peligroso que el primero, para mostrar más claramente el destino suicida del orden burgués que lo caracteriza y la alternativa proletaria al mismo.
A finales de 2022, A mitad del mandato de Biden en la Casa Blanca, la CCI hizo este balance de la primera presidencia de Trump:
"La irrupción del populismo en el país más poderoso del mundo, coronada por el triunfo de Donald Trump en 2016, trajo cuatro años de decisiones contradictorias y erráticas, denigración de las instituciones y acuerdos internacionales, intensificando el caos global y conduciendo a un debilitamiento y descrédito del poder estadounidense y acelerando aún más su declive histórico."
La presidencia de Biden que siguió a la primera Administración de Trump no fue capaz de revertir este empeoramiento de la situación:
"...por mucho que lo proclame el equipo de Biden en sus discursos, no es una cuestión de deseos, son las características de esta fase final del capitalismo las que determinan las tendencias que está obligado a seguir, conduciendo inexorablemente al abismo si el proletariado no puede ponerle fin mediante la revolución comunista mundial."[[1]]
El principio rector del primer mandato de Trump y de su campaña electoral - "América primero"- ha continuado en su segundo mandato. Este lema rector significa que Estados Unidos solo debe actuar en su propio interés nacional en detrimento de otros, tanto "aliados" como enemigos, mediante el uso de la fuerza económica, política y militar. En la medida en que puede hacer "tratos" -en lugar de tratados- con otros países (que de todas formas pueden romperse en cualquier momento según la "filosofía" que subyace a este lema) significa que EE. UU. hace a los gobiernos extranjeros "una oferta que no pueden rechazar", según la famosa frase de la película de gángsters El Padrino. Como parece haber dicho Marco Rubio, nombrado por Trump secretario de Estado, a los gobiernos extranjeros: Estados Unidos ya no va a hablarles de intereses globales y del orden mundial, sino sólo de sus propios intereses. Sin embargo, "La Fuerza da la razón" no es un grito de guerra aglutinador para el liderazgo estadounidense.
“América Primero” fue el reconocimiento de una parte de la burguesía estadounidense de que en 2016 la política exterior que había seguido hasta entonces de ser el policía mundial para crear un nuevo orden mundial tras el colapso del bloque ruso en 1989 sólo había conducido a una serie de fracasos costosos, impopulares y sangrientos.
La nueva política reflejaba la conciencia final de que la Pax Americana[[2]] establecida después de 1945 y que garantizó la hegemonía mundial de Estados Unidos hasta la caída del Muro de Berlín, no podía restablecerse de ninguna forma. Peor aún, en la interpretación de Trump, la continuación de la Pax Americana -es decir, la dependencia de sus aliados de la protección económica y militar de Estados Unidos- significaba que estos antiguos miembros de su bloque imperialista se estaban aprovechado "injustamente" de Estados Unidos..
La Operación Tormenta del Desierto, en 1990, fue el uso masivo de poder militar por parte de Estados Unidos en el Golfo Pérsico con el objetivo de contrarrestar el aumento del desorden mundial en la geopolítica tras la disolución de la URSS. Se dirigió especialmente contra las ambiciones independentistas de sus antiguos grandes aliados en Europa.
Pero sólo unas semanas después de esta horrible masacre, estalló un nuevo conflicto sangriento en la antigua Yugoslavia. Alemania, actuando por su cuenta, reconoció a la nueva república de Eslovenia. Solo con el bombardeo de Belgrado y los Acuerdos de Dayton de 1995, Estados Unidos consiguió imponer su autoridad en la situación. La Tormenta del Desierto había estimulado, no atenuado, las tendencias centrífugas del imperialismo. Por consiguiente, se desarrolló el yihadismo islámico, Israel empezó a sabotear el proceso de paz palestino minuciosamente diseñado por EE. UU., y el genocidio de Ruanda dejó un millón de cadáveres, en el que las potencias occidentales cómplices actuaron por sus diferentes intereses. La década de 1990, a pesar de los esfuerzos estadounidenses, ilustró, no la formación de un nuevo orden mundial, sino la acentuación del sálvese quien pueda en política exterior y, por tanto, el debilitamiento del liderazgo estadounidense.
La política exterior estadounidense de los "neoconservadores" liderados por George W. Bush, que llegó a la presidencia en 2000, condujo a fracasos aún más catastróficos. Después de 2001 se lanzó otra operación militar masiva en Oriente Medio con la invasión estadounidense de Afganistán e Irak en nombre de la "guerra contra el terror". Pero en 2011, cuando Estados Unidos se retiró de Irak, no se había logrado ninguno de los objetivos previstos. Las armas de destrucción masiva de Sadam Husein -un pretexto inventado para la invasión- resultó que no existían. En Irak no se instauraron la democracia y la paz en lugar de la dictadura. No hubo retroceso del terrorismo: al contrario, Al Qaeda recibió un importante estímulo que provocó atentados sangrientos en Europa Occidental. En los propios Estados Unidos las aventuras militares, costosas tanto en dinero como en sangre vertida, fueron impopulares. Sobre todo, la guerra contra el terrorismo no consiguió alinear a las potencias imperialistas europeas u otras con Estados Unidos. Francia y Alemania, a diferencia de 1990, optaron por no participar en las invasiones estadounidenses.
Sin embargo, el retorno al "multilateralismo" en lugar del "unilateralismo" de los neoconservadores, durante la presidencia de Barack Obama (2009-2016) tampoco tuvo éxito en la restauración del liderazgo mundial de Estados Unidos. Fue en este período cuando explotaron las ambiciones imperialistas de China, como ejemplifica su desarrollo geoestratégico de la Nueva Ruta de la Seda a partir de 2013. Francia y Gran Bretaña persiguieron sus propias aventuras imperialistas en Libia, mientras que Rusia e Irán aprovecharon la semi-retirada estadounidense de las operaciones en Siria. Rusia ocupó Crimea y comenzó su agresión en la región ucraniana de Donbass en 2014.
Tras el fracaso de la monstruosa carnicería de los neoconservadores vino el fracaso diplomático de la política de "cooperación" de Obama.
¿Cómo podrían empeorar las dificultades de Estados Unidos para mantener su hegemonía? La respuesta llegó en la forma del presidente Donald Trump.
En su primera presidencia, la política “America First” de Trump empezó a destruir la reputación de Estados Unidos como aliado fiable y como líder mundial con una política y una conducta moral fiables. Además, fue durante su Administración cuando surgieron serias diferencias dentro de la clase dominante estadounidense sobre la vandálica política exterior de Trump. Aparecieron divergencias cruciales en la burguesía estadounidense sobre qué potencia imperialista era un aliado y quién un enemigo en la lucha de EE. UU. por mantener su supremacía mundial.
Trump renegó del Pacto Transpacífico, del Acuerdo de París sobre el cambio climático y del Tratado Nuclear con Irán; Estados Unidos se convirtió en un caso atípico en política económica y comercial en el G7 y el G20, aislándose así de sus principales aliados en estas cuestiones. Al mismo tiempo, la negativa estadounidense a comprometerse directamente en Oriente Medio alimentó una batalla campal de imperialismos regionales en esa región: Irán, Arabia Saudita, Turquía, Israel y Rusia, Qatar, todos intentaron por separado sacar provecho del vacío militar y del caos.
La diplomacia de Trump tendió a exacerbar estas tensiones, como su traslado de la embajada estadounidense en Israel a la controvertida ciudad de Jerusalén, disgustando a sus aliados occidentales y enfadando a los líderes árabes que aún veían a Estados Unidos como un "intermediario honesto" en la región.
Sin embargo, al reconocer a China como el contendiente más probable para usurpar la primacía estadounidense, la Administración de Trump coincidió con la opinión del resto de Washington. El "pivote" hacia Asia ya anunciado por Obama iba a incrementarse, la guerra global contra el terrorismo se suspendía oficialmente y se daba paso a una nueva era de "competencia entre grandes potencias", según la Estrategia de Defensa Nacional de febrero de 2018. Se anunció un vasto programa de varias décadas para actualizar el arsenal nuclear estadounidense y "dominar el espacio".
Sin embargo, sobre la necesidad de reducir las ambiciones y capacidades militares de Rusia -y de debilitar el potencial de esta última para ayudar a las propias maniobras globales de China- apareció una divergencia entre la ambigua política de Trump hacia Moscú y la de la facción rival de la burguesía estadounidense que tradicionalmente había visto a Rusia como un enemigo histórico en lo que respecta a su amenaza a la hegemonía estadounidense en Europa Occidental.
Al mismo tiempo, en relación con la cuestión de la política rusa, surgió una actitud diferente hacia la importancia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la antigua alianza pieza central del bloque estadounidense, en particular sobre la obligación del tratado de que todos los miembros de la OTAN acudieran en ayuda de cualquiera de los otros que sufriera un ataque militar (es decir, Estados Unidos los protegería de la agresión rusa). Trump puso en duda esta estipulación crucial. Las preocupantes implicaciones que esto tenía para el abandono de los aliados de EE. UU. en Europa Occidental no pasaron desapercibidas en las cancillerías de Londres, París y Berlín.
Estas diferencias en política exterior se hicieron más evidentes durante la administración Biden, que siguió a la primera presidencia de Trump.
La sustitución de Trump por Joe Biden en la Casa Blanca supuestamente anunciaba una vuelta a la normalidad en la política estadounidense, en el sentido de que estaba marcada por el intento de volver a forjar viejas alianzas y crear tratados con otros países, para tratar de reparar los daños causados por las temerarias aventuras de Trump. Biden declaró: 'América ha vuelto'. El anuncio de un histórico pacto de seguridad entre EE. UU., Reino Unido y Australia en Asia-Pacífico en 2021, y el fortalecimiento del Diálogo de Seguridad Quad entre EE. UU., India, Japón y Australia, señalaron, entre otras medidas, la búsqueda de crear un cordón sanitario contra el ascenso del imperialismo chino en el Lejano Oriente.
La nueva Administración invocó una cruzada democrática mundial contra las potencias "revisionistas" y "autocráticas": Irán, Rusia, Corea del Norte y, especialmente, China.
La invasión rusa de Ucrania en 2022 proporcionó a Joe Biden los medios para imponer una vez más la autoridad militar estadounidense a las recalcitrantes potencias de la OTAN en Europa, obligándolas, en particular a Alemania, a aumentar los presupuestos de defensa y prestar apoyo a la resistencia armada de Ucrania. También ha contribuido a agotar el poder militar y económico de Rusia en una guerra de desgaste, y a mostrar la superioridad militar mundial de Estados Unidos en términos de armamento y logística que suministró al ejército ucraniano. Sobre todo, Estados Unidos, al ayudar a convertir gran parte de Ucrania en ruinas humeantes, ha demostrado a China el peligro de considerar a Rusia como un aliado potencial y las peligrosas consecuencias de su propio deseo de anexionarse territorios como Taiwán.
Sin embargo, fue evidente para el mundo que la burguesía estadounidense no estaba totalmente detrás de la política de Biden hacia Rusia, ya que el Partido Republicano en el Congreso, todavía bajo el talón de Donald Trump, dejó en claro su renuencia a proporcionar los miles de millones de dólares necesarios de apoyo al esfuerzo de guerra de Ucrania.
Si el apoyo prestado a Ucrania fue un éxito para la reafirmación del liderazgo del imperialismo estadounidense, al menos a corto plazo, su implicación en la guerra de Israel en Gaza después de octubre de 2023 empañó este proyecto. Estados Unidos quedó atrapado entre la necesidad de apoyar a su principal aliado israelí en Medio Oriente frente a los terroristas subrogados de Irán, y la temeraria determinación de Israel de jugar su propio juego y renunciar a una solución pacífica de la cuestión palestina, acentuando así el caos militar en la región.
La matanza de decenas de miles de palestinos indefensos en Gaza, cortesía de las municiones y los dólares estadounidenses, desmintió por completo la autoimagen de rectitud moral estadounidense que Biden promovió sobre la defensa de Ucrania.
Aunque el colapso del régimen de Assad en Siria y la derrota de Hezbolá en Líbano han infligido un duro golpe al régimen iraní, enemigo declarado de Estados Unidos, esto no ha disminuido la inestabilidad de la región, sobre todo en la propia Siria. Por el contrario, Estados Unidos ha tenido que seguir desplegando una parte considerable de su armada en el Mediterráneo oriental y el Golfo Pérsico, reforzar sus contingentes en Irak y Siria y hacer frente a la dramática oposición a la política estadounidense por parte de Turquía y los países árabes.
Sobre todo, la amenaza de nuevas convulsiones militares en Medio Oriente significa que el pivote hacia Asia, principal objetivo de Estados Unidos, se ha visto interrumpido.
Hemos descrito cómo los problemas producidos por el caos imperialista que se desarrolló después de 1989 condujeron a divisiones dentro de la clase dominante estadounidense sobre la política a seguir, y trazaron el crecimiento de la política populista de “América Primero” contra un curso más racional que trató de preservar las alianzas del pasado. La reelección de Trump de nuevo al poder, incluso después de la debacle de su primera presidencia, es una señal de que estas divisiones internas no han sido dominadas por la burguesía y ahora están volviendo a afectar seriamente a la capacidad de los EE. UU. para llevar a cabo una política exterior coherente y consistente, incluso hasta el punto de poner en peligro su principal preocupación de bloquear o adelantarse al ascenso de China.
A la peligrosa incertidumbre del efecto boomerang del caos político sobre la política imperialista, se suma el hecho de que el margen de maniobra de EE. UU. en el escenario imperialista mundial ha disminuido sensiblemente desde el primer mandato de Trump, y su segundo mandato se produce mientras dos grandes conflictos asolan Europa del Este y Medio Oriente.
No vamos a entrar en las causas más profundas del descalabro político dentro de la burguesía estadounidense y su Estado que las primeras acciones de Trump han demostrado dramáticamente, esto se explicará en otro artículo.
Pero en menos de un mes Trump ha apuntado que la tendencia de su política “America Primero” a deshacer la pax americana que fue la base de la supremacía mundial de EE. UU. después de 1945, se va a acelerar mucho más rápida y profundamente que en su primer mandato, entre otras cosas porque el nuevo presidente está decidido a superar las medidas de contención que entonces limitaban su campo de acción en Washington nombrando a sus secuaces, competentes o no, al frente de los departamentos de Estado.
La principal preocupación de la burguesía estadounidense después de 1989 -evitar el fin de su dominación mundial en la batalla campal del mundo post-bloques- se ha puesto patas arriba: la "guerra de cada uno contra todos" se ha convertido, en efecto, en la "estrategia" de la nueva administración. Una estrategia que será más difícil de revertir por una nueva administración más inteligente de lo que fue incluso después del primer mandato de Trump.
El objetivo de recuperar el control de Panamá; la propuesta de "comprar" Groenlandia; la propuesta salvaje de limpieza étnica de los palestinos de la Franja de Gaza y de convertir esta última en una Riviera; todos estos primeros pronunciamientos del nuevo presidente van dirigidos tanto contra sus antiguos aliados como contra sus enemigos estratégicos. En el caso de la propuesta de Gaza, que beneficiaría a su aliado Israel en la eliminación de una solución de dos Estados para Palestina, no haría sino enardecer la oposición de otras potencias árabes y además de Turquía e Irán. Gran Bretaña, Francia y Alemania ya se han declarado en contra de la propuesta de Trump para Gaza.
Pero es posible que los Estados Unidos bajo Trump fuercen un acuerdo de paz en Ucrania, que probablemente cedería el 20% de su territorio a Rusia, a lo que las potencias de Europa Occidental ya se oponen vehementemente, lo que romperá aún más la alianza de la OTAN, anteriormente el eje de la dominación internacional de Estados Unidos. El nuevo presidente exige que las estancadas economías europeas de la OTAN dupliquen con creces el gasto en sus fuerzas militares para poder defenderse por sí solas, sin Estados Unidos.
Buena parte del llamado “soft power” del imperialismo estadounidense, que es su pretensión moral de hegemonía, está siendo aniquilado casi de un plumazo: La USAID, la mayor agencia mundial de ayuda al "sur global", ha sido "echada a la trituradora" por Elon Musk. Estados Unidos se ha retirado de la Organización Mundial de la Salud, e incluso ha propuesto expedientes contra la Corte Penal Internacional por su sesgo contra Estados Unidos e Israel.
La guerra comercial proteccionista propuesta por la nueva Administración estadounidense también asestaría un golpe masivo a la estabilidad económica restante del capitalismo internacional que ha sustentado el poder militar de Estados Unidos, y sin duda repercutirá en la propia economía estadounidense en forma de una inflación aún mayor, crisis financieras y la reducción de su propio comercio. La deportación masiva de mano de obra inmigrante barata de Estados Unidos tendría consecuencias económicas negativas contraproducentes para su economía, así como para la estabilidad social.
En el momento de escribir estas líneas no es posible saber si la avalancha de propuestas y decisiones del nuevo presidente se llevarán a la práctica o si se trata de extravagantes herramientas de negociación que pueden desembocar en acuerdos temporales o algunas concesiones. Pero la dirección de la nueva política está clara. La propia incertidumbre de las medidas ya tiene el efecto de alarmar y poner en contra a antiguos y futuros aliados potenciales y obligarles a actuar por su cuenta y buscar apoyo en otra parte. Esto en sí mismo abrirá más posibilidades a los principales enemigos de EE. UU. El acuerdo de paz propuesto en Ucrania ya está beneficiando a Rusia. La guerra comercial mercantil es un regalo para China, que puede posicionarse como mejor socio económico que EE. UU.
Sin embargo, a pesar de la política autodestructiva a largo plazo de "América primero", EE. UU. no cederá la superioridad militar a su principal enemigo, China, que aún está lejos de poder enfrentarse directamente a EE. UU. en igualdad de condiciones. Y la nueva política exterior ya está creando una poderosa oposición dentro de la propia burguesía estadounidense.
La perspectiva es entonces una carrera armamentística masiva y un nuevo aumento caótico de las tensiones imperialistas en todo el mundo, con conflictos de grandes potencias que se desplazan hacia los centros del capitalismo mundial, además de exacerbar aún más sus puntos estratégicos globales.
El movimiento MAGA de Donald Trump llegó al poder prometiendo al electorado más empleo, salarios más altos y paz mundial, en lugar de la bajada del nivel de vida y las "guerras interminables" de la administración Biden.
El populismo político no es una ideología de movilización para la guerra como lo fue el fascismo.
De hecho, el crecimiento y los éxitos electorales del populismo político de la última década aproximadamente, del que Trump es la expresión estadounidense, se basan esencialmente en el fracaso creciente de la alternancia de los viejos partidos de la democracia liberal en el gobierno para hacer frente a la profunda impopularidad del vertiginoso crecimiento del militarismo, por un lado, y a los efectos pauperizadores de una crisis económica irresoluble sobre las condiciones de vida de la masa de la población, por otro.
Pero las promesas populistas de mantequilla en lugar de armas han sido y serán cada vez más contradichas por la realidad, y chocarán con una clase obrera que empieza a redescubrir su combatividad y su identidad.
La clase obrera, en contraste con los desvaríos xenófobos del populismo político, no tiene patria ni intereses nacionales y es, de hecho, la única clase internacional con intereses comunes más allá de fronteras y continentes. Su lucha por defender hoy sus condiciones de vida, que es de alcance internacional -las luchas actuales en Bélgica proporcionan otra confirmación de la resistencia de clase en todos los países-, proporciona por tanto la base para un polo alternativo al futuro suicida del capitalismo de conflictos imperialistas entre naciones.
Pero en esta perspectiva de clase, la clase obrera tendrá que enfrentarse, tanto como a los populistas, a las fuerzas antipopulistas de la burguesía, que proponen a la población una vuelta a la forma democrática del militarismo y la pauperización. La clase obrera no debe dejarse atrapar por estas falsas alternativas, ni seguir a las fuerzas más radicales que dicen que la democracia liberal es un mal menor que el del populismo. Por el contrario, debe luchar en su propio terreno de clase.
El New York Times, que es el portavoz habitualmente sobrio de la burguesía liberal estadounidense, lanzó este radical llamamiento movilizador a la población para defender el Estado democrático burgués contra el Estado autocrático de Trump en una declaración editorial del 8 de febrero de 2025:
"No se distraigan. No se sientan abrumados. No se paralicen ni se dejen arrastrar por el caos que el presidente Trump y sus aliados están creando a propósito con el volumen y la velocidad de las órdenes ejecutivas; el esfuerzo por desmantelar el gobierno federal; los ataques contra los inmigrantes, los transexuales y el propio concepto de diversidad; las exigencias de que otros países acepten a los estadounidenses como sus nuevos señores y la vertiginosa sensación de que la Casa Blanca puede hacer o decir cualquier cosa en cualquier momento. Todo esto pretende mantener al país atónito para que el presidente Trump pueda avanzar a toda velocidad en su afán por conseguir el máximo poder ejecutivo, para que nadie pueda detener la audaz, mal concebida y frecuentemente ilegal agenda que está impulsando su Administración. Por el amor de Dios, no se desconecten"[[3]].
Esto no es más que una confirmación de que toda la burguesía está utilizando sus propias y graves divisiones para dividir a la clase obrera para que elija una forma de guerra y crisis capitalista frente a otra con el fin de hacerle olvidar sus propios intereses de clase.
La clase obrera no debe dejarse arrastrar a las guerras internas o externas de la clase dominante, sino luchar por sí misma.
Como
[[1]] Los Estados Unidos: Superpotencia en la decadencia del capitalismo hoy epicentro de la descomposición social (primera parte) [4] Revista Internacional 169, 2023
[[2]] La Pax Americana después de la Segunda Guerra Mundial nunca fue una era de paz sino de guerra imperialista casi permanente. Este término se refiere más bien a la relativa estabilidad de los conflictos imperialistas mundiales, con EE. UU. como la potencia mayor, en la preparación de dos bloques para la guerra mundial antes de 1989.
[[3]] En 2003, el New York Times, que tiene fama de informar objetivamente, repitió sin embargo la mentira de que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva como pretexto para la invasión estadounidense de Irak.
La guerra en Ucrania es, hasta la fecha, la expresión más representativa del caos imperialista mundial que implica, a diferentes niveles, a las grandes potencias imperialistas, a los países de Europa Occidental, pero también a otros países como Corea del Norte, Irán... Varios expertos de la burguesía, así como todos los grupos del medio político proletario, con excepción de la CCI, ven en esta situación un momento de la marcha hacia la Tercera Guerra Mundial. Para ellos, asistimos actualmente a la formación de dos bloques imperialistas rivales en torno a las dos grandes potencias mundiales: Estados Unidos y China. En contraste con este análisis, la CCI lo considera como una ilustración de la incapacidad de las dos grandes potencias mundiales para imponerse a la cabeza de dos bloques imperialistas. El liderazgo mundial de la más poderosa de ellas, Estados Unidos, está cada vez más en entredicho, mientras que China ni siquiera ha sido capaz de reunir los inicios de un bloque imperialista. Además, Estados Unidos está especialmente debilitado políticamente por las crecientes divisiones entre republicanos y demócratas, y el líder de los republicanos se ha apresurado a confirmar, antes y después de su nueva elección, su incapacidad no sólo como líder de guerra sino también para dirigir los asuntos del país. Ejemplo de sus sutilezas son sus amenazas de anexionarse Groenlandia cuando, de hecho, Estados Unidos ya tiene el control efectivo de este territorio, gracias en particular a una base militar.
Pero la imposibilidad actual de una nueva guerra mundial no es en absoluto contradictoria, como ilustra la realidad que tenemos ante nuestros ojos, con el desencadenamiento de guerras que implican a los países centrales del capitalismo mientras que el proletariado, en sus principales concentraciones, no está derrotado ni dispuesto a alistarse para la carnicería imperialista, a pesar de sus dificultades actuales que le impiden plantear su propia perspectiva revolucionaria.
Producto de la descomposición del capitalismo, el caos mundial actual está plagado de todos los peligros y amenazas para la supervivencia de la humanidad. La gangrena del militarismo y la guerra está por todas partes, del Báltico al Mar Rojo, de Taiwán y Corea del Norte al Sahel. La pesadilla europea de la guerra nuclear durante la Guerra Fría se reaviva ahora con las amenazas de Moscú de una nueva nuclearización del continente y la escalada que supondría el envío de tropas de los países occidentales vecinos al frente ucraniano. No nos enfrentamos a una Tercera Guerra Mundial, sino a guerras que están escalando sin control en Ucrania y, en perspectiva, en todo el mundo. Tres años después de la «operación especial» de Rusia en Ucrania, la guerra en ese país muestra todos los signos de una carrera precipitada hacia un estancamiento ciego y destructivo regido por una política de tierra quemada.
Durante la expansión mundial del capitalismo en el siglo XIX, la guerra pudo ser un medio de consolidar las naciones capitalistas, como fue el caso de Alemania cuando la guerra franco-prusiana de 1871, o de contribuir por la fuerza a la ampliación del mercado mundial mediante guerras coloniales, abriendo nuevos mercados para las naciones más desarrolladas y favoreciendo así el desarrollo de las fuerzas productivas. Más tarde, estas guerras dieron paso a la guerra imperialista para repartirse el mundo, y la Primera Guerra Mundial de 1914 marcó la entrada del capitalismo en su fase decadente. La guerra permanente entre los diversos rivales imperialistas perdió así toda racionalidad económica y se convirtió en el modo de vida del capitalismo decadente. El horror y la destrucción de la Primera Guerra Mundial se repitieron y amplificaron en la Segunda Guerra Mundial, en la que cada uno de los imperialismos rivales trató de asegurarse una posición geoestratégica mundial mediante alianzas forzadas bajo la disciplina de los respectivos jefes de los bloques imperialistas, buscando constantemente alianzas en defensa de sus respectivos intereses: «Ante el callejón sin salida total en que se encuentra el capitalismo y el fracaso de todos los “remedios” económicos, por brutales que sean, el único camino que le queda a la burguesía para intentar aflojar las garras de este callejón sin salida es el de una huida hacia adelante utilizando otros medios (por cierto, también cada vez más ilusorios) que sólo pueden ser militares» [[1]]. Hasta aquí la evolución de la guerra en los dos últimos siglos.
Pero con el hundimiento del bloque soviético, las alianzas establecidas desde la última guerra mundial y la disciplina de los viejos bloques imperialistas se han roto, sin ser sustituidas por otras nuevas. Asistimos ahora a una rivalidad de todos contra todos, en la que cada bando trata de hacer valer sus intereses en detrimento de los de los demás, cueste lo que cueste. Se desencadenan guerras interminables (Libia, Siria, Sahel, Ucrania, Oriente Próximo), que masacran y devastan poblaciones, riquezas, medios de producción y fuentes de energía, por no hablar del impacto ecológico. La situación actual de Gaza en ruinas y su población exterminada es un ejemplo flagrante, al igual que la guerra en Ucrania. Prevalece la política de tierra quemada y «Después de mí,… el diluvio».
Putin lanzó su «operación especial» en Ucrania en 2022, después de haber ocupado ya Crimea en 2014, en un intento de defender su estatus de potencia imperialista global contra el cerco de la OTAN «hasta sus mismas puertas», que es lo que significaría que, tras Polonia, Hungría y la República Checa en 1999, Estonia, Letonia y Lituania en 2004, Ucrania se hubiera unido uniera al Tratado.
En aquel momento, la administración Biden hizo saber claramente que no habría respuesta estadounidense en forma de tropas terrestres (como se vislumbraba ya con la actitud estadounidense ante la invasión de Crimea) para incitar a Rusia a comenzar una guerra que, probablemente, dejaría por los suelos su ya frágil economía y poder militar, neutralizando así sus pretensiones imperialistas como potencial aliado de China, el principal adversario de Estados Unidos. En su discurso de despedida del Departamento de Estado el 13 de enero, Joe Biden se ufanaba de la trampa tendida a Rusia: «En comparación con hace cuatro años, [...] nuestros adversarios y rivales son más débiles [...] aunque Irán, Rusia, China y Corea del Norte trabajan ahora juntos, eso es más un signo de debilidad que de fortaleza »[[2]].
Y, en efecto, la posición de Rusia se ha debilitado considerablemente con la guerra, lo que refuta tajantemente las rebuscadas teorías que afirman que todos los protagonistas de la guerra pueden aprovecharse de posibles efectos «win-win»: una irreal expansión imperialista, mejor posición geoestratégica, ganancias económicas, control de las fuentes de energía... Pero nada de esto aparece tras las humeantes ruinas de Ucrania o la ruina y el debilitamiento de Rusia.
En las fronteras de la antigua URSS también hay signos de la pérdida de influencia de Rusia sobre sus «satélites». En Georgia, que desde 2022 es considerada por la Unión Europea candidata a la integración, la victoria del partido prorruso Sueño Georgiano (sic) fue calificada de fraude y desencadenó un Georgiamaidán (siguiendo el modelo del Euromaidán ucraniano de 2014) contra el intento de Rusia de recuperar influencia en el país. Este es el significado de las protestas contra las inversiones rusas que desembocaron en la toma del Parlamento georgiano de Abjasia[[3]]. La pérdida de posiciones en la estratégica región del Cáucaso se suma a la retirada de Armenia del conflicto del Alto Karabaj favoreciendo, en cambio, un acuerdo con su rival Azerbaiyán, que recientemente se ha visto frenado por los «daños colaterales» del derribo de un avión civil por misiles rusos[[4]].
Pero el debilitamiento de la posición geoestratégica de Rusia también ha llevado a una expansión de la guerra imperialista a miles de kilómetros de Ucrania, en Siria. Moscú era (junto con Hezbolá e Irán) el principal sostén del régimen terrorista de el-Assad, que a su vez permitió el establecimiento de una base aérea y una base naval en Siria (de hecho el único acceso de Rusia al Mediterráneo) y el apoyo a su intervención en África[[5]]. Pero Rusia fue incapaz de continuar su apoyo al régimen de El-Assad, al que abandonó, según señaló el propio Trump, "porque los rusos eran demasiado débiles y estaban demasiado abrumados para ayudar al régimen en Siria porque “están demasiado ocupados con Ucrania”[[6]]. Tal declive de la autoridad del patrocinador imperialista, aún si pudiera mantener sus bases militares en Siria, o negociar nuevas relaciones en Libia, tendrá sin duda un impacto en la credibilidad del Kremlin frente a los Estados africanos que está tratando de seducir.
Rusia gasta actualmente unos 145.000 millones de dólares en Defensa, la cifra más alta desde la caída de la URSS. A finales de 2025 este gasto aumentará un 25%, es decir, un 6% del PIB. La guerra representa ya un tercio del presupuesto del Estado ruso. Putin alardea de su arsenal y sus misiles, desafiando a Estados Unidos tras haber lanzado su primer misil hipersónico «Orechnik», y no pierde ocasión de señalar que dispone de un arsenal nuclear estratégico, que se ha especulado que podría utilizarse como elemento disuasorio lanzando una bomba atómica sobre el Mar Negro. Pero tales amenazas reflejan en realidad los «aprietos» en que se ve el poder militar ruso, su debilitamiento y sus dificultades. Se calcula que el Kremlin ya ha utilizado el 50% de su capacidad militar en la guerra de Ucrania sin haber logrado aún ninguno de sus objetivos. Es más, «la mayor parte del equipo que Rusia está enviando al frente procede de arsenales de la Guerra Fría, que, aun importantes, se han visto considerablemente reducidos»[[7]]. Y gran parte de este equipamiento requiere tecnología occidental.
Uno de los principales problemas es el reclutamiento de carne de cañón entre la población, al igual que en Ucrania. Los informes sugieren que el ejército ruso está perdiendo 1.500 soldados al día en el frente. Putin ha tenido incluso que llamar a más de 10.000 soldados norcoreanos. Aunque la guerra ha pasado desapercibida en Moscú y otras grandes ciudades rusas, sus habitantes viven ahora con miedo a los ataques de drones o al reclutamiento forzoso.
La guerra en Ucrania está sin duda detrás del aumento de la producción y de las bajas tasas de desempleo. Pero la economía de guerra está consumiendo los recursos de todo el país y ya supone el doble del gasto social, por ejemplo. Dado que la finalidad de la producción bélica es la destrucción, es decir, la esterilización del capital que no puede reinvertirse ni reutilizarse, los aparentes beneficios económicos no impulsan la economía en su conjunto, sino que la hunden en la miseria.
En efecto, las previsiones de crecimiento para este año apenas se sitúan entre el 0,5% y el 1,5%, cerca de la recesión, lo que deja a la población ante una situación económica deplorable: "La economía civil se tambalea. El sector de la construcción es un buen ejemplo: debido a la caída de la demanda y al aumento de los costes (el precio de los materiales de construcción aumentó un 64% entre 2021 y 2024), el ritmo de construcción de nuevas viviendas se ha ralentizado considerablemente. Otros sectores en dificultades son el transporte de mercancías, agravado por la ralentización de la red ferroviaria, el transporte por carretera, con la subida del precio del combustible y la escasez de conductores, la extracción de minerales y la agricultura, que era el orgullo del Gobierno de Putin. En conjunto, las exportaciones han dejado de ser una fuente de crecimiento. El consumo interno se mantiene, pero las perspectivas se ensombrecen por la subida de los precios. Oficialmente, la inflación en Rusia en 2024 será del 9,52%"[[8]].
Y esto no puede en absoluto ser compensado con los supuestos beneficios económicos de la ocupación del este de Ucrania. En primer lugar, este país no tiene grandes riquezas que ofrecer. Las «joyas de la corona» de su economía, en particular la producción de electricidad, la agricultura, los yacimientos de tierras raras y el turismo, han sido aniquiladas por la guerra: « Aunque la guerra terminara mañana, harían falta años para reparar los daños y volver a los niveles de antes de la guerra »[[9]], afirman los propios ingenieros de las centrales eléctricas. Por otra parte, el bombardeo de las centrales nucleares estuvo a punto de provocar una catástrofe mayor que la de Chernóbil y puso de manifiesto el deplorable estado de las instalaciones. En cuanto al suelo, cuando no está directamente sembrado de minas o inundado por la explosión de presas, está muy contaminado[[10]], al igual que el Mar Negro.
A pesar de la perspectiva de una tregua anunciada por la nueva administración Trump, la guerra sólo puede continuar y agravarse. Tras los acuerdos de Minsk en 2014, tras la ocupación de Crimea, entre 2015 y la ofensiva rusa de 2022, se han sucedido cientos de negociaciones y acuerdos de alto el fuego sin que haya cambiado la dinámica de enfrentamiento ni se haya frenado la espiral de destrucción irracional. La propia Rusia corre el riesgo de derrumbarse. Además, para Putin, terminar la guerra sin haberla ganado significaría su propio fin, con un país sumido en el caos. Pero igualmente continuarla significaría aún más ruina y masacre. Para Zelensky y los dirigentes ucranianos, la guerra es una terrible catástrofe y, al mismo tiempo, una cuestión de supervivencia como clase dominante, ante la amenaza de que el país quede dividido entre Rusia y Polonia/Hungría, mientras que su continuación significa la desertización y despoblación del país.
En Ucrania, la guerra ha tenido consecuencias devastadoras[[11]], entre ellas una economía agotada y sometida a fuertes gastos militares. Sobrevive casi totalmente de la ayuda occidental, tanto financiera como militar. Esta dependencia se está pagando con penurias cada vez mayores para una población desmoralizada (más de 100.000 deserciones según Zelensky, hasta 400.000 según Trump) y exhausta, a la que cada año se le piden más sacrificios. En abril de 2024, el ejército ucraniano rebajó la edad de reclutamiento forzoso de 27 a 25 años. Y cuando Zelensky apeló a la «solidaridad» de las democracias occidentales para armar mejor a sus tropas, éstas le exigieron (en declaraciones de Rutte, secretario general de la OTAN, y Blinken, secretario de Estado de EE. UU.) que rebajara la edad de reclutamiento a los 18 años. ¡Sangre por acero!
Pero la ruina de esta guerra va más allá de las implicaciones directas de los dos beligerantes directos.
Detrás de la trampa ucraniana, como hemos visto, lo que está en juego es el enfrentamiento entre Estados Unidos y China. También ha tenido el efecto colateral de crear complicaciones a sus «aliados» europeos, al situar un gran conflicto militar a sus puertas, obligando a los países de la OTAN a seguir al patrocinador estadounidense, pero también sembrando la cizaña entre ellos.
Alemania en particular, arrastrada a regañadientes a un frente común con los estadounidenses, soportó todo el peso de las consecuencias de la guerra a pesar de no ser un beligerante directo. Se ha visto obligada a replantearse la diplomacia de décadas de «ostpolitik» (apertura de la RFA al Este) no sólo con Rusia sino también con otros países (Hungría, Eslovaquia, etc.) a los que había mimado económicamente en su expansión imperialista tras la reunificación alemana en 1990 y que ahora apoyan al régimen de Putin[[12]]. La guerra de Ucrania también ha tenido consecuencias desastrosas para la economía alemana por el encarecimiento de los suministros energéticos, que ha penalizado su competitividad industrial, profundizado la recesión y disparado una inflación que ha exacerbado el descontento social. Pero sobre todo por el coste de la guerra que debe asumir en parte. Alemania asumió la mayor porción de la ayuda financiera aportada por las instituciones europeas al régimen de Zelensky, pero sobre todo hizo la segunda mayor contribución en términos de ayuda militar[[13]]. Y lo hizo a regañadientes, como demostraron las tensiones (y finalmente la ruptura) del gobierno de coalición cuando el canciller Scholz abandonó su plan de reducir la ayuda militar de 7.500 millones de euros a 4.000 millones de euros de aquí a 2025.
Y a pesar de este despilfarro en una guerra que es un auténtico sumidero, lo cierto es que Alemania no consigue reforzar su posición imperialista. En efecto, el conflicto de Ucrania refuerza su imagen de gran potencia económica (sigue siendo la cuarta economía mundial), pero sigue siendo un auténtico enano militar. La burguesía alemana intenta reaccionar a esta situación por todos los medios posibles. Sólo tres días después de que las tropas rusas entraran en Ucrania en febrero de 2022, el canciller Scholz anunció en el parlamento un fondo especial de 100.000 millones de euros para gastos de defensa, en lo que los propios políticos denominaron «un punto de inflexión». Desde entonces, se ha embarcado en una carrera frenética para desarrollar la propia industria armamentística alemana y elaborar planes estratégicos que permitan a las tropas alemanas « no limitarse a la defensa nacional, sino ser operativas [...] en cualquier escenario, en cualquier parte del mundo »[[14]].
El fortalecimiento del militarismo alemán es expresión de una de las principales características de la descomposición capitalista, la actitud de «sálvese quien pueda» de cada Estado, la creciente desarticulación de las estructuras que, desde la Segunda Guerra Mundial, han tratado de disciplinarlos. Ante la guerra de Ucrania, Alemania y Francia, aparentemente en el mismo bando, el de las «democracias», tienen intereses contrapuestos. Incluso Macron, que intentó al inicio de la guerra mantener un canal especial de comunicación con Putin, optó por ser de los primeros en ofrecer la posibilidad de utilizar misiles contra territorio ruso, y de enviar soldados franceses a ocupar las zonas de fricción en caso de «alto el fuego». Esto es lo que Macron propuso a Zelensky y Trump en la reciente cumbre bajo las cúpulas benditas de Notre-Dame. Junto con Gran Bretaña, los países nórdicos y los Estados bálticos, Francia figura entre los más intransigentes en cuanto a las condiciones que deben imponerse a Putin para la «paz».
Este aumento del militarismo no perdona a ningún país, desde el más pequeño al más grande. Y se acelerará con la acentuación del caos imperialista. El llamamiento de Trump para que los países de la OTAN aumenten sus presupuestos de defensa al 5% del PIB no es nada original (de hecho, ya han aumentado considerablemente desde la cumbre de Gales en 2014[[15]]). El secretario general de la OTAN ha declarado que «se equivocan quienes no creen que el camino hacia la paz pasa por el armamento»[[16]]. Y se espera que la próxima cumbre de la OTAN, que se celebrará en La Haya en junio, eleve el objetivo al 3%.
El «peligro» del oso ruso, que ha demostrado su torpeza y debilidad en la guerra contra Ucrania, se está utilizando para aumentar el gasto en armamento en todos los países, mientras que un reciente estudio de Greenpeace muestra que los países de la OTAN, excluyendo a Estados Unidos[[17]], ya gastan casi diez veces más en defensa que Rusia. El detonante de la carrera armamentística es precisamente el hecho de que la OTAN ya no es lo que era. Y esto significa que las grandes potencias están atrapadas en un doble aprieto: o ceden a la presión de Trump (cediendo y aumentando su contribución al presupuesto de la OTAN), o asumen por su cuenta la responsabilidad del gasto en «seguridad». El resultado: más crisis económica, más conflictos, más militarismo y más caos.
La misma tendencia a la fragmentación que se observa en el escenario imperialista mundial también se puede ver dentro de muchos Estados, con la aparición de formaciones populistas irresponsables que obstaculizan la defensa de los intereses del conjunto del capital nacional. Lo vimos en Gran Bretaña con el Brexit, lo vemos en Alemania con la AfD, y lo vemos en su apogeo en Estados Unidos con la elección de Trump.
Como hemos explicado en nuestras publicaciones, el recién reelegido presidente estadounidense no es una anomalía, sino una expresión del período histórico[[18]]: la etapa final de la decadencia, la de la descomposición capitalista, caracterizada por el auge de una tendencia a la fragmentación, al «cada uno a la suya», en el seno de la clase capitalista global. La expresión de esta tendencia a la dislocación es el declive del liderazgo estadounidense, consecuencia de la desaparición de la disciplina de los bloques imperialistas que habían «ordenado» el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.
Ante el declive de su hegemonía, Estados Unidos ha intentado reaccionar[[19]] con guerras en Irak, Afganistán y ahora, como vemos, indirectamente en Ucrania. Pero estos intentos de «reorganizar» el mundo (en interés de Estados Unidos, por supuesto) se han traducido en más caos, más indisciplina, más conflictos y más derramamiento de sangre. Tratando de apagar el fuego de la disidencia de sus rivales, Estados Unidos se ha convertido de hecho en el primer y más peligroso pirómano. Esto no ha impedido que Estados Unidos pierda su autoridad, como se desprende de la reciente situación en Oriente Medio, donde potencias como Israel y Turquía (esta última también uno de los principales bastiones de la OTAN) juegan sus propias cartas, como hemos visto recientemente en Palestina y Siria.
Trump no es de una naturaleza diferente a Biden y Obama. Su objetivo estratégico es el mismo: impedir el ascenso del principal contrincante de esta hegemonía, a saber, China[[20]]. Donde sí existen diferencias dentro de la burguesía estadounidense es en cómo gestionar la guerra en Ucrania. Biden optó por invertir muchos recursos en agotar a Rusia económica y militarmente, privando así a China de un potencial aliado estratégico, tanto en términos de capacidad militar como de alcance geográfico. Por otro lado, Trump no ve el colapso mutuo de Rusia y Ucrania como un fortalecimiento de la posición de Estados Unidos en el mundo, sino más bien como una fuente de desestabilización que desvía los recursos económicos y militares estadounidenses de la confrontación principal, la que mantiene con China. Por eso se jactó durante meses de que sería capaz de poner fin a la guerra en Ucrania al día siguiente de su toma de posesión. Por supuesto, nunca dijo cómo lo haría. Pero todos estos planes de paz son en realidad las semillas de nuevas guerras más mortíferas. Incluso una «congelación» de la situación en las posiciones actuales sería percibida por los beligerantes como una humillación inaceptable. Rusia tendría que renunciar a parte del Donbass y Odessa, y Ucrania tendría que aceptar la ruina de su economía y la pérdida de territorio, sin contrapartida alguna. ¿Y con qué garantías, además, de que no tendrían que reanudar inmediatamente las hostilidades?
Más que un deseo de paz, lo que prima son los intereses imperialistas de cada nación. Rusia se niega a aceptar, ni ahora ni en el futuro, la ampliación de la OTAN para incluir a Ucrania. Zelensky, por su parte, pide una «fuerza de mantenimiento de la paz de 200.000 hombres en la línea de contacto». Pero las recientes experiencias de «fuerzas de mantenimiento de la paz» en los países del Sahel (donde Francia, Estados Unidos y España acabaron saliendo tras la presión de las guerrillas armadas por Rusia) o en el Líbano (donde la FINUL se contentó con mirar hacia otro lado ante la invasión israelí), demuestran precisamente que la mitología de los «cascos azules» como garantes de los acuerdos de paz pertenece a un pasado de disciplina y «orden» en las relaciones internacionales, la diplomacia, etc., que ha quedado obsoleto con el avance de la descomposición capitalista. En realidad, lo que Estados Unidos pretende es arrastrar a sus aliados de la OTAN, y sobre todo a los países europeos, al atolladero ucraniano[[21]] pero bajo la protección, en el sentido más gansteril de la palabra, de los recursos tecnológicos y la autoridad del ejército estadounidense. Las guerras actuales no dan lugar a situaciones en las que al menos una clara coalición de fuerzas a favor de uno de los beligerantes permitiría evitar la perspectiva de nuevos conflictos. Por el contrario, son guerras de posiciones insostenibles que generan nuevos conflictos, nuevos escenarios de caos y masacre.
El escenario al que nos dirigimos no es ni la paz ni la Tercera Guerra Mundial. El futuro que puede ofrecernos el capitalismo es el caos generalizado, la multiplicación de focos de tensión y conflicto en todos los continentes, la invasión por el militarismo y la guerra de todas las esferas de la vida social, desde las guerras comerciales hasta el chantaje sobre los suministros mundiales, guerras que son una de las principales causas de la degradación del medio ambiente, guerras que invaden las comunicaciones (la desinformación es un arma de guerra), y sobre todo guerras y militarismo que exigen cada vez más ataques a las condiciones de vida de la población, especialmente del proletariado en las grandes concentraciones de Europa y América. Cuando se le preguntó al ilustre Mark Rutte de dónde pensaba sacar los miles de millones de euros necesarios para aumentar los gastos militares, su respuesta no pudo ser más arrogante y explícita: «Debemos preparar a la población para recortes en las pensiones, la sanidad y los sistemas de seguridad social, con el fin de aumentar el presupuesto de armamento al 3% del PIB de cada país»[[22]].
La principal víctima de este torbellino de caos, guerras, militarismo, desastres medioambientales y enfermedades es la clase trabajadora mundial. Como principal suministradora de carne de cañón para los ejércitos de los países directamente en guerra, pero también como principal víctima de los sacrificios, la austeridad y la miseria que exige el mantenimiento del militarismo. En el artículo que publicamos en el segundo aniversario de la guerra en Ucrania[[23]], subrayábamos: «La burguesía ha exigido enormes sacrificios para alimentar la máquina de guerra en Ucrania. Frente a la crisis y a pesar de la propaganda, el proletariado se levantó contra las consecuencias económicas de este conflicto, contra la inflación y la austeridad. Es cierto que a la clase obrera todavía le cuesta establecer el vínculo entre militarismo y crisis económica, pero se ha negado a hacer sacrificios: en el Reino Unido con un año de movilizaciones, en Francia contra la reforma de las pensiones, en Estados Unidos contra la inflación y la precariedad laboral».
Este clima de no resignación ante el deterioro progresivo de sus condiciones de vida sigue expresándose, como hemos visto recientemente en huelgas en Canadá, Estados Unidos, Italia y más recientemente en Bélgica[[24]], donde volvieron a oírse expresiones de hartazgo incluso antes de que se aplicaran los nuevos planes de austeridad. Por supuesto, esta ruptura con la pasividad de años anteriores no implica que el proletariado en su conjunto haya tomado conciencia del vínculo entre el deterioro de sus condiciones de vida y la guerra, y menos aún de sus posibilidades de impedir el destino bélico hacia el que el capitalismo nos conduce inexorablemente.
Pero también es cierto que existen minorías en la clase que sí se plantean muchas preguntas, que son numéricamente muy pequeñas pero políticamente muy importantes, y que hay un desarrollo de la reflexión sobre las perspectivas que puede ofrecer el capitalismo y también sobre el desarrollo de una alternativa revolucionaria del proletariado. Ya lo hemos visto, a pesar de todas sus limitaciones, durante la Semana de Acción de Praga[[25]]. Pero también lo vemos, por ejemplo, en la creciente participación en nuestras reuniones públicas y en los francos y fructíferos debates que tienen lugar en ellas. Las armas con las que el proletariado puede derrotar al capitalismo son su lucha, su unidad y su conciencia. En la situación actual, asistimos ciertamente al avance del capitalismo hacia la destrucción, arrastrando a la humanidad entera a la barbarie, pero asistimos también a un lento y difícil desarrollo hacia el otro polo, el de la revolución.
Hic Rodas/Valerio.
30.01.2025
[[1]] Guerra , Militarismo y bloques imperialistas [7] (2º Parte). Revista Internacional 53.
[[2]] Extracto de Le Monde, 15 de enero de 2025.
[[3]] «Incluso los satélites rusos de toda la vida se han convertido en un quebradero de cabeza para Putin. Tomemos el pequeño pero espectacular caso de Abjasia, la región separatista de Georgia: en noviembre, ante un plan que habría dado a Rusia una influencia aún mayor sobre su economía, los abjasios asaltaron su parlamento y derrocaron a su gobierno». La guerra fría que quiere Putin, Andrei Kolesnikov, en Foreign Affairs 23 ene. 2025
[[4]] «Armenia -un país bajo la protección de Moscú y fuertemente dependiente de Rusia en varios sectores económicos-, otrora «socio estratégico» de Rusia en el Cáucaso, ha quedado en cenizas de su reciente guerra con Azerbaiyán: en otoño de 2023, Rusia sólo pudo quitarse de en medio cuando fuerzas azerbaiyanas bien armadas tomaron el enclave armenio del Alto Karabaj y, aparentemente de la noche a la mañana, expulsaron de allí a más de 100. 000 armenios. Hoy, Armenia está concluyendo un tratado de asociación estratégica con Estados Unidos e intentando ingresar en la Unión Europea». La guerra fría que Putin quiere, Andrei Kolesnikov, en Foreign Affairs 23 de enero de 2025
[[5]] «Rusia ha proporcionado [...] apoyo material y diplomático que ha permitido a oficiales militares tomar el poder por la fuerza en Mali en 2021, Burkina Faso en 2022 y Níger en 2023 [...] también está enviando armas a Sudán, prolongando la guerra civil del país y la crisis humanitaria resultante, y ha proporcionado apoyo a las milicias Houthi en Yemen» Putin's Point of No Return, Andrea Kendall-Taylor y Michael Kofman, en Foreign Affairs, 18 de diciembre de 2024.
[[6]] America Needs a Maximum Pressure Strategy in Ukraine, Alina Polyakova, en Foreign Affairs, 31 de diciembre de 2024.
[[7]] La seguridad de Ucrania depende ahora de Europa, Elie Tenenbaum y Leo Litra, en Foreign Affairs, 3 de diciembre de 2024
[[8]] «El 95% de todos los componentes extranjeros encontrados en las armas rusas en el campo de batalla ucraniano proceden de países occidentales», The Russian Economy Remains the Putin's Greatest Weakness, Theodore Bunzel y Elina Ribakova, Foreign Affairs, 9 de diciembre de 2024.
[[10]] Véase el artículo de la Revista Internacional 172. [9]
[[11]] Véase en la Revista Internacional 170 [10] el «Informe sobre las tensiones imperialistas».
[[12]] Véase en la Revista Internacional 170 [10] el «Informe sobre las tensiones imperialistas».
[[13]] En febrero de 2024, Estados Unidos había aportado 43.000 millones de euros y Alemania 10.000 millones (el doble que Gran Bretaña y casi cuatro veces más que Francia).
[[14]] Discurso del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ante los jefes del Comité Militar de la OTAN el 12 de diciembre.
[[15]] El muy «pacifista» gobierno español ha aumentado su presupuesto militar en un 67% en la última década.
[[16]] «Para evitar la guerra, la OTAN debe gastar más». Una conversación con el Secretario General de la OTAN, Mark Rutte. carnegieendowment.org [11] 12.12.2024
[[17]] Christopher Steinmetz, Herbert Wulf: ¿Cuándo es suficiente? Una comparación del potencial militar de la OTAN y Rusia. Publicado por Greenpeace. Véase también «Think big and do big». Citado en Le Temps de la mentalité de guerre.
[[18]] Ver Triunfo de Trump: Un paso gigantesco en la descomposición del capitalismo [12], donde explicamos por qué es también un factor activo en la acentuación de este proceso autodestructivo.
[[19]] «Nuestro primer objetivo es impedir la aparición de un nuevo rival» (Extracto de un documento secreto del Departamento de Defensa estadounidense de 1992 atribuido a Paul Wolfowitz -subsecretario neoconservador de Defensa de 2001 a 2005- publicado por el New York Times y por supuesto negado por todos los funcionarios de la administración). En La géopolitique de Donald Trump, Le Monde Diplomatique, enero de 2025.
[[20]] Véase el «Informe sobre las tensiones imperialistas [13]» en la Revista Internacional 170.
[[21]] «El despliegue militar de la coalición europea requeriría un importante componente terrestre de al menos cuatro o cinco brigadas de combate multinacionales combinadas bajo una estructura de mando permanente. Las tropas se estacionarían en el este de Ucrania y tendrían que estar preparadas para el combate, ser móviles y adaptarse a las condiciones ucranianas. Se necesitaría un fuerte componente aéreo que incluyera patrullas aéreas de combate, radares aerotransportados para detectar aviones o misiles, defensas aéreas terrestres y capacidades de reacción rápida para impedir los bombardeos y ataques aéreos rusos. Algunos de estos sistemas podrían operarse desde bases aéreas fuera de Ucrania. Por último, un componente marítimo podría ayudar a asegurar las líneas de comunicación de ultramar, pero en virtud de la Convención de Montreux, que rige el paso por los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, Turquía tendría que permitir primero el acceso al Mar Negro de un número limitado de buques de guerra occidentales» («Ukraine's security now depends on Europe», Elie Tenenbaum y Leo Litra en Foreing Affairs, 3 de diciembre de 2024). En otras palabras, la ocupación rusa del Donbás habría conducido finalmente a una ocupación por parte de los países europeos... de la OTAN.
[[22]] «Le temps de la mentalité de guerre» en https://www.german-foreign-policy.com/fr/news/detail/9801 [14]
[[23]] Véase El capitalismo solo tiene un futuro: la barbarie y el caos. [15]
[[24]] Véase Informe sobre el encuentro público en línea: Un debate internacional para comprender la situación mundial. [16]
[[25]] Véase Semana de Acción en Praga. [17] Algunas lecciones [17]...
Antisemitismo, sionismo, anti-sionismo: todos son enemigos del proletariado, Parte 1
Prefacio
Desde el 7 de octubre de 2023, la barbarie de la guerra en Oriente Medio ha ascendido a niveles sin precedentes. Antes de esa fecha, había habido numerosos ataques de terroristas nacionalistas contra la población de Israel, pero nada se compara con la ferocidad y la escala de las atrocidades perpetradas por Hamás el 7 de octubre. Y aunque las fuerzas armadas israelíes han llevado a cabo en el pasado numerosas y brutales represalias contra la población de Gaza, nada es comparable a la destrucción sistemática de hogares, hospitales, escuelas y otras infraestructuras vitales en toda Gaza, ni a las espeluznantes cifras de muertos y heridos resultantes de la campaña de Israel como venganza del 7 de octubre, una campaña que está asumiendo cada vez más abiertamente la forma de limpieza étnica de toda la zona, un proyecto que ahora cuenta con el apoyo abierto de la administración Trump en EEUU. El conflicto entre Israel y Hamás no solo se ha extendido a la aniquilación de Hezbolá en Líbano, a los ataques contra los hutíes en Yemen y a las operaciones militares contra el propio Irán, sino que la región está también convulsionada por conflictos paralelos que no parecen menos irresolubles: entre turcos y kurdos en Siria, por ejemplo, o entre Arabia Saudita e Irán y sus agentes hutíes por el control de Yemen. Oriente Medio, una de las principales cunas de la civilización, se ha erigido en presagio de su futura destrucción.
En el artículo “Espiral de atrocidades en Oriente Medio, aterradora realidad del capitalismo en descomposición [20]” de la Revista Internacional 171, ofrecimos una visión histórica del conflicto «Israel-Palestina» con el trasfondo de las luchas imperialistas más amplias por el control de Oriente Medio. En los dos artículos que siguen, nos centraremos en las justificaciones ideológicas que utilizan los campos imperialistas enfrentados para justificar esta «espiral de atrocidades». Así, el Estado de Israel no cesa de apelar a la memoria de anteriores oleadas de persecuciones antijudías, y sobre todo al Holocausto nazi, para presentar la colonización sionista de Palestina como un movimiento legítimo de liberación nacional, y sobre todo para justificar sus ofensivas asesinas como si no fueran más que la defensa del pueblo judío contra un futuro Holocausto. Mientras tanto, el nacionalismo palestino y sus partidarios izquierdistas presentan la masacre del 7 de octubre de civiles israelíes y de otros países como un acto legítimo de resistencia contra décadas de opresión y desplazamiento que se remontan a la fundación del Estado israelí. Y en su consigna «Del río al mar, Palestina será libre», el nacionalismo palestino ofrece una siniestra imagen tipo espejo de la exigencia de la derecha sionista de establecer un Gran Israel: en la oscura utopía imaginada por la primera consigna, la tierra estará libre de judíos, mientras que el proyecto de un Gran Israel se logrará mediante el desplazamiento masivo de las poblaciones árabes de Gaza y Cisjordania.
Estas ideologías no son meros reflejos pasivos de las necesidades «materiales» de la guerra: sirven activamente para movilizar a las poblaciones de la región, y de todo el mundo, tras los diferentes bandos beligerantes. Su análisis y desmitificación es, por tanto, una tarea necesaria para quienes sostienen una oposición internacionalista a todas las guerras imperialistas. Y nuestra intención es producir más contribuciones que expongan las raíces de otras ideologías que desempeñan un papel similar en la región, como el islamismo y el nacionalismo kurdo.
*****************************
La revolución burguesa contra el feudalismo en la Europa de finales del siglo XVIII y principios del XIX adoptó generalmente la forma de luchas por la unificación o la independencia nacional contra los pequeños reinos y los grandes imperios dominados por monarquías y aristocracias en decadencia. La reivindicación de la autodeterminación nacional (por ejemplo de Polonia frente al imperio zarista) podía contener así un elemento claramente progresista que Marx y Engels apoyaron firmemente, por ejemplo en el Manifiesto Comunista. No porque vieran esta reivindicación como la concretización de un «derecho» abstracto de todos los grupos nacionales o étnicos, sino porque podía acelerar los cambios políticos necesarios para el desarrollo de las relaciones de producción burguesas en un periodo en el que el capitalismo aún no había completado su misión histórica. Sin embargo, a raíz de la Comuna de París de 1871, el primer ejemplo de toma del poder por el proletariado, Marx ya había empezado a cuestionarse si podría haber más guerras verdaderamente nacionales, al menos en los centros del sistema capitalista mundial. Esto se debía a que las clases dominantes de Prusia y Francia habían demostrado que, frente a la revolución proletaria, las burguesías nacionales estaban dispuestas a enterrar sus diferencias para sofocar el peligro de la clase explotada, y utilizaban así la «defensa de la nación» como pretexto para aplastar al proletariado. En la época de la Primera Guerra Mundial, que marcó la entrada del capitalismo en su época de decadencia, Rosa Luxemburgo, escribiendo en el Folleto de Junius, había llegado a la conclusión de que las luchas de liberación nacional habían perdido por completo todo contenido progresista, enredadas como estaban en las maquinaciones de las potencias imperialistas rivales. No sólo eso: las naciones pequeñas se habían convertido ellas mismas en imperialistas, y la nación «oprimida» de ayer se había convertido en opresora de naciones aún más pequeñas, sometiéndolas a las mismas políticas de saqueo, expulsión y masacre que ellas mismas habían experimentado. La historia del sionismo ha confirmado totalmente el análisis de Rosa Luxemburgo. Se había convertido en un importante movimiento nacional en respuesta al «retorno» del antisemitismo en la última parte del siglo XIX; y así, no menos que esta nueva ola de antisemitismo, era esencialmente un producto de una sociedad capitalista que ya se acercaba a su decadencia. Como mostraremos en los artículos que siguen, ha demostrado una y otra vez que es un «falso Mesías»[1], que como todos los nacionalismos no sólo ha actuado siempre como actor en juegos imperialistas más amplios, sino que ha instrumentalizado sistemáticamente la horrible opresión y matanza de poblaciones judías en Europa y Oriente Medio para justificar la expulsión y masacre de la población «nativa» de Palestina.
Pero el rechazo de Luxemburgo a todas las formas de nacionalismo queda igualmente confirmado por la historia de las diversas expresiones del «antisionismo». Ya lleve la bandera verde del yihadismo o la roja del ala izquierda del capitalismo, esta ideología supuestamente «antiimperialista» es tan reaccionaria como el propio sionismo y sirve para arrastrar a sus seguidores a los frentes de guerra del capital, detrás de otras potencias imperialistas que no tienen solución para la terrible situación de la población palestina. Volveremos sobre ello en la segunda parte del artículo.
El Arbeiter-Zeitung, nº 19, del 9 de mayo de 1890 publicó la siguiente carta de Engels, escrita originalmente a un miembro del Partido Socialdemócrata Alemán, Isidor Ehrenfreund. Formaba parte de un reconocimiento más general por parte del ala marxista del movimiento obrero de que era necesario combatir el auge del antisemitismo, que estaba teniendo un impacto en la clase obrera, e incluso en partes de su vanguardia política, los partidos socialdemócratas[2].
«Pero si no estáis haciendo más mal que bien con vuestro antisemitismo es algo que os pediría que considerarais. Porque el antisemitismo es sinónimo de una cultura retardataria, y por eso sólo existe en Prusia y Austria, y también en Rusia. Cualquiera que se atreviera con el antisemitismo, tanto en Inglaterra como en América, sería sencillamente ridiculizado, mientras que en París la única impresión creada por los escritos de M. Drumont -mucho más ingeniosos que los de los antisemitas alemanes- fue la de un destello un tanto ineficaz.
Además, ahora que se presenta como candidato al Consejo Municipal, ha tenido que declararse opositor al capital cristiano, no menos que al judío. Y M. Drumont sería leído incluso si adoptara el punto de vista opuesto.
En Prusia es la nobleza menor, los Junkers, con unos ingresos de 10.000 marcos y unos gastos de 20.000, y por lo tanto sujetos a la usura, los que se complacen en el antisemitismo, mientras que tanto en Prusia como en Austria un coro vociferante lo proporcionan aquellos a los que la competencia del gran capital ha arruinado: la pequeña burguesía, los artesanos cualificados y los pequeños comerciantes. Pero en la medida en que el capital, semita o ario, circuncidado o bautizado, destruye estas clases de la sociedad que son reaccionarias hasta la médula, no hace más que lo que corresponde a su función, y lo hace bien; contribuye a impulsar hacia adelante a los retrasados prusianos y austriacos hasta que alcanzan finalmente el nivel actual en el que todas las viejas distinciones sociales se resuelven en una gran antítesis: capitalistas y asalariados. Sólo en los lugares donde esto aún no ha sucedido, donde no existe una clase capitalista fuerte y, por tanto, tampoco una clase de asalariados fuerte, donde el capital aún no es lo suficientemente fuerte como para hacerse con el control de la producción nacional en su conjunto, de modo que sus actividades se limitan principalmente a la Bolsa -en otras palabras, donde la producción sigue en manos de los agricultores, terratenientes, artesanos y clases similares que sobreviven de la Edad Media-, allí, y sólo allí, el capital es principalmente judío, y sólo allí el antisemitismo hace estragos.
En Norteamérica no se encuentra ni un solo judío entre los millonarios cuya riqueza, en algunos casos, apenas puede expresarse en términos de nuestros míseros marcos, gulden o francos y, en comparación con estos norteamericanos, los Rothschild son auténticos indigentes. E incluso en Inglaterra, Rothschild es un hombre de medios modestos cuando se le compara, por ejemplo, con el Duque de Westminster. Incluso en nuestra propia Renania, de donde, con la ayuda de los franceses, expulsamos a la aristocracia hace 95 años y donde hemos establecido la industria moderna, se puede buscar en vano a los judíos.
Así pues, el antisemitismo no es más que la reacción de capas sociales medievales en decadencia contra una sociedad moderna constituida esencialmente por capitalistas y asalariados, de modo que sólo sirve a fines reaccionarios bajo un manto supuestamente socialista; es una forma degenerada de socialismo feudal y no podemos tener nada que ver con ello. El hecho mismo de su existencia en una región es la prueba de que allí no hay todavía suficiente capital. El capital y el trabajo asalariado son hoy indivisibles. Cuanto más fuerte sea el capital y, por tanto, también la clase asalariada, más cerca estará la desaparición de la dominación capitalista. Así pues, lo que yo desearía para nosotros, los alemanes, entre los que cuento también a los vieneses, es que la economía capitalista se desarrolle a un ritmo verdaderamente vertiginoso en lugar de decaer lentamente hacia el estancamiento.
Además, el antisemita presenta los hechos bajo una luz totalmente falsa. Ni siquiera conoce a los judíos que deplora, de lo contrario sería consciente de que, gracias al antisemitismo en Europa del Este y a la Inquisición española en Turquía, hay aquí en Inglaterra y en América miles y miles de proletarios judíos; y precisamente, estos trabajadores judíos son los más explotados y los más empobrecidos. En Inglaterra, durante los últimos doce meses, hemos tenido tres huelgas de trabajadores judíos. ¿Se espera entonces que practiquemos el antisemitismo en nuestra lucha contra el capital?
Además, estamos demasiado en deuda con los judíos. Dejando de lado a Heine y Börne, Marx era judío de pura cepa; Lassalle era judío. Muchos de nuestros mejores hombres son judíos. Mi amigo Victor Adler, que ahora está expiando en una prisión vienesa su devoción a la causa del proletariado, Eduard Bernstein, editor del Sozialdemokrat de Londres, Paul Singer, uno de nuestros mejores hombres en el Reichstag... ¡gente a la que me enorgullece llamar amigos, y todos ellos judíos! Después de todo, yo mismo fui apodado judío por el Gartenlaube y, de hecho, si me dieran a elegir, ¡mejor sería judío que 'Herr von'!».
No era la primera vez que el movimiento obrero, y sobre todo sus flecos pequeñoburgueses, se veían infectados por lo que August Bebel denominó en su momento «el socialismo de los imbéciles»: esencialmente, el desvío de un anticapitalismo embrionario hacia el chivo expiatorio de los judíos y, en particular, de las «finanzas judías», vistas como la única fuente de las miserias engendradas por la sociedad capitalista. El antisemitismo de Proudhon era despiadado y manifiesto[3], y el de Bakunin no iba a la zaga. Y de hecho, ni siquiera los propios Marx y Engels eran totalmente inmunes a la enfermedad. La obra de Marx Sobre la Cuestión Judía de 1843 fue escrita explícitamente a favor de la emancipación política de los judíos en Alemania contra los sofismas de Bruno Bauer, al tiempo que señalaba las limitaciones de una emancipación puramente política dentro de los límites de la sociedad burguesa[4]. Y sin embargo, al mismo tiempo, el ensayo contenía algunas concesiones a motivos antisemitas que han sido utilizados por los enemigos del marxismo desde entonces; y la correspondencia privada de Marx y Engels, especialmente sobre el tema de Ferdinand Lassalle, contiene una serie de «bromas» sobre su judaísmo (e incluso sus rasgos «negroides») que -en el mejor de los casos- sólo pueden inspirar un sentimiento de vergüenza. Y en algunos de sus primeros escritos públicos Engels parece más o menos inconsciente de algunas de las difamaciones antisemitas en publicaciones con las que colaboraba activamente[5]. Retomaremos algunas de las cuestiones que plantean estas cicatrices en un futuro artículo.
Sin embargo, cuando Engels escribió la carta a Ehrenfreund, su comprensión de toda la cuestión había experimentado una evolución fundamental. Había una serie de factores detrás de esta evolución, algunos de ellos reflejados en la carta.
En primer lugar, Engels había pasado por una serie de batallas políticas, en el periodo de la Primera Internacional y después, en las que los oponentes de la corriente marxista no habían dudado en utilizar ataques antisemitas contra el propio Marx -Bakunin en particular, que situaba el «autoritarismo» de Marx en la observación de que era judío y alemán[6]-. Y en Alemania, Eugene Dühring, cuyo supuesto «sistema alternativo» al marco teórico marxista suscitó la famosa polémica de Engels, el Anti-Dühring, expresó un profundo odio hacia los judíos, que en escritos posteriores se anticipó a los nazis pidiendo su exterminio literal[7]. Así, Engels pudo ver que el «socialismo de los imbéciles» era algo más que un producto de la estupidez o de un error teórico: era un arma contra la corriente revolucionaria que él pretendía desarrollar. Así, termina la carta con una clara expresión de solidaridad contra los ataques racistas publicados en la prensa antisemita contra los numerosos revolucionarios de origen judío.
Al mismo tiempo, como explica Engels en la carta, a finales del siglo XIX había surgido un proletariado judío en las ciudades de Europa occidental «gracias al antisemitismo de Europa oriental». En otras palabras, el creciente empobrecimiento de los judíos en el imperio ruso y el recurso cada vez más frecuente a los pogromos por parte de un régimen zarista en declive habían empujado a cientos de miles de judíos a buscar refugio en Europa occidental y EEUU, la mayoría de ellos llegados con poco más que la ropa que llevaban puesta y sin otra alternativa que unirse a las filas del proletariado, especialmente en las industrias de la confección textil. Esta afluencia fue, al igual que la actual «avalancha» de refugiados hacia Occidente, un elemento clave en el auge de los partidos racistas, pero para Engels no hubo ni un momento de vacilación a la hora de apoyar las luchas de estos proletarios inmigrantes, que, como decía la carta, habían demostrado su espíritu combativo en una serie de huelgas (y podríamos añadir, mediante un nivel de politización bastante alto). De hecho, Engels, en asociación con la hija de Marx, Eleonor, había adquirido experiencia de primera mano de los movimientos huelguísticos de los trabajadores judíos en el East End de Londres. Así pues, era perfectamente evidente que los revolucionarios no podían en ningún caso «incurrir en el antisemitismo en nuestra lucha contra el capital».
La principal debilidad de la carta es la idea de que el antisemitismo estaba esencialmente ligado a la persistencia de las relaciones feudales y que el desarrollo ulterior del capitalismo socavaría sus cimientos, e incluso lo haría irrisorio.
Por supuesto, era cierto que el antisemitismo tenía profundas raíces en las formaciones sociales precapitalistas. Se remonta al menos a la antigua Grecia y Roma, alimentado por la persistente tendencia de la población de Israel a rebelarse contra los dictados políticos y religiosos de los imperios griego y romano. Y desempeñó un papel aún más importante en el feudalismo. La ideología central de la Europa feudal, el cristianismo católico, se basaba en la estigmatización de los judíos como asesinos de Cristo, un pueblo maldito que siempre conspiraba para traer desgracias a los cristianos, ya fuera mediante el envenenamiento de pozos, la propagación de la peste o el sacrificio de niños cristianos en sus rituales de Pascua. El desarrollo del mito de la conspiración judía mundial, al que se dio alas tras la publicación de la falsificación por la Ojrana de Los Protocolos de los Sabios de Sión en los primeros años del siglo XX, tenía sin duda sus raíces en estas oscuras mitologías medievales.
Además, en el plano material, este odio persistente hacia los judíos debe entenderse en relación con el papel económico impuesto a los judíos en el sistema feudal, sobre todo como usureros, una práctica formalmente prohibida a los cristianos. Si bien este papel los convertía en útiles adjuntos de los monarcas feudales (que a menudo se presentaban como «protectores de los judíos»), también los exponía a masacres periódicas que convenientemente traían consigo la anulación de las deudas reales o aristocráticas - y, finalmente, a la expulsión de muchos países de Europa occidental a medida que la lenta aparición del capitalismo producía una élite financiera «nativa» que necesitaba eliminar la competencia de las finanzas judías[8].
También era cierto que los principales exponentes del antisemitismo eran los restos de las clases condenadas por el avance del capital: la aristocracia en decadencia, la pequeña burguesía, etcétera. Estos eran, en gran medida, los estratos a los que apelaba la nueva generación de demagogos antisemitas: Dühring y Marr en Alemania (a este último se le atribuye la invención del término antisemitismo, como una insignia que hay que llevar con orgullo), Drumont en Francia, Karl Lueger, que se convirtió en alcalde de Viena en 1897, etc. Y finalmente, Engels tenía razón al señalar que el avance de la revolución burguesa en Europa había traído consigo, a principios de siglo, un cierto avance en la emancipación política de los judíos. Pero la opinión de Engels de que la «economía capitalista debía desarrollarse a un ritmo verdaderamente vertiginoso» y, por tanto, relegar al basurero de la historia todos los restos feudales en descomposición, y con ellos todas las formas de «socialismo feudal» como el antisemitismo, subestimaba el grado en que el capital se precipitaba hacia su propio período de decadencia. De hecho, esto ya se insinúa en la carta, donde Engels dice que cuanto más fuerte se haga el capitalismo, «más cerca estará la desaparición de la dominación capitalista». Y en otros escritos Engels había desarrollado las ideas más profundas sobre la forma que tomaría esta desaparición:
- En el plano económico, la propia conquista del globo y el afán por integrar todas sus regiones precapitalistas en la órbita de las relaciones sociales capitalistas abrirían las compuertas de la sobreproducción mundial, y esta perspectiva se perfilaba ya con el fin del ciclo decenal de «auge y caída» y el comienzo de la «larga depresión» de la década de 1880. Hay que añadir que el impacto de la depresión también contribuyó al aumento de la agitación antisemita en Europa, que a menudo se centraba en culpar a los «reyes judíos del dinero» de los males económicos que ahora se hacían patentes[9].
- En el plano militar, Engels era muy consciente de que esta conquista del globo, la caza de colonias, no sería un proceso pacífico, y en una de sus predicciones más notables previó que la competencia interimperialista acabaría desembocando en una devastadora guerra europea[10]. El imperialismo también proporcionó una forma más «moderna» de racismo, utilizando un darwinismo deformado para justificar la dominación de la «raza blanca» sobre las «razas inferiores», entre las que los judíos eran vistos como una fuerza particularmente malévola.
- En el plano de la organización del capital, Engels ya veía que el Estado asumía un papel central en la gestión de las economías nacionales, tendencia que iba a alcanzar su pleno desarrollo en el periodo de decadencia capitalista[11].
Así pues, lejos de relegar el antisemitismo al basurero de la historia, el desarrollo ulterior del capital mundial, su carrera acelerada hacia una era de crisis histórica, daría un nuevo aliento al racismo y a la persecución antijudía, sobre todo a raíz de la derrota de las revoluciones proletarias de 1917-23.
Así,
- En la revolución de 1905 en Rusia -que ya presagiaba la proximidad de la época de la revolución proletaria-, el régimen zarista adoptó el pogromo como método directo para aplastar la revolución y crear divisiones en el seno de la clase obrera. Esta estrategia contrarrevolucionaria fue utilizada a una escala aún mayor por los ejércitos blancos en Rusia como arma contra la revolución. De ahí la intransigente oposición de Lenin y los bolcheviques a cualquier forma de antisemitismo, veneno para la lucha obrera. En Alemania, la derrota en la Primera Guerra Mundial se explicó con la leyenda de la «puñalada por la espalda» de una camarilla de marxistas y judíos, dando un gran impulso al crecimiento de grupos y partidos fascistas, sobre todo el Partido Nacional Socialista Obrero de Hitler. Sobra decir que estas bandas estaban íntimamente ligadas a las formaciones militares que, a instancias del gobierno socialdemócrata, habían llevado a cabo la brutal represión de las revueltas obreras en Berlín, Múnich y otros lugares. En otros países europeos durante la década de 1920, como Polonia y Hungría, la derrota de la revolución se consolidó con una legislación antisemita que prefiguraba lo que sucedería en Alemania bajo los nazis.
- La crisis económica mundial de la década de 1930, producto de contradicciones capitalistas impersonales raramente visibles y difíciles de comprender, también fue explotada al máximo por los partidos fascista y nazi para ofrecer una explicación «más simple», con un chivo expiatorio fácilmente identificable: el rico financiero judío, aliado al sanguinario bolchevique en una siniestra conspiración contra la civilización aria.
A la luz de estos horribles acontecimientos, un joven miembro del movimiento trotskista, Avram Leon, tratando de desarrollar en la Bélgica ocupada por los nazis algunas ideas de Marx en una comprensión histórica de la cuestión judía[12], llegó a la conclusión de que ésta era una cuestión que el capitalismo decadente sería totalmente incapaz de resolver. Esto también era válido en el caso de los llamados regímenes «socialistas» de la URSS y su bloque. Bajo el reinado de Stalin, las campañas antisemitas se utilizaron a menudo para ajustar cuentas dentro de la burocracia y proporcionar un chivo expiatorio para las miserias del sistema estalinista. El «complot médico» de 1953 es particularmente notorio, con sus ecos de la vieja historia de los judíos como envenenadores secretos. Mientras tanto, la versión estalinista de la «autodeterminación judía» tomó la forma de la «región autónoma» de Birobidzhan en Siberia, que Trotsky calificó acertadamente de «farsa burocrática». Estas persecuciones, a menudo bajo la bandera del «antisionismo», continuaron en el periodo posterior a Stalin, provocando la emigración masiva de judíos rusos a Israel.
Si el auge del antisemitismo moderno, y la reinvención de mitologías totalmente reaccionarias heredadas del feudalismo, fue un signo de la próxima senilidad del capitalismo, lo mismo puede decirse del sionismo moderno, que surgió en la década de 1890 como reacción directa a la marea antijudía.
Como señalamos en la introducción de este artículo, el sionismo fue el producto de un desarrollo más general del nacionalismo en el siglo XIX, el reflejo ideológico de la burguesía ascendente y su sustitución de la fragmentación feudal por Estados nacionales más unificados. La unificación de Italia y la emancipación de la hegemonía austriaca fue uno de los logros heroicos de este periodo que tuvo un impacto definitivo en los primeros teóricos del sionismo (Moses Hess, por ejemplo - véase más adelante). Pero los judíos no se ajustaban a las principales tendencias del nacionalismo burgués, ya que carecían de un territorio unificado e incluso de una lengua común. Éste fue uno de los factores que impidieron que el sionismo tuviera un atractivo de masas hasta que fue impulsado por el creciente antisemitismo de finales del siglo XIX.
La ideología sionista también se basó en las «peculiaridades» de larga data de las poblaciones judías, cuya existencia separada estaba estructurada tanto por el papel económico específico desempeñado por los judíos en la economía feudal como por poderosos factores políticos e ideológicos: por un lado, la guetización de los judíos impuesta por el Estado y su exclusión de ámbitos clave de la sociedad feudal; por otro, la propia visión de los judíos de sí mismos como el «pueblo Elegido», que sólo podía ser «luz para las naciones» permaneciendo distinto respecto de ellas, al menos hasta la llegada del Mesías y el Reino de Dios en la Tierra; estas ideas estaban enmarcadas, por supuesto, por la mitología del exilio y el prometido retorno a Sión que impregna el trasfondo bíblico de la historia judía.
Sin embargo, durante siglos, aunque muchos judíos ortodoxos de la «diáspora» realizaron peregrinaciones individuales a la tierra de Israel, la principal enseñanza de los rabinos era que la reconstrucción del Templo y la formación de un Estado judío sólo podrían lograrse mediante la venida del Mesías. Algunas sectas judías ortodoxas, como Neturei Karta, siguen manteniendo estas ideas en la actualidad y son ferozmente antisionistas, incluso las que viven en Israel.
El desarrollo del laicismo a lo largo del siglo XIX hizo posible que una forma no religiosa del «Retorno» ganara adeptos entre las poblaciones judías. Pero el resultado dominante del declive del judaísmo ortodoxo y su sustitución por ideologías más modernas como el liberalismo y el racionalismo fue que los judíos de los países capitalistas avanzados empezaron a perder sus características únicas y a asimilarse a la sociedad burguesa. Algunos marxistas, en particular Kautsky[13], vieron incluso en el proceso de asimilación la posibilidad de resolver el problema del antisemitismo dentro de los confines del capitalismo[14]. Sin embargo, el resurgimiento del antisemitismo en la última parte del siglo iba a poner en tela de juicio tales supuestos y, al mismo tiempo, dar un impulso decisivo a la capacidad del sionismo político moderno para ofrecer otra alternativa a la persecución de los judíos y a la realización de las aspiraciones nacionales de la burguesía judía.
El título de «padre fundador» de este tipo de sionismo suele atribuirse a Theodor Herzl, que convocó el primer Congreso Sionista en 1897. Pero hubo precursores. En 1882, Leon Pinsker, un médico judío que vivía en Odessa, en el Imperio ruso, había publicado Self-Emancipation. Una advertencia dirigida a sus hermanos. Por un judío ruso, abogando por la emigración judía a Palestina. Pinsker había sido un asimilacionista hasta que su creencia en la posibilidad de que los judíos encontraran seguridad y dignidad en la sociedad «gentil» se hizo añicos al presenciar un brutal pogromo en Odessa en 1881.
Quizá más curiosa fue la evolución de Moses Hess, que a principios de la década de 1840 había sido camarada de Marx y Engels y, de hecho, desempeñó un papel importante en su propia transición de la democracia radical al comunismo y en su reconocimiento del carácter revolucionario del proletariado. Pero cuando se produjo el Manifiesto Comunista sus caminos se habían separado, y Marx y Engels situaban a Hess entre los socialistas «alemanes» o «verdaderos» (véase el apartado sobre “el socialismo reaccionario”). Ciertamente, en la década de 1860, Hess había emprendido una dirección muy diferente. Una vez más, probablemente influido por los primeros signos de reacción antisemita contra la emancipación formal de los judíos en Alemania, Hess se inclinó cada vez más por la idea de que los conflictos nacionales e incluso raciales no eran menos importantes que la lucha de clases como determinantes sociales, y en su libro Roma y Jerusalén, la última cuestión nacional (1862) defendió una forma temprana de sionismo que soñaba con establecer una mancomunidad socialista judía en Palestina. Significativamente, Hess ya había comprendido que tal proyecto necesitaría el respaldo de una de las grandes potencias del mundo, y para él esta tarea recaería en la Francia republicana.
Al igual que Pinsker, Herzl era un judío más o menos asimilado, un abogado austriaco que había presenciado de primera mano el nuevo amanecer de la judeofobia y la elección de Karl Lueger como alcalde de la ciudad. Pero probablemente fue el asunto Dreyfus en Francia el que tuvo mayor impacto en Herzl, convenciéndole de que no podía haber solución a la persecución de los judíos hasta que tuvieran su propio Estado. En 1894, la Francia republicana, donde la revolución había concedido derechos civiles a los judíos, fue escenario de un juicio inventado por traición a un oficial judío, Alfred Dreyfus, que fue condenado a cadena perpetua y desterrado a la colonia penal de la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa, donde pasó los cinco años siguientes en condiciones muy duras. Las pruebas posteriores de que Dreyfus había sido incriminado tramposamente fueron suprimidas por el ejército, y el asunto produjo una fuerte división en la sociedad francesa, enfrentando a la derecha católica, el ejército y los seguidores de Drumont contra los partidarios de Dreyfus, entre cuyas figuras destacadas se encontraban Emile Zola y Georges Clemenceau. Finalmente (pero no hasta 1906) Dreyfus fue exonerado, pero las divisiones en el seno de la burguesía francesa no desaparecieron, volviendo a la superficie con el ascenso del fascismo en la década de 1930 y en la «Revolución Nacional» petainista tras la caída de Francia en manos de la Alemania nazi en 1941.
El sionismo de Herzl era totalmente laico, aunque se basaba en los antiguos motivos bíblicos del exilio y el retorno a la Tierra Prometida, que, como reconocía la mayoría de los sionistas, tenía mucha más fuerza ideológica que otras posibles «patrias» que se estaban debatiendo en aquella época (Uganda, Sudamérica, Australia, etc.)
Por encima de todo, Herzl comprendió la necesidad de vender su utopía a los ricos y poderosos de la época. Así, acudió con la gorra en la mano no sólo a la burguesía judía, algunos de los cuales ya habían estado financiando la emigración judía a Palestina y otros lugares, sino también a gobernantes como el sultán otomano y el káiser alemán; en 1903 incluso tuvo una audiencia con el ministro del Interior Plehve, notoriamente antisemita en Rusia, que había estado implicado en la provocación del horrible pogromo de Kishinev ese mismo año. Plehve le dijo a Herzl que los sionistas podían operar libremente en Rusia siempre que se limitaran a animar a los judíos a marcharse a Palestina. Después de todo, ¿no había declarado el ministro del zar Pobedonostsev [21] que el objetivo de su gobierno con respecto a los judíos era que «un tercio se extinguiera, un tercio abandonara el país y un tercio se disolviera completamente en la población circundante»? Y aquí estaban los sionistas ofreciéndose a poner en práctica la cláusula de «abandonar el país».... Así pues, esta reciprocidad de intereses entre el sionismo y las formas más extremas de antisemitismo se entretejió en el movimiento desde sus inicios y se repetiría a lo largo de toda su historia. Y Herzl era categórico en su creencia de que luchar contra el antisemitismo era una pérdida de tiempo, sobre todo porque, en cierto modo, consideraba que los antisemitas tenían razón al ver a los judíos como un cuerpo extraño entre ellos[15].
«En París adquirí una actitud más libre hacia el antisemitismo, que ahora empiezo a comprender históricamente y a tener en cuenta. Por encima de todo, reconozco la vacuidad e inutilidad de los esfuerzos por 'combatir el antisemitismo'». Diarios, vol. 1, p. 6, mayo-junio de 1895.
Así, desde el principio:
- El antisemitismo fue un factor central en el surgimiento y desarrollo de un importante movimiento sionista, pero se basaba en la creencia de que era imposible superar el odio a los judíos hasta que éstos no tuvieran su propio Estado, o al menos su propia «patria nacional».
- Por tanto, el sionismo propuso no centrar sus energías en la lucha contra el antisemitismo en la «diáspora», e incluso abogó por la cooperación con sus principales defensores.
- Desde el principio, el proyecto sionista requirió el apoyo de las potencias imperialistas dominantes, como quedaría aún más claro en 1917, cuando Gran Bretaña emitió la Declaración Balfour. Esto fue una prefiguración de lo que se convertiría en la realidad de todos los movimientos nacionales en la época de decadencia del capitalismo: sólo podrían avanzar atándose a una u otra de las potencias imperialistas que dominan el planeta en esta época.
La búsqueda del respaldo de las potencias imperialistas era totalmente lógica en la medida en que el sionismo nació en la época en que el imperialismo estaba aún muy empeñado en la adquisición de nuevas colonias en las regiones periféricas del globo, y se veía a sí mismo como un intento de crear una colonia en una zona que, o bien estaba declarada deshabitada (el lema de dudoso origen «tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra»), o bien, habitada por tribus atrasadas que sólo podrían beneficiarse de una nueva misión civilizadora por parte de una población occidental más avanzada[16]. El propio Herzl escribió una especie de novela utópica llamada Alt-Neuland, en la que los terratenientes palestinos venden parte de sus tierras a los judíos, invierten en maquinaria agrícola moderna y elevan así el nivel de vida de los campesinos palestinos. ¡Problema resuelto!
El sionismo político de Herzl era claramente un fenómeno burgués, una expresión del nacionalismo en un momento en que el capitalismo se acercaba a su era de decadencia y, por tanto, el carácter progresista de los movimientos nacionales estaba llegando a su fin. Y sin embargo, particularmente en Rusia, otras formas de separatismo judío penetraban en el movimiento obrero durante el mismo periodo, en forma de bundismo, por un lado, y de «sionismo socialista», por otro. Esto era consecuencia de la segregación material e ideológica de la clase obrera judía bajo el zarismo.
«La estructura de la clase obrera judía correspondía a una débil composición orgánica del capital dentro de las zonas de asentamiento, lo que implicaba una concentración en las fases finales de la producción. Las especificidades culturales del proletariado judío, vinculadas en primer lugar a su religión y su lengua, se vieron reforzadas por la separación estructural del proletariado ruso. La concentración de trabajadores judíos en una especie de gueto socioeconómico fue el origen material del nacimiento de un movimiento obrero judío específico"[17].
El Bund -Unión General de Trabajadores Judíos en Rusia y Polonia- se fundó en 1897 como partido explícitamente socialista y desempeñó un papel importante en el desarrollo del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, del que se consideraba parte. Rechazaba la ideología religiosa y sionista y defendía una especie de «autonomía cultural nacional» para las masas judías de Rusia y Polonia, como parte de un programa socialista más amplio. También aspiraba a ser el único representante de los obreros judíos en Rusia, y fue este aspecto de su política el más duramente criticado por Lenin, ya que implicaba una visión federalista, una especie de «partido dentro del partido» que socavaría el esfuerzo por construir una organización revolucionaria centralizada en todo el Imperio[18]. Esta divergencia condujo a una escisión en el II Congreso del POSDR en 1903, aunque no fue el final de la cooperación e incluso de los intentos de reunificación en los años siguientes. Los trabajadores del Bund estuvieron a menudo en la vanguardia de la revolución de 1905 en Rusia. Pero la capacidad de los obreros judíos y no judíos para unirse en los soviets y luchar unos junto a los otros -incluso en la defensa de los barrios judíos contra los pogromos- ya apuntaba más allá de toda forma de separatismo y hacia la futura unificación de todo el proletariado, tanto en sus organizaciones generales y unitarias como en su vanguardia política.
En cuanto al «sionismo socialista», ya hemos mencionado las opiniones de Moses Hess. Dentro de Rusia, existía el grupo en torno a Najman Syrkin, el Partido Socialista Obrero Sionista, cuyas posiciones estaban próximas a las de los Socialistas Revolucionarios. Syrkin fue uno de los primeros defensores de los asentamientos colectivos -los kibbutzim- en Palestina. Pero fue el grupo Poale Zion (Trabajadores de Sión), en torno a Ber Borochov, el que intentó justificar el sionismo utilizando conceptos teóricos marxistas. Según Borochov, la cuestión judía sólo podría resolverse una vez que las poblaciones judías del globo tuvieran una estructura de clases «normal», acabando con la «pirámide invertida» en la que los estratos intermedios tenían un peso preponderante; y esto sólo podría lograrse mediante la «conquista del trabajo» en Palestina. Este proyecto debía plasmarse en la idea de «sólo mano de obra judía» en los nuevos asentamientos agrícolas e industriales, que, a diferencia de otras formas de colonialismo, no se basarían directamente en la explotación de la mano de obra nativa. Así, con el tiempo, un proletariado judío se enfrentaría a una burguesía judía y estaría listo para pasar a la revolución socialista en Palestina. Esto era en esencia una forma de menchevismo, una «teoría de las etapas» en la que cada nación tenía que pasar primero por una fase burguesa para establecer las condiciones de una revolución proletaria, cuando en realidad el mundo se acercaba rápidamente a una nueva época en la que la única revolución en la agenda de la historia era la revolución proletaria mundial, incluso si numerosas regiones no habían entrado todavía en la fase burguesa de desarrollo. Además, la política de “solo mano de obra judía” se convirtió, en realidad, en el trampolín de una nueva forma de colonialismo en la que la población nativa debía ser progresivamente expropiada y expulsada. Y de hecho, si Borochov consideraba en absoluto a la población árabe existente en Palestina, mostraba la misma actitud colonialista que los sionistas dominantes. «Los nativos de Palestina se asimilarán económica y culturalmente con quienquiera que ponga orden en el país y emprenda el desarrollo de las fuerzas de producción de Palestina"[19].
El borochovismo era, por tanto, un callejón sin salida, y esto se expresó en el destino final de Poale Sion. Aunque su ala izquierda había demostrado su carácter proletario en 1914-20, oponiéndose a la guerra imperialista y apoyando la revolución obrera en Rusia, e incluso solicitando, sin éxito, unirse a la Comintern en sus primeros años, la realidad de la vida en Palestina condujo a divisiones irreconciliables, con la mayoría de la izquierda rompiendo con el sionismo y formando el Partido Comunista Palestino en 1923[20]. El ala derecha (que incluía al futuro Primer Ministro de Israel David Ben Gurion) se orientó hacia la socialdemocracia y desempeñaría un papel destacado en la gestión del proto-Estado Yishuv antes de 1948, y del Estado de Israel después de la «Guerra de Independencia».
A principios de los años 70, el borochovismo, más o menos desaparecido, conoció una especie de renacimiento, como instrumento de propaganda del Estado israelí. Frente a una nueva generación de jóvenes judíos occidentales críticos con la política israelí, sobre todo después de la guerra de 1967 y de la ocupación de Cisjordania y Gaza, los partidos sionistas de izquierda que tenían sus orígenes ancestrales en Poale Zion se esforzaron por ganarse a esos jóvenes judíos atraídos por el antisionismo de la «Nueva Izquierda», con el cebo de asegurar que se podía ser marxista y sionista al mismo tiempo, y que el sionismo era un movimiento de liberación nacional tan válido como los movimientos de liberación vietnamita o palestino.
En esta parte del artículo hemos argumentado todo lo contrario: que el sionismo, nacido en un periodo en el que la «liberación nacional» era cada vez más imposible, no podía evitar vincularse a las potencias imperialistas dominantes de la época. En la segunda parte, mostraremos no sólo que toda su historia estuvo marcada por esta realidad, sino también que inevitablemente engendró sus propios proyectos imperialistas. Pero también argumentaremos, en contraste con el ala izquierda del capital que presenta al sionismo como una especie de mal único, que éste iba a ser el destino de todos los proyectos nacionalistas en la época de la decadencia capitalista, y que los nacionalismos antisionistas que también engendró no han sido una excepción a esta regla general.
Amos, febrero de 2025
[1] Sionismo, Falso Mesías es el título de un libro de Nathan Weinstock publicado por primera vez en 1969. Contiene una historia muy detallada del sionismo y demuestra ampliamente la realidad del título. Pero también está escrito desde un punto de partida trotskista que proporciona un sofisticado argumento a favor de las luchas nacionales «antiimperialistas». Volveremos sobre ello en el segundo artículo. Irónicamente, Weinstock ha renegado de sus puntos de vista anteriores y ahora se describe a sí mismo como sionista, como señala alegremente el Jewish Chronicle. Meet the Trotskyist anti-Zionist who saw the errors of his ways, Jewish Chronicle 4 December 2014 [22]
[2] En su libro The Socialist Response to Anti-Semitism in Imperial Germany [La respuesta socialista al antisemitismo en la Alemania imperial] (Cambridge, 2007), Lars Fischer proporciona abundante material que demuestra que incluso los dirigentes más capaces del Partido Socialdemócrata Alemán -incluidos Bebel, Kautsky, Liebknecht y Mehring- mostraron cierto nivel de confusión sobre esta cuestión. Curiosamente, destaca a Rosa Luxemburgo por mantener la posición más clara e intransigente sobre el auge del odio a los judíos y su papel anti proletario.
[3] Por ejemplo: «Hay que exigir la expulsión [de los judíos] de Francia, excepto de los casados con francesas; hay que proscribir la religión porque el judío es el enemigo de la humanidad, hay que devolver esta raza a Asia o exterminarla. Heine, (Alexandre) Weill y otros sólo son espías; Rothschild, (Adolph) Crémieux, Marx, (Achille) Fould son seres malvados, imprevisibles y envidiosos que nos odian». Dreyfus, François-Georges. 1981. «Antisemitismus in der Dritten Franzö Republik». En Bernd Marin y Ernst Schulin, eds., Die Juden als Minderh der Geschichte. München: DTV
[4] Véase: 160 años después: Marx y la cuestión judía [23], Revista Internacional 114
[5] Véase, por ejemplo, Mario Kessler, «Engels' position on anti-Semitism in the context of contemporary socialist discussions», Science & Society, Vol. 62, nº 1, primavera de 1998, 127-144, para algunos ejemplos, así como algunas declaraciones cuestionables del propio Engels sobre los judíos en sus escritos sobre la cuestión nacional.
[6] Por ejemplo, en «A los hermanos de la Alianza en España», 1872. Véase también la « Traducción de la sección antisemita de la «Carta a los camaradas de la Federación del Jura» de Bakunin, disponible en Libcom.org»: https://libcom.org/article/translation-antisemitic-section-bakunins-letter-comrades-jura-federation [24]
[7] Véase Kessler, obra citada.
[8] Esto no excluía el hecho de que más tarde, especialmente tras la «emancipación» política de los judíos europeos como resultado de la revolución burguesa, surgiera en Europa una verdadera burguesía judía, especialmente en el campo de las finanzas. Los Rothschild son el ejemplo más evidente.
[9] Véase nuestro artículo, “Decadencia del capitalismo (VI) - La teoría del declive del capitalismo y la lucha contra el revisionismo, Revista Internacional 140 [25] La implicación de ciertos banqueros judíos en el crack bursátil que precipitó la depresión alimentó esta demagogia.
[10] Ibíd.
[12] Avram Leon: La cuestión judía - Una interpretación marxista (1946). https://www.marxists.org/subject/jewish/leon/ [27]. Véase también, Marx y la cuestión judía [28], Revista Internacional 114.
[13] Véase en inglés: «Are the Jews a Race», https://www.marxists.org/archive/kautsky/1914/jewsrace/index.htm [29]
[14] En los años 30 Trotsky concedió una entrevista en la que dijo «Durante mi juventud me inclinaba más bien por el pronóstico de que los judíos de los diferentes países serían asimilados y que la cuestión judía desaparecería así de forma casi automática. El desarrollo histórico del último cuarto de siglo no ha confirmado esta perspectiva. El capitalismo en decadencia ha virado en todas partes hacia un nacionalismo exacerbado, una parte del cual es el antisemitismo. La cuestión judía ha cobrado mayor importancia en el país capitalista más desarrollado de Europa, en Alemania» https://www.marxists.org/archive/trotsky/1940/xx/jewish.htm [30] . En base a su marco político más general, esto llevó a Trotsky a argumentar que sólo el socialismo podía ofrecer una verdadera «autodeterminación nacional» a los judíos (y a los árabes).
[15] Esta perspectiva es aún más explícita en una declaración del sionista político alemán Jacob Klatzkin, quien escribió que «Si no admitimos la legitimidad del antisemitismo, negamos la legitimidad de nuestro propio nacionalismo. Si nuestro propio pueblo merece y quiere vivir su propia vida nacional, entonces es un cuerpo extraño empujado a las naciones entre las que vive, un cuerpo extraño que insiste en su propia identidad distintiva... Es justo, por tanto, que luchen contra nosotros por su integridad nacional» (citado en Lenni Brenner, Zionism in the Age of the Dictators: A Reappraisal, Londres 1983).
[16] Hubo algunas excepciones en el movimiento sionista a esta actitud paternalista. Asher Ginsberg, más conocido por su seudónimo Ahad Ha'am, fue de hecho muy crítico con esta actitud «colonizadora» hacia los habitantes locales, y en lugar de un Estado judío propuso una especie de red de comunidades locales tanto judías como árabes. En resumen, una especie de utopía anarquista.
[17] Enzo Traverso, The Marxists and the Jewish Question, The History of a Debate, 1843-1943, edición inglesa de 1994, p. 96.
[18] Véase en particular Lenin, «La posición del Bund en el Partido», Iskra 51, 22 de octubre de 1903, disponible en Marxist Internet Archive. Véase también: https://es.internationalism.org/revista-internacional/200401/1875/el-nacimiento-del-bolchevismo-i-1903-1904 [31], Revista Internacional 116
[19] Borochov, «On the Question of Zion and Territory, 1905» [Sobre la cuestión de Sión y el territorio, 1905], citado en The Other Israel, The Radical Case against Zionism [El otro Israel, el caso radical contra el sionismo], editado por Arie Bober 1972.
[20] Esto tuvo lugar después de un complejo proceso de división y reunificación, esencialmente en torno a la actitud ante el sionismo y el nacionalismo árabe, al que seguirían más adelante otras escisiones en torno a las mismas cuestiones. Cabe señalar aquí que la adopción de la posición del Comintern sobre la cuestión nacional -rechazo del sionismo en favor del apoyo al naciente nacionalismo árabe- no significó un paso hacia un auténtico internacionalismo. Como relatamos en nuestro artículo sobre nuestro camarada Marc Chirik: https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1053/marc-de-la-revolucion-de-octubre-1917-a-la-ii-guerra-mundial [32], Revista Internacional 65). Marc, cuya familia había huido a Palestina para evitar los pogromos que se estaban levantando contra la revolución proletaria en Rusia, ayudó, a la edad de 12 años, a formar la sección juvenil del PC en Palestina, pero pronto fue expulsado por su oposición al nacionalismo en todas sus formas...
Primera parte: La maduración subterránea de la conciencia de clase. La CCI sostiene que la ola de huelgas en el Reino Unido en 2022 marcó el comienzo de una "ruptura" o diferencia con varias décadas de resignación y apatía, y creciente pérdida de identidad de clase. Fue el primero de varios movimientos de la clase trabajadora en todo el mundo, principalmente en respuesta al empeoramiento de las condiciones de vida y laborales[1]. Dos observaciones fundamentales son cruciales para nuestro análisis de una nueva fase en la lucha de clases internacional:
- Esta nueva fase no fue simplemente una reacción a los ataques inmediatos a las condiciones de los trabajadores, algo que podría medirse en términos del número de huelgas y luchas en un momento particular, sino que tiene una dimensión histórica más profunda. Es el fruto de un largo proceso de "maduración subterránea" de la conciencia de clase que ha avanzado a pesar de las enormes presiones ejercidas por la aceleración de la descomposición de la sociedad capitalista.
- Esta ruptura, que se irradia desde los centros más antiguos del capitalismo mundial, confirma que los principales bastiones del proletariado permanecen históricamente invictos desde el resurgimiento inicial de la lucha de clases en 1968, y conservan el potencial para avanzar desde las luchas defensivas económicas hacia una crítica política y práctica de todo el orden capitalista.
Estos argumentos han encontrado un escepticismo bastante extendido en el campo político proletario. Si tomamos el ejemplo de la Tendencia Comunista Internacionalista (TCI), aunque inicialmente reconocieron y celebraron algunas de las luchas que surgieron después de 2022, hemos criticado el hecho de que no lograron ver la importancia internacional e histórica de este movimiento[2], y más recientemente, parecen haberlo olvidado (como lo evidencia la falta de un balance público del movimiento) o lo han descartado como otro destello pasajero, como notamos en algunas de sus reuniones públicas recientes. Mientras tanto, un sitio web parasitario dedicado a la "investigación", Controversias, ha dedicado un artículo completo[3] a refutar nuestra noción de la ruptura, proporcionando así una justificación "teórica" para el escepticismo de otros.
Es digno de mención que el autor de este artículo ahora se ha alineado con la mayoría de aquellos que son (o simplemente afirman ser) parte de la tradición de la Izquierda Comunista, y ahora rechaza el concepto mismo de maduración subterránea. No solo eso: en un artículo sobre los principales acontecimientos de la lucha de clases en los últimos 200 años[4], abraza la idea de que todavía estamos viviendo en la contrarrevolución que se abatió sobre la clase trabajadora con la derrota de la ola revolucionaria de 1917-23. En esta visión, lo que la CCI insiste en que fue el despertar histórico del proletariado mundial después de 1968 y el fin de la contrarrevolución, fue en el mejor de los casos un mero "paréntesis" en una crónica global de derrota.
Esta visión es ampliamente compartida por varios grupos bordiguistas y por la TCI, cuyos predecesores vieron poco más en los eventos de mayo-junio del 68 en Francia, o el "Otoño Caliente" en Italia al año siguiente, que un brote de disturbios estudiantiles.
En los próximos dos artículos, en lugar de entrar en detalles sobre las luchas de los últimos dos años, queremos centrarnos en dos pilares teóricos clave para comprender nuestra noción de la ruptura: primero, la realidad de la maduración subterránea de la conciencia y, en segundo lugar, situación de no-derrota del proletariado mundial.
Recordemos brevemente las circunstancias en las que la CCI abordó en sus propias filas por primera vez la cuestión de la maduración subterránea. En 1984, en respuesta a un análisis de la lucha de clases que revelaba una seria concesión a la idea de que la conciencia de clase solo puede desarrollarse a través de la lucha abierta y masiva de los trabajadores, y en particular a un texto que rechazaba explícitamente la noción de maduración subterránea, nuestro camarada Marc Chirik escribió un texto cuyos argumentos fueron afirmados por la mayoría de la organización, con la excepción del grupo que eventualmente desertaría de la CCI en su 6º Congreso y formaría la "Fracción Externa de la CCI" (sus descendientes ahora son parte de Internationalist Perspective)[5]. Marc señaló que tal visión tiende hacia el consejismo porque ve la conciencia no como un factor activo en la lucha, sino puramente como algo determinado por las circunstancias objetivas, una forma de materialismo vulgar; y por lo tanto subestima gravemente el papel de las minorías que son capaces de profundizar la conciencia de clase incluso durante fases en las que la extensión de la conciencia de clase en el proletariado puede haber disminuido. Este enfoque consejista evidentemente tiene poca utilidad para una organización de revolucionarios que es capaz, por basarse en las adquisiciones históricas de la lucha de clases, de darse una orientación durante las fases de retroceso o derrota del movimiento de clase más amplio; pero también descarta la tendencia más general dentro de la clase a reflexionar sobre su experiencia, a discutir, a plantear preguntas sobre los temas principales de la ideología dominante, y así sucesivamente. Tal proceso puede llamarse de hecho "subterráneo" porque tiene lugar en círculos restringidos de la clase o incluso dentro de las mentes de trabajadores individuales que pueden expresar todo tipo de ideas contradictorias, pero no por eso deja de ser una realidad. Como Marx escribió en El Capital[6], "Toda ciencia sería superflua si la apariencia externa y la esencia de las cosas coincidieran directamente": de hecho, es una tarea específica de la minoría marxista ver más allá de las apariencias y tratar de discernir los desarrollos más profundos que ocurren dentro de su clase.
Cuando la CCI publicó documentos relacionados con este debate interno, la Communist Work Organization (CWO) acogió con beneplácito lo que percibió como un intento de la CCI de saldar cuentas con los residuos consejistas que aún tenían peso dentro de la organización[7]. Pero en las cuestiones de fondo planteadas por el debate, en realidad se alinearon, algo irónicamente, con la visión consejista, ya que ellos también rechazaron la noción de maduración subterránea como no marxista, como una forma de "junguianismo político"[[8]]. Decimos irónicamente porque en esa etapa la CWO había abrazado una versión de la conciencia de clase llevada a la clase desde "afuera" por "el partido", constituido por elementos de la intelligentsia burguesa, la tesis idealista de Kautsky que Lenin adoptó en ¿Qué hacer? pero luego admitió que "torció demasiado la barra" en polémica con los proto-consejistas de su época, la tendencia Economista en Rusia. Pero la ironía se disipa cuando consideramos que el materialismo vulgar y el idealismo a menudo pueden coexistir[9]Tanto para los consejistas como para la CWO en su artículo, una vez que las luchas abiertas se acaban, la clase no es más que una masa de individuos atomizados. La única diferencia es que para la CWO, este ciclo estéril solo podría romperse mediante la intervención del partido.
En nuestra respuesta[10], insistimos en que la noción de la maduración subterránea de la conciencia no era una innovación de
la CCI, sino una consecuencia directa de la noción de Marx de la revolución como el Viejo Topo que cava bajo la superficie durante largos períodos solo para salir a la superficie en ciertas condiciones dadas. Y en particular citamos un pasaje muy lúcido de Trotsky en su magistral estudio precisamente de este proceso, La Historia de la Revolución Rusa, donde escribió: "En una revolución, miramos ante todo a la injerencia directa de las masas en los destinos de la sociedad. Buscamos descubrir detrás de los eventos cambios en la conciencia colectiva... Esto puede parecer desconcertante solo para quien ve la insurrección de las masas como 'espontánea', es decir, como un motín de rebaño artificialmente aprovechado por los líderes. En realidad, la mera existencia de privaciones no es suficiente para causar una insurrección; si lo fuera, las masas estarían siempre en revuelta... Las causas inmediatas de los eventos de una revolución son cambios en el estado mental de las clases en conflicto... Los cambios en la conciencia colectiva tienen naturalmente un carácter semi oculto. Solo cuando han alcanzado un cierto grado de intensidad, los nuevos estados de ánimo e ideas irrumpen en la superficie en forma de actividades de masas".
Del mismo modo, la ola internacional de luchas que comenzó en mayo de 1968 en Francia no surgió de la nada (aunque inicialmente sorprendió a la burguesía, que había comenzado a pensar que la clase trabajadora se había "aburguesado" por la "sociedad de consumo"). Fue el fruto de un largo proceso de desprendimiento de las instituciones y temas ideológicos burgueses (como los sindicatos y los llamados partidos obreros, los mitos de la democracia y el "socialismo real" en el este, etc.), acompañado por el empeoramiento de las condiciones materiales (los primeros signos de una nueva crisis económica abierta). Este proceso también se había expresado aquí y allá en movimientos de huelga como las “huelgas salvajes” en los EE. UU. y Europa Occidental a mediados de los años 60.
Lo mismo ocurre con la ruptura de 2022, que también llegó tras una serie de huelgas en los EE. UU., Francia, etc., muchas de las cuales habían sido interrumpidas por el cierre patronal por Covid. Pero lo que sucedió después de 2022 reveló más claramente lo que había estado gestándose dentro de la clase trabajadora durante algunos años:
- El eslogan generalizado "ya basta" expresó un sentimiento cultivado durante mucho tiempo de que todas las promesas que se hicieron en el período que siguió a la "crisis financiera" de 2008 (promesas que incluían que se necesitaba un período de "austeridad" antes de que se pudiera reanudar la prosperidad) habían resultado ser mentiras, y que era hora de que los trabajadores comenzaran a plantear sus propias reivindicaciones. Fue tanto más significativo cuanto que el movimiento en Gran Bretaña surgió después de décadas de estancamiento y resignación que siguieron a las derrotas de los años 80, en particular la derrota de los mineros en 1985.
- Los eslóganes "todos estamos en el mismo barco" y "la clase trabajadora ha vuelto" expresaron una tendencia de la clase trabajadora a recuperar un sentido de sí misma como una clase con su propia existencia colectiva e intereses distintivos, a pesar de décadas de atomización impuesta por la descomposición general de la sociedad capitalista, acentuada por el desmantelamiento deliberado de muchos centros de la clase obrera de tradición combativa (minas, acero, etc.). En las luchas en Francia contra la "reforma de las pensiones", y en otros lugares, las frecuentes referencias al movimiento en Gran Bretaña que había "iniciado" el resurgimiento de la clase atestiguaron los inicios de una conciencia de que esta identidad de clase no se detiene en las fronteras nacionales, a pesar del enorme peso del nacionalismo y el populismo.
- De nuevo en el movimiento en Francia, el eslogan "Nos dan 64[[11]], nosotros les daremos 68" expresó un recuerdo definido del significado de las huelgas masivas de 1968 (un fenómeno que habíamos notado previamente en las asambleas estudiantiles en el movimiento anti-CPE de 2006, donde había un poderoso deseo de aprender de lo que sucedió en 1968).
- Así como el proceso de maduración subterránea antes de 1968 iba a dar a luz una nueva generación de elementos politizados que intentaban redescubrir la verdadera historia del movimiento revolucionario (y así la recuperación de la tradición de la izquierda comunista), en el período actual estamos viendo el desarrollo internacional de minorías que tienden hacia posiciones internacionalistas y comunistas. El hecho de que la mayoría de estos elementos y sus esfuerzos por agruparse hayan sido engendrados menos por la lucha de clases inmediata que por la cuestión de la guerra es evidencia de que los movimientos de clase actuales expresan algo más que preocupaciones sobre el deterioro de los niveles de vida. Hemos apreciado la importancia del hecho de que las luchas de la ruptura estallaran precisamente en un momento en que se les pedía a los trabajadores de Europa occidental que aceptaran congelaciones de costos de vida y salarios en nombre de apoyar la "defensa de Ucrania" contra el tirano Putin. Y nuevamente, algunas minorías en las manifestaciones contra la reforma de las pensiones en Francia fueron explícitas en rechazar los sacrificios en aras de la construcción de una economía de guerra.
- Un signo adicional del proceso de maduración también puede verse en los esfuerzos del aparato político de la burguesía por radicalizar los mensajes dirigidos a la clase trabajadora. El éxito del trumpismo en los EE. UU. puede atribuirse en gran parte a su capacidad para aprovechar las preocupaciones reales de la clase trabajadora estadounidense sobre el aumento de los precios y el efecto del gasto militar en las condiciones de vida. Y en el ala opuesta del espectro político, hemos visto el nombramiento de líderes sindicales más radicales, como en Gran Bretaña, y un movimiento definido hacia la izquierda por parte de los trotskistas, con grupos como Revolution Permanent en Francia o el Revolutionary Communist Party en Gran Bretaña cambiando su enfoque de la política identitaria para hablar ahora sobre el comunismo, el internacionalismo y la necesidad de la revolución proletaria, con el objetivo sobre todo de "absorber" a los jóvenes elementos que están haciendo preguntas serias sobre la dirección que está tomando la sociedad capitalista.
Podríamos continuar con estos ejemplos. Sin duda, serán contrarrestados por argumentos que buscan demostrar que la clase trabajadora en realidad ha olvidado más de lo que aprendió de la ola de luchas después de 1968, en particular, como lo demuestra el hecho de que ha habido pocos intentos de desafiar el control sindical de las huelgas actuales y de desarrollar formas de autoorganización. Pero para nosotros, las tendencias generales iniciadas por la "ruptura" de 2022 están solo en sus comienzos. Su potencial histórico solo puede entenderse viéndolas como los primeros frutos de un largo proceso de germinación. Volveremos a esto en la segunda parte del artículo.
Amos, 15 de enero de 2025.
[[1]] Ver en particular El retorno de la combatividad del proletariado mundial [33], Revista Internacional 169 y Tras la ruptura en la lucha de clases, la necesidad de la politización [34], Revista Internacional 171.
[[2]] Las ambigüedades de la TCI sobre la importancia histórica de la ola de huelgas en el Reino Unido [35], World Revolution 396.
[[3]] ICC: A new “Historic Rupture” in the Class Struggle since 2022? [36] (CCI: ¿Una nueva “ruptura histórica” en la lucha de clases desde 2022? - En su sitio web no está disponible en español)
[[4]] 1825-2025 - Two centuries of class struggle [37] (1825-2025 – Dos siglos de lucha de clases. En su sitio web no está disponible en español)
[[5]] Ver nuestro artículo La "Fracción Externa" de la CCI [38] en Revista Internacional 45.
[[6]] El Capital, Volumen 3, parte VII, capítulo 48.
[[7]] En Workers Voice 20, segunda serie.
[[8]] Esto fue en respuesta a nuestra cita sobre la insistencia de Rosa Luxemburgo en que "lo inconsciente precede a lo consciente" en el desarrollo del movimiento de clase, que en realidad es una aplicación de la fórmula marxista de que el ser determina la conciencia. Pero esta fórmula puede ser desfigurada si no se comprende la relación dialéctica entre los dos: no solo el ser es un proceso de devenir, en el que la conciencia evoluciona a partir de lo inconsciente, sino que la conciencia también se convierte en un factor activo en el avance evolutivo e histórico.
[[9]] Desde entonces, la CWO ha dejado de defender la tesis kautskista, pero nunca ha aclarado abiertamente por qué ha cambiado su posición.
[[10]] Reply to the CWO: On the subterranean maturation of consciousness [39] , International Review 43 (Respuesta a la CWO: Sobre la maduración subterránea de la conciencia, Revista Internacional 43 - No disponible en español)
[[11]] Es decir, la nueva edad de jubilación propuesta.
Segunda parte: El trasfondo de un proletariado no derrotado.
En la primera parte de este artículo, nuestro objetivo era mostrar que el actual resurgimiento de la lucha de clases, el “quiebre” o “ruptura” con décadas de retroceso, no es sólo una respuesta al dramático agravamiento de la crisis económica mundial, sino que tiene raíces más profundas en el proceso que llamamos de “maduración subterránea de la conciencia”, un proceso semioculto de reflexión, discusión, desilusión con las falsas promesas y que sale a la superficie en ciertos momentos clave. El segundo elemento que confirma que asistimos a una evolución profunda en el seno del proletariado mundial es la idea –que, al igual que la noción de maduración subterránea, es más o menos exclusiva de la CCI– de que los principales batallones de la clase obrera no han sufrido una derrota histórica comparable a la que experimentaron con el fracaso de la oleada revolucionaria de 1917-23. Y esto a pesar de las dificultades crecientes que afectan a la clase en la fase terminal de la decadencia capitalista, la fase de descomposición. Un punto central de la ideología de la clase dominante consiste en rechazar, por “obsoleta y desacreditada”, toda idea de que la clase obrera pueda ofrecer una alternativa al capitalismo. Nosotros refutamos esta falsedad basándonos en el método marxista, y en particular en el método desarrollado por la Izquierda Comunista italiana y francesa durante los años 30 y 40. En 1933, el año en que el nazismo llegó al poder en Alemania, la Izquierda italiana en el exilio comenzó a publicar su revista Bilan –llamada así porque entendió que su tarea central era realizar un serio “balance” (bilan en francés) de la derrota de la oleada revolucionaria y la victoria de la contrarrevolución. Esto significaba cuestionar los planteamientos erróneos que habían llevado a la degeneración oportunista de los partidos comunistas, y desarrollar las bases programáticas y organizativas para los nuevos partidos que surgirían en una nueva situación (pre)revolucionaria. La tarea del momento era, pues, la de una fracción, a diferencia de lo que propugnaba la corriente que, en torno a Trotsky, buscaba constantemente la formación de una nueva Internacional sobre las mismas bases oportunistas que habían llevado a la desaparición de la Tercera Internacional. La elaboración de un programa para el futuro sobre las bases de las lecciones del pasado implicaba “no traicionar” los principios internacionalistas fundamentales frente a las enormes presiones de la contrarrevolución, que ahora tenía vía libre para llevar a la clase obrera hacia una nueva guerra mundial. Solo así pudo rechazar los requerimientos para que se alinease con el ala “antifascista” de la burguesía durante la guerra de España (1936-39), así como el apoyo· a las “naciones oprimidas” en los conflictos imperialistas en China, Etiopía y otros lugares; conflictos que, como la propia guerra de España, eran otros tantos peldaños hacia la nueva guerra mundial.
La Izquierda Comunista italiana no era invulnerable a la presión de la ideología dominante. A finales de los años treinta, cayó en la teoría revisionista de “la economía de guerra”, que sostenía que los conflictos que estaban sentando las bases para un nuevo reparto imperialista del mundo tenían, por el contrario, como objetivo prevenir el peligro de un nuevo estallido revolucionario. Esta interpretación errónea provocó la desorientación total de la mayoría de la Fracción italiana. Y así, hacia el final de la guerra, sin ninguna reflexión seria sobre la situación global del proletariado, el surgimiento de algunos movimientos de clase en Italia condujo a una proclamación precipitada de un nuevo partido y sólo en Italia (el Partito Comunista Internazionalista), y esto sobre una base profundamente oportunista que reunía a elementos muy heterogéneos sin un proceso riguroso de clarificación programática.
Frente a esta deriva oportunista, los camaradas que formarían la Izquierda Comunista de Francia (GCF) supieron comprender que la contrarrevolución seguía vigente, sobre todo después de que la burguesía demostrase su capacidad para aplastar los focos de resistencia proletaria que aparecieron al final de la guerra. La GCF pudo criticar rigurosamente los errores oportunistas del PCInt (ambigüedades sobre los grupos partisanos en Italia, participación en las elecciones burguesas, etc.). Para la GCF, la cuestión de si el proletariado seguía sufriendo una derrota profunda o si estaba recuperando su autonomía de clase en luchas masivas resultó decisiva para la forma como comprendió su propio papel.
La “tradición” de la GCF – que se disolvió en 1952, el mismo año en que el PCInt se escindió en sus alas “bordiguista” y “damenista”– fue retomada en Venezuela por el grupo Internacionalismo, animado por Mark Chirik, que había luchado contra el revisionismo en la Fracción Italiana y había sido miembro fundador de la GCF. A partir de 1962, y percibiendo los primeros signos de un retorno de la crisis económica abierta y de un cierto número de luchas obreras en varios países, Internacionalismo vislumbró la apertura de un nuevo período de luchas de clases: el fin de la contrarrevolución y la apertura de un nuevo curso histórico[1], que se vio pronto confirmado por los acontecimientos de mayo-junio de 1968 en Francia, seguidos por toda una serie de movimientos de clase masivos en todo el mundo, movimientos que demostraron una tendencia a romper con los órganos establecidos de control sobre la clase obrera (partidos de izquierda y sindicatos) y también revelaron una clara dimensión política que alimentó la aparición de una nueva generación de jóvenes que buscaban posiciones de clase, demostrando potencia para el reagrupamiento de fuerzas revolucionarias a escala internacional
Esta ruptura con la contrarrevolución no fue un simple fenómeno pasajero, sino que creó una situación histórica subyacente que no ha desaparecido, aunque haya pasado por varias etapas y muchas dificultades. Entre 1968 y 1989, asistimos a tres grandes oleadas internacionales de lucha de clases en las que se produjeron algunos avances significativos en el plano de la comprensión de los métodos de lucha, ilustrados en particular por las huelgas de masas en Polonia en 1980, que dieron lugar a formas independientes de organización de clase a nivel de todo un país. El impacto de estos movimientos no se percibió únicamente a través de luchas abiertas y masivas, sino también en un mayor peso social del proletariado como clase en el escenario social. A diferencia de los años 1930, esta correlación de fuerzas en los años 1980 actuó como barrera a los preparativos para una tercera guerra mundial, que volvía a estar a la orden del día con el regreso de la crisis económica abierta y la existencia ya formada de bloques imperialistas que se disputaban la hegemonía mundial.
Pero que la clase dominante tuviese bloqueado el camino de la guerra mundial, no significaba que la burguesía no estuviera a la ofensiva o que se hallase desarmada frente a la clase obrera. En la década de 1980 se produjo un realineamiento de las fuerzas políticas burguesas, caracterizado por gobiernos de derecha que lanzaron ataques brutales contra los empleos y los salarios de los trabajadores, mientras que la izquierda en la oposición se encargaba de canalizar, controlar y descarrilar las reacciones de la clase obrera a estos ataques. Esta contraofensiva capitalista infligió una serie de derrotas importantes a sectores de la clase obrera en los principales centros capitalistas, especialmente en el caso de los mineros en Gran Bretaña: el aplastamiento de su resistencia al cierre casi completo de la industria del carbón sirvió para abrir la puerta a una política más amplia de desindustrialización y “deslocalización” que desmanteló algunos de los principales bastiones de la clase obrera. Aun así, la lucha de clases continuó en el período 1983-88, sin que se produjese una derrota frontal de los batallones más importantes del proletariado, como sí habíamos visto en los años 1920 y 1930. Pero las luchas de los años 80 no lograron alcanzar el nivel político que exigía la gravedad de la situación mundial, y así llegamos al “impasse” que precipitó el proceso de descomposición capitalista. El colapso del bloque del Este en 1989-91 marcó una nueva fase de la decadencia trayendo consigo enormes dificultades para la clase obrera. Las ensordecedoras campañas ideológicas sobre la “victoria del capitalismo” y la pretendida “muerte del comunismo”, la atomización y la desesperación que se vieron gravemente exacerbadas por la descomposición de la sociedad, y el desmantelamiento consciente por parte de la burguesía de los centros industriales tradicionales con el objetivo de romper estos viejos hogares de resistencia obrera, … Todo esto se combinó para erosionar la identidad de clase del proletariado, su sensación de ser una fuerza distinta en la sociedad con sus propios intereses que defender.
En esta nueva fase de la decadencia del capitalismo, la noción de un curso histórico ya no era válida, aunque la CCI tardó mucho tiempo en comprenderlo plenamente[2]. Pero ya en nuestras Tesis sobre la descomposición de 1990 entendimos que la putrefacción progresiva del capitalismo podía ahogar al proletariado incluso sin una derrota frontal, ya que la continuación de sus luchas defensivas, si bien habían cerrado el camino a la guerra mundial, no bastaban para detener la amenaza de destrucción de la humanidad mediante una combinación de guerras locales, desastres ecológicos y ruptura de los vínculos sociales.
Las décadas que siguieron al colapso del bloque del Este pueden describirse como una época de retroceso de la clase obrera, aunque esto no significó una desaparición completa de la lucha de clases. Así, por ejemplo, vimos a una nueva generación de proletarios involucrarse en movimientos significativos como la lucha contra el CPE en Francia en 2006 y el movimiento de los Indignados en España en 2011. Pero, aunque estas luchas dieron lugar a formas genuinas de autoorganización (asambleas generales) y actuaron como foco de un debate serio sobre el futuro de la sociedad, su debilidad fundamental fue que la mayoría de los involucrados en ellas no se veían a sí mismos como parte de la clase trabajadora sino más bien como "ciudadanos" que luchaban por sus derechos, siendo, por tanto, vulnerables a diversas mistificaciones políticas “democráticas”.
Esto subraya la importancia de la nueva ruptura de 2022 que comenzó con las huelgas generalizadas en Gran Bretaña, puesto que anuncia el regreso de la clase como clase, es decir, el comienzo de una recuperación de la identidad de clase. Algunos sostienen que estas huelgas fueron en realidad un paso atrás con respecto a movimientos anteriores como los Indignados, puesto que mostraron pocas señales de asambleas generales o estímulos a un debate político sobre cuestiones más amplias. Pero esto supone ignorar que, tras tantos años de pasividad, “la primera victoria de la lucha es la lucha misma”: el hecho de que el proletariado no se rinde pasivamente ante una erosión continua de sus condiciones de vida y trabajo; y que comienza de nuevo a verse a sí mismo como una clase. Las Tesis sobre la descomposición insistían en que no serán tanto las expresiones más directas de la descomposición -como el cambio climático o la gangsterización de la sociedad-, sino la profundización de la crisis económica lo que proporcionaría las mejores condiciones para la reanudación de los combates de clase; Los movimientos que hemos visto desde 2022 ya lo han confirmado, y nos encaminamos hacia una situación en la que la crisis económica será la peor de la historia del capitalismo, exacerbada no solo por las contradicciones económicas centrales del capital (la sobreproducción y la caída de la tasa de ganancia), sino también por el crecimiento del militarismo, la propagación de las catástrofes ecológicas y las políticas cada vez más irracionales de la clase dominante.
En particular, el desarrollo cada vez más evidente de una economía de guerra en los países centrales del capitalismo será una cuestión vital en la politización de la resistencia de los trabajadores. Esto ya ha sido presagiado por dos acontecimientos importantes: primero, el hecho de que el surgimiento de las luchas en 2022 se produjo precisamente en un momento en el que el estallido de la guerra en Ucrania se vio acompañado de grandes campañas sobre la necesidad de apoyar a Ucrania y de sacrificios con el fin de resistir la futura agresión rusa; segundo, el desarrollo de minorías politizadas por la amenaza de la guerra y que buscan una respuesta internacionalista. Estas reacciones sobre la cuestión de la guerra no surgen de la nada: son una prueba más de que la nueva fase de la lucha de clases extrae su fuerza histórica de la realidad de un proletariado no derrotado.
Repetimos: el peligro de descomposición que amenaza al proletariado no ha desaparecido, y de hecho crece a medida que el “efecto torbellino” de los desastres capitalistas que interactúan interacción gana fuerza, acumulando destrucción sobre destrucción. Pero las luchas posteriores a 2022 muestran que la clase todavía puede responder y que existen dos polos en la situación, una especie de carrera contra el tiempo[3] entre la aceleración de la descomposición y el desarrollo de la lucha de clases a un nivel superior; un desarrollo en el que todas las cuestiones derivadas por la descomposición pueden encontrar respuesta en un proyecto comunista que puede ofrecer una salida a la crisis económica, la guerra perpetua, la destrucción de la naturaleza y la podredumbre de la vida social. Cuanto más claramente comprendan las organizaciones revolucionarias de hoy lo que está en juego en la situación mundial actual, más eficazmente podrán desempeñar su papel de elaboración de esta perspectiva para el porvenir.
Amos
[1] Inicialmente, la CCI definió este nuevo curso histórico como un curso hacia la revolución, pero a mediados de los años 1980 adoptamos la fórmula “curso hacia enfrentamientos masivos de clase”, ya que no podía haber una trayectoria automática hacia una salida revolucionaria de la crisis capitalista.
[2] Informe sobre el curso histórico [42], Revista Internacional 164
[3] Esta idea de los “dos polos” no debe confundirse con la idea de un “curso paralelo entre la guerra mundial y la revolución mundial” que han defendido algunos grupos del medio político proletario, ya que, como explicó Bilan, un curso hacia la guerra mundial exige un proletariado derrotado y, por lo tanto, excluye la posibilidad de una revolución mundial. Para una polémica con Battaglia Comunista sobre esta cuestión, véase El curso histórico [43] en la Revista Internacional 18.
A finales de 1899, Lenin escribió un artículo titulado «Sobre las huelgas», acerca de las huelgas que se desarrollaban entonces en Rusia[1] . Aunque ha transcurrido más de un siglo desde que se escribió este artículo, lo que hace inevitable que algunas de las ideas que contiene queden desfasadas u obsoletas como resultado de la forma en que ha evolucionado el mundo, otras no sólo conservan toda su validez, sino que también son de indudable interés en cuanto al potencial de la dinámica de la lucha de clases en el período actual. Esto es particularmente cierto en la parte del artículo que responde a la pregunta «¿Cuál es el papel de las huelgas? y que reproducimos más adelante.
Las huelgas de finales de la década de 1890 mencionadas por Lenin formaban parte de una dinámica de lucha en Rusia y Europa que desembocó en la huelga de masas de 1905 en Rusia con la aparición de los soviets. Sólo en Rusia, las huelgas siguientes fueron particularmente importantes durante este período: la huelga general de los trabajadores textiles en San Petersburgo en 1896 y 1897; la huelga de Batum en el Cáucaso en marzo de 1902; y la gigantesca huelga general de Bakú en el Cáucaso, en diciembre de 1904.
El texto de Lenin destaca las siguientes características de estas luchas, que en gran medida pueden considerarse políticamente válidas para el periodo actual:
Hoy, más de doce décadas después de los años de 1890, la clase obrera debe volver a pasar por la escuela de la lucha de la defensa básica de sus condiciones de vida, mientras que en el pasado tuvo experiencias «históricas» de lucha durante la primera oleada revolucionaria mundial de 1917-23.
El problema es que a la derrota de esta oleada revolucionaria siguió una contrarrevolución mundial, de casi medio siglo de duración, que borró momentáneamente de las masas el recuerdo de los momentos culminantes de su experiencia histórica.
Posteriormente, iniciada por el estallido de huelgas masivas y las grandes movilizaciones de 1968 en Francia, una nueva dinámica de luchas de clases internacionales puso fin a este periodo de contrarrevolución, abriendo el camino a los enfrentamientos de clase. Pero 20 años después, la nueva dinámica chocó con los límites impuestos por las dificultades de la clase obrera para politizar su lucha. Ninguna de las dos clases antagónicas estaba entonces en condiciones de imponer su propia solución a la crisis del capitalismo: guerra mundial para la burguesía, revolución para el proletariado. El resultado fue una situación de bloqueo entre las clases y la apertura de la fase de descomposición del capitalismo, lo que implicaba mayores dificultades para el proletariado[2].
Sin embargo, al no sufrir una derrota decisiva y enfrentarse a ataques económicos cada vez más masivos, el proletariado acabó por salir de su pasividad anterior y reanudó una dinámica de desarrollo de las luchas en los principales países industrializados, cuya primera expresión fue la oleada de luchas en el Reino Unido en el verano de 2022. Estas luchas no son simplemente una reacción a los ataques inmediatos contra las condiciones de trabajo, sino que tienen una dimensión histórica más profunda. Son el fruto de un largo proceso de 'maduración subterránea' de la conciencia de clase, que ha progresado a pesar de las enormes presiones ejercidas por la descomposición acelerada de la sociedad capitalista"[3].
Precisamente en esta nueva situación, en la que la clase obrera debe reavivar sus métodos de lucha, las lecciones extraídas por Lenin hacen más de 120 años constituyen preciosos indicadores para la clase obrera de hoy[4] . Ellas insisten en que la principal ganancia de la lucha es la lucha misma, lo que es de la mayor importancia en una situación en la que es llevando al extremo la lucha por defender sus condiciones de vida como el proletariado podrá desarrollar su conciencia de la necesidad de derrocar la dictadura de la burguesía. En efecto, «nos dirigimos hacia una situación en la que la crisis económica será la más grave de la historia del capitalismo, agravada no sólo por las contradicciones económicas centrales del capital (sobreproducción y caída de la tasa de beneficio), sino también por el crecimiento del militarismo, la extensión de las catástrofes ecológicas y las políticas cada vez más irracionales de la clase dominante»[5].
¿Cuál es el papel de las huelgas (o paros) en la lucha de la clase obrera? (Lenin - extracto de su artículo «Sobre las huelgas») [6]
Para responder a esta pregunta, primero debemos detenernos un poco más en las huelgas para comprenderlas de manera más amplia. Si, como hemos visto, el salario de un trabajador está determinado por un contrato entre él y el patrón, y si en este caso el trabajador aislado es totalmente impotente, es obvio que los trabajadores deben necesariamente apoyar sus reivindicaciones en común, que deben necesariamente organizar huelgas para impedir que los patrones reduzcan los salarios o para obtener salarios más altos. Y, de hecho, no hay un solo país con un régimen capitalista en el que no haya huelgas obreras. En todos los países de Europa y América, los trabajadores se sienten impotentes cuando actúan aisladamente, y sólo pueden resistir a la patronal actuando juntos, ya sea haciendo huelga o amenazando con hacerla. Cuanto más se desarrolla el capitalismo, más rápidamente se multiplican las grandes fábricas y factorías, pero los pequeños capitalistas son desbancados por los grandes, y más imperiosa se hace la necesidad de una resistencia conjunta de los trabajadores, porque el paro se agrava, la competencia se hace más feroz entre los capitalistas que se esfuerzan por producir sus mercancías al menor precio posible (lo que exige pagar lo menos posible a los trabajadores), las fluctuaciones de la industria aumentan y las crisis se hacen más violentas[7]. Cuando la industria estaba en auge, los propietarios de las fábricas obtenían enormes beneficios, sin pensar lo más mínimo en compartirlos con los trabajadores; pero en tiempos de crisis, intentaban que los trabajadores soportaran las pérdidas. La necesidad de las huelgas en la sociedad capitalista está tan bien reconocida por todos en los países de Europa que la ley no las prohíbe; sólo en Rusia persisten leyes bárbaras contra las huelgas (volveremos sobre estas leyes y su aplicación en otra ocasión).
Pero las huelgas, que forman parte de la naturaleza misma de la sociedad capitalista, marcan el comienzo de la lucha que libra la clase obrera contra esta organización de la sociedad. Cuando los capitalistas ricos se enfrentan a trabajadores aislados y necesitados, estos últimos se encuentran en una situación de total sometimiento. La situación cambia cuando estos trabajadores necesitados unen sus fuerzas. Los patronos no obtendrán ningún beneficio de sus riquezas si no encuentran trabajadores dispuestos a aplicar su trabajo a las herramientas y materias primas de los capitalistas y producir nuevas riquezas. Cuando los obreros aislados tienen tratos con los patronos, siguen siendo verdaderos esclavos condenados a trabajar eternamente en beneficio de otros por un bocado de pan, a permanecer eternamente dóciles y mudos mercenarios. Pero cuando formulan sus reivindicaciones en común y se niegan a obedecer a los que tienen las manos llenas, dejan de ser esclavos, se convierten en seres humanos, empiezan a exigir que su trabajo ya no sirva sólo para enriquecer a un puñado de parásitos, sino que permita a los trabajadores vivir humanamente. Los esclavos empiezan a exigir convertirse en amos, trabajar y vivir no al capricho de los grandes terratenientes y capitalistas, sino como quieren los propios trabajadores. Si las huelgas inspiran siempre tanto terror a los capitalistas es porque empiezan a sacudir su dominación. «Todos los engranajes se pararán si tu fuerte brazo lo quiere», dice una canción obrera alemana sobre la clase obrera. En efecto: las fábricas, las plantas, los grandes latifundios, las máquinas, los ferrocarriles, etc., etc., son, por así decirlo, los engranajes de un inmenso mecanismo que extrae productos de todo tipo, los somete a las transformaciones necesarias y los entrega allí donde se necesitan. Todo este mecanismo es accionado por el trabajador, que cultiva la tierra, extrae el mineral, produce mercancías en las fábricas, construye casas, talleres y ferrocarriles. Cuando los trabajadores se niegan a trabajar, todo el mecanismo amenaza con detenerse. Cada huelga recuerda a los capitalistas que ellos no son los verdaderos amos, sino los trabajadores, que proclaman cada vez más sus derechos. Cada huelga recuerda a los trabajadores que su situación no es desesperada, que no están solos. Fíjate en la enorme influencia que tiene la huelga tanto sobre los huelguistas como sobre los trabajadores de las fábricas vecinas o de fábricas de un ramo similar. En tiempos normales, en tiempos de paz, el obrero arrastra su bola y su cadena sin decir una palabra, sin contradecir al patrón, sin pensar en su situación. En tiempos de huelga, formula sus reivindicaciones alto y claro, recuerda a la patronal todas las trabas tiránicas que le ha infligido, proclama sus derechos, piensa no sólo en sí mismo y en su salario, sino también en todos sus compañeros que han dejado de trabajar al mismo tiempo que él y que defienden la causa obrera sin temor a ser privados. Cada huelga trae consigo un cúmulo de penurias para el obrero, penurias tan espantosas que sólo pueden compararse con las calamidades de la guerra: hambre en casa, pérdida del salario, muy a menudo detención y expulsión de la ciudad donde ha vivido y trabajado durante mucho tiempo. Y a pesar de todas estas calamidades, los obreros despreciaban a los que abandonaban a sus compañeros y transigían con el patrón. A pesar de la miseria causada por la huelga, los trabajadores de las fábricas vecinas siempre sienten un renovado coraje cuando ven a sus compañeros emprender la lucha. «Aquellos que soportan tanta miseria para quebrar la resistencia de un solo burgués podrán quebrar también la fuerza de toda la burguesía"[8], decía uno de los grandes maestros del socialismo, Engels, a propósito de las huelgas de los obreros ingleses. A menudo basta que una sola fábrica se declare en huelga para que el movimiento se extienda inmediatamente a otras muchas fábricas. ¡Tan grande es la influencia moral de las huelgas, tan contagioso es para los obreros el espectáculo de sus compañeros que, aunque sea temporalmente, dejan de ser esclavos y se convierten en iguales de los ricos! Todas las huelgas contribuyen poderosamente a llevar a los trabajadores a la idea del socialismo, de la lucha de toda la clase obrera por liberarse del yugo del capital. Ha ocurrido muy a menudo que antes de una gran huelga los obreros de una fábrica, de una industria o de una ciudad determinada no sabían casi nada del socialismo y pensaban poco en él, y que después de la huelga se multiplicaron entre ellos los círculos y las asociaciones, mientras que un número cada vez mayor de obreros se hacía socialista.
La huelga enseña a los obreros a comprender en qué consiste la fuerza de los patronos y en qué consiste la fuerza de los obreros, les enseña a pensar no sólo en su propio patrón y en sus camaradas más próximos, sino en todos los patronos, en toda la clase de los capitalistas y en toda la clase obrera. Cuando un jefe de fábrica, que ha amasado millones gracias al trabajo de varias generaciones de obreros, se niega al más mínimo aumento salarial o incluso intenta reducirlo aún más y, si se resiste, echa a la calle a miles de familias hambrientas, los obreros ven claramente que la clase capitalista en su conjunto es enemiga de la clase obrera en su conjunto, que sólo pueden contar con ellos mismos y con su sindicato. Sucede muy a menudo que el patrón hace todo lo posible por engañar a los obreros, por hacerse pasar por su benefactor, por ocultar su explotación de los obreros con limosnas irrisorias, con falsas promesas. Toda huelga destruye de un plumazo todo este engaño, mostrando a los trabajadores que su «benefactor» es un lobo con piel de cordero.
Pero la huelga no sólo abre los ojos a los obreros respecto a los capitalistas, sino que también los ilumina respecto al gobierno y las leyes. Al igual que los propietarios de las fábricas intentan hacerse pasar por benefactores de los obreros, los funcionarios y sus secuaces intentan convencer a los obreros de que el zar y su gobierno actúan con justicia, preocupándose por igual de la suerte de los patronos y de los obreros. Los trabajadores no conocen las leyes, no tratan con funcionarios, sobre todo los de rango superior, y por eso suelen confiar en todo eso. Pero entonces estalla una huelga. El fiscal, el inspector de fábrica, la policía y a menudo incluso las tropas llegan a la fábrica. A los trabajadores se les dice que han infringido la ley: la ley autoriza a los empresarios a reunirse y discutir abiertamente formas de reducir los salarios de los trabajadores, ¡pero convierte en delito que estos trabajadores se reúnan para emprender una acción conjunta! Los echaron de sus casas; la policía cerró las tiendas donde podían comprar comida a crédito; intentaron poner a los soldados en contra de los trabajadores, incluso cuando éstos permanecían tranquilos y pacíficos. Llegaron incluso a disparar contra los obreros y, cuando los soldados masacraron a obreros desarmados disparándoles por la espalda mientras huían, el propio Zar dio las gracias a las tropas (así fue como el Zar dio las gracias a los soldados que habían matado a los obreros en huelga en Yaroslavl en 1895). Todos los trabajadores se dieron cuenta entonces de que el gobierno del zar era su peor enemigo, que defendía a los capitalistas y mantenía a los trabajadores atados de pies y manos. Los obreros empezaron a darse cuenta de que las leyes se hacían en interés exclusivo de los ricos, que los funcionarios también defendían los intereses de los ricos, que la clase obrera estaba amordazada y ni siquiera se le permitía dar a conocer sus necesidades, que la clase obrera tenía que conquistar el derecho a la huelga, el derecho a publicar periódicos obreros, el derecho a participar en la representación nacional, que tenía que promulgar las leyes y velar por su aplicación. Y el propio gobierno comprende muy bien que las huelgas abren los ojos a los trabajadores, por eso las teme tanto y hace todo lo posible por suprimirlas cuanto antes. No en vano, un ministro del Interior alemán[9], que se ha hecho especialmente famoso por perseguir ferozmente a los socialistas y a los trabajadores conscientes, declaró una vez ante los representantes del pueblo: «Detrás de cada huelga se cierne la hidra [el monstruo] de la revolución»; cada huelga refuerza y desarrolla en los trabajadores la conciencia de que el gobierno es su enemigo, de que la clase obrera debe prepararse para luchar contra él por los derechos del pueblo.
Así, las huelgas enseñan a los obreros a unirse; les muestran que sólo uniendo sus esfuerzos pueden luchar contra los capitalistas; las huelgas enseñan a los obreros a pensar en la lucha de toda la clase obrera contra toda la clase de los patronos de las fábricas y contra el gobierno autocrático, el gobierno policial. Por esta razón los socialistas llaman a las huelgas «la escuela de la guerra», una escuela donde los trabajadores aprenden a hacer la guerra contra sus enemigos, para liberar a todo el pueblo y a todos los trabajadores del yugo de los funcionarios y del capital.
Pero la «escuela de la guerra» no era todavía la guerra misma. Cuando las huelgas se extendieron ampliamente entre los obreros, algunos de ellos (y algunos socialistas) llegaron a imaginar que la clase obrera podía limitarse a ir a la huelga, a organizar fondos de huelga y asociaciones, y que las huelgas bastaban por sí solas para que la clase obrera consiguiera una mejora seria de su situación, o incluso su emancipación. Viendo la fuerza que representa la unidad de los trabajadores y sus huelgas, incluso a pequeña escala, algunos piensan que bastaría con que los trabajadores organizaran una huelga general que se extendiera a todo el país para obtener de los capitalistas y del gobierno todo lo que quieren. Esta opinión la tenían también los obreros de otros países cuando el movimiento obrero estaba en pañales y era completamente inexperto. Pero esta opinión es errónea. La huelga es uno de los medios de lucha de la clase obrera por su emancipación, pero no el único; y si los obreros no dirigen su atención a los demás medios de lucha, frenarán con ello el crecimiento y el progreso de la clase obrera. De hecho, para garantizar el éxito de las huelgas, se necesitan fondos para apoyar a los trabajadores mientras dure el movimiento. Los trabajadores de todos los países organizan estos fondos (generalmente en el marco de una industria, profesión o taller determinado), pero aquí en Rusia es extremadamente difícil porque la policía los persigue, confisca el dinero y encarcela a los trabajadores. Ni que decir tiene que los trabajadores también saben burlar a la policía, que la creación de estos fondos es útil y no pretendemos desaconsejarla a los trabajadores. Pero no podemos esperar que estos fondos obreros, prohibidos por la ley, puedan atraer a muchos miembros; y con un número limitado de miembros, no serán muy útiles. En segundo lugar, incluso en los países donde las asociaciones obreras existen libremente y disponen de fondos muy importantes, la clase obrera no puede limitarse a luchar únicamente con huelgas. Basta una paralización de la actividad en la industria (una crisis como la que se avecina en Rusia) para que los propios patronos de las fábricas provoquen huelgas, porque a veces les interesa paralizar temporalmente el trabajo y arruinar las arcas de los trabajadores. Así pues, los trabajadores no pueden limitarse exclusivamente a las huelgas y a las formas de organización que éstas implican. En segundo lugar, las huelgas sólo tienen éxito allí donde los trabajadores ya están suficientemente concienciados, donde saben elegir el momento adecuado, formular sus reivindicaciones y donde están en contacto con los socialistas para obtener octavillas y folletos. Estos obreros son todavía poco numerosos en Rusia y es esencial hacer todo lo posible para aumentar su número, para iniciar a la masa obrera en la causa obrera, para iniciarla en el socialismo y en la lucha obrera. Esta tarea debe ser emprendida conjuntamente por los socialistas y los trabajadores conscientes, que formen para ello un partido obrero socialista. En tercer lugar, como hemos visto, las huelgas muestran a los trabajadores que el gobierno es su enemigo y que deben luchar contra él. Y, en todos los países, las huelgas han enseñado gradualmente a la clase obrera a luchar contra los gobiernos por los derechos de los trabajadores y del pueblo en su conjunto. Como acabamos de decir, sólo un partido obrero socialista puede dirigir esta lucha, difundiendo entre los trabajadores las ideas correctas sobre el gobierno y sobre la causa obrera. En otra ocasión hablaremos más concretamente de la forma en que se llevan a cabo las huelgas en Rusia y del uso que los trabajadores conscientes deben hacer de ellas. Por el momento, debemos subrayar que las huelgas, como dijimos más arriba, son la «escuela de la guerra» y no la guerra en sí, que son sólo uno de los medios de la lucha, una de las formas del movimiento obrero. De las huelgas aisladas los obreros pueden y deben pasar, y pasan en todos los países, a la lucha de toda la clase obrera por la emancipación de todos los trabajadores. Cuando todos los obreros conscientes se hacen socialistas, es decir, aspiran a esta emancipación, cuando se unen en todo el país para propagar el socialismo entre los obreros, para enseñar a los obreros todos los métodos de lucha contra sus enemigos, cuando formen un partido obrero socialista que luche por liberar a todo el pueblo del yugo del gobierno y por liberar a todos los trabajadores del yugo del capital, sólo entonces la clase obrera se unirá sin reservas al gran movimiento de los trabajadores de todos los países, que reúne a todos los trabajadores y enarbola la bandera roja con estas palabras: “¡Proletarios de todos los países, uníos!” .
[1] Desgraciadamente, este artículo no se publicó por primera vez hasta 1924, en Proletarskaya Revolutsia núm. 8-9. El artículo «Sobre las huelgas» fue escrito a finales de 1899 por Lenin, que entonces estaba relegado a Siberia. El artículo debía constar de tres partes, como Lenin indicó en su preámbulo. Sólo disponemos de la primera parte, copiada de puño y letra de N. K. Kroupskaïa, y no se ha podido establecer si las otras dos partes fueron escritas. (N. Ed.)
[2] Inmediatamente después del hundimiento del bloque del Este, la CCI puso de relieve la perspectiva de un aumento de las dificultades para la lucha de clases, tanto como consecuencia de la agravación de la descomposición provocada por este acontecimiento histórico como por las campañas ideológicas de la burguesía que explotan la mentira de la identidad entre el hundimiento del estalinismo y el hundimiento del comunismo. Sobre este tema, lea nuestro artículo. Derrumbe del Bloque del Este :Dificultades en aumento para el proletariado [44].(Revista Internacional nº 60)
[3] Las raíces históricas de la «ruptura» en la dinámica de la lucha de clases desde 2022. (parte 1). [45]
[4] Como hemos señalado anteriormente, ciertas caracterizaciones han quedado obsoletas. Es el caso de la forma en que el texto considera a los funcionarios como servidores de la clase capitalista, que ya no se adapta a nuestros tiempos en que los funcionarios son asalariados, la mayoría de los cuales son explotados por la clase capitalista. Sólo una parte de los funcionarios del Estado están directamente al servicio de la defensa del orden capitalista, de las fuerzas de represión en particular.
Del mismo modo, para designar al enemigo de clase, el texto utiliza a menudo la expresión «la clase patronal». Desde la Primera Ola Revolucionaria, aunque la clase obrera sigue teniendo que vérselas con la patronal en muchos sectores, lo cierto es que es el Estado capitalista el principal defensor de los intereses de la burguesía frente al proletariado.
[5] Puede leerse en nuestra Web en: «Las raíces históricas de la “ruptura” en la dinámica de la lucha de clases desde 2022” [45]
[6] Este escrito de Lenin puede leerse completo en el Tomo 4 pág. 306, de Obras Completas en español, disponible en web: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oc/progreso/tomo04.pdf [46]
[7] Hablaremos más sobre las crisis en la industria y lo que significan para los trabajadores en otra ocasión. Por el momento, nos limitaremos a señalar que en los últimos años los negocios han ido muy bien para la industria rusa, ha «prosperado»; pero hoy (a finales de 1899) hay claros síntomas de que esta «prosperidad» va a desembocar en una crisis: en dificultades en la venta de mercancías, en quiebras de los propietarios de fábricas, en la ruina de los pequeños patronos y en terribles calamidades para los obreros (paro, reducción de salarios, etc.) - (Nota de Lenin).
[8] F. Engels, “La situación de la clase obrera en Inglaterra [47]”,
[9] El ministro prusiano del Interior, von Puttkamer (N. Ed.).
En la jungla de sitios que se jactan de defender las posiciones y la tradición del marxismo, hay uno, Controversias[1], que ha dedicado recientemente un folleto entero de más de 60 páginas a un ataque de 360 grados contra nuestra organización[2]. Las acusaciones son muy variadas y abarcan prácticamente todos los planos: posiciones políticas, funcionamiento interno, comportamiento frente a otros grupos. Una de ellas, particularmente difamatoria, propone la idea de una «conspiración secreta de la CCI para sabotear el medio político proletario y todo lo que pueda hacerle sombra». En otras palabras, C. Mcl -seudónimo del autor del panfleto- se presenta como el defensor de la Izquierda Comunista y de sus valores fundacionales frente a los supuestos ataques de la CCI.
Antes de responder a las acusaciones, consideramos necesario presentar al autor, que no es otro que un antiguo miembro de nuestra organización, C. Mcl que, tras abandonar nuestra organización en 2008, se ha distinguido a través de su blog «Controversias» por una actitud claramente hostil de denigración sistemática de la CCI, en particular publicando en 2010 el artículo “Es medianoche en la izquierda comunista [50]” que presenta un balance «fantasioso» y totalmente negativo de las aportaciones de la Izquierda Comunista que se formó como reacción a la degeneración de la Internacional Comunista y a la traición de los partidos comunistas en los años 1930. Según su mismo balance, la experiencia de la Izquierda Comunista fue un completo fracaso y las aportaciones de Bilan y otras expresiones de la Izquierda Comunista[3] fueron inútiles. Así, tras enterrar fraudulentamente la historia y la tradición de la Izquierda Comunista bajo un montón de mentiras en un artículo anterior, C. Mcl se presenta ahora fraudulentamente como defensor de la Izquierda Comunista, con un panfleto basado, como siempre, en mentiras y mistificaciones. O bien C. Mcl ignora por completo sus contradicciones o, como otros antes que él, ha adoptado el lema: «¡cuanto más grande es la mentira, más probabilidades hay de que sea aprobada!».
De hecho, el planteamiento de C. Mcl no es original, ya que otros antes que él, han emprendido una empresa de demolición o tergiversación de los valores y la contribución de la Izquierda comunista. Así, por ejemplo, recuerda, en el fondo y en la finalidad, a la llevada a cabo por otro «ilustre» personaje, el Sr. Gaizka, que había inventado, al servicio de sus objetivos personales, una izquierda comunista española[4] de la que era heredero y defensor. En ambos casos, hay un objetivo común: ser aceptado en el campo de la Izquierda Comunista a través de un caballo de Troya, como la falsa Izquierda Comunista Española[5] o mediante la «descalificación política» de la CCI, como parte de un esfuerzo común para descalificar a la propia Izquierda Comunista.
Como veremos también más adelante, el objetivo de Controversias con este primer panfleto (un segundo está en curso) va mucho más allá de una simple polémica en la medida en que se dice que el comportamiento de la CCI recuerda al «gansterismo mafioso», por lo que nuestras «concepciones y prácticas deben ser denunciadas y firmemente prohibidas», y que:
Esta conclusión de Controversias retoma una por una, contra nuestra organización, las infamias que la CCI ha denunciado en el medio parasitario, basándose en el planteamiento político del Consejo General de la AIT contra las prácticas de Bakunin y sus seguidores[7].
No podemos -ni queremos- responder a todos los disparates de este folleto. Por lo tanto, nos centraremos deliberadamente en dos de ellos:
1. La forma en que se descalifica la caracterización que hace la CCI de la actual fase histórica de descomposición del capitalismo, dentro del período de decadencia;
2. La acusación de que nuestra organización desacredita y destruye a la izquierda comunista.
¿Por qué C. Mcl se enfoca en estas dos cuestiones?
- la crítica de los sindicatos como necesariamente al servicio del Estado;
- la crítica de la liberación nacional como algo que no sirve en absoluto a la lucha de clases, sino que sólo constituye un obstáculo fatal para ella.
Rechazar la concepción de la decadencia del capitalismo y su agravamiento con la fase de descomposición es negarse a sí mismo una comprensión del período histórico actual, diferente de la ascendencia de la que Marx fue contemporáneo.
Para cierto público y sus maestros pensadores, desacreditar y destruir a la Izquierda comunista es una necesidad tan obvia que no hay necesidad de justificarla. Esa es la filosofía del artículo de C. Mcl con su ataque y sus infames acusaciones.
La caracterización del período histórico actual como el de la decadencia del capitalismo no es una invención de la CCI, sino una conclusión a la que llegó la Tercera Internacional. Como afirma en su ‘Manifiesto’, la Internacional Comunista nació en un momento en que el capitalismo había demostrado claramente su obsolescencia. La humanidad entraba en la «era de las guerras y las revoluciones». La TCI, otro componente importante de la Izquierda comunista actual, también defiende el análisis de la decadencia del capitalismo, pero en nuestra opinión de forma incoherente. En cuanto a los bordiguistas, si bien hoy les convence poco este planteamiento por una errónea defensa de la invariabilidad[8] del marxismo, hay que recordar que el propio Bordiga era su defensor en 1921[9].
Hay una serie de artículos que elaboramos a finales de los años ochenta, precisamente en respuesta a las posiciones críticas que negaban el análisis de la decadencia del capitalismo. He aquí algunos pasajes particularmente significativos:
Y prosigue:
Añadiendo enseguida que:
Por último, damos cuenta de los argumentos desarrollados en respuesta a la FECCI[13], que en su momento puso en tela de juicio la idea de que el desarrollo del capitalismo de Estado estaba estrechamente vinculado a la decadencia del capitalismo:
Así, el balance elaborado en estos mismos artículos era el siguiente:
Estos son algunos de los argumentos que podemos aportar tomándolos de tres de nuestros artículos escritos en su momento por un convencido defensor del análisis de la decadencia del capitalismo. Pero si buscamos al autor de esos artículos, tenemos la increíble sorpresa de descubrir que los tres están firmados por C. Mcl, que en realidad los escribió cuando aún militaba en nuestra organización. Por lo tanto, nos parece que el Sr. C. Mcl, antes de arremeter contra la organización en la que militó durante 33 años, de 1975 a 2008, sin cuestionar nunca ni la decadencia ni el análisis del nuevo periodo de descomposición, debería primero responsabilizarse de sí mismo y responder a sus propias contradicciones.
¿Por qué, cuando «revisa» sus conclusiones anteriores publicadas en la Revista Internacional de la CCI, C. Mcl se basa en datos diferentes? Y, sobre todo, ¿cómo justifica semejante cambio en los datos en cuestión cuando se supone que reflejan la misma realidad? C. Mcl no siente la necesidad de justificarlo. Peor aún, no cita la fuente de los nuevos datos ahora utilizados, contentándose con un tono insolente y provocador para acompañar la presentación de sus nuevos resultados y conclusiones, permaneciendo callado como una tumba sobre sus nuevas fuentes.
Intrigados por el misterio así mantenido por C. Mcl, realizamos algunas investigaciones y finalmente descubrimos que sus últimas publicaciones sobre este tema se basan enteramente en datos de un sitio web inglés, World in Data[16], con sede en Oxford y financiado por Bill Gates. El sitio se propone destacar los aspectos positivos del capitalismo, que supuestamente resolverá la pobreza en el mundo. Pero la compañía está lejos de alcanzar consenso, ya que hay numerosos sitios y blogs en la red que destacan que estas estadísticas están completamente distorsionadas. En otras palabras, C. Mcl y Controversias se alían con Bill Gates utilizando estadísticas poco fiables para promover «artificialmente» la longevidad del capitalismo y enterrar la tesis de su decadencia.
En su eufórico intento de demostrar «la total bancarrota política de nuestra organización», C. Mcl y su blog Controversias no sólo no se detienen ante nada, sino que ha adquirido cierta pericia en el arte de confundir nuestras posiciones deformándolas y falsificándolas. Pero, como al parecer esto no es suficiente, C. Mcl hace lo mismo con las posiciones de Marx y Engels.
Así, en la página 13 de su folleto, por ejemplo, C. Mcl cuestiona nuestro análisis de que el derrumbe del Muro de Berlín y la consiguiente propaganda burguesa sobre la derrota del comunismo, la desaparición de la clase obrera y el fin de la historia provocaron un colapso de la combatividad y un declive de la conciencia de clase. Citamos a C. Mcl:
Analicemos un poco esta cita de C. Mcl:
Evidentemente, no podemos hablar de error, de exageración o incluso de parcialidad cuando vemos la manera en que C. Mcl. intenta desacreditar a la CCI recurriendo a falsedades tan fácilmente comprobables, ya que la CCI fue la única organización del medio proletario que señaló que el hundimiento del bloque del Este significaba mayores dificultades para el proletariado. Se trata de una mentira descarada.
Pero nada puede parar a C. Mcl en su búsqueda de los medios más descabellados al servicio de su proyecto de demolición, en particular en lo que se refiere a la fase de descomposición del capitalismo. De forma temeraria, apela al Manifiesto Comunista para que le ayude, invocando este pasaje relativo (según él) a la descomposición en el seno de las sociedades del pasado, que desembocó en la destrucción de las dos clases en lucha: “Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, barón y siervo, maestro jurado y jornalero, en una palabra opresores y oprimidos, en constante oposición, libraban una guerra ininterrumpida, a veces abierta, a veces oculta, guerra que siempre terminaba o bien en una transformación revolucionaria de la sociedad en su conjunto, o bien en la destrucción de las dos clases en lucha.» (Énfasis en el texto original)”.
Como el Manifiesto no menciona la posibilidad de una fase de descomposición de la sociedad en el capitalismo, como lo hace para las sociedades anteriores, C. Mcl admite que tal fenómeno podría existir en el capitalismo, pero sólo en una medida muy limitada. La explicación es muy interesante: “... si tal “bloqueo” de la relación de fuerzas entre las clases puede existir durante algunos años en el capitalismo, es inconcebible a medio y largo plazo porque los imperativos que exige la acumulación de capital no dejan lugar a esta posibilidad so pena de ... ¡bloqueo económico esta vez!” (énfasis añadido por nosotros).
C. Mcl. elude descaradamente la explicación legítima del hecho de que Marx no hable de descomposición del capitalismo. Esto no radica, como dice C. Mcl., en que sólo podría tratarse de un fenómeno temporal, sino en el hecho evidente de que esto era imposible para él, como para todo marxista, por profundo que fuera, por las dos razones siguientes:
Esta anécdota nos lleva a evocar la habilidad de C. Mcl para hacer encajar la realidad en sus esquemas, cuando ésta se desvía demasiado. No sabemos si ha conseguido engañar así a sus «seguidores», si es que los tiene.
Esto es lo que defiende C. Mcl, desarrollando su acusación en torno a tres ejes:
Para apoyar la tesis cómica de la deriva bordigo-monolítica de la CCI, C. Mcl empieza por intentar ridiculizar nuestro método de debate:
«El punto de partida de un debate es ante todo el marco compartido por la organización, adoptado y precisado por los diferentes informes de sus congresos internacionales» ... en otras palabras, el alcance de un debate en la CCI se limita estrictamente a poder discutir sobre los puntos y las comas de los textos de referencia y de las resoluciones. Aparte de eso, cualquier contribución que ponga en tela de juicio este marco o que proponga otro es reprendida como «Una forma insidiosa de poner en duda el análisis de la organización [...] un modo falaz de argumentación».
El problema es que C. Mcl, tras abandonar la CCI, abandonó también por completo el método científico marxista, que sostiene que cualquier paso hacia la verdad debe darse a través de la crítica más profunda del pasado, de las posiciones anteriores. Este es el sentido de la definición, como punto de partida del análisis, del marco común formulado por la organización. Sin este planteamiento, cualquier desarrollo acabaría en el caos y sería totalmente improductivo.
C. Mcl también nos reprochó no desarrollar suficientemente nuestro debate interno, publicar muy pocos textos que expresen nuestras diferencias hacia el exterior y aplazar la publicación de estos textos hasta las calendas griegas. Lo que C. Mcl no menciona a este respecto es que:
1. desde el principio de su existencia, la organización ha contado con herramientas muy eficaces para el debate interno en forma de boletines internos, que C. Mcl ha utilizado indebidamente para escribir este panfleto engañoso;
2. después de cada uno de sus congresos, la CCI publica un informe político en el que se describen todos los elementos críticos que se han desarrollado en el seno de la organización;
3. la publicación externa de textos divergentes tiene por función, llegado el caso, dar a conocer a la clase obrera elementos de debate interno que puedan interesarle; esta publicación no responde, a un derecho de los militantes, sino a la necesidad política de la organización de presentar con la mayor claridad sus elementos de debate a la clase obrera;
4. desde nuestro nacimiento como organización hasta hoy, se han publicado en el exterior numerosas contribuciones al debate, entre ellas las escritas por C. Mcl con motivo del debate sobre el significado de los «30 gloriosos».
Contrariamente a las acusaciones vertidas contra nosotros por C. Mcl, somos una organización que, con convicción y responsabilidad, comunica al exterior problemas, las divergencias y -cuando surgen- situaciones de crisis, pero de una forma política comprensible y capaz de estimular a nuestros lectores. Por otra parte, es evidente que quienes siguen nuestra vida interna con el único propósito de espiar por el ojo de la cerradura, creyendo ver un reality show, pueden sentirse decepcionados de que no todo se comunique al exterior. Nosotros no nos arrepentimos en absoluto.
La segunda acusación de C. Mcl contra la CCI se refiere a nuestro llamamiento a los grupos de la Izquierda Comunista para una Declaración Conjunta (DC)[17] contra la guerra en Ucrania. Aparte de quejarse del número limitado de grupos a los que enviamos nuestros llamamientos[18], C. Mcl desarrolla toda una teoría según la cual nuestro llamamiento sería un completo fracaso porque:
1. el PCI coreano, tras adherirse a la Declaración Conjunta, se distanció de ella optando por la iniciativa NWBCW (No War But the Class War) de la TCI;
2. el propio IOD (Istituto Onorato Damen) no habría confirmado su adhesión a la Declaración Conjunta al no respaldar el Llamamiento que le siguió;
3. IV (Internationalist Voice) en sí misma no tendría ningún valor, en tanto no es más que una sección bis sueca de la CCI.
Para C. Mcl, se trataba de demostrar que la iniciativa DC no es más que un bluf y que no había reunido a ningún grupo aparte de la propia CCI: «... ¡qué fracaso! ¿Qué queda del medio político alrededor de la CCI? ¡Su única sección bis oculta en Suecia: Internationalist Voice! Esta es la razón de la diatriba actual de la CCI: aislada y sola, sólo le queda una política de tierra quemada destinada a destruir todo lo que ocurre fuera de la CCI en el medio revolucionario[19]».
Una vez más, la actitud de Controversias es la opuesta a la actitud responsable y militante que debería ser la de los grupos de la Izquierda Comunista frente a la Guerra: en lugar de criticar a los otros grupos por su negativa a unirse (bordiguistas y damenistas) y las vacilaciones de los que se habían unido inicialmente (PCI e IOD), ¡¡¡¡critica a la CCI por intentar construir una respuesta común al conjunto de la Izquierda Comunista!!!!
La última línea de ataque contra la CCI es la acusación de querer destruir el Medio Político Proletario (MPP). El agravio contra nosotros parece ser nuestra posición tantas veces expresada, en particular hacia la TCI (pero también hacia los Bordiguistas) de que no están a la altura de las responsabilidades que exige la situación histórica actual a causa de su oportunismo visceral (del que el sectarismo es una expresión, en particular por lo que se refiere a los Bordiguistas): «... la política de la CCI con respecto a sus disidentes, a la TCI y al medio político proletario no tiene precedentes y es totalmente ajena al movimiento obrero; es más parecida a la perseguida por Bakunin para “desacreditar” y “hacer desaparecer” a la AIT. Es una vergüenza para la izquierda comunista y debe ser denunciada y desterrada»[20].
En apoyo de sus acusaciones, C. Mcl exhibe una serie de citas robadas de nuestros documentos internos y presentadas distorsionadas completamente en el contexto y el objetivo, como, por ejemplo:
Esta acusación de querer destruir a los demás grupos del MPP, de «sabotear el medio político proletario y todo lo que pueda hacerle sombra», no es nueva y recuerda mucho a la que ya hemos tenido que refutar contra otro personaje argentino al que hemos señalado en nuestra prensa bajo el nombre de Ciudadano B, quien, en 2004, se tomó la molestia de escribir toda una «Declaración del Círculo de Comunistas Internacionalistas: contra la nauseabunda metodología de la Corriente Comunista Internacional[22]» y otros numerosos artículos que contenían una serie de gravísimas acusaciones contra la CCI.
Esta calumnia deshonesta fue lamentablemente apoyada en su momento por el grupo conocido hoy como TCI, Tendencia Comunista Internacional, que entonces se llamaba BIPR, Buró Internacional por el Partido Revolucionario. La declaración y todos los demás artículos que expresaban acusaciones inventadas por el Ciudadano B, autoproclamado dirigente del grupo, fueron publicados regularmente en el sitio web del BIPR, y nuestras protestas y advertencias dirigidas al propio BIPR, sobre las mentiras contenidas en estos artículos y la peligrosidad del Ciudadano B, quedaron sin efecto. Hasta que una delegación de la CCI viajó a Argentina y se reunió con el grupo en cuyo nombre el Ciudadano B había escrito los diversos artículos de denuncia y que ignoraban por completo que había sido utilizado de forma tan despreciable. Sólo después de que publicáramos una declaración de este grupo desmintiendo y denunciando las acciones del Ciudadano B, el BIPR tuvo que dar marcha atrás con los artículos que había publicado contra nosotros y que, uno tras otro, desaparecieron discretamente del sitio, sin que el BIPR -hoy TCI- diera ninguna explicación al respecto.
Así pues, basándose en este comportamiento imperdonable, nuestra organización se encargó de enviar una Carta abierta de la CCI a los militantes del BIPR (diciembre de 2004) [52] en la que afirmábamos lo siguiente: «Por eso hasta el presente siempre hemos considerado que a la clase obrera le interesaba preservar a una organización como el BIPR. Ese no es vuestro análisis en lo tocante a nuestra propia organización, ya que en vuestra reunión con la FICCI en marzo de 2002 afirmasteis “estamos llamados a concluir que la CCI se ha convertido en una organización “no válida”, por consiguiente, nuestro objetivo será hacer todo lo que este en nuestras manos para que desaparezca” (Boletín de la FICCI nº 9) y desde entonces se ha aplicado a fondo en esa tarea. [...]
Camaradas, os lo decimos francamente: si el BIPR persiste en la política de mentiras, de calumnias, y lo que es peor de “dejar decir” y de silencio cómplice ante las acciones de grupúsculos cuya razón de existir y su marca de fábrica es precisamente esa, tal como el “Círculo” y la FICCI, dará prueba de que se ha convertido en un obstáculo para la toma de conciencia del proletariado. Será un obstáculo no tanto por el descrédito que podría aportar a nuestra organización (los recientes acontecimientos han demostrado que somos capaces de defendernos, aunque vosotros estiméis que “la CCI está en vía de desintegración”) sino por el descrédito y el deshonor que este tipo de comportamientos infringe a la memoria de la Izquierda Comunista de Italia, y por tanto a su irremplazable contribución. En ese sentido será preferible que el BIPR desaparezca y “nuestro objetivo será hacer todo lo posible para empujar hacia su desaparición” como bien decís vosotros. Está claro, evidentemente, que para lograr tal fin solamente emplearemos las armas propias de la clase obrera entre las que no están, cae por su propio peso, el uso de la mentira y la calumnia.»
Esta es nuestra verdadera posición, que C. Mcl ha intentado tan maliciosamente falsificar, ocultando toda la historia que hay detrás.
Lo que es verdaderamente vergonzoso es el comportamiento totalmente inmoral de C. Mcl, impregnado de ideología pequeñoburguesa, que desata la más grande de las vilezas contra una organización como la nuestra que trata de mantener vivos los valores de la Izquierda Comunista y del movimiento obrero en general, contra los patinazos oportunistas y las alianzas con los diversos delatores y parásitos que circulan en el medio político. En diferentes circunstancias, nuestra organización ha asumido a menudo la responsabilidad de advertir a otras organizaciones de los numerosos deslices de los que son víctimas, pero nunca hemos dejado de expresar nuestra solidaridad revolucionaria y nuestro reconocimiento de su pertenencia a la filiación política que tenemos en común. Nuestro objetivo no es destruir a las demás organizaciones, sino impedir que se destruyan a sí mismas convirtiéndose en enemigas de la clase obrera.
Para concluir este artículo, podemos preguntarnos quién es este individuo que ha lanzado un ataque tan virulento contra nuestra organización. Como ya se ha dicho, C. Mcl es un antiguo militante de la CCI, que también tuvo la audacia de presentarse[23] en el mismo folleto:
Como él mismo informa, C. Mcl había sido miembro de nuestra organización durante nada menos que 33 años, ¡durante los cuales nunca cuestionó ninguno de los puntos clave de nuestra plataforma! Hasta 2008, es decir, durante la mayor parte de su vida política, apoyó y defendió las posiciones de la CCI sobre la decadencia, la descomposición, la política hacia el medio político proletario, la denuncia del parasitismo, etc. y fue miembro del órgano central internacional de la CCI. Pero después de 2008, ¿por qué cambió de opinión? Conviene hacer un rápido recordatorio.
Tras los primeros años del siglo XXI, la organización se dio cuenta de que, si bien el marco de análisis del periodo histórico del declive del capitalismo seguía siendo válido, era necesario aclarar ciertos aspectos. En particular, había que explicar el desarrollo económico de países como China[24]. Por otra parte, el argumento utilizado en nuestro folleto sobre la decadencia de que la recuperación económica global del capitalismo tras la Segunda Guerra Mundial se debía al proceso de reconstrucción, posición compartida por todos los demás grupos del medio político, ya no era convincente porque contradecía el marco de análisis del modo de producción capitalista que defendíamos. Esto condujo a un debate en el seno de la organización con la participación del antiguo militante C. Mcl y que dio lugar a 5 artículos de debate publicados al exterior de la organización en la Revista Internacional (nº 136 [53], 138 [54], 141 [55]) bajo el título «Debate interno de la CCI sobre cuestiones económicas». Antes de la apertura de este debate en la prensa, C. Mcl había sido designado para actualizar nuestro folleto sobre la decadencia, pero cuando en el debate él comenzó a desarrollar posiciones en contradicción con los fundamentos de nuestra plataforma y del marxismo, al tiempo que defendía la idea de que eran perfectamente compatibles[25], no fue posible dejar a este camarada la actualización de un nuevo folleto sobre la decadencia.
Esta decisión de la organización probablemente nunca fue digerida por C. Mcl. El hombre que se consideraba el experto en el tema, por orgullo herido, empezó a protestar, convirtiéndolo en una cuestión personal y desarrollando una actitud cada vez más hostil. Empezó a acusar a la organización de todos los males posibles y ya ni siquiera respetaba sus normas de funcionamiento. Al final, C. Mcl abandonó la organización sin continuar defendiendo sus diferencias. Como puede verse una vez más, no era la CCI la que obstaculizaba el debate, sino un comportamiento en su seno totalmente ajeno a la militancia revolucionaria.
Una vez abandonada la organización, C. Mcl se desvió completamente de su rumbo político. La posición que había desarrollado sobre la economía le llevó a rechazar definitivamente la posición marxista, adoptando un enfoque economicista y asociándose con elementos académicos, como Jacques Gouverneur, con quien escribió un libro titulado «Capitalismo y crisis económicas», en el que rechazaba la visión catastrófica del marxismo.
Otro ejemplo lo ofrece una necrología[26] publicada en Controversias y firmada por Philippe Bourrinet[27], otro elemento también furiosamente hostil a la CCI. La nota necrológica está dedicada a un tal Lafif Lakhdar, «intelectual árabe, escritor, filósofo y racionalista, militante en Argelia, Medio Oriente y Francia. Apodado el “Spinoza árabe”. Fallecido en París el 26 de julio de 2013». Naturalmente, la expectativa de quien se dispone a leer una necrología en un sitio subtitulado «Foro de la Izquierda Comunista Internacionalista» es enterarse de la existencia de un militante revolucionario que había participado en organizaciones de la Izquierda Comunista o, al menos, en grupos proletarios y no contrarrevolucionarios. En cambio, nos enteramos en la misma nota necrológica, a propósito de esta personaje, que:
Evidentemente, ¿a quién iba dirigida esta necrológica? A alguien que había trabajado para el presidente argelino, que había enviado una carta-manifiesto a la ONU, esa «cueva de bandidos» (como decía Lenin) para someter a juicio a todos los terroristas, y que finalmente había sido reclutado por la UNESCO para participar en un programa promovido ¡¡¡por Chirac!!! Como vemos, aquí hay suficiente para comprender adónde conduce la opción suicida de declarar muerta a la Izquierda comunista: a la nada absoluta, si no al campo enemigo.
No tenemos ningún problema con que C. Mcl quiera ser académico. Lo que no podemos tolerar, en cambio, es que alguien a quien le gusta hacerse el marxólogo y que ha abandonado claramente toda referencia a la tradición de la Izquierda comunista e incluso al marxismo, pueda acusar a otros de destruir a la Izquierda comunista cuando él mismo ha participado en su destrucción afirmando, entre otras cosas, que era «medianoche en la Izquierda comunista»; que alguien como él, que manipuló a sabiendas citas de la CCI, del Manifiesto Comunista de Marx-Engels, de Rosa Luxemburgo y de la Izquierda Comunista Francesa -GCF- (cf. § 2. 3) pueda permitirse dirigir la misma acusación contra la CCI[29]; que un individuo que no es más que un bloguero intente presentarse como algo serio y sólido, con una organización llamada «Controversias» que no es más que un sitio de fachada, y pueda impugnar la historia, la estructura, la actividad militante de una organización como la nuestra, pero también de todos los demás grupos de la Izquierda comunista que, por débiles y culpables de oportunismo que sean, son sin embargo una realidad del campo proletario, y no una bufonada como Controversias.
Ezechiele, 20 de noviembre de 2024
[1] Controversias [58]
[2] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [59], Cahier Thématique nº 3. Algunas partes se pueden leer en español aquí: El polo idealista de la Izquierda Comunista: la CCI [60].
[3] Leer La izquierda comunista y la continuidad del marxismo [61], CCI, septiembre 1998.
[4] Sobre este tema, leer Nuevo Curso y una «izquierda comunista española»: ¿de dónde viene la izquierda comunista? [62], Revista Internacional 163.
[5] ¿Quién es quién en «Nuevo Curso»? [63], CCI Online, enero 2020.
[6] Le pôle idéaliste [59]..., páginas 61 y 63. Es importante notar que, en estos dos últimos pasajes, C. Mcl repite, casi palabra por palabra, citas del texto de Engels «El Consejo General a todos los miembros de la Internacional», una advertencia contra la Alianza de Bakunin. C. Mcl, que ha abjurado del concepto de parasitismo, que se ha disculpado públicamente ante todos los demás denigradores de la Izquierda Comunista y de la CCI por haber compartido él mismo el análisis de la CCI sobre el peligro del parasitismo, se toma ahora la libertad de repetir las palabras de acusación de Engels contra las primeras expresiones del parasitismo en el Movimiento Obrero representado por Bakunin y la Alianza Internacional de la Democracia Socialista.
[7] Sobre este tema, véase nuestro artículo Cuestiones de organización, III: el congreso de La Haya de 1872: la lucha contra el parasitismo político, Revista Internacional 87. [64]
[8] Hablamos de una defensa errónea porque efectivamente hay principios que permanecen invariables en el marxismo, pero el «segundo Bordiga», el que volvió a la política al final de la Segunda Guerra Mundial participando en la fundación del PCInt 1943-45, hizo de la invarianza una regla para toda posición, precipitando al partido hacia las posiciones de la época del Manifiesto Comunista de 1848.
[9] Negar la noción de decadencia equivale a desmovilizar al proletariado frente a la guerra [65]. Revista Internacional 77.
[10] Polémica: Comprender la decadencia del capitalismo (4) [66] Revista Internacional n°54 (disponible online solo en francés e inglés)
[11] Ídem
[12] Ídem
[13] Fracción Externa de la CCI
[14] Comprender la decadencia del capitalismo (VI): El modo de vida del capitalismo en decadencia [67]. Revista Internacional 56. Nota 5.
[15] Comprender la decadencia del capitalismo (VI): El modo de vida del capitalismo en decadencia [67]. Revista Internacional 56. Nota 6.
[16] “Investigación y datos para el progreso contra los mayores problemas del mundo [68]”, web “Our World in Data”.
[17] Declaración conjunta de los grupos de la izquierda comunista internacional sobre la guerra en Ucrania [69], Revista Internacional 168.
[18] C. Mcl pretendería sin duda (¡no es broma!) hacerse pasar -como otros parásitos- por una expresión de la Izquierda Comunista.
[19] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [59], página 60.
[20] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [59], página 53.
[21] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [59], página 44.
[22] Declaración del Círculo de Comunistas Internacionalistas: contra la metodología nauseabunda de la Corriente Comunista Internacional
[23] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [59], página 5.
[24] La cuestión de China parece ser un tema de particular interés para C. Mcl, sobre el que se detiene extensamente en su panfleto. Pero, contrariamente a lo que C. Mcl. quiere hacernos creer, la CCI no ha dudado, una vez más, en criticar sus propios retrasos y errores en análisis anteriores. Al actualizar las Tesis sobre la Descomposición en el XXII Congreso, comenzamos recordando la importancia, después de 20 años, de revisar lo que habíamos escrito, e hicimos una corrección relativa a China, sobre la que admitimos que nos habíamos equivocado.
[25] De hecho, pusieron en tela de juicio el análisis marxista de las contradicciones del capitalismo, la sobreproducción en particular. Para este camarada, las medidas keynesianas como el aumento de los salarios constituían un medio de aliviar la sobreproducción, lo que era correcto, pero omitía deliberadamente mencionar que tales medidas constituían al mismo tiempo un despilfarro de la plusvalía acumulada, y por tanto un freno a la acumulación, intolerable a medio y largo plazo para la burguesía.
[26] Controverses. Lafif Lakhdar [70]
[27] Para saber más, le recomendamos la lectura del artículo El Doctor Bourrinet, un farsante que se presume historiador [71], CCI Online, abril 2015.
[28] Extracto de la necrología.
[29] «Que la CCI llegue al punto de tener que falsificar sus propios textos, e incluso los de Rosa Luxemburgo, para ocultar las incoherencias de sus análisis, dice mucho de su decadencia teórica y moral». (Le pôle idéaliste [59]..., página 17).
Andreas Malm: retórica “ecológica” en defensa del Estado capitalista (1ª parte)
Frente a la gravedad de la crisis climática y sus consecuencias, cada vez son más las voces que se alzan para incriminar la responsabilidad del sistema capitalista, esto es una clara indicación de que la mistificación, según la cual el Hombre -la especie humana en general- es quien está en su origen, ya no es suficiente para frustrar, para esterilizar la reflexión en curso dentro del proletariado. En la creación y adaptación permanente de la ideología burguesa, el nebuloso cajón de sastre académico-universitario del ‘Antropoceno’ es ahora sucedido por la niebla del cajón de sastre del Capitaloceno.
En particular, las teorías de Andreas Malm[1]ocupan un lugar privilegiado y son presentadas con gran publicidad y amplia repercusión internacional.
En su libro “Cómo dinamitar un oleoducto: nuevas luchas para un mundo en llamas”, señala que «ningún discurso empujará jamás a las clases dominantes a reaccionar», Andreas Malm hace un llamamiento al movimiento [ecologista] para que vaya más allá del pacifismo y recurra a la acción violenta no contra las personas sino contra la infraestructura del capitalismo fósil». Su “idea central”, resumida en ’[El Antropoceno contra la historia' (2017): no es la humanidad la que se ha convertido en una fuerza geológica -este es el significado de la palabra 'Antropoceno' acuñada por el Premio Nobel de Química holandés Paul Crutzen en 2002-, sino la economía y el capitalismo fósil que nacieron en Inglaterra con la máquina de vapor de James Watt, de ahí la preferencia de Andreas Malm por la palabra 'Capitaloceno'. El sueco busca reconciliar el marxismo y el ecologismo. (…) vincula la ecología con el marxismo, a menudo desacreditado en los círculos ecologistas por su productivismo: justifica el paso a la acción violenta en un ambiente dominado por el pacifismo; y no reniega del Estado como aliado en la transición ecológica dentro de un comunismo de guerra que teorizó en ‘El murciélago y Capital' (2020)[2]»
En ocasiones denunciado como «enemigo público nº 1[3]» y en otras alabado como un "pensador fundamental" y «uno de los más originales sobre el tema del cambio climático», es visto como el «nuevo gurú de los ecologistas radicales». La propaganda burguesa no duda en presentarlo como el «Lenin de la ecología», ¡nada menos!
Sin embargo, hay un contraste sorprendente en la forma en que la clase dominante trata al «Lenin de la ecología»: donde Lenin -y con él los revolucionarios del pasado- con el que es comparado Malm, o a los que se refiere este último, han sido condenados, calumniados, censurados, forzados al exilio, perseguidos por la policía de todas las variantes posibles de los diferentes regímenes políticos del capitalismo, con la democracia burguesa a la cabeza, Malm, en cambio, goza de reconocimiento público. Ocupa un lugar destacado en la universidad, sus libros han sido traducidos a más de una docena de idiomas y se encuentran fácilmente disponibles para un amplio público. Para aquellos que no leen, su mensaje ha sido amplificado por una gran producción cinematográfica de Hollywood (How to Blow Up a Pipeline), que muestra a un grupo de jóvenes que decide volar un oleoducto en Texas, y que ha sido ampliamente distribuida a nivel mundial. ¿Cómo explicar esta amplia publicidad global ofrecida por la clase dominante a su supuesto enemigo, a alguien que dice estar luchando contra su sistema? ¿Cuál es la razón de esta atención privilegiada por Malm de parte de la clase dominante?
La respuesta a estas preguntas y el secreto de este entusiasmo burgués por Malm se encuentra en los escritos del propio Malm. Ya en 2009, en su libro «El capital fósil», resume y condensa en unas pocas frases que casi podrían pasar desapercibidas bajo el montón de sus escritos, pero que revelan y desenmascaran la quintaesencia de su enfoque: Para él, el cambio climático «aprieta las tuercas a los marxistas, como a todos los demás. Cualquier argumento en la línea de "una solución: la revolución" o, menos sucintamente "las relaciones de propiedad socialistas son necesarias para luchar contra el cambio climático", es ahora indefendible. La experiencia de los dos últimos siglos indica que el socialismo es una solución terriblemente difícil de alcanzar; cualquier propuesta para construirlo globalmente antes de 2020 y luego comenzar a reducir las emisiones no sólo sería ridícula, sino irresponsable. (...) Si la temporalidad del cambio climático obliga a los revolucionarios a ser un poco pragmáticos, obliga a otros a empezar a pensar en medidas revolucionarias.[4] »
Por lo tanto, la lucha por el comunismo ya no estaría vigente, sino superada, obsoleta debido a la emergencia climática. Así, con este burdo juego de manos, Malm no hace más que defender y "teorizar" el vulgar «todos estamos en el mismo barco», tan apreciado por la ideología burguesa y eje central de la mistificación de la unidad nacional y de la paz entre las clases. Al rechazar la validez de la perspectiva de la revolución proletaria y el comunismo, según él, inapropiada e incapaz de proporcionar una solución a los problemas que enfrenta la humanidad en la situación histórica actual (incluida la cuestión de la devastación ecológica) Malm, de rodillas, proclama su lealtad a la clase dominante.
Su antisocialismo visceral y declarado da la medida de la validez de su "marxismo": desligado del combate por el comunismo, las referencias a Marx, Trotsky o Lenin no son ahora más que una colección de fórmulas vacías donde reinan amalgamas y falsificaciones.¡ La burguesía no tardó en darse cuenta de la utilidad que podía sacar del “marxismo” de Malm, castrado de su propósito revolucionario! Esto es lo que le valió el reconocimiento y la solicitud de la clase dominante, así como el lugar de honor que le reservaba en sus campañas oficiales.
Frente a la amenaza del calentamiento global, que identifica como la prioridad política número 1 para la humanidad, Malm, con la ayuda de toda una teoría (El Capital Fósil) que tiene el tono y la apariencia del materialismo histórico con la pretensión de actualizar y hacer avanzar el marxismo, afirma tener la solución para atacar su 'motor', la cual puede reducirse a la siguiente simple afirmación: para combatir el calentamiento global es necesario eliminar definitivamente las emisiones de gases de efecto invernadero que son responsables del mismo. Esto requiere la medida radical de erradicar el sector de los combustibles fósiles de la producción capitalista y «cerrar este negocio para siempre.[5]» ¡Y el problema estaría resuelto!
Este enfoque del rescate ecológico del planeta reducido a ‘descarbonización de todo’ ha sido denunciado como una aberración, por parte del campo ecologista y del mundo científico, (aunque ellos mismos no estén en condiciones de proporcionar alternativas reales), «un ejemplo de estrechez de miras contemporánea, que lleva al error que se ha señalado muchas veces (...): una subestimación sistemática de la multiplicidad de interacciones que caracterizan a los sistemas naturales y sociales[6].» La propia posición de Malm es objeto de crítica: «Podríamos desmantelar todos los oleoductos, todas las minas de carbón y todos los SUV y descubrir que todavía estamos condenados a la extinción “ porque todavía habría “degradación del suelo, escasez de agua dulce, disbiosis oceánica, destrucción del hábitat, etc." plaguicidas y otros productos químicos sintéticos”, siendo cada problema ‘comparable, en escala y gravedad, al colapso climático’. No estamos aquí luchando sólo contra el capital fósil, sino contra ‘todo el capital’[7]»
Como buen ideólogo burgués de la ecología, Malm encarna perfectamente el enfoque típicamente capitalista de abordar cada problema que surge en la sociedad capitalista por separado (proponiendo una supuesta ‘solución’ para cada uno) y tratarlos independientemente sin conectarlo con su raíz: el sistema capitalista en su conjunto y su crisis histórica. Un enfoque y un método muy alejados del materialismo histórico y que nada tiene que ver con el marxismo.
En un momento en que la humanidad, el proletariado mundial, se enfrenta a la aceleración de la descomposición del sistema capitalista donde los efectos combinados de la crisis económica, la crisis ecológica/climática y la guerra imperialista se suman, interactúan y multiplican sus consecuencias en una espiral devastadora, y que, entre estos diferentes factores, el de la guerra (como decisión deliberada de la clase dominante) forman el elemento acelerador decisivo de la agravación del caos y la crisis económica, ¡todo esto queda oculto por Malm![8]
En sus escritos no hay rastro de la crisis económica del capitalismo ni de las repercusiones catastróficas sobre la sociedad y el medio ambiente de la organización de la sociedad en su conjunto con vistas a la preparación permanente de la guerra desde la entrada del sistema capitalista en su decadencia. Mientras que, precisamente, el retorno de la guerra de ‘alta intensidad’ entre Estados constituye, en sí mismo y a nivel inmediato, (y hay muchas otras razones fundamentales para la imposibilidad del capital para encontrar una solución a la crisis ecológica,) una poderosa razón para abandonar las medidas de ‘transición ecológica’ y de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. De hecho: «No hay guerra sin petróleo. Sin petróleo es imposible hacer la guerra (...) Renunciar a la posibilidad de obtener suministros de petróleo abundantes y baratos, equivale simplemente a desarmarse. Las tecnologías de transporte [que no necesitan petróleo, como el hidrógeno y la electricidad] son totalmente inadecuadas para las fuerzas armadas. Los tanques eléctricos alimentados por baterías plantean tantos problemas técnicos y logísticos que deben considerarse imposibles, al igual que todo lo que funciona en tierra (vehículos blindados, artillería, vehículos de ingeniería, vehículos ligeros todo terreno, camiones) el motor de combustión interna y su combustible son tan eficientes y versátiles que sería suicida reemplazarlos.[9]»
Comprometido a convencernos de que hay una solución a la crisis climática dentro del capitalismo, Malm propone un «programa de transición ecológica» de diez puntos: «1) imponer una moratoria a todas las nuevas instalaciones de extracción de carbón, petróleo o gas natural, 2) cerrar todas las centrales eléctricas alimentadas por estos combustibles, 3) producir el 100% de la electricidad a partir de fuentes no fósiles, principalmente la energía eólica y solar 4) poner fin al desarrollo del transporte aéreo, marítimo y terrestre; la conversión del transporte terrestre y marítimo a electricidad y viento; racionar el transporte aéreo para garantizar una distribución justa hasta que pueda ser completamente reemplazado por otros medios de transporte. 5) desarrollar redes de transporte público a todos los niveles, desde el metro hasta los trenes intercontinentales de alta velocidad. 6) limitar el transporte de alimentos por barco y avión y promover sistemáticamente el abastecimiento local. 7) detener la destrucción de los bosques tropicales y poner en marcha importantes programas de reforestación; 8)aislar los edificios antiguos y requerir que los nuevos produzcan su propia energía sin emitir dióxido de carbono. 9) desmantelar la industria cárnica y dirigir las necesidades de proteínas humanas a fuentes de origen vegetal 10) dirigir la inversión pública hacia el desarrollo de las tecnologías energéticas renovables y sostenibles más eficientes, y las tecnologías de eliminación de dióxido de carbono.[10]»
Todo lo que Malm tiene el descaro de presentar como el equivalente del Manifiesto Comunista de Marx, destinado a reemplazarlo y sucederle, no es de ninguna manera diferente de lo que los gobiernos occidentales defienden (de palabra) y afirman querer implementar.
Malm solo se presenta como un defensor (¡pero cuidado, como un defensor ‘crítico’!) de las medidas de descarbonización adoptadas por los Estados occidentales. De este modo, sigue los pasos del IPCC[GIEC][11], que hace una década inauguró una nueva fase en las políticas de lucha contra el calentamiento global al presentar el uso de la geoingeniería[12] como algo ya inevitable. Para el IPCC, el Estado burgués y los gobiernos, se trata ahora de apoyarse en la alta tecnología "innovando" para "compensar" los efectos catastróficos producidos por el capitalismo y sus contradicciones sobre la naturaleza[13] «Si bien Andreas Malm aborda una crítica de la geoingeniería, no la desacredita por completo, ya que cree que será difícil prescindir de ciertas herramientas capaces de capturar carbono[14]» (es decir, las 'tecnologías de emisiones negativas', «el eufemismo utilizado para referirse a las técnicas de geoingeniería de la familia de la eliminación de dióxido de carbono sin asustar a la población.[15]») Mientras «espera algo mejor» (y puede que espere mucho tiempo) el médico de urgencias Malm ofrece su apoyo a los «medios que tiene a mano», el recurso creciente a las pócimas mágicas del Estado burgués y sus curanderos para ‘curar el Planeta’ que solo agravan exponencialmente la situación en lugar de aliviarla, generando nuevas calamidades con consecuencias cada vez más impredecibles y destructivas para la raza humana, la clase trabajadora y el sustento de la sociedad, el medio ambiente.
Según Malm, dado que esto es urgente desde el punto de vista del calentamiento global, y debido a que ya no podemos contar con la capacidad del proletariado para dotarse de sus órganos revolucionarios para desafiar el orden capitalista, debemos conformarnos con lo que tenemos a mano para apagar el incendio. Para él, como decidido adversario del comunismo, es el Estado capitalista, es decir, las decisiones estatales y la acción política en el terreno del Estado, quienes forman el alfa y omega de su visión política y delimitan su horizonte. Según él, a menos que se haga prueba de una «irresponsabilidad tan delirante como criminal», es necesario reconocer la necesidad de «abandonar el programa clásico de demolición del Estado (...) un aspecto del leninismo entre otros que parecen merecer una necrológica[16]» y concentrarse en la única herramienta que queda a disposición, el Estado burgués[17]. El «Lenin de la ecología» rechaza y abandona una de las contribuciones más importantes de Lenin al movimiento revolucionario: la restauración y clarificación de la posición marxista sobre el Estado. ¡Difícilmente podemos ir más lejos en el cuestionamiento y abandono del marxismo!
Si bien critica esta «herramienta muy imperfecta» y dado que «casi no hay posibilidades de que un Estado capitalista haga algo (...) por iniciativa propia. Debería ser forzado a hacerlo, utilizando toda la panoplia de presión popular a nuestra disposición, desde las campañas electorales hasta el sabotaje masivo.[18]» «Porque si un Estado pudiera tomar el control de los flujos comerciales, rastrear a los traficantes de vida silvestre, nacionalizar las compañías de combustibles fósiles, organizar la captura [de CO2] en el aire, planificar la economía para reducir las emisiones en aproximadamente un diez por ciento al año y hacer todas las demás cosas que deben hacerse, estaríamos bien encaminados para salir de la emergencia.[19]»
Él llama a que «se ejerza sobre él una presión popular, para cambiar las relación de fuerzas que él condensa, obligando al aparato y a las instituciones a romper los obstáculos y a empezar a moverse utilizando todos los métodos ya brevemente mencionados.[20] «(...) se requiere decisiones y decretos del Estado, o en otras palabras, el Estado debe ser arrebatado de las manos de todos los trileros y funambulistas de este mundo para que se implemente un programa de transición del tipo descrito anteriormente.[21]» Se trata, por tanto, de «aprovechar la menor oportunidad para mover al Estado en esta dirección, para romper con la normalidad de los negocios tan claramente como sea necesario y someter al control público a los sectores de la economía que están trabajando hacia el desastre.[22]»
Malm disfraza la imposibilidad y la completa incapacidad del sistema capitalista en su conjunto para dar una solución a la cuestión ecológica, haciendo pasar esta impotencia como un problema de inercia estatal, rehén de los intereses egoístas de los magnates del sector de los combustibles fósiles.
Lo que propone es hacer pleno uso de los mecanismos del Estado democrático burgués, apoyándolos con una buena dosis de ‘desobediencia civil’ por la buena causa: Malm está haciendo su contribución a los intentos de todos los Estados occidentales de llevar a las masas cada vez más abstencionistas de vuelta a las urnas. ¡Y así mantener las ilusiones sobre la democracia burguesa invitando a todos aquellos que están preocupados por el futuro del planeta a hacer de él el marco de su acción!
Y al mismo tiempo, Malm argumenta que para abordar las causas de la emergencia crónica, la coerción estatal es «necesaria y urgente» y exige «una nueva priorización de tareas para los aparatos represivos de los Estados de todo el mundo.[23]» Para justificar y legitimar la necesidad de una violencia y represión más activas por parte del Estado en el plano ecológico, toma como modelo y fuente de inspiración las drásticas medidas de control estatal y militarización de vastos sectores de la sociedad tomadas por el Estado soviético durante el comunismo de guerra en Rusia en 1918-21 frente a las intervenciones militares imperialistas, a la guerra civil y al hambre. En la misma línea, Malm recuerda los enormes sacrificios consentido por los obreros y campesinos rusos para justificar, aún hoy, la exigencia de «una forma de renuncia necesaria» y la imposibilidad «de eludir la prohibición del consumo de animales salvajes, el cese de la aviación masiva, el abandono gradual de la carne y otras cosas sinónimas de la buena vida.[24]» Un tema que, en última instancia, está al unísono con el campo burgués que aboga por la ‘sobriedad’ bajo el pretexto de defender el planeta para imponer ataques a las condiciones de vida de la clase explotada, que la crisis económica ha hecho indispensables.
En nombre de la defensa del planeta, los explotados deben actuar como ciudadanos, cumplir con las exigencias y someterse a los intereses del gran orquestador que es, en la cabeza de Malm, el Estado en lucha contra el calentamiento global.
Con una maleta llena de medidas de capitalismo de Estado bajo el brazo, Malm se está uniendo a favor de su programa llave en mano para el Estado burgués. «El llamado a la nacionalización de las empresas de combustibles fósiles y su transformación en equipos de captura directa de aire debería ser la demanda central para la transición en los próximos años.[25]» «Esto comienza con una nacionalización de todas las empresas privadas que extraen, procesan y distribuyen combustibles fósiles. La jauría desenfrenada de ExxonMobil, BP, Shell, RWE, Lundin Energy y todas las demás, tendrá que ser sometida y la forma más segura de hacerlo es llevar a estas empresas de vuelta al sector público, ya sea mediante la adquisición o la confiscación sin compensación, lo que parece más defendible.[26]»
“Hay que nacionalizarlas (...) No solo ‘deshacerse de estas empresas... sino convertirlas en empresas que presten un servicio de eliminación de carbono’. Convertirla en un servicio público para la estabilización climática.[27]”
Por lo tanto, Malm se presenta abiertamente como el administrador del Estado y del capital, nos quiere hacer creer que el Estado burgués en manos de fuerzas políticas decididas puede obligar al capitalismo a implementar la solución de abandonar los combustibles fósiles.
Para acreditar «su solución», Malm desarrolla una visión completamente mistificadora de la naturaleza del Estado burgués por encima de las clases, árbitro del interés general y del bien de todos, que puede y debe actuar por el bien común de la sociedad en su conjunto; un viejo estribillo de la ideología burguesa repetido durante décadas, especialmente por las fuerzas políticas de la izquierda capitalista (desde los socialdemócratas, los estalinistas y después de ellos los trotskistas).
Contrariamente a lo que sugiere Malm, el Estado no es «neutral», ni es el lugar donde la clase explotada puede ejercer e imponer su voluntad. ¡Al contrario! Como expresión de una sociedad dividida en clases antagónicas, el Estado es el único instrumento en manos de la clase dominante para mantener su dominación y garantizar sus intereses de clase, es por definición la herramienta de defensa de su sistema con la que impone la lógica de su sistema.
Tampoco es el Estado un órgano de ‘racionalización’, de ‘regulación’ de las contradicciones del capitalismo al que pueda dar una ‘solución’.
El dominio generalizado y creciente del Estado sobre el conjunto de la vida social durante más de un siglo no corresponde al establecimiento de soluciones viables a las contradicciones de su sistema (social, económica e imperialista) exacerbadas por su decadencia.
El desarrollo desenfrenado del Estado es, por el contrario, la expresión de las contradicciones y de la incapacidad del mundo burgués para superarlas, así como la del callejón sin salida en el que se encuentra históricamente.
En la situación histórica actual, después de más de un siglo de decadencia, la acumulación de contradicciones en la base de la existencia del sistema capitalista, y de sus efectos, se refleja en la creciente tendencia de la clase dominante a perder el control de su sistema, que se está haciendo trizas y pudriéndose en sus pies. Lejos de representar un freno a esta tendencia, el propio Estado se muestra cada vez más abiertamente como un vector de la irracionalidad destructiva que caracteriza y domina todo el sistema capitalista. El Estado y su acción se están convirtiendo en una agravante cada vez más comprobada de la crisis histórica del sistema capitalista en la fase terminal de su existencia, la de su descomposición.
Por lo tanto, no hay nada que esperar de la posibilidad de actuar sobre el terreno del Estado, y cualquier ilusión a este respecto debe ser rechazada con firmeza.
Es en este contexto que Malm nos invita a distinguir entre las diferentes partes que componen el aparato estatal, algunas de ellas más recomendables que otras, y a las que ¡en el modo clásico trotskistas!) presenta (¡críticamente!) como aliados progresistas[28]: «Esto no significa que los partidos socialdemócratas no tengan un papel que desempeñar. Por el contrario, son quizás nuestra mejor esperanza, como hemos visto en los últimos años. Nada hubiera sido mejor para el planeta que una victoria de Jeremy Corbin en el Reino Unido en 2019 y de Bernie Sanders en Estados Unidos en 2020. Si hubieran podido ponerse a cargo de los dos bastiones tradicionales del capitalismo, habría habido oportunidades reales para aprovechar la crisis actual y las que están en llamas para romper con lo de siempre.[29]» ¡Sin comentarios! Una vez más, se trata de otro engaño difundido por Malm para confundir la conciencia de los trabajadores sobre la verdadera naturaleza de estos partidos burgueses y para llevar a la población y a los trabajadores de vuelta a los partidos socialistas o socialdemócratas (que han demostrado repetidamente su naturaleza antiobrera). ¡Otra mentira destinada a ocultar el hecho de que en nuestra época todos los partidos burgueses son igualmente reaccionarios, y que no se puede esperar más de uno que de otro!
En las cuestiones del Estado, así como en las de sus fuerzas de izquierda, hay que reconocer a Malm al menos el ‘mérito’ de la claridad: desvela sin vacilar la lógica básica común a toda la corriente trotskista: ¡la defensa del capitalismo de Estado!
Las construcciones políticas de Malm son una parte integral de las campañas ideológicas de la clase dominante al servicio directo de sus intereses. ¡Su objetivo es proporcionarles el la envoltura radical y supuestamente anticapitalista que necesitan para esterilizar el comienzo de la reflexión sobre la responsabilidad del capitalismo en el desastre ecológico y desviarlo hacia el terreno del Estado y la democracia burguesa! Por lo tanto, Malm es merecedor de su condecoración de ‘la Orden de Lenin’ de la Ecología ya que:
-sus ‘teorías’ prolongan y continúan la campaña lanzada desde 1989 contra el Comunismo, esta vez en nombre del realismo frente a la crisis climática, que, por su urgencia, cambia la situación y hace inoperante la lucha por el comunismo.
-niegan que la solución a la crisis climática requiere la destrucción del Estado burgués, de las relaciones sociales capitalistas que garantiza, y la sustitución del sistema capitalista por una sociedad sin clases, la palabra revolución, en boca de Malm, cambia su significado y sólo significa el ajuste y la gestión del sistema capitalista.
-ya se trate de invocar medios a implementar propugnados por Malm -la desobediencia civil y la acción individual o masiva de sabotaje contra los principales emisores de gases de efecto invernadero (desinflar los neumáticos de los SUV de los más ricos, apuntar a un aeropuerto de jets privados o a una fábrica de cemento...)- o de su objetivo: presionar al Estado capitalista para que finalmente tome las decisiones correctas; su única vocación, en realidad es, encerrar dentro de los límites del orden capitalista, a todos los que puedan ser seducidos por este discurso. Al dejar intactas y preservar las relaciones sociales explotadoras del orden capitalista, en la raíz de los males que aquejan a la sociedad, todo es en beneficio de la clase dominante: no son más que callejones sin salida estériles que garantizan el statu quo y la impotencia.
En la siguiente parte de este artículo, discutiremos por qué las cuestiones sociales y ecológicas sólo pueden resolverse al mismo tiempo y que sólo el proletariado es el portador de la solución.
Scott.
[1] Profesor de geografía humana en la Universidad de Lund en Suecia y miembro de la organización trotskista Cuarta Internacional - Secretariado Unificado. Desde la década de 1990, Andreas Malm «se ha comprometido de manera duradera en la lucha contra la colonización de Palestina, contra la islamofobia en Europa y contra el ‘imperialismo americano’ (...) De 2002 a 2009 escribió para el periódico de un sindicato sueco, Arbetaren. A partir de 2010, escribió para el periódico Internationalen, el semanario trotskista del Partido Socialista Sueco, que forma parte del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional y del que es miembro. Participó en la revista estadounidense de izquierda radical Jacobin [74]. Es una de las personas que, desde el principio, ha participado en el Movimiento de Solidaridad Internacional en Suecia. Participa en grupos de desobediencia civil contra el cambio climático». (Wikipedia)
[3] 3 Malm fue citado como la principal inspiración para los ‘Levantamientos de la Tierra’ «abogando por la acción directa y justificando acciones extremas hasta e incluyendo la confrontación con la policía», en el decreto que intentaba disolver este movimiento por parte del Estado francés.
[4] Andreas Malm, Fossil Capital, The Rise of Steam Power and the Roots of Global Warming, Edition Verso, 2016, p. 383, [existe traducción al español, El capital fósil, el auge de la energía de vapor y las raíces del calentamiento global, editorial, Capitán Swing Libros]
[5] Andreas Malm, La Chauve-souris et le Capital, Editions La Fabrique, 2020, p.158 [existe traducción al español, El murciélago y el capital, cambio climático y guerra social, ediciones errata naturae]
[6] Hélène Torjman, La croissance verte contre la nature,, Editions la Découverte, 2021, p 247
[7] Socialalter n°59 "Sabotage: on se soulève et on casse?" [76] (Sabotaje : ¿nos levantamos y nos rompemos ?) (Agosto-Septiembre 2023) En esta entrevista, Malm presenta las críticas que le ha hecho el periodista de The Guardian George Monbiot.
[8] Frente a la actual guerra imperialista en Oriente Medio y sobre la cuestión clave del internacionalismo, Malm firma su membresía en el campo del capitalismo, eligiendo la defensa de un campo burgués (a favor del imperialismo palestino) contra otro: «Durante una conferencia en la Universidad de Estocolmo en diciembre de 2023, Andreas Malm elogia las masacres y atrocidades cometidas por Hamas durante el ataque de Hamas a Israel el 7 de octubre de 2023». (Wikipedia) Malm “ve detrás de este ataque 'la resistencia palestina', incluso afirma que es 'fundamentalmente un acto de liberación» (...) y dijo que acogía con beneplácito las respuestas de Hamás. «Uso estos videos como una droga. Me los inyecto en las venas. Los comparto con mis camaradas más cercanos», dijo. (diario del domingo, 10.04.2024) Este abyecto apoyo a las atrocidades de Hamás demuestra lo ajeno que es no solo a los intereses del proletariado, sino también a los de su enemigo.
[9] Conflicts n°42.
[10] Andreas Malm, L’anthropocène contre l’histoire, [El Antropoceno contra la historia], Editions La Fabrique, 2017, p.203
[11] GIECC Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, Quinto informe de 2014. [77]
[12] La geoingeniería es el conjunto de técnicas que tienen como objetivo manipular y modificar el clima y el medio ambiente de la Tierra.
[13] El uso total de las nuevas tecnologías es visto como un peligroso y preocupante callejón sin salida por los científicos más lúcidos: «(...) Este modelo parte de la misma visión y de las mismas estructuras socioeconómicas establecidas a finales del siglo XVIII, las de un capitalismo industrial dominado por una búsqueda frenética de recursos y eficiencia, donde el progreso técnico es el medio para estos fines. Este modo de producción nos ha llevado a donde estamos. Por lo tanto, es inútil esperar soluciones a la destrucción de la naturaleza que está en marcha. Por el contrario, (...) la instrumentalización de la vida y de los procesos vivos no hace más que profundizarse, sofisticarse y extenderse a nuevos campos, ayudada en ello por el poder de las herramientas científicas y técnicas en una dinámica perversa y contraproducente. La agricultura industrial contamina el aire, el suelo y el agua, destruye a los agricultores y los ecosistemas y ya no está destinada a alimentar a los seres humanos, sino a fabricar petróleo y productos químicos. ¿Qué hacemos? Estamos acelerando, haciendo todo lo posible para aumentar aún más la productividad y el rendimiento de los cultivos a través de la manipulación genética de las plantas (...) La extracción y el uso de combustibles fósiles emiten gases de efecto invernadero: fabricamos agrocombustibles que, al final, emiten aún más. (…) La emergencia climática es tal que estamos imaginando procesos destinados a "capturar y almacenar carbono": estos procesos no solo son extremadamente intensivos en energía y, por lo tanto, fuente de grandes emisiones de CO2, sino que debilitan la corteza terrestre, lo cual es una extraña forma de salvar el planeta. En resumen, la búsqueda de la eficiencia resulta contraproducente». (Hélène Torjman, La croissance verte contre la nature, Editions la Découverte, 2021, pp.98-99)
[14] Le Monde, 21 de abril de 2023.
[15] Hélène Torjman, La croissance verte contre la nature, Editions la Découverte, 2021, p. 97.
[16] Andreas Malm, La Chauve-souris et le Capital, Editions La Fabrique, 2020, p. 173.
[17] —¿Pero qué Estado? Acabamos de afirmar que el Estado capitalista es inherentemente incapaz de tomar estas medidas. Y, sin embargo, no hay otras formas de Estado disponibles. Ningún estado obrero basado en los soviets nacerá milagrosamente de la noche a la mañana. Ningún doble poder de los órganos democráticos del proletariado parece estar a punto de materializarse en un futuro próximo, ni en un día alguno. Esperar otra forma de Estado sería tan ilusorio como criminal, y así todos tendremos que lidiar con el lúgubre Estado burgués, enganchado como siempre a los circuitos del capital". Andreas Malm, La Chauve-souris et le Capital, Editions La Fabrique, 2020, p.173.
[18] Andreas Malm, La Chauve-souris et le Capital, Editions La Fabrique, 2020, p. 166.
[19] Ibíd.p. 192.
[20] Ibíd.p. 172.
[21] Andreas Malm, L’anthropocène contre l’histoire [El Antropoceno contra la historia], Editions La Fabrique, 2017, p. 210
[22] Andreas Malm, La Chauve-souris et le Capital, Editions La Fabrique, 2020, p. 172
[23] Ibíd.p.153-154.
[24] Ibíd.p. 188.
[25] Ibíd.p. 163.
[26] Ibíd.p. 158.
[27] Ibíd.p. 163.
[28] Partidos de izquierda, con los que Malm colabora directamente, como el Instituto La Boétie, el laboratorio de pensamiento [think tank] de La France Insoumise, en Francia. ¡Una prueba más de su pertenencia al campo burgués!
[29] Andreas Malm, La Chauve-souris et le Capital, Editions La Fabrique, 2020, p. 137.
Andreas Malm: retórica «ecológica» en defensa del Estado capitalista (2ª parte)
En la primera parte de este artículo, mostramos que el llamado ‘Lenin de la ecología’, Andreas Malm, defiende en realidad una concepción completamente burguesa de la cuestión y se erige en defensor y agente del capitalismo de Estado con una visión que pretende propagar a la clase obrera.
A primera vista, Malm afirma ser marxista, lo que le confiere una postura aparentemente radical, pero luego procede a distorsionar por completo la teoría marxista. El uso descarado del doble lenguaje, típico del movimiento trotskista, que dice una cosa pero en realidad defiende su contraria, así como otras falsificaciones y ocultaciones, le permiten realizar el extraordinario truco tanto de eliminar la responsabilidad del sistema capitalista en la gravedad de la crisis ecológica como de oscurecer la perspectiva que se ofrece a la humanidad como salida de esta pesadilla: el comunismo, del que es portadora la clase explotada, el proletariado, sepulturero del capitalismo.
En esta parte, mostraremos por qué y cómo el capitalismo es incapaz de aportar una solución a la crisis ecológica, por qué y cómo es la clase revolucionaria de nuestro tiempo, el proletariado, la única que tiene la llave para hacerlo, y por qué la cuestión social y la cuestión ecológica sólo pueden resolverse al mismo tiempo destruyendo las relaciones de producción capitalistas y sustituyendo el sistema capitalista por una sociedad libre de explotación, el comunismo.
Malm parece basarse en el marxismo. Afirma que «el capitalismo es un proceso específico que se desarrolla como una apropiación universal de los recursos biofísicos, porque el capital mismo tiene una sed única e insaciable de plusvalía derivada del trabajo humano por medio de sustratos materiales. El capital, podríamos decir, es supraecológico, un omnívoro biofísico con su propio ADN social»[1]. Del mismo modo, se refiere al propio Marx: «el Libro III de El Capital, muestra el modo en que las relaciones de propiedad capitalistas «provocan un hiato irremediable en el complejo equilibrio del metabolismo social compuesto por las leyes naturales de la vida»; la teoría de la ruptura metabólica -del hiato- permite explicar un gran número de fenómenos, desde los desequilibrios en el ciclo del nitrógeno hasta el cambio climático[2]». Pero pronto queda claro que no se trata más que de una farsa. De hecho, a medida que avanzan las páginas, se produce un cambio. Queda claro que el anticapitalismo de Malm, especialista en doble lenguaje, no se dirige contra el capitalismo en su conjunto, sino que se reduce al mero cuestionamiento de algunos de sus componentes. En particular, el sector de producción de combustibles fósiles, petróleo y gas, al que culpa del calentamiento global. Al final, nunca incrimina al sistema capitalista como tal en el desastre ecológico (que reduce al calentamiento global). Al apuntar sólo a ciertos sectores de la burguesía o a ciertos Estados (los que dominan el planeta) y al denunciar como problema central sólo la actitud de «Business as usual, seguir como siempre» de la clase dominante ante la emergencia climática, está absolviendo de hecho al capitalismo como modo de producción de la responsabilidad por la crisis climática.
Además, Malm critica el escandaloso cinismo y la falta de preocupación por el planeta y de humanidad del jefe de Exxon, Rex Tillerson, quien afirma: «Mi filosofía es ganar dinero. Si puedo perforar y ganar dinero, eso es lo que quiero hacer». Pero aquí, al centrarse únicamente en Tillerson, Malm (¡con pleno conocimiento de causa para alguien que dice ser marxista!) oculta a sabiendas el hecho de que la «filosofía» de Tillerson es, de hecho, ¡la de TODA la clase dominante! El prestidigitador Malm eclipsa la naturaleza explotadora y la búsqueda desenfrenada del máximo beneficio inherentes al capitalismo en su conjunto[3]. ¡En el colmo de la hipocresía y el disimulo, y al modo típicamente trotskista, Malm admite (¡y en última instancia defiende!) la existencia de una ‘admisible’ explotación capitalista de la naturaleza!
Además, Malm señala al unísono los «dos informes publicados con motivo de la COP21 [que] subrayan hasta qué punto las emisiones de CO2 son indisociables de dicha polaridad. El 10% más rico de la humanidad es responsable de la mitad de las emisiones actuales vinculadas al consumo, mientras que la mitad más pobre es responsable del 10% de las emisiones. La huella de carbono per cápita del 1% más rico es 175 veces superior a la del 10% más pobre: las emisiones per cápita del 1% más rico de Estados Unidos, Luxemburgo o Arabia Saudí son 2.000 veces superiores a las de los habitantes más pobres de Honduras, Mozambique o Ruanda.[4] »Malm concluye que «si existe una lógica global del modo de producción capitalista con la que se articulará el aumento de las temperaturas, es sin duda la del desarrollo desigual y combinado. El capital se desarrolla atrayendo a su órbita otras relaciones, mientras él sigue acumulando. Las personas atrapadas en relaciones externas pero integradas -pensemos en los pastores del noreste de Siria- obtendrán poco o ningún beneficio de ello, y puede que ni siquiera se acerquen al trabajo asalariado. Algunos amasan recursos mientras que otros, fuera de la máquina de extorsión pero en su órbita, luchan por tener una oportunidad de producirlos[5]».
En resumen, según Malm, el mundo se divide simplemente entre ‘ricos’ y ‘pobres’, entre ‘beneficiarios’ y ‘víctimas’ del sistema, según una distribución geográfica ‘desigual’ entre un Norte rico y un Sur pobre. En otras palabras, este es el lugar común de la ideología burguesa dominante, que se difunde desde los informes de la ONU a todos los medios de comunicación burgueses, pasando por... ¡las columnas de la prensa trotskista! La posición de Malm es incluso idéntica a la del Estado chino, para quien «la crisis climática es el resultado de un modelo de desarrollo económico muy desigual que se ha extendido a lo largo de los dos últimos siglos, permitiendo a los países ricos de hoy alcanzar los niveles de renta que tienen, en parte porque no han tenido en cuenta los daños medioambientales que ahora amenazan la vida y el estilo de vida de los demás[6]». Un planteamiento basado en la defensa por parte de China del concepto de «responsabilidad común pero diferenciada», que exige que la gobernanza climática mundial respete las necesidades de desarrollo de los países más pobres. ¡Así que ahora Malm es un apóstol del imperialismo chino!
A menos que consideremos a la República Popular China como una expresión de la vanguardia proletaria y marxista, ¡lo que da una idea al lector de la validez de lo que Malm quiere hacer pasar por marxismo!
Esta concordancia de puntos de vista entre la ideología oficial del Estado chino y Malm no debe para nada al azar. La concepción de un mundo capitalista dividido en ‘dominados’ y ‘dominadores’, donde las lacras que asolan la sociedad son atribuibles únicamente a los grandes imperialismos que ‘victimizan’ a los pequeños, está en línea con el pensamiento trotskista. Establece constantemente una distinción entre los diferentes Estados, para la cual sólo los grandes Estados son imperialistas. Es como si hubiera una diferencia fundamental entre los grandes jefes mafiosos que dominan la escena y los gángsteres de barrio; en la práctica, ¡la única diferencia está en los medios de que disponen!
La concentración cada vez mayor del capital crea por su propia naturaleza un desequilibrio dentro del mundo capitalista, cuyo corolario y consecuencia es la existencia de periferias marginadas. Se trata de un hecho histórico permanente del capitalismo, inscrito en sus genes. Se concreta en la existencia de Estados capaces de ejercer la hegemonía mundial, mientras que los demás se ven privados de ella. El encantador Malm hipnotiza al público centrándose en la apariencia y la superficie de las cosas para crear la ilusión de que, en última instancia, existe una solución dentro de cada Estado nacional, ¡siempre que se gestione mejor y se busque una mayor ‘armonía’ entre las naciones!
De este modo, Malm consigue eliminar del campo de la reflexión los puntos clave que son la única manera de proporcionar una base sólida sobre la que plantear adecuadamente la cuestión de los efectos del modo de producción capitalista sobre la naturaleza:
- la realidad de que el capital es una relación social que trasciende las fronteras de cada Estado nacional y existe a escala mundial; cuya principal «polarización» (por utilizar su propia humeante terminología) se expresa en el antagonismo fundamental e irreductible entre las dos principales clases sociales que componen la sociedad capitalista, el proletariado y la burguesía. Como señala Marx, «la producción basada en el capital crea, por una parte, la industria universal (...) y, por otra, un sistema de explotación universal de las propiedades naturales y humanas[7]».
- Al mismo tiempo Malm pasa por alto el hecho de que «para producir, los hombres entran en relaciones y relaciones determinadas entre sí, y sólo dentro de los límites de estas relaciones sociales se establece su acción sobre la naturaleza, es decir, tiene lugar la producción[8]». En otras palabras, es a través de la intercesión de las diferentes formas de organización social que se han sucedido en la historia como se establece la relación entre la humanidad y la naturaleza. Para comprender los orígenes de la actual crisis ecológico-climática, debemos partir de la existencia del modo de producción capitalista y de sus efectos sobre la naturaleza.
El otro ámbito en el que Malm niega el marxismo es el de la alternativa al sistema capitalista. Para Malm, en los países centrales del capitalismo, es el individuo quien debe actuar mediante el sabotaje para influir en la política del Estado capitalista: «En una realidad científicamente fundada, Ende Gelände[9] es el tipo de acción cuyo número y escala habría que multiplicar por mil. Dentro de los países capitalistas avanzados y en las zonas más desarrolladas del resto del mundo, no hay escasez de objetivos adecuados: todo lo que tenemos que hacer es mirar a nuestro alrededor para encontrar la central eléctrica de carbón más cercana, el oleoducto, el todoterreno, el aeropuerto y el centro comercial suburbano en expansión... Este es el terreno en el que un movimiento climático revolucionario tendría que levantarse en una ola poderosa y cada vez más acelerada[10]». En otras palabras, Malm no hace más que proponer una versión más radical de un movimiento ciudadano, que ya no se contenta con actuar por la vía legal, sino que no debe rehuir actuar contra los barones o los sectores del capitalismo señalados como responsables del calentamiento climático, atacando a sus empresas o a los productos que comercializan.
De manera más general, para luchar contra los «motores de la crisis climática», Malm multiplica las referencias a diversos movimientos sociales de la historia (apartheid, abolición de la esclavitud... ¡sin preocuparse de su naturaleza de clase! ) en un magma en el que es imposible reconocer en qué fuerza social podemos apoyarnos para encontrar una salida a la situación de pesadilla provocada por el capitalismo: «En la medida en que el capitalismo actual está totalmente saturado de combustibles fósiles, casi todos los que participan en un movimiento social bajo su reinado están luchando objetivamente contra el calentamiento global, les importe o no, sufran o no sus consecuencias. Los brasileños que protestan contra el encarecimiento de los billetes de autobús y exigen la gratuidad del transporte enarbolan de hecho la bandera de la quinta medida del programa expuesto, mientras que los ogoníes que desalojan a Shell se ocupan de la primera[11]. Del mismo modo, los trabajadores europeos del automóvil que luchan por sus puestos de trabajo, en consonancia con el tipo de conciencia sindical que siempre han poseído, tienen interés en reconvertir sus fábricas para la producción de las tecnologías necesarias para la transición energética -turbinas eólicas, autobuses- en lugar de verlas desaparecer para un destino de bajos salarios. Todas las luchas son luchas contra el capital de los combustibles fósiles: los afectados sólo tienen que ser conscientes de ello.[12] ».
La hinchada pretensión de Malm de actualizar el marxismo para hacer frente a la realidad del cambio climático, estableciendo las nuevas «polarizaciones» que pasarían a regir el mundo capitalista y que sustituyen al antagonismo fundamental entre las dos clases principales de la sociedad capitalista, la clase explotada (el proletariado) y la clase explotadora (la burguesía), sólo tiene un objetivo: negar la naturaleza revolucionaria del proletariado. Dedicado a demostrar que el comunismo no puede representar en modo alguno una alternativa realista y creíble a la catástrofe medioambiental, y que la lucha del proletariado es incapaz de desempeñar papel alguno contra la crisis climática, Malm silencia y pasa pura y simplemente por alto la existencia, el papel y la perspectiva revolucionaria de la clase obrera. Si se refiere aquí y allá al proletariado o a su historia, es sólo como clase explotada o como simple categoría sociológica de la sociedad capitalista ahogada en el conjunto indiferenciado del pueblo, para reservarle un papel de extra irrelevante o diluyéndola en movimientos interclasistas, que precisamente constituyen un peligro mortal para ella y su acción como clase autónoma con intereses distintos de los de otras categorías sociales.
Una vez más, Malm hace aquí su contribución a las campañas burguesas para prolongar las dificultades del proletariado para reconocerse como la fuerza que está detrás de la transformación de la sociedad, como la clase revolucionaria de nuestro tiempo, a la que el advenimiento del capitalismo ha hecho emerger históricamente como su sepulturero.
Las falsificaciones burguesas de Malm sobre la naturaleza del capitalismo y su responsabilidad en la destrucción del medio ambiente nos obligan a restablecer algunas adquisiciones fundamentales del marxismo que Malm niega, oculta o abandona (según las diferentes necesidades dictadas por el papel ideológico que desempeña en beneficio del Estado burgués) y con las que Malm está en flagrante contradicción. Ante todo, el propio Manifiesto Comunista.
Malm ve el capitalismo sólo como la suma de sus diferentes componentes y niega, más allá de la realidad del mundo capitalista por definición marcado por la competencia y la división entre naciones, la unidad del sistema capitalista como modo de producción, así como el terreno universal de su existencia y dominación.
«Impulsada por la necesidad de salidas cada vez más amplias para sus productos, la burguesía conquista el mundo entero. Tiene que anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear relaciones en todas partes. Al explotar el mercado mundial, la burguesía ha hecho cosmopolitas la producción y el consumo de todos los países. (...) Ha eliminado la base nacional de la industria. Las antiguas industrias nacionales han desaparecido y siguen desapareciendo cada día. Estas industrias ya no utilizan materias primas locales, sino materias primas procedentes de las regiones más lejanas, y sus productos acabados ya no se consumen únicamente en el propio país, sino en todas las partes del mundo a la vez. Las antiguas necesidades, que se satisfacían con productos nacionales, están dando paso a nuevas necesidades, que requieren productos de los países y climas más lejanos para satisfacerlas. La autosuficiencia y el aislamiento regional y nacional del pasado han dado paso a una circulación general, a una interdependencia general de las naciones[13]».
Como señala Rosa Luxemburgo, esto ha significado que «desde su creación, el capital ha recurrido a todos los recursos productivos del globo. En su afán por apropiarse de las fuerzas productivas para su explotación, el capital recorre el mundo entero, se procura medios de producción en todos los rincones del planeta, adquiriéndolos si es necesario por la fuerza, en todas las formas de sociedad, en todos los niveles de civilización». Para satisfacer su insaciable necesidad de beneficios, «es necesario (...) que el capital pueda disponer progresivamente de toda la tierra para asegurarse una elección ilimitada de medios de producción en cantidad y calidad. Así como la producción capitalista no puede contentarse con las fuerzas activas y los recursos naturales de la zona templada, sino que necesita todos los países y todos los climas para su desarrollo, tampoco puede limitarse a la explotación de la fuerza de trabajo de la raza blanca. Para cultivar las regiones donde la raza blanca es incapaz de trabajar, el capital debe recurrir a las demás razas. En cualquier caso, necesita poder movilizar sin restricciones todas las fuerzas de trabajo del globo para explotar, con su ayuda, todas las fuerzas productivas del suelo (...)[14]».
Contrariamente a lo que afirma Malm, éste es el punto de partida de cualquier reflexión que pretenda establecer la responsabilidad del Capital en la crisis ecológica: no el marco local y estrecho de la nación y su Estado, sino el nivel internacional y global.
En la fase histórica de ascenso de su sistema, «la burguesía, en el curso de su dominación de clase que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más numerosas y más colosales que todas las generaciones pasadas juntas»[15] y, en consecuencia, ha desempeñado un papel históricamente progresivo. Pero este desarrollo de las fuerzas productivas entre el barro y la sangre por el sistema capitalista de producción se basa, tanto social como ambientalmente, en una devastación de consecuencias aterradoras.
Para la clase explotada, «las primeras décadas de la gran industria tuvieron efectos tan devastadores sobre la salud y las condiciones de vida de los trabajadores, provocaron una mortalidad y una morbilidad tan espantosas, tales deformidades físicas, tal abandono moral, epidemias, ineptitud para el servicio militar, que la existencia misma de la sociedad parecía profundamente amenazada[16]».
Como con la naturaleza. En América, por ejemplo, «...el cultivo del tabaco agotó la tierra tan rápidamente (tras sólo tres o cuatro cosechas) que durante el siglo XVIII su producción tuvo que trasladarse de Maryland a los Apalaches. La transformación del Caribe en un monocultivo de azúcar provocó la deforestación, la erosión y el agotamiento del suelo. Las plantaciones de caña de azúcar introdujeron la malaria en los trópicos americanos. (...) En cuanto a las fabulosas minas de plata de México y Perú, se agotaron en pocas décadas, dejando entornos intensamente contaminados. (...) También podríamos mencionar la práctica desaparición del castor, del bisonte americano y de la ballena de Groenlandia a finales del siglo XIX, en relación con la industrialización, ya que las pieles de bisonte constituían excelentes correas de transmisión y el aceite de ballena un excelente lubricante para la maquinaria de la revolución industrial»[17] En otras partes del mundo, las mismas causas tuvieron los mismos efectos: «El árbol de la gutapercha desapareció de Singapur en 1856, y después de muchas islas de Malasia. A finales del siglo XIX, la fiebre del caucho se apoderó del Amazonas, provocando masacres de indios y deforestación. A principios del siglo XX, los árboles de caucho se trasladaron de Brasil a Malasia, Sri Lanka, Sumatra y luego a Liberia, donde empresas británicas y estadounidenses (Hoppum, Goodyear, Firestone, etc.) establecieron enormes plantaciones. Estas plantaciones destruyeron varios millones de hectáreas de bosque, agotaron el suelo e introdujeron la malaria[18]».
En El Capital, Marx denuncia que el «progreso capitalista», que no significa otra cosa que el saqueo generalizado del trabajador y del suelo, conduce a la ruina de los recursos naturales, de la tierra y de la clase obrera. Basándose en los trabajos científicos de su época, desarrolla que los efectos de la explotación y de la acumulación capitalistas son igualmente destructivos sobre el planeta y sobre la fuerza de trabajo del proletariado: «En la agricultura moderna, como en la industria urbana, el aumento de la productividad y el mayor rendimiento del trabajo se compran al precio de la destrucción y del agotamiento de la fuerza de trabajo. Además, cada avance en la agricultura capitalista es un avance no sólo en el arte de explotar al trabajador, sino también en el arte de despojar el suelo; cada avance en el arte de aumentar su fertilidad por un tiempo es un avance en la ruina de sus fuentes duraderas de fertilidad. Cuanto más se desarrolla un país, los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, sobre la base de la gran industria, más rápidamente se realiza este proceso de destrucción. Por consiguiente, la producción capitalista sólo desarrolla la técnica y la combinación del proceso de producción social agotando al mismo tiempo las dos fuentes de las que brota toda riqueza: la tierra y el trabajador»[19]. Desde el principio, el capitalismo se ha afirmado como destructor TANTO de la naturaleza, COMO de la fuerza de trabajo del proletariado.
La principal manifestación de la entrada del sistema capitalista en la decadencia, una vez ‘unificado’ el mercado mundial, la guerra y el estado de guerra permanente del capitalismo tienen consecuencias profundamente ecocidas. Si bien «las dos guerras mundiales y los enfrentamientos de la Guerra Fría y de la descolonización provocaron destrucciones ecológicas a escala planetaria, (...) la preparación de los conflictos, y en particular el desarrollo, el ensayo y la producción de armamento, produjeron efectos no menos masivos. (...) Pero estos impactos directos están lejos de resumir la importancia del fenómeno bélico en la relación entre las comunidades humanas y sus entornos[20]».
«Las guerras del siglo XX también fueron decisivas en la configuración de las lógicas políticas, técnicas, económicas y culturales que rigieron la explotación y la conservación de los recursos, no sólo a escala nacional, sino también del conjunto del planeta. (...) Los efectos de las dos guerras mundiales sobre las economías y los ecosistemas (...) fueron decisivos para globalizar e intensificar (...) las extracciones a escala planetaria y para catalizar un mayor control de los poderes estatales (en el Norte) y de las empresas occidentales (en el Sur) sobre esos recursos. (...) La Segunda Guerra Mundial supuso una ruptura decisiva con el pasado (...) Catalizó la aparición de modelos de extracción excesiva, cristalizados durante el conflicto y perpetuados (...) después de la guerra (...) [La] reconfiguración a gran escala de las economías de explotación, transporte y uso afecta a «una amplia gama de materiales elevados al rango de ‘recursos estratégicos', desde la madera hasta el caucho, pasando por los combustibles fósiles. (...) El imperativo de abastecimiento de una economía de guerra conduce a la duplicación de las infraestructuras productivas y, en última instancia, al exceso de capacidad industrial.[21] »
Como ha señalado la CCI, en este período «la destrucción despiadada del medio ambiente por el capital [ha adquirido] otra dimensión y otra calidad (...); ésta es la época en que todas las naciones capitalistas se ven obligadas a competir en un mercado mundial sobresaturado; una época, por lo tanto, de una economía de guerra permanente, con un crecimiento desproporcionado de la industria pesada; una época caracterizada por la irracionalidad, la duplicación sin sentido de complejos industriales en cada unidad nacional, (...) el surgimiento de megaciudades, (...) el desarrollo de tipos de agricultura que no han sido menos perjudiciales ecológicamente que la mayoría de los diferentes tipos de industria[22]»
La «gran aceleración» de la crisis ecológica en las últimas décadas es una de las manifestaciones de la crisis histórica del modo de producción capitalista en su periodo de decadencia, llevada a su paroxismo en su fase final, la de su descomposición. Su gravedad representa ahora una amenaza directa para la supervivencia de la sociedad humana. Sobre todo, las consecuencias ecológicas del capitalismo en descomposición se entretejen y combinan con todos los demás fenómenos de la dislocación de la sociedad capitalista, la crisis económica y la guerra imperialista, interactuando y multiplicando sus efectos en una espiral devastadora cuyas repercusiones combinadas son mucho mayores que la suma de cada uno de ellos tomados aisladamente.
Ya a mediados del siglo XIX, Marx destacaba el hecho de que el capital, impulsado por la necesidad de acumular cada vez más, estaba afectando a la propia base natural de la producción y desequilibrando peligrosamente la interacción entre la humanidad y la naturaleza al provocar una ruptura irreparable de su metabolismo. La producción capitalista, al agrupar la población en grandes centros y provocar una preponderancia cada vez mayor de la población urbana, concentra, por una parte, la fuerza motriz histórica de la sociedad; por otra, perturba la circulación de la materia entre el ser humano y el suelo, es decir, impide el retorno al suelo de sus elementos consumidos por el ser humano en forma de alimento y vestimenta; viola, pues, las condiciones necesarias para la fertilidad duradera del suelo.[23] «La gran propiedad agraria reduce la población agrícola al mínimo, a una cifra que no deja de disminuir en comparación con una población industrial hacinada en las grandes ciudades, y que no deja de aumentar; crea así condiciones que provocan una ruptura irreparable de la coherencia de los intercambios sociales prescrita por las leyes naturales de la vida. Como resultado, la vitalidad de la tierra se despilfarra, y esta prodigalidad es llevada por el comercio mucho más allá de las fronteras de un Estado concreto. La industria a gran escala y la agricultura explotada industrialmente a gran escala actúan en la misma dirección[24]». Marx ya podía ver que el capitalismo estaba comprometiendo el futuro de las generaciones posteriores y, potencialmente, poniendo en peligro el futuro de la humanidad. Como hemos visto, estas predicciones se han confirmado ampliamente tras más de un siglo de decadencia del capitalismo.
El capitalismo no inauguró el saqueo de la naturaleza. Pero a diferencia de los modos de producción anteriores, que eran geográficamente más pequeños y más locales, con un impacto más limitado sobre el medio ambiente, con el capitalismo este expolio cambia de escala. Adquiere una dimensión global y un carácter de depredación cualitativamente nuevo en la historia de la humanidad. «Es sólo con el capitalismo que la naturaleza se convierte en un puro objeto para el hombre, en una pura materia de utilidad; que deja de ser reconocida como un poder en sí misma; e incluso el conocimiento teórico de sus leyes autónomas sólo aparece como una artimaña destinada a someterla a las necesidades humanas, ya sea como objeto de consumo o como medio de producción»[25].
Para el capitalismo, que consagra el reino de la mercancía y se presenta como un sistema de producción mercantil universal impulsado únicamente por la búsqueda frenética del máximo beneficio, TODO se convierte en mercancía, TODO está en venta. Así, desde la era moderna, con la construcción del mercado global, «la industrialización ha implicado la transferencia del control sobre la naturaleza a manos de un puñado de grandes capitalistas»[26]; «un número creciente de objetos naturales se han transformado en mercancías, lo que significa sobre todo que se han apropiado de ellos, perturbando tanto los entornos como las relaciones económicas y sociales. (...) La apropiación de las entidades naturales, la privatización de los seres vivos, tiene importantes consecuencias medioambientales, económicas y sociales. Todos los tipos de seres naturales se están convirtiendo en propiedades y mercancías. (...) Los objetos de la naturaleza no son espontáneamente mercancías: las mercancías son el resultado de una construcción, de una apropiación (a veces violenta) unida a una transformación que permite hacer que el objeto se ajuste a los intercambios del mercado»[27].
El capitalismo sólo ve la Tierra y la naturaleza como un «don gratuito» (Marx), una reserva de recursos puesta «providencialmente» a su disposición, de la que puede extraer sin límite, para convertirla en una de las fuentes de sus beneficios. «En el orden económico actual, la naturaleza no está al servicio de la humanidad, sino del capital; no es la necesidad de la humanidad de vestirse, alimentarse y cultivarse la que domina la producción, sino la necesidad del capital de obtener beneficios, de obtener oro. Los recursos naturales se explotan como si las reservas fueran infinitas e inagotables. Con las consecuencias nefastas de la deforestación para la agricultura y el exterminio de animales y plantas útiles, el carácter finito de las reservas disponibles revela la bancarrota de este tipo de economía»[28].
Por tanto, el capitalismo no sólo obtiene su riqueza de la explotación de la principal mercancía, la fuerza de trabajo del proletariado, sino también de la explotación de la naturaleza. «El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es tanto la fuente de los valores de uso (¡que son, después de todo, la verdadera riqueza!) como del trabajo, que a su vez es sólo la expresión de una fuerza natural, la fuerza de trabajo humana. [...] Y sólo en la medida en que el hombre, desde el principio, actúa como propietario en relación con la naturaleza, esta fuente primaria de todos los medios y materiales de trabajo, sólo si la trata como un objeto que le pertenece, su trabajo se convierte en fuente de valores de uso y, por tanto, de riqueza[29]».
La causa de la crisis climática no reside en las ‘actividades humanas’ en general o en determinados sectores de la actividad económica del capitalismo, sino en la existencia del propio modo de producción capitalista. Dado que el capitalismo obtiene su riqueza de dos fuentes: la explotación de la naturaleza y la explotación de la fuerza de trabajo del proletariado, ambas transformadas en mercancías, no tiene solución para la crisis ecológica. Sólo puede explotar ambas hasta el agotamiento y la destrucción. Por eso la cuestión social y la cuestión ecológica van de la mano y sólo pueden ser resueltas al mismo tiempo y por el proletariado, única clase que tiene interés en abolir todas las formas de explotación.
Esto es precisamente lo que Malm niega, como de costumbre, de manera perentoria, sin verdadera argumentación, cuando decreta que: «En un mundo capitalista más caliente, la máquina de extorsión no puede hacer otra cosa que extraer la misma cantidad de plusvalía exprimiendo a los trabajadores hasta la última gota de sudor. Pero más allá de un punto de inflexión determinado localmente, esto puede simplemente dejar de ser posible. ¿Está al acecho una revolución obrera victoriosa? Probablemente no (...) La extracción de plusvalía sigue siendo probablemente la máquina central de extorsión, pero los efectos explosivos del cambio climático no se transmiten directamente a lo largo de este eje.[30] ». Para él, la crisis climática y la cuestión social pertenecen a esferas completamente separadas, sin ninguna conexión o relación entre ellas. Y como la lucha del proletariado no se desarrolla específicamente contra los efectos de la crisis ecológica, sino en el terreno de las condiciones que le impone el capitalismo, Malm concluye que la naturaleza y la ecología no entran en el campo de su lucha a escala histórica por la emancipación, que no es capaz de integrar la cuestión ecológica, de la relación entre el ser humano y la naturaleza, en su perspectiva revolucionaria.
Los científicos y los especialistas en medio ambiente identifican generalmente la producción basada en el intercambio de mercancías, la «mercantilización» y la sobreexplotación de la naturaleza, y el sistema de propiedad privada como los factores centrales responsables de la crisis ecológica, y subrayan la necesidad de una solución a escala universal. Los diagnósticos que presentan condenan indudablemente el modo de producción capitalista y apuntan indiscutiblemente en la dirección del proyecto de sociedad comunista llevado adelante por el proletariado. Sin embargo, ¿qué hacen en la práctica? Ciegamente, o como cómplices más o menos voluntarios de la clase dominante, no hacen más que proponer callejones sin salida o aberraciones sin perspectivas de solución: pedir al Estado que mejore las leyes y reglamentos, que regule mejor, inspirarse en la relación (¡idealizada!) con la naturaleza de las sociedades primitivas, volver a la agricultura a pequeña escala, individual y parcelaria, producir localmente, etc. En cualquier caso, todos convergen en buscar soluciones dentro y bajo las condiciones de la sociedad actual, al tiempo que ignoran y ocultan la perspectiva del comunismo, precisamente el ÚNICO proyecto social que propone librar al mundo del intercambio de mercancías y de la explotación, que todos consideran la causa fundamental de la crisis climática. Una vez más, Malm no es una excepción,[31] sumándose al coro de las campañas burguesas dándoles su respaldo trotskista.
Al mismo tiempo, el capitalismo ha creado las premisas de la abundancia material (que se revelan en la existencia de crisis de sobreproducción que apuntan a la posibilidad de superar la explotación) y también las formas sociales necesarias para la transformación económica de la sociedad, el proletariado, la clase destinada a convertirse en su sepulturero.
La generalización de la mercancía por el modo de producción capitalista afectó en primer lugar a la fuerza de trabajo utilizada por los seres humanos en su actividad productiva. El proletariado, clase productora de todas las mercancías, privado de los medios de producción, no tiene, para sobrevivir, otra mercancía que vender en el mercado que su fuerza de trabajo a aquellos quienes detentan esos medios de producción, la clase capitalista. Sólo quien está sometido a la explotación, a la venta de su fuerza de trabajo, puede tener interés en rebelarse contra las relaciones capitalistas basadas en la mercancía. Puesto que la abolición de la explotación es esencialmente sinónimo de la abolición del trabajo asalariado, sólo la clase que sufre esta forma específica de explotación, producto del desarrollo de estas relaciones de producción, es capaz de dotarse de una perspectiva para superarlas.
De ahí el hecho de que «de todas las clases que hoy se enfrentan a la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las otras clases decaen y desaparecen con la gran industria, mientras que el proletariado es su propio producto. Las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino, todos luchan contra la burguesía para preservar de la extinción su existencia de clase media. No son revolucionarias, sino conservadoras. Es más, son reaccionarias porque pretenden dar la vuelta a la rueda de la historia[32]». «Lo que distingue a nuestra época (...) es que ha simplificado la oposición de clases. La sociedad en su conjunto está cada vez más dividida en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado[33]». Es del lugar específico que ocupa el proletariado en el seno de las relaciones de producción capitalistas de donde deriva la capacidad de afirmarse como fuerza social capaz de desarrollar una conciencia y una práctica capaces de «revolucionar el mundo existente», de «transformar prácticamente el estado de cosas existente»[34]. La lucha del proletariado contra los efectos de la explotación y las condiciones que le impone el capitalismo sólo puede triunfar realmente si se fija como objetivo la abolición de la propia explotación y la instauración del comunismo. Por eso «el comunismo no es (...) ni un estado de las cosas que deba crearse, ni un ideal según el cual deba regularse la realidad (...) [Es] el movimiento real que suprime el presente estado de las cosas. Las condiciones de este movimiento resultan de las premisas hoy en existencia[35]».
La compraventa de la riqueza producida sólo puede desaparecer si la riqueza de la sociedad es apropiada por ella colectivamente. «La apropiación [por el proletariado de todos los medios de producción] (... ) sólo puede lograrse mediante una unión que es a su vez necesariamente universal, debido al carácter del proletariado mismo, y mediante una revolución que, por una parte, derrocará el poder del anterior modo de producción e intercambio, así como el poder de la anterior estructura social, y que, por otra parte, desarrollará el carácter universal del proletariado y la energía que le es necesaria para llevar a cabo esta apropiación, una revolución en la que el proletariado se despojará también de todo lo que queda de su anterior posición social[36]». Con la toma de posesión de los medios de producción por la sociedad, la apropiación colectiva por la sociedad de la riqueza que produce, se elimina la producción de mercancías y, con ella, se suprime la explotación en todas sus formas.
La abolición del intercambio de mercancías presupone la abolición de su base misma: la propiedad privada, lo que significa el fin del derecho a poseer y apropiarse de la naturaleza: «...la tierra, verdadera materia prima de todo trabajo humano y fundamento de toda existencia humana, pertenece a la sociedad. En la fase más avanzada de su desarrollo, la sociedad recupera lo que ya poseía en sus orígenes. Todos los pueblos que han alcanzado un cierto nivel de civilización han poseído la tierra colectivamente. La propiedad colectiva es la base de toda sociedad primitiva en formación, y la sociedad no es posible sin ella. Sólo con la aparición y el desarrollo de la propiedad privada y de las formas de dominación asociadas a ella (...) la propiedad común fue sustituida, al cabo de muchos años, por la propiedad privada. La expoliación del suelo y su transformación en propiedad privada fueron la causa primera de la servidumbre que, desde la antigua esclavitud hasta el asalariado «libre» del siglo XXI, pasó por todas las etapas posibles, hasta que finalmente, tras milenios de evolución, los esclavizados devuelven el suelo a la propiedad común».[37] El fin de la propiedad privada significa el fin del monopolio ejercido por unos pocos capitalistas «sobre determinadas partes de la superficie terrestre[38] [y del] privilegio de disponer de ella a voluntad con exclusión de [todos] los demás[39]».
«Con la toma de posesión de los medios de producción por parte de la sociedad, se elimina la producción de mercancías (...). La anarquía en el seno de la producción social es sustituida por una organización consciente y planificada. La lucha por la existencia individual cesa. De este modo, por primera vez, el hombre se separa, en cierto sentido, definitivamente del reino animal, pasa de unas condiciones de existencia animales a unas condiciones verdaderamente humanas. El círculo de condiciones de vida que rodea al hombre, que hasta entonces dominaba al hombre, pasa ahora a estar bajo el dominio y control de los hombres que, por primera vez, se convierten en verdaderos y conscientes dueños de la naturaleza, porque se ha convertido en maestro de su propia organización social (...) Sólo a partir de este momento los hombres harán su propia historia con plena conciencia; sólo a partir de este momento las causas sociales puestas en marcha por ellos tendrán también de manera preponderante, y en medida cada vez mayor, los efectos deseados por ellos[40]».
Esta nueva etapa de la historia de la humanidad, verdadero salto del reino de la necesidad a la libertad, del gobierno de los hombres a la administración de las cosas, inaugura una nueva era: el comunismo tendrá que abordar en primer lugar la prioridad de alimentar, vestir y cuidar a toda la humanidad, así como empezar a reparar los daños causados por los estragos de la producción capitalista en el medio ambiente. La generalización de la condición de productor a todos los miembros de la sociedad, y la liberación de las fuerzas productivas de las limitaciones y restricciones de la producción capitalista y la obtención de beneficios, dará lugar a una explosión de creatividad y productividad a una escala inimaginable en las condiciones sociales actuales. Al instituir una relación nueva y más elevada entre el ser humano y la naturaleza, será el comienzo de una humanidad mundial unificada, consciente de sí misma y en armonía con la naturaleza: «la libertad en esta esfera sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su metabolismo con la naturaleza, lo pongan bajo su control común, (...); lo realicen con el menor gasto posible de energía y en las condiciones más dignas y más acordes con su naturaleza humana[41]».
El desarrollo del modo de producción comunista introducirá un tipo totalmente diferente de equipamiento del suelo y del subsuelo; tendrá como objetivo una mejor distribución de los seres humanos por todo el globo y la eliminación de la oposición entre la ciudad y el campo.
Con vistas a «instituir sistemáticamente [el metabolismo entre el hombre y la tierra] como ley reguladora de la producción social»[42], el comunismo no tendrá más remedio que reapropiarse e integrar críticamente las mejores aportaciones de las sociedades del pasado, partiendo de una mejor comprensión de la relación más armoniosa entre el ser humano y la naturaleza que prevaleció durante el largo periodo del comunismo primitivo, al tiempo que integra y transforma todos los avances científicos y tecnológicos desarrollados por el capitalismo[43].
El comunismo pone fin a la relación de depredación y saqueo de la naturaleza de las sociedades de clase para sustituirla por «el trato conscientemente racional de la tierra como propiedad común eterna, y como condición inalienable de la existencia y reproducción de la cadena de sucesivas generaciones humanas»[44].
Para concluir, contra todos los falsificadores burgueses como Malm[45], reafirmamos, con Marx, que al situar la satisfacción de las necesidades humanas en el centro de su modo de producción, al invertir las relaciones entre los seres humanos así como las de todo el género humano con la naturaleza, «el comunismo» representa la única y «verdadera solución del antagonismo entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre»[46] que se ofrece a la humanidad para abrirle las puertas del futuro.
El comunismo está a la orden del día desde que el modo de producción capitalista entró en su periodo de decadencia a principios del siglo XX, cuando las relaciones de producción burguesas, que se habían vuelto demasiado estrechas, chocaron definitivamente con el desarrollo de fuerzas productivas que ya no podían contener.
A diferencia de las clases revolucionarias del pasado, todas las cuales crearon nuevos sistemas de explotación y pudieron desarrollar sus nuevas relaciones de producción en el seno de las viejas relaciones de producción, que habían quedado obsoletas, antes de aniquilarlas definitivamente, el proletariado, primera clase de la historia a la vez explotada y revolucionaria, sin ningún apoyo material en el seno de las relaciones de producción capitalistas, debe romper primero el poder político de la clase dominante para establecerse como clase dominante. Con sólo su conciencia y su capacidad organizativa como armas de combate, sólo una vez lograda la destrucción del Estado burgués -de todos los Estados- y asegurada la toma del poder revolucionario a escala mundial, podrá avanzar en su proyecto de nueva sociedad, inaugurar la transformación comunista de la sociedad.
En la actual situación histórica de descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo, y frente a la espiral de destrucción que está poniendo en marcha y que amenaza el futuro de la civilización, e incluso la supervivencia de la humanidad, el tiempo ya no está de su parte, pero sólo ella, como clase revolucionaria de nuestro tiempo, tiene la llave para salir de esta situación de pesadilla. Conserva todo su potencial para llevar a buen puerto su proyecto histórico. La única alternativa válida para quienes buscan una salida a las calamidades capitalistas es, sin dejarse llevar por el pánico ante la situación inmediata, trabajar con determinación para crear las condiciones necesarias para el surgimiento del comunismo, para acelerar el proceso que conduzca a este acto de liberación mundial, uniéndose a la lucha de la clase oprimida en su esfuerzo por desarrollar la conciencia de su acción y su movimiento hacia el cumplimiento de su misión histórica.
Scott
[1] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.137
[2] Andreas Malm, Avis de Tempête, Nature et culture dans un monde qui se réchauffe, Editions La Fabrique, 2023, p.155 (Edición en inglés: Andreas Malm, The Progress of This Storm, Verso, 2017.
[3] «El capital aborrece la ausencia de beneficio o el beneficio mínimo, como antes se decía que la naturaleza aborrece el vacío. Que el beneficio sea adecuado, y el capital se vuelve valiente: un 10% asegurado, y puede emplearse en cualquier parte; con un 20% se calienta; con un 50%, es locamente temerario; al 100% pisotea todas las leyes humanas; 300%, y no hay crimen que no se atreva a cometer, aun a riesgo de la horca. »Th. J. Dunning, citado por Marx en el Libro I de El Capital Ediciones Sociales, 1950, tomo 3, p.202)
[4] Andreas Malm, Avis de Tempête, Nature et culture dans un monde qui se réchauffe, Editions La Fabrique, 2023, p.164-65
[5] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.190-91
[6] Sha Zukang, «Foreword”, en Promoting Development and Saving the Planet, p. VII citado por C. Bonneuil, J.B. Fressoz, L'événement Anthropocène - La Terre, l'histoire et nous, Seuil, 2013, p.252; Este enfoque fue defendido por el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, en la Cumbre de Acción por el Clima de 2019 y por el primer ministro chino, Li Kequiang, en la Comisión Mundial sobre Adaptación de 2019.
[7] Marx, New York Daily Tribune, 1853.
[8] Marx, Trabajo asalariado y capital, 1847, Editions sociales, 1969, p.29.
[9] «(En español: ‘hasta aquí y no más allá’) es un movimiento social alemán de desobediencia civil destinado a alertar sobre las acciones que promueven el cambio climático, en particular la minería del carbón.» (Wikipedia)
[10] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.210
[11] Véanse los puntos del «programa de transición verde» de Malm, en la primera parte de nuestro artículo, párrafo: «Un método y un enfoque burgueses hasta la médula.”
[12] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.206
[13] Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1847, Ed. Le Livre de Poche, 1973, pp.9-10
[14] Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital, III: Las condiciones históricas de la acumulación, 26: La reproducción del capital y su entorno.
[15] El Manifiesto Comunista, 1847, I) Burgueses y Proletarios.
[16] R. Luxembourg, Introduction à l'économie politique,1907, https://www.marxists.org/francais/luxembur/intro_ecopo/intro_ecopo_51.htm [79]
[17] C. Bonneuil, J.B. Fressoz, L'événement Anthropocène - La Terre, l'histoire et nous, Seuil, 2013, p.260.
[18] Idem, p. 267.
[19] Karl Marx, El Capital - Libro Primero - El desarrollo de la producción capitalista, Cuarta Sección: La producción de plusvalía relativa, Capítulo XV: El maquinismo y la gran industria.
[20] J.B. Fressoz, F. Graber, F. Locher, G. Quenet, Introduction à l'histoire environnementale, Ed. La Découverte, 2014, p.92-93.
[21] Ídem, p. 96-97.
[22] «Ecologie : c'est le capitalisme qui pollue la Terre [3]”, Revue internationale n°63 (4º trimestre 1990).
[23] Karl Marx, El Capital, Libro I.
[24] Karl Marx, El Capital, Libro III.
[25] Marx, Manuscritos de 1857-1858 conocidos como los «Grundrisse”, Éditions sociales, París, 2011, p.371.
[26] B. Fressoz, F. Graber, F. Locher, G. Quenet, Introduction à l'histoire environnementale, Ed. La Découverte, 2014, p.61
[27] Ídem, p. 56-57.
[28] Anton Pannekoek, Zeitungskorrespondenz Nr.75, 10 de julio de 1909.
[29] Marx, Engels, Programas socialistas, crítica de los proyectos de Gotha y Erfurt.
[30] Andreas Malm, L'anthropocène contre l'histoire, Editions La Fabrique, 2017, p.190-91.
[31] Elucidaciones similares se pueden encontrar en la obra de otro «pensador brillante» de la «ecología crítica”, Fabian Scheidler, que también es ampliamente elogiado: «No se diseña una nueva sociedad en un tablero de dibujo de la misma manera que se diseña un nuevo recinto interior, una máquina o una fábrica. Las nuevas formas de organización social son el resultado de conflictos persistentes y procesos de convergencia entre distintos grupos. Lo que surge al final nunca puede ser, en principio, el resultado de un único plan, sino la consecuencia de muchos planes, contradictorios o convergentes. (...) Los grandes cambios de sistema no son el resultado de una transición lenta y gradual de un modo de organización a otro, ni de una ruptura deliberada con el pasado según el modelo de la Revolución de Octubre en Rusia. (...) Lo que no hay efectivamente es un plan maestro para construir un nuevo sistema que sustituya al anterior. No sólo no existe tal plan, sino que no quedan muchas personas que piensen que debería haberlo». (F. Scheidler, La Fin de la mégamachine. Sur les traces d'une civilisation en voie d'effondrement, capítulo 11 Possibilités, sortir de la mégamachine, Ed. Seuil, 2020, P.445-50).
[32] Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1847, Ed. Le Livre de Poche, 1973, p.19 ; «Los campesinos, aunque son explotados de muchas maneras y pueden librar luchas a veces muy violentas para limitar su explotación, nunca pueden fijarse como objetivo de estas luchas la abolición de la propiedad privada, puesto que ellos mismos son pequeños propietarios o, viviendo junto a ellos, aspiran a llegar a serlo. E incluso cuando los campesinos crean estructuras colectivas para aumentar sus ingresos mejorando su productividad o la comercialización de sus productos, es generalmente en forma de cooperativas, que no cuestionan ni la propiedad privada ni el intercambio mercantil. En resumen, las clases y capas sociales que aparecen como vestigios del pasado (campesinos, artesanos, profesiones liberales, etc.), que sólo existen porque el capitalismo, aunque domine totalmente la economía mundial, es incapaz de transformar a todos los productores en asalariados, no pueden ser portadoras de un proyecto revolucionario. Al contrario, la única perspectiva con la que pueden soñar es la del retorno a una mítica «edad de oro» del pasado: la dinámica de sus luchas específicas sólo puede ser reaccionaria». (Revista Internacional n°73, “¿Quién puede cambiar el mundo? El proletariado es la clase revolucionaria” [80]
[33] Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1847, Ed. Le Livre de Poche, 1973, p.6
[34] Marx, La ideología alemana (1846).
[35] Marx-Engels, La ideología alemana, Éd. Sociales, París, 1968, p. 64
[36] Marx-Engels, La ideología alemana, Éd. Sociales, París, 1968, p. 103-104.
[37] August Bebel, «Die Frau und der Sozialismus”, Kapitel 22, Sozialismus und Landwirtschaft, 1. Aufhebung des Privateigentums an Grund und Boden, (traducción nuestra).
[38] «Cuando la sociedad haya alcanzado un grado superior de organización económica, el derecho de propiedad de unos cuantos individuos sobre las tierras que componen el globo parecerá tan absurdo como loco parece el derecho de propiedad de un hombre sobre otro. Ninguna sociedad, ninguna nación, ni siquiera todas las naciones son propietarias de la tierra: son simplemente sus poseedores, sus usufructuarios, obligados como ‘boni patres familias’ (como buenos padres) a transmitirla en forma mejorada a las generaciones futuras”. Karl Marx, El Capital - Libro III, El proceso general de la producción capitalista, §6: La transformación de una parte de la ganancia en renta de la tierra, Capítulo XLVI: La renta de la tierra edificada. Rentas mineras. El precio de la tierra.
[39] Karl Marx, El Capital - Libro III, El proceso general de la producción capitalista, §6: La transformación de una parte de la ganancia en renta de la tierra, Capítulo XXXVII: Introducción.
[40] F. Engels, Anti-Dühring, Editions sociales, París, 1977, p. 319, traducción de Émile Bottigelli.
[41] Karl Marx, El Capital - Libro III, El proceso general de la producción capitalista, §7: La renta y su fuente, Capítulo XLVIII: La fórmula tripartita.
[42] Karl Marx, El Capital - Libro I, El desarrollo de la producción capitalista, Sección IV: La producción de plusvalía relativa, Capítulo XV: El maquinismo y la gran industria -§X. - La gran industria y la agricultura (en Ed. La Pléiade, Œuvres : Economie-I, p.998)
[43] «Desde los enormes progresos realizados en las ciencias naturales durante este siglo, estamos cada vez más en condiciones de conocer las consecuencias naturales lejanas, al menos de nuestras acciones más corrientes en el campo de la producción, y, en consecuencia, de aprender a controlarlas. Pero cuanto más ocurra esto, tanto más los hombres no sólo sentirán, sino que volverán a saber que son uno con la naturaleza.» (Engels, La dialéctica de la naturaleza, Éditions Sociales, París, 1977, pp. 180-181, traducción de Émile Bottigelli).
[44] K. Marx, El Capital - Libro III, El proceso general de la producción capitalista, § 6: La transformación de una parte de la ganancia en renta de la tierra, Capítulo XLVII: La génesis de la renta capitalista de la tierra, 5: La aparcería y la propiedad parcelaria.
[45] O à la Scheidler.
[46] Karl Marx, Manuscritos de 1844.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/personalidades/trump
[2] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/situacion-mundial-2025
[3] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo
[4] https://es.internationalism.org/content/4688/los-estados-unidos-superpotencia-en-la-decadencia-del-capitalismo-hoy-epicentro-de-la
[5] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/eleccion-de-trump
[6] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion
[7] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198804/1268/guerra-militarismo-y-bloques-imperialistas-ii
[8] https://es.internationalism.org/content/5049/revista-internacional-171
[9] https://es.internationalism.org/content/5138/revista-internacional-2024-numero-172
[10] https://es.internationalism.org/content/4860/revista-internacional-170
[11] https://carnegieendowment.org/?lang=en
[12] https://es.internationalism.org/content/5165/triunfo-de-trump-en-estados-unidos-un-paso-gigantesco-en-la-descomposicion-del
[13] https://es.internationalism.org/content/5006/informe-sobre-las-tensiones-imperialistas-para-el-25o-congreso-de-la-cci
[14] https://www.german-foreign-policy.com/fr/news/detail/9801
[15] https://es.internationalism.org/content/5056/despues-de-ucrania-el-oriente-medio-el-capitalismo-solo-tiene-un-futuro-la-barbarie-y
[16] https://es.internationalism.org/content/5276/reunion-publica-en-linea-un-debate-internacional-para-comprender-la-situacion-mundial-y
[17] https://es.internationalism.org/content/5161/semana-de-accion-de-praga-algunas-lecciones-y-algunas-respuestas-las-calumnias
[18] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/guerra-ucrania
[19] https://es.internationalism.org/tag/3/47/guerra
[20] https:///G:/TRADUCCIONES/La%20aterradora%20realidad%20de%20la%20descomposici%C3%B3n
[21] https://es.wikipedia.org/wiki/Konstant%C3%ADn_Pobedon%C3%B3stsev
[22] https://www.thejc.com/news/meet-the-trotskyist-anti-zionist-who-saw-the-errors-of-his-ways-ob3f68n5
[23] https:///G:/TRADUCCIONES/Marx%20y%20la%20cuesti%C3%B3n%20jud%C3%ADa
[24] https://libcom.org/article/translation-antisemitic-section-bakunins-letter-comrades-jura-federation
[25] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201001/2763/decadencia-del-capitalismo-vi-la-teoria-del-declive-del-capitalism
[26] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc/
[27] https://www.marxists.org/subject/jewish/leon/
[28] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200903/2526/marx-y-la-cuestion-judia
[29] https://www.marxists.org/archive/kautsky/1914/jewsrace/index.htm
[30] https://www.marxists.org/archive/trotsky/1940/xx/jewish.htm
[31] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200401/1875/el-nacimiento-del-bolchevismo-i-1903-1904
[32] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1053/marc-de-la-revolucion-de-octubre-1917-a-la-ii-guerra-mundial
[33] https://es.internationalism.org/content/4904/la-importancia-del-verano-de-la-ira-en-gran-bretana-el-retorno-de-la-combatividad-del
[34] https://es.internationalism.org/content/5064/tras-la-ruptura-en-la-lucha-de-clases-la-necesidad-de-politizacion-de-las-luchas
[35] https://es.internationalism.org/content/4955/las-ambiguedades-de-la-tci-sobre-el-significado-historico-de-la-ola-de-huelgas-en-el
[36] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article548
[37] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article549
[38] https://es.internationalism.org/content/4348/la-fraccion-externa-de-la-cci
[39] https://en.internationalism.org/content/3149/reply-cwo-subterranean-maturation-consciousness
[40] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/debates-internos
[41] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional
[42] https://es.internationalism.org/content/4536/informe-sobre-el-curso-historico
[43] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201804/4294/el-curso-historico
[44] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199001/3502/derrumbe-del-bloque-del-este-dificultades-en-aumento-para-el-prole
[45] https://es.internationalism.org/content/5312/las-raices-historicas-de-la-ruptura-en-la-dinamica-de-la-lucha-de-clases-partir-de-2022
[46] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oc/progreso/tomo04.pdf
[47] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/situacion/situacion.pdf
[48] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[49] https://es.internationalism.org/tag/2/40/la-conciencia-de-clase
[50] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article168
[51] https://es.internationalism.org/content/3451/tesis-sobre-la-crisis-economica-y-politica-en-los-paises-del-este
[52] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/199/carta-abierta-de-la-cci-a-los-militantes-del-bipr
[53] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200904/2482/rev-internacional-n-136-1er-trimestre-2009
[54] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200907/2627/rev-internacional-n-138-3er-trimestre-de-2009
[55] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201005/2861/rev-internacional-n-141-2-trimestre-2010
[56] https:///C:/Users/morom/Downloads/www.elaph.com
[57] https:///C:/Users/morom/Downloads/www.metransparent.com
[58] https://www.leftcommunism.org/index.php?lang=es
[59] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article530
[60] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article506
[61] https://es.internationalism.org/cci/200510/156/la-izquierda-comunista-y-la-continuidad-del-marxismo
[62] https://es.internationalism.org/content/4460/nuevo-curso-y-una-izquierda-comunista-espanola-de-donde-viene-la-izquierda-comunista
[63] https://es.internationalism.org/content/4519/quien-es-quien-en-nuevo-curso
[64] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199610/3614/cuestiones-de-organizacion-iii-el-congreso-de-la-haya-en-1872-la-l
[65] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1851/polemica-con-programme-communiste-sobre-la-guerra-imperialista-neg
[66] https://fr.internationalism.org/french/rinte54/decad.htm
[67] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198901/1124/comprender-la-decadencia-del-capitalismo-vi-el-modo-de-vida-del-ca
[68] https://ourworldindata.org/
[69] https://es.internationalism.org/content/4807/declaracion-conjunta-de-grupos-de-la-izquierda-comunista-internacional-sobre-la-guerra
[70] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article368
[71] https://es.internationalism.org/content/4093/el-dr-bourrinet-un-farsante-que-presume-de-historiador
[72] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/defensa-de-la-organizacion
[73] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[74] https://jacobin.com/
[75] https://www.lemonde.fr/
[76] https://www.socialter.fr/article/edito-l-impasse-ou-la-casse-sabotage
[77] https://www.ipcc.ch/site/assets/uploads/2018/02/SYR_AR5_FINAL_full_es.pdf
[78] https://es.internationalism.org/tag/3/50/medio-ambiente
[79] https://www.marxists.org/francais/luxembur/intro_ecopo/intro_ecopo_51.htm
[80] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199307/1964/quien-podra-cambiar-el-mundo-i-el-proletariado-es-la-clase-revoluc