Triunfo de Trump en Estados Unidos: ¡un paso gigantesco en la descomposición del capitalismo!

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Trump ha regresado a la Casa Blanca, coronado con una aplastante victoria en las elecciones presidenciales. A ojos de sus partidarios, es un héroe americano invencible, que ha sobrevivido a todos los obstáculos: las “elecciones amañadas”, la “inquisición judicial”, la hostilidad del “establishment” e incluso... ¡las balas! La imagen de un Trump milagroso, con la oreja sangrando y el puño en alto después de que un disparo le rozara, pasará a la historia. Pero detrás de la admiración suscitada por su reacción, este atentado fue sobre todo la expresión más espectacular de una campaña electoral que alcanzó nuevas cotas de violencia, odio e irracionalidad. Esta campaña extraordinaria, desbordante de dinero y saturada de obscenidades, al igual que su conclusión, la victoria de un multimillonario megalómano y estúpido, es la imagen del abismo en el que se hunde la sociedad burguesa.

¿Votar contra el populismo? ¡No! ¡Tenemos que derrocar al capitalismo!

Trump tiene todas las cualidades de un tipo sucio: es de una vulgaridad ilimitada, un mentiroso y un cínico, tan racista y misógino como homófobo. La prensa internacional, ha glosado durante toda la campaña, los peligros que entrañaba su vuelta al poder para las instituciones “democráticas”, las minorías, el clima y las relaciones internacionales: “El mundo contiene la respiración” (Die Zeit), “Pesadilla americana” (L'Humanité), “¿Cómo sobrevivirá el mundo a Trump?” (Público), “Una debacle moral” (El País) ...

Entonces, ¿deberíamos haber preferido a Harris, haber elegido el bando de un supuesto “mal menor” para bloquear el camino del populismo? Eso es lo que la burguesía intentó hacer creer a la gente. Durante varios meses, el nuevo presidente de Estados Unidos se encontró en el centro de una campaña mundial de propaganda contra el populismo.[1] La “sonriente” Kamala Harris no cesó en llamar a la defensa de la “democracia estadounidense”, calificando a su oponente como un “fascista”. Incluso su antiguo jefe de gabinete se apresuró a describirlo como un “dictador en potencia”. La victoria del multimillonario no hizo sino alimentar esta mistificadora campaña a favor de la “democracia” burguesa.

Muchos votantes acudieron a la urna pensando: “Los demócratas nos lo han puesto difícil durante cuatro años, pero aun así no será tan catastrófico como Trump en la Casa Blanca”. Esta es la idea que la burguesía siempre ha intentado meter en la cabeza de los trabajadores para empujarlos hacia las urnas. Pero en el capitalismo decadente, las elecciones son una mascarada, una opción falsa cuya única función es impedir que la clase obrera reflexione en sus objetivos históricos y en los medios para alcanzarlos.

Las elecciones en Estados Unidos no son una excepción a esta realidad. Si Trump ganó con un margen tan amplio fue porque a los demócratas se les detesta. Contrariamente a la imagen de una “ola republicana”, Trump no atrajo un apoyo masivo. El número de sus votantes se ha mantenido relativamente estable en comparación con la precedente elección de 2020. Fue sobre todo la vicepresidente Harris quien, como muestra del descrédito de los demócratas, sufrió una debacle, perdiendo nada menos que 10 millones de votantes en cuatro años. ¡Y con razón! La administración Biden llevó a cabo feroces ataques contra las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, empezando por la inflación, que hizo que se disparara el precio de los alimentos, la gasolina y la vivienda. Luego hubo una enorme oleada de despidos y de precarización laboral, que acabó empujando a los trabajadores a luchar masivamente[2]. En materia de inmigración, Biden y Harris, que habían sido elegidos con la promesa de una política “más humana”, no han cesado de endurecer las condiciones de ingreso a los Estados Unidos, llegando incluso a cerrar la frontera con México y a prohibir despiadadamente a los inmigrantes incluso solicitar asilo. En el plano internacional, el militarismo desenfrenado de Biden, su dispendioso financiamiento de las masacres en Ucrania y su apoyo a los abusos del ejército israelí también han enfurecido a los electores.

La candidatura de Harris no podía suscitar ninguna ilusión, como hemos visto en el pasado con Obama y, en menor medida, con Biden. El proletariado no tiene nada que esperar de las elecciones ni del poder burgués vigente: no es tal o cual camarilla en el poder la que “gestiona malos asuntos”, es el sistema capitalista el que se hunde en la crisis y la bancarrota histórica. Ya sean demócratas o republicanos, todos seguirán explotando sin piedad a la clase obrera y extendiendo la miseria a medida que se agudiza la crisis; ¡todos seguirán imponiendo la feroz dictadura del Estado burgués y bombardeando a inocentes en todo el mundo!

El trumpismo, expresión de la descomposición del capitalismo

Las fracciones más responsables del aparato estatal estadounidense (la mayoría de los medios de comunicación y altos funcionarios, el mando militar, la facción más moderada del partido republicano…) han hecho todo lo posible para impedir que Trump y su clan volvieran a la Casa Blanca. La cascada de demandas judiciales, las advertencias de prácticamente todos los expertos en todos los campos e incluso los incesantes esfuerzos de los medios de comunicación por ridiculizar al candidato no han sido suficientes para frenar su carrera hacia el poder. La elección de Trump es una verdadera bofetada, una señal de que la burguesía está perdiendo cada vez más el control de su juego electoral y ya no es capaz de impedir que un alborotador irresponsable acceda a los más altos cargos del Estado.

La realidad del auge del populismo no es nada nuevo: la adopción del Brexit en 2016, seguido ese mismo año por la sorprendente victoria de Trump, han sido los primeros y más espectaculares signos de ello. Pero la profundización de la crisis del capitalismo y la impotencia creciente de los Estados para controlar la situación, ya sea geoestratégica, económica, medioambiental o social, solo han servido para reforzar la inestabilidad política en todo el mundo: parlamentos desgarrados, populismo, tensiones entre camarillas burguesas, inestabilidad gubernamental... Estos fenómenos dan testimonio de un proceso de desintegración que ahora opera en el corazón de los Estados más poderosos del mundo. Esta tendencia ha permitido que un loco furioso como Milei ascienda a la jefatura del Estado en Argentina, y que populistas lleguen al poder en varios países europeos donde la burguesía es la más experimentada del mundo.

La victoria de Trump forma parte de este proceso, pero también marca un importante paso adicional. Si Trump es rechazado por una gran parte del aparato del Estado, es sobre todo porque su programa y sus métodos corren el riesgo no sólo de dañar los intereses del imperialismo estadounidense en el mundo, sino también de incrementar aún más las dificultades del Estado para garantizar la apariencia de cohesión social necesaria para el funcionamiento del capital nacional. Durante la campaña, Trump pronunció una serie de discursos incendiarios, reavivando como nunca el espíritu revanchista de sus partidarios, amenazando incluso a las instituciones “democráticas” que la burguesía tanto necesita para encuadrar ideológicamente a la clase obrera. Ha alimentado constantemente la retórica más retrógrada y odiosa, agitando el espectro de los disturbios si no es elegido. Y nunca pensó en las consecuencias que sus palabras podrían tener en el tejido social. La violencia extrema de esta campaña, de la que los demócratas también son responsables en muchos aspectos, sin duda ahondará las divisiones en la población estadounidense y solo puede aumentar aún más la violencia en una sociedad ya muy fragmentada. Pero Trump, en la lógica de tierra quemada que caracteriza cada vez más al sistema capitalista, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para ganar.

En 2016, como la victoria de Trump fue relativamente inesperada, incluso por él mismo, la burguesía estadounidense pudo preparar el terreno colocando en el gobierno y en la administración a personalidades capaces de frenar las decisiones más delirantes del multimillonario. Aquellos a los que Trump calificó más tarde de “traidores” habían sido capaces, por ejemplo, de impedir la derogación del sistema de protección social (Obamacare) o el bombardeo de Irán. Cuando estalló la pandemia de Covid, su vicepresidente, Mike Pence, también fue capaz de gestionar la crisis a pesar de que Trump creía que bastaba con “inyectar desinfectante en los pulmones” para curar la enfermedad... Fue el mismo Pence quien acabó desautorizando públicamente a Trump al asegurar la transición de poder con Biden mientras los alborotadores marchaban hacia el Capitolio. A partir de ahora, aunque el Estado Mayor del Ejército siga siendo muy hostil a Trump y siga haciendo todo lo posible por retrasar sus peores decisiones, el clan del nuevo presidente se ha preparado destituyendo a los “traidores” y se dispone a gobernar en solitario contra todos, dejando entrever que su mandato será aún más caótico que el anterior.

Hacia un mundo cada vez más caótico

Durante la campaña, Trump se presentó como un hombre de “paz”, afirmando que pondría fin al conflicto ucraniano “en 24 horas”. Su gusto por la paz se detiene claramente en las fronteras de Ucrania, ya que al mismo tiempo ha dado un apoyo incondicional a las masacres perpetradas por el Estado hebreo y se ha mostrado muy virulento hacia Irán. En realidad, nadie sabe realmente lo que Trump hará (o podrá hacer) en Ucrania, en Medio Oriente, en Asia, en Europa o con la OTAN, en tanto se ha mostrado siempre versátil y caprichoso.

Por otro lado, su regreso marcará una aceleración sin precedentes de la inestabilidad y el caos en el mundo. En Medio Oriente, Netanyahu ya imagina que, con la victoria de Trump, tendrá las manos más libres que en ningún otro momento desde el inicio del conflicto en Gaza. Israel podría tratar de alcanzar sus objetivos estratégicos (destrucción de Hezbolá, Hamás, guerra con Irán, etc.) de forma mucho más frontal, extendiendo más la barbarie por toda la región.

En Ucrania, tras la política de apoyo más o menos mesurada de Biden, el conflicto corre el riesgo de dar un giro aún más dramático. A diferencia de Medio Oriente, la política de los Estados Unidos en Ucrania forma parte de una estrategia cuidadosamente diseñada para debilitar a Rusia y su alianza con China, y reforzar los lazos de los Estados europeos en torno a la OTAN. Trump podría poner en entredicho esta estrategia y debilitar aún más el liderazgo estadounidense. Tanto si Trump decide abandonar Kiev como si decide “castigar” a Putin, las masacres se intensificarán inevitablemente y quizá se extiendan más allá de Ucrania.

Pero sobre todo es en China donde están todas las miradas. El conflicto entre Estados Unidos y China está en el centro de la situación mundial, y el nuevo presidente podría multiplicar sus provocaciones, empujando a China a reaccionar con firmeza o, por el contrario, a presionar a sus aliados japoneses y coreanos, que ya han expresado su preocupación. Y todo ello sobre un fondo de graves guerras comerciales y de proteccionismo, que las principales instituciones financieras advierten tendrán desastrosas consecuencias para la economía mundial.

La imprevisibilidad de Trump solo puede reforzar considerablemente la tendencia al cada uno para sí, en todas las potencias, grandes y pequeñas, a aprovechar la “retirada” del gendarme estadounidense para jugar su propia carta en un ambiente de inmensa confusión y caos creciente. Incluso los “aliados” de Estados Unidos buscan ya más abiertamente distanciarse de Washington favoreciendo soluciones nacionales, tanto en el plano económico como militar. El presidente francés, apenas asegurada la victoria de Trump, llamó inmediatamente a los Estados de la Unión Europea a “defender” sus “intereses” frente a Estados Unidos y China....

Un obstáculo adicional para la clase trabajadora

En un contexto de crisis económica, en un momento en que el proletariado está recuperando su combatividad a escala internacional y redescubriendo gradualmente su identidad de clase, la camarilla de Trump no es, a los ojos de la burguesía estadounidense, claramente la más adecuada para gestionar la lucha de clases e impulsar los ataques que el capital necesita. Entre sus amenazas abiertas de represión contra los huelguistas y su asociación de pesadilla con un tipo tan abiertamente anti obrero como Elon Musk, las declaraciones extremas del multimillonario durante las recientes huelgas en Estados Unidos (Boeing, estibadores, hoteles, automóviles, etc.) auguran lo peor y sólo pueden preocupar a la burguesía. La promesa de Trump de vengarse de los empleados del Estado, a los que considera sus enemigos, despidiendo a 400,000 de ellos, también augura problemas después de las elecciones.

Pero sería un error pensar que el regreso de Trump a la Casa Blanca alentará la lucha de clases. Al contrario, supondrá una auténtica conmoción. La política de división entre grupos étnicos, entre habitantes urbanos y rurales, entre graduados y no graduados, toda la violencia y el odio que trajo consigo la campaña electoral y sobre la que Trump seguirá surfeando, contra los negros, contra los inmigrantes, contra los homosexuales o los transexuales, todos los desvaríos irracionales de los evangélicos y otros teóricos de la conspiración, todo el embrollo de la descomposición, en definitiva, va a pesar aún más sobre los trabajadores, creando profundas divisiones e incluso violentos enfrentamientos políticos a favor de camarillas populistas o anti populistas.

La administración Trump podrá contar sin duda con las facciones izquierdistas de la burguesía, empezando por los “socialistas”, para infundir el veneno de la división y asegurar el encuadramiento de las luchas. Después de hacer campaña por los dos Clinton, Obama, Biden y Harris, Bernie Sanders acusa sin pestañear a los demócratas de haber “abandonado a la clase obrera”, ¡como si este partido, a la cabeza del Estado estadounidense desde el siglo XIX, militarista y asesino en masa de proletarios, tuviera algo que ver con la clase obrera! Su comparsa en adulaciones, Ocasio-Cortez, tan pronto como fue reelecto a la Cámara de representantes, prometió hacer todo lo posible para dividir a la clase obrera en “comunidades”: “Nuestra campaña no consiste solo en ganar votos, sino en darnos los medios para construir comunidades más fuertes”.

Pero la clase obrera tiene la fuerza para luchar a pesar de estos nuevos obstáculos. En plena campaña, y a pesar de las infames acusaciones de hacer el juego a los populistas, los trabajadores siguieron luchando contra la austeridad y los despidos. A pesar del aislamiento impuesto por los sindicatos, a pesar de la enorme propaganda democratista, a pesar del peso de las divisiones, demostraron que la lucha es la única respuesta a la crisis del capitalismo.

Sobre todo, ¡los trabajadores de Estados Unidos no están solos! ¡Estas huelgas se inscriben en un contexto de combatividad internacional y de reflexión creciente que viene produciéndose desde el verano de 2022, cuando los trabajadores de Gran Bretaña, tras décadas de resignación, lanzaron un grito de rabia, “¡Basta ya!”, que resuena y seguirá resonando en las entrañas de la clase obrera!

EG, 9 de noviembre de 2024

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Elecciones EE.UU