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En todas partes, la burguesía hace llover despidos, multiplica drásticamente los recortes al presupuesto, comprime los salarios frente a la inflación, precariza y aumenta la explotación. ¡Y los ataques no tienen fin! La crisis del capitalismo no tiene solución y se ve considerablemente agravada por las guerras y el caos que se extienden por todas partes, como los mortíferos conflictos en Ucrania y el Oriente Medio. Para financiar las masacres, la burguesía no cesa de aumentar sus demenciales gastos militares y exige sacrificios cada vez mayores a los explotados. La clase obrera es todavía incapaz de actuar directamente contra estos conflictos, pero no está dispuesta a aceptar los ataques sin reaccionar.
La clase obrera libra una batalla masiva contra la austeridad
A finales de agosto, cuando la subida de los precios seguía pasando factura, los trabajadores del transporte de mercancías por ferrocarril en Canadá intentaron emprender la lucha. Calificado de “inédito” por su amplitud, este movimiento frustrado reunió a cerca de 10.000 trabajadores en un país donde el derecho de huelga se rige por normas extremadamente draconianas. El gobierno prohibió inmediatamente todas las huelgas en nombre de la salvaguarda de la economía nacional, ordenando nuevas negociaciones entre las compañías ferroviarias y el principal sindicato del sector, Teamsters Canada. Eso fue todo lo que necesitó para cortar de raíz el movimiento prometiendo que la decisión gubernamental sería impugnada... ¡en los tribunales! En resumen, el sindicato redujo hábilmente a los trabajadores a la impotencia aplazando la lucha hasta las calendas griegas. Como bien dijo el director de relaciones públicas del sindicato: “Nosotros queremos negociar. Nuestros miembros quieren trabajar, les gusta operar los trenes en Canadá». La burguesía no podría haber encontrado un mejor perro guardián...
Un mes más tarde, cerca de 50.000 estibadores de 36 puertos de Estados Unidos, así como los del puerto de Montreal, se lanzaron a una huelga de varios días. Un movimiento de tal amplitud no se veía desde 1977. En plena campaña electoral, la administración de Biden se apresuró a jugar a mediador mostrando hipócritamente su “apoyo” a los estibadores. Con la complicidad del gobierno, los sindicatos consiguieron parar el movimiento haciendo prevalecer un “acuerdo de principio sobre los salarios”, que se negociará... en el mes de enero de 2025.
Después de paros parciales desde abril, 15.000 trabajadores de 25 grandes hoteles estadounidenses se declararon en huelga el 1 de septiembre (día del Trabajo en Estados Unidos), exigiendo mejoras salariales, una reducción de la carga de trabajo y la anulación de los recortes laborales. Los 700 trabajadores del Hilton San Diego llegaron a estar 38 días en huelga, la huelga hotelera más larga de la historia de San Diego.
Los trabajadores del automóvil también siguen luchando, sobre todo en las fábricas del grupo Stellantis. En 2023, los trabajadores de Ford, General Motors y Stellantis intentaron unir sus luchas a escala nacional e incluso más allá, con los trabajadores de Canadá. Por supuesto, los sindicatos habían limitado la lucha únicamente al sector automotriz. Pero este fenómeno expresó el deseo de los trabajadores de no quedarse solos en su rincón, de no encerrarse en la fábrica, y dio lugar a una enorme avalancha de simpatía por parte de la clase obrera. Desde entonces, los sindicatos han conseguido dividir meticulosamente la lucha a nivel de fábrica, encerrando a los trabajadores para defender tal o cual línea de producción amenazada de cierre.
También en Italia, a finales de octubre, 20.000 empleados del grupo automovilístico Stellantis se manifestaron en Roma contra el cierre de varias fábricas de Fiat. El movimiento también fue descrito como “una huelga histórica como no se había visto en más de cuarenta años”. Pero también en este caso los sindicatos hicieron todo lo posible para reducir a los trabajadores a la impotencia. Al mismo tiempo que Stellantis despedía a 2.400 empleados en sus plantas de Detroit (Estados Unidos), los sindicatos italianos convocaban una única jornada de huelga con consignas nacionalistas en torno a la marca Fiat, ese “emblema de Italia”.
Pero sobre todo fue el movimiento en las fábricas de Boeing la que tuvo mayor repercusión. Desde hace más de un mes, 33.000 trabajadores reclaman aumentos salariales y el restablecimiento de su régimen de pensiones. Como en Canadá, los obreros en lucha son acusados de hipotecar, por egoísmo, el porvenir de esta “insignia” de la industria americana y de amenazar los puestos de trabajo de los subcontratistas. El fabricante de aviones incluso ha amenazado cínicamente con despedir a 17.000 empleados para eliminar “la deuda de varios miles de millones de dólares” atribuida a los huelguistas. Una vez más, los sindicatos pretendieron confinar la lucha únicamente en la empresa Boeing, encerrando a los trabajadores en una huelga larga pero muy aislada.
Mientras el proletariado de Estados Unidos y Canadá se ha mostrado especialmente combativo en los dos últimos años ante el considerable deterioro de sus condiciones de vida, los sindicatos han tenido que “radicalizar” su discurso y presentarse como los más decididos en la lucha. Pero detrás de su supuesta determinación por obtener aumentos salariales, buscan, sobre todo, reforzar su rol de encuadramiento, para sabotear mejor toda movilización. En todas partes donde estallan las luchas, los sindicatos se proponen aislar y dividir a la clase, privar a los obreros de su principal fuerza: su unidad. Encierran a los trabajadores en su sector de actividad, en su empresa, en su departamento. En todas partes, intentan apartar a los huelguistas de la solidaridad activa de sus hermanos de clase en la lucha. Esta división corporativista es un verdadero veneno, porque cuando luchamos cada uno en nuestro rincón, ¡todos salimos perdiendo!
A pesar de la descomposición del capitalismo...
Estas luchas se desarrollan en un contexto extremadamente difícil para la clase obrera. El capitalismo se descompone, todas las estructuras sociales se pudren, la violencia y la irracionalidad estallan a niveles sin precedentes, fracturando aún más la sociedad. Todos los países, empezando por los más frágiles, se ven afectados por este proceso. Pero los Estados Unidos son hoy, entre todos los países desarrollados, el más impactado por la putrefacción de la sociedad capitalista[1]. El país está desbastado, desde los guetos más miserables hasta los más altos niveles de gobierno, por el populismo, por la violencia, por el tráfico de drogas, por las teorías conspirativas más delirantes... El éxito de las teorías de la extrema derecha libertaria, que preconizan el ingenio individual, el odio a cualquier planteamiento colectivo y el maltusianismo más bestial es un síntoma angustiante de este proceso.
En este contexto, el desarrollo de la lucha de clases no puede adoptar en modo alguno la forma de un aumento homogéneo y lineal de la conciencia de clase y de la necesidad del comunismo. Al contrario, con la aceleración de los fenómenos de descomposición, la clase obrera se verá constantemente confrontada a obstáculos, acontecimientos catastróficos y a la podredumbre ideológica de la burguesía. La forma que adoptarán la lucha y el desarrollo de la conciencia de clase será necesariamente accidentada, difícil y fluctuante. La erupción de Covid en 2020, la guerra en Ucrania dos años después y las masacres en Gaza son suficientes ilustraciones de esta realidad. La burguesía aprovechará, como siempre ha hecho, cada manifestación de descomposición para volverlas inmediatamente contra el proletariado.
Esto es precisamente lo que está haciendo con la guerra en Oriente Medio, tratando de desviar al proletariado de su terreno de clase, empujando a los trabajadores a defender un campo imperialista contra otro. Con una multitud de manifestaciones pro palestinas y la creación de redes de “solidaridad”, ha explotado cínicamente el asco provocado por las masacres para movilizar a miles de trabajadores en el terreno del nacionalismo[2]. Esta es la respuesta de la burguesía a la maduración que empieza a producirse en las entrañas de la clase obrera. Durante las huelgas de 2023 en la industria del automóvil, comenzó a surgir el sentimiento de ser una clase internacional. La misma dinámica se vio durante el movimiento contra la reforma de las pensiones en Francia, cuando los trabajadores de Mobilier National se movilizaron en solidaridad con los huelguistas de Gran Bretaña. Aunque estas expresiones solidarias se quedaron en una fase embrionaria, la burguesía es perfectamente consciente del peligro que representa esa dinámica. Toda la burguesía se movilizó para embutir el estiércol nacionalista en los cráneos de los obreros porque esos reflejos de solidaridad contenían el germen de la defensa del internacionalismo proletario.
Con la creciente inestabilidad de su aparato político, en el que el populismo es uno de los síntomas más espectaculares, la burguesía sigue intentando meter una cuña en la maduración de la conciencia de clase. Las huelgas en Estados Unidos tienen lugar en un contexto electoral ensordecedor. Los demócratas no cesan de llamar a bloquear al populismo en las urnas y a revitalizar las instituciones de la “democracia estadounidense” ante el peligro del “fascismo”. Los obreros en huelga son acusados constantemente de debilitar el campo demócrata y hacer el juego al trumpismo. En Italia, la llegada de la extrema derecha al poder también ha dado lugar a toda una campaña a favor de la democracia burguesa.
Con las promesas engañosas de la izquierda estadounidense y europea sobre los “impuestos a los ricos” o la “reforma en profundidad de los derechos de los trabajadores”, y con la retórica “progresista” sobre los “derechos” de las minorías, la burguesía intenta en todas partes sembrar ilusiones sobre la capacidad del Estado burgués para organizar una sociedad “más justa”. No, ¡la burguesía no restablecerá una economía floreciente! No, ¡la burguesía no protegerá a los negros ni a los árabes de sus policías y sus patrones racistas! El objetivo de toda esa palabrería no es ni más ni menos que pudrir la reflexión de los obreros y distraerlos de las luchas que es la única manera de ofrecer una verdadera alternativa a la crisis histórica del capitalismo y a todos los horrores que trae consigo.
... ¡el futuro pertenece a la lucha de clases!
A pesar de todos estos obstáculos, la clase está luchando masivamente. Desde el punto de vista del materialista vulgar, las huelgas actuales no son más que luchas corporativistas, despolitizadas, dirigidas y conducidas a callejones sin salida por los sindicatos. Pero adoptando una perspectiva histórica e internacional, a pesar de la camisa de fuerza corporativista impuesta por los sindicatos, a pesar de todas las debilidades e ilusiones que pesan sobre los trabajadores, estos movimientos se inscriben en la continuidad de la ruptura que venimos observando desde hace casi tres años. Desde el “verano de la ira” que sacudió el Reino Unido en 2022 durante varios meses, la clase obrera ha resistido incansablemente los ataques de la burguesía. En Francia, Alemania, Italia, España, Finlandia, Países Bajos, Grecia, Estados Unidos, Canadá, Corea... El mundo no había conocido una ola de luchas tan masivas y simultáneas en tantos países ni durante un período tan largo desde hace tres décadas.
En los últimos treinta años, la clase obrera ha perdido su conciencia de sí misma y de su identidad, está empezando, poco a poco, a verse de nuevo como una fuerza social, y a redescubrir algunos de sus reflejos de solidaridad. Mejor aún, como ha podido documentar la CCI, los trabajadores están reapropiándose de nuevo de las lecciones de las luchas pasadas, intentando volver a conectar con la experiencia de su clase: como con la lucha contra el CPE o Mayo del 68 en Francia, con el Cordobazo en Argentina, o la lucha de los mineros en Gran Bretaña en 1984.
Desde la década de 1980, las luchas obreras prácticamente habían desaparecido del paisaje norteamericano. Con el colapso de la URSS, los proletarios de Estados Unidos fueron sometidos al mismo intenso apaleamiento ideológico que durante la Guerra Fría sobre la “victoria del capitalismo sobre el (supuesto) comunismo”. Las luchas obreras fueron despiadadamente relegadas al basurero de la historia. En un país gangrenado por la violencia y el populismo, donde incluso Kamala Harris es sospechosa de ser “comunista” y de querer “hacer como Lenin”, el solo hecho de que la gente se atreviera a volver a hacer huelga en masa, de plantear la cuestión de la solidaridad y a llamarse a sí misma “trabajadores”, da testimonio de un cambio en profundidad en las entrañas de la clase obrera de todo el mundo.
La solidaridad que se ha expresado en todos los movimientos sociales desde 2022 muestra que la clase obrera, cuando lucha, no sólo consigue resistir a la putrefacción social, sino también es el comienzo de un antídoto, la promesa de otro mundo: la fraternidad proletaria. Su lucha es la antítesis de la guerra y del todos contra todos en que nos sumerge la descomposición.
EG, 28 de octubre de 2024
[1] Representan también una fuente importante de inestabilidad en el mundo. Véase “Resolución sobre la situación internacional (diciembre de 2023)”, Revista Internacional nº 171 (2023).
[2] Cf. “Manifestaciones pro palestinos en el mundo: Elegir un campo frente a otro, es siempre elegir la barbarie capitalista”, publicado en francés en la página web de la CCI, (2024).