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frente_a_la_precipitacion_hacia_el_caos_y_la_guerra._desarrollo_mundial_de_la_lucha_de_clases.pdf [1] | 97.58 KB |
Todas las calamidades generadas por el capitalismo, la explotación, la miseria, el desempleo, las catástrofes climáticas y la guerra pesan cada vez más y de manera más dramática sobre la vida de la sociedad y, en particular, sobre la clase explotada y los miserables del mundo. Así, el mortífero conflicto de Ucrania, parece que va a durar hasta el agotamiento de ambas partes, mientras que el más reciente y particularmente bárbaro conflicto en Oriente Medio entre Israel y Hamás conlleva el riesgo de una escalada incontrolada de la guerra en la región. Sin embargo, una dinámica opuesta a esta barbarie generalizada emerge tras 30 años de parálisis ante los ataques de la burguesía, nuestra clase está empezando a resistir a través de luchas a menudo masivas frente a nuevos ataques más violentos. Esta otra dinámica, en marcha desde el verano de la cólera de 2022 en el Reino Unido, ilustra la existencia en la sociedad de dos polos opuestos y antagónicos:
Por un lado, una espiral infernal de convulsiones, caos y destrucción, cuyo motor será cada vez más la guerra imperialista y la militarización general de la sociedad, mezclando sus efectos con los de la descomposición de la sociedadi, la crisis económica, la crisis ecológica. Todos estos factores no actúan independientemente unos de otros, sino que se combinan e interactúan para producir un “efecto torbellino” (cuya existencia no pueden dejar de reconocer los miembros más clarividentes de la burguesía mundialii) que concentra, cataliza y multiplica cada uno de los efectos de los diversos factores implicados, provocando una devastación a un nivel superior.
Por otra parte, estimulada por una ola de ataques económicos que conducen a un deterioro considerable de sus condiciones de vida, la clase obrera se manifiesta en su terreno de clase con determinación y a menudo de forma masiva en los principales países industrializados del mundo.
La dinámica del primer polo -la espiral de convulsiones del capitalismo- sólo puede conducir a un dramático hundimiento de la humanidad en la miseria, el caos y la barbarie guerrera, o incluso a su desaparición en un futuro no muy lejano si no se hace nada para invertir el curso de los acontecimientos. El segundo polo, en cambio, es el de la apertura de otra perspectiva para la humanidad, impulsada por el desarrollo de la lucha de clases. Así, si la clase obrera es capaz de desarrollar sus luchas al nivel de los ataques de la burguesía, pero también de elevar su politización al nivel de lo que está en juego históricamente, entonces, como tras la primera oleada revolucionaria mundial de 1917-23, se abrirá de nuevo la perspectiva del derrocamiento del capitalismo a escala mundial.
Esto es el producto de una situación en la que, en los años 80, de frente a la crisis económica cada vez más profunda y sin salida, las dos clases fundamentales y antagónicas de la sociedad se enfrentaron sin lograr imponer su propia respuesta decisiva (la de la guerra mundial para la burguesía, la de la revolución para el proletariado). La incapacidad de la clase dominante para ofrecer la más mínima perspectiva para el conjunto de la sociedad y la incapacidad del proletariado para afirmar abiertamente la suya, conducen a un periodo de descomposición generalizada, de putrefacción de la sociedad a medida que se profundizan las contradicciones del capitalismo en crisisiii.
Un nuevo agravamiento de la crisis sólo podría dar un mayor impulso a todos los estragos de la descomposición de la sociedad que se viene produciendo desde hace 35 años, a la creciente fragmentación y dislocación del tejido social hasta el punto de que algunas de sus expresiones forman ya claramente parte del paisaje desolador: la degradación del pensamiento, la explosión de las enfermedades mentales y psicológicas, el desarrollo de los comportamientos más irracionales y suicidas, la irrupción de la violencia en todos los aspectos de la vida social, los asesinatos en masa perpetrados por desequilibrados, el acoso en las escuelas y en Internet, los salvajes ajustes de cuentas entre bandas, ...
Ninguna de las fracciones mundiales de la burguesía se ha librado de la descomposición de su sistema, como demuestra el auge del populismo con la llegada al gobierno de figuras aberrantes como Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Milei en Argentina, ... En algunos países, el ascenso del populismo al poder es sinónimo de opciones igualmente aberrantes, irracionales desde el punto de vista mismo de los intereses de la burguesía, con posibles repercusiones mundiales. Si Trump vuelve al poder en las próximas elecciones estadounidenses, es probable que retire el apoyo financiero y militar a Ucrania -destinado en un principio a debilitar a Rusia y privar así a China del posible apoyo militar ruso en un probable futuro conflicto militar entre Estados Unidos y China-. Del mismo modo, es previsible que Trump en el poder no haga sino animar a Netanyahu a pasar a la ofensiva en todas partes, con el riesgo de que una conflagración regional haga necesaria una fuerte implicación del Tío Sam en la región para defender su hegemonía.
Los acontecimientos recientes no dejan lugar a dudas ni a relativizaciones en cuanto a las consecuencias de los daños ecológicos sobre la habitabilidad del planeta y la supervivencia de muchas especies, incluida, en última instancia, la especie humana: catastróficas inundaciones masivas en Pakistán; subidas de temperatura este verano por encima de los 40 grados en los países del sur de Europa; contaminación que obligó a cerrar las escuelas en la India durante las vacaciones de noviembre, causando problemas respiratorios a 1 de cada 3 niños; la actual epidemia de neumonía entre los niños en China; hambrunas en África, etc.
Sometida a las leyes del capitalismo, la naturaleza será cada vez menos capaz de albergar y alimentar a la especie humana: las poblaciones de peces están amenazadas no sólo por la sobrepesca industrial, sino también por el calentamiento de los océanos; el agotamiento de los suelos y la escasez de agua -resultante de la sequía persistente- están reduciendo considerablemente los rendimientos, sobre todo en las zonas tropicales y subtropicales. En el Cuerno de África, más de 23 millones de personas padecen inseguridad alimentaria aguda y 5.1 millones de niños sufren malnutrición aguda. Y lo peor está claramente por llegar, ya que el medio ambiente se aproxima a una serie de “puntos de inflexión” en los que el daño causado se hará incontrolable, conduciendo a nuevos niveles de destrucción.iv
Frente a estas perspectivas desastrosas, las grandes conferencias internacionales como la COP 28 en los Emiratos Árabes Unidos no son más que foros de debate destinados a dar la ilusión de que “se está haciendo algo”, mientras que ciertos sectores de la clase dominante se vuelven cada vez más “realistas” al optar por adaptarse a la inevitabilidad del calentamiento global en lugar de intentar luchar contra él. De hecho, la función objetiva de la COP 28 (y de todas las demás que la han precedido o la seguirán) es mantener la mistificación de que el capitalismo puede resolver el desafío climático, mientras que la incapacidad de las distintas burguesías nacionales para dejar de lado sus rivalidades, está llevando a la humanidad a la nada.
Frente a quienes no se hacen ilusiones sobre los engaños tipo COP, surgen los llamamientos a luchar por el planeta de grupos a menudo críticos -incluso muy radicales- con las reuniones de la COP o incluso con la sociedad actual, pero que en su programa no plantean la única solución a los problemas climáticos, el derrocamiento del capitalismo por la única fuerza de la sociedad capaz de hacerlo, la clase obrera.
Adquiriendo proporciones sin parangón en la historia de la humanidad, la guerra bajo el capitalismo decadente hunde a la humanidad en la miseria y amenaza su supervivencia. Las dos guerras mundiales y los numerosos conflictos “locales” que no han cesado desde el final de la Segunda Guerra Mundial son una ilustración edificante de ello.
Actualmente hay 56 guerras en el mundo, en las que están implicadas 1.1 millones de personas (el 14% de la población mundial). La guerra es, pues, el componente más “dinámico” de la espiral de destrucción que asola el mundo.
Mientras continúa la carnicería en Ucrania, Sudán, Yemen, Etiopía, el Cáucaso Meridional y Nagorno-Karabaj, y persisten las tensiones bélicas en los Balcanes, un nuevo foco de guerra imperialista, entre Israel y Hamás, está haciendo su brutal aparición, con su rastro de destrucción, emigración masiva, muertes de civiles y barbarie. Las actuales guerras en Ucraniav y Oriente Mediovi son una dramática confirmación de esa dinámica del capitalismo y, por el momento, son su punto álgido.
Estas guerras ya han matado o herido a cientos de miles de soldados y civiles. Están sumiendo a amplios sectores de la población en la miseria más extrema. Su impacto se extiende más allá de las fronteras de Ucrania, Rusia y Palestina. Por ejemplo, los daños causados a la agricultura ucraniana o el bloqueo de las exportaciones de productos agrícolas de ese país han provocado el agravamiento y la extensión de la desnutrición por todo el mundo. Es más, la ferocidad de la burguesía israelí no está dejando un solo metro cuadrado de tierra en el enclave de Gaza a salvo de las bombas (y del hambre y las epidemias), y está provocando un gigantesco éxodo de la población palestina. La guerra de Gaza se sumará inevitablemente de forma significativa a la avalancha mundial de refugiados de guerra.
Los riesgos de efectos colaterales también amenazan a las poblaciones incluso lejos de los campos de batalla, con, por ejemplo, en Ucrania, la posible emisión de nubes radiactivas procedentes de centrales nucleares, dañadas accidental o deliberadamente durante los combates.
No sólo las personas sufren las consecuencias de la guerra, sino también el planeta. En efecto, la necesidad de petróleo, gas y carbón de la maquinaria bélica está provocando un aumento desorbitado del consumo de combustibles fósiles. Aunque el fracaso de la COP 28 a la hora de comprometerse a reducir el consumo de combustibles fósiles se atribuyó con razón al veto de Arabia Saudí y otros productores de petróleo (que en realidad no hizo sino ocultar el veto de la mayoría de los Estados), pero lo que se ha dejado deliberadamente en la sombra es la necesidad insaciable de las fuerzas armadas (tanques, vehículos militares, aviones de combate, .... todos ellos consumidores de mucho combustible) del mundo entero, empezando por las más poderosas, en petróleo, gas y carbón. Así, un estudiovii sobre el consumo de carbono del conjunto de las fuerzas armadas estadounidenses (fuerza aérea, ejército y marina) revela que ellas solas “contaminan y consumen más combustible que la mayoría de los países del mundo”. Las fuerzas armadas de los países de la UE contribuyen más al efecto invernadero que todos los coches de Portugal, Noruega y Grecia juntos, por no hablar de la “huella de carbono” de la industria militar europea. También hay que tener en cuenta la contaminación del suelo y la atmósfera en las zonas de guerra como consecuencia de las municiones disparadas. Si todas estas consideraciones se evitaron cuidadosamente en los debates de la COP28, es precisamente porque el capitalismo es la guerra, y la única manera de librarse de la guerra es librarse del capitalismo.
En cuanto al costo económico de todas las guerras (destrucción de infraestructuras económicas y sociales, gastos en armamento, ...), es en definitiva la población quien lo soporta, la clase obrera en particular, a través de los recortes cada vez mayores sobre los presupuestos nacionales.
La irracionalidad de la guerra sobre el plano económico durante la decadencia del capitalismo es evidente: todos los beligerantes pierden. Pero lo más sorprendente es que, con el periodo de descomposición, la irracionalidad de la guerra afecta también a las ganancias estratégicas esperadas por todos los beligerantes, incluidos los “vencedores”. Todos salen perdiendo en este sentido. Y la guerra que acaba de estallar en Oriente Medio es ya más irracional y bárbara que la de Ucrania.
La crisis de sobreproducción que reapareció en 1967, y cuyos primeros efectos estuvieron en el origen de las oleadas internacionales de lucha de clases, desde entonces no ha hecho más que agravarse a pesar de todos los esfuerzos de la burguesía por ralentizar su curso. Y no podía ser de otra manera, porque no hay solución a la crisis dentro del capitalismo. Lo único que puede hacer, y de lo que ya ha usado y abusado, es posponer los efectos para más adelante. Así pues, no sólo la deuda, principal paliativo de la crisis histórica del capitalismo y ya utilizada a escala masiva, pierde su eficacia -limitando así aún más la posibilidad de reactivar la economía-, sino que la existencia de esta colosal deuda acumulada hace al capitalismo vulnerable a convulsiones cada vez más devastadoras.
Tras la crisis abierta en 2008, que marcó el fin de las “oportunidades” ofrecidas por la globalización, la incapacidad aún más evidente de la clase dominante para superar la crisis de su modo de producción se tradujo en una explosión del cada uno para sí en las relaciones entre naciones y dentro de cada nación, con el retorno gradual del proteccionismo y el cuestionamiento unilateral, por parte de las dos principales potencias, del multilateralismo y de las instituciones de la globalización. En consecuencia, la burguesía se encuentra ahora peor equipada que nunca para hacer frente a la profundización de la crisis actual y a sus posibles expresiones brutales, sobre todo porque la unidad de acción de la burguesía a nivel internacional, que todavía existía durante la crisis de 2008, ha quedado efectivamente descartada.
La situación es aún más grave por el hecho de que tres factores están desempeñando un papel cada vez más importante en el agravamiento de la crisis: la descomposición social, el cambio climático y la guerra. En efecto:
La descomposición social está perturbando cada vez más la producción y el comercio;
El cambio climático está afectando a la producción y la productividad agrícola en Estados Unidos, en China y en Europa. Las lluvias y las inundaciones extremas arruinan irremediablemente regiones enteras o incluso Estados (Pakistán), destruyen infraestructuras vitales y perturban la producción industrial;
la guerra representa un costo para la economía, tanto por el aumento de los gastos improductivos (armamento) como por la destrucción causada por los conflictos.
Por todas estas razones, la próxima expresión abierta de la crisis económica promete ser más grave que la de 1929.
Todos los Estados se preparan ahora para una guerra de “alta intensidad”. Los presupuestos militares aumentan rápidamente en todas partes, de modo que la proporción de la riqueza nacional dedicada al armamento ha vuelto al mismo nivel -e incluso superior- al alcanzado en el punto álgido del enfrentamiento entre los bloques. Cada capital nacional está reorganizando su economía nacional con vistas a reforzar su industria militar y garantizar su independencia estratégica.
El agravamiento de las tensiones y conflictos imperialistas en los dos últimos años demuestra que la guerra, como acción deseada y planificada por los Estados capitalistas, se está convirtiendo en el factor más poderoso de caos y destrucción.
En Ucrania, ambos bandos necesitan reclutar más soldados para mantener la presión actual en los frentes y el equilibrio de fuerzas militares. Esto requiere más sacrificios por ambas partes y también significa más represión de cualquier expresión de resistencia a las exigencias del Estado. Ya está claro que Estados Unidos no podrá mantener su apoyo financiero y militar a Ucrania al nivel actual, y es previsible que Europa no pueda, o ni siquiera quiera, tomar el relevo de Estados Unidos a este respecto. Esta cuestión tiene el potencial de dividir a Europa, debilitarla y posiblemente, a largo plazo, provocar su ruptura, dejando un mosaico de tensiones imperialistas entre sus antiguos miembros.
En Medio Oriente, después de tres meses de conflicto, nada parece capaz de calmar los objetivos imperialistas de Netanyahu, que incluyen descaradamente la erradicación de la población de Gaza. La masiva presencia militar estadounidense en la región -justificada por el hecho de que Israel ha sido durante décadas un apoyo estratégico del imperialismo estadounidense en Medio Oriente- ha impedido hasta ahora que estalle el enorme polvorín que es el Medio Oriente, en particular enfrentando a Israel con Irán, apoyado este último por sus diversas milicias en el Líbano y Yemen. El hecho de que Estados Unidos haya tenido que reunir apresuradamente una fuerza naval para asegurar el tráfico marítimo en el Mar Rojo, afectado por el fuego hostil de los houthistas yemeníes, es un serio indicio del carácter explosivo de la situación. El hecho de que varios países europeos se hayan mantenido al margen de semejante iniciativa estadounidense dice mucho de las dificultades que Estados Unidos puede encontrar en el futuro en esta zonaviii.
El telón de fondo de la actual situación mundial es el plan de la burguesía estadounidense para detener la expansión de China antes de que amenace la dominación militar y económica del mundo por parte de Estados Unidosix. Esa detención implicaría necesariamente una confrontación militar, cuyas consecuencias serían desastrosas para el mundo, aunque la escala de ese conflicto se vería limitada por varios factores, en particular la ausencia de bloques imperialistas mundiales establecidos y el hecho de que la burguesía estadounidense se enfrentará a ciertos límites para conseguir que una clase obrera no derrotada acepte las consecuencias de la guerra, una clase que ha demostrado recientemente su combatividad frente a los ataques económicosx. La guerra en Ucrania estuvo totalmente al servicio de esta perspectiva de Estados Unidos, que incitó a Rusia a invadir Ucraniaxi. Pero el hecho de que este conflicto se prolongue más allá de lo que sin duda esperaba Estados Unidos, así como el estallido de la guerra en Medio Oriente-que va en contra de los planes del Tío Sam- están complicando enormemente la tarea de Estados Unidos, como lo ponen en evidencia los siguientes pasajes de un artículo del diario Le Monde: “Frente a los nuevos conflictos en Europa y Oriente Medio, y las tensiones en el Indo-Pacífico, Washington debe movilizar sus fuerzas en todos los frentes, lo que agrava las vulnerabilidades de su aparato militar en un periodo político crucial. (...)”xii
La III Guerra Mundial no está en el orden del día de la situación actual. Contrariamente a la retórica - venga de donde venga - que apunta a la perspectiva de una Tercera Guerra Mundial, la actual proliferación de conflictos no es la expresión de una dinámica hacia la formación de dos bloques imperialistas, requisito previo para una Tercera Guerra Mundial, sino que confirma, por el contrario, la tendencia al “cada uno para sí” en los enfrentamientos imperialistas. El hecho de que vivamos en un mundo esencialmente multipolar se refleja en la multiplicidad de conflictos en curso en todo el mundo, como ilustran, por ejemplo, las ambiguas relaciones entre Rusia y China. Aunque Rusia se ha mostrado muy dispuesta a aliarse con China en cuestiones específicas, generalmente en oposición a Estados Unidos, no es menos consciente del peligro de subordinarse a su vecino oriental, como demuestra el hecho de que sea uno de los principales opositores a la “Nueva Ruta de la Seda” de China hacia la hegemonía imperialista.
Sin embargo, la multipolaridad que sustenta los conflictos imperialistas actuales no debe llevarnos a subestimar el peligro de que estallen conflictos militares incontrolados, como ocurrió al comienzo de la guerra de Ucrania en 2022xiii.
En los países capitalistas centrales, la burguesía no dispone por el momento de los medios políticos e ideológicos para mantener el control sobre la clase obrera -que no ha sufrido una derrota física y política- con vistas a una confrontación militar frontal y total con otra potencia, exigiendo al proletariado los sacrificios necesarios para el esfuerzo de guerra.
Dicho esto, incluso en ausencia de una guerra mundial entre bloques imperialistas rivales, cuyas condiciones aún no se han dado, la situación actual está llena de peligros que amenazan a la humanidad, incluidas las guerras. El número de guerras locales va en aumento, con consecuencias cada vez más nefastas para la vida en la Tierra, que está a merced del uso de todo tipo de armas, incluidas las nucleares y químicas.
Frente al polo que conduce a la destrucción de la humanidad se alza el de la lucha de clases del proletariado. El primero, con su acumulación de barbarie y de peligros mortales a escala cada vez mayor, aparece como un Goliat aterrador y desproporcionado frente al David de la lucha de clases, de menos de dos años.
¿Cómo puede el David proletario poner fin a la espiral infernal de convulsiones, caos y destrucción del capitalismo en descomposición? Siguiendo los pasos del primer intento mundial del proletariado de derrocar al capitalismo en 1917-23. Fue este intento, encabezado por la Revolución Rusa de 1917, el que puso fin a la Primera Guerra Mundial. A la inversa, la derrota y el alistamiento del proletariado en la Segunda Guerra Mundial abrieron la puerta a una sucesión interminable de guerras (Corea, Vietnam, Medio Oriente). El periodo 1914-68 proporciona una lección clara: sólo el proletariado mundial puede poner fin a la guerra, mientras que su alistamiento bajo banderas burguesas abre la puerta al desencadenamiento del militarismo.
El periodo 1968-1989 es igualmente rico en lecciones. La reemergencia histórica de nuestra clase, expresada en luchas como el Mayo del 68, el otoño caliente italiano, la huelga de masas en Polonia, etc., detuvo la marcha hacia la tercera guerra mundial que, con su frenética carrera por las armas nucleares, podría haber aniquilado el planeta. Sin embargo, estas luchas obreras no pasaron de constituir un obstáculo a la marcha hacia la guerra mundial, porque se limitaron al plano económico sin poder politizarse más cuestionando el capitalismo y comprendiendo lo que está en juego históricamente en la lucha de clases. En consecuencia, no pudieron impedir que se pudriera el capitalismo y sus consecuencias en todos los aspectos de la vida en sociedad, incluida la exacerbación del cada uno para sí a nivel imperialistaxiv.
Las huelgas masivas del verano de 2022 en Gran Bretaña, con su consigna “Basta ya”, fueron las primeras de una nueva dinámica internacional de lucha de clases, rompiendo con todo un periodo de 30 años de gran retroceso.
Desde entonces, se han producido grandes movilizaciones en Francia, Alemania, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Islandia, Bangladesh, Escandinavia, Quebec, ... la mayoría de las cuales constituyen, en opinión incluso de los medios de comunicación burgueses, un “acontecimiento histórico”, que marca una “ruptura” con la situación anterior en términos de masividad y combatividad. Son protagonizados por una nueva generación de trabajadores que no han sido sometidos al apisonamiento de las campañas sobre la muerte del comunismo y la “desaparición” de la clase obrera, desarrolladas por la burguesía con ocasión del derrumbe de los regímenes estalinistas; por el contrario, son el producto de una maduración de la conciencia en el seno de nuestra clase alimentada por un considerable agravamiento de los ataques del capitalismo en crisisxv.
En este sentido, esta renovación de la lucha de clases es comparable a la emergencia de la lucha de clases en 1968, ante el retorno de la crisis abierta del capitalismo y llevada por una nueva generación de la clase obrera que no había sido, como sus mayores, aniquilada en términos de conciencia por la contrarrevolución tras el fracaso de la oleada revolucionaria de 1917-23. Pero la nueva generación se enfrenta ahora a una tarea mucho más difícil que la generación de 1968. Al impulso de la lucha, la burguesía, a escala mundial, tuvo que movilizar a sus sindicatos, a su ala izquierda y, en ocasiones, a su extrema izquierda. Sin embargo, el nivel de politización alcanzado por la clase obrera en aquella época resultó insuficiente para hacer frente a una serie de obstáculos: las ilusiones democráticas en Polonia, responsables en gran medida de la derrota de las luchas de 1980, y el resurgimiento del corporativismo en Europa Occidental como consecuencia del impacto que tuvo sobre la clase obrera el desarrollo del cada uno para sí en la sociedad. A partir de ahora, corresponderá a las generaciones actuales y futuras de trabajadores elevar la politización de sus luchas a un nivel mucho más alto para orientarlas hacia la perspectiva revolucionaria de derrocar el capitalismo. En esta necesaria toma de conciencia los revolucionarios tienen un rol fundamental que desempeñar.
Para que una vanguardia política se implique plenamente en la lucha de la clase obrera y sea capaz de guiarla, es esencial que haya podido surgir del proceso de confrontación de las posiciones políticas iniciado por la actividad de la Izquierda comunista y su intervención en las luchas. En este sentido, las organizaciones que pertenecen a esta corriente deberán asumir tal responsabilidad, lo que está lejos de ser el caso hoy, más preocupadas como están por su éxito inmediato de reclutamiento, a menudo al precio de concesiones oportunistas.
Sylunken, enero-2024
i Todas estas manifestaciones de putrefacción social que hoy, a una escala desconocida en la historia, invaden todos los poros de la sociedad humana, sólo pueden expresar una cosa: no sólo la dislocación de la sociedad burguesa, sino también la aniquilación de todo principio de vida colectiva en el seno de una sociedad que se encuentra privada del más mínimo proyecto, de la más mínima perspectiva, incluso a corto plazo, incluso de la más ilusoria” (TESIS: La descomposición, fase última de la decadencia capitalista [2]).
ii Cf. el Informe presentado en el Foro de Davos en enero de 2023, al que se hace referencia en el Informe sobre la descomposición para el 25º Congreso Internacional de la CCI [3]. Revista Internacional 170.
iii TESIS: la descomposición, fase última de la decadencia capitalista [2].
iv El colapso del sistema de corrientes oceánicas como la Corriente del Golfo, regulador esencial del clima del planeta, podría, de confirmarse, alterar radicalmente el clima de la Tierra y debilitar considerablemente a la especie humana en el espacio de algunas décadas. El deshielo de la tundra y de los casquetes polares del Norte o el declive de la selva amazónica (cada vez más amenazada por la sequía y los incendios forestales) plantean la aterradora perspectiva de que se empiece a emitir a la atmósfera más dióxido de carbono del que puede absorber.
v Leer el artículo “Espiral de atrocidades en Oriente Medio: la aterradora realidad de la descomposición del capitalismo”, en este número de la Revista.
vi Leer el artículo “Guerra en Ucrania: Dos años de enfrentamiento imperialista, barbarie y destrucción”, en este número de la Revista.
vii Estudio [4] que revela que las fuerzas armadas estadounidenses contaminan y consumen más combustible que la mayoría de los países del mundo. Se basa a su vez en otro estudio publicado en la revista Transactions of the Institute of British Geographers [5].
viii “Aunque Estados Unidos anunció en diciembre que contaba con el apoyo de más de veinte países, los refuerzos de la coalición han sido hasta ahora extremadamente limitados, y a veces no han ascendido más que a unos pocos oficiales adicionales: tres holandeses, dos canadienses y una decena de noruegos. A finales de diciembre, Dinamarca anunció que enviaría una fragata “antes de finales de enero”, pero este despliegue requería la aprobación parlamentaria. Italia también anunció el envío de un buque al Mar Rojo a finales de diciembre, antes de distanciarse de la coalición anti houthista. Al igual que París y Madrid, que desviaron un buque que ya operaba en zonas cercanas (el golfo de Adén y el estrecho de Ormuz), Roma quiso conservar un mando autónomo sobre su buque.” “Coalition anti-Houthists : les États-Unis en manque de renforts en mer Rouge [6]” - Le Monde (12 de enero de 2024).
ix Leer el “Complemento a la resolución sobre la situación internacional adoptada en el 25º Congreso de la CCI”, en este número de la Revista.
x Leer nuestro artículo “Después de la ruptura en la lucha de clases, la necesidad de la politización de las luchas”, en este número de la Revista.
xi Leer el “Complemento a la resolución sobre la situación internacional adoptada en el 25º Congreso de la CCI” y la “Resolución sobre la situación internacional en el 24º Congreso de la CCI”, Revista Internacional 170.
xii L’armée américaine au défi de la multiplication des guerres [7], Le Monde, 12 de enero de 2024.
xiii Leer el “Complemento a la resolución sobre la situación internacional del 25º Congreso de la CCI”.
xiv Leer “Después de la ruptura en la lucha de clases, la necesidad de la politización de las luchas”.
xv Ibid
Desde principios de febrero se suceden en España las movilizaciones de pequeños y medianos agricultores y ganaderos, con sus “tractoradas” colapsando el centro de las ciudades o las autopistas. Acciones que son reproducciones de las que hemos visto en el resto de Europa, y con reivindicaciones muy similares: aligerar la indecible carga burocrática a la que obliga Bruselas a cambio de unas migajas de la Política Agraria Común, reducción de restricciones medioambientales, quejas por los bajos precios que les pagan los distribuidores, y la eliminación de la competencia “desleal” de productos foráneos. Lo que late en estas movilizaciones es la indignación por una evidente degradación de las condiciones de vida de este sector, pero también se pone de manifiesto su naturaleza reaccionaria: es una indignación particularmente ligada a las aspiraciones sin futuro de la pequeña empresa agrícola, atrapada en los engranajes de la lógica de la sociedad capitalista, en particular en un exaltado nacionalismo cuyo extremo más caricatural son las campañas de defensa de “tomate español” o de la “fresa española”, que llegan al extremo de propagar bulos sobre la supuesta “toxicidad” de los productos provenientes de Marruecos. Lo llamativo es que esa campaña parece un calco de la desatada en Francia contra las importaciones provenientes de España o las dudas sobre la autenticidad de la etiqueta” bio” de éstas. La cuestión no es la veracidad de tales acusaciones, sino comprobar como estas movilizaciones rezuman los valores de la explotación capitalista (competencia de unos contra otros, patriotismo,…), y no parten de la perspectiva de la clase obrera, que es la única que puede luchar por sus condiciones de vida en base a una verdadera unidad internacional de intereses, lo cual no es lo mismo que la coincidencia circunstancial de los excluidos del reparto del pastel nacional. Estas campañas nacionalistas son más repugnantes, si cabe, cuando se sabe que la “competitividad” del tomate o la fresa españolas está en muchos casos basada en una sobrexplotación bestial de los asalariados y temporeros, en muchos casos mano de obra inmigrante barata, que se dejan la vida bajo los plásticos de los invernaderos del sudeste español o hacinados en infraviviendas en los campos de fresas de Huelva.
Desde principios de año, los agricultores se han movilizado contra la caída de sus ingresos. El movimiento, que se inició en Alemania tras la supresión de las subvenciones al diésel agrícola, se ha extendido a Francia, Bélgica y los Países Bajos, y empieza a extenderse por toda Europa. Los agricultores se levantan contra los impuestos y las normas medioambientales.
Los pequeños productores, estrangulados por los precios de compra de la industria agroalimentaria y la política de concentración de explotaciones, llevan mucho tiempo sumidos en una pobreza a veces extrema. Pero con la aceleración de la crisis, el aumento de los costes de producción, las consecuencias del cambio climático y el conflicto en Ucrania, la situación se ha agravado aún más, hasta el punto de que incluso los propietarios de explotaciones medianas se hunden en la pobreza. Miles de agricultores llevan una vida diaria de privaciones y ansiedad que incluso está llevando a muchos de ellos al suicidio.
Aunque nadie puede permanecer insensible a la angustia de una parte del mundo agrícola, también es responsabilidad de las organizaciones revolucionarias decirlo claramente: ¡Sí, los pequeños agricultores están sufriendo enormemente la crisis! ¡Sí, su rabia es inmensa! Pero este movimiento no está en el mismo terreno de juego que la clase obrera y no puede ofrecer perspectivas para su lucha. Peor aún, ¡la burguesía se aprovecha de la cólera de los campesinos para lanzar un ataque ideológico en toda regla contra el proletariado!
Desde que los obreros de Gran Bretaña abrieron el camino en el verano de 2022, las movilizaciones obreras no han dejado de multiplicarse ante los golpes aplastantes de la crisis: primero en Francia, luego en Estados Unidos, Canadá, Suecia y Finlandia recientemente. En Alemania, los ferroviarios han iniciado una huelga masiva, a la que han seguido los pilotos de Lufthansa; en enero estalló la mayor huelga de la historia de Irlanda del Norte; en España e Italia continúan las movilizaciones en el sector del transporte, así como en el metro de Londres y en el sector metalúrgico de Turquía. La mayoría de estas luchas son de una envergadura que no se veía desde hace tres o cuatro décadas. En todas partes estallan huelgas y manifestaciones, con un desarrollo incipiente, pero sin precedentes de la solidaridad entre sectores, e incluso a través de las fronteras...
¿Cómo reacciona la burguesía ante estos acontecimientos históricos? ¡Con un inmenso silencio mediático! ¡Un verdadero apagón! En cambio, al principio bastaron algunas movilizaciones campesinas esporádicas para que la prensa internacional y todas las camarillas políticas, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, se abalanzaran sobre el acontecimiento y subieran inmediatamente la temperatura para intentar ocultar todo lo demás.
Desde los pequeños agricultores hasta los propietarios de grandes explotaciones modernas, aunque estuvieran en competencia directa, todos se unieron en torno a los mismos ídolos sagrados, con la santa unción de los medios de comunicación: ¡la defensa de su propiedad privada y de la nación!
Ni los pequeños agricultores ni los pequeños empresarios tienen futuro en la insoluble crisis del capitalismo. Todo lo contrario. Sus intereses están íntimamente ligados a los del capitalismo, aunque éste, sobre todo a causa de la crisis, tienda a acabar con las explotaciones más frágiles y a sumir en la miseria a un número cada vez mayor de ellas. A los ojos de los campesinos pobres, la salvación reside en la defensa desesperada de sus explotaciones. Y ante la feroz competencia internacional y los bajísimos costes de producción en Asia, África y Sudamérica, su supervivencia depende únicamente de la defensa de la "agricultura nacional". Todas las reivindicaciones de los agricultores -contra las "tasas", contra los "impuestos", contra las "normas de Bruselas"- tienen algo en común: quieren preservar su propiedad, ya sea grande o pequeña, y proteger sus fronteras contra las importaciones extranjeras. En Rumania y Polonia, por ejemplo, los agricultores denuncian la "competencia desleal" de Ucrania, acusada de rebajar los precios del grano. En Europa Occidental, los acuerdos de libre comercio están en la mira, junto con los camiones y las mercancías procedentes del extranjero. ¡Y todo ello con la bandera nacional ondeando orgullosa y una vil retórica sobre el "trabajo de verdad", el "egoísmo de los consumidores" y los "urbanos"! Por eso los gobiernos y los políticos de todos los bandos, tan prestos a denunciar el menor incendio de papel y a hacer llover golpes de porra cuando la clase obrera está en lucha, se han apresurado a acudir en apoyo a la "ira legítima" de los campesinos.
La situación es, sin embargo, muy preocupante para la burguesía europea. La crisis del capitalismo no va a detenerse. La pequeña burguesía y los pequeños empresarios se hundirán cada vez más en la miseria. Las revueltas de los pequeños propietarios acorralados sólo pueden multiplicarse en el futuro y contribuir a aumentar el caos en el que se está sumiendo la sociedad capitalista. Esto ya es evidente en la destrucción indiscriminada y los intentos de "matar de hambre" a las ciudades.
Sobre todo, este movimiento está alimentando claramente el discurso de los partidos de extrema derecha en toda Europa. En los próximos años, varios países podrían volcarse hacia el populismo, y la burguesía sabe perfectamente que un triunfo de la extrema derecha en las próximas elecciones europeas reforzaría aún más la pérdida de control de la burguesía sobre la sociedad, y erosionaría su capacidad para mantener el orden y garantizar la cohesión de la nación.
En Francia, donde el movimiento parece más radical, el gobierno utiliza todos los medios a su alcance para contener la cólera de los agricultores, en un momento en que el clima social es especialmente tenso. Se pide a las fuerzas del orden que eviten los enfrentamientos, y el gobierno hace una serie de "anuncios", entre ellos los más despreciables (aumento del uso de mano de obra extranjera mal pagada, paralización de la más mínima política en favor del medio ambiente, etc.). En Alemania, para no echar más leña al fuego, Scholz tuvo que dar marcha atrás en parte sobre el precio del gasóleo agrícola, al igual que la Unión Europea sobre las normas medioambientales.
Después de la revuelta de 2013 de los pequeños empresarios de Bretaña con los llamados "boinas rojas",i luego el movimiento interclasista de los "chalecos amarillos"ii en toda Francia, ahora es toda Europa la que se ve afectada por una oleada de violencia de la pequeña burguesía sin otra perspectiva que provocar el caos. Así pues, el movimiento de los agricultores representa efectivamente un paso más en la desintegración del mundo capitalista. Pero, como tantas otras expresiones de la crisis de su sistema, la burguesía instrumentaliza el movimiento campesino contra la clase obrera.
En el momento en que la clase obrera se lanza masivamente a la lucha en todo el mundo, la burguesía intenta socavar la maduración de su conciencia, pudrir su reflexión sobre su identidad, su solidaridad y sus métodos de lucha, explotando la movilización de los campesinos. Y para ello, todavía puede contar con sus sindicatos y partidos de izquierda, dirigidos por los trotskistas y estalinistas.
La CGT francesa se apresuró a llamar a los trabajadores a unirse al movimiento, mientras que los trotskistas de Révolution Permanente con el valiente encabezado: "Los campesinos aterrorizan al gobierno, el movimiento obrero debe aprovechar la brecha". ¡Venga ya! Si la burguesía teme la dinámica de caos social que encierra este movimiento, ¿quién puede creer que una pequeña minoría de la población, apegada a la propiedad privada, pueda asustar al Estado y a su enorme aparato de represión?
Sólo el movimiento de los "boinas rojas" y de los "chalecos amarillos" han ilustrado la capacidad de la burguesía de explotar y estimular un "miedo" bien calculado para dar credibilidad a una gran mentira contra la clase obrera: ¡vuestras manifestaciones masivas y la perorata de vuestras asambleas generales no sirven para nada! Nos quieren hacer creer que la burguesía no teme más que los bloqueos y las pequeñas acciones. Nada más lejos de la realidad. Y menos mal, porque esos métodos son los típicamente utilizados por los sindicatos para dividir y descargar la cólera de los trabajadores en acciones perfectamente estériles. Los actos indiscriminados de destrucción no contribuyen en nada a socavar los cimientos del capitalismo ni a preparar el terreno para su derrocamiento. Son como picaduras de insecto en la piel de un elefante, que justifican cada vez más represión.
Pero la burguesía no se contenta con sabotear la reflexión del proletariado sobre los medios de su lucha, sino que también intenta suprimir el sentimiento que empieza a desarrollarse a través de sus movilizaciones, el de pertenecer a la misma clase, víctimas de los mismos ataques y obligados a luchar unidos y solidarios. Los partidos de izquierda se apresuran a sacar a relucir su vieja basura adulterada sobre la "convergencia" de las luchas de los "pequeños" contra los "ricos".
Comentando las manifestaciones en Alemania, los trotskistas italianos de La Voce delle Lotte escribieron que "se están produciendo simultáneamente acciones campesinas masivas y huelgas ferroviarias. Una alianza entre estos dos sectores estratégicos tendría una enorme fuerza de huelga". ¡Las mismas tonterías de siempre! El único objetivo de estos tradicionales llamamientos a la "convergencia" es ahogar la lucha de la clase obrera en la revuelta "popular".
A pesar de todo, la burguesía se enfrenta a una gran desconfianza de los trabajadores hacia un movimiento poco reprimido (a diferencia de las manifestaciones obreras) y que coquetea con la extrema derecha y con una retórica muy reaccionaria. Por ello, los sindicatos y la izquierda han tenido que recurrir a todo tipo de contorsiones para distanciarse del movimiento, al tiempo que intentaban empujar a los proletarios a "saltar a la palestra" mediante huelgas dispersas, corporación por corporación.
La movilización de los campesinos no puede de ninguna manera ser un trampolín para la lucha de la clase obrera. Al contrario, los proletarios que se dejan arrastrar por las consignas y los métodos de los campesinos, diluidos en capas sociales fundamentalmente opuestas a toda perspectiva revolucionaria, sólo pueden ser impotentes bajo la presión del nacionalismo y de todas las ideologías reaccionarias portadoras de este movimiento.
La responsabilidad de los revolucionarios hacia la clase obrera se expresa incansablemente poniendo de relieve los escollos que jalonan su lucha y que, por desgracia, la jalonarán durante mucho tiempo. A medida que se agrave la crisis, muchas capas sociales, que no son explotadoras, pero tampoco revolucionarias, se verán abocadas, como hoy los campesinos, a la revuelta, sin tener la capacidad de ofrecer a la sociedad una verdadera perspectiva política. En este terreno estéril, el proletariado sólo puede perder. Sólo la defensa de su autonomía como clase explotada y revolucionaria puede permitirle ampliar aún más su lucha y, a largo plazo, incorporar a otras capas de la sociedad a su propia lucha contra el capitalismo.
EG, 31 de enero de 2024
i "Los ‘bonnets rouges’: un ataque ideológico a la consciencia obrera", [11] Révolution internationale nº 444 (2014).
ii "Balance del movimiento de los "chalecos amarillos": Un movimiento interclasista, un obstáculo para la lucha de clases", [12] Suplemento de Révolution internationale n° 478 (2019).
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“La guerra es un asesinato metódico, organizado y gigantesco. Sin embargo, para realizar un asesinato sistemático entre hombres normalmente constituidos es necesario producir primero una intoxicación adecuada. Este ha sido siempre el método habitual de los beligerantes. Los pensamientos y sentimientos de bestialidad deben corresponder a La bestialidad de la práctica, debe prepararla y acompañarla.” (Rosa Luxemburgo, ‘La crisis de la socialdemocracia’,1915)
Los terribles enfrentamientos que vuelven a ensangrentar Medio Oriente confirman una vez más lo que la gran revolucionaria Rosa Luxemburgo escribió en prisión en 1915.
Los milicianos de Hamas que el 7 de octubre de 2023, cometieron crímenes atroces contra la población civil israelí, mujeres, niños y ancianos, sólo pudieron comportarse con tal salvajismo tras un condicionamiento y un lavado de cerebro sistemático por parte de la organización islamista que gobierna la Franja de Gaza.
Del mismo modo, si hoy la gran mayoría de la población israelí aprueba los criminales bombardeos y la ofensiva terrestre de la que son víctimas los habitantes de Gaza y que ya han causado miles de muertes civiles, no solo es porque sufrió un terrible trauma con la masacre del 7 de octubre, sino porque ella también ha sido víctima de condicionamientos durante décadas por parte de las autoridades israelíes y de los distintos partidos de la burguesía.
Hoy, con la guerra entre el Estado de Israel y Hamas asistimos una vez más a como las diferentes fuerzas políticas, que defienden la perpetuación del orden capitalista, usan el mismo método que la clase explotadora ha utilizado a gran escala desde el principio del siglo XX para justificar la barbarie bélica: resaltar las atrocidades cometidas por “el enemigo” para justificar sus propias atrocidades. Y no faltan ejemplos a lo largo del siglo XX, el siglo donde el sistema capitalista entró en su período de decadencia.
Ciertamente, la guerra existió mucho antes de este período y las justificaciones, por parte de quienes la dirigieron, estuvieron siempre acompañando, pero las guerras del pasado nunca habían tomado la forma de una guerra total, movilizando todos los recursos de la sociedad e involucrando a toda la población, como sucedió a partir de 1914. Fue a partir de la Primera Guerra Mundial cuando los gobiernos de los países beligerantes se ocuparon de manera organizada y sistemática de la propaganda que permitía movilizar a los sectores más importantes de la población de un país.
Ya hemos dedicado en nuestra prensa un artículo muy detallado sobre la propaganda destinada, “con miras al asesinato sistemático”, a “ producir una intoxicación apropiada en hombres de constitución normal” , como escribió Rosa Luxemburgo. Instamos a nuestros lectores a leer este artículo completo, “ El nacimiento de la democracia totalitaria [18] ”(1) , publicado en 2015, del que aquí citaremos sólo algunos breves extractos.
En particular, este artículo cita extensamente una obra de Harold Lasswell publicada en 1927 y titulada “Técnicas de Propaganda en la Guerra Mundial [19]”.
Aquí algunos pasajes:
"Las resistencias psicológicas a la guerra en las naciones modernas son tan grandes que cada guerra debe aparecer como una guerra de defensa contra un agresor amenazante y asesino. No debe quedar ambigüedad sobre aquéllos a los que debe odiar la población. No puede quedar el menor resquicio por el que penetre la idea de que la guerra se debe a un sistema mundial de negocios internacionales o a la imbecilidad y maldad de todas les clases gobernantes, sino que se debe a la rapacidad del enemigo. Culpabilidad e inocencia deben quedar geográficamente establecidas: la culpabilidad debe estar del otro lado de la frontera. Si la propaganda quiere movilizar todo el odio de la población, debe vigilar que todas las ideas que circulan responsabilicen únicamente al enemigo. Podrán permitirse en ciertas circunstancias algunas variaciones de esa consigna principal, que vamos a intentar especificar, pero ese argumento debe ser siempre el esquema dominante. Los gobiernos de Europa occidental no podrán nunca estar totalmente seguros de que el proletariado de dentro de sus fronteras y bajo su autoridad y que posee una conciencia de clase, vaya a alistarse tras sus trompetas bélicas"
La propaganda “"es una concesión a la racionalidad del mundo moderno. Un mundo instruido, un mundo educado prefiere desarrollarse basándose en argumentos e informaciones (…) Todo un aparato de erudición difundida populariza los símbolos y las formas del llamamiento pseudo-racional: el lobo de la propaganda no duda en vestirse con piel de cordero. Todos los hombres elocuentes de aquel entonces (escritores, reporteros, editores, predicadores, conferenciantes, profesores, políticos) se ponen al servicio de la propaganda amplificando la voz del amo. Todo se lleva con el ceremonial y el disfraz de la inteligencia pues es una época racional que requiere que la carne cruda sea asada por chefs mañosos y competentes". Las masas deben ser atiborradas con una emoción inconfesable, que deberá por lo tanto estar sabiamente cocida y bien aderezada: "Una nueva llamarada debe restañar el chancro del desacuerdo y reforzar el acero del entusiasmo bélico” (Lasswell, op. cit. p. 221)
“Para movilizar el odio de la población contra el enemigo, había que representar la nación adversa como un agresor amenazante y asesino (…). Mediante la elaboración de los objetivos de guerra el trabajo de obstrucción del enemigo se hace evidente. Representar la nación adversa como satánica: viola todos los modelos morales (las costumbres) del grupo, es un insulto a su propia autoestima. Mantener el odio depende de que hay que completar las representaciones del enemigo amenazante, obstructor, satánico, con la afirmación de la seguridad de la victoria final”. (Lasswell, op.cit., pág. 195)
La lectura de estos pasajes, que ilustran y complementan las líneas de Rosa Luxemburgo de manera notable,
podría sugerir que Lasswell era un militante que luchaba contra el capitalismo. Nada de eso, fue un eminente académico estadounidense que publicó numerosos trabajos sobre ciencia política y enseñó esta disciplina de 1946 a 1958 en la prestigiosa Universidad de Yale. En su obra de 1927, como conclusión de sus trabajos, defendió el control gubernamental de las técnicas de comunicación (telégrafo, teléfono, cine y radio) y puso sus conocimientos al servicio de la burguesía estadounidense durante toda su vida, pero especialmente durante la Segunda Guerra Mundial, donde fue director de investigaciones sobre comunicación y guerra en la Biblioteca del Congreso (la principal y prestigiosa biblioteca de Estados Unidos) al mismo tiempo que trabajaba en los servicios de propaganda de la armada.
Como se expresa con toda claridad en los escritos de Lasswell, se trata de que cada Estado que lidera la guerra presente al enemigo combatido como la encarnación del MAL para presentarse como el eminente representante del BIEN. Hay muchos ejemplos en la historia desde 1914 en adelante y sólo podemos citar algunos.
Como dice nuestro artículo de 2015, “Gran Bretaña utilizó a fondo la ocupación de Bélgica por Alemania, con una buena dosis de cinismo por cierto, pues la invasión alemana frustraba sencillamente los planes de guerra británicos. Gran Bretaña propaló historias atroces de lo más macabro: las tropas alemanas mataban a las criaturas a bayonetazos, hacían caldo con los cadáveres, ataban a los curas cabeza abajo en los badajos de las campanas en su propia iglesia, etc..”
La burguesía francesa no se quedó al margen: en una postal propagandística encontramos un poema en el que un soldado explica a su joven hermana qué es un “boche” (término utilizado en Francia para designar a un alemán y que significa “carnicero”):
“¿ Quieres saber, niña, qué es este monstruo, un Boche?
Un Boche, cariño, es un ser sin honor
Es un bandido traicionero, torpe, odioso e inmundo
Es el hombre del saco-robachicos, un ogro envenenador.
Es un demonio de soldado que quema pueblos,
Fusila a los viejos y mujeres, sin remordimientos,
Remata a los heridos, comete todos los pillajes
Entierra a los vivos y expolia a los muertos .
Es un cobarde degollador de niños y niñas,
que ensarta a bebés con bayonetas,
Masacrando por placer, sin motivos... sin cuartel
Este es el hombre, mi niña, que quiere matar a tu padre,
Destruir tu patria y torturar a tu madre,
Este es el teutón maldito en el universo entero.
Este tipo de propaganda se desarrolló especialmente tras la confraternización que tuvo lugar en el frente durante la Navidad de 1914 entre unidades alemanas, francesas y escocesas. Este poema lo dice claramente: no podemos, de ninguna manera, confraternizar con “monstruos”.
Posteriormente, la acumulación de cadáveres en ambos bandos sirvió a cada Estado contendiente para justificar la demonización del enemigo. Cada campo elogió el heroísmo y el sacrificio de sus soldados en la “necesaria” misión de parar los “crímenes” de los soldados del otro campo. Matar a seres humanos ya no era un delito si vestían otro uniforme sino que al contrario era un “deber sagrado en defensa de la humanidad y la moralidad”.
Esta demonización de los pueblos “enemigos” con miras a justificar la barbarie bélica que se mantuvo durante todo el siglo XX y principios del XXI, cuando la guerra se convirtió en una manifestación permanente del hundimiento del capitalismo en su fase de decadencia. La Segunda Guerra Mundial nos ofrece un ejemplo que es a la vez esclarecedor y atroz. Para la propaganda burguesa de hoy sólo había un “Campo del MAL”: la Alemania nazi y sus aliados.
El régimen nazi era la encarnación de la contrarrevolución que había sufrido el proletariado de Alemania después de sus intentos revolucionarios de 1918-23. Una contrarrevolución a la que las “democracias” del “Campo del BIEN” habían contribuido plenamente y que fue culminada por el nazismo. Además, estas “democracias” habían creído durante mucho tiempo que podían llegar a un acuerdo con el régimen de Hitler, como lo demuestran los acuerdos de Munich de 1938. Las atrocidades cometidas por el régimen nazi fueron utilizadas en la propaganda de los aliados para justificar sus propias atrocidades. En particular, el exterminio de los judíos de Europa por parte de este régimen, que era expresión más concentrada de la barbarie en la que la decadencia del sistema capitalista ha sumido a la sociedad humana, y que resultó un argumento generalizado y presentado como “irrefutable” sobre la necesidad de los Aliados para destruir Alemania, que incluyó el asesinato de decenas de miles de civiles bajo las bombas del “Campo del BIEN”. Después de la guerra, cuando las poblaciones de los países “victoriosos” tomaron conciencia de los crímenes cometidos por sus líderes, se les explicó que las terribles masacres de poblaciones civiles (en particular los bombardeos de Hamburgo entre el 25 de julio y el 3 de agosto de 1943 y los de Dresde del 13 al 15 de febrero de 1945 que, utilizando masivas bombas incendiarias, atacaron principalmente a civiles, causando un total de más de 100 mil muertes) eran justificados por la barbarie del régimen nazi. Estos mismos líderes organizaron propaganda masiva sobre las –verdaderas– atrocidades cometidas por este régimen, y en particular el exterminio de las poblaciones judías(2). Por otra parte, se cuidaron de no señalar que los Aliados no hicieron absolutamente nada para ayudar a estas personas, a las que la mayoría de los países del Campo del BIEN denegaron los visados de entrada y que incluso rechazaron las ofertas de los dirigentes nazis de entregar a cientos de miles de judíos.
Esta sucia hipocresía de la burguesía “democrática” queda muy bien desmantelada, con la evocación de hechos históricos probados, en un artículo titulado “Auschwitz o la gran coartada [20]” y publicado en 1960 en el n°11 de la revista Programme Comunista (órgano del Partido Comunista Internacional, bordiguista) (3) . Aquí está la conclusión de este artículo que apoyamos plenamente:
“Hemos visto cómo el capitalismo condenó a muerte a millones de hombres expulsándolos de la producción. Hemos visto cómo los masacró sin dejar de extraerles toda la plusvalía que les fue posible. Queda ver cómo el capitalismo los explota todavía después de su muerte.
Son ante todo los imperialistas del campo aliado quienes se sirvieron de esta masacre para justificar su guerra y justificar, después de la guerra, el tratamiento infame infligido al pueblo alemán. Cómo nos precipitamos sobre campos y cadáveres, paseando por todas partes fotos horribles y clamando: ¡Vean lo hijos de puta que eran esos boches! ¡Cuánta razón tuvimos de haberlos combatido! ¡Y cómo ahora tenemos razón de hacerles pasar el trago amargo! Cuando se piensa en los innumerables crímenes cometidos por el imperialismo; cuando se piensa, por ejemplo, que en ese mismo momento (1945) en que nuestros Thorez cantaban su victoria sobre el fascismo, 45.000 argelinos (¡provocadores fascistas!) caían bajo los golpes de la represión(4) ; cuando se piensa que es el capitalismo mundial el responsable de estas masacres da realmente náuseas el innoble cinismo de esta satisfacción hipócrita.
Al mismo tiempo todos nuestros buenos demócratas se arrojaron sobre los cadáveres de los judíos. Que desde entonces no han cesado de agitar ante las narices del proletariado. ¿Para hacerles sentir la infamia del capitalismo? Al contrario, para hacerles apreciar por contraste la verdadera democracia, el verdadero progreso, ¡el bienestar del cual uno goza en la sociedad capitalista! Los horrores de la muerte capitalista deben hacer olvidar al proletariado los horrores de la vida capitalista y del hecho que ¡ambos están indisolublemente ligados! Las experiencias de los médicos S.S. deben hacer olvidar que el capitalismo experimenta a gran escala productos cancerígenos, los efectos del alcoholismo sobre la herencia, la radioactividad de las bombas «democráticas». Si se muestran las lámparas forradas en piel de hombre, es para hacer olvidar que el capitalismo ha transformado al hombre viviente en lámpara. Las montañas de cabellos, los dientes en oro, el cuerpo del hombre muerto, han convertido al hombre viviente en mercancía. Es el trabajo, la vida misma del hombre que el capitalismo ha transformado en mercancía. Es ésta la fuente de todos los males. Utilizar los cadáveres de las víctimas del capital para tratar de esconder la verdad, hacer que estos cadáveres sirvan a la protección del capital es bien la más infame forma de explotarlos hasta la médula”.
De hecho, este artículo expone lo que constituye una posición fundamental de la izquierda comunista: la denuncia de la ideología antifascista, de la cual la evocación de la Shoah [aniquilación] constituye un pilar, como medio para justificar la defensa de la “democracia” capitalista. Así, ya en junio de 1945, el número 6 de L'Étincelle , periódico de la izquierda comunista francesa, antepasado político de la CCI, había publicado un artículo titulado “Buchenwald, Maïdaneck, demagogia macabra” que desarrollaba el mismo tema y que reproducimos a continuación:
“El papel desempeñado por las SS, los nazis y su campo de muerte sistematizada, era exterminar en general a todos los que se oponían al régimen fascista y especialmente a los militantes revolucionarios que siempre han estado en la vanguardia de la lucha contra la burguesía capitalista, bajo cualquiera forma que adopte: autárquica, monárquica o “democrática”, cualquiera que sea su líder: Hitler, Mussolini, Stalin, Leopoldo III, Jorge V, Víctor-Emmanuel, Churchill, Roosevelt, Daladier o De Gaulle”.
La burguesía internacional que, cuando estalló la Revolución de Octubre en 1917, buscó todos los medios posibles e imaginables para aplastarla, que destrozó la revolución alemana en 1919 con una represión de increíble salvajismo, que ahogó en sangre la insurrección proletaria china; la misma burguesía que financió la propaganda fascista en Italia y luego la de Hitler en Alemania; la misma burguesía puso en el poder en Alemania a quien había designado como policía de Europa en su nombre; la misma burguesía que hoy gasta millones para financiar la organización de una exposición “Las SS crímenes hitlerianos”, el rodaje y la presentación al público de películas sobre las “atrocidades alemanas” (mientras las víctimas de estas atrocidades siguen muriendo a menudo sin cuidados y que los supervivientes que regresan no tienen medios para vivir).
Esta misma burguesía, es la que pagó por un lado el rearme de Alemania y, por el otro, la que se burló del proletariado arrastrándolo a la guerra con una ideología antifascista, es la que de esta manera favoreció la llegada de Hitler al poder. El poder se utilizó hasta el final para aplastar al proletariado alemán y arrastrarlo a la más sangrienta de las guerras, a la más inmunda carnicería que se pueda concebir.
Es siempre esta misma burguesía la que envía representantes con coronas de flores para inclinarse hipócritamente ante las tumbas de los muertos que ella misma ha generado porque es incapaz de dirigir la sociedad y porque la guerra es su única forma de vida.
¡ES A ELLA A LA QUE ACUSAMOS!
Porque los millones de muertes que ha perpetrado en esta guerra no son más que un añadido a una lista ya demasiado larga, por desgracia, de los mártires de la “civilización”, de la sociedad capitalista en descomposición.
Los responsables de los crímenes de Hitler no son los alemanes que fueron los primeros, en 1934, en pagar la represión burguesa de Hitler con 450 mil vidas humanas y que continuaron sufriendo esta represión despiadada cuando se llevó a cabo al mismo tiempo en el extranjero. No más que los franceses, los ingleses, los americanos, los rusos, o los chinos no son responsables de los horrores de la guerra que no querían pero que les impuso su burguesía.
Por el contrario, son los millones de hombres y mujeres que murieron lentamente en los campos de concentración nazis, que fueron salvajemente torturados y cuyos cuerpos se pudrían en cualquier parte, que han sido golpeados durante esta guerra combatiendo o sorprendidos en un bombardeo “liberador”, los millones de cadáveres mutilados, amputados, desgarrados, desfigurados, enterrados bajo tierra o pudriéndose al sol, los millones de cuerpos, soldados, mujeres, ancianos, niños.
Son estos millones de muertos los exigen venganza...
...y no reclaman venganza contra el pueblo alemán que sigue pagando; sino sobre esta burguesía infame y sin escrúpulos que no pagó, pero se aprovechó y que sigue burlándose con sus caras de gordos cerdos, de los esclavos hambrientos.
La verdadera posición del proletariado no es responder a llamados demagógicos tendentes a continuar y acentuar el chauvinismo a través de comités antifascistas, sino la lucha directa de clases por la defensa de sus intereses, de su derecho a la vida, de su lucha de cada día, de cada momento hasta la destrucción del monstruoso régimen del capitalismo.”(5)
Incluso hoy, el Estado de Israel (y quienes lo apoyan) invocan la memoria de la Shoá para justificar sus crímenes. Las atrocidades sufridas en el pasado por las poblaciones judías son una manera de hacer creer que este Estado pertenece al campo del BIEN, incluso cuando toma el ejemplo de las “democracias” durante la Segunda Guerra Mundial para masacrar bajo las bombas, de manera deliberada, poblaciones civiles. Y las atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre le permitieron reavivar la llama de manera espectacular hasta el punto de silenciar en Israel incluso las voces de quienes anteriormente denunciaban la política criminal de este Estado, o incluso de arrojarlos al campo de “guerra a toda costa”
Al mismo tiempo, los enemigos de Israel y quienes los apoyan, y que durante décadas han hecho de la opresión y la humillación de las poblaciones palestinas su negocio, ya sea que se alineen detrás de banderas islámicas o banderas "antiimperialistas", encuentran hoy, con las masacres cometidas por el Estado hebreo en Gaza, los escandalosos argumentos para justificar su apoyo a un Estado palestino que, como todos los Estados, será el instrumento de la clase explotadora para oprimir y reprimir a los explotados.
Para justificar la barbarie bélica, la propaganda burguesa ha hecho, especialmente desde 1914, un uso masivo de la mentira, como vimos anteriormente y como seguimos viendo. Pensemos, entre muchos otros ejemplos, en el mito de las “armas de destrucción masiva” suscitado por el Estado estadounidense en 2003 para justificar la invasión de Irak. Pero esta propaganda es aún más eficaz cuando puede basarse en las atrocidades reales cometidas por quienes son designados como enemigos. Y estas atrocidades no van a desaparecer; todo lo contrario. A medida que el sistema capitalista se hunde en su decadencia y descomposición, serán cada vez más frecuentes y abominables. Como en el pasado, serán utilizados por cada sector de la burguesía para justificar sus propias atrocidades y las atrocidades futuras.
La indignación y la ira contra estas atrocidades son legítimas y normales en todo ser humano. Pero es importante que los explotados, los proletarios, sean capaces de resistir las sirenas de quienes los llaman a combatir y matar a los proletarios de otros países, o a morir en esos combates. Ninguna guerra en el capitalismo será jamás la que ponga fin a las guerras, las “últimas de las últimas”, como afirmaba la propaganda de los países de la Entente en 1914 o como afirmaba en 2003 el presidente Bush hijo, que predijo “una era de paz y prosperidad” tras la eliminación de Saddam Hussein (de hecho, la masacre de cientos de miles de iraquíes). La única manera de poner fin a las guerras y las atrocidades que causan es acabar con el sistema que las crea, el capitalismo. Cualquier otra perspectiva sólo preserva la supervivencia de este sistema bárbaro.
(Fabienne, 24-11-2023)
1 Revista Internacional nº 155. El articulo original en nuestra prensa francesa “Naissance de la démocratie totalitaire”, en español se publicó con el título “La propaganda durante la Primera Guerra Mundial [21]”.
2 La utilización por parte del Campo del BIEN americano de la bomba atómica que arrasó las ciudades de Hiroshima (6 de agosto de 1945 – entre 103 mil y 220 mil muertos según diferentes estimaciones) y Nagasaki (9 de agosto – de 90 mil a 140 mil muertos) no podría evidentemente justificarse por el exterminio de los judíos por parte de las autoridades japonesas, pero sí hay que darle una vocación “humanitaria”. De hecho, según las autoridades estadounidenses, ayudó a salvar un millón de vidas en ambos bandos al acelerar el fin de la guerra. Esta es una de las mentiras más atroces sobre la Segunda Guerra Mundial. De hecho, incluso antes de estos bombardeos, el gobierno japonés estaba dispuesto a capitular con la condición de que el emperador Hirohito conservara su trono. Las autoridades estadounidenses rechazaron entonces esta condición. Era absolutamente necesario que pudieran utilizar la bomba atómica para comprender mejor el “rendimiento” de esta nueva arma y, sobre todo, para enviar un mensaje de intimidación a la Unión Soviética, que el gobierno estadounidense predijo sería el próximo enemigo. Por su parte, Hirohito permaneció en su trono hasta su muerte el 7 de enero de 1989, sin ser nunca preocupado por las autoridades estadounidenses a pesar de que su participación personal en los crímenes de los ejércitos japoneses estaba claramente establecida. Una última aclaración: si la capital de Japón, Tokio, no recibió una bomba atómica es porque ya fue prácticamente arrasada por múltiples bombardeos “clásicos” (con uso intensivo de bombas incendiarias), y en particular los de de marzo de 1945 que provocó tantas muertes como la de Hiroshima.
3 Este artículo se basa en particular en el libro “ La historia de Joël Brand” (Éditions du Seuil, 1957, traducido del alemán: Die Geschichte von Joel Brand , Verlag Kiepenheuer & Witsch, Köln-Berlin, 1956) que describe las aventuras de este judío húngaro que organizó la fuga de los judíos perseguidos por los nazis. En mayo de 1944, Adolf Eichmann encargó a Brandt transmitir a los aliados una propuesta para la “entrega” de cientos de miles de judíos, propuesta rechazada por las autoridades británicas.
4 Referencia a la sublevación de la población de Sétif el 8 de mayo de 1945, el mismo día de la firma del armisticio, sofocada con extrema violencia por el gobierno francés, en la que participó el Partido "Comunista" dirigido por Maurice Thorez.
5 La Tendencia Comunista Internacionalista ha publicado en su sitio web un artículo que trata las mismas cuestiones abordadas en nuestro presente artículo:-La hipocresía imperialista en Oriente y Occidente [22]. Este es un artículo excelente que damos la bienvenida y animamos a nuestros lectores a consultarlo.
La primera parte de este artículo1 describía el ascenso del poderío del imperialismo estadounidense que, en la fase decadente del capitalismo, llegó a ser el imperialismo dominante, líder del bloque occidental que acabó triunfando sobre el bloque rival soviético a finales de la década de 1980. En la introducción de esa primera parte ya señalamos que "el colapso del bloque del Este marcó el inicio de una fase terminal en la evolución del capitalismo: la descomposición social", que no sólo aceleraría el enlodamiento del sistema burgués en un mayor caos y barbarie, sino que también conduciría al declive del liderazgo estadounidense. La segunda parte de este artículo se centrará precisamente en poner de relieve este proceso, que comenzó en la década de 1990: "En 30 años de putrefacción de la sociedad burguesa, los USA se han convertido en un factor de agravación del caos. Su liderazgo mundial no se recuperará por mucho que así lo proclame el equipo de Biden en sus discursos. No es una cuestión de deseos. Son las características de esta fase final del capitalismo las que determinan las tendencias que éste se ve obligado a seguir y que conducen inexorablemente al abismo si el proletariado no es capaz de ponerle fin mediante la revolución comunista mundial"2.
La implosión del bloque del Este marcó la apertura de un periodo de descomposición para el capitalismo, un periodo en el que se ha producido una aceleración dramática del deterioro de diversos componentes del cuerpo social en un ‘cada uno a la suya’ y un caos creciente. sálvese quien pueda", y una inmersión en el caos. Si hay un ámbito en el que esta tendencia se vio inmediatamente confirmada fue el de las tensiones imperialistas: "El fin de la 'Guerra Fría' y la desaparición de los bloques sólo sirvieron para exacerbar el estallido de los antagonismos imperialistas característicos de la decadencia capitalista, y para agravar, de un modo cualitativamente nuevo, el caos sangriento en que se hunde el conjunto de la sociedad (...)"3.
De hecho, la desintegración total del bloque soviético condujo también a la implosión de la propia Unión Soviética y, como corolario, a la desintegración del bloque rival estadounidense. El texto de orientación "Militarismo y descomposición" [28]4 examina la repercusión que la entrada del capitalismo decadente en su periodo de descomposición supuso para el desarrollo del imperialismo y el militarismo. Comienza señalando que la desaparición de los bloques no pone en cuestión la existencia del imperialismo y del militarismo, sino que por el contrario estos se vuelven más bárbaros y caóticos: "En efecto, no es la formación de bloques imperialistas lo que está en el origen del militarismo y del imperialismo. Todo lo contrario: la constitución de bloques no es más que la consecuencia extrema (que, hasta cierto punto, puede agravar las causas mismas), una manifestación (no es necesariamente la única) del hundimiento del capitalismo decadente en el militarismo y la guerra. (...) el fin de los bloques sólo abre la puerta a una forma de imperialismo aún más bárbara, aberrante y caótica”5
Esta exacerbación de la barbarie bélica se va a expresar más concretamente a través de dos grandes tendencias, que han marcado el desarrollo del imperialismo y del militarismo durante las tres últimas décadas.
Un primer rasgo importante es la explosión de las apetencias imperialistas en todos los frentes, que tendrá como consecuencia la multiplicación de las tensiones y de las fuentes de conflicto: "La diferencia con el período que acaba de terminar es que estas desavenencias y antagonismos, antes contenidos y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, aflorarán ahora (...) como consecuencia de la desaparición de la disciplina impuesta por la existencia de los bloques. Es probable que estos conflictos sean más violentos y numerosos, particularmente, por supuesto, en aquellas zonas donde el proletariado es más débil 6. Tal multiplicación de los antagonismos es también un obstáculo importante para la reconstitución de nuevos bloques en el período actual.
La segunda tendencia resultante de esta exacerbación del ‘cada uno a la suya’ es la explosión de un caos sangriento y, como corolario, las tentativas de contenerlo, factores ambos de agravamiento de la barbarie guerrera: "El caos que reina ya en gran parte del mundo, y que amenaza ahora a los principales países desarrollados y a sus relaciones mutuas, (...) se sitúa ahora en la tendencia al caos generalizado propia de la fase de descomposición, y a la que el hundimiento del bloque del Este ha dado un impulso considerable. No queda otra salida al capitalismo, en su intento de mantener en su sitio las diversas partes de un cuerpo que tiende a disgregarse, que la imposición de un corsé de hierro constituido por la fuerza de las armas. En este sentido, los mismos medios que utiliza para intentar contener un caos cada vez más sangriento representan un factor de agravamiento considerable de la barbarie bélica del capitalismo"7.
En efecto, frente al predominio de esta tendencia histórica al ‘cada uno a la suya’, los Estados Unidos, única superpotencia restante, llevó a cabo una política destinada a contrarrestar esta tendencia y a mantener su declinante estatus, sacando partido sobre todo de su abrumadora superioridad militar para imponer su liderazgo en el mundo y en particular a sus ‘aliados’: "Confirmados como única superpotencia restante, los EE.UU. harían todo lo que estuviera en su mano para asegurarse que ninguna nueva superpotencia - en realidad ningún nuevo bloque imperialista - pudiera surgir para desafiar su ‘Nuevo Orden Mundial’” 8 . Así, la historia de los últimos 35 años se ha caracterizado no sólo por la explosión del ‘sálvese quien pueda’, sino también por los continuos intentos de EEUU de mantener su posición hegemónica en el mundo y contrarrestar el inevitable declive de su liderazgo. Sin embargo, estas incesantes iniciativas por parte de EE. UU. para mantener su liderazgo frente a las amenazas venidas de todas partes no han hecho más que acentuar el caos y el hundimiento en el militarismo y la barbarie, de los que Washington es, en última instancia, el principal instigador. Además, estas iniciativas han dado lugar a disensiones internas en el seno de la burguesía norteamericana sobre la política a seguir, que se han acentuado con el paso del tiempo.
Vista la desaparición de los bloques y la intensificación del caos, el presidente estadounidense George W. Bush padre permitió la invasión de Kuwait por fuerzas iraquíes, lo que posibilitó que Washington movilizará una amplia coalición militar internacional liderada por Estados Unidos para “castigar” a Sadam Husein.
La 1ª Guerra del Golfo (1991) pretendía, en realidad, dar un “ejemplo” a un mundo cada vez más sumido en el caos y el ‘cada uno a la suya’. Lo que quería el gendarme mundial estadounidense era imponer un mínimo de orden y disciplina, principalmente en los países más importantes del antiguo bloque occidental. La única superpotencia que seguía en pie buscaba imponer a la ‘comunidad internacional’ un ‘nuevo orden mundial’ bajo su égida, pues era la única que tenía los medios para hacerlo, pero también porque era quién más tiene que perder con el desorden mundial: “En 1992 Washington adoptó una orientación muy clara y consciente para guiar su política imperialista en el período posterior a la Guerra Fría, basada en ‘un compromiso fundamental de mantener un mundo unipolar en el que Estados Unidos no tenga ningún competidor similar. No permitirá que ninguna coalición de grandes potencias de la que Estados Unidos esté ausente, pueda alcanzar la hegemonía” (Prof. G.J. Ikenberry, en ‘Foreign Affairs’, Sept/Oct. 2002, p.49). Tal política trata de impedir el auge de ninguna potencia en Europa o Asia, que pueda desafiar la supremacía estadounidense, y servir de polo de reagrupamiento para la formación de un nuevo bloque imperialista. Esto se estableció ya en la declaración política de la Guía de Planificación de la Defensa de 1992, redactada por Rumsfeld en 1992, en el último año de la primera administración Bush, que diseñaba esta nueva gran estrategia”9.
En realidad, la política de Bush padre lejos de instaurar en el planeta un ‘nuevo orden mundial’ controlado por Washington, no significaba más que una tentativa desesperada de Estados Unidos para contener la expansión vertiginosa del ‘cada uno a la suya’ y conduciría, fundamentalmente, a una acentuación del caos y las guerras. Apenas seis meses después de la Guerra del Golfo, el estallido de la guerra en Yugoslavia confirmó ya que ese ‘nuevo orden mundial’ no estaría dominado por los estadounidenses, sino por un creciente ‘cada uno a la suya’.
La sangrienta guerra civil resultante de la desintegración de la antigua Yugoslavia (1995-2001) vio como afloraban y chocaban los apetitos imperialistas de varios de los “aliados” del antiguo bloque estadounidense: Francia e Inglaterra apoyaron a Serbia, Alemania a Croacia y Turquía a Bosnia: “El conflicto de la antigua Yugoslavia confirma, por último, otro de los grandes rasgos de la situación mundial: los límites de la eficacia de la operación “Tormenta del Desierto” de 1991, destinada a afirmar el liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Como ya afirmó la CCI en su momento, el principal destinatario de esta operación a gran escala no era el régimen de Sadam Husein, ni siquiera otros países de la periferia que podrían haber estado tentados de imitar a Iraq. Para Estados Unidos, el objetivo principal era asentar y reafirmar su papel de ‘gendarme mundial’ frente a las convulsiones derivadas del desmoronamiento del bloque ruso y, en particular, obtener la obediencia de las demás potencias occidentales que, con el fin de la amenaza del Este, pretendían ir a su aire. Pocos meses después de la guerra del Golfo, el estallido de los conflictos en Yugoslavia demostró que esas mismas potencias, y Alemania en particular, estaban decididas a hacer prevalecer sus intereses imperialistas sobre los de Estados Unidos”10. Apretando más y más al mundo con el corsé de acero del militarismo y la barbarie guerrera, desplegando tropas primero con Croacia, y luego en Bosnia contra Serbia, fue como el Presidente Clinton contrarrestó los apetitos imperialistas de los países europeos imponiendo la ‘Pax Americana’ en la región bajo su autoridad (Acuerdos de Dayton, diciembre de 1995).
En vez de atenuar los desafíos al liderazgo estadounidense y los diversos apetitos imperialistas, la Operación Tormenta del Desierto exacerbó la polarización. Así, los muyahidines que habían combatido contra los rusos en Afganistán acabaron levantándose contra los “cruzados” estadounidenses (formación de Al Qaeda bajo el liderazgo de Osama Bin Laden) e, inspirados por el fracaso de la intervención estadounidense en Somalia (operación ‘Restaurar la Esperanza’ de 1993-1994), iniciaron una campaña de atentados yihadistas antiamericanos desde finales de 1998. Tras el fracaso del ejército israelí en su invasión del sur del Líbano, la derecha israelí llegó al poder en 1996 (primer gobierno de Netanyahu) contrariando los deseos del gobierno estadounidense que había apostado más bien por Shimon Peres. Desde ese momento esa derecha de línea dura ha hecho todo lo posible por sabotear el ‘proceso de paz’(Acuerdos de Oslo entre Israel y Palestina), que había sido uno de los mayores éxitos de la diplomacia de Washington en la región. Por último, la masacre de cientos de miles de tutsis y hutus en Ruanda en l994, en la guerra de clanes en que cada uno de ellos estuvo apoyado por el imperialismo occidental, representó una manifestación dramática del resultado de la intensificación del ‘cada uno a la suya’ imperialista.
Una de las expresiones más obvias de contestación al liderazgo estadounidense fue el estrepitoso fracaso, en febrero de 1998, de la Operación Trueno del Desierto, destinada a infligir un nuevo ‘castigo’ a Iraq y, más allá de Iraq, a las potencias que lo apoyaban bajo cuerda, en particular Francia y Rusia. La obstrucción por Sadam Husein de las visitas de los inspectores internacionales a los ‘emplazamientos presidenciales’ animó a la superpotencia a un nuevo intento de afirmar su autoridad por la fuerza de las armas. Pero esta vez, y a diferencia de los ataques con misiles contra Iraq de 1996, tuvo que desistir de su empresa ante la decidida oposición de casi todos los Estados árabes, la mayoría de las grandes potencias, contando con el único (y tímido) apoyo de Gran Bretaña. El contraste entre la ‘Tormenta del Desierto’ y la operación ‘Trueno del Desierto’ puso de manifiesto la crisis cada vez más profunda del liderazgo estadounidense. Por supuesto, Washington no necesita el permiso de nadie para atacar cuando y donde quiera (como hizo a finales de 1998 con la operación “Zorro del Desierto”). Pero al actuar así, los Estados Unidos alimentaban la tendencia al ‘cada uno a la suya’ que pretendían contrarrestar, tal y como lograron momentáneamente durante la Guerra del Golfo. Peor aún: por primera vez desde el final de la guerra de Vietnam, la burguesía estadounidense (los partidos republicano y demócrata) se mostró incapaz de presentarse unida frente al exterior, pese a encontrarse en una situación de guerra.
La erosión de la capacidad de la burguesía estadounidense para gestionar adecuadamente el juego político se hizo evidente al final de la “Guerra Fría”, y cuando el capitalismo entró en un periodo de descomposición a principios de los años 90, especialmente a través de la candidatura “independiente” de Ross Perot en el 1992 y 96. “Esta tendencia general de la burguesía a perder el control de sus propias políticas fue uno de los factores primordiales del colapso del bloque del Este; y este colapso sólo puede acentuar la tendencia:
por el consiguiente agravamiento de la crisis económica;
por la desintegración del bloque occidental que implica a su vez la desaparición de su rival;
porque la desaparición temporal de la perspectiva de guerra mundial exacerbará las rivalidades entre las diferentes facciones burguesas (entre facciones nacionales especialmente, pero también entre camarillas en el seno de los estados nacionales”11
Esta tendencia a la pérdida de control del juego político saltó a la palestra en 1998, en plena Operación Zorro del Desierto. El ‘impeachment’ contra Clinton, que se intensificó durante tal operación, mostró hasta qué punto los políticos estadounidenses, inmersos en conflictos internos, dieron crédito a la propaganda de los enemigos de Estados Unidos que afirmó que Clinton había decidido intervenir militarmente en Irak por motivos personales (tapar el escándalo del “Monicagate”).
En 1998, la Resolución del congreso de nuestra sección en Francia, analizó lúcidamente el fracaso de la Operación Trueno del Desierto: “Aunque EE.UU. no ha tenido recientemente la oportunidad de utilizar su poderío militar y de implicarse directamente en este 'caos sangriento', se trata únicamente de una situación temporal, especialmente porque no puede dejar pasar el fracaso diplomático sobre Irak sin una respuesta"12.
Con la llegada al poder de George W. Bush hijo y su equipo de "neoconservadores" – neocons - (el vicepresidente D. Cheney, el secretario de Defensa D. Rumsfeld, su adjunto Paul Wolfowitz y J. Bolton), Washington centró su atención en los llamados "Estados gamberros" tales como Corea del Norte, Irán e Irak, que amenazarían el orden mundial con sus políticas agresivas y su apoyo al terrorismo. Los atentados de Al Qaeda en suelo estadounidense el 11 de septiembre de 2001 llevaron al Presidente Bush hijo a proclamar una ‘cruzada contra el terrorismo’ y a lanzar un a " y a lanzar una "Guerra contra el Terror", que desembocó en la invasión de Afganistán y, sobre todo, de Irak en 2003. Pero, a pesar de las presiones norteamericanas y la utilización de ‘fake news’ en Naciones Unidas para intentar movilizar a la ‘comunidad internacional’ en pro de una operación militar contra el “Eje del Mal”, los USA no lograron finalmente alinear a los demás imperialistas contra Sadam y tuvo que invadir Irak prácticamente en solitario, con la Inglaterra de Tony Blair como único aliado significativo: "Si bien los atentados del 11 de septiembre permitieron a Estados Unidos arrastrar a países como Francia y Alemania a su intervención en Afganistán, en cambio no consiguió arrastrarlos a su aventura iraquí en 2003; de hecho, incluso provocó el surgimiento de una alianza circunstancial entre estos dos países y Rusia contra la intervención en Iraq. Más tarde, algunos de sus principales aliados en la "coalición" que intervino en Iraq, como España e Italia, abandonaron el barco que se hundía. La burguesía estadounidense no consiguió ninguno de sus objetivos oficiales en Iraq: ni la eliminación de las "armas de destrucción masiva" y el establecimiento de una "democracia" pacífica; ni la estabilidad y el retorno a la paz en toda la región bajo la égida de Estados Unidos o la atenuación del terrorismo; ni la adhesión de la población estadounidense a las intervenciones militares de su gobierno"13 .
A pesar de un despliegue colosal de soldados, armas y recursos financieros, estas intervenciones atolondradas de los ‘neocons’ condujeron a un punto muerto y a un fiasco final refrendado con las retiradas de Irak (2011) y Afganistán (2021). Y sobre todo destacaron que la pretensión de EE.UU. de jugar a ser el "sheriff mundial" no ha hecho sino intensificar el caos bélico y bárbaro: "El ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono por parte de Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001, y la respuesta militar unilateral de la administración Bush, abrieron aún más la caja de Pandora de la descomposición: con el ataque y la invasión de Irak en 2003, desafiando todas las convenciones y organismos internacionales y sin contar con la opinión de sus principales ‘aliados’, la primera potencia mundial pasó de ser el gendarme del orden mundial al principal agente del ‘cada uno a la suya’ y el caos. La ocupación de Irak y la posterior guerra civil en Siria (2011) agitarían poderosamente el ‘cada uno a la suya’ imperialista, no sólo en Oriente Medio sino en todo el mundo"14. Esta apertura de la caja de Pandora de la descomposición se manifestó en particular por la multiplicación de los atentados terroristas en las metrópolis occidentales (Madrid, 2004, Londres, 2005) y por un auge incontenible de las ambiciones imperialistas de las distintas potencias - China y Rusia, por supuesto, e Irán, cada vez más osado y agresivo -, pero también Turquía, Arabia Saudita, e incluso los Emiratos del Golfo y Qatar, dando lugar a conflictos sangrientos como las guerras civiles en Libia y Siria ya en 2011, y en Yemen a partir de 2014, la aparición de organizaciones terroristas especialmente crueles tales como Estado Islámico, lo que provocó una nueva oleada de atentados, y la "crisis de los refugiados" causada por el éxodo repentino e incontrolado de millones de personas personas indocumentadas y apátridas hacia Europa desde 2015.
El evidente estancamiento de la política estadounidense y la aberrante carrera belicista desenfrenada hacia la barbarie bélica expresan el claro debilitamiento del liderazgo mundial de Estados Unidos. Pero también se evidencian más que nunca las contradicciones y divisiones entre las distintas facciones de la burguesía estadounidense. Ya G. Bush hijo había ganado la presidencia a través de unas ‘elecciones robadas’, que ilustraban la naturaleza inestable del aparato democrático estadounidense: su oponente, Al Gore, obtuvo 500.000 votos más que él, pero la decisión respecto a la distribución final de los votos no se produjo hasta 36 días después, más concretamente en Florida, donde el hermano de Bush era gobernador: "Un popular correo electrónico parodiando las elecciones comenzó a circular por Internet. Se preguntaba qué dirían los medios de comunicación si en una nación africana se celebraran unas elecciones controvertidas en las que el candidato ganador fuera el hijo de un presidente anterior, que anteriormente había sido director de las fuerzas de seguridad del Estado (CIA), y en las que la victoria se determinó por un recuento disputado de las papeletas en una provincia gobernada por un hermano del candidato presidencial"15 Los vericuetos de las elecciones de 2000 fueron un claro indicio de la dificultad de la burguesía para gestionar su sistema político frente a tendencias centrífugas cada vez más evidentes.
Y más aún cuando facciones vinculadas al fundamentalismo cristiano han empezado a hacer sentir su presencia en la escena política estadounidense. Ya presentes en el Partido Republicano durante la era Reagan, se hicieron más fuertes y radicales en los estados rurales’ a consecuencia de un caos y desesperación crecientes. Así surgió el llamado "Tea Party" que jugaría un papel importante en torpedear los planes de la administración Obama, acusando a este presidente de "marxista" y "agente musulmán". El Tea Party no estaba formado sólo por fundamentalistas cristianos, sino también por supremacistas blancos, activistas antiinmigración, miembros de milicias, etc., todo un cóctel que se infiltró en el Partido Republicano y amenazó cada vez más la estabilidad del sistema político. Federadas por una feroz oposición al “establishment de Washington", estas facciones forman la corriente de fondo de la oleada populista sobre la que más tarde surfearía Donald Trump.
Estas tensiones centrífugas en el seno de la burguesía estadounidense se pusieron netamente de manifiesto ante la huida hacia adelante que supuso la catastrófica aventura iraquí adoptada por la administración Bush hijo, para tartar de asegurar el mantenimiento de la supremacía estadounidense: "El acceso [en 2001] de los 'neocons' a la cabeza del Estado norteamericano representa una verdadera catástrofe para la burguesía de ese país. La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿cómo fue posible que la primera burguesía del mundo llamara a esta banda de aventureros irresponsables e incompetentes para que se hicieran cargo de la defensa de sus intereses? ¿Qué hay detrás de esta ceguera de la clase dominante del primer país capitalista? De hecho, la llegada del equipo de Cheney, Rumsfeld y compañía a las riendas del Estado no ha sido el simple resultado de un monumental error de ‘casting’ de la clase dominante. Ha empeorado considerablemente la situación de los EE.UU. en el plano imperialista, pero ya era la expresión del callejón sin salida al que se enfrentaban los EE.UU. dado el creciente debilitamiento de su liderazgo y, más en general, el desarrollo del ‘cada uno a la suya’ en las relaciones internacionales que caracteriza la fase de descomposición”16
La administración Obama intentó mitigar las catastróficas consecuencias del unilateralismo aventurero promovido por Bush hijo. Al tiempo que recordaba al mundo la absoluta superioridad tecnológica y militar de Estados Unidos mediante la ejecución de Bin Laden en 2011 a través de una espectacular operación de comandos en Pakistán, trató de reavivar el multilateralismo implicando a los "aliados" de Washington en la aplicación de la política estadounidense. Sin embargo, fue incapaz de contrarrestar realmente la explosión de las respectivas ambiciones imperialistas: China llevó a cabo su expansión económica e imperialista mediante el despliegue de las "Nuevas Rutas de la Seda" a partir de 2013; en cuanto a Alemania, aunque evitó cualquier confrontación directa con Estados Unidos, dada la abrumadora superioridad militar de Washington, reforzó notablemente sus pretensiones mediante una creciente colaboración económico-energética con Rusia. Francia y Gran Bretaña, por su parte, tomaron la iniciativa de intervenir en Libia para derrocar a Gadafi; Rusia e Irán reforzaron sus posiciones en Oriente Medio aprovechando la guerra civil en Siria. Por último, en Ucrania, dad la victoria de los partidos prooccidentales en la "Revolución Naranja", Putin ocupó militarmente Crimea y apoyó a las milicias prorrusas en el Donbass en 2014. Ante el ascenso de China como principal retador amenazante de la hegemonía estadounidense, se produjo un intenso debate en el seno de la administración Obama, el aparato estatal y la burguesía estadounidense en general sobre cómo reorientar su estrategia imperialista.
En resumen: "La política de imposición puesta en práctica durante los dos mandatos de Bush hijo, ha ocasionado no sólo al caos en Irak, que no está ni mucho menos superado, sino también al creciente aislamiento de la diplomacia estadounidense... Pero la política de ‘cooperación’ impulsada por los demócratas no garantiza realmente la lealtad de las potencias que Estados Unidos está tratando de asociar a sus empresas militares, sobre todo porque da a estas potencias un margen de maniobra más amplio para anteponer sus propios intereses"17.
Cuando ya ser ‘gendarme mundial’ suponía despilfarrar ingentes presupuestos, con enormes despliegues militares en todo el mundo (con soldados sobre el terreno) y las consiguientes pérdidas; y en un momento en que las masas trabajadoras no estaban dispuestas a dejarse engañar (véanse las enormes dificultades de Bush hijo para reclutar soldados para la guerra de Irak), Donald Trump resultó elegido presidente en 2016 tras una campaña centrada en el lema ‘America First‘ (Norteamérica primero), que representaba esencialmente un reconocimiento oficial del fracaso de la política imperialista estadounidense durante los últimos 25 años, y un reenfoque de esa política hacia los intereses inmediatos de Estados Unidos: "La formalización por parte de la administración Trump del principio de defender únicamente sus intereses como Estado nacional y la imposición de relaciones de poder beneficiosas para ellos como base principal de las relaciones con los demás Estados, confirma y extrae consecuencias del fracaso de la política de los últimos 25 años de lucha contra la tendencia al ‘cada uno a la suya’ como guardián mundial defensor del orden mundial heredado de 1945." 18
El "America First" puesto en práctica por el populista Trump fue de la mano de una "vandalización" de las relaciones entre las distintas potencias. Tradicionalmente, y para garantizar un cierto orden en las relaciones internacionales, los Estados basaban su diplomacia en un principio, resumido en la fórmula latina: "pacta sunt servanda" – o sea, los tratados, los acuerdos, deben respetarse -. Cuando firmas un acuerdo global -o multilateral-, se supone que debes respetarlo, al menos en apariencia. Estados Unidos, bajo Trump, estaba aboliendo esta convención: "Firmo un tratado, pero puedo abolirlo mañana". Esto ocurrió con Pacto Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), el Acuerdo de París sobre cambio climático, el tratado nuclear con Irán y el acuerdo final sobre la reunión del G7 en Quebec. En su lugar, Trump abogó por negociaciones entre Estados, lo que favorecía el chantaje económico, político y militar para imponer los intereses estadounidenses (véase la amenaza de represalias contra las empresas europeas que inviertan en Irán). "El comportamiento vandálico de Trump, capaz de desdecirse de la noche a la mañana de los compromisos internacionales estadounidenses desafiando las reglas establecidas, representa un nuevo y poderoso factor de incertidumbre, que impulsa aún más el ‘todos contra todos’. Es un indicio más de la nueva etapa en que el capitalismo se hunde aún más en la barbarie y en un abismo de militarismo sin trabas" 19.
Las imprevisibles decisiones, las amenazas y trucos de póquer de Trump tuvieron los siguientes efectos:
* minaron la fiabilidad de EE. UU. como aliado: Las fanfarronadas, los faroles y los repentinos cambios de posición de Trump ridiculizaron a EEUU y además hicieron que cada vez menos países confiaran en él. En Europa, Trump puso en entredicho a la OTAN, se opuso abiertamente a la UE y, más concretamente, a la política de Alemania;
* acentuaron el declive de la única superpotencia: el atasco de la política estadounidense se marcó más con las acciones de la administración Trump. Durante el G20 de 2019, el aislamiento de Estados Unidos fue evidente en cuestiones climáticas y en la guerra comercial. Además, la implicación de Rusia en Siria para salvar a Assad hizo retroceder a EE. UU. y reforzó la agresividad militar y la capacidad de Moscú de crear problemas en todo el mundo. Y mientras, EE. UU. se mostraba incapaz de contener la emergencia de China que ha pasado de simple "outsider" a principios de los 90 a serio aspirante, presentándose como el campeón de la globalización a través de la expansión de las "Nuevas Rutas de la Seda".
* desestabilizó la situación mundial incrementando las tensiones imperialistas. Así se pudo apreciar en Oriente Medio, donde Estados Unidos se desentendió de una implicación demasiado directa sobre el terreno, lo que exacerbó la acción centrífuga de diversas potencias, grandes y pequeñas, de Irán a Arabia Saudí, de Israel a Turquía, de Rusia a Qatar, cuyos apetitos imperialistas divergentes chocan constantemente. La política de Washington se ha convertido más que nunca en un factor directo de agravación del caos a escala mundial. En consecuencia, "La situación actual se caracteriza por tensiones imperialistas por doquier y por un caos cada vez menos controlable; pero, sobre todo, por su carácter altamente irracional e imprevisible, vinculado al impacto de las presiones populistas, en particular al hecho de que la potencia más fuerte del mundo esté dirigida hoy por un presidente populista de reacciones temperamentales"20.
Sin embargo, bajo la administración Trump, la política estadounidense estableció una polarización cada vez más clara contra China, tratando de contener y trabar el auge ascenso del aspirante chino. Ya en 2011, la administración Obama había decidido dar más importancia estratégica a la confrontación con China que a la ‘guerra contra el terror’: "Este nuevo enfoque, denominado "pivote asiático", fue anunciado por el presidente estadounidense durante un discurso ante el Parlamento australiano el 17 de noviembre de 2011"21. Si bien la emergencia de Estado Islámico durante el mandatos de Obama cuestionó la reorientación estratégica de la política imperialista estadounidense hacia Extremo Oriente, ésta se afianzó claramente bajo Trump, a pesar de un último intento de resistencia de los partidarios de la ‘cruzada contra los Estados canallas’ como Irán (casos del secretario de Estado Pompeo y J. Bolton). La "Estrategia de Defensa Nacional" (NDS, por sus siglas en inglés), publicada en febrero de 2018, afirmaba que "la guerra global contra el terrorismo se suspende" mientras que la "competencia de grandes potencias" se convierte en una orientación cardinal”22. Y esto implicó un cambio importante en la política estadounidense:
La guerra comercial con China se intensificó con objeto de frenar su expansión económica e impedirle desarrollar sectores estratégicos que amenazaran directamente la hegemonía estadounidense.
EE. UU. relanzó la carrera armamentística (desentendiéndose de los acuerdos multilaterales de control de armamento INF y START) con el fin de mantener su ventaja tecnológica y agotar a sus rivales (siguiendo la probada estrategia que llevó al colapso de la URSS). Se crea un sexto componente del ejército estadounidense, destinado al "dominio del espacio", para contrarrestar las amenazas de los satélites chinos.
Sea como fuere, "La defensa de sus intereses como Estado nacional significa ahora abrazar la tendencia al ‘cada uno a la suya’ que domina las relaciones imperialistas: Estados Unidos pasa de ser el gendarme del orden mundial a ser el principal agente del ‘cada uno a la suya’, del caos y del cuestionamiento del orden mundial establecido desde 1945 bajo sus auspicios."23 .
La llegada de Trump al poder hizo patente la enorme dificultad de la burguesía de la primera potencia mundial para "gestionar" su circo electoral y contener las tendencias centrífugas que crecen en su seno: "La crisis de la burguesía estadounidense no surge como resultado de la elección de Trump. En 2007, el Informe ya señalaba la crisis de la burguesía estadounidense explicando: ‘Es ante todo esta situación objetiva - una situación que impide cualquier estrategia a largo plazo por parte de única potencia superviviente - la que llevó a elegir y reelegir a un régimen tan corrupto, con un presidente santurrón y estúpido al frente [Bush hijo]. (...), la Administración Bush no es más que un reflejo de la situación sin salida del imperialismo estadounidense’ ("El impacto de la descomposición en la vida de la burguesía", un informe al 17º Congreso de la CCI). Sin embargo, la victoria de un presidente populista (Trump) conocido por tomar decisiones impredecibles no sólo sacó a la luz la crisis de la burguesía estadounidense, sino que también puso de relieve la creciente inestabilidad del aparato político de la burguesía estadounidense y la exacerbación de las tensiones internas" 24. Así pues, el vandalismo populista de Trump no hizo más que exacerbar las tensiones ya existentes en el seno de la burguesía estadounidense.
Una serie de factores llevaron tales tensiones al extremo: (a) La constante necesidad de tratar de embridar la imprevisibilidad de las decisiones presidenciales, pero sobre todo (b) la opción por parte de Trump de acercarse a Moscú, el viejo enemigo que no vaciló en interferir en la campaña electoral estadounidense (el llamado "Rusiagate"), una perspectiva totalmente inaceptable para una mayoría de la burguesía estadounidense, y (c) su negativa a aceptar el veredicto electoral. Estso factores se combinan y ponen de relieve una situación política explosiva en el seno de la burguesía estadounidense, así como su creciente incapacidad para controlar el circo político.
(a) la lucha incesante para tratar de "embridar" al presidente marcó toda la presidencia y se desarrolló en varios niveles: la presión ejercida por el Partido Republicano (votaciones fallidas sobre la derogación del Obamacare), la oposición a los planes de Trump por parte de sus ministros (el Fiscal General negándose a dimitir o los ministros de Asuntos Exteriores y el de Defensa "matizando" las palabras de Trump), una lucha constante por el control del personal de la Casa Blanca por parte de los "generales" (los ex generales McMaster y luego Mattis). Sin embargo, esta política de "contención" no evitó "deslices", como cuando Trump llegó a un ‘pacto’ con los demócratas para sortear la oposición republicana a elevar el techo de la deuda;
(b) Trump y una facción de la burguesía estadounidense se plantearon un acercamiento o incluso una alianza con la Rusia de Putin contra China, una política que contaba con partidarios en el seno de la administración presidencial, como el primer secretario de Estado Tillerson, el secretario de Comercio Ross o incluso el yerno del presidente, Kushner. Sin embargo, esta orientación encontró la oposición de amplios sectores de la burguesía estadounidense y la resistencia de la mayoría de las estructuras del Estado (el ejército, los servicios secretos), a los que no convencía en absoluto una política de este tipo tanto por razones históricas (peso del periodo de la "Guerra Fría") como por la injerencia rusa en las elecciones presidenciales ("Rusiagate" de nuevo). Mientras Trump jamás descartó una mejora de la cooperación con Rusia (sugiriendo, por ejemplo, reintegrar a Rusia en el foro del G7 de países industrializados), el enfoque de las facciones dominantes de la burguesía estadounidense, y encarnado hoy por la administración Biden, ha sido siempre el de ver a Rusia como una fuerza hostil al mantenimiento del liderazgo de Estados Unidos.
(c) Durante las elecciones presidenciales de noviembre de 2020, la oposición entre las facciones burguesas adquirió un tono casi insurreccional con acusaciones mutuas de fraude electoral, negándose finalmente Trump a reconocer los resultados de las elecciones. El 6 de enero de 2021, convocados por Trump, sus partidarios marcharon hacia el Parlamento, asaltándolo y ocupando el Capitolio, el "símbolo del orden democrático", para tratar de anular los resultados anunciados y declarar ganador a Trump. Las divisiones internas de la burguesía estadounidense se han agudizado hasta el punto de que, por primera vez en la historia, el presidente que se presenta a la reelección acusa al sistema del "país más democrático del mundo" de fraude electoral, al mejor estilo de una "república bananera".
A pesar del vandalismo e imprevisibilidad del populista Trump, a pesar de la creciente división en la burguesía norteamericana sobre cómo defender su liderazgo, la administración Trump adoptó una orientación imperialista en continuidad y coherencia con los intereses imperialistas fundamentales del Estado norteamericano, que están ampliamente consensuados entre los sectores mayoritarios de la burguesía norteamericana: defender la posición de líder indiscutible como primera potencia mundial de Estados Unidos y para ello desarrollar una actitud ofensiva hacia la retadora China. Esta polarización contra China, calificada de "amenaza constante" 25, se está convirtiendo sin duda en el eje central de la política exterior de J. Biden. Esta opción estratégica de Estados Unidos implica concentrar fuerzas para una confrontación militar y tecnológica con China. Si ya como ‘gendarme del mundo’, Estados Unidos exacerbó la violencia bélica, el caos y el ‘cada uno a la suya’, la polarización actual hacia China no es menos destructiva. Todo lo contrario. Esta agresión se manifiesta
- en el plano político, a través de campañas democráticas en defensa de los derechos de los uigures, de las “libertades” en Hong Kong, la defensa de la democracia en Taiwán, o a través de acusaciones sistemáticas de espionaje y piratería informática contra China, con fuertes medidas de represalia;
- en el plano económico, a través de leyes y decretos como la Inflation Reduction Act y la Chips in USA Act, que someten las exportaciones de productos de empresas tecnológicas chinas (por ejemplo, Huawei) a Estados Unidos a fuertes restricciones en términos de aranceles proteccionistas y sanciones contra la competencia desleal, pero que sobre todo imponen un bloqueo a la transferencia de tecnología e investigación a Pekín;
- en el plano militar, mediante demostraciones de fuerza bastante explícitas y espectaculares destinadas a intimidar a China: la proliferación de maniobras militares de la flota estadounidense y sus aliados en el mar de China Meridional, la promesa de Biden de apoyar militarmente a Taiwán en caso de agresión china, el establecimiento de un cordón sanitario en torno a China mediante acuerdos de apoyo militar (el AUKUS, entre Estados Unidos, Australia y Gran Bretaña), alianzas claramente dirigidas contra China (como el Quad, en el que participan Japón, Australia e India), pero también mediante la reactivación de alianzas bilaterales o la firma de otras nuevas con Corea del Sur, Filipinas o Vietnam.
Por otra parte, la considerable fragmentación del aparato político estadounidense ha ido incluso a más a pesar de la victoria presidencial demócrata y la nominación de J. Biden. Las elecciones de mitad de mandato de 2022, la candidatura de Trump a un nuevo mandato y las tensiones entre demócratas y republicanos en el Congreso han confirmado que las fracturas entre los partidos son más profundas y exacerbadas que nunca, como siempre, al igual que las desavenencias dentro de cada uno de los dos bandos. El peso del populismo y de las ideologías más retrógradas, marcadas por el rechazo del pensamiento racional y coherente, lejos de verse frenados por las campañas destinadas a marginar a Trump, han ganado peso e influencia persistente en el juego político estadounidense y tienden constantemente a obstaculizar la puesta en marcha de la ofensiva contra China.
Estas dos tendencias, por un lado, la intensificación de una ofensiva polarizada para provocar al contendiente chino, y, por otro, la acentuación del caos y el ‘cada uno a la suya’ que esto provoca, pero también las tensiones internas entre facciones de la burguesía estadounidense, marcan los dos grandes acontecimientos de las relaciones imperialistas de los últimos años: la sangrienta guerra en Ucrania y la carnicería entre Israel y Hamás.
La guerra en Ucrania pudo quizás ser iniciada por Rusia, pero ha sido la consecuencia de la estrategia de Estados Unidos de cercarla y asfixiarla. Con el estallido de esta guerra criminal, EE. UU. ha dado un golpe maestro intensificando su política agresiva contra potenciales retadores. "En Washington, muchos llevaban mucho tiempo esperando esto: una oportunidad para que Estados Unidos se acreditara como gran potencia en un duelo con un competidor importante, en lugar de operaciones inciertas contra fanáticos religiosos mal armados" 26 . De hecho, esta guerra expresa objetivos de mayor alcance que un simple freno a las ambiciones de Rusia: "La actual rivalidad ruso-estadounidense no se explica por un temor a que Moscú pueda dominar Europa, sino más bien por el comportamiento hegemónico de Washington" 27 .
Por supuesto, el objetivo inmediato de la trampa fatal tendida a Rusia es infligirle un gran debilitamiento del poderío militar que le queda y una rebaja radical de sus ambiciones imperialistas: "Queremos debilitar a Rusia de tal manera que ya no pueda hacer cosas como invadir Ucrania" (declaraciones del Secretario de Defensa estadounidense Lloyd Austin durante su visita a Kiev el 25.04.22)28 . La guerra también pretende demostrar la absoluta superioridad de la tecnología militar estadounidense sobre el rústico armamento de Moscú.
En segundo lugar, la invasión rusa sirvió para apretar las tuercas en el seno de la OTAN, controlada por Washington, obligando a los reticentes países europeos, y especialmente Alemania, a reunirse bajo la bandera de la Alianza, pues ya habían tendido a desarrollar una política propia hacia Rusia ignorando a la OTAN, de quién hace unos meses el presidente francés Macron había afirmado que estaba en "muerte cerebral".
Pero, el objetivo primordial de los estadounidenses era, sin duda, enviar una advertencia inequívoca a su principal contrincante, China ("esto es lo que os espera si os arriesgáis a intentar invadir Taiwán"). Culminaba así una década de creciente presión sobre el principal retador que amenaza el liderazgo estadounidense. La guerra debilitó al único socio de interés de China, el que en podía proporcionarle una contribución militar, y además puso en aprietos el proyecto de expansión económica e imperialista de Pekín, la Nueva Ruta de la Seda, uno de cuyos ejes principales pasaba por Ucrania.
Para Estados Unidos, los cientos de miles de víctimas civiles y militares, la extensión de la barbarie bélica a Europa Central, los riesgos de colapso nuclear y de caos económico mundial no son más que insignificantes "efectos colaterales" de su ofensiva para garantizar la preservación de su liderazgo.
Tras el ataque por sorpresa y las bárbaras masacres perpetradas por Hamás, y las sangrientas represalias de Israel, aplastando a decenas de miles de civiles bajo proyectiles y bombas, la presencia casi permanente de dirigentes estadounidenses en Tel Aviv (el presidente Biden visitó personalmente la zona, y el secretario de Estado A. Blinken y el secretario de Defensa L. Austin pasaron allí casi una semana) pone de manifiesto la perplejidad y la ansiedad de la superpotencia estadounidense por encontrar una forma de manejar la situación. Ejerciendo una presión permanente sobre el gobierno israelí y manteniendo al mismo tiempo el contacto con los gobiernos árabes, tratan de limitar la sed de venganza bárbara de Israel en Gaza y Cisjordania y evitar una conflagración generalizada en la región.
Aun cuando desde la era Obama Estados Unidos iniciara "pivote asiático", no ha renunciado a influir en Oriente Próximo y Oriente Medio. Los Acuerdos de Abraham, por ejemplo, pretendían establecer un sistema de alianzas entre Israel y varios países árabes - en particular Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos -, para contener las aspiraciones imperialistas de Irán, delegando en el Estado israelí la responsabilidad de mantener el orden en la región. Pero no tenían en cuenta las implicaciones del carácter cada vez más inestable de las alianzas y la arraigada tendencia al sálvese quien pueda. Pues la burguesía israelí ya no duda en anteponer sus propios intereses imperialistas a su tradicional lealtad a Estados Unidos. Mientras Washington favorecía una "solución" de dos Estados, Netanyahu y las facciones derechistas de la burguesía israelí, alentadas por Trump, multiplicaron las anexiones en Cisjordania, marginando completamente a los palestinos. Estaba claro que estaban jugando con fuego en la región, pero contaban con el apoyo militar y diplomático estadounidense en caso de que las tensiones se intensificaran. En consecuencia, Estados Unidos se encuentra ahora acorralado por Israel, obligado a apoyar las políticas irresponsables de Netanyahu y a alejarse de la estrategia del "pivote asiático", diseñada precisamente para desvincular a Estados Unidos de los interminables conflictos que asolan Oriente Próximo para que pudiera centrarse en contener al aspirante chino. Hoy, sin embargo, se ven obligados a enviar importantes fuerzas navales al Mediterráneo Oriental, intervenir en el Mar Rojo y reforzar sus contingentes en Irak y Siria.
La voluntariosa reacción de la administración Biden demuestra la poca confianza que tiene en la camarilla de Netanyahu y lo preocupada que está por la perspectiva de una conflagración catastrófica en Oriente Próximo. El conflicto palestino-israelí es un nuevo foco de dolor para la política imperialista estadounidense, que podría resultar calamitoso si se extiende. Washington tendría entonces que asumir una considerable presencia militar y apoyo a Israel, lo que sería sumamente gravoso para la economía estadounidense y para su apoyo a Ucrania y, más aún, sobre su estrategia para frenar la expansión de China. Además, la retórica propalestina de Turquía, miembro "díscolo” de la OTAN, también aumentará el riesgo de que se agraven los enfrentamientos, al igual que las virulentas críticas de países árabes como Egipto y Arabia Saudí. Así pues, Washington intenta evitar que la situación se le vaya de las manos... una pretensión totalmente perfectamente ilusoria a largo plazo, dada la desastrosa dinámica en la que se está hundiendo Oriente Próximo.
Y, mientras tanto, Estados Unidos se adentra en un periodo de campaña electoral y la desestabilización del aparato político estadounidense acentúa la incertidumbre sobre la orientación de sus políticas, tanto en el interior como en el exterior. Los recurrentes bloqueos en el Congreso confirman que las fracturas entre demócratas y republicanos son más profundas y agudas que nunca, al igual que las desavenencias dentro de cada uno de los dos bandos, como demuestran la complicada elección del presidente republicano de la Cámara de Representantes y el debate entre los demócratas sobre el impacto que puede tener la avanzada edad de J. Biden en su posible reelección. Al mismo tiempo, las campañas dirigidas a marginar a Trump (por ejemplo, las diversas demandas interpuestas contra él), sólo han servido para dividir a la sociedad estadounidense de forma cada vez más profunda y permanente, y hacer que "El Donald" sea más popular que nunca entre una franja considerable del electorado estadounidense.
La nueva candidatura presidencial de Trump para las elecciones de 2024 sigue contando con el apoyo de más del 30% de los estadounidenses (es decir, casi 2/3 de los votantes republicanos), y es con mucho la favorita para la nominación republicana. Esto ya está aportando una buena dosis de incertidumbre a la política de Estados Unidos y ello pesa en las políticas de Washington. En Ucrania, el apoyo militar masivo a Zelensky se ve ahora cuestionado por la negativa de la mayoría republicana a aprobar fondos para ese país, y Putin cuenta con que una reelección de Trump cambiará la situación en ese escenario, en Israel, Netanyahu y las facciones de derechas cuentan con un apoyo incondicional de la derecha religiosa republicana que contrarreste la política de la administración Biden, mientras esperan también el regreso del "mesías" Trump.
En resumen, la naturaleza impredecible de la política estadounidense desaconseja a los demás países a tomar al pie de la letra las promesas estadounidenses, y es en sí misma (junto a su política de polarización) un factor de intensificación del caos para el futuro.
Al igual que el enfrentamiento en Ucrania, la guerra de Gaza confirma la tendencia dominante en la situación imperialista mundial: una creciente irracionalidad alimentada, por un lado, por la tendencia de cada potencia imperialista a actuar por su cuenta y, por otro, por la salvaje política de la potencia dominante, Estados Unidos, que trata de contrarrestar su inevitable declive impidiendo la aparición de cualquier posible aspirante a serlo.
Sea cual sea el resultado de estos conflictos, la actual política de confrontación por parte de la administración Biden anda lejos de propiciar una atenuación de las tensiones o de imponer disciplina entre los buitres imperialistas. De hecho, esta política
- acentúa las tensiones económicas y militares con el imperialismo chino
- exacerba las contradicciones entre los imperialismos, ya sea en Europa Central o en Oriente Próximo;
- intensifica las contradicciones en el seno de las distintas burguesías, en Estados Unidos, Rusia, Ucrania e Israel, por supuesto, pero también en Alemania y China.
Contrariamente a la retórica de sus dirigentes, la política ofensiva y brutal de Estados Unidos se sitúa, pues, a la vanguardia de la barbarie militar y las tendencias destructivas de la descomposición.
Durante más de 30 años, la lucha del imperialismo estadounidense contra su inevitable decadencia se ha ido convirtiendo en el principal factor del aumento de las tensiones y el caos. El éxito inicial de la ofensiva estadounidense se basó en una característica que ya destacamos en el texto de orientación de la CCI en los años 90 sobre "Militarismo y descomposición" 29, a saber, la supremacía económica y sobre todo militar de EE. UU., que supera la suma de las potencias potencialmente competidoras. En la actualidad, EE. UU. explota al máximo esta ventaja en su política de polarización. Pero esto jamás ha conducido a un mayor orden y disciplina en las relaciones imperialistas, sino que, por el contrario, ha multiplicado los enfrentamientos militares, exacerbado el ‘cada uno a la suya’ sembrado la barbarie y el caos en muchas regiones (Oriente Medio, Afganistán, Europa Central, etc.), intensificado el terrorismo, provocando enormes oleadas de refugiados y multiplicado los apetitos de ‘tiburones’ pequeños y grandes.
Desde hace más de 30 años también, las crecientes tensiones políticas en el seno de la burguesía estadounidense han sido explotadas para mistificar la lucha del proletariado estadounidense, intentando movilizarlo en la lucha contra las "élites dominantes", intentando dividirlo en trabajadores "nativos" e "inmigrantes ilegales", o intentando movilizarlo en defensa de la democracia contra la derecha racista y fascista. En este contexto, las luchas obreras de 2022 y 2023 en EE. UU. son una clara expresión del rechazo de la clase obrera norteamericana a dejarse arrastrar al terreno burgués, y de su determinación a defenderse unida como clase explotada contra cualquier ataque a sus condiciones de vida y de trabajo.
20.12.2023 / R.H. & Marsan
1 https://es.internationalism.org/content/4688/los-estados-unidos-superpotencia-en-la-decadencia-del-capitalismo-hoy-epicentro-de-la [29]
3 Resolución sobre la Situación Internacional del 9º Congreso Internacional de la CCI. En Revista Internacional nº 67 (en francés) https://fr.internationalism.org/rinte67/congres.htm [30].
4 Revista Internacional nº 64, 1991 https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4045/revista-internacional-n-64-1er-semestre-de-1991 [31],
5 Texto de orientación Militarismo y Descomposición [28]. Revista Internacional nº 64, 1991
8 Resolución sobre la Situación Internacional del 15º Congreso Internacional de la CCI [32], en francés. Revista Internacional nº113, 2003
9 Notas sobre la historia de la política imperialista de Estados Unidos desde la 2ª Guerra Mundial, (segunda parte) [33], en Revista Internacional nº114
10 Resolución sobre la situación Internacional del 10º Congreso Internacional de la CCI [34] en 1993. En Reviste Internacional nº74, 1993.
11 Tesis sobre la Descomposición, fase terminal de la decadencia capitalista, [2] punto 10, en Revista Internacional nº 107
12 Resolución sobre la situación Internacional, punto 8 del 13º Congreso de Revolution Internationale [35], en Revista Internacional nº 94
13 Resolución sobre la Situación Internacional, punto 8, del 17º Congreso Internacional de la CCI [36], en Revista Internacional nº130, 2007
14 Informe sobre la pandemia y el desarrollo de la descomposición [37] del 24º Congreso Internacional de la CCI en Revista Internacional nº167, 2022
15 La elección de George W. Bush [38], en inglés, en Internationalism nº 116, invierno 2000-2001
16 Resolución sobre la Situación Internacional, punto 9, del 17º Congreso Internacional de la CCI [39], en Revista Internacional nº130, 2007.
17 Resolución sobre la Situación Internacional [40] , punto 7, del 18º Congreso Internacional de la CCI en Revista Internacional nº138, 2009
18 Resolución sobre la Situación Internacional, punto 13 del 23º Congreso [41] de la CCI en Revista Internacional nº163-64.
20 Análisis de le evolución reciente en las tensiones imperialistas [42], en Revista Internacional nº161, 2018.
21 Del artículo La retirada americana habrá durado 6 meses, … en Le Monde Diplomatique, marzo 2022
22 Declaración del Secretario de Defensa John Mattis el 4 de junio de 2018 ante el Comité de Defensa del Senado USA.
23 Resolución sobre la Situación Internacional, punto 10, del 23º Congreso I [41]nternacional de la CCI, Revista Internacional nº163-164, 2020.
24 Informe sobre el impacto de la descomposición en la vida política de la burguesía [43] en el 23 Congreso Internacional de la CCI, 2019, Revista Internacional nº163-64. La cita en negrita corresponde a un informe no publicado del 17º Congreso Internacional
25 Lloyd Austin, Memorándum a todos los empleados de todos los departamentos de Defensa.
26 Del artículo La retirada americana habrá durado 6 meses, … en Monde Diplomatique, marzo 2022.
27 ¿Por qué las grandes potencias se hacen la guerra? Monde Diplomatique, agosto 2023.
28 También la fracción Biden quería “escarmentar” a Rusia por su interferencia en los asuntos domésticos norteamericanos, tales como sus tentativas de manipular las últimas elecciones presidenciales.
29 Texto de orientación Militarismo y Descomposición [28]. Revista Internacional nº 64, 1991
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los_izquierdistas_sobre_la_sequia_como_devolver_la_esperanza_en_un.pdf [45] | 98.33 KB |
En el artículo anterior1 argumentamos cómo el desarrollo de las sequías y la escasez en los países centrales es un producto del estadio muy concreto de descomposición social al que ha llegado el capitalismo, que no se puede sino agravar. Y que no hay ninguna perspectiva de mitigación dentro de este sistema, solo mayor destrucción ecológica, lo cual rebota sobre la humanidad en forma de catástrofes cada vez peores.
Ante este panorama desolador, existen elementos de nuestra clase que están en búsqueda de una alternativa, que sí ven la evidencia de que el capitalismo no puede hacer otra cosa que destruir la naturaleza y que a su vez el efecto rebote sobre la sociedad es cada vez más catastrófico. Para devolver a estos elementos la esperanza en el capitalismo, la burguesía cuenta con una serie de grupos de extrema izquierda encargados de pintarnos una especie de alternativa estatal de tipo “socialista” que podría poner el freno al capitalismo. De vendernos la promesa de un Estado controlado por las “políticas obreras”, que pueda gestionar la explotación de la naturaleza de forma equilibrada y responsable, cortando de raíz todos esos supuestos excesos del capitalismo.
Ante la alarmante cuestión de la sequía, nos encontramos con la publicación trotskista Izquierda Diario, en Francia Revolution Permanente, cumpliendo esta labor de suplente de los grandes partidos de izquierda burgueses para que defendamos un ‘capitalismo verde’ disfrazado de “lucha por el socialismo”2.
Para conseguirlo, su primera maniobra es engañarnos sobre la esencia misma de la relación de este sistema con el medio natural. Para ello, denuncian vehementemente el sobre-turismo y los innecesarios campos de golf, señalan la ausencia de restricciones al consumo abusivo, las decisiones administrativas para favorecer a los lobbies, los excesos de las macrogranjas, el urbanismo y la industria desatada… todo aquello que ¡sería el interés de las principales multinacionales y los “gobiernos imperialistas”! Con toda esta lista de quejas sobre los “abusos del capitalismo y sus decisiones egoístas” ocultan la verdadera naturaleza del capitalismo decadente: una sociedad cuyos procedimientos mismos de producción se dirigen directamente al caos y la autodestrucción mutua ¡ya desde principios del siglo 20!, como declaró el primer congreso de la Internacional Comunista. Un sistema mundial no solo en crisis crónica de sobreproducción, sino cuya destrucción de la naturaleza está cada vez más ligada a la propia irracionalidad destructiva del sistema en su conjunto, donde la economía de guerra y la guerra misma es el factor central de una espiral de devastación.
Los izquierdistas hacen el papel de ir corriendo a denunciar los excesos cometidos por distintas facciones capitalistas aquí y allá. Cuando se trata de las catástrofes naturales, ¡es la gestión irresponsable de los que le hacen el juego al capitalismo! Cuando se trata de la escalada armamentista, es la política expansionista de la OTAN. ¡Nada que una buena gestión estatal “obrera” no pueda solucionar!
El truco que emplean estos falsos amigos de los trabajadores es hacernos pensar que el capitalismo es otra cosa de lo que realmente es: como decían hace unos años sobre las sequías en Uruguay, sería “el modelo extractivista del agrobusiness en manos de un puñado de empresas y especuladores que saquean el país”3. Es decir, que el capitalismo serían las empresas, los especuladores y los políticos que las apoyan.
Al dibujarnos al capitalismo como un simple sistema de “saqueo y expolio cada vez mayor” en donde “siempre habrá espacio para hacer buenos negocios”, el terreno está preparado para vendernos la supuesta alternativa: “¡Es necesaria una incursión despótica en los intereses y la propiedad de los grandes capitalistas!”, nos dicen. Que “no puede haber una verdadera transición hacia una matriz energética sustentable y diversificada sin expropiar al conjunto de la industria energética bajo la gestión democrática de las y los trabajadores, junto a comités de consumidores y usuarios populares”. Que es necesaria “la expropiación de la gran propiedad terrateniente y la reforma agraria, mientras se apoya la expulsión de las empresas imperialistas en los países semicoloniales y se promueve la abolición de la deuda externa en estos países.” Que hay que avanzar hacia “la perspectiva de lograr la nacionalización y reconversión tecnológica bajo control obrero de todas las empresas de transporte y automóviles. Y que no puede desarrollarse una nueva matriz productiva industrial sin la expropiación de los grandes grupos”4.
Es con ese procedimiento distorsionador con el que intentan devolvernos la esperanza en el Estado, que supuestamente podría ser controlado democráticamente por “los obreros y el pueblo en general” a través de nacionalizaciones que expropien las empresas privadas. Este sería el camino de lo que hipócritamente llaman “control obrero” hacia el supuesto socialismo que “podría producir respetuosamente con el medio ambiente”.
Pero ¿qué imagen dan estos grupos del camino a seguir para el derrocamiento de este sistema? No entraremos aquí mucho en ello, pero remitimos a nuestros lectores a los artículos que dedicamos específicamente a desenmascarar las mentiras de los izquierdistas sobre la lucha del proletariado5. Al contrario de lo que nos engañan con su lenguaje “obrero”, el camino al comunismo es totalmente opuesto a los remedios de Estado y la defensa del Estado y la democracia. El comunismo, única perspectiva para el porvenir, pasa por la generalización y extensión de las luchas en un terreno específico de clase obrera, y por una politización de las mismas. Será solo a través de la revolución proletaria extendida a nivel mundial y la apertura de un largo periodo de transición al comunismo cuando verdaderamente se podrán ir encontrando verdaderas medidas para mitigar toda la destrucción que el capitalismo ha hecho sobre el ambiente que necesitamos para sobrevivir6.
La situación actual es muy grave y, para no ser mareados y seducidos por los distintos farsantes de la izquierda burguesa, debemos comprender el desastre ecológico en el marco de la evolución real y concreta del capitalismo decadente.
Opero, marzo de 2024
1 Sequía en España: el capitalismo no puede mitigar, ni adaptarse, solo destruir. CCI, marzo 2024
2 Catalunya entra en alerta máxima por la sequía, Izquierda Diario, enero 2024 [46]
3 Crisis hídrica. Un problema estructural sin soluciones a la vista, Izquierda Diario, julio 2023 [47]
4 Cambio climático, guerra y revolución, Izquierda Diario, octubre 2022 [48]
5 Ver, por ejemplo, El trotskismo defiende el capitalismo y la guerra con argumentos “revolucionarios”, CCI online, noviembre 2022 [49]
6 Sobre la perspectiva de algunas de estas medidas consultar nuestro artículo Bordiga y la Gran Ciudad, Revista Internacional 165 [50]
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resolucion_sobre_la_situacion_internacional_diciembre_2023.pdf [52] | 80.96 KB |
La evolución de la situación mundial desde el 25º congreso confirma ampliamente lo que plantea la resolución que adoptamos sobre la situación internacional. No sólo la descomposición se convierte en el factor decisivo de la evolución de la sociedad como habíamos anticipado ya desde 19901, sino que en la presente década, «la agregación e interacción de fenómenos destructivos produce un "efecto torbellino" que concentra, cataliza y multiplica cada uno de sus efectos parciales, provocando una devastación aún más destructiva»2.
Concretamente, mientras la crisis económica se profundiza y se produce un deterioro significativo de las condiciones de vida de la clase obrera, que anima una “ruptura” con la situación de pasividad y el desarrollo de la combatividad y potencialmente de la conciencia, el deterioro ecológico y la multiplicación de los focos de guerra imperialista (Ucrania, Armenia/Azerbayán, Bosnia, África, Oriente Medio) muestran la perspectiva de destrucción y ruina que el capitalismo ofrece a la humanidad.
En el terreno de la crisis ambiental, los acontecimientos recientes no dejan margen de duda o relativización sobre las consecuencias del cambio climático para la habitabilidad del planeta y la supervivencia de muchas especies (incluyendo a término la especie humana). Muestras recientes de ello son las inundaciones de Pakistán, o el aumento de la temperatura este verano a más de 40 grados en los países del sur de Europa, la contaminación que ha obligado a cerrar las escuelas en India por las vacaciones de navidad en Noviembre y que hace que 1 de cada 3 niños tengan problemas respiratorios, las hambrunas en África, etc.
De entre todos los elementos del “efecto torbellino” sin embargo, es la guerra imperialista la que determina de forma inmediata el curso de los acontecimientos de la situación mundial. Desde el 25º congreso, hemos asistido a una especie de estancamiento de la guerra en Ucrania, al resurgimiento de la guerra en Nagorno-Karabaj, a las tensiones guerreras en los Balcanes y principalmente a la guerra entre Israel y Hamas. A pesar de la presencia de fondo en la situación mundial de la confrontación entre EEUU y China, esta proliferación de conflictos regionales no es la expresión de una dinámica a la formación de bloques imperialistas sino que confirma la tendencia al “cada uno a la suya” de los enfrentamientos imperialista en este periodo.
1.- Respecto al análisis de los enfrentamientos imperialistas durante la guerra fría, las coordenadas del análisis marxista han cambiado en la situación actual; principalmente sobre la posibilidad de la formación de bloques imperialistas y sobre la confrontación de clases. A pesar de ello, los Bordiguistas (Programa, Le Proletaire, Il Partito) y Damenistas (TCI) se empeñan en ver en la situación actual la formación de dos bloques imperialistas opuestos alrededor de China y EEUU, y la marcha hacia una tercera guerra mundial. De hecho los “expertos” de la burguesía dan una visión de los conflictos imperialistas recientes más ajustada a la realidad3.
Nosotros en la resolución sobre la situación internacional del 24º congreso escribíamos:
«La marcha hacia la guerra mundial está todavía obstruida por la poderosa tendencia a la indisciplina, al sálvese quien pueda y al caos a nivel imperialista, mientras que en los países capitalistas centrales el capitalismo no dispone todavía de los elementos políticos e ideológicos -incluyendo en particular una derrota política del proletariado- que podrían unificar la sociedad y allanar el camino hacia la guerra mundial. El hecho de que seguimos viviendo en un mundo esencialmente multipolar se pone de manifiesto, en particular, en la relación entre Rusia y China. Aunque Rusia se ha mostrado muy dispuesta a aliarse con China en cuestiones concretas, generalmente en oposición a EEUU, no es menos consciente del peligro de subordinarse a su vecino oriental, y es uno de los principales opositores a la "Nueva Ruta de la Seda" de China hacia la hegemonía imperialista»4.
2) El reconocimiento de la correlación desordenada de fuerzas imperialistas, definida esencialmente por la tendencia al "sálvese quien pueda", no debe llevar a subestimar el peligro de la explosión de conflictos militares incontrolados, como ocurrió al comienzo de la guerra en Ucrania en 2022. El conflicto entre EE.UU. y China bien podría conducir a una confrontación militar directa, por lo que la amenaza de un conflicto abierto en este caso (algo subestimada en la Resolución del 25º Congreso sobre la situación internacional) debe analizarse más a fondo.
La estrategia geopolítica proclamada por Estados Unidos desde 1989 ha consistido en impedir la aparición de cualquier potencia que pudiera rivalizar con su enorme superioridad militar en la escena mundial. Esta doctrina confirmaba a la vez que su principal ambición no era la recreación de un bloque, y al mismo tiempo indicaba que, a diferencia de la 1ª y 2ª Guerras Mundiales, en las que esperó en una postura defensiva antes de emerger con el botín, ahora tenía que tomar la ofensiva militar en la escena mundial y convertirse en la fuerza dominante de la desestabilización imperialista.
Los fiascos de Irak y Afganistán demostraron que la política de policía mundial sólo producía más caos, mostrando al mismo tiempo el declive del imperialismo estadounidense. Más recientemente ha intentado reaccionar recurriendo a una defensa más estricta de sus propios intereses (el "America first" de Trump y el "America is back" de Biden), aunque esto desencadene un caos aún mayor. Como ya habíamos identificado, el enorme desarrollo económico, tecnológico y militar de China es una amenaza para el dominio estadounidense.
Por eso EEUU desarrolla una política que trata de dificultar la progresión del desarrollo económico, tecnológico y militar en China, con iniciativas como la deslocalización de empresas, las limitaciones a la colaboración en investigación universitaria de vanguardia, el bloqueo a las exportaciones de tecnología, la”chip quadruple Alliance” de EEUU con Taiwan, Japón y Corea del Sur, que intenta aislar a China de las cadenas de aprovisionamiento mundial de microchips, etc. Por otro lado, trata de establecer un cerco geopolítico que garantice el control del Indopacífico y el continente asiático con iniciativas como el QUAD, la “OTAN de Asia”, que agrupa a EEUU con Japón, India, Australia y Corea del Sur, o el AUKUS, tratado de cooperación militar con Australia y el Reino Unido. Ese cerco de EEUU no deja de estrecharse y los últimos pasos han sido la instalación de bases militares americanas en Filipinas y el logro de ganar a Vietnam como aliado en la región. En última instancia, para EEUU la guerra de Ucrania tiene igualmente el objetivo de aislar estratégica y militarmente a China, desangrando a Rusia despojándola de cualquier vehemencia de potencia mundial y tratando de evitar que China pudiera aprovechar su tecnología militar o sus recursos energéticos y su experiencia y medios en el “gran juego” imperialista mundial. El sangriento estancamiento de la guerra en Ucrania ha hecho avanzar este proyecto estadounidense de desangrar a Rusia.
Recientemente, a esa política de cerco a China se añade además una sobrepuja de provocaciones como la visita de Pelosi a Taipéi, el derribo de globos meteorológicos acusándolos de espionaje, el anuncio de 345 millones de dólares en ayuda militar a Taiwan, o las declaraciones de Biden de que EEUU no dudará en enviar tropas a la isla para defenderla de una invasión china.
El conjunto de todas las iniciativas americanas apunta a una estrategia de aislamiento y de provocación a China, que trata de empujar a enfrentamientos prematuros para los que no está aún cualificada y que podrían incluir choques militares. Esto reproduce en realidad la política de cerco a la “URSS” que obligaba a ésta a implicarse en aventuras imperialistas por encima de sus posibilidades reales económicas y militares, y que acabó produciendo el hundimiento del bloque imperialista que dirigía.
No cabe duda que China ha aprendido y toma nota de las lecciones del hundimiento del bloque del Este; pero no hay que descartar la posibilidad de que, ante la continuación e intensificación de la presión de EEUU, acabe por no tener más remedio que responder, y por tanto no hay que subestimar la posibilidad de un conflicto particularmente en el mar de China en torno a Taiwán. Evidentemente en el caso de producirse, las consecuencias serían desastrosas y terribles para todo el mundo; aunque la escala de tal conflicto estuviera limitada por varios factores, en particular por la ausencia de bloques imperialistas y la incapacidad de la burguesía estadounidense para arrastrar a una clase obrera no derrotada a una movilización a gran escala para la guerra.
3) El sangriento conflicto actual en Oriente Medio estalló precisamente en el contexto de la expansión caótica e imprevisible de la tendencia de cada potencia imperialista para sí misma, y no a partir de ningún movimiento hacia la solidificación de bloques.
La retirada de una fuerte presencia militar de EEUU en Oriente Medio fiaba el mantenimiento de la Pax americana en la región a Israel, en el marco de los acuerdos de Oslo (1993), que reconocían el principio de “dos Estados” (por tanto de un Estado Palestino)en la región. Aparentemente reinaba la calma que había permitido incluso firmar los acuerdos de Abraham en 2020, que sancionaban la paz entre Israel y Emiratos Árabes Unidos; sin embargo, Israel en la práctica ha continuado e intensificado una política de hostigamiento y apoyo a los colonos en Cisjordania, saboteando la Autoridad Palestina (AP)apoyando precisamente a Hamas, que ahora es su enemigo mortal, saboteando así en la práctica el mandato americano. La situación ha llegado a un límite con el gobierno de Netanyahu conjuntamente con la extrema derecha. El ministro de finanzas ha llamado al ejército a asumir la venganza de los colonos quemando las casas de los palestinos y la presencia de los soldados de Israel compite con la de la policía de la AP. Así que Hamas, que ganó las últimas elecciones en la franja de Gaza, antes que esperar de brazos caídos el destino de Cisjordania, ha lanzado un ataque a la desesperada.
Ese ataque sin embargo coincide con las ambiciones de otra potencia regional: Irán, que veía un debilitamiento de su presencia en la región y que a su vez, bajo los auspicios de China, había firmado en marzo un acuerdo con Arabia Saudí sobre las “rutas de la seda”, en concurrencia directa con el de Israel y Emiratos Árabes.
El Wall Street Journal hizo público lo que todo el mundo sabía: el ataque de Hamas fue abiertamente preparado y apoyado por Irán y Hezbollah en el sur de Líbano.
La respuesta de Israel de arrasar Gaza con el pretexto de acabar con Hamas muestra una política de tierra quemada por ambas partes. La furia asesina de Hamas encuentra en la venganza exterminadora de Israel la otra cara de la moneda. Y globalmente el incendio de la región es un llamamiento a la intervención de otras potencias regionales, y particularmente de Irán, que es el principal beneficiado de la situación de quiebra del equilibrio regional.
Lo que sin embargo no beneficia a EEUU. El gobierno Biden no ha tenido más remedio que apoyar a regañadientes la respuesta del ejército israelí, tratando, aunque inútilmente, de rebajar la tensión y se ha visto obligado a restablecer su presencia militar en la zona con el envío «Junto con el portaaviones Ford, del crucero Normandy y los destructores Thomas Hudner, Ramage, Carney y Roosevelt, y aumentará la presencia de escuadrones de aviones de combate F-35, F-15, F-16 y A-10 en la región»5. Algunos ya han tenido que intervenir ante los ataques a las tropas americanas en Irak. El objetivo es disuadir a toda costa a Irán de una intervención directa o a través de Hezbollah, que haría estallar toda la región y el mundo entero; pero también a Israel de intentar cumplir su amenaza de “borrar a Irán del mapa”.
Por su parte Rusia sin duda se beneficia de que el foco de atención y propaganda bélica se desplace de Ucrania a Palestina. Eso interfiere con los recursos financieros y militares que EEUU podría emplear en el frente ruso y “da un respiro” a la tensión guerrera. Además Putin se beneficia del apoyo de EEUU al salvajismo de la represión israelí para denunciar la hipocresía de la sociedad americana y de “Occidente”, que denuncia la ocupación de Crimea pero consiente la invasión de Gaza. Sin embargo Rusia no puede hacer avanzar significativamente sus propios intereses en la región a través de esta guerra.
China podría igualmente ver con buenos ojos el debilitamiento de la política USA de “pivot to the East”; pero la guerra y la desestablización de la región va en contra de sus propios intereses geopolíticos del trazado de la nueva ruta de la seda.
La guerra actual en Oriente Medio no es pues el resultado de la dinámica a la formación de bloques imperialistas, sino del “cada uno para sÍ”; Al igual que el enfrentamiento en Ucrania, esta guerra confirma la tendencia dominante de la situación imperialista mundial: una creciente irracionalidad alimentada por la tendencia de cada potencia imperialista a actuar por su cuenta y la sangrienta política de la potencia dominante, Estados Unidos, para contrarrestar su inevitable declive impidiendo el ascenso de cualquier posible contendiente.
4) La Guerra en Oriente Medio tiene un impacto en el conjunto de la clase obrera de los países centrales aún mayor que la de Ucrania, por un lado porque en algunos países como Francia, un gran porcentaje de la emigración procede de los países árabes6, pero también porque la “defensa del pueblo palestino” forma parte desde hace tiempo del bagaje de la “ideología de izquierdas” de los grupos trotskistas y anarquistas, y también hay que decirlo, del apoyo a la “liberación nacional” de algunos grupos bordiguistas como Programa. Así hemos visto manifestaciones de 30.000 asistentes en Berlín, 40.000 en Bruselas y 35.000 en Madrid, por la defensa de los palestinos y por la paz. Por otro lado, el sionismo se cubre con “la cuestión judía”, que no solo tiene connotaciones históricas, sino que implica una parte de la población en Europa y en EEUU. Eso explica las manifestaciones y actos contra el antisemitismo en Francia, recientemente en París, o en Alemania; y también las campañas en las universidades americanas, como en Harvard, donde los estudiantes que han denunciado las masacres han sido expuestos como antisemitas.
A pesar de ello, la Guerra en Oriente Medio probablemente no va a acabar con la dinámica de “ruptura” de la pasividad de la clase obrera que identificamos a partir del “verano del descontento” en Gran Bretaña, que no tiene como punto de partida una respuesta a la Guerra, lo que en la situación actual demandaría un desarrollo de la conciencia y una politización en el conjunto de la clase que por el momento no es el caso; sino la profundización de la crisis económica.
Cuando Internacionalismo planteó la perspectiva de una reanudación de la lucha de clases en los años 60, su análisis se basaba fundamentalmente en dos elementos: 1) el final del periodo de “prosperidad” tras la 2ª guerra mundial y la perspectiva de la crisis; 2) la presencia de una nueva generación en la clase obrera que no había sufrido una derrota. La dimensión que tomaron las luchas en Mayo 68 en Francia y el Otoño caldo en Italia 69, etc fue, además de lo anterior, también el producto de la falta de preparación de la burguesía.
La condición de que el proletariado no está derrotado es igualmente determinante y lo más importante en la situación actual. Por otro lado, la situación actual de agravación de la descomposición y efecto torbellino, presenta elementos que son un obstáculo a la lucha y la toma de conciencia del proletariado; pero contiene igualmente una agravación cualitativa de la crisis, que se expresa en un deterioro significativo de las condiciones de vida del proletariado. La decisión de entrar en lucha, de no resignarse, de no confiar y esperar “un nuevo desarrollo de la economía”, significa una reflexión sobre la situación global, una desconfianza hacia las expectativas que puede ofrecer el capitalismo, un mínimo balance de lo que nos han prometido y no han cumplido. En ese sentido, “enoug is enough” implica una maduración subterranea de la conciencia. Ese planteamiento tiene una dimensión internacional, para el conjunto de la clase obrera. El ejemplo de las luchas en Francia y GB, y ahora en EEUU, forma parte igualmente de una reflexión por la que los trabajadores en otros países se identifican con los que participan en esas luchas. Eso forma parte igualmente del inicio de una reflexión sobre la identidad de clase.
Cierto que, indirectamente, la cuestión de la Guerra está presente en ese proceso. Esa maduración se ha producido durante dos décadas de agravación de los conflictos imperialistas simultaneamente a la agravación de la crisis económica; más aún, la “ruptura” se ha producido a pesar del estallido de la guerra de Ucrania. De hecho, el desarrollo de las luchas conduce necesariamente al inicio embrionario de una reflexión que relaciona la crisis y la Guerra, por ejemplo cuando se ve que la inflación aumenta por los gastos en armamentos y que nos exigen sacrificios para aumentar los presupuestos de defensa.
5) Sin embargo, el empeoramiento de la situación mundial está lleno de peligros para la clase obrera. ¿Quién puede predecir las consecuencias de una guerra entre EEUU y China, cuya escala puede empequeñecer cualquier conflicto desde 1945? ¿O los efectos de otras catástrofes que traerá el periodo de descomposición?
En este periodo de descomposición, no solo han cambiado las condiciones de la agravación de los conflictos imperialistas, pasando de la “Guerra fría” entre dos bloques imperialistas al “cada uno para sí”; también han cambiado desde el punto de vista de la confrontación de clases.
Durante el periodo de la Guerra fría, la resistencia del proletariado, el hecho que la burguesía no hubiera conseguido derrotar a la clase obrera, significaba el principal obstáculo a la guerra imperialista total. Y la confrontación de clases podía analizarse en términos de “curso histórico”, como había hecho la Izquierda italiana en el exilio (BILAN) en los años 30, ante la guerra de 1936 en España y la IIª guerra mundial: o curso a la derrota del proletariado y la guerra, o curso hacia los enfrentamientos decisivos y la perspectiva revolucionaria.
En el periodo actual de agravación caótica de los conflictos imperialistas según la tendencia del “cada uno para sí”, la no derrota del proletariado no impide la proliferación de enfrentamientos guerreros que aunque por el momento implican a los países donde el proletariado es más débil, como en Rusia/Ucrania u Oriente Medio, no excluye la posibilidad de que alguno de los países centrales pueda embarcarse en aventuras guerreras.
Así, mientras en los años 1960-90 el tiempo jugaba a favor del proletariado, que podía madurar las lecciones de sus fracasos y vacilaciones para preparar nuevos asaltos en su lucha contra el capitalismo, como escribimos en las «Tesis sobre la descomposición» en 1990, a partir de entonces, el período de descomposición ha creado una carrera contrarreloj para la clase obrera.
02.12.2023
1 La decadencia del capitalismo no es un proceso homogéneo y regular: al contrario, tiene una historia con diferentes fases. La fase de descomposición ha sido identificada en nuestras Tesis como “expresión de la entrada del capitalismo decadente en una fase específica - y última - de su historia, aquélla en la que la descomposición social se convierte en un factor, incluso en el factor, decisivo de la evolución de la sociedad” (tesis 2). Es evidente que, si el proletariado no fuera capaz de derrocar al capitalismo, asistiríamos a una terrible agonía que conduciría a la destrucción de la humanidad.
2 https://es.internationalism.org/content/4897/los-anos-20-del-siglo-xxi-l... [53]
3 Actualización de las tesis de la Descomposición (2023), Revista Internacional n 170
4 Resolución sobre la situación Internacional del XXIVº congreso de la CCI, Revista Internacional nº 167
5 Los AngelesTimes, 8 de Octubre 2023
6 el 10% de la población de Francia son musulmanes, o sea aproximadamente 6 millones
El día 27 de enero celebramos una Reunión Pública en Madrid, presencial y con asistencia por internet, sobre la contribución de BILAN a la lucha por el partido mundial del proletariado. No se trata de un llamado a la discusión en el vacío, sino que hemos visto que existe un cierto interés sobre BILAN en un entorno político que se ha expresado anteriormente en dos ocasiones en Madrid.
Las organizaciones comunistas actuales no son nada sin su plena inscripción en la continuidad histórica crítica de las organizaciones comunistas. Nos reclamamos de dos eslabones de esa continuidad: Bilan e Internationalisme [1]. Como decimos en el anuncio de la reunión pública, “el proletariado necesita su partido mundial y para formarlo, cuando sus luchas alcancen una fuerza masiva internacional, la base es la Izquierda Comunista de la cual nos reclamamos (…) La REUNION PUBLICA que proponemos trata de impulsar un debate para hacer un balance crítico del aporte de BILAN. Apreciar en qué BILAN es plenamente válido, en qué debe ser criticado, en qué debe ser llevado más lejos. Sus puntos fuertes, sus errores, su experiencia organizativa y teórica son un material imprescindible para la lucha de los revolucionarios actuales” [2]. Invitamos a los lectores a continuar el debate a través de contribuciones escritas o asistiendo a las reuniones públicas y permanencias de la CCI.
Hubo un participante que declaró que el marxismo es algo dogmático, invariable. Para él, el marxismo no debería considerar la evolución de la situación histórica sino quedarse fijo y detenido en posiciones eternas afirmadas en los orígenes del marxismo. Él mismo se autocalificó a ese respecto como “esclerótico” e incluso “¡tetrapléjico!” y llegó a decir que solo los muertos son cambiantes. Los participantes in situ y los que intervinieron a través de Internet expusieron los siguientes argumentos en contra de este punto de vista:
Que en el marxismo hay posiciones de base que no cambian ni cambiarán: la lucha de clases como motor de la historia; la lucha de clase del proletariado como la única que puede llevar al comunismo; que todo modo de producción y por tanto el capitalismo tiene una época ascendente y otra decadente; la necesidad de destruir el capitalismo para construir el comunismo; que la constitución de un partido mundial es indispensable para el proletariado; el papel motor del marxismo en el desarrollo de la consciencia de clase, etc.
Sin embargo, a partir de ese suelo de granito el marxismo se desarrolla respondiendo a nuevos problemas que plantea la evolución del capitalismo y la lucha de clases y asimismo corrigiendo posibles errores, insuficiencias o limitaciones ligadas a cada época histórica. Esta aproximación es básica en la ciencia, pero es cualitativamente más vital en el proletariado que, como clase explotada y revolucionaria a la vez, debe desarrollar su lucha por el comunismo abriéndose camino a través de innumerables errores y debilidades, aprendiendo de sus luchas y derrotas y criticando sin piedad sus errores. Más aún, debe desarrollar su lucha sobre la base de un planteamiento plenamente consciente de que no posee otra cosa que su fuerza de trabajo y de que, a diferencia de las clases históricas del pasado, no puede desarrollar su proyecto sin destruir el capitalismo de arriba abajo, así como sin erradicar las raíces de todas las sociedades explotadoras.
Esto también se aplica a sus organizaciones revolucionarias que deben ser capaces de analizar críticamente las posiciones precedentes y sus propias posiciones. Así, Marx y Engels corrigieron en 1872 a la luz de la experiencia de la Comuna de Paris la idea de que había que arrebatar el Estado a la clase dominante tal como existía, para poner de relieve la nueva lección histórica que acababa de ser tan duramente conquistada por el proletariado: la absoluta necesidad de destruir el Estado burgués anterior. Lenin, en las Tesis de Abril, planteó la necesidad de cambiar el programa del partido incorporando la posición de la naturaleza mundial y socialista de la Revolución y la toma del poder por los Soviets.
Es una grave irresponsabilidad permanecer dogmáticamente pegado a posiciones que ya no son válidas. Los partidos socialdemócratas no quisieron comprender ni la decadencia del capitalismo, ni las consecuencias que de ello se derivaron: el fin de la posibilidad de arrancar mediante la lucha mejoras y reformas duraderas a este sistema de explotación, ni la naturaleza de la guerra imperialista, ni la huelga de masas, etc. Todo ello los llevó a la traición. La Oposición de Izquierdas de Trotski permanecía dogmáticamente atada a la defensa incondicional del programa de los 4 primeros congresos de la IC, y nunca estuvo vinculada a un enfoque crítico de la oleada revolucionaria de 1917-1924. Finalmente, tras la muerte de Trotsky, el trotskismo traicionó al internacionalismo proletario apoyando a uno de los campos imperialistas presentes en el momento de la Segunda Guerra Mundial, y se unió así al campo burgués.
Una organización proletaria que no es capaz de un balance crítico implacable de su trayectoria y la de las organizaciones precedentes del movimiento obrero está condenada a perecer o traicionar. Bilan nos da el método para realizar ese balance crítico en el artículo ¿Hacia una Internacional dos y tres y cuartos? (BILAN nº 1 noviembre 1933) en respuesta a la Oposición de Izquierdas de Trotski: “En cada período histórico de formación del proletariado como clase, se hace evidente el crecimiento de los objetivos del Partido. La Liga de los Comunistas marcharía con una fracción de la burguesía. La Primera Internacional esbozaría las primeras organizaciones de clase del proletariado. La Segunda Internacional fundaría los partidos políticos y los sindicatos de masas de los trabajadores. La III Internacional lograría la victoria del proletariado en Rusia.
En cada período veremos que la posibilidad de la constitución del partido se determina sobre la base de la experiencia anterior y de los nuevos problemas que han surgido para el proletariado. La Primera Internacional nunca habría podido fundarse en colaboración con la burguesía radical. La Segunda Internacional no habría podido fundarse sin la noción de la necesidad de reagrupar las fuerzas proletarias en organizaciones de clase. La III Internacional no habría podido fundarse en colaboración con las fuerzas que actuaban en el seno del proletariado para conducirlo no a la insurrección y a la toma del poder, sino a la reforma gradual del Estado capitalista. En cada época, el proletariado puede organizarse en clase, y el partido puede basarse en los dos elementos siguientes:
1. Conciencia de la posición más avanzada que debe ocupar el proletariado, la inteligencia de los nuevos caminos que hay que emprender.
2. La delimitación creciente de las fuerzas que pueden actuar en favor de la revolución proletaria.”
Esta labor no se hace partiendo de cero, tomando como referencia de forma aislada los nuevos acontecimientos, o viendo los eventuales errores sin confrontarlos con las posiciones precedentes. Se hace a partir de un examen crítico riguroso de las posiciones anteriores, viendo qué tienen de válido, qué de insuficiente o caduco y qué es erróneo necesitando la elaboración de una nueva posición. Hubo un participante que, atraído por la imagen especular de la teorización sobre la “invarianza del programa comunista”, proponía que había que adaptar el marxismo a las teorías modernas del comportamiento humano y la psicología, compaginándolo con los nuevos hallazgos científicos en esta línea. Sin embargo, el método marxista no realiza un “cambio de posiciones”, ni se adapta a las aparentemente nuevas ideas, sino que lleva a cabo un desarrollo y contraste riguroso de su propio marco de partida que lo enriquece y lo lleva mucho más lejos.
El participante que decía ser “invariante” calificó el aplastamiento de Krondstadt como una “victoria del proletariado” y justificó la represión de Krondstadt diciendo que el partido debe imponer su dictadura a la clase. Francamente esa posición nos parece una monstruosidad y así lo expusimos, de la siguiente manera, y con el apoyo y la participación activa de varios asistentes. La clase obrera no es una masa informe que tiene que ser llevada a patadas y bastonazos para hacerla avanzar y “liberarla”. Es evidente que detrás de esta defensa ciega de la represión de Krondstadt se esconde una visión totalmente falsa del Partido del proletariado y de su relación con la clase. El partido proletario no es, como los partidos burgueses, candidato al poder del Estado, un partido estatal. Su función no puede ser administrar el Estado, lo cual no puede sino inevitablemente alterar su relación con la clase -relación que consiste en orientarla políticamente-, convirtiéndola en una relación de fuerza. Al convertirse en un administrador del Estado, el partido cambiará imperceptiblemente su papel para convertirse en un partido de funcionarios; con todo lo que eso implica como tendencia a la burocratización. El caso Bolchevique es ejemplar al respecto.
Según una visión de grosero sentido común, que pervive en ciertas partes del medio proletario: “al ser el partido la parte más consciente de la clase, ésta debe confiar en él, de manera que sea el partido quien tome con toda naturalidad y automáticamente el poder y lo ejerza”. Sin embargo, “el Partido Comunista es una parte de la clase, un organismo que, en su movimiento, esta segrega y se da para el desarrollo de su lucha histórica hasta la victoria, es decir hasta la transformación radical de la organización y las relaciones sociales para fundar una sociedad que realice la unidad de la comunidad humana mundial” [3]. Si el Partido se identifica con el Estado no solo niega el papel histórico del conjunto del proletariado en favor de una visión burguesa de cómo dirigir la sociedad, sino que además niega su imprescindible papel específico dentro del conjunto del proletariado, de empujar con método, uñas y dientes la consciencia del proletariado no de forma conservadora, sino en la extensión de la revolución y en el proceso de transición al comunismo.
Además, Bilan, si bien en otras cuestiones actuó con mayor prudencia y circunspección, tenía una posición muy clara en su defensa de los principios proletarios, al oponerse firmemente al uso de la violencia para resolver los problemas y disputas que puedan surgir en el seno de nuestra propia clase: «Se puede dar una circunstancia en la que un sector del proletariado —y concedemos incluso que haya sido prisionero inconsciente de las maniobras del enemigo— pase a luchar contra el Estado proletario. ¿Cómo hacer frente a esta situación, partiendo de la cuestión de principio por la cual el socialismo no se puede imponer por la fuerza o la violencia al proletariado? Era mejor perder Krondstadt que conservarlo desde el punto de vista geográfico ya que, sustancialmente, esa victoria podía tener más que un resultado: alterar las bases mismas, la sustancia de la acción llevada por el proletariado» [4].
La revolución mundial tendrá muchos y complicados episodios, pero para defender su orientación y desarrollo, deberá defender firmemente los principios fundamentales en la acción del proletariado. Uno de ellos es inamovible e invariante: NUNCA PUEDE NI DEBE HABER RELACIONES DE VIOLENCIA AL INTERIOR DEL PROLETARIADO, con mayor razón aún, cuando se actúa en su nombre para ejercer y justificar la represión contra una parte de ella, con mayor razón aún, cuando esta represión se justifica como un intento de defender la revolución.
La represión de Krondstadt aceleró la vía hacia la degeneración y derrota de la revolución en Rusia y hacia la destrucción de la sustancia proletaria -cada vez más deteriorada- del Partido Bolchevique.
Hubo otras discusiones muy interesantes y polémicas, no solo a raíz de las posturas supuestamente “invariantes”. Nosotros insistimos en la diferencia sustancial entre el método organizativo y teórico–histórico de Bilan frente al de la Oposición de Izquierdas de Trotski [5].
BILAN se mantuvo fiel al principio de lucha contra la deformación de los principios por la ideología burguesa. Mientras la Oposición de Izquierdas se reclamaba de aquellos Congresos de la IC que teorizaban el oportunismo y habían hecho la cama al estalinismo, las FRACCIONES de Izquierda hicieron una crítica de todas aquellas teorizaciones oportunistas que se manifestaron y desarrollaron a partir del II Congreso. Y llevaron una paciente lucha polémica por intentar convencer el máximo de fuerzas militantes encerradas en el marco oportunista de las “tácticas” de la Oposición de Izquierdas.
BILAN fue capaz de hacer una crítica profunda y rigurosa, que permitió sacar lecciones sobre las posiciones erróneas de la IC que más tarde condujeron a ésta a la traición: como la táctica del Frente Único, la defensa de las luchas de liberación nacional, la lucha democrática, las milicias partisanas… permitiéndole preservar para el futuro la defensa de las posiciones revolucionarias de clase, en línea con las posiciones defendidas por la Izquierda Comunista.
Su análisis de la relación de fuerzas entre las clases fue algo vital para determinar la función de las organizaciones revolucionarias durante aquel periodo, al contrario de la “influencia permanente en las masas” que pretendía ganar a toda costa la Oposición.
También hay diferencias sustanciales entre la concepción de Bilan y del KAPD alemán, aunque estas sí se inscriben en el marco de las posiciones defendidas por la Izquierda Comunista. El KAPD, y esa era su gran debilidad, no se basó en un análisis histórico, incluso rechazó la continuidad del vínculo revolucionario de sus posiciones con la revolución de octubre, y menospreció totalmente la cuestión organizativa. En otras palabras, fue Bilan quien nos legó su visión del trabajo político y organizativo COMO UNA FRACCIÓN: “La fracción es el órgano que permite la continuidad de la intervención comunista en la clase, incluso en los períodos más sombríos en los que esa intervención no tiene un eco inmediato. Toda la historia de las fracciones de la Izquierda Comunista lo demuestra de sobras. Junto a la revista teórica Bilan, la fracción italiana publicaba un periódico en italiano, Prometeo, que tenía en Francia una difusión superior a la de los trotskistas franceses, tan peritos éstos en el activismo” [6]. Así mismo, la fracción tiene como papel esencial poner las bases para el futuro Partido mundial del proletariado y ser capaz de analizar los pasos concretos a dar y cuándo es necesario comenzar a luchar por su formación directa.
En ese marco del trabajo concebido como el de una Fracción, tal como lo defendió Bilan, la discusión de las reuniones públicas debe tener una orientación MILITANTE y no quedarse en una tertulia donde cada cual dice su propia “opinión” sin llegar a ningún resultado. Esto le pareció al participante auto-declarado como “esclerótico” una manifestación del supuesto sectarismo de la CCI, un modo de discusión y reclutamiento sobre una base sectaria y, con ese pretexto se opuso a que se sacaran conclusiones abandonando a cajas destempladas la reunión antes de escucharlas, llevando tras él al asociado con el que llegó desde el principio [7].
Una reunión proletaria debe ser capaz de sacar conclusiones que incluyan un recordatorio de los puntos de acuerdo y los puntos de desacuerdo en la discusión, delimitando así conscientemente a dónde se ha llegado o las cuestiones abordadas sobre las que se ha avanzado en el esclarecimiento, y estableciendo un puente hacia otras discusiones venideras. Teniendo esto en cuenta, instamos a los dos fugados a que se quedaran y expusieran cualquier desacuerdo que tuvieran con las conclusiones. Por desgracia, no pudimos convencerles de que lo hicieran, ya que, al parecer, ¡su gusto por el eclecticismo informal es también un principio inamovible!
Corriente Comunista Internacional, febrero de 2024
Hemos acogido con especial satisfacción la publicación en español de once números de Bilan. Ver nuestro artículo: La continuidad histórica, una lucha indispensable y permanente para las organizaciones revolucionarias, CCI online, octubre 2023. [57]
La contribución de Bilan a la lucha por el partido mundial del proletariado, CCI online, enero 2024. [57]
Consultar nuestros artículos: El partido desfigurado: la concepción bordiguista, Revista Internacional 23 [57]; y El Partido y sus lazos con la clase, Revista Internacional 35 [57]
Octobre nº 2, 1938, La cuestión del Estado.
Ver nuestro artículo ¿Cuáles son las diferencias entre la Izquierda Comunista y la IVª Internacional?, CCI online, junio 2007 [57]
Está claro que ambos también olvidaron el principio de la Izquierda Comunista de luchar hasta el final en el seno del medio proletario para ganar la máxima claridad y lecciones posibles. Nos extraña mucho que se reclamaran de la continuidad de BILAN, cuando habría sido mucho más coherente y productivo para el combate de nuestra clase que expresaran abiertamente sus evidentes desacuerdos con BILAN. En lugar de eso prefirieron evitar a toda costa una confrontación seria de argumentos.
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sequia_en_espana_el_capitalismo_no_puede_mitigar_ni_adaptarse_solo_destruir.pdf [60] | 110.32 KB |
El 1 de febrero se ha activado el estado de riesgo más grave (EMERGENCIA) por sequía en el área de Barcelona. Según el presidente de la Generalitat “es la peor sequía desde que existen registros (…) la crisis climática nos está poniendo a prueba como en la pandemia”.
La ronda de acusaciones y señalamiento de culpables se desata. Los “socialistas” catalanes urgen prepararse para el peor de los escenarios y recriminan a la Generalitat el “haber hecho mal las cosas hasta ahora”. Los representantes más visibles de la burguesía española parecen muy indignados por la falta de ayudas a los agricultores, la ausencia de guía para los municipios, la ausencia de regulaciones turísticas, la falta de planificación y de decisiones e inversiones a tiempo. Según el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona "llevamos un retraso de una década en el desarrollo de una garantía de abastecimiento de agua".
La burguesía parece cada vez menos preocupada por el cambio climático en sí mismo. Su preocupación es cada vez más la de cómo adaptarse a lo inevitable. Según el gobierno, que parece vestirse de progre al confrontar las ideologías negacionistas, “no es ya una amenaza incierta, más o menos probable, sino de adaptarnos a los efectos de algo que ya está aquí, entre todos, en las ciudades y en nuestro campo”. El 2021 fue el tercer año seguido más seco de la península, y el 2022 el año más caluroso registrado hasta el momento. Según Greenpeace, a partir de datos del IPCC1, España experimentará un incremento en las condiciones de sequía con un impacto probablemente diez veces peor que en el pasado reciente. Hay una gran probabilidad de que las condiciones de aridez sobrepasen por mucho la magnitud de cambio comprobado en el último milenio.
Entonces, para asumir lo que es más bien una “adaptación a lo peor” (porque, por supuesto, la burguesía no puede arreglar su catástrofe ambiental sino solo agravarla más aún) el Gobierno español hace una “inversión histórica” de 5000 millones de euros para la modernización de los regadíos, y para infraestructuras de desalinización de aguas similares a la de Torrevieja (Alicante). Son inversiones que también son criticadas por los representantes “verdes” de esta sociedad. Según el WWF, en 2004 ya se invirtieron casi 4000 millones en la modernización de los regadíos, pero el agua supuestamente ahorrada se destinó a la intensificación agrícola, a extender las dobles cosechas, utilizar cultivos más productivos, nuevos regadíos…, pero ¡no a ahorrar agua! sino a usar más, y siempre con un aumento del consumo energético. Además, sin ninguna preocupación por el futuro, ya que “la intensificación del regadío hace a los cultivos menos resilientes a las sequías”. ¿Podría ser que, si en menos tiempo o con menos agua se produjera la misma cantidad de producto en los campos españoles, una buena gestión Estatal podría quedarse conforme y conseguir un verdadero ahorro? Esto es imposible para el capitalismo, ¡un sistema de la competencia a muerte y enfermo crónico de crisis de sobreproducción!
Por otro lado, en la web del Foro Económico mundial podíamos leer ya en 2015 que, aunque la desalinización es una opción más costosa que otras tecnologías de reciclado de agua, a medida que se extienda la escasez de agua quienes busquen agua recurrirán cada vez más a ella. Y que la mayoría de la gran cantidad de energía para la desalinización convencional proviene del carbón y el gas natural, ya que la desalinización solar no es competitiva en el mercado2.
Ante este panorama de contradicción total entre lo que habría que hacer para mitigar y lo que se hace en la práctica, según los grupos ecologistas tendríamos que presionar a administraciones y empresas para “enderezar la política hidráulica de este país” (¡como si fuera un problema nacional!), y terminar con “los regadíos sin control, los pozos ilegales, el envenenamiento industrial y urbano del agua”. Para presionar contra “estos excesos y mala gestión” nos llaman a reunirnos en las plataformas sociales como #NoenRaja (De donde no hay, no mana). Pero ¿es que acaso el capitalismo puede tomar una dirección más responsable con el medio ambiente? ¿Puede haber una renovación ecologista del sistema, país por país, que al menos mitigue los peores desastres? ¡Al contrario! El capitalismo solo destruirá cada vez más salvajemente. Ya vimos en la COP 28 que las medidas para mitigar el cambio climático están cada vez más vacías de ningún contenido real3. Se confirman muy tangiblemente los oscuros presagios de las instituciones más perspicaces de la burguesía, como el Foro Económico Mundial que, como ya hemos dicho recientemente, ha dado a entender la incapacidad de esta sociedad de poner unas mínimas orientaciones para enfrentar una necesidad de una urgencia inmediata4. Vivimos en un sistema cuyas políticas económicas, cuya investigación e inversiones se hacen sistemáticamente en detrimento del futuro de la humanidad y, por lo tanto, en detrimento del sistema mismo. ¡Es lógico que la burguesía misma se inquiete! Sin embargo, incluso las instituciones más responsables e “internacionales” de la burguesía, a las que también preocupa el gigantesco impacto económico y también social de las catástrofes naturales (las hambrunas y oleadas de refugiados, sin ir más lejos), se ven cada vez más impotentes.
Como ya decíamos en nuestra Revista Internacional en los años 90, aunque la cuestión ecológica ya planteaba problemas serios en la ascendencia del capitalismo, es “la época que desde 1914 ha sido definida por los marxistas como la de la decadencia de este modo de producción, cuando la destrucción despiadada del medio ambiente por parte del capital adquiere una escala y una calidad diferentes, al tiempo que pierde toda justificación histórica. Es la época en que todas las naciones capitalistas se ven obligadas a competir entre sí en un mercado mundial saturado; una época, por tanto, de economía de guerra permanente, con un crecimiento desproporcionado de la industria pesada; una época caracterizada por la duplicación irracional y despilfarradora de complejos industriales en cada unidad nacional, por el saqueo desesperado de los recursos naturales por parte de cada nación en su intento de sobrevivir en la despiadada carrera de ratas del mercado mundial. Las consecuencias de todo esto para el medio ambiente son cada vez más evidentes”5. En el paso del capitalismo decadente por el desarrollo de las megaciudades, la contaminación radioactiva o aquella debida a los clorofluorocarburos, la desaparición de las selvas ecuatoriales y la desestabilización de ecosistemas enteros…, se han acumulado cada vez más focos de destrucción ambiental a un ritmo cada vez mayor. Llegados los años 1990 la cuestión del efecto invernadero y el calentamiento global pasaron a ser el centro de las preocupaciones oficiales. El capitalismo decadente ha llegado a un punto donde su impacto destructivo es cada vez más global y sistémicamente amenazante, y los países centrales son cada vez más incapaces de mitigar el “efecto rebote” hacia la sociedad, o de alejarlo de su vista hacia la periferia.
Hoy, como advierten los expertos, el medio ambiente está empezando a alcanzar diversos “puntos de inflexión” que amenazan con una cadena de catástrofes naturales. Sin embargo, la cuestión ecológica es un factor dentro de una especie de “torbellino de descomposición” en el que el capitalismo se está metiendo de lleno6. Un torbellino donde la economía de guerra y la proliferación de las guerras caóticas de tierra quemada están en el centro de una espiral que se combina y refuerza con las catástrofes naturales, las epidemias, las hambrunas y éxodos masivos y la destrucción de toda perspectiva de futuro (lo cual tiene un importante impacto ideológico). Una situación donde la sobreproducción de agua y alimentos que se pudren sin poder venderse, se mezcla con la sequía, la escasez agrícola y el ganado sacrificado…, una escasez que a su vez infla el precio de los productos lo cual los convierte en menos asequibles.
¿Qué debemos hacer entonces? Contra todas las falsas ilusiones, ¡no es la lucha ecologista ni la mejor gestión estatal lo que mitigará las sequías y, ni siquiera, a término, se adaptará a ellas! Al contrario, el capitalismo está encaminado irreversiblemente en una espiral de destrucción cada vez más estrepitosamente fuera de toda lógica. Dichas ilusiones en realidad contribuyen a la desmoralización y a la destrucción de la perspectiva del comunismo que se basa en la toma de consciencia proletaria. Porque solo la revolución proletaria podrá empezar a mitigar la destrucción de la naturaleza a partir del desastre cada vez más ruinoso que nos lega la época de la burguesía.
En un siguiente artículo, denunciaremos la vil manera con la que la mano más izquierda de la burguesía, aprovechando la cuestión de la sequía, nos devuelve las esperanzas en un capitalismo verde disfrazado de “socialismo”7.
Opero, marzo de 2024
1 El Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Ver el Informe: Carrera contra el reloj climático: Cambio climático y fenómenos meteorológicos extremos en España, Greenpeace, julio 2023 [61] (en inglés)
2 ¿Es la desalación la respuesta a la escasez de agua?, Foro Económico Mundial, abril 2015 [62] (artículo web en inglés) en colaboración con The Economist
3 COP 28 en Dubai: Un símbolo del cinismo de la burguesía, CCI online, febrero 2024 [63]
4 Según los dirigentes y expertos de la burguesía reunidos en este Foro “Los últimos acontecimientos han puesto de manifiesto una divergencia entre lo que es científicamente necesario y lo que es políticamente conveniente.”
5 El capitalismo está envenenando el planeta, Revista Internacional 63, 1990 [64] (en inglés)
6 Ver ¡La descomposición del capitalismo se acelera!, CCI online, septiembre 2023 [65]. Ver en mayor detalle nuestra Actualización de las Tesis de la Descomposición, Revista Internacional 170, 2023 [3]
7 Los izquierdistas sobre la sequía: Cómo devolver la esperanza en un ‘capitalismo verde’ disfrazado de socialismo. CCI, marzo 2024
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tras_la_ruptura_en_la_lucha_de_clases_la_necesidad_de_politizacion_de_las_luchas.pdf [66] | 168.17 KB |
“El Reino Unido se ve sacudido por un movimiento de huelga histórico” (Le Parisien, agosto de 2022)
“Reforma de las pensiones en Francia: movilización histórica” (Midi libre, enero de 2023)
“Huelga histórica en el transporte alemán por mejores salarios” (Euronews, marzo de 2023)
“Canadá: huelga histórica de funcionarios por aumento de salarios” (France 24, abril de 2023)
“Estados Unidos: huelga histórica en el sector del automóvil” (France Info, septiembre de 2023)
“Islandia: huelga histórica contra las desigualdades salariales” (Tf1, octubre de 2023)
“En Bangladesh, una huelga histórica de los obreros textiles” (Libération, noviembre de 2023)
“En Suecia, un movimiento de huelga interprofesional histórica” (Libération, noviembre de 2023)
“Huelga histórica de los servicios públicos en Quebec” (Le Monde, diciembre de 2023)
Los titulares de la prensa no dejan lugar a dudas: desde julio de 2022 algo está sucediendo en la clase obrera. Los trabajadores han retomado el camino de la lucha proletaria a escala internacional y esto es, en efecto, un acontecimiento “histórico”.
La CCI califica este cambio como “ruptura”. Creemos que se trata de una nueva dinámica prometedora para el futuro. ¿Por qué?
En enero de 2022, en un momento en el que la crisis sanitaria de Covid todavía era una amenaza, escribimos en un volante internacional1: “En todos los países, en todos los sectores, la clase trabajadora está sufriendo un deterioro insoportable de sus condiciones de vida y de trabajo. Todos los gobiernos -ya sean de derecha o de izquierda, tradicionales o populistas- son implacables en sus ataques. Los ataques llueven bajo el peso del agravamiento de la crisis económica mundial. A pesar del temor a una crisis sanitaria opresiva, la clase trabajadora empieza a reaccionar. En los últimos meses se han desarrollado luchas en Estados Unidos, Irán, Italia, Corea, España y Francia. Es cierto que no se trata de movimientos masivos: las huelgas y manifestaciones son aún muy escasas y poco frecuentes. Pero la burguesía las observa como un halcón, consciente de la magnitud de la cólera que se está gestando. ¿Cómo hacer frente a los ataques de la burguesía? ¿Quedarse aislados y divididos, cada uno en “su” empresa, en “su” sector de actividad? ¡Eso nos dejaría impotentes! Entonces, ¿cómo podemos desarrollar una lucha unida y masiva?”.
Si elegimos producir y distribuir este volante desde el primer mes de 2022, es porque somos conscientes del potencial actual de nuestra clase. En junio, apenas 5 meses después, estalló en el Reino Unido “El Verano de la cólera”, la mayor oleada de huelgas en el país desde 1979 y su “Invierno de la cólera”2, un movimiento que anunció toda una serie de luchas “históricas” a través del mundo. En el momento de escribir estas líneas la huelga se está extendiendo en Quebec.
Para comprender la profundidad del proceso en curso y lo que está en juego, es necesario adoptar un enfoque histórico, el mismo que nos permitió detectar esta famosa “ruptura” en agosto de 2022.
En agosto de 1914, el capitalismo anunció su entrada en la decadencia de la forma más estremecedora y bárbara imaginable: estalla la Primera Guerra Mundial. Durante cuatro espantosos años, en nombre de la patria, millones de proletarios tuvieron que masacrarse unos a otros en las trincheras, mientras los que quedaban atrás -hombres, mujeres y niños- trabajaban día y noche para “apoyar el esfuerzo de guerra”. Las armas escupían balas, las fábricas escupían fusiles. Por todas partes el capitalismo engullía el metal y las almas.
Ante estas condiciones insoportables, los trabajadores se sublevaron. Hubo fraternización en el frente, huelgas en la retaguardia. En Rusia, la dinámica se volvió revolucionaria, es la Insurrección de Octubre. Esta toma del poder por el proletariado fue un grito de esperanza que escucharon los explotados de todo el mundo. La oleada revolucionaria se extendió a Alemania. Fue esta propagación la que puso fin a la guerra: las burguesías, aterrorizadas por esta epidemia roja, prefirieron poner fin a la carnicería y unirse contra su enemigo común: la clase obrera. Aquí, el proletariado demuestra su fuerza, su capacidad de organizarse masivamente, de tomar en sus manos las riendas de la sociedad y de ofrecer a toda la humanidad una perspectiva distinta de la prometida por el capitalismo. Por un lado, la explotación y la guerra, por el otro la solidaridad internacional y la paz. Por un lado. la muerte, por el otro la vida. Si esta victoria fue posible, fue porque la clase y sus organizaciones revolucionarias habían acumulado una gran experiencia a lo largo de décadas de luchas políticas desde las primeras huelgas obreras en los años de 1830.
En Alemania en 1919, 1921 y 1923, los intentos de insurrección fueron sofocados con derramamiento de sangre (¡por la socialdemocracia entonces en el poder!). Derrotada en Alemania, la oleada revolucionaria se rompió y el proletariado se encontró aislado en Rusia. Esta derrota fue evidentemente una tragedia, pero sobre todo una fuente inagotable de lecciones para el futuro (cómo enfrentarse a una burguesía fuerte y organizada, a su democracia, a su izquierda; cómo organizarse en asambleas generales permanentes; qué papel tiene el partido y qué relación tiene con la clase, con las asambleas y los consejos obreros, etc.).
Dado que el comunismo sólo es posible a escala mundial, el aislamiento de la revolución en Rusia significaba implacablemente su degeneración. Y así, desde “dentro”, la situación se fue deteriorando hasta el triunfo de la contrarrevolución. La tragedia fue que esta derrota hizo posible también identificar fraudulentamente la revolución con el estalinismo, que se presenta falsamente como el heredero de la revolución cuando en realidad la asesinó. Sólo unos pocos vieron en el estalinismo la contrarrevolución. Los demás lo defenderán o lo rechazarán, pero todos estos serán portadores de la mentira de la continuidad Marx-Lenin-Stalin, destruyendo así las inestimables lecciones de la revolución.
El proletariado había sido derrotado a escala internacional. Se había vuelto incapaz de reaccionar ante los nuevos estragos de la crisis económica: inflación galopante en Alemania en los años 20, crac de 1929 en Estados Unidos, desempleo masivo en todas partes. La burguesía podía desencadenar sus monstruos y marchar hacia una nueva guerra mundial: nazismo, franquismo, fascismo, antifascismo... a ambos lados de la frontera los gobiernos se movilizaban acusando al “enemigo” de ser un bárbaro. Durante estas oscuras décadas, los revolucionarios internacionalistas fueron perseguidos, deportados y asesinados. Los supervivientes se rindieron, aterrorizados o moralmente aplastados. Otros, desorientados y víctimas de la mentira “estalinismo = bolchevismo”, rechazaron todas las lecciones de la oleada revolucionaria, y algunos rechazaron incluso la teoría de la clase obrera como clase revolucionaria. Es la “medianoche del siglo”3. Sólo un puñado mantuvo el rumbo, aferrándose a una comprensión profunda de lo que es la clase obrera, de lo que es su lucha por la revolución, de lo que es el papel de las organizaciones proletarias, encarnando la dimensión histórica, la continuidad, la memoria y el esfuerzo teórico permanente de la clase revolucionaria. Esta corriente se reconoce como Izquierda Comunista.
Al final de la Segunda Guerra Mundial grandes huelgas en el norte de Italia, y en menor medida en Francia, dieron motivos para creer que la clase obrera había despertado. Churchill y Roosevelt también lo creyeron; extrayendo lecciones del final de la Primera Guerra Mundial y de la oleada revolucionaria, bombardearon “preventivamente” todos los barrios obreros de la Alemania derrotada para protegerse de cualquier riesgo de sublevación: Dresde, Hamburgo, Colonia... todas estas ciudades fueron arrasadas con bombas incendiarias, matando a cientos de miles de personas. Pero en realidad, esta generación estaba demasiado marcada por la contrarrevolución y su aplastamiento ideológico desde los años 1920. La burguesía podía seguir pidiendo a los explotados que se sacrificaran sin arriesgarse a una reacción: tenía que reconstruir y aumentar los ritmos de producción. Así, el Partido Comunista Francés les ordenó “apretarse el cinturón”.
En este contexto estalló la mayor huelga de la historia: Mayo del 68 en Francia. Casi toda la Izquierda Comunista no se dio cuenta de la importancia de este acontecimiento y no comprendió en absoluto el profundo cambio de la situación histórica. Un grupo muy pequeño de la Izquierda Comunista, aparentemente marginado en Venezuela, adoptó un enfoque completamente diferente. Desde 1967, Internacionalismo comprendió que algo estaba cambiando en la situación. Por un lado, sus miembros notaron un ligero repunte de las huelgas y encontraron individuos en varias partes el mundo, interesados en discutir de la revolución. También había reacciones a la guerra de Vietnam que, aunque eran desviadas al terreno pacifista, mostraban que la pasividad y la aceptación de décadas anteriores empezaban a desvanecerse. Por otra parte, este grupo comprendió que la crisis económica volvía con la devaluación de la libra esterlina y la reaparición del desempleo masivo. Tanto es así que en enero de 1968 escribieron: “No somos profetas, ni pretendemos saber cuándo o cómo se desarrollarán los acontecimientos futuros. Pero de lo que estamos seguros y somos conscientes respecto al proceso en el que está inmerso actualmente el capitalismo, es que es imposible de detener (...) y que conduce directamente a la crisis. Y también estamos seguros de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad de la clase, que estamos viviendo ahora en general, llevará a la clase obrera a una lucha sangrienta y directa por la destrucción del Estado burgués” (Internacionalismo núm. 8). Cinco meses más tarde, la huelga general de Mayo del 68 en Francia confirmó de forma deslumbrante estas previsiones. Evidentemente, todavía no era el momento de “una lucha directa por la destrucción del Estado burgués”, sino de una vuelta histórica del proletariado mundial, agitado por las primeras manifestaciones de la crisis abierta del capitalismo tras la contrarrevolución más profunda de la historia. Estas predicciones no son clarividencia, sino simplemente el resultado del notable dominio del marxismo por parte de Internacionalismo y de la confianza que, incluso en los peores momentos de la contrarrevolución, este grupo había conservado en las capacidades revolucionarias de la clase. Hay cuatro elementos en el corazón del planteamiento de Internacionalismo, cuatro elementos que le permitieron anticiparse a Mayo del 68 y luego, en el calor mismo del momento, comprender la ruptura histórica que esta huelga engendró, es decir, el fin de la contrarrevolución y el regreso a la escena internacional del proletariado en lucha. Estos cuatro elementos son una comprensión profunda de:
1) El papel histórico del proletariado como clase revolucionaria;
2) La gravedad de la crisis económica y su impacto en la clase, como acicate para la combatividad;
3) El desarrollo en curso de la conciencia en el seno de la clase, reflexión visible a través de las cuestiones planteadas en los debates de las minorías que buscan posiciones revolucionarias;
4) La dimensión internacional de esta dinámica general, crisis económica y lucha de clases.
En el centro de todo este enfoque está la idea de Internacionalismo de que estaba surgiendo una nueva generación, una generación que no había sufrido la contrarrevolución, una generación que se enfrentaba al retorno de la crisis económica conservando todo su potencial de reflexión y de lucha, una generación capaz de poner en primer plano el retorno del proletariado en lucha. Y eso es lo que efectivamente fue Mayo del 68, que abrió el camino a toda una serie de luchas a escala internacional. Además, todo el ambiente social cambió: tras los años de silencio y plomo, los trabajadores, en particular su juventud, tenían ganas de discutir, de elaborar, de “rehacer el mundo”. La palabra “revolución” estaba en todas partes. Los textos de Marx, Lenin, Luxemburgo y de la Izquierda Comunista circulaban y provocaban debates interminables. La clase obrera intentaba reapropiarse de su pasado y de sus experiencias. En contra de este esfuerzo, toda una serie de corrientes -estalinismo, maoísmo, trotskismo, castrismo, modernismo, etc.- trabajaban para pervertir las lecciones de 1917. La gran mentira de estalinismo = comunismo fue explotada en todas sus formas.
La primera oleada de luchas fue sin duda la más espectacular: el otoño caliente en Italia en 1969, el violento levantamiento en Córdoba, Argentina ese mismo año y la enorme huelga en Polonia en 1970, grandes movimientos en España y Gran Bretaña en 1972... En España en particular, los trabajadores empezaron a organizarse mediante asambleas de masas, proceso que culminó en Vitoria de 1976. La dimensión internacional de la oleada llegó hasta Israel (1969) y Egipto (1972) y, más tarde, a través de los levantamientos en los municipios de Sudáfrica, dirigidos por comités de lucha (los “Cívicos”). A lo largo de este periodo, Internacionalismo trabajó para reagrupar a las fuerzas revolucionarias. Un pequeño grupo con sede en Toulouse y que publicaba un periódico llamado Révolution Internationale se unió a este proceso. Juntos formaron en 1975 lo que aún hoy es la Corriente Comunista Internacional, nuestra organización. Nuestros artículos proclamaban “¡Saludos a la crisis!” porque, en palabras de Marx, no debemos “ver en la miseria sólo miseria” sino, por el contrario, “el lado revolucionario, subversivo, que derrocará a la vieja sociedad” (Miseria de la Filosofía, 1847). Tras una breve pausa a mediados de los años 70, se extendió una segunda oleada: huelgas de los trabajadores iraníes del petróleo y de los trabajadores de la siderurgia en Francia en 1978, el “Invierno de la cólera” en Gran Bretaña, los estibadores en Rotterdam (dirigidos por un comité de huelga independiente) y los trabajadores de la siderurgia en Brasil en 1979 (que también desafiaron el control sindical). Esta oleada de luchas alcanzó su punto culminante con la huelga de masas en Polonia en 1980, dirigida por un comité de huelga interempresarial independiente (el MKS); sin duda el episodio más importante de la lucha de clases desde 1968. Aunque la dura represión de los trabajadores polacos puso fin a esta oleada, no pasó mucho tiempo antes de que se produjera un nuevo movimiento con las luchas en Bélgica en 1983 y 1986, la huelga general en Dinamarca en 1985, la huelga de los mineros en Inglaterra en 1984-85, las luchas de los trabajadores ferroviarios y sanitarios en Francia en 1986 y 1988, y el movimiento de los trabajadores de la enseñanza en Italia en 1987. Las luchas de Francia e Italia en particular -al igual que la huelga de masas en Polonia- muestran una capacidad real de autoorganización con asambleas generales y comités de huelga.
No es sólo una lista de huelgas. Este movimiento de oleadas de luchas no estaba dando vueltas en círculos, sino haciendo verdaderos avances en la conciencia de clase. Como escribimos en abril de 1988, en un artículo titulado “20 años después de mayo de 1968”: “Una simple comparación de las características de las luchas de hace 20 años con las de hoy permite percibir rápidamente la amplitud de la evolución que se ha producido lentamente en la clase obrera. Su propia experiencia, sumada a la catastrófica evolución del sistema capitalista, le ha dado una visión mucho más clara de la realidad de su lucha. Esto se tradujo en:
La pérdida de ilusiones respecto a las fuerzas políticas situadas a la izquierda del capital, y en primer lugar respecto a los sindicatos, cuyas ilusiones han dado paso a la desconfianza y cada vez más a la hostilidad abierta;
el abandono cada vez más marcado de formas ineficaces de movilización, callejones sin salida a los que los sindicatos han conducido tan a menudo la combatividad de los trabajadores:
jornadas de “acción”, manifestaciones, marchas y procesiones tipo funerales;
huelgas largas y aisladas...
Pero la experiencia de estos 20 años de lucha no sólo ha enseñado a la clase obrera lecciones “en negativo” (lo que no hay que hacer). También nos ha enseñado cómo hacer las cosas:
La búsqueda de la extensión de la lucha (Bélgica 1986 en particular);
La búsqueda del control de la lucha, organizándose en asambleas y comités de huelga elegidos y revocables (principalmente en Francia a finales de 1986 y en Italia en 1987)”.
Fue esta fuerza de la clase obrera la que impidió, durante todos estos años, que la Guerra Fría se convirtiera en la Tercera Guerra Mundial. Mientras que las burguesías estaban soldadas en dos bloques listos para la batalla, los trabajadores no querían sacrificar sus vidas, por millones, en nombre de la Patria. Así lo demostró también la guerra de Vietnam: ante las pérdidas del ejército norteamericano (58,281 soldados), la protesta creció en Estados Unidos y obligó a la burguesía norteamericana a retirarse del conflicto en 1973. La clase dominante no podía movilizar a los explotados de todos los países en un enfrentamiento abierto. A diferencia de los años 30, el proletariado no estaba derrotado.
En realidad, los años 80 ya empezaban a revelar las dificultades de la clase obrera para desarrollar su lucha más que antes, para llevar adelante su proyecto revolucionario:
La huelga de masas de 1980 en Polonia fue extraordinaria por su amplitud y por la capacidad de los trabajadores para autoorganizarse en la lucha. Pero también demostró que en el Este las ilusiones en la democracia de Occidente eran inmensas. Peor aún, frente a la represión que azotaba a los huelguistas, la solidaridad del proletariado en Occidente se reducía a declaraciones platónicas, incapaces de ver que a ambos lados del Telón de Acero se trataba en realidad de una misma lucha de la clase obrera contra el capitalismo. Este es el primer indicio de la incapacidad del proletariado para politizar su lucha, para seguir desarrollando su conciencia revolucionaria.
En 1981, el presidente estadounidense Ronald Reagan despidió a 11,000 controladores aéreos alegando que su huelga era ilegal. Esta capacidad de la burguesía norteamericana para sofocar una huelga utilizando el arma de la represión, muestra cómo se encontraba la relación de fuerzas.
La represión en Polonia y la huelga en Estados Unidos actuaron como un verdadero golpe para el proletariado internacional cuyo efecto duró casi dos años.
En 1984, la primera ministra británica Margareth Thatcher fue mucho más lejos. En aquella época, la clase obrera británica tenía fama de ser la más combativa del mundo, y año tras año batía el récord de días de huelga. La Dama de Hierro provocó a los mineros; mano a mano con los sindicatos, los aisló del resto de sus hermanos de clase; durante un año lucharon solos, hasta que se agotaron (Thatcher y su gobierno habían preparado su golpe acumulando en secreto reservas de carbón); las manifestaciones fueron reprimidas con derramamiento de sangre (tres muertos, 20,000 heridos, 11,300 detenidos). El proletariado británico tardaría 40 años en recuperarse de este golpe y permanecería aletargado y sumiso hasta el verano de 2022 (volveremos sobre esto más adelante). Por encima de todo, esta derrota muestra que el proletariado no ha logrado entender la trampa, evitar el sabotaje y la división sindical. La politización de las luchas sigue siendo ampliamente insuficiente, lo que representa una desventaja creciente.
Una pequeña frase de nuestro artículo de 1988, que ya hemos citado, resume el problema crucial al que se enfrentaba el proletariado en aquella época: “Quizás se habla menos fácilmente de revolución en 1988 que en 1968”. En aquel momento, nosotros mismos no comprendíamos todo el significado de esta constatación, sólo la intuíamos. En efecto, la generación que había cumplido su tarea poniendo fin a la contrarrevolución en Mayo de 1968, no podía desarrollar también el proyecto revolucionario del proletariado.
Esta falta de perspectiva empieza a marcar a toda la sociedad: la droga se extiende tanto como el nihilismo. No es casualidad que fuera en esta época cuando dos palabras contenidas en una canción de la banda punk Les Sex Pistols fueran pintadas con aerosol en los muros de Londres: No future (No hay futuro).
Es en este contexto, en que empiezan a emerger los límites de la generación del 68 y con la putrefacción de la sociedad, que se asestó un terrible golpe a nuestra clase: el colapso del bloque del Este en 1989-91 desató una campaña ensordecedora sobre la “muerte del comunismo”. La gran mentira “estalinismo = comunismo” volvió a explotarse al máximo; todos los abominables crímenes de este régimen, que en realidad era capitalista, se atribuyeron a la clase obrera y a “su” sistema comunista. Peor aún, se pregonará día y noche: “¡He aquí a donde conduce la lucha obrera, a la barbarie y a la bancarrota! ¡He aquí a donde conduce ese sueño de revolución: a una pesadilla!” El resultado es terrible: los obreros se avergonzaban de su lucha, de su clase, de su historia. Privados de perspectiva, se negaban a sí mismos y perdían la memoria de ella. Todas las lecciones y los logros de los grandes movimientos sociales del pasado cayeron en el limbo del olvido. Este cambio histórico de la situación mundial ha sumido a la humanidad en una nueva fase de la decadencia capitalista: la fase de la descomposición.
La descomposición no es un momento fugaz y superficial; es una dinámica profunda que afecta a la sociedad. La descomposición es la última fase del capitalismo decadente, una fase de agonía que acabará o con la muerte de la humanidad o con la revolución. Es el fruto de los años 1970-1980 durante los cuales ni la burguesía ni el proletariado fueron capaces de imponer su perspectiva: la guerra por la burguesía, la revolución por el proletariado. La descomposición expresa esta especie de bloqueo histórico entre las clases:
La burguesía no infligió a la clase obrera una derrota histórica decisiva que le hubiera permitido movilizarse para una nueva guerra mundial.
La clase obrera, a pesar de 20 años de lucha que impidieron la marcha a la guerra, y que vieron importantes desarrollos en la conciencia de clase, no ha sido capaz de desarrollar la perspectiva de la revolución, de plantear su propia alternativa política a la crisis del sistema.
Como resultado, privado de toda salida, pero hundiéndose aún en la crisis económica, el capitalismo decadente empezó a pudrirse desde el fondo. Esta putrefacción afecta a la sociedad a todos los niveles, ya que la ausencia de perspectivas y de futuro actúa como un auténtico veneno: aumento del individualismo, de la irracionalidad, de la violencia, de la autodestrucción, etcétera. El miedo y el odio se apoderan poco a poco de la sociedad. Los cárteles de la droga se desarrollaron en América Latina, el racismo está por todas partes...El pensamiento está marcado por la imposibilidad de proyectarse al futuro, está marcado por una visión corta y limitada; la propia política de la burguesía se limita cada vez más a lo inmediato. Este baño de lodo cotidiano impregna inevitablemente a los proletarios, sobre todo porque dejaron de creer en el futuro de la revolución, se avergüenzan de su pasado y ya no se sienten una clase. Atomizados, reducidos a ciudadanos individuales, soportan todo el peso de la putrefacción de la sociedad. El problema más grave es sin duda la amnesia sobre las lecciones y avances del periodo 1968-1989.
Para empeorar las cosas, la política económica de la clase dominante está atacando deliberadamente cualquier sentido de identidad de clase, tanto mediante la disolución de los antiguos centros industriales de resistencia de la clase obrera, como mediante la introducción de formas de trabajo mucho más atomizadas, como la llamada “economía gig” (economía de pequeños trabajos), en la que los trabajadores son tratados regularmente como “auto emprendedores”.
Para toda una parte de la juventud obrera la consecuencia es catastrófica: tendencia a formar bandas en los centros urbanos, expresión tanto de toda falta de perspectiva económica como la búsqueda desesperada de una comunidad alternativa, que lleva a la creación de divisiones asesinas entre los jóvenes, basadas en rivalidades entre barrios y condiciones diferentes, en la competencia por el control de la economía local de la droga o en diferencias raciales o religiosas.
Mientras la generación del 68 sufría este revés, la generación que entró a escena en la edad adulta en 1990 -con la mentira de “la muerte del comunismo” y esta dinámica de descomposición social- parecía perdida para la lucha de clases.
En 1999, en una conferencia de la OMC (Organización Mundial del Comercio) celebrada en Seattle, un nuevo movimiento político saltó a la palestra: el altermundismo. 40,000 manifestantes, en su gran mayoría jóvenes, se alzaron contra el desarrollo de una sociedad capitalista que mercantilizaba todo el planeta. En la cumbre del G8 celebrada en Génova en 2001, fueron 300,000 manifestantes.
¿Qué revela el surgimiento de este movimiento? En 1990, el presidente estadounidense George Bush padre prometió “un nuevo orden mundial” de “paz y prosperidad”, pero la realidad de la década fue bien distinta: la guerra del Golfo en 1991, la guerra de Yugoslavia en 1993, el genocidio de Ruanda en 1994, la crisis y el hundimiento de los “Tigres asiáticos” en 1997... el aumento del desempleo, la precariedad laboral y la “flexibilidad” por doquier. En resumen, el capitalismo seguía hundiéndose en su decadencia. Esto llevó inevitablemente a la clase obrera y a todos los estratos de la sociedad a preocuparse, cuestionarse y reflexionar. Pero cada uno en su rincón. La aparición del movimiento altermundista es el resultado de esta dinámica: una protesta “ciudadana” contra la “globalización”, que reclama un capitalismo global “justo”. Es una aspiración a otro mundo, pero en un terreno no obrero, no revolucionario sino en el terreno burgués de la creencia en el mito de la democracia.
Los años 2000-2010 fueron testigos de una sucesión de intentos de lucha, todos los cuales se toparon con esta debilidad decisiva ligada a la pérdida de la identidad de clase.
El 15 de febrero de 2003 tuvo lugar la mayor manifestación mundial de la que se tiene constancia (hasta el día de hoy). Hubo 3 millones de personas en Roma, 1 millón en Barcelona, 2 millones en Londres, etcétera. El objetivo era protestar contra la inminente guerra de Iraq, que estallaría en marzo; con el pretexto de luchar contra el terrorismo duró 8 años y produjo 1.2 millones de muertos. En este movimiento está presente el rechazo a la guerra, mientras que las sucesivas guerras de los años 1990 no habían suscitado ninguna resistencia. Pero, sobre todo, se trataba de un movimiento encerrado en el terreno cívico y pacifista; no era la clase trabajadora la que luchaba contra las intenciones bélicas de sus Estados, sino una suma de ciudadanos atomizados que exigían a sus gobiernos que adoptaran una política de paz.
En Francia, en mayo-junio de 2003, hubo una serie de manifestaciones contra una reforma del sistema de pensiones. La huelga estalló en el sector de la educación nacional, y se presentaba la amenaza de una “huelga general”. Sin embargo, al final ésta no se produjo, y los profesores permanecieron aislados. Este confinamiento sectorial fue evidentemente el resultado de una política deliberada de división por parte de los sindicatos, pero el sabotaje tuvo éxito porque se basaba en una debilidad muy importante de la clase: los profesores se consideraban diferentes, no como trabajadores, no como miembros de la clase obrera. En ese momento, la propia noción de clase obrera sigue perdida en el limbo, rechazada, desfasada y vergonzante.
En 2006, los estudiantes franceses se movilizaron en masa contra un contrato precario especial para los jóvenes: el CPE (Contrato de Primer Empleo). El movimiento demostró una paradoja: la reflexión se produce en la clase, pero la clase no lo sabe. Los estudiantes redescubrieron, en efecto, una forma de lucha auténticamente obrera: las asambleas generales. En esas asambleas generales se llevan a cabo verdaderas discusiones. Estaban abiertas a los trabajadores, los desempleados y los jubilados; las intervenciones de las personas mayores fueron aplaudidas.
El eslogan faro utilizado en las marchas se convirtió en: “Los jóvenes y los viejos, todos son parte de la misma ensalada”. Era la emergencia de la solidaridad obrera entre generaciones, la comprensión de que todos eran afectados, y que todos tenían que unirse. Este movimiento, que desbordó el marco sindical, contenía el “riesgo” (para la burguesía) de atraer a empleados y obreros por un camino igualmente “incontrolado”. El jefe del gobierno se vio obligado a retirar el proyecto de ley. Esta victoria marcó un paso adelante en los esfuerzos realizados por la clase obrera desde principios de la década de 2000 para salir del estancamiento de los años 1990. Al calor de la lucha, publicamos y distribuimos un suplemento con el título “¡Salud a las nuevas generaciones de la clase obrera!”4. Y efectivamente, este movimiento muestra la emergencia de una nueva generación que no ha experimentado ni la pérdida de impulso de las luchas de los años 80, y a veces su represión, ni ha experimentado directamente las grandes mentiras “estalinismo = comunismo” y “revolución = barbarie”; es una nueva generación golpeada por el desarrollo de la crisis y la precariedad, una nueva generación dispuesta a rechazar los sacrificios impuestos y a luchar. Pero esta generación también creció en los años 1990, y lo que más la caracteriza es la aparente ausencia de la clase obrera, la desaparición de su proyecto y de su experiencia. Esta nueva generación tiene, así, que “reinventar” sus métodos; en consecuencia, retoma los métodos de lucha del proletariado, pero -y el “pero” es grande- de forma no consciente, por instinto, diluyéndose así en la masa de “ciudadanos”. Es un poco como en la obra de Molière en la que Monsieur Jourdain hace prosa sin saberlo. Esto explica por qué, una vez desaparecido, este movimiento no dejó ningún rastro aparente: ni grupos, ni periódicos, ni libros... Los propios protagonistas parecieron olvidar muy rápidamente lo que habían vivido.
El “movimiento de las plazas” que recorrió el mundo unos años más tarde iba a ser una demostración flagrante de esas fuerzas contradictorias, de ese impulso y de esas debilidades profundas e históricas. La combatividad se desarrolló, al igual que la reflexión, pero sin referencia a la clase obrera y a su historia, sin sentido de pertenencia al proletariado, sin identidad de clase.
El 15 de septiembre de 2008, la mayor quiebra de la historia, la del banco de inversión Lehman Brothers, desencadenó una ola de pánico internacional; era la llamada crisis de las “subprimes”. Millones de trabajadores perdieron sus escasas inversiones y pensiones, y los planes de austeridad hundieron en la miseria a poblaciones enteras. Inmediatamente la aplanadora propagandística se puso en marcha: no era el sistema capitalista el que mostraba una vez más sus límites, sino que “son los banqueros corruptos y codiciosos los causantes de todos los males”. La prueba es que algunos países van bien, en particular los BRICS y China. La propia forma que toma esta crisis, “una contracción del crédito” implicando una pérdida masiva de ahorros para millones de trabajadores, hace que sea aún más difícil responder sobre un terreno de clase, ya que el impacto parecía afectar más a los hogares individuales en lugar de a una clase asociada. Esto es precisamente el talón de Aquiles del proletariado desde 1990, el haber olvidado que existe, e incluso que es la principal fuerza de la sociedad.
En 2010, la burguesía francesa aprovechó este contexto de gran confusión en la clase para orquestar, con sus sindicatos, una serie de catorce jornadas de acción que terminaron con la victoria del gobierno (la adopción de otra reforma más a las pensiones) y con el agotamiento y la desmoralización de los trabajadores. Al limitar la lucha a cortejos sindicales, sin vida ni debate en las marchas, la burguesía consiguió explotar la gran debilidad política de los trabajadores para borrar aún más la principal lección positiva del movimiento anti-CPE de 2006: las asambleas generales como savia de la lucha.
El 17 de diciembre de 2010, en Túnez, un joven vendedor ambulante de frutas y verduras vio cómo su escasa mercancía era requisada por la policía, que le propinó una paliza. Desesperado, se prendió fuego. Lo que siguió fue un verdadero grito de rabia e indignación que sacudió a todo el país y traspasó fronteras. La miseria y la represión atroces en todo el Magreb impulsaron a la gente a rebelarse. Las masas se reunieron, primero en la plaza Tahrir de Egipto. Los trabajadores que luchaban se encontraron diluidos en la multitud, en medio de todas las demás clases no trabajadoras de la sociedad. La consigna es en cada país “¡Fuera!”: “Fuera Mubarak”, “Fuera Gadafi”, etc. Es un llamado a la dimisión de los dirigentes y a su remplazo; los protagonistas exigen democracia y reparto de la riqueza. Por tanto, la ira conduce a estas consignas ilusorias y burguesas.
En 2011, en España, toda una generación precaria, obligada a quedarse a vivir en casa de sus padres, se inspiró en lo que hoy se conoce como la “La primavera árabe” e invadió la plaza mayor de Madrid. El lema era: “De la plaza Tahrir a la Puerta del Sol”. Había nacido el movimiento de los “Indignados” que se extendió por todo el país. Aunque este movimiento reúne a todos los estratos de la sociedad, como en el norte de África, aquí la clase obrera es ampliamente mayoritaria. Así, las reuniones adoptan la forma de asambleas para debatir y organizarse. Cuando intervinimos, observamos una especie de ímpetu internacionalista en los numerosos saludos a las expresiones de solidaridad procedentes de todos los rincones del mundo, se toma en serio la consigna “revolución mundial”, se reconoce que “el actual sistema ya es obsoleto” y existe una fuerte voluntad de debatir la posibilidad de una nueva forma de organización social, por lo que se plantean numerosas cuestiones sobre la moral, la ciencia, la cultura, etc.
En Estados Unidos, Israel y el Reino Unido, este “movimiento de plazas” adoptó el nombre de “Occupy”. El hecho de “ocupar” es por tanto puesto al centro; los participantes hablaron de su sufrimiento como consecuencia de la precariedad y la flexibilidad que hacían casi imposible el simple hecho de tener verdaderos compañeros de trabajo estables o la más mínima vida social. Esta explotación y desestructuración implacables individualizan, aíslan y atomizan. Los protagonistas de Occupy logran así, la alegría de reunirse y formar una comunidad, de poder hablar e incluso vivir como parte de un colectivo. Así que ya hay una especie de regresión en comparación con los Indignados, porque no se trata tanto de luchar como de estar juntos. Pero, sobre todo, Occupy nació en Estados Unidos, el país de la represión obrera bajo Reagan, el país que simbolizó la victoria del capitalismo sobre el “comunismo”, el país campeón de la sustitución de la clase obrera por individuos “emprendedores”, empleados libres, etcétera. Por tanto, este movimiento está extremadamente marcado por la pérdida de identidad de clase, por el borrado de toda la experiencia obrera acumulada pero reprimida. Occupy se centró en la teoría del 1% (la minoría que posee la riqueza... de hecho la burguesía) para exigir más democracia y una mejor distribución de los bienes. En otras palabras, fue una peligrosa ilusión de un capitalismo mejor, más justo, y más humano. Además, el bastión del movimiento es Wall Street, la bolsa de Nueva York (Occupy Wall Street), para simbolizar que el enemigo son las finanzas viciadas.
Pero en el fondo, esta debilidad también marca a los Indignados: la tendencia a verse como “ciudadanos” y no como proletarios, hace que todo el movimiento sea vulnerable a la ideología democrática, que acaba permitiendo que partidos burgueses -como Syriza en Grecia y Podemos en España- se presenten como los verdaderos herederos de estas revueltas. “¡Democracia Real Ya!” se convirtió, desgraciadamente, en la consigna del movimiento.
Finalmente, el reflujo de este “movimiento en las plazas” profundizó aún más el retroceso general de la conciencia de clase.
En Egipto, las ilusiones sobre la democracia han allanado el camino para la restauración del mismo tipo de gobernanza autoritaria que había sido el catalizador inicial de la “Primavera árabe”. En Israel, donde las manifestaciones masivas lanzaron en su día el lema internacionalista: “Netanyahu, Mubarak, Assad, el mismo enemigo”, esta vez la brutal política militarista del gobierno de Netanyahu vuelve a imponerse. En España, muchos jóvenes que habían participado en el movimiento están enredados en el callejón sin salida absoluto del nacionalismo catalán o español. En Estados Unidos, la focalización en el 1% alimenta el sentimiento populista contra “las élites”, “el Establishment”, ...
El período 2003-2011 representa, pues, toda una serie de esfuerzos de nuestra clase para luchar contra el continuo deterioro de las condiciones de vida y de trabajo en este capitalismo en crisis, pero, privada de una identidad de clase, acaba (temporalmente) en un marasmo mayor. Y el agravamiento de la descomposición en la década de 2010 agravará aún más estas dificultades: desarrollo del populismo, con toda la irracionalidad y el odio que encierra esta corriente política burguesa, proliferación a escala internacional de atentados terroristas, toma del poder sobre regiones enteras por narcotraficantes en Latinoamérica y por los señores de la guerra en Oriente Medio, África y el Cáucaso, enormes oleadas de emigrantes que huyen del horror del hambre, de la guerra, de la barbarie, de la desertificación ligada al calentamiento climático... mientras el Mediterráneo se está convirtiendo en un cementerio acuático.
Esta dinámica podrida y mortífera tiende a reforzar el nacionalismo y la confianza en la “protección” del Estado; lleva a dejarse influir por las falsas críticas al sistema que ofrece el populismo (y, para una minoría, el yihadismo), a adherirse a la “política de identidad” ... La falta de identidad de clase se ve agravada por la tendencia a la fragmentación en identidades raciales, sexuales y de otro tipo, lo que a su vez refuerza la exclusión y la división, mientras que sólo el proletariado que lucha por sus propios intereses puede ser verdaderamente integrador.
En resumen, la sociedad capitalista se está pudriendo desde sus bases.
Pero en la situación actual no hay que ver sólo la descomposición. Otras fuerzas están actuando: con el hundimiento en la decadencia la crisis económica se agrava y con ella surge la necesidad de luchar; el horror de la vida cotidiana plantea sin cesar cuestiones que acaban por incidir en la mente de los trabajadores; las luchas de los últimos años han comenzado a dar algunas respuestas y estas experiencias están cavando sus surcos sin que nos demos cuenta. En palabras de Marx: “Reconocemos a nuestro viejo amigo, nuestro viejo topo que tan bien sabe trabajar subterráneamente para aparecer de repente”.
En 2019 se desarrolla en Francia un movimiento social contra una nueva (sic) reforma de las pensiones. Más que la combatividad, que es muy grande, lo que nos llama la atención es la tendencia a la solidaridad entre generaciones que se expresa en las marchas: muchos trabajadores próximos a los sesenta años -y, por tanto, no afectados directamente por la reforma- hacen huelga y se manifiestan para que los asalariados jóvenes no sufran este ataque gubernamental. La solidaridad intergeneracional, muy presente en 2006, parece resurgir. Escuchamos a los manifestantes corear “¡La clase obrera existe!”, cantar “¡Estamos aquí, estamos aquí por el honor de los trabajadores y por un mundo mejor!”, y defender la idea de “guerra de clases”. Si bien se trata de una minoría, la idea vuelve a estar en el aire, ¡algo que no ocurría desde hace 30 años!
En 2020 y 2021, durante la pandemia de Covid y sus múltiples confinamientos, constatamos la existencia de huelgas en Estados Unidos, Irán, Italia, Corea, España y Francia que, aunque dispersas, daban testimonio de la profundidad de la cólera, ya que es particularmente difícil luchar en estos tiempos de control de plomo estatal en nombre de “la salud de todos”
Por eso, en enero de 2022, cuando la inflación reapareció tras casi 30 años de tregua en este frente económico, decidimos redactar un volante internacional que decía:
“Los precios se disparan, sobre todo en productos de primera necesidad como los alimentos, la energía y el transporte… dejando a cada vez más personas con dificultades para alimentarse, alojarse, calentarse y desplazarse”.
Y es en este volante donde, por tanto, anunciamos: “En todos los países, en todos los sectores, la clase obrera sufre un deterioro insoportable de sus condiciones de vida y de trabajo. (...) Los ataques llueven bajo el peso de la agravación de la crisis económica mundial. A pesar del temor a una crisis sanitaria opresiva, la clase obrera empieza a reaccionar (...) Es cierto que no se trata de movimientos masivos: las huelgas y manifestaciones siguen siendo demasiado escasas y aisladas. Pero la burguesía los observa como un halcón, consciente de la amplitud de la cólera que se está gestando (...) Entonces, ¿cómo desarrollar una lucha unida y masiva?”.
El estallido de la guerra en Ucrania un mes después fue un acontecimiento aterrador; la clase temía que el conflicto se extendiera y degenerara. Pero, al mismo tiempo, la guerra empeoró considerablemente la inflación. Junto con los efectos desastrosos del Brexit, el Reino Unido ha sido el más afectado.
Ante este deterioro insoportable de las condiciones de vida y de trabajo, estallaron en el Reino Unido huelgas en sectores muy diversos (sanidad, educación, transportes, etc.): ¡fue lo que los medios de comunicación llamaron “El verano de la cólera”, en referencia a “El invierno de la cólera” de 1979 ¡que sigue siendo el movimiento más masivo de cualquier país después del de mayo de 1968 en Francia!
Al establecer este paralelismo entre estos dos grandes movimientos, separados por 43 años, los periodistas dicen mucho más de lo que piensan. Porque detrás de esta expresión de “cólera” se esconde un movimiento extremadamente profundo. Dos expresiones correrán de piquete en piquete de huelga: “Enough is enough!” (¡Ya basta!) y “¡Somos trabajadores!”. En otras palabras, si los trabajadores británicos se levantan contra la inflación, no es sólo porque ésta sea insoportable. La crisis es necesaria, pero no suficiente. Es también porque la conciencia ha madurado en las cabezas de los trabajadores, es que el viejo topo ha cavado durante décadas y ahora asoma una pequeña parte de su hocico. Retomando el método de nuestros antepasados de Internacionalismo, que les permitió anticipar la llegada de mayo de 1968 y luego comprender su significado histórico, hemos podido desde agosto de 2022 subrayar en nuestro volante internacional que el despertar del proletariado británico tiene un significado mundial e histórico; por eso nuestro volante concluye que: “Las huelgas masivas en el Reino Unido son un llamado al combate para los proletarios de todo el mundo”. El hecho que el proletariado que fundó la Primera Internacional con el proletariado francés en 1864 en Londres, que fue el más combativo de las décadas 1970-80, que sufrió una gran derrota a manos de Thatcher en 1984-85 y que desde entonces no había sido capaz de reaccionar, anuncie que ahora “¡Ya basta!” revela lo que está madurando en lo más profundo de las entrañas de nuestra clase: el proletariado empieza a recuperar su identidad de clase, a sentirse más seguro de sí mismo, a sentirse una fuerza social y colectiva.
Tanto más cuanto que estas huelgas tienen lugar en un momento en que la guerra de Ucrania y todos sus discursos patrióticos hacen estragos. Como decíamos en nuestro volante de finales de agosto de 2002: “La importancia de este movimiento no se limita al hecho de que pone fin a un largo periodo de pasividad. Estas luchas tienen lugar en un momento en que el mundo se enfrenta a una guerra imperialista a gran escala, una guerra que enfrenta a Rusia y Ucrania sobre el terreno, pero que tiene un alcance mundial con, en particular, la movilización de los países miembros de la OTAN. Se trata de una movilización armamentística, pero también económica, diplomática e ideológica. En los países occidentales, el discurso de los gobiernos pide sacrificios para “defender la libertad y la democracia”. En concreto, esto significa que los proletarios de estos países deben apretarse aún más el cinturón para “mostrar su solidaridad con Ucrania”, de hecho, con la burguesía ucraniana y la de los países occidentales. (...) Los gobiernos piden “sacrificios para luchar contra la inflación”. Se trata de una farsa siniestra cuando lo único que hacen es agravarla con la explosión de los gastos de guerra. Este es el futuro prometido por el capitalismo y sus burguesías nacionales en competencia: más guerras, más explotación, más destrucción, más miseria. Con esto está también lo que las huelgas del proletariado en el Reino Unido llevan en germen, aunque los trabajadores no siempre sean plenamente conscientes de ello: la negativa a sacrificarse cada vez más por los intereses de la clase dominante, el rechazo a hacer sacrificios por la economía nacional y por el esfuerzo de guerra, la negativa a aceptar la lógica de este sistema que está llevando a la humanidad hacia la catástrofe y, en última instancia, a su destrucción”.
Mientras las huelgas en el Reino Unido continuaban y afectaban cada vez a más sectores, en Francia se iniciaba un importante movimiento social contra... la reforma de las pensiones. Las mismas características se manifestaban a este lado del Canal de la Mancha: también en Francia, los manifestantes hacían hincapié en su pertenencia al campo de los trabajadores y la consigna “¡Enough is Enough!” se retomaba bajo la forma de “C’est assez !” (“¡Ya basta!”). Evidentemente, el proletariado en Francia aportó a esta dinámica internacional su costumbre de salir a la calle en masa, lo que contrastaba con los piquetes dispersos impuestos por los sindicatos en el Reino Unido. Aún más significativa de la contribución de este episodio de lucha al proceso internacional global fue la consigna que floreció por doquier en las manifestaciones: “Vosotros nos ponéis los 64, nosotros os volvemos a poner el 68” (el gobierno quería retrasar la edad legal de jubilación a los 64 años, y los manifestantes contraatacaron con su deseo de reconstruir el Mayo del 68). Aparte del excelente juego de palabras (ejemplo de la creatividad de la clase obrera en lucha), esta consigna inmediatamente popular indica que el proletariado, al empezar a reconocerse como clase, al empezar a recuperar su identidad de clase, empieza también a recordar, a reactivar su memoria dormida. Nos sorprendió, además, interviniendo en las manifestaciones, ver referencias al movimiento de 2006 contra el CPE. Mientras que este episodio parecía haber sido borrado, ignorado por todos, ahora los jóvenes manifestantes volvían a hablar de él, preguntándose lo que había pasado... Inmediatamente publicamos y distribuimos un nuevo volante, recordando la cronología del movimiento y sus lecciones (la importancia de las asambleas generales abiertas y soberanas, es decir, realmente organizadas y dirigidas por la asamblea y no por los sindicatos). Al ver el título, los manifestantes vinieron a pedirnos el volante, y algunos nos dieron las gracias después de leerlo cuando nos volvieron a ver en la acera. Así pues, no es sólo el factor “ruptura con el pasado” lo que explica la capacidad de la nueva generación actual para dirigir al conjunto del proletariado a la lucha. Al contrario, la noción de continuidad es quizás aún más importante. Así que teníamos razón al escribir en 2020: “Las conquistas de las luchas del periodo 1968-89 no se han perdido, incluso si pueden haber sido olvidadas por muchos trabajadores (y revolucionarios): la lucha por la autoorganización y la extensión de las luchas, el comienzo de una comprensión del papel anti obrero de los sindicatos y los partidos capitalistas de izquierda, la resistencia al reclutamiento bélico, la desconfianza en el juego electoral y parlamentario, etcétera. Las luchas futuras deberán basarse en la asimilación crítica de estas lecciones, yendo mucho más lejos, y ciertamente no en su negación u olvido” (Artículo de balance del 23er Congreso, Revista Internacional 164, 2020).
La experiencia acumulada por las generaciones anteriores desde el 68, e incluso desde el inicio del movimiento obrero, no ha sido borrada, sino más bien guardada en una memoria latente; la reconquista de la identidad de clase permite que ésta pueda ser reactivada, y que la clase obrera pueda ponerse en marcha para reivindicar su propia historia.
En concreto, las generaciones que vivieron el 68 y el enfrentamiento con los sindicatos en los años 70 y 80 siguen vivas hoy, pueden contar sus historias y transmitirlas. La generación “perdida” de los años 90 también puede aportar su contribución. Los jóvenes de las asambleas de 2006 y 2011 podrán por fin comprender lo que hicieron, el sentido de su autoorganización, y contárselo a la nueva generación. Por una parte, esta nueva generación de los años 2020 no ha sufrido las derrotas de los años 1980 (bajo Tatcher y Reagan), ni la mentira de 1990 sobre la muerte del comunismo y el fin de la lucha de clases, ni los años de oscuridad que siguieron; por otra parte, ha crecido en una crisis económica permanente y en un mundo en descomposición, por lo que lleva en su interior una combatividad intacta. Esta nueva generación puede atraer tras de sí a todas las demás, teniendo que escucharlas y aprender de sus experiencias, sus victorias y sus derrotas. El pasado, el presente y el futuro pueden volver a unirse. Este es todo el potencial que lleva en sí el movimiento actual y el porvenir, esto es lo que hay detrás de la noción de “ruptura”: una nueva dinámica que rompe con la inmovilidad y la amnesia que han dominado desde 1990, una nueva dinámica que se reapropia de la historia del movimiento obrero de forma crítica para llevarlo mucho más lejos. Las huelgas que hoy se desarrollan son fruto de la maduración subterránea de las décadas anteriores, y pueden a su vez conducir a una maduración mucho mayor.
Y evidentemente, quienes representan esta continuidad y memoria históricas, las organizaciones revolucionarias, tienen un inmenso papel que desempeñar en este proceso.
Desde 2020 y la pandemia de Covid, la descomposición del capitalismo se ha acelerado en todo el planeta. Todas las crisis de este sistema decadente -sanitaria, económica, climática, social y guerrera- se entrecruzan para formar un vórtice devastador5. Esta dinámica amenaza con arrastrar a toda la humanidad a la muerte.
La clase trabajadora se enfrenta, por tanto, a un gran desafío: cómo desarrollar su proyecto revolucionario y plantear, así, su perspectiva, la del comunismo, en este contexto de putrefacción. Para ello, debe ser capaz de resistir a todas las fuerzas centrífugas que la presionan sin tregua; debe ser capaz de no dejarse atrapar por la fragmentación social que fomenta el racismo, el enfrentamiento entre bandas rivales, el repliegue y el miedo; debe ser capaz de no ceder a las sirenas del nacionalismo y de la guerra (supuestamente humanitaria, antiterrorista, de “resistencia”, etc. Las burguesías siempre acusan al enemigo de la barbarie para justificar la suya). Resistir a toda esta podredumbre que corroe poco a poco al conjunto de la sociedad y lograr desarrollar su lucha y sus perspectivas implica necesariamente que el conjunto de la clase obrera eleve su nivel de conciencia y de organización, que logre politizar sus luchas, cree lugares de debates, de elaboración y de toma de control de las huelgas por los propios trabajadores.
Entonces, ¿qué nos dicen todas estas huelgas, calificadas de “históricas” por los medios de información, sobre la dinámica actual y la capacidad de nuestra clase para proseguir sus esfuerzos, aunque esté rodeada de un mundo en putrefacción?
La solidaridad que se ha expresado en todas las huelgas y movimientos sociales desde 2022 demuestra que la clase obrera, cuando lucha, no sólo consigue resistir a esta putrefacción social, sino que empieza a esbozar un antídoto, la promesa de otro futuro posible: la fraternidad proletaria. Su lucha es la antítesis de la guerra de todos contra todos hacia la que empuja la descomposición.
En los piquetes y manifestaciones en Canadá, Francia e Islandia, las expresiones más comunes son “¡Todos estamos en el mismo barco!” y “¡Todos debemos luchar juntos!”.
Incluso en Estados Unidos, un país asolado por la violencia, las drogas, el aislacionismo y la división racial, la clase obrera fue capaz de plantear la cuestión de la solidaridad obrera entre sectores y entre generaciones. Los testimonios que se desprenden de la huelga “histórica” del verano de 2023, cuyo núcleo fueron los trabajadores del automóvil, muestran incluso que el proceso sigue avanzando y profundizándose:
“¡Tenemos que decir basta! No sólo nosotros, sino toda la clase obrera de este país tiene que decir, en algún momento, ¡basta! (...) Todos estamos hartos: los trabajadores temporales están hartos, los empleados con muchos años de antigüedad como yo estamos hartos... porque estos trabajadores temporales son nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestros amigos” (Littlejohn, jefe de mantenimiento en los oficios calificados de la planta de estampado de Ford en Búfalo, Estados Unidos).
“Todos estos grupos no son movimientos separados, sino un grito de guerra colectivo: somos una ciudad de trabajadores: obreros y empleados, sindicalizados y no sindicalizados, inmigrantes y nativos” (Los Ángeles Times).
“El complejo Stellantis de Toledo, Ohio, se llenó de vítores y bocinazos de automóviles al comenzar la huelga” (The Wall Street Journal).
“Las bocinas apoyan a los huelguistas frente a la planta del fabricante de automóviles en Wayne, Michigan” (The Guardian).
Esta solidaridad se basa explícitamente en la idea de que “¡todos somos trabajadores!”.
¡Qué contraste con los intentos de pogromo antiinmigración de Dublín (Irlanda) y Romans-sur-Isère (Francia)! En ambos casos, tras un apuñalamiento mortal, una parte de la población culpó de los asesinatos a la inmigración y exigió venganza, saliendo a la calle para linchar a la gente. No se trata de incidentes aislados e insignificantes; al contrario, anuncian la deriva general de la sociedad. Las reyertas entre bandas de jóvenes, las agresiones, los asesinatos cometidos por individuos desequilibrados y los disturbios nihilistas se multiplican y no harán sino aumentar más y más.
Las fuerzas de la descomposición impulsarán progresivamente la fragmentación social; la clase trabajadora se encontrará en medio de un odio creciente. Para resistir a estos vientos fétidos, tendrá que seguir esforzándose por desarrollar su lucha y su conciencia. El instinto de solidaridad no será suficiente; la clase trabajadora tendrá que trabajar también por su unidad, es decir, por tomar conscientemente la construcción de sus vínculos y de su organización en la lucha. Esto implica inevitablemente enfrentarse a los sindicatos y a su sabotaje permanente de división. Aquí volvemos a la necesidad de reapropiarse de las lecciones de las luchas de los años 1970 y 80.
El cruce del Atlántico por el grito de “¡Ya basta!” revela el carácter profundamente internacional de nuestra clase y de su lucha. Las huelgas en Estados Unidos son el resultado directo de la influencia de las huelgas en el Reino Unido. También aquí teníamos razón cuando escribíamos en la primavera de 2023: “Siendo el inglés, además, la lengua de comunicación mundial, la influencia de estos movimientos supera necesariamente la que podrían tener las luchas en Francia o Alemania, por ejemplo. En este sentido, el proletariado británico muestra el camino no sólo a los trabajadores europeos, que deberán estar en la vanguardia del ascenso de la lucha de clases, sino también al proletariado mundial, y en particular al proletariado norteamericano.” (Informe sobre la lucha de clases, 25º Congreso, Revista Internacional 170, 2023).
Durante la huelga de las Tres Grandes de la industria automovilística (Ford, Chrysler, General Motors) en Estados Unidos, empezó a surgir el sentimiento de ser una clase internacional. Además de esta referencia explícita a las huelgas del Reino Unido, los trabajadores intentaron unificar la lucha a ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y Canadá. La burguesía no se equivocó; comprendió el peligro de tal dinámica y el gobierno canadiense firmó inmediatamente un acuerdo con los sindicatos para poner fin prematuramente a este vestigio de lucha común e impedir así cualquier posibilidad de unificación.
Durante el movimiento en Francia, también hubo expresiones de solidaridad internacional. Como escribimos en nuestro volante de abril de 20236: “Los proletarios empiezan a tenderse la mano más allá de las fronteras, como vimos con la huelga de los obreros de una refinería belga en solidaridad con los obreros de Francia, o la huelga del “Mobilier national” en Francia -antes de la visita (aplazada) de Carlos III a Versalle-, en solidaridad con “los trabajadores ingleses en huelga desde hace semanas por aumentos salariales”. A través de estas expresiones aún muy embrionarias de solidaridad, los obreros empezaron a reconocerse como clase internacional: “¡Todos estamos en el mismo barco!”.
De hecho, el resurgimiento de la combatividad obrera desde el verano de 2022 tiene quizás una dimensión internacional aún más fuerte que en los años 1960/70/80. ¿Por qué?
Porque la “globalización”, esta red económica mundial extremadamente tupida, confiere a la crisis económica una dimensión mundial igualmente inmediata.
Porque ya no hay zonas “resistentes” a la crisis económica: China y Alemania también se han visto afectadas, al contrario que en 2008 (lo que dice mucho de la gravedad de la actual crisis abierta).
Porque el proletariado se enfrenta en todas partes al mismo deterioro de las condiciones de vida.
Por último, pero no menos importante, porque los vínculos entre los proletarios de los distintos países se han estrechado fuertemente (colaboración económica a través de las multinacionales, intensa migración internacional, información globalizada, etc.).
En China, el “crecimiento” sigue ralentizándose y el desempleo disparándose. Las cifras oficiales del gobierno chino muestran que ¡una cuarta parte de los jóvenes están desempleados! Como respuesta, se desarrollan luchas: “Afectadas por la caída de los pedidos, las fábricas que emplean a un gran número de trabajadores se están deslocalizando y están despidiendo a trabajadores. Se multiplican las huelgas contra los salarios impagados y las manifestaciones contra los despidos sin indemnización”. Estas huelgas, en un país donde la clase obrera está bajo el manto ideológico y represivo del supuesto “comunismo”, son particularmente significativas de la magnitud de la cólera que se está gestando. Con el probable hundimiento del sector de la construcción inmobiliaria a la vuelta de la esquina, habrá que estar atentos a las posibles reacciones de los trabajadores.
Por el momento, en el resto de Asia, es sobre todo en Corea del Sur donde el proletariado ha vuelto a la senda de la huelga, con un gran movimiento general el pasado mes de julio.
Esta dimensión profundamente internacional de la lucha de clases, este inicio de comprensión de que los trabajadores en huelga luchan todos por los mismos intereses, cualquiera que sea el lado de la frontera en que se encuentren, representa exactamente lo contrario de la naturaleza intrínsecamente imperialista del capitalismo. Ante nuestros ojos se desarrolla la oposición entre dos polos: uno constituido por la solidaridad internacional, el otro por guerras cada vez más bárbaras y asesinas.
Dicho esto, la clase obrera está aún muy lejos de ser lo suficientemente fuerte (consciente y organizadamente) como para levantarse explícitamente contra la guerra, o incluso contra los efectos de la economía de guerra:
- En Europa Occidental y Norteamérica, por el momento, las dos grandes guerras en curso no parecen afectar sustancialmente a la combatividad de la clase obrera. Las huelgas en el Reino Unido comenzaron justo después del inicio de la guerra en Ucrania, la huelga en la industria automovilística en Estados Unidos continuó a pesar del estallido del conflicto en Gaza, y otras huelgas se han desarrollado desde entonces en Canadá, Islandia y Suecia... Pero el hecho es que los trabajadores todavía no han conseguido incorporar a su lucha -en sus consignas y debates- el vínculo entre la inflación, los golpes asestados por la burguesía y la guerra. Esta dificultad se debe a la falta de confianza de los trabajadores en sí mismos, a su falta de conciencia de la fuerza que representan como clase; levantarse contra la guerra y sus consecuencias parece un reto demasiado grande, abrumador, fuera de su alcance. Lograr este vínculo depende de un mayor grado de conciencia. El proletariado internacional tardó 3 años en establecer este vínculo frente a la Primera Guerra Mundial. En el periodo 1968-1989, el proletariado fue incapaz de establecer este vínculo, lo que constituyó uno de los factores que inhibieron su capacidad para desarrollar su politización. Así pues, después de 30 años de reflujo, no deberíamos esperar que el proletariado diera este paso fundamental de inmediato. Es un paso profundamente político, que marcará una ruptura crucial con la ideología burguesa. Es un paso que requiere comprender que el capitalismo es una barbarie militar, que la guerra permanente no es algo accidental sino una característica del capitalismo decadente.
- En Europa del Este, en cambio, la guerra ha tenido un impacto absolutamente desastroso; no ha habido oposición -ni siquiera manifestaciones pacifistas- a la guerra. Aunque el conflicto se ha cobrado ya 500 000 vidas (250 000 en cada bando), y los jóvenes de Rusia y Ucrania huyen de la movilización para salvar el pellejo, no ha habido ninguna protesta colectiva. La única salida ha sido individual: desertar y esconderse. Esta ausencia de reacción de clase confirma que, si bien 1989 fue un golpe contra todo el proletariado a nivel mundial, los trabajadores de los países estalinistas fueron golpeados aún más duramente. La extrema debilidad de la clase obrera de Europa del Este es la punta del iceberg de la debilidad de la clase obrera en los países del conjunto de la antigua URSS. La amenaza de guerra que se cierne sobre los países de la antigua Yugoslavia es en parte posible gracias a esta profunda debilidad del proletariado que vive allí.
- En cuanto a China, es difícil evaluar con precisión cuál es la situación de la clase trabajadora de este país en relación con la guerra. Debemos seguir de cerca la situación y su evolución. La magnitud de la crisis económica que se avecina tendrá un gran impacto en la dinámica del proletariado. Dicho esto, al igual que en el Este, el estalinismo (vivo o muerto) seguirá desempeñando su papel contra nuestra clase. Cuando uno tiene que estudiar las ideas distorsionadas de Karl Marx en la escuela, el marxismo asquea.
De hecho, cada guerra -que inevitablemente estallará- planteará problemas diferentes al proletariado mundial. La guerra en Ucrania no plantea los mismos problemas que la guerra en Gaza, que no plantea los mismos problemas que la guerra que amenaza a Taiwán. Por ejemplo, el conflicto israelí-palestino engendra una podrida situación de odio en los países centrales entre las comunidades judía y musulmana, lo que permite a la burguesía hacer una gran alharaca de división.
Pero tanto en Occidente como en Oriente, tanto en el Norte como en el Sur, podemos reconocer que, en general, el proceso de desarrollo de la conciencia sobre la cuestión de la guerra será muy difícil, y no hay ninguna garantía de que el proletariado consiga llevarlo a cabo. Como señalamos hace 33 años: “A diferencia del pasado, el desarrollo de una nueva oleada revolucionaria no vendrá de una guerra, sino del agravamiento de la crisis económica (...) La movilización de la clase obrera, punto de partida de las luchas de clase a gran escala, vendrá de los ataques económicos. Del mismo modo, a nivel de conciencia, el agravamiento de la crisis será un factor fundamental para revelar el callejón sin salida histórico del modo de producción capitalista. Pero en este mismo nivel de conciencia, la cuestión de la guerra está llamada una vez más a desempeñar un papel clave:
- al poner en evidencia las consecuencias fundamentales de este impasse histórico: la destrucción de la humanidad,
- al constituir la única consecuencia objetiva de la crisis, de la decadencia y de la descomposición que el proletariado puede hoy limitar (a diferencia de todas las demás manifestaciones de la descomposición), en la medida en que, en los países centrales, actualmente no está enrolado bajo las banderas del nacionalismo”. (“Militarismo y descomposición”, Revista Internacional 64, 1991).
También aquí vemos hasta qué punto la capacidad del proletariado para politizar sus luchas será la clave del futuro.
La agravación de la descomposición va a poner toda una serie de obstáculos en el camino de la clase trabajadora hacia la revolución. Además de la fragmentación social, la guerra y el caos, crecerá el populismo.
En Argentina, Javier Milei acaba de ser elegido presidente. ¡El 23º país más grande del mundo está dirigido por un hombre que cree que la Tierra es plana! Celebra sus reuniones con una motosierra en la mano. En resumen, hace que Trump parezca un hombre de ciencia. Más allá de la anécdota, esto muestra hasta qué punto la descomposición avanza y envuelve en su irracionalidad y podredumbre a sectores cada vez más amplios de la clase dirigente:
En Estados Unidos, Trump es el favorito para las próximas elecciones presidenciales.
En Francia, por primera vez, la posibilidad de que la extrema derecha llegue al poder se hace creíble, incluso muy probable.
Italia está liderada por el gobierno de Meloni.
En Holanda, la victoria de Geert Wilde, islamófobo y soberanista confeso, sorprendió a todos los expertos.
En Alemania, el populismo también está al alza, alimentado sobre todo por el discurso de odio ante las oleadas masivas de refugiados.
Hasta ahora, toda esta putrefacción no ha impedido a la clase obrera desarrollar sus luchas y su conciencia. Pero debemos mantener la mente y los ojos bien abiertos para seguir la evolución y evaluar el impacto del populismo en el pensamiento racional que el proletariado debe desarrollar para llevar a cabo su proyecto revolucionario.
Este paso decisivo en la politización de las luchas faltó en los años 1980. Hoy, es en el contexto terriblemente más difícil de la descomposición donde el proletariado debe conseguirlo, de lo contrario el capitalismo arrastrará a toda la humanidad a la barbarie, al caos y, en última instancia, a la muerte.
Una revolución victoriosa es posible. No es sólo la descomposición la que avanza, sino también las condiciones objetivas de la revolución: una crisis económica mundial cada vez más devastadora que nos empuja a la lucha; una clase trabajadora cada vez más numerosa, concentrada y vinculada a escala internacional; una acumulación de experiencias históricas de la clase obrera.
¡El hundimiento en la decadencia revela cada vez más claramente la necesidad de una revolución mundial!
Para lograrlo, los esfuerzos actuales de nuestra clase tendrán que continuar, en particular la reapropiación de las lecciones del pasado (las oleadas de lucha de los años 1970-80, la oleada revolucionaria de los años 1910-20). La generación actual que se está levantando pertenece a toda una cadena que nos une a las primeras luchas, ¡los primeros combates de nuestra clase desde la década de 1830!
A largo plazo, también debemos conseguir romper la gran mentira que pesa sobre nosotros desde la contrarrevolución, según la cual estalinismo = comunismo.
Con todo este proceso, se juega la cuestión de la confianza en la fuerza organizada del proletariado, en la perspectiva y por lo tanto en la posibilidad de la revolución… Es al calor de las luchas por venir, en la lucha política contra el sabotaje sindical, contra las sofisticadas trampas de las grandes democracias, logrando reunirnos en asambleas, comités y círculos para debatir y decidir, que nuestra clase aprenderá todas estas lecciones necesarias. Porque, como escribió Rosa Luxemburgo en una carta a Mehring: “El socialismo no es, precisamente, un problema de cuchillo y tenedor, sino un movimiento de cultura, una gran y poderosa concepción del mundo.” (Rosa Luxemburgo, carta a Franz Mehring).
Sí, este camino será difícil, accidentado e incierto, pero no hay otro.
Gracchus
1 ¡Contra los ataques de la burguesía, necesitamos una lucha unida y masiva! (Volante internacional) Búsqueda | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [67]
2 Como dice Shakespeare en Ricardo III.
3 Título de un libro del periodista y revolucionario Víctor Serge.
4 ¡Salud a las nuevas generaciones de la clase obrera! | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [68]
5 Leer en la Revista Internacional 169, 2022: Los años 20 del Siglo XXI: La aceleración de la descomposición capitalista plantea abiertamente la cuestión de la destrucción de la humanidad | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [53]
6 Desde “El verano de la ruptura en 2022”, hemos escrito 7 volantes diferentes, de los que se han distribuido más de 130,000 sólo en Francia.
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un_siglo_despues_de_su_muerte._lenin_sigue_siendo_un_ejemplo_para_todos_los_militantes_comunistas.pdf [69] | 49.4 KB |
La burguesía siempre se ha esmerado en tergiversar la historia del movimiento obrero y en presentar a quienes se han distinguido en él como inofensivos o repulsivos. La burguesía lo sabe tan bien como nosotros, y por eso sigue utilizando todos los medios posibles para tergiversar u ocultar la transmisión de los combates de los grandes revolucionarios del pasado y sus aportaciones al movimiento obrero, con el fin de borrarlas de la memoria histórica del proletariado, cuando una de sus armas fundamentales en su continuo enfrentamiento con el capitalismo reside en su conciencia de clase, que se nutre inevitablemente de la teoría revolucionaria, de la teoría marxista, así como de las lecciones y experiencias de sus combates. Hoy, un siglo después de la muerte de Lenin, podemos esperar renovados ataques ideológicos contra el gran revolucionario que fue, contra todas sus contribuciones a los combates del proletariado: teóricos, organizativos, estratégicos...
Si Marx es presentado como un filósofo audaz y un poco subversivo, cuyas contribuciones supuestamente anticuadas permitieron sin embargo al capitalismo evitar sus peores fracasos, no se puede decir lo mismo de Lenin. Lenin participó y desempeñó un papel importante en la mayor experiencia revolucionaria del proletariado; participó en un acontecimiento que sacudió los cimientos del capitalismo. De esta experiencia fundamental y de una gran riqueza en términos de lecciones para las futuras luchas del proletariado, Lenin dejó grandes huellas en sus numerosos escritos. Pero mucho antes de la Revolución de Octubre, Lenin había contribuido de forma determinante a configurar la organización del proletariado, tanto sobre el plano político como estratégico. Puso en práctica un método de debate, la reflexión y la construcción teórica que son armas esenciales para los revolucionarios de hoy.
Todo esto, la burguesía también lo sabe. Lenin no era un “hombre de Estado” como los que la burguesía produce todo el tiempo, sino un militante revolucionario comprometido con su clase. Esto es lo que la burguesía trata de ocultar más, presentando a Lenin como un hombre autoritario, que tomaba decisiones solo, destituía a sus opositores, disfrutaba de la represión y el terror en beneficio exclusivo de sus intereses personales. De este modo, la clase dominante puede trazar una línea directa continua, una línea de igualdad entre Lenin y Stalin, que habría completado la obra del primero estableciendo en la URSS un sistema de terror que sería la culminación exacta de los designios personales de Lenin.
Para llegar a esta conclusión, además de un flujo constante de mentiras desvergonzadas, la burguesía se detiene en los errores de Lenin, aislándolos de todo lo demás, y sobre todo del proceso de debate y clarificación dentro del cual surgieron estos errores y pudieron ser naturalmente superados. También los aíslan del contexto internacional de la derrota del movimiento revolucionario mundial, que no permitió a la revolución rusa continuar su obra y la llevó a retroceder hacia una forma de un capitalismo de Estado singular y puesto bajo las garras de Stalin.
Los izquierdistas, encabezados por los trotskistas, no son los últimos en capitalizar sus mistificaciones ideológicas sobre los errores de Lenin, en particular cuando se equivocó y engañó gravemente sobre las luchas de liberación nacional y sobre el potencial del proletariado en los países de la periferia del capitalismo (teoría del eslabón débil). Los izquierdistas han utilizado y utilizan todavía hoy estos errores para desencadenar su propaganda belicista burguesa para empujar a los proletarios a convertirse en carne de cañón en los conflictos imperialistas a través de sus consignas nacionalistas y su apoyo a un campo imperialista contra otro, totalmente lo contrario de la perspectiva revolucionaria e internacionalista que defendió con determinación Lenin. Lo mismo ocurre con la falsa concepción de Lenin sobre los trusts y los grandes bancos, según la cual la concentración de capital facilitaría la transición al comunismo. Los izquierdistas se aprovecharon de ella para reivindicar la nacionalización de los bancos y las grandes industrias y promover así el capitalismo de Estado como trampolín hacia el comunismo, cuando no es para justificar su falso argumento de que la economía “soviética” y la brutalidad de la explotación en la URSS no eran del capitalismo.
Pero Lenin no puede reducirse en absoluto a los errores que cometió. Esto no significa ignorarlos. En primer lugar, porque proporcionan importantes lecciones para el movimiento obrero a través de un examen crítico. Pero también porque no cabe duda, frente al repulsivo retrato que la burguesía hace de él, no se puede presentar a Lenin como un líder perfecto y omnisciente.
Lenin fue, de hecho, un combatiente de la clase obrera cuya tenacidad, perspicacia organizativa, convicción y método inspiran respeto. Su influencia en el curso revolucionario de principios del siglo pasado es indiscutible. Pero todo esto tiene lugar en un contexto, un movimiento, un combate, un debate internacional, sin los cuales Lenin no habría podido hacer nada, no habría aportado nada al movimiento revolucionario de la clase obrera, del mismo modo que Marx no habría podido actuar y realizar su inmensa obra al servicio del proletariado ni aportar su compromiso y su energía militante a la construcción de una organización proletaria internacional sin un contexto histórico de emergencia política de la clase obrera.
Sólo en tales condiciones las individualidades revolucionarias pueden expresarse y dar lo mejor de sí mismas. Fue en estas condiciones históricas particulares que a lo largo de su corta vida, Lenin construyó y legó una contribución fundamental al conjunto del proletariado, en términos organizativos, políticos, teóricos y estratégicos.
Lejos de ser un intelectual académico, Lenin era ante todo un militante revolucionario. El ejemplo de la conferencia de Zimmerwald1 es sorprendente a este respecto. Aunque Lenin siempre había sido un defensor acérrimo del internacionalismo proletario, situándose a la vanguardia de la lucha contra el colapso de la II Internacional, que arrastraría al proletariado a la guerra en 1914, se encontraría al frente de la lucha por mantener viva la llama internacionalista mientras los cañones disparaban en Europa.
Pero a la conferencia de Zimmerwald no sólo asistieron internacionalistas convencidos, también hubo muchos defensores de las ilusiones pacifistas que debilitaron el proyecto de Lenin para combatir la locura nacionalista que mantenía al proletariado bajo un manto de plomo. No obstante, Lenin, como parte de la delegación bolchevique, comprendió que la única manera de dar al proletariado un faro de esperanza en ese momento era hacer grandes compromisos con las otras tendencias en la conferencia.
Pero seguiría luchando, incluso después de la Conferencia, para clarificar las cuestiones en juego, criticando resueltamente el pacifismo y las peligrosas ilusiones que transmitía. Esta constancia, esta determinación de defender sus posiciones reforzándolas al mismo tiempo mediante el estudio teórico y la confrontación de argumentos, está en el corazón de un método que debe inspirar hoy a todo militante revolucionario.
En términos organizativos, Lenin aportó una inmensa contribución militante a los debates que sacudieron el 2º Congreso del Partido Ruso en 19032. Ya había esbozado su posición en 1902 en ¿Qué hacer? un folleto publicado como contribución al debate dentro del partido en el que se opuso a las visiones economicistas que se estaban desarrollando, y en su lugar promovía una visión de un partido revolucionario, es decir, un arma para el proletariado en su asalto contra el capitalismo.
Pero fue durante este mismo segundo congreso cuando libró un combate determinante y decidido para que su visión del partido revolucionario fuera aceptada en el seno del POSDR: un partido de militantes, animados por un espíritu de combate, conscientes de su compromiso y de sus responsabilidades en la clase, frente a una concepción laxa de la organización revolucionaria vista como una suma, un agregado de “simpatizantes” y de contribuyentes ocasionales, como la defendían los mencheviques. Ese combate fue también un momento de clarificación de lo que es un militante en un partido revolucionario: no es un miembro de un grupo de amigos que da prioridad a la lealtad personal, sino un miembro de una organización cuyos intereses comunes, expresión de una clase unida y solidaria, priman sobre todo lo demás. Fue este combate el que permitió al movimiento obrero pasar del “espíritu de círculo” al “espíritu de partido”.
Estos principios permitieron al partido bolchevique jugar un rol de motor en el desarrollo de las luchas en Rusia hasta la insurrección de octubre, organizándose como partido de vanguardia, defendiendo los intereses de la clase obrera y combatiendo contra cualquier intrusión de ideologías extranjeras en su seno. Estos principios los seguimos defendiendo y reivindicando como el único medio de construir el partido del mañana.
En su libro Un paso adelante, dos pasos atrás, Lenin repasa la lucha del 2º Congreso y demuestra en cada página el método que utilizó para aclarar estas cuestiones: paciencia, tenacidad, argumentación, convicción. Y no, como quiere hacernos creer la burguesía: autoritarismo, amenazas, exclusión. La cantidad impresionante de escritos dejados por Lenin es ya suficiente para comprender hasta qué punto defendió y dio vida al principio de la argumentación paciente y decidida como único medio de hacer avanzar las ideas revolucionarias: convencer en lugar de imponer.
Catorce años después del congreso de 1903, en abril de 1917, Lenin regresó del exilio y aplicó el mismo método para conseguir que su partido aclarara las cuestiones del periodo. En pocas líneas, las famosas Tesis de Abril3 enlista los argumentos fuertes, claros y convincentes para evitar al partido bolchevique encerrarse en la defensa del gobierno provisional de naturaleza burguesa y comprometerse en el combate por una segunda fase revolucionaria.
No se trataba de un texto escrito por Lenin en nombre del partido, que lo habría aceptado tal cual, sino de una contribución a un debate que tenía lugar en el partido y a través del cual Lenin trataba de convencer a la mayoría. En este texto, Lenin define una estrategia basada en el carácter minoritario del partido en el seno de las masas, que requiere discusión y propaganda paciente: “explicar pacientemente, sistemáticamente, tenazmente”. Esto es lo que fue Lenin en realidad, a quien la burguesía sigue presentando como un “autócrata y sanguinario”.
Lenin nunca buscó imponer, sino siempre convencer. Para ello, tuvo que desarrollar argumentos sólidos y, para ello, tuvo que desarrollar su dominio de la teoría: no para su propia cultura personal, sino para transmitirla al conjunto del partido y de la clase obrera como arma para futuros combates. Era un enfoque que él mismo resumió: “no puede haber movimiento revolucionario sin teoría revolucionaria”, y del que una obra particularmente importante proporciona una comprensión concreta: El Estado y la Revolución4. Mientras que en las Tesis de abril Lenin advertía contra el Estado surgido de la insurrección de febrero y enfatizaba la necesidad de construir resueltamente una dinámica revolucionaria contra este Estado, en septiembre sintió que el tema se volvía cada vez más crucial y se comprometió en la redacción de este texto para desarrollar una argumentación basada en las adquisiciones del marxismo sobre la cuestión del Estado. Nunca terminó el trabajo, que fue interrumpido por la insurrección de octubre.
Nuevamente, se ilustra el método de Lenin. A la burguesía le gusta presentar a los hombres como líderes naturales cuya autoridad se basa únicamente en su “genio” y su “talento”. Lenin, en cambio, debía su capacidad de convencer a un profundo compromiso con la causa que defendía. En lugar de tratar de imponer su punto de vista aprovechando su autoridad dentro del partido o maquinando entre bastidores, se sumergió en el trabajo del movimiento obrero sobre la cuestión del Estado para profundizar en el tema y argumentar mejor a favor de romper con la idea socialdemócrata de limitarse a apoderarse del aparato estatal existente para poner de relieve la necesidad imperiosa de destruirlo.
Un revolucionario no puede “descubrir” la estrategia correcta sólo por su genio, sino por una comprensión profunda de lo que está en juego en la situación y de la relación de fuerzas entre las clases. Esto se ilustra de forma ejemplar en julio de 19175. En abril, el partido bolchevique lanzó la consigna “todo el poder a los soviets” para dirigir a la clase obrera contra el Estado burgués surgido de la revolución de febrero, pero en julio, en Petrogrado, el proletariado empezó a oponerse masivamente al régimen democrático. La burguesía hizo entonces lo que mejor sabe hacer: tendió una trampa al proletariado tratando de provocar una insurrección prematura que le hubiera permitido desencadenar una represión sin límites, en particular contra los bolcheviques.
Sin duda, el éxito de tal empresa habría comprometido decisivamente la dinámica revolucionaria en Rusia y la Revolución de Octubre no habría tenido lugar. En ese momento, el papel del partido bolchevique era fundamental para explicar a la clase obrera que no había llegado el momento de dirigir el asalto y que, en otros lugares distintos de Petrogrado, el proletariado no estaba preparado y sería diezmado.
Para lograr claridad sobre las consignas que había que esgrimir en cada momento, requerían ser capaces de conocer de forma profunda la relación de fuerzas entre las dos clases determinantes de la sociedad, pero también era necesario contar con la confianza del proletariado en un momento en que éste, en Petrogrado, expresaba abiertamente su intención de derrocar al gobierno. Esta confianza no se ganó por la fuerza, las amenazas o cualquier tipo de artificio “democrático”, sino por la capacidad de guiar a la clase de forma clara, profunda y bien argumentada. El rol de Lenin en estos acontecimientos fue sin duda crucial, pero fueron sus años de lucha incesante y paciente, desde la fundación del moderno partido del proletariado en 1903 hasta las jornadas de julio, pasando por Zimmerwald y las Tesis de abril de 1917, los que permitieron al partido bolchevique asumir el papel que le correspondería en cada período y ser así reconocido por el conjunto del proletariado como el verdadero faro de la revolución comunista.
La burguesía siempre podrá presentar a Lenin como un estratega ávido de poder, un hombre altanero que no toleraba ningún desafío o reconocimiento de sus errores. Siempre podrán reescribir la historia del proletariado ruso y su revolución bajo esta luz, pero la vida y la obra de Lenin son una negación constante de estas burdas maniobras ideológicas. Para todos los revolucionarios de hoy y de mañana, la profundidad de su compromiso, el rigor de su aplicación de la teoría y el método marxista, la confianza inquebrantable que extrajo de ello en la capacidad de su clase para conducir a la humanidad hacia el comunismo hace de Lenin, un siglo después de su muerte, un ejemplo infinitamente rico de lo que debe ser un militante comunista.
GD, enero-2024
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una_espiral_de_atrocidades_en_medio_oriente_la_aterradora_realidad_de_la_descomposicion_del_capitalismo.pdf [72] | 86.16 KB |
Israel y Gaza desde el 7 de octubre del 2023: la guerra en toda su abominación, una explosión de barbarie. Ese día, en nombre de la "justa venganza" contra "los crímenes de la ocupación sionista", miles de "combatientes" fanáticos de Hamás y sus aliados se abalanzaron sobre las ciudades israelíes que rodean la Franja de Gaza, sembrando el terror y cometiendo crímenes de un salvajismo sin límites contra civiles indefensos. Una vez repelidos los escuadrones asesinos de Hamás, Tsahal desató todo su poder asesino sobre la Franja de Gaza en nombre de la lucha por la "civilización democrática" contra "las fuerzas de la oscuridad": "Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia", declaró el ministro de Defensa israelí Yoav Galant el 9 de octubre1. Desde hace más de tres meses, la aviación y la artillería israelíes bombardean día y noche el superpoblado enclave controlado por Hamás, masacrando indiscriminadamente a civiles y terroristas por igual, mientras las columnas blindadas del Tsahal avanzan entre las ruinas disparando a todo lo que se mueve.
Ciudades completamente devastadas, hospitales destruidos por los misiles, multitudes de civiles deambulando bajo las bombas, sin comida ni agua, familias buscando a sus seres queridos bajo las ruinas o llorando a sus muertos por todas partes... "Carthago delenda est" ("Cartago debe ser destruida") era el estribillo obsesivo de Catón el Viejo; esta misma obsesión parece rondar las mentes de las facciones dirigentes de la burguesía israelí. Después de sólo tres meses de conflicto, Gaza ya tiene proporcionalmente más muertos y edificios destruidos que Mariupol, en Ucrania, o que las ciudades alemanas bombardeadas durante la Segunda Guerra Mundial. Este paisaje apocalíptico es el del capitalismo del siglo XXI.
Estas decenas de miles de civiles gazatíes "eliminados", estos otros millones arrojados a carreteras que no llevan a ninguna parte, son las víctimas del Estado de Israel, "la única democracia del Cercano Oriente y Medio Oriente", que pretende ser el único depositario de la memoria del Holocausto y de sus campos de exterminio. Los revolucionarios llevan décadas diciéndolo: ¡el capitalismo está hundiendo poco a poco a la humanidad en la barbarie y el caos! ¡En Medio Oriente, el capitalismo está desvelando el futuro que tiene reservado para toda la humanidad! La guerra de Gaza es la ilustración perfecta de la intensificación aterradora de la barbarie desatada por el capitalismo en la fase final de su decadencia, el período de descomposición.
La historia de Medio Oriente es una sorprendente ilustración de la aterradora expansión del militarismo y de las tensiones bélicas, más concretamente desde que el capitalismo comenzó a entrar en su decadencia a principios del siglo XX. De hecho, el hundimiento del imperio otomano situó a la región en el centro de los apetitos y enfrentamientos imperialistas2.
En particular, tras la Segunda Guerra Mundial, la región estuvo marcada por la creación del nuevo Estado de Israel y las sucesivas guerras árabe-israelíes de 1948, 1956, 1967 y 1973 (sin olvidar la invasión israelí de Líbano en 1982), y fue una zona central de confrontación entre los bloques oriental y occidental. De los años cincuenta a los setenta, la Unión Soviética y su bloque intentaron con insistencia afianzarse en la región apoyando al nacionalismo árabe y, en particular, a los fedayines palestinos y a la Organización para la Liberación de Palestina. Estos intentos encontraron una fuerte oposición por parte de Estados Unidos y el bloque occidental, que hicieron del Estado de Israel una de las puntas de lanza de su política. A finales de los años setenta y durante los ochenta, el bloque estadounidense se hizo poco a poco con el control general de Medio Oriente y redujo progresivamente la influencia del bloque soviético, aunque la caída del Sha y la "revolución iraní" de 1979 no sólo privaron al bloque estadounidense de un importante bastión sino que anunciaron, con la llegada al poder del retrógrado régimen de los molas, la creciente descomposición del capitalismo. El objetivo de esta ofensiva del bloque norteamericano era "completar el cerco de la URSS, despojar a ese país de todas las posiciones que había podido mantener fuera de su control directo. La prioridad de esta ofensiva es la expulsión definitiva de la URSS de Medio Oriente, la puesta en camino de Irán y la reintegración de este país en el bloque estadounidense como parte importante de su sistema estratégico"3.
Tras la implosión del bloque soviético a finales de 1989, la década de 1990 vio una expansión espectacular de las manifestaciones del periodo de descomposición del capitalismo y, en este contexto, el "informe sobre las tensiones imperialistas" del XX Congreso de la CCI ya señalaba en 2013: "Medio Oriente es una terrible confirmación de nuestros
análisis sobre el impase del sistema y la huida hacia el "cada uno para sí”. Es una ilustración sorprendente de los rasgos centrales de esta fase:
la explosión del "sálvese quien pueda" imperialista mediante la expresión de los apetitos hegemónicos de una multitud de Estados. Irán ha manifestado sus ambiciones imperialistas, primero en Irak apoyando a las principales milicias chiíes, que dominan un aparato estatal fragmentado, después en Siria apoyando a distancia al régimen de Bashar al-Assad, a punto de ser barrido por la revuelta de la mayoría Suní. A través de sus aliados -desde el Hezbola libanés hasta los Hutis yemeníes-, el país de los Mulás se ha erigido en una formidable potencia regional. Pero Turquía, con sus intervenciones en Irak y Siria, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, presentes en Yemen y Egipto, e incluso Qatar, base de retaguardia de grupos vinculados a los Hermanos Musulmanes, no ocultan sus ambiciones imperialistas;
las reacciones asesinas de la superpotencia estadounidense para contrarrestar el declive de su dominación. Estados Unidos ha provocado y librado dos guerras asesinas en Medio Oriente (la Operación Tormenta del Desierto de Bush padre en 1991 y la Operación Libertad Iraquí de Bush hijo en 2003), que al final sólo han provocado más caos y barbarie;
el aterrador caos resultante de sangrientas guerras civiles (Siria, Yemen) que han provocado el colapso de las estructuras estatales, Estados fragmentados y fallidos (Irak, Líbano), poblaciones traumatizadas y millones de refugiados.
En esta dinámica de creciente confrontación en Medio Oriente, Israel ha desempeñado un papel clave. Como primer lugarteniente de los estadounidenses en la región, Tel Aviv estaba destinada a ser la piedra angular de una región pacificada gracias a los acuerdos de Oslo y Jericó-Gaza de 1993, uno de los mayores éxitos de la diplomacia estadounidense en la región, que concedieron a los palestinos un principio de autonomía y los integraron así en el orden regional concebido por el Tío Sam. Sin embargo, en la segunda mitad de los años noventa, tras el fracaso de la invasión israelí del sur del Líbano, la derecha "dura" israelí llegó al poder (el primer gobierno de Netanyahu, de 1996 a 1999) en contra de los deseos del gobierno estadounidense, que había apoyado a Simón Peres. Desde entonces, la derecha hizo todo lo posible por sabotear el proceso de paz con los palestinos:
mediante la extensión de los asentamientos en Cisjordania y el apoyo a colonos cada vez más arrogantes y violentos: ya en febrero de 1994, un terrorista judío, colono perteneciente al movimiento racista creado por el rabino Meir Kahane, masacró a 29 musulmanes en la Cueva de los Patriarcas en Hebrón; en noviembre de 1995, un joven sionista religioso asesinó al primer ministro Isaac Rabin;
- mediante la estimulación secreta de Hamás y sus atentados terroristas para socavar la autoridad de la OLP, aplicar una política de "divide y vencerás" y justificar un control cada vez mayor sobre los territorios palestinos.
Desde esta perspectiva, el desmantelamiento unilateral de los asentamientos en Gaza por parte del gobierno de Sharon en 2004 no fue en absoluto un gesto conciliador, como lo presentó la propaganda israelí, sino por el contrario el producto de un cálculo cínico para congelar las negociaciones sobre una solución política del conflicto en una fecha posterior: la retirada de Gaza "significa congelar el proceso político. Y cuando se congela ese proceso, se impide la creación de un Estado palestino y cualquier debate sobre los refugiados, las fronteras y Jerusalén"4.
Además, dado que los islamistas rechazan la existencia de un Estado judío en tierras islámicas, al igual que los sionistas mesiánicos rechazan la existencia de un Estado palestino en la tierra de Israel, dada por Dios a los judíos, estas dos facciones son, por tanto, aliadas objetivas en el sabotaje de la "solución de los dos Estados". Los sectores derechistas de la burguesía israelí también han hecho todo lo que estaba en su mano para reforzar la influencia y los recursos de Hamás, en la medida en que esta organización era, como ellos, totalmente contraria a los Acuerdos de Oslo: en 2006, los primeros ministros Sharon y Olmert prohibieron a la Autoridad Palestina desplegar un batallón de policía adicional en Gaza para oponerse a Hamás y autorizaron a Hamás a presentar candidatos en las elecciones de 2006. Cuando Hamás dio un golpe de Estado en Gaza en 2007 para "eliminar a la Autoridad Palestina y establecer su poder absoluto, el gobierno israelí se negó a apoyar a la policía palestina". En cuanto a los fondos financieros qataríes que Hamás necesitaba para poder gobernar, el Estado hebreo permitió que se transfirieran regularmente a Gaza bajo la protección de la policía israelí.
La estrategia de Israel es clara: Gaza entregada a Hamás, la Autoridad Palestina debilitada, con un control limitado sobre Cisjordania. El propio Netanyahu ha afirmado abiertamente esta política: "Cualquiera que quiera frustrar la creación de un Estado palestino debe apoyar el fortalecimiento de Hamás y transferir dinero a Hamás. Esto forma parte de nuestra
estrategia"5. La precipitación de las fracciones derechistas de la burguesía israelí en el poder para seguir su propia política imperialista, en oposición a los intereses de Washington, en particular con los sucesivos gobiernos de Netanyahu desde 2009 hasta la actualidad, es una caricatura de la gangrena de la descomposición que corroe el aparato político de la burguesía. El Estado de Israel y Hamás, en diferentes momentos y con ambos practicaron la política de lo peor que conduciría a las atroces masacres de hoy.
Ante la prioridad otorgada a la contención de Irán, Trump ha llevado a cabo una política de apoyo incondicional a esta política de la derecha israelí, proporcionando al Estado hebreo y a sus respectivos dirigentes promesas de apoyo inquebrantable en todos los frentes: suministro de material militar de última generación, reconocimiento de Jerusalén Este como capital y de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán sirios. Ha apoyado la política de abandono de los Acuerdos de Oslo y de la solución de "dos Estados" (israelí y palestino) en "tierra santa".
Con el fin de dar prioridad a la contención de Irán, Trump ha llevado a cabo una política de apoyo incondicional a esta política de la derecha israelí, ofreciendo al Estado hebreo y a sus respectivos dirigentes el compromiso de poner fin a la ayuda estadounidense a los palestinos y a la OLP y de negociar los "Acuerdos de Abraham", una propuesta de "gran acuerdo" que implicaba el abandono de cualquier pretensión de crear un Estado palestino y la anexión por parte de Israel de amplias zonas de Palestina a cambio de una "gigantesca" ayuda económica estadounidense, tenía como objetivo esencial facilitar el acercamiento de facto entre los comparsas saudí e israelí: "Para las monarquías del Golfo, Israel ya no es el enemigo. Esta gran alianza comenzó hace mucho tiempo entre bastidores, pero aún no se ha concretado. La única manera de que los estadounidenses avancen en la dirección deseada es obtener la luz verde del mundo árabe, o más bien de sus nuevos dirigentes, MBZ (Emiratos) y MBS (Arabia), que comparten la misma visión estratégica para el Golfo, para quienes Irán y el islam político son las principales amenazas. Según esta visión, Israel ya no es un enemigo, sino un socio regional potencial con el que será más fácil frustrar la expansión iraní en la región. […] Para Israel, que lleva años buscando normalizar sus relaciones con los países árabes suníes, la ecuación es simple: se trata de buscar la paz árabe-israelí, sin necesariamente obtener la paz con los palestinos. Los países del Golfo, por su parte, han bajado sus exigencias sobre la cuestión palestina. Este “plan final” […] parece aspirar a establecer una nueva realidad en Medio Oriente. Una realidad basada en la aceptación por parte de los palestinos de su derrota, a cambio de unos miles de millones de dólares, y en la que israelíes y países árabes, principalmente del Golfo, podrían finalmente formar una nueva alianza, apoyada por Estados Unidos, para frustrar la amenaza de la expansión de un imperio persa moderno”6.
Sin embargo, como ya señalamos en 2019, estos acuerdos, que fueron una pura provocación a nivel internacional (abandono de acuerdos internacionales y resoluciones de la ONU) así como regional, no pudieron en última instancia reactivar la manzana de la discordia palestina, explotada por todos los actores imperialistas regionales (Irán por supuesto, pero también Turquía e incluso Egipto) contra Estados Unidos y sus aliados. Además, sólo podrían envalentonar al compinche israelí en sus propios apetitos imperialistas e intensificar las confrontaciones, por ejemplo, con Irán: “Ni Israel, hostil al fortalecimiento de Hezbollah en el Líbano ni Siria ni Arabia Saudita pueden tolerar este avance iraní”7. Los Acuerdos de Abraham irremediablemente sembraron las semillas de la actual tragedia de Gaza.
El ataque suicida de Hamas y las ciegas represalias de Israel aparecen como la expresión de una dinámica de confrontación imperialista caótica e impredecible, carente de toda racionalidad: de hecho, estos tres meses de destrucción y masacres alrededor de la franja de Gaza claramente no dan evidencia de un proceso gradual de alineación detrás de un líder dominante o de adhesión a un bloque imperialista en formación, sino que, por el contrario, ilustran la explosión del “sálvese quien pueda” imperialista, en creciente interrelación con una exacerbación del militarismo, una multiplicación de los trastornos económicos y una creciente pérdida de control de las burguesías nacionales sobre su aparato político. Estos enfrentamientos sangrientos son un producto a la vez inevitable e irracional, porque ninguno de los protagonistas puede realmente obtener ventajas estratégicas duraderas (por no hablar de las consecuencias económicas, que corren el riesgo de ser catastróficas para todos).
Si consideramos primero a los beligerantes directos, está claro que la elección de la política de los peores no beneficiará en última instancia a ninguno de ellos, sino que producirá una extensión aterradora de destrucción y barbarie:
-Para Hamás, que corría el riesgo de quedar totalmente marginado por las consecuencias de los Acuerdos de Abraham, dar un golpe importante era vital para redirigir la atención internacional hacia el “problema palestino”. Evidentemente, el atentado del 7 de octubre sólo fue posible gracias a un acercamiento con Irán que le proporcionó armas adecuadas, pero este acercamiento generó tensiones en el seno de la organización entre los "militares" (los comandantes de las brigadas al- Qassam) y los "políticos". liderazgo que criticó a Irán por su apoyo a Assad durante la guerra civil contra grupos suníes en Siria. Además, al enviar mil asesinos a masacrar a civiles, Hamás se expone a una posible aniquilación en Gaza y, en cualquier caso, a una destrucción masiva de sus fuerzas. A través de estas acciones, esta banda de “dioses locos” oscurantistas y sanguinarios, que reemplazaron al podrido y corrupto Fatah en Gaza, expresa de manera caricaturizada la irracionalidad en la que se ha sumido la burguesía palestina;
-En cuanto al Estado de Israel, ha emprendido sangrientas represalias que generarán una generación de palestinos ebrios de venganza y que al mismo tiempo corren el riesgo de acentuar la desestabilización interna del país, dado el creciente caos que reina en el aparato político israelí: tensiones entre facciones de la burguesía, corrupción masiva, chanchullos legislativos, tensiones entre el gobierno y el aparato judicial que ocultan mal los ajustes de cuentas en el seno del aparato estatal, delirios supremacistas de los ultraortodoxos... Todo ello en un contexto de considerable explosión de la pobreza. El desencadenamiento ciego de la venganza corre el riesgo, sobre todo, de desestabilizar gravemente toda la región, hasta el punto de que las facciones de derecha pretenden liquidar definitivamente la “solución de dos Estados” emprendiendo una “limpieza étnica” de Palestina en su totalidad. población árabe, que sólo puede acentuar la oposición al “padrino” estadounidense.
La situación no es muy diferente para los demás protagonistas involucrados en este conflicto:
-Irán parece sacar a corto plazo cierta ventaja de la situación, ¡pero para él es una victoria pírrica! En realidad, el régimen de los mulás se ve obligado a optar por huir precipitadamente de las provocaciones porque está bajo una fuerte presión de las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos, pero también de las tensiones sociales dentro de la propia sociedad iraní, que sufre miseria y escasez de bienes vitales, resultado de cuarenta años de economía de guerra. Además, Irán está expuesto a durísimas represalias contra sus posiciones en el Líbano y Siria, e incluso a ataques destructivos en su territorio, como los recientes ataques en Kerman. Israel ya bombardea periódicamente instalaciones de Hezbolá o de la Brigada iraní Al Quds en el Líbano, Siria e incluso Irak y siempre está dispuesto a atacar las centrales nucleares iraníes, como en julio de 2019, donde explosiones “misteriosas” destruyeron una fábrica de centrifugadoras en Natanz;
-Turquía forma parte de la nebulosa de los “hermanos musulmanes” con Qatar y Hamás y, por tanto, está situada en primera línea para condenar a Israel: Erdogan comparó a Netanyahu con Hitler y la policía turca arrestó a 33 personas sospechosas de espiar para Israel. Por otra parte, Ankara no deja de criticar la tibieza de las monarquías del Golfo: “la aparición de una oposición brutal entre el eje Ankara-Doha y el eje Riad-Abu Dabi. En julio de 2013, esta oposición ya era perceptible en el teatro egipcio durante el golpe de Estado contra el presidente Mohamed Morsi"8;
desde el punto de vista de Rusia, los enfrentamientos en Gaza ciertamente desvían la atención de EEUU y los europeos de Europa del Este y reducen la presión sobre el frente ucraniano. Pero el conflicto de Gaza coloca también a Moscú en una posición delicada, dividida entre el apoyo tradicional a la causa palestina y un acercamiento estratégico con Irán (que le suministra drones) por un lado y las buenas relaciones que Putin mantiene con Israel y en particular con Netanyahu por otra parte (Israel no participa en el programa de sanciones económicas contra Rusia y también se ha abstenido de condenar la ocupación de Crimea en 2014). Además, una posible extensión de los enfrentamientos e intervenciones de otras potencias en el conflicto podría poner en peligro las posiciones rusas en Siria;
-China también se está beneficiando de la reorientación temporal de la atención de Washington, que ya no sitúa al Mar de China y a Taiwán en el centro de sus preocupaciones inmediatas. Sin embargo, mientras que la diplomacia china, al reconciliar a los enemigos hermanos iraníes y sauditas e integrar a estos países, así como a Egipto, en los BRICS había logrado relanzar una rama de las "Rutas de la Seda" a través de Medio Oriente, que terminaría en Israel, la el actual estallido de caos y atrocidades corre el riesgo no sólo de debilitar su suministro de hidrocarburos, sino también de constituir un obstáculo considerable para la aplicación de las "Rutas de la Seda", que la economía china, en dificultades, tiene gran necesidad;
-En lo que respecta finalmente a la primera potencia mundial, EEUU, la reacción, cuando menos febril, de la administración Biden, con una visita expresa de Biden a Tel Aviv y una presencia casi semanal del Secretario de Estado Blinken o del Ministro de Defensa Austin en la región, subraya ampliamente que la guerra de Gaza está trastornando gravemente su política imperialista. EEUU operó, durante la era Obama, un “pivote asiático”, una política de reorientación de sus recursos económicos y militares para frenar al rival chino, continuada y amplificada por Trump y Biden. Al mismo tiempo, promovieron un sistema de alianzas entre Israel y varios países árabes, en particular Arabia Saudí, para contener las aspiraciones imperialistas de Irán, delegando en el Estado judío la responsabilidad de mantener el orden en Medio Oriente. Esto sin tener en cuenta la dinámica de creciente inestabilidad de las alianzas y la profunda tendencia hacia el “sálvese quien pueda” y sobre todo con la tendencia cada vez más marcada de la burguesía israelí a anteponer sus propios intereses imperialistas a los de EEUU.
EEUU se encuentra hoy acorralado por Israel, obligado a apoyar la irresponsable política de “limpieza étnica” de Netanyahu. El propio Biden lo reconoció durante en su rueda de prensa del pasado 12 de diciembre: “No sólo quieren venganza por lo que hizo Hamás, sino también por todos los palestinos. No quieren una solución de dos Estados”. La administración estadounidense tiene poca confianza en la camarilla de Netanyahu, que corre el riesgo de incendiar la región, mientras cuenta con el apoyo militar y diplomático estadounidense en caso de que el conflicto empeore. Además, Biden insiste periódicamente en que “estos bombardeos indiscriminados están provocando que Israel pierda el apoyo internacional”. Por lo tanto, la guerra en Gaza es un nuevo punto de presión sobre la política imperialista estadounidense, que podría resultar desastrosa si el conflicto se amplía. Washington tendría entonces que asumir una presencia militar considerable y un apoyo a Israel que sólo podría pesar, no sólo en la economía estadounidense, sino también en su apoyo a Ucrania y, más aún, en su estrategia para frenar la expansión de China.
En resumen, no sólo ningún Estado tiene nada que ganar con este conflicto sin salida, sino que la continuación del conflicto sólo puede conducir a su extensión y a una destrucción y barbarie aún mayores.
Esto se aplica principalmente a Israel, como señala Steinberg, uno de los mejores expertos israelíes en la cuestión palestina: “Al presionar a su principal enemigo para que reaccione exageradamente, las organizaciones terroristas buscan deslegitimarlo ante los ojos de la opinión internacional. Esto a su vez les otorga una forma de legitimidad. Si Israel no se retira de Gaza, se enfrentará a una forma omnipresente de guerra de guerrillas, cuyo objetivo será empantanarlo en una situación idéntica a la que experimentó en el sur del Líbano. Esto supondría una amenaza para las relaciones con Egipto y Jordania, llegando incluso a cuestionar los tratados de paz con estos países. Hamás saldrá fortalecido”9. Si para Israel el riesgo de permanecer “atascado en la espiral infernal de los años de Netanyahu” podría llevar al “aislamiento y al colapso económico y social”10, para Medio Oriente, tal perspectiva de expansión del conflicto por toda la región generaría una nueva espiral de barbarie, una conflagración de guerra dominada por el “sálvese quien pueda”, la desestabilización de numerosos Estados, incluso de regiones del planeta en constante expansión, con carestías, hambrunas, millones de refugiados, consecuencias inmediatas particularmente devastadoras para toda la economía mundial, teniendo en cuenta la importancia de la zona en la producción de hidrocarburos y en el transporte naval mundial, y finalmente la importación del conflicto en Europa, con una serie de atentados mortales y enfrentamientos comunitarios.
El riesgo de una conflagración general en Medio Oriente no es despreciable y aumenta con el establecimiento de una guerra de larga duración. Y el peligro de que el conflicto se expanda es cada vez más claro: los disparos de Hezbollah son diarios y, ante estas oleadas de misiles, el ministro de Defensa israelí ha amenazado con invadir el sur del Líbano; Israel “liquidó” a uno de los líderes de Hamás con un ataque con drones contra un barrio de Beirut controlado por Hezbollah; en Irán se llevan a cabo ataques con bombas; Los hutíes de Yemen atacan barcos comerciales y petroleros a la entrada del Mar Rojo, lo que provocó la formación de una "coalición internacional" que involucra a Estados Unidos, Gran Bretaña y otros estados europeos para "garantizar la libre circulación" en esta arteria vital para la economía global.
Lejos de cualquier “coherencia de bloque” que prevaleció hasta el colapso de la URSS, todos los actores locales están dispuestos a apretar el gatillo. Por encima de todo, el conflicto corre el riesgo de abrir un nuevo frente, con Irán y sus aliados en una emboscada, lo que probablemente debilitará aún más el liderazgo estadounidense. Las tensiones políticas dentro de la burguesía estadounidense y las consiguientes dificultades para controlar el juego político son en sí mismas un factor poderoso que reaviva la inestabilidad. Limitan la libertad de acción de la administración Biden y empujan a las facciones israelíes en el poder (como Putin en el conflicto en Ucrania) a postergar las cosas con la esperanza de que Donald Trump regrese a la presidencia. Por supuesto, Washington intenta impedir que la situación se salga de control... una ambición completamente ilusoria a largo plazo, dada la desastrosa dinámica en la que se está hundiendo Medio Oriente.
Cualesquiera que sean las medidas que se adopten, la dinámica de desestabilización es inevitable. Por lo tanto, se trata fundamentalmente de una nueva etapa significativa en la aceleración del caos global. Este conflicto muestra hasta qué punto cada Estado aplica cada vez más, para defender sus intereses, una política de “tierra arrasada”, buscando ya no ganar influencia o conquistar intereses, sino sembrar el caos y la destrucción entre sus rivales. Esta tendencia a la irracionalidad estratégica, las visiones cortoplacistas, la inestabilidad de las alianzas y el “sálvese quien pueda” no es una política arbitraria de tal o cual Estado, ni producto de la mera estupidez de tal o cual fracción burguesa en el poder. Es consecuencia de condiciones históricas, las de la descomposición del capitalismo, en las que se enfrentan todos los Estados. Con el estallido de la guerra en Ucrania, esta tendencia histórica y el peso del militarismo en la sociedad se han profundizado profundamente. La guerra de Gaza confirma hasta qué punto la guerra imperialista es ahora el principal factor desestabilizador de la sociedad capitalista. Producto de las contradicciones del capitalismo, el aliento de la guerra alimenta a su vez el fuego de esas mismas contradicciones, aumentando, por el peso del militarismo, la crisis económica, el desastre ambiental, el desmembramiento de la sociedad. Esta dinámica tiende a pudrir todos los sectores de la sociedad, a debilitar a todas las naciones, empezando por la primera de ellas: EEUU
Durante años, la situación de la población en general y de la clase trabajadora ha sido dramática en la región, especialmente en Irak, Siria, Líbano y Egipto. En Palestina, Hamás ha reprimido sangrientamente manifestaciones contra la pobreza, como en marzo de 2019, mientras sus líderes mafiosos se atiborran de ayuda internacional (Hamás es una de las organizaciones terroristas más ricas del planeta). Hoy, en todo el mundo, la burguesía está llamando a los trabajadores a elegir un bando: la “resistencia palestina” o la “democracia israelí”. Como si no hubiera otra opción que apoyar a una u otra de estas camarillas burguesas sedientas de sangre.
Por un lado, el gobierno israelí justifica la carnicería afirmando que vengará a las víctimas del 7 de octubre e impedirá que los terroristas de Hamás ataquen nuevamente la “seguridad del Estado judío”. ¡Qué lástima por las decenas de miles de víctimas inocentes! ¡La seguridad de Israel merece una masacre! Por otro lado, se afirma: "No defendemos a Hamás, defendemos el derecho del 'pueblo palestino' a la autodeterminación", con la esperanza de hacer olvidar "el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación" ¡Es sólo una fórmula destinada a ocultar la defensa de lo que debemos llamar el Estado de Gaza! Los intereses de los proletarios de Palestina, de Israel o de cualquier otro país del mundo no se confunden en modo alguno con los de su burguesía y su Estado. Una Franja de Gaza “liberada” no significaría otra cosa que consolidar el odioso régimen de Hamás o de cualquier otra facción de la burguesía de Gaza.
Pero algunos argumentarán que “la lucha de un país colonizado por su liberación” socava “el imperialismo de los estados colonizadores”. En verdad, como muestra este artículo a lo largo del texto, el ataque de Hamás es parte de una lógica imperialista que va mucho más allá de sus intereses exclusivos. “Todas las partes de la región tienen la mano en el gatillo”, afirmó el Ministro de Asuntos Exteriores iraní a finales de octubre. Por muy débil que sea frente al poder del Tsahal, Hamás, como cualquier burguesía nacional desde la entrada del capitalismo en su período de decadencia, no puede, como por arte de magia, escapar de las relaciones imperialistas que gobiernan todas las relaciones internacionales. Apoyar al Estado palestino significa alinearse detrás de los intereses imperialistas de Jamenei, Nasrallah, Erdogan o incluso Putin, que se frotan las manos. No que elegir entre esta banda de locos sedientos de dinero y sangre de Gaza y la camarilla de gente ilustrada y corrupta de Netanyahu.
Para completar la camisa de fuerza nacionalista en la que la burguesía busca encerrar a la clase obrera, están finalmente las campañas pacifistas: “¡No apoyamos a ningún bando! ¡Exigimos un alto al fuego inmediato!” Los más ingenuos imaginan sin duda que el acelerado descenso del capitalismo a la barbarie se debe a la falta de “buena voluntad” de los asesinos a la cabeza de los Estados, o incluso a una “democracia fallida”. Los más inteligentes saben perfectamente qué sórdidos intereses defienden. Este es el caso, por ejemplo, del presidente Biden, proveedor de municiones de racimo a Ucrania, “horrorizado” por los “bombardeos indiscriminados” en Gaza mientras sigue suministrando las municiones esenciales. Y si Biden alzara la voz ante Netanyahu, no se trata de “preservar la paz en el mundo”, sino de concentrar mejor sus esfuerzos y sus fuerzas militares hacia su rival chino en el Pacífico, en lugar del engorroso aliado ruso de Beijing en Ucrania. Por lo tanto, no hay nada que esperar de “paz” bajo el dominio del capitalismo, como tampoco después de la victoria de tal o cual campo. ¡La burguesía no tiene solución a la guerra!
La solución no vendrá de los proletarios de Gaza, aplastados bajo las bombas, ni de los de Israel, consternados por las masacres bárbaras de Hamás y arrastrados a las campañas chauvinistas, como ocurre con los proletarios de Ucrania o Rusia. Sólo puede provenir de la clase trabajadora internacional, en el rechazo de la austeridad y los sacrificios que implica el desarrollo de choques económicos y militarismo.
A través de una serie de luchas sin precedentes en muchos países, en el Reino Unido con un año de movilizaciones, en Francia contra la reforma de las pensiones, en Estados Unidos contra la inflación en particular, en Canadá, en Escandinavia o recientemente en Bangladesh, la clase trabajadora demuestra que es capaz de luchar, si no contra la guerra y el militarismo mismos, al menos contra las consecuencias económicas de la guerra, contra los sacrificios exigidos por la burguesía para alimentar su economía de guerra. Es un paso fundamental en el desarrollo de la combatividad y, en definitiva, de la conciencia de clase. La guerra en Medio Oriente, con la profundización de la crisis y las necesidades adicionales de armas que generará en los cuatro rincones del planeta, no harán más que aumentar las condiciones objetivas para esta ruptura con las últimas décadas en las reacciones del proletariado11.
¡La clase obrera no ha muerto! A través de sus luchas, el proletariado también se enfrenta a lo que es la verdadera solidaridad de clase. Sin embargo, frente a la guerra, la solidaridad de los trabajadores no se dirige ni a los palestinos ni a los israelíes. Va a los trabajadores de Palestina e Israel, como va a los trabajadores de todo el mundo. La solidaridad con las víctimas de las masacres no significa ciertamente mantener las mistificaciones nacionalistas que llevaron a los trabajadores a colocarse detrás de una camarilla burguesa. La solidaridad de los trabajadores requiere sobre todo el desarrollo de la lucha contra el sistema capitalista, responsable de todas las guerras. La Izquierda Comunista ya lo expresó claramente en los años 1930: “Para el verdadero revolucionario, naturalmente, no existe la cuestión “palestina”, sino sólo la lucha de todos los explotados en Medio Oriente, ya sean árabes o judíos, de la lucha más general de todos los explotados del mundo por la revuelta comunista”12. La lucha revolucionaria no puede surgir de un chasquido de dedos. Ciertamente no será el resultado de la adhesión a los campos nacionalistas o imperialistas defendidos por la burguesía; hoy, sólo puede pasar por el desarrollo de las luchas obreras, contra los ataques económicos cada vez más duros de la burguesía. ¡Las luchas de hoy preparan la revolución del mañana!
07.01.2024 / R. Havanais
1 “Un periódico no alineado”, Le Monde Diplomatique, noviembre de 2023.
2 Para una visión más detallada de las relaciones imperialistas en la región hasta la Segunda Guerra Mundial, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/163/conflictos-imperialistas-en-oriente-medio-ii-la-utilizacion-del-sio [73], Revista Internacional N° 117.
3 Resolución sobre la situación internacional, VI Congreso de la CCI, Revista Internacional No. 44, 1986.
4 Dov Weissglas, asesor cercano del Primer Ministro Sharon, en el diario Haaretz, 8 de octubre de 2004. Citado en Ch. Enderlin, "El error estratégico de Israel", Le Monde Diplomatique, enero de 2024.
5 Netanyahu a los parlamentarios del Likud el 11 de marzo de 2019, comentarios informados por el diario israelí Haaretz el 9 de octubre.
6 Extracto del periódico libanés L´Orient -Le Jour, 18 de junio, 2019.
7 “XXIII Congreso de la CCI, Resolución sobre la situación internacional, Revista Internacional 164.
8 Le Monde Diplomatique, junio de 2020.
9 Cita tomada de Ch. Enderlin, “https://www.monde-diplomatique.fr/2024/01/ENDERLIN/66457 [74] , Le Monde Diplomatique, enero de 2024.
10 Ch. Enderlin, https://www.monde-diplomatique.fr/2024/01/ENDERLIN/66457 [74] “El error estratégico de Israel”, Le Monde Diplomatique, enero de 2024.
11 “El conflicto judío-árabe: la posición de los internacionalistas en los años 1930” (tomado de Bílan n°30 y 31, 1936), Revista Internacional n°110, 2002.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/frente_a_la_precipitacion_hacia_el_caos_y_la_guerra._desarrollo_mundial_de_la_lucha_de_clases.pdf
[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[3] https://es.internationalism.org/content/4982/informe-sobre-la-descomposicion-actualizacion-de-las-tesis-2023
[4] https://resumen.cl/articulos/estudio-revela-fuerzas-armadas-ee-uu-contaminan-consumen-mas-combustible-mayoria-paises-mundo
[5] https://rgs-ibg.onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/tran.12319
[6] https://www.lemonde.fr/international/article/2024/01/12/coalition-anti-houthistes-les-etats-unis-en-manque-de-renforts-en-mer-rouge_6210449_3210.html
[7] https://www.lemonde.fr/international/article/2024/01/12/l-armee-americaine-au-defi-de-la-multiplication-des-guerres_6210537_3210.html
[8] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[9] https://es.internationalism.org/tag/2/29/la-lucha-del-proletariado
[10] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion
[11] https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/201312/8832/bonnets-rouges-attaque-ideologique-contre-conscience-ouvriere
[12] https://es.internationalism.org/content/4484/balance-del-movimiento-de-los-chalecos-amarillos-un-movimiento-interclasista-un
[13] https://es.internationalism.org/tag/geografia/europa
[14] https://es.internationalism.org/tag/geografia/espana
[15] https://es.internationalism.org/tag/geografia/francia
[16] https://es.internationalism.org/tag/geografia/holanda
[17] https://es.internationalism.org/files/es/las_atrocidades_de_guerra_utilizadas_para_justificar._nuevas_atrocidades.pdf
[18] https://fr.internationalism.org/content/9242/naissance-democratie-totalitaire#sdfootnote5sym
[19] https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.39015000379902&view=1up&seq=23
[20] https://www.marxists.org/francais/bordiga/works/1960/00/bordiga_auschwitz.htm
[21] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201509/4114/la-propaganda-durante-la-primera-guerra-mundial#_ftnref26
[22] https://www.leftcom.org/es/articles/2023-10-31/hipocres%C3%ADa-imperialista-en-el-oriente-y-el-occidente
[23] https://es.internationalism.org/tag/geografia/oriente-medio
[24] https://es.internationalism.org/tag/geografia/israel
[25] https://es.internationalism.org/tag/geografia/palestina
[26] https://es.internationalism.org/tag/3/47/guerra
[27] https://es.internationalism.org/files/es/los_estados_unidos_superpotencia_en_la_decadencia_del_capitalismo_hoy_epicentro_de_la_descomposicion_social_segunda_parte.pdf
[28] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion
[29] https://es.internationalism.org/content/4688/los-estados-unidos-superpotencia-en-la-decadencia-del-capitalismo-hoy-epicentro-de-la
[30] https://fr.internationalism.org/rinte67/congres.htm
[31] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4045/revista-internacional-n-64-1er-semestre-de-1991
[32] https://fr.internationalism.org/rinte113/reso.htm
[33] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/847/notas-sobre-la-historia-de-la-politica-imperialista-de-estados-unid
[34] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200707/1948/resolucion-sobre-la-situacion-internacional
[35] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1192/xiiio-congreso-de-revolution-internationale-resolucion-sobre-la-si
[36] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200708/2004/xvii-congreso-internacional-resolucion-sobre-la-situacion-internac
[37] https://es.internationalism.org/content/4713/informe-sobre-la-pandemia-y-desarrollo-de-la-descomposicion-del-24o-congreso
[38] https://en.internationalism.org/inter/116_election.htm
[39] https://es.internationalism.org/node/2004
[40] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200907/2629/xviiio-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacio
[41] https://es.internationalism.org/content/4447/resolucion-sobre-la-situacion-internacional-2019-los-conflictos-imperialistas-la-vida
[42] https://es.internationalism.org/content/4350/analisis-de-la-evolucion-reciente-de-las-tensiones-imperialistas
[43] https://es.internationalism.org/content/4458/informe-sobre-el-impacto-de-la-descomposicion-en-la-vida-politica-de-la-burguesia-2019
[44] https://es.internationalism.org/tag/geografia/estados-unidos
[45] https://es.internationalism.org/files/es/los_izquierdistas_sobre_la_sequia_como_devolver_la_esperanza_en_un.pdf
[46] https://www.izquierdadiario.es/Catalunya-entra-en-alerta-maxima-por-la-sequia
[47] https://www.laizquierdadiario.mx/Un-problema-estructural-sin-soluciones-a-la-vista
[48] https://www.izquierdadiario.es/Cambio-climatico-guerra-y-revolucion
[49] https://es.internationalism.org/content/4883/el-trotskismo-defiende-el-capitalismo-y-la-guerra-con-argumentos-revolucionarios
[50] https://es.internationalism.org/content/4588/bordiga-y-la-gran-ciudad
[51] https://es.internationalism.org/tag/3/50/medio-ambiente
[52] https://es.internationalism.org/files/es/resolucion_sobre_la_situacion_internacional_diciembre_2023.pdf
[53] https://es.internationalism.org/content/4897/los-anos-20-del-siglo-xxi-la-aceleracion-de-la-descomposicion-capitalista-plantea
[54] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/documentos-de-los-congresos-y-conferencias
[55] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo
[56] https://es.internationalism.org/files/es/reunion_publica_en_madrid_la_inestimable_contribucion_de_22bilan22_a_la_lucha_por_el_partido_mundial_del_proletariado.pdf
[57] https:/mail.proton.me/1c630544-db80-4f71-a1d4-d45cf341e768undefined
[58] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/reuniones-publicas
[59] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[60] https://es.internationalism.org/files/es/sequia_en_espana_el_capitalismo_no_puede_mitigar_ni_adaptarse_solo_destruir.pdf
[61] https://es.greenpeace.org/es/sala-de-prensa/informes/informe-race-against-the-climate-clock-climate-change-and-extreme-weather-events-in-spain/
[62] https://www.weforum.org/agenda/2015/04/is-desalination-the-answer-to-water-scarcity/
[63] https://es.internationalism.org/content/5054/cop-28-en-dubai-un-simbolo-del-cinismo-de-la-burguesia
[64] https://en.internationalism.org/ir/63_pollution
[65] https://es.internationalism.org/content/4996/la-descomposicion-del-capitalismo-se-acelera
[66] https://es.internationalism.org/files/es/tras_la_ruptura_en_la_lucha_de_clases_la_necesidad_de_politizacion_de_las_luchas.pdf
[67] https://es.internationalism.org/search/node/Contra%20los%20ataques%20de%20la%20burgues%C3%ADa
[68] https://es.internationalism.org/cci-online/200603/816/salud-a-las-nuevas-generaciones-de-la-clase-obrera
[69] https://es.internationalism.org/files/es/un_siglo_despues_de_su_muerte._lenin_sigue_siendo_un_ejemplo_para_todos_los_militantes_comunistas.pdf
[70] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[71] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923
[72] https://es.internationalism.org/files/es/una_espiral_de_atrocidades_en_medio_oriente_la_aterradora_realidad_de_la_descomposicion_del_capitalismo.pdf
[73] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/163/conflictos-imperialistas-en-oriente-medio-ii-la-utilizacion-del-sio%20
[74] https://www.monde-diplomatique.fr/2024/01/ENDERLIN/66457