XIIIo Congreso de Révolution internationale – Resolución sobre la situación internacional

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XIIIo Congreso de Révolution internationale

Resolución sobre la situación internacional
 

Transcurrido un año, la evolución de la situación internacional ha confirmado en lo esencial los análisis contenidos en la Resolución adoptada por el XIIº Congreso de la CCI, en abril de 1997. En ese sentido, la presente resolución es simplemente un complemento de la citada limitándose a confirmar, precisar o actualizar los elementos que lo requieren en la situación actual.

 

Crisis económica

1) Uno de los puntos de la resolución precedente confirmados con total claridad es el relativo a la crisis económica capitalista. Así, en abril de 1997 decíamos que: «... Entre las mentiras abundantemente propaladas por la clase dominante para hacer creer en la viabilidad, a pesar de todo, de su sistema, ocupa también un lugar especial el ejemplo de los países del Sudeste asiático, los “dragones” (Corea del Sur, Taiwan, Hongkong, Singapur) y los “tigres” (Tailandia, Indonesia, Malasia) cuyas tasas de crecimiento actuales (algunas de ellas de dos dígitos) hacen morir de envidia a las burguesías occidentales... La deuda de la mayoría de esos países, tanto la externa como la interna de los Estados, está alcanzando grados que los están poniendo en la misma situación amenazante que los demás países... En realidad, si bien hasta ahora aparecen como excepciones, no podrán evitar indefinidamente, como tampoco lo pudo su gran vecino Japón, las contradicciones de la economía mundial que han convertido en pesadilla otros “cuentos de hadas” anteriores, como el de México...» (Punto 7, Revista internacional nº 90).

No hicieron falta más que cuatro meses para que las dificultades de Tailandia inauguraran la crisis financiera más importante del capitalismo desde los años 30, crisis que se ha extendido al conjunto de países del Sudeste asiático y que ha requerido la movilización de más de 120 mil millones de dólares (mucho más del doble de la ya excepcional ayuda a México en 1996) para evitar que un gran número de Estados de la región no se declararan en quiebra. El caso más espectacular es evidentemente el de Corea del Sur, undécima potencia económica mundial, miembro de la OCDE (el club de los «ricos») que se ha encontrado forzada a declarar suspensión de pagos, con una deuda de cerca 200 mil millones de dólares. Al mismo tiempo, este hundimiento financiero ha hecho temblar al país más grande del mundo, China, del que nos han vendido igualmente el «milagro económico» y también, a la segunda potencia económica del planeta, el mismísimo Japón.

2) Las dificultades que encuentra actualmente la economía japonesa, «el primero de la clase» durante décadas, no están únicamente motivadas por la crisis financiera desatada en el Sudeste asiático a finales de 1997. De hecho, desde comienzos de los años 90 Japón «se encuentra enfermo» y prueba de ello es la recesión larvada que no han podido solucionar los numerosos «planes de relanzamiento» (5 desde octubre del 97 que continúan a más de 19 anteriores) y que hoy ya se ha convertido en recesión oficialmente abierta (la primera en los últimos 23 años). Al mismo tiempo el yen, moneda estrella durante años, ha perdido un 40% de su valor respecto al dólar en los últimos tres años. Además, el sistema financiero japonés ha revelado con toda crudeza su debilidad mostrando una proporción de créditos dudosos que alcanzan el 15% del PIB anual del país, al tiempo que sigue siendo «la caja de ahorros del mundo» en especial con sus propiedades de miles de millones de dólares en Bonos del Tesoro americano. De hecho la preocupación y la angustia que ha provocado en toda la burguesía la situación de Japón está más que justificada. Es evidente que un hundimiento de la economía japonesa causaría un cataclismo al conjunto de la economía mundial. Pero esta situación tiene además otro significado: el que la economía más dinámica de la segunda posguerra mundial se encuentre hundida desde hace ocho años en un marasmo económico, indica el nivel de gravedad alcanzado por la crisis capitalista en los últimos treinta años.

3) Ante esta situación, los marxistas, deben leer por detrás de los discursos de los «expertos» de la clase dominante. Si creyéramos en estos discursos, habría que considerar que la cosas, tras el susto, vuelven por buen camino para el capitalismo, ya que se vislumbra una recuperación del conjunto de la economía mundial y las recaídas de la crisis financiera de Asía son menos destructivas de lo que algunos habían creído o anunciado hace meses. De hecho, nos dicen, hoy se está viendo a todas las Bolsas del mundo, empezando por Wall Street, batir récords históricos. En realidad, los acontecimientos recientes no contradicen en modo alguno el análisis hecho por los marxistas sobre la gravedad y el carácter insoluble de la crisis actual del capitalismo. En última instancia, tanto tras el hundimiento financiero de los «dragones» y «tigres» como tras la larga enfermedad de la economía japonesa encontramos el endeudamiento astronómico en el que se hunde día tras día el mundo capitalista: «... En fin de cuentas el crédito no permite ni mucho menos superar las crisis, sino, al contrario, lo que hace es ampliarlas y hacerlas más graves, como lo demostró Rosa Luxemburg apoyándose en el marxismo. Las tesis de la izquierda marxista... del siglo pasado siguen siendo hoy perfectamente válidas. Hoy como ayer, el crédito no puede ampliar los mercados solventes. Enfrentado a la saturación definitiva de éstos (mientras que en el siglo pasado podía existir la posibilidad de conquistar nuevos mercados), el crédito se ha convertido en condición indispensable para dar salida a la producción, haciendo así las veces de mercado real... (punto 4, ídem). «... ha sido principalmente la utilización del crédito, el endeudamiento cada día mayor, lo que ha permitido a la economía mundial evitar una depresión brutal como la de los años 30...».

4) De hecho, la característica más significativa de las convulsiones económicas que afectan hoy a Asia no es el impacto que pueden producir sobre las economías de los países desarrollados (aproximadamente un 1% del crecimiento del PIB) sino el hecho de que revelan el callejón sin salida en el que se encuentra el sistema capitalista hoy en día, un sistema condenado a una perpetua huida hacia adelante en el endeudamiento (una situación que se ve aún más agravada por los prestamos realizados en Asía en los últimos meses). Por otra parte, las convulsiones que afectan a estos «campeones del crecimiento» son una prueba evidente de que no hay ninguna formula que permita a un país o grupo de países escapar de la crisis histórica y mundial del capitalismo. En fin, la amplitud que han tomado estos sobresaltos financieros, mayor que la de años pasados, revela la agravación continua del estado de la economía capitalista mundial.

Ante la quiebra de los «dragones», la burguesía ha movilizado medios enormes con la participación de los principales países de ambos lados del Atlántico y Pacifico, dando pruebas de que, a pesar de la guerra comercial en la que están inmersas sus diferentes fracciones nacionales, está decidida a evitar que no se reproduzca una situación similar a la de los años 30. En este sentido el «cada uno para sí» que implica el hundimiento de la sociedad capitalista en la descomposición encuentra sus limites en la necesidad para la clase dominante de evitar una desbandada general que hundiría brutalmente al conjunto de la economía mundial en un verdadero cataclismo. El capitalismo de Estado que se desarrolla con la entrada del sistema en su fase de decadencia, y que se desarrolló particularmente a partir de la segunda mitad de los años 30 tiene por objeto garantizar un mínimo de orden entre las diferentes fracciones del capital dentro de las fronteras nacionales. Tras la desaparición de los bloques imperialistas tras el hundimiento del bloque ruso, el mantenimiento de una coordinación de las políticas económicas entre los diferentes Estados permite mantener este tipo de «orden» a escala internacional ([1]). Este hecho no pone en entredicho la continuación y la intensificación de la guerra comercial, pero permite que ésta se pueda llevar a cabo con ciertas reglas que permitan sobrevivir al sistema. En particular, esta política ha permitido a los países más desarrollados exportar hacia la periferia (África, América Latina, países del Este...) las manifestaciones más dramáticas de una crisis que encuentra, sin embargo, su origen en el centro del sistema capitalista (Europa Occidental, Estados Unidos y Japón). Del mismo modo permite establecer zonas de una mayor estabilidad (relativa) como actualmente se propone hacer con la instauración del euro.

5) Sin embargo, la puesta en práctica de todas las medidas de capitalismo de Estado, de coordinación de políticas económicas entre los países más desarrollados, de todos los planes de «salvamento» no pueden evitarle al capitalismo una quiebra creciente, por mucho que consigan aminorar el ritmo de la catástrofe. El sistema se podrá beneficiar, como ha ocurrido en el pasado, de curaciones momentáneas de su enfermedad, pero después del «relanzamiento» habrá nuevas recesiones abiertas y siempre convulsiones económicas y financieras. Dentro de la historia de la decadencia del capitalismo, con su espiral de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis abierta, existe una historia de la crisis que comenzó a finales de los años 60. A lo largo de los últimos treinta años hemos asistido a una degradación ineluctable de la situación del capitalismo mundial que se manifiesta especialmente por:

– una caída de las tasas medias de crecimiento (para los 24 países de la OCDE, período 1960-70: 5,6 %; 1970-80: 4,1 %; 1980-90: 3,4 %; 1990-95: 2,4 %);

– un crecimiento espectacular y general del endeudamiento, particularmente el de los Estados (representa hoy, para los países desarrollados, entre un 50 y un 130% de toda la producción anual);

– una fragilización e inestabilidad crecientes de las economías nacionales con quiebras cada vez más sistemáticas y brutales de sectores industriales o financieros;

– la exclusión de sectores cada vez más importantes de la clase obrera del proceso de producción (en la OCDE 30 millones de parados en 1989, 35 millones en 1993, 38 millones en 1996).

Y ese proceso va a continuar sin remisión. En particular el desempleo permanente, que expresa la quiebra histórica de un sistema cuya razón de ser ha sido la extensión del trabajo asalariado, no podrá más que crecer incluso aunque la burguesía haga todas las contorsiones posibles para ocultarlo e incluso logre estabilizarlo por el momento. Junto a todo tipo de ataques contra los salarios, las prestaciones sociales, la sanidad, las condiciones de trabajo, el desempleo va a convertirse cada vez más en el principal medio que utilizará la clase dominante para hacer pagar a sus explotados el precio de la quiebra histórica de su sistema.

Enfrentamientos imperialistas

6) Si bien los diferentes sectores nacionales de la burguesía, con objeto de evitar una explosión del capitalismo mundial, llegan a imponer un mínimo de coordinación en sus políticas económicas, nada de esto es posible en el terreno de las relaciones imperialistas. Los acontecimientos del año confirman plenamente, también en este punto, la Resolución del XIIº Congreso de la CCI: «... esas tendencias centrífugas, del “cada uno para si”, de caos en las relaciones entre los Estados, con sus alianzas en serie circunstanciales y efímeras, no solo no han aminorado sino todo lo contrario...» (punto 10, idem).

«... La primera potencia mundial está enfrentada, desde que desapareció la división del mundo en dos bloques, a una puesta en entredicho permanente de su autoridad por parte de sus antiguos aliados...» (punto 11, idem).

Es por ello por lo que hemos visto agravarse hasta límites insospechados la indisciplina de Israel ante el patrón americano, indisciplina que se ha visto agravada por los sucesivos fracasos de las misiones a Oriente Medio del mediador Dennis Ross, quien no ha conseguido restablecer el más mínimo avance en el proceso de paz de Oslo, pieza maestra de la «paz americana» en Oriente Medio. La tendencia constatada en los años pasados se confirma plenamente: «... entre otros ejemplos de la contestación del liderazgo americano hay que destacar aún... la perdida del monopolio en el control de la situación en Oriente Medio, zona crucial...» (punto 12, idem).

Del mismo modo, hemos visto a Turquía tomar distancias respecto a su «gran aliado» alemán (a quien ha reprochado impedir su entrada en la Unión Europea), al mismo tiempo que intenta establecer por su cuenta y riesgo una cooperación militar privilegiada con Israel.

En fin, asistimos a la confirmación de lo que señalaba igualmente nuestro XIIº Congreso «... Alemania, en compañía de Francia, ha iniciado un acoso diplomático en dirección de Rusia, país del que Alemania es el primer acreedor y que no ha sacado grandes ventajas de su alianza con Estados Unidos...» (punto 15, idem). La cumbre de Moscú entre Kohl, Chirac y Yelstin ha sellado una especie de «troika», reuniendo a los dos principales aliados de Estados Unidos en tiempos de la «guerra fría» y al que, tras el hundimiento del Este, había manifestado durante años juramento de fidelidad al gran gendarme. Aunque Kohl ha señalado que esta alianza no está dirigida contra nadie, es más que evidente que es a expensas de los intereses americanos si esos tres compadres intentan entenderse.

7) La manifestación más evidente del cuestionamiento al liderazgo estadounidense ha sido el lamentable fracaso en febrero de 1998 de la operación «Trueno del desierto» orientada a dar un nuevo «toque de atención» a Irak y, más allá de ese país, a las potencias que lo apoyan, especialmente a Francia y Rusia.

En 1990-91, Estados Unidos tendió una trampa a Irak empujándolo a invadir otro país árabe, Kuwait. En nombre del «respeto al derecho internacional» consiguieron alinear tras sí, de buen o mal grado, a la casi totalidad de Estados árabes y a todas las grandes potencias, incluso a la más reticente, Francia. La operación «Tempestad del desierto» le permitió afirmar su papel de único «gendarme del mundo» a la potencia americana, lo que le permitió abrir, a pesar de las trampas que se le tendieron en la ex-Yugoslavia, el proceso de Oslo. En 1997-98, han sido Irak y sus aliados los que han tendido una trampa a Estados Unidos. Los impedimentos de Sadam Husein al control de los «palacios presidenciales» (que no contenían, como se ha visto más tarde, ningún tipo de armamento que contraviniera las resoluciones de Naciones Unidas) han conducido a la superpotencia a una nueva tentativa de afirmar su supremacía por la fuerza de las armas. Pero esta vez, ha debido renunciar a su empresa ante la resuelta oposición de la casi totalidad de Estados árabes, de la mayor parte de las grandes potencias y con el único y tímido apoyo de Gran Bretaña. El balance es evidente, el hermano pequeño de la «Tempestad del desierto» no ha sido el «Trueno» que se esperaba, ni mucho menos. Ha sido más un petardo mojado que ha obligado a la primera potencia mundial a sufrir la afrenta de ver viajar al Secretario general de la ONU a Irak en el avión del presidente francés y ver cómo éste y aquél se encontraban antes y justo después del viaje. Lo que debía constituir un «toque de atención» para Irak y Francia, se ha convertido en una victoria diplomática para estos dos países.

El contraste entre los resultados de la «Tempestad del desierto» y el «Trueno» del mismo apellido permiten calibrar la actual crisis de liderazgo de Estados Unidos, crisis que no ha desmentido el medio fracaso alcanzado por Clinton en su gira africana de finales de marzo, gira que se proponía consolidar el avance operado en detrimento de Francia con el derrocamiento del régimen de Mobutu en 1996. Lo que ha revelado este viaje sobre todo es que los Estados africanos y en especial el más potente de todos ellos, la República Sudáfricana, tienden a jugar cada vez más sus propias cartas procurando librarse de la tutela de las grandes potencias.

8) Así, los últimos meses han confirmado plenamente lo que se había visto en el pasado: «... En lo que a la política internacional de Estados Unidos se refiere, el alarde y el empleo de la fuerza armada no sólo forman parte de sus métodos desde hace tiempo, sino que es ya el principal instrumento de defensa de sus intereses imperialistas, como lo ha puesto de relieve la CCI desde 1990, antes incluso de la guerra del Golfo. Frente a un mundo dominado por la tendencia de “cada uno para si”, en el que los antiguos vasallos del gendarme estadounidense aspiran a quitarse de encima la tutela que hubieron de soportar ante la amenaza del bloque enemigo, el único medio decisivo de EEUU para imponer su autoridad es el de usar el instrumento que les otorga una superioridad aplastante sobre todos los demás Estados: la fuerza militar. Pero en esto, EEUU está metido en una contradicción:

– por un lado, si renuncia a aplicar o hacer alarde de su superioridad, eso no puede sino animar a los países que discuten su autoridad a ir todavía más lejos;

– por otro lado, cuando utilizan la fuerza bruta, incluso, y sobre todo, cuando ese medio consigue momentáneamente hacer tragar sus veleidades a sus adversarios, ello lo único que hace es empujarlos a aprovechar la menor ocasión para tomarse el desquite e intentar quitarse de encima la tutela americana... por eso, los éxitos de la actual contraofensiva americana no deben ser considerados, ni mucho menos, como definitivos, como una confirmación de su liderazgo. La fuerza bruta, las maniobras para desestabilizar a sus competidores (como hoy en Zaire) con todo su cortejo de consecuencias trágicas, van a seguir siendo utilizadas por esa potencia, contribuyendo así a agudizar el caos sangriento en el que se hunde el capitalismo...» (punto 17, idem).

Estados Unidos no ha tenido ocasión, en el último período, de utilizar la fuerza de sus armas y de participar directamente en este «caos sangriento». Pero eso no podrá seguir así, pues EEUU no puede quedarse parado ante la derrota diplomática que han sufrido en Irak.

Por otra parte, el hundimiento del mundo capitalista, con el telón de fondo los antagonismos entre las grandes potencias, en la barbarie guerrera y las masacres, prosigue como vemos en Argelia y recientemente en Kosovo que viene a azuzar la chispa siempre candente en los Balcanes. En esta parte del mundo los antagonismos, entre de un lado Alemania y del otro Rusia, Francia y Gran Bretaña, tradicionales aliados de Serbia, no podrán dejar sobrevivir por mucho tiempo a la paz de Dayton. Incluso si la crisis de Kosovo no se convierte inmediatamente en crisis abierta, es un claro exponente de que no hay posibilidades de una paz estable y sólida en la actualidad, en particular en esta región que es uno de los principales polvorines del mundo por el lugar que ocupa en Europa.

Lucha de clases

9) «... Este caos general, con su cortejos de sangrientos conflictos, masacres, hambre y más generalmente la descomposición que va corroyendo todos los aspectos de la sociedad y que contiene la amenaza de aniquilarla, tiene su principal alimento en el callejón sin salida en el que está metida la economía capitalista. Sin embargo, al provocar necesariamente ataques permanentes y siempre más brutales contra la clase productora de lo esencial de la riqueza social, el proletariado, semejante situación también provoca la reacción de ésta y contiene entonces la perspectiva de su surgimiento revolucionario...» (punto 19, idem).

Provocada por las primeras manifestaciones de la crisis abierta de la economía capitalista, el resurgimiento histórico de la clase obrera a finales de los años 60 puso fin a cuatro décadas de contrarrevolución e impidió al capitalismo aportar su propia respuesta a la crisis: la guerra imperialista generalizada. A pesar de los momentos de retroceso en el combate, las luchas obreras se inscribían en una tendencia general a librarse del control de los órganos de encuadramiento del Estado, en particular de los sindicatos. Esta tendencia se interrumpió brutalmente con las campañas que acompañaron el hundimiento de los supuestos «países socialistas» a finales de los años 80. La clase obrera sufrió un retroceso importante, tanto a nivel de su combatividad como de su conciencia: «... en los principales países del capitalismo, la clase obrera ha vuelto a una situación comparable a la de los años 1970 por lo que respecta a sus relaciones con los sindicatos y el sindicalismo: una situación en la que la clase, globalmente, lucha tras los sindicatos, sigue sus consignas y propaganda y, en definitiva, vuelve a confiar en ellos. En este sentido, la burguesía ha conseguido de momento borrar de las conciencias obreras las lecciones adquiridas a lo largo de los años 80, extraídas tras repetidas confrontaciones con los sindicatos...» (punto 12 de la Resolución sobre la situación internacional, XIIº Congreso de Révolution internationale, sección en Francia de la CCI).

Desde 1992, el proletariado ha retomado el camino del combate de clases pero, por la profundidad del retroceso sufrido y por el peso de la descomposición general de la sociedad burguesa que dificulta su toma de conciencia, el ritmo de este relanzamiento de las luchas está marcado por la lentitud. Sin embargo, su realidad se confirma no tanto por el desarrollo de las luchas obreras, que, por el momento es aún muy débil, sino por todas las maniobras desplegadas durante años por la burguesía: «...para la clase dominante, totalmente consciente de que los ataques crecientes contra la clase obrera van a provocar necesariamente respuestas de gran amplitud, se trata de tomar la delantera mientras la combatividad todavía sigue embrionaria, mientras todavía siguen pesando fuertemente sobre las conciencias las secuelas del hundimiento de los regímenes pretendidamente socialistas, para así mojar la pólvora y reforzar al máximo su arsenal de mistificaciones sindicalistas y democráticas...» (punto 21, idem).

Esta política de la burguesía se ha confirmado una vez más, en el verano de 1997, con la huelga de UPS en los Estados Unidos que ha acabado con una «gran victoria» de... los sindicatos. Igualmente se ha confirmado con la continuación de las grandes maniobras que a propósito del problema del desempleo han organizado las burguesías de diferentes países europeos.

10) Una vez más, la clase dominante responde de forma coordinada en la respuesta política al descontento creciente que provoca el aumento inexorable del desempleo. De un lado, en países como Francia, Bélgica o Italia lanza grandes campañas ideológicas sobre el tema de las 35horas de trabajo semanal que teóricamente permitirían la creación de cientos de miles de empleos. Por otra parte vemos, en Francia y también en Alemania, desarrollarse, bajo el control de los sindicatos y de diferentes «comités»  inspirados por los izquierdistas, movimientos de parados, con ocupaciones de lugares públicos y manifestaciones en la calle. En realidad esas dos políticas son complementarias. La campaña sobre las 35 horas, y la puesta en práctica efectiva de esta medida como ha hecho el gobierno de izquierdas en Francia permite:

 «demostrar» que se pueden hacer «algunas cosas» para crear empleos;

– poner en juego una reivindicación «anticapitalista» porque los patronos serían hostiles a tal medida;

– justificar toda una serie de ataques contra la clase obrera que serían la contrapartida de la reducción de los horarios (intensificación de la productividad y de los ritmos de trabajo, bloqueo de los salarios, mayor «flexibilidad» en particular con la anualización del tiempo de trabajo como base de cálculo del mismo).

Por otra parte, las movilizaciones de parados organizadas por diferentes fuerzas de la burguesía buscan otros tantos objetivos antiobreros:

– a corto plazo, crea una división entre los diferentes sectores de la clase obrera, y sobre todo intenta culpabilizar a los trabajadores en activo;

– a más largo plazo, y éste es el objetivo principal, intenta desarrollar órganos para el control de los obreros desempleados que hasta ahora estaban poco encuadrados por los órganos especializados del Estado en tales tareas.

De hecho, estas maniobras ampliamente mediatizadas, sobre todo a escala internacional, son la prueba de que la burguesía es consciente de:

– su incapacidad para resolver el problema del paro (lo que indica que no se hace demasiadas ilusiones sobre la «salida del túnel de la crisis»);

– que la situación actual de débil combatividad de los obreros con empleo y de gran pasividad de los desempleados no va a durar demasiado tiempo.

La CCI ha puesto de relieve que, debido al peso de la descomposición y a los métodos progresivos con los que el capitalismo ha llevado al paro a decenas de millones de obreros en las últimas décadas, los parados no han podido organizarse y participar en el combate de clase (contrariamente a lo que ocurrió en algunos países en los años 30). Pero, al mismo tiempo, habíamos señalado que si bien no podrían constituir una vanguardia de los combates obreros, estarían obligados a encontrarse en la calle con otros sectores de la clase obrera cuando ésta se movilizara masivamente aportando al movimiento una fuerte combatividad resultante de su situación miserable, su ausencia de prejuicios corporativos y de la falta de ilusiones sobre el «futuro» de la economía capitalista. En este sentido, la maniobra actual de la burguesía en dirección de los parados significa que espera y se prepara para combates de la clase obrera y que se preocupa de que la participación de los obreros desempleados en este movimiento pueda ser saboteada por órganos de encuadramiento apropiados.

11) En esta maniobra, la clase dominante utiliza los sindicatos clásicos pero también recurre a sectores más «a la izquierda» de sus aparatos políticos (anarquistas, trotskistas, «autónomos», «de base») porque ante los parados y a su inmensa cólera tiene necesidad de exhibir un lenguaje más «radical» que el que normalmente utilizan los sindicatos oficiales. Este hecho ilustra igualmente un punto contenido en la Resolución adoptada por el XIIº Congreso de la CCI: hoy día nos encontramos en un «momento clave» entre dos etapas del proceso de relanzamiento de la lucha de clases, un momento en el que la acción del sindicalismo clásico que tuvo gran eficacia alo largo de los años 94-96, debe comenzar, aunque no está desprestigiada, a ser completada de forma preventiva por la el del sindicalismo «radical», de «combate» o de «base».

12) En fin, la continuación por parte de la burguesía de campañas ideológicas:

– sobre el comunismo, fraudulentamente identificado con el estalinismo (sobre todo con el ruido originado en torno al Libro negro del comunismo traducido a varias lenguas) y contra la Izquierda comunista con la matraca antinegacionista,

– de defensa de la democracia como única «alternativa» ante las manifestaciones de la descomposición y de la barbarie capitalista,

son la prueba de que la clase dominante, consciente de las potencialidades que percibe en la actual y futura situación, se preocupa desde este mismo instante en sabotear las perspectivas a largo plazo de los combates proletarios, el camino hacia la revolución comunista.

Ante esta situación, es responsabilidad de los revolucionarios:

– señalar la verdadera perspectiva comunista luchando contra todas las falsificaciones abundantemente difundidas por los defensores del orden burgués;

– mostrar el cinismo de todas las maniobras de la burguesía que llaman al proletariado a defender la democracia contra los pretendidos peligros «fascistas», «terroristas», etc.;

– denunciar todas las maniobras desarrolladas por la clase dominante para credibilizar y reforzar los aparatos de naturaleza sindical destinados a sabotear las futuras luchas obreras;

– intervenir ante las pequeñas minorías de la clase que se plantean cuestiones respecto al callejón sin salida histórico del capitalismo y la perspectiva revolucionaria;

– reforzar la intervención en el desarrollo ineluctable de la lucha de clases.

 Abril 1998.

 

[1] Al principio de este período hubo una tendencia al boicot de los organismos internacionales de concertación y de regulación económicas, pero muy rápidamente la burguesía supo sacar las lecciones del peligro de la tendencia a «cada uno para sí».

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