¿En qué prefigura el presente el porvenir de la humanidad? ¿Se puede todavía seguir hablando de progreso? ¿Qué futuro se está preparando para nuestros hijos y las generaciones futuras? Para contestar a esas preguntas que cada cual puede hacerse hoy con inquietud hay que contrastar dos legados del capitalismo de los que dependerá la sociedad futura: por un lado, el desarrollo de las fuerzas productivas que contienen por sí mismas esperanzas de porvenir, especialmente los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos que el capitalismo es todavía capaz de aportar; por otro lado, la descomposición del sistema, que amenaza con aniquilar todo progreso e incluso hacer peligrar el propio porvenir de la humanidad, resultado inexorable de sus contradicciones. La primera década de del siglo xxi ha mostrado que los fenómenos resultantes de la descomposición del sistema, putrefacción de raíz de una sociedad enferma ([1]), son cada vez mayores y profundos, abriendo paso a las actitudes más irracionales, a catástrofes de todo tipo, produciendo una atmosfera de “fin del mundo” que los Estados explotan con el mayor cinismo para imponer el terror y mantener así su dominio sobre unos explotados cada vez más descontentos.
Entre esas dos realidades del mundo actual hay un contraste total, una contradicción permanente que justifica plenamente la alternativa propuesta hace ya un siglo por el movimiento revolucionario, señaladamente por Rosa Luxemburg que retomaba la expresión de Engels: o se va hacia el socialismo o nos hundimos en la barbarie.
La potencialidad positiva que contiene el capitalismo es, desde el enfoque clásico del movimiento obrero, el desarrollo de las fuerzas productivas que son la base de la edificación de la futura comunidad humana. Éstas están formadas sobre todo por tres elementos vinculados y combinados entre sí en la transformación eficaz de la naturaleza gracias al trabajo humano: los descubrimientos y progresos científicos, la producción de herramientas y de conocimientos tecnológicos cada vez más sofisticados y la fuerza de trabajo suministrada por los proletarios. Todo el saber acumulado en esas fuerzas productivas podría utilizarse para edificar otra sociedad y además esas fuerzas productivas se multiplicarían si la población mundial entera se integrara en la producción con una actividad y creatividad humanas, en lugar de ser cada día más desechadas por el capitalismo. Bajo el capitalismo, la transformación, el dominio y la comprensión de la naturaleza no es un objetivo al servicio de la humanidad, al estar la mayor parte de ésta excluida de los beneficios del desarrollo de las fuerzas productivas, sino que es una dinámica ciega al servicio de la ganancia ([2]).
Los descubrimientos científicos en el capitalismo han sido numerosos –e importantes– sólo ya en el año 2012. Y se han realizado verdaderas proezas tecnológicas en todos los ámbitos, lo que demuestra la amplitud del ingenio y el saber humanos.
Vamos a ilustrar lo que decimos con sólo algunos ejemplos ([3]), dejando de lado muchos descubrimientos o realizaciones tecnológicas recientes, pues no se trata de ser exhaustivos, sino de ilustrar hasta qué punto el hombre dispone de posibilidades crecientes en conocimiento teórico y avances tecnológicos, lo que le permitiría dominar la naturaleza de la que forma parte física y mentalmente. Les tres ejemplos de descubrimientos científicos que vamos a dar se refieren a lo más fundamental en el conocimiento, a lo más central de las preocupaciones de la humanidad desde sus orígenes:
Un mejor conocimiento de las partículas elementales
y de los orígenes del universo
La investigación fundamental, aunque no suele contribuir con descubrimientos de aplicación inmediata, es, sin embargo, un componente esencial para el conocimiento de la naturaleza por el hombre y, por consiguiente, para su capacidad de descifrar sus leyes y propiedades. Con este enfoque debemos apreciar el reciente descubrimiento de una nueva partícula, muy próxima en muchos aspectos a lo que se llama el Bosón de Higgs, tras una incansable labor de búsqueda y de experiencias llevadas a cabo en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) de Ginebra para lo que se movilizó a 10 mil personas y se puso en marcha el acelerador de partículas LHC. La nueva partícula posee la propiedad única de conferir su masa a las partículas elementales, mediante su interacción con ellas. De hecho, sin ella, los elementos del universo no pesarían nada. También permite una aproximación más fina en la comprensión del nacimiento y desarrollo del universo. Fue Peter Higgs (al mismo tiempo que dos físicos belgas, Englert y Brout) quien predijo, teóricamente, la existencia de esa “nueva” partícula. Desde entonces, la teoría de Higgs ha sido objeto de debates e investigaciones en el medio científico que han acabado en la puesta en evidencia de la existencia real, y no sólo teórica, de esa partícula.
Un antepasado potencial de los vertebrados que habría vivido hace 500 millones de años
Dos investigadores, un inglés y un canadiense, han demostrado que, cien años después de haberse descubierto uno de los animales más antiguos pobladores del planeta, el Pikaia gracilens, éste era un ancestro de los vertebrados, lo cual es una nueva ilustración de la teoría darwiniana y materialista de la evolución. Procedieron a examinar fósiles del animal mediante diferentes técnicas de imagen, permitiéndoles describir con precisión su anatomía externa e interna. Gracias a un modelo especial de microscopio de barrido, hicieron una cartografía elemental de la composición química de los fósiles en carbono, azufre, hierro y fosfato. Refiriéndose a la composición química de los animales actuales, dedujeron dónde se encontraban los diferentes órganos en Pikaia. ¿Dónde situar a Pikaia en el árbol de la evolución? Si se tienen en cuenta otros factores comparativos con otras especies cercanas descubiertas en otras regiones del planeta, los investigadores concluyen: “en algún lugar en la base del árbol de los cordados” (los cordados son animales que poseen una columna vertebral o una prefiguración de ésta). Este descubrimiento permite así reconstituir uno de los “eslabones desconocidos”, antepasados nuestros, de la larga cadena de especies vivas que han poblado nuestro planeta desde hace miles de millones de años.
Hacia una curación total del Sida
Desde principios de los años 80, el sida es la epidemia principal del planeta. Del sida ya han muerto unos 30 millones de personas y, a pesar de los medios enormes para combatirlo y el uso de triterapias, sigue matando a 1,8 millones de personas por año ([4]), muy por delante de otras enfermedades infecciosas muy mortíferas como el paludismo o el sarampión. Uno de los aspectos más siniestros de esta enfermedad es que la persona víctima de ella, aunque ahora ya no esté condenada a una muerte segura como así era al principio de la epidemia, sigue infectada durante toda su vida, lo cual la somete, además del ostracismo de una parte de la población, a unas medicaciones muy estrictas. Y, precisamente, un equipo de la universidad de Carolina del Norte ha realizado este año un gran avance en la curación de las personas infectadas par le virus del Sida (VIH). Se ha realizado un test a personas seropositivas con un medicamento que no tiene nada que ver con los tratamientos actuales, los antirretrovirales. Éstos bloquean la multiplicación del VIH, reduciendo su concentración en el organismo de las personas seropositivas, hasta hacerlo indetectable. Pero no lo erradican y, por lo tanto, no curan a los enfermos, pues, al principio de la infección, hay ciertos virus que se ocultan en glóbulos blancos de larga vida, evitando así la acción de los antirretrovirales. De ahí la idea de destruir de una vez todos esas “reservas” de VIH gracias a la acción de un medicamento que permitiría al sistema inmunitario localizar esos glóbulos blancos y destruirlos. Parece prometedor que el medicamento probado podría activar la detección de esas “reservas”. Queda por confirmar su destrucción por el sistema inmunitario, e incluso estimularlo con ese fin.
Digamos ya de entrada que si los descubrimientos científicos actuales y el desarrollo de la tecnología se realizaran en otro tipo de sociedad, la sociedad comunista en especial, habrían sido superados con creces. El modo de producción capitalista centrado en la ganancia, la rentabilidad y la competencia, marcado por la desorganización y la irracionalidad, y también por la alteración, la alienación cuando no es la destrucción de las relaciones sociales, es un obstáculo muy serio para el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, un aspecto positivo de la sociedad actual es que sea capaz de producir tales cosas, aunque obstaculice considerablemente su realización. En cambio, la descomposición tal como hoy se presenta es algo exclusivo del capitalismo. Cuanto más dure el capitalismo tanto más pesará la descomposición haciendo peligrar nuestro futuro.
La realidad de este mundo en lo más cotidiano es que la crisis del capitalismo que ha vuelto a surgir violentamente, aunque, en realidad, se ha ido agravando cada vez más desde hace décadas, es la causa de unas dificultades de la vida cada día mayores. Al no haber conseguido ni la burguesía, ni la clase obrera proponer una perspectiva para la sociedad, las estructuras sociales, las instituciones sociales y políticas, el marco ideológico que permitían a la burguesía mantener la cohesión de la sociedad, se van desmoronando más y más. La descomposición, en todas sus dimensiones y manifestaciones actuales, ilustra toda la potencialidad mortífera de este sistema que amenaza con sepultar a la humanidad. El tiempo no juega a favor del proletariado. Es una “carrera contra reloj” la que ha emprendido el proletariado en su combate contra la burguesía. Del resultado de ese combate entre las dos clases determinantes de la sociedad actual, de la capacidad del proletariado para dar los golpes decisivos a su enemigo antes de que sea demasiado tarde, depende el futuro de la especie humana.
Detrás de las matanzas realizadas por desequilibrados está la irracionalidad
del capitalismo que nos condena a vivir en un mundo que ha perdido su sentido
Una de las expresiones más espantosas y espectaculares de tal descomposición ha sido la reciente matanza en la escuela primaria de Sandy Hook en Newtown (Connecticut, EE.UU) el 14 de diciembre de 2012. Igual que en los dramas anteriores, el horror de tal masacre de 27 niños y adultos perpetrado por una sola persona sin el menor móvil hiela la sangre de horror. Y fue el tercer suceso de este tipo en EE.UU para ya sólo el año 2012.
La matanza de vidas inocentes en esa escuela es como un siniestro toque de alarma de la necesidad de una transformación revolucionaria total de la sociedad. La propagación y la profundidad de la descomposición del capitalismo seguirán engendrando más actos tan bestiales, dementes y violentos. Nada, absolutamente nada en el sistema capitalista podrá dar una explicación racional a semejante acto y menos todavía dar seguridad para el futuro de semejante sociedad.
Tras la masacre en el colegio de Connecticut, como ya ocurrió con otros actos violentos, todos los partidos de la clase dirigente se hicieron la pregunta: ¿cómo es posible que en Newtown, ciudad conocida como “la más segura de Estados Unidos”, un individuo perturbado haya podido desencadenar tanto horror? Sean cuales sean las respuestas, lo primero que preocupa a los media es proteger a la clase dirigente ocultando su propio modo de vida asesino. La justicia burguesa reduce la masacre a un problema estrictamente individual, sugiriendo las causas del acto de Adam Lanza, el asesino, son sus preferencias, su voluntad personal de sembrar el mal, una inclinación que sería inherente a la naturaleza humana. La justicia pretende que nada explica la acción de ese matarife haciendo caso omiso de todos los progresos realizados desde hace décadas por la ciencia sobre el comportamiento humano, unos progresos que permiten comprender mejor la interacción compleja entre individuo y sociedad y lo único que propone como solución es que renazca la fe religiosa y dedicarse a la oración colectiva…
Y también justifica así su propuesta de encerrar a todos aquellos que tienen comportamientos anómalos, identificando sus actos inmorales como crímenes. No se puede entender lo que define la violencia si se la disocia del contexto social e histórico en que se expresa, pues se basa, precisamente, en las relaciones de explotación y de opresión de una clase dominante sobre el conjunto de la sociedad. Las enfermedades mentales existen desde siempre, pero ocurre que han llegado a su paroxismo en una sociedad en estado de sitio, donde predominada la tendencia de “cada cual a lo suyo”, donde desaparece la solidaridad social y la empatía. La gente piensa que hay que protegerse, sí, pero ¿contra quién? Todo el mundo aparece como enemigo potencial, una imagen, una creencia reforzada por el nacionalismo, el militarismo y el imperialismo de la sociedad capitalista.
La clase dirigente, sin embargo, se presenta como garante de la “racionalidad”, poniendo mucho cuidado en desviar la cuestión de su propia responsabilidad en la propagación de comportamientos antisociales. Esto es más flagrante todavía durante los juicios ante los tribunales militares de los ejércitos estadounidenses a soldados que cometieron actos atroces, como Robert Bales que asesinó a 16 paisanos en Afganistán, entre los cuales 9 niños. Ni una palabra, evidentemente, sobre su consumo de esteroides y somníferos para apaciguar sus dolores físicos y emocionales, ni sobre el hecho de que lo destinaron a uno de los campos de batalla más mortíferos de Afganistán ¡por cuarta vez!
Estados Unidos no es el único país en conocer semejantes abominaciones: en China, por ejemplo, el mismo día de la matanza de Newtown, un hombre hirió a cuchilladas a 22 críos en una escuela. Durante los últimos 30 años se han perpetrado numerosos actos similares. Muchos otros países, Alemania por ejemplo, en el corazón del capitalismo, también han conocido ese tipo de tragedias entre las cuales la masacre de Erfurt en 2007 y sobre todo el tiroteo ocurrido el 11 de marzo de 2009 en un colegio de Winnenden en Bade-Wurtemberg, que hizo 16 muertos incluido el autor de los disparos. Este suceso tiene muchas similitudes con el drama de Newtown.
La extensión internacional del fenómeno demuestra que atribuir esas matanzas a la posibilidad legal de poseer armas es, más que nada, propaganda mediática. En realidad, hay cada vez más individuos que se sienten tan aplastados, aislados, incomprendidos, ninguneados, que las masacres perpetradas por individuos aislados o los intentos de suicidio entre los jóvenes son cada vez más numerosos; y el hecho mismo del desarrollo de esa tendencia muestra que ante la dificultad del vivir no ven ninguna perspectiva de cambio que les permita esperar una evolución positiva de sus condiciones de vida. Muchas trayectorias pueden desembocar en semejantes horrores: en los niños, la presencia insuficiente de los padres al estar éstos sobrecargados de trabajo o carcomidos y debilitados moralmente por la ansiedad que acarrea el desempleo y los bajos ingresos, y, en los adultos, el sentimiento de odio y frustración acumulado ante la impresión de haber “fracasado” en su existencia.
Todo eso acarrea tantos sufrimientos y tales trastornos en algunos que acaban haciendo responsable a la sociedad entera y especialmente a la escuela, una de las instituciones esenciales mediante la cual se supone que los jóvenes realizan su integración en la sociedad, y que por lo tanto es la que normalmente abre la posibilidad de encontrar un empleo pero que sobre todo, hoy, suele abrir las puertas del desempleo. Esta institución, que se ha convertido de hecho en el lugar donde se cuecen múltiples frustraciones y se abren múltiples heridas, se ha vuelto una diana privilegiada al ser el símbolo del porvenir atascado, de la personalidad y los sueños destruidos. El asesinato ciego en el medio escolar –seguido por el suicidio de los asesinos–, les aparece así como el único medio de mostrar su sufrimiento y afirmar su existencia.
Tras la campaña en EE.UU de poner un policía apostado a la puerta de los colegios, lo que se inculca es la idea de la desconfianza hacia todo el mundo, lo que intenta impedir o destruir es todo sentimiento solidario en la clase obrera. Esas ideas eran la base de la obsesión de la madre de Adam Lanza por las armas y de su costumbre de llevar a sus hijos, incluido el asesino, a los puestos de tiro. Nancy Lanza era una “survivalista”. La ideología del “survivalismo” (survivalism, en inglés) se basa en la de “cada uno por su cuenta” en un mundo pre o post apocalíptico. Preconiza la supervivencia individual, haciendo de las armas el medio de protección que permita apoderarse de los escasos recursos vitales. En previsión del hundimiento de la economía de Estados Unidos, que está a punto de verificarse según los survivalistas, éstos almacenan armas, municiones, alimentos y enseñan cómo sobrevivir en estado salvaje. ¿Será entonces tan extraño que Adam Lanza estuviera impregnado de ese sentimiento de “no future”? Y, por otra parte, todo eso significa que sólo se puede confiar en el Estado y la represión que ejecuta cuando, en realidad, es él el guardián del sistema capitalista que es la causa de violencia y de los horrores que estamos viviendo. Es de lo más comprensible sentir horror y emoción ante la masacre de víctimas inocentes. Es natural buscar explicaciones a un comportamiento totalmente irracional. Eso expresa la necesidad profunda de darse seguridad, de controlar su propio sino y de liberar la humanidad de la espiral sin fin de la violencia extrema. Pero la clase dirigente saca provecho de las emociones de la población, utilizando su necesidad de confianza para llevarla a aceptar una ideología en la que sólo el Estado sería capaz de resolver los problemas de la sociedad.
En Estados Unidos, no son sólo las franjas fundamentalistas del campo republicano, sino toda una serie de ideologías religiosas, creacionistas y demás que pesan fuertemente en el funcionamiento de la burguesía y en las conciencias del resto de la población.
Hay que afirmarlo sin ambages: son el mantenimiento de la sociedad dividida en clases y la explotación del capitalismo los únicos responsables del desarrollo de comportamientos irracionales que el capitalismo es incapaz de eliminar, ni siquiera de controlar.
Se mire hacia donde se mire, el capitalismo está automáticamente dirigido hacia la búsqueda de ganancia. La izquierda podrá creer que el capitalismo contemporáneo tiene una base racional, pero lo que la experiencia nos enseña de la sociedad actual revela una descomposición agravada con una parte de esta sociedad que se expresa con una irracionalidad creciente en la que los intereses materiales ya no son el único guía de comportamiento. Las experiencias de Columbine, de Virginia Tech y de todas las matanzas perpetradas por individuos aislados demuestran que no se necesitan motivos políticos para dedicarse a matar al azar a cualquiera de nuestros semejantes.
La generalización de la violencia: delincuencia, bandolerismo,
narcotráfico y costumbres gansteriles de la burguesía
Una oleada de delincuencia y de bandidaje agitó varias ciudades de Brasil durante los meses de octubre y noviembre de 2012. La más afectada fue el Gran São Paulo donde 260 personas fueron asesinadas en esos dos meses. Pero en otros lugares también, pues otras ciudades donde la criminalidad suele ser menor también fueron escenario de violencias.
La amplitud de la violencia es incontestable, al igual que sus consecuencias en la población: “La policía mata tanto como los criminales. Es una guerra lo que hemos contemplado todos los días en la televisión”, declaraba el director de la ONG “Conectas Direitos Humanos”. Esta calamidad viene a añadirse a la miseria general de una gran parte de la población.
Entre las explicaciones de tal situación algunos cuestionan el sistema penitenciario, que fabrica criminales cuando dicen que debería servir para la reinserción social. Pero el sistema penitenciario es también un producto de la sociedad y funciona a su imagen. En realidad, ninguna reforma del sistema, del sistema penitenciario o de otro, podrá poner coto al fenómeno del bandolerismo y de la represión policial, o sea del terror bajo todas sus formas. Y el gran problema es que eso no podrá sino agravarse con la crisis mundial del sistema. Y eso puede comprobarse fácilmente con solo fijarse en el caso del propio Brasil. Hace treinta años, São Paulo, que hoy aparece como la capital del crimen, era entonces una ciudad tranquila.
En México, por su parte, los grupos mafiosos y el propio gobierno alistan, para la guerra que los enfrenta, a gente perteneciente a los sectores más pauperizados de la población. Los choques entre unos y otros, que disparan a voleo en medio de la población, dejan cientos de víctimas a las cuales gobierno y mafias consideran como “daños colaterales”. Las mafias sacan provecho de la miseria para sus actividades de producción y comercio de drogas; convirtiendo, entre otras cosas, a los campesinos pobres, como así ocurrió en Colombia en los años 1990, en cultivadores de droga. En México, desde 2006, han sido asesinadas unas 60.000 personas tiroteadas por los cárteles de la droga o por el ejército “oficial”; una gran parte de esos muertos se debe a los ajustes de cuentas entre cárteles, pero eso no le quita ninguna responsabilidad al Estado, por mucho que diga el gobierno. Cada grupo mafioso surge vinculado a una fracción de la burguesía. A las mafias, su colusión con estructuras estatales les permite “proteger sus inversiones” y sus actividades en general ([5]).
Los desastres humanos que engendra la guerra de los narcos están presentes por toda América Latina, pero el fenómeno de la violencia que ilustran Brasil o México es mundial y también afecta a América del Norte o Europa.
Catástrofes industriales a gran escala
Catástrofes que no perdonan a ninguna región del mundo y cuyas víctimas en primera fila suelen ser los obreros. La causa no es el desarrollo industrial en sí, sino el desarrollo industrial de hoy, en manos de un capitalismo en crisis, en el cual todo debe sacrificarse en aras de una rentabilidad inmediata para hacer frente a la guerra comercial planetaria.
El ejemplo más emblemático es la catástrofe nuclear de Fukushima cuya gravedad será mayor que la de Chernóbil (un millón de muertos “reconocidos” entre 1986 y 2004). El 11 de marzo de 2011, un gigantesco tsunami inundó las costas orientales de Japón, saltando por encima de los diques construidos supuestamente para proteger la central nuclear. La inundación mató a más de 20.000 personas, y la población en torno a la central tuvo que ser evacuada: dos años más tarde, más de 300.000 siguen viviendo en campamentos improvisados. Ante semejante desastre, la clase dominante ha vuelto a hacer alarde de su incuria. La evacuación de la población empezó con mucho retraso y el área de seguridad resultó ser insuficiente. Lo que más interesaba al gobierno era minimizar al máximo el peligro real, de modo que lo que quiso evitar fue la necesaria evacuación a gran escala y, por si acaso, entorpeció el acceso a la zona a los periodistas independientes.
Más allá del debate en Japón sobre los fallos de la compañía Tepco, o sobre los informes más que complacientes que el organismo de vigilancia de la industria nuclear hacía de las empresas que debía controlar, es el hecho mismo de haber desarrollado la industria nuclear en Japón lo que es un verdadero desatino en un país situado en el cruce de cuatro grandes placas tectónicas (eurasiática, norteamericana, la de Filipinas, y la del Pacífico) y que, ya sólo él, sufre el 20 % de los seísmos más violentos del globo.
En un país de alta tecnología y superpoblado como lo es Japón, los efectos son todavía más dramáticos para la población. La contaminación irreversible del aire, de las tierras y del océano, los montones de basura radioactiva, los sacrificios permanentes de quienes trabajan para la protección y la seguridad en aras de la rentabilidad echan una luz muy cruda sobre la dinámica irracional del sistema a nivel mundial.
Las catástrofes “naturales” y sus consecuencias
Es evidente que al capitalismo no se le puede achacar ser la causa de un terremoto, de un ciclón o de la sequía. En cambio, lo que sí puede achacársele es que cómo esos cataclismos, fenómenos naturales, se convierten en inmensas catástrofes sociales, en tragedias humanas descomunales. El capitalismo dispone de medios tecnológicos gracias a los cuales es capaz de mandar hombres a la luna, producir unas armas monstruosas capaces de destruir cantidad de veces el planeta, y al mismo tiempo es incapaz de proporcionar los medios para proteger a la población de los países expuestos a los cataclismos naturales donde podrían construirse diques, desvíos de aguas, edificios resistentes a terremotos o huracanes. Pero eso no cabe en la lógica capitalista de la ganancia, de la rentabilidad y de reducción de costes.
Sin embargo, aunque no podemos aquí desarrollar este tema, la amenaza más dramática que pesa sobre la humanidad es la catástrofe ecológica ([6]).
La descomposición ideológica del capitalismo
La descomposición no se limita a que el capitalismo, a pesar del desarrollo de las ciencias y de la tecnología, esté cada día más sometido a las leyes de la naturaleza, a que sea incapaz de controlar los medios que puso en acción para su propio desarrollo. La descomposición no sólo llega hasta las bases económicas del sistema, sino que repercute también en todos los aspectos de la vida social con una disgregación ideológica de los valores de la clase dominante y el desmoronamiento de los valores que hacen posible la vida en sociedad, lo cual se manifiesta en una serie de fenómenos como:
La descomposición del capitalismo refleja la imagen de un mundo sin futuro, un mundo al borde del abismo, que tiende a imponerse a toda la sociedad. Es el reino de la violencia, de querer arreglárselas cada cual por su cuenta, de la exclusión que gangrena a toda la sociedad, y en particular a las capas más desfavorecidas, con su porción cotidiana de desesperanza y de destrucción: desempleados que se suicidan para huir de la miseria, niños violados y asesinados, ancianos a los que se tortura por unas cuantas monedas...
Respecto a la cumbre de Copenhague de finales de 2009 ([7]), se dijo que estábamos en un atolladero, que se sacrificaba el futuro al presente. Porque el único horizonte de este sistema es la ganancia (no siempre a corto plazo), pero la ganancia es cada vez más limitada (como lo ilustra la especulación). El sistema capitalista va hacia el abismo pero no puede dar marcha atrás. ¿Era sincero el excandidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Al Gore, cuando en 2005 presentó su documental Una verdad incómoda que mostraba las consecuencias dramáticas del calentamiento climático en el planeta? En todo caso, si fue tan “sincero” fue porque ya no estaba en el gobierno después de ocho años de vicepresidencia de los Estados Unidos. Eso significa que esas gentes que dirigen del mundo podrán a veces comprender los peligros, pero sea cual sea su conciencia moral, siguen haciendo lo mismo porque son prisioneros de un sistema que va hacia el abismo. Hay un engranaje que sobrepasa la voluntad humana cuya lógica es más fuerte que la voluntad de los políticos más poderosos. Los propios burgueses de hoy tienen hijos cuyo porvenir les preocupa es de suponer… Las catástrofes que se anuncian van a afectar primero a los más pobres, pero también los burgueses se van a ver cada más afectados. La clase obrera no es únicamente portadora futuro para sí misma, sino para la humanidad entera, incluidos los descendientes de los burgueses actuales.
Tras todo un período de prosperidad durante el cual fue capaz de hacer dar un salto gigantesco a las fuerzas productivas y los bienes de la sociedad, creando y unificando el mercado mundial, el sistema alcanzó desde principios del siglo pasado sus propios límites históricos, marcando así la entrada en su período de decadencia. Balance: dos guerras mundiales, la crisis de 1929 y de nuevo la crisis abierta a finales de 1960 que no cesa de hundir al mundo en la miseria.
El capitalismo decadente es la crisis permanente, insoluble, de este sistema; una crisis que es una catástrofe sin límites para la humanidad, como lo demuestra, entre otras cosas, el fenómeno de pauperización creciente de millones de seres humanos condenados a la indigencia, a la mayor de las miserias.
Al prolongarse, la agonía del capitalismo da una nueva índole a las expresiones extremas de la decadencia, al haber provocado su descomposición, algo que es visible desde hace unos treinta años.
Mientras que en las sociedades precapitalistas las relaciones sociales al igual que las relaciones de producción de una nueva sociedad en gestación, podían eclosionar en el seno mismo de la antigua sociedad que se estaba desmoronando, como así fue con el capitalismo que pudo desarrollarse en el seno de la sociedad feudal en declive, hoy, en cambio, no ocurre lo mismo.
La única alternativa posible es la edificación, sobre las ruinas del sistema capitalista, de otra sociedad –la sociedad comunista– la cual, al liberar a la humanidad de las leyes ciegas del capitalismo, podrá satisfacer las necesidades humanas gracias al desarrollo y el dominio de las fuerzas productivas que las propias leyes del capitalismo hacen imposible.
La evolución del capitalismo es la responsable de la caída actual en la barbarie, lo cual significa que en su seno, la clase que produce lo esencial de las riquezas, una clase que no tiene ningún interés material en que el sistema perdure, porque es la clase explotada principal, es la única que puede llevar a cabo una lucha revolucionaria, llevándose tras ella al conjunto de la población no explotada, de echar abajo el orden social y abrir la vía a una sociedad verdaderamente humana: el comunismo.
Hasta ahora, los combates de clase que ha habido desde hace cuarenta años en todos los continentes, han sido capaces de impedir que el capitalismo decadente dé su propia respuesta al atolladero en que está inmersa su economía, o sea, dar rienda suelta a la forma postrera de su barbarie, una nueva guerra mundial. Sin embargo, la clase obrera no es todavía capaz de afirmar, mediante sus luchas revolucionarias, su propia perspectiva ni tampoco presentar al resto de la sociedad el futuro de que es portadora. Es precisamente esa situación de atasco transitorio, en la que ni la alternativa burguesa, ni la proletaria pueden afirmarse plenamente, lo que origina ese fenómeno de putrefacción de la sociedad capitalista, lo que explica el nivel particular y extremo alcanzado hoy por la barbarie de la decadencia del sistema. Y esa putrefacción se amplificará con la agravación constante e inexorable de la crisis económica.
A la desconfianza que infunde la burguesía, hay que oponer explícitamente la necesidad de la solidaridad, o sea la confianza entre los obreros; a la mentira del Estado “protector”, hay que oponerle la denuncia de ese órgano guardián de este sistema que engendra la descomposición social. Ante la gravedad de lo que está en juego en la situación actual, el proletariado debe tomar conciencia de la amenaza de aniquilamiento. La clase obrera debe extirparse de toda la putrefacción que sufre cotidianamente, además de los ataques económicos contra sus condiciones de vida, razón suplementaria y mayor determinación para desarrollar sus combates de clase y forjar su unidad de clase.
Las luchas actuales del proletariado mundial por su unidad y solidaridad de clase son la única esperanza en medio de un mundo que supura putrefacción. Son lo único que puede prefigurar un embrión de comunidad humana. La generalización internacional de esos combates podrán por fin hacer brotar las semillas de un mundo nuevo y podrán surgir nuevos valores sociales.
Wim/Silvio, febrero de 2013
[1]) "La descomposición: fase última de la decadencia del capitalismo [2]" (1990), publicado en la Revista Internacional no 107.
[2]) Nótese que cuando empezó el desarrollo de la informática, los ordenadores más potentes estaban al servicio exclusivo de los ejércitos. Es menos cierto hoy en los sectores punteros, aunque la investigación militar sigue absorbiendo y orientando la mayoría de los avances de la tecnología.
[3]) Las informaciones de los ejemplos propuestos están, en su mayoría, extraídas de artículos de la revista francesa La Recherche sobre descubrimientos realizados en 2012.
[4]) Cifras de ONUSIDA para 2011.
[5]) Léase el artículo “México: entre crisis y narcotráfico”, Revista Internacional no 150,
https://es.internationalism.org/revistainternacional/201211/3561/entre-c... [3].
[6]) Puede leerse al respecto el libro de Chris Harman, A People’s History of the World (1999). Que sepamos no existe edición en español.
[7]) Léase: “¿Salvar el planeta?: No, they can’t! [No, no pueden]” Revista internacional no 140, 1er trimestre 2010), https://es.internationalism.org/rint/2010s/2010/140_nopueden [4]
Los países de África del Norte y de Oriente Medio, ya duramente afectados por los efectos de la crisis económica mundial, fueron también zarandeados por la agitación social durante todo el año 2011. Lo ocurrido tras la inmolación de Mohamed Bouazizi no se ha borrado de las memorias todavía hoy. Tras esos acontecimientos, algunos gobiernos de los países del sur mediterráneo tuvieron que retroceder y otros fueron derribados. Esos movimientos han pasado a la historia con el nombre de “Primavera árabe”, y han cambiado la configuración política de África del Norte y de Oriente Medio. Ante tal situación, les burguesías regionales o mundiales, intentan restablecer los equilibrios políticos.
Es importante analizar la situación en Egipto y Siria, dos países donde perduran la agitación social y los conflictos integrando los acontecimientos recientes: en Egipto, la exacerbación de la agitación en la calle como consecuencia de la provocación tras un partido de fútbol en la ciudad de Port-Said así como también las manifestaciones contra el régimen de los Hermanos Musulmanes; y en Siria, la guerra plenamente enraizada. También hay que tomar en cuenta las tensiones imperialistas que se agudizan y preocupan al mundo entero tanto como la imparable crisis económica en Estados Unidos y la Unión Europea, unas tensiones sobre todo debidas a la política agresiva de Irán, así como a los esfuerzos de Turquía por convertirse en protagonista en la región tras haber optado por apoyar a la oposición en la guerra de Siria. Irán, Turquía e Israel pueden definirse como les principales potencias regionales, pero la situación en Oriente Medio está también determinada por la política de Estados imperialistas más poderosos: Estados Unidos evidentemente y además China y Rusia, debido a las relaciones que estos dos países mantienen con Siria y su influencia en Egipto.
Cuando se analizan los hechos, es conveniente, claro está, situarlos en el marco internacional, tomando en cuenta la política de la burguesía y el nivel de la lucha de clases. Habrá que aclarar también la naturaleza de lo acontecido en esta región que se ha presentado falsamente como revoluciones, analizando cuál ha sido el papel de la clase obrera y lo que dicho rol ha significado para las perspectivas de desarrollo de la lucha de clases a nivel internacional. Para ello, el tema de la revolución requiere ser esclarecido y eso haremos en este artículo aunque sin poder entrar en detalles.
Se impone un hecho: cuando estallaron los acontecimientos en Túnez y se extendieron a Egipto, los obreros participaron en ellos aunque fuera de manera limitada. La sección en Turquía de la CCI publicó un artículo en el período de esos acontecimientos ([1]) que contenía un análisis sobre la importancia numérica y la forma de participación de los obreros en ese movimiento. Sabemos muy bien que la clase obrera no fue capaz de ponerse a la cabeza del movimiento y llevar a cabo una lucha decidida por sus propias reivindicaciones.
Ennahda (Partido del Renacimiento), dirigido por Rached Ghannouchi, ganó las elecciones a la Asamblea Constituyente Nacional habidas el 23 de octubre de 2011 en Túnez. Ese partido se arraiga en la misma tradición que la de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Tras los acontecimientos de enero de 2011, la esperanza de un cambio para la clase obrera en Túnez se frustró con la llegada al gobierno de ese partido, continuándose una explotación de la fuerza de trabajo de los obreros tan feroz como la precedente. Y podemos observar un proceso similar en Egipto bajo el gobierno de Morsi.
Para poder percibir mejor esos acontecimientos y comprender sus fundamentos, es necesario analizar las posiciones de los Estados imperialistas más poderosos así como los imperialismos de la región. Países como Irán, Turquía e Israel pueden definirse como las principales potencias regionales; les Estados imperialistas más fuertes que deben tenerse en cuenta, junto con los Estados Unidos evidentemente, son China y Rusia, sobre todo en lo que se refiere a sus relaciones con Siria y los acontecimientos en Egipto.
Irán
Irán construye su política exterior en función de que se considera como una potencia regional en Oriente Medio. El factor más determinante de esta situación es que es el adversario de Israel más poderoso de la región. Para dar más peso a sus reivindicaciones, se esfuerza por establecer una unidad política, económica e incluso militar basada en la identidad chií (chiíta). Entre los factores más importantes de la influencia chií en la región, está el hecho de que el primer ministro de Irak, Nuri al-Maliki, es chií y que la mayor fracción que ocupa el poder iraquí post-Saddam está compuesta por chiíes. Existen otros factores que explican esta influencia: Hizbulá en Líbano y el partido Baaz ([2]), dominado por los nusairíes ([3]), que llevan gobernando Siria desde 1963. Irán ambiciona con aprovecharse de esa unidad construida sobre la identidad sectaria chií para dirigirla contra Israel y Estados Unidos.
La economía de Irán se basa en el petróleo y el gas natural, de los que posee respectivamente el 10 % y el 17 % de las reservas mundiales. El Estado posee el 80 % de las inversiones. Unas reservas petroleras así, dan a Irán un margen de maniobra mucho más importante que otras economías en desarrollo de la región.
Les contradicciones internas del régimen iraní siguen siendo insolubles, sin la menor solución en el horizonte. La razón más fundamental de tales contradicciones tiene su origen en la presión económica y política cada día mayor que la burguesía ejerce sobre la clase obrera para poder realizar sus objetivos imperialistas. El movimiento que hubo en 2009 tras las elecciones iraníes puede sin duda definirse como el inicio de los acontecimientos sociales que iban a configurar lo que se llama Primavera árabe. Se ha procurado hacer pasar a quienes se echaron a la calle y llenaron la avenida Valiasr de Teherán por partidarios de Mir-Husein Musaví, cuando era en realidad la juventud obrera o desempleada la que se enfrentó a las fuerzas represivas de la burguesía (a los llamados Guardianes de la Revolución) por las calles de la ciudad. Lo ocurrido tras las últimas elecciones presidenciales bien pudo haberse iniciado por las protestas contra el pucherazo en las elecciones realizado por el presidente saliente Ahmadinejad, pero eso no quita que el descontento sobre muchas cuestiones, era mucho más profundo y empezó a tomar rápidamente un carácter de clase. Después, cuando Mir-Hosein Musaví, un reformista burgués, llamó a retirarse de las calles, las masas no se lo tomaron nada en serio, contestándole incluso con consignas como “¡Muerte a quienes hacen compromisos!” La mayor debilidad de ese movimiento espontáneo fue que le faltaron reivindicaciones de clase y que los obreros, en su mayoría, participaron en él en tanto que individuos. Les trabajadores que llenaban las calles no hicieron surgir los órganos que habrían podido dar forma a su identidad de clase, permitiéndoles así expresarse políticamente. De hecho sólo hubo huelga en una sola fábrica ([4]). El movimiento obrero tiene sin embargo en Irán un potencial importante todavía y puede volver a surgir en un periodo de inestabilidad o en condiciones económicas más difíciles. La experiencia de las luchas obreras de 1979 en Irán cuando el Shah fue derrocado, contiene lecciones importantes para la clase obrera iraní.
Hay que analizar también las relaciones entre Irán y el capitalismo mundial y el papel que desempeña en él. Se puede decir que el socio más cercano a Irán es Rusia. Hay entre ambos países una asociación estratégica, basada en primer término en el armamento y la energía nuclear. A diferencia de China, Rusia es productora de energía y se beneficia hasta cierto punto de las tensiones en Oriente Medio que hacen subir los precios del crudo. La construcción de centrales nucleares en Irán hizo surgir en muchos la idea de la posibilidad para el régimen de fabricar armas nucleares y no sólo producir energía. Este problema de la energía nuclear produjo cierta distanciación entre Rusia e Irán. Sin embargo, Irán sigue siendo su mayor comprador de armas y un socio estratégico. Irán firmó un acuerdo sobre energía para 20 años con su otro socio, China. Las relaciones entre estos dos se basan únicamente en lo económico. China compra el 22 % de petróleo iraní ([5]), o sea una fuente de energía estratégica importante. Con la ventaja para la economía china, además, de que Irán le otorga unos precios muy interesantes comparados con los del mercado mundial.
Las inversiones en lo nuclear, sus esfuerzos por crear su propia tecnología armamentística y las recientes maniobras militares en el estrecho de Ormuz, todo ello muestra que Irán quiere compaginar su poderío militar con su fuerza económica. O sea que está listo para una guerra regional o internacional, queriendo decir con ello que hay que contar con Irán en Oriente Medio gracias a su fuerza militar. Las maniobras en el estrecho de Ormuz pueden considerarse como un ejercicio de afirmación frente Estados Unidos, Israel y ciertos países árabes, como una demonstración de la potencia de los ejércitos iraníes en un estrecho como el de Ormuz, estratégicamente tan importante pues por él pasa el 40 % del petróleo mundial. A pesar de las sanciones de Estados Unidos y de la Unión Europea (UE) sobre el petróleo iraní, Irán se ha dedicado a reavivar otras rivalidades inter-imperialistas amenazando con cerrar el estrecho de Ormuz. El petróleo que transita por esa vía es una alternativa al petróleo iraní y ruso, o sea que es un producto en competencia. De ahí la importancia estratégica de los oleoductos rusos al norte del mar Negro. La carrera por la dominación estratégica basada en el transporte de petróleo tiene un papel clave en lo que está ocurriendo en Oriente Medio.
El que Irán posea reservas significativas de petróleo y disponga de medios de crear problemas importantes para el paso del petróleo por Ormuz le permite encontrar aliados a nivel internacional. Irán parece ser pues un Estado que refuerza su influencia, pero la amenaza interior de movimientos sociales ha provocado muchos quebraderos de cabeza a la burguesía iraní y los seguirá provocando.
Turquía
Turquía guardó silencio cuando se iniciaron los movimientos sociales en el mundo árabe. Pero después lo ha hecho todo para sacar el máximo provecho del período de instabilidad causado por los acontecimientos en África del Norte.
Un examen de las relaciones pasadas entre Turquía y Siria permite entender mejor sus relaciones actuales. Con su política de “cero conflictos” en política exterior iniciada en 2005, Turquía quería incrementar su influencia política y económica en la zona y, en ese marco, procuró mejorar sus relaciones con Siria, tradicionalmente limitadas. Esos dos Estados burgueses, cuya historia común está plagada de antagonismos, habían tomado, en los últimos diez años, una serie de dispositivos para resolverlos. Entre dichos contenciosos está la anexión por parte de Turquía de la provincia de Hatay ([6]), el hecho de que el abastecimiento de aguas en Siria es hoy más difícil a causa de la construcción de embalses en el Tigris y el Éufrates y que, desde hace tiempo, el PKK ([7]) tiene campamentos militares en Siria.
La ocupación por Estados Unidos, primero de Afganistán y luego de Irak, cambió toda la política de la región. Como Estados Unidos deseaba que Turquía fuera más activa en la región, se tomaron una serie de medidas para mejorar sus relaciones con Siria. Se organizaron numerosas visitas entre Estados, incluso una justo después del asesinato del Primer ministro libanés, Rafic Hariri, un adversario de Siria. La burguesía turca fue la primera en dar su apoyo al régimen del Baaz en un momento en que estuvo aislado y en situación delicada en la región. Analizando la situación como una ocasión de incrementar su influencia en la zona, la burguesía turca apoyó el régimen de Assad ([8]) en aquella etapa difícil para él. Después, las relaciones entre ambos países incluso mejoraron con una serie de visitas y gestos diplomáticos. Ese período fue testigo de la mayor actividad diplomática entre ambos países desde siempre. Y más tarde, el “Consejo de cooperación estratégica de alto nivel”, fundado en 2009, concluyó una serie de inversiones comunes y de acuerdos económicos, políticos y militares. Ese Consejo, que abolió la obligación de visado entre ambos países y decidió organizar maniobras militares conjuntas, y establecer una unión aduanera y un mercado libre, fue el súmmum histórico de las relaciones entre Siria y Turquía. Esos acuerdos daban a Turquía la posibilidad de abrirse al mundo árabe, y a Siria la de abrirse hacia Europa. Siria, vieja enemiga de Turquía, se había vuelto una amiga. Tal acercamiento se pretendía basado en “una historia común, una religión común y un destino común”. Esa relación duró hasta que empezó la rebelión contra Assad. Y entonces, de repente, la burguesía turca le dio la espalda a Assad.
Cuando los acontecimientos que sacudieron el mundo árabe alcanzaron Siria, se organizó la unión árabe suní contra Assad. Al apoyar directamente ese movimiento, Turquía puso fin a los “felices días” durante los cuales el primer ministro turco Erdogan y Assad pasaban sus vacaciones familiares juntos. La formación del Consejo Nacional Sirio en Estambul y la recepción en Turquía de los oficiales que formaron el Ejército Libre Sirio muestran claramente que los adversarios de Assad estaban abiertamente apoyados por Turquía. La razón de esta nueva política es la voluntad de Turquía de mantener su posición como potencia “que cuenta” en la región apoyando a los disidentes que, por lo que parece, acabarán llegando al poder, para así mantener con el nuevo poder el nivel de relaciones alcanzado bajo la era Assad. Pronto apareció, sin embargo, que con Rusia y China que defienden abiertamente el régimen sirio, Assad no iba a marcharse fácilmente. Entonces Turquía cambió de tercio y empezó a moverse para que se incrementara la presión internacional más que atacar el régimen de Assad directamente. Para facilitar una posible operación de la OTAN, Turquía se ha hecho partícipe activa de la Conferencia de Amigos de Siria ([9]), actuando en común acuerdo con la Liga Árabe. Todos esos hechos demuestran que aunque Turquía suele llevar a cabo una política extranjera como aliada de Estados Unidos en Oriente Medio, también es capaz de intervenir por su cuenta en la política de las potencias regionales.
Por otra parte, en conformidad con sus planes sobre el futuro de Siria, ha reforzado sus lazos con los Hermanos Musulmanes ([10]), que representan una buena parte de la oposición a Assad. Turquía también está reforzando sus vínculos con partidos pertenecientes o relacionados con los Hermanos Musulmanes en Egipto y en Túnez, formando todos ellos parte de la misma red.
Además, tras la caída de Mubarak, Turquía ha hecho esfuerzos por mejorar sus relaciones con Egipto. Se ha afanado por desempeñar un papel en la estructuración del nuevo régimen. Deseando exportar tanto su régimen como su capital, la burguesía turca procura tejer lazos con el Partido de la Justicia y la Libertad o sea los Hermanos Musulmanes de Egipto por medio del Partido de la Justicia y del Desarrollo ([11]) en el poder en Turquía.
El primer ministro turco Erdogan adoptó una actitud antisraelí durante la crisis llamada “un minuto” ([12]) y del raid israelí contra el Mavi Marmara, un barco turco que formaba parte de la flotilla que transportaba suministros de ayuda a Gaza, granjeándose así cierta popularidad en el mundo árabe. Siguiendo los pasos en esas iniciativas proárabes, Erdogan efectuó una gira por Egipto, Túnez y Libia, acompañado de 7 ministros y 300 hombres de negocios. Esas visitas se hicieron presentando el modelo islámico laico del AKP y el mensaje más destacado de Tayyip Erdogan en Egipto y Túnez fue ése, el de un Islam laico, o de un Estado islámico, pero laico. La prensa mundial, que seguía esas visitas, presentó el modelo de Erdogan como una alternativa a los regímenes wahabí saudí o chií iraní. No es casualidad: Tayyip Erdogan había insistido en el Islam laico en su discurso de Túnez diciendo: “una persona no es laica, un Estado sí”. Estados Unidos ha afirmado que un país musulmán como Turquía tiene un régimen también laico y parlamentario. Según ya hemos analizado en nuestra prensa en lengua turca ([13]), todos esos acontecimientos muestran bien que Turquía está intentando incrementar su influencia en Oriente Medio y en Egipto exportando su propio régimen contra el wahabismo saudí y el régimen chií de Irán.
Al mismo tiempo, las potencias imperialistas occidentales quieren que la región vuelva a la estabilidad cuanto antes, así como también desean que se instalen regímenes que mantengan abiertos los mercados regionales, y el modelo más idóneo de esos regímenes es el de Turquía.
Cuando la agitación social de Túnez alcanzó Egipto, los comentaristas pensaron que para los regímenes de tipo Baaz como el de Siria, les iba a ser difícil resistir. De hecho, en ese país, la población sublevada y desesperada ha acabado por dejarse arrastrar por los campos opuestos, pro o anti Assad. Podría haberse esperado que Assad se retirara cuando de verdad se encontrase ante tal oposición, pero no ha sido así. Assad intentó prohibir las manifestaciones que irrumpieron en la ciudad de Daraa y que se extendieron a otras ciudades como Hama y Homs; el régimen sirio ha hecho correr ríos de sangre y sigue haciéndolo. Esta situación que empezó con lo ocurrido el 15 de marzo de 2011 sigue hoy y aunque pueda suponerse que Assad acabará siendo derrocado, no puede decirse cuándo y cómo acabará.
Los grupos que defienden el régimen de Assad al igual que sus adversarios se definen a sí mismos por su identidad étnica o religiosa. El 55 % de la población es musulmana árabe suní, mientras que los árabes alauitas (o alauíes) chiíes son 15 % y los cristianos árabes 15 % también. El 10 % de la población son kurdos sunníes y el 5 % restante drusos, circasianos y kurdos yazidíes. Además, en Siria viven más de dos millones de refugiados palestinos e iraquíes ([14]). La mayor parte de la oposición al régimen de Assad está formada por árabes suníes. En cuanto a los kurdos, que ocupan una posición clave en el equilibrio político de Siria, hay una parte que apoya a Assad mientras que otra forma parte del Consejo Nacional Sirio anti-Assad. Los demás grupos étnicos apoyan el régimen actual pues temen por su futuro bajo un régimen diferente. Los árabes nusairíes (alauíes), otro grupo importante, han apoyado el régimen del Baaz desde hace años.
La primera iniciativa contra el régimen del partido Baaz se formó con el nombre de Consejo Nacional Sirio. Este organismo, fundado en Estambul el 23 de agosto de 2011, incluye a todos los enemigos del régimen de Assad, excepto una fracción kurda ([15]). Como consecuencia de una división entre los kurdos que se encuentran en la región de Siria más estratégica para Turquía, Irán y el Kurdistán meridional, una parte de los kurdos se unió al Consejo. La mayoría del Consejo está formada por árabes suníes que son, como hemos dicho, la mayoría de la oposición a Assad. Recordemos que Siria es el país donde los Hermanos Musulmanes son más fuertes después de Egipto, de modo que podemos decir que son ellos los que dirigen el movimiento contra el régimen en este momento. En realidad, no es su primer levantamiento contra el régimen. En 1982, los Hermanos Musulmanes se alzaron contra Hafez al-Assad (padre de Bashar al-Assad) en una rebelión aplastada en sangre y en la que hubo entre 17 mil y 40 mil muertos ([16]). Es más que probable que esa organización, central en la oposición al régimen baazista, llegue al poder tras el derrocamiento de Assad. El que los partidos que reivindican la misma filiación de los Hermanos Musulmanes hayan ganado las elecciones en Túnez y Egipto favorecerá esa llegada.
El secretario general de los Hermanos Musulmanes en Siria, Mohammad Riad al-Shafka, dijo en una entrevista que podrían cooperar con fuerzas regionales y globales en el marco de intereses mutuos, explicando el punto de vista de su organización sobre lo que había que hacer tras la caída de Assad. En la misma entrevista, Shafka dijo que no podían establecer el menor compromiso con Assad y que había que derrocar el régimen, indicando así que la guerra va a volverse cada día más violenta.
El régimen del Baaz, como ya dijimos, está apoyado por grupos étnicos y religiosos a un nivel bastante importante aún comparándolo con los grupos de oposición. El más importante es el de los nusairíes. El régimen de Assad está constituido socialmente por esa secta. Toda la minoría dirigente, la estructura militar, la burocracia del régimen está en manos de árabes nusairíes. Los nusairíes disponen así de una posición privilegiada en Siria. El fin del régimen del Baaz los pondría en una situación difícil pues los miembros de esa secta han ocupado el poder político durante tanto tiempo, y con unos métodos tan brutales, que ha generado odios intensos y acarrearía una ola de persecuciones espoleadas por la venganza. Por eso intentan impedir que Assad dimita incluso si éste lo quisiera. Los cristianos, drusos, circasianos y yazidíes, por su parte, apoyan el régimen del Baas por miedo al fundamentalismo islámico de los candidatos mejor situados para sustituir a Assad. Todo puede cambiar sin embargo de un día para otro.
Los kurdos ocupan una posición diferente, que en el contexto actual es una carta importante en manos del régimen de Assad. Hasta mayo de 2012, los kurdos sirios estaban obligados a vivir en condiciones tales que ni siquiera tenían acceso a las clínicas oficiales y sus representantes políticos eran encarcelados por el régimen baazista. Aunque a menudo se rebelaron contra el régimen, sus levantamientos fueron aplastados o se fueron apagando por sí solos; un ejemplo fue lo ocurrido en la ciudad kurda de Qamishli en 2004 ([17]). Por otra parte, las diferentes potencias imperialistas han intentado en varias ocasiones utilizar a los kurdos contra el régimen baazista. Tras el inicio de los acontecimientos, Assad cambió de actitud para con los kurdos liberando a sus presos políticos. Declaró incluso que iba a establecerse en el norte un gobierno autónomo kurdo. Los kurdos son importantes para Assad por varias razones. Once partidos kurdos han constituido la Asamblea Nacional Kurda de Siria con el apoyo de Masud Barzani, presidente del Gobierno de la Región del Kurdistán de Irak ([18]). Eso llevó a Assad a buscar un acuerdo con los kurdos, pero, de rebote, también provocó que algunos kurdos se integraran en la oposición suní árabe. Como respuesta, Assad amnistió al líder del partido nacionalista kurdo de la Unión Democrática (PYD) ([19]), Salih Muslim, permitiéndole organizar manifestaciones progubernamentales y tomar la palabra en ellas. Resumiendo: Assad intentó ganar influencia entre los kurdos y dividir la oposición y en parte lo logró.
Sin embargo, el PYD decidió boicotear las elecciones del 26 de febrero de 2012 anunciando que no había nada para los kurdos en la nueva constitución. Mediante representantes directos o indirectos de la burguesía kurda siria en el exilio, el PDP y el PKK, intentan ganar espacios en la región kurda de Siria. Barzani quiere ejercer su poder sobre los kurdos sirios por medio de la Asamblea nacional kurda de Siria. El PKK determina la política de los kurdos sirios gracias a sus relaciones con el PYD y, al mismo tiempo, gana espacio estratégico a la vez contra la burguesía turca y contra sus propios rivales kurdos, en particular Barzani. Es posible que los kurdos, que han estado oprimidos por el régimen baazista durante años acaben desempeñando un papel en el porvenir del régimen.
Hay que tener también en cuenta las relaciones Siria-Israel. Primero, respecto a los Altos del Golán ([20]), después respecto a la presencia militar y la influencia política de Siria en Líbano, dos causas del estado de guerra entre esos dos Estados burgueses durante años. Al principio, los acontecimientos en Siria complicaron sus relaciones con Israel. Ahora se dice que los israelíes negocian con el régimen del Baaz, al que antes combatían, por temor a que lleguen al poder los Hermanos Musulmanes. Israel se preocupa por la llegada al poder de regímenes islamistas en Oriente Medio, por eso ha cambiado su actitud hacia el régimen de Assad.
Hay que analizar también cómo y hasta qué punto participa la clase obrera en lo acontecido en Siria. Es evidente que la clase obrera es una parte significativa de las masas en la calle. El problema es, sin embargo, que los obreros sirios no han logrado expresar una reacción a la miseria y la opresión, contrariamente a lo que se vio en Túnez o Egipto. Lamentablemente, los obreros sirios se expresan en los acontecimientos según su identidad étnica o de secta. Eso da un enfoque para saber en qué se basa lo que ocurre en Siria. El día en que los observadores de la Liga Árabe iban a Siria, le oposición convocó a la huelga general. Este llamamiento fue ampliamente ignorado y un poco más tarde hubo un día de huelga general, pero también bajo la influencia de la oposición. Esos hechos se describieron como actos de desobediencia o sea que quienes querían que se acabara el régimen de Assad no tenían ninguna reivindicación de clase. Además, la participación de comerciantes en la huelga fue tan importante como la de los obreros, lo que demostró claramente el carácter de esa huelga. Los obreros sirios, en realidad, no se han manifestado como tales, poniéndose del lado de Assad o de la oposición como individuos.
Aunque Bashar al-Assad declarara que habría reformas y elecciones, el nuevo referéndum sobre la constitución fue boicoteado por la oposición, lo cual significa que, una de dos, o se acaba el régimen baazista o la oposición será eliminada tras una guerra feroz. No parece quedar el más mínimo espacio para una reconciliación entre ambas fracciones de la burguesía. Por otra parte, el apoyo de rusos y chinos a Assad parece haber bloqueado la posibilidad de una intervención de la ONU. Es evidente que si Rusia, con sus bases militares y su abastecimiento de armas, y China, con sus inversiones en energía, protegen a Siria en el plano internacional ello se debe a sus intereses. Habida cuenta de esas relaciones, podemos decir que la marcha de Assad no se hará como la de Muamar el Gadafi en Libia. Fijándose, una tras otra, en la caída de regímenes análogos enfrentados a manifestaciones masivas en la región, podría pensarse que el de Assad iba a desmoronarse con celeridad. Parece hoy claro que, siguiendo los deseos de la élite nosairí, Assad no va a dimitir fácilmente de modo que va a incrementarse la intensidad de la guerra civil.
Tras la partida de Mubarak, se anunció que una nueva era empezaba para Egipto. Pero este país, donde la clase obrera es una de las más importantes del norte de África y de Oriente Medio, sigue inestable. La crisis de identidad de la burguesía no se ha resuelto, se ha vuelto incluso más intensa tras la provocación de Port Said y las manifestaciones recientes contra Morsi.
La razón más importante por la que lo acontecido en África del Norte se extendió a Egipto fue que la tasa de desempleo y la cantidad de personas que viven bajo el umbral de pobreza son muy altas, como lo son en Túnez. El 20 % de la población egipcia vive en la pobreza, más del 10 % está en paro, pero eso según las cifras oficiales…y más del 90 % de las personas desempleadas son jóvenes. Las cifras oficiales no reflejan, ni mucho menos, la realidad: las tasas de desempleo son mucho más altas debido a que el desempleo no declarado es muy corriente en países como Egipto. La economía egipcia ya ha conocido problemas básicos de acumulación, encontrándose, después de tales problemas, todavía más debilitada a causa del ahondamiento de la crisis mundial, hasta el punto de que fue el desempleo creciente lo que acabó originando la caída de Mubarak. La burguesía egipcia intentó resolver esos problemas estructurales primero con la política económica llamada de “puerta abierta” adoptada en 1974. Optó por compensar los déficits creados por su propio capital con inversiones extranjeras. Sin embargo, a causa, entre otras cosas, de su instabilidad política, no ha sido capaz de mejorar mucho la situación. Hoy las inversiones en capitales extranjeros siguen siendo muy bajas, en torno al 6 % del PIB de Egipto.
La situación de miseria y de desempleo no se ha plasmado en un movimiento de clase generalizado. Aunque las masas obreras se pusieron en movimiento, los trabajadores no bajaron a la calle como clase, con sus propios objetivos. El movimiento se limitó a huelgas de unos 50 mil obreros sin lograr imprimir con una marca de clase indeleble las manifestaciones de la plaza Tahrir. Tampoco consiguió salir de la lógica de la reivindicación económica pura mezclada con reivindicaciones burguesas democráticas.
¿En qué política económica va a basarse la era post-Mubarak? Sin lugar a dudas, la burguesía egipcia va a prometer otro paraíso de explotación a la clase obrera. Como lo dijimos antes, la economía egipcia adolece de problemas estructurales de acumulación de capital. Para una integración completa en la economía mundial, necesita extraer más plusvalía. El proceso de cambio de la producción agrícola a la producción industrial, que se había iniciado en la etapa de Mubarak, va sin duda a seguir cuando la nueva relación de fuerzas se haya establecido en el seno de la burguesía. Gracias a su potencial en fuerza de trabajo muy barata, la burguesía va a intentar construir una economía egipcia sobre la explotación intensificada de la fuerza de trabajo. Las posibilidades para la economía egipcia de atraer inversiones serán mejores si ofrece mano de obra a bajos precios en el mercado mundial. Pero, al mismo tiempo, hay cantidad de otros países capaces de ofrecer mano de obra barata.
El futuro de Egipto también depende de las rivalidades políticas en el seno de las fuerzas burguesas. Cuando los adversarios al régimen de Mubarak se apoderaron de la plaza Tahrir, la mayoría de los movimientos políticos burgueses actuales no existían. Empezaron a aparecer sólo cuando empezó a tambalearse el trono de Mubarak. La mayor estructura política en Egipto post-Mubarak es si la menor duda la de los Hermanos Musulmanes. Otra fuerza significativa es el movimiento salafista radical con una influencia creciente. El ejército conserva todavía un poder muy importante en la vida política de Egipto. En las primeras elecciones tras la caída de Mubarak, el Partido de la Justicia y la Libertad de los Hermanos Musulmanes obtuvo un tercio de votos, y tras él fueron los salafistas los que consiguieron obtener el 25 %. De las dos organizaciones islamistas, los más radicales son los salafistas cuya mayor parte de votos procede del campo. Los Hermanos Musulmanes, por su parte, son más moderados y pragmáticos en materia económica y política. Han formado incluso una alianza con algunos partidos laicos en las elecciones. En eso demuestran que son la fuerza política burguesa más idónea para servir el interés nacional en un contexto económico muy difícil y frente a un proletariado que no dejará que empeoren sus ya tan difíciles condiciones de vida. Los trabajadores son capaces, ya lo hemos visto, de levantar la cabeza aunque sea de manera ambigua y con altibajos. La provocación del Estado, durante un partido de fútbol, causó la muerte de 74 personas. La policía provocó el enfrentamiento entre hinchas de dos equipos para vengarse de un grupo de seguidores del conocido equipo de fútbol cairota al-Ahly, un grupo que había sido muy activo en el movimiento que acabó con la caída de Mubarak y en la etapa siguiente. Para ello, penetraron en el estadio hombres armados de palos y navajas y, después, se cerraron las vallas. Se han propuesto muchas narraciones sobre tal provocación y todas las fuerzas de la burguesía han intentado sacar tajada de la situación. Tras lo ocurrido se oyeron voces para pedir que el ejército entregara totalmente el poder a los civiles. Sería sin embargo una ingenuidad no ver que el motivo real de esa provocación era la lucha por el poder. La consigna de los ultras de al-Ahly, que se pusieron a la cabeza del movimiento de protesta violenta contra la provocación tenía tonalidades muy “antisistema”: “Se ha cometido un crimen contra la revolución y los revolucionarios. Ese crimen no va a parar ni intimidar a los revolucionarios”. Sin embargo, sus reivindicaciones fueron limitadas y no encontraron un verdadero eco en otras partes de la clase obrera ([21]). Hubo llamamientos a la huelga general contra la represión brutal de la manifestación por parte del ejército. Entre las reivindicaciones estaba la siguiente: “El Consejo Militar debe dimitir, justicia para los mártires de Egipto”. Esta situación, que se reflejaba también en las pancartas de la calle, mostraba que nada había cambiado para la clase obrera.
En realidad, ese movimiento se acabó en medio de la misma confusión que les manifestaciones contra la ley de poderes especiales dictada por Morsi. Las protestas iniciales contra Morsi, localizadas sobre todo en El Cairo, a finales de 2012, eran tanto la expresión de un descontento social muy extendido, como de una desconfianza profunda y creciente hacia las soluciones propuestas por el nuevo gobierno de los Hermanos Musulmanes. Las protestas, sin embargo, parecen estar dominadas por la oposición laica, con el peligro de ver a la clase obrera en medio de un conflicto entre fracciones burguesas rivales. La situación se complicó más todavía con las huelgas en la factoría textil de Mahalla (finales de 2012) y de una asamblea masiva que declaró la “independencia” de Mahalla respecto al régimen de los Hermanos Musulmanes. Algunos informes mencionan incluso un “soviet de Mahalla”. En realidad, aquí también, la influencia de la oposición democrática burguesa podía notarse con el canto del himno nacional al término de la asamblea, a la vez que el llamamiento a una “independencia” simbólica reflejaba la falta de perspectiva: los trabajadores que combaten por sus propias reivindicaciones necesitan ante todo generalizar su lucha hacia los demás obreros en el resto del país y no atrincherarse detrás de las murallas del localismo. La clase obrera en Egipto conserva sin embargo, un gran potencial de lucha y no ha sufrido ninguna gran derrota por parte de sus enemigos de clase. No ha dicho, ni mucho menos, su última palabra en esta situación.
Aunque decíamos al principio de este artículo que no íbamos a abordar la cuestión de la revolución en profundidad, nos ha parecido necesario hacer unos comentarios sobre el tema. La transformación social que nosotros llamamos revolución no es simplemente un cambio de los gobiernos o de los regímenes actuales, sino que significa un cambio completo a todos los niveles de toda la estructura económica, de los medios de producción, en relación con los cambios en las relaciones de producción y de la forma de propiedad. Eso quiere decir que la clase obrera afirma su poder con la forma de consejos obreros. Una transformación así no se ha verificado ni mucho menos, tras lo ocurrido en África del Norte. O sea que presentar esos movimientos como revoluciones o es por incomprensión de lo que es una lucha proletaria o se trata de un enfoque ideológico burgués.
Eso no quiere decir que esos movimientos no hayan tenido un valor para la lucha de clases. Lo ocurrido en África del Norte inspiró a cientos de miles de proletarios por el mundo, desde España a Estados Unidos, desde Israel a Rusia, desde China a Francia. Además, a pesar de todos sus límites, la experiencia de la lucha ha sido importantísima para la clase obrera en Egipto y Túnez.
Uno de los hechos más significativos de los últimos años ha sido el de los conflictos sociales en Israel y Palestina. Les manifestaciones callejeras masivas del verano de 2011 fueron una respuesta a problemas sociales como la vivienda o las reivindicaciones sobre otros problemas de una vida cotidiana cada día más dura para la mayoría de la población israelí, debido a la economía de guerra y a la crisis económica. Los manifestantes se identificaban explícitamente con los movimientos del mundo árabe, lanzando consignas como “Mubarak, Assad, Netanyahu son todos lo mismo” y exigían viviendas accesibles para judíos y árabes. A pesar de las dificultades para plantear el espinoso tema de la guerra y de la ocupación, ese movimiento contenía indudables semillas de internacionalismo ([22]). Ha habido un eco más reciente con las manifestaciones y las huelgas contra el incremento del coste de vida en la franja de Gaza, donde trabajadores palestinos, desempleados, alumnos y estudiantes criticaron de manera tajante a las autoridades palestinas enfrentándose a la policía. Pese a todas sus dificultades, esos movimientos han reafirmado que luchar en un terreno de clase es la premisa para la unificación del proletariado por encima y en contra de los conflictos imperialistas ([23]).
Es una promesa para el futuro, pues en el presente el peso del nacionalismo sigue siendo muy fuerte y sin duda se reforzará entre la población israelí y palestina a causa de los recientes ataques a Gaza. Así, aunque la inspiración y la experiencia que surgen de esas luchas son ya por sí solas unas pequeñas victorias, la situación concreta e inmediata del proletariado en África del Norte y Oriente Medio puede describirse, cuando menos, como negativa.
En ambos lados del conflicto entre el régimen y la oposición en Siria, hay potencias burguesas locales pero también regionales y mundiales, con sus intereses y sus relaciones políticas. La realidad actual sitúa a Estados Unidos, la Unión Europea, Israel y Turquía en un campo, mientras que Rusia y China parecen tomar posición junto a Irán y el Irak chií. Esa es la perspectiva general pero todas las fuerzas, excepto Irán e Israel pueden cambiar de actitud si sus intereses lo requieren. Por otra parte, las aperturas de Israel respecto al gobierno sirio muestran que incluso esos Estados pueden ser flexibles hasta cierto punto.
Lo descrito aquí quiere demostrar que las potencias regionales y mundiales se preparan para un conflicto imperialista cruel. Lo que está ocurriendo hoy en Siria ha alcanzado una situación en la que los proletarios se lanzan a mutuo degüello divididos como están en sectas y etnias. No cabe la menor duda de que ese es el cariz que van a tomar todas las guerras en la región. Por otra parte, la formación de un régimen con fuerte coloración islamista es más que probable en Egipto de modo que puede seguir soliviantándose la situación en la región y podría haber otro giro en las fuerzas burguesas en conflicto. Y sin embargo, aunque todos esos conflictos que están ocurriendo o que van a ocurrir, significan destrucción para la clase obrera, las potencialidades de ésta permanecen intactas para acabar con este sistema parásito que se nutre de la explotación de la fuerza de trabajo. La clase obrera necesita una lucha internacional. Es eso precisamente, como contribución a la lucha de clases, lo que nos ha animado a expresarnos.
Ekrem, 7 de enero de 2013
[1]) Ver el artículo escrito en aquel entonces por la sección de la CCI en Turquía. https://en.internationalism.org/icconline/2011/04/middle-east-libya-egypt-class-struggle-and-civil-war [8]
[2]) El Partido del Renacimiento Árabe Socialista “Baaz”, el partido del poder en Siria, posee muchas secciones en diferentes regiones del mundo árabe, y tiene sus raíces en la escisión ocurrida en 1966 en el movimiento Baaz que originó una facción dirigida por Siria y otra por Irak.
[3]) También conocidos por el nombre de alauíes (o alauitas) o chiíes alauíes, una secta no muy ortodoxa derivada del Islam chií. Los chiíes se reivindican de los árabes seguidores de Alí, primo y yerno del profeta Mahoma, cuarto califa del Islam. La división principal en el Islam es la que separa a los discípulos de Alí (el chiismo) y la mayoría de los des musulmanes que siguieron a Muawiya (los suníes), primer califa de la dinastía de los Omeyas.
[4]) Les tres turnos de la mayor factoría iraní, la fábrica de automóviles Khodro, hicieron una hora de huelga en protesta contra la represión del Estado.
[5]) En 2011, el petróleo iraní representó en torno al 11 % de las necesidades energéticas de China, cantidad nada desdeñable (también era el 9 % de las de Japón. Corea del Sur y Europa son también grandes importadores de crudo iraní) Ver https://www.energybulletin.net/stories/2012-01-19/sanctioning-iranian-oi... [9].
[6]) Turquía anexionó, tras una serie de maniobras, la provincia de Hatay, con las ciudades de Antakya (Antioquía) y Iskanderun (Alejandreta) en 1938, que antes pertenecía a Siria.
[7]) Partiya Karkeren Kurdistan, o Partido Obrero de Kurdistán, un partido nacionalista kurdo estalinista en su origen y activo sobre todo en Turquía pero también activo en Irak y en el Kurdistán iraní.
[8]) Les dirigentes dinásticos del régimen del Baaz en Siria, la familia Assad, están en el poder en Siria desde 1970. Hafez al-Assad estuvo en el poder hasta su muerte en 2000. Le sucedió su hijo, Bashar al-Assad, que sigue en el poder.
[9]) Reunión de apoyo a la oposición siria habida en Túnez en febrero de 2012.
[10]) Uno de los más antiguos e importantes movimientos políticos islamistas suní del mundo: los Hermanos Musulmanes se fundó en Egipto en 1928 como partido de corte fascista. Hoy, los Hermanos Musulmanes es una parte moderada y liberal del movimiento islámico que no está prohibido ni en Estados Unidos ni en Gran Bretaña. La organización ha sido muy popular con su mezcla de caridad y de activismo populista, existe en todo el mundo árabe, en varios países occidentales y en África.
[11]) Adalet ve Kalkinma Partisi, en turco (AKP), actuablemente en el poder en Turquía, es un partido “musulmán democrático” populista de centro-derecha, algo equivalente a los partidos democristianos de Europa.
[12]) El Primer ministro turco Erdogan abandonó el Foro de Davos en 2009, tras haber interrumpido al moderador repitiendo sin cesar: “un minuto”, para poder expresarse contra el israelí Shimon Peres.
[13]) Artículo en turco: https://tr.internationalism.org/ekaonline-2000s/ekaonline-2011/kuzey-afrika-da-tek-parti-rejimleri-yikilirken-isci-sinifini-ne-bekli [10]
[17]) Durante un partido de fútbol caótico, se desató una revuelta cuando algunas personas se pusieron a enarbolar las banderas del separatismo kurdo, lanzando vítores a Barzani y a Talabani, transformando así el encuentro en conflicto político. La revuelta se expandió más allá de las vallas del estadio y se usaron armas contra la policía y los civiles no kurdos. Más tarde, mataron a 30 kurdos y los servicios de seguridad reocuparon la ciudad.
[18]) Es además el jefe del Partido Demócrata de Kurdistán (PDK), hijo de Mustafá Barzani, líder de la guerrilla peshmerga nacionalista kurda y presidente anterior del PDK
[19]) Partiya Yekîtiya Demokrat, o Partido de la Unión Democrática, partido político sirio kurdo afiliado al Partido Obrero Kurdo (PKK)
[20]) Aunque esté reconocido internacionalmente como territorio sirio, los Altos del Golán está ocupado y administrado por Israel desde la guerra árabe-israelí de 1967.
[22]) Protestas en Israel: “¡Mubarak, Assad, Netanyahu son lo mismo!. Revuelta social en Israel” https://es.internationalism.org/node/3185 [15]
[23]) Protestas masivas en Cisjordania contra el coste de la vida, el paro y la Autoridad Palestina https://es.internationalism.org/node/3484 [16].
Proseguimos la rúbrica sobre la oleada revolucionaria mundial de 1917-23 iniciada en Revista Internacional nº 139 ([1]).
El objetivo que teníamos era “tratar de reconstruir aquella época mediante un estudio de los testimonios y relatos directos de los protagonistas. Hemos dedicado muchas páginas a la Revolución en Rusia y en Alemania, por ello, publicaremos trabajos sobre experiencias menos conocidas de los diferentes países, todo ello, con el objetivo de dar una perspectiva mundial, pues cuando se conoce un poco aquella época resulta sorprendente la multitud de luchas, el eco tan amplio que tuvo la Revolución de 1917.”
Entre 1914-23 el mundo conoció la primera manifestación de la decadencia del sistema capitalista. Tomó la forma de una guerra mundial que abarcó toda Europa y extendió sus repercusiones por el mundo, provocando unos 20 millones de muertos. Y esa matanza indiscriminada no acabó por la voluntad de los gobernantes sino a causa de una oleada revolucionaria del proletariado internacional a la que se unió un buen número de explotados y oprimidos del globo y cuya punta de lanza fue la revolución rusa de 1917.
Actualmente estamos viviendo otra nueva manifestación de la decadencia capitalista. Esta vez, toma la forma del enorme cataclismo de una crisis económica (que a su vez se ve agravada por una fuerte crisis medioambiental, la prolongación de las guerras imperialistas localizadas y una alarmante degradación moral). En un buen puñado de países ([2]) estamos viendo erguirse contra sus efectos las primeras tentativas de respuesta –todavía muy limitadas– por parte de proletarios y oprimidos. Se hace indispensable sacar lecciones de aquella primera oleada revolucionaria (1917-23), viendo tanto lo común con la situación actual como lo diferente. Las luchas futuras tendrán mucha más fuerza incorporando las lecciones de aquella experiencia.
La agitación que sacudió Brasil entre 1917-19 constituye junto con los movimientos en Argentina (1919), la expresión más importante en América del Sur de la oleada revolucionaria mundial concomitante con la Revolución Rusa.
En esta agitación influyeron tanto la situación en Brasil como la situación mundial –la guerra– y particularmente la solidaridad con los obreros rusos y las tentativas de seguir su ejemplo. No surgió de la nada, pues Brasil fue teatro de la maduración tanto de las condiciones objetivas y subjetivas en el curso de los 20 años precedentes. El propósito de este artículo es analizar a nivel del subcontinente brasileño tanto esa maduración como la eclosión de acontecimientos que se suceden entre 1917-19. No pretendemos establecer conclusiones definitivas y estamos abiertos a un debate que precise las cuestiones, los datos y los análisis. Realmente existe poco material sobre aquella época. Los documentos en los que nos hemos basado serán citados en notas adjuntas.
La evolución de la situación mundial en el curso del primer decenio del siglo xx se manifiesta en 3 planos:
En ese contexto, ¿Cuál era la situación en Brasil? No podemos desarrollar aquí un análisis de la formación del capitalismo en este país. Bajo la dominación portuguesa, se desarrolló a partir del siglo xvi una poderosa economía de exportación basada primero en la extracción del “palo del Brasil” ([4]) y desde principios del siglo xvii en el cultivo de la caña de azúcar. Se trataba de una extracción/producción esclavista, pues pronto fracasó la explotación de los indios por lo que desde mediados del siglo xvii se trajeron por millones negros africanos. Tras la independencia (1821), en el último tercio del siglo xix la producción de café y de caucho como primer producto de exportación reemplazó al azúcar como principal rubro exportador, acelerando el desarrollo capitalista y provocando la inmigración masiva de trabajadores que venían de países como Italia, Alemania, España etc. Estos proporcionaron mano de obra para una industria que comenzaba a despuntar y, por otro lado, eran encaminados a la colonización del vasto territorio en gran medida inexplorado.
Una de las primeras manifestaciones del proletariado urbano tuvo lugar en 1798 con la famosa Conjura Bahiana ([5]), una rebelión protagonizada sobre todo por sastres que, aparte de reivindicaciones gremiales, reclamaba la abolición de la esclavitud y la independencia del Brasil. Durante el siglo xix los pequeños núcleos proletarios impulsan la lucha por la República ([6]) y la abolición de la esclavitud, se trata evidentemente de reivindicaciones en el marco del capitalismo pero que animan su desarrollo y preparan así las condiciones futuras para la revolución proletaria.
La oleada migratoria de finales de siglo modifica notablemente la composición del proletariado en Brasil ([7]). Como respuesta a unas condiciones de trabajo insostenibles –jornadas de 12 y 14 horas, salarios de hambre, viviendas infrahumanas ([8]), duras medidas disciplinarias que incluían castigos corporales– las huelgas empiezan a surgir desde 1903, siendo las más significativas las del textil en Río (1903) y la de Santos (el puerto paulista) en 1905 que se extendió de forma directa hasta hacerse general.
La revolución rusa de 1905 produjo una gran impresión. En el primero de Mayo de 1906 se le dedican numerosos mítines. En São Paulo hubo un acto masivo en un teatro, en Río de Janeiro una concentración en la plaza pública, en Santos una reunión en solidaridad con los revolucionarios rusos.
Simultáneamente, se producen los primeros encuentros entre minorías revolucionarias –mayoritariamente inmigrantes– que fundarán en 1908 la Confederação Operaria Brasileira (COB) que agrupa a organizaciones de Río, Santos y São Paulo, tiene una marcada orientación anarcosindicalista y se inspira en la CGT francesa ([9]). La COB propuso la celebración del Primero de Mayo, realizó una gran labor de cultura popular (principalmente de arte, pedagogía y literatura) y organizó una enérgica campaña contra el alcoholismo que hacía estragos entre los trabajadores.
En 1907, la COB lanzó la consigna de la jornada de 8 horas. Las huelgas se multiplicaron desde principios de mayo en la región paulista. Las movilizaciones tuvieron éxito: los picapedreros y los carpinteros obtuvieron una reducción de jornada. Pero pronto esta oleada refluyó a lo que contribuyó el fracaso de la huelga de los estibadores de Santos por la jornada de 10 horas, la entrada en una fase recesiva de la economía a fines de 1907, la omnipresente represión policial que llenaba las cárceles de obreros huelguistas y la expulsión de inmigrantes activos.
El retroceso en las luchas abiertas no significó el retroceso de las minorías más conscientes que se consagraron a un debate sobre las principales cuestiones que se discutían en Europa: la huelga general, el sindicalismo revolucionario, las causas del reformismo... La COB que las agrupaba realizó actividades de orientación internacionalista. Lanzó una campaña contra la guerra entre Brasil y Argentina. Igualmente se movilizó contra la pena de muerte decretada por el gobierno español contra Ferrer i Guardia ([10]).
El estallido en agosto de 1914 de la Primera Guerra Mundial llevó a una fuerte movilización de la COB con los anarquistas a la cabeza. En marzo de 1915 se creó en Río una Comisión Popular de Agitación contra la Guerra y en São Paulo una Comisión Internacional contra la Guerra. En ambas ciudades se organizaron el Primero de mayo de 1915 manifestaciones contra la guerra donde se daban vivas a la Internacional de los trabajadores.
Los anarquistas brasileños trataron de enviar delegados a un congreso contra la guerra que debía celebrarse en España ([11]) y ante el fracaso de ese intento, organizaron en octubre de 1915 un Congreso Internacional por la Paz que tuvo lugar en Río de Janeiro.
En este congreso participaron anarquistas, socialistas, sindicalistas y militantes de Argentina, Uruguay y Chile. Se adoptó un manifiesto dirigido al proletariado de Europa y América llamando a “derribar las cuadrillas de potentados y asesinos que mantienen a los pueblos en la esclavitud y el sufrimiento” ([12]), este llamamiento solamente podía ser puesto en práctica por el proletariado pues solo de él “podía partir una acción decisiva contra la guerra, pues él es quien proporciona los elementos necesarios a los conflictos bélicos, fabricando todos los instrumentos de destrucción y muerte y proporcionando el elemento humano para servir de carne de cañón” ([13]). El congreso acordó una propaganda sistemática contra el nacionalismo, el militarismo y el capitalismo.
Estos esfuerzos se vieron acallados por la agitación patriótica favorable al compromiso de Brasil en la guerra. Numerosos jóvenes de todas las clases sociales se alistaron voluntarios en el ejército, se desató un clima de defensa nacional que hacía que las posturas contra el nacionalismo o simplemente críticas fueran brutalmente reprimidas por grupos de voluntarios patriotas. 1916 fue muy duro para el proletariado y los internacionalistas que se vieron aislados y acosados.
Sin embargo, esta situación no duró mucho tiempo. Las industrias se habían desarrollado especialmente en la región de São Paulo aprovechando el lucrativo negocio que suponía el suministro de todo tipo de mercancías a los dos bandos beligerantes. Pero esta prosperidad apenas repercutía positivamente sobre la masa trabajadora. En São Paulo era descarnadamente visible la existencia de dos “Sao Paulos”: uno minoritario de casas lujosas y calles con todos los inventos procedentes de la Europa de la Belle Epoque y otro mayoritario de barrios insalubres inundados por la miseria.
Como había prisa por sacar los máximos beneficios, los empresarios incrementaron brutalmente la presión sobre los trabajadores: “En Brasil, era creciente el descontento del proletariado debido a las condiciones abusivas del trabajo en las fábricas, semejantes a las del inicio de la Revolución Industrial en Inglaterra: jornadas de 14 horas, sin fiestas, sin descanso semanal remunerado, se comía al lado de las máquinas; los salarios eran insuficientes y su abono irregular; no había ninguna asistencia social o de salud; estaban prohibidas las reuniones y la organización de los obreros; éstos carecían absolutamente de derechos y no existía ninguna indemnización por los accidentes de trabajo” ([14]). Para colmo se había desatado una fuerte inflación que afectaba sobre todo a los productos básicos. Todo esto provocó que la indignación y el descontento empezaran a hacerse visibles, estimulados por las noticias que empezaron a llegar de Europa sobre la revolución de febrero en Rusia. En mayo estallan varias huelgas en Río de Janeiro destacando la de la fábrica textil de Corcovado. El 11 de mayo, 2500 personas logran reunirse en la calle con la intención de dirigirse a dicha fábrica a expresar su solidaridad pese a la prohibición expresa de reuniones obreras hecha unos días antes por el jefe de policía. La policía les cierra el paso y se producen violentos enfrentamientos.
A principios de julio estalla una huelga masiva en el área de São Paulo que será conocida como “la Comuna de São Paulo”. Su motivación inicial era la intolerable carestía de la vida y, sobre todo, algo que expresaba un rechazo a la guerra: en muchas fábricas, la patronal había impuesto una “contribución pro-patria” que consistía en un descuento suplementario en el salario para apoyar a Italia. Esto fue rechazado por los trabajadores de la factoría textil Cotonificio Crespi que exigieron un aumento salarial del 25 %. La huelga se extendió como una mancha de aceite a los barrios industriales de São Paulo: Mooca, Bras, Ipiranga, Cambuci… Más de 20 mil trabajadores se unieron a ella. Un grupo de mujeres redactó una octavilla que repartió a los soldados donde se decía “No debéis perseguir a vuestros hermanos de miseria. También pertenecéis a la masa popular. El hambre reina en nuestros hogares y nuestros hijos piden pan. Para sofocar nuestras reclamaciones los patronos cuentan con las armas que os han entregado”.
Una brecha pareció abrirse en el frente obrero, cuando los trabajadores de Nami Jaffet aceptaron volver al trabajo al concedérseles un aumento salarial del 20 %. Sin embargo, en los días siguientes se produjeron incidentes que llevaron a la continuación de la huelga: el 8 de julio, una multitud de obreros congregados a las puertas de Cotonificio Crespi salió en defensa de dos menores que iban a ser prendidos por soldados de caballería. Vino la policía y se produjo una batalla campal. Al día siguiente hubo un nuevo choque a las puertas de la fábrica de cerveza Antarctica. Los obreros tras desbordar a la policía se dirigieron a la fábrica textil Mariángela consiguiendo que ésta fuera desalojada por sus obreros. En los días siguientes nuevas fábricas y talleres se incorporaron a la lucha.
El 11 de julio se supo del fallecimiento de un obrero zapatero golpeado hasta morir por la policía. Fue la gota que colmó el vaso, “la noticia de la muerte del operario, asesinado en las inmediaciones de una fábrica de tejidos de Bras se vivió como un desafío a la dignidad del proletariado. Actuó como una violenta sacudida emocional que sacudió todas las energías. El entierro de la víctima fue una de las más impresionantes demostraciones populares jamás vistas en São Paulo” ([15]), se produjo una impresionante manifestación de duelo con más de 50 mil asistentes. La multitud, terminado el entierro, se dividió en dos cortejos, uno fue a la casa del obrero asesinado en Bras donde se celebró una Asamblea al término de la cual una multitud asaltó un almacén de pan, la noticia corrió como la pólvora y en numerosos barrios se multiplicaron los asaltos a almacenes de alimentos.
El otro cortejo se dirigió a la Praça da Se donde se celebró otra asamblea en la que varios oradores tomaron la palabra para animar a la continuación de la lucha. Los asistentes decidieron organizarse en varios cortejos que se dirigieron a los distintos barrios industriales donde lograron cerrar nuevas empresas y convencieron a los trabajadores de Nami Jaffet para que volvieran a la huelga.
La determinación y la unidad de los obreros creció de forma espectacular: en la noche del 11 y durante todo el día 12, se organizaron asambleas en los barrios obreros donde se decidió formar Ligas Obreras con la decidida contribución de militantes anarquistas. El 12 se puso en huelga la fábrica de gas y los tranvías se paralizaron. Pese a la ocupación militar la ciudad estaba completamente tomada por los huelguistas.
En el “otro São Paulo” los huelguistas eran dueños de la situación, la policía y el ejército no podían entrar, hostigados por multitudes distribuidas en barricadas levantadas en puntos estratégicos donde se produjeron violentos enfrentamientos. Paralizados los transportes y suministros, fueron los huelguistas quienes organizaron la provisión de alimentos dando prioridad a los hospitales y a las familias obreras. Se organizaron patrullas obreras para evitar robos y saqueos y alertar a los vecinos de incursiones de la policía o el ejército.
Las ligas obreras de barrio junto con delegados elegidos por algunas fábricas en lucha y miembros de las distintas secciones de la COB, establecieron reuniones para unificar las reivindicaciones, lo que desembocó el día 14 en la formación de un Comité de Defensa Proletaria que propuso 11 reivindicaciones, siendo las principales la libertad de todos los detenidos y un aumento del 35 % para los salarios inferiores y del 25 % para los demás. Un sector influyente de empresarios comprendió que la represión no bastaba y que era necesario hacer algunas concesiones. Un grupo de periodistas se ofreció de mediador con el gobierno. El propio 14 tuvo lugar una asamblea general de más de 50 mil asistentes que llegaron en cortejos masivos hasta converger en el antiguo hipódromo de Mooca donde se decidió reanudar el trabajo si las reivindicaciones eran aceptadas. El 15 y el 16 se produjeron numerosas reuniones entre los periodistas y el gobernador así como con un comité que reunía a los principales empresarios. Estos aceptaron un aumento general del 20 %, mientras que el gobernador ordenó la inmediata libertad de los detenidos. El día 16 numerosas asambleas acordaron la vuelta al trabajo. Una gigantesca concentración de 80 mil personas celebró lo que se consideraba una gran victoria. Hubo aún varias huelgas aisladas en julio y agosto para forzar a empresarios reticentes a aplicar lo acordado.
La huelga de São Paulo provocó la solidaridad inmediata en industrias del estado de Río Grande do Sul y de Curitiba, donde se produjeron manifestaciones masivas. El eco solidario tardó sin embargo en llegar a Río, una empresa de muebles se paralizó por una huelga el 18 de julio –cuando la lucha había terminado en São Paulo– y poco a poco se extendió a otras empresas de tal manera que el 23 de julio había ya 70 mil huelguistas de diferentes sectores. La burguesía desplegó una violenta represión: cargas contra las manifestaciones, detenciones, cierre de organismos proletarios. Sin embargo, tuvo que hacer algunas concesiones que llevaron a la finalización de la huelga el 2 de agosto.
La Comuna de São Paulo tuvo una gran repercusión en todo Brasil pese a que no logró extenderse. Lo primero que destaca en ella es que sigue plenamente las características que Rosa Luxemburg viera en la Revolución Rusa de 1905 y que definen la nueva forma de lucha obrera en la decadencia capitalista. Una huelga que no ha sido preparada por una estructura organizativa previa sino que es producto de una maduración de la conciencia, de la solidaridad, de la indignación, de la combatividad, en las filas obreras; que crea en su propio curso su organización directa de masas y que sin perder su carácter económico desarrolla rápidamente su carácter político a través de la afirmación de una clase que se enfrenta abiertamente con el Estado. “La huelga general de julio de 1917 no se puede decir que fuera una huelga preparada, una huelga organizada según los moldes clásicos seguidos por los delegados de los sindicatos junto con la Federación Obrera. Fue una huelga que irrumpió a partir de la desesperación en la que se encontraba el proletariado paulista, sujeto a salarios de hambre y a un trabajo extenuante. Se vivía un estado de sitio con las asociaciones obreras cerradas por la policía, sus puertas lacradas, una vigilancia severa y permanente sobre todos los elementos considerados “agitadores peligrosos del orden público”” ([16]).
Aunque como vamos a ver a continuación, el proletariado brasileño protagonizaría nuevas luchas animado por el triunfo de la revolución de octubre en Rusia, la Comuna de São Paulo constituyó el momento culminante de su participación en la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. No surgió del impulso directo de la Revolución de Octubre sino que más bien contribuyó a generar las condiciones mundiales que la prepararon. En efecto, entre julio y septiembre de 1917 asistimos junto con la huelga paulista a la huelga general de agosto en España, huelgas masivas y rebeliones de soldados en Alemania en septiembre, lo que llevaría a Lenin a insistir en la necesidad de que el proletariado tomara el poder en Rusia pues “es indudable que las postrimerías de septiembre nos han aportado un grandioso viraje en la historia de la revolución rusa y, al parecer, de la revolución mundial” ([17]).
Volviendo a la situación en Brasil, pese a la agitación social, la burguesía seguía empeñada en entrar en la guerra mundial. No es que tuviera intereses económicos o estratégicos directos, pero le movía el objetivo de “ser alguien” en el concierto imperialista mundial, hacer una demostración de poderío para hacerse respetar por los demás buitres nacionales. Apostó además por el que se perfilaba como bando vencedor –el de la Entente (Francia y Gran Bretaña) que acababa de recibir el apoyo decisivo de Estados Unidos– y, de esa forma, aprovechó el bombardeo de un navío brasileño por un buque alemán para declarar la guerra a Alemania.
La guerra necesita el embrutecimiento de la población, convertida en un populacho que actúa irracionalmente. Para ello se organizaron comicios patrióticos en todas las regiones. Los huelguistas de una fábrica textil de Río fueron convencidos directamente por el presidente de la República –Venceslau Brás– para que depusieran su actitud. Algunos sindicatos colaboraron organizando “batallones patrióticos” para alistarse en la guerra. La iglesia declaró la guerra “Santa Cruzada” con los obispos inflamando sus homilías de ardor patriótico. Simultáneamente, todas las organizaciones obreras eran puestas fuera de la ley, sus locales cerrados, feroces y constantes campañas de prensa caían sobre ellas tildándolas de “extranjeros sin entrañas”, “fanáticos del internacionalismo alemán” (sic) y otras lindezas.
Pero esta violenta campaña nacionalista guerrera tuvo un impacto limitado ya que se vio rápidamente contrarrestada por el estallido de la Revolución Rusa que tuvo un efecto electrizante sobre sectores del proletariado brasileño, especialmente en grupos anarquistas que asumieron de manera entusiasta la defensa de la revolución rusa y de los bolcheviques,. Uno de ellos, Astrogildo Pereira, reunió sus escritos en un opúsculo aparecido en febrero de 1918 –A Revolução Rusa e a Imprensa– donde defendía que “los maximalistas ([18]) rusos no se han apoderado de Rusia. Ellos son la inmensa mayoría del pueblo ruso, único señor verdadero y natural de Rusia. Kerenski y su bando se habían apoderado indebidamente de Rusia”. Este autor defendía igualmente que “se trataba de una revolución de tipo libertario que abre el camino al anarquismo” (ídem.).
El “efecto llamada” de la Revolución de Octubre operó en Brasil primero a nivel de la maduración de la conciencia y no tanto provocando una nueva explosión de luchas. El reflujo inevitable tras la cota alcanzada con la Comuna de São Paulo, la comprobación de que pese a la fuerza desplegada apenas se habían logrado algunas mejoras, todo ello, junto con la presión ideológica patriótica que suponía la movilización para la guerra, habían llevado a una cierta desorientación acompañada por una búsqueda de respuestas que las noticias de la Revolución Rusa estimuló y aceleró.
Este proceso de “maduración subterránea” –en apariencia los obreros están pasivos pero en realidad una corriente de dudas, preguntas y también algunas primeras respuestas, les atraviesa– acabó cristalizando en luchas. En agosto de 1918 estalló la huelga de Cantareira (compañía que aseguraba la navegación entre Río de Janeiro y Niteroi). En julio, la empresa subió el sueldo a los empleados terrestres. El personal marítimo, sintiéndose discriminado, se declaró en huelga. Pronto empezaron las muestras de solidaridad especialmente en Niteroi. La policía a caballo dispersó a la multitud la noche del 6 de agosto. El 7, los soldados del 58 Batallón de Cazadores del Ejército enviados a Niteroi se sumaron a la multitud y junto con ella se enfrentaron a las fuerzas combinadas de la policía y de otros destacamentos militares. Se produjeron graves enfrentamientos donde hubo dos muertos: un soldado del 58 Batallón y un civil. Niteroi se vio invadido por nuevas tropas que finalmente lograron restablecer la calma. El 8 tenía lugar el entierro de los muertos con una enorme multitud desfilando pacíficamente. El 9, terminaba la huelga.
El entusiasmo suscitado por la Revolución Rusa, el desarrollo de luchas reivindicativas, la tentativa de insubordinación en un batallón del ejército ¿proporcionaba bases suficientes como para lanzarse a la lucha revolucionaria insurreccional? Esta es la pregunta que un grupo de revolucionarios de Río respondió afirmativamente llevándoles a preparar una insurrección. Analicemos los acontecimientos.
En noviembre de 1918, se había producido en Río de Janeiro una huelga prácticamente general para reclamar la jornada de 8 horas. El gobierno había exagerado la situación diciendo que ese movimiento era una “tentativa insurreccional”. Era cierto que en el movimiento influía el ejemplo ruso e igualmente un sentimiento de alivio y alegría por el fin de la guerra mundial. Es verdad que, en última instancia, todo movimiento proletario tiende a unificar su lado reivindicativo con su lado revolucionario. Sin embargo, la lucha de Río ni se había extendido a todo el país, ni se había autoorganizado, ni mostraba todavía una conciencia revolucionaria. No obstante, grupos de Río, creían llegado el momento del asalto revolucionario. Un factor adicional encendía los ánimos: una de la más graves secuelas de la guerra mundial había sido una pavorosa epidemia de gripe española ([19]) que había acabado propagándose por Brasil hasta el extremo que el recién elegido presidente de la República –Rodrigues Alves– sucumbió a ella antes de su investidura y debió ser reemplazado por el vicepresidente.
Se constituyó en Río de Janeiro, sin coordinarse con los otros grandes centros industriales, un Consejo que pretendía organizar la insurrección. Junto a elementos anarquistas participaban líderes obreros de la industrial textil, periodistas, abogados e igualmente algunos militares. Uno de ellos –el teniente Jorge Elías Ajus– resultó ser un espía que informó a las autoridades de las actividades del Consejo.
Se celebraron varias reuniones donde se distribuyeron las tareas a los obreros de distintas fábricas y distritos: toma del palacio presidencial, ocupación de depósitos de armas y municiones de la Intendencia de Guerra; asalto a la fábrica de cartuchos de Realengo; ataque al cuartel general de la Policía; corte del suministro eléctrico y de las líneas telefónicas. Se calculaba que unos 20 mil trabajadores podían participar en la acción prevista para el 18.
En la reunión del 17 de noviembre, Ajus dio un golpe de efecto: “alegó que no podía cooperar con el movimiento por no estar de servicio el 18 y pidió que la insurrección fuera pospuesta para el 20” ([20]). Esto desestabilizó a los organizadores que tras muchas vacilaciones decidieron seguir adelante. Sin embargo, en una nueva reunión celebrada el 18 a primera hora de la tarde, la policía irrumpió súbitamente y detuvo a la mayoría de los dirigentes.
El 18 estalló la huelga en la industria textil y en la metalúrgica, pero no se extendió a otros sectores y las hojas que se hicieron circular por los cuarteles llamando a la insubordinación de los soldados apenas tuvieron efecto. El llamamiento a constituir “Comités de Obreros y Soldados” fracasó tanto en fábricas como en cuarteles.
Se había previsto una concentración en el Campo de São Cristóvão para desde allí organizar las columnas que ocuparían edificios gubernamentales o estratégicos. Los participantes apenas llegaban al millar y se vieron rápidamente rodeados por tropas de la policía y el ejército. Las demás operaciones acordadas no fueron siquiera acometidas y el intento de dinamitar dos torres de suministro eléctrico fracasó el día 19.
El Gobierno practicó centenares de detenciones, cerró sedes sindicales y prohibió cualquier manifestación o concentración. La huelga empezó a remitir el 19 y de forma sistemática policías y soldados entraban en las fábricas paradas obligando a punta de fusil a reanudar el trabajo. En los diversos actos de resistencia que se produjeron murieron 3 obreros. Hacia el 25 de noviembre la calma era total en la región.
Pese a este fiasco, las llamas de la combatividad y la conciencia obreras eran todavía ardientes. La noticia de que la revolución había estallado en Hungría (marzo 1919) y del triunfo de una Comuna revolucionaria en Baviera (abril 1919), insufló un gran entusiasmo. Todo esto desembocó en manifestaciones gigantescas en numerosas ciudades con motivo del Primero de Mayo. En las de Río, São Paulo y Salvador de Bahía, se adoptaron resoluciones de apoyo a la lucha revolucionaria en Hungría, Baviera y Rusia.
En abril 1919, ante la subida constante de los precios, una fuerte agitación obrera se había apoderado de numerosas fábricas de São Paulo y poblaciones limítrofes como São Bernardo do Campo, y de otras localidades como Campinas y Santos. Estallaban huelgas parciales aquí y allá formulando una lista reivindicativa pero lo más notable era la celebración de asambleas y la decisión de elegir delegados para establecer una coordinación, todo lo cual desembocó en la constitución de un Consejo General de Obreros que organizó el acto del Primero de Mayo y acordó una serie de reivindicaciones: jornada de 8 horas, aumento de salarios indexado a la inflación, prohibición del trabajo de menores de 14 años y del trabajo nocturno de mujeres, reducción de los precios de artículos de primera necesidad y de los alquileres. Desde el 4 de mayo la huelga se hizo general.
La respuesta del Gobierno y los capitalistas fue doble: por un lado, una feroz represión para impedir manifestaciones y concentraciones y perseguir a los que se consideraba dirigentes que eran encarcelados sin cargos y deportados a regiones lejanas de Brasil. Pero, por otro lado, los empresarios y el mismo gobierno, se mostraron receptivos a las reivindicaciones y de forma dosificada, sembrando todas las divisiones posibles, se fueron aplicando las subidas de salarios, la reducción de jornada etc.
La táctica tuvo éxito. En lugares como la fábrica de loza de Santa Catalina, la huelga terminó el 6 de mayo con la oferta de la empresa de implantar la jornada de 8 horas, eliminar el trabajo de menores y un aumento salarial. Los trabajadores portuarios de Santos lo hicieron el 7. La Compañía Nacional de Tejidos de Yute, el 17. En ningún momento se planteó la necesidad de una postura unificada –no volver al trabajo si no se atendían las reivindicaciones de todos– ni tampoco se acordó extender el movimiento a Río pese a que en esta ciudad habían surgido huelgas desde mediados de mayo adoptando la misma plataforma reivindicativa. Apagado el foco paulista, las huelgas en Río, Salvador de Bahía y Recife, pese a su masividad fueron finalmente acalladas combinando algunas concesiones y una selectiva represión. Una huelga masiva en Porto Alegre –septiembre 1919– iniciada en la compañía eléctrica Light & Power reclamando aumento salarial y reducción horaria, suscitó la solidaridad de panaderos, conductores, trabajadores de la Telefónica etc. La burguesía recurrió a la provocación –estallaron bombas en unas instalaciones de la compañía eléctrica y en la casa de un esquirol– lo que utilizó inmediatamente como excusa para prohibir manifestaciones y asambleas. El 7 de septiembre una concentración masiva en la plaza Montevideo fue atacada por la policía y el ejército con el resultado de un muerto. Al día siguiente numerosos huelguistas fueron detenidos por la policía, las sedes de los sindicatos fueron clausuradas. El 11 acababa la huelga sin haber obtenido ninguna reivindicación.
El cansancio, la falta de una clara orientación revolucionaria, concesiones selectivas en algunos sectores, fueron pautando un reflujo general. El gobierno incrementó de forma brutal la represión organizando una nueva oleada de detenciones y deportaciones, clausuras de locales proletarios, despidos disciplinarios. El parlamento aprobó nuevas leyes represivas. Su aplicación se hacía organizando previamente una provocación consistente en el estallido sospechoso de bombas en domicilios de militantes destacados o en lugares frecuentados, que servían de “aval” de la represión. Una tentativa de huelga general en noviembre de 1919 en São Paulo constituyó un grave fracaso que el gobierno aprovechó para una nueva tanda de detenciones de todos aquellos considerados líderes, los cuales, antes de ser deportados, fueron salvajemente torturados en Santos y São Paulo.
Sin embargo, la combatividad obrera tuvo su canto de cisne: la huelga de Leopoldina Railways en marzo de 1920 en Río de Janeiro y la de Mogiana en el área de São Paulo el mismo mes.
La primera comenzó el 7 de marzo a partir de una tabla reivindicativa frente a la cual la compañía respondió con el uso de empleados públicos como esquiroles. Los trabajadores hicieron llamamientos a la solidaridad saliendo todos los días a la calle. El 24 estalló una primera oleada de huelgas en apoyo: metalúrgicos, taxistas, panaderos, sastres, construcción civil… Tuvo lugar una gran asamblea donde se hizo un llamamiento a que “todas las clases trabajadoras presenten sus propias quejas y reclamaciones”. El 25 se incorporaron trabajadores de la industria textil. Igualmente hubo una huelga solidaria en los transportes de Salvador de Bahía y en ciudades del estado de Minas Gerais.
La respuesta gubernamental consistió en una feroz represión que llevó a que solamente el día 26 fueran detenidos más de 3 mil huelguistas, las cárceles estaban tan abarrotadas que se tuvieron que habilitar como prisión los almacenes de los muelles portuarios.
A partir del 28, el movimiento empezó a decaer, siendo los primeros en volver al trabajo los obreros de la industria textil. Sindicalistas reformistas hicieron de “mediadores” para que las empresas readmitieran a los “buenos trabajadores” con “al menos 5 años de servicios”. La desbandada fue general y el 30 la lucha había terminado sin haber conseguido las reivindicaciones.
La segunda, comenzada en la línea ferroviaria del norte de São Paulo se sostuvo entre el 20 de marzo y el 5 de abril y recibió la solidaridad de la Federação Operária de São Paulo que decretó una huelga general que fue seguida parcialmente en la industria textil. Los huelguistas ocuparon estaciones tratando de explicar su lucha a los viajeros, pero el gobierno regional se mostró implacable. Las estaciones ocupadas fueron atacadas por tropas produciéndose numerosos choques violentos, el más destacado el de Casa Branca donde murieron 4 trabajadores. Una violenta campaña de prensa fue orquestada contra los huelguistas como acompañamiento de una salvaje represión con numerosas deportaciones y detenciones no solo de obreros sino de sus mujeres e hijos, hombres, mujeres y niños eran encerrados en cuarteles donde se les inflingía crueles castigos corporales.
Indiscutiblemente, los movimientos vividos en Brasil entre 1917-20 forman parte de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23 y solamente pueden ser comprendidos a la luz de las lecciones que de ésta pueden sacarse. El lector puede consultar dos artículos donde tratamos de hacer balance de la misma ([21]). Aquí nos vamos a centrar en algunas enseñanzas que nos muestra más directamente la experiencia brasileña.
La fragmentación del proletariado
La clase obrera en Brasil estaba muy fragmentada. La mayoría de los trabajadores recién emigrados apenas tenía lazos con el proletariado autóctono en gran medida vinculado al artesanado o ubicado como jornaleros en vastas estancias agropecuarias completamente aisladas ([22]). Pero los propios trabajadores emigrados estaban divididos en “guetos lingüísticos”, los italianos por un lado, los de origen español o portugués por otro, los alemanes etc. “Sao Paulo era una ciudad donde se oía más el italiano, en sus diversos dialectos pintorescos, que el portugués. Esa influencia del idioma y la cultura peninsular afectaba a todos los segmentos de la vida paulista” ([23]).
Fue igualmente grave la dispersión entre centros industriales. Río y São Paulo no lograron sincronizar sus luchas. La Comuna de São Paulo se extendió a Río cuando la lucha se había terminado. La tentativa insurreccional de noviembre 1918 se circunscribió a Río sin plantearse una acción mancomunada con al menos São Paulo y Santos.
A la dispersión del proletariado se unió el escaso eco que su agitación encontró en las masas campesinas –mayoría en la población– tanto de las regiones lejanas (Mato Grosso, Amazonía, etc.) como las que yacían en condiciones de semiesclavitud en las plantaciones de café y cacao ([24]).
La fragmentación del proletariado y su aislamiento respecto a la gran mayoría no explotadora, otorgó un enorme margen de maniobra a la burguesía que tras realizar algunas concesiones pudo emplear una salvaje represión.
Las ilusiones sobre el desarrollo del capitalismo
La guerra mundial había puesto de manifiesto que el capitalismo, al formar el mercado mundial y al haber atado a sus leyes a todos los países de la tierra, había llegado a sus límites históricos. La Revolución en Rusia evidenció que la destrucción del capitalismo no solo era necesaria sino que era igualmente posible.
Sin embargo, existían ilusiones sobre la capacidad del capitalismo para desarrollarse ([25]). En el caso de Brasil había un enorme territorio por colonizar. Como en otros países de América –empezando por el propio Estados Unidos– los obreros eran muy vulnerables a la mentalidad de “nueva frontera”, de “probar fortuna” y labrarse una nueva vida bien mediante la colonización agrícola o el descubrimiento de minerales. Muchos emigrantes consideraban su condición obrera como “un momento de tránsito” hasta conseguir el “sueño” de convertirse en un colono acomodado. El fracaso de la revolución en Alemania y en otros países, el creciente aislamiento de Rusia, los graves errores de la Internacional Comunista sobre las posibilidades de desarrollo del capitalismo en países coloniales y semicoloniales, dieron alas a estas ilusiones.
La dificultad para desarrollar el impulso internacionalista
Los proletarios en Brasil contribuyeron con la Comuna de São Paulo a la maduración internacional de las condiciones que favorecieron la Revolución de Octubre en Rusia e igualmente se sintieron muy animados por ésta. Como en otros países, había los gérmenes de un planteamiento internacionalista que constituye el punto de partida imprescindible de cualquier revolución proletaria.
Desde ese planteamiento internacionalista el proletariado tiene las bases para derribar el Estado en cada país para lo que se necesitan tres requisitos: la unificación de las minorías revolucionarias en el partido mundial; la formación de consejos obreros; su coordinación creciente a escala internacional. Ninguno de los 3 estuvo presente en la situación brasileña:
La falta de reflexión teórica y el activismo de las minorías revolucionarias
El grueso de la vanguardia en Brasil estaba formado por compañeros de orientación anarquista internacionalista ([26]). Tuvieron el mérito de defender claras posiciones contra la guerra, en apoyo a la Revolución Rusa y al bolchevismo. Fueron ellos quienes crearon en 1919 un “Partido Comunista de Río de Janeiro” por su propia iniciativa, sin contacto con Moscú y quienes animaron a que la COB se uniera a la IC.
Sin embargo, no tenían un planteamiento histórico, teórico y mundial, todo se fiaba a “la acción” como imán que atraía las masas al combate. Consecuentemente con ello, los esfuerzos se concentraron en crear organizaciones sindicales y en la convocatoria incansable de concentraciones y acciones de protesta. Se relegó casi completamente la actividad teórica de comprensión de cuáles eran los objetivos de la lucha, cuáles sus medios, cuáles los obstáculos que se alzaban en su camino, cuáles las condiciones en los que aquella se desenvolvía, elementos imprescindibles para que el movimiento tuviera una clara conciencia, supiera ver los pasos que dar, evitara las trampas y no fuera esclavo de los acontecimientos y de las maniobras de un enemigo como la burguesía que es la clase explotadora más inteligente de la historia en el plano político. Ese activismo resultó fatal. Una muestra elocuente de ello fue, como hemos visto, la fallida insurrección de Río, de la cual no se sacó –que sepamos– ninguna lección.
C. Mir, 24-11-12
[1]) Revista Internacional nº 139, “1914-23, 10 años que sacudieron el mundo”,
[2]) Ver una contribución al balance de esas experiencias en “2011: de la indignación a la esperanza”,
[3]) Huelga de masas, partido y sindicatos, cap. 7, “El papel de la huelga de masas en la revolución”, https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos_0.pdf [20].
[4]) Un gran árbol (Caesalpinia echinata) cuyo tronco contiene una preciada tintura roja, y que fue casi exterminado como resultado de la sobreexplotación.
[6]) Hasta el golpe de Estado de 1889, Brasil fue un Imperio con un emperador procedente de la dinastía portuguesa
[7]) Se calcula que entre 1871 y 1920 llegaron a Brasil 3.390.000 inmigrantes procedentes del sur de Europa.
[8]) El artículo “Trabalho e vida do operairiado brasileiro nos séculos xix e xx” de Rodrigo Janoni Carvalho (Arma da Critica, año 2, no 2, marzo 2010), contiene una escalofriante descripción de las viviendas del proletariado de São Paulo a primeros del siglo xx. Por ejemplo, hasta 20 personas tenían que compartir un mismo baño.
[9]) En aquella época la CGT francesa era un polo de referencia para los sectores obreros asqueados por el creciente oportunismo de los Partidos socialdemócratas y la actitud cada vez más conciliadora de los sindicatos. Ver Revista Internacional no 120, “Historia del movimiento obrero: el anarcosindicalismo frente al cambio de época, la CGT francesa hasta 1914”. /revista-internacional/200510/203/historia-del-movimiento-obrero-el-anarcosindicalismo-frente-al-camb [22].
[10]) Francisco Ferrer Guardia (Alella, 1859 – Barcelona, 1909), fue un famoso pedagogo libertario español. En junio de 1909 es detenido, acusado de haber sido el instigador de la revuelta conocida como la Semana Trágica. Fue declarado culpable ante un tribunal militar y a las 9 de la mañana del 13 de octubre de 1909 fue fusilado en la prisión del Montjuïc. Es bien sabido que Ferrer Guardia no tuvo relación con los hechos y que los tribunales militares lo acusaron y condenaron sin pruebas,
(https://es.wikipedia.org/wiki/Ferrer_Guardia [23]).
Su asesinato suscitó una viva solidaridad internacional en el movimiento obrero de la época.
[11]) Ver “La CNT ante la guerra y la revolución”, en Revista Internacional no 129,
[12]) Pereira “Formação do PCB”, citado en Anarquistas e comunistas no Brasil, folleto de John w. Foster Dulles, p. 37.
[13]) ídem.
[14]) Cecilia Prada: “Barricadas de 1917. Morte de um sapateiro anarquista provoca a primeira greve geral do país (Las barricadas de 1917: la muerte de un zapatero anarquista provoca la primera huelga general del país)”, en:
www.sescsp.org.br/sesc/revistas_sesc/pb/artigo.cfm?Edicao_Id=292&Artigo_... [25].
[15]) Tomado del artículo “Traços biograficos de un homem extraordinario”, del periódico Dealbar, São Paulo, 1968, año 2, no 17. Se refiere al militante anarquista Edgard Leuenroth que participó activamente en la huelga de São Paulo.
[16]) Everardo Dias, Historia das lutas sociais no Brasil, p. 224.
[17]) Lenin, “La crisis ha madurado” Obras Completas, tomo 34, p. 281, edición española.
[18]) Nombre que daba la prensa brasileña a los bolcheviques.
[19]) La gripe española (conocida también bajo el nombre de la Gran Pandemia de la Gripe, La Epidemia de Gripe de 1918 o la Gran Gripe) fue una pandemia de una dimensión desconocida hasta entonces. Se considera que fue la epidemia más letal de la historia de la humanidad, provocando entre 50 y 100 millones de muertos en todo el mundo entre 1918 y 1920. Los Aliados de la Primera Guerra Mundial la llamaron Gripe española porque la pandemia llamó la atención de la prensa en España, mientras que en cambio fue mantenida en secreto por los países comprometidos en la guerra que censuraban las informaciones concernientes al debilitamiento de las tropas afectadas por la enfermedad (https://es.wikipedia.org/wiki/Gripe_espa%C3%B1ola [26]).
[20]) Ver folleto citado en nota 12, p. 68.
[21]) Ver Revista Internacional no 75, "El aislamiento es la muerte de la revolución [27]" y Revista Internacional no 80, "Lecciones de 1917-23 - La primera oleada revolucionaria del proletariado mundial [28]".
[22]) Desde las huelgas de 1903 donde jornaleros y campesinos autóctonos habían sido empleados como esquiroles, la desconfianza y los reproches mutuos entre obreros inmigrantes y obreros originarios habían creado fuertes heridas. Ver el ensayo de Colin Everett, Organizated Labor in Brazil 1900-1937 (Trabajo organizado en Brasil), en inglés.
[23]) Barricadas de 1917, Cecilia Prada, tesis doctoral.
[24]) Por lo que hemos podido recoger, el movimiento campesino más significativo ocurrió en 1913 en Ribeirão Preto que congregó a más de 15 mil huelguistas entre colonos y jornaleros.
[25]) Estas ilusiones afectaban a la propia Internacional Comunista que veía posible la liberación nacional en los países coloniales y semicoloniales. Ver las Tesis al respecto del IIo Congreso de la IC:
[26]) Por lo que sabemos, en Brasil apenas hubo grupos marxistas, solamente en la fecha muy tardía de 1916 (tras un intento fallido en 1906) se formó un partido socialista que rápidamente se dividió en dos tendencias igualmente negativas, una abiertamente partidaria de entrar en guerra y otra que defendía la neutralidad de Brasil.
En la primera parte de este artículo, publicada en la Revista Internacional no 150, iniciamos una reflexión sobre el papel de la mujer en la aparición de la cultura en nuestra especie Homo sapiens, basándonos en una crítica al libro de Christophe Darmangeat, El comunismo primitivo ya no es lo que era (1). En esta segunda y última parte, nos proponemos examinar lo que nos parece ser uno de los problemas más fundamentales planteados por el comunismo primitivo: cómo la evolución del género Homo ha podido generar una especie cuya supervivencia misma se basa en la confianza y la solidaridad mutua, y más concretamente cuál ha sido el papel de la mujer en este proceso, apoyándonos en particular en los trabajos del antropólogo británico Chris Knight.
¿Cuál es entonces, según Darmangeat, el rol y la situación de la mujer en las sociedades primitivas? No queremos retomar aquí toda la argumentación de su libro, apoyada en sólidos conocimientos etnográficos y ejemplos elocuentes. Nos limitaremos pues a un resumen de sus conclusiones. Una primera constatación puede parecer evidente, pero en realidad no lo es: la división sexual del trabajo es una constante universal de cualquier sociedad humana hasta el advenimiento del capitalismo. El capitalismo sigue siendo una sociedad básicamente patriarcal, basada en la explotación (que incluye la explotación sexual, al haberse convertido la industria del sexo en una de las industrias más rentables de los tiempos modernos). Sin embargo, al explotar directamente la fuerza de trabajo de las obreras, y al desarrollar la mecanización hasta el punto de que la fuerza física casi no tiene importancia en el mundo del trabajo, el capitalismo destruyó la división del trabajo en la sociedad entre papeles femeninos y masculinos; sentó entonces las bases para una verdadera liberación de la mujer en la sociedad comunista ([2]).
La situación de las mujeres en las sociedades primitivas varía enormemente según las sociedades estudiadas por los antropólogos: si en ciertos casos las mujeres sufren de una opresión que casi puede asemejarse a una opresión de clase, en otros gozan no solamente de una verdadera consideración en la vida social, sino que también tienen un verdadero poder social. Allí donde este poder existe, se basa en la posesión de derechos sobre la producción, ampliados hasta cierto punto por la vida religiosa y ritual de la sociedad: para tomar un solo ejemplo entre otros muchos, Malinowski nos enseña (en Los Argonautas del Pacífico occidental) que las mujeres de las islas Trobriand tienen un monopolio no sólo sobre los trabajos de horticultura (muy importantes en la economía de las Islas), sino también sobre algunas formas de magia, incluidas las formas consideradas como más peligrosas ([3]).
Sin embargo, aunque la división sexual del trabajo cubre situaciones muy diferentes según los pueblos y su modo de vida, hay una que no tiene o casi excepción: siempre son los hombres los que tienen el monopolio del manejo de las armas y, por lo tanto, el monopolio de la guerra. Por lo tanto, son también los hombres quienes poseen el monopolio de lo que se podría llamar “asuntos exteriores”. Cuando las desigualdades sociales comienzan a desarrollarse, primero con el almacenamiento, luego a partir del neolítico con la agricultura propiamente dicha y la aparición de la propiedad privada y de las clases sociales, es esa posición social específica de los hombres la que les permitió dominar poco a poco toda la vida social. En ese sentido, Engels tiene seguramente razón al afirmar, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, que “el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino” ([4]). Es necesario sin embargo evitar una visión demasiado esquemática puesto que incluso las primeras civilizaciones distan mucho de ser homogéneas. En su estudio comparativo de varias “primeras civilizaciones”, Understanding early civilizations, Bruce Trigger evidencia un amplio espectro: si la situación de las mujeres en las sociedades mesoamericanas e inca no era ni mucho menos envidiable, entre los yoruba de África, por el contrario, las mujeres no sólo tenían bienes y tenían reservada la práctica de algunas industrias, sino que también podían practicar el comercio a gran escala por su propia cuenta, e incluso dirigir expediciones diplomáticas y militares.
Hasta ahora, con Darmangeat, hemos permanecido en el ámbito del estudio de las sociedades primitivas “históricamente conocidas” (en el sentido en que pudieron ser descritas por sociedades que controlaban la escritura, desde el mundo antiguo hasta nuestros días). Este estudio nos enseña cuál es la situación desde la invención de la escritura en el IVo milenio antes de Cristo. ¿Pero qué decir de los casi 200 mil años de existencia del Hombre moderno que la precedieron? ¿Cómo entender ese momento crucial en que la naturaleza cedió el paso a la cultura como determinante principal del comportamiento humano? ¿Y cómo se combinan en la sociedad humana los determinantes genéticos y medioambientales, en particular sociales y culturales? Queda claro que, para contestar a estas preguntas, la simple visión empírica de las sociedades conocidas es insuficiente.
Algo que llama la atención en el libro de Trigger es que, a pesar de toda la variedad que nos ofrece sobre la condición femenina, todas las civilizaciones que estudia ([5]) poseen leyendas que se refieren a mujeres jefas en el pasado, a veces identificadas con diosas. Todas conocieron también un declive en la condición de la mujer al cabo de un tiempo. Parece perfilarse aquí una norma general: cuanto más se remonta hacia el pasado, tanta más autoridad social poseen las mujeres.
Esta impresión se confirma si se observan las sociedades más primitivas. En todos los continentes se encuentran mitos similares e incluso a veces idénticos: antaño eran las mujeres las que tenían el poder, pero los hombres se lo robaron y ahora ellos son los que dirigen. El poder de las mujeres se asocia al más poderoso de los poderes mágicos, el que se basa en el período menstrual femenino y su menstruo, hasta tal punto que muy a menudo existen ritos masculinos en los que hombres fingen la menstruación ([6]).
¿Qué deducciones pueden hacerse partiendo de esta realidad omnipresente? ¿Se puede concluir que representa una realidad histórica, que había efectivamente una sociedad primigenia en la que las mujeres tenían un papel dirigente o dominante?
Para Darmangeat, la respuesta es inequívoca y negativa: “pensar que cuando los mitos hablan del pasado, hablan necesariamente de un pasado real, incluso deformado, es en efecto una hipótesis extremadamente intrépida, por no decir insostenible” (p. 167). Los mitos “cuentan historias, historias que sólo tienen un sentido en relación con una situación presente y tienen como función justificarla. El pasado del que hablan es inventado con la única finalidad de satisfacer ese objetivo” (p. 173).
Este argumento nos plantea dos problemas.
El primer problema es que Darmangeat quiere ser un marxista que actualiza la obra de Engels siguiendo fielmente su método. Ahora bien, el primero que utilizó el análisis de la mitología para intentar aclarar las relaciones entre los sexos en el pasado remoto fue un jurista suizo, Johann Bachofen; y si en El origen de la familia, Engels se basa ampliamente en Lewis Morgan, también otorga una gran importancia a la obra de Bachofen. Pero para Darmangeat, Engels “toma por cuenta propia la teoría del matriarcado de Bachofen pero con una reserva evidente (...) Aunque se abstiene de criticar la teoría del jurista suizo, Engels sólo le otorga una confianza muy relativa. No es de extrañar habida cuenta de su propio análisis de las causas del predominio de un sexo sobre otro; Engels apenas podía admitir que antes del desarrollo de la propiedad privada, el predominio de los hombres estuviera precedido por el de las mujeres; concebía la relación entre los sexos en la prehistoria mucho más con la forma de cierta igualdad” (pp. 150-151).
Engels quizá fue prudente sobre las conclusiones de Bachofen pero, sobre el método que consiste en utilizar el análisis mitológico para descubrir la realidad histórica, no vacila: en su prólogo a la IVª edición de El Origen de la familia (o sea, después de haber tenido todo el tiempo necesario para retocar la obra y corregir sus conclusiones iniciales), Engels retoma el análisis de Bachofen del mito de Orestes (en particular, la versión puesta en escena por el dramaturgo griego Esquilo) y termina con este comentario: “Esta nueva y muy acertada interpretación de la “Orestíada” es uno de los más bellos y mejores pasajes del libro de Bachofen (…), ya que ha sido el primero en sustituir las frases acerca de aquel ignoto estadio primitivo con promiscuidad sexual por la demostración de que en la literatura clásica griega hay muchas huellas de que entre los griegos y entre los pueblos asiáticos existió, en efecto, antes de la monogamia, un estado social en el que no solamente el hombre mantenía relaciones sexuales con varias mujeres, sino que también la mujer mantenía relaciones sexuales con varios hombres, sin por ello pecar contra la costumbre (…) Es cierto que Bachofen no emitió esos principios con tanta claridad, por impedírselo el misticismo de sus concepciones; pero los demostró, y ello, en 1861, fue toda una revolución.”
Eso nos conduce al segundo problema, el de explicar los mitos. Los mitos forman parte de la realidad material tanto como cualquier otro fenómeno: están pues también determinados por la realidad. Ahora bien, Darmangeat sólo nos propone dos determinaciones posibles: o son simplemente “historias” inventadas por los hombres para justificar su predominio sobre las mujeres, o tienen que ver con lo irracional: “Durante la prehistoria, y mucho tiempo después, los fenómenos naturales o sociales, en el espíritu de todos, se interpretaban inevitablemente a través de una prisma religioso mágico. Eso no implica que estaba ausente el pensamiento racional; solo quiere decir que, incluso cuando estaba presente, siempre estaba asociado en cierta medida a un discurso irracional, no siendo percibidos ambos como diferentes, y menos aún como incompatibles” (p. 319). Así, sin más, o sea que todos estos mitos en torno al poder misterioso de la sangre menstrual y de la luna, y de un poder original de las mujeres, no son sino expresiones “irracionales”, y, por lo tanto, fuera del campo de la explicación científica. En el mejor de los casos, Darmangeat admite que los mitos han de satisfacer las exigencias de coherencia ([7]) del espíritu humano: pero entonces, a no ser que se acepte una explicación puramente idealista en el sentido propio del término, la cuestión se plantea: ¿de dónde vienen esas exigencias? Para Lévi-Strauss, la notable unidad de los mitos del conjunto de las sociedades primitivas de las Américas tiene su fuente en la estructura misma del espíritu humano, de ahí el nombre de “estructuralismo” otorgado a su obra y a su teoría ([8]); “la exigencia de coherencia” de Darmangeat parece reflejar aquí, con mucha menos elaboración, el estructuralismo de Lévi-Strauss.
Eso nos deja sin explicación sobre dos puntos capitales: ¿por qué esos mitos toman esa forma precisa, y cómo explicar su universalidad?
¿Si sólo son “historias” inventadas para justificar el predominio de los hombres, por qué entonces inventar historias tan increíbles? Si se lee la Biblia, la Génesis nos ofrece una justificación perfectamente lógica para el predominio de los hombres: ¡Dios los creó primero! Cada uno es libre de tragarse semejante idea, que cada cual puede ver refutada en todo momento, según la cual la mujer salió del cuerpo del hombre. ¿Por qué pues inventar un mito que no solo afirma que las mujeres tuvieron antaño el poder, sino que exige además que los hombres sigan cumpliendo todos los ritos asociados a ese hecho hasta el punto de imaginar una menstruación masculina? Ésta, certificada en el mundo entero en los pueblos cazadores-recolectores con fuerte predominio masculino, consiste para los hombres, en ciertos ritos importantes, en hacer correr su propia sangre lacerándose los miembros y especialmente el pene, imitando así la menstruación.
Si esta clase de rito estuviera limitada a un pueblo, o a un grupo de pueblos, quizá se podría admitir que sólo se trataba de una invención fortuita e “irracional”. Pero cuando está extendido por el mundo entero, por todos los continentes, nos vemos entonces obligados, si queremos seguir siendo fieles al materialismo histórico, a buscarle los determinantes sociales.
En cualquier caso, nos parece necesario, desde un punto de vista materialista, tomarse en serio los mitos y los ritos que estructuran la sociedad como fuentes de conocimiento de ésta, lo que no hace Darmangeat.
Si resumimos el pensamiento de Darmangeat, llegamos a esto: en el origen de la opresión de las mujeres, hay una división sexual de trabajo que concede sistemáticamente a los hombres el manejo de las armas y la caza mayor. A pesar de todo el interés de su obra, nos parece que deja dos cuestiones sin tocar.
Parece bastante evidente que con la aparición de la sociedad de clases, basada necesariamente en la explotación y, por consiguiente en la opresión, el monopolio del manejo de las armas es una razón casi suficiente para garantizar el predomino de los hombres (al menos a largo plazo, siendo el proceso global sin la menor duda más complejo). Del mismo modo, parece a priori razonable suponer que el monopolio de las armas haya desempeñado un papel en la aparición de un predominio masculino contemporáneo, con la emergencia previa de desigualdades a la sociedad de clases propiamente dicha.
Por el contrario, y ésta es nuestra primera pregunta, Darmangeat es mucho menos claro para explicar por qué la división sexual del trabajo debía otorgar ese papel a los hombres, puesto que él mismo nos dice que “las razones fisiológicas (...) no parecen suficientes para explicar por qué se excluyó a las mujeres de la caza” (p. 315). Darmangeat tampoco nos aclara cuando explica por qué se le daría a la caza y a la comida por ella proporcionada un prestigio mayor que a los productos de la recolección o de la horticultura, en particular allí donde la recolección proporcionaba la parte fundamental de los recursos sociales.
Más básicamente aún, ¿de dónde viene la primera división del trabajo, y por qué se haría sobre una base sexual? Aquí, Darmangeat se pierde en conjeturas: “Es permitido pensar que la especialización, incluso embrionaria, permitió a la especie humana adquirir una eficacia mayor que la adquirida si cada uno de sus miembros hubiera seguido dedicándose indiferentemente a todas las actividades (...) También se puede pensar que esta especialización actuó en el mismo sentido reforzando los lazos sociales en general, y en el grupo familiar en particular” ([9]). ¡Claro que “se puede pensar”! ¿Pero no es eso precisamente lo que más bien sería necesario demostrar?
En cuanto a saber “por qué la división del trabajo se realizó según el criterio del sexo”, para Darmangeat, eso “no parece plantear dificultades. Parece bastante evidente que, para los miembros de las sociedades prehistóricas, la diferencia entre hombres y mujeres era la primera que saltaba a la vista” ([10]). Se puede oponer que si la diferencia sexual debía evidentemente “saltar a la vista” de los primeros hombres, no por ello la convierte en una condición suficiente para la aparición de una división sexual del trabajo. Las sociedades primitivas abundan en clasificaciones, en particular las que se basan en los tótems. ¿Por qué la división del trabajo no se basaría en el totemismo? Pura elucubración, obviamente, pero ni más ni menos que la hipótesis de Darmangeat. Más seriamente, Darmangeat no hace ninguna mención de otra diferencia muy visible y que es por todas partes de la mayor importancia en las sociedades arcaicas: la edad.
Finalmente, el libro de Darmangeat –a pesar de su título un poco sensacionalista– no nos aclara mucho. La opresión de la mujer se basa en la división sexual del trabajo, de acuerdo. ¿Pero esta división de dónde viene? “Aunque en las condiciones actuales de los conocimientos estemos limitados a simples hipótesis, se puede suponer que son algunas dificultades biológicas, probablemente vinculadas al embarazo y a la lactancia, lo que proporcionó en tiempos desconocidos el substrato fisiológico de la división sexual del trabajo y la exclusión de las mujeres de la caza” ([11]).
Al final de su argumentación, Darmangeat nos deja con la siguiente conclusión: en el origen de la opresión de las mujeres está la división sexual del trabajo y esta división fue, a pesar de todo, un formidable progreso en la productividad laboral cuyos orígenes se pierden en un pasado remoto e inaccesible.
Y es así como el autor intenta seguir fiel al marco marxista. ¿Pero no planteó el problema al revés? Si se observa el comportamiento de los primates más próximos al hombre, y especialmente de los chimpancés, son los machos quienes cazan –dado que las hembras están demasiado ocupadas en alimentar y cuidar a sus crías (y a protegerlas de los machos: no olvidemos que los primates masculinos practican muy a menudo el infanticidio de la progenitura de otros machos para que las madres estén disponibles para su propia reproducción). De modo que la “división del trabajo” entre los machos que cazan y las hembras que no cazan no tiene nada de específicamente humano. El problema –lo que es necesario explicar– no consiste en saber por qué son los machos los que cazan en el Homo sapiens, sino más bien saber por qué comparten sistemáticamente los frutos de la caza. Lo más sorprendente, cuando se compara Homo sapiens con sus parientes primates, es el conjunto de normas y tabúes a menudo muy estrictos, y que se pueden observar desde los ardientes desiertos australianos hasta los hielos del Ártico, que exige el consumo colectivo de los productos de la caza. El cazador no tiene derecho a consumir su propio producto, debe llevarlo al campamento para compartirlo con los demás. Las normas que determinan cómo se hace esa división son muy variables según los pueblos y pueden ser más o menos estrictas, pero están presentes en todas partes.
También se ha de observar que el dimorfismo sexual de Homo sapiens es claramente reducido si se compara con el de Homo erectus, lo que en el mundo animal indica, en general, unas relaciones más iguales entre los sexos.
Por todas partes, el reparto y la comida colectiva son elementos fundadores de las sociedades primitivas –y la comida compartida incluso ha llegado hasta los tiempos modernos: incluso hoy, cualquier gran ocasión de la vida (nacimiento, boda o entierro) no se concibe sin una comida colectiva. Cuando los amigos se reúnen es generalmente en torno a una comida, sea una barbacoa en Australia o una mesa de restaurante en Francia.
Este reparto de la comida, que parece remontarse a los primeros tiempos, es uno de los elementos de una vida colectiva y social muy diferente de la de nuestros remotos antepasados. Estamos ante lo que el darwinólogo Patrick Tort ha nombrado un “efecto reversivo” de la evolución, o lo que el antropólogo Chris Knight ha descrito como “una expresión inestimable del “egoísmo” de nuestros genes” ([12]): los mecanismos descritos por Darwin y Mendel, confirmados por la genética moderna, han generado una vida social en la que la solidaridad desempeña un papel central aun cuando esos mismos mecanismos proceden por competición.
Esta cuestión del reparto, fundamental a nuestro modo de ver, no es sino parte de un problema científico más amplio: ¿cómo explicar el proceso que transformó una especie, cuya modificación de comportamiento estaba determinada por el ritmo lento de la evolución genética, en nuestra especie, cuyo comportamiento, sobre una base obviamente genética, se modifica gracias a la evolución mucho más rápida de la cultura y de las relaciones sociales? Y ¿cómo explicar que un mecanismo basado en la competición haya podido crear una especie que no puede sobrevivir si no es solidariamente: las mujeres solidarias entre ellas en el parto y la educación de los hijos, los hombres solidarios en el ejercicio de la caza, los cazadores solidarios de toda la sociedad llevándole el producto de su caza, los capacitados solidarios de los incapacitados que ya no pueden cazar o buscar su propia comida, y los viejos solidarios de los jóvenes a quienes inculcan no sólo el conocimiento del mundo y de la naturaleza necesaria para la supervivencia, sino también el conocimiento social, histórico, ritual y mítico que permite la supervivencia de una sociedad estructurada? Esto nos parece ser el problema fundamental planteado por la cuestión de la “naturaleza humana”.
Este paso de un mundo a otro se hizo durante un período crucial, de varios cientos de miles de años, un período que se podría calificar de “revolucionario” ([13]). Está estrechamente vinculado a la evolución del cerebro humano en tamaño (y se puede también suponer en estructura, aunque tal evolución es obviamente mucho más difícil de detectar en los vestigios paleontológicos). El aumento del tamaño del cerebro plantea toda una serie de problemas a nuestra especie en evolución, no siendo el menor su consumo de energía: cerca del 20 % de las necesidades energéticas totales del individuo, lo que es enorme.
Pero si la especie obtiene indudablemente ventajas de este proceso de encefalización, también plantea problemas importantes a las hembras. El tamaño de la cabeza provoca que el alumbramiento deba hacerse antes, si no el recién nacido no podría pasar por la pelvis de su madre. A su vez, eso implica un período mucho más largo de dependencia del recién nacido, “prematuro” con relación a los demás primates; el crecimiento del cerebro también exige un aporte suplementario de comida, a la vez calorífica y estructural (prótidos, lípidos, glúcidos). Da la impresión de que nos enfrentamos a un enigma insoluble, o más bien a un enigma que la naturaleza sólo ha solucionado tras un largo período durante el cual Homo erectus vivió, se extendió fuera de África, pero parece ser sin grandes modificaciones importantes en morfología o comportamiento. Y luego hay un período de cambio rápido que ve crecer el cerebro y aparecer todos los comportamientos específicamente humanos: el lenguaje articulado, la cultura simbólica, el arte, la utilización intensiva de herramientas y su enorme variedad, etc. A este enigma se añade otro. Hemos observado el cambio radical en el comportamiento del macho Homo sapiens, pero las modificaciones fisiológicas y de comportamiento de la hembra no son menos notables, sobre todo en cuanto a la reproducción.
Existe, en efecto, una diferencia muy significativa entre la hembra Homo sapiens y los demás primates en ese plano. En éstos (en particular los más cercanos a nosotros), es muy frecuente que la hembra exhiba con ostentación a los machos su período de ovulación (y en consecuencia de fecundidad óptima): órganos genitales muy visibles, comportamiento de celo, en particular ante el macho dominante, olor característico... Pero en el ser humano, nada semejante, incluso todo lo contrario: los órganos sexuales están bien ocultos, no cambian de aspecto durante la ovulación y, más aún, la propia hembra no tiene conciencia de estar “en celo”. Al otro cabo del ciclo de ovulación, la diferencia entre Homo sapiens y los demás primates es igualmente sorprendente: en la hembra de nuestra especie, las reglas son abundantes y visibles, cuando es lo contrario en las hembras chimpancés por ejemplo. Dado que la pérdida de sangre representa una pérdida de energía, la selección natural debería a priori operar contra las reglas abundantes; esta abundancia podría entonces explicarse por una ventaja selectiva: ¿cuál?
Otras características notables de las reglas en los humanos: su sincronización y su periodicidad. Numerosos estudios han demostrado la facilidad con la cual las mujeres en grupo sincronizan sus reglas, y Knight reproduce en su libro un cuadro de los períodos de la ovulación en distintas hembras primates que pone de manifiesto que solamente el ser humano tiene un ciclo perfectamente calcado en el ciclo lunar: ¿por qué?, ¿es solamente una coincidencia fortuita?
Se podría caer en la tentación de dejar todo eso de lado, considerándolo como poco pertinente para explicar la aparición del lenguaje articulado y la especificidad humana en general. Por otra parte, tal reacción se conformaría perfectamente con la ideología de nuestro tiempo, ahora que las reglas de las mujeres son un tema si no ya tabú, como mínimo negativo: basta con ver toda la publicidad para productos de “higiene femenina” que elogian precisamente su capacidad para esconder las reglas. Descubrir, a la lectura del libro de Knight, la inmensa importancia de la menstruación y de todo lo que la rodea en las sociedades primitivas es pues tanto más sorprendente para los miembros de una sociedad moderna. Parece ser un fenómeno universal de las sociedades primitivas: la creencia en el enorme poder, para bien y para mal, de las reglas de las mujeres. Se exagera apenas si se dice que la menstruación lo “regula” todo, hasta la armonía del universo; e incluso en pueblos con fuerte predominio masculino donde se hace todo por reducir la importancia de las mujeres, sus reglas inspiran miedo a los hombres. La sangre menstrual posee un poder de mácula aparentemente exagerado –pero es precisamente ésa una señal de su poder. Hasta se ha intentado concluir que la violencia de la que las mujeres son objeto por parte de los hombres es proporcional al miedo que inspiran ([14]).
La universalidad de esta creencia es significativa y exige una explicación; vemos tres posibles:
Knight favorece la tercera explicación: ve en efecto la mitología universal en torno a la menstruación de las mujeres como algo con un origen muy antiguo, en lo propios comienzos de la sociedad humana.
¿Cómo se conectan entre sí esas diferentes problemáticas? ¿Cuál puede ser el vínculo entre la menstruación de las mujeres y la nueva práctica colectiva de la caza? ¿Y entre éstas y todos los demás fenómenos emergentes que son el lenguaje articulado, la cultura simbólica, la sociedad basada en normas comunes? Estas cuestiones nos parecen fundamentales porque todas esas evoluciones no son fenómenos aislados sino elementos de un único proceso que conduce del Homo erectus a lo que somos hoy. La especialización a ultranza, característica de la ciencia moderna, tiene la gran desventaja (reconocida por otra parte y en primer lugar por los propios científicos) de dificultar mucho la comprensión de un proceso de conjunto que no puede ser englobado por ninguna especialidad.
Lo que nos interesó en la obra de Knight es precisamente el esfuerzo por reunir datos genéticos, arqueológicos, paleontológicos y antropológicos en una gran “teoría de conjunto” para la evolución humana, similar a las tentativas en física fundamental que nos dieron las teorías de cuerdas o de la gravitación cuántica de bucles ([15]).
Digámoslo de entrada: no estamos capacitados para apreciar la obra de Knight como científicos, no pretendemos tener los conocimientos necesarios. Pero lo cierto es que su forma de plantear los problemas nos obliga a abrir nuestra mente y observar esos temas bajo un enfoque diferente y, sobre todo, nos ayuda a abrir la vía hacia una visión unificada, la única que puede permitirnos comprender nuestra cuestión inicial: la cuestión de la naturaleza humana.
Intentemos pues resumir la teoría de Knight, conocida hoy con el nombre de “teoría de la huelga del sexo”. Para simplificar y esquematizar, Knight supone una modificación del comportamiento, en primer lugar de la hembra del género Homo, ante las dificultades del parto y la carga de las crías: separarse de los machos dominantes para favorecer relaciones con machos secundarios en una especie de pacto de ayuda mutua. Los machos aceptan dejar a las hembras para irse a cazar y traer los productos de la caza; a cambio, pueden acceder a las hembras, y por lo tanto a la reproducción, lo que antes les hubiera prohibido el macho dominante. Esta modificación en el comportamiento de los machos –que al principio, recordémoslo, está sometida a las leyes de la evolución– sólo es posible en ciertas condiciones, dos en particular: por una parte, no es posible que los machos encuentren de otra forma un acceso a las hembras; por otra, los machos deben tener confianza en que no serán suplantados durante su ausencia. Se trata pues de comportamientos colectivos. Las hembras –que son la fuerza motriz de esta evolución– deben mantener un rechazo colectivo del sexo a los machos. Ese rechazo colectivo se indica a los machos, y a las demás hembras, por una señal exterior: los menstruos, que se sincronizan gracias a un acontecimiento “universal” y visible, el ciclo lunar y las mareas que se le asocian en el entorno semiacuático del valle del Rift.
La solidaridad nació: solidaridad entre hembras en primer lugar, y también a continuación entre machos. Excluidos colectivamente del acceso a las hembras, aquéllos pueden llevar a la práctica de forma cada vez mejor organizada y a mayor escala la caza colectiva de grandes presas, que exige una capacidad de planificación y solidaridad ante el peligro.
La confianza mutua nació de la solidaridad colectiva en cada sexo, y también entre los sexos: las hembras que confían en la participación de los machos en el cuidado de las crías, los machos que confían en que no se les excluirá de la posibilidad de reproducirse.
Este modelo teórico nos permite solucionar el enigma que Darmangeat deja sin respuesta: ¿por qué se excluye a las mujeres de manera absoluta de la caza? Según el modelo de Knight, esta exclusión debe ser absoluta porque si hay hembras, sobre todo las que no tienen progenitura, que van de caza con machos, éstos tendrían acceso a hembras fecundables, y no estarían entonces obligados a compartir el producto de la caza con las demás hembras y sus crías. Para que funcione el modelo, las hembras están obligadas a mantener una solidaridad total entre ellas. A partir de esa constatación, podemos comprender el tabú que mantiene una separación absoluta entre las mujeres y la caza, que es la base de todos los demás tabúes en torno a la menstruación y a la sangre de las presas, y de la prohibición para las mujeres de manejar cualquier herramienta afilada. El hecho de que esta prohibición, origen de las mujeres y de su solidaridad, pase a ser en otras circunstancias una fuente de su debilidad social y de su opresión, puede parecer a primera vista paradójico: en realidad, nos da un ejemplo brillante de una inversión dialéctica, una ilustración más de la lógica profundamente dialéctica de cualquier cambio histórico y evolutivo ([16]).
Las hembras que consiguen imponer este nuevo comportamiento, entre ellas y a los machos, dejan más descendientes. El proceso de encefalización se prolonga. El camino está abierto al desarrollo del humano moderno.
La solidaridad y la confianza mutua no nacieron pues de una especie de beatitud mística, sino al contrario de las leyes despiadadas de la evolución.
Esta confianza mutua es una condición previa para que pueda aparecer una verdadera capacidad lingüística, que depende de la aceptación mutua de normas comunes (tan básicas como la idea de que una palabra tiene el mismo sentido para ti y para mí, por ejemplo), y una verdadera sociedad humana basada en la cultura y en las leyes, que ya no esté solamente sometida a la lentitud de la evolución genética, sino que también sea capaz de adaptarse mucho más rápidamente a nuevos entornos. Lógicamente, un elemento fundamental de la cultura originaria es la transposición del plano genético al plano cultural (si puede decirse así) de todo lo que permitió la aparición de esta nueva forma social: los mitos y los rituales más antiguos girarán pues también en torno a la menstruación de las mujeres (y en torno a la luna que garantiza su sincronización) y de su papel en el regulación del orden no sólo social sino también natural.
Como dice el propio Knight, su teoría es una especie de “mito de los orígenes” que sigue siendo una hipótesis. Eso, evidentemente, no es en sí ningún problema: la ciencia sólo avanza gracias a hipótesis y especulaciones; es la religión, no la ciencia, la que pretende establecer certezas.
Por nuestra parte, queremos plantear dos objeciones a la trama de la narración propuesta por Knight.
La primera se refiere al período. Knight escribe, en 1991, que las primeras señales de una vida artística, por lo tanto de la existencia de una cultura simbólica capaz de abarcar los mitos y rituales que son la base de su hipótesis, datan solamente de unos 60 mil años. Los primeros vestigios del hombre moderno datan de cerca de 200 mil años: ¿qué decir entonces de esos 140 mil años “que faltan”? ¿Y qué se podría considerar como señal precursora de la aparición de una cultura simbólica en sí misma, por ejemplo en nuestros antepasados inmediatos?
No se trata de un cuestionamiento de la teoría sino más bien de un problema que requiere más investigaciones. Desde los años noventa, las excavaciones en Sudáfrica (Blombos, Klasies River, De Kelders) parecen hacer retroceder la fecha de la capacidad de abstracción simbólica y del arte hasta 80 mil, o incluso 140 mil años antes de Cristo ([17]); en el caso de Homo erectus, los vestigios descubiertos a Dmanisi en Georgia a principios de los 2000 y datados de cerca de 1,8 millones de años parecen indicar ya la existencia de un determinado nivel de solidaridad: uno de los individuos vivió varios años sin dientes excepto un canino, lo que permite suponer que los demás le ayudaban para comer ([18]). Al mismo tiempo, el nivel de las herramientas seguía siendo primitivo y, según los especialistas, aquellos individuos todavía no practicaban la caza mayor. Eso no ha de asombrarnos: Darwin ya había demostrado que características humanas como la empatía, la valoración de la belleza, la amistad, existen en el resto del mundo animal, aunque sea a un nivel más rudimentario que en el hombre.
Nuestra segunda objeción es más importante: se refiere a la “fuerza motriz” que origina la encefalización progresiva del género humano. Para Knight, cuya problemática es más bien delimitar cómo ha podido realizarse la encefalización, eso no es algo central y –según sus declaraciones en nuestro congreso de 2011– adoptó más bien la teoría de una mayor complejidad social (es la teoría propuesta por Robin Dunbar ([19]) y retomada por Jean-Louis Dessalles, entre otros, en su libro Aux Origines du langage, cuya argumentación expuso en nuestro congreso de 2009) debido a la vida en grupos más importantes. No podemos aquí entrar en detalles, pero esta teoría nos parece plantear ciertas dificultades. Al fin y al cabo, el tamaño de los grupos de primates puede variar de una decena para los gorilas a algunos centenares entre los babuinos hamadryas (hamadríade): sería necesario entonces demostrar por qué los homínidos tendrían necesidades sociales superiores a las de los babuinos, y también que los homínidos vivían en grupos cada vez más importantes, y esto dista mucho de haberse demostrado ([20]).
Por nuestra parte, la hipótesis más probable nos parece ser la que conecta el proceso de encefalizazión –y del desarrollo del lenguaje articulado–, al lugar creciente ocupado por la cultura (en su sentido amplio) en la capacidad de los humanos a adaptarse a su entorno. Se tiende a menudo a considerar la cultura solamente bajo su forma material (utensilios de piedra, etc.). Pero cuando se estudia la vida de los cazadores-recolectores de nuestros tiempos, nos impresiona sobre todo la profundidad de sus conocimientos de la naturaleza que los rodea: las propiedades de las plantas, el comportamiento de los animales, etc. Ahora bien, cualquier animal cazador conoce el comportamiento de su presa y puede adaptarse a ella hasta cierto punto. Lo que difiere en el hombre, es que ese conocimiento es cultural y no instintivo, y ha de transmitirse de generación en generación. Si el mimetismo permite transmitir una cultura muy limitada de la herramienta (los chimpancés por ejemplo que usan un tallo para cazar en un hormiguero), está claro que la transmisión del conocimiento humano (o seguramente protohumano) requiere algo más que el mimetismo.
También se puede sugerir que, a medida que la cultura sustituye la genética en la determinación de nuestro comportamiento, la transmisión de lo que se podría llamar la cultura espiritual (mito, ritual, conocimiento de los lugares sagrados, etc.) adquiere una mayor importancia en el mantenimiento de la cohesión del grupo. Esto nos lleva a conectar el desarrollo del lenguaje articulado a otra señal exterior anclada en nuestra biología: una menopausia “precoz” seguida por un largo período tras la reproducción, una característica más que no comparten las hembras humanas con ninguna de sus primas primates. ¿Cómo pues una menopausia “precoz” pudo aparecer y mantenerse durante la evolución, cuando limita aparentemente el potencial reproductor de las hembras? La hipótesis más probable es que la hembra menopaúsica ayuda a su propia hija para garantizar mejor la supervivencia de sus nietos, por lo tanto de su patrimonio genético ([21]).
Los problemas que acabamos de mencionar se refieren al período tratado en Blood Relations. Pero se presenta otra dificultad: está claro que las sociedades primitivas que conocemos (y a las que se refiere Darmangeat) son muy diferentes de la sociedad hipotética de los primeros hombres, que intenta describir Knight. Para tomar el ejemplo de Australia, cuya sociedad indígena es una de las más primitivas que conocemos a nivel técnico, la persistencia de mitos y prácticas rituales que asignan una enorme importancia a la menstruación se acompaña de un predominio total de los hombres sobre las mujeres. La cuestión se plantea obviamente: ¿si la hipótesis de Knight es justa, incluso a grandes rasgos, cómo explicar lo que se podría llamar una verdadera “contrarrevolución” masculina? En el decimotercer capítulo de su libro (p. 449), Knight propone una hipótesis para explicar esta “contrarrevolución”: sugiere que la desaparición de la megafauna, de las grandes especies como el uómbat gigante, y un período de sequía a finales del pleistoceno, habrían perturbado los hábitos de caza y acabado con la abundancia que, a su modo de ver, era la condición material para la supervivencia del comunismo primitivo. En 1991, el mismo Knight decía que había que someter a la prueba de la arqueología esa hipótesis, y que su propia investigación se limitaba a Australia. En cualquier caso, este problema a nuestro parecer abre un amplio campo de investigación que nos permitiría enfocar una verdadera historia del período más largo de la existencia humana: el que va desde nuestros orígenes hasta la invención de la agricultura ([22]).
¿Cómo podría aclararnos el estudio de los orígenes del Hombre sobre su futuro en la sociedad comunista? Darmangeat nos dice que el capitalismo es la primera sociedad humana que permite concebir el fin de la división sexual del trabajo e imaginar una igualdad entre mujeres y hombres –igualdad que está inscrita hoy en el derecho de un número limitado de países y que de hecho no es una igualdad en ninguna parte: “si el capitalismo como tal no ha ni mejorado ni empeorado la situación de las mujeres, en cambio ha sido el primer sistema que permite plantear la cuestión de su igualdad con los hombres; y a pesar de ser incapaz de realizar esta igualdad, sin embargo ha reunido los elementos que la hará efectiva” ([23]).
Nos parece que aquí hay dos críticas que hacer: la primera es ignorar la inmensa importancia de la integración de las mujeres en el mundo del trabajo asalariado. Muy a pesar suyo, el capitalismo ha dado así a las obreras, por primera vez en las sociedades de clase, una verdadera independencia material con relación a los hombres y entonces la posibilidad de luchar por completo por la liberación del proletariado y en consecuencia de toda la humanidad.
La segunda crítica que haríamos es con respecto a la idea misma de igualdad ([24]). Este concepto está marcado por la ideología democrática heredada del capitalismo, y no es el objetivo de una sociedad comunista que, al contrario, reconocerá las diferencias entre individuos, dándose como divisa “de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”, según la expresión de Marx ([25]). Ahora bien, fuera del ámbito de la ciencia-ficción ([26]), las mujeres tienen a la vez una capacidad y una necesidad que los hombres nunca tendrán: la de dar a luz. Debe ejercerse esta capacidad, sino la sociedad humana no tendría futuro, pero también es una función física y, por lo tanto, una necesidad para las mujeres ([27]). Una sociedad comunista debe, por consiguiente, proporcionar a cualquier mujer que lo desee la posibilidad de dar a luz con alegría, y con la confianza de que su criatura será acogida en la comunidad humana.
Aquí podemos hacer un paralelo con la visión evolucionista propuesta por Knight. Las protomujeres desencadenaron el proceso de evolución del género humano hacia la cultura simbólica, porque ya no podían criar solas a sus niños: debían obligar a los machos a proporcionar una ayuda material al parto y a la educación de los jóvenes. Introdujeron de este modo en la sociedad humana el concepto de solidaridad entre mujeres ocupadas por los niños, entre hombres ocupados por la caza, y entre hombres y mujeres compartiendo las responsabilidades conjuntas de la sociedad.
En la actualidad, estamos en una situación en la que el capitalismo nos reduce cada vez más al estado de individuos atomizados, y las mujeres que paren deben soportar de lleno esa situación. No sólo la norma en la ideología burguesa impone que la familia se reduzca a su más simple expresión (padre, madre, hijos) sino que, además, la disgregación exacerbada de toda vida social hace que, cada vez más a menudo, las mujeres se encuentren solas para criar a sus hijos incluso recién nacidos, a los que la necesidad de trabajar aleja sus propias madres, tías o hermanas que constituían antes la red de apoyo natural de cualquier mujer que acababa de dar a luz. Y el “mundo del trabajo” es despiadado para las mujeres que alumbran, obligadas, en el mejor de los casos, a destetar a sus hijos al cabo de algunos meses (según las bajas por maternidad en vigor en los distintos países, cuando existen) y dejarlos a niñeras, o, en caso de que estén desempleadas–privadas de vida social y obligadas a criar a sus bebés solas y con recursos limitados al extremo.
En cierto modo, las mujeres proletarias están en una situación similar a la de sus remotas antepasadas –y sola una revolución podrá mejorar su situación. Del mismo modo que la “revolución” supuesta por Knight permitió a las mujeres rodearse de apoyo social, en primer lugar de las demás mujeres, luego de los hombres, para el parto y la educación de los hijos, la revolución comunista venidera deberá poner en el centro de sus preocupaciones el apoyo al parto y a la educación colectiva de los niños. Solo una sociedad que da un lugar privilegiado a sus niños y a su juventud puede pretender ser portadora de futuro: a este respecto, el propio capitalismo se condena por el hecho de que una proporción creciente de su juventud está “en exceso” con relación a las necesidades de la producción capitalista.
Jens
[1]) Ediciones Smolny, Toulouse, Francia, 2009 y 2012. Salvo indicación contraria, las citas y referencias a números de página son las de la primera edición.
[2]) Darmangeat hace une reflexión interesante sobre la importancia creciente de la fuerza física en la determinación de los roles sexuales a partir de la invención de la agricultura (durante la labranza por ejemplo).
[3]) Darmangeat subraya, sin duda con razón, que la implicación en la producción social es una condición necesaria pero insuficiente para permitir una situación favorable de la mujer en la sociedad.
[4]) En la sección “La familia monogámica”.
[5]) Este estudio comparativo cubre las civilizaciones de Egipto entre 2700 y 1780 antes de Cristo, de Mesopotamia entre 2500 y 1600 antes de Cristo, de la China septentrional durante los períodos de los Shang y de los Zhou occidentales (entre 1200 y 950 antes de Cristo), del Valle de México durante los siglos xv y xvi de nuestra era, del período clásico de los mayas, del reino de los incas al siglo xvi y de los pueblos yoruba y beninés a partir del siglo xviii.
[6]) El libro de Chris Knight, Blood Relations, dedica un subcapítulo a la “menstruación simbólica de los hombres” (p. 428).
[7]) “El espíritu humano tiene sus exigencias, entre ellas la coherencia” (p. 319). No trataremos aquí el tema de saber de dónde vienen esas “exigencias” ni por qué toman formas precisas, preguntas que Darmangeat deja sin respuesta.
[8]) Dar una explicación de fondo del estructuralismo de Lévi-Strauss nos alejaría demasiado de nuestro tema. Para un resumen elogioso pero crítico del pensamiento de Lévi-Strauss, puede uno referirse al capítulo “Lévi-Strauss and The Mind’” en el libro de Knight.
[9]) Darmangeat, 2a edición, pp. 214-215.
[10]) Idem, p. 318.
[11]) Idem, p. 322. Darmangeat resalta el ejemplo de algunas sociedades indias de Norteamérica donde, en circunstancias particulares, las mujeres “sabían hacerlo todo; controlaban toda la gama de las actividades femeninas como de las masculinas” (p. 314).
[12]) Cf. “A propósito del libro El efecto Darwin: una concepción materialista de los orígenes de la moral y la civilización”, https://es.internationalism.org/node/2538 [35], y “La solidaridad humana y el gen egoísta”, https://es.internationalism.org/node/3454 [36].
[13]) Cf. The great leaps forward, de Anthony Stigliani.
[14]) Es un tema del libro de Dommangeat. Véase entre otros el ejemplo de los huli de Nueva-Guinea (p. 222, segunda edición).
[15]) Mejor todavía: haber sabido hacer legible y accesible esta teoría para un público no experto.
[16]) A este respecto, cuando Darmangeat nos dice que la tesis de Knight “no dice nada sobre las razones por las que las mujeres son separadas de manera absoluta y permanente de la caza y de las armas”, uno puede preguntarse si no abandonó su lectura antes de llegar al final del libro.
[17]) Véase el artículo https://es.wikipedia.org/wiki/Cueva_de_Blombos [37] en Wikipedia.
[18]) Véase en francés el artículo “Étonnants primitifs de Dmanisi” (sorprendentes primitivos de Dmanasia) en La Recherche no 419.
[19]) Véase por ejemplo The Human Story. Robin Dunbar explica la evolución de la lengua por el aumento del tamaño de los grupos humanos; el lenguaje articulado habría aparecido como sustituto menos costoso en tiempo y en energía que el aseo mediante el cual nuestros parientes primates mantienen sus amistades y alianzas. El “número de Dunbar” entró en la teoría paleo-antropológica definiéndose como la mayor cantidad de individuos conocidos cercanos con los que se puede mantener un contacto social estable, y que el cerebro humano es capaz de memorizar (en torno a 150); Dunbar considera que éste habría sido el tamaño máximo de los primeros grupos humanos.
[20]) Los homínidos (la rama del árbol de la evolución a la que pertenecen los humanos) divergieron de los pan (rama a la que pertenecen los chimpancés y los bonobos) hace unos 6 a 9 millones de años.
[21]) Para un resumen de la “hipótesis de las abuelas”, véase en francés o ingles en Wikipedia.
[22]) El antropólogo Lionel Sims realizó un trabajo sobre esos mismos temas sobre un país en los antípodas de Australia (o sea Inglaterra) en un artículo publicado en el Cambridge Archaeological Journal 16:2, titulado “The “Solarization” of the moon: manipulated knowledge at Stonehenge”.
[23]) Darmangeat, op.cit., p. 426.
[24]) No se trata aquí de prejuzgar, pues Damangeat habla de una “igualdad auténtica”: es necesario sin embargo saber lo que se entiende por esa fórmula, aunque es cierto que no era ése el objetivo del libro.
[25]) No es por casualidad si Marx escribió, en su Crítica del programa de Gotha: “El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que se les coloque bajo un mismo punto de vista y se les mire solamente en un aspecto determinado ; por ejemplo, en el caso dado, sólo en cuanto obreros, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás”.
[26]) Iain M. Banks, uno de los pocos autores de ciencia-ficción que da prueba de una real originalidad hoy en día, imagina una civilización galáctica organizada de forma esencialmente comunista (La Cultura), en la que los hombres controlan sus glándulas hormonales a tal punto que pueden cambiar de sexo voluntariamente, y en la que por supuesto cualquiera puede dar a luz.
[27]) Esto no implica evidentemente que todas las mujeres desearan –y menos aun deberán– dar a luz.
Tras un tiempo que ha sido mucho más largo de lo previsto, resumimos aquí el tercer volumen de la serie sobre el comunismo. Recordemos brevemente que el primer volumen, publicado en francés en formato de folleto-resumen y como libro en inglés, comenzaba analizando el desarrollo del concepto de comunismo desde las sociedades precapitalistas hasta los socialistas utópicos, dedicándose después a la obra de Marx y Engels y a los esfuerzos de sus sucesores en la Segunda Internacional para comprender que el comunismo no es un ideal abstracto sino una necesidad material hecha posible por la evolución de la propia sociedad capitalista.([1]). El segundo volumen examinaba el período en el que la previsión marxista de la revolución proletaria, formulada por primera vez en el período del capitalismo ascendente, se concretó en vísperas “de la época de las guerras y de las revoluciones” reconocido por la Internacional Comunista en 1919 ([2]). El tercer volumen se centraba en la tentativa constante de la Izquierda Comunista de Italia durante los años 30 para sacar las lecciones de la derrota de la primera oleada internacional de revoluciones, pero sobre todo de la Revolución Rusa, y examinar las implicaciones de estas lecciones para un futuro período de transición al comunismo ([3]).
Como a menudo lo hemos recordado, la izquierda comunista fue ante todo la expresión de una reacción internacional contra la degeneración de la Internacional Comunista (IC) y de sus partidos. Los grupos de izquierda en Italia, Alemania, Holanda, Rusia, Gran Bretaña y demás convergieron en las mismas críticas a la desviación retrógrada de la IC hacia el parlamentarismo, el sindicalismo y hacia compromisos con los partidos de la socialdemocracia. Hubo debates intensos en las distintas corrientes de izquierda y algunos intentos concretos de coordinación y reagrupación, así como la formación de la Internacional Comunista Obrera en 1922, esencialmente con grupos próximos a la Izquierda Comunista Germano-Holandesa. Al mismo tiempo, sin embargo, el fracaso rápido de esta nueva formación demostró que la marea de la revolución iba declinando y que los tiempos ya no estaban maduros para la fundación de un nuevo partido mundial. Además, esta iniciativa precipitada que tomaron algunos militantes del movimiento alemán, puso de relieve lo que quizás fue la división más grave en las filas de la izquierda comunista, la separación entre sus dos expresiones más importantes, las de la izquierda en Italia de la de Alemania y Holanda. Esta división nunca fue absoluta: en los primeros tiempos del Partido Comunista de Italia, hubo intentos de entender y discutir con las demás corrientes de izquierda; ya hemos hablado del debate entre Bordiga y Korsch en los años 20 ([4]). Estos contactos sin embargo se hicieron escasos con el reflujo de la revolución y porque ambas corrientes reaccionaron de manera diferente ante el nuevo reto que se les planteaba. La Izquierda Italiana, de manera muy justa, estaba convencida de la necesidad de permanecer en la IC mientras existiera en ella una vida proletaria y evitar escisiones prematuras o la proclamación de nuevos partidos artificiales –lo que fue precisamente la vía seguida por la mayoría de la Izquierda Germano-Holandesa. Además, la aparición de tendencias abiertamente antipartido en la Izquierda Alemana, en particular el grupo en torno a Rühle, no podía sino reforzar la convicción de Bordiga y otros de que esta corriente estaba dominada por una ideología y unas prácticas anarquizantes. Al mismo tiempo, los grupos de la Izquierda Germano-Holandesa, que tendían a definir toda la experiencia del bolchevismo y de Octubre del 17 como expresiones de una revolución burguesa tardía, eran cada vez menos capaces de hacer diferencias entre la Izquierda Italiana y la corriente mayoritaria de la IC, principalmente porque aquélla seguía defendiendo que el lugar de los comunistas era seguir en la Internacional luchando en ella contra su extravío oportunista.
En la actualidad, los grupos “bordiguistas” han teorizado esta separación trágica y que tan caro costó, cuando insisten en que son ellos los únicos que pueden llamarse izquierda comunista y que el KAPD y sus descendientes no serían sino una desviación anarquista pequeñoburguesa. El Partido Comunista Internacional (Il Programma comunista) ha llegado incluso al extremo de publicar una defensa de La enfermedad infantil del comunismo (el izquierdismo) de Lenin, haciendo su elogio como advertencia a “futuros renegados” ([5]). Lo que revela esa actitud es la incapacidad trágica en reconocer que los comunistas de izquierda habrían debido combatir juntos como camaradas contra la traición creciente de la IC.
Sin embargo, esa actitud es muy diferente de la que caracterizó a la Izquierda Italiana durante su período más fructífero a nivel teórico, el posterior a la formación en el exilio de la Fracción de Izquierda a finales de los años 20, período durante el cual publicó la revista Bilan entre 1933 y 1938, en el exterior de la Italia fascista. En un “Proyecto de Resolución sobre relaciones internacionales”, publicado en Bilan no 22, escribe que “los comunistas internacionalistas de Holanda (la tendencia Görter) y los elementos del KAPD fueron la primera reacción a las dificultades del Estado ruso, la primera experiencia de gestión proletaria, conectándose al proletariado mundial a través de un sistema de principios elaborados por la Internacional”. Concluye que la exclusión de estos camaradas de la Internacional “no aportó ninguna solución a esos problemas”.
Bilan ponía así las bases de la solidaridad proletaria sobre los que hubiera podido celebrarse el debate, a pesar de las considerables divergencias entre ambas corrientes; divergencias que se ampliaron enormemente a mediados de los años 30, cuando la Izquierda Germano-Holandesa evolucionó hacia las posiciones del comunismo de consejos, definiendo no solo el bolchevismo, sino la forma misma de partido como burguesa. Había otras dificultades vinculadas al idioma y a la falta de conocimiento por una y otra parte de las posiciones respectivas, con el resultado de que las relaciones entre ambas corrientes fueron en gran parte indirectas, como lo señalamos en nuestro libro La Izquierda Comunista de Italia ([6]).
El principal punto de conexión entre ambas corrientes fue la Liga de los Comunistas Internacionalistas (LCI) en Bélgica, que estaba en contacto con el Groep Van Internationale Communisten (GCI) y otros grupos en Holanda. Puede resultar significativo que el principal resultado de estos contactos en ser publicado en las páginas de Bilan fuera el resumen, escrito por Hennaut, de la LCI, del libro del GIC Grundprinzipien Kommunistischer Produktion und Veiteilung (Principios fundamentales de la producción y la distribución comunista) ([7]) y las observaciones fraternas pero críticas a ese libro que contenía la serie “Problemas del período de transición”, de Mitchell. Que nosotros sepamos, el GIC no contestó a ninguno de esos artículos, pero es importante recordar que las premisas para un debate existían en la época en que los Gründprinzipien se publicaron, pero incluso después hubo muy escasos intentos de proseguir el debate ([8]). No vamos a hacer en este artículo un análisis en profundidad y detallado de los Gründprinzipien. Su objetivo, más modesto, es estudiar las críticas del libro publicado en Bilan y destacar algunas cuestiones para un futuro debate.
En la Conferencia de París de grupos de la izquierda comunista recién constituidos, en 1974, Jan Appel, el veterano del KAPD y del GIC que había sido uno de los principales autores de los Gründprinzipien, explicó que este texto se había escrito como una contribución al esfuerzo de comprensión de lo que había salido mal en la experiencia del capitalismo de Estado o “comunismo de Estado como decíamos a veces” en la Revolución Rusa para definir algunas directrices que permitieran evitar tales errores en el futuro. A pesar de sus divergencias sobre la naturaleza de la Revolución Rusa, eso era precisamente lo que animaba a los camaradas de la Izquierda Italiana cuando emprendieron un estudio de los problemas del período de transición, a pesar de que sabían perfectamente que estaban atravesando una profunda contrarrevolución.
Para Mitchell, como para el resto de la Izquierda Italiana, el GIC eran los “internacionalistas holandeses”, camaradas animados por un compromiso profundo para derribar al capitalismo y sustituirlo por una sociedad comunista. Ambas corrientes entendían que un estudio serio de los problemas del período de transición iba mucho más lejos que un mero ejercicio intelectual. Eran militantes para quienes la revolución proletaria era una realidad que habían visto con sus propios ojos; a pesar de su terrible derrota, permanecían plenamente confiados en que surgiría de nuevo, y estaban convencidos de que había que armarse de un programa comunista claro para triunfar la próxima vez.
Al empezar su resumen de los Gründprinzipien, Hennaut plantea precisamente esta pregunta: “¿No será inútil, en efecto, triturarse las meninges sobre la legislación social que los trabajadores tendrán que hacer respetar, una vez realizada la revolución, cuando, de hecho, los trabajadores no se dirigen ni mucho menos hacia la lucha final sino que están cediendo paso a paso el terreno conquistado frente a la reacción triunfante? Por otra parte, ¿no se ha dicho ya todo al respecto en los Congresos de la IC? … Por supuesto, a quienes toda la ciencia de la revolución consiste en distinguir toda la gama de las maniobras que deben ser realizadas por las masas, la tarea debe parecerles muy ociosa. Pero a los que consideran que la precisión de los objetivos de la lucha es una de las funciones esenciales de todo movimiento de emancipación y que las formas de esta lucha, su mecanismo y las leyes que las regulan, no pueden ponerse completamente al día sino en la medida en que se precisan los objetivos finales que deben alcanzarse, en otras palabras que las leyes de la revolución aparecen tanto más claramente cuanto más crece la conciencia de los trabajadores –para éstos, el esfuerzo teórico para definir exactamente lo que será la dictadura del proletariado aparece como una tarea de una necesidad primordial” (Bilan no 19, “Los fundamentos de la producción y de la distribución comunistas”).
Como ya dijimos, Hennaut no era miembro del GIC sino de la LCI belga. En un sentido, estaba bien ubicado para actuar como “intermediario” entre la Izquierda Italiana y la Izquierda Holandesa, puesto que tenía acuerdos y divergencias con ambas. En una contribución anterior en Bilan ([9]), criticaba el concepto de “dictadura del partido” de los camaradas italianos y hacía hincapié en el hecho de que es la clase obrera la que efectúa el control sobre las esferas políticas y económicas con sus propios órganos generales, los consejos. Al mismo tiempo, rechazaba la visión de la URSS de Bilan como Estado proletario degenerado y definía como capitalistas tanto el régimen político como la economía en Rusia. Pero se debe añadir que también se había implicado en una reflexión hacia la negación del carácter proletario de la Revolución Rusa, destacando que las condiciones objetivas no estaban maduras, de modo que “la revolución fue hecha por los obreros pero no fue una revolución proletaria” ([10]). Este análisis era muy cercano al de los comunistas de consejos, pero Hennaut se diferenciaba de ellos en muchos puntos cruciales: al principio de su resumen dice claramente que no está de acuerdo con el rechazo al partido por parte de aquéllos. Para Hennaut, el partido iba a ser aún más necesario después de la revolución para combatir los vestigios ideológicos del viejo mundo, aunque no se dio cuenta de que la debilidad principal del GIC sobre ese punto era lo principal que se planteaba en los Gründprinzipien. Al final de su resumen, en Bilan no 22, destaca la debilidad de la concepción del Estado del GIC y su visión un tanto de color de rosa de las condiciones en las que se hace una revolución. Sin embargo, está convencido de la importancia de la contribución del GIC y hace un esfuerzo muy serio para resumirla de forma precisa en cuatro artículos (publicados en los cinco números citados arriba). Obviamente, no le era posible, en el marco de tal resumen, hacer resaltar toda la riqueza –y algunas contradicciones aparentes– de los Gründprinzipien, pero hizo un excelente trabajo para hacer resaltar los puntos esenciales del libro.
El resumen de Hennaut saca a la luz el hecho significativo de que los Gründprinzipien no están, ni mucho menos, fuera de las tradiciones y experiencias de la clase obrera, sino que se basan en una crítica histórica de las ideas erróneas que habían surgido en el movimiento obrero y en experiencias revolucionarias concretas –en particular las revoluciones rusa y húngara– cuyas lecciones eran sobre todo negativas. Los Gründprinzipien contienen pues críticas a las visiones de Kautsky, Varga, a las del anarcosindicalista Leichter y de otros, esforzándose en vincularse con los trabajos de Marx y Engels, en particular la Crítica del Programa de Gotha y El AntiDürhing. El punto de partida es la simple insistencia en que la explotación de los obreros en la sociedad capitalista se debe enteramente a su separación de los medios de producción a causa de las relaciones sociales capitalistas del trabajo asalariado. Desde el período de la Segunda Internacional, el movimiento obrero se había desviado hacia la idea de que la simple abolición de la propiedad privada significaba el fin de la explotación, y los bolcheviques aplicaron en gran parte esta visión después de la Revolución de Octubre.
Para los Gründprinzipien, la nacionalización o la colectivización de los medios de producción pueden coexistir perfectamente con el trabajo asalariado y la alienación de los obreros respecto a lo que producen. Lo que es clave, sin embargo, es que los propios trabajadores, a través de sus organizaciones arraigadas en los lugares de trabajo, disponen no solamente de los medios materiales de producción sino de todo el producto social. Para estar sin embargo seguros de que el producto social permanezca en manos de los productores desde el principio al final del proceso del trabajo (decisiones sobre qué producir, en qué cantidades, distribución del producto incluida la remuneración del productor individual), es necesaria una ley económica general que pueda estar sometida a cálculos rigurosos: el cálculo del producto social sobre la base “del valor” del tiempo de trabajo medio socialmente necesario. Aunque sea precisamente el tiempo de trabajo socialmente necesario lo que está en la base del “valor” de los productos en la sociedad capitalista, ya no sería una producción de valor porque, aunque la contribución de las empresas individuales sea considerable en la determinación del tiempo de trabajo contenido en sus productos, éstas ya no venderán sus productos en el mercado (y los Gründprinzipien critican a los anarcosindicalistas precisamente porque éstos prevén la futura economía como una red de empresas independientes vinculadas por relaciones de intercambio). En la visión del GIC, los productos simplemente se distribuirían según las necesidades generales de la sociedad, determinadas por un congreso de consejos asociado a una oficina central de estadísticas y una red de cooperativas de consumidores. Los Gründprinzipien insisten particularmente en que ni el congreso de los consejos ni la oficina de estadísticas estarían “centralizados” o serían órganos “de Estado”. Su tarea no es controlar el trabajo sino utilizar el criterio del tiempo de trabajo socialmente necesario, siendo las fábricas o los lugares de trabajo la base esencial para su cálculo, con fin de supervisar la planificación y la distribución del producto social a escala global. Una aplicación coherente de estos principios garantizaría que una situación en la que “la máquina se escapa de las manos” (las famosas palabras de Lenin sobre la trayectoria del Estado soviético, citadas por los Gründprinzipien), no se repetiría en la nueva revolución. En resumen, la clave de la victoria de la revolución está en la capacidad de los obreros para mantener un control directo de la economía, y el medio más seguro para lograrlo es la regulación de la producción y de la distribución basándose en el tiempo de trabajo.
Como ya dijimos, la Izquierda Italiana ([11]) saludó la contribución del GIC pero no escatimó sus críticas al texto. En general, estas críticas pueden repartirse en cuatro rúbricas, aunque todas abren el camino a muchas otras cuestiones y están estrechamente relacionadas entre sí:
Una visión nacional de la revolución
En su serie “Parti-État-Internationale” ([12]), Vercesi ya había criticado a Hennaut y los camaradas holandeses por su enfoque del problema de la revolución en Rusia desde un punto de vista estrechamente nacional. Hacía hincapié en que no se podía realizar ningún avance real mientras la burguesía tuviera el poder a escala mundial –sean cuáles fueran los avances realizados en una zona bajo “gestión” proletaria, no podían ser definitivos:
“El error que cometen los comunistas de izquierda holandeses, y con ellos el camarada Hennaut, es el de embarcarse en una dirección completamente estéril, pues el punto de partida del marxismo es que las bases de una economía comunista sólo pueden plantearse en un terreno mundial, y nunca pueden realizarse en el interior de las fronteras de un Estado proletario. Éste sí podrá intervenir en el terreno económico para cambiar el proceso de producción, pero nunca para asentar definitivamente ese proceso sobre bases comunistas, pues las condiciones para hacer posible tal economía sólo pueden establecerse sobre una base internacional (…). No nos encaminaremos hacia la consecución de ese objetivo haciendo creer a los trabajadores que, tras su victoria sobre la burguesía, podrán dirigir y gestionar la economía en un solo país. Hasta la victoria de la revolución mundial tales condiciones no existen. Y para marchar en la dirección que haga posible la maduración de esas condiciones, lo primero es reconocer que, en el interior de un solo país, es imposible obtener resultados definitivos” ([13]).
En su serie, Mitchell vuelve sobre este tema:
“Es indiscutible que un proletariado nacional sólo podrá abordar ciertas tareas económicas tras haber instaurado su propia dominación. Y más todavía evidentemente, sólo podrá iniciar la construcción del socialismo tras la destrucción de los Estados capitalistas más poderosos, aunque la victoria de un proletariado “pobre” pueda tener un gran alcance con tal de que se integre en el avance y el desarrollo de la revolución mundial. En otras palabras, las tareas del proletariado victorioso respecto a su propia economía, están subordinadas a las necesidades de la lucha internacional de clases.“Es característico el hecho de que, aunque todos los marxistas de verdad hayan rechazado la teoría del “socialismo en un solo país”, la mayoría de las críticas de la Revolución Rusa se han hecho ante todo sobre las modalidades de construcción del socialismo, partiendo de criterios económicos y culturales más que políticos, sin sacar a fondo las conclusiones lógicas que se derivan de la imposibilidad del socialismo nacional” ([14]).
Mitchell también dedicó gran parte de la serie de artículos a argumentar contra la idea de los mencheviques, en gran parte retomada por los comunistas de consejos, de que la Revolución Rusa no podía haber sido puramente proletaria porque Rusia no estaba madura para el socialismo. Contra este enfoque, Mitchell afirma que las condiciones de la revolución comunista no pueden plantearse sino a escala mundial y que la revolución en Rusia solo fue el primer paso de una revolución a escala mundial, hecha necesaria porque el capitalismo, como sistema mundial, había entrado en su período de decadencia. Toda comprensión de lo que había salido mal en Rusia debía pues situarse en el contexto de la revolución mundial: la degeneración del Estado soviético fue en primer lugar y sobre todo consecuencia del aislamiento de la revolución, y no de las medidas económicas adoptadas por los bolcheviques. Desde su enfoque, los camaradas holandeses se dejaron “[llevar] al error en su análisis sobre la Revolución Rusa y, sobre todo, a limitar considerablemente el campo de sus investigaciones sobre las causas profundas de la evolución reaccionaria de la URSS. La explicación de dicha evolución no van a buscarla en las entrañas de la lucha nacional e internacional de clases (ese método de hacer abstracción de los problemas políticos es una de las características negativas de su estudio), sino en los mecanismos económicos” ([15]).
En resumen, existen límites a los efectos posibles de las medidas económicas adoptadas durante la Revolución Rusa. En ausencia de extensión de la revolución mundial, incluso las medidas más perfectas no habrían garantizado el carácter proletario del régimen en la URSS, y eso se aplica a cualquier país, “avanzado” o “atrasado”, que quedara aislado en un mundo dominado por el capitalismo.
Las condiciones reales tras la revolución proletaria
Observamos que el propio Hennaut ponía en evidencia la “tendencia” de los camaradas holandeses a simplificar las condiciones que prevalecen tras una revolución proletaria: “Podría dar la ilusión a muchos lectores que todo está sucediendo de la mejor manera en el mejor de los mundos. La revolución está en marcha, tenía que llegar por necesidad y basta con dejar ir las cosas a su aire para que el socialismo se convierta en realidad” ([16]). Vercesi también había defendido que los camaradas holandeses tendían a subestimar en gran parte la heterogeneidad de la conciencia de clase aun después de la revolución –un error directamente relacionado con la incapacidad de los comunistas de consejos para entender la necesidad de una organización política de los elementos más avanzados de la clase obrera. También estaba relacionado con la subestimación por parte de los camaradas holandeses de las dificultades que encontrarían los obreros para asumir directamente la organización de la producción. Por su parte, Mitchell defiende que los camaradas holandeses parten de un esquema ideal, abstracto, que excluye de entrada los estigmas del pasado capitalista, como base para avanzar hacia el comunismo.
Ya hemos dado a entender que los Internacionalistas holandeses, en su intento de análisis de los problemas del período de transición, se habían inspirado mucho más de sus deseos que de la realidad histórica. Su esquema abstracto, del que excluyen, en gente perfectamente consecuente con sus principios, la ley del valor, el mercado y la moneda, también debía lógicamente preconizar una distribución “ideal” de los productos. Para ellos, puesto que “... la revolución proletaria colectiviza los medios de producción, abriendo así el camino a la vida comunista, las leyes dinámicas del consumo individual deben conjugarse necesariamente y de forma absoluta, ya que están indisolublemente vinculadas a las leyes de la producción, operándose ese vínculo “por sí mismo” mediante el paso a la producción comunista” ([17]).
Mitchell se concentra más tarde en los obstáculos que encuentra la instauración de una remuneración igual del trabajo durante el período de transición (volveremos sobre este tema en un segundo artículo). En resumen, los camaradas holandeses mezclan completamente las etapas del comunismo:
“Por otra parte, al rechazar el análisis dialéctico saltándose el obstáculo del centralismo, lo único que hacen es llenarse la boca de palabras al considerar no el período transitorio, que es, desde el punto de vista de las soluciones prácticas, el que interesa a los marxistas, sino la fase evolucionada del comunismo. Entonces sí que es fácil hablar de una “contabilidad social general, centro económico al que afluyen todas las corrientes de la vida económica, pero que no posee la dirección de la administración ni el derecho a disponer de la producción y de la distribución, que solo puede disponer de sí misma” (¡!) (p. 100-101).“Y añaden que “en la asociación de productores libres e iguales, el control de la vida económica no procede de personas o de organismos, sino que es el resultado de la información pública del discurrir verdadero de la vida económica. Esto significa que la producción está controlada por la reproducción” (p. 135) ; o dicho de otra manera: “la vida económica se controla por sí misma mediante el tiempo de producción social medio” (¡!).“Con fórmulas así, las soluciones para una gestión proletaria no pueden dar ni un paso adelante, pues la cuestión candente que se le planea al proletariado no es intentar adivinar el mecanismo de la sociedad comunista, sino el camino que lleva a ella” ([18]).
Y también, como lo hace notar Mitchell previamente en el mismo artículo, hablan de “productores libres e iguales” que deciden de esto o de lo otro precisamente en la fase inferior, una fase durante la cual el proletariado organizado combate por las verdaderas libertad e igualdad, pero aún no las ha conquistado definitivamente. El término “productores libres” no puede aplicarse realmente sino a una sociedad donde ya no hay clase obrera.
Un ejemplo de esta tendencia a simplificar es la forma en que tratan la cuestión agraria. Según esta parte de los Grundprinzipien, la “cuestión campesina”, que tanto peso tuvo en la Revolución Rusa, no plantearía problemas mayores a la revolución en el futuro, puesto que el desarrollo de la industria capitalista ya ha integrado la mayoría del campesinado en el proletariado. Es un ejemplo de una determinada visión eurocéntrica que no tiene en cuenta las enormes masas no explotadoras ni tampoco proletarias que existen a escala mundial y que la revolución proletaria tendrá que integrar en la producción verdaderamente socializada y eso sin contar que en la propia Europa de 1930 el proletariado no era ni mucho menos mayoritario respecto a las demás capas no explotadoras.
El Estado y el economicismo
Hablar de la existencia de clases distintas del proletariado en el período de transición plantea inmediatamente la cuestión de un semi-Estado que, entre otras, tiene la tarea de representar políticamente a esas masas. Soslayar el problema del Estado es así otra de las consecuencias del esquema abstracto de los camaradas holandeses. Como ya lo señalamos, Hennaut observa que “el Estado ocupa, en el sistema de los camaradas holandeses, un lugar digamos equívoco cuando menos” (Bilan no 22). Mitchell señala que mientras existan las clases, la clase obrera tendrá que arreglárselas con la plaga de un Estado, estando ese problema vinculado al del centralismo:
“El análisis de los internacionalistas holandeses se aleja del marxismo, porque no pone en evidencia una verdad de base: el proletariado estará obligado a soportar la “plaga” del Estado hasta la desaparición de las clases, o sea hasta la abolición del capitalismo mundial. Pero subrayar esa necesidad histórica es admitir que las funciones estatales se confunden todavía temporalmente con la centralización, aunque ésta, gracias a la destrucción de la máquina opresiva del capitalismo, ya no se opone al desarrollo de la cultura y de la capacidad de gestión de las masas obreras. En lugar de buscar la solución de ese desarrollo en los límites históricos y políticos, los internacionalistas holandeses han creído encontrarla en una fórmula de apropiación a la vez utópica y retrógrada que, además, tampoco se opone tanto como ellos lo creen al “derecho burgués”” ([19]).
A la luz de la experiencia rusa, los camaradas holandeses tenían ciertamente razón en mantenerse vigilantes sobre el hecho de que cualquier cuerpo organizado podría ejercer un poder dictatorial sobre la clase obrera. Al mismo tiempo, los Gründprinzipien no rechazan la necesidad de una determinada forma de coordinación central. Hablan de una oficina central de estadísticas y de un “congreso económico de los consejos obreros”, pero éstos se presentan como órganos económicos con meras tareas de coordinación: parecen no tener ninguna función política o estatal. Al decretar simplemente de antemano que estos órganos centrales o de coordinación no asumirán funciones estatales o no tendrán nada que ver con ellas, debilitan realmente la capacidad de la clase para defenderse de un peligro real que existirá durante todo el período de transición: el peligro del Estado, incluso de un semi-Estado dirigido de manera rigurosa por los órganos unitarios de los obreros, desarrolla de manera creciente un poder autónomo frente a la sociedad, volviendo a imponer directamente formas de explotación económica.
El concepto de Estado postrevolucionario aparece brevemente en el libro (en realidad en el último capítulo). Pero según los términos del GIC, “existe simplemente como aparato de poder puro y simple de la dictadura del proletariado. Su tarea es quebrar la resistencia de la burguesía… pero en lo que concierne la administración de la economía, no tiene ningún papel que desempeñar” ([20]).
Mitchell no se refiere a ese párrafo, aunque tampoco aliviaría sus temores sobre la tendencia del GIC a ver Estado y dictadura del proletariado como si fueran lo mismo, identificación que, según él, desarma a los trabajadores y favorece al Estado:
“La presencia activa de órganos proletarios es la condición para que el Estado siga estando sometido al proletariado y no se vuelva contra los obreros. Negar el dualismo contradictorio del Estado proletario, es falsear el significado histórico del período de transición.“Algunos camaradas consideran, al contrario, que este período debe expresar la identificación de las organizaciones obreras con el Estado (Hennaut, “Naturaleza y evolución del Estado ruso”, Bilan, no 34). Los internacionalistas holandeses van incluso más lejos cuando dicen que, puesto que el “tiempo de trabajo es la medida de la distribución del producto social y que la distribución entera queda fuera de toda “política”, a los sindicatos ya no les queda ninguna función en el comunismo puesto que ya ha cesado la lucha por la mejora de las condiciones de vida” (p. 115 de su obra).“El centrismo también parte de esa idea de que, puesto que el Estado soviético era un Estado obrero, cualquier reivindicación de los proletarios se convertía en acto hostil hacia “su” Estado, justificando así la sumisión total de los sindicatos y comités de fábrica al mecanismo estatal” ([21]).
La izquierda germano-holandesa fue obviamente mucho más rápida en entender que los sindicatos habían dejado de ser órganos proletarios bajo el capitalismo, y menos todavía durante el período de transición al comunismo cuando la clase obrera instaure sus propios órganos unitarios (los comités de fábrica, los consejos obreros, etc.). Pero la objeción fundamental de Mitchell sigue siendo perfectamente válida. Al confundir el viaje con el destino, al eliminar del problema a las demás clases no proletarias y toda la heterogeneidad social compleja de la situación post-insurreccional, al imaginar sobre todo una abolición casi inmediata de la condición del proletariado como clase explotada y animados por su antipatía hacia el Estado, los camaradas germano-holandeses dejan la puerta abierta a la idea de que durante el período de transición, la necesidad para la clase obrera de defender sus intereses inmediatos se habría vuelto superflua. Para la izquierda italiana, la necesidad de preservar la independencia de los sindicatos y/o de los comités de fábrica en la organización general de la sociedad –en resumen, con respecto al Estado de la transición– era una lección fundamental de la Revolución Rusa en la que el “Estado obrero” terminó reprimiendo a los trabajadores.
Esquivar o simplificar la cuestión del Estado, así como la incapacidad del GIC para entender la necesidad de la extensión internacional de la revolución, forma parte de una subestimación más amplia de la dimensión política de la revolución. La obsesión del GIC es la búsqueda de un método para calcular, distribuir y remunerar el trabajo social de modo que un control central pueda conservarse en lo mínimo y que la economía del período de transición pueda avanzar de manera semiautomática hacia el comunismo integral. Pero para Mitchell, la existencia de tales leyes no puede substituir a la madurez política creciente de las masas trabajadoras, a su capacidad real de imponer su propia dirección a la vida social:
“Los camaradas holandeses han propuesto una solución inmediata: nada de centralización ni económica ni política que sólo puede adoptar formas opresivas, sino transferencia de la gestión a las organizaciones de empresa que coordinarán la producción mediante una “ley económica general”. Para ellos, abolir la explotación y, por lo tanto las clases, no parece que tenga que realizarse a través de un largo proceso histórico, que vaya registrando una participación cada día mayor de las masas en la administración social, sino en la colectivización de los medios de producción, con tal de que esa colectivización implique que los consejos de empresa tengan el derecho de disponer tanto de esos medios de producción como del producto social. Pero, además de que se trata aquí de una formulación que contiene su propia contradicción (puesto que significa oponer la colectivización íntegra –propiedad de todos y de nadie en particular- a una especie de “colectivización” restringida, dispersa entre los grupos sociales, la sociedad anónima también es una forma parcial de colectivización…), a lo único que tiende es a sustituir una solución jurídica (el derecho a disponer por parte de las empresas) a otra solución jurídica, que es la expropiación de la burguesía. Ahora bien, ya hemos visto anteriormente que esa expropiación de la burguesía no es más que la condición inicial de la transformación social (y además, la colectivización íntegra no es inmediatamente realizable), mientras que la lucha de clases continúa, como antes de la Revolución, pero con bases políticas que permiten al proletariado imprimirle un curso decisivo” ([22]).
Detrás de ese rechazo a la dimensión política de la lucha de clases, podemos notar una divergencia fundamental entre las dos ramas de la izquierda comunista en su comprensión de la transición al comunismo. Los camaradas holandeses reconocen la necesidad de ser vigilantes respecto a los restos de “tendencias poderosas heredadas del modo de producción capitalista que actúan en favor de la concentración del poder de control en una autoridad central” (Gründprinzipien, capítulo 10, “Los métodos objetivos de control”). Pero este apartado esclarecedor aparece en medio de una investigación sobre los métodos de cálculo en el período de transición, y en todo el libro apenas si se menciona la lucha inmensa que será necesaria para superar las prácticas del pasado, como tampoco su personificación material y social en las clases, capas e individuos más o menos hostiles al comunismo. Parece que en la visión del GIC sea poco necesaria la batalla política, tanto en el lugar de trabajo como a un nivel social más elevado. Eso es también coherente con su rechazo de la necesidad de organizaciones políticas comunistas, del partido de clase.
En la segunda parte este artículo, examinaremos algunos de los problemas más teóricos en lo referente a la dimensión económica de la transformación comunista.
CD Ward
[1]) Puede leerse un resumen del primer volumen en: https://es.internationalism.org/Rint124/Comunismo.htm [43]
[3]) Ver los artículos de esta serie en las Revista Internacional nos 127-132.
[4]) Ver el artículo del volumen 2 de la serie, “X – Desenmarañando el enigma ruso: 1926-36”,
Revista Internacional no 105, https://es.internationalism.org/Rint105-comunismo [46].
[6]) Bilan, nos 19, 20, 21, 22 y 23.
[7]) Bilan, nos 9, 20, 21, 22, 23.
[8]) Entre los estudios sobre Grundprizipien, podemos mencionar la introducción de Paul Mattick, 1970, a la reedición en alemán del libro, ver: https://libcom.org/library/introduction-paul-mattick [48]. La edición de 1990 del libro, publicada por el Movimiento por los Consejos Obreros, lleva un largo comentario de Mike Baker, escrito poco antes de su muerte, la cual acarreó también la del grupo mismo. Nuestro libro La Izquierda Holandesa, 2001, en su versión en inglés, dedica una sección a los Grundprizipien. Esta parte demuestra que nuestra visión está en continuidad con las críticas que a ese texto había hecho Mitchell. El texto de Grundprizipien mismo puede encontrarse en Libcom o en inglés: https://www.marxists.org/subject/left-wing/gik/1930/index.htm [49].
[9]) “Nature et évolution de la révolution russe” (Naturaleza y evolución de la Revolución Rusa), Bilan nos 33 et 34.
[10]) Bilan no 34, p 1124.
[11]) Debemos ser precisos: Mitchell, también él ex miembro de la LCI, formaba entonces parte de la Fracción belga que había roto con la LCI sobre la cuestión de la guerra en España. En una de sus series de artículos sobre el periodo de transición (Bilan no 38), expresó algunas críticas a “los camaradas de Bilan”, pues le parecía que no se habían preocupado demasiado por los aspectos económicos del periodo de transición.
[12]) Léase “IV – Los años 30: el debate sobre el período de transición, 1”, https://es.internationalism.org/revista127-periodo [50]
[13]) Bilan no 21, citado en “Los años 30: el debate sobre el período de transición”, Revista Internacional, no 127, /revista-internacional/200612/1138/iv-los-anos-30-el-debate-sobre-el-periodo-de-transicion-1 [51]
[14]) Bilan no 31, “Los problemas del período de transición”, publicado en Revista Internacional no 132, /revista-internacional/200802/2190/viii-los-problemas-del-periodo-de-transicion-6 [52].
[15]) Bilan no 35, “Los problemas del período de transición”, reproducido en Revista Internacional no 131.
[16]) Bilan no 22, “Los Internacionalistas holandeses sobre el programa de la revolución proletaria”.
[17]) Bilan no 31, op. cit., cita del “Ensayo sobre el desarrollo de la sociedad comunista”, p. 72.
[18]) Bilan no 37, vuelto a publicar en Revista Internacional no 132.
[19]) Idem.
[20]) Gründprinzipien, capítulo 19, “El supuesto utopismo”.
[21]) Bilan no 37, op. cit.
[22]) Idem.
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Crece, por el mundo entero, el sentimiento de que el orden actual de las cosas no puede seguir así. Tras las revueltas de la “Primavera árabe”, el movimiento de los Indignados en España y el de los Occupy en Estados Unidos, en 2011, el verano de 2013 ha visto grandes muchedumbres echarse a la calle casi simultáneamente en Turquía y Brasil.
Cientos de miles de personas, millones quizás, han protestado contra todo tipo de males: en Turquía, fue la destrucción del entorno a causa de un “desarrollo” urbano disparatado, la intrusión autoritaria de la religión en la vida privada y la corrupción de los políticos. En Brasil, fue el aumento de las tarifas de los transportes públicos, el desvío de la hacienda pública hacia gastos deportivos de prestigio a la vez que menguan los de salud, de transportes, educación y alojamiento– y se generaliza la corrupción de los políticos. En ambos casos, las primeras manifestaciones se las tuvieron que ver con una represión policiaca brutal que lo único que hizo fue ampliar y profundizar la revuelta. Y en ambos casos, la punta de lanza del movimiento fue la nueva generación de la clase obrera y no las “clases medias” de las que habla la prensa (que en lenguaje mediático incluye a cualquier persona que tenga todavía un empleo), una nueva generación de la clase obrera que, a pesar de poseer un buen nivel de instrucción, tiene pocas perspectivas de encontrar un trabajo estable y para la que vivir en una economía “emergente” significa sobre todo tener que contemplar cómo se incrementan las desigualdades sociales y la indecente riqueza de una minúscula élite de explotadores.
Por eso, hoy, un “fantasma recorre el mundo”, el de la indignación. Dos años después de la “primavera árabe” que estremeció por sorpresa los cimientos de Túnez y Egipto y el movimiento de los Indignados en España y de los Occupy en Estados Unidos, se han desarrollado casi simultáneamente los movimientos que han sacudido Turquía y la ola de manifestaciones de Brasil, logrando, en este país, movilizar a millones de personas en más de cien ciudades con unas características inéditas en este país.
Esos movimientos que han ocurrido en países muy diferentes y distantes entre sí, comparten sin embargo, unas características comunes: la espontaneidad, la brutal represión del Estado, la masividad, la participación mayoritaria de gente joven, sobre todo mediante las redes sociales. Pero el denominador común que los caracteriza es una gran indignación ante el deterioro de las condiciones de vida, un deterioro visto como el de la población mundial entera, provocado por una crisis que no cesa de profundizarse y de zarandear las bases mismas del sistema capitalista, una crisis que además ha sufrido un acelerón importante desde 2007. Tal deterioro se plasma en una precariedad cada vez mayor del nivel de vida de las masas obreras y una gran incertidumbre en cuanto al porvenir entre la juventud proletarizada o en vías de proletarización. No es por casualidad si el movimiento en España se puso el nombre de “Indignados”, y que haya sido el movimiento que fue más lejos en la oleada de movimientos sociales masivos tanto en la puesta en entredicho del sistema capitalista como en las formas de organización en asambleas generales masivas[1].
Las revueltas de Turquía y Brasil de 2013 son la prueba de que la dinámica creada en aquellos movimientos no se ha agotado. Los media eluden el hecho de que esas revueltas han surgido en países que estaban en fase de “crecimiento” durante estos últimos años, pero sí han tenido que reconocer la misma “indignación” de las masas de la población contra el funcionamiento del sistema: desigualdades sociales crecientes, codicia y corrupción desenfrenadas de la clase dominante, brutalidad de la represión estatal, quiebra de las infraestructuras, destrucción del entorno. Y, sobre todo, incapacidad del sistema para dar un futuro a las generaciones jóvenes.
Hace cien años, frente a la Primera Guerra mundial, Rosa Luxemburgo recordaba con solemnidad a la clase obrera que la alternativa a un orden capitalista en declive era: o el socialismo o la barbarie. La incapacidad de la clase obrera para llevar a término las revoluciones que habían sido la réplica a la guerra de 1914-18, significó un siglo de una monstruosa barbarie capitalista. Lo que hoy está en juego es más importante todavía, pues el capitalismo posee hoy los medios para destruir por completo toda vida en el planeta entero. La rebelión de explotados y oprimidos, la lucha masiva por la defensa de la dignidad humana y de un verdadero futuro: esa es la promesa de las revueltas sociales en Turquía y Brasil.
Algo muy significativo de la revuelta en Turquía es su proximidad con la guerra mortífera de Siria. La guerra en Siria también había empezado con manifestaciones populares contra el régimen, pero la debilidad del proletariado en ese país, las profundas divisiones étnicas y religiosas en la población, permitieron al régimen replicar con la violencia más brutal. Las fisuras en el seno de la burguesía se han abierto más y la revuelta popular –como en Libia en 2011– se ha precipitado en una guerra “civil” que ha acabado siendo una guerra por procuración entre potencias imperialistas. Siria se ha convertido hoy en el ejemplo mismo de la barbarie, un aviso terrorífico de la alternativa que ofrece el capitalismo para toda la humanidad. En países como Túnez y sobre todo Egipto, y eso que en este país los movimientos sociales habían mostrado que la clase obrera tuvo en ellos un peso real, tales movimientos no pudieron resistir a la presión de la ideología dominante y la situación ha ido degenerando en tragedia cuya víctima es la población misma y, en primer término, los proletarios entre ajustes de cuentas y enfrentamientos entre religiosos integristas, partidarios del antiguo régimen y demás fracciones rivales de la burguesía que están haciendo caer la situación nacional en un caos sangriento. En cambio, Turquía, Brasil, al igual que otras revueltas sociales, siguen mostrando el camino que se ha abierto a la humanidad: el del rechazo del capitalismo, hacia la revolución proletaria y la construcción de una nueva sociedad basada en la solidaridad y las necesidades humanas.
En Turquía
El movimiento de mayo-junio se inició en reacción contra la tala de árboles, primer paso para destruir el parque Gezi de Estambul. Acabó cobrando una amplitud desconocida antes en la historia del país. Muchos sectores de la población descontentos por la política reciente gobierno participaron en él, pero lo que echó las masas a la calle fue el terror estatal, el cual provocó una oleada de indignación en gran parte de la clase obrera. El movimiento en Turquía participa de la misma dinámica que les revueltas de Oriente Medio de 2011, entre las cuales, las más importantes (Túnez, Egipto, Israel) estuvieron muy marcadas por la clase obrera. Pero, sobre todo, el movimiento en Turquía se sitúa en la continuidad directa con el de los Indignados en España y Occupy en Estados Unidos, países en donde la clase obrera no sólo es la mayoría de la población en su conjunto, sino también de los participantes en el movimiento. Y lo mismo ocurre con la revuelta actual en Brasil, donde la inmensa mayoría de los componentes pertenece a la clase obrera, especialmente la juventud proletaria.
Quienes más participaron en el movimiento de Turquía son los pertenecientes a la llamada “generación de los años 1990”. El apoliticismo era la etiqueta que se les puso a los componentes de dicha generación, muchos de entre los cuales poco podían acordarse de la época anterior al gobierno del AKP[2]. Los componentes de tal generación, de quienes se decía que sólo les preocupaba salvarse a sí mismos y no la situación social, han comprendido que no hay salvación quedándose solos. Están hartos de los discursos gubernamentales sobre cómo deben ser y vivir. Los estudiantes, y especialmente los de secundaria, han participado en las manifestaciones masivamente. Los jóvenes obreros y desempleados han estado muy presentes en el movimiento. Y también los obreros y desempleados instruidos.
Una parte de los proletarios con trabajo participó también en el movimiento y ha sido el pilar de la tendencia proletaria en su seno. La huelga de Turkish Airlines en Estambul intentó unirse a la lucha de Gezi. En el sector textil, por ejemplo, se oyeron voces en ese sentido. En una de esas manifestaciones que se desarrolló en Bagcilar-Gunesli, en Estambul, los obreros del textil, sometidos a unas condiciones de explotación muy duras, quisieron compaginar sus reivindicaciones de clase con la expresión de su solidaridad con la lucha del parque Gezi. Y así lo expresaban en sus pancartas “¡Saludos de Bagcilar a Gezi!» y “¡El sábado debe ser día de asueto!”. En Estambul, había pancartas “Huelga general, resistencia general» llamando a otros trabajadores a unirse a ellos en una marcha en la que participaron miles en Alibeykoy; y también “¡Al trabajo no, a la lucha!” como lo enarbolaban los empleados de los centros comerciales y oficinas que se congregaron en la plaza Taksim. Además, el movimiento animó a la lucha entre los trabajadores sindicados. Las confederaciones KESK y DISK y las demás organizaciones sindicales que llamaron a la huelga, tuvieron que tomar tal decisión, sin la menor duda, no sólo a causa de las redes sociales sino a causa de la presión de sus propios afiliados. En fin, la Plataforma de las diferentes ramas de la Türk-IS[3] de Estambul, emanación de todas les secciones sindicales de Türk-IS de la ciudad, convocó a dicha organización y a todos los demás sindicatos a declarar una huelga general contra el terror estatal a partir del lunes posterior al ataque contra el parque Gezi. Si lanzaron esos llamamientos fue por la profunda indignación que provocó en la clase obrera todo lo que estaba ocurriendo.
En Brasil
Los movimientos sociales de junio de 2013 han tenido una gran importancia tanto para el proletariado brasileño como el de Latinoamérica y del resto del mundo, rompiendo el marco regionalista tradicional. Esos movimientos masivos no tienen absolutamente nada que ver con los “movimientos sociales" bajo control del Estado que ha habido en diferentes países de la región en las últimas décadas, como el de Argentina a principios de este siglo, los movimientos indigenistas en Bolivia y Ecuador, el zapatista en México o el chavismo en Venezuela, resultantes de enfrentamientos entre fracciones burguesas y pequeñoburguesas por el control del Estado. Las movilizaciones de junio en Brasil han sido el movimiento espontáneo de masas más importante en el país y en Latinoamérica desde hace 30 años. Por eso es esencial sacar las lecciones de esos acontecimientos desde un punto de vista de clase.
Es indiscutible que el movimiento sorprendió a la burguesía brasileña y mundial. La lucha contra la subida de tarifas en los transportes públicos (que se establecen cada año tras un acuerdo entre transportistas y Estado) fue el detonante del movimiento que acabó cristalizando toda la indignación acumulada desde hace tiempo en la sociedad brasileña y que ya se expresó por ejemplo en 2012 con las luchas en la función pública y en las universidades, en São Paulo en particular, y también numerosas huelgas por el país contra la baja de salarios y la precarización en el trabajo, en la educación y la salud en los últimos años.
A diferencia de otros movimientos masivos que ha habido en diferentes países desde 2011, el de Brasil surgió y se unificó en torno a una reivindicación concreta que permitió la movilización espontánea de amplios sectores del proletariado: contra el alza de tarifas de los transportes públicos. El movimiento adquirió masividad a nivel nacional desde el 13 de junio cuando las manifestaciones de protesta convocadas por el MPL (Movimento Passe Livre, Movimiento de acceso gratuito)[4], contra las subidas así como otros movimientos sociales, fueron brutalmente reprimidos por la policía en São Paulo[5]. Durante cinco semanas, además de las movilizaciones en São Paulo, hubo manifestaciones en torno a la misma reivindicación en varias ciudades del país, hasta el punto de que, por ejemplo, en Porto Alegre, Goiânia y otras ciudades, la presión obligó a varios gobiernos locales, de todo color político, a decidir la anulación de la subidas en los transportes, tras unas luchas muy duras reprimidas sin miramientos por el Estado.
El movimiento se inscribe de entrada en un terreno proletario. Hay que subrayar, para empezar, que la mayoría de los manifestantes pertenece a la clase obrera, jóvenes obreros y estudiantes principalmente, la mayoría de ellos de origen familiar proletario o en vías de proletarización. La prensa burguesa presenta el movimiento como expresión de las “clases medias", con la intención evidente de crear divisiones entre los trabajadores. En realidad la mayoría de aquellos a quienes se cataloga como miembros de la clase media son trabajadores que cobran sueldos a menudo más bajos que los de obreros calificados de las zonas industriales del país. De ahí el éxito y la simpatía que atrajo tal movilización contra la sabida del tique de los autobuses urbanos, que era ni más ni menos que un ataque directo contra los ingresos de las familias proletarias. Eso explica también por qué esa reivindicación inicial se transformó rápidamente en cuestionamiento del Estado a causa del deterioro de sectores como la salud, la educación y la ayuda social, y, además, en protesta contra las enormes cantidades de dinero público invertidas en la organización del Mundial de fútbol de 2014 y las Olimpiadas de 2016[6]. Para dichos eventos, la burguesía no ha vacilado en recurrir, por diferentes medios, al desahucio forzado de habitantes cercanos a los estadios: en Aldeia Maracanã, en Río, en el primer trimestre de este año; y en las zonas apetecidas por los promotores inmobiliarios de São Paulo pegando fuego a las favelas que entorpecían sus proyectos.
Es significativo que el movimiento se haya organizado con manifestaciones en torno a estadios de ciudades donde se estaban jugando los partidos de fútbol de la Copa Confederaciones, para así obtener una fuerte mediatización y hacerlo con el rechazo a un espectáculo preparado para beneficio de la burguesía brasileña; y también en torno a la represión brutal del Estado contra los manifestantes alrededor de los estadios, una represión responsable de la muerte de varios manifestantes. En un país en el que el fútbol es deporte nacional, que la burguesía ha sabido naturalmente usar como desahogo necesario para controlar la sociedad, las manifestaciones de los proletarios brasileños son una gran lección para el proletariado mundial. Bien se sabe que a la población brasileña le gusta el fútbol, pero eso no le ha impedido rechazar la austeridad para financiar los gastos fastuosos de unas celebraciones deportivas que prepara la burguesía para demostrar al mundo entero que es capaz de jugar en el patio del “primer mundo”. Los manifestantes exigían unos servicios públicos de “tipo FIFA” [7] para su vida diaria.
Algo muy significativo también fue el rechazo masivo a los partidos políticos (sobre todo al Partido de los Trabajadores, el PT, al que pertenecen Lula y la presidenta actual) y a los sindicatos: en São Paulo se expulsó de la manifestación a algunos que enarbolaban pancartas o símbolos de pertenencia a organizaciones políticas, sindicales o estudiantiles que apoyan al poder.
Hubo otras expresiones del carácter de clase del movimiento aunque fueron minoritarias. Se organizaron asambleas aunque no tuvieran la misma extensión ni alcanzaran el nivel de organización de las de los Indignados en España. Las de Río de Janeiro y Belo Horizonte, por ejemplo, que se autodenominaron “asambleas populares e igualitarias”, se propusieron crear un “nuevo espacio espontáneo, abierto e igualitario de debate”, en el que llegaron a participar más de 1000 personas.
Esas asambleas, aun demostrando la vitalidad del movimiento y la necesidad de autoorganización de las masas para imponer sus reivindicaciones, tenían varias debilidades:
Se hicieron también referencias explicitas a movimientos sociales de otros países, al de Turquía en particular, en donde también se hicieron referencias al de Brasil. A pesar de lo minoritario de esas expresiones, son un revelador de lo que se siente como común de ambos movimientos. En diferentes manifestaciones, pudieron verse banderolas con la proclama: “Somos griegos, turcos, mexicanos, nosotros somos sin patria, somos revolucionarios” o pancartas con la inscripción: “No es Turquía, no es Grecia; es Brasil quien sale de la inercia.”
En Goiânia, el Frente de Luta Contra o Aumento, que agrupaba a diferentes organizaciones de base, insistía en la solidaridad y el debate necesarios entre los componentes del movimiento: “¡No debemos contribuir ni a la criminalización ni a la pacificación del movimiento! ¡DEBEMOS MANTENERNOS FIRMES Y UNIDOS! A pesar de los desacuerdos, debemos mantener nuestra solidaridad, nuestra resistencia, nuestra combatividad y profundizar nuestra organización y nuestras discusiones. Como en Turquía, pacíficos y combativos pueden coexistir y luchar juntos, debemos seguir ese ejemplo.”
La gran indignación que alentó al proletariado brasileño puede resumirse en la reflexión de la Rede Extremo Sul, red de movimientos sociales de la periferia de São Paulo: “Para que se hagan realidad esas posibilidades, no podemos dejar que la indignación que se expresa en las calles se canalice hacia objetivos nacionalistas, conservadores y moralistas; no podemos permitir que las protestas sean copadas por el Estado y las élites y que estos las vacíen de su contenido político. La lucha contra el aumento del precio de los transportes y el estado lamentable de ese servicio está directamente relacionado con la lucha contra el Estado y las grandes empresas económicas, contra la explotación y la humillación de los trabajadores, y contra esta forma de vida en la que el dinero lo es todo y las personas son menos que nada.”
En Turquía
Se activaron diferentes tendencias políticas burguesas para intentar influir en el movimiento desde dentro y mantenerlo así en los límites del orden existente, para evitar su radicalización e impedir que las masas proletarias que se echaron a las calles contra el terror estatal, plantearan reivindicaciones de clase de sus propias condiciones de vida. De modo que, mientras que no se puede mencionar reivindicación alguna que fuera unánime en el movimiento, fueron las reivindicaciones democráticas las que solían predominar. La línea que pedía “más democracia” creada en torno a una postura anti-AKP y, de hecho, anti-Erdogan, no expresaba sino la exigencia de una reorganización del aparato de Estado turco de una manera más democrática. El impacto de las reivindicaciones democráticas en el movimiento fue su mayor debilidad ideológica. El propio Erdogan hilvanó todos sus ataques ideológicos contra el movimiento con el hilo de la democracia y de las elecciones; las autoridades gubernamentales, dando puntadas de mentiras y manipulaciones diversas, repetían hasta la saciedad el argumento de que, incluso en los países considerados como más democráticos, la policía usa la violencia contra las manifestaciones ilegales; y en eso cabe decir que no dejaban de tener razón. Además esa línea por la obtención de derechos democráticos ataba las manos de las masas frente a los ataques de la policía y el terror estatal y pacificaba su resistencia.
El elemento más activo de esa tendencia democrática, que tomó el control de la Plataforma de Solidaridad de Taksim, fueron las confederaciones sindicales de izquierda: la KSEK y la DISK. La Plataforma de Solidaridad de Taksim, o sea la tendencia democratista, formada por todo tipo de asociaciones y organizaciones, sacó su fuerza no de lazos orgánicos con los manifestantes, sino de su legitimidad burguesa, pudiendo así movilizar amplios recursos. La base de los partidos de izquierda, a los que se puede definir como la izquierda legal burguesa, quedó así en gran parte separada de las masas. En general, estuvo a la cola de la tendencia democrática. Los círculos estalinistas y trotskistas, o sea la izquierda radical burguesa, estuvieron en gran parte apartados de las masas. Sólo tuvieron influencia en los barrios en donde poseían cierta fuerza. Aunque se opusieran a la tendencia democrática en el momento en que ésta intentó dispersar el movimiento, en general le dieron su apoyo. Su eslogan más ampliamente aceptado entre las masas fue “hombro con hombro contra el fascismo”.
En Brasil
La burguesía nacional lo ha hecho todo desde hace décadas para hacer de Brasil una gran potencia continental y mundial. Para lograrlo no basta con poseer un inmenso territorio que es casi la mitad de América del Sur, ni de disponer de cuantiosos recursos naturales; es necesario crear las condiciones para mantener el orden social, el control de los trabajadores sobre todo. Así, desde los años 80, se estableció una especie de alternancia de gobiernos de derechas y de centro-izquierda basándose en unas elecciones “libres y democráticas”, indispensables para fortificar el capital brasileño en el ruedo mundial.
La burguesía brasileña logró así fortificar su aparato productivo y encarar lo más duro de la crisis económica de los años 90, a la vez que, en lo político, conseguía crear una fuerza política que le ha permitido controlar a las masas pauperizadas y, sobre todo, mantener la “la paz social”. Esta situación se consolidó con el acceso del PT al poder en 2002 usando a fondo el carisma y la imagen “obrera” de Lula.
Y así durante la primera década de este siglo, la economía brasileña logró alzarse al séptimo lugar del planeta según el Banco mundial. La burguesía mundial saludó el “milagro brasileño” alcanzado durante la presidencia de Lula, el cual, por lo visto, habría permitido salir de la pobreza a millones de brasileños y que otros cuantos millones accedieran a esa famosa “clase media”. En realidad, ese “gran éxito” se obtuvo utilizando una parte de la plusvalía para distribuirla en migajas a las capas más pauperizadas, a la vez que se agudizaba la precarización de las masas trabajadoras.
La crisis sigue siendo, sin embargo, el telón de fondo de la situación en Brasil. Para atenuar sus efectos, la burguesía lanzó una política de grandes obras estimulando así un boom en la construcción tanto pública como privada, a la vez que favorecía el crédito y en endeudamiento de las familias para reactivar el consumo interno. Los límites de esa política son ya tangibles en los indicadores económicos (ralentización del crecimiento) pero, sobre todo, en el deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera: alza creciente de la inflación (previsión anual de 6,7% en 2013), aumento de precios de los productos de consumo y servicios (entre ellos el transporte), incremento sensible del desempleo, reducción de los gastos públicos. Ésa es la raíz del movimiento de protestas en Brasil.
El único resultado concreto obtenido bajo la presión de las masas, ha sido la anulación de la subida de los transportes públicos que el Estado acabará compensando por otros medios. Al iniciarse la oleada de protestas, para calmar los ánimos, mientras el gobierno preparaba una estrategia con la que intentar controlar el movimiento, la presidenta Dilma Rousseff declaraba, por su portavoz, que consideraba “legitima y compatible con la democracia” la protesta de la población; por su parte, Lula, “criticaba” los “excesos” de la policía. Eso ni impidió que cesara la represión estatal, ni tampoco las protestas.
Una de las trampas más elaboradas contra el movimiento fue la de propalar el mito de un “golpe de Estado” de derechas, bulo divulgado no sólo por el PT y el partido estalinista, sino también por los trotskistas del PSOL (Partido Socialismo e Liberdade) y del PSTU (Partido Socialista dos Trabalhadores Unificados): se trataba de desviar el movimiento para transformarlo en sostén al gobierno de Dilma Rousseff, muy debilitado y desprestigiado. Los hechos demostraban claramente que la feroz represión contra las manifestaciones de junio en Brasil ejecutada por el gobierno de izquierdas del PT igualaba a veces la de los regímenes militares, y es entonces cuando la izquierda y la extrema izquierda del capital brasileño se afanaron por enturbiar la realidad identificando represión y fascismo o regímenes de derechas. Después corrieron otra cortina de humo con lo del proyecto de “reforma política” propuesto por Dilma Rousseff, para combatir la corrupción en los partidos políticos y encerrar a la población en el terreno democrático llamando a votar por las reformas propuestas. De hecho, la burguesía brasileña ha sido más inteligente y hábil que la turca, la cual se limitó a repetir el ciclo provocación/represión frente a los movimientos sociales.
Para intentar influir en las movilizaciones sociales en la calle, los partidos políticos de la izquierda del capital y los sindicatos lanzaron con varias semanas de antelación un llamamiento a una “Jornada nacional de lucha” el 11 de julio, presentada como medio de protesta contra el fracaso de las convenciones colectivas de trabajo. Y Lula, demostrando su gran experiencia antiobrera, convocó el 25 de junio una reunión con los dirigentes de movimientos controlados por el PT y el partido estalinista, junto con otras organizaciones juveniles y estudiantiles aliadas al gobierno con el objetivo explícito de neutralizar la contestación callejera.
En Turquía
Al igual que en el movimiento Indignados y Occupy, esas movilizaciones expresaron la voluntad de acabar con la dispersión en sectores de la economía donde trabajan sobre todo jóvenes en unas condiciones de gran precariedad (repartidores de kebab, personal de bares, trabajadores de centros de llamadas y de oficinas…), lugares en donde es difícil luchar. Un acicate importante de la movilización y de la determinación fue no sólo la indignación sino también el sentimiento de solidaridad contra la violencia policiaca y el terror estatal.
Pero también es verdad que los trabajadores de las mayores concentraciones obreras participaron, sí, pero de manera individual, en las manifestaciones. Esto fue una de las debilidades más significativas del movimiento. Las condiciones de existencia de los proletarios, sometidos a la presión ideológica de la clase dominante de Turquía, no hizo fácil que la clase obrera se concibiera como tal clase lo cual reforzó las idea en los manifestantes de que eran esencialmente una masa de ciudadanos individuales, miembros legítimos de la comunidad “nacional”. El movimiento no reconoció sus propios intereses de clase, sus posibilidades de maduración se quedaron así bloqueadas, y la tendencia proletaria en su seno quedó en segundo plano. A esta situación contribuyó mucho la focalización sobre la democracia, eje central del movimiento frente a la política gubernamental. En las manifestaciones que hubo por toda Turquía fue difícil organizar discusiones de masas y que el movimiento pudiera controlarse mediante formas de autoorganización. Esta debilidad se debió sin duda a la escasa experiencia que existe en discusiones de masas, en reuniones, en asambleas generales, etc. Sin embargo, el movimiento sintió la necesidad de la discusión y de los medios para organizarla, pues estos empezaron a emerger, de lo que fueron testimonio algunas experiencias aisladas: constitución de una tribuna abierta en el parque Gezi que, es cierto, no atrajo a mucha gente ni duró mucho tiempo, pero tuvo impacto; en la huelga del 5 de junio, los asalariados de la universidad que son miembros de la Eğitim-Sen[8] sugirieron que se instalara una tribuna abierta, pero la dirección de la KSEK no sólo rechazó la propuesta sino que además aisló el ramo de la Eğitim-Sen al que pertenecen los asalariados de la universidad. La experiencia más concluyente la proporcionaron los manifestantes de la ciudad de Eskişehir, los cuales, en una asamblea general, crearon comités para organizarse y coordinar las manifestaciones; y, en fin, desde el 17 de junio, en los parques de diversos barrios de Estambul, multitudes de gentes, inspirándose en los foros del parque Gezi montaron asambleas de masas también llamadas “foros”. Y los días siguientes también las hubo en Ankara y otras ciudades. Los temas más debatidos se referían a los problemas relacionados con los enfrentamientos con la policía. Pero también emergió entre los manifestantes la comprensión de lo importante que es la implicación en la lucha de la parte del proletariado con trabajo.
El movimiento en Turquía no logró establecer un lazo firme con el conjunto de la clase obrera, pero los llamamientos a la huelga por medio de las redes sociales tuvieron cierta respuesta que se plasmó en paros laborales. En el movimiento, además, se afirmaron claramente las tendencias proletarias en su seno en personas muy conscientes de la importancia y de la fuerza de la clase y contrarias al nacionalismo. Una parte significativa de manifestantes defendía la idea de que el movimiento debía crear una auto-organización que le permitiera decidir su propio futuro. Por otra parte, la cantidad de gente que empezó a afirmar que sindicatos como la KSEK y la DISK, supuestamente “combativos”, no eran tan diferentes del gobierno se ha incrementado muy significativamente.
En fin, otra característica del movimiento, y no de las menos importantes: los manifestantes turcos saludaron la respuesta llegada desde el otro lado de los mares y con palabras en lengua turca: “¡Estamos juntos, Brasil + Turquía!" y “¡Brasil, resiste!".
En Brasil
La gran fuerza del movimiento estuvo en que, desde el principio, se fue afirmando como movimiento contra el Estado, no solo con la reivindicación central contra la subida de tarifas en los transportes públicos, sino también contra el abandono de los servicios públicos y contra el acaparamiento de una gran parte de los gastos previstos para manifestaciones deportivas. La amplitud y la determinación de la protesta obligaron a la burguesía a dar marcha atrás anulando la subida de las tarifas en varias ciudades.
La cristalización du movimiento en torno a una reivindicación concreta fue la fuerza del movimiento, pero también fue su límite desde el momento en que no parecía capaz de ir más lejos. De ahí que marcara el paso en cuanto se consiguió que se anulara la decisión del alza de las tarifas. Además tampoco se concibió como movimiento que pusiera en entredicho el orden capitalista, aspecto que sí estuvo presente, por ejemplo, en el movimiento de los Indignados en España.
La desconfianza hacia los principales medios de control social de la burguesía se plasmó en el rechazo de los partidos políticos y de los sindicatos. Eso significa para la burguesía que se ha abierto una brecha en el plano ideológico: el desgaste de las estrategias políticas que se implantaron tras la dictadura militar de 1965-85 y el desprestigio de los sucesivos equipos a la cabeza del Estado desde entonces, agravado por la corrupción patente en su seno. Sin embargo, lo peligroso sería que detrás de ese rechazo, esté el de toda política, el apoliticismo, que, de hecho, ha sido una fragilidad importante del movimiento. Pues, sin debate político, no hay manera real de avanzar en la lucha, ya que ésta se alimenta del debate, único modo de comprender la raíz de los problemas contra los que se lucha, sin que se pueda eludir une crítica de los fundamentos del sistema capitalista. No es pues casualidad si una debilidad del movimiento ha sido la ausencia de asambleas callejeras abiertas a todos los participantes donde puedan discutirse les problemas de sociedad, las acciones a realizar, la organización del movimiento, su balance y objetivos. Las redes sociales fueron un medio importante de movilización y para romper el aislamiento. Pero nunca podrán sustituir el debate vivo y abierto de las asambleas.
El movimiento no ha podido evitar el veneno nacionalista como lo atestigua la presencia en las movilizaciones de banderas brasileñas y consignas nacionalistas y no fue raro escuchar el himno nacional en las manifestaciones. Nunca ocurrió eso en el movimiento de los Indignados en España. El movimiento de Brasil presentó pues las mismas debilidades que las movilizaciones en Grecia o en los países árabes, en donde la burguesía consiguió minar la gran vitalidad del movimiento en un proyecto nacional de reforma o de defensa del Estado. En ese contexto, la protesta contra la corrupción benefició en fin de cuentas a la burguesía y sus partidos políticos, sobre todo a los de la oposición, los cuales, por ese medio, esperan volver a encontrar cierto prestigio político con vistas a las próximas elecciones. El nacionalismo es un callejón sin salida para las luchas del proletariado que además quebranta la solidaridad internacional de los movimientos de clase.
A pesar de una participación mayoritaria de proletarios en el movimiento, éstos sólo participaron en él de una manera fragmentada. El movimiento no consiguió movilizar a los trabajadores de los centros industriales con peso importante, especialmente en la región de São Paulo; ni siquiera emergió de él tal propuesta. La clase obrera, que acogió el movimiento con simpatía, identificándose incluso con él porque se luchaba por una reivindicación en la que reconocía sus intereses, no consiguió movilizarse como clase que es. Esa actitud es en realidad una característica de estos tiempos, un período en el que a la clase obrera no le es fácil afirmar son identidad de clase, algo que en Brasil se agrava por décadas de inmovilidad debida a la acción de partidos políticos y sindicatos, sobre todo el PT y la CUT.
El surgimiento de movimientos sociales de gran envergadura y de una importancia histórica nunca antes alcanzada desde 1908 en Turquía, desde hace 30 años en Brasil, son un ejemplo para el proletariado mundial de la respuesta que está dando la nueva generación de proletarios al ahondamiento de crisis mundial del sistema capitalista. A pesar de sus peculiaridades respectivas, esos movimientos son parte íntegra de la cadena de movimientos sociales internacionales, cuya referencia fue la movilización de los Indignados en España, que ha venido siendo la respuesta a la crisis histórica y mortal del capitalismo. Sean cuales hayan sido sus debilidades, son una fuente de inspiración y de enseñanzas para el proletariado mundial. Sus fragilidades, por su parte, deben dar lugar a una crítica sin concesiones por parte de los proletarios mismos, para así sacar las lecciones que en el mañana serán otras tantas armas en otros movimientos ayudándolos así a liberarse más y más cada día de la dictadura ideológica y de las trampas de la clase enemiga.
Esos movimientos no han sido sino la manifestación del “viejo topo” al que se refería Marx que está socavando los cimientos del orden capitalista.
Wim (11 de agosto)
[1] Ver nuestra serie de artículos sobre el movimiento de los “Indignados” en España, en particular el de la Revista International no 146 (3er trimestre de 2011) y 149 (3er trimestre 2012).
[2] Adalet ve Kalkınma Partisi (Partido por la justicia y el desarrollo), partido islamista “moderado”, en el poder desde 2002 en Turquía.
[3] KESK: Confederación de sindicatos de funcionarios. DISK: Confederación de sindicatos revolucionarios de Turquía. Türk-IS: Confederación de sindicatos turcos.
[4] Frente a la subida de tarifas, el MPL transmitió muchas ilusiones sobre el Estado, el cual, sometido a la presión popular podría garantizar el derecho a transportes gratuitos para toda la población frente a las empresas privadas de ese sector.
[5] Ver nuestros artículos en https://es.internationalism.org/ [65] y en nuestra prensa territorial impresa: “Junio de 2013 en Brasil: la represión policial desata la furia de los jóvenes:” y “La indignación desata la movilización espontánea de millones de personas”
[6] Según las previsiones, esos dos eventos costarán 31.300 millones de dólares al gobierno brasileño, o sea 1,6 % del PIB, mientras que el programa “Beca familiar", presentada como la medida social estrella del gobierno de Lula significa el 0,5% de dicho PIB.
[7] FIFA : Federación Internacional de Fútbol Asociación
[8] Unión sindical de profesores afiliada a la KSEK.
La CCI celebró el año pasado su vigésimo congreso internacional. El Congreso de una organización comunista es uno de los momentos más importantes de su actividad y de su existencia. Es cuando toda la organización (mediante delegaciones nombradas por cada una de las secciones) hace balance de sus actividades, analiza en profundidad la situación internacional, avanza perspectivas y elige el órgano cuya tarea es asegurarse de que las decisiones del Congreso se realicen.
Estamos convencidos de la necesidad del debate y de la cooperación entre organizaciones que luchan por el derrocamiento del sistema capitalista, por eso invitamos a tres grupos –dos de Corea y Opop de Brasil que ya asistieron a nuestros congresos internacionales. Los trabajos de un congreso de una organización comunista no son una cuestión “interna” sino que interesan a la clase obrera entera: por eso informamos a nuestros lectores de los temas esenciales discutidos en dicho Congreso.
Éste se desarrolló en un contexto de agudización de las tensiones en Asia, de la continuación de la guerra en Siria, de agravación de la crisis económica y de una situación de la lucha de clases compleja, marcada por un débil desarrollo de las luchas obreras “clásicas” contra los ataques económicos de la burguesía pero también por el surgimiento internacional de movimientos sociales cuyos ejemplos más significativos fueron el de los “Indignados” en España y “Occupy Wall Street” en Estados Unidos.
La “Resolución sobre la situación internacional” adoptada por el XX Congreso de la CCI, y que resume los análisis que se despejaron de las discusiones, está publicada en este mismo número de la Revista internacional. No vamos pues a entrar en detalles en esta presentación.
Dicha resolución recuerda el marco histórico en el que entendemos nosotros la situación actual de la sociedad, el de la decadencia del modo de producción capitalista, decadencia que se inició con la Primera Guerra Mundial, y la fase última de dicha decadencia a la que la CCI, desde mediados de los años 1980, ha analizado como la de la descomposición, la de la putrefacción de esta sociedad. Esta descomposición queda bien ilustrada en la forma que hoy toman los conflictos imperialistas, siendo la situación en Siria un ejemplo trágico (como puede leerse en el informe sobre esa cuestión que adoptó el congreso y que también publicamos aquí). Pero también queda plasmada en la dramática degradación del medio ambiente, una situación que la clase dominante, por muchas declaraciones y campañas alarmistas que despliegue, es totalmente incapaz de impedir, ni siquiera frenar.
El congreso no pudo realizar la discusión sobre los conflictos imperialistas por falta de tiempo y también porque las discusiones preparatorias habían puesto de relieve la gran homogeneidad en nuestras filas sobre esta cuestión. El congreso, sin embargo, asistió a una presentación del grupo coreano Sanoshin sobre las tensiones imperialistas en Extremo Oriente, presentación que hemos publicado en anexo en nuestro sitio Internet.
Sobre esto, la resolución pone de relieve la situación sin salida en la que está hoy la burguesía, incapaz de superar las contradicciones del modo de producción capitalista, lo cual es una confirmación evidente del análisis marxista. Un análisis que todos los “expertos”, ya sea de los que reivindican su “neoliberalismo” o de quienes lo rechazan, consideran con esa mueca despectiva típica de los ignorantes y que esos expertos combaten sobre todo por eso precisamente: porque prevé la quiebra histórica de este modo de producción y la necesidad de destruirlo por una sociedad en la que el mercado, la ganancia y el salario hayan sido colocados en las vitrinas de los museos de historia, en la que la humanidad se haya liberado de las leyes ciegas que la hunden en la barbarie, y pueda vivir según el principio “De cada cual según sus medios, a cada cual según sus necesidades”.
Sobre la situación actual de la crisis del capitalismo, el congreso se pronunció claramente por considerar que la “crisis financiera” actual no es ni mucho menos el origen de las contradicciones en las que se hunde la economía mundial como tampoco tiene sus raíces en una “financiarizacion de la economía” en la que la única preocupación serían las ganancias inmediatas y especulativas: “… es la sobreproducción la causa de la “financiarización”, ya que es cada vez más arriesgado el invertir en la producción dado que el mercado mundial se encuentra cada vez más saturado, lo que dirige el flujo financiero de forma creciente hacia la especulación. Es por eso que todas las “teorías económicas de izquierda”, que llaman a “controlar las finanzas internacionales” para salir de la crisis, no son más que sueños vacíos ya que “olvidan” las causas reales de la hipertrofia de la esfera financiera” ([1]). El Congreso también consideró que: “La crisis de las subprime en 2007, el gran pánico financiero de 2008 y la recesión de 2009 marcaron un nuevo y muy importante paso en el descenso del capitalismo hacia una crisis irreversible” ([2]).
Dicho lo cual, el Congreso pudo constatar que no había unanimidad en nuestra organización y que había que proseguir la discusión sobre una serie de temas como los siguientes:
La agravación de la crisis en 2007 ¿significó una ruptura cualitativa abriendo un nuevo capítulo que lleva la economía hacia un desmoronamiento rápido e inmediato? ¿Cuál es el significado de la etapa cualitativa de los acontecimientos de 2007? Y de manera más general, ¿qué tipo de evolución de la crisis nos espera: hundimiento repentino o “lento” declive acompañado “políticamente” por los Estados capitalistas? Y ¿qué países se hundirán antes y cuáles al final? ¿Le queda a la clase dominante un margen de maniobra y qué errores quiere evitar? O, de manera más general, cuando la clase dominante analiza las perspectivas de la crisis, ¿puede ignorar la posibilidad de reacciones de la clase obrera? ¿Cuáles son los criterios que la clase dominante toma en cuenta cuando adopta programas de austeridad en los diferentes países? ¿Estamos en una situación en la que todas las clases dominantes pueden atacar a la clase obrera como lo hizo en Grecia? ¿Podemos suponer que se reproduzcan ataques del mismo calibre (reducción de salarios hasta el 40 %, etc.) en los viejos países industriales centrales? ¿Qué diferencias hay entre la crisis de 1929 y la de hoy? ¿En qué nivel está la pauperización en los grandes países industrializados?
La organización recordó que, muy poco después de 1989, tomó conciencia y previó los cambios fundamentales en el plano imperialista y en la lucha de clases que hubo tras el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes llamados “socialistas” ([3]). Sin embargo, en el plano de las consecuencias económicas, no previmos los grandes cambios habidos desde entonces. ¿Qué iban a significar para la economía mundial el abandono de cierta autarquía y de los mecanismos de aislamiento respecto al mercado mundial de regímenes como el de China o India?
Evidentemente, como lo hicimos con el debate realizado hace algunos años en nuestra organización sobre los mecanismos que permitieron el “boom” que siguió a la IIª Guerra Mundial ([4]), también daremos a conocer a nuestros lectores los elementos principales del debate actual en cuanto éste haya alcanzado un nivel suficiente de claridad.
El Informe sobre la lucha de clases en el congreso sacó un balance de los dos últimos años (desde la Primavera árabe, los movimientos de los Indignados, de Occupy, las luchas en Asia, etc.) y de las dificultades de la clase para replicar a los ataques cada vez mayores por parte de los capitalistas en Europa y en Estados Unidos. Las discusiones del congreso trataron sobre todo de las cuestiones siguientes: ¿cómo explicar las dificultades de la clase obrera para responder de “manera adecuada” a esos ataques en aumento? ¿Por qué todavía no se evoluciona hacia situaciones revolucionarias en los viejos centros industriales? ¿Qué política sigue la clase dominante para evitar luchas masivas en los viejos centros industriales? ¿Cuáles son las condiciones de la huelga de masas?
¿Qué papel desempeña la clase obrera de Asia en la relación de fuerzas global entre las clases, la de China especialmente? ¿Qué podemos esperar de nuestra clase? ¿Se ha desplazado a China el centro de la economía mundial y del proletariado mundial? ¿Cómo evaluar los cambios habidos en la composición de la clase obrera mundial? La discusión retomó nuestra posición sobre “el eslabón más débil” que habíamos desarrollado a principios de los años 1980 en oposición a la tesis de Lenin según la cual la cadena de la dominación capitalista acabaría rompiéndose por su “eslabón más débil” ([5]), o sea, los países poco desarrollados.
Aunque las discusiones no hicieron surgir desacuerdos sobre el informe presentado (y que queda resumido en la parte lucha de clases de la resolución), nos ha parecido que la organización debía proseguir la reflexión sobre el tema, discutiendo especialmente sobre “¿Con qué método debemos abordar el análisis de la lucha de clases en el período histórico actual?”
Las discusiones sobre la vida de la organización, sobre balance y perspectivas de sus actividades y de su funcionamiento ocuparon un lugar importante en los trabajos del XXº congreso, como así fue siempre en los precedentes. Eso plasma el hecho de que las cuestiones de organización no son “asuntos técnicos”, sino asuntos plenamente políticos que deben abordarse con la mayor profundidad. Cuando uno se fija en la historia de las tres internacionales que la clase obrera se construyó, se constata que quien de verdad se tomó a pecho esos problemas fue el ala marxista de aquéllas como queda ilustrado, entre otros muchos, por los ejemplos siguientes:
La experiencia histórica del movimiento obrero ha evidenciado el carácter indispensable de organizaciones políticas específicas que defiendan la perspectiva revolucionaria en el seno de la clase obrera para que ésta sea capaz de echar abajo el capitalismo y edificar la sociedad comunista. No basta, sin embargo, con proclamar la necesaria existencia de las organizaciones políticas proletarias, hay que construirlas. El objetivo es el derrocamiento del sistema capitalista y una sociedad comunista sólo puede construirse fuera de tal sistema y una vez que la burguesía haya sido echada abajo, pero resulta que es en la sociedad capitalista donde hay que construir una organización revolucionaria. Esta construcción se ve enfrentada a todo tipo de presiones y de obstáculos que imponen el sistema capitalista y su ideología. O sea que tal construcción no se hace en el vacío y las organizaciones revolucionarias son como un cuerpo extraño en la sociedad capitalista que ésta procura destruir constantemente. Una organización revolucionaria está constantemente obligada a defenderse contra toda una serie de amenazas procedentes de la sociedad capitalista.
Es una evidencia el hecho de que debe resistir a la represión. La clase dominante nunca ha dudado, cuando lo estima necesario, en dar rienda suelta a sus medios policiacos, cuando no militares, para acallar las voces de los revolucionarios. La mayoría de las organizaciones del pasado vivieron en condiciones de represión, estaban “fuera de la ley”, muchos militantes estaban en exilio. Sin embargo, tal represión no los quebraba. Muy a menudo, al contrario, fortalecía su resolución, ayudándoles a defenderse contra les ilusiones democráticas. Así ocurrió con el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) durante el periodo de las leyes antisocialistas, tiempo durante el cual resistió mejor a la ponzoña de la “democracia” y del “parlamentarismo” que durante el período en que fue legal. Lo mismo ocurrió con el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (especialmente su fracción bolchevique) que fue ilegal durante casi toda su existencia.
La organización revolucionaria debe asimismo resistir a la destrucción desde dentro originada por denunciadores, informadores o aventureros que pueden provocar estragos a menudo mucho más importantes que la represión abierta.
En fin, y sobre todo, debe resistir a la presión de la ideología dominante, especialmente la del démocratismo y la del “sentido común” (que Marx denunció), y luchar contra todos los “valores” y todos los “principios” de la sociedad capitalista. La historia del movimiento obrero nos ha enseñado, con la gangrena oportunista que acabó con la IIª y IIIª Internacionales, que la amenaza principal para las organizaciones proletarias es precisamente cuando son incapaces de luchar contra la penetración en su seno de los “valores” y modos de pensar de la sociedad burguesa.
Por ello, la organización revolucionaria no puede funcionar como la sociedad capitalista, sino que debe funcionar de manera asociada.
La sociedad capitalista funciona basada en la competencia, la alienación, la “comparación” de unos con otros, el establecimiento de normas, la máxima eficacia. Una organización comunista requiere el trabajo en común y la superación de la mentalidad competitiva. Sólo puede funcionar si sus miembros no se comportan como un rebaño de ovejas, si no siguen ni aceptan ciegamente lo que les dicen el órgano central u otros camaradas. La búsqueda de la verdad y de la claridad debe ser un estimulante permanente en todas las actividades de la organización. La autonomía del pensamiento, la capacidad de reflexión, de poner las cosas en cuestión es algo indispensable. Eso significa que no cabe ocultarse tras un colectivo sino tomar sus responsabilidades expresando su punto de vista y animando a la clarificación. El conformismo es un gran obstáculo en nuestra lucha por el comunismo.
En la sociedad capitalista, si no estás dentro de la “norma”, se te “excluye” de inmediato, acabando por ser un chivo expiatorio, en ése a quién se culpa por todo lo que ocurre. Una organización revolucionaria debe establecer un modo de funcionamiento en el cual los diferentes individuos, las personalidades diferentes puedan integrase en un gran conjunto único, es decir un funcionamiento que desarrolle el arte que haga contribuir y que integre todo tipo de personalidades. Eso significa que se debe combatir el engreimiento personal y otras actitudes ligadas a la competición a la vez que se estima y se da importancia a la contribución de cada camarada. Al mismo tiempo, eso significa que una organización debe tener un conjunto de reglas y principios. Estos deben ser elaborados, lo cual es ya un combate político. Mientras la ética de la sociedad capitalista no conoce escrúpulo alguno, los medios de la lucha proletaria deben ser acordes con el objetivo a alcanzar.
La construcción y el funcionamiento de una organización implican por lo tanto una dimensión teórica y moral, requiriendo ambas unos esfuerzos constantes y permanentes. Toda dejadez o debilitamiento en los esfuerzos y en la vigilancia en una de esas dos dimensiones acaba debilitando la otra. Esas dos dimensiones son inseparables una de la otra, determinándose mutuamente. Cuanto menos esfuerzos teóricos hace una organización más fácilmente se desarrollará una regresión moral, y la pérdida de su brújula moral debilitará, a su vez e inevitablemente, sus capacidades teóricas. Así lo puso en evidencia Rosa Luxemburg en el período entre finales del siglo xix y principios del xx: la deriva oportunista de la Socialdemocracia alemana iba emparejada con la regresión moral y teórica.
Algo fundamental de la vida de una organización comunista es su internacionalismo, no sólo en los principios, sino también en la idea que ella se hace de su modo de vida y de funcionamiento.
El objetivo– una sociedad sin explotación y que produce para las necesidades de la humanidad – sólo podrá alcanzarse a nivel internacional requiriendo la unificación del proletariado por encima de las fronteras. Por eso es por lo que el internacionalismo ha sido la consigna medular del proletariado desde su aparición. Las organizaciones revolucionarias deben ser la vanguardia, adoptando siempre un enfoque internacional, luchando contra toda perspectiva “localista”.
El proletariado, desde su nacimiento, siempre procuró organizarse a nivel internacional (La Liga de los Comunistas de 1847-1852 fue la primera organización internacional), pero la CCI es la primera organización en haberse centralizado a nivel internacional en la que todas las secciones defienden las mismas posiciones. Nuestras secciones están integradas en el debate internacional de la organización y todos sus miembros –en los diferentes continentes– se apoyan en la experiencia de toda la organización. Esto significa que siempre debemos estar aprendiendo a agrupar militantes que proceden de ámbitos de todo tipo, y a llevar a cabo debates en lenguas diferentes –siendo todo ello un proceso apasionante y fructífero en el que el esclarecimiento y la profundización de nuestras posiciones se enriquecen gracias a las contribuciones de camaradas del planeta entero.
Por último, y no por ello menos importante, la organización debe tener permanentemente una clara comprensión de la función que le incumbe en el combate del proletariado por su emancipación. La CCI ha insistido mucho en ello: la función de la organización revolucionaria no es hoy la de “organizar a la clase” ni siquiera sus luchas (como sí podía ser el caso en los primeros pasos del movimiento obrero, en el siglo xix). Su papel esencial, tal como está enunciado en El Manifiesto Comunista de 1848, se deduce de que “[Los comunistas] llevan a la masa restante del proletariado la ventaja de su comprensión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.”
La función permanente y esencial de la organización es la elaboración de posiciones políticas y para ello no debe estar totalmente absorbida por las tareas de intervención en la clase. Está obligada a tener amplitud de miras, una visión general de lo que está en juego, a profundizar constantemente lo que se plantea a la clase en su conjunto y en el marco de su perspectiva histórica. Eso quiere decir que no puede contentarse con analizar la situación mundial sino, de manera más amplia, debe estudiar las cuestiones teóricas subyacentes, lo contrario de lo superficial y las distorsiones de la sociedad y de la ideología capitalistas. Es una lucha permanente, con miras a largo plazo, una lucha que abarque toda una serie de aspectos que superan con creces los problemas que puedan planteársele a la clase en tal o cual momento de su combate.
La revolución proletaria no es únicamente una lucha por “cuchillos y tenedores”, como decía Rosa Luxemburg, sino la primera revolución en la historia de la humanidad en la que se romperán las cadenas de la explotación y de la opresión, por ello la lucha lleva consigo necesariamente una ingente transformación cultural. Una organización revolucionaria no solo trata sobre temas de economía política y de lucha de clases en sentido limitado; debe desarrollar constantemente una visión sobre las cuestiones más importantes que la humanidad enfrenta, y estar abierta y lista para encarar nuevos problemas. La elaboración teórica, la búsqueda de la verdad, la inquietud por la clarificación deben ser una pasión cotidiana.
Al mismo tiempo, tampoco podremos desempeñar nuestro papel si la vieja generación de militantes no es capaz de transmitir experiencia y lecciones a los nuevos militantes. Si la vieja generación no posee ningún “tesoro” de experiencia ni ninguna lección que transmitir a la nueva generación, habría fracasado en su tarea. Construir la organización requiere pues el arte de combinar las lecciones del pasado para preparar el futuro.
La construcción de una organización revolucionaria es pues algo muy complejo que exige un combate permanente. Ya en el pasado, nuestra organización llevó a cabo combates importantes por la defensa de los principios enunciados antes. La experiencia nos ha demostrado, sin embargo, que esos combates fueron insuficientes y que debían proseguir ante las dificultades y debilidades debidas a los orígenes de nuestra organización y a las condiciones históricas en las que realiza su actividad:
“No hay una causa única, exclusiva, para cada una de las debilidades de la organización. Son el resultado de la combinación de diferentes factores que, aunque puedan estar relacionados entre sí, deben ser claramente identificados:
Las debilidades varias que hemos podido identificar, aunque se determinen mutuamente, se deben, en última instancia, a tres factores y su combinación:
• La subestimación de la elaboración teórica, y especialmente en lo referente a los problemas de organización, cuyo origen está en nuestros propios orígenes: el impacto de la revuelta estudiantil con su componente academicista (de naturaleza pequeñoburguesa) a la que se oponía una tendencia que confundía anti-academicismo y desprecio por la teoría, y eso en un ambiente de ‘contestación de la autoridad’ [de los militantes más antiguos]. “Después, esa subestimación de la teoría se vio alimentada por el ambiente general de destrucción del pensamiento propio en este período de descomposición y de impregnación creciente del “buen sentido común” (…).
• La pérdida de lo adquirido es una consecuencia directa de la subestimación de la elaboración teórica: las adquisiciones de la organización, ya sea sobre cuestiones programáticas, de análisis o de organización, no pueden mantenerse, especialmente frente a la presión constante de la ideología burguesa, si no son afianzadas y nutridas constantemente mediante la reflexión teórica: un pensamiento que no progresa contentándose con repetir fórmulas estereotipadas no solo se estanca, sino que retrocede. (…)
• El inmediatismo forma parte de los “pecados juveniles” de nuestra organización, la cual se formó con unos militantes que se abrieron a la política en un momento de reanudación espectacular de los combates de clase, muchos de los cuales se imaginaban que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Los más inmediatistas de nosotros no resistieron y acabaron desmoralizándose, abandonando el combate, pero esta debilidad también se mantuvo entre quienes se quedaron (…). Es una debilidad que puede ser mortal pues, asociada a la pérdida de lo adquirido, acaba desembocando en el oportunismo, una manera de actuar que retorna con regularidad a socavar las bases de la organización. (…)
• La rutina, por su parte, es una de la expresiones más importantes del peso en nuestras filas de las relaciones alienadas, cosificadas, dominantes en la sociedad capitalista y que tienden a transformar la organización en máquina y a los militantes en robots. (…)
• La mentalidad de circulo es, como lo muestra la historia de la CCI, y también la de todo el movimiento obrero, una de las ponzoñas más peligrosas para la organización que implica no sólo transformar un instrumento del combate proletario en un simple “grupo de amiguetes”, no sólo personalizar los problemas políticos –socavando así la cultura del debate– y destruyendo el trabajo colectivo en la organización, sino su unidad, especialmente mediante la mentalidad de clan. Es también responsable de la búsqueda de chivos expiatorios, socavando así la salud moral de la organización, así como también es uno de los peores enemigos de la cultura de la teoría porque destruye el pensamiento racional y profundo a favor de contorsiones y chismorreos. Es además un posible vector del oportunismo, antesala de la traición” ([6]).
Para luchar contra las debilidades y los peligros que enfrenta la organización, no existen fórmulas mágicas. Hay que hacer esfuerzos en varias direcciones. Uno de los puntos en los que se ha insistido muy especialmente ha sido la necesidad de luchar contra lo podríamos llamar el “rutinismo” (o funcionar por rutina) y el conformismo, subrayándose que la organización no es un cuerpo uniforme y anónimo sino una asociación de militantes diferentes, quienes, todos ellos, deben aportar su contribución específica a la labor común:
“Para la construcción de una verdadera asociación internacional de militantes comunistas en la que cada uno aporte su piedra a la labor colectiva, la organización rechaza la utopía reaccionaria del “militante modelo”, del “militante estándar”, del “supermilitante” invulnerable e infalible. (…) Los militantes no son ni robots ni “superhombres” sino seres humanos con sus personalidades, historias, orígenes socioculturales diferentes. Sólo gracias a una mejor comprensión de nuestra “naturaleza” humana y de la diversidad propia de nuestra especie, podrán construirse y consolidarse la confianza y la solidaridad entre los militantes. (…) En esta construcción, cada camarada tiene la capacidad de contribuir con algo único a la organización. También tiene la responsabilidad individual de hacerlo. Es responsabilidad de cada uno el expresar su posición en los debates, en especial sus desacuerdos y cuestionamientos pues, si no, la organización será incapaz de fomentar la cultura del debate y la elaboración teórica” ([7]).
El Congreso, con razón, insistió muy especialmente en la necesidad de porfiar, con decisión y perseverancia, en el esfuerzo de elaboración teórica.
“El primer reto para la organización es tomar conciencia de los peligros ante los que estamos. No podremos sobrepasarlos con “intervenciones de bombero” (…) debemos encarar todos los problemas con método teórico e histórico, oponiéndonos a todo análisis pragmático, superficial. Esto quiere decir que hay que fomentar una visión a largo plazo, no caer en lo empírico y en el “día a día”. El estudio teórico y el combate político deben volver al centro de la vida de la organización, no sólo en nuestra intervención en lo cotidiano, sino, más importante, continuando con las cuestiones teóricas más profundas, incluido el marxismo, que nos hemos planteado en los últimos diez años en orientaciones que nos hemos dado (…) Eso significa que nos damos el tiempo para profundizar y combatir todo conformismo en nuestras filas. La organización anima el cuestionamiento crítico, la expresión de dudas y los esfuerzos por explorar las cosas a fondo.
No olvidemos que “la teoría no es una pasión del cerebro, sino el cerebro de una pasión” y que cuando “la teoría se apodera de las masas acaba convirtiéndose en una fuerza material” (Marx). La lucha por el comunismo no incluye únicamente una dimensión económica y política, sino también una dimensión teórica (“intelectual” y moral). Fomentar la “cultura de la teoría”, o sea la capacidad de situar permanentemente en un marco histórico y/o teórico todos los aspectos de la actividad de la organización: sólo así podremos desarrollar y profundizar la cultura del debate en nuestro seno y asimilar mejor el método dialéctico del marxismo. Sin desarrollo de esa “cultura de la teoría”, la CCI no será capaz de “mantener el rumbo” a largo plazo, orientándose y adaptándose a situaciones inéditas, evolucionando, enriqueciendo el marxismo que no es un dogma invariante e inmutable sino una teoría viva orientada hacia el porvenir.
Esa “cultura de la teoría” no es un problema de “nivel de estudios” de los militantes. Contribuye en el desarrollo de un pensamiento racional, riguroso y coherente (indispensable para argumentar), en el desarrollo de la conciencia de todos los militantes y en la consolidación en nuestras filas del método marxista.
El trabajo de reflexión teórica no puede ignorar el aporte de las ciencias (especialmente de las ciencias humanas, como la psicología y la antropología), la historia de la especie humana Y del desarrollo de su civilización. Por ello es por lo que la discusión sobre el tema “marxismo y ciencia” fue de la mayor importancia de manera que los avances que aportó deben seguir presentes y reforzarse en la reflexión y la vida de la organización” ([8]).
La preocupación por lo que las ciencias pueden aportarnos no es nueva en la CCI. Ya hemos reseñado en algunos artículos sobre nuestros congresos precedentes la invitación de científicos que contribuyeron en la reflexión del conjunto de la organización sometiéndoles nuestras propias reflexiones en su ámbito de investigación. Esta vez hemos invitado a dos antropólogos británicos, Camilla Power y Chris Knight, que ya vinieron en congresos anteriores y a quienes queremos, en este artículo, mandarles nuestro más caluroso agradecimiento. Estos dos científicos compartieron una presentación sobre el tema de la violencia en la prehistoria, en las sociedades que todavía no conocían la división en clases. El interés de ese tema para los comunistas es, claro está, fundamental. El marxismo dedicó una amplia reflexión sobre el papel de la violencia. Engels dedica una parte importante del Anti-Dühring al papel de la violencia en la historia. Este año en que se va a celebrar el centenario de la Primera Guerra Mundial, un siglo marcado por la peores violencias que haya conocido la humanidad, ahora que la violencia es algo omnipresente en una sociedad en la que se desparrama a diario por las pantallas de televisión, es importante que quienes militan por una sociedad librada de las plagas de la sociedad capitalista, de las guerras y de la opresión se interroguen sobre el lugar de la violencia en las diferentes sociedades. Frente a las tesis de la ideología burguesa de que la violencia de la sociedad actual se debe a la “naturaleza humana”, cuya regla es “cada uno para sí”, en la que predomina la “ley del más fuerte”, es muy importante examinar el lugar de la violencia en unas sociedades que no conocieron la división en clases, como el comunismo primitivo.
No es este el lugar para hacer reseña de las presentaciones muy enjundiosas que Camilla Power y Chris Knight hicieron. Serán publicadas en podcast en nuestra página web. Pero vale ya la pena subrayar que esos dos científicos contradijeron la tesis de Steven Pinker de que gracias a la “civilización” y a la influencia del Estado, la violencia ha retrocedido. Demostraron que en las sociedades de cazadores-recolectores había un nivel de violencia mucho más bajo que en las sociedades que sucedieron a aquéllas.
La discusión que siguió a la presentación de Camilla Power y Chris Knight fue, como en otros congresos, de lo más animado. Ilustró perfectamente y una vez más lo enriquecedor que es para el pensamiento revolucionario el aporte de las ciencias, una idea que defendieron Marx y Engels hace más de siglo y medio.
El vigésimo congreso de la CCI, al poner de relieve los obstáculos que afronta la clase obrera en el combate por su emancipación, y también los obstáculos de la organización de revolucionarios en el cumplimiento de su responsabilidad especifica en dicho combate, ha podido comprobar lo dificultoso y largo que es el camino que ante nosotros tenemos. Pero no es eso, ni mucho menos, lo que va a desanimarnos. Como se dice en la resolución adoptada por el congreso:
“La tarea que nos espera es larga y difícil. Necesitamos paciencia, de la que Lenin decía que era una de las cualidades principales del bolchevique. Debemos resistir ante las dificultades. Son inevitables, debemos verlas no como una maldición sino, al contrario, como un ánimo para proseguir e intensificar el combate. Los revolucionarios, es una de sus características fundamentales, no son gente que busca lo cómodo o lo fácil. Son combatientes cuyo objetivo es contribuir de manera decisiva en la tarea más inmensa y más difícil que deberá realizar la especie humana, pero también la más apasionante pues consiste en liberar a la humanidad de la explotación y la alienación, e iniciar así su ‘verdadera historia’” ([9]).
CCI
[1]) “Resolución sobre la situación internacional”, punto 10.
[2]) Idem. punto 11.
[3]) Cf. Revista internacional no 60 (1er trimestre 1990): “Derrumbe del Bloque del Este: Dificultades en aumento para el proletariado”,
https://es.internationalism.org/node/3450 [68] y Revista internacional no 64 (1er trimestre 1991) “Texto de orientación: Militarismo y descomposición” (sólo, por ahora, en versión papel).
[4]) “Debate interno en la CCI – Las causas del período de prosperidad consecutivo a la Segunda Guerra Mundial”, en las Revista internacional nos 133, 135, 136, 138 (2008-2009), /revista-internacional/200806/2280/debate-interno-en-la-cci-las-causas-del-periodo-de-prosperidad-con [69] y siguientes.
[5]) Ver al respecto: "El proletariado de Europa Occidental en una posición central de la generalización de la lucha de clases [70]" en Revista internacional no 31 (1982).
[6]) “Resolución de actividades” adoptada por el congreso, punto 4.
[7]) Ídem, punto 9.
[8]) Ídem, punto 8
[9]) Ídem, punto 16.
1) Hace ya un siglo que el modo de producción capitalista entró en un periodo de declive histórico, en su época de decadencia [1]. Fue el estallido de la Primera Guerra mundial lo que marcó el paso de la “Belle Epoque”, el punto más alto de la sociedad burguesa, a la “época de las guerras y las revoluciones” descrita por la Internacional Comunista en su primer congreso de 1919. Desde entonces el capitalismo ha continuado hundiéndose en la barbarie, notablemente en la forma de una Segunda Guerra mundial que segó 50 millones de vidas. Y si el periodo de “prosperidad” que siguió a esta carnicería pudo sembrar la ilusión de que el sistema había finalmente superado sus contradicciones, la crisis económica abierta que aparece a finales de las años 1960[2] confirmó el veredicto que los revolucionarios ya habían dictado 50 años antes: el modo de producción capitalista no puede escapar al destino de otros modos de producción precedentes. Él también, habiendo constituido un paso de progreso en la historia humana, se había convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y el avance de la humanidad. La hora para su derrocamiento y sustitución por otra sociedad había llegado.
2) A la vez que mostraba el callejón sin salida histórico al que el sistema capitalista se enfrentaba, esta crisis abierta, como la de los años 1930, colocaba de nuevo a la sociedad frente a la alternativa entre la guerra imperialista generalizada y el desarrollo de luchas proletarias decisivas con la perspectiva del derrocamiento revolucionario del capitalismo. Enfrentado a la crisis de los años 30, el proletariado mundial, que había sido aplastado ideológicamente por la burguesía tras la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-1923, no fue capaz de construir su propia respuesta, dejando a la burguesía imponer la suya: una nueva guerra mundial. En cambio, con los primeros golpes de la crisis abierta a finales de los años 1960, el proletariado se lanzó a luchas masivas: Mayo del 68 en Francia, el “Otoño Caliente” en Italia en el 69, las gigantescas huelgas de los obreros en Polonia en 1970, y muchos otros combates menos espectaculares pero no menos importantes en tanto que signos de que se producía un cambio fundamental en la sociedad [3]. La contrarrevolución había acabado. Ante esta nueva situación la burguesía no tenía las manos libres para dirigirse hacia una nueva guerra mundial. En lo sucesivo seguirían más de cuatro décadas marcadas por una economía mundial hundiéndose cada vez más y por los ataques cada vez más violentos contra las condiciones de vida de los explotados. Durante esas décadas la clase obrera ha librado muchas luchas de resistencia. Sin embargo, aunque no ha sufrido una derrota decisiva que pudiera darle la vuelta al curso histórico, no le ha sido posible desarrollar luchas y conciencia hasta el punto de ofrecer a la sociedad el esbozo de una perspectiva revolucionaria.
“En una situación así, en la que las dos clases fundamentales –y antagónicas– de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, la historia sigue, sin embargo, su curso. En el capitalismo, todavía menos que en los demás modos de producción que lo precedieron, la vida social no puede «estancarse» ni quedar “congelada”. Mientras las contradicciones del capitalismo en crisis no cesan de agravarse, la incapacidad de la burguesía para ofrecer a la sociedad entera la menor perspectiva y la incapacidad del proletariado para afirmar, en lo inmediato y abiertamente la suya propia, todo ello no puede sino desembocar en un fenómeno de descomposición generalizada, de putrefacción de la sociedad desde sus raíces” [4].
De este modo, una nueva fase en la decadencia capitalista se abría hace un cuarto de siglo: la fase en la que los fenómenos de la descomposición se han vuelto un elemento decisivo en la vida de toda la sociedad.
3) El aspecto en donde la descomposición de la sociedad capitalista se muestra de la forma más espectacular es en los conflictos militares y en las relaciones internacionales en general. Lo que llevó a la CCI a elaborar sus análisis sobre la descomposición en la segunda mitad de los años 1980 fue la serie de atentados mortales que golpearon a grandes ciudades europeas, especialmente París; ataques que no fueron perpetrados por grupos aislados sino por Estados establecidos. Este fue el comienzo de una forma de confrontaciones imperialistas, posteriormente descritas como “guerra asimétrica”, que marcaron un cambio profundo en las relaciones entre Estados, y de una forma más general, en toda la sociedad. La primera manifestación histórica de esta nueva y última fase de la decadencia del capitalismo fue el colapso de los regímenes estalinistas en Europa y de todo el Bloque del Este en 1989. Inmediatamente la CCI señaló la importancia de este evento en relación a los conflictos imperialistas:
“La desaparición del gendarme imperialista ruso, y también para el gendarme americano […], abre la puerta a un mayor número de rivalidades locales. Por el momento, estas rivalidades y confrontaciones no pueden derivar en una guerra mundial... Sin embargo, con la desaparición de la disciplina impuesta por los dos bloques, estos conflictos son plausibles de volverse cada vez más frecuentes y violentos, sobre todo en aquellas zonas donde el proletariado es más débil”[5].
Desde entonces la situación internacional no ha hecho más que confirmar este análisis:
4) De hecho, estos diferentes conflictos muestran claramente cómo la guerra ha adquirido un carácter totalmente irracional en la decadencia capitalista. Las guerras del siglo XIX, por muy sangrientas que pudieran ser, poseían una racionalidad desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo. Las guerras coloniales permitieron a los Estados europeos establecer imperios de los que extraer materias primas, o como mercado para sus mercancías. La guerra civil estadounidense, ganada por el Norte, abrió la puerta al completo desarrollo industrial de la que posteriormente sería la primera potencia mundial. La guerra franco-prusiana de 1870 fue un elemento decisivo en la unidad alemana, y por ende, en la creación del marco político para el futuro centro neurálgico de Europa. Por contra, la Primera Guerra mundial desangró a las naciones europeas, tanto a los “vencedores” como a los “vencidos”, sobre todo a aquellos que se habían mostrado más “agresivos” (Austria, Rusia y Alemania). En la IIª Guerra mundial se confirmó y profundizó el declive del continente europeo, donde esta había empezado, con mención especial para Alemania, que en 1945 era una montaña de escombros, al igual que otra potencia “agresora”, Japón. De hecho, el único país que se benefició de esta guerra fue el que entró más tarde, y que por su posición geográfica no vio afectado su propio territorio: los EEUU. Sin embargo, la guerra más importante llevada a cabo por los USA tras la IIª Guerra mundial, la de Vietnam, mostró claramente su carácter irracional, ya que no le aportó nada a la potencia americana pese al considerable coste económico, y sobre todo, humano y político que le supuso.
5) Dicho esto, el carácter irracional de la guerra ha alcanzado un nivel superior en el periodo de la descomposición. Esto ha sido claramente ilustrado por las aventuras americanas en Irak y Afganistán. Estas guerras han tenido también un considerable coste, notablemente a nivel económico, siendo los beneficios muy limitados, si no negativos. En estos conflictos, la potencia americana ha sido capaz de desplegar su inmensa superioridad militar sin ser suficiente para obtener los objetivos que buscaba: estabilizar Irak y Afganistán, y forzar a sus antiguos aliados occidentales a cerrar filas en torno suyo. Actualmente, la retirada escalonada de las tropas de EEUU y la OTAN de Irak y Afganistán deja a estos países en un estado de inestabilidad sin precedentes, amenazando con agravar la de toda la región. Por su parte, el resto de participantes en estas aventuras, o han abandonado ya el barco, o lo irán haciendo de forma dispersa.
6) Durante este último periodo la naturaleza caótica de las tensiones y conflictos imperialistas se ha mostrado de nuevo con la situación en Siria y en Extremo Oriente. En ambos casos somos testigos de conflictos que implican la amenaza de una mucha mayor extensión y desestabilización. En Asia Oriental aumentan las tensiones entre Estados. Así, en los meses recientes ha habido tensiones que han afectado a toda una serie de países, desde Filipinas hasta Japón. China y Japón se disputan desde hace algún tiempo las islas Senkaku/Diyao; Japón y Corea del Sur la de Takeshima/Dokdo, mientras existen otras tensiones que afectan a Taiwán, Vietnam y Birmania. Pero el conflicto más relevante es obviamente el que enfrenta a Corea del Norte contra Corea del Sur, Japón y los EEUU. Atrapada por una dramática crisis económica, Corea del Norte trata de jugar la baza militar, con el propósito de poner presión sobre el resto de países, especialmente EEUU, con el fin de obtener algunas concesiones económicas. Pero esta política aventurera contiene dos elementos muy peligrosos. Por un lado, el hecho de que involucra, aunque sea de una manera indirecta, al gigante chino, que se mantiene como uno de los pocos aliados de Corea del Norte, y que está defendiendo cada vez más sus intereses imperialistas allá donde puede, no sólo en Asia por supuesto, sino también en Oriente Medio, por medio de su alianza con Irán (que es su principal proveedor de hidrocarburos), y también en África, donde su creciente presencia a nivel económico tiene el propósito de preparar el terreno para una futura presencia militar cuando disponga de los medios para ello. Por otro lado, la política aventurera del Estado norcoreano, cuyo brutal régimen policiaco evidencia su fragilidad, tiene el riesgo de írsele de las manos en un proceso incontrolado que crearía nuevos focos de enfrentamiento militar cuyas consecuencias serían difíciles de predecir, pero que sin duda significarían otro trágico episodio a añadir a la larga lista de la barbarie militar actual.
7) La guerra civil siria que comenzó tras la “primavera árabe” y debilitó al régimen de al-Asad ha abierto la caja de Pandora de las contradicciones y conflictos que el régimen había podido, con puño de hierro, mantener bajo control durante décadas. Los países occidentales se han posicionado a favor de la marcha de al-Asad, pero han sido incapaces de constituir una alternativa dado que la oposición se encuentra totalmente dividida y que su sector preponderante está formado por islamistas. Al mismos tiempo, Rusia ha brindado abundante apoyo militar a al-Asad, garantizando a su vez la posibilidad de mantener su flota de guerra en el puerto de Tartus. Y este no es el único Estado que apoya al régimen: están también Irán y China. Siria se ha convertido pues en el escenario de un conflicto sangriento que involucra a múltiples rivalidades imperialistas entre potencias de primer y segundo orden; rivalidades que llevan castigando a las poblaciones de Oriente Medio durante décadas. El hecho de que la “primavera árabe” en Siria haya resultado, no en alguna victoria para las masas explotadas y oprimidas, sino en una guerra que ya ha dejado más de 100.000 muertos, es una siniestra ilustración de la debilidades de la clase trabajadora en este país, la única fuerza capaz de construir una barrera a la barbarie militar. Lo que también es válido, aunque en una forma no tan trágica, en otros países árabes donde la caída de viejos dictadores ha tenido como resultado la llegada al poder de los sectores más retrógrados de la burguesía representados por los islamistas en Egipto o Turquía, o por el hundimiento en el caos más absoluto como en Libia.
De este modo, Siria ofrece hoy día un nuevo ejemplo de la barbarie que el capitalismo en descomposición desata sobre el planeta, una barbarie que no sólo toma la forma de sangrientas confrontaciones militares, sino que también golpea a zonas que no están en guerra pero en las que la sociedad se hunde en un caos creciente, como por ejemplo en Latinoamérica, donde los gángsteres de la droga, con la complicidad de sectores del Estado, imponen un reino de terror en numerosas áreas.
8) Pero es en relación a la destrucción medioambiental donde las consecuencias a corto plazo del colapso de la sociedad capitalista adquieren una forma totalmente apocalíptica. Aunque el desarrollo del capitalismo desde sus inicios se caracterizó por una rapacidad extrema en la búsqueda de beneficios y acumulación, en el nombre de la “conquista de la naturaleza”, los últimos 30 años esta tendencia ha alcanzado niveles de devastación sin precedentes, ya fuera en sociedades anteriores al capitalismo o en la época de su nacimiento “en la sangre y el lodo”. La preocupación del proletariado revolucionario frente a la naturaleza destructiva del capitalismo es tan antigua como la amenaza en sí. Marx y Engels ya denunciaron el impacto negativo –tanto en la naturaleza como en los seres humanos– de la aglomeración y hacinamiento de seres humanos en las primeras concentraciones industriales británicas a mediados del siglo XIX. En el mismo sentido, los revolucionarios de distintas épocas han comprendido y denunciado la naturaleza infame del desarrollo capitalista, mostrando el peligro que este representa, no sólo para la clase proletaria, sino para el conjunto de la humanidad y también para la misma supervivencia sobre el planeta.
La tendencia actual hacia la degradación definitiva e irreversible del medio ambiente es realmente alarmante, como lo muestran los constantes efectos del calentamiento global, el saqueo del planeta, la deforestación, la erosión del suelo, la extinción de especies, la contaminación del agua y el aire, o las catástrofes nucleares. Estas últimas son un vivo ejemplo del devastador peligro potencial que el capitalismo ha puesto al servicio de su lógica irracional, levantando una espada de Damocles sobre toda la humanidad. Y aunque la burguesía trate de atribuir la destrucción medioambiental a la maldad de individuos “carentes de conciencia ecológica” –creando una atmósfera de culpa y angustia–, en vanos e hipócritas intentos por resolver el problema, lo cierto es que no se trata de una cuestión de individuos, ni siquiera de empresas o naciones, sino de la misma lógica de destrucción inscrita en un sistema que, en el nombre de la acumulación, no posee ningún escrúpulo en dañar para siempre todas las premisas materiales para el intercambio metabólico entre la vida y la Tierra, siempre y cuando pueda obtener beneficios inmediatos de ello.
Este es el resultado inevitable de la contradicción entre las fuerzas productivas –humanas y naturales– que el capitalismo ha desarrollado, exprimiéndolas hasta el punto de su aniquilación, y las relaciones antagónicas basadas en la división en clases y en la competencia capitalista.
Este dramático escenario debe servir de estímulo al proletariado en su lucha revolucionaria, porque únicamente la destrucción del capitalismo puede hacer posible que florezca la vida de nuevo.
La crisis económica
9) En esencia, la incapacidad de la clase dominante ante la destrucción medioambiental, incluso cuando la burguesía misma es cada vez más consciente de la amenaza que esta plantea al conjunto de la humanidad, hunde sus raíces en la imposibilidad de superar las contradicciones económicas que perturban al modo de producción capitalista. Es la agravación irreversible de la crisis económica la causa fundamental de la barbarie que se extiende por toda la sociedad. No hay salida posible para el modo de producción capitalista. Sus propias leyes lo llevan al actual callejón sin salida, del que no puede salir sin abolir sus propias leyes, sin abolirse a sí mismo. En concreto, el motor del desarrollo del capitalismo desde sus comienzos ha sido la conquista de nuevos mercados fuera de su propia esfera. Las crisis comerciales que atravesó desde los primeros años del siglo XIX, y que de hecho expresaban que las mercancías producidas por un capitalismo en pleno desarrollo no podían encontrar compradores suficientes que absorbieran sus productos, fueron superadas por la destrucción del capital excedente pero también, y sobre todo, por la conquista de nuevos mercados, principalmente en zonas que no se habían desarrollado plenamente desde un punto de vista capitalista. Es por esto que el siglo XIX fue el de las conquistas coloniales: para cada potencia capitalista desarrollada era esencial el constituir zonas donde pudieran obtener materias primas baratas, pero sobre todo, que pudieran servir de salidas para sus mercancías. La Primera Guerra mundial fue en esencia el resultado de que la división del mundo entre las potencias capitalistas significaba que cualquier conquista de nuevas zonas por tal o cual potencia implicaba necesariamente su confrontación con otras. Esto no significaba que no existieran ya mercados extra-capitalistas capaces de absorber el exceso de mercancías producidas por el capitalismo. Como Rosa Luxemburg escribió en vísperas de la Primera Guerra mundial: “Cuanto más violentamente lleve a cabo el militarismo, tanto en el exterior como en el interior, el exterminio de capas no capitalistas, y cuanto más empeore las condiciones de vida de las capas trabajadoras, la historia diaria de la acumulación del capital en el escenario del mundo se irá transformando más y más en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales que, junto con las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis, harán necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, incluso antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma” ([6]).
La Primera Guerra mundial fue precisamente la expresión más terrible de la época de “las catástrofes y las convulsiones” en la que el capitalismo estaba adentrándose, “incluso antes de que se llegue plenamente a este natural atolladero económico creado por el propio capital”. Y diez años después de la carnicería capitalista, la gran crisis de los años 30 fue la segunda expresión; una crisis que conduciría a la segunda masacre imperialista generalizada. Pero el periodo de “prosperidad” que el mundo vivió en la segunda posguerra, pilotada por mecanismos establecidos por el bloque occidental incluso antes del final de la guerra (de forma especial los acuerdos de Bretton Woods en 1944), basados en la intervención sistemática del Estado en la economía, eran la prueba de que este “natural atolladero económico” no había sido superado por el capital. La crisis abierta a finales de los años 60 mostró que el sistema estaba acercándose a sus límites, especialmente con el fin del proceso de descolonización que, paradójicamente, había hecho posible el abrir nuevos mercados. Desde entonces, la creciente estrechez de los mercados extra-capitalistas forzó al capitalismo, cada vez más amenazado por la sobreproducción generalizada, a hacer uso del crédito de forma creciente. Una auténtica huida hacia adelante ya que cuantas más deudas se acumulaban menor era la posibilidad de que fueran reembolsadas.
10) La creciente influencia del sector financiero de la economía en detrimento de la esfera propiamente productiva, y que hoy es señalada por políticos y periodistas de toda condición como responsable de la crisis, no es de ninguna manera el resultado del triunfo de un tipo de pensamiento económico sobre otro (“monetaristas” contra “keynesianos”, o “neoliberales” contra “intervencionistas”). Este hecho se deriva fundamentalmente de que la huida hacia adelante del crédito ha otorgado un creciente peso a aquellos organismos cuya función es distribuirlo: los bancos. En este sentido, la “crisis financiera” no es el origen de la crisis económica y la recesión. Al contrario, es la sobreproducción la causa de la “financialización”, ya que es cada vez más arriesgado el invertir en la producción dado que el mercado mundial se encuentra cada vez más saturado, lo que dirige el flujo financiero de forma creciente hacia la especulación. Es por eso que todas las “teorías económicas de izquierda”, que llaman a “controlar las finanzas internacionales” para salir de la crisis, no son más que sueños vacíos ya que “olvidan” las causas reales de la hipertrofia de la esfera financiera.
11) La crisis de las subprime en 2007, el gran pánico financiero de 2008 y la recesión de 2009 marcaron un nuevo y muy importante paso en el descenso del capitalismo hacia una crisis irreversible. Durante décadas, el capitalismo había usado y abusado del crédito para contrarrestar su creciente tendencia hacia la sobreproducción, expresada de forma particular por la sucesión de recesiones cada vez más profundas y devastadoras, seguidas por “recuperaciones” cada vez más tímidas. El resultado de esto ha sido, dejando a un lado variaciones de tasas de crecimiento de un año a otro, que el crecimiento medio en la economía mundial ha continuado cayendo década tras década a la vez que el desempleo aumentaba. La recesión de 2009 ha sido la más importante que el capitalismo haya vivido desde la Gran Depresión de los años 1930, llevando las tasas de desempleo en muchos países a niveles no vistos desde la Segunda Guerra mundial. Únicamente la intervención masiva del FMI, decidida en la cumbre del G-20 de marzo 2009, pudo salvar a los bancos de la bancarrota generalizada resultante de la acumulación de “deuda tóxica”, es decir, de créditos que nunca serían devueltos. Con este hecho, la “crisis de la deuda”, como los comentaristas burgueses la describen, alcanzaba un nivel superior: ya no serían únicamente individuos particulares (como pasó en los EEUU con la crisis inmobiliaria), empresas o bancos los incapaces de rembolsar sus deudas, o incluso pagar los intereses de estas. Se trata desde entonces de Estados enteros los que se verán enfrentados de forma creciente al terrible peso de la deuda –la “deuda soberana”–, lo que debilitará su capacidad para intervenir en sus respectivas economías nacionales a través del déficit presupuestario.
12) En este contexto presenciamos en el verano de 2011 lo que posteriormente se conocería como la “crisis del Euro”. Como en Japón o en EEUU, la deuda de los Estados europeos ha crecido de manera espectacular, especialmente en aquellos países de la Eurozona cuyas economías son más frágiles o más dependientes de paliativos ficticios puestos en marcha durante el periodo previo: los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España). En los países que tienen su propia moneda, como USA, Japón o Reino Unido, la deuda estatal puede ser parcialmente compensada emitiendo moneda. Así, la Reserva Federal americana ha comprado grandes cantidades de Bonos del Tesoro, o lo que es lo mismo, asume deudas del Estado, para transformarla en billetes impresos. Pero esta posibilidad no existe a nivel individual en países que han abandonado su moneda nacional en favor del Euro. Sin la posibilidad de “monetarizar” su deuda, estos países de la Eurozona no tienen otro recurso que pedir prestadas cada vez mayores cantidades para tapar el agujero de sus cuentas públicas. Y si los países del norte de Europa aún son capaces de conseguir fondos de bancos privados a tipos de interés razonables, esto es algo imposible para los PIIGS, cuyos préstamos sufren de intereses enormes, dada su evidente insolvencia, que los obliga a pedir toda una serie de “planes de salvamento” llevados al cabo por el BCE y el FMI, acompañados por la exigencia de reducciones drásticas de sus respectivos déficit públicos. Las consecuencias de estas reducciones son ataques dramáticos a las condiciones de vida de la clase trabajadora; pero ni siquiera estas hacen posible el limitar sus déficit públicos, ya que la recesión que estas provocan disminuye la recaudación de impuestos. Por tanto estos “remedios” utilizados para “curar al enfermo” amenazan cada vez más con matar al paciente. Esta es también una de las razones de porqué la Comisión Europea decidió recientemente el suavizar las exigencias de reducción de déficit en ciertos países como España y Francia. Vemos de nuevo el callejón sin salida al que se enfrenta el capitalismo: la deuda ha sido usada como una forma de compensar la insuficiencia de mercados solventes, pero no puede crecer de forma indefinida, como hemos visto con la crisis financiera comenzada en 2007. No obstante, todas las medidas que puedan tomarse para limitar la deuda se ven confrontadas con la crisis de sobreproducción capitalista, en un contexto internacional en constante deterioro y que limita cada vez más el margen de maniobra.
13) El caso de los países “emergentes”, notablemente de los BRIC's (Brasil, Rusia, India y China), cuyas tasas de crecimiento se mantienen muy por encima de las de EEUU, Japón o Europa occidental, no contradice la naturaleza irresoluble de las contradicciones del sistema capitalista. En realidad, el “éxito” de estos países (las diferencias entre los cuales deben ser subrayadas, ya que por ejemplo Rusia debe su crecimiento principalmente a la preponderancia de la exportación de materias primas, hidrocarburos especialmente) ha sido en parte consecuencia de la crisis general de sobreproducción de la economía capitalista, que, exacerbando la competencia entre empresas y obligándolas a reducir drásticamente los costes laborales, ha llevado a la “recolocación” de partes importantes del aparato productivo de los antiguos países industriales (sector del automóvil, textil, electrónica, etc.) a regiones donde los salarios son mucho menores. Sin embargo, la estrecha dependencia de estos países emergentes de las exportaciones a los países más desarrollados, les llevará tarde o temprano hacia convulsiones económicas cuando las ventas a estos últimos se vean afectadas por el agravamiento económico, lo que sin duda tendrá lugar.
14) Así, como ya dijimos hace cuatro años, “aún cuando el sistema capitalista no va a caer como un castillo de naipes, la perspectiva es de un hundimiento cada vez mayor en un atolladero histórico, sumiendo a la sociedad de forma creciente en las convulsiones que le golpean hoy. Durante más de cuatro décadas la burguesía no ha sido capaz de impedir la agravación continua de la crisis. Hoy en día esta hace frente a una situación mucho más grave que la de los años 60. Pese a toda la experiencia que ha acumulado durante estas décadas, la situación no puede más que empeorar” [7]. Esto no significa que volvamos a una situación similar a la de 1929 y los años 30. Hace 70 años la burguesía internacional se encontró completamente desprotegida frente al colapso de su economía y las políticas que aplicó, con cada país encerrándose en sí mismo, sólo consiguieron exacerbar las consecuencias de la crisis. La evolución de la situación económica las últimas cuatro décadas ha mostrado que, incluso si es claramente incapaz de evitar que el capitalismo se hunda cada vez más en su crisis, la clase dominante tiene la habilidad de ralentizar ese descenso y evitar una situación de pánico generalizado como el “Martes negro” del 24 de octubre de 1929. Existe otra razón por la que no se va a reeditar una situación similar a la de los años 30. En esa ocasión la onda expansiva de la crisis empezó desde la principal potencia, los EEUU, y de ahí se extendió a la segunda potencia, Alemania. Fue en estos dos países donde se vivieron las consecuencias más dramáticas de la crisis, como un desempleo masivo que alcanzó un 30 % de la población activa, o las interminables colas frente a las oficinas de empleo o los comedores sociales, mientras que países como Reino Unido o Francia se vieron relativamente poco afectados. Hoy en día se desarrolla una situación comparable en países del sur de Europa (especialmente en Grecia), sin alcanzarse aún el mismo nivel de miseria obrera de los EEUU y Alemania en los años 30. A su vez, los países más desarrollados del norte de Europa, EEUU y Japón se encuentran aún lejos de una situación de ese tipo. Por un lado porque sus economías nacionales son más capaces de resistir a la crisis, pero también, y sobre todo, porque hoy el proletariado de estos países, y especialmente en Europa, no se encuentra dispuesto a aceptar tales niveles de ataques a sus condiciones de existencia. Por tanto, uno de los elementos clave en la evolución de la crisis escapa al estricto determinismo económico para trasladarse al ámbito social, al balance de fuerzas entre las dos clases principales de la sociedad: la burguesía y el proletariado.
Situación y perspectivas de la lucha de clases
15) Aunque a la clase dominante le gustaría presentar sus podridas llagas como si fueran bonitos lunares, la humanidad comienza a despertarse de un sueño que se ha vuelto pesadilla, y a comprender la total bancarrota histórica de esta sociedad. Pero aunque el sentimiento de la necesidad de un orden distinto está ganando terreno frente a la brutal realidad de un mundo en descomposición, esta vaga conciencia no significa aún que el proletariado se haya convencido de la necesidad de abolir este sistema, y menos aún de que haya desarrollado la perspectiva de construir uno nuevo. Por tanto, la agravación sin precedentes de la crisis capitalista en el contexto de la descomposición es el marco en el que se desarrolla hoy día la lucha de clases, aunque sea de una manera incierta en la medida que esta lucha no tiene lugar en la forma de confrontaciones abiertas entre las dos clases. Aquí debemos subrayar el marco sin precedentes de las presentes luchas, ya que tienen lugar en el contexto de una crisis que dura ya cerca de 40 años y cuyos efectos graduales –aparte de convulsiones particulares– han “habituado” al proletariado a ser testigo del lento deterioro de sus condiciones de vida, lo que hace más difícil la comprensión de la gravedad de los ataques y la implementación de una respuesta acorde a esta. Es más, se trata de una crisis cuyo ritmo hace difícil el comprender qué se encuentra detrás de los ataques, que aparecen como sucesos “naturales” por su aplicación lenta y escalonada. Esta situación es muy diferente a las convulsiones inmediatas y evidentes de todo el conjunto social que tienen lugar en un contexto de guerra. De este modo, hay diferencias entre el desarrollo de la lucha de clase –a nivel de las posibles respuestas, del ritmo, amplitud, profundidad, extensión y contenido– en el marco de una guerra, que convierte la lucha en algo dramáticamente urgente, como fue el caso durante la Primera Guerra mundial a comienzos del siglo XX –aún cuando no existiera una respuesta inmediata a la guerra–, y la lucha frente a una crisis que evoluciona a un ritmo lento.
El punto de partida de las luchas actuales es precisamente la ausencia de la identidad de clase de un proletariado que, desde que el capitalismo entró en su fase de descomposición, ha tenido serias dificultades no sólo para desarrollar su perspectiva histórica sino incluso para reconocerse a sí mismo como una clase social. La llamada “muerte del comunismo”, causada supuestamente por la caída del Bloque del este en 1989, desató una campaña ideológica cuyo propósito fue la negación de la misma existencia del proletariado, y significó un golpe muy duro a la conciencia y militancia proletaria. Los efectos de esta campaña han pesado en el curso de las luchas desde entonces. Pese a esto, como hemos visto desde 2003, la tendencia hacia confrontaciones de clase ha sido confirmada por el desarrollo de varios movimientos en los que la clase trabajadora “ha demostrado su existencia” a una burguesía que quería enterrarla antes de tiempo. Así, la clase obrera en todo el mundo no ha cesado de lanzar luchas, aún cuando estas no han alcanzado la esperada amplitud o radicalidad que la presente situación exige. Sin embargo, reflexionar sobre la lucha de clase en términos de lo que “debería ser”, como si la situación actual hubiera simplemente caído del cielo, es algo que los revolucionarios no se pueden permitir. Comprender las dificultades y potencialidades de la lucha de la clase ha sido siempre una tarea que exige un enfoque paciente, histórico y materialista, con el fin de encontrar sentido al aparente caos; para entender qué es nuevo y difícil y qué es prometedor.
16) Es en este contexto de crisis, de descomposición y de frágil estado subjetivo del proletariado cómo podemos llegar a entender las debilidades, insuficiencias y errores, así como la fuerza potencial de las luchas, reafirmándonos en nuestra convicción de que la perspectiva comunista no aparece de forma automática o mecánica bajo determinadas circunstancias. De este modo, durante los dos últimos años hemos sido testigos del desarrollo de movimientos que hemos descrito con la metáfora de los cinco ríos:
Estos cinco ríos pertenecen a la clase trabajadora pese a sus diferencias; cada uno a su manera expresa un esfuerzo del proletariado por reencontrarse, a pesar de las dificultades y obstáculos que la burguesía pone en su camino. Cada uno contiene una dinámica de búsqueda, de clarificación, de preparación del terreno social. A diferentes niveles, son parte de una búsqueda “de la palabra que nos llevará al socialismo” (como lo expresó Rosa Luxemburg refiriéndose a los consejos obreros) a través de las asambleas generales. Las expresiones más avanzadas de esta tendencia fueron los movimientos de los Indignados y Occupy –especialmente en España–, porque fueron los que más claramente mostraron las tensiones, contradicciones y potencial de la lucha de clase hoy. Pese a la presencia de capas provenientes de la pequeña burguesía empobrecida, la impronta proletaria de estos movimientos se manifiesta en la búsqueda de solidaridad, en las asambleas, en los intentos por desarrollar una cultura de debate, en la capacidad de evitar las trampas de la represión, en las semillas de internacionalismo, y en la aguda sensibilidad hacia aspectos subjetivos y culturales. Y es a través de estos elementos que preparan el terreno subjetivo cómo estos movimientos mostrarán toda su importancia en los combates del futuro.
17) La burguesía por su parte ha mostrado signos de ansiedad ante esta resurrección internacional de su enterrador, que ha reaccionado contra los horrores que le impone diariamente el sistema. El capitalismo ha ampliado su ofensiva fortaleciendo la barrera sindical, sembrando ilusiones democráticas y avivando el nacionalismo. No es por casualidad que su contraofensiva se haya centrado en estas cuestiones: la agravación de la crisis y sus efectos en las condiciones de vida del proletariado ha provocado una resistencia que los sindicatos tratan de controlar a través de acciones que fragmentan la unida de las luchas y ahondan en la pérdida de confianza del proletariado en sus propias fuerzas.
Debido a que el desarrollo de la lucha de clase está teniendo lugar hoy día en el marco de una crisis abierta del capitalismo que dura ya casi 40 años –que es en cierta medida una situación sin precedentes en el movimiento obrero–, la burguesía trata de evitar que el proletariado tome conciencia del carácter mundial e histórico de la crisis. Así, la idea de soluciones nacionales y el uso de un discurso nacionalista impiden una comprensión del carácter real de la crisis, que es indispensable para que la lucha del proletariado tome una dirección radical. En la medida que el proletariado no se reconoce a sí mismo como clase, su resistencia tiende a surgir como una expresión general de indignación contra lo que acontece en la sociedad. Esta ausencia de identidad de clase, y por ende de perspectiva de clase, hace posible que la burguesía desarrolle mistificaciones sobre ciudadanía y luchas por una “democracia real”. Y hay otras razones para esta pérdida de identidad de clase, que encuentran sus raíces en la propia estructura de la sociedad capitalista y la forma en que se presenta la presente agravación de la crisis. La descomposición, que supone un brutal empeoramiento de las mínimas condiciones de supervivencia humana, se ve acompañada por una devastación insidiosa del terreno personal, mental y social. Esto se traslada a una “crisis de confianza” en la humanidad. Además, la agravación de la crisis y la extensión del desempleo y la precariedad laboral han debilitado la socialización de la juventud, y facilitado las tendencias a escapar a un mundo de abstracción y atomización.
18) Así, los movimientos de estos últimos dos años, y especialmente los “movimientos sociales”, están marcados por muchas contradicciones. En particular la escasez de reivindicaciones específicas no se corresponde con la trayectoria “clásica” de lo particular a lo general que podría esperarse de la lucha de clase. Pero debemos también tener en cuenta los aspectos positivos de este punto de vista general, que se deriva del hecho de que los efectos de la descomposición se sienten a nivel generalizado, y por la naturaleza universal de los ataques económicos lanzados por la clase dominante. Hoy el camino trazado por el proletariado tiene su punto de partida en lo “general”, que tiende a plantear la cuestión de la politización de una manera mucho más directa. Confrontados con la evidente bancarrota del sistema y los efectos de la descomposición las masas explotadas se rebelan, no pudiendo avanzar hasta que comprendan que esos problemas son productos de la decadencia del sistema, y de ahí la necesidad de superarlo. Es en ese punto que los métodos de la lucha proletaria que hemos visto (asambleas generales, debates abiertos y fraternales, solidaridad, desarrollo creciente de una perspectiva política) cobran gran importancia, ya que son estos los métodos que hacen posible el llevar a cabo una reflexión crítica y llegar a la conclusión de que el proletariado puede no sólo destruir el capitalismo sino crear un mundo nuevo. Un momento decisivo en ese proceso será la entrada de la lucha en los centros de trabajo y su conjunción con las movilizaciones más generales, una perspectiva que está empezando a desarrollarse pese a las dificultades que vamos a encontrar en los años venideros. Este es el contenido de la perspectiva de convergencia de los “cinco ríos” mencionados arriba en el “océano de fenómenos” que Rosa Luxemburg llamó huelga de masas.
19) Para entender esta perspectiva de convergencia la relación entre identidad de clase y conciencia de clase es de capital importancia, lo que plantea una cuestión: ¿puede la conciencia desarrollarse sin identidad de clase?, o lo que es lo mismo: ¿emergerá esta última del desarrollo de la conciencia? El desarrollo de la conciencia y de una perspectiva histórica se asocian correctamente con el redescubrimiento de la identidad de clase, pero no podemos situar este proceso dentro de una secuencia rígida: primero se forja la identidad, entonces la lucha, después la conciencia y la perspectiva, o algún otro de estos elementos. La clase obrera no aparece hoy día como un creciente polo de oposición, por lo que es más probable el desarrollo de una posición crítica por un proletariado que aún no se reconoce a sí mismo. La situación es compleja pero es más probable que veamos una respuesta en forma de un cuestionamiento general, lo que es potencialmente positivo en términos políticos, partiendo no de una marcada identidad de clase sino de movimientos que tienden a encontrar su propia perspectiva a través de la lucha. Como dijimos en 2009, “Para que la conciencia de la posibilidad de la revolución comunista gane un terreno significativo en el seno de la clase obrera, esta debe ganar confianza en su propia fuerza, y esto tiene lugar a través del desarrollo de luchas masivas” [8]. La fórmula “desarrollo de sus luchas para ganar confianza en sí misma y su perspectiva” es perfectamente adecuada ya que significa reconocerse a sí misma y su perspectiva, pero el desarrollo de estos elementos sólo puede surgir de las luchas mismas. El proletariado no “crea” su conciencia sino que se vuelve consciente de lo que realmente es.
Dentro de este proceso el debate es la clave para criticar las insuficiencias de los puntos de vista parciales, exponer las trampas, rechazar la búsqueda de chivos expiatorios, comprender la naturaleza de la crisis, etc. A este nivel, las tendencias hacia el debate abierto y fraterno de estos últimos años son muy prometedoras para ese proceso de politización que la clase deberá llevar a cabo. Transformar el mundo transformándonos a nosotros mismos empieza a tomar fuerza en la aparición de iniciativas de debates y en el desarrollo de preocupaciones basadas en la crítica de las cadenas más poderosas que atan al proletariado. El proceso de politización y radicalización necesita debate para realizar una crítica del orden existente y situar los problemas en su dimensión histórica. En este sentido, se mantiene vigente que “la responsabilidad de las organizaciones revolucionarias y de la CCI en particular es participar plenamente en la reflexión que tiene lugar en la clase obrera, no solamente interviniendo activamente en las luchas que ya están apareciendo, sino también estimulando el posicionamiento de grupos y elementos que desean unirse a la lucha” [9]. Debemos estar firmemente convencidos de que la responsabilidad de los revolucionarios en la fase que se abre ahora es el contribuir y catalizar el naciente desarrollo de la conciencia, que se expresa en las dudas y críticas que ya aparecen en el seno del proletariado. Desarrollar y profundizar la teoría debe estar en el núcleo de nuestra contribución, no sólo para combatir los efectos de la descomposición, sino también como una forma de sembrar pacientemente el terreno social, como un antídoto al inmediatismo en nuestra actividad, porque sin la profundización en la teoría por parte de las minorías revolucionarias, la teoría nunca se adueñará de las masas.
[1] En nuestra Web, en el apartado TEXTOS POR TEMAS, se puede encontrar la serie La Decadencia del Capitalismo, ver https://es.internationalism.org/series/492 [72]
[2] En nuestra Web, en el apartado TEXTOS POR TEMAS, se puede encontrar la serie 30 años de Crisis, ver https://es.internationalism.org/series/520 [73]
[3] En nuestra Web, en el apartado TEXTOS POR TEMAS, se puede encontrar la serie Mayo de 1968, ver https://es.internationalism.org/series/380 [74]
[4] Ver nuestras “Tesis sobre la Descomposición”, /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [2]
[5] Ver Revista Internacional no 61, “Tras el hundimiento del bloque del este, inestabilidad y caos”, https://es.internationalism.org/node/2114 [75]
[6] Rosa Luxemburg, La acumulación del Capital, capítulo 32.
[7] Revista Internacional nº 138, “Resolución sobre la situación internacional del 18º Congreso de la CCI” https://es.internationalism.org/node/2629 [76].
[8] Idem.
[9] Revista Internacional nº 130, “Resolución sobre la situación internacional del 17º Congreso de la CCI [77]”.
Al final de los años 80, la CCI presentó la idea de que el capitalismo había entrado en su fase de descomposición: “En una situación así, en la que las dos clases fundamentales -y antagónicas- de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, la historia sigue, sin embargo, su curso. En el capitalismo, todavía menos que en los demás modos de producción que lo precedieron, la vida social no puede «estancarse» ni quedar «congelada». Mientras las contradicciones del capitalismo en crisis no cesan de agravarse, la incapacidad de la burguesía para ofrecer a la sociedad entera la menor perspectiva y la incapacidad del proletariado para afirmar, en lo inmediato y abiertamente la suya propia, todo ello no puede sino desembocar en un fenómeno de descomposición generalizada, de putrefacción de la sociedad desde sus raíces”[1].
La implosión del bloque del Este[2] ha acelerado enormemente el repliegue de los diferentes componentes del cuerpo social en "cada una para sí mismo", en una caída en el caos y si hay un área donde se confirma de inmediato es precisamente en las tensiones imperialistas: "El final de la 'guerra fría' y la consecuente desaparición de los bloques ha exacerbado los antagonismos imperialistas propios del capitalismo decadente, y cualitativamente ha agravado el caos sangriento en el que toda la sociedad se hunde"[3]. Allí se precisan dos características de enfrentamientos imperialistas en el período de descomposición:
a) La irracionalidad de los conflictos, que es una de las características llamativas de la guerra en descomposición: "Mientras que la guerra del Golfo es una ilustración de la irracionalidad de la totalidad del capitalismo decadente, también contiene un elemento adicional y significativo de irracionalidad que es característico de la apertura de la fase de descomposición. Las otras guerras de decadencia, a pesar de su irracionalidad básica, aún tendrían metas aparentemente 'racionales' (por ejemplo, la búsqueda de 'espacio' para la economía alemana o la defensa de posiciones imperialistas por los aliados durante la segunda guerra mundial). Esto no es en absoluto el caso de la guerra del Golfo. Los objetivos de esta guerra, de un lado o del otro, expresan claramente el estancamiento total y desesperado que existe hoy el capitalismo." (ídem.).
b) El papel central desempeñado por la potencia dominante –Estados Unidos- en la extensión del caos sobre el conjunto del planeta: " La diferencia es que hoy la iniciativa no la toma una potencia que quiere inclinar la balanza imperialista de su lado, sino que lo hace la principal potencia mundial, que por el momento tiene la mejor rebanada del pastel (...) El hecho es que en el presente momento el mantenimiento del "orden mundial" (...) no implica una actitud 'defensiva' (...) de la potencia dominante, sino que se caracteriza por un uso cada vez más sistemático de la ofensiva militar e incluso de las operaciones que desestabilizan regiones enteras con el fin de asegurar la sumisión de las otras potencias; (y esto) expresa claramente la caída del capitalismo decadente en el militarismo más desenfrenado. Esto es precisamente uno de los elementos que distinguen a la fase de descomposición de las fases anteriores de la decadencia capitalista." (ídem.).
Estas características alimentan un creciente caos que se aceleró aún más después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 y las guerras en Irak y Afganistán que surgieron de estos eventos. El XIX Congreso se dedicó a evaluar el impacto de estos últimos 10 años de la "guerra contra el terrorismo" en el documento general de tensiones imperialistas, el desarrollo de "cada uno para sí mismo" y la evolución del liderazgo de Estados Unidos. Se presentaron las siguientes cuatro orientaciones en el desarrollo de enfrentamientos imperialistas:
a) El aumento del “cada uno a la suya”, que se muestra particularmente en la propagación en todas direcciones de las ambiciones imperialistas, llevando a la exacerbación de las tensiones, sobre todo en Asia, alrededor de la expansión económica y militar de China. Sin embargo, a pesar de una fuerte expansión económica, del crecimiento del poder militar y de una presencia en la confrontación imperialista cada vez más marcada, China no tiene la capacidad industrial y tecnológica suficiente para imponerse como la cabeza de un bloque y así desafiar a los Estados Unidos a nivel mundial.
b) El callejón sin salida de la política estadounidense y su deslizamiento hacia la barbarie guerrera: El aplastante revés de la intervención en Irak y en Afganistán ha debilitado el liderazgo mundial de Estados Unidos. Incluso si la burguesía bajo Obama, eligiendo una política de retirada controlada de Irak y Afganistán, ha reducido el impacto de la catastrófica política emprendida por Bush, no ha sido capaz de revertir esta tendencia y ha conducido a la barbarie militarista. La ejecución de Bin Laden expresa el intento de los Estados Unidos de reaccionar ante el revés a su liderazgo y subraya su absoluta superioridad técnica y militar. Sin embargo, esta reacción no pone en entredicho la tendencia básica hacia el debilitamiento que la ahoga. Por el contrario, este asesinato aceleró la desestabilización de Pakistán y, por tanto, la extensión de la guerra, mientras que las bases ideológicas para ello (la "guerra contra el terrorismo") están más debilitadas que nunca.
c) Una tendencia hacia la extensión de inestabilidad y caos permanentes en zonas de regiones enteras del planeta, desde Afganistán hasta África, a tal punto que algunos analistas burgueses, como J. Attali en Francia, hablan sin rodeos de la "Somalización" del mundo.
d) La ausencia de cualquier vínculo automático e inmediato entre el agravamiento de la crisis y el desarrollo de tensiones imperialistas, Aunque algunos fenómenos pueden tener un cierto impacto recíproco:
Estas orientaciones generales, presentadas en el anterior Congreso, no sólo se han confirmado en los últimos dos años, sino que se ha ampliado de manera espectacular durante el mismo período: su exacerbación aumenta gravemente la desestabilización de las relaciones de fuerza entre imperialismos; aumenta el riesgo de guerra y el caos en importantes regiones del planeta como el Medio y el lejano Oriente, con todas las consecuencias catastróficas que pueden producir tales eventos a nivel humano, ecológico y económico para el conjunto del planeta y para la clase obrera en particular.
Los últimos cuarenta y cinco años de la historia del Medio Oriente expresan notablemente el avance de la descomposición y la pérdida de control por la principal potencia del mundo:
Sin duda la política de retiro progresivo ("paso a paso") de los Estados Unidos en Irak y Afganistán por la administración Obama ha logrado limitar los daños para el policía del mundo, pero estas guerras han provocado un caos desmedido en toda la región.
La acentuación del “cada uno para sí mismo” en enfrentamientos imperialistas y la extensión del caos, que abre el desarrollo particular de sucesos imprevistos, se ilustran en el periodo reciente a través de cuatro situaciones más específicas:
1.1. Una breve perspectiva histórica
Por razones económicas y estratégicas (de las rutas comerciales hacia Asia, petróleo...) la región siempre ha tomado una importante participación en la confrontación entre potencias. Desde el inicio de la decadencia del capitalismo y el colapso del Imperio otomano en particular, ha sido el centro de las tensiones imperialistas:
1.2. Creciente peligro de enfrentamientos militares entre imperialismos
Más que nunca, la guerra amenaza la región: la intervención preventiva por parte de Israel (con o sin la aprobación de los Estados Unidos) contra Irán, las posibilidades de intervención por parte de distintos imperialismos en Siria, la guerra de Israel contra los palestinos (apoyado actualmente por Egipto), las tensiones entre Irán y las monarquías del Golfo. El Medio Oriente es una terrible confirmación de nuestro análisis sobre el estancamiento del sistema y el declive hacia el "cada uno para sí mismo":
Es una situación explosiva que se escapa del control de los grandes imperialismos; y la retirada de las fuerzas occidentales en Irak y Afganistán acentuará aún más esta desestabilización, aunque Estados Unidos ha intentado limitar el daño:
Globalmente sin embargo, a lo largo de la "primavera árabe", América ha demostrado su incapacidad para proteger a los regímenes favorables a él (que ha llevado a una pérdida de confianza: por ejemplo la actitud de Arabia Saudita que ha tomado su distancia de los Estados Unidos) y se está volviendo cada vez más impopular.
Esta multiplicación de tensiones imperialistas puede conducir a consecuencias importantes que estallarían en cualquier momento: países como Irán o Israel podrían provocar choques terribles y hundir toda la región en el caos, sin que nadie sea capaz de prevenirlo, porque nadie puede asegurar un control real de la situación. Por lo tanto estamos en una situación extremadamente peligrosa e impredecible para la región, pero también, debido a las consecuencias que pueden derivarse de ella, para todo el planeta.
1.3. La inestabilidad creciente de muchos Estados de la región
Desde 1991, con la invasión de Kuwait y la primera guerra del Golfo, el frente sunita[5] puesto en marcha por occidente para contener a Irán, se ha derrumbado. La explosión de "cada uno para sí mismo" en la región ha sido impresionante e Irán ha sido el principal beneficiario de las dos guerras del Golfo, con el fortalecimiento de Hezbollah y algunos movimientos chiítas; en cuanto a los kurdos, su cuasi-independencia ha sido el efecto colateral de la invasión de Irak. La tendencia de cada uno para sí mismo se agudiza otra vez en la extensión de los movimientos sociales de la "primavera árabe", en particular donde el proletariado es más débil y esto ha llevado a la cada vez más marcada desestabilización de numerosos Estados de la región:
El agravamiento de las tensiones entre las facciones adversas está mezclado con diversas tensiones religiosas. Por lo tanto, fuera de la oposición Suníes/Chiíes o cristiano/musulmán, los conflictos dentro del mundo sunita también están aumentando con la llegada al poder en Turquía del moderado islamista Erdogan o recientemente la Hermandad Musulmana en Egipto, en Túnez (Ennahda) y dentro del gobierno marroquí, apoyada hoy por Qatar, que se opone el movimiento salafista/wahabíes financiado por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (Dubai), que apoyó a Mubarak y Ben Ali respectivamente.
Por supuesto estas tendencias religiosas, unas más bárbaras que otras, existen sólo para ocultar intereses imperialistas que rigen las políticas de las diferentes camarillas de los gobiernos. Más que nunca hoy, con la guerra en Siria o las tensiones en Egipto, es evidente que no existen tales "Bloque musulmán" o "Bloque árabe", sino que los diversos grupos burguesas defienden sus propios intereses imperialistas explotando las oposiciones religiosas (cristianos, judíos, musulmanes y diversas tendencias dentro de religiones suníes o chiítas), que aparece también en países como Turquía, Marruecos, Arabia Saudita y Qatar para controlar las mezquitas del extranjero (Europa).
Pero, en particular, esta explosión de antagonismos y facciones religiosas desde finales de los 80 y el colapso de los regímenes "socialistas" y "modernos", (Irán, Egipto, Siria, Irak...) sobre todo expresa el peso de la descomposición, del caos y la miseria, la total ausencia de cualquier perspectiva a través de un descenso en las ideologías totalmente retrógradas y bárbaras.
En resumen, la idea de que Estados Unidos podría restablecer una forma de control sobre la región, a través de la expulsión de Assad por ejemplo, no es racional. Desde la primera guerra del Golfo, todos los intentos de restaurar su liderazgo han fracasado y por el contrario, han llevado a desencadenar apetitos regionales, en particular aquellos de un Irán fuertemente militarizado, rico en energía y respaldada por Rusia y China. Pero este país está en competencia con Arabia Saudita, Israel, Turquía... Las ambiciones imperialistas "ordinarias" de cada estado, la explosión del "cada uno por sí mismo", la cuestión israelo-palestino, oposiciones religiosas, pero también las divisiones étnicas (kurdos, turcos, árabes), todos juegan en la exacerbación de las tensiones y hacen la situación particularmente impredecible y dramática para los habitantes de la región, pero potencialmente también para el conjunto del planeta: así, una mayor desestabilización en Irán, y un eventual bloqueo del estrecho de Ormuz, podría tener consecuencias incalculables para la economía del mundo.
2.1. Una breve perspectiva histórica
El lejano Oriente ha sido una zona crucial para el desarrollo de enfrentamientos imperialistas desde el principio de la decadencia: guerra ruso-japonesa de 1904-05, la “revolución” china de 1911 y la feroz guerra entre grupos diversos y señores de la guerra que le siguió hasta bien avanzados los años 20, la ofensiva japonesa en Corea y Manchuria (1932), la invasión japonesa de China (1937), el conflicto ruso-japonés (mayo-agosto de 1939) que acabó incorporándose a la segunda guerra mundial donde el lejano Oriente supone uno de los frentes centrales de esta guerra y los conflictos posteriores:
2.2 El poder creciente de China y la exacerbación de las tensiones guerreras
El desarrollo de la potencia económica y militar de China y sus intentos de imponerse como potencia de primer orden no sólo en el lejano Oriente, sino también en el Medio Oriente (Irán), África (Sudán, Zimbabwe, Angola) o incluso en Europa donde está buscando un acercamiento estratégico con Rusia, significa que es vista por los Estados Unidos como el peligro potencial más importante para su hegemonía. Desde este punto de partida Estados Unidos está orientando fundamentalmente sus maniobras estratégicas contra China, tal como demostró en 2012 con la visita de Obama a Birmania y Camboya, dos países aliados de China.
El ascenso económico y militar de China le impulsa inevitablemente a hacer valer a escala mundial sus intereses económicos y estratégicos nacionales, en otras palabras a expresar una creciente agresividad imperialista y así convertirse en un factor cada vez más desestabilizador en el lejano Oriente.
Este crecimiento del poder de China, preocupa no sólo a EEUU sino también a numerosos países en Asia misma, desde Japón a India, Vietnam o Filipinas, que se sienten amenazados por el tigre Chino y por ello han aumentado palpablemente el gasto en armas. Estratégicamente, los Estados Unidos ha tratado de promover una gran alianza con el objetivo de contener las ambiciones chinas, reagrupando a su alrededor los apoyos del Japón, India y Australia, los países menos poderosos como Corea del sur, Vietnam, Filipinas, Indonesia y Singapur. Encabezando dicha alianza y sobre todo con el objetivo de emitir una advertencia a China, el policía del mundo pretende restaurar la credibilidad de su liderazgo que está en caída libre en todo el mundo.
Los acontecimientos recientes confirman que en el presente período el mayor desarrollo económico de un país no puede hacerse sin un importante aumento de las tensiones imperialistas. El contexto de la aparición de este rival más serio en la escena mundial, en una situación de debilitamiento de la posición del líder gendarme mundial, anuncia un futuro más peligroso de confrontaciones imperialistas, no sólo en Asia sino en todo el mundo.
Este peligro de enfrentamientos es mucho más real que las tendencias del "cada uno para sí mismo" que están muy presentes en otros países del lejano Oriente. Así se confirma el endurecimiento de la posición de Japón con el retorno al poder del nacionalista Shinzo Abe que hizo campaña sobre el tema de la restauración del pederío imperialista nacional. Su política tiene 3 ejes: 1) Sustituir la fuerza de autodefensa por un verdadero ejército; 2) enfrentarse directamente a China por un grupo de islas en el mar de China oriental; ·) Restablecer las alianzas con diversos países de la región y especialmente con Estados Unidos y Corea del sur.
Lo mismo sucede con Corea del Sur, donde ha sido elegido Park Geun-Hye, el candidato por el partido conservador (e hija del viejo dictador Park Chung-hee), que también podría conducir a una acentuación de "cada uno para sí mismo" y de las ambiciones imperialistas de este país.
Además, hay toda una serie de conflictos aparentemente secundarios entre los países asiáticos que pueden aumentar aún más la desestabilización: existe el conflicto indo-pakistaní por supuesto, los continuos altercados entre las dos Corea, pero también las menos publicitadas tensiones entre Corea del sur y Japón (sobre las islas Dokdo/Takeshima), entre Camboya y Vietnam o Tailandia, entre Birmania y Tailandia, entre la India y Birmania o Bangladesh, etc., todos contribuyen a la exacerbación de las tensiones en toda la región.
2.3. Tensiones dentro del aparato político de la burguesía China
El reciente Congreso del partido "Comunista" chino ha dado varias indicaciones confirmando que la actual situación económica, social e imperialista está provocando fuertes tensiones dentro de la clase gobernante. Esto plantea una pregunta que ha sido insuficientemente tratada hasta ahora: la cuestión de las características del aparato político de la burguesía en un país como China y la forma en que la relación de fuerzas han evolucionado en su interior. La insuficiencia de este tipo de aparato político fue un factor importante en la implosión del bloque oriental, pero ¿qué pasa con China? Rechazando cualquier tipo de "Glasnost" o "perestroika", la burguesía ha introducido con éxito los mecanismos de la economía de mercado manteniendo una rígida organización estalinista a nivel político. En informes anteriores, hemos señalado las debilidades estructurales del aparato político de la burguesía China como uno de los argumentos para establecer por qué China no podría convertirse en un verdadero rival a los Estados Unidos. Además, el deterioro de la economía bajo el impacto de la crisis mundial, la multiplicación de las explosiones sociales y el crecimiento de las tensiones imperialistas sin duda reforzará las tensiones existentes entre las facciones de la burguesía China, como hemos visto con ciertos acontecimientos sorprendentes, como la eliminación de la "estrella ascendente" Bo Xilai y la misteriosa desaparición durante quince días del "futuro Presidente" Xi Jinping algunas semanas antes de que se celebrara el Congreso.
Las diferentes líneas de fractura deben tenerse en cuenta para entender la lucha entre las facciones:
Estas tres líneas de fractura no son separadas por supuesto pero sí que se superponen y han jugado en las tensiones que han marcado el Congreso del PCCh y en el nombramiento de los nuevos dirigentes. Según observadores, este último ha estado marcado por la victoria de los "conservadores" sobre los "progresistas" (de los 7 miembros del Buró Político permanente, 4 son conservadores). Pero las revelaciones más frecuentes sobre el comportamiento, la corrupción, la acumulación de gigantescas fortunas, que afectan a las más altas esferas del partido (la fortuna de la familia del antiguo primer ministro Wen Jiabao se estima en $2,7 billones a través de una compleja red de negocios, a menudo en nombre de su madre, esposa o hija; y la del nuevo Presidente Xi Jinping, ya se estima en al menos 1 billón de dólares). Esto no sólo muestra efectivamente un problema de proporciones gigantescas, sino también una creciente inestabilidad en el ámbito de la dirección que el nuevo liderazgo conservador y envejecido parece incapaz de controlar
La explosión de caos y el "cada uno para sí mismo" ha originado zonas de inestabilidad sin ley, que no han dejado de expandirse desde el final del siglo XX y se están extendiendo en el presente sobre todo en el Medio Oriente hasta Pakistán. También cubren la totalidad del continente africano que se hunde en una terrible barbarie. Esta "Somalización" se manifiesta de varias formas.
3.1. La tendencia hacia la fragmentación de los Estados
Escrito en la carta de la organización de unidad africana (OUA) en 1963, el principio de la inviolabilidad de las fronteras parece haberse desmoronado. En 1993, Eritrea se ha separado de Etiopía y desde entonces este proceso ha afectado toda África: desde finales de los años 90, la desaparición del poder central en Somalia ha visto la fragmentación de los países con la aparición de Estados fantasma, como Somalilandia y Puntlandia. Recientemente ha habido la secesión de Sudán del sur de Sudán y la sangrienta rebelión en Darfur, la secesión de Azawad en Malí; y las tendencias separatistas en Libia (Cyrenaica alrededor de Bengasi), en Casamance, en Senegal y, recientemente, en la región de Mombasa en Kenya.
Además de las regiones cada vez más numerosas que han declarado la independencia, desde finales de los años 90 vemos también una multiplicación de los conflictos internos de carácter político étnico o étnico - religioso: por ejemplo, Liberia y Sierra Leona, Costa de Marfil tienden a reiniciar guerras civiles que han hecho implosionar el estado en beneficio de los clanes armados. En Nigeria hay una rebelión musulmana en el norte, el "ejército de Dios" en Uganda y los clanes hutus y tutsis que se están desgarrando mutuamente en el este de la República Democrática del Congo.
La difusión transnacional de las tensiones y conflictos en un contexto de Estados debilitados incapaces de asegurar el orden nacional, empuja a que las diversas fracciones se refugien en lealtades religiosas y étnicas, lo cual debilita aún más a los Estados. Esto obliga a que cada fracción defienda sus propios intereses a través de milicias armadas.
Estas fragmentaciones internas a menudo son promovidas y explotados por las intervenciones desde el exterior: así pues, la intervención occidental en Libia ha empeorado la inestabilidad interna y provocado la propagación de armas y grupos armados en el Sahel. La creciente presencia de China en el continente y su apoyo a la política bélica de Sudán son un ejemplo de esto y de la desestabilización de toda la región. Por último, las grandes multinacionales y las grandes potencias han orquestado guerras como por ejemplo en la RDC.
Seul le sud du continent semble échapper à ce scénario. On assiste pourtant là aussi à une dilution des limites territoriales, mais ici cela se fait au profit d’une sorte "d’aspiration" des États faibles de la région (le Mozambique, le Swaziland, le Botswana, mais aussi la Namibie, la Zambie, le Malawi) par l’Afrique du Sud qui les transforme en semi-colonies.
Solamente la zona sur del continente africano parece escapar a este escenario caótico. Sin embargo, asistimos a una progresiva disolución de los límites territoriales, pero esto parece favorecer un proceso de “absorción” de los Estados más débiles de la región (Mozambique, Swazilandia, Botswana, y también Namibia, Zambia, Malawi), en beneficio de África del Sur que los está transformando en semi – colonias.
3.2. El desgaste de las fronteras
La desestabilización de los Estados está siendo alimentada por una criminalidad transfronteriza, tales como el tráfico de armas, drogas y seres humanos. En consecuencia, estos límites territoriales se diluyen en beneficio de las zonas de frontera donde la regulación se efectúa "desde abajo". Insurrecciones armadas, incapacidad de las autoridades para mantener el orden, tráfico transnacional de armas y municiones, líderes de bandas locales, injerencia extranjera, acceso a los recursos naturales, todos juegan un papel en este proceso delicuescente. Los estados –en especial los más débiles- están perdiendo el control de estas "zonas grises" cada vez más amplias, que a menudo se administran de manera criminal (a veces también hay el efecto perverso de la intervención de las organizaciones humanitarias que hacen las zonas protegidas "extraterritoriales" de hecho). Algunos ejemplos:
3.3. El dominio de los clanes y señores de la guerra
Con la delicuescencia de los Estados nacionales, regiones enteras caen bajo el control de grupos y caudillos a lo largo de las fronteras. Es no sólo Somalilandia y Puntlandia donde clanes y jefes locales armados reinan por la fuerza de las armas. En la región del Sahel cumple este papel Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine, el movimiento por la unidad de la jihad en África del oeste (Mujao) y algunos grupos de nómadas Tuareg. En el este del Congo, un grupo como el M23 es un ejército privado al servicio de un señor de la guerra que consigue la mayor parte del dinero.
Dichos grupos están generalmente vinculados a traficantes con quienes intercambian dinero y servicios. Así en Nigeria, en el Delta del Níger, grupos similares ocupan las empresas para obtener rescate y sabotear las instalaciones petroleras.
La aparición y la extensión de las zonas "sin ley" sin duda no se limitan a África. Por lo tanto la generalización de la delincuencia organizada, las guerras entre bandas en varios países de América Latina, por ejemplo, México y Venezuela, incluso el control de barrios enteros por bandas en las grandes ciudades occidentales, son testigo de la progresión de la descomposición por todo el planeta. Sin embargo, el nivel de fragmentación y caos alcanzando la escala de un continente entero da una idea de la barbarie provocada por la descomposición del sistema para toda la humanidad.
En el informe para el XIX Congreso de la CCI, subrayamos que no existía un vínculo mecánico entre la agravación de la crisis y la agudización de las tensiones imperialistas. Pero eso no significa que no existe una relación de reciprocidad entre ambos factores. Este es particularmente el caso del papel de los Estados europeos en la escena imperialista.
4.1. El impacto de las ambiciones imperialistas en el mundo
La crisis del euro y la UE han impuesto la cura de austeridad presupuestaria en la mayoría de los Estados Europeos, que se expresa también en el nivel del gasto militar. Por lo tanto, contrariamente a los Estados del extremo Oriente o de Oriente Medio, que han visto aumentar los presupuestos de sus armamentos, los presupuestos de las principales potencias europeas han sido apreciablemente rebajados.
Esta reducción en las provisiones de armamentos ha rebajado las ambiciones imperialistas europeas en la escena internacional (con la excepción tal vez de Francia, que está presente en Malí y está intentando un impulso diplomático en Afganistán al reunir a todas las facciones afganas bajo su tutela en Chantilly): hay menos énfasis en la autonomía por parte de las potencias europeas e incluso un cierto acercamiento con los Estados Unidos, un "retorno a las filas" parcial que es sin duda circunstancial.
4.2. El impacto sobre las tensiones entre los Estados europeos
Dentro de la UE, esto va junto con una creciente tensión entre tendencias centrípetas (una necesidad de centralización más fuerte para afrontar con más fuerza el colapso económico) y tendencias centrífugas hacia el “cada uno para sí mismo”.
Las condiciones para el nacimiento de la UE fueron un plan para contener a Alemania después de 1989, pero lo que la burguesía necesita hoy en día es una centralización mucho más fuerte, una Unión presupuestaria y por lo tanto una unión mucho más política. Esto es lo que necesita si quiere hacer frente a la crisis de la manera más eficaz posible, lo que también corresponde a los intereses alemanes. El necesario empuje para una mayor centralización fortalece así el control alemán sobre otros Estados europeos en la medida en que permite a Alemania dictar las medidas necesarias a tomar e intervenir directamente en el funcionamiento de otros Estados europeos: "De ahora en adelante, Europa hablará alemán", como el Presidente del grupo de CDU/CSU en el Bundestag señaló en 2011.
Por otro lado, la crisis y las medidas drásticas impuestas están empujando hacia una fractura de la Unión Europea y un rechazo de la sumisión al control de otro país, es decir una presión hacia “cada uno para sí mismos”. Gran Bretaña ha rechazado firmemente las medidas propuestas de centralización y en los países europeos meridionales está creciendo un nacionalismo anti-alemán. Las fuerzas centrífugas también pueden implicar una tendencia a la fragmentación de los Estados, la autonomía de regiones como Cataluña, norte de Italia, Flandes y Escocia.
Por lo tanto, la presión de la crisis, a través de un complejo juego de fuerzas centrífugas y centrípetas, está acentuando el desmembramiento de la Unión Europea y está exacerbando las tensiones entre los Estados.
De manera global, este informe acentúa las orientaciones establecidas en el informe que el XIX Congreso de la CCI y subraya la aceleración de las tendencias que se identifican. Más que nunca, la naturaleza cada vez más absoluta del estancamiento histórico del modo capitalista de producción se está haciendo evidente. Así, el período de apertura "tenderá a imponer las conexiones cada vez más claras entre
A partir de hoy, para la clase obrera, este enlace representa un punto de reflexión fundamental sobre el futuro que el capitalismo está reservando para la humanidad y sobre la necesidad de encontrar una alternativa frente a este sistema moribundo”.
CCI
[1]Revista Internacional nº 62: Tesis sobre la descomposición. /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [2]
[2] Formado por la antigua URSS y sus satélites.
[3] Revista Internacional nº 67, 1991, IX Congreso de la ICC, la resolución sobre la situación internacional, punto 6
[4] El informe fue escrito en mayo 2013 cuando Morsi aún era presidente de Egipto.
[5] El sunismo es una de las dos principales ramas del Islam, la otra es la chiita.
En el artículo anterior de esta serie, examinamos la forma en que en los años treinta, los comunistas de izquierda, belgas e italianos, en torno a la revista Bilan, criticaron las ideas de los comunistas consejistas holandeses sobre la fase de transición del capitalismo al comunismo. Examinamos principalmente los aspectos políticos del período de transición, en particular los argumentos de Bilan que consideraba que los camaradas holandeses subestimaban los problemas planteados por la revolución proletaria y por la inevitable recomposición de una forma de poder de Estado durante el período de transición. En este artículo, vamos a estudiar las críticas hechas por Bilan a lo que forma el eje central del libro de los comunistas holandeses Grundprinzipien Kommunistischer Produktion und Veiteilung (1): el programa económico de la revolución proletaria.
Las críticas de Bilan se centran en dos aspectos principales:
El autor de los artículos de Bilan, Mitchell, comienza afirmando que la revolución proletaria no puede ser inmediatamente el inicio del comunismo integral, sino solamente la apertura de un período de transición con una forma social híbrida, aún marcada por los “estigmas” del pasado tanto ideológicamente como en sus concreciones más materiales: la ley del valor y, en consecuencia, también el dinero y los salarios, aunque con una forma modificada. Para resumir, la fuerza de trabajo no dejará de ser inmediatamente una mercancía porque los medios de producción se hayan convertido en propiedad colectiva. Sigue midiéndose en términos de “valor”, esta calidad extraña que “aunque se origine en la actividad de una fuerza física, el trabajo, no tiene por sí mismo ninguna realidad material” ([2]). En cuanto a las dificultades planteadas por el concepto de valor, Mitchell cita a Marx en su prólogo de El Capital, donde señala que, por lo que se refiere a la forma-valor: “No obstante, la inteligencia humana se ha dedicado a investigarla durante más de 2000 años, sin resultados” ([3]) (y es preciso decir que esta cuestión sigue siendo una fuente de perplejidad y controversia, incluso entre los auténticos discípulos de Marx…).
En su esfuerzo por penetrar el secreto, por descubrir lo que supone que una mercancía “vale” algo en el mercado, Marx, de acuerdo con los economistas clásicos, reconoce que el núcleo del valor está en la actividad humana concreta, en el trabajo efectuado en una relación social determinada – más concretamente, en el tiempo medio de trabajo incorporado en la mercancía. No es un mero resultado de la oferta y la demanda, ni de caprichos y decisiones arbitrarias, aunque estos elementos puedan provocar fluctuaciones de precio. Es en realidad el principio regulador que se oculta tras la anarquía del mercado. Pero Marx fue más lejos que los economistas clásicos, mostrando cómo también es la base de la forma particular tomada por la explotación en la sociedad burguesa y la del carácter específico de la crisis y del hundimiento del capitalismo, o sea una pérdida de control total por la humanidad de su propia actividad productiva. Estas revelaciones llevaron a la mayoría de los economistas burgueses a abandonar la teoría del valor-trabajo incluso antes de que el sistema capitalista entrara en su fase de decadencia.
En 1928, el economista soviético Isaak I. Rubin, que pronto iba a ser acusado de desviación del marxismo y a ser eliminado por el estalinismo como muchos otros comunistas, publicó un análisis magistral de la teoría del valor de Marx, con el título Ensayo sobre la teoría del valor de Marx. Al principio del libro, insiste en el que la teoría del valor de Marx es inseparable de su crítica del fetichismo de la mercancía y de la “reificación” de las relaciones humanas en la sociedad burguesa – la transformación de una relación entre las personas en una relación entre las cosas: “El valor es una relación de producción entre productores autónomos de mercancías; asume la forma de una propiedad de las cosas y se vincula con la distribución del trabajo social. O bien, considerando el mismo fenómeno desde el otro ángulo, el valor es la propiedad del producto del trabajo de cada productor de mercancías que lo vuelve intercambiable con los productos del trabajo de cualquier otro productor de mercancías en una proporción determinada que corresponde a un nivel dado de productividad del trabajo en las diferentes ramas de la producción. Tenemos aquí una relación humana que adquiere la forma de la propiedad de las cosas y que se vincula con el proceso de distribución del trabajo en la producción. En otras palabras, estamos ante relaciones cosificadas de producción entre personas. La cosificación del trabajo en el valor es la conclusión más importante de la teoría del fetichismo, que explica la inevitabilidad de la “cosificación” de las relaciones de producción entre las personas en una economía mercantil” ([4]).
La izquierda holandesa era ciertamente consciente de que la cuestión del valor y de su eliminación era la clave de la transición hacia el comunismo. Su libro fue un intento para elaborar un método que permitiera guiar a la clase obrera en el paso de una sociedad donde los productos dominan a los productores, a otra sociedad donde los productores tienen el control directo de la totalidad de la producción y del consumo. Su planteamiento era buscar cómo sustituir las relaciones “cosificadas” [o “reificadas”], características de la sociedad capitalista, por la simple transparencia de las relaciones sociales que Marx menciona en el primer capítulo de El Capital cuando describe la futura sociedad de los productores asociados.
¿Cómo pensaban conseguirlo los camaradas holandeses? Como lo escribíamos en la primera parte de este artículo ([5]): “Para los Gründprinzipien, la nacionalización o la colectivización de los medios de producción pueden coexistir perfectamente con el trabajo asalariado y la alienación de los obreros respecto a lo que producen. Lo que es clave, sin embargo, es que los propios trabajadores, a través de sus organizaciones arraigadas en los lugares de trabajo, dispongan no solamente de los medios materiales de producción sino de todo el producto social. Para estar sin embargo seguros de que el producto social permanezca en manos de los productores desde el principio al final del proceso del trabajo (decisiones sobre qué producir, en qué cantidades, distribución del producto incluida la remuneración del productor individual), es necesaria una ley económica general que pueda estar sometida a cálculos rigurosos: el cálculo del producto social sobre la base “del valor” del tiempo de trabajo medio socialmente necesario”.
Para Mitchell, como lo vimos, la ley del valor perdura inevitablemente durante el período de transición. Es obviamente el caso en la fase de guerra civil, durante la cual el bastión proletario “no puede abstraerse de la economía mundial que sigue funcionando con una base capitalista” ([6]). Pero alega también que, incluso en “la economía proletaria” (y después de la victoria sobre la burguesía en la guerra civil), no todos los sectores de la economía pueden ser inmediatamente socializados (tenía en la mente el ejemplo del enorme sector campesino en Rusia y en toda la periferia del sistema capitalista). Habrá pues intercambio entre el sector socializado y esos vestigios considerables de la producción a pequeña escala, y eso impondrá, con más o menos fuerza, las leyes del mercado al sector controlado directamente por el proletariado. La ley del valor, en lugar de pretender abolirla por decreto, debe más bien pasar por una especie de retorno histórico: “si la ley del valor, en vez de desarrollarse como lo hizo yendo de la producción mercantil simple a la producción capitalista, siguiera el proceso opuesto de regresión y extinción que va de la economía “mixta” al comunismo integral” ([7]).
Mitchell considera que los camaradas holandeses se equivocan cuando piensan que es posible suprimir la ley del valor simplemente mediante el cálculo del tiempo de trabajo. En primer lugar, su idea de formular una especie de ley matemática contable, que permitiera terminar con la forma-valor, tropezaría con dificultades considerables. Para medir precisamente el valor del trabajo, es necesario establecer el tiempo de trabajo “social medio” incorporado en las mercancías. Pero la unidad de esta media social sólo podría ser la del trabajo no cualificado o simple, es decir trabajo reducido a su expresión más elemental: el trabajo cualificado o compuesto debe pues reducirse a su forma más simple. Y según Mitchell, el propio Marx admitió que no había conseguido solucionar este problema. En resumen, “… sigue sin explicación el fenómeno de reducción del trabajo compuesto a trabajo simple (que es la verdadera unidad de medida). Por eso, la elaboración de un modo de cálculo científico del tiempo de trabajo que debería de tener necesariamente en cuenta esa reducción, es imposible. Incluso puede ocurrir que el día en que pudiera aparecer una ley así, ésta será inútil, es decir, el día en que la producción pueda satisfacer todas las necesidades y, por consiguiente, la sociedad no tenga por qué molestarse en calcular el trabajo, pues la “administración de las cosas” sólo exigirá un simple registro. Y ocurrirá entonces en el ámbito económico un proceso paralelo y análogo al que se extenderá en la vida política en la cual la democracia resultará superflua en el momento en que se haya realizado plenamente” ([8]).
Quizá más importante es la crítica de Mitchell según la cual, tanto a través de los medios que propone para avanzar hacia los objetivos más elevados, como a través de su definición de las fases más avanzadas de la nueva sociedad, la visión del comunismo que se extrae de los Grundprinzipien contiene en realidad una forma disfrazada de la ley del valor, debido a que se basa en su esencia, o sea en medir el trabajo por medio del tiempo de trabajo social medio.
Para apuntalar ese argumento, Mitchell advierte del peligro que corre la “red no centralizada” de empresas prevista en los Grundprinzipien de funcionar realmente como una sociedad de producción mercantil (lo que no es muy diferente de la visión anarcosindicalista que los camaradas holandeses critican con mucha razón en su libro): “[Los camaradas holandeses] están sin embargo de acuerdo con que “la supresión del mercado debe entenderse en que aparentemente sobrevive el mercado en el comunismo, pero se modifica completamente el contenido social de la circulación de mercancías y productos, una circulación basada en el tiempo de trabajo, expresión de la nueva relación social” (p. 110). Pero, precisamente, si el mercado sobrevive (aunque se modifiquen el fondo y la forma de los intercambios) es porque solo puede funcionar basado en el valor. Eso no lo perciben los internacionalistas holandeses, “subyugados” como están por su fórmula “tiempo de trabajo”, la cual, sustancialmente, no es otra cosa sino el valor mismo. Para ellos, además, no se excluye que en el “comunismo” se siga hablando de “valor”, pero evitan decir lo que eso implica desde el punto de vista del mecanismo de las relaciones sociales, resultante del mantenimiento del tiempo de trabajo. Salen del paso concluyendo que, puesto que el contenido del valor se modificará, habrá que sustituir la palabra “valor” por la expresión “tiempo de producción”, lo cual no modificará para nada la realidad económica. También dicen que no habrá intercambio de productos, sino paso de productos (pp. 53 y 54). Y también que: “en lugar de la función del dinero, tendremos el registro de movimiento de los productos, la contabilidad social, basado, en la hora de trabajo social media” (p. 55)” ([9]).
La crítica que hace Mitchell a la defensa, por parte de la izquierda holandesa, de la igualdad de las remuneraciones a través del sistema de bonos de tiempo de trabajo se conecta a una crítica más general que hemos examinado en la primera parte de este artículo: la de una visión abstracta donde todo funciona sin contratiempos a partir del día de la insurrección. Mitchell reconoce que los camaradas holandeses así como Hennaut comparten la distinción que hace Marx (desarrollada en la Crítica del programa de Gotha) entre las etapas inferiores y superiores del comunismo, y comparten también la idea de que, en la primera etapa, sigue perdurando el “derecho burgués”. Pero para Mitchell, los camaradas holandeses tienen una interpretación unilateral de lo que Marx decía en este documento: “Pero, además de eso, los internacionalistas holandeses deforman el significado de las palabras de Marx sobre el reparto de los productos. En la afirmación de que el obrero recibe, en el reparto, según la cantidad de trabajo realizado, no descubren más que un aspecto de la doble desigualdad que hemos subrayado y es el resultante de la situación social del obrero (pág. 81); pero no se detienen a considerar el otro aspecto: los trabajadores, durante un mismo tiempo de trabajo, proporcionan cantidades diferentes de trabajo simple (trabajo simple que es la medida común del valor) dando como resultado un reparto desigual. Prefieren quedarse en su reivindicación: supresión de las desigualdades salariales, que queda suspendida en el aire pues a la supresión del salariado capitalista no le corresponde inmediatamente la desaparición de las diferencias en la retribución del trabajo” ([10]).
En otras palabras, aunque los camaradas holandeses estén en continuidad con Marx que veía que las situaciones diferentes en las que están los trabajadores individuales significan una persistencia de desigualdad (“Pero unos individuos son superiores, física e intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tiempo (…) Prosigamos: un obrero está casado y otro no; uno tiene más hijos que otro, etc., etc.”, como dice Marx ([11])), ignoran el problema más profundo del cálculo del trabajo simple, lo que implica que la remuneración de los trabajadores sobre la única base de las horas de trabajo significa que no se remunerará igual a trabajadores en la misma situación social, pero trabajando con medios de producción diferentes.
Mitchell critica a Hennaut por motivos similares: “El camarada Hennaut da una solución parecida al problema del reparto en el período de transición, solución que saca también de una interpretación errónea, por ser incompleta, de las críticas de Marx al Programa de Gotha. En Bilan, página 747, dice: “la desigualdad que deja subsistir la primera fase del socialismo no resulta de la remuneración desigual aplicada a los diferentes tipos de trabajo: el trabajo simple del peón o el trabajo compuesto del ingeniero con todas las escalas intermedias entre esos dos extremos. No, todos los tipos de trabajo son equivalentes, sólo deben medirse su «duración» y su “intensidad”; pero la desigualdad se debe a que se aplica a hombres con capacidades y necesidades diferentes, unas tareas y unos recursos uniformes”. Y Hennaut pone patas arriba el pensamiento de Marx cuando le hace descubrir la desigualdad en que “la parte del beneficio social se mantiene equivalente – en base a una prestación equivalente, claro está-, para cada individuo, aun cuando sus necesidades y el esfuerzo realizado para alcanzar una misma prestación son diferentes” mientras que, como ya hemos dicho, Marx ve la desigualdad en que los individuos reciben partes desiguales, porque proporcionan cantidades desiguales de trabajo y es en eso en lo que se basa la aplicación del derecho igual burgués” ([12]).
Al mismo tiempo, la base de ese rechazo del igualitarismo “absoluto” en las primeras fases de la revolución es una crítica profunda incluso del concepto de igualdad: “el hecho de que el móvil fundamental en la economía proletaria ya no sea la producción de plusvalía y de capital ampliados sin cesar, sino la producción ilimitada de valores de uso, no significa que las condiciones estén maduras para una nivelación de los “salarios” que se traduzca en una igualdad en el consumo. Además, ni esa igualdad se instaura al principio del período de transición ni tampoco se realiza en la fase comunista como expresión de la fórmula inversa “a cada uno según sus necesidades”. En realidad, la igualdad formal no podrá existir nunca: lo que el comunismo realiza es, finalmente, la igualdad real en la desigualdad natural” ([13]).
La adhesión de Marx al comunismo comenzó por un rechazo del comunismo de “cuartel” o vulgar que se había desarrollado en los inicios del movimiento obrero y, contra ese tipo de “colectivismo basura” realizado en cierta medida por el capitalismo de Estado estalinista, a lo que Marx opone una asociación de individuos libres donde se cultivará en positivo “la desigualdad” natural o la diversidad.
El otro objetivo de la crítica de Mitchell es la visión del GIC según la cual remunerar el trabajo sobre la base del tiempo de trabajo –el famoso sistema de bonos de trabajo– ya habría permitido superar lo fundamental del salariado. Mitchell no parece estar en desacuerdo con el argumento de Marx en favor de ese sistema en la Crítica del programa de Gotha, ya que lo cita sin crítica en su artículo. Está también de acuerdo con Marx en que en ese modo de distribución, el dinero ha perdido su carácter de “‘riqueza abstracta’ (…) capaz de apropiarse de cualquier riqueza” ([14]). Pero contrariamente al GIC, Mitchell destaca la continuidad de este modo de distribución con el salariado más bien que su discontinuidad, ya que hace especialmente hincapié en el pasaje de la Crítica del Programa de Gotha donde Marx dice francamente que “Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes. Han variado la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere a la distribución de estos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta.”
En este sentido, parece que Mitchell considera que los bonos de tiempo de trabajo son una especie de salario, que no los considera como un sistema de calidad superior en las primeras etapas de la revolución: el sistema de igualdad de racionamiento en la revolución rusa no era “un método económico capaz de asegurar el desarrollo sistemático de la economía, sino que se debía al régimen de un pueblo asediado que ponía en tensión todas sus energías hacia la guerra civil” ([15]).
Para Mitchell, la clave de la abolición real del valor no residía realmente en la elección de las formas particulares con las que se remuneraría el trabajo en el período de transición, sino en la capacidad para superar los estrechos horizontes del derecho burgués creando una situación en la que, según los términos de Marx, “corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva” ([16]). Sólo tal sociedad podría “escribir en sus estandartes: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!” ([17]).
Los camaradas del GIC no respondieron a las críticas de Mitchell y el comunismo de consejos, como corriente organizada, desapareció prácticamente. Pero el camarada norteamericano David Adam, que escribió mucho sobre Marx, Lenin y el período de transición ([18]), se identifica en cierta medida con la tradición representada por el GIC y Mattick en Estados Unidos. En una correspondencia con el autor de este artículo, hizo estos comentarios respecto a Mitchell y Bilan: “En cuanto a la lectura por parte de Bilan de la Crítica del programa de Gotha de Marx, creo que es confusa. Bilan identifica claramente la primera fase del comunismo con la de la transición hacia el comunismo durante la cual la ley del valor permanece, y parece identificar la existencia de un “derecho burgués” con la ley del valor. Pienso que eso crea problemas, y no menores, para la interpretación de los Grundprinzipien. Bilan identifica ese tipo de contabilidad defendida por la Izquierda holandesa con la ley del valor, mientras que los Grundprinzipien son claros sobre el hecho de que hablan de una sociedad socialista que surge después del período de la dictadura del proletariado, lo que está de acuerdo con Marx. Mitchell parece también pensar que la Izquierda holandesa habla de una fase de transición en la cual el mercado sigue existiendo, y no es así. Creo pues que eso disminuye el valor de la crítica hecha a los Grundprinzipien, porque no creo que esa crítica haya entendido a Marx. Y eso podría significar que Bilan no ve la necesidad de una transformación de las relaciones económicas desde el inicio del proceso revolucionario, como si la ley del valor no pudiera simplemente pasar por “cambios profundos de naturaleza” para acabar desapareciendo. Toda la idea de su desaparición está vinculada a la aparición de un control social eficaz sobre la producción, que es la primera etapa a la que debe dedicarse el comunismo. Pero Bilan parece decir que en cuanto estos mecanismos de planificación se hayan elaborado, ya no serán necesarios. No creo que sea verdad”.
Aquí tenemos varios elementos:
1. ¿Han sido siempre claros los camaradas holandeses sobre la distinción entre las etapas inferior y superior del comunismo? Ya vimos que Mitchell acepta, como ellos, hacer esta distinción. En el artículo anterior, también citamos un pasaje de los Grundprinzipien que reconoce claramente que la medida del trabajo individual se hace menos importante cuando se llega al comunismo pleno. Pero también vimos que los Grundprinzipien contienen una serie de ambigüedades. Como lo señalamos en la primera parte de este artículo, suelen hablar muy rápidamente de una sociedad que funciona como una asociación de productores libres e iguales, sin precisar siempre claramente si hablan de un destacamento avanzado proletario o de una situación en la que la burguesía ya ha sido derrocada mundialmente.
2. Quizá se trata de saber si el mismo Marx consideraba que la etapa inferior del comunismo se iniciaba después o durante la dictadura del proletariado. Eso exigiría una discusión mucho más larga. Es cierto que el período de transición, en el sentido pleno del término, no puede comenzar durante una fase dominada por la guerra civil y la lucha contra la burguesía. Pero en nuestra opinión, incluso después de esta victoria “inicial” política y militar sobre la antigua clase dirigente, el proletariado no puede comenzar la transformación comunista positiva de la sociedad sobre la base de su dominación política, porque no será la única clase de la sociedad. Volveremos de nuevo sobre este problema en un futuro artículo.
3. ¿La medida de la producción y de la distribución en términos de tiempo laboral es necesariamente una forma de valor?, como parece inducirse de la crítica de Mitchell a los internacionalistas holandeses por estar “subyugados” (…) por su formulación de “tiempo de trabajo” que, esencialmente, no es otra cosa que el valor” ([19]). Como siempre con la cuestión del valor, eso plantea cuestiones complejas. ¿Puede haber un valor sin valor de cambio?
Es cierto que Marx se vio obligado, en El Capital, a hacer una distinción teórica entre valor y valor de cambio, “Ese algo común que se manifiesta en la relación de intercambio o en el valor de cambio de las mercancías es, pues, su valor. […] Un valor de uso o un bien, por ende, sólo tiene valor porque en él está objetivado o materializado trabajo abstractamente humano” ([20]).
Sin embargo, como lo pone en evidencia Rubin,: “Así, la “forma del valor” es la forma más general de la economía mercantil; es característica de la forma social que adquiere el proceso de producción en un determinado nivel del desarrollo histórico. Puesto que la economía política analiza una forma social de producción históricamente transitoria, la producción mercantil, la “forma del valor”, es una de las piedras angulares de la teoría del valor de Marx. Como puede verse en los párrafos citados, la “forma del valor” se halla estrechamente relacionada con la “forma mercancía”, es decir, con la característica básica de la economía contemporánea y, o sea, el hecho de que los productos del trabajo son producidos por productores autónomos privados. Solo mediante el cambio de mercancías aparece la conexión del trabajo entre los productores” ([21]).
Ambos aspectos, el valor y el valor de cambio, no tienen una aplicación general sino en el contexto de las relaciones sociales de la sociedad mercantil capitalista. Una sociedad que deja de funcionar sobre la base de intercambios entre unidades económicas independientes ya no está regulada por la ley del valor, así que el problema que se plantea es saber hasta qué punto la Izquierda holandesa preveía la supervivencia de las relaciones de intercambio en la fase inferior del comunismo. Y como lo mencionamos, también existen ambigüedades en los Grunprinzipien a este respecto. Anteriormente en este artículo, citamos el argumento de Mitchell según el cual la red de empresas prevista por el GIC parece conservar relaciones comerciales de ese tipo. Por otra parte, otros pasajes van en sentido contrario y es muy probable que expresen más exactamente el pensamiento del GIC. Por ejemplo, en el capítulo 2, en la sección titulada “Comunismo libertario”, el GIC desarrolla una crítica al anarquista francés Faure, que evidencia claramente que el GIC es favorable a construir la economía en una única unidad: “No se puede reprochar al sistema de Faure de reunir toda la vida económica en una única unidad orgánica. Esta fusión es el resultado de un proceso que los propios productores-consumidores han de realizar. Pero para eso, es necesario sentar las bases que lo hagan posible” ([22]).
Hay que añadir que el argumento de Mitchell de que cualquier forma de medida del tiempo de trabajo es esencialmente una expresión del valor no corresponde a lo expuesto por Marx en sus descripciones de la sociedad comunista. En los Grundrisse, por ejemplo, Marx afirma que “… economía del tiempo y repartición planificada del tiempo de trabajo entre las distintas ramas de la producción resultan siempre la primera ley económica sobre la base de la producción colectiva. Incluso vale como ley en mucho más alto grado. Sin embargo, esto es esencialmente distinto de la medida de valores de cambio (trabajos o productos del trabajo) mediante el tiempo de trabajo. Los trabajos de los individuos en una misma rama y los diferentes tipos de trabajo varían no solo cuantitativamente sino también cualitativamente. ¿Qué supone la distinción puramente cuantitativa de los objetos? Su identidad cualitativa. Así la medida cuantitativa de los trabajos presupone su igualdad cualitativa, la identidad de su cualidad” ([23]).
La verdadera debilidad del GIC está, diríamos, no tanto en sus concesiones ocasionales a la idea de mercado, sino más bien en su fe desproporcionada en el sistema contable. Como lo dice el GIC en la frase que viene inmediatamente después del pasaje citado más arriba: “Para alcanzar este objetivo, deben llevar una contabilidad exacta del número de horas de trabajo que efectuaron, bajo todas las formas, de tal modo que puedan determinar el número de horas de trabajo que contiene cada producto. Ninguna “administración central” tiene ya entonces que distribuir el producto social; son los propios productores, quienes, con ayuda de su contabilidad en términos de tiempo de trabajo, decide esa distribución” ([24]). No cabe a duda que sea muy importante el cálculo preciso del tiempo de trabajo efectuado por los productores, pero el GIC parece subestimar completamente hasta qué punto el mantenimiento del control sobre la vida económica y política durante el período de transición es una lucha por el desarrollo de la conciencia de clase, por la construcción consciente de nuevas relaciones sociales, una lucha que va mucho más allá que la elaboración de un sistema contable.
4. ¿Subestima Bilan la necesidad de un cambio radical, social y económico, desde el principio? Quizá sea ésa una crítica más importante. Por ejemplo, en su crítica de la remuneración igualitaria, Mitchell mantiene que tal sistema perjudicaría a la productividad laboral y que, para llegar al comunismo, es necesario un desarrollo extraordinario de las fuerzas productivas. Claro está que la realización del comunismo se basa en una transformación y un desarrollo profundos de las fuerzas productivas. Pero aquí, la cuestión clave es ésta: ¿sobre qué base se hará ese desarrollo? Sabemos que el último capítulo del estudio de Mitchell contiene un claro rechazo del “productivismo”, del sacrificio del consumo de los trabajadores en aras del desarrollo de la industria y que, a lo largo de su existencia, éste fue un aspecto fundamental de la crítica hecha por Bilan a la supuesta “realización del socialismo” en URSS. Sin embargo, debido a que Mitchell insiste tanto en que no puede desaparecer el salariado, al menos esencialmente, hasta una fase mucho más avanzada de la transformación revolucionaria, persiste la duda de saber si Mitchell no preconiza una versión “más obrera” “de la acumulación socialista”.
En el último número de Bilan (no 46, diciembre-enero de 1938), contestando a la serie de artículos “Problemas del período de transición”, un lector hasta llega a acusar a los camaradas de Bilan de ser un nuevo tipo de reformistas para quienes la revolución no hará sino sustituir a un conjunto de dueños por otro (véase a continuación, en “Eco al estudio del período de transición”, el contenido de esta carta y la respuesta de Mitchell).
Pensamos obviamente que esta acusación carece tanto de espíritu de compañerismo como de fundamento, pero dos debilidades principales del arsenal teórico de Bilan le dan una apariencia de realidad: su dificultad en ver el carácter capitalista de la URSS, incluso en los años treinta, y su incapacidad para romper con el concepto de dictadura del partido. A pesar de todas sus críticas al régimen estalinista y su reconocimiento de que una forma de explotación existía en la URSS, los camaradas de Bilan permanecían apegados a la idea de que el carácter colectivizado de la economía “soviética” le confería un carácter proletario, incluso degenerado. Eso parece revelar una especie de dificultad para sacar las consecuencias de lo que, básicamente, había comprendido ya la izquierda italiana, o sea que una economía basada en el salariado es obligatoriamente capitalista, ya sea “individual” o “colectiva” la propiedad de los medios de producción. Y una consecuencia de esta dificultad sería una reticencia a ver la lucha contra el salariado como parte íntegra de la revolución social. Y es precisamente otro aspecto de la lucha a la que llama David Adam por el “control social efectivo de la producción” por los propios trabajadores.
Al mismo tiempo, la idea de que la función del partido sea ejercer la dictadura del proletariado (aunque evitando en cierto modo la interpenetración con el Estado ([25])) es contraria a la necesidad para la clase obrera de imponer su control tanto sobre la producción como sobre el aparato del poder político. Es cierto que los trabajadores tendrán mucho que aprender para asumir la producción, no solo en el marco de la empresa individual sino en toda la sociedad. Lo mismo ocurre con la cuestión del poder político, que en cualquier caso no es una esfera separada del problema de la reorganización de la vida económica. También es cierto que Bilan siempre entendió que los trabajadores tendrán que aprender de sus propios errores y que no podrán ir hacia el socialismo por la fuerza. Sin embargo, la noción de la dictadura del partido contiene la idea más bien sustitucionista de que los trabajadores sólo estarían en condiciones de controlar plenamente su destino en un determinado momento del futuro, y que hasta entonces, una minoría de la clase debe mantenerse al poder “en su nombre”.
Precisamente porque la izquierda italiana era una corriente proletaria y no una alternativa al reformismo, podían superarse esas debilidades en el momento oportuno como así lo hicieron, por ejemplo, la Fracción francesa y elementos del partido formado en Italia en 1943. A nuestro parecer, es la Fracción francesa, y más tarde la Izquierda Comunista de Francia, la que más profundizó en esos esclarecimientos y no es casualidad si pudo, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, entablar un debate fructífero con la tradición y las organizaciones de la izquierda comunista holandesa. Volveremos sobre esto en el próximo artículo de esta serie.
No pretendemos haber solucionado todos los problemas planteados por el debate entre las izquierdas italiana y holandesa sobre el período de transición. Estos problemas (cómo se eliminará la ley del valor, cómo se remunerará el trabajo, cómo guardarán los trabajadores el control sobre la producción y la distribución) quedan por esclarecer, o incluso no pueden ni serán definitivamente resueltos sino durante la propia revolución. Sin embargo pensamos que las contribuciones y debates desarrollados por aquellos revolucionarios de un período tan sombrío tras la derrota de la clase obrera siguen siendo una base teórica indispensable para los debates que, quizás, un día sirvan de guía para la transformación práctica de la sociedad.
CD Ward
[1]) Principios de la producción y de la distribución comunistas, publicado, por el Groep Van Internationale Communisten, GIC
[2]) Bilan no 34, republicado en la Revista Internacional no 130.
[3]) “Prologo” a la primera edición de El Capital.
[4]) Rubin, Ensayo sobre la teoría del valor de Marx, Capitulo 8, “Las características básicas de la teoría del valor de Marx”.
[5]) Revista internacional no 151.
[6]) Bilan, no 34, op. cit.
[7]) Idem.
[8]) Idem.
[9]) Idem.
[10]) Bilan no 35, publicado en la Revista internacional no 131
[11]) Critica del Programa de Gotha
[12]) Bilan no 35, op. cit.
[13]) Ídem.
[14]) Bilan no 34, op. cit.
[15]) Bilan no 35, op. cit.
[16]) Idem.
[17]) Idem
[18]) Por ejemplo: https://libcom.org/article/karl-marx-and-state [78]; https://www.libcom.org/library/lenin-liberal-reply-chris-cutrone [79].
[19]) Bilan no 34, op. cit.
[20]) Marx, El Capital, Libro primero: “El proceso de producción del capital”, Sección primera: “Mercancía y dinero”; Capitulo 1, “La mercancía”.
[21]) Isaak I. Rubin, op. cit., Capitulo 12: “Contenido y forma del valor”.
[22]) Los fundamentos de la producción y de la distribución comunistas (Grunprinzipien), traducido del francés.
[23]) Marx, Grundrisse, El capítulo del dinero, “Tiempo de trabajo y producción social”. La hipótesis de Mitchell que supone que la medida del tiempo de trabajo siempre es igual a un valor está mencionada en las críticas de los Grundprinzipien en nuestro libro sobre la Izquierda germano-holandesa. El último párrafo de ese artículo dice: “La debilidad básica de los Grundprinzipien está en el problema mismo del cálculo del tiempo de trabajo, incluso en una sociedad comunista avanzada que haya superado la penuria. Económicamente, este sistema podría reintroducir la ley del valor, atribuyéndole al tiempo de trabajo necesario a la producción un valor más contable y menos social. El GIC aquí va en contra de Marx, para quien la medida estándar en la sociedad comunista ya no es el tiempo de trabajo, sino el tiempo libre, el tiempo del ocio”. Esto seguramente se refiere al pasaje de los Grundrisse en que Marx escribe: “La verdadera riqueza significa, efectivamente, el desarrollo de la fuerza productiva de todos los individuos. Desde entonces, la medida de riqueza ya no es el tiempo de trabajo sino el tiempo de ocio” (Grundrisse, “El capital”, cuaderno III). Pero esto no significa para Marx que la sociedad dejaría de medir el tiempo de trabajo que le es necesario para satisfacer sus necesidades y las capacidades creadoras de cada individuo. Eso está claramente expresado en Teorías sobre la plusvalía en donde Marx escribe: “el tiempo de trabajo, aunque se elimine el valor de cambio, siempre sigue siendo la sustancia creadora de riqueza, y la medida del costo de su producción. Pero el tiempo libre, el tiempo disponible, es la riqueza misma, en parte para el disfrute del producto, en parte para la libre actividad, que –a diferencia del trabajo– no se encuentra dominada por la presión de un objetivo extraño, que debe satisfacerse, y cuya satisfacción se considera como una necesidad natural o una obligación social, según la inclinación de cada uno” (Teoría sobre la plusvalía, Tomo III editorial Cartago, “Oposición a los economistas. La importancia de los interrogantes que formula en cuanto al papel del comercio exterior en la sociedad capitalista, y del “tiempo libre” como riqueza social).
[24]) Fundamentos de la producción y de la distribución comunista, op. cit.
[25]) Las contradicciones de Bilan sobre “la dictadura del partido” están analizadas de forma más detallada en el artículo de la serie El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material, titulado “Los años 1930: el debate sobre el periodo de transición”, publicado en el no 127 de la Revista internacional.
Hemos recibido una carta crítica de un lector de Clichy que publicamos íntegramente y, a continuación, un breve comentario de nuestro colaborador. Nuestro impaciente corresponsal nos disculpará por no haber publicado su carta en nuestro número anterior, ya que nos llegó cuando éste estaba ya en imprenta.
Después de la publicación en Bilan del resumen del libro de los comunistas de izquierda holandeses sobre Los fundamentos de la producción y de la distribución comunistas por Hennaut, se podía pensar que los reformistas de derecha o izquierda estaban definitivamente desarmados y que ya no se atreverían a rechistar. Era conocerlos mal. En efecto, en el número que publicaba el final del resumen, se hicieron oír sus críticas: los camaradas holandeses así como Hennaut no razonaban como marxistas. A continuación, tuvimos el estudio marxista de Mitchell sobre los “Problemas del período de transición”. Este estudio tenía por objeto, por supuesto, demostrar la utopía antimarxista de los que creen que la revolución proletaria liberará realmente a los trabajadores de cualquier tipo de explotación. Por eso no hemos de asombrarnos si Mitchell se esfuerza a lo largo de su artículo en probar con montones de citas que esta revolución sólo servirá para que los proletarios que la hagan cambien de dueño, al igual que en las revoluciones pasadas. Reconocemos la opinión tradicional de los reformistas de todo pelaje. Por cierto, Mitchell ha puesto cuidado en informarnos en su “exposición introductoria” que su trabajo trataría los siguientes puntos: “a) de las condiciones históricas en que surge la revolución proletaria; b) de la necesidad del Estado transitorio; c) de las categorías económicas y sociales que, necesariamente, sobreviven en la fase transitoria; d) y algunos elementos sobre una gestión proletaria del Estado transitorio”.
Una vez señalados estos aspectos, era fácil imaginar lo que sería el artículo. En efecto, a Mitchell no le produce el menor empacho afirmar, a priori, la supervivencia después de la revolución “de las categorías económicas y sociales que, necesariamente (¡!) sobreviven en la fase transitoria”. Esta afirmación, por sí sola, era más que suficiente para que cualquier persona informada se imaginara lo que venía a continuación. Lo que asombra más en el artículo de Mitchell, es la abundancia de citas a las que un marxista revolucionario puede darles la vuelta en todo momento contra lo que intenta probar y justificar. No son necesarias cincuenta páginas de Bilan para hacer trizas la sabia argumentación del reformista Mitchell. Cualquiera que haya leído a Marx y Engels sabe que, para ellos, el famoso período de transición señala el final de la sociedad capitalista y el nacimiento de una sociedad totalmente nueva en la que habrá dejado de existir la explotación del hombre por el hombre; es decir, en la que habrán desaparecido las clases y en donde el Estado como tal ya no tendrá razón de ser. Ahora bien, en la sociedad de transición tal como lo entienden Mitchell y demás reformistas consagrados o no, subsiste la explotación del proletariado y de la misma forma que en el sistema capitalista: por medio del salariado. Habrá en esta sociedad una escala salarial… ¡Igualito que ahora! Lo cual permite socializar (¿?) en primer lugar las ramas más avanzadas de la producción, y luego, no se sabe cuándo ni cómo, toda la producción industrial y agrícola. O sea que durante la fase transitoria, una parte de los trabajadores seguirá estando explotada por particulares, y los demás por el Estado-Patrón. Con ese enfoque, la fase superior del comunismo correspondería a la nacionalización íntegra de la producción, ¡al capitalismo de Estado tal como lo vemos funcionar en Rusia! Lo más indignante es que se atreven a basarse en Marx y Engels para defender semejante opinión. Ya se sabe que Stalin se atrevió, en su discurso del 23 de junio de 1931, a basarse en Marx para justificar la increíble desigualdad de los salarios que reina en la URSS y, como Mitchell, alegando la calidad del trabajo suministrado. Sin embargo Marx se explicó claramente a este respecto en su Crítica al programa de Gotha. ¿Es necesario recordar que, para Marx, la desigualdad que subsiste en la primera fase del comunismo no procederá para nada, como lo piensan los Mitchell y demás, de la desigualdad en la remuneración del trabajo, sino simplemente de que los obreros no viven todos de la misma forma?: “un obrero está casado y otro no; uno tiene más hijos que otro, etc., etc. A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.” Esto resulta demasiado claro para que sea necesario insistir.
Se sabe que, según Marx, “el salariado es la condición de existencia del capital”, o sea que si se quiere matar el capital, es necesario suprimir el salariado. Pero los reformistas no lo entienden así: la revolución consiste para ellos en hacer pasar progresivamente todo el capital entre las manos del Estado para que éste se convierta en el único amo. Lo que quieren es sustituir el capitalismo privado por el capitalismo de Estado. Pero que no se les hable de suprimir la explotación capitalista, de destruir la máquina estatal que sirve para mantener tal explotación: los proletarios solo deben hacer la revolución para cambiar de dueño. O sea que todos los que conciben la revolución como un medio de liberarse de la explotación serían vulgares utopistas. ¡Aviso a los obreros revolucionarios!
Nada es más pesado que contestar a una crítica que toma la libertad de ejercerse contra una materia que no se ha asimilado, o imperfectamente, y que cree tanto más fácilmente poder dar formulaciones justas pero en realidad puramente ilusorias.
Tranquilicemos inmediatamente a nuestro contradictor en cuanto a nuestro supuesto “reformismo de izquierda”: todo lo que alega contra nosotros para justificar este “reformismo” es precisamente lo que se combate en nuestro estudio de la forma más clara posible. Además, no basta con que nuestro corresponsal nos acuse de “abundancia” de las citas, lo que debe probar es lo que insinúa, o sea que estas citas tienen un significado contrario al que le damos. Si no lo puede demostrar, y si le gustan las soluciones fáciles y simplistas, puede impugnar la pertinencia de algunas ideas, por ejemplo de las observaciones de Marx sobre la necesidad de tolerar temporalmente la remuneración desigual del trabajo en el período transitorio. Puede, entonces, “negar” a Marx, pero no deformar su pensamiento.
Sobre la cuestión de la remuneración del trabajo, puesto que nuestro contradictor opina que Marx no la desarrolló como lo afirmamos, que nos haga el favor de leer la parte de nuestro trabajo en la que tratamos de la medida del trabajo (Bilan no 34, páginas 1133 a 1138) y toda la parte donde tratamos sobre la remuneración del trabajo, especialmente a partir de la parte baja de la página 1157 hasta la parte de arriba de la segunda columna de la página 1159 (no 35).
Además, con todo respeto al camarada, es Marx quien afirma la pervivencia de una transición de las categorías capitalistas como el valor, el dinero, el salario, puesto que el período de dictadura del proletariado “presenta todavía en todos sus aspectos (…) el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (véase Crítica el Programa de Gotha y página 1137 de Bilan).
Por otra parte, sobre el problema del Estado, ¿cómo es posible situarnos entre los partidarios del capitalismo de Estado en base de lo que hemos desarrollado en la segunda parte de nuestro trabajo? (Bilan, no 31, página 1035).
Si nuestro corresponsal no comparte nuestra opinión sobre esta cuestión capital, por lo menos que dé la suya y adopte el método de la crítica positiva.
Mitchell
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[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[3] https://es.internationalism.org/revistainternacional/201211/3561/entre-crisis-y-narcotrafico
[4] https://es.internationalism.org/rint/2010s/2010/140_nopueden
[5] https://es.internationalism.org/en/tag/21/481/medioambiente
[6] https://es.internationalism.org/en/tag/3/45/descomposicion
[7] https://es.internationalism.org/en/tag/3/50/medio-ambiente
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