VIII - Los problemas del período de transición, 6

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El artículo que aquí publicamos lo fue por primera vez en Bilan nº 37 (noviembre-diciembre 1936), publicación teórica de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista. Es el cuarto de la serie "Los problemas del período de transición" redactada por un camarada belga que firmaba sus escritos "Mitchell". Los tres anteriores se han publicado en el los tres últimos números de esta Revista internacional.

El punto de partida de este artículo es la revolución proletaria en Rusia, considerada no como esquema rígido aplicable a todas las experiencias revolucionarias futuras, sino como laboratorio vivo de la guerra de clases que exige que se haga de él la crítica y el análisis que puedan proporcionar lecciones válidas para el porvenir. Como la mayoría de los mejores escritos del marxismo, se presenta como un debate polémico con otras interpretaciones de esa experiencia, a las que considera inadecuadas, peligrosas cuando no claramente contrarrevolucionarias. En esta categoría Mitchell incluye los argumentos estalinistas ("centrista", si se emplea este término bastante confuso que utilizaba todavía la Izquierda italiana de entonces) según los cuales el socialismo estaba construyéndose dentro de los límites de la URSS. El artículo no se extiende demasiado en la refutación de semejante posición pues basta con mostrar que la teoría del "socialismo en un solo país" es incompatible con el principio más básico, el internacionalismo, y que la "construcción del socialismo" en URSS requiere en la práctica la explotación más implacable del proletariado.

Las críticas del artículo a las ideas defendidas por la Oposición trotskista son mucho más extensas. Esta Oposición comparte con el estalinismo la idea de que el Estado obrero en Rusia probaría su superioridad sobre los regímenes burgueses existentes entablando una competencia económica con ellos. Mitchell pone de relieve la evidencia: el programa de industrialización rápida establecido a partir de 1928 era un plagio de las medidas políticas de la Oposición de izquierda.

Para Mitchell y la Izquierda italiana, la revolución proletaria solo puede entablar una transformación económica en un sentido comunista una vez conquistado el poder político a escala mundial. Era pues un error juzgar el éxito de la revolución en Rusia basándose en las medidas políticas emprendidas en el plano económico. En el mejor de los casos, la victoria del proletariado en un solo país podría únicamente permitir ganar algo de tiempo en el plano económico, al tener que canalizarse todas las energías hacia la extensión política de la revolución a otros países. El artículo es muy crítico sobre toda idea de que las medidas debidas al "comunismo de guerra" serían una avance real hacia el establecimiento de relaciones sociales comunistas. Para Mitchell, la desaparición aparente del dinero y la requisición del grano por la fuerza en los años 1918-20 lo único que significaron fue la presión de las necesidades del momento sobre el poder proletario en el contexto de la dura realidad de la guerra civil, acompañadas por una distorsión burocrática peligrosa del Estado soviético. Según Mitchell, habría sido más justo considerar la NEP (Nueva Economía Política) de 1921, a pesar de sus defectos, como un modelo más "normal" de un régimen económico de transición en un solo país.

Lo polémico del texto también va dirigido contra otras corrientes del movimiento revolucionario. El artículo entabla un debate con posiciones de Rosa Luxemburg quien había criticado la política agraria de los bolcheviques en 1917 ("la tierra a los campesinos"). Según Mitchell, Rosa subestimaba la necesidad política, comprendida por los bolcheviques, de fortalecer la dictadura del proletariado gracias al apoyo del pequeño campesinado, permitiéndole apoderarse de las tierras. El artículo trata también sobre la discusión con los internacionalistas holandeses del GIK que hemos comentado nosotros en el artículo anterior de esta Revista internacional. En este texto, Mitchell defiende la idea de que focalizarse exclusivamente, como lo hacen los camaradas holandeses, en el problema de la gestión de la producción por los obreros lleva a esos compañeros a concluir erróneamente que la causa principal de la degeneración de la revolución habría sido el principio del centralismo, evacuando al mismo tiempo el problema del Estado de transición, inevitable según la visión marxista mientras no hayan desaparecido las clases.

Al concluir su artículo, cuando Mitchell trata sobre el tema del "Estado proletario", muestra a la vez lo que fueron las fuerzas y las debilidades del marco analítico de la Izquierda italiana. Mitchell reitera la conclusión principal que la Izquierda italiana sacó de la experiencia rusa, y que sigue siendo, para nosotros, una de sus contribuciones más importantes a la teoría marxista: es el haber comprendido que el Estado de transición es un mal inevitable que la clase obrera deberá utilizar. Para esta tesis, el proletariado no puede, por esa misma razón, identificarse con ese Estado de transición y deberá mantener una vigilancia permanente para así asegurarse que no se vuelva contra él como así ocurrió en Rusia.

Por un lado, el artículo revela también ciertas inconsistencias dentro de las posiciones de la Izquierda italiana de aquel entonces. Su conciencia de la necesidad del partido comunista la lleva a defender la noción de "dictadura del partido", una visión contraria a la necesidad de independencia del partido y de los órganos proletarios respecto al Estado de transición. Y Mitchell insiste también en que el Estado soviético en Rusia era de naturaleza proletaria, a pesar de su orientación contrarrevolucionaria, pues había eliminado la propiedad privada de los medios de producción. En el mismo sentido, no caracteriza la burocracia en Rusia como nueva clase burguesa. Esta posición, cercana en cierto modo al análisis desarrollado por Trotski, no llevaba, sin embargo, a las mismas conclusiones políticas: contrariamente a la corriente trotskista, la Izquierda italiana ponía los intereses internacionales de la clase obrera ante cualquier otra consideración y rechazaba toda defensa de la URSS país del que había entendido que ya se había integrado plenamente en el siniestro juego del imperialismo mundial. Además, en el artículo de Mitchell pueden ya encontrarse elementos que sin duda habrían permitido a la izquierda italiana caracterizar el régimen estalinista de una manera más consistente. Así, en una parte precedente de su artículo, Mitchell pone en guardia contra el hecho de que las "colectivizaciones" o las nacionalizaciones no son en absoluto, por sí mismas, medidas socialistas, citando incluso el pasaje de Engels tan anticipador sobre lo que es el capitalismo de Estado. Se necesitaron algunos años y unos cuantos debates en profundidad para que la Izquierda italiana resolviera esas inconsistencias, gracias, en parte, a las discusiones con otras corrientes revolucionarias como la Izquierda germano-holandesa. Este artículo es, sin embargo, la mejor prueba de la profundidad y el rigor de cómo concebía la Izquierda italiana el enriquecimiento del programa comunista.

Bilan n°37 (noviembre - diciembre 1936)

Elementos para una gestión proletaria

La Revolución rusa de octubre de 1917, en la Historia, debe considerarse sin la menor duda como una revolución proletaria pues destruyó un Estado capitalista de arriba abajo y porque sustituyó la dominación burguesa por la primera dictadura plena del proletariado ([1]) (la Comuna de París sólo creó las primicias de dicha dictadura). Por eso debe ser analizada por los marxistas, es decir por haber sido una experiencia progresiva (a pesar de su evolución contrarrevolucionaria), como un jalón del camino que lleva a la emancipación del proletariado y, por ende, de la humanidad entera.

Condiciones materiales y políticas de la revolución proletaria

De la cantidad considerable de material acumulado por este acontecimiento extraordinario no pueden sacarse - en el estado actual de las investigaciones - unos ejes definitivos para dar una orientación firme a futuras revoluciones proletarias. Pero si confrontamos ciertas nociones teóricas y reflexiones marxistas con la realidad histórica podremos llegar a una primera conclusión básica: los problemas complejos que implica la construcción de la sociedad sin clases deben estar indisolublemente relacionados con un conjunto de principios basados en la universalidad de la sociedad burguesa y de sus leyes, sobre el predominio de la lucha internacional de las clases.

Por otro lado, la primera revolución proletaria no estalló, contrariamente a las perspectivas, en los países más ricos y más evolucionados material y culturalmente, en los países "maduros" para el socialismo, sino en un territorio del capitalismo atrasado, semifeudal. De ahí la segunda conclusión - aunque no sea absoluta - de que las mejores condiciones revolucionarias se reunieron allí donde, a una deficiencia material le correspondía una menor capacidad de resistencia de la clase dominante a la presión de las contradicciones sociales. En otras palabras, fueron los factores políticos los que prevalecieron sobre los factores materiales. Esta afirmación no es, ni mucho menos, contradictoria, con la tesis de Marx que define las condiciones necesarias para el advenimiento de una nueva sociedad, sino que pone de relieve el significado profundo de esas condiciones como así lo hemos afirmado en el capítulo primero de este estudio.

La tercera conclusión, corolario de la primera, es que el problema esencialmente internacional de la edificación del socialismo - preludio del comunismo - no puede resolverse en el marco de un Estado proletario, sino mediante el aniquilamiento político de la burguesía mundial, o al menos la de los centros vitales de su dominio, la de los países más adelantados.

Es indiscutible que un proletariado nacional sólo podrá abordar ciertas tareas económicas tras haber instaurado su propia dominación. Y más todavía evidentemente, sólo podrá iniciar la construcción del socialismo tras la destrucción de los Estados capitalistas más poderosos, aunque la victoria de un proletariado "pobre" pueda tener un gran alcance con tal de que se integre en el avance y el desarrollo de la revolución mundial. En otras palabras, las tareas del proletariado victorioso respecto a su propia economía, están subordinadas a las necesidades de la lucha internacional de clases.

Es característico el hecho de que, aunque todos los marxistas de verdad hayan rechazado la teoría del, la mayoría de las críticas de la Revolución rusa se han hecho ante todo sobre las modalidades de construcción del socialismo, partiendo de criterios económicos y culturales más que políticos, sin sacar a fondo las conclusiones lógicas que se derivan de la imposibilidad del socialismo nacional.

Sin embargo, el problema es capital, pues la primera experiencia práctica de la dictadura del proletariado debe contribuir precisamente en disipar las brumas que seguían envolviendo la noción de socialismo. Y como enseñanzas fundamentales, ¿acaso no planteó la Revolución rusa - en su forma más agudizada al ser una economía atrasada - la necesidad histórica para un Estado proletario, temporalmente aislado, de limitar estrictamente su programa de construcción económica?

La relación de fuerzas a escala internacional
determina el ritmo y las modalidades de la construcción del socialismo

Si se rechaza la noción del "socialismo en un solo país" eso implica afirmar que para el Estado proletario no se trata de orientar la economía hacia un desarrollo productivo que englobaría todas las actividades de fabricación, que respondería a las necesidades más variadas, de edificar, en suma, una economía íntegra que, yuxtapuesta a otras economías semejantes constituirían el socialismo mundial.

De lo que sí se trata de desarrollar al máximo y eso sólo después del triunfo de la revolución mundial, son los sectores que tienen en cada economía nacional su terreno específico y que están llamados a integrarse en el comunismo futuro (el capitalismo ya lo ha realizado, imperfectamente claro está, mediante la división internacional del trabajo). Con la perspectiva menos favorable de un freno del movimiento revolucionario (situación de Rusia en 1920-21) se trataba de adaptar el desarrollo de la economía proletaria al ritmo de la lucha de clases mundial, pero siempre en el sentido de un fortalecimiento de la dominación de clase del proletariado, punto de apoyo para un nuevo ímpetu revolucionario del proletariado internacional.

Trotski, en particular, perdió a menudo de vista esa línea fundamental, aunque también afirmó en ocasiones la necesidades de darse objetivos proletarios, no para la realización del socialismo íntegro, sino para las necesidades de una economía socialista mundial, en función del reforzamiento político de la dictadura proletaria.

En efecto, en sus análisis sobre el desarrollo de la economía soviética y partiendo de la base correcta de la dependencia de dicha economía del mercado mundial capitalista, Trotski trata muy a menudo esa cuestión como si se tratara de un pugilato en el plano económico entre el Estado proletario y el capitalismo mundial.

Si bien es cierto que el socialismo solo podrá afirmar su superioridad como sistema de producción si produce más y mejor que el capitalismo, esto no se podrá comprobar más que al final de un proceso largo en la economía mundial, tras una lucha sin cuartel entre burguesía y proletariado y no por la confrontación entre la economía proletaria y economía capitalista, pues es evidente que si se mete en una competición económica, el Estado proletario acabará inevitablemente obligado a recurrir a los métodos capitalistas de explotación del trabajo que le impedirán transformar el contenido social de la producción. Y, fundamentalmente, la superioridad del socialismo no consiste en producir "más barato" -por mucho que sea una consecuencia cierta de la expansión ilimitada de la productividad del trabajo - sino que debe plasmarse en la desaparición de la contradicción capitalista entre la producción y el consumo.

A nosotros nos parece que, sin duda, fue Trotski quien proporcionó las armas teóricas a la política del Centrismo ([2]) a partir de ideas como: "la carrera económica con el capital mundial", "la velocidad del desarrollo como factor decisivo"; la "comparación de las velocidades del desarrollo", "el criterio del nivel de la preguerra", etc., expresiones todas ellas que se parecen mucho a las consignas centristas como la de "alcanzar a los países capitalistas". Por eso es por lo que la industrialización monstruosa que ha llevado a la miseria a los obreros rusos, aunque es el producto directo de la política centrista, es también la hija "natural" de la oposición rusa "trotskista". Esta posición de Trotski es la consecuencia de las perspectivas que él trazó para la evolución capitalista, tras el retroceso de la lucha revolucionaria internacional. Y así en su análisis cobre la economía soviética tal como evolucionó después de la NEP hizo abstracción voluntariamente, como él mismo reconoció, del factor político internacional:

"hay que encontrar soluciones políticas del momento, teniendo en cuenta siempre que sea posible, todos los factores que convergen en la situación. Pero cuando se trata de la perspectiva de desarrollo para toda una época, hay que separar totalmente los factores "agudos", o sea, ante todo, el factor político" (Hacia el capitalismo o hacia el socialismo).

Un método de análisis tan arbitrario llevaba a considerar "en sí" los problemas de gestión de la economía soviética más que en función del desarrollo de la relación de fuerzas mundial entre las clases.

La cuestión planteada por Lenin después de la NEP: "¿cuál de los dos ganará al otro?" pasaba así del plano político -en el que Lenin la planteaba- al plano estrictamente económico. Se ponía el acento en la necesidad de igualar los precios del mercado mundial gracias a la disminución de los precios de coste (o sea, en la práctica, sobre todo del trabajo asalariado). Lo cual significaba que el Estado proletario no debía limitarse a soportar como un mal inevitable cierta explotación de la fuerza de trabajo, sino que además debía, gracias a su política, favorecer una explotación mayor todavía, haciendo de esa explotación un factor determinante de un proceso económico, adquiriendo así un contenido capitalista. En fin de cuentas, ¿no se planteaba acaso la cuestión dentro de un marco de socialismo nacional cuando la perspectiva que se propone es "vencer la producción capitalista en el mercado mundial con los productos de la economía socialista" (o sea de la URSS) y cuando se considera que se trata de una "lucha del socialismo (¡!) contra el capitalismo"?. Con una perspectiva así, era evidente que la burguesía mundial podía estar segura del futuro de su sistema de producción.

Comunismo de guerra y NEP

Vamos ahora a hacer un paréntesis para intentar establecer el verdadero significado teórico e histórico de las dos fases capitales de la Revolución rusa; el "comunismo de guerra" y la NEP. La primera fase corresponde a la tensión social extrema de la guerra civil, correspondiendo la segunda a la sustitución de la lucha armada y a una situación internacional de reflujo de la revolución mundial.

Este examen nos parece tanto más necesario que esos dos hechos sociales, independientemente de lo contingente, podrían volver a aparecer en otras revoluciones proletarias con una intensidad y un ritmo correspondientes, sin duda en una relación inversa, al grado de desarrollo capitalista de los países de que se trate. Importa pues determinar qué lugar ocupan en el período de transición.

Es evidente que el "comunismo de guerra", en su versión rusa no surgió de una gestión proletaria "normal" que realizara un programa preestablecido, sino de una necesidad política debida a un empuje irresistible de la lucha armada de clases. La teoría tuvo que dejar temporalmente el sitio a la necesidad de aplastar políticamente a la burguesía; por eso se subordinó lo económico a lo político, pero a costa de un desmoronamiento de la producción y del intercambio. Así, en realidad, la política del "comunismo de guerra" entró poco a poco en contradicción con todos los postulados teóricos desarrollados por los bolcheviques en su programa de la revolución, no porque este programa fuera erróneo, sino porque su propia moderación, fruto de la "razón económica" (control obrero, nacionalización de la banca, capitalismo de Estado) animó a la burguesía a la resistencia armada. Los obreros replicaron con expropiaciones masivas y aceleradas cuyas nacionalizaciones no hubo más remedio que declarar por decreto. Lenin no dejó de expresar su preocupación contra tal "radicalismo" económico prediciendo que de seguir así las cosas, el proletariado acabaría vencido. Y efectivamente, en la primavera de 1921, los bolcheviques tuvieron que constatar no que habían sido vencidos, pero sí que habían fallado en su intento involuntario de "alcanzar el socialismo por asalto". El "comunismo de guerra" había sido sobre todo una movilización coercitiva del aparato económico para evitar el hambre al proletariado y asegurar el abastecimiento de los combatientes. Fue sobre todo un "comunismo" de consumo que, a pesar de su forma igualitaria, no contenía ninguna sustancia socialista. Lo único que logró el método de requisar los excedentes agrícolas fue que disminuyera considerablemente la producción: la nivelación de salarios acabó hundiendo la productividad del trabajo y el centralismo autoritario y burocrático, impuesto por las circunstancias, no fue sino una deformación del centralismo racional. En cuanto a la compresión de los intercambios (a la que correspondió un florecimiento del mercado clandestino) y la práctica desaparición de la moneda (pagos en especie y gratuidad de los servicios), eran fenómenos que acompañaban, en seno de la sociedad civil, el hundimiento de toda vida económica propiamente dicha, y ni mucho menos medidas resultantes de una gestión proletaria habida cuenta de las condiciones históricas. En resumen, el proletariado ruso pagó el aplastamiento en bloque de su enemigo de clase con el empobrecimiento económico que una revolución triunfante en países altamente desarrollados habría atenuado considerablemente, y aun sin modificar profundamente el significado del "comunismo de guerra", habría ayudado a Rusia a "saltar" fases de su desarrollo.

Los marxistas nunca han negado que la guerra civil - preceda, acompañe o siga a la toma del poder por el proletariado- contribuye en bajar temporalmente el nivel económico, pues saben muy bien hasta qué punto puede bajar ese nivel durante la guerra imperialista. Y es así cómo en los países atrasados, la rápida desposesión política de una burguesía orgánicamente débil fue y será seguida de una larga lucha desorganizadora si esa burguesía conserva la posibilidad de agotar fuerzas en amplias capas sociales (en Rusia fue el inmenso campesinado, inculto y sin experiencia política quien le procuró esas fuerzas); y en los países capitalistas avanzados, donde la burguesía es política y materialmente poderosa, la victoria proletaria vendrá después (y no antes) de una fase más o menos larga de una guerra civil, violenta, encarnizada, materialmente desastrosa, mientras que la fase de "comunismo de guerra" consecutiva a la Revolución, es posible que ni ocurra.

La NEP, vista fuera de contexto y si se limita uno a compararla sin más con el "comunismo de guerra", podría parecer como un retroceso serio hacia el capitalismo, por el retorno al mercado "libre", a la pequeña producción "libre", a la moneda.

Pero ese "retroceso" es un retorno a unas bases verdaderas si nos remitimos a lo que ya hemos dicho al tratar las categorías económicas, o sea, que tenemos que caracterizar la NEP (independientemente de sus rasgos específicamente rusos) como el restablecimiento de las condiciones "normales" de la evolución de la economía transitoria y, en Rusia, como un retorno al programa inicial de los bolcheviques, aunque la NEP fuera más allá de ese programa a causa de la "apisonadora" de la guerra civil.

La NEP, quitándole lo contingente, es la forma de gestión económica a la que deberá recurrir cualquier otra revolución proletaria.

Esa es la conclusión que se impone a quienes no subordinan las posibilidades de gestión proletaria a la desaparición previa de todas las categorías y formas capitalistas (idea que procede del idealismo y no del marxismo), sino que, al contrario, deducen esa gestión de la supervivencia inevitable, pero temporal, de ciertas servidumbres burguesas.

Es cierto que en Rusia, la adopción de una política económica adaptada a las condiciones históricas de transición del capitalismo al comunismo se realizó en medio de un clima social de lo más pesado y amenazante, provocado por una situación internacional de desmoronamiento revolucionario y de un desamparo interior provocado por una hambruna indecible y el agotamiento total de las masas obreras y campesinas. Son estos rasgos históricos y particulares lo que ocultan el significado general de la NEP rusa.

Bajo la presión misma de los acontecimientos, la NEP fue la condición sine qua non del mantenimiento de la dictadura proletaria, a la que, en efecto, salvó. Era impensable la capitulación del proletariado, ningún compromiso político con la burguesía debía realizarse, sino, únicamente, un repliegue económico que facilitara la recuperación de las posiciones de partida para una evolución progresiva de la economía. En realidad, la guerra de clases, al desplazarse del terreno de la lucha armada al de la lucha económica, al tomar otras formas, menos brutales pero más insidiosas y más temibles también, no estaba abocada a relajarse, sino todo lo contrario. Lo central, para el proletariado, era llevar esa lucha hacia su propio reforzamiento y siempre vinculada a las fluctuaciones de la lucha internacional. La NEP generó agentes del enemigo capitalista, como economía de transición que era, ni más ni menos. Pero lo que era decisivo es que se mantuviera en una línea de clase firme, pues lo que será siempre decisivo es la política proletaria. Solo sobre esta base puede analizarse la evolución del Estado soviético. Hemos de volver sobre esto.

El programa económico de una revolución proletaria

En los límites históricos asignados al programa económico de una revolución proletaria, sus puntos fundamentales pueden resumirse así: a) la colectivización de los medios de producción e intercambio ya "socializados" por el capitalismo; b) monopolio del comercio exterior por el Estado proletario, arma económica de importancia decisiva; c) plan de producción y de reparto de las fuerzas productivas, inspirándose en las características estructurales de la economía y de la función específica que deberá ejercer en la división mundial y social del trabajo, pero que deberá dedicarse a mejorar la situación material del proletariado en lo económico y lo social; d) un plan de enlace con el mercado capitalista mundial, basado en el monopolio del comercio exterior para obtener los medios de producción y los objetos de consumo insuficientes, un plan que debe subordinarse al plan fundamental de producción. Las dos directivas esenciales deberán ser: resistir a la presión y las fluctuaciones del mercado mundial e impedir la integración de la economía proletaria en ese mercado.

La realización de ese programa depende, en gran medida, del grado de desarrollo de las fuerzas productivas y del nivel cultural de las masas obreras. Y es ahí donde se dirige esencialmente el poder político del proletariado, su solidez, la relación de fuerzas entre las clases a escala nacional e internacional sin que puedan disociarse entre sí los factores materiales, culturales y políticos, estrechamente relacionados. Repetimos, sin embargo, que en lo referente a la apropiación de las riquezas sociales, por ejemplo, aunque la colectivización es una medida jurídica tan necesaria a la instauración del socialismo como lo fue la abolición de la propiedad feudal en la instauración del capitalismo, no por eso acarrea automáticamente un cambio total en el proceso de la producción. Engels ya nos puso en guardia contra la tendencia a considerar la propiedad colectiva como la panacea social, cuando mostró que en el seno de la sociedad capitalista:
"Ni la transformación en sociedades por acciones ni la transformación en propiedad del Estado suprime la propiedad del capital sobre las fuerzas productivas. En el caso de las sociedades por acciones, la cosa es obvia. Y el Estado moderno, por su parte, no es más que la organización que se da la sociedad burguesa para sostener las condiciones generales externas del modo de producción capitalista contra ataques de los trabajadores o de los capitalistas individuales. El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, un Estado de los capitalistas: el capitalista total ideal. Cuantas más fuerzas productivas asume en propio, tanto más se hace capitalista total, y tantos más ciudadanos explota. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. No se supera la relación capitalista, sino que, más bien, se exacerba. Pero en el ápice se produce la mutación. La propiedad estatal de las fuerzas productivas no es la solución del conflicto, pero lleva ya en sí el medio formal, el mecanismo de la solución" (Anti Duhring "Sección tercera: Socialismo; nociones teóricas").

Y Engels añade que la solución consiste en aprehender la naturaleza y la función de las fuerzas sociales que actúan en las fuerzas productivas, para después someterlas a la voluntad de todos y transformar los medios de producción, "amos despóticos en servidores dóciles".

Esa voluntad colectiva sólo el poder político del proletariado puede evidentemente determinarla y hacer que el carácter social de la propiedad se transforme y pierda su carácter de clase.

Los efectos jurídicos de la colectivización pueden estar sensiblemente limitados por una economía atrasada, la cual hace que sea todavía más decisivo el factor político.

En Rusia existía una masa enorme de elementos capaz de engendrar une nueva acumulación capitalista y una diferenciación peligrosa de clases, lo cual solo podía ser frenado por el proletariado mediante la política de clase más enérgica, única capaz de conservar el Estado para la lucha proletaria.

Es innegable que junto con el problema agrario, el de la pequeña industria es el escollo para toda dictadura proletaria, una pesada herencia que el capitalismo transmite al proletariado y que no desaparecerá a golpe de decretos. Puede afirmarse que el problema central que se impondrá a la revolución proletaria en todos los países capitalistas (salvo quizás en Inglaterra), es la lucha más implacable contra los pequeños productores de mercancías y los pequeños campesinos, lucha tanto más ardua porque deberá excluirse totalmente la expropiación forzosa de esas capas sociales por la violencia. La expropiación de la producción privada solo es económicamente realizable con las empresas ya centralizadas y "socializadas" y no con las empresas individuales que el proletariado es todavía incapaz de gestionar a menor coste y hacer más productivas, a las que no puede por lo tanto integrar y controlar sino es mediante el mercado; es éste el medio necesario para organizar la transición del trabajo individual al trabajo colectivo. Es además imposible considerar la estructura de la economía proletaria de una manera abstracta, como una especie de yuxtaposición de tipos de producción en estado puro, basados en relaciones sociales opuestas, "socialistas", capitalistas o precapitalistas y que solo evolucionarían sometidos a la competencia. Es ésa la tesis que el centrismo tomó de Bujarin quien consideraba que todo lo que se colectivizaba se convertía ipso facto en socialista de modo que el sector pequeño burgués y campesino se integraban así en la esfera socialista. En realidad, sin embargo, cada ámbito lleva en sí más o menos el sello de su origen capitalista y no hay yuxtaposición, sino penetración mutua de elementos contradictorios que se combaten bajo el empuje de una lucha de clases que se desarrolla con mayor encono aunque con formas menos brutales que durante el período de guerra civil abierta. En esta batalla, la directiva del proletariado, apoyándose en la industria colectivizada, deberá ser la de someter a su control, hasta la desaparición total, de todas las fuerzas económicas y sociales de un capitalismo derrotado políticamente. Pero no deberá cometer el error fatal de creer que, puesto que ha nacionalizado la tierra y los medios de producción básicos, ya ha levantado una barrera infranqueable contra la actividad de los agentes burgueses. El proceso, tanto político como económico sigue su curso dialéctico y el proletariado sólo podrá orientarlo hacia la sociedad sin clases a condición de reforzarse tanto interior como exteriormente.

La cuestión agraria

La cuestión agraria es sin duda uno de los elementos esenciales del problema complejo de las relaciones entre proletariado y pequeña burguesía que se plantea después de la revolución. Rosa Luxemburg afirmaba muy justamente que incluso el proletariado occidental en el poder, aún actuando en las condiciones más favorables en ese terreno, "se rompería más de un diente con esa nuez tan dura antes de haber salido de las peores entre las mil dificultades complejas de esa labor gigantesca".

No se trata para nosotros de zanjar esa cuestión, ni siquiera en sus líneas esenciales. Nos limitaremos a situar sus elementos básicos: la nacionalización íntegra del suelo y la fusión de la industria y la agricultura.

La primera medida es un acto jurídico perfectamente realizable, inmediatamente tras la toma del poder, a la vez que la colectivización de los medios de producción, mientras que la segunda solo podrá ser el resultado de un proceso del conjunto de la economía, un resultado que se integre en la organización socialista mundial. No son pues dos actos simultáneos, sino escalonados en el tiempo, el primero condiciona el segundo y ambos reunidos condicionan la socialización agraria. En sí, la nacionalización del suelo o la abolición de la propiedad privada no es una medida específicamente socialista, sino, ante todo, burguesa, pues es la que habría permitido rematar la revolución burguesa democrática.

Conjugada con el disfrute común de la tierra, es la etapa más extrema de esa revolución, aún siendo, a la vez, según la expresión de Lenin, "el fundamento más perfecto desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo, y, al mismo tiempo, es el régimen agrario más flexible para el paso al socialismo". La debilidad de las críticas de R. Luxemburg al programa agrario de los bolcheviques (La Revolución rusa) se expresa precisamente en los siguientes puntos: en primer lugar, Rosa no subrayó que "la apropiación directa de la tierra por los campesinos" aunque "no tiene nada en común con la economía socialista" (en esto estamos plenamente de acuerdo) era, sin embargo, una etapa inevitable y transitoria (sobre todo en Rusia) del capitalismo al socialismo, y aunque tuviera que considerar que "con toda seguridad la solución del problema a través de la expropiación y distribución directas e inmediatas de la tierra por los campesinos era la manera más breve y simple de lograr dos cosas distintas: romper con la gran propiedad terrateniente y ligar inmediatamente a los campesinos al gobierno revolucionario. Como medida política para fortalecer el gobierno proletario socialista, constituía un excelente movimiento táctico", que era lo fundamental en la situación. En segundo lugar, Rosa no puso de relieve que la consigna "la tierra a los campesinos", tomada por los bolcheviques del programa de los socialistas revolucionarios (SR) se aplicó suprimiendo íntegramente la propiedad privada de tierras y no, como lo afirma Rosa Luxemburg, pasando de la gran propiedad a una multitud de pequeñas propiedades campesinas individuales. No es justo decir (basta con leer los decretos sobre la nacionalización) que el reparto de tierras se extendió a las grandes explotaciones técnicamente desarrolladas, puesto que éstas, al contrario, formarían más tarde la estructura de los "sovjoses"; eran, es cierto, muy poco importantes respecto al total de la economía agraria.

Notemos de paso que R. Luxemburg al establecer su programa agrario, no mencionaba la expropiación íntegra del suelo que facilitaba las medidas posteriores, mientras que ella sólo se planteaba la nacionalización de las propiedades grandes y medianas.

En fin, en tercer lugar, R. Luxemburg se limitó a mostrar los aspectos negativos del reparto de tierras (mal inevitable), denunciando que ese reparto no podía suprimir "sino incrementar la desigualdad social y económica en el campesinado y los antagonismos de clase se agudizaron", cuando en realidad fue justamente el desarrollo de la lucha de clases en el campo lo que le permitió al poder proletario consolidarse ganándose a proletarios y semiproletarios del campo, formándose así una base social que con una firme dirección de la lucha, habría extendido cada día más la influencia del proletariado, asegurándole la victoria en los campos. R. Luxemburg subestimaba sin duda ese aspecto político del problema agrario y el papel fundamental que debía desempeñar el proletariado ahí, apoyándose en la dominación política y la posesión de la gran industria.

No hay que olvidar nunca que el proletariado ruso se encontraba ante situaciones muy complejas. Los efectos de la nacionalización quedaron muy limitados a causa de la enorme dispersión de los pequeños campesinos. No hay que olvidar que la colectivización del suelo no acarrea necesariamente la de los medios de producción necesarios para esa producción. Sólo el 8 % de ésos medios fueron colectivizados, mientras que el 92 % restante quedó en manos privadas de campesinos, cuando, en cambio, en la industria, la colectivización alcanzó el 89 % de las fuerzas productivas, 97 % si se añaden los ferrocarriles y 99 % de la industria pesada ([3]).

Aunque la maquinaria agrícola no representaba sino un poco más de la tercera parte del total de maquinaria, ya antes de la Revolución existía una base extensa para un desarrollo favorable de relaciones capitalistas, habida cuenta de la enorme masa de campesinos. Es evidente que desde el punto de vista económico, el objetivo central de la dictadura proletaria para contener y absorber ese desarrollo sólo podía realizarse gracias a una gran producción agrícola industrializada, de alta tecnicidad. Pero eso estaba subordinado a la industrialización general y, por consiguiente, a la ayuda proletaria de los países avanzados. Para no dejarse encerrar en el dilema: perecer o aportar herramientas y objetos de consumo a los pequeños campesinos, el proletariado - aún haciendo lo máximo por alcanzar un equilibrio entre producción agrícola y producción industrial - debía llevar su esfuerzo principal a la lucha de clases tanto en el campo como en la ciudad, con la perspectiva siempre de vincular la lucha al movimiento revolucionario mundial. Ganarse al campesino pobre para luchar contra el campesino capitalista y a la vez continuar el proceso de desaparición de los pequeños productores, condición para crear la producción colectiva, ésa era la tarea aparentemente contradictoria que se le imponía al proletariado en su política hacia los campos.

Para Lenin, esa alianza era la única capaz de salvaguardar la revolución proletaria hasta la insurrección de otros proletariados. Pero eso implicaba no, desde luego, la capitulación del proletariado ante el campesinado, sino acabar con la vacilación pequeño burguesa de los campesinos, oscilando entre burguesía y proletariado, por su situación económica y social y su incapacidad para llevar a cabo una política independiente, para acabar por integrarlos en el proceso del trabajo colectivo. "Hacer desaparecer" a los pequeños productores no significa ni mucho menos, aplastarlos por la violencia, sino, como decía Lenin (en 1918) "ayudarles a ir hasta el capitalismo ‘ideal', pues la igualdad en el disfrute de la tierra es el capitalismo llevado hasta su ideal desde el punto de vista del pequeño productor; y al mismo tiempo, hay que hacerles ver los aspectos defectuosos de ese sistema y la necesidad del paso a la agricultura colectiva." No es de extrañar que durante los tres años terribles de guerra civil, el método experimental no pudiera esclarecer la conciencia "socialista" de los campesinos rusos. Aunque para conservar las tierras frente a los ejércitos blancos apoyaron al proletariado, fue a costa de su empobrecimiento económico y de unas requisiciones que eran vitales para el Estado proletario.

Y la NEP, aunque restableció un terreno experimental más normal, también restableció la "libertad y el capitalismo", sobre todo a favor de los campesinos capitalistas, pagando un compensación enorme que hizo decir a Lenin que con el impuesto en especie, "los kulaks iban a crecer allí donde nunca antes habían crecido". Bajo la dirección del centrismo, incapaz de resistir a esa presión de la burguesía renaciente sobre el aparato económico, sobre los órganos estatales y el partido, y que incitaba, al contrario, a los campesinos medios a enriquecerse, rompiendo con los campesinos pobres y el proletariado, el resultado no podía ser otro que el que ahora estamos viendo. Coincidencia perfectamente lógica: 10 años después de la insurrección proletaria, el desplazamiento considerable de la relación de fuerzas a favor de los elementos burgueses correspondió a la introducción de los planes quinquenales sobre cuya realización iba a imponerse una explotación monstruosa del proletariado.

La Revolución rusa intentó resolver el problema complejo de las relaciones entre proletariado y campesinado. Fracasó, no porque, en su caso, una revolución proletaria no habría podido triunfar y que nos encontraríamos ante una revolución burguesa, como Otto Bauer, Kautsky y demás tanto afirmaron, sino porque los bolcheviques carecían de principios de gestión basados en la experiencia histórica, que les habrían asegurado la victoria económica y política.

Por haber expresado y haber hecho emerger la importancia política del problema agrario, la Revolución rusa significó, a pesar del fracaso, un aporte a la suma de adquisiciones históricas del proletariado mundial. Hay que añadir que las Tesis del IIo Congreso de la Internacional comunista (IC) sobre esta cuestión no podían mantenerse íntegras, especialmente la consigna "la tierra a los campesinos" que debe ser reexaminada para limitar su alcance.

Inspirándose en los trabajos de Marx sobre la Comuna París y comentados por Lenin, los marxistas han conseguido establecer una clara demarcación entre el centralismo que expresa la forma necesaria y progresiva de la evolución social y ese centralismo opresivo que se plasma en el Estado burgués. Apoyándose en el primero, lucharon por la destrucción del segundo. Fue basándose en esa posición materialista indestructible cómo vencieron científicamente a la ideología anarquista. Y, sin embargo, la Revolución rusa ha vuelto a plantear esa célebre controversia que parecía ya bien enterrada.

Muchas críticas han vuelto a sacar el tema de que la evolución contrarrevolucionaria de la URSS se debería sobre todo a que el centralismo económico y social no se hubiera abolido al mismo tiempo que la máquina estatal del capitalismo, sustituyéndolo por una especie de sistema de "autodeterminación de las masas obreras". Era, en fin de cuentas, exigir al proletariado ruso que diera un salto por encima del período transitorio, al igual que cuando algunos preconizaban que se suprimiera el valor, el marcado, las desigualdades salariales y demás restos burgueses. Es confundir dos nociones del centralismo, totalmente opuestas en el tiempo, y, al mismo tiempo, unirse, se quiera o no, a la oposición utópica de los anarquistas al "autoritarismo" que, aun retrocediendo por etapas, predomina durante el período de transición. Es abstracto oponer el principio de autonomía al principio de autoridad. Como lo hacía notar Engels, en 1873, son nociones relativas ligadas a la evolución histórica y al proceso de producción.

El centralismo económico y político de la dictadura del proletariado

Sobre la base de una evolución que va desde el comunismo primitivo al capitalismo imperialista para "volver" al comunismo civilizado, las formas orgánicas centralizadas, los "carteles" y los "trusts" capitalistas, fueron creciendo sobre la autonomía social primitiva para dirigirse hacia "la administración de las cosas". "Administración de las cosas" es precisamente esa organización "anárquica"; seguirá manteniéndose, sin embargo, la autoridad en cierta medida, pero "quedará limitada a un marco dentro del cual las condiciones de la producción hagan inevitable esa autoridad" (Engels). Lo esencial es por lo tanto, no andar buscando quemar etapas, una utopía, ni creer que se va a cambiar la naturaleza del centralismo y el principio de autoridad porque se les haya cambiado el nombre. Los internacionalistas holandeses, por ejemplo, no han podido evitar hacer análisis basados en la anticipación utópica ni a la "comodidad" teórica que ese tipo de análisis proporciona (cf. la obra por ellos escrita y ya citada: Ensayo sobre el desarrollo de la sociedad comunista).

Su crítica al centralismo basándose en la experiencia rusa fue tanto más fácil porque se centró únicamente en la fase del "comunismo de guerra" engendrador de la dictadura burocrática sobre la economía, cuando, en realidad, sabemos muy bien que, después, la NEP favoreció, al contrario, una amplia "descentralización" económica. Los bolcheviques "habrían querido" suprimir el mercado (bien sabemos que no fue ni mucho menos el caso), poniendo en su lugar el Consejo económico superior, y, de ese modo, habrían tomado la responsabilidad de haber transformado la dictadura del proletariado en dictadura sobre el proletariado. Así pues, para los camaradas holandeses, ya que, a causa de las necesidades impuestas por la guerra civil, el proletariado ruso tuvo que imponerse un aparato económico y político centralizado y simplificado al extremo, perdiendo así el control de su dictadura, cuando, en realidad, al mismo tiempo estaba precisamente destruyendo políticamente a la clase enemiga. Sobre este aspecto político de la cuestión, para nosotros fundamental, los camaradas holandeses, lamentablemente, no se han detenido...

Por otra parte, al rechazar el análisis dialéctico saltándose el obstáculo del centralismo, lo único que hacen es llenarse la boca de palabras al considerar no el período transitorio, que es, desde el punto de vista de las soluciones prácticas, el que interesa a los marxistas, sino la fase evolucionada del comunismo. Entonces sí que es fácil hablar de una "contabilidad social general, centro económico al que afluyen todas las corrientes de la vida económica, pero que no posee la dirección de la administración ni el derecho a disponer de la producción y de la distribución, que solo puede disponer de sí misma" (¡!) (p. 100/101.)

Y añaden que "en la asociación de productores libres e iguales, el control de la vida económica no procede de personas o de organismos, sino que es el resultado de la información pública del discurrir verdadero de la vida económica. Esto significa que la producción está controlada por la reproducción" (p. 135) ; o dicho de otra manera,: "la vida económica se controla por sí misma mediante el tiempo de producción social medio" (¡!)

Con fórmulas así, las soluciones para una gestión proletaria no pueden dar ni un paso adelante, pues la cuestión candente que se le planea al proletariado no es intentar adivinar el mecanismo de la sociedad comunista, sino el camino que lleva a ella.

Los camaradas holandeses han propuesto una solución inmediata: nada de centralización ni económica ni política que sólo puede adoptar formas opresivas, sino transferencia de la gestión a las organizaciones de empresa que coordinarán la producción mediante una "ley económica general". Para ellos, abolir la explotación y, por lo tanto las clases, no parece que tenga que realizarse a través de un largo proceso histórico, que vaya registrando una participación cada día mayor de las masas en la administración social, sino en la colectivización de los medios de producción, con tal de que esa colectivización implique que los consejos de empresa tengan el derecho de disponer tanto de esos medios de producción como del producto social. Pero, además de que se trata aquí de una formulación que contiene su propia contradicción (puesto que significa oponer la colectivización íntegra -propiedad de todos y de nadie en particular- a una especie de "colectivización" restringida, dispersa entre los grupos sociales, la sociedad anónima también es una forma parcial de colectivización...), a lo único que tiende es a sustituir una solución jurídica (el derecho a disponer por parte de las empresas) a otra solución jurídica, que es la expropiación de la burguesía. Ahora bien, ya hemos visto anteriormente que esa expropiación de la burguesía no es más que la condición inicial de la transformación social (y además, la colectivización íntegra no es inmediatamente realizable), mientras que la lucha de clases continúa, como antes de la Revolución, pero con bases políticas que permiten al proletariado imprimirle un curso decisivo.

El análisis de los internacionalistas holandeses se aleja del marxismo, porque no pone en evidencia una verdad de base: el proletariado estará obligado a soportar la "plaga" del Estado hasta la desaparición de las clases, o sea hasta la abolición del capitalismo mundial. Pero subrayar esa necesidad histórica es admitir que las funciones estatales se confunden todavía temporalmente con la centralización, aunque ésta, gracias a la destrucción de la máquina opresiva del capitalismo, ya no se opone al desarrollo de la cultura y de la capacidad de gestión de las masas obreras. En lugar de buscar la solución de ese desarrollo en los límites históricos y políticos, los internacionalistas holandeses han creído encontrarla en una fórmula de la apropiación a la vez utópica y retrógrada que, además, tampoco se opone tanto como ellos lo creen al "derecho burgués". Además, si se admite que le proletariado, en su conjunto, no está nada preparado culturalmente para resolver "por sí mismo" los problemas complejos de gestión social (y ésta es una realidad que se aplica tanto al proletariado más avanzado como al más inculto) ¿qué vale entonces, concretamente, que se le "garantice" "el derecho a disponer" de las fábricas y de la producción?

Los obreros rusos tuvieron efectivamente en sus manos las fábricas, pero no pudieron gestionarlas. ¿Significa eso que no hubieran debido expropiar a los capitalistas ni tomar el poder? ¿Deberían "haber esperado" a entrar en la escuela del capitalismo occidental, a haber adquirido la cultura del obrero inglés o alemán?... Si bien es verdad que éstos son ya cien veces más capaces para encarar las tareas gigantescas de la gestión proletaria que lo era el obrero ruso en 1917, también es verdad que les es imposible forjar, en el ambiente pestilente del capitalismo y de la ideología burguesa, una conciencia social "total" que, para resolver todos los problemas planteados, ya debería ser la misma que solo podrán poseer en el comunismo culminado. Históricamente, es el partido el que concentra esa conciencia social, pero solo puede desarrollarse basándose en la experiencia; o sea que no aporta soluciones ya bien acabadas, sino que las elabora al calor de la lucha social, tanto después (sobre todo después) como antes de la revolución. Y en esta inmensa tarea no se opone ni mucho menos al proletariado, sino que se confunde con él, pues sin la colaboración activa y creciente de las masas, acabaría siendo presa de las fuerzas enemigas. "La administración por todos" es la clave de toda revolución proletaria. Pero la Historia plantea la única alternativa: o empezamos la revolución socialista "con los hombres tal como son hoy y que no podrán prescindir ni de subordinación ni de control ni de contramaestre ni de contables" (Lenin) o, si no, no habrá Revolución.

La dualidad del Estado en el periodo de transición en el análisis marxista

En el capítulo que trata sobre el Estado transitorio, ya hemos recordado que el Estado debe su existencia a la división de la sociedad en clases. En el comunismo primitivo, no había Estado. Y tampoco lo habrá en el comunismo superior. El Estado desaparecerá con lo que lo hizo nacer: la explotación de clase. Pero mientras exista el Estado, sea cual sea, conserva sus rasgos específicos, no puede cambiar de naturaleza, no puede dejar de ser lo que es, o sea un organismo opresivo, coercitivo, corruptivo. Lo que ha cambiado a lo largo de la historia es su función. En lugar de ser el instrumento de los amos de esclavos, lo será después de los señores feudales y más tarde de la burguesía. Será el instrumento de hecho de la conservación de los privilegios de la clase dominante, de modo que ésta no podrá estar nunca amenazada por su propio Estado, sino por nuevos privilegios que se desarrollan en el seno de la sociedad en favor de una clase ascendente. La revolución política que vendrá después será la consecuencia jurídica de una transformación de la estructura económica ya iniciada, el triunfo de una nueva forma de explotación sobre la antigua. Por eso es por lo que la clase revolucionaria, basándose en las condiciones materiales que habrá construido y consolidado en el seno de la antigua sociedad durante siglos, podrá sin temor ni recelo apoyarse en su Estado que no será sino el perfeccionamiento del anterior para organizar y desarrollar su sistema de producción. Eso es aún más verdad para la clase burguesa, primera clase en la historia que ejerce una dominación mundial y cuyo Estado concentra todo lo que una clase explotadora puede acumular en medios de opresión. No hay oposición, sino íntima colusión entre la burguesía y su Estado. Esta solidaridad no se para en las fronteras nacionales, sino que las desborda, porque depende de raíces profundas en el capitalismo internacional.

Y, al contrario, con la fundación del Estado proletario, la relación histórica entre la clase dominante y el Estado se modifica. El Estado proletario, construido sobre las ruinas del Estado burgués es el instrumento de la dominación del proletariado. Sin embargo, no se concibe como defensor de privilegios sociales cuyas bases materiales se habrían construido ya en el interior de la sociedad burguesa, sino en destructor de todo privilegio. Expresa una nueva relación de dominación (de la mayoría sobre la minoría), una nueva relación jurídica (la apropiación colectiva). En cambio, en permanecer bajo la influencia del ambiente capitalista (pues no puede haber simultaneidad en la revolución), sigue siendo representativo del "derecho burgués". Este permanece no sólo en la vida social y económica, sino en el cerebro de millones de proletarios. Es aquí donde aparece la dualidad del Estado transitorio: por un lado, como arma dirigida contra la clase expropiada, aparece en su aspecto "fuerte"; por otra parte, en tanto que organismo llamado no a consolidar un nuevo sistema de explotación sino a abolirlos a todos, deja al descubierto su aspecto "débil", pues, por naturaleza y definición, tiende a convertirse en polo de atracción de los privilegios capitalistas. Por eso es por lo que, si bien entre la burguesía y el Estado burgués no puede haber antagonismos, sí aparece uno entre proletariado y Estado transitorio.

Este problema histórico encuentra su expresión negativa en que el Estado transitorio puede muy bien ser llevado a desempeñar un papel contrarrevolucionario en la lucha internacional de clases, y a la vez conservar su aspecto proletario si las bases en las que se ha edificado no han sido modificadas. La única manera con la que el proletariado puede oponerse al desarrollo de esa contradicción latente es mediante la política de clase de su partido y la existencia vigilante de sus organizaciones de masas (sindicato, soviets, etc.) mediante las cuales ejercerá un control indispensable en la actividad estatal y defenderá sus intereses específicos. Estas organizaciones sólo podrán desaparecer cuando desaparezca la necesidad que las hizo surgir, o sea, cuando desaparezca la lucha de clases. Lo único que inspira esa idea son las enseñanzas marxistas, pues la noción de antídoto proletario en el Estado de transición fue defendida por Marx y Engels y también por Lenin, como así lo hemos afirmado anteriormente.

La presencia activa de órganos proletarios es la condición para que el Estado siga estando sometido al proletariado y no se vuelva contra los obreros. Negar el dualismo contradictorio del Estado proletario, es falsear el significado histórico del período de transición.

Algunos camaradas consideran, al contrario, que este período debe expresar la identificación de las organizaciones obreras con el Estado (Hennaut, "Naturaleza y evolución del Estado ruso", Bilan, n° 34). Los internacionalistas holandeses van incluso más lejos cuando dicen que, puesto que el "tiempo de trabajo" es la medida de la distribución del producto social y que la distribución entera queda fuera de toda "política", a los sindicatos ya no les queda ninguna función en el comunismo puesto que ya ha cesado la lucha por la mejora de las condiciones de vida (p. 115 de su obra)

El centrismo también parte de esa idea de que, puesto que el Estado soviético era un Estado obrero, cualquier reivindicación de los proletarios se convertía en acto hostil hacia "su" Estado, justificando así la sumisión total de los sindicatos y comités de fábrica al mecanismo estatal.

Si ahora, en base a lo dicho antes, decimos que el Estado soviético ha conservado un carácter proletario, aunque esté dirigido contra el proletariado, ¿se trata únicamente de un sutil distingo que no tiene nada que ver con la realidad y que nosotros mismos rechazaríamos puesto que nos negamos a defender a la URSS? ¡No! Y nosotros creemos que esa tesis debe mantenerse: en primer lugar porque es justa desde el punto de vista del materialismo histórico; segundo, porque las conclusiones sobre la evolución de la Revolución rusa que puedan sacarse de ella no están viciadas en sus premisas puesto que se niega la identificación entre el proletariado y el Estado y que no se crea ninguna confusión entre el carácter del Estado y su función.

Pero si el Estado soviético no fuera ya un Estado proletario, ¿qué sería pues? Los que niegan el carácter proletario no se empeñan mucho en demostrar que se trata de un Estado capitalista, pues se perderían en la demostración. ¿Pero lo demuestran mejor cuando hablan de un Estado burocrático y cuando descubren en la burocracia rusa una clase dominante totalmente nueva en la historia, y refiriéndose entonces a un nuevo modo de explotación y de producción?. En realidad, una explicación así da la espalda al materialismo marxista.

Aunque la burocracia ha sido un instrumento indispensable al funcionamiento de todo sistema social, no hay ninguna huella en la historia de una capa social que se haya transformado en una clase explotadora por cuenta propia. Y, sin embargo, abundan los ejemplos de burocracias poderosas, omnipotentes, en el seno de una sociedad; pero nunca se confundieron con la clase actuante en la producción, excepto casos individuales. En el Capital, Marx, al tratar de la colonización de India, muestra que la burocracia apareció entonces con la forma de la "Compañía de las Indias Orientales"; y que ésta tenía intereses económicos en la circulación de mercancías - no con la producción - a la vez que ejercía realmente el poder político, pero por cuenta del capitalismo metropolitano.

El marxismo ha dado una definición científica de la clase. Si nos atenemos a esa definición, hay que afirmar que la burocracia rusa no es una clase, menos todavía una clase dominante, habida cuenta de que no existen derechos particulares sobre la producción fuera de la propiedad privada de los medios de producción y de que, en Rusia, la colectivización subsiste en sus bases. Cierto es que la burocracia rusa consume una gran porción del trabajo social: pero así ha sido siempre con cualquier tipo de parasitismo al que no hay que confundir, sin embargo, con la explotación de clase.

No hay duda de que en Rusia, la relación social se concreta en una explotación descomunal de los obreros, pero no se debe al ejercicio de un derecho de propiedad individual o de grupo, sino a todo un proceso económico y político cuya causa ni siquiera es la burocracia, sino que ésta es una manifestación, incluso a nuestro parecer secundaria, cuando en realidad esta evolución es el resultado de la política del centrismo que se reveló incapaz de frenar el empuje de las fuerzas enemigas en el interior como en el ámbito internacional. Ahí reside la originalidad del contenido social en Rusia, debida a una situación histórica sin precedentes: la existencia de un Estado proletario en el seno de un mundo capitalista.

La explotación del proletariado aumenta en la medida en que la presión de las clases no proletarias se empezó a ejercer y se incrementó sobre el aparato estatal, después sobre el aparato del partido y, por consiguiente, sobre la política del partido.

No hay necesidad alguna de explicar esa explotación con la existencia de una clase burocrática que se beneficiaría del trabajo sobrante extirpado a los obreros. Hay que explicarlo por la influencia enemiga en las decisiones del partido, el cual, encima, se iba integrando en el mecanismo estatal en lugar de proseguir su misión política y educativa en las masas. Trotski (la IC después de Lenin) subrayó el carácter de clase del yugo que pesaba cada vez más sobre el partido: colusión que vincula a quienes pertenecen al aparato del partido; enlace entre muchos eslabones del partido, por un lado, y la burocracia del Estado, los intelectuales burgueses, la pequeña burguesía y los kulaks por otro; presión de la burguesía mundial sobre el mecanismo de las fuerzas actuantes. Por eso, las raíces de la burocracia y los gérmenes de la degeneración política deben buscarse en ese fenómeno social de interpenetración del partido y del Estado pero también en una situación internacional desfavorable y no en el "comunismo de guerra" que alzó el poder político del proletariado a su nivel más elevado, como tampoco debe buscarse en la NEP. Fue a la vez una expresión de las complicidades y el régimen normal de economía proletaria. Excepto Suvarin, quien en su Perspectiva histórica del bolchevismo, le dio la vuelta a la relación real entre el partido y el Estado considerando que fue el predominio mecánico del aparato del partido el que se ejerció en todos los engranajes del Estado. Caracterizó muy justamente la Revolución rusa como "una metamorfosis del régimen que se fue realizando poco a poco sin que sus beneficiarios se dieran cuenta, sin premeditación ni plan preconcebido, por el triple efecto de la incultura general, de la apatía de unas masas agotadas y el esfuerzo de los bolcheviques por dominar el caos" (p. 245).

Pero entonces, si los revolucionarios no quieren hundirse en el fatalismo, antítesis del marxismo, la "inmadurez" de las condiciones materiales y la "incapacidad" cultural de las masas, si no quieren sacar la conclusión de que la Revolución rusa no fue una revolución proletaria (aún cuando las condiciones históricas y objetivas existían y siguen existiendo mundialmente para la revolución proletaria, única base desde el punto de vista marxista), tendrán que fijarse obligatoriamente en el elemento central del problema por resolver: el factor político, o sea, el partido, instrumento indispensable para el proletariado considerado desde un punto de vista de las necesidades históricas. También deberán concluir que en la revolución, la única forma de autoridad posible para el partido es la forma dictatorial. Y que no se intente restringir el problema hablando de una oposición irreductible entre la dictadura del partido y el proletariado, pues entonces lo único que se hace es dar la espalda a la revolución proletaria misma. Repetimos, la dictadura del partido es una expresión inevitable del periodo transitorio, tanto en un país muy desarrollado por el capitalismo como en la más atrasada de las colonias. La tarea fundamental de los marxistas es precisamente examinar, basándose en la enorme experiencia rusa, cómo puede mantenerse dicha dictadura al servicio del proletariado, o sea cómo una revolución proletaria puede y debe integrarse en la revolución mundial.

Lamentablemente, los "fatalistas" en potencia ni siquiera han intentado abordarla. Por otro lado, si la solución no ha progresado mucho, las dificultades se deben tanto al penoso aislamiento de los débiles núcleos revolucionarios como a la gran complejidad de los elementos del problema. En realidad, el problema consiste esencialmente en el vínculo entre el partido y la lucha de clases, en función de la cual deben resolverse las cuestiones de organización y de vida interna del partido.

Los camaradas de Bilan tienen razón en haber centrado sus investigaciones en dos actividades del partido, consideradas como fundamentales para la preparación de la revolución (como lo demuestra la historia del partido bolchevique): la lucha interna de fracciones y la lucha en el interior de las organizaciones de masas. La cuestión es saber si esas formas de actividad deben desaparecer o transformarse radicalmente después de la revolución, en una situación en que la lucha de clases no disminuye ni mucho menos, sino que se desarrolla aunque sea con otras formas. Lo que es evidente es que ningún método, ninguna fórmula organizativa podrá impedir nunca que la lucha de clases repercuta dentro del partido, plasmándose en el aumento de tendencias y fracciones.

La unidad a toda costa de la oposición rusa trotskista, al igual que el "monolitismo" del centrismo contradicen la realidad histórica. Y, al contrario, el reconocimiento de las fracciones nos parece mucho más dialéctico. Pero la simple afirmación no resuelve el problema, no hace sino plantearlo o más bien replantearlo en toda su amplitud. Los camaradas de Bilan estarán sin duda de acuerdo para decir que unas cuantas frases lapidarias no son una solución. Queda por examinar a fondo cómo puede conciliarse la lucha de fracciones y la oposición de programas resultante con la necesidad de una dirección homogénea y una disciplina revolucionaria. Igualmente habrá que ver en qué medida la libertad de fracciones dentro de las organizaciones sindicales puede compaginarse con la existencia del partido único del proletariado. No es exagerado decir que el futuro de las revoluciones proletarias depende en gran parte de la respuesta que se dé.

(Continuará)

Mitchell

 


[1]) El escepticismo que hoy declaran algunos comunistas internacionalistas no puede, ni mucho menos, hacer tambalear nuestra convicción al respecto. El camarada Hennaut, en Bilan (n° 34) declara con aplomo que: "La revolución bolchevique la realizó el proletariado, pero no fue una revolución proletaria". Semejante afirmación es sencillamente absurda pues eso significaría que una revolución "no proletaria" habría engendrado el arma proletaria más temible que hasta ahora haya amenazado a la burguesía, o sea la Internacional comunista.

[2]) Como ya hemos dicho en los artículos precedentes, "centrismo" era la palabra que usaba la Izquierda italiana para nombrar al estalinismo en los años 30 (ndlr).

[3]) Situación en 1925.

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