Antisemitismo, sionismo, anti-sionismo: todos son enemigos del proletariado, Parte 1
Prefacio
Desde el 7 de octubre de 2023, la barbarie de la guerra en Oriente Medio ha ascendido a niveles sin precedentes. Antes de esa fecha, había habido numerosos ataques de terroristas nacionalistas contra la población de Israel, pero nada se compara con la ferocidad y la escala de las atrocidades perpetradas por Hamás el 7 de octubre. Y aunque las fuerzas armadas israelíes han llevado a cabo en el pasado numerosas y brutales represalias contra la población de Gaza, nada es comparable a la destrucción sistemática de hogares, hospitales, escuelas y otras infraestructuras vitales en toda Gaza, ni a las espeluznantes cifras de muertos y heridos resultantes de la campaña de Israel como venganza del 7 de octubre, una campaña que está asumiendo cada vez más abiertamente la forma de limpieza étnica de toda la zona, un proyecto que ahora cuenta con el apoyo abierto de la administración Trump en EEUU. El conflicto entre Israel y Hamás no solo se ha extendido a la aniquilación de Hezbolá en Líbano, a los ataques contra los hutíes en Yemen y a las operaciones militares contra el propio Irán, sino que la región está también convulsionada por conflictos paralelos que no parecen menos irresolubles: entre turcos y kurdos en Siria, por ejemplo, o entre Arabia Saudita e Irán y sus agentes hutíes por el control de Yemen. Oriente Medio, una de las principales cunas de la civilización, se ha erigido en presagio de su futura destrucción.
En el artículo “Espiral de atrocidades en Oriente Medio, aterradora realidad del capitalismo en descomposición [1]” de la Revista Internacional 171, ofrecimos una visión histórica del conflicto «Israel-Palestina» con el trasfondo de las luchas imperialistas más amplias por el control de Oriente Medio. En los dos artículos que siguen, nos centraremos en las justificaciones ideológicas que utilizan los campos imperialistas enfrentados para justificar esta «espiral de atrocidades». Así, el Estado de Israel no cesa de apelar a la memoria de anteriores oleadas de persecuciones antijudías, y sobre todo al Holocausto nazi, para presentar la colonización sionista de Palestina como un movimiento legítimo de liberación nacional, y sobre todo para justificar sus ofensivas asesinas como si no fueran más que la defensa del pueblo judío contra un futuro Holocausto. Mientras tanto, el nacionalismo palestino y sus partidarios izquierdistas presentan la masacre del 7 de octubre de civiles israelíes y de otros países como un acto legítimo de resistencia contra décadas de opresión y desplazamiento que se remontan a la fundación del Estado israelí. Y en su consigna «Del río al mar, Palestina será libre», el nacionalismo palestino ofrece una siniestra imagen tipo espejo de la exigencia de la derecha sionista de establecer un Gran Israel: en la oscura utopía imaginada por la primera consigna, la tierra estará libre de judíos, mientras que el proyecto de un Gran Israel se logrará mediante el desplazamiento masivo de las poblaciones árabes de Gaza y Cisjordania.
Estas ideologías no son meros reflejos pasivos de las necesidades «materiales» de la guerra: sirven activamente para movilizar a las poblaciones de la región, y de todo el mundo, tras los diferentes bandos beligerantes. Su análisis y desmitificación es, por tanto, una tarea necesaria para quienes sostienen una oposición internacionalista a todas las guerras imperialistas. Y nuestra intención es producir más contribuciones que expongan las raíces de otras ideologías que desempeñan un papel similar en la región, como el islamismo y el nacionalismo kurdo.
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La revolución burguesa contra el feudalismo en la Europa de finales del siglo XVIII y principios del XIX adoptó generalmente la forma de luchas por la unificación o la independencia nacional contra los pequeños reinos y los grandes imperios dominados por monarquías y aristocracias en decadencia. La reivindicación de la autodeterminación nacional (por ejemplo de Polonia frente al imperio zarista) podía contener así un elemento claramente progresista que Marx y Engels apoyaron firmemente, por ejemplo en el Manifiesto Comunista. No porque vieran esta reivindicación como la concretización de un «derecho» abstracto de todos los grupos nacionales o étnicos, sino porque podía acelerar los cambios políticos necesarios para el desarrollo de las relaciones de producción burguesas en un periodo en el que el capitalismo aún no había completado su misión histórica. Sin embargo, a raíz de la Comuna de París de 1871, el primer ejemplo de toma del poder por el proletariado, Marx ya había empezado a cuestionarse si podría haber más guerras verdaderamente nacionales, al menos en los centros del sistema capitalista mundial. Esto se debía a que las clases dominantes de Prusia y Francia habían demostrado que, frente a la revolución proletaria, las burguesías nacionales estaban dispuestas a enterrar sus diferencias para sofocar el peligro de la clase explotada, y utilizaban así la «defensa de la nación» como pretexto para aplastar al proletariado. En la época de la Primera Guerra Mundial, que marcó la entrada del capitalismo en su época de decadencia, Rosa Luxemburgo, escribiendo en el Folleto de Junius, había llegado a la conclusión de que las luchas de liberación nacional habían perdido por completo todo contenido progresista, enredadas como estaban en las maquinaciones de las potencias imperialistas rivales. No sólo eso: las naciones pequeñas se habían convertido ellas mismas en imperialistas, y la nación «oprimida» de ayer se había convertido en opresora de naciones aún más pequeñas, sometiéndolas a las mismas políticas de saqueo, expulsión y masacre que ellas mismas habían experimentado. La historia del sionismo ha confirmado totalmente el análisis de Rosa Luxemburgo. Se había convertido en un importante movimiento nacional en respuesta al «retorno» del antisemitismo en la última parte del siglo XIX; y así, no menos que esta nueva ola de antisemitismo, era esencialmente un producto de una sociedad capitalista que ya se acercaba a su decadencia. Como mostraremos en los artículos que siguen, ha demostrado una y otra vez que es un «falso Mesías»[1], que como todos los nacionalismos no sólo ha actuado siempre como actor en juegos imperialistas más amplios, sino que ha instrumentalizado sistemáticamente la horrible opresión y matanza de poblaciones judías en Europa y Oriente Medio para justificar la expulsión y masacre de la población «nativa» de Palestina.
Pero el rechazo de Luxemburgo a todas las formas de nacionalismo queda igualmente confirmado por la historia de las diversas expresiones del «antisionismo». Ya lleve la bandera verde del yihadismo o la roja del ala izquierda del capitalismo, esta ideología supuestamente «antiimperialista» es tan reaccionaria como el propio sionismo y sirve para arrastrar a sus seguidores a los frentes de guerra del capital, detrás de otras potencias imperialistas que no tienen solución para la terrible situación de la población palestina. Volveremos sobre ello en la segunda parte del artículo.
El Arbeiter-Zeitung, nº 19, del 9 de mayo de 1890 publicó la siguiente carta de Engels, escrita originalmente a un miembro del Partido Socialdemócrata Alemán, Isidor Ehrenfreund. Formaba parte de un reconocimiento más general por parte del ala marxista del movimiento obrero de que era necesario combatir el auge del antisemitismo, que estaba teniendo un impacto en la clase obrera, e incluso en partes de su vanguardia política, los partidos socialdemócratas[2].
«Pero si no estáis haciendo más mal que bien con vuestro antisemitismo es algo que os pediría que considerarais. Porque el antisemitismo es sinónimo de una cultura retardataria, y por eso sólo existe en Prusia y Austria, y también en Rusia. Cualquiera que se atreviera con el antisemitismo, tanto en Inglaterra como en América, sería sencillamente ridiculizado, mientras que en París la única impresión creada por los escritos de M. Drumont -mucho más ingeniosos que los de los antisemitas alemanes- fue la de un destello un tanto ineficaz.
Además, ahora que se presenta como candidato al Consejo Municipal, ha tenido que declararse opositor al capital cristiano, no menos que al judío. Y M. Drumont sería leído incluso si adoptara el punto de vista opuesto.
En Prusia es la nobleza menor, los Junkers, con unos ingresos de 10.000 marcos y unos gastos de 20.000, y por lo tanto sujetos a la usura, los que se complacen en el antisemitismo, mientras que tanto en Prusia como en Austria un coro vociferante lo proporcionan aquellos a los que la competencia del gran capital ha arruinado: la pequeña burguesía, los artesanos cualificados y los pequeños comerciantes. Pero en la medida en que el capital, semita o ario, circuncidado o bautizado, destruye estas clases de la sociedad que son reaccionarias hasta la médula, no hace más que lo que corresponde a su función, y lo hace bien; contribuye a impulsar hacia adelante a los retrasados prusianos y austriacos hasta que alcanzan finalmente el nivel actual en el que todas las viejas distinciones sociales se resuelven en una gran antítesis: capitalistas y asalariados. Sólo en los lugares donde esto aún no ha sucedido, donde no existe una clase capitalista fuerte y, por tanto, tampoco una clase de asalariados fuerte, donde el capital aún no es lo suficientemente fuerte como para hacerse con el control de la producción nacional en su conjunto, de modo que sus actividades se limitan principalmente a la Bolsa -en otras palabras, donde la producción sigue en manos de los agricultores, terratenientes, artesanos y clases similares que sobreviven de la Edad Media-, allí, y sólo allí, el capital es principalmente judío, y sólo allí el antisemitismo hace estragos.
En Norteamérica no se encuentra ni un solo judío entre los millonarios cuya riqueza, en algunos casos, apenas puede expresarse en términos de nuestros míseros marcos, gulden o francos y, en comparación con estos norteamericanos, los Rothschild son auténticos indigentes. E incluso en Inglaterra, Rothschild es un hombre de medios modestos cuando se le compara, por ejemplo, con el Duque de Westminster. Incluso en nuestra propia Renania, de donde, con la ayuda de los franceses, expulsamos a la aristocracia hace 95 años y donde hemos establecido la industria moderna, se puede buscar en vano a los judíos.
Así pues, el antisemitismo no es más que la reacción de capas sociales medievales en decadencia contra una sociedad moderna constituida esencialmente por capitalistas y asalariados, de modo que sólo sirve a fines reaccionarios bajo un manto supuestamente socialista; es una forma degenerada de socialismo feudal y no podemos tener nada que ver con ello. El hecho mismo de su existencia en una región es la prueba de que allí no hay todavía suficiente capital. El capital y el trabajo asalariado son hoy indivisibles. Cuanto más fuerte sea el capital y, por tanto, también la clase asalariada, más cerca estará la desaparición de la dominación capitalista. Así pues, lo que yo desearía para nosotros, los alemanes, entre los que cuento también a los vieneses, es que la economía capitalista se desarrolle a un ritmo verdaderamente vertiginoso en lugar de decaer lentamente hacia el estancamiento.
Además, el antisemita presenta los hechos bajo una luz totalmente falsa. Ni siquiera conoce a los judíos que deplora, de lo contrario sería consciente de que, gracias al antisemitismo en Europa del Este y a la Inquisición española en Turquía, hay aquí en Inglaterra y en América miles y miles de proletarios judíos; y precisamente, estos trabajadores judíos son los más explotados y los más empobrecidos. En Inglaterra, durante los últimos doce meses, hemos tenido tres huelgas de trabajadores judíos. ¿Se espera entonces que practiquemos el antisemitismo en nuestra lucha contra el capital?
Además, estamos demasiado en deuda con los judíos. Dejando de lado a Heine y Börne, Marx era judío de pura cepa; Lassalle era judío. Muchos de nuestros mejores hombres son judíos. Mi amigo Victor Adler, que ahora está expiando en una prisión vienesa su devoción a la causa del proletariado, Eduard Bernstein, editor del Sozialdemokrat de Londres, Paul Singer, uno de nuestros mejores hombres en el Reichstag... ¡gente a la que me enorgullece llamar amigos, y todos ellos judíos! Después de todo, yo mismo fui apodado judío por el Gartenlaube y, de hecho, si me dieran a elegir, ¡mejor sería judío que 'Herr von'!».
No era la primera vez que el movimiento obrero, y sobre todo sus flecos pequeñoburgueses, se veían infectados por lo que August Bebel denominó en su momento «el socialismo de los imbéciles»: esencialmente, el desvío de un anticapitalismo embrionario hacia el chivo expiatorio de los judíos y, en particular, de las «finanzas judías», vistas como la única fuente de las miserias engendradas por la sociedad capitalista. El antisemitismo de Proudhon era despiadado y manifiesto[3], y el de Bakunin no iba a la zaga. Y de hecho, ni siquiera los propios Marx y Engels eran totalmente inmunes a la enfermedad. La obra de Marx Sobre la Cuestión Judía de 1843 fue escrita explícitamente a favor de la emancipación política de los judíos en Alemania contra los sofismas de Bruno Bauer, al tiempo que señalaba las limitaciones de una emancipación puramente política dentro de los límites de la sociedad burguesa[4]. Y sin embargo, al mismo tiempo, el ensayo contenía algunas concesiones a motivos antisemitas que han sido utilizados por los enemigos del marxismo desde entonces; y la correspondencia privada de Marx y Engels, especialmente sobre el tema de Ferdinand Lassalle, contiene una serie de «bromas» sobre su judaísmo (e incluso sus rasgos «negroides») que -en el mejor de los casos- sólo pueden inspirar un sentimiento de vergüenza. Y en algunos de sus primeros escritos públicos Engels parece más o menos inconsciente de algunas de las difamaciones antisemitas en publicaciones con las que colaboraba activamente[5]. Retomaremos algunas de las cuestiones que plantean estas cicatrices en un futuro artículo.
Sin embargo, cuando Engels escribió la carta a Ehrenfreund, su comprensión de toda la cuestión había experimentado una evolución fundamental. Había una serie de factores detrás de esta evolución, algunos de ellos reflejados en la carta.
En primer lugar, Engels había pasado por una serie de batallas políticas, en el periodo de la Primera Internacional y después, en las que los oponentes de la corriente marxista no habían dudado en utilizar ataques antisemitas contra el propio Marx -Bakunin en particular, que situaba el «autoritarismo» de Marx en la observación de que era judío y alemán[6]-. Y en Alemania, Eugene Dühring, cuyo supuesto «sistema alternativo» al marco teórico marxista suscitó la famosa polémica de Engels, el Anti-Dühring, expresó un profundo odio hacia los judíos, que en escritos posteriores se anticipó a los nazis pidiendo su exterminio literal[7]. Así, Engels pudo ver que el «socialismo de los imbéciles» era algo más que un producto de la estupidez o de un error teórico: era un arma contra la corriente revolucionaria que él pretendía desarrollar. Así, termina la carta con una clara expresión de solidaridad contra los ataques racistas publicados en la prensa antisemita contra los numerosos revolucionarios de origen judío.
Al mismo tiempo, como explica Engels en la carta, a finales del siglo XIX había surgido un proletariado judío en las ciudades de Europa occidental «gracias al antisemitismo de Europa oriental». En otras palabras, el creciente empobrecimiento de los judíos en el imperio ruso y el recurso cada vez más frecuente a los pogromos por parte de un régimen zarista en declive habían empujado a cientos de miles de judíos a buscar refugio en Europa occidental y EEUU, la mayoría de ellos llegados con poco más que la ropa que llevaban puesta y sin otra alternativa que unirse a las filas del proletariado, especialmente en las industrias de la confección textil. Esta afluencia fue, al igual que la actual «avalancha» de refugiados hacia Occidente, un elemento clave en el auge de los partidos racistas, pero para Engels no hubo ni un momento de vacilación a la hora de apoyar las luchas de estos proletarios inmigrantes, que, como decía la carta, habían demostrado su espíritu combativo en una serie de huelgas (y podríamos añadir, mediante un nivel de politización bastante alto). De hecho, Engels, en asociación con la hija de Marx, Eleonor, había adquirido experiencia de primera mano de los movimientos huelguísticos de los trabajadores judíos en el East End de Londres. Así pues, era perfectamente evidente que los revolucionarios no podían en ningún caso «incurrir en el antisemitismo en nuestra lucha contra el capital».
La principal debilidad de la carta es la idea de que el antisemitismo estaba esencialmente ligado a la persistencia de las relaciones feudales y que el desarrollo ulterior del capitalismo socavaría sus cimientos, e incluso lo haría irrisorio.
Por supuesto, era cierto que el antisemitismo tenía profundas raíces en las formaciones sociales precapitalistas. Se remonta al menos a la antigua Grecia y Roma, alimentado por la persistente tendencia de la población de Israel a rebelarse contra los dictados políticos y religiosos de los imperios griego y romano. Y desempeñó un papel aún más importante en el feudalismo. La ideología central de la Europa feudal, el cristianismo católico, se basaba en la estigmatización de los judíos como asesinos de Cristo, un pueblo maldito que siempre conspiraba para traer desgracias a los cristianos, ya fuera mediante el envenenamiento de pozos, la propagación de la peste o el sacrificio de niños cristianos en sus rituales de Pascua. El desarrollo del mito de la conspiración judía mundial, al que se dio alas tras la publicación de la falsificación por la Ojrana de Los Protocolos de los Sabios de Sión en los primeros años del siglo XX, tenía sin duda sus raíces en estas oscuras mitologías medievales.
Además, en el plano material, este odio persistente hacia los judíos debe entenderse en relación con el papel económico impuesto a los judíos en el sistema feudal, sobre todo como usureros, una práctica formalmente prohibida a los cristianos. Si bien este papel los convertía en útiles adjuntos de los monarcas feudales (que a menudo se presentaban como «protectores de los judíos»), también los exponía a masacres periódicas que convenientemente traían consigo la anulación de las deudas reales o aristocráticas - y, finalmente, a la expulsión de muchos países de Europa occidental a medida que la lenta aparición del capitalismo producía una élite financiera «nativa» que necesitaba eliminar la competencia de las finanzas judías[8].
También era cierto que los principales exponentes del antisemitismo eran los restos de las clases condenadas por el avance del capital: la aristocracia en decadencia, la pequeña burguesía, etcétera. Estos eran, en gran medida, los estratos a los que apelaba la nueva generación de demagogos antisemitas: Dühring y Marr en Alemania (a este último se le atribuye la invención del término antisemitismo, como una insignia que hay que llevar con orgullo), Drumont en Francia, Karl Lueger, que se convirtió en alcalde de Viena en 1897, etc. Y finalmente, Engels tenía razón al señalar que el avance de la revolución burguesa en Europa había traído consigo, a principios de siglo, un cierto avance en la emancipación política de los judíos. Pero la opinión de Engels de que la «economía capitalista debía desarrollarse a un ritmo verdaderamente vertiginoso» y, por tanto, relegar al basurero de la historia todos los restos feudales en descomposición, y con ellos todas las formas de «socialismo feudal» como el antisemitismo, subestimaba el grado en que el capital se precipitaba hacia su propio período de decadencia. De hecho, esto ya se insinúa en la carta, donde Engels dice que cuanto más fuerte se haga el capitalismo, «más cerca estará la desaparición de la dominación capitalista». Y en otros escritos Engels había desarrollado las ideas más profundas sobre la forma que tomaría esta desaparición:
- En el plano económico, la propia conquista del globo y el afán por integrar todas sus regiones precapitalistas en la órbita de las relaciones sociales capitalistas abrirían las compuertas de la sobreproducción mundial, y esta perspectiva se perfilaba ya con el fin del ciclo decenal de «auge y caída» y el comienzo de la «larga depresión» de la década de 1880. Hay que añadir que el impacto de la depresión también contribuyó al aumento de la agitación antisemita en Europa, que a menudo se centraba en culpar a los «reyes judíos del dinero» de los males económicos que ahora se hacían patentes[9].
- En el plano militar, Engels era muy consciente de que esta conquista del globo, la caza de colonias, no sería un proceso pacífico, y en una de sus predicciones más notables previó que la competencia interimperialista acabaría desembocando en una devastadora guerra europea[10]. El imperialismo también proporcionó una forma más «moderna» de racismo, utilizando un darwinismo deformado para justificar la dominación de la «raza blanca» sobre las «razas inferiores», entre las que los judíos eran vistos como una fuerza particularmente malévola.
- En el plano de la organización del capital, Engels ya veía que el Estado asumía un papel central en la gestión de las economías nacionales, tendencia que iba a alcanzar su pleno desarrollo en el periodo de decadencia capitalista[11].
Así pues, lejos de relegar el antisemitismo al basurero de la historia, el desarrollo ulterior del capital mundial, su carrera acelerada hacia una era de crisis histórica, daría un nuevo aliento al racismo y a la persecución antijudía, sobre todo a raíz de la derrota de las revoluciones proletarias de 1917-23.
Así,
- En la revolución de 1905 en Rusia -que ya presagiaba la proximidad de la época de la revolución proletaria-, el régimen zarista adoptó el pogromo como método directo para aplastar la revolución y crear divisiones en el seno de la clase obrera. Esta estrategia contrarrevolucionaria fue utilizada a una escala aún mayor por los ejércitos blancos en Rusia como arma contra la revolución. De ahí la intransigente oposición de Lenin y los bolcheviques a cualquier forma de antisemitismo, veneno para la lucha obrera. En Alemania, la derrota en la Primera Guerra Mundial se explicó con la leyenda de la «puñalada por la espalda» de una camarilla de marxistas y judíos, dando un gran impulso al crecimiento de grupos y partidos fascistas, sobre todo el Partido Nacional Socialista Obrero de Hitler. Sobra decir que estas bandas estaban íntimamente ligadas a las formaciones militares que, a instancias del gobierno socialdemócrata, habían llevado a cabo la brutal represión de las revueltas obreras en Berlín, Múnich y otros lugares. En otros países europeos durante la década de 1920, como Polonia y Hungría, la derrota de la revolución se consolidó con una legislación antisemita que prefiguraba lo que sucedería en Alemania bajo los nazis.
- La crisis económica mundial de la década de 1930, producto de contradicciones capitalistas impersonales raramente visibles y difíciles de comprender, también fue explotada al máximo por los partidos fascista y nazi para ofrecer una explicación «más simple», con un chivo expiatorio fácilmente identificable: el rico financiero judío, aliado al sanguinario bolchevique en una siniestra conspiración contra la civilización aria.
A la luz de estos horribles acontecimientos, un joven miembro del movimiento trotskista, Avram Leon, tratando de desarrollar en la Bélgica ocupada por los nazis algunas ideas de Marx en una comprensión histórica de la cuestión judía[12], llegó a la conclusión de que ésta era una cuestión que el capitalismo decadente sería totalmente incapaz de resolver. Esto también era válido en el caso de los llamados regímenes «socialistas» de la URSS y su bloque. Bajo el reinado de Stalin, las campañas antisemitas se utilizaron a menudo para ajustar cuentas dentro de la burocracia y proporcionar un chivo expiatorio para las miserias del sistema estalinista. El «complot médico» de 1953 es particularmente notorio, con sus ecos de la vieja historia de los judíos como envenenadores secretos. Mientras tanto, la versión estalinista de la «autodeterminación judía» tomó la forma de la «región autónoma» de Birobidzhan en Siberia, que Trotsky calificó acertadamente de «farsa burocrática». Estas persecuciones, a menudo bajo la bandera del «antisionismo», continuaron en el periodo posterior a Stalin, provocando la emigración masiva de judíos rusos a Israel.
Si el auge del antisemitismo moderno, y la reinvención de mitologías totalmente reaccionarias heredadas del feudalismo, fue un signo de la próxima senilidad del capitalismo, lo mismo puede decirse del sionismo moderno, que surgió en la década de 1890 como reacción directa a la marea antijudía.
Como señalamos en la introducción de este artículo, el sionismo fue el producto de un desarrollo más general del nacionalismo en el siglo XIX, el reflejo ideológico de la burguesía ascendente y su sustitución de la fragmentación feudal por Estados nacionales más unificados. La unificación de Italia y la emancipación de la hegemonía austriaca fue uno de los logros heroicos de este periodo que tuvo un impacto definitivo en los primeros teóricos del sionismo (Moses Hess, por ejemplo - véase más adelante). Pero los judíos no se ajustaban a las principales tendencias del nacionalismo burgués, ya que carecían de un territorio unificado e incluso de una lengua común. Éste fue uno de los factores que impidieron que el sionismo tuviera un atractivo de masas hasta que fue impulsado por el creciente antisemitismo de finales del siglo XIX.
La ideología sionista también se basó en las «peculiaridades» de larga data de las poblaciones judías, cuya existencia separada estaba estructurada tanto por el papel económico específico desempeñado por los judíos en la economía feudal como por poderosos factores políticos e ideológicos: por un lado, la guetización de los judíos impuesta por el Estado y su exclusión de ámbitos clave de la sociedad feudal; por otro, la propia visión de los judíos de sí mismos como el «pueblo Elegido», que sólo podía ser «luz para las naciones» permaneciendo distinto respecto de ellas, al menos hasta la llegada del Mesías y el Reino de Dios en la Tierra; estas ideas estaban enmarcadas, por supuesto, por la mitología del exilio y el prometido retorno a Sión que impregna el trasfondo bíblico de la historia judía.
Sin embargo, durante siglos, aunque muchos judíos ortodoxos de la «diáspora» realizaron peregrinaciones individuales a la tierra de Israel, la principal enseñanza de los rabinos era que la reconstrucción del Templo y la formación de un Estado judío sólo podrían lograrse mediante la venida del Mesías. Algunas sectas judías ortodoxas, como Neturei Karta, siguen manteniendo estas ideas en la actualidad y son ferozmente antisionistas, incluso las que viven en Israel.
El desarrollo del laicismo a lo largo del siglo XIX hizo posible que una forma no religiosa del «Retorno» ganara adeptos entre las poblaciones judías. Pero el resultado dominante del declive del judaísmo ortodoxo y su sustitución por ideologías más modernas como el liberalismo y el racionalismo fue que los judíos de los países capitalistas avanzados empezaron a perder sus características únicas y a asimilarse a la sociedad burguesa. Algunos marxistas, en particular Kautsky[13], vieron incluso en el proceso de asimilación la posibilidad de resolver el problema del antisemitismo dentro de los confines del capitalismo[14]. Sin embargo, el resurgimiento del antisemitismo en la última parte del siglo iba a poner en tela de juicio tales supuestos y, al mismo tiempo, dar un impulso decisivo a la capacidad del sionismo político moderno para ofrecer otra alternativa a la persecución de los judíos y a la realización de las aspiraciones nacionales de la burguesía judía.
El título de «padre fundador» de este tipo de sionismo suele atribuirse a Theodor Herzl, que convocó el primer Congreso Sionista en 1897. Pero hubo precursores. En 1882, Leon Pinsker, un médico judío que vivía en Odessa, en el Imperio ruso, había publicado Self-Emancipation. Una advertencia dirigida a sus hermanos. Por un judío ruso, abogando por la emigración judía a Palestina. Pinsker había sido un asimilacionista hasta que su creencia en la posibilidad de que los judíos encontraran seguridad y dignidad en la sociedad «gentil» se hizo añicos al presenciar un brutal pogromo en Odessa en 1881.
Quizá más curiosa fue la evolución de Moses Hess, que a principios de la década de 1840 había sido camarada de Marx y Engels y, de hecho, desempeñó un papel importante en su propia transición de la democracia radical al comunismo y en su reconocimiento del carácter revolucionario del proletariado. Pero cuando se produjo el Manifiesto Comunista sus caminos se habían separado, y Marx y Engels situaban a Hess entre los socialistas «alemanes» o «verdaderos» (véase el apartado sobre “el socialismo reaccionario”). Ciertamente, en la década de 1860, Hess había emprendido una dirección muy diferente. Una vez más, probablemente influido por los primeros signos de reacción antisemita contra la emancipación formal de los judíos en Alemania, Hess se inclinó cada vez más por la idea de que los conflictos nacionales e incluso raciales no eran menos importantes que la lucha de clases como determinantes sociales, y en su libro Roma y Jerusalén, la última cuestión nacional (1862) defendió una forma temprana de sionismo que soñaba con establecer una mancomunidad socialista judía en Palestina. Significativamente, Hess ya había comprendido que tal proyecto necesitaría el respaldo de una de las grandes potencias del mundo, y para él esta tarea recaería en la Francia republicana.
Al igual que Pinsker, Herzl era un judío más o menos asimilado, un abogado austriaco que había presenciado de primera mano el nuevo amanecer de la judeofobia y la elección de Karl Lueger como alcalde de la ciudad. Pero probablemente fue el asunto Dreyfus en Francia el que tuvo mayor impacto en Herzl, convenciéndole de que no podía haber solución a la persecución de los judíos hasta que tuvieran su propio Estado. En 1894, la Francia republicana, donde la revolución había concedido derechos civiles a los judíos, fue escenario de un juicio inventado por traición a un oficial judío, Alfred Dreyfus, que fue condenado a cadena perpetua y desterrado a la colonia penal de la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa, donde pasó los cinco años siguientes en condiciones muy duras. Las pruebas posteriores de que Dreyfus había sido incriminado tramposamente fueron suprimidas por el ejército, y el asunto produjo una fuerte división en la sociedad francesa, enfrentando a la derecha católica, el ejército y los seguidores de Drumont contra los partidarios de Dreyfus, entre cuyas figuras destacadas se encontraban Emile Zola y Georges Clemenceau. Finalmente (pero no hasta 1906) Dreyfus fue exonerado, pero las divisiones en el seno de la burguesía francesa no desaparecieron, volviendo a la superficie con el ascenso del fascismo en la década de 1930 y en la «Revolución Nacional» petainista tras la caída de Francia en manos de la Alemania nazi en 1941.
El sionismo de Herzl era totalmente laico, aunque se basaba en los antiguos motivos bíblicos del exilio y el retorno a la Tierra Prometida, que, como reconocía la mayoría de los sionistas, tenía mucha más fuerza ideológica que otras posibles «patrias» que se estaban debatiendo en aquella época (Uganda, Sudamérica, Australia, etc.)
Por encima de todo, Herzl comprendió la necesidad de vender su utopía a los ricos y poderosos de la época. Así, acudió con la gorra en la mano no sólo a la burguesía judía, algunos de los cuales ya habían estado financiando la emigración judía a Palestina y otros lugares, sino también a gobernantes como el sultán otomano y el káiser alemán; en 1903 incluso tuvo una audiencia con el ministro del Interior Plehve, notoriamente antisemita en Rusia, que había estado implicado en la provocación del horrible pogromo de Kishinev ese mismo año. Plehve le dijo a Herzl que los sionistas podían operar libremente en Rusia siempre que se limitaran a animar a los judíos a marcharse a Palestina. Después de todo, ¿no había declarado el ministro del zar Pobedonostsev [2] que el objetivo de su gobierno con respecto a los judíos era que «un tercio se extinguiera, un tercio abandonara el país y un tercio se disolviera completamente en la población circundante»? Y aquí estaban los sionistas ofreciéndose a poner en práctica la cláusula de «abandonar el país».... Así pues, esta reciprocidad de intereses entre el sionismo y las formas más extremas de antisemitismo se entretejió en el movimiento desde sus inicios y se repetiría a lo largo de toda su historia. Y Herzl era categórico en su creencia de que luchar contra el antisemitismo era una pérdida de tiempo, sobre todo porque, en cierto modo, consideraba que los antisemitas tenían razón al ver a los judíos como un cuerpo extraño entre ellos[15].
«En París adquirí una actitud más libre hacia el antisemitismo, que ahora empiezo a comprender históricamente y a tener en cuenta. Por encima de todo, reconozco la vacuidad e inutilidad de los esfuerzos por 'combatir el antisemitismo'». Diarios, vol. 1, p. 6, mayo-junio de 1895.
Así, desde el principio:
- El antisemitismo fue un factor central en el surgimiento y desarrollo de un importante movimiento sionista, pero se basaba en la creencia de que era imposible superar el odio a los judíos hasta que éstos no tuvieran su propio Estado, o al menos su propia «patria nacional».
- Por tanto, el sionismo propuso no centrar sus energías en la lucha contra el antisemitismo en la «diáspora», e incluso abogó por la cooperación con sus principales defensores.
- Desde el principio, el proyecto sionista requirió el apoyo de las potencias imperialistas dominantes, como quedaría aún más claro en 1917, cuando Gran Bretaña emitió la Declaración Balfour. Esto fue una prefiguración de lo que se convertiría en la realidad de todos los movimientos nacionales en la época de decadencia del capitalismo: sólo podrían avanzar atándose a una u otra de las potencias imperialistas que dominan el planeta en esta época.
La búsqueda del respaldo de las potencias imperialistas era totalmente lógica en la medida en que el sionismo nació en la época en que el imperialismo estaba aún muy empeñado en la adquisición de nuevas colonias en las regiones periféricas del globo, y se veía a sí mismo como un intento de crear una colonia en una zona que, o bien estaba declarada deshabitada (el lema de dudoso origen «tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra»), o bien, habitada por tribus atrasadas que sólo podrían beneficiarse de una nueva misión civilizadora por parte de una población occidental más avanzada[16]. El propio Herzl escribió una especie de novela utópica llamada Alt-Neuland, en la que los terratenientes palestinos venden parte de sus tierras a los judíos, invierten en maquinaria agrícola moderna y elevan así el nivel de vida de los campesinos palestinos. ¡Problema resuelto!
El sionismo político de Herzl era claramente un fenómeno burgués, una expresión del nacionalismo en un momento en que el capitalismo se acercaba a su era de decadencia y, por tanto, el carácter progresista de los movimientos nacionales estaba llegando a su fin. Y sin embargo, particularmente en Rusia, otras formas de separatismo judío penetraban en el movimiento obrero durante el mismo periodo, en forma de bundismo, por un lado, y de «sionismo socialista», por otro. Esto era consecuencia de la segregación material e ideológica de la clase obrera judía bajo el zarismo.
«La estructura de la clase obrera judía correspondía a una débil composición orgánica del capital dentro de las zonas de asentamiento, lo que implicaba una concentración en las fases finales de la producción. Las especificidades culturales del proletariado judío, vinculadas en primer lugar a su religión y su lengua, se vieron reforzadas por la separación estructural del proletariado ruso. La concentración de trabajadores judíos en una especie de gueto socioeconómico fue el origen material del nacimiento de un movimiento obrero judío específico"[17].
El Bund -Unión General de Trabajadores Judíos en Rusia y Polonia- se fundó en 1897 como partido explícitamente socialista y desempeñó un papel importante en el desarrollo del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, del que se consideraba parte. Rechazaba la ideología religiosa y sionista y defendía una especie de «autonomía cultural nacional» para las masas judías de Rusia y Polonia, como parte de un programa socialista más amplio. También aspiraba a ser el único representante de los obreros judíos en Rusia, y fue este aspecto de su política el más duramente criticado por Lenin, ya que implicaba una visión federalista, una especie de «partido dentro del partido» que socavaría el esfuerzo por construir una organización revolucionaria centralizada en todo el Imperio[18]. Esta divergencia condujo a una escisión en el II Congreso del POSDR en 1903, aunque no fue el final de la cooperación e incluso de los intentos de reunificación en los años siguientes. Los trabajadores del Bund estuvieron a menudo en la vanguardia de la revolución de 1905 en Rusia. Pero la capacidad de los obreros judíos y no judíos para unirse en los soviets y luchar unos junto a los otros -incluso en la defensa de los barrios judíos contra los pogromos- ya apuntaba más allá de toda forma de separatismo y hacia la futura unificación de todo el proletariado, tanto en sus organizaciones generales y unitarias como en su vanguardia política.
En cuanto al «sionismo socialista», ya hemos mencionado las opiniones de Moses Hess. Dentro de Rusia, existía el grupo en torno a Najman Syrkin, el Partido Socialista Obrero Sionista, cuyas posiciones estaban próximas a las de los Socialistas Revolucionarios. Syrkin fue uno de los primeros defensores de los asentamientos colectivos -los kibbutzim- en Palestina. Pero fue el grupo Poale Zion (Trabajadores de Sión), en torno a Ber Borochov, el que intentó justificar el sionismo utilizando conceptos teóricos marxistas. Según Borochov, la cuestión judía sólo podría resolverse una vez que las poblaciones judías del globo tuvieran una estructura de clases «normal», acabando con la «pirámide invertida» en la que los estratos intermedios tenían un peso preponderante; y esto sólo podría lograrse mediante la «conquista del trabajo» en Palestina. Este proyecto debía plasmarse en la idea de «sólo mano de obra judía» en los nuevos asentamientos agrícolas e industriales, que, a diferencia de otras formas de colonialismo, no se basarían directamente en la explotación de la mano de obra nativa. Así, con el tiempo, un proletariado judío se enfrentaría a una burguesía judía y estaría listo para pasar a la revolución socialista en Palestina. Esto era en esencia una forma de menchevismo, una «teoría de las etapas» en la que cada nación tenía que pasar primero por una fase burguesa para establecer las condiciones de una revolución proletaria, cuando en realidad el mundo se acercaba rápidamente a una nueva época en la que la única revolución en la agenda de la historia era la revolución proletaria mundial, incluso si numerosas regiones no habían entrado todavía en la fase burguesa de desarrollo. Además, la política de “solo mano de obra judía” se convirtió, en realidad, en el trampolín de una nueva forma de colonialismo en la que la población nativa debía ser progresivamente expropiada y expulsada. Y de hecho, si Borochov consideraba en absoluto a la población árabe existente en Palestina, mostraba la misma actitud colonialista que los sionistas dominantes. «Los nativos de Palestina se asimilarán económica y culturalmente con quienquiera que ponga orden en el país y emprenda el desarrollo de las fuerzas de producción de Palestina"[19].
El borochovismo era, por tanto, un callejón sin salida, y esto se expresó en el destino final de Poale Sion. Aunque su ala izquierda había demostrado su carácter proletario en 1914-20, oponiéndose a la guerra imperialista y apoyando la revolución obrera en Rusia, e incluso solicitando, sin éxito, unirse a la Comintern en sus primeros años, la realidad de la vida en Palestina condujo a divisiones irreconciliables, con la mayoría de la izquierda rompiendo con el sionismo y formando el Partido Comunista Palestino en 1923[20]. El ala derecha (que incluía al futuro Primer Ministro de Israel David Ben Gurion) se orientó hacia la socialdemocracia y desempeñaría un papel destacado en la gestión del proto-Estado Yishuv antes de 1948, y del Estado de Israel después de la «Guerra de Independencia».
A principios de los años 70, el borochovismo, más o menos desaparecido, conoció una especie de renacimiento, como instrumento de propaganda del Estado israelí. Frente a una nueva generación de jóvenes judíos occidentales críticos con la política israelí, sobre todo después de la guerra de 1967 y de la ocupación de Cisjordania y Gaza, los partidos sionistas de izquierda que tenían sus orígenes ancestrales en Poale Zion se esforzaron por ganarse a esos jóvenes judíos atraídos por el antisionismo de la «Nueva Izquierda», con el cebo de asegurar que se podía ser marxista y sionista al mismo tiempo, y que el sionismo era un movimiento de liberación nacional tan válido como los movimientos de liberación vietnamita o palestino.
En esta parte del artículo hemos argumentado todo lo contrario: que el sionismo, nacido en un periodo en el que la «liberación nacional» era cada vez más imposible, no podía evitar vincularse a las potencias imperialistas dominantes de la época. En la segunda parte, mostraremos no sólo que toda su historia estuvo marcada por esta realidad, sino también que inevitablemente engendró sus propios proyectos imperialistas. Pero también argumentaremos, en contraste con el ala izquierda del capital que presenta al sionismo como una especie de mal único, que éste iba a ser el destino de todos los proyectos nacionalistas en la época de la decadencia capitalista, y que los nacionalismos antisionistas que también engendró no han sido una excepción a esta regla general.
Amos, febrero de 2025
[1] Sionismo, Falso Mesías es el título de un libro de Nathan Weinstock publicado por primera vez en 1969. Contiene una historia muy detallada del sionismo y demuestra ampliamente la realidad del título. Pero también está escrito desde un punto de partida trotskista que proporciona un sofisticado argumento a favor de las luchas nacionales «antiimperialistas». Volveremos sobre ello en el segundo artículo. Irónicamente, Weinstock ha renegado de sus puntos de vista anteriores y ahora se describe a sí mismo como sionista, como señala alegremente el Jewish Chronicle. Meet the Trotskyist anti-Zionist who saw the errors of his ways, Jewish Chronicle 4 December 2014 [3]
[2] En su libro The Socialist Response to Anti-Semitism in Imperial Germany [La respuesta socialista al antisemitismo en la Alemania imperial] (Cambridge, 2007), Lars Fischer proporciona abundante material que demuestra que incluso los dirigentes más capaces del Partido Socialdemócrata Alemán -incluidos Bebel, Kautsky, Liebknecht y Mehring- mostraron cierto nivel de confusión sobre esta cuestión. Curiosamente, destaca a Rosa Luxemburgo por mantener la posición más clara e intransigente sobre el auge del odio a los judíos y su papel anti proletario.
[3] Por ejemplo: «Hay que exigir la expulsión [de los judíos] de Francia, excepto de los casados con francesas; hay que proscribir la religión porque el judío es el enemigo de la humanidad, hay que devolver esta raza a Asia o exterminarla. Heine, (Alexandre) Weill y otros sólo son espías; Rothschild, (Adolph) Crémieux, Marx, (Achille) Fould son seres malvados, imprevisibles y envidiosos que nos odian». Dreyfus, François-Georges. 1981. «Antisemitismus in der Dritten Franzö Republik». En Bernd Marin y Ernst Schulin, eds., Die Juden als Minderh der Geschichte. München: DTV
[4] Véase: 160 años después: Marx y la cuestión judía [4], Revista Internacional 114
[5] Véase, por ejemplo, Mario Kessler, «Engels' position on anti-Semitism in the context of contemporary socialist discussions», Science & Society, Vol. 62, nº 1, primavera de 1998, 127-144, para algunos ejemplos, así como algunas declaraciones cuestionables del propio Engels sobre los judíos en sus escritos sobre la cuestión nacional.
[6] Por ejemplo, en «A los hermanos de la Alianza en España», 1872. Véase también la « Traducción de la sección antisemita de la «Carta a los camaradas de la Federación del Jura» de Bakunin, disponible en Libcom.org»: https://libcom.org/article/translation-antisemitic-section-bakunins-letter-comrades-jura-federation [5]
[7] Véase Kessler, obra citada.
[8] Esto no excluía el hecho de que más tarde, especialmente tras la «emancipación» política de los judíos europeos como resultado de la revolución burguesa, surgiera en Europa una verdadera burguesía judía, especialmente en el campo de las finanzas. Los Rothschild son el ejemplo más evidente.
[9] Véase nuestro artículo, “Decadencia del capitalismo (VI) - La teoría del declive del capitalismo y la lucha contra el revisionismo, Revista Internacional 140 [6] La implicación de ciertos banqueros judíos en el crack bursátil que precipitó la depresión alimentó esta demagogia.
[10] Ibíd.
[12] Avram Leon: La cuestión judía - Una interpretación marxista (1946). https://www.marxists.org/subject/jewish/leon/ [8]. Véase también, Marx y la cuestión judía [9], Revista Internacional 114.
[13] Véase en inglés: «Are the Jews a Race», https://www.marxists.org/archive/kautsky/1914/jewsrace/index.htm [10]
[14] En los años 30 Trotsky concedió una entrevista en la que dijo «Durante mi juventud me inclinaba más bien por el pronóstico de que los judíos de los diferentes países serían asimilados y que la cuestión judía desaparecería así de forma casi automática. El desarrollo histórico del último cuarto de siglo no ha confirmado esta perspectiva. El capitalismo en decadencia ha virado en todas partes hacia un nacionalismo exacerbado, una parte del cual es el antisemitismo. La cuestión judía ha cobrado mayor importancia en el país capitalista más desarrollado de Europa, en Alemania» https://www.marxists.org/archive/trotsky/1940/xx/jewish.htm [11] . En base a su marco político más general, esto llevó a Trotsky a argumentar que sólo el socialismo podía ofrecer una verdadera «autodeterminación nacional» a los judíos (y a los árabes).
[15] Esta perspectiva es aún más explícita en una declaración del sionista político alemán Jacob Klatzkin, quien escribió que «Si no admitimos la legitimidad del antisemitismo, negamos la legitimidad de nuestro propio nacionalismo. Si nuestro propio pueblo merece y quiere vivir su propia vida nacional, entonces es un cuerpo extraño empujado a las naciones entre las que vive, un cuerpo extraño que insiste en su propia identidad distintiva... Es justo, por tanto, que luchen contra nosotros por su integridad nacional» (citado en Lenni Brenner, Zionism in the Age of the Dictators: A Reappraisal, Londres 1983).
[16] Hubo algunas excepciones en el movimiento sionista a esta actitud paternalista. Asher Ginsberg, más conocido por su seudónimo Ahad Ha'am, fue de hecho muy crítico con esta actitud «colonizadora» hacia los habitantes locales, y en lugar de un Estado judío propuso una especie de red de comunidades locales tanto judías como árabes. En resumen, una especie de utopía anarquista.
[17] Enzo Traverso, The Marxists and the Jewish Question, The History of a Debate, 1843-1943, edición inglesa de 1994, p. 96.
[18] Véase en particular Lenin, «La posición del Bund en el Partido», Iskra 51, 22 de octubre de 1903, disponible en Marxist Internet Archive. Véase también: https://es.internationalism.org/revista-internacional/200401/1875/el-nacimiento-del-bolchevismo-i-1903-1904 [12], Revista Internacional 116
[19] Borochov, «On the Question of Zion and Territory, 1905» [Sobre la cuestión de Sión y el territorio, 1905], citado en The Other Israel, The Radical Case against Zionism [El otro Israel, el caso radical contra el sionismo], editado por Arie Bober 1972.
[20] Esto tuvo lugar después de un complejo proceso de división y reunificación, esencialmente en torno a la actitud ante el sionismo y el nacionalismo árabe, al que seguirían más adelante otras escisiones en torno a las mismas cuestiones. Cabe señalar aquí que la adopción de la posición del Comintern sobre la cuestión nacional -rechazo del sionismo en favor del apoyo al naciente nacionalismo árabe- no significó un paso hacia un auténtico internacionalismo. Como relatamos en nuestro artículo sobre nuestro camarada Marc Chirik: https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1053/marc-de-la-revolucion-de-octubre-1917-a-la-ii-guerra-mundial [13], Revista Internacional 65). Marc, cuya familia había huido a Palestina para evitar los pogromos que se estaban levantando contra la revolución proletaria en Rusia, ayudó, a la edad de 12 años, a formar la sección juvenil del PC en Palestina, pero pronto fue expulsado por su oposición al nacionalismo en todas sus formas...
Segunda parte: El trasfondo de un proletariado no derrotado.
En la primera parte de este artículo, nuestro objetivo era mostrar que el actual resurgimiento de la lucha de clases, el “quiebre” o “ruptura” con décadas de retroceso, no es sólo una respuesta al dramático agravamiento de la crisis económica mundial, sino que tiene raíces más profundas en el proceso que llamamos de “maduración subterránea de la conciencia”, un proceso semioculto de reflexión, discusión, desilusión con las falsas promesas y que sale a la superficie en ciertos momentos clave. El segundo elemento que confirma que asistimos a una evolución profunda en el seno del proletariado mundial es la idea –que, al igual que la noción de maduración subterránea, es más o menos exclusiva de la CCI– de que los principales batallones de la clase obrera no han sufrido una derrota histórica comparable a la que experimentaron con el fracaso de la oleada revolucionaria de 1917-23. Y esto a pesar de las dificultades crecientes que afectan a la clase en la fase terminal de la decadencia capitalista, la fase de descomposición. Un punto central de la ideología de la clase dominante consiste en rechazar, por “obsoleta y desacreditada”, toda idea de que la clase obrera pueda ofrecer una alternativa al capitalismo. Nosotros refutamos esta falsedad basándonos en el método marxista, y en particular en el método desarrollado por la Izquierda Comunista italiana y francesa durante los años 30 y 40. En 1933, el año en que el nazismo llegó al poder en Alemania, la Izquierda italiana en el exilio comenzó a publicar su revista Bilan –llamada así porque entendió que su tarea central era realizar un serio “balance” (bilan en francés) de la derrota de la oleada revolucionaria y la victoria de la contrarrevolución. Esto significaba cuestionar los planteamientos erróneos que habían llevado a la degeneración oportunista de los partidos comunistas, y desarrollar las bases programáticas y organizativas para los nuevos partidos que surgirían en una nueva situación (pre)revolucionaria. La tarea del momento era, pues, la de una fracción, a diferencia de lo que propugnaba la corriente que, en torno a Trotsky, buscaba constantemente la formación de una nueva Internacional sobre las mismas bases oportunistas que habían llevado a la desaparición de la Tercera Internacional. La elaboración de un programa para el futuro sobre las bases de las lecciones del pasado implicaba “no traicionar” los principios internacionalistas fundamentales frente a las enormes presiones de la contrarrevolución, que ahora tenía vía libre para llevar a la clase obrera hacia una nueva guerra mundial. Solo así pudo rechazar los requerimientos para que se alinease con el ala “antifascista” de la burguesía durante la guerra de España (1936-39), así como el apoyo· a las “naciones oprimidas” en los conflictos imperialistas en China, Etiopía y otros lugares; conflictos que, como la propia guerra de España, eran otros tantos peldaños hacia la nueva guerra mundial.
La Izquierda Comunista italiana no era invulnerable a la presión de la ideología dominante. A finales de los años treinta, cayó en la teoría revisionista de “la economía de guerra”, que sostenía que los conflictos que estaban sentando las bases para un nuevo reparto imperialista del mundo tenían, por el contrario, como objetivo prevenir el peligro de un nuevo estallido revolucionario. Esta interpretación errónea provocó la desorientación total de la mayoría de la Fracción italiana. Y así, hacia el final de la guerra, sin ninguna reflexión seria sobre la situación global del proletariado, el surgimiento de algunos movimientos de clase en Italia condujo a una proclamación precipitada de un nuevo partido y sólo en Italia (el Partito Comunista Internazionalista), y esto sobre una base profundamente oportunista que reunía a elementos muy heterogéneos sin un proceso riguroso de clarificación programática.
Frente a esta deriva oportunista, los camaradas que formarían la Izquierda Comunista de Francia (GCF) supieron comprender que la contrarrevolución seguía vigente, sobre todo después de que la burguesía demostrase su capacidad para aplastar los focos de resistencia proletaria que aparecieron al final de la guerra. La GCF pudo criticar rigurosamente los errores oportunistas del PCInt (ambigüedades sobre los grupos partisanos en Italia, participación en las elecciones burguesas, etc.). Para la GCF, la cuestión de si el proletariado seguía sufriendo una derrota profunda o si estaba recuperando su autonomía de clase en luchas masivas resultó decisiva para la forma como comprendió su propio papel.
La “tradición” de la GCF – que se disolvió en 1952, el mismo año en que el PCInt se escindió en sus alas “bordiguista” y “damenista”– fue retomada en Venezuela por el grupo Internacionalismo, animado por Mark Chirik, que había luchado contra el revisionismo en la Fracción Italiana y había sido miembro fundador de la GCF. A partir de 1962, y percibiendo los primeros signos de un retorno de la crisis económica abierta y de un cierto número de luchas obreras en varios países, Internacionalismo vislumbró la apertura de un nuevo período de luchas de clases: el fin de la contrarrevolución y la apertura de un nuevo curso histórico[1], que se vio pronto confirmado por los acontecimientos de mayo-junio de 1968 en Francia, seguidos por toda una serie de movimientos de clase masivos en todo el mundo, movimientos que demostraron una tendencia a romper con los órganos establecidos de control sobre la clase obrera (partidos de izquierda y sindicatos) y también revelaron una clara dimensión política que alimentó la aparición de una nueva generación de jóvenes que buscaban posiciones de clase, demostrando potencia para el reagrupamiento de fuerzas revolucionarias a escala internacional
Esta ruptura con la contrarrevolución no fue un simple fenómeno pasajero, sino que creó una situación histórica subyacente que no ha desaparecido, aunque haya pasado por varias etapas y muchas dificultades. Entre 1968 y 1989, asistimos a tres grandes oleadas internacionales de lucha de clases en las que se produjeron algunos avances significativos en el plano de la comprensión de los métodos de lucha, ilustrados en particular por las huelgas de masas en Polonia en 1980, que dieron lugar a formas independientes de organización de clase a nivel de todo un país. El impacto de estos movimientos no se percibió únicamente a través de luchas abiertas y masivas, sino también en un mayor peso social del proletariado como clase en el escenario social. A diferencia de los años 1930, esta correlación de fuerzas en los años 1980 actuó como barrera a los preparativos para una tercera guerra mundial, que volvía a estar a la orden del día con el regreso de la crisis económica abierta y la existencia ya formada de bloques imperialistas que se disputaban la hegemonía mundial.
Pero que la clase dominante tuviese bloqueado el camino de la guerra mundial, no significaba que la burguesía no estuviera a la ofensiva o que se hallase desarmada frente a la clase obrera. En la década de 1980 se produjo un realineamiento de las fuerzas políticas burguesas, caracterizado por gobiernos de derecha que lanzaron ataques brutales contra los empleos y los salarios de los trabajadores, mientras que la izquierda en la oposición se encargaba de canalizar, controlar y descarrilar las reacciones de la clase obrera a estos ataques. Esta contraofensiva capitalista infligió una serie de derrotas importantes a sectores de la clase obrera en los principales centros capitalistas, especialmente en el caso de los mineros en Gran Bretaña: el aplastamiento de su resistencia al cierre casi completo de la industria del carbón sirvió para abrir la puerta a una política más amplia de desindustrialización y “deslocalización” que desmanteló algunos de los principales bastiones de la clase obrera. Aun así, la lucha de clases continuó en el período 1983-88, sin que se produjese una derrota frontal de los batallones más importantes del proletariado, como sí habíamos visto en los años 1920 y 1930. Pero las luchas de los años 80 no lograron alcanzar el nivel político que exigía la gravedad de la situación mundial, y así llegamos al “impasse” que precipitó el proceso de descomposición capitalista. El colapso del bloque del Este en 1989-91 marcó una nueva fase de la decadencia trayendo consigo enormes dificultades para la clase obrera. Las ensordecedoras campañas ideológicas sobre la “victoria del capitalismo” y la pretendida “muerte del comunismo”, la atomización y la desesperación que se vieron gravemente exacerbadas por la descomposición de la sociedad, y el desmantelamiento consciente por parte de la burguesía de los centros industriales tradicionales con el objetivo de romper estos viejos hogares de resistencia obrera, … Todo esto se combinó para erosionar la identidad de clase del proletariado, su sensación de ser una fuerza distinta en la sociedad con sus propios intereses que defender.
En esta nueva fase de la decadencia del capitalismo, la noción de un curso histórico ya no era válida, aunque la CCI tardó mucho tiempo en comprenderlo plenamente[2]. Pero ya en nuestras Tesis sobre la descomposición de 1990 entendimos que la putrefacción progresiva del capitalismo podía ahogar al proletariado incluso sin una derrota frontal, ya que la continuación de sus luchas defensivas, si bien habían cerrado el camino a la guerra mundial, no bastaban para detener la amenaza de destrucción de la humanidad mediante una combinación de guerras locales, desastres ecológicos y ruptura de los vínculos sociales.
Las décadas que siguieron al colapso del bloque del Este pueden describirse como una época de retroceso de la clase obrera, aunque esto no significó una desaparición completa de la lucha de clases. Así, por ejemplo, vimos a una nueva generación de proletarios involucrarse en movimientos significativos como la lucha contra el CPE en Francia en 2006 y el movimiento de los Indignados en España en 2011. Pero, aunque estas luchas dieron lugar a formas genuinas de autoorganización (asambleas generales) y actuaron como foco de un debate serio sobre el futuro de la sociedad, su debilidad fundamental fue que la mayoría de los involucrados en ellas no se veían a sí mismos como parte de la clase trabajadora sino más bien como "ciudadanos" que luchaban por sus derechos, siendo, por tanto, vulnerables a diversas mistificaciones políticas “democráticas”.
Esto subraya la importancia de la nueva ruptura de 2022 que comenzó con las huelgas generalizadas en Gran Bretaña, puesto que anuncia el regreso de la clase como clase, es decir, el comienzo de una recuperación de la identidad de clase. Algunos sostienen que estas huelgas fueron en realidad un paso atrás con respecto a movimientos anteriores como los Indignados, puesto que mostraron pocas señales de asambleas generales o estímulos a un debate político sobre cuestiones más amplias. Pero esto supone ignorar que, tras tantos años de pasividad, “la primera victoria de la lucha es la lucha misma”: el hecho de que el proletariado no se rinde pasivamente ante una erosión continua de sus condiciones de vida y trabajo; y que comienza de nuevo a verse a sí mismo como una clase. Las Tesis sobre la descomposición insistían en que no serán tanto las expresiones más directas de la descomposición -como el cambio climático o la gangsterización de la sociedad-, sino la profundización de la crisis económica lo que proporcionaría las mejores condiciones para la reanudación de los combates de clase; Los movimientos que hemos visto desde 2022 ya lo han confirmado, y nos encaminamos hacia una situación en la que la crisis económica será la peor de la historia del capitalismo, exacerbada no solo por las contradicciones económicas centrales del capital (la sobreproducción y la caída de la tasa de ganancia), sino también por el crecimiento del militarismo, la propagación de las catástrofes ecológicas y las políticas cada vez más irracionales de la clase dominante.
En particular, el desarrollo cada vez más evidente de una economía de guerra en los países centrales del capitalismo será una cuestión vital en la politización de la resistencia de los trabajadores. Esto ya ha sido presagiado por dos acontecimientos importantes: primero, el hecho de que el surgimiento de las luchas en 2022 se produjo precisamente en un momento en el que el estallido de la guerra en Ucrania se vio acompañado de grandes campañas sobre la necesidad de apoyar a Ucrania y de sacrificios con el fin de resistir la futura agresión rusa; segundo, el desarrollo de minorías politizadas por la amenaza de la guerra y que buscan una respuesta internacionalista. Estas reacciones sobre la cuestión de la guerra no surgen de la nada: son una prueba más de que la nueva fase de la lucha de clases extrae su fuerza histórica de la realidad de un proletariado no derrotado.
Repetimos: el peligro de descomposición que amenaza al proletariado no ha desaparecido, y de hecho crece a medida que el “efecto torbellino” de los desastres capitalistas que interactúan interacción gana fuerza, acumulando destrucción sobre destrucción. Pero las luchas posteriores a 2022 muestran que la clase todavía puede responder y que existen dos polos en la situación, una especie de carrera contra el tiempo[3] entre la aceleración de la descomposición y el desarrollo de la lucha de clases a un nivel superior; un desarrollo en el que todas las cuestiones derivadas por la descomposición pueden encontrar respuesta en un proyecto comunista que puede ofrecer una salida a la crisis económica, la guerra perpetua, la destrucción de la naturaleza y la podredumbre de la vida social. Cuanto más claramente comprendan las organizaciones revolucionarias de hoy lo que está en juego en la situación mundial actual, más eficazmente podrán desempeñar su papel de elaboración de esta perspectiva para el porvenir.
Amos
[1] Inicialmente, la CCI definió este nuevo curso histórico como un curso hacia la revolución, pero a mediados de los años 1980 adoptamos la fórmula “curso hacia enfrentamientos masivos de clase”, ya que no podía haber una trayectoria automática hacia una salida revolucionaria de la crisis capitalista.
[2] Informe sobre el curso histórico [15], Revista Internacional 164
[3] Esta idea de los “dos polos” no debe confundirse con la idea de un “curso paralelo entre la guerra mundial y la revolución mundial” que han defendido algunos grupos del medio político proletario, ya que, como explicó Bilan, un curso hacia la guerra mundial exige un proletariado derrotado y, por lo tanto, excluye la posibilidad de una revolución mundial. Para una polémica con Battaglia Comunista sobre esta cuestión, véase El curso histórico [16] en la Revista Internacional 18.
En la jungla de sitios que se jactan de defender las posiciones y la tradición del marxismo, hay uno, Controversias[1], que ha dedicado recientemente un folleto entero de más de 60 páginas a un ataque de 360 grados contra nuestra organización[2]. Las acusaciones son muy variadas y abarcan prácticamente todos los planos: posiciones políticas, funcionamiento interno, comportamiento frente a otros grupos. Una de ellas, particularmente difamatoria, propone la idea de una «conspiración secreta de la CCI para sabotear el medio político proletario y todo lo que pueda hacerle sombra». En otras palabras, C. Mcl -seudónimo del autor del panfleto- se presenta como el defensor de la Izquierda Comunista y de sus valores fundacionales frente a los supuestos ataques de la CCI.
Antes de responder a las acusaciones, consideramos necesario presentar al autor, que no es otro que un antiguo miembro de nuestra organización, C. Mcl que, tras abandonar nuestra organización en 2008, se ha distinguido a través de su blog «Controversias» por una actitud claramente hostil de denigración sistemática de la CCI, en particular publicando en 2010 el artículo “Es medianoche en la izquierda comunista [17]” que presenta un balance «fantasioso» y totalmente negativo de las aportaciones de la Izquierda Comunista que se formó como reacción a la degeneración de la Internacional Comunista y a la traición de los partidos comunistas en los años 1930. Según su mismo balance, la experiencia de la Izquierda Comunista fue un completo fracaso y las aportaciones de Bilan y otras expresiones de la Izquierda Comunista[3] fueron inútiles. Así, tras enterrar fraudulentamente la historia y la tradición de la Izquierda Comunista bajo un montón de mentiras en un artículo anterior, C. Mcl se presenta ahora fraudulentamente como defensor de la Izquierda Comunista, con un panfleto basado, como siempre, en mentiras y mistificaciones. O bien C. Mcl ignora por completo sus contradicciones o, como otros antes que él, ha adoptado el lema: «¡cuanto más grande es la mentira, más probabilidades hay de que sea aprobada!».
De hecho, el planteamiento de C. Mcl no es original, ya que otros antes que él, han emprendido una empresa de demolición o tergiversación de los valores y la contribución de la Izquierda comunista. Así, por ejemplo, recuerda, en el fondo y en la finalidad, a la llevada a cabo por otro «ilustre» personaje, el Sr. Gaizka, que había inventado, al servicio de sus objetivos personales, una izquierda comunista española[4] de la que era heredero y defensor. En ambos casos, hay un objetivo común: ser aceptado en el campo de la Izquierda Comunista a través de un caballo de Troya, como la falsa Izquierda Comunista Española[5] o mediante la «descalificación política» de la CCI, como parte de un esfuerzo común para descalificar a la propia Izquierda Comunista.
Como veremos también más adelante, el objetivo de Controversias con este primer panfleto (un segundo está en curso) va mucho más allá de una simple polémica en la medida en que se dice que el comportamiento de la CCI recuerda al «gansterismo mafioso», por lo que nuestras «concepciones y prácticas deben ser denunciadas y firmemente prohibidas», y que:
Esta conclusión de Controversias retoma una por una, contra nuestra organización, las infamias que la CCI ha denunciado en el medio parasitario, basándose en el planteamiento político del Consejo General de la AIT contra las prácticas de Bakunin y sus seguidores[7].
No podemos -ni queremos- responder a todos los disparates de este folleto. Por lo tanto, nos centraremos deliberadamente en dos de ellos:
1. La forma en que se descalifica la caracterización que hace la CCI de la actual fase histórica de descomposición del capitalismo, dentro del período de decadencia;
2. La acusación de que nuestra organización desacredita y destruye a la izquierda comunista.
¿Por qué C. Mcl se enfoca en estas dos cuestiones?
- la crítica de los sindicatos como necesariamente al servicio del Estado;
- la crítica de la liberación nacional como algo que no sirve en absoluto a la lucha de clases, sino que sólo constituye un obstáculo fatal para ella.
Rechazar la concepción de la decadencia del capitalismo y su agravamiento con la fase de descomposición es negarse a sí mismo una comprensión del período histórico actual, diferente de la ascendencia de la que Marx fue contemporáneo.
Para cierto público y sus maestros pensadores, desacreditar y destruir a la Izquierda comunista es una necesidad tan obvia que no hay necesidad de justificarla. Esa es la filosofía del artículo de C. Mcl con su ataque y sus infames acusaciones.
La caracterización del período histórico actual como el de la decadencia del capitalismo no es una invención de la CCI, sino una conclusión a la que llegó la Tercera Internacional. Como afirma en su ‘Manifiesto’, la Internacional Comunista nació en un momento en que el capitalismo había demostrado claramente su obsolescencia. La humanidad entraba en la «era de las guerras y las revoluciones». La TCI, otro componente importante de la Izquierda comunista actual, también defiende el análisis de la decadencia del capitalismo, pero en nuestra opinión de forma incoherente. En cuanto a los bordiguistas, si bien hoy les convence poco este planteamiento por una errónea defensa de la invariabilidad[8] del marxismo, hay que recordar que el propio Bordiga era su defensor en 1921[9].
Hay una serie de artículos que elaboramos a finales de los años ochenta, precisamente en respuesta a las posiciones críticas que negaban el análisis de la decadencia del capitalismo. He aquí algunos pasajes particularmente significativos:
Y prosigue:
Añadiendo enseguida que:
Por último, damos cuenta de los argumentos desarrollados en respuesta a la FECCI[13], que en su momento puso en tela de juicio la idea de que el desarrollo del capitalismo de Estado estaba estrechamente vinculado a la decadencia del capitalismo:
Así, el balance elaborado en estos mismos artículos era el siguiente:
Estos son algunos de los argumentos que podemos aportar tomándolos de tres de nuestros artículos escritos en su momento por un convencido defensor del análisis de la decadencia del capitalismo. Pero si buscamos al autor de esos artículos, tenemos la increíble sorpresa de descubrir que los tres están firmados por C. Mcl, que en realidad los escribió cuando aún militaba en nuestra organización. Por lo tanto, nos parece que el Sr. C. Mcl, antes de arremeter contra la organización en la que militó durante 33 años, de 1975 a 2008, sin cuestionar nunca ni la decadencia ni el análisis del nuevo periodo de descomposición, debería primero responsabilizarse de sí mismo y responder a sus propias contradicciones.
¿Por qué, cuando «revisa» sus conclusiones anteriores publicadas en la Revista Internacional de la CCI, C. Mcl se basa en datos diferentes? Y, sobre todo, ¿cómo justifica semejante cambio en los datos en cuestión cuando se supone que reflejan la misma realidad? C. Mcl no siente la necesidad de justificarlo. Peor aún, no cita la fuente de los nuevos datos ahora utilizados, contentándose con un tono insolente y provocador para acompañar la presentación de sus nuevos resultados y conclusiones, permaneciendo callado como una tumba sobre sus nuevas fuentes.
Intrigados por el misterio así mantenido por C. Mcl, realizamos algunas investigaciones y finalmente descubrimos que sus últimas publicaciones sobre este tema se basan enteramente en datos de un sitio web inglés, World in Data[16], con sede en Oxford y financiado por Bill Gates. El sitio se propone destacar los aspectos positivos del capitalismo, que supuestamente resolverá la pobreza en el mundo. Pero la compañía está lejos de alcanzar consenso, ya que hay numerosos sitios y blogs en la red que destacan que estas estadísticas están completamente distorsionadas. En otras palabras, C. Mcl y Controversias se alían con Bill Gates utilizando estadísticas poco fiables para promover «artificialmente» la longevidad del capitalismo y enterrar la tesis de su decadencia.
En su eufórico intento de demostrar «la total bancarrota política de nuestra organización», C. Mcl y su blog Controversias no sólo no se detienen ante nada, sino que ha adquirido cierta pericia en el arte de confundir nuestras posiciones deformándolas y falsificándolas. Pero, como al parecer esto no es suficiente, C. Mcl hace lo mismo con las posiciones de Marx y Engels.
Así, en la página 13 de su folleto, por ejemplo, C. Mcl cuestiona nuestro análisis de que el derrumbe del Muro de Berlín y la consiguiente propaganda burguesa sobre la derrota del comunismo, la desaparición de la clase obrera y el fin de la historia provocaron un colapso de la combatividad y un declive de la conciencia de clase. Citamos a C. Mcl:
Analicemos un poco esta cita de C. Mcl:
Evidentemente, no podemos hablar de error, de exageración o incluso de parcialidad cuando vemos la manera en que C. Mcl. intenta desacreditar a la CCI recurriendo a falsedades tan fácilmente comprobables, ya que la CCI fue la única organización del medio proletario que señaló que el hundimiento del bloque del Este significaba mayores dificultades para el proletariado. Se trata de una mentira descarada.
Pero nada puede parar a C. Mcl en su búsqueda de los medios más descabellados al servicio de su proyecto de demolición, en particular en lo que se refiere a la fase de descomposición del capitalismo. De forma temeraria, apela al Manifiesto Comunista para que le ayude, invocando este pasaje relativo (según él) a la descomposición en el seno de las sociedades del pasado, que desembocó en la destrucción de las dos clases en lucha: “Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, barón y siervo, maestro jurado y jornalero, en una palabra opresores y oprimidos, en constante oposición, libraban una guerra ininterrumpida, a veces abierta, a veces oculta, guerra que siempre terminaba o bien en una transformación revolucionaria de la sociedad en su conjunto, o bien en la destrucción de las dos clases en lucha.» (Énfasis en el texto original)”.
Como el Manifiesto no menciona la posibilidad de una fase de descomposición de la sociedad en el capitalismo, como lo hace para las sociedades anteriores, C. Mcl admite que tal fenómeno podría existir en el capitalismo, pero sólo en una medida muy limitada. La explicación es muy interesante: “... si tal “bloqueo” de la relación de fuerzas entre las clases puede existir durante algunos años en el capitalismo, es inconcebible a medio y largo plazo porque los imperativos que exige la acumulación de capital no dejan lugar a esta posibilidad so pena de ... ¡bloqueo económico esta vez!” (énfasis añadido por nosotros).
C. Mcl. elude descaradamente la explicación legítima del hecho de que Marx no hable de descomposición del capitalismo. Esto no radica, como dice C. Mcl., en que sólo podría tratarse de un fenómeno temporal, sino en el hecho evidente de que esto era imposible para él, como para todo marxista, por profundo que fuera, por las dos razones siguientes:
Esta anécdota nos lleva a evocar la habilidad de C. Mcl para hacer encajar la realidad en sus esquemas, cuando ésta se desvía demasiado. No sabemos si ha conseguido engañar así a sus «seguidores», si es que los tiene.
Esto es lo que defiende C. Mcl, desarrollando su acusación en torno a tres ejes:
Para apoyar la tesis cómica de la deriva bordigo-monolítica de la CCI, C. Mcl empieza por intentar ridiculizar nuestro método de debate:
«El punto de partida de un debate es ante todo el marco compartido por la organización, adoptado y precisado por los diferentes informes de sus congresos internacionales» ... en otras palabras, el alcance de un debate en la CCI se limita estrictamente a poder discutir sobre los puntos y las comas de los textos de referencia y de las resoluciones. Aparte de eso, cualquier contribución que ponga en tela de juicio este marco o que proponga otro es reprendida como «Una forma insidiosa de poner en duda el análisis de la organización [...] un modo falaz de argumentación».
El problema es que C. Mcl, tras abandonar la CCI, abandonó también por completo el método científico marxista, que sostiene que cualquier paso hacia la verdad debe darse a través de la crítica más profunda del pasado, de las posiciones anteriores. Este es el sentido de la definición, como punto de partida del análisis, del marco común formulado por la organización. Sin este planteamiento, cualquier desarrollo acabaría en el caos y sería totalmente improductivo.
C. Mcl también nos reprochó no desarrollar suficientemente nuestro debate interno, publicar muy pocos textos que expresen nuestras diferencias hacia el exterior y aplazar la publicación de estos textos hasta las calendas griegas. Lo que C. Mcl no menciona a este respecto es que:
1. desde el principio de su existencia, la organización ha contado con herramientas muy eficaces para el debate interno en forma de boletines internos, que C. Mcl ha utilizado indebidamente para escribir este panfleto engañoso;
2. después de cada uno de sus congresos, la CCI publica un informe político en el que se describen todos los elementos críticos que se han desarrollado en el seno de la organización;
3. la publicación externa de textos divergentes tiene por función, llegado el caso, dar a conocer a la clase obrera elementos de debate interno que puedan interesarle; esta publicación no responde, a un derecho de los militantes, sino a la necesidad política de la organización de presentar con la mayor claridad sus elementos de debate a la clase obrera;
4. desde nuestro nacimiento como organización hasta hoy, se han publicado en el exterior numerosas contribuciones al debate, entre ellas las escritas por C. Mcl con motivo del debate sobre el significado de los «30 gloriosos».
Contrariamente a las acusaciones vertidas contra nosotros por C. Mcl, somos una organización que, con convicción y responsabilidad, comunica al exterior problemas, las divergencias y -cuando surgen- situaciones de crisis, pero de una forma política comprensible y capaz de estimular a nuestros lectores. Por otra parte, es evidente que quienes siguen nuestra vida interna con el único propósito de espiar por el ojo de la cerradura, creyendo ver un reality show, pueden sentirse decepcionados de que no todo se comunique al exterior. Nosotros no nos arrepentimos en absoluto.
La segunda acusación de C. Mcl contra la CCI se refiere a nuestro llamamiento a los grupos de la Izquierda Comunista para una Declaración Conjunta (DC)[17] contra la guerra en Ucrania. Aparte de quejarse del número limitado de grupos a los que enviamos nuestros llamamientos[18], C. Mcl desarrolla toda una teoría según la cual nuestro llamamiento sería un completo fracaso porque:
1. el PCI coreano, tras adherirse a la Declaración Conjunta, se distanció de ella optando por la iniciativa NWBCW (No War But the Class War) de la TCI;
2. el propio IOD (Istituto Onorato Damen) no habría confirmado su adhesión a la Declaración Conjunta al no respaldar el Llamamiento que le siguió;
3. IV (Internationalist Voice) en sí misma no tendría ningún valor, en tanto no es más que una sección bis sueca de la CCI.
Para C. Mcl, se trataba de demostrar que la iniciativa DC no es más que un bluf y que no había reunido a ningún grupo aparte de la propia CCI: «... ¡qué fracaso! ¿Qué queda del medio político alrededor de la CCI? ¡Su única sección bis oculta en Suecia: Internationalist Voice! Esta es la razón de la diatriba actual de la CCI: aislada y sola, sólo le queda una política de tierra quemada destinada a destruir todo lo que ocurre fuera de la CCI en el medio revolucionario[19]».
Una vez más, la actitud de Controversias es la opuesta a la actitud responsable y militante que debería ser la de los grupos de la Izquierda Comunista frente a la Guerra: en lugar de criticar a los otros grupos por su negativa a unirse (bordiguistas y damenistas) y las vacilaciones de los que se habían unido inicialmente (PCI e IOD), ¡¡¡¡critica a la CCI por intentar construir una respuesta común al conjunto de la Izquierda Comunista!!!!
La última línea de ataque contra la CCI es la acusación de querer destruir el Medio Político Proletario (MPP). El agravio contra nosotros parece ser nuestra posición tantas veces expresada, en particular hacia la TCI (pero también hacia los Bordiguistas) de que no están a la altura de las responsabilidades que exige la situación histórica actual a causa de su oportunismo visceral (del que el sectarismo es una expresión, en particular por lo que se refiere a los Bordiguistas): «... la política de la CCI con respecto a sus disidentes, a la TCI y al medio político proletario no tiene precedentes y es totalmente ajena al movimiento obrero; es más parecida a la perseguida por Bakunin para “desacreditar” y “hacer desaparecer” a la AIT. Es una vergüenza para la izquierda comunista y debe ser denunciada y desterrada»[20].
En apoyo de sus acusaciones, C. Mcl exhibe una serie de citas robadas de nuestros documentos internos y presentadas distorsionadas completamente en el contexto y el objetivo, como, por ejemplo:
Esta acusación de querer destruir a los demás grupos del MPP, de «sabotear el medio político proletario y todo lo que pueda hacerle sombra», no es nueva y recuerda mucho a la que ya hemos tenido que refutar contra otro personaje argentino al que hemos señalado en nuestra prensa bajo el nombre de Ciudadano B, quien, en 2004, se tomó la molestia de escribir toda una «Declaración del Círculo de Comunistas Internacionalistas: contra la nauseabunda metodología de la Corriente Comunista Internacional[22]» y otros numerosos artículos que contenían una serie de gravísimas acusaciones contra la CCI.
Esta calumnia deshonesta fue lamentablemente apoyada en su momento por el grupo conocido hoy como TCI, Tendencia Comunista Internacional, que entonces se llamaba BIPR, Buró Internacional por el Partido Revolucionario. La declaración y todos los demás artículos que expresaban acusaciones inventadas por el Ciudadano B, autoproclamado dirigente del grupo, fueron publicados regularmente en el sitio web del BIPR, y nuestras protestas y advertencias dirigidas al propio BIPR, sobre las mentiras contenidas en estos artículos y la peligrosidad del Ciudadano B, quedaron sin efecto. Hasta que una delegación de la CCI viajó a Argentina y se reunió con el grupo en cuyo nombre el Ciudadano B había escrito los diversos artículos de denuncia y que ignoraban por completo que había sido utilizado de forma tan despreciable. Sólo después de que publicáramos una declaración de este grupo desmintiendo y denunciando las acciones del Ciudadano B, el BIPR tuvo que dar marcha atrás con los artículos que había publicado contra nosotros y que, uno tras otro, desaparecieron discretamente del sitio, sin que el BIPR -hoy TCI- diera ninguna explicación al respecto.
Así pues, basándose en este comportamiento imperdonable, nuestra organización se encargó de enviar una Carta abierta de la CCI a los militantes del BIPR (diciembre de 2004) [19] en la que afirmábamos lo siguiente: «Por eso hasta el presente siempre hemos considerado que a la clase obrera le interesaba preservar a una organización como el BIPR. Ese no es vuestro análisis en lo tocante a nuestra propia organización, ya que en vuestra reunión con la FICCI en marzo de 2002 afirmasteis “estamos llamados a concluir que la CCI se ha convertido en una organización “no válida”, por consiguiente, nuestro objetivo será hacer todo lo que este en nuestras manos para que desaparezca” (Boletín de la FICCI nº 9) y desde entonces se ha aplicado a fondo en esa tarea. [...]
Camaradas, os lo decimos francamente: si el BIPR persiste en la política de mentiras, de calumnias, y lo que es peor de “dejar decir” y de silencio cómplice ante las acciones de grupúsculos cuya razón de existir y su marca de fábrica es precisamente esa, tal como el “Círculo” y la FICCI, dará prueba de que se ha convertido en un obstáculo para la toma de conciencia del proletariado. Será un obstáculo no tanto por el descrédito que podría aportar a nuestra organización (los recientes acontecimientos han demostrado que somos capaces de defendernos, aunque vosotros estiméis que “la CCI está en vía de desintegración”) sino por el descrédito y el deshonor que este tipo de comportamientos infringe a la memoria de la Izquierda Comunista de Italia, y por tanto a su irremplazable contribución. En ese sentido será preferible que el BIPR desaparezca y “nuestro objetivo será hacer todo lo posible para empujar hacia su desaparición” como bien decís vosotros. Está claro, evidentemente, que para lograr tal fin solamente emplearemos las armas propias de la clase obrera entre las que no están, cae por su propio peso, el uso de la mentira y la calumnia.»
Esta es nuestra verdadera posición, que C. Mcl ha intentado tan maliciosamente falsificar, ocultando toda la historia que hay detrás.
Lo que es verdaderamente vergonzoso es el comportamiento totalmente inmoral de C. Mcl, impregnado de ideología pequeñoburguesa, que desata la más grande de las vilezas contra una organización como la nuestra que trata de mantener vivos los valores de la Izquierda Comunista y del movimiento obrero en general, contra los patinazos oportunistas y las alianzas con los diversos delatores y parásitos que circulan en el medio político. En diferentes circunstancias, nuestra organización ha asumido a menudo la responsabilidad de advertir a otras organizaciones de los numerosos deslices de los que son víctimas, pero nunca hemos dejado de expresar nuestra solidaridad revolucionaria y nuestro reconocimiento de su pertenencia a la filiación política que tenemos en común. Nuestro objetivo no es destruir a las demás organizaciones, sino impedir que se destruyan a sí mismas convirtiéndose en enemigas de la clase obrera.
Para concluir este artículo, podemos preguntarnos quién es este individuo que ha lanzado un ataque tan virulento contra nuestra organización. Como ya se ha dicho, C. Mcl es un antiguo militante de la CCI, que también tuvo la audacia de presentarse[23] en el mismo folleto:
Como él mismo informa, C. Mcl había sido miembro de nuestra organización durante nada menos que 33 años, ¡durante los cuales nunca cuestionó ninguno de los puntos clave de nuestra plataforma! Hasta 2008, es decir, durante la mayor parte de su vida política, apoyó y defendió las posiciones de la CCI sobre la decadencia, la descomposición, la política hacia el medio político proletario, la denuncia del parasitismo, etc. y fue miembro del órgano central internacional de la CCI. Pero después de 2008, ¿por qué cambió de opinión? Conviene hacer un rápido recordatorio.
Tras los primeros años del siglo XXI, la organización se dio cuenta de que, si bien el marco de análisis del periodo histórico del declive del capitalismo seguía siendo válido, era necesario aclarar ciertos aspectos. En particular, había que explicar el desarrollo económico de países como China[24]. Por otra parte, el argumento utilizado en nuestro folleto sobre la decadencia de que la recuperación económica global del capitalismo tras la Segunda Guerra Mundial se debía al proceso de reconstrucción, posición compartida por todos los demás grupos del medio político, ya no era convincente porque contradecía el marco de análisis del modo de producción capitalista que defendíamos. Esto condujo a un debate en el seno de la organización con la participación del antiguo militante C. Mcl y que dio lugar a 5 artículos de debate publicados al exterior de la organización en la Revista Internacional (nº 136 [20], 138 [21], 141 [22]) bajo el título «Debate interno de la CCI sobre cuestiones económicas». Antes de la apertura de este debate en la prensa, C. Mcl había sido designado para actualizar nuestro folleto sobre la decadencia, pero cuando en el debate él comenzó a desarrollar posiciones en contradicción con los fundamentos de nuestra plataforma y del marxismo, al tiempo que defendía la idea de que eran perfectamente compatibles[25], no fue posible dejar a este camarada la actualización de un nuevo folleto sobre la decadencia.
Esta decisión de la organización probablemente nunca fue digerida por C. Mcl. El hombre que se consideraba el experto en el tema, por orgullo herido, empezó a protestar, convirtiéndolo en una cuestión personal y desarrollando una actitud cada vez más hostil. Empezó a acusar a la organización de todos los males posibles y ya ni siquiera respetaba sus normas de funcionamiento. Al final, C. Mcl abandonó la organización sin continuar defendiendo sus diferencias. Como puede verse una vez más, no era la CCI la que obstaculizaba el debate, sino un comportamiento en su seno totalmente ajeno a la militancia revolucionaria.
Una vez abandonada la organización, C. Mcl se desvió completamente de su rumbo político. La posición que había desarrollado sobre la economía le llevó a rechazar definitivamente la posición marxista, adoptando un enfoque economicista y asociándose con elementos académicos, como Jacques Gouverneur, con quien escribió un libro titulado «Capitalismo y crisis económicas», en el que rechazaba la visión catastrófica del marxismo.
Otro ejemplo lo ofrece una necrología[26] publicada en Controversias y firmada por Philippe Bourrinet[27], otro elemento también furiosamente hostil a la CCI. La nota necrológica está dedicada a un tal Lafif Lakhdar, «intelectual árabe, escritor, filósofo y racionalista, militante en Argelia, Medio Oriente y Francia. Apodado el “Spinoza árabe”. Fallecido en París el 26 de julio de 2013». Naturalmente, la expectativa de quien se dispone a leer una necrología en un sitio subtitulado «Foro de la Izquierda Comunista Internacionalista» es enterarse de la existencia de un militante revolucionario que había participado en organizaciones de la Izquierda Comunista o, al menos, en grupos proletarios y no contrarrevolucionarios. En cambio, nos enteramos en la misma nota necrológica, a propósito de esta personaje, que:
Evidentemente, ¿a quién iba dirigida esta necrológica? A alguien que había trabajado para el presidente argelino, que había enviado una carta-manifiesto a la ONU, esa «cueva de bandidos» (como decía Lenin) para someter a juicio a todos los terroristas, y que finalmente había sido reclutado por la UNESCO para participar en un programa promovido ¡¡¡por Chirac!!! Como vemos, aquí hay suficiente para comprender adónde conduce la opción suicida de declarar muerta a la Izquierda comunista: a la nada absoluta, si no al campo enemigo.
No tenemos ningún problema con que C. Mcl quiera ser académico. Lo que no podemos tolerar, en cambio, es que alguien a quien le gusta hacerse el marxólogo y que ha abandonado claramente toda referencia a la tradición de la Izquierda comunista e incluso al marxismo, pueda acusar a otros de destruir a la Izquierda comunista cuando él mismo ha participado en su destrucción afirmando, entre otras cosas, que era «medianoche en la Izquierda comunista»; que alguien como él, que manipuló a sabiendas citas de la CCI, del Manifiesto Comunista de Marx-Engels, de Rosa Luxemburgo y de la Izquierda Comunista Francesa -GCF- (cf. § 2. 3) pueda permitirse dirigir la misma acusación contra la CCI[29]; que un individuo que no es más que un bloguero intente presentarse como algo serio y sólido, con una organización llamada «Controversias» que no es más que un sitio de fachada, y pueda impugnar la historia, la estructura, la actividad militante de una organización como la nuestra, pero también de todos los demás grupos de la Izquierda comunista que, por débiles y culpables de oportunismo que sean, son sin embargo una realidad del campo proletario, y no una bufonada como Controversias.
Ezechiele, 20 de noviembre de 2024
[1] Controversias [25]
[2] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [26], Cahier Thématique nº 3. Algunas partes se pueden leer en español aquí: El polo idealista de la Izquierda Comunista: la CCI [27].
[3] Leer La izquierda comunista y la continuidad del marxismo [28], CCI, septiembre 1998.
[4] Sobre este tema, leer Nuevo Curso y una «izquierda comunista española»: ¿de dónde viene la izquierda comunista? [29], Revista Internacional 163.
[5] ¿Quién es quién en «Nuevo Curso»? [30], CCI Online, enero 2020.
[6] Le pôle idéaliste [26]..., páginas 61 y 63. Es importante notar que, en estos dos últimos pasajes, C. Mcl repite, casi palabra por palabra, citas del texto de Engels «El Consejo General a todos los miembros de la Internacional», una advertencia contra la Alianza de Bakunin. C. Mcl, que ha abjurado del concepto de parasitismo, que se ha disculpado públicamente ante todos los demás denigradores de la Izquierda Comunista y de la CCI por haber compartido él mismo el análisis de la CCI sobre el peligro del parasitismo, se toma ahora la libertad de repetir las palabras de acusación de Engels contra las primeras expresiones del parasitismo en el Movimiento Obrero representado por Bakunin y la Alianza Internacional de la Democracia Socialista.
[7] Sobre este tema, véase nuestro artículo Cuestiones de organización, III: el congreso de La Haya de 1872: la lucha contra el parasitismo político, Revista Internacional 87. [31]
[8] Hablamos de una defensa errónea porque efectivamente hay principios que permanecen invariables en el marxismo, pero el «segundo Bordiga», el que volvió a la política al final de la Segunda Guerra Mundial participando en la fundación del PCInt 1943-45, hizo de la invarianza una regla para toda posición, precipitando al partido hacia las posiciones de la época del Manifiesto Comunista de 1848.
[9] Negar la noción de decadencia equivale a desmovilizar al proletariado frente a la guerra [32]. Revista Internacional 77.
[10] Polémica: Comprender la decadencia del capitalismo (4) [33] Revista Internacional n°54 (disponible online solo en francés e inglés)
[11] Ídem
[12] Ídem
[13] Fracción Externa de la CCI
[14] Comprender la decadencia del capitalismo (VI): El modo de vida del capitalismo en decadencia [34]. Revista Internacional 56. Nota 5.
[15] Comprender la decadencia del capitalismo (VI): El modo de vida del capitalismo en decadencia [34]. Revista Internacional 56. Nota 6.
[16] “Investigación y datos para el progreso contra los mayores problemas del mundo [35]”, web “Our World in Data”.
[17] Declaración conjunta de los grupos de la izquierda comunista internacional sobre la guerra en Ucrania [36], Revista Internacional 168.
[18] C. Mcl pretendería sin duda (¡no es broma!) hacerse pasar -como otros parásitos- por una expresión de la Izquierda Comunista.
[19] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [26], página 60.
[20] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [26], página 53.
[21] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [26], página 44.
[22] Declaración del Círculo de Comunistas Internacionalistas: contra la metodología nauseabunda de la Corriente Comunista Internacional
[23] CCI: Le pôle idéaliste de la Gauche Communiste [26], página 5.
[24] La cuestión de China parece ser un tema de particular interés para C. Mcl, sobre el que se detiene extensamente en su panfleto. Pero, contrariamente a lo que C. Mcl. quiere hacernos creer, la CCI no ha dudado, una vez más, en criticar sus propios retrasos y errores en análisis anteriores. Al actualizar las Tesis sobre la Descomposición en el XXII Congreso, comenzamos recordando la importancia, después de 20 años, de revisar lo que habíamos escrito, e hicimos una corrección relativa a China, sobre la que admitimos que nos habíamos equivocado.
[25] De hecho, pusieron en tela de juicio el análisis marxista de las contradicciones del capitalismo, la sobreproducción en particular. Para este camarada, las medidas keynesianas como el aumento de los salarios constituían un medio de aliviar la sobreproducción, lo que era correcto, pero omitía deliberadamente mencionar que tales medidas constituían al mismo tiempo un despilfarro de la plusvalía acumulada, y por tanto un freno a la acumulación, intolerable a medio y largo plazo para la burguesía.
[26] Controverses. Lafif Lakhdar [37]
[27] Para saber más, le recomendamos la lectura del artículo El Doctor Bourrinet, un farsante que se presume historiador [38], CCI Online, abril 2015.
[28] Extracto de la necrología.
[29] «Que la CCI llegue al punto de tener que falsificar sus propios textos, e incluso los de Rosa Luxemburgo, para ocultar las incoherencias de sus análisis, dice mucho de su decadencia teórica y moral». (Le pôle idéaliste [26]..., página 17).
Links
[1] https:///G:/TRADUCCIONES/La%20aterradora%20realidad%20de%20la%20descomposici%C3%B3n
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Konstant%C3%ADn_Pobedon%C3%B3stsev
[3] https://www.thejc.com/news/meet-the-trotskyist-anti-zionist-who-saw-the-errors-of-his-ways-ob3f68n5
[4] https:///G:/TRADUCCIONES/Marx%20y%20la%20cuesti%C3%B3n%20jud%C3%ADa
[5] https://libcom.org/article/translation-antisemitic-section-bakunins-letter-comrades-jura-federation
[6] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201001/2763/decadencia-del-capitalismo-vi-la-teoria-del-declive-del-capitalism
[7] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc/
[8] https://www.marxists.org/subject/jewish/leon/
[9] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200903/2526/marx-y-la-cuestion-judia
[10] https://www.marxists.org/archive/kautsky/1914/jewsrace/index.htm
[11] https://www.marxists.org/archive/trotsky/1940/xx/jewish.htm
[12] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200401/1875/el-nacimiento-del-bolchevismo-i-1903-1904
[13] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1053/marc-de-la-revolucion-de-octubre-1917-a-la-ii-guerra-mundial
[14] https://es.internationalism.org/en/tag/3/48/imperialismo
[15] https://es.internationalism.org/content/4536/informe-sobre-el-curso-historico
[16] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201804/4294/el-curso-historico
[17] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article168
[18] https://es.internationalism.org/content/3451/tesis-sobre-la-crisis-economica-y-politica-en-los-paises-del-este
[19] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/199/carta-abierta-de-la-cci-a-los-militantes-del-bipr
[20] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200904/2482/rev-internacional-n-136-1er-trimestre-2009
[21] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200907/2627/rev-internacional-n-138-3er-trimestre-de-2009
[22] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201005/2861/rev-internacional-n-141-2-trimestre-2010
[23] https:///C:/Users/morom/Downloads/www.elaph.com
[24] https:///C:/Users/morom/Downloads/www.metransparent.com
[25] https://www.leftcommunism.org/index.php?lang=es
[26] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article530
[27] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article506
[28] https://es.internationalism.org/cci/200510/156/la-izquierda-comunista-y-la-continuidad-del-marxismo
[29] https://es.internationalism.org/content/4460/nuevo-curso-y-una-izquierda-comunista-espanola-de-donde-viene-la-izquierda-comunista
[30] https://es.internationalism.org/content/4519/quien-es-quien-en-nuevo-curso
[31] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199610/3614/cuestiones-de-organizacion-iii-el-congreso-de-la-haya-en-1872-la-l
[32] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1851/polemica-con-programme-communiste-sobre-la-guerra-imperialista-neg
[33] https://fr.internationalism.org/french/rinte54/decad.htm
[34] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198901/1124/comprender-la-decadencia-del-capitalismo-vi-el-modo-de-vida-del-ca
[35] https://ourworldindata.org/
[36] https://es.internationalism.org/content/4807/declaracion-conjunta-de-grupos-de-la-izquierda-comunista-internacional-sobre-la-guerra
[37] https://www.leftcommunism.org/spip.php?article368
[38] https://es.internationalism.org/content/4093/el-dr-bourrinet-un-farsante-que-presume-de-historiador
[39] https://es.internationalism.org/en/tag/vida-de-la-cci/defensa-de-la-organizacion
[40] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[41] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional