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Con este primer número comienza la publicación de la Revista Internacional de nuestra Corriente Comunista Internacional.
La necesidad de una publicación de este tipo quedó clara para todos los grupos que componen nuestra Corriente durante los largos debates que precedieron y prepararon la Conferencia Internacional de principios de este año. Al tomar la decisión de publicar la misma revista en inglés, francés y español, la Conferencia no sólo dio un paso decisivo en el proceso de unificación de nuestra Corriente, sino que sentó las bases para el necesario reagrupamiento de los revolucionarios.
La concentración de las débiles fuerzas revolucionarias dispersas por el mundo es hoy, en este período de crisis general, lleno de convulsiones y agitación social, una de las tareas más urgentes y difíciles a las que se enfrentan los revolucionarios. Esta tarea sólo puede llevarse a cabo situándose desde el principio en el plano internacional. Esta preocupación está en el centro de las preocupaciones de nuestra corriente. Es a esta preocupación a la que también responde nuestra Revista, y al lanzarla pretendemos que sea un instrumento, un polo de reagrupamiento internacional de los revolucionarios.
La Revista será necesariamente, en primer lugar, la expresión del esfuerzo teórico de nuestra Corriente, porque sólo este esfuerzo teórico, en una coherencia de posiciones políticas y de orientación general, puede servir de base y asegurar la primera condición para el reagrupamiento y la intervención real de los revolucionarios.
Manteniendo su carácter de órgano de investigación y discusión indispensable para el esclarecimiento de los problemas que enfrenta el movimiento obrero, no tenemos la intención de convertirlo en una revista de marxología tan querida por los distinguidos académicos. Nuestra Revista será ante todo un arma de combate sólidamente anclada en las posiciones fundamentales de clase, las posiciones marxistas revolucionarias, adquiridas a través y en la experiencia de la lucha histórica de la clase contra todas las tendencias "izquierdistas", confusionistas, "innovadoras" (desde Marcuse a la Invariancia y sus sucesores) tan extendidas hoy en día, y que obstruyen gravemente el camino de la reanudación de las luchas del proletariado y obstaculizan el esfuerzo hacia la reconstitución de la organización revolucionaria de la clase.
No pretendemos poseer un Programa totalmente acabado. Somos perfectamente conscientes de nuestras carencias, que sólo pueden ser superadas por el esfuerzo incesante de los revolucionarios para lograr una mayor comprensión y coherencia en el curso del desarrollo de la lucha de clases y sus experiencias.
A este esfuerzo, que pretendemos llevar a cabo a través de nuestra Revista, invitamos también a los grupos revolucionarios que no forman parte organizativamente de nuestra Corriente Internacional, pero que comparten nuestras preocupaciones, a sumarse multiplicando y estrechando los contactos, la correspondencia y, eventualmente, enviando críticas, textos y artículos de debate que la Revista publicará en la medida de lo posible.
Algunos piensan que se trata de una decisión precipitada. No lo es. La gente nos conoce lo suficientemente bien como para saber que no somos como esos activistas acérrimos, cuya actividad se basa únicamente en un voluntarismo desenfrenado y efímero. Pero es igualmente necesario rechazar enérgicamente toda tendencia a formar "pequeños círculos" que se contentan con reunirse y, como mínimo, publicar de vez en cuando papelitos destinados mucho más a su propia satisfacción que a un deseo de participar e intervenir en la lucha política de la clase obrera. Hay que luchar sin tregua contra este espíritu localista y estrecho de pequeñas y seguras sectas familiares. Sólo el grupo que comprende la función militante en la clase y la asume efectivamente puede considerarse revolucionario.
Contra los que no hacen más que denigrar la noción de militante, desde los situacionistas de ayer hasta la invariancia en todas sus gamas de hoy, sólo tenemos un poco de desprecio y mucha indiferencia para oponerles. Cada uno ocupa su lugar: unos en la lucha, otros al margen, y eso está bien.
Dejamos con gusto a los manifestantes desilusionados de la pequeña burguesía en decadencia el placer de rascarse el ombligo. Para nosotros, militantes, luchadores de clase, la Revista es un arma de crítica que prepara el paso a la crítica por las armas.
Este primer número está enteramente dedicado a los principales textos de debate de la Conferencia Internacional. No es posible incluir todos los textos en este número, que ya es demasiado voluminoso. Los debates planteados están lejos de terminar; continuarán en los próximos números, que se publicarán trimestralmente. Por el momento, es imposible asegurar una publicación más frecuente. Esto se compensará en parte con los folletos en varios idiomas que tenemos previsto publicar.
¡Hemos dado un gran paso ¡
A todos los revolucionarios les pedimos su apoyo activo.
Corriente Comunista Internacional
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Durante varios años, Révolution Internationale (Francia), Internationalism (EE.UU.) y World Revolution (Inglaterra) han estado organizando reuniones y conferencias internacionales con el fin de desarrollar la discusión política sobre las perspectivas de la lucha y hacer posible una mayor comprensión de las posiciones de clase en la actualidad. Este año, además de los grupos mencionados, dos nuevos grupos de nuestra corriente asistieron a la Conferencia Internacional: Acción Proletaria (España) y Rivoluzione Internazionale (Italia). También pudo asistir una delegación de Internacionalismo, el grupo de nuestra Corriente en Venezuela. Esta conferencia se centró en la necesidad de organizar la intervención y la capacidad de los revolucionarios para actuar dotados de un marco internacional.
Incluso cuando nuestra corriente consistía en sólo uno o dos grupos en diferentes países (al final del período de reacción y al comienzo del nuevo período que se abre en 1968), la naturaleza de la lucha proletaria y las posiciones de clase que defendíamos, nos impusieron una coherencia política internacional. Hoy, ante el agravamiento de la crisis y el auge de las luchas, esta unidad política fundamental y años de trabajo conjunto, nos han permitido crear un marco organizativo internacional para nuestra corriente, que nos permite concentrar nuestros esfuerzos en varios países.
En el contexto de la confusión política actual y dadas las fuerzas muy débiles de los revolucionarios, creemos que es muy importante insistir en la necesidad, más apremiante en periodos de luchas crecientes, de realizar un trabajo de reagrupamiento de los revolucionarios. Por esta razón, hemos invitado a los grupos cuyas posiciones políticas los acercan a nuestra corriente: Pour une Intervention Communiste (Francia), Revolutionary Workers' Group (EE.UU.), Revolutionary Perspectives (Gran Bretaña), a participar en nuestra conferencia. La confrontación de ideas entre los grupos de nuestra corriente y estos que han sido invitados, ha ayudado a clarificar los análisis y orientaciones defendidas por los diferentes grupos frente a las tareas políticas actuales.
Durante los largos años del período de reconstrucción de la posguerra, los marxistas revolucionarios repitieron que el sistema capitalista, que había entrado en su período de decadencia desde la Primera Guerra Mundial, "prosperó" temporalmente solo gracias a los diversos paliativos de la reconstrucción, las medidas estatales, la economía de armas y que a pesar de esas medidas las contradicciones internas del sistema estallarán sin remedio en una crisis abierta aún más profunda que la de 1929. Hoy, la crisis ya no es un misterio para nadie y la realidad del sistema en bancarrota ha barrido del escenario a los burgueses exaltados y a los marxólogos eruditos como “Socialismo o Barbarie” que aseguraban llegado "el final de las crisis", la "superación del marxismo" o como Marcuse, proclamando “el aburguesamiento del proletariado”. Nuestra corriente ha estado analizando durante 7 años las vicisitudes de la crisis que va profundizándose: en este curso general, el año 1974 marcó un deterioro cualitativo y cuantitativo de la situación económica del capitalismo (tanto en el Este como en Occidente) y mostró el carácter efímero y engañoso de la reactivación de 1972.
La inflación, el desempleo, las crisis monetarias y las guerras comerciales, la caída del mercado de valores y las tasas de decrecimiento de las economías avanzadas, son signos de la crisis general de sobreproducción y de la saturación del mercado que está socavando el sistema capitalista mundial desde sus cimientos.
A diferencia de 1929, el capitalismo de hoy intenta en la medida de lo posible mitigar los efectos de la crisis a través de las estructuras estatales. Pero, a pesar de la intensificación de las rivalidades interimperialistas (como lo demuestra la continua guerra en Indochina, los enfrentamientos en Medio Oriente y Chipre) y el fortalecimiento de los bloques imperialistas y que el curso hacia la guerra es inherente en las crisis económicas del capitalismo decadente, hoy no puede imponérsenos una guerra generalizada, dado que la combatividad de la clase obrera continúa manteniéndose y desarrollándose. En la conferencia, los grupos de nuestra corriente elaboraron la perspectiva defendida en nuestra prensa, a saber, que la lucha de la clase obrera se intensificará en resistencia a la crisis y volverá a ponernos ante la alternativa histórica de “socialismo o barbarie”, después de 50 años de repliegue a causa de la contrarrevolución.
La burguesía atraviesa un período de convulsiones y profundas crisis políticas. En una situación así, busca presentar su máscara de "izquierda" que le permite reclutar mejor a la clase trabajadora, ya sea a través del Partido Laborista y el "contrato social" en Inglaterra, los partidos socialdemócratas en Alemania y en otros lugares, o el PS y el PC en Portugal, y pronto en España e Italia y los intentos para conseguirlo también en Francia. En la crisis actual, una de las armas más peligrosas de la clase capitalista es su capacidad para desarmar a la clase obrera mediante las “radicales” mistificaciones de las fracciones de "izquierda" de la burguesía. Económicamente, todas las fracciones de la burguesía serán inducidas a abogar, de una manera u otra, por medidas de estatalización para fortalecer el capital nacional. Pero políticamente, especialmente en áreas donde la crisis ya está golpeando duramente, son sus partidos de izquierda los que la burguesía necesita para poder llamar a la unidad nacional y al trabajo gratis los domingos. Estos partidos tendrán su lugar en el sol capitalista (ya sea en el gobierno o en una oposición "constructiva"), porque todavía pueden, junto a los sindicatos, encuadrar a la clase obrera y su lucha en apoyo del capital nacional.
Frente a este análisis, nos pareció que el PIC subestima el peso de las mistificaciones de la “izquierda” sobre la clase obrera, cuando mantiene que estas mistificaciones ya no tienen efecto. Por el contrario, creemos que una comprensión más objetiva de la situación nos muestra que actualmente el "antifascismo" y la "unidad nacional" aún están lejos de agotar su capacidad mistificadora. Aunque la clase muestra una creciente combatividad, no podemos subestimar el margen de maniobra de la clase enemiga. La burguesía ya no puede resistir en ciertos países, como España o Portugal, solamente con la represión de la derecha, sino que necesita recurrir a la izquierda, que demostrará ser mucho más efectiva, en estos y otros países, para la mistificación y masacre de los trabajadores.
La lucha de clases surge hoy como resistencia al deterioro de las condiciones de vida que produce la crisis y que se impone a la clase obrera. Es por esta razón que nuestra corriente ha rechazado el análisis del RWG que decía que las luchas "reivindicativas" son actualmente un callejón sin salida para la clase. Por el contrario, en un período de crisis y luchas crecientes, las llamadas luchas "reivindicativas" forman parte de todo un proceso de maduración de la conciencia, la combatividad y la capacidad organizativa de la clase. Los revolucionarios deben analizar el desarrollo de estas luchas y contribuir a su generalización y al desarrollo de una conciencia más clara de los objetivos históricos de la clase. Al rechazar las maniobras trotskistas que anclan a la clase en las demandas parciales y las mistificaciones de un capitalismo decadente, los revolucionarios no deben rechazar al mismo tiempo el potencial de desbordamiento y superación que contienen las luchas actuales.
El análisis de la crisis y su evolución determina en gran medida las perspectivas que los revolucionarios ven para el desarrollo de la lucha de clases. En la conferencia internacional, nuestra corriente defendió la tesis de que la profunda crisis del sistema se está desarrollando de manera relativamente lenta, aunque con agravaciones repentinas, a modo de dientes de sierra, pero en un curso cada vez más profundo. La lucha de clases se manifiesta de manera esporádica y episódica, mostrando todo un período de maduración de la conciencia, con importantes enfrentamientos entre el proletariado y la clase capitalista. Este análisis no fue completamente compartido por los otros grupos presentes en la conferencia. "RP", basándose en otras explicaciones económicas (rechazo de la teoría luxemburguista) ve la crisis como un largo proceso bastante lejano; para ellos, la lucha de clases está estrictamente determinada por los datos económicos y dado que la crisis catastrófica está lejos, un llamamiento a la generalización de las luchas actuales es solo voluntarismo. El "PIC", por su parte, cree ver ya que la crisis económica terminará en forma de peligro inmediato de guerra mundial (lanzando un "grito de alarma" sobre los recientes acontecimientos diplomáticos en Oriente Medio) o el de enfrentamientos de clase capaces de decidir la evolución de la historia actual. Hemos criticado estos dos casos de exageración señalando el hecho de que los revolucionarios deben ser capaces de analizar una situación contingente dentro de un período general, sin caer en una subestimación o sobreestimación que conduzca a caer en el vacío o a permanecer al margen de la realidad actual de la crisis y la lucha de clases.
Todavía no ha llegado el momento de embarcarse en un trabajo de agitación y los intentos del PIC que propone campañas (ver en nuestra revista Révolution Internationale) fuera de toda finalidad práctica, entre otras propuestas, no han encontrado mucha respuesta. Por otro lado, tras los informes de actividad de las diferentes secciones de nuestra corriente y de otros grupos, los camaradas de la corriente han señalado la necesidad de ampliar nuestro trabajo de intervención y publicación en todos los países, de una manera más organizada y sistemática. Sobre todo, asumiendo colectivamente la responsabilidad política de la intervención en países donde la corriente aún no tiene un grupo organizado, mediante la orientación de la publicación de periódicos en los países donde esto fuera posible. Para nosotros, es inútil plantear la cuestión de la intervención como una abstracción: a favor o en contra. La voluntad de actuar es la base misma de cualquier formación revolucionaria. No se trata de hablar de boquilla de la palabra "intervención" sin abordar la situación objetiva precisa, descuidando la necesidad misma de darnos los medios para intervenir mediante la organización de los revolucionarios a escala internacional. Debemos ver que el alcance de la intervención de los revolucionarios puede variar según las necesidades de la situación, pero no todos los gritos de intervención pueden llenar el vacío. La cuestión del nivel de intervención es un problema de análisis y apreciación del momento, mientras que la cuestión de la organización es un principio del movimiento obrero, un fundamento sin el cual cualquier posición revolucionaria sigue siendo letra muerta. Es por esta razón que rechazamos la propuesta de Acción Proletaria de plantear la cuestión de la intervención como una cuestión que debería prioritaria ante la necesidad de organizarse.
El trabajo militante es, por definición, un trabajo colectivo: no son los individuos los que asumen la responsabilidad personal dentro de la clase, sino los grupos basados en un cuerpo de ideas que están llamados a responder a la tarea de los revolucionarios: ayudar a la clarificación y la generalización de la conciencia de clase. En la conferencia internacional como en nuestras revistas, insistimos en la necesidad de comprender las razones de la aparición de grupos dentro de la clase y las responsabilidades que se derivan de ella. Tras 50 años de contrarrevolución, se produce la ruptura completa de toda continuidad orgánica en el movimiento obrero: la cuestión de la organización sigue siendo una de las más difíciles de asimilar por los nuevos elementos.
Un grupo revolucionario se basa fundamentalmente en posiciones de clase y el trabajo en grupos separados sólo puede justificarse por una divergencia de principios. Lejos de idealizar o querer perpetuar el estado actual de dispersión de esfuerzos, los revolucionarios en nuestro período de luchas crecientes deben ser capaces de distinguir cuestiones secundarias de interpretación o análisis de cuestiones de principio, y poner toda su fuerza en el esfuerzo de reagruparse en torno a posiciones de principio superando las tendencias a defender su "tienda" y su "libertad" de aislamiento.
Desde los debates de la 1ª Internacional, se ha convertido en una adquisición del marxismo que la organización de los revolucionarios debe tender hacia una centralización de los esfuerzos: Frente a los bakuninistas y las falsas teorías del federalismo pequeñoburgués, los marxistas han defendido la necesidad de la centralización internacional del trabajo militante: solo hemos querido traer al día este debate, para diferenciar la idea de la centralización de las desviaciones leninistas (centralismo democrático) y de las bordiguistas (centralismo orgánico). Queríamos insistir en la necesidad de un marco organizativo coherente para el trabajo de los revolucionarios, contrariamente a las diversas teorías de los grupos "anti- grupo", de los "libertarios" y otras fórmulas anarquistas actualmente en boga. El RWG era bastante escéptico sobre el esfuerzo por organizar una corriente internacional; este grupo, además de las diferencias secundarias que nos separan, parece estar traumatizado por las aberraciones de la contrarrevolución (especialmente el trotskismo) sobre la cuestión de la organización. Al querer huir de la contrarrevolución y optar por su contrario, los militantes corren el riesgo de caer en una idealización de la fragmentación y confusión actuales del medio revolucionario y nunca ser capaces de superar los errores y los fetiches organizativos del pasado de una manera positiva, mediante la contribución a su continuidad histórica.
Si observamos el desarrollo del movimiento proletario en la historia, vemos que la formación del partido de clase se produce tras el surgimiento de períodos de luchas. Hoy, en que la lucha se desarrolla a través de la resistencia a la crisis económica, la formación de los núcleos del futuro partido está siguiendo un camino de lenta maduración. El esfuerzo de nuestra corriente por constituirse como un polo de reagrupamiento en torno a posiciones de clase es parte de un proceso que va hacia la formación del partido en el momento de intensas y generalizadas luchas. No pretendemos ser el "partido" y tenemos cuidado de no sobreestimar el alcance de nuestros esfuerzos organizativos en el período actual. Sin embargo, el partido de mañana no surgirá un buen día de la nada; por el contrario, la experiencia nos muestra que la coherencia política sirve como polo esencial de reagrupamiento para los elementos revolucionarios del proletariado en el momento de los acontecimientos decisivos.
El reagrupamiento de los revolucionarios tiene lugar en torno a las fronteras de clase y los principios básicos de la perspectiva revolucionaria; cuestiones políticas secundarias no pueden obstaculizar un proceso general hacia la concentración de fuerzas, frente a las exigencias de la situación presente y futura. Aquellos que están a favor de una agrupación "en teoría" y en palabras, pero más bien para un futuro lejano, mientras elevan las cuestiones secundarias al mismo nivel que las fronteras de clase para justificar sus resistencias o su confusión, solo retrasan el proceso y hacen de obstáculo a la necesaria toma de conciencia.
Creemos que hoy es esencial dar el primer paso hacia una mayor organización internacional de revolucionarios y de traducir nuestro internacionalismo en términos organizativos para solidificar nuestro trabajo. Esto es lo que la conferencia se ha fijado como su tarea principal. La conferencia internacional de este año se destaca de las otras en que hemos querido que los militantes fueran más conscientes de los medios necesarios para garantizar la discusión sobre la organización y la situación actual mediante la consolidación de los lazos políticos y los fundamentos teóricos de nuestra corriente.
No pudimos abordar en la conferencia, por falta de tiempo, la cuestión del período de transición, que actualmente se está debatiendo en la corriente. Pero pensamos que era importante publicar aquí los documentos preparados para la conferencia sobre este tema. El lector podrá ver que esta cuestión teórica está lejos de estar resuelta tanto dentro de la corriente como en el movimiento obrero en general. Sin embargo, este debate ofrece un gran interés, incluso estando sin terminar, para los revolucionarios que están tratando de trazar las líneas generales para la orientación del movimiento del mañana.
La conferencia terminó su trabajo con la formación de la Corriente Comunista Internacional (que incluye Révolution Internationale, World Revolution, Internationalism, Internacionalismo, Acción Proletaria y Rivoluzione Internazionale), y por la decisión de publicar una Revista Internacional. en inglés, francés y español para difundir y desarrollar mejor las posiciones de nuestra corriente.
JA, por la Corriente Comunista Internacional.
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La conferencia de enero 1975 se fijó, entre otros objetivos, la tarea de organizar y centralizar, a nivel internacional, las actividades de los distintos grupos de la corriente internacional.
Este acto fue conscientemente concebido como un paso hacia la formación de una organización internacional completa.
Para entender su importancia, hay que responder a tres preguntas principales:
1. ¿Por qué una organización política internacional?
2. ¿Por qué emprender un proceso de este tipo ahora?
3. ¿Cómo debe concebirse el papel de la CCI en el proceso de construcción del partido mundial del proletariado?
I
La organización política es un ÓRGANO de la CLASE, generado por ella para cumplir una función específica: permitir el desarrollo de su conciencia de clase. La organización política no trae esta conciencia desde "fuera"; ni crea el proceso de toma de conciencia. Por el contrario, es un PRODUCTO de este proceso como instrumento indispensable para su desarrollo. Podríamos decir que la organización política es tan necesaria para el desarrollo colectivo de la conciencia de clase como la expresión oral y escrita para el desarrollo del pensamiento individual.
Se pueden distinguir dos tareas principales en la función general de la organización política del proletariado:
1. El análisis permanente de la realidad social para definir los intereses históricos del proletariado (apropiación de la experiencia histórica de la clase y definición de la posición proletaria ante cada situación concreta). Esta es la tarea de la elaboración constante del Programa Comunista, es decir, de la definición de los objetivos y medios de la lucha histórica de la clase obrera.
2. Intervención en el seno de la clase para que asuma conscientemente su programa histórico y se dote de los medios de su tarea revolucionaria.
II
El proletariado crea su organización política a su imagen y semejanza.
La clase obrera no es la única clase que existe a nivel internacional. En todos los países se puede encontrar a la burguesía y a las distintas clases campesinas. Pero el proletariado es la única clase que puede organizarse y actuar COLECTIVAMENTE a nivel internacional porque es la única clase que no tiene intereses nacionales. Su emancipación sólo es posible si es mundial.
Por eso su organización política tiende inevitablemente a ser CENTRALIZADA e INTERNACIONAL.
Ya se trate de su tarea de análisis político o de su intervención, la organización política proletaria se enfrenta a una realidad mundial. Su carácter centralizado e internacional no es el resultado de una exigencia ética o moral, sino una condición NECESARIA de su eficacia y, por tanto, de su EXISTENCIA.
III
El carácter internacional de la organización política proletaria se afirma a lo largo de la historia del movimiento obrero: ya en 1848, la Liga de los Comunistas, con su lema: "Proletarios de todos los países, uníos. Los proletarios no tienen patria" proclamó su carácter de organización internacional. A partir de 1864, las organizaciones políticas adoptan la forma de "Internacionales". Hasta el triunfo de la contrarrevolución estalinista y el "socialismo en un solo país", sólo el colapso de la Segunda Internacional interrumpió realmente esta continuidad internacionalista.
La Segunda Internacional, al corresponder al período de estabilidad de las grandes potencias industriales, sufre inevitablemente, en su internacionalismo, el confinamiento de las luchas proletarias en el marco de las reformas, el horizonte de la lucha proletaria sufre objetivamente un estrechamiento nacionalista. Así que la traición a la Segunda Internacional no fue un fenómeno aislado e inesperado. Fue la peor consecuencia de 30 años de confinamiento de las luchas obreras en los marcos nacionales. De hecho, desde sus primeros años, la Segunda Internacional marcó un retroceso en el campo del internacionalismo en relación con el Primera Internacional. El parlamentarismo, el sindicalismo, la constitución de las grandes partidos de masas, en definitiva, toda la orientación del movimiento obrero hacia las luchas por las reformas, contribuyó a la fragmentación del movimiento obrero mundial según las líneas nacionales. La tarea revolucionaria del proletariado sólo puede concebirse y realizarse a escala internacional. De lo contrario, sólo es una utopía. Pero, como el capital existe dividido en naciones, las luchas por la conquista de las reformas (cuando eran posibles) no requerían un terreno internacional para triunfar. No fue el capital mundial el que decidió conceder tal o cual mejora al proletariado de tal o cual nación. Fue en cada país, y en su lucha contra su propia burguesía nacional, donde los trabajadores consiguieron imponer sus reivindicaciones.
EL INTERNACIONALISMO PROLETARIO NO ES UN DESEO MORAL NI UN IDEAL ABSTRACTO, SINO UNA NECESIDAD QUE LE IMPONE LA NATURALEZA DE SU TAREA REVOLUCIONARIA.
Por eso, la Primera Guerra Mundial, al marcar la inviabilidad histórica de los marcos nacionales y la colocación de la tarea revolucionaria proletaria en el orden del día, tuvo que conducir a la más enérgica reafirmación del internacionalismo proletario en el movimiento obrero, tras la quiebra de la Segunda Internacional. Esto es lo que hicieron primero Zimerwald y Kienthal; es lo que impuso la constitución de la nueva internacional: la Internacional Comunista en 1919.
La Tercera Internacional se fundó al principio de la "era de la revolución socialista" y su primera característica fue inevitablemente su internacionalismo intransigente. Su fracaso estuvo marcado por su incapacidad para seguir asumiendo este internacionalismo. Esto se cristalizó en la adopción bajo la égida del estalinismo de la teoría del socialismo en un solo país en 1926.
Desde entonces, no es casualidad que la palabra internacionalista se encuentre siempre en los nombres de las principales reacciones organizadas contra la contrarrevolución estalinista. La decadencia capitalista es sinónimo de poner en la agenda la revolución proletaria y la REVOLUCIÓN PROLETARIA es sinónimo de INTERNACIONALISMO.
IV
Si las organizaciones políticas proletarias siempre han afirmado su carácter internacional, hoy esta afirmación es más que nunca la PRIMERA CONDICIÓN de una organización proletaria.
Es así como debemos entender la importancia y el profundo significado del esfuerzo internacionalista de nuestra corriente.
I
Cuando observamos la evolución de nuestra corriente internacional no podemos dejar de sorprendernos por la debilidad de nuestra importancia numérica. En el pasado, incluso en circunstancias especialmente desfavorables, las organizaciones internacionales eran, de un modo u otro, la culminación de diversas actividades nacionales. Si observamos nuestra corriente, vemos la tendencia contraria: la existencia internacional aparece más como punto de partida de las actividades nacionales que como resultado de ellas. Todos los grupos de la corriente se han concebido a sí mismos como parte de una corriente internacional incluso antes de haber publicado el primer número de su publicación nacional.
Se pueden destacar dos razones principales para este estado de cosas:
- la ruptura orgánica producida por 50 años de contrarrevolución que, por el debilitamiento que ha provocado en el movimiento revolucionario, obliga a los revolucionarios, desde el inicio de la reanudación de las luchas de clase, a concentrar sus débiles fuerzas para cumplir su tarea;
- la desaparición definitiva, tras 50 años de decadencia capitalista, de cualquier ilusión sobre las posibilidades de una acción verdaderamente nacional.
Si el punto de partida de nuestra corriente fue la actividad internacional, es, por tanto, en primer lugar, porque es la expresión concreta de una situación histórica particular.
II
No estamos improvisando esta actividad internacional unitaria. Este proceso existe desde el principio de los diferentes grupos de la corriente. De hecho, sólo asumimos conscientemente este proceso al pasar de la etapa de una cierta espontaneidad pasiva y anárquica con respecto a las condiciones objetivas del trabajo revolucionario a la de una organización consciente que crea para sí misma por su propia voluntad las condiciones óptimas para el desarrollo de este proceso.
En la base de toda actividad colectiva está la espontaneidad (reacciones no premeditadas a condiciones objetivas y comunes). El paso a la organización es en sí mismo un producto espontáneo de esta actividad, pero la organización es, sin embargo, una SUPERACIÓN (no una negación) de la espontaneidad. Al igual que en la actividad colectiva de la clase en su conjunto, en la actividad de los revolucionarios, la organización crea las condiciones para:
1° la toma de conciencia de las condiciones para que este proceso tenga lugar:
2° se crean así los medios para actuar consciente y voluntariamente en el desarrollo de este proceso.
Esto es lo que estamos haciendo al crear un Buró Internacional y al avanzar hacia la constitución de la organización completa.
III
La ruptura orgánica que ha sufrido el movimiento revolucionario desde la última oleada de los años 20 pesa sobre los revolucionarios no sólo por las dificultades que inevitablemente experimentan para recuperar las adquisiciones de las luchas pasadas, sino también por la influencia demasiado importante que ha tomado en sus filas la visión estudiantil pequeñoburguesa. El movimiento estudiantil, que tan espectacularmente marcó las primeras manifestaciones de la entrada en crisis del capitalismo y la reanudación de la lucha proletaria, sigue envenenando a los jóvenes grupos revolucionarios con su concepción del mundo (no podía ser de otra manera).
Una de las principales manifestaciones de esta debilidad se concreta en los problemas de organización. Todos los defectos del mundo académico suelen pesar en el mundo de los revolucionarios: dificultad para concebir el pensamiento teórico como un reflejo del mundo concreto dividido en clases antagónicas (lo que se traduce en todo tipo de celos con respecto al "propio" pensamiento de lo que uno cree que es una capilla teórica que pretende salvaguardar como tesis académica); dificultad para captar la actividad teórica como un momento de la actividad general y un instrumento de la misma; dificultad para comprender la importancia de la actividad práctica, de la actividad conscientemente organizada, en definitiva, incapacidad para hacer suyo el viejo lema marxista en toda su profundidad e implicaciones: "los filósofos sólo han interpretado el mundo, ahora se trata de transformarlo".
Esta incomprensión se expresa, por ejemplo, en las críticas que elementos como los de la tendencia "ex-LO" de RI han podido formular en el pasado con respecto a nuestra corriente.
Para estos elementos, nuestra corriente internacional sería una invención artificial y el esfuerzo organizativo para constituirla puro voluntarismo. Los argumentos a favor de esta postura pueden resumirse, en general, en dos ideas:
1- Habría "voluntarismo" porque hay una voluntad de construir una organización, mientras que ésta sólo puede ser un producto natural de un proceso objetivo independiente de la voluntad de los pocos individuos de la corriente.
2- Habría "artificialidad" porque las luchas de la clase aún no han dado el "salto cualitativo" que transformaría las luchas "reivindicativas" en luchas "revolucionarias", "comunistas".
Detrás de estas dos ideas que suenan “marxistas” se esconde una total incapacidad para asumir el fundamento esencial del marxismo: la voluntad de actuar conscientemente para la transformación revolucionaria del mundo.
Contra toda corriente idealista, el marxismo afirma la insuficiencia de la voluntad humana; los hombres no transforman el mundo cuando les da la gana. La realización de cualquier voluntad subjetiva depende de la existencia de condiciones objetivas favorables, efectivamente independientes de esa voluntad. Pero nada es más contrario al marxismo que transformar la insuficiencia de la voluntad en una negación de la voluntad misma. Esto sería identificar al marxismo con su principal antagonista filosófico: el positivismo empirista y fatalista. El marxismo sólo critica el voluntarismo para afirmar mejor la IMPORTANCIA DE LA VOLUNTAD. Al afirmar la necesidad de condiciones objetivas para la concreción de la voluntad humana, el marxismo subraya sobre todo el carácter necesario de esta voluntad.
La idea de que una organización revolucionaria se construye VOLUNTARIAMENTE, CONSCIENTEMENTE, CON PREMEDITACIÓN, lejos de ser una idea voluntarista, es por el contrario uno de los resultados concretos de toda la praxis marxista.
Comprender la necesidad de condiciones objetivas para comenzar a construir el partido revolucionario no significa que esta organización sea un producto automático de estas condiciones. Se trata de comprender la importancia de la voluntad subjetiva en el momento en que estas condiciones se dan históricamente.
Consideremos ahora la acusación de artificialidad.
Según nuestros "antiorganizacionistas", las condiciones objetivas que presiden el inicio del proceso de construcción del partido revolucionario no son otras que el comienzo de la lucha abiertamente revolucionaria del proletariado; la destrucción del Estado capitalista, e incluso el establecimiento de relaciones de producción comunistas.
El partido revolucionario no es un órgano decorativo que embellece el cuadro que presenta el estallido espontáneo de una lucha revolucionaria. Por el contrario, es un elemento vital y poderoso de esta lucha, un instrumento indispensable de la clase. Si la revolución rusa es la prueba positiva del carácter indispensable de este instrumento, la revolución alemana es la prueba negativa. El fracaso de la tendencia de Rosa Luxemburgo en comprender la necesidad de comenzar la construcción del partido ANTES de los primeros estallidos de la lucha revolucionaria ha pesado mucho en el desarrollo de los acontecimientos.
Comprender la naturaleza del INSTRUMENTO INDISPENSABLE del Partido para la lucha revolucionaria es comprender la necesidad de actuar en vista de su constitución tan pronto como las condiciones de una confrontación revolucionaria comiencen a madurar.
En efecto, no comprender la importancia de la construcción de la organización política mundial del proletariado mientras maduran las condiciones de una confrontación revolucionaria es no comprender la importancia del papel de esta organización.
No existe un índice infalible para medir el aumento de la lucha de clases. En determinadas circunstancias, incluso la disminución del número de horas de huelga puede ocultar una maduración de la conciencia revolucionaria. Sin embargo, hoy tenemos dos pistas que nos permiten estar seguros de que hemos entrado en un curso revolucionario desde 1968:
1- La profundización cada vez más acelerada de la crisis.
2- La existencia de una combatividad intacta en la clase obrera mundial que manifiesta el hecho de que, como la burguesía puede cada vez menos seguir gobernando como antes, el proletariado puede y vivirá cada vez menos como antes. Es decir, las condiciones para una situación revolucionaria están madurando irremediablemente.
En estas condiciones, el trabajo de construcción de la organización política no es un deseo artificial, sino una necesidad IMPERATIVA.
Para los revolucionarios, el peligro actual no es ir por delante sino por detrás.
I
Para comprender la importancia y el sentido de lo que estamos haciendo al constituir un Buró Internacional, tenemos que plantear el problema de la relación entre la corriente internacional y cualquier grupo que surja con posiciones de clase.
Hemos dicho a menudo que una de las tareas de los revolucionarios es constituir un polo de reagrupación de la vanguardia proletaria. Hoy debemos comprender que tenemos que constituir el eje, el "esqueleto" del futuro partido mundial del proletariado.
II
DESDE UN PUNTO DE VISTA TEÓRICO, porque recoge lo esencial de la experiencia histórica del proletariado, la plataforma de la corriente constituye el punto de encuentro de cualquier grupo que se sitúe en el terreno de la lucha histórica del proletariado.
- Al contrario de lo que afirmaba la ex- tendencia de LO en uno de sus textos, no hay "varias coherencias posibles" para englobar las posiciones de clase. En definitiva, la coherencia teórica no es una cuestión de silogismo, ni de pura lógica en el razonamiento. Es la expresión de una coherencia objetiva material que es ÚNICA: la de la práctica de la clase.
- Porque sintetiza esta experiencia práctica, nuestra plataforma es el único marco posible para la actividad de una organización revolucionaria.
III
DESDE EL PUNTO DE VISTA ORGANIZATIVO. Bordiga subrayó con razón que el Partido, lejos de ser sólo una doctrina, era también una VOLUNTAD. Esta voluntad no es una ilusión o un deseo "sincero". Es una determinación perseverante para la intervención revolucionaria. Y, como hemos visto, esta intervención es sinónimo de organización y, por tanto, de experiencia organizativa.
- Hay una ADQUISICIÓN ORGANIZATIVA igual que hay una ADQUISICIÓN TEÓRICA, y ambas se condicionan mutuamente.
- La actividad organizativa no es un fenómeno inmediato, que se dé de inmediato, de forma espontánea. Es el resultado de una experiencia y una conciencia que no se confunden con la de uno o varios individuos. Resulta únicamente de una PRAXIS colectiva, que es tanto más rica y compleja de adquirir cuanto más colectiva sea.
- Por eso, en la época en que había grandes organizaciones revolucionarias, una escisión era un acontecimiento que se dudaba de producir durante mucho tiempo.
La continuidad orgánica que unía a las organizaciones revolucionarias desde 1847 no era una simple "tradición" o un hecho casual. Expresó, como reflejo de la continuidad de la lucha proletaria, la necesidad de preservar el acervo organizativo que posee la organización política proletaria.
- Por eso, las organizaciones internacionales del proletariado se han constituido siempre en torno a un eje, en torno a una corriente que no sólo defendía de la manera más coherente las conquistas teóricas del proletariado, sino que también poseía la suficiente experiencia práctica y organizativa para servir de pilar a la nueva organización.
- Este papel fue desempeñado por la corriente de Marx y Engels para la 1ª Internacional, por la socialdemocracia para la 2ª Internacional, por el Partido Bolchevique para la 3ª Internacional.
- Si el movimiento obrero no hubiera experimentado la ruptura de 60 años que lo separa hoy de la Internacional Comunista, probablemente habría sido la "izquierda" de esta última ("izquierda italiana", "izquierda alemana") la que hubiera asumido esta vez esta tarea. Desde el punto de vista de las posiciones políticas, no cabe duda de que la próxima Internacional será una continuación de esta izquierda; pero desde el punto de vista organizativo, este eje está aún por construir.
- Desde la reciente reanudación de las luchas de clase, nuestra corriente internacional ha asumido una práctica organizativa con las posiciones de clase del proletariado. Es decir, su praxis se ha convertido, con todas sus debilidades y errores, en patrimonio de la lucha proletaria. La corriente ha creado así una nueva fuente de continuidad orgánica, al ser la única organización que ha asegurado una CONTINUIDAD en su práctica en el marco de las posiciones de clase.
IV
- la corriente internacional que hoy da un paso hacia su centralización debe, por tanto, y puede, considerar como su tarea esencial, la de constituir este eje, indispensable para la formación de la próxima Internacional, el Partido Mundial del Proletariado.
- Ver en esta declaración pura megalomanía no es modestia sino irresponsabilidad. La corriente internacional se suicidaría si no fuera capaz de asumir, en toda su magnitud, lo que objetivamente es.
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Los textos que publicamos aquí forman parte de las ponencias presentadas en la conferencia internacional. Los tres primeros son informes preparados para la conferencia, los otros fueron contribuciones escritas a la discusión. No tuvimos tiempo de presentar el “Informe sobre el período de transición”, ni de debatirlo, en la propia conferencia, pero decidimos publicar estos textos inmediatamente para continuar el debate abierto sobre este tema. Nuestra corriente no ha llegado a una homogeneidad sobre esta compleja cuestión y, en cualquier caso, a diferencia de otros grupos (incluyendo Perspectivas Revolucionarias), creemos que no corresponde a los revolucionarios crear fronteras de clase donde, la ausencia de experiencia de la clase no ha permitido que ella misma se expresara. Si bien algunos elementos revolucionarios son incapaces de asumir sus tareas en la situación actual, ya se están posicionando en términos absolutos en un tema tan complejo como el del período de transición. Creemos que sería preferible publicar estos textos para contribuir a la clarificación sin pretender resolver todos los problemas. También publicamos aquí una contribución de Perspectivas Revolucionarias sobre el período de transición -extractos elegidos por ellos de un texto más largo- que muestra sus diferencias con algunos de nuestros camaradas sobre este tema.
"¡Nace una nueva era! La época de la disolución del capitalismo, de su desintegración interna. La época de la revolución comunista del proletariado". (Plataforma de la Internacional Comunista, 4 de marzo de 1919)
Casi 54 años después de haber sido pronunciadas, estas palabras resuenan de nuevo con fuerza y amenazan al capitalismo mundial. El capitalismo decadente, que suda sangre y barro por todos sus poros, vuelve a ser acusado una vez más por toda la humanidad. ¿Los acusadores? Millones de proletarios masacrados durante dos generaciones por el capital, sumados a todos los que han perecido desde el comienzo del capitalismo; todos están allí, silenciosos y severos, son la clase obrera internacional. ¿La sentencia? Se ha pronunciado desde el principio cuando el proletariado naciente se levantó contra la explotación capitalista. Se encuentra en los intentos de Babeuf, Blanqui, la Liga de los Comunistas, que preparaban al proletariado para el asalto final. Tambien constituye el trabajo de la Primera, Segunda y Tercera Internacional. Y también es el trabajo de clarificación que la Izquierda Comunista nos dejó como legado. El acusado está condenado: la sentencia de muerte, de momento, simplemente se ha aplazado; ¡la humanidad ya no puede tolerar más retrasos!
Los últimos años han confirmado el análisis que nuestra corriente comenzó a hacer en 1967/68, y sobre la base de la crisis histórica y del desarrollo actual de la crisis.
De manera concreta, los últimos doce meses son la prueba irrefutable de las perspectivas que nuestros camaradas estadounidenses presentaron en la conferencia de hace un año. Las perspectivas que Internacionalismo esbozó para nuestra corriente incluían tres alternativas principales para la crisis del capitalismo, y es posible que las tres se desarrollen al mismo tiempo, aunque cada una de ellas a escala diferente, más o menos grande. Fue la tentativa de culpar de la crisis a otros estados capitalistas, o a los sectores más débiles del capital (incluyendo la pequeña burguesía y el campesinado) y por supuesto al proletariado.
No entraremos aquí en los detalles específicos de las manifestaciones de la crisis (lo que requeriría una presentación sistemática, nación por nación; la excelente serie de artículos publicados en los últimos números de Revolución Internacional es un ejemplo de cómo debemos lidiar con estos problemas). Aquí queremos destacar los principales aspectos de la crisis coyuntural de la actualidad, en otras palabras, trazar las tendencias generales para colocar la crisis en una perspectiva histórica totalmente vinculada al nivel de la lucha de clases internacional.
Con la saturación de los mercados que condena al capitalismo para siempre a ciclos de creciente barbarie, es de manera objetiva y material que la perspectiva de la revolución comunista se presenta como necesidad para la humanidad. Si bien es cierto que ha sido posible durante 60 años, el fracaso de los intentos comunistas pasados de derrocar al capital supone que la continuidad del capitalismo solo es posible mediante ciclos de crisis, guerras y reconstrucciones.
El mayor "boom" del capitalismo, la reconstrucción que resultó de la enorme destrucción y auto canibalización que el capitalismo realizó entre 1939/45, duró más de 20 años. Pero un "boom" en tiempos de decadencia es como hinchar a la fuerza un cuerpo vacío. Entre 1848 y 1873, la producción industrial mundial aumentó 3,5 veces. El PNB ha aumentado en un promedio del 5% (algunos países, como Japón, el doble). Sin embargo, con este crecimiento no se pudo contener el aumento de la inflación mundial, y los precios en Gran Bretaña hoy en día son aproximadamente 7,5 veces más altos que en 1945. Además, las economías de los países del Tercer Mundo no han hecho más que empeorar, y esta parte enorme del capitalismo mundial, se hunde año tras año en un abismo de deuda, desempleo, militarismo, despotismo y pobreza.
Desde los años 60, la crisis se ha manifestado en colapsos monetarios y con la reciente aparición de la inflación galopante (las dos son características de casi todos los países industriales). El sistema monetario internacional adoptado en los Acuerdos de Bretton Woods en 1944, que establecía tipos de cambio fijos frente al dólar y el precio del oro, está ahora relegado al olvido. Los grandes druidas del Fondo Monetario Internacional están dirigiendo ahora todos sus esfuerzos con el único objetivo de garantizar que no llegue una epidemia como resultado de las muertes inevitables que marcarán el futuro inmediato. ¡Una tarea desesperada! No hay red capaz de resistir el colapso del coloso capitalista. La inflación conduce inevitablemente a la recesión, a las bancarrotas, las quiebras, los despidos y el continuo recorte de sus ganancias. Estos son los aspectos inevitables del sistema capitalista de producción de hoy, y son sólo momentos del ataque permanente que el capitalismo decadente está librando contra la clase obrera mundial. La continuidad de la espiral inflacionaria sólo puede terminar con la parálisis de todo el mercado mundial y con un colapso internacional, cuyas consecuencias teme la burguesía.
Aunque el período 1972/73 parecía marcar un equilibrio relativo de la economía mundial, en realidad sólo ha sido una breve pausa para las grandes potencias imperialistas a expensas de sus rivales más débiles. La intensificación de las guerras comerciales no declaradas, las devaluaciones de precios y la lenta desintegración de las uniones aduaneras demuestran que este período fue solo un intento, de los países capitalistas más avanzados, de alcanzar un cierto grado de equilibrio antes de la llegada de un deterioro cada vez peor, a escala internacional. Antes 1914 y ahora 1975, anuncian un colapso aún más catastrófico, y sobre todo el final del período de prosperidad experimentado por algunas capitales nacionales durante los últimos dos años.
Hoy en día, la economía mundial está sumida en una profunda recesión. En 1974 el crecimiento no hizo más que reducirse y el comercio internacional desacelerarse. El PNB de EE. UU. cayó un 2% en el 73 y sigue cayendo. El de Gran Bretaña se está estancando y el de Japón ha registrado un descenso del 3%. En muchos países el pánico está creciendo por la caída de muchas pequeñas y medianas empresas. En Gran Bretaña es una enfermedad crónica que afecta incluso a grandes empresas, incluso multinacionales (empresas de transporte, navieras, automóviles, etc.). Sectores clave como la construcción, la construcción, las aerolíneas, la electrónica, la automoción, los textiles, las máquinas herramienta y el acero en la actualidad se enfrentan a dificultades cada vez mayores. El aumento de los precios del petróleo se sumó a los problemas insolubles de la recesión del capitalismo, agregando un déficit general de 60 mil millones de dólares a la balanza de pagos, en un solo año. A través de los vacilantes mecanismos del FMI, los "druidas" del capital están tratando de "reciclar" algunas de las ganancias provenientes de los países productores de petróleo, como si tales medidas "deflacionarias" pudieran servir para otra cosa diferente que la de llevar el petróleo a una espiral inflacionaria. Las deudas de las empresas industriales se han duplicado desde 1965 y, desde 1970, las tasas de crecimiento de los países capitalistas han disminuido constantemente o han mostrado claramente su naturaleza de creación artificial de demanda que se convierte en déficit. Las previsiones para 1975 no van más allá de una escasa tasa de crecimiento anual del 1,9% para los países de la OCDE (incluidos los Estados Unidos).
Aunque la situación es crítica para el capitalismo mundial, diferentes mecanismos de intervención del Estado han ayudado a disminuir la crisis al generalizar inmediatamente estas medidas, ante las peores consecuencias (como los despidos masivos). Esto se ha logrado a través de subsidios -en ocasiones de forma masiva- y la financiación de déficits a través del endeudamiento en el sistema bancario. Estos mecanismos son absolutamente incapaces de permitir realizar toda la plusvalía general que el capital necesita acumular. La única fuente que puede ofrecer tales ingresos son los ataques a la clase mediante programas de austeridad (como congelaciones salariales, recortes en los servicios sociales, impuestos, etc.). Todos estos procesos, que son sólo medidas destinadas a poner parches de urgencia, intensifican la crisis, ya sea trasladándola al terreno político (es decir, que se exprese en la lucha de clases) o acelerando el torbellino inflacionario, que ahora es imparable. Todos los mecanismos habituales puestos en marcha por el capitalismo para "detener" la crisis constituyen la continuación lógica de la lucha desesperada que el capitalismo decadente ha estado librando contra su propia descomposición desde principios de siglo. Sobre esta cuestión ya hemos escrito anteriormente:
"Las causas profundas de la crisis actual se encuentran en el estancamiento histórico en el que se encuentra el modo de producción capitalista desde la Primera Guerra Mundial: las grandes potencias capitalistas han dividido el mundo por completo y ya no hay mercados suficientes para permitir la expansión del capital; de ahora en adelante, en ausencia de una revolución proletaria victoriosa, única alternativa real a la crisis, el sistema sobrevive gracias al ciclo recurrente de crisis-guerra reconstrucción, nueva crisis, otra guerra, etc." (Sobreproducción e inflación, RI n°6).
Cuando el actual ministro de agricultura de los Estados Unidos informó recientemente sobre la crisis en la agricultura americana, admitió: "La única manera que tenemos para mantener la producción agrícola total de este país, es tener un mercado de exportación poderoso. No podemos consumir dentro del país toda la producción de nuestra agricultura". Este fiel perro guardián ladró, por una vez, honestamente, al igual que todos sus colegas alemanes, japoneses, ingleses, rusos o franceses. Todos los capitales nacionales de cualquier parte del mundo están tratando de introducirse en los mercados de las demás. Como sucedía con el rey Midas, están llenos de oro, ¡pero no pueden comer ni siquiera un trozo de pan! La necesidad de realización de la plusvalía no es posible satisfacerla. Al mismo tiempo, los dirigentes rusos han buscado los tratados nacionales que les resultan más favorables[1] para penetrar en los mercados estadounidenses y adquirir lo que les falta (tecnología, créditos, etc.) con el fin de aumentar su propia capacidad productiva y competitividad en el mercado mundial. Del mismo modo, los sectores del capital estadounidense que comprenden el lamentable estado de su capital nacional están buscando desesperadamente penetrar en los mercados rusos. Estos intentos acaban siempre y en todas partes, como la insaciabilidad de Midas; este pobre hombre era solo un dueño de esclavos, ¡estos capitalistas, por su parte, son verdaderos vampiros! Habiendo sangrado a sus víctimas hasta la última gota, corren hacia otras víctimas, ¡solo para darse cuenta de que otros habían llegado a la escena antes que ellos!
La coyuntural crisis actual contiene un factor importante, inherente al capitalismo decadente: la tendencia hacia el capitalismo de Estado. El colapso y la crisis de 1929 fue un colapso catastrófico que tuvo lugar después de años de estancamiento y de vanos intentos de recuperación de los países capitalistas avanzados, a pesar de un significativo crecimiento en los años anteriores al 14. La tendencia hacia el capitalismo de Estado ya presente en el 29 no estaba todavía lo suficientemente desarrollada como para servir de amortiguador de las crisis globales.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la tendencia hacia el capitalismo de Estado fue adoptada consciente y deliberadamente por muchos gobiernos capitalistas, si bien en realidad al ser una tendencia implícita del capitalismo decadente, de una u otra manera se hizo patente en todos los países. La economía del despilfarro mediante la producción de medios inútiles para la producción o el consumo (armamentos, etc.) y financiada en gran medida por el gasto inflacionario, osea por la deuda, se consideraba una solución a muchos problemas de estancamiento y sobreproducción. La producción estructural de este tipo de mercancías, o más precisamente el consumo improductivo y dilapidación de plusvalía, se convirtió en una característica económica innegable después de 1945, siendo uno de los instrumentos fundamentales que estaba en la base de la llamada "prosperidad" del período de posguerra. Los países destruidos por la guerra que tuvieron recuperaciones "milagrosas" (Alemania, Italia, Japón), fue posible porque permitió a los vencedores, reconstruir y reorganizar un mercado mundial destruido y despedazado por la guerra. El mercado mundial volvía a dar un impulso a la vida por medio de la destrucción y de 55 millones de víctimas. Otro efecto del periodo (quizás de menor importancia) fue el que muchos autoproclamados "Apóstoles" abandonaron definitivamente el terreno marxista para creer en este "milagro" de la recuperación y proclamar el "fin" de las crisis económicas. De hecho, este "prejuicio" fue una bendición para la sociología burguesa, todo está bien cuando bien termina. Pero muy pocos milagros parecen sobrevivir a los primeros ataques de las crisis crecientes. El ritmo y la intensidad de la crisis actual parecen confirmar los análisis que nuestra tendencia hizo hace 9 años. El "boom" de los años de posguerra ha terminado, dijimos, y el sistema capitalista mundial está entrando en un largo período de crisis que se desarrollará aún más. Los puntos de referencia (en estrecha relación entre sí) que nos habían servido para evaluar el ritmo de la crisis aparecen de forma simultánea y mucho más intensa:
1° - La caída masiva del comercio internacional
2° - Guerras comerciales ("dumping", etc.) entre capitales nacionales
3° - Medidas proteccionistas y colapso de las uniones aduaneras
4° - La vuelta a la autarquía
5° - La disminución de la producción
6° - El considerable aumento del desempleo
7° - Los ataques a los salarios reales de los trabajadores y a su nivel de vida
En ocasiones, la convergencia de varios de estos puntos puede provocar una depresión importante en algunos países, como Inglaterra, Italia, Portugal o España. Es una posibilidad que no negamos. Sin embargo, aunque tal desastre sacude irreparablemente la economía mundial (la inversión británica y las actividades comerciales en el extranjero solo representan 20 mil millones de dólares), el sistema capitalista mundial aún puede mantenerse, siempre y cuando se garantice un mínimo de producción en algunos países avanzados como los Estados Unidos, Alemania, Japón o los países del Este. Estas cuestiones obviamente tienden a afectar a todo el sistema capitalista, y las crisis de hoy son inevitablemente crisis globales. Pero por las razones que hemos esbozado anteriormente, tenemos razones para creer que la crisis se extenderá, con convulsiones, en dientes de sierra, pero su movimiento se parecerá más al movimiento de rebote de una pelota que a una caída repentina e inesperada. Incluso el colapso de una economía nacional no significaría necesariamente que todos los capitalistas en bancarrota se suicidarían, como dijo Rosa Luxemburgo en un contexto ligeramente diferente. Para que tal cosa suceda, la personificación del capital nacional, el Estado, tendría que ser destruido: y sólo podrá ser destruido por el proletariado revolucionario.
A nivel político, las consecuencias de la crisis son explosivas y van muy lejos. A medida que la crisis se profundice, la clase capitalista mundial avivará las llamas de la guerra. Las "pequeñas" guerras interminables de los últimos 25 años continuarán (Vietnam, Camboya, Chipre, India, Medio Oriente, etc.). Sin embargo, a medida que la descomposición crónica del Tercer Mundo se extiende a los centros del capitalismo en tiempos de crisis, la llamada a la guerra se fusiona con estos otros dos gritos de guerra de la burguesía: ¡AUSTERIDAD y EXPORTACIÓN, EXPORTACIÓN! Este ataque a la clase obrera significa que la burguesía está tratando de hacer que el proletariado pague el solo toda la crisis, con su sudor y sus lágrimas. En tales condiciones, el nivel de vida de la clase trabajadora, ya brutalmente disminuido por la inflación, se reducirá aún más por la austeridad y el esfuerzo para que sean posibles las exportaciones. La desmoralización psicológica provocada por la perspectiva de la guerra contribuye a fragmentar diferentes sectores del proletariado y los prepara para aceptar una economía de guerra, con todas las consecuencias que implica para la futura revolución proletaria. La burguesía sabe que la única solución a sus crisis es tener un proletariado derrotado, un proletariado incapaz de resistir los ciclos infernales del capitalismo decadente. Que sea incapaz de resistir la intensificación sistemática de la tasa de explotación, el aumento considerable del desempleo, como es el caso de Inglaterra, Alemania, los Estados Unidos, etc. También estamos tratando de aplicar otras medidas draconianas, como los recortes salariales "voluntarios", la semana de tres días, semanas enteras de desempleo técnico, la expulsión de trabajadores "extranjeros", el aumento de la velocidad de la cadencia de los ciclos, los frenos a los servicios sociales. No es necesario decir que estas medidas son glorificadas diariamente en los "medios" burgueses (prensa, televisión, periódicos, etc.).
Pero, a pesar de su severidad, estas medidas no son nada comparadas con lo que la burguesía todavía tiene pendientes para nosotros. No hay crimen, ni monstruosidad, ni mentira, ni engaño que haga retroceder a la clase capitalista en su campaña contra su enemigo mortal: el proletariado. Si la burguesía, en esta etapa, no se atreve a masacrar al proletariado, es porque duda y tiene miedo. El proletariado, este gigante que despierta, sale del período de reconstrucción sin ser derrotado, y proyecta la imagen de una clase que no tiene nada que perder y un mundo que ganar. La lucha será larga y a escala mundial antes de que la burguesía pueda imponer su solución capitalista definitiva: una nueva guerra mundial.
Esto explica la vacilación mostrada por ciertos sectores de la burguesía en sus relaciones con el proletariado. Algunos, asustados por los peligros del desempleo masivo provocado por una recesión creciente, están tratando de aumentar la demanda de los consumidores recortando los impuestos individuales (Ford ha propuesto eliminar 16 millones de dólares en impuestos) o restaurando las armas de vieja producción. Pero todas estas medidas "antiinflacionarias" terminan agravando el peso de la inflación y, en última instancia, solo aceleran la tendencia a la baja. Ante la disminución de la producción que acompaña a la inflación galopante, e incapaz de reducir la caída de su tasa de ganancia, dada la ausencia de un mercado, la burguesía finalmente se verá obligada a enfrentarse al proletariado en una lucha a muerte.
Pero la burguesía también aumentó la confianza en sí misma tras el "boom" de la posguerra. Los tópicos autosatisfechos de Daniel Bells, Bookchins y Cardan sobre un capitalismo "moderno" libre de crisis, tienen sus raíces en el estiércol del período de crecimiento y reconstrucción. Aferrada al Estado, este aparato que supervisó directamente el período de reconstrucción, y cuyas técnicas de intervención se han perfeccionado en 60 años de decadencia, la burguesía puede perder la confianza que tenía durante el período de reconstrucción, incluso puede entrar en pánico y desesperarse, pero aun así no sería derrotada. Mientras pueda contar con las mistificaciones de la "unidad nacional", la confianza en sí misma puede permanecer intacta. Pero las relaciones de clase tienden a endurecerse en tiempos de crisis y a adquirir un carácter irreconciliable.
En tales condiciones, el Estado debe aparecer como "imparcial", para poder mistificar en mejores condiciones a la clase obrera. Las intervenciones estatales en esos momentos deben mitigar los insolubles callejones sin salida tanto políticos como sociales que la burguesía tiene que enfrentar; el Estado debe dar la impresión de que actúa en nombre de "todos", patrones, pequeñoburgueses y trabajadores. Debe dar la apariencia de poseer los nobles atributos de un "árbitro" y así obtener la legitimidad necesaria para aplastar a la clase obrera y mantener las relaciones de producción existentes.
Las fracciones de izquierda del capital (estalinistas, socialdemócratas, los sindicatos y sus partidarios "críticos" trotskistas, maoístas o anarquistas) se preparan para asumir esta tarea, para asumir el papel de guardianes del Estado. Son los únicos que pueden hacerse pasar por representantes de la clase obrera, de los "débiles", de los "pobres". Esto es debido a que la clase obrera no está derrotada por lo que debe ser persuadida para aceptar recortes salariales y otras medidas, que sólo la izquierda puede constituir un medio real de introducir una mayor centralización estatal, nacionalizaciones y despotismo, como lo demuestran los ejemplos del Chile de Allende o Portugal.
En un capitalismo decadente, la tendencia es hacia las crisis y la guerra, y no hay fuerza en la sociedad que pueda poner fin al ciclo asesino de la barbarie, excepto el proletariado. A primera vista, parece que, en el futuro inmediato, la guerra es el único camino que puede salvar a la burguesía. El hecho de que el proletariado no tenga una organización permanente de masas podría ser una señal de que está indefenso contra la tormenta del chovinismo que precede a una nueva guerra mundial. Pero la burguesía sabe que esto no es cierto. Sabe a través de sus sindicatos que el proletariado sigue siendo una clase revolucionaria a pesar de la ausencia de una organización proletaria de masas. Los sindicatos conocen este hecho básico desde hace mucho tiempo, y su papel es cortar de raíz cualquier movimiento obrero autónomo. En cualquier movilización autónoma del proletariado, creen ver que apunta a la hidra de la revolución. ¡Y este es el principal obstáculo para los designios criminales de la burguesía! Antes de que la burguesía pueda movilizarse con éxito para la guerra, la clase obrera debe ser derrotada. Hasta entonces, hay que tener mucho cuidado. De hecho, a la burguesía le resulta difícil movilizar al proletariado detrás de consignas de "austeridad" y "vayamos todos juntos". Políticamente, los fascistas y los antifascistas no han tenido más éxito que la policía del capital. Las nuevas ideologías que crea el capitalismo parecen encontrar una resonancia estable en las filas de la pequeña burguesía, pero no en la clase obrera. No es casualidad que ideologías reaccionarias como el crecimiento cero, la xenofobia, la liberación sexual y sus contrapartes (como el fortalecimiento del matrimonio y "menos sexo"), así como otras, parezcan estar concentradas la mayor parte del tiempo entre las capas pequeñoburguesas. Hoy está claro que ya no hay una sola manera de justificar racionalmente ante el proletariado la continuación de las relaciones sociales capitalistas.
El hecho de que la clase obrera no tenga hoy una organización de masas permanente tiene varias consecuencias. La clase obrera no está encuadrada mediante las enormes organizaciones reformistas de su pasado como fue el caso en 14-23. Por lo tanto, las lecciones del período actual pueden ser asimiladas más rápidamente de lo que fue posible durante y después de la Primera Guerra Mundial. La conciencia de que sólo las soluciones comunistas pueden dar sentido a las luchas salariales y a las luchas por las condiciones de vida pueden aparecer de manera más aguda y clara, dado que cualquier "victoria" económica es inmediatamente asimilada por la crisis, dejando a los trabajadores en la misma situación, previa a la “victoria”, o incluso peor. Como dijo Marx, la humanidad sólo plantea los problemas que puede resolver. Si el proletariado se enfrenta a la crisis sin una organización reformista de masas de carácter permanente, que condiciona su autonomía, este hecho tiene necesariamente aspectos positivos.
Mientras la crisis no se haya profundizado hasta el punto de enfrentarse inevitablemente al derrocamiento revolucionario del capitalismo, mientras todo el proletariado no plantee la revolución como su objetivo inmediato, todas las instituciones temporales que surgen de la lucha de clases (comités de huelga, asambleas generales) son inevitablemente integradas o recuperadas por el capital, cuando intentan convertirse en organizaciones permanentes. Este es un proceso objetivo inevitable, una de las características de la decadencia del capitalismo. La clase obrera tarde o temprano se enfrentará al hecho de que cualquier comité de huelga, cualquier "comisión obrera", en la actualidad tiende a convertirse en un órgano de capital. Los trabajadores de Barcelona y del norte de España parecen conscientes de este hecho. En Inglaterra, miles de trabajadores sospechan casi instintivamente de los comités de huelga dominados por delegados sindicales. En los Estados Unidos, los trabajadores toleran a los líderes sindicales de izquierda o radicales, pero solo los tontos podrían ver en esta tolerancia una lealtad permanente al sindicalismo, o una consecuencia de las luchas salariales.
Los trabajadores luchan cada día, y más aún en los momentos de crisis, porque el proletariado como clase no sea integrado en el capitalismo. Esto es así porque el proletariado es una clase explotada y es la única clase productiva en la sociedad capitalista. En consecuencia, el proletariado sólo puede luchar para afirmarse contra las condiciones intolerables que el capitalismo le obliga a soportar. No importa lo que el proletariado piensa de sí mismo en lo inmediato. lo importante es lo que es, su condición de clase histórica revolucionaria. Y es la objetividad de esta realidad la que hará posible la toma de conciencia comunista de la clase obrera. No importa que los modernistas se rían de esto. Por su parte, el proletariado no tiene otro camino que tomar, ni otro camino de aprendizaje que el trazado por el “Calvario” de la sociedad burguesa.
El proletariado necesita el tiempo que le ofrece los períodos de crisis para poder luchar y comprender su posición en la sociedad mundial. Este entendimiento no puede llegar de repente a toda la clase. La clase tendrá que desarrollar combates, en muchas ocasiones durante el próximo período, y muchas veces tendrá que retirarse y retroceder, aparentemente derrotada. Pero al final, ningún muro puede resistir los continuos asaltos de la ola proletaria, y mucho menos cuando el muro se desintegra por sí solo. Pero mientras el proletariado combate dado el carácter permanente de la crisis, la burguesía usará todas sus cartas para hundirlo en la confusión para desbaratar y derrotar los esfuerzos de la clase obrera. El destino de la humanidad depende del resultado final de esta confrontación. Mientras tanto la burguesía tendrá que hacer, obligatoriamente, todo lo posible para debilitar las tendencias proletarias dirigidas hacia su reagrupamiento mundial. El proletariado fortalecerá la capacidad de establecer una continuidad directa en su lucha, a pesar de todas las divisiones y mistificaciones de los sindicatos, la izquierda, los gobiernos, etc. No hay organización capitalista que pueda resistir una ola casi continua de huelgas y autoactividad del proletariado sin inmutarse y darse cuenta del peligro que la lucha del proletariado supone para ella. Así, la clase en su conjunto comenzará a reapropiarse de la lucha comunista y profundizará su conciencia global en las confrontaciones reales. El tiempo de las acciones masivas de la clase continuará, y tendrá en su haber más y más lecciones aprendidas. Esto no debe descuidarse, ya que las únicas armas del arsenal proletario son su conciencia y su capacidad de organizarse de forma autónoma.
Los comunistas sólo pueden aprovechar para el proletariado las cuestiones que se presentan debido a la profundización de la crisis. La posibilidad de la revolución comunista aparece una vez más a nivel coyuntural como expresión de la decadencia histórica de la sociedad burguesa. Nuestras tareas serán necesariamente más amplias y complejas y el proceso hacia la formación del partido se acelerará directamente como resultado de nuestra actividad actual. El desarrollo gradual de la crisis en este período también nos permitirá reagruparnos mejor, galvanizar nuestras fuerzas a nivel internacional. La tendencia indiscutible de los grupos comunistas de hoy es ante todo buscar un reagrupamiento internacional de fuerzas. Los agrupamientos a nivel internacional no son etapas formales previas a una verdadera constitución internacional. Formalizar el curso del reagrupamiento de esta manera en un esquema estéril y localista significaría volver a las concepciones socialdemócratas de las "secciones nacionales" y otros gradualismos de izquierda. Sólo a nivel mundial podemos llevar a cabo nuestro trabajo preparatorio, profundizar nuestra comprensión teórica y defender nuestra plataforma en las luchas de la clase obrera.
Nuestra corriente se encontrará cada vez más confrontada de manera sistemática con una inmensa cantidad de trabajo de carácter organizativo, para contribuir a la formación y fortalecimiento de futuros grupos comunistas. En estrecha colaboración con ellos, nuestra corriente tendrá que ser capaz de intervenir con más cohesión y de forma internacional en todos los acontecimientos que se vayan a presentar en el próximo periodo. Pero nuestra función específica ya no es "organizar técnicamente" huelgas u otras acciones de clase, sino enfatizar paciente y enérgicamente, lo más claramente posible, las implicaciones de la lucha autónoma del proletariado y la necesidad de la revolución comunista. Estamos aquí para defender las conquistas programáticas de todo el movimiento obrero y esta tarea sólo puede ser profundizada por el trabajo militante y unido dondequiera que la clase manifieste una movilización por sus propios intereses y cuando estos intereses se vean directamente amenazados por los ataques del capital.
Las perspectivas que “Révolution Internationale” había presentado para nuestra corriente en enero de 1974 no tenían en cuenta de este aspecto primordial, el autor no veía claramente nuestras necesidades organizativas y minimizaba así su importancia. Esto se puede atribuir a la relativa inmadurez de nuestra corriente, con respecto a las implicaciones concretas de nuestra actividad, tanto con respecto la clase como respecto a nosotros mismos. Hoy podemos examinar la cuestión del reagrupamiento y el partido sobre una base más sólida. Para nosotros, un acuerdo programático debe ir acompañado de un acuerdo organizativo, de una perspectiva de “actividad” al interior de un marco de reagrupamiento mundial. Debemos evitar y distanciarnos a los "activistas" que quieren “intervenir" sin tener una comprensión clara de lo que es un trabajo de reagrupamiento mundial. La construcción de una corriente comunista internacional es un calvario amargo para tales activistas. El acuerdo sobre este punto debe demostrarse con hechos y actitudes, no sólo con palabras. Nuestra corriente ya se ha encontrado con muchas sectas que, como los centristas de ayer, son "en principio" una agrupación comunista (un sentimiento encomiable como lo es un acuerdo "de principio" sobre la fraternidad entre los hombres o la justicia eterna), pero solo lo son de manera formal. En la práctica, estas sectas sabotean la agrupación o cualquier movimiento significativo en esa dirección, invocando puntos secundarios o trivialidades que las diferencian de nosotros.
Así como a nuestra corriente no se interesa por los modernistas que anuncian a la clase obrera su integración en el capital, tampoco necesitamos confusionistas que, en la práctica, solo promueven la desmoralización y la dispersión localista. Es producto de nuestra evolución si nuestra Conferencia no invita a tales elementos. El proceso de reagrupamiento comenzó en el 70, pero nuestra corriente ya ha servido de polarización para muchos grupos o tendencias que después, en su mayoría, se han desmoronado organizativa y teóricamente. En estos se incluyen grupos surgidos en ruptura con S o B, diletantes del género Barrot, y de similares “iluminados” del modernismo. Hoy, nuestra corriente ya ha recorrido un largo camino, y podemos estar seguros de que, en muchos aspectos, el camino por delante será cada vez más difícil. Pero con respecto al período pasado de aclaración de las cuestiones teóricas esenciales y básicas, podemos concluir que este período está llegando a su fin. El espectáculo de las sectas "ultraizquierdistas" de hoy, hundiéndose en el modernismo y el olvido de las adquisiones, es una confirmación trágica pero inevitable de este pronóstico.
REVOLUCIÓN INTERNACIONAL
Enero de 1975
[1]Es decir: acuerdos preferenciales para la exportación a los Estados Unidos
Artículo publicado en nuestra primera Revista Internacional (1975) donde se abordan los problemas del periodo de transición del capitalismo al comunismo iniciado por la Revolución Proletaria Mundial. El tema del periodo de transición exige la mayor prudencia. La cantidad de cuestiones que se plantean es enorme, pero sobre todo la novedad y la complejidad de los problemas que se plantearán al proletariado impiden que se elaboren de antemano los planes de la sociedad futura. Marx se negaba ya a "dar recetas para las cazuelas del porvenir" y Rosa Luxemburgo insistía en que "solo tenemos postes indicadores, y son esencialmente negativos".
Claro está que la experiencia histórica de la clase (la Comuna de 1871, 1905, 1917-23) y la de la contrarrevolución nos dan luces sobre esos problemas, pero no por eso podemos pretender resolverlos de antemano. Lo que podemos hacer es ver el marco general en el que se plantean.
El estancamiento del modo asiático no permitió por ejemplo su superación hacia otro modo de producción. La antigua Grecia no conoció las condiciones históricas para superar el esclavismo, como tampoco el Egipto antiguo.
Decadencia solo significa el agotamiento del antiguo modo de producción social. Transición significa aparición de fuerzas y nuevas condiciones que permitan sobrepasar la antigua sociedad y resolver sus contradicciones.
Para poder hacer resaltar el carácter del periodo de transición del capitalismo al comunismo y lo que lo distingue de todos los que le han precedido, hemos de apoyarnos en una idea fundamental: un periodo de transición se define por la nueva sociedad que va a nacer y es en cierto sentido una muestra o anticipo de ella. Es entonces necesario poner de relieve las diferencias fundamentales que distinguen la sociedad comunista de las demás.
El periodo de transición hacia el comunismo está impregnado constantemente por la sociedad en la que nace, o sea, está impregnado por la prehistoria de la humanidad y también por la sociedad de la que el período de transición es portador, o sea, por la historia nueva de la sociedad humana. Eso es lo que distingue el período de transición hacia el comunismo de todos los periodos de transición anteriores.
A) Los periodos de transición anteriores
Hasta ahora, los periodos de transición tuvieron en común el haberse desarrollado en el corazón mismo de la antigua sociedad. El reconocimiento y la proclamación definitiva de la nueva sociedad, sancionado por el salto de la revolución, viene al cabo de un proceso transitorio. Eso por dos razones:
B) El periodo de transición hacia el comunismo
C) Lo que distingue el periodo de transición hacia el comunismo
En consecuencia se pueden sacar unas conclusiones:
«La conquista del poder político se ha vuelto el primer deber de la clase obrera» (Marx, "Llamamiento inaugural de la AIT").
a) La generalización mundial de la revolución es la condición previa a la apertura del periodo de transición. De esta generalización depende toda la cuestión de las medidas económicas y sociales, guardémonos de hablar de "socializaciones", aisladas en un país, una región, una fábrica o cualquier grupo de hombres. Aun después del primer triunfo del proletariado, el capitalismo sigue su resistencia con la guerra civil. Durante ese periodo, todo depende de la destrucción de la fuerza del capitalismo. Ese primer objetivo condiciona la evolución hacia el futuro.
b) Una única clase es portadora del comunismo: el proletariado. Otras pueden estar implicadas en la lucha que lleva el proletariado contra el capitalismo, pero como clases no pueden ser protagonistas o portadoras del comunismo. Por eso hemos de subrayar un elemento esencial: la necesidad que tiene el proletariado de no confundirse ni disolverse entre las demás clases. Durante el periodo de transición, en tanto que clase revolucionaria históricamente responsable de la tarea de crear una sociedad sin clases, el proletariado solo puede asumirla afirmándose como clase autónoma y políticamente dominante de la sociedad. Él solo tiene un programa del comunismo que intenta realizar y para ello ha de conservar en sus manos toda la fuerza política y toda la fuerza armada: tiene el monopolio de las armas.
Para llevarlo a cabo, se organiza en estructuras organizadas, los Consejos Obreros basados en las fábricas, y el Partido revolucionario.
La dictadura del proletariado puede entonces resumirse así:
c) ¿Cuales son las relaciones del proletariado con las demás clases de la sociedad?
Aunque la clase obrera tenga la obligación de tomar en cuenta a esas clases en la vida económica y administrativa, no deberá darles la posibilidad de una organización autónoma (prensa, partido, etc.). Esas clases y capas sociales numerosas tendrán que ser integradas en un sistema de administración soviético territorial. Sus miembros se integrarán en la sociedad como ciudadanos, no como clases.
d) La sociedad transitoria sigue siendo una sociedad dividida en clases y, como tal, hace surgir necesariamente esa institución propia de todas las sociedades divididas en clases: el Estado.
Con todas las amputaciones y medidas de precaución que se han de imponer a esa institución (funcionarios elegidos y revocables, sueldos iguales a los de los obreros, unificación entre legislativo y ejecutivo, etc.) y que reducen ese Estado a ser un semi-Estado, nunca se ha de perder de vista su carácter histórico anticomunista y por lo tanto antiproletario, esencialmente conservador: el Estado sigue siendo el guardián del statu quo.
Si reconocemos la inevitabilidad de esa institución que el proletariado tendrá que utilizar como un mal necesario, tanto para acabar con la resistencia de la clase capitalista derrocada como para preservar un marco administrativo y político unido a una sociedad que sigue desgarrada por intereses de clases, hemos de rechazar categóricamente la idea de transformar ese Estado en bandera y motor del comunismo. Ese Estado sigue siendo esencialmente un órgano de conservación del statu quo y un freno para el comunismo. No hemos entonces de identificarlo al comunismo ni a la clase que lo lleva en sí, el proletariado. Por definición, el proletariado es la clase más dinámica de la historia puesto que conlleva la desaparición de todas las clases en su lucha por su propia emancipación. Por ello, aun utilizando el Estado, el proletariado expresa su dictadura no a través de él, sino sobre él. Por ello igualmente, el proletariado no ha de reconocer el menor derecho a esa institución de intervenir por la violencia en la clase obrera ni a arbitrar las discusiones de los organismos de la clase, consejos y partido revolucionario.
e) En el terreno económico, el periodo de transición consiste en ser una política económica (y no una economía política) del proletariado con vistas a acelerar el proceso de socialización universal de la producción y de la distribución. Ese programa del comunismo integral a todos sus niveles, aun siendo la meta afirmada y buscada por la clase obrera, aun estará durante el periodo de transición limitado en su realización por las condiciones inmediatas, coyunturales, contingentes, que no se pueden ignorar so pena de caer en un voluntarismo utópico. El proletariado intentará inmediatamente conquistar un máximo de realizaciones posibles reconociendo también la necesidad de concesiones inevitables que tendrá que soportar. Dos escollos amenazan esa política:
Sin tener la pretensión de hacer un plan detallado de esas medidas, podemos ya prever las líneas generales:
M.C. 1975
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La necesidad que empuja a los comunistas a luchar por la máxima claridad y coherencia con respecto a las tareas revolucionarias del proletariado se deriva de la naturaleza única de la revolución proletaria. Mientras que la revolución burguesa (Gran Bretaña, Francia, etc.) constituyó, fundamentalmente, la coronación política de la dominación económica burguesa sobre la sociedad que se había extendido paulatina y firmemente sobre los vestigios de la decadente sociedad feudal, el proletariado no detenta ningún poder económico dentro del capitalismo y, en el período de decadencia, ninguna organización permanente propia. Las únicas armas que puede utilizar son su conciencia de clase y su capacidad para organizar su propia actividad revolucionaria. Y una vez arrebatado el poder de manos de la burguesía, se abre ante ella la inmensa tarea de construir conscientemente un nuevo orden social.
La sociedad capitalista, como todas las sociedades de clases, creció independientemente de la voluntad de los hombres, a través de un lento proceso "inconsciente", regido por leyes y fuerzas que no estaban sujetas al control humano. Y la revolución burguesa simplemente asumió la tarea de expulsar las superestructuras feudales que impedían la generalización de estas leyes. Hoy, es la naturaleza misma de estas leyes, su carácter ciego, anárquico y mercantil, lo que amenaza con llevar a la ruina a la civilización humana. Pero a pesar del carácter aparentemente inmutable de estas leyes, ellas son, en última instancia, sólo la expresión de las relaciones sociales que los hombres han creado. La revolución proletaria significa un asalto sistemático a las relaciones sociales existentes ligadas a las leyes despiadadas del capital. Sólo puede ser un asalto consciente porque es precisamente el carácter inconsciente y descontrolado del capital lo que la revolución trata de destruir; y el sistema social que el proletariado construirá sobre las ruinas del capitalismo constituye la primera sociedad en la que el género humano ejercerá un control racional y consciente sobre las fuerzas productivas y sobre toda la actividad social humana.
Lo que obliga al proletariado a confrontar y destruir las relaciones sociales del capital -trabajo asalariado, producción generalizada de mercancías- es que éstas han entrado en conflicto abierto con las fuerzas productivas, ya sean las necesidades materiales del proletariado o las fuerzas productivas de la sociedad humana en su conjunto. La decadencia de las relaciones sociales que dominan al proletariado lo lleva a darse como primera tarea, en nuestro tiempo, la destrucción de estas relaciones y la instauración de otras nuevas. Por lo tanto, su tarea no consiste en reformar, reorganizar o gobernar el capital, sino en liquidarlo para siempre. La decadencia significa simplemente que las fuerzas productivas ya no pueden desarrollarse en interés de la humanidad mientras permanezcan bajo el yugo del capital, y que el verdadero desarrollo sólo puede tener lugar en las relaciones de producción comunistas.
El materialismo histórico no deja lugar a un modo de producción transitorio entre el capitalismo y el comunismo.
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de la que nació”. (Marx, Crítica del Programa de Gotha).
Estamos ante un período de transición en el que el comunismo emerge, en los violentos dolores del parto, de la sociedad capitalista, un comunismo en constante lucha contra los vestigios de la vieja sociedad, un comunismo que se esfuerza constantemente por desarrollar sus propios fundamentos, los fundamentos de una etapa más avanzada del comunismo, del reinado de la libertad, de la sociedad sin clases.
Pero el movimiento hacia la abolición de las clases es un movimiento dirigido conscientemente, y la conciencia que lo guía hacia su meta final pertenece a una sola clase comunista, el proletariado. El comunismo no es un simple impulso inconsciente cuyo fin es la negación de las relaciones de mercado, y que descubriría, por casualidad, que el Estado capitalista es su guardián, que debe ser destruido para alcanzar el comunismo. El comunismo es un movimiento del proletariado que establece un programa político; este programa reconoce claramente de antemano en el Estado burgués al defensor de las relaciones sociales capitalistas; este programa defiende sistemáticamente que la destrucción del poder político de la burguesía es un requisito previo para la transformación comunista. En esto, la revolución proletaria se desarrolla según un patrón contrario al de la revolución burguesa: la revolución social emprendida por el proletariado sólo puede despegar después de la conquista política del poder por la clase obrera. Dado que el capital es una relación global, la revolución comunista sólo puede desarrollarse a escala mundial. La naturaleza global del proletariado y de la burguesía hace que la toma del poder por parte de los trabajadores de un país lleve a una guerra civil mundial contra la burguesía. Hasta que ella sea victoriosa; hasta que el proletariado no haya conquistado el poder en todo el mundo, no podemos hablar realmente de un período de transición, mucho menos de una transformación comunista.
Durante el período de la guerra civil mundial, la producción, aun cuando esté bajo la dirección del proletariado, no es una producción centrada principalmente en las necesidades humanas, que será el sello distintivo de la producción comunista. Durante este período, la producción, como todo lo demás, está subordinada a las necesidades de la guerra civil, a la imperiosa necesidad de extender y afianzar la revolución internacional. Incluso si el proletariado puede eliminar muchas de las características formales de las relaciones capitalistas, mientras se arma y produce para la guerra civil, uno no podría llamar comunismo puro y simple a una economía orientada a la guerra. Mientras exista el capitalismo en alguna parte del mundo, sus leyes seguirán determinando el contenido real de las relaciones de producción en todas partes.
Incluso si el proletariado de un país se deshace de la forma de trabajo asalariado y comienza a racionar todo lo que produce, sin ningún tipo de intermediario monetario, el ritmo de producción y distribución en este bastión proletario sigue estando a merced de la dominación capital global, de la ley del valor global. Al menor reflujo del movimiento revolucionario, estas medidas serían rápidamente socavadas y comenzarían a regresar a las relaciones salariales capitalistas en toda su brutalidad, sin que los proletarios dejaran de ser parte de la clase explotada. Pretender que es posible crear islas de comunismo cuando la burguesía todavía tiene el poder a escala mundial es intentar mistificar a la clase obrera y desviarla de su tarea fundamental: la eliminación total del poder burgués.
Esto no significa, sin embargo, que, en su lucha por el poder político, el proletariado se abstenga de tomar medidas económicas cuyo objetivo sea socavar el poder del capital. Menos aún que el proletariado tiene que apoderarse de la economía capitalista y utilizarla para sus propios fines. Así como la Comuna de París demostró que el proletariado no puede tomar el control de la maquinaria estatal capitalista, la revolución rusa reveló que es imposible que la clase obrera se mantenga indefinidamente "a la cabeza" de una economía capitalista. En última instancia, esto significa que el proletariado debe emprender un proceso de destrucción del capital global si quiere conservar el poder en alguna parte, pero que este proceso comienza en el acto: la clase obrera debe ser consciente de que su lucha contra el capital tiene lugar en todos los niveles (aunque no sea uniforme) porque el capital es una relación social global.
Tan pronto como el proletariado haya tomado el poder en un lugar, se verá obligado a emprender el asalto a las relaciones capitalistas de producción, primero para luchar contra la organización global del capital, segundo para facilitar la dirección política de la zona que controla, tercero para sentar las bases de una transformación social mucho más desarrollada que seguirá a la guerra civil. La expropiación de la burguesía en un lugar producirá efectos profundamente desintegradores en todo el capital mundial si se lleva a cabo en un centro importante del capitalismo, y esto, en consecuencia, profundizará la lucha de clases mundial; el proletariado tendrá que utilizar todas las armas económicas que tiene a su disposición. Considerando la segunda razón (que no es menos importante), es imposible imaginar la unificación y la hegemonía del proletariado si no emprende un asalto radical a todas las divisiones y complejidades impuestas por la división capitalista del trabajo. El poder político de los trabajadores dependerá de su capacidad para simplificar y racionalizar el proceso de producción y distribución, y esta cuestión no es secundaria. Esta racionalización es imposible en una economía totalmente dominada por las relaciones de mercado. Uno de los principales motores que empuja al proletariado a producir valores de uso, y que ese método de producción se adapta mucho mejor a las tareas que tiene que afrontar durante la crisis revolucionaria -como el armamento general de los trabajadores, la urgencia de racionar los suministros, la dirección centralizada del aparato productivo, etc. Al final, mientras la revolución sea globalmente victoriosa, estas medidas rudimentarias de socialización pueden encontrar continuidad en la verdadera reorganización positiva de la producción, que tiene lugar después de la victoria, en la medida en que contribuyen a neutralizar y arruinar la dominación de las relaciones mercantiles, disminuyendo así las tareas "negativas" del proletariado durante el período de transición.
La profundidad de la extensión de estas medidas dependerá del equilibrio de fuerzas en una situación dada, pero se puede esperar que sean más extensas donde el capitalismo ya ha hecho posible avanzar en el proceso de socialización material. Entonces la colectivización de los medios de producción seguramente irá mucho más rápida en los sectores donde el proletariado está más concentrado -en las grandes fábricas, las minas, los muelles, etc. Así mismo, la socialización del consumo se dará mucho más fácilmente en áreas parcialmente socializadas: el transporte, la vivienda, el gas, la electricidad y otros sectores podrán operar gratuitamente casi de inmediato, sólo con sujeción a la totalidad de las reservas controladas por los trabajadores. La colectivización de estos servicios invadiría profundamente el sistema salarial. Al igual que con la distribución directa de artículos de consumo individuales, la abolición total de las formas monetarias, es difícil decir hasta dónde puede llegar este proceso mientras la revolución permanezca confinada a una región. Pero podemos decir que la forma salarial debe ser atacada al máximo, y no hay duda de que los trabajadores no estarán dispuestos a pagarse a sí mismos en salarios, una vez que hayan tomado el poder. Para ser más concretos, estamos a favor de las medidas que tienden a regular la producción y la distribución en términos sociales, colectivos (medidas como el racionamiento, y la obligación universal de trabajar como exigían los Consejos Obreros) más que por medidas que requieran el cálculo de cada contribución de la persona al trabajo social. El sistema de bonos en función del tiempo de trabajo tendería a dividir a los trabajadores capaces de trabajar de los que no lo están (situación que muy bien podría extenderse en un período de crisis revolucionaria mundial) y además podría crear una brecha entre los proletarios y otros estratos sociales, dificultando el proceso de integración social. Este sistema requeriría una enorme supervisión burocrática del trabajo de cada trabajador, y degeneraría mucho más fácilmente en salarios monetarios en un momento de reflujo de la revolución (estos retrocesos pueden darse tanto durante la guerra civil como durante el mismo período de transición).
Un sistema de racionamiento bajo el control de los Consejos Obreros se prestaría mucho más fácilmente a una regulación democrática de todos los recursos de un bastión proletario, y fomentaría sentimientos de solidaridad dentro de la clase. Pero no nos hagamos ilusiones: este sistema, como ningún otro, no puede representar una "garantía" contra el retorno a la esclavitud asalariada en su forma más cruda. Básicamente, la sumisión al tiempo, a la escasez, a la presión de las relaciones mercantiles globales todavía existe: simplemente es apoyada por todo el bastión proletario como una especie de trabajo asalariado colectivo. Cualquier sistema temporal de distribución permanece expuesto a los peligros de la burocratización y la degeneración mientras existan las relaciones mercantiles, y las relaciones mercantiles (incluida la fuerza de trabajo como mercancía) no pueden desaparecer totalmente hasta que las clases hayan dejado de existir, porque la perpetuación de las clases significa la perpetuación del intercambio. De ninguna manera puede afirmarse que tal método de distribución, durante las primeras etapas de la revolución, o durante el mismo período de transición, sigue el principio de "a cada uno según sus necesidades", que no puede completarse sino en muy poco tiempo. etapa avanzada del comunismo.
El asalto a la forma del salario va de la mano con el asalto a la división capitalista del trabajo. Ante todo, las divisiones que el capital impone en las mismas filas del proletariado deben ser denunciadas y combatidas sin piedad. Las divisiones entre calificados y no calificados, hombres y mujeres, entre sectores proletarios, ocupados y desocupados, deben ser combatidas dentro de los órganos de masas de la clase, como única forma de cimentar la unidad de la combatividad obrera.
Asimismo, el proletariado, desde un principio, pone en marcha un proceso de integración a sus filas de las demás capas sociales, comenzando por las capas semiproletarias que habrán demostrado su capacidad para apoyar el movimiento revolucionario de los trabajadores. Podemos vislumbrar la integración rápida de ciertas capas que ya han demostrado su capacidad para luchar colectivamente contra su explotación, por ejemplo, grandes sectores de enfermeras y trabajadores de cuello blanco.
Pero debemos insistir en el hecho de que todas estas usurpaciones de las relaciones mercantiles y de la división capitalista del trabajo son, de hecho, sólo medios para llegar a una meta a la que deben estar estrictamente subordinadas: la extensión de la revolución mundial. Si bien no rehúye la tarea de atacar desde el principio las relaciones mercantiles, el proletariado debe ver qué ilusión y qué trampa encierra la idea de crear islas de comunismo en una u otra región. Aunque comienza a integrar en sus filas a las clases no explotadoras, el proletariado debe estar constantemente en guardia contra toda dilución en capas que no pueden, en su conjunto, compartir los objetivos comunistas de la clase obrera, y que pueden constituir una peligrosa quinta columna en sus filas ante los primeros signos de retroceso de la ola revolucionaria. La unificación de los trabajadores en todo el mundo debe tener prioridad sobre los intentos de comenzar a realizar la comunidad humana. Todos estos intentos de socialización son en realidad solo medidas para llenar vacíos, para responder a ciertas situaciones urgentes. Pueden ser parte del asalto a las relaciones de mercado, pero de ninguna manera representan la "abolición" de todas las categorías capitalistas. La superación real y positiva de estas relaciones de mercado sólo podrá hacerse después de la abolición mundial de la burguesía, después de la construcción de la dictadura del proletariado internacional. Es aquí donde el período de transición propiamente hablando comienza.
No podemos detenernos aquí en las tareas que el proletariado deberá realizar durante este período. Sólo podemos destacarlos brevemente para insistir en la inmensidad del proyecto proletario. Liberando a las fuerzas productivas de las cadenas del capital, liquidando el sistema de trabajo asalariado, las fronteras nacionales, el mercado mundial, el proletariado deberá establecer un sistema mundial de producción y distribución organizado con el único fin de satisfacer las necesidades humanas. Tendrá que encaminar el nuevo sistema productivo hacia la restauración y el renacimiento de un mundo asolado por décadas de decadencia capitalista y guerra civil revolucionaria. Alimentar y vestir a las áreas pobres del mundo, eliminar la contaminación y la producción innecesaria, reorganizar la infraestructura industrial global, combatir las innumerables alienaciones legadas por el capitalismo, que abundan tanto en el trabajo como en la vida social en su conjunto, eso son simplemente las primeras tareas. Estas son solo las condiciones necesarias para la construcción de una nueva civilización, una nueva cultura, una nueva humanidad cuyo esplendor difícilmente se puede imaginar de este lado del capitalismo, y que no se puede contemplar, principalmente, solo en términos negativos: la eliminación de la antagonismo entre economía y sociedad, entre trabajo y ocio, entre individuo y sociedad, entre hombre y naturaleza, etc. Y mientras el proletariado sienta las bases de esta nueva forma de vida, debe integrar progresivamente a toda la humanidad en sus filas, en el trabajo asociado, creando así la comunidad humana sin clases, no sin tener cuidado de no "abolirse a sí misma". demasiado rápido, sin asegurar que ya no exista la menor posibilidad de volver a la relación mercantil generalizada, y por lo tanto al capitalismo. El período de transición será el terreno de una lucha titánica por mantener un movimiento irreversible hacia la comunidad humana contra los restos de la vieja sociedad.
Aquellos que pintan el período de transición como una etapa sin problemas que el proletariado puede superar rápidamente, se están preparando para decepcionarse no solo a ellos mismos, sino a la clase en su conjunto. No sabemos cuánto durará este período. Lo que sí sabemos es que planteará problemas de una naturaleza y de una importancia sin precedentes en la historia de la humanidad, que la tarea que deberá realizar el proletariado es mayor que en cualquier otro tiempo, y pensar que esa tarea puede hacerse en un día es, en el mejor de los casos, una utopía y, en el peor, una mistificación reaccionaria. De lo que podemos estar seguros es que el período de transición no permitirá que el proletariado o la transformación social se estanquen.
Cualquier interrupción en la revolucionarización de la producción social significaría el peligro inmediato de un retorno al capitalismo y, por lo tanto, en última instancia, a la barbarie. En ningún momento el proletariado podrá dormirse en sus laureles y esperar a que el comunismo llegue por sí solo. O el proletariado lucha por un mayor grado de comunismo, en un constante estado de movimiento basado él mismo en la generalización de las relaciones comunistas, o bien se encuentra en la situación de una clase explotada, movilizada para alguna catástrofe final.
Es obvio precisar que los revolucionarios no pueden definir de antemano las formas organizativas precisas que utilizará el proletariado para llevar a cabo la transformación comunista. Es imposible prever completamente los diversos problemas organizativos y prácticos que la clase obrera tendrá que enfrentar en todo el mundo, problemas que en última instancia solo serán resueltos por la clase misma en su lucha revolucionaria. La creatividad que manifestará la clase será ciertamente superior a sus manifestaciones anteriores, y superará todos los vaticinios que hoy puedan hacer los revolucionarios.
Sin embargo, los revolucionarios de ninguna manera pueden eludir la discusión de la cuestión de las formas y estructuras de la dictadura del proletariado. Hacerlo equivaldría a negar toda la experiencia de la clase revolucionaria en nuestro tiempo, una experiencia que ha permitido extraer ciertas lecciones que el proletariado no puede darse el lujo de ignorar. Olvidar estas lecciones, especialmente la de Rusia, es dejar la puerta abierta a la repetición de los errores del pasado. No es casualidad que la "izquierda" capitalista (estalinistas, trotskistas, etc.) es incapaz de analizar los errores del pasado o definir un programa claro para lo que ellos llaman "revolución". Detrás de esta ambigüedad, esta renuencia a “planificar en detalle”, se esconde una posición de clase que luego se opondrá a la actividad revolucionaria autónoma de la clase obrera. Estos izquierdistas "prácticos", "realistas", suelen ocultarse tras la frecuente reticencia de Marx a especular sobre las formas organizativas de la dictadura del proletariado. Pero esta resistencia fue un reflejo de su tiempo, de un tiempo donde aún no existían las condiciones materiales necesarias para la revolución comunista.
Cualquier predicción que Marx o Engels pudieran hacer sobre la forma de la dictadura del proletariado estaba determinada por la madurez de la clase, por la forma en que se presentaba como una fuerza capaz de tomar en sus propias manos la dirección de la sociedad. Pero en el período ascendente del capitalismo, cuando el proletariado todavía estaba restringido y sin forma, la posibilidad de tomar el poder era extremadamente limitada y el poder no podría haberse mantenido en este período de todos modos. Sin embargo, había suficientes experiencias de levantamientos proletarios para que Marx pudiera definir ciertos puntos esenciales sobre la naturaleza del poder proletario. Debido a que se basaron en el método del materialismo histórico, pudieron aprender de sus experiencias y reconsiderar ciertas concepciones fundamentales sobre la naturaleza de la toma del poder por parte de la clase obrera. Es así como la experiencia de la insurrección de 1848 y más aún de la Comuna de París de 1871, los llevó a abandonar la perspectiva elaborada en el Manifiesto Comunista, perspectiva según la cual el proletariado debía organizarse para apoderarse de la. máquina del Estado burgués. Después de esta experiencia, quedó claro que el proletariado solo podía destruir esta máquina y construir sus propios órganos de poder, los únicos que podían servir a los objetivos comunistas.
Al extraer esta lección, Marx y Engels perseguían la tarea comunista fundamental de apoyar el programa político proletario sobre la única base de las experiencias históricas de la clase, y ésta sigue siendo la única manera de desarrollar el programa comunista hoy. Pero hoy vivimos en una época de decadencia del capitalismo y por tanto de posibilidad de revolución social proletaria, y podemos y debemos sacar las consecuencias de la experiencia de la clase en nuestro tiempo, particularmente de la gran ola revolucionaria de 1917- 1923, especialmente con respecto a la tarea de elaborar los puntos de organización de este programa, que era imposible para Marx y Engels.
Engels describe la Comuna como la forma misma de la dictadura del proletariado. Marx lo llama "la forma política de la emancipación social del trabajo". Pero mientras la Comuna da lecciones que siguen siendo válidas (necesidad de destruir el Estado burgués, armar a los trabajadores, asegurar el control directo de los delegados, etc.), no puede ser considerada hoy como modelo de dictadura. La Comuna era la expresión de una joven clase obrera que no sólo no era una clase mundial, sino que incluso en los centros urbanos del capitalismo estaba fragmentada y aún no del todo diferenciada de otras clases urbanas como la pequeña burguesía. Este hecho se reflejó claramente en la Comuna. A pesar de su aspiración a una "república social universal", la Comuna no pudo expandirse a escala mundial. Los miembros de los órganos centrales de la Comuna eran tanto jacobinos como proudhonianos o comunistas, y su base electoral se limitaba a las murallas de París, según el sistema de sufragio universal: no había una representación claramente proletaria o industrial. Además, y sobre todo, la Comuna no podría haber emprendido una transformación socialista porque las fuerzas productivas no estaban suficientemente desarrolladas para poner en el orden del día tanto la posibilidad como la necesidad inmediata del comunismo. Al final del período ascendente del capitalismo, la extensión del capitalismo a nivel mundial, así como su concentración, ya habían hecho caer en desuso muchos hechos característicos de la Comuna. Sin embargo, ningún revolucionario de la década de 1890 y principios de 1900 pudo llegar a una visión clara de la posible superación de la Comuna, modelo de dictadura del proletariado, y las perspectivas que expresaron sobre el tema fueron necesariamente vagas.
Fue la experiencia concreta de la clase misma la que iba a dar una respuesta al problema. Así, en Rusia en 1905 y 1917, y a lo largo de la oleada revolucionaria que siguió en otros países, el Soviet o Consejo Obrero apareció como el órgano combativo de la lucha revolucionaria. Los Consejos, asambleas de delegados electos y revocables de los sectores industriales, fueron ante todo la expresión de la organización colectiva del proletariado unificado en su propio terreno de clase y aparecieron, así como una forma de poder proletario más desarrollada que la de la Comuna de París. Tan pronto como la unión mundial de consejos obreros apareció como el objetivo inmediato de la revolución proletaria, la consigna "todo el poder a los soviets" marcó una frontera de clase entre las organizaciones proletarias y las organizaciones burguesas. Ninguna organización proletaria podría ya rechazar el poder soviético como forma de dictadura del proletariado. Desde entonces, todos los movimientos insurreccionales de la clase, desde China en 1927 hasta Hungría en 1956, han tendido a expresarse en forma de organización en Consejos y, a pesar de toda la debilidad de estos movimientos, nada ha cambiado fundamentalmente en la lucha de clase que pudiera justificar que los Consejos no aparezcan en la próxima oleada revolucionaria como forma concreta de organización del proletariado.
Ahora somos asaltados por una multitud de modernistas e "innovadores" (Invariance, Negation, Communismen) que pretenden que los Consejos Obreros solo reproducen la división capitalista del trabajo y que, por lo tanto, no son instrumentos apropiados para una revolución comunista que definen como el derrocamiento inmediato de todas las categorías de la sociedad capitalista. El punto de vista de clase de estas tendencias delata el carácter no dialéctico y antimarxista de su concepción de la revolución. Para ellos, la clase obrera es sólo una fracción del capitalismo que sólo puede formar parte del "sujeto revolucionario" o del "movimiento comunista" negándose inmediatamente en una "humanidad" universal.
La visión marxista de la revolución, en cambio, sólo puede ser la del proletariado afirmándose como la única clase comunista antes de integrar a toda la humanidad al trabajo asociado, acabando así con su propia existencia como clase separada. Los Consejos Obreros son los instrumentos idóneos para la autoafirmación del proletariado frente al resto de la sociedad, tanto para el proceso de integración de los demás estratos sociales a las filas del proletariado, como para la creación de una comunidad humana. Sólo cuando se realice definitivamente esta comunidad, desaparecerán los Consejos Obreros. Conectados, de ciudad en ciudad en todo el mundo, los Consejos Obreros serán responsables de las tareas militares, económicas e ideológicas de la guerra civil y de dirigir la transformación económica en el período de transición. En este período, los Consejos ampliarán constantemente su base social a medida que integren más y más a la humanidad en las relaciones de producción comunistas.
Pero afirmar la necesidad de la forma de consejo de ninguna manera impide que los revolucionarios de hoy critiquen los movimientos precedentes de los consejos, o las tendencias políticas producidas o inspiradas por estos movimientos. Esta crítica es absolutamente indispensable si la clase obrera quiere evitar repetir los errores del pasado; y sólo puede basarse en las amargas lecciones que el proletariado ha sacado de sus luchas más combativas de la época.
En Rusia y en todas partes, en el pasado, se aceptaba que la dictadura del proletariado se ejercía por medio del partido comunista, constituyendo este último el "gobierno", una vez que tenía la mayoría en los soviets, como en los parlamentos burgueses. Además, los delegados de los soviets fueron elegidos de las listas de los partidos, y no de las asambleas de trabajadores donde serían elegidos y encomendados para llevar a cabo las decisiones (y a menudo los delegados no provenían de las fábricas, sino que eran representantes de los partidos o sindicatos). Este hecho en sí era una concesión directa a las formas burguesas de representación y parlamentarismo, y tendía a dejar el poder en manos de "expertos" en política, más que en la masa de trabajadores mismos; pero lo que es aún más grave es la idea de que el partido ejerce el poder y no la clase en su conjunto (una idea del movimiento obrero de la época); esta idea se convirtió en portador directo de la contrarrevolución y fue utilizada por el partido bolchevique en degeneración para justificar sus ataques contra el conjunto de la clase tras la quiebra de la ola revolucionaria. La identificación del poder del partido con la dictadura del proletariado revistió a los bolcheviques con un adorno ideológico que rápidamente sirvió de tapadera a la propia dictadura del capital. La experiencia rusa ha refutado definitivamente la vieja idea socialdemócrata de que es el partido el que representa y organiza a la clase.
En los soviets del futuro, las decisiones más importantes relativas a la dirección de la revolución deben discutirse y elaborarse plenamente en las asambleas generales masivas en las fábricas y otros lugares de trabajo, de modo que los delegados de los soviets sirvan esencialmente para centralizar y llevar a cabo las decisiones de estas asambleas. Estos delegados serán a menudo miembros del partido o de otras fracciones, pero serán elegidos en tanto que trabajadores y no como representantes de ningún partido. Puede ser que en algún momento la mayoría de los delegados sean miembros del Partido Comunista, pero esto en sí mismo no es peligroso, mientras el proletariado en su conjunto participe activamente en sus órganos unitarios de clase y los controle. En última instancia, esto sólo puede garantizarse mediante la radicalización y la energía de los propios trabajadores, mediante el éxito de la transformación revolucionaria en sus manos; pero habrá que tomar ciertas medidas formales para protegerse del peligro de que se forme una élite burocrática en torno al partido o a cualquier organismo.
Entre estas medidas, la revocabilidad constante de los delegados, la rotación de tareas administrativas, la igualdad de acceso de los delegados y cualquier otro trabajador a los valores de uso, y en particular, la separación completa del partido de las funciones "estatales" de los consejos. Así, por ejemplo, son los consejos obreros los que controlan las armas y se encargan de la represión de los elementos contrarrevolucionarios, y no una parte o comisión particular del partido.
El futuro partido comunista no tendrá más armas que su propia claridad teórica y su compromiso político con el programa comunista. No puede buscar el poder por sí mismo, sino que debe luchar dentro de la clase por la aplicación del programa comunista. En ningún caso puede obligar a la clase en su conjunto a poner en práctica este programa, como tampoco lo puede poner en práctica él mismo, porque el comunismo es creado sólo por la actividad consciente de la clase en su conjunto. El partido sólo puede tratar de convencer a la clase en su conjunto de la justeza de sus análisis a través del proceso de discusión y educación activa que se lleva a cabo en las asambleas y consejos de clase, y denunciará sin piedad cualquier tendencia autoproclamada revolucionaria que quiera a asumir la tarea de organizar la clase y sustituir al sujeto revolucionario.
Cualquiera que sea la situación revolucionaria futura, tendremos a los herederos de la contrarrevolución rusa, trotskistas, estalinistas y otros para reclamar la subordinación de los consejos obreros a un partido-estado todopoderoso que oriente y eduque a la masa amorfa de trabajadores y centralizar el capital en sus manos. Los comunistas tendrán que permanecer dentro de su clase y luchar contra estos puntos de vista con uñas y dientes. Pero la amarga experiencia del capitalismo de Estado del proletariado en Rusia y en otros lugares, y su experiencia de la naturaleza reaccionaria de las nacionalizaciones en general, bien puede hacer que la clase sea mucho más reacia a los llamamientos a la nacionalización de lo que fue en los momentos revolucionarios del pasado. Pero no hay duda de que la burguesía encontrará otros gritos de guerra para tratar de vincular a los trabajadores al Estado burgués y a las relaciones de producción capitalistas; una de las más perniciosas podría ser la consigna de "autogestión obrera"; puede encontrar un eco en las mistificaciones corporativistas localistas y sindicalistas que existen en la clase. Experiencias pasadas han proporcionado muchos ejemplos de esto. En Italia, en Alemania, durante la primera gran oleada revolucionaria, hubo una fuerte tendencia entre los trabajadores a simplemente encerrarse en sus fábricas y tratar de administrar "su fábrica" sobre una base corporativista, para traer de vuelta la organización de consejos a nivel de cada fábrica en lugar de crear órganos específicamente destinados a la reagrupación y centralización de los esfuerzos revolucionarios de todos los trabajadores.
Hoy ya se presenta la idea de la autogestión como último recurso ante la crisis del capitalismo y son muchas las fracciones de izquierda del capital desde los socialdemócratas hasta los trotskistas y varios libertarios que abogan por “consejos obreros” emasculados. La ventaja de tal consigna para la burguesía es que sirve para llevar al proletariado a participar activamente en su propia explotación y aplastamiento sin cuestionar el poder del Estado capitalista, ni las relaciones mercantiles de producción. Así fue como la república burguesa española pudo recuperar muchos casos de autogestión y ponerlos al servicio de su esfuerzo bélico contra su rival capitalista, la facción franquista[1].
El aislamiento de los trabajadores en los "consejos" integrados por simples unidades productivas sólo mantiene las divisiones impuestas por el capitalismo y conduce a la derrota segura de la clase (Ver Cardan: Sobre el contenido del socialismo y los consejos obreros y las bases económicas de la autogestión de la sociedad, como modelo perfecto de derrota).
Tales métodos de organización desvían a los trabajadores de su objetivo principal de destruir el Estado capitalista, y permiten así al Estado relanzar su ofensiva contra una clase obrera fragmentada. Sirven así para perpetuar la ilusión de las "empresas autónomas" y del socialismo consistente en el libre intercambio entre colectivos de trabajadores, mientras que la verdadera socialización de la producción exige la abolición de las empresas autónomas como tales y el sometimiento de todo el aparato productivo a la dirección consciente de la sociedad, sin la intermediación del intercambio[2].
Desde el momento en que la clase obrera comienza a tomar el aparato productivo (y la toma de las fábricas debe ser vista como un momento de insurrección), comienza a emprender la lucha para someter la producción a las necesidades humanas. Esto implica no sólo la producción de valores de uso, sino también profundas transformaciones en la organización del trabajo, de modo que la propia actividad productiva tienda a convertirse en parte del consumo en el sentido más amplio. Habrá que tomar inmediatamente algunas medidas en este sentido, como la reducción de la jornada laboral (según las necesidades de la revolución), la rotación de las tareas y la eliminación de las relaciones jerárquicas dentro de la fábrica mediante la participación igualitaria de todos los trabajadores calificados y no calificados, manuales y técnicos, hombres y mujeres, en las asambleas y comités de la fábrica. Pero la mistificación de la autogestión no se limita a la idea de unidades de producción "autónomas". Puede extenderse al ámbito nacional, si se imagina a los consejos de trabajadores planificando conjuntamente la acumulación "democrática" del capital nacional. También puede asociarse con el ideal de un bastión "comunista" autosuficiente que intentaría abolir formalmente el trabajo asalariado y el comercio en un solo país, una ilusión en la que se entretenían muchos comunistas de consejo en los años 20 y 30, y que reaparece de nuevo en diversas formas en las ideas de los "innovadores" del marxismo que llaman a la creación inmediata de la "comunidad humana". Todas estas ideologías están vinculadas por un rechazo común a la necesidad de que el proletariado destruya el Estado burgués a escala mundial antes de poder emprender una verdadera socialización. Contra todas estas confusiones hay que afirmar que los Consejos Obreros son ante todo órganos de poder político que deben servir para unificar a los trabajadores no sólo para la administración de la economía sino para la conquista del poder a escala mundial.
La conquista internacional del poder por la clase obrera es sólo el comienzo de la revolución social: En el período de transición, los consejos obreros son los medios empleados por el proletariado para llevar a cabo la transformación comunista de la sociedad. Si los consejos obreros se convierten en un fin en sí mismos, esto simplemente significa que el proceso de revolución social se ha detenido y que estamos asistiendo al comienzo de un retorno al capitalismo. Si bien los Consejos Obreros son los instrumentos positivos de la abolición de la esclavitud asalariada y de la producción de mercancías, pueden convertirse en el sobre vacío en el que se asiente una nueva burguesía para explotar a la clase obrera.
No puede haber garantía, ni en el período de transición ni en el período mismo de la insurrección revolucionaria, de la continuidad del proceso revolucionario hasta el triunfo del comunismo. La mejor voluntad de las minorías revolucionarias no puede bastar para impedir la degeneración de la revolución que depende de un cambio material en el equilibrio de poder entre las clases. Entre el momento en que los Consejos son revolucionarios y el momento en que se han convertido definitivamente en apéndices del capital, hay un equilibrio inestable en el que todavía es posible reformar los Consejos desde dentro: pero esta es sólo una posibilidad relativamente limitada. Si este intento fracasa, los revolucionarios deben abandonar los Consejos y llamar a la formación de nuevos Consejos en oposición a los antiguos, en otras palabras, a una segunda revolución[3]. En este sentido, tenemos el ejemplo de las pequeñas facciones comunistas en Rusia que se negaron a colaborar con los Soviets muertos de los primeros años de la década de los 20, y llamaron al derrocamiento del Estado "bolchevique" (ver Grupo Obrero de Miasnikov en 23) - o la de la izquierda alemana que abandonó las organizaciones reformistas de fábrica frente a las sórdidas maquinaciones del KPD y los partidos socialdemócratas.
El problema del estado en el período de transición y sus relaciones con el proletariado es tan complejo que debemos tratar esta cuestión por separado, aunque está muy relacionada con las lecciones extraídas de revoluciones anteriores, sobre la forma de la dictadura del proletariado y el papel de los Consejos Obreros.
Mientras existan las clases, no podemos hablar de la abolición del Estado. El Estado sigue existiendo durante el período de transición, porque aún existen clases cuyos intereses directos no pueden conciliarse: por un lado el proletariado comunista, por otro las demás clases, vestigios del capitalismo, que no pueden tener ningún interés material en el comunización de la sociedad (campesinos, pequeña burguesía urbana, profesiones liberales) como escribe Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado: "El Estado no es en modo alguno un poder impuesto a la sociedad desde fuera... Es un producto de la sociedad en un cierto nivel de desarrollo es un reconocimiento de que la sociedad ha entrado en contradicciones insolubles, que "es prisionera de antagonismos incompatibles, que es incapaz de resolver. Pero para que estos antagonismos, estas clases en conflicto con los intereses económicos, no se consuman a sí mismos y con ellos a toda la sociedad en una lucha estéril, surge la necesidad de un poder aparentemente por encima de la sociedad para moderar el conflicto, para mantenerlo dentro de los límites del "orden"; y este poder, que surge de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella, y así tiende constantemente a preservarse, es el Estado.
Es importante no reducir el fenómeno del Estado a una simple conspiración de la clase dominante para retener el poder. El Estado nunca ha actuado por voluntad exclusiva de una clase dominante, sino que ha sido la emanación de la sociedad de clases en general, y por este hecho se ha convertido en el instrumento de la clase dominante.
“El Estado surge de la necesidad de contener los antagonismos de clase, pero al mismo tiempo que surge en medio del conflicto entre estas clases, la regla es que debe ser el Estado de la clase más poderosa, de la clase que domina económicamente y que, por mediación del Estado, asegura la dominación política" (ibid.).
En el período de transición comunista, inevitablemente surgirá el Estado, para evitar que los antagonismos de clase destrocen esta sociedad híbrida. El proletariado, como clase dominante, utilizará el Estado para mantener su poder y defender los logros de la transformación comunista que está consiguiendo. Lo cierto es que este Estado será diferente de todos los Estados del pasado. Por primera vez, la nueva clase dominante no "hereda" la vieja maquinaria estatal para utilizarla para sus propios fines, sino que derroca, destruye, aniquila el Estado burgués y construye sistemáticamente sus propios órganos de poder. Y esto porque el proletariado es la primera clase explotada de la historia en ser revolucionaria y no puede ser una clase explotadora. Así, no utiliza el Estado para explotar a las otras clases, sino para defender una transformación social que destruirá para siempre la explotación, que abolirá todos los antagonismos sociales y conducirá así a la desaparición del Estado. El proletariado no puede ser una clase económicamente dominante. Su dominación sólo puede ser política.
En los escritos de Marx, Engels, Lenin y muchos otros, se encuentra a menudo la idea de que en el período de transición "el Estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado, que el Estado es el proletariado armado" organizado como clase dominante", y que este Estado "proletario" ya no es un Estado en el sentido antiguo de la palabra. Pero un análisis más profundo de la naturaleza del Estado, basado en las críticas al Estado de Marx y Engels, y sobre la experiencia histórica de la clase, lleva a la conclusión de que el Estado de la revolución es otra cosa que el proletariado armado, que el proletariado y el Estado no son idénticos.
Veamos las principales razones que nos permiten afirmar esto.
1.- En el mismo período insurreccional, el período de la guerra civil revolucionaria, las perspectivas elaboradas por Marx, Engels y Lenin, pueden conservar cierto valor. En esta fase, la tarea principal de la clase obrera, de la dictadura del proletariado que se expresa en los Consejos Obreros, es precisamente una función "estatal": la eliminación violenta del enemigo de clase, la burguesía. Al comienzo de la insurrección, cuando la masa de los trabajadores toma las armas y el asalto revolucionario contra la burguesía está en su apogeo, los delegados de los Consejos Obreros funcionan sólo como instrumento de la voluntad de clase. Hay entonces poco o ningún conflicto entre las asambleas de base de los trabajadores y los cuerpos centrales que ellos eligen. Entonces es fácil identificar el proletariado armado y el Estado. Pero incluso en esta fase, es peligroso hacer una identificación así. Si la oleada revolucionaria encuentra serios obstáculos o entorpece la acción de los delegados obreros encargados de tratar con el mundo exterior, (ya sean los campesinos quienes proveen los alimentos o los Estados capitalistas dispuestos a intercambiar con el poder obrero)[4], será necesario recurrir a ciertos compromisos como pedir a los trabajadores que trabajen más o reducir su ración. Los delegados comenzarán entonces a aparecer como agentes externos a los trabajadores, como funcionarios del Estado en el sentido antiguo de la palabra, como elementos situados por encima de los trabajadores y contra ellos.
En esta etapa, los delegados de los trabajadores y los organismos centrales están a medio camino entre ser los negociadores entre los trabajadores y el capital mundial, y convertirse definitivamente en los agentes del capital mundial y en consecuencia de la contrarrevolución capitalista dentro del bastión proletario, como fue el caso con los bolcheviques en Rusia. El equilibrio entre los dos es inestable. Lo único que puede inclinar la balanza a favor de los trabajadores es una mayor extensión de la revolución mundial, ofreciendo un nuevo espacio a los trabajadores rodeados de capital y al sector socializado que han creado.
La instauración de medidas formales no es suficiente para evitar que se produzca esta degeneración, ya que es la consecuencia directa de las presiones del mercado mundial. Pero de todos modos es esencial que los trabajadores estén preparados para tal eventualidad, de modo que puedan hacer todo lo que esté a su alcance para combatirla. Por eso es importante que el proletariado no se identifique con el Estado, ni siquiera con el aparato que pone en marcha para mediar entre las clases no explotadoras y el bastión proletario, ni con los órganos centrales encargados de las relaciones con el exterior, o a cualquier otra institución, porque siempre existe la posibilidad de que una institución, aunque sea creada por la clase obrera, se integre al capital, mientras que la clase obrera misma no puede nunca ser integrada, nunca puede convertirse en contrarrevolucionaria .
Identificar al proletariado con el Estado, como hicieron los bolcheviques, conduce en un momento de reflujo, a la situación desastrosa en la que el Estado, como "encarnación" de la clase obrera, puede hacer cualquier cosa para mantener su poder, mientras que la clase obrera como un todo permanece indefenso. Así fue como Trotsky declaró que los trabajadores no tenían derecho a la huelga contra "su" propio Estado, y que la masacre del levantamiento de Kronstadt podía estar justificada ya que cualquier rebelión contra el "Estado obrero" sólo podía ser contrarrevolucionaria. Es cierto que estos hechos no se debieron únicamente a la identificación de la clase obrera con el Estado, sino también al retroceso material de la revolución mundial. Sin embargo, esta mistificación ideológica sirvió para desarmar a los trabajadores ante la degeneración de la revolución. En el futuro, la autonomía y la iniciativa de la clase obrera frente a los órganos centrales deberán ser aseguradas y reforzadas con medidas positivas, tales como la renuncia a todos los métodos violentos dentro del proletariado, otorgando el derecho de huelga a los trabajadores, a las asambleas de base la posesión de sus propios medios de comunicación y propaganda (prensa, etc.), y sobre todo la posesión de armas por parte de los trabajadores, en las fábricas y en los barrios, para que puedan resistir cualquier incursión de la burocracia, si es necesario.
No invocamos estas medidas de precaución por falta de confianza en la capacidad del proletariado para extender la lucha y socializar la producción, únicas garantías contra la degeneración, sino porque el proletariado debe estar preparado para cualquier eventualidad y no exponerse a las decepciones de falsas promesas como "todo estará bien". La revolución tendrá pocas posibilidades de resistir los obstáculos si el proletariado no está preparado para enfrentarlos.
2.- Contrariamente a ciertas predicciones de Marx, la revolución socialista no ocurrirá en un mundo donde la gran mayoría de la población sea proletaria. Si este fuera el caso, quizás uno podría imaginar que el Estado desaparecería casi inmediatamente después de la destrucción de la burguesía. Pero una de las principales consecuencias de la decadencia del capitalismo es que no ha podido integrar directamente a la mayoría de la humanidad en las relaciones sociales capitalistas, aunque la haya sometido enteramente a las leyes tiránicas del capital.
El proletariado es sólo una minoría de la población a escala mundial. El problema que plantea este hecho a la revolución proletaria no puede desaparecer por la magia de las invocaciones de los situacionistas u otros “modernistas”, que incluyen en el proletariado a todos aquellos que se sienten “alienados”, o sin control sobre sus vidas. Hay razones materiales que hacen del proletariado la única clase comunista: su naturaleza de asociados a nivel mundial, su lugar en el centro de la producción capitalista, la conciencia histórica que le viene de la lucha de clases. Es el hecho de que las demás capas o clases no tengan estas características lo que hace necesaria la dictadura del proletariado, y la afirmación que hace de sus fines comunistas, frente a todas las demás capas de la sociedad. En el proceso mismo de conquista del poder, el proletariado se encontrará confrontado con una enorme masa de estratos no proletarios, no burgueses, que pueden tener un papel que desempeñar en la lucha contra la burguesía, que posiblemente apoyen al proletariado, pero no puede, como clase, tener ningún interés en el comunismo.
Querer prescindir del período de transición, integrando inmediatamente a todos los demás estratos en el proletariado, es una idea que es una fantasía desesperada o un intento consciente de socavar la autonomía de la clase. La tarea es tan enorme que no se puede realizar en un día, ni siquiera dando un golpe. Y cualquier intento en esta dirección no terminaría en la disolución de las otras clases en el proletariado, sino en la disolución del proletariado en el "pueblo" místico del radicalismo burgués. Tales intentos diluirían la fuerza del proletariado haciendo imposible cualquier autonomía de acción. La primera condición de esta autonomía es que la integración se realice en términos proletarios, y esté sujeta a la extensión de la revolución mundial.
Asimismo, querer dar a estas capas una representación igualitaria en los Consejos Obreros, sin haberlas disuelto como capas, es decir, sin haberlas transformado en trabajadores, debilitaría definitivamente la autonomía de la clase obrera. A lo sumo, el proletariado puede permitir que estas capas o clases se sienten en órganos de poder paralelos, análogos a los Consejos Obreros.
Al mismo tiempo, la clase obrera no puede contentarse con actuar mediante la represión contra estas clases y privarlas de todos los medios de expresión. El ejemplo de Rusia, donde el proletariado se vio obligado durante todo el período del "comunismo de guerra" a una guerra civil contra el campesinado, atestigua elocuentemente la imposibilidad para el proletariado de imponer su voluntad al resto de la sociedad por la sola fuerza armada. Tal proyecto representaría un terrible derroche de vidas y energías revolucionarias, y seguramente contribuiría al fracaso de la revolución. La única guerra civil que no se puede evitar es la que se debe librar contra la burguesía. La violencia contra otras clases sólo debe utilizarse como último recurso. Además, el proletariado, en la producción y distribución comunista, tendrá que contar no sólo con sus propias necesidades sino con las de toda la sociedad, lo que significa que serán necesarias instituciones sociales adaptadas a la expresión de las necesidades de todos.
Entonces el proletariado tendrá que permitir que el resto de la población (excluyendo a la burguesía) se organice y forme organismos que puedan representar sus necesidades ante los Consejos Obreros. Sin embargo, la clase obrera no permitirá que estos otros estratos se organicen específicamente como clases con intereses económicos especiales. Así como estos otros estratos sólo son llevados al trabajo asociado como INDIVIDUOS, el proletariado sólo les puede permitir expresarse como individuos dentro de la sociedad civil. Esto implica que los órganos representativos a través de los cuales se expresan, a diferencia de los Consejos obreros, se basan en unidades territoriales y formas de organización. Es decir, por ejemplo, en el campo, las asambleas de las aldeas pueden enviar delegados a los consejos de distrito rurales y regionales; y en los pueblos, las asambleas de vecinos podían enviar representantes a los cabildos comunales. Es importante señalar que los obreros (como representantes de los barrios obreros) estarán presentes dentro de estos órganos, y que habrá que tomar medidas para llevar a cabo la dominación proletaria, incluso dentro de estos órganos. Por lo tanto, los consejos obreros deben insistir en que los delegados de la clase obrera tengan el voto preponderante, que los distritos obreros tengan sus propias unidades de milicia y que sean los delegados comunales de la clase obrera los que lleven a cabo la mayor parte del enlace y la discusión con los consejos obreros.
La existencia misma de estos órganos en contacto regular con los consejos obreros crea constantemente formas estatales en el sentido entendido por Engels más arriba, cualquiera que sea el nombre que se dé a tal aparato. Por esta razón, el Estado en el período de transición está vinculado a los Consejos Obreros y al conjunto del proletariado armado, pero no es idéntico a ellos. Porque, como dice Engels, el Estado no es sólo un instrumento de violencia y represión, (función que esperemos se reduzca al mínimo tras la derrota de la burguesía); es también un instrumento de mediación entre las clases, un instrumento para contener la lucha de clases dentro de los límites necesarios para la supervivencia de la sociedad. Esto no implica en absoluto que el Estado pueda ser "neutral" o "estar por encima de las clases" (aunque a menudo pueda parecerlo). Las mediaciones y negociaciones llevadas a cabo bajo el control del Estado siempre se hacen en interés de la clase dominante, siempre sirven para perpetuar su dominación. El Estado en el período de transición debe ser utilizado como un instrumento de la clase obrera.
El proletariado no comparte el poder con ninguna otra capa o clase. Deberá apropiarse del monopolio del poder político y militar, lo que significa concretamente que los trabajadores deberán tener el monopolio de las armas, el poder de decisión supremo sobre todas las propuestas de cualquier órgano negociador, un máximo de representación en todos los cuerpos estatales, etc. El proletariado deberá mantener una vigilancia constante hacia este Estado para que este instrumento, que surgió de la necesidad de impedir la ruptura de la sociedad de transición, quede en manos de la clase obrera y no se convierta en el representante de los intereses de otras clases, el instrumento de otras clases contra el proletariado. Mientras existan las clases, mientras haya intercambio y división del trabajo social, el Estado se mantiene. Pero también, como cualquier otro Estado, tiende, en palabras de Engels, a "auto conservarse", a convertirse en un poder por encima de la sociedad, y por tanto por encima del proletariado.
La única manera que tiene el proletariado de evitar que esto suceda es comprometerse en un proceso continuo de transformación social, poner en marcha cada vez más medidas tendientes a socavar las bases materiales de las otras clases, integrarlas en las relaciones de producción comunistas. Pero antes de que ya no haya una clase, el proletariado sólo puede dominar los órganos que han surgido durante el período de transición comprendiendo claramente su naturaleza y su función. Usamos el término "Estado" para caracterizar este aparato destinado a servir como mediador entre las clases en el período de transición, en un contexto de dominación política del proletariado. La palabra en sí es de poca importancia. Lo importante es no confundir este aparato con los Consejos Obreros, organismos autónomos cuya función y esencia no son compromisos y negociaciones, sino revolución social permanente.
3.- Esto nos lleva a nuestro último punto. La naturaleza misma del estado es ser una fuerza conservadora, un legado de milenios de sociedad de clases. Su función misma es preservar las relaciones sociales existentes, mantener el equilibrio de fuerzas entre las clases, en una palabra, el statu quo. Pero, como dijimos, el proletariado no puede apegarse a un statu quo. Todo lo que no sea un movimiento hacia el comunismo es un retorno al capitalismo. Abandonado a sí mismo, el Estado no se "desvanecerá" por sí mismo, sino que, por el contrario, tenderá a conservarse, incluso a reforzar su dominio sobre la vida social. El Estado sólo desaparece si el proletariado es capaz de llevar más allá la transformación social, hasta la integración de todas las clases en la comunidad humana. El establecimiento de esta comunidad socava los fundamentos sociales del Estado: "el antagonismo irreductible de clases", una enfermedad social cuyo único remedio es la abolición de las clases.
Sólo el proletariado contiene en sí mismo las bases de las relaciones sociales comunistas, sólo el proletariado es capaz de emprender la transformación comunista. El Estado puede, en el mejor de los casos, ayudar a preservar los logros de esta transformación (y en el peor, entorpecerla), pero no puede, como Estado, hacerse cargo de esta transformación. Es el movimiento social de todo el proletariado que, a través de su propia actividad creadora, aniquila la dominación del fetichismo de la mercancía y construye nuevas relaciones entre los seres humanos.
El movimiento obrero, desde Marx y Engels hasta Lenin e incluso las Izquierdas Comunistas, ha estado marcado por la confusión de que el control estatal de los medios de producción tiene algo que ver con el comunismo, que estatización = socialización. Como escribe Engels en el Anti-Dühring:
"El proletariado toma el poder estatal y transforma en primer lugar los medios de producción en propiedad del Estado. Pero al hacerlo pone fin a su existencia como proletariado, a cualquier diferencia o antagonismo de clase. También pone fin al Estado en tanto que Estado”.
Marx y Engels pudieron establecer tales perspectivas, a pesar de sus análisis contradictorios (y profundos) sobre la imposibilidad para el proletariado de utilizar el Estado en aras de la libertad, porque vivían en un período de ascenso del capitalismo. En efecto, en este período dominado por la anarquía del capitalismo "privado", las crisis de sobreproducción dentro de las fronteras nacionales, la organización de la producción por el Estado, incluso un Estado nacional, podría aparecer como un modo de organización económica sumamente superior. Los fundadores del socialismo científico nunca escaparon por completo a la idea de una transformación socialista que podría tener lugar dentro de una economía nacional, o de una nacionalización que podría ser un "puente" al socialismo o incluso un equivalente a la socialización misma. Estas ilusiones y confusiones impregnaron la socialdemocracia y las tendencias comunistas que rompieron con ella después de 1914, y sólo fueron expulsadas del movimiento comunista por la experiencia rusa, la crisis de sobreproducción global del capital, la tendencia general hacia el estado capitalista apto para la decadencia. Pero las confusiones que quedan sobre la nacionalización que tendría "algo socialista" siguen siendo una mistificación que pesa como un peso muerto sobre la clase obrera, y debe ser combatida con energía por los comunistas.
Hoy, los revolucionarios pueden decir que la propiedad estatal sigue siendo propiedad privada mientras los productores sean desposeídos, que la estatalización de los medios de producción no pone fin ni al proletariado, ni a los antagonismos de clase, ni al Estado, y que las perspectivas de Engels no se han verificado. Ni la nacionalización, ni la estatalización por parte de un Estado, incluso de un Estado mundial, en el período de transición será un paso hacia la propiedad social que, en cierto sentido, equivale a la abolición de la propia propiedad. Al expropiar a la burguesía, el proletariado no instituye ninguna propiedad privada, ni siquiera "proletaria". No existe una "economía proletaria" en la que los medios de producción sean propiedad privada de los trabajadores únicamente. El proletariado, al tomar el poder, socializa la producción: esto significa que los medios de producción y distribución tienden a convertirse en "propiedad" de toda la sociedad. El proletariado es "dueño" de esta propiedad en el período de transición, en interés de la comunidad humana cuyos fundamentos sienta. No es una propiedad propia, porque por definición el proletariado es una clase sin propiedades. El proceso de socialización de la sociedad se logra a condición de que el proletariado integre la sociedad consigo mismo, haciéndose uno con la comunidad humana comunista, una humanidad social que nacerá a la vida por primera vez. Una vez más, el proletariado utilizará el Estado para regular la realización de este proceso, pero el proceso en sí no sólo tiene lugar independientemente del Estado, sino que participa activamente en la desaparición del Estado.
Los comunistas no somos "partidarios" del Estado. Tampoco la tildamos de encarnación del mal, como hacen los anarquistas. Al analizar los orígenes históricos del Estado, no hacemos más que reconocer la inevitabilidad de las formas de Estado que surgen en el período de transición y, al reconocerlo, ayudamos a la clase a prepararse para su misión histórica. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA SOCIEDAD SIN CLASES, Y ASÍ LIBERARSE PARA SIEMPRE DE LAS GARRAS DEL ESTADO.
WORLD REVOLUTION.
Este texto expresa la visión de World Revolution, en su conjunto, pero no es un programa terminado ni una "solución" a los problemas del período de transición; la discusión sobre el período de transición debe permanecer abierta entre los revolucionarios, dentro de un marco que delimite las fronteras de clase. Sólo puede ser resuelto concretamente por la actividad revolucionaria de toda la clase. De ello se deduce que dentro de este marco pueden existir diferentes concepciones y definiciones del Estado en una tendencia revolucionaria coherente.
Las fronteras de clase en la cuestión del Estado son los siguientes:
1.- La necesidad de destruir completamente el Estado burgués a escala mundial.
2.- La necesidad de la dictadura del proletariado:
3.- El proletariado es la única clase revolucionaria,
4.- La autonomía del proletariado es una condición necesaria para la revolución comunista,
5.- El proletariado no comparte el poder con ninguna otra clase. Tiene el monopolio del poder político y militar.
6.- El poder es ejercido por todo el proletariado, organizado en Consejos y no por el partido.
7.- Toda relación de fuerza, toda violencia al interior del campo proletario debe de ser rechazada. La clase en su conjunto debe tener derecho a la huelga, derecho a portar armas, a tener plena libertad de expresión, etc.
8.- La dictadura del proletariado debe hacer efectivo el contenido social de la revolución: abolición del trabajo asalariado, producción mercantil, clases y construcción de la comunidad humana mundial.
[1] No hay que olvidar, sin embargo, el carácter burocrático y estatista de la mayor parte de la llamada colectivización llevada a cabo bajo los auspicios de la CNT anarquista, y la hostilidad de ésta hacia cualquier movimiento independiente por parte de la clase, como lo atestigua la colaboración de la CNT con la república cuando ésta llegó a pedir a los trabajadores por la fuerza de las armas la entrega de la Central Telefónica en 1937. De hecho, todos los intentos de los trabajadores de "gestionar" el capital terminan necesariamente en el despotismo normal de la producción capitalista sobre el conjunto de la sociedad y sobre cada fábrica. El llamado "capitalismo obrero" es imposible. Ver nuestro libro 1936: FRANCO Y LA REPUBLICA MASACRAN AL PROLETARIADO https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [16]; El mito de las colectividades anarquistas https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas [17] y Correspondencia con «Nuevo Proyecto Histórico»: Sobre la autogestión https://es.internationalism.org/cci-online/200601/383/correspondencia-con-nuevo-proyecto-historico-sobre-la-autogestion [18]
[2] Esto no significa que los trabajadores revolucionarios tendrán que tolerar a capataces o a regímenes despóticos dentro de la fábrica. A lo largo del proceso revolucionario, los comités de fábrica elegidos y responsables ante la asamblea general de fábrica estarán a cargo del funcionamiento cotidiano de la fábrica. Además, los planes generales de producción a que se referirán los comités de fábrica, serán decididos por los consejos obreros integrados por delegados y por tanto por la clase obrera en su conjunto
[3] Ver nuestra Serie ¿Qué son los Consejos Obreros? https://es.internationalism.org/revista-internacional/201002/2769/que-son-los-consejos-obreros-i [19] ; https://es.internationalism.org/revista-internacional/201005/2865/que-son-los-consejos-obreros-2-parte-de-febrero-a-julio-de-1917-re [20] ; https://es.internationalism.org/revista-internacional/201008/2910/que-son-los-consejos-obreros-iii-la-revolucion-de-1917-de-julio-a- [21] ; https://es.internationalism.org/revista-internacional/201012/3004/que-son-los-consejos-obreros-iv-1917-21-los-soviets-tratan-de-ejer [22] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3086/que-son-los-consejos-obreros-v-los-soviets-ante-la-cuestion-del-es [23]
[4] No nos oponemos por principio a ningún comercio o compromiso entre el proletariado y otras clases no explotadoras durante la guerra civil, ni siquiera entre bastiones proletarios y sectores de la burguesía mundial, si es necesario. Pero debemos aclarar los siguientes puntos:
1) El proletariado debe saber distinguir entre los compromisos impuestos por una situación difícil, y aquellos que son una capitulación abierta perteneciente a la traición de clase. Debe ser consciente del peligro de cualquier compromiso y tomar medidas para contrarrestarlo. Cualquier intento de establecer o institucionalizar un intercambio permanente con la burguesía es una ruptura de los límites de clase, una traición a la guerra civil. Véase por ejemplo el tratado de Rapallo que firmaron los bolcheviques en 1922
2) En las zonas controladas por los Consejos Obreros, surge un Estado que tiene la tarea de servir de intermediario entre el proletariado y las demás clases explotadoras (cf. todos los Congresos Rusos de Consejos de obreros, campesinos, soldados, después del 17 Véase también a continuación). Pero el proletariado no puede utilizar este Estado como mediador con su irreductible enemigo de clase: la burguesía. Cualquier negociación táctica con actores burgueses fuera del bastión proletario es tarea directa de los consejos obreros únicamente, y debe ser estrictamente supervisada por la clase obrera en su conjunto y sus asambleas generales
Cuando se funda el Partido Comunista Alemán, entre el 30 de Diciembre de 1918 y el 1° de Enero de 1919, la oposición revolucionaria a la Social-Democracia parece haber encontrado una autonomía organizativa.
Pero, el partido Alemán, que apareció cuando el proletariado ya luchaba en la calle con las armas en la mano y había tomado el poder (aunque fue por poco tiempo) en algunos centros industriales, iba a manifestar pronto tanto el carácter heterogéneo de su formación como su incapacidad para elevarse a una visión global y completa y afrontar las tareas para las que se había formado.
¿Qué fuerzas se unieron para constituir el Partido? ¿Con qué problemas se confrontarían de inmediato?
Limitémonos a los momentos más importantes, que puedan hacernos comprender qué errores se cometieron y que tendrían graves consecuencias para el futuro.
A - La trayectoria que siguieron los sucesos después del 4 de Agosto del 1914, estuvo llena de dificultades y desbandadas. La historia del grupo Spartaquista es una prueba de ello. Su acción de freno a la clarificación teórica y al desarrollo del movimiento comunista es evidente.
En tiempos de la “Liga Spartakus” (Spartakusbund) (así se llamará el grupo en 1916; antes en 1915, se había llamado “Internationale” por el nombre de la revista aparecida en Abril de ese año), todas las decisiones importantes estuvieron caracterizadas por las posiciones de Rosa Luxemburgo.
En Zimmerwald (5/8 de septiembre de 1915), los alemanes estarán representados por el grupo Internationale, por el berlinés Borchardt en representación del pequeño grupo de la revista Lichstrahlen (Rayos de Luz)y por el ala centrista en torno a Kautsky. Unicamente Borchardt apoyaría la posición internacionalista de Lenin , mientras que los demás alemanes dieron su apoyo a una moción redactada en los siguientes términos:
«En ningún caso debe sacarse la impresión de que esta conferencia quiere provocar una escisión y fundar una nueva Internacional».
En Kienthal (24/30/ de Abril de 1916), la oposición alemana está representada por el grupo International (Bertha Thalheimer y Ernst Meyer), por la Opposizion in der Organization (centristas de Hoffmann) y por los Bremer Linksradikalen (radicales de la izquierda de Bremen) con Paul Frolich.
Las dudas de los Spartaquistas (Internationale) no se han disipado del todo; una vez más se encontrarán más cerca de las posturas de los centristas que de las de la izquierda (Lenin-Frolich). E. Meyer diría:
«Queremos crear la base ideológica (...) de la nueva Internacional, pero en el plano de la organización no queremos comprometernos ya que todo está aún en marcha».
Es la clásica posición de R. Luxemburgo, para quien la necesidad del partido se sitúa más al fin de la Revolución que en su fase preparatoria e inicial («En pocas palabras, históricamente, el momento en que tendremos que encabezar la dirección no se sitúa al principio sino al final de la Revolución»).
El hecho más importante es la aparición en el plano internacional de el Bremer Linksradikalen1. Ya en 1910, el periódico socialdemócrata de Bremen, Bremen Burgerzeitung, publicaba artículos semanales de Pannekoek y Radek, y el grupo de Bremen alrededor de Knief, Paul Frolich y otros, se constituirá bajo la influencia de la Izquierda Holandesa. A finales de 1915, se constituye el ISD Socialistas Internacionales Alemanes nacidos de la unión de los comunistas de Bremen con los revolucionarios berlineses que publicaban la revista Lichtsrahlen. La Bremerlinke se hace independiente de la Socialdemocracia, incluso formalmente, en Diciembre de 1916, pero ya en junio de ese mismo año había empezado a publicar Arbeiterpolitik2 que será el órgano legal más importante de la izquierda. En este órgano aparecerían además de los artículos de Pannekoek y Radek, otros de Zinoviev, Bujarin, Kamevev, Trostsky y Lenin.
Arbeiterpolitik mostraría en seguida una conciencia más madura en cuanto a la ruptura con el reformismo, y así podía1 leerse en su primer número que el 4 de Agosto había sido «el final natural de un movimiento político cuyo declive había ido preparando el tiempo». De Aberiterpolitik surgieron las tendencias que más presión ejercieron para que se discutiera la cuestión del Partido. La discusión del grupo de Bremen con los Spartakistas resultó difícil, al empeñarse éstos a permanecer en la Social-Democracia.
El primero de Enero de 1917, en la conferencia nacional del grupo Internationale, Knief criticó la ausencia de perspectivas claras y de resolución de ruptura clara con el Partido Socialdemócrata y de toda perspectiva de formación de un partido revolucionario sobre bases radicalmente nuevas.
Mientras el grupo Spartaquista Internationale se adhería a la Socialdemocratische Arbeitergemeinschaft (colectivo de trabajo socialdemócrata en el reichstag) y aparecían escritos como:
«Lucha por el Partido y no contra el Partido...lucha por la democracia en el Partido, por los derechos de las masas, por los camaradas del Partido contra los jefes que se olvidan de su deberes... Nuestra consigna no es escisión o unidad, partido nuevo o viejo, sino reconquista del Partido desde la base gracias a la revuelta de las masas... la lucha decisiva por el Partido ha empezado».(Spartakus-Briefe, 30 de Marzo de 1916).
Al mismo tiempo en Arbeiterpolitik podía leerse:
«Creemos que la escisión, tanto a nivel nacional como internacional no sólo es inevitable sino que además es la condición previa a la reconstrucción real de La Internacional, del despertar del movimiento proletario de los trabajadores. Creemos que es inadmisible y peligroso que se nos impida expresar nuestra profunda convicción ante las masas laboriosas». (Arbeiterpolitik n° 4).
Y Lenin en “A propósito del panfleto de Junius” (julio 1916) escribía: «El mayor defecto de todo el marxismo revolucionario Alemán es la ausencia de una organización ilegal estrechamente unida...Una organización semejante se vería obligada a definir claramente su actitud respecto al oportunismo del Kautskysmo. Unicamente el grupo de los Socialistas Internacionalistas de Alemania (ISD) permanece en su lugar, eso está claro y sin ambigüedades».
La adhesión de los Spartaquistas al USPD (Partido Democrático Independiente de Alemania fundado el 6/8 de Abril de 1917; partido centrista sin diferencias, excepto en las proporciones, con la Socialdemocracia, ligado de hecho a la creciente radicalización de las masas; de él formaban parte: Haase, Ledebour, Kautsky, Hilferding y Bernstein), volvió aún más duras y exasperadas las relaciones entre los Comunistas de Bremen y aquellos. Si en Marzo de 1917 se leía aún en el Arbeiterpolitik:
«Los radicales de izquierda se encuentran ante una gran decisión. La mayor responsabilidad está en manos del grupo Internationale al cual reconocemos, a pesar de las criticas que hemos tenido que hacerle, como el grupo más activo y más numeroso, como núcleo del futuro partido radical de izquierda. Sin éste, tenemos que reconocerlo francamente, no podemos ni nosotros ni los ISD construir en un plazo previsible, un partido capaz de actuar. Del grupo Internationale depende que la lucha de los radicales de izquierda se desarrolle en un frente ordenado tras su bandera , o que los grupos de oposición que han surgido en el seno del movimiento obrero, cuya confrontación es un factor de clarificación, se suman en la confusión al avanzar demasiado lentamente y desperdiciando mucho tiempo para llegar a conclusiones» (Subrayado por nosotros)
Tras la adhesión del grupo Spartaquista al USPD, se podía leer en cambio:
«El grupo Internationale ha muerto...Un grupo de camaradas se ha constituido en comité de acción para construir el nuevo partido».
Efectivamente , en Agosto de 1917 hubo una reunión en Berlín con delegados de Bremen, Berlín,Francfort y otras ciudades alemanas, para poner los cimientos de un nuevo partido. Otto Ruhle con el grupo de Dresde participó en esta reunión. En el propio grupo Spartaquista se manifestaron posiciones muy cercanas a las de los Linksradicalen, que no aceptaron los compromisos organizativos de la Centrale, que estaba en la línea de Rosa Luxemburgo. Apareció primero la oposición de los grupos de Duisburgo, Francfort y Dresden a la adhesión al Arbeitergemeinscharft (colectivo...). El órgano del grupo de Duisburgo en particular, inició una viva discusión contra tal adhesión. Más tarde otros grupos como el de Chemnitz, en el que estaba Heckert, manifestaron su oposición a la adhesión a la USPD. Estos grupos estaban de acuerdo en la práctica con lo que Radek expresaba en Arbeiterpolitik:
«La idea de construir un partido con los centristas es una peligrosa utopía.
Los radicales de izquierda, sean o no propicias la circunstancias, tienen que construir su propio partido si quieren cumplir su tarea histórica».
Liebknecht mismo, más ligado a la efervescencia de la clase, expresaba su posición en un escrito desde la cárcel (1917), en el cual intentando aprehender las fuerzas vivas de la revolución, distinguía tres capas sociales en el seno de la Social-Democracia Alemana. La primera estaba formada por funcionarios a sueldo, base social de la política de la mayoría del partido Socialdemócrata. La segunda estaba formada por: «los trabajadores más acomodados y más instruidos. Para éstos, la importancia del peligro de ver estallar un grave conflicto con la clase dominante no estaba clara. Ellos quieren reaccionar y luchar; pero no están decididos a cruzar el rubicón. Forman la base de la Socialdemocratische Arbeitergemeinschaft»
Y la tercera capa:
«Las masas proletarias de trabajadores sin instrucción. El proletariado en su sentido real, estricto. Por su estado actual, sólo esta capa no tiene nada que perder . Nosotros apoyamos a esas masas: el proletariado».
Todo esto demuestra dos cosas:
Que una importante fracción del grupo Spartaquista se orienta hacia la misma dirección que los radicales de izquierda, chocando así contra un centro minoritario representado por Rosa Luxemburgo, Jogiches, Paul Levi
El carácter federalista no centralizado del grupo Spartaquista.
Los desacuerdos que se manifestaron entre los Spartaquistas y la mayoría del USPD sobre esta revolución , llevaron a Arbeiterpolitik a discutir de nuevo con los Spartaquistas3. Los Comunistas de Bremen no habían disociado nunca su solidaridad con la revolución rusa de la exigencia de formar un partido comunista en Alemania, ¿Por qué, se preguntaban los Comunistas de Bremen, la revolución había triunfado en Rusia?
«Unica y exclusivamente porque en Rusia quien desde el principio llevaba la bandera del socialismo y combatió con el emblema de la revolución Social, era un partido autónomo de radicales de izquierda. Si con buena voluntad aún se podían encontrar en Gotha razones que justificaran la actitud del grupo Internationale, hoy en día se ha desvanecido todo intento de justificación de asociación con los independientes.
Hoy la situación internacional hace aún más urgente la necesidad de fundar un partido propio de los radicales de izquierda”.
Sea como sea, tenemos la voluntad firme de consagrar todas nuestras energías a crear en Alemania las condiciones para un Linksradikalen Partei (partido de los radicales de izquierda). Invitamos pues, a nuestros amigos, a nuestros camaradas del grupo Internationale, en vista de la quiebra total en la que, desde hace ya casi nueve meses, se hunde la fracción y el partido de los Independientes; en vista de las repercusiones corruptoras del compromiso de Gotha (que sólo pueden perjudicar el porvenir del movimiento radical en Alemania4), a romper sin ambigüedades y abiertamente con los pseudosocialistas independientes y a fundar el partido propio de los radicales de izquierda...» (subrayados por nosotros) (Arbeiterpolitik, 15-12-1917).
A pesar de todo, aún tendría que pasar un año antes de la fundación del partido en Alemania, y mientras tanto la tensión social aumentaba: desde las huelgas de Berlín de Abril de 1917 hasta la revuelta de la flota durante el verano, y la oleada de huelgas de Enero de 1918 (Berlín, Ruhr, Kiel, Bremen, Hamburgo, Dresde) que duró todo el verano y el otoño
Veamos ahora algunos otros grupos menores que caracterizaban la situación alemana.
Como hemos escrito antes, los ISD agrupaban también al grupo de Berlín en torno a la revista Lichstrahlen. El representante más importante era Borchardt. Las ideas que desarrollaba en las revista eran violentamente antisocialdemócratas, pero ya anunciaban, por su orientación anarquizante, la ruptura con los Comunistas de Bremen. Arbeiterpolitik observaba que: «En vez del partido, éste (Borchardt) propone una secta propagandista de formas anarquistas»
Más tarde, los comunistas de izquierda lo consideraron como un renegado y lo bautizaron como “Julian el Apóstata”.
En Berlín, Werner Möller, que ya estaba afiliado a Lichtstrahlen, se hizo colaborador asiduo de Arbeiterpolitik, y más tarde su representante. Los sicarios de Noske lo asesinaron bestialmente y a sangre fría en Enero de1919. En Berlín, la corriente de izquierda era muy fuerte con, entre otros, los Spartaquistas (más tarde KAPD); Karl Schröder y Friederich Wendel.
El grupo de Hamburgo ocupa un lugar especial en la oposición revolucionaria a la social-democrácia. Este grupo no entrará en los ISD hasta noviembre de 1918,y entonces éstos, a propuesta de Knief, cambiaron de nombre para convertirse en los IKD (Internationale Kommunisten Deutschland) el 23 de diciembre de 1918. Los dirigentes más destacados en Hamburgo fueron Henrich Laufenberg y Fritz Wolffheim. Lo que los distinguía de los Comunistas de Bremen era una polémica más acerba contra los jefes, con tintes sindicalistas y anarquistas.
Arbeiterpolitik se mantenía al contrario en posiciones correctas cuando escribía el 28 de julio 1918: «La causa de los Linksradikalen, la causa del futuro Partido Comunista Alemán, al que tendrán que afluir tarde o temprano los que han permanecido fieles a los viejos ideales, no depende de grandes apellidos. Al contrario, lo que es y tiene que ser el elemento nuevo, si un día tenemos que llegar el socialismo, es que la masa anónima tome a cargo su propio destino: que cada compañero en tanto que individuo contribuya a ello con su iniciativa propia sin preocuparse si están con él “apellidos notorios”» (subrayado por nosotros).
Lo que también distinguía al grupo de Hamburgo era el carácter cada vez más claramente sindicalista de su orientación política, que se debía, en parte, a la militancia de Wolffheim en las IWW (International Workers of the World) cuando vivió en USA.
Puede decirse que los que expresaron mejor este período de la lucha de clases en Alemania fueron, sin duda, los Comunistas de Bremen. Reconocer esto significa también poner de manifiesto todas las tergiversaciones, los errores del grupo Spartaquista (y por tanto de su mejor teórico, Rosa Luxemburgo) en materia de organización, de concepción del proceso revolucionario, de la función que debe cumplir el Partido.
Está claro que resaltar los errores de Rosa Luxemburgo no significa que haya que minimizar sus batallas, su heroica lucha, pero ello permite entender que, junto a su visión premonitoria en la lucha teórica contra Bernstein y Kaustsky, Rosa defendió posiciones políticas que hoy nos resultan inaceptables.
No tenemos dioses que venerar, sino que al contrario, tenemos que entender los errores del pasado para poder evitarlos, tenemos que saber sacar sin fin lecciones útiles del movimiento proletario, entre otras las que conciernen a la función y el papel organizativo de los revolucionarios.
Para estar a la altura de nuestras tareas, también hay que comprender el lazo indisoluble que existe entre la actividad de pequeños grupos cuando predomina la contrarrevolución (como muestra el ejemplo elocuente, de lo que hicieron Bilan e Internationalisme) y la acción del grupo político cuando las contradicciones insuperables del capitalismo empujan a la clase al asalto revolucionario. Ya no se trata entonces de defender posiciones, sino, sobre la base de esas posiciones en constante elaboración, sobre las bases del programa de clase, ser capaces de cimentar la espontaneidad de la clase de expresar la conciencia de clase, de unificar sus fuerzas ante el asalto decisivo; en otras palabras, de construir el partido, momento esencial de la victoria proletaria.
Pero ni los partidos ni las revoluciones vienen prefabricados. Entendámonos: los artificios organizativos nunca sirvieron para nada; al revés, a menudo han servido incluso a la contrarrevolución. Autoproclamarse partido, construirse como tal en período contrarrevolucionario es un absurdo, un error muy grave que demuestra incomprensión de la base del problema, cuando no hay una perspectiva revolucionaria. Pero puede considerarse igualmente grave dejar esa tarea de lado, o aplazarla para cuando ya es demasiado tarde. En este artículo, es este segundo aspecto el que presenta mayor interés.
Quienes hablan de una espontaneidad que resolverá todos los problemas, hacen, a fin de cuentas, el elogio de una espontaneidad inconsciente y no de un paso de la espontaneidad a la conciencia; no pueden o no quieren comprender que la toma de conciencia por parte de la clase en la lucha tiene que llevarla a reconocer la necesidad de un instrumento adecuado para destruir por asalto el Estado, fortaleza del capital.
Si la espontaneidad de la clase es un momento que nosotros reivindicamos, el espontaneismo (o sea, la teorización de la espontaneidad) anula, precisamente, la espontaneidad, y se manifiesta por una serie de recetas viciadas: por un “estar con los obreros” por el hecho de no saber nadar contra la corriente en los momento de calma y reflujo para ir así “con la corriente” en los momentos decisivos. Las desviaciones de Luxemburg sobre las cuestiones organizativas se pueden ver también en su concepción de la conquista del poder (y hasta cierto punto es inevitable teniendo en cuenta la estrecha conexión entre ambos problemas):
«La conquista del poder no tiene que hacerse de un solo golpe, sino progresivamente, hundiéndonos en el Estado burgués hasta que ocupemos todas las posiciones y las defendamos con uñas y dientes» (Tomado del Discurso a la Convención Fundación del Partido Comunista Alemán, en “Habla Rosa Luxemburgo”. Pathfinder Press)
Y, desgraciadamente, eso no es todo. Mientras Paul Frölich, (representante del grupo de Bremen) lanzaba en noviembre de 1918 desde Hamburgo, este llamamiento:
«¡Este es el principio de la revolución alemana, de la revolución mundial! ¡Viva la mayor acción de la revolución mundial! ¡Viva la república alemana de los obreros! ¡Viva el bolchevismo mundial!»
Rosa Luxemburg, poco más de un mes después, en lugar de preguntarse por qué un ataque masivo del proletariado fue derrotado, decía”.
«El 9 de Noviembre, los obreros y soldados destruyeron el antiguo régimen en Alemania (...) El 9 de Noviembre el proletariado se sublevó y sacudió el infame yugo, los Hohenzollerns han sido expulsados por los obreros y los soldados organizados en consejos». (citado por Prudhommeaux: Spartakus et la Commune de Berlín).
Así pues, Rosa interpretaba como una revolución, el paso del poder de manos del equipo de Guillermo II a las de los Ebert-Scheidemann-Haase, y no como un relevo de guardia contra la revolución5.
La incomprensión de la función del papel histórico de la Social-democracia le costará la vida a Rosa, lo mismo que a Liebknecht y a miles de proletarios. El KAPD (Partido Comunista Obrero de Alemania) sabrá sacar las lecciones de esta experiencia (uno de los puntos sobre los que se basa su oposición fundamental a la IC (Internacional Comunista) y al KPD (Partido Comunista de Alemania) es su rechazo de cualquier contacto con el USPD; pero, más adelante, volveremos a este tema), como también lo hará la Izquierda Italiana. Bordiga escribía el 6 de Febrero de 1921 en Il Comunista un artículo titulado la función histórica de la social democracia. Veamos algunos pasajes:
«La socialdemocracia tiene una función histórica, en el sentido de que en los países de Occidente habrá probablemente un periodo durante el cual los partidos socialdemócratas estarán en el gobierno, solos o colaborando con los partidos burgueses. Sin embargo, allí donde el proletariado no tenga fuerza para evitarlo, semejante intermedio no será una condición positiva, necesaria para el advenimiento de formas e instituciones revolucionarias. No será una preparación útil para éstas últimas, sino que constituirá una tentativa desesperada de la burguesía para disminuir y desviar la fuerza de ataque del proletariado para acabar aplastándolo sin piedad a golpes de reacción blanca, en el caso de que le quedasen bastantes fuerzas para atreverse a levantarse contra el legítimo, el humanitario, el decente gobierno de la Socialdemocracia.
Para nosotros sólo puede haber una transferencia revolucionaria de poder, la de manos de la burguesía dominante a las del proletariado, de la misma manera que no puede concebirse otra forma de poder proletario que la dictadura de los Consejos».
Hemos empezado este estudio con el congreso de formación del Partido Comunista Alemán (30 diciembre de 1918, 1° de enero de 1919), y hemos recorrido hacia atrás la historia de su conformación; vayamos ahora hacía adelante, a partir de ese punto.
El congreso de formación cristaliza, por así decir, dos concepciones y dos posiciones diametralmente opuestas. Por un lado, la minoría alrededor de Luxemburgo, Jogisches, Paul Levi, que agrupaba a las personalidades más importantes del nuevo partido, y que aún siendo minoría asumía su dirección (las burlas a las posiciones preponderantes de la izquierda y la casi negativa a garantizar su expresión – únicamente Frolich será admitido en la Central – acabarán dando lugar unos meses más tarde a la farsa del congreso de Heildelberg). Por otro lado, la gran mayoría del partido: la furia y la potencialidad revolucionaria que expresaba el grupo del IKD y buena parte de Spartaquistas, con Liebnechkt a su cabeza. Las posiciones de la izquierda triunfaron por aplastante mayoría: contra la participación electoral, por la salida de los sindicatos, por la insurrección.
Pero les faltaba una visión clara de las tareas inmediatas a afrontar, de la preparación del ataque insurreccional que tiene que ser también militar, de la función centralizadora y de dirección del Partido. Predominaba una especie de federalismo, de independencia regionalista. En Berlín, casi ni sabían lo que pasaba en el Ruhr, en el centro, o en el sur y viceversa, la misma Rote-Fahne reconocía el 8 de enero de 1919 que: «la inexistencia de un centro encargado de organizar a la clase obrera no puede durar más tiempo...Es necesario que los obreros revolucionarios pongan en pie organismos dirigentes capaces de guiar y utilizar la energía combativa de las masas»; tengamos en cuenta además, que aquí sólo se trata de la situación en Berlín.
La desorganización sigue en aumento y llega al colmo con la muerte de Luxemburgo y de Liebknecht. Cuando el partido se ve reducido a la clandestinidad y sometido al terror contrarrevolucionario, está descabezado. Las repúblicas Soviéticas que surgen aquí y allá en Alemania: Bremen, Munich, Baviera, etc, son derrotadas una tras otra, y los combatientes proletarios aniquilados. La oleada revolucionaria, la inmensa potencialidad que lleva en sí la clase, retrocede. No podemos citar íntegramente la carta que dirigió Lenin en abril de 1919 a la República Soviética de Baviera. Ni que decir tiene que la mayor parte de las “medidas concretas” a que se refiere Lenin nunca fueron tomadas.
Salud a la República Soviética de Baviera
«Os agradecemos vuestro mensaje de saludo y a nuestra vez, saludamos con toda el alma a la República de Soviets de Baviera. Os rogamos encarecidamente que nos informéis más a menudo y más en concreto cuales son las medidas que habéis tomado para luchar contra los verdugos burgueses que son Scheidemann y Cía; si habéis creado soviets de obreros y de moradores en los barrios de la ciudad; si habéis armado a los obreros y desarmado a la burguesía; si habéis utilizado inmediatamente los almacenes de ropa y demás artículos para asistir inmediata y ampliamente a los obreros, y sobre todo a los jornaleros y pequeños campesinos; si habéis expropiado las fábricas y los bienes de los capitalistas de Munich, así como las explotaciones agrícolas capitalistas de los alrededores; si habéis abolido las hipotecas y los tributos de los pequelos campesinos; si habéis duplicado o triplicado el salario de los jornaleros y peones; si habéis confiscado todo el papel y todas las imprentas para publicar panfletos y periódicos de masas; si habéis instituido la jornada de trabajo de seis horas con dos o tres horas consagradas al estudio del arte de administrar por el Estado; si habéis echado a la burguesía en Munich para instalar inmediatamente a los obreros en los buenos apartamentos; si os habéis apoderado de los bancos; si habéis tomado rehenes de la burguesía; si habéis establecido una ración alimenticia mayor para los obreros que para los burgueses; si habéis movilizado a la totalidad de los obreros a la vez para la defensa y para la propaganda ideológica en los pueblos cercanos. La aplicación urgentisima y lo más amplia posibles de estas medidas y otras parecidas, apoyándose en la iniciativa de los soviets de obreros, de jornaleros y, aparte, de pequeños campesinos, reforzará vuestra posición. Es indispensable golpear a la burguesía con un impuesto extraordinario, y mejorar en la práctica, inmediatamente y cueste lo que cueste, la situación de los obreros, jornaleros y pequeños campesinos: Mis mejores votos y deseos de éxito». Lenin.
La falta de preparación teórica, la incapacidad para estar a la altura de las tareas que la situación exigía, provocaron, con los primeros signos de retroceso, una escisión en el movimiento Alemán. Por un lado se empezará a volver la vista hacia el bolchevismo, hacía Rusia victoriosa, a tomar su propaganda, sus indicaciones tácticas y estratégicas, procurando absurdamente calcarlas en Alemania. Valga de ejemplo en caso de Radek, que es típico: portavoz de los Comunistas de Bremen y del ala más intransigente del movimiento, será tras el retroceso momentáneo de la lucha en el verano de 1919, uno de los promotores, junto con Paul Levi, del Congreso de Heidelberg (octubre de 1919), durante el cual se repudiarían las conquistas del Congreso de Fundación del partido, volviendo al uso del “instrumento” electoral, de los sindicatos ultra reformistas en los que los comunistas tendrían que desarrollar su actividad, para terminar con “cartas abiertas” y el frente único.
¿Qué valor tiene entonces llamar a la centralización, si los sucesos toman el camino contrario al desarrollo del movimiento espontáneo?
Por otro lado, el ala revolucionaria que rehusó esa alternativa y será mucho más fecunda en consejos e indicaciones, tendrá que afrontar una vez constituida organizativamente, un compacto muro de dificultades crecientes.
La respuesta no es fácil, y exige la comprensión de la dinámica social de aquellos años. La revolución rusa fue un magnífico ejemplo para el proletariado occidental. La IIIª Internacional, fundada en Marzo de 19196, es un ejemplo de la voluntad revolucionaria de los bolcheviques, y fue, por su parte, una auténtica tentativa para apoyarse en los comunistas europeos. Pero las dificultades internas de la Revolución
Rusa que surgieron desde el fin de la guerra civil y no tenían solución dentro del marco ruso; la derrota de la primera fase de la revolución Alemana (Enero-Marzo 19) y la de la República Soviética Húngara, convencieron a los comunistas rusos de que la perspectiva de la revolución en Europa se estaba alejando. Para éstos, ya sólo importaba recuperar, para todo el período, a la gran masa de trabajadores, convencer a las masas socialdemócratas de lo justo de las posiciones comunistas, etc. Tendían a recuperar al USPD, considerándolo como el ala derecha del movimiento obrero y no como una fracción de la burguesía, en lugar de llevar una lucha teórica contra la Socialdemocracia, en lugar de estar atentos a las capas más avanzadas de la clase, basando la necesidad de atacar y desenmascarar a la Socialdemocracia en la voluntad de lucha de éstas.
Podemos pues decir que, si bien las vacilaciones de los comunistas de Occidente llegan a ser funestas durante una primera fase (1918-19), fue la misma Internacional Comunista, la que acabó siendo un obstáculo para la irrupción –aunque fuera tardía- de la auténtica vanguardia proletaria de Europa, cuando aún la situación era revolucionaria (y sólo nos referimos aquí a los años 1920-21, aunque aún se puede hablar de reacción proletaria contra los ataques de la burguesía durante dos años más –por ej. Hamburgo en 1923- e incluso después de una única verdadera derrota del proletariado por una masacre).
Si bien el tránsito de una situación a otra se produce gradualmente, podemos sin embargo, señalar, como momento que expresa el cambio de rumbo de la IC la disolución del buró de Amsterdam y el texto de Lenin “El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”.
Volvamos a las vicisitudes del Partido Comunista Alemán. El 17 de Agosto de 1919 se convoca una Conferencia Nacional en Francfurt. El ataque de Levi contra la Izquierda resulta un fracaso; pero en Octubre de ese mismo año, en Heildelberg, sí consigue, en cierta forma, resultados. En un congreso clandestino con escasa representación de los distritos y sin que algunos se enteraran, se decide en la práctica la escisión, al cambiar ciertas posiciones programáticas de Enero. En el punto 5 del nuevo programa del Partido leemos:
«La revolución , que no se hace de golpe, sino que es la larga y perseverante lucha de un clase oprimida desde hace milenios, y por tanto no plenamente consciente de su misión y de su fuerza, está sometida a flujos y reflujos» (subrayado nuestro).
Y Levi, poco después, sostendrá que la nueva oleada revolucionaria surgirá en... ¡1926!
Pero la decisión de expulsar a los “izquierdistas”, a los “aventureros”, no fue tomada oficialmente entonces, sino después, en 1920, en el 3er congreso del KPD. La izquierda después de lo de Heilderberg procura estructurarse en un KPD(O) (O:oposición) de manera que a finales del primer trimestre de 1920 había en la práctica dos organizaciones del KPD: el KPD(S) y el KPD(O). Y esto en una situación particularmente caótica. La información que conseguía llegar a Moscú era muy poca y fragmentada. Lenin en su Saludo a los Comunistas italianos, Franceses y alemanes, del 10 de Octubre de 1919, escribía:
«De los Comunistas Alemanes sólo sabemos que hay prensa comunista en muchas ciudades. Es normal que en un movimiento que se extiende rápidamente, que soporta persecuciones tan brutales, surjan disensiones bastante ásperas. Se trata de una enfermedad del crecimiento. Las divergencias en el seno de los comunistas alemanes se reducen, en la medida en que puedo juzgarlo, al problema del “empleo de los medios legales”: del parlamento burgués, de los sindicatos reaccionarios, de la “ley de consejos” que scheidemannianos y kautskystas han desvirtuado, de la participación en esas instituciones o su boicot». Lenin concluía que había que participar , dando la razón a Levi.
Pero el problema central que se manifestaría algunos meses más tarde será:
O lucha revolucionaria ilegal y preparación militar;
O actividad legal en los sindicatos y el parlamento.
Estos son los términos de la confrontación entre las dos “líneas” del KPD.
El centro de la Oposición estuvo durante algún tiempo en Hamburgo. Pero pronto Laufenberg y Wolffheim empezaron a desacreditarse. Son ellos quienes empezaron a elaborar la tesis del Nacional-Bolchevismo según la cual, la defensa de Alemania contra la Entente era un deber revolucionario que cumplir, incluso al precio de una alianza con la burguesía alemana7. Fue entonces cuando Bremen, que ya funcionaba como centro de información, se convirtió en punto de referencia del Comunismo de Izquierda. El “centro de información” de Bremen luchó en dos frentes hasta principios de 1920: contra la Central del Partido y contra Hamburgo. Bremen no buscó la escisión, pero intentó que se discutieran los resultados del Congreso de Heildelberg; la Central de Levi, sin embargo, se opuso a cualquier discusión, ayudado en eso por la lucha contra el Nacional-Bolchevismo de los de Hamburgo. La tentativa del levantamiento militar de Kapp, al dar a las divergencias un contenido “práctico”, acabo con la discusión. Veamos las respuestas proletarias a esta tentativa de levantamiento, y el comportamiento de las diferentes organizaciones:
«En el Ruhr, la Reichswehr no clarificó inmediatamente su posición respecto a Kapp, y teniendo en cuenta que todos, desde la ADGB8 y la Socialdemocracia hasta los centristas y el KPDS lanzaron la consigna de huelga general (aunque la Central del KPD dudara un poco en los primeros días), la situación habría tenido potencialidades revolucionarias, si la dirección de los sindicatos y partidos parlamentarios hubiera sido destruida; efectivamente, numerosas zonas como el Ruhr, en Alemania Central, no habrían sufrido las grandes derrotas obreras de los años precedentes, como las que se habían producido en Berlín, Munich, Bremen. Hamburgo, etc. En el Ruhr había una fuerte tensión entre la Reichswehr y los trabajadores y fue la situación creada por el golpe de Kapp lo que provocó inmediatamente el armamento de los proletarios en huelga (el hecho de que muchos obreros combativos hubiesen conseguido librarse del dominio de la ADGB, metiéndose en la FAUD9 también tuvo su importancia). A causa del carácter democratista y constitucionalista de la huelga general, los independientes y numerosos socialdemócratas procuraban moderar la agresividad proletaria, aunque sin éxito en el primer período de avance. El desarrollo de la situación fue el siguiente: localmente en cada ciudad se formaron tropas de proletarios (independientes de los sindicatos) que tomaban las armas contra los soldados de la Reichswehr. Las ciudades insurgentes se reunieron y atacaron las ciudades todavía en manos del ejército para apoyar a los obreros locales.
Mientras una parte del “Ejercito Rojo” (como se llamaba a sí mismo) del Ruhr, expulsaba al Reichswehr fuera del Ruhr, formando un frente paralelo al río Lippe, otros grupos de obreros tomaban una tras otra las ciudades de Reimscheid, Essen, Dusseldorf, Mulheim,
Duisburg. Hamborn y Dinkslaken y rechazaban al Reichswehr a lo largo del Rhin hasta Wesse, en poco tiempo, entre el 18 y el 21 de marzo.
El 20 de marzo, la AGDB, tras el fracaso del levantamiento de Kapp, declaró terminada la huelga general, y el 22 el SDP y el USPD hicieron lo mismo. El 24 de marzo, representantes del gobierno Socialdemócrata,, del SDP, del USPD y una parte del KPD concluyeron un acuerdo en Bielefeld proclamando el alto al fuego, el desarme de los obreros y la libertad para los obreros que hubiesen cometido actos “ilegales”. Una gran parte del ejército Rojo no acepto tal acuerdo, y siguió la lucha.
El 30 de marzo el gobierno Socialdemócrata y el Reichswehr lanzaron un ultimatun a los proletarios: o aceptaban inmediatamente el acuerdo o si no , la Reichwehr –cuya fuerza se había cuadruplicado, como mínimo, con la llegada de cuerpos francos de Baviera, Berlín, de Alemania del Norte y del Báltico- empezaría una nueva ofensiva. La coordinación ente las diferentes tropas obreras fue a partir de entonces mínima a causa de la traición de los independientes, del centrismo del KPD(S) y de los sindicalistas, y de la rivalidad entre las tres centrales militares del “Ejército Rojo”.
La Reichswehr y las numerosas tropas blancas desplegaron una vasta ofensiva en todos los frentes; el 4 de abril cayeron Duisburg y Mulheim, el 5 Dortmund y el 6 Gelsenkirchen.
Se desencadenó entonces el terror blanco con dureza; produjo víctimas no solo entre los obreros armados, sino también entre sus familias que fueron masacradas, y entre los obreros jóvenes que habían ayudado a los combatientes heridos en la retaguardia. El ejército del Ruhr (Ejército Rojo) incorporó entre 80.000 y 120.000 proletarios. Consiguió organizar una artillería y una pequeña fuerza aérea. El desarrollo de las luchas es lo que dio lugar a la formación de 3 centros militares:
a- Hagen, dirigida por la USPD, aceptó sin vacilar el acuerdo de Bielefeld.
b- Essen, dirigida por el KPD y por la izquierda Independiente; fue reconocida como central suprema del ejército el 25 de Marzo. Cuando el gobierno de la Socialdemocracia planteó el ultimatun a los obreros el 30 de marzo, esta central lanzó la consigna increiblemente ambigua de volver a la huelga general (¡cuando ya los trabajadores estaban en armas y luchando!).
c- Mulheim, dirigida por los Comunistas de Izquierda y sindicalistas revolucionarios. Seguía por completo a la Central militar de Essen, pero cuando esta reaccionó de manera centrista ante el acuerdo de Bielefeld, la Central de Mulheim lanzó la consigna de “luchar hasta la muerte”. Las centrales de la USPD, del KPD(S), y de la FAUD tuvieron en común la posición completamente innoble de considerar las luchas como “aventureras”
Ninguna Central Nacional tomó la dirección de las luchas: el movimiento proletario local mostró la mayor voluntad de centralización dentro de los límites de las fuerzas locales. Incluso en Alemania Central, los proletarios se armaron y, bajo la dirección del comunista M. Holz se levantaron numerosas ciudades de los alrededores de Halle; pero el movimiento no pudo ir más lejos, ya que el KPD(S), muy fuerte en Chemnitz, donde era el partido más importante, se limitó a armar a los obreros con el acuerdo de la Socialdemócratas y los Independientes y a esperar... la vuelta de Ebert al gobierno.
Brandler, que dirigía el consejo obrero de Chemnitz, pensó que su papel de dirigente comunista local consistía en evitar que estallaran luchas entre los Comunistas de Holz, que querían armarse con lo que había abandonado la Reichswehr en Chemnitz y en las afueras, y los Socialdemócratas, que siempre estuvieron preparados para atacar a los revolucionarios intentando varias veces lanzar la Heimwehr (grupos blancos armados de la burguesía local) contra ellos.
El centrismo del KPD(S) apareció a las claras cuando, estando los obreros en lucha. La Central de Levi lanzó el 26 de marzo la consigna, de “oposición leal” a un posible gobierno “obrero” de Socialdemócratas e independientes. “Die Rote Fahne”. Órgano central del KPD(S) escribía (n° 32, 1920): “La oposición leal, la entendemos así:
Ninguna preparación para la toma armada del poder, libertad natural para la agitación del partido, para sus metas y soluciones”. El KPD abdicaba oficialmente de sus metas revolucionarias, y lo hacía además, en un momento en el que más que nunca, el proletariado alemán necesitaba al Partido Comunista Revolucionario.
Es pues, un resultado histórico lógico que los Comunistas de Izquierda ante la traición de la sección de la IIIª Internacional, formasen al mes siguiente (abril 1920) el KAPD, Partido Comunista Obrero de Alemania».
Nos parece que ésta larga cita de la Izquierda Alemana y la Cuestión Sindical en la IIIª Internacional no exige comentario alguno (por este trabajo, una parte importante del P.C.I. (Partido Communiste Internationale) rompió con él en 1972).
En aquellos momentos tendría lugar otro suceso importante: el abandono del KPD(O) por la Bremerlinke y su vuelta al KPD(S), en el que hará el papel de oposición interna, con Frolich y Karld Becker(ya veremos más adelante la posición de estos en los años siguientes y, en particular en la primavera de 1921). Aún no tenemos todos los elementos para entender y juzgar lo que fue un duro golpe para el Comunismo de Izquierda, y un gran éxito para la dirección de Levi. Lo que influenció, sin duda la decisión del grupo de Bremen, fue el sentimiento de fidelidad a la IC (que dio su apoyo al KPD(S), aunque con muchas reservas) y su clara y neta oposición al grupo de Hamburgo, con Laufenberg y Wolffheim.
Hasta ahora no hemos hablado sobre Sindicatos, Consejos y Uniones Obreras que estuvieron en el centro de los debates y divergencias del movimiento Alemán. Lo complejo del problema, nos ha llevado primero a aclarar los demás puntos para, luego poder tratar, de manera sucesiva pero lo más clara posible, la “cuestión sindical”. Es lo que procuraremos hacer en nuestro próximo texto.
S.
1 Los historiadores y la historiografía han utilizado el término de “Linksradikalen” para nombrar grupos como el de Bremen o el de Hamburgo, y luego al KAPD y a las Uniones (AAU y AAUD). El término "Ultralinke", al contrario, fue usado para designar a la oposición de izquierda (Friesland – Fischer – Maslow) en los años siguientes, en el seno del KPD
2 Para publicar “Arbeiterpolitik”, se abrió incluso una suscripción entre los obreros de los astilleros de Bremen
3 En la interpretación de lo que pasaba en Rusia, había toda clase de divergencias entre los Comunistas de Bremen y los Spartakistas. Mencionaremos únicamente la cuestión del uso del “terror revolucionario”. En nombre del Grupo de Bremen, Knief criticó duramente la posición de Rosa Luxemburgo que rechazaba utilizar el terror de clase en la lucha revolucionaria.
4 En Gotha, los Spartaquistas se adhirierón al U.S.P.D.
5 En el IV Congreso de la Internacional Comunista (Noviembre de 1920), Radek recogerá esa idea diciendo que había que agradecer a la Socialdemocracia “el habernos dado el gusto de derrocar al Kaiser”.
6 Debemos recordar que en el 1er Congreso de la Internacional Comunista el representante del KPD tenía el mandato de votar en contra de la fundación de la Internacional. La insistencia y la presión ejercida por los otros delegados, hicieron que Eberlein se abstuviera.
7 La posición “Nacional-Bolchevique” será retomada de nuevo por el KPD en 1923 sin suscitar tantos escándalos.Brandler y Thalheimer hicieron declaraciones del estilo de:
«En la medida en que lleva una lucha defensiva contra el imperialismo, la burguesía Alemana juega, en la situación que se ha creado, un papel objetivamente revolucionario; pero en tanto que clase reaccionaria, no puede utilizar los únicos métodos que permitirían resolver el problema.
En estas circunstancias, la precondición de la victoria del proletariado es la lucha contra la burguesía Francesa y su capacidad de apoyar a la burguesía Alemana en esa lucha, asumiendo la organización y la dirección de la lucha defensiva, saboteada por la burguesía».
Y en “Imprekor”, de Junio de 1923, podía leerse:
«El Nacional-Bolchevismo no habría sido en 1920 más que una alianza para escapar de los generales que, justo después de su victoria, habrían aniquilado al Partido Comunista. Hoy, significa que todos están convencidos de que no hay otra salvación sino es con los Comunistas. Hoy, somos la única solución posible. El insistir con fuerza en el elemento nacional en Alemania es un acto revolucionario de l a misma manera que lo es, insistir en el elemento nacional en las colonias». (subrayado nuestro).
8 ADGB: Sindicato Alemán (Allgemeiner Deutscher Gewerkschafs Bund), antes de Junio de 1919 se llamaba Freien Gewerkshaften.
9 FAUD(S): Organización anarco-sindical fundada en Diciembre de 1919 (Freie Arbeiter Union Deutsclands (Syndikalisten).
El “Spartacusbond”, grupo holandés de la tradición del Comunismo de Consejos, ha publicado recientemente dos números de un “Boletín de Discusión Internacional” en ingles. Es ciertamente estimulante que el “Spartacusbond” haga sus ideas más accesibles para quienes no puedan leer el holandés y que están interesados en participar activamente en discusiones y debates internacionales.
Los dos números del Boletín de Discusión Internacional de Spartacusbond han sido dedicados a una crítica de nuestra Corriente Internacional (CCI): el primero es una respuesta a un articulo sobre el reagrupamiento internacional aparecido en Internationalism N° 5 (USA); el segundo aplaude el alejamiento de “Worker´s Voice” de nuestra corriente y critica un artículo sobre el KAPD aparecido en Revolution Internationale N° 6 e Internationalism N° 5
EL artículo de Internationalism N° 5 sobre la conferencia Internacional de 1974, hace hincapié en la necesidad de un reagrupamiento de los revolucionarios en este periodo de lucha creciente de la clase obrera. En el pasado, cincuenta años de contrarrevolución , la derrota de los esfuerzos revolucionarios de la clase obrera, la movilización para la guerra mundial y el letargo debido a los años de la reconstrucción, han hecho sentir sus efectos en los grupos revolucionarios que trataron de mantener viva la llama de la teoría revolucionaria como una contribución a las luchas futuras. La inevitable consecuencia de este largo periodo de derrotas y caos fue la pulverización y aislamiento de los grupos revolucionarios. Pero una necesidad no es una virtud. La fragmentación, el aislamiento de los revolucionarios, a nivel internacional son inevitables en la derrota, pero hoy, cuando la perspectiva de la revolución resurge en las luchas de la clase obrera en el mundo entero, este aislamiento de los revolucionarios deja de ser inevitable. Al contrario, nuestro nuevo periodo de lucha de clases ha reanimado –y reanimará- la consciencia de la clase obrera que se ha manifestado ya con la aparición de grupos y círculos revolucionarios en el mundo entero.
El propósito del artículo de Internationalism fue el de poner en claro la idea de que:
Pero allí donde escribimos “reagrupamiento de los revolucionarios” el Spartacusbond ve solamente al partido bolchevique mostrando su cabeza una vez más. “Nos preguntamos si los grupos presentes en la conferencia internacional querían realmente formar un partido bolchevique” (Boletín N° 1, pág. ). Para Spartacusbond, aparentemente toda organización es un partido, y todo partido es bolchevique. Este silogismo encierra en efecto una condena a todo trabajo revolucionario hoy... por temor que los demonios del pasado no hayan sido exorcizados.
En primer lugar, es sorprendente que Spartacusbond considere necesario preguntarnos si estamos tomando o no el camino de un partido bolchevique. Si ellos han leído nuestra prensa, seguramente se deben haber dado cuenta de que la plataforma política sobre la cual está fundamentada nuestra actividad en varios países, es clara e inequívoca sobre el rechazo a la concepción Bolchevique del partido, tanto en las relaciones partido-clase como en su estructura interna. Una de las premisas de base para cualquier trabajo revolucionario hoy en día es el rechazo de la concepción Bolchevique sobre el partido; sin esta base, ningún progreso es posible en la discusión. Desde sus comienzos, nuestra corriente ha defendido la idea de que:
I. la concepción leninista de la conciencia de clase, según la cual esta procede ”del exterior”, de los elementos “intelectuales”, es completamente falsa. No puede haber separación entre el ser y la consciencia, entre el proletariado como clase económica y su tarea histórica de realizar el socialismo, entre la clase y sus luchas. Las organizaciones políticas de los revolucionarios son una manifestación del desarrollo de la consciencia en la clase; ellas son una emanación de la clase obrera.
La consciencia no está circunscrita al partido, ella existe en el conjunto de la clase aunque no se manifieste de manera homogénea o simultánea. La tarea de aquellos que han logrado alcanzar la consciencia más rápidamente es la de organizarse para contribuir a la generalización de la consciencia en el conjunto de la clase. El partido no es el depositario exclusivo de la conciencia tal como la concepción ultra-leninista de los bordiguistas lo afirma; es simplemente una intervención organizada que tiende hacia una mayor claridad y una mayor coherencia de las perspectivas de clase, para contribuir así activamente al proceso de desarrollo de la consciencia en la clase. El partido no es de ninguna manera un ente absoluto y eterno sino un esfuerzo constante para fortalecer la consciencia del proletariado.
II. La concepción leninista, compartida por casi todos los revolucionarios en uno u otro grado en el comienzo de la gran oleada revolucionaria de 1917-23, según la cual el partido debía tomar el poder “en nombre de la clase”, debe ser rechazada. La experiencia histórica de la revolución rusa muestra que esta concepción no conduce más que a un capitalismo de estado, nunca al socialismo.
La clase obrera EN SU CONJUNTO es el sujeto de la revolución y ninguna minoría de la clase o procedente del exterior –por muy esclarecida que sea o piense que sea- puede “traer” el socialismo. El socialismo es solamente posible a través de una actividad organizada y consciente propia del proletariado, que aprende por su práctica y su lucha.
El rol del partido no es de ninguna manera el de ejercer el poder por encima de los obreros, ni el de asumir el poder del estado. El rol del partido es el de contribuir al desarrollo de la consciencia de la clase, a la comprensión de los intereses generales y del objetivo histórico de la lucha. Los consejos obreros son los instrumentos de la dictadura del proletariado y no el partido.
III. Con Marx, rechazando la noción anarquista de “federalismo” en la organización revolucionaria, nuestra corriente sostiene que la centralización internacional de las organizaciones revolucionarias no implica de ninguna manera el rechazo de la democracia en el marco de los principios políticos del grupo. Un grupo político no es un monolito como el modelo estalinista y no puede serlo puesto que el debe expresar los debates y discusiones reales del movimiento obrero. Los militantes no tienen simplemente el “derecho”, ellos tienen el deber de expresar y clarificar todas las divergencia libremente en la organización, dentro del marco de los principios políticos. Los Bolcheviques construyeron el partido como un aparato cuasi-militar por que: se consideraba que el objetivo era la toma del poder por el partido. Esto no es la meta del partido proletario y por consiguiente su estructura interna debe ajustarse a las necesidades de clarificación política para las cuales ha sido creado en el seno de la clase.
Tales han sido y son, en resumen, los principios sobre los cuales todos los grupos de nuestra corriente están basados. Preguntándose si no vamos a convertirnos en otro partido Bolchevique, nuestra Spartacusbond que aunque conoce nuestras posiciones, presienten que algún “destino fatal” nos transformará en lo contrario de lo que hoy somos, porque a pesar de todo lo que nosotros digamos o hagamos, Spartacusbond ve en nosotros el estigma invisible de la muerte. Solamente podemos decir que Spartacusbond no tiene el monopolio de una oposición sincera a la concepción leninista del partido; ni que tampoco todos los que rechacen esta concepción leninista del partido tienen que terminar compartiendo las ideas de Spartacusbond.
El verdadero problema consiste en que nuestra corriente constituye una organización internacional. No un partido, porque un partido solo puede formarse en un periodo de luchas de clases intensas y generalizadas. Pero nosotros sin embargo, construimos las bases políticas y organizativas para un reagrupamiento internacional. He ahí el hito. En su rechazo a la concepción leninista de la organización, Spartacusbond rechaza también TODAS las formas de organización internacional. “Combatimos toda idea acerca de la necesidad de un partido en la lucha de clases” (Boletín N° 2, pág. 3) y también: “Su presentación (la de la CCI) disipa la diferencia y la oposición entre partido y clase” (Boletín N° 1, pág. 1). Los leninistas ven el partido como exterior a la clase y por sobre ella, y Spartacusbond admite esta definición como inevitable y justa, y por consiguiente rechazan todo partido. El razonamiento es el mismo, solo las conclusiones cambian.
A través de toda la historia del movimiento obrero, se han formado organizaciones políticas en su seno, agrupando a aquellos individuos que defienden una orientación dada en la lucha de clase. Desde Babeuf, pasando por las sociedades secretas, la Liga de los Comunistas y la Primera Internacional, los primeros años del movimiento obrero transcurrieron en un torrente de actividad y de debates políticos. Gradualmente, a través de la experiencia alcanzada, la perspectiva y el papel de esas organizaciones fueron confrontados con la realidad y muchos aspectos clarificados o rechazados. Las sectas de conspiradores, las concepciones golpistas, son abandonadas, y el papel del partido como contribución al desarrollo de la consciencia de clase se clarifica mediante las lecciones positivas y negativas tanto de la segunda como de la tercera Internacional. Durante este periodo, los marxistas y Marx mismo combatieron las negativas de los Proudhonianos de organizarse políticamente así como también la resistencia opuesta por los anarquistas a la centralización, poniendo el acento sobre la necesidad para los revolucionarios de alcanzar una idea clara acerca de los “objetivos finales de la lucha y de los medios para obtenerlos”.
Es inútil argumentar que el desarrollo de la conciencia en la clase obrera no se expresa por sí sola en el desarrollo y unificación de los grupos revolucionarios. El Spartacusbond no toma en consideración esto. Ellos simplemente sostienen que AHORA estas clases de organizaciones no son meramente inútiles sino que también se han transformado en un verdadero obstáculo para el movimiento de la clase trabajadora. ¿Por qué? ¿Tiene el desarrollo de la conciencia de la clase una importancia tan esencial par la lucha proletaria, milagrosamente devenida en un proceso homogéneo y automático de la clase? ¿No hay más necesidad de elementos que miren estas cosas más claramente desde una perspectiva más avanzada para trabajar juntos en la diseminación de sus análisis y perspectivas?. Claramente la respuesta a ambas preguntas es no. Hasta el Spartacusbond reconoce esto: “No hay duda que aquellos que advierten esto (dentro de la necesidad de propagar sus experiencias en cada campo de la lucha. Pero apenas intenten iniciar un partido, una agrupación internacional, que se considere que vaya a ser el líder de la clase, reincidirán en ideas y modelos organizativos del pasado” (Boletín N° 2, pág. 3).
Esta es claramente una contradicción. Sí aquellos que lo vislumbran van a querer, inevitablemente, organizar y propagar sus criterios, ¿estarán ellos haciendo una contribución positiva o no a las luchas?. La respuesta parece ser que si ellos son simplemente un grupo aislado, ellos pueden decir lo que tengan que decir sin ningún miedo. Pero o si es que tratan de hacer su impacto más amplio y efectivo mediante la formación de una organización internacional, entonces de acuerdo al Spartacusbond ellos serán un obstáculo para la clase. Como grupos son ineficientes, aislados e indefinidos, el Spartacusbond está preparado a darles su sello de aprobación. Pero una vez que ellos tiendan hacia una coherencia política y organizativa, serán considerados nefastos. Nos permitimos entonces preguntar, por qué el spartacusbond existe?. ¿Para organizarse ellos con el fin de decir a otros que no lo hagan? ¿Un grupo anti-grupo?. Para el Spartacusbond una vez que un grupo trata de ejercer cualquier influencia en favor de sus ideas, convertirá inevitablemente a sus miembros en “líderes” (Esto es siguiendo el modelo Bolchevique). Si seguimos esta lógica nuestra única esperanza es autocondenarnos a la impotencia.
El Spartacusbond pretende reclamarse de la tradición comunista de los Consejos de Holanda. ¿Tenemos necesidad de recordarles que los comunistas de consejos con Gorter a la cabeza, trataron de formar una Cuarta Internacional en los años veinte?. ¿Significa esto que Gorter se convirtió en el discípulo holandés de Lenin? Un Bolchevique inconsciente?. Un esfuerzo similar fue el hecho por el grupo comunista de consejos holandés (después de la ruptura con Spartacusbond) en 1947. Este grupo animó la iniciativa de los comunistas de consejos belgas que hicieron un llamado para una conferencia internacional y el grupo holandés participó activamente en esta conferencia de los diferentes grupos de la izquierda comunista, que se realizó en 1948. ¿No está allí la verdadera tradición de los comunistas de consejo, muy contraria a lo no participación y a la condenación por Spartacusbond de los reagrupamientos internacionales de hoy?.
Pero, sin embargo, el debate se hace más profundo: ¿Cuál es el papel de los revolucionarios?. Es simplemente “propagar sus experiencias” actuales en tanto que individuos como se desprende de las frase citaba más arriba, o ¿es el de destilar la experiencia de todas las luchas de la clase obrera en la historia, de enriquecer las luchas del presente mediante las lecciones del pasado?. Para el Spartacusbond, el pasado es barrido por la escoba anti-leninista. La revolución rusa fue simplemente una revolución burguesa y los Bolcheviques un partido capitalista de Estado “por esencia” desde sus comienzos. Las concepciones erróneas de los Bolcheviques fueron tomadas de elementos de la Social Democracia. Por consiguiente, la II Internacional, por otro tanto, debe ser rechazada. Concluimos así con una mescolanza, con una aproximación incoherente, moralista de la historia. ¿Por qué entonces tomarse la molestia de analizar las luchas pasadas y las derrotas cuando es mucho más simple desconocer su existencia?.
La revolución rusa, según Spartacusbond, fue una revolución burguesa. Pero en el “Oeste” (Europa Occidental) la revolución estaba al orden del día a causa de los cambios objetivos del sistema capitalista (el periodo de decadencia, el comienzo del ciclo crisis-guerra-reconstrucción) y esto hizo surgir los levantamientos revolucionarios en Alemania y en otras partes. El Spartacusbond comprende que un nuevo periodo de lucha, de lucha revolucionaria, ha comenzado en esta época, porque el sostiene correctamente que los sindicatos han dejado de ser en esta época, las organizaciones adecuadas para la lucha de la clase obrera. Nos encontramos entonces con la contradicción absurda de que el capitalismo está maduro para la revolución proletaria en “Europa Occidental”, pero no en Rusia, donde la burguesía como clase histórica es todavía capaz de avanzar hacia la revolución burguesa. El capitalismo deja de ser así un sistema que domina al mundo y deviene en una cuestión de regiones geográficas: aquí la revolución proletaria está al orden del día, allá, la burguesía comienza su tarea. ¿Aquí, los obreros intentan tomar el poder, mientras que allá, sus camaradas obreros combaten el “feudalismo” ruso?. ¡Y los obreros de Europa Occidental que están impulsando las luchas contra el orden burgués son, al mismo tiempo, tan poco conscientes que se unen a la tercera Internacional y toman la revolución “burguesa”en Rusia por la vanguardia de su propia revolución. Esta es una lógica completamente incoherente, una visión de Alicia en el país de las maravillas de la historia. O el programa revolucionario socialista es una posibilidad mundial o él es simplemente una aventura utópica de la Europa Occidental. ¿Cómo Spartacusbond explica la existencia de consejos obreros, organización de la clase para el asalto revolucionario contra el orden capitalista, en el seno de una revolución “burguesa” en Rusia?. Los abandonaremos a las contorsiones teóricas de una argumentación ilógica. Pero la revolución rusa permanecerá como un libro cerrado para aquellos que estén obsesionados por la derrota, de tal suerte que ellos simplemente negarán todo carácter proletario de la experiencia rusa. Esto conduce inevitablemente al rechazo de toda raíz proletaria de la Tercera Internacional. La historia se transforma así en un enigma donde cada quien gira en círculos haciendo cosas incomprensibles. Para el Spartacusbond, toda lección del pasado es inútil, puesto que la más importante de la lucha de los obreros es “burguesa”; la historia proletaria se transforma así en un inmenso vacío.
Es comprensible que el Spartacusbond vea la contribución de los revolucionarios como simplemente la propagación de “sus experiencias” de manera inmediatista y sin dimensión histórica. Ellos tienen una dificultad deplorable para contactar con el pasado tal como el fue. En el artículo sobre el KAPD aparecido en Internationalism N° 5, Hembe cita la intervención de Jan Appel (Hempel) en el 3er. Congreso de la Tercera Internacional, para mostrar que el KAPD no era antipartido como lo fueron más tarde algunos comunistas de consejos. El KAPD se oponía a la toma del poder del Estado por el partido “en el nombre de la clase”. Pero no rechazaba al partido como contribución necesaria a la consciencia de clase.
“El proletariado necesita un partido fuertemente formado. Cada comunista debe ser individualmente un comunista irrecusable....y debe poder ser un dirigente en su medio. En sus relaciones, en las luchas donde el esté comprometido, él debe ser consistente y lo que le permite a él actuar así es su programa. El actúa de acuerdo a las decisiones tomadas por los comunistas. Aquí reina la más estricta disciplina. Aquí nada puede ser cambiado a riesgo de ser excluido o sancionado....” Jan Appel.
“El Spartacusbond” quiere expresar su indignación acerca del hecho de que Internationalism está abusando del nombre de Jan Appel para intentar encadenar de nuevo a la clase obrera” (Boletín N° 2, pág. 5).
Antes que nada, Spartacusbond considera necesario probar que el KAPD es “su” tradición y que nuestra Corriente no tiene porque citarlo para fortalecer sus ideas. Ellos se han limitado a “dudar de la autenticidad de la cita”, lo que constituye una táctica pueril ya que ni el KAPD ni el mismo Jan Appel, en ese tiempo o después, han protestado porque estos discursos hayan sido falsificados. Los lectores pueden buscar referencias en el texto La Izquierda Alemana (suplemento de Invariance N° 2 París 1974) para comprobar si Internationalism ha transcrito correctamente esta cita de las intervenciones del KAPD.
Pero Spartacusbond va más lejos: “El hecho es que él (Appel) dejó la Internacional comunista y después como miembro del KAPD retoma la lucha práctica y teórica de la clase obrera alemana” (Boletín N° 2 pág. 5). Esta frase implica que después de formular su discurso Appel se dio cuenta de su error y se unió al KAPD. De hecho Appel en el momento del discurso hablaba como delegado del KAPD a la Internacional Comunista y expresaba las posiciones de su organización que, por otra parte en las luchas de la clase obrera alemana: el tomó parte en ellas desde la primera guerra mundial en adelante. El es todavía activo en el movimiento revolucionario, participa en nuestra conferencia internacional y ha aportado contribuciones valiosas a nuestra organización. Difícilmente hubiéramos sacado esta cuestión a la luz, de no ser por el hecho de que Spartacusbond quiso manifestar ruidosamente su “indignación” y acusarnos públicamente de falsificación. Esta es ciertamente una acusación que puede ser devuelta contra los acusadores. Dejando a un lado las polémicas, es claro que aquellos para quienes la visión histórica está limitada a una obsesión con el partido leninista, tienen dificultades par comprender el contenido de las lecciones del pasado.
Pero ¿qué le da a Spartacusbond el derecho de acusar a nuestra Corriente de querer “encadenar nuevamente a la clase obrera”?. Además de los principios a los que hemos hecho alusión, el Spartacusbond nos reprocha el hecho de que tratemos de comprender las contribuciones positivas de los Bolcheviques. Nuestra Corriente, en efecto, ha sostenido que las posiciones claras e inequívocas de los Bolcheviques contra la Primera Guerra imperialista mundial fueron un fuerte llamado a la clase obrera y cohesionó a la izquierda internacional que mantenía una posición internacionalista en la época. Las posiciones del Partido Bolchevique sobre esta cuestión y sobre la necesidad de romper con la Segunda Internacional influenciaron profundamente el movimiento de la izquierda comunista alemana entre otros. La posición Bolchevique contra todo compromiso con el gobierno democrático burgués de Kerensky y el llamado de “todo el poder a los soviets” constituyen contribuciones positivas, a la práctica revolucionaria. Aunque no es nuestro propósito profundizar sobre la experiencia rusa en este artículo, queremos sin embargo puntualizar que estas posiciones merecen la atención y el estudio de los revolucionarios y no pueden ser simplemente eliminadas por la idea de Spartacusbond de la “esencia” del Bolchevismo o pretendiendo que todo esto era una maniobra maquiavélica para hundir a los obreros.
Tomar en cuenta la contribución positiva de los Bolcheviques sobre estas cuestiones, no puede de ninguna manera ser interpretado como una apología de la posición Bolchevique sobre el partido o sobre otros aspectos de la lucha de clases. Si los Bordiguistas hacen la apología de cualquier frase o palabra de Lenin, el Spartacusbond hace todo lo contrario y condena todo lo que los Bolcheviques hayan podido decir. Desgraciadamente para el Spartacusbond la historia proletaria no puede ser reducida a las simplificaciones de “todo es bueno o todo es malo”.
Estamos enteramente de acuerdo con Spartacusbond en que los consejos obreros son el instrumento esencial del poder proletario, las organizaciones unitarias de la clase, y de la democracia proletaria para la lucha revolucionaria y la venida del socialismo. Estamos de acuerdo igualmente en que la existencia de partidos es un vestigio de una sociedad dividida en clases. Desafortunadamente, el hecho de que el proletariado sea una clase explotada significa que el poder de las “ideas dominantes”, la ideología burguesa, retarda y bloquea el desarrollo homogéneo y simultaneo de la consciencia de clase en el proletariado. Por consiguiente, es inevitable y necesario que aquellos que pueden ver las raíces de la lucha más claramente se organicen y traten de propagar esas ideas en la clase. Este objetivo no puede ser alcanzado en tanto que individuos aislados e ineficaces o de grupos locales, así como tampoco a través de actividades limitadas, a decir a los obreros “formen consejos obreros” o reducirse a la idea ridícula de decir a los otros revolucionarios “no os organicéis”.
La clase obrera tampoco necesita de los revolucionarios para que la empujen a formar consejos obreros. En los períodos revolucionarios los obreros han formado sus consejos obreros sin que se les haya tenido que indicar los pasos a seguir para realizar esta operación. En el pasado, cuando la clase obrera estaba inexperimentada, los revolucionarios jugaron un papel importante al alentar la formación de las organizaciones de lucha económica, los sindicatos. Hoy en día, el período es diferente y la formación de los consejos obreros no es ya el resultado directo de la agitación revolucionaria, sino un movimiento relativamente espontáneo de la clase en respuesta a las condiciones objetivas.
La tarea de la organización revolucionaria es más bien una cuestión de clarificación de las perspectivas por la lucha, de definición de los objetivos y de denuncia clara y contundente de los peligros de las luchas corporativas y parciales.
No hay oposición entre los consejos obreros y el partido, entre el todo y una de sus partes. Cada uno tiene un papel que jugar en la vida de la clase.
El rechazo por el Spartacusbond del papel de una organización revolucionaria internacional, sin hablar ya de un partido, no es una continuación de las ideas centrales del KAPD; refleja las ideas de la fracción Ruhle que salió de KAPD, y estas ideas fueron parcialmente desarrolladas en los años 30 durante el período de derrota y de desmoralización. A pesar de las numerosas contribuciones del comunismo de los consejos para reforzar la idea de la importancia de los consejos obreros, las teorías de algunas de sus tendencias y particularmente Spartacusbond permanecen inacabadas y parciales. Ellos permanecen prisioneros de la dinámica leninista, aunque ellos han tomado simplemente la contrapartida: en lugar de decir “el partido es todo”, ellos dicen “el partido no es nada”.
“Sin embargo, no hay objeción al estudio y a la cooperación internacional de los grupos que pretendan estimular la lucha autónoma de los obreros. Pero esos grupos no pueden crear un nuevo movimiento internacional de la clase obrera” (Boletín N° 2, pág. 4).
Esto significa que durante el tiempo que los grupos revolucionarios “estudian” y “cooperan”, están formando parte de la clase. Pero que tan pronto como ellos quieran llevar la “cooperación” de los grupos locales o nacionales al nivel de una organización internacional, con posiciones de principio, teniendo una función activa en la clase, dejan de formar parte de esta última y Spartacusbond condena entonces sus esfuerzos. Cada país por sí mismo, cada grupo por sí mismo – y por encima de todo, no unirse internacionalmente por que el reagrupamiento los convertirá en “líderes” y “leninistas”. Aparentemente no sólo el poder corrompe, sino que también la organización. Esta incoherencia fundamental es teóricamente insostenible. Pero más fundamentalmente, la influencia de este miedo y de esta resistencia al reagrupamiento debilita al movimiento obrero y detiene los esfuerzos de la nueva generación de revolucionarios por crear las respuestas organizativas a las necesidades de la nueva situación revolucionaria de hoy.
J.A.
Los consejistas de hoy en día como aquellos de los grupos holandeses, Spartacusbond y Daad en Gedachte, se distinguen sobre todo por su confusión Menchevique, que llega a cumbres patéticas cuando la cuestión de la revolución Rusa es planteada.
Los comunistas de consejos que en los años 30 militaron en la lucha de clarificación en contra de la contrarrevolución, y que escribieron para correspondencia internacional de Consejos y otras publicaciones comunistas, eran sin lugar a dudas bolcheviques. Sus tradiciones eran enteramente proletarias. En la desmoralización y confusión causadas por la derrota de la Revolución Mundial, ellos trataron de entender las razones del reflujo dentro de un marco proletario aunque defiendan algunas concepciones erróneas. Confrontados con la declinación de la revolución proletaria ellos también comenzaron a declinar. Que diferente fue cuando ellos formaban un todo con la revolución proletaria en el levantamiento, cuando entusiastamente se zambullían en la, al parecer, ola irresistible de lucha clasista marcando el período de 1917 al 1923. El Menchevismo nunca pasó esas tesis de eventos: atacó a la revolución proletaria desde sus comienzos hasta el fin.
Tal como el zorro que en la fábula se alejó de las uvas inalcanzables murmurando que después de todo debían de estar agrias, los “consejistas” de hoy tratan a la revolución de octubre como una revolución burguesa. Como hemos dicho anteriormente, los comunistas de izquierda alemanes y holandeses que comenzaron a exponer una teoría de la “Revolución Burguesa” en los años 30 para poder explicar la contrarrevolución rusa, fueron una corriente comunista auténtica. Esto fue pese a sus tentativas, pero erróneas, aseveraciones dadas como razones para la recaída de la revolución Rusa. Los consejistas de hoy, así y todo no constituyen una tal corriente revolucionaria. Ellos no son más que su descolorido y empobrecido residuo, compartiendo (y contribuyendo más a la confusión) a todos los posteriores defectos de los comunistas de izquierda alemanes y holandeses, pero es más decido el hecho de que ellos no comparten nada del ardor original, o creatividad y coherencia que distinguían a la izquierda alemana y a la holandesa: en suma, ninguna de sus virtudes. Los revolucionarios del KAPD, y los de otros grupos que se identificaban con su posición, comenzaron como militantes comunistas quienes apoyaron sin reservas la revolución de Octubre, porque se dieron cuenta que era el momento correcto para desplegar la revolución mundial. Lo que ellos dijeron después cuando la ola revolucionaria mundial estaba retrocediendo, es otro asunto. En la desmoralización y retirada, las minorías comunistas se hacen inevitablemente más confusas y cometen errores, especialmente cuando toda la clase ha sufrido derrotas. Pero aclaremos esto: Spartacusbond, Daad en Gedachte y compañía tomaron de entre los restos de toda la confusión y desmoralización de lo que una vez fue una autentica fracción revolucionaria. En esto radica toda la diferencia.
Un examen a algunas declaraciones hechas por Spartacusbond demuestra notoriamente su completa regresión de cualquier posición revolucionaria.
“La tercera internacional, siendo promovida por una estructura económica y políticamente atrasada- en la realidad burguesa- (si) de la Rusia revolucionaria era una estructura organizativa del pasado, al menos para Europa Occidental”. (Boletín del Spartacusbond, N° 2, pág. 3). Y:
La declinación de la revolución “fue el resultado de la estructura de _Rusia y del socialismo de estado que existía en el bolchevismo desde el comienzo y lo que solamente podía resultar en un capitalismo estatal” (Ibid.,pág. 3).
Cajo Brendel, un “consejista” colaborador de Daad en Gedachte, también cree que la revolución de Octubre fue “burguesa”:
“Por algún tiempo la revolución (burguesa) Rusa parece que tuvo una gran influencia para desarrollos burgueses similares en Asia y Africa”. (Cajo Brendel, Tesis sobre la Revolución China, panfleto de Solidarity N° 46, Londres 1974, pág. 3).
Observando la repugnante adulteración creciente del marxismo y de las necesidades de la revolución mundial perpetuada por Moscú y el Comintern, los comunistas de izquierda alemanes y holandeses de los años 20 reaccionaron en muchas formas confusas. Algunos como Gorter y Pannekoek, comenzaron a decir que lo que había sucedido en Rusia era algo “inevitable” debiéndose al retroceso económico ruso; Otto Ruhle y muchos otros abiertamente mantuvieron que Rusia había tenido una revolución “Burguesa”. Hasta el Materialismo y Empirio-Criticismo de Lenin, en la opinión de Pannekoek, filosóficamente era un producto del nivel económico del escaso desarrollo burgués en Rusia, y así el Bolchevismo era cada vez más visto como un tipo especial de “híbrido” del movimiento burgués jacobino, “forzado” por la historia a establecer un capitalismo estatal en Rusia. Siguiendo este tren de pensamiento pero añadiéndole sus propios aderezos filisteos, Brendel llama a los bolcheviques “idealistas políticos” (Ibid., pág. 2) sentenciados a ser “repentina y horriblemente” despertados a la realidad del capitalismo estatal. Paul Mattick, que se convirtió en otra voz “consejista”, puso en claro una idea similar: para los bolcheviques “estar en el poder bajo las condiciones actuales significó aceptar el papel histórico de la burguesía pero con instituciones sociales diferentes y una ideología diferente”. (Paul Mattick, “Control Obrero” en La Nueva Izquierda, Boston, 1970, pág... 388). De acuerdo con Mattick la necesidad objetiva de la revolución Burguesa co-existió en la ola revolucionaria proletaria (desencadenada por la primer Guerra Mundial) que él califica de “débil”. Así . todo lo que sucedió en Rusia fue inevitable a causa de su retraso económico, de la ideología capitalista estatal bolchevique y de la debilidad del proletariado mundial. Bajo la superficie de estas expresiones podría tal vez encontrarse algo profundo como: “Es malo todo lo que termina mal”.
Defendiendo la Revolución Rusa contra el Menchevismo y los renegados como Kausky, Luxemburgo y los comunistas de Occidente que apoyaron el régimen Bolchevique sostuvieron que en 1914 el capitalismo entró en su muy esperado período de decadencia. De ahí que la revolución Rusa fue un eslabón en la creciente cadena de revoluciones proletarias. La guerra imperialistas había dado un golpe mortal al ascendente período de desarrollo capitalista. De ahí en adelante el programa comunista máximo, estaba en la agenda inmediata de la humanidad. La clase obrera estaba enfrentando la alternativa de socialismo o barbarie en ese momento. La espiral del ciclo guerra-reconstrucción–crísis-guerra, apareció en la historia con todos sus efectos mortales significando que nuestra época es también la época de la revolución mundial.
Hablar de “revoluciones burguesas” bajo tales condiciones, o acerca de “necesarios escenarios capitalistas” previos a la revolución proletaria cuando el capitalismo mundial daba señas agónicas de decadencia fue realmente la cima del cretinismo Kautskista. Kautsky y los Mencheviques se opusieron a la Revolución de Octubre por el hecho de que el desarrollo económico ruso estaba muy atrasado, permitiendo solamente la creación de una república burguesa. “Teóricamente esta doctrina... siguiendo el descubrimiento original “marxista” de que una revolución socialista es un asunto nacional y, por así decirlo, doméstico en cada país moderno, tomado por sí mismo”, dijo Rosa Luxemburgo (La Revolución Rusa, en Los Discursos de Rosa Luxemburgo, Nueva York, 1970, pág. 368). Pero los marxistas de su época entendieron que el desarrollo burgués era imposible dentro de los límites de la sociedad burguesa. Esto se aplica a todos los países, desde Rusia a Paraguay. Las conexiones mundiales del capital, que convierte a todos los países en un solo organismo integrado, el mercado mundial, no da lugar a las teorías de “excepcionalismo” tan defendido por lo izquierdistas de todo tipo y convicción. Ya en 1905-6, Parvus y Trotsky habían comenzado a comprender esta realidad, después de la experiencia de la Revolución Rusa de 1905. Lenin y Luxemburgo adoptaron este punto de vista firmemente en 1917, y comprendieron que el proletariado ruso podía solamente tomar el poder como un preludio a la revolución socialista mundial. No era que los trabajadores rusos tenían que tomar el poder par completar la “revolución burguesa” aunque sea de pasada, pero sí, que la crisis del capitalismo mundial permitía solamente una ininterrumpida e inmediata lucha hacia el socialismo.
Los argumentos de Kausky, Plekhanov, Martov y todos los doctrinarios del capitalismo nacional, fueron completamente refutados en la ola revolucionaria de 1917 a 1923. El hecho de que esta ola fue finalmente destruida no altera de ningún modo la conclusión . Si los fracasos de la revolución proletaria en el período de decadencia son siempre a causa del “retroceso económico”, entonces no hay esperanza par el comunismo. La decadencia capitalista significa precisamente que las fuerzas productivas eran cada vez más constreñidas y apretujadas por las propias relaciones capitalistas de producción. En otras palabras, el capitalismo en decadencia podrá solamente detener y limitar el desarrollo de las capacidades productivas de la humanidad; podrá solamente mantener el retardo económico como un todo.
Las razones para la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23 son muy complejas para discutirlas aquí. Es suficiente hacer notar que las respuestas verbosas de los Mencheviques acerca del “atraso” de Rusia solamente confunden la cuestión. Las raíces de la derrota proletaria durante la época de la revolución, se hallan principalmente al nivel de la consciencia proletaria, lo que ayuda a explicar factores subjetivos como el apego a viejas tradiciones e insuficiente claridad en lo que respecta al programa comunista, factores que tal vez en un momento dado paralicen la clase como un todo y permitan al capitalismo recobrar la iniciativa. Los aspectos subjetivos de la clase asumen así un aspecto socio-material que puede en ciertos momentos, convertirse en obstáculo objetivo. Pero el determinismo mecánico de los Kauskistas no tiene nada que decir acerca de este proceso que es parecido a un proceso “orgánico” más que a un proceso matemático. Era por lo tanto una regresión teorética para aquellos comunistas de izquierda, que fueron más tarde llamados comunistas de “consejos”, para revivir los argumentos Mencheviques de la inevitable naturaleza “Burguesa” de la Revolución Rusa. Haciendo esto, estos militantes se fueron en contra hasta de su propio pasado, y en contra de una de las más grandes experiencias obreras. Sí, fue cierto que la Revolución Rusa fue ahogada en sangre por la contrarrevolución mundial expresándose a través del “estado obrero” en Rusia. Y fue más doloroso aún ver a los bolcheviques asumir el mando, la tarea de capataz, en esta degeneración. Pero esto no niega la naturaleza proletaria de Octubre, cuya derrota significa una monstruosa debacle de la clase mundial trabajadora.
Solamente la estupidez puede entonces orgullosamente elevar su diminuta frente y encontrar una “revolución burguesa” en medio de la carnicería. Si las “revoluciones burguesas” emanaran de los huesos y sangre de millones de derrotados proletarios con conciencia de clase o enfocándolo de una manera diferente, si las “revoluciones burguesas” emanaran de los huesos y sangre de millones de derrotados proletarios con conciencia de clase o enfocándolo de una manera diferente, si las “revoluciones burguesas” son lo que los trabajadores pueden simplemente llamar contrarrevoluciones, entonces sin lugar a dudas personas como Noske, Scheidemann, Stalin, Mao, Ho, Castro y muchos otros, son “revolucionarios burgueses”. Pero sólo la insolencia y lo obtuso puede honestamente comparar a Cronwell, Robespierre, Saint-Just, Garibaldi, Marat, o William Blake, con esos abortos sangrientos del capitalismo decadente. Escritores como Brendel se sobrepasan en insolencia. Sus profundas declaraciones concernientes a la historia de la revolución proletaria contrastan sorprendentemente con la trivialidad de expresiones como: “La Revolución China tuvo esencialmente (no en detalles) el mismo carácter que la Revolución Rusa en 1917. Pueden haber diferencias entre Moscú y Pekín, pero tanto China como Rusia están en camino hacia el capitalismo estatal. Tal como Moscú, Pekín persigue una política exterior que tiene poco que hacer con la revolución fuera de Asia (ni siquiera “revolución” de clase media). (Brendel, op. cit. Pág. 2)”.
De este modo las revoluciones son lo mismo que las contrarrevoluciones, Lenin y Trotsky son lo mismo que Mao y Chou En-Lai. El aspecto más reaccionario de esta salsa “revolucionaria” es que implícitamente denigra y amortaja en extrema confusión los momentos vitales y complejos del movimiento obrero. Brendel, el abogado eterno del eterno desarrollo capitalista, piensa que es capaz de juzgar lo que el paternalísticamente llama “idealistas políticos”. A los Bolcheviques el los compara con Mao, el heredero de Stalin y autodesignado semi-dios de 800 millones de seres humanos. Con un rápido lavado de manos nuestro Poncio Pilatos niega cualquier responsabilidad histórica por el curso de la Revolución Rusa. Todo lo que tenía que ser fue, pero “No fue la inmadurez rusa lo que fue probado en los eventos de la guerra y en la Revolución Rusa”, afirmó Luxemburgo, “pero sí, la inmadurez del proletariado alemán para el logro de su tareas históricas”. Brendel, por su puesto no vislumbró nada de esto. En sus pensamientos tortuosos, él también, como Kausky y los Mencheviques tropezó y cayó dentro de la letrina que el movimiento obrero había colocado a un lado para aquellos siempre “inmaduros” para entender la revolución comunista.
Brendel habla fácilmente acerca del acaecimiento de toda clase de revoluciones -clase media, capitalista estatal, burguesa y hasta campesina. A todo se hace mención, excepto a la revolución proletaria, que se mantiene en él como un libro cerrado con siete sellos. De acuerdo con él, la revolución burguesa es inevitable en áreas atrasadas y el drama sigue en una búsqueda desesperada por actores que la lleven acabo. Así: “Ni en Rusia ni en China podía triunfar el capitalismo excepto en su forma bolchevique”. (Ibid., pág. 11). Pero en ninguna otra parte su concepción Menchevique se muestra más abiertamente que aquí:
“Tanto en Rusia como en China las revoluciones tuvieron que resolver las mismas tareas políticas y económicas. Ellos tuvieron que destruir el feudalismo y liberar las fuerzas productivas de la agricultura, de las cadenas en las cuales las relaciones existentes las limitaban. Ellos tuvieron que destruir el absolutismo y remplazarlo por una maquina estatal que facilitara soluciones a los problemas económicos existentes. Los problemas económicos y políticos fueron aquellos de una revolución burguesa, esto es, de una revolución que iba a hacer del capitalismo el modo dominante de producción”. (Ibid., pág. 10).
El mensaje es claro: el proletariado “tuvo” que ser fragmentado en diferentes unidades nacionales, que en su turno tuvieron excepcionales sendas de desarrollo que estaban separadas de la del mercado mundial y de la economía mundial. Cada capital nacional es autártico y la acumulación puede proceder muy bien desde un confín puramente capitalista. Los únicos límites para una sana acumulación serían las sorpresivas revueltas de los “alteradores del orden” (a lo cardan/Solidaarity) o una eventual “caída de la tasa de ganancias” (a lo Grossman/Mattick). Lo importante aquí es la concepción que tiene Brendel de la revolución proletaria: una concepción burguesa, nacionalmente fragmentada, localista. Pero entonces ¿cómo puede el proletariado mundial afirmarse como una clase unificada? ¿Cómo puede ser esto posible si cada proletariado hace frente a una condición nacional fundamentalmente diferente? ¿Qué unificará materialmente la lucha de clase ascendente para el socialismo mundial? Brendel y los otros escritores del “consejismo” hacen silencio en este punto guardando todas sus energías, presumiblemente, para resaltar encantamientos acerca de consejos obreros o “auto-gestión obrera”.
Brendel, mismo, está exento de cualquier cuidado concerniente a estas preguntas. Por ejemplo, las luchas de los obreros chinos de acuerdo a él fueron derrotadas: no porque estas luchas se encontraban a la merced de la contrarrevolución mundial (ya triunfante en Rusia, Alemania, Bulgaria, Italia, etc.), sino por la “insignificancia” obrera en números! Pero nosotros debemos permitir a Brendel delinear su propio curso de pensamiento: “Ha sido clamado por algunos que estos levantamientos fueron intentos del proletariado chino para influenciar eventos en una dirección revolucionaria. Este no podía haber sido el caso. Veintidós años después de las masacres en estas dos ciudades, el Ministerio Chino de Asuntos Sociales anunció que en China habían catorce ciudades industriales en una población de entre 400 a 500 millones de habitantes. Los obreros industriales componían menos del 0,25% de la población. En 1927 estas cifras deben haber sido todavía más bajas.”
“Con el proletariado insignificante como clase en 1949, parecía inverosímil (sic) que ellos pudieran embarcarse en una actividad de clase revolucionaria veintidós años antes. El levantamiento de Shangai en marzo de 1927 fue sostener la expedición norteña de Chiang Kai-Shek. Los obreros sólo jugaron un papel insignificante en él aunque Shangai era la ciudad más industrializada de China, donde un tercio del proletariado chino vivía. El levantamiento fue ”democratico-radical” antes que proletario en naturaleza y fue sangrientamente reprimido por Chiang Kai-Sshek porque él detestaba el jacobinismo y no porque él temiera al proletariado. La así llamada “Comuna de Cantón” no fue más que una aventura provocada por los Bolcheviques chinos en un intento de lograr lo que ellos no habían podido obtener en Wu Han.”
“El levantamiento de Cantón en 1927 no tuvo perspectiva política y expresó una resistencia proletaria no más que el KTT (Partido Comunista Chino) expresó aspiraciones proletarias. Borodin, consejero del gobierno ruso, dijo que él había vendido a China para pelear por una idea: fue por ideas políticas similares que KTT sacrificó a los obreros de Cantón. Estos trabajadores nunca desafiaron seriamente a Chiang Kai-Shek y a la derecha del KTT; el único serio, sistemático y sostenido desafío vino del campesinado”. (Ibid., pág. 15).
La acusación de que los obreros chinos nunca “desafiaron seriamente “ al capital chino es una completa malinterpretación. Cualquier acción propia del proletariado desafía al capitalismo aunque desde los primeros momentos los obreros no estén conscientes de sus propias metas finales y fuerza potencial. Pero el capital si lo presiente, y esa es la razón por la cual Shiang, Stalin, Bukharin y Borodin ayudaron a estrangular el movimiento revolucionario chino. Pero, ¿qué criterio usó Brendel par hacer esta aseveración sin sentido, esta aserción de un “no-existente” desafío proletario?. ¿Alguna vez el Soviet de Petrogrado de febrero de 1917, controlado por Mencheviques y liberales, “desafió” al capital ruso? La respuesta de Brendel sería “no”. En hechos, para él los obreros nunca deben pensar en desafiar al capitalismo ya que todo lo que ellos están limitados a obtener es capitalismo estatal, “jacobinismo”, etc. Los trabajadores chinos en Shangai, Hankow y Cantón, por supuesto se sublevaron por medio de los miles de comités de huelga creados y destacamentos armados que por su propia naturaleza hubieran tenido que confrontar no solamente a Chiang sino también al partido comunista chino, si la clase quería sobrevivir políticamente y conectarse con la lucha de clase mundial. Pero como no había ya una revolución mundial a la cual conectarse no se abrió ninguna perspectiva para la sublevación del proletariado chino. El movimiento proletario fue definitivamente estrangulado por la reacción política mundial en 1927, y no por su falta “numérica” de fuerza. El peso del proletariado en la economía y su carácter de clase internacional es, con su conciencia, la única base real par su lucha. Las difamaciones de Brendel en contra del proletariado tienen sin embargo, un más ominoso tinte. Él está en contra de las “aventuras” pero solo mientras sean proletarias. Cuando el habla acerca del campesinado se muestran sus verdaderos colores. Así que fueron los campesinos los que presentaron...” el único desafío serio, sistemático y sustancial...” al KTT. Ninguna aventura aquí por favor
La lógica de suposición fluye, casi majestuosamente: “Después de los veinte años de tentativa de ataque, las masas campesinas descubrieron al fin como unificarse en una fuerza revolucionaria. No fue la clase obrera que era muy débil todavía, la causante de la caída de Chiang Kai-Sshek sino las masas campesinas organizadas dentro de una democracia primitiva en guerrillas armadas. Esto demuestra otra diferencia fundamental entre Rusia y China y sus revoluciones. En Rusia fue donde los obreros estuvieron a la cabeza de los eventos en Petrogrado, Moscú, Kronstadt y la revolución progresó desde las ciudades hacia los campos. No así en China donde el caso fue lo opuesto. La revolución avanzó desde las áreas rurales a las urbanas”. (Ibid., pág. 16).
No se trata ya de la revolución proletaria luchando contra el capitalismo; no, ahora es una cuestión de “revoluciones” en abstracto, de dramas en busca de autores y actores. La idea de que los campesinos estuvieron organizados en una “democracia primitiva” en guerrillas armadas no es más que una apología cínicamaoista, típica de escritores como Edgar Snow.
“En China, tal como en Rusia, no fue el partido el que enseñó el camino a los campesinos – fueron los campesinos quienes le mostraron el camino al partido”.. (Ibid., pág. 17).
La lógica de esta posición está clara, aunque no está deletreada así por el poco ingenio de Brendel: si las masas campesinas le enseñaron el camino a la burocracia, entonces se entiende que la burocracia puede ser controlada desde abajo. Siendo así los comunistas deberían apoyar esa burocracia en contra de otras fracciones capitalistas que no permiten dicho control (esto es, de Chiang). El movimiento marxista del siglo 19 en el período ascendente del capitalismo no reparó en hacer esto cuando apoyó luchas genuinas de liberación nacional: tuvo que apoyar los embates de los demócratas pequeños burgueses o avanzadas fracciones capitalistas en sus luchas contra grupos reaccionarios o absolutistas. La jerizonga ética de Brendel y compañía, en todo caso no permite tales implicaciones. La verdad es que el campesinado chino fue movilizado por el partido comunista de Mao durante y después de la guerra anti-japonesa como carne de cañón para el embutido imperialista. Durante la segunda guerra mundial el PC de Mao fue simplemente aliado de la facción democrática imperialista en lucha contra el fascismo imperialista. Brendel no es de la clase que se hubiera opuesto a ese tipo de guerra. En china el hubiera estado de parte de las “guerrillas armadas democráticas de los campesinos”. (sic!). En otras palabras, el hubiera estado con los aliados, como lo hicieron todos los liberales y Stalinistas. Nuestro Poncio ha dado a entender en todo caso, que a él no le gustan las cosas dichas de esta forma; directo en la cara. Pero las tradiciones del movimiento obrero lo demandan, porque esta es la única forma en que el proletariado puede afirmar su programa revolucionario contra los escribas confusos y abiertamente reaccionarios.
Así de este modo, hemos visto como el Menchevismo (el viejo y el nuevo estilo) inevitablemente lleva a la capitulación a diferentes facciones capitalistas. No hay nada neutral en la lucha de clases, y aquellos filisteos que advierten que “no todo es blanco o negro, el gris también existe”, ignoran el hecho de que para poder apreciar las gradaciones en el color, uno primero debe determinar qué es blanco y qué es negro. Otra expresión de esta confusión reaccionaria aparece en el siguiente extracto tomado de un panfleto publicado por Solidarity, un grupo que ha sido influenciado por el “consejismo” en su forma degenerada:
“Solo porque la organización frontal comunista, es a veces forzada a la lucha, aunque sea solo por “representarse” así misma como “líder” de esa lucha, el revolucionario no debe desertar de esa lucha. Hacer esto es desdeñar, en una lucha los términos que fueron determinado por una clase. Desdeñar equivale sostener que los términos de la clase han sido decididos por el “partido” y no la “clase”. Tal decisión en estas circunstancias sería totalmente reaccionaria”. (Bob Potter, Vietnam: ¿La Victoria de Quién? Panfleto de Solidarity 43 Londres, 1973, pág. 29).
Por lo tanto, para el sofista Potter, la “clase determina” los términos de la lucha. De este modo los guerrilleros de Tito, el Octavo Regimiento inglés, los Rangers Norteamericanos en el Día-D, podrían ser llamados expresiones de la clase” “determinado” su lucha “antifascista” en1930-45, tal como la “clase” supuestamente “determino” la lucha contra Thieu y el imperialismo yanky. La apología es otra vez un truco Stalinista barato. En efecto, significa la completa degeneración de esas ideas, que bajo la pretensión de apoyar a la clase “de abajo” se va a capitular ante las facciones capitalistas que están retratadas como expresiones, aunque distorsionadas de la clase obrera.
En su introducción de 1970 para la Tesis de Brendel, los cardanistas de Solidarity de Aberdeen mostraron exactamente la total subordinación del “consejismo” actual a la ideología izquierdista del tercermundismo.
“A pesar de todo, las luchas de la gente de las colonias hicieron una contribución al movimiento revolucionario. Que poblaciones campesinas pobremente armadas podían resistir las enormes fuerzas del imperialismo moderno, destrozó el mito del invencible poder militar tecnológico-científico del Occidente. La lucha también reveló a millones de personas la brutalidad y racismo el capitalismo y guió a muchos, especialmente jóvenes y estudiantes, a luchar en contra de sus propios regímenes. Pero la resistencia de la gente de las colonias contra el imperialismo sin embargo, no implica para esta o aquella organización comprometida en la lucha”. (Panfleto de Solidarity de Aberdeen 2, pág. III).
La última frase es falaz dado que la precede y en cualquier caso es meramente añadida para apaciguar algunas malas consciencias.
Estas concepciones son un resultado inevitable de los años de esterilidad y confusión que finalmente destruyó el movimiento consejista. El Menchevismo también fue resucitado por el consejismo (y los Bordiguistas que hablan acerca de la “revolución colonial” fervientemente unidos en esta particular asociación).
De acuerdo a la leyenda bíblica, Jesús resucitó a Lázaro, y si toda la evidencia es verdadera, parece que nadie le criticó la hazaña. El caso hubiera sido diferente si Jesús hubiera en cambio elegido resucitar a Herodes, Jerjes ó cualquier déspota Sumerio sediento de sangre. Esta clase de “salvador” rápidamente se hubiera ganado un justificable desprecio por parte de sus contemporáneos. La hazaña de Spartacusbond, Dada en Gedachte, etc., en resucitar el Menchevismo por dos veces no es menos ofensivo para el movimiento obrero
Nodens
Una tesis concebida a escala nacional, estudia la situación de la Italia contemporánea “in vitro”, según la diferencia de nivel, la desigualdad de desarrollo entre el Norte industrial y el “Mezzogiorno” que se caracteriza por una agricultura fundada sobre un sistema de pertenencias y latifundios, región en donde a principios de este siglo, el promedio de las ganancias era un 50% más bajo que el de las provincias del Norte. Es ésta la tesis del alumno de B. Croce, del intervencionista de 1914, del revisionista que decreta que Octubre no comprobó el análisis de Marx, A Gramsci, de quien hereda la “nueva izquierda” y a quien ésta intenta presentar como el teórico más original del marxismo en el mundo no ruso.
Una tesis concebida a escala nacional, estudia la situación de la Italia contemporánea “in vitro”, según la diferencia de nivel, la desigualdad de desarrollo entre el Norte industrial y el “Mezzogiorno” que se caracteriza por una agricultura fundada sobre un sistema de pertenencias y latifundios, región en donde a principios de este siglo, el promedio de las ganancias era un 50% más bajo que el de las provincias del Norte. Es ésta la tesis del alumno de B. Croce, del intervencionista de 1914, del revisionista que decreta que Octubre no comprobó el análisis de Marx, A Gramsci, de quien hereda la “nueva izquierda” y a quien ésta intenta presentar como el teórico más original del marxismo en el mundo no ruso.
Sobre este tema, el marxismo no puede ser más claro: si las tierras del sur, presas de un sistema semi-feudal, constituyen uno de los principales centros de emigración, mientras que la reserva de riquezas del llano aluvial del Po es objeto de grandes cuidados por parte del capitalismo, esto se debe fundamentalmente a las condiciones del mercado mundial y a la consecuente división internacional del trabajo. Ilustrado esta visión diremos que esta emigración que despuebla las provincias meridionales correspondió a la crisis mundial y a la gran depresión agrícola del final de siglo. La adopción del proteccionismo fue el acto de nacimiento del capital italiano, favoreciendo a los agrarios del llano del Po y asegurándole sus rentas a los terratenientes ausentes. El descubrimiento de azufre en Lousiana representó la ruina de Sicilia que, durante largo tiempo fue la única extractora.
El capitalismo italiano surge “post festum” en una situación en que las potencias ya se han prácticamente compartido todo el mundo. A este capitalismo despojado de derecho de primogenitura le van a corresponder las partes del mundo que no les interesaba a las grandes potencias, no porque éstas fueran filántropos, sino que consideraron los fuertes gastos que le hubieran costado a las metrópolis colonizadoras. Pero Italia seguirá reivindicando incansablemente nuevos dominios de expansión para elevarse al nivel de las otras potencias. En una situación coyuntural desfavorable al imperialismo italiano se verá crecer la semilla de un nacionalismo que define a Italia como” la gran proletaria de las Naciones”, sobre ese camino, Mao tuvo predecesores en las personas de Crispi, Corradini o Mussolini, el otro piloto que con el lenguaje de Dante se llamó “Duce”.
En la época de rivalidades imperialistas crecientes, Italia puso en marcha su economía de guerra con la esperanza de utilizarla luego par su propia política de conquista territorial. Se preparaba así a conquistar una parte de las zonas en disputa donde hubiera podido encontrar las principales fuentes de materias primas que tanta falta le hacían a la economía metropolitana. Y es que los trabajadores italianos al contrario de sus hermanos de clase ingleses, belgas, franceses u holandeses no participaron de ninguna manera en los repartos de los botines imperialistas.
El desarrollo de ciertas industrias, particularmente de la siderúrgica, de la química, de la aeronáutica, de las construcciones navales, marca su progresión de éxitos que impresionaron hasta a los más incrédulos expertos de la metrópolis capitalistas. El esfuerzo de guerra italiano, que aumenta la red ferroviaria de 8.200 Km. en 1881 a 17.038 en 1905, todos los ingenieros, financieros, escritores y políticos que visitaron la península en esta época lo saludan unánimemente. Debiéndole mucho en cuanto a su desarrollo a la afluencia de capitales franceses invertidos masivamente en la economía italiana a partir de 1902, y a la fuerte participación bancaria suiza y germánica, Italia construye en el Norte del país potentes centrales hidroeléctricas. Este esfuerzo va a permitirle suplir las insignificantes extracciones de carbón del Valle de Aosta y electrificar las vías de ferrocarril que servirán ulteriormente para transportar carne de cañón... pero verán también formidables levantamientos de soldados y de huelgas de empleados del ferrocarril, las cuales fueron declaradas ilegales.
En el curso de este breve período de enderezamiento económico, el poder político pasará de las manos de los armadores y negociantes a las de los jefes de empresas de Lombardia y del Piemonte.
La dificultad de encontrar territorios extra-capitalistas no ocupados había pues conducido al desarrollo de una fuerte economía de guerra. En los primeros años del siglo, los gastos militares continúan devorando la cuarta parte de los ingresos. De mayo de 1915 a octubre del 17 la producción mensual de ametralladoras pasa de 25 a 800, la de cañones de 80 a 500, la fabricación de bombas de 10.000 a 85.000 por día. En mayo de 1915 Italia no poseía casi ningún lanza bombas mientras que justo antes de Caporetto tiene 2.400.A fines de diciembre de 1914 Italia podía disponer en llamados en filas un millón y medio de hombres.
Al mismo tiempo mientras se votaba en el parlamento la compra de material a la industria pesada y los créditos de defensa, en la mayoría de los centros industriales masas de obreros en mono azul y en uniforme se echan a la calle para reclamar pan y trabajo. No hubo una ciudad que no se viera paralizada por la huelga general, no hubo un centro industrial que no se viese invadido por la ola revolucionaria ascendente. En Napoli, el año 1914 comienza con un motín contra el aumento de los alquileres. En Marzo los trabajadores de la industria estatal de tabaco comienzan una huelga que durará dos meses, Valiente como siempre el proletariado de Italia reacciona con su violencia de clase a las matanzas de sus camaradas. El 7 de junio, la “semana roja” toma a Ancona en donde se abolieron inmediatamente los impuestos; su protesta no era platónica ni se hacía por medio de peticiones sino por la forma del poder. En Bologna en Ravena, se proclama la “República Roja”, la huelga general se extiende a toda la península dividiendo inmediatamente a Italia en dos campos. Salandra, llamado al poder para liquidar las escuelas de la guerra colonial de libia debió utilizar 100.000 hombres de tropa para restablecer el orden.
Saludemos a los militantes anarquistas que pagaron con su propia vida “burlándose con razón de los pedantes burgueses que les calculan el costo de esta guerra civil en muertos, heridos y sacrificios de dinero” (Marx)
La Italia monárquica y democrática había entrado en guerra para reconquistar los países africanos perdidos después del desastre militar total de Adowa frente a los ejércitos abisinios en marzo de 1896. Trataba de restablecer sus derechos sobre Libia, derechos disminuidos por una serie de tratados franco-ingleses, y, trataba de ganar algunas posiciones en el mar rojo. El desencadenamiento del primer conflicto mundial en donde se jugaba el reparto imperialista del mundo – y no la lucha por la “libertad”, tema mentiroso de la Social-democracia- le pareció a la clase dominante italiana un medio apropiado para apoderarse de las regiones sometidas a la autoridad austríaca; Trentino, el mercado de Trieste, Istria y Dalmatia o bien a la administración francesa: Córcega y Tunisia, más de un millón de residentes de habla italiana volverían a encontrar la hospitalidad de la madre patria.
Los obreros y campesinos de Italia solo pudieron abstenerse por un año de la desolación y sufrimiento de ésta conflagración, en la cual Italia tuvo que participar para no quedarse relegada para siempre a un segundo lugar, del que trataba de salirse desde su formación como nación. La entrada tardía de Italia en el conflicto mundial traducía por una parte las dificultades encontradas por la burguesía par hacerles morder el anzuelo del intervencionismo a los obreros y campesinos italianos, por otra parte su titubeo en escoger entre las ofertas austro-alemanas y las de los aliados. Por esta razón la diplomacia de Roma jugaba sobre los dos tableros, llevando a cabo dos tratados paralelos. A los austríacos les reclamaba además del Trentino, la posibilidad de adelantar sus fronteras hasta la ribera occidental del Isenzo, apoderarse de Trieste y Carso de las islas Curzola, en el centro de las costas dalmáticas, finalmente pedían la preponderancia italiana sobre Albania. La Entente fue más generosa: al participar en la guerra de su lado recibiría, al cabo de un mes, el Alto Adigio, el Trentino, los Alpes Julianos, Trieste y Albania, además de promesas sobre la zona turca de Adalia y venía confirmada su ocupación del Dodecaneso.
Inglaterra le concedió un préstamo a Italia de 50 millones de libras (125 billones de liras).
Italia se vendía pues al mejor postor: o a la Entente o a Alemania a quien estaba ligada desde 1882. Del lado alemán, el Reichstag envió a Roma al diputado socialista Sudekum, - una especie de social – chovinista sin escrúpulos, según Lenin- encargado de hacer respetar los compromisos políticos y económicos que Italia había contraído con los dignatarios de la triple Alianza. Por su parte el gobierno francés encargó al diputado socialista Cachin comprar la asistencia militar italiana a través de Mussolini. Para demostrar el valor muy relativo que los imperios centrales le daban a Italia, a Austria le parecieron excesivas las exigencias formuladas por Roma y por consiguiente, se negó a ceder a Italia cualquier territorio perteneciente a los Habsburgo o de extenderlos más allá de la parte meridional del Trentino. Entonces el 26 de abril de 1915 Sonnino firmaba el pacto de Londres; el 4 de marzo Italia denunciaba la Triple Alianza (el bando pro-alemán).
El viaje de Cachin y de Jouhaux para hacer entrar a Italia en la pelea se reveló beneficioso para el imperialismo francés. El dinero francés se sumaba a los subsidios de los industriales interesados por la intervención, Fíat, Ansaldo, Edison para caer en las cajas del “Popolo d’Italia”. En sus columnas, Mussolini exaltaba la guerra liberadora que tiene antes que todo que “borrar las leyendas innoble de que los italianos no pelean, tiene que anular la vergüenza de Lissa y de Custozza, debe mostrarle al mundo que Italia es capaz de hacer una guerra, una gran guerra. Hay que repetirlo una gran guerra” (“Popolo d’Italia”, 1915).
Miente por los intereses de la burguesía el que describe escenas de entusiasmo de los "“gloriosos días de mayo"”por parte de los trabajadores italianos. Al mismo tiempo borra el papel que jugó la social-democracia en una guerra que se hacía por el dominio económico y políticos donde podía instalarse el capital financiero. De hecho no hubo ninguna clase obrera marchando alegremente hacia la masacre con la flor en el fusil y el himno nacional en los labios. Ni los proletarios ni los campesinos, a quien se les había sin embargo, presentado la guerra como un asunto inalienable, creyeron en los discursos patrioteros que les hacían las oficinas del Estado, ni tampoco creyeron en las promesas de un porvenir mejor una vez que se hubiera ganado la victoria sobre el enemigo.
A los primeros contactos con la realidad poco gloriosa de la guerra, el sentimiento derrotista se reanimó, pues además, los jóvenes socialistas y anarquistas se entregaban por entero a la acción de transformar la guerra imperialista en guerra civil. La única diferencia que existía entre los dos, era que los socialistas sabían perfectamente que una transformación tal estaba condicionada por el hecho que el capitalismo había llegado hasta lo último de sus contradicciones como sistema de producción, y los anarquistas creían poder llevarla a cabo por la pura voluntad de su partido. Pero los dos cumplieron con el deber elemental del socialismo en la guerra: hacer propaganda por la lucha de clases.
Los años de guerra se caracterizaron por una ola gigantesca de huelgas contra las consecuencias catastróficas de la economía de guerra, por manifestaciones de soldados en las ciudades de guarnición, y de levantamientos de obreros agrícolas. Durante todo el tiempo que duró el conflicto imperialista estallaron sin cesar graves disturbios sociales. Los obreros exigían la paz inmediata y la desmovilización general para regresar a sus casas. El ejército titubeaba, y por cierto los soldados fueron desertando. Hacia el final de octubre de 1917 se vio el principio de guerra civil en la matanza de Isonzo: el frente se desintegró, en una zona de batalla de primera importancia. La conclusión de la falta de ardor guerrero en los soldados italianos, a quienes seguramente se les habían olvidado las lecciones de Mussolini, fue el desmoronamiento del frente de Caporetto. En olas sucesivas 350.000 hombres fueron abandonando sus armas en el campo de batalla frente al avance de los austro-alemanes cuyas primeras filas utilizaban gases mortales, los reservistas italianos enviados para frenar la ofensiva y detener a los desertores rehusaron a su vez ir al frente.
Para los progresos ulteriores de la revolución esta derrota, que era la de la burguesía reaccionaria italiana, abría grandes perspectivas. La debacle de Caporetto golpeó el mecanismo gubernamental italiano: la vía revolucionaria estaba definitivamente abierta.
Gritado por los pechos doloridos de centenares de miles de soldados, desde los páramos de Galicia regados de sangre hasta las trincheras de Isonzo, el grito de derrotismo revolucionario era finalmente victorioso. A miles de kilómetros más lejos, obreros, soldados y marineros revolucionarios tomaban el palacio de Invierno en Petrogrado.
El desmoronamiento del ejército italiano, el desorden que inundó los órganos del Estado, abrieron una crisis política profunda, de las que nadie se recupera. La dependencia italiana con respecto a la entente se acentuó puesto que el generalísimo Foch y el general en jefe inglés Robertson impusieron una reorganización profunda del alto mando italiano.
Después de la desbandada del II° Ejército que puso al enemigo a un día de marcha desde Venecia, la burguesía asocia la exaltación del celo patriótico a los solemnes llamados del rey a todos los hombres de orden. A toda costa había que oponerle a la “subversión bolchevique” un frente unido pues ésta había comprendido que si la máquina de la guerra se detenía “la multitud de los obreros de las fábricas de armamentos se quedarían sin trabajo: el hambre y el frío los harán unirse a la masa de fugitivos. Será la revuelta, luego la revolución“
En nombre de la central sindical, la Confederación General Italiana del trabajo, Rigola declaró: “cuando el enemigo pisotea nuestro suelo, tenemos un solo deber: resistir”. Tréves y Turati[1] dirán algo idéntico aunque más pernicioso: “la defensa de la patria no es renegar al socialismo”. Eran de verdad los aliados de todo el bloque burgués, los contadores del imperialismo.
En toda la península de Italia, los propagandistas gubernamentales dan discursos vengadores para excitar la venganza contra el “veneno corporatista”, para levantar la moral de la población y estimular la conciencia seccional de los trabajadores. El slogan patriotero “resistir, resistir, resistir,” costó a las cajas del Estado más de 6 millones de liras constantes y sonantes. ¿cómo reanimar la moral de una tropa que manifestaba su rechazo a la masacre?, era muy simple: el ejército fue reorganizado con una pizca de democratización, otorgando permisos regulares y mejorando el jornal del soldado. Nitti, que era entonces ministro de las finanzas creó “la Sociedad Nacional de los Combatientes” para facilitar la adquisición de tierras para los campesinos después de la desmovilización.
Los militantes internacionalistas, acusados de alta traición fueron sometidos a represalias furiosas, arrastrados ante cortes marciales, enviados a primera fila en el campo de batalla. No habían solamente deseado la derrota de su gobierno sino que se habían preparado para las nuevas tareas: reconstruir una Internacional. En aquel entonces los anarquistas encabezados por Malatesta sabían que la guerra se encuentra en gestación permanentemente en el organismo social capitalista, que ella es la consecuencia de un régimen que tiene como base la explotación de la fuerza del trabajo, que ya no existen más que guerras imperialistas. Todos ellos tanto los socialistas como los libertarios, tuvieron que sufrir los castigos de la democracia. Apenas los habían perseguido y martirizado cuando ya algunos diputados del partido socialista empezaban a participar en el trabajo de ciertas comisiones parlamentarias y marchaban alegremente hacia una fusión completa con el reino, que tenían esperanzas de ver convertido en una de las primeras potencias imperialistas.
Muy justamente, Gorter expresó la idea de que la burguesía, gracias a su propia descomposición, sabiendo olfatear otra pudredumbre moral, adivinó inmediatamente la profunda corrupción de la social-democracia. Desde el principio de las hostilidades, el P.S.I. (Partido Socialista Italiano) había antes que todo tratado de evitar todo lo que hubiese podido contribuir a desviar a Italia de la neutralidad, llegando a utilizar si era necesario...la huelga general. El amor de los socialistas por la neutralidad, les hizo reunirse con la delegación socialista suiza en Lugano en octubre de 1914. De la montaña no salió más que un ratón: lanzó al mundo un mensaje de paz y de concordia; dirigió una advertencia a los camaradas de los países en guerra par luchar a favor del armisticio; tomó la decisión de presionar a los gobernantes para imponerles una acción pacifica. Allí estaba todo el maximalismo italiano que tenía en sus manos el destino del P.S.I.
La táctica del P.S.I. se centró en frenar la lucha de clases durante todo el tiempo que duró la guerra, bajo el hipócrita pretexto: “ni sabotear, ni participar”, lo que, de hecho no era más que un pisoteo de los principios mas elementales de la lucha de clases internacional. Hay que señalar que ésta posición, de lo más ambigua la compartían también el medio de los negociantes y el Vaticano, protector del imperio católico austríaco. Igual que los socialistas de la neutralidad, el papa Benedicto XV lanza su famosa circular invitando a las potencias a negociar por una paz honorable, sin anexiones ni indemnizaciones. En pocas palabras, temiendo que de la guerra pudiera surgir la revolución proletaria, el P.S.I. en su lucha ambigua contra la guerra, simplemente, lucha contra la revolución.
A pesar de sus esfuerzos por construir la Unión Sagrada, la burguesía italiana no había logrado ahogar la lucha de clases. Durante el verano de 1917, Torino se había cubierto de barricadas, en este segundo año de guerra total. El 21 de agosto, como el pan y los víveres corrientes habían faltado, a pesar de que el prefecto hubiera dado la orden, muy a pesar suyo, de que los panaderos distribuyeran la harina, los obreros de varias fábricas pararon el trabajo y se fueron a la Cámara del Trabajo; pero se tropezaron con las fuerzas del orden. A partir de ese momento, empujada por su propia dinámica, la huelga demuestra que ella no consiste en un simple paro por las mejoras de las condiciones de vida. Se transforma rápidamente en lucha frontal, puesto que después de haber fraternizado con los soldados del regimiento Alpino, los trabajadores mal armados, pelean durante cinco días contra tropas que utilizaban ametralladoras y tanques. Así fue como los grandes levantamientos de Torino no vuelven a la calma- y todavía de lo más precaria- sino después de una represión que dejó cincuenta muertos y 200 heridos.
Fue a finales de 1916 cuando, para prevenir estallidos de huelgas salvajes en un momento que la producción de armamentos tenía que funcionar a pleno rendimiento, la burguesía instituyó los Comités de movilización Industriales. Sin ningún titubeo los sindicatos habían aceptado colaborar con la construcción de este baluarte del capitalismo de estado. Municipalidades con reputación de “rojas” como Bologna, Reggio, D’Emilia, Milano, se las arreglan para “humanizar” la guerra, y, en una expresión de caridad vienen a vendar las heridas: comida, ayuda para los familiares de los militares, etc. Las Comisiones Internas, compuestas únicamente por obreros sindicalizados recibieron como misión socavar la tensión en los talleres. Se convertían en instituciones permanentes a quienes se les confiaba entre otras cosas, el derecho de preocuparse de un problema tan importante como el cálculo del trabajo a destajo o bien, el despido de los obreros. Son esas estructuras de colaboración abierta, presentes en toda fábrica desde febrero de 1919, las que los Ordinovistas tomarán como soporte de la “práxis revolucionaria”, el “gérmen soviético” de la dictadura proletaria, el medio por excelencia de organización autónoma de la clase en los sitios de trabajo. Y la clase tuvo que pelear, otra vez, contra éstos órganos auto-reguladores del capital.
Los socialistas mayoritarios no fueron los únicos que siguieron la política nacionalista de su burguesía. También lo hicieron los partidarios de Sorel y los anarco-sindicalistas (por lo menos una parte importante). Los militantes que se aliaron a su burguesía – que antes habían combatido – fueron innumerables. El veterano A. Cipriani llegó a declarar que si sus 75 años se lo permitieran, él estaría en las trincheras “de la democracia”, combatiendo la “reacción militarista germánica”. El mismo escenario de capitulación de la social – democracia ante la prueba histórica de la guerra se repetía casi punto por punto del otro lado de los Alpes. Semejante colapso generalizado de la Internacional le hacía decir a Rosa Luxemburgo que la social-democracia se había puesto al servicio de la burguesía porque, a partir del 4 de agosto de 1014 y hasta que la paz fuera firmada. “la lucha de clase no beneficiaba sino al enemigo”. También en Italia las organizaciones le pedían a los trabajadores que renunciaran a hacer huelgas, que pospusieran su lucha de clases para no debilitar las fuerzas del Estado democrático, para no comprometer la eventualidad de una paz rápida. Mientras decían esas mentiras, los beneficios de la industria pesada italiana crecían como hongos después de la lluvia, y los cadáveres llegaban a formar montañas.
Grupos de anarquistas y sorelianos lanzaban los “fasci” por la revolución europea contra la barbarie, el militarismo alemán y la traicionera Austria católica-romana.
Ejemplo tras ejemplo, la alianza de fracciones enteras de la social-democracia con la burguesía en guerra, la actividad ultra-chovinista de las organizaciones, fue un fenómeno mundial cuyas raíces estuvieron en el cambio definitivo de período del capitalismo y no en la explicación personalista que pretende que se debió a la traición de los jefes. Las decenas de años de desarrollo del P.S.I. tuvieron una influencia negativa en el programa. Se había vuelto todopoderoso a un nivel material con 223 de las 280 comunas de Emilia que tenia en sus manos, centenares de sindicatos, ligas campesinas, cooperativas y bolsas de trabajo. Pero esta potencia “terrestre” era un peso muerto para el proletariado.
Evidentemente, el paso de la social-democracia italiana al terreno burgués no se hizo en un día. Ya desde los años de 1912, en una época, aunque, como contra-partida por el abandono de sus proyectos de conquista de Marruecos y de Egipto, el imperialismo italiano había sido autorizado por los ingleses y los franceses a poner su atención en Trípoli y a preparar la conquista de Dodecaneso y de Rodas, el partido que tenía entonces 22 años, había tenido problemas con la cuestión del colonialismo. Considerando que el establecimiento de 2 millones de italianos del continente en los lugares desérticos de Trípoli ofrecería una ocasión excepcional para ocupar una masa importante de desempleados y de ocuparse de nuevo de esta vieja colonia romana, diputados socialistas, Bissolati, Proceda y Bonowi se declararon partidarios convencidos del expansionismo italiano. En el Oriente Medio, los Balkanes, Italia tenía que tomar el relevo de “el hombre enfermo”: el imperio turco. Todo ese bonito mundo de hombres políticos clamaba desde lo alto de las tribunas parlamentarias y de las estradas de los mítines, que los socialistas no podían decentemente dejarles a los adversarios de derecha, el monopolio del patriotismo. Y, ironía de historia, es el futuro “Duce” quien hará expulsar del partido a los elementos belicistas, los masones libres como “enemigos de clase” por su apegamiento inmoderado a la causa de la democracia reformista y las simpatías que aportaron a la colaboración con la burguesía.
Había sido pues, necesario, amputar los miembros gangrenados y poner un nuevo centro dirigente capaz de defender la posición de clase sobre la cuestión del colonialismo. Contra los partidarios de la conquista, la izquierda declaraba: “Ni un hombre, ni un centavo para las aventuras africanas”. Desgraciadamente, las tendencias expansionistas que se habían afirmado al interior del movimiento obrero, tenían en realidad, causas más profundas de los que creían los que habían tratado de curar el mal con un hierro candente. Cuando en Monza, en julio de 1900, surge armado el obrero anarquista Bresci para vengar a los combatientes proletarios de Milano de 1898, los periódicos socialistas salen con los signos de duelo habituales. Los socialistas estaban llorando a Humberto I. El rey-carnicero. Así pues, se puede decir que durante la primera guerra mundial, el partido italiano firmó una nueva tregua con la casa de Savoya y, por un acuerdo tácito, alió su causa a la del Estado. En vez de llamar a la lucha de clases contra el militarismo y a la solidaridad internacional, sostenía que después de los necesarios sacrificios impuestos por la causa nacional, se abriría un largo camino de prosperidad capitalista que traería una serie de reformas sociales positivas. El Estado subvencionaría mucho mejor que antes la caja de seguros contra los accidentes de trabajo, haría leyes sobre las condiciones de empleo de las mujeres y de los niños, extendería el descanso semanal a nuevas capas de trabajadores, facilitaría la participación de los asalariados en los beneficios de la empresa. Así pues, las medidas de legislación social tomadas en los años 1903-1906 durante el breve período de estabilidad económica italiana se verían ampliadas y fortificadas. El jefe de la burguesía industrial y comercial, Giliotti sostuvo los discursos adormecedores de los socialistas de la Cámara, diciendo que había que ir “a la izquierda, siempre más a la izquierda”. Al terminar la guerra, no era ese cuadro de idilio social que deseaba la burguesía y su ayudante, la social-democracia, el que podía representar la situación real italiana.
El fin de las hostilidades, que llegó el 4 de noviembre de 1918, no permitió al imperialismo italiano beneficiarse con grandes conquistas. Una vez terminada la guerra, los países de la Entente se mostraron muy avaros con las compensaciones prometidas. Aprovecharon a fondo la imprecisión del artículo 13 del pacto de Londres, Francia rehusa ceder Dalmacia a Italia, prefiriendo que, como Dantzing, Fiume sea declarada “ciudad libre” bajo la tutela de la Liga de Naciones. Además, Inglaterra y Francia autorizan la ocupación de Smyrna por las tropas griegas de Venizelos, en vez de las italianas,, y, queda descartado que Roma obtendrá su mandato sobre el Togo ex-alemán,. La adquisición de nuevas fronteras al norte y al este, la conquista de la parte adriática de Istria, del puesto de Zadar, más algunas islas pequeñas, su protectorado sobre Albania, la soberanía italiana sobre el Dodécaneso, no llegan a resolver el problema de la necesidad de mercados para la economía italiana.
La desaparición del potente rival austríaco, que debe cederle casi la totalidad de su flota mercante, reemplazado por una cantidad de pequeños estados, no le evita a Italia su más grave crisis histórica desde la constitución de su unidad nacional en 1870.
Para el gran capital, la industria pesada había constituido un campo de acumulación cada vez mayor: no solo Italia pudo garantizar su producción de armas y de sus proyectiles sino que también exportó para sus aliados vehículos y aviones. En su camino, se tropezará con la hostilidad “pacifista” de las industrias tradicionales que la habían precedido en la formación del capital italiano. Este tuvo que reconvertir la producción a tiempos de paz cuando suena la hora de la reconciliación, cuando la guerra brutal viene a ser reemplazada por la competencia comercial. Entonces los magnates de los trusts Ansaldo, Breda, Montecatini, despiden obreros pues se hace cada vez más difícil valorizar los enormes capitales invertidos hasta hipertrofiarse en las industrias de “defensa nacional”.La producción de hierro colado cae de 471.188 toneladas en 1917 a 61.391 en 1921 y, al mismo tiempo, la del acero cae de 1.333.641 toneladas a 700.433. La Fíat, que había ensamblado 14.835 vehículos en 1920, no construye más que 10.321 un año más tarde. El déficit de la balanza comercial se encontró multiplicado por casi 5% con relación a 1914; América redujo las inmigraciones de 800.000 en 1913 a menos de 300.000 en 1921-22; Inglaterra disminuyó en un tercio sus exportaciones de carbón.
Mientras el anillo de la crisis se iba estrechando, nacía el nuevo gobierno encabezado por Nitti, principalmente par levantar las ruinas de la guerra. Todo el comercio exterior italiano tenia que ser reconstituido, lo cual representaba un trabajo que estaba por encima de las fuerzas reales del país, puesto que, en ese momento, la deuda pública era de unos 63 billones de los cuales, 2/3 se habían debido a los gastos de guerra.
El estado había hecho soportar a las clases laboriosas la política guerrera por la presión fiscal, la creación de impuestos suplementarios y, sobre todo, por el aplastamiento de los salarios; el régimen fiscal italiano se había vuelto uno de los más pesados del mundo. El gabinete Nitti que va a seguir ese mismo camino, toma, el 24 de noviembre de 1919, las disposiciones fiscales siguientes:
Al mismo tiempo, introducían nuevas tasas sobre el consumo. Lo que acababa de ensombrecer la situación era la falta de materias primas, de combustible. El ritmo de la producción se estaba derrumbando, las masas de desempleados aumentaban; las posibilidades de emigración que había absorbido 900.000 obreros y campesinos en 1913, se estaba agotando. La burguesía italiana no puede readaptar su economía a las nuevas necesidades del mercado mundial, puesto que sus competidores, mejor equipados, son los que dominan ese mercado. La deuda pública que aumentaba un 1 billón por mes, como lo escribía Nitti en una carta de octubre de 1919 a sus electores, era una de las siete plagas del país: debe 14.5 billones de liras a sus aliados.
La “victoria a medias” que había obtenido el capital italiano no le daba margen de maniobra para implantar una política de “concordia nacional” como la que el social patriota había impulsado en Francia desarrollando una política de subsidios. Las huelgas estallan, en 1920 la represión gubernamental de las mismas costará 320 muertos.
No se pueden comprender realmente las huelgas masivas que sumergen a Italia si no se incluyen en la curva de la crisis general del capitalismo, que empezó en 1914, y de la erupción proletaria que surgió como repuesta a la crisis en casi toda Europa. Igual que en Rusia, el surgimiento proletario en Italia no fue sino un momento de la revolución mundial nacida de la miseria y de los horrores indescriptibles engendrados por el militarismo. Fue pidiendo pan y el retorno a sus hogares que, como un volcán, se levantaron los trabajadores italianos hambrientos y ensangrentados. Desde 1913, su salario real había bajado 27% y la guerra le costó el proletariado 651.000 muertos y 500.000 mutilados.
Primero en Roma, luego en Liguria, en Toscana hasta la punta de la bota italiana, las masas, muriéndose de hambre, asaltan los almacenes de alimentos. Frente a ello las Cámaras del Trabajo[2] juegan a fondo su papel de perros guardianes. Llenos de pánico, los comerciales que, acaparando las mercancías, esperaban poder alzar los precios, depositan las llaves de sus sacrosantas tiendas entre las manos de los jefes sindicales. Esto les asegura en cambio una protección que el estado es incapaz de dar, pues en ese momento, no dispone de fuerzas suficientes par intervenir en todos los lugares en donde hay que salvaguardar la propiedad privada. Las huelgas se volvieron tan fuertes que el estado se vio obligado a importar trigo y a aplicar un “precio restringido de pan” con subvenciones que le costaban 6 billones de liras por año. Cuando en junio de 1920, el tercer ministerio de Nitti decide revocar el precio restringido de pan, provoca inmediatamente disturbios tales que se ve obligado a retroceder. El temor de un levantamiento revolucionario era tan justificado que la cámara rechazó varias veces las proposiciones de aumento de precio del pan. Tendrá que esperar el reflujo del movimiento, en 1921, para pasar a la ofensiva, y es el neutralista, el hombre de “izquierda” Giolotti quien logrará echar atrás por fin el precio restringido del pan.
En los campos, comienzan las ocupaciones de latifundios. Son esencialmente movimientos de los desmovilizados que perdieron definitivamente toda confianza en las antiguas promesas del estado sobre un eventual reparto de las tierras. En Italia, todas las proposiciones hechas sobre la cuestión agraria por los reformadores de la era liberal o ciertos elementos esclarecidos de la iglesia católica, no hicieron, evidentemente, más que crear ilusiones falsas. La idea de crear asociaciones agrícolas, agrupando en un solo dominio comunitario, las pequeñas parcelas, germinó en la mente de algunos filántropos de los años posteriores al “risorgimento”. Causó gran entusiasmo esta posición que hacía depender el futuro de los campesinos del cultivo en común de la tierra y de compartir las cosechas proporcionalmente al aporte de cada uno en tierra, ganado, material. Los campesinos más desfavorecidos por el régimen de la propiedad de bienes raíces depositaron muchas esperanzas en la asociación libre, propuesta también por la social-democrácia.
Así fue como las asociaciones cooperativas nacieron en medio de un entusiasmo general; por parte de los campesinos porque veían en ellas un remedio para su miseria material; por parte de los socialistas porque les parecían evidentes las posibilidades que éstas contenían para crear una forma de producción transitoria, tendiendo progresivamente a la realización del socialismo.
Hubieran debido comprender muchas cosas al ver al Estado mismo impulsar las comunas rurales, el clero católico organizar las cooperativas agrícolas en sus diócesis. Pero ya el programa mínimo de reformas a obtener dentro del capitalismo había cumplido su papel. Por su práctica limitada a las condiciones particulares y nacionales de Italia, hasta por sus costumbres, la democracia socialista se volvía cada vez más el representante del capitalismo. El capitalismo aportaba una “solución” a la vieja cuestión agraria consistente en agrupar a los cultivadores en cooperativas, base de una generalización de las relaciones de producción mercantiles en el campo. Quedaba fuera de juego la vieja consigna “la tierra al no pertenecerle a nadie, los frutos sean de todos” (Babeuf). Podía entonces “resolverse” en el terreno capitalista, sin que el proletariado triunfe en su lucha histórica y organice la satisfacción de la especie humana sobre bases exentas de todo criterio mercantil.
En el llano del Po, donde se practica un cultivo intensivo, el partido socialista había organizado a braceros sobre la base de la cooperativa agrícola. Lo más importante para los empresarios era aumentar la productividad para competir con las cooperativas del Partido Popular-Católico. En Bologna, en Ravena, en Reggio Emilia, de donde partió el movimiento cooperativo, las cámaras de trabajo controlan toda la vida económica de sus provincias y, “victoria obrera suprema” deciden el precio de los víveres que distribuyen por el canal de las cooperativas. Así la clase obrera italiana iba a poder expropiar pacíficamente a la burguesía, persuadiéndola de la inutilidad de su poder. Ese era al menos el estado de ánimo de los dirigentes socialistas, orgullosos de haber podido demostrar concretamente que sus programas no eran puras abstracciones.
Refiriéndose a Owen y a los pioneros del Rochdale, Lenin decía con respecto a la concepción cooperativa: “soñaron con realizar la democracia socialista del mundo sin tener en cuenta un punto tan importante como, la conquista del poder político por la clase obrera, la destrucción de la dominación de los explotadores”. Ese era exactamente el caso de los dirigentes italianos que se proponían ir hacia nuevas relaciones sociales, volviéndolas posibles inmediatamente.
La cooperación no resuelve nada puesto que el socialismo no puede nacer en el seno de las relaciones de producción de la vieja sociedad capitalista y volverse, a su vez, una fuerza económica. En todo el territorio italiano donde se siente fuertemente la competencia, principalmente con el trigo y el maíz, la lucha agraria se volvió muy intensa. Y como esta lucha desesperada no lograba ponerle un freno al declive de los pequeños productores campesinos y como, evidentemente la represión era muy violenta por parte del Estado, la única salida que se ofrecía era la escapatoria de la emigración hacia la metrópolis americanas y las regiones cafeteras del Brasil.
Apenas tres meses después de su formación (16 de noviembre de 1919), el ministro Nitti, que había lanzado el slogan “producir más, consumir menos”. Decide equipar un cuerpo de policía auxiliar, la Guardia Real. Ese nuevo cuerpo armado, que cuenta con millares de hombres, estuvo equipado de pies a cabeza para hacer reinar el orden burgués que se veía cada vez más desafiado. Aún antes de que el fascismo hiciera pesar el terror, centenares de trabajadores cayeron bajo las bajas de dicha guardia. De más esta decir que ese esfuerzo democrático del aparato de Estado le dará plena satisfacción a la burguesía. En abril de 1920, la tropa le dispara a los huelguistas en Décima y deja nueve obreros muertos en las calles; la conmemoración del 1° de mayo deja 15 muertos; el 26 de junio hubo 5 muertos en el levantamiento de Ancona contra la expedición de tropas italianas para ir a ocupar Albania. Bajo la dirección de los anarquistas, la revuelta se extiende a Romagna. En Mantua trabajadores y soldados invaden la estación, arrancan los rieles para detener los trenes de la Guardía Real, los que estaban destinados a la guerra contra los Soviets cargados de armas y de municiones, golpean a todos los oficiales, asaltan la prisión que incendian después de haber liberado a los presos. En un año, de abril del 19 a abril del 1920, la metralla democrática mató a 145 trabajadores e hirió a 444, en todas las regiones de Italia. Pero cada vez que hay muertos en las calles, los trabajadores continúan la lucha proclamando huelga general: la de los empleados del correo, la de los empleados de los ferrocarriles, la de Milano doblemente repudiada por el P.S. y la C.G.T. cuyos representantes, elegidos por sufragio universal, prefieren salir de la sesión inaugural de la cámara, gritando “viva la república”. En Puglia los jornaleros pelean para obtener el pago de sus días de trabajo; habrá 6 muertos del lado de los braceros y 3 entre los terratenientes.
La caída de los Hohenzollern[3], la explosión consecutiva del imperio austro-alemán, la revolución mundial, que conmovió primero a Europa Oriental y Central, fueron fermentos de una Italia cada vez más febril. El proletariado italiano será el único que concretizará su solidaridad con los Soviets rusos y húngaros con la huelga general, será el único que saboteará en su país la intervención armada de las potencias aliadas a favor de Koltchak[4].
A medida que se desarrollaba el movimiento de lucha del proletariado, la clase dirigente sentía la necesidad de armarse. En mayo de 1920 los industriales, agrupados en una Confederación General de la Industria, firman en Milano un acuerdo según el cual cada parte contratante se compromete a liquidar el “bolchevismo italiano y, prioritariamente a los militantes que habían defendido la única posición de clase durante la guerra imperialista: el derrotismo revolucionario”. No sin razón los defensores del orden veían en ellos el núcleo del partido revolucionario que llamaba al proletariado a la lucha contra el gobierno de su Majestad, a reagruparse bajo la bandera de la guerra civil por el derrocamiento de la dictadura democrático-burguesa. El 18 de agosto, se constituye, sobre un modelo idéntico, la Confederación General de la Agricultura que reúne alrededor de su programa a todas las formas de las grandes, medianas y pequeña explotación agrícola, interesadas todas en ponerle fin a las ocupaciones de las tierras. Todos quieren la cabeza de los “caporetistas” de los “rojos”, considerados como agentes del enemigo. Utilizan todos los medios posibles par impedir la propaganda comunista. Más adelante veremos el papel que jugaron cuando el fascismo vino al poder.
3. Dinastía reinante en Alemania derrocada por la revolución obrera de noviembre 1918.
4. Uno de los jefes de las fuerzas militares anti bolcheviques en la guerra civil que asola Rusia entre 1918-1921.
El segundo número de Forward, la revista del “Revolutionary Workers Group” (RWG) contiene una discusión internacional entre nuestra Corriente (Internacionalismo: “Defensa del Carácter Proletario de Octubre”) y el RWG (“Los Errores de Internacionalismo a Propósito de la Revolución Rusa”). En la crítica a nuestro artículo, el RWG aborda cuestiones importantes, pero sin proporcionar un marco general que permita la comprensión global de la experiencia rusa.
Los revolucionarios no analizan la historia por ella misma, para buscar “lo que hubieran hecho de haber estado allí”, sino para extraer, con el conjunto de la clase, las lecciones de la experiencia del movimiento obrero, con el objeto de comprender mejor el camino a seguir en las luchas del mañana.
El artículo de nuestra Corriente “Defensa del Carácter Proletario de Octubre”, sin tener la pretensión de ser un análisis exhaustivo de la cuestión compleja de la revolución rusa, busca clarificar un punto esencial: la revolución rusa fue una experiencia del proletariado y no una revolución burguesa; era parte integrante de la oleada revolucionaria que sacudió al capitalismo mundial del 17 a los años 20. La revolución rusa no fue una “acción burguesa” que, por consiguiente, podemos tranquilamente enterrar e ignorar en los análisis actuales. Muy al contrario parece inconcebible que los revolucionarios de hoy, rechazando al estalinismo, rechacen al mismo tiempo la historia trágica de su propia clase. El rechazo de todo carácter proletario de la revolución de Octubre, que a menudo encuentra sus adeptos entre los que siguen la tradición consejista, es una mistificación que oculta la realidad de los esfuerzos revolucionarios de la clase, tan dañina como la de los estalinistas y trotskistas enganchados a las supuestas “adquisiciones materiales” o al “Estado Obrero” para justificar la defensa del Capitalismo de estado ruso.
Con el reconocimiento del carácter proletario de Octubre, se debe reconocer que el partido Bolchevique, entre los primeros de la izquierda marxista internacional que defendía posiciones de clase durante la primera guerra mundial y en particular en el 17, era un partido proletario. Pero, luego de la derrota de los levantamientos obreros internacionales, el bastión ruso, aislado, sufre una contrarrevolución “desde el interior” y el partido Bolchevique, de pilar de la izquierda comunista internacional, degenera en partido del campo burgués.
He aquí cuales son las ideas centrales que resaltan del artículo de Internacionalismo, a pesar de la traducción a menudo penosa, que hace Forward. Forward no quiere en efecto, discutir el problema de la naturaleza proletaria de Octubre -él está de acuerdo sobre este punto-; lo que le preocupa, es la naturaleza contrarrevolucionaria de los acontecimientos ulteriores; aunque Internacionalismo, en su texto, no trata este problema, sino de manera secundaria. En ningún artículo de nuestra prensa pretendemos abarcar todos los problemas de la historia. A pesar de este mal entendido de partida, con el mismo asombro podemos leer: «Para los camaradas de Internacionalismo, como para los trotskistas y bordiguistas, hay una frontera insuperable entre la época de Lenin y la época de Stalin. Para ellos, el proletariado no podía caer antes que Lenin no estuviera con seguridad en su tumba y Stalin claramente instalado a la cabeza del PCR» (Forward, N° 2 página 42).
Reconocemos que esta conmovedora profesión de fe se encuentra entre los diferentes grupos trotskistas de donde provienen los camaradas de Forward, pero en ningún caso ella forma parte de nuestra corriente: «La incomprensión de los dirigentes del partido Bolchevique del papel de los Soviets (Consejos Obreros), y su concepción de la conciencia de clase, contribuyen al proceso de degeneración de la revolución rusa que llevó al partido Bolchevique -autentica vanguardia del proletariado ruso en octubre 1917- a convertirse más tarde en órgano activo de la contrarrevolución (...) Por esto, la actividad del partido Bolchevique, desde los primeros momentos de la revolución estuvo orientada hacia la transformación de los Soviets en organismo de poder del partido mismo» (Declaración de principios de Internacionalismo)
Y por otra parte: «La revolución de Octubre ha cumplido la primera tarea de la revolución proletaria: el objetivo político. La derrota de la revolución a escala internacional y la imposibilidad de mantener el socialismo en un solo país, han hecho imposible el paso a un nivel superior, es decir al comienzo de la transformación económica...El partido Bolchevique ha jugado un papel activo en el proceso revolucionario que ha conducido a los acontecimientos de Octubre, pero también ha jugado un papel activo en la degeneración de la revolución y la derrota internacional...Al identificar organizacional e ideológicamente al Estado y al considerar que su primera tarea era la defensa del Estado, el partido Bolchevique estaba condenado a transformarse -sobre todo después del fin de la guerra- en el agente de la contrarrevolución y del capitalismo de Estado» (Plataforma de RI).
Estas líneas parecen indicar claramente que el camino de la contrarrevolución fue un proceso en el cual las bases aparecen con el ahogo del poder de los Soviets y la supresión de la actividad autónoma del proletariado, un proceso que conduce a la masacre por el Estado de una parte de la clase obrera en Kronstadt.
¿Por qué la degeneración de la revolución rusa ha tenido lugar? La respuesta no puede encontrarse en el curso de una nación, en el de Rusia únicamente. Así como la revolución rusa fue el primer bastión de la revolución internacional en el 17, el primero de una serie de levantamientos proletarios internacionales, de la misma manera su degeneración en contrarrevolución fue la expresión de un fenómeno internacional, el resultado del fracaso de la acción de una clase internacional, el proletariado. En el pasado, las revoluciones burguesas han construido un Estado nacional, marco lógico para el desarrollo del capital, y esas revoluciones burguesas podrían tener lugar con un siglo de diferencia o más entre los deferentes países. La revolución proletaria, al contrario, es por esencia una revolución internacional, que debe extenderse hasta integrar el mundo entero, o esta condenada a una muerte rápida.
La primera guerra mundial término del período ascendente del capitalismo, marcó el punto de no retorno absoluto por el movimiento obrero del siglo XIX y sus objetivos inmediatos. El descontento general contra la guerra tomó rápidamente un carácter político contra el Estado en los principales países de Europa. Pero la mayoría del proletariado no fue capaz de romper con los vestigios del pasado (adhesión a la política de la II Internacional, que entonces se había pasado al campo enemigo de la clase) y de comprender completamente todas las implicaciones del nuevo período. Ni el proletariado en su conjunto, ni sus organizaciones políticas, comprendieron plenamente los imperativos de la lucha de clase en este nuevo período de “guerra o revolución”, de “socialismo o barbarie”. A pesar de las luchas heroicas del proletariado en esa época, la oleada revolucionaria fue aplastada por la masacre de la clase obrera europea. La revolución rusa era el faro que guiaba a toda la clase obrera de la época, pero esto no quita nada al hecho que su aislamiento constituya un grave peligro. Las brechas temporales, que se abren entre dos levantamientos revolucionarios están plenas de peligros. La que se abrió en 1920 era un precipicio.
El contexto del reflujo internacional y del aislamiento de la revolución rusa tiene la mayor importancia. Pero, en el interior de ese contexto, los errores de los Bolcheviques han jugado su papel .Esos errores deben ser puestos en relación con la experiencia y la lucha de la clase obrera misma. Los errores o los aportes positivos de una organización de la clase no caen del cielo ni se desarrollan arbitrariamente y por azar. Ellos son, en todo el sentido de la palabra, el reflejo de la conciencia de clase del proletariado en su conjunto.
El partido Bolchevique fue obligado a evolucionar a la vez teórica y políticamente en relación al surgimiento del proletariado ruso y la perspectiva del movimiento internacional, en Alemania y otras partes. El ha sido también el reflejo del aislamiento del proletariado en el período de crecimiento de la contrarrevolución. Tanto los Bolcheviques como los Spartaquistas o como cualquier otra organización revolucionaria de la época se vieron confrontados a las tareas nuevas del período de decadencia que se abría con la primera guerra mundial y ante ellas su comprensión incompleta ha servido de base a los errores políticos más graves.
Pero el partido del proletariado no es un simple reflejo pasivo de la conciencia. Los Bolcheviques al expresar claramente los objetivos de clase en el período de la primera guerra mundial (“transformación de la guerra imperialista en guerra civil”), y durante el período revolucionario (oposición al gobierno democrático burgués, consgina “todo el poder a los Soviets”, formación de la Internacional Comunista sobre la base de un programa revolucionario) han contribuido a trazar el camino de la victoria. A pesar de esto, las posiciones tomadas por los Bolcheviques en el contexto de declive de la oleada revolucionaria (alianzas con las fracciones centristas a escala internacional, sindicalismo, parlamentarismo, tácticas con los Frentes Unicos, Kronstadt) han contribuido a acelerar el proceso contra-revolucionario a escala internacional así como en Rusia. Una vez desaparecido el crisol de la práxis revolucionaria bajo la contrarrevolución triunfante en Europa, los errores de la revolución rusa fueron privados de toda posibilidad de corregirse.
El partido Bolchevique se había transformado así en el instrumento de la contrarrevolución.
Del hecho de la imposibilidad del socialismo en un solo país, la cuestión de la degeneración de la revolución rusa es ante todo una cuestión de derrota internacional del proletariado. La contrarrevolución ha triunfado en Europa antes de penetrar totalmente el contexto ruso “del interior”. Esto no debe, repetimos, “excusar” los errores de la revolución rusa o del partido Bolchevique. Más aún, esos errores “no excusan” al proletariado de no haber hecho la revolución en Alemania o Italia por ejemplo. Los marxistas no tienen nada que hacer para excusar” o dejar de “excusar” a la historia. Su tarea es explicar por qué ese acontecimiento ha tenido lugar y sacar las lecciones para las luchas proletarias por venir.
Este marco general internacional está ausente en el análisis de RWG que debate acerca de la “revolución y contrarrevolución en Rusia” (panfleto de RWG) en términos casi exclusivamente rusos. Esta tentativa puede parecer, a primera vista, una manera útil de aislar teóricamente un problema particular. Pero ella no ofrece ninguna base que permita comprender por qué esos acontecimientos han llegado a Rusia, y conduce a girar en torno al vacío sobre el fenómeno puramente ruso que resalta. Como Rosa Luxemburgo lo escribía: «El problema no puede ser más que planteado en Rusia. Pero no podrá ser resuelto en Rusia».
En los límites de este artículo, debemos necesariamente ceñirnos a una visión de conjunto del proceso de degeneración dejando de lado los detalles de los diversos episodios.
La revolución rusa fue considerada como la primera victoria de la lucha internacional de la clase obrera. En enero de 1919, los Bolcheviques llaman al primer congreso de la nueva internacional para marcar la ruptura con la social-democracia traidora, y para reunir las fuerzas de la revolución para las luchas futuras. Desgraciadamente la revolución alemana había sido aplastada en enero del 19, y la oleada revolucionaria decrecía. Sin embargo, a pesar del bloqueo casi total al que se veía sometida Rusia y las noticias deformadas que llegaban sobre el proletariado del oeste, la revolución concentra todas sus esperanzas en la única salida posible, la unión internacional de las fuerzas revolucionarias bajo un programa que fijara claramente los objetivos de clase: «El sistema soviético asegura la posibilidad de una democracia proletaria real, de una democracia para el proletariado, dirigida contra la burguesía. En este sistema el lugar principal es ocupado por el proletariado industrial y le corresponde asumir el rol de clase dominante, debido a su organización y conciencia política, y porque su hegemonía política permitirá al semiproletario y a lo campesinos pobres acceder gradualmente a esta conciencia (…) Las condiciones indispensables para la lucha son: la ruptura no solamente con los sirvientes del capital y los verdugos de la revolución comunista –el ala derecha de la socialdemocracia- sino también con el “centro” (el grupo de Kautsky) que abandonó al proletariado en el momento critico para reunirse al enemigo de clase» (Plataforma de IC: 1919).
Tal era la posición en 1919, y no las alianzas ulteriores con los centristas, que realizaron el partido y la Internacional y finalizaron en un “frente único”: «Esclavos de las colonias de Africa y Asia: el día de la dictadura proletaria en Europa será para vosotros como el día de vuestra liberación» (Manifiesto de la Internacional Comunista 1919). Esto nada tiene que ver con la manera como lo predican los izquierdistas hoy siguiendo las fórmulas contrarrevolucionarias sobre la “liberación nacional” proveniente de la degeneración de la Internacional.
«Pedimos a todos los obreros del mundo unirse bajo la bandera del comunismo que es ya la bandera de la primeras victorias para todos los países» (Manifiesto), lo que nada tiene que ver con el socialismo en un solo país.
«Bajo la bandera de los consejos obreros, de la lucha revolucionaria por el poder y la dictadura del proletariado, bajo la bandera de la Tercera Internacional, obreros del mundo entero uníos» (Manifiesto)
Estas posiciones son el reflejo del enorme paso que había dado el proletariado en los años precedentes. Las posiciones que los bolcheviques sostenían y defendían entonces era una ruptura clara con sus programas anteriores y constituían un llamado a la clase obrera entera a reconocer las nuevas necesidades políticas de la situación revolucionaria.
Pero en 1920, después del segundo congreso de la misma Internacional, la dirección del partido bolchevique cambia bruscamente, retornando a las “tácticas” del pasado. La esperanza de la revolución se debilita rápidamente, y el partido Bolchevique defiende entonces las 21 condiciones de admisión a la Internacional, incluyendo: el reconocimiento de las luchas de liberación nacional, de la participación electoral, de la infiltración en los sindicatos, lo que constituye en pocas palabras, un retorno al programa socialdemócrata, que estaba completamente inadaptado a la nueva situación. El partido ruso se convierte en efecto en la dirección preponderante de la IC, y el buró de Amsterdam fue cerrado. Y sobre todo, la dirección Bolchevique consigue aislar a los comunistas de izquierda: la izquierda italiana con Bordiga; a los camaradas ingleses alrededor de Pankurst; y Pannekoek, Gorter y el KAPD (que fue excluido en el tercer congreso). Los Bolcheviques y las fuerzas dominantes de la III Internacional obran a favor de un acercamiento con los centristas ambiguos y traidores a los que denunciaban dos años antes, y consiguen efectivamente sabotear toda tentativa de creación de una base de principios para la formación de partidos comunistas en Inglaterra, en Francia o en otros países, gracias a sus maniobras y sus calumnias sobre la izquierda. El camino del “Frente Unico” de 1922 en el cuarto congreso y la defensa de la patria rusa y del “socialismo en un solo país” estaba ya abierto por estas acciones.
El debilitamiento de la oleada revolucionaria y el camino hacia la contrarrevolución es claramente marcado por la firma del tratado secreto de Rapalo con el militarismo alemán. Cualquiera que sea el análisis de los puntos positivos y negativos del tratado de Bresst-Litovsk por ejemplo, fue hecho a la luz del día después de un largo debate en el seno del partido Bolchevique y fue presentado al proletariado mundial como una cuestión impuesta por una situación crítica. Pero el tratado de Rapalo, solamente dos años después, era una traición a todo lo que habían defendido los Bolcheviques, un tratado militar secreto concluido con el Estado Alemán.
Los gérmenes de la contrarrevolución se desarrollan con la rapidez de un período de transformaciones históricas, cuando los grandes cambios, pueden darse en algunos años o igualmente en algunos meses. Y finalmente, la vida deja el cuerpo de la Internacional cuando la doctrina del “Socialismo en un solo país” es proclamada.
La historia tormentosa de la IC no puede ser reducida a un plan maquiavélico de los Bolcheviques, según el cual ellos habrían planeado traicionar a la clase obrera tanto en Rusia como internacionalmente. Esta noción infantil no puede explicar nada sobre la historia. Pero la clase obrera no pudo reaccionar para reorientar sus propias organizaciones a causa de la derrota y del reflujo de la oleada revolucionaria; es esta misma derrota la que provoca la degeneración definitiva de sus organizaciones y de sus principios revolucionarios.
Marx y Engels habían constatado que un partido o una Internacional no pueden conservar su carácter de instrumentos de la clase cuando dominaba un marco general de reacción. Este instrumento de la clase no puede conservar una unidad organizacional cuando no existe práxis de la clase, él está penetrado por los efectos del reflujo y de la derrota, y eventualmente contribuye entonces, a la confusión, a la contrarrevolución. Es por esto que Marx disolvió la Liga de los Comunistas después del reflujo de la oleada revolucionaria del 1848 y saboteó a la primera Internacional (al enviarla a New York) después que la derrota de la Comuna de París hubo marcado el fin de un período. La II Internacional, a pesar de su auténtica contribución al movimiento obrero, sufre un largo proceso de corrupción durante el período ascendente del capitalismo, donde ella se ve atada cada vez más al reformismo, dando así una visión nacional a cualquier partido. Su paso definitivo al terreno burgués sobreviene con la guerra de 1914, cuando colabora en el esfuerzo de la guerra imperialista. A lo largo de todo ese período de crisis para la clase obrera, la tarea continua de elaboración teórica y de desarrollo de la conciencia de la clase corresponde a las “fracciones “ revolucionarias de la clase surgidas de las viejas organizaciones, preparando así el terreno para la construcción de una nueva organización.
La III Internacional fue construida como expresión de la oleada revolucionaria que siguió a la guerra mundial. Pero el fracaso de las tentativas revolucionarias y la victoria de la contrarrevolución acaban con ella, anunciando su muerte como instrumento de la clase. El proceso de contrarrevolución fue consumado- aunque había comenzado antes- cuando se produce la declaración del “socialismo en un solo país”, el fin definitivo de toda posibilidad objetiva para la subsistencia de las fracciones revolucionarias.
La ideología burguesa puede penetrar la lucha proletaria, en un período de reflujo, a causa de su fuerza como clase dominante en la sociedad. Pero cuando una organización se pasa definitivamente al campo burgués el camino se cierra a toda posibilidad de “regeneración”. De la misma manera que ninguna fracción viviente que exprese la conciencia de la clase proletaria puede surgir de una organización burguesa - y esto incluye hoy a los stalinistas, los trostkystas y los maoístas (aunque en calidad de individuos puedan ser capaces de romper con esas organizaciones)- también la IC y todos los partidos que permanecieron en su seno fueron irremediablemente perdidos por el proletariado.
Este proceso es más fácil de ver para la generación de proletarios de hoy (gracias al análisis y reflexión sobre todas esas experiencias de la clase) que desgraciadamente, para la clase en su conjunto en esa época, o para, muchos de sus elementos más politizados. El proceso de contrarrevolución que condenó a la IC ha sembrado una terrible confusión en el movimiento obrero durante los últimos cincuenta años. Aquellos que han proseguido la tarea de elaboración teórica en los sombríos años 30-40, lo que quedaba del movimiento de la izquierda comunista, tuvieron que esperar mucho tiempo para ver todas las implicaciones del período de derrota. Dejemos a los modernistas arrogantes que “han descubierto todo” en los años 74-75, aprendan en las sombras lo que la historia “debía haber sido”.
La política internacional de los Bolcheviques, su rol en el proceso de contrarrevolución internacional, no es prácticamente discutido en el panfleto de RWG “Revolución y Contrarrevolución en Rusia” y no es más que mencionado de paso en el texto de Forward. Para estos camaradas la contrarrevolución comienza esencialmente con la NEP (Nueva Política Económica). La NEP para ellos es, «el viraje de la historia de la Unión Soviética. El mismo año el capitalismo fue restaurado, la dictadura política vencida (?) y la Unión Soviética deviene un Estado Obrero» (Revolución y Contrarrevolución en Rusia) pág. 7.
De partida, es necesario decir cualesquiera que sean los acontecimientos en el contexto ruso, una revolución internacional ó una Internacional no muere a causa de una mala política de un país. El lector buscará en claro un marco coherente que permita analizar la NEP a los acontecimientos ulteriores en Rusia en general.
La degeneración de la revolución sobre el suelo ruso se explica esencialmente por el declive gradual y mortal de los Soviets y por su reducción a un simple aparato del partido-Estado Bolchevique. La actividad autónoma del proletariado, la democracia obrera en el interior del sistema de los Soviets era la base principal de la victoria de Octubre, pero desde 1918, aparece claramente que el poder político de los Consejos Obreros estaba en vías de ser diezmado y ahogado por el aparato del Estado. El punto culminante del período de declive de los Soviets en Rusia fue la masacre de una parte de la clase en Kronstadt. La RWG, inmutable sobre la NEP, no ha mencionado tampoco la masacre de Kronstadt con relación al análisis del Estado ruso. Esto nos asombra. Kronstadt no es mencionado en ninguno de los textos principales sobre Rusia, tampoco Rapalo. Puede ser comprensible que los camaradas de RWG, salidos recientemente del dogma trotskissta, no hayan todavía comprendido, cuando han escrito sus artículos, que Kronstadt no era el motín “contrarrevolucionario” del que hablaban Lenin y Trotsky. Lo que es menos comprensible, es que ellos acusen a nuestros camaradas de Internacionalismo de no ser capaces de ver “la degeneración de la revolución estando Lenin vivo”.
El error fundamental del partido bolchevique en Rusia era la concepción según la cual el poder debía ser ejercido por una minoría de la clase: el partido. Ellos creían que el partido podía aportar el socialismo a la clase y no pudieron ver que era la clase en su conjunto, organizada en Soviets, la que era el sujeto de la transformación socialista. Esta concepción del partido tomando el poder estatal existía en toda la izquierda, en un grado o en otro, la encontramos en Rosa Luxemburgo, y aún hasta en los escritos del KAPD de 1921. La experiencia rusa del partido en el poder, que el proletariado pagó con su sangre, marca una frontera de clase definitiva sobre la cuestión de la toma del poder por un partido o de una minoría de la clase, “en nombre de la clase obrera”. A partir de esta experiencia, la lección de la no identificación del estado y del partido se transforma en un signo distinto de las fracciones revolucionarias de la clase; y todavía más allá, que el papel de las organizaciones políticas es el de contribuir al desarrollo de la conciencia de la clase y no a sustituir al conjunto de la clase.
Los intereses históricos de la clase obrera en tanto que destruir al capitalismo no eran siempre comprendidos desde el principio, y no podía serlo tampoco el desarrollo de la conciencia política de la clase constantemente torpedeada por la ideología burguesa dominante. Marx escribió el Manifiesto Comunista sin ver que el proletariado no podía apoderarse del aparato del Estado burgués para servirse de él. La experiencia viviente de la Comuna de París fue necesaria para probar de manera irrefutable que el proletariado debía destruir el Estado burgués para poder ejercer su dictadura sobre la sociedad. De la misma manera la cuestión acerca del partido estuvo en discusión en el movimiento obrero hasta 1917, pero la experiencia rusa marca una frontera de clase sobre este punto. Todos aquellos que repiten o teorizan la repetición de los errores de los bolcheviques se ponen al otro lado de la frontera de clase.
Lo que el Estado ruso destruyó al debilitar a los Soviets, fue la fuerza misma del socialismo. Al estar ausente toda autonomía organizada de la clase en su conjunto, toda esperanza de regeneración fue progresivamente eliminada, la política económica de los bolcheviques era debatida, cambiada, modificada, pero su acción política en Rusia fue fundamentalmente un proceso continuo que aceleró la caída de la revolución. Todo este proceso se hace todavía más claro cuando se le ve en el contexto de la derrota internacional del movimiento del cual formaba parte.
Una de las primeras, de las más importantes lecciones que deben ser sacadas de la experiencia revolucionaria del período que sigue a la primera guerra mundial es que la lucha proletaria es ante todo una lucha internacional y que la dictadura del proletariado es (sea esta en un sector o a escala mundial) de partida y ante todo una cuestión política.
El proletariado, al contrario de la burguesía es una clase explotada y no explotadora. Ella no tiene pues privilegio económico alguno sobre el cual apoyar su porvenir de clase. Las revoluciones burguesas eran esencialmente un reconocimiento económico de un hecho político consumado. La clase capitalista era de hecho, la clase económica dominante de la sociedad, mucho antes del movimiento de su revolución. La revolución proletaria, al contrario comprende una transformación económica a partir de un punto de partida político: la dictadura del proletariado. La clase obrera no tienen ningún privilegio económico que defender en la vieja sociedad, así como tampoco en la nueva, y no tiene más que su conciencia de clase, su poder político organizado en los Consejos Obreros para guiarse en la transformación de la sociedad. La destrucción del poder burgués y la expropiación de la burguesía deben ser victoriosas a escala mundial, antes que toda transformación social pueda ser acometida bajo la dirección de la dictadura del proletariado.
La ley económica fundamental de la sociedad capitalista, la ley del valor, es el conjunto del mercado capitalista mundial y no se puede de ninguna manera por ningún medio eliminarsele en un solo país, (ni siquiera en uno de los países más desarrollados) ó en el conjunto de varios países, sino solamente a escala mundial. No existe escapatoria alguna frente a este hecho ni siquiera reconociéndolo piadosamente para después ignorarlo y hablar de abolir al mismo tiempo el dinero y el trabajo asalariado, que no son más que corolarios de la ley del valor y del sistema capitalista en su conjunto, en un solo país. Las únicas armas de las que dispone el proletariado para llevar a cabo la transformación de la sociedad que sigue y que no puede preceder a la toma del poder por los Consejos Obreros Internacionalmente son:
La victoria del proletariado no depende de su capacidad para “administrar” una fábrica ni todas las fábricas de un país. Administrar la producción cuando el sistema capitalista continúa existiendo, conducen esas “gestiones” a ser la gestión de la plusvalía y del intercambio. La primera tarea de todo proletariado vencedor en un país o un sector no es preocuparse por la forma de crear un “mitico islote de socialismo” que es imposible, sino de brindar toda la ayuda posible a su única esperanza: la victoria de la revolución mundial. Es de mayor importancia definir las prioridades sobre este punto. Las medidas económicas que tomará el proletariado en un país, o en un sector, son una cuestión secundaria. En el mejor de los casos, esas medidas no son más que medidas destinadas a parar el peligro y tenderán a marchar en un sentido positivo: todo error puede ser corregido si la revolución avanza, y si los Consejos Obreros pierden su control político y su clara conciencia del sentido en el cual se marcha, entonces no habrá esperanza de corregir los errores o de instaurar el socialismo. Hoy numerosas voces se elevan contra esta concepción; algunas de estas voces proclaman que encerrar la lucha proletaria sobre el terreno político no es más que un no-sentido, un fósil reaccionario. En efecto, la concepción según la cual la clase revolucionaria es una clase definida objetivamente, el proletariado, es también una antigualla y debería ceder el lugar a una “clase universal” comprendida por todos aquellos que son “oprimidos”, atormentados psicológicamente o que tengan una inclinación filosófica por la revolución.
Las “relaciones comunistas”, o según un grupo inglés del mismo nombre “las prácticas comunistas” pueden ser realizadas inmediatamente, bastando para ello que la “gente” lo desee. Para ellos, lo más importante no es la toma del poder por el proletariado a escala internacional y la eliminación de la clase capitalista, sino la instauración inmediata de las supuestas “relaciones comunistas” bajo el empuje espontáneo de las “gentes en general”.
Los elementos puramente abstractos y miticos que sustentan esta teoría no toman en consideración el hecho de que ella puede perfectamente servir de cobertura a la ideología “autogestionaria”. Frente al acrecentamiento del descontento de la clase obrera, expresados en movimientos de masas, conforme al profundizamiento de la crisis capitalista, una de las reacciones de la burguesía será decir a los obreros: vuestros intereses no pueden ser los de lanzarse a los problemas “políticos” como el de la destrucción del Estado burgués, sino tomar las fábricas y hacerlas marchar para “vosotros mismos”, en orden.
La burguesía tratará de colocar a los obreros detrás de un programa económico de autogestión y de explotación y durante ese tiempo la clase capitalista y su Estado aguardarán para recoger los frutos. Esto es lo que ha pasado en Italia, en 1920, donde “Ordino Nuovo” y Gramsci exaltaban las posibilidades económicas que abrían las ocupaciones de fábricas, mientras que las fracciones de izquierda con Bordiga, decían que los Consejos Obreros, aunque tuviesen sus raíces en las fábricas, debían conducir un ataque frontal contra el Estado y el sistema en su conjunto, o morir.
Los camaradas de RWG no rechazan la lucha política. Ellos se limitan a decir que el contexto político y las medidas económicas son igualmente importantes y cruciales. En un sentido no hacen más que repetir una verdad marxista trivial: El proletariado clase explotada, no se bate por tomar el poder político sobre la burguesía con el objeto de satisfacer alguna psicosis de poder. Sino para echar las bases de una transformación social para la lucha de clases y la actividad autónoma y organizada de la única clase revolucionaria que, liberándose de la explotación, libera a la humanidad entera de la explotación para siempre. Pero, los camaradas de RWG no tienen ninguna idea concreta de la manera en la cual se puede desarrollar ese proceso de transformación social. La revolución es un asalto rápido contra el Estado, pero la transformación económica de la sociedad es un proceso que se desarrolla a escala mundial y que es de una complejidad extrema. Para llevar a cabo ese proceso económico, el marco político de la dictadura de la clase obrera debe ser claro. Antes que nada debe reconocer que la toma del poder por el proletariado no quiere decir que el socialismo pueda ser instaurado por decreto. Por lo tanto:
A partir del hecho que nosotros afirmamos de que la dictadura política del proletariado es el marco y la condición previa para la transformación social, el espíritu simplista (RWG) concluye: «parece que Internacionalismo niega la necesidad para el proletariado de dirigir una guerra económica contra el capitalismo» (Forward, pág. 44)
Contrariamente a lo que proclama Forward, todo no tiene inmediatamente la misma importancia, o la misma gravedad, para la lucha revolucionaria. En un país donde la revolución acaba justamente de triunfar, los Consejos Obreros pueden considerar necesario trabajar 10 o 12 horas por día para la producción de armas y materiales necesarios para sus hermanos de clase situados en otra región. ¿Es esto socialismo? No, si se considera que los principios de base del socialismo son, la producción para las necesidades humanas (y no para la destrucción) y la reducción de la jornada de trabajo. ¿Entonces esas medidas deben ser denunciadas como una proposición contrarrevolucionaria? Evidentemente no, puesto que la primera esperanza de salvación de la clase obrera, es la de ayudar a la extensión de la revolución internacional. ¿Debemos entonces admitir que el programa económico esté sometido a las condiciones de la lucha de clase y que no existen los medios para crear un paraíso económico obrero en un solo país? En todo esto debemos insistir sobre el hecho que todo debilitamiento político del poder de los Consejos Obreros en la toma de decisiones y la orientación de la lucha sería fatal.
Los revolucionarios mentirían a su clase si la colmaran de sueños dorados, plenos de leche, de miel y de milagros económicos, en lugar de insistir sobre la lucha a muerte y las terribles destrucciones que necesita una guerra civil. No harían más que desmoralizar a su clase, declarando que los retrocesos económicos (en un país, o varios) significa el fin de la revolución. Poniendo estas cuestiones sobre el mismo plan inmediato que la solidaridad política, la democracia proletaria o el poder de decisión del proletariado, desviarían la fuerza decisiva de la lucha de clases comprometiendo así la única esperanza de empezar un período de transición al socialismo a escala mundial.
El RWG responde que «todo no puede ser semejante que antes, después de la revolución» y ponen el acento sobre las trágicas condiciones de los obreros en Rusia en 1921. Pero no nos dicen de cuales condiciones hablan. ¿Es que acaso, las organizaciones de masa de la clase obrera estaban excluidas de toda participación efectiva en el “Estado Obrero”?, ¿Quien reprimió a los obreros en huelga en Petrogrado?; si ellos hablan de estas condiciones tocan el corazón de la degeneración de la revolución. ¿O bien, hablan ellos del hecho de que los obreros estaban todavía trabajando en las fábricas, que los salarios existían aún (¿se les puede abolir en un solo país?), así como el intercambio? Aunque estas prácticas no sean evidentemente el socialismo, ellas son sin embargo inevitables al menos que se pretenda poder eliminar la ley del valor en un abrir y cerrar de ojos. Como lo dice RWG “un trazo debe ser tirado en alguna parte” ¿pero donde? Mezclando la importancia crucial de una coherencia política y el poder de la clase con los retrocesos económicos, los problemas de la lucha futura se reducen a una esperanza de realización milagrosa de nuestros más sinceros deseos.
El socialismo -o las relaciones sociales comunistas, éstos términos son usados aquí de manera intercambiable- se define esencialmente por la eliminación total de todas las “leyes económicas ciegas” y sobre todo de la ley del valor que rige la producción capitalista, eliminación que permite satisfacer las necesidades de la humanidad. El socialismo es el fin de todas las clases (la integración de todos los sectores no-capitalistas a la producción socializada y la apertura del trabajo asociado decidiendo sus propias necesidades), el fin de toda explotación, de toda necesidad de un Estado (expresión de una sociedad dividida en clases), de la acumulación de capital con su corolario al trabajo asalariado y de la economía de mercado. Este es el fin de la dominación del trabajo muerto (capital) sobre el vivo. Así pues el socialismo no es una cuestión de creación de nuevas leyes económicas sino, la eliminación desde abajo de las viejas, bajo la égida del programa comunista proletario.
El capitalismo no es un villano burgués que fuma un grueso puro, sino toda la organización actual del mercado mundial, la propiedad privada de los medios de producción, comprendida ahí la del campesinado, el subdesarrollo, la miseria, la producción para la destrucción etc. Todo eso debe ser extirpado y eliminado de la historia humana para siempre. Esto necesita un proceso de transformación económica y social a escala mundial de proporciones gigantescas, que tomará al menos una generación. Sobre lo que es necesario insistir, es el hecho de que ningún marxista puede proveer los detalles de la nueva situación que tendrá que afrontar el proletariado después de la revolución mundial. Marx evitó siempre “sacar planes” para el futuro, y todo lo que puede aportar la experiencia rusa son líneas de orientación muy generales para la transformación económica. Los revolucionarios faltarían a su tarea si su única contribución fuera el rechazo de la revolución rusa por no haber creado el socialismo en un solo país, o de crear ensueños acerca de la simultaneidad de la construcción del marco político y de la transformación económica.
El verdadero peligro del programa económico de la revolución es que las grandes líneas directivas no sean claras, que no se saque cuáles son las medidas que marchan en el sentido de la destrucción de las relaciones de producción capitalistas –y por lo tanto hacia el comunismo-, que deberán ser aplicadas desde que sean posibles. Es una cosa decir que en ciertas condiciones no podrá ser apremiante trabajar largas horas, o no ser capaces de abolir inmediatamente el dinero en un sector. Pero es otra cosa decir que el socialismo significa trabajar más duramente o peor todavía que las nacionalizaciones y el Capitalismo de Estado son un paso adelante, hacia el socialismo. No es tanto por el caos del Comunismo de Guerra llevado a la NEP, que los Bolcheviques deben ser condenados, si no por haber presentado las nacionalizaciones o bien el Capitalismo de Estado como una ayuda a la revolución o haber pretendido que la “competición económica con el Oeste” provocaría la grandeza de la producción socialista. Un programa de transformación económica claro es una necesidad absoluta, y hoy después de 50 años de retroceso, podemos ver claramente la cuestión más que los bolcheviques u otra expresión política del proletariado en la época.
La clase obrera tiene necesidad de una orientación clara de su programa político, clave de la transformación económica, pero no falsas promesas de remedios inmediatos a las dificultades o de mistificaciones sobre la posibilidad de eliminar la ley del valor por decreto.
El RWG no es el único en insistir sobre la NEP. Muchos de aquellos que provienen de rupturas con el “izquierdismo”, y particularmente con las variedades trotskistas, hacen lo mismo. Después de haber defendido la teoría insensata según la cual los “Estados Obreros” existen hoy, y que la colectivización en manos del Estado “prueba” el carácter socialista de la Rusia actual, buscan ahora presentar «el punto donde el cambio entre el 17 y hoy ha debido producirse» (Forward pág 44) en Rusia. Es la cuestión que siempre plantean los trotskistas con satisfacción: ¿En qué momento ha vuelto el capitalismo a implantarse?
La NEP no era una invención producida por el cerebro de los líderes bolcheviques. Ella retoma, por otra parte, en gran medida el programa de la revuelta de Kronstadt. La revuelta de Kronstadt sobre el tapete reivindicaciones políticas necesarias para salvar la revolución: el restablecimiento del poder a los Consejos Obreros, la democracia proletaria y el fin de la dictadura bolchevique a través del Estado. Pero económicamente los obreros de Kronstadt, empujados por el hambre hacia el intercambio individual para obtener alimentos, propusieron un “programa” que demandaba simplemente una regularización del intercambio, colocándolo bajo la dirección de los obreros. Una regularización del comercio para acabar con las hambrunas y el estancamiento económico. Los cargamentos enviados a las ciudades rusas eran tomados por asalto por la población hambrienta y debían, por lo tanto, ser acompañadas por guardias armados. Los obreros estaban a menudo obligados a cambiar útiles de trabajo por los alimentos que tenían los campesinos. La situación era catastrófica, y Kronstadt así como los bolcheviques, no podían proponer otra cosa que no fuese un retorno a una suerte de nacionalización económica, que no podía ser otra que el capitalismo.
1.- «Si los acontecimientos empujaban a la instauración de la propiedad capitalista como era en parte el caso,....» (Revolución y Contrarrevolución en Rusia pág 7) «la restauración del capitalismo significaba la restauración del proletariado en tanto que clase en sí...» (ídem. pág 17); «uno se pregunta lo que hubiera sido necesario conceder de más al capitalismo ¿no para arribar a su restauración?» (Forward, pág 46) –los subrayados son nuestros-.
Todo esto es una prueba clara de la confusión que se hace. La NEP no era la “restauración” del capitalismo, puesto que este no ha sido jamás eliminado en Rusia. El RWG lleva más lejos la confusión, al añadir: «si la NEP no era el reconocimiento de las relaciones económicas capitalistas normales, es decir legales» (Revolución y Contrarrevolución en Rusia Pág. 7). He ahí el colmo del absurdo: que las relaciones capitalistas sean o no legales; es decir que su existencia sea o no reconocida, no es más que una cuestión jurídica. ¿Qué "pureza" se gana pretendiendo que la realidad no existe? De todas maneras, que sea reconocida legalmente o no, no cambia en nada a la realidad económica. Sí la NEP marcó un punto decisivo, no fue porque reintrodujera (o reconociera) la existencia de fuerzas económicas capitalistas. Las leyes fundamentales de la economía capitalista dominaban el contexto ruso puesto que ellas dominaban el mercado mundial[1].
Esto puede conducir a algunos a decir que Rusia ha sido siempre capitalista y que constituye la prueba de que ahí no hubo revolución proletaria. Jamás estaremos en capacidad de identificar una revolución proletaria si nos obstinamos en concebirla como una transformación económica completa de un día para otro.
Una vez más volvamos al tema del “socialismo en un solo país”, que está suspendido como una nave amenazante, a propósito de la experiencia rusa. La NEP, con sus nacionalizaciones de industrias claves, fue un paso adelante hacia el Capitalismo de Estado, no un cambio fundamental del “socialismo” (o de otro sistema diferente del capitalismo) hacia el capitalismo.
2.- «Ella (la NEP) representa realmente una traición de los principios, una traición programática de las fronteras de clases» (Revolución y Contrarrevolución pág 7) Este es el corazón de la argumentación, aunque este argumento sea la consecuencia natural de lo que precede. Nadie es tan loco para pretender que la clase obrera no pueda jamas retroceder. Aunque de una manera general la revolución debe avanzar o perecer, lo que no puede jamás ser tomado unilateralmente y significar que podamos avanzar en línea recta y sin problemas.
La cuestión que se plantea es entonces la siguiente: ¿qué es un retroceso inevitable y qué es poner en peligro los principios? El programa bolchevique en lo que podía contener de apología engañosa del Capitalismo de Estado, era un programa que se podía volver contra el proletariado, pero la imposibilidad de abolir la ley del valor o del intercambio en un solo país no tiene nada que ver con una “traición de las fronteras de clase”. O se hace una distinción clara en esto, o se concluye defendiendo la posición según la cual el proletariado pudo haber arribado a un socialismo integral en Rusia. Siendo esto imposible, tendrían los revolucionarios que ocultar su incapacidad para aplicar el programa mintiendo acerca de lo que realmente debía ser hecho.
Los retrocesos en el terreno económico serán ciertamente inevitables en muchos casos – a pesar de la necesidad de una orientación -, pero un retroceso en el terreno político significa la muerte para el proletariado. Esta es la diferencia fundamental que hay entre la NEP y el tratado de Rapalo, o las tácticas del “Frente Unico”.
«¿Qué habrían hecho los camaradas de Internacionalismo en tal situación? ¿Habrían ellos restaurado la economía de mercado? ¿Habrían ellos descentralizado la industria para ponerla en manos de los directores de empresas? ¿Habrían ellos rehabilitado el rublo? En resumen, ¿habrían ellos efectuado un “retroceso” que era en efecto una derrota?... Habrían ellos subordinado los intereses de la revolución proletaria mundial a los intereses del capital nacional ruso» (Forward pág 45).
Este planteamiento ajeno a la historia consistente en preguntar “¿qué habrías hecho tú?” es estéril por definición, la historia no puede ser cambiada o “juzgada” con nuestras conciencia (o nuestra falta de ella) hoy. Sin embargo, las cuestiones sencillas planteadas por RWG muestran que no han comprendido la diferencia entre un retroceso y una derrota.
¿La economía de mercado? Jamás ha sido destruida internacionalmente, único medio de hacerla desaparecer, ni eliminado por nadie en Rusia, siempre ha existido. ¿El rublo? También una cuestión absurda según los análisis marxistas del capitalismo mundial y del rol del dinero. ¿Descentralización de la industria? Esta cuestión política concierne profundamente a los Consejos Obreros y pertenece profundamente a otro dominio. ¿Defensa de los intereses del capital ruso? Esta fue claramente la campanada que anunció la muerte de la revolución.
La transformación económica «no puede ser hecha por decreto, pero el decreto es el primer paso». Si por decreto RWG entiende el programa de la clase obrera entonces solamente tenemos que “decretar” el comunismo integral e inmediatamente. ¿Y después? ¿Como arribaremos ahí? ¿Acaso debemos o tirar la toalla completamente o mentir y pretender que podemos alcanzar el socialismo a través de pequeñas repúblicas socialistas?
La revolución en un país como Gran Bretaña por ejemplo (por no decir una economía tan atrasada o subdesarrollada como la de Rusia en 1917), no podría existir más que algunas semanas antes de ser ahogada por el hambre (en el caso de un bloqueo). ¿Qué sentido tendría hablar de una guerra económica contra el capitalismo, siempre victoriosa en medio de más hambre? La única política que defiende y protege un bastión revolucionario es la lucha revolucionaria ofensiva a escala internacional y la única esperanza es la solidaridad política de la clase, su organización autónoma y la lucha de clases internacional.
El RWG, con toda su charlatanería sobre la NEP, no ofrece ninguna vía par una orientación válida de la economía en la lucha del mañana. ¿En qué dirección debemos orientarnos, que podamos ir tan lejos como las circunstancias de la lucha de clase nos lo permita?
Estos puntos deben ser tomados como sugerencias para la orientación futura, como una contribución al debate que se sostiene en el seno de la clase sobre estas cuestiones.
Como los camaradas de RWG no comprenden la situación rusa, terminan perdiéndose en ella. Intentan ofrecer una orientación para el futuro escogiendo algunos aspectos de reacciones diferentes que se oponían en Rusia. Como todos aquellos que rechazan completamente el pasado y pretenden que la conciencia revolucionaria nació ayer (con ellos, lo más seguro), RWG toma, aparentemente lo contrario y responde a la historia en sus propios términos. Lo que no constituye un enriquecimiento de las lecciones del pasado, sino un deseo de revivirlo y “hacerlo mejor”, en lugar de ser una tentativa de buscar de lo que se puede sacar hoy.
El RWG escribe pues: «nuestro programa es el programa de la Oposición Obrera, que predica la actividad autónoma de la clase contra el burocratismo, y las tentativas a la restauración del capital» lo que revela una falta de comprensión fundamental de lo que significa realmente la Oposición Obrera en el contexto de los debates en Rusia. La Oposición Obrera fue uno de los numerosos grupos que se enfrentaron contra la evolución de los acontecimientos en las circunstancias de degeneración en Rusia. Lejos de rechazar sus esfuerzos a menudo llenos de coraje, es necesario considerar su programa.
La Oposición Obrera no estaba contra el “burocratismo”, sino contra la burocracia del Estado y por la utilización de la burocracia sindical. Los sindicatos debían ser el órgano de la gestión del capital en Rusia y no la máquina del partido-Estado. La Oposición Obrera pudo haber querido defender la iniciativa de la clase obrera, pero ella no pudo visualizarla fuera del contexto sindical. La verdadera vida de la clase en los Soviets había sido casi enteramente eliminada en Rusia en 1920-21, pero esto no quería decir, que los sindicatos, y no los Consejos Obreros, eran los instrumentos de la dictadura del proletariado. Es el mismo género de razonamientos que ha conducido a los bolcheviques a concluir en la necesidad de retornar en algunos aspectos, al viejo programa social demócrata –infiltración de los sindicatos, participación en el parlamento, alianzas con los centristas, etc.-, desde el mismo momento que el programa del primer congreso de la IC no pudo ser fácilmente puesto en práctica como consecuencia de las derrotas del proletariado en Europa. Igualmente si los Soviets fueron aplastados, la actividad autónoma de la clase- sin hablar de su actividad revolucionaria-, no podía ser ejercida en los sindicatos en el período de decadencia del capitalismo. Todo el debate sobre los sindicatos reposaba sobre una base falsa: los sindicatos habrían podido sustituir la unidad de la clase en los Soviets. En este sentido la experiencia de Kronstadt, llamando a la regeneración de los Soviets, era más clara sobre la cuestión. Durante ese tiempo la Oposición Obrera aportó su acuerdo y su sostén al aplastamiento militar de Kronstadt.
Es necesario comprender históricamente que el contexto ruso, los argumentos de ese debate giraban en torno a la manera de “administrar” la degeneración de la revolución, y que sería el súmmum de la absurdidad, el RWG afirma: «pero estamos seguros de una cosa: si el programa de la Oposición Obrera hubiera sido adoptado, el programa de la actividad autónoma de la clase, la dictadura del proletariado en Rusia habría muerto (en caso de muerte) combatiendo al capitalismo y no adaptándose a él. Y la posibilidad era que ella podía haber sido salvada por la victoria en el Oeste. Si ese programa de lucha hubiera sido adoptado no hubiese habido un retroceso internacional. Habrían habido posibilidades para la Izquierda Internacional de ganar predominio en la Internacional Comunista» (Forward, pág 48-49).
Esto prueba solamente que hay una convicción persistente entre el RWG, de que si las cosas hubieran sido hechas de mejor manera en Rusia todo hubiera sido diferente. Para ellos Rusia es el pivote de todo. Ellos también asumen como lo hemos visto, que si las medidas económicas hubieran sido diferentes, la traición política habría sido evitada, y no lo contrario. Pero la absurdidad histórica de estas hipótesis es más claramente expresada por “habrían habido posibilidades para la Izquierda Internacional de ganar predominio en la Internacional Comunista”.
La Izquierda Comunista de quienes presumimos que ellos hablan no comprendía claramente el programa económico para la época, pero el KAPD, por ejemplo, se basaba sobre el rechazo de los sindicatos y de su burocracia. La Oposición Obrera no tuvo nada –o si tuvo fue poco- que repetir sobre la estrategia bolchevique en el Oeste, y siempre sirvió de tapón a la política bolchevique oficial sobre esta cuestión, incluyendo las 23 condiciones del segundo congreso de la Internacional Comunista (como lo hizo Osinsky). La visión que atribuye a la Oposición Obrera haberse transformado en el punto focal de la Izquierda Internacional, es pura invención del RWG, porque desconocen la historia de la que hablan con tanta ligereza.
Aún cuando el RWG dice que: «escrutar la bola de cristal no es una tarea revolucionaria» (Forward, pág 48), él se pierde, en algunas líneas más adelante, en los horizontes infinitos que la Oposición Obrera habría abierto a la clase obrera. Se podría decir que en lugar de evitar las bolas de cristal, sería mejor saber de que se habla.
Nuestro objetivo esencial en este artículo, no es polemizar, aún cuando sea de indudable utilidad la claridad que se pueda llevar sobre ciertos puntos. La tarea esencial de los revolucionarios es la de sacar de la historia los puntos para la orientación de la lucha futura. El debate que trata específicamente sobre la cuestión de saber cuándo la revolución rusa degeneró es menos importante que:
Es en este sentido que queremos aportar una contribución a una visión general de la herencia esencial que nos ha dejado la experiencia de la oleada revolucionaria de post-guerra, para el presente y para el futuro.
Existen hoy en día muchos grupos pequeños, como el RWG, que se desarrollan con el resurgimiento de la lucha de clases y es importante comprender las implicaciones de su trabajo, así como el fortalecimiento del intercambio de ideas en el medio revolucionario. Pero existe el peligro de que después de tantos años de contrarrevolución, estos grupos no sean capaces de apropiarse de la herencia del pasado revolucionario. Como el RWG, muchos de esos grupos piensan que ellos “descubrieron” la historia por primera vez, como si nada hubiese existido antes que ellos. Esto puede conducir a aberraciones de este genero: fijarse sobre el programa de la Oposición Obrera o de los grupos de izquierda rusos, en el vacío, como si se “descubriera” cualquier día una “nueva piedra del rompecabezas”, sin colocar los elementos en un contexto más amplio. Sin conocer el trabajo de la Izquierda Comunista (y ser criticado al mismo tiempo) (KAPD, Gorter, Izquierda Holandesa, Pannekoek, “Worker’s Dreadnaught”, la Izquierda italiana, la revista Bilan en los años treinta e Internacionalismo en los cuarenta, el Comunismo de los Consejos y Living Marxismo tanto como los Comunistas de Izquierda rusos), y sin verlos como las piezas separadas de un rompecabezas, sino comprendiéndolos en los términos generales del desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase, nuestro trabajo estará condenado a la esterilidad y a la arrogancia del diletante. Aquellos que hacen el esfuerzo indispensable de romper con el izquierdismo deberían comprender que no están solos en la marcha sobre el camino de la revolución, y que tampoco están solos en la historia.
J.A.
[1] La política del Comunismo de Guerra en el país durante la guerra civil, tan celebrada por RWG, no era menos “capitalista” que la NEP. La expropiación violenta de los bienes de los campesinos, aunque siendo una medida necesaria para la ofensiva proletaria de la época, no constituía en nada un “programa” económico (el pillaje). Es fácil ver que estas medidas temporales, impuestas por la fuerza sobre la producción agrícola, no podían durar indefinidamente. Antes, durante y después del Comunismo de Guerra, la base esencial de la producción era la propiedad privada. El RWG tiene razón al señalar la importancia de la lucha de clase de los obreros agrícolas en el país, pero esta lucha no podía eliminar automáticamente e inmediatamente al campesino y su sistema de producción, ni siquiera en el mejor de los casos.
Este artículo escrito por un camarada de la C.C.I., es un intento de análisis de los acontecimientos de Kronstadt y de las enseñanzas que de ellos habría que sacar con vistas al desarrollo del movimiento obrero de hoy y del mañana. Sus análisis coinciden con las orientaciones generales de nuestra Corriente. En él se desarrollan los puntos esenciales para que los revolucionarios comprendan lo que hemos heredado de aquellos episodios. Estos puntos pueden resumirse como siguen:
1.- La revolución proletaria es, por su misma naturaleza histórica, una revolución internacional. Mientras permanezca arrinconada en el marco de uno o varios países aislados, tropezará con dificultades absolutamente insuperables y se encontrará fatalmente abocada a la muerte a corto o largo plazo.
2.- Al revés de otras revoluciones en la historia, la revolución proletaria exige la participación directa, constante y activa del conjunto de la clase. Lo cual significa que nunca podrá aceptar, so pena de iniciar inmediatamente un proceso de degeneración, la “delegación” del poder en un partido, ni que una fracción de la clase o un cuerpo especializado, por muy revolucionario que sea, suplante a toda ella.
3.- La clase obrera es la única revolucionaria, no sólo en la sociedad capitalista, sino igualmente en el período de transición, mientras sigan subsistiendo clases a nivel mundial. De manera que la autonomía total del proletariado con respecto a otras clases y capas sociales sigue siendo la condición fundamental que le permitirá ejercer hegemonía y su dictadura de clase con vista a la instauración de la sociedad comunista.
4.- La autonomía del proletariado significa que bajo ningún pretexto las organizaciones unitarias y políticas de la clase habrán de subordinarse a las instituciones del Estado, pues ello equivaldría a la disolución de estos organismos de clase y llevaría al proletariado a abdicar de su programa comunista del que es el único depositario.
5.- la marcha ascendente de la revolución proletaria no es consecuencia de tal o cual medida económica por importante que sea. La única garantía del avance de la revolución es el programa, la visión y la acción política y total del proletariado. En todo ese conjunto están comprendidas las medidas económicas inmediatamente posibles que se ajustan al sentido del programa.
6.- La violencia revolucionaria es un arma del proletariado frente a las otras clases. Bajo ningún pretexto servirá ésta de criterio ni instrumento dentro de la propia clase, porque no es un medio de toma de conciencia. Los únicos medios por los que el proletariado puede tomar conciencia son su propia experiencia y el examen critico constante de ella. Con ello queremos decir que el ejercicio de la violencia en el interior de la clase, sea cual sea su motivación y posible justificación inmediata, sólo puede impedir la actividad propia de las masas y ser el mayor obstáculo para su toma de conciencia; condición indispensable para el triunfo del comunismo.
La sublevación de Kronstadt en 1921 es la piedra de toque que separa a los que pueden comprender el proceso y la evolución de la revolución proletaria gracias a sus posiciones de clase, de aquellos otros para quienes la revolución es letra muerta. Resaltan en él de forma trágica algunas de las más importantes lecciones de toda la revolución rusa, lecciones que el proletariado no puede ignorar, y más en el momento en que está preparando -aunque sea a largo plazo- su próximo gran levantamiento revolucionario contra el capital.
Cualquier estudio marxista del problema de Kronstadt deberá partir de la afirmación de que la revolución de Octubre de 1917 en Rusia fue proletaria, un momento en el desarrollo de la revolución proletaria mundial que era la respuesta de la clase obrera internacional a la guerra imperialista de 1914-18. Esta guerra fue el jalón que señaló la entrada definitiva del capitalismo mundial en su ocaso histórico irreversible, al propio tiempo que se hacía sentir la necesidad material de la revolución proletaria en todos los países. Debemos afirmar también que el partido bolchevique, que era la vanguardia de la revolución de Octubre, era un partido comunista proletario, una fuerza vital en la izquierda internacional tras la traición de la Segunda Internacional en el 14, y que siguió defendiendo las posiciones de clase del proletariado durante la primera guerra mundial y el período que siguió.
En contra de los que hablan de la insurrección de Octubre como de un simple “golpe de Estado”, un Putsch realizado por una camarilla de conspiradores, nosotros repetimos que la insurrección fue el punto culminante de un largo proceso de lucha de clases y la prueba de la madurez de la conciencia de la clase obrera organizada en soviets, comités de fábrica y guardias rojos. La insurrección formaba parte de un proceso de destrucción del Estado burgués y de instauración de la dictadura del proletariado; los bolcheviques la defendieron con uñas y dientes como algo que debía marcar el primer jalón decisivo de la revolución proletaria mundial, de la guerra civil contra la burguesía. ¡Qué lejos estaba del espíritu de los bolcheviques en aquel momento la idea de que la insurrección tendría más tarde como fin la “construcción del socialismo únicamente en Rusia”, a pesar del número de errores y confusiones que contenía el programa económico inmediato de la revolución, errores que, por otra parte, eran compartidos entonces por el movimiento obrero en su conjunto!
Sólo de este modo se puede esperar comprender la degradación ulterior de la revolución rusa. Como este problema es abordado en otro texto de la revista del C.C.I. (“La degeneración de la revolución rusa”, en este mismo número, ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-dege... [36] ), nos limitaremos aquí a algunas observaciones generales. La revolución comenzada en el 17 no consiguió extenderse internacionalmente a pesar de las numerosas tentativas que hubo en toda Europa. Rusia misma se encontraba desgarrada por una larga y sangrienta guerra civil que había devastado la economía y fragmentado la clase obrera industrial, columna vertebral del poder de los soviets. En este contexto de aislamiento y de caos interno, los errores ideológicos de los bolcheviques comenzaron a ejercer un peso material contra la hegemonía política de la clase obrera, casi inmediatamente después de haber tomado el poder. Era sin embargo un proceso irregular. Los bolcheviques recurrían a medidas cada vez más burocráticas en la misma Rusia por los años 18-20 al mismo tiempo que contribuían a fundar la I.C. en el 19, con un único y claro objetivo que era acelerar la revolución proletaria mundial.
La delegación del poder en un partido, la eliminación de los comités de fábrica, la subordinación progresiva de los soviets al aparato de Estado, el desmantelamiento de las milicias obreras, el modo “militarista" cada vez más acentuado, de enfrentarse con las dificultades, resultado de los períodos de tensión durante la guerra civil, la creación de comisiones burocráticas, eran manifestaciones evidentes del proceso de degradación de la revolución rusa.
Estos hechos no son los únicos signos de debilitación del poder político de la clase obrera, pero son con toda seguridad los más importantes. Fue sobre todo durante la guerra civil cuando se pudo observar una acentuación del proceso aunque algunos síntomas eran ya visibles antes del período de comunismo de guerra. Puesto que la rebelión de Kronstadt fue en muchos aspectos una reacción contra los rigores del llamado "comunismo de guerra", será preciso mostrar aquí son especial claridad el significado real que tuvo este período para el proletariado ruso.
Como subraya el artículo sobre la “degeneración de la revolución rusa” no podemos nosotros ahora seguir manteniendo las ilusiones de los comunistas de izquierda de aquella época, que, en su mayoría, veían en el comunismo de guerra una “verdadera” política socialista, contra la restauración del capitalismo establecida por la NEP (Nueva Política Económica). La desaparición casi total del dinero y de los salarios, la requisición de los cereales a los campesinos no significaban que se hubieran abolido las relaciones sociales capitalistas, sino que eran simples medidas de urgencia impuestas por el bloqueo económico capitalista contra la República de los soviets y por las necesidades de la guerra civil. En cuanto al poder político real de la clase obrera, ya hemos visto que aquel período estuvo marcado por un debilitamiento progresivo de los órganos de dictadura del proletariado y por el desarrollo de la tendencia e instituciones burocráticas. La dirección del Partido-Estado se afanaba en demostrar que la organización de la clase era excelente en principio, pero que en aquellas circunstancias más valía subordinar todo a la lucha militar. La doctrina de la “eficacia” comenzaba a minar los principios fundamentales de la democracia proletaria. Basándose en esta doctrina, el Estado comenzó a instaurar una militarización del trabajo, que sometía a los trabajadores a métodos de vigilancia y explotación extremadamente severos. “En enero de 1920, el consejo de Comisarios del pueblo, principalmente instigado por Trotsky, decretó la obligación general de trabajar aplicable a todos los adultos válidos al tiempo que autorizaba el destino del personal militar desempleado a servicios civiles”. (Averich, Kronstadt 1921, Princetown 1970, p. 26-27).
Al mismo tiempo, las tropas del ejército rojo reforzaban la disciplina de trabajo en las fábricas. Debilitados los comités de fábrica, el Estado tenía vía libre para introducir la dirección personalizada y el Sistema Taylor de explotación previamente denunciado por Lenin en tanto que “hacía al hombre esclavo de la máquina”. Para Trotsky “la militarización del trabajo es el método de base indispensable para la organización de nuestra mano de obra”. (Informe del III Congreso de los Sindicatos de toda Rusia. Moscú 1920). El que el Estado fuera en aquel momento un Estado-obrero significaba para él que los trabajadores no podían poner objeciones a su sumisión completa al Estado.
Pero las duras condiciones de trabajo de las fábricas no eran recompensadas por salarios elevados o un fácil acceso a “los valores de uso”. Al contrario, los estragos que el bloqueo y la guerra habían hecho en la economía hicieron que pronto apareciera el espectro del hambre. Los trabajadores tenían que conformarse con raciones cada vez más escasas y distribuidas a menudo de modo irregular. Amplios sectores de la industria dejaron de funcionar con lo que muchos obreros se quedaron abandonados a sus propios recursos o a los de su imaginación para sobrevivir. La reacción natural de muchos de ellos fue renunciar a la ciudad y buscar en el campo el modo de salir adelante; cambiando, por ejemplo, herramientas robadas en las fábricas por alimentos. Cuando el régimen de comunismo de guerra prohibió el intercambio entre individuos, encargándose el Estado de la requisición y distribución de bienes esenciales, mucha gente sólo pudo sobrevivir gracias al estraperlo que se difundió por todo el país. Para luchar contra este mercado negro el gobierno acordonó las carreteras a fin de poder controlar a todos los viajeros que entraban o salían de las ciudades. Mientras tanto, las actividades de la Checa para reforzar los decretos del gobierno se hacían cada vez más enérgicas. Esta “Comisión extraordinaria” establecida en el 18 para combatir la contrarrevolución funcionaba de un modo más o menos incontrolado. Sus métodos despiadados le valieron el odio general de la población.
La actitud un tanto expeditiva de que fueron víctima los campesinos tampoco fue aprobada por todos los obreros. Las estrechas relaciones familiares y personales que existían entre muchos sectores de la clase obrera rusa y el campesinado hacían que los obreros fueran especialmente sensibles a las quejas de los campesinos sobre los métodos que solían utilizar los destacamentos armados enviados para la requisición de cereales, sobre todo cuando éstos les requisaban más de lo que les sobraba para vivir dejándolos sin los medios necesarios para satisfacer sus necesidades. El resultado que dieron estos métodos fue que los campesinos escondían o destruían a menudo sus cosechas con lo que se agravaba la situación de pobreza y penuria en todo el país. La impopularidad general de estas medidas económicas coercitivas se expondría más tarde en el programa de los insurrectos de Kronstadt como veremos después.
Si algunos revolucionarios, como Trotsky, tenían tendencia a convertir la necesidad en virtud y a glorificar la militarización de la vida económica y social; otros, como Lenin, hacían prueba de mayor prudencia. Lenin no disimulaba el hecho de que los soviets ya no funcionaban como órganos del poder proletario directo, y durante el debate sobre el problema de los sindicatos en 1921 con Trotsky, defendió la idea de que los trabajadores debían defenderse por sí mismos contra su Estado, particularmente desde que, según Lenin, la república de los soviets no era ya solamente un “Estado proletario”, sino un “Estado de obreros y campesinos” con profundas “deformaciones burocráticas”. La Oposición Obrera y, por supuesto, otros grupos de izquierda, llegaron más lejos en la denuncia de estas deformaciones burocráticas que el Estado había sufrido en el período 18-21. Pero la mayoría de los bolcheviques creían sincera y firmemente que mientras ellos (el partido del proletariado) controlaran el aparato de Estado, la dictadura del proletariado seguiría existiendo, a pesar de que las masas trabajadoras parecían haber desaparecido temporalmente de la vida política. Esta posición, fundamentalmente falsa, debería provocar inevitablemente consecuencias desastrosas.
Mientras duró la guerra civil, El Estado de los soviets seguía conservando el apoyo de la mayoría de la población pues se había identificado al combate contra las antiguas clases posesoras y capitalistas. Las duras privaciones de la guerra civil habían sido soportadas con relativa buena voluntad por los trabajadores y pequeños campesinos. Pero después de la derrota de los ejércitos imperialistas, muchos creyeron que podían esperar que las condiciones de vida fueran en adelante menos severas y que el régimen aflojara un poco el control de la vida económica y social.
La dirección bolchevique, sin embargo, confrontada a los estragos que la guerra había hecho en la producción, se mostró bastante reacia a permitir el menor relajamiento en el control estatal centralizado. Algunos bolcheviques de izquierda, como Ossinsky, defendían el mantenimiento e incluso el refuerzo del comunismo de guerra, sobre todo en el campo. Fue así como propuso un plan para la “organización obligatoria de las masas para la producción”, (N. Ossinsky, Gosudarstvenca regulizovanie Krest ianskogo Khoziastva, Moscú 1920, p. 8 y 9) bajo la dirección del gobierno para la formación de “comités de siembra” locales. Estos comités tenían como fin el aumento de la producción colectivizada y la creación de almacenes de semilla comunes en los que los campesinos deberían reunir todo el grano; el gobierno se encargaría de la distribución de este grano. Todas estas medidas (pensaba Ossinsky) conducirían naturalmente a la economía “socialista” en Rusia.
Los otros bolcheviques, como Lenin, comenzaron a presentir la necesidad de suavizar un poco la presión, especialmente en cuanto a los campesinos, pero en conjunto, el partido defendía con uñas y dientes los métodos del comunismo de guerra. El resultado fue que empezó a agotarse la paciencia de los campesinos y que en el invierno de 1920-21 se registraron varias sublevaciones de estos en todo el país. En la provincia de Tambow, en la región del medio Volga, en Ucrania, en Siberia occidental y en muchas otras regiones, los campesinos se organizaban en bandas armadas muy someramente para luchar contra los destacamentos de abastecimiento y la checa. Muy a menudo se alistaban en sus filas soldados recién licenciados del ejército rojo que les aportaban ciertas nociones de estrategia militar. En algunas regiones se formaron enormes ejércitos rebeldes, a medio camino entre la guerrilla y la horda de bandidos. En Tambow por ejemplo, el ejército que estaba al mando de A.S. Antonov llegó a contar hasta 50.000 hombres. La motivación ideológica de estas fuerzas era escasa si se quita el tradicional resentimiento de los campesinos contra la ciudad, contra el gobierno centralizado y los clásicos sueños de independencia y autosubsistencia que siempre ha tenido la pequeña burguesía rural. Después del enfrentamiento con las tropas campesinas de Makhno en Ucrania, la posibilidad de un levantamiento generalizado contra el poder de los soviets era algo que atormentaba a los bolcheviques. Nada tiene de extraño, pues, que asimilaran la sublevación de Kronstadt a esta amenaza que les venía más bien por parte del campesinado. Esta fue sin duda una de las razones por las que reprimieron con tanta fiereza el levantamiento de Kronstadt.
Casi inmediatamente después surgió en Petrogrado una serie de huelgas salvajes mucho más importantes. Todo comenzó en la fábrica metalúrgica de Trubochny y se extendió rápidamente a muchas otras grandes industrias de la ciudad. En las asambleas de fábrica y en las manifestaciones se adoptaban resoluciones que reclamaban un aumento de las raciones de alimentos y ropa, pues muchos de ellos pasaban hambre y frío.
Al mismo tiempo iban apareciendo otro tipo de reivindicaciones; éstas, más políticas: los obreros querían que se terminaran las restricciones sobre los desplazamientos fuera de las ciudades, la liberación de los prisioneros de la clase obrera, la libertad de expresión etc. Las autoridades soviéticas de la ciudad encabezadas por Zinoviev respondieron denunciando las huelgas que servían los propósitos de la contrarrevolución y pusieron a la ciudad bajo control militar directo, prohibiendo las asambleas en las calles y ordenando el toque de queda a las 11 de la noche. Sin duda alguna ciertos elementos contrarrevolucionarios como los Mencheviques o los S.R. jugaron un papel en los acontecimientos con sus teorías falaciosas sobre la “salvación”, pero el movimiento de huelga de Petrogrado era esencialmente una respuesta proletaria espontánea a unas condiciones de vida insoportables. Pero las autoridades bolcheviques no podían admitir que los obreros se pusieran en huelga contra el “Estado Obrero” y tacharon a los huelguistas de provocadores, perezosos e individualistas. Trataron también de romper la huelga cerrando fábricas, privándoles de sus raciones y ordenando la detención de los cabecillas más destacados por la Checa local. Pero había que dar una de cal y otra de arena: así Zinoviev anunciaba al mismo tiempo el fin del bloqueo de las carreteras de los alrededores de la ciudad, la compra de carbón al extranjero para hacer frente a la penuria de combustible y el proyecto de terminar con las requisiciones de cereales. Esta mezcla de represión y conciliación condujo a los trabajadores, ya debilitados o agotados, al abandono de su lucha en espera de un futuro más halagüeño.
Pero el eco más importante que iba a tener el movimiento de huelga de Petrogrado sería en la fortaleza próxima de Kronstadt. La guarnición de Kronstadt, uno de los principales baluartes de la Revolución de Octubre, había entablado ya una lucha contra la burocratización antes de las huelgas de Petrogrado. Durante los años 20 y 21 los marineros de la flota roja en el Báltico habían combatido las tendencias disciplinarias de los oficiales y las habilidades burocráticas del POUBALT (sección política de la flota del Báltico, el órgano del Partido que dominaba la estructura soviética de la marina). En febrero del 21 las asambleas de marineros habían votado mociones declarando que “el POUBALT no sólo se ha separado de las masas, sino incluso de los funcionarios activos. Se ha convertido en un órgano burocrático sin ninguna autoridad entre los marineros” (Ida Mett. La Comuna de Kronstadt, Solidarity pamphlet. Pág 3).
Así estaban las cosas cuando les llegaron noticias de las huelgas de Petrogrado y de que las autoridades habían declarado la ley marcial. ¿Había ya un cierto estado de fermentación entre los marineros? Lo cierto es que el 28 de febrero enviaron una delegación a las fábricas de Petrogrado para ver por dónde iban los tiros. El mismo día la tripulación del crucero Petropavlosk se reunió para discutir la situación y adoptar la resolución siguiente:
“Después de haber oído a los representantes de las tripulaciones delegados por la Asamblea general de los buques con el fin de conocer la situación de Petrogrado, los marineros deciden:
Esta resolución se convirtió rápidamente en el programa de la revuelta de Kronstadt. El primero de marzo tuvo lugar en la guarnición una asamblea de masa que reunió a 16000 personas. Oficialmente había sido prevista como una asamblea de la primera y segunda secciones de cruceros. A ella asistían Kalinin, presidente del ejecutivo de los soviets de toda Rusia, y Kouzmin, comisario político de la flota del Báltico. Aunque Kalimin fue acogido con música y banderas, pronto se encontró completamente aislado en la asamblea, al igual que Kouzmin. La asamblea entera adoptó la resolución del Petropavlosk, menos Kalimin y Kouzmin que tomaron la palabra con un tono provocador para denunciar las iniciativas que habían sido tomadas en Kronstadt. Al terminar fueron abucheados.
Al día siguiente, dos de marzo, era el día en que el Soviet de Kronstadt debía ser reelegido. La Asamblea del 1° de marzo convocó pues a los delegados de los barcos, de las unidades del ejército rojo, de las fábricas, a una reunión para tratar de la reconstitución del Soviet. Unos 300 delegados se encontraron en la casa de la cultura. La resolución del Petropavlosk fue nuevamente adoptada, así como los proyectos para la elección del nuevo Soviet presentados en una moción orientada hacia “una reconstrucción pacífica del régimen de los soviets”. (Ida Mett. Op. Cit.). Al mismo tiempo los delegados formaron un comité revolucionario provisional (CRP) encargado de la administración de la ciudad y de la organización de la defensa contra toda intervención del gobierno. Se consideró que esta última tarea era la más urgente, pues corrían rumores sobre un ataque inmediato de los destacamentos bolcheviques, a causa de las violentas amenazas de Kamilin y Kouzmin. Estos últimos adoptaron una actitud tan inflexible que fueron detenidos con otros personajes oficiales. Con este último acto la situación se convirtió ya en un motín declarado y fue interpretada por el gobierno como tal.
El CRP se puso inmediatamente manos a la obra. Comenzó a publicar sus propios Izvestia, cuyo primer número declaraba: “El partido comunista, señor del Estado, se ha separado de las masas. Ha demostrado su incapacidad para sacar al país del caos. Innumerables accidentes se han producido recientemente en Moscú y en Petrogrado, que demuestran claramente que el Partido ha perdido la confianza de los trabajadores. El partido no hace caso de las necesidades de la clase obrera, porque piensa que estas reivindicaciones son fruto de actividades contrarevolucionarias. Al actuar así, el Partido incurre en un grave error”. (Izvestia del CRP. 3 de marzo de 1921).
La Respuesta inmediata del Gobierno Bolchevique a la rebelión fue denunciarla como una faceta más de la conspiración contrarevolucionaria contra el poder de los soviets. Radio Moscú la llamaba “complot de la Guardia Blanca” y afirmaba poseer pruebas de que todo había sido organizado por el círculo de emigrados de París y por los espías de la Entente. Aunque estas falsificaciones sigan utilizándose hoy día, ya no se les presta excesivo crédito; ni siquiera historiadores semi-trotskistas, como Deutscher, que considera estas acusaciones desprovistas de fundamento real. Por supuesto, toda la carroña contrarrevolucionaria, desde la Guardia Blanca hasta los S.R. trataron de recuperar la rebelión y le ofrecieron su apoyo. Pero, aparte de la ayuda “humanitaria” que llegó a través de la Cruz Roja rusa, controlada por los emigrados, el CRP rechazó todas las proposiciones hechas por la reacción. Antes bien, proclamó bien alto que no luchaban por una vuelta a la autocracia ni a la Asamblea Constituyente, sino por una regeneración del poder de los soviets liberado del dominio burocrático: “la defensa de los trabajadores son los soviets y no la Asamblea Constituyente”, (Pravda o Kronstadt. Praga 1921. P. 32) declaraban los Izvestia de Kronstadt.
“En Kronstadt, el poder está en manos de los marineros, de los soldados rojos y de los trabajadores revolucionarios. No está en manos de los guardias blancos, mandados por el general Kozlovsky, como afirma engañosamente Radio Moscú”. (Llamada del CRP citada por I. Mett. p. 22-23).
Cuando se demostró que la idea de un simple complot era una pura ficción, los que se identificaban de una forma no crítica con la decadencia del bolchevismo, presentaron excusas más elaboradas para justificar la represión de Kronstadt.
En “Hue and Cry over Kronstadt” (New International. Abril 1938), Trotsky presentó la siguiente argumentación: “es cierto, Kronstadt fue uno de los baluartes de la revolución proletaria en el 17. Pero durante la guerra civil, los elementos revolucionarios proletarios de la guarnición fueron dispersados y reemplazados por elementos campesinos impregnados de la ideología pequeño-burguesa reaccionaria. Esos elementos no podían resistir los rigores de la dictadura del proletariado y de la guerra civil; se rebelaron con el fin de debilitar la dictadura y otorgarse raciones privilegiadas...”
“el levantamiento de Kronstadt no era sino una reacción armada de la pequeña burguesía contra los sacrificios de la revolución social y la austeridad de la dictadura del proletariado”. Continúa Trotsky diciendo que los trabajadores de Petrogrado, que al revés de los Dandies de Kronstadt soportaban estos sacrificios sin quejarse, habían terminado “asqueados de la rebelión”, porque se dieron cuenta de que “los amotinados de Kronstadt estaban al otro lado de la barricada” y por tanto, habían decidido “aportar su apoyo a los soviets”.
No interesa ahora pasar mucho tiempo examinando estos argumentos; los hechos que hemos citado los desmienten. La afirmación de que los insurrectos de Kronstadt reclamaban raciones privilegiadas para ellos mismos queda desmentida si nos remitimos al punto 9 de la resolución del Petropavlosk, que reclamaba raciones iguales para todos. Del mismo modo, el retrato de los obreros de Petrogrado aportando dócilmente su apoyo a la represión se desmiente por la realidad de las huelgas que precedieron a la revuelta. Aunque este movimiento hubiera decaído mucho en el momento de estallar la revuelta de Kronstadt, importantes fracciones del proletariado de Petrogrado siguieron aportando un apoyo activo a los insurrectos. El 7 de marzo, día que comenzó el bombardeo de Kronstadt, los trabajadores del arsenal se reunieron en mitin y eligieron una comisión encargada de lanzar una huelga general para sostener la rebelión. En Pouhlov, Battisky, Oboukov y en las principales empresas continuaban las huelgas.
Por otra parte no vamos a negar que hubieran elementos pequeño-burgueses en el programa y la ideología de los insurrectos y en el personal de la flota y el ejército. Pero todas las sublevaciones proletarias van acompañadas de una cantidad de elementos pequeño-burgueses y reaccionarios que no tergiversan el carácter fundamentalmente obrero del movimiento. Esto fue sin duda lo que ocurrió incluso en la insurrección de octubre, que contaba con el apoyo y la participación activa de elementos campesinos en las fuerzas armadas y en el campo. La composición de la asamblea de delegados del 2 de marzo demuestra que los insurrectos tenían una amplia base obrera. Estaba ésta formada en gran parte, por proletarios de las fábricas, de las unidades de la marina de la guarnición y del conjunto del CRP elegido por esta asamblea. El CRP estaba formado por veteranos trabajadores y marineros que habían participado en el movimiento revolucionario, al menos desde el 17. (Véase I. Mett para el análisis de la lista de miembros de este comité). Pero estos hechos son menos importantes que el contexto general de la revuelta; ésta tuvo lugar en un contexto de la lucha de la clase obrera contra la burocratización del régimen, se identificaba con esta lucha y era comprendida como un momento de su generalización.
“Que los trabajadores del mundo entero sepan que nosotros, los defensores del poder de los soviets, protegemos las conquistas de la revolución social. Venceremos o moriremos en las ruinas de Kronstadt luchando por la justa causa de las masas proletarias” (Pravda o Kronstadt, p. 82).
Los anarquistas, ideólogos de la pequeña burguesía, hablan de Kronstadt como de su revuelta. A pesar de que, sin lugar a dudas ha habido influencias anarquistas en el programa de los insurrectos y en su ideología, las reivindicaciones no eran simplemente anarquistas. No reclamaban una abolición abstracta del Estado, sino la regeneración del poder de los soviets. Tampoco querían abolir los “partidos” como tales. Aunque muchos insurrectos abandonaron el partido bolchevique en aquella época y a pesar de que se publicaron muchas resoluciones confusas sobre la “Tiranía Comunista”, nunca reclamaron “los Soviets sin los comunistas” como se ha afirmado muy a menudo. Sus consignas eran de libertad de agitación a los diferentes grupos de la clase obrera y “el poder a los soviets, no a los partidos”. A pesar de todas las ambigüedades que comportan estas consignas, expresaban un rechazo instintivo de la idea de partido que suplanta a la clase, lo cual ha sido uno de los principales factores que han contribuido a la degeneración del bolchevismo.
Uno de los rasgos característicos de la rebelión es que no presentaba un análisis político claro y coherente de la degeneración de la revolución. Tales análisis deberían encontrar expresión en el seno de las minorías comunistas, aunque en ciertas coyunturas específicas estas minorías vayan un poco rezagadas con respecto a la conciencia espontánea del conjunto de la clase. En el caso de la revolución rusa han tenido que pasar varios decenios de ardua reflexión en la Izquierda Comunista Internacional para llegar a una comprensión coherente de lo que era la degeneración. El levantamiento de Kronstadt representaba una reacción elemental del proletariado contra esta degeneración, una de las últimas manifestaciones de masa de la clase obrera rusa en aquella época. En Moscú, Petrogrado y Kronstadt, los trabajadores enviaron un SOS desesperado para salvar la revolución rusa que comenzaba a declinar.
Muchas han sido las polémicas a propósito de la relación entre las reivindicaciones rebeldes y la NEP (Nueva Política Económica). Para estalinistas empedernidos como los de la Organización Comunista Inglesa e Irlandesa –B&ICO- (Problema del Comunismo N° 3) hubo que aplastar la rebelión porque su programa económico de trueque y de libre cambio era una reacción pequeño-burguesa contra el proceso de “construcción del socialismo” en Rusia- socialismo significaba, por supuesto, la mayor concentración posible de Capitalismo de Estado. Pero al mismo tiempo la B&ICO defiende la NEP como una etapa hacia el socialismo. El reverso e la medalla está representado por el anarquista Murray Bookchin que, en su introducción a la edición canadiense de “La Comuna de Kronstadt” (Black Rose Book. Montreal 1971) nos describe el paraíso libertario que habría podido realizarse de haber aplicado simplemente el programa económico de los rebeldes:
“Una victoria de los marinos de Kronstadt habría podido abrir nuevas perspectivas a Rusia: una forma híbrida de desarrollo social con control obrero de las grandes fábricas y libre comercio de los productos agrícolas, basado en una economía campesina a pequeña escala y comunidades agrarias voluntarias”.
Bookchin añade a continuación, misteriosamente, que una sociedad tal sólo habría podido sobrevivir si hubiera habido un fuerte movimiento revolucionario en occidente para secundarla. Uno se pregunta a quién se le ocurre pensar que tales sueños de tendero autogestionario iban a representar una amenaza para el capital mundial.
De todos modos esta controversia tiene bien poco interés para los comunistas. Dado que la oleada revolucionaria había fracasado, forzoso es reconocer que ningún tipo de política económica, llámese comunismo de guerra, autarquía, NEP o programa de Kronstadt, habrían podido salvar la revolución. Por otra parte, muchas de las reivindicaciones puramente económicas presentadas por los rebeldes estaban más o menos incluidas en la NEP. Ambos son inadecuados en tanto que programas económicos y sería absurdo que los revolucionarios de hoy reivindicaran trueque o el libre cambio como medidas adecuadas para un baluarte proletario, aunque, en circunstancias críticas sea imposible eliminarlas. La diferencia esencial entre el programa de Kronstadt y la NEP es la siguiente: mientras que esta última debía ser implantada desde arriba, por la naciente burocracia de estado, en cooperación con las direcciones privadas y capitalistas restantes, los insurrectos de Kronstadt proponían la restauración del poder auténtico de los soviets y un término a la dictadura estatal del Partido Bolchevique como algo previo a cualquier avance revolucionario.
Es el verdadero meollo del problema. De nada sirve discutir ahora acerca de la política económica más socialista en aquel momento. Los insurrectos de Kronstadt lo comprendían quizás menos que los bolcheviques más ilustrados. Los insurrectos, por ejemplo, hablaban del establecimiento de un “socialismo libre” (independiente) en Rusia, sin hacer hincapié en la necesidad de extensión de la revolución a escala mundial antes de intentar realizar el socialismo.
“Kronstadt revolucionario combate por un tipo diferente de socialismo, por una república soviética de los trabajadores en la que el productor sea su propio amo y pueda disponer de su producto como mejor le parezca” (Pravda o Kronstadt, p. 92).
La evaluación prudente que hizo Lenin de las posibilidades socialistas de progreso en aquella época, aunque luego desembocó en conclusiones reaccionarias, era de hecho una aproximación que correspondía más a la realidad que las esperanzas que tenían los de Kronstadt de poder autogestionar su comuna en el seno de Rusia.
Pero Lenin y la dirección bolchevique, atados de pies y manos como estaban por el aparato de estado, no alcanzaron a comprender lo que querían decir los insurrectos de Kronstadt confusamente, es cierto, y con ideas mal formuladas: la revolución no puede dar un solo paso si los trabajadores no la dirigen. La condición previa y fundamental para la defensa y la extensión de la Revolución en Rusia era: todo el poder a los Soviets, es decir, la reconquista de la hegemonía política por las propias masas obreras. Como se subraya en el artículo: “Degeneración de la Revolución Rusa” esta cuestión del poder político es con mucho la más importante. El proletariado en el poder puede hacer progresos económicos importantes, o soportar regresos económicos sin que por ello permita que la Revolución se pierda. Pero una vez que se ha desmoronado el poder político de la clase no hay medida económica que valga para salvar a la revolución. Porque los rebeldes de Kronstadt luchaban por la reconquista de este indispensable poder político proletario, los revolucionarios de hoy deben reconocer en la lucha de Kronstadt una defensa de las posiciones de clase fundamentales.
La dirección bolchevique opuso una dura resistencia a la rebelión de Kronstadt. Ya hemos evocado el comportamiento provocador de Kouzmin y Kalinin en la guarnición, los bulos difundidos por radio Moscú diciendo que se trataba de una tentativa contrarevolucionaria de la Guardia Blanca. La actitud intransigente del gobierno bolchevique eliminó rápidamente toda posibilidad de compromiso o de discusión. La advertencia apremiante que Trotsky dirigió a la guarnición pedía la rendición sin condiciones ni concesión posible a los insurrectos. El allanamiento emitido por Zinoviev y el comité de defensa de Petrogrado (el organismo que había sometido a la ciudad a la ley marcial después de la oleada de huelgas) es de sobra conocido por su crueldad como demuestra la consigna dada a los soldados: “disparad sobre ellos como si fueran perdices”. Zinoviev organizó también la captura de rehenes entre las familias de los insurrectos, bajo pretexto que el CRP había detenido a algunos oficiales bolcheviques (sin que sufrieran daño alguno). Los insurrectos consideraron estas acciones como infamantes y se negaron a plegarse ante las amenazas. Durante el asalto, las unidades enviadas para aplastar la rebelión estuvieron constantemente al borde de la desmoralización. Hubo incluso casos de fraternización con los sublevados. Para “asegurarse” de la lealtad del ejército destacaron a algunos eminentes dirigentes del Partido Bolchevique, que se encontraba entonces en sesión, para que dirigieran el sitio; entre ellos había miembros de la Oposición Obrera que querían dejar bien claro que ellos no tenían nada que ver con el levantamiento. Al mismo tiempo, los fusiles de la Checa estaban detrás, apuntando a los soldados; como seguro complementario de que la desmoralización no se propagaría.
Cuando cayó por fin la fortaleza, centenares de insurrectos fueron exterminados, ejecutados sumariamente o condenados rápidamente a muerte por la Checa. A los demás, los mandaron a campos de concentración. A la hora de reprimir, lo hicieron sin contemplaciones. Para borrar todas las huellas del levantamiento pusieron a la ciudad bajo control militar. Disolvieron el Soviet e hicieron una purga de todos los elementos disidentes. Hasta los soldados que habían participado en la represión de la revuelta fueron dispersos inmediatamente en unidades distintas para impedir que se propagaran “los microbios de Kronstadt”. Medidas análogas fueron tomadas con las unidades de la marina consideradas “poco seguras”.
El desarrollo de los acontecimientos en Rusia durante los años que siguieron a la revuelta hacen absurdas las declaraciones que pretenden que la represión de la rebelión era una “necesidad trágica” para defender la revolución. Los bolcheviques creían que defendían la revolución contra la amenaza de la reacción, representada por la Guardia Blanca, en este puerto fronterizo estratégico. Pero cualesquiera que hayan podido ser las ideas de los bolcheviques sobre lo que hacían, lo cierto es que, al atacar a los rebeldes, estaban atacando la única defensa real que la revolución podía tener: la autonomía de la clase obrera y el poder proletario directo. Al actuar así, se comportaron como agentes de la contrarrevolución y sus actos sirvieron para allanar el camino que permitió el triunfo final de la contra revolución bajo la forma del estalinismo.
La extrema violencia con que el gobierno reprimió el levantamiento había llevado a algunos revolucionarios a la conclusión de que el partido bolchevique era clara y abiertamente capitalista en 1921, exactamente como los estalinistas y los trotskistas lo son hoy. No queremos polemizar ahora sobre el momento en que el partido se puso irremediablemente de parte de la burguesía, y, en todo caso rechazamos el método que intenta encerrar la comprensión del proceso histórico en un esquema rígido de fechas.
Pero decir que el Partido Bolchevique no era “otra cosa que capitalista” en 1921, significa en efecto que no tenemos nada que aprender de los sucesos de Kronstadt, salvo la fecha de la muerte de la revolución. Después de todo, los capitalistas nunca han dejado de reprimir los levantamientos obreros y esto es algo que no tenemos que estar aprendiendo sin cesar. Kronstadt sólo puede enseñarnos algo nuevo si lo reconocemos como un capítulo de la historia del proletariado, como una tragedia en el campo proletario. El problema real con el que han de enfrentarse hoy los revolucionarios es el de saber cómo un partido proletario pudo llegar a actuar cómo los Bolcheviques en Kronstadt en 1921, y cómo podemos estar seguros que tales cosas no se repetirán jamás. En una palabra, ¿qué conclusiones hay que sacar de Kronstadt?
La revuelta de Kronstadt esclarece de un modo particularmente dramático las lecciones fundamentales de toda la revolución rusa, lo único verdaderamente provechoso de la revolución de octubre que queda a la clase obrera.
I. LA REVOLUCIÓN PROLETARIA ES INTERNACIONAL O NO ES REVOLUCIÓN
La revolución proletaria sólo puede triunfar a escala mundial. Es imposible abolir el capitalismo o “construir el socialismo” en un solo país. La revolución no será salvada por programas de reorganización económica en un país, sino únicamente por la extensión del poder político proletario a toda la tierra. Sin esto, la degeneración de la revolución es inevitable, por muchos cambios que se aporten a la economía. Si la revolución permanece aislada, el poder político del proletariado será destruido por una invasión exterior, o por la violencia interna como en Kronstadt.
II. LA DICTADURA DEL PROLETARIADO NO ES LA DE UN PARTIDO
La tragedia de la revolución rusa, y en particular la matanza de Kronstadt, fue que el partido del proletariado, el Partido Bolchevique, consideró que su función era tomar el poder de Estado y defender ese mismo poder contra la clase obrera en su conjunto. Por ello, cuando el estado se autonomiza con respecto a la clase y se levanta contra ella, como en Kronstadt, los bolcheviques consideraron que su sitio estaba en el Estado que luchaba contra la clase y abandonaron a la clase que luchaba contra la burocratización del Estado.
Hoy, los revolucionarios deben afirmar como principio fundamental que la función del partido no consiste en tomar el poder en nombre de la clase. Sólo la clase obrera en su conjunto, organizada en comités de fábrica, milicias y consejos obreros, puede tomar el poder político y emprender la transformación comunista de la sociedad. El partido debe ser un factor activo en el desarrollo de la conciencia proletaria, pero no puede crear el comunismo “en nombre” de una clase. Tal pretensión sólo puede llevar, como sucedió en Rusia, a la dictadura del partido sobre la clase, a la supresión de la actividad del proletariado por sí mismo, bajo pretexto que “el partido es mejor”.
Al mismo tiempo, la identificación del partido con el estado, cosa natural para un partido burgués, no puede sino arrastrar a los partidos proletarios a la corrupción y la traición. Un partido del proletariado debe constituir la fracción más radical y avanzada de la clase que a su vez es la más dinámica de la historia. Cargar al Partido con la administración de los asuntos de Estado, que por definición no puede más que tener una función conservadora, es negar todo el papel del partido y ahogar su creatividad revolucionaria. La burocratización progresiva del partido bolchevique, su incapacidad creciente para separar los intereses de la clase revolucionaria de los del Estado de los soviets, su degeneración en una máquina administrativa, todo esto es el precio pagado por el partido mismo por sus concepciones erróneas del partido que ejerce un poder de Estado.
III. LAS RELACIONES DE FUERZA DENTRO DE LA CLASE NO DEBEN EXISTIR
El principio de que ninguna minoría, por ilustrada que sea, puede ejercer el poder sobre la clase obrera, es paralelo a este otro: no puede haber relaciones de fuerza dentro de la clase obrera. La democracia proletaria no es un lujo que puede ser suprimido en nombre de la “eficacia”, sino la única garantía de la buena marcha de la revolución y de la posibilidad que tiene la clase de sacar conclusiones de su propia experiencia. Aunque algunas fracciones de la clase estén en el error, ninguna otra fracción, (sea o no mayoritaria) puede imponerles la “línea justa”. Sólo una libertad total de diálogo dentro de los órganos autónomos de la clase (asambleas, consejos, partido etc.) podrá resolver los conflictos y los problemas de la clase. Esto implica también que la clase entera pueda tener acceso a los medios de comunicación (prensa, radio, TV etc.) conservar el derecho de huelga y juzgar críticamente las directivas que emanen de los órganos de Estado.
Aún admitiendo que los marinos de Kronstadt se equivocaron, la dureza de las medidas que tomó el gobierno bolchevique estaba totalmente injustificada. Tales acciones pueden destruir la solidaridad y la cohesión dentro de la clase al tiempo que engendran el desaliento y la desesperación. La violencia revolucionaria es un arma que el proletariado tendrá que utilizar necesariamente contra la clase capitalista. Su uso contra otras clases no explotadoras deberá reducirse al mínimo, pero en el interior mismo del proletariado, no puede haber sitio para ella.
IV.- LA DICTADURA DEL PROLETRIADO NO ES EL ESTADO
En el momento de la revolución rusa existía una confusión fundamental en el movimiento obrero, por la que se identificaba a la dictadura del proletariado con el Estado que apareció después del derrumbamiento del régimen zarista, es decir, el Congreso de los delegados de toda Rusia de los Soviets, de los trabajadores, soldados y campesinos.
Pero la dictadura del proletariado, funcionando a través de los órganos específicos de la clase obrera, como las asambleas de fábrica y los consejos obreros, no es una institución sino un estado de hecho, un movimiento de la clase obrera en su conjunto. El fin de la dictadura del proletariado no es el de un estado en el sentido en que lo entienden los marxistas. El Estado es ese órgano de superestructura que surge de la sociedad de clases, cuya función consiste en preservar las relaciones sociales dominantes, el statu quo entre las clases. Al mismo tiempo los marxistas han afirmado siempre la necesidad del Estado en un período de transición al comunismo, después de la abolición del poder político burgués. Por ello decimos que el Estado ruso soviético, así como la comuna de París, fue un producto inevitable de la sociedad de clases que existía en Rusia después de 1917.
Ciertos revolucionarios defienden la idea de que el único estado que pueda existir después de la destrucción del poder burgués son los consejos obreros. Es cierto que los Consejos Obreros tienen que asegurar la función que siempre ha sido una de las principales características del Estado: el ejercicio del monopolio de la violencia. Pero asimilarlos por ello al Estado es reducir el papel del Estado a un simple órgano de violencia sin más. Es decir, con tales concepciones, el Estado burgués de hoy estaría compuesto únicamente por la policía y el ejército, y no por el parlamento, municipios, sindicatos y otras innumerables instituciones que mantienen el orden capitalista sin hacer uso inmediato de la represión. Estas instituciones son órganos del Estado, pues sirven para mantener el orden social existente, los antagonismos de clase, dentro de un marco aceptable. Los consejos obreros, por el contrario, representan la negación activa de esta función de Estado puesto que son ante todo órganos de transformación social radical, y no órganos del statu quo.
Pero además de esto, es utópico esperar que las únicas instituciones que existan en el período de transición sean precisamente los consejos obreros. El gran trastorno social que es la revolución engendra instituciones de todo tipo, no sólo de la clase obrera en los lugares de producción, sino de la población entera que estaba oprimida por la clase capitalista. En Rusia, los Soviets y otros órganos populares aparecieron, no sólo en las fábricas, sino en todas las partes; en el ejército, en la marina, en los pueblos, en los barrios de las ciudades. Esto no venía únicamente de que “los bolcheviques comenzaban a construir un estado que tenía una existencia separada de la organización de masas de la clase”. (Workers Voice N° 14). Es cierto que los bolcheviques contribuyeron activamente a la burocratización del Estado, abandonando el principio de las elecciones e instituyendo innumerables comisiones al margen de los soviets; pero no se puede decir que los bolcheviques mismos crearan “el Estado Soviético”. Fue algo que surgió porque la sociedad debía engendrar una institución capaz de contener sus profundos antagonismos de clase. Decir que sólo pueden existir los consejos obreros es predicar la guerra civil permanente, no sólo entre la clase obrera y la burguesía, (que, por supuesto, es necesaria) sino también entre la clase obrera y todas las demás clases y categorías. En Rusia esto habría significado una guerra entre los soviets de obreros y los de soldados y campesinos. Lo cual hubiera sido una terrible pérdida de energía y una desviación de la tarea primordial de la revolución mundial contra la clase capitalista[1].
Pero si el estado de los soviets era desde cierto punto de vista el producto inevitable de la sociedad post-insurreccional, podemos sacar a la luz numerosos y graves defectos de estructura y funcionamiento, después de la revolución de Octubre, al margen del hecho que estaba controlado por el Partido.
a.- En el funcionamiento real del Estado había un abandono continuo de los principios fundamentales establecidos a partir de las experiencias de la Comuna de 1871, y reafirmados por Lenin en el Estado y la Revolución en 1917: que todos los funcionarios fueran elegidos y revocables en cualquier momento, que la remuneración de los funcionarios del Estado fuera igual a la de los obreros, que el proletariado estuviera permanentemente armado. Fueron multiplicándose las comisiones y departamentos sobre los que la clase obrera no tenían ningún control (consejos económicos, Checa, etc...). Las elecciones eran aplazadas o amañadas. Los privilegios otorgados a los personajes oficiales se convirtieron en el pan de cada día. Las milicias obreras fueron disueltas en el interior del ejército rojo, que no estaba controlado por los consejos obreros ni por los soldados alistados.
b.- los consejos obreros, los comités de fábrica y los otros órganos del proletariado representaban una parte entre otras del aparato de Estado (aunque los trabajadores tenían derecho de voto preferente). En vez de tener autonomía y hegemonía sobre todas las otras instituciones sociales, no sólo estos órganos iban siendo integrados cada vez más en el aparato general del Estado, sino que se le subordinaban. El poder proletario, en lugar de manifestarse por el canal de los órganos específicos de la clase, fue identificado al aparato de estado. Aún más, el postulado engañoso de un estado “proletario” y “socialista” llevo a los bolcheviques a sostener que los trabajadores no podían tener ningún derecho o interés diferente a los del Estado. De lo que se deducía que toda la resistencia al Estado por parte de los trabajadores sólo podía ser contrarevolucionaria. Esta concepción profundamente errónea explica la reacción de los bolcheviques hacia las huelgas de Petrogrado y el levantamiento de Kronstadt.
En el futuro, los principios de la Comuna sobre la autonomía de la clase obrera no deberán ser pura letra muerta; el proletariado tendrá que defenderlos como condición fundamental de su poder sobre el Estado. En ningún momento podrá distraer la vigilancia del aparato de estado, porque la experiencia rusa, y en particular los sucesos de Kronstadt demuestran que la contrarrevolución puede aparecer por donde menos se piensa, como el Estado post-insurreccional, y no sólo por una agresión burguesa “exterior”.
Es decir, que para garantizar que el Estado-comuna sigue siendo un instrumento de la autoridad proletaria, la clase obrera no puede identificar su dictadura con este aparato ambiguo y poco seguro, sino únicamente con sus órganos de clase autónomos. Estos órganos tendrán que controlar sin flaqueza el trabajo del estado a todos los niveles, exigiendo el máximo de representación de delegados de los consejos obreros en los congresos generales de los soviets, la unificación autónoma permanente de la clase obrera en el interior de estos consejos, y el poder de decisión de los consejos obreros sobre todo el planning del Estado. Por encima de todo, los trabajadores deberán impedir que el estado se interfiera en sus propios órganos de clase; pero, por otra parte, la clase obrera debe mantener su capacidad para ejercer la dictadura sobre y contra el Estado, por la violencia si fuera necesario. Esto significa que la clase obrera debe garantizar su autonomía de clase gracias al armamento general del proletariado. Si durante la guerra civil se hace necesaria la creación de un “ejercito rojo”, regular, esta fuerza deberá estar políticamente subordinada a los Consejos Obreros y disuelta tan pronto como se haya vendido militarmente a la burguesía. Pero, en ningún momento, podrán ser disueltas las milicias proletarias en las fábricas.
La identificación del partido y el estado, y la del Estado y la clase, tuvo su conclusión lógica, cuando el partido se puso de parte del Estado y en contra de la clase. El aislamiento de la revolución rusa en 1921 convirtió al estado en guardián del statu quo, de la estabilización del capital y del avasallamiento de los trabajadores. A pesar de todas las buenas intenciones la dirección bolchevique siguió esperando el alba salvadora de la Revolución mundial durante unos cuantos años, se vio obligada a actuar, por su implicación en la máquina estatal, como un obstáculo a la revolución mundial, y fue arrastrada al triunfo final de la contra revolución estalinista. Algunos bolcheviques comenzaron a ver que ya no era el partido el que controlaba al estado, sino el estado quien controlaba al partido. Lenin mismo decía:
“La máquina se está escapando de las manos de los que gobiernan: se diría que alguien tiene las riendas de esta máquina, pero que ésta toma una dirección diferente de la que él quiere, como conducida por una mano oculta..., nadie sabe de quién es esta mano; tal vez de un especulador, de un capitalista, o de los dos a la vez. Lo cierto es que la máquina no sigue la dirección que quieren aquéllos que deben dirigirla, y a veces llega a tomar una dirección diametralmente opuesta” (Informe político del Comité Central del Partido. 1922)
Los últimos años de Lenin fueron una lucha sin esperanza contra la burocracia naciente, con nimios proyectos como el de la “Inspección de los trabajadores y campesinos” en el que la burocracia debería someterse a la vigilancia de una nueva comisión burocrática. Lo que él no podía admitir era que el llamado estado proletario se había convertido pura y simplemente en una máquina burguesa, en un aparato de reglamentación de las relaciones sociales capitalistas y, por tanto, inaccesible a las necesidades de la clase obrera. El triunfo del estalinismo no fue más que el reconocimiento cínico de esta situación, la adaptación final y definitiva del Partido a su función de capataz del estado capitalista. Esta fue la significación real de la declaración del “Socialismo en un solo país” en 1924.
La rebelión de Kronstadt puso al Partido ante una alternativa histórica de extrema gravedad: o seguir dirigiendo esta máquina burguesa para acabar siendo un partido del capital, o separarse del Estado y ponerse de parte de la clase obrera entera en su combate contra esta máquina, esta personificación del capital. Al escoger la primera de ellas, los bolcheviques, de hecho, firmaron su propia sentencia en tanto que partido del proletariado e impulsaron el proceso contrarevolucionario que se manifestó a la luz del día en 1924. Después de 1921, solo las fracciones bolcheviques que habían comprendido la necesidad de identificarse directamente con la lucha de los obreros contra el estado, podían seguir siendo revolucionarios y capaces de participar en el combate internacional de los comunistas de izquierda contra la degeneración de la III Internacional. Así, por ejemplo, el “grupo obrero” de Miasnikov tuvo un papel activo en la huelga salvaje que se extendió por Rusia en agosto y septiembre de 1923. Por el contrario, la oposición de izquierda dirigida por Trotsky, cuya lucha contra la fracción estalinista se situaba siempre en el interior de la burocracia, no hizo nada por vincularse a la lucha obrera contra lo que los trotskistas definían como un estado “obrero” y una “economía obrera”. Su incapacidad inicial para despegarse de la máquina Estado-Partido dejaba prever la evolución ulterior del trotskismo como una especie de apéndice “crítico” de la contrarrevolución estalinista.
Pero las alternativas históricas no suelen presentarse de modo claro en el momento en el que hay que tomar la decisión. Los hombres hacen su historia en condiciones objetivas definidas y las tradiciones de las generaciones pasadas abruman “los cerebros de los vivientes como una pesadilla” (Marx). Este peso angustioso del pasado aplastaba a los bolcheviques y sólo el triunfo revolucionario del proletariado occidental habría podido eliminar este peso permitiendo a los bolcheviques, o al menos a una fracción apreciable del partido, darse cuenta de sus errores y ser regenerados por la inagotable creatividad del Movimiento Proletario Internacional.
Las tradiciones de la social-democracia, el atraso de Rusia, además de toda la carga del peso del estado en el contexto de una oleada revolucionaria en retroceso; todos estos factores deberían contribuir a que los bolcheviques tomaran la posición que tomaron en Kronstadt. Pero no fue la dirección bolchevique la única incapaz de comprender lo que allí pasaba. Como ya hemos visto, la Oposición Obrera en el partido se apresuró a declararse no solidaria de los levantamientos y a participar en el asalto de la guarnición. Incluso cuando la Ultra-izquierda rusa franqueó el límite de las tímidas protestas de la Oposición Obrera y entró en la clandestinidad, no consiguió sacar las consecuencias del levantamiento e hizo pocas referencias a él en sus críticas al régimen.
El KAPD criticó la represión del levantamiento de modo incompleto y no hizo nada por apoyar la revolución. En una palabra, pocos comunistas comprendieron entonces el significado profundo del levantamiento y sacaron las conclusiones esenciales. Todo esto es una prueba más de que el proletariado no aprende de un golpe las lecciones fundamentales de la lucha de clases, sino sólo a través de la acumulación de experiencias dolorosas, de luchas sangrientas y de intensa reflexión teórica. La labor de los revolucionarios de hoy no consiste en emitir juicios morales abstractos sobre el movimiento, un producto capaz de hacer una crítica inflexible de todos los errores del movimiento, pero un producto a pesar de todo. Si no es así, la crítica del pasado por los revolucionarios actuales no tendría ninguna influencia en la lucha real de la clase obrera. Los comunistas de hoy sólo pueden obtener el derecho de denunciar la acción de los bolcheviques y de declararse solidarios de los insurrectos si consideran a los protagonistas que se enfrentaban en Kronstadt como los actores trágicos de nuestra clase, de nuestra historia. Sólo si comprendemos los acontecimientos de Kronstadt como un momento del movimiento histórico de la clase podremos esperar entender las lecciones de esta experiencia para aplicarlas a la práctica presente y futura de la clase. Entonces, y sólo entonces, podremos estar seguros de que nunca jamás existirá otro Kronstadt.
C.D. WARD. Agosto 1975
[1] Esto no implica que compartamos la visión de los bolcheviques ni la de los insurrectos de Kronstadt sobre “el poder de los obreros y campesinos”. La clase obrera, cuando llegue la próxima oleada revolucionaria, deberá afirmar que es la única clase revolucionaria. Ello quiere decir que debe asegurarse de que es la única clase que ha de organizarse en tanto que tal durante el período de transición, disolviendo toda institución que pretenda defender los intereses específicos de cualquier otra clase. El resto de la población tendrá derecho de organizarse dentro de los límites de la dictadura del proletariado, y será representado en el Estado solamente en tanto que “ciudadanos” por el canal de los soviets elegidos territorialmente. El que se otorguen derechos civiles y voto a estos estratos sociales no significa que se les atribuya poder político en tanto que clase, del mismo modo que la burguesía no da poder político a la clase obrera al permitirles el voto en las elecciones municipales y parlamentarias.
El artículo aquí reproducido fue publicado en Noviembre de 1933 en el número II de Masses (Masas), una pequeña publicación mensual ligada a la izquierda de la Soocialdemocracia francesa. Fue escrito por A. Lechmann, un miembro de los “Grupos Obreros Comunistas “ de Alemania, el cual tuvo sus orígenes en el KAPD[1] (Partido Comunista Obrero Alemán). Lo reproducimos hoy para que nuestros lectores puedan tener una idea del grado de clarificación alcanzado por la izquierda comunista que surgió de la 3ª Internacional, y poder hacerse una idea del retroceso considerable representado por las corrientes consejista y bordiguista que se reclaman hoy de dicha Izquierda Comunista
Este artículo se ve afectado por un cierto número de debilidades que afectaban a elementos de la Izquierda Alemana en su comprensión del fascismo y que les llevó a considerar que este iba a extenderse a todos los países. Si bien es cierto que el documento muestra las condiciones generales que permiten el fascismo (periodo de declive del capitalismo, crisis económica aguda) no comprende sin embargo las condiciones particulares que lo han hecho aparecer en Alemania y en Italia (la brutal derrota de las clase obrera después de un poderoso movimiento revolucionario, y la parte muy pequeña que correspondió a estos países en el reparto del pastel imperialista tras la Primera Guerra Mundial).
En el mismo período la izquierda Italiana, aunque menos precisa en su comprensión de las condiciones generales, pudo hacer un análisis mucho más claro de esas condiciones particulares, las cuales le permitieron ver el “anti-fascismo” como uno de los peores enemigos del proletariado – (aunque después de la II guerra mundial cayó en la aberración de la “globalización del fascismo”). En contraste, en este texto no hay ninguna denuncia al antifascismo.
Otra debilidad que encontramos en el documento que publicamos es el análisis de la degeneración de la Revolución Rusa y de la 3ª Internacional. En el artículo este fenómeno es presentado esencialmente como consecuencia de la situación en Rusia misma (atraso, peso del campesinado, etc.), y no como un producto del retroceso de la revolución a escala mundial
A pesar de estas debilidades, el artículo contiene un significante número de puntos, los cuales todavía representan un análisis más valioso que el de muchos grupos que actualmente se proclaman descendientes de la “ultra izquierda”. Estos puntos fuertes pueden ser sumarizados como sigue:
Estos puntos forman el eje alrededor del cual la Corriente Comunista Internacional se ha constituido. Ellos evidencian la continuidad existente entre el movimiento revolucionario que se desarrolla hoy y el movimiento en el pasado, marcando la unidad histórica de la lucha proletaria después del terrible período de contrarevolución, el cual estamos dejando atrás.
Un gran número de tendencias “modernistas” rechazan esta continuidad. Estas tendencias quieren “innovar” . Pero hoy, rechazando el pasado, ellos también se privan de cualquier futuro (en el campo proletario, al menos). Por nuestra parte, entendemos que podemos ir más allá de las enseñanzas de la izquierda comunista comenzando con ellas y no rechazándolas. Este es el porqué nos reclamamos resueltamente de una continuidad con la izquierda comunista.
Para poder llegar a las causas esenciales del fascismo, es necesario considerar los cambios estructurales que han tenido lugar en décadas recientes en el capitalismo. Para los primeros años de este siglo el capitalismo aún se estaba desarrollando en una forma progresiva en la cual la competencia entre capitalistas privados o las compañías accionistas actuaban como una fuerza motriz del proceso económico. El crecimiento más o menos regular de la productividad era fácilmente absorbido por los nuevos mercados abiertos durante el período de colonización por las potencias imperialistas. La forma de organización política correspondiente a esta estructura atomizada del capitalismo fue la democracia burguesa, la cual permitió a los diferentes estratos capitalistas regular sus intereses contradictorios de la manera más apropiada. Las condiciones prósperas del capitalismo permitieron garantizar a los obreros ciertas concesiones políticas y económicas y creó dentro de la clase obrera las precondiciones para el reformismo y la ilusión de que el parlamento podía servir como un instrumento de progreso para la clase obrera.
La posibilidad de una acumulación de capital siempre creciente, la cual se había manifestado durante esta fase inicial, llegó a su fin cuando la competencia entre capitales nacionales se hizo mucho más intensa debido al agotamiento de nuevos territorios susceptibles de ser conquistados por la expansión capitalista. Estas rivalidades causadas por la restricción de mercados condujo a la Iª guerra mundial. Las mismas condiciones también iniciaron la transformación de la estructura capitalista hacia la concentración progresiva de capital bajo la dominación del capital financiero. La guerra y sus consecuencias aceleraron el proceso. La inflación en particular, por llevar al desposeimiento a las clases medias, permitió el desarrollo del capital monopolista a gran escala: la organización del capital en grandes trusts y cárteles, horizontal y verticalmente, los cuales comenzaron a extenderse más allá de las fronteras nacionales. Los diferentes estratos del capitalismo (financiero, industrial, etc.) perdieron su carácter particular y fueron absorbidos en un bloque uniforme de intereses.
Como la esfera de influencia de estos trusts y carteles comenzó a ir más allá de la estructura de los estados nacionales, el capitalismo se vio forzado a influenciar las políticas económicas del estado de una forma más acelerada. La ligazón entre los órganos de los intereses económicos capitalistas y el aparato estatal crecieron juntos, y el rol intermediario del parlamento se hizo cada vez más superfluo.
Frente a esta estructura, el capitalismo puede prescindir del parlamentarios, el cual subsiste, en un primer periodo, bajo la forma de una fachada tras la cual se oculta la dictadura del capital monopolista. Sin embargo, este parlamentarismo sigue prestando sus servicios a la burguesía, pues proporciona a la dictadura del capital una base política por medio de la cual ésta pudo mantener vivas las ilusiones reformistas en las masas proletarias. La agravación de la crisis mundial, la imposibilidad de obtener nuevos mercados, gradualmente llevó a la burguesía a perder todo interés en mantener la fachada parlamentaria. La dictadura abierta y directa del capital monopolista vino a ser una necesidad para la burguesía misma. El sistema fascista se mostró como la forma de gobierno mejor adaptada a las necesidades del capital monopolista. Su organización económica es la más capaz de ofrecer una solución a las contradicciones internas de la burguesía, pues su contenido político permite a la burguesía encontrar nuevas bases de soporte, remplazando el reformismo, el cual se ha revelado cada vez menos capaz de sostener las ilusiones de las masas.
La imposibilidad de la burguesía para mantener su base política en el reformismo deriva de la intensificación de los conflictos de clase entre la burguesía y el proletariado. Desde la guerra el reformismo en Alemania no ha sido más que un juego estéril. Cada día la clase obrera alemana pierde un poco más de lo que queda de las “conquistas” del reformismo. El prestigio del reformismo a los ojos de las masas sobrevive solo por su poderosa organización burocrática. Pero los ataques más recientes contra el nivel de vida de los obreros, los cuales los han hundido en la más terrible miseria, ha socavado rápidamente la influencia del reformismo en las masas obreras y ha revelado los antagonismos entre el proletariado y la burguesía.
Paralelo a este proceso dentro de la clase obrera, hubo un proceso de radicalización entre los diferentes estratos de la pequeña burguesía. Los campesinos se vieron arruinados por una montaña de deudas, reducidos a la pobreza, y en algunos lugares recurrieron a acciones terroristas. Los comerciantes sintieron las consecuencias del empobrecimiento de las masas y de la competencia de las grandes empresas y cooperativas. Los intelectuales, desorientados por lo incierto de lo que el mañana podría brindar, estudiantes sin un futuro, ex-oficiales desclasados, , todos comenzaron a adoptar ideas aventureras. Los trabajadores de corbata – proletarizados y hundidos por el desempleo, funcionarios innecesarios – también se mostraron listos para ser movilizados por la demagogia radical. Un vago y utópico anti-capitalismo creció en estos estratos heterogéneos, desposeídos por la gran burguesía. Su anti-capitalismo era reaccionario en tanto que reclamaba el retorno a una etapa ya superada por el capitalismo. A pesar de su radicalismo, vinieron a ser un factor conservador y fácil instrumento del capitalismo monopolista. En realidad, para estas radicalizadas e inconscientes masas pequeño-burguesas, incapaces de jugar un rol independiente en la economía y encarar los antagonismos crecientes entre la burguesía y el proletariado, solo fue una cuestión de escoger entre uno u otro. Ellas tuvieron que elegir entre el capital monopolista y el sujeto histórico de la revolución, el proletariado. El odio a la revolución proletaria, la cual podría poner un fin a las clases y un ataque a los privilegios pequeño-burgueses (privilegios que ahora son solo un recuerdo), lanzó a las clases medias radicalizadas en los brazos del capital, proporcionándole así una base social suficientemente grande para poder prescindir del reformismo, en estos momentos al borde del colapso
La síntesis de estos dos aspectos contradictorios del fascismo: dependencia del capital monopolista y de la movilización de las masas pequeño burguesas, se expresó en el plano político con el desarrollo del Partido Nacional Socialista. Este partido debió su desarrollo a una frenética demagogia y al subsidio de la industria pesada. Sobre el plano ideológico, vino a dar un desahogo a la desesperación de las masas pequeño-burguesas por medio de una fraseología radical y revolucionaria, aún yendo tan lejos como para defender ciertas formas de expropiación (bancos, judíos, grandes empresas, etc.); sus lazos con el capital se expresaron en su propaganda en pro de la colaboración de clases, por la organización corporativa contra la lucha de clases y el marxismo.
La inconsistencia del contenido ideológico de la demagogia Nazi se muestra claramente en su propaganda racista. El descontento de las masas fue orientado contra el tratado de Versalles, válvula de escape del capitalismo, y contra los judíos, los cuales eran vistos como los representantes del capital internacional y promotores de la lucha de clases. Este enredo de estupideces incoherentes solo pudo sentar raíces en las mentes de la pequeña burguesía, cuyo rol secundario en la economía la hace incapaz de entender en lo más mínimo los hechos económicos y acontecimientos históricos dentro de los cuales ha sido lanzada.
Los campesinos radicalizados y la pequeña burguesía siempre formaron las grandes masas del Partido Nacional Socialista. Fue solo cuando su subordinación al capital monopolista se hizo más clara, cuando la burguesía vino a reforzar los cuadros del Partido Nazi y lo suplió con oficiales y lideres. Antes de la llegada de Hitler al poder, al Partido Nazi le había sido imposible penetrar seriamente en la clase obrera, lo cual se evidenció en las elecciones a los consejos de trabajo. Los Nazis siempre tuvieron grandes dificultades para penetrar en la oficina de registro de desempleados; solo unos cuantos cientos de mercenarios pudieron ser reclutados por la SA y el SS (Policía Política) entre los desempleados de corbata y el lumpemproletariado, aunque habían millones de desempleados sin ningún medio de subsistencia.
Pero si la clase obrera no permitió ser significantemente contaminada por la demagogia fascista, ella fue sin embargo incapaz de impedir el desarrollo del Partido Nacional Socialista. No se orientó a deshacer la formación de un bloque de clases reaccionarias. Los grandes partidos obreros intentaron sin éxito hacer uso de esta o aquella divergencia aparente entre el capital monopolista y los Nacional-Socialistas. Sobre todo, el proletariado no comprendió que la contradicción real no era entre democracia y fascismo, sino entre fascismo y revolución proletaria. Fue así como la falta de capacidad revolucionaria de una parte del proletariado lo que permitió el desarrollo político del fascismo y el ascenso de Hitler.
Para ver cómo este fue posible, debemos examinar en detalle el contenido ideológico y táctico de las principales tendencias en el movimiento obrero.
a) El Reformismo
El reformismo se desarrolló en el seno de la clase obrera en el período ascendente del capitalismo. Sus orígenes se basan en la posibilidad para la burguesía de desarrollar rápidamente el aparato productivo, un crecimiento en la producción, que en general encuentra fácil colocación en nuevos mercados. El resultado de esto para la clase obrera fue un rápido desarrollo en su número y poder. La burguesía necesitaba asegurar el crecimiento incesante de una clase obrera dócil y satisfecha y esto pudo ser fácilmente conseguido cediendo a la clase obrera una pequeña parte de las crecientes ganancias derivadas del imperialismo. Pero, cuando la burguesía no pudo dar más concesiones a la clase obrera y tuvo que privarla de todas las conquistas que obtuvo en la época anterior, el reformismo retuvo una influencia importante en la clase obrera y pudo jugar el papel de proveer al capitalismo de una base política. Este fue el caso de los sindicatos y los órganos políticos del reformismo, los cuales, habiéndose desarrollado durante los años de prosperidad, continuaron existiendo como tales y pudieron defender los intereses del capital. El principal método de organización política (socialdemocracia) era el parlamentarismo. Su actividad tuvo que ayudar a convencer a los obreros de que debían esperar pacientemente para conseguir cualquier mejora, la cual podía ser tomada por el parlamento en la forma democrática apropiada. Cada vez la Socialdemocracia tomó la parte más activa en la masacre de los obreros revolucionarios, justificando su traición presentándose como la defensora de la democracia. Las organizaciones sindicales se orientaban hacia la discusión de contratos de trabajo con los patronos colocando siempre al Estado como árbitro en última instancia. Estos desviaron las luchas siempre que pudieron y, en el caso de luchas espontáneas, trataron de hacer retornar a los obreros al trabajo utilizando todo tipo de maniobras. Los innumerables burócratas sindicales, bien pagados y aburguesados, gobernaron sobre los obreros a través de su control sobre varias formas de asistencia (pagos por enfermedad, beneficios a los desempleados, etc.). La participación en estas instituciones y en los diferentes beneficios sindicales, mantuvo la docilidad de los obreros y el poder de los burócratas, a pesar de su persistente y siempre más cínica traición.
Paralelo al desarrollo de la burocracia sindical, una burocracia especial encargada de la legislación social – asistencia, seguros de desempleo, etc. – creció en el aparato estatal. Este organismo y sus funciones podrían ser vistos como una forma auxiliar de reformismo, cuyo origen está en la unión del reformismo parlamentario y sindical – un reformismo orientado por el estado, el cual contribuyó a mantener el orden, la obediencia y las ilusiones en la clase obrera.
Así el reformismo persitió en su forma organizacional, aunque tuvo que perder su base económica. La ideología reformista sobrevivió en la clase obrera, pero gradualmente cedió ante la presión de la creciente explotación y miseria del proletariado. Cuando el proletariado se vio en la necesidad de luchar por sus intereses más básicos, se hizo claro para la burguesía que no iba a poder mantener por mucho tiempo una forma organizacional para la colaboración de clases sobre la base del reformismo. La forma práctica organizacional tuvo que ser mantenida a toda costa, pero la ideología tuvo que ser cambiada; así la burguesía resueltamente reemplazó el reformismo pr el fascismo. No hubo resistencia por parte de los burócratas sindicales porque la realidad organizacional de la colaboración de clases se mantuvo; lo único que fue desechado fue la ideología reformista. El reemplazo del reformismo por el fascismo se produjo fácilmente, y si la burguesía no tuvo necesidad de nuevos agentes, ésta pudo retener los servicios de sus antiguos bufones que no exigieron nada nuevo.
Estos desenvolvimientos probaron que los sindicatos no estaban al servicio de la clase obrera, y que esto no era el resultado de una mala dirección sino de la misma estructura de los sindicatos como órganos representativos de los intereses corporativos dentro del capitalismo; tales órganos se han convertido en una parte intrínseca del funcionamiento normal de capitalismo y no pueden ser utilizados para fines revolucionarios.
b) Bolchevismo
El desarrollo de la Revolución Rusa desde Octubre de 1917 ha estado condicionado por la contradicción entre un proletariado muy concentrado pero numéricamente pequeño y un inmenso campesinado atrasado. La industria rusa era en líneas generales técnicamente moderna, pero su estructura económica sufrió el peso de una serie de atrasos porque había sido organizada por el capital extranjero par fines de guerra y exportación. Después de la caída del zarismo, la burguesía no pudo mantener el poder porque no pudo encontrar apoyo entre el campesinado que quería paz y tierra.
Un proletariado audaz y consciente tomó el poder del Estado en Octubre de 1917, Pero confrontó enormes dificultades de organización ante un campesinado que representaba veinte veces su número. La colectivización de las empresas fue llevada adelante por los obreros a gran velocidad, pero los intentos de una distribución comunista de los productos chocó contra la resistencia pasiva y activa de grandes masas campesinas. La NEP (Nueva Política Económica) fue un retroceso para un proletariado forzado a un compromiso con el campesinado; pero el proletariado todavía continuó rigiendo la economía. Sin embargo en este régimen de compromiso entre la industria colectivizada y una agricultura fragmentada, la oculta, pero real rivalidad entre el proletariado y el campesinado dio lugar a un inaudito desarrollo del aparato estatal, a la especialización burocrática y a la supresión del poder de los Soviets. El éxito de la economía planificada aceleró este proceso de cristalización de una burocracia, la cual gradualmente gobernó este proceso de cristalización de una burocracia, la cual gradualmente gobernó sin ningún control sobre ella, para imponer medidas coercitivas sobre el proletariado (restablecimiento del trabajo a destajo y la autoridad administrativa) y sobre el campesinado (concentración forzada de empresas campesinas), y también medidas políticas de dominación (reemplazo de los tribunales populares por las decisiones tomadas por la policía política especial, la GPU).
Un proceso paralelo tuvo lugar dentro del Partido Comunista, el órgano dirigente, el cual vivió una serie de crisis, convirtiéndose en la expresión exclusiva de los intereses de clase de la burocracia. Con la desaparición del poder político de los Soviets Obreros, la dictadura del proletariado dejó de existir, y fue remplazada por la dictadura de la burocracia como una clase en formación.
La III Internacional y los Partidos Comunistas en todos los países sufrieron estructuralmente las repercusiones de esta transformación del régimen ruso; con el partido alemán en particular, la burocratización y la ausencia de democracia interna alcanzaron un punto extremo. La influencia de las masas obreras no pudo hacerse sentir en la política del KPD. Su táctica y estrategia estaban impuesta sobre él en función de los intereses de la burocracia soviética. Hasta la NEP, la política exterior del Soviets había estado orientada hacia la revolución mundial, a pesar de los errores como en el caso de Radek, que tuvieron consecuencias desastrosas sobre la revolución alemana. Hoy, la teoría del “Socialismo en un solo país” pone todo su peso sobre la construcción del aparato industrial en Rusia (habiendo sido bautizada esta construcción industrial como “socialismo”), y consecuentemente da una enorme importancia a la estabilización del orden mundial capitalista y a las políticas de paz en las relaciones con el extranjero. Con la desaparición de la dictadura del proletariado en Rusia, el proletariado mundial ya no tiene ningún interés en considerar el desarrollo de la situación rusa como el eje de la revolución mundial.
Los intereses de clase de la burocracia engendraron la teoría del “Partido Lider”, lo cual es la negación de la posibilidad de una política independiente de la clase obrera con respecto a otras clases, en particular las clases medias, y se encuentra por lo tanto en las raíces del oportunismo. Al mismo tiempo, la utilización del proletariado mundial para las necesidades cambiantes de la diplomacia soviética creó un creciente abismo entre las masas y el KPD.
La consecuencia esencial, la cual cristaliza la actividad de la burocracia soviética, ha sido la degeneración del carácter de clase del movimiento revolucionario. En vez de difundir la ideología de clase, el KPD, por razones oportunistas y diplomáticas, propulsó una ideología nacionalista (la consigna de la liberación social y nacional, la teoría de que la nación alemana era oprimida por el imperialismo). El KPD creyó que por recurrir a esta maniobra podría causar confusión dentro de la pequeña burguesía del Nacional Socialismo. En realidad solo causó confusión dentro del proletariado; este no pudo hacer nada para oponerse al ascenso del fascismo, mientras que éste ascenso atrajo a las filas del Nacional Socialismo a militantes del KPD, que habían sido engañados por sus propias consignas nacionalistas
La incoherencia de las maniobras bolcheviques (frente unido con los fascistas o con los socialdemócratas), las pretensiones burocráticas tendentes al establecimiento de una dictadura sobre las masas, la ausencia de una ideología proletaria – todo esto condenó al KPD a la impotencia. Después de haber ido de “éxito” en “éxito” sobre la arena electoral, el KPD se encontró completamente aislado de las masas cuando quiso actuar (como ejemplo, la manifestación Nazi frente a la casa de Liebknecht). Sin embargo, no es posible saber sí él realmente quiso actuar y con qué fines.
Las raíces de esta incapacidad son las mismas que la de la Social.-democracia. En ambos casos son el resultado de la penetración de la ideología burocrática en la organización – las ideologías del parlamentarismo (expresada en la consigna “Para frenar a Hitler, vote por Thaelmann”); sindicalismo (intentar conquistar los sindicatos) y del oportunismo, el cual consiste en maniobras para establecer supuestas alianzas entre las clases y entre los diferentes estratos de la clase obrera.
Pequeñas agrupaciones bolcheviques
La teoría del “partido lider” y la práctica del parlamentarismo, sindicalismo y maniobras oportunistas la podemos encontrar también en los varios grupos bolcheviques de oposición. El KPD (1) (Brandler), los trotskystas y el SAP (2), tienen la misma base ideológica cambiando solo en sutiles detalles, los cuales cambian a cada momento.
Para todos estos grupos, la táctica a utilizar contra el fascismo es la unidad de acción entre el reformismo y el bolchevismo. Esta táctica no ha sido aplicada, pero la clase obrera no puede esperar ganar nada de la unidad de la traición y la impotencia.
Las lecciones de la experiencia revolucionaria
Las perspectivas solo pueden basarse sobre la experiencia – experiencia revolucionaria, la cual es rica en lecciones. Desde la Comuna de París a la Revolución de Octubre, pasando por la Revolución de 1905, la experiencia contradice la táctica y estrategia del bolchevismo; ella ha evidenciado que la clase obrera, en una situación objetiva dada, es capaz de actuar independientemente como una clase, y que en estas situaciones, ella espontáneamente crea órganos para la expresión y ejercicio de su poder como clase: los Soviets o consejos obreros. Es necesario ver cómo estos órganos fueron creciendo en Alemania. Las primeras acciones obreras, las cuales surgieron en 1917 contra los mandatos de los sindicatos burocráticos que habían sido integrados al régimen de guerra, engendró los “Delegados Revolucionarios”.
Los Consejos Obreros de 1918 fueron la consecuencia directa de este movimiento. El colapso militar de Alemania, dio un auge prematuro a las posibilidades de desarrollo de estos consejos, pero estos carecieron de suficiente claridad política . La conciencia más clara de las necesidades revolucionarias, representada en el grupo Spartacus, no estaba lo suficientemente desarrollada para que el movimiento consejista se desembarazara de ciertas ilusiones anarquistas y de hábitos heredados de un largo período de luchas reformistas. El fracaso del movimiento consejista en 1919 fue en gran parte el resultado de un desconocimiento de la necesidad de la dictadura del proletariado.
En la situación inestable del capitalismo, la cual duró hasta 1923, era claro para los obreros la necesidad de tener organizaciones revolucionarias basadas en la producción , y en casi toda Alemania crecieron organizaciones de fábrica, formadas más o menos espontáneamente contra los sindicatos contra-revolucionarios y creando así una corriente política muy importante. Los esfuerzos revolucionarios de los obreros terminaron en 1923 con la acción brutal del Reichwehr, masacrando obreros ya desmoralizados por la doblemente absurda táctica del Partido Comunista, el cual propuso a los fascistas en Reventlow un frente unido contra el imperialismo francés, y, al mismo tiempo participaba en el gobierno parlamentario de Sajonia con los Socialdemócratas.
Después de 1924, la estabilización temporal del capitalismo y la ausencia de perspectivas revolucionarias llevó a la desaparición de corrientes radicales, dio un nuevo aliento de vida al reformismo apoyado por el aparato estatal e inauguró el período de “éxitos” parlamentarios para el bolchevismo. Esta aparente consolidación del reformismo y los éxitos ilusorios del bolchevismo no previó, con el desarrollo de la crisis después de 1929, el crecimiento del movimiento fascista y la deterioración del nivel de vida de la clase obrera, que estaba sufriendo los golpes incesantes de un desempleo, que no parecía tener solución. A la vez, las masas mostraban cierta desconfianza frente a los partidos existentes, una cierta efervescencia que tendía hacia el frente unido de las clases; pero sobre todo, ésta fue una actitud de espera para que las grandes organizaciones actuaran efectivamente. La subida del fascismo al poder frustró las esperanzas de los obreros.
Hacia la organización del proletariado
De esta manera, la presión de las condiciones económicas llevó a la burguesía a destruir organizaciones que, de hecho, lo único que habían logrado era bloquear y paralizar cualquier movimiento revolucionario de la clase. Este aspecto dialéctico del fortalecimiento del fascismo nos ha llevado a ver, más allá del despliegue del terror y la dispersión del viejo movimiento obrero, las posibilidades de progreso y las bases para un nuevo movimiento. La destrucción de las viejas organizaciones abre nuevas perspectivas par un nuevo movimiento de clase. El proletariado se halla desembarazado de los auto-proclamados partidos proletarios que en realidad son reaccionarios, de las ilusiones mistificantes del reformismo político y sindical, y del parlamentarismo. Las ilusiones del bolchevismo también han sido sacudidas; la mayoría de los obreros revolucionarios ya no cree que sus acciones tienen que ser dirigidas por un partido de revolucionarios profesionales colocados por encima de la clase obrera; ya no tienen ninguna confianza en los métodos bolcheviques de agitación, los cuales solo llevan a acciones estériles.
La práctica de la lucha ilegal ha llevado a los obreros a desarrollar nuevas formas de trabajo político. Los obreros revolucionarios están formando en las fábricas y entre los desempleados pequeños grupos, los cuales los provocadores no han podido penetrar. La difusión de hojas con consignas de agitación y de bluff es reemplazada por la distribución de materiales de discusión y por la educación política proletaria. Los burócratas del Partido Comunista ya no pueden imponer su punto de vista sin haber discusiones.
Sin embargo, este trabajo de reagrupamiento y autoeducación esta dándose de una manera esporádica y con falta de claridad política. Es primordial que la mayor claridad programatica posible sea el punto de partida para todo trabajo político. Los elementos revolucionarios más conscientes, ya agrupados en núcleos formados después de un tenaz trabajo preparatorio, ayudarán en este trabajo de clarificación y reagrupamiento entre los grupos que han nacido de los escombros de las viejas organizaciones, pero que están en búsqueda de una nueva ideología. Los grupos de obreros comunistas se han desarrollado durante el período de profundización de la crisis. A través de estos núcleos, la síntesis de la experiencia de la lucha ilegal de los obreros radicales en varios intentos revolucionarios desde 1917, ha sido la principal preocupación y ha logrado realizarse; y ha sido hecha con todo el ardor de la juventud, para quien el desarrollo de los acontecimientos ha planteado la necesidad de romper con los métodos del reformismo y del bolchevismo. En su claridad ideológica sostienen las lecciones del pasado, y en su voluntad para la lucha residen las esperanzas para la clase obrera.
Durante el período que precedió al terror fascista, dominado por las ilusiones reformistas y bolcheviques, estos núcleos eran numéricamente débiles con respecto a las grandes organizaciones de masas , pero estaban fortalecidos en la propaganda ilegal y sólidamente enlazados a lo largo de toda Alemania. Libre del sectarismo en el cual cayeron las restantes organizaciones radicales después de 1923, ellos llevaban su actividad de propaganda ideológica entre los elementos más avanzados de la clase obrera. Gracias a su experiencia en el trabajo ilegal, continuaron su actividad sin ninguna interrupción a pesar del terror y sufrieron pocas bajas. Bajo el régimen de terror crecieron considerablemente, mientras que las pobremente reconstruidas organizaciones de masa, no lograban conseguirlo. Par esta época, la cantidad de material distribuido por los núcleos de obreros comunistas en Alemania era comparable a la de cualquier otra organización.
Estos núcleos, los cuales deben ser el armamento ideológico del proletariado, tendrán que integrar nuevos elementos, evitando que se pierda la claridad de sus principios. Cada nuevo núcleo que se constituya debe ser interiormente firme y claro, de tal manera que no estallen contradicciones larvadas más adelante.
En la actual fase del capitalismo, las tácticas de los comunistas están determinadas por el hecho de que la situación sea pre-revolucionaria o revolucionaria. En los momentos actuales, la tarea inmediata es la creación de los fundamentos del partido comunista revolucionario. Los núcleos comunistas deben actuar en el seno de la clase obrera para acelerar el desarrollo de las condiciones para la lucha revolucionaria: la lucha por la clarificación de la conciencia de clase, destrucción de la vieja ideología conservador reformista (o bolchevique), comprensión de la necesidad para que la clase se organice por sí misma en consejos y propagar los métodos revolucionarios de lucha. Esta acción dentro de la clase solo puede ser efectiva a través de la participación permanente en todos los frentes de lucha proletaria, porque los obreros solo pueden aprender realmente a través de su experiencia directa.
En una situación revolucionaria el objetivo es la destrucción del poder burgués por la acción del proletariado, la conquista de los medios de producción, la construcción del poder de los Consejos Obreros en el terreno político y económico, y el comienzo de la reconstrucción de la sociedad socialista en general. Todos estos objetivos solo pueden ser realizados mediante la revolución a través de la ligazón más estrecha posible entre el proletariado y el partido revolucionario, el cual es solo la fracción más clara y activa de la clase.
La finalidad del partido obrero no puede ser la de erigirse sobre la clase como un Comité Central bolchevique, comandando la revolución desde lo alto. El partido revolucionario es únicamente una palanca en el desarrollo de la actividad autónoma del proletario.
Las actuales fuerzas del comunismo de izquierda deben ser conscientes del hecho de que ellas no pueden construir el partido revolucionario en cualquier momento, sino que la base de éste partido solo puede ser formada a través de una nueva tarea de reconstrucción dentro de la lucha revolucionaria de las masas; que mientras “la revolución no puede triunfar sin un gran partido revolucionario”, lo contrario también es cierto – en una situación la cual es solo pre-revolucionria, este partido no puede enraizarse y desarrollarse en la clase obrera como un todo.
La cuestión fundamental para la táctica revolucionaria de un núcleo comunista en la clase no es cómo reunir lo más pronto posible la mayor potencia posible detrás de la organización para abatir al adversario gracias a la inteligencia superior de la dirección de la organización. No, el problema fundamental es: Cómo, en cada etapa de la lucha, pueden ser orientadas la conciencia, organización y capacidad de acción del proletariado, de tal manera que la clase como un todo pueda, conjuntamente con el partido comunista revolucionario, llevar a cabo su tarea histórica.
La tarea del núcleo comunista revolucionario es doble: por un lado, la clarificación ideológica como el fundamento para el desarrollo del partido revolucionario; de otro lado, la preparación de las bases de las organizaciones de fábrica a través del agrupamiento de los obreros revolucionarios más conscientes. Como la explotación capitalista se hace más y más aguda, esto forzará a los obreros a defender su existencia y a entrar en lucha abierta aún en las condiciones más difíciles. En ausencia de cualquier otra organización, los obreros crearán órganos para la dirección de sus luchas como, por ejemplo, los comités de acción. El papel de los núcleos de fábrica será el de participar en estos movimientos, para clarificarlos dándoles un contenido político y trabajar por su extensión a nivel nacional e internacional.
En la medida en que estas luchas se extiendan, la clase obrera entrará en lucha por el poder político. Estos órganos de lucha, teniendo que ser permanentes, tomarán un carácter especial: ellos se tornarán en órganos para la conquista del poder por el proletariado y al final, los únicos órganos de la dictadura proletaria. Estos consejos – órganos emanados directamente de las fábricas y de la organización de los desempleados, revocables en cualquier momento – tendrán un doble papel: los consejos políticos tendrán que completar el aplastamiento de la burguesía y el fortalecimiento de la dictadura del proletariado; los consejos económicos tendrán a su cargo la transformación social de la producción.
Estos principios organizativos y estas perspectivas para el desarrollo de la actividad de la clase se basan no solo en la experiencia histórica de la clase obrera, sino también en las perspectivas del capitalismo.
Las perspectivas del capitalismo están dominadas por la profundización y ampliación de la crisis en todo el mundo. Es claro para todos que la crisis actual es algo diferente de las crisis cíclicas las cuales formaban parte del funcionamiento normal del capitalismo. Es claro que la actual crisis es una crisis del sistema mismo, o mejor dicho, una etapa en la decadencia del capitalismo. Los intentos hechos para vencer la crisis acompañados al comienzo por el entusiasmo de la burguesía, se fueron al suelo unos pocos meses después – como ha sucedido con los esquemas de Roosevelt. El capitalismo no puede hacer nada sino modificar la división existente de los mercados, esto es, reemplazar el sector más duramente golpeado por la crisis por uno menos afectados; pero esto no puede crear ninguna nueva salida. El intento de una nueva a división de los mercados, al final solo se convierte en la extensión de los desastres de la crisis a todos los países y a todas las ramas de la economía, a que todos los obreros del mundo estén sujetos a una mayor explotación, y a la extensión del fascismo a nuevos países.
El intento de una nueva división de los mercados lleva a violentas contradicciones en todo el mundo. Las naciones capitalistas se disputan entre si a través de frenéticas políticas de precios y monetarias. Los antagonismos se hacen cada vez más agudos y los puntos de fricción, las fuentes de conflicto, se hacen más generales. Este deterioro de las relaciones políticas internacionales repercute en sus momentos más agudos sobre las condiciones económicas, las cuales la han engendrado, y esto hace los conflictos aún más insuperables. El resultado es que el fascismo no puede encontrar una base económica estable. Este es el porqué para desviar a las masas de su creciente miseria, se suscitan nuevas dificultades internacionales.
Así, la imposibilidad del capitalismo por superar sus dificultades económicas y la agudización de las contradicciones a nivel internacional, abren el camino al fascismo en todos los países y, a la vez excluye la posibilidad de que el capitalismo se estabilice. La solución a esta contradicción dialéctica solo puede estar en la revolución proletaria. Sin embargo, una solución puede ser buscada por la burguesía con una nueva guerra mundial, si el proletariado no toma la iniciativa y se orienta hacia la acción decisiva. Pero la guerra mundial en sí no es una solución y el dilema que será planteado despiadadamente será el previsto por Marx: Comunismo o barbarie.
Por lo tanto, las perspectivas revolucionarias deben preverse a escala mundial. Las fluctuaciones cíclicas de la crisis coyuntural, tomando lugar dentro de la estructura de crisis permanente del capitalismo decadente, llevará en los próximos años, a un deterioro más brutal e insoportable del nivel de vida de la clase obrera.
La necesidad para la clase obrera de defender sus intereses más elementales, originará inevitablemente las condiciones para una nueva época de luchas a escala mundial.
Enfrentados a un desarrollo del fascismo a escala mundial, no debemos considerar la situación de los obreros alemanes como algo especial, demandando acciones solidarias de una naturaleza más o menos utópica. El problema fundamental planteado al proletariado mundial es el siguiente: Cómo utilizar mejor las experiencias políticas y organizacionales de la situación alemana de modo que, en la siguiente ola de luchas, la clase enemiga se encuentre enfrentada con un proletariado mundial armado organizacional e ideológicamente de la mejor manera posible.
La respuesta es clara y surge de lo que ha sido dicho con respecto a la actividad en Alemania. Las mismas lecciones ideológicas y organizativas deben de ahora en adelante ser aplicadas a través del mundo por los comunistas revolucionarios que hayan entendido las lecciones de la reciente experiencia de la vergonzosa derrota reformista y de la caída del bolchevismo. Los núcleos revolucionarios deben dar resueltamente lineamientos para la tarea de clarificación ideológica y de organización renovada de la clase obrera.
Levantar ahora la consigna por la construcción de la IV Internacional, es tan inconsecuente como demandar la constitución inmediata de un nuevo “verdadero partido de la clase obrera”. En realidad esta consigna de SAP y de los trotskystas solo pueden terminar en la reconstrucción provisional del bolchevismo, en una “Internacional Tres y Media”, la cual será un vergonzoso apéndice de la III Internacional destinada a finalizar en el mismo fracaso.
El proletariado tiene otras cosas que hacer en vez de estar levantando caricaturas históricas. Su tarea es derrotar a la burguesía y realizar el comunismo. Está en nosotros preparar las armas que le permitirán el triunfo.
A. Lehmann
Notas:
1. Kommunistiche Partei Opposition.
2. Socialistische Arbeiterpartei (Partido de Obreros Socialistas).
[1] Fundado en 1921 como consecuencia de su expulsión del KPD, Partido Comunista alemán
Se estaba retrocediendo dentro de la III internacional, existía un intento de resucitar la vieja social-democracia, tal y como era antes del fracaso de 1914. Ya no se trataba de alejar de la nueva internacional a los social-chovinistas y a los socialistas gubernamentales de la II Internacional, adversarios acérrimos de la guerra civil del proletariado contra sus explotadores. En una palabra, lo que hacia el Kominterm era romper con las enseñanzas de la guerra imperialista y de la revolución mundial “La necesidad absoluta de una escisión con el social chovinismo”[1].
El programa de acción del P.C.I. (Partido Comunista Italiano), presentado en el IV congreso mundial de 1922, rechazaba enérgicamente el proyecto de fusión organizativa con el P.S.I. (Partido Socialista Italiano) que el Kominterm erigía perentoriamente para el 15 de febrero de 1923. Su rechazo se fundaba sobre el análisis ampliamente demostrado de que la verdadera función del P.S.I. era la de desviar, con una hábil propaganda electoral y sindicalista, a una fracción importante de trabajadores, de la lucha revolucionaria por el poder político.
De hecho, fusionar, significaba para el P.S.I.- cuya fracción “tercer-internacionalista” se declaraba dispuesta a aceptar las condiciones de admisión fijadas en el 2° congreso – primero cubrirse de nuevas plumas escamoteando su real función, segundo recuperar cierto prestigio frente a los trabajadores, prestigio que había perdido con los recientes acontecimientos.
A esta forma de comerciar con los principios, la delegación italiana opuso el principio de que había que ganar al comunismo a los elementos incorporados en el aparato socialista, interviniendo en primera fila en todas las luchas engendradas por la situación económica. Del mismo modo, había que actuar para arrancarle a los otros partidos con etiqueta “obrera” sus mejores elementos, es decir, a aquellos que aspiraban a una dictadura del proletariado.
Esta tesis de trabajo, en parte justa, se aniquilaba por si misma, puesto que preconizaba la agitación a partir de órganos burgueses, tales como los sindicatos, las cooperativas y asociaciones. Por más que las mociones del Comité Sindical Comunista reprobaran la “traición de Amsterdam”, y recordaran a la C-G.I.L. (Confederación General Italiana del Trabajo) sus “deberes de clase”, esto no impedía que el comité Sindical Comunista estaba actuando bajo la bandera del capitalismo.
El hecho de que los militantes comunistas lograron construir sus propios núcleos sindicales, ligados estrechamente a la vida del partido, no alteraba en lo absoluto la dura realidad. No podían detener la rueda de la historia, es decir, impedir que los sindicatos se incrustaran en el terreno del capitalismo y se vistieran con la bandera tricolor.
Para experimentar la táctica del Frente Unico Obrero (que el PCI aceptó aplicar por disciplina y únicamente en el terreno de las reivindicaciones económicas inmediatas), la izquierda del partido en la huelga general de Agosto del 22, creyó que al integrar a los no-sindicados, la Alianza del Trabajo se acercaría a la forma “Consejo Obrero”. Todo esto reforzaba varios tipos de prejuicios que tenían los trabajadores en un país en donde los mitos Sorelianos estaban profundamente arraigados: la acción sindical, la huelga general y las ilusiones democráticas. El llamado a la huelga general lanzado por la Alianza del trabajo contenía en su proclamación todos los microbios burgueses conocidos entonces. La Alianza invitaba a la lucha contra la “locura dictatorial” de los fascistas, insistiendo sobre el peligro de utilizar la violencia “dañina a la solemnidad de la manifestación” por la reconquista de la LIBERTAD, “lo más sagrado del hombre civilizado”.
Inútil es precisar que para el proletariado italiano, fue una derrota más, inevitable por el hecho que, cuando se está en una situación desfavorable, es imposible mantenerse constantemente sobre posiciones defensivas: con respecto a 1920, la cantidad de días de huelga había disminuido de 70 al 80%.
En una cadena de zig zags incoherentes, el Kominterm tan pronto apoyaba a los “tercinternacionalistas” para que se salieran del viejo P.S.I., como les daba la orden brutal de mantenerse en el, para crear núcleos en su interior. Como las negociaciones para la fusión, que tenían que terminar en la formación de un partido que se llamaría “Partido Comunista Unificado de Italia”, estaban durando mucho tiempo el Kominterm apuró el juicio del “infantilismo de izquierda”.
El “Mana” bendito cayó del cielo fascista. En febrero de 1923, Mussolini, habiendo hecho arrestar a Bordiga, de Grieco y muchos otros dirigentes de la izquierda, el Ejecutivo Ampliado de junio del 23 pudo nombrar un C.E. (Comité Ejecutivo) provisional con Tasca y Graziadei hombres de confianza; este C.E. se mantendrá en sus funciones después de la liberación de la vieja dirección elegida en Liverno y en Roma[2]
Tanto en Italia como en Francia con Cachin, la Internacional iba hacia la conquista de las “masas”, tomando apoyo sobre esas famosas tablas podridas de la Social-Democracia. Por supuesto, la táctica implicaba el descarte de los comunistas, de los fundadores de las secciones nacionales de la I.C. ( Internacional Comunista); había que tratarlos de “oportunistas de izquierda” por su intransigencia de principio.
Lo que se estaba desarrollando no era un sórdido juego de maniobras diversas por el poder de los jóvenes partidos comunistas, sino un drama de dimensiones históricas colosales, dictadura de la burguesía o dictadura del proletariado, comunismo o fascismo. Desgraciadamente, el telón cayó sobre la escena histórica de un proletariado derrotado.
La nueva conducta internacional determinada por Zinoviev, prefería ver a la Social-democracia el ala derecha del proletariado en vez del ala izquierda de la burguesía. Volteaba la página sobre lo que había pasado.
La social-democracia, a la cabeza de las viejas organizaciones de la época reformista, había reunido todas sus fuerzas en un frente anti-proletario para salvar al régimen burgués, que la noche del 4 de Agosto de 1914 le había dado a la reacción sus Noske, Scheidemann, sus Bohm y sus Peild par aplastar la república de Consejos Húngara, y un canciller federal a Austria en la persona de K. Renner, para incitar a los campesinos contra los obreros.
De este modo, el Komintern terminaba de desorientar completamente a la clase obrera, sembrando la confusión, con su táctica de “cartas abiertas”, de “poner contra la pared”, de invitaciones a constituir bloques electorales de izquierda, de fusiones....Por parte, el enemigo de clase, aprovechando la tregua de la lucha, lograba calmar la hemorragia de su aparato.
Convertido en representante titular de la I.C. en el partido italiano, poco tiempo después de que el Ejecutivo Ampliado hubiese destituido a Bordiga de su puesto dirigente, Gramsci preparó la joven formación comunista a la resistencia antifascista, conforme a las directivas de la Internacional. Entonces se empezó a tratar de distinguir, entre la burguesía, cuales eran las fuerzas fascistas y cuales las fuerzas hostiles al fascismo e integrantes del bloque “histórico”, puesto que el proletariado italiano podía volverse una clase “hegemónica” (dominante) al lograr crear un sistema de alianzas con otras clases “no-monopolísticas”.
Después del asesinato del diputado socialista Matteoti, en junio del 24 por los esbirros fascistas, los diputados socialistas y comunistas tomaron la vigorosa decisión de retirarse sobre el Aventino[3]. El análisis del nuevo grupo dirigente del P.C.I. (el circulo de Gramsci) desarrollaba la idea que, en Italia, el partido tenía que reunir alrededor de sus núcleos de fábrica, la mayor cantidad de masas antifascistas para lograr un objetivo intermedio: recuperar las libertades fundamentales del ciudadano. Si bien es justo afirmar que la dictadura del proletariado ya no estaba al orden del día momentáneamente en Italia, era mentira declarar que el restablecimiento de un régimen de libertad burguesa facilitaría el próximo asalto revolucionario.
Al retirarse del parlamento, los socialistas y los comunistas, sobre todo los de la tendencia de Gransci, esperaban poder provocar la destitución de Mussolini, como si la presencia de representantes de un partido totalitario en la cámara de diputados fuera una deshonra para el respetado parlamento burgués.
Se trataba, ni más ni menos, de suprimir toda referencia a la noción de la dictadura del proletariado par sustituirle por la consigna de carácter transitorio de “Asamblea Constituyente”. La línea del “Frente Unido” elaborada por Zinoviev desembocaba sino sobre un gobierno obrero idéntico al que fue constituido en SAXE-THURINGE, en 1923[4], al menos sobre la constitución de la Asamblea Constituyente. Con mucha diligencia, el dúo Gramsci-Togliatti se dedicó a esa faena. Su análisis era el siguiente: el “Aventino”, que se ha visto constituirse en embrión de un estado de tipo democrático en el estado fascista, está muy bien designado para servir de Constituyente a una República Federativa de Soviets, para resolver una política estrechamente nacional: la unidad italiana. Ese objeto ocupa un puesto de primer orden en el análisis de Gramsci, para él, el P.C.I. tenía que volverse el partido que arreglaría de manera definitiva el problema de la unidad nacional, que tres generaciones de burgueses liberales habían dejado en suspenso.
Tal fue la contribución de Gramsci que los epígonos calificaron de “el revolucionario italiano más radical”, el cual quería antes que todo, traducir las lecciones de Octubre ruso a su manera, dentro de condiciones estrictamente italianas. Este estrechamiento provisional del alcance universal de la experiencia del proletariado internacional, ese rechazo de ver que el problema no podía solucionarse más que por la revolución mundial, estaban hechos para alinear a Gramsci sobre la línea de defensa del “socialismo en un solo país” teoría cocinada por aquel que sabía también preparar platos picantes: Stalin.
La tesis central defensiva de Gramsci era que el fascismo se derivaba de las peculiaridades de la historia, y de la estructura económica de Italia en contraste con la situación a nivel internacional. Ya no le faltaba nada par justificar la constituyente como etapa intermedia entre el capitalismo italiano y la dictadura del proletariado. Acaso no era él quien decía que “una clase de carácter internacional tiene, en cierto modo, que nacionalizarse”?
Según Gramsci se necesitaba una Asamblea Nacional Constituyente, en donde los diputados de “todas las clases democráticas del país”, elegidos por voto universal, elaborarán la futura constitución italiana. Una Asamblea Constituyente en donde, en compañía de los “dos sturzo”, el secretario del Partido Popular Italiano, y de las “figuras como Salvemini, Gobeti y Turati, podrían aplicar un régimen “progresista” para la “joven y libre” Italia.
Ante el V congreso mundial, Amadeo Bordiga derrotó la posición adoptada por Gramsci, que veía en el fascismo una reacción feudal de propietarios terratenientes. En estos términos, se dirigió a una Internacional en vías de adoptar la teoría de la construcción del socialismo en la U.R.S.S.: “Tenemos que rechazar la ilusión según la cual un gobierno de transición podría ser suficientemente ingenuo par permitir que, a través de medios legales, de maniobras parlamentarías, de recursos más o menos hábiles, se sitien las posiciones de la burguesía, es decir, que sea posible acapararse legalmente las armas para los proletarios. En esta una concepción verdaderamente infantil. No es tan fácil hacer una revolución”.
Poco a poco, bajo pretexto del anti-fascismo, Gramsci comenzó el acercamiento con el “partido d!Azione”, de “Giustizia e Libertad” y con el partido cerdeño al cual estaba ligado desde largo tiempo, en tanto que insular, desde su adhesión, a las tesis del manifiesto anti-proteccionista para Cerdeña de Octubre de 1913. Para no cometer más esos “grandes errores” de lo que calificaban de “extremismo abstracto y verbal”, Gramsci-Togliati borraron de la propaganda comunista el único término que resumía la situación con exactitud la situación: fascismo o comunismo.
Montones de papeles con pretensiones científicas se han acumulado sobre los escritorios de los historiadores, para describir la originalidad y peculiaridad del “fenómeno” fascista. En efecto, la llegada al poder del fascismo hace 50 años ha merecido el título de golpe de Estado, una concepción muy agitada por los Stalinistas y sus apologistas izquierdistas.
El partido fascista Nacional entró al parlamento burgués gracias a las elecciones de Mayo de 1921, en otras palabras por canales perfectamente legales. Esto tuvo el apoyo del gran demócrata Gioolitti, quien el 7 de abril había disuelto el parlamento anterior. Por sus ordenes las interferencias administrativas y la persecución judicial de personas bajo su protección cesó al entrar en vigencia, los fascistas podían ahora actuar abiertamente, seguros de inmunidad, en todos los lugares eminentes. Y así, Mussolini, sentado en la extrema derecha con otros 34 diputados fascistas, vino a hacer uso de la tribuna parlamentaria. El 26 de junio de 1921, él anunció su rompimiento con el hombre que había guiado sus pasos al estribo electoral: Giolitti, quien no obstante continuó en estrecho contacto con el grupo parlamentario del Partido fascista por intermedio del prefecto de Milán: Luisgnoli. Además. Su consentimiento fue falso: Nitti fue del todo fiel al recibir, en pleno día, una visita del Baron Avezzana, a quien Mussolini le había enviado con la esperanza de formar una gran coalición. Como dijo Trotsky una vez, “El programa con el que el Nacional Socialismo vino al poder, recuerda una cualquiera de esas grandes tiendas judías fuera del camino provincial, donde no existe nada que usted no pueda encontrar” [5]. Lo mismo se aplica al fascismo italiano. A la sazón el fascismo fue un increíble mosaico, tomando prestado ideas de izquierda y de derecha absolutamente tradicionales para Italia. Este programa incluía: Anticlericalismo, demandaba la confiscación de las ganancias de las congregaciones religiosas. En el primer congreso de los Fasci en Florencia el 9 de Octubre de 1919. Marinetti había propuesto la desvaticanización del país en términos casi identicos a aquellos propuestos por Cavour algunos 34 años antes.
Sindicalismo, inspirado por las ideas de Sorel, lleno de un entusiasmo irrefrenable en alabanzas a la “moralidad de el productor”. A la luz de la experiencia de las ocupaciones, los fascistas entendieron que era necesario, a toda costa, asociar a las uniones obreras con el funcionamiento técnico y administrativo de la industria.
El ideal de una república iluminada, esta legitimidad se basaba en el sufragio universal, listas electorales, regionales y representación proporcional. Los fascistas también representaban el derecho al voto y la elegibilidad para la mujer; y para el culto al fascismo de los jóvenes, propusieron la demanda para bajar la edad del votante a 18 años y la edad de elegibilidad de diputado a 25.
Anti-plutocratismo, la amenaza de golpear los grandes capitales con un impuesto progresivo sobre las rentas (que fue llamada “auténtica expropiación parcial”), la revisión de todos los contratos de suministros de guerra y la confiscación del 85% de ganancias adquiridas durante la guerra.
Cuanto más liberal y rico en promesas es un programa social, en mayor número son sus defensores. Toda clase de personas comienzan a ser arrastradas por el fascismo: veteranos de guerra nostálgicos, franco masones, futuristas, anarco-sindicalistas....Todos ellos fundidos como un común denominador en un excremento reaccionario del capitalismo con sus instituciones parlamentarias decadentes. El edificio de San Sepulcro, puesto a la disposición fascista por el Circulo de Intereses Industriales y Comercial, transcendió con la famosa máxima de Mussolini: “Nuestros fascistas no tienen doctrina pre-establecidas; nuestra doctrina es la acción”. (23 de Marzo de 1919).
En la esfera electoral, el fascismo adoptó las tácticas más variadas y flexibles. En Roma, presentó un candidato en la lista de la Alianza Nacional: en Verona y Padua propugnó la abstención; en Ferrare y Rovigo se unió al Bloque Nacional; en Treviso aliado así mismo con los veteranos de la guerra, en Milán se dio el lujo de denunciar la demanda para el reconocimiento legal de las organizaciones obreras, una manía tan costosa para las fracciones izquierdistas. Los fascistas decían que la legalización conduciría al estrangulamiento de esas organizaciones:
Tal fue la naturaleza del fascismo en los primeros días que difícilmente podía reclamar ser una fuerza política independiente con sus propios objetivos. En particular, los fascistas tuvieron que hacer frente a la necesidad de deshacerse de toda la propaganda que resultara molesta para los industriales y que pudiera hacer poco respetable a los ojos de la clase dominante a un partido que en realidad estaba comprometido con la defensa del orden social capitalista. La clase dominante tenía toda razón para desconfiar de un movimiento que, a fin de atraer las masas de obreros y campesinos, había sido forzado a realizar una demostración espectacular de desprecio al conformismo social. El fascismo tenía que madurar antes para poder reunir los requerimientos del capital. Y así, este crudo anticlericalismo, unas veces tan virulentos en sus arranques ateístas, tenía sus banderas condenadas en la nave mayor de la Catedral de Milán por el Cardenal Ritti, el futuro Papa Pío XI[6]. Desde entonces ningún fascista ha olvidado recibir el rocío del agua bendita. En 1929 fue firmado el pacto de Letrán (en la Basílica de San Juan de Letrán), a través del cual el régimen reconocía el derecho legal de la Santa Sede para mantener su propiedad privada y le garantizaba una indemnización de 750 millones de liras, más el derecho de excepción de las rentas en un 5% de interés en capital de 100000 liras. Esto apaciguó a los católicos y además les agradó que el fascismo reintrodujera instrucciones religiosas dentro de los programas de estudios de las escuelas estatales. Ahora que Mussolini había dejado de lado sus pasiones anti-clericales, los católicos le apellidaron como “el hombre del destino divino”. En todas las regiones de Italia, los Te Deum fueron dichos por el fin afortunado de la tarea de salvación nacional realizado por el fascismo.
Asimismo, este gran movimiento republicano revivió a la corona y a la monarquía; tan es así, que el 9 de Mayo de 1936 ofreció al rey y sus descendientes el título de Emperador de Etiopía, y les concedió a la dinastía dominante representaciones en los puestos oficiales de los cuerpos diplomáticos.
Este anarquista, anti-partido, transformó al Partido Nacional fascista con sus pirámides de jerarcas y primeros magistrados; regando de honores a los dignatarios estatales; engrosando el estado burocrático con nuevos mercenarios y parásitos.
Este anti-estatismo que al comienzo había proclamado que el estado era incapaz de manejar los negocios nacionales y los servicios públicos, luego declaraba que tal cosa era parte del Estado. Las palabras celebres son: «No aguantamos más este estado como maquinista, este Estado como cartero, este Estado como corredor de seguros. No aguantamos más este estado que ejerce sus funciones con el dinero de todos los italianos que pagan impuestos y que lo que hace es agravar el agotamiento de las finanzas» (del discurso pronunciado en Udino, ante el congreso de los fascistas del Fricul, el 20/9/22), será reemplazado por: «Para el fascista todo está en el Estado y nada humano o espiritual puede existir, y, con mayor razón nada tiene valor, fuera del Estado» (de la Enciclopedia Italiana).
Ese seudo-enemigo de grandes fortunas, de beneficios de guerra y de negocios turbios-particularmente florecientes en la era de Giolitti- será sostenido y ayudado por los comendadores de la industria y de la agricultura, y eso, mucho antes de la famosa “marcha sobre Roma”. Desde su lanzamiento, la propaganda del “Popolo d! Italia” fue subvencionada regularmente por las grandes firmas industriales de armamento y de suministros de guerra, interesadas en que Italia pasara al terreno de los intervencionistas: FIAT, ANSALDO, EDISON. Los cheques patrióticos girados por el emisario del ministro: Guesde, el señor Cachin, ayudaron también a publicar los primeros números del periódico francofilo.
Dentro del P.N.F. nacían conflictos que llegaban a convertirse en disidencias, como fue el caso de ciertos fascistas de provincia, particularmente de los que estaban dirigidos por los triunviros Grandi y Baldo, y en parte, por la Confederación de Agricultura.
Siguiendo los pasos del presidente de la Internacional Comunista, -Zinoviev-, Gramsci sitúa al fascismo como reacción de grandes feudales. Habiendo aparecido, antes que todo, en los grandes centros urbanos muy industrializados, fue solamente después de cierto tiempo que el fascismo pudo penetrar en los campos bajo la forma de un sindicalismo rural. Sus expediciones punitivas parten de las ciudades para llegar a los pueblos, de los cuales se apoderan los escuadristas después de una lucha siempre sangrienta. La verdad obliga a decir que esas luchas intestinas entre fascistas expresaban la resistencia de los elementos pequeño burgués y anarquizantes del fascismo, arruinados por la guerra y por la concentración económica en manos del Estado que era la respuesta adecuada para los intereses generales de la clase dominante. En estos términos, aquellos viejos “camaradas” que “mostrabanse buenos para nada, excepto para revolcarse en las viejas glorias o para empuñar el garrote contra todos los aspirantes, estaban pasándose de la raya”.
Este era el golpe a la “izquierda” del partido, a continuación el fascismo golpeará a la derecha “las cabezas quemadas que no comprender que el movimiento perderá los beneficios de su victoria si pierde el sentido de la medida”..... Y la medida, en este caso, no es más que la tasa de beneficio del capital.
Por encima de la leyenda democrática, queda el hecho innegable que el fascismo no fue una contrarrevolución preventiva hecha con la intención consciente de aplastar a un proletariado que tenía que destruir el sistema de explotación capitalista. En Italia, no son los Camisas Negras los que acaban con la revolución; es la derrota de la clase obrera internacional la que impulsa la victoria del fascismo, no solamente en Italia, sino en Alemania y en Hungría. Es solamente después de la derrota del movimiento de ocupaciones de fábricas del otoño de 1920, cuando la represión se abate sobre la clase obrera italiana; esta represión tuvo dos alas propulsoras: las fuerzas legalmente constituidas del estado democrático y las escuadras fascistas que fusionaron en un bloque monolítico prácticamente todas las ligas anti-bolchevistas y patrióticas.
No es sino después de la derrota de la clase obrera cuando los fascistas pueden desarrollarse planamente gracias a la ayuda del patronato y de las autoridades públicas. Si a finales de 1919, los fascistas están a punto de desaparecer (30 células fascistas y poco menos de un millar de adherentes) en los últimos seis meses de 1920, crecen hasta llegar a la cantidad de 3.200 células fascistas con 300.000 miembros.
Fue Mussolini a quien escogieron la Confederación de la Industria y la confederación de la Agricultura, la Asociación Bancaria, los diputados y las dos glorias nacionales: el General Díaz y el Almirante Thaon di Revel. Fue a Mussolini a quien el gran capital sostuvo y no un Annunzio, cuya tentativa nacionalista de Fiume, en Navidad de 1920, será aniquilada por la burguesía de forma unánime. Fue a Mussolini, ex-ateo, ex-libertario, ex -intransigente de izquierda, ex -director de “Avanti”, a quien le tocará el papel de masacrar a los trabajadores y no al poeta de Annunzio.
Así pues, para el marxismo, el fascismo no esconde ningún misterio impenetrable que le impida denunciarlo ante la clase obrera.
A partir de la última semana del 1920, la ofensiva fascista hacia las organizaciones y asociaciones bajo control del P.S.I. redobla de intensidad. De nuevo empiezan a cazar “Bolcheviques”, los dirigentes socialistas se ven agredidos, y, en caso de resistencia, son asesinados cobardemente; los locales de periódicos socialistas, las cámaras de trabajo, las cooperativas y las Ligas Campesinas son incendiadas, saqueadas, siempre con la ayuda directa del estado democrático que protege con sus propios fusiles y ametralladoras las escuadras fascistas.
Al intervenir el Estado, el fascismo conquista al mismo tiempo la maquinaria indispensable de este estado; se apodera por la fuerza si es necesario, de instituciones estatales que habían satisfecho anteriormente la política de la burguesía imperialista.
El fascismo demostrará de manera evidente su interés hacia los sindicatos al firmar, el 2 de Agosto de 1921, el pacto de pacificación. Ese día, se habían reunido en Roma los representantes del Consejo de los fascistas y socialistas, de la C-G.I.L. y de Nicola, presidente de la Cámara, para ponerse de acuerdo para no dejarle más la calle a “desencadenamientos de violencia”, “ni excitar pasiones partidarias extremistas” (art. 2). Las partes en presencia “se comprometen recíprocamente a respetar las organizaciones económicas” (art. 4). Cada una reconoce en el adversario una fuerza viva de la nación con la cual hay que contar.
Al avalar el pacto de pacificación, todas las fuerzas políticas de la burguesía, derecha como izquierda, sienten la necesidad de enterrar definitivamente a la clase obrera bajo una losa de paz civil. La clase obrera no estaba todavía completamente vencida y adoptada posiciones defensivas; pero la resistencia de las masas trabajadoras se volvía cada día más dificil. A pesar de las condiciones que se habían vuelto desfavorables, el proletariado italiano continuaba luchando contra una doble reacción: la legal y la “ilegal”.
Turati, que seguía teniendo esperanzas en un próximo gobierno de coalición sostenido por los “reformistas”, se justificaba: “hay que tener el valor de ser cobarde”. El 10 de Agosto, la dirección del P.S.I. aprobada oficialmente el pacto de la pacificación. Entonces el lector del muy anticlerical “Avanti”, tuvo derecho a leer una novela muy original: “La vida de Jesús” según Pappini, para hacer pasar el trago amargo.
El escenario de la “Comedia del arte” se distribuía de la manera siguiente: los primeros actores utilizaban abiertamente la violencia militar contra un proletariado debilitado que se estaba batiendo la retirada; los segundos, lo exhortaba a no hacer nada que pudiera excitar al adversario, a no hacer nada ilícito pudiendo servir de pretexto a nuevos ataques, aún más violentos por parte de los fascistas. ¿Cuantas huelgas fueron suspendidas por la C.G.I.L., de acuerdo con las instancias del P.S.I.? Es imposible dar una cifra. Frente a una ofensiva militar y patronal hecha a golpes de despido y de reducción de los salarios, cosas que le parecían de los más naturales al F.I.O.M. (Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos), cuya principal preocupación era la de plegar todas las reivindicaciones al estado objetivo de la situación financiera de las empresas-táctica llamada de la “articulación”-, la izquierda burguesa continuaba su trabajo de sabotaje de la luchas obreras.
Hasta esta “Alianza del trabajo” en la cual el P.C.I. ponía tantas esperanzas aceptaba el programa de la salvación de la economía capitalista, desviaba las huelgas, le ponía rápidamente un término a las agitaciones cosas que reconocieron y denunciaron vigorosamente los Comunistas de Izquierda.
¿Que debe hacer entonces el proletariado? La respuesta que viene de las organizaciones socialdemócratas es simple, evidente: reunirse por enésima vez sobre el terreno electoral, infligir una derrota electoral a los fascistas, lo cual permitirá la formación de un gobierno de antifascistas, al cual podrían entrar algunos jefes del P.S.I.: “Ese fantasma de las elecciones es más que suficiente par cegar a los viejos parlamentarios que están ya en campaña para obtener nuestra alianza. Con esta carnada, haremos con ellos lo que queramos. Nacimos ayer, pero somos más inteligentes que ellos” (Diario)
Todo había sido preparado desde hace tiempo para pasarle el poder suavemente a Mussolini, bajo los auspicios reales, hacia el final de Octubre de 1922. Durante la farsa de la marcha sobre Roma (hecha en vagones-camas), marcha anunciada desde los primeros días de septiembre por los mítines y los defiles de los Camisas Negras, en Cremona, Merano y Trento los escuadristas fueron saludados en las estaciones de trenes por los representantes oficiales del Estado. En Trieste, Padova y Venecia, las autoridades marchaban codo a codo con los fascistas; en Roma, la intendencia militar aloja y da de comer a los Camisas Negras en los cuarteles.
Una vez instalado en el poder, el fascismo pedirá la colaboración leal de la C.G.I.L. El potente sindicato de los ferroviarios, al que seguirán rápidamente las otras federaciones,, será el primero en aceptar el llamamiento a la tregua lanzando por los fascistas. Así pues, sin haber recurrido a una insurrección armada, el fascismo pudo ocupar los puestos en el aparato del estado; Mussolini en la presidencia del Consejo detenta, además, las carteras ministeriales del Interior y de los Asuntos Extranjeros; sus compañeros de armas cercanos ocupan los otros ministerios importantes: Justicia, Finanzas y territorios Liberados. El fascismo fue simplemente un cambio en la dirigencia de la burguesía estatal. Después del cambio, el fascismo estuvo en una mejor posición para hacer que los obreros saborearan la cólera de la intensificación de la explotación. Y haciéndolo, también utilizó los látigos y los garrotes que los socialistas habían hecho con sus propias manos. El Estado fascista no es más que la organización que se da la burguesía para mantener las condiciones de acumulación el capital frente a una situación tal que, sin una dictadura abierta, no hay esperanzas de gobernar con los métodos parlamentarios.
El fascismo no es más que la aceleración de un proceso objetivo, al acercar y hacer fusionar las organizaciones sindicales con el poder del Estado burgués. Tanto para los sindicalistas y Socialdemócratas como para los fascistas, la lucha de clases representaba un obstáculo para la solución de los problemas económicos nacionales. El fascismo pone las asociaciones al servicio total de la nación, de la misma manera que estas lo habían hecho por iniciativa propia en la época de recesión de postguerra. Tanto los sindicatos como los fascistas profesaban el evangelio social de solidaridad entre las clases.
Formalmente, la economía en la época fascista se funda en el principio corporatista según el cual los intereses particulares tienen que subordinarse a los intereses generales. A la lucha de clases, el corporatismo la sustituye por la unión de las clases y el bloque nacional de todos los hijos de la patria; trata de hacer que los obreros concentren todos sus esfuerzos en los intereses supremos de Italia. La carta del Trabajo, adoptada en 1927 le reconoce solamente al Estado la capacidad de elaborar y de aplicar la política de la mano de obra; toda lucha fraccional, toda intervención particular fuera del estado están excluidas. De ahora en adelante, las condiciones de empleo y de salario serán reglamentadas por el contrato colectivo que establece la carta.
El fascismo quería construir un Parlamento Económico cuya composición se basaba sobre la elección de miembros por ramas de profesión. Por esta razón, atrajo bajo su esfera a las principales cabezas del sindicalismo soreliano. En ese proyecto, que se calificó de “audaz”, estos sindicalistas veían la justificación de su apoliticismo y de su independencia sindical hacia todo partido político.
El corporatismo se aplica en pleno período de crisis mundial como intervención directa del Estado en la actividad económica nacional y el mismo tiempo impone sumisión y obediencia a la clase obrera. ¿Es esa la única solución para desarrollar las fuerzas productivas de la industria bajo la dirección de las clases dirigentes tradicionales?, se preguntará el no-marxista Gramsci[7]. Al autor de “la Revolución (Rusa) contra el Capital” (de Marx) se le escapa totalmente el hecho que el capitalismo está en período de decadencia y que el fascismo no es más que una manera de sobrevivir para el capitalismo.
El año 1926 marcará el punto de partida de las grandes batallas económicas que se hacen con el fin de proteger el mercado interior italiano, limitar la importación de productos alimenticios y de objetos manufacturados, de desarrollar sectores hasta entonces incapaces de satisfacer las necesidades interiores. Pero los resultados son negativos: precios más elevados que en el mercado mundial. Así pues, de nada servía recurrir a maniobras estatales para resolver los problemas económicos de un país pobre de recursos naturales y que, de la jauría imperialista, no obtuvo ni nuevos mercados, ni el modo de deshacerse de su exceso de mano de obra.
El aumento de los derechos de aduana, el control draconiano del cambio, las subvenciones, los encargos del Estado y, correlativamente, el bloqueo de los salarios, continúan la tendencia que se había empezado durante la guerra. Durante la guerra bajo la presión de la necesidad, el Estado se había convertido en constructor de fábricas, proveedor de materias primas, distribuidor de mercados según un plan general, comprador único de la producción que, a veces pagaba por adelantado. El Estado se había vuelto el centro de gravedad de ese enorme aparato productor impersonal, ante el cual desaparecieron los individuos apegados a las reglas de la libre competencia. Por esas razones, las costumbres de la vida “liberal” las prácticas “democráticas” fueron reemplazadas por la actividad de ese estado. De esas suciedades pudo florecer el fascismo.
Si hay una empresa en peligro de quiebra, el Estado compra la totalidad de las acciones. Si hay un sector que hay que desarrollar con prioridad, el Estado da sus directivas dominantes. Si hay que frenar las importaciones de trigo, el estado obliga a fabricar un tipo de pan único y determina el porcentaje de trigo, que tiene que contener. Si hay que sobre-evaluar la lira, el Estado la pone a la par del franco, a pesar de las advertencias de los financieros. El estado estimula la concentración de las empresas; vuelve obligatoria la concentración de la siderúrgica; es propietario; cierra la emigración; fija los colonos en donde entiende “crear un sistema nuevo, orgánico y potente de colonización demográfica, transportando todos los provechos de su civilización” [8]; finalmente monopoliza el comercio exterior.
A finales del año 26, la parte más importante de la economía italiana se encuentra en manos de los organismos estatales o para-estatales: Instituto de la Reconstruzione (I.R.I.), Consiglio Nazionales delle Ricerche (C.N.R.), Istituto Cotoniere, Ente Nazionale por la Cellulosa, A Ziende Generale Italiane Petroli (A.Z.G.I.O.). Gran cantidad de estos organismos tiene como razón de ser el obtener para Italia productos de sustitución: la economía autarquica, que tanto admiraban los “grandes espíritus”, estaba preparando a Italia para la segunda guerra mundial.
El capitalismo decadente no puede, por una lógica implacable, más que producir crisis y guerras, como explosión de las contradicciones crecientes en el seno del sistema capitalista. Supone pues, una burguesía armada hasta los dientes. La Italia fascista no podía renunciar a lanzarse en el engranaje de la carrera del armamento so pena de tener que renunciar a hacer triunfar sus “derechos” imperialistas en la arena mundial. Y sus “derechos” forman un largo catálogo de reivindicaciones. Siguiendo la misma línea que sus predecesores. Mussolini quería hacer de Italia una potencia temida en todo el Mediterráneo, extenderse siempre más hacia el este, hacia los Balcanes y Anatolia.
Los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, intensificaban su programa de armamento enarbolando al mismo tiempo las ramas del olivo. Ellos buscaban volver a repartir el mundo, parloteando al mismo tiempo sobre la “seguridad de las naciones” y el “arbitraje internacional” bajo el benigno auspicio de la Liga de Naciones. Sin embargo, la Italia fascista no teme anunciar abiertamente sus intenciones: la movilización de “ocho millones de bayonetas” y de masas de “aeroplanos y torpederos”: «El deber fundamental de la Italia fascista es precisamente preparar todas sus fuerzas armadas de tierra, de mar y de aire... Entonces cuando -entre 1935 y 1940- habremos llegado al momento supremo en la historia de Europa, seremos capaces de hacer oír nuestra voz y de ver nuestros derechos finalmente reconocidos». (Discurso en la Cámara, el 27 de Mayo de 1927, de Mussolini).
Siendo ella misma imperialista, Italia sabía que en lo que se quería decir en realidad cuando los otros miembros de la Liga de Naciones se comprometían “solamente” a reducir sus armamentos bajo un control internacional; cuando el gobierno de Estados Unidos trataba de obtener que todos los países condenaran la guerra como...«ilegal y que se comprometieran a renunciar a la guerra como modo de solucionar sus litigios en sus asuntos internacionales» (pacto de Kellog del 27-5 -27). Para Roma, todo eso no era más que tonterías democráticas; la realidad era diferente: el mundo entero se estaba armando, y, Italia también se armaba par enfrentar la tempestad que dormía bajo las cenizas de la primera guerra mundial.
El fascismo no ignoraba que la vida de una nación depende de un problema de fuerza y no de justicia; que los problemas se resuelven con armas y no con la gracia mitológica que ciertos idealistas le otorgaban a la doctrina de Wilson. En el “decálogo” que se les daba a los jóvenes milicianos fascistas, se leía en la primera frase: “Que se sepa bien que un fascista verdadero, especialmente un miliciano, no debe creer en la paz perpetua”. En los periódicos, en el cine, en los concursos deportivos, se proclamaba que, después de haber ganado la batalla de 14-18, Italia tenía que reemprender su marcha hacia adelante.
Si la importancia del poder estatal se sitúa al centro de toda la vida social, el desarrollo de sus bases guerreras (ejército, flota y aviación) aparece de manera evidente, sobre todo, a la víspera de la segunda guerra mundial. Aún tomando en cuenta la devaluación de la lira, en 19939, Italia gasta dos veces más en armas que en la víspera de la guerra de Etiopía[9]. El Duce le ha advertido a toda la nación italiana que la guerra es inevitable, al igual que la agravación de las condiciones de vida del proletariado. Cuando las 51 naciones “democráticas” le imponen a Italia un embargo comercial por haber agredido a Abisinia, Mussolini utiliza esto como excusa para intensificar su propia cruzada contra las naciones “ricas”. A esta hipócrita aplicación del embargo -que no prohibía el comercio con Italia de carbón, acero, petróleo, y hierro, es decir, todo lo que era precisamente indispensable para la economía de armamentos- el fascismo respondió con la movilización-facilitada- de obreros alrededor de su programa[10].
R.C.
[1] Lenin: “El imperialismo y la escisión del socialismo”
[2] Trosky que escribía: “Los comités centrales de izquierda, en numerosos partidos, fueron destronados tan abusivamente como habían sido instalados antes del V° Congreso” en la Internacional Comunista después de Lenin, hubiera pensado siete veces antes de escribirlo
[3] Sede del Parlamento italiano
[4] Alemania
[5] “Que es Nacional-Socialismo?” Trostky, 10 de junio de 1933, tomo III de sus escritos
[6] Elegido el 6/02/22, Pío XI se sentirá de lo mejor en su nuevo cargo. Nuncio apostólico en Polonia en 1918-21, durante la guerra civil y durante la ofensiva victoriosa del ejército Rojo, le tenía un odio inextinguible al proletariado que había levantado una mano sacrílega sobre ese estado, creado el 11 de Noviembre de 1919 por Versalles, para separar la Rusia de los Soviets de la revolución Alemana
[7] “II materialismo storico e la Filosofia di B. Croce”
[8] Proyecto del 17 de Mayo de 1938. Desde el final de ese mismo año, 20.000 campesinos de Sicilia, de Serdeña y de Pouilles trabajan en Libia en 1880 empresas rurales agrupando 54.000 hectáreas de cultivos. En Libia, la cantidad total de italianos llega a 120.000; 93.550 en Etiopía, etc. “El imperialismo colonial italiano de 1870 a nuestros días"” de J.L. Miege, 1969, pág. 250.
[9] Presupuesto militar en millones de liras:
1933..............4.822 1936............16.357
1934..............5.590 937.............13.370
1935............12.624 938..............15.0030
[10] “Los obreros italianos se ven pues en la alternativa de un imperialismo italiana o el imperialismo inglés, que trata de disimularse detrás de la Liga de las Naciones. No es un dilema que pudiera enfrentar a pesar de las terribles dificultades actuales, sino un dilema entre dos fuerzas imperialistas; y no es de extrañar que, ante la imposibilidad de entrever su propio camino por causa de la política contra-revolucionaria de esos dos partidos (partidos “centristas” – como se decía entonces en la izquierda para designar al estalinismo – y “socialistas”, obligados a escoger, los obreros italianos se dirigían hacia el imperialismo italiano, puesto que, en la derrota de éste último, ven comprometidas sus propias vidas, las vidas de sus familiares, como ven igualmente acentuarse el peligro de una agravación más fuerte de sus condiciones de vida”. Del artículo: “un mes después de la aplicación de las sanciones”; en BILAN.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/introduccion_rint_1.pdf
[2] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/congresos-de-la-cci
[3] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional
[4] https://es.internationalism.org/files/es/balancedeunaconferenciarint1_es.pdf
[5] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[6] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria
[7] https://es.internationalism.org/files/es/informe_sobre_la_cuestion_organizativa_de_nuestra_corriente_internacional.pdf
[8] https://es.internationalism.org/tag/21/516/cuestiones-de-organizacion
[9] https://es.internationalism.org/files/es/rint1situacion1975_es.pdf
[10] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/lucha-de-clases
[11] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/crisis-economica
[12] https://es.internationalism.org/tag/21/488/el-estado-en-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo
[13] https://es.internationalism.org/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado
[14] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo
[15] https://es.internationalism.org/files/es/la_revolucion_proletaria.pdf
[16] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[17] https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas
[18] https://es.internationalism.org/cci-online/200601/383/correspondencia-con-nuevo-proyecto-historico-sobre-la-autogestion
[19] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201002/2769/que-son-los-consejos-obreros-i
[20] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201005/2865/que-son-los-consejos-obreros-2-parte-de-febrero-a-julio-de-1917-re
[21] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201008/2910/que-son-los-consejos-obreros-iii-la-revolucion-de-1917-de-julio-a-
[22] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201012/3004/que-son-los-consejos-obreros-iv-1917-21-los-soviets-tratan-de-ejer
[23] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3086/que-son-los-consejos-obreros-v-los-soviets-ante-la-cuestion-del-es
[24] https://es.internationalism.org/tag/21/367/revolucion-alemana
[25] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-germano-holandesa
[26] https://es.internationalism.org/tag/21/511/la-izquierda-germano-holandesa
[27] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/consejismo
[28] https://es.internationalism.org/tag/21/552/revolucion-y-contrarrevolucion-en-italia
[29] https://es.internationalism.org/tag/20/446/mussolini
[30] https://es.internationalism.org/tag/20/448/gramsci
[31] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-italiana
[32] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos
[33] https://es.internationalism.org/tag/21/368/rusia-1917
[34] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[35] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923
[36] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-degeneracion-de-la-revolucion-rusa
[37] https://es.internationalism.org/tag/21/564/fascismo-y-antifascismo
[38] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/anti-fascismoracismo
[39] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/fascismo
[40] https://es.internationalism.org/tag/20/468/bordiga
[41] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/ia-guerra-mundial