Critica a los llamados "comunistizadores" IV. Negación del Proletariado y de su dictadura

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Las dos ubres de las que maman los comunistizadores: Negación del proletariado revolucionario, negación de la dictadura del proletariado

«¿Cómo puede una clase, actuando como clase, como es en la sociedad capitalista, llevar a cabo la abolición de las clases y, por tanto, del capitalismo?» Para algunos, sólo hay una solución posible a esta aparente paradoja: «No se trata de que el proletariado triunfe, liberándose a sí mismo, liberando el trabajo, extendiendo su condición... sino de abolir lo que él mismo es»[1]. “La autonegación del proletariado” es el credo de la corriente modernista surgida a finales de los años 60, también conocida como corriente ultraizquierdista. Uno podría estar tentado de decir, con Engels, «lo que les falta a estos señores es dialéctica». ¿Cómo eliminar la fase de afirmación del proletariado durante el período revolucionario y conservar únicamente su fase de negación cuando, como resultado de la acción del propio proletariado, las clases desaparecen en el curso de la transición del capitalismo al comunismo? ¿No forman estas dos fases una unidad y una interrelación? En otras palabras, ¿cómo separar la culminación, la abolición de las clases, de todo el proceso que conduce a ella, en este caso la constitución del proletariado como clase y luego como clase dominante? ¿No hay unidad entre el fin y los medios? Pero no es sólo dialéctica lo que les falta a estos señores, como veremos en esta revisión histórica. Descubriremos que los modernistas rechazan la emancipación del proletariado - «No se trata de que el proletariado se libere»-, que es precisamente el único medio de que dispone la humanidad para liberarse de la embrutecedora sociedad de clases. La ideología modernista es el socialismo burgués, que proclama que la naturaleza de la clase obrera dentro del capitalismo no es revolucionaria. También descubriremos que, en palabras de Marx y Engels, «el socialismo burgués sólo alcanza su expresión adecuada cuando se convierte en una mera figura retórica»[2]. Esta fue la fuente en la que se inspiraron los comunistizadores.

Los estragos de la ideología pequeñoburguesa y el surgimiento del modernismo

La corriente modernista surgió durante la reanudación histórica de la lucha de clases a finales de los años sesenta. Mayo del 68 en Francia, el Otoño Caliente de 1969 en Italia, las luchas de 1970 en Polonia... en todos los continentes, el proletariado lanzó luchas masivas y se afirmó con fuerza, rompiendo con décadas de apatía marcadas por algunos estallidos efímeros. El periodo inicial de intensas luchas, que abarca los años 1970-1980 tras el flamante movimiento del 68, no puede entenderse sin tener en cuenta una serie de dificultades a las que se enfrentaron el proletariado y sus minorías revolucionarias. En primer lugar,  hay que señalar la agitación estudiantil que había comenzado unos años antes del renacimiento obrero y que, de Berkeley a la Sorbona, expresó el peso de la pequeña burguesía en el movimiento. A diferencia de lo que ocurre hoy, los estudiantes procedían entonces en su inmensa mayoría de la burguesía y la pequeña burguesía. Mientras el gigante proletario seguía dormido, los primeros signos de la crisis económica provocaron en la pequeña burguesía una fuerte inquietud por su futuro. La fiebre se extendió a las universidades de todo el mundo, avivada por las masacres de la guerra de Vietnam y una asfixiante sociedad conservadora. En las manifestaciones aparecían retratos del Che Guevara, Fidel Castro, Mao y Ho Chi Min, a pesar de que estas figuras no tenían absolutamente nada que ver con el movimiento obrero[3]. En la pequeña burguesía, clase sin futuro histórico y totalmente atrapada en el presente, hablar de revolución encubría una revuelta pasajera, una actitud contestataria totalmente ajena a la lucha proletaria.

La segunda gran dificultad era la ruptura de la continuidad que hasta entonces había unido a las distintas organizaciones políticas sucesivas en el curso de la historia del movimiento obrero. La contrarrevolución que acababa de terminar había sido tan violenta y tan larga (1923-1968, ¡45 años!) que había conseguido destruir esta continuidad. La Izquierda Comunista Italiana, que en los años 30, a través de las revistas Prometeo, Bilan y Octobre, continuó la labor crítica y militante iniciada en los años 20 contra la degeneración de la IIIª Internacional, entró en crisis y desapareció durante la Segunda Guerra Mundial, a lo que siguió, a principios de los años 50, la desaparición de la Gauche Communiste de France (GCF), que había intentado preservar las enseñanzas y los principios de aquel periodo. La tradición de la militancia comunista parecía haber sido engullida por las arenas del olvido[4].

Por último, la tendencia al capitalismo de Estado, característica de la decadencia del capitalismo, no había conocido tregua desde la Segunda Guerra Mundial y hacía que la democracia burguesa fuera cada vez más totalitaria. Esta tendencia expresaba la necesidad de la burguesía de aumentar la intervención del Estado para hacer frente a la crisis económica permanente y mantener la paz social mientras la clase obrera se enfrentaba a un fuerte aumento de la explotación. La burguesía mantuvo vivas todas las organizaciones proletarias que habían traicionado (sindicatos y partidos) y las puso al servicio del capitalismo en forma de órganos de control proletario. En tal situación, la historia del movimiento obrero se convirtió en sánscrito para la mayoría de los jóvenes que se iniciaban en la vida política. La traición de la socialdemocracia en 1914 (a través de la unión sagrada) o del partido bolchevique en 1924 (con la proclamación del «socialismo en un solo país») no fue vista como el resultado de un lento proceso histórico de penetración del oportunismo en el seno de una organización proletaria, con una lucha sin cuartel de las minorías de izquierda para intentar preservarla, sino como un destino fatal sellado desde el principio para cualquier organización política. En el ambiente de los años 70, cuando las ideas libertarias estaban de moda, cualquiera que defendiera la necesidad de una organización revolucionaria era visto como un aprendiz de burócrata, o incluso como un estalinista.

Estas tres características del periodo y las dificultades que crearon explican por qué el proceso de politización de las luchas obreras no pudo tener éxito durante los años 70 y 80, en un momento en que la clase revolucionaria había reaparecido en escena, volvía a hablar de revolución y trataba de reapropiarse de su historia. El peso de la ideología dominante estaba destinado a afectar a esta nueva generación de proletarios inexpertos, así como a los elementos politizados de diferentes clases, en particular la ideología promovida por los diversos cenáculos izquierdistas (anarquismo oficial, trotskismo, maoísmo) cuya influencia se vio repentinamente incrementada por el apoyo masivo de la pequeña burguesía. Muy impresionados por el despertar del gigante proletario, creyeron en su condición divina, luego se apartaron rápidamente, decepcionados porque no había cumplido su promesa del advenimiento inmediato de un mundo de goce y dicha. El peso deletéreo del obrerismo y del inmediatismo fue la consecuencia.

El Modernismo es un producto típico de este periodo. Mientras maduraban las condiciones para la explosión de Mayo del 68, los artistas de la Internacional Situacionista (IS) (que confundían bohemia con revolución) reclamaban una revolución de la vida cotidiana. Al mismo tiempo, Jacques Camatte y sus amigos abandonaban el Partido Comunista Internacional de Amadeo Bordiga (Programa Comunista, Le Prolétaire), cuya esclerosis parecía simbolizar la impotencia de la Izquierda Comunista y el fracaso del «viejo movimiento obrero», términos que los modernistas tomaron de la corriente consejista. Todos ellos apelaban a una nueva teoría revolucionaria adaptada a la nueva realidad. En resumen: había que ser «modernos». Creían que las luchas obreras contra los efectos de la explotación capitalista eran, o bien la expresión de una integración definitiva en la sociedad burguesa (a la que llamaban «sociedad de consumo»), o bien una revuelta contra el trabajo, y creían en la aparición de un nuevo movimiento obrero: «El fuerte ascenso y, sobre todo, el cambio de contenido de las luchas de clases a finales de los años 60 cerraron el ciclo abierto en 1918-1919 por la victoria de la contrarrevolución en Rusia y Alemania. Al mismo tiempo, este nuevo curso de las luchas puso en crisis la teoría programática del proletariado y toda su problemática. Ya no se trataba de saber si la revolución era asunto de los consejos o del partido, o si el proletariado era capaz o no de emanciparse. Con la multiplicación de las revueltas en los guetos y de las huelgas salvajes, con la revuelta contra el trabajo y la mercancía, el retorno del proletariado al primer plano de la escena histórica marcó paradójicamente el fin de su afirmación»[5]

Nuestra prensa de la época estaba llena de polémicas contra la corriente modernista, en particular para demostrar que, a pesar de la evolución del capitalismo, la clase obrera seguía siendo la clase revolucionaria y que, al centrarse en las manifestaciones más aparentes de la alienación social, los modernistas permanecían ciegos ante las «fuentes que las hacen nacer y las alimentan»[6].

Cabe señalar que varios grupos modernistas, como la Internacional Situacionista (René Riesel) y Le Mouvement Communiste (Gilles Dauvé), participaron a principios de los años 70 en las conferencias organizadas por Informations et Correspondance Ouvrières (ICO), foros esenciales de debate y clarificación política de la época. A las conferencias de ICO asistían también grupos consejistas, elementos del entorno anarquista como Daniel Guérin (OCL) o Daniel Cohn-Bendit (a quien Raymond Marcellin, Ministro del Interior, había expulsado de Francia), Christian Lagant (Noir et Rouge), y elementos de la Izquierda Comunista como Marc Chirik (de Révolution internationale), Paul Mattick (de la Izquierda Comunista Alemana), Cajo Brendel (de la Izquierda Comunista Holandesa). En este ambiente de incesante y apasionada discusión política, un cierto número de modernistas se unieron a la Izquierda Comunista (junto con una mayoría de elementos consejistas), sobre todo porque estaban convencidos por los argumentos sobre la naturaleza proletaria de Octubre de 1917.

De hecho, algunos de los elementos modernistas se reconocían en el medio político proletario. Esto no significa, sin embargo, que la teoría modernista pueda calificarse de comunista, y mucho menos de marxista. Más bien, los diversos grupos e individuos de esta corriente pertenecían al pantano, esa zona intermedia que reúne a todos aquellos que oscilan entre el campo del proletariado y el de la burguesía, que todavía están en camino hacia uno u otro campo. Aquellos elementos modernistas que se unieron a la Izquierda Comunista sólo pudieron hacerlo rompiendo con el modernismo, no gracias a él. De hecho, como hemos demostrado en artículos anteriores de esta serie, la teoría modernista es burguesa por naturaleza y tiene sus raíces en la Escuela de Frankfurt, un grupo de académicos del Instituto de Investigación Social que, en la década de 1950, creyeron haber identificado una crisis en el marxismo y resolvieron el problema enterrándolo. Algunos de ellos, como Marcuse, llegaron a la conclusión de que el proletariado se había integrado definitivamente en la sociedad de consumo, perdiendo así su naturaleza de clase revolucionaria. El Modernismo también tiene sus raíces en el grupo Socialisme ou Barbarie (SouB), que no logró completar su ruptura con el trotskismo y acabó rechazando el marxismo[7].

Gilles Dauvé es un buen ejemplo de la esterilidad del modernismo surgido en los años sesenta. Fuertemente influido por SouB, se dedicó a criticar la tesis que iba a llevar a la perdición a este grupo, que consistía en sustituir la oposición entre la clase dominante y la clase explotada por la oposición entre los dominadores y los dominados, lo que para SouB fue el primer paso hacia el abandono del marxismo. Pero en su crítica de esta tesis, que se basaba en la autogestión y el socialismo de empresa, Dauvé sólo consiguió adoptar el punto de vista opuesto al abogar por la negación inmediata de las relaciones de producción capitalistas. Esto equivalía a permanecer en el mismo terreno que SouB: «Por el contrario, creemos que la destrucción del capitalismo no debe plantearse desde el punto de vista de la gestión únicamente, sino desde el punto de vista de la necesidad/posibilidad de la desaparición del intercambio, de la mercancía, de la ley del valor, del trabajo asalariado. No basta con gestionar la economía, hay que ponerla patas arriba; no basta con gestionarla para ponerla patas arriba.»[8] Responder simplemente con la necesidad de la abolición inmediata del valor era burlarse del mundo, cuando de lo que se trataba era de demostrar que, debido a su lugar en el modo de producción capitalista, el proletariado está impulsado por la necesidad y por su conciencia a transformar sus luchas contra los efectos de la explotación en luchas contra las causas de la explotación, es decir, que es capaz, en el curso del proceso de huelga de masas y de revolución, de transformarse a sí mismo y a la sociedad de arriba abajo.

Los comunistizadores en el pútrido pantano del nihilismo

El nº 84 de Information et Correspondance Ouvrières apareció en agosto de 1969 con un informe y documentos de la Conferencia de ICO celebrada en Bruselas en junio de 1969. Contenía dos textos esenciales: uno fue escrito por Marc Chirik, «Luttes et organisations de classe», y sería reimpreso en Révolution Internationale antigua serie n° 3 (diciembre de 1969) bajo el título «Sur l'organisation». Representa una etapa decisiva en el fortalecimiento de la corriente de la Izquierda Comunista, que desembocará en 1972 en la unificación en Francia de tres grupos bajo el nombre de Révolution Internationale. El otro texto significativo es el de Gilles Dauvé, «Sobre la ideología ultraizquierdista», que emprende una crítica de la corriente modernista que también se había desarrollado durante los acontecimientos de mayo. Contiene este pasaje significativo: «La burocracia bolchevique había tomado el control de la economía: los ultraizquierdistas quieren que las masas lo controlen. Una vez más, la ultraizquierda se mantuvo en el terreno del leninismo, contentándose con dar una respuesta diferente a la misma pregunta»[9].

Esto era señal de que estaba surgiendo una nueva corriente dentro del modernismo. Se mantenía fiel a la auto-negación del proletariado y seguía considerando a Marx un «reformista revolucionario», ya que defendía la reducción de la jornada laboral y el uso de cupones de trabajo. Pero consideraba que Marx había dado un paso decisivo con la noción de dominación real del capital sobre el trabajo que, según Dauvé, explica por qué el proletariado ya no dispone de medios para afirmarse de forma revolucionaria[10]. También retomó de Marx la tendencia irresistible hacia el comunismo. Éste conservó su naturaleza de movimiento dentro del capitalismo, pero para Dauvé perdió su segundo significado como objetivo final de la lucha por la emancipación proletaria. Esta tendencia fue vista únicamente como un proceso de disolución del capitalismo, y adoptó su nombre de bautismo, «la comunistización». En un momento en que la IS acababa de disolverse (1972), esta nueva corriente comenzó a desarrollarse bajo el impulso de Jacques Camatte, Gilles Dauvé, Michel Bérard y Roland Simon (Intervention Communiste y luego Théorie Communiste), que rompieron con los Cahiers du Communisme de Conseils cuando éstos se unieron a Révolution Internationale.

Los comunistizadores o partidarios de la comunistización estaban cortando los últimos hilos que les unían en aquel momento al renacimiento histórico de la lucha de clases. Empezaron utilizando el término «corriente de ultraizquierda». Esta terminología, producto de la confusión de la época, pretendía agrupar a todos los que se alejaban del izquierdismo, pero tenía la ventaja para los comunistizadores de hacer creíble una especie de continuidad/superación de la Izquierda Comunista. Las enseñanzas que sacaron de esta primera etapa del renacimiento histórico de la lucha de clases se centraron en el rechazo del «trabajo»: «La revolución significaba una revolución del trabajo, el socialismo o el comunismo significaban una sociedad del trabajo. Y eso es lo que la crítica del trabajo por parte de una franja minoritaria pero dinámica de proletarios dejó obsoleto en los años 60 y 70»[11].

De hecho, el conflicto de clase entre el proletariado y la burguesía se presenta a menudo, en la historia del movimiento obrero, como un conflicto entre el trabajo y el capital. Lo que a la pequeña burguesía le cuesta entender es que el proletariado es el representante del trabajo, que es a la vez trabajo alienado, la explotación, pero también que desempeñó un papel central en el surgimiento de la humanidad. El proletariado es precisamente la clase del trabajo porque, para emanciparse, no tiene otro medio que abolir el trabajo asalariado, y no puede hacerlo sin transformar radicalmente el trabajo; en otras palabras, pasar de la sociedad de clases a una sociedad sin clases, de sociedades de escasez basadas en la economía a una sociedad de abundancia donde «el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos» (Manifiesto del Partido Comunista). Los modernistas observan que el proletariado ha tomado al capital como su enemigo y concluyen, a la manera de Proudhon, que si reconoce al capital como tal, se está comprometiendo con él y, por tanto, permaneciendo en la sociedad burguesa, cuya gestión sólo reclama. Tal es la prestidigitación anarquista utilizada por los modernistas.

Los comunistizadores entraron en una nueva fase de desarrollo cuando la corriente modernista inicial entró en crisis a finales de los años ochenta. En aquella época se produjo una dispersión general del movimiento modernista como consecuencia de la desilusión pequeñoburguesa. Algunos optaron por la ecología radical o practicaron el primitivismo, otros se fueron a criar ovejas al Larzac[12] o se presentaron a las elecciones con una candidatura ecologista, mientras que otros, como Raoul Vaneigem[13], estaban convencidos de que el «impulso vital» acabaría con el capitalismo. Hubo quienes (representados por el grupo Krisis y Anselme Jappe en la actualidad) afirmaron que, en El Capital, la lucha de clases sólo era una opción secundaria para Marx y que era el propio capitalismo el que conduciría espontáneamente al comunismo, y otros que se comprometieron con el negacionismo y el apoyo a Faurisson[14], luego se unieron a los chalecos amarillos y ensalzaron sistemáticamente el carácter subversivo de los disturbios.

Los comunistizadores intentaron reaccionar, sobre todo porque Camatte, por su parte, abandonó toda referencia al proletariado e inventó su teoría de la clase universal, que presentaba a la propia humanidad como sujeto revolucionario. Si bien el término comunismo tiene dos significados, el de un nuevo modo de producción libre de clases, fronteras nacionales y Estado, y el de un proceso en marcha dentro del propio capitalismo, «la abolición de las condiciones existentes», que explica el choque cada vez más violento entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, tanto en la esfera económica como en la de la lucha de clases, loscomunistizadores lo mutilaron y reivindicaron su nuevo invento, cojo pero tan moderno, «la comunistización, la abolición del capital sin una fase de transición».

Los comunistizadores trataron entonces de demostrar que era la propia situación histórica la que había cambiado. La dominación real del capital, la globalización y la reestructuración industrial habrían arruinado todo lo que quedaba como posibilidad de afirmación del proletariado. El proletariado seguía siendo «potencialmente» revolucionario, pero era necesario sobre todo insistir en la idea de que esta potencialidad sólo se hacía realidad a través de su autonegación. «Con el objetivo de la liberación del trabajo como reapropiación proletaria de las fuerzas productivas y del movimiento del valor, la idea misma de una naturaleza positivamente revolucionaria del proletariado entró en crisis -y el neoconsejismo situacionista con ella. En efecto, la IS, al mismo tiempo que introducía en las formas del programa un contenido no programático -la abolición sin transición del trabajo asalariado y del intercambio, y por tanto de las clases y del Estado-, conservaba estas formas: las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución, el desarrollo de los «medios técnicos» y la búsqueda de la conciencia por parte del proletariado, redefinido como la clase casi universal de todos los desposeídos del uso de sus vidas »[15] Era una cuestión de vida o muerte: para sobrevivir y tratar de desviar a algunos jóvenes en busca de coherencia revolucionaria, había que reafirmar la existencia de un proletariado revolucionario y proclamar alto y claro la necesidad del comunismo, de una revolución que desembocara en una insurrección mundial capaz de destruir el Estado. Así llegamos a la cumbre de la hipocresía de Gilles Dauvé: «Corazón y cuerpo del capitalismo, el proletariado es también el vector posible del comunismo»[16].

La caída del Muro de Berlín y la intensa campaña ideológica de la burguesía sobre la bancarrota del comunismo han dado lugar a un nuevo auge del movimiento de la comunistización. Bajo el impacto de esta campaña, el proletariado sufrió un retroceso en su conciencia y en su espíritu de lucha. No había librado antes una lucha decisiva, por lo que no fue derrotado, pero se enfrentó a la pérdida de su identidad de clase. Para los comunistizadores, esto era la confirmación de sus tesis: el proletariado tenía que abandonar sin remordimientos su identidad de clase, su naturaleza de clase explotada y sus luchas reivindicativas, para sumergirse inmediatamente en la autonegación revolucionaria. El llamado nuevo movimiento obrero tenía que romper con lo que ellos llaman programatismo, término que en realidad designa los medios y el proceso que conducen al objetivo final.

En otras palabras, se trataba de un vertiginoso retroceso, una vuelta a la situación anterior a los trabajos de la Primera Internacional que, contra los anarquistas, había recordado que toda lucha de clases es una lucha política y que la emancipación del proletariado pasa por la toma del poder político a escala internacional, única palanca de que dispone para lograr disolver las categorías económicas del capitalismo. Los comunistizadores podían afirmar sin pudor: «Con la liquidación de la política por el capital, que ha logrado la dominación real de la sociedad, la crítica anarquista de la política puede integrarse en la teoría comunista: la autonegación del proletariado será al mismo tiempo la destrucción de todos los tinglados políticos, unidos en la contrarrevolución capitalista»[17].

 

El lamentable resultado de todo esto es muy simple. Los comunistizadores sólo tenían una idea en mente, corregir a Marx con la ayuda de Bakunin, que fue el primero en proclamar las virtudes creadoras de la destrucción, y que propugnaba un socialismo sin transición. «Persistiremos, dijo Bakunin, en negarnos a asociarnos a cualquier movimiento político que no tenga como objetivo inmediato y directo la emancipación completa de los trabajadores[18]. ¿Cuál es ese «objetivo inmediato y directo» sino la autonegación del proletariado y el abandono del concepto de transición al comunismo?

Los comunistizadores contra la dictadura del proletariado

Hemos visto que los comunistizadores se inspiran en el nihilismo anarquista; que, como Bakunin en su tiempo, han entrado en guerra contra toda forma de organización revolucionaria, que presentan como un chanchullo; que pretenden destruir toda referencia al programa, a los principios, a las tradiciones, a la continuidad histórica, a la teoría, a la conciencia y a la perspectiva revolucionaria del proletariado. En resumen, contrariamente a la ingenuidad infantil de los modernistas de los años 70, los comunistizadores de hoy son extremadamente peligrosos para la lucha del proletariado. Reflejan la sociedad burguesa en descomposición y viven con ella. Una sociedad en la que, para la clase dominante, lo único que queda es gestionar día a día las situaciones de crisis, agitar el bastón de la violencia de Estado, en la que el pasado y el futuro han desaparecido, en la que el pensamiento da vueltas en círculo, entonando una desconfianza generalizada hacia cualquier planteamiento científico o político. Entre los comunistizadores, el inmediatismo ha sido llevado al límite, hasta la caricatura.

Para estos señores, el comunismo no es «un nuevo modo de producción, sino la producción de la inmediatez de las relaciones entre individuos singulares, la abolición sin transición del capital y de todas sus clases, incluido el proletariado», por lo que hay que rechazar la «realización leninista o consejista de la dictadura del proletariado[19].

En contraste con este galimatías, el rigor del marxismo, como teoría viva del proletariado, es un soplo de aire fresco. Basándose en su profundo conocimiento de las revoluciones burguesas, de la antigüedad griega y romana[20] y del papel histórico del proletariado, Marx forjó el concepto de dictadura del proletariado, que representa un logro teórico fundamental: «..Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases...[21]».

La formulación propiamente dicha no apareció por primera vez hasta 1850 en La lucha de clases en Francia,  pero ya estaba presente como hilo conductor en el Manifiesto del Partido Comunista. Tras un largo periodo en el que el proletariado se había movilizado principalmente en la lucha por reformas, la noción de dictadura del proletariado reapareció allí donde el conflicto de clases se había agudizado más, en Polonia y Rusia, donde la revolución de 1905 anunciaba las grandes luchas revolucionarias de la decadencia capitalista. El IIº Congreso del POSDR aprobó un programa redactado por Plejánov y Lenin que, por primera vez en la historia de los partidos socialdemócratas, incluía este principio.

La dictadura del proletariado no tiene nada que ver con las diversas formas de totalitarismo burgués que existen en Rusia, China, Estados Unidos o Francia. Significa, sobre todo, que es necesario un período de transición entre el capitalismo y el comunismo, por dos razones.

Esta necesidad se deriva principalmente del hecho de que, por primera vez en la historia, la clase revolucionaria es también la clase explotada. A diferencia de la burguesía revolucionaria, el proletariado no tiene poder económico en el que apoyarse para construir gradualmente los elementos de la sociedad comunista dentro del capitalismo. Sólo puede comenzar este trabajo fuera del capitalismo. El acto de tomar el poder político no es por tanto, como para la burguesía, la coronación de un poder económico creciente en el seno de la vieja sociedad, sino el punto de partida para que el proletariado modifique profundamente las formas de organización de la producción social. La insurrección es, pues, la primera etapa, no la última, de la transformación social que el proletariado está llamado a realizar. Primero debe romper el marco político de la vieja sociedad.

La segunda razón fundamental es que la extenuación de las condiciones de la vieja sociedad no significa necesaria y automáticamente la maduración y culminación de las condiciones de la nueva sociedad. Mediante el aumento de la productividad del trabajo, la concentración y centralización del capital y la socialización internacional de la producción, el capitalismo crea las premisas para el comunismo, pero no el comunismo en sí. En otras palabras, el declive de la vieja sociedad no es automáticamente la maduración de la nueva, sino sólo la condición para esa maduración. Citando el Anti-Dühring de Engels, la Izquierda Comunista Italiana escribió en su revista Bilan: «Es evidente que el desarrollo final del capitalismo no corresponde a un “pleno florecimiento de las fuerzas productivas” en el sentido de que éstas serían capaces de satisfacer todas las necesidades humanas, sino a una situación en la que la supervivencia de los antagonismos de clase no sólo detiene todo el desarrollo de la sociedad, sino que conduce a su regresión.[22]».

Sin nada en lo que apoyarse, sin propiedades, el proletariado sólo dispone de la palanca política para transformar el mundo. Como demuestra la experiencia histórica, es capaz de hacerlo gracias a su conciencia y su unidad, dos fuerzas gigantescas materializadas por su organización de masas, los consejos obreros, y su vanguardia, el Partido Comunista Mundial. Pero para crear una sociedad de abundancia, primera condición de la emancipación humana, debe romper no sólo el marco político de la vieja sociedad, sino también las relaciones burguesas de producción que impiden un nuevo auge de las fuerzas productivas liberadas definitivamente de los estragos de la industria capitalista.

- «Como es natural, en primera instancia esto sólo puede ocurrir por medio de intervenciones despóticas en el derecho de propiedad y en las relaciones burguesas de producción, vale decir, en virtud de medidas que parecen económicamente insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y que resultan totalmente inevitables como medios para revolucionar todo el modo de producción»[23]. El principio de la dictadura del proletariado nos recuerda que la única fuerza capaz de llevar a buen término esta obra es una clase histórica homogénea que está  en el mismo centro de las contradicciones del capitalismo: la clase del trabajo asalariado. Por su práctica revolucionaria, el proletariado se revela como la última clase explotada de la historia de la humanidad. «Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se unifica necesariamente para convertirse en clase, si en virtud de una revolución se convierte en clase dominante y en cuanto clase dominante deroga por la fuerza las antiguas relaciones de producción, abolirá, junto con estas relaciones de producción, las condiciones de existencia del antagonismo de clases, las clases en general y con ello su propia dominación en cuanto clase».

Por otra parte, la dictadura del proletariado es la extensión y culminación de la lucha entre las dos clases fundamentales de la sociedad. Al tomar el poder, el proletariado afirma que no hay otro camino, ningún compromiso posible, para librarse de los antagonismos de clase. Este período revolucionario está marcado por una alternativa franca y brutal: será la dictadura de la burguesía o la dictadura del proletariado. El proletariado no tiene necesidad de ocultar sus objetivos y manifiesta claramente al mundo que «El poder político en su sentido estricto es el poder organizado de una clase para la opresión de otra»[24] y tenía el deber de decirlo alto y claro para conducir a la humanidad entera hacia el dominio de sus propias fuerzas sociales, rompiendo con las fuerzas ciegas del pasado.

La conquista del poder y la dictadura del proletariado siguen siendo el núcleo del programa comunista. Este es el resultado al que llega la teoría científica del marxismo: «Aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio movimiento –y el objetivo último de esta obra es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna-, no puede saltearse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto»[25].

Cuando la aparición de los consejos obreros ha creado una situación de doble poder, la situación sólo puede resolverse mediante la toma del poder por el proletariado y la demolición del Estado burgués. La insurrección es el momento de este desenlace. La conquista del poder se ha convertido en la prioridad absoluta en la que se concentran todas las fuerzas del proletariado. Intentar controlar u organizar la producción y la distribución sería ilusorio y un peligroso despilfarro de energía mientras este poder no esté en manos del proletariado. También sería catastrófico intentar forzar el proceso llamando prematuramente a la conquista del poder cuando no se han dado las condiciones necesarias. Contra Gramsci, la Izquierda italiana escribía en su órgano Il Soviet en junio de 1919: «No se puede considerar la aplicación práctica del programa socialista sin tener siempre presente la barrera que nos separa claramente en el tiempo: la realización de una condición previa, a saber, la conquista de todo el poder político por la clase obrera; este problema precede al otro, y el proceso de su resolución está aún lejos de ser precisado y definido. El estudio concreto de las conquistas socialistas vitales bien podría llevar a algunos a concebirlas fuera de la atmósfera de dictadura proletaria que las nutre, a creerlas compatibles con las instituciones actuales y a deslizarse así hacia el reformismo»[26].

Todos estos principios resultantes de la experiencia histórica y del trabajo teórico, como hemos visto, no tienen sentido para los comunistizadores. Cada cuestión planteada por la perspectiva revolucionaria se responde metafísicamente. Veamos cómo presentan, por ejemplo, la contradicción entre las necesidades vitales y la transformación de las relaciones sociales: «En 1999-2001, algunos piqueteros argentinos emprendieron producciones cuyo único objetivo no era el producto. Una panadería piquetera comunitaria elaboraba pan, y el acto de producción era también un elemento de transformación de las relaciones interpersonales: ausencia de jerarquía, práctica del consenso, autoformación colectiva... Para cada participante, “el otro como tal [se había] convertido en una necesidad para él” [Marx] »[27] La trampa del interclasismo que estrangulaba entonces a los trabajadores argentinos se vio agravada por la tutela del Estado sobre los desocupados con la ayuda de organizaciones peronistas y de izquierda[28]. La complicidad de los comunistizadores con estos órganos del Estado burgués confirmaba una vez más el carácter burgués de la ideología modernista.

La experiencia histórica: sánscrito para los comunistizadores

Los dos momentos de la historia en los que el proletariado fue capaz de tomar el poder, la Comuna de París en 1871 y Octubre de 1917 en Rusia, aportaron valiosas lecciones y permitieron corregir y enriquecer el programa revolucionario del proletariado. En primer lugar, confirmaron plenamente lo que la teoría marxista venía desarrollando desde su nacimiento a finales de la década de 1840. El nacimiento de un nuevo modo de producción sólo puede tener lugar mediante la violencia, mediante el enfrentamiento brutal de las clases históricas. En este proceso, la superestructura representada por el poder político y el Estado desempeñan un papel esencial. Son los instrumentos a través de los cuales los pueblos hacen la historia y hacen posible el surgimiento de una nueva sociedad que ha permanecido aprisionada en los flancos de la antigua.

Una vez en el poder, el proletariado se organiza para no perderlo y estimular la agitación revolucionaria en otras partes del mundo. Para ello, comienza por disolver el ejército permanente y la policía y se apodera del monopolio de las armas. Destruye el Estado burgués, cuya burocracia y fuerzas de represión se han vuelto inadecuadas para las tareas revolucionarias. Y cuando en el período revolucionario reaparece un nuevo Estado como fenómeno inevitable porque las clases e intereses antagónicos no han desaparecido, debe tomar el control de este Estado para volverlo contra la antigua clase dominante e intervenir en el terreno económico. En sus notas sobre un texto de Bakunin, Marx describe esta situación revolucionaria: «Esto significa que mientras existan otras clases, y en particular la clase capitalista, el proletariado lucha contra ella (porque sus enemigos y la antigua organización de la sociedad no han desaparecido todavía con su acceso al poder), y debe por tanto emplear medios violentos, es decir, medios de gobierno; si él mismo sigue siendo todavía una clase y si las condiciones económicas en las que se basan la existencia y la lucha de clases no han desaparecido todavía, deben ser abolidas o transformadas por la violencia y el proceso de transformación, acelerado por la violencia»[29].

Mientras no esté asegurado el poder internacional de los Consejos Obreros, es seguro que las primeras medidas económicas, administrativas y jurídicas introducidas por el semi-estado del período transitorio parecerán bastante insuficientes, como ya subraya el Manifiesto del Partido Comunista. La prioridad es bloquear el camino a la contrarrevolución, atraer al movimiento a las clases medias y a los parados de todo el mundo. Es imposible predecir cuánto durará esta etapa de la revolución, pero sí sabemos que impondrá grandes sacrificios al proletariado. Durante todo este tiempo, la necesidad de garantizar el funcionamiento de la sociedad implica inevitablemente la persistencia de relaciones de intercambio con el pequeño campesinado.

Con un notable espíritu de síntesis, Lenin resume toda la trayectoria histórica que hace posible la victoria del proletariado: «Los utopistas se dedicaron a “descubrir” las formas políticas con las que debía producirse la transformación socialista de la sociedad. Los anarquistas se desentendieron del problema de las formas políticas en general. Los oportunistas de la socialdemocracia actual han tomado por límite insuperable las formas políticas burguesas del Estado democrático parlamentario y se ha roto la frente de tanto prosternarse ante este “modelo”, declarando anarquismo toda aspiración a romper estas formas.»[30] Los comunistizadores, por su parte, pulverizan el proceso de transición de una sociedad a otra eludiendo totalmente su origen: la constitución del proletariado como clase dominante capaz tanto de asegurar su poder sobre la sociedad como de salvaguardar su autonomía política y su objetivo comunista.

A pesar de los límites impuestos por la situación de partida, el proletariado sólo puede vencer si dirige la sociedad hacia el comunismo desde el principio. Debe aprovechar todas las oportunidades para atacar la separación entre la ciudad y el campo, entre la industria y la agricultura, para atacar la división capitalista del trabajo y todas las formas mercantiles, y para reorientar toda la producción hacia la satisfacción de las necesidades humanas.

Entre las primeras medidas adoptadas, de las que dependería la dinámica revolucionaria, figuran las siguientes:

«- La socialización inmediata de las grandes concentraciones capitalistas y de los principales centros de actividad productiva.

- Planificación de la producción y la distribución:  el criterio de la producción debe ser la máxima satisfacción de las necesidades y ya no la acumulación.

- Reducción masiva de la jornada laboral.

- Aumento sustancial del nivel de vida.

- Intento de abolir la remuneración basada en el salario y en su forma monetaria.

- Socialización del consumo y de la satisfacción de las necesidades (transporte, ocio, alimentos, etc.).

- La relación entre los sectores colectivizados y los sectores de producción que siguen siendo individuales -especialmente en el campo- debe tender a un intercambio colectivo organizado a través de las cooperativas, suprimiendo así el mercado y el intercambio individual.»[31]

Una experiencia tan importante como la de octubre de 1917 no podía dejar de aportar numerosas enseñanzas, tanto positivas como negativas. En particular respecto a la degeneración y el fracaso de la revolución. Ésta se vio asfixiada por el aislamiento internacional, en particular por el fracaso de la revolución en Alemania. Tuvo que aguantar en previsión de nuevos intentos revolucionarios en los países centrales del capitalismo, resistiendo al mismo tiempo los asaltos de los ejércitos blancos y de la coalición de países desarrollados cuyas tropas desembarcaron en territorio ruso. Este aislamiento condujo muy pronto a la degeneración de la Revolución Rusa y al auge del oportunismo en el seno del partido bolchevique. Uno de los factores de la degeneración de la revolución fue la connivencia entre el poder proletario y el nuevo Estado creado por la revolución[32]. Marx, como muestra su Crítica del Programa de Gotha, parecía haber resuelto el problema de una vez por todas: «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado»[33].

Sin embargo, la teoría marxista del Estado ya había permitido vislumbrar el problema. En su introducción a La guerra civil en Francia, Engels escribió: «En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que se transmite hereditariamente al proletriado triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres,  pueda deshacerse  de todo ese trasto viejo del estado.»[34]

La Revolución Rusa demostró que el Estado, lejos de ser una simple «máquina» que podía cambiar de función cambiando de manos, era ante todo un producto de todas las sociedades de clases del pasado y llevaba en sí todas las formas posibles de opresión. Ninguno de los revolucionarios de la época había imaginado que la contrarrevolución burguesa emergería victoriosa del corazón mismo del Estado, de un Estado que sin embargo se calificaba de proletario, y que sería capaz de reconstituir ex nihilo una nueva clase burguesa rusa apoyándose en la burocracia y en su expresión política, la fracción estalinista.

La Izquierda Comunista Italiana hizo una contribución fundamental a esta cuestión en su valiosísimo trabajo de balance de la década de 1930[35]. La Gauche Communiste de France (GCF) en los años 1940-50, seguida de la Corriente Comunista Internacional, son las únicas que han retomado, dentro de la corriente de la Izquierda Comunista actual, este sólido marco político que nos permitirá afrontar mañana los complejos problemas del periodo de transición. Dejemos que Marc Chirik resuma estos principios: «La sociedad transitoria sigue siendo una sociedad dividida en clases y, como tal, hace surgir necesariamente esa institución propia de todas las sociedades divididas en clases: el Estado.

Con todas las amputaciones y medidas de precaución que se han de imponer a esa institución (funcionarios elegidos y revocables, sueldos iguales a los de los obreros, unificación entre legislativo y ejecutivo, etc.) y que reducen ese Estado a ser un semi-Estado, nunca se ha de perder de vista su carácter histórico anticomunista y por lo tanto antiproletario, esencialmente conservador: el Estado sigue siendo el guardián del statu quo.

Si reconocemos la inevitabilidad de esa institución que el proletariado tendrá que utilizar como un mal necesario, tanto para acabar con la resistencia de la clase capitalista derrocada como para preservar un marco administrativo y político unido a una sociedad que sigue desgarrada por intereses de clases, hemos de rechazar categóricamente la idea de transformar ese Estado en bandera y motor del comunismo. Ese Estado sigue siendo esencialmente un órgano de conservación del statu quo y un freno para el comunismo. No hemos entonces de identificarlo al comunismo ni a la clase que lo lleva en sí, el proletariado. Por definición, el proletariado es la clase más dinámica de la historia puesto que conlleva la desaparición de todas las clases en su lucha por su propia emancipación. Por ello, aun utilizando el Estado, el proletariado expresa su dictadura no a través de él, sino sobre él. Por ello igualmente, el proletariado no ha de reconocer el menor derecho a esa institución de intervenir por la violencia en la clase obrera ni a arbitrar las discusiones de los organismos de la clase, consejos y partido revolucionario.»[36].

Por su parte, los comunistizadores, al haber desvinculado al proletariado de su programa, es decir, de su perspectiva revolucionaria y de su experiencia histórica, son incapaces de extraer lecciones de la historia. No pueden ofrecer ninguna orientación revolucionaria, sólo desilusión, niebla y noche, aventuras desastrosas y, finalmente, la derrota. Al sostener la perspectiva del advenimiento inmediato del comunismo, desempeñan el mismo papel destructor que Bakunin, ese parásito del movimiento obrero: «De la misma manera que los primeros cristianos tomaron como modelo de su organización su paraíso imaginario, de la misma manera, nosotros debernos, según eso, tornar también como modelo nuestro el futuro paraíso social del señor Bakunin, y en vez de luchar, rezar oraciones y tener esperanza. ¡Y esos hombres, que nos predican tales absurdos, se presentan como los únicos revolucionarios auténticos! »[37].

Adeptos del método especulativo, ignoran totalmente el método dialéctico. Son incapaces de plantear correctamente las contradicciones, de comprender cómo se pueden superar, y muy a menudo inventan contradicciones que no tienen nada que ver con la realidad. Por ejemplo, la supuesta contradicción entre la clase obrera y el proletariado, es decir, según los modernistas, entre la clase explotada que contribuye únicamente a la reproducción del capital y la clase revolucionaria producida por su imaginación. He aquí a dónde nos lleva esto en relación con la Revolución alemana de 1918-1919: «El aplastamiento de la Revolución alemana por la socialdemocracia trastoca muchas concepciones [...]. Toda una concepción se derrumbó para estos revolucionarios: era el propio movimiento obrero organizado el que se enfrentaba a ellos como la principal fuerza contrarrevolucionaria, el que sostenía el Estado, el que organizaba los cuerpos francos... Pero es más, en el primer Congreso de los Consejos de Obreros y Soldados alemanes, ¡era el SPD el que tenía la mayoría! »[38].

Aquí podemos ver el estado de ánimo de la pequeña burguesía contestataria de 1968, que creía ver en el PCF un primer paso hacia la conciencia de clase, en lugar de ver en él la expresión del capitalismo de Estado, que permitía a la burguesía penetrar en el proletariado -gracias a los sindicatos, los partidos de izquierda y los izquierdistas- para controlarlo e intentar impedir cualquier despertar de conciencia o cualquier movimiento general; Del mismo modo, la socialdemocracia, que acababa de pasarse al campo burgués al apoyar la guerra imperialista, se presenta aquí como una emanación del proletariado. Pero desde hace 56 años, ha corrido mucha agua bajo los puentes. Tal afirmación se ha convertido ahora en criminal porque perpetúa la confusión entre la clase revolucionaria y el enemigo de clase disfrazado de falso socialismo, confusión de la que tanto le costó desembarazarse al proletariado de la época y que le condujo a las masacres de la Primera Guerra Mundial. Pero los comunistizadores no se detuvieron ahí y participaron también en la gigantesca campaña ideológica de Estado que intentó hacer pasar el estalinismo por comunismo y confundió a Stalin con Lenin. Esta es su pequeña contribución a los esfuerzos de la burguesía por impedir que la clase obrera recupere su identidad de clase y su perspectiva revolucionaria tras el revés de los años noventa.

Al reanudar sus luchas de resistencia por las reivindicaciones inmediatas desde 2022, el proletariado ha contradicho una vez más las expectativas de los comunistizadores. Estas luchas constituyen la base material que permitirá al proletariado redescubrir su identidad de clase, resistir al desencadenamiento de guerras imperialistas regionales, desarrollar su conciencia y redescubrir su perspectiva revolucionaria. Por el contrario, el proletariado que recorre las mentes de los comunistizadores, como ayer recorrió las mentes de los pequeñoburgueses de 1968, es imaginario y fantasioso, y no tiene nada que ver con el proceso histórico real. Gracias a su método y convicciones revolucionarias, Marx ya había denunciado de antemano a estos pretenciosos idealistas y su pomposa retórica: «Ante el primer estallido de la revuelta obrera de Silesia, la única tarea de una mente pensante y amante de la verdad no era juzgar el acontecimiento como un pedante, sino, por el contrario, estudiar su carácter particular. Es cierto que esto requiere un poco de comprensión científica y un poco de amor al ser humano, mientras que para la otra operación, una fraseología hecha, teñida de vano amor propio, es más que suficiente»[39].

Avrom Elberg

 

 

[1] Roland Simon, (en francés) Senonevero; Histoire critique de l´ultragauche.pdf, Marsella, 2009, p. 19.

[2] Manifiesto del Partido Comunista, capítulo III, Literatura socialista y comunista, 2. Socialismo conservador y burgués.

[3] De estos cuatro discípulos de Stalin, sólo dos, Mao y Ho Chi Minh, pertenecieron al movimiento obrero en su juventud antes de ser arrastrados al oportunismo y la traición bajo la bandera del «socialismo en un solo país».

[4]La izquierda comunista germano-holandesa también desapareció por una degeneración consejista que a menudo desembocó en el izquierdismo. Varios grupos políticos actuales proceden de la izquierda italiana. La mayoría de ellos pertenecen al medio político proletario, pero han cuestionado las principales posiciones adquiridas por la Izquierda Comunista Italiana desde su nacimiento en el Congreso de Bolonia en 1912 hasta la autodisolución de la Fracción Italiana en mayo de 1945.

[5] François Danel, (en francés) prefacio a la antología Rupture dans la théorie de la révolution, Textes 1965-1975, publicada por Éditions Entremonde en 2018, Pág.9.

[6] Véase en particular el artículo contra los situacionistas en Révolution internationale antigua serie nº 2 de febrero de 1969: «Comprender a Mayo». Reimpresa en la Revista Internacional 74 y on line.

[8] Jean Barrot (Gille Dauvé), Communisme et question russe, París, La Tête de Feuilles, 1972, p. 23

[9] Citado en Rupture dans la théorie de la révolution, Op. cit, p. 212.

[10] Este argumento cae lastimosamente en saco roto, ya que la verdadera dominación del capital sobre el trabajo, que Marx explicó, es una revolución en el proceso técnico del trabajo que se generalizó a principios del siglo XIX y que los comunistizadores confunden con la aparición del capitalismo de Estado en 1914 bajo la presión de la guerra imperialista. Pero el objetivo era también echar un velo de confusión sobre la teoría subversiva de la decadencia del capitalismo adoptada por la Internacional Comunista en su primer congreso.

[11] Gilles Dauvé, De la crise à la communisation, París, ed. Entremonde, 2017, p. 21.

[12] Este fue el caso de René Riesel, líder situacionista de Mayo del 68, que durante un tiempo dirigió la Confédération paysanne con José Bové.

[13] Vaneigem, también dirigente situacionista de Mayo del 68, no oculta su amistad con Robert Ménard, alcalde ultraderechista de Bézier en Francia. Este último es sin duda el inspirador de esta pieza de bravura: «No condeno (¿y con qué derecho?) el batiburrillo de análisis, debates e informes de expertos que fustigan al capitalismo. Mi indiferencia o mi reserva nacen de una simple constatación: a los críticos del viejo mundo les falta una dimensión esencial, la insurrección del corazón». Raoul Vaneigem, Du Traité de savoir-vivre à l'usage des jeunes générations à la nouvelle insurrection mondiale, (Tratado de buenos modales hacia la nueva insurrección mundial) 2023, p. 13.

[14] A principios de los años 1990, hubo en Francia toda una campaña montada por restos de la «ultraizquierda» en torno a las «revelaciones» de Faurisson sobre la supuesta inexistencia de campos de exterminio nazis, campaña recuperada en gran medida por la extrema derecha. Al volver a poner de moda las tesis trasnochadas del antisemita Faurisson, la «ultraizquierda negacionista» ha servido bien, incluso en su momento y del mismo modo que Le Pen, a la propaganda burguesa de la izquierda destinada a poner a los trabajadores detrás de la defensa del Estado democrático en nombre del «retorno del peligro fascista». Sobre este tema, lee nuestro artículo «El pantano de la “ultraizquierda” al servicio de las campañas de la burguesía» en nuestro folleto «Fascismo y democracia: dos expresiones de la dictadura del capital».

[15] Rupture dans la théorie de la révolution, Op. cit, p. 9.

[16] De la crise à la communisation, op. cit. p. 116.

[17] Rupture dans la théorie de la révolution, op. cit. p. 13.

[18] Citado en B. Nicolaïevski, O. Mænchen-Helfen, La vie de Karl Marx, París, Gallimard, 1970, p. 336.

[19] Rupture dans la théorie de la révolution, Op. cit, pp. 10 y 22.

[20] En la Antigüedad, la república romana, enfrentada a una profunda crisis interna, se dio la opción de confiar temporalmente el poder a un tirano. En virtud de la ley del dictatore creando, el Senado romano podía ceder parcialmente el poder por un período no superior a seis meses.

[22] Se trata de un artículo de Mitchell de la serie “Problemas del periodo de trancisión 3” publicado en Bilan nº 28 (febrero-marzo de 1936) y reeditado en la Revista Internacional nº 129 (2° trimestre de 2007).

[23] Un próximo artículo de esta serie abordará la cuestión de la política económica aplicada por la dictadura del proletariado para llevar a cabo la disolución de todas las categorías económicas del capitalismo.

[24] Las tres últimas citas proceden del Manifiesto Comunista, capítulo II: «Proletarios y comunistas», pags 66 y 67, Ed CRÍTICA (Grijalbo Mondadori, S.A.) 1998, Barcelona

[25] K. Marx, Prefacio a El Capital, 1867, pag. 8, Ed. Siglo XXI 1978, Madrid

[26] En Programme Communiste n° 72, diciembre de 1976, p. 39.

[27] De la crise à la communisation, op. cit, p. 125.

[28] Véase el artículo de nuestros camaradas, Argentina: la mistificación de los "piqueteros" (NCI), en Revista Internacional n° 119, 4º trimestre de 2004.

[29] K. Marx, Notes critiques à « Étatisme et anarchie », en Marx/Bakounine, Socialisme autoritaire ou libertaire, París, éd. UGE-10/18, 1975, tomo 2, p. 375.

[30] Lenin, El Estado y la revolución, en Obras escogidas en tres tomos, T. 2, pag 333, Ed Progreso, Moscú, 1978

[31] «El comunismo está en el orden del día de la historia: Marc Chirik y el Estado en el período de transición»; Revista Internacional 165

[32] Dejamos aquí de lado otro importante factor de degeneración, el sustitucionismo, es decir, el ejercicio del poder por el partido, que llevó a la destrucción de los consejos obreros rusos.

[33] K. Marx, Crítica del Programa de Gotha (IV) en Marxist internet archives: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/critica-al-programa-de-gotha.htm

[34] Friedrich Engels, Introducción a K. Marx, La Guerra Civil en Francia, en Carlos Marx-Federico Engels, Obras escogidas  en dos tomos, Tomo primero, pag 504, AKAL Ed. 1975, Madrid

[35] Véase nuestro libro La Gauche communiste d'Italie.

[36] Marc Chirik, «Problèmas del période de transición», en Revista Internationale nº 1, abril de 1975. https://es.internationalism.org/revista-internacional/197501/955/problemas-del-periodo-de-transicion

[37] Friedrich Engels, El congreso de Sonvillier y la Internacional, https://www.grupgerminal.org/?q=system/files/1872-01-03-sonvillier-engels_0.pdf

[38] Histoire critique de l'ultragauche, op. cit. p. 29.

[39] K. Marx, Glosas críticas al margen del artículo « «El rey de Prusia y la reforma social por un prusiano» MIAléiade III, p. 414.

 

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Serie Critica "Comunistizadores"