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Comenzando con una pandemia espantosa, la década de 2020 ha sido un recordatorio concreto de la única alternativa que existe: la revolución proletaria o la destrucción de la humanidad. Con el Covid 19, el conflicto en Ucrania y el crecimiento de la economía de guerra en todas partes, la crisis económica y su devastadora inflación, con el calentamiento global y la devastación de la naturaleza amenazando cada vez más la vida misma, con el auge del sálvese quien pueda, de la irracionalidad y el oscurantismo, y la descomposición de todo el tejido social, la década de 2020 no es sólo testigo de una acumulación de lacras asesinas; todas estas lacras convergen, se combinan y se alimentan unas a otras. La década de 2020 será una concatenación de todos los peores males del capitalismo decadente y putrefacto. El capitalismo ha entrado en una fase de graves convulsiones extremas, entre las cuales la más amenazadora y sangrienta es el riesgo de un aumento de los conflictos bélicos1.
La decadencia del capitalismo tiene una historia, y desde 1914 ha pasado por varias etapas. La que comenzó en 1989 es “una fase específica -la fase última- de su historia, en la que la descomposición se convierte en un factor, si no el factor decisivo, de la evolución de la sociedad”2 La característica principal de esta fase de descomposición, sus raíces más profundas, lo que socava el conjunto de la sociedad y engendra el pudrimiento, es la ausencia de perspectiva. Esta década de 2020 demuestra una vez más que la burguesía sólo puede ofrecer a la humanidad más miseria, guerra y caos, en un desorden creciente y cada vez más irracional. Pero ¿qué pasa con la clase obrera? ¿Qué pasa con su perspectiva revolucionaria, el comunismo? Es evidente que el proletariado lleva décadas sumido en inmensas dificultades; sus luchas son escasas y poco masivas, su capacidad para organizarse sigue siendo extremadamente limitada y, sobre todo, ya no sabe que existe como clase, como fuerza social capaz de liderar un proyecto revolucionario. Es decir, el tiempo no está a favor de la clase obrera.
Sin embargo, si existe este peligro de una erosión lenta y finalmente irreversible de los fundamentos mismos del comunismo, no hay fatalidad para este final en la barbarie total; por el contrario, la perspectiva histórica permanece totalmente abierta. En efecto, “a pesar del golpe asestado por el hundimiento del bloque del Este a la toma de conciencia del proletariado, éste no ha sufrido ninguna derrota importante en el terreno de su lucha, en ese sentido su combatividad permanece prácticamente intacta. Pero, por otra parte, y éste es el elemento que determina en última instancia la evolución de la situación mundial, el mismo factor que está en el origen del desarrollo de la descomposición, la agravación inexorable de la crisis del capitalismo constituye el estímulo esencial de la lucha y de la toma de conciencia de la clase, la condición misma de su capacidad para resistir al veneno ideológico de la putrefacción de la sociedad. Su lucha contra los efectos directos de la propia crisis constituye la base del desarrollo de su fuerza y de su unidad de clase3.
Justamente hoy, con el terrible agravamiento de la crisis económica mundial y el retorno de la inflación, la clase obrera comienza a reaccionar y a reencontrar el camino de su lucha. Persisten todas sus dificultades históricas; su capacidad para organizar sus propias luchas y aún más la toma de conciencia de su proyecto revolucionario están todavía muy lejos, pero la combatividad creciente frente a los golpes brutales asestados por la burguesía a las condiciones de vida y de trabajo es el terreno fértil en el que el proletariado puede redescubrir su identidad de clase, volver a tomar conciencia de lo que es, de su fuerza cuando lucha, se solidariza y desarrolla su unidad. Se trata de un proceso, de una lucha que se reanuda tras años de estancamiento, de un potencial que dejan entrever las huelgas actuales. La señal más fuerte de esta posible dinámica es la vuelta de la huelga en el Reino Unido. Se trata de un acontecimiento de importancia histórica.
El retorno de la combatividad de los trabajadores en respuesta a la crisis económica podría convertirse en un foco de toma de conciencia. Hasta ahora, cada aceleración de la descomposición ha dado un golpe paralizante a los esfuerzos embrionarios de combatividad de los trabajadores: el movimiento en Francia en 2019 sufrió el estallido de la pandemia; las luchas del invierno de 2021 se detuvieron ante la guerra en Ucrania, etc. Esto significa una dificultad adicional nada desdeñable al desarrollo de las luchas y de la confianza del proletariado en sí mismo. Sin embargo, no hay otro camino que la lucha; la lucha misma es la primera victoria. El proletariado mundial, en un proceso muy atormentado, con muchas y amargas derrotas, puede empezar poco a poco a recuperar su identidad de clase y lanzarse finalmente a una ofensiva internacional contra este sistema moribundo. En otras palabras, los próximos años serán decisivos para el futuro de la humanidad.
Durante la década de 1980, el mundo se dirigía claramente hacia la guerra o hacia grandes enfrentamientos de clase. El desenlace de esta década fue tan inesperado como inédito: por un lado, la imposibilidad para la burguesía de avanzar hacia la guerra mundial, impedida por la negativa de la clase obrera a aceptar sacrificios, y por otro, esta misma clase obrera, incapaz de politizar sus luchas y de ofrecer una perspectiva revolucionaria, condujeron a una especie de bloqueo, sumiendo al conjunto de la sociedad en una situación sin futuro y llevando a la podredumbre generalizada. Los “años de la verdad” de la década de 19804 desembocaron así en la Descomposición. Hoy, la situación se plantea en condiciones históricas más intensas y dramáticas:
Por un lado, la década de 2020 mostrará, con una acuidad aún mayor, la posibilidad de la destrucción de la humanidad contenida en la Descomposición capitalista.
Pero, por otra parte, el proletariado comenzará a dar los primeros pasos, a menudo vacilantes y llenos de debilidades, en el camino de sus luchas, conduciéndolo hacia su capacidad histórica de plantear la perspectiva del comunismo. El proletariado va a pasar por una muy dura y difícil escuela de aprendizaje.
Los dos polos de la perspectiva se plantearán y chocarán. Durante esta década, va a haber al mismo tiempo una agravación cada vez más dramática de los efectos de la Descomposición, y reacciones obreras portadoras de un futuro diferente. La única alternativa, la destrucción de la humanidad o la revolución proletaria, volverá y se hará cada vez más palpable. Se trata, pues, de un combate, de una lucha, de la lucha de clases. Y para que el resultado sea favorable, el papel de las organizaciones revolucionarias será vital. Tanto si se trata del desarrollo de la conciencia y de la organización de la clase en la lucha, como de la clara comprensión de los retos y de la perspectiva por las minorías, nuestra intervención será decisiva. Por tanto, necesitamos tener la conciencia más clara y lúcida de la dinámica en curso, de su potencial, de las fuerzas y debilidades de nuestra clase, así como de los ataques ideológicos y las trampas tendidas en el camino ante nosotros por la situación histórica de la Descomposición y por la burguesía, la clase dominante más inteligente y maquiavélica de la historia.
1. Ante la guerra, la clase obrera no ha sufrido una derrota decisiva...
La guerra es siempre un momento decisivo para el proletariado mundial. Con la guerra, la clase obrera mundial sufre la masacre de una parte de sí misma, pero también una bofetada monumental asestada por la clase dominante. Desde todos los puntos de vista, la guerra es exactamente lo contrario de lo que es la clase obrera, de su naturaleza internacional simbolizada por su grito de rebelión: “Los trabajadores no tienen patria. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”.
El estallido del conflicto en Ucrania puso así a prueba al proletariado mundial. La reacción a esta barbarie es un marcador esencial para comprender dónde se encuentra nuestra clase, dónde está la relación de fuerzas con la burguesía. Y aquí no hay homogeneidad. Al contrario, hay enormes diferencias entre países, entre la periferia y las regiones centrales del capitalismo.
En Ucrania, la clase obrera está aplastada física e ideológicamente. Ampliamente implicada en la defensa de la patria, contra “el invasor ruso”, contra “el bruto y asesino Putin”, por la defensa de “la cultura y las libertades ucranianas”, por la democracia, los obreros participan en la movilización en las fábricas como en las trincheras. Esta situación es evidentemente el resultado de la debilidad del movimiento obrero internacional, pero también de la historia del proletariado en Ucrania. Aunque se trata de un proletariado concentrado y educado, con una larga experiencia, este proletariado ha sufrido también, y, sobre todo, toda la fuerza de las consecuencias de la contrarrevolución y del estalinismo. La hambruna organizada por el poder soviético en los años 1930, el Holomodor, en el que perdieron la vida 5 millones de personas, sentó las bases de un odio hacia el vecino ruso y de un poderoso sentimiento patriótico. Más recientemente, a principios de la década de 2010, todo un sector de la burguesía ucraniana optó por emanciparse de la tutela rusa y aliarse con Occidente. En realidad, esta evolución testimoniaba la creciente presión de Estados Unidos en toda la región. “La Revolución Naranja”5 de 2004, seguida de la Maïdan (o “Revolución de la dignidad”) de 2014, mostraron hasta qué punto una parte muy importante de la población se adhería a la defensa de la “democracia” y de la independencia ucraniana frente a la influencia rusa. Desde entonces, la propaganda nacionalista no ha hecho más que intensificarse, culminando en febrero de 2022.
La incapacidad de la clase obrera de este país para oponerse a la guerra y a su reclutamiento, incapacidad que abrió la posibilidad de esta carnicería imperialista, indica hasta qué punto la barbarie y la podredumbre capitalistas están ganando terreno en partes cada vez más amplias del planeta. Después de África, Oriente Medio y Asia Central, ahora una parte de Europa Central tiende a verse sumida en la carnicería y el caos imperialista; Ucrania ha mostrado que en ciertos países satélites de la antigua URSS, en Bielorrusia, Moldavia y la antigua Yugoslavia, existe un proletariado debilitado por décadas de implacable explotación por el estalinismo en nombre del comunismo, por el peso de las ilusiones democráticas y gangrenado por el nacionalismo, para que la guerra pueda continuar. En Kosovo, Serbia y Montenegro, las tensiones efectivamente van en aumento.
En Rusia, en cambio, el proletariado no está dispuesto a aceptar sacrificar masivamente su vida. Es cierto que la clase obrera de Rusia no es capaz de oponerse a la aventura bélica de su propia burguesía; es cierto que acepta esta barbarie y sus 100.000 muertos sin reaccionar. Es cierto que la reacción de los reclutas para no ir al frente es la deserción o la automutilación, todos estos actos individuales desesperados que reflejan la ausencia de reacción de clase, pero el hecho es que la burguesía rusa no puede declarar la movilización general. Esto se debe a que los trabajadores rusos no apoyan suficientemente la idea de dejarse triturar la carne en masa en nombre de la Patria.
Por lo tanto, sería un error deducir demasiado rápidamente de la debilidad del proletariado en Ucrania, que el camino también está despejado para el desencadenamiento del fuego militar entre China y Taiwán o entre las dos Coreas. En China, Corea del Sur y Taiwán la clase obrera tiene una concentración, una educación y una conciencia mayores que en Ucrania, y mayores que en Rusia. El rechazo para convertirse en carne de cañón sigue siendo hoy la situación más plausible en estos países. Así pues, más allá de la relación de fuerzas entre las potencias imperialistas implicadas en esta región del mundo, en primer lugar, China y Estados Unidos, la presencia de una muy fuerte concentración obrera educada representa el primer freno a la dinámica guerrera.
En cuanto a los países centrales, a diferencia de 1990 o 2003, las grandes potencias democráticas no están directamente implicadas en el conflicto ucraniano, ni envían sus tropas de soldados profesionales. Por el momento, sólo pueden apoyar política y militarmente a Ucrania contra la invasión rusa, para defender la libertad democrática del pueblo ucraniano contra el dictador Putin, mediante el envío de armas, todas etiquetadas como “armas defensivas”.
En 2003, y más aún en 1991, los efectos de la guerra se tradujeron en una relativa parálisis de la combatividad, pero también en una reflexión preocupada y profunda sobre los retos históricos. Esta situación en el seno de la clase hizo necesaria, por parte de las fuerzas de la izquierda de la burguesía, la organización de manifestaciones pacifistas que habían florecido prácticamente en todas partes contra “el imperialismo estadounidense y sus aliados”. Estas grandes movilizaciones contra las intervenciones de los países occidentales no fueron obra de la clase obrera; al decir “estamos en contra de la política de nuestro gobierno que participa en la guerra”, tuvieron un impacto en la clase obrera que condujo al bloqueo y esterilizó cualquier esfuerzo de toma de conciencia. Hoy no ha ocurrido nada parecido, no ha habido movilizaciones pacifistas de ese tipo. Quienes critican la política de los países occidentales y su apoyo a Ucrania son principalmente las fuerzas de extrema derecha vinculadas a Putin. En Estados Unidos, son los trumpistas o los republicanos los que “vacilan”.
Esta ausencia de movilización pacifista no significa hoy indiferencia, y menos aún adhesión del proletariado a la guerra. Sí, la campaña para defender la democracia y la libertad de Ucrania contra el agresor ruso ha demostrado toda su eficacia en este sentido: la clase obrera está atrapada por el poder de la propaganda prodemocrática. Pero, a diferencia de 1991, la otra cara de la moneda es que no tiene ningún impacto en la combatividad de los trabajadores. Estamos lejos de una simple no adhesión pasiva. No solamente la clase obrera en los países centrales no sigue sin estar dispuesta a aceptar a los muertos (incluso de los soldados profesionales), sino que también se niega a aceptar los sacrificios que implica la guerra y la degradación de sus condiciones de vida y de trabajo. Así, en Gran Bretaña, el país europeo que está a la vez más implicado material y políticamente en la guerra y es el más determinado a apoyar a Ucrania, es al mismo tiempo donde se expresa más fuertemente la combatividad obrera por el momento. Las huelgas en el Reino Unido son la parte más avanzada de la reacción internacional, del rechazo por parte de la clase obrera de los sacrificios (de la sobreexplotación, de la reducción de la mano de obra, del aumento de los ritmos de producción, del alza de los precios, etc.) que la burguesía impone al proletariado, y que el militarismo le ordena imponer cada vez más.
Uno de los límites actuales de los esfuerzos de nuestra clase es su incapacidad para establecer el vínculo entre el deterioro de sus condiciones de vida y la guerra. Las luchas obreras que tienen lugar y se desarrollan son una respuesta de los trabajadores a las condiciones a las que se enfrentan; son la única respuesta posible y portadora del porvenir frente a la política de la burguesía, pero, al mismo tiempo, no son capaces, por el momento, de asumir por su cuenta e integrar la cuestión de la guerra. No obstante, debemos permanecer muy atentos a la posible evolución. Por ejemplo, en Francia, el jueves 19 de enero, hubo una manifestación extremadamente masiva tras el anuncio de una reforma de las pensiones en nombre del equilibrio presupuestario y la justicia social; al día siguiente, el viernes 20 de enero, el presidente Macron oficializó a bombo y platillo un presupuesto militar récord de 400,000 millones de euros. La concomitancia entre los sacrificios exigidos y los gastos de guerra está destinada, con el tiempo, a abrirse camino en la mente de los trabajadores.
La intensificación de la economía de guerra implica directamente un agravamiento de la crisis económica; la clase obrera todavía no ha hecho realmente la conexión, y no se está movilizando, en general, contra la economía de guerra, pero se está levantando contra sus efectos, contra la crisis económica, ante todo contra unos salarios demasiado bajos frente a la inflación.
Esto no es ninguna sorpresa. La historia demuestra que la clase obrera no se moviliza directamente contra la guerra en el frente, sino contra sus efectos en la vida cotidiana en la retaguardia. Ya en 1982, en un artículo de nuestra revista titulado “¿Es la guerra una condición favorable para la revolución comunista?”, respondíamos negativamente y afirmábamos que es sobre todo la crisis económica la que constituye el terreno más fértil para el desarrollo de las luchas y de la conciencia, añadiendo con toda razón que “la profundización de la crisis económica está rompiendo estas barreras en la conciencia de un número creciente de proletarios a través de hechos que demuestran que se trata de la misma lucha de clases”.
2. ...por el contrario, está reencontrando el camino de la lucha frente a la crisis
La reacción de la clase obrera ante la guerra, aunque muy heterogénea en todo el mundo, muestra que allí, donde está la clave del futuro, allí donde hay experiencia histórica acumulada, en los países centrales, el proletariado no ha sufrido una derrota significativa, que no está dispuesto a dejarse reclutar y a sacrificar su vida. Es más, su reacción a los efectos de la crisis económica indica una dinámica hacia la reanudación de la combatividad obrera en estos países.
Reencontrando el camino de la huelga, los trabajadores británicos han enviado una señal clara a los trabajadores de todo el mundo: “Tenemos que luchar. Ya basta”. Parte de la prensa de izquierda llegó a titular: “En el Reino Unido: el gran retorno de la lucha de clases”. La entrada del proletariado británico en la lucha es, pues, un acontecimiento de importancia histórica.
Esta oleada de huelgas ha sido dirigida por la fracción del proletariado europeo que más ha sufrido el retroceso general de la lucha de clases desde finales de los años ochenta. Si en los años 70, aunque con cierto retraso respecto a otros países como Francia, Italia o Polonia, los trabajadores británicos habían desarrollado luchas muy importantes que culminaron en la oleada de huelgas de 1979 (“el invierno del descontento”), durante los años 80, la clase obrera británica sufrió una eficaz contraofensiva de la burguesía que culminó con la derrota de la huelga de mineros de 1985 por Margaret Thatcher. En cierto modo, esta derrota y el retroceso del proletariado británico anunciaron el retroceso histórico del proletariado mundial, revelando antes de tiempo el resultado de la incapacidad de politizar las luchas y el peso de la debilidad resultado del corporativismo. Durante las décadas de 1990 y 2000, Gran Bretaña se vio especialmente afectada por la desindustrialización y la transferencia de industrias a China, India o Europa del Este. En los últimos años, los trabajadores británicos han sufrido la embestida de los movimientos populistas y, sobre todo, por la ensordecedora campaña del Brexit, que estimuló la división entre “remainers” y “leavers” (división entre los que querían que permaneciera y los que querían que se abandonara), y luego por la crisis de Covid, que ha pesado mucho sobre la clase trabajadora. Por último, más recientemente aún, ésta se ha enfrentado al llamamiento a los sacrificios necesarios del esfuerzo de guerra, sacrificios que son “muy ínfimos” comparados con los del “heroico pueblo ucraniano” que resiste bajo las bombas. Sin embargo, a pesar de todas estas dificultades y obstáculos, hoy aparece en la escena social una generación de proletarios que ya no está afectada, como sus mayores, por el peso de las derrotas de la “generación Thatcher”; una nueva generación que levanta cabeza mostrando que la clase obrera es capaz de responder a los ataques mediante la lucha. En definitiva, guardando las proporciones, asistimos a un fenómeno bastante comparable (aunque no idéntico) al que vio surgir a la clase obrera francesa en 1968: la llegada de una generación más joven, menos afectada que sus mayores por el peso de la contrarrevolución. Así, del mismo modo que la derrota de 1985 en el Reino Unido anunció el retroceso general de finales de los años 80, el retorno de la combatividad obrera y de las huelgas en la isla británica indica una dinámica profunda en las entrañas del proletariado mundial. El “verano de la ira” (que ha continuado en otoño, invierno... y pronto en primavera) sólo puede ser un estímulo para todos los trabajadores del mundo, y esto por varias razones: se trata de la clase obrera de la quinta potencia económica mundial, y de un proletariado anglófono cuyas luchas están llamadas a tener un gran impacto en países como Estados Unidos, Canadá, y en aun en otras partes del mundo como India y Sudáfrica. Como el inglés es la lengua de comunicación mundial, la influencia de estos movimientos supera necesariamente la de las luchas en Francia o Alemania, por ejemplo. En este sentido, el proletariado británico está mostrando el camino no sólo a los trabajadores europeos, que tendrán que estar en la vanguardia de la creciente de la lucha de clases, sino también al proletariado mundial, y en particular al proletariado estadounidense. En la perspectiva de las luchas futuras, la clase obrera británica podrá servir así de enlace entre el proletariado de Europa Occidental y el proletariado americano. En Estados Unidos, como han demostrado las huelgas en muchas fábricas en los últimos años, hay una creciente combatividad de la clase y el movimiento Occupy había revelado toda la reflexión que trabaja en sus entrañas; no debemos olvidar que el proletariado tiene una gran historia y experiencia a este lado del Atlántico. Pero sus debilidades son también muy grandes: el peso de la irracionalidad, del populismo y del atraso, el peso del aislamiento continental, el peso de la ideología pequeñoburguesa y burguesa en materia de libertades, razas, etc. El lazo con Europa, ese vínculo de unión que proporciona el Reino Unido, es aún más crucial.
Para entender cómo el retorno de la huelga al Reino Unido es una señal de la posibilidad de un futuro desarrollo de la lucha y de la conciencia proletarias, tenemos que volver a lo que dijimos en nuestra Resolución sobre la situación internacional adoptada en nuestro Congreso Internacional de 2021: “En 2003, basándose en las nuevas luchas en Francia, Austria y otros lugares, la CCI predijo una renovación de las luchas por parte de una nueva generación de proletarios que habían sido menos influenciados por las campañas anticomunistas y que se enfrentaría a un futuro cada vez más incierto. En gran medida, estas predicciones fueron confirmadas por los acontecimientos de 2006-2007, en particular la lucha contra el CPE (Contrato del Primer Empleo) en Francia, y de 2010-2011, en particular el movimiento de los Indignados en España. Estos movimientos han mostrado importantes avances en términos de solidaridad entre generaciones, de autoorganización a través de asambleas, de la cultura del debate, de auténticas preocupaciones por el futuro al que se enfrenta la clase trabajadora y la humanidad en su conjunto. En este sentido, mostraron el potencial para unificar las dimensiones económica y política de la lucha de clases. Sin embargo, nos llevó mucho tiempo comprender las inmensas dificultades a las que se enfrentaba esta nueva generación, 'criada' en condiciones de descomposición, dificultades que impedirían al proletariado invertir el retroceso posterior al 89 durante este periodo”6. El elemento clave de estas dificultades ha sido la continua erosión de la identidad de clase. Esto es lo que explica principalmente que el movimiento del CPE de 2006 no haya dejado ninguna huella visible: tras éste, no hubo círculos de discusión, ni aparición de pequeños grupos, ni tampoco libros, ni recopilaciones de testimonios, etc., hasta el punto de que hoy en día es totalmente desconocido entre los jóvenes. Los estudiantes precarios de la época habían utilizado los métodos de lucha del proletariado (las asambleas generales) y de la naturaleza de su lucha (la solidaridad) sin siquiera saberlo, lo que les impidió tomar conciencia de la naturaleza, de la fuerza y de los objetivos históricos de su propio movimiento. Esta es la misma debilidad que obstaculizó el desarrollo del movimiento de los Indignados en 2010-2011 y que impidió extraer sus frutos y lecciones. De hecho, “a pesar de los significativos avances logrados a nivel de la conciencia y de la organización, la mayoría de los Indignados se veían a sí mismos como 'ciudadanos' y no como miembros de una clase, lo que les hacía vulnerables a las ilusiones democráticas pregonadas por grupos como Democracia real ¡Ya! (el futuro Podemos), y más tarde al veneno del nacionalismo catalán y español”7. Por falta de raíces, el movimiento quedó a la deriva. Porque es el reconocimiento de un interés común de clase, opuesto al de la burguesía, porque es la “constitución del proletariado en clase”, como dice el Manifiesto Comunista, la identidad de clase es inseparable del desarrollo de la conciencia de clase. Por ejemplo, sin identidad de clase es imposible relacionarse conscientemente con la historia de la clase, sus luchas y sus lecciones.
Los dos grandes momentos del movimiento proletario desde los años 80, el movimiento contra el CPE y los Indignados, se esterilizaron o se recuperaron sobre todo a causa de esta ausencia de base para el desarrollo más general de la conciencia, a causa de esta pérdida de identidad de clase. Es esta considerable debilidad la que el retorno de la huelga en el Reino Unido tiene el potencial de superar. Históricamente, el proletariado en el Reino Unido está marcado por grandes debilidades (el control sindical y el corporativismo, el reformismo)8, pero la palabra “trabajador” ha sido menos borrada allí que en otros lugares; en el Reino Unido la palabra no es vergonzosa; y esta huelga puede empezar a ponerla “al día” internacionalmente. Los trabajadores del Reino Unido no están mostrando el camino en todos los aspectos, porque sus métodos de lucha están demasiado marcados por sus debilidades, ese será el papel del proletariado en otros lugares, pero hoy están enviando el mensaje esencial: no luchamos como ciudadanos o estudiantes, sino como trabajadores. Y este paso adelante es posible gracias al inicio de una reacción de la clase obrera a la crisis económica.
La realidad de esta dinámica se puede calibrar por la reacción preocupada de la burguesía, sobre todo en Europa Occidental, ante los peligros que plantea la extensión de la “degradación de la situación social”. Este es particularmente el caso de Francia, Bélgica, España y Alemania, donde la burguesía, contrariamente a la actitud de la burguesía británica, ha tomado medidas para limitar los aumentos de los precios del petróleo, el gas y la electricidad o para compensar el impacto de la inflación y de las subidas de precios mediante subsidios o recortes de impuestos, afirmando alto y claro que quiere proteger el “poder adquisitivo” de los trabajadores. En Alemania, en octubre y noviembre de 2022, las “huelgas de advertencia” desembocaron inmediatamente en el anuncio de “primas por inflación” (3000 euros en la industria metalúrgica, 7000 en la automovilística) y en promesas de aumentos salariales.
Pero con la realidad del empeoramiento de la crisis económica mundial, las burguesías nacionales se ven obligadas, sin embargo, a atacar a su proletariado en nombre de la competitividad y el equilibrio presupuestario; sus medidas de “protección” y otros “escudos” se están reduciendo gradualmente. Así, en Italia, la “Ley de Finanzas 2023” recorta una gran parte de las “ayudas especiales” y constituye un nuevo ataque frontal a las condiciones de vida y de trabajo. En Francia, el gobierno de Macron tuvo que anunciar su gran reforma de las pensiones a principios de enero de 2023, tras meses de retraso y preparación. El resultado: manifestaciones masivas, superando incluso las expectativas sindicales. Más allá del millón de personas en las calles, es la atmósfera y la naturaleza de las discusiones en estas marchas en Francia lo que mejor revela aquello que se está gestando en las profundidades de nuestra clase:
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La reforma de las pensiones es descrita por muchos como “la gota de agua que colmó el vaso”; es el conjunto de la situación que se ha vuelto intolerable e insoportable.
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“A un momento dado, ya basta”. Esta idea, expresada en las manifestaciones, llegó a las portadas de uno de los periódicos. Era claramente un eco del “Enough is enough” británico. El vínculo con la situación en el Reino Unido parecía obvio para los manifestantes con los que hablamos mientras distribuíamos nuestra hoja internacional: “Tenéis razón, es lo mismo en todas partes, en todos los países”.
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Es una confirmación de lo que ya habíamos percibido en las manifestaciones de 2019 y durante las huelgas de otoño de 2022: la sensación de que todos estamos “en el mismo barco”. Las huelgas dispersas que tienen lugar desde hace meses en Francia se perciben como un callejón sin salida, y el “tenemos que luchar todos juntos” emerge cada vez más en la mente de la gente.
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Hay incluso un cierto cambio de ambiente con respecto a las manifestaciones de las últimas décadas, que eran todas de resignación. La idea de que “unidos podemos vencer” está ahora muy presente.
Evidentemente, esta dinámica positiva no se dirige todavía a la autoorganización. La confrontación abierta con los sindicatos es inexistente por el momento. Nuestra clase aún no está ahí. Todavía ni siquiera se ha planteado la cuestión. Y cuando los trabajadores empiecen a enfrentarse a esta cuestión, se tratará de un proceso muy largo con la reconquista de las asambleas generales y comités frente a los escollos de las diferentes formas de sindicalismo (las centrales, las coordinaciones, el de base, etc.). Pero el hecho de que los sindicatos, para ajustarse a las preocupaciones de la clase y mantener la dirección del movimiento, tengan que organizar grandes manifestaciones aparentemente unitarias, cuando han hecho todo lo posible por evitarlo durante meses, muestra que los obreros tienden a querer ser solidarios para luchar.
Será interesante ver cómo evoluciona la situación en el Reino Unido a este respecto. Tras 9 meses de huelgas continuas, la cólera y la combatividad no muestran signos de disminuir. A principios de enero, les tocó a los conductores de ambulancias y a los profesores sumarse a la ronda de huelgas. Y también aquí germinó la idea de luchar juntos. En consecuencia, el discurso sindical ha tenido que adaptarse, dando cada vez más protagonismo a las palabras “unidad”, “solidaridad” ... y las promesas de “manifestaciones” se tienen que cumplir. Por primera vez, hubo sectores en huelga el mismo día, por ejemplo, enfermeras y conductores de ambulancias.
¡Esta simultaneidad de las luchas en varios países no se veía desde los años 80! La influencia de la combatividad del proletariado en el Reino Unido sobre el proletariado en Francia es algo que hay que seguir de cerca, al igual que la influencia de la tradición de manifestaciones callejeras en Francia sobre la situación en el Reino Unido. Hace casi 160 años, el 28 de septiembre de 1864, nació la Asociación Internacional de Trabajadores, principalmente por iniciativa de los proletarios británicos y franceses. Esto es algo más que un guiño a la historia. Revela la profundidad de lo que está ocurriendo: las partes más experimentadas del proletariado mundial vuelven a moverse y a levantar sus voces. El proletariado de Alemania sigue ausente, sigue profundamente marcado por su derrota en los años 20 y su aplastamiento físico e ideológico, pero la dureza de la crisis económica que empieza a golpearle también podría empujarle a reaccionar.
Así, la profundización de la crisis y las consecuencias de la guerra van a ir in crescendo, generando un aumento de la cólera y de la combatividad en todas partes. Y es muy importante que el agravamiento de la crisis económica mundial tome ahora la forma de inflación, porque:
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empuja a los proletarios a la lucha, por necesidad, no les deja otra opción;
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afecta a todos los países
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no es un ataque que la burguesía pueda preparar y luego retirar como una reforma;
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afecta a toda la clase obrera, en todos los sectores;
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no es fruto de tal o cual gobierno o patrón, sino del capitalismo, por lo que implica una lucha y una reflexión más globales, más generales.
A lo largo de la historia, los periodos de inflación han llevado regularmente al proletariado a las calles. Todo el final del siglo 19º estuvo marcado a nivel internacional por la subida de los precios, y al mismo tiempo se desarrolló un proceso de huelgas de masas desde Bélgica en 1892 hasta Rusia en 1905. Polonia en 1980 tuvo sus raíces en la subida de los precios de la carne. El ejemplo opuesto es Alemania en los años 30: aunque la inflación galopante provocó entonces una inmensa cólera, también contribuyó al miedo, al repliegue y a la desorientación de la clase; pero ese momento se situaba en un periodo histórico muy diferente, el de la contrarrevolución, y era precisamente en Alemania donde el proletariado anteriormente había sido más aplastado ideológica y físicamente.
Hoy en día, Alemania (Occidental) se ve afectada por la crisis económica mundial como no lo había estado desde los años 1930, pero este deterioro de las condiciones de vida y de trabajo y la reaparición de la inflación tienen lugar en el contexto de un auge internacional de la combatividad obrera. Por lo tanto, es particularmente importante seguir la evolución de la situación social en este país, tras décadas de relativo letargo.
Así, a pesar de la tendencia de la descomposición a actuar sobre la crisis económica, ésta sigue siendo “el mejor aliado del proletariado”. Es una confirmación más de nuestras Tesis sobre la descomposición: “la agravación inexorable de la crisis del capitalismo constituye el estímulo esencial de la lucha y de la toma de conciencia de la clase, la condición misma de su capacidad para resistir al veneno ideológico de la putrefacción de la sociedad. En efecto, así como el proletariado no puede encontrar un terreno para la unidad de clase en las luchas parciales contra los efectos de la descomposición, su lucha contra los efectos directos de la propia crisis constituye la base del desarrollo de su fuerza y de su unidad de clase.” Así que teníamos razón cuando, en nuestra última resolución sobre la situación internacional, afirmábamos: “debemos rechazar cualquier tendencia a restar importancia a las luchas económicas “defensivas” de la clase, que es una expresión típica de la concepción modernista que ve a la clase sólo como una categoría explotada y no de la misma forma como una fuerza histórica y revolucionaria.” Ya defendimos esta posición cardinal en uno de nuestros artículos pertenecientes a nuestro patrimonio, “La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo”: “La lucha proletaria tiende a superar el marco estrictamente económico para convertirse en social, enfrentándose directamente al Estado, politizándose y exigiendo la participación masiva de la clase”9. La misma idea está contenida en la frase de Lenin: “Detrás de cada huelga se cierne el espectro de la revolución” (ver anexo).
El movimiento de 2006 contra el CPE (Contrato de Primer Empleo) fue una reacción a un ataque económico que planteó inmediatamente profundas cuestiones políticas generales, en particular la de la organización en asambleas, pero también la de la solidaridad entre generaciones. Pero, como hemos visto anteriormente, la pérdida de identidad de clase esterilizó todo este cuestionamiento subyacente. En las futuras huelgas, a escala internacional, frente al hundimiento en la crisis económica, existe la posibilidad de que los trabajadores, incluso con todas sus debilidades e ilusiones, empiecen a verse a sí mismos, a reconocerse, a comprender la fuerza que representan en el colectivo y, por tanto, como clase, y entonces todas esas preguntas que han estado flotando en el aire desde principios de los años 2000 sobre la perspectiva (“Otro mundo es posible”), sobre los métodos de lucha (asambleas y superación de las divisiones corporativistas), el sentimiento de que “todos estamos en el mismo barco”, las oleadas de solidaridad se convertirán en el caldo de cultivo de la unidad, etc., se iluminarán con una nueva luz. Podrán, en fin, empezar a ser conscientemente consideradas y debatidas. Así se entrelazarán las dimensiones económica y política.
La intensificación de la economía de guerra y el agravamiento de la crisis económica en todo el mundo están creando un aumento de la ira y la combatividad también a escala mundial. Y, como frente a la guerra, la heterogeneidad del proletariado en los distintos países crea una heterogeneidad de respuestas y del potencial de cada movimiento. Existe toda una gama de luchas en función de la situación, de la historia del proletariado y de su experiencia.
Muchos países se acercan a la situación europea, con una concentración obrera importante y gobiernos “democráticos” en el poder. Este fue también el caso en América del Sur. La huelga de médicos y enfermeras de finales de noviembre y la huelga “general” de finales de diciembre en Argentina confirman esta relativa similitud, esta dinámica en parte común. Pero en estos países, el proletariado no ha acumulado la misma experiencia que en Europa y Norteamérica. El peso de las capas intermedias y, por tanto, el peligro de la trampa interclasista es mucho mayores allí; el movimiento piquetero de los años 1990 en Argentina sigue siendo el modelo de lucha dominante. Sobre todo, los estertores de la descomposición están pudriendo todo el tejido social; la violencia y el narcotráfico dominan la sociedad en el norte de México, en Colombia y Venezuela, y están empezando a gangrenar Perú y Chile... Estas debilidades explican, por ejemplo, por qué en la última década Venezuela se ha hundido en una crisis económica devastadora sin que el proletariado haya sido capaz de reaccionar, a pesar de ser un proletariado industrial altamente educado y con una fuerte tradición de lucha.
Esta realidad confirma una vez más la responsabilidad primordial del proletariado en Europa. Sobre sus espaldas pesa el deber de mostrar el camino desarrollando luchas que sitúen en su centro los métodos del proletariado: asambleas obreras generales, reivindicaciones unificadoras, solidaridad entre sectores y generaciones... y defensa de la autonomía obrera, ¡una lección que se remonta a las luchas de clase en Francia en 1848!
Debemos seguir especialmente la evolución de la lucha de clases en China. Ese país concentra 770 millones de trabajadores asalariados y parece estar experimentando un aumento significativo del número de huelgas ante una crisis económica que allí está tomando la forma de enormes oleadas de despidos. Algunos analistas formulan la idea de que la nueva generación de trabajadores no está dispuesta a aceptar las mismas condiciones de explotación que sus padres, porque con el desarrollo de la crisis económica ya no es válida la promesa de un futuro mejor a cambio de los sacrificios actuales. El puño de hierro del Estado chino, cuya autoridad se basa sobre todo en la represión, puede contribuir a avivar las llamas de la cólera y a impulsar la lucha masiva. Dicho esto, la terrible historia del proletariado en China significa que el veneno de las ilusiones democráticas será muy poderoso; es inevitable que la cólera y las reivindicaciones se desvíen hacia terrenos burgueses: contra el yugo “comunista”, por los derechos y las libertades, etc. Esto es al menos lo que ha pasado cuando estalló la ira contra las insoportables restricciones de la política anti-Covid china a finales de 2022.
En toda una parte del mundo, el proletariado está marcado por una debilidad histórica muy grande y sus luchas sólo pueden reducirse a la impotencia y/o hundirse en callejones sin salida burgueses (reivindicaciones de más democracia, libertad, igualdad, etc.) y/o diluirse en movimientos interclasistas. Esta es la principal lección de la Primavera Árabe de 2010: aunque la movilización obrera fue real, se diluyó en el “pueblo” y, sobre todo, las reivindicaciones fueron dirigidas hacia el terreno burgués para cambiar dirigentes (“Mubarak fuera”, etc.) y pedir más democracia. El enorme movimiento de protesta que toca a Irán es una nueva ilustración perfecta de esto. La ira masiva de la población se está volcando hacia las reivindicaciones de los derechos de la mujer (el lema central y ahora mundialmente famoso es “mujer, vida, libertad”); así que, aunque en el país siguen teniendo lugar numerosas luchas obreras, éstas sólo pueden acabar ahogadas por el movimiento popular. En los últimos años, el lenguaje muy radical de estos movimientos sociales ha llevado a la gente a creer en una cierta forma de autoorganización de los trabajadores: críticas a los sindicatos, llamamientos a los soviets, etc. En realidad, esta terminología marxista es un barniz extendido por la izquierda radical que no se corresponde con la realidad de las acciones de la clase obrera en Irán10. Numerosos militantes izquierdistas en Irán se formaron en Europa en los años 1970/80, y han utilizado este vocabulario para defender sus propios intereses, es decir, los del ala izquierda del capital en Irán.
Además, los Estados democráticos utilizan estos movimientos, tanto en China como en Irán:
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En el plano imperialista, por supuesto, Ucrania ha mostrado cómo la carta de la “defensa de la democracia” puede ser jugada por los Estados Unidos para aumentar su influencia sobre un país o para desestabilizarlo. No es casualidad que sea en la región kurda de Irán -presentando la protesta social más fuerte- donde la influencia estadounidense es también importante.
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A nivel ideológico también, contra su propio proletariado, machacando la idea de que “la democracia se defiende, se logró con grandes luchas, y están luchando por obtenerla” y que es como “pueblo” como podemos movilizarnos.
Aquí vemos que la debilidad política del proletariado en un país es instrumentalizada por la burguesía contra todo el proletariado mundial; pero también a la inversa, la experiencia acumulada por el proletariado en los países centrales puede mostrar el camino a todo el mundo.
Estas confusiones actuales sobre los movimientos sociales que sacuden los países de la periferia nos obligan a recordar aquí nuestra crítica de la teoría del eslabón débil, crítica que pertenece a nuestro patrimonio. En nuestra resolución de enero de 1983, escribimos: “La otra gran lección de estas luchas (en Polonia 80-81) y de su derrota es que esta generalización mundial de las luchas sólo puede provenir de los países que constituyen el corazón económico del capitalismo: los países avanzados de Occidente, y entre ellos, aquellos donde la clase obrera ha adquirido la experiencia más larga y completa: los de 'Europa Occidental'”11. Y, para ser aún más precisos, detallábamos en nuestra resolución de julio de 1983: “Ni los países del Tercer Mundo, ni los países de Europa del Este, ni Norteamérica, ni Japón, pueden ser el punto de partida del proceso que conduzca a la revolución:
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los países del Tercer Mundo, por la debilidad numérica del proletariado y el peso de las ilusiones nacionalistas;
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Japón, y Estados Unidos en particular, porque no se enfrentaron tan directamente a la contrarrevolución y sufrieron menos directamente la guerra mundial, y porque carecían de una profunda tradición revolucionaria;
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los países de Europa del Este, por su atraso económico relativo, la forma específica (escasez) que tomó allí la crisis mundial, que impidió una toma de conciencia global y directa de sus causas (sobreproducción), de la contrarrevolución estalinista que transformó el ideal del socialismo en su contrario en la mente de los trabajadores y permitió un nuevo impacto de las mistificaciones democráticas, sindicalistas y nacionalistas”12.
Si fuera de los países centrales puede haber luchas masivas que demuestren la rabia, el coraje y la combatividad de los trabajadores de estas regiones del mundo, estos movimientos no pueden tener ninguna perspectiva. Esta imposibilidad subraya la responsabilidad histórica del proletariado en Europa, que tiene el deber de apoyarse en su experiencia para frustrar las trampas más sofisticadas de la burguesía, empezando por la democracia y los “sindicatos libres”, y mostrar así el camino a seguir.
3. El peso de la descomposición y la acción de la burguesía contra la maduración de la conciencia obrera
Lo que vemos en las huelgas y manifestaciones actuales, el desarrollo de la solidaridad, del sentimiento de que debemos luchar juntos, de que todos estamos en el mismo barco, indica una cierta maduración subterránea de la conciencia. Como escribió MC13 en su texto “Sobre la maduración subterránea” (Boletín Interno1983) en un debate dentro de la organización: “El trabajo de reflexión continúa en la mente de los trabajadores y se manifestará en el estallido de nuevas luchas. Existe una memoria colectiva de la clase, y esta memoria también contribuye al desarrollo de la toma de conciencia y a su extensión en la clase”. Pero hay que ser más precisos. La maduración subterránea se expresa de forma diferente según hablemos de la clase en su conjunto, de sus sectores combativos o de las minorías en búsqueda de las posiciones proletarias. Como detallamos en nuestra Revista Internacional 43:
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“En el nivel más bajo de conciencia, así como en los estratos más amplios de la clase, esto (la maduración subterránea) toma la forma de una contradicción creciente entre el ser histórico, las necesidades reales de la clase, y la adhesión superficial de los trabajadores a las ideas burguesas. Este choque puede permanecer por largo tiempo en gran medida sin ser reconocido, siendo enterrado o reprimido durante mucho tiempo, o puede empezar a emerger en forma de desilusión y desvinculación con los temas principales de la ideología burguesa.
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En un sector más restringido de la clase, entre los trabajadores que permanecen fundamentalmente en el terreno proletario, adopta la forma de reflexión sobre las luchas pasadas, debates más o menos formales sobre las luchas futuras, la aparición de núcleos combativos en las fábricas y entre los desempleados. (...)
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En una fracción de la clase, aún más limitada en tamaño, pero destinada a crecer a medida que avance la lucha, esto toma la forma de una defensa explícita del programa comunista y, por tanto, de la reagrupación en una vanguardia marxista organizada. La aparición de organizaciones comunistas, lejos de refutar la noción de maduración subterránea, es a la vez un producto de ésta y un factor activo de la misma”14.
Entonces, ¿dónde está la maduración subterránea en los distintos niveles de nuestra clase?
Examinar la política de la burguesía es siempre absolutamente primordial, tanto para evaluar mejor dónde se encuentra nuestra propia clase como para detectar las trampas que se preparan. Así, la energía que despliega la burguesía en los países centrales, principalmente a través de sus sindicatos, para dividir las luchas, aislar las huelgas unas de otras y evitar cualquier manifestación unitaria masiva, demuestra que no quiere que los trabajadores se unan para manifestarse por salarios más altos, porque sabe que ése es el terreno más fértil para la reconquista de la identidad de clase.
Hasta ahora, esta estrategia ha funcionado, pero la burguesía sabe que la idea de tener que luchar “todos juntos” seguirá germinando en la mente de los trabajadores, a medida que la crisis se agrave en todas partes; además, ya hay una pequeña parte de la clase que se plantea este tipo de cuestiones. Por eso, tanto para prepararse para el futuro como para captar y esterilizar el pensamiento de las minorías actuales, algunos de los sindicatos están presentando cada vez más una fachada radical, haciendo hincapié en el sindicalismo de clase y de combate.
También es sorprendente ver en las manifestaciones hasta qué punto las organizaciones de extrema izquierda están atrayendo a una proporción cada vez mayor de jóvenes. Algunos de los grupos trotskistas se reclaman cada vez más del combate de la clase obrera revolucionaria por el comunismo, mientras que en los años 1990 se centraban en la defensa de la democracia, los frentes de izquierda, etc. Esta clara diferencia es el resultado de la adaptación de la burguesía a lo que percibe en la clase: no sólo el retorno de la combatividad obrera, sino también una cierta maduración de la conciencia.
Además, este creciente radicalismo de una parte de las fuerzas de izquierda y sindicales también es visible en la cuestión de la guerra. Son muchos los sindicatos “de combate” y partidos que reivindican el anarquismo, el trotskismo, o el maoísmo que han elaborado declaraciones “internacionalistas”, es decir, que aparentemente denuncian los dos campos enfrentados en Ucrania, Rusia y Estados Unidos, y que aparentemente llaman a una lucha unida de la clase obrera. También en este caso, esta actividad de la izquierda del capital tiene un doble sentido: captar a las pequeñas minorías en busca de las posiciones de clase que se están desarrollando y, a más largo plazo, dar respuestas falsas a las preocupaciones que genera la clase en la profundidad de sus entrañas.
Sin embargo, no debemos subestimar el impacto de la propaganda imperialista o de la propia guerra en la conciencia de los trabajadores. Si la “defensa de la democracia” no basta hoy para movilizar a los trabajadores, contamina por lo menos las mentes, que, como resultado, mantienen las ilusiones y mentiras del Estado protector. El discurso permanente relativo al “pueblo” contribuye a socavar aún más la identidad de clase, a hacer olvidar que la sociedad está dividida en clases antagónicas irreconciliables, ya que “el pueblo” sería una comunidad de intereses agrupados por la nación. Por último, pero no por ello menos importante, la propia guerra amplifica todos los temores, el repliegue y la irracionalidad utilizando: el aspecto incomprensible de esta guerra, el desorden y el caos crecientes, la incapacidad de prever la evolución del conflicto, la amenaza de su extensión, el temor a una tercera guerra mundial o al uso de armas nucleares.
De forma más general, durante los dos últimos años, la irracionalidad ha aumentado entre la población al mismo tiempo que la descomposición se ha agravado profundamente: la pandemia, la guerra y la destrucción de la naturaleza han reforzado considerablemente el no-futuro. De hecho, todo lo que escribimos en 2019 en nuestro Informe sobre la lucha de clases para el 23º Congreso Internacional de la CCI” se ha verificado y amplificado: “El mundo capitalista en descomposición engendra necesariamente un clima de apocalipsis. No tiene ningún futuro que ofrecer a la humanidad y su inimaginable potencial de destrucción es cada vez más evidente para una gran parte de la población mundial. (...) El nihilismo y la desesperación nacen de un sentimiento de impotencia, de la pérdida de la convicción de que existe una alternativa al escenario de pesadilla que el capitalismo prepara para nosotros. Tienden a paralizar la reflexión y la voluntad de acción. Y si la única fuerza social que puede plantear esta alternativa es prácticamente inconsciente de su propia existencia, ¿significa eso que la suerte está echada, que ya se ha pasado el punto de no retorno? Reconocemos plenamente que cuanto más tiempo el capitalismo se hunda en la descomposición, más socava los cimientos de una sociedad más humana. Nuevamente esto se ilustra claramente por la destrucción del medio ambiente, que está llegando a un punto en el que puede acelerar la tendencia hacia el colapso total de la sociedad, una condición que no contribuye en absoluto a fomentar la autoorganización y la confianza en el futuro necesarias para llevar a cabo una revolución”15.
La burguesía utiliza descaradamente esta gangrena contra la clase obrera, favoreciendo ideologías pequeñoburguesas descompuestas. En Estados Unidos, todo un sector del proletariado se ve afectado por los peores efectos de la descomposición, como el auge de la xenofobia y el odio racial. En Europa, la clase obrera muestra una mayor resistencia a estas manifestaciones ultra nauseabundas, pero la teoría de la conspiración y el rechazo de todo pensamiento racional (la corriente “antivacunas”, por ejemplo) también han comenzado a extenderse en este corazón histórico. Sobre todo, en todos los países centrales, el proletariado está cada vez más contaminado por el ecologismo y el wokismo.
Lo que vemos aquí es un proceso general: cada aspecto repugnante de este capitalismo decadente y descompuesto está aislado, separado de la cuestión del sistema y de sus raíces, y se convierte en una lucha parcelaria en la que debe participar ya sea una categoría de la población (negros o mujeres, etc.) o todos como “pueblo”. Todos estos movimientos constituyen un peligro para los trabajadores, que corren el riesgo de verse arrastrados a luchas interclasistas o francamente burguesas en las que se ven ahogados por la masa de “ciudadanos”. Los trabajadores de los sectores clásicos y experimentados de la clase parecen menos influenciados por estas ideologías y estas formas de “lucha”. Pero la generación más joven, a la vez desvinculada de la tradición de la lucha de clases y particularmente indignada por las injusticias flagrantes y preocupada por el sombrío futuro, está muy perdida en estos movimientos “no mixtos” (reuniones exclusivamente de negros, o de mujeres, etc.), contra el “género” (teoría de la ausencia de distinción biológica entre los sexos), etc. En lugar de que la lucha contra la explotación, que está en la base del sistema capitalista, permita un movimiento de emancipación cada vez más amplio (la cuestión de las mujeres, de las minorías, etc.) como fue el caso en 1917, las ideologías ecologistas, wokistas, racistas, zadistas... barren la lucha de clases, la niegan o incluso la juzgan responsable del estado actual de la sociedad. Según los racistas, la lucha de clases es una cosa de blancos que mantiene la opresión de los negros; según el wokismo, la lucha de clases es una cosa del pasado marcada por el paternalismo machista y la dominación; o según la teoría de la interseccionalidad, la lucha de los trabajadores es una lucha igual a las demás: feminismo, antirracismo, “clasismo”, etc. son todas luchas particulares contra la opresión que a veces pueden encontrarse una al lado de la otra, “convergiendo”. El resultado es catastrófico: rechazo de la clase obrera y de sus métodos de lucha, división por categorías que no es más que una forma del sálvese quien pueda, crítica superficial del capitalismo que acaba pidiendo reformas, una “toma de conciencia” de los poderosos, nuevas “leyes”, etcétera. La burguesía no duda, siempre que puede, en dar la máxima publicidad a todos estos movimientos. Todos los Estados democráticos han hecho suya la causa de la consigna “mujer, vida, libertad”, que se ha convertido en el símbolo de la protesta social en Irán.
Y como estos movimientos son claramente impotentes, se propone a algunos de los jóvenes más radicales y rebeldes a emprender acciones más “contundentes”, como peleas a puñetazos, sabotajes, etc. En los últimos meses se ha desarrollado la “ecología radical”. La más a la “izquierda” de estas ideologías es la “interseccionalidad”: se reclama de la revolución y de lucha de clases, pero pone igualitariamente al mismo nivel la lucha contra la explotación y las luchas contra el racismo, el machismo, etc., para diluir mejor la lucha obrera y orientarla hacia el interclasismo.
En otras palabras, todas esas ideologías descompuestas cubren todo el espectro de la reflexión que germina en el seno de nuestra clase, especialmente de su juventud, y son así muy eficaces para esterilizar los esfuerzos del proletariado que trata de encontrar una manera de luchar, una manera de enfrentarse a este mundo que se hunde en el horror de la barbarie y la destrucción.
Todo un sector de partidos y organizaciones de la izquierda y extrema izquierda del capital promueven evidentemente estas ideologías. Es llamativo ver cómo todo un sector del trotskismo antepone cada vez más al “pueblo”; y los vástagos del modernismo (comunizadores y otros)16 tienen el papel de ocuparse específicamente en atraer hacia sí a jóvenes que buscan claramente destruir el capitalismo, para hacer el trabajo sucio de alejarlos de la lucha de clases y obstaculizar cualquier reconquista de la identidad de clase.
4. Nuestro papel
En los años venideros, habrá tanto un desarrollo de la lucha del proletariado frente al agravamiento de la crisis económica (huelgas, jornadas de acción, manifestaciones, movimientos sociales) como un hundimiento de toda la sociedad en la descomposición con todos los peligros que ello representa para nuestra clase (luchas parcelarias, movimientos interclasistas e incluso reivindicaciones burguesas). Al mismo tiempo, existirá la posibilidad de una reconquista progresiva de la identidad de clase y, por otra parte, la influencia creciente de las ideologías descompuestas.
Así pues, la CCI tendrá un papel crucial que desempeñar en estas luchas venideras.
Con respecto a la clase en su conjunto, tendremos que intervenir a través de nuestra prensa, en las manifestaciones, en las posibles reuniones políticas y asambleas generales para:
1) Explotar el sentimiento creciente de “estar todos en el mismo barco” y el aumento de la combatividad para defender todos los métodos de lucha que, en la historia, han mostrado ser portadores de solidaridad y unidad, de identidad de clase.
2) Denunciar la labor saboteadora y de división de los sindicatos.
3) Calificar la naturaleza de cada movimiento, caso por caso (obrero, interclasista, parcelario, burgués, etc.). Sobre este último punto, debemos estar atentos a las dificultades de los últimos años. La guerra en Ucrania no desencadenó ni desencadenará una reacción masiva de la clase, no habrá movimiento contra la guerra. Si queremos defender la antorcha del internacionalismo, sería ilusorio, u oportunista, creer que se pueden formar comités obreros en este terreno; la naturaleza totalmente artificial y hueca de los comités No a la guerra sí a la guerra de clases (NWBCW), que se mantienen en vida por la sola voluntad de la TCI (Tendencia Comunista Internacionalista), es una prueba contundente de ello17. La lucha contra la degradación de las condiciones de vida, en particular frente al alza de los precios, es el terreno más fértil para el desarrollo futuro de la lucha y de la conciencia.
Con respecto a toda una parte de la clase que se cuestiona el estado de la sociedad y la perspectiva, tendremos que seguir desarrollando lo que empezamos a hacer con nuestro texto sobre los años 2020, es decir, expresar lo mejor posible la coherencia de nuestro análisis, que es el único capaz de vincular los diferentes aspectos de la situación histórica y poner de manifiesto la realidad de la dinámica del momento histórico.
Más concretamente, con respecto a todos esos jóvenes que quieren luchar pero que están atrapados en ideologías descompuestas, vamos a tener que desarrollar nuestra crítica del wokismo, del ecologismo, etc. y recordar la experiencia del movimiento obrero sobre todas estas cuestiones (la cuestión de la mujer, de la naturaleza, etc.). Del mismo modo que es absolutamente necesario responder a todas las cuestiones que el trotskismo sabe aprovechar (la distribución de la riqueza, el capitalismo de Estado, el comunismo, etc.). Aquí, la cuestión de la perspectiva y del comunismo, punto débil de nuestra intervención, adquiere toda su importancia.
Por último, con respecto a las minorías en búsqueda, la denuncia concreta de las distintas fuerzas de extrema izquierda que se desarrollan para destruir este potencial, así como la lucha contra todas las ramificaciones del modernismo, aparecen como absolutamente esenciales, ya que es nuestra responsabilidad para el futuro y la construcción de la organización. Y es aquí donde cobra todo su sentido nuestro llamamiento a las organizaciones de la Izquierda Comunista a unirse en torno a una declaración internacionalista frente a la guerra de Ucrania, la de retomar el método de nuestros predecesores, los de Zimmerwald, para que las minorías de hoy puedan enraizarse en la historia del movimiento obrero y resistir a los vientos en contra soplados por la burguesía y sus ideologías de extrema izquierda18.
Anexo al proyecto de informe sobre la lucha de clases
Sobre el vínculo entre economía y política en el desarrollo de la lucha y de la conciencia
Del Folleto de Rosa Luxemburgo “La huelga de masas”
“... si consideramos no esta variedad menor que representa la huelga de manifestación, sino la huelga de lucha tal como hoy en Rusia esta constituye el verdadero soporte de la acción proletaria, nos sorprende el hecho que el elemento económico y el elemento político están indisolublemente ligados. También aquí la realidad se aparta del esquema teórico; la concepción pedante, que hace derivar lógicamente la huelga de masas puramente política de la huelga general económica como su etapa más madura y elevada, y que distingue sinuosamente ambas formas entre sí, es desmentida por la experiencia de la revolución rusa. Esto no sólo queda demostrado históricamente por el hecho de que las huelgas de masas -desde la primera gran huelga de obreros textiles en San Petersburgo en 1896-97 hasta la última gran huelga en diciembre de 1905- han pasado imperceptiblemente del dominio de las reivindicaciones económicas al de la política, de modo que es casi imposible trazar fronteras entre unas y otras. Pero cada una de las grandes huelgas de masas recorre, por así decirlo en miniatura, la historia general de las huelgas en Rusia, empezando por un conflicto puramente sindical, o al menos parcial, y pasando luego por todas las etapas hasta la manifestación política. La tormenta que sacudió el sur de Rusia en 1902 y 1903 comenzó en Bakú, como hemos visto, por una protesta contra el despido de obreros en paro; en Rostov por reivindicaciones salariales; en Tiflis por una lucha de los empleados de comercio para obtener una reducción de la jornada laboral; en Odesa por una reivindicación salarial en una pequeña fábrica aislada. La huelga de masas de enero de 1905 comenzó por un conflicto en el interior de las fábricas Poutilov, la huelga de octubre por las reivindicaciones de los ferroviarios por su fondo de pensiones, la huelga de diciembre finalmente por la lucha de los empleados de correos y telégrafos por obtener el derecho de coalición. El progreso del movimiento no se manifestó por el hecho de que el elemento económico desapareciera, sino más bien por la rapidez con la cual se atraviesan todas las etapas hasta llegar a la manifestación política, y por la posición más o menos extrema del punto final alcanzado por la huelga de masas.
Sin embargo, el movimiento en su conjunto no sólo se orienta en el sentido de un paso de lo económico a lo político, sino también en el sentido opuesto. Cada una de las grandes acciones políticas de masa se transforma, una vez alcanzado su punto álgido, en un sinfín de huelgas económicas. Esto se aplica no sólo a cada una de las grandes huelgas, sino también a la revolución en su conjunto. Cuando la lucha política se extiende, se clarifica y se intensifica, la lucha reivindicativa no sólo no desaparece, sino que se extiende, se organiza y se intensifica paralelamente. Existe una interacción completa entre ambas.
Cada nuevo impulso y cada nueva victoria de la lucha política da un poderoso impulso a la lucha económica ampliando sus posibilidades de acción exterior y dando a los trabajadores un nuevo impulso para mejorar su situación aumentando su combatividad. Cada oleada de acción política deja tras de sí un terreno fértil del que brotan inmediatamente mil nuevos brotes de reivindicaciones económicas. Y a la inversa, la incesante guerra económica que los trabajadores libran contra el capital mantiene viva la energía combativa incluso en tiempos de calma política; constituye de alguna manera una especie de reservorio permanente de energía del que la lucha política siempre saca fuerzas frescas; al mismo tiempo, la incansable labor de mordisqueo reivindicativo desencadena a veces conflictos agudos de los que estallan bruscamente batallas políticas.
En una palabra, la lucha económica presenta una continua; es el hilo que une los diferentes nudos políticos; la lucha política es una fertilización periódica que prepara el terreno para las luchas económicas. Causa y efecto se suceden y alternan sin cesar, y así el factor económico y el factor político, lejos de distinguirse completamente o incluso de excluirse recíprocamente, como lo pretende el esquema pedante, constituyen en un período de huelga de masas dos aspectos complementarios de la lucha de clases proletaria en Rusia. Es precisamente la huelga de masas la que constituye su unidad. La sutil teoría disecciona artificialmente, con ayuda de la lógica, la huelga de masas para obtener una “huelga política pura”; pero tal disección -como todas las disecciones- no nos permite ver el fenómeno vivo, nos da un cadáver”.
1 Ver Los años 20 del Siglo XXI: La aceleración de la descomposición capitalista plantea abiertamente la cuestión de la destrucción de la humanidad | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
2 TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
3 Ibid.
4 Années 80 : les années de vérité, Revue internationale 20. Années 80 : les années de vérité | Courant Communiste International (internationalism.org) (Años 80: los años de la verdad); Revista Internacional 20)
5 La “Revolución Naranja” forma parte del movimiento de las “revoluciones de colores” o “revoluciones de las flores”, una serie de levantamientos “populares”, “pacíficos” y prooccidentales, algunos de los cuales desembocaron en cambios de gobierno entre 2003 y 2006 en Eurasia [3] y en Medio Oriente: la “Revolución de las Rosas” en Georgia en 2003, la “Revolución de los Tulipanes” en Kirguistán, la “Revolución de los jeans (o de la mezclilla)” en Bielorrusia y la “Revolución de los Cedros” en Líbano en 2005.
6 Resolución sobre la situación internacional (2021), Punto 25; Revista Internacional 167. Resolución sobre la situación internacional XXIV Congreso de la CCI (2021) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org). Para un análisis detallado de los movimientos de Francia y España ver Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) y 2011: de la indignación a la esperanza | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
7 Ibid. punto 26. Ver también Un balance crítico del movimiento de indignados (2011) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
8 Hay que reconocer que el proletariado alemán es el teórico del proletariado europeo, así como el proletariado inglés es el economista y el proletariado francés el político” (Marx, en Vorwärts, 1844).
9 La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo; Revista Internacional 23. La lucha del proletariado en el capitalismo decadente | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
10 Por el contrario, algunos camaradas piensan que este lenguaje radical de los izquierdistas y los comités de base corresponde a la necesidad de recuperar las formas embrionarias de autoorganización y solidaridad que hemos visto en la clase obrera en Irán desde 2018. Por lo tanto, debemos debatir esto
11 Résolution sur la situation internationale 1983 ; Revue Internationale 35 (Resolución sobre la situación internacional 1983; Revista Internacional 35. Ver igualmente El proletariado de Europa Occidental en una posición central de la generalización de la lucha de clases | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
12 Débat : à propos de la critique de la théorie du "maillon le plus faible" | Courant Communiste International (internationalism.org)(Debate: sobre la crítica de la teoría del “eslabón más débil”, Revista Internacional 37 (no disponible en español).
13 Para saber más sobre nuestro camarada Marc, lea los artículos Marc: de la revolución de Octubre 1917 a la IIª guerra mundial | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) y Marc, parte 2: de la Segunda Guerra Mundial a la actualidad | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
14 Réponse à la CWO : sur la maturation souterraine de la conscience de classe (Respuesta a la CWO: Sobre la maduración subterránea de la conciencia de clase, Revista Internacional 43
15 Informe sobre la lucha de clases: Formación, pérdida y reconquista de la identidad de clase proletaria (2019) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
16 Ver nuestra serie sobre los comunistizadores: Críticas a los llamados “comunistizadores”. (I): Introducción a la serie | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) y Crítica de los llamados “comunistizadores” (II) Del izquierdismo al modernismo: las desventuras de la “tendencia Bérard” | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
17 Un comité que lleva a los participantes a un callejón sin salida | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
18 Declaración conjunta de grupos de la Izquierda Comunista Internacional sobre la guerra en Ucrania | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)