Enviado por Revista Interna... el
Emprendemos una nueva serie dedicada a la teoría de la decadencia (1). Desde hace algún tiempo no han cesado las críticas sobre ella. Algunas procedían sobre todo de grupúsculos académicos o parásitos. Otras, expresión de ciertas incomprensiones, procedían del medio revolucionario (2). También de elementos en búsqueda que se interrogan sobre la evolución histórica del capitalismo. Hemos respondido a la mayor parte y a las principales de entre ellas (3). Sin embargo hoy asistimos a un giro en la naturaleza de las críticas que se le hacen. No son únicamente dudas o incomprensiones, sino que estamos asistiendo desde la puesta en cuestión de partes concretas de esta teoría, pasando por su rechazo total, hasta la crítica en toda regla e incluso a la execración del marxismo.
La teoría de la decadencia es la plasmación del materialismo histórico a la hora de analizar la evolución de los medios de producción. Es el marco indispensable para entender el periodo histórico en el que vivimos. Saber si la sociedad, históricamente hablando, avanza o se ha estancado es determinante para comprender todo lo que está en juego y para actuar en consecuencia. Como en el caso de todas las sociedades del pasado, la fase ascendente del capitalismo traduce el carácter históricamente necesario de las relaciones de producción que este sistema de explotación encarna; es decir, de su naturaleza indispensable para el pleno desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. La fase decadente, al contrario traduce la transformación de esas relaciones en un estorbo, cada día que transcurre mayor para ese mismo desarrollo. Así está planteado en uno de los aportes teóricos fundamentales que nos legaron K. Marx y F. Engels.
El siglo XX ha sido el siglo más sangriento de toda la historia de la humanidad, tanto por el grado, la frecuencia y la amplitud de las guerras que lo han ocupado como por la magnitud incomparable de las catástrofes humanas que han sucedido en este periodo: desde las mayores hambres de la historia hasta los genocidios sistemáticos, pasando por crisis económicas que quebrantaron el planeta y dejaron a decenas de millones de proletarios y de otros muchos seres humanos sumidos en la más absoluta de las miserias. Entre el siglo XIX y el XX la comparación es inapelable. En su “Belle Epoque” el modo de producción burgués había alcanzado cotas sin precedentes: había unificado el planeta, había alcanzado cotas de productividad y de sofisticación tecnológica con los que apenas si se había soñado en el pasado. Pese a la acumulación de tensiones en los cimientos de la sociedad, los veinte últimos años de la ascendencia del capitalismo (1894-1914) son los más prósperos, el capitalismo parece invencible y los conflictos armados quedan confinados en su periferia. A diferencia del “largo siglo XIX” que fue un periodo de progreso material, intelectual y moral casi ininterrumpido, se asiste desde 1914 a una acentuada regresión en todos los niveles. El carácter crecientemente apocalíptico que adquiere la vida económica y social en el conjunto del planeta y la amenaza de autodestrucción de éste, metido en una serie de conflictos sin fin y de catástrofes ecológicas cada vez más graves, no son ni una fatalidad natural ni el resultado de una pretendida locura humana, tampoco una característica propia del capitalismo desde sus orígenes. Es una manifestación de la decadencia del modo de producción capitalista el cual, tras haber sido, desde el siglo XVI hasta la Primera Guerra mundial (4), un potente factor de desarrollo económico, social y político se ha transformado en un obstáculo para el avance de ese desarrollo hasta tal punto que amenaza la supervivencia misma del planeta en el que estamos.
¿Por qué la humanidad tiene que estar permanentemente dudando sobre su futuro a la vista de las amenazas que penden sobre su porvenir, cuando ha alcanzado un grado tal de desarrollo de las fuerzas productivas que le permitiría entrar en el camino de la realización de un mundo sin penuria material y de una sociedad unificada capaz de modelar su vida de acuerdo a sus necesidades, su conciencia, sus deseos, por primera vez en su historia? ¿Es el proletariado mundial, verdaderamente, la fuerza revolucionaria capaz de sacar a la humanidad del atolladero en el que el capitalismo la ha encajonado? ¿Por qué la mayor parte de las formas de lucha de la clase obrera en nuestra época no pueden ser como lo fueron en el siglo XIX, es decir, luchas por reformas graduales a través del sindicalismo, del parlamentarismo, del apoyo a la constitución de ciertos Estados nacionales, del apoyo circunstancial a ciertas fracciones progresistas de la burguesía, etc.? Es imposible pretender guiarse en la situación actual y menos aún asumir funciones de vanguardia si no se tiene una visión global, coherente, que permita contestar a preguntas tan elementales como cruciales. El marxismo –el materialismo histórico– es la única concepción del mundo que permite responder a las preguntas formuladas aquí. Su respuesta, clara y sencilla, puede ser resumida en pocas palabras: igual que los sistemas que le han precedido, el capitalismo no es un sistema eterno:
“Llegado a un cierto punto, el desarrollo de las fuerzas productivas acaba convirtiéndose en un obstáculo para el capital; en otros términos, el sistema capitalista acaba siendo un obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo. Llegado a este punto, el capital, o más exactamente el trabajo asalariado, entra en la misma relación con respecto al desarrollo de la riqueza social y de las fuerzas productivas que el sistema de los gremios, de la servidumbre, del esclavismo y es necesariamente rechazado como un obstáculo más. La última forma de servidumbre que toma la actividad humana –el trabajo asalariado por un lado y el capital por otro– queda entonces al desnudo, desnudez que es ella misma resultado del modo de producción que corresponde al capital. Ellos mismos negación de las formas anteriores de la producción social sojuzgada, el trabajo asalariado y el capital son a su vez negados por las condiciones materiales y espirituales surgidas de su propio proceso de producción. La incompatibilidad creciente entre el desarrollo creador de la sociedad y las relaciones de producción establecidas se traduce en agudos conflictos, crisis, y convulsiones” (Principios de una Crítica de la economía política).
Mientras el capitalismo cumplía una función históricamente progresista y el proletariado no estuvo suficientemente desarrollado, las luchas proletarias no podían llegar a transformarse en una revolución mundial triunfante pero sí que permitían a la clase obrera reconocerse y afirmarse como clase, a través de la lucha sindical y parlamentaria, para obtener verdaderas reformas y mejoras duraderas de sus condiciones de existencia. A partir del momento en que el sistema capitalista entra en decadencia, la revolución comunista mundial se plantea ya como posibilidad y como necesidad, en el orden del día de la historia. Esto trastorna totalmente las formas del combate proletario, incluso en el plano inmediato de las luchas reivindicativas, que no se expresan, ni en sus contenidos ni en sus formas, por los medios de lucha que se forjaron en el siglo XIX, como el sindicalismo y la representación parlamentaria de sus organizaciones políticas.
Resultado de los movimientos revolucionarios que acabaron poniendo fin a la Primera Guerra mundial, la constitución de la IIIa Internacional (1919) se apoyaba en la constatación del final del papel históricamente progresista de la burguesía:
“II. El período de decadencia del capitalismo. Tras haber analizado la situación económica mundial,. el tercer Congreso pudo comprobar con absoluta precisión que el capitalismo, después de haber realizado su misión de desarrollar las fuerzas productivas, cayó en la contradicción más irreductible con las necesidades no sólo de la evolución histórica actual sino también con las condiciones más elementales de existencia humana. Esta contradicción fundamental se reflejó particularmente en la última guerra imperialista y fue agravada por esa guerra que conmovió del modo más profundo el régimen de la producción y de la circulación. El capitalismo, que de ese modo sobrevivió a sí mismo, entró en una fase en la que la acción destructora de sus de sus fuerzas desencadenadas arruina y paraliza las conquistas económicas creadoras ya realizadas por el proletariado encadenado a la esclavitud capitalista. (…) Lo que hoy atraviesa el capitalismo no es otra cosa que su agonía.” (“Resolución sobre la táctica” del IIº Congreso de la Internacional comunista, junio 1921. Cuadernos de PyP nº 47). Desde entonces, el hecho de considerar la guerra mundial como hito de la entrada del sistema capitalista en su fase de decadencia, se convierte en parte del patrimonio común de la mayoría de los grupos de la Izquierda comunista, que han sabido, gracias a esta brújula histórica, mantenerse en un terreno de clase intransigente y coherente. La CCI no ha hecho sino retomar y desarrollar ese patrimonio tal y como fue trasmitido y enriquecido por el trabajo de las corrientes de las Izquierdas germano-holandesa e Italiana durante los años 30 y 40 y después por la Izquierda comunista de Francia en los años 40 y 50.
En vista de los combates de clase decisivos que se preparan, es hoy más que nunca indispensable para el proletariado reapropiarse de su concepción del mundo, desarrollada a lo largo de más de doscientos años de luchas obreras y de elaboración teórica de sus organizaciones políticas. Más que nunca es indispensable que el proletariado comprenda que la actual aceleración de la barbarie y la exacerbación ininterrumpida de su explotación no son “desastres naturales” sino las consecuencias de las leyes económicas y sociales capitalistas, históricamente caducas desde principios del siglo XX, que continúan rigiendo el mundo. Más que nunca es indispensable que la clase obrera comprenda que las formas de lucha que aprendió en el siglo XIX (programa mínimo de luchas por reformas, apoyo a las fracciones progresistas de la burguesía, etc.), si tenían sentido cuando el capitalismo se encontraba en plena fase ascendente y éste podía “tolerar” la existencia de un proletariado organizado en el seno de la sociedad, esas mismas formas no pueden conducirle, a la hora de la decadencia de este sistema, sino a la impotencia y a la ineficacia. Más que nunca es crucial que el proletariado comprenda que la revolución comunista, de la que él es portador, no es un sueño quimérico, una utopía sino una necesidad y una posibilidad, que encuentran sus fundamentos científicos en la comprensión de la decadencia misma del modo de producción capitalista.
El objeto de esta nueva serie de artículos sobre la teoría de la decadencia es responder a todas las objeciones que esa teoría plantea, objeciones que obstaculizan la clarificación de las nuevas fuerzas revolucionarias que se aproximan a las posiciones de la Izquierda comunista. Objeciones que gangrenan la claridad política entre los grupos del medio revolucionario.
1) Leer con interés la serie precedente formada por ocho artículos titulados “Comprender la decadencia” en la Revista internacional nos 48, 49, 50, 54, 55, 56, 58 y 60.
2) Leer nuestros artículos en la Revista internacional nos 77 y 78 sobre “El rechazo de la decadencia y la guerra” referentes al PCInt (Parti communiste international) y los artículos en los nos 79, 82, 83 y 86 sobre la guerra, la crisis histórica del capitalismo y la mundialización que conciernen al BIPR (Buró internacional por el Partido revolucionario).
3) Revista internacional nos 105 y 106 en repuesta a los nuevos elementos revolucionarios que están surgiendo en Rusia.
4) Desde el siglo XVI hasta las revoluciones burguesas en el marco de la decadencia feudal, y desde las revoluciones burguesas hasta 1914 como fase ascendente del capitalismo propiamente hablando.