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En el artículo precedente vimos que el KPD se funda en Alemania a finales de diciembre de 1918 al calor de las luchas. Aunque los espartaquistas habían cumplido una excelente labor de propaganda contra la guerra y habían intervenido con determinación y gran claridad en el movimiento revolucionario mismo, el KPD no era todavía un partido sólido. La construcción de la organización acababa de iniciarse, su tejido organizativo era todavía un entramado flojo. Durante su Congreso de fundación, el Partido está marcado por una gran heterogeneidad. Se enfrentan posiciones diferentes no sólo sobre la cuestión del trabajo en los sindicatos y la de la participación en el parlamento sino, y ello es más grave todavía, hay, sobre la cuestión organizativa, grandes divergencias. Sobre esto, el ala marxista en torno a R. Luxemburg y L. Jogiches es minoritaria.
La experiencia de este partido «por terminar» muestra que no basta con proclamar el partido para que éste exista y actúe como tal. Un partido digno de tal nombre debe disponer de una estructura organizativa sólida que debe apoyarse en un mismo concepto de la unidad de la organización en cuanto a su función y a su funcionamiento.
La inmadurez del KPD a este nivel hizo que no pudiera desempeñar de verdad su papel respecto a la clase obrera.
Fue una tragedia para la clase obrera en Alemania (y por consiguiente para el proletariado mundial), la cual, durante esta fase tan decisiva de la posguerra, no pudo beneficiarse, en su combate, de un apoyo eficaz del partido.
1919: tras la represión, el KPD ausente del escenario de las luchas
Una semana después del congreso de fundación del KPD, la burguesía alemana, a principios de enero de 1919, manipula el levantamiento de enero (ver Revista internacional nº 83). El KPD pone inmediatamente en guardia contra esa insurrección prematura. La Central subraya que no es todavía la hora del asalto contra el Estado burgués.
Ahora que la burguesía monta una provocación contra los obreros, ahora que la cólera y las ganas de pelea se extienden por la clase obrera, una de las figuras del KPD, Karl Liebknecht se lanza a la batalla junto a los «hombres de confianza revolucionarios», en contra de las decisiones y haciendo caso omiso de las advertencias del Partido.
No sólo la clase obrera en su conjunto sufre una trágica derrota, sino que además los golpes de la represión alcanzan muy especial y duramente a los militantes revolucionarios. Además de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, son pasados por las armas cantidad de ellos, como Leo Jogiches, asesinado en marzo de 1919. Y es así como el KPD queda decapitado.
No es casualidad si es precisamente el ala marxista, en torno a Rosa y a Jogiches, el blanco de la represión. Esa ala, que de siempre se había preocupado por la cohesión del partido, aparece en todo instante como la defensora más resuelta de la organización.
El KPD se ve luego obligado a vivir en la ilegalidad durante meses, con algunas interrupciones. De enero a marzo de 1919, Die Röte Fahne no puede aparecer y tampoco después, de mayo a diciembre. Así, en las oleadas de huelgas de febrero y abril (ver Revista internacional nº 83) no podrá desempeñar el papel que le corresponde. Su voz queda prácticamente ahogada por el Capital.
Si el KPD hubiera sido un partido lo bastante fuerte, disciplinado e influyente para desenmascarar la provocación de la burguesía de la semana de enero, e impedir que los obreros cayeran en la trampa, el movimiento habría conocido otros derroteros.
La clase obrera pagaba así muy caras las debilidades organizativas del partido, el cual se convierte en blanco de la represión más brutal. Se abre la veda de los comunistas por todas partes. Quedan a menudo rotas las comunicaciones entre lo que queda de la Central y los distritos del partido. En la Conferencia nacional del 29 de marzo de 1919 se constata que «las organizaciones locales están anegadas de agentes provocadores».
«En lo que al tema sindical se refiere, la conferencia piensa que la consigna «¡Fuera de los sindicatos!» no se adapta por ahora (...). La agitación sindicalista productora de confusión debe ser combatida no con medidas de coerción, sino mediante la clarificación sistemática de las divergencias de concepción y de táctica» (central del KPD, Conferencia nacional del 29.03.19). Sobre las cuestiones programáticas, se trata en un primer tiempo, y ello es justo, de ir al fondo de las divergencias mediante la discusión.
Durante la Conferencia celebrada el 14 y 15 de junio de 1919 en Berlín, en KPD adopta sus estatutos, los cuales afirman la necesidad de un partido estrictamente centralizado. Y, aunque el partido toma posición claramente contra el sindicalismo, se recomienda que no se tome ninguna medida contra aquellos miembros que pertenecieran a los sindicatos.
Durante la Conferencia de agosto de 1919, se decide nombrar un delegado por distrito del partido (hay 22), sin tener en cuenta su tamaño. En cambio, cada miembro de la Central posee un voto. Durante el Congreso de fundación de enero de 1918, no se había establecido ningún modo de nombramiento de los delegados y tampoco se había precisado la cuestión de la centralización. En agosto de 1919, la Central tiene demasiados votos, mientras que la voz y el voto de las secciones locales son limitadas. Existe así un peligro de que la Central se autonomice, lo cual refuerza la desconfianza ya existente respecto a ella. Sin embargo, el punto de vista de la Central y de Levi (elegido entonces dirigente de ella) consistente en defender la necesidad de seguir en los sindicatos y en el parlamento, no consigue imponerse en la medida en que la mayoría de los delegados se inclina hacia las posiciones de la Izquierda.
Como ya mostramos en la Revista internacional 83, las numerosas oleadas de lucha que sacuden Alemania en la primera mitad del año 1919 y en las que apenas si se oye la voz del KPD, arrojan fuera de los sindicatos a cantidad de obreros. Los obreros se dan cuenta de que los sindicatos, como órganos clásicos de reivindicación ya no pueden cumplir su papel de defensa de los intereses obreros desde que, durante la guerra mundial, junto a la burguesía, impusieron la Unión sagrada y que, de nuevo, en esta situación revolucionaria, vuelven a estar junto a ella. Además, tampoco hay la misma ebullición que en el mes de noviembre y diciembre de 1918 cuando los obreros se habían unificado en los consejos obreros y habían pusto en entredicho el Estado burgués.
En esta situación, muchos obreros crean «organizaciones de fábrica» que deberían agrupar a todos los obreros combativos en «Uniones». Éstas redactan plataformas en parte políticas con vistas al derrocamiento del sistema capitalista. Muchos obreros piensan entonces que las Uniones deben ser el lugar exclusivo de reunión de las fuerzas proletarias y que el partido debe disolverse en su seno. Es ése el período durante el cual las ideas anarcosindicalistas, al igual que las del comunismo de consejos, encuentran un amplio eco. Más de 100 000 obreros se juntan en las Uniones. En agosto de 1919 se funda en Essen la Allgemeine Arbeiter Union (AAU, Unión general de obreros).
Mientras tanto, la posguerra acarrea una rápida deterioración de las condiciones de vida de la clase obrera. Si ya durante la guerra, tuvo que derramar su sangre y soportar hambre, y el invierno de 1918-19 la ha dejado totalmente agotada, la clase obrera debe ahora seguir pagando el precio de la derrota del imperialismo alemán en la guerra. En efecto, durante el verano de 1919 se firma el tratado de Versalles, el cual impone al Capital alemán -y sobre todo a la clase obrera del país- la carga del pago de las reparaciones de guerra.
En esta situación, la burguesía alemana, que tiene el mayor interés en reducir al máximo el peso del castigo, intenta hacer al proletariado su aliado frente a las «exigencias» de los imperialismos vencedores. Y así apoya todas las voces que van en ese sentido, especialmente las de algunos dirigentes del partido en Hamburgo. Ciertas fracciones del ejército se ponen en contacto con Wolffheim y Laufenberg, quienes, a partir del invierno de 1919-20, van a defender la «guerra nacional popular», en la cual la clase obrera debería hacer causa común con la clase dominante alemana, «luchando contra la opresión nacional».
El IIº congreso del KPD de octubre de 1919:
de la confusión política a la dispersión organizativa
Es en un contexto de reflujo de las luchas obreras, tras las derrotas sufridas en la primera mitad del 1919, cuando tiene lugar, del 20 al 24 de octubre, el IIº Congreso del KPD en Heidelberg. La situación política y el informe de administración son los primeros puntos del orden del día. En el análisis de la situación política se abordan sobre todo el aspecto económico y el imperialista, y, especialmente, la posición de Alemania. No se dice casi nada de la relación de fuerzas entre las clases a nivel internacional. El debilitamiento y la crisis del partido parecen haber suplantado el análisis del estado de la lucha de clases a nivel internacional. Por otra parte, cuando de lo que se trata en prioridad es de hacerlo todo por agrupar el conjunto de las fuerzas revolucionarias, de entrada la Central propone sus «Tesis sobre los principios comunistas y la táctica», procurando imponerlas. Ciertos aspectos de esas Tesis van a tener importantes consecuencias para el partido y abrir la puerta a escisiones múltiples.
Las Tesis subrayan que «la revolución es una lucha política de las masas proletarias por el poder político. Esta lucha se lleva a cabo por todos los medios políticos y económicos (...) El KPD no puede renunciar por principio a ningún medio político al servicio de la preparación de esas grandes luchas. La participación en las elecciones debe tenerse en cuenta como uno de esos medios». Más adelante, las Tesis abordan la cuestión de la labor de los comunistas en los sindicatos para «no aislarse de las masas».
Esa labor en los sindicatos y en el parlamento no se plantea como una cuestión de principio, sino como algo táctico.
En el plano organizativo, las tesis rechazan, con razón, el federalismo, subrayando la necesidad de la más rigurosa centralización.
El último punto, sin embargo, cierra las puertas a toda discusión al afirmar que :«los miembros del KPD que no compartan estas ideas sobre la naturaleza, la organización y la acción del partido deberán separarse de él».
Verdad es que desde el principio, son profundas las divergencias en el seno del KPD sobre problemas fundamentales como son la labor en los sindicatos y la participación en las elecciones al parlamento.En el congreso de fundación del partido, la primera Central elegida defendía una posición minoritaria sobre esas cuestiones y procuraba no imponerlas. Esto reflejaba una comprensión justa sobre la cuestión de la organización, especialmente en los miembros de la dirección, los cuales no abandonaron el partido a causa de esta divergencia, sino que la concebían como algo que debía esclarecerse en futuras discusiones ([1]).
Hay que tener en cuenta que la clase obrera, sobre todo desde el inicio de la Iª Guerra mundial, había ido adquiriendo una experiencia importante para empezar a despejar un punto de vista claro contra los sindicatos y contra las elecciones parlamentarias burguesas. A pesar de estas clarificaciones, las posturas sobre esos temas no eran todavía entonces fronteras de clase ni tampoco razones suficientes para hacer escisión. Ninguna parte del movimiento revolucionario había podido todavía plantear, global y coherentemente, las consecuencias del cambio de período histórico que se estaba produciendo, o sea la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. Predominaba todavía entre los comunistas la mayor heterogeneidad, y, en la mayoría de los países hay divergencias sobre esas cuestiones. Es el mérito de los comunistas de Alemania el haber abierto la vía a la clarificación, haber formulado las primeras posiciones de clase sobre esas cuestiones. Además, a nivel internacional, están en minoría por entonces. Al insistir en los consejos obreros como única arma del combate revolucionario, en el momento de su fundación en marzo de 1919, la Internacional comunista muestra que toda su orientación va en el sentido de rechazar los sindicatos y el parlamento. Pero la IC no tiene todavía una postura zanjada cimentada teóricamente para definir claramente su actitud. En su congreso de fundación, el KPD adopta una posición justa, pero sin que sus bases teóricas se hayan desarrollado lo suficiente. Todo eso refleja la heterogeneidad y sobre todo la inmadurez del movimiento revolucionario en aquel entonces. Se ve enfrentado a una situación objetiva que ha cambiado fundamentalmente con un retraso en su conciencia y en la elaboración teórica de sus posiciones. En todo caso, está claro que el debate sobre esas cuestiones es indispensable, que debe ser impulsado y que es no se puede evitar. Por todas esas razones, las divergencias programáticas sobre la cuestión sindical y sobre la participación en las elecciones no pueden ser, en ese momento, motivo de exclusión del partido o de escisión por quienes defienden una o la otra de las posturas en presencia. Adoptar la actitud opuesta hubiera significado la exclusión de R. Luxemburg y de K. Liebknecht, los cuales, en el Congreso de fundación habían sido elegidos para la Central sin la menor oposición aún perteneciendo a la minoría sobre la cuestión sindical y la participación en las elecciones.
Pero es sobre la cuestión de la organización sobre lo que el KPD está más profundamente dividido. En su Congreso de fundación, no es más que una agrupación, situada a la izquierda del USPD, dividida en varias alas sobre todo sobre la cuestión de la organización. El ala marxista en torno a Rosa Luxemburg y Leo Jogiches, defensores más determinados de la organización, de su unidad y centralización, se enfrenta a quienes subestiman la necesidad de la organización o sienten desconfianza hacia ella, cuando no hostilidad.
Por eso es por lo que el primer reto al que se enfrenta el IIº Congreso del partido es el de la defensa y la construcción de la organización.
Pero las condiciones objetivas ya no le son muy favorables. En efecto:
- las actuaciones de la burguesía han causado estragos en la vida de la organización. La represión y las condiciones de ilegalidad que debe soportar no le permiten llevar a a cabo una amplia discusión en las secciones locales sobre cuestiones programáticas y organizativas. Por eso, en el Congreso, la discusión no ha podido aprovecharse de la mejor preparación;
- la Central elegida en el Congresos de fundación está diezmada: tres de sus nueve miembros (Rosa, Liebknecht, Jogiches) han sido asesinados; Mehring ha fallecido y otros tres no pueden participar en los trabajos del Congreso a causa de los expedientes judiciales de que son objeto. Sólo quedan P. Levi, Pieck, Thalheimer y Lange.
Al mismo tiempo, se arraigan las ideas consejistas y anarcosindicalistas. Los partidarios de las Uniones son favorables a la disolución del partido en ellas, otros están a favor de retirarse de las luchas reivindicativas. Insinuaciones como «partido de jefes», «dictadura de jefes» empiezan a circular, lo cual muestra que las tendencias antiorganización ganan terreno.
Durante ese congreso, los conceptos organizativos erróneos que lo atraviesan van a ser la causa de un verdadero desastre.
Ya para el nombramiento de los delegados, Levi se las arregla para que el reparto de votos se establezca en beneficio de la Central. Echa así por la borda los principios políticos que habían prevalecido en el Congreso de fundación, incluso si en este Congreso no se logró redactar los estatutos ni definir el reparto preciso de las delegaciones. En lugar de tener la preocupación de la representatividad de los delegados locales que expresan, por muy heterogéneas que sean, las posiciones políticas en las secciones, aquél empuja, como lo hizo en agosto de 1919 en Francfort, para que la posición de la Central sea siempre la mayoritaria.
Así pues, desde el principio, la actitud de la Central agudiza las divisiones y prepara la exclusión de la verdadera mayoría.
Por otra parte, al igual que los demás debates que se están desarrollando en todos los partidos comunistas sobre la cuestión del parlamento y de los sindicatos, la Central hubiera debido presentar sus Tesis como contribución a la discusión, como medio de proseguir la clarificación y no como medio de ahogarla y expulsar del partido a los defensores de la postura contraria. El primer punto de las Tesis, que prevé la exclusión de todos aquellos que tengan divergencias, refleja un enfoque organizativo erróneo, el del monolitismo, en contradicción con la concepción marxista del ala que se había agrupado en torno a Luxemburg y Jogiches, quienes siempre habían preconizado la discusión más amplia posible en el conjunto de la organización.
Mientras que en el Congreso de fundación, la Central elegida adoptó el punto de vista político justo de no considerar motivos de exclusión o de escisión las divergencias existentes, incluso en cuestiones fundamentales como la de los sindicatos y la participación en las elecciones, la elegida en el IIº Congreso, apoyándose en un falso concepto de la organización, contribuye a la disgregación fatal del partido.
Los delegados que representan la posición mayoritaria surgida del Congreso de fundación, conscientes del peligro, exigen la posibilidad de consultar a sus secciones respectivas y de «no precipitar la decisión de una escisión».
Pero la Central del partido exige una decisión inmediata. Treinta y uno de los participantes que disponen de voto lo hacen en favor de las Tesis y 18 en contra. Estos 18 delegados, que representan en su mayoría a los distritos del partido más importantes en número y delegados casi todos ellos de las ex ISD/IKD, son desde ahora considerados como excluidos.
Toda ruptura debe verificarse con las bases más claras
Para tratar con responsabilidad una discusión en una situación de divergencia, es necesario que cada posición pueda ser presentada y debatida ampliamente y sin restricciones. Además, Levi, en su ataque contra el ala marxista, hace amalgama de todas las divergencias y utiliza el arma de la deformación pura y simple.
Pues existen, en efecto, en este Congreso las más diversas divergencias. Otto Rühle, por ejemplo, toma abiertamente postura contra el trabajo en el parlamento y en los sindicatos, pero sobre la base de una orientación consejista. Y ataca sin concesiones «la política de los jefes».
Los camaradas de Bremen, adversarios también de todo trabajo en el parlamento y en los sindicatos, no rechazan el partido, sino al contrario. Sin embargo, en el Congreso, no defienden ni enérgica ni claramente su punto de vista dejando cancha libre a las actuaciones destructoras de aventureros como Wolffheim y Laufenberg así como a federalistas y unionistas.
Reina también una confusión general. Los diferentes puntos de vista no aparecen claramente. Especialmente sobre la cuestión organizativa, en la que debería efectuarse una ruptura clara entre partidarios y adversarios del partido, todo está revuelto.
La postura de rechazo de los sindicatos y de las elecciones parlamentarias no puede ponerse en el mismo plano de igualdad que la del rechazo, por principio, del partido. Por desgracia, lo que hace Levi es lo contrario, cuando define a todos aquellos que están en contra del trabajo en los sindicatos y en el parlamento, como enemigos del partido. Así deforma totalmente las posiciones y falsea por completo lo que está en juego.
Frente a esta manera de proceder de la Central hay diferentes reacciones. Únicamente Laufenberg y Wolffheim, y otros dos delegados, consideran la escisión como inevitable y la sancionan proclamando esa misma noche la fundación de un nuevo partido. Antes, esos dos individuos se había dedicado a propalar la desconfianza llamando a retirar la confianza en la Central diciendo que había problemas en el informe de finanzas. En una maniobra turbia, intentaron incluso evitar todo debate abierto sobre la cuestión de la organización.
Los delegados de Bremen adoptan en cambio una actitud responsable. No quieren que se les expulse. Vuelven al día siguiente para proseguir su actividad de delegados. Pero la Central hace mudar de sitio la reunión a un lugar secreto impidiendo así la presencia de esa minoría. Se quita así de encima a una parte importante de la organización no sólo gracias a maniobras en el modo de designación de los delegados sino excluyéndolos del Congreso.
El Congreso está impregnado de ideas falsas sobre la organización. La Central de Levi tiene un concepto monolítico de la organización, según el cual no habría sitio para posturas minoritarias en el partido. Exceptuando a los camaradas de Bremen, los cuales, a pesar de las divergencias, luchan por quedarse en la organización, la propia oposición comparte la idea monolítica pues si lo pudiera también ella excluiría a la Central. Por otro lado, se está yendo a toda velocidad hacia la escisión con las bases más confusas. El ala que representa el marxismo en las cuestiones organizativas no ha logrado imponer su punto de vista.
Se instala así entre los comunistas de Alemania una tradición que se repetirá después sistemáticamente: cada divergencia acaba en escisión.
Las posiciones programáticas falsas abren la puerta al oportunismo
Como decíamos arriba, las Tesis, que sólo ven todavía el trabajo en el parlamento y los sindicatos desde un enfoque más bien táctico, expresan una dificultad extendida entonces en el conjunto del movimiento comunista: la de sacar las lecciones de la decadencia del capitalismo y reconocer que ésta ha hecho surgir nuevas condiciones que vuelven caducos los antiguos medios de lucha.
El parlamento y los sindicatos se han convertido en engranajes del aparato de Estado. La izquierda ha percibido ese proceso más que haberlo comprendido teóricamente.
En cambio, la orientación táctica tomada por la dirección del KPD, al basarse en une visión confusa de esas cuestiones, va a participar en el rumbo oportunista que ha tomado el partido y que, con el pretexto de no «separarse de las masas», lo lleva a hacer cada vez más concesiones respecto a quienes han traicionado al proletariado. Esta deriva va a ilustrarse también en la tendencia a buscar entendimientos con el USPD centrista para así convertirse en «partido de masas». Por desgracia, al excluir masivamente a todos aquéllos que tienen divergencias con la orientación de la dirección, el KPD elimina de sus filas a una cantidad importante de militante fieles al partido y se priva así del indispensable oxígeno de la crítica, único capaz de frenar esta gangrena oportunista.
La base de esa tragedia es la incomprensión de la cuestión de la organización y de su importancia. Una lección esencial que hoy debemos sacar es que toda escisión o exclusión es un acto demasiado serio y de grandes consecuencias que no debe tomarse a la ligera. Una decisión así sólo es posible al cabo de una clarificación previa en profundidad y concluyente. Por eso, esa comprensión política fundamental debe constar en los estatutos de toda organización revolucionaria con la mayor claridad.
La Internacional Comunista misma, la cual por un lado apoya la posición de Levi sobre la cuestión sindical y parlamentaria, insiste, por otro lado, en la necesidad de que siga el debate de fondo y rechaza cualquier ruptura causada por esas divergencias. En el Congreso de Heidelberg, la dirección del KPD actuó por cuenta propia sin tomar en consideración la opinión de la IC.
En reacción a su exclusión del partido, los militantes de Bremen crean un Buró de información para el conjunto de la oposición con el fin de mantener los contactos entre los comunistas de izquierda de Alemania. Tienen una comprensión justa de cuál es la labor de fracción. Preocupados por evitar el estallido del partido, mediante intentos de compromiso sobre los puntos en litigio más importantes de la política de la organización (las cuestiones sindical y parlamentaria), aquellos luchan por mantener la unidad del KPD. Con este fin, el 23 de diciembre de 1919, el «Buró de Información» lanza el siguiente llamamiento:
«1. Convocatoria de una nueva conferencia nacional a finales de enero.
2. Admisión de todos los distritos que pertenecían al KPD antes de la conferencia nacional, reconozcan o no las Tesis.
3. Discusión inmediata de las Tesis y de las propuestas con vistas a la conferencia nacional.
4. La Central se compromete, hasta la convocatoria de una nueva conferencia, a cesar toda actividad escisionista» (Kommunistische Arbeiter Zeitung nº 197).
Al proponer, para el IIIer Congreso, enmiendas a las Tesis y al reivindicar su reintegración en el partido, los militantes de Bremen asumen una verdadera labor de fracción. En el plano organizativo, sus propuestas de enmienda tienen el objetivo de reforzar la posición de los grupos locales del partido respecto a la Central, mientras que en las cuestiones sindical y parlamentaria hacen concesiones a las Tesis de la Central. En cambio, ésta última, en los distritos de donde proceden los delegados excluidos (Hamburgo, Bremen, Hannover, Berlín y Dresde) sigue con su política escisionista organizando nuevos grupos locales.
En el IIIer Congreso que se verifica el 25 y 26 de febrero de 1920 aparecen claramente las pérdidas. Mientras que en octubre de 1919, el KPD tenía más de 100000 miembros, ya sólo le quedan ahora unos 40000. Además, la decisión del Congreso de octubre de 1919 ha dejado una falta de claridad tal que en el Congreso de febrero reina la mayor confusión sobre la pertenencia o no al KPD de los militantes de Bremen. Sólo será en ese IIIer Congreso cuando se tome la decisión definitiva de exclusión, aunque de hecho ya había entrado en vigor en octubre de 1919.
La burguesía favorece el estallido del Partido
Tras el golpe de Kapp que acaba de producirse, en una conferencia nacional de la oposición del 14 de marzo de 1920, el Buró de información de Bremen declara que no puede tomar a su cargo la responsabilidad de crear un nuevo partido comunista y se disuelve. A finales de marzo, después del IIIer congreso, los militantes de Bremen vuelven al KPD.
En cambio, los delegados de Hamburgo, Laufenberg y Wolfheim, inmediatamente después de su exclusión, habían anunciado la fundación de un nuevo partido. Ese modo de hacer no tiene nada que ver con el enfoque marxista sobre la cuestión organizativa. Toda su actitud, después de su exclusión, revela intenciones destructoras para con las organizaciones revolucionarias. En efecto, desde ese momento desarrollan abierta y frenéticamente su posición nacional-bolchevique. Ya durante la guerra habían hecho propaganda por la «guerra popular revolucionaria». Contrariamente a los espartaquistas, no adoptaron una postura internacionalista sino que llamaron a la clase obrera a subordinarse al ejército «para poner fin al dominio del capital anglo-americano». Acusaron incluso a los espartaquistas de haber animado a la desintegración del ejército y de haberle dado «una puñalada trapera». Esas acusaciones se pusieron perfectamente al unísono con los ataques de la extrema derecha tras la firma del Tratado de Versalles. Mientras que durante el año 1919, Laufenberg y Wolfheim se ponían una careta radical con su agitación contra los sindicatos, después de su exclusión del KPD, en cambio, lo que defienden es el llamado «nacional-bolchevismo». Sin embargo su política no obtiene el menor eco ante los obreros de Hamburgo. Pero lo que sí saben hacer esos dos individuos es maniobrar y logran que se publique su punto de vista como suplemento al Kommunistische Arbeiter Zeitung sin el acuerdo del Partido. Cuanto más aislados van a encontrarse en el KPD más ataques abiertos antisemitas van a lanzar contra el dirigente del KPD, tratándolo de «judío, agente inglés». Más tarde se descubrirá que Wolfheim era el secretario del oficial Lettow-Vorbeck y será denunciado como agente provocador de la policía. Wolfheim no actuaba, pues, por cuenta propia, y el objetivo consciente y sistemático de su acción era la destrucción del partido, con el apoyo de camarillas que operaban entre bastidores.
El drama de la oposición es el no haber sabido desmarcarse a tiempo y con suficiente determinación de esos individuos. La consecuencia es que cada día hay más militantes asqueados por las actividades de Laufenberg y Wolfheim y muchos de ellos dejan de ir a la reuniones del partido y acaban retirándose (ver las actas del IIIer Congreso del KPD, p. 23).
Por otra parte, la burguesía, procurando sacar partido de la serie de derrotas que ha infligido al proletariado durante el año 1919, va a desplegar una ofensiva contra él en la primavera de 1920. El 13 de marzo, las tropas de Kapp y de Lüttwitz lanzan una ofensiva militar para restablecer el orden. Ese putsch va claramente contra la clase obrera, por mucho que las apariencias hagan creer que va dirigido contra el gobierno SPD. Ante la alternativa de replicar a las ofensivas del ejército o sufrir una represión sangrienta, los obreros, en casi todas las ciudades, se sublevan para resistir. No les queda otra alternativa que la de defenderse. Es en el Ruhr, con la creación de un Ejército rojo, donde el movimiento de réplica es más fuerte.
Frente a esa acción del ejército, la Central del KPD está totalmente desorientada. Si bien al principio apoya la respuesta proletaria, cuando las fuerzas del Capital van a proponer un gobierno SPD-USPD «para salvar la democracia», va a considerar a ésta como «un mal menor» e incluso ofrecerle «su leal oposición».
Esa situación de ebullición en la clase obrera así como la actitud del KPD van a proporcionar a todos los que han sido excluidos de él, el pretexto para fundar un nuevo partido.
DV
[1] «Ante todo, en lo que a la cuestión de la no participación en las elecciones se refiere, tú aprecias exageradamente el alcance de esta decisión. Nuestra «derrota» [o sea la derrota en la votación en el congreso de la futura Central sobre esta cuestión] no ha sido sino la victoria de un extremismo un tanto infantil, en plena fermentación, sin matices. (...) No olvides que los espartaquistas son, en buena parte, une generación nueva sobre la que pesan las tradiciones embrutecedoras del «viejo» partido y hay que aceptar las cosas con sus luces y sus sombras. Hemos decidido todos unánimemente no hacer de ello un asunto de estado y no tomárnoslo por la trágica» (Rosa Luxemburgo, Carta a Clara Zetkin, 11 de enero de 1919).