Crisis económica - Países del Este: nuevos mercados nacidos muertos

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Crisis económica

Países del Este: nuevos mercados nacidos muertos

Tras el hundimiento de los regímenes estalinistas, la burguesía es su gran campaña ideológica contra la clase obrera sobre la «superioridad del capitalismo» y la «imposibilidad del comunismo», anunciaba la llegada de un «nuevo orden mundial»: el fin de los bloques militares, la reducción de los presupuestos en armamento y la apertura de «nuevos mercados» en el Este iban a desembocar en una era de paz y de prosperidad. Desde entonces, los tales «dividendos de la paz» se han transformado en matanzas y conflictos más mortíferos unos que otros, y la perspectiva de «prosperidad» se ha transformado en agravación de la crisis y austeridad duplicada. En cuanto a la «apertura de nuevos mercados» en los países del Este, la realidad se ha encargado también de barrer las mentiras: el hundimiento económico y social de esos países durante los años 90 ha sido un agrio mentís a esa campaña de la burguesía.

Por eso, estamos hoy asistiendo a una multiplicación de informes de «expertos» y artículos en los media con los que se intenta reavivar algo el rescoldo de las ilusiones. Por eso hoy nos quieren hacer creer que «un período necesario y difícil se imponía para sanear la economía», que la larga transición se debería a la «pesada herencia del pasado» y así. Si se les hace caso, el futuro de la «nueva economía de mercado» volvería a ser radiante y los países del Este estarían en el camino de la estabilización y del enderezamiento económico. Del – 10% en 1994 a – 2,1% en 1995, la tasa de crecimiento pasaría ahora a +2,6%  para el conjunto de la zona. Excepto algunas repúblicas de la antigua URSS, el retorno a tasas positivas de crecimiento sería general en 1996. «Después del temporal, la bonanza», ése vendría a ser el nuevo mensaje que la burguesía y sus medios de comunicación intentan hacer tragar, completando con la mentira propalada desde 1989 sobre «la victoria del capitalismo sobre el comunismo».

El hundimiento del estalinismo fue una expresión de la quiebra histórica del capitalismo

Demócratas y estalinistas se han puesto siempre de acuerdo para identificar estalinismo y comunismo, para así hacer creer a la clase obrera que era éste lo que imperaba en el Este. Esto permitió asociar hundimiento del régimen estalinista a muerte del comunismo, a quiebra del marxismo. Comunismo significa, en realidad, fin de la explotación del hombre por el hombre, fin del salario y fin de la división de la sociedad en clases antagónicas; es el reino de la abundancia en el cual «el gobierno sobre los hombres deja el sitio a la administración de las cosas» y todo eso sólo es posible a escala mundial. El Estado totalitario, la penuria generalizada, el reino de la mercancía y del salariado y las numerosas revueltas obreras resultantes, son testimonio del carácter plenamente capitalista y explotador de los regímenes que imperaron en esos países. De hecho, la forma estaliniana del capitalismo de Estado, herencia, no de la Revolución de octubre de 1917 sino de la contrarrevolución que la asesinó en un baño de sangre, se hundió arruinando por completo las formas de la economía capitalista que engendró en esos países pretendidamente «socialistas». No fue el comunismo lo que se desmoronó en el Este, sino una variante particularmente frágil y militarizada del capitalismo de Estado.

Que una constelación imperialista se haya desmoronado desde dentro, sin lucha, bajo el peso de la crisis y de sus propias contradicciones, es una situación totalmente inédita en la historia del capitalismo. Si hoy es la crisis la que ha originado la desaparición de un bloque imperialista y no, como había ocurrido en el pasado, una derrota militar o una revolución, ello se debe a que el sistema como un todo ha entrado en su fase terminal: su fase de descomposición. Esta fase se caracteriza por una situación en la que las dos clases fundamentales y antagónicas de la sociedad se enfrentan sin conseguir imponer su propia respuesta a las contradicciones insuperables del capitalismo: la guerra generaliza para la burguesía, el desarrollo de una dinámica hacia la revolución para el proletariado. Ahora que la contradicciones del capitalismo en crisis no hacen sino agravarse, la incapacidad de la burguesía para ofrecer la menor perspectiva para el conjunto de la sociedad y las dificultades del proletariado para afirmar abiertamente la suya en lo inmediato, no pueden sino desembocar en una descomposición generalizada, de putrefacción de raíz de la sociedad. Son esas condiciones históricas nuevas, inéditas – la situación momentánea de atolladero de la sociedad –las que explican por qué la crisis del capitalismo ha tenido y sigue teniendo consecuencias tan arrasadoras y de tal amplitud y gravedad.

En efecto, la caída de la producción en los países del Este después de 1989 ha sido la más importante de toda la historia del capitalismo, mucho más grave que durante la crisis de los años 1930 o cuando la entrada en guerra durante el segundo conflicto mundial. En la mayoría de esos países, la producción ha caído más abajo de los – 30% que tuvo Estados Unidos entre 1929 y 1933. Después de 1989, el hundimiento de la producción ha alcanzado – 40% en Rusia y casi – 60% en antiguas repúblicas de la extinta URSS como Ucrania, Kazajistán o Lituania, retrocesos mucho mayores que en el momento de la derrota soviética de 1942 ante la invasión alemana (– 25%). La producción de Rumania ha bajado 30%, las de Hungría y Polonia 20%. Esta gigantesca destrucción de fuerzas productivas, esa brutal y repentina degradación de las condiciones de vida de partes enteras de la población mundial son ante todo el resultado de la crisis mundial e histórica del sistema capitalista. Esos fenómenos, análogos por su significado y amplitud a las decadencias de los modos de producción del pasado no tienen, sin embargo, parangón en cuanto a su violencia. Son la expresión de lo que puede engendrar un sistema en su fase final: precipitar en la miseria casi absoluta, y eso del día a la mañana, a decenas cuando no a centenas de millones de seres humanos.

¿Hacia un futuro floreciente o hacia la tercermundización acelerada?

Tras semejante caída de la producción, tras semejante degradación en las condiciones de vida de toda una parte del planeta, es un poco indecente hablar de tasas de crecimiento positivas. Partiendo de cero, matemáticamente, ¡el crecimiento es infinito! En efecto, la tasa de crecimiento es tanto más elevada cuanto más débil es la base de partida: incrementar en una sola unidad (producir un camión suplementario, por ejemplo) que se añade a dos producidas anteriormente es una tasa de crecimiento de 50%. En cambio, aumentar en 10 unidades con una base de 100 corresponde a una tasa de crecimiento más débil, 10%. En ese contexto, las tasas positivas de crecimiento anunciadas no significan gran cosa.

Hablar de «retorno a futuros florecientes» es, casi como la expresión lo indica, una estafa siniestra. Tanto en el plano de la evolución de la producción y de los ingresos como de la dinámica general del sistema capitalista, todo no hace sino cerrar todavía más el callejón sin salida en que están metidas esas partes del mundo. Recurrir masivamente al crédito y a los déficits presupuestarios, como así fue con la reunificación alemana, o el empobrecimiento brutal y generalizado en los demás países del Este, no ofrecen ninguna base sólida para prever una mejora en la situación económica y social.

El ejemplo de la reunificación alemana es significativo en muchos aspectos. Obligada políticamente a asumir una unificación que se le imponía, la burguesía alemana tuvo que recurrir a medios excepcionales para evitar ser sumergida por un éxodo de población y por una poderosa marea de descontento social. En efecto, la reunificación sólo ha sido posible gracias a una transferencia masiva de capitales del Oeste al Este para financiar inversiones y programas sociales: unos 200 mil millones de marcos por año, equivalentes al 7% de PIB del Oeste, pero equivalentes al 60% del PIB del Este. La integración de la RDA en la «gran familia alemana» nos ha sido presentada como ejemplo de transición exitosa: la tasa de crecimiento en los territorios de la antigua RDA en 1994 ascendió a cerca del 20%.

Pero como decía Lenin, «los hechos son testarudos»: las regiones del Este produjeron 382 mil millones de marcos de riquezas en 1995... con 83 mil millones de exportaciones y 311 mil millones de importaciones, o sea, un déficit comercial de 228 mil millones, o sea, lo equivalente al 60% del PIB de esos länder orientales. Así es como se explican esas asombrosas tasas de crecimiento que nos presentan. En realidad, ese impresionante apoyo a la actividad económica del Este se ha realizado apostando por un porvenir de lo más incierto y sólo ha sido posible mediante un aumento de la deuda pública de Alemania, que ha pasado del 43% del PIB en 1989 al 55% en 1994, o sea un incremento del 12% en cinco años. Esa estrategia de incrementar la deuda pública para mantener la actividad ha dejado los problemas para más tarde y cierta actividad ha podido mantenerse en las regiones orientales, se han podido renovar ciertas infraestructuras y las transferencias de ingresos han mantenido el nivel de compra de bienes en las empresas del Oeste. Sin embargo, el mantenimiento de las actividades en el Este se ha hecho sobre todo en el sector de la construcción y de obras públicas con el objeto de restablecer las infraestructuras, objetivo estratégico esencial para la burguesía alemana. En realidad, ese sector no podrá servir para un despegue duradero de la actividad del Este de Alemania. Apenas apagadas las luces del séptimo aniversario de la reunificación, una sombría perspectiva se perfila con el agotamiento de las actividades en construcción y obras públicas, la baja progresiva de las transferencias masivas hacia lo que fue RDA y una austeridad creciente. Habrá algunas actividades a las que les costará despegar habida cuenta de la recesión general y de la saturación de los mercados a nivel mundial. Desde 1993, el Estado alemán pasa la factura de la reunificación a la clase obrera, primero, mediante un importante aumento de impuestos y después con una austeridad implacable: incremento de la jornada de trabajo en el sector público, cierre de equipamientos, subidas brutales de tarifas públicas, reducciones masivas de plantillas en las administraciones.

Si la situación en lo que fue RDA podría dar ilusiones, pues para Alemania alcanzar cierta estabilidad en esa parte del país era una baza geoestratégica de la primera importancia, para quien quiere ver más allá de los discursos embaucadores, la situación económica y social en los demás países del Europa del Este sigue siendo catastrófica. Excepto Croacia, Eslovenia y República Checa, países que ya han pasado a crecimientos positivos (y ya hemos visto antes lo que cabía pensar al respecto), los demás se estancan o recaen; el globo se está deshinchando: la tasa de crecimiento de Albania ha caído a 6% en 1995 tras haber subido 11% en 1993, el de Bulgaria (3%) y el de Armenia (7%) han tocado techo desde el año pasado, el de Hungría ha pasado de 2,5% en el 94 a 2% en el 96, el de Polonia de 7% en 1995 al 6% en 1996, el de Eslovaquia de 7% en 1995 a 6% en 1996, el de Rumanía de 7% en 1995 a 4% en 1996 y el de los tres países bálticos de 5% en 1994 a 3,2% en 1996. Los otros datos económicos no son más brillantes.

Cierto es que la hiperinflación ha sido contenida, pero con pócimas como las administradas al Tercer mundo. Planes drásticos de austeridad, despidos y recortes a mansalva en los presupuestos sociales del Estado han bajado las tasas de infación a niveles más «aceptables», pero siempre muy elevados y, en bastantes países, superiores incluso a los de hace cinco años.

Inflación (%)

       País           1990    1995

Bulgaria               22         62

R. Checa ...........  11 .......  9

Hungría .............  29 .....  28

Polonia ............  586 .....  28

Rumanía ..............  5 .....  32

Eslovaquia ........  11 .....  10

Rusia ...................  6 ...  190

Ucrania ...............  4 ...  375

Otros muchos aspectos económicos, típicos de la tercermundización creciente de esos países aparecen más y más. Casi todas las actividades están orientadas hacia la ganancia a corto plazo, los capitales se invierten en el extranjero o se colocan prioritariamente en actividades especulativas y sólo de manera marginal son reinyectados en el sector productivo. Cuando la ganancia «oficial», «legal» es insuficiente por lo mucho que se ha degradado la situación económica, los ingresos de origen criminal se incrementan. Éstos, muy infravalorados, representarían ya el 5% del PIB en Rusia y aumentan fuertemente (1% en 1993) situándose por encima del doble de la media mundial (2%).

Hacia la pauperización absoluta

Típico igualmente de los países subdesarrollados es el crecimiento espectacular de la economía subterránea y del autoconsumo para compensar en lo posible la caída drástica de los ingresos oficiales. Esto se comprueba en la separación que se aprecia entre la caída de los ingresos por salario, que es enorme, y la del consumo, que es menor. De hecho, el consumo lo mantiene una minoría entre el 5 y el 15 % de la población que está sacando provecho de la «transición» y, por otro lado está cada día más compuesto de bienes de origen no monetario (actividades agrícolas privadas). En Bulgaria, por ejemplo, en donde los salarios reales han bajado 42% en 1991 y 15% en 1993, la parte de ingresos oficiales ha disminuido 10% en dos años en el total de ingresos familiares (44,8% en 1990 a 35,3 en 1992) y, en cambio, la parte de ingresos agrícolas no monetarios aumentan 16% (21,3% a 37,3%). O sea que para sobrevivir, los trabajadores de esos países deben buscar ingresos suplementarios para compensar unos salarios cada día más bajos, cobrados por un trabajo cada día más duro y en condiciones cada día más degradadas. Resultado: una brutal pauperización para la inmensa mayoría de la población. El Unicef ha establecido un umbral de la pobreza correspondiente a un nivel de 40 a 50% por debajo de los ingresos reales medios de 1989 (antes de la «reformas»).

A los datos les sobran comentarios: multiplicación por un factor entre dos y seis de la cantidad de hogares que viven por debajo del umbral de pobreza. En Bulgaria, más de la mitad de las familias del país viven por debajo de ese umbral, 44% en Rumanía y una tercera parte en Eslovaquia y Polonia.

Porcentaje de hogares por debajo del umbral de pobreza (estimación)

       País         1989           90              92             93

Bulgaria                             13,8                               57

R. Checa           4,2                             25,3

Hungría (*)       14,5                             19,4

Polonia              22,9                             37,7

Rumanía            30                             44,3

Eslovaquia          5,7                                              34,5

 

(*) en porcentaje de la población

Fuente: Unicef, Crisis in Mortality, Helth and Nutrition, MONEE Database, agosto de 1994, p. 2.

Estimación del PNB por habitante en relación
con el poder adquisitivo
(Estados Unidos = 100)

    País         1987    94   94/87

Tayikistán     12,1      3,7    31%

Azerbaiyán   21,7      5,8    27%

Kirguizistán  13,5      6,7    50%

Armenia        26,5      8,3    31%

Uzbekistán   15,5      9,2    74%

Bolivia                       9,3

Ukrania        20,4    10,1    50%

Kazajistán    24,2    10,9    45%

Letonia         24,      12,4    51%

Lituania        33,8    12,7    38%

Rumanía       22,7    15,8    70%

Bielorrusia    25,1    16,7    67%

Bulgaria        23,5    16,9    72%

Estonia         29,9    17,4    58%

Rusia            30,6    17,8    58%

Túnez                      19,4

Hungría        29,9    23,5   81%

Eslovenia     33,3    24,1    72%

México                     27,2

R. Checa       44,1    34,4    78%

Este cuadro ilustra la caída de los antiguos países del bloque estalinista a niveles tercermundistas y permite evaluar la degradación del nivel de vida de la población en esos países: la segunda columna de cifras indica el poder adquisitivo medio en 1994 comparado con Estados Unidos (=100) y la tercera expresa este nivel comparado con el de 1987. Además, este cálculo subestima la realidad de la deterioración de las condiciones de vida de la clase obrera, puesto que mide la evolución de un poder adquisitivo medio. Da, sin embargo, una primera idea de la profundidad de la caída, caída tanto más dolorosa porque ya el nivel de partida era bajísimo: un nivel de vida tres veces más bajo para los habitantes de buena cantidad de repúblicas de la extinta URSS, un nivel casi dos veces menor en Rusia y una disminución media de 30% en los demás países. Comparando el nivel de esos países con otros, se comprueba que forman plenamente parte del Tercer mundo: Rusia (17,8%) ocupa un rango comparable a Túnez (19,4%) o Argelia, por debajo incluso de Brasil (21), la mayoría de aquellas repúblicas están a la altura de Bolivia (9,3) y, para los menos desfavorecidos, a la de México (27,2%). Puede apreciarse con esos datos toda la vacuidad mentirosa de los discursos sobre las perspectivas de desarrollo y de porvenires radiantes.

A medida que la realidad es mejor conocida, las últimas esperanzas y todas las teorías sobre una posible mejora de la situación se esfuman. Los hechos hablan por sí solos: es imposible que la economía de esos países se enderece. No hay mayores esperanzas para los países del antiguo bloque del Este que las que hay desde hace más de 100 años para los países del Tercer mundo. Ni el antiguo orden reformado, ni la variante «liberal» del capitalismo occidental, que también es capitalismo de Estado pero con una forma mucho más sofisticada, podrán ser una solución de recambio. Lo que está en crisis es el sistema capitalista como un todo. La ausencia de mercados, la austeridad no son algo típico de los países del Este arruinados o del Tercer mundo agónico; esos mecanismos están en el corazón del capitalismo más desarrollado y golpean a todos los países.

C. Mcl

Fuentes:

- L’économie mondiale en 1997, CEPII, Ed. La découverte, col. Repères nº 200.

- «Transition démocratique à l’Est», la Documentation française nº 5023.

- Rapport sur le développement dans le monde 1996: «De l’économie planifiée à l’économie de marché», Banco mundial.

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