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En los tres primeros artículos de esta serie hemos mostrado cómo el bakuninismo, apoyado y manipulado por las clases dominantes, y utilizando toda una red de parásitos políticos, desató una lucha secreta contra la Iª Internacional. El objetivo fundamental de ese sabotaje fue impedir que en la Internacional se establecieran principios y reglas de funcionamiento verdaderamente proletarios. Y así, mientras los Estatutos de la Asociación internacional de trabajadores defendían un modo de funcionamiento unitario, colectivo, centralizado, transparente y disciplinado, lo que suponía un importante avance respecto a la fase sectaria, jerarquizada y conspirativa que en el pasado había dominado el movimiento obrero, la Alianza de Bakunin movilizó a todos los elementos no proletarios que se negaban a aceptar ese trascendental paso adelante. Tras la derrota de la Comuna de París en 1871, y el consecuente reflujo internacional de la lucha de clases, la burguesía redobló sus esfuerzos para destruir la Internacional y, sobre todo, para desprestigiar la visión marxista del partido obrero y de sus principios organizativos, que ganaban cada vez más adeptos en las filas del proletariado. Por ello, la Internacional se consagró a una confrontación abierta y decisiva contra el bakuninismo, en su Congreso de la Haya de 1872. Conscientes de la imposibilidad de mantener la Internacional tras una de las mayores derrotas sufridas por el proletariado mundial, la principal preocupación que guió a los marxistas en el Congreso fue que los principios políticos y organizacionales que defendieron contra el bakuninismo, pudieran quedar para las sucesivas generaciones de revolucionarios, para que sirvieran de base a las futuras Internacionales. Por ello, el Congreso de La Haya decidió hacer públicas las revelaciones sobre la conspiración bakuninista que, desde dentro mismo de la organización, intentaba destruir la Internacional. Al actuar así, el Congreso ponía esas lecciones de la lucha contra la Alianza bakuninista al alcance de toda la clase obrera.
Y quizá la más importante de esas lecciones legadas por la Iª Internacional es el peligro que para las organizaciones comunistas representan los elementos desclasados en general, y el aventurerismo político en especial. Y, sin embargo, es ésa también la enseñanza que más han olvidado o que más subestiman muchos de los grupos del actual medio revolucionario. Por ello dedicamos a esta cuestión la última parte de nuestra serie de artículos contra el bakuninismo.
La importancia históricade los análisis de la Primera Internacional sobre Bakunin
¿Por qué la Iª Internacional no trató su lucha contra el bakuninismo como un asunto meramente interno, sin que trascendiera a quienes no formaban parte de la organización? ¿Por qué insistieron tanto en legar estas lecciones para el futuro? La base de la concepción marxista de la organización es la convicción de que las organizaciones revolucionarias comunistas son un producto del proletariado, que por ello tienen, históricamente hablando, un mandato de la clase obrera, y que, por tanto, deben justificar sus acciones ante la clase en su conjunto, y en particular ante otras organizaciones políticas y expresiones del proletariado, es decir, ante el medio político proletario. Se trata pues de un mandato válido, no sólo para el presente, sino también ante la propia historia del movimiento obrero. Del mismo modo, la responsabilidad de las futuras generaciones de revolucionarios es asumir ese mandato legado por la historia, aprender de él, y tomar posición sobre la lucha que desarrollaron sus predecesores.
Sólo así puede entenderse que el último gran combate de la Primera Internacional se dedicara a revelar, ante el proletariado mundial y ante la historia, el complot urdido por Bakunin y sus seguidores contra el partido de los trabajadores. Y también, por eso mismo, que el deber de las actuales organizaciones marxistas sea reapropiarse de esas lecciones del pasado para armarse en la lucha contra el bakuninismo de nuestros días, contra las expresiones actuales del aventurerismo político.
La burguesía que comprendió, desde su punto de vista lógicamente, el peligro histórico que para sus intereses de clase representaban las lecciones sacadas por la Primera Internacional, respondió a las revelaciones del Congreso de La Haya, haciendo todo lo posible por desprestigiar ese esfuerzo. Y así, la prensa y los políticos de la burguesía señalaron que la lucha contra el bakuninismo no era una lucha de principios, sino una sórdida disputa por el poder dentro de la Internacional, acusando a Marx de haber eliminado a su rival, Bakunin, mediante una campaña de falsificaciones. Lo que, en otras palabras, la burguesía intentaba inculcar a los trabajadores es que las organizaciones obreras utilizaban los mismos métodos, y no eran por tanto mejores, que las organizaciones de sus explotadores. El hecho de que la inmensa mayoría de la Internacional apoyase a Marx fue atribuído al “triunfo del autoritarismo” en sus filas, y a la supuesta tendencia de sus miembros a ver enemigos de la Asociación acechando por todas partes. Bakuninistas y lassalleanos llegaron incluso a difundir rumores de que el propio Marx era un agente de Bismark.
Y esas son también, como sabemos, exactamente las mismas acusaciones que hoy lanza la burguesía, a través del parasitismo político, contra la CCI.
Esas denigraciones, lanzadas por la burguesía y difundidas por el parasitismo político, acompañan inevitablemente cada lucha proletaria por la organización. Lo que resulta más serio y mucho más peligroso es que tales infamias encuentren un cierto eco en las filas del propio medio revolucionario. Tal fue el caso, por ejemplo, de la biografía de Marx escrita por Franz Mehring. En este libro, Mehring, que perteneció a la combativa ala izquierda de la IIª Internacional, declara que el folleto del Congreso de La Haya sobre la Alianza resultaba “imperdonable” e “indigno de la Internacional”. En su libro, Mehring defiende no solo a Bakunin, sino también a Lassalle y Schweitzer, contra las acusaciones de Marx y los marxistas. El principal reproche de Mehring a Marx es que éste habría abandonado el método marxista en sus escritos contra Bakunin, de tal manera que, mientras que en sus restantes obras Marx siempre partió de un análisis materialista de clases de los hechos, respecto a la Alianza de Bakunin se habría dejado llevar, según Mehring, por una explicación de los problemas a partir de la personalidad y las acciones del pequeño número de individuos que eran los líderes de la Alianza. En otras palabras, acusa a Marx de haber caído, según Mehring, en una visión “personalista” y “conspirativa” en lugar de hacer un análisis de clase. Atrapado por esa visión, siempre según Mehring, Marx se habría visto obligado a exagerar las faltas y la acción de sabotaje de Bakunin, y también de los líderes de lassalleanismo en Alemania ([1]).
De hecho Mehring que se había negado,“por principios”, a examinar el material que Marx y Engels le presentaron sobre Bakunin, declaró: “Que ha perdido de sus restantes escritos polémicos, el peculiar atractivo, la perdurable vigencia, la búsqueda de nuevos enfoques que ven la luz a través de la crítica negativa, todo ello se ha perdido por completo en este trabajo” ([2]).
Es decir, de nuevo la misma crítica que desde el medio revolucionario se lanza hoy contra la CCI. Para contestar a esas críticas queremos demostrar que la posición de Marx sobre Bakunin estaba, por supuesto, basada en una análisis materialista de clase: el análisis sobre el aventurerismo político y el papel de los desclasados. Es este “nuevo enfoque” de “vigencia perdurable”, lo que Mehring ([3]), y con él la mayoría de los grupos revolucionarios actuales, ignoran o no entienden.
Los desclasados : enemigos de las organizaciones proletarias
Contrariamente a lo que pensó Mehring, la Iª Internacional sí partió, por descontado, de un análisis de clase de los orígenes y las bases sociales de la Alianza bakuninista:
“Sus fundadores, y los representantes de las organizaciones obreras del Viejo y del Nuevo Mundo, que en los congresos internacionales han aprobado los Estatutos generales de la Asociación, olvidaron que la misma amplitud de su programa permitiría a elementos desclasados infiltrarse en su seno, y fundar organizaciones secretas cuyos esfuerzos no irían dirigidos contra los gobiernos, sino contra la propia Internacional. Tal es el caso de la Alianza de la democracia socialista” ([4]).
La conclusión de este mismo documento establece los aspectos esenciales del programa político de Bakunin en cuatro puntos. Dos de ellos insisten, una vez más, en el papel decisivo de los desclasados:
“1. Todas las depravaciones características de la vida de los desclasados que han sido arrojados de las capas altas de la sociedad, se convierten inevitablemente y se proclaman, como otras tantas virtudes ultrarevolucionarias (...)
4. La lucha económica y política del proletariado por su emancipación, es reemplazada por los actos pandestructivos de los hampones, última encarnación de la revolución. En una palabra, que hay que dejarse llevar por los granujas, que han sido suprimidos por los propios trabajadores en las ‘revoluciones del modelo clásico occidental’, poniendo así, gratuitamente, a disposición de los reaccionarios, una bien disciplinada banda de agentes provocadores” ([5]).
Y las conclusiones añaden:
“Con las resoluciones adoptadas por el Congreso de La Haya contra la Alianza, cumplimos lo que es, estrictamente, nuestro deber. El Congreso no puede permitir que la Internacional, esa gran creación del proletariado, caiga en las redes urdidas por esa escoria de las clases dominantes” ([6]).
Es decir que la base social de la Alianza consistía en esa escoria de las clases dominantes, los desclasados, que a su vez intentaban movilizar a elementos del lumpenproletariado, con objeto de intrigar contra las organizaciones comunistas.
El propio Bakunin es el prototipo del aristócrata desclasado:
“... habiendo adquirido en su juventud todos los vicios de los oficiales imperiales del pasado (pues él mismo fue un oficial), aplicó a la revolución todos los funestos instintos propios de sus orígenes tártaros y señoriales. Es bien conocido este tipo de señor tártaro, en quién se reunían todas las bajas pasiones: jugador, matón y torturador de sus siervos, violador de mujeres, borracho de la mañana a la noche... deleitándose, con la perfidia característica de los bárbaros, en todas las formas posibles de profanación abyecta de la naturaleza y la dignidad humanas,... esa es la vida, agitada y revolucionaria, de estos señores. Y ¿no aplicó el señor tártaro Horostratus a la revolución, por amor a sus siervos feudales, todos esos primitivos instintos, todas esas perversas pasiones de su estirpe?” ([7]).
Es precisamente esa fascinación mutua entre canallas de las diferentes clases de la sociedad, lo que explica que Bakunin, el aristócrata desclasado, se sintiera seducido por los ambientes criminales y del lumpenproletariado. El “teórico” Bakunin necesitaba las energías criminales del hampa, del lumpenproletariado para llevar adelante su programa. Este papel lo cumplió Nechayev en Rusia, poniendo en práctica lo que Bakunin predicaba, manipulando y falseando la correspondencia entre los miembros de su Comité, y ejecutando a aquellos que intentaron abandonarlo. Bakunin no dudó en teorizar esta alianza entre los “héroes” desclasados y los criminales:
“El bandidaje es una de las formas más honorables de la vida del pueblo ruso. El bandido es el héroe, el defensor, el vengador del pueblo, el enemigo irreconciliable del Estado y de todo el orden social y civil establecido por el Estado, el que lucha a muerte contra toda esta civilización de los funcionarios, nobles, curas, de la corona... Quien no comprenda el bandolerismo no entenderá nada de la historia del pueblo ruso. Quien no simpatiza con él, no simpatiza con la vida del pueblo ruso, y no tiene corazón para sus inmensos sufrimientos seculares; y pertenece, por tanto, al campo de los enemigos, de los partidarios del Estado” ([8]).
Los desclasados en política: un caldo de cultivo para la provocación
La principal motivación que lleva a estos desclasados a meterse en política no es que se identifiquen con la causa del proletariado, ni que les seduzca el objetivo final del comunismo, sino el inflamado odio y el ansia de venganza que estos desarraigados sienten contra la sociedad. Así lo expresa Bakunin en su Catecismo revolucionario:
“No es revolucionario quien siente consideración por algo de este mundo. No debe dudar ante la destrucción de cualquier posición, de un vínculo o de un hombre, pertenecientes a este mundo. Debe odiarlo todo y a todos por igual” ([9]).
Carentes de cualquier vínculo o lealtad hacia ninguna de las clases sociales, incapaces de creer en otra perspectiva que no sea la de su propio provecho, los desclasados pseudorevolucionarios no luchan por una futura sociedad más progresista, sino por actúan movidos por un puro deseo nihilista de destrucción:
“No reconocemos más actividad que la destrucción, aunque admitimos que esta actividad pueda manifestarse en múltiples formas: el veneno, el puñal, la soga... La revolución lo santifica todo sin distinción” ([10]).
Este tipo de mentalidad y este ambiente social constituyen, por supuesto, un fértil caldo de cultivo para la acción de los provocadores políticos. Pero si bien los provocadores, los confidentes policiales y los aventureros políticos, es decir los enemigos más peligrosos de las organizaciones revolucionarias, son utilizados por las clases dominantes, no surgen espontáneamente del proceso de desclasamiento que, continuamente, se produce en el capitalismo. Algunas citas del Catecismo revolucionario de Bakunin, nos servirán para ilustrar esta cuestión:
El 10º párrafo instruye al “verdadero militante” para explotar a sus camaradas:
“Cada compañero debe tener bajo su dirección a varios revolucionarios de segundo y tercer grado; es decir, de los que no están todavía completamente iniciados. Debe considerarlos como una parte del capital revolucionario general puesta a su disposición. Debe gastar económicamente su parte de capital, procurando sacar de ella el máximo provecho que le sea posible”.
El punto 18º enseña cómo vivir a costa de los ricos: “Hay que explotarlos de todas las formas posibles, asediarlos, confundirlos, y, cuando sea posible, adueñarnos, nosotros mismos, de sus más repugnantes secretos, haciéndolos así nuestros esclavos. De esa manera, su poder, sus relaciones, sus influencias y su riqueza se convertirán en una inagotable riqueza y en una ayuda inestimable para nuestros propósitos”
El 19º, propone infiltrar a los liberales y otros partidos: “Con éstos se puede conspirar según su propio programa, simulando seguirles ciegamente. Hemos de conseguir tenerlos en nuestras manos, así como los secretos que les comprometan completamente, de tal manera que la retirada les resulte imposible; y servirse de ellos para provocar perturbaciones en el Estado”.
El epígrafe 20º habla, verdaderamente, por sí mismo: “La quinta categoría está formada por doctrinarios, conspiradores, revolucionarios de los que parlotean en las reuniones y en los periódicos. A estos debemos de presionarles continuamente y embaucarles en demostraciones prácticas y peligrosas, que consigan eliminar su mayoría, y convertir a algunos de ellos en verdaderos revolucionarios.
Párrafo 21º: «La sexta categoría es muy importante: son las mujeres, que deben ser divididas en tres categorías: una, las mujeres frívolas, sin ingenio ni corazón, a las que hay que utilizar del mismo modo que a la tercera y cuarta categorías de hombres; en segundo lugar las mujeres fervientes, capaces y entregadas, pero que, sin embargo, aún no son de las nuestras porque todavía no han alcanzado una conciencia práctica y sin palabrería, y que deben ser utilizadas del mismo modo que los hombres de la quinta categoría. Finalmente, las mujeres que están completamente con nosotros, es decir que han sido completamente iniciadas y que aceptan, enteramente, nuestro programa. Debemos tratarlas como el más valioso de nuestros tesoros, pues sin su ayuda, nada podríamos hacer» ([11]).
Llama poderosamente la atención la similitud entre los métodos expuestos por Bakunin, y los que actualmente emplean las sectas religiosas que, aunque en general son controladas por el Estado, han sido frecuentemente fundadas en torno a aventureros desclasados. No en vano, como ya vimos en los anteriores artículos de esta serie, el modelo organizativo de Bakunin era la masonería, o sea los precursores del fenómeno actual de las sectas religiosas.
Un arma terrible contra el movimiento obrero
Las actividades de estos aventureros políticos desclasados resultan especialmente peligrosas para el movimiento obrero. Las organizaciones revolucionarias del proletariado sólo pueden subsistir y funcionar correctamente, sobre la base de una profunda confianza mutua entre los militantes, y entre los grupos del medio comunista. El éxito del parasitismo político en general, y de los aventureros en particular, depende, por el contrario, de su capacidad de minar la confianza mutua y de destruir los principios políticos de comportamiento de los revolucionarios en que se basan.
En su carta a Nechayev de junio de 1870, Bakunin revela claramente sus intenciones respecto a la Internacional: “Respecto a aquellas sociedades cuyos objetivos son cercanos a los nuestros, debemos hacer que se unan a nosotros, o al menos, que se sometan a nosotros, incluso sin que se den cuenta de ello. Para ello, las personas poco fiables deben ser destituidas. En cuanto a las sociedades hostiles o nocivas para nosotros, deben ser destruidas. Finalmente debe ser destituido el gobierno. Todo esto no puede lograrse únicamente a través de la verdad. Es imposible actuar sin recurrir a trucos, astucias y mentiras” ([12]).
Uno de esos clásicos “trucos”, consistió en acusar a las organizaciones obreras de emplear los mismos métodos que utilizaban los aventureros. Así en su Carta a los Hermanos en España Bakunin se queja de que la resolución de la Conferencia de Londres (1872) contra las sociedades secretas, fue, en realidad, adoptada por la Internacional con objeto de “despejar el camino a su propia conspiración, a la de la sociedad secreta que, bajo el liderazgo de Marx, existe desde 1848, habiendo sido fundada por Marx, Engels y el fallecido Wolf, y que resulta ser la más impenetrable sociedad alemana de comunistas autoritarios (...) Hay que reconocer que la lucha que se ha entablado en el seno de la Internacional, no es más que una lucha entre dos sociedades secretas” ([13]).
En la edición alemana de este texto aparece una nota a pie de página del historiador anarquista Max Nettlau, un ferviente admirador de Bakunin, que reconoce, sin embargo, que tales acusaciones contra Marx carecen por completo de veracidad ([14]). Recordemos también el texto antisemita de Bakunin: relaciones personales con Marx, en la que presenta el marxismo como parte de la conspiración judía, presuntamente relacionada con la familia Rothschild, de la que hablamos en nuestro artículo “El marxismo contra la francmasonería” de la Revista internacional nº 87.
El proyecto del bakuninismo es el propio Bakunin
Los métodos de Bakunin son los característicos de la chusma de los desclasados. Pero ¿a qué interés servían? La única preocupación política de Bakunin fue... el propio Bakunin, que si se incorporó al movimiento obrero fue para buscar su propio provecho personal.
La Internacional fue muy clara a este respecto. El primero de los principales textos del Consejo general sobre la Alianza, la circular interna llamada Las pretendidas escisiones en la Internacional, ya declaró que el objetivo de Bakunin era reemplazar “el Consejo general por su propia dictadura personal”. El Informe del Congreso de La Haya sobre la Alianza desarrolló aún más esta cuestión: “La Internacional se encontraba ya firmemente establecida, cuando a Mihail Bakunin se le metió en la cabeza jugar el papel de libertador del proletariado (...). Para hacerse reconocer como jefe de la Internacional le era preciso presentarse a sí mismo como el jefe de otro ejército, cuya devoción ciega hacia él , vendría garantizada mediante una sociedad secreta. Tras implantar su sociedad en el seno de la Internacional, contaba con extender sus ramificaciones en todas las secciones, acaparando así el control absoluto”.
Bakunin albergaba ya este proyecto personal mucho antes de que pensara unirse a la Internacional. Cuando tras escapar de Siberia regresó a Londres en 1861, Bakunin sacó un balance negativo de sus primeros intentos de establecerse en los círculos revolucionarios de Europa occidental, durante las revoluciones de 1848-49: “Me es difícil actuar en un país extranjero. He podido experimentar esto durante los años revolucionarios: ni en Francia, ni en Alemania, conseguí obtener una base de apoyo. Y, aunque conservo toda mi ferviente simpatía por el movimiento progresista en todo el mundo, para no malgastar el resto de mi vida, debo, de ahora en adelante, limitar mi actividad directa a Rusia, Polonia y a los eslavos” ([15]).
Aquí vemos claramente cómo lo que motiva a Bakunin en su cambio de orientación no es el bien de la causa sino “conseguir una base de apoyo”, lo que constituye la primera característica de los aventureros políticos.
Bakunin buscó ganarse a las clases dominantes
en provecho de sus propias ambiciones personales
En este texto, también conocido como el Manifiesto paneslavista, Bakunin se remitía al emperador ruso Nicolás: “Se dice que, poco antes de su muerte, el mismo emperador Nicolás que se disponía a declarar la guerra a Austria, concibió la idea de llamar a un levantamiento general de los eslavos de Austria y Turquía, de los magiares y de los italianos. Habiendo despertado contra él una auténtica tormenta de todo el Oriente, y para defenderse de ella, quiso transformarse de emperador déspota en emperador revolucionario” ([16]).
En su folleto La causa de los pueblos, de 1862, Bakunin declaró a propósito del zar de su época -Alejandro II- que “sólo él podría acometer en Rusia la más seria y benefactora de las revoluciones sin derramar una gota de sangre. Todavía ahora puede emprenderla (...). Es imposible detener el movimiento del pueblo que despierta después de un sueño de mil años. Pero si el zar se pusiera firme y resueltamente a la cabeza del movimiento, su poder en favor del bien y la gloria de Rusia, no tendría límites” ([17]).
Y en ese mismo tono, Bakunin pedía al zar que invadiera Europa occidental: “Tiempo es de que los alemanes se marchen a Alemania. Si el zar se hubiera dado cuenta de que debía ser el jefe no de un centralismo impuesto sino de una libre federación de pueblos libres, apoyándose en una fuerza sólida y regeneradora, aliándose con Polonia y Ucrania, rompiendo las odiosas alianzas con Alemania, y levantando resueltamente la bandera paneslava, se habría convertido en el salvador del mundo eslavo”.
A lo que la Internacional respondió: “El paneslavismo es una invención del gabinete de San Petersburgo y no tiene más objetivo que extender las fronteras de Rusia hacia el oeste y el sur. Pero como no se atreve a decirles a los eslavos austriacos, prusianos y turcos que su destino es quedar absorbidos por el gran imperio ruso, les presenta a Rusia como la potencia que les liberará del yugo extranjero, y que los reunirá en una gran y libre federación” ([18]).
Pero, además de su archidemostrado odio hacia los alemanes, ¿qué otra cosa movía a Bakunin a apoyar descaradamente al principal bastión contrarrevolucionario en Europa que era la autocracia de Moscú?. En realidad Bakunin pretendía ganarse el apoyo del zar en beneficio de sus propias ambiciones políticas en Europa occidental. El ambiente de los políticos radicales occidentales se encontraba atestado de agentes zaristas, de grupos y de periódicos, en los que se defendía ese mismo paneslavismo, entre otras muchas causas pseudorevolucionarias. La corte zarista tenía sus agentes muy bien situados, como prueba el caso de Lord Palmerston, uno de los políticos británicos más influyentes de ese momento. Indudablemente la protección de Moscú resultaba una ayuda inestimable para la realización de las ambiciones personales de Bakunin.
Bakunin creyó poder persuadir al zar para que éste diera a su política interna, mediante la convocatoria de una asamblea nacional, un tinte democrático occidental, lo que permitiría a Bakunin organizar a los movimientos radicales polacos y de los emigrados en Europa Occidental, como un auténtico caballo de Troya ultraizquierdista en la Europa Occidental: “Desgraciadamente, el zar no consideró conveniente convocar la Asamblea nacional, a la que Bakunin presentó, a través del citado folleto, su candidatura. No consiguió más que su manifiesto electoral y sus genuflexiones ante Romanov. Humillado y engañado en su cándida confianza, no le quedó más salida que tirarse de cabeza a la anarquía pandestructiva” ([19]).
Decepcionado por el zarismo, pero decidido a conseguir su propio liderazgo personal sobre los movimientos revolucionarios europeos, Bakunin gravitó entonces en torno a la francmasonería en la Italia de los años 1860, fundando diferentes sociedades secretas (ver el primer artículo de esta serie en la Revista internacional nº 84). Utilizando estos métodos, Bakunin infiltró en primer lugar la burguesa Liga por la Paz a la que, bajo su dirección, trató de unir “de igual a igual” a la Internacional (ver segunda parte en la Revista internacional nº 85). Cuando también hubo fracasado en esto, se infiltró y trató de hacerse con el control de la propia Internacional, a través de su Alianza secreta. En este proyecto, que suponía la destrucción completa de la organización política internacional de la clase obrera, Bakunin contó con el más completo y decidido apoyo de las clases dominantes: “Toda la prensa liberal y policíaca tomó abiertamente partido por ellos (por la Alianza). En sus calumnias personales contra el Consejo general, se han visto secundados por los supuestos reformadores de todos los países” ([20]).
La deslealtad hacia todas las clases y el odio hacia toda la sociedad
Aunque buscara su apoyo, Bakunin nunca llegó a ser un agente del zarismo, de la masonería, la Liga por la Paz, o de la prensa de la policía occidental. Como buen desclasado, Bakunin jamás se sintió vinculado ni con las clases dominantes ni con las clases explotadas de la sociedad. Antes bien, lo que pretendía era manipular y engañar tanto al proletariado como a las clases dominantes, para lograr sus ambiciones personales y vengarse así de la sociedad en su conjunto. Esto explica el hecho de que las clases dominantes, que se dieron perfecta cuenta de ello, utilizaran a Bakunin mientras les convino, pero sin jamás tenerle en consideración y abandonándolo en cuanto dejó de serles de utilidad. Así, en cuanto la Internacional denunció públicamente a Bakunin, éste vio concluida su carrera política.
Bakunin sentía un auténtico e incendiario odio contra las clases dominantes feudales y capitalistas. Pero aborrecía aún más a la clase obrera, despreciando, en general, a todos los explotados. El veía la revolución como un cambio social resultante de la acción de un pequeño pero decidido grupo de desclasados sin escrúpulos, que él mismo dirigiría. Pero esta visión de la transformación social es una elucubración mística y absurda, pues no se basa en ninguna clase firmemente enraizada en la realidad social, sino en la fantasía vengativa de un marginal ajeno al proletariado.
Ante todo Bakunin, como todos los aventureros políticos, creía que el cambio social no sería el resultado de la lucha de clases sino de las capacidades de manipulación que tuviera su Hermandad internacional: “Para la verdadera revolución se necesitan, no individuos situados a la cabeza de las masas, sino hombres ocultos invisiblemente en medio de ella, que establezcan vínculos ocultos entre unas masas y otras, y que también de manera invisible den así una sola e idéntica dirección, un solo y mismo espíritu y carácter al movimiento. La organización secreta preparatoria no tiene más sentido que éste, y solo para ello es necesaria” ([21]).
Pero esta visión no resulta nada novedosa sino que ya se encontraba en los “Iluminados”, un ala de la francmasonería en la época de la Revolución francesa que, por cierto, más tarde se especializó en la infiltración del movimiento obrero. Bakunin compartía esa misma idea aventurera de la política, y, especialmente, de la creencia en la más completa y anárquica “liberación” personal a través de la maquiavélica política de infiltrarse en las diferentes clases en que se halla dividida la sociedad. Por ello, podemos decir que el proyecto de la Alianza era infiltrar y adueñarse no sólo de la Internacional, sino también de las organizaciones de la clase dominante. Así en el párrafo 14 del Catecismo revolucionario, nos explica que “Un revolucionario debe penetrar en todas partes, tanto en la clase alta como en la media, en el comercio del mercader, en la iglesia, en el palacio aristocrático, en el mundo burocrático, militar y literario, en la Tercera sección (servicio secreto) e incluso en el palacio imperial”.
Los Estatutos secretos de la Alianza proclamaban: “Todos los hermanos internacionales se conocen unos a otros. No debe existir jamás secreto político entre ellos. Ninguno podrá formar parte de sociedad secreta alguna, sin el consentimiento de su comité, y en caso necesario, cuando éste lo exiga, sin el del Comité central. Y no podrá formar parte de la misma más que a condición de descubrirles todos los secretos que puedan interesarles, bien directa o indirectamente”.
A lo que la Comisión del Congreso de la Haya añadía como comentario: «Los Pietri y los Stiber no emplean como soplones más que a gentes de la peor calaña. Al enviar a sus falsos hermanos a las sociedades secretas para que sustraigan sus secretos, la Alianza impone el papel de espía a los mismos hombres que, según sus planes, deberían dirigir la ‘revolución mundial’».
La esencia del aventurerismo político
A lo largo de su historia, la clase obrera ha sufrido la acción de reformistas y oportunistas pequeñoburgueses, e, incluso a veces, de arribistas descarados, que no creían sino que más bien despreciaban la perspectiva que encierra el movimiento obrero. El aventurero político, por el contrario, sí está convencido de la importancia histórica del movimiento obrero. En este punto, el aventurero toma a cuenta propia esa idea esencial del marxismo revolucionario. Por esa misma razón, el aventurero se suma al movimiento obrero. Un aventurero no se siente atraído por la acción gris del reformismo, ni por la mediocridad de un buen trabajo. Al contrario, se siente decidido a jugar, él mismo, un papel histórico. Es esa ambición la que distingue al aventurero del pequeño oportunista o del arribista.
Pero mientras que los revolucionarios se suman al movimiento obrero para contribuir al desarrollo de la misión histórica de la clase obrera, los aventureros lo hacen para que el movimiento obrero les sirva para cumplir su propia misión “histórica”. Esta es la neta separación que existe entre el aventurero y el revolucionario proletario. El aventurero no es más revolucionario que el arribista o que el pequeño burgués reformista. La diferencia estriba en que el aventurero sí es capaz de captar la importancia histórica del movimiento obrero. Pero se vincula a él de una manera completamente parásita.
El aventurero es, por lo general, un desclasado. Hay mucha gente así en la sociedad burguesa, gente ambiciosa y con una desmesurada autoestima de sus propias capacidades, pero que, sin embargo, se ven imposibilitados de realizar sus ambiciones personales en el seno de la clase dominante. Entonces, rebosantes de amargura y cinismo, muchos de ellos se dejan caer en el lumpenproletariado, en una vida bohemia y criminal. Otros encuentran su “lugar al sol” trabajando para el Estado como confidentes y agentes provocadores. Pero, dentro de este magma de desclasados, existe también un reducido grupo de individuos, con talento político suficiente como para ver en el movimiento obrero aquello que puede darles una segunda oportunidad, e intentan, entonces, utilizarlo como un trampolín para lograr una relevancia que les permita vengarse de la clase dominante, que es a la que, en realidad, están destinados sus esfuerzos y ambiciones. Este tipo de gente se halla constantemente resentido contra una sociedad que no supo reconocerles su “valía”. Al mismo tiempo, lo que les fascina no es el marxismo y el movimiento obrero, sino el poder de la clase dominante y sus métodos de manipulación.
El comportamiento del aventurero está condicionado por el hecho de que no comparte el objetivo del movimiento al que se ha sumado. Evidentemente debe ocultar su verdadero proyecto personal al conjunto del movimiento, y tan sólo a sus discípulos más allegados les permite tener una cierta noción de cuál es, en realidad, su actitud frente a ese movimiento.
Como hemos visto en el caso de Bakunin, los aventureros políticos muestran, inherentemente, una tendencia a la colaboración secreta con las clases dominantes. En realidad esa colaboración es intrínseca a la esencia del aventurerismo, pues de otra manera, el aventurero no podría jugar su “papel histórico”, ni valorizarse ante la clase de la que se siente rechazado e ignorado. De hecho sólo la burguesía puede darle al aventurero la admiración y el reconocimiento que va buscando, y que los trabajadores nunca le proporcionarán.
Algunos de los aventureros más conocidos en la historia del movimiento obrero fueron, también, agentes de la policía. Tal fue el caso de Malinovsky. Pero, por lo general, los aventureros no trabajan para el Estado sino para ellos mismos. Cuando los bolcheviques pudieron acceder a los archivos de la Ojrana (la policía política rusa), encontraron pruebas de que el tal Malinovsky era un agente de la policía. Pero nunca pudo probarse que Bakunin lo fuera. Por ello Marx y Engels jamás acusaron ni a Bakunin ni a Lassalle de estar a sueldo de la policía, sin que, hasta hoy, se hayan encontrado pruebas de ello.
Pero como Marx y Engels comprendieron, el aventurero político es un enemigo más peligroso aún que los policías, pues mientras que los agentes encubiertos de la policía que actuaban en la Internacional, fueron rápidamente expulsados y denunciados, sin que ello supusiera una alteración del trabajo de la organización, el desenmascaramiento de las actividades de Bakunin costó varios años, y amenazó verdaderamente la existencia de la AIT. A los comunistas no les es difícil de ver un enemigo en un policía. Pero el aventurero, por el contrario, y dado que trabaja para sí mismo, siempre puede encontrar abogados defensores que se dejen llevar por el sentimentalismo pequeñoburgués, como desgraciadamente, le sucedió a Mehring.
La historia prueba lo peligroso que puede resultar ese sentimentalismo. Recordemos, si no, cómo otros de la misma calaña que Bakunin y Lassalle, los partidarios del llamado “nacional-bolchevismo”, reunidos en Hamburgo, en torno a Laufenberg y Wolfheim, a finales de la Iª Guerra Mundial, pactaban en secreto con la clase dominante contra la clase obrera. Recordemos también cómo otros “grandes” aventureros -Parvus, Mussolini, Pilsudski, Stalin y otros- acabaron entrando claramente en las filas de a la burguesía.
Aventurerismo y movimiento marxista
Mucho antes de que se fundase la Primera Internacional, el movimiento marxista ya había detallado un análisis exhaustivo del aventurerismo político como fenómeno de la clase dominante. Este análisis fue desarrollado, especialmente, a propósito de Luís Bonaparte, el “emperador” de Francia en los años 1850-1860. En la lucha contra Bakunin, el marxismo analizó todos los elementos esenciales de este fenómeno, esta vez en el movimiento obrero, sin utilizar, sin embargo, esa terminología. En el movimiento obrero alemán, el concepto de aventurerismo fue empleado en la lucha contra el líder lassalleano Schweitzer que, en colaboración con Bismark, intentaba mantener la división en el partido obrero. En la década de los 80 del siglo pasado, Engels y otros marxistas denunciaron el aventurerismo político del líder de la Federación socialdemócrata en Gran Bretaña, comparando su comportamiento con el de los bakuninistas. Después, el movimiento obrero empezó a asimilar este concepto, muy a pesar de la existencia de una resistencia oportunista a hacerlo. En el movimiento trotskista, antes de la IIª Guerra mundial, constituyó igualmente un importante instrumento para la defensa de la organización, aplicándose correctamente en el caso de Molinier y otros.
En nuestros días, en la fase de descomposición del capitalismo y de una aceleración sin precedentes del proceso de desclasamiento y lumpenización, ante la ofensiva de la burguesía contra el medio revolucionario a través, sobre todo, del parasitismo, es, para las organizaciones políticas del proletariado, una cuestión vital el recuperar el concepto marxista del aventurerismo para así estar mejor armados para desenmascararlo y combatirlo.
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[1] Ese desprestigio de la lucha marxista contra el bakuninismo y el lassalleanismo, por parte de Mehring, tuvo efectos devastadores para el movimiento obrero en las siguientes décadas, pues no sólo condujo a una cierta rehabilitación de aventureros políticos como Bakunin y Lassalle, sino que, sobre todo, permitió al ala oportunista de la socialdemocracia antes de 1914 borrar las lecciones de las grandes luchas por la defensa de la organización revolucionaria de los años 1860 y 1870. Fue un factor decisivo de la estrategia oportunista para aislar a los bolcheviques en la IIª Internacional, cuando en realidad su lucha contra el menchevismo pertenece a la mejor tradición de la clase obrera. La IIIª Internacional sufrió también el legado de Mehring, y así en 1921, un artículo de Stoecker (“Sobre el bakuninismo”), se basó igualmente en las críticas de Mehring a Marx, para justificar los aspectos más peligrosos y aventureros de la llamada Acción de marzo de 1921 del KPD (Partido comunista alemán) en Alemania.
[2] Karl Marx, Mehring.
[3] En los últimos años de su vida, durante la Iª Guerra mundial, Mehring se convirtió en uno de los más apasionados defensores de los bolcheviques, en el seno de la Izquierda alemana, revisando así, al menos implícitamente, sus críticas anteriores a Marx sobre cuestiones organizativas.
[4] La Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de trabajadores, Informe y Documentos publicados por orden del Congreso de La Haya. Tomado del libro de Jacques Freymond: la Primera internacional, tomo II.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Informe de Utin al Congreso de La Haya, traducido del inglés por nosotros.
[8] Bakunin, «Fórmula del problema revolucionario», citado en el Informe sobre la Alianza.
[9] Ídem.
[10] Bakunin, «Principios de la revolución», ídem.
[11] Ídem.
[12] Traducido del inglés por nosotros.
[13] Traducido del inglés por nosotros.
[14] Bakunin, Gott und der Staat, etc.
[15] Bakunin: «A los hermanos rusos, polacos y a todos los eslavos», 1862, citado en el Apéndice al informe del Congreso de La Haya.
[16] Ídem.
[17] Ídem.
[18] Apéndice al Informe del Congreso de La Haya.
[19] Ídem.
[20] Ídem.
[21] «Los principios de la revolución», citado en el Informe del Congreso de La Haya.