Publicado en Corriente Comunista Internacional (https://es.internationalism.org)

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Rev. Internacional nº 120, 1er trimestre 2005

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Carta abierta de la CCI a los militantes del BIPR

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A los militantes del BIPR

París, 7 de Diciembre de 2004.

Camaradas,

Desde el 2 de Diciembre hemos asistido a discretas modificaciones en la página web del BIPR. Primero la versión inglesa, y después la versión española, de la “Declaración del Círculo de Comunistas Internacionalistas contra la metodología nauseabunda de la CCI”, del 1 de Octubre, que estaba colgada hacía mes y medio, desaparecen (curiosamente se mantiene la versión francesa, y sigue ahí en el momento en que os enviamos esta carta). ¿El BIPR tiene una política diferente según el país o la lengua?[1]. Además, en las páginas en Italiano, la introducción que precede a la “Toma de posición del Círculo de Comunistas Internacionalistas sobre los hechos de Caleta Olivia” pierde sus ¾ partes, y entre ellas el siguiente párrafo: “Recientemente el Núcleo Comunista Internacionalista de Argentina ha roto con la Corriente Comunista Internacional, a la que desde hace tiempo consideramos como inútil superviviente de una vieja política indiscutiblemente inadaptada para contribuir a la formación del Partido internacional. La organización argentina ha cambiado de nombre adoptando el de Circulo de Comunistas Internacionalistas”.

Estas modificaciones demuestran que el BIPR empieza (¿quizá?) a tomar conciencia del avispero en el que se ha metido al tomar por moneda corriente, publicando sin la menor precaución, lo que ese pretendido Circulo le ha contado en sus diversas “Declaraciones” en especial en lo tocante al comportamiento de la CCI. En resumen, el BIPR ya no puede ocultarse, ni desde luego ocultar a los lectores de su web en Internet, lo que la CCI viene afirmando desde hace tiempo: las acusaciones vertidas contra nuestra organización son una sarta de mentiras inventadas por un elemento turbio, un impostor mitómano sin escrúpulos. Dicho esto, la discreta y progresiva desaparición de esas “declaraciones” no disminuye un ápice la gravedad de la falta política, por no decir el incalificable comportamiento, del que vuestra organización es responsable. Todo lo contrario.

Por ello esta carta es un llamamiento solemne a los militantes del BIPR frente al comportamiento absolutamente escandaloso de su organización, comportamiento incompatible con una actitud de clase proletaria.

UN BREVE RECORDATORIO DE LOS HECHOS:

Hacia mediados de Octubre, el BIPR publica, en varias lenguas, en su web la famosa “Declaración contra la metodología nauseabunda de la CCI” del supuesto “Circulo de Comunistas Internacionalistas” que se presenta como sucesor del “Núcleo Comunista internacional” con quien la CCI había mantenido discusiones desde hacía varios meses (con dos encuentros incluso en Argentina entre el NCI y delegaciones de la CCI).

En sustancia ¿Qué contiene esa “Declaración”?: Una serie de acusaciones extremadamente graves contra nuestra organización:

-         la CCI emplea “prácticas que no corresponden a la herencia legada por la Izquierda Comunista, sino son más bien métodos propios de la izquierda burguesa y del estalinismo” con “hipócrita intención de destruir [a nuestro pequeño núcleo] (es decir al “Círculo”, nueva denominación del NCI) o a sus militantes de forma individual provocando la mutua desconfianza y sembrando los gérmenes de la división en las filas de este pequeño grupo”;

-         la CCI “está metida en una dinámica de destrucción no solo de aquellos que osan desafiar las “leyes y teorías inmutables” de los gurús de esa corriente, sin contra todos que tratan de pensar por si mismos y dicen NO a los chantajes de la CCI”;

-         la CCI emplea “la táctica estalinista de “tierra quemada”, es decir, no solo la destrucción de nuestro pequeño y modesto grupo, sino la oposición activa a cualquier tentativa de reagrupamiento revolucionario si la CCI no está a su cabeza por su política sectaria y oportunista. Por eso no duda en emplear toda suerte de maniobras repugnantes para lograr su objetivo central: desmoralizar a sus oponentes y así eliminar todo “potencial enemigo”;

-         “la CCI trata de sabotear cualquier tentativa de reagrupamiento revolucionario, que no responda a sus pretensiones, como fue el caso en la Reunión Pública [del BIPR] el 2 de Octubre de 2004 en París (Francia) y (…) y hoy trata de destruir a nuestro pequeño grupo de Argentina”.

Cualquier lector que esté mínimamente al corriente de las cuestiones que conciernen a los grupos de la Izquierda Comunista (o que se reclaman de ella) habrá reconocido que el estilo de esas calumnias es el mismo de las que la FICCI lleva años vertiendo contra nuestra organización. Pero la analogía no se para ahí. La vemos también en el aplomo con el que miente de forma tan descarada:

“De forma unánime, los camaradas a los que la CCI telefoneó para sembrar los gérmenes de la desconfianza y la destrucción de nuestro pequeño grupo, proponen al conjunto de miembros del Circulo de comunistas internacionalistas el rechazo total del método político de la CCI al considerarlo como típicamente estalinista y que tiene como objetivo central, objetivo de la dirección actual de la CCI, impedir el reagrupamiento revolucionario por el que luchan diversos contactos y grupos; y proponen denunciar estas actitudes ante el conjunto de corrientes que se reclaman de la continuidad de la Izquierda Comunista”.

La realidad es completamente distinta, como ya hemos mostrado en otros textos y como demuestra la declaración del NCI del 27 de Octubre: Efectivamente nosotros telefoneamos a un camarada del NCI pero en absoluto para trata de “destruir [al NCI] o a sus militantes individualmente”. El objeto de nuestra primera llamada era tratar de saber cómo se había constituido ese “Circulo de Comunistas Internacionalistas” y porqué camaradas que semanas antes habían mantenido una actitud extremadamente fraternal con nuestra delegación y no habían manifestado ningún desacuerdo con la CCI (especialmente respecto a los comportamientos de la FICCI), ahora el 2 de Octubre adoptaban una “Declaración” especialmente hostil contra nuestra organización y daban la espalda a todo aquello que hasta entonces habían defendido. Ya desde ese momento percibíamos que el conjunto de camaradas del NCI no se habían asociado a esa “Declaración” (a pesar de que en ella se afirmaba que había sido adoptada por “unanimidad” de los miembros del NCI).Las discusiones que mantuvimos por teléfono con los compañeros del NCI nos permitieron informarles sobre lo que estaba pasando: la aparición de un “Circulo” que se presentaba como el continuador del NCI y que lanzaba su ataque contra la CCI. Igualmente pudimos verificar que estos camaradas no tenían ni la más remota idea de nueva política que llevaba el ciudadano B (el único que tenía acceso a internet) en su nombre y a sus espaldas. Cuando le preguntamos al primero de los camaradas con el que pudimos hablar si quería que volviéramos a llamarle, nos contestó que por supuesto y que con cuanta más frecuencia mejor, nos pidió que le volviéramos a llamar a la hora en que estaría con otros camaradas para que pudiéramos hablar también con ellos. Esa era la “petición unánime de los camaradas del NCI telefoneados”: en ningún momento habían “propuesto al conjunto de miembros del “Circulo” el rechazo total del método político de la CCI” sino que lo saludaban calurosamente. El método “que consideraban como típicamente estalinista” es el del Sr. B.

Ese interesante personaje nos advertía al principio de su declaración del 12 de Octubre: lo que se afirma sobre la “metodología de la CCI” puede “parecer mentira”. Efectivamente las “declaraciones” del Sr. B pueden “parecer una mentira”y ello por una buena razón: ciertamente son mentira, una sarta de mentiras. Evidentemente la FICCI se ha tragado inmediatamente esa mentira pues para ella es pan bendito todo lo que pueda ensuciar la reputación de nuestra organización y poco le importa si la acusación puede “parecer mentira”, al fin y al cabo la mentira es su segunda naturaleza, su marca de fábrica (junto al chantaje, el robo y la delación). Pero lo verdaderamente increíble, lo que “parece mentira”, es que una organización de la Izquierda Comunista, el BIPR, siga los pasos de la FICCI y publique en su web, sin el menor comentario, las elucubraciones infames del Sr. B, dándoles con ello su aval.

Al BIPR le gusta dar lecciones a los demás, por ejemplo da su propia interpretación a las crisis de la CCI creyendo a pies juntillas las mentiras de la FICCI sin molestarse en examinar seriamente el análisis que hace la propia CCI (ver sin ir más lejos “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI” en la web del BIPR). En cambio no le gusta nada las opiniones sobre su forma de actuar: “rechazamos por ridículas las “advertencias” [de la CCI]”, “Ni a la CCI, ni a nadie tenemos por qué rendir cuentas sobre nuestras acciones políticas, y la pretensión de la CCI de relanzar las presuntas tradiciones de la Izquierda Comunista nos parecen simplemente patéticas” (ver “Respuesta a las estúpidas acusaciones de una organización en vía de desintegración”). Pese a todo, nos permitiremos el lujo de decirle como actuaría la CCI de haber recibido una declaración como la del “Circulo” que pusiera en tela de juicio gravemente al BIPR. Lo primero que habríamos hecho es ponernos en contacto con el BIPR pidiendo su versión sobre tales acusaciones. Habríamos verificado la credibilidad y honorabilidad del autor de tales acusaciones. De verificarse que tal acusación era falsa la habríamos denunciado inmediatamente dando nuestro apoyo y nuestra solidaridad al BIPR. En caso de que la acusación fuera fundada y considerásemos necesario darlo a conocer en nuestra prensa, pediríamos al BIPR que nos hiciera llegar su posición a fin de publicarlo al lado del documento en el que se le acusa.

Podéis pensar que son solo bellas palabras y que en realidad habíamos hecho otra cosa. En todo caso los lectores de nuestra prensa saben cual es la forma de actuar de la CCI y saben que la hemos llevado a la práctica por ejemplo cuando LA Workers’ Voice lanzó una campaña de denigración contra el BIPR (ver Internationalism nº 122).

¿Cómo ha actuado el BIPR al recibir la “Declaración del Círculo”?. No solo se ha contentado con avalarla al publicarla en su web en varias lenguas, sin verificar su autenticidad, además durante más de 10 días ha evitado publicar el desmentido que le habíamos enviado y que en varias ocasiones habíamos reclamado que se publicase junto a la declaración del “Circulo” (ver las cartas del 22, 26 y 30 de Octubre).

Lo mínimo que podía hacer el BIPR era publicar nuestro desmentido (eso es algo que en general se acepta hasta en la prensa burguesa) y para conseguirlo han hecho falta tres carta y ciertos acontecimientos que ponen en evidencia lo mentiroso de la “Declaración”. Publicar nuestro desmentido era lo mínimo pero totalmente insuficiente porque mientras el BIPR no tome posición sobre la declaración del “Círculo” seguirá avalando sus mentiras. Por eso en nuestras cartas del 17 y 21 de Noviembre os pedíamos “publicar inmediatamente (es decir a vuelta de correo) en vuestra web la Declaración del NCI del 7 de Octubre que está disponible en nuestra propia web en todas las lenguas correspondientes”, una declaración que no la hace la CCI y se podría sobrentender que echa agua a nuestro molino, sino los testigos principales de la impostura y las mentirosas calumnias del Sr. B. Hasta la fecha no habéis publicado esa declaración del NCI (que os mandaron desde Buenos Aires por correo postal) y eso que sois conscientes de que es verídica, de no ser así no habríais eliminado progresiva y discretamente de vuestra web la declaración del “Círculo”.

Durante semanas os habéis hecho los sordos a nuestras demandas de que restablecieseis la verdad. Hoy cuando la verdad se impone (y no precisamente gracias a vosotros) elegís el método más hipócrita de todos para tratar de que no os salpique: retirar el documento que desde hace cerca de dos meses ha vertido sobre nuestra organización toneladas de lodo, retirada tan sigilosa como su puesta en circulación, sin la más mínima explicación.

¿Camaradas, sois conscientes de la gravedad de vuestro comportamiento? ¿Sois conscientes de que tal actitud no es digna de un grupo que se reclama de la izquierda comunista sino propia del trotskismo más degenerado o del estalinismo?,.¿Os dais cuenta de que estáis haciendo lo mismo que el Sr. B (los recientes escarceos en su web con “Argentina Roja” prueba que vuelve a sus antiguos amoríos estalinistas) que se pasa el rato quitando y poniendo documentos en su web tratando de borrar pistas?

En todo caso, ya que habéis puesto vuestros medios de comunicación al servicio de a calumnia contra la CCI no basta con eliminar discretamente esa calumnia como si nada hubiera pasado. Habéis cometido una falta política muy grave y ahora debéis repararla. El único medio digno de una organización proletaria es declarar en vuestra web que el documento que estuvo colgado en ella durante cerca de dos meses es una sarta de mentiras, así como denunciar las andanzas del Sr. B.

Nos damos cuenta de la amarga decepción que debisteis sentir al descubrir la verdad: el NCI no ha roto con la CCI, y el “Circulo” en quien teníais depositadas grandes esperanzas (ver vuestro artículo en Battaglia Comunista de Octubre “Anche in Argentina qualcosa si muove”) es una impostura fruto de la mente calenturienta del Sr. B. Pero eso no es razón para evitar tomar posición sobre los métodos de ese impostor. También se trata de una cuestión elemental de solidaridad hacia los militantes del NCI victimas en primera línea de las manipulaciones infames de ese elemento que ha usurpado su nombre.

Entendemos que os cueste reconocer públicamente que, de nuevo (tras vuestro comunicado del 2 de Septiembre de 2003 sobre los “Comunistas Radicales de Ucrania”), os han estafado. Cuando esta desgracia os sobrevino la CCI no hizo el más mínimo comentario. Más que hurgar en la herida, pensamos que lo que os toca hacer, como “fuerza dirigente responsable” (según vuestros propios términos), es sacar las lecciones de esta experiencia. No nos ha sorprendido tras los desengaños que habéis sufrido con el SUCM y la LAWV, pese a nuestras advertencias que “rechazasteis como ridículas”. Pero en este asunto las cosas han ido más lejos que el de acabar siendo el tonto de la farsa. Tras la supina ingenuidad con la que habéis creído a pie juntillas a un mitómano timador, se oculta la duplicidad con la que habéis acogido en vuestra web las infamias de ese individuo. Es un comportamiento absolutamente indigno de una organización que se reclama de la Izquierda Comunista.

El BIPR afirma que la CCI ha “perdido toda capacidad/posibilidad de contribuir positivamente al proceso de formación del indispensable partido comunista internacional” (Battaglia Comunista, Octubre 2004). Contrariamente al BIPR (y a las diversas capillitas de la corriente bordiguista), la CCI jamás se ha considerado la única organización capaz de contribuir positivamente a la formación del futuro partido revolucionario mundial, incluso si estima evidentemente que su propia contribución a esta tarea será la más decisiva. Por eso, desde su reaparición en 1964 (mucho antes de la fundación de la CCI propiamente dicha) nuestra corriente se dio la misma orientación que la izquierda comunista de Francia y ha defendido siempre la necesidad del debate fraternal y la cooperación (evidentemente en la claridad) entre las fuerzas de la Izquierda comunista. Incluso antes de que Battaglia Comunista en 1976 hiciera la propuesta de organizar las conferencias internacionales de los grupos de la izquierda comunista, nosotros le habíamos hecho esa misma propuesta a BC en múltiples ocasiones aunque en vano. Por eso respondimos con entusiasmo a la iniciativa de Battaglia y nos implicamos con determinación y seriedad en ese trabajo. Igualmente, por esa misma razón lamentamos y condenamos la decisión de Battaglia y de la CWO de poner fin a ese esfuerzo al término de la 3ª Conferencia en 1980.

En efecto, consideramos que ciertas de las posiciones del BIPR son confusas, erróneas o incoherentes, y que pueden sembrar o mantener confusiones en el seno la clase. Por eso publicamos regularmente polémicas en nuestra prensa en las que criticamos esas posiciones. Sin embargo pensamos que el BIPR por sus principios fundamentales es una organización del proletariado y que aporta una contribución positiva en su seno contra las mistificaciones burguesas (especialmente cuando defiende el internacionalismo contra la guerra imperialista). Por eso hasta el presente siempre hemos considerado que a la clase obrera le interesaba preservar a una organización como el BIPR. Ese no es vuestro análisis en lo tocante a nuestra propia organización, ya que en vuestra reunión con la FICCI en Marzo de 2002 afirmasteis “estamos llamados a concluir que la CCI se ha convertido en una organización “no válida”, por consiguiente nuestro objetivo será hacer todo lo que este en nuestras manos para que desaparezca” (Boletín de la FICCI nº 9) y desde entonces se ha aplicado a fondo en esa tarea.

Que consideréis que la CCI es un obstáculo para la toma de conciencia de la clase obrera y que es preferible, para su combate, que desaparezca, no nos plantea ningún problema. A fin de cuentas esa es la posición que siempre han defendido las diversas capillas de la corriente bordiguista. Tampoco nos plantea ningún problema que os deis los medios de lograr tal objetivo. La cuestión es ¿Qué medios? La burguesía está igualmente interesada en que desaparezca la CCI, como en que desaparezcan el resto de los grupos de la Izquierda Comunista, para ello lanza repugnantes campañas contra esta corriente asimilándola a la corriente “revisionista” cómplice de la extrema derecha. Para la clase dominante TODOS los medios son buenos, incluida en primer término la mentira y la calumnia. Pero no para las organizaciones que pretenden luchar por la revolución proletaria. La Izquierda Comunista, al igual que las otras organizaciones del movimiento obrero que le precedieron, no  se distingue sólo por sus posiciones programáticas, como el internacionalismo; en su combate contra la degeneración de la IC y contra la deriva oportunista que llevó al trostkismo al campo de la burguesía, la Izquierda siempre reivindicó un método basado en la claridad, y en la verdad, especialmente frente a las falsificaciones suministradas por el estalinismo. Como decía Marx: “La verdad es revolucionaria”. Dicho de otra forma, la mentira, y más aún la calumnia, no son armas del proletariado sino de la clase enemiga. Y la organización que las utiliza como instrumentos de combate, sean cuales sean sus posiciones programáticas, camina por la senda de la traición o, en todo caso, se convierte en un obstáculo decisivo para la toma de conciencia de la clase obrera. Efectivamente en tal caso, y más que ante errores en su programa, es preferible, desde el punto de vista de los intereses del proletariado, que esa organización desaparezca.

Camaradas,

Os lo decimos francamente: si el BIPR persiste en la política de mentiras, de calumnias, y lo que es peor de “dejar decir” y de silencio cómplice ante las acciones de grupúsculos cuya razón de existir y su marca de fábrica es precisamente esa, tal como el “Círculo” y la FICCI, dará prueba de que se ha convertido en un obstáculo para la toma de conciencia del proletariado. Será un obstáculo no tanto por el descrédito que podría aportar a nuestra organización (los recientes acontecimientos han demostrado que  somos capaces de defendernos, auque vosotros estiméis que “la CCI está en vía de desagregación”) sino por el descrédito y el deshonor que este tipo de comportamientos inflinge a la memoria de la Izquierda Comunista de Italia, y por tanto a su irremplazable contribución. En ese sentido será preferible que el BIPR desaparezca y “nuestro objetivo será hacer todo lo posible para empujar hacia su desaparición” como bien decís vosotros. Esta claro, evidentemente, que para lograr tal fin solamente emplearemos las armas propias de la clase obrera entra las que nos están, cae por su propio peso, la mentira y la calumnia.

Un último punto:

La declaración del 12 de Octubre del “Circulo”, al igual que el artículo del Boletín 28 de la FICCI, evoca nuestras supuestas “tentativas de sabotaje” durante vuestra reunión pública del 2 de Octubre en París. Vosotros mismos no sois ajenos a ese tipo de acusación ya que en la primera versión de vuestra toma de posición sobre esa reunión pública que sólo apareció en italiano (y no en francés, ¡otro misterio más del BIPR¡) decís “las vanguardias revolucionarias incluso si son reducidas, y obstaculizadas en su emergencia por los miasmas producidos por una organización en vía de desagregación, como la CCI en París. Por eso el BIPR continuará su trabajo también en París, tomando todas las medidas necesarias para prevenir y evitar los sabotajes, vengan de donde vengan”. Más tarde habéis retirado este ultimo párrafo (puede que no estuvierais muy seguros de vosotros mismos) especialmente la referencia a nuestros “sabotajes”. Pero un cierto número de visitantes de vuestra web y de abonados que se ha comunicado por Email han tomado nota de esas acusaciones. Por su parte la FICCI y el “Circulo” siguen teniéndolo colgado en sus web respectivas sin que vosotros lo desmintáis.

Camaradas si creéis que tratamos de sabotear vuestra reunión pública en París decirlo abiertamente y explicar porqué. Así podremos discutirlo con argumentos en vez de enfrentarnos a sinuosos rumores.

Una última cosa. Esta carta se centra en una única cuestión: la publicación en vuestra web de una “Declaración” infame y calumniosa contra la CCI. Pero, dicho esto, el uso de la mentira y la calumnia (ya sea de forma activa o pasiva) como medio de “combate” contra la CCI no se para ahí. Os recordamos que os hemos escrito dos cartas en las que os pedimos, entre otras cosas, que toméis posición sobre algo de la mayor importancia (a no ser que esas palabras no signifiquen nada para vosotros): “¿Creéis que la CCI, como no cesa de repetir la FICCI, está dominada por agentes del Estado capitalista pertenecientes a su policía o a una secta franc-masona)?”.

Igualmente os recordamos que hasta este momentos no nos habéis dado ninguna explicación de cómo llegó a la dirección de nuestros abonados, cuyo fichero robó la FICCI y vosotros justificáis, la invitación a vuestra reunión pública cuando ellos no os habían comunicado su dirección. La única explicación que tenemos es la que nos dio uno de los miembros del presidium de vuestra reunión pública del 2 de octubre en París cuando dijo: “no estábamos al corriente del envío de esas invitaciones y no estamos de acuerdo”.

·        ¿Si el BIPR no las mandó, quien lo hizo?

·        ¿Por qué no aprobáis esa iniciativa y en cambio aprobáis el robo de nuestro fichero de abonados?

Si no tenéis interés en dar explicaciones a la CCI, al menos tener la corrección de dárselas a nuestros abonados, que no son necesariamente simpatizantes de la CCI.

Hasta aquí un conjunto de cuestiones que, para nosotros, no están cerradas y que volveremos a plantear cada vez que sea necesario si decidís aplicar vuestra política tradicional de silencio ante nuestra correspondencia.

Recibid, camaradas, nuestros saludos comunistas.

La CCI.

 

[1] Esto no se plantea solo a propósito de la fecha de retirada de la “Declaración” del 12 de Octubre, sino también respecto a su inserción en la web del BIPR. En efecto, esa declaración jamás se ha publicado en italiano mientras que si se han publicado en esa legua otros textos del Circulo “Presa di posizione del Circolo di Comuinisti Internazionalisti sui fatti di Calet Olivia” (“Toma de posición del Circulo de Comunistas Internacionalistas sobre los sucesos de Caleta Olivia”) y “Prospettive della clase operaia in Argentina e nei Paesa periferici” (“Perspectivas para el proletariado en Argentina y en las naciones periféricas”), que curiosamente el BIPR no ha publicado en otros idiomas. ¡Que lo compre quien lo entienda! Esperamos que al menos los militantes del BIPR sepan la razón de tan sorprendente decisión.

 

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [1]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [2]

El Nucleo Comunista Internacional, una expresión del esfuerzo de toma de conciencia del proletariado

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Como ya lo hemos puesto de relieve en varias ocasiones en nuestra prensa (1), el periodo actual está caracterizado por un viraje en la relación de fuerzas entre las clases favorable al proletariado después de todo un periodo de retroceso en la combatividad y en la conciencia de este último resultante de las inmensas campañas ideológicas que habían acompañado el hundimiento de los regímenes llamados “socialistas” a finales de los años 80. Una de las manifestaciones de este viraje es “el proceso existente en la clase, de reflexión profunda, aunque hoy todavía subterránea, lo cual se plasma, entre otras cosas, en algo que se confirma más y más: la aparición de toda una serie de elementos y grupos, jóvenes muchas veces, que se acercan a posiciones de la Izquierda comunista” (2). Esta aparición de elementos que se orientan hacia la Izquierda comunista es, evidentemente, un fenómeno de una importancia capital puesto que es una de las condiciones de la constitución del futuro partido revolucionario mundial. Incumbe, por consiguiente, a las organizaciones de la Izquierda comunista aportar la máxima atención al surgimiento de estas nuevas fuerzas con objeto de fecundarlas y permitirles beneficiarse de su experiencia e integrarlas en una actividad revolucionaria organizada. Se trata de una tarea especialmente difícil y delicada y que ha sido objeto de numerosas reflexiones y discusiones en el movimiento obrero. Marx y Engels fueron los primeros en dedicar a esta cuestión numerosos esfuerzos, especialmente dentro de la primera organización internacional de la que se dotó la clase obrera, la Asociación internacional de los trabajadores (AIT o Primera internacional). Más próximo a nosotros, uno de los méritos de Lenin y los bolcheviques, a partir del congreso de 1903 del POSDR (3), es haber abordado a fondo esa cuestión aportándole respuestas, lo que permitió a los bolcheviques estar a la altura de sus responsabilidades en la Revolución de Octubre 1917. Se trata de una tarea que la CCI se ha tomado siempre muy en serio, particularmente inspirándose en estos grandes nombres del movimiento obrero y en las organizaciones en las que militaron. Es una de las razones por las que, frente al surgimiento de nuevas fuerzas revolucionarias, volvemos sobre este tema dedicándole una serie de artículos en nuestra Revista internacional. De forma más precisa, pensamos que es necesario ilustrar, una vez más, la diferencia que existe entre “la visión marxista y la visión oportunista del Partido” (según el título de un artículo que publicamos en la Revista internacional 103 y 105). Por ello dedicamos el primer artículo de esta serie a la más reciente de estas experiencias, el surgimiento en Argentina de un pequeño grupo de revolucionarios, el Núcleo comunista internacional (NCI) donde justamente esas dos visiones se han confrontado una vez más.

El NCI (4) ha sido uno de los blancos de la furiosa ofensiva desatada por la “Triple Alianza” formada por el oportunismo (el BIPR), los parásitos (FICCI) y un extraño aventurero megalómano, fundador, máximo dirigente y único miembro de un “Círculo de ComunistaS InternacionalistaS” de Argentina que cual vulgar impostor se ha arrogado la “continuidad” del NCI, pretendiendo haberlo destruido para siempre.

En este artículo vamos a analizar cómo surgió el NCI, cómo tomó contacto con la CCI, cuál fue la evolución de sus relaciones con nuestra organización, qué lecciones ha aportado esta experiencia y qué perspectivas de trabajo se plantean tras haber conseguido desenmascarar al ridículo impostor, que ha logrado ser respaldado por el oportunismo del BIPR que pretendía aprovechar sus maniobras para atacar a la CCI sin importarles de paso destruir el NCI (5).

Este análisis persigue dos objetivos: en primer lugar, reivindicar el combate de unos militantes que expresan una contribución del proletariado en Argentina a la lucha general del proletariado mundial. En segundo lugar, sacar lecciones del proceso de búsqueda de una coherencia comunista internacionalista viendo los obstáculos y dificultades que se alzan en el camino pero también los elementos de fuerza con que contamos.

Surgimiento y toma de contacto con la CCI

En una carta en la que se explicaba la trayectoria política del grupo y de sus miembros (12-11-03), el NCI se presenta como:

“un pequeño grupo de camaradas que provenimos de diversas experiencias políticas, de distintas actuaciones en el movimiento de masas, y de distintas responsabilidades políticas. Pero todos nosotros tenemos un tronco común que fue el Partido comunista de Argentina (…) Luego algunos de nosotros por los años 90, se incorporaron al Partido obrero, al partido Trabajadores por el socialismo, y otros se refugiaron en el sindicalismo. Pero el primer núcleo surge de nuestro rompimiento junto con una pequeña fracción del PTS, llamada LOI, el cual luego de algunas ­discusiones entre los años 2000 y principios del 2001 (enero/febrero), decidimos no fusionarnos con dicha corriente trotskista, por existir diferencias de principios”.

A partir de ahí se desarrolló un arduo proceso que llevó a estos compañeros a encaminarse

“a partir de poseer Internet, a conocer vuestras posiciones y de las otras corrientes del denominado arco de la izquierda comunista, y a pasarnos materiales y a leer cada uno de ellos, fundamentalmente el IBRP y la CCI, esto durante finales del 2002”.

El estudio de las posiciones de las corrientes de la Izquierda comunista llevó a los compañeros a decantarse en el curso de 2003 por las posiciones de la CCI:

“lo que más nos acercó a la CCI no fueron solamente vuestras pautas programáticas, sino también documentos que leímos y que se hallan publicados en la página Web, como el debate con los camaradas rusos, el curso histórico, la teoría de la decadencia del capitalismo, las posiciones acerca del partido, y su vinculo con las masas, la corrección en la situación Argentina, el debate con el BIRP acerca del partido, entre las más destacadas”.

Esta asimilación llevó al grupo a adoptar unas posiciones programáticas muy próximas a la Plataforma de la CCI, a crear una publicación (Revolución comunista, de la cual aparecieron cuatro números entre octubre 2003 y marzo 2004) y establecer un contacto con la CCI que comenzó en octubre 2003.

El Llamamiento al medio político proletario

Un doble proceso se abrió a partir de entonces: por una parte, discusiones más o menos sistemáticas de las posiciones de la CCI, de otro lado, intervención ante el proletariado en Argentina centrándose en las cuestiones más candentes: ¿lo que pasó en diciembre 2001 en Argentina fue un avance de la lucha proletaria o fue una revuelta sin perspectivas? En un artículo aparecido en Revolución comunista número 2, escrito con motivo del segun­do aniversario de aquellos sucesos, se da un claro pronunciamiento:

“esta nota tiene por objetivo fundamental desvelar las equivocaciones que las distintas corrientes vertieron en las distintas páginas de sus publicaciones, panfletos, volantes etc., caracterizando los sucesos ocurridos en la Argentina hace dos años atrás como algo que en realidad no lo fue: una lucha proletaria”.

Llevamos, vía Internet, un debate sobre la cuestión sindical que sirvió para clarificar y superar residuos (6) de la concepción izquierdista de “trabajar en los sindicatos para oponer a la base contra la dirección” que pervivían en el Núcleo. Se trató de una discusión sincera y fraternal en la cual en ningún momento las críticas que planteamos fueron percibidas como una “persecución” o un “anatema”

En diciembre 2003, el NCI lanzó un “Llamamiento al medio político proletario” planteando la realización de Conferencias internacionales

“con el objetivo preciso de que la misma constituya un polo de enlace y de información donde las diversas organizaciones debatan programáticamente sus diferencias políticas y en donde puedan emerger acciones unificadas frente a los enemigos de la clase obrera: la burguesía, ya sea confeccionando documentos públicos en común, organizando reuniones publicas de cara a lo más avanzado del proletariado dando cuenta que nos une y que nos divide, como asimismo cualquier otra iniciativa que pudiera emerger”.

Para la CCI es evidente que este Llamamiento chocaba contra el sectarismo y la irresponsabilidad reinantes en la mayoría de grupos de la Izquierda comunista. Pero, por nuestra parte, apoyamos la iniciativa pues partía de una apertura a la discusión y la confrontación de posiciones, así como una voluntad de llevar acciones comunes contra el enemigo capitalista:

“Saludamos vuestra propuesta de celebrar una nueva conferencia de grupos de la Izquierda comunista (un “nuevo Zimmerwald” para utilizar vuestros ­términos). Por su parte, la CCI ha defendido siempre esta perspectiva y participó con entusiasmo en las 3 conferencias que se celebraron a finales de los años 70 y comienzos de los 80. Desgraciadamente, como muy probablemente sabréis, los otros grupos de la Izquierda comunista estiman que tales conferencias no están a la orden del día dada la naturaleza y la importancia de las divergencias existentes entre los diferentes grupos de la Izquierda comunista. Esa no es nuestra opinión, pero como dice el proverbio: “Para divorciarse basta con que uno sólo lo quiera, pero para casarse tienen que estar de acuerdo los dos”. Evidentemente, en el periodo actual, no se plantea la cuestión del “matrimonio” (es decir, el agrupamiento en el seno de una misma organización) entre las diferentes corrientes de la Izquierda comunista”.

En este marco general, pusimos de manifiesto una orientación que debe guiar el trabajo de los pequeños grupos que surgen en los distintos países sobre la base de las posiciones de clase o en proceso de acercamiento a ellas:

“Esto no significa que no sean posibles “matrimonios” en el periodo actual. En realidad, si existe un acuerdo programático profundo entre dos organizaciones alrededor de una misma plataforma, no solo es posible sino necesario que se agrupen: el sectarismo que afecta a muchos grupos de la Izquierda comunista (y que conduce, por ejemplo, a la dispersión de la corriente “bordiguista” en una multitud de pequeñas capillas en las que es difícil comprender los desacuerdos programáticos) constituye uno de los tributos que sigue pagando la Izquierda comunista a la terrible contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera en los años 20” (Carta del 25-11-03).

Encuentro con la CCI

Aparte de la CCI, únicamente el Partido comunista internacional (Il Partito, llamado “de Florencia”) y el BIPR respondieron al llamamiento (7). Ambas respuestas fueron claramente negativas.

En su respuesta, el BIPR afirma de forma perentoria:

“Ante todo, estamos sorprendidos porque, 23 años después del fin del ciclo de Conferencias internacionales de la Izquierda comunista (convocadas originariamente por el PC internacionalista de Italia) que demostró lo que desarrollaremos más adelante, semejante proposición se presenta ingenuamente idéntica en una situación completamente diferente”.

¿Cómo se les ocurre a esos “intrusos” plantear algo que “hace 23 años” ya “resolvió” (8) el BIPR? El desdén “trascendental” (la misma actitud que Marx ve en Proudhon (9)) que el BIPR manifiesta ante los primeros esfuerzos de elementos de la clase es profundamente desalentador (10). ¡Y este es el “único polo válido de reagrupamiento” como proclaman a todas horas sus interesados aduladores de la FICCI!

El PCI pone por delante –¡ante un grupo recién nacido!– todos los desacuerdos posibles, empezando por la cuestión del partido, donde la argumentación que da es tan endeble que raya en el ridículo:

“Quizá la que primero salta a la vista es la concepción de partido, nosotros, nuestro partido, nos consideramos los continuadores del partido histórico que iniciaron Marx y Engels, y que nunca ha dejado de existir desde entonces, pues a pesar de las épocas difíciles por las que ha podido pasar, la antorcha de la doctrina marxista se ha mantenido siempre encendida gracias a organizaciones como la Izquierda comunista de Italia o el Partido bolchevique ruso”.

Mantener encendida la antorcha de la doctrina marxista es la base misma de la CCI y es de lo que intenta explícitamente reclamarse el propio NCI. ¡Cualquier excusa es válida para evitar la confrontación política!

Como puede verse por ambas respuestas, la perspectiva para los grupos nuevos que actualmente está segregando el proletariado sería muy sombría si sólo existieran en el campo de la Izquierda comunista las organizaciones que han escrito esas respuestas. Ambas organizaciones los miran desde lo alto de sus baluartes sectarios dándoles como única posibilidad aceptar a pies juntillas el “agrupamiento internacional” del BIPR o integrarse “persona a persona” en el PCI. ¡Estas posturas están a años luz de las que adoptaron Marx, Engels, Lenin, la IIIª Internacional o la Fracción italiana de la Izquierda comunista! (11)

Por eso no es nada extraño que, ante el fracaso del Llamamiento, los compañeros decidieran acercarse a la CCI lo que cristalizó en el envío de una delegación a Buenos Aires en abril 2004 que llevó a cabo numerosas discusiones con los componentes del NCI abordándose cuestiones como los sindicatos, la decadencia del capitalismo, el funcionamiento de las organizaciones revolucionarias, el papel de los Estatutos, la unidad de los tres componentes del programa del proletariado: posiciones políticas, funcionamiento y comportamiento. Propusimos una reunión general que acordó el establecimiento de discusiones regulares sobre la descomposición del capitalismo, la decadencia de este sistema, los Estatutos, textos sobre la organización y el funcionamiento de los revolucionarios etc., todo ello en la perspectiva de integrarse en la CCI:

“Con relación a la visita internacionalista de la CCI, los miembros del núcleo han considerado en forma unánime que la misma ha superado enormemente las expectativas que habíamos depositado en dicha visita, no solo por los acuerdos logrados, sino también por el gran avance que dicha visita significó para nosotros (...) Asimismo, si bien nuestro objetivo significaba integración con la CCI, esta visita permitió no solo conocer por dentro a dicha corriente internacional y su programa, sino también su conducta revolucionaria e internacionalista” (Resolución del NCI, 23 de febrero del 2004).

El peligro de los gurús

Tras la visita de nuestra delegación, el grupo acordó colaborar con artículos sobre la situación en Argentina en la prensa de la CCI. Estas contribuciones fueron muy positivas destacando en particular un artículo denunciando el engaño del “movimiento piquetero” que ha sido muy útil para desenmascarar mitos de “revolucionarismo” que propagan frente al proletariado de los países centrales, izquierdistas y grupos “anti-globalización” (12).

Entre las discusiones que abordó el NCI destacó el problema de los comportamientos que deben darse dentro de una organización proletaria y que afectan a la naturaleza de la futura sociedad por la que se lucha: ¿El fin justifica los medios? ¿Se puede implantar el comunismo, una sociedad de liberación y comunidad de todos los seres humanos, entregándose a prácticas de calumnia, delación, manipulación, robo etc., que destruyen en la raíz la más básica sociabilidad? ¿El militante comunista debe aportar de forma desprendida lo mejor de sí mismo a la causa de la emancipación de la humanidad o, por el contrario, se puede servir a esa causa persiguiendo fines de protagonismo personal, de caudillaje, de utilización de otros como peones para fines particulares?

Estas discusiones llevaron a los miembros del NCI a una discusión a fondo sobre los comportamientos de la llamada FICCI que condujo a la elaboración de un documento realizado el 22-5-04 en el que se condena a dicha banda con “conocimiento a través de la lectura de las publicaciones, tanto de la CCI, como de la Fracción interna de la CCI”, considerando que tenía una conducta “ajena a la clase obrera y a la Izquierda comunista” (13).

Pese a esos progresos, un problema empezaba a manifestarse. En una carta de balance del viaje habíamos señalado que:

«... sin funcionamiento colectivo y unitario no puede existir una organización comunista. Las reuniones regulares, llevadas a cabo con rigor y con modestia, sin objetivos desmedidos pero con tenacidad y espíritu riguroso, son la base de esa vida colectiva, unitaria y solidaria. Evidentemente, lo colectivo no se opone al desarrollo de la iniciativa y la contribución individual. La visión burguesa de lo “colectivo” es la de una suma de clones donde todo espíritu de iniciativa y contribución individual es sistemáticamente aplastado. Esta falsa visión ha sido simétrica y complementariamente desarrollada tanto por los ideólogos liberales y libertarios como por sus supuestos antagonistas estalinistas. Frente a ello, la visión que desarrolla el marxismo, es la de un marco colectivo que fomenta y desarrolla la iniciativa, la responsabilidad y la contribución individual. Se trata de que cada cual aporte lo mejor de sí mismo en concordancia con lo que decía Marx en la Crítica del Programa de Gotha: “De cada cual según su capacidad”».

Uno de los integrantes del núcleo, B., llevaba una práctica en oposición radical a esta orientación. En primer lugar, monopolizaba de forma exclusiva los medios informáticos de Internet, la correspondencia y contactos con el exterior, la redacción de textos, aprovechando para ello la confianza que los demás compañeros le dispensaban. En segundo lugar, en contra de la orientación acordada en el viaje de abril, desarrollaba una práctica organizativa consistente en evitar todo lo posible las reuniones generales del grupo en las cuales todos podían expresarse, decidir sobre las orientaciones y controlar de manera colectiva sus actividades. En su lugar, se reunía por separado con uno o a lo sumo dos camaradas, lo cual le otorgaba el control de todos los asuntos. Se trata de una práctica típica de los grupos burgueses donde el “responsable” o “comisario político” se reúne con los distintos miembros tomados separadamente para mantenerlos divididos y a la vez ignorantes de todas las cuestiones. Esto llevó a que, como nos han testimoniado posteriormente los compañeros del NCI, ellos mismos no sabían realmente quién era miembro del NCI y qué tareas eran encomendadas por el señor B a gente que ellos ni conocían (14).

Otro elemento de su política era evitar cualquier discusión seria en las escasas reuniones más o menos generales. Los compañeros han manifestado su malestar ante el hecho de que el ciudadano B. interrumpía cualquier discusión arguyendo que se debía pasar rápidamente a “otro asunto”. Para vaciar de contenido las escasas reuniones plenarias, B ­propiciaba la máxima informalidad: reducir la reunión a una cena donde ­participaba gente, familiares u otros, que no formaban parte de la organización.

Esta práctica organizativa es radicalmente ajena al proletariado y es propia de los grupos burgueses, particularmente de la izquierda y extrema izquierda. Su objetivo es doble: en primer lugar, mantener a la mayoría de compañeros en el subdesarrollo político, desposeyéndoles sistemáticamente de los medios para tener un criterio propio; en segundo lugar, y en concomitancia con lo anterior, transformarlos en masa de maniobra de la política del “gran líder”. El ciudadano B pretendía utilizar a sus “compañeros” (15) como trampolín para convertirse en una “personalidad” dentro del medio político proletario.

Combate por la defensa de la organización

Los planes del ciudadano B se vieron obstaculizados por dos factores con los que su arrogancia y presunción no contaba: de un lado, la firmeza y la coherencia organizativa de la CCI; de otro lado, el que los compañeros, pese a tener medios limitados y a la sorda obstrucción del señor B., estaban desarrollando un esfuerzo de reflexión que les conducía a la independencia política.

A fines de julio, el ciudadano B. realizó una maniobra audaz: pedir la integración inmediata en la CCI. Esta medida la impuso pese a la resistencia de los demás compañeros que, aún dándose firmemente como meta la integración en la CCI, veían necesario realizar todo un trabajo previo de clarificación y asimilación. Comprendían que la militancia comunista debe asentarse sobre sólidos cimientos.

Todo esto colocaba al ciudadano B. en una posición muy incómoda: sus “compañeros” podían transformarse en elementos conscientes de la clase dejando de ser meros comparsas de su ambicioso juego de “caudillo internacional”. Ante la delegación de la CCI que visitó Argentina a finales de agosto, el ciudadano B. insistió en que se hiciera una declaración inmediata de integración en la CCI del NCI. La CCI no aceptó tales pretensiones. Nosotros rechazamos firmemente integraciones precipitadas e inmaduras que entrañan el riesgo de destrucción de militantes. En la carta de balance de este viaje señalamos que

“Antes del viaje nos planteasteis la integración en la organización. Esto lo acogimos con el entusiasmo natural que experimentan los combatientes proletarios cuando otros compañeros quieren sumarse a la batalla (...) Sin embargo, es preciso dejar claro que nosotros no planteamos la integración de nuevos elementos o la formación de nuevas secciones al estilo de una empresa comercial que quiere implantarse a toda costa en un nuevo mercado o de un grupo izquierdista que trata de reclutar nuevos adeptos para el proyecto político que representa dentro del capitalismo de Estado [sino como] un problema general del proletariado internacional que debe abordarse desde criterios históricos y globales. (...) La orientación central que dimos a la delegación fue la de discutir en profundidad todo lo que implica la militancia comunista y todo lo que significa la construcción de una organización internacional unitaria y centralizada. [Esto] no es algo simple o técnico, sino que requiere un esfuerzo colectivo tenaz y perseverante. Por tanto, jamás puede fructificar si se apoya en impulsos momentáneos (...) nosotros queremos formar militantes con criterio propio, capaces de asumir, cualquiera que sean sus dotes intelectuales o personales, la tarea de participar colectivamente en la construcción y defensa de la organización internacional”.

Este planteamiento no encajaba en los planes del ciudadano B. Por ello, “es muy probable que ya estuviera en contacto con la FICCI al mismo tiempo que nos engañaba con su juego de querer precipitar la integración del NCI en la CCI” (Presentación de la Declaración del NCI). Este individuo cambió de chaqueta de la noche a la mañana sin tener la honradez de plantear su “desacuerdo”. La razón es muy simple, él no buscaba la claridad sino simplemente su medro personal como “caudillo internacional”, visto que en la CCI no iba a encontrar la satisfacción a sus pretensiones prefirió buscar mejores compañías.

Recurrió a la intriga y el doblez para fabricar su pequeño “efecto sensacionalista”. Así, de la noche a la mañana alumbró un espectral “Círculo de Comunistas Internacionalistas” compuesto por él mismo pero que tenía la desfachatez de “incorporar” no sólo a los miembros del NCI – ¡sin que estos supieran nada!- sino a “muy estrechos contactos”. Este “Círculo” se propuso hacer desaparecer de la circulación el NCI empleando el método, patentado por Stalin, de presentarse como su verdadero y único continuador (16).

Estas maniobras, alentadas como decíamos al principio por la alianza de pícaros constituida por el oportunismo del BIPR y los parásitos de la FICCI (17), han sido desenmascaradas y anuladas por nuestro combate al que se ha sumado el NCI.

Los compañeros del NCI habían quedado aislados por las maniobras del ciudadano B, pero nosotros conseguimos ponernos en contacto con ellos pese a la precariedad de los medios para hacerlo.

“Mediante nuestras llamadas telefónicas (que según los términos empleados por el Sr. B demostrarían la ‘nauseabunda metodología de la CCI’) hemos sabido que los demás camaradas del NCI nada sabían de la existencia de ese ‘Círculo’ que ¡decía representarlos! Desconocían la existencia de esas ‘Declaraciones’ nauseabundas contra la CCI que, según se afirma en ellas hasta la saciedad, se habrían adoptado... “Colectiva y unánimemente’ tras ‘consultar’ ¡a todos los miembros del NCI! Todo ello era pura mentira” (Presentación de la Declaración del NCI).

Una vez restablecido el contacto, organizamos un viaje urgente para discutir con ellos y establecer perspectivas de trabajo. La acogida fue calurosa y fraterna. Durante nuestra estancia, los camaradas del NCI tomaron la decisión de enviar por correo postal su Declaración del 27 de octubre a todas las secciones del BIPR y a otros grupos de la Izquierda comunista con el fin de restablecer la verdad: contrariamente a las falsas informaciones propagadas por el BIPR (particularmente en su prensa en italiano), el NCI no ha roto con la CCI.

Los miembros del NCI pidieron varias veces por teléfono al individuo B. que viniera a explicarse ante el NCI y la delegación de la CCI. El Señor B. se negó a cualquier encuentro. Este comportamiento revela la cobardía de este individuo: descubierto con las manos en la masa prefiere esconderse bajo tierra como un conejo en su madriguera.

Pese al choque que han recibido al descubrir las mentiras y maniobras realizadas en su nombre y a sus espaldas por ese siniestro personaje, los camaradas del NCI han expresado su voluntad de proseguir una actividad política a la medida de sus fuerzas limitadas. Gracias a su acogida fraterna y a su implicación política, la CCI ha podido celebrar una segunda reunión pública en Buenos Aires el 5 de noviembre sobre un tema elegido por los camaradas del NCI (18).

Pese a las terribles dificultades materiales que encuentran cotidianamente, estos compañeros han insistido ante nuestra delegación que quieren implicarse en una actividad militante y particularmente proseguir la discusión con la CCI. Los que están desempleados quieren encontrar a toda costa un trabajo no solo para poder sobrevivir y alimentar a sus hijos sino también para salir del subdesarrollo político en el que el Señor B les mantenía (particularmente han expresado la voluntad de contribuir en la compra de un ordenador). Al romper con el ciudadano B y sus métodos burgueses, los camaradas del NCI se han comportado como verdaderos militantes de la clase obrera.

Perspectivas

La experiencia del NCI es rica en lecciones. En primer lugar, al adoptar posiciones programáticas muy próximas a las de la CCI ha demostrado la unidad del proletariado mundial y de su vanguardia. El proletariado tiene las mismas posiciones en todos los países cualquiera que sea su nivel económico, su posición imperialista, su régimen político. En ese marco unitario internacional los compañeros han podido hacer aportaciones de interés general para todo el proletariado (naturaleza del movimiento piquetero, el carácter de las revueltas sociales en Argentina o Bolivia…), así como sumar­se al combate internacional por los principios del proletariado: denuncia clara de la banda de hampones que se hace llamar FICCI, Declaración en defensa del NCI y los principios proletarios de comportamiento…

En segundo lugar, ha evidenciado el peligro de los gurús como un obstáculo en la evolución de los grupos y compañeros en búsqueda de las posiciones de clase. Este fenómeno no es algo propio de Argentina (19), ni mucho menos. Se trata de un fenómeno internacional que hemos constatado repetidas veces: la existencia de elementos, a menudo brillantes, que consideran a los grupos como su “propiedad privada”, que por desconfianza hacia las capacidades reales existentes en la clase o por pura sed de valorización personal tratan de someter a los demás compañeros a su control personal que conduce al bloqueo de su evolución y provoca su subdesarrollo político. En un primer momento, tales elementos pueden jugar un papel de impulso en una dinámica de aproximación a las posiciones revolucionarias, porque suelen ponerse a la cabeza de una actitud y una reflexión que están llevando a cabo otros compañeros. Pero, en general, tales elementos (a no ser que cuestionen de forma radical su actitud pasada) no suelen llegar al término de una evolución que implicaría la pérdida de su estatuto de gurú. Otra consecuencia de este fenómeno es que los grupos sufren, más o menos rápidamente, una hemorragia de elementos que ante el clima de subjetivismo permanente y de sometimiento a los dictados personalistas del gurú, rompen, desmoralizados, con toda actividad política, al comprobar con amargura que las posiciones políticas pueden ser más o menos interesantes pero la práctica organizativa, las relaciones humanas, las conductas, no rompen para nada con el universo opresor que reina en los grupos de “izquierda” o “extrema izquierda”.

En tercer lugar, ha demostrado no solo el peligro de los gurús, sino algo mucho más importante: que se puede luchar contra ese peligro, que se puede superar. Hoy, los compañeros, no sin dificultades, emprenden un proceso de clarificación, de adquirir confianza en sí mismos, de desarrollo colectivo de sus capacidades con vistas a una futura integración en la CCI. Independientemente de cuáles sean los resultados finales de este combate lo que se ha demostrado es que compañeros que contaban con muy escasos medios y a los que el gurú reducía prácticamente a cero, pueden organizarse y luchar de forma consecuente por la causa del proletariado.

En fin, y no menos importante, con la participación activa de los compañeros, un medio de debate proletario, alrededor de las Reuniones Públicas de la CCI, se va desarrollando en Argentina. Este medio será muy útil para la clarificación y determinación militante de elementos proletarios que surgen en ese país y en otros de la zona.

C.Mir 3-12-04

1) Revista internacional nº 119, “Resolución sobre la evolución de la lucha de clases”.2) Ídem.3) Ver nuestra serie de artículos “1903-1904: el nacimiento del bolchevismo” en los nos 116 a 118 de la Revista internacional.POSDR = Partido obrero socialdemócrata ruso.4) Núcleo comunista internacional, grupo formado por unos cuantos militantes en Argentina. Para más información, léase “El NCI existe y no ha roto con la CCI” (en nuestro sitio Internet, en español y en francés), “Presentación de una declaración del NCI” (en francés y español en Internet y en la prensa escrita).5) Ver, entre otros, “¿El Círculo de comunistas internacionalistas, impostura o realidad?” en nuestro sitio Internet.6) Por ejemplo: el uso de la expresión “burocracia sindical” que tiende a ocultar que es todo el sindicato, como organización, de la base a la cúspide, que es un fiel servidor del capital y un enemigo de los trabajadores. Lo mismo ocurre con el concepto de los sindicatos como “mediación” entre capital y trabajo, que permitiría considerarlos como órganos neutrales entre las dos clases fundamentales, la burguesía y el proletariado.7) El NCI nos comunicó copia de esas respuestas.8) La manera de “resolver” la dinámica de las conferencias internacionales fue romperla mediante maniobras sectarias (ver Revista internacional nº 22).9) Leer su célebre polémica Miseria de la filosofía.10) Imaginemos por un momento que Marx y Engels hubieran contestado a los obreros franceses e ingleses que habían convocado el mitin que haría nacer la Primera internacional en 1864, que ellos ya habían resuelto el asunto en 1848… 11) En una carta enviada a los camaradas haciendo el balance del Llamamiento, explicamos detalladamente los métodos de agrupamiento y de debate que utilizaron los revolucionarios a lo largo de la historia del movimiento obrero, mostrando cómo se forjaron las diferentes organizaciones internacionales del proletariado.12) Ver el artículo cobre el movimiento piquetero en nuestra prensa territorial y en la Revista internacional 119.13) Esa condena se publicó en la Revista internacional nº 350 y en Acción proletaria nº 179.14) Esto explica algo aparentemente contradictorio sobre los orígenes del NCI. Para los camaradas actuales del NCI, éste se constituyó realmente el 23 de abril de 2004, es decir después de la toma de contacto con la CCI. El modo de funcionamiento que hasta entonces había logrado imponer el señor B y la dispersión y el desconocimiento mutuos entre sus diferentes miembros eran más que nada, en la primera etapa de formación del NCI, algo típico de un círculo informal de discusión. Fue tras nuestra primera visita, durante la cual nosotros insistimos y logramos convencer de la necesidad de hacer reuniones regulares, cuando el NCI empezó a ser algo consciente para cada uno de sus miembros.15) B expresaba hacia ellos un notorio y repelente desprecio: “El señor B despreciaba profundamente a los demás miembros del NCI. Estos son obreros que viven en la indigencia, mientras que él ejerce una profesión liberal y se jactaba de que era el único miembro del NCI que ‘podría pagarse un viaje a Europa’” (ver “El NCI no ha roto con la CCI”, en nuestra prensa en francés y español).16) Todos las andanzas de ese “Círculo” cuya ridículo eco internacional solo se ha debido a sus protectores, la FICCI y el BIPR, han sido sacadas a la luz en tres documentos disponibles en nuestro sitio Web en castellano y en francés: “El Círculo de comunistas internacionalistas: una nueva extraña aparición” y “El Círculo de comunistas internacionalistas: ¿impostura o realidad?”17) Nuestro sitio Web ha publicado toda una serie de documentos, varias cartas al BIPR en especial, que ponen de relieve la lamentable deriva de esta organización. En efecto, en cuanto el señor B formó su “Círculo”, a espaldas de los demás miembros del NCI, el BIPR se apresuró a ofrecerle audiencia, publicando, primero, una traducción en italiano de un documento del “Círculo” sobre la represión de una lucha obrera en Patagonia (y eso que el BIPR no se había dignado publicar el menor documento del NCI), publicando luego en español, francés e inglés (pero no en italiano) una declaración (del 12 de octubre) del “Círculo” (“Contra la metodología nauseabunda de la CCI”), que es una sarta de mentiras groseras y de calumnias contra nuestra organización. Después de tres semanas y tres cartas de la CCI pidiendo al BIPR que pusiera en su sitio Web un corto comunicado de la CCI desmintiendo las acusaciones del “Círculo”, el BIPR así lo hizo al fin. Desde entonces ha quedado patente el carácter mentiroso y calumniador de las aserciones del señor B., al igual que la impostura que su “Círculo” es. Sin embargo, hasta hoy el BIPR no ha hecho la menor declaración para restablecer la verdad, aunque, eso sí… ha retirado de su sitio Internet sin más explicaciones, las obras de ese individuo. Vale la pena subrayar lo siguiente: fue cuando comprendió que con la CCI no iba a poder seguir con sus maniobras de aventurero de salón, cuando, de repente, lo arrebató una pasión por la FICCI y el BIPR, así como también por las posiciones de éste. Semejante conversión, más repentina que de san Pablo en el camino de Damasco, por lo visto no levantó la menor desconfianza en el BIPR que se puso a inmediata disposición para servir de altavoz a ese señor. Un día deberá el BIPR preguntarse por qué, en varias ocasiones, elementos que han dado la prueba de su incapacidad para integrarse en la Izquierda comunista, se han girado hacia el BIPR tras el fracaso de su “acercamiento” a la CCI. Hemos de volver sobre este tema en un próximo artículo de nuestra Revista.18) Ver nuestro artículo en sitio Web en español y francés y nuestra prensa territorial.19) En el caso del señor B., hay que decir que el grado de retorcimiento y mala fe por él alcanzado podría rozar lo patológico.

Geografía: 

  • Argentina [3]

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [1]

Elecciones USA-Ucrania: el capitalismo mundial, un callejón con cada vez menor salida

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con trasfondo de matanzas de los diferentes conflictos del planeta, en primer término el de Irak, ha habido dos elecciones mediatizadas mundialmente, las de Estados Unidos y Ucrania. Han estado en primera plana de la actualidad durante muchas semanas. Una y otra, como cualquier otra elección, en nada podrán servir para solucionar la miseria y la barbarie creciente en la que el capitalismo en crisis está hundiendo a proletarios y a masas explotadas. Pero una y otra son también, cada una a su manera, ilustraciones del atolladero en que está metido el capitalismo mundial. En efecto, la reelección de Bush no viene a coronar la buena salud de la primera potencia mundial, victoriosa de la guerra fría, sino, al contrario, ha puesto de relieve cómo se plasman, en el interior, las dificultades del imperialismo americano.

Quince años después del hundimiento del bloque del Este, las elecciones en Ucrania han sido un momento de las luchas de influencia que están llevando a cabo las diferentes potencias imperialistas para controlar la región, abriendo así una nueva vía al caos en los territorios de la difunta URSS.

Elecciones en Estados Unidos

La guerra de Irak, centro de la campaña electoral

A medida que se iba acercando el día de las elecciones, los comentaristas que, tanto en EEUU como en cantidad de países, apoyaban mayoritariamente a Kerry, anunciaban cada vez más un empate técnico. Hasta el último instante, en un suspense casi patético, los media hicieron depender la esperanza del mundo de la derrota de Bush, que personificaba la impopular guerra de Irak. Y, sin embargo, nada de tangible fundaba tal esperanza, puesto que, en el tema de la guerra, los programas de Bush y de Kerry eran idénticos en el fondo. Baste, de muestra, cómo se expresaba Kerry con los mismos tonos histéricos ultrapatrioteros que su competidor:

“Para nosotros, la bandera americana es el símbolo más poderoso de lo que somos y de aquello en lo que creemos. Representa nuestra fuerza, nuestra diversidad, nuestro amor por el país. Todo lo que América hace es grande y bueno. Esa bandera no pertenece a un presidente, a una ideología, a un partido, sino que pertenece al pueblo americano” (Kerry en la convención demócrata del mes de julio).

En realidad, las diferencias más patentes se referían a temas como el aborto, la homosexualidad, el medio ambiente o la bioética, todo lo cual permitía poner el precinto de “conservador” a uno, y de “progresista” al otro. Pero no importa, lo que importa para la burguesía es dar el mayor énfasis a una consulta electoral para embaucar a los explotados. Sin embargo, los clamores mediáticos anti-Bush lo que en realidad recubrían, según los países, era unos intereses no solo diferentes sino incluso antagónicos entre las diferentes fracciones nacionales de la burguesía mundial.

Para países como Francia o Alemania, muy hostiles desde el principio a la intervención de EEUU en Irak que contrariaba claramente sus propios intereses imperialistas, tomar posición contra Bush en estas elecciones estaba en la continuidad lógica de las campañas ideológicas antiamericanas precedentes. Al denunciar al presidente norteamericano como responsable de la agravación del orden mundial, esas campañas servían para ocultar la responsabilidad de un sistema en crisis en el incremento de la barbarie guerrera y esconder la propia naturaleza imperialista de esas burguesías. El deseo que éstas expresaban de ver derrotado a Bush no era más que hipocresía, pues era él “su mejor enemigo”. En efecto, más que nadie, Bush encarna todo lo que la propaganda burguesa ha invocado como falsas razones de la invasión de Irak por Estados Unidos: sus vínculos familiares con la industria petrolera tejana, la cual iba a sacar beneficios (¡sic!) de esta guerra; sus vínculos familiares con la industria de armamento; su pertenencia, en el seno del partido republicano, al campo de los “halcones”; su “integrismo” religioso; su “incompetencia”. En otras palabras, nada mejor que un Bush de presidente para hacer de EEUU el espantajo. Por eso, a pesar de la tónica anti-Bush en sus tomas de posición, la reelección de éste ha sido una suerte para los rivales imperialistas principales de EEUU.

Por todo eso también, tras un largo período de indecisión, la burguesía estadounidense, se decidió mayoritariamente por Kerry. Si a pesar de los muchos defectos de éste, especialmente con posicionamientos contradictorios sobre la guerra de Irak, la opinión dominante en la burguesía de EEUU acabó escogiéndolo fue porque pensaba que era el mejor situado para restaurar la credibilidad de EEUU en el ruedo internacional e intentar dar una salida al atolladero iraquí. Además, Kerry era el mejor situado para convencer a la población de que aceptara nuevas incursiones militares en otros escenarios bélicos.

Por todas esas razones, Kerry recibió el apoyo de generales y almirantes retirados de alto rango, mientras que a Bush lo abandonaban altas personalidades de su propio partido, criticándole en particular su gestión de la crisis iraquí, y eso solo cinco semanas antes de la fecha de los comicios. Kerry también se benefició del apoyo de los medios, gracias especialmente a la cobertura que dieron a los debates que enfrentaron a ambos contrincantes, encontrando siempre los argumentos que permitían concluir cada vez que Kerry había ganado a su adversario. Y, en fin, los media se dedicaron a transmitir, dándoles la amplitud y el relieve necesarios, una serie de historias y negocios que comprometieran más todavía la imagen de Bush, especialmente filtraciones procedentes de miembros de la administración que revelaban los errores y daños de la administración Bush, especialmente sobre la guerra de Irak. Se divulgaron así los intentos de la administración para modificar el código de justicia militar en contra de lo dispuesto en la convención de Ginebra. Una fuente anónima de la CIA relató que había una amplia oposición en el seno de ese servicio de información contra esa “violación de los principios democráticos”. Otra “lamentable” historia fue la de la desaparición de 380 toneladas de explosivos en Irak que las tropas norteamericanas habían sido incapaces de controlar, caídas probablemente en manos de quienes las utilizan contra las fuerzas de EEUU. Solo una semana antes de las elecciones, fuentes del FBI dejaron filtrar detalles de una encuesta criminal sobre el tratamiento preferente del que se ha beneficiado la empresa Halliburton (cuyo director general antes de las elecciones de 2000 era el actual vicepresidente) para obtener jugosos contratos en Afganistán e Irak, establecidos bajo cuerda. Los media también presentaron con un enfoque positivo la acción de 19 soldados estadounidenses que desobedecieron a la misión, calificada de suicidio, de transportar carburante por Irak en camiones sin blindaje ni escolta. En lugar de tildarlos de sediciosos o de cobardes, los medios presentaron a esos soldados como valientes y dignos, pero hartos de estar mal abastecidos y peor armados, una descripción que correspondía exactamente a la situación que denunciaba Kerry en su campaña electoral desde hacía semanas.

Por eso, la derrota de Kerry, ocurrida a pesar de los apoyos de primera importancia que recibió y en contra de las aspiraciones de los sectores dominantes de la burguesía americana, es significativa de las dificultades de la clase dominante en el plano interior, las cuales son en parte reflejo del atolladero en que se encuentra metido el imperialismo americano en el mundo.

Las dificultades de la burguesía estadounidense

Como hemos dicho a menudo en nuestros textos, la crisis del liderazgo mundial estadounidense obliga a la burguesía de EEUU a tomar permanentemente la iniciativa en el terreno militar, único medio para ella de evitar que sus rivales directos tengan la veleidad de poner en entredicho su hegemonía. Pero, de rebote, como lo ilustra el barrizal iraquí, esa política no hace sino alimentar por el mundo entero la hostilidad hacia la primera potencia mundial, aislándola más todavía. Al no poder dar marcha atrás, lo cual debilitaría más todavía su autoridad mundial, la clase dominante de EEUU se encierra en contradicciones cada vez más complicadas. Además de ser un abismo financiero, Irak es el trampolín permanente sobre el que saltan todas las críticas de los principales rivales imperialistas de EEUU y una fuente de descontento creciente en la población norteamericana. Hoy se han agotado todos los beneficios ideológicos que, tanto nacional como internacionalmente, pudo sacar la clase dominante de EEUU de los atentados del 11 de septiembre (realizados con la complicidad de altas esferas del aparato de Estado norteamericano (1) para que sirvieran de pretexto a la intervención en Afganistán y en Irak). Las vacilaciones y disensiones aparecidas en el seno de la burguesía estadounidense para escoger el candidato más idóneo expresan, no, desde luego, la opción por otra línea imperialista menos agresiva, sino la dificultad para proseguir la realización de la única línea posible.

La adopción tardía de una orientación pro Kerry por parte de la burguesía de EEUU debilitó su capacidad para manipular el resultado electoral en ese sentido. Sobre todo porque existe en EEUU un ala cristiana fundamentalista, con un peso electoral importante, que es por naturaleza muy poco permeable a las campañas ideológicas contra Bush. De hecho, esos fundamentalistas encua­drados por la clerigalla local y cuya aparición había sido favorecida para servir de apoyo a los republicanos durante los años de Reagan, se caracterizan por un conservadurismo social anacrónico. Muy presentes en las regiones menos pobladas y en los estados rurales, han basado su voto en temas como el ­matrimonio homosexual y el aborto. Como lo hacía notar con incredulidad un comentarista de CNN en la noche ­electoral, a pesar de que un Estado industrial como Ohio, pero también con sectores de lo más atrasado, haya perdido 250 000 empleos, que haya una guerra tan desastrosa como la de Irak y que Kerry hubiera ganado tres debates contra Bush, el conservadurismo social de ese Estado hizo ganar las elecciones al presidente saliente.

El auge del fanatismo religioso, en Estados Unidos como en el resto del mundo, es, en el período actual, una reacción al caos y a la pérdida de esperanza en el futuro característica de la descomposición social, y plantea serias dificultades a la clase dominante pues le reduce su capacidad de control de su propio juego electoral. Es tanto más problemático para ella porque la reelección de Bush tiende a legitimar lo que hoy se practica en la dirección del ejecutivo norteamericano, una práctica que desprestigia el funcionamiento del ejecutivo y del Estado democrático, pues hay miembros del equipo presidencial, empezando por el propio vicepresidente Cheney, acusados de confundir sus intereses particulares con los del Estado. En efecto, después de haber reprochado a Cheney el haber recibido órdenes directas de Enron a principios del año 2001, se le acusa ahora de sus vínculos con Halliburton, empresa de la que fue director general y de la que dimitió para ser vicepresidente. Desde entonces, esa empresa, que fabrica equipos militares e interviene en la reconstrucción de Irak, beneficiándose de favoritismo en los pedidos relacionados con la guerra de Irak, ha seguido remunerando a Cheney. Éste, además, se puso arrogante y perentorio con sus acusadores. Desde luego no es ni mucho menos la colusión entre miembros de la administración Bush y la industria armamentística o petrolera lo que para nada explicaría la guerra de Irak, como tampoco fueron los negociantes de cañones Krupp y Schneider quienes originaron la Primera Guerra mundial. Este tipo de falsedades, generalmente difundidas por las fracciones de izquierda de la burguesía, tenía la función, durante las elecciones en EEUU, de participar en el desprestigio de la administración Bush. Aunque su impacto fue insuficiente para lograr la derrota de Bush, todo eso muestra, sin embargo, lo enérgicas que son las reacciones por parte de la burguesía o de sus fracciones principales, ante comportamientos de otras fracciones perjudiciales a los intereses del capital nacional como un todo. Esto ya quedó ilustrado, a una escala y en un contexto muy diferentes, cuando el escándalo de Watergate que le costó a Nixon el poder. Su política internacional disgustaba entonces cada día más a la burguesía, pues, al tardar en concluir cuanto antes la guerra de Vietnam, estaba retrasando al mismo tiempo el establecimiento de la nueva alianza con China contra el bloque del Este, y eso que había sido el propio Nixon quien había echado las bases de esa nueva política. Pero, sobre todo, la camarilla dirigente había utilizado las agencias estatales (FBI y CIA) para asegurase una ventaja decisiva sobre las demás facciones de la clase dominante; y, para éstas, al sentirse directamente amenazadas, eso era algo intolerable (2).

Aunque no sepamos cómo va a solucionar los problemas que tiene que encarar la burguesía estadounidense, lo que sí es seguro es que, ni más ni menos que la elección de un gobierno de derechas o de izquierdas sea donde sea, nunca será en modo alguno para aportar más paz al mundo.

Elecciones en Ucrania

Grandes maniobras imperialistas en Europa oriental

Después de la “revolución de las rosas “ en Georgia del año pasado, en donde la pretendida “voluntad popular” acabó con el régimen corrupto de Shevardnadze, que estaba bajo control de Moscú, le ha tocado ahora al gobierno ucraniano, tan corrompido y en la órbita moscovita como aquel, acabar de la misma manera ante otra “movilización popular” llamada esta vez “revolución naranja”. Aunque también este acontecimiento haya sido una vez más la ocasión para los media de embobar a la clase obrera de todos los países dejando pantalla abierta a todos los clamores democráticos del estilo: “La gente ya no tiene miedo”, “podremos hablar libremente”, “quienes se creían intocables han dejado de serlo”, lejos estamos, sin embargo, de las infames campañas sobre la muerte del comunismo que fueron marcando las diferentes etapas del desmoronamiento del estalinismo (3). Claro, no iba a ser en nombre de no se sabe qué comunismo la manera con la que los nuevos dictadores defendieron el capital nacional a la cabeza del Estado, y allí donde esos dictadores fueron sustituidos por equipos más democráticos, como en Georgia, la situación de la población no ha cambiado en nada, si no es, como por todas partes, para peor.

Por otra parte, lo que está en juego en el plano imperialista es algo tan explícitamente presente que incluso los medios lo tienen en cuenta, sobre todo porque los intereses varían de un país a otro y queda muy bien el desprestigiar a sus rivales hablando “de verdad” sobre esos intereses:

“Los derechos humanos siempre han tenido una geometría variable: se habla de ellos en Kiev o en Georgia, ¡menos en Uzbekistán o en Arabia Saudí! Esto no significa no reconocer el fraude electoral y la preocupación democrática expresada por los ucranianos. El problema de Rusia es que, precisamente, se apoya en regímenes impopulares, corruptos y autoritarios. Y así Estados Unidos lo tiene fácil con la defensa de la democracia… para ocultar sus intenciones estratégicas. Ya lo vimos en 2003 y la revolución de las rosas en Georgia. Se ha instalado allí un gobierno muy pro americano y no creo que la corrupción haya retrocedido mucho” (Gérard Chaliand, experto francés en geopolítica, en una entrevista titulada “Una estrategia estadounidense de arrinconamiento de Rusia” en el diario francés Libération del 6/12/2004).

Para mantener su dominio sobre sus países vecinos, Rusia no dispone sino de medios a la altura de su poder: apadrinar a camarillas que solo pueden imponerse mediante el fraude electoral, el crimen (intento de envenenamiento del candidato reformador Viktor Yúchenko) mientras que sus rivales, Estados Unidos el primero, que no tienen la menor repugnancia en usar esos mismos métodos, pero sí saben hacerlo con más discreción, disponen además de medios para apadrinar y apoyar a camarillas democráticas. Esta realidad, en lo que a Ucrania se refiere, no es, en el fondo, puesta en entredicho por Rusia aunque la presente con una luz más favorable para su imagen:

“Esta elección ha demostrado por otra parte la popularidad de Rusia: 40 % de los ucranianos han votado, a pesar de todo, por un oligarca condenado dos veces… cuya única verdadera cualidad era ser “el candidato ruso” (Serguei Márkov, uno de los principales consejeros rusos en comunicación que apoyaron la campaña de Victor Yanúkovich, en Libération del 8/12/2004).

Lo que se está jugando actualmente en Ucrania se integra plenamente en la dinámica que se abrió tras el hundimiento del bloque del Este. Desde el principio de 1990, se pronunciaron por la independencia los países bálticos. Mucho más grave para el imperio soviético, el 16 de julio de 1990, Ucrania, segunda república de la URSS, vinculada a Rusia desde siempre, proclamaba su soberanía. Iban a seguirle los pasos Bielorrusia, luego el conjunto de las repúblicas del Cáucaso y de Asia central. Gorbachov intentó entonces “salvar los muebles” proponiendo la adopción de un tratado de Unión que mantuviera un mínimo de unidad política entre los diferentes componentes de la URSS. El 21 de diciembre, tras el fracaso de un golpe de Estado con el que algunos querían oponerse al desmembramiento de la URSS, se formó la Comunidad de Estados Independientes (CEI), con unas estructuras muy imprecisas, agrupadora de unos cuantos antiguos componentes de la URSS, la cual acabó disolviéndose 4 días después. Desde entonces, Rusia ha ido perdiendo influencia sobre los países del antiguo bloque “soviético”: en Europa central y oriental, todos los Estados antaño miembros del pacto de Varsovia se adhirieron a la OTAN, al igual que los Estados bálticos. En el Cáucaso y en Asia central, Rusia ha perdido gran parte de su influencia. Peor todavía, su propia cohesión interna está amenazada. Para evitar que se le separe una parte de su territorio a causa de las veleidades independentistas de las repúblicas caucásicas, a Moscú no le ha quedado más remedio que replicar con una guerra a ultranza en Chechenia.

Hoy, el alineamiento imperialista de Ucrania es para Moscú un problema político, económico y estratégico de la primera importancia. Ucrania es, en efecto, una potencia nuclear de 48 millones de habitantes, con más de 1600 km de frontera común con Rusia. Además,

“sin cooperación económica estrecha con Ucrania, Rusia perdería entre 2 y 3 puntos de crecimiento. Ucrania son los puertos por donde salen nuestras mercancías, los gasoductos por los que pasa nuestro gas, y muchos proyectos de alta tecnología (…) es el país en donde se halla la principal base naval rusa en el mar Negro, en Sebastopol” (Serguei Márkov, ibid).

Con la pérdida de influencia sobre tal vecino, la posición de la Rusia en la región quedará sensiblemente malparada, sobre todo porque sus rivales, como Estados Unidos, se reforzarán tanto más.

El retroceso de la influencia de Rusia ha beneficiado sobre todo a Estados Unidos, pues es ya proamericano el gobierno actual de Georgia, país en donde hay estacionadas tropas estadounidenses que refuerzan las ya presentes en Kirguizistán y Uzbekistán, al norte de Afganistán. Aunque hay otros candidatos deseosos de colocar sus peones en el tablero ucraniano y en la región, y en primer término Alemania, hoy es, sin embargo, Estados Unidos el mejor situado para llevarse la mejor tajada, gracias, en especial, a la colaboración de Polonia, uno de los mejores aliados en Europa del Este y con una influencia histórica en Ucrania. Putin no se equivocaba cuando, con ocasión de un discurso pronunciado en Nueva Delhi el 5 de diciembre, acusó a EEUU de querer “remodelar la diversidad de la civilización, siguiendo unos principios de un mundo unipolar equivalente a un cuartel” y querer imponer “una dictadura en los asuntos internacionales adornada con una bella fraseología pseudo democrática”. Tampoco le dio empacho en recordar al primer ministro iraquí en Moscú el 7 de diciembre que EEUU está en mal lugar para dar lecciones de democracia, precisando, a propósito de las próximas elecciones en Irak, que no se imaginaba “cómo podían organizarse elecciones en condiciones de ocupación total por tropas extranjeras”.

Cualquiera que, a parte de Rusia, pretenda desempeñar un papel en Ucrania está obligado a navegar con la marea “naranja” del equipo del reformador Viktor Yúchenko, equipo del que una parte es favorable a Polonia y Estados Unidos. Por esa razón, los rivales principales de EEUU a la guerra en Irak, o sea Francia y Alemania, también apoyan a los reformistas; y al mismo tiempo, los aliados de ayer, Rusia y Alemania y Francia, defienden campos opuestos en estas elecciones.

La ofensiva política de Estados Unidos en Ucrania, forma parte de la ofensiva general que EEUU debe llevar a cabo en todos los frentes, militares, políticos y diplomáticos para defender su liderazgo mundial y, en este marco, tiene objetivos bien determinados. En primer lugar, esa ofensiva se inscribe en una estrategia de acorralamiento a Europa para bloquear los intentos expansionistas de Alemania, país para el que el Este de Europa es el eje “natural” de su expansión imperialista, como lo ilustraron las dos guerras mundiales. En segundo lugar apunta específicamente a Rusia, castigándola así por su actitud durante la guerra de Irak, de oposición radical a los intereses estadounidenses, en compañía de Francia y Alemania. Es cierto que sin Rusia y su determinación, Francia y Alemania habrían sido menos temerarias en su oposición a la política norteamericana. Para que tal contrariedad no vuelva a producirse o al menos tenga menos efecto, se trata para EEUU de quitarle a Rusia (que sigue siendo sin embargo un aliado potencial en una serie de cuestiones: Putin ha apoyado, por ejemplo la candidatura de Bush) las últimas bazas que le permitían hacer incursiones y lucirse en el patio de los mayores, limitando claramente su estatuto al de potencia nuclear regional, como India por ejemplo.

Hacia una aceleración del caos en Europa oriental y Asia central

Lo que hoy se está jugando en los territorios de la antigua URSS no puede entenderse como una simple transferencia entre una potencia y otra de la influencia en un país. Sabemos hasta qué punto está Rusia decidida a resistir para conservar su dominio, aunque solo sea en la parte oriental de Ucrania. ¿Podría acaso abandonar Crimea y Sebastopol sin que ello tenga repercusiones de la primera importancia en la estabilidad política de su régimen? Ese revés de la mayor trascendencia ¿no sería acaso la señal para una traca de reivindicaciones independentistas de las repúblicas de la propia Federación Rusa? Además, ya no son solo dos bellacos los que riñen por una zona de influencia muy importante, sino tres en realidad, pues Alemania no va a quedarse quietecita a la sombra de Estados Unidos. Por otra parte, también se sabe que el incremento de la inestabilidad en los territorios de la antigua URSS habrá de despertar las apetencias imperialistas de potencias regionales (en este caso, de Irán y Turquía) que ven la ocasión de sacar tajada de la situación. No existe un guión que permita responder a esas cuestiones, pero lo que sí tienen en común todos los guiones posibles es que, desde el desmoronamiento del bloque del Este, desde que reina la tendencia de cada cual a la suya en el plano imperialista, siempre es el caos el resultado de las tensiones entre grandes potencias.

Y del mismo modo, sea cual sea el motivo ideológico invocado por la burguesía para afirmar sus pretensiones imperialistas, sólo es un pretexto, pues la única explicación de la agravación de las tensiones y la multiplicación de los conflictos es el hundimiento irremediable del capitalismo en una crisis sin fin. Por eso, la solución de los conflictos no es ni la instauración de la democracia, ni la búsqueda de la independencia nacional, ni el abandono por Estados Unidos de su voluntad hegemónica, ni ninguna reforma del capitalismo sea cual sea, sino su destrucción a escala planetaria.

LC (20-12-04)

1) Ya dimos, justo después del atentado contra las Torres Gemelas, las razones que permiten avanzar esa hipótesis. Desarrollamos, después, una argumentación para dar solidez a esa tesis (ver nuestros artículos “En Nueva York como en todas partes, el capitalismo siembra la muerte, ¿A quién beneficia el crimen?” en la Revista internacional n° 107 y “Pearl Harbor 1941, Torres Gemelas 2001: El maquiavelismo de la burguesía” en la Revista internacional n° 108). Esa tesis la confirman hoy unas publicaciones a las que es imposible sospechar de simpatía por las posiciones revolucionarias. Puede leerse al respecto el libro The New Pearl Harbor; Disturbing Questions about the Bush administration and 9/11 de David Ray Griffin.

2) Léanse nuestros artículos: “Notas sobre la historia de la política imperialista de Estados Unidos desde la Segunda Guerra mundial” en los números 113 y 114 de la Revista internacional.

3) Véase nuestro artículo “El proletariado mundial ante el hundimiento del del estalinismo “, en la Revista internacional n° 99.

Geografía: 

  • Estados Unidos [4]
  • Rusia, Caúcaso, Asia Central [5]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [6]

Historia del Movimiento obrero: El anarcosindicalismo frente al cambio de Epoca; la CGT francesa hasta 1914

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“En Europa occidental, el sindicalismo revolucionario ha surgido en muchos países como resultado directo e inevitable del oportunismo, del reformismo, del cretinismo parlamentario. En nuestro país también, los primeros pasos de la “actividad parlamentaria” han fortalecido el oportunismo hasta el extremo, llevando a los mencheviques a arrastrarse ante los Cadetes (…) El sindicalismo revolucionario se desarrollará por necesidad en suelo ruso como reacción contra esa conducta vergonzante de socialdemócratas ‘famosos’” (1). Ese texto de Lenin, citado ya en el artículo anterior de esta serie, se puede muy bien aplicar a la Francia de principios del siglo XX. Para muchos militantes, asqueados por “el oportunismo, el reformismo, y el cretinismo parlamentario”, la Confederación general del trabajo (CGT) francesa fue en gran medida la organización faro del nuevo sindicalismo “revolucionario”, que “se basta a sí mismo” (según la expresión de Pierre Monatte) (2). Sin embargo, aunque el desarrollo del sindicalismo revolucionario es un fenómeno internacional en el proletariado de entonces, lo específico de la situación política y social en Francia permitió que el anarquismo desempeñara un papel muy importante en el desarrollo de la CGT. La conjunción entre una auténtica reacción proletaria contra el oportunismo de la IIª Internacional y de los viejos sindicatos y la influencia de las ideas anarquistas, típicas de la pequeña burguesía artesana, fue el origen de lo que desde entonces se llama anarco-sindicalismo.

El papel desempeñado por la CGT, ejemplo concreto de las ideas anarco-sindicalistas, quedaría más tarde eclipsado por el que tuvo la Confederación nacional de trabajadores (CNT) durante la pretendida revolución española, la cual puede ser en cierto modo considerada como verdadero prototipo de organización anarco-sindicalista (3). Eso no quita que la CGT, fundada quince años antes que la CNT española, estuviera muy influida, y hasta dominada por la corriente anarco-sindicalista durante el período anterior a 1914. Por eso, la experiencia de las luchas llevadas a cabo por la CGT durante ese período y. sobre todo, su reacción al estallido de la primera gran escabechina imperialista en 1914, son una prueba teórica y práctica para el anarco-sindicalismo. Por eso, este artículo (segundo de la serie iniciada en el anterior número de esta Revista), lo dedicamos al período que va desde la fundación de la CGT en el congreso de Limoges en 1895, hasta la catastrófica traición de 1914 cuando pudo verse a la práctica totalidad de los sindicatos de los países beligerantes hundirse en un apoyo sin fisuras al esfuerzo de guerra del Estado burgués.

¿Por qué hablamos del “anarco-sindicalismo” de la CGT? Recordemos que en el artículo introductivo de esta serie (ver la Revista internacional n° 118), distinguíamos varias diferencias importantes entre el sindicalismo revolucionario propiamente dicho y el anarco-sindicalismo:

• Sobre la cuestión del internacionalismo: las dos organizaciones dominadas por el anarco-sindicalismo (la CGT francesa y la CNT española) va a enfangarse en la defensa de la Unión Sagrada, en 1914 y 1936 respectivamente, mientras que los sindicalistas revolucionarios (las IWW (4) sobre todo), duramente reprimidos a causa de su oposición a la guerra de 1914) se mantuvieron, a pesar de sus debilidades, en un terreno de clase. Por lo que especialmente a la CGT se refiere, como veremos luego, su oposición al militarismo y a la guerra antes de 1914, se parece más al pacifismo que al internacionalismo proletario para el cual “los obreros no tienen patria”. Los anarco-sindicalistas de la CGT iban a “descubrir” en 1914 que los proletarios franceses debían, pese a todo, defender la patria de la Revolución francesa de 1789 contra el yugo del militarismo prusiano.

• En el plano de la acción política, el sindicalismo revolucionario se mantuvo abierto a la actividad de las organizaciones políticas (Socialist Party of America y Socialist Labor Party en Estados Unidos; SLP y después de la guerra de 1914-18, la Internacional comunista en Gran Bretaña).

• En el plano de la centralización, el anarco-sindicalismo tiene una visión de principio federalista: cada sindicato es independiente de los demás, mientras que el sindicalismo revolucionario es favorable a la tendencia a una mayor unidad política y organizativa de la clase.

Esa diferencia no era evidente para los protagonistas de la época: compartían hasta cierto punto, el mismo lenguaje e ideas similares. Sin embargo, en unos y en otros, las mismas palabras no significaban lo mismo ni en las ideas ni en la práctica. Encima, no había –como sí la había en el movimiento socialista- una Internacional en la que se dirimieran las diferencias y alcanzar una mayor clarificación. Se puede decir, someramente, que el movimiento hacia el sindicalismo revolucionario fue un auténtico esfuerzo en el seno del proletariado por encontrar una respuesta al oportunismo de los partidos socialistas y de los sindicatos, el anarco-sindicalismo fue la expresión de la influencia del anarquismo en el seno de ese movimiento. No es casualidad si esta influencia del anarquismo es más fuerte en los países menos desarrollados en el plano industrial, más marcados por el peso del pequeño artesanado y el campesinado: Francia y España. No es posible, en un artículo, dar detallada cuenta de la historia de aquel período complejo y tumultuoso y hay que precaverse del peligro del esquematismo. Dicho lo cual, la distinción es válida en sus grandes líneas y nuestra intención, en este artículo, es examinar si los principios del anarco-sindicalismo, tal como se expresaron en la CGT de antes de 1914, eran los más idóneos ante los acontecimientos (5).

La Comuna y la AIT

Durante el período que va desde finales del siglo xix hasta la guerra de 1914, el movimiento obrero estuvo profundamente marcado por la Comuna de París y la influencia de la Asociación internacional de los trabajadores (AIT). La experiencia de la Comuna, primer intento de toma del poder por la clase obrera, anegado en sangre por el gobierno versallesco en 1871, legó a los obreros franceses una enorme desconfianza hacia el Estado burgués. En cuanto a la AIT, la CGT se reivindica de ella explícitamente, como en este texto de Emile Pouget (6) :

“La expresión orgánica del Partido del trabajo es la Confederación general del trabajo (...), el Partido del trabajo procede, en línea recta, de la Asociación general de trabajadores, cuya prolongación histórica es aquél” (7).

Más específicamente, para Pouget, uno de los propagandistas principales de la CGT, la Confederación se reivindica de los federalistas (o sea de los aliados de Bakunin) en la AIT, así como de la consigna “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los trabajadores mismos”, en contra de los “autoritarios” aliados de Marx. A Pouget, como a todos los anarquistas desde entonces, se le pasa totalmente por alto lo irónico de esta afiliación. Esa tan famosa expresión citada no es del anarquista Bakunin, sino del primer Considerando de los Estatutos de la AIT redactado por ese horrible autoritario de Karl Marx varios años antes de que Bakunin se adhiriera a la Internacional. En cambio, este último, que era la referencia de los anarquistas de la CGT, prefería la dictadura secreta de la organización, la cual debía ser un “cuartel general de la revolución” (8):

“Puesto que rechazamos todo poder, ¿mediante qué fuerzas dirigiremos la revolución del pueblo? Una fuerza invisible –reconocida por nadie, impuesta por nadie– gracias a la cual, la dictadura colectiva de nuestra organización será tanto más poderosa cuanto más invisible y desconocida sea…” (9).

Es necesario insistir aquí sobre la diferencia entre al visión marxista de la organización y la del anarquista Bakunin: es la diferencia entre una organización abierta, una organización de la fuerza proletaria por la propia masa de los proletarios, y la visión del “pueblo” amorfo, que debe ser guiado por la mano invisible de una “dictadura secreta” de revolucionarios.

El contexto histórico

El marco en que se desarrolla el anarco-sindicalismo en Francia es un período muy particular. Los años que van desde el inicio del siglo XX hasta 1914 son un período bisagra durante el cual el capitalismo en pleno apogeo acaba enfangándose en la espantosa carnicería de la Primera Guerra mundial, que fue la señal de la entrada en la decadencia de ese sistema. Desde el incidente de Fachoda en 1898 (cuando las tropas francesas y británicas, en competencia por dominar África, se las vieron frente a frente en Sudán), hasta el de Agadir (cuando se presentó el acorazado Panther enviado por Alemania en su intento de aprovecharse de las dificultades francesas en Marruecos), y la guerra de los Balcanes en 1912 y 1913, las alarmas ante una posible guerra generalizada en Europa se hicieron cada día más insistentes y angustiantes. Cuando estalla la guerra en 1914, nadie se lleva la menor sorpresa: ni la burguesía, comprometida desde hacía años en una carrera armamentística desenfrenada, ni el movimiento obrero internacional (resoluciones de los congresos de Stuttgart y Basilea de la Se­gunda Internacional, y también el congreso de CGT contra la amenaza de guerra).

La guerra imperialista generalizada es la competencia capitalista llevada a su extremo más álgido. Exige la organización de todas las fuerzas de la nación para poder realizarse. La burguesía está entonces obligada a modificar su organización social: es el Estado el que toma el control de todos los recursos económicos y sociales de la nación para dirigir la lucha a muerte contra el imperialismo enemigo (nacionalizaciones de la industrias clave, reglamentación de la industria, etc.). La mano de obra debe ser organizada para hacer funcionar la industria de guerra. Los obreros deben estar dispuestos a aceptar los sacrificios consiguientes. Para ello es necesario encuadrar a la clase obrera en la defensa de la nación y mediante la Unión sagrada. Por ello, el aparato de control social se desarrolla enormemente, integrando también a las organizaciones sindicales. Este desarrollo del capitalismo de Estado, una de las características básicas de su período de decadencia, significó pues una mutación cualitativa de la sociedad capitalista.

La burguesía, claro está, no entendió en absoluto que el trastorno que se estaba produciendo abiertamente con la guerra de 1914 era un momento fatídico para su sistema. En cambio, lo que sí entendió muy bien –especialmente la burguesía francesa gracias a su experiencia de la Comuna– es que hay que doblegar y a la vez ablandar las organizaciones obreras antes de que el poder se lance a aventuras militares. Los años anteriores a 1914 conocieron así la preparación de la integración de los sindicatos en el Estado.

El período de preguerra aparece como el del auge imparable del movimiento proletario, pero es solo apariencia. El objetivo de las reformas votadas en el parlamento, presuntamente para mejorar la condición obrera, es enganchar a los obreros al carro del Estado, especialmente haciendo partícipes a los sindicatos en su gestión.

Tras la derrota de la Comuna había entre los obreros una gran desconfianza hacia todo intento de intrusión del Estado en sus asuntos. Así, el primer congreso de las cámaras sindicales habido desde 1871 (el congreso de París de 1876) rechaza una oferta de subvención gubernamental de 100 000 francos; el delegado Calvinhac declara:

«¡Oh! Aprendamos a arreglárnoslas sin ese elemento como nos las arreglamos sin la burguesía para la cual el gubernamentalismo es un ideal. Es nuestro enemigo. Sólo puede inmiscuirse en nuestros asuntos para reglamentar, y debéis estar seguros que todos los reglamentos los hará en provecho de los dirigentes. Pidamos únicamente la libertad completa y realizaremos nuestros sueños cuando estemos plenamente decididos a resolver nuestros asuntos nosotros mismos” (citado en l’Histoire des Bourses de travail de Pelloutier).

En principio, esa posición debería haber recabado el apoyo indefectible de los anarquistas, opuestos sin concesiones a toda acción “política” (o sea, según sus ideas, parlamentaria o municipal). Sin embargo, la realidad es mucho más matizada. Así, la primera de las Bolsas de Trabajo (10), en cuyo desarrollo Fernand Pelloutier (11) y los anarco-sindicalistas iban a desempeñar un papel importante y cuya Federación iba a ser un elemento constitutivo de la CGT, se funda en París en 1886 tras un informe favorable no ya de las organizaciones obreras, sino del Ayuntamiento (Informe Mesureur del 5/11/1886). Durante toda sus existencia, y hasta que las Bolsas quedaran totalmente fundidas en la CGT, la relación entre ellas y los ayuntamientos fue bastante agitado: unas veces estaban apoyadas y hasta subvencionas por el Estado en ciertos períodos, otras eran reprimidas (la Bolsa de trabajo de París fue, en 1893 por ejemplo, clausurada por el ejército). Georges Yvetot (12) (sucesor de Pelloutier a la muerte de éste) acaba incluso confesando que su sueldo de secretario de la Federación nacional de Bolsas se paga con subvenciones del Estado.

Esa actitud ambigua de los anarco-sindicalistas respecto al Estado se aprecia de manera más visible todavía en el debate en la CGT sobre qué actitud adoptar hacia la nueva ley votada por el Parlamento en 1910, sobre la “Jubilación obrera y campesina” (Retraite ouvrière et paysanne, ROP). Surgen dos tendencias: una rechaza la ROP por la oposición de principio a toda interferencia del Estado en asuntos de la clase obrera, incluso en el tema de las pensiones; la otra que intenta alcanzar una reforma inmediata arreglándoselas con el Estado. Las dificultades de la CGT para tomar posición sobre esa ley es un presagio de la desbandada de 1914. Para muchos militantes de la CGT, la traición está simbolizada no tanto en el llamamiento a defender la Francia de las tradiciones revolucionarias, sino en la participación del “revolucionario” Jouhaux (13), e incluso, a pesar de sus dudas, del internacionalista Merrheim (14), en el “Comité permanente para el estudio y la prevención del desempleo” establecido por el gobierno francés para poner remedio a la desorganización económica provocada, en un primer tiempo, por la movilización de la industria francesa para la guerra.

¿Cómo se pasó la CGT de una defensa intransigente de su independencia respecto al Estado a la participación en los intentos de ese mismo Estado burgués para arrastrar a los obreros a la guerra imperialista, aún cuando los principios del anarco-sindicalismo habían tenido una influencia tan grande en su seno?

El papel de los anarquistas en la CGT

Aunque a la CGT se la consideró como una “organización faro” de los sindicalistas revolucionarios, hay que decir que no era “sindicalista revolucionaria” ni siquiera “anarco-sindicalista” como tal. En Francia, la CGT es la única organización que reúne a varios cientos de federaciones sindicales. Entre esos sindicatos, algunos son claramente reformistas (como el sindicato del Libro dirigido por Auguste Keufer, primer tesorero de la CGT, o el sindicato de Ferroviarios), o muy influidos por los militantes revolucionarios “guesdistas” (15) del Partido obrero francés (o SFIO (16) desde la unificación de los partidos socialistas franceses en 1905). También hay otros sindicatos importantes, como el “viejo sindicato” reformista de la minería, dirigido por Emile Basly, que no está en la Confederación.

Los anarquistas no desempeñaron en realidad sino un papel reducido en el despertar del movimiento obrero en la Francia de después de la derrota de la Comuna. Para empezar existe una marcada desconfianza en la clase obrera hacia todo lo que de cerca o de lejos recuerda la política pretendidamente “utopista”, como puede comprobarse en el informe del Comité de iniciativa del congreso obrero de 1876:

“Hemos querido que el congreso sea exclusivamente obrero (…) No hay que olvidar que todos los sistemas, todas las utopías que se reprochan a los trabajadores nunca han procedido de ellos. Todos vienen de burgueses, con las mejores intenciones sin duda, pero que iban a buscar los remedios a nuestros males en ideas y elucubraciones, en lugar de tomar consejo de nuestras necesidades y de la realidad» (citado en l’Histoire des Bourses du travail).

Es sin duda ese poco radicalismo de la clase obrera lo que empuja a los anarquistas (excepto algunos como Pelloutier) a abandonar las organizaciones obreras y volcarse hacia la propaganda del «acto ejemplar»: atentados, atracos a bancos, asesinatos (cuyo ejemplo clásico es el anarquista Ravachol (17)).

Durante los veinte años que siguen al congreso de 1876, no son los anarquistas sino les socialistas, especialmente los militantes del Partido obrero francés (POF) de Jules Guesde, quienes tendrán la actuación política más importante en el movimiento obrero. Los congresos obreros de Lyón y Marsella conocen la victoria de las tesis revolucionarias del POF contra las tendencias “pro gobierno” propuestas por Barberet, y en 1886 es también el POF el que propone y da base a una Federación nacional de Sindicatos (FNS). Nuestro propósito, aquí, no es cantar alabanzas a Guesde y al POF. La rigidez de Guesde –unida a una torpe comprensión de lo que es el movimiento obrero y a un gran oportunismo– hizo que el POF quisiera limitar el papel de la FNS a apoyar las campañas parlamentarias del partido. Además, y contra la voluntad de los dirigentes del POF, hay militantes del partido que apoyan resoluciones, en los congresos de Bouscat, Calais, y Marseille (1888, 89 y 90) en las que se afirma que “la huelga general, o sea el cese total de todo trabajo, o la revolución pueden llevar a los trabajadores a su emancipación”. Está claro que el resurgimiento del movimiento obrero en Francia después de la Comuna debe más a los marxistas, con todas sus debilidades, que a los anarquistas. Otro ejemplo en el mismo sentido (sin por ello quitarle valor alguno a la porfiada labor del anarquista Fernand Pelloutier) fue la creación de la Federación nacional de Bolsas del trabajo, pues esa creación le debe mucho a los socialistas –y, entre ellos, a los dos primeros secretarios de la FNB, miembros del Comité revolucionario central animado por Edouard Vaillant (18).

Hasta 1894, y el asesinato del presidente de la República Sadi Carnot por el anarquista Caserio, los militantes anarquistas poco se habían preocupado por el sindicalismo, y mucho más por la “propaganda por los hechos”, aprobada en el Congreso internacional anarquista de Londres de 1881. El propio Pelloutier lo reconoce más o menos explícitamente en su famosa Carta a los anarquistas (19) de 1899 :

“Hasta ahora, nosotros, anarquistas, hemos realizado lo que llamaría yo la propaganda práctica (…) sin que haya habido la menor unidad de enfoques. La mayoría de nosotros han ido saltando de un método a otro, sin reflexionar previamente, sin análisis de las consecuencias, al albur de las circunstancias. Aquél que la víspera había tratado sobre arte, daba hoy una conferencia sobre acción económica y meditaba para el día siguiente sobre una campaña antimilitarista. Muy pocos, tras haberse dado sistemáticamente una regla de conducta, han sabido atenerse a ella y, mediante la continuidad en el esfuerzo, obtener en una dirección determinada el máximo de resultados sensibles y presentes. Así, a nuestra propaganda por la escritura (que es ciertamente maravillosa y de la que ninguna colectividad –si no es la cristiana en los albores de nuestra era– da un modelo semejante), no podemos oponerle sino una propaganda de acción de lo más mediocre (…)

“No propongo yo (…) ni un método nuevo ni un asentimiento unánime a ese método. Lo que únicamente creo es que, en primer lugar, para acelerar la “revolución social” y hacer que el proletariado sea capaz de sacar el mejor provecho deseable, debemos no sólo predicar a los cuatro vientos el gobierno de sí mismo por sí mismo, sino además dar prueba a la muchedumbre obrera, en el seno de sus propias instituciones, que un gobierno así es posible y también armarlo, instruyéndolo sobre la necesidad de la revolución, contra las irritantes sugestiones del capitalismo (…)

“Los sindicatos tienen desde hace algunos años una alta y muy noble ambición. Creen tener una misión social que cumplir y, en lugar de considerarse ya como simples instrumentos de resistencia a la depresión económica ya como simples “cuadros” del ejército revolucionario, pretenden además, sembrar en la sociedad capitalista el germen de unos grupos libres de productores mediante los cuales parece poder realizarse nuestra idea comunista y anarquista. ¿Debemos pues nosotros, absteniéndonos de cooperar con su tarea, correr el riesgo de que un día los desanimen las dificultades y acaben echándose en brazos de la política?”.

La misma preocupación la expresa de manera más cruda Emile Pouget en su Père peinard de 1897:

“Si existe una agrupación en la que los anarcos deben meterse es, evidentemente, la cámara sindical (…) hemos cometido el enorme error de limitarnos a los grupos afines » (20).

Esos pasajes son reveladores de las diferencias entre anarquismo y marxismo. Para los marxistas, no hay separación alguna entre la clase obrera y los comunistas. Estos forman parte del proletariado, expresan los intereses de éste como clase diferenciada de la sociedad. Como ya lo expresaba así en 1848 el Manifiesto comunista:

“Los comunistas (...) no tienen intereses separados de los intereses de todo el proletariado. No establecen principios especiales según los cuales pretendan moldear el movimiento proletario. (…) Los postulados teóricos del comunismo no se fundan en modo alguno en ideas o principios que hayan sido inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. Sólo son expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que transcurre ante nuestra vista”.

El comunismo (21) es indisociable de la existencia del proletariado en el capitalismo: primero porque el comunismo no se vuelve posibilidad material sino a partir del momento en que el capitalismo unificó el planeta en un solo mercado mundial; después, porque el capitalismo creó una clase revolucionaria única capaz de echar abajo el viejo orden y construir una sociedad nueva basada en el trabajo asociado a escala mundial.

Para los anarquistas, lo que cuenta son sus ideas, las cuales no tienen ningún lazo con ninguna clase en particular. Para ellos, el proletariado solo es útil si los anarquistas pueden “realizar” sus ideas mediante aquél y tener una influencia en su acción, pero si el proletariado aparece momentáneamente adormecido, entonces cualquier otra agrupación podrá servir: los campesinos, evidentemente, pero también los pequeños artesanos, los estudiantes, las “naciones oprimidas”, las mujeres, las minorías… o, sencillamente, el “pueblo” de manera general, al cual hay que estimular mediante el “acto ejemplar”.

La visión anarquista del proletariado como simple “medio” hizo que muchos anarquistas vieran el progreso del sindicalismo revolucionario con bastante desconfianza. Así, en el Congreso Internacional anarquista de Ámsterdam en 1907, Enrico Malatesta contesta a la intervención de Monatte, que teoriza el sindicalismo revolucionario, diciendo:

“El movimiento obrero para mí no es más que un medio –el mejor medio entre todos que se nos haya ofrecido (…) Los sindicalistas tienden a hacer de ese medio un fin (…) y así el sindicalismo está convirtiéndose en nueva doctrina que amenaza al anarquismo en su propia existencia (…) Ahora bien, incluso adornándose con el epíteto tan inútil de revolucionario, el sindicalismo no será nunca otra cosa que un movimiento legalista y conservador, sin otra finalidad accesible– ¡y ni siquiera! – que la mejora de las condiciones de trabajo (…) Lo repito: los anarquistas deben acudir a las uniones obreras. Primero para hacer en ellas propaganda anarquista; después, porque es el único medio para, llegado el día, tener a nuestra disposición grupos capaces de tomar en nuestras manos la dirección de la producción” (22).

El retorno de los anarquistas hacia los sindicatos obreros, y por lo tanto el desarrollo de lo que se llamará anarco-sindicalismo, corresponde, en el tiempo, al incremento de la insatisfacción en las filas obreras respecto al oportunismo parlamentario de los partidos socialistas, y la incapacidad de estos para laborar por una unificación real de las organizaciones sindicales en la lucha de clases. Y fue así cómo, en las propias filas de la FNS, hasta entonces patrocinada por el POF de Guesde, surgió el deseo de crear una verdadera organización unitaria que debía actuar independientemente del partido: la CGT fue creada en el congreso de Limoges de 1895. A lo largo de los años, la influencia anarco-sindicalista va a ir en aumento: en 1901 Victor Griffuelhes (23) llega a ser secretario de la CGT, a la vez que Emile Pouget es secretario adjunto del nuevo semanario de la CGT, la Voix du peuple (la Voz del pueblo). Los otros dos principales periódicos de la CGT serán La Vie ouvrière, lanzado por Monatte en 1909, y La Bataille syndicaliste lanzado con muchas dificultades y un éxito muy limitado por Griffuelhes en 1911. Podemos pues decir que l’anarco-sindicalismo poseía una influencia preponderante en las instancias dirigentes de la CGT.

Veamos ahora funcionando, en la teoría y en la práctica, al anarco-sindicalismo en y a través de la CGT.

¿Qué es el anarco-sindicalismo en la CGT?

Los anarco-sindicalistas en la CGT se presentan sobre todo como partidarios de la acción, considerada como lo contrario de las elucubraciones teóricas. Así Emile Pouget en le Parti du travail:

“Lo que diferencia el sindicalismo de las diferentes escuelas socialistas – y hace que sea superior– es su sobriedad doctrinal. En los sindicatos, se hace poca filosofía. Se hace algo mejor: ¡se actúa! Ahí, en el terreno neutral que es el terreno económico, los elementos que afluyen impregnados de las enseñanzas de tal o cual escuela (filosófica, política, religiosa, etc.), pierden, gracias al contacto, su rugosidad particular, para no seguir conservando más que los principios comunes a todos: la voluntad de mejora y de emancipación íntegra”.

Pierre Monatte interviene en el mismo sentido en el congreso anarquista de Ámsterdam:

“Mi anhelo no es tanto el dictaros una exposición teórica de sindicalismo revolucionario, sino la de mostrároslo en acción y, por eso, hacer que hablen los hechos. El sindicalismo revolucionario, a diferencia del socialismo y del anarquismo que le han precedido en la carrera, se ha afirmado menos con teorías que con actos y es más en la acción que en los libros donde debemos buscar” (24).

En su folleto El sindicalismo revolucionario, Victor Griffuelhes nos resume una visión de la acción sindical:

“El sindicalismo proclama el deber del obrero de actuar él mismo, luchar por sí mismo, combatir por sí mismo, únicas condiciones que podrán permitirle llevar a cabo su liberación total. De igual modo que el campesino no cosecha el grano sino gracias a su trabajo, así el proletario no disfrutará de derechos sino gracias al precio de su trabajo hecho de esfuerzos personales (…) El sindicalismo, repitámoslo, es el movimiento, la acción de la clase obrera; no es la clase obrera misma. Es decir que el productor, al organizarse con productores como él, para luchar contra un enemigo común, la patronal, al combatir por el sindicato y en el sindicato por la conquista de mejoras, está creando la acción y está formando el movimiento obrero (…)

“[Para el Partido socialista] el Sindicato es el órgano que balbucea las aspiraciones de los obreros, es el Partido el que las formula, las traduce y las defiende, pues, para el Partido, la vida económica se concentra en el Parlamento; hacia éste debe converger todo, de éste debe venir todo (…)

“Puesto que el sindicalismo es el movimiento de la clase obrera (…) o sea que las agrupaciones surgidas de ella solo pueden estar compuestas de asalariados (…) por eso mismo, esas agrupaciones excluyen a individuos que disfrutan de una situación económica diferente de la del trabajador”.

En su intervención en el congreso de Ámsterdam, Pierre Monatte considera que el sindicato hace desaparecer los desacuerdos políticos en la clase obrera:

“En el sindicato, las divergencias de opinión, a menudo tan sutiles, tan artificiales, pasan a segundo plano; y gracias a esto es posible el entendimiento. En la vida práctica, los intereses se anteponen a las ideas: ahora bien, ninguna discordia entre escuelas y sectas conseguirá que los obreros, por el mismo hecho de estar sometidos por igual a las leyes del salariado, dejen de tener intereses idénticos. Ese es el secreto del entendimiento que se ha fraguado entre ellos, ésa es la fuerza del sindicalismo y lo que le permitió, el año pasado, en el Congreso de Amiens [en 1906, ndlr], afirmar con orgullo que se bastaba a sí mismo» (25).

Hay que resaltar que, aquí, Monatte mete a los grupos anarquistas en el mismo saco que a los socialistas. ¿Qué se destaca de esas citas? Cuatro ideas que vamos a poner aquí de relieve.

El sindicato no reconoce tendencias políticas; es políticamente “neutro”. Es una idea que se encuentra una y otra vez en los textos de los anarco-sindicalistas de la CGT: los partidos políticos, vienen a decir, no representan sino “las trifulcas entre escuelas o sectas rivales”; el trabajo sindical, la asociación de los obreros en la lucha sindical, no conocen luchas de tendencias, o sea, “políticas”. Ahora bien, esa idea no tiene nada que ver con la realidad. No existe ningún automatismo en la lucha obrera, la cual, necesariamente, se construye mediante decisiones y de una acción realizada en función de esas decisiones: éstas son actos políticos. Esto es todavía más cierto para la lucha obrera que para las luchas de las demás clases revolucionarias de la historia anterior. Al ser forzosamente la revolución proletaria el acto consciente de la gran masa de la clase obrera, la toma de decisión necesita constantemente una capacidad de reflexión, de debate, de la clase obrera, tanto como su capacidad de acción: ambas son indisociables. La historia de la CGT misma es un testimonio de las luchas incesantes entre tendencias diferentes. Primero fue la lucha contra los socialistas que querían acercar la CGT a la SFIO, lo cual se terminó en derrota de ésta en el congreso de Amiens. Por otro lado, para asegurar la independencia del sindicato respecto al partido, los anarco-sindicalistas no vacilaron en aliarse con los reformistas, los cuales insistían no sólo en la independencia del sindicato respecto al partido, sino en la autonomía de cada sindicato, para así poder mantener la política reformista en el seno de las Federaciones que dominaban. Hubo después luchas entre reformistas y revolucionarios sobre la sucesión de Griffuelhes, que dimitió en 1909 y fue sustituido por el reformista Niel, sustituido éste a su vez unos meses más tarde por el candidato revolucionario Jouhaux, el mismo que cargó con una enorme responsabilidad por la traición de 1914.

La política, es el parlamento. Esta idea, aunque le debe mucho al incurable cretinismo parlamentario (recogiendo la expresión de Lenin) de los socialistas franceses, no tiene nada que ver con el marxismo. Ya en 1872, Marx y Engels habían sacado esta lección de la Comuna de París,

“... en la cual el proletariado ostentó el poder político, por primera vez, durante dos meses”: “la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina estatal ya acabada, y ponerla en movimiento para sus propios fines” (Prólogo a la edición alemana de 1872 del Manifiesto comunista).

En la Segunda internacional, el principio del siglo xx se caracterizó por una lucha política en el seno de los partidos socialistas y los sindicatos, entre, por un lado, los reformistas que querían integrar el movimiento obrero en la sociedad capitalista, y, por otro, la izquierda que defendía sus fines revolucionarios, apoyándose en las nuevas lecciones surgidas de la experiencia de las huelgas de masas en 1903 en Holanda y de 1905 en Rusia.

Debe prohibirse la presencia de no-obreros en la lucha. Esta idea la recoge también Pouget (le Parti du travail):

“esta labor de reorganización social solo podrá elaborarse y llevarse a cabo en un medio indemne de toda contaminación burguesa (…) [el Partido del Trabajo es] el único organismo que en virtud de su propia constitución, elimina de su seno todas las escorias sociales”.

Esta noción es, sencillamente, un disparate: la historia está llena de ejemplos de obreros que han traicionado a su clase (empezando por varios dirigentes anar­co­-sindicalistas de la CGT), así como también de otros que, aunque no fueran obreros, se mantuvieron fieles al proletariado y lo pagaron con sus vidas: el abogado Karl Liebknecht y la intelectual Rosa Luxemburg por sólo nombrar a estos dos.

Es la acción y no la “filosofía”, la esencia de la lucha. Digamos primero que los marxistas no esperaron a los anarquistas para insistir en que “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diferentes maneras, se trata ahora de transformarlo” (26). Lo que caracteriza al anarco-sindicalismo no es solo el hecho de “actuar”, sino la idea de que la acción no necesita apoyarse en la reflexión teórica; que bastaría, en cierto modo, con eliminar de las organizaciones obreras a los elementos “ajenos” para que surgiera la “acción” idónea. Esta ideología se resume en una de las consignas típicas del sindicalismo revolucionario: “la acción directa”.

¿Acción directa o huelga de masas política?

Así describe Pouget “Los métodos de acción sindical” en le Parti du travail:

“[éstos] no son la expresión de la aprobación de las mayorías que se manifiestan por el procedimiento empírico del sufragio universal, sino que se inspiran de medios gracias a los cuales, en la naturaleza, se manifiesta y se desarrolla la vida, en sus numerosas formas y aspectos. De igual modo que la vida apareció primero en un punto, una célula, de igual modo que a lo largo del tiempo siempre es una célula el elemento de fermentación, así, también en el ámbito sindicalista, el impulso lo dan las minorías conscientes que, con su ejemplo, su ánimo (y no con órdenes autoritarias) atraen hacia sí y arrastran a la acción a la masa menos ardiente» (op. cit.).

Aparece hay la vieja monserga anarquista: la actividad revolucionaria se realiza gracias al acto ejemplar de la “minoría consciente”, quedando relegada la masa de la clase obrera al estatuto de borrego. Eso queda más claro todavía en el libro de Pouget sobre la CGT :

“... si el mecanismo democrático fuera practicado por las organizaciones obreras, el “no-querer” de la mayoría inconsciente y no sindicada paralizaría toda acción. Pero la minoría no está dispuesta a abdicar de sus reivindicaciones y sus aspiraciones ante la inercia de una masa que no está todavía animada ni vivificada por el espíritu de rebelión. Por consiguiente, para la minoría consciente hay una obligación, la de la acción, sin tener en cuenta la masa reacia, si no, se verá obligada a doblegar el espinazo, lo mismo que los inconscientes” (op. cit.).

Es cierto que la clase obrera no es homogénea en su toma de conciencia: siempre hay elementos de la clase que ven más lejos que sus camaradas. Por eso es precisamente por lo que los comunistas insisten en la necesidad de organizarse, de agrupar la minoría de vanguardia en una organización política capaz de intervenir en las luchas, de participar en el desarrollo de la conciencia del conjunto de la clase de manera a poder lograr que el conjunto de la clase obrera sea capaz de actuar de modo consciente y unificado, en resumen, hacer que “la emancipación de la clase obrera” sea de verdad “la obra de los obreros mismos”. Esa capacidad de “ver más allá” no procede, sin embargo, de no se sabe qué “espíritu de rebeldía” individual que surgiría no se sabe de dónde ni cómo, sino que se inscribe en el ser mismo de la clase obrera como clase histórica e internacional, la única clase en la sociedad capitalista que está obligada a alcanzar la comprensión de la naturaleza del capitalismo y de su propia naturaleza de enterrador de la vieja sociedad. Una reflexión profunda sobre la acción obrera, para con ella sacar las lecciones de las victorias y –las más de las veces– de las derrotas, forma parte, evidentemente, de tal comprensión, pero no es su único componente: a la clase que va a emprender la revolución más radical que la humanidad haya conocido, la destrucción de la dominación de unas clases sobre otras para sustituirla por la primera sociedad mundial y sin clases, le es necesaria una conciencia de sí misma y de su misión histórica que va mucho más allá de la mera experiencia inmediata.

Esta visión, está a años luz del desprecio por la “masa reacia” de que hacía gala el anarquista Pouget:

“¿Quién podría recriminar la iniciativa desinteresada de la minoría? No van a ser los inconscientes, a quienes los militantes apenas si los consideran como ceros humanos a la izquierda de la cifra” (op. cit.).

Así pues, la “teoría” anarquista de la acción directa procede en línea recta de la visión bakuninista de las masas como fuerza elemental y, sobre todo, no consciente, que, por ello mismo, necesita ese “cuartel general secreto” para dirigir su “revuelta”.

Otros militantes insisten más bien en la acción independiente de los obreros mismos: Griffuelhes, por ejemplo, escribe que

“... el asalariado, dueño en todo momento de su acción, ejerciéndola a la hora que a él le parece mejor, intensificándola o reduciéndola según su voluntad, o bajo la influencia de sus medios y medidas, al no dejar nunca a nadie el derecho de decidir en su lugar, al guardar como un bien inestimable la posibilidad y la facultad de decir en todo momento la palabra que abre la acción y la que la cierra, se está inspirando de esa idea tan antigua y tan criticada llamada acción directa, la cual es ni más ni menos que la forma propia de actuar y de combatir del sindicalismo”.

Por otro lado, Griffuelhes compara la acción directa a una “herramienta” que el obrero debe aprender a manejar. Esta visión de la acción obrera, aunque no ostente ese altanero desprecio de un Pouget por los “ceros humanos”, poco tiene de interesante. Primero, en Griffuelhes, hay una clara tendencia individualista, al ver la acción de la clase como una simple suma de actos individuales de cada obrero. Es pues de lo más lógico que sea incapaz de comprender que existe una relación de fuerzas no ya entre los individuos, sino entre las clases sociales. La posibilidad de realizar con éxito una lucha de envergadura –y más todavía, claro está, la revolución– depende, no de un simple aprendizaje del uso de una “herramienta”, sino de una relación de fuerzas más global entre burguesía y proletariado. Lo que Griffuelhes, y el sindicalismo revolucionario en general, son totalmente incapaces de ver es que el principio del siglo xx es un período bisagra en el que el contexto histórico de la lucha obrera se está trastornando de arriba abajo. En el apogeo del capitalismo, entre 1870 y 1900, era todavía posible para los obreros alcanzar victorias duraderas gremio a gremio y hasta factoría por factoría, primero porque la expansión sin precedentes del capitalismo lo permitía, y, segundo, porque la organización de la propia clase dominante no había tomado todavía la forma del capitalismo de Estado (27). Fue en ese período, que favoreció el desarrollo cada día más importante de las organizaciones sindicales mediante las luchas reivin­dicativas, cuando adquirieron su experiencia los militantes de la CGT. El sindicalismo revolucionario, fuertemente influido por el anarquismo en el caso de la CGT, significa teorizar las condiciones y la experiencia de un período ya pretérito, una teoría inapropiada en el nuevo período que se está iniciando, en el cual el proletariado se va a encarar a la opción de guerra o revolución, y va a tener que batirse en un terreno que va mucho más allá que la lucha reivindicativa.

En este nuevo período de la vida del capitalismo, el de su decadencia, la realidad es diferente. Primero, no es el proletariado el que puede decidir luchar por tal o cual mejora, sino lo contrario: 99 veces de cada cien, los obreros entran en lucha para defenderse frente a un ataque (despidos, bajas de salario, cierres de fábricas, ataques contra el “salario social”). En segundo lugar, el proletariado no tiene ante sí a una materia bruta con la que se pueda trabajar o moldear con una herramienta. Muy al contrario, la clase enemiga burguesa va a tomar la iniciativa, mientras lo pueda, hacerlo todo por pelear en su propio terreno, con sus propias herramientas, que son la provocación, la violencia, las trampas, las promesas falaces y demás. La acción directa no proporciona el menor antídoto mágico que permita al proletariado inmunizarse contra esos medios. Lo que sí es indispensable, en cambio, para llevar a buen puerto la lucha de clases, es una comprensión política de todo lo que condiciona la lucha de clases: cuál es la situación del capitalismo, de la lucha de clases a nivel mundial, en qué medida los cambios del contexto en el que el proletariado desarrolla sus luchas determinan los cambios en sus medios de lucha. Desarrollar esa comprensión, que es la tarea que incumbe específicamente a la minoría revolucionaria de la clase, era tanto más necesario en un período que iba a conocer no, desde luego, un desarrollo sindical más o menos lineal, sino, al contrario, una ofensiva burguesa que no retrocederá ante nada para meter en cintura al proletariado, para corromper sus organizaciones, y arrastrar la clase hacia la guerra imperialista. Una tarea, la de aquella comprensión, que el anarco-sindicalismo de la CGT fue radicalmente incapaz de realizar.

La razón fundamental de esa incapacidad fue que, a pesar de la insistencia de los anarco-sindicalistas en la importancia de la experiencia obrera que hemos citado, la teoría de la acción directa limita esa experiencia a las lecciones inmediatas que cada obrero o grupo de obreros pueda sacar de la suya propia. Fueron así totalmente incapaces de sacar lecciones de lo que, sin lugar a dudas, fue la experiencia de lucha más importante de entonces: la revolución rusa de 1905. No es éste el lugar para desarrollar cómo trataron los marxistas aquella extraordinaria experiencia para sacar de ella el máximo de enseñanzas para la lucha obrera. Lo que sí podemos afirmar, en cambio, es que en la CGT casi ni se enteraron y cuando los anarco-sindicalistas se dieron cuenta de ella fue para comprenderla al revés. Así, en Cómo haremos la revolución, Pouget y Pataud (28) sólo hacen referencia a 1905 para hablar del papel desempeñado por… los sindicatos amarillos:

“cada vez que la burguesía (…) favoreció la eclosión de grupos obreros, con la esperanza de tenerlos por las riendas utilizándolos como instrumentos, tuvo problemas. El ejemplo más típico fue el de la formación en Rusia, bajo influencia de la policía y la dirección del cura Gapón, de sindicatos amarillos que pronto evolucionaron del conservadurismo a la lucha de clases. Fueron esos sindicatos los que, en enero de 1905, tomaron la iniciativa de la manifestación ante el Palacio de Invierno en San Petersburgo – punto de partida de la revolución que, aunque no logró echar abajo el zarismo, sí consiguió atenuar la autocracia”.

Según estas líneas, la huelga se habría lanzado ¡gracias a los sindicatos amarillos!. En realidad, la manifestación organizada por el cura Gapón acudió ante Palacio para implorar humildemente al “padrecito”, el Zar, una mejora de las condiciones de vida de la clase obrera: fue la réplica bestial de las tropas lo que hizo que brotara la sublevación espontánea en la que quien desempeñó el papel principal en su dinámica y organizó la acción obrera, no fueron los sindicatos sino un nuevo organismo, el soviet (consejo obrero) (29).

¿Hacia la huelga general?

La noción de huelga general, como ya hemos visto, no procede, como tal, de los anarco-sindicalistas, pues existe desde los albores del movimiento obrero (30) y ya había sido propuesta por la FNS guesdista antes de la creación de la CGT. En sí, la huelga general puede aparecer como una ampliación natural de una situación en la que las luchas se van desarrollando poco a poco. ¿No es de lo más lógico suponer que los obreros se van volviendo cada día más conscientes y las huelgas se van extendiendo para acabar en huelga general de toda la clase obrera? Y ésa es en efecto la visión de la CGT expresada por Griffuelhes:

“La huelga general (…) es el remate lógico de la acción constante del proletariado con anhelos de emancipación; es la multiplicación de las luchas declaradas contra la patronal. Al ser el acto final, exige un sentido muy desarrollado de la lucha y una práctica superior de la acción. Es una etapa de una evolución marcada y acelerada por sobresaltos, que (…) serán huelgas generales corporativas.

“Estas son la gimnasia necesaria, de igual modo que las grandes maniobras son la gimnasia de la guerra” (31)..

Otra consecuencia lógica del razonamiento de los sindicalistas revolucionarios es que la huelga transformada en general no podrá ser otra cosa sino el movimiento revolucionario. Griffuelhes cita la Voix du Peuple del 8 de mayo de 1904:

“la huelga general sólo puede ser la Revolución misma, pues comprendida de otra manera sería una nueva engañifa. Las huelgas generales corporativas o regionales la precederán y la prepararán” (ídem).

Es evidente que los sindicalistas revolucionarios no solo dijeron cosas falsas sobre el progreso de la lucha hacia la acción revolucionaria (32). Pero también es evidente que la perspectiva sindicalista de una progresión casi lineal de las luchas obreras hacia la toma del poder por una minoría dirigente agrupada en los sindicatos no corresponde a la realidad histórica. Y eso no es casualidad. Incluso dejando de lado que –en la realidad- los sindicatos se pasaron del lado de la burguesía apareciendo como los peores enemigos de la clase obrera en sus intentos revolucionarios (Rusia 1917 y Alemania 1919), hay una contradicción básica entre sindicatos y poder revolucionario. Los sindicatos existen en la sociedad capitalista y están inevitablemente marcados por el combate en el seno del capitalismo, la revolución, en cambio, se alza en contra de la sociedad capitalista. Los sindicatos están organizados por oficios o industrias y, en la visión anarco-sindicalista cada sindicato conserva celosamente sus prerrogativas de organizarse a su manera y para defender los intereses específicos del ramo. Hay pues una incoherencia evidente en la idea de que el sindicato permita a todos obreros reunirse independientemente de su adhesión política y, de ahí, pensar que el sindicato podría reunir al conjunto de la clase, mientras que, a la vez, los sindicatos mantienen la división de los obreros por ramo o industria.

La revolución, al contrario, no es solo cosa de las minorías más avanzadas, sino que atañe a toda la clase obrera incluidas sus fracciones hasta entonces más atrasadas en la conciencia. La revolución debe permitir a todos los obreros ver y actuar más allá de las divisiones que le impone la organización de la economía capitalista; debe dar con los medios organizativos para que todas las partes de la clase se expresen, decidan, actúen, desde las más avanzadas a las más atrasadas. El poder obrero revolucionario es pues algo muy diferente de la organización sindical. Trotski, elegido presidente del soviet de Petrogrado en 1905, así lo expresó:

“El consejo [soviet] organizaba las masas, dirigía las huelgas políticas y las manifestaciones, armaba a los obreros...

“Otras organizaciones revolucionarias, sin embargo, lo habían hecho ya antes que el consejo, lo seguían haciendo al mismo tiempo que éste y seguirían haciéndolo tras su disolución. La diferencia es que era, o al menos aspiraba a ser un órgano de poder (...)

“Si el consejo ha llevado a diferentes huelgas hasta la victoria, si ha arreglado con éxito conflictos varios entre obreros y patronos, no es, ni mucho menos, que existiera exactamente con esa finalidad, sino al contrario, allí donde había un sindicato poderoso, éste se mostró con mayor capacidad que el consejo para dirigir la lucha sindical; la intervención del consejo solo tenía peso gracias a la autoridad universal de que disponía. Y esa autoridad se debía a que cumplía sus tareas fundamentales, las tareas de la revolución, que iban mucho más allá de los límites de cada oficio o cada ciudad y asignaban al proletariado como clase un lugar en las primeras filas de combatientes”. (33)

Esas líneas fueron escritas en un tiempo en el que los sindicatos podían todavía ser considerados como órganos de la clase obrera: las lecciones que en ellas se saca de la experiencia son hoy todavía más válidas. Si observamos el movimiento más importante que la clase obrera ha conocido desde que 1968 marcó el final de la contrarrevolución, o sea la huelga de masas en Polonia en 1980, podemos constatar inmediatamente que los obreros, lejos de usar la forma del «sindicato amarillo» (los sindicatos en Polonia estaban totalmente integrados en el Estado estaliniano), adoptaron una forma muy diferente de organización, una forma anticipadora de los soviets revolucionarios: la asamblea de delegados elegidos y revocables (34).

1906 : la huelga general puesta a prueba

La teoría de la huelga general de los anarco-sindicalistas de la CGT se verá puesta a prueba cuando la Confederación decide lanzar una gran campaña por la reducción de la jornada laboral, mediante la huelga general (35). La CGT llama a los trabajadores, a partir del 1º de mayo de 1906 (36), a que impongan ellos mismos la nueva jornada abandonando el trabajo al término de las 8 horas. La adhesión a la CGT seguía siendo muy minoritaria: de un total de 13 millones de obreros potencialmente “sindicables” en 1912 (37), la CGT solo agrupa a 108 000 en 1902, cantidad que sube hasta 331 000 en 1910 (38). Será pues una verdadera prueba de la verdad para la visión anarco-sindicalista: la minoría, con su ejemplo, debía arrastrar a toda la clase obrera en un enfrentamiento general con la burguesía gracias a algo tan simple en apariencia como el cese de trabajo a la hora decidida por el obrero y no por el patrón. A partir de 1905, la CGT crea una comisión especial encargada de la propaganda, que va a multiplicar octavillas, folletos, periódicos y reuniones de propaganda (¡más de 250 reuniones sólo en París!).

Toda esa preparación se vio seriamente zarandeada por un acontecimiento inesperado: la terrible catástrofe de Courrières, el 10 de marzo de 1906, cuando más de 1200 mineros mueren a causa de una enorme explosión subterránea. La rabia se extiende muy rápidamente y el 16 de marzo hay 40 000 mineros metidos en una huelga que ni fue prevista ni deseada, ni por el “viejo sindicato” reformista de Emile Basly, ni por el “joven sindicato” revolucionario dirigido por Benoît Broutchoux (39). La situación social es explosiva: si bien vuelven al trabajo los mineros, tras una dura lucha salpicada de enfrentamientos violentos con la tropa, otros sectores, en cambio, entran en lucha – en abril 200 000 obreros están en huelga. En un ambiente de casi guerra civil, el ministro del Interior, Clemenceau, se prepara para un Primero de Mayo mezclando provocación y represión, con el arresto de Griffuelhes y de Levy, tesorero de la CGT, incluido. La huelga obtiene poco éxito en provincias, y los 250 000 huelguistas parisinos se quedan aislados y obligados a reanudar el trabajo a las dos semanas y sin haber alcanzado sus fines. Cuando se lee lo ocurrido, se da uno perfecta cuenta de que la CGT estaba muy poco preparada para llevar a cabo una huelga en la que ni el gobierno ni los obreros actúan según lo previsto. En fin de cuentas, la huelga de 1906 confirma en negativo lo que el 1905 ruso había confirmado en positivo:

“Y es que la huelga de masas ni se ‘fabrica’ artificialmente, ni se ‘decide’, o ‘propaga’, en el éter inmaterial y abstracto, sino que es un fenómeno histórico resultante, en cierto momento, de una situación social a partir de una necesidad histórica.

“El problema se resolverá, no con ­especulaciones abstractas sobre la ­posibilidad o la imposibilidad, sobre la utilidad o el peligro de la huelga de masas, sino mediante el estudio de los factores y de la situación social que la provocan en la fase actual de la lucha de clases; ese problema no se com­prenderá ni se podrá discutir a partir de una apreciación subjetiva de la huelga general considerando lo que es ­deseable o lo que no lo es, sino a partir de un examen objetivo de los orígenes de la huelga de masas, y planteándose la pregunta de si es o no es históricamente necesaria” (40).

Colmo de la ironía, en el Congreso de Amiens de junio de 1906 de una CGT que por lo visto debía permitir a los obreros aprender de sus experiencias e ignorar la política, no se discute para nada de la experiencia del mes anterior, sino que se pasa el tiempo discutiendo de la cuestión tan política de la relación entre la Confederación y la SFIO…

La CGT ante la guerra: un internacionalismo vacilante

Ya dijimos que la guerra de 1914 no fue una sorpresa para nadie: ni para la burguesía de las grandes potencias imperialistas, inmersas en una frenética carrera de armamentos, ni para las organizaciones obreras. Al igual que los partidos socialistas de la IIª Internacional en los congresos de Basilea y de Stuttgart, la CGT adoptó varias resoluciones de oposición a la guerra, especialmente en su congreso de Marsella de 1908 el cual

“... declara que es necesario, con un enfoque internacional, instruir a los trabajadores para que en caso de guerra entre potencias, los trabajadores repliquen a la declaración de guerra con una declaración de huelga general revolucionaria” (41).

Y, sin embargo, cuando comienza la guerra, la Bataille syndicaliste de Griffuelhes se reivindica de Bakunin para llamar a

“... Salvar a Francia de una esclavitud de cincuenta años (…) Haciendo patriotismo, salvaremos la libertad universal”,

y Jouhaux, secretario otrora «revolucionario» de la CGT declara en el entierro de Jaurès que

“no es el odio al pueblo alemán lo que nos animará a ir a los campos de batalla, ¡sino el odio al imperialismo alemán!” (42).

La traición de la CGT anarco-sindicalista fue pues algo tan asqueroso como la de los socialistas a los que aquella tanto había vapuleado anteriormente, pudien­do decir incluso el ex anarquista Jouhaux que Jaurès “era nuestra viva doctrina” (43).

¿Cómo llegó la CGT a semejante extremo? En realidad, y a pesar de sus llamamientos al internacionalismo, la CGT era más antimilitarista que internacionalista, es decir que ve el problema desde un enfoque de la experiencia inmediata de los obreros frente a un ejército que la burguesía francesa no vacila en usar para romper las huelgas. La problemática de la CGT es francesa, nacional, y la guerra es considerada como “una desviación ante las reclamaciones en aumento del proletariado” (44). Bajo unas apariencias revolucionarias, el antimilitarismo de la CGT es, en realidad, algo más próximo al pacifismo, como pudo verse en la declaración del Congreso de Amiens de 1906:

“Se quiere meter al pueblo en la obligación de desfilar, con el pretexto del honor nacional, de la guerra inevitable por ser defensiva (…) la clase obrera quiere la paz a toda costa” (45).

Se crea así una amalgama – típica del anarquismo por cierto– entre la clase obrera y “el pueblo”, y queriendo “la paz a toda costa”, se preparan a echarse en brazos de un gobierno que pretende buscar la paz de buena fe: es así como el pacifismo se convierte en el peor partidario de la guerra, cuando se trata de defenderse contra el militarismo adverso (46).

La lectura del libro de Pouget y Pataud (Comment nous ferons la révolution), que ya citamos, es muy instructiva al respecto, pues en él describen una revolución puramente nacional. Los dos autores anarco-sindicalistas no esperaron a Stalin para considerar la posibilidad de una construcción del “anarquismo en un solo país”: una vez realizada con éxito la revolución en Francia, todo un pasaje del libro está dedicado a la descripción del comercio exterior que sigue operando según el sistema comercial, mientras que dentro de las fronteras nacionales se produce de modo comunista. Mientras que para los marxistas, la afirmación de que “los trabajadores no tienen patria” no es un principio moral, sino la expresión del propio ser del proletariado mientras el capitalismo no haya sido derribado a escala planetaria, para los anarquistas eso no es más que un deseo piadoso. Esa visión nacional de la revolución estaba fuertemente vinculada a la historia francesa y a una tendencia de muchos anarquistas, incluso de socialistas franceses, a considerarse herederos de la revolución burguesa de 1789: no es de extrañar que Pouget y Pataud se inspiraran no en la experiencia rusa de 1905, sino sobre todo en la experiencia francesa de 1789, en los ejércitos revolucionarios de 1792, y en la lucha del “pueblo” francés contra el invasor alemán y reaccionario. En ese libro de anticipación llama la atención el contraste entre la estrategia imaginada del régimen revolucionario victorioso en Francia y la estrategia real de los bolcheviques tras la toma del poder en 1917. Para los bolcheviques, la tarea esencial es hacer la mayor propaganda en el extranjero (por ejemplo, desde los primeros días de la revolución con la emisión por radio de los tratados secretos de la diplomacia rusa), y ganar tiempo para permitir lo más posible la confraternización con las tropas alemanas en el frente. El nuevo poder sindical en Francia, en cambio, apenas si se preocupa de lo que pasa más allá de las fronteras, preparándose para repeler la invasión de los ejércitos capitalistas, no mediante la confraternización y la propaganda, sino con amenazas primero, seguidas del uso de lo que en un libro de ciencia-ficción de principios del siglo xx podía ser equivalente a las armas nucleares y bacteriológicas.

Esa falta de interés por lo que ocurre fuera del “hexágono francés” no solo era algo propio de un libro de anticipación social, sino que se puede comprobar en el poco entusiasmo de la CGT por los vínculos internacionales. La CGT se adhiere a la Secretaría internacional de sindicatos, pero apenas si se lo toma en serio: Griffuelhes, delegado en el congreso sindical de 1902 en Stuttgart, es incapaz de seguir unos debates que son en su mayoría en alemán y ni siquiera se preocupa por saber si la moción por él presentada ha sido traducida. En 1905, la CGT quiere proponer a los sindicatos alemanes que se organicen manifestaciones contra el peligro de guerra ante la crisis de Marruecos. Pero al insistir los alemanes para que toda acción se lleve a cabo de consuno con los partidos socialistas alemán y francés, lo cual va en contra de la doctrina sindicalista, la CGT abandona su iniciativa. Poco antes de la guerra hay un intento en Londres de constituir una internacional sindicalista revolucionaria, pero la CGT no envía delegado alguno.

La quiebra del anarco-sindicalismo

La ruina de la CGT, la traición a sus principios y a la clase obrera, su participación en la Unión sagrada en 1914, no fueron menos repugnantes que la traición de los sindicatos alemanes o británicos, y no vamos a describirla aquí. El anarco-sindicalismo francés, igual que el sindicalismo alemán vinculado al partido socialista o el sindicalismo inglés, el cual, por su parte, acababa de crear su propio partido (47), no supo mantenerse fiel a sus principios y combatir contra una guerra que todo el mundo estaba viendo llegar. En el seno de la CGT, sin embargo, surgió con enormes dificultades a causa de la represión, una pequeña minoría internacionalista, de la que es Pierre Monatte uno de sus miembros más preclaros. Lo que es significativo, sin embargo, es que cuando Monatte dimite del Comité confederal en diciembre de 1914 (48) para protestar contra la actitud de la CGT en la guerra, cita, entre sus razones, la negativa de la CGT a contestar al llamamiento de los partidos socialistas de los países neutrales para una conferencia de paz en Copenhague. Llama a la CGT a seguir el ejemplo de Keir Hardie (49) en Gran Bretaña y de Liebknecht en Alemania (50). O sea que Monatte no encuentra en ninguna parte, en 1914, la menor referencia sindicalista revolucionaria internacionalista en la que poder apoyarse. Se ve obligado a apoyarse sobre todo, en aquel inicio de la guerra, en los socialistas centristas.

El anarco-sindicalismo se resquebrajó por partida doble ante su primera gran prueba: el sindicato se precipitó, desmoronado, en la Unión sagrada patriotera. Por primera vez, pero no la última, serán los anarquistas antimilitaristas del día anterior quienes, al día siguiente, van a empujar a la clase obrera hacia la carnicería de las trincheras. En cuanto a la minoría internacionalista, no encuentra el menor apoyo en el movimiento anarquista o anarcosindicalista internacional. En un primer tiempo tiene que mirar hacia los socialistas centristas de los países “neutrales”; después, hará alianza con el internacionalismo revolucionario que se expresa en las izquierdas de los partidos socialistas, y que va a emerger en las conferencias de Zimmerwald y sobre todo de Kienthal, para dirigirse hacia la creación de la Internacional comunista.

Jens, 30/09/2004

  • Lenin, “Prefacio al folleto de Voinov (Lunacharski) sobre “La actitud del partido hacia los sindicatos” (1907), Obras.

    2) Pierre Monatte: nació en 1860, iniciando su vida política como dreyfusard –defensor del capitán Dreyfus contra la acusación de traición– y socialista haciéndose después sindicalista. Él se define a sí mismo como anarquista, pero pertenece en realidad a la nueva generación de sindicalistas revolucionarios. Fundó la revista la Vie ouvrière en 1909. Internacionalista en 1914, participó en la labor de agrupamiento iniciada por la Conferencia de Zimmerwald ingresando en el Partido comunista, del cual acabó siendo excluido en 1924 durante el proceso de degeneración de la Internacional comunista, consecuencia del aislamiento y derrota de la Revolución rusa.

  • En un próximo artículo de esta serie trataremos la historia de la CNT.

    4) Industrial Workers of the World.

    5) Para la cronología, puede leerse (en francés) l’Histoire des Bourses du travail de Fernand Pelloutier (ediciones Gramma), l’Histoire de la CGT de Michel Dreyfus (ediciones Complexe), así como el encomiable trabajo de Alfred Rosmer (miembro de la CGT y muy vinculado a Monatte) le Mouvement ouvrier pendant la Première ­Guerre mondiale (ediciones de Avron).6)Émile Pouget. Nacido en 1860, contemporáneo de Monatte, Pouget trabaja primero en un almacén y participa en la creación del sindicato de dependientes. Próximo de los bakuninistas, es detenido en 1883 tras una manifestación y condenado a 8 años de cárcel (es liberado al cabo de tres años). Se hace periodista y funda le Père Peinard, periódico que se hace conocer por su lenguaje “popular”. Llega a ser secretario de redacción del periódico de la CGT, la Voix du peuple. Es, pues, en cierto modo, responsable del posicionamiento oficial del sindicato. Abandona la CGT por la vida personal en 1909, se vuelve patriota durante la guerra, contribuyendo mediante artículos patrioteros en la propaganda burguesa de entonces.

    7) Ver la Confederation générale du Travail de Émile Pouget (reeditado por la CNT de la región parisina).

    8) Programa de la Hermandad internacional de 1869.

    9) Bakunin, Carta a Nechaiev, 2/06/1870 (traducido del inglés por nosotros).

    10) Las Bolsas del trabajo se inspiran en buena parte de las antiguas tradiciones del “compa­gnonnage” (el sistema gremial en Francia de origen medieval), cuya finalidad era a la vez encontrar trabajo, instruirse y organizarse. Hay en ellas bibliotecas, salas de reunión para las organizaciones sindicales, informaciones de ofertas de trabajo y también sobre las luchas del momento de modo que los obreros no se conviertan en “esquiroles” sin saberlo. También organizan el viaticum, un sistema de ayuda a los obreros de paso en busca de trabajo. En 1902, la Federación nacional de Bolsas de trabajo (FNB) se fusiona con la CGT en el congreso de Montpellier, cuando, debido al desarrollo de la gran industria, ya está decayendo el trabajo artesano. La Bolsa, como organización separada del sindicato, pierde cada día más su función, y la doble estructura de la CGT (Bolsas y sindicatos) desaparece en 1914.

    11) Fernand Pelloutier (1867-1901): procedente de una familia monárquica, Pelloutier revela desde muy joven un gran talento de periodista y espíritu crítico. En 1892, se adhiere al Partido obrero francés, creando su primera sección en la ciudad portuaria de Saint-Nazaire. Escribe, junto con Aristide Briand, un folleto titulado De la révolution par la grève générale, que plantea el triunfo de los obreros de manera no violenta, por la simple asfixia de los dirigentes. Pero pronto Pelloutier, conquistado por las ideas anarquistas y de regreso a París, se dedica plenamente a la actividad y la propaganda. Elegido secretario de la Federación nacional de Bolsas de trabajo en 1895, critica duramente “las gesticulaciones irresponsables de la secta ravacholiana” así como las discusiones “bizantinas” de los gropúsculos anarquistas. Todo el resto de su vida trabaja sin descanso, con una entrega admirable por la causa proletaria, por el desarrollo de la FNB. Muere prematuramente tras una larga y dolorosa enfermedad en 1901.

    12) Georges Yvetot (1868-1942) : tipógrafo, anarquista, sucedió a Pelloutier de secretario de la FNB de 1901 a 1918. Desempeñó un papel en el movimiento antimilitarista antes de 1914, pero desapareció, ante lo cual Merrheim expresó su repulsión (carta de Merrheim a Monatte, diciembre de 1914: “Yvetot está en Étretat y no da nunca la menor noticia. Es algo repugnante, te lo aseguro. ¡Será cobarde!”).

    13) Léon Jouhaux (1879-1954): nacido en París, hijo de un obrero combatiente de la Comuna (communard), Jouhaux trabaja primero en una manufactura de fósforos de Aubervilliers (región parisina), en donde se adhiere al sindicato. Vinculado al anarquismo, entra en el Comité nacional de la CGT como representante de la Bolsa de trabajo de de Angers en 1905. Considerado como “portavoz” de Griffuelhes, es el candidato de los revolucionarios en la elección del nuevo secretario de la CGT, tras su dimisión en 1909. En 1914, acepta el título de “comisario de la nación” por petición de Jules Guesde, el cual ha entrado en el gobierno. Jouhaux permanecerá a la cabeza de la CGT hasta 1947.

    14) Alphonse Merrheim (1871-1925): hijo de obrero, calderero como su padre. Es “guedista”, luego “allemanista”, antes de hacerse sindicalista revolucionario. Se instala en París en 1904. Es secretario de la Federación del metal, lo que hace de él uno de los dirigentes principales de la CGT. Hostil a la Unión sagrada, no sigue los pasos de Monatte con la dimisión, estimando que debe continuar luchando por las ideas internacionalistas en el seno del comité confederal. Aunque participaría en el movimiento de Zimmerwald, acabó separándose de los revolucionarios a partir de 1916, y apoyando a Jouhaux contra los revolucionarios en 1918.

    15) Jules Guesde (1845-1922) estuvo a favor de la Comuna, refugiándose en Suiza e Italia, pasando de un republicanismo radical al anarquismo y, después, al socialismo. Una vez vuelto a Francia, funda el periódico l’Egalité y entra en contacto con Marx, quien redactará los “Considerandos” (preámbulo teórico) del Partido obrero francés fundado en noviembre de 1880. Guesde se presenta en la política francesa como defensor de la “línea revolucionaria” y marxista, hasta el punto de ser el único diputado de la SFIO en el parlamento que votó en contra la ley sobre la Jubilación obrera y campesina. Su pretensión apenas está justificada como puede comprobarse en una carta que Engels escribió a Bernstein el 25 de octubre de 1881 : “Cierto es que Guesde vino aquí cuando se trató de la elaboración del proyecto de programa para el Partido obrero francés. En presencia de Lafargue y de mí mismo, Marx le fue dictando los considerandos del programa, Guesde con la pluma en la mano (…) Luego se discutió el contenido del programa: introdujimos o quitamos algunos puntos, pero en muy poco era Guesde el portavoz de Marx y eso se comprueba en que en ese programa, Guesde acabó introduciendo su insensata teoría del ‘mínimo de salario’. Como no era nuestra responsabilidad, sino la de los franceses, acabamos dejándole hacer (…) [Nosotros] tenemos la misma actitud hacia los franceses que hacia los demás movimientos nacionales. Estamos en relación constante con ellos, si es algo importante y la ocasión se presenta, pero cualquier intento de influir en la gente contra su voluntad no haría más que dañar y arruinar la vieja confianza que viene de los tiempos de la Internacional” (citado en le Mouvement ouvrier français, Tomo II, ediciones Maspero, París). Jules Guesde acabaría entrando en la Unión sagrada en 1914.

    16) Sección francesa de la Internacional obrera (o sea la IIª Internacional).

    17) François Koenigstein, alias Ravachol (1859-1892). Obrero tintorero, convertido en antirreligioso, después anarquista por rebeldía contra la injusticia de la sociedad. Resistiendo a su sino, decide robar. El 18 de junio de 1891, en Chambles, roba a un viejo solitario muy rico; éste se rebela y Ravachol lo mata. Llega a París tras haber hecho creer que se había suicidado. Indignado por el proceso a que se somete a los anarquistas Decamps y Dardare, decide vengarlos. Ayudado por unos compañeros, roba dinamita en una obra. El 11 de marzo de 1892, hace saltar el domicilio del juez Benoît. Será arrestado tras una conversación indiscreta en un restaurante. Recibe su condena a muerte dando “Vivas a la anarquía”. Lo guillotinaron en Montbrison el 11 de julio de 1892.

    18) Médico, blanquista bajo el Imperio (de Napoleón III), exiliado en Londres después de la Comuna, durante la cual fue delegado para la Enseñanza. Formó parte del Consejo general de la Primera internacional, que abandonó después del Congreso de La Haya (1872). Fundó, a su retorno a Francia, el Comité revolucionario central, que será un componente esencial de la izquierda socialista de finales del siglo xix, sobre todo en el momento del asunto Millerand (ver el artículo anterior de esta serie). Se integró en la Unión sagrada en 1914.

    19) Ver https://kropot.free.fr/Pelloutier-Lettre.htm [7]

    20) Citado en la presentación de Comment nous ferons la révolution, ediciones Syllepse, París.

    21) Hablamos aquí del comunismo como posibilidad materialmente realizable y no en el sentido mucho más limitado de los “sueños” de las clases oprimidas de las sociedades anteriores al capitalismo (ver nuestra serie “El comunismo no es un bello ideal…”, en particular el primer artículo en la Revista internacional n°68.)

    22) En Anarco-sindicalismo y sindicalismo revolucionario, ediciones Spartacus, París (subrayado nuestro)

    23) Griffuelhes no procede del anarquismo, sino del Partido socialista revolucionario de Édouard Vaillant. Militó en la Alianza comunista revolucionaria y fue candidato en las elecciones municipales de mayo de 1900. Paralelamente era miembro activo del Sindicato general de zapateros del departamento del Sena (es obrero zapatero), convirtiéndose en secretario de la Unión de sindicatos del Sena en 1899 y secretario de la Federación nacional del cuero en 1900, con 26 años. Griffuelhes será secretario de la CGT hasta 1909. En 1914 aceptará, con Jouhaux, el nombramiento de “comisario de la nación”, participando así en la Unión sagrada. Las biografías contrastadas de Griffuelhes y de Monatte hacen resaltar el peligro de establecer clasificaciones demasiado esquemáticas. Aunque Griffuelhes ne procede del anarquismo, sus ideas políticas están marcadas por ese fuerte individualismo típico del pequeño artesanado, tierra de cultivo del anarquismo, acabando por encontrarse junto al anarquista Jouhaux en 1914. Monatte, en cambio, se dice anarquista pero su visión política parece a menudo estar más cerca de la de los comunistas: la Vie ouvrière, de la que es uno de los principales animadores, se da como objetivo principal la formación de los militantes y su mentalidad está muy alejada del elitismo anarquista de un Pouget. No fue, sin duda, por casualidad si, en parte por mediación de Rosmer, está cerca de Trotski y de los socialdemócratas rusos exiliados, y sigue siendo internacionalista en 1914, para acabar integrándose en la IC después de la guerra.

    24) En Anarcho-syndicalisme et syndicalisme révolutionnaire, ediciones Spartacus, París.

    25) Ídem.

    26) Marx, Tesis sobre Feuerbach, 1845.

    27) Ver nuestros artículos sobre las luchas obreras en los períodos de ascendencia y de decadencia del capitalismo en Revista internacional nos 25 y 26.

    28) Émile Pataud (1869-1935) : nació en París, a los 15 años tuvo que dejar sus estudios para ir a trabajar a la fábrica. Se alista en la Marina de la que sale hecho un antimilitarista. A partir de 1902, se vuelca en la actividad sindical como empleado de la Cia. Parisina de Electricidad. El 8-9 de marzo de 1907, organiza una huelga muy mediatizada que deja a París en la oscuridad. Un intento de huelga en 1908 es desbaratado por el ejército. En 1911, Pataud participa en un mitin antisemita, tras haberse acercado a Acción francesa (grupo monárquico de extrema derecha). En 1913 es excluido de la CGT por haber agredido a los redactores de la Bataille syndicaliste. Trabajará después de contramaestre. Cuando sale la novela Comment nous ferons la révolution en 1909, sus autores forman parte de los dirigentes más conocidos de la CGT. Las ideas expresadas en ese libro dan una buena idea de cómo ve las cosas los anarco-sindicalistas.

    29) Ver en esta misma Revista “Hace cien años: la revolución de 1905 en Rusia”.

    30) Ya citamos, en el artículo precedente, el ejemplo de la Grand National Consolidated Union inglesa, de principios del siglo XIX.

    31) L’Action syndicaliste, https://bibliolib.net/Griffuelhes-ActionSynd.htm [8]

    32) Cualquier marxista estaría de acuerdo con, por ejemplo, la idea de que la huelga “es pues para nosotros imprescindible, porque golpea al adversario, estimula al obrero, lo educa, lo hace fuerte gracias a la entrega esforzada y mantenida, le enseña la práctica de la solidaridad y lo prepara para movimientos generales que engloben a toda o a parte de la clase obrera” (Griffuelhes).

    33) Texto inédito en francés y castellano (disponible en marxists.org) traducido del alemán a partir de un artículo publicado en Neue Zeit en 1907. Debe saberse que el conjunto de ese texto fue recogido y argumentado por Trotski, en la conclusión de su obra 1905. El subrayado es nuestro.

    34) Véanse nuestros artículos sobre las luchas en Polonia 1980 en varias Revista internacional, especialmente “Huelga de masas en Polonia 1980: se ha abierto una nueva brecha” (nº 23), “La dimensión internacional de las luchas obreras en Polonia” (nº 24), “Un año de luchas obreras en Polonia” y “Notas sobre la huelga de masas” (nº 27).

    35) Cabe señalar que Keufer, del sindicato de Impresores (“Livre”) estaba en contra del movimiento por una reivindicación que él consideraba perdida de antemano, prefiriendo limitar la reivindicación a la jornada de 9 horas.

    36) No fue, claro está, un invento de los anarco-sindicalistas, pues la idea de una lucha con manifestaciones anuales a escala internacional, el Primero de Mayo, había sido lanzada por la IIª Internacional desde su creación en 1889.

    37) Obreros agrícolas y pequeños campesinos incluidos.

    38) Cifradas sacadas del libro de Michel Dreyfus.

    39) Ni uno ni el otro pertenecen a la CGT.

    40) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicato.

    41) Citado en Rosmer, le Mouvement ouvrier pendant la Première Guerre mondiale.

    42) Citado en Hirou, Parti socialiste ou CGT ?.

    43) Cita del discurso de Jouhaux en el entierro de Jaurès. Fue en ese sepelio, ante una asistencia masiva, donde los dirigentes de la SFIO y de la CGT se declararon abiertamente partidarios de la Unión sagrada. Jaurès fue asesinado el viernes 31 de julio de 1914, unos días antes del inicio de la guerra. Esto es lo que escribió Rosmer sobre ese asesinato: “… circula el rumor de que el artículo que va a escribir [Jaurès] hoy para el número del sábado de l’Humanité será un nuevo J’accuse! [Referencia al artículo de Zola en el asunto Dreyfus] denunciador de las intrigas y las mentiras que han puesto al mundo al borde de la guerra. Ya por la noche, Jaurès quiere hacer un nuevo intento ante el Presidente del Consejo. Dirige una delegación del grupo socialista… Es recibida por el subsecretario de Estado Abel Ferry. Tras haber escuchado a Jaurès, le pregunta qué es lo que piensan hacer los socialistas ante la situación: ‘Seguir nuestra campaña contra la guerra’ contesta Jaurès. A esto, Abel Ferry replica: ‘Ni se atreva, pues lo matarán en la primera esquina!’ Dos horas más tarde, cuando acude Jaurès a su despacho de l’Humanité para escribir el temido artículo, el asesino Villain lo mata…” (op. cit.). Raoul Villain, fue juzgado en abril de 1919. Fue declarado inocente y la mujer de Jaurès tuvo que pagar los gastos del juicio.

    44) Congreso de Bourges, 1904, sobre la guerra ruso-japonesa, citado por Rosmer.

    45) Citado en Hirou, p. 247.

    46) Se puede comprobar fácilmente que las justificaciones de la CGT para participar en la guerra contra el “militarismo alemán” son casi las mismas que las que sirvieron para alistar a los obreros en la guerra “antifascista”.

    47) El Labour Party (Partido Laborista) de Gran Bretaña procedía del Labour Representation Committee creado en 1900.

    48) El texto de su carta de dimisión se encuentra en una recopilación de sus artículos titulada la Lutte syndicale y también en Internet: https://increvablesanarchistes.org/articles/1914_20/monatte_demis1914.htm [9].49)Keir Hardie (1856-1915) : nacido en Escocia, aprendiz de panadero a los 8 años, minero después a los 11 años. Hardie entra en el combate sindical y dirige, en 1881, la primera huelga de los mineros del Lanarkshire. Está entre los fundadoresdel Independent Labour Party (no confundir con el Labour Party creado por los sindicatos ingleses), en 1893. Elegido en el Parlamento diputado por Merthyr Tydfil en 1900, toma posición contra la guerra en 1914, e intenta organizar una huelga nacional en contra. Enfermo, participa, sin embargo, a las manifestaciones contra la guerra. Muere en 1915. Su oposición a la guerra se basaba más en un pacifismo cristiano que en el internacionalismo revolucionario.

    50) Hay, claro está, una diferencia básica entre el pacifista Hardie y Liebknecht, el cual murió combatiendo por la revolución alemana y mundial.

  • Series: 

    • Sindicalismo revolucionario [10]

    Corrientes políticas y referencias: 

    • sindicalismo revolucionario [11]

    I - Hace 100 años, la revolución de 1905 en Rusia

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    Hace 100 años, el proletariado entablaba en Rusia el primer movimiento revolucionario del siglo XX, conocido con el nombre de Revolución rusa de 1905. Por no haber salido victorioso como sí ocurriría 12 años más tarde con la revolución de Octubre, aquel movimiento ha caído prácticamente en el olvido. Por eso no ha sido objeto de las campañas de denigración y de calumnias como sí lo fue la Revolución rusa de 1917, especialmente tras el hundimiento del muro de Berlín, en el otoño de 1989. Si embargo, la Revolución de 1905 aportó toda una serie de lecciones, de esclarecimientos y de respuestas a las cuestiones que se planteaban al movimiento obrero en aquel entonces y sin las cuales la Revolución de 1917 no hubiera podido, sin duda, salir triunfante. Y aunque esos acontecimientos hayan ocurrido hace un siglo, 1905 está mucho más cerca de nosotros políticamente de lo que podría pensarse. Es necesario, para las generaciones de revolucionarios de hoy y de mañana volver a hacer suyas las enseñanzas fundamentales de aquella primera revolución en Rusia.

    Los acontecimientos de 1905 ocurrieron en los albores de la fase de declive del capitalismo, marcados ya por ese declive, por mucho que, en aquel entonces, solo una ínfima minoría de revolucionarios fuera capaz de entrever su significado en medio de un profundo cambio que se estaba produciendo en la sociedad y en las condiciones de lucha del proletariado. Durante aquellos acontecimientos, se vio a la clase obrera desarrollar movimientos masivos, más allá de las fábricas, los sectores, las profesiones, sin reivindicación única, sin clara distinción entre lo económico y lo político como hasta entonces había sido entre la lucha sindical y la lucha parlamentaria, sin consignas precisas por parte de partidos o sindicatos. La dinámica de esos movimientos desembocó, por vez primera, en la creación por el proletariado de unos órganos, los soviets (o consejos obreros), que serán, en la Rusia de 1917 y en toda la oleada revolucionaria que sacudió Europa tras la de Rusia, la forma de organización y de poder del proletariado revolucionario.

    En 1905, el movimiento obrero consideraba todavía que era la revolución burguesa la que estaba al orden del día en Rusia puesto que la burguesía rusa no tenía el poder político, sino que seguía soportando el yugo feudal del zarismo. El papel dirigente asumido por la clase obrera en los acontecimientos iba a echar por los suelos ese punto de vista. La orientación reaccionaria que había comenzado a tener, con el cambio de período histórico que se estaba operando, la lucha parlamentaria y sindical, distaba mucho de esclarecerse y solo lo será mucho más tarde. Sin embargo, el papel totalmente secundario o nulo que los sindicatos y el Parlamento desempeñaron en el movimiento en Rusia, fue la primera expresión significativa de ese cambio. La capacidad de la clase obrera para tomar en sus manos su porvenir y organizarse por sí misma venía a poner en entredicho la visión de la socialdemocracia alemana y del movimiento obrero internacional sobre las tareas del partido, su función de organización y de encuadramiento de la clase obrera, y esclarecer con un nuevo enfoque las responsabilidades de la vanguardia política de la clase obrera. Muchos elementos de lo que iban a ser las posiciones decisivas del movimiento obrero en la fase de decadencia del capitalismo estaban ya presentes en 1905.

    La revolución de 1905 fue objeto de numerosos escritos en el movimiento obrero de entonces. Las cuestiones planteadas fueron debatidas a fondo. Nos vamos a concentrar, en una corta serie de tres artículos, en algunas lecciones que nos parecen hoy centrales para el movimiento obrero y que siguen siendo actuales: la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y su capacidad histórica intrínseca para enfrentarse al capitalismo y dar una nueva perspectiva a la sociedad; la naturaleza de los soviets, “la forma por fin encontrada de la dictadura del proletariado” como así lo entendió Lenin; la capacidad de la clase obrera para aprender de sus experiencias, para sacar lecciones de sus derrotas, la continuidad de su combate histórico y la maduración de las condiciones de la Revolución. Para ello, hemos de tratar muy brevemente los acontecimientos de 1905, refiriéndonos a quienes, como Trotski, Lenin, Rosa Luxemburg, fueron entonces testigos y protagonistas de ellos y fueron además capaces, en sus escritos, no sólo de sacar sus grandes lecciones políticas sino, además, hacer vivir la intensa emoción suscitada por la fuerza de la lucha durante todos aquellos meses (1).

     

    La naturaleza revolucionaria de la clase obrera

    La Revolución rusa de 1905 fue una ilustración de lo más esclarecedor de lo que el marxismo entiende por carácter fundamentalmente revolucionario de la clase obrera. La capacidad del proletariado ruso para pasar de una situación en la que está ideológicamente dominado por los valores de la sociedad a una posición en la que, por medio de un movimiento masivo de luchas, va tomando confianza en sí mismo, desarrolla su solidaridad, va descubriendo su fuerza histórica hasta crear los órganos que le permitan apropiarse de su porvenir, es un ejemplo vivo de la fuerza material que es la conciencia de clase del proletariado cuando se pone en movimiento. En los años que precedieron 1968, la burguesía occidental nos explicaba que el proletariado se había “aburguesado”, y que de él no había ya nada que esperar. Los acontecimientos del 68 en Francia y toda la oleada internacional de luchas que vinieron después, fueron un desmentido radical. Acabaron con el periodo más largo de contrarrevolución de la historia, período que se había iniciado con la derrota de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Desde la caída del muro de Berlín en 1989, la burguesía no ha cesado de proclamar que el comunismo está muerto y que la clase obrera ha desaparecido; Las dificultades que hoy encuentra la clase parecen darle la razón. La burguesía siempre ha tenido el mayor interés en “enterrar” a su propio enterrador histórico. Pero la clase obrera sigue ahí, pues no hay capitalismo sin clase obrera. Los acontecimientos de 1905 en Rusia nos recuerdan cómo puede pasar la clase obrera de una situación de sumisión y confusión ideológica bajo el yugo del capitalismo a una situación en la que se convierte en sujeto de la historia, portadora de todas las esperanzas, pues lleva en su propio ser, el porvenir de la humanidad.

    Breve historia de los primeros pasos de la revolución

     

    Antes de interesarnos por la dinámica de la Revolución rusa de 1905, recordaremos brevemente el contexto internacional e histórico en el que la Revolución alzó el vuelo. Las últimas décadas del siglo xix se caracterizaron por un desarrollo económico muy marcado en toda Europa. Fueron años durante los cuales el capitalismo se desarrollaba con el mayor dinamismo; los países adelantados desde el punto de vista capitalista estaban en busca de una expansión hacia las regiones atrasadas, ya fuera para encontrar mano de obra más barata, ya para abrir nuevos mercados para sus mercancías. Fue en ese contexto en el que la Rusia zarista, país con una economía todavía muy marcada por un profundo atraso, se convirtió en el lugar ideal para una importante exportación de capitales con objeto de instalar industrias de media y gran dimensión. En pocas décadas se produjo una transformación profunda de la economía, “siendo el ferrocarril el poderoso instrumento de la industrialización del país” (2). Los datos de la industrialización de Rusia, citados por Trotski, comparados con los de otros países de estructura industrial más sólida, como la Alemania y Bélgica de entonces, muestran que, aunque la cantidad de obreros era todavía relativamente baja con relación a una población muy importante (1,9 millones y, en cambio, 1,56 en Alemania y 600 000 en la pe­queña Bélgica), Rusia poseía ya sin embargo una estructura industrial de tipo moderno que nada tenía que envidiar a las demás potencias del mundo. Creada a partir de nada, gracias a capitales procedentes en su mayoría del extranjero, la industria capitalista en Rusia no se construyó gracias a una dinámica interna sino a un verdadero trasplante de tecnologías y capitales procedentes del exterior. Los datos de Trotski muestran lo concentrada que estaba la mano de obra en Rusia, mucho más que en otros países, puesto que se repartía sobre todo entre grandes y medianas empresas (38,5 % en empresas de más de 1000 obreros y 49,5 % en empresas con plantillas entre 51 y 1000 obreros, mientras que en Alemania, esas cifras eran de 10 y 46 %). Son esos datos estructurales de la economía lo que explican la vitalidad revolucionaria del proletariado, aunque éste viviera en un país profundamente atrasado y en medio de una economía campesina preponderante.

    Además, los acontecimientos de 1905 no surgen de la nada, sino que son el producto de una acumulación de experiencias sucesivas que agitaron a Rusia desde finales del siglo xix. Como lo dice Rosa Luxemburg,

    “… esta huelga de enero en San Petersburgo fue la consecuencia inmediata de la gigantesca huelga general que había estallado antes, en diciembre de 1904, en el Cáucaso, en Bakú y que mantuvo a toda Rusia pendiente de ella. Y lo ocurrido en diciembre en Bakú no fue sino el último y poderoso eco de las grandes huelgas que, entre 1903 y 1904, como terremotos periódicos, habían sacudido todo el sur de Rusia, y cuyo prólogo había sido la huelga de Batúm en el Cáucaso en marzo de 1902. En realidad, esta primera serie de huelgas, inscrita en la cadena continua de erupciones revolucionarias actuales, solo dista cinco o seis años de la huelga general de los obreros textiles de San Petersburgo en 1896 y 1897” (3).

    El 9 (22) de enero de 1905 fue el llamado “domingo sangriento”, que marcó el inicio de una serie de acontecimientos en la vieja Rusia zarista que se desarrollaron durante todo el año 1905 y que terminaron con la represión sangrienta de la insurrección de Moscú en diciembre. La actividad de la clase fue constante durante todo un año, aunque las formas de lucha no fueran siempre las mismas y no tuvieran todas la misma intensidad. Hubo tres momentos significativos durante aquel año de revolución: enero, octubre y diciembre.

    Enero

    En enero de 1905, son despedidos dos obreros de las factorías Putílov de Petersburgo. Se desencadena un movimiento de huelgas de solidaridad, se elabora una petición por las libertades políticas, el derecho a la educación, la jornada de 8 horas, contra los impuestos, etc. que se decide presentar al zar en una manifestación masiva. La represión de esta manifestación será el punto de partida de la hoguera revolucionaria que va a extenderse por el país durante un año. El proceso revolucionario arrancó de una manera singular:

    “Miles de obreros, y de obreros no socialdemócratas, sino creyentes, súbditos leales del zar, dirigidos por el cura Gapón, acuden desde todos los rincones de la ciudad hacia en centro de la capital, hacia la plaza del Palacio de Invierno, para entregar una petición al zar. Los obreros llevan iconos y el pope Gapón, su momentáneo dirigente, había escrito al zar para asegurarle que él garantizaba su seguridad personal y rogarle que se presentara ante el pueblo” (4).

    El cura Gapón había sido, en abril de 1904, el animador de una “Asamblea de obreros rusos de fábrica y oficinas de la ciudad de San Petersburgo”, autorizada por el gobierno y en connivencia con el policía Zubátov (5). Como dijo Lenin, el papel de esa organización, exactamente como hoy ocurre con otros medios, era contener y encuadrar el movimiento obrero de aquel entonces. Sin embargo, la presión en el seno del proletariado había alcanzado un punto crítico.

    “Y resulta que el movimiento zubatovista se salta los límites impuestos y, aunque suscitado por la policía para su propio interés de apoyo a la autocracia y para corromper la conciencia política de los obreros, se vuelve contra la autocracia y desemboca en una explosión de lucha de clase del proletariado” (6).

    Todo se trama cuando, una vez llegados al Palacio de Invierno para depositar su petición al zar, los obreros son atacados por las tropas, las cuales

    “cargan sobre la muchedumbre con arma blanca; disparan también contra los obreros desarmados que suplican de rodillas que se les permita acercarse al zar. Según los propios informes de policía hubo ese día más de mil muertos y dos mil heridos. La indignación de los obreros fue indescriptible” (7). 

    Esa indignación profunda de los obreros de San Petersburgo hacia quien ellos llamaban “Padrecito” y que había contestado con balas a sus súplicas, ultrajando así a quienes confiaban en él, desencadenará las luchas revolucionarias de enero. La clase obrera, que empezó suplicando detrás del cura Gapón y los iconos de la iglesia, ante el “Padrecito del pueblo”, demostró una fuerza inesperada en cuanto la revolución cogió ímpetu. Se produce un cambio muy acelerado en las mentes proletarias en ese período; es la expresión típica del proceso revolucionario durante el cual, los proletarios, a pesar de sus creencias y sus miedos, descubren y toman conciencia de que su unión hace la fuerza.

    “El país, de un rincón al otro, fue atravesado por una gigantesca marea de huelgas que sacudieron el cuerpo de la nación. Según un cálculo aproximado, la huelga se extendió a ciento veintidós ciudades y lugares, a varias minas del Donetz y a diez compañías ferroviarias. Las masas proletarias se vieron removidas hasta lo más profundo. El movimiento arrastraba a millones de seres. Sin plan determinado, a menudo sin formular ninguna exigencia, interrumpiéndose y volviendo a empezar, sólo guiada por el instinto de solidaridad, la huelga reinó en el país durante dos meses” (8).

    El haber entrado en huelga sin una reivindicación específica, por solidaridad, porque “una masa de millones de proletarios descubre de pronto, con un agudo sentimiento de lo insoportable, lo intolerable que es su existencia social” (9) es, a la vez, una expresión y un factor activo de la maduración, en el seno del proletariado ruso de entonces, de la conciencia de ser una clase y de la necesidad de enfrentarse como tal a su enemigo de clase.

    A la huelga general de enero le siguió un período de luchas constantes, que surgían y desparecían por el país entero, por reivindicaciones económicas. Este pe­ríodo, aunque menos espectacular, sí fue tan importante.

    “Las diferentes corrientes subterráneas del proceso revolucionario se entrecruzan, se obstaculizan mutuamente, avivan las contradicciones internas… la gran tormenta de primavera y del verano siguiente y las huelgas económicas (…) desempeñan un papel insustituible.”

    Aunque no hay “ninguna noticia sensacional del frente ruso”,”en realidad la revolución prosigue sin tregua día tras día, hora tras hora, con su inmensa labor subterránea que mina las profundidades del imperio entero” (Ibíd.).

    Hay enfrentamientos sangrientos en Varsovia. Se levantan barricadas en Lodz. Se amotinan los marinos del acorazado Potemkin del mar Negro. Durante todo ese período se prepara el segundo tiempo fuerte de la revolución.

    Octubre

    “Esta segunda gran acción revolucionaria del proletariado reviste un carácter bastante diferente de la primera huelga de enero. La conciencia política desempeña un papel mucho más importante. Es cierto que lo que desencadenó la huelga de masas fue algo accesorio y aparentemente fortuito: se trataba del conflicto entre los ferroviarios y la administración, a propósito de las Cajas de Pensiones. En cambio, el levantamiento general del proletariado industrial que siguió se afianzaba en un pensamiento político claro. El prólogo que fue la huelga de enero se debió a la súplica al zar para obtener la libertad política; la consigna de la huelga de octubre ya era: “¡Acabemos de una vez con la comedia constitucional del zarismo!”. Y gracias al éxito inmediato de la huelga general que se tradujo en el manifiesto zarista del 30 de octubre, el movimiento no retrocedió por sí mismo como en enero, para volver al inicio de la lucha económica, sino que se desbordó hacia el exterior, ejerciendo con ardor la libertad política recién conquistada. Manifestaciones, reuniones, una prensa joven, discusiones públicas, represiones sangrientas para acabar con los “desórdenes”, seguidas de nuevas huelgas de masas y nuevas manifestaciones”(Ibíd.).

    Un cambio cualitativo se produjo en ese mes de octubre que se plasmó en la constitución del soviet de Petersburgo y que marcará un hito en la historia del movimiento obrero internacional. Al extenderse la huelga de los tipógrafos a los ferrocarriles y telégrafos, los obreros toman le decisión en asamblea general de formar el soviet que se convertirá en centro neurálgico de la revolución:

    “El Consejo de diputados obreros se formó para dar respuesta a una necesidad práctica, surgida de la situación coyuntural de entonces: se necesitaba una organización que poseyera una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que agrupara de entrada a las multitudes diseminadas y desprovistas de enlaces; en esta organización debían confluir todas las corrientes revolucionarias del interior del proletariado; debía poseer una capacidad de iniciativa y controlarse a sí misma de manera automática” (10).

    Y se forman soviets, a su vez, en muchas otras ciudades.

    El surgimiento de los primeros soviets pasó desapercibido para gran parte del movimiento obrero internacional. Rosa Luxemburg, quien tan magistralmente analizaría las características nuevas de la lucha del proletariado en los albores del nuevo período histórico, la huelga de masas, apoyándose precisamente en la Revolución de 1905, sigue considerando a los sindicatos como las formas de organización de la clase (11). Son los bolcheviques (y no inmediatamente) y Trotski quienes comprenden el paso adelante que para el movimiento obrero era la formación de esos órganos como órganos de la toma del poder. A esta cuestión dedicaremos un próximo artículo (12). Ahora diremos únicamente que fue precisamente porque el capitalismo estaba entrando en su fase de declive por lo que la clase obrera se ha visto desde entonces enfrentada a tarea de echarlo abajo; y así, tras 10 meses de luchas, de agitación socialista, de maduración de la conciencia, de transformación de relación de fuerzas entre las clases, la clase obrera acabó creando “naturalmente” los órganos de su poder.

    “En lo esencial, los soviets eran simplemente comités de huelga, como los que se constituyen siempre durante las huelgas salvajes. En Rusia, al estallar las huelgas en las grandes fábricas y extenderse muy rápidamente a ciudades y provincias, los obreros debían mantenerse en contacto de modo permanente. Se reunían y discutían en los talleres, (...) mandaban delegados a las demás fábricas (...) Pero esas tareas, en este caso, cobraban una mucha mayor importancia y amplitud que en las huelgas corrientes. Los obreros tenían que librarse de la aplastante opresión zarista y no ignoraban que los cimientos mismos de la sociedad rusa se estaban transformando gracias a su acción. Ya no solo era cosa de salarios, sino de todos los problemas planteados en la sociedad como un todo. Tenían que descubrir por sí mismos su vía segura en diferentes ámbitos y zanjar cuestiones políticas. Cuando la huelga, al intensificarse, se propagó por el país entero, una vez que hubo parado en seco la industria y los medios de transporte y hubo paralizado a las autoridades, los soviets se encontraron ante problemas nuevos. Debían organizar la vida so­cial, velar tanto por el mantenimiento del orden como por el buen funcionamiento de los servicios públicos indispensables, en resumen, hacer las funciones que, normalmente, son propias de los gobiernos. Lo que los soviets de­cidían, los obreros le ejecutaban” (13).

    Diciembre

    “El sueño de la Constitución ha venido seguido de un despertar brutal. Y la sorda agitación acaba desencadenando en diciembre la tercera huelga general de masas que se extiende por el Imperio entero. Esta vez, su transcurso y su final son muy diferentes comparados con los dos acontecimientos anteriores. La acción política no deja el sitio a la acción económica como ocurrió en enero, pero tampoco obtiene una victoria rápida como en octubre. La camarilla zarista no renueva sus experimentos de instaurar una libertad política verdadera, chocando la acción revolucionaria así, por primera vez, contra ese gigantesco muro inamovible: la fuerza material del absolutismo” (14).

    La burguesía capitalista, amedrentada por el movimiento del proletariado cerró filas detrás del zar. El gobierno no aplicó las leyes liberales que acababa de acordar. Los dirigentes del soviet de Petersburgo son detenidos. Pero la lucha sigue en Moscú:

    “La Revolución de 1905 alcanzó su cénit con la insurrección de diciembre en Moscú. Una pequeña cantidad de insurgentes, obreros organizados y armados –apenas si llegaban a 8000– resistió durante nueve días al gobierno del zar. No podía éste fiarse de la guarnición de Moscú, sino, al contrario, tuvo que mantenerla encerrada y sólo gracias a la llegada del regimiento de Semiónovski, desde Petersburgo, pudo reprimir el levantamiento.” (15)

    Naturaleza proletaria de la Revolución de 1905 y dinámica de la huelga de masas

    Una vez trazados los datos históricos principales, queremos ahora subrayar un último dato: la Revolución de 1905 tuvo un protagonista fundamental, el proletariado ruso, y toda la dinámica de la revolución sigue estrictamente la lógica de la clase proletaria. Aún cuando el movimiento obrero internacional esperaba una revolución burguesa en Rusia, estimando que la tarea central de la clase obrera –como así había ocurrido en las revoluciones de 1789 et 1848– era participar en el derrocamiento del Estado feudal y estimular a la instauración de las libertades burguesas, no solo es la huelga de masas de la clase obrera la que vivifica todo el año 1905, sino que además es su dinámica la que lleva a la creación de los órganos del poder obrero. Lenin mismo lo deja claro cuando recuerda que aparte de su carácter “democrático burgués” debido a su “contenido social”,

    “La revolución rusa fue a la vez una revolución proletaria, no solo por ser el proletariado su fuerza dirigente, la vanguardia del movimiento, sino también porque el medio específicamente proletario de lucha, la huelga, fue el medio principal para poner en movimiento a las masas y el fenómeno más característico del desarrollo, en oleadas sucesivas, de los acontecimientos decisivos” (Ibíd.).

    Pero cuando Lenin habla de huelga, no debemos imaginarnos acciones de 4, 8 o 24 horas como las que hoy proponen los sindicatos en todos los países del mundo. En realidad, en 1905, se desarrolla lo que luego habrá de llamarse huelga de masas, ese “océano de fenómenos” – como así la definió Rosa Luxemburg – o sea la extensión y la autoorganización espontáneas de la lucha del proletariado que van a ser características de los grandes momentos de lucha del siglo XX.

    “En aquel entonces, el ala derecha de la IIª Internacional, mayoritaria, sorprendida por la violencia de los acontecimientos no entiende nada de lo que acaba de ocurrir delante de sus ojos, y, en cambio, sí expresa con alharacas su reprobación y repugnancia ante el desarrollo de la lucha de clase, anunciando así el proceso que la va a llevar rápidamente al campo del enemigo de clase” (16).

    El ala izquierda, con los bolcheviques, Rosa Luxemburg, Pannekoek, verá en Rusia 1905 la confirmación de sus posiciones (contra el revisionismo de Bernstein (17) y el cretinismo parlamentario) pero deberá empeñarse en una labor teórica con profundidad para entender plenamente los cambios en las condiciones de vida del capitalismo – la fase del imperialismo y de la decadencia – que serán determinantes de los cambios en objetivos y medios de la lucha de clases. Pero ya Luxemburg empezó a anticipar lo que se estaba perfilando:

    “La huelga de masas aparece no como un producto específicamente ruso del absolutismo, sino como una forma universal de la lucha de la clase proletaria, determinada por la fase actual del desarrollo capitalista y las relaciones de clase (...) la revolución rusa actual ha estallado en un momento de la evolución histórica que ya está en la otra vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista” (18).

    La huelga de masas no es un simple movimiento de las masas, una especie de revuelta popular que engloba a “todos los oprimidos” y que sería, por esencia, algo positivo como las ideologías izquierdistas y anarquistas de hoy quieren hacer creer. En 1905, Pannekoek escribía:

    “Si se considera la masa en su sentido general, el conjunto del pueblo, lo que aparece es que, al neutralizarse mutuamente las ideas y las voluntades divergentes de unos y de otros, no emerge aparentemente otra cosa sino una masa sin voluntad, antojadiza, entregada al desorden, versátil, pasiva, oscilando de acá para allá según los impulsos, entre movimientos incontrolados e indeferencia apática –resumiendo, como ya sabemos, el retrato del pueblo que tanto gusta pintar a los escritores liberales (...) Ellos no conocen las clases. En el extremo opuesto, ha sido la fuerza de la doctrina socialista la que ha dado un principio de orden y un sistema de interpretación de la infinita variedad de individualidades humanas, al haber introducido el principio de la división de la sociedad en clases (...) En cuanto se identifican las diferentes clases en los movimientos de masas históricos, inmediatamente surge de la espesa niebla la imagen clara del combate entre las clases, con sus fases sucesivas de ataque, de retirada, de defensa, de victoria y de derrota” (19).

    Mientras que la burguesía y, con ella, todos los oportunistas en el movimiento obrero torcían un morro asqueado ante el movimiento “incomprensible” de 1905 en Rusia, la izquierda revolucionaria iba a sacar las lecciones de la nueva situación:

    “… las acciones de masas son una consecuencia natural del desarrollo del capitalismo moderno hacia el imperialismo, son cada día más la forma de combate que se impone.” “Antaño, era necesario que los levantamientos populares vencieran plenamente, pues si no lograban hacerlo lo perdían todo. Nuestras acciones de masas [las del proletariado], en cambio, no pueden fracasar, pues incluso si no alcanzamos el objetivo que nos hemos dado, esas acciones no son vanas, pues incluso las retiradas temporales contribuyen en la victoria futura” (20).

    La huelga de masas no es tampoco una receta ya preparada como la “huelga ge­neral” que proponen los anarquistas (21), sino el modo de expresión de la clase obrera, una manera de agrupar sus fuerzas para desarrollar su lucha revolucionaria.

    “En una palabra: la huelga de masas cuyo modelo nos ofrece la revolución rusa no es un medio ingenioso, inventado para reforzar el efecto de la lucha proletaria sino que es el movimiento mismo de las masas proletarias, la expresión de la lucha proletaria en la revolución” (22).

    La huelga de masas es algo de lo que hoy no tenemos una idea directa, si no es, para quienes son menos jóvenes, gracias a lo que fue la lucha de los obreros polacos en 1980 (23). Sigamos refiriéndonos una vez más a Luxemburg, la cual proporciona un marco sólido y lúcido:

    “las huelgas de masas –desde la primera gran huelga reivindicativa de los obreros textiles en San Petersburgo en 1896-1897 hasta la última gran huelga de diciembre de 1905– han pasado del ámbito de las reivindicaciones económicas al de las políticas, aunque ya sea difícil establecer fronteras entre aquellas y estas. Cada una de las grandes huelgas de masas dibuja en miniatura, por así decirlo, la historia general de las huelgas en Rusia, empezando por un conflicto sindical, puramente reivindicativo o, al menos, parcial, recorriendo después todos los niveles hasta el de la expresión política. (...) La huelga de masas de enero 1905 empezó por un conflicto interno de las factorías Putílov, la huelga de octubre con las reivindicaciones de los ferroviarios por su caja de pensiones, y la huelga de diciembre, en fin, con la lucha de los empleados de correos y telégrafos por el derecho de coalición. El progreso del movimiento no se debe a que desparezca el factor económico, sino, más bien, por la rapidez con la que se van recorriendo todas las etapas hasta la expresión política, y por la posición más o menos extrema del punto final alcanzado por la huelga de masas. (...) El factor económico y el político ni se distinguen completamente ni se excluyen mutuamente, (...) sino que son en un período de huelga de masas dos aspectos complementarios de la lucha de clase proletaria en Rusia” (24).

    Rosa Luxemburg aborda aquí un aspecto central de la lucha revolucionaria del proletariado: la unidad inseparable de la lucha económica y de la lucha política. A la inversa de quienes, en aquel entonces, afirmaban que la lucha política significaba la cumbre, la parte noble por decirlo así, de la lucha del proletariado en sus enfrentamientos con la burguesía, Luxemburg explica claramente, al contrario, cómo la lucha económica va desarrollándose desde el terreno económico al político para después volver con una fuerza duplicada al terreno de la lucha reivindicativa. Todo esto queda muy claro cuando se leen los textos sobre la Revolución de 1905 y, en particular, lo referente a lo ocurrido en primavera y verano. Se observa cómo el proletariado, que había empezado con una manifestación política para reivindicar derechos democráticos en aquel domingo sangriento, a un nivel muy humilde, no sólo no retrocedió ante la dura represión, sino que salió de esa situación con una energía nueva y fortalecida para después ir hacia adelante por la defensa de sus condiciones de vida y de trabajo. Y así, durante los meses siguientes, se multiplicaron las luchas,

    “aquí se lucha por la jornada de 8 horas, allí contra el trabajo por piezas; en el otro lado, llevan a los contramaestres brutales en carros después de haberlos atado con un saco; en otra parte se lucha contra el sistema infame de las multas; y por todas partes se lucha por mejoras de salarios, aquí y allá por la supresión del trabajo a domicilio”(Ibíd.).

    Este período también fue muy importante pues, como lo subraya también Rosa Luxemburg, dio al proletariado la posibilidad de interiorizar, a posteriori, todas las enseñanzas del prólogo de enero y esclarecerse las ideas para el futuro. Efectivamente,

    “los obreros bruscamente electrizados por la acción política reaccionan inmediatamente en el dominio que les es más próximo: se rebelan contra su condición de esclavitud económica. El gesto de revuelta que la lucha política es les hace sentir con una intensidad insospechada el peso de sus cadenas económi­cas”(Ibíd.).

    Carácter espontáneo de la Revolución y confianza en la clase obrera

    Un aspecto muy importante en el proceso revolucionario en la Rusia de 1905, fue su carácter marcadamente espontáneo. Las luchas surgen, se desarrollan y se refuerzan, haciendo surgir nuevos instrumentos de lucha como la huelga de masas y los soviets, sin que los partidos revolucionarios de entonces consigan enterarse de qué va la cosa, ni siquiera comprender enteramente, en aquel momento, las implicaciones de lo que está sucediendo. La fuerza del proletariado en el movimiento, en el terreno de sus propios intereses de clase, es asombrosa y posee en sí misma una creatividad inimaginable. Lenin mismo lo reconocería un año después al hacer balance de la Revolución de 1905:

    “De la huelga y de las manifestaciones se pasa a la construcción de barricadas aisladas. De las barricadas aisladas a la construcción de barricadas en masa y a las batallas callejeras contra las tropas. Pasando por encima de la cabeza de las organizaciones, la lucha proletaria de masas fue de la huelga a la insurrección. Esa es la gran adquisición de la Revolución rusa, adquisición debida a los acontecimientos de diciembre 1905 y realizada, como las anteriores, a costa de sacrificios enormes. De la huelga política general, el movimiento se alzó a un nivel superior. Forzó a la reacción a ir hasta el final de su resistencia: y ha sido así como el movimiento ha acercado extraordinariamente el momento en que la revolución, ella también, irá hasta el final en el empleo de sus medios ofensivos. La reacción no puede ir más allá del bombardeo de las barricadas, de las casas, de la muchedumbre. La Revolución, en cambio, puede ir más allá de los grupos de combate de Moscú, tiene campo abierto y ¡qué campo en extensión y profundidad! (…) El cambio de las condiciones objetivas de la lucha que imponía la necesidad de pasar de la huelga a l’insurrección, fue percibido por el proletariado mucho antes que por sus dirigentes. La práctica, como siempre, se adelantó a la teoría” (25).

    Este pasaje de Lenin es especialmente importante hoy, pues muchas dudas en los elementos politizados y, hasta cierto punto, también en las organizaciones proletarias, se arraigan en la idea de que al proletariado no logrará jamás salir de la apatía en la que a veces parece haber caído. Lo ocurrido en 1905 es el desmentido más patente de todo eso. La fuerte impresión que produce comprobar ese carácter espontáneo de la lucha de la clase se debe, a veces, a la subestimación de los procesos que se desarrollan en lo profundo de nuestra clase, de esa maduración subterránea de la conciencia de la que ya hablaba Marx, cuando la comparaba al “viejo topo”. La confianza en la clase obrera, en su capacidad para dar una respuesta política a los problemas que afectan a la sociedad, es algo de la primera importancia hoy en día. Después del desmoronamiento del muro de Berlín y la campaña de la burguesía que vino después sobre la quiebra del comunismo y su falaz identificación con el infame régimen estalinista, la clase obrera ha encontrado muchas dificultades para reconocerse como tal clase y, por consiguiente, reconocerse en un proyecto, en una perspectiva, en un ideal por el que combatir. La falta de perspectiva produce automáticamente una caída de la combatividad, un debilitamiento de la convicción de que es necesario batirse, porque no se lucha por algo sino cuando hay un objetivo que alcanzar. Por eso es por lo que hoy, la ausencia de claridad sobre la perspectiva y la falta de confianza en sí misma por parte de la clase obrera están fuertemente relacionadas. Pero sobre todo es en la práctica donde puede superarse una situación así, a través de la experiencia directa que la clase obrera realizará de sus posibilidades y de la necesidad de luchar por una perspectiva. Esto es lo que se produjo precisamente en Rusia en 1905 cuando

    “en unos cuantos meses cambiaron las cosas de arriba abajo. Las pocas centenas de socialdemócratas revolucionarios fueron “de repente” miles y esos miles se volvieron dirigentes de dos o tres millones de proletarios. La lucha proletaria suscitó una gran efervescencia e incluso, en parte, un movimiento revolucionario, en lo más profundo de la masa de los cincuenta a cien millones de campesinos; el movimiento campesino tuvo repercusiones en los ejércitos, lo cual llevó a revueltas militares y oposiciones armadas entre las tropas” (26).

    Y eso no solo era una necesidad para el proletariado en Rusia, sino para el proletariado mundial, incluido el más desarrollado, el proletariado alemán:

    “En la Revolución, en donde la masa misma aparece en el ruedo político, la conciencia de clase se hace concreta y activa. Y es así como un año de revolución ha dado al proletariado ruso esa “educación” que treinta años de luchas parlamentarias y sindicales no han podido dar artificialmente al proletariado alemán. (…) Pero, a la inversa, también es cierto que en Alemania, en un período de acciones políticas enérgicas, se apoderará de las capas más amplias y profundas del proletariado un vivo instinto de clase revolucionario, deseoso de actuar; y esto se realizará tanto más rápidamente cuanto más fuerte haya sido la influencia educadora de la socialdemocracia” (27).

    Podemos hoy decir, parafraseando a Rosa Luxemburg, que también es cierto que hoy, en el mundo, en un período de crisis económica profunda y ante la incapacidad patente de la burguesía para hacer frente a la quiebra de todo el sistema capitalista, un sentimiento revolucionario activo y vivo se apoderará de los sectores más maduros del proletariado mundial. Y así será sobre todo en los países de capitalismo avanzado, en los cuales la experiencia de la clase ha sido más rica y arraigada y en las que están más presentes unas fuerzas revolucionarias, eso sí, todavía débiles. Esta confianza en la clase obrera que hoy expresamos no es un acto de fe, ni procede de una especia de ceguera mística, sino que se basa precisamente en la historia de nuestra clase y en su capacidad de reanudación, a veces sorprendente, en medio de un aparente letargo. La dinámica con la que se produce la maduración de la conciencia proletaria es a veces oscura y difícil de comprender. Pero también es cierto que la clase obrera estará históricamente obligada, por el lugar que ocupa en la sociedad de clase explotada y a la vez revolucionaria, a levantarse contra la clase que la oprime, la burguesía, y en la experiencia de ese combate volverá a encontrar esa confianza en sí misma que hoy le falta:

    “Antes, teníamos una masa impotente, dócil, inerte como un cadáver, frente a la fuerza dominante, la cual sí está bien organizada sí sabe lo que quiere, y manipula a la masa a su conveniencia; y resulta que esa masa se transforma en humanidad organizada, capaz de decidir su propio sino ejerciendo su voluntad consciente, capaz de hacer frente con empecinamiento al viejo poder dominante. Era pasiva y se vuelve masa activa, organismo dotado de vida propia, cimentado y estructurado par sí mismo, dotado de su propia conciencia, de sus propios órganos” (28).

    Paralelamente a la confianza de la clase obrera en sí misma, aparece necesariamente otro factor crucial de la lucha del proletariado: la solidaridad en sus filas. La clase obrera es la única clase verdaderamente solidaria por su propia esencia, porque en su seno no hay intereses económicos divergentes, contrariamente a la burguesía, clase de la competencia y cuya solidaridad sólo llega hasta los límites nacionales o, también, contra su enemigo histórico, el proletariado. La competencia en el seno del proletariado le viene impuesta por el capitalismo, pero la sociedad de la que es portador es una sociedad que acabará con todas las divisiones, una verdadera comunidad humana. La solidaridad proletaria es un arma fundamental de la lucha del proletariado; fue una de las bases del impresionante cambio que se produjo en 1905 en Rusia:

    “la chispa que provocó el incendio fue un conflicto corriente entre capital y trabajo: la huelga en una fábrica. Pero cabe señalar que la huelga de los 12 000 obreros de Putilov, desencadenada el lunes 3 enero, fue ante todo una huelga proclamada en nombre de la solidaridad proletaria. La causa de ella fue el despido de 4 obreros. ‘Cuando fue rechazada la petición de readmisión –escribe un camarada de Petersburgo el 7 enero– la factoría se paró de inmediato, por unanimidad total’” (29).

    No es por casualidad si hoy la burguesía lo hace todo por degradar la noción de solidaridad presentándola como “humanitaria” o con los adornos de “la economía solidaria”, última moda del “nuevo movimiento” altermundialista, que lo ha­ce todo por desviar la toma de conciencia que se está fraguando en las entrañas de la sociedad sobre el callejón sin salida que es el capitalismo para la humanidad. Si la clase obrera en su conjunto no es hoy todavía consciente de la fuerza de la solidaridad, la burguesía, en cambio, no ha olvidado las lecciones que el proletariado le ha infligido en la historia.

    1905 fue un magnífico acontecimiento del movimiento obrero, surgido de las entrañas revolucionarias del proletariado, que demostró la potencia creadora de la clase revolucionaria. Hoy, a pesar de todos los golpes que la burguesía agonizante le ha asestado, el proletariado sigue conservando, intactas, sus capacidades. Les incumbe a los revolucionarios hacer que su clase pueda volver a apropiarse de las grandes experiencias de su historia pasada y preparar sin descanso el terreno teórico y político del desarrollo de la lucha y de la conciencia de clase hoy y mañana.

    “En la tempestad revolucionaria, el proletario, el padre de familia prudente, preocupado por asegurar su asistencia, se transforma en “revolucionario romántico” para el que el bien supremo mismo –la vida– y menos todavía el bienestar material tienen poco valor en comparación con el ideal de la lucha. Si es pues verdad que la dirección de la huelga le corresponde al período revolucionario en el sentido de la iniciativa de su desencadenamiento y de los problemas de mantenimiento, también es cierto que en un sentido muy diferente, la dirección en las huelgas de masas le incumbe a la socialdemocracia y a sus órganos directivos. (…) La socialdemocracia está llamada, en un período revolucionario, a tomar la dirección política. La tarea más importante de “dirección” en el período de huelga de masas, consiste en dar la consigna de la lucha, orientarla, ajustar la táctica de la lucha política de manera que en cada fase, en cada instante del combate se haga realidad y se ponga en actividad la potencia total del proletariado ya comprometido y lanzado a la batalla” (30).

    Durante el año 1905, muy a menudo los revolucionarios (llamados en aquella época socialdemócratas) fueron sorprendidos, adelantados, superados por el ímpetu del movimiento, su novedad, su imaginación creativa y no siempre supieron darle las consignas de las que habla Luxemburg, “en cada fase, en cada instante” e incluso cometieron errores importantes.

    Sin embargo, la labor revolucionaria de fondo que llevaron a cabo antes y durante el movimiento, la agitación socialista, la participación activa en la lucha de su clase fueron factores indispensables en la Revolución de 1905; su capacidad, después, para sacar las lecciones de esos acontecimientos preparó el terreno de la victoria de 1917.

    Ezechiele (5-12-04)

     

    (1) No podemos, en el marco de estos artículos, restituir toda la riqueza de los acontecimientos, ni el conjunto de cuestiones que en ellos se plantearon. Aconsejamos a nuestros lectores la lectura de los documentos históricos. Dejaremos también de lado una serie de puntos como la discusión sobre las tareas burguesas (según los mencheviques), la naturaleza “democrático-burguesa” (según los bolcheviques) de la Revolución rusa o “la teoría de la Revolución permanente” (según Trotski) los cuales, todos más o menos, tendían todavía a encarar las tareas del proletariado en el marco nacional impuesto por el período ascendente del capitalismo. Tampoco podemos abordar la discusión en la socialdemocracia alemana sobre la huelga de masas, sobre todo entre Kautsky y Rosa Luxemburg

    • L. Trotski, 1905.

    • R. Luxemburg: Huelga de masas, Partido y Sindicatos, 1906.

    • Lenin: Informe sobre la Revolución de 1905, 9 (22) enero 1917.

    • Zubátov era un policía que había creado, en acuerdo con el gobierno, unas asociaciones obreras cuya finalidad era mantener los conflictos dentro de un marco estrictamente económico, separándolos de esta manera de todo cuestionamiento del gobierno.

      (6) Lenin: “La huelga de Petersburgo”, en Huelga económica y huelga política.

      (7) Lenin: Informe sobre la Revolución de 1905.

      (8) L. Trotski, 1905.

      (9) R. Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

      (10) L. Trotski,1905.

    • Ver nuestro artículo “Notas sobre la huelga de masas” en la Revista internacional n° 27, 4º trimestre 1981.

    • Ver también nuestro artículo “Revolución de 1905: enseñanzas fundamentales para le proletariado” en la Revista internacional n°43, 4º trimestre 1985.

      (13) Anton Pannekoek, Los Consejos obreros (redactado en 1941-42).

      (14) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

    • Lenin, Informe sobre la Revolución de 1905.

    • Ver nuestro artículo “Las condiciones históricas de la generalización de la lucha de la clase obrera” en la Revista internacional n° 26, 3er trimestre 1981.

      (17) Bernstein era, en la socialdemocracia alemana, el promotor de la idea de una transición pacífica al socialismo. Su corriente es conocida con el nombre de revisionismo. Rosa Luxemburg lo combatió como expresión que era de una peligrosa desviación oportunista que afecta al partido, en su folleto Reforma social o Revolución.

      (18) R. Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

      (19) “Marxismo y teleología”, publicado en Neue Zeit en 1905, citado en “Acción de masas y revolución” (1912).

      (20) Pannekoek, “Acción de masas y revolución”, Neue Zeit, en 1912.

      (21) Los anarquistas, por lo demás, no desempeñaron papel alguno en 1905. El artículo sobre la CGT en Francia, publicado en esta misma revista, subraya que 1905 no tiene ningún eco entre los anarcosindicalistas. Como lo pone claro Rosa Luxemburg, desde el principio, en su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, “el anarquismo estuvo totalmente ausente en la Revolución rusa como tendencia política seria”. “La revolución rusa, esta misma revolución que ha sido la primera experiencia histórica de la huelga general, no sólo no rehabilita el anarquismo, sino que incluso ha significado su liquidación histórica.”

      (22) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

      (23) Véase nuestro folleto sobre Polonia 80.

      (24) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

      (25) Lenin, Las enseñanzas de la insurrección de Moscú, 1906.

      (26) Lenin, Informe sobre la Revolución de 1905.

      (27) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

      (28) Pannekoek, “Acción de masas et Revolución”, Neue Zeit, en 1912.

      (29) Lenin, Huelga económica y huelga política.

      (30) Huelga de masas, partido y sindicatos.

    Series: 

    • Hace 100 años, la revolución de 1905 en Rusia [12]

    Historia del Movimiento obrero: 

    • 1905 - Revolución en Rusia [13]

    La co-responsabilidad de los aliados y los nazis en el holocausto

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    La conmemoración del aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwtitz, con su cortejo de imágenes y testimonios que reviven los horrores bien reales del fascismo, es una nueva ocasión para que la burguesía oculte la responsabilidad del “otro campo”, el democrático, en las atrocidades de la segunda guerra mundial.

    Aparecen documentos inéditos que ilustran una vez más los horrores sin nombre sufridos por los deportados, y la barbarie sin límite de sus verdugos y torturadores nazis. No es ninguna casualidad que esta ola de verdad y “autenticidad” se pare justo cuando implica al “campo democrático”. En efecto, los aliados que lo sabían todo sobre la realidad del holocausto no hicieron lo más mínimo para obstaculizar la ejecución de los macabros planes nazis. La responsabilidad de los revolucionarios es recordar esa realidad, tal y como hacemos nosotros al republicar extractos de nuestro artículo de la Revista Internacional nº 89 “La corresponsabilidad de los aliados y de los nazis en el Holocausto”.

    Además, la barbarie de la que hizo gala el bando democrático en la Segunda Guerra mundial no tiene nada que envidiar a la del bando fascista, ni en cuanto al horror ni en cuanto al cinismo con el que perpetraron sus crímenes contra la humanidad como, por ejemplo en Dresde, Hamburgo o al lanzar el horror nuclear sobre un Japón ya vencido. Por eso afirmamos, junto a los compañeros de la Izquierda Comunista de Francia de la cual reproducimos a continuación un panfleto editado en Junio de 1945 “Buchenwald, Maideneck: macabra demagogia” publicado en L’Etincelle nº 6, que los responsables de la guerra no son los proletarios alemanes, americanos o ingleses –guerra que ellos no han querido- sino el capitalismo y la burguesía

    L`Etincelle nº 6, junio de 1945: Buchenwald, Maidaneck: Demagogia macabra

    El papel desempeñado por las SS, los nazis y su campo de la muerte industrial, fue el de exterminar en general a todos aquellos que se opusieron al régimen fascista y sobre todo a los militantes revolucionarios que siempre han estado a la vanguardia del combate contra la burguesía capitalista, sea cual sea su forma: autocrática, monárquica o “democrática”, cualquiera que sea su jefe: Hitler, Mussolini, Stalin, Leopoldo III, Jorge V, Víctor Manuel, Churchill, Roosevelt, Daladier o De Gaulle.

    La burguesía internacional que, frente a la Revolución rusa de octubre de 1.917, usó todos los medios posibles e imaginables para aplastarla, que quebró la revolución alemana en 1919 mediante una represión de una bestialidad inaudita, que ahogó en sangre la insurrección proletaria de China; que financió en Italia la propaganda fascista y después, en Alemania, puso en el poder a Hitler para ser el gendarme de Europa; esa misma burguesía se gasta hoy millones para “financiar la exposición de los crímenes hitlerianos”, la filmación y la presentación al público de filmes sobre las “atrocidades alemanas”, mientras las víctimas de esas atrocidades siguen muriendo a veces sin cuidados y los supervivientes no tienen ningún medio de vida.

    Esa misma burguesía es la que por un lado pagó el rearme de Alemania y, por otro, engañó al proletariado arrastrándolo a la guerra con la ideología antifascista; fue ella la de que esa manera, tras haber favorecido la llegada al poder de Hitler, se sirvió hasta el final de él para aplastar al proletariado alemán y arrastrarlo a la guerra más sangrienta, a la carnicería más abominable que imaginarse pueda.

    Es esa misma burguesía la que manda representantes con coronas de flores a inclinarse hipócritamente ante las tumbas de los muertos que ella misma ha provocado, porque es incapaz de dirigir la sociedad, porque la guerra es su única forma de vida.

    ¡ES A ELLA A QUIEN ACUSAMOS!

    Es a ella a quien acusamos, pues los millones de muertos por ella asesinados no son más que el suma y sigue de una lista interminable de mártires de la “civilización”, de la sociedad capitalista en descomposición.

    Los responsables de los crímenes hitlerianos no son los alemanes, quienes, los primeros , en 1.934, pagaron con 450.000 vidas humanas la represión burguesa hitleriana y que siguieron soportando esa despiadada represión cuando, al mismo tiempo, empezó a ejercerse en el extranjero. Como tampoco los franceses, ni los ingleses, ni los americanos, ni los rusos, ni los chinos son responsables de los horrores de la guerra que ellos no han querido pero que sus burguesías respectivas les han impuesto.

    En cambio, los millones de hombres, de mujeres asesinados en los campos de concentración nazis, salvajemente torturados y cuyos cuerpos se pudren por doquier, aquellos que han sido aplastados durante esta guerra en el combate, aquellos que han sido sorprendidos en medio de un bombardeo “liberador”, los millones de cadáveres mutilados, amputados, destrozados, desfigurados, pudriéndose bajo tierra o al sol, los millones de cuerpos de soldados, mujeres, ancianos, niños... todos esos millones de muertos claman venganza. No claman venganza contra el pueblo alemán, el cual sigue sufriendo, sino contra esa infame burguesía, hipócrita y sin escrúpulos, la cual no ha pagado sino que se ha aprovechado y sigue burlándose, como un cerdo cebado, de los esclavos hambrientos.

    La única postura para el proletariado no es la de seguir los llamamientos demagógicos que tienden a continuar y acentuar el chovinismo a través de los comités antifascistas, sino la lucha directa de clase por la defensa de sus intereses, de su derecho a la vida, lucha de cada día, de cada instante hasta la destrucción del monstruoso régimen, del capitalismo.

    Extractos de nuestro artículo publicado en REVISTA INTERNACIONAL nº 89: La corresponsabilidad de los aliados y de los nazis en el holocausto

    LLa campaña ideológica actual que intenta asimilar las posiciones políticas de la Izquierda comunista frente a la IIª Guerra Mundial con el llamado negacionismo (negación del exterminio de los judíos por los nazis) tiene dos objetivos. Uno de éstos es manchar y desprestigiar ante la clase obrera a la única corriente política, la Izquierda comunista, que se negó a ceder a la unión sagrada ante la IIª Guerra Mundial. En efecto, la Izquierda comunista fue la única que denunció la guerra –como lo hicieron anteriormente Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo con la Iª Guerra mundial- como una guerra interimperialista de la misma naturaleza que la de 1914-18 y que demostró que la pretendida especificidad de la IIª, según la cual ésta habría sido consecuencia de la lucha entre dos sistemas, la democracia y el fascismo, no fue más que una vulgar mentira con la que alistar a los proletarios en una carnicería sin límites. El otro objetivo se inscribe en la ofensiva ideológica que pretende hacer creer a los proletarios que la democracia burguesa sería, a pesar de sus imperfecciones, el único sistema posible, y que, por lo tanto, deberán movilizarse para defenderlo. Ese es el mensaje que se les propone mediante todas esas campañas ideológicas político-mediáticas que van desde la operación “manos limpias” en Italia hasta el “caso Dutroux” en Bélgica, pasando por la matraca anti-Le Pen en Francia. En esta ofensiva, la función adjudicada a la denuncia del negacionismo es la de presentar al fascismo como el “mal absoluto”, disculpando así al capitalismo como un todo de su responsabilidad en el holocausto.

    Una vez más, queremos aquí dejar bien claro que la Izquierda Comunista no tiene nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con esa caterva “negacionista” que reúne a la extrema derecha tradicional y a la “ultra-izquierda”-concepto totalmente ajeno a la Izquierda comunista-. Para nosotros no se trata ni mucho menos de negar la espantosa realidad de los campos nazis de exterminio. Ya lo decíamos en el número anterior de esta Revista: “pretender relativizar la barbarie del régimen nazi incluso para denunciar la mistificación anti-fascista significa, a fin de cuentas, relativizar la barbarie del sistema capitalista decadente, de la que ese régimen es una de las expresiones”. Por eso, la denuncia del antifascismo como instrumento del alistamiento del proletariado en la peor de las carnicerías ínter-imperialistas de la historia y como medio de disimular a quién es el verdadero responsable de todos esos horrores, o sea, al capitalismo como un todo, no ha significado nunca la menor complacencia en la denuncia del campo fascista, cuyas primeras víctimas fueron los militantes proletarios. En la esencia del internacionalismo proletario, del que la Izquierda comunista ha sido siempre una defensora intransigente –en recta continuidad con la verdadera tradición marxista y por lo tanto enfrentada a todos aquellos que la traicionaron, entre ellos los trotskistas-, ha estado siempre denunciar a todos los campos enfrentados, denunciar que todos son igualmente responsables de los horrores y del indecible sufrimiento que todas las guerras interimperialistas causan a la humanidad.

    Ya hemos mostrado en números anteriores de esta Revista cómo la barbarie del “campo democrático” durante la II Guerra Mundial no tuvo nada que envidiar a la del “campo fascista”, en el horror y en el cinismo con el que fueron perpetrados horrendos crímenes contra la humanidad, como fueron por ejemplo los bombardeos de Dresde y de Hamburgo o el fuego nuclear abatido sobre el ya vencido Japón. En este artículo nos ocuparemos de demostrar la complicidad de los Aliados, que guardaron cuidadoso silencio, hasta el final de la guerra, con los genocidios que estaba perpetrando el régimen nazi, estando como estaban perfectamente al corriente de la existencia de los campos de concentración y para qué se utilizaban.

    La burguesía quiso y propició la subida al poder del fascismo

    Antes de demostrar la complicidad aliada con los crímenes perpetrados por los nazis en los campos de exterminio, debe recordarse que la subida al poder del fascismo –presentado siempre, desde la derecha clásica hasta la izquierda y extrema izquierda del capital, o como un monstruoso accidente de la historia o como una aberración surgida del cerebro enfermo de un Hitler o un Mussolini- es, al contrario, la consecuencia orgánica del capitalismo en su fase de decadencia, de la derrota sufrida por el proletariado tras la ola revolucionaria que acabó con la Iª Guerra Mundial.

    La posición que defiende que la clase dominante no sabía cuáles eran los verdaderos proyectos del partido nazi, o la que de cierta manera ésta se habría dejado engañar, no se aguantan de pie. El partido nazi hunde sus raíces en dos factores determinantes para la historia de los años treinta: por un lado, el aplastamiento de la revolución alemana, que abre la puerta al triunfo de la contrarrevolución a escala mundial; por otro, la derrota del imperialismo alemán tras la Iª carnicería mundial. Desde el principio el objetivo del naciente partido nazi fue, apoyándose en la sangría infligida a la clase obrera de Alemania por el Partido Social Demócrata (SPD) de Noske y Scheidemann, rematar el aplastamiento del proletariado para así reconstituir las fuerzas bélicas del imperialismo alemán. Estos objetivos eran compartidos por el conjunto de la burguesía alemana, por encima de ciertas divergencias reales tanto en lo que se refiere a los medios a emplear como en lo concerniente al momento más oportuno para usarlos. Las SA, milicias de asalto en las que se apoyó Hitler en su marcha hacia el poder, fueron las herederas directas de los cuerpos francos que habían asesinado a Rosa Luxemburg, a Karl Liebnecht y a miles de comunistas y militantes obreros. La mayoría de los dirigentes de las SA habían iniciado su carrera de carniceros en esos mismos cuerpos francos que constituían la “guardia blanca” utilizada por el SPD para ahogar en sangre la Revolución, con el apoyo de las tan democráticas potencias victoriosas; las cuales, a la vez que desarmaban al ejército alemán, ponían sumo cuidado en dejar que las milicias contrarrevolucionarias dispusiesen del suficiente armamento para llevar a cabo sus sucias labores.

    El fascismo no pudo arraigarse y prosperar sino gracias a la derrota física infligida al proletariado por la izquierda de capital, única capaz de frenar primero y vencer después la ola revolucionaria que se extendió por Alemania desde 1918 hasta1919. Así de perfectamente claro lo tuvo el Estado Mayor de los ejércitos alemanes al dar carta blanca al SPD para que éste pudiera dar en enero de 1919 el golpe decisivo al movimiento revolucionario que se estaba desarrollando. Y si Hitler no fue apoyado en su intentona de golpe en München en 1925, fue porque el ascenso del fascismo era considerado prematuro todavía por los sectores más lúcidos de la clase dominante. Había que rematar primero la derrota del proletariado, utilizando hasta el final la mistificación democrática mediante la República de Weimar; la cual, aunque presidida por el Junker Hindemburg, se beneficiaba de un disfraz radical gracias a la participación regular en sus sucesivos gobiernos de ministros procedentes del llamado partido “socialista”.

    Pero en cuanto la amenaza proletaria quedó definitivamente conjurada, la clase dominante, en su forma –insistamos en ello- más clásica, por medio de las joyas del capitalismo alemán, o sea los Krupps, los Thyssen, AG Farben etc., no cejará en su apoyo total al partido nazi y a su victoriosa marcha hacia el poder. Y es entonces cuando la voluntad de Hitler de reunir todas las fuerzas necesarias para la restauración de la potencia militar del imperialismo alemán se corresponden exactamente con las necesidades del capitalismo alemán. Éste, vencido y expoliado por sus rivales imperialistas tras la Iª Guerra Mundial, no puede, so pena de muerte, sino intentar reconquistar el terreno perdido metiéndose en una nueva guerra.

    Lejos de ser la consecuencia de una pretendida agresividad germánica, agresividad congénita que por fin habría encontrado en el fascismo el medio de darse rienda suelta, esa voluntad no es otra que la estricta expresión de las duras leyes del imperialismo en la decadencia del sistema capitalista como un todo; leyes que, frente a un mercado mundial totalmente repartido, no dejan otra solución a las potencias imperialistas, perjudicadas en el reparto del “pastel imperialista”, que la de intentar, mediante una nueva guerra, llevarse una porción mayor. La derrota física del proletariado alemán, por un lado, y el estatuto de potencia imperialista expoliada que le tocó a Alemania tras su derrota en 1918, por otro; hicieron del fascismo, contrariamente a los países vencedores en donde la clase obrera no había sido físicamente aplastada, el medio más adecuado del capitalismo alemán para prepararse para una segunda carnicería imperialista. El fascismo, como forma brutal de un capitalismo de Estado que se estaba fortaleciendo por todas partes, incluso en los países llamados democráticos, era el instrumento de concentración y centralización de todo el capital nacional en manos del Estado frente a la crisis económica, para orientar la economía hacia la preparación de la guerra. Hitler llegó pues al poder de la manera más “democrática”, o sea con el apoyo total de la burguesía alemana. En efecto, una vez que la amenaza proletaria quedó definitivamente descartada, la clase dominante ya no tenía que preocuparse por mantener el arsenal democrático siguiendo así el mismo proceso ya instaurado en Italia.

    El capitalismo decadente exacerba el racismo

    “Si, quizás…”, nos dirán algunos, “pero ¿Acaso no hacéis abstracción de uno de los rasgos que distinguen al fascismo de las demás fracciones de la burguesía; o sea, de su antisemitismo visceral, siendo ésta la característica principal que provocó el holocausto?”. Esa es la idea que defienden en particular los trotskistas. Estos, de hecho, sólo reconocen formalmente la responsabilidad del capitalismo y de la burguesía en general en la génesis del fascismo, por lo que añaden a renglón seguido que el fascismo es, pese a todo, mucho peor que la democracia burguesa, como lo demostraría el holocausto, y que, por lo tanto, ante la ideología del genocidio no cabe la menor vacilación: hay que escoger campo, o el de la democracia o el de los aliados. Fue ese argumento, unido al de la defensa de la URSS, el que le sirvió para justificar su traición al internacionalismo proletario y su paso al campo de la burguesía durante la IIª Guerra Mundial. Es pues de lo más lógico encontrar hoy en Francia a la Liga Comunista Revolucionaria y a su líder A. Krivine, con el apoyo discreto pero real de Lutte Ouvrière, a la cabeza de la cruzada antifascista y “antinegacionista” defendiendo la visión del fascismo como ese “mal absoluto” que lo hace cualitativamente diferente a todas las demás expresiones de la barbarie capitalista, y contra el que la clase obrera debería ponerse en la vanguardia del combate y por la defensa, se podría decir, de la revitalización de la democracia.

    Que la extrema derecha y el nazismo sean en esencia profundamente racistas nunca ha sido cuestionado por la Izquierda comunista. Tampoco lo ha sido la espantosa realidad de los campos de la muerte. Pero la verdadera cuestión es otra. Se trata de saber si ese racismo y la abominable designación de los judíos como chivo expiatorio de todos los males es expresión de la naturaleza particular del fascismo, producto maléfico de cerebros enfermos; o por el contrario, consecuencia siniestra del modo de producción capitalista enfrentado a la crisis histórica de su sistema, transformación monstruosa pero natural de la ideología nacionalista defendida y propagada por todas las fracciones de la burguesía. El racismo es una característica de la sociedad dividida en clases y no un atributo eterno de la naturaleza humana. Si la entrada en decadencia del capitalismo ha agudizado el racismo hasta grados nunca antes alcanzados, si el siglo XX es el siglo en el que los genocidios ya no son la excepción sino la regla, no es debido a no se sabe qué perversión de la naturaleza humana. Es el resultado del hecho de que frente a la guerra, ahora permanente, que cada Estado debe llevar a cabo en el marco de un mercado mundial sobresaturado y repartido hasta el más recóndito islote, la burguesía, para poder justificar y soportar esa guerra permanente está obligada en todos los países a reforzar el nacionalismo por todos los medios. ¡Qué ambiente más propicio, en efecto, para el incremento del racismo que aquel que tan certeramente describió Rosa Luxemburgo en el folleto en el que denuncia la Iª carnicería mundial: “(…) toda la población de una ciudad convertida en populacho, dispuesta a denunciar a cualquiera, a ultrajar a las mujeres, gritando ¡hurra!, y a llegar hasta el paroxismo del delirio propagando absurdos rumores; un clima de crimen ritual, la atmósfera de pogromo en donde el único representante de la dignidad humana era el agente de policía en una revuelta de la calle.” Y prosigue así: “Enlodada, deshonrada, embarrada en sangre, ávida de riquezas: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella” (R. L.: “La crisis de la socialdemocracia”).

    Podrían retomarse exactamente los mismos términos para describir las múltiples escenas de horror en la Alemania de los años 30: saqueos de almacenes de judíos, linchamientos, niños separados de sus padres,…O evocar también la misma atmósfera de pogromo que reinaba en Francia en 1945, cuando el diario l’Humanité de los estalinistas vomitaba en la primera página aquella ignominia de “¡Cada uno a por su boche (a los alemanes se les llamaba despectivamente así, boches!). No, el racismo no es especialidad exclusiva del fascismo, como tampoco lo es su forma antisemita. Patton, el célebre general de los “democráticos” Estados Unidos, no dudaba en declarar que “los judíos son peor que los animales” mientras el otro “gran liberador”, Stalin, organizaba sus propios pogromos contra los judíos, los gitanos, los chechenios, etc. El racismo es producto de la naturaleza básicamente nacionalista de la burguesía, sea cual sea la forma de su dominación, totalitaria o “democrática”, nacionalismo puesto al rojo vivo por la decadencia de su sistema.

    Si el nazismo, con el asentimiento de la clase dominante, pudo utilizar el racismo siempre latente en la pequeña burguesía, para hacer de él y del antisemitismo la ideología del régimen, fue debido a que la única fuerza capaz de oponerse al nacionalismo, el proletariado, había sido derrotada tanto física como ideológicamente. Una vez más, por muy irracional y monstruoso que sea el antisemitismo oficial, profesado y después puesto en práctica por el régimen nazi, no se puede explicar únicamente por la locura o la perversión de los dirigentes nazis. Como lo subraya con toda justicia el folleto publicado por el Partido Comunista Internacionalista titulado “Auschwitz o la gran excusa”, el exterminio de judíos “se produjo no en un momento cualquiera sino en plena crisis y guerra imperialistas. Y dentro de esa gigantesca empresa de destrucción hay que explicarlo. El problema se encuentra, por eso mismo esclarecido; ya no hay que explicar el “nihilismo destructor” de los nazis, sino por qué la destrucción se concentró en parte contra los judíos”. Y para explicar por qué la población judía, aunque no fuera la única, fue señalada primero para la vindicta pública y después exterminada en masa por el nazismo, hay que tener en cuenta dos factores: las necesidades del esfuerzo de guerra alemán y el papel desempeñado en ese periodo siniestro por la pequeña burguesía. Esta última se vio reducida a la ruina por la violencia de la crisis económica en Alemania, cayendo progresivamente en una situación de lumpenización. Así, desesperada, en ausencia de un proletariado que pudiera desempeñar un papel de antídoto, dio rienda suelta a todos los prejuicios reaccionarios típicos de una clase sin porvenir alguno, enfangándose en el racismo y el antisemitismo propagados por las formaciones fascistas. Éstas señalaron con el dedo al judío, imagen por excelencia del apátrida “chupasangres”, como chivo expiatorio de la miseria a la que se veía reducida esa clase insegura y sin futuro y así ganársela para sus intereses.

    Lo esencial de las primeras fuerzas de choque del fascismo procedía efectivamente de una pequeña burguesía en proceso de descomposición. Esa designación de los judíos como enemigos por excelencia, tendrá también la función de permitir al capitalismo alemán reunir fondos a partir de la confiscación de los bienes de éstos para el rearme de su imperialismo. Al principio tuvo que hacerlo sin llamar la atención de quienes la vencieron en la Iª Guerra Mundial. Los campos de concentración nacieron también con el mismo objetivo: abastecer con mano de obra gratuita a toda la burguesía, plenamente dedicada a la preparación de la guerra.

    El silencio cómplice de los Aliados sobre la existencia de los campos de la muerte

    Mientras que desde 1945 hasta hoy la burguesía no ha cesado de exhibir, casi obscenamente, los montones de esqueletos encontrados en los campos de exterminio nazis y lo cuerpos esqueléticos de los supervivientes de aquel infierno, fue en cambio muy discreta sobre esos mismos campos durante la guerra misma; hasta el punto de que ese tema estuvo ausente de la propaganda guerrera del “campo democrático”. Eso de que los aliados sólo se habrían enterado de lo que ocurría en Dachau, Auschwitz, Treblinka, cuando la liberación de los campos en 1945, es una patraña que nos cuenta con regularidad la burguesía pero que no resiste al menor estudio histórico.

    Los servicios de información ya existían entonces y eran muy activos y eficaces, como lo demuestran ciertos episodios de la guerra en los que desempeñaron un papel determinante. La existencia de los campos de la muerte no se libraba de su investigación. Esto está confirmado por una serie de trabajos de historiadores sobre la IIª Guerra Mundial. Así, el diario francés Le Monde, muy activo por otra parte en la campaña antinegacionista, escribía en su edición del 27 de septiembre de 1996: “Una matanza (la perpetrada en los campos) de la que un informe del partido socialdemócrata judío, el Bund polaco, había revelado, ya en la primavera de 1942, la amplitud y el carácter sistemático, fue oficialmente confirmada a los dirigentes norteamericanos por el famoso telegrama del 8 de agosto de 1942 emitido por G. Riegner, representante del Congreso Judío Mundial en Ginebra, basándose en informaciones dadas por un industrial alemán de Leipzig llamado Eduard Scholte. En esta época, como se sabe, una gran parte de los judíos europeos que serían más tarde aniquilados estaba todavía viva”.

    Los gobiernos aliados por canales múltiples, estaban completamente al corriente de los genocidios desde 1942, y sin embargo los dirigentes del “campo democrático”, los Roosevelt, Churchill y demás, hicieron todo para que esas revelaciones, indiscutibles, no tuvieran la menor publicidad, dando consignas estrictas a la prensa de entonces para que mantuviesen la mayor reserva y discreción al respecto. De hecho no hicieron el menor esfuerzo por intentar salvar la vida de esos millones de seres condenados a muerte. Esto lo confirma ese mismo artículo citado: “(…) el americano D. Wyman demostró a mediados de los años 80 en su libro “Abandono de los judíos” (Editorial Calmann-Levy), que varios cientos de miles de vidas podrían haberse salvado sin la apatía, cuando no la obstrucción de ciertos organismos de la administración estadounidense (como el Departamento de Estado) y de los aliados en general”.

    Esos extractos del burgués y tan democrático diario Le Monde no hacen sino confirmar lo que siempre ha afirmado la Izquierda comunista, especialmente el folleto de Amadeo Bordita y el PCInt “Auschwitz o la gran excusa”, el cual se ve hoy designado mediante mentiras infames, a la vindicta pública porque, según pretenden, habría sido el origen de las tesis negacionistas sobre la inexistencia de los campos de la muerte. Ese silencio de la coalición adversaria de la Alemania hitleriana demuestra lo que valen las virtuosas y ruidosas proclamaciones de indignación ante el horror del holocausto que vociferan todos esos campeones de la “defensa de los derechos humanos”.

    ¿Se explicaría ese silencio por el antisemitismo latente de ciertos dirigentes del campo Aliado, como así lo han afirmado historiadores israelíes después de la guerra? Es cierto que el antisemitismo no es una especialidad de los regímenes fascistas: recuérdese la declaración, citada anteriormente, del general Patton. También podría denunciarse el bien conocido antisemitismo de Stalin. Pero no es esa la verdadera explicación del silencio de los Aliados, entre cuyos dirigentes también había judíos o próximos a organizaciones judías como Roosevelt. También aquí el origen de esa notable discreción está en las leyes que rigen el sistema capitalista, sean cuales sean los ropajes, democráticos o totalitarios, con los que se viste su dominación. Como en el campo adversario, todos los recursos del campo Aliado se movilizaron al servicio de la guerra. Ninguna boca inútil, todo el mundo debe estar ocupado ya sea en el frente, ya sea en la producción de armamento. La llegada en masa de poblaciones procedentes de los campos, de niños y de ancianos que no podían ser llevados al frente o a la fábrica, de hombres y mujeres enfermos que no podían ser integrados inmediatamente en el esfuerzo de guerra habría desorganizado dicho esfuerzo. Por lo tanto se cierran las fronteras y se impide por todos los medios tal emigración. A. Eden decidió en 1943, es decir en un periodo en el que la burguesía anglosajona estaba perfectamente al corriente de la existencia de los campos, a petición de Churchill que “ningún navío de las Naciones Unidas fuera habilitado para efectuar transferencias de refugiados en Europa”. Mientras Roosevelt añadía que “transportar a tanta gente desorganizaría el esfuerzo de guerra” (W. Churchill: “Memorias”; t. X). Estas son las sórdidas razones que llevaron a esos “antifascistas” y “demócratas” a mantener el más absoluto silencio sobre lo que ocurría en Dachau, Buchenwald y otros lugares de siniestra memoria. Las consideraciones humanitarias que pretendidamente serían las inspiradoras del campo antifascista no contaban para nada ante las exigencias del esfuerzo de guerra.

    La complicidad directa del “campo democrático” en el holocausto

    Los Aliados no se limitaron a mantener riguroso silencio durante toda la Guerra acerca de los genocidios cometidos en los campos. Fueron todavía más lejos en la abyección y en el increíble cinismo que caracterizan a la clase dominante en su conjunto. No sólo no vacilaron un instante en arrojar un diluvio de bombas sobre las ciudades alemanas, se negaron además a intentar la menor operación militar de intervención en los campos. Así, cuando a principios de 1944 podían haber bombardeado las vías férreas que conducían a Auschwitz sin mayores problemas, pues el objetivo estaba al alcance de la aviación aliada y dos personas evadidas del campo habían descrito con detalle el funcionamiento y la topografía del terreno, no hicieron lo más mínimo.

    Cuando “dirigentes judíos húngaros y eslovacos suplican a los Aliados que pasen a la acción, en un momento en que ya han empezado las deportaciones de judíos de Hungría, designando incluso un objetivo: el cruce ferroviario de Kosice-Presov. Es cierto que los alemanes podían reparar las vías rápidamente. Sin embargo este argumento no sirve para la destrucción de los crematorios de Birkenau, lo cual habría desorganizado sin lugar a dudas la máquina exterminadora. No se hará nada. En definitiva, es difícil no reconocer que ni lo mínimo se intentó, pues todo quedó enterrado en la mala voluntad de los Estados Mayores y de los diplomáticos” (Le Monde, 27/09/96).

    Pero, contrariamente a lo que lamenta ese diario, no fue simplemente por la “mala voluntad burocrática” por lo que “el campo demócrata” fue cómplice del holocausto. Esta complicidad fue perfectamente consciente. Los campos de deportación fueron al principio esencialmente campos de trabajo en los que la burguesía alemana podía explotar a menor coste una mano de obra esclavizada, sometida hasta el agotamiento y enteramente dedicada a las exigencias del esfuerzo de guerra. Aunque ya habían existido campos de exterminio, hasta 1942 fueron más la excepción que la regla. Pero a partir de los primeros reveses militares serios sufridos por el imperialismo alemán sobre todo frente a la apabullante apisonadora estadounidense, al no poder alimentar a la población y a las tropas alemanas, el régimen nazi decidió liquidar a la población excedentaria encerrada en los campos. Desde entonces, los hornos crematorios se extendieron por todas partes y cumplieron su siniestra labor. El innombrable horror de los dientes, las uñas y el pelo de las personas gaseadas, cuidadosamente recuperados por sus verdugos para alimentar la máquina de guerra alemana, eran los actos de un imperialismo acorralado, retrocediendo en todos los frentes, llevando hasta el final la profunda irracionalidad de la guerra imperialista, devorando su cupo de carne humana cada vez más gigantesco para defender sus intereses mortalmente amenazados por sus rivales en el saqueo imperialista. El holocausto fue perpetrado por el régimen nazi y sus esbirros sin la menor vacilación, pero poco beneficio podía sacar de él un capitalismo alemán que estaba metido, como hemos visto, en una carrera desesperada por reunir los medios necesarios para una resistencia eficaz ante el avance imparable de los Aliados. Y en ese contexto fueron intentadas varias acciones, en general directamente organizadas por las SS, para quitarse de en medio, con beneficios, a cientos de miles cuando no millones de prisioneros, vendiéndolos o intercambiándolos con los Aliados.

    El episodio más conocido de esa abominable y siniestra venta fue la intentada ante Joel Brand dirigente de una organización semiclandestina de judíos húngaros. Brand, como lo ha contado A. Weissberg en su libro “La historia de J. Brand” y recogido también en el folleto “Auschwitz o la gran excusa”, fue convocado en Budapest para entrevistarse con el jefe de las SS encargado de la cuestión judía, A. Eichmann. Éste le encargó que negociara con los gobiernos angloamericanos la liberación de un millón de judíos a cambio de diez mil camiones, precisando que podían ser menos y estar dispuesto a aceptar otro tipo de mercancías. Las SS, para dar prueba de la seriedad de su oferta, declararon que estaban dispuestos a liberar a cien mil judíos en cuanto Brand obtuviera un acuerdo de principio, sin haber obtenido nada a cambio. Durante su viaje J. Brand conoció las cárceles inglesas de Oriente Medio y, tras múltiples dificultades que no tuvieron nada de casuales sino que fueron debidas a la acción de los gobiernos Aliados para evitar una entrevista oficial con semejante “aguafiestas”, pudo al fin discutir la propuesta con Lord Moyne, responsable del gobierno británico en Oriente Medio. La negativa tajante de éste a la propuesta de Eichmann no fue ni personal, pues no hacía sino aplicar las consignas del gobierno inglés, ni menos todavía un rechazo moral a un odioso chantaje.

    Ninguna duda es posible cuando se lee la reseña que de esta discusión hizo Brand: “Le suplica (Brand) que al menos dé un acuerdo escrito, aunque no lo cumpla al menos se salvarán cien mil vidas. Moyne le pregunta entonces cual sería la cantidad total. Eichmann habló de un millón. ¿Cómo puede usted imaginarse semejante cosa Mr. Brand? ¿Qué haría yo con un millón de judíos? ¿Dónde los metería? ¿Quién los acogería? Si en la tierra ya no hay sitio para nosotros, lo único que nos queda es dejarnos exterminar, dijo Brand desesperado”. Como lo subraya muy justamente “Auschwitz o la gran excusa” a propósito de ese “glorioso” episodio de la IIª carnicería mundial, “desgraciadamente, si bien existía la oferta, no había en cambio demanda. ¡No sólo los judíos, incluso los mismos SS se habían dejado engañar por la propaganda humanitaria de los Aliados! ¡Los aliados no querían para nada ese millón de judíos! Ni por diez mil camiones, ni por cinco mil, ni por nada”.

    Cierta biografía reciente intenta demostrar que esa negativa se debió ante todo al veto de Stalin a ese intercambio. Esa no es sino una tentativa más por ocultar y atenuar la responsabilidad de las “grandes democracias” y su complicidad directa en el holocausto, lo que pone de relieve lo ocurrido al crédulo Brand, y eso aun cuando nadie puede poner en entredicho su veracidad. Baste con decir que durante toda la guerra ni Roosevelt ni Churchill se dejaron dictar su conducta por Stalin, y que en este punto preciso, como lo demuestran las declaraciones citadas arriba, aquellos dos estaban en la misma longitud de onda que el “padrecito de los pueblos”, pues en la dirección de la guerra aquellos no tenían nada que envidiarle en cinismo y en brutalidad a tal padrecito. El superdemócrata Roosevelt opondrá, por su parte, la misma negativa a otros intentos por parte de los nazis, especialmente cuando a finales de 1944 intentaron venderle judíos a la Organización de Judíos Americanos, transfiriendo, en prueba de su buena voluntad, unos dos mil judíos a Suiza, como lo cuenta en detalle Y. Bauer en un libro titulado “Juifs a vendre” (“Judíos en venta”; Ediciones Liana Levi).

    Todo eso no se debió ni a errores ni a unos dirigentes que se habrían vuelto “insensibles” a causa de los terribles sacrificios que exigía la guerra contra la feroz dictadura fascista, explicación más corrientemente difundida por la burguesía para justificar la dureza de Churchill, por ejemplo, y otros episodios poco gloriosos de 1939-45. El antifascismo no ha expresado nunca un antagonismo real entre, de un lado, un campo que habría defendido la democracia y sus valores y de otro, un campo totalitario. No fue, desde el principio, sino una trampa tendida a los proletarios para justificar la guerra que se anunciaba ocultando su carácter clásicamente interimperialista y el objetivo de un nuevo reparto del mundo entre los grandes tiburones. Una guerra que anunció la Internacional Comunista desde la misma firma del tratado de Versalles, anuncio que el antifascismo insistió en querer borrar de la memoria obrera, con lo que acabó alistándolo finalmente en la carnicería más gigantesca de la historia. Si había que guardar silencio y cerrar cuidadosamente las fronteras a todos los que intentaban escapar del infierno nazi para “no desorganizar el esfuerzo de guerra”, después de la guerra todo iba a cambiar. La inmensa publicidad hecha repentinamente a partir de 1945 sobre los campos de la muerte iba a ser una buena oportunidad para la burguesía. Enfocar todos los proyectores sobre la realidad monstruosa de los campos de la muerte iba a permitir a los aliados ocultar los innumerables crímenes que ellos también habían cometido. La propaganda ensordecedora permitía también encadenar sólidamente al carro de la democracia a una clase obrera que podría oponer resistencia ante los sacrificios y la miseria que iba a seguir sufriendo después de la “Liberación”. Todos los partidos burgueses, desde la derecha hasta los estalinista, presentaban la “democracia” como un valor común a burgueses y obreros, valor que había que defender sin rechistar para evitar en el futuro nuevos holocaustos. Atacando a la Izquierda comunista hoy, la burguesía, fiel defensora de Goebbels, pone en práctica el célebre consejo de este dirigente hitleriano de que una mentira cuanto más gruesa mejor podría ser tragada. E intenta presentar a la Izquierda comunista como antepasada del “negacionismo”.

    La clase obrera debe rechazar semejante calumnia y recordar quiénes fueron los que despreciaron el terrible sino de los deportados en los campos de la muerte, quiénes utilizaron cínicamente a aquellos pobres deportados en sus campañas sobre la superioridad intangible de la democracia burguesa, justificando así el sistema de explotación y de muerte que es el capitalismo. Hoy, frente a los esfuerzos de la clase dominante para reavivar el engaño democrático, utilizando el antifascismo, la clase obrera debe acordarse de lo que ocurrió durante los años 1930-1940, cuando se dejó engañar por ese mismo antifascismo, acabando por servir de carne de cañón en nombre de “la defensa de la democracia”.

    Series: 

    • Fascismo y antifascismo [14]

    Acontecimientos históricos: 

    • IIª Guerra mundial [15]

    La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico (II): El abandono por Battaglia Comunista de la noción de decadencia de un modo de producción

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    En la primera parte de este artículo (véase Revista internacional nº 119), hemos recordado que para el marxismo y contrariamente a la visión desarrollada por Battaglia comunista (1), la decadencia del capitalismo no es una eterna repetición de sus contradicciones a una escala crecientegún automatismo o fatalismo en la sucesión de los modos de producción que permitiría pensar que el capitalismo, acosado por contradicciones cada vez más insuperables, se retiraría por sí solo de la escena de la historia.

     

    En la primera parte de este artículo (véase Revista internacional nº 119), hemos recordado que para el marxismo y contrariamente a la visión desarrollada por Battaglia comunista (1), la decadencia del capitalismo no es una eterna repetición de sus contradicciones a una escala crecientegún automatismo o fatalismo en la sucesión de los modos de producción que permitiría pensar que el capitalismo, acosado por contradicciones cada vez más insuperables, se retiraría por sí solo de la escena de la historia.

    Así, tras haber puesto en entredicho el concepto marxista de decadencia (fatalismo), tras haber afirmado tajantemente que no existiría definición coherente de la decadencia y que por ello este concep­to no tendría el menor valor, tras haber rechazado el método marxista para volverlo a definir, vemos ahora a Battaglia rechazar las manifestaciones esenciales que lo caracterizan. En esta segunda parte de nuestro art sino que plantea la cuestión de su supervivencia como modo de producción, según los propios términos utilizados por Marx y Engels. Al rechazar el concepto de decadencia tal como fue definido por los fundadores del marxismo y asumido por las organizaciones del movimiento obrero, Battaglia da la espalda a la comprensión del materialismo histórico que nos enseña que las condiciones de superación de los modos de producción supone que éstos han entrado en una fase de “senilidad” (Marx) “en que sus relaciones de producción ya caducas son un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas” (Marx), no existe el menor “fatalismo” intrínseco en la idea de “autodestrucción”, como lo pretende Battaglia, puesto que si la decadencia de un modo de producción es la condición indispensable para “una transformación de la sociedad entera” (Marx, Manifiesto comunista), es la lucha de clases la que, en última instancia, zanja las contradicciones socioeconómicas y si no lo logra, si ocurre un bloqueo de las relaciones de fuerza entre las clases, la sociedad se hunde entonces en una fase de descomposición, en “la ruina de ambas clases en lucha”, como dice Marx al empezar el Manifiesto comunista. No existe pues ninículo, vamos a:

    • señalar los culebreos increíbles y permanentes de Battaglia en su postura sobre el concepto de decadencia;
    • seguir examinando los errores metodológicos de análisis que hacen volver a ese grupo hacia el enfoque de los socialistas premarxistas;
    • recordar las bases marxistas de las condiciones de la victoria de la revolución;
    • examinar las implicaciones del abandono de la noción de decadencia en el plano político de la lucha del proletariado.

    Los zigzagueos oportunistas increíbles y permanentes de Battaglia
    sobre la noción de decadencia

    Cuando las discusiones en torno a la adopción de su plataforma política en su primera Conferencia nacional en 1945, el Comité central del “Partido” reconstituido encargó a uno de sus miembros –Stefanini senior, conocido militante de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1828-45)– que presentara un informe político sobre la cuestión sindical. En él, se “reafirma su concepción de que el sindicato en la fase de decadencia del capitalismo está necesariamente vinculado al Estado burgués” (actas de la Primera conferencia internacional del PCInt). Este Informe, presentado el tercer día del Congreso, estaba en contradicción con la plataforma discutida y votada el día anterior (2). Por añadidura, varios militantes apoyaron durante la discusión la posición desarrollada por Stefanini en nombre del Comité central cuando éste, al final de la discusión, llamó sin embargo al Congreso a reafirmar la posición expresada en la Plataforma (3) y consideró que se debía presentar y hacer votar una moción al terminar el Congreso que llamaba a “la reconstrucción de la CGL” y a “la conquista de los órganos dirigentes del sindicato” (ídem, “Moción del Comité central sobre la cuestión sindical”).

    Además, a pesar de su reivindicación explícita de continuidad política y organizativa con la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45) (4) y a pesar de la presencia de miembros de dicha Fracción en la dirección del “Partido” reconstituido, la Plataforma votada en el Congreso de fundación ni siquiera evoca lo que eran los cimientos y la coherencia política de las posiciones de la Fracción, a saber el análisis de la decadencia del capitalismo. El “Partido” nombró además un Buró internacional para coordinar los grupos surgidos de su extensión organizativa en el extranjero, grupos que por su parte –¡exigencias de la cacofonía!– siguen defendiendo en sus publicaciones... ¡el análisis de la decadencia del capitalismo (5)! Ya podemos ver que con semejantes métodos de agrupamiento ya en su fundación, una verdadera heterogeneidad programática era lo que predominaba en casi todas las cuestiones políticas abordadas. Las Actas de ese Congreso son edificantes en cuanto a la confusión política reinante (6).

    Con semejantes confusiones en sus bases políticas no es de extrañar si la noción de decadencia, como el monstruo del Lochness, reaparece en tal o cual ocasión, particularmente en la Conferencia sindical del PCInt de 1947, en la que se afirma, en contradicción con la Plataforma adoptada en 1945, que

    “En la fase actual de decadencia de la sociedad capitalista, el sindicato está llamado a convertirse en instrumento esencial de la política de conservación y, por consiguiente, a asumir unas determinadas funciones de los organismos de Estado” (7).

    Ese cóctel explosivo en la misma fundación del PCInt no resistirá a la prueba del tiempo y acabará escindiéndose en dos partes en 1952, una en torno a Bordiga (Programa comunista) y la otra en torno a Damen (Battaglia comunista), la cual se reivindica de forma más explícita de las aportaciones políticas de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45) (8). Fue en aquél momento cuando Bordiga desarrolló algunas consideraciones críticas sobre la decadencia (9). Sin embargo, a pesar de la reapropiación de ciertas posiciones de la Fracción, el análisis de la decadencia seguirá sin formar parte de la nueva plataforma de Battaglia tras la escisión de 1952.

    Algún tiempo más tarde, en su esfuerzo de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias y de discusión con nuestra organización, Battaglia adoptará finalmente el análisis de la decadencia del capitalismo en el marco de la dinámica abierta por las Conferencias internacionales entre 1976 y 1980 (10). Battaglia publicará entonces dos largos estudios sobre la decadencia en sus publicaciones del primer semestre 1978 y de marzo de 1979 (11) así como en sus textos de contribución para las dos primeras Conferencias de los grupos de la Izquierda comunista (12). También aparecerá entonces, en las posiciones básicas que caracterizan a Battaglia y que están publicadas en el reverso de sus publicaciones, un nuevo punto programático que anuncia la adopción de unos principios para analizar la decadencia:

    “El aumento de los conflictos interimperialistas, las luchas comerciales, la especulación, las guerras locales generalizadas, confirman el proceso de decadencia del capitalismo. La crisis estructural del sistema lleva al capital más allá de sus límites “normales”, hacia su solución, la guerra imperialista”.

    Tras el fallecimiento de Damen senior en octubre del 79, fundador del PCInt e iniciador del ciclo de conferencias, este punto sobre la decadencia desaparecerá de las posiciones de base a partir del nº 3 de Prometeo en diciembre del 79, o sea en vísperas de nuestra expulsión por Battaglia de la tercera conferencia en mayo del 80. Resulta significativo que el análisis de la decadencia del capitalismo, cuestión central en las contribuciones de Battaglia en las dos primeras Conferencias, desaparezca totalmente en sus contribuciones para la tercera, en las que aparece un análisis que anticipa su posición actual... ¡y esto en la discreción más total y sin la menor explicación ni a sus lectores ni a los demás grupos del medio político proletario! Para decirlo todo, señalemos también que Battaglia propone hoy el abandono de lo que seguía afirmando en la plataforma del BIPR del 97, o sea la existencia de una ruptura cualitativa desde la Primera Guerra mundial, entre dos períodos históricos fundamentales y distintos en la evolución del modo de producción capitalista aunque ya no lo explicara, mediante el concepto marxista de ascendencia y decadencia de un modo de producción, concepto que dejó de usar (13). Y tras haber dado tantas vueltas políticas, Battaglia tiene el descaro de quejarse afirmando que está “cansada de discutir de tan poca cosa cuando tenemos tanto que trabajar para entender lo que ocurre en el mundo” (14). ¡Cómo no va a estar cansada cuando se cambia de gafas sin parar y que ya no sabe cuáles tiene que ponerse para “entender lo que ocurre en el mundo”! Hoy podemos comprobar que Battaglia ha escogido gafas de gran aumento para corregir su miopía.

    El lector ya habrá podido constatar que a falta de ser experto en marxismo como lo pretende, Battaglia tiene sobre todo talento de surfista para ir sorteando las dificultades del momento y ser el campeón del cambio de chaqueta... pero eso no se acaba ahí. El colmo acaba de ser alcanzado con sus recientes culebreos. En efecto, para quienes leen la prosa de Battaglia, resulta evidente que esta organización quiere librarse definitivamente de una noción que considera, según sus propios términos en una toma de posición de febrero del 2002 y publicada en Internationalist Communist nº 21 (15), como “un concepto tan universal como confuso (...) ajeno al método y al arsenal de la crítica de la economía política”, que no tiene “ningún papel en el terreno de la economía política militante, del análisis profundo de los fenómenos y las dinámicas del capitalismo”, “fuera del materialismo histórico” y que, además, no aparece “nunca en los tres volúmenes que componen el Capital” (16). Pero entonces, ¿por qué demonios Battaglia siente la necesidad dos años después (Prometeo nº 8, diciembre del 2003) de lanzar un gran debate en el BIPR sobre un concepto “confuso”, que no puede “explicar los mecanismos de la crisis”, “ajeno a la crítica de la economía política”, que no aparecería más que accesoriamente en la obra de Marx y estaría ausente de su obra maestra? Enésimo cambio de chaqueta... ¿Se habrá acordado de golpe Battaglia que el primer folleto escrito por su organización hermana (la CWO) se titulaba precisamente Los fundamentos económicos de la decadencia? Esta organización hermana considera con razón que la “decadencia forma parte del análisis de Marx de los modos de producción” y estuvo en el centro de la creación de la Tercera Internacional: “Cuando la fundación de la IC en 1919, parecía en aquel entonces que se había alcanzado la época de la revolución, lo que decretó su Conferencia de fundación” (Revolutionary Perspectives, nº 32)... ¿Estaría dándose cuenta Battaglia que le resulta difícil evacuar un logro del movimiento obrero tan central como es la noción marxista de decadencia de un modo de producción?

    Por lo tanto, no es de extrañar que Battaglia, en su contribución de apertura al debate, no tuviera nada que decir sobre la definición y el análisis de la decadencia de los modos de producción desarrollados por Marx y Engels, como tampoco sobre los esfuerzos de éstos por definir las circunstancias y el momento de la decadencia del capitalismo. Battaglia también finge ignorar con altanería que la posición constitutiva de la IC que consistió en analizar y afirmar que la Primera Guerra mundial fue la señal inequívoca de la apertura del período de decadencia del capitalismo. Battaglia, por mucho que se reivindique de la Izquierda italiana (1928-45), se calla, sin embargo, la boca (en todos los idiomas) sobre el hecho de que la Izquierda italiana hizo de la decadencia el marco de su plataforma política. Entonces, en vez de pronunciarse sobre el patrimonio legado por los fundadores del marxismo y profundizado por generaciones de revolucionarios, Battaglia prefiere lanzar anatemas (“fatalismo”) y sembrar la confusión sobre la definición de decadencia... para terminar anunciándonos un debate en el BIPR así como una “gran investigación” de su cosecha: “... la meta de nuestra investigación será verificar si el capitalismo ha agotado su ímpetu en el desarrollo de las fuerzas productivas y, si se verifica, cuándo, en qué medida y, sobre todo, por qué”. Es efectivamente más fácil, cuando se quiere abandonar un logro histórico del marxismo, escribir en una página en blanco que tener que pronunciarse sobre los textos programáticos del movimiento obrero. Ese ya era el método de los reformistas a finales del siglo xix. Por nuestra parte, esperamos los resultados de esa “investigación” con mucho interés y nos empeñaremos en cotejarlos con la teoría marxista y la realidad de la evolución histórica y actual del capitalismo, pero ya podemos observar que los argumentos utilizados desde ahora nos muestran una dirección que no augura nada bueno…

    Retorno al idealismo del socialismo utópico

    Para Battaglia como para los socialistas utópicos, la revolución no es el producto de una necesidad histórica cuyo origen está en el callejón sin salida de la decadencia del capitalismo, como nos lo mostraron Marx, Engels y Luxemburg:

    “... la universalidad hacia la que tiende el capital encuentra limites inmanentes a su naturaleza, los cuales en un cierto estadio de su desarrollo, le hacen aparecer como el mayor obstáculo a esta tendencia y lo empujan a su autodeestrucción...” (Principios de una crítica a la economía política, Proyecto 1857-1858)...;

    “la tarea de la ciencia económica (...) consiste más bien en exponer los males sociales que ahora destacan como consecuencia necesaria del modo de producción existente, pero también, al mismo tiempo como anuncios de su inminente disolución; y en descubrir, en el seno de la forma de movimiento económico que está disolviéndose, los elementos de la futura nueva organización de la producción y del intercambio, la cual elimina dichos males....” (F.Engels, Anti-Duhring, parte II, Objeto y método).

    “Para el socialismo científico, la necesidad histórica de la revolución socialista está demostrada sobre todo por la anarquía creciente del sistema capitalista que lo encierra en un callejón sin salida” (Rosa Luxemburg, citada en la primera parte de esta serie).

    Para el marxismo, la “autodestrucción”, la “disgregación”, el “callejón sin salida” de la decadencia del capitalismo es una condición indispensable para la superación de ese modo de producción, pero eso no implica, ni mucho menos, su desaparición automática, debido a que

    “lo que podrá derribarlo, es el martillazo de la revolución, o sea la conquista del poder político por el proletariado” (Rosa Luxemburg).

    “La autodestrucción” (Marx), la “disgregación” (Engels), el “callejón sin salida” (Luxemburg) de la decadencia del capitalismo crea las condiciones de la revolución, son los cimientos sin los cuales:

    “las bases del socialismo serían idealistas, pues excluirían la idea de la necesidad histórica: en ese caso, el socialismo ya no se basaría en un desarrollo material de la sociedad (...) y dejaría de ser una necesidad histórica; sería entonces todo lo que se quiera, menos el resultado del desarrollo material de la sociedad” (Rosa Luxemburg, obra citada).

    Así como siglos de decadencia romana y feudal fueron necesarios para que surgieran las condiciones objetivas y subjetivas necesarias al advenimiento de un nuevo modo de producción, el callejón sin salida de la decadencia del capitalismo es para el proletariado la prueba del carácter históricamente retrógrado de ese modo de producción puesto que, a pesar de lo que piensa Battaglia,

    “El socialismo no viene automáticamente y en cualquier circunstancia de la lucha cotidiana de la clase obrera. Nacerá de la exasperación de las contradicciones internas de la economía capitalista y de la toma de conciencia de la clase obrera, que comprenderá la necesidad de abolirlas mediante la revolución social” (Rosa Luxemburg, obra citada).

    El marxismo no dice que es inevitable la revolución. Tampoco niega la voluntad como factor histórico, pero demuestra que no es suficiente y que se realiza en un marco material producto de una evolución, una dinámica histórica que debe tener en cuenta para ser eficaz. La importancia que otorga el marxismo a la comprensión de las “condiciones reales”, las “condiciones objetivas” no significa negación de la conciencia y de la voluntad, sino, al contrario, es la única afirmación consecuente de esa conciencia y voluntad. Por lo tanto, si el capitalismo “se reproduce, reeditando todas sus contradicciones a un nivel superior” (Battaglia) ¿dónde están los fundamentos objetivos del socialismo? Como lo recuerda Rosa Luxemburg,

    “Para Marx, la rebelión de los obreros, la lucha de clases – y es eso lo que da firmeza a su fuerza victoriosa son los reflejos ideológicos de la necesidad histórica objetiva del socialismo, la cual es también el resultado de la imposibilidad económica objetiva del capitalismo en cierta fase de su desarrollo. Es evidente que el proceso histórico debe llegar necesariamente (o puede) hasta su término, hasta el límite de la imposibilidad económica del capitalismo. La tendencia objetiva del desarrollo capitalista basta para provocar, antes incluso de haber alcanzado ese término, la exasperación de los antagonismos sociales o políticos y una situación tan insostenible que el sistema acaba desmoronándose... Pero esos conflictos sociales o políticos no son, en última instancia, sino el resultado de la imposibilidad económica del capitalismo, y se van exacerbando en la medida en que esta imposibilidad se hace sensible. Supongamos, al contrario, como los “peritos” (como Battaglia, ndlr) la posibilidad de un crecimiento ilimitado de la acumulación: el socialismo pierde entonces las bases graníticas de la necesidad histórica objetiva, y nos hundimos entonces en las tinieblas de los sistemas y escuelas premarxistas que pretendían que el socialismo procedería de la injusticia del siniestro mundo actual así como de la voluntad revolucionaria de las clases trabajadoras (...) a medida que avanza el capital, agudiza los antagonismos de clase y la anarquía económica y política internacional hasta el punto en que provocará contra su dominación la rebelión del proletariado internacional mucho antes de que la evolución económica haya llegado a sus últimas consecuencias: la dominación absoluta y exclusiva de la producción capitalista en el mundo (La acumulación del capital, tomo II, Crítica de las críticas).

    No es porque la inmensa mayoría de los hombres esté explotada por lo que la necesidad histórica del socialismo está hoy a la orden del día. Ya reinaba la explotación con el esclavismo, el feudalismo y también con el capitalismo del siglo xix sin que fuese por eso posible el socialismo. Para que éste pueda convertirse en realidad, no solo es necesario que los medios para su instauración (clase obrera y medios de producción) estén suficientemente desarrollados, sino también que el sistema que debe ser superado –el sistema capitalista– haya dejado de ser un sistema indispensable para el desarrollo de las fuerzas productivas y se haya convertido en una traba cada día mayor, o sea que haya entrado en su fase de decadencia:

    “La mayor conquista de la lucha de la clase proletaria durante su desarrollo fue el descubrimiento de que la realización del socialismo se apoya en las bases económicas de la sociedad capitalista. Hasta entonces el socialismo era un “ideal”, un sueño milenario de la humanidad; se ha convertido en necesidad histórica” (Rosa Luxemburg, Reforma o revolución).

    El error inevitable de los utopistas estaba en su visión de la marcha de la historia. Para unos como para otros, ésta dependía de la buena voluntad de grupos de individuos: Babeuf o Blanqui esperaban la solución de la acción de unos cuantos obreros decididos; Saint-Simon, Fourier o Owen esperaban de la benevolencia de la burguesía la realización de sus proyectos. Fue la aparición del proletariado como clase autónoma durante la Revolución de 1848 lo que evidenció que el socialismo sería la obra de una clase. Confirmaba la tesis que Marx ya anunciaba en el Manifiesto: desde que la sociedad se había dividido en clases, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. La evolución de las sociedades solo puede entenderse entonces en función del marco que determina esas luchas, o sea la evolución de las relaciones sociales que unen a los hombres y los dividen en clases en la producción de sus medios de existencia: las relaciones sociales de producción. Saber si es posible el socialismo es entonces determinar si las relaciones sociales de producción se han vuelto una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas, imponiendo la necesidad de la superación del capitalismo por el socialismo. Para Battaglia, en cambio, sea cual sea el contexto histórico global del período en que está el capitalismo,

    “... el aspecto contradictorio de la forma capitalista, las crisis económicas que derivan de éste, el rebrote del proceso de acumulación momentáneamente interrumpido por las crisis pero que recibe nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de los medios de producción excedentarios, no cuestionan automáticamente su desaparición. O es el factor subjetivo el que interviene, del que la lucha de clases es el eje material e histórico y las crisis las premisas económicas determinantes, o se reproduce el sistema económico, reeditando a nivel superior todas sus contradicciones, sin crear por eso las condiciones de su propia destrucción”,

    la lucha de clases conjugada con un episodio de la crisis económica bastaría para abrir la vía a una posible solución revolucionaria:

    “No obstante los indudables éxitos de la burguesía en la contención y en la gestión de las contradicciones de su sistema económico, estas contradicciones no se pueden eliminar y nosotros los marxistas sabemos que ese juego no puede prolongarse eternamente. Sin embargo, su explosión final no desembocará necesariamente en una victoria revolucionaria; en la era imperialista, en efecto, la guerra global puede representar para el capitalismo una resolución temporal de sus contradicciones. Empero, antes de que esto suceda, es posible que el dominio político e ideológico de la burguesía sobre la clase obrera pueda relajarse; en otras palabras, es posible que de improviso el proletariado vuelva a ser masivamente parte activa en la lucha de clases y los revolucionarios deberán estar preparados para ese momento. Cuando la clase obrera retome la iniciativa y comience a usar su fuerza de masa contra los ataques del capital, las organizaciones políticas revolucionarias deben encontrarse, desde el punto de vista político y organizativo, en posición tal que puedan guiar y organizar la lucha contra las fuerzas de la izquierda burguesa” (Plataforma del BIPR, 1997).

    Para Battaglia, no existe ninguna necesidad de determinar si las relaciones sociales de producción se han vuelto históricamente obsoletas, ninguna necesidad de un período de decadencia... puesto que el sistema “recibe nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de los medios de producción excedentarios” y, tras cada una de sus crisis, “se reproduce el sistema económico, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones”.

    Las condiciones requeridas para la revolución

    Eos de crisis económica combinados con conflictos de clases desde los primeros tiempos del capitalismo, sin que por ello se abran las puertas a la posibilidad objetiva de derrumbar el modo capitalista de producción. Con la concepción materialista histórica, Marx nos enseña que tres condiciones son imprescindibles: un período de crisis, de conflictos de clases y también el advenimiento de la decadencia del modo de producción (en este caso el capitalismo). Esto es lo enl que Marx haya podido decir que “toda esta mierda de economía política desemboca sin embargo en la lucha de clases”, aun cuando pasó lo esencial de su vida en hacer la crítica de la economía política, demuestra que sí consideraba que era la lucha de clases el factor decisivo, el motor de la historia, pero no por eso desdeñaba sus cimientos objetivos, el contexto económico, social y político en el que esa lucha se desarrolla. Repetirlo tras él como lo hace Battaglia es como descubrir la pólvora puesto que ni el mismo Marx ni la CCI pretenden que uno de estos factores (crisis económica o lucha de clases), aislado, bastaría para derrumbar al capitalismo. Lo que, en cambio, no entiende Battaglia es que, incluso juntos, ambos factores no bastan. En efecto, ya existieron períodtendieron los fundadores del marxismo, cuando, tras haber pensado varias veces que el capitalismo había pasado a la historia, tuvieron que revisar su diagnóstico (para una breve historia del análisis de Marx y Engels sobre las condiciones y el momento del advenimiento de la decadencia del capitalismo, remitimos al lector al nº 118 de la Revista internacional). Engels concluirá esa búsqueda en su introducción de 1895 a la obra de Marx La Lucha de clases en Francia, al decirnos:

    “La historia no nos ha dado la razón, ni a nosotros ni a quienes pensaban de manera parecida. Ha demostrado claramente que la fase de desarrollo económico en el continente distaba todavía mucho de su madurez para desembocar en la eliminación de la producción capitalista; lo ha demostrado mediante la revolución económica que, desde 1848, se ha adueñado de todo el continente... (...) esto prueba una vez más lo imposible que era en 1848 conquistar la transformación social simplemente por sorpresa” (Introducción de Engels –1895- a la obra de Marx sobre las luchas de clase en Francia)”.

    Pero eso no es todo, porque lo que nunca Battaglia consiguió entender, es que es necesaria una cuarta condición para que se abra un período favorable a los movimientos insurreccionales triunfantes: la apertura de un curso histórico a enfrentamientos de clase. En efecto, en los años 30, tres de las condiciones mínimas estaban presentes (crisis económica, conflictos sociales y período de decadencia), pero eso ocurría en un curso histórico hacia la guerra imperialista. Esta fue una de las aportaciones políticas más importantes de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45). En coherencia con el análisis de la Internacional comunista (IC) que definía el período abierto por la Primera Guerra mundial como “era de guerras y de revoluciones”, desarrolló esa noción de curso histórico hacia enfrentamientos de clase o hacia la guerra. La Izquierda comunista de Francia (1942-52) y más tarde la CCI la retomaron y la han desarrollado, pero no son los que la descubrieron, como lo pretende falsamente Battaglia: “La concepción esquemática de los períodos históricos, que pertenece históricamente a la corriente original de la Izquierda comunista francesa y estuvo en los orígenes de la CCI, caracteriza los períodos históricos como revolucionarios o contrarrevolucionarios según consideraciones abstractas sobre la condición de la clase obrera” (Internationalist Communist, no 21). Esta falsificación sobre los orígenes de ese concepto permite a Battaglia, además de desacreditar a nuestros antepasados políticos, seguir reivindicándose de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45) sin pronunciarse sobre esta aportación teórica esencial de sus antepasados.

    La necesidad de un marco histórico para la elaboración de posiciones de clase

    “¿Ha agotado su tiempo el capitalismo? ¿si o no?; ¿Es aún capaz de desarrollar a nivel mundial las fuerzas productivas y de hacer progresar a la humanidad?. Esta es una cuestión fundamental. Tiene una importancia decisiva para el proletariado...” (Trotski, Europa y las Américas, 1924, Ed. Anthropos).

    Esta cuestión es efectivamente como dice Trotski “fundamental y decisiva para el proletariado”, puesto que el determinar si un modo de producción sigue estando en su fase ascendente o está en su fase de decadencia tiene como consecuencia nada menos que saber si sigue siendo progresista para el desarrollo de la humanidad o si ha pasado a la historia. El saber si el capitalismo sigue teniendo algo que ofrecer al mundo o si se ha vuelto caduco acarrea consecuencias radicalmente diferentes para las posiciones y la estrategia del proletariado. Trotski lo tenía perfectamente claro cuando seguía así su reflexión sobre el análisis de la Revolución rusa:

    “Si se demuestra que el capitalismo es aún capaz de cumplir una misión de progreso histórico, de hacer más ricos a los pueblos, su trabajo más productivo, esto significa que nosotros, partido comunista de la URSS, nos hemos precipitado en cantar su De Profundis; en otras palabras, que hemos tomado demasiado pronto el poder para realizar el socialismo. Pues, como explicó Marx, ningún régimen social desaparece antes de haber agotado todas sus posibilidades latentes” (Ibíd.)

    Deben meditar estas palabras de Trotski aquellos que abandonan la teoría de la decadencia porque, si no, acabarán concluyendo que tenían razón los mencheviques, cuando consideraban que lo que estaba a la orden del día en Rusia no era la revolución proletaria sino la revolución burguesa, que la Internacional comunista basaba sus teorías en ilusiones, que los métodos de lucha del siglo xix siguen siendo válidos, etc. Como marxista consecuente que era, Trotski responde sin vacilar:

    “La guerra de 1914 no fue un fenómeno fortuito. Se produjo por el levantamiento ciego de las fuerzas de producción contra las formas capitalistas, incluida la del Estado nacional. Las fuerzas de producción creadas por el capitalismo no pueden mantenerse en el marco de las formas sociales del capitalismo” (ídem).”

    Es ese el diagnóstico sobre el fin del papel históricamente progresista del capitalismo y el significado de la Primera Guerra mundial como momento crucial del paso de la ascendencia a la decadencia que entendieron todos los revolucionarios de aquel entonces, con Lenin a la cabeza:

    “De liberador de naciones que fue el capitalismo en la lucha contra el régimen feudal, el capitalismo imperialista se ha convertido en el mayor opresor de las naciones. Antiguo factor de progreso, el capitalismo se ha convertido en reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas hasta tal punto que la humanidad no puede más que pasar al socialismo o sufrir durante años, incluso decenas de años, la lucha armada entre “grandes” potencias para seguir manteniendo artificialmente el capitalismo con la ayuda de las colonias, los monopolios, y los privilegios y opresiones nacionales de todo tipo” (Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1918, “La guerra actual es una guerra imperialista”).

    En efecto, si el capitalismo “se reproduce, reeditando a nivel superior todas sus contradicciones” (Battaglia), no solo se da la espalda a los fundamentos materialistas, marxistas, de la posibilidad de una revolución tal como los acabamos de describir, sino que tampoco se puede entender por qué cientos de millones de hombres decidirán mañana jugarse la vida en una guerra civil para sustituir este sistema por otro, puesto que, como dice Engels,

    “mientras un modo de producción se encuentra en la rama ascendente de su evolución, son entusiastas de él incluso aquellos que salen peor librados por el correspondiente modo de distribución. Así ocurrió con los trabajadores ingleses cuando la implantación de la gran industria. Incluso cuando el modo de producción se mantiene simplemente como el socialmente normal, reina en general satisfacción o contentamiento con la distribución, y si se producen protestas, ellas proceden del seno de la clase dominante misma (Saint-Simón, Fourier, Owen) y no encuentran eco alguno en la masa explotada” (F.Engels, Anti-Duhring, parte II, Objeto y método).

    Cuando entra el capitalismo en su fase de decadencia está poniendo las bases materiales y (potencialmente) subjetivas para que el proletariado posea las condiciones y las razones de pasar a la acción. En su texto, Engels dice:

    “Sólo cuando el modo de producción en cuestión ha recorrido ya un buen trozo de su rama descendente, cuando se está medio sobreviviendo a sí mismo, cuando han desaparecido en gran parte las condiciones de su existencia y su sucesor está llamando a la puerta (...) la tarea de la ciencia económica (...) consiste más bien en exponer los males sociales que ahora destacan como consecuencia necesaria del modo de producción existente, pero también, al mismo tiempo como anuncios de su inminente disolución; y en descubrir, en el seno de la forma de movimiento económico que está disolviéndose, los elementos de la futura nueva organización de la producción y del intercambio, la cual elimina dichos males” (F. Engels, Anti-Duhring, parte II, Objeto y método).

    Eso es lo que está olvidándose de hacer Battaglia al abandonar el concepto de decadencia: su “ciencia económica” ya no les sirve para demostrar “los males sociales”, y los primeros anuncios de “la inminente disolución” del capitalismo como nos exhortaban a hacerlo los fundadores del marxismo, sino para servirnos de tapadillo la prosa izquierdista y altermundialista sobre las capacidades del capitalismo para sobrevivir gracias a la financiarización del sistema, sobre la recomposición del proletariado, así como los tópicos sobre las “transformaciones fundamentales del capitalismo” tras la supuesta “tercera revolución industrial” basada en los microprocesadores” y demás “nuevas tecnologías”, etc.:

    “La larga resistencia del capital occidental a la crisis del ciclo de acumulación (o a la actualización de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) ha evitado hasta ahora el hundimiento vertical que golpeó por el contrario al capitalismo de Estado del imperio soviético. Tal resistencia ha sido posible por cuatro factores fundamentales: 1) la sofisticación de los controles financieros a nivel internacional; 2) una reestructuración en profundidad del aparato productivo que ha acarreado una aumento vertiginoso de la productividad; 3) la demolición consecuente de la composición de clase precedente, con la desaparición de tareas y funciones ya superadas y, la aparición de nuevas tareas, de nuevas funciones y de nuevas figuras proletarias (...). La reestructuración del aparato productivo ha llegado al mismo tiempo que lo que nosotros llamamos la tercera revolución industrial vivida por el capitalismo (...) La tercera revolución industrial está marcada por el microprocesador” (Prometeo n° 8, “Proyecto de Tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).

    Además, cuando Battaglia aún defendía el concepto de decadencia, afirmaba claramente que “ambas guerras mundiales y la crisis son la prueba histórica de lo que significa en el ámbito de la lucha de clases la permanencia de un sistema económico decadente como lo es el sistema capitalista” (17), mientras que tras haberlo abandonado considera ahora que “la solución militar aparece como el principal medio para resolver los problemas de valorización de capital” o, como está dicho en la Plataforma del BIPR (1979), que “la guerra global puede ser para el capitalismo una vía momentánea para resolver sus contradicciones”.

    Mientras que en su IVº Congreso, Battaglia, en sus “Tesis sobre los sindicatos hoy y la acción comunista” (18), era todavía capaz de poner de relieve esta cita de su Conferencia sindical de 1947:

    “En la fase actual de decadencia de la sociedad capitalista, el sindicato está llamado a ser un instrumento esencial de la política de conservación y en consecuencia a asumir funciones precisas de organismo del Estado”,

    considera ahora que el sindicato seguiría teniendo un papel de defensa de los intereses inmediatos de la clase obrera mientras la curva pluridecenal de la tasa de ganancia esté en alza:

    “Todo lo que las luchas sindicales han conseguido en el terreno del reformismo, es decir, en el terreno de la mediación sindical e institucional, en áreas como la sanidad, en prevención y asistencia, en la escuela, en la fase ascendente del ciclo (años 1950 y en parte 1970)”

    y un papel contrarrevolucionario cuando esa curva se orienta hacia abajo

    “El sindicato – desde siempre instrumento de mediación entre el capital y el trabajo en lo que respecta al precio y las condiciones de venta de la fuerza de trabajo – ha modificado, no la sustancia, sino el sentido de la mediación: ya no están representados y defendidos los intereses obreros ante el capital, al contrario, los intereses del capital se defienden y ocultan ante la clase obrera. Esto es así porque – especialmente en los periodos de crisis del ciclo de acumulación – la simple defensa de los intereses inmediatos de los obreros contra los ataques del capital pone en cuestión la estabilidad y la supervivencia de las relaciones capitalistas” (Citas extraídas de Prometeo n°8, “Proyecto de Tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).

    Los sindicatos tendrían entonces una función doble según la orientación de la curva de la cuota de ganancia... ¡Hay que ver los estragos que hace el materialismo vulgar!

    ¡Battaglia reconsidera incluso el carácter de los partidos estalinistas y socialdemócratas! Ahora los presenta como partidos ¡que han defendido los intereses inmediatos de los obreros!, puesto que

    “juegan el papel de mediadores de los intereses inmediatos del proletariado en el seno de las democracias occidentales, en forma coherente con el papel clásico de la socialdemocracia”;

    cuando, tras la caída del muro de Berlín,

    “El fracaso del ‘socialismo real’ los ha conducido a mantener su papel de partidos nacionales pero también al abandono de la clase en tanto que objeto de mediación democrática (...) El hecho es que la clase obrera se encuentra también privada de los instrumentos de mediación política en el seno de las instituciones burguesas y, por tanto, completamente abandonada a los ataques cada vez más violentos del capital” (Prometeo n° 8, artículo citado).

    El sueño se vuelve pesadilla. ¡Ahora se pone Battaglia a lloriquear sobre la desaparición de un supuesto papel de defensores de los intereses inmediatos de los obreros en las instituciones burguesas, papel que habrían asumido ¡estalinistas y socialdemócratas!

    Asimismo, en lugar de comprender la instauración del sistema del seguro social a finales de la Segunda Guerra mundial como una política de capitalismo de Estado particularmente viciosa para transformar la solidaridad de la clase obrera en dependencia económica hacia el Estado, Battaglia la considera como una conquista obrera, una verdadera reforma social:

    “Durante los años 50, las economías capitalistas arrancaron de nuevo (...) Ello se tradujo de forma evidente en la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores (seguridad social, convenios colectivos, revisiones de salarios...). Estas concesiones fueron hechas por la burguesía, bajo la presión de la clase obrera...” (BIPR, Bilan et Perspectives, n° 4).

    Y para colmo, Battaglia hasta considera que los “convenios colectivos”, acuerdos que permiten a los sindicatos desempeñar su papel policíaco en las fábricas, han de considerarse como “logros sociales ganados en reñida lucha”.

    No podemos detallar aquí todas las regresiones políticas de Battaglia consecuentes de su abandono definitivo del marco conceptual de la decadencia del capitalismo para la elaboración de las posiciones de clase; ya volveremos sobre éstas en otros artículos, aquí solo se trata de ilustrar mediante unos ejemplos claros para el lector que el camino es muy corto entre ese abandono y la defensa abierta de posiciones típicamente izquierdistas, ¡pero que muy corto!. Después de todo esto, cuando Battaglia nos dé la tabarra en páginas y más páginas con aquello de que es necesario comprender las nuevas evoluciones del mundo que nosotros seríamos incapaces de comprender (19), no se da cuenta de que al abandonar el marco de análisis de la decadencia del capitalismo, está siguien­do el mismo camino que el reformismo de finales del xix: también fue en nombre de la “comprensión de las nuevas realidades de finales del siglo xix” con lo que Bernstein y Cía. justificaron su revisión del marxismo. Al dejar de lado definitivamente la teoría de la decadencia, Battaglia cree haber dado un gran paso adelante en la comprensión de “las nuevas realidades del mundo actual”, y lo que en realidad está haciendo es volver al siglo xix. Si “comprender las nuevas realidades del mundo” significa cambiar el enfoque marxista por los lentes del izquierdismo, ¡allá ellos!. En esto puede comprobarse cómo la ausencia repetida de la noción de decadencia en sus sucesivas plataformas (excepto en la declaración de principios en la época de las Conferencias internacionales de grupos de la Izquierda comunista) es la causa de todos los tumbos oportunistas que va dando Battaglia de acá para allá desde sus orígenes.

    Conclusión

    Detrás de sus pretensiones teóricas, las críticas de Battaglia Comunista al concepto de decadencia no son sino repeticiones de las ya enunciadas por Bordiga hace cincuenta años. Battaglia está así volviendo a su matriz bordiguista de origen. La crítica del pretendido “fatalismo” intrínseco a la teoría de la decadencia, ya la hizo Bordiga en la reunión de Roma de 1951:

    “La afirmación corriente de que el capitalismo se encuentra en su rama descendente y no puede remontarla contiene dos errores: uno fatalista y otro gradualista”.

    Y la otra crítica de Battaglia a la teoría de la decadencia según la cual el capitalismo

    “recibe nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de medios de producción excendentarios”

    y así

    “el sistema económico se reproduce, elevando a un nivel superior todas sus contradicciones”,

    ya la había enunciado Bordiga en esa misma reunión romana de hace 50 años:

    “La visión marxista puede representarse con toda una ramificación de curvas ascendentes hasta la cima...” y en su Diálogo con los muertos: “...el capitalismo crece sin cesar más allá de cualquier límite...”.

    Sin embargo ésa no es la visión del marxismo ni de Marx, como ya hemos visto:

    “la universalidad hacia la que tiende el capital encuentra límites inherentes a su naturaleza, los cuales en un cierto estadio de su desarrollo, le hacen aparecer como el mayor obstáculo a esta tendencia y lo empujan a su autodestrucción” (Principios de una crítica a la economía política, Proyecto 1857-1858) (20),

    ni para Engels:

    “El modo de producción capitalista (...) por su propia evolución, tiende hacia un punto en el que el mismo se convierte en imposibilidad” (Anti-Durhing, parte II, Objeto y método) (21).

    Lo que afirma el marxismo no es que el triunfo de la revolución comunista sea algo inevitable a causa de las contradicciones mortales que llevan al capitalismo a un punto en el que él mismo se convierte en imposibilidad (Engels) y a su autodestruccción (Marx), sino que, si el proletariado no estuviera a la altura de su misión histórica, el porvenir no sería el de un capitalismo que “se reproduce, reeditando a un nivel superior sus contradicciones” y que “crece más allá de todo límite “ como lo pretenden Battaglia y Bordiga, sino que el futuro del capitalismo sería la barbarie, la barbarie de verdad: la que no ha cesado de aumentar desde 1914, desde las orgías carniceras de Verdún hasta los genocidios de Ruanda y de Camboya, pasando por el Holocausto, el Gulag e Hiroshima. Comprender qué significa la alternativa Socialismo o Barbarie, es comprender la decadencia del capitalismo.

    Cuando la adulación servil sirve de línea política

    En el artículo precedente así como en su primera parte (Revista internacional n°119) examinamos detalladamente por qué Battaglia Comunista, con el pretexto de “redefinir el concepto”, abandonaba la noción marxista de decadencia, meollo del análisis materialista histórico de la evolución de los modos de producción en la historia. También mostrábamos el método típicamente parásito usado por la Ficci de lisonjear para obtener los favores del BIPR. La Ficci ha vuelto a sacar el cepillo pelotillero en su boletín n°26 (“Comentarios sobre un artículo del BIPR: Hundimiento automático o revolución proletaria”). El artículo de Battaglia es saludado efusivamente “Queremos saludar y subrayar la importancia de la publicación de este artículo...” y no, desde luego, por lo que es ese artículo, o sea, la expresión de una grave deriva oportunista al desviarse del materialismo histórico en la comprensión de las condiciones políticas, sociales y económicas de la sucesión de los modos de producción. La Ficci se atreve incluso a afirmar, con el vil descaro que la caracteriza, que Battaglia en su artículo “...reconoce explícitamente la existencia de una fase ascendente y otra, decadente, en el capitalismo”. Por parte nuestra, no tomamos a los lectores por tontos de solemnidad como lo hace la Ficci, sino que les dejamos que juzguen por sí mismos sobre esa afirmación tras haber leído nuestras críticas en estos dos artículos (22).

    Evidentemente, como lo exige el método parásito, la tonadillita de alabanzas a Battaglia tenía que venir acompañada del rebuzno contra la CCI: se nos acusa ahora de desarrollar una “nueva teoría sobre el desmoronamiento automático del capitalismo” (Bulletin communiste n°26, “Commentaires...”) sirviendo así de eco a la crítica de fatalismo hecha por Battaglia hacia el concepto marxista de decadencia y, de rebote, su rechazo al concepto marxista de descomposición: “No podemos terminar este rápido vuelo sobre las teorías del “desmoronamiento” sin evocar la teoría sobre la descomposición social que defiende la actual CCI (...) queremos justo atraer la atención sobre cómo esta teoría (...) se ha ido convirtiendo cada vez más en una teoría con características semejantes a las teorías del hundimiento en el pasado (...) Y es cierto, como lo señala el BIPR, que tanto la teoría del “hundimiento” como la de la “descomposición” acaban teniendo repercusiones negativas en el plano político, al generar la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo basta con sentarse a la orilla” (Bulletin communiste n°26, idem). Y la Ficci repite erre que erre que la CCI “se niega a contestar a la pregunta fundamental que nosotros planteamos: la introducción “oficial” por el XVº congreso de la CCI de una tercera vía que sustituye la alternativa histórica “guerra o revolución” ¿es o no es una revisión del marxismo?” (Bulletin communiste n°26, “La vérité se lit parfois dans les détails”). Precisemos que en su XVº congreso, en el fondo, lo único que la CCI hizo fue afirmar lo que el marxismo ha defendido siempre desde el Manifiesto comunista, o sea que “una transformación revolucionaria de la sociedad entera” (Marx) no tiene nada de ineluctable, pues, como decía él, si las clases en lucha no encuentran las fuerzas necesarias para zanjar las contradicciones socioeconómicas, la sociedad se hunde entonces en un caos que será la “ruina de las diferentes clases en lucha” (Marx). Marx con eso no defendía una fantasmagórica “tercera vía”, sino que era sencillamente consecuente con el materialismo, el cual rechaza de plano la visión fatalista según la cual les contradicciones sociales se resolverían “automáticamente” con la victoria de una de las dos clases fundamentales en lucha. En efecto, para la Ficci, nosotros nos negaríamos a “reconocer que “el atolladero histórico” sólo podría ser momentáneo” (Bulletin communiste n°26, “Commentaire...”). Efectivamente, junto con Marx, nos negamos a sólo considerar unilateralmente un “atolladero histórico momentáneo” y como aquél pensamos que un bloqueo de la relación de fuerzas entre clases puede así perdurar y desembocar en “la ruina de las diferentes clases en lucha”. A partir de ahí, y parafraseando a la Ficci, le devolvemos la pregunta: la introducción por parte de la Ficci de la idea de que “el atolladero histórico solo puede ser momentáneo” ¿es o no es una revisión del marxismo?.

    En realidad, en su dinámica parásita y destructiva del medio político proletario, la Ficci no se dedica a “debatir” como así lo pretende, sino que usa cualquier cosa para hacer real su delirio de una pretendida “degeneración” de nuestra organización, poniendo así al desnudo su ignorancia de las bases elementales del materialismo histórico e, igual que en la fábula, ni se entera de que va cabalgando el engendro que denuncia en los demás sin ton ni son: el engendro del automatismo y el fatalismo en la resolución de las contradicciones históricas entre las clases.

    En nuestro artículo de la Revista internacional n°118 demostramos, apoyándonos en incontables citas de toda su obra, incluidos el Manifiesto y el Capital, que el concepto de decadencia de un modo de producción tiene su verdadero origen en Marx y Engels. En su cruzada contra nuestra organización, la Ficci no vacila en ir en el sentido de los argumentos de corrillos academicistas y parásitos que consisten en decir que el concepto de decadencia tiene sus orígenes fuera de los trabajos de los fundadores del marxismo. En efecto, para la Ficci (Bulletin communiste n°24, abril 2004), la teoría de la decadencia habría nacido a finales del siglo xix “nosotros hemos presentado el origen de la noción de decadencia en torno a los debates sobre el imperialismo y la alternativa histórica de guerra o revolución, que hubo a finales del siglo xix ante las profundas transformaciones vividas entonces por el capitalismo” contribuyendo así a la misma idea defendida por Battaglia (Internationalist communist n°21) de que el concepto de decadencia es “tan universal como confuso (...) ajeno al método y al arsenal de la crítica de la economía política” que no desempeña “ningún papel en el terreno de la economía política militante, del análisis profundo de los fenómenos y de las dinámicas del capitalismo”, que está “fuera del materialismo histórico” y que, encima, no aparece “nunca en ninguno de los tres volúmenes que componen el Capital” y que Marx sólo evocaría la noción de decadencia en un único lugar en toda su obra: “Marx se limitó a dar una definición progresista del capitalismo sólo para la fase histórica durante la que eliminó el mundo económico del feudalismo engendrando un vigoroso período de desarrollo de las fuerzas productivas inhibidas por la forma económica precedente, pero no hizo ningún avance en una definición de la decadencia, si no fue de manera puntual en la famosa Introducción a la crítica de le economía política”. Entre la adulación vil y la prostitución solo hay un paso. La Ficci, que tiene la cara de presentarse como gran defensora de la teoría de la decadencia, lo ha dado.

    C. Mcl.

    1)Especialmente en los dos artículos siguientes: Prometeo nº 8, serie VI (dic. de 2003) “Para una definición del concepto de decadencia” escrito por Damen jr. (disponible en italiano y francés en el sitio web del BIPR http//www.ibrp.org [16] y en inglés en Revolutionary Perspectives nº 32, serie 3, e Internationalist Communist nº 21, “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI”, escrito por Stefanini jr. disponible en las páginas en francés del sitio Web del BIPR

    2) “El trabajo en las organizaciones económicas sindicales de los trabajadores, con vistas a su desarrollo y reforzamiento, es una de las primeras tareas políticas del Partido. (...) El Partido aspira a la reconstrucción de una Confederación sindical unitaria (...) los comunistas proclaman de forma abierta que la función del sindicato no se completa y realiza más que cuando su dirección está en manos del partido político de clase del proletariado” (punto 12 de la Plataforma política del Partido comunista internacionalista, 1946)

    3)”Tras una amplia discusión del problema sindical, la Conferencia somete a la aprobación general el punto 12 de la Plataforma política del Partido y le da mandato al Comité central para elaborar un programa sindical consecuente con esta orientación” (Actas de la Primera Conferencia nacional del PCInt).

    4)“En conclusión, si no fue la emigración política, que se había encargado exclusivamente del trabajo de la Fracción de izquierdas, la que tomó la iniciativa de constitución del Partido comunista internacional en 1943, ésta se hizo sin embargo en bases que aquella defendió de 1927 hasta la guerra” (Introducción a la Plataforma política del PCInt, publicación de la Izquierda comunista internacional, 1946).

    5) Léase por ejemplo el interesante estudio sobre “la acumulación decadente” en l’Internationaliste (1946), boletín mensual de la Fracción belga de la Izquierda comunista internacional, o su primer folleto nombrado Entre dos mundos, publicado en diciembre del 46: “La lucha es entre dos mundos: el mundo capitalista decadente y el mundo proletario en potencia (...) Desde la crisis de 1913, el capitalismo ha entrado en su fase de decadencia”.

    6) ¿Por qué tanta heterogeneidad y cacofonía política? En realidad, la fundación del Partido comunista internacionalista data de su Primera Convención en Turín en 1943 y de su Primera Conferencia nacional en 1945 con la adopción de su Plataforma política. En un reagrupamiento heteróclito de camaradas y núcleos procedentes de horizontes y posiciones diversos, que reúne desde grupos de la Italia del Norte influidos por las posiciones de la Fracción en el extranjero (1928-45) hasta antiguos militantes procedentes de la disolución prematura de ésa en 1945, pasando por grupos del Sur de Italia con Bordiga que consideraban aún posible la recuperación de los Partidos comunistas y seguían confusos sobre la naturaleza de la URSS, por elementos de la minoría expulsada de la Fracción en 1936 por su participación a las milicias republicanas durante la guerra de España y por la tendencia Vercesi que había participado en el Comité antifascista de Bruselas. Con bases organizativas y programáticas tan heterogéneas, resulta claro que se acaba escogiendo el mínimo denominador común... No puede uno esperar de semejante agrupación una claridad programática a toda prueba, particularmente sobre el tema de la decadencia.

    7) Disponible en francés el sitio web de Battaglia: “Tesis sobre el sindicato hoy y la acción de los comunistas”. Semejantes contradicciones con el punto 12 de la plataforma de 1945 sobre política sindical también están presentes en el Informe presentado por la Comisión ejecutiva del “Partido” sobre “La evolución del sindicato y las tareas de la Fracción sindical comunista internacionalista” publicado por Battaglia comunista nº 6, 1948, publicado también en francés en Bilan et Perspectives nº 5, noviembre del 2003.

    8) Para más detalles sobre la historia de la fundación del Partido comunista internacionalista y su escisión entre Partido comunista internacional (Programa comunista) y Partido comunista internacionalista (Battaglia comunista), véase nuestro folleto sobre La Izquierda comunista de Italia, así como los artículos “Las ambigüedades sobre los “partisanos” en la constitución del PCInt en Italia del 43”, publicado en la Revista internacional nº 8, “Una caricatura de partido, el partido bordiguista”, Revista internacional nº 14, “Problemas actuales del medio revolucionario”, Revista internacional nº 32, “Contra la concepción del jefe genial”, Revista internacional nº 33, “Respuesta a Battaglia” y “Contra la concepción de la disciplina del PCInt”, Revista internacional nº 34, Sobre el Segundo Congreso del PCInt”, Revista internacional nº 90, “En los orígenes de la CCI y del BIPR”, Revista internacional nº 90, “La formación del PCInt”, Revista internacional nº 91, “Entre las sombras del bordiguismo y de sus epígonos”, Revista internacional nº 95, “La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido (I)”, Revista internacional nº 103, “La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido (II)”, Revista internacional nº 105.

    9) “La doctrina del diablo en el cuerpo”, 1951, reproducido en le Prolétaire nº 464 (en francés), “El cambio de la praxis en la teoría marxista”, Programme communiste nº 56 (revista teórica del PCInt en francés), así como en las reseñas de la reunión de Roma de 1951 publicadas en Invariance no 4.

    10) Hubo tres conferencias, la primera en abril-mayo del 77, la segunda en noviembre del 78 y la tercera en mayo del 80. En ésta, Battaglia añadió un criterio suplementario de participación para así eliminar a nuestra organización, según sus propios términos. De las cinco organizaciones que participaban (BC, CWO, CCI, NCI, l’Eveil + el GCI como grupo observador), solo dos (Battaglia y la CWO) aceptaron ese criterio suplementario que no fue entonces adoptado formalmente por la Conferencia. Más allá de la cuestión formal, ese truco para evitar la confrontación marcó el fin del ciclo de clarificación política. La cuarta conferencia, a iniciativa de lo CWO y de BC, sólo reunirá a esas dos organizaciones y a una oscura organización iraní de estudiantes maoístas (el SUCM) que desaparecerá poco después. El lector puede referirse a las reseñas de esas Conferencias así como a nuestros comentarios en las Revista internacional nº 10 (Primera conferencia), 16 y 17 (Segunda conferencia), 22 (Tercera conferencia) así como a las 40 y 41 con comentarios sobre la Cuarta conferencia.

    11) “Ahora que la crisis del capitalismo ha alcanzado una dimensión y profundidad que confirman su carácter estructural se plantea de nuevo la necesidad de una comprensión correcta de la fase histórica en que vivimos como fase de decadencia del sistema capitalista” (“Notas sobre la decadencia...”, Prometeo nº 1, serie IV, 1er semestre del 78); “La afirmación de la dominación del capital monopolístico confirma el principio de la decadencia de la sociedad burguesa. Una vez alcanzada su fase de monopolio, el capitalismo ya pierde toda función progresiva; esto no significa que impida el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, sino que las condiciones del desarrollo de las fuerzas productivas dentro de las relaciones burguesas de producción solo se hace en una continua degradación de la vida de la mayoría de la humanidad hacia la barbarie”, Prometeo nº 2, serie IV, marzo del 79).

    12) Citemos los textos de presentación de Battaglia cuando la primera y segunda Conferencias: “Crisis y decadencia”: “Cuando empezó esto a manifestarse, el capitalismo dejó de ser un sistema progresivo, o sea necesario para el desarrollo de las fuerzas productivas, y entró en una fase de decadencia caracterizado por los intentos de resolver sus propias contradicciones insolubles, dándose nuevas formas organizativas desde un punto de vista productor (...) Efectivamente, la intervención progresiva del Estado en la economía ha de ser considerada como la marca de la imposibilidad de resolver las contradicciones que van acumulándose en las relaciones de producción y es entonces la manifestación de su decadencia” (primera Conferencia); “Monopolio y decadencia”: “Es precisamente en esta fase histórica cuando el capitalismo entra en su fase de decadencia (…) Dos guerras mundiales y esta crisis son la prueba histórica de lo que significa para la lucha de clases la permanencia de un sistema económico decadente como el sistema capitalista” (Segunda conferencia).

    13) “La Primera Guerra mundial, resultado de la competencia entre Estados imperialistas, marcó un giro decisivo en los desarrollos capitalistas (...). Se entró entonces en un nuevo período histórico, el del imperialismo en el que cada Estado forma parte de un sistema económico global y no puede escaparse a las leyes económicas que lo rigen en su conjunto (...). Se acabó desde hace muchos decenios la época en la que las luchas de liberación nacional podían ser un factor de progreso en el mundo capitalista (con la Primera Guerra mundial de 1914). (...) Con la fundación de la Tercera internacional fue proclamada la era de la revolución proletaria mundial y esto afirmó la victoria de los principios marxistas; a partir de entonces, la actividad de los comunistas debía dirigirse exclusivamente hacia la destrucción de la sociedad burguesa para crear las condiciones de la construcción de una sociedad nueva”.

    14) En “Respuestas a las estúpidas acusaciones de una organización en vías de desintegración”, en el sitio web del BIPR.

    15) Disponible en francés en Internet: https://www.geocities.com/CapitolHill/3303/ [17] francia/crises_du_cci.htm.

    16) Ya hemos visto en el artículo publicado en la Revista internacional nº 118 que Battaglia había leído muy mal El Capital, en el que la noción de decadencia aparece claramente en varios momentos. Pero quizás tenemos que hacer la penosa constatación de que Battaglia haciendo ridículos aspavientos, intenta protegerse abusivamente con la autoridad de nuestros “maestros” ante los jóvenes elementos en búsqueda de posiciones de clase. En el primer artículo de esta serie, comentamos más de veinte citas repartidas en la obra de Marx y Engels, desde la Ideología alemana hasta el Capital, pasando por el Manifiesto, el Anti-Duhring, etc., y citamos amplios extractos de un estudio específico de Engels llamado “La decadencia del feudalismo y el auge de la burguesía”.

    17) Texto de presentación de Battaglia en la IIª Conferencia de grupos de la Izquierda Comunista.

    18) Disponible en: www.internazionalisti.it/BIPR [18].

    19) “[La CCI]... es una organización cuyas bases metodológicas y políticas situadas fuera del materialismo histórico e incapaz de explicar la sucesión de los acontecimientos del ‘mundo moderno’...” (Internationalist Communist n°21).

    20) Obra conocida sobre todo por Grundrisse.

    21) Por nuestra parte, al habernos comprometido a redactar una larga serie de artículos en defensa del materialismo histórico en le análisis de la evolución de los modos de producción, la relectura de las obras de Marx y Engels nos hacen descubrir y volver a descubrir una y otra vez con el mayor placer la gran cantidad de citas de esas obras que confirman plenamente lo que en estos artículos desarrollamos. Por eso reiteramos aquí nuestra invitación a todos los censores de la teoría de la decadencia a que pongan una detrás de otra, como así lo hemos hecho nosotros, las citas de los fundadores que puedan confirmar sus conceptos tan especiales sobre el materialismo histórico.

    22) En realidad la Ficci sabe de sobra que Battaglia, so pretexto de redefinir la noción, está abandonando el concepto marxista de decadencia. Su apoyo y coba al BIPR sólo le sirve para adquirir una legitimidad política ante grupos de la Izquierda comunista que no defienden o han dejado de defender la teoría de la decadencia, para así ocultar sus métodos de hampones, rateros y soplones.

    Series: 

    • La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico [19]

    Corrientes políticas y referencias: 

    • Battaglia Comunista [20]

    Herencia de la Izquierda Comunista: 

    • La decadencia del capitalismo [21]

    Reunión Pública de la CCI en Buenos Aires: Maremoto en Asia

    • 3104 lecturas

    ¡Más de 200.000 muertos! ¡Millones de personas amenazadas por las enfermedades, el hambre, el desempleo, que, además, ya han perdido lo poco que tenían!

    Manifestamos nuestro dolor por esta nueva catástrofe que golpea a la humanidad. El maremoto era un fenómeno inevitable pero la indefensión de las víctimas, la falta de medidas de prevención, el estado lamentable de las viviendas etc., todo eso era evitable. También es evitable el abandono en el que han quedado la inmensa mayoría de las víctimas que, pasados los primeros días donde los medios de “comunicación” se volcaban con imágenes de explotación morbosa, ahora se han quedado solos, sin medios, en una situación de miseria mucho peor que antes.

    ¡Una catástrofe natural se ha convertido en una terrible catástrofe social que se une a la larga y terrible lista de matanzas por las guerras y otras catástrofes que no tienen nada de naturales sino que son sociales, es decir, causadas por las relaciones sociales de producción capitalista!.

    Por eso decimos que el capitalismo es culpable de la catástrofe social como es igualmente culpable de desviar los recursos técnicos y científicos que ha desarrollado la humanidad hacia la guerra, la especulación y el negocio, cuando podrían dedicarse al desarrollo y bienestar de todos los seres humanos.

    Este trágico acontecimiento no puede dejarnos indiferentes, tenemos que expresar nuestra solidaridad con las víctimas haciéndonos eco del impulso de solidaridad que ha manifestado mucha gente en todo el mundo.

    Ahora bien ¿qué solidaridad? ¿la de los Estados que han utilizado hipócritamente la “ayuda humanitaria” como medio de enviar tropas y ocupar posiciones imperialistas en esa zona estratégica del mundo? ¿la de las ONG que no hacen más que poner remiendos que no resuelven nada y solo buscan su propio prestigio?

    La auténtica solidaridad es desarrollar la lucha contra este sistema social, el capitalismo, basado en la explotación del hombre por el hombre, en el sacrificio de la vida para las leyes ciegas del mercado, en la división del mundo en Estados que utilizan a sus poblaciones respectivas como carne de cañón para repartirse el mundo, que han convertido el planeta en un campo de batalla causando sufrimientos cada vez mayores.

    El desarrollo de esta solidaridad debe apoyarse en la comprensión de qué está pasando:

    • ¿Cómo es posible que un fenómeno natural, el tsunami, se haya podido transformar en una gigantesca catástrofe social?

    • Ante el formidable desarrollo de la tecnología ¿podemos creernos realmente que era imposible prever la llegada del maremoto? ¿Podemos creer en la “fatalidad”? ¿Podemos aceptar que no había nada o muy poco que hacer para proteger a las poblaciones?

    • ¿Quién es el verdadero responsable del desastre? ¿Tal o cual gobierno? ¿Tal o cual Estado? ¿Tal o cual empresa? ¿O es el sistema capitalista en su totalidad?

    • ¿Cómo podemos evitar la repetición de catástrofes de este tipo?

    Al mismo tiempo que en Asia ocurría el maremoto, en Argentina tenía lugar otra catástrofe que ha golpeado sobre todo a hijos de proletarios: la matanza de la discoteca, provocada directamente por la sed de beneficio de los capitalistas y la corrupción y la complicidad de los políticos. Es un sujeto que también se puede abordar en la discusión.

    Para responder a estas y otras cuestiones que los asistentes deseen plantear, la Corriente Comunista Internacional organiza Reuniones Públicas en numerosos países. En Argentina:

    Buenos Aires: sábado 19 de febrero 2005 19 horas Salón KUMON calle Rioja 117

    Geografía: 

    • Argentina [3]

    Vida de la CCI: 

    • Reuniones públicas [22]

    URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200506/205/rev-internacional-n-120-1er-trimestre-2005

    Enlaces
    [1] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos [2] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr [3] https://es.internationalism.org/tag/geografia/argentina [4] https://es.internationalism.org/tag/geografia/estados-unidos [5] https://es.internationalism.org/tag/geografia/rusia-caucaso-asia-central [6] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion [7] https://kropot.free.fr/Pelloutier-Lettre.htm [8] https://bibliolib.net/Griffuelhes-ActionSynd.htm [9] https://increvablesanarchistes.org/articles/1914_20/monatte_demis1914.htm [10] https://es.internationalism.org/tag/21/218/sindicalismo-revolucionario [11] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/sindicalismo-revolucionario [12] https://es.internationalism.org/tag/21/226/hace-100-anos-la-revolucion-de-1905-en-rusia [13] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1905-revolucion-en-rusia [14] https://es.internationalism.org/tag/21/564/fascismo-y-antifascismo [15] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/iia-guerra-mundial [16] http://www.ibrp.org [17] https://www.geocities.com/CapitolHill/3303/ [18] http://www.internazionalisti.it/BIPR [19] https://es.internationalism.org/tag/21/535/la-teoria-de-la-decadencia-en-la-medula-del-materialismo-historico [20] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/battaglia-comunista [21] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo [22] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/reuniones-publicas