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1995 - 80 a 83

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Revista internacional n° 80 - 1er trimestre de 1995

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Crisis económica - Una «recuperación» sin empleos

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Crisis económica

Una «recuperación» sin empleos

Aparentemente casi todos los indicadores estadísticos de la economía son claros: la economía mundial está por fin saliendo de la peor recesión desde la IIª Guerra. La producción aumenta, vuelven las ganancias. El saneamiento parece haber dado resultados. Y sin embargo, ningún gobierno se atreve a cantar victoria, todos llaman a más sacrificios, todos se mantienen muy prudentes y, sobre todo, todos dicen que de cualquier modo, en lo que a desempleo se refiere, o sea lo esencial, no habrá nada verdaderamente bueno que esperar. [1]

¿Que podrá ser una «reactivación» que no crea empleos o que sólo crea empleos precarios? Durante los dos últimos años, en los países anglosajones, los que según se dice habrían salido primeros de la recesión abierta que empezó a finales de los 80, la «reactivación» se ha concretado sobre todo en una modernización extrema del aparato productivo en las empresas que sobrevivieron al desastre. Estas lo han hecho a costa de reestructuraciones violentas que han acarreado despidos masivos y enormes gastos para sustituir el trabajo vivo por trabajo muerto, el de las máquinas. El aumento de la producción que las estadísticas han registrado en los últimos meses, es, en lo esencial, no un aumento de la cantidad de trabajadores integrados, sino de una mayor productividad de los trabajadores con empleo. Este aumento de la productividad, que ya es del 80 % de la subida de producción en Canadá por ejemplo, uno de los países más avanzados en la «recuperación» se debe esencialmente a las elevadas inversiones para modernizar la maquinaria, las comunicaciones, desarrollar la automatización, y no la apertura de nuevas fábricas. En Estados Unidos son las inversiones en bienes de equipo, principalmente en informática, lo que explica lo esencial del crecimiento en los últimos años. La inversión en construcción no residencial ha quedado prácticamente estancada. Lo cual quiere decir que se modernizan las fábricas existentes pero que no se construyen nuevas.

Una recuperación «Mickey mouse»

Actualmente en Gran Bretaña, donde el gobierno no para de cacarear sus estadísticas que reseñan una baja constante del desempleo, unos 6 millones de personas trabajan una media de 14,8 horas por semana únicamente. Ese tipo de empleos tan precarios como mal pagados, es de los que desinflan las estadísticas del paro. Los trabajadores británicos los llaman los «Mickey mouse jobs».

Siguen, mientras tanto, los programas de reestructuración de las grandes empresas: 1000 empleos suprimidos en una de las mayores eléctricas de Gran Bretaña, 2500 en la segunda empresa de telecomunicaciones.

En Francia la SNCF (Compañía nacional de ferrocarriles) anuncia para 1995, 4800 su presiones de puestos de trabajo, Renault 1735, Citroen, 1180. En Alemania, el gigante Siemens anuncia que suprimirá, «cuando menos», 12000 empleos en 1994-95, tras los 21000 ya suprimidos en 1993.

La insuficiencia de mercados

Para cada empresa incrementar su producción es una condición de supervivencia. Globalmente, esta competencia despiadada se plasma en importantes aumentos de productividad. pero eso plantea el problema de los mercados suficientes para poder dar salida a una producción cada vez mayor que las empresas son capaces de crear con el mismo número de trabajadores. Si los mercados son insuficientes, la supresión de puestos de trabajo es inevitable.

«Hay que conseguir entre 5 y 6% de productividad por año, y mientras el mercado no progrese más deprisa, los puestos desaparecerán». Así resumían los industriales franceses del automóvil su situación a finales del año 1994[2].

La deuda pública ¿Cómo «hacer progresar el mercado»?

En el nº 78 de la Revista internacional, explicábamos cómo, frente a la crisis abierta de los años 1980, los gobiernos recurrieron de forma masiva a la deuda pública. Esto permite, en efecto, financiar gastos que ayudan a crear mercados «solventes» para una economía que carece cruelmente de ellos pues no puede crear salidas mercantiles espontáneamente. El salto que dio el incremento de ese endeudamiento en los principales países industriales [3] es en parte la base del restablecimiento de los beneficios.

La deuda pública permite a capitales «ociosos», que tienen cada vez mayores dificultades para rentabilizarse, que lo hagan en Bonos del Estado, asegurándose un rendimiento conveniente y seguro. El capitalista puede sacar su plusvalía no ya del resultado de su propio trabajo de gerente del capital, sino del trabajo del Estado como recaudador de impuestos[4].

El mecanismo de la deuda pública se traduce en una transferencia de valores de los bolsillos de una parte de capitalistas y de los trabajadores hacia los de los poseedores de Bonos de la deuda pública, transferencia que toma el camino de los impuestos y después el de los intereses pagados a cuenta de la deuda. Es lo que Marx llamaba «capital ficticio».

Los efectos estimulantes del endeudamiento público son aleatorios; lo que sí es seguro, en cambio, son los peligros que acumula para el futuro [5]. La «recuperación» actual costará muy cara mañana a nivel financiero.

Para los proletarios, eso quiere decir que el incremento de la explotación en los lugares de trabajo deberá añadirse al aumento del peso de la extorsión fiscal. El Estado está obligado a recaudar una masa cada vez mayor de impuestos para rembolsar el capital y los intereses de la deuda.

Destruir capital para mantener su rentabilidad

Cuando la economía capitalista funciona de manera sana, el aumento o el mantenimiento de las ganancias es el resultado del incremento de los trabajadores explotados, así como de la capacidad para extraer de ellos una mayor cantidad de plusvalía. Cuando la economía capitalista vive en una fase de enfermedad crónica, a pesar del reforzamiento de la explotación y de la productividad, la insuficiencia de los mercados le impide mantener sus ganancias, mantener su rentabilidad sin reducir el número de explotados, sin destruir capital.

Aún cuando el capitalismo saca sus beneficios de la explotación del trabajo, se encuentra en la situación «absurda» de pagar a desempleados, a obreros que no trabajan, así como a campesinos para que dejen de producir y dejen sus tierras en barbecho.

Los gastos sociales de «mantenimiento de los ingresos» alcanzan hasta el 10 % de la producción anual de los países industrializados. Desde el enfoque del capital es un «pecado mortal», una aberración, es despilfarrar, destruir capital. Con toda la sinceridad del capitalista convencido, el nuevo portavoz de los republicanos de la Cámara de representantes de Estados Unidos, Newt Gingrich, ha lanzado su campaña contra todas «las ayudas del gobierno a los pobres».

Pero el enfoque del capital es el de un sistema senil, que se está autodestruyendo en convulsiones que arrastran al mundo a la desesperanza y a una barbarie sin fin. Lo aberrante no es que el Estado burgués tire unas cuantas migajas a personas que no trabajan, sino que existan personas que no puedan participar en el proceso productivo ahora que la gangrena de la miseria material se está extendiendo cada día más por el planeta.

Es el capitalismo lo que se ha convertido en aberración histórica. La actual «recuperación» sin empleos es una confirmación más. El único «saneamiento» posible de la organización «económica» de la sociedad es la destrucción del capitalismo mismo, la instauración de una sociedad en la que el objetivo de la producción no sea la ganancia, la rentabilidad del capital, sino la satisfacción pura y simple de las necesidades humanas.

RV
27 de diciembre de 1994

 

«Es evidente que la economía política no considera al proletario más que como trabajador: éste es el que, no teniendo ni capital ni rentas, vive únicamente de su trabajo, de un trabajo abstracto y monótono. La economía política puede así afirmar que, al igual que una bestia de carga cualquiera, el proletario merece ganar lo suficiente para poder trabajar. Cuando no trabaja, no lo considera como un ser humano; esta consideración, se la deja a la justicia criminal, a los médicos, a la religión, a las estadísticas, a la política, a la caridad pública.»

Marx, Esbozo de una crítica de la economía política.

 

25 años de incremento del desempleo

Desde hace ya un cuarto de siglo, desde finales de los años 60, la plaga del paro no ha cesado de aumentar e intensificarse en el mundo entero. Ese aumento se ha hecho de manera más o menos regular, con bruscas aceleraciones y algún que otro retroceso, pero la tendencia general al alza se ha confirmado recesión tras recesión.

Los datos presentados en estos gráficos son las cifras oficiales del desempleo. Infravaloran ampliamente la realidad, puesto que no tienen en cuenta a los parados en «cursillos de formación», ni a los jóvenes que participan en programas de trabajo apenas remunerados, ni a los trabajadores en «prejubilación», ni a los trabajadores obligados a venderse «a tiempo parcial», cada vez más numerosos, ni a aquéllos que los expertos llaman «trabajadores desanimados», o sea los parados a quienes ya no le quedan energías para seguir buscando un empleo.

Esas curvas, además, no dan cuenta de los aspectos cualitativos del desempleo. No muestran que entre los desempleados, la proporción de los de «larga duración» aumenta siempre, o que los subsidios de desempleo son cada vez más bajos, de menor duración y más difíciles de obtener.

No sólo la cantidad de parados ha aumentado durante más de 25 años, sino que además la situación del desempleado se ha vuelto cada vez más insoportable.

El desempleo masivo y crónico se ha ido haciendo parte íntegra de la vida de los hombres de finales de este siglo XX. Y así, el paro lo que ha hecho es destruir el poco sentido que el capitalismo podía darle a la vida. Se prohíbe a los jóvenes entrar en el mundo de los adultos y uno se hace «viejo» más rápidamente. La falta de porvenir histórico del capitalismo toma la forma de la angustia sin esperanzas en los individuos.

El que el desempleo se haya vuelto crónico y masivo es la prueba más indiscutible de la quiebra histórica del capitalismo como modo de organización de la sociedad.

1. Las previsiones oficiales de la OCDE anuncian una disminución de la tasa de desempleo en 1995 y 1996. Pero el nivel de esos descensos es ridículo: 0,3 % en Italia (11,3 % de desempleo oficial en 1994, 11 % previsto en 1996); 0,5 % en Estados Unidos (6,1 a 5,6 %); 0,7 en Europa occidental (de 11,6 a 10,9 %); en Japón no se prevé ninguna disminución.

 

[1] Las previsiones oficiales de la OCDE anuncian una disminución de la tasa de desempleo en 1995 y 1996. Pero el nivel de esos descensos es ridículo: 0,3 % en Italia (11,3 % de desempleo oficial en 1994, 11 % previsto en 1996); 0,5 % en Estados Unidos (6,1 a 5,6 %); 0,7 en Europa occidental (de 11,6 a 10,9 %); en Japón no se prevé ninguna disminución.

[2] Diario francés Libération, 16/12/94.

[3] Entre 1989 y 1994, la deuda pública, medida en % del producto interior bruto anual, pasó del 53 al 65 % en Estados Unidos, del 57 al 73 % en Europa; ese porcentaje alcanzó en 1994 el 123% en un país como Italia, 142 % en Bélgica.

[4] Esta evolución de la clase dominante hacia un cuerpo parásito que vive a expensas de su Estado es típico de las sociedades decadentes. En el Bajo imperio romano, como en el feudalismo decadente, ese fenómeno fue uno de los principales factores del desarrollo masivo de la corrupción.

[5] Ver «Hacia una nueva tormenta financiera», Revista internacional nº 78.

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [1]

Documento - La Primera y la Segunda Internacional ante el problema de la guerra

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Documento

 

Fue respecto a la guerra de los Balcanes, en vísperas de la Iª Guerra mundial, cuando los revolucionarios, especialmente Rosa Luxemburg y Lenin, afirmaron, en el Congreso de Basilea en 1912, la posición internacionalista característica de la nueva fase histórica del capitalismo: «Ya no hay guerras defensivas ni ofensivas». En la fase imperialista, decadente, del capitalismo, todas las guerras son igualmente reaccionarias. Contrariamente a lo que ocurría en el siglo XIX, cuando al burguesía llevaba todavía a cabo guerras contra el feudalismo, los proletarios no tienen ya ningún campo que apoyar en las guerras. La única respuesta posible contra la barbarie guerrera del capitalismo decadente es la lucha por la destrucción del capitalismo mismo. Estas posiciones, ultraminoritarias en 1914, en el momento del estallido de la Iª Guerra mundial, iban a ser, sin embargo, la base de los mayores movimientos revolucionarios de este siglo: la Revolución rusa en 1917, la Revolución alemana en 1919, que pusieron fin a la sangría iniciada en 1914. Hoy, por vez primera desde el final de la IIª Guerra mundial, la guerra se ceba en Europa, otra vez en los Balcanes, y es indispensable volver a apropiarse de la experiencia de de la lucha de los revolucionarios contra la guerra. Por eso publicamos aquí este artículo que resume perfectamente un aspecto crucial de la acción de los revolucionarios frente a una de las peores plagas del capitalismo.

CCI, diciembre de 1994

 

La Primera y la Segunda Internacional ante el problema de la guerra
Bilan nº 21, julio-agosto de 1935

Sería falsear la historia afirmar que la Primera y Segunda Internacionales no pensaron en el problema de la guerra y que no intentaron resolverlo en interés de la clase obrera. Es más, podemos decir que el problema de la guerra estuvo al orden del día desde los inicios de la Iª Internacional (1859: Guerra de Francia y el Piamonte contra Austria; 1864: Austria y Prusia contra Dinamarca; 1866: Prusia e Italia contra Austria y Alemania del Sur; 1870: Francia contra Alemania; y ello sin extendernos en la guerra de secesión en Estados Unidos entre 1861-65; la insurrección de Bosnia-Herzegovina en 1878 contra la anexión austriaca –que apasionó a no pocos internacionalistas de la época, etc.).

Así, considerando la cantidad de guerras que surgieron en ese período, se puede afirmar que el problema de la guerra fue más «candente» para la Iª Internacional que para la Segunda, pues aquélla vivió sobre todo la época de la expansión colonial, del reparto de África, ya que respecto a las guerras europeas –excepción hecha de la corta guerra de 1897 entre Turquía y Grecia– hubo que esperar las guerras balcánicas, las de Italia y Turquía por el dominio de Libia, que fueron más bien signos indicadores de la conflagración mundial.

Todo ello explica –y lo escribimos después de haber vivido la experiencia– el hecho de que nosotros, la generación que luchó antes de la guerra de 1914, hayamos quizás considerado el problema de la guerra más como una lucha ideológica que como un peligro real e inminente: la solución de conflictos agudos, sin utilizar el recurso a las armas, tales como Fachoda o Agadir nos ha influenciado en el sentido de creer falsamente que gracias a la «interdependencia» económica, a los lazos cada vez más numerosos y estrechos entre los países, se habría constituido una defensa segura contra la eclosión de una guerra entre potencias europeas y que, el aumento de los preparativos militares de los diferentes imperialismos en lugar de conducir inevitablemente a la guerra verificaría el principio romano «si vis pacem para bellum», si quieres la paz prepara la guerra.

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En la época de la Iª Internacional la panacea universal para impedir la guerra era la supresión de los ejércitos permanentes y su sustitución por las milicias (tipo suizo). Es por otra parte lo que afirmó, en 1867, el Congreso de Lausana de la Internacional ante un movimiento de pacifistas burgueses que había constituido una Liga por la Paz que tenía congresos periódicos. La Internacional decidió participar (este congreso tuvo lugar en Ginebra donde Garibaldi, hizo una intervención patéticamente teatral acuñando su célebre frase de «el único que tiene derecho a hacer la guerra es el esclavo contra los tiranos») e hizo subrayar por sus delegados que «... no es suficiente con suprimir los ejércitos permanentes para acabar con la guerra, una transformación de todo el orden social para este fin es igualmente necesaria».

En el tercer Congreso de la Internacional –celebrado en Bruselas en 1868– se votó una moción sobre la actitud de los trabajadores en caso de conflicto entre las grandes potencias de Europa, en la que se les invitaba a impedir una guerra de pueblo contra pueblo, y se les recomendaba cesar cualquier trabajo en caso de guerra. Dos años más tarde, la Internacional se encuentra ante el estallido de la guerra franco-alemana en julio de 1870.

El primer manifiesto de la Internacional es bastante anodino: «... sobre las ruinas que provocarán los dos ejércitos enemigos, está escrito, que no quedará más potencia real que el socialismo. Será entonces el momento en que la Internacional se pregunte qué debe hacer. Hasta entonces permanezcamos en clama y vigilantes » (!!!).

El hecho de que la guerra fuera emprendida por Napoleón «el Pequeño» (Napoleón III, NDT), determinará una orientación más bien derrotista en amplias capas de la población francesa, de la cual los internacionalistas se hicieron eco en su oposición a la guerra.

Por otra parte, la idea general de que Alemania era atacada «injustamente» por «Bonaparte», aporta una cierta justificación –pues se trataría de una guerra «defensiva»– a la posición de defensa del país de los trabajadores alemanes.

El hundimiento del imperio tras el desastre de Sedán da al traste con esas posiciones.

«Repetimos lo que declaramos en 1793 a la Europa coaligada, escribían los internacionalistas franceses en un manifiesto al pueblo alemán: el pueblo francés no hace la paz con un enemigo que ocupa nuestro territorio; sólo en las orillas del discutido río (el Rhin) se estrecharán los obreros las manos para crear los Estados Unidos de Europa, la República Universal».

La fiebre patriótica se intensifica hasta presidir el nacimiento mismo de la gloriosa Comuna de París.

Por otra parte, para el proletariado alemán era, sin embargo, una guerra de la monarquía y del militarismo prusiano contra la «república francesa», contra el «pueblo francés». De ahí viene la consigna de la «paz honorable y sin anexiones» que determina la protesta en el Parlamento alemán de Liebknecht y Bebel contra la anexión de Alsacia y Lorena y que les vale la condena por «alta traición».

Respecto a la guerra franco-alemana de 1870 y la actitud del movimiento obrero, aun queda otro punto por dilucidar.

En realidad, en esa época Marx considera la posibilidad de «guerras progresivas» –sobre todo la guerra contra la Rusia del Zar– en una época en que el ciclo de las revoluciones burguesas no ha concluido todavía. Al igual que considera la posibilidad de un cruce del movimiento revolucionario burgués con la lucha revolucionaria del proletariado con la intervención de este último en el curso de una guerra, para alzarse con su triunfo final.

«La guerra de 1870, escribía Lenin en su folleto sobre Zimmerwald, fue una “guerra progresiva” como las de la revolución francesa que aún estando incontestablemente marcadas por el pillaje y la conquista, tenían la función histórica de destruir o socavar el feudalismo y el absolutismo de la vieja Europa cuyos fundamentos se basaban todavía en la servidumbre».

Pero si bien tal perspectiva era aceptable en la época que vivió Marx, aunque ya estaba superada por los propios acontecimientos, parlotear sobre la guerra «progresiva», «nacional» o «justa», en la última etapa del capitalismo, en su fase imperialista, es más que una engañifa, es una traición. En efecto, como escribía Lenin, la unión con la burguesía nacional de su propio país es la unión contra la unión del proletariado revolucionario internacional, es, en una palabra, la unión con la burguesía contra el proletariado, es la traición a la revolución y al socialismo.

Además no hay que olvidar otros problemas que en 1870 influían en el juicio de Marx, tal como él mismo pone de manifiesto en una carta a Engels del 20 de Julio de 1870. La concentración de poder en el Estado, resultado de la victoria de Prusia, era útil a la concentración de la clase obrera alemana, favorable a sus luchas de clase y, así, escribía Marx, la «preponderancia alemana transformará el centro de gravedad del movimiento obrero europeo de Francia a Alemania y, en consecuencia, determinará el triunfo definitivo del socialismo científico sobre el prudonismo y el socialismo utópico»[1].

Para finalizar con la Primera Internacional señalaremos que, cosa extraña, la Conferencia de Londres de 1871 no tratará apenas de estos problemas de actualidad, como tampoco el Congreso de La Haya en Septiembre de 1872 en el que Marx dará una relación en lengua alemana sobre los acontecimientos posteriores a 1869, fecha del Congreso anterior de la Internacional. En realidad se tratará muy superficialmente de los acontecimientos de la época limitándose a expresar: la admiración del Congreso por las heroicos campeones víctimas de su entrega y los saludos fraternos a las víctimas de la reacción burguesa.

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El primer Congreso de la Internacional reconstituida en París en 1889 recoge la antigua consigna de «sustitución de los ejércitos permanentes por las milicias populares» y el siguiente Congreso, el de Bruselas en 1891, adoptará una resolución llamando a todos los trabajadores a protestar mediante una agitación incesante contra todas las tentativas guerreras, añadiendo, como una especie de consuelo, que la responsabilidad de las guerras recae, en cualquier caso, en las clases dirigentes...

El Congreso de Londres de 1896 –donde se producirá la separación definitiva con los anarquistas– en una resolución programática sobre la guerra, afirmará genéricamente que «la clase obrera de todos los países debe oponerse a la violencia provocada por las guerras».

En 1900, en París, con el crecimiento de la fuerza política de los partidos socialistas, se elaboró el principio, que sería axioma de toda agitación contra la guerra: «los diputados socialistas de todos los países están obligados a votar contra todos los gastos militares, navales y contra las expediciones coloniales».

Pero fue en Stuttgart (1907) donde se produjeron los debates más amplios sobre el problema de la guerra.

Al lado de las fanfarronadas del farsante Hervé sobre el deber de «responder a la guerra con la huelga general y la insurrección» se presentó la moción de Bebel, de acuerdo sustancialmente con Guesde, que aún siendo justa en cuanto a sus previsiones teóricas, era insuficiente respecto al papel y las tareas del proletariado.

En este Congreso y para «impedir leer las deducciones ortodoxas de Bebel con gafas oportunistas» (Lenin), Rosa Luxemburgo -de acuerdo con los bolcheviques rusos- fue añadiendo enmiendas que subrayaban que el problema consistía no solo en luchar contra la eventualidad de una guerra, o pararla lo más rápidamente posible, sino, sobre todo, en utilizar la crisis causada por la guerra para acelerar la caída de la burguesía: «sacar partido de la crisis económica y política para levantar al pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista».

En 1910, en Copenhague, se confirma la resolución precedente en particular en lo que concierne al deber de los diputados socialistas de votar contra todo crédito de guerra.

Finalmente, como sabemos, durante la guerra de los Balcanes, y ante el peligro inminente de que una conflagración mundial surgiera de ese polvorín de Europa –hoy los polvorines se han multiplicado hasta el infinito– se celebra un Congreso extraordinario en noviembre de 1912, en Basilea, en el que se redacta el célebre manifiesto que, retomando todas las afirmaciones de Stuttgart y de Copenhague, condena como «criminal» la futura guerra europea, y como «reaccionarios» a todos los gobiernos, y concluye que «acelerará la caída del capitalismo provocando infaliblemente la revolución proletaria».

Pero, el manifiesto, a la vez que afirma que la guerra que amenaza es una guerra de rapiña, una guerra imperialista para todos los beligerantes, y que debe conducir a la revolución proletaria, se esfuerza ante todo en demostrar que esta guerra inminente no puede justificarse en absoluto por la defensa nacional. Lo que significa implícitamente que bajo el régimen capitalista y en plena expansión imperialista pueden darse casos de participación justificada de la clase explotada en una guerra de «defensa nacional».

Dos años después estalla la guerra imperialista y con ella se hunde la IIª Internacional. Este desastre es consecuencia directa de los errores y contradicciones insuperables contenidos en todas sus resoluciones. En particular, la prohibición de votar los créditos de guerra no resolvía el problema de la «defensa del país» ante el ataque de un país «agresor». A través de esa brecha arremeten chovinistas y oportunistas. «La Unión sagrada» se sella sobre el hundimiento de la alianza de clase internacional de los trabajadores.

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Como hemos visto, la Segunda Internacional, si se leen superficialmente las palabras de sus resoluciones, había adoptado no solo una posición de principios de clase ante la guerra, sino que habría dado los medios prácticos llegando hasta la formulación, más o menos explícita, de transformar la guerra imperialista en revolución proletaria. Pero si vemos el fondo de las cosas, constatamos que la Segunda Internacional en su conjunto resolvió de una manera formalista y simplista el problema de la guerra. Denuncia la guerra, ante todo por sus atrocidades y horrores, porque el proletariado sirve de carne de cañón a las clases dominantes. El antimilitarismo de la Segunda Internacional es puramente negativo, dejándolo casi exclusivamente en manos de las juventudes socialistas, manifestando incluso el propio partido, en ciertos países, su hostilidad al antimilitarismo.

Ningún partido, excepción hecha de los bolcheviques durante la revolución rusa de 1904-05, practicó, ni siquiera impulsó la posibilidad de un trabajo ilegal sistemático en el ejército. Todo se limitó a manifiestos o periódicos contra la guerra y contra el ejército al servicio del capital, que se pegan sobre las paredes o se distribuyen en el momento de los reemplazos, invitando a los obreros a que recuerden que pese al uniforme de soldados deben continuar siendo proletarios. Ante la insuficiencia y esterilidad de este trabajo, le resultó muy fácil a Hervé, sobre todo en los países latinos, el agitar su demagogia verbal de la «bandera al estercolero», haciendo propaganda de la deserción, el rechazo a las armas y el famoso «disparad contra vuestros oficiales».

En Italia, donde se produjo el único ejemplo de un partido de la Segunda Internacional, el partido socialista, que organizó una protesta con una huelga de 24 horas en octubre de 1912 contra una expedición colonial, la de Tripolitania (la actual Libia, NDT), un joven obrero, Masetti, para ser consecuente con las sugerencias de Hervé, siendo soldado en Bolonia dispara contra su coronel durante unas maniobras militares. Este es el único ejemplo patente de toda la comedia herverista.

Poco tiempo después, el 4 de agosto, momentáneamente ignorado por los masas obreras inmersas en la carnicería, el manifiesto del Comité Central bolchevique levanta la bandera de la continuidad de la lucha obrera con sus afirmaciones históricas: la transformación de la guerra imperialista actual en guerra civil.

La revolución de Octubre estaba en marcha.

GATTO MAMONNE

 

[1] Si se tienen en cuenta todos esos elementos que tuvieron una influencia decisiva sobre todo en la primera fase de la guerra franco-alemana, sobre el juicio y el pensamiento de Marx y Engels, pueden explicarse ciertas expresiones un tanto precipitadas y poco acertadas como «A los franceses les vendría bien una buena tunda». «Somos nosotros quienes hemos ganado las primeras batallas», «Mi confianza en la fuerza militar prusiana aumenta cada día», y, para terminar, el famoso «Bismarck como en 1866, trabaja para nosotros». Todas esas frases, extraídas de una correspondencia estrictamente personal entre Marx y Engels dieron a los chovinistas de 1914 –y entre ellos al ya anciano James Guillaume que no podía olvidar su exclusión de la Internacional junto con Bakunin en 1872– la ocasión de transformar a los fundadores del socialismo científico en precursores del pangermanismo y de la hegemonía alemana.

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Primera Internacional [2]
  • Segunda Internacional [3]
  • La Izquierda italiana [4]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [5]

Lecciones de 1917-23 - La primera oleada revolucionaria del proletariado mundial

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Esta oleada proletaria, cuyo punto culminante fue la Revolución rusa (ver Revista Internacional nº 72, 73 y 75), es una extraordinaria fuente de lecciones para el movimiento obrero. Exponente a escala mundial de la lucha de clases en el período de decadencia capitalista, la oleada de 1917-23 confirmó definitivamente la mayoría de las posiciones que hoy defendemos los revolucionarios (contra los sindicatos y los partidos «socialistas», contra las luchas de «liberación nacional», la necesidad de organización general de la clase en Consejos obreros,...). Este artículo se concentra en cuatro cuestiones:

- cómo la oleada revolucionaria transformó la guerra imperialista en guerra civil de clases.
- cómo demostró la tesis histórica de los comunistas del carácter mundial de la revolución proletaria.
- cómo, a pesar de ser el factor desencadenante de la oleada revolucionaria, la guerra no plantea las condiciones más favorables para la revolución.
- el carácter determinante de la lucha del proletariado de los países más avanzados del capitalismo.

Fue la oleada revolucionaria lo que puso fina la Iª Guerra mundial

En la Revista internacional nº 78 («Polémica con Programme communiste, IIª parte») demostramos cómo el estallido de la guerra en 1914 no obedece a causas directamente económicas, sino a que la burguesía consigue, gracias al reformismo dominante en los partidos socialdemócratas, derrotar ideológicamente al proletariado. Del mismo modo tampoco el final de la guerra dependió de que, por así decirlo, la burguesía mundial «echara cuentas» y comprobando que la hecatombe había sido «suficiente», cambiara el «negocio» de la destrucción por el de la reconstrucción. En Noviembre de 1918, ni siquiera hay un aplastamiento militar manifiesto de las potencias centrales por la Entente[1]. Lo que de verdad obliga al Kaiser a pedir el armisticio es la necesidad de hacer frente a la revolución que se extendía por toda Alemania. Si, por su lado, las potencias de la Entente no aprovecharon esa debilidad del enemigo, fue por la necesidad de cerrar filas, contra la amenaza que para todos ellos, representa la revolución obrera. Una revolución que en los propios países de la Entente, aunque a un nivel más embrionario, también iba madurando. Veamos como se fue gestando la respuesta del proletariado a la guerra.

Con el avance de la carnicería, el proletariado fue deshaciéndose del peso de la derrota de Agosto de 1914[2]. Ya en febrero de 1915, los obreros del valle del Clyde (Gran Bretaña) inician una huelga salvaje (contra la opinión de los sindicatos), cuyo ejemplo será luego seguido por los trabajadores de las fábricas de armamentos y los astilleros de Liverpool. En Francia estallan las huelgas de los trabajadores textiles de Vienne y de Lagors. En 1916 los obreros de Petrogrado impiden con una huelga general una tentativa del gobierno de militarizar a los trabajadores. En Alemania, la Liga Spartacus convoca una manifestación de obreros y soldados, que suma a la consigna «¡Abajo la guerra!», la de «¡Abajo el Gobierno!». Los «motines del hambre» se suceden en Silesia, Dresde... En este clima de acumulación de signos de descontento, llegan las noticias de la Revolución de febrero en Rusia.

En Abril de 1917, una oleada de huelgas se desata en Alemania (Halle, Kiel, Berlín...). En Leipzig se roza la insurrección y, al igual que en Rusia, se constituyen los primeros consejos obreros. El 1º de Mayo en las trincheras del frente oriental, tanto en las alemanas como en las rusas, ondean banderas rojas. Los soldados alemanes se pasan de mano en mano una hoja que dice: «Nuestros heroicos hermanos de Rusia han echado abajo el maldito yugo de los carniceros de su país (...). Vuestra felicidad, vuestro progreso, depende de que seáis capaces de seguir y llevar más lejos el ejemplo de vuestros hermanos rusos... Una revolución victoriosa no precisa tantos sacrificios como los que exige cada día de salvaje guerra...».

En Francia, en un clima de huelgas obreras (la de los metalúrgicos de París se extiende a 100 mil trabajadores de otras industrias), ese mismo 1º de Mayo un mitin de solidaridad con los obreros rusos, proclama: «La revolución rusa es la señal para la revolución universal». En el frente, consejos ilegales de soldados hacen circular propaganda revolucionaria, y recaudan dinero de la exigua paga de los soldados para sostener las huelgas en retaguardia.

En Italia también en ese momento se suceden masivas concentraciones contra la guerra. En Turín, en el curso de una de ellas, surge una consigna que se repetirá continuamente en todo el país: «Hagamos como en Rusia». Efectivamente, en Octubre de 1917 las miradas de los soldados y los obreros de todo el mundo se dirigen hacia Petrogrado y el «Hagamos como en Rusia» se transforma en un poderoso estímulo a las movilizaciones para acabar definitivamente la matanza imperialista.

Así en Finlandia (donde ya había habido una primera tentativa insurreccional a los pocos días de la de Petrogrado) en Enero de 1918, los obreros en armas ocupan los edificios públicos en Helsinki y el sur del país. Al mismo tiempo en Rumanía, donde la Revolución rusa tenía un eco inmediato, una rebelión en la flota del mar Negro obligó a un armisticio con las potencias centrales. En Rusia mismo, la Revolución de Octubre puso fín a la participación en la guerra imperialista, incluso a riesgo de encontrarse a la merced –en espera del estallido de la revolución mundial– de la rapiña de las potencias centrales sobre amplios territorios rusos, en la llamada paz de Brest-Litovsk.

En enero de 1918, los trabajadores de Viena conocen las draconianas condiciones de «paz» que su gobierno quiere imponer a la Rusia revolucionaria. Ante la perspectiva de que la guerra se alargue, los obreros de la Daimler desatan una huelga que a los pocos días se extiende a 700 mil trabajadores en todo el imperio, formándose los primeros Consejos Obreros. En Budapest, la huelga se extiende bajo las consignas: «¡Abajo la guerra! ¡Vivan los obreros rusos!». Sólo los insistentes llamamientos a la calma de los «socialistas» consiguen, no sin resistencia, aplacar esta oleada de luchas y aplastar las revueltas de la flota en Cáttaro[3]. A finales de enero hay también en Alemania 1 millón de huelguistas. Pero los trabajadores dejan la dirección de su lucha en manos de los «socialistas» que acuerdan con sindicatos y el mando militar poner fin a la huelga, enviando al frente más de 30 mil trabajadores que se habían destacado en el combate proletario. En ese mismo periodo surgen en las minas de Dombrowa y Lublin los primeros consejos obreros en Polonia,...

También en Inglaterra crecía el movimiento contra la guerra y de solidaridad con la revolución rusa. La visita del delegado soviético Litvínov, coincidió en Enero de 1918 con una oleada de huelgas, y provocó tales manifestaciones en Londres que un periódico burgués, The Herald, llegó a calificarlas como «ultimátum de los obreros al Gobierno, exigiendo la paz». En Francia estalla, en mayo de 1918, la huelga de Renault que se extendió rápidamente a 250 mil trabajadores de Paris. En solidaridad, los trabajadores de la región del Loira volvieron a la huelga, controlando durante diez días la región.

Sin embargo las últimas ofensivas militares provocan una paralización momentánea de las luchas. Tras el fracaso de tales ofensivas los trabajadores se convencen de que el único camino para poner fin a la guerra es la lucha de clases. En Octubre se desencadenan las luchas de los jornaleros y la revuelta contra el envío al frente de los regimientos más «rojos» de Budapest, así como huelgas y manifestaciones masivas en Austria. El 4 de Noviembre la burguesía de la «doble corona» se retira ya de la guerra.

En Alemania, el káiser intenta «democratizar» el régimen (liberación de Liebknecht, incorporación de los «socialistas» al Gobierno) para exigir «hasta la última gota de sangre al pueblo alemán», pero el 3 de noviembre los marinos de Kiel se niegan ya a obedecer a sus oficiales que tratan de hacer una última salida suicida de la flota, e izan la bandera roja en toda la flota, organizando junto a los obreros de la ciudad, un Consejo obrero. A los pocos días la insurrección se ha extendido a las principales ciudades alemanas[4]. El 9 de noviembre cuando la insurrección llega a Berlín la burguesía alemana, no incurre en el error cometido por el Gobierno Provisional ruso (prolongar su participación en la guerra, lo que sólo serviría para hacer fermentar y radicalizar la revolución) y solicita el armisticio. El 11 de noviembre, la burguesía pone fin a la guerra imperialista para enfrentarse a la guerra de clases.

La naturaleza internacional de la clase obrera y de su revolución

A diferencia de las revoluciones burguesas que se limitaban a implantar el capitalismo en su nación, la revolución proletaria es necesariamente mundial. Si las revoluciones burguesas podían distar unas de otras más de un siglo, la lucha revolucionaria del proletariado tiende, por su propia naturaleza, a tomar la forma de una gigantesca oleada que se extiende por todo el planeta. Esta ha sido siempre la tesis histórica de los revolucionarios. Ya Engels en sus Principios del Comunismo señaló:

«19ª pregunta: ¿Podrá producirse esta revolución en un sólo país?
Respuesta: No. Ya por el mero hecho de haber creado el mercado mundial, la gran industria ha establecido una vinculación mutua tal entre todos los pueblos de la tierra, y en especial entre los civilizados, que cada pueblo individual depende de cuanto ocurra en el otro. Además ha equiparado hasta tal punto el desarrollo social en todos los países civilizados, que en todos esos países, la burguesía y el proletariado se han convertido en las dos clases decisivas de la sociedad, que la lucha entre ambas se ha convertido en la lucha principal del momento. Por ello, la revolución comunista no será una revolución meramente nacional, sino una revolución que transcurrirá en todos los países civilizados de forma simultánea, es decir, cuando menos en Inglaterra, Norteamérica, Francia y Alemania (...) Es una revolución universal y por ello se desarrollará también en un terreno universal».

La oleada revolucionaria de 1917-23 lo confirmó plenamente. En 1919, el Primer ministro británico Lloyd George escribió: «Toda Europa está invadida por el espíritu de la revolución. Hay un sentimiento profundo, no ya de descontento sino de furia y revuelta, entre los obreros contra las condiciones existentes (...) Todo el orden político, social y económico está siendo puesto en tela de juicio por las masas de la población de un extremo a otro de Europa» (citado en E. H. Carr, La Revolución Bolchevique).

Pero el proletariado no pudo transformar esa formidable oleada de luchas en un combate unificado. Veamos primero los hechos para después poder analizar mejor los obstáculos con que tropezó el proletariado en la generalización de la revolución.

De noviembre de 1918 a agosto de 1919: las tentativas insurreccionales en los países vencidos...

Cuando la revolución empieza en Alemania, tres importantes destacamentos del proletariado centroeuropeo (Holanda, Suiza y Austria) ya han sido prácticamente neutralizados.

En Holanda, en Octubre de 1918, estallaron motines en el ejército (el propio mando militar hundió la flota antes de que los marineros se apoderaran de ella) y los trabajadores de Amsterdam y Rotterdam formaron consejos obreros. Sin embargo los «socialistas» se «sumaron» a la revuelta para neutralizarla. Su líder, Troëlstra, reconoció más tarde: «Si yo no hubiera intervenido revolucionariamente, los elementos obreros más enérgicos habrían emprendido el camino del bolchevismo». (P.J. Troëlstra, De Revolutie en de SDAP).

Así pues, desorganizada por sus «organizadores», privada del apoyo de los soldados, la lucha acabó con el ametrallamiento de los obreros que el 13 de Noviembre se habían reunido en un mitin cerca de Amsterdam. La «Semana Roja» concluía con 5 muertos y decenas de heridos.

Ese mismo 13 de Noviembre, en Suiza, una huelga general de 400 mil obreros protesta contra el empleo de las tropas contra las manifestaciones de conmemoración del primer aniversario de la revolución rusa. El periódico obrero Volksrecht proclama: «Resistir hasta el final. Nos favorecen la revolución en Austria y Alemania, las acciones de los obreros de Francia, el movimiento de los proletarios de Holanda, y –lo principal– el triunfo de la revolución en Rusia».

Pero también aquí los «socialistas» y los sindicatos ordenan parar la lucha para «no colocar a las masas inermes bajo las ametralladoras del enemigo», cuando es precisamente la desorientación y división que genera en el proletariado esta «marcha atrás», lo que abre las puertas a una terrible represión que derrotó la «Gran Huelga». Por su parte, el gobierno de la «pacifista» Suiza militarizó a los ferroviarios, organizó una guardia contrarrevolucionaria, allanó sin ningún escrúpulo locales obreros deteniendo a centenares de trabajadores, e instauró la pena de muerte contra los «subversivos».

En Austria, el 12 de noviembre se proclama la República. Cuando fueron a izar la bandera nacional rojiblanca, grupos de manifestantes arrancaron la franja blanca. Subidos a los hombros de la estatua de Palas Atenea en el centro de Viena, ante una asamblea de decenas de miles de trabajadores, los distintos oradores llaman a pasar directamente a la dictadura del proletariado. Pero los «socialistas», que han sido llamados al gobierno porque son los únicos que tienen una influencia en las masas obreras, declaran: «El proletariado ya tiene el poder. El partido obrero gobierna la república», y se dedican sistemáticamente a desvirtuar los órganos revolucionarios, transformando los Consejos obreros en Consejos de producción, y los Consejos de soldados en Comités del ejército (infiltrados masivamente por oficiales). Esta contraofensiva burguesa no sólo paralizará al proletariado austriaco, sino que servirá de guión de la contrarrevolución a la burguesía alemana.

En Alemania, el armisticio y la proclamación de la república generaron una ingenua sensación de «triunfo» que el proletariado pagó muy cara. Mientras que los trabajadores no conseguían unificar los diferentes focos de lucha y vacilaban en lanzarse a la destrucción del Estado[5], la contrarrevolución se organizaba coordinando sindicatos, partido «socialista» y Alto Mando militar. A partir de diciembre la burguesía pasará a la ofensiva provocando continuamente al proletariado de Berlín, para hacerle luchar aislado del resto de los trabajadores alemanes. El 4 de Enero de 1919, el gobierno destituye al prefecto de policía Eichhorn, desafiando la opinión de los trabajadores. El 6 de enero, medio millón de proletarios berlineses se lanza a la calle. Al día siguiente el «socialista» Noske, al mando de los Cuerpos francos (oficiales y suboficiales desmovilizados, pagados por el gobierno) aplasta a los obreros de Berlín. Días más tarde son asesinados Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.

Aunque los acontecimientos de Berlín alertan a los obreros de otras ciudades (sobre todo en Bremen donde se asaltan las sedes de los sindicatos y se reparte su caja entre los parados), el Gobierno consigue fragmentar esta respuesta, de manera que podrá concentrarse primero contra Bremen, luego contra los obreros de Renania y el Rhur, para volver de nuevo en marzo contra los rescoldos revolucionarios de Berlín en la llamada «Semana sangrienta» (1200 obreros asesinados). Caerán después los trabajadores de Mansfeld y Leipzig y la República de los Consejos de Magdeburgo...

En Abril de 1919, los trabajadores proclaman en Munich la «República de los Consejos» de Baviera, que junto al Octubre ruso y la revolución húngara, constituyen las únicas experiencias de toma del poder por parte del proletariado. Los obreros bávaros en armas son incluso capaces de derrotar el primer ejército contrarrevolucionario enviado contra ellos por el depuesto presidente Hoffmann. Pero, como hemos visto, el resto de los trabajadores alemanes ha sufrido severas derrotas y no pueden acudir en ayuda de sus hermanos, mientras que la burguesía organiza un ejército que, a primeros de mayo, aplasta la insurrección. Entre las tropas que siembran el terror en Munich figuran Himmler, Rudolf Hess, Von Epp..., futuros jerifaltes nazis, amamantados en su furia antiproletaria por un gobierno que se llama «socialista».

El 21 de marzo de 1919, tras una formidable oleada de huelgas y mítines obreros, los consejos obreros toman el poder en Hungría. En un trágico error, los comunistas se unifican en ese mismo momento con los «socialistas» que sabotearán desde dentro la revolución, al mismo tiempo que las «democracias» occidentales (especialmente Francia e Inglaterra) ordenan inmediatamente un bloqueo económico y la intervención militar de tropas rumanas y checas. En mayo, cuando cayeron los Consejos obreros en Baviera, la situación de la revolución húngara era también desesperada. Sin embargo una formidable reacción obrera, en la que participaron trabajadores húngaros, austriacos, polacos, rusos, pero también checos y rumanos, rompió el cerco militar. A la larga, sin embargo, el sabotaje de los «socialistas» y el aislamiento de la revolución, doblegaron la resistencia obrera y el 1º de agosto las tropas rumanas tomaban Budapest, instaurando un Gobierno sindical que liquidó los Consejos Obreros. Cumplido su papel los sindicatos entregaron el mando al almirante Horty (otro futuro colaborador de los nazis) que desató un criminal terror contra los trabajadores (8 mil ejecuciones, 100 mil expatriados...). Al calor de la revolución húngara, los mineros de Dombrowa (Polonia) tomaron el control de la región y formaron una «Guardia obrera» para defenderse de la sangrienta represión de otro «socialista», Pilsudski. Cuando cayeron los Consejos húngaros, se desmoronó igualmente la República Roja de Dombrowa.

También la revolución en Hungría provocó las últimas convulsiones obreras en Austria y Suiza en junio de 1919. En Viena la policía, aprendiendo de sus compinches alemanes, urdió una provocación (el asalto a la sede del PC) para precipitar una insurrección cuando el conjunto del proletariado estaba aún débil y desorganizado. Los obreros cayeron en la trampa dejando en las calles de Viena 30 muertos. Otro tanto sucede en Suiza tras la huelga general de los obreros de Zurich y Basilea.

... y en los países «vencedores»

En Gran Bretaña, de nuevo en la región del Clyde, a comienzos de 1919 más de 100 mil obreros están en huelga. El 31 de Enero (el «Viernes Rojo») en el curso de una concentración obrera en Glasgow, los obreros se enfrentan duramente a las tropas que, con artillería, ha enviado el Gobierno. Los mineros están dispuestos a entrar en huelga, pero los sindicatos consiguen pararla «dando un margen de confianza al Gobierno para que estudie la nacionalización (¿?) de las minas». (Hinton & Hyman, Trade Unions and Revolution).

En ese mismo momento estalla en Seattle, Estados Unidos, una huelga en los astilleros que, en pocos días, se extiende a todos los trabajadores de la ciudad. Los obreros controlan a través de asambleas masivas y de un Comité de huelga elegido y revocable, los abastecimientos y la autodefensa contra las tropas enviadas por el Gobierno. Sin embargo la llamada «Comuna de Seattle» quedará aislada y un mes más tarde (con cientos de detenidos) los trabajadores de los astilleros volverán al trabajo. Después estallaron otras luchas como la de los mineros de Buttle (Montana) que llegaron a formar Consejos de Obreros y Soldados; y la huelga de 400 mil obreros de la siderurgia. Pero tampoco en este país las luchas lograron unificarse.

En Canadá, durante la huelga general de Winnipeg en Mayo de 1919, el Gobierno local organizó un mitin patriótico para tratar de contrarrestar el empuje de los trabajadores con el chovinismo de la victoria, pero los soldados se «saltan el guión» y tras contar los horrores de la guerra, proclaman la necesidad de «transformar la guerra imperialista en guerra de clases», lo que radicaliza aún más el movimiento que llega a extenderse a trabajadores de Toronto. Sin embargo los trabajadores dejan la dirección de la lucha a los sindicatos, lo que les conduce al aislamiento y la derrota, y a sufrir el terror de los hampones de la ciudad, entre los cuales el Gobierno ha nombrado «comisarios especiales».

Pero la oleada no quedó únicamente reducida a los países directamente concernidos por la carnicería imperialista. En España, estalló en 1919 la huelga de La Canadiense que se extendió rápidamente a todo el cinturón industrial de Barcelona. En las paredes de las haciendas de Andalucía, jornaleros semianalfabetos escriben: «¡Vivan los Soviets! ¡Viva Lenin!». Las movilizaciones de los jornaleros de los años 1918-19 quedarán en la historia como el «bienio bolchevique».

También fuera de las concentraciones obreras de Europa y Norteamérica, se dieron episodios de esta oleada.

En Argentina, a principios de 1919, en la llamada «Semana sangrienta» de Buenos Aires, una huelga general responde a la represión desatada contra los trabajadores de Talleres Vasena. Tras 5 días de combates callejeros, la artillería bombardea los barrios obreros causando 3 mil muertos. En Brasil, la huelga de 200 mil trabajadores de Sao Paulo consigue que las tropas enviadas por el Gobierno confraternicen con los trabajadores. A finales de 1918 se proclamó también en las favelas de Río de Janeiro una «República obrera» que, sin embargo, quedó aislada cediendo ante el estado de sitio decretado por el gobierno.

En Sudáfrica, el país del «odio racial», las luchas obreras pusieron de manifiesto la necesidad y la posibilidad de que los trabajadores lucharan unidos: «La clase obrera de África del Sur no podrá lograr su liberación hasta que no supere en sus filas los prejuicios raciales y la hostilidad hacia los obreros de otro color» (The International, periódico de Obreros industriales de África). En marzo de 1919 la huelga de tranvías se extiende a toda Johannesburgo, con asambleas y mítines de solidaridad con la Revolución rusa.

También en Japón, en 1918, se desarrollaron los llamados «motines del arroz», contra el envío de arroz a las tropas japonesas enviadas contra la revolución en Rusia.

1919-1921: la incorporación tardía del proletariado de los países «vencedores», y el peso de la derrota en Alemania

En esta primera fase de la oleada revolucionaria, el proletariado se jugaba mucho. En primer lugar que el bastión revolucionario ruso aliviara la asfixia de su aislamiento[6]. Pero también el curso mismo de la revolución, pues se comprometían destacamentos proletarios –Alemania, Austría, Hungría...– cuya contribución (por su fuerza y experiencia) resultaba determinante para el futuro de la revolución mundial. Sin embargo la primera fase de la oleada revolucionaria se salda, como hemos visto, con profundas derrotas de las que estos proletariados no conseguirán recuperarse.

En Alemania, los trabajadores secundan en Marzo de 1920 la huelga general convocada por los sindicatos contra el putsch de Kapp, para «restablecer» el Gobierno «democrático» de Scheidemann. Los trabajadores del Rhur, sin embargo, se niegan a volver a poner en el poder a quien lleva asesinados ya a 30 mil obreros, y se arman formando el Ejército Rojo del Rhur. Incluso en algunas ciudades (Duisburgo), llegan a detener a los líderes socialistas y de los sindicatos. Pero de nuevo la lucha queda aislada. A principios de abril el reconstruido ejército alemán aplasta la revuelta del Rhur.

En 1921, la burguesía alemana se dedicará a «limpiar» los reductos revolucionarios que quedan en la Alemania central, urdiendo nuevas provocaciones (el asalto de las fábricas Leuna en Mansfeld). Los comunistas del KPD, en pleno proceso de desorientación, entran al trapo ordenando la llamada «Acción de Marzo» en la que los obreros de Mansfeld, Halle..., a pesar de su heroica resistencia no pueden vencer a la burguesía, la cual, aprovechando la dispersión del movimiento, aniquilará primero a los obreros de la Alemania central, y luego a los obreros que en Hamburgo, Berlín y el Rhur se solidarizaron con ellos.

Para la lucha de la clase obrera, por esencia internacional, lo que pasa en unos países repercute en lo que sucede en otros. Por ello cuando, tras la euforia chovinista por la «victoria» en la guerra, el proletariado de Inglaterra, Francia, Italia..., se incorpore masivamente a la lucha, las sucesivas derrotas sufridas por sus hermanos de clase en Alemania, ahondarán el peso de las más nefastas mistificaciones: nacionalizaciones, «control obrero» de la producción, confianza en los sindicatos, desconfianza en el propio proletariado...

En Inglaterra estalla una durísima huelga general ferroviaria en septiembre de 1919. A pesar de la intimidación de la burguesía (barcos de guerra en la desembocadura del Támesis, soldados patrullando las calles de Londres) los obreros no ceden. Es más, los trabajadores del transporte y los de las empresas eléctricas quieren sumarse a la huelga, pero los sindicatos lo impiden. Lo mismo sucederá, cuando más tarde los mineros reclamen la solidaridad de los ferroviarios. El bonzo sindical de turno proclamará: «¿Para qué la aventura arriesgada de una huelga general?, si tenemos a nuestro alcance un medio más simple, menos costoso, y sin duda menos peligroso. Debemos mostrar a los trabajadores que el mejor camino es usar inteligentemente el poder que les ofrece la constitución más democrática del mundo y que les permite obtener todo los que desean»[7].

Como los trabajadores pudieron comprobar de inmediato, la «burguesía más democrática del mundo» contrató matones, esquiroles, reventadores de asambleas..., y desencadenó una oleada de despidos de 1 millón de obreros.

Los obreros no obstante siguieron confiando en los sindicatos. Y lo pagaron carísimo: en abril de 1921, los mineros deciden una huelga general, pero se encontrarán con que el sindicato da marcha atrás (15 de abril, que quedará en la memoria obrera como el «Viernes negro») dejando a los mineros solos y confundidos, a merced de los ataques del gobierno. Derrotados los principales destacamentos obreros la burguesía que «permite a los obreros obtener todo lo que desean» reducirá los salarios a más de 7 millones de obreros.

En Francia la agravación de las condiciones de vida obreras (sobre todo escasez de combustible y alimentos...) desata un reguero de luchas obreras a principios de 1920. Desde febrero el epicentro del movimiento es la huelga de los ferroviarios que, a pesar de la oposición sindical, acaba extendiéndose y ganando la solidaridad de trabajadores de otros sectores. Así las cosas, el sindicato CGT decide encabalgar la huelga y «apoyarla» mediante la táctica de «oleadas de asalto», o sea un día paran los mineros, otro los metalúrgicos..., de manera que la solidaridad obrera no tienda a confluir, sino a dispersarse y agonizar. El 22 de Mayo, los ferroviarios están solos y derrotados (18 mil despidos disciplinarios). Es verdad que los sindicatos están «quemados» ante los trabajadores (la afiliación cae un 60 %) pero su trabajo de sabotaje de las luchas ha dado sus frutos a la burguesía: el proletariado francés queda derrotado y a merced de las expediciones punitivas de las «ligas cívicas».

En Italia donde a lo largo de 1917-19 habían estallado formidables luchas obreras contra la guerra imperialista, y luego contra el envío de pertrechos a las tropas que combatían contra la revolución en Rusia[8], el proletariado es, sin embargo, incapaz de lanzarse al asalto del Estado burgués. En el verano de 1920, como consecuencia de la quiebra de numerosas empresas, se desata una fiebre de «ocupaciones de fábricas», que son secundadas por los sindicatos pues, en realidad, desvían al proletariado del enfrentamiento con el Estado burgués, encadenándole por el contrario al «control de la producción» en cada fábrica. Baste decir que el propio Gobierno de Giolitti advirtió a los empresarios que «no iba a emplear fuerzas militares para desalojar a los trabajadores, pues esto trasladaría la lucha de los obreros de la fábrica a la calle» (citado en M. Ferrara, Conversando con Togliatti). La combatividad obrera se pierde en esas ocupaciones de fábricas. La derrota de este movimiento, aunque en 1921 haya nuevas y aisladas huelgas en Lombardía, Venecia..., abrirá la puerta a la contrarrevolución, que en este caso toma la forma del fascismo.

También en Estados Unidos, la clase obrera sufre importantes derrotas (huelga en las minas de carbón, y en las de lignito de Alabama, así como la de los ferroviarios) en 1920. La contraofensiva capitalista impone el llamado «gremio abierto» (imposibilidad de convenios colectivos), que conlleva una reducción del 30% de los salarios.

Los últimos estertores de la oleada revolucionaria

A partir de 1921, aunque sigan mostrándose heroicos signos de combatividad obrera, la oleada revolucionaria ha entrado ya en su fase terminal. Más aún cuando el peso de las derrotas obreras lleva a los revolucionarios de la Internacional comunista a errores cada vez más graves (aplicación de la política del «frente único», apoyo a movimientos de «liberación nacional», expulsión de la Internacional de las fracciones revolucionarias de izquierda...). Esto lleva a su vez a más confusiones y bandazos que, en una dramática espiral, conducen a nuevas derrotas.

En Alemania la combatividad obrera es desviada cada vez más hacia el «antifascismo» (por ejemplo cuando la ultraderecha asesina a Erzberger, por otra parte un belicista que había pedido «arrasar» Kiel en Noviembre de 1918), o hacia el terreno nacionalista. Ante la invasión del territorio del Rhur por parte de tropas francesas y belgas en 1923, el KPD levanta la denostada bandera del «nacional-bolchevismo»: el proletariado debería defender la «patria alemana», como algo progresista, frente a las agresiones del imperialismo encarnado por las potencias de la Entente. En octubre de ese año, el Partido comunista, que ha entrado en los gobiernos de Sajonia y Turingia, decide provocar insurrecciones empezando el 20 de octubre en Hamburgo. Cuando los trabajadores de esta ciudad se lanzan a la revuelta, el KPD decide dar marcha atrás, por lo que se enfrentan solos a una cruel represión. El proletariado alemán exhausto, desmoralizado, represaliado, ha sellado su derrota. Días después, Hitler protagoniza su famoso «putsch de la cerveza»: una tentativa de pronunciamiento nazi en una cervecería de Munich, que fracasó momentáneamente (como es sabido, Hitler accedería al poder por «vía parlamentaria», diez años más tarde).

En Polonia, el proletariado que en 1920 había cerrado filas junto a su burguesía contra la invasión del Ejército rojo, recupera en 1923 su terreno de clase con una nueva oleada de huelgas. Pero el aislamiento internacional que sufre esa lucha, permite a la burguesía conservar en sus manos la iniciativa y montar toda clase de provocaciones (el incendio del polvorín de Varsovia, del que se acusa a los comunistas) para enfrentar a los trabajadores, cuando aún están dispersos. El 6 de noviembre estalla una insurrección en Cracovia contra el asesinato de dos trabajadores, pero las mentiras de los «socialistas» (que consiguen que los trabajadores les entreguen las armas) logran desorientar y desmoralizar a los trabajadores. A pesar de la oleada de huelgas en solidaridad con Cracovia que surgen en Dombrowa, Gornicza, Tarnow..., la burguesía consigue en pocos días extinguir ese levantamiento obrero. El proletariado polaco será en 1926 la carne de cañón de las peleas interburguesas entre el gobierno «filofascista», y Pilsudski al que la «izquierda» llama a apoyar como «defensor de las libertades». En España, las sucesivas oleadas de lucha serán sistemáticamente frenadas por el Partido «socialista» y la UGT, por lo que el general Primo de Rivera podrá imponer su dictadura en 1923[9].

En Gran Bretaña, tras algunos movimientos parciales y muy aislados (marchas a Londres de los parados en 1921 y 1923, o la huelga general de la construcción en 1924), la burguesía inflige la derrota final en 1926. Ante una nueva oleada de luchas de los mineros, los sindicatos organizan una «huelga general» que desconvocarán apenas 10 días más tarde, dejando solos a los mineros que volverán al trabajo en diciembre habiendo sufrido miles de despidos. Tras la derrota de esta lucha, la contrarrevolución campea en Europa.

También en esta fase de declive definitivo de la oleada revolucionaria, son derrotados los movimientos proletarios en los países de la periferia del capitalismo.

En Sudáfrica, la «Revuelta roja del Transvaal» en 1922, contra la sustitución de obreros blancos por trabajadores negros con menor salario, y que se extendió a trabajadores de ambas razas y otros sectores (minas de carbón, ferrocarril...) hasta tomar formas insurreccionales. En 1923, tropas holandesas y matones a sueldos contratados por plantadores nativos se aunaron contra la huelga ferroviaria que de Java se había extendido a Surabaj y Jemang (Indonesia).

En China, el proletariado había sido arrastrado (según la nefasta tesis de la IC de apoyo a los movimientos de «liberación nacional») a secundar las acciones de la burguesía nacionalista agrupada en torno al Kuomintang, que sin embargo no dudaba en reprimir salvajemente a los trabajadores cuando estos luchaban en su terreno de clase (por ejemplo en la huelga general de Cantón en 1925). En Febrero y Marzo de 1927, los obreros de Shangai lanzan sendas insurrecciones para preparar la entrada en la ciudad del general nacionalista Chang Kai-check. Este líder «progresista» (según la IC) no dudará, tras hacerse con la ciudad, en aliarse con comerciantes, campesinos, intelectuales y sobre todo el lumpen para reprimir a sangre y fuego la huelga general decretada por el Consejo obrero de Shangai para protestar contra la prohibición de huelgas decretada por el «libertador». Tras el horror que durante dos meses reinó en las barriadas obreras de Shangai, aún la IC llamó a apoyar al «ala izquierda» del Kuomintang, instalada en Wuhan. Esta «izquierda» nacionalista no vaciló tampoco en fusilar a aquellos obreros que con sus huelgas «irritaban a los extranjeros (...), impidiéndoles que progresaran sus intereses comerciales» (M. N. Roy, Revolución y contrarrevolución en China). Cuando, ya estando el proletariado completamente destrozado, el PC decida «pasar a la insurrección», no hará sino ahondar aún más la derrota: en la Comuna de Cantón, 2 mil obreros serán asesinados en diciembre de 1927.

Esta lucha del proletariado chino representa el dramático epílogo de la oleada revolucionaria mundial y, como analizaron los revolucionarios de la izquierda comunista, un hito decisivo en el paso de los partidos «comunistas» al campo de la contrarrevolución. Una contrarrevolución que se extendió para el proletariado mundial, como una inmensa y negra noche, a lo largo de más de 40 años, hasta el resurgir de las luchas de la clase obrera a mediados de la década de los 60.

La guerra no ofrece las condiciones más favorables para la revolución

¿Por qué fracasó esta oleada revolucionaria? Sin duda las incomprensiones que el proletariado, y los revolucionarios mismos, tenían sobre las condiciones del nuevo periodo histórico de la decadencia capitalista, pesaron decisivamente; pero no podemos olvidar cómo las propias condiciones objetivas creadas por la guerra imperialista impidieron que ese vasto océano de luchas se encauzara hacia un combate unificado. En el artículo «Las condiciones históricas de la generalización de la lucha de la clase obrera» (Revista Internacional nº 26) analizamos: «La guerra es un momento grave de la crisis del capitalismo, pero tampoco podemos dejar de lado que es también una “respuesta” del capitalismo a su crisis, un momento avanzado de su barbarie y que como tal, no actúa forzosamente en favor de las condiciones de generalización de la revolución».

Eso puede comprobarse con los hechos de esta oleada revolucionaria.

La guerra supone una sangría para el proletariado

Como explicó Rosa Luxemburg: «Pero para que el socialismo pueda llegar a la victoria, es necesario que existan masas cuya potencia resida en su nivel cultural como en su número. Y son precisamente estas masas las que son diezmadas en esta guerra. La flor de la edad viril y de la juventud, cientos de miles de proletarios cuya educación socialista, en Inglaterra y en Francia, en Bélgica, en Alemania y en Rusia, era el producto de un trabajo de agitación e instrucción de una docena de años; otros cientos de miles que mañana podían ser ganados para el socialismo; caen y mueren miserablemente en los campos de batalla. El fruto de decenas de años de sacrificios y esfuerzos de varias generaciones es aniquilado en algunas semanas; las mejores tropas del proletariado internacional son diezmadas» (Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia).

Un alto porcentaje de los cerca de 70 millones de soldados, eran proletarios que fueron sustituidos en las fábricas por mujeres, niños, o mano de obra recién traída de las colonias, con mucha menor experiencia de lucha. En el ejército esos obreros se ven además diluidos en una masa interclasista junto a campesinos, lumpen... De ahí que las acciones de los soldados (deserciones, insubordinaciones...) aún sin beneficiar a la burguesía, no representen por sí mismas un terreno de lucha genuinamente obrero. Las deserciones en el ejército austrohúngaro, por ejemplo, fueron en gran parte motivadas por la negativa de checos, húngaros... a luchar por el emperador de Viena. Los motines en el ejército francés en 1917 no cuestionaban la guerra sino «una determinada manera de hacer la guerra» (la «ineficacia» de ciertas acciones militares...). La radicalidad y conciencia de algunas acciones de los soldados (confraternización con los soldados del «otro bando», negativa a reprimir las luchas obreras...) fueron en realidad consecuencia de las movilizaciones que se daban en retaguardia. Y cuando, tras el armisticio, se planteó que para acabar con las guerras había que destruir el capitalismo, los soldados representaron el sector más vacilante y retardatario. Por ello la burguesía alemana, por ejemplo, sobredimensionó deliberadamente el peso de los Consejos de soldados frente a los Consejos obreros.

El proletariado no «controla» la guerra

El desencadenamiento de ésta exige que el proletariado esté derrotado. Incluso allí donde el impacto de la ideología reformista que había preparado esa derrota fue menor, también en 1914 cesaron las luchas: por ejemplo en Rusia, donde en 1912-13 había una creciente oleada de huelgas.

Pero además, en el transcurso de la guerra, la lucha de clases se ve mediatizada por el rumbo de las operaciones militares. Si bien los reveses militares acentúan el descontento (por ejemplo, el fracaso de la ofensiva del ejército ruso en junio de 1917 que trajo las «jornadas de julio»), también es cierto que las ofensivas del imperialismo rival y el éxito de las propias, empujan al proletariado en brazos del «interés de la patria». Así en la primavera de 1918, en un momento trascendental para la revolución mundial (apenas meses después de la insurrección de Octubre en Rusia), se producen las últimas ofensivas militares germánicas que:
– paralizan la oleada de huelgas que desde Enero habían estallado en Alemania y Austria, con los «éxitos» de las conquistas en Rusia y Ucrania, que la propaganda militar anuncia como «la paz del pan»;
– hacen que los soldados franceses, que confraternizaban con los obreros del Loira, cerraran filas junto a su burguesía. En el verano esos mismos soldados reprimirán las huelgas.

Y lo que es aún más importante: cuando la burguesía ve su dominación de clase realmente amenazada por el proletariado, puede poner fin a la guerra, privando a la revolución de su principal estímulo. Esta cuestión que no fue comprendida por la burguesía rusa y sí fue, en cambio, captada por la más preparada burguesía alemana (y con ella el resto de la burguesía mundial). Por intensos que sean los antagonismos imperialistas entre los distintos capitales nacionales, es mucho más fuerte la solidaridad de clase entre los diferentes sectores burgueses para enfrentar al proletariado.

De hecho tras el armisticio, la sensación de alivio que éste generó en los trabajadores debilitó su lucha (como veíamos en Alemania) pero, en cambio, reforzó el peso de las mistificaciones burguesas. Presentando la guerra imperialista como una «anomalía» en el funcionamiento del capitalismo (la «Gran Guerra» iba ser la «última guerra») pretendían convencer a la clase obrera de que la revolución no era necesaria ya que «todo volvía a ser como antes». Esa sensación de «vuelta a la normalidad» reforzó a los instrumentos de la contrarrevolución: los partidos «socialistas» y su «paso gradual al socialismo», los sindicatos y sus mistificaciones («control obrero de la producción», nacionalizaciones...).

La guerra rompe la generalización de las luchas

Por último, la guerra imperialista rompe la generalización de las luchas al fragmentar la respuesta obrera entre los países vencedores y los vencidos. En éstos, el gobierno queda sin duda debilitado por la derrota militar, pero el desmoronamiento del régimen no significa, necesariamente, reforzamiento del proletariado. Así tras la caída del imperio austro-húngaro, el proletariado de las «nacionalidades oprimidas» fue arrastrado a la lucha por la «independencia» de Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia...[10]. Los obreros húngaros que el 30 de octubre tomaron Budapest, la huelga general en Eslovaquia en Noviembre de 1918... fueron desviados al terreno podrido de la «liberación nacional». En Galitzia (entonces Austria) lo que durante años habían sido movimientos contra la guerra, dejan paso a manifestaciones «por la independencia de Polonia y ¡la victoria militar sobre Alemania!». En su tentativa insurreccional de noviembre de 1918, el proletariado de Viena luchará prácticamente sólo.

En los países vencidos, la revuelta es más rápida pero también más a la desesperada y por tanto dispersa y desorganizada. La furia de los proletarios de los países vencidos, al quedar aislada de la lucha de los obreros de los países vencedores, puede ser finalmente desviada hacia el «revanchismo» como se puso de manifiesto en Alemania en 1923, tras la invasión del Rhur por tropas franco-belgas.

En los países vencedores, en cambio, la combatividad obrera se ve postergada por la euforia chovinista de la victoria[11], por lo que las luchas se reanudarán más lentamente, como si los trabajadores esperaran los «dividendos de la victoria»[12]. Sólo cuando tales ilusiones se desvanecieron ante la crudeza de las condiciones de posguerra (en especial, cuando a partir de 1920, el capitalismo entra en una fase de crisis económica) los obreros de Francia, Inglaterra, Italia..., entrarán masivamente en lucha. Para entonces, como hemos visto, el proletariado de los países vencidos ha sufrido derrotas decisivas. La fragmentación de la respuesta obrera entre países vencedores y vencidos, permite además a la burguesía mundial coordinar el conjunto de sus fuerzas, en apoyo de aquellas fracciones que en cada momento se encuentran en primera línea de la guerra contra el proletariado. Como ya Marx denunciara ante el aplastamiento de la Comuna de París: «El hecho sin precedente de que en la guerra más tremenda de los tiempos modernos, el ejército vencedor y el vencido confraternicen en la matanza común del proletariado (...) La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional, todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado» (Marx, La Guerra civil en Francia).

Los ejemplos no faltan:
– Ya incluso antes del final de la guerra, los países de la Entente hicieron la vista gorda cuando las tropas alemanas aplastaron en marzo de 1918 la revolución obrera en Finlandia, o en septiembre de 1918 la revuelta del ejército búlgaro en Vladai;
– Frente a la revolución alemana, fue el propio presidente Wilson (USA) quien impuso al Káiser la entrada de los «socialistas» en el gobierno como única fuerza capaz de enfrentarse a la revolución. Poco después, la Entente entregaba 5000 ametralladoras al gobierno alemán para aplastar las revueltas obreras. Y en marzo de 1919, el ejército de Noske se moverá, con el pleno consentimiento de Clemenceau, por la «zona desmilitarizada» del Rhur, para aplastar uno tras otro los focos revolucionarios.
– Desde finales de 1918, funcionaba en Viena un centro coordinador de la contrarrevolución, al mando del siniestro coronel inglés Cunningham que coordinó, por ejemplo, la acción contrarrevolucionaria de las tropas checas y rumanas en Hungría. Cuando el ejército de los Consejos húngaros intentó en julio de 1919, una acción militar en el frente rumano, las tropas de este país estaban preparadas, pues los «socialistas» húngaros habían ya comunicado esta operación al «centro antibolchevique» de Viena.
– Y junto a la colaboración militar, el chantaje de la «ayuda humanitaria» que llegaba de la Entente, (especialmente de EE UU), a condición de que el proletariado aceptara sin protestar la explotación y la miseria. Cuando en marzo de 1919, los Consejos húngaros llamaron a los obreros austriacos a que entraran en lucha junto a ellos, el «revolucionario» F. Adler les contesta: «Ustedes nos han llamado a seguir su ejemplo. Lo haríamos de todo corazón y de buena gana, pero lamentablemente no podemos. En nuestro país no quedan alimentos. Nos hemos convertido por completo en esclavos de la Entente» (Arbeiter-Zeitung, 23/3/1919).

Como conclusión podemos pues afirmar que, a diferencia de lo que pensaron muchos revolucionarios[13], la guerra no crea las condiciones favorables para la generalización de la revolución. Ello no significa, en manera alguna, que seamos «pacifistas» como nos tachan los grupos revolucionarios bordiguistas. Al contrario, defendemos como Lenin que «la lucha por la paz, sin acción revolucionaria es una frase hueca y mentirosa». Es precisamente nuestra responsabilidad de vanguardia en esa lucha revolucionaria, lo que nos exige sacar lecciones de las experiencias obreras, y afirmar[14], que el movimiento de luchas contra la crisis económica del capitalismo (como el iniciado desde finales de los años 60), podrá parecer menos «radical», más tortuoso y contradictorio, pero establece una base material mucho más firme para la revolución mundial del proletariado:
– La crisis económica afecta a todos los países sin excepción. Independientemente del grado de devastación que la crisis pueda causar en los diferentes países, lo bien cierto es que no hay «vencedores» y «vencidos», como tampoco «neutrales».
– A diferencia de la guerra imperialista, que puede ser detenida por la burguesía ante el riesgo de una revolución obrera, el capitalismo mundial no puede detener la crisis económica, ni evitar lanzar ataques cada vez más brutales contra los trabajadores.

Resulta muy significativo, que esos mismos grupos que nos tildan de «pacifistas», muy a menudo menosprecien las luchas obreras contra la crisis económica.

El papel decisivo de las principales concentraciones obreras

Cuando el proletariado tomó el poder en Rusia, los mencheviques y con ellos el conjunto de «socialistas» y centristas, denunciaron el «aventurerismo» de los bolcheviques, pues Rusia sería un país «atrasado» que no estaría maduro para la revolución socialista. Fue precisamente la justa defensa del carácter proletario de la Revolución de Octubre, lo que llevó a los bolcheviques a explicar la «paradoja» del surgimiento de la revolución mundial a partir de la lucha de un proletariado «atrasado» como el ruso[15], mediante la errónea tesis de que la cadena del imperialismo mundial se rompería antes por sus eslabones más frágiles[16]. Pero un análisis de la oleada revolucionaria permite rebatir desde una base marxista, tanto la patraña de que el proletariado de los países del Tercer Mundo no estaría preparado para la revolución socialista, como su aparente «antítesis» según la cual disfrutaría de mayores facilidades.

1. Precisamente la Iª Guerra mundial marca  el hito histórico de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. Es decir, que las premisas de la revolución proletaria (desarrollo suficiente de las fuerzas productivas, y también de la clase revolucionaria enterradora de la sociedad moribunda) estaban ya dadas, a nivel mundial.

El hecho de que la oleada revolucionaria se extendiese a todos los rincones del planeta y que, en todos los países, las luchas obreras enfrentaran la acción contrarrevolucionaria de todas las fracciones de la burguesía, pone claramente de manifiesto que el proletariado (independientemente del grado de desarrollo que hubiera alcanzado en cada país) no tiene tareas diferentes en Europa y en el llamado Tercer Mundo. No existe pues, un proletariado «listo» para el socialismo (en los países avanzados) y un proletariado «inmaduro para la revolución» que aún debería atravesar la «fase democrático-burguesa».

Precisamente la oleada revolucionaria internacional que estamos analizando, muestra cómo los obreros de la atrasada Noruega descubren que: «Las reivindicaciones de los trabajadores no pueden ser satisfechas por medios parlamentarios, sino por las acciones revolucionarias de todo el pueblo trabajador» (Manifiesto del Consejo Obrero de Cristianía en Marzo de 1918); cómo los obreros de las plantaciones indonesias, o los de las favelas de Río, construyen Consejos Obreros; cómo los trabajadores beréberes se unen a los trabajadores europeos emigrados, y contra la burguesía «nacionalista» en una huelga general en los puertos de Argelia en 1923...

Proclamar hoy, como hacen algunos grupos del medio revolucionario, que el proletariado de esos países atrasados, a diferencia de los de los países adelantados, deberían construir sindicatos, o apoyar la revolución «nacional» de las fracciones «progresistas» de la burguesía, equivale a tirar por la borda las lecciones de las derrotas sangrientas sufridas por esos proletarios a manos de la alianza de todas las fracciones («progresistas» y reaccionarias) de la burguesía, o de unos sindicatos (incluso en sus variantes más radicales, como los sindicatos anarquistas en Argentina) que en el centro y en la periferia del capitalismo, demostraron haberse convertido en agentes antiobreros del Estado capitalista.

2. Sin embargo que el conjunto del capitalismo, y por tanto del proletariado mundial, estén «maduros» para la revolución socialista, no significa que la revolución mundial pueda empezar en cualquier país, o que la lucha de los trabajadores de los países más atrasados del capitalismo tengan la misma responsabilidad, el mismo carácter determinante, que los combates del proletariado de los países más avanzados. Precisamente la oleada revolucionaria de 1917-23 demuestra contundentemente que la revolución sólo podrá, en el porvenir, partir del proletariado de los capitalismos más desarrollados, es decir de aquellos destacamentos de la clase obrera que por su peso en la sociedad, por la experiencia histórica acumulada en años de combates contra el Estado capitalista y sus mistificaciones, juegan un papel central y decisivo en la confrontación mundial entre proletariado y burguesía.

Al calor de la lucha del proletariado de esos países más desarrollados, los trabajadores forman Consejos Obreros hasta en Turquía (donde en 1920 existirá un grupo espartaquista), Grecia, incluso en Indonesia, Brasil... En Irlanda (un proletariado que Lenin creía erróneamente, debía aún luchar por la «liberación nacional»), el influjo de la oleada revolucionaria abrió un luminoso paréntesis, cuando los trabajadores en vez de luchar junto a la burguesía irlandesa por su «independencia» de Gran Bretaña, lucharon en el terreno del proletariado internacional. En el verano de 1920 surgieron Consejos Obreros en Limerick, y estallaron revueltas de jornaleros en el oeste de país, soportando la represión tanto de las tropas inglesas, como del IRA (cuando ocupaban las haciendas de los terratenientes nativos).

Cuando la burguesía consigue derrotar a los batallones obreros decisivos en Alemania, Francia, Inglaterra, Italia..., la clase obrera mundial quedará decisivamente debilitada, y las luchas obreras en los países de la periferia capitalista no podrán invertir el curso de la derrota del proletariado mundial. Las enormes muestras de coraje y combatividad que dieron los obreros en América, Asia..., privados de la contribución de los batallones centrales de la clase obrera, se perderán como hemos visto en gravísimas confusiones (como por ejemplo en la insurrección en China) que les conducirán inevitablemente a la derrota. En los países donde el proletariado es más débil, sus escasas fuerzas y experiencia, se enfrentan, sin embargo, a la acción combinada de las burguesías que tienen más experiencia en su lucha de clases contra el proletariado[17].

Por todo ello, el eslabón clave donde se jugaba el porvenir de la oleada revolucionaria era Alemania, cuyo proletariado representaba un auténtico faro para los trabajadores del mundo entero. Pero en Alemania, el proletariado más desarrollado y también más consciente, se enfrentaba, lógicamente, a la burguesía que había acumulado una vasta experiencia de confrontaciones contra el proletariado. Baste ver la «potencia» del aparato específicamente antiobrero del Estado capitalista alemán: un partido «socialista» y unos sindicatos que se mantuvieron en todo momento organizados y coordinados para sabotear y aplastar la revolución.

Por todo ello, para hacer posible la unificación mundial del proletariado, hay que superar las mistificaciones más refinadas de la clase enemiga, hay que enfrentarse a los aparatos antiobreros más potentes. Hay que derrotar, en definitiva, a la fracción más fuerte de la burguesía mundial. Y esto sólo está al alcance de los destacamentos más desarrollados y experimentados de la clase obrera mundial.

Tanto la tesis de que la revolución debería surgir necesariamente de la guerra, como la del «eslabón más débil», fueron errores de los revolucionarios de aquel periodo en su deseo de defender la revolución proletaria mundial. Estos errores, sin embargo, fueron convertidos en dogmas por la contrarrevolución triunfante tras la derrota de la oleada revolucionaria, y hoy desgraciadamente forman parte del «cuerpo de doctrina» de los grupos bordiguistas.

La derrota de la oleada revolucionaria del proletariado de 1917-23 no significa que la revolución proletaria sea imposible. Al contrario, casi 80 años después, el capitalismo ha demostrado, guerra tras guerra, barbarie tras barbarie, que no puede salir del atolladero histórico de su decadencia. Y el proletariado mundial ha superado la noche de la contrarrevolución inaugurando, a pesar de sus limitaciones, un nuevo curso hacia los enfrentamientos de clase, hacia una nueva tentativa revolucionaria. En ese nuevo asalto mundial al capitalismo la clase obrera necesitará, para triunfar, apropiarse de las lecciones de lo que constituye su principal experiencia histórica. Es responsabilidad de sus minorías revolucionarias abandonar el dogmatismo y el sectarismo, para poder discutir y clarificar el necesario balance de esa experiencia.

Etsoem

 

[1] La retirada alemana de sus posiciones en Francia y Bélgica costó, entre agosto y noviembre, 378 mil hombres a Gran Bretaña y 750 mil a Francia.

[2] La derrota del proletariado en 1914 era sólo ideológica y no física, por lo que de inmediato volvieron las huelgas, las asambleas, la solidaridad... En 1939 en cambio, la derrota es completa, física (tras el aplastamiento de la oleada revolucionaria), e ideológica (antifascismo).

[3] Cattaro, hoy Kotor, puerto de Montegnegro en Yugoslavia. Ver «Del austromarxismo al austrofascismo» en Revista Internacional nº 10.

[4] Ver «Hace 70 años, la revolución en Alemania» en la Revista internacional nº 55 y 56.

[5] Vacilaciones que alcanzaron lamentablemente también a los revolucionarios. Ver el folleto La Izquierda comunista germano-holandesa.

[6] Ver «El aislamiento es la muerte de la revolución» en la Revista internacional nº 75.

[7] Citado por Edouard Dolléans en Historia del movimiento obrero.

[8] Ver «Revolución y contrarrevolución en Italia» en Revista internacional nº 2 y 3.

[9] El proletariado español no resultó sin embargo aplastado: de ahí sus formidables luchas en los años 30. Ver nuestro folleto Franco y la República masacran al proletariado.

[10] Ver «Balance de 70 años de “liberación nacional”» en Revista Internacional nº 66.

[11] Sólo en la parte «vencida» de Francia (Alsacia y Lorena) se produjeron, en noviembre de 1918, huelgas importantes (ferrocarriles, mineros) y Consejos de soldados.

[12] El capitalismo más débil que pierde la guerra, es también el que la inició, lo que permite a la burguesía reforzar el chovinismo con campañas sobre las «reparaciones de guerra».

[13] Incluso grupos revolucionarios que trazaron un balance muy serio y lúcido de la oleada revolucionaria, como es el caso de nuestros antecesores de la Izquierda Comunista de Francia, erraron en esta cuestión, lo que les llevó a esperar una nueva oleada revolucionaria, tras la IIª Guerra mundial.

[14] Ver el citado artículo de la Revista internacional nº 26.

[15] En nuestro folleto La revolución rusa, comienzo de la revolución mundial, mostramos que ni Rusia era un país tan atrasado (5ª potencia industrial del mundo) ni el hecho de que se avanzara respecto al resto del proletariado puede atribuirse a ese supuesto «atraso» del capitalismo ruso, sino a que la revolución surgiera de la guerra, y que la burguesía mundial no pudiera acudir en ayuda de la burguesía rusa (como tampoco pudo hacerlo en 1918-1920 durante la «guerra civil») junto a la ausencia de amortiguadores sociales (sindicatos, democracia...) del zarismo.

[16] Hemos expuesto nuestra crítica a esta «teoría del eslabón más débil» en «El proletariado de Europa Occidental en el centro de la lucha de clases» y en «A propósito de la crítica de la teoría del eslabón más débil» (Revista Internacional nº 31 y 37 respectivamente).

[17] Cómo se vio ya en la propia revolución rusa (ver artículo en la Revista internacional nº 75), cuando las burguesías francesa, inglesa y norteamericana emprendieron coordinadamente una acción contrarrevolucionaria. También en China, las «democracias» occidentales apoyaron financiera y militarmente primero a los «señores de la guerra» y luego a líderes del Kuomintang.

Series: 

  • Rusia 1917 [6]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [7]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Tercera Internacional [8]

Guy Debord - La segunda muerte de la Internacional situacionista

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Guy Debord

La segunda muerte de la Internacional situacionista

Guy Debord se ha suicidado el 30 de noviembre de 1994. En Francia, en donde residía, toda la prensa ha hablado de ese suicidio, pues, aunque siempre haya limitado sus apariciones en público, Debord era un personaje conocido. Su fama no la debía a las «obras» producidas en el «oficio» que le atribuyeron los media, o sea cineasta, cuyas obras han tenido siempre una difusión limitada, sino en tanto que escritor (La sociedad del espectáculo, 1967) y sobre todo como fundador y principal animador de la Internacional situacionista (IS). En tanto que organización revolucionaria, lo que nos interesa es este último aspecto de la vida de Guy Debord, en la medida en que la IS, aunque haya desaparecido hace más de 20 años, tuvo en sus tiempos cierta influencia en grupos y elementos que se orientaban hacia posiciones de clase.

No vamos a exponer aquí una historia de la IS, ni hacer la exégesis de los 12 números de su revista publicada entre 1958 y 1969. Nos conformaremos con recordar que la IS no nació como verdadero movimiento político, sino como movimiento cultural que reunía a unos cuantos «artistas» (pintores, arquitectos, etc.) procedentes de diferentes tendencias (Internacional Letrista, Movimiento para un Bauhaus imaginista, Comité psicogeográfico de Londres, etc.) y que se proponían hacer una crítica «revolucionaria» del arte tal y como existe en la sociedad actual. Así es como, en el primer número de la revista de la IS (junio del 58), se reproduce un Llamamiento distribuido con ocasión de una asamblea general de críticos de arte internacionales en el cual se puede leer: «Disolveos, pedazos de críticos de arte, críticos de fragmentos de arte. Ahora, en donde se organiza la actividad artística unitaria del porvenir es en la Internacional situacionista . Nada os queda por decir. La Internacional situacionista os dejará sin lugar. Os reduciremos a morir de hambre».

Hay que notar que aunque la IS se reivindique de una revolución radical, piensa que es posible organizar en el seno mismo de la sociedad capitalista «la actividad artística del porvenir». Más aún: esta actividad se concibe como una especie de estribo hacia esa revolución, puesto que «elementos de una vida nueva deben estar ya gestándose entre nosotros -en el terreno de la cultura-, y nos incumbe servirnos de ellos para hacer apasionante el debate» («Los situacionistas y la automación», Asger Jorn, IS nº 1). El autor de estas líneas era un pintor danés relativamente célebre.

El tipo de preocupaciones qua animaba a los fundadores de la IS revelaba que no se trataba de una organización que expresara un esfuerzo de la clase obrera hacia su toma de conciencia, sino de una manifestación de la pequeña burguesía intelectual radicalizada. Por eso resultaban tan confusas las posiciones propiamente políticas de la IS por mucho que se reivindicaran del marxismo y rechazaran el estalinismo y el trotskismo. Y es así como, en el anexo del número 1 de la publicación, se puede leer una toma de posición sobre el golpe de Estado del 13 de mayo del 1958 en el cual el ejército francés basado en Argelia se levantó contra el poder del gobierno de París: se habla del «pueblo francés», de las «organizaciones obreras» para designar a los sindicatos y a los partidos de izquierdas, etc. Dos años más tarde, vuelve a encontrarse un tono tercermundista en el número 4 de la revista: «Saludamos en la emancipación de los pueblos colonizados y subdesarrollados, realizada por ellos mismos, la posibilidad de ahorrarse los estadios intermedios que se han recorrido en otras partes, tanto en la industrialización como en la cultura, y la posibilidad de disfrutar de una vida liberada por completo» («La caída de París», IS nº 4). Unos meses después, Debord es uno de los 121 firmantes (artistas e intelectuales, sobre todo) de la Declaración sobre el derecho a la insumisión en la guerra de Argelia, en la cual se puede leer: «La causa del pueblo argelino, que está contribuyendo de manera decisiva a desmoronar el sistema colonial es la causa de todos los hombres libres». La IS número 5 reivindica colectivamente este acto sin la menor crítica sobre las concesiones hacia la ideología democrática y nacionalista que contiene la Declaración.

Nuestro propósito, aquí, no es disparar sobre la ambulancia IS, o mejor dicho, echar más tierra sobre su ataúd. Pero es importante que quede claro, particularmente para quienes hayan sido influenciados por las posiciones de esta organización, que se exageró mucho su fama de «radicalismo», su intransigencia y su rechazo de cualquier compromiso. En realidad, le costó muchísimo a la IS liberarse de las aberraciones políticas de sus orígenes en particular de las concesiones hacia las concepciones izquierdistas o anarquistas. Progresivamente, va a ir acercándose a las posiciones comunistas de izquierda, de hecho las del consejismo, al mismo tiempo que las páginas de su publicación van dejando más espacio a las cuestiones políticas en detrimento de las divagaciones «artísticas». Será Debord, quien había estado durante algún tiempo estrechamente vinculado al grupo que publicaba Socialisme ou Barbarie (Socialismo o Barbarie, SoB), el que va a impulsar esa evolución. Así es como en julio de 1960, publica un documento, «Preliminares para una definición de la unidad del programa revolucionario», en compañía de P. Canjuers, miembro de SoB. Sin embargo, SoB, que durante un tiempo inspira la evolución de la IS, también representa una corriente política muy confusa. Procedente de una escisión tardía (1949) de la IVª Internacional trotskista, esta corriente jamás conseguirá romper el cordón umbilical con el trotskismo y acercarse a las posiciones de la Izquierda comunista. Tras haber engendrado a su vez varias escisiones que harán surgir el Groupe de liaison pour l’action des travailleurs (Grupo de enlace para la acción de los trabajadores), la revista Information et Correspondance ouvrières (información y correspondencia obreras) y el grupo Pouvoir ouvrier (poder obrero), SoB acabará su trayectoria bajo al alta autoridad de Cornelius Castoriadis (quien a principios de los 80 apoyará las campañas reaganianas sobre la presunta «superioridad militar de la URSS») en un cenáculo de intelectuales que rechaza explícitamente el marxismo.

La gran confusión de las posiciones políticas de la IS se nota una vez más en el 66, cuando trata de tomar posición sobre el golpe de Estado militar de Bumedian en Argelia; lo único que consigue, es defender de manera «radical» la autogestión (es decir la vieja receta anarquista de origen prudhoniano que lleva a la participación de los obreros en su propia explotación): «el único programa de los elementos socialistas argelinos consiste en la defensa del sector autoadministrado, no solo tal como es ahora, sino como debe ser... La única manera de lanzarse al asalto revolucionario contra el régimen actual es basándose en la autogestión mantenida y radicalizada. La autogestión ha de ser la única solución frente a los misterios del poder en Argelia, y ha de saber que sólo ella es la solución» (IS nº 10, marzo del 66). E incluso en 1977, en el nº 11 de su revista, la cual contiene, sin embargo, las posiciones políticas más claras, la IS sigue cultivando la ambigüedad sobre ciertos puntos, en particular sobre las presuntas luchas de «liberación nacional». Se puede ver que junto a una vigorosa denuncia del tercermundismo y de los grupos izquierdistas que lo promueven, la IS acaba haciendo concesiones al mismo tercermundismo: «Está claro que hoy resulta imposible buscar una solución revolucionaria en la guerra del Vietnam. Se trata ante todo de acabar con la agresión norteamericana, para dejar que se desarrolle, de manera natural, la verdadera lucha social de Vietnam, es decir permitir que los obreros vietnamitas se enfrenten con sus enemigos del interior, la burocracia del Norte y todas las capas pudientes y dirigentes del Sur» (...).

«Solo un movimiento revolucionario árabe resueltamente internacionalista y antiestatalista, podrá a la vez disolver al Estado de Israel y tener a su lado a la masa de sus explotados. Solo así, con este mismo proceso, podrá disolver todos los Estados árabes existentes y crear la unificación árabe mediante el poder de los consejos» («Dos guerras locales», IS nº 11).

De hecho las ambigüedades que siempre arrastró la IS, especialmente sobre esa cuestión, permiten explicar el éxito que tuvo en una época en que las ilusiones tercermundistas eran muy fuertes en el seno de la clase obrera y sobre todo en el ámbito estudiantil e intelectual. No se trata de decir que la IS reclutó sus adeptos gracias a sus concesiones al tercermundismo, sino de considerar que si la IS hubiera sido perfectamente clara sobre la cuestión de las pretendidas «luchas de liberación nacional», probablemente muchos de sus admiradores de entonces se hubieran apartado de ella ([1]).

Otra razón del «éxito» de la IS en el medio de los intelectuales y de los estudiantes consiste, claro está, en que su crítica iba dirigida en prioridad contra los aspectos ideológicos y culturales del capitalismo. Para ella, la sociedad actual es la del «espectáculo», lo cual es un término nuevo para designar el capitalismo de Estado, es decir un fenómeno del período de decadencia del capitalismo ya analizado por los revolucionarios: la omnipresencia del Estado capitalista en todas las esferas del cuerpo social, incluida la esfera cultural. Igualmente, aunque la IS afirme muy claramente que sólo el proletariado constituye una fuerza revolucionaria en la sociedad actual, la definición que da de esta clase permite a la pequeña burguesía intelectual rebelde considerarse como parte de esa clase y por consiguiente considerarse como una fuerza «subversiva»: «Según la realidad que se está esbozando actualmente, se podrá considerar como proletarios a las personas que no tienen posibilidad alguna de modificar el espacio-tiempo social que la sociedad le asigna para consumir...» («Dominación de la naturaleza, ideología y clases», IS nº 8). Y la visión típicamente pequeñoburguesa de la IS sobre esta cuestión se ve confirmada por su análisis, próximo al de Bakunin, del «lumpen proletariado»; éste se vería destinado a constituir una fuerza para la revolución, puesto que «... el nuevo proletariado tiende a definirse negativamente como “Frente contra el trabajo forzado” en el cual se encuentran reunidos todos aquellos que resisten a la recuperación por el poder» («Trivialidades de base», IS nº 8).

Lo que más les gusta a los elementos rebeldes de la intelligentsia son los métodos empleados por la IS para su propaganda: el sabotaje espectacular de las manifestaciones culturales y artísticas o la reutilización de historietas y fotonovelas (por ejemplo a una pin-up desnuda se le hace decir el famoso lema del movimiento obrero «La emancipación será obra de los trabajadores mismos»). Igualmente, los lemas situacionistas tienen un gran éxito en esa capa social: «Vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas», «Exijamos lo imposible», «Tomemos nuestros deseos por realidades». La idea de aplicar de inmediato las tesis situacionistas sobre la «crítica de la vida cotidiana» no expresa sino el inmediatismo de una capa social sin porvenir, la pequeña burguesía. Para terminar, un folleto escrito por un situacionista en 1967, De la miseria en el medio estudiantil, en el cual se presenta a los estudiantes como los seres más despreciables del mundo junto con los curas y los militares, contribuye a la notoriedad de la IS en una capa de la población cuyo masoquismo va parejo a su ausencia de papel que desempeñar en la escena social e histórica.

Los acontecimientos de mayo del 68 en Francia, el país en donde la IS ha tenido mayor eco, fueron una especie de hito en el movimiento situacionista: las consignas situ cubren las paredes; en los media, el término «situacionista» es sinónimo de «revolucionario radical»; el primer comité de ocupación de la Sorbona se compone en buena parte de miembros o simpatizantes de la IS. Esto no ha de sorprender. Efectivamente, aquellos acontecimientos fueron a la vez las últimas hogueras de las revueltas estudiantiles que habían empezado en 1964 en California, y el inicio magistral de la reanudación histórica del proletariado tras cuatro décadas de contrarrevolución. La simultaneidad de ambos fenómenos y el hecho de que la represión del Estado contra la revuelta estudiantil fuera el fulminante del movimiento de huelgas masivo cuyas condiciones habían madurado con los primeros ataques de la crisis económica, permitió a los situacionistas expresar los aspectos más radicales de esa revuelta, a la vez que tenían cierto impacto sobre algunos sectores de la clase obrera que empezaban a rechazar las estructuras burguesas de encuadramiento o sea los sindicatos y los partidos de izquierdas e izquierdistas.

Sin embargo, la reanudación de la lucha de clases que provocó la aparición y el desarrollo de toda una serie de grupos revolucionarios, entre los cuales nuestra propia organización, firmó la sentencia de muerte de la IS. La IS fue incapaz de comprender el significado verdadero de los combates del 68. Convencida de que los obreros no se habían levantado contra los primeros ataques de una crisis abierta y sin salida de la economía capitalista, sino contra el «espectáculo», la IS escribe la grandiosa necedad de que: «la erupción revolucionaria no proviene de una crisis económica... Lo que se ha atacado de frente en Mayo, es la economía capitalista en buen funcionamiento» (Enragés et situationnistes dans le mouvement des occupations, libro escrito por el situacionista René Viénet) ([2]). Con semejante visión, no ha de extrañar que la IS haya acabado creyéndose, en pleno ataque de megalomanía, que: «La agitación desencadenada en enero del 68 en Nanterre por cuatro o cinco revolucionarios que iban a formar el grupo de los “Enragés” (influenciado por las ideas situacionistas), iba a provocar cinco meses después la práctica liquidación del Estado» (ídem). A partir de entonces, la IS va a entrar en un período de crisis que acabará desembocando en su propia liquidación en 1972.

Si la IS pudo tener un impacto antes y durante los acontecimientos del 68 sobre los elementos que se iban acercando hacia posiciones de clase, fue debido a la desaparición o la esclerosis de las corrientes comunistas del pasado, durante el período de contrarrevolución. En cuanto se formaron. gracias al impulso de 1968, organizaciones que se vinculaban a la experiencia de estas corrientes, y una vez enterrada la revuelta estudiantil, ya no quedó sitio para la IS. Su autodisolución era la conclusión lógica de su quiebra, de la trayectoria de un movimiento que al negarse a relacionarse firmemente con las fracciones comunistas del pasado, no podía tener porvenir alguno. El suicidio de Guy Debord ([3]), probablemente, forma parte de esa misma lógica.

Fabienne

 

[1] La mejor prueba de la falta de rigor (por no decir otra cosa) de la IS, la da la propia persona que a quien se le había encargado exponer las tesis sobre el tema (ver «Contribuciones para rectificar ante la opinión pública acerca de la revolución en los países subdesarrollados», IS nº 11), Mustafá Khayati, quien se alistó poco después en las filas del Frente Popular Democrático de Liberación de Palestina, sin que esto provocara su exclusión inmediata de la IS, puesto que él fue quien dimitió. En su Conferencia de Venecia, en septiembre del 69, la IS se contentó con aceptar esa dimisión, argumentando que no aceptaba la «doble pertenencia». En resumen, a la IS le daba igual que Khayati se hiciera miembro de un grupo consejista como ICO o que se alistara en un ejército burgués (¿y por qué no en la policía?).

[2] En una polémica contra nuestra publicación en Francia, la IS escribe: «en cuanto a los restos del viejo ultraizquierdismo no trotskista, necesitaban al menos una gran crisis económica. Esta era la condición necesaria para cualquier movimiento revolucionario, y no veían llegar nada. Ahora que han reconocido una crisis revolucionaria en Mayo, tienen que demostrar la existencia en la primavera del 68, de esa crisis económica “invisible”. Sin miedo al ridículo, publican esquemas sobre el aumento del desempleo y de los precios. Así pues, para ellos, la crisis económica ya no es esa realidad objetiva, terriblemente evidente, que fue tan vivida y descrita hasta 1929, sino una especie de presencia eucarística, que sostiene su religión» (IS no 12, p. 6). Si esa crisis resultaba «invisible» para la IS, no lo era para nuestra corriente, puesto que nuestra publicación en Venezuela (la única que existía entonces), Internacionalismo, le dedicó un artículo en enero del 68.

[3] Eso, en caso de que se haya suicidado. Podría también considerarse otra hipótesis, pues su amigo Gérard Lebovici fue asesinado en 1984.

Los 20 años de la CCI. Construcción de la Organización Revolucionaria.

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Hace 20 años, en enero de 1975, se formó la Corriente Comunista Internacional. Es una edad importante para una organización internacional del proletariado si tomamos en cuenta que la AIT no vivió más que 12 años (1864-1876), la Internacional Socialista 25 años (1889-1914) y la Internacional comunista 9 años (1919-1928). Evidentemente, no pretendemos decir que nuestra organización haya desempeñado un papel equiparable al de las Internacionales obreras. Sin embargo, la experiencia de estos veinte años de existencia de la CCI pertenece plenamente al proletariado, del cual nuestra organización es una expresión por las mismas razones que las Internacionales del pasado y que las demás organizaciones que defienden hoy en día los principios comunistas. Por eso, es nuestro deber, y este aniversario nos da la ocasión, el proponer al conjunto de nuestra clase algunas de las lecciones que nosotros sacamos de estas dos décadas de combate.

Cuando comparamos a la CCI con las organizaciones que han marcado la historia del movimiento obrero, especialmente las Internacionales, puede embargarnos una cierta sensación de vértigo: mientras que millones o decenas de millones de obreros pertenecían, o estaban influenciados por estas organizaciones, la CCI es conocida en el mundo por una ínfima minoría de la clase obrera. Esta situación, que es hoy la que también conocen todas las demás organizaciones revolucionarias, si bien nos hace ser modestos, no es para nosotros, sin embargo, motivo de subestimación del trabajo desarrollado, y mucho menos de desaliento. La experiencia histórica del proletariado, desde que esta clase ha aparecido como actor en la escena social, hace ya siglo y medio, nos ha enseñado que los períodos en los que las posiciones revolucionarias han ejercido una influencia real sobre las masas obreras son relativamente reducidos. Apoyándose interesadamente en esta realidad, los ideólogos de la burguesía han pregonado que la revolución proletaria es pura utopía porque la mayoría de los obreros no la creen necesaria o posible. Este fenómeno, que ya era sensible cuando existían partidos obreros de masas, a finales del siglo pasado y principios del siglo XX, se amplificó tras la derrota de la oleada revolucionaria que surgió durante y después de la Iª Guerra mundial.

Después de que la clase obrera hiciera temblar a la burguesía mundial, ésta tomó su revancha y le hizo sufrir la más larga y profunda contrarrevolución de su historia. Y fueron precisamente las organizaciones que la clase había creado para su combate, tanto los sindicatos como los partidos socialistas y comunistas, las que constituyeron, pasándose al campo burgués, la punta de lanza de esa contrarrevolución. Los partidos socialistas, en su inmensa mayoría, estaban ya al servicio de la burguesía durante la guerra, llamando a los obreros a participar en la «Unión nacional», e incluso participando, en ciertos países, en los gobiernos que desencadenaron la carnicería imperialista. Después, cuando la oleada revolucionaria se desarrolló, durante y después de la revolución de Octubre de 1917 en Rusia, estos mismos partidos fueron los ejecutores de grandes obras para la burguesía, bien saboteando deliberadamente el movimiento, como en Italia en 1920, bien haciendo directamente el papel de «perro sangriento» poniéndose a la cabeza de la matanzas de los obreros y los revolucionarios, como en Alemania en 1919. A continuación, los partidos comunistas, que se formaron en torno a las fracciones de los partidos socialistas que habían rechazado la guerra imperialista, partidos que se sumaron a la oleada revolucionaria adhiriéndose a la Internacional comunista (fundada en marzo de 1919), siguieron el mismo camino que sus predecesores socialistas. Arrastrados por la derrota de la revolución mundial y por la degeneración de la revolución en Rusia, acabaron a lo largo de los años 30 en el campo capitalista para acabar siendo, en nombre del antifascismo y la «defensa de la patria socialista», los mejores banderines de enganche para la IIª Guerra mundial. Principales artesanos de los movimientos de «resistencia» contra los ejércitos ocupantes de Alemania y Japón, continuaron su sucia labor encuadrando ferozmente a los proletarios en la reconstrucción de las economías capitalistas destruidas.

A lo largo de ese período, la influencia masiva que pudieron tener los partidos socialistas o comunistas sobre la clase obrera se debía esencialmente a la losa ideológica que aplastaba la conciencia de los proletarios embriagados de chovinismo y que, o bien estaban apartados de toda perspectiva de derrocamiento del capitalismo, o confundían esta perspectiva con el reforzamiento de la democracia burguesa, o bien habían sucumbido ante la mentira de que los Estados capitalistas del bloque del Este eran expresiones del «socialismo». Mientras era «media noche en el siglo», las fuerzas realmente comunistas que habían sido expulsadas de la Internacional comunista degenerada, se encontraban en un aislamiento extremo, cuando no habían sido pura y simplemente exterminadas por los agentes estalinistas y fascistas de la contrarrevolución. En las peores condiciones de la historia del movimiento obrero, los pocos puñados de militantes que habían conseguido escapar al naufragio de la Internacional comunista prosiguieron con su trabajo de defensa de los principios comunistas con el fin de preparar el futuro resurgimiento histórico del proletariado. Muchos dejaron su vida en el intento o bien se agotaron en tal medida que sus organizaciones, las fracciones y grupos de la Izquierda comunista, desaparecieron o sufrieron la esclerosis.

La terrible contrarrevolución que aplastó a la clase obrera tras sus gloriosos combates de la primera posguerra mundial se prolongó durante casi 40 años. Pero en cuanto se apagaron los últimos fuegos de la reconstrucción de la segunda posguerra mundial y el capitalismo volvió a enfrentarse a la crisis abierta de su economía a finales de los años 60, el proletariado levantó la cabeza. Mayo de 1968 en Francia, el «Mayo rampante» de 1969 en Italia, los combates obreros del invierno de 1970 en Polonia y toda una serie de luchas obreras en Europa y otros continentes: era el fin de la contrarrevolución. Y la mejor prueba de este profundo y fundamental cambio en el curso histórico fue el surgimiento y el desarrollo en numerosos lugares del mundo de grupos que se reivindicaban, a menudo de forma confusa, de las posiciones de la Izquierda comunista. La CCI se formó en 1975 agrupando a algunos de esos grupos que el resurgir histórico del proletariado había creado. El hecho de que, después de esta fecha, la CCI no sólo se haya mantenido, sino que además se haya extendido, duplicando el número de sus secciones territoriales, es la mejor prueba de la reanudación histórica del proletariado, el mejor índice de que no ha sido batido y de que el curso histórico sigue abierto hacia enfrentamientos de clase. Esta es la primera lección que debemos extraer de estos 20 años de existencia de la CCI; en particular en contra de la idea compartida por muchos otros grupos de la Izquierda comunista que consideran que el proletariado aún no ha salido de la contrarrevolución.

En la Revista internacional nº 40, con ocasión del décimo aniversario de la CCI, sacamos una serie de lecciones de nuestra experiencia a lo largo de aquel primer período. Brevemente las citaremos para concentrarnos más particularmente en las que sacamos del período que le siguió. Sin embargo, antes de plantear tal balance, debemos volver rápidamente sobre la historia de la CCI. Para los lectores que no hayan podido tener conocimiento de dicho artículo de hace diez años, reproducimos a continuación, amplios extractos que tratan precisamente de esta historia.

La constitución de un polo de reagrupamiento internacional

(de la Revista internacional nº 40-41, 1985)

La «prehistoria» de la CCI

«... La primera expresión organizada de nuestra Corriente surgió en Venezuela en 1964. Era un pequeño núcleo de personas muy jóvenes que empezaron a evolucionar hacia posiciones de clase en discusiones con un camarada de más edad (se trata del camarada Marc de cual hablaremos más adelante) que llevaba consigo una gran experiencia militante en la Internacional comunista, en las Fracciones de izquierda que de ella habían sido excluidas a finales de los años 20 y, sobre todo, en la Fracción de izquierda del Partido comunista de Italia; un militante que había formado parte de la Izquierda comunista de Francia hasta su disolución en 1952.

Ya de entrada, aquel pequeño grupo de Venezuela –que publicó unos 10 números de la revista Internacionalismo– se situó en la continuidad política de posiciones que habían sido las de la Izquierda comunista de Francia. Esto quedó muy especialmente plasmado en el rechazo rotundo de todo tipo de política de apoyo a las pretendidas «luchas de liberación nacional» cuya mitología era un enorme lastre en Latinoamérica para quienes intentaban acercarse a las posiciones de clase. También quedó plasmado en la actitud abierta al contacto con los demás grupos comunistas, actitud muy propia de la Izquierda comunista internacional y de la Izquierda comunista de Francia en la posguerra.

Y fue así como el grupo Internacionalismo estableció o procuró establecer contactos y discusiones con el grupo norteamericano de News and Letters (...) y en Europa, son toda una serie de grupos que se basaban en posiciones de clase (...) Tras la marcha a Francia de algunos de sus componentes en 1967-68, Internacionalismo interrumpió durante algunos años su publicación hasta el año 1974 en que volvió a aparecer Internacionalismo nueva serie, reorganizándose el grupo que acabó siendo una de las partes constitutivas de la CCI. La segunda expresión organizada de nuestra Corriente apareció en Francia, con el ímpetu que le dio la huelga general del Mayo del 68, hito que señaló el resurgir histórico del proletariado tras más de 40 años de contrarrevolución. Se forma entonces un pequeño núcleo en Toulouse en torno a un militante de Internacionalismo, núcleo que participa activamente en las animadas y vivas discusiones de la primavera del 68, adopta una «Declaración de Principios» en junio y publica el primer número de la revista Révolution internationale a finales de aquel año.

De entrada, el grupo reanuda con la política de Internacionalismo, de establecer contactos y discusiones con otros grupos del medio proletario tanto nacional como internacionalmente (...) A partir del 70, establecerá lazos más estrechos con dos grupos que van consiguiendo sobrevivir a la descomposición general de la corriente consejista que siguió a Mayo del 68: la Organisation conseilliste de Clermont-Ferrand y los Cahiers du communisme de Conseils (Cuadernos del comunismo de consejos) de Marsella, tras un intento de discusión con el Groupe de liaison pour l’action des travailleurs (GLAT) que había demostrado que este grupo se alejaba cada vez más del marxismo. La discusión con aquellos dos grupos será, en cambio, de lo más fructífera y, al cabo de una serie de encuentros en los que se examinaron sistemáticamente las posiciones de base de la Izquierda comunista, dará lugar a la unificación en 1972 de Révolution internationale, la Organisation conseilliste de Clermont y de los Cahiers du communisme de conseils de Marsella en torno a una Plataforma que recoge de manera más precisa y detallada la Declaración de principios de RI de 1968. El nuevo grupo, Révolution internationale (RI), publicará Revolution internationale (nueva serie) y un Boletín de estudios y discusión y además va a ser el animador de la labor de contactos y discusiones internacionales en Europa hasta la fundación de la CCI dos años y medio después.

En cuanto a las Américas, las discusiones de Internacionalismo con News and Letters dejaron huellas en EEUU, de modo que en 1970, se constituyó en Nueva York un grupo (del que formaban parte antiguos militantes de News and Letters) en torno a un texto de orientación que recoge las orientaciones fundamentales de Internacionalismo y RI. El grupo así formado inicia la publicación de la revista Internationalism y se compromete en la misma orientación de sus predecesores de establecer discusiones con otros grupos comunistas. Mantiene contactos y discusiones con Root and Branch de Boston (inspirado en las posiciones consejistas de Paul Mattick), que resultan infructuosas al evolucionar ese grupo cada vez más hacia una especie de tertulia de marxología. Pero también y sobre todo, en 1972, Internationalism manda a unos 20 grupos una propuesta de correspondencia internacional en los siguientes términos:

“... Con el despertar de la clase obrera ha habido un desarrollo importante de los grupos revolucionarios que se reivindican de una perspectiva comunista internacionalista. Sin embargo los contactos y correspondencia mutua han sido, por desgracia, dejados de lado o al azar. Por lo tanto, Internationalism, propone con vistas a una regularización y ampliación de los contactos, que se mantenga una correspondencia seguida entre grupos que se reivindican de una perspectiva comunista internacionalista...”.

En su respuesta positiva, Révolution internationale precisa:

“...Como vosotros, nosotros sentimos la necesidad de que las actividades y la vida de nuestros grupos tengan un carácter tan internacional como las luchas actuales de la clase obrera. Por eso hemos emprendido contactos por carta o directos con cierta cantidad de grupos europeos a los que se les ha mandado vuestra propuesta (...). Pensamos que vuestra iniciativa permitirá que se amplíe el campo de los contactos o por lo menos, se conozcan mejor nuestras respectivas posiciones. Pensamos también que la perspectiva de una posible conferencia internacional es la consecuencia lógica del establecimiento de esa correspondencia” (...).

RI insistía en su respuesta en la necesidad de organizar en el futuro conferencias internacionales de la Izquierda comunista. La propuesta estaba en la continuidad de las repetidas propuestas (1968, 69 y 71) hechas al PCInt (Battaglia) de que convocara a conferencias de este tipo, pues Battaglia era, en aquel entonces en Europa, la organización más seria del campo de la izquierda comunista (junto al PCInt –Programa–, el cual se complacía en su espléndido aislamiento). Sin embargo, esas propuestas, a pesar de la actitud abierta y fraterna de Battaglia, habían sido rechazadas cada vez (...).

Al fin y al cabo, la iniciativa de Internationalism y la propuesta de RI iban a desembocar en la celebración de una serie de conferencias y encuentros en Inglaterra y Francia en 1973 y 74, durante los cuales se fueron esclareciendo y decantando las cosas, plasmándose en particular en la evolución hacia las posiciones de RI e Internationalism del grupo británico World Revolution (procedente de una escisión en Solidarity-London), grupo que publicaría el primer número de la revista del mismo nombre en mayo del 74. Además, y sobre todo, aquellos esclarecimientos y decantaciones habían creado las bases que iban a permitir la constitución de la Corriente Comunista Internacional en enero de 1975. Durante aquel mismo período, efectivamente, RI había proseguido su labor de contactos y discusiones a nivel internacional, no sólo con grupos organizados sino también con individuos aislados, lectores de su prensa y simpatizantes de sus posiciones. Esa labor había llevado a la formación de pequeños núcleos en España e Italia, en torno a las mismas posiciones, núcleos que en 1974 iniciaron la publicación de Acción Proletaria y Rivoluzione Internazionale.

Así pues, en la conferencia de enero de 1975 estaban presentes Internacionalismo, Révolution Internationale, Internationalism, World Revolution, Acción proletaria y Revoluzione internazionale, que compartían las orientaciones políticas que había desarrollado Internacionalismo a partir de 1964. Estaban también presentes Revolutionary Perspectives (que había participado en las Conferencias del 73-74), el Revolutionary Workers Group de Chicago (con quien RI e Internationalism habían iniciado discusiones en el 74) y Pour une intervention communiste (PIC), que publicaba la revista Jeune taupe (Joven topo) y se habían formado en torno a camaradas que se habían ido de RI en 1973. En cuanto a Workers’ Voice, que había participado activamente en las conferencias de los años anteriores, esta vez rehusó la invitación porque opinaba que RI, WR y demás, eran ya y en adelante, grupos burgueses (!), a causa de la posición de la mayoría de sus militantes sobre la cuestión del Estado en el período de transición del capitalismo al comunismo.

Esa cuestión estaba al orden del día de la Conferencia de enero del 75 (...). Sin embargo, no se discutió, pues la Conferencia prefirió dedicar el máximo de tiempo y atención a cuestiones mucho más cruciales entonces:
– análisis de la situación internacional;
– las tareas de los revolucionarios en esa situación;
– la organización en la corriente internacional.

Finalmente, los seis grupos cuyas plataformas se basaban en las mismas orientaciones decidieron unificarse en una sola organización dotada de un órgano central internacional, que publicaría una Revista trimestral en tres lenguas (inglés, francés y español); la revista tomaba el relevo del Bulletin d’études et de discussion de RI. Así quedó fundada la CCI. «Acabamos de dar un gran paso», decía la presentación del nº 1 de la Revista internacional. Y así era, pues la fundación de la CCI era la conclusión de un trabajo considerable de contactos, discusiones, confrontaciones entre los diferentes grupos que la reanudación histórica de los combates de clase había hecho surgir; (...) pero, sobre todo, ponía las bases para una labor mucho más considerable todavía.»

Los diez primeros años de la CCI: la consolidación del polo internacional

«Esa labor, los lectores de la Revista Internacional (al igual que los de nuestra prensa territorial) han podido comprobarla desde hace diez años, labor que confirma lo que escribíamos en la presentación del número uno de la Revista: “Algunos pensarán que esto (la constitución de la CCI y la publicación de la Revista) es una acción precipitada. Ni mucho menos. Se nos conoce lo suficiente para saber que no tenemos nada que ver con esos activistas cuya actividad no se basa más que un voluntarismo tan desenfrenado como efímero”[1].

En sus diez años de existencia, la CCI ha tropezado, claro está, con cantidad de dificultades, ha tenido que superar cantidad de debilidades, debidas en su mayoría a la ruptura de la continuidad orgánica con las organizaciones comunistas del pasado, a la desaparición o a la esclerosis de las fracciones de izquierda que se habían separado de la Internacional Comunista cuando la degeneración de ésta. Y ha tenido también que combatir contra la viciada influencia debida a la descomposición y a la rebelión de las capas de la pequeña burguesía intelectual, influencia muy sensible después de 1968 y sus movimientos estudiantiles. Estas dificultades y debilidades se han ido plasmando en escisiones (de las que hemos dado cuenta en nuestra prensa) y en la importante crisis de 1981 que se produjo en todo el medio revolucionario y que en nosotros acarreó, entre otras cosas, la pérdida de la mitad de nuestra sección en Gran Bretaña. Frente a las dificultades del 81, la CCI tuvo que organizar incluso una Conferencia extraordinaria en enero del 82 para reafirmar y precisar sus bases programáticas y, más especialmente, la función y la estructura de la organización revolucionaria. Además, algunos objetivos que se había propuesto la CCI no han podido ser alcanzados. La difusión de nuestra prensa, por ejemplo, está muy por debajo de nuestras esperanzas (...)

Sin embargo, si hacemos un balance global de estos diez últimos años, debemos afirmar que es claramente positivo. Y es especialmente positivo si se le compara con el de otras organizaciones comunistas existentes en los años 68-69. Los grupos, por ejemplo, de la corriente consejista, incluso los que habían hecho el esfuerzo de abrirse al trabajo internacional como ICO, o desaparecieron o han caído en letargo: GLAT, ICO, la Internacional situacionista, Spartacusbonb, Root and Branch, el PIC, los grupos consejistas del medio escandinavo, la lista es larga. En cuanto a las organizaciones que se reivindican de la izquierda italiana, autoproclamadas todas ellas EL PARTIDO, o no han salido de su provincialismo o se han dislocado o han degenerado en la extrema izquierda del capital, como Programme communiste[2], o se dedican hoy a imitar lo que la CCI realizó hace 10 años pero en la confusión más completa como han hecho Battaglia comunista y la CWO (con el BIPR). Hoy, tras el hundimiento cual castillo de naipes del pretendido Partido Comunista Internacional, tras los fracasos del FOR en EE UU (Focus), la CCI se mantiene como la única organización comunista con verdadera implantación internacional.

Desde su fundación en el 75, la CCI no solo ha reforzado sus secciones territoriales originarias, además se ha implantado en otros países. La continuidad del trabajo con contactos y las discusiones a escala internacional, el esfuerzo de agrupamiento de los revolucionarios, han permitido la creación de nuevas secciones de la CCI:
– en 1975, la de la sección en Bélgica, que publica en dos lenguas la Revista, después el periódico Internationalisme, que llena el vació que dejó la Fracción belga de la Izquierda comunista Internacional tras su desaparición después de la IIª Guerra mundial.
– en 1977, constitución de un núcleo en Holanda que emprende la publicación de la revista Wereld Revolution, supone un acontecimiento muy importante en el país predilecto del consejismo.
– en 1978 se constituye la sección en Alemania que comienza a publicar la Revista Internacional en alemán y un año más tarde la revista territorial Weltrevolution; la presencia de una organización comunista en Alemania es, evidentemente, un acontecimiento de la mayor importancia teniendo en cuenta el lugar que ocupó en el pasado el proletariado alemán, y que ocupará en el futuro...
– en 1980 se constituye la sección en Suecia que publica la revista Internationell Revolution (...)

Lo que queremos hacer, al contrastar el tan relativo éxito en la actividad de nuestra Co­ rriente y el fracaso de otras organizaciones, es poner en evidencia la validez de unas orientaciones que son las nuestras desde hace 20años (1964) en la labor de reagrupamiento de los revolucionarios, de construcción de una organización comunista, orientaciones que nuestra responsabilidad nos obliga a definir para el conjunto del medio comunista.(...)».

Las lecciones principales de los primeros diez años de la CCI

«Las bases en las que se ha apoyado nuestra Corriente ya desde antes de su constitución formalizada, en su trabajo de reagrupamiento, no son nuevas. Han sido siempre los pilares de este tipo de tarea. Pueden resumirse así:
– la necesidad de vincular la actividad revolucionaria a las adquisiciones pasadas de la clase, a la experiencia de las organizaciones revolucionarias precedentes; la necesidad de concebir la organización de hoy como un eslabón de la cadena de organismos pasados y futuros de la clase;
– la necesidad de concebir las posiciones y análisis comunistas no como un dogma muerto, sino como programa vivo, en constante mejora y profundización;
– la necesidad de armarse de una concepción clara y sólida de la organización revolucionaria, de su estructura y su función en la clase».
(Revista Internacional nº 40-41, 1985)

Estas lecciones que ya sacabamos hace diez años (y que están más desarrolladas en la Revista citada, que recomendamos a nuestros lectores) continúan siendo plenamente validas hoy, y nuestra organización se ha preocupado en permanencia por su aplicación. Sin embargo, mientras que la tarea principal en los primeros diez años de vida de la CCI fue la constituir un polo de agrupamiento internacional para las fuerzas revolucionarias, la responsabilidad esencial en el periodo posterior ha sido la de hacer frente a toda una serie de pruebas, la «prueba de fuego» podríamos decir, desencadenadas, en particular, por los cambios profundos que acontecerían en la escena internacional.

La prueba de fuego...

En el VIº Congreso internacional celebrado en Noviembre de 1985, algunos meses después de que la CCI cumpliera sus 10 años, decíamos:

«En vísperas de los años 80, la CCI los calificó como los años de la “verdad”, pues durante ellos lo que se está jugando en el seno de la sociedad iba a aparecer claramente y con toda su fuerza. A mitad de la década, la evolución de la situación internacional ha confirmado con creces aquel análisis:
– con la nueva agravación de las convulsiones de la economía mundial que se produce tras la recesión de 1980-82, la más importante desde los años 80;
– la agudización de las tensiones entre los bloques imperialistas que se produjo, sobre todo, a principios de los años 80 tanto en el aumento impresionante de los gastos militares como en el desarrollo de ruidosas campañas belicistas, cuyo principal animador ha sido Reagan, jefe del bloque más poderoso;
– la reanudación, desde la segunda mitad de 1983, de los combates de clase, tras el reflujo pasajero del 81-83 producido por la represión de los obreros en Polonia. Esta reanudación se caracteriza por una simultaneidad de los combates desconocida en el pasado, sobre todo en los centros vitales del capitalismo y de la clase obrera: Europa Occidental» («Resolución sobre la situación internacional», Revista Internacional nº 44).

Este marco es válido hasta finales de los años 80, pese a que la burguesía presenta durante todo un tiempo la «recuperación» de 1983 a 1990 (basada en el endeudamiento masivo de la primera potencia mundial) como una salida «definitiva» de la crisis. Pero como decía Lenin, los hechos son tozudos y, desde el comienzo de los años 90, las manipulaciones capitalistas desembocan en una recesión abierta, más larga y brutal aun que las anteriores, que transforma la sonrisa del burgués medio en una mueca taciturna.

La ola que comienza en el 83 continúa, con sus altibajos, hasta el 89, obligando a la burguesía a poner en acción una proliferación de formas del sindicalismo de base (como las Coordinadoras) para hacer frente al descrédito creciente que sufren las estructuras sindicales oficiales.

Pero hay un aspecto de ese marco de análisis que queda totalmente trastocado en 1989. Se trata de los conflictos imperialistas, no porque la teoría marxista fuera «superada», sino porque uno de los dos principales protagonistas de los conflictos, el bloque del Este, se hundió estrepitosamente. Lo que habíamos denominado «años de la verdad» resultó fatal para un régimen aberrante, levantado sobre las ruinas de la revolución de 1917, y para el bloque que dominaba. Un acontecimiento histórico de tal envergadura, que ha modificado el mapamundi, crea una situación nueva, inédita en la historia en lo que a conflictos imperialistas se refiere. Conflictos imperialistas que, lejos de desaparecer, adoptan formas desconocidas hasta ahora, y que los revolucionarios tenemos la obligación de comprender y analizar.

Al misto tiempo estos cambios, que afectaron a los países llamados «socialistas», han asestado un duro golpe a la conciencia y la combatividad obrera, la cual ha sufrido el retroceso más importante conocido desde la reanudación histórica de finales de los años 60.

Tras diez años, la situación internacional impone a la CCI que enfrente una serie de retos:
– ser parte activa y comprometida en los combates que la clase desarrolla entre el 83 y el 89;
– comprender la naturaleza de los sucesos de 1989 y sus consecuencias, tanto respecto a los conflictos imperialistas como en la lucha de clases;
– de manera más general, interpretar el período que se abre en la vida del capitalismo, y cuya primera gran manifestación es el hundimiento del bloque del Este.

Ser parte activa de los combates de la clase

Tras el VIº Congreso de la sección en Francia (la más importante de la CCI) celebrado en 1984, el VIº Congreso de la CCI pone esta preocupación como centro de sus debates. Sin embargo, a pesar del esfuerzo sostenido durante meses que hace nuestra organización internacional para estar a la altura de su responsabilidad ante la lucha de clases, desde principios del 84, perviven aún en nuestra organización concepciones que subestiman la función de la organización revolucionaria como factor activo en el combate proletario. La CCI identifica tales ideas como inclinaciones centristas hacia el consejismo, lo cual es resultado, en gran medida, de las condiciones históricas que presidieron a su constitución, pues entre los grupos y elementos que participaron en ella existía una gran desconfianza hacia todo lo que pudiera asemejarse al estalinismo. En línea con el consejismo, estos elementos tendían a meter en el mismo saco el estalinismo, las concepciones de Lenin en materia de organización y la idea misma de partido proletario. La CCI, en los 70, ya había hecho la crítica de las concepciones consejistas, aunque de forma insuficiente, y aún pesaban en algunas partes de la organización. Cuando despunta el combate contra los vestigios consejistas, a finales del 83, algunos camaradas se niegan a ver la realidad de sus debilidades consejistas, y se imaginan que la CCI está emprendiendo una «caza de brujas». Para dar esquinazo al problema, claramente planteado, de su centrismo respecto al consejismo, estos compañeros se sacan de la manga que el centrismo no puede existir en la decadencia del capitalismo[3]. A estas incomprensiones políticas que mantienen estos camaradas, la mayoría de ellos intelectuales poco preparados para soportar las críticas, se une un sentimiento de honor mancillado y de «solidaridad» con sus amigos «injustamente atacados». Una especie de remedo del segundo congreso del POSDR, como mostramos en la Revista Internacional nº 45, donde el centrismo en materia de organización y el peso del espíritu de circulo, cuando los lazos de afinidad se imponen sobre los lazos políticos, condujo a la escisión de los mencheviques. La «tendencia» que se formó a comienzos del 85, recorrió el mismo camino para escindirse durante el VIº Congreso de la CCI y formar una nueva organización, la Fracción externa de la CCI (FECCI). Sin embargo existe una diferencia sustancial entre la fracción de los mencheviques y la FECCI, puesto que la primera iba a prosperar con el reagrupamiento de las corrientes más oportunistas de la Socialdemocracia rusa que desembocó en el terreno de la burguesía; la FECCI, por su parte, se ha ido eclipsando y ha ido espaciando la frecuencia de su publicación Perspective internationaliste. Para remate, la FECCI termina por rechazar la Plataforma de la CCI cuando, en el momento de su constitución, defendía que su principal tarea era defender la Plataforma de una CCI que, según ellos, «degeneraba» y la estaba traicionando.

Al mismo tiempo que la CCI luchaba contra los vestigios del consejismo, participaba activamente en los combates de la clase obrera, como así lo muestra nuestra prensa territorial durante ese periodo. Pese a la escasez de nuestra fuerzas participamos en las distintas luchas, no solo difundiendo nuestra prensa y panfletos, también participando directamente, siempre que era posible, en asambleas obreras a fin de defender la necesaria extensión de las luchas y su control por los propios obreros, al margen de las diversas formas sindicales, ya sea el sindicalismo «oficial» o el sindicalismo «de base». En Italia, durante la huelga de las escuelas en 1987, la intervención de nuestros camaradas tuvo un impacto no despreciable en los COBAS (Comités de base) en los que participaron antes de que estos organismos, por el retroceso del movimiento, fueran recuperados por el sindicalismo de base. Durante este periodo, uno de los indicios más claros de que nuestras posiciones comienzan a tener un impacto entre los obreros es que somos la «bestia negra» para algunos grupos izquierdistas. En particular en Francia durante la huelga de los ferroviarios a finales del 86 y la de los hospitales en el otoño del 88 el grupo trotskista Lutte ouvrière (Lucha obrera) había movilizado a sus gorilas para impedir que nuestros militantes intervinieran en las asambleas convocadas por las «coordinadoras». Al mismo tiempo, militantes de la CCI participaron activamente –siendo en ocasiones los impulsores– en diversos comités de lucha donde se reagrupaban los trabajadores que sentían la necesidad de reunirse fuera de los sindicatos para llevar adelante la lucha.

No queremos «inflar» el impacto que los revolucionarios, y de nuestra organización en particular, pudieran tener en las luchas obreras del 83 al 89. Globalmente el movimiento quedó prisionero de los sindicatos, la variante de «base» tomaba el relevo a unos sindicatos oficiales demasiado desprestigiados. Nuestro impacto fue muy puntual y, de cualquier manera, limitado porque nuestras fuerzas son aún muy escasas. Pero una lección que debemos recordar de esa experiencia es que cuando las luchas se desarrollan los revolucionarios encuentran eco allí donde van, pues las posiciones que defienden y las perspectivas que trazan, dan una respuesta a los problemas que se plantean los obreros. De ahí que no tengan ninguna necesidad de «esconder su bandera en el bolsillo», de hacer la menor concesión a las ilusiones que aún puedan pesar sobre la conciencia de los obreros, en particular respecto al sindicalismo. Esta enseñanza es válida para todos los grupos revolucionarios que, con frecuencia estaban paralizados ante estas luchas porque en ellas no se cuestionaba el capitalismo, o se creían obligados a «llegar» a los obreros a través de las estructuras del sindicalismo de base, avalando así a estas organizaciones capitalistas.

Entender la naturaleza de los sucesos de 1989

Al igual que los revolucionarios tienen la responsabilidad, en la medida de sus posibilidades, de estar «presentes» en «escena» cuando se producen las luchas obreras, también la tienen de darle a la clase obrera un marco de análisis claro sobre los acontecimientos que ocurren en el mundo.

Y esta tarea concierne en primera instancia al análisis de las contradicciones económicas que afectan al sistema capitalista: los grupos revolucionarios que no han sido capaces de poner en evidencia el carácter irresoluble de la crisis en la que se hunde el sistema –lo que evidencia que no han comprendido el marxismo del que se reivindican– han resultado de escasa utilidad para la clase obrera. Tal fue, por ejemplo, el caso de un grupo como Fomento obrero revolucionario que ni siquiera reconocía que hubiera crisis. Fijos los ojos en las características especificas de la crisis del 29 se ha dedicado, hasta su desaparición, a negar la evidencia.

También corresponde a los revolucionarios evaluar los pasos del movimiento de la clase, reconocer los movimientos de avance al igual que los retrocesos. Es una tarea que condiciona el tipo de intervención que se desarrolla hacia los obreros, pues la responsabilidad de los revolucionarios es empujar a la clase hacia adelante cuando el movimiento avanza, en particular llamando a la extensión, mientras que cuando el movimiento se repliega, seguir llamando a la lucha lo que hace es llevar a los obreros a batirse en el aislamiento más feroz, y llamar a la extensión supone contribuir a la extensión de la... derrota. Es precisamente en esos momentos cuando los sindicatos claman por la extensión.

El seguimiento y la comprensión de los diversos conflictos imperialistas es una de las principales responsabilidades de los comunistas. Un error en este terreno puede tener consecuencias dramáticas. Así pasó a finales de los años 30 cuando la mayoría de la Fracción comunista italiana, con Vercesi –su principal animador– a la cabeza, consideraba que las diferentes guerras, en particular la de España, no auguraban en absoluto un conflicto generalizado. Ante el estallido de la guerra mundial en septiembre de 1939 la Fracción está totalmente desamparada y harán falta años para que pueda reconstituirse en el sur de Francia y reemprender su trabajo militante.

En lo que respecta al periodo actual era de la mayor importancia comprender con claridad meridiana la naturaleza de los acontecimientos sobrevenidos entre el verano y el otoño del 89 en los países del Este. En el verano del 89, en la estación en la que la actualidad suelen ser las «serpientes de verano», Solidarnosc sube al gobierno en Polonia, y la CCI se moviliza para comprender su significado[4]. La posición que adopta es que lo ocurrido en Polonia sella la entrada de los regímenes estalinistas de Europa en una crisis sin parangón: «La perspectiva para el conjunto de los regímenes estalinistas no es pues en absoluto la de una “democratización pacífica” ni la de un “relanzamiento” de la economía. Con la agravación de la crisis mundial del capitalismo, esos países han entrado en un período de convulsiones de una amplitud nunca vista en el pasado, pasado que ha conocido ya muchos sobresaltos violentos» («Convulsiones capitalistas y luchas obreras», Revista Internacional nº 59). Esta idea se desarrolla más ampliamente en las «Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este» elaboradas el 15 de Septiembre (cerca de dos meses antes de la caída del muro de Berlín) y adoptadas por la CCI a principios de Octubre. En ellas podemos leer:

«En efecto, en la medida misma en que el factor prácticamente único de cohesión del bloque ruso es la fuerza armada, toda política que tienda a hacer pasar a un segundo plano ese factor lleva consigo la fragmentación del bloque. El bloque del Este nos está dando ya la imagen de una dislocación creciente... En esta zona, las tendencias centrífugas son tan fuertes que se desatan en cuanto se les deja ocasión de hacerlo... Fenómeno similar es el que puede observarse en las repúblicas periféricas de la URSS... Los movimientos nacionalistas que, favorecidos por el relajamiento del control central del partido ruso, se desarrollan hoy con casi medio siglo de retraso con respecto a los movimientos que habían afectado al imperio francés o al británico, llevan consigo una dinámica de separación de Rusia» (Punto 18 de las Tesis, Revista Internacional nº 60).

«Pero cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo... En esos países se ha abierto un período de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras. En particular el debilitamiento del bloque ruso que se va a acentuar aún más, abre las puertas a una desestabilización del sistema de relaciones internacionales, de las constelaciones imperialistas, que habían surgido de la IIª Guerra mundial con los acuerdos de Yalta» (Punto 20, Ídem).

Algunos meses más tarde (Enero del 90) esta última idea se precisa en los términos siguientes:

«... La configuración geopolítica sobre la que ha vivido el mundo desde después de la Segunda Guerra Mundial ha sido puesta en cuestión completamente por los acontecimientos que se han desarrollado en la segunda mitad del año 1989. Ya no existen dos bloques que se reparten el control del planeta. El bloque del Este, es evidente (...), ha dejado de existir (...). ¿Esta desaparición del bloque del Este significa que de ahora en adelante el mundo estará dominado por un solo bloque imperialista o que acaso el capitalismo no conocerá más enfrentamientos imperialistas?. Tales hipótesis son completamente ajenas al marxismo. Hoy en día el hundimiento del bloque del Este no puede hacer dudar respecto a que: este hundimiento contiene en sí mismo, a término, la desaparición del bloque occidental (...).

La desaparición del “gendarme” ruso, y lo que de ella se va a desprender para el “gendarme” americano respecto a sus principales «socios» de ayer, abren la puerta a el desencadenamiento de toda una serie de rivalidades más locales. Estas rivalidades y enfrentamientos no pueden, en el momento actual, degenerar en un conflicto mundial...

Sin embargo, por el hecho de la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de bloques, estos conflictos amenazan con ser más violentos y numerosos, en particular, evidentemente, en las zonas donde el proletariado es más débil...

La desaparición de las dos constelaciones imperialistas que surgieron de la IIª Guerra mundial lleva, en sí misma, la tendencia a la recomposición de dos nuevos bloques. Sin embargo, tal situación no está aún al orden del día...» (Revista Internacional nº 61, «Tras el hundimiento del bloque del Este, desestabilización y caos»).

Los acontecimientos que se desarrollaron a continuación, especialmente la crisis y la guerra del Golfo Pérsico en 1990-91[5], confirmaron nuestro análisis. Hoy, el conjunto de la situación mundial, en particular lo que sucede en la ex Yugoslavia, nos muestra la realidad de la desaparición completa de todo bloque imperialista y al mismo tiempo del hecho de que ciertos países de Europa, especialmente Francia y Alemania, intentan a duras penas impulsar la reconstrucción de un nuevo bloque, basado en la Unión Europea, que puede echar un pulso a la potencia americana.

Respecto a la evolución de la lucha de clases, las «Tesis» del verano del 89, se pronunciaron también al respecto:

«...Hasta en su muerte, el estalinismo está prestando un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue contaminando la atmósfera que respira el proletariado (...) Cabe esperar un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado, cuyas manifestaciones, se advierten ya, en especial, en el retorno a bombo y platillo de los sindicatos en el ruedo social (...) En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico –la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase– aparece como más importante que el que había acarreado la derrota en 1981 del proletariado en Polonia...» (Tesis 22).

También en este terreno, los cinco últimos años, han confirmado ampliamente nuestras previsiones. Desde 1989, hemos asistido al retroceso más importante de la clase obrera tras su resurgimiento histórico, a finales de los años 60. Es esta una situación, para la que los revolucionarios deben estar preparados a fin de poder adaptar su intervención y sobre todo no deben echarlo todo por la borda considerando que este largo retroceso cuestionaría, de forma definitiva, la capacidad del proletariado para plantear y desarrollar sus combates de clase contra el capitalismo. En particular, las manifestaciones de relanzamiento de la combatividad obrera, en especial en el otoño del 92 en Italia y del mismo periodo del 93 en Alemania (ver nuestras Revista internacional nº 72 y 75) ni subestimar el hecho de que son los signos anunciadores de un relanzamiento inevitable de los combates y del desarrollo de la conciencia de clase en todos los países industrializados.

El marxismo es un método científico. Sin embargo, al contrario que las ciencias de la Naturaleza, no puede verificar la validez de sus tesis sometiéndolas a la experiencia del laboratorio o haciendo uso de medios de observación más potentes. Su laboratorio es la realidad social, y por tanto demuestra su validez siendo capaz de prever la evolución de la misma. Por ello, el hecho de que la CCI haya sido capaz de prever, desde los primeros síntomas del hundimiento del bloque del Este, los principales acontecimientos que han trastornado el mundo en los últimos cinco años, no debe considerarse como una aptitud particular propia de un debate de café o por el conocimiento de la posición de los astros. Es la prueba, pura y simplemente, de su apego al método marxista, y es a ello a lo que hay que atribuir el acierto de nuestras previsiones.

Dicho esto, hay que señalar que no basta con reivindicarse del marxismo para poder utilizarlo eficazmente. De hecho nuestra capacidad para comprender rápidamente los dilemas de la situación mundial son el resultado de la puesta en práctica del método que hemos aprendido de Bilan, método del que destacamos hace más de diez años una de sus principales enseñanzas: la necesidad de considerar firmemente la adquisiciones del pasado, la necesidad de concebir las posiciones y análisis comunistas, no como un dogma muerto sino como un programa vivo.

Por eso las Tesis de 1989 comienzan por recordar cuál es el marco desarrollado por nuestra organización a comienzo de los años 80, tras los acontecimientos de Polonia, para la comprensión de las características de los países del Este. A partir de estos análisis pudimos poner en evidencia que se trataba de una situación que no podía desembocar sino en el fin de los regímenes estalinistas en Europa y del bloque del Este. Es más, apoyándonos en una vieja adquisición del movimiento obrero (desarrollada en especial por Lenin frente a las tesis de Kaustky) de que no puede existir un solo bloque imperialista, hemos podido anunciar que el hundimiento del bloque del Este abría la puerta a la desaparición del bloque occidental.

Del mismo modo, era necesario, para comprender lo que estaba ocurriendo, poner en tela de juicio los viejos esquemas que habían sido válidos durante más de cuarenta años: el reparto del mundo entre el bloque occidental dirigido por los EEUU y el bloque del Este dirigido por la URSS. También, tuvimos que considerar el hecho de que este país, que fue formándose progresivamente desde Pedro el Grande, no sobreviviría al hundimiento de su imperio. Una vez más, no queremos arrogarnos ningún mérito particular por el hecho de haber sido capaces de poner en cuestión los esquemas del pasado. Nosotros no hemos inventado esta actitud. Nos ha sido legada y enseñada por la experiencia viva del movimiento obrero y en particular de sus principales combatientes: Marx, Engels, Rosa Luxemburgo, Lenin...

En fin, la comprensión de los cambios de finales de los años 80 debía ser situada en un marco de análisis general de la etapa actual de la decadencia del capitalismo.

El marco de comprensión del período actual del capitalismo

Este trabajo que comenzamos a desarrollar en 1986 indicaba que habíamos entrado en una nueva fase de la decadencia del capitalismo, la de descomposición del sistema. Este análisis fue precisado a principios del 89 en los términos siguientes: «Hasta el presente, los combates de clase que, desde hace 20 años, se han desarrollado por los cuatro rincones del planeta, han sido capaces de impedir al capitalismo aportar e imponer su propia respuesta al estancamiento de su economía: el desencadenamiento de la forma más acabada de su barbarie, una nueva guerra mundial. Sin embargo, la clase obrera no está aún en condiciones de afirmar por sus luchas revolucionarias su propia perspectiva, ni siquiera presentar al resto de la sociedad el futuro que lleva en sí.

Es justamente esta situación momentáneamente cerrada, en la cual ni la alternativa burguesa ni la alternativa proletaria pueden afirmarse abiertamente, la que origina ese fenómeno de putrefacción desde las propias raíces de la sociedad capitalista. Eso es lo que explica el grado particular y extremo alcanzado actualmente por la barbarie típica de la decadencia del sistema. Y esa descomposición no parará de aumentar todavía más con la agravación inexorable de la crisis económica» (Revista internacional nº 57, «La descomposición del capitalismo»).

Evidentemente, desde que se anunció el hundimiento del bloque del Este, hemos situado tal acontecimiento en ese marco de la descomposición: «En realidad, el hundimiento actual del bloque del Este constituye una de las manifestaciones de la descomposición general del capitalismo que encuentra su origen en la incapacidad de la burguesía para aportar su propia respuesta, la guerra generalizada, a la crisis abierta de la economía mundial» (Revista internacional nº 60, «Tesis», punto 20).

Igualmente, en Enero del 90 extrajimos las implicaciones que tenía para el proletariado la fase de descomposición y la nueva configuración de la arena imperialista: «... En un contexto así, de pérdida de control de la situación para la burguesía mundial, no es evidente que haya sectores dominantes de la misma que hoy sean capaces de imponer la organización y la disciplina necesaria para la reconstitución de bloques militares (...) Por todo esto, es fundamental poner de relieve que la solución proletaria, la revolución comunista, es la única capaz de oponerse a la destrucción de la humanidad, la cual destrucción es la única “respuesta” que la burguesía puede dar a esta crisis; pero esta destrucción no vendría necesariamente de una tercera guerra mundial. Podría ser el resultado de la continuación hasta sus más extremas consecuencias de la descomposición ambiente: catástrofes ecológicas, epidemias, hambres, guerra locales sin fin, y un largo etcétera de esta descomposición (...). La continuación y la agravación del fenómeno de putrefacción de la sociedad capitalista ejercerán, aún más que durante los años 80, sus efectos nocivos sobre la conciencia de la clase. En el ambiente general de desesperanza que impera en la sociedad, en la descomposición misma de la ideología burguesa, cuyas pútridas emanaciones emponzoñan la atmósfera que respira el proletariado, ese fenómeno va a significar para él, hasta el periodo prerevolucionario, una dificultad suplementaria en el camino de su conciencia» (Revista internacional nº 61, «Tras el hundimiento del bloque del Este, desestabilización y caos»).

Así, nuestro análisis sobre la descomposición nos ha permitido poner en evidencia la gravedad de los dilemas de la actual situación histórica. En particular nos ha conducido a subrayar el hecho de que el camino hacia la revolución comunista será mucho más difícil de lo que los revolucionarios habían podido prever en el pasado. He aquí una nueva lección que debemos extraer de la experiencia de estos 10 últimos años de la vida de la CCI, preocupación que conecta con una expresada por Marx a mediados del siglo pasado: el papel de los revolucionarios no es el de consolar a la clase obrera, al contrario, su obligación es subrayar la absoluta necesidad de su combate histórico y las dificultades que puede encontrar en su camino. Solo teniendo una clara conciencia de esta dificultad, el proletariado (y con él los revolucionarios) será capaz de no desmoralizarse frente a los retos que afrontará y, en ella, encontrará la fuerza y la lucidez para superarlos y conseguir derrocar la sociedad de explotación[6].

En el balance de estos 10 últimos años de la CCI no podemos pasar de puntillas sobre dos hechos muy importantes que han afectado a nuestra vida organizativa.

El primero es muy positivo. Es la extensión de la presencia territorial de la CCI con la constitución en 1989 de un núcleo en India que publica en lengua hindi Communist Internationalist, y de una nueva sección en México, país de una enorme importancia en el continente americano, que publica Revolución mundial.

El segundo hecho es triste: la desaparición de nuestro camarada Marc, el 20 de diciembre de 1990. No volveremos aquí sobre el papel de primer plano que él desempeñó en la constitución de la CCI, y antes, en los combates de las fracciones comunistas en los momentos más sombríos de la contrarrevolución. En las Revistas Internacionales nº 65 y 66 dedicamos dos extensos artículos a este tema. Diremos, simplemente que, al lado de la «prueba de fuego» que ha representado para la CCI, así como el conjunto del medio revolucionario, las convulsiones del capitalismo mundial tras 1989, la pérdida de nuestro camarada ha sido para nosotros también una «prueba de fuego». Muchos de los grupos de la Izquierda Comunista no han sobrevivido tras la desaparición de su principal animador. Este ha sido, por ejemplo, el caso de FOR. Y por otra parte ciertos «amigos» nos habían advertido con «solicitud» que la CCI no sobreviviría a Marc. Sin embargo, la CCI aún está ahí, ha conseguido mantener el tipo desde hace cuatro años a pesar de las tempestades que ha encontrado en su camino.

En este terreno no creemos haber conseguido un mérito particular: la organización revolucionaria no existe gracias a tal o cual de sus militantes, por muy valiosos que estos sean. Es un producto histórico del proletariado y si no sobrevive a uno de sus militantes es que, no ha asumido correctamente la responsabilidad que la clase le ha confiado y que dicho militante en cierta medida ha fracasado. Si la CCI ha conseguido superar con éxito las pruebas que ha encontrado, es ante todo porque ha desarrollado permanentemente la preocupación de anclarse en la experiencia de las organizaciones comunistas que la han precedido, de concebir su papel como un combate a largo plazo y no para conseguir «éxitos» inmediatos. En nuestro siglo, esta actitud ha sido la de los militantes más lúcidos y sólidos y ha sido nuestro camarada Marc quien, en gran parte, nos lo ha enseñado. Nos ha enseñado, con su ejemplo, lo que quiere decir dedicación militante, algo sin lo cual una organización revolucionaria no puede sobrevivir, por muy clara que sea: «... Su gran fuerza reside, no solo en su contribución excepcional, sino en el hecho de que, hasta el final, ha sido fiel, con todo su ser, al combate del proletariado. Y esta es una lección fundamental para las nuevas generaciones de militantes que no han tenido la ocasión de conocer la enorme dedicación a la causa revolucionaria que han desarrollado las generaciones del pasado. Es ante todo en este terreno en el que queremos estar a la altura del combate que, en adelante sin su presencia vigilante y lúcida, calurosa y apasionada, estamos determinados a continuar...» (Marc, Revista Internacional nº 66).

Veinte años después de la constitución de la CCI, continuamos en el combate.

FM


[1] El hecho de que estemos hoy en el número 80 de la Revista internacional demuestra que su regularidad se ha mantenido con rigor.

[2] A principios de los años 80, el PCI-Programma había cambiado el título de su publicación en Combat, que se fue deslizando con bastante celeridad hacia el izquierdismo. Desde entonces algunos elementos de ese grupo han reanudado la publicación de Programma comunista que defiende las posiciones bordiguistas clásicas.

[3] Ver sobre esta cuestión los artículos que hemos publicado en los números 41 a 45 de nuestra Revista internacional.

[4] Debemos destacar el hecho de que prácticamente todos los grupos del medio revolucionario han tenido enormes dificultades para comprender los acontecimientos de 1989 como pusimos en evidencia en nuestros artículos «El viento del Este y la respuesta de los revolucionarios» y «Frente a los cambios en el Este, una vanguardia en retraso». en la Revista internacional nº 61 y 62. La palma, sin duda alguna, se la lleva la FECCI (que abandonó nuestra organización con la excusa de que degenerábamos y no éramos capaces de desarrollar el trabajo teórico): le han costado DOS AÑOS darse cuenta de que el bloque del Este había desaparecido (ver nuestro artículo «¿Para que sirve la FECCI?», en la Revista internacional nº 70).

[5] Hemos explicado esos acontecimientos en la Revista Internacional nº 64 y 65. Escribíamos, incluso antes de la «tempestad del desierto» que «En el nuevo período histórico en que hemos entrado, y los acontecimientos del Golfo lo vienen a confirmar, el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada quien va a jugar a fondo para sí, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos, el carácter de estabilidad de los bloques, sino que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sanguinario en el que el “gendarme” americano intentará hacer reinar un mínimo de orden con el empleo más y más masivo de su potencial militar» (Revista internacional nº 13). Rechazamos también la idea propalada por los izquierdistas, pero compartida por la mayoría de los grupos del medio proletario, de que la guerra del Golfo era una «guerra por el petróleo» («El medio político proletario ante la guerra del Golfo», ídem).

[6] No es necesario volver aquí, extensamente, sobre nuestro análisis de la descomposición. Aparece en cada uno de nuestros textos que tratan sobre la situación internacional. Añadiremos simplemente que tras un profundo debate en el seno de nuestra organización, este análisis se ha ido precisando progresivamente (ver en este sentido nuestros textos: «La descomposición, última fase de la decadencia del capitalismo», «Militarismo y descomposición», «Hacia el mayor caos de la historia», publicados respectivamente en los números 62,64 y 68 de la Revista internacional).

Series: 

  • Construcción de la organización revolucionaria [9]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [10]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [11]

Revista internacional n° 81 - 2o trimestre de 1995

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Editorial - Guerra y mentiras de la « democracia »

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Editorial

Guerra y mentiras de la « democracia »

En este año en que la burguesía va a celebrar con gran alharaca propagandística el cincuentenario del final de la IIa Guerra mundial, las guerras se desencadenan por el mundo entero hasta las puertas de la Europa más desarrollada  con el conflicto abierto ya desde hace casi cuatro años en la antigua Yugoslavia. La «paz» no ha venido a la cita tras la desaparición del bloque del Este y de la URSS como tampoco vino después de la derrota de Alemania y Japón frente a los Aliados. La «nueva era de paz» prometida hace cinco años por los vencedores de la «guerra fría» es tan poco real como la que prometieron los vencedores de la IIa Guerra mundial. Ha sido peor todavía, pues la existencia de dos bloques imperialistas logró, en cierto modo, mantener una «disciplina» en la situación internacional después de la IIa Guerra mundial y durante los años de «reconstrucción», lo que predomina hoy en las relaciones internacionales es el caos general.

«Paz» de ayer y «paz» de hoy: la guerra siempre

Hace 50 años, en cuanto se firmaron los acuerdos de Yalta en febrero del 45, el reparto del mundo en zonas de influencia dominadas por los vencedores y sus aliados, Estados Unidos y Gran Bretaña, por un lado, y la URSS por el otro, quedó marcada la nueva línea de enfrentamientos interimperialistas. Nada más terminarse la guerra, ya se desataba el enfrentamiento entre el bloque del Oeste acaudillado por EEUU y el bloque del Este regentado por la URSS. El enfrentamiento iba a profundizarse durante más de 40 años, con la «paz» en Europa, eso sí, «paz» impuesta esencialmente por la necesaria reconstrucción, pero sobre todo con la guerra: la de Corea, la del Vietnam, conflictos sangrientos en los que cada protagonista local recibía apoyo de uno u otro bloque, y eso cuando no era directamente un producto de ellos. Y si esta «guerra fría» no desembocó en tercera guerra mundial, fue porque la clase obrera reaccionó internacionalmente contra las consecuencias de la crisis económica, en el terreno de la defensa de sus condiciones de existencia, a partir del final de los años 60, impidiendo así el alistamiento necesario para un enfrentamiento general, especialmente en los países más industrializados.

En 1989, el estalinismo, forma de capitalismo de Estado inadaptado para hacer frente a las condiciones de la crisis económica, ha perdido todo control. La URSS es incapaz de mantener la disciplina en su bloque y acaba desmembrándose ella misma. Todo ello puso fin a la «guerra fría» y ha trastornado la situación planetaria heredada de la IIa Guerra mundial. La nueva situación provocó a su vez la ruptura del bloque del Oeste, cuya cohesión sólo se debía a la amenaza del «enemigo común».

Del mismo modo que los vencedores de la IIa Guerra mundial acabaron siendo los protagonistas de una nueva división del mundo, son ahora los «vencedores de la guerra fría», los antiguos aliados del bloque del Oeste, quienes han acabado siendo los nuevos adversarios de un enfrentamiento imperialista que es inherente al capitalismo y sus leyes de la explotación, de la ganancia y de la competencia. Y aunque, a diferencia de la situación de la posguerra, no se ha formado todavía una nueva división en dos bloques imperialistas, debido a las condiciones históricas del período actual ([1]), no por ello las tensiones imperialistas han desaparecido. Al contrario, no han hecho sino agudizarse. En todos los conflictos que están surgiendo de la descomposición en la que se hunden cada día más países, no son sólo las peculiaridades locales las que dan la forma y amplitud a esos enfrentamientos, sino y sobre todo las nuevas oposiciones entre grandes potencias ([2]).

No puede haber «paz» en el capitalismo. La «paz» no es sino un momento de preparación para la guerra imperialista. Las conmemoraciones del final de la IIa Guerra mundial, que presentan la política de los países «democráticos» en la guerra como la que permitió el retorno de la «paz», forman parte de esas campañas ideológicas destinadas a ocultar su verdadera responsabilidad de abastecedores de carne de cañón y de principales promotores de guerra.

Mentiras de ayer y mentiras de hoy

El año pasado, la burguesía festejó la «Liberación», el Desembarco de Normandía y otros episodios de 1944 ([3]) con artículos de prensa, programas de radio y televisión, ceremonias político-televisivas y demás desfiles militares. Las conmemoraciones han continuado en 1995 para recordar las batallas de 1945, la capitulación de Alemania y de Japón, el «armisticio», todo ello para volvernos a contar una vez más la edificante historia de cómo los regímenes «democráticos» lograron vencer a la «bestia inmunda» del nazismo e instaurar una era de «paz» duradera en una Europa devastada por la barbarie hitleriana.

No sólo es la oportunidad del calendario lo que explica toda esa tabarra en torno a la IIa Guerra mundial. Hoy, cuando los conflictos se multiplican, cuando la crisis económica trae consigo un desempleo masivo y de larga duración, cuando la descomposición causa estragos sin límite, la clase dominante, la clase capitalista, necesita todo su arsenal ideológico para defender las virtudes de la «democracia» burguesa, especialmente sobre la cuestión de la guerra. La historia del final de la IIa Guerra mundial, que presenta los hechos con apariencia de objetividad, forma parte de ese arsenal. Con los repetidos llamamientos a «recordar» esa historia, con ocasión de los aniversarios de lo acontecido en 1945, se pretende que se acepte la idea de que el campo «democrático», al poner fin a la guerra, trajo la «paz» y la «prosperidad» a Europa. Semejante «juicio de la Historia» sirve evidentemente para otorgar un certificado de buena conducta a la «democracia», dándole un precinto de garantía «histórico» para así dar crédito a sus discursos sobre las «operaciones humanitarias», los «acuerdos de paz», la «defensa de los derechos humanos» y demás patrañas que lo que están tapando son la vergonzante realidad de la barbarie capitalista de hoy en día. Las mentiras de hoy se ven así reforzadas por las mentiras de ayer.

Las «grandes democracias» ni ayer ni hoy están llevando a cabo una política de «paz». Muy al contrario, hoy como ayer, son las grandes potencias capitalistas las que tienen la mayor responsabilidad en la guerra. Las conmemoraciones a repetición del final de la IIa Guerra, ese cínico mensaje del retorno de la «paz en Europa», pretenden recordarnos la historia, pretenden honrar la memoria de los cincuenta millones de víctimas de la mayor matanza desde que el mundo es mundo. Esas conmemoraciones son uno de los aspectos de las campañas ideológicas de «defensa de la democracia». Sirven para desviar la atención de la clase obrera de la política actual de esa misma «democracia», una política en la que se agudizan las tensiones imperialistas en medio de unas tendencias cada vez más centrífugas de cada cual para sí y que han vuelto a traer la guerra a Europa con el conflicto en la antigua Yugoslavia ([4]). Esas conmemoraciones son además una monstruosa falsificación de la historia, al mentir sobre las causas, el desarrollo y el desenlace de la IIa Guerra mundial y sobre los 50 años de «paz» que siguieron.

No hablaremos aquí largamente sobre la cuestión de la naturaleza de la guerra imperialista en el período de decadencia del capitalismo, sobre las verdaderas causas de la IIa Guerra mundial y lo que en ella hicieron las «grandes democracias» que se presentan como garantes de la «paz» del mundo. Hemos tratado a menudo sobre este tema en la Revista internacional ([5]), mostrando cómo, contrariamente a la propaganda que presenta la IIa Guerra mundial como el resultado de la locura de un Hitler, la guerra fue el resultado inevitable de la crisis histórica del modo de producción capitalista. Y aunque en las dos ocasiones, por razones históricas, fue el imperialismo alemán el que dio la señal de la guerra, la responsabilidad de los Aliados es también total en el desencadenamiento de las destrucciones y de la carnicería. «La segunda carnicería mundial fue para la burguesía una experiencia formidable en el matar y aplastar a millones de civiles sin defensa, pero también para ocultar, enmascarar y justificar sus propios crímenes de guerra monstruosos, “diabolizando” los de la coalición imperialista antagónica. Al salir de la IIa Guerra mundial, las “grandes democracias”, a pesar de sus esfuerzos por darse un aire respetable, aparecen cada vez más manchadas de pies a cabeza por la sangre de sus innumerables víctimas» ([6]). La entrada de los aliados en guerra no fue algo determinado por la voluntad de «paz» o de «armonía entre los pueblos», sino que se debió a la defensa de sus intereses imperialistas. Su primera preocupación era la de ganar la guerra, la segunda la de contener el mínimo riesgo de levantamiento obrero, como el ocurrido en 1917-18, lo cual explica el cuidado con que establecieron su estrategia de bombardeos y de ocupación militar ([7]), y la tercera la de repartirse los beneficios de la victoria.

Con el final de la guerra sonó la hora del nuevo reparto del mundo entre los vencedores. En febrero de 1945, los acuerdos de Yalta firmados por Roosevelt, Churchill y Stalin, debían simbolizar la unidad de los vencedores y el retorno definitivo de la «paz» para la humanidad. Ya hemos dicho arriba en qué consistió la «unidad» de los vencedores y «está claro que el orden de Yalta no era otra cosa que un nuevo reparto de cartas en el tapete imperialista mundial, reparto que sólo podía desembocar en un desplazamiento de la guerra bajo otra forma, la de la guerra “fría” entre la URSS y la alianza del campo “democrático” (...)». En lo que a la «paz» de la posguerra se refiere «recordemos simplemente que durante la llamada “guerra fría” y luego la “distensión”, fueron sacrificadas tantas vidas humanas en las matanzas imperialistas que oponían a la URSS y a Estados Unidos como durante la segunda carnicería mundial» ([8]). Y sobre todo, al final de la guerra se cuentan cincuenta millones de víctimas, en su gran mayoría civiles, esencialmente en los principales países beligerantes (Rusia, Alemania, Polonia, Japón), y las destrucciones han sido considerables, masivas y sistemáticas. Es ese «precio» de la guerra lo que pone de relieve el verdadero carácter del capitalismo en el siglo XX, sea cual sea la forma de ese capitalismo: «fascista», «estalinista» o «democrático», y no la «paz» de los cementerios y de ruinas que va a imperar durante el período de reconstrucción. El que los cincuenta años desde de 1945 no hayan conocido la guerra en Europa, no se debe a no se sabe qué carácter pacífico de la «democracia» reinstaurada al final de la IIa Guerra. La «paz» volvía a Europa con la victoria de la alianza militar de los países «democráticos» y de la URSS «socialista» en una guerra que llevaron hasta el final, matando a millones de civiles, sin más ni menos preocupación por las vidas humanas que su enemigo.

En caso de que el montaje de las mentiras de hoy pudiera resquebrajarse por los golpes de una realidad que a veces logra desvelarse, el recordar mediante un machaconeo permanente las mentiras de ayer viene hoy a punto para consolidar la imagen de las hazañas de la «democracia», garante de la «paz» y de la «estabilidad» del mundo, en el mismo momento en que los acontecimientos en el mundo no hacen más que contradecir todos esos discursos de «paz».

Las guerras de la descomposición del capitalismo

Como lo hemos analizado ya a menudo desde lo acontecido en 1989, la reunificación de Alemania y la destrucción del muro de Berlín, el final de la división del mundo en dos bloques imperialistas rivales no ha traído la «paz» sino todo lo contrario, una aceleración del caos. La nueva situación histórica no ha enfriado las rivalidades imperialistas entre las grandes potencias. Ha desaparecido la vieja rivalidad Este-Oeste, originada en Yalta, a causa de la desaparición del bloque imperialista ruso; pero, en cambio, se han agudizado los conflictos entre los antiguos aliados del bloque occidental, los cuales ya no se sienten obligados a la disciplina de bloque frente al enemigo común.

Esta nueva situación ha engendrado matanzas a repetición. Estados Unidos dio la señal con la guerra del Golfo, en 1990-91. Después, Alemania, seguida por Francia, Gran Bretaña y EEUU y también Rusia, han transformado la antigua Yugoslavia en un campo de batalla carnicero, en las fronteras de la Europa «democrática». Ese país se ha convertido, desde hace cuatro años, en el «laboratorio» de la capacidad de las potencias europeas para hacer triunfar sus nuevas ambiciones imperialistas: el acceso al Mediterráneo para Alemania; la oposición de Francia y Gran Bretaña a esas pretensiones; y para todos, el intento de librarse de la pesada tutela de Estados Unidos, país que lo hace todo por conservar su papel de gendarme del mundo.

Son las grandes potencias «democráticas» las que han soplado en las brasas yugoslavas. Son las mismas grandes potencias las que están poniendo a sangre y fuego regiones enteras de África, como Liberia o Ruanda ([9]), las que atizan las masacres como en Somalia o Argelia, las que multiplican los focos de guerra y de tensión en donde los enfrentamientos no se apagan sino para volver a prender con violencia duplicada, como demuestra lo que está ocurriendo en Burundi, país vecino de Ruanda. En Oriente Próximo, después de la guerra del Golfo, Estados Unidos ha impuesto su dominio total en la región, una «paz» armada que es en realidad un polvorín listo para explotar en cualquier momento: entre Israel y los territorios palestinos, en Líbano; en torno al Kurdistán, en Turquía ([10]), en Irak, en Irán. Incluso en América, a pesar de que es el «coto de caza» de EEUU, también están presentes las nuevas oposiciones imperialistas entre antiguos aliados en los conflictos que surgen. La revuelta de los zapatistas del Estado de Chiapas en México, apoyada bajo mano por las potencias europeas, la nueva guerra entre Perú y Ecuador, en la cual EEUU anima a este país a enfrentarse al régimen peruano demasiado abierto a las influencias de Japón, ponen de relieve que las grandes potencias están dispuestas a aprovecharse de la menor oportunidad para defender sus sórdidos intereses imperialistas. Aunque no pretendan sacar un beneficio inmediato económico o político en todos los lugares en conflicto, están sin embargo, siempre dispuestas a sembrar el desorden fomentando la inestabilidad en el campo de su adversario. La pretendida «impotencia» para «contener los conflictos» y las «operaciones humanitarias» no son más que la tapadera ideológica de los manejos imperialistas por la defensa, cada uno para sí, de sus inte­ reses estratégicos.

Existen grandes líneas de fuerza que tienden a polarizar la estrategia de los imperialismos a nivel internacional: Estados Unidos, por un lado, intentan mantener su liderazgo y su estatuto de superpotencia; Alemania, por otro lado, asume el papel de principal pretendiente a la formación de un nuevo bloque. Pero esas tendencias principales no logran «poner orden» en la situación: EEUU pierde influencia, ya no queda enemigo común que hacer valer para atar a sus «aliados»; Alemania no tiene todavía la estatura de cabeza de bloque después de 50 años de obligada sumisión a Estados Unidos y al «paraguas» de la OTAN, y a causa de la división del país entre los dos grandes vencedores de la IIa Guerra. Esta situación se combina con el hecho de que en los principales países desarrollados, la clase obrera no está dispuesta a alistarse en la defensa de los intereses del capital nacional ni de sus pretensiones imperialistas. De ahí el desorden que hoy prevalece en las relaciones internacionales.

Este desorden no va a terminar. En los últimos meses, al contrario, se ha agudizado todavía más. Un ejemplo son las distancias que está tomando Gran Bretaña, el «teniente» más fiel de EEUU desde la Ia Guerra mundial, con la política estadounidense. La ruptura entre esos dos aliados de siempre no está consumada ni mucho menos, pero la evolución de la política británica en estos últimos años va en ese sentido, siendo un hecho histórico de la mayor importancia, que es la plasmación de la tendencia de «cada uno para sí» en detrimento de la disciplina de alianzas internacionales. La alianza entre Gran Bretaña y Francia en la antigua Yugoslavia para contener el empuje alemán pero también para mantener excluido del terreno a EEUU, fue la primera etapa de esa evolución. La creación de una fuerza interafricana de «mantenimiento de la paz y de prevención de las crisis en África» entre aquellos dos mismos países ha marcado un cambio en la política de Gran Bretaña, la cual, tan sólo hace algunos meses, colaboraba con EUUU para eliminar la presencia francesa en Ruanda. Y el acuerdo franco-británico de cooperación militar, por la constitución de una unidad común del ejército del aire, acaba de sancionar la opción cada vez más zanjada de Gran Bretaña de tomar sus distancias con Estados Unidos. Este país, por su parte, no cesa de presionar a aquél para contrariar su evolución, con su política de apoyo abierto, y desde ahora oficial, al Sinn Fein, partido que desde siempre ha mantenido el terrorismo separatista en Irlanda del Norte; la tensión entre los dos países sobre este tema nunca había sido tan fuerte. El acercamiento franco-británico no significa ni mucho menos que se refuerce la tendencia a la formación de un nuevo bloque imperialista en torno a Alemania. Al contrario, aunque no haya provocado fallas en la alianza franco-alemana tan importantes como las que ya están minando las relaciones entre EEUU y Gran Bretaña, no representa ningún interés para Alemania. Gran Bretaña no se acercará a Alemania, en cambio Francia, fuerte de su nuevo apoyo para encararse a su embarazoso tutor germánico, podrá aparecer como más difícilmente manejable por éste.

Así, lejos de los discursos de «paz y de prosperidad» que habían saludado el hundimiento del bloque del Este y de la URSS, los últimos años han mostrado, al contrario, el horrible rostro de las guerras, la agudización de las tensiones imperialistas y un marasmo creciente de la situación económica y social, y eso, no sólo en los países de la periferia del mundo capitalista, sino también en el corazón de los países más industrializados.

Crisis y «democracia»

Ni más ni menos que la «paz», la «prosperidad» tampoco está al orden del día. En los países desarrollados, la «recuperación» económica de los últimos meses lo único que tiene de «espectacular» es que no ha frenado lo más mínimo la subida inexorable del desempleo ([11]). En los países desarrollados, la sociedad no se dirige hacia una mejora, sino hacia un empeoramiento cada vez más profundo de las condiciones de vida. Y al mismo tiempo que el desempleo masivo y los ataques sobre los salarios que corroen las condiciones de vida de los trabajadores, la descomposición social aporta cada día su paquete de «sucesos» y de estragos destructores, entre los que no tienen trabajo, los jóvenes en especial, pero también en los comportamientos aberrantes que se despliegan como una gangrena en la población, ya sea la de unas instituciones carcomidas por una corrupción cada día más patente o la de individuos arrastrados por el ambiente de desesperación que está impregnando todos los poros de la vida social.

Todo eso no es, ni mucho menos, el tributo que habría que pagar por la «modernización» del sistema capitalista mundial o las últimas huellas de la herencia de un sistema ya pasado. Todo eso es, al contrario, el resultado de la continuación de las leyes de este sistema capitalista, la ley de la ganancia y de la explotación de la fuerza de trabajo, la ley de la competencia y de la guerra, leyes que lleva en sí mismo el capitalismo como modo de producción que domina el planeta y rige las relaciones sociales. Todo ello es la expresión de la quiebra definitiva del capitalismo.

En la clase obrera, la conciencia de esa quiebra, aunque exista, está totalmente enturbiada por la ideología que vomita permanentemente la clase dominante. A través de sus medios de propaganda, de los discursos y las actividades de los partidos y los sindicatos, de todas las instituciones al servicio de la burguesía, ésta, por encima de sus divergencias que oponen a las diferentes fracciones, no cesa de martillar sus temas:
– «el sistema capitalista no es perfecto, pero es el único viable»;
– «la democracia tiene sus ovejas negras, pero es el único régimen político con los principios y las bases necesarios para la paz, los derechos humanos y la libertad»;
– «el marxismo ha fracasado: la revolución comunista ha llevado a la barbarie estalinista, la clase obrera debe dejar de lado el internacionalismo y la lucha de clases y poner su confianza en el capital, único capaz de atender sus necesidades; todo intento de cambio revolucionario de la sociedad es, en el mejor de los casos, una utopía y, en el peor, sería hacer el juego de dictadores ávidos y sanguinarios que no respetan las leyes de la democracia».

En resumen, habría que creerse lo de la «democracia» burguesa; sólo ella tendría un porvenir. Y frente a la inquietud que engendra la situación actual, frente a la brutalidad de los acontecimientos de la situación internacional y de la realidad cotidiana, frente a la angustia del porvenir que infunde el desempleo masivo entre la población, en las familias, en un contexto en el que la clase obrera no está dispuesta a sacrificar su vida en aras de los intereses del capitalismo, no es tan fácil hacer creer aquel mensaje. La tabarra de las «operaciones humanitarias», que servirían para demostrar la capacidad de las «grandes democracias» para mantener «la paz», tiene un límite, que es que las guerras y las matanzas siguen inexorablemente. Una clara y siniestra ilustración de ello han sido las operaciones en Somalia y los servicios prestados por las tropas de la ONU en la antigua Yugoslavia. El martilleo de la «recuperación económica» también tiene sus límites: el pertinaz desempleo y los continuos ataques contra los salarios. Las operaciones «manos limpias» al estilo italiano, montadas para regenerar la vida política también tienen sus límites: siguen mandando los mismos de siempre y por mucho que se desvelen escándalos y mangoneos para hacer creer en la moralización de la política burguesa, también le son contraproducentes, pues no cesan de desvelar una profunda corrupción. Por ello, la conmemoración del final de la IIa Guerra mundial le viene de perlas a la burguesía ([12]), para reforzar su propaganda de la «defensa de la democracia» que es hoy el tema principal de la ideología de sumisión del proletariado a los intereses de la burguesía, contra la apropiación por la clase obrera del desarrollo de sus propias luchas contra el capitalismo.

MG
23/03/1995

 

[1] Ver «Militarismo y descomposición»,  Revista internacional nº 64, l991.

[2] Ver «Las grandes potencias, promotoras de guerras», Revista internacional nº 77, l994, y «Tras las mentiras de “paz”, la barbarie capitalista», Revista internacional nº 78.

[3] Ver «Conmemoraciones de 1944: 50 años de mentiras capitalistas», Revista internacional nº 78 y 79.

[4] Ver «Todos contra todos», Revista internacional nº 80.

[5] Algunos artículos: «Guerra, militarismo y bloques imperialistas», Revista internacional nº 52 y 53, 1988. «Las verdaderas causas de la IIa Guerra mundial (Izquierda comunista de Francia, 1945)», Revista internacional nº59, 1989. «Las matanzas y los crímenes de las “grandes democracias”», Revista internacional nº 66, 1991

[6] «Las matanzas y los crímenes de las “grandes democracias”».

[7] «Conmemoraciones de 1944: 50 años de mentiras capitalistas», Revista internacional nº 79. «Las luchas obreras en Italia 1943» Revista internacional nº 75, 1993.

[8] «Medio siglo de conflictos guerreros y de mentiras pacifistas», Révolution internationale (publicación de la CCI en Francia) nº 242, febrero de 1995.

[9] «Las grandes potencias extienden el caos», Revista internacional nº 79.

[10] En el momento de cerrar esta revista, Turquía acaba de lanzar una amplia operación militar en el Kudistán. 35 000 soldados están «limpiando» el norte de Irak. Es evidente que semejante invasión se ha hecho con la aprobación de las grandes potencias. Es indudable que Turquía, aliada «natural» de Alemania, pero también fortaleza del dispositivo imperialista de Estados Unidos, no actúa sola. Ver los artículos de nuestra prensa territorial sobre esos acontecimientos.

[11] «Una recuperación sin empleos», Revista internacional nº 80.

[12] Es significativo a este respecto que sean no sólo en los países vencedores, en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia o Rusia, donde se celebra el aniversario de 1945, sino también en Alemania y Japón, los grandes vencidos de la guerra. En Alemania, por ejemplo, la propaganda oficial ha utilizado el doloroso recuerdo de los bombardeos masivos de la ciudad de Drede por la aviación aliada en febrero de 1945, bombardeos que causaron decenas de miles de víctimas (35 000 contadas, pero sin duda entre 135 000 y 200 000), recordando en parte la inutilidad total desde el punto de vista militar de semejante matanza, lo cual es un hecho oficialmente reconocido hoy, pero sobre todo justificando la «lección» que la «democracia» infligió a Alemania: «Nosotros queremos que el bombardeo de Dresde sea un día de recuerdo por todos los muertos de la IIa Guerra mundial. No debemos olvidar que fue Hitler quien empezó la guerra y que fue Goering quien soñaba con “coventryzar” (referencia al bombardeo de Coventry por Alemania) todas las ciudades británicas. No podemos permitirnos decir hoy que somos las víctimas de los bombardeos aliados. Saber si aquel bombardeo era necesario es asunto de los historiadores» (Ulrich Höver, portavoz del alcalde de Dresde, en Libération, diario francés, 13/2/92). De igual modo, en Japón en donde se está preparando la ceremonia de aniversario de la capitulación de agosto de 1945, el gobierno quiere hacer pasar un proyecto de resolución en el que se reconoce que Japón era el agresor. En esto también es significativa la necesidad de la burguesía, a nivel internacional, de unirse para valorar la mistificación más eficaz hoy que es la «defensa de la democracia».

Acontecimientos históricos: 

  • IIª Guerra mundial [12]

Tormenta financiera - ¿La locura?

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Tormenta financiera

¿La locura?

Un término siempre se repite en los comentarios de los periodistas al hablar de la situación financiera mundial: locura. Locura de la especulación monetaria que hace circular diariamente más de un billón de dólares, o sea más o menos lo correspondiente a la producción anual de Gran Bretaña; locura de los «productos derivados», esas inversiones destinadas a la especulación bursátil, basadas en mecanismos que nada tienen que ver con la realidad económica y que manejan modelos matemáticos tan complejos que no hay quien los entienda sino algún que otro de esos jóvenes expertos, pero que movilizan sin embargo cantidades siempre mayores de dinero y son capaces de hundir en unos días la más respetable institución bancaria; locura de la especulación inmobiliaria que hace que actualmente sea más caro el metro cuadrado de oficinas en ciertos barrios de Bombay que en Nueva York y que por otro lado arrastra hacia la quiebra a la mayor parte de los bancos franceses; locura de las fluctuaciones monetarias que desestabilizan en pocas semanas el comercio mundial...

Tales manifestaciones de «locura» se nos presentan hoy como si fueran el resultado de las nuevas libertades de circulación de capital a nivel internacional, como progresos de la informática y de las comunicaciones, cuando no de la avidez descomunal de ciertos «especuladores». Sería suficiente entonces poner orden, reforzar el control sobre los «especuladores» y ciertos movimientos de capital para que todo se tranquilice y que podamos aprovecharnos en paz de la famosa «recuperación» de la economía mundial. Pero la realidad es mucho más grave y dramática que lo que quieren contarnos o hacernos tragar los expertos.

Los inicios de una nueva tormenta financiera

Desde principios de 1995, el mundo de las finanzas ha sido sacudido por acontecimientos tan espectaculares como significativos. Entre ellos se ha de citar:
– en Estados Unidos, la bancarrota de la Orange County en California, santuario del liberalismo económico puro y duro (de ahí salió la candidatura de Reagan en nombre del «menos Estado»). El gobierno local había invertido gran parte de sus bienes en productos especulativos de alto riesgo. El alza de los tipos de interés provocó su bancarrota total;
– en Francia, la salida a la luz del enorme déficit del Crédit Lyonnais, uno de los mayores bancos europeos enfrentado a pérdidas gigantescas debido a operaciones especulativas ruinosas, en particular en el sector inmobiliario. Los cálculos del coste de la operación de «salvamento» del Crédit Lyonnais alcanza cifras fantásticas, del orden de 26 mil millones de dólares;
– la quiebra de uno de los mayores y más antiguos bancos de Gran Bretaña, el Barings, en el que hasta la reina misma deposita su dinero, a causa de unas fallidas operaciones especulativas realizadas por uno de sus jovencitos «genios» de la finanza de su agencia de Singapur en la Bolsa de Tokio;
– el hundimiento de la SASEA, la mayor quiebra bancaria de la historia de ese templo de las finanzas mundiales que es Suiza;
– la suspensión de pagos del principal corredor de la Bolsa de Bombay, capital financiera de India, que ha obligado a las autoridades a cerrarla por unos días para evitar que la catástrofe provoque reacciones en cadena;
– cabe también mencionar la escena surrealista ocurrida en marzo en Karachi (Pakistán), significativa de la locura que está afectando al mundo de las finanzas: diez cabras negras fueron solemnemente paseadas por las salas de cambios antes de ser degolladas para así intentar conjurar la mala suerte que hundía los valores hasta sus niveles más bajos desde hacía 16meses...

Entre los acontecimientos que marcan el inicio de lo que va a ser una real nueva tormenta financiera mundial, ha habido uno que ha adquirido una importancia particular y que vale la pena profundizar. Se trata de la crisis mexicana.

La crisis financiera mexicana

La crisis de los pagos en México de principios de 1995 no es un sobresalto más en las convulsiones que regularmente sacuden los países del llamado Tercer mundo. En 1982, en medio de la recesión mundial, ya fue la insolvencia de México lo que desencadenó una formidable crisis financiera mundial. Hoy, con sus 90 millones de habitantes, México es la 13ª potencia mundial y está en el 7º puesto de las potencias petroleras. Hace unos cuantos meses, este país se presentaba como un modelo de éxito económico, cuando no «el modelo», y entró en el TLC y la OCDE al lado de los países más industrializados con las felicitaciones de «los expertos» del mundo entero.

La huida repentina de gran parte de los capitales extranjeros de México, la brutal devaluación del peso a que se ha tenido que recurrir, la amenaza de insolvencia para rembolsar los 7 mil millones de dólares de intereses que ha de pagar sobre su deuda pública antes del próximo mes de julio han sido provocados por el alza de los tipos de interés estadounidenses. Su bancarrota no es tanto el producto de sus debilidades propias sino de la debilidad e inestabilidad del sistema financiero mundial, corroído hasta el tuétano por años de especulaciones y manipulaciones de todo tipo. La amplitud y rapidez sin precedentes de la reacción de las principales potencias económicas son una prueba indiscutible del fenómeno.

Cuando en la Revista internacional no 78 (3er trimestre del 94) anunciábamos la perspectiva a corto plazo de una tormenta financiera mundial, fue basándonos en que los déficits de los Estados y sobre todo el aumento de sus deudas públicas (en los países desarrollados en particular) eran otras tantas bombas de relojería que tarde o temprano acabarían por explotar, siendo el detonador la inevitable alza de los tipos de interés que iban a acarrear esas deudas. La crisis mexicana es la primera verificación de aquella perspectiva.

El pánico internacional desencadenado por la insolvencia potencial del México es significativo de la debilidad y del grado de enfermedad del sistema financiero mundial. El préstamo otorgado a México al principio era de casi 8 mil millones de dólares, era el mayor préstamo jamás otorgado por este organismo. El «paquete» de créditos internacionales reunidos por el conjunto de las mayores potencias financieras bajo la presión de EE.UU, de 50 mil millones de dólares, tampoco tiene precedentes en la historia. La declaración de Michel Camdessus, director del FMI, para justificar la urgencia y amplitud de la operación de salvamento, hablando de riesgo de «verdadera catástrofe mundial», señala la amplitud del fenómeno.

La devaluación del peso mexicano no dejará de tener consecuencias sobre el sistema monetario internacional. Han sido las monedas, durante estos años, uno de los terrenos privilegiados de la especulación. Tras el peso, el dólar canadiense ha caído a su nivel más bajo de los últimos nueve años. La lira italiana, la peseta, el escudo, y no hablemos de las monedas latinoamericanas, han sufrido fuertes presiones. Pero sobre todo, el dólar US, la moneda mundial, ha empezado a sufrir ataques brutales.

También tiene otras repercusiones la crisis mexicana. Desde el pasado mes de diciembre, las bolsas latinoamericanas han sufrido un hundimiento de valores espectacular ([1]). El hundimiento mexicano ha provocado su aceleración, en particular en Argentina. El índice del International Herald Tribune, que mide la evolución media del conjunto de las Bolsas del subcontinente, ha caído del 160 a 80 entre diciembre del 94 y principios de febrero del 95. Tienen razón los «expertos» cuando temen la posibilidad de un contagio de México, y exigen nuevas operaciones de salvamento. La situación de ciertas economías nacionales llamadas «emergentes» es muy peligrosa para el conjunto de la economía mundial, en la medida en que disponen de muy pocas reservas de divisas. Es el caso en particular de China, Indonesia y Filipinas ([2]).

Una advertencia

En el 25º foro de Davos, en Suiza, en enero, en el que se reunieron durante una semana unos mil hombres de negocios y ministros del mundo entero para analizar la situación económica mundial, la crisis mexicana fue claramente identificada como una «advertencia» y el temor del contagio era omnipresente. Así comentaba un periódico francés el ambiente de esta «Meca del liberalismo económico»:

«Desde ahora, todas las miradas se fijan en Asia en donde la perspectiva de una crisis china alimenta el temor de un gran vendaval de capitales... Algunos bancos occidentales ya se están quejando de los problemas de reembolso planteados por empresas de Estado chinas. Una chispa puede provocar la explosión. Zhu Rongji, vice primer ministro chino encargado de la Economía ha venido a Davos para tranquilizar al mundo de los negocios: “Estamos seguros que este año bajará la tasa de inflación. (...) China cumplirá con sus compromisos internacionales”. Sin embargo, las cifras mencionadas para poner en evidencia el lugar que ocupa China en la economía mundial no han tranquilizado al auditorio sino todo lo contrario: “Las inversiones extranjeras, en alza de un 32 %, han alcanzado los 32 mil millones de dólares en 1994, lo que sitúa a China en el segundo puesto tras Estados Unidos (...). De las 500mayores empresas citadas por la revista Fortune, más de 100 han invertido en China”. Cifras que demuestran hasta qué punto una crisis de la economía china afectaría a la economía mundial, empezando por los países asiáticos cuyo desarrollo rápido tenía hasta ahora fama de solidez» ([3]).

En un informe reciente del Pentágono se teme que el fallecimiento de Deng provoque un desmembramiento de las provincias debido a los enfrentamientos entre «conservadores» y «reformadores». Este informe afirma explícitamente: «China es el mayor factor de incertidumbre en Asia».

Otra fuente de inquietud para los financieros internacionales es Rusia. La economía de este país se caracteriza por un hundimiento en el mayor de los caos; es la mejor ilustración de cómo evoluciona la locura (segunda potencia militar mundial, que dispone de un arsenal nuclear capaz de destruir montones de veces el planeta, gobernado por un jefe de Estado alcohólico del que se considera que no está lúcido más que dos horas diarias). Ahogado por enormes deudas internacionales, el capital ruso sigue suplicando al FMI y demás proveedores de fondos que lo socorran, sin resultado. Su situación en el mercado mundial sin embargo es peligrosísima: sus reservas de divisas han caído a dos mil millones de dólares. El presupuesto de 1995 se calcula en base a una ayuda de 10 mil millones de dólares provenientes de capitales extranjeros. Y hoy nadie -ni el FMI- tiene ganas de echar dinero en lo que aparece como un pozo sin fondo.

La crisis monetaria

Otro aspecto de las turbulencias financieras actuales está en las monedas. Como ya lo hemos visto, el hundimiento del peso mexicano tiene repercusiones a nivel de las demás monedas, en particular del dólar americano. Las cosas no se han calmado en este aspecto, sino todo lo contrario. La lira italiana, la peseta española han seguido devaluándose, alcanzando récords históricos frente al marco alemán. La libra británica y también el franco francés siguen fuertemente presionados. El sistema destinado a mantener un mínimo de orden entre las principales monedas de la Unión europea, el SME, qua ya había sufrido hace poco pruebas durísimas (no sobrevivió sino pagando el precio de una fuerte ampliación de los márgenes de fluctuación entre las monedas que lo componen), se ve una vez más atacado. Y el dólar sigue bajando, en parte animado por los intereses de capitalistas norteamericanos para acrecentar la competitividad de sus productos a la exportación. Pero la devaluación de la principal moneda del planeta significa ante todo la realidad del déficit y del endeudamiento de la primera economía mundial: la deuda pública de EEUU, el déficit del gobierno federal así como el déficit del comercio exterior no han parado de crecer, y es fundamentalmente esa realidad la que queda plasmada en el debilitamiento del dólar.

El valor, la solidez de las monedas están en última instancia basados en la «confianza» que tienen de su propia economía los capitalistas, y también de sus propias instituciones financieras encabezadas por el organismo emisor de monedas: el Estado. No existe hoy ni el más mínimo fundamento que inspire «confianza». La economía mundial sigue ahogada por la ausencia de mercados solventes, ahogada en la sobreproducción; el crecimiento de la productividad del trabajo no puede sino agravar más todavía el problema. En cuanto a las instituciones financieras, el despilfarro especulativo de estos pasados años, la huida ciega en el endeudamiento durante veinte años, las múltiples «trampas» qua han sido necesarias para sobrevivir, han arruinado definitivamente la «confianza» que podían merecerse. Por eso, los golpes que está sufriendo el sistema monetario internacional no son un reajuste momentáneo, sino la expresión de un deterioro creciente del sistema financiero internacional y del callejón sin salida en el que está metido el propio sistema capitalista.

La bancarrota financiera es inevitable. Ya ha empezado en ciertos aspectos. Una fuerte purga del «globo especulativo» es indispensable. La del otoño del 87 no tuvo consecuencias negativas inmediatas en cuanto al crecimiento de la producción, sino todo lo contrario. Sin embargo, fue el signo anunciador de la recesión que empezó a finales del 89. Hoy, el «globo especulativo» y sobre todo, el endeudamiento de los Estados ha subido hasta niveles increíbles. Nadie en estas circunstancias puede prever en qué acabará la violencia de tal purga. Sin embargo, tendrá como consecuencia una destrucción masiva de capital ficticio que arruinará partes enteras del capital mundial, dando paso a una agravación mayor de la recesión económica a nivel real.

Especulación y sobreproducción

Los estragos financieros provocados por la resaca de los años de la «locura» especulativa son tan importantes que hasta los más encarnecidos defensores del capitalismo están obligados a constatar que algo gravísimo está ocurriendo en su economía. Evidentemente, son incapaces de sacar la conclusión de que sería el sistema el que está profundamente enfermo, mortalmente condenado por su incapacidad para sobrepasar sus contradicciones fundamentales, en particular su incapacidad para crear mercados solventes suficientes para la producción. Sólo son capaces de ver la crisis en el plano de la especulación para así ocultársela en el plano de la realidad. Creen –y quieren hacer creer– que las dificultades reales de la producción (la sobreproducción, el desempleo...) son el resultado de los excesos especulativos, cuando en realidad si hubo «locura» especulativa es porque ya existían dificultades reales. Marx ya denunciaba hace un siglo semejantes patrañas:

«La crisis estalla primero a nivel de las especulaciones, y sólo después se instala en la producción. La observación superficial no ve la sobreproducción sino la sobreespeculación –simple síntoma de la sobreproducción– como causa de la crisis. La desorganización ulterior de la producción no aparece como un resultado necesario de su propia exuberancia anterior, sino como simple reacción de una especulación que se está hundiendo ([4]).»

Las fuerzas de izquierdas del aparato político burgués, los partidos «obreros», sindicatos e izquierdistas, toman por cuenta propia esa forma mentirosa de analizar la realidad al decir a los proletarios que basta con que los gobiernos sean más represivos contra «los especuladores» para resolver los problemas. Como siempre, esas fuerzas desvían hacia falsas perspectivas el descontento que normalmente se desarrolla contra las bases mismas del sistema, en donde la realidad pone en evidencia el callejón sin salida en el que está metido el modo de producción capitalista, la incompatibilidad absoluta entre los intereses de la clase explotada y los de la clase dominante, esas fuerzas plantean el problema en términos de «mejor gestión» del sistema por dicha clase dominante. Esas fuerzas sólo denuncian la especulación para defender mejor el sistema que la engendra.

La «locura» que comprueban ciertos «observadores críticos» a nivel financiero mundial no es el resultado de alguna que otra metedura de pata de unos cuantos especuladores ansiosos de ganancias inmediatas. Tal locura no es más que la manifestación de una realidad más honda y trágica: la decadencia avanzada, la descomposición del modo de producción capitalista incapaz de sobrepasar las contradicciones fundamentales y envenenadas por más de veinte años de manipulaciones de sus propias leyes.

La verdadera locura no son las especulaciones sino la supervivencia del modo de producción capitalista. La perspectiva para la clase obrera y la humanidad entera no está en no se sabe qué política de los Estados contra la especulación y algunos agentes financieros, sino en la destrucción del capitalismo.

RV

 

[1] El desarrollo de la especulación en las Bolsas de ciertos países subdesarrollados, en el período reciente, es una expresión evidente de la locura financiera que no ha cesado durante la «recuperación». Los beneficios que en ellas se han realizado son tan fabulosos como artificiales. En 1993, en Filipinas, se alcanzó + 146,3 %, en Hongkong + 131 %, en Brasil + 91,3 %. En 1994, Filipinas y Hongkong pierden – 9,6 % y – 37,8 %, pero Brasil gana todavía + 50,9 % (en francos franceses, pero + 1112 % en moneda local), Perú +37,69 %, Chile + 33,8 %. Los capitales especulativos se precipitan a esas Bolsas tanto más porque algunas Bolsas occidentales se han ido desgastando fuertemente: – 13 % en Gran Bretaña, – 17 % en Francia.

[2] El caso de México resume la realidad del espejismo de las pretendidas «economías emergentes» (algunos países de Latinoamérica, como Chile, o de Asia, como India y sobre todo China), países que han conocido en los últimos años cierto desarrollo económico gracias a importantes afluencias de capitales extranjeros. Las «economías emergentes» no son ni mucho menos la nueva esperanza de la economía mundial. Sólo son otras manifestaciones tan frágiles como aberrantes de un sistema desquiciado.

[3] Libération, diario francés, 30/01/95.

[4] Marx «Revue de mai à octobre» (Revista de mayo a octubre), publicado en francés por Maximilen Rubel en Etudes de Marxologie, nº7, agosto de 1963.

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [13]

I - Los revolucionarios en Alemania durante la Ia Guerra mundial y la cuestión de la organización

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Cuando en agosto de 1914 se declara la Primera Guerra mundial, que habría de causar más de veinte millones de víctimas, el papel desempeñado por los sindicatos, y sobre todo por la socialdemocracia aparece evidente para todo el mundo.

En el Reichstag, parlamento alemán, el SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschland, Partido socialdemócrata alemán) decide por unanimidad votar a favor de los créditos de guerra. Al mismo tiempo, los sindicatos llaman a la Unión sagrada prohibiendo todo tipo de huelgas y pronunciándose a favor de la movilización de todas las fuerzas para la guerra.

Así justificaba la socialdemocracia el voto de los créditos de guerra por su grupo parlamentario: «En el momento del peligro, nosotros no abandonamos a nuestra patria. En esto estamos en acuerdo con la Internacional, la cual ha reconocido desde siempre el derecho de cada pueblo a la independencia nacional y a la autodefensa, del mismo modo que condenamos, en acuerdo con aquélla, toda guerra de conquista. Inspirándonos en esos principios, nosotros votamos los créditos de guerra pedidos». Patria en peligro, defensa nacional, guerra popular por la civilización y la libertad, ésos son los «principios» en los que se basa la representación parlamentaria de la socialdemocracia.

En la historia del movimiento obrero, ese acontecimiento fue la primera gran traición de un partido del proletariado. Como clase obrera, el proletariado es una clase internacional. Por eso es el internacionalismo el principio más básico para toda organización revolucionaria del proletariado; la traición de ese principio lleva sin remedio a la organización que la comete al campo del enemigo, el campo del capital.

El capital en Alemania nunca habría declarado la guerra si no hubiera estado seguro de contar con el apoyo de los sindicatos y de la dirección del SPD. La traición de aquéllos y ésta no fue ninguna sorpresa para la burguesía. En cambio, sí que provocó un enorme choque en las filas del movimiento obrero. Lenin, al principio, no podría creerse una noticia semejante de que el SPD había votado los créditos de guerra. A su entender, las primeras informaciones no podían ser más que mentiras para dividir al movimiento obrero ([1]).

En efecto, en vista de las tensiones imperialistas desde hacía años, la IIª Internacional había intervenido tempranamente contra los preparativos bélicos. En el congreso de Stuttgart de 1907 y en el de Basilea de 1912, incluso hasta los últimos días de julio de 1914, la Internacional se había pronunciado en contra de la propaganda y las acciones bélicas de la clase dominante; y eso, a pesar de la encarnizada resistencia del ala derechista, que ya era muy poderosa.

«En caso de que la guerra acabara estallando, el deber de la socialdemocracia es actuar para que cese de inmediato, y con todas sus fuerzas aprovecharse de la crisis económica y política creada por la guerra para agitar al pueblo, precipitando así la abolición de la dominación capitalista» (resolución adoptada en 1907 y confirmada en 1912).

«¡El peligro nos acecha, la guerra mundial amenaza!. Las clases dominantes que, en tiempos de paz, os estrangulan, os desprecian, os explotan, quieren ahora transformaros en carne de cañón. Por todas partes, debe resonar en los oídos de los déspotas: ¡Nosotros rechazamos la guerra!, ¡Abajo la guerra!, ¡Viva la confraternidad internacional de los pueblos! » (Llamamiento del comité director del SPD del 25 de julio de 1914, o sea diez días antes de la aprobación de la guerra el 4 de agosto de 1914).

Cuando los diputados del SPD votan en favor de la guerra, es en tanto que representantes del mayor partido obrero de Europa, partido cuya influencia va mucho más allá de las fronteras de Alemania, partido que es el fruto de años y años de trabajo y esfuerzo (a menudo en las peores condiciones, como ocurrió bajo la ley antisocialista que lo prohibió), partido que posee varias decenas de diarios y semanarios. En 1899, el SPD tenía 73 periódicos, con una tirada global de 400 000 ejemplares; 49 de entre los cuales salían seis veces por semana. En 1990, el partido se componía de más de 100 000 miembros.

Así, en el momento de la traición de la dirección del SPD, el movimiento revolucionario se encuentra ante un problema fundamental: ¿habrá que aceptar que la organización obrera de masas se pase al campo enemigo con armas y equipo?.

La dirección del SPD no fue, sin embargo, la única en traicionar. En Bélgica, el presidente de la Internacional, Vandervelde, es nombrado ministro del gobierno burgués, al igual que el socialista Jules Guesde en Francia. En este país, el Partido socialista va a decidirse por unanimidad a favor de la guerra. En Inglaterra, en donde el servicio militar no existía, el Partido laborista se encarga de organizar el reclutamiento. En Austria, aunque el Partido socialista no vota formalmente por la guerra, sí hace una propaganda desenfrenada en su favor. En Suecia, en Noruega, en Suiza, en Holanda, los dirigentes socialistas votan los créditos de guerra. En Polonia, el Partido socialista se pronuncia, en Galitzia-Silesia en apoyo de la guerra y, en cambio, en la Polonia bajo dominio ruso, votan en contra. Rusia da una imagen dividida: por un lado, los viejos dirigentes del movimiento obrero, como Plejánov y el líder de los anarquistas rusos, Kropotkin, pero también un puñado de miembros del Partido bolchevique de la emigración en Francia que llaman a la defensa contra el militarismo alemán. En Rusia, la fracción socialdemócrata de la Duma hace una declaración contra la guerra. Es la primera declaración oficial contra la guerra por parte de un grupo parlamentario de uno de los principales países beligerantes. El Partido socialista italiano toma, desde el principio, postura contra la guerra. En diciembre de 1914, el partido excluye de sus filas a un grupo de renegados, quienes, bajo la dirección de Benito Mussolini, se alinean con la burguesía favorable a la Entente y hacen propaganda por la participación de Italia en la guerra mundial. El Partido socialdemócrata obrero de Bulgaria (Tesniaks) adopta también una postura internacionalista consecuente.

La Internacional, orgullo de la clase obrera, se hunde en el fuego y la metralla de la guerra mundial. El SPD se ha convertido en un «cadáver hediondo». La Internacional se desintegra y se transforma, como dice Rosa Luxemburgo, en un «montón de fieras salvajes inyectadas de rabia nacionalista que se lanzan a mutuo degüello por la mayor gloria de la moral y del orden burgués». Sólo unos cuantos grupos en Alemania –Die Internationale, Lichtsrahlen, La Izquierda de Bremen–, el grupo de Trotski, Martov, una parte de sindicalistas franceses, el grupo De Tribune, con Gorter y Pannekoek, en Holanda, así como los Bolcheviques, defienden un planteamiento resueltamente internacionalista.

Paralelamente a esa traición decisiva de la mayoría de los partidos de la IIª Internacional, la clase obrera sufre inyecciones ideológicas con las que se logra acabar inoculándole la dosis fatal de veneno nacionalista. En agosto de 1914, no sólo es la mayor parte de la pequeña burguesía la que es alistada tras las pretensiones expansionistas de Alemania, sino también sectores enteros de la clase obrera, emborrachados por el nacionalismo. Además, la propaganda burguesa cultiva la ilusión de que «en unas cuantas semanas, a lo más tarde para Navidad», la guerra se habrá acabado y todo el mundo habrá vuelto a casa.

Los revolucionarios y su lucha contra la guerra

Mientras que la gran mayoría de la clase obrera permanece ebria de nacionalismo, en la noche del 4 de agosto de 1914 los principales representantes de la Izquierda de la socialdemocracia organizan una reunión en el domicilio de Rosa Luxemburg, en el que se encuentran, además de ésta, K. y H. Duncker, H. Eberlein, J. Marchlewski, F. Mehring, E.Meyer, W. Pieck. Aunque sean muy pocos esa noche, su acción va a tener una gran repercusión en los cuatro años siguientes.

Varios problemas esenciales están al orden del día de esa conferencia:
– la evaluación de la relación de fuerzas entre las clases,
– la evaluación de la relación de fuerzas en el SPD,
– los objetivos de la lucha contra la traición de la dirección del partido,
– las perspectivas y los medios de lucha.

La situación general, manifiestamente muy desfavorable, no es en absoluto motivo de resignación para los revolucionarios. Su actitud no es la de rechazar la organización, sino, al contrario, continuarla, desarrollar un combate en su seno, luchando con determinación para conservarle sus principios proletarios.

En el seno del grupo parlamentario socialdemócrata en el Reichstag se había producido, antes de la votación en favor de los créditos de guerra, un debate interno durante el cual 78 diputados se pronunciaron a favor y 14 en contra. Por disciplina de fracción, los 14 diputados, entre ellos Liebknecht, se sometieron a la mayoría votando los créditos de guerra. La dirección del SPD mantuvo secreto ese dato.

A nivel local en el partido, las cosas aparecen mucho menos unitarias. Inmediatamente, se alzan protestas contra la dirección en muchas secciones (Ortsvereine). El 6 de agosto, una mayoría aplastante de la sección local de Stuttgart expresa su desconfianza hacia la fracción parlamentaria. La izquierda consigue incluso excluir a la derecha del partido, quitándole de las manos el periódico local. Laufenberg y Wolfheim, en Hamburgo, reúnen a la oposición; en Bremen, el Bremer-Bürger-Zeitung interviene con determinación en contra de la guerra; el Braunschweiger Volksfreund, el Gothaer Volksblat, Der Kampf de Duisburg, otros periódicos de Nuremberg, Halle, Leipzig y Berlín alzan sus protestas contra la guerra, reflejando así la oposición de amplias partes del partido. En una asamblea de Stuttgart del 21 de septiembre de 1914, se dirige una crítica contra la actitud de Liebknecht. Él mismo diría más tarde que haber actuado como lo hizo, por disciplina de fracción, había sido un error desastroso. Como desde el inicio de la guerra, todos los periódicos están sometidos a censura, las expresiones de protesta se ven inmediatamente reducidas al silencio. La oposición en el SPD se apoya entonces en la posibilidad de hacer oír su voz en el extranjero. El Berner Tagwacht (periódico de Berna, Suiza) va a convertirse en el portavoz de la izquierda del SPD; de igual modo, los internacionalistas van a expresar su posición en la revista Lichstrahlen, editada por Borchart entre septiembre de 1913 y abril del 16.

Un examen de la situación en el seno del SPD muestra que si bien la dirección ha traicionado, el conjunto de la organización no se ha dejado alistar en la guerra. Por eso, aparece claramente esta perspectiva: para defender la organización, para no abandonarla en manos de los traidores, debe decidirse su expulsión rompiendo claramente con ellos.

Durante la conferencia en el domicilio de Rosa Luxemburg, se discute la cuestión: ¿debemos, en signo de protesta o de repulsa ante la traición abandonar el partido?. Se rechaza esta idea por unanimidad pues no debe abandonarse la organización, poniéndosela en bandeja, por así decirlo, a la clase dominante. No se puede en efecto, abandonar el partido, construido con tantos y tantos esfuerzos, como ratas que abandonan la nave. Luchar por la organización no significa, en ese momento, salir de ella, sino combatir por su reconquista.

Nadie piensa en ese momento en abandonar la organización. La relación de fuerzas no obliga a la minoría a hacerlo. Tampoco se trata, por ahora, de construir una nueva organización independiente. Rosa Luxemburgo y sus camaradas, por su actitud, forman parte de los defensores más consecuentes de la necesidad de la organización.

El hecho es que, bastante tiempo antes de que la clase obrera se haya librado de su embrutecimiento, los internacionalistas ya han entablado el combate. Como vanguardia que son, no se ponen a esperar las reacciones de la clase obrera en su conjunto sino que se ponen a la cabeza del combate de su clase. Cuando todavía el veneno nacionalista sigue afectando a la clase obrera, cuando ésta sigue todavía entregada ideológica y físicamente al fuego de la guerra imperialista, los revolucionarios, en las difíciles condiciones de la ilegalidad, ya han puesto al desnudo el carácter imperialista del conflicto. En esto también, en su labor contra la guerra, los revolucionarios no se ponen a esperar que el proceso de toma de conciencia de amplias partes de la clase obrera se haga solo. Los internacionalistas asumen sus responsabilidades de revolucionarios, como miembros que son de una organización política del proletariado. No pasa ni un solo día de guerra sin que se reúnan, en torno a los futuros espartaquistas, para inmediatamente emprender la defensa de la organización y poner las bases efectivas para la ruptura con los traidores. Esta manera de actuar está muy lejos del espontaneismo que a veces se aplica a los espartaquistas y a Rosa Luxemburg.

Los revolucionarios entran inmediatamente en contacto con internacionalistas de otros países. Así, Liebknecht es enviado al extranjero como representante más eminente. Toma contacto con los partidos socialistas de Bélgica y de Holanda.

La lucha contra la guerra es impulsada en dos planos: por un lado el campo parlamentario, en donde los espartaquistas pueden todavía utilizar la tribuna parlamentaria, y por otro lado, el más importante, el desarrollo de la resistencia en el plano local del partido y en contacto directo con la clase obrera.

Es así como, en Alemania, Liebknecht se convierte en abanderado de la lucha.

En el parlamento, Liebknecht logra atraer cada vez más diputados. Es evidente que al principio dominan el temor y las vacilaciones. Pero el 22 de octubre de 1914, cinco diputados del SPD abandonan la sala en señal de protesta. El 2 de diciembre, Liebknecht es el único en votar abiertamente contra los créditos de guerra; en marzo de 1915, durante una votación de nuevos créditos, alrededor de 30 diputados abandonan la sala y un año más tarde, el 19 de agosto de 1915, 36 diputados votan contra los créditos.

Pero el verdadero centro de gravedad se encuentra, naturalmente, en la actividad de la clase obrera misma, en la base de los partidos obreros, de un lado, y de otro, en las acciones de masa de la clase obrera en las fábricas y en la calle.

Inmediatamente después del estallido de la guerra, los revolucionarios habían tomado posición clara y enérgica sobre su naturaleza imperialista ([2]). En abril de 1915 se imprime el primer y único número de Die Internationale en 9000 ejemplares, de los cuales se venden 5000 en la primera noche. De ahí viene el nombre del grupo Die Internationale.

A partir del invierno de 1914-15, se difunden los primeros panfletos contra la guerra, con el más célebre de entre ellos: El Enemigo principal está en nuestro propio país.

El material de propaganda contra la guerra circula en numerosas asambleas locales de militantes. La negativa de Liebknecht a votar los créditos de guerra acaba haciéndose pública, haciendo de él el adversario más célebre de la guerra, primero en Alemania y después en los países vecinos. Los servicios de seguridad de la burguesía consideran naturalmente todas las tomas de posición de los revolucionarios como «muy peligrosas». En las asambleas locales de militantes, los representantes de los dirigentes traidores del partido denuncian a los militantes que reparten material de propaganda contra la guerra. Incluso son detenidos algunos de ellos. El SPD está dividido en lo más profundo de su ser.

Hugo Eberlein contará más tarde, en el momento de la fundación del KPD el 31 de diciembre de 1918, que existían enlaces entre más de 300 ciudades. Para acabar con el peligro creciente de la resistencia a la guerra en las filas del partido, la dirección decide en enero de 1915, en común acuerdo con el mando militar de la burguesía, hacer callar definitivamente a Liebknecht movilizándolo en el ejército. De este modo le queda prohibido tomar la palabra y no puede acudir a las asambleas de militantes. El 18 de febrero de 1915, Rosa Luxemburgo es encarcelada hasta febrero de 1916 y, exceptuando algunos meses entre febrero y julio de 1916, permanecerá en prisión hasta octubre de 1918. En septiembre de 1915, Ernst Meyer, Hugo Eberlein y, después, Franz Mehring, con 70 años de edad, y muchos más son también encarcelados.

A pesar de esas difíciles condiciones, van a proseguir su labor contra la guerra y hacer todo lo posible para seguir desarrollando el trabajo organizativo.

Mientras tanto, la realidad de la guerra empuja a cada vez más obreros a librarse de la borrachera nacionalista. La ofensiva alemana en Francia queda bloqueada y se inicia una larga guerra de posiciones. Ya a finales del año 14 han caído 800 000 soldados. La guerra de posiciones en Francia y en Bélgica cuesta, en la primavera del 15, cientos de miles de muertos. En la batalla del Somme, 60 000 soldados encuentran la muerte el mismo día. En el frente, cunde rápidamente el desánimo, pero sobre todo es en el «frente interior» en donde la clase obrera se ve hundida en la mayor miseria. Se moviliza a las mujeres en la producción de armas, el precio de los productos alimenticios se dispara, y acaban siendo racionados. El 18 de marzo de 1915 se produce la primera manifestación de mujeres contra la guerra. Del 15 al 18 de octubre se señalan enfrentamientos sangrientos entre policía y manifestantes contra la guerra en Chemnitz. En noviembre de 1915, entre diez y 15 000 manifestantes desfilan en Berlín contra la guerra. En otros países se producen igualmente movimientos en la clase obrera. En Austria, surgen multitud de «huelgas salvajes» en contra la voluntad de los sindicatos. En Gran Bretaña, 250 000 mineros en el sur del Pais de Gales hacen huelga; en Escocia, en el valle del Clyde, son los obreros de la construcción mecánica. En Francia se producen huelgas en el textil.

La clase obrera empieza lentamente a salir de los miasmas nacionalistas en los que se encuentra, expresando de nuevo su voluntad de defender sus intereses de clase explotada. La unión sagrada empieza a vacilar.

La reacción de los revolucionarios a nivel internacional

Con el estallido de la Iª Guerra mundial y la traición de los diferentes partidos de la IIª Internacional, una época se termina. La Internacional ha muerto, pues varios de sus partidos han dejado de tener una orientación internacionalista. Se han pasado al campo de sus burguesías nacionales respectivas. Una Internacional compuesta de diferentes partidos nacionales miembros de ella, no traiciona como tal; acaba muriendo y perdiendo su papel para la clase obrera. No podrá ser enderezada como tal Internacional.

La guerra ha permitido al menos que se clarifiquen las cosas en el seno del movimiento obrero internacional: por un lado los partidos que traicionaron, del otro lado, la izquierda revolucionaria que sigue defendiendo consecuente e inflexiblemente las posiciones de clase, aunque al principio sólo sea una pequeña minoría. Entre ambos lados hay una corriente centrista, que oscila entre los traidores y los internacionalistas, vacilando constantemente entre tomar posición sin ambigüedades y negándose a la ruptura clara con los socialpatriotas.

En Alemania misma, la oposición a la guerra está al principio dividida en varios agrupamientos:
– los vacilantes, cuya gran parte pertenece a la fracción parlamentaria socialdemócrata en el Reichstag: Haase, Ledebour son los más conocidos;
– el grupo en torno a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, Die Internationale, que adopta el nombre de Spartakusbund (Liga Espartaco) a partir de 1916;
– los grupos en torno a la Izquierda de Bremen (el Bremer Bürgerzeitung aparece a partir de julio de 1916), con J. Knief y K.Radek, el grupo de J. Borchardt (Lichtstrahlen), y otros de otras ciudades (en Hamburgo, en torno a Wolfheim y Laufenberg, en Dresde, en torno a O. Rühle). A finales de 1915, la Izquierda de Bremen y el grupo de Borchardt se fusionan tomando el nombre de Internationale Sozialisten Deutschlands (ISD).

Tras una primera fase de desorientación y de ruptura de contactos, a partir de la primavera de 1915, tienen lugar en Berna las conferencias internacionales de Mujeres socialistas (del 26 al 28 de marzo) y de Jóvenes socialistas (del 5 al 7 de abril). Y tras varios aplazamientos se reúnen en Zimmerwald (cerca de Berna), del 5 al 8 de septiembre, 37 delegados de 12 países europeos. La delegación más importante numéricamente es la de Alemania, son diez representantes mandatados por tres grupos de oposición: los Centristas, el grupo Die Internationale (E. Meyer, B. Thalheimer), los ISD (J. Borchardt). Mientras que los Centristas se pronuncian a favor de acabar con la guerra sin cambios en las relaciones sociales, para la Izquierda el vínculo entre guerra y revolución es un problema central. La conferencia de Zimmerwald, tras unas fuertes discusiones, se separa adoptando un Manifiesto en el que se llama a los obreros de todos los países a luchar por la emancipación de la clase obrera y por las metas del socialismo, mediante la lucha de clase proletaria más intransigente. En cambio, los Centristas se niegan a que conste la necesidad de la ruptura con el socialchovinismo y el llamamiento a acabar con el propio gobierno imperialista de cada país. El Manifiesto de Zimmerwald va a conocer pese a todo un eco enorme en la clase obrera y entre los soldados. Aunque sea más bien un compromiso, criticado por la izquierda, ya que los Centristas siguen dudando fuertemente ante una toma de postura zanjada, es sin embargo un paso decisivo hacia la unificación de las fuerzas revolucionarias.

En un artículo publicado en la Revista internacional, ya hemos hecho nosotros la crítica del grupo Die Internationale, el cual, al principio, vacilaba todavía en reconocer la necesidad de transformar la guerra imperialista en guerra civil.

La relación de fuerzas se altera

Los revolucionarios impulsan así el proceso hacia la unificación y su intervención encuentra un eco cada vez mayor.

El 1º de Mayo de 1916 en Berlín, unos 10000 obreros se manifiestan contra la guerra. Liebknecht toma la palabra y exclama «¡Abajo la guerra!, ¡Abajo el gobierno!». Es detenido inmediatamente, lo cual va a desatar una oleada de protestas. La valiente intervención de Liebknecht sirve en ese momento de estímulo y de orientación a los obreros. La determinación de los revolucionarios para luchar contra la corriente socialpatriota y para seguir con la defensa de los principios proletarios no los aísla más todavía, sino que produce un efecto de ánimo para el resto de la clase obrera en su entrada en lucha.

En mayo de 1916, los mineros del distrito de Beuthen se ponen en huelga por subidas de salarios. En Leipzig, Bruswick y Coblenza, se producen manifestaciones obreras contra el hambre y reuniones contra la carestía de la vida. Se decreta el estado de sitio en Leipzg. Las acciones de los revolucionarios, el que, a pesar de la censura y la prohibición de reunirse, se extienda la información sobre la respuesta creciente contra la guerra, va a dar un impulso suplementario a la combatividad de la clase obrera en su conjunto.

El 27 de mayo de 1916, 25 000 obreros se manifiestan en Berlín contra la detención de Liebknecht. Un día más tarde se produce la primera huelga política de masas contra su encarcelamiento, reuniendo a 55 000 obreros. En Brunswick, Bremen, Leipzig en otras muchas ciudades se producen también asambleas de solidaridad y manifestaciones contra el hambre. Hay reuniones obreras en una docena de ciudades. Tenemos aquí une plasmación patente de las relaciones existentes entre los revolucionarios y la clase obrera. Los revolucionarios no están fuera de la clase obrera, ni por encima de ella, sino que forman su parte más clarividente, la más decidida y unida en organizaciones políticas. Su influencia depende, sin embargo, de la «receptividad» de la clase obrera en su conjunto. Aunque la cantidad de personas organizadas en el movimiento espartaquista es todavía reducida, cientos de miles de obreros siguen sin embargo sus consignas. Son cada día más los portavoces del sentir de las masas.

Por eso, la burguesía va a intentarlo todo por aislar a los revolucionarios de la clase obrera desencadenando en esta fase una oleada de represión. Muchos miembros de la Liga espartaquista son puestos en arresto preventivo. Rosa Luxemburg y casi toda la Central de la Liga Espartaco son detenidas durante la segunda mitad de 1916. Cantidad de espartaquistas son denunciados por los funcionarios del SPD por haber distribuido octavillas en las reuniones del SPD; los calabozos de la policía se llenan de militantes espartaquistas.

Mientras las matanzas del frente del Oeste (Verdún) causan más y más víctimas, la burguesía exige más y más obreros en el «frente del interior», en las fábricas. Ninguna guerra puede realizarse si la clase obrera no está dispuesta a sacrificar su vida en aras del capital. Y, en ese momento, la clase dominante se enfrenta a una resistencia cada vez más fuerte.

Las protestas contra el hambre no cesan (¡la población sólo puede obtener la tercera parte de sus necesidades en calorías!). En el otoño de 1916 hay, casi todos los días, protestas o manifestaciones en las grandes ciudades, en septiembre en Kiel, en noviembre en Dresde, en enero de 1917, un movimiento de mineros del Ruhr. La relación de fuerzas entre capital y trabajo empieza a alterarse lentamente. En el seno del SPD, la dirección socialpatriota encuentra cada vez mayores dificultades. Aunque, gracias a una colaboración muy estrecha con la policía, hace detener y mandar al frente a todo obrero opositor, aunque en las votaciones dentro del partido, consigue mantener la mayoría en su favor gracias a manipulaciones de toda índole, no por ello consigue ya acallar la resistencia creciente contra su actitud. La minoría revolucionaria gana cada vez más influencia dentro del partido. A partir del otoño de 1916, hay más y más secciones locales (Ortsvereine) que deciden la huelga de las cuotas a entregar a la dirección.

La oposición tiende desde entonces, intentando unir sus fuerzas, a eliminar el comité director para tomar el partido en sus manos.

El comité director del SPD ve cómo la relación de fuerzas se va desarrollando en desventaja suya. Tras una reunión del 7 de enero de 1917 de una conferencia nacional de la oposición, el comité director decide entonces la exclusión de todos los oponentes. La escisión se está consumando. La ruptura organizativa es inevitable. Las actividades internacionalistas y la vida política de la clase obrera no pueden seguir desarrollándose en el seno del SPD, sino, desde ahora en adelante, únicamente fuera de él. Toda la vida proletaria que podía quedar en el SPD se ha extinguido al ser expulsadas sus minorías revolucionarias. Ha dejado de ser posible trabajar dentro del SPD; los revolucionarios deben organizarse fuera de él ([3]).

La oposición se encuentra enfrentada al problema: ¿qué organización construir?. Digamos por ahora que a partir de ese período de la primavera de 1917, las diferentes corrientes en el seno de la Izquierda en Alemania van a seguir por direcciones diferentes.

En un próximo artículo abordaremos más en profundidad cómo debe apreciarse el trabajo organizativo de ese momento.

La revolución rusa, principio de la oleada revolucionaria

En esos mismos momentos, a nivel internacional, la presión de la clase obrera está dando un paso decisivo.

En febrero (marzo en el calendario occidental), los obreros y los soldados, en Rusia, crean de nuevo, como en 1905 en su lucha contra la guerra, consejos obreros y de soldados. El zar es derrocado. Se desencadena en el país un proceso revolucionario, que va a tener un rápido eco en los países vecinos y en el mundo entero. El acontecimiento va hacer nacer una inmensa esperanza en las filas obreras. El desarrollo posterior de las luchas sólo puede comprenderse plenamente a la luz de la revolución en Rusia. Pues el hecho de que la clase obrera haya echado abajo a la clase dominante en un país, que haya comenzado a socavar los cimientos capitalistas, es como un faro que alumbra la dirección que debe seguirse. Y hacia esa dirección se dirigen las miradas de la clase obrera del mundo entero.

Las luchas de la clase obrera en Rusia tienen una enorme repercusión sobre todo en Alemania.

En el Ruhr se produce, entre el 16 y el 22 de febrero de 1917, una ola de huelgas. En muchas otras ciudades alemanas tienen lugar otras acciones de masas. Ya no ha de pasar una semana sin que haya importantes acciones de resistencia, exigiendo subidas de salario y un mejor abastecimiento. En casi todas las ciudades hay movimientos provocados por las dificultades de aprovisionamiento. Cuando se anuncia en abril une nueva reducción de las raciones alimenticias, se desborda la ira de la clase obrera. A partir del 16 de abril, se produce una gran ola de huelgas de masas en Berlín, Leipzig, Magdeburgo, Honnover, Brunswick, Dresde. Los jefes del ejército, los principales políticos burgueses, los dirigentes de los sindicatos y del SPD, Ebert y Scheidemann especialmente, se conciertan para intentar controlar el movimiento huelguístico.

Son más de 300 000 obreros, en más de 30fábricas, los que hacen huelga. Se trata de la segunda gran huelga de masas después de las luchas contra la detención de Liebknecht en julio de 1916.

«Se organizaron múltiples asambleas en salones o al aire libre, se pronunciaron discursos, se adoptaron resoluciones. De este modo, el estado de sitio fue quebrantado en un santiamén, quedando reducido a la nada en cuanto las masas se pusieron en movimiento y, decididas, tomaron posesión de la calle» (Spartakusbriefe, abril de 1917).

La clase obrera de Alemania seguía así los pasos a sus hermanos de Rusia, enfrentándose al capital en un inmenso combate revolucionario.

Luchan exactamente con los medios descritos por Rosa Luxemburg en su folleto Huelga de masas, escrito tras las luchas de 1905: asambleas masivas, manifestaciones, reuniones, discusiones y resoluciones comunes en las fábricas, asambleas generales, hasta la formación de los consejos obreros.

Desde que los sindicatos se integraron en el Estado, a partir de 1914, le sirven a éste de parapeto contra las reacciones obreras. Sabotean las luchas por todos los medios. El proletariado aprende que debe ponerse por sí mismo en actividad, organizarse por sí mismo, unificarse por sí mismo. Ninguna organización construida de antemano podrá hacer esas tareas en su lugar.

Los obreros de Alemania, del país industrial más desarrollado de entonces, demuestran su capacidad para organizarse por sí mismos. Contrariamente a los discursos que hoy día nos echan sin cesar, la clase obrera es perfectamente capaz de entrar masivamente en lucha y organizarse para ello.

Desde ahora, la lucha ya no podrá desarrollarse nunca más en el marco sindical reformista, o sea por ramos de actividad separados unos de otros. Desde ahora, la clase obrera muestra que es capaz de unificarse, por encima de los sectores profesionales y los ramos de actividad, y entrar en acción por reivindicaciones compartidas por todos: pan y paz, liberación de los militantes revolucionarios. Por todas partes resuena el grito por la liberación de Liebknecht. Las luchas ya no podrán ser preparadas cuidadosamente de antemano, al modo de un estado mayor como ocurría en el siglo anterior. La tarea de la organización política es la de asumir, en las luchas, el papel de dirección política y no la de organizar a los obreros.

En la ola de huelgas de 1917 en Alemania, los obreros se enfrentan directamente por vez primera a los sindicatos. Éstos, que en el siglo anterior habían sido creados por la clase obrera misma, desde el principio de la guerra se convirtieron en defensores del capital en las fábricas, siendo desde entonces un obstáculo para la lucha proletaria. Los obreros de Alemania son los primeros en hacer la experiencia de que, desde ahora en adelante, en la lucha no podrán avanzar si no se enfrentan a los sindicatos.

Los efectos del comienzo de la revolución en Rusia se propagan primero entre los soldados. Los acontecimientos revolucionarios son discutidos con gran entusiasmo; se producen frecuentes actos de confraternidad en el frente del Este entre soldados alemanes y rusos. Durante el verano de 1917 ocurren los primeros motines en la flota alemana: la represión sangrienta es una vez más capaz de apagar las primeras llamaradas, pero ya no es posible frenar la extensión de ímpetu revolucionario a largo plazo.

Los partidarios de Espartaco y los miembros de las Linksradicale de Bremen tienen una gran influencia entre los marinos.

En las ciudades industriales, la respuesta obrera sigue desarrollándose: de la región del Ruhr a la Alemania central, desde Berlín al Báltico, por todas partes, la clase obrera hace frente a la burguesía. El 16 de abril, los obreros de Leipzig publican un llamamiento a los obreros de otras ciudades para que se unan a ellos.

La intervención de los revolucionarios

Los espartaquistas se encuentran en las primeras filas de esos movimientos. Desde la primavera de 1917, al reconocer plenamente el significado del movimiento en Rusia, han echado puentes hacia la clase obrera rusa y han puesto de relieve la perspectiva de la extensión internacional de las luchas revolucionarias. En sus folletos, en sus octavillas, en las polémicas ante la clase obrera, intervienen sin cesar contra unos centristas vacilantes que evitan las tomas de postura claras; los espartaquistas contribuyen en la comprensión de la nueva situación, ponen al desnudo sin cesar la traición de los socialpatriotas y muestran a la clase obrera cómo volver a encontrar el camino de su terreno de clase.

Los espartaquistas insisten especialmente en:
– si la clase obrera desarrolla una relación de fuerzas suficiente, será capaz de poner fin a la guerra y provocar el derrocamiento de la clase capitalista;
– en esa perspectiva, es necesario recoger la antorcha revolucionaria encendida por la clase obrera en Rusia. El proletariado en Alemania ocupa, en efecto, un lugar central y decisivo.

«En Rusia los obreros y los campesinos (...) han echado abajo al viejo gobierno zarista y han tomado en manos propias su destino. Las huelgas y los paros de trabajo son de una tenacidad y de una unidad tales, que nos garantizan actualmente no sólo unos cuantos éxitos limitados, sino el final del genocidio, del gobierno alemán y de la dominación de los explotadores... La clase obrera no ha sido nunca tan fuerte durante la guerra como ahora cuando está unida y solidaria en su acción y su combate; la clase dominante, nunca tan mortal... únicamente la revolución alemana podrá aportar a todos los pueblos la paz ardientemente deseada y la libertad. La revolución rusa victoriosa, unida a la revolución alemana victoriosa son invencibles. A partir del día en que se derrumbe el gobierno alemán –incluído el militarismo alemán– sometido a los golpes revolucionarios del proletariado, una nueva era se abrirá: una era en la que las guerras, la explotación y la opresión capitalistas deberán desaparecer para siempre» (panfleto espartaquista de abril de 1917).

«Se trata de romper la dominación de la reacción y de las clases imperialistas en Alemania, si queremos acabar con el genocidio... Sólo mediante la lucha de las masas, mediante el levantamiento de las masas, con las huelgas de masas que paran toda actividad económica y el conjunto de la industria de guerra, sólo mediante la revolución y la conquista de la república popular en Alemania se podrá poner fin al genocidio e instaurarse la paz general. Y sólo así podrá ser también salvada la revolución rusa».

«La catástrofe internacional no puede sino dominar al proletariado internacional. Únicamente la revolución proletaria mundial puede acabar con la guerra imperialista mundial» (Carta de Spartakus nº 6, agosto de 1917).

La Izquierda radical es consciente de su responsabilidad y comprende plenamente todo lo que está en juego si la revolución en Rusia queda aislada: «... El destino de la revolución rusa: alcanzará su objetivo exclusivamente como prólogo de la revolución europea del proletariado. En cambio, si los obreros europeos, alemanes, siguen de espectadores de ese drama cautivante, si siguen de mirones, entonces el poder ruso de los soviets no podrá llegar más lejos que el destino de la Comuna de París» (Spartakus, enero de 1918).

Por eso, el proletariado en Alemania, que se encuentra en una posición clave para la extensión de la revolución, debe tomar conciencia de su papel histórico.

«El proletariado alemán es el aliado más fiel, el más seguro de la revolución rusa y de la revolución internacional proletaria» (Lenin).

Examinando la intervención de los espartaquistas en su contenido, podemos comprobar que es claramente internacionalista, que da una orientación justa al combate de los obreros: el derrocamiento del gobierno burgués y el derrocamiento mundial de la sociedad capitalista como perspectiva, la denuncia de la táctica de sabotaje de las fuerzas al servicio de la burguesía.

La extensión de la revolución  a los países centrales
del capitalismo:  una necesidad vital

Aunque el movimiento revolucionario en Rusia, a partir de febrero de 1917, está dirigido fundamentalmente contra la guerra, no tiene, sin embargo, por sí solo la fuerza suficiente para acabar con ella. Para ello es necesario que la clase obrera de los grandes bastiones industriales del capitalismo entre en escena. Y con la conciencia profunda de esta necesidad es como el proletariado de Rusia, en cuanto los soviets toman el poder en Octubre de 1917, lanza un llamamiento a todos los obreros de los países beligerantes:

«El gobierno de los obreros y campesinos creado por la revolución del 24 y 25 de octubre, apoyándose en los soviets obreros, de soldados y de campesinos, propone a todos los pueblos beligerantes y a sus gobiernos el inicio de negociaciones sobre una paz equitativa y democrática» (26 de noviembre de 1917).

La burguesía mundial, por su parte, es consciente del peligro que para su dominación contiene una situación así. Por eso, se trata para ella, en ese momento, de hacerlo todo para apagar la llamarada que se ha encendido en Rusia. Ésa es la razón por la que la burguesía alemana, con la bendición de todos, va a proseguir su ofensiva guerrera contra Rusia y eso después de haber firmado un acuerdo de paz con el gobierno de los soviets en Brest-Litovsk en enero de 1918. En su panfleto titulado La Hora decisiva, los espartaquistas advierten a los obreros:

«Para el proletariado alemán está sonando la hora decisiva. ¡Estad vigilantes! pues con esas negociaciones el gobierno alemán lo que precisamente intenta hacer es cegar al pueblo, prolongando y agravando la miseria y el abandono provocados por el genocidio. El gobierno y los imperialistas alemanes no hacen sino perseguir los mismos fines con nuevos medios. So pretexto del derecho a la autodeterminación de las naciones van a ser creados estados títeres en las provincias rusas ocupadas, estados condenados a una falsa existencia, dependientes económica y políticamente de los “liberadores” alemanes, los cuales se los comerán, claro está, a la primera ocasión que se les presente».

Sin embargo, habrá de pasar un año más antes de que la clase obrera de los centros industriales sea lo suficientemente fuerte para repeler el brazo asesino del imperialismo.

Pero ya desde 1917, el eco de la revolución victoriosa en Rusia, por un lado, y la intensificación de la guerra por los imperialistas, por otro, empujan cada día más a los obreros a poner fin a la guerra.

El fuego de la revolución se propaga, en efecto, por los demás países.

– En Finlandia, en enero de 1918, se crea un comité ejecutivo obrero, que prepara la toma del poder. Estas luchas van a ser derrotadas militarmente en marzo de 1918. El ejército alemán movilizará, sólo él, a más de 15 000 soldados. El balance de los obreros asesinados será de más de 25 000.

– El 15 de enero de 1918 se inicia en Viena una huelga de masas política que se va extendiendo a casi todo el imperio de los Habsburgos. En Brünn, Budapest, Graz, Praga, Viena y en otras ciudades se producen manifestaciones de gran amplitud a favor de la paz.

– Se forma un consejo obrero, que unifica las acciones de la clase obrera. El 1º de febrero de 1918, los marinos de la flota austro-húngara se sublevan en el puerto de guerra de Cattaro contra la continuación de la guerra y confraternizan con los obreros en huelga del arsenal.

– En el mismo período, hay huelgas en Inglaterra, en Francia y en Holanda (ver el artículo «Lecciones de la primera oleada revolucionaria del proletariado mundial (1917-23)» en la Revista internacional nº 80).

Las luchas de enero: el SPD, punta de lanza
de la burguesía contra la clase obrera

Tras la ofensiva alemana contra el recién estrenado poder obrero en Rusia, la cólera obrera se desborda. El 28 de enero, 400 000 obreros de Berlín entran en huelga, especialmente en las fábricas de armamento. El 29 de enero el número de huelguistas alcanza los 500 000. El movimiento se extiende a otras ciudades; en Munich una asamblea general de huelguistas lanza el siguiente llamamiento: «los obreros de Munich en huelga envían saludos fraternos a los obreros belgas, franceses, ingleses, italianos, rusos y americanos. Nos unimos a ellos en la determinación de luchar para poner fin de inmediato a la guerra mundial... Queremos imponer solidariamente la paz mundial... ¡Proletarios de todos los países uníos!» (citado por R. Müller, Pág. 148).

En este movimiento de masas, el más importante durante la guerra, los obreros forman un Consejo obrero en Berlín. Un panfleto de los espartaquistas hace el llamamiento siguiente: «Debemos crear una representación elegida libremente a imagen del modelo ruso y austriaco que tenga como objetivo dirigir esta lucha y las siguientes. Cada fábrica deberá elegir un hombre de confianza por cada 100 obreros». En total se reúnen más de 1800 delegados.

El mismo panfleto declara: «dirigentes sindicales, socialistas gubernamentales y cualquier otro pilar del esfuerzo de guerra no deberán ser elegidos bajo ningún concepto en las delegaciones... Esos hombres de paja, esos agentes voluntarios del gobierno, esos enemigos mortales de la huelga de masas no tienen nada que hacer entre los trabajadores en lucha (...) En la huelga de masas de abril de 1917 rompieron los cimientos de la huelga de masas explotando las confusiones de las masas obreras y orientado al movimiento hacia callejones sin salida (...) Esos lobos disfrazados de corderos amenazan el movimiento con un peligro mayor que el de la policía imperial prusiana».

En el centro de las reivindicaciones están: la paz, la presencia de representantes obreros de todos los países en las negociaciones de paz...La asamblea de los Consejos obreros, declara: «Llamamos a los proletarios de Alemania así como a los obreros de todos los países beligerantes a seguir el ejemplo triunfante de nuestros camaradas de Austria-Hungría, a realizar simultáneamente la huelga de masas, ya que solo la lucha de clases internacional solidaria nos aportará definitivamente la paz, la libertad y el pan».

Otro panfleto espartaquista afirma «Tendremos que hablar ruso a la reacción», llamando a manifestaciones de solidaridad en la calle.

Cuando ya más de un millón de obreros se han sumado a la lucha, la clase dominante opta por una táctica que después utilizaría sin cesar contra la clase obrera. Toma al SPD de punta de lanza para torpedear el movimiento desde el interior. Este partido traidor, sacando provecho de su influencia todavía importante en el movimiento obrero, consigue enviar al Comité de acción, a la dirección de la huelga, a tres representantes que van a dedicar toda su energía a quebrar el movimiento. Desempeñan, sin dudarlo un instante, el papel de saboteadores de la lucha desde el interior. Ebert lo reconoce abiertamente: «He entrado en la dirección de la huelga con la intención deliberada de acabar con ella rápidamente y librar al país de todo mal (...). El deber de todos los trabajadores era apoyar a sus hermanos y sus padres en el frente y proveerles de las mejores armas. Los trabajadores de Francia e Inglaterra no pierden ni una hora de trabajo con tal de ayudar a sus hermanos en el frente. La victoria debe ser el objetivo al que deben dedicarse todos los alemanes» (Ebert, 30 de enero de 1918). Los obreros pagarán muy caras sus ilusiones respecto a la socialdemocracia y sus dirigentes.

Tras haber movilizado a los trabajadores a la guerra en 1914, el SPD se opone en aquellos momentos, con todas sus fuerzas, a las huelgas. Este hecho demuestra la clarividencia y el instinto de supervivencia de la clase dominante, la conciencia del peligro que representa para ella la clase obrera. Los espartaquistas, por su parte, denuncian alto y fuerte el peligro mortal que representaba la socialdemocracia contra los trabajadores, poniendo en guardia al proletariado contra ella. A los pérfidos métodos de la socialdemocracia, la clase dominante añade las intervenciones directas y brutales contra los huelguistas, con la ayuda del Ejército. Son abatidos una docena de obreros y son alistados por la fuerza decenas de miles, aunque, eso sí, estos mismos obreros, meses después, habrán de contribuir con su agitación a la desestabilización del Ejército.

El 3 de febrero, las huelgas son finalmente saboteadas.

Podemos comprobar que la clase obrera en Alemania utiliza exactamente los mismos medios de lucha que en la Rusia revolucionaria: huelga de masas, consejos obreros, delegados elegidos y revocables, manifestaciones masivas en la calle; todos esos medios serán desde entonces las armas «clásicas» de la clase obrera.

Los espartaquistas desarrollan una orientación justa para el movimiento pero no disponen todavía de una influencia determinante. «Muchos de los nuestros eran delegados, pero estaban dispersos, no tenían un plan de acción y se perdían en la masa» (Barthel, Pág. 591).

Esta debilidad de los revolucionarios y el trabajo de sabotaje de la socialdemocracia van a ser los factores decisivos en el golpe mortal que sufre el movimiento en aquellos momentos.

«Si no hubiéramos entrado en los comités de huelga, estoy convencido de que la guerra y todo lo demás habrían sido barridos desde enero. Había el peligro de un hundimiento total y de la irrupción de una situación a la rusa. Gracias a nuestra acción la huelga se acabó y todo ha vuelto al orden» (Scheidemann).

El movimiento obrero en Alemania se enfrenta a un enemigo más fuerte que en Rusia. La clase capitalista de Alemania, ya ha sacado realmente todas las lecciones que le permitirán actuar con todos los medios a su alcance contra la clase obrera.

Ya en esta ocasión, el SPD da pruebas de su capacidad para entrampar a la clase obrera y quebrar el movimiento colocándose a la cabeza del mismo. En las luchas posteriores su capacidad será mucho más destructiva.

La derrota de enero de 1918 ofrece a las fuerzas del capital la posibilidad de continuar su guerra por algunos meses más. A lo largo de 1918, el Ejército lanza varias ofensivas. Estas acciones se saldan, sólo para Alemania y únicamente en 1918, con un balance de 550000 muertos y prácticamente con un millón de heridos.

Tras los acontecimientos de 1918 la combatividad obrera, a pesar de todo, no queda totalmente eliminada. Bajo la presión de la situación militar, que no hacia más que empeorar, un número creciente de soldados empiezan a desertar y el frente se va disgregando. A partir del verano, no sólo vuelve a crecer la disposición para la lucha en las fábricas, sino que además, los jefes del Ejército se ven obligados a reconocer abiertamente que no son capaces de mantener a los soldados en el frente. Para la burguesía el alto el fuego se convierte en una necesidad urgente.

La clase dominante vuelve a demostrar que ha sacado las lecciones de todo lo que había ocurrido en Rusia.

En abril de 1917, la burguesía alemana dejó que Lenin atravesara Alemania en un vagón blindado, con la esperanza de que la acción de los revolucionarios rusos contribuyera al desarrollo del caos en Rusia y facilitara, así, la consecución de los objetivos imperialistas alemanes. Pero el ejército alemán no podía imaginarse entonces que iba a producirse una revolución proletaria en Octubre de 1917. Se trata para ella ahora, en 1918, de evitar a toda costa, un proceso revolucionario idéntico al de Rusia.

El SPD entra entonces en el gobierno burgués formado recientemente, para servir de freno a tal posibilidad.

«Si negamos nuestra colaboración en estas circunstancias, habrá un peligro muy serio (...) de que el movimiento nos pase por encima y se instale momentáneamente un régimen bolchevique también en nuestro país» (G. Noske, 23/09, 1918).

A finales de 1918, las fábricas vuelven a estar en ebullición, las huelgas estallan sin cesar en diferentes lugares. Es simplemente cuestión de tiempo para que de nuevo la huelga de masas inunde todo el país. La combatividad aumenta alimentada por la acción de los soldados. En octubre, el Ejército ordena una nueva ofensiva de la marina de guerra, provocando motines de inmediato. Los marineros de Kiel y de otros puertos del Báltico se niegan a salir a la mar. El 3 de noviembre se desencadena una oleada de protestas y de huelgas contra la guerra. Por todas partes se crean consejos de obreros y soldados. En el espacio de una semana Alemania entera se ve «inundada» por una huelga de consejos de obreros y soldados.

En Rusia, después de febrero de 1917, la continuación de la guerra por el Gobierno de Kerensky dio un impulso decisivo al combate del proletariado, hasta el punto de que éste se hizo con el poder en octubre para poner fin a la guerra imperialista. Sin embargo en Alemania, la clase dominante, mejor armada que la burguesía rusa hace todo lo posible por defender su poder.

Así, el 11 de noviembre, apenas una semana después del desarrollo y extensión de las luchas obreras, tras la aparición de los consejos obreros, firma el armisticio. Aplicando las lecciones sacadas de la experiencia rusa, la burguesía alemana no comete el error de provocar una radicalización fatal de la oleada obrera a causa de la continuación de la guerra a toda costa. Al parar la guerra, intenta segar la hierba bajo los pies al movimiento, para que no se produzca la extensión de la revolución. Además, pone entonces en plena acción a su principal pieza de artillería, el SPD, y junto a éste, a los sindicatos.

«El socialismo de gobierno, con su entrada en los ministerios, se muestra como un defensor del capitalismo y un obstáculo para el camino de la revolución proletaria. La revolución proletaria pasara por encima de su cadáver» (Spartakusbrief nº 12, octubre de 1918).

A finales del mes de diciembre, Rosa Luxemburg precisa lo siguiente: «En todas las revoluciones anteriores, los combatientes se enfrentaban abiertamente, clase contra clase, sable contra escudo... En la revolución actual las tropas que defienden el viejo orden se muestran no con su propia bandera y con el uniforme de la clase dominante... sino bajo la bandera de la revolución. El partido socialista se ha convertido en el principal instrumento de la contrarrevolución burguesa».

En un próximo artículo, trataremos sobre el papel contrarrevolucionario del SPD frente al posterior desarrollo de las luchas.

El fin de la guerra logrado gracias a la acción de los revolucionarios

La clase obrera en Alemania no habría sido capaz jamás de poner fin a la guerra si no hubiera contado con la participación y la intervención constante de los revolucionarios en su seno. El paso de la situación de histeria nacionalista en 1914, al levantamiento de 1918, que puso fin a la guerra, fue posible gracias a la actividad incansable de los revolucionarios. No fue ni mucho menos el pacifismo el que puso fin a las matanzas sino el levantamiento revolucionario del proletariado.

Si los internacionalistas no hubieran denunciado abierta y valientemente, desde el principio, la traición de los socialpatriotas, si no hubieran hecho oír su voz alta y fuerte en las asambleas, en las fábricas, en la calle, si no hubieran desenmascarado con determinación a los saboteadores de la lucha de clases, la respuesta obrera no se hubiera desarrollado, y mucho menos habría conseguido sus objetivos.

Observando de forma lúcida este período de la historia del movimiento obrero, y sacando el balance de la intervención de los revolucionarios en esos momentos, podemos sacar lecciones fundamentales para hoy en día.

El puñado de revolucionarios que continuó defendiendo los principios internacionalistas en agosto de 1914 no se dejó intimidar o desmoralizar por el reducido número de sus fuerzas y la enormidad de la tarea que debían acometer. Siguieron manteniendo su confianza en la clase y continuaron interviniendo decididamente, a pesar de inmensas dificultades, para intentar invertir la correlación de fuerzas, particularmente desfavorable en aquellos momentos. En las secciones del Partido, en la base, los revolucionarios reagruparon lo más rápidamente posible sus fuerzas sin renunciar jamás a sus responsabilidades.

Defendieron ante los trabajadores las orientaciones políticas centrales, basadas en un análisis justo del imperialismo y de la relación de fuerzas entre las clases. Señalaron, con la mayor claridad, la verdadera perspectiva. Fueron, en definitiva, la brújula política para su clase.

Su defensa de la organización política de proletariado fue igualmente consecuente. Tanto cuando había que seguir combatiendo en el seno del SPD para no abandonarlo en manos de los traidores, como cuando se planteó la necesidad de construir una nueva organización. Abordaremos también en el próximo artículo, los elementos esenciales de ese combate.

Los revolucionarios intervinieron desde el principio de la guerra defendiendo el internacionalismo proletario y la unificación internacional de los revolucionarios (Zimmerwald y Kienthal), así como la de la clase obrera en su conjunto.

Declarando que el fin de la guerra no podía conseguirse por medios pacíficos, que sólo podría lograrse mediante la guerra de clases, la guerra civil, los revolucionarios intervinieron concretamente para demostrar que era necesario acabar con el capitalismo para poner fin a la barbarie.

Esa labor política no hubiera sido posible sin la clarificación teórica y programática efectuada antes de la guerra. El combate de los revolucionarios, y al frente de ellos Rosa Luxemburgo y Lenin, se hizo en continuidad con las posiciones de la Izquierda de la IIª Internacional.

Debemos señalar, que aunque la cantidad de revolucionarios y su influencia eran muy reducidos al comienzo de la guerra (el espacio del apartamento de Rosa Luxemburg era suficiente para alojar a los principales militantes de la Izquierda el 4 de agosto y todos los delegados de Zimmerwald cabían en tres taxis), su labor acabaría siendo determinante. A pesar de que sus publicaciones no circulaban más que en número muy reducido, sus tomas de posición y orientaciones fueron esenciales para el desarrollo posterior de la conciencia y del combate de la clase obrera.

Todo ello debe servirnos de ejemplo y abrirnos los ojos sobre la importancia del trabajo de los revolucionarios. En 1914, la clase obrera necesitó cuatro años para recuperarse de su derrota y oponerse masivamente a la guerra. Hoy, los trabajadores de los grandes centros industriales no se enfrentan en una carnicería imperialista pero deben defenderse contra las condiciones de vida, cada vez más miserables, que le hace soportar el capitalismo en crisis.

De igual modo que a principios de siglo el proletariado no hubiera sido jamás capaz de poner fin a la guerra sin la contribución determinante de los revolucionarios en sus filas, actualmente la clase obrera necesita a las organizaciones revolucionarias, necesita su intervención para asumir sus responsabilidades como clase revolucionaria. Este aspecto es el que desarrollaremos concretamente en próximos artículos.

DV

 


[1] . «¡Es una mentira! ¡Es una falsificación de esos señores imperialistas!, ¡el verdadero Vorwärts estará sin duda secuestrado!» (Zinoviev a propósito de Lenin).

[2] A. Pannekoek: El Socialismo y la gran guerra europea; F. Mehring: Sobre la naturaleza de la guerra; Lenin: El Hundimiento de la IIª Internacional, El Socialismo y la guerra, Las Tareas de la Socialdemocracia revolucionaria en la guerra europea; C. Zetkin y K. Duncker: Tesis sobre la guerra; R. Luxemburg: La Crisis de la socialdemocracia” (Folleto de Junius); K.Liebknecht: El Enemigo principal está en nuestro país.

[3] De 1914 a 1917, el número de militantes del SPD cayó de un millón a unos 200 000.

 

Series: 

  • Revolución alemana [14]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [15]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [10]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda germano-holandesa [16]

China 1928-1949 (I) - Eslabón de la guerra imperialista

  • 6797 lecturas

Según la historia oficial, en China habría triunfado una «revolución popular» en 1949. Esta idea, difundida tanto por la democracia occidental como por el maoísmo, forma parte de la monstruosa mistificación levantada con la contrarrevolución estalinista, sobre la supuesta creación de los «Estados socialistas». Es cierto que China vivió, en el período entre 1919 y 1927, un imponente movimiento de la clase obrera, integrado plenamente a la oleada revolucionaria internacional que sacudía al mundo capitalista en esa época, sin embargo ese movimiento se saldó en un aplastamiento de la clase obrera. Lo que los ideólogos de la burguesía presentan, en cambio, como «triunfo de la revolución china», es sólo la instauración de un régimen de capitalismo de Estado en su variante maoísta, la culminación del período de pugnas imperialistas en territorio chino que se abre a partir de 1928, después de la derrota de la revolución proletaria.

En la primera parte de este artículo expondremos las condiciones en que surgió la revolución proletaria en China, rescatando algunas de sus principales lecciones. Dedicaremos una próxima segunda parte al período de las pugnas imperialistas, período en el que surgió el maoísmo, denunciando simultáneamente los aspectos fundamentales de esta modalidad de la ideología burguesa.

La IIIª Internacional y la revolución en China

La evolución de la Internacional comunista (IC) y su actuación en China fueron cruciales en el curso de la revolución en este país. La IC representa el mayor esfuerzo realizado hasta ahora por la clase obrera para dotarse de un partido mundial que guíe su lucha revolucionaria. Sin embargo, su formación tardía, durante la oleada revolucionaria mundial, sin haber tenido el tiempo suficiente para consolidarse orgánica y políticamente, la condujo, a pesar de la resistencia de sus fracciones de izquierda ([1]), hacia una deriva oportunista. Esto ocurrió cuando, ante el retroceso de la revolución y el aislamiento de la Rusia soviética, el partido bolchevique, el más influyente de la Internacional, empezó a vacilar entre la necesidad de sentar las bases para un futuro nuevo ascenso de la revolución, aún a costa de sacrificar el triunfo en Rusia, o bien defender el Estado ruso que había surgido de la revolución pero a costa de pactar acuerdos o alianzas con las burguesías nacionales. Todo ello representó una enorme fuente de confusión para el proletariado internacional, contribuyendo a acelerar su derrota en cantidad de países. El abandono de los intereses históricos de la clase obrera a cambio de promesas de colaboración entre las clases condujo a la Internacional a una progresiva degeneración que culminó en 1928, con el abandono del internacionalismo proletario en aras de la llamada «defensa del socialismo en un sólo país» ([2]).

La pérdida de confianza en la clase obrera llevó progresivamente a la Internacional, convertida cada vez más en un instrumento del gobierno ruso, a intentar crear una barrera de protección contra la penetración de las grandes potencias imperialistas, mediante el apoyo a las burguesías de los «países oprimidos» de Europa Oriental, y de Oriente Medio y Lejano. Esta política resultó desastrosa para la clase obrera internacional, pues mientras la IC y el gobierno ruso apoyaban política y materialmente a las burguesías supuestamente «nacionalistas» y «revolucionarias» de Turquía, Persia, Palestina, Afganistán... y finalmente China, estas mismas burguesías, quienes hipócritamente aceptaban la ayuda soviética sin romper sus lazos ni con las potencias imperialistas ni con la nobleza terrateniente que supuestamente combatían, aplastaban las luchas obreras y aniquilaban las organizaciones comunistas con las mismas armas que Rusia les proporcionaba.

Ideológicamente, este abandono de las posiciones proletarias fue justificado con las tesis sobre la cuestión nacional y colonial del segundo congreso de la Tercera Internacional (en cuya redacción habían tenido un papel central Lenin y Roy). Estas tesis contenían ciertamente una ambigüedad teórica de principio, al distinguir erróneamente entre burguesías «imperialistas» y «antiimperialistas», lo que abriría las puertas a los mayores errores políticos, pues en esa época la burguesía, aún la de los países oprimidos, había dejado ya de ser revolucionaria y adquiría en todas partes un carácter «imperialista». No sólo porque ésta última estuviera vinculada de mil maneras a una u otra de las grandes potencias imperialistas, sino además porque, a partir de la toma del poder por la clase obrera en Rusia, la burguesía internacional formaría un frente común contra todo movimiento revolucionario de masas. El capitalismo había entrado en su fase de decadencia, y la apertura de la época de la revolución proletaria había clausurado definitivamente la época de las revoluciones burguesas.

A pesar de este error, esas tesis eran todavía capaces de prevenir contra algunos oportunismos, los cuales desgraciadamente se generalizarían poco tiempo después. El informe de la discusión presentado por Lenin reconocía que en la nueva época un cierto acercamiento se opera entre la burguesía de los países explotadores y la de los países coloniales, de tal manera que, muy frecuentemente, la burguesía de los países oprimidos, aunque apoye los movimientos nacionales, está al mismo tiempo de acuerdo con la burguesía imperialista, es decir lucha junto con ella, contra los movimientos revolucionarios ([3]). Por ello, las tesis apelaban a apoyarse principalmente en los campesinos y, ante todo, insistían en la necesidad de que las organizaciones comunistas mantuvieran su independencia orgánica y de principios frente a la burguesía. «La Internacional comunista apoya los movimientos revolucionarios en las colonias y países atrasados sólo a condición de que los elementos de los más puros partidos comunistas –comunistas de hecho– estén agrupados e instruidos de sus tareas particulares, es decir de su misión de combatir el movimiento burgués y democrático... conservando siempre el carácter independiente del movimiento proletario aún en su forma embrionaria» ([4]). Pero el apoyo incondicional, ignominioso, de la Internacional al Kuomingtang en China fue el olvido de todo ello: de que la burguesía nacional ya no era revolucionaria y se hallaba vinculada estrechamente a las potencias imperialistas, de la necesidad de forjar un partido comunista capaz de luchar contra la democracia burguesa y de la indispensable independencia del movimiento de la clase obrera.

La «Revolución» de 1911 y el Kuomingtang

El crecimiento de la burguesía china y su movimiento político durante las primeras décadas del siglo veinte, más que mostrar los aspectos supuestamente «revolucionarios» que ésta tenía, es más bien una ilustración de la extinción del carácter revolucionario de la burguesía y de la transformación del ideal nacional y democrático en una mera mistificación, cuando el capitalismo entraba en su fase de decadencia. El recuerdo de los acontecimientos nos muestran no a una clase revolucionaria, sino a una clase conservadora, acomodaticia, cuyo movimiento político no buscaba, ni arrancar de raíz a la nobleza, ni expulsar a los «imperialistas», sino más bien encontrar un lugar junto a ellos. Los historiadores suelen subrayar las diferencias de intereses que existirían entre las fracciones de la burguesía china. Así, es común identificar a la fracción especuladora-comerciante como aliada de la nobleza y los «imperialistas», mientras la burguesía industrial y la intelectualidad formarían la fracción «nacionalista», «moderna», «revolucionaria». En la realidad, esas diferencias no eran tan marcadas. No sólo porque todas las fracciones estaban íntimamente ligadas por razones de negocios o lazos familiares sino, sobre todo, porque la actitud tanto de la fracción comerciante como la de la industrial y la intelectualidad no se diferenciaba gran cosa, pues buscaban constantemente el apoyo de los «señores de la guerra» ligados a la nobleza terrateniente, así como la de los gobiernos de las grandes potencias.

Hacia 1911 la dinastía manchú estaba ya completamente podrida y a punto de caer. Esto no era el producto de alguna acción revolucionaria de la burguesía nacional, sino la consecuencia de la repartición de China a manos de las grandes potencias imperialistas, que había conducido al despedazamiento del viejo Imperio. China tendía cada vez más a quedar dividida en regiones controladas por militaristas, dueños de ejércitos mercenarios más o menos grandes, dispuestos siempre a venderse al mejor postor y detrás de los cuales solía estar una u otra gran potencia. La burguesía china, por su cuenta, se sentía llamada a ocupar el lugar de la dinastía, como elemento unificador del país, aunque no con el fin de quebrantar el régimen de producción en el que se mezclaban los intereses de los terratenientes y de los «imperialistas» con los suyos propios, sino más bien para mantenerlos. En este marco se sucedieron los acontecimientos que van desde la llamada Revolución de 1911 hasta el «Movimiento del 4 de mayo de 1919».

La «Revolución de 1911» se inició con una conjura de militaristas conservadores apoyados por la organización burguesa nacionalista de Sun Yat-sen, la Tung Meng-hui. Los militaristas desconocieron al emperador y proclamaron un nuevo régimen en Wuchang. Sun Yat-sen, que se encontraba en Estados Unidos buscando apoyo financiero para su organización, fue llamado a ocupar la presidencia de un nuevo gobierno. Se entablaron negociaciones entre ambos gobiernos y a las pocas semanas, se acordó el retiro tanto del emperador como de Sun Yat-sen, a cambio de un gobierno unificado a cuyo frente quedó Yuan Shih-kai quien era jefe de las tropas imperiales, el verdadero hombre fuerte de la dinastía. El significado de todo esto es que la burguesía dejaba de lado sus pretensiones «revolucionarias» y «antiimperialistas», a cambio de mantener la unidad del país.

A fines de 1912 se formó el Kuomingtang (KMT), la nueva organización de Sun Yat-sen que representaba a esa burguesía. En 1913 el Kuomingtang participó en unas elecciones presidenciales, restringidas a las clases sociales propietarias, en las cuales resultó vencedor. Sin embargo el flamante presidente Sun Chiao-yen fue asesinado. Entonces un Yat-sen, aliándose con algunos militaristas secesionistas del Centro-Sur del país intentó formar un nuevo gobierno, pero fue derrotado por las fuerzas de Pekín.

Como puede verse, las veleidades «nacionalistas» de la burguesía china estaban sometidas al juego de los «señores de la guerra» y en consecuencia al de las grandes potencias. El estallido de la Primera Guerra mundial, supeditó aún más el movimiento político de la burguesía china al juego de los intereses imperialistas. Para 1915 varias provincias se «independizaron», el país se dividió entre los «señores de la guerra», respaldados por una u otra potencia. En el norte el gobierno de Anfú –apoyado por Japón– disputaba el predominio con el de Chili –respaldado por Gran Bretaña y Estados Unidos. Por su parte, la Rusia zarista intentaba convertir a Mongolia en un protectorado suyo. El sur también era disputado, Sun Yat-sen realizó nuevas alianzas con algunos «señores de la guerra». La muerte del hombre fuerte de Pekín agudizó aún más la lucha entre los militaristas.

Fue en ese contexto, al término de la guerra en Europa, en el que ocurrió en China el «movimiento del 4 de mayo de 1919», tan ensalzado por los ideólogos como un «verdadero movimiento antiimperialista». Este movimiento de la pequeña burguesía en realidad no estaba dirigido contra el «imperialismo» en general, sino específicamente contra Japón, que había logrado sacar como premio la provincia china de Shantung en la Conferencia de Versalles (la conferencia donde los países vencedores se repartieron al mundo), a lo cual se oponían los estudiantes chinos. Sin embargo, hay que notar que el objetivo de no ceder territorio chino a Japón estaba en el interés de otra potencia rival: Estados Unidos, país que fue el que finalmente logró «liberar» la provincia de Shantung del exclusivo dominio japonés en 1922. Es decir, independientemente de la ideología «radical» del movimiento del 4 de mayo, éste quedó enmarcado igualmente en las pugnas imperialistas. Y ya no podía ser de otra manera.

En cambio, hay que destacar que durante el movimiento del 4 de mayo, en un sentido diferente, hizo su aparición por primera vez en las manifestaciones la clase obrera, enarbolando no sólo las demandas «nacionalistas» del movimiento, sino también sus propias reivindicaciones.

El final de la guerra en Europa no pondrá término en China ni a las guerras entre los militaristas ni a las pugnas entre las potencias por el reparto del país. Poco a poco, sin embargo, se irán perfilando dos gobiernos más o menos inestables. Uno en el Norte, con sede en Pekín, al mando del militarista Wu Pei-fu; otro en el Sur, con sede en Cantón, a cuyo frente se encontrará Sun Yat-sen y el Kuomingtang. La historia oficial presenta al gobierno del Norte como representante de las fuerzas «reaccionarias», de la nobleza y los imperialistas, y al gobierno del Sur como el representante de las fuerzas «revolucionarias» y «nacionalistas», de la burguesía, la pequeña burguesía y los trabajadores. Se trata de una patraña escandalosa.

En realidad, Sun Yat-sen y el KMT estuvieron siempre respaldados por los señores de la guerra del Sur: en 1920 Sun fue invitado por el militarista Chen Chiung-ming, quien había ocupado Cantón, a formar otro gobierno. En 1922 siguiendo la tendencia de los militaristas del Sur intentó avanzar por primera vez hacia el Norte, siendo derrotado y expulsado del gobierno, pero en 1923 volvió a Cantón apoyado por los militaristas. Por otra parte, se habla mucho de la alianza del Kuomingtang con la URSS. En verdad, la URSS realizaba tratos y alianzas con todos los gobiernos proclamados de China, incluso con los del Norte. Fue la inclinación definitiva del Norte hacia Japón lo que obligó a la URSS a privilegiar su relación con el gobierno del Sun Yat-sen, quien por lo demás nunca abandonó su juego de pedir ayuda a diferentes potencias imperialistas. Así en 1925, poco antes de su muerte, cuando se dirigía a negociar con el Norte, Sun todavía pasó por Japón, solicitando apoyo para su gobierno.

Es ese partido, el Kuomingtang, representante de una burguesía nacional (comercial, industrial e intelectual) integrada en el juego de las grandes potencias imperialistas y de los «señores de la guerra», el que llegará a ser declarado «partido simpatizante» por la Internacional comunista. Es este partido al que tendrán que someterse una y otra vez los comunistas en China, en aras de la supuesta «revolución nacional», al que tendrán que servir como «coolíes» (peones de carga) ([5]).

EL Partido comunista de China, en la encrucijada

Para la historia oficial el surgimiento del Partido comunista en China sería un subproducto del movimiento de la intelectualidad burguesa de principios de siglo. El marxismo habría sido importado de Europa entre otras tantas «filosofías» occidentales más, y la fundación del Partido comunista formaría parte del surgimiento de otras muchas organizaciones literarias, filosóficas y políticas de esa época. Con ideas de ese tipo los historiadores inventan un puente entre el movimiento político de la burguesía y el de la clase obrera y le dan a la formación del Partido comunista un significado específicamente nacional. La verdad es que el surgimiento del Partido comunista en China -como en muchos otros países en la época- está ligado fundamentalmente, no al crecimiento de la intelectualidad china sino a la marcha del movimiento revolucionario internacional de la clase obrera.

El Partido comunista de China (PCCh) fue creado entre 1920 y 1921 a partir de pequeños grupos marxistas, anarquistas y socialistas que simpatizaban con la Rusia soviética. Como muchos otros partidos, el PCCh nació directamente como integrante de la IC y su crecimiento estuvo vinculado al desarrollo de las luchas obreras que también surgían siguiendo el ejemplo de los movimientos insurreccionales en Rusia y Europa Occidental. Es así que, de unas decenas de militantes en 1921, el partido crece en pocos años a unos mil, durante las oleada huelguística de 1925 llega a tener 4000 miembros y para el período insurreccional de 1927 tenía cerca de 60 000. Este rápido crecimiento numérico expresa, por un lado, la voluntad revolucionaria que animaba a la clase obrera china en el período desde 1919 hasta 1927 (la mayoría de los militantes en esta época son obreros de las grandes ciudades industriales). Sin embargo, hay que decir que el crecimiento numérico no expresaba una fortaleza equivalente del partido. La admisión apresurada de militantes contradecía la tradición del Partido bolchevique, de formar una organización firme, templada, de la vanguardia de la clase obrera, más que un organismo de masas. Pero lo peor de todo fue la adopción a partir de su 2º congreso de una política oportunista, de la cual nunca lograría desprenderse.

A mediados de 1922, a instancias del Ejecutivo de la Internacional, el PCCh lanza la desdichada consigna del «frente único antiimperialista con el Kuomingtang» y de adhesión individual de los comunistas a este último. Esta política de colaboración de clases, (que empezó a extenderse por Asia a partir de la «Conferencia de los trabajadores de Oriente» de enero de 1922), era el resultado de las negociaciones entabladas en secreto entre la URSS y el Kuomingtang. Ya en junio de 1923 (IIIer Congreso del PCCh) se vota la adhesión de los miembros del partido al Kuomingtang. El propio Kuomingtang es aceptado en la IC en 1926 como organización simpatizante, participando en el 7º Pleno de la IC mientras que la oposición unificada (Trotski, Zinoviev) ni siquiera es autorizada a participar en él. Para 1926, en tanto el KMT preparaba el golpe final contra la clase obrera, en Moscú se elaboraba la infame «teoría» de que el Kuomingtang era un «bloque antiimperialista de cuatro clases» (el proletariado, el campesinado, la pequeña burguesía y la burguesía).

Esta política tuvo las más funestas consecuencias en el movimiento de la clase obrera en China. Mientras el movimiento huelguístico y las manifestaciones ascendían espontánea e impetuosamente, el Partido comunista, confundido dentro del Kuomingtang, era incapaz de orientar a la clase obrera, de mostrar una política de clase clara e independiente, a pesar del heroísmo incontestable de los militantes comunistas y de que estos se encontraban frecuentemente al frente de las luchas obreras. La clase obrera, carente además de organizaciones unitarias para su lucha política del tipo de los consejos, a instancias del propio PCCh depositó erróneamente su confianza en el Kuomingtang, es decir en la burguesía.

Sin embargo, es cierto que la política oportunista de supeditación al Kuomingtang encontró desde el principio constantes resistencias en el seno de PCCh (como fue el caso de la corriente representada por Chen Tu-hsiu). Ya desde el 2º congreso del PCCh hubo oposición a las tesis defendidas por el delegado de la Internacional (Sneevliet) según las cuales el KMT no sería un partido burgués, sino un frente de clases al cual debería sumarse el PCCh. Durante todo el período de unión con el Kuomingtang no dejaron de alzarse voces dentro del Partido comunista denunciando los preparativos antiproletarios de Chiang Kai-shek; pidiendo, por ejemplo, que las armas proporcionadas por la URSS se destinaran al armamento de los obreros y los campesinos y no al fortalecimiento del ejército de Chiang Kai-shek como sucedía, planteando, en fin, la urgencia de salirse de la ratonera que el KMT constituía para la clase obrera: «La revolución china tiene dos vías: una es la que el proletariado puede trazar y por la que podremos alcanzar nuestros objetivos revolucionarios; la otra es la de la burguesía y esta última traicionará a la revolución en el curso de su desarrollo» ([6]).

Sin embargo, para un partido joven y sin experiencia resultó imposible saltar por encima de las directrices erróneas y oportunistas del Ejecutivo de la Internacional y cayó en las mismas. El resultado fue que, mientras el proletariado se empeñaba en un combate contra las fracciones de las clases poseedoras adversas al Kuomingtang, éste le preparaba ya una puñalada por la espalda que la clase obrera no fue capaz de detener porque su partido no le previno de ella. Y si bien la revolución en China tenía pocas oportunidades de triunfar, porque a escala internacional la columna vertebral de la revolución mundial –el proletariado en Alemania– estaba ya quebrada desde 1919, el oportunismo de la Tercera Internacional no hizo sino precipitar la derrota.

La clase obrera se levanta

El maoísmo ha insistido en la debilidad de la clase obrera en China como argumento para justificar el desplazamiento hacia el campo del PCCh a partir de 1927. Ciertamente, la clase obrera en China a principios de siglo era numéricamente minúscula en relación con el campesinado (en proporción de 2 a 100), pero su peso político no guardaba la misma proporción. Por una parte, había ya alrededor de 2 millones de obreros urbanos (sin contar a los 10 millones de artesanos más o menos proletarizados que pululaban en las ciudades) altamente concentrados en la cuenca del río Yangtsé, con la ciudad costera de Shangai y la zona industrial de Wuhan (la triple ciudad Hankow-Wuchang-Hanyang); en el complejo Cantón-Hong Kong, y en las minas de la provincia de Junán. Esta concentración le daba a la clase obrera la extraordinaria fuerza potencial de paralizar y tomar en sus manos los centros vitales de la producción capitalista. Además, existía en las provincias del Sur (sobre todo en Kuangtung) un campesinado ligado estrechamente a los obreros, pues proveía de fuerza de trabajo a las ciudades industriales, que podía constituir una fuerza de apoyo para el proletariado urbano.

Por otra parte, sería un error considerar la fuerza de la clase obrera en China exclusivamente a partir de su número en relación a las otras clases del país. El proletariado es una clase histórica, que saca su fuerza de su existencia mundial. El ejemplo de la revolución en China lo demuestra de manera concreta. El movimiento huelguístico, no tenía su epicentro en China, sino en Europa, era una manifestación de la onda expansiva de la revolución mundial. Los obreros de China, como los de otras partes por todo el mundo, se ponían en pie de lucha ante el eco de la revolución triunfante en Rusia y de las tentativas insurreccionales en Alemania y otros países de Europa.

Al principio, como la mayoría de las fábricas de China eran de origen extranjero, las huelgas tienen un tinte «antiextranjero» y la burguesía nacional piensa utilizarlas como un instrumento de presión. Sin embargo, el movimiento huelguístico irá tomando cada vez más un claro carácter de clase, contra la burguesía en general, sin importar si es «nacional» o «extranjera». Las huelgas reivindicativas se suceden a partir de 1919 en forma creciente, a pesar de la represión (ocurrió incluso que algunos obreros fueran decapitados o quemados en lo hornos de las locomotoras). A mediados de 1921, estalla la huelga en los textiles de Hunán. A principios de 1922, una huelga de los marinos de Hong-kong dura tres meses hasta la obtención de sus reivindicaciones. En los primeros meses de 1923 estalla una oleada de unas 100 huelgas, en las que participan más de 300 000 trabajadores; en febrero el militarista Wu Pei-fu ordena la represión de la huelga de los ferrocarriles en la que caen asesinados 35obreros y hay multitud de heridos. En junio de 1924 estalla una huelga general en Cantón/Hong-Kong, que dura tres meses. En febrero de 1925 los obreros algodoneros de Shangai se lanzan a la huelga. Ésta fue el preludio del gigantesco movimiento huelguístico que recorrió a toda China en el verano de 1925.

El movimiento del 30 de mayo

En 1925 Rusia apoyaba decididamente al gobierno de Cantón del Kuomingtang. Ya desde 1923 se había declarado abiertamente la alianza entre la URSS y el Kuomingtang, una delegación militar del KMT encabezada por Chiang Kai-shek había viajado a Moscú, y simultáneamente una delegación de la Internacional dotaba al Kuomingtang de estatutos y de una estructura organizativa y militar. En 1924 el primer congreso oficial del KMT sancionó la alianza y en mayo se estableció la Academia militar de Whampoa con armas y consejeros militares soviéticos, dirigida por Chiang Kai-shek. De hecho, lo que hacía el gobierno ruso era formar un ejército moderno, al servicio de la fracción de la burguesía agrupada en el Kuomingtang, del cual hasta ese entonces ésta había carecido. En marzo de 1925 Sun Yat-sen viaja a Pekín (con cuyo gobierno la URSS seguía manteniendo también relaciones) para tratar de formar una alianza que unificara al país, pero muere de enfermedad antes de alcanzar su propósito.

Es en este marco de idílica alianza en el que irrumpió con toda su fuerza el movimiento obrero, recordando la existencia de lucha de clases a la burguesía del Kuomingtang y a los oportunistas de la Internacional.

A principios de 1925 subía la oleada de agitación y huelgas. El 30 de mayo la policía inglesa de Shangai disparó contra una manifestación de estudiantes y obreros. Doce manifestantes resultaron muertos. Este fue el detonante de una huelga general en Shangai la cual empezó a extenderse rápidamente a los principales puertos comerciales del país. El 19 de junio estalló también la huelga general en Cantón. Cuatro días más tarde las tropas británicas de la concesión británica de Shameen (cercana a Cantón) abrieron fuego contra otra manifestación. Como respuesta, los obreros de Hong-Kong se lanzaron a la huelga. El movimiento se extendió, llegando hasta el lejano Pekín en donde el 30 de julio hubo una manifestación de unos 200 000 trabajadores, y agudizando la agitación campesina en la provincia de Kuangtung.

En Shangai las huelgas duraron tres meses, en Cantón/Hong-kong se declaró una huelga-boicot que duró hasta octubre del año siguiente. Aquí, empezaron a crearse milicias obreras. Miles de obreros se sumaron a las filas del Partido comunista. La clase obrera en China se mostraba por primera vez como una fuerza verdaderamente capaz de amenazar al régimen capitalista en su conjunto.

A pesar de que una consecuencia directa del «movimiento del 30 de mayo» fue la consolidación y extensión hacia el sur del poder del gobierno de Cantón, este mismo movimiento sacudió el instinto de clase de la burguesía «nacionalista» agrupada en el Kuomingtang, que hasta allí había «dejado hacer» a los huelguistas, mientras estos enfocaban sus luchas principalmente contra las fábricas y las concesiones extranjeras. Las huelgas del verano de 1925 habían asumido un carácter antiburgués en general, sin «respetar» siquiera a los capitalistas nacionales. Así, la burguesía «revolucionaria» y «nacionalista», con el Kuomingtang al frente, (respaldado por las grandes potencias y con el apoyo ciego de Moscú), se lanzó rabiosamente a enfrentar, antes que nada, a su reconocido enemigo de clase mortal: el proletariado.

El golpe de mano y la expedición al Norte de Chiang Kai-shek

Entre los últimos meses de 1925 y los primeros de 1926 ocurre lo que los historiadores han dado en llamar la «polarización entre la izquierda y la derecha del Kuomingtang», la que según ellos incluiría el fraccionamiento de la burguesía en dos, una parte manteniéndose fiel al «nacionalismo», y otra girando hacia una alianza con el «imperialismo». Sin embargo, ya hemos visto que aún las fracciones de la burguesía más «antiimperialistas» nunca dejaron de tratar con los «imperialistas». Lo que sucedía en realidad no era que la burguesía se fraccionara, sino que ésta se preparaba para enfrentar a la clase obrera, desprendiéndose de los elementos estorbosos dentro del Kuomingtang (los militantes comunistas, una parte de la pequeña burguesía y de algunos generales fieles a la URSS). Es decir, el Kuomingtang sintiéndose con la suficiente fuerza política y militar se quitaba la careta de «bloque de clases» y aparecía como lo que realmente había sido siempre: el partido de la burguesía.

A finales de 1925 fue asesinado el jefe de la «izquierda» Liao Ching-hai y empezó el hostigamiento contra los comunistas. Este fue el preludio del golpe de mano de Chiang Kai-shek, convertido en el hombre fuerte del Kuomingtang, que inició la reacción de la burguesía contra el proletariado. El 20 de marzo, Chiang, al frente de los cadetes de la academia de Whampoa proclama la ley marcial en Cantón, clausura los locales de las organizaciones obreras, desarma los piquetes de huelga y arresta a muchos militantes comunistas. En los meses siguientes, los comunistas serán desplazados de todos los puestos de responsabilidad del KMT.

El Ejecutivo de la Internacional, a las órdenes de Bujarin y de Stalin, se muestra «ciego» ante la reacción del Kuomingtang, y a pesar de la insistencia en contra de gran parte del PCCh, ordena mantener la alianza, ocultando los acontecimientos a los miembros de los Partidos comunistas ([7]). Envalentonado, Chiang Kai-shek impone a la URSS que le apoye militarmente para su expedición hacia el Norte, iniciada en julio de 1926.

Como tantas otras acciones de la burguesía, la expedición al Norte es presentada falsamente por la historia oficial como un acontecimiento «revolucionario», como el intento de extender el régimen «revolucionario» y unificar China. Pero las pretensiones del Kuomingtang de Chiang Kai-shek no eran tan altruistas. Su sueño acariciado (como el de otros militaristas) era posesionarse del puerto de Shangai y obtener de las grandes potencias la administración de la rica aduana. Para ello contaba con un importantísimo elemento de chantaje: su capacidad de contener y someter al movimiento obrero.

Al iniciarse la expedición militar del Kuomingtang, se decreta la ley marcial en las regiones que éste ya controlaba. Así, al tiempo que los trabajadores en el Norte preparaban ilusionados el apoyo a las fuerzas del KMT, éste prohibía terminantemente las huelgas obreras en el Sur. En septiembre una fuerza «de izquierda» del Kuomingtang toma Hankou, pero Chiang Kai-shek se niega a apoyarla y se establece en Nanchang. En octubre se ordena a los comunistas frenar el movimiento campesino en el Sur y el ejército pone fin a la huelga-boicot de Cantón/Hong-kong. Esta fue la señal más clara para las potencias (Inglaterra en primer lugar) de que el avance hacia el Norte del KMT no tenía pretensión «antiimperialista» alguna y poco tiempo después iniciarían negociaciones secretas con Chiang.

Para finales de 1926 la cuenca industrial del río Yangtse hervía de agitación. En octubre el militarista Sia-Chao (que acababa de pasarse al Kuomingtang) avanzó sobre Shangai, pero se detuvo a unos kilómetros de la ciudad, permitiendo que las tropas «enemigas» del Norte (al mando de Sun Chuan-fang) entraran primero a la ciudad sofocando así un inminente levantamiento. En enero de 1927, las masas trabajadoras ocuparon, mediante acciones espontáneas, las concesiones británicas de Hankow (en la triple ciudad de Wuhán) y de Jiujiang. Entonces, el ejército del Kuomingtang aminoró su avance para, en la más pura tradición de los ejércitos reaccionarios, permitir que los señores de la guerra locales reprimieran los movimientos obreros y campesinos. Al mismo tiempo Chiang Kai-shek se lanzó a atacar públicamente a los comunistas y el movimiento campesino de Kwangtung (en el sur) es sofocado. Tal era el escenario en que tuvo lugar el movimiento insurreccional de Shangai.

La insurrección de Shangai

El movimiento insurreccional de Shangai, culmina una década de luchas constantes y ascendentes de la clase obrera. Es el punto más alto que alcanza la revolución en China. Sin embargo, las condiciones en que se gestó no podían ser más desfavorables para la clase obrera. El Partido comunista se hallaba completamente atado de manos, desarticulado, golpeado y supeditado por el Kuomingtang. La clase obrera, engañada por la ilusión del «bloque de las cuatro clases» no se había dotado tampoco de organismos unitarios que centralizaran efectivamente su lucha, del tipo de los consejos ([8]). En tanto, las cañoneras de las potencias imperialistas apuntaban contra la ciudad, y el propio Kuomingtang se acercaba a Shangai enarbolando supuestamente la bandera de la «revolución antiimperialista», pero con el objetivo real de aplastar a los obreros. Sólo la voluntad revolucionaria y el heroísmo de la clase obrera pueden explicar su capacidad de haber tomado en esas condiciones, así fuera sólo por unos días, la ciudad que representaba el corazón del capitalismo en China.

En febrero de 1927, el Kuomingtang reanudó su avance. Para el día 18, el ejército nacionalista se encuentra en Jiaxing, a 60 kilómetros de Shangai. Entonces, ante la inminente derrota de Sun Chuan-fang, estalló la huelga general en Shangai: «... el movimiento del proletariado de Shangai, del 19 al 24 de febrero era objetivamente una tentativa del proletariado de Shangai de asegurar su hegemonía. A las primeras noticias de la derrota de Sun Chuan-fan en Zhejiang, la atmósfera de Shangai se calentó al rojo vivo y en el lapso de dos días, estalló con la potencia de una fuerza elemental una huelga de 300 000 trabajadores que, irresistiblemente, se transformó en insurrección armada para enseguida terminar en nada, a falta de una dirección...»([9]).

El Partido comunista, tomado por sorpresa, vacilaba en lanzar la consigna de la insurrección, mientras ésta se desarrollaba en las calles. El día 20, Chiang Kai-shek ordenó nuevamente la suspensión del ataque sobre Shangai. Esta fue la señal para que las fuerzas de Sun Chan-fang destaren la represión, en las que decenas de obreros fueron asesinados, que logró contener momentáneamente al movimiento.

En las semanas siguientes, Chiang Kai-shek maniobraría hábilmente, para evitar ser relevado del mando del ejército y para acallar los rumores sobre su alianza con la «derecha» y las potencias y sus preparativos antiobreros.

Por fin, el 21 de marzo de 1927, estalla la tentativa insurreccional definitiva. Ese día, se proclama la huelga general, en la cual participan prácticamente todos los trabajadores de Shangai: 800 000 obreros. «Todo el proletariado estaba en huelga, así como la mayor parte de la pequeña burguesía (tenderos, artesanos, etc.) (...) en una decenas de minutos, toda la policía fue desarmada. A las dos, los insurgentes poseían ya 1500 fusiles aproximadamente. Inmediatamente después las fuerzas insurgentes fueron dirigidas contra los principales edificios gubernamentales y se dedicaron a desarmar a las tropas. Se entablaron serios combates en el barrio obrero de Chapei... Finalmente, a la cuatro de la tarde, el segundo día de la insurrección, el enemigo (3000 soldados aproximadamente) era definitivamente derrotado. Rota esta muralla, todo Shangai (a excepción de las concesiones y del barrio internacional) se encontraba en manos de los insurgentes» ([10]). Esta acción, después de la revolución en Rusia y de las tentativas insurreccionales en Alemania y otros países europeos, constituyó una nueva sacudida al orden capitalista mundial. Mostró todo el potencial revolucionario de la clase obrera. Sin embargo, la maquinaria represiva de la burguesía estaba ya en marcha, y el proletariado no se hallaba en condiciones de enfrentarla.

La burguesía «revolucionaria» aplasta al proletariado

Los obreros tomaron Shangai... sólo para abrirle las puertas al ejército nacional «revolucionario» del Kuomingtang que, al fin entró a la ciudad. No bien acababa de instalarse en Shangai, cuando Chiang Kai-shek empezó a preparar la represión, en pleno acuerdo con la burguesía especuladora y las bandas mafiosas de la ciudad. Asimismo empezó un acercamiento abierto con los representantes de las grandes potencias y con los señores de la guerra del norte. El 6 de abril Chang Tso-lin (en acuerdo con Chiang), atacó la embajada rusa en Pekín y detuvo a militantes del Partido comunista que posteriormente fueron asesinados.

El 12 de abril se desató en Shangai la represión masiva y sangrienta preparada por Chiang. Las bandas del lumpenproletariado de las sociedades secretas que siempre habían hecho papeles de rompehuelgas fueron lanzadas contra los obreros. Las tropas del Kuomingtang –supuestamente «aliadas» de los obreros– fueron empleadas directamente para desarmar y prender las milicias proletarias. Al día siguiente el proletariado trató de reaccionar declarando la huelga, pero los contingentes de manifestantes fueron interceptados por las tropas ocasionando numerosas víctimas. Inmediatamente se aplicó la ley marcial y se prohibió toda organización obrera. En pocos días cinco mil obreros fueron asesinados, entre ellos muchos militantes del Partido comunista. Las redadas y asesinatos continuarían durante meses.

Simultáneamente, en una maniobra coordinada, los militares del Kuomingtang que habían permanecido en Cantón desataron otra matanza, exterminando a otros miles más de obreros.

Con la revolución proletaria ahogada en la sangre de los obreros de Shangai y Cantón, aún resistía precariamente en Wuhan. Sin embargo, nuevamente el Kuomingtang, y más específicamente su «ala izquierda», se quitó la careta «revolucionaria» y en julio se pasó al lado de Chiang desatándose aquí también la represión. Asimismo, las hordas militares fueron libradas a la destrucción y la masacre en el campo de las provincias centrales y del sur. Los trabajadores asesinados por toda China se contaron por decenas de miles.

El Ejecutivo de la Internacional, intentando echar tierra sobre su nefasta y criminal política de colaboración de clases, descargó toda la responsabilidad sobre el PCCh y sus órganos centrales, y más específicamente sobre la corriente que justamente se había opuesto a esa política (la de Chen Tu-hsiu). Para rematar, ordenó al ya debilitado y desmoralizado Partido comunista de China embarcarse en una política aventurera que terminó con la llamada «insurrección de Cantón». Esta tentativa absurda de golpe «planificado» no fue secundada por el proletariado de Cantón y sólo ocasionó que éste fuera hundido aún más en la represión. Esto marcó prácticamente el final del movimiento obrero en China, del cual no se volvería a presenciar una expresión significativa en los siguientes cuarenta años.

La política de la Internacional frente a China fue uno de los ejes de denuncia contra el estalinismo ascendente que estuvieron en el origen de la «Oposición de izquierda», la corriente encarnada por Trotski (a la cual terminó por incorporarse el mismo Chen Tu-hsiu). Esta corriente de oposición confusa y tardía a la degeneración de la IIIª Internacional, aún manteniéndose en un terreno de clase proletario respecto a China, al denunciar la supeditación del PCCh al Kuomingtang como causa de la derrota de la revolución, no logró nunca superar el marco falso de las tesis del Segundo Congreso de la Internacional sobre la cuestión nacional lo que, a su vez, sería uno de los factores que le llevarían por una deriva oportunista (irónicamente Trotski apoyaría el nuevo frente de clases surgido en China de las pugnas imperialistas a partir de los años 30), hasta su paso al campo de la contrarrevolución durante la Segunda Guerra mundial ([11]). De cualquier modo, todo lo que quedó de internacionalista revolucionario en China fue llamado en adelante «trotskismo» (años después Mao Tse-tung perseguirá como «trotskistas agentes del imperialismo japonés» a los pocos internacionalistas que aún se opondrán a su política contrarrevolucionaria).

En cuanto al Partido comunista de China, éste fue literalmente aniquilado, luego de ser asesinados a manos del Kuomingtang alrededor de 25 000 de sus militantes y los demás encarcelados o perseguidos. Ciertamente, restos del Partido comunista, junto con algunos destacamentos del Kuomingtang se refugiaron en el campo. Pero a este desplazamiento geográfico correspondió un todavía más profundo desplazamiento político: en los años siguientes el partido adoptó una ideología burguesa, su base social –dirigida por la pequeña burguesía y la burguesía– se hizo predominantemente campesina y participó en las campañas guerreras imperialistas. A pesar de haber conservado el nombre, el Partido comunista de China dejó de ser un partido de la clase obrera y se convirtió en una organización de la burguesía. Pero esto ya es otra historia, objeto de la segunda parte de este artículo.

Señalemos, a manera de conclusión, algunas de las enseñanzas que se desprenden del movimiento revolucionario en China:

  • La burguesía china no dejó de ser revolucionaria sólo cuando se lanzó contra el proletariado, en 1927. Ya desde la «revolución de 1911» la burguesía «nacionalista» había mostrado su disposición a compartir el poder con la nobleza, aliarse con los militaristas y supeditarse a las potencias imperialistas. Sus aspiraciones «democráticas», «antiimperialistas» y hasta «revolucionarias» no eran sino la tapadera que ocultaba sus intereses reaccionarios, los cuales se pusieron al descubierto cuando el proletariado comenzó a representar una amenaza. En la época de la decadencia del capitalismo las burguesías de los países débiles son tan reaccionarias e imperialistas como las de las grandes potencias.
  • La lucha de clase del proletariado en China de 1919 a 1927 no puede ser explicada en un contexto puramente nacional. Es un eslabón de la oleada de la revolución mundial que sacudió al capitalismo a principios de siglo. La fuerza elemental con que se levantó el movimiento obrero en China, de un sector del proletariado mundial considerado en ese tiempo como «débil», hasta ser capaz de tomar espontáneamente en sus manos grandes ciudades, muestra el potencial que la clase obrera tiene para derrocar a la burguesía, aunque para ello requiere de conciencia y organización revolucionarias.
  • El proletariado no puede hacer nunca más una alianza con ninguna fracción de la burguesía. En cambio, puede llevar tras de sí, en su movimiento revolucionario, a sectores de la pequeña burguesía urbana y rural (como lo demostraron la insurrección de Shangai y el movimiento campesino de Kuangtung). Sin embargo, el proletariado no debe fusionarse orgánicamente con estos sectores, en algo así como un «frente», sino que, por el contrario, debe mantener en todo momento su autonomía de clase.
  • El proletariado requiere, para vencer, tanto de un partido político que le oriente en los momentos determinantes, como de una organización del tipo de los consejos que cemente su unidad. En particular, la clase obrera tiene que dotarse de su Partido comunista mundial, firme en los principios y templado en la lucha, con tiempo suficiente, antes del estallido de la próxima oleada revolucionaria internacional. El oportunismo, como la política que en aras de resultados «inmediatos» sacrifica el porvenir de la revolución y conduce a la colaboración de clases, debe ser combatido permanentemente en las filas de la organización revolucionaria.

Leonardo


[1] En el marco de este artículo no podemos referirnos a la lucha sostenida por las fracciones de izquierda de la Internacional contra el oportunismo y la degeneración de ésta, lucha que se dio en la misma época que los acontecimientos en China que relatamos aquí. Al respecto, recomendamos nuestros libros: la Izquierda holandesa y la Izquierda comunista de Italia.

[2] Esta degeneración corría paralela con la del Estado que había surgido de la revolución, la que llevó a la reconstitución del Estado capitalista en su forma estalinista. Ver Manifiesto del 9º Congreso de la CCI.

[3] Lenin, «Informe de la Comisión nacional y colonial» para el Segundo congreso de la Internacional comunista, 26 julio de 1920. Tomado de La Question chinoise dans l’Internationale communiste, compilación y presentación de Pierre Broué, EDI Paris, 1976.

[4] «Thèses et additions sur la question nationale et coloniale», IIº Congreso, Les Quatre premiers congrès mondiaux de l’Internationale communiste, 1919-23, Editorial Maspéro, París.

[5] Expresión de Borodin, delegado de la Internacional en China, en 1926. E.H. Carr, el Socialismo en un sólo país, Vol. 3, segunda parte, p. 797.

[6] Chen Tu-hsiu. Citado por él mismo en su “Carta a todos los miembros del PCCh” Dic. 1929. Tomado de La Question chinoise... obra ya citada, p. 446.

[7] Sólo unas semanas antes, Chiang Kai-shek había sido nombrado “miembro honorario” y el Kuomingtang “partido simpatizante” de la Internacional. Aún después del golpe, los consejeros rusos se niegan a proporcionar 5000 fusiles a los obreros y campesinos del Sur y los reservan para el ejército de Chiang.

[8] Mucho se habla del papel organizador jugado por los sindicatos en el movimiento revolucionario en China. Es cierto que en este periodo los sindicatos surgen y crecen en la misma proporción en que se desarrolla el movimiento huelguístico. Sin embargo, en la medida en que estos no intentan contener el movimiento en el marco de las demandas económicas gremiales, su política estará supeditada al Kuomingtang (incluso, obviamente, los sindicatos influidos por el PCCh). Así, el movimiento de Shangai tendrá como objetivo declarado abrir el paso al ejército “nacionalista”. En diciembre de 1927 los sindicatos del Kuomingtang llegarán incluso a participar en la represión de los obreros. El que los obreros tuvieran como único medio de organización masiva a los sindicatos no constituía una ventaja, sino una debilidad.

[9] Carta de Shangai de tres miembros de la misión de la IC en China, fechada marzo 17, 1927. Tomado de La Question chinoise..., obra ya citada.

[10] Neuberg A., La Insurrección armada México. Ediciones de Cultura popular, 1973. Este libro, escrito alrededor de 1929 (después del VIº Congreso de la Internacional) contiene alguna información valiosa sobre los acontecimientos de la época, sin embargo tiende a ver la insurrección como un golpe de mano, además de hacer una tosca apología del estalinismo. Por otra parte, no debe extrañar que la tentativa insurreccional de Shangai, a pesar de su magnitud, y de su sangriento aplastamiento, apenas si sea mencionada (si no es que ocultada completamente), tanto en los textos de historia -ya sean “prooccidentales” o “promaoístas”-, como en los manuales maoístas. Es sobre la base de este ocultamiento que se ha podido mantener el mito según el cual lo que estaba en juego en los años 20 era una “revolución burguesa”.

[11] Para un conocimiento completo de nuestra posición sobre Trotski y el trotskismo puede leerse nuestro folleto El trotskismo contra la clase obrera.

 

Geografía: 

  • China [17]

Series: 

  • China 1928-1949: eslabón de la guerra imperialista [18]

XI - El Marx de la madurez - Comunismo del pasado, comunismo del futuro

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Como esta serie ha desarrollado, hemos visto que el trabajo revolucionario de Marx atravesó por distintas fases correspondientes a los cambios de la sociedad burguesa y particularmente de la lucha de clases. La última década de su vida, que siguió a la derrota de la Comuna de Paris y la disolución de la Iª Internacional, se dedicó, sin embargo, como en la década de 1850, prioritariamente a la investigación científica y a la reflexión teórica más que a una actividad militante abierta.

Durante ese período Marx dedicó una parte considerable de sus energías al gigantesco trabajo de crítica de la economía política burguesa, a los volúmenes pendientes del Capital, el cual no pudo completar. Una salud precaria fue sin duda un factor importante en sus dificultades. Pero lo que se ha aclarado últimamente es que la atención de Marx durante ese período estuvo «distraída» por problemas que, a primera vista, parecían ser una separación de los temas clave del trabajo de su vida: nos referimos a las preocupaciones antropológicas y etnológicas estimuladas por la aparición del libro La Antigua sociedad, de Henry Morgan. El grado en el que Marx fue absorbido por esas cuestiones lo muestra la publicación en 1974 de sus Cuadernos etnológicos, en los cuales trabajó entre 1881-82 y que constituyeron las bases del libro de Engels El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Engels escribió este último como un «legado» de Marx, es decir, en reconocimiento a la importancia que Marx acordó al estudio científico de las formas más tempranas de la sociedad humana, en particular de aquellas que preceden a la formación de las clases y del Estado.

Estrechamente relacionado con dichas investigaciones fue el creciente interés de Marx por la cuestión rusa, tema sobre el que había empezado a trabajar a principios de la década de 1870 pero al que dio un impulso considerable la publicación del libro de Morgan. Son bien conocidas las reflexiones de Marx sobre el naciente movimiento revolucionario en Rusia, lo cual le animó a aprender ruso y a acumular una gigantesca biblioteca de libros sobre Rusia. Incluso llegó a ocultar a Engels el continuo aumento de su tiempo dedicado a la cuestión rusa, pues éste, por lo visto, lo acosaba constantemente para que terminara El Capital.

Estas preocupaciones del «último» Marx han dado lugar a interpretaciones conflictivas y controversias comparables a los conflictos existentes sobre el trabajo del «joven» Marx. Tenemos por ejemplo el punto de vista de Riazanov quien bajo el patrocinio del Instituto Marx-Engels de Moscú publicó en 1924 las Cartas de Marx a Vera Zasulich después de que hubieran sido «enterradas» por algunos elementos del movimiento marxista ruso (Zasulich, Axelrod, Plejanov). Según Riazanov, la absorción de Marx por esas materias, particularmente sobre la cuestión rusa, fue debida al declive de las capacidades intelectuales de Marx. Otros, especialmente algunas personas que han sido «punteros» del medio político proletario, como Raya Dunayevskaya y Franklin Rosemont ([1]) argumentaron correctamente contra tales ideas y trataron de poner de manifiesto la importancia de las preocupaciones del «último» Marx. Pese a ello introdujeron un cierto número de confusiones que abrieron la puerta al uso fraudulento de esta fase del trabajo de Marx.

El presente artículo no es un intento de investigar los Cuadernos etnológicos, los escritos de Marx sobre Rusia, ni siquiera el libro de Engels sobre la familia con la profundidad que requiere. Los Cuadernos en particular son prácticamente territorio inexplorado y requieren un gigantesco trabajo de exploración y «descodificación»: están, en gran parte, bajo la forma de notas y extractos, y muchos de esos escritos son una curiosa mezcla de inglés y alemán. Por otra parte, muchas de las «excavaciones» que se han hecho en ellos no pasan de la sección dedicada al libro de Morgan. Esta fue la sección más importante, desde luego, y constituyó la base principal de El Origen de la familia. Pero los Cuadernos incluyen notas de Marx sobre la obra de J.P. Phear El pueblo ario (un estudio de las formas sociales comunitarias en la India), la de H.S. Maine Lecturas sobre la historia de las primeras instituciones (que se concentra en los vestigios de las formaciones sociales de tipo comunitario en Irlanda) y la de J. Lubbock Los Orígenes de la civilización, la cual pone de manifiesto el interés de Marx por las creaciones ideológicas de las sociedades primitivas, especialmente sobre el desarrollo de la religión. Habría mucho que decir sobre este último tema, pero no tenemos intención de entrar en él aquí. Nuestro objetivo es mucho más limitado y es el de afirmar la importancia y la relevancia del trabajo de Marx en esas áreas y al mismo tiempo criticar ciertas interpretaciones falsas que se han hecho del mismo.

Ni el Estado ni la propiedad privada ni la familia son eternos

No es la primera vez en esta serie que hemos puesto de manifiesto el interés de Marx sobre la cuestión del comunismo primitivo. En la Revista internacional nº 75 mostrábamos, por ejemplo, que los Grundisse y El Capital ya defienden que las primeras sociedades humanas se caracterizaban por la ausencia de explotación, de clases y de propiedad privada. También, que los vestigios de esas formas comunales han persistido en las sociedades precapitalistas así como una memoria semi distorsionada de las mismas que ha vivido en la conciencia popular, la cual ha proporcionado frecuentemente las bases de las revueltas de las clases explotadas en esos sistemas. El capitalismo, al generalizar las relaciones mercantiles y la guerra económica de cada cual contra los demás, ha disuelto efectivamente los residuos comunitarios (al menos en aquellos países donde han arraigado). Sin embargo, al hacerlo ha establecido las bases materiales para una forma más alta de comunismo. El reconocimiento de que cuanto más buscamos en la historia humana, más huellas se encuentran de formas basadas en la propiedad comunal, fue ya en su tiempo un argumento vital contra la noción burguesa según la cual el comunismo sería algo que iría contra los fundamentos de la naturaleza humana.

La publicación del estudio de Morgan sobre las sociedades de los pieles rojas americanos (en particular de los iroqueses) fue valorado de forma importante por Marx y Engels. Aunque Morgan no fue un revolucionario, sus estudios empíricos suministraron una poderosa confirmación de la tesis del comunismo primitivo, evidenciando que las instituciones, como pilares fundamentales del orden burgués, no eran, en manera alguna, eternas e inmutables, sino que, al contrario, tenían una historia; no habían existido desde las más remotas épocas sino que habían emergido a través de un tortuoso y largo proceso que había alterado la sociedad y que podían, a su vez, ser alteradas y abolidas para dar lugar a un tipo diferente de sociedad.

El punto de vista de Morgan sobre la historia no era, sin embargo, el mismo que el de Marx y Engels, aunque no era incompatible con la visión materialista. De hecho, enfatiza la importancia central de la producción de las necesidades de vida como un factor en la evolución de las formas sociales y su transformación e intenta sistematizar una serie de etapas en la historia humana («salvajismo», «barbarismo», «civilización» y varias subfases dentro de cada una de esas épocas). Engels tomó en su esencia esa clasificación en su obra El Origen de la familia. Esa periodización fue muy importante para entender el papel del proceso histórico de desarrollo y los orígenes de la sociedad de clases. Más aún, en los trabajos anteriores de Marx, la fuente material para estudiar el comunismo primitivo fue tomada de formas sociales europeas (teutonas o clásicas, por ejemplo) especialmente débiles y prácticamente extinguidas o de vestigios comunitarios que persistían en las sociedades asiáticas que estaban siendo sacudidas por el desarrollo colonial. Marx y Engels fueron capaces de ampliar su enfoque extendiendo su estudio a los pueblos que vivían en una etapa «precivilizada», pero cuyas instituciones estaban todavía vigentes y eran lo suficientemente avanzadas como para permitir entender los mecanismos de transición entre la sociedad primitiva y las sociedades de clases. En resumen, fue un laboratorio vivo para el estudio de la evolución de las formas sociales. No es sorprendente que Marx se entusiasmara tanto y tratara de entender todo ello en toda su profundidad. Páginas y páginas de sus notas abordan con todo detalle los patrones de parentesco, las costumbres y la organización social de las tribus que Morgan había estudiado. Con ello Marx trata de diseñar un panorama lo más claro posible de la formación social que le suministra una prueba empírica de que el comunismo no es un sueño absurdo sino una posibilidad concreta arraigada en las condiciones materiales de la humanidad.

El título de Engels Los Orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado refleja las grandes subdivisiones de las notas de Marx sobre Morgan, en las cuales Marx trata de establecer, por una parte, que los pilares «sagrados» del orden burgués no han existido siempre y que, por otro lado, han evolucionado dentro de las comunidades arcaicas. De esta suerte, las notas de Marx evidencian que en la sociedad «salvaje» (formada por ejemplo por hordas de cazadores) no existía virtualmente ninguna idea de propiedad excepto las limitadas posesiones personales. En sociedades más avanzadas (las formaciones «bárbaras»), particularmente con el desarrollo de la agricultura, la propiedad en sus primeras etapas es esencialmente colectiva y no hay todavía ninguna clase que viva del trabajo de otros. Sin embargo, los gérmenes de la diferenciación pueden vislumbrarse en la organización de la gens, el sistema de clanes dentro de la tribu donde la propiedad puede ser transferida a través de un grupo más restringido: «Herencia: la primera gran regla viene de la institución de la gens, que distribuye los efectos de una persona muerta entre sus parientes»  (Los Trabajos etnológicos de Karl Marx, editado por Lawrence Krader, Holanda, 1974, Pág. 128). El germen de la propiedad privada está contenido por tanto dentro del antiguo sistema comunitario, el cual existió no por una bondad innata de la humanidad sino porque las condiciones materiales en las cuales evolucionaron las primeras comunidades humanas no permitían otra forma; al cambiar las condiciones materiales en conexión con el desarrollo de las fuerzas productivas, la propiedad comunitaria se transformó en una barrera a dicho desarrollo y fue superada por formas más compatibles con la acumulación de riquezas. Sin embargo, el precio pagado por este desarrollo fue la aparición de las ­ divisiones de clases, la apropiación de la riqueza social por una minoría privilegiada. Y aquí, una vez más, fue a través de la transformación del clan o la gens en castas y después en clases como tuvo lugar ese fatídico desarrollo.

La aparición de las clases desemboca también en la aparición del Estado. El reconocimiento por parte de Marx de una tendencia dentro de las instituciones «gobernantes» iroquesas a una separación creciente entre la ficción pública y la práctica real es desarrollada por Engels en su tesis de que el Estado «no es un poder impuesto a la sociedad desde fuera» (Orígenes de la familia); no fue fruto de una conspiración de una minoría sino que emergió de la base misma de la sociedad en una determinada etapa de su evolución (una tesis magníficamente confirmada por la experiencia de la Revolución rusa y la emergencia de un Estado soviético de transición en la situación posrevolucionaria). De la misma forma que la propiedad privada y las clases, el Estado surge de las contradicciones que aparecen en el orden comunitario original. Pero al mismo tiempo, y no hay duda que con la experiencia de la Comuna de Paris todavía fresca en su mente, Marx se sintió fascinado por el sistema de «consejos» iroqués, entrando en detalles considerables sobre el funcionamiento de su estructura de decisión y sobre las costumbres y tradiciones que acompañaban las asambleas tribales: «El Consejo –instrumento de gobierno y autoridad suprema sobre las gens, confederación de tribus (...) más simple y más sencilla forma de gobierno que la gens; una asamblea democrática, donde cada miembro masculino o femenino tenía voz y voto sobre todas las cuestiones planteadas, que elegía o deponía a sus jefe... Era el germen del Consejo supremo de la tribu, y del todavía más alto de la confederación, cada cual compuesto exclusivamente de jefes representativos» (ídem, Pág.150).

Asi, del mismo modo que la noción según la cual la propiedad fue en su origen colectiva supuso un golpe contra las nociones burguesas de la economía política, las robinsonadas que veían las ansias de propiedad privada como algo innato al hombre, el trabajo de Morgan confirmó que los seres humanos no han necesitado una autoridad controlada por una minoría especializada, un poder estatal, para gestionar su vida social. Como la Comuna, los consejos iroqueses eran la prueba de la capacidad de la humanidad para autogobernarse.

La cita antes expuesta menciona la igualdad del hombre y la mujer en la democracia tribal. De nuevo, las notas de Marx muestran cómo se produce la diferenciación: «En estas áreas de la misma forma en que Marx había discernido los gérmenes de la estratificación social dentro de la organización gentilicia, de nuevo en términos de separación entre las esferas “pública” y “privada”, como hemos visto, centra su reflexión en la gradual emergencia de una casta tribal propietaria y privilegiada. Después de copiar la observación de Morgan según la cual, en el Consejo de jefes, las mujeres eran libres de expresar sus deseos y opiniones “a través del orador que eligieran libremente”, añade, con énfasis, que la “decisión era tomada por el Consejo” (compuesto únicamente de varones)» (Rosemont, «Karl Marx y los Iroqueses» en Arsenal, subversión surrealista nº 4, 1989). Pero como Rosemont reconoce «Marx estaba sin embargo sorprendido por el hecho de que, entre los iroqueses, las mujeres gozaran de un grado de libertad y desarrollo social mucho mayor del que pudieran disfrutar las mujeres (¡y los hombres!) de cualquier nación civilizada». Esta comprensión formaba parte de la ruptura que supuso para Marx y Engels la investigación de Morgan respecto a la cuestión de la familia.

Desde la publicación del Manifiesto comunista, la tendencia de Marx y Engels había denunciado la naturaleza hipócrita y opresiva de la familia burguesa y había abogado abiertamente por su abolición en la sociedad comunista. Pero ahora, el trabajo de Morgan capacitaba a los marxistas para demostrar a través de un ejemplo histórico que la familia patriarcal y monogámica no constituía el fundamento moral insustituible de todo orden social; de hecho, era relativamente reciente en la historia de la humanidad y, una vez más, cuanto más se profundizaba en dicha historia más evidente era que el matrimonio y la crianza de los niños eran originariamente funciones comunales, una especie de «comunismo de la vida» (Cuadernos, pág. 115), que prevalecía entre los pueblos tribales. No hay sitio aquí para investigar sobre los complicados detalles que caracterizan la evolución de la institución matrimonial, anotados por Marx y resumidos por Engels, o sobre los puntos más precisos de Engels, establecidos a la luz de las más recientes investigaciones antropológicas. Pero, incluso si algunas de sus aseveraciones acerca de la historia de la familia fueron erróneas, el punto esencial sigue siendo justo: la familia patriarcal donde el hombre considera a la mujer como su propiedad privada no constituye «la realidad de toda la vida» sino el producto de una clase particular de sociedad -una sociedad basada en la propiedad privada (de hecho, como Engels subraya en el Origen de la familia, el mismo término de «familia», que viene del latín «familias» nació con el esclavismo, a partir de su acepción antigua, en la vieja Roma, de casa donde residía el propietario de los esclavos, sobre los que tenía el poder de vida y de muerte (esclavos y mujeres incluidas). En la sociedad donde no existieron ni clases ni propiedad privada, la mujer no era vista como un mueble o un sirviente, sino que gozaba de un estatuto mucho más alto que en las sociedades civilizadas; aunque la opresión de las mujeres que se desarrolla con la gradual emergencia de la sociedad de clases, de la misma forma que la propiedad privada y el Estado, tiene sus gérmenes en la vieja comunidad.

Este punto de vista social e histórico sobre la opresión de las mujeres es una refutación de las teorías abiertamente reaccionarias que hablan de algo inherente, de bases biológicas, para justificar el pretendido estatuto inferior de la mujer. La clave del estatuto inferior no hay que buscarla en la biología (por mucho que algunas diferencias biológicas hubieran tenido su impacto en la dominación del macho) sino en la historia, en la evolución de las formas sociales particulares que corresponden al desarrollo material de las fuerzas productivas. Sin embargo, estos análisis también desmienten la interpretación feminista, la cual, aunque se haya apropiado de algunos análisis procedentes del marxismo, tiende a hacer de la opresión de la mujer algo biológicamente inherente, aunque sea situando lo «biológico» en el hombre en vez de en la mujer. En todo caso, ambas concepciones (la feminista y la abiertamente reaccionaria) conducen a la misma conclusión: que la opresión de la mujer no puede ser abolida por una sociedad hecha por hombres y mujeres (el «separatismo radical», a pesar de su enorme absurdez, es la forma más «coherente» del feminismo). Para los comunistas, al contrario, si la opresión de la mujer tiene un origen en la historia puede tener igualmente una terminación: con la revolución comunista que suministra a hombres y a mujeres las condiciones materiales para relacionarse entre sí, tener hijos y criarlos, de una manera libre de presiones económicas y sociales, que los han encerrado en sus funciones respectivas y restrictivas. Volveremos sobre este punto en un próximo artículo.

La dialéctica de la historia: ¿Marx contra Engels?

Tanto Dunayevskaya como Rosemont han observado, en sus comentarios sobre los Cuadernos, que el «último» Marx interesado por el comunismo primitivo representa un retorno a algunos de sus temas de juventud, en particular a lo planteado en los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844. Estos últimos eran un antropología más «filosófica»; en los Cuadernos Marx evolucionaría hacia una antropología histórica, pero sin renunciar a las preocupaciones de sus trabajos más tempranos. Así el tema de la relación hombre-mujer la habría planteado de manera abstracta en 1844 y, en cambio, la habría vuelto a tratar concretamente sus últimos trabajos. Estos comentarios son exactos si se tiene en cuenta que como hemos demostrado en el artículo de la Revista internacional nº 75 los «temas de 1844» siguieron siendo un elemento de la reflexión de los trabajos del Marx «maduro» tales como el Capital o los Grundisse, o sea que no es sorprendente que vuelvan a aparecer en 1881. En todo caso, lo que salta a la vista leyendo los Cuadernos es el respeto de Marx no sólo hacia la organización social de los «bárbaros» y «salvajes», sino también hacia sus logros culturales, sus formas de vida, su «vitalidad», como el mismo señala: «incomparablemente más grandes que las sociedades judía, griega, romana y más todavía que las modernas sociedades capitalistas» («Apuntes para una respuesta a Vera Zasulich», en Teodor Shanin, El último Marx y la via rusa: Marx y las periferias del capitalismo, Nueva York, 1983, Pág.107). Este respeto puede ser visto como una defensa de la inteligencia de aquellos pueblos contra los burgueses (y racistas) como Lubbock y Maine, o de las cualidades imaginativas de sus mitos y leyendas; lo que puede percibirse por sus detalladas descripciones de sus costumbres, fiestas, y danzas, de su modo de vida en el cual trabajo y juego, política y celebración no son categorías completamente separadas. Todo ello es una concreción de los temas centrales que emergen desde los Manuscritos de 1844 hasta los Grundisse; que en las sociedades precapitalistas y especialmente las precivilizadas, la vida humana era en muchos aspectos menos alienada que bajo el capitalismo; que los pueblos del comunismo primitivo nos dan una idea del ser humano del futuro comunismo. Como muestra Marx en su respuesta a Vera Zasulich sobre la comuna rusa (ver más adelante) estaba dispuesto a aceptar la idea de «el nuevo sistema hacia el que tiende la sociedad moderna, “será una recuperación, bajo una forma superior, de las de tipo social arcaico”» (ídem., Pág.107). Marx cita aquí de memoria, probablemente, las líneas sobre Morgan con las que Engels cierra el Origen de la familia.

Este concepto de una vuelta a un nivel superior es un pensamiento coherente y dialéctico aunque resulte un rompecabezas para el pensamiento burgués, el cual nos ofrece un dilema entre su visión lineal de la historia o la ingenua idealización del pasado. Cuando Marx escribió, la tendencia dominante en el pensamiento burgués era el evolucionismo simplista en el cual el pasado, y sobre todo el pasado primitivo, era repudiado como una nube de oscuridad y de infantiles supersticiones, lo cual constituía la mejor justificación de la «civilización presente» en sus crímenes de exterminio y esclavización de los pueblos primitivos. Hoy la burguesía nos lleva al exterminio pero ya no en nombre de una fe indestructible en su misión civilizadora, sino en medio de una fortísima tendencia de «vuelta al pasado», especialmente en la pequeña burguesía, que busca un «primitivismo» que expresa el deseo desesperado de una vuelta a un primitivo modo de vida, presentado e imaginado como una especie de paraíso perdido.

Para ambos puntos de vista es imposible mirar la sociedad primitiva de forma lúcida, reconociendo su grandeza, como señala Engels, y, al mismo tiempo, sus limitaciones: la falta de una real individualidad y de una verdadera libertad en una comunidad dominada por la escasez; la sumisión de la comunidad a la tribu, y también la fragmentación esencial de la especie en esa época; la incapacidad de la humanidad en esas formaciones para verse como un ser activo, creativo, y, de esta forma, su subordinación a proyecciones míticas y a tradiciones ancestrales inamovibles. La visión dialéctica es resumida por Engels en el Origen de la familia: «El poder de estas comunidades primitivas tenía que ser roto y fue roto» –lo que permitió a los seres humanos liberarse de las limitaciones arriba enumeradas. «Pero fue roto por influencias cuyo primer exponente aparece ante nosotros como una degradación, una caída desde la simple grandeza moral de la antigua sociedad gentilicia». Una caída que es también un avance; en otra parte, dentro del mismo trabajo, Engels escribe que «la monogamia fue históricamente un gran avance; pero, al mismo tiempo, inauguraba, junto con el esclavismo y la riqueza privada, esa época, que hoy todavía sobrevive, en la cual todo avance aparece como un relativa regresión, en la cual el bienestar y el desarrollo de un grupo se levanta sobre la miseria y la represión de los otros». Estos son conceptos escandalosos para el sentido común burgués, pero, igual que una «vuelta en un nivel superior» que los complementa, tienen perfecto sentido desde el punto de vista dialéctico, el cual ve la historia evolucionando a través de choques de contradicciones.

Es importante citar a Engels en esta cuestión porque hay muchos que consideran que se desviaba del punto de vista de Marx sobre la historia y caía en un evolucionismo burgués. Esta es una cuestión más amplia que abordaremos en otra ocasión; por el momento basta con decir que hay una tendencia literaria, que abarca el «marxismo» académico, el antimarxismo académico y varias corrientes modernistas y consejistas, que han emergido en los últimos años tratando de probar el grado en el cual Engels sería culpable de determinismo económico, materialismo mecanicista e incluso reformismo, distorsionando el pensamiento de Marx en una serie de problemas vitales. El argumento está a menudo emparentado con la idea de una ruptura total, una falta total de continuidad, entre la Iª y la IIª Internacional, un concepto muy apreciado por el consejismo. Sin embargo, en esta cuestión es particularmente relevante el hecho de que Raya Dunayevskaya, de quien se hace eco Rosemont, haya acusado también a Engels de ser incapaz de asumir el legado de Marx expuesto en los Cuadernos etnológicos cuando los transpuso al Origen de la familia.

Según Dunayevskaya, el libro de Engels cae en un error al hablar de «una derrota histórica y mundial del sexo femenino» como algo coincidente con la aparición de la civilización. Para ella, eso sería una simplificación del pensamiento de Marx; en los Cuadernos este último encuentra que los gérmenes de la opresión de las mujeres se habían desarrollado con la estratificación de la sociedad bárbara, con el poder creciente de los jefes y la subsiguiente transformación de los consejos tribales en órganos más formales que reales medios de decisión. Más generalmente, ella ve que Engels pierde la perspectiva de la visión dialéctica de Marx, reduciendo su compleja, multilineal, visión del desarrollo histórico, a una visión unilineal del progreso a través de etapas rígidamente definidas.

Puede que el hecho de que Engels use la frase «derrota histórica mundial del sexo femenino» (que tomó de Bachofen más que de Marx), dé la impresión de que se trata de un acontecimiento histórico concreto y aislado, más que de un proceso muy largo que ya tiene sus orígenes en la comunidad primitiva, especialmente en sus últimas fases. Pero esto no prueba que la concepción básica de Engels se desvíe de la de Marx: ambos son conscientes de que las contradicciones que llevan a la aparición de «la familia, la propiedad privada y el Estado» surgen de las contradicciones del viejo orden gentilicio. En realidad, en el caso del Estado, Engels hizo avances teóricos considerables: los Cuadernos contienen muy poca materia prima respecto a los importantes argumentos sobre la emergencia del Estado que contiene los Orígenes de la familia; y ya hemos mostrado cómo en este asunto, Engels estaba totalmente de acuerdo con Marx en cuanto a considerar el Estado como producto de una larga evolución histórica de las viejas comunidades.

También hemos mostrado que Engels estaba de acuerdo con Marx en rechazar y rebatir el evolucionismo burgués lineal, que es incapaz de comprender el «precio» que el género humano ha pagado por el progreso, y la posibilidad de reapropiarse, a un nivel más alto, de lo que se ha «perdido».

Es más bien Dunayevskaya quien es incapaz de hacer la crítica más pertinente a la presentación de Engels de la historia de la sociedad de clases en su libro: su fracaso para integrar el concepto del modo asiático de producción, su visión de un movimiento directo y universal de la sociedad primitiva al esclavismo, al feudalismo y al capitalismo. Incluso como descripción de los orígenes de la civilización «occidental», es una simplificación, puesto que las sociedades esclavistas de la antigüedad fueron influenciadas a distintos niveles por las formas asiáticas preexistentes y a la vez coetáneas. La omisión de Engels en este punto, no solamente hace desaparecer un vasto capítulo en la historia de las civilizaciones, sino que también da la impresión de una evolución fija y lineal, válida para todas las partes del globo, y a este respecto añade agua al molino del evolucionismo burgués. Pero lo más importante es que su error fue explotado después por los burócratas estalinistas, que tenían un interés especial (que interesaba a su propia dominación) por oscurecer completamente el concepto de despotismo asiático, puesto que la existencia de este despotismo era la prueba de que la explotación de clase podía existir sin ninguna forma discernible de propiedad privada «individual», era la prueba de que el sistema estalinista también era un sistema de explotación de clase. Y por supuesto, como pensadores burgueses, los estalinistas defendieron para su régimen una visión lineal del progreso que avanzaba inexorablemente desde el esclavismo hasta el feudalismo y el capitalismo, y que culminaba con el logro supremo de la historia: «el socialismo real» de la URSS.

A pesar de ese importante error de Engels, el intento de meter una cuña entre él y Marx está fundamentalmente reñido con la larga historia de colaboración entre ambos. En realidad, por lo que se refiere a la explicación del movimiento dialéctico de la historia y de la propia naturaleza, Engels nos ha dejado algunas de las mejores y más claras descripciones de toda la literatura marxista. La evidencia histórica y textual hace que no se sostenga ese «divorcio» entre Marx y Engels. Los que argumentan a su favor, a menudo se yerguen como defensores radicales de Marx y azotes del reformismo. Pero generalmente terminan destrozando la continuidad esencial del movimiento marxista.

El marxismo y la cuestión colonial

La defensa de la noción de comunismo primitivo fue una defensa del proyecto comunista en general. Pero no solo a nivel más histórico y general. También tenía una relevancia política concreta e inmediata. Aquí es necesario recordar el contexto histórico en el que Marx y Engels elaboraron sus trabajos sobre la cuestión «etnológica». En las décadas de 1870 y 1880, se abría una nueva fase de la vida del capital. La burguesía acababa de derrotar la Comuna de París; y si esto no significaba que la totalidad del sistema capitalista había entrado en su época de senilidad, sí que significó el fin del período de guerras nacionales en los centros del capitalismo, y de manera más general, el fin del período en que la burguesía podía desempeñar un papel revolucionario en el escenario de la historia. El sistema capitalista entraba ahora en su última fase de expansión y conquista mundial, no a través de una lucha de las clases burguesas ascendentes que intentaban establecer Estados nacionales viables, sino a través de los métodos del imperialismo, de las conquistas coloniales. Las últimas tres décadas del siglo XIX vieron así cómo el globo entero se troceaba y se repartía entre las grandes potencias imperialistas.

Y en todas partes las víctimas más inmediatas de esta conquista fueron los «pueblos coloniales» -principalmente los campesinos todavía vinculados a las viejas formas comunales de producción, y numerosos grupos tribales. Como Luxemburg explicó en su libro la Acumulación de capital, «El capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas. Pero no le basta cualquiera de estas formas. Necesita como mercados capas sociales no capitalistas para colocar su plusvalía. Ellas constituyen a su vez fuentes de adquisición de sus medios de producción, y son reservas de obreros para su sistema asalariado. El capital no puede lograr ninguno de sus fines con formas de producción de economía natural» (Ed. Grijalbo, Barcelona 1978, cap. XXVII, «La lucha contra la economía natural», Pág. 283). De ahí la necesidad para el capital de barrer, con toda la fuerza militar y económica a su alcance, los vestigios de producción comunal que encontraba en todas partes en los territorios recientemente conquistados. De esas víctimas del monstruo imperialista, los «salvajes», los que vivían bajo la forma más básica de comunismo primitivo, fueron sin duda las más numerosas. Como lo mostró Luxemburg, mientras que las comunidades campesinas podían destruirse por el «colonialismo de la mercancía», por impuestos y otras presiones económicas, los cazadores primitivos sólo podían ser exterminados o arrastrados al trabajo forzado, porque no sólo ocupaban vastos territorios codiciados por la agricultura capitalista, sino que no producían ningún plusvalor capaz de entrar en el proceso capitalista de circulación.

Los «salvajes» ni se doblegaron ni se rindieron a este proceso. El año antes de que Morgan publicara su estudio sobre los iroqueses –una tribu india del Este de Estados Unidos–, las tribus del Oeste habían derrotado a Custer en Little Big Horn. Pero «la última resistencia de Custer» fue en realidad la última resistencia de los nativos americanos contra la destrucción definitiva de su antiguo modo de vida.

La cuestión de comprender la naturaleza de la sociedad primitiva tenía por tanto una importancia política inmediata para los comunistas de este período. Primero porque, igual que el cristianismo había sido la excusa ideológica para las conquistas coloniales en un período más temprano de la vida del capitalismo, las teorías etnológicas de la burguesía en el siglo XIX se usaban a menudo como justificación «científica» para el imperialismo. Este fue el período que vio el principio de las teorías racistas sobre la «responsabilidad del hombre blanco», y la necesidad de llevar la civilización a los salvajes ignorantes. La etnología evolucionista de la burguesía, que planteaba un ascenso lineal de la sociedad primitiva a la moderna, aportaba una justificación más sutil para la misma «misión civilizadora». Incluso esas nociones ya estaban empezando a calar en el movimiento obrero, aunque no alcanzarían su florecimiento hasta la teoría del «colonialismo socialista» en el periodo de la IIª Internacional, con el socialismo «patriotero» de figuras como Hyndman en Gran Bretaña. En realidad la cuestión de la política colonial iba a ser una clara línea de demarcación entre las fracciones de derecha e izquierda de la socialdemocracia, una prueba de credenciales internacionalistas, como en el caso del Partido socialista italiano (ver nuestro folleto sobre la Izquierda comunista italiana).

Cuando Marx y Engels escribieron sobre cuestiones etnológicas, estos problemas estaban solamente empezando a emerger. Pero los contornos del futuro ya estaban tomando forma. Marx ya había reconocido que la Comuna marcó el final del periodo de guerras revolucionarias nacionales. Había visto la conquista británica de la India, la política colonial francesa en Argelia (país al que fue para una cura de reposo poco antes de su muerte), el pillaje de China, la carnicería de los nativos americanos; todo esto indica que su interés creciente por el problema de la comunidad primitiva no era simplemente «arqueológico»; como tampoco se restringía a la necesidad muy real de denunciar la hipocresía y crueldad de la burguesía y su «civilización». De hecho estaba directamente vinculado con la necesidad de elaborar una perspectiva comunista para el período que se abría. Esto se demostró sobre todo por la actitud de Marx ante la cuestión rusa.

La cuestión rusa y la perspectiva comunista

El interés de Marx por la cuestión rusa se remonta al comienzo de la década de 1870. Pero el ángulo más curioso en el desarrollo de su pensamiento sobre esta cuestión lo da su respuesta a Vera Zasulich, que entonces era miembro de esa fracción del populismo revolucionario que más tarde, junto con Plejánov, Axelrod y otros, avanzó para formar el grupo la Emancipación del trabajo, la primera corriente claramente marxista en Rusia. La carta de Zasulich, fechada el 16 de febrero de 1881, pedía a Marx que clarificara sus puntos de vista sobre el futuro de la comuna rural, la obschina: ¿tenía que ser disuelta por el avance del capitalismo en Rusia, o sería capaz, «liberada de las exorbitantes demandas de impuestos, del pago a la nobleza y a la arbitraria administración (...) de desarrollarse en una dirección socialista, esto es, de organizar gradualmente su producción y distribución sobre bases colectivistas?».

Los escritos previos de Marx habían tendido a ver la comuna rusa como una fuente directa de la «barbarie» rusa; y en una respuesta al jacobino ruso Tkachev (1875), Engels había puesto el énfasis en la tendencia hacia la disolución de la obschina.

Marx pasó varias semanas ponderando su respuesta, que plasmó en cuatro esbozos separados, de los cuales todos los rechazados eran más largos que la carta de respuesta que envió finalmente. Esos esbozos están llenos de importantes reflexiones sobre la comuna arcaica y el desarrollo del capitalismo, y muestran explícitamente hasta qué punto su lectura de Morgan le había llevado a replantear ciertas posiciones que había sostenido anteriormente. Al final, admitiendo que su estado de salud le impedía completar una respuesta más elaborada, resumió sus reflexiones, primero rechazando la idea de que su método de análisis llevara a la conclusión de que cada país o región estaba destinado mecánicamente a atravesar la fase burguesa de pro­ducción; y segundo, concluyendo que «el estudio especial que he hecho, incluyendo la búsqueda de fuentes originales de material, me ha convencido de que la comuna es el punto de apoyo para la regeneración social en Rusia. Pero para que pueda funcionar como tal, primero tienen que eliminarse las influencias perjudiciales que la asaltan por todos lados y asegurarse las condiciones normales para su desarrollo espontáneo» (8 de marzo de 1881).

Los esbozos de la respuesta no se descubrieron hasta 1911 y no se publicaron hasta 1924; la propia carta fue «enterrada» por los marxistas rusos durante décadas. Riazanov, que fue responsable de publicar los esbozos, intenta encontrar razones psicológicas para esta «omisión», pero parece que los «fundadores del marxismo ruso» no estaban muy contentos con esta carta del «fundador del marxismo». Semejante interpretación se refuerza por el hecho de que Marx tendió a apoyar el ala terrorista del populismo, Voluntad del pueblo, contra aquello a lo que se refería como las «aburridas doctrinas» del grupo Reparto negro de Plejanov y Zasulich, incluso aunque, como hemos visto, fue este último grupo el que formó las bases del grupo Emancipación del trabajo con un programa marxista. Los académicos izquierdistas que se especializan en estudiar el «viejo» Marx han hecho mucho ruido sobre este cambio en la posición de Marx los últimos años de su vida. Shanin, editor del Viejo Marx y la vía rusa, la principal recopilación de textos sobre esta cuestión, ve correctamente los esbozos y la carta final como un ejemplo del método científico de Marx, su negativa a imponer rígidos esquemas sobre la realidad, su capacidad de cambiar su pensamiento cuando las teorías previas no se adaptan a los hechos. Pero como ocurre con todas las formas de izquierdismo, la verdad básica se distorsiona luego al servicio de los fines capitalistas.

Para Shanin, el cuestionamiento de Marx de la idea lineal y evolucionista de que Rusia tendría que atravesar una fase capitalista de desarrollo antes de que pudiera integrarse en el socialismo probaría que Marx era maoísta antes de Mao; que el socialismo podía ser resultado de revoluciones campesinas en los países de la periferia. «Mientras que, en lo teórico, Marx se estaba “engelsizando” y Engels, después, “kautskistizando” y “plejanovizando” en un molde evolucionista, las revoluciones se extendían a comienzos de siglo en las sociedades atrasadas “en vías de desarrollo”: Rusia 1905 y 1917, Turquía 1906, Irán 1909, México 1910, China 1910 y 1927. La insurrección campesina fue central en la mayoría de ellas. Ninguna eran “revoluciones burguesas” en el sentido europeo occidental y algunas de ellas demostraron ser socialistas en liderazgo y resultados. En la vida política de los movimientos socialistas del siglo XX había una urgente necesidad de revisar las estrategias o sucumbir. Lenin, Mao y Ho escogieron lo primero. Esto significó hablar con “doble lenguaje” -uno para la estrategia y tácticas y el otro de doctrina y conceptos de sustitución, de lo que las “revoluciones proletarias” en China y Vietnam, realizadas por campesinos y “cuadros”, sin la implicación de obreros industriales, son ejemplos particularmente dramáticos» (Late Marx and the Russian Road, Pág. 24-25).

Todas las sofisticadas disertaciones de Shanin sobre la dialéctica y el método científico revelan así su verdadero propósito: hacer la apología de la contrarrevolución estalinista en los países de la periferia del capitalismo, y atribuir las horribles distorsiones del marxismo de Mao y Ho nada menos que al propio Marx.

Escritores como Dunayevskaya y Rosemont consideran que el estalinismo es una forma de capitalismo de Estado. Pero están llenos de admiración por el libro de Shanin («un libro de impecable erudición que también es una gran contribución a la clarificación de la perspectiva revolucionaria hoy» Rosemont, Karl Marx and the Iroquois). Y eso por una razón de peso: estos escritores puede que no compartan la admiración de Shanin por Mao y Ho, pero ellos también consideran que el punto capital de la síntesis del «viejo» Marx es la búsqueda de un sujeto revolucionario distinto de la clase obrera. Para Rosemont, el «viejo» Marx estaba «buceando con sus reflexiones en el estudio de (para él) nuevas experiencias de resistencia y revuelta contra la opresión –los indios norteamericanos, los aborígenes australianos, los campesinos egipcios y rusos»; y ese interés «también concierne a los más prometedores movimientos revolucionarios actuales en el Tercer mundo, y el Cuarto, y el nuestro propio» (ídem). El «Cuarto mundo» es el de los pueblos tribales que todavía subsisten; de modo que los pueblos primitivos actuales, como los de los tiempos de Marx, son parte de un nuevo sujeto revolucionario. Los escritos de Dunayevskaya están igualmente repletos de la búsqueda de nuevos sujetos revolucionarios, que generalmente se construyen con una variopinta mezcolanza de categorías como mujeres, homosexuales, obreros industriales, negros y movimientos de «liberación nacional» del Tercer mundo.

Pero todas esas lecturas del «viejo» Marx, sacan sus contribuciones de su contexto histórico real. El período en que Marx estaba lidiando con el problema de la comuna arcaica era, como hemos visto, un período «de transición», en el sentido de que, mientras que apuntaba el futuro fallecimiento de la sociedad burguesa (La Comuna de París era el presagio de la futura revolución proletaria), todavía había un vasto campo para la expansión del capital en las zonas de la periferia. El reconocimiento de Marx de la naturaleza ambigua de este período se resume en una frase del «segundo esbozo» de su respuesta a Zasulich: «...el sistema capitalista está en decadencia en Occidente, y se acerca la época en que no será mas que un régimen social regresivo...» (Karl Marx and the Russian Road, pag 103).

En esta situación en la que los síntomas de la decadencia ya habían aparecido en los centros neurálgicos del sistema, pero el sistema como un todo continuaba expandiéndose a pasos extraordinarios, los comunistas se enfrentaban a un verdadero dilema. Ya que, como hemos dicho, esta expansión ya no tomaba la forma de revoluciones burguesas contra las sociedades de clases feudal u otras igualmente retrógradas, sino de conquistas coloniales, de la anexión imperialista cada vez más violenta de las restantes áreas no capitalistas del planeta. No podía plantearse el «apoyo» del proletariado al colonialismo como había apoyado a la burguesía contra el feudalismo; la preocupación de Marx en la indagación sobre la cuestión rusa era ésta: ¿podría ahorrarse la humanidad en estas areas ser arrastrada al infierno del desarrollo capitalista? Ciertamente nada en el análisis de Marx sugería que cada nación tuviera que pasar mecánicamente por la fase de desarrollo capitalista antes de que fuera posible una revolución comunista mundial; de hecho Marx había rechazado la pretensión de uno de sus críticos rusos, Mijailovski, de que su teoría era una «teoría histórico-filosófica del progreso universal» (Carta al editor de Oteschesvcennvye Zapiski, 1878) que insistía en que el proceso por el cual los campesinos fueron expropiados y convertidos en proletarios tenía que ser inevitablemente el mismo en todos los países. Para Marx y Engels, la clave era la revolución proletaria en Europa, como Engels ya había argumentado en su respuesta a Tkachev y como se explicitó en la introducción a la edición rusa del Manifiesto comunista, publicada en 1882. Si la revolución triunfaba en los centros industriales del capital, la humanidad podría ahorrarse grandes sufrimientos a través del planeta y los vestigios de formas de propiedad comunal podrían integrarse directamente en el sistema comunista mundial: «Si la revolución rusa significa la señal para una revolución proletaria en occidente, de forma que las dos puedan completarse mutuamente, la presente propiedad comunal de la tierra en Rusia puede servir como punto de partida para un desarrollo comunista».

Esta era una hipótesis perfectamente razonable en su época. En realidad hoy es evidente que si las revoluciones proletarias de 1917-23 hubieran triunfado –si la revolución proletaria en occidente hubiera venido en apoyo de la revolución rusa– podrían haberse evitado los terribles desastres del «desarrollo» capitalista en las zonas de la periferia, y las formas remanentes de propiedad comunal podrían haber sido parte de un comunismo global, y ahora no estaríamos enfrentados a la catástrofe social, económica y ecológica que es la mayor parte del Tercer mundo.

Aún más, en la preocupación de Marx sobre Rusia hay mucho de profético. Desde la guerra de Crimea, Marx y Engels tenían la profunda convicción de que estaba a punto de producirse algún tipo de alzamiento social en Rusia (lo que explica parcialmente su apoyo a Voluntad del pueblo, pues pensaban que eran los revolucionarios más dinámicos y sinceros en el movimiento ruso); y que incluso si no asumiera un carácter claramente proletario, sería realmente la chispa que encendería la confrontación revolucionaria general en Europa ([2]).

Marx se equivocó sobre la inminencia de este alzamiento. El capitalismo se desarrolló en Rusia aún sin la emergencia de una clase burguesa fuerte e independiente; y disolvió ampliamente, aunque no totalmente, la antigua comuna campesina; por otra parte, el principal protagonista de la revolución rusa fue la clase obrera industrial. Sobre todo, la revolución no estalló en Rusia hasta que el sistema capitalista en su totalidad se hubo convertido en un «régimen social regresivo», es decir, cuando ya el capitalismo había entrado en su fase de decadencia –una realidad demostrada por la guerra imperialista de 1914-18.

Sin embargo, el rechazo de Marx de la necesidad de que cada país tuviera que atravesar estadios mecánicos, su renuencia a apoyar las fuerzas nacientes del capitalismo en Rusia, su intuición de que un alzamiento social en Rusia sería el disparo de salida de la revolución proletaria internacional -en todo esto anticipó brillantemente la crítica del gradualismo y del «etapismo» menchevique iniciada por Trotski, continuada por el bolchevismo, y justificada en la práctica por la revolución de Octubre. Por la misma razón, no fue ninguna casualidad si los marxistas rusos, que estaban formalmente en lo cierto al ver que el capitalismo se desarrollaría en Rusia, «perdieron» la carta de Marx: la mayoría de ellos, después de todo, fueron los padres fundadores del menchevismo...

Pero lo que en Marx fue una serie de profundas anticipaciones hechas en un período particularmente complejo de la historia del capitalismo, se convierte para los «intérpretes» actuales del «viejo» Marx en una apología ahistórica sobre nuevas «vías a la revolución» y nuevos «sujetos revolucionarios» en una época en que el capitalismo está en decadencia desde hace ya ocho décadas. Uno de los indicadores más claros de esta decadencia ha sido precisamente la forma en que el capitalismo en las zonas de la periferia ha destruido las viejas economías campesinas, los vestigios de los antiguos sistemas comunales, sin ser capaz de integrar la masa resultante de campesinos sin tierras al trabajo productivo. La miseria, la ruina, las hambrunas que arrasan el Tercer mundo hoy son una consecuencia directa de esa barrera alcanzada por el «desarrollo» capitalista. Consecuentemente hoy no puede plantearse el uso de los vestigios comunales arcaicos como un paso hacia la producción comunista, porque el capitalismo los ha destruido sin poner nada en su lugar. Y no hay ningún nuevo sujeto revolucionario esperando ser descubierto entre los campesinos, los desplazados subproletarios, o los trágicos supervivientes de los pueblos primitivos. El «progreso» sin miramientos de la decadencia en este siglo si acaso ha dejado más claro que nunca, no sólo que la clase obrera es el único sujeto revolucionario, sino que la clase obrera de las naciones capitalistas más desarrolladas es la clave de la revolución mundial.

CDW

El próximo artículo de esta serie se dedicará en profundidad a la forma en que los fundadores del marxismo trataron la «cuestión de la mujer».


[1] Raya Dunayevskaya fue una figura dirigente en la tendencia Johnson-Forest que rompió con el trotskismo después de la IIª Guerra mundial sobre la cuestión del capitalismo de Estado y la defensa de la URSS. Pero fue una ruptura muy parcial que llevó a Dunayevskaya al callejón sin salida de News and Letters; grupo que tomó el hegelianismo, el consejismo, el feminismo y el viejo izquierdismo más ordinario y los mezcló en un extraño culto a la personalidad en torno a las innovaciones «filosóficas» de Raya. Esta escribe sobre los Cuadernos etnológicos en su libro Rosa Luxemburg, Women´s Liberation and Marx´s Philosophy of Revolution, New Jersey, 1981, que intenta recuperar a Luxemburg y a los cuadernos etnológicos para la idea de la liberación de la mujer. Rosemont, cuyo artículo «Karl Marx and the Iroquois» contiene muchos elementos interesantes, es una figura dirigente en el grupo surrealista americano que defendió ciertas posiciones proletarias pero que por su propia naturaleza ha sido incapaz de hacer una crítica clara del izquierdismo, y todavía menos de la pequeña burguesía rebelde, de donde emergió a comienzos de los 70.

[2] Según otro académico izquierdista citado en el libro de Shanin, Haruki Wada, Marx y Engels incluso habrían sostenido el proyecto de algún tipo de desarrollo socialista «separado» en Rusia, basado en la comuna campesina, y más o menos independiente de la revolución obrera europea. Argumenta que los esbozos para Zasulich no apoyan la formulación del Manifiesto, y que correspondían más al punto de vista particular de Engels que al de Marx. La insuficiencia de las evidencias de Wada para decir esto ya se pone de manifiesto en otro capítulo del libro Late Marx, continuity, contradiction and learning, de Derek Sayer y Philip Corrigan. En cualquier caso, como ya hemos mostrado en nuestro artículo de la Revista internacional nº 72 («El comunismo como programa político»), la idea del socialismo en un solo país, incluso cuando se basa en una revolución proletaria, fue enteramente ajena tanto a Marx como a Engels.

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material [19]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El marxismo: la teoría revolucionaria [20]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [21]

Revista internacional n° 82 - 3er trimestre de 1995

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Agravación de la guerra en la antigua Yugoslavia - Cuanto más hablan de paz las grandes potencias, más siembran la guerra

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Agravación de la guerra en la antigua Yugoslavia

Cuanto más hablan de paz las grandes potencias,
más siembran la guerra

La barbarie guerrera que desde hace cuatro años siembra muerte, destrucción y miseria en la antigua Yugoslavia, ha conocido durante al primavera de 1995 un nuevo descenso en el horror. Por primera vez los dos frentes principales de esta guerra, en Croacia y en Bosnia, tras un breve período de menor intensidad guerrera, se han vuelto a encender simultáneamente, amenazando con provocar una hoguera general sin precedentes. Detrás de los discursos «pacifistas» y «humanitarios», las grandes potencias, verdaderas responsables e instigadoras de la guerra más mortífera en Europa desde la Segunda Guerra mundial, han franqueado nuevas etapas en su compromiso. Las dos potencias más importantes, por la cantidad de soldados enviados bajo bandera de la ONU, Gran Bretaña y Francia, han emprendido un aumento considerable de su presencia, y lo que es más, formando una fuerza militar especial, la Fuerza de reacción rápida (FRR), cuya particularidad es la de ser menos dependiente de la ONU y estar bajo mando directo de sus gobiernos nacionales respectivos.

El espeso entramado de mentiras con el que se tapa la acción criminal de los principales imperialismos del planeta en esta guerra se ha desvelado un poco más, dejando entrever el carácter sórdido de sus intereses y los motivos que las animan.

Para los proletarios, especialmente en Europa, la sorda inquietud que engendra esta carnicería no debe ser causa de lamentos impotentes, sino que debe desarrollar su toma de conciencia de la responsabilidad de sus propios gobiernos nacionales, de la hipocresía de los discursos de las clases dominantes; toma de conciencia de que la clase obrera de las principales potencias industriales es la única fuerza capaz de poner fin a esta guerra y a todas las guerras.

Los niños, las mujeres, los ancianos que en Sarajevo como en otras ciudades de la ex Yugoslavia, están obligados a esconderse en los sótanos, sin electricidad, sin agua, para escapar al infierno de los bombardeos y de los snipers, los hombres que en Bosnia, como en Croacia o en Serbia son movilizados por la fuerza para arriesgar sus vidas en el frente, ¿tendrán alguna razón de esperanza cuando se enteren de la llegada masiva de nuevos «soldados de la paz» hacia su país?. Los dos mil marines americanos del portaaviones Roosevelt destinado en mayo al Adriático, los cuatro mil  soldados franceses o británicos que ya han empezado a desembarcar con toneladas de nuevas armas, ¿irán allí, como lo pretenden sus gobiernos para aliviar los sufrimientos de una población que ya ha tenido que soportar 250000 muertos y 3 millones y medio de personas «desplazadas» a causa de la guerra?.

Los cascos azules de la ONU aparecen como protectores cuando escoltan convoyes de víveres para las poblaciones de las ciudades asediadas, cuando se presentan como fuerza de interposición entre beligerantes. Aparecen como víctimas cuando, como así ha ocurrido recientemente, son hechos rehenes por uno de los ejércitos locales. Pero tras esa apariencia se oculta en realidad la acción cínica de las clases dominantes de las grandes potencias que las dirigen y para las cuales la población civil no es más que carne de cañón en la guerra que las enfrenta en el reparto de zonas de influencia en esa parte estratégicamente crucial de Europa. La nueva agravación que la guerra acaba de tener en la primavera pasada es una ilustración patente de ello. La ofensiva del ejército croata iniciada a principios de mayo, en Eslavonia occidental, la ofensiva bosnia desencadenada en el mismo momento justo al final de la «tregua» firmada en diciembre último, pero también la farsa de los cascos azules capturados como rehenes por los serbios de Bosnia, no son unos cuantos incidentes locales dependientes únicamente de la lógica de los combates locales, sino que son acciones preparadas y realizadas con la participación activa, cuando no la iniciativa, de las grandes potencias imperialistas.

Como así lo hemos puesto de relieve en todos los artículos de esta Revista dedicados desde hace cuatro años a la guerra de los Balcanes, las cinco potencias que forman el llamado «grupo de contacto» (Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia y Gran Bretaña), entidad que serviría supuestamente para poner fin al conflicto, han apoyado y siguen apoyando activamente a cada uno de los campos enfrentados localmente. Y la actual agravación de la guerra tampoco podrá entenderse fuera de la lógica de las acciones de los gángsteres que rigen esas grandes potencias. Fue Alemania, animando a Eslovenia y a Croacia a proclamarse independientes de la antigua Confederación yugoslava, la que provocó el estallido del país, desempeñando un papel primordial en el inicio de la guerra en 1991. Frente al empuje del imperialismo alemán, fueron las otras cuatro grandes potencias las que apoyaron y animaron al gobierno de Belgrado a llevar a cabo una contraofensiva. Fue la primera fase de la guerra, particularmente mortífera y que acabaría en 1992 con la pérdida por Croacia de una tercera parte de su territorio controlado por los ejércitos y las milicias serbias. Francia y Gran Bretaña, con la tapadera de la ONU, enviaron entonces los contingentes más importantes de cascos azules, los cuales, con el pretexto de impedir los enfrentamientos, lo único que han hecho es dedicarse sistemáticamente a mantener el statu quo a favor del ejército serbio. En 1992, el gobierno de Estados Unidos se pronunció a favor de la independencia de Bosnia-Herzegovina, apoyando a la parte musulmana de esta región en una guerra contra el ejército croata (también apoyado por Alemania) y el serbio (apoyado por Gran Bretaña, Francia y Rusia). En 1994, la administración de Clinton logró imponer un acuerdo de constitución de una federación entre Bosnia y Croacia contra Serbia y, al final de año, bajo la dirección del ex presidente Carter, obtuvo la firma de una tregua entre Bosnia y Serbia. A principios del 95, los principales frentes en Croacia y en Bosnia parecían tranquilos. Washington no se priva de presentar esa situación como el triunfo de la acción pacificadora de las potencias, especialmente de la suya. Se trata, en realidad de una tregua parcial que ha favorecido el rearme de Bosnia, esencialmente por EEUU para preparar una contraofensiva contra las tropas serbias. En efecto, después de cuatro años de guerra, éstas, gracias al apoyo de las potencias británica, francesa y rusa, siguen controlando el 70 % del territorio de Bosnia y más de la cuarta parte del de Croacia. El propio gobierno de Belgrado reconoce que su campo, que incluye las «repúblicas serbias» de Bosnia y de Croacia (Krajina), recientemente «reunificadas» deberá retroceder. Sin embargo, a pesar de todas las negociaciones en las que aparece la pugna entre las grandes potencias, no se alcanza el menor acuerdo ([1]). Lo que no podrá ser obtenido con la negociación, lo será por la fuerza militar. Así, a lo que estamos asistiendo es a la continuación lógica, premeditada, previsible, de una guerra en la que las grandes potencias no han cesado de desempeñar, bajo mano, un papel preponderante.

Contrariamente a lo hipócritamente afirmado por los gobiernos de las grandes potencias, los cuales presentan el reforzamiento actual de su presencia en el conflicto como una acción para limitar la violencia de los nuevos enfrentamientos actuales, éstos son, en realidad, el resultado directo de su propia acción guerrera.

La invasión de una parte de la Eslovenia occidental por Croacia, a principios del mes de mayo, así como la reanudación de los combates en diferentes puntos del frente de 1200 kilómetros que opone el gobierno de Zagreb a los serbios de Krajina; el inicio, en el mismo momento, de una ofensiva del ejército bosnio desplegándose al norte de Bosnia en el enclave de Bihac, en la región del «pasillo» serbio de Brcko y sobre todo en torno a Sarajevo para forzar al ejército serbio a aflojar la presión sobre la ciudad; todo eso se ha hecho por voluntad de las potencias y ni mucho menos por una pretendida voluntad pacificadora de éstas. Está claro que estas acciones han sido emprendidas con el acuerdo y a iniciativa de los gobiernos americano y alemán ([2]).

La farsa de los rehenes

La reacción del campo adverso no es menos significativa del grado de compromiso de las demás potencias, Gran Bretaña, Francia y Rusia, en apoyo de Serbia. Pero aquí, las cosas han sido menos aparentes. Entre las potencias aliadas del lado serbio, únicamente Rusia proclama abiertamente su compromiso. Francia y Gran Bretaña han mantenido hasta ahora un discurso de «neutralidad» en el conflicto. En muchas ocasiones, incluso, sus gobiernos han hecho grandes declaraciones de hostilidad hacia los serbios. Pero esto no les ha impedido nunca ayudarles firmemente tanto en lo militar como en lo diplomático.

Los hechos, ya se conocen: tras la ofensiva croato-bosnia, el ejército de los serbios de Bosnia contesta con una intensificación de los bombardeos en Bosnia y especialmente en Sarajevo. La OTAN, o sea el gobierno de Clinton esencialmente, efectúa dos bombardeos aéreos de represalia sobre un polvorín cerca de Pale, capital de los serbios de Bosnia. El gobierno de Pale responde capturando como rehenes a 343 cascos azules, franceses y británicos en su mayoría. Una parte de éstos es colocada como «escudos humanos», encadenados a objetivos militares que podrían ser bombardeados.

Los gobiernos francés y británico denuncian «la odiosa acción terrorista» contra las fuerzas de la ONU, y en primer lugar contra los países que proporcionan la mayor cantidad de soldados entre los cascos azules, Francia y Gran Bretaña. El gobierno serbio de Milosevic, en Belgrado, declara su desacuerdo con la acción de los serbios de Bosnia, denunciando a la vez los bombardeos de la OTAN. Pero, rápidamente, lo que al principio podía aparecer como un debilitamiento de la alianza franco-británica con la parte serbia, como una comprobación en la práctica del papel «humanitario», neutral, no proserbio, de las fuerzas de la ONU, va a desvelar su realidad: una farsa, una más, que les sirve tanto a los gobiernos serbios como a sus aliados de la UNPROFOR.

Para los gobiernos de esas dos potencias, la toma de rehenes de sus soldados les ha aportado dos grandes ventajas para su acción en esta guerra. Primero, y de entrada, ello ha obligado a la OTAN, a Estados Unidos, a parar todo bombardeo suplementario sobre sus aliados serbios. Al principio de la crisis, el gobierno francés se vio obligado a aceptar el primer bombardeo, pero expresó abiertamente una fuerte desaprobación del segundo. El uso por el gobierno serbio de los rehenes como escudos, permitió zanjar el problema de manera inmediata. Segundo, y sobre todo, la toma de rehenes, presentada como «insoportable humillación» ha sido un excelente pretexto para justificar el envío inmediato por parte de Francia y Gran Bretaña de miles de nuevos soldados a la antigua Yugoslavia. Ya sólo Gran Bretaña ha anunciado la multiplicación por tres del número de soldados en misión.

Ha sido un golpe muy bien montado. Por un lado, los gobiernos británico y francés, para exigir la posibilidad de enviar nuevos refuerzos al terreno para «salvar el honor y la dignidad de nuestros soldados humillados por los serbios de Bosnia»; por otro, Karadzic, el jefe de gobierno de Pale, para justificar su actitud de proteger sus tropas contra los bombardeos de la OTAN; en medio, Milosevic, jefe del gobierno de Belgrado, haciendo el papelón de «mediador». El resultado ha sido espectacular. Mientras que desde hacía semanas, los gobiernos británico y francés «amenazaban» con retirar sus tropas de la ex Yugoslavia si la ONU no les otorgaba una mayor independencia de movimientos y de acción (en particular, la posibilidad de agruparse «para defenderse mejor»), ahora deciden aumentar masivamente sus tropas en el terreno gracias a aquella justificación ([3]).

Al principio de esta farsa, en el momento de la toma de rehenes, la prensa dio a entender que quizás algunos rehenes habían sido torturados. Unos días más tarde, cuando los primeros rehenes franceses fueron liberados, algunos de ellos dieron su testimonio: «Nos hemos dedicado a la musculación y al ping-pong... Hemos visitado toda Bosnia, nos hemos paseado... (los serbios) no nos consideraban enemigos» (Libération, 7.06.95). Tan patente ha sido la actitud conciliadora del mando francés de las fuerzas de la ONU, sólo unos cuantos días después de que el gobierno francés hubiera gritado a más no poder que había dado «consignas de firmeza» contra los serbios: «Aplicaremos estrictamente los principios de mantenimiento de la paz hasta nueva orden... Podemos intentar establecer contactos con los serbios de Bosnia, podemos intentar conducir la ayuda alimenticia, podemos intentar abastecer a nuestras tropas» (Le Monde, 14.06.95). Este diario francés se escandalizaba de la situación: «Tranquilamente, mientras que 144 soldados de la ONU seguían siendo rehenes de los serbios, la Unprofor reivindicaba solemnemente su parálisis». Y citaba a un oficial de la Unprofor: «Desde hace algunos días notábamos una tendencia al relajamiento. La emoción provocada por las imágenes de los escudos humanos se está diluyendo, y tememos que nuestros gobiernos prefieran hacer borrón y cuenta nueva, y evitar el enfrentamiento».

Si los serbios de Bosnia no consideran «enemigos» a los «rehenes» franceses, si ese oficial de la Unprofor tiene la impresión de que los gobiernos francés y británico preferían «evitar el enfrentamiento», es sencillamente porque, por muchos incidentes que se produzcan entre las tropas serbias y las de la ONU en el terreno, sus gobiernos son aliados en esta guerra y porque el «asunto de los rehenes» ha sido un capítulo más del folletín de mentiras y de manipulaciones con las que las clases dominantes intentan tapar sus acciones mortíferas y su barbarie.

El significado de la formación de la Fuerza de reacción rápida

El resultado final del montaje de los rehenes ha sido la formación de la FRR. La definición de la función de ese nuevo cuerpo militar franco-británico, que supuestamente sería la de ayudar a las fuerzas de la ONU en la ex Yugoslavia, ha variado a lo largo de las semanas durante las que los gobiernos de las dos potencias patrocinadoras se han dedicado a hacer aceptar, con dificultad, su existencia y su financiación por las potencias «amigas» en el seno del Consejo de seguridad de la ONU([4]). Pero, sean cuales sean los meandros de las fórmulas diplomáticas empleadas en esos debates entre hipócritas redomados, lo que importa es el significado profundo de esa iniciativa. Su alcance debe ser entendido en dos planos: la voluntad de las grandes potencias de reforzar su compromiso militar en el conflicto, por un lado, y, por otro, la necesidad para esas potencias de quitarse de encima el molesto y engorroso disfraz «humanitario onusiano», o al menos en determinadas circunstancias.

Las burguesías francesa y británica saben que su pretensión de seguir desempeñando un papel como potencia imperialista en el planeta, depende, en gran medida, de su capacidad para afirmar su presencia en esa zona, estratégicamente crucial. Los Balcanes, al igual que Oriente medio, son una baza de primera importancia en la pugna que opone a nivel mundial a todas las grandes potencias. Estar ausente de allí, significa renunciar al estatuto de gran potencia. La reacción del gobierno alemán frente a la constitución de la FFR es muy significativa de esa preocupación común a todas las potencias europeas: «Alemania ya no podrá seguir pidiendo que sus aliados francés y británico hagan el trabajo sucio, mientras que ella guarda para sí las plazas de espectadora en el Adriático a la vez que reivindica un papel político mundial. Deberá asumir también su parte de riesgo» (Libération, 12.06.95). Ésta, que es una declaración de los medios gubernamentales de Bonn, es especialmente hipócrita: como ya hemos visto, el capital alemán ya ha hecho mucho de ese «trabajo sucio» de las grandes potencias. Sin embargo, también es una ilustración muy clara del espíritu que anima a los pretendidos «pacificadores humanitarios» cuando organizan una FRR para «ir en ayuda» de la población civil en los Balcanes.

El otro aspecto de la formación de la FFR es la voluntad de las potencias de darse los medios para asegurar más libremente la defensa de sus propios intereses imperialistas específicos. Así, a finales de mayo, un portavoz del ministerio de Defensa británico, preguntado sobre la cuestión de saber si la FRR estaría bajo mando de la ONU, respondía que los «refuerzos estarían bajo mando de la ONU», para añadir a renglón seguido: «pero dispondrán de su propio mando» (Libération, 31.05.95). Al mismo tiempo, oficiales franceses afirmaban que esas fuerzas tendrían «sus propias “pinturas de guerra” y sus insignias», ya no actuarían con casco azul y su material ya no estaría obligatoriamente pintado de blanco. En el momento en que escribimos este artículo, sigue siendo una incógnita el color de las «pinturas de guerra» de la FRR. Pero el significado de la constitución de esa nueva fuerza militar es de lo más patente: las potencias imperialistas afirman más claramente que antes la autonomía de su acción imperialista.

La población de la ex Yugoslavia, que soporta desde hace ya cuatro años los horro­ res de la guerra, nada positivo podrá esperar de la llegada de esas nuevas «fuerzas de paz». Estas no van allí más que para continuar e intensificar la acción sanguinaria que las grandes potencias han estado llevando a cabo desde el principio del conflicto.

Hacia una agudización de la barbarie guerrera

Todos los gobiernos de la antigua Yugoslavia se han metido ya en una nueva llamarada guerrera. Izetbegovic, jefe del gobierno bosnio, ha anunciado claramente la amplitud de la ofensiva que su ejército ha desatado: Sarajevo no deberá pasar otro invierno asediada por los ejércitos serbios. Expertos de la ONU han calculado que la ruptura del cerco habría de costar más de 15 000 muertos a las fuerzas bosnias. Tan claramente se ha expresado el gobierno croata diciendo que la ofensiva en Eslavonia occidental no era sino el punto de partida de una operación que deberá extenderse a todo el frente que lo opone a los serbios de Krajina, especialmente en la costa dálmata. En cuanto al gobierno de los serbios de Bosnia, éste ha declarado el estado de guerra en la zona de Sarajevo, movilizando a toda la población. A mediados de junio, mientras que diplomáticos americanos se empeñaban en negociar un reconocimiento de Bosnia por los gobiernos serbios, Slavisa Rakovic, uno de los consejeros del gobierno de Pale, declaraba cínicamente que él era «pesimista a corto plazo» y que cree «más en un recrudecimiento de la guerra que en una posibilidad de concluir negociaciones, pues el verano es una estación ideal para batirse» (Le Monde, 14.06.95)

Evidentemente, los serbios de Bosnia ni se baten ni se batirán solos. Las «repúblicas serbias» de Bosnia y de Krajina acaban de proclamar su unificación. Se sabe perfectamente, en lo que respecta al gobierno de Belgrado, el cual supuestamente debe aplicar un embargo sobre las armas hacia los serbios de Bosnia, que nunca lo ha hecho, y, a pesar de las divergencias más o menos ciertas que haya entre las diferentes partes serbias en el poder, su cooperación militar frente a los ejércitos croata y bosnio será total ([5]).Sin embargo, los antagonismos entre los diferentes nacionalismos de la ex Yugoslavia no serían ni mucho menos suficientes para mantener y desarrollar la guerra si las grandes potencias mundiales no los alimentaran y los agudizaran, si los discursos «pacifistas» de éstas no fueran otra cosa sino la tapadera ideológica de su propio imperialismo. El peor enemigo de la paz en la antigua Yugoslavia no es otro que la guerra sin cuartel que se están haciendo las grandes potencias. Todas ellas tienen, a diferentes grados, interés en que se mantenga la guerra en los Balcanes. Más allá de las posiciones geoestratégicas que cada una de ellas defiende o intenta conquistar, en esta guerra lo que ven primero y ante todo es un medio para impedir o destruir las alianzas de las demás potencias competidoras. «En una situación así de inestabilidad, es más fácil para cada potencia perturbar al adversario, sabotear las alianzas que le indisponen, que desarrollar por su parte alianzas sólidas y asegurar una estabilidad en sus tierras» («Resolución sobre la situación internacional», XIº Congreso de la CCI).

Esta guerra ha sido para el capital alemán o francés una poderosa herramienta para quebrar la alianza entre Estados Unidos y Gran Bretaña, como también para sabotear la estructura de la OTAN, instrumento de dominación del capital americano sobre los antiguos miembros del bloque occidental. Recientemente, un alto funcionario del departamento de Estado norteamericano lo reconocía explícitamente: «La guerra en Bosnia ha provocado las peores tensiones en la OTAN desde la crisis de Suez» (International Herald Tribune, 13.06.95). Paralelamente, para Washington, esta guerra ha sido un medio para entorpecer la consolidación de la Unión europea en torno a Alemania. El nuevo presidente de la comisión de la U.E., Santer, se quejaba amargamente de ello, a principios de junio, en unos comentarios sobre la evolución de la situación en los Balcanes.

La agravación actual de la barbarie guerrera en Yugoslavia es la plasmación del avance de la descomposición capitalista, agudizando todos los antagonismos entre fracciones del capital, imponiendo el reino de «cada uno para sí» y «todos contra todos».

La guerra como factor de toma de conciencia del proletariado

La guerra en Yugoslavia es el conflicto más mortífero en Europa desde la última guerra mundial. Desde hacía medio siglo, Europa se había librado de las múltiples guerras habidas entre potencias imperialistas. Los enfrentamientos ensangrentaban las zonas del «Tercer mundo», a través de las luchas de «liberación nacional». Europa había permanecido como «un remanso de paz». La guerra de la ex Yugoslavia, al poner fin a esa situación, cobra un carácter histórico de la mayor importancia. Para el proletariado europeo, la guerra es cada vez menos una realidad exótica que se desarrolla a miles de kilómetros y de la que se siguen las peripecias en los televisores a la hora de comer.

Hasta ahora, esta guerra ha sido un factor muy limitado de preocupación en las mentes de los proletarios de los países industrializados. Las burguesías europeas han sabido presentar el conflicto como otra guerra «lejana», en la que las potencias «democráticas» deben cumplir una misión «humanitaria», «civilizadora», para pacificar a unas «etnias» que se matan sin razón. Aunque cuatro años de imágenes mediáticas manipuladas no hayan podido ocultar la sórdida y bestial realidad de la guerra, aunque en las mentes proletarias esta guerra se sienta como uno de los mayores horrores que hoy se ciernen sobre el planeta, el sentimiento general predominante entre los explotados ha sido el de una relativa indiferencia resignada. Sin entusiasmo, se han esforzado en creer en la realidad de los discursos oficiales sobre las «misiones humanitarias» de los soldados de la ONU y de la OTAN.

La actual evolución del conflicto, el cambio de actitud a que se ven obligados los gobiernos de las principales potencias implicadas están cambiando las cosas. El que los gobiernos de Francia y de Gran Bretaña hayan decidido enviar a miles de nuevos soldados allá, el que éstos sean enviados no ya sólo como representantes de una organización internacional como la ONU, sino como soldados con uniforme y bajo las banderas de su patria, todo ello está dando una nueva dimensión a la manera de percibir esta guerra. La participación activa de las potencias en el conflicto está enseñando su verdadero rostro. El velo «humanitario» con el que las potencias tapan su acción se está desgarrando cada día más, dejando aparecer la siniestra realidad de sus motivaciones imperialistas.

La agravación actual de la guerra en la antigua Yugoslavia se produce en el momento en que las perspectivas económicas mundiales conocen una nueva degradación importante, que anuncia nuevos ataques sobre las condiciones de existencia de la clase obrera, especialmente en los países más industrializados. Guerra y crisis económica, barbarie y miseria, caos y empobrecimiento, más que nunca la quiebra del capitalismo, el desastre que arrastra la supervivencia de ese sistema en descomposición, ponen a la clase obrera mundial ante sus responsabilidades históricas. La agravación cualitativa de la guerra en la antigua Yugoslavia debe ser, en ese contexto, un factor suplementario de toma de conciencia de esa responsabilidad. Y les incumbe a los revolucionarios contribuir con toda su energía en ese proceso del cual ellos son un factor indispensable.

Deben, especialmente, poner en evidencia que la comprensión del papel desempeñado por las grandes potencias en esta guerra permite combatir el sentimiento de impotencia que la clase dominante inocula desde el principio de aquella. Los gobiernos de las grandes potencias industriales y militares sólo pueden hacer la guerra si la clase obrera de sus países se lo permite, si los proletarios no logran unificar conscientemente sus fuerzas contra el capital. El proletariado de esas potencias, por su experiencia histórica, por el hecho de que la burguesía no ha conseguido encuadrarlo ideológicamente para enviarlo a una nueva guerra internacional, es el único capaz de poner fin a la barbarie guerrera mundial, a la barbarie capitalista en general. Eso es lo que la agravación de la guerra en la antigua Yugoslavia debe recordar a los proletarios.

RV
19 de junio de 1995

 

[1] Es muy significativo que las negociaciones con los diferentes gobiernos serbios sobre el reconocimiento de Bosnia, sean llevadas no por representantes bosnios, sino por diplomáticos de Washington. Tan significativo del compromiso de las potencias junto a tal o cual beligerante, son las posiciones defendidas por cada una de ellas a propósito de esa negociación. Una de las propuestas hechas al gobierno de Milosevic es que reconozca a Bosnia a cambio de un cese de las sanciones económicas internacionales que siguen castigando a Serbia. Pero cuando se trata de definir el levantamiento de sanciones, aparecen las divisiones entre las potencias: para Estados Unidos, ese levantamiento debe ser totalmente condicional y poder ser suspendido en todo momento en función de cada acción del gobierno serbio; para Francia y Gran Bretaña, en cambio, el cese de las sanciones debe estar garantizado durante un período de al menos seis meses; para Rusia, debe ser incondicional y sin límites de tiempo.

[2] El 6 de marzo de este año, un acuerdo militar ha sido firmado entre el gobierno de Croacia y el de los musulmanes de Bosnia para «defenderse del enemigo común». Sin embargo, este acuerdo entre Croacia y Bosnia, y paralelamente entre Estados Unidos y Alemania, para llevar a cabo una contraofensiva contra los ejércitos serbios no puede ser más que provisional y circunstancial. En la parte de Bosnia controlada por Croacia, ambos ejércitos están frente a frente y en cualquier momento pueden reanudarse los enfrentamientos como así fue durante los primeros años de la guerra. La situación en la ciudad de Mostar, la más importante de la región, que fue objeto de enfrentamientos extremadamente mortíferos entre croatas y musulmanes, es muy elocuente. Aunque supuestamente se vive en Mostar bajo un gobierno común croata-bosnio, con una presencia activa de representantes de la Unión Europea, la ciudad sigue estando dividida en dos partes bien diferenciadas, y los hombres musulmanes en edad de combatir, tienen estrictamente prohibido entrar en la parte croata. Pero además, y sobre todo, el antagonismo que opone el capital estadounidense al capital alemán en la ex Yugoslavia, como en el resto del mundo, es la principal línea de enfrentamiento en las tensiones imperialistas desde el hundimiento del bloque del Este (ver «Todos contra todos» en Revista internacional nº 80, 1995).

[3] La exigencia de Francia y de Gran Bretaña de que las fuerzas de la ONU en el terreno sean agrupadas para «defenderse mejor de los serbios» es, también, una maniobra hipócrita. No expresa ni mucho menos una voluntad de acción contra los ejércitos serbios, sino que implicaría, al contrario, abandonar la presencia de cascos azules en casi todos los enclaves cercados por aquéllos en Bosnia (excepto los tres principales). Eso implicaría dejarles toda la posibilidad de apoderarse de ellos definitivamente, aún permitiendo concentrar la «ayuda» de los cascos azules en las zonas más importantes.

[4] La discusión habida al respecto entre el presidente francés Chirac, durante su viaje a la cumbre del G-7 en junio, y el speaker de la Cámara de representantes de EEUU, Newt Gingrich, fue calificada de «directa» y «dura». El gobierno ruso sólo ha aceptado el principio tras haber marcado claramente su oposición y su desconfianza.

[5] El gobierno de Belgrado había obtenido una rebaja del embargo económico internacional a cambio del compromiso de no seguir abasteciendo en armas al gobierno de Pale. Pero los salarios de los oficiales serbios de Bosnia son y siempre han sido pagados por Belgrado. Belgrado no ha dejado nunca de entregar en secreto armas a los «hermanos de Bosnia» y, por ejemplo, el sistema de defensa radar antiaéreo de ambas repúblicas sigue unificado.

Geografía: 

  • Balcanes [22]

Acontecimientos históricos: 

  • Caos de los Balcanes [23]

XIº Congreso de la CCI - El combate por la defensa y la construcción de la organización

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Durante el mes de abril, la CCI ha celebrado su 11º Congreso Internacional. Dado que las organizaciones comunistas son una parte del proletariado, un producto histórico del mismo a la vez que parte integrante y factor activo del combate por su emancipación, el Congreso, que es la instancia suprema de la organización, es un hecho de primera importancia para la clase obrera. Por ello, los comunistas deben rendir cuentas de este momento esencial de la vida de la organización. Durante varios días, delegaciones de 12 países ([1])  representando a más de 1500 millones de habitantes, a las mayores concentraciones proletarias del mundo (Europa Occidental y América del Norte) han debatido, sacado enseñanzas, trazado orientaciones sobre las cuestiones esenciales que confrontaba nuestra organización.

El orden del día del Congreso comprendía esencialmente dos puntos: las actividades y el funcionamiento de nuestra organización y la situación internacional ([2]). Sin embargo, ha sido el primer punto el que ha ocupado la mayor parte de las sesiones y suscitado los debates más apasionados. Esto es debido a que la CCI debía enfrentar dificultades organizativas muy importantes que necesitaban una movilización especial de todas las secciones y de todos los militantes.

Los problemas de organización
en la historia del movimiento obrero...

La experiencia histórica de las organizaciones revolucionarias del proletariado demuestra que las cuestiones que afectan a su funcionamiento son cuestiones políticas en su totalidad y merecen la máxima atención y la mayor profundidad.

Los ejemplos de esta importancia de la cuestión organizativa son numerosos en el movimiento obrero pero podemos evocar de manera especial los de la AIT (Asociación internacional de los trabajadores, llamada igualmente Primera internacional) y el del IIºCongreso del Partido obrero socialdemócrata de Rusia (POSDR) celebrado en 1903.

La AIT había sido fundada en septiembre de 1864 en Londres por iniciativa de cierto número de obreros franceses e ingleses. La AIT dio desde el principio una estructura de centralización, el Consejo central, el cual, tras el Congreso de Ginebra de 1866, pasó a llamarse Consejo general. En el seno de este órgano Marx desempeñará un papel principal puesto que será encargado de redactar un gran número de sus textos fundamentales, tales como el Llamamiento inaugural, sus Estatutos así como los dos Llamamientos sobre la Comuna de París (La Guerra civil en Francia) de mayo 1871. Rápidamente, la AIT (la Internacional, como le llamaban los obreros) se convirtió en una “potencia” en los países avanzados (en primer lugar, en los de Europa occidental). Hasta la Comuna de Paris fue capaz de agrupar a un número creciente de obreros y fue un factor primordial en el desarrollo de dos armas esenciales del proletariado: su organización y su conciencia. Por esto, será atacada de forma cada vez más encarnizada por la burguesía: calumnias en la prensa, infiltración de soplones, persecución contra sus miembros etc. Sin embargo, lo que le hará correr el mayor peligro son los ataques procedentes de sus propios miembros y los que se dirigieron contra el modo de organización de la Internacional.

En el momento mismo de la fundación de la AIT, los estatutos provisionales que se dio, fueron traducidos por sus secciones parisinas, fuertemente influenciadas por las concepciones federalistas de Prudhon, en un sentido que atenuaba considerablemente el carácter centralizado de la Internacional. Sin embargo, los ataques más peligrosos vendrán más tarde cuando entrará en sus filas la «Alianza de la Democracia socialista», fundada por Bakunin y que iba a encontrar un terreno fértil en sectores importantes de la Internacional dadas las debilidades importantes que pesaban todavía sobre ella, resultado de la inmadurez del proletariado en esa época, el cual no había podido desgajarse de los vestigios de la etapa precedente de su desarrollo.

«La primera fase de la lucha del proletariado contra la burguesía está marcada por el movimiento sectario. Este tiene su razón de ser en una época en la que el proletariado no está bastante  desarrollado para actuar como clase. Pensadores individuales hacen la crítica de los antagonismos sociales y dan soluciones fantásticas que la masa de obreros no tiene otra cosa que hacer sino aceptarlas, propagarlas y ponerlas en práctica. Por su misma naturaleza, las sectas formadas por estos iniciadores son abstencionistas, extrañas a toda acción real, a la política, a las huelgas, a las coaliciones, en una palabra, a todo movimiento de conjunto. La masa del proletariado  es indiferente o incluso hostil a su propaganda... Estas sectas, palancas del movimiento en sus orígenes, lo obstaculizan desde el momento en que las supera, con ello se convierten en reaccionarias... En fin, estamos ante la infancia del movimiento obrero, de la misma  forma que la astrología o la alquimía son la infancia de la ciencia. Para que fuera posible la fundación de la Internacional era necesario que el proletariado hubiera superado esta fase.

Frente a las organizaciones fantasiosas y antagonistas de las sectas, la Internacional es la organización real y militante de los proletarios en todos los países, vinculados entre sí por la lucha común contra los capitalistas, los  terratenientes y su poder de clase organizado en el Estado. Así, los Estatutos de la Internacional no reconocen sino a las simples sociedades obreras, que persiguen todas el mismo objetivo y que aceptan todas el mismo programa, el cual se limita a trazar los grandes rasgos del movimiento proletario y encomienda  la elaboración  teórica al impulso dado por las necesidades de la lucha práctica y el intercambio de ideas que se hace en sus secciones, admitiendo indistintamente todas las convicciones socialistas en sus órganos y sus congresos.

De la misma forma que, en toda nueva fase histórica, los viejos errores reaparecen un instante para desaparecer a continuación, la Internacional ha visto renacer en su seno secciones sectarias» (Las pretendidas escisiones en la Internacional, capítulo IV, circular del Consejo general del 5 de marzo de 1872).

Esta debilidad estaba mucho más acentuada en los sectores más atrasados del  proletariado europeo, allí donde apenas estaba saliendo del artesanado y el campesinado, particularmente en los países latinos. Estas debilidades fueron aprovechadas por Bakunin, el cual  había entrado en la Internacional en 1868 después del fracaso de la Liga por la paz y la libertad (de la cual era uno de los principales animadores y que agrupaba a republicanos burgueses). El instrumento de las operaciones de Bakunin fue la Alianza de la democracia socialista la cual había sido fundada dentro de la Liga por la paz y la libertad. La Alianza era a la vez una sociedad pública y secreta que se proponía en realidad formar una internacional dentro de la Internacional. Su  estructura secreta y la concertación que permitía entre sus miembros deberían asegurarle el «copo» de un máximo de secciones de la AIT, aquellas donde las concepciones anarquistas tenían más eco. En sí, la existencia en la AIT de varias corrientes de pensamiento no era un problema ([3]). En cambio, las acciones de la Alianza, que pretendía sustituir la organización oficial de la Internacional, fueron un grave factor de desorganización de la misma y le hicieron correr un peligro mortal. La Alianza intentó tomar el control de la Internacional con ocasión del Congreso de Basilea en septiembre de 1869. Con este objetivo, sus miembros, y muy especialmente Bakunin y Guillaume, apoyaron con fervor una resolución administrativa que reforzaba los poderes del Consejo general. Sin embargo, al fracasar en este empeño, la Alianza, que se había dado estatutos secretos basados en una centralización extrema ([4]), comenzó a hacer campaña contra la «dictadura» del Consejo general, pretendiendo reducirlo al papel de un«Buró de correspondencia y estadísticas» (según los propios términos de los aliancistas) o un buzón de correos (según la respuesta de Marx). Contra el principio de centralización, que expresa la unidad del proletariado, la Alianza preconizaba el «federalismo», la «completa autonomía de las secciones» y el carácter no obligatorio de las decisiones de los Congresos. Lo que pretendía con esto era hacer lo que le diera la gana en aquellas secciones que controlaba. Era la puerta abierta a la desorganización de la AIT.

Frente a este peligro se enfrentó el Congreso de La Haya de 1872, el cual debatió la cuestión de la Alianza sobre la base de un informe de una Comisión de encuesta y finalmente decidió la expulsión de Bakunin y Guillaume, principal responsable de la federación jurasiana de la AIT, que estaba bajo el control completo de la Alianza. El Congreso fue a la vez el punto culminante  de la AIT (fue el único Congreso al que Marx asistió, lo que da idea de la importancia que le atribuía) y su canto de cisne, dado el aplastamiento de la Comuna de París y la desmoralización que había provocado en el proletariado. Marx y Engels eran conscientes de esta realidad. Por ello, además de medidas que tenían por objetivo sustraer a la AIT del control de la Alianza, propusieron que el Consejo general se instalara en Nueva York, alejado de los conflictos que dividían cada vez más la AIT. Esto fue un medio para permitirle una «muerte suave» (sancionada por la Conferencia de Filadelfia de julio 1876) sin que su prestigio fuera recuperado por los intrigantes bakuninistas.

Estos últimos, y tras ellos los anarquistas que han perpetuado esta leyenda, pretendían que el Consejo general habría obtenido la exclusión de Bakunin y Guillaume a causa de diferencias en la manera de plantear la cuestión del Estado ([5]). También han explicado el conflicto entre Marx y Bakunin por razones de personalidad. En suma, Marx habría querido resolver mediante medidas administrativas un desacuerdo que comportaba cuestiones teóricas generales. Nada más falso.

En el Congreso de La Haya no se tomó ninguna medida contra los miembros de la delegación española que compartían la visión de Bakunin, que habían pertenecido a la Alianza, pero que aseguraron haber dejado de formar parte de ella. Igualmente, la AIT «anti-autoritaria» que se formó después del Congreso de La Haya con las secciones que rechazaron sus decisiones, no estaba formada únicamente por anarquistas sino que junto a ellos, estaban los lasallianos alemanes, grandes defensores del «socialismo de Estado», según los propios términos de Marx. En realidad, la verdadera lucha dentro de la AIT  era entre los que preconizaban la unidad del movimiento obrero (y en consecuencia el carácter obligatorio de las decisiones de los Congresos) y los que reivindicaban el derecho a hacer cada cual lo que le diera la gana, cada cual en su rincón, considerando los Congresos como simples asambleas donde «se podían intercambiar puntos de vista» pero sin tomar decisiones. Con este modo de organización informal, la Alianza podía asegurar de manera secreta la verdadera centralización de todas las federaciones, como lo había reconocido explícitamente Bakunin en numerosas correspondencias. La puesta en práctica de las concepciones «anti-autoritarias» de la Alianza era la mejor forma de entregar la AIT a las intrigas y el poder oculto e incontrolado de la Alianza y de los aventureros que la dirigían.

El IIº Congreso del POSDR fue la ocasión de un enfrentamiento similar entre los defensores de una concepción proletaria de la organización revolucionaria y los partidarios de una concepción pequeño burguesa.

Existen semejanzas entre la situación del movimiento obrero de Europa occidental en tiempos de la AIT y la del movimiento en Rusia a principios de siglo. En ambos casos estamos ante una etapa de infancia de aquél, explicándose el desfase temporal por el retraso del desarrollo industrial de Rusia. La AIT tuvo como vocación reunir en una organización única las diferentes sociedades obreras que hacía surgir el desarrollo del proletariado. Igualmente, el IIº Congreso del POSDR tenía como objetivo realizar una unificación de los diferentes comités, grupos y círculos que, reclamándose de la socialdemocracia, se habían desarrollado en Rusia y en el exilio. Entre estas organizaciones no existía prácticamente ningún lazo formal tras la desaparición del Comité central que había salido del primer Congreso de 1897. En el IIº Congreso asistimos a una confrontación entre una concepción de la organización representante del pasado del movimiento, la de los mencheviques, y una concepción que expresa las nuevas exigencias, la de los bolcheviques:

«Bajo el nombre de “minoría” se han agrupado en el partido, elementos heterogéneos unidos por el deseo, consciente o no, de mantener las relaciones de círculo, las formas de organización anteriores del Partido. Algunos militantes eminentes de los antiguos círculos más influyentes, al carecer del hábito de las restricciones en materia de organización que deben autoimponerse en razón de la disciplina de partido, se inclinan a confundir mecánicamente los intereses generales del partido con sus intereses de círculo, que, efectivamente, en el período de los círculos podían coincidir» (Lenin, Un paso adelante, dos atrás).

De  una manera  que se confirmó posteriormente (cuando se produce la revolución de 1905 pero más acentuadamente en 1917 durante la cual los mencheviques se  ponen de parte de la burguesía), la postura de los mencheviques estaba determinada por la penetración, en la socialdemocracia rusa, de la influencia de ideologías burguesas y pequeño burguesas. En particular, como anota Lenin: “El grueso de la oposición ha sido formado por los elementos intelectuales de nuestro partido”, los cuales han sido uno de los vectores de las concepciones pequeño burguesas en materia de organización. Por ello, estos elementos «izan de la forma más natural el estandarte de la revuelta contra las restricciones indispensables que exige la organización y ellos erigen su anarquismo espontáneo en principio de lucha, calificando erróneamente este anarquismo como reivindicación en favor de la tolerancia” (Lenin, Un paso adelante, dos atrás). Y de hecho, existen muchas semejanzas entre el comportamiento de los mencheviques y el de los anarquistas en la AIT (en varias ocasiones, Lenin habla del «anarquismo de gran señor» de los mencheviques).

De esta forma, como los anarquistas cuando el Congreso de La Haya, los mencheviques se niegan a reconocer las decisiones del IIº Congreso afirmando que el Congreso «no es una divinidad» y que sus decisiones «no son sacrosantas». En particular, de la misma forma que los bakuninistas entran en guerra contra el principio de centralización y la «dictadura del Consejo general» una vez que han fracasado en su tentativa de hacerse con él, una de las razones por las que los mencheviques, después del Congreso, comienzan a rechazar la centralización reside en que algunos de ellos fueron separados de los órganos centrales que fueron nombrados por aquél. Encontramos igualmente semejanzas en la forma en que los mencheviques hacen campaña contra la «dictadura personal» de Lenin, contra su «puño de hierro», que sigue los pasos de las acusaciones de Bakunin contra la «dictadura» de Marx y el Consejo general.

«Cuando se considera la conducta de los amigos de Martov tras el Congreso solo puedo decirse que es una tentativa insensata, indigna de un miembro del partido, de romper el Partido... ¿Por qué? Porque únicamente está descontento de la composición de los órganos centrales, pues objetivamente es únicamente esta cuestión la que nos separa. Las apreciaciones subjetivas tales como ofensa, insulto, expulsión, separación, mancha en la reputación etc. no son más que el fruto de una imaginación enferma y de un orgullo herido. Esta imaginación enferma y este amor propio herido llevan derechos a los cotilleos más vergonzosos: sin haber conocido la actividad de los nuevos centros, ni haberlos visto en acción, se van extendiendo por ahí rumores sobre “carencias”, sobre el “guante de hierro” de Ivan Ivanovitch, sobre la “violencia” de Ivan Ivanovitch... A la socialdemocracia rusa le queda una última y difícil etapa que franquear, del espíritu de círculo al espíritu de partido; de la mentalidad pequeño burguesa a la conciencia de su deber revolucionario; de los cotilleos y la presión de los círculos considerados como medios de acción, a la disciplina» («Relación del IIº Congreso del POSDR», Obras completas, tomo 7).

Con el ejemplo de la AIT y del IIº Congreso del POSDR podemos ver toda la importancia de las cuestiones ligadas al modo de organización de las formaciones revolucionarias. En efecto, en torno a estas cuestiones se produjo una decantación decisiva, antes que sobre otras materias, entre la corriente proletaria y las corrientes pequeño burguesas y burguesas. Esto se deriva del hecho que uno de los canales privilegiados a través de los cuales se infiltra en el seno de estas formaciones las ideologías de clases extrañas al proletariado, burguesía y pequeña burguesía, es precisamente el del modo de funcionamiento.

La historia del movimiento obrero está llena de otros ejemplos de este tipo. Si hemos evocado únicamente los dos anteriores es evidentemente por una cuestión de espacio, pero también porque existen similitudes importantes, como veremos más lejos, entre las circunstancias históricas de la constitución de la AIT y el POSDR y las de la CCI.

... y de la CCI

La CCI se ha visto obligada, varias veces, a centrar su atención en este tipo de cuestión. Fue el caso, por ejemplo, en su Conferencia de fundación, en enero 1975, donde examinó la cuestión de la centralización internacional (ver el «Informe sobre las cuestiones de organización de nuestra corriente», publicado en nuestra Revista internacional, nº 1). Un año después, en el momento de su Primer congreso, nuestra organización retomaba el problema con la adopción de los Estatutos (ver el artículo «Los Estatutos de las organizaciones revolucionarias del proletariado», Revista internacional, nº 5). En fin, la CCI, en enero 1982, dedicó una Conferencia internacional extraordinaria a esta cuestión en respuesta a la crisis sufrida en 1981 ([6]). Frente a la clase obrera y su medio revolucionario, la CCI no ocultó las dificultades padecidas a principios de los 80. Así, la resolución de actividades del Vº Congreso, citada en la Revista internacional nº 34-35, decía: «Desde su IV° Congreso (1981), la CCI ha conocido la crisis más grave de su existencia. Una crisis que, mucho más allá de las peripecias particulares del “asunto Chenier”([7]), ha sacudido a la organización en profundidad, la ha hecho casi estallar, ha provocado directa o indirectamente, la salida de cuarenta militantes, ha reducido a la mitad de sus efectivos su segunda sección territorial. Una crisis que se ha traducido por una ceguera, una desorientación, que la CCI no había conocido desde su fundación. Una crisis que ha necesitado, para ser superada, la movilización de medios excepcionales: la celebración de una Conferencia internacional extraordinaria, la discusión y la adopción de textos de orientación de base sobre la función y el funcionamiento de la organización revolucionaria, así como la adopción de nuevos Estatutos».

Esta actitud de transparencia respecto a las dificultades encontradas por nuestra organización no correspondía, en manera alguna, a un «exhibicionismo» por nuestra parte. La experiencia de las organizaciones comunistas es parte integrante de la experiencia de la clase obrera. Por ello, un gran revolucionario como Lenin dedicó un libro entero, Un paso adelante, dos atrás, a sacar las lecciones políticas del IIº Congreso del POSDR. Dando cuenta de su vida organizativa, la CCI no hace otra cosa que asumir su responsabilidad frente a la clase obrera.

Evidentemente la puesta en evidencia por parte de las organizaciones revolucionarias de sus problemas y discusiones internas es un plato favorito para todas las tentativas de denigración que buscan sus adversarios. Es el caso, también y muy particularmente, de la CCI. Desde luego, no va a ser en la prensa burguesa donde encontremos manifestaciones de alegría cuando exponemos nuestras dificultades, dado que nuestra organización es demasiado modesta en tamaño e influencia en las masas obrera para que los centros de propaganda burguesa tengan interés en hablar de ella para intentar desacreditarla. Para la burguesía es preferible construir un muro de silencio alrededor de las posiciones y la existencia de las organizaciones revolucionarias. Por esto el trabajo de denigrarlas y de sabotaje de su intervención, es tomado a cargo por toda una serie de grupos y de elementos parásitos cuya función es alejar de las posiciones de clase a los elementos que se aproximan a ellas, asquearlos frente a toda participación en el trabajo difícil de desarrollo de un medio político proletario.

El conjunto de grupos comunistas ha tenido que encarar los estragos provocados por los parásitos; le incumbe, sin embargo, a la CCI, al ser la organización más importante del medio político proletario, prestar una particular atención al mundillo parásito. En este se encuentran grupos constituidos tales como el Grupo comunista internacionalista (GCI) y sus escisiones (tales como Contre le courant), el difunto Grupo Boletín comunista (CBG) o la ex-Fracción externa de la CCI, que se han constituido todos ellos a partir de escisiones de la CCI. Sin embargo, el parasitismo no se limita a estos grupos. Es acarreado por elementos desorganizados o que se agrupan de vez en cuando en círculos efímeros cuya preocupación principal consiste en hacer circular toda clase de cotilleos a propósito de nuestra organización. Estos elementos son, a menudo, antiguos militantes que cediendo a la presión de la ideología pequeño burguesa, no han tenido la fuerza de mantener su compromiso con la organización, se han sentido frustrados de que ella no haya «reconocido sus méritos» a la altura de la imagen que se hacen de sí mismos o que no han podido soportar las críticas de las que han sido objeto. También se trata de antiguos simpatizantes que la organización no ha querido integrar porque juzgaba que no tenían la claridad suficiente o porque han renunciado a integrarse por miedo a perder su «individualidad» dentro de un marco colectivo (son los casos del Colectivo comunista Alptraum de México o de Komunist Kranti en India). En todos esos casos se trata de elementos cuya frustración resultante de su cobardía, de su flojera y de su impotencia, se transforma en hostilidad sistemática hacia la organización. Estos elementos son absolutamente incapaces de construir algo. En cambio, son muy eficaces con su pequeña agitación y sus charlatanerías porteriles para desacreditar y destruir lo que la organización intenta construir.

Sin embargo, no son los chanchullos del parasitismo lo que va a impedir a la CCI hacer conocer al conjunto del medio político proletario las enseñanzas de su propia experiencia. En 1904, Lenin escribía en el Prefacio de su libro Un paso adelante dos pasos atrás:

«Ellos (nuestros adversarios) exultan y gesticulan a la vista de nuestras discusiones: evidentemente, se esforzarán, para aprovecharlas para sus fines, por agitar tales o cuales pasajes de mi folleto dedicados a los fallos y lagunas de nuestro Partido. Los socialdemócratas rusos están suficientemente curtidos en la batalla como para dejarse molestar por esos alfilerazos, para continuar, pese a todo, su trabajo de autocrítica y continuar desvelando sin cortapisas sus propias lagunas que serán rellenadas necesariamente y sin falta por el crecimiento del movimiento obrero. ¡Que nuestros señores adversarios intenten al menos ofrecernos la verdadera situación de sus “partidos”! Si así fuera, la imagen no se asemejaría ni de lejos a la que presentan las Actas de nuestro IIº Congreso!» (Lenin, Obras completas, tomo 7).

Exactamente con el mismo estado de ánimo damos conocimiento a nuestros lectores de amplios extractos de la Resolución adoptada por nuestro XIº Congreso. Esto no es una manifestación de debilidad de la CCI sino todo lo contrario: es un testimonio de su fuerza.

Los problemas afrontados por la CCI en el último período

« El XI° Congreso de la CCI lo afirma claramente: la CCI estaba en una situación de crisis latente, mucho más profunda que la que había sacudido a la organización a principios de los años 80, una crisis que, de no identificar sus raíces, podía haberse llevado por medio la organización» («Resolución de actividades», punto 1).

«- la Conferencia extraordinaria de enero del 1982, destinada a remontar la pendiente después de la crisis de 1981, no fue capaz de ir hasta el final en el análisis de las debilidades que afectaban a la CCI;
- más aún: la CCI no integró plenamente las adquisiciones de esta conferencia...;
- el reforzamiento de la presión destructiva de la descomposición del capitalismo que pesa sobre la clase y sobre sus organizaciones comunistas.

En este sentido, la única manera para la CCI de poder enfrentar eficazmente el peligro mortal que la amenazaba consistía:
- en la identificación de la importancia de este peligro...;
- en una movilización del conjunto de la CCI, de sus militantes, de las secciones y de los órganos centrales, en torno a la prioridad de la defensa de la organización;
- en la reapropiación de las adquisiciones de la Conferencia de 1982;
- en una profundización de estas adquisiciones» (ídem, punto 2).

El combate por el enderezamiento de la CCI comenzó en otoño de 1993 mediante la discusión en toda la organización de un Texto de orientación que recordaba y actualizaba las enseñanzas de 1982, a la vez que profundizaba sobre el origen histórico de nuestras debilidades. En el centro de nuestra posición habían las preocupaciones siguientes: la reapropiación de nuestras adquisiciones y las del conjunto del movimiento obrero, la continuidad con sus combates y particularmente con su lucha contra la penetración en su seno de las ideologías extrañas, burguesa y pequeño burguesa.

«El marco de comprensión que se ha dado la CCI para sacar a luz el origen de sus debilidades se inscribe en el combate histórico del marxismo en contra de la influencia de las ideologías pequeño burguesas que lastran al proletariado. De forma más precisa, se refería al combate del Consejo general de la AIT contra la acción de Bakunin y su fieles, así como el de Lenin y los bolcheviques contra las concepciones oportunistas y anarquizantes de los mencheviques aparecidas en el IIº Congreso del POSDR  y después del mismo. Notablemente, importaba que la organización inscribiera en el centro de sus preocupaciones, como lo hacen los bolcheviques a partir de 1903, la lucha contra el espíritu de círculo por el espíritu de partido. Esta prioridad en el combate venía dada por la naturaleza de las debilidades que pesaban sobre la organización, debido a su origen en los círculos aparecidos tras el ímpetu dado por la reanudación histórica del proletariado a finales de los años 60; círculos fundamentalmente marcados por el peso de las afinidades, de las concepciones contestatarias, individualistas, en una palabra, concepciones anarquizantes, particularmente influenciadas por las revueltas estudiantiles que acompañaron, contaminándola, la recuperación proletaria. En este sentido, la constatación del peso especialmente fuerte del espíritu de círculo en nuestros orígenes formaba parte integrante del análisis general elaborado desde hace mucho tiempo y que situaba la base de nuestras debilidades en la ruptura orgánica de las organizaciones comunistas producida por la contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera desde finales de los años 20. Sin embargo, esta constatación nos permitía ir más lejos que las constataciones precedentes y atacar con más profundidad la raíz de nuestras dificultades. Nos permitía, notablemente, comprender el fenómeno, ya constatado en el pasado pero insuficientemente elucidado, de la formación de clanes dentro de la organización: estos clanes eran en realidad el resultado del pudrimiento del espíritu de círculo que se ha mantenido mucho más allá del período en que los círculos habían sido una etapa inevitable de la reconstrucción de la vanguardia comunista. Por ello, los clanes se habían convertido, a su vez, en el factor activo y el mejor garante de mantenimiento masivo del espíritu de círculo dentro de la organización» (ídem, punto4).

Aquí, la resolución hace referencia a un punto del Texto de orientación de otoño 1993 que pone de relieve la cuestión siguiente:

«Efectivamente, uno de los peores peligros que amenazan la organización permanentemente, que dañan a su unidad hasta poder destruirla, es la constitución, deliberada o no, de clanes. Cuando domina una dinámica de clanes, las preocupaciones no parten de un real acuerdo político sino de los lazos de amistad, de fidelidad, de la convergencia de intereses “personales” específicos o de las frustraciones compartidas. A menudo, semejante dinámica, en la medida en que no se funda sobre una real convergencia política, se acompaña de la existencia de gurús, o “jefes de banda”, garantes de la unidad del clan, y que pueden establecer su poder bien a partir de un carisma particular, que puede ahogar las capacidades políticas y de juicio de otros militantes, bien del hecho que son presentados, o ellos mismos se presentan, como “víctimas” de tal o cual política de la organización. Cuando semejante dinámica aparece, los miembros o los simpatizantes del clan no se determinan en su comportamiento o en las decisiones que toman, en función de una elección consciente y razonada basada sobre los intereses generales de la organización, sino en función del punto de vista de los intereses del clan que tienden a plantearse como contradictorios con los del resto de la organización».

Este análisis se basa sobre los precedentes históricos del movimiento obrero (por ejemplo, la actitud de los antiguos redactores del Iskra, agrupados en torno a Martov y que, descontentos por las decisiones adoptadas por el IIº Congreso del POSDR, habían formado la fracción de los mencheviques), pero también sobre precedentes en la historia de la CCI. No podemos entrar en los detalles pero podemos afirmar que las «tendencias» que ha conocido la CCI (la que escisionó en 1978 para formar el Grupo comunista internacionalista, la tendencia Chenier en 1981 y la tendencia que dejó la CCI en el VIº Congreso para formar la Fracción externa de la CCI) correspondían más bien a dinámicas de clan que a auténticas tendencias basadas en una orientación positiva alternativa. En efecto, el motor principal de estas «tendencias» no eran las divergencias que sus miembros pudieran tener respecto a las orientaciones de la organización (estas divergencias eran extremadamente heterogéneas como la ha demostrado la trayectoria ulterior de estas «tendencias»), sino un agrupamiento de descontentos y de frustraciones contra los órganos centrales, y unas fidelidades personales hacia elementos que se consideraban «perseguidos» o insuficientemente reconocidos.

El enderezamiento de la CCI

Si la existencia de clanes dentro de la organización no tenía el mismo carácter espectacular que en el pasado, era, sin embargo, un factor que minaba sorda aunque dramáticamente el tejido de la organización. En particular, el conjunto de la CCI (incluidos los camaradas implicados) ha puesto en evidencia que tenía enfrente a un clan que ocupaba un lugar preponderante en la organización y que, aunque no era un simple «producto orgánico de las debilidades de la CCI», sí que había «concentrado y cristalizado un gran número de características destructoras que afectaban a la organización y cuyo denominador común era el anarquismo (visión de la organización como suma de individuos, enfoque “psicologizante” y por afinidades de las relaciones políticas entre militantes y de las cuestiones de funcionamiento, desprecio u hostilidad hacia las concepciones políticas marxistas en materia de organización)» (punto 5 de la Resolución de actividades).

Por esto: «La comprensión de la CCI del fenómeno de los clanes y de su papel particularmente deletéreo le ha permitido apuntar  cantidad de malos funcionamientos que afectaba a la mayoría de sus secciones territoriales (...). Le ha permitido igualmente comprender los orígenes de la pérdida, señalada por el Informe de actividades del Xº Congreso, del “espíritu de agrupamiento” que había caracterizado los primeros años de la CCI» (Resolución de actividades, punto 5).

Finalmente, tras varios días de debates, muy animados, con una fuerte implicación de todas las delegaciones y una profunda unidad entre ellas, el XIº Congreso de la CCI ha podido alcanzar las conclusiones siguientes:

«El Congreso constata el éxito global del combate emprendido por la CCI en otoño del 93 (...), el enderezamiento, a menudo espectacular, de secciones entre las más afectadas por las dificultades organizativas en 1993 (...), las profundizaciones procedentes de numerosas partes de la CCI (...), estos hechos confirman la plena validez del combate llevado, su método, tanto a nivel teórico como sobre los aspectos concretos (...). El congreso señala en particular las contribuciones realizadas por la organización sobre la comprensión de una serie de cuestiones que han confrontado y confrontan las organizaciones de la clase: avances sobre el conocimiento del combate de Marx y el Consejo general contra la Alianza, del combate de Lenin y los bolcheviques contra los mencheviques, del fenómeno del aventurismo político en el movimiento obrero (representado por figuras como Bakunin y Lasalle), llevado a cabo por elementos desclasados que no trabajan a priori para los servicios del Estado capitalista pero que, en la práctica, son mucho más peligrosos que los agentes infiltrados por aquél» (ídem, punto 10).

«Basándose en estos elementos, el XI° Congreso constata, pues, que la CCI está hoy más fuerte que cuando el precedente Congreso, que está incomparablemente mejor armada para asumir sus responsabilidades frente a los futuros combates de la clase, aunque esté todavía en convalecencia» (ídem, punto 11).

Constatar este resultado positivo del combate llevado por la organización no ha creado sin embargo ningún sentimiento de euforia en el Congreso. La CCI ha aprendido a desconfiar de los arrebatos que son más tributarios de la penetración en las filas comunistas de la impaciencia pequeño burguesa que de una postura proletaria.  El combate que llevan las organizaciones y los militantes comunistas es un combate a largo plazo, paciente, a menudo oscuro, y el verdadero entusiasmo que llevan consigo los militantes no se mide a través de impulsos eufóricos sino por la capacidad de mantenerse, contra viento y marea, de resistir frente a la presión deletérea que la ideología de la clase enemiga hace pesar sobre sus mentes. Por ello, la constatación del éxito que ha coronado el combate de nuestra organización en el último período no nos ha conducido al más mínimo triunfalismo:

«Eso no significa que el combate que hemos llevado a cabo tenga que acabarse (...). La CCI deberá proseguirlo con una vigilancia de cada momento, con la determinación de identificar cada debilidad y encararla inmediatamente. (...) En realidad, la historia del movimiento obrero, incluida la CCI, nos enseña, y el debate lo ha confirmado ampliamente, que el combate por la defensa de la organización es permanente, no admite pausas. En particular, la CCI debe guardar en mente que el combate llevado por los bolcheviques por el espíritu de partido contra el espíritu de círculo ha proseguido durante muchos años. Lo mismo sucede en nuestra organización que debe velar para desenmascarar y eliminar toda desmoralización, todo sentimiento de impotencia, resultante de la duración del combate» (ídem, punto 13).

Antes de concluir esta parte sobre las cuestiones organizativas que han sido discutidas en el Congreso, debemos precisar que los debates llevados durante año y medio en la CCI no han dado lugar a ninguna escisión (contrariamente a lo que ocurrió en el VIº Congreso o en 1981). Esto ha sido así porque el conjunto de la organización se ha puesto de acuerdo sobre el marco teórico que se dio para comprender las dificultades que encontraba. La ausencia de divergencias sobre este marco general ha permitido que no se cristalizara una «tendencia» o incluso una «minoría» que teorizara sus particularidades. En gran parte, las discusiones se han focalizado sobre cómo convenía concretar este marco en el funcionamiento cotidiano de la CCI manteniendo sin embargo la preocupación de vincular estas concreciones a la experiencia histórica del movimiento obrero. El que no haya habido escisión es un testimonio de la fuerza de la CCI, de su mayor madurez, de la voluntad manifestada por la inmensa mayoría de sus militantes de llevar resueltamente el combate por su defensa, por recuperar su tejido organizativo, por superar el espíritu de círculo y todas las concepciones anarquizantes que consideran la organización como una suma de individuos o de pequeños grupos afines.

Las perspectivas de la situación internacional

La organización comunista no existe evidentemente para sí misma, no es un espectador sino un actor de las luchas de la clase obrera, su defensa intransigente trata justamente de permitirle mantener su papel.

Con este objetivo el Congreso ha dedicado una parte de sus debates al examen de la situación internacional. Ha discutido y adoptado varios informes sobre esta cuestión así como una Resolución que los sintetiza y que se publica en este mismo número de la Revista internacional. Por ello no nos vamos a extender sobre este aspecto de los trabajos del Congreso. Nos limitaremos a evocar aquí el último de los 3 aspectos de la situación internacional (evolución de la crisis económica, conflictos imperialistas, relaciones de fuerza entre las clases) que han sido discutidos en el Congreso.

La Resolución afirma claramente que:

«Más que nunca, la lucha del proletariado es la única esperanza de porvenir para la sociedad humana» (punto 14).

Sin embargo, el Congreso ha confirmado lo que la CCI anunció desde el otoño de 1989: «Esta lucha, que surgió con fuerza a finales de los años 60, acabando con la contrarrevolución más terrible que haya vivido la clase obrera, ha sufrido un retroceso considerable con el hundimiento de los regímenes estalinistas, las campañas ideológicas que le han acompañado y el conjunto de acontecimientos ulteriores (guerras del Golfo y en la ex-Yugoslavia)» (ídem). Esencialmente por esta razón hoy: «Las luchas obreras se desarrollan de una manera sinuosa, con avances y retrocesos, en un movimiento de altibajos» (ídem).

Sin embargo, la burguesía es muy consciente de que la agravación de sus ataques contra la clase obrera va a impulsar nuevos combates cada vez más conscientes. La burguesía se prepara para ellos, desarrollando una serie de maniobras sindicales a la vez que confía a algunos de sus agentes el cuidado de renovar los discursos sobre la «revolución», el «comunismo» o el «marxismo». Por ello «les incumbe a los revolucionarios, en su intervención, denunciar con el mayor vigor tanto las maniobras canallescas de los sindicatos como esos discursos aparentemente revolucionarios. Les incumbe propugnar la perspectiva de la revolución proletaria y el comunismo como única salida capaz de salvar la humanidad y como resultado último de los combates obreros» (punto 17).

Después de haber reconstituido y reunido sus fuerzas, la CCI está de nuevo dispuesta, tras su XIº Congreso, a asumir esa responsabilidad.

 


[1] Alemania, Bélgica, Estados Unidos, España, Francia, Gran Bretaña, India, Italia, México, Holanda, Suecia, Venezuela.

[2] Estaba previsto igualmente un examen del medio político proletario que constituye una preocupación permanente de nuestra organización. Sin embargo, por falta de tiempo este punto ha sido suprimido, aunque ello no significa en forma alguna que abandonemos esta cuestión. Al contrario, al haber superado nuestras propias dificultades de organización estamos en condiciones de aportar nuestra mejor contribución al desarrollo del conjunto del medio revolucionario.

[3] «Al encontrarse en situaciones diferentes de desarrollo según los países en que viven,  las secciones de la clase obrera, sus opiniones teóricas, al reflejar el movimiento real, son necesariamente diferentes. Sin embargo, la comunidad de acción realizada por la Asociación internacional de trabajadores, el intercambio de ideas facilitado por la publicidad hecha por los órganos de las varias secciones nacionales, y por fin las discusiones directas en los congresos generales, no podrán sino engendrar gradualmente un programa teórico común» (Respuesta del Consejo general a la solicitud de afiliación de la Alianza, 9 de marzo de 1869). Se ha de precisar que la Alianza ya había planteado su afiliación con estatutos en que estaba previsto que se dotaba de una estructura internacional paralela a la de la AIT (con un Comité central propio y la celebración de un Congreso en locales separados cuando los Congresos de la AIT). El Consejo general había rechazado tal afiliación basándose en que los estatutos de la Alianza eran contrarios a los de la AIT. Precisaba que estaba dispuesto en afiliar las secciones de la Alianza si ésta renunciaba a su estructura internacional. La Alianza había aceptado estas condiciones pero se había mantenido en conformidad con sus estatutos secretos.

[4] En un «Llamamiento a los oficiales del Ejército ruso», Bakunin hace la apología de la organización secreta «que alimenta su fuerza por la disciplina, la devoción y abnegación de sus miembros, y por la obedencia absoluta a un Comité único que lo conoce todo y no es conocido de nadie».

[5] Los anarquistas llaman a la abolición del Estado inmediatamente. Es una petición de principios: el marxismo ha puesto en evidencia que el Estado se mantendrá, claro está con formas diferentes a las del Estado capitalista, hasta la desaparición total de las clases sociales.

[6] Ver sobre este tema los artículos siguientes: «La crisis del medio revolucionario», «Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de revolucionarios», publicados respectivamente en la Revista Internacional, números 28, 33 y 34-35.

[7] Chenier, explotando la falta de vigilancia de nuestra organización, se hizo miembro de nuestra sección en Francia en 1978. Desde 1980, emprendió un trabajo subterráneo dirigido a la destrucción de nuestra organización. Para hacerlo, explotó, muy hábilmente, tanto la falta de rigor organizativo de la CCI como las tensiones existentes en la sección en Gran Bretaña. Esta situación había conducido a la formación de dos clanes antagónicos en esta sección, bloqueando su trabajo y desembocando en la pérdida de la mitad de la sección así como a numerosas dimisiones en otras secciones. Chenier fue excluido de la CCI en septiembre de 1981 y publicamos en nuestra prensa un comunicado poniendo en guardia al medio político proletario contra este elemento. Más tarde, Chenier ha comenzado su carrera en el sindicalismo, el Partido socialista y el aparato del Estado, para el cual trabajaba, muy probablemente, desde hacía mucho tiempo.

 

Series: 

  • Construcción de la organización revolucionaria [9]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Primera Internacional [2]
  • Corriente Comunista Internacional [11]

XIº congreso de la CCI - Resolución sobre la situación internacional

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 XIº congreso de la CCI

Resolución sobre la situación internacional

1. El reconocimiento de los comunistas del carácter históricamente limitado del modo de producción capitalista, de la crisis irreversible en la que está sumido hoy este sistema, constituye la base de granito sobre la que se funda la perspectiva revolucionaria del combate del proletariado. Por eso, todas las tentativas, como las que vemos actualmente, de la burguesía y sus agentes para acreditar que la economía mundial está «saliendo de la crisis» o que ciertas economías nacionales «emergentes» podrán tomar el relevo de los viejos sectores económicos extenuados, son un ataque en regla contra la conciencia proletaria.

2. Los discursos oficiales sobre la «recuperación» prestan mucha atención a la evolución de los índices de la producción industrial o al restablecimiento de los beneficios de las empresas. Si efectivamente, en particular en los países anglosajones, hemos asistido recientemente a tales fenómenos, importa poner en evidencia las bases sobre las que se fundan:
– la recuperación de las ganancias resulta a menudo, particularmente para muchas de las grandes empresas, de beneficios especulativos; y tiene como contrapartida una nueva alza súbita de los déficits públicos; en fin, es consecuencia de que las empresas eliminan las «ramas muertas», es decir, sus sectores menos productivos;
– el progreso de la producción industrial resulta en buena medida de un aumento muy importante de la productividad del trabajo basado en una utilización masiva de la automatización y de la informática.

Por estas razones, una de las características esenciales de la «recuperación» actual es que no ha sido capaz de crear empleos, de hacer retroceder el desempleo significativamente, ni el trabajo precario, que al contrario, se ha extendido más, puesto que el capital vela permanentemente por guardar las manos libres para poder tirar a la calle, en cualquier momento, la fuerza de trabajo excedentaria.

3. Si el desempleo constituye antes que nada un ataque contra la clase obrera, un factor brutal de desarrollo de la miseria y de la exclusión, también es un índice de primer plano de la quiebra del capitalismo. El capital vive de la explotación del trabajo vivo: que se deseche una proporción considerable de la fuerza de trabajo es, más aún que el entierro de partes enteras del aparato industrial, una verdadera automutilación del capital, que da cuenta de la quiebra definitiva del modo de producción capitalista, cuya función histórica era precisamente extender el trabajo asalariado a escala mundial. Esta quiebra definitiva del capitalismo se ve ilustrada igualmente en el endeudamiento dramático de los Estados, que en el curso de los últimos años se ha disparado: entre 1989 y 1994, la deuda pública ha pasado del 53 % al 65 % del producto interior bruto en Estados Unidos, del 57 al 73 % en Europa, hasta llegar al 142 % en el caso de Bélgica. De hecho, los Estados capitalistas están en suspensión de pagos. Si estuvieran sometidos a las mismas leyes que las empresas privadas, ya se habrían declarado oficialmente en quiebra. Esta situación no es, ni más ni menos, que la plasmación de que el capitalismo de Estado es la única respuesta que el sistema puede oponer a su propio callejón sin salida, pero se trata de una respuesta que de ninguna manera es una solución y que no puede servir eternamente.

4. las tasas de crecimiento, en algunos casos de dos cifras, de las famosas «economías emergentes» no contradicen la constatación de la quiebra general de la economía mundial. Resultan de un aflujo masivo de capitales atraídos por el coste increíblemente bajo de la fuerza de trabajo en esos países, de una explotación feroz de los proletarios, de lo que la burguesía púdicamente llama «deslocalizaciones». Esto significa que ese desarrollo económico tiene que acabar afectando la producción de los países más avanzados, cuyos Estados, cada vez más, se indignan contra las «prácticas comerciales desleales» de estos países «emergentes». Además, los rendimientos espectaculares que se regodean en presentar, recubren a menudo una ruina de sectores enteros de la economía de esos países: el «milagro económico» de China significa más de 250 millones de desempleados para el año 2000. En fin, el reciente hundimiento financiero de otro país «ejemplar», México, cuya moneda ha perdido la mitad de su valor de un día para otro, que ha necesitado la inyección urgente de casi 50mil millones de dólares de créditos (con mucho la mayor operación de «salvamento» de la historia del capitalismo) resume la realidad del espejismo que constituye la «emergencia» de ciertos países del tercer mundo. Las economías «emergentes» no son la nueva esperanza de la economía mundial. Sólo son manifestaciones, tan frágiles como aberrantes, de un sistema desquiciado. Y desde luego esta realidad no se pone en entredicho por la situación de los países de Europa del Este, cuya economía se pensaba, aún hasta hace poco, que iba a desarrollarse bajo el sol del liberalismo. Si algunos países (como Polonia) consiguen por el momento salir del paso, el caos que se despliega sobre la economía de Rusia (caída de casi 30 % de la producción en 2 años, más de 2000 % de aumento de los precios para este mismo período) viene a ilustrar de forma impresionante hasta qué punto mentían los discursos que habíamos escuchado en 1989. Hasta tal punto es catastrófico el estado de la economía rusa que la Mafia, que controla una buena parte de sus engranajes, no aparece como un parásito, como es el caso en ciertos países occidentales, sino como uno de los pilares que aseguran un mínimo de estabilidad.

5. En fin, el estado de quiebra potencial en el que se encuentra el capitalismo, el hecho de que no puede vivir eternamente de hipotecas sobre el porvenir, intentando sortear la saturación general y definitiva de los mercados huyendo hacia adelante con el endeudamiento, hace pender amenazas cada vez más fuertes sobre el conjunto del sistema financiero mundial. El sobresalto provocado por la quiebra del banco británico Barings, consecuencia de las acrobacias de un «golden boy», la perturbación que ha seguido al anuncio de la crisis del peso mexicano, sin parangón con el peso de la economía de México en la economía mundial, son índices indiscutibles de la verdadera angustia que atenaza a la clase dominante ante la perspectiva de una «auténtica catástrofe mundial» de sus finanzas, según las palabras del director del FMI. Pero esta catástrofe financiera en realidad revela la catástrofe en la que se hunde el propio modo de producción capitalista y que precipita al mundo entero en las convulsiones más considerables de su historia.

6. El terreno en el que se manifiestan más cruelmente estas convulsiones es el de los enfrentamientos imperialistas. Apenas han trascurrido cinco años desde el hundimiento del bloque del Este, desde las promesas de un «nuevo orden mundial» que hicieron los dirigentes de los principales países de Occidente, y nunca antes el desorden de las relaciones entre Estados ha sido tan flagrante. El «orden de Yalta», si bien se basaba en la amenaza de un enfrentamiento terrorífico entre superpotencias nucleares, y aunque esas dos superpotencias no habían parado de enfrentarse por medio de países interpuestos, contenía un cierto factor «de orden», precisamente. En ausencia de la posibilidad de una nueva guerra mundial, puesto que el proletariado de los países centrales no está alistado, los dos guardianes del mundo procuraban mantener en un marco «aceptable» los enfrentamientos imperialistas. Precisaban esencialmente evitar que sembraran el caos y las destrucciones en los países avanzados, y particularmente en el terreno principal de las dos guerras mundiales: Europa. Este edificio ha saltado en pedazos. Con los sangrientos enfrentamientos en ex-Yugoslavia, Europa ha dejado de ser un «santuario». Al mismo tiempo, esos enfrentamientos han puesto en evidencia lo difícil que es a partir de ahora que se establezca un nuevo «equilibrio», un nuevo «reparto del mundo» después del de Yalta.

7. Si el hundimiento del bloque del Este era en gran medida imprevisible, la desaparición de su rival del Oeste no lo era en absoluto. Había que tener la estupidez de la FECCI y no comprender nada del marxismo para pensar que podría mantenerse un solo bloque. Fundamentalmente todas las burguesías son rivales unas de otras. Esto se ve claramente en el terreno comercial, donde domina «la guerra de todos contra todos». Las alianzas diplomáticas y militares son la concreción del hecho de que ninguna burguesía puede hacer prevalecer sus intereses estratégicos sola en su rincón contra todas las demás. El adversario común es el único cemento de tales alianzas, y no una supuesta «amistad entre los pueblos», que hoy podemos ver hasta qué punto son elásticas y mentirosas, cuando los enemigos de ayer (como Rusia y Estados Unidos) descubren una repentina «amistad», y las amistades que duraban varias décadas (como la de Alemania y Estados Unidos) dan lugar a disputas. En este sentido, si los acontecimientos de 1989 significaron el fin del reparto del mundo surgido de la Segunda Guerra mundial, mostrando la incapacidad definitiva de Rusia para dirigir un bloque imperialista, suponían la tendencia a la reconstitución de nuevas constelaciones imperialistas. Sin embargo, si la potencia económica de Alemania y su localización geográfica la designaban como el único país que podía suceder a Rusia en el papel de líder de un eventual futuro bloque opuesto a Estados Unidos, su situación militar dista mucho de permitirle desde ahora realizar tal ambición. Y en ausencia de una fórmula de recambio de los alineamientos imperialistas que pueda suceder a los que han sido barridos por las sacudidas de 1989, el escenario mundial está sometido como nunca antes lo había estado, debido a la gravedad sin precedentes de la crisis económica que atiza las tensiones militares, al desencadenamiento del «cada uno a la suya», de un caos que agrava la descomposición general del modo de producción capitalista.

8. Así, la situación resultante del fin de los dos bloques de la «guerra fría» está dominada por dos tendencias contradictorias –de un lado, el desorden, la inestabilidad de las alianzas entre Estados y del otro el proceso de reconstitución de dos nuevos bloques– pero que sin embargo no son complementarias, puesto que la segunda agrava la primera. La historia de estos últimos años lo ilustra de manera clara:
– la crisis y la guerra del Golfo del 90-91, promovidas por Estados Unidos, son parte de la tentativa del gendarme americano de mantener su tutela sobre sus antiguos aliados de la guerra fría, tutela que éstos últimos están abocados a poner en cuestión con el fin de la amenaza soviética;
– la guerra en Yugoslavia es el resultado directo de la afirmación de las nuevas ambiciones de Alemania, principal instigadora de la secesión eslovena y croata, que atiza las brasas en la región;
– la continuación de esta guerra siembra la discordia tanto en la pareja franco-alemana, asociada en el liderazgo de la Unión europea (que constituye una primera piedra del edificio de un potencial nuevo bloque imperialista), como en la pareja anglo-americana, la más antigua y fiel que haya conocido el siglo XX.

9.Mas aún que los picotazos entre el gallo francés y el águila alemana, la amplitud de las infidelidades actuales en el matrimonio que ya dura desde hace 80 años entre la pérfida Albion y el tío Sam es un índice irrefutable del estado de caos en el que se encuentra hoy el sistema de las relaciones internacionales. Si, después de 1989, la burguesía británica se había mostrado en un primer momento como el aliado más fiel de su consorte americano, particularmente cuando la guerra del Golfo, las pocas ventajas que había sacado de esta fidelidad, así como la defensa de sus intereses específicos en el Mediterráneo y en los Balcanes, que le dictan una política proserbia, le han llevado a tomar distancias considerables con su aliado y a sabotear sistemáticamente la política americana de apoyo a Bosnia. La burguesía británica ha conseguido, con esta política, poner en marcha una sólida alianza táctica con la francesa, con vistas a acentuar la discordia entre Francia y Alemania, a lo que se presta gustoso el capital francés inquieto ante una Alemania «crecida». Esta nueva situación se ha plasmado, sobre todo, en una intensificación de la cooperación militar entre las burguesías británica y francesa, por ejemplo en el proyecto de constitución de una unidad aérea común y, especialmente, en el acuerdo de creación de una fuerza interafricana de «mantenimiento de la paz y prevención de crisis en Africa», lo que supone un cambio espectacular en la actitud británica que antes apoyó la política de USA en Ruanda, encaminada a acabar con la influencia francesa en este país.

10.Esta evolución de la actitud de Gran Bretaña hacia su gran aliado –cuyo disgusto pudo comprobarse por la acogida que Clinton dispensó el 17 de Marzo a Jerry Addams, líder del Sinn Fein irlandés– es uno de los acontecimientos más importantes de los últimos tiempos en la escena mundial. Revela el fracaso que representa para los Estados Unidos la evolución de la situación en la ex-Yugoslavia, donde la ocupación directa del terreno por tropas británicas y francesas bajo el uniforme de UNPROFOR, ha contribuido en gran medida a frustrar las tentativas norteamericanas de tomar posición firme en esta región, a través de su aliado bosnio. Muestra también que la primera potencia mundial, encuentra cada vez mayores dificultades para jugar su papel de gendarme mundial, papel éste que cada vez soportan menos las demás burguesías que tratan, por su parte, de exorcizar un pasado en el que la amenaza soviética les forzaba a someterse a los dictados de Washington.

Asistimos hoy a un importante debilitamiento, casi una crisis, del liderazgo de USA, que se va confirmando poco a poco en todas partes, y cuya imagen paradigmática sería la vergonzosa retirada de sus marines de Somalia, dos años después de su espectacular (y «retransmitido») desembarco. Este debilitamiento del liderazgo USA permite explicar también, por qué otras potencias osan incordiarle incluso en su «patio trasero» latinoamericano, como se ve en:
– las tentativas de las burguesías francesa y española de promover una «transición democrática» en Cuba CON Castro, y no SIN él como pretende el «tio Sam»;
– el acercamiento de la burguesía peruana al Japón, confirmado con la reciente reelección de Fujimori;
– el apoyo de la burguesía europea, especialmente a través de la Iglesia, a la guerrilla zapatista de Chiapas en México.

11. Este importante debilitamiento del liderazgo USA expresa en realidad que la tendencia dominante, hoy por hoy, no es tanto la constitución de un nuevo bloque sino más bien el «cada uno a la suya». A la primera potencia mundial, dotada de una aplastante superioridad militar, le resulta mucho más difícil dominar una situación marcada por una inestabilidad general, con precarias alianzas en todos los rincones del planeta, que la disciplina forzosa de los Estados impuesta por la amenaza de los mastodontes imperialistas y del Apocalipsis nuclear. En tal situación de inestabilidad, a cada potencia le es más fácil crearle problemas al adversario, saboteando alianzas que le eclipsarían, que desarrollar por su parte sólidas alianzas con que asegurar una estabilidad en sus dominios. Esta situación favorece, evidentemente, el juego de las potencias de 2º orden, por cuanto a éstas les resulta aún más fácil incordiar que mantener el orden. Tal realidad se ve además acentuada por el hundimiento de la sociedad capitalista en la descomposición generalizada. Por ello, hasta los mismos Estados Unidos recurren a menudo a este tipo de políticas. Sólo así puede explicarse, por ejemplo, el apoyo americano a la reciente ofensiva turca contra los nacionalistas kurdos en el norte de Irak, ofensiva que el aliado tradicional de Turquía –Alemania– ha considerado como una condenable provocación. No se trata tanto de una especie de cambio de alianzas entre Turquía y Alemania, sino de ir poniendo piedras (¡y de que tamaño!) en el camino de esa alianza, lo que revela además la importancia de un país como Turquía para ambos jerifaltes imperialistas. También resulta significativo de la actual situación mundial, que USA se vea obligado a emplear en Argelia armas que, como el terrorismo y el integrismo islámico, fueron antaño más propias de Ghaddafi o Jomeini.

Con todo, en estas prácticas desestabilizadoras recíprocas, los Estados Unidos y los demás países no parten de una «igualdad de oportunidades». Y así, mientras la diplomacia norteamericana puede permitirse intervenir en el juego político interno de países como Italia (en apoyo de Berlusconi), España (atizando escándalos como el de los GAL), Bélgica (caso Augusta) o Gran Bretaña (oposición de los «euroescépticos» a Major), sus rivales no pueden hacer lo mismo con USA. En ese sentido, los problemas que puedan surgir en el seno de la burguesía americana ante sus fracasos, o sus debates internos sobre opciones estratégicas delicadas (por ejemplo su alianza con Rusia), no tienen nada que ver con las convulsiones políticas que pueden afectar a otros países. Así por ejemplo, las «disensiones» aireadas con ocasión del envío de 30 mil marines a Haití, no significan divergencias reales sino fundamentalmente un reparto de tareas entre diferentes facciones de la burguesía, que acentúa las ilusiones democráticas y que han facilitado la consecución de una mayoría republicana en el Congreso, tal y como querían los sectores dominantes de la burguesía.

12. A pesar de su enorme superioridad militar y aunque no pueda utilizarla al mismo nivel que en el pasado, aún cuando se vean obligados a recortar algo sus gastos de defensa habida cuenta del déficit presupuestario, los Estados Unidos no renuncian en absoluto a continuar modernizando su arsenal en busca de armas cada vez más sofisticadas, prosiguiendo especialmente el proyecto de la «guerra de las galaxias». Emplear la fuerza bruta o amenazar con ello, constituye prácticamente el único medio de que dispone la potencia norteamericana para hacer respetar su autoridad. Que esta carta se demuestre impotente para frenar el caos, o que lo agrave aún más, como se vio tras la guerra del Golfo o más recientemente en Somalia, no hace más que confirmar el carácter insuperable de las contradicciones que asaltan al capitalismo mundial. Que potencias como China y Japón –rivales de USA en el sureste asiático y en el Pacífico– refuercen considerablemente su potencial militar, sólo puede empujar a Estados Unidos a desarrollar su armamento, y a emplearlo.

13. El caos sangriento en las relaciones imperialistas que hoy caracteriza la situación mundial, encuentra su máximo exponente en los países de la periferia; pero el ejemplo de la ex-Yugoslavia a sólo algunos centenares de kilómetros de las grandes concentraciones industriales de Europa, pone de manifiesto como ese caos se acerca a los países centrales. A las decenas de miles de muertos provocados por las matanzas en Argelia estos últimos años, al millón de cadáveres de las masacres de Ruanda, hay que sumar los cientos de miles de muertos en Croacia y Bosnia. De hecho hoy se cuentan por decenas las zonas de enfrentamientos sangrientos en África, Asia, América Latina, Europa, mostrando el indescriptible caos que el capitalismo en descomposición engendra en la sociedad. En ese sentido el hecho de que las masacres perpetradas por el Ejército ruso en Chechenia (para intentar frenar el estallido de Rusia consiguiente a la dislocación de la antigua URSS), hayan suscitado una complicidad prácticamente generalizada, revela la inquietud que asalta a la clase dominante ante la perspectiva de intensificación de ese caos.

Hay que afirmarlo claramente: sólo la destrucción del capitalismo por el proletariado, puede impedir que ese creciente caos aboque a la destrucción de la humanidad.

14. Hoy, más que nunca, la lucha del proletariado es la única esperanza de porvenir para la sociedad humana. Esta lucha que resurgió con fuerza a finales de los años 60 (poniendo fin a la más terrible contrarrevolución vivida por la clase obrera), ha sufrido un considerable retroceso con el hundimiento de los regímenes estalinistas y las campañas ideológicas que lo acompañaron, así como con acontecimientos (guerra del Golfo, conflicto en Yugoslavia...) que le sucedieron. Este retroceso que afectó de forma masiva al proletariado, tanto en el plano de la combatividad como en el de la conciencia, no desmintió sin embargo, tal y como explicó la CCI en aquellos mismos momentos, el curso histórico hacia los enfrentamientos de clase. Las luchas que el proletariado ha desarrollado en los últimos años han venido a confirmar lo anterior: la capacidad del proletariado para retomar, sobre todo después de 1992, el camino de la lucha de clases, confirmando así que no se ha invertido el curso histórico; y también las enormes dificultades que ha encontrado en ese camino, dada la extensión y la profundidad de ese retroceso. Estas luchas obreras se desarrollan de forma sinuosa, con avances y retrocesos, en un movimiento con altibajos.

15. Los movimientos masivos del otoño de 1992 en Italia, los de Alemania en 1993 y tantos otros ejemplos, mostraron como crecía el potencial de combatividad en las filas obreras. Después, esta combatividad se ha expresado más lentamente, con largos momentos de adormecimiento, pero no se ha visto desmentida. Las masivas movilizaciones del otoño de 1994 en Italia, la serie de huelgas en el sector público en Francia en la primavera de 1995 son, entre otras, manifestaciones de esa combatividad. Sin embargo es necesario reseñar, que la tendencia al desbordamiento de los sindicatos que se vio en Italia en 1992 no se ha visto confirmada en 1994, cuando la manifestación «monstruo» de Roma ha sido por el contrario, una obra maestra de control sindical. De igual manera, la tendencia a la unificación espontánea de los obreros en la calle que apareció en otoño de 1993 en el Ruhr (Alemania), ha dejado paso a maniobras sindicales de gran envergadura, como la «huelga» de la metalurgia de principios de 1995, perfectamente dominada por la burguesía. También las recientes huelgas en Francia, más bien «jornadas de movilización» sindicales, han constituido un éxito para éstos.

16. Las dificultades que hoy experimenta la clase obrera para avanzar en su terreno son resultado, además de la profundidad del retroceso sufrido en 1989, de toda una serie de obstáculos suplementarios promovidos o aprovechados por la clase enemiga. Debemos enmarcar estas dificultades en el peso negativo que ejerce la descomposición general del capitalismo sobre las conciencias obreras, socavando la con­ fianza del proletariado en sí mismo y en la perspectiva de su lucha.

Más concretamente el paro masivo y permanente que hoy se desarrolla, si bien es un signo indiscutible de la quiebra del capitalismo, tiene como principal efecto provocar un fuerte desánimo y desesperación en sectores importantes de la clase obrera, algunos de los cuáles se ven condenados a la exclusión social y casi a la lumpenización. Este desempleo sirve, también, como instrumento de chantaje y represión de la burguesía contra aquellos sectores que todavía conservan un trabajo. De igual modo, los discursos sobre la «recuperación» y algunas estadísticas positivas (beneficios, tasas de crecimiento...) de las economías de los países más importantes, son ampliamente aprovechados por los sindicatos para desarrollar sus discursos sindicales de que «los patronos pueden pagar». Estos discursos son especialmente peligrosos, por cuanto amplifican las ilusiones reformistas de los trabajadores, haciéndolos con ello más vulnerables al encuadramiento sindical, y además porque encierran la idea de que si los patronos «no pudieran pagar», luchar no serviría para nada, con lo que se desarrolla un factor suplementario de división (amén de entre empleados y parados), entre diferentes sectores obreros que trabajan en ramos afectados de manera desigual por los efectos de la crisis.

17. Estos obstáculos han permitido a los sindicatos hacerse con el dominio de la combatividad obrera, canalizándola hacia «acciones» enteramente controladas por ellos. Sin embargo las actuales maniobras de los sindicatos tienen además, y por encima de otros, un sentido preventivo tratando de reforzar su control sobre los trabajadores antes de que la combatividad de estos vaya más lejos, como resultado, lógicamente, de su creciente cólera ante los ataques cada vez más brutales de la crisis.

También es necesario destacar el cambio recientemente operado en ciertos discursos de la burguesía. Mientras en los primeros años tras el hundimiento del bloque del Este, lo dominante eran las campañas sobre «la muerte del comunismo», «la imposibilidad de la revolución»..., hoy se vuelven a poner de moda discursos favorables al «marxismo», a la «revolución» al «comunismo», y no sólo por parte de los izquierdistas. Se trata también de una medida preventiva de la burguesía, destinada a desviar la reflexión de la clase obrera, que tenderá a desarrollarse ante la quiebra cada vez más evidente del modo de producción capitalista. Incumbe a los revolucionarios en su intervención, denunciar con el mayor vigor tanto las maniobras canallescas de los sindicatos, como esos discursos aparentemente «revolucionarios». Les incumbe propugnar la verdadera perspectiva de la revolución proletaria y del comunismo, como única salida capaz de salvar a la humanidad y como resultado último de los combates obreros.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [24]

II - Los inicios de la revolución

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En el último artículo de esta Revista internacional, demostrábamos que la respuesta de la clase obrera se fue haciendo cada vez más fuerte en el desarrollo de la Iª Guerra mundial. A principios de 1917, tras dos años y medio de barbarie, la clase obrera logró desarrollar a nivel internacional una relación de fuerzas que permitió someter cada día más a la burguesía a su presión. En febrero de 1917, los obreros de Rusia se sublevaron, derrocando al zar. Pero para acabar con la guerra tuvieron que echar abajo el gobierno burgués y tomar el poder en octubre del 17. Lo ocurrido en Rusia demostraba que establecer la paz no era posible sin haber hecho caer a la clase dominante. La toma victoriosa del poder iba a tener un eco inmenso en la clase obrera de los demás países. Por primera vez en la historia, la clase obrera había logrado hacerse con el poder en un país. El acontecimiento fue una lumbrera para los obreros de los demás países, especialmente de Austria, Hungría, de todo Centroeuropa, pero especialmente de Alemania.

Así, en este país, después de haber estado sometida a la marea de nacionalismo patriotero, la clase obrera se pone a luchar de manera creciente contra la guerra. Aguijoneada por el desarrollo revolucionario en Rusia y después de varios movimientos anunciadores, una huelga de masas estalla en abril de 1917. En enero de 1918, un millón de obreros se echan a la calle en un nuevo movimiento huelguístico y fundan un consejo obrero en Berlín. Influenciados por los acontecimientos de Rusia, la combatividad en los frentes militares se va desmoronando durante el verano de 1918. Las fábricas están en efervescencia; cada día se reúnen más obreros en las calles para intensificar la respuesta a la guerra. La clase dominante en Alemania, consciente del influjo de la Revolución rusa entre los obreros, para salvar su propio pellejo, lo hace todo por levantar una muralla contra la extensión de la revolución.

Sacando las lecciones de los acontecimientos revolucionarios en Rusia y enfrentada a un movimiento de luchas obreras excepcional, a finales de septiembre, el Ejército obliga al Káiser a abdicar y nombra un nuevo gobierno. Pero la combatividad de la clase obrera se mantiene en su impulso y la agitación no cesa.

El 28 de octubre empieza en Austria, pero también en las provincias checa y eslovaca y en Budapest, una oleada de huelgas que se termina con el derrocamiento de la monarquía. Por todas partes aparecen consejos obreros y de soldados, a imagen de los soviets rusos.

En Alemania, la clase dominante pero también los revolucionarios, se preparan desde entonces a la fase determinante de los enfrentamientos. Los revolucionarios preparan la sublevación. Aunque la mayoría de los dirigentes espartaquistas (Liebknecht, Luxemburg, Jogiches) están en la cárcel y aunque durante cierto tiempo, la imprenta ilegal del Partido se encuentra paralizada a causa de una redada policiaca, los revolucionarios siguen sin embargo, preparando la insurrección en torno al grupo Spartakus.

A primeros de octubre los espartaquistas mantienen una conferencia con los Linskradicale de Bremen y de otras ciudades. Durante esta conferencia se deja constancia de que han empezado los enfrentamientos revolucionarios abiertos y se adopta un llamamiento que se difunde con profusión por todo el país y también en el frente. Sus ideas principales son: los soldados han empezado a librarse del yugo, el Ejército se desmorona; pero ese primer ímpetu de la revolución topa con la contrarrevolución. Al haber fallado los medios de represión de la clase dominante, la contrarrevolución intenta atajar el movimiento otorgando pretendidos derechos «democráticos». La finalidad del parlamentarismo y del nuevo modo de votación es que el proletariado siga soportando su situación.

«Durante la discusión sobre la situación internacional quedó plasmado el hecho de que la revolución rusa ha aportado un apoyo moral esencial al movimiento en Alemania. Los delegados deciden transmitir a los camaradas de Rusia su gratitud, su solidaridad y su simpatía fraterna, prometiendo confirmar esa solidaridad no sólo con palabras sino con actos correspondientes al modelo ruso.

Se trata para nosotros de apoyar los motines de los soldados, de pasar a la insurrección armada, ampliar la insurrección armada hasta la lucha por todo el poder en beneficio de los obreros y los soldados, asegurando la victoria mediante huelgas de masas obreras. Ésa es la tarea de los días y las semanas venideras.»

Desde el principio de esos enfrentamientos revolucionarios, podemos afirmar que los espartaquistas ponen inmediatamente al desnudo las maniobras de la clase dominante. Desvelan el carácter mentiroso de la democracia, comprenden sin vacilar los pasos indispensables para el avance del movimiento: preparar la insurrección es apoyar a la clase obrera en Rusia, no sólo en palabras sino en actos. Comprenden que la solidaridad de la clase obrera en la nueva situación no puede limitarse a declaraciones, sino que necesita que los obreros mismos entren en lucha. Esta lección es, desde entonces, un hilo rojo en la historia del movimiento obrero y de sus luchas.

La burguesía también afila sus armas. El 3 de octubre de 1918, retira al Kaiser sustituyéndolo por un nuevo Príncipe, Max von Baden y hace entrar al Partido socialdemócrata alemán (SPD) en el gobierno. La dirección del SPD (partido fundado en el siglo pasado por la clase obrera misma) había traicionado en 1914 y había excluido a los internacionalistas agrupados en torno a los espartaquistas y las Linksradicale, como también a los centristas. El SPD ya no tiene en su seno la más mínima vida proletaria. Desde el inicio de la guerra ha apoyado la política imperialista. Y también va a actuar contra el levantamiento revolucionario de la clase obrera.

Por primera vez, la burguesía llama al gobierno a un partido surgido de la clase obrera y pasado recientemente al campo del capital para asegurar así, en esa situación revolucionaria, la protección del Estado capitalista. Mientras que todavía muchos obreros guardan ilusiones, los revolucionarios comprenden inmediatamente el nuevo papel que va a desempeñar la socialdemocracia. Rosa Luxemburg escribe en octubre de 1918: «El socialismo de gobierno, por su entrada en el gabinete, se ha vuelto el defensor del capitalismo y está cerrando el paso a la revolución proletaria ascendente».

A partir de enero de 1918, cuando el primer consejo obrero aparece durante las huelgas de masas de Berlín, los delegados revolucionarios (Revolutionnäre Obleute) y los espartaquistas se ven regularmente en secreto. Los delegados son muy próximos al USPD. Con un telón de fondo de incremento de la combatividad, de disgregación del frente, de empuje obrero para pasar a la acción, empiezan a finales de octubre, en el seno de un Comité de acción formado tras la conferencia mencionada antes, a discutir de planes concretos para la insurrección.

El 23 de octubre, Liebnecht es liberado de la cárcel. Más de 20 000 obreros vienen a saludarlo a su llegada a Berlín.

Después de la expulsión de Berlín de los miembros de la embajada rusa por el gobierno alemán con la insistencia del SPD, a causa de las asambleas de apoyo a la Revolución rusa organizadas por los revolucionarios, el Comité de acción discute de la situación. Liebnecht insiste en la necesidad de la huelga general y en las manifestaciones de masas que deberán armarse. Durante la reunión de «delegados» del 2 de noviembre, el Comité propone incluso la fecha del 5 con las consignas de: «Paz inmediata y levantamiento del estado de sitio, Alemania república socialista, formación de consejos obreros y de soldados» (Drabkin, p. 104).

Los delegados revolucionarios que piensan que la situación no está madura abogan por una espera suplementaria. Durante ese tiempo, los miembros del USPD en las diferentes ciudades esperan nuevas instrucciones, pues nadie quiere entrar en acción antes que Berlín. La noticia de una sublevación inminente se extiende por otras ciudades del Reich.

Todo va a acelerarse con los acontecimientos de Kiel. El 3 de noviembre, la flota de Kiel debe zarpar para seguir la guerra, pero la marinería se rebela y se amotina. Se crean inmediatamente consejos de soldados, inmediatamente seguidos por la formación de consejos obreros. El mando militar amenaza con bombardear la ciudad. Pero, comprendiendo que no va a lograr aplastar el motín por la fuerza, echa mano de su caballo de Troya: el dirigente del SPD, Noske. Éste, poco después de llegar, consigue introducirse fraudulentamente en el Consejo obrero.

Pero el movimiento de los consejos obreros y de soldados ya ha lanzado una señal al conjunto del proletariado. Los consejos forman delegaciones masivas de obreros y de soldados que acuden a otras ciudades. Son enviadas grandes delegaciones a Hamburgo, Bremen, Flensburg, al Ruhr y hasta Colonia. Las delegaciones se dirigen a los obreros reunidos en asambleas, haciendo llamamientos a la creación de consejos obreros y de soldados. Miles de obreros se desplazan así de las ciudades del norte de Alemania hasta Berlín y a otras ciudades de provincias. Muchos de ellos son arrestados por los soldados obedientes al gobierno (más de 1300 detenciones sólo en Berlín el 6 de noviembre) y encerrados en los cuarteles, en donde, sin embargo, prosiguen su agitación.

En una semana surgen consejos obreros y de soldados por todas las principales ciudades de Alemania y los obreros toman en sus propias manos la extensión del movimiento. No abandonan su suerte en manos de los sindicatos o del parlamento. Ya no luchan por gremios, aislados unos de otros, con reivindicaciones de sector específicas; al contrario, en cada ciudad se unen y formulan reivindicaciones comunes. Actúan por sí y para sí mismos, buscando la unión de los obreros de las demás ciudades ([1]).

Menos de dos años después de sus hermanos de Rusia, los obreros alemanes dan un ejemplo claro de su capacidad para dirigir ellos mismos su propia lucha. Hasta el 8 de noviembre, en casi todas las ciudades –excepto Berlín– se organizan consejos obreros y de soldados.

El 8 de noviembre los «hombres de confianza» del SPD refieren: «Es imposible parar el movimiento revolucionario; si el SPD quisiera oponerse al movimiento, sería sencillamente anegado por la marea».

Cuando llegan las primeras noticias de Kiel a Berlín el 4 de noviembre, Liebknecht propone al Comité ejecutivo la insurrección para el 8 de ese mes. Mientras que ya el movimiento se ha extendido espontáneamente a todo el país, aparece evidente que el levantamiento de Berlín, sede del gobierno, exige a la clase obrera un método organizado, claramente orientado hacia un objetivo, el de reunir todas sus fuerzas. Pero el Comité ejecutivo sigue vacilando. Sólo será después de la detención de dos de sus miembros en posesión del proyecto de insurrección cuando se decida pasar a la acción para el día siguiente. Los espartaquistas publican el 8 de noviembre de 1918 el siguiente llamamiento:

«Ahora que ya ha llegado el momento de actuar, no debe haber vacilaciones. Los mismos «socialistas» que han cumplido durante cuatro años su papel de sicarios al servicio del gobierno (...) lo están ahora haciendo todo para debilitar vuestra lucha y torpedear el movimiento.

¡Obreros y soldados!, lo que vuestros camaradas han logrado llevar a cabo en Kiel, Hamburgo, Bremen, Lübeck, Rostock, Flensburg, Hannover, Magdeburgo, Brunswick, Munich y Stuttgart, también vosotros debéis conseguir realizarlo. Pues de lo que conquistéis en la lucha, de la tenacidad y del éxito de vuestra lucha, depende la victoria de vuestros hermanos aquí y allá y de ello depende la victoria del proletariado del mundo entero. ¡Soldados! Actuad como vuestros camaradas de la flota, uníos a vuestros hermanos en uniforme de trabajo. No os dejéis utilizar contra vuestros hermanos, no obedezcáis a las órdenes de los oficiales, no disparéis sobre los luchadores de la libertad. ¡Obreros y soldados! Los objetivos próximos de vuestra lucha deben ser:
1) la liberación de todos los presos civiles y militares;
2) la abolición de todos los Estados y la supresión de todas las dinastías;
3) la elección de consejos obreros y de soldados, la elección de delegados en todas las fábricas y unidades de la tropa;
4) el establecimiento inmediato de relaciones con los demás consejos obreros y de soldados alemanes;
5) la toma a cargo del gobierno por los comisarios de los consejos obreros y de soldados;
6) el vínculo inmediato con el proletariado internacional y, muy especialmente, con la República obrera rusa.
¡Viva la república socialista!
¡Viva la Internacional!»

El grupo Internationale (grupo Spartakus),
8 de noviembre.

Los sucesos del 9 de noviembre

A las primeras horas de la madrugada del 9 de noviembre empieza el alzamiento revolucionario en Berlín.

«¡Obreros, soldados, camaradas!
¡Ha llegado la hora de la decisión! Se trata ahora de saber estar a la altura de la tarea histórica...
¡Exigimos la abdicación no de un solo hombre sino de la república!.
¡República socialista con todas sus consecuencias!. ¡Adelante en la lucha por la paz, la libertad y el pan!.
¡Salid de las fábricas! ¡Salid de los cuarteles! ¡Daos la mano! ¡Viva la república socialista!»

(Octavilla espartaquista)

Cientos de miles de obreros responden al llamamiento del grupo Spartakus y del Comité ejecutivo, dejan el trabajo y afluyen en gigantescos cortejos de manifestaciones hacia el centro de la ciudad. A su cabeza van grupos de obreros armados. La gran mayoría de las tropas se une a los obreros manifestantes y fraterniza con ellos. Al mediodía, Berlín está en manos de los obreros y los soldados revolucionarios. Los lugares importantes son ocupados por los obreros. Una columna de manifestantes, obreros y soldados se presenta ante el palacio de los Hohenzollern. Allí, Liebknecht toma la palabra:

«La dominación del capitalismo, que ha transformado a Europa en un cementerio, se ha quebrado (...) Y no será porque el pasado ha muerto por lo que nuestra tarea se habría terminado. Debemos tensar todas nuestras fuerzas para construir el gobierno de los obreros y de los soldados (...) Nosotros damos la mano (a los obreros del mundo entero) y les invitamos a terminar la revolución mundial (...) Proclamo la libre República socialista de Alemania» (Liebknecht, 9 de noviembre).

Además, pone en guardia a los obreros para que no se contenten con lo conseguido, llamándoles a la toma del poder y a la unificación internacional de la clase obrera.

El 9 de noviembre, el antiguo régimen no utiliza la fuerza para defenderse. Pero esto no es así porque vacile en hacer correr la sangre, pues ya tiene millones de muertos en la conciencia, sino porque la revolución le ha desorganizado el Ejército, quitándole gran cantidad de soldados que hubieran podido disparar contra el pueblo. Como en Rusia, en febrero de 1917, cuando los soldados se pusieron del lado de los obreros en lucha, la reacción de los soldados alemanes es un factor importante en la relación de fuerzas. Pero la cuestión central de los proletarios en uniforme sólo podía resolverse gracias a la autoorganización, a la salida de las fábricas y a «la ocupación de la calle», mediante la unificación masiva de la clase obrera. Al haber conseguido convencer a los soldados de la necesidad de la fraternización, los obreros muestran que son ellos quienes desempeñan el papel dirigente.

Por la tarde del 9 de noviembre se reúnen miles de delgados en el Circo Busch. R. Müller, uno de los principales dirigentes de los Delegados revolucionarios, lanza un llamamiento para que: «El diez de noviembre sea organizada en todas las fábricas y en todas las unidades de tropa de Berlín la elección de consejos obreros y de soldados. Los consejos elegidos deberán tener una asamblea en el Circo Busch a las 17 para elegir el gobierno provisional. Las fábricas deberán elegir un miembro para el consejo obrero por cada 1000 obreros y obreras, al igual que todos los soldados deberán elegir un miembro para el consejo de soldados por batallón. Las fábricas más pequeñas (de menos de 500 empleados) deben elegir cada una un delegado. La asamblea insiste sobre el nombramiento por la asamblea de consejos de un órgano de poder».

Los obreros dan así los primeros pasos para crear un situación de doble poder. ¿Lograrán ir tan lejos como sus hermanos de clase de Rusia?.

Los espartaquistas, por su parte, afirman que la presión y las iniciativas procedentes de los consejos locales deben reforzarse. La democracia viva de la clase obrera, la participación activa de los obreros, las asambleas generales en las fábricas, la designación de delegados responsables ante ellas y revocables, ¡ésa debe ser la práctica de la clase obrera!.

Los obreros y los soldados revolucionarios ocupan por la tarde del 9 de noviembre la imprenta del Berliner-Lokal-Anzeiger e imprimen el primer número del periódico Die rote Fahne (Bandera roja), el cual pone inmediatamente en guardia: «No existe la más mínima comunidad de intereses con quienes os han traicionado durante 4 años. ¡Abajo el capitalismo y sus agentes! ¡Viva la revolución! ¡Viva la Internacional!».

La cuestión de la toma del poder por la clase obrera: la burguesía en pie de guerra

El primer consejo obrero y de soldados de Berlín (llamado Ejecutivo) se considera rápidamente como órgano de poder. En su primera proclamación del 11 de noviembre, se proclama instancia suprema de control de todas las administraciones públicas, de los municipios, de los Länder (regiones) y del Reich así como de la administración militar.

Pero la clase dominante no cede así como así el terreno a la clase obrera. Al contrario, va a oponerle la resistencia más encarnizada.

En efecto, mientras que Liebknecht proclama la República socialista ante la mansión de los Hohenzollern, el príncipe Max von Baden abdica y confía los asuntos gubernamentales a Ebert, nombrado canciller. El SPD proclama la «libre República de Alemania».

Así, el SPD se encarga de los asuntos gubernamentales y enseguida apela a «la calma y el orden», anunciando unas próximas «elecciones libres»; se da cuenta de que sólo podrá oponerse al movimiento, minándolo desde dentro.

Proclama su propio consejo obrero y de soldados compuesto únicamente de funcionarios del SPD y al cual nadie le otorga la menor legitimidad. Después, el SPD declara que el movimiento está dirigido en común por él y por el USPD. Esta táctica de entrismo en el movimiento y de destrucción desde el interior ha sido, desde entonces, la utilizada por los izquierdistas con sus falsos comités de huelga, autoproclamados, y sus coordinaciones. La socialdemocracia y sus sucesores, los grupos de la extrema izquierda capitalista, son especialistas en ponerse a la cabeza de un movimiento y manipularlo de tal modo que aparezcan como sus representantes legítimos.

Mientras intenta sabotear el trabajo del Ejecutivo actuando directamente en su seno, el SPD anuncia la formación de un gobierno común con el USPD. Éste acepta, mientras que los espartaquistas, que son todavía miembros de éste en ese momento, rechazan de plano el ofrecimiento. Si para la gran mayoría de obreros, la diferencia entre el USPD y los espartaquistas no es muy clara, éstos últimos tienen sin embargo una actitud clara respecto a la formación del gobierno. Se dan cuenta de la trampa y entienden perfectamente que no es posible meterse en la misma barca que el enemigo de clase.

La mejor manera para combatir las ilusiones de los obreros sobre los partidos de izquierda no es, ni mucho menos, auparlos al gobierno para que así sus mentiras queden al desnudo, como pretenden hoy los trotskistas y demás izquierdistas. Para desarrollar la conciencia de clase, lo indispensable es la delimitación de clase más clara y más estricta y no otra cosa.

En la noche del 9 de noviembre, el SPD y la dirección del USPD se hacen proclamar comisarios del pueblo y el gobierno se hace nombrar por el Consejo ejecutivo. El SPD hace la demostración de su habilidad. Ahora puede actuar contra la clase obrera tanto desde los sillones del gobierno como en nombre del Comité de los consejos. Ebert es a la vez canciller del Reich y comisario del pueblo elegido por el ejecutivo de los consejos; puede así dar la apariencia de estar del lado de la revolución. El SPD tenía ya la confianza de la burguesía, pero al lograr captar la de los obreros con tanta habilidad, muestra sus capacidades maniobreras y de mistificación. Es también ésa una lección para la clase obrera, una lección sobre la manera embaucadora con la que las fuerzas del capital pueden actuar.

Examinemos de más cerca la manera de actuar del SPD sobre todo durante la asamblea del Consejo obrero y de soldados del 10 de noviembre en la que están presentes unos 3000 delegados. No se efectúa el más mínimo control y por eso mismo los representantes de los soldados se encuentran en mayoría. Ebert es el primero en tomar la palabra. Según él, «la vieja desavenencia fratricida» ha desaparecido, al haber formado un gobierno común el SPD y el USPD; se trataría ahora de «emprender en común el desarrollo de la economía sobre la base de los principios del socialismo. ¡Viva la unidad de la clase obrera alemana y de los soldados alemanes!». En nombre del USPD, Hasse celebra la «unidad reencontrada», «queremos consolidar las conquistas de la gran revolución socialista. El gobierno será un gobierno socialista». «Los que ayer todavía trabajaban contra la revolución, ya no están ahora contra ella» (E. Barth, 10 de noviembre de 1918). «Habrá que hacerlo todo para que la contra­ rrevolución no se subleve».

Y es así como, mientras el SPD emplea todos los medios para embaucar a la clase obrera, el USPD sirve de tapadera a sus maniobras. Los espartaquistas se dan cuenta del peligro y Liebknecht declara durante dicha asamblea:

«Debo echar un jarro de agua fría a vuestro entusiasmo. La contrarrevolución ya está en marcha, ya ha entrado en acción...Os lo digo: ¡los enemigos están a vuestro alrededor! (Liebknecht enumera entonces las intenciones contrarrevolucionarias de la socialdemocracia). Ya sé lo muy desagradable que es esta perturbación, pero aunque me fusilarais seguiría diciendo lo que yo creo que es indispensable decir».

Los espartaquistas ponen así en guardia contra el enemigo de clase, que está presente, e insisten en la necesidad de echar abajo el sistema. Para ellos lo que está en juego no es un cambio de personas, sino la superación del sistema mismo.

A la inversa, el SPD con el USPD de remolque, actúa para que el sistema se mantenga haciendo creer que con un cambio de dirigentes y la investidura de un nuevo gobierno, la clase obrera ha obtenido una victoria.

En eso también, el SPD es un buen profesor para los defensores del capital por la manera con la que desvía la cólera sobre personalidades dirigentes para así evitar que se haga daño al sistema en su conjunto. Esta manera de actuar será desde entonces sistemáticamente puesta en práctica ([2]).

El SPD remacha el clavo en su periódico del 10 de noviembre, en donde escribe bajo el título «La unidad y no la lucha fratricida»:

«Desde ayer el mundo del trabajo tiene el sentimiento de hacer surgir la necesidad de unidad interna. De casi todas las ciudades, de todos los Länder, de todos los Estados de la federación nos llegan ecos de que el viejo Partido (el SPD) y los Independientes (el USPD) se han vuelto a encontrar el día de la revolución y se han reunificado en el antiguo Partido (...). La obra de reconciliación no debe fracasar a causa de unos cuantos agriados cuyo carácter no sería lo suficientemente fuerte para superar los viejos rencores y olvidarlos. Al día siguiente de tan magnífico triunfo (sobre el antiguo régimen) ¿habrá que ofrecer al mundo el espectáculo del mutuo desgarramiento del mundo del trabajo en una absurda lucha fratricida?» (Vorwaerts, 10 de noviembre de 1918).

Las dos armas del capital para asegurar el sabotaje político

A partir de ese momento, el SPD pone en movimiento todo un arsenal de armas contra la clase obrera. Además del «llamamiento a la unidad», inyecta sobre todo el veneno de la democracia burguesa. Según él, la introducción del «sufragio universal, igual, directo y secreto para todos los hombre y mujeres de edad adulta fue a la vez presentado como la conquista más importante de la revolución y como el medio de transformar el orden de la sociedad capitalista hacia el socialismo siguiendo la voluntad del pueblo según un plan metódico». Así, con la proclamación de la República y el que haya ministros del SPD en el poder, el SPD hace creer que la meta ha sido alcanzada y con la abdicación del Kaiser y el nombramiento de Erbert a la cancillería, que se ha creado el libre Estado popular. En realidad lo que acaba de ser eliminado en Alemania no es más que un anacronismo de poca monta, pues la burguesía es desde hace ya mucho tiempo la clase políticamente dominante; a la cabeza del Estado ya no hay un monarca, sino un burgués. Eso no cambia gran cosa... Por lo tanto, está claro que el llamamiento a elecciones democráticas va dirigido directamente contra los consejos obreros. Además, el SPD bombardea a la clase obrera con una propaganda ideológica intensiva, mentirosa y criminal:

«Quien quiere el pan, debe querer la paz. Quien quiere la paz, debe querer la Constituyente, la representación libremente elegida por el conjunto el pueblo alemán. Quien critique la Constituyente o quiera contrarrestarla, os está quitando la paz, la libertad y el pan, os está robando los frutos inmediatos de la victoria de la revolución: es un contrarrevolucionario.»

«La socialización se verificará, deberá verificarse (...) por la voluntad del pueblo trabajador, el cual, fundamentalmente, quiere abolir esta economía animada por la aspiración de los particulares a la ganancia. Pero será mil veces más fácil imponerla si lo decreta la Constituyente, y no con la dictadura de no se sabe qué comité revolucionario que la ordena (...)»

«El llamamiento a la Constituyente es el llamamiento al socialismo creador, constructor, a ese socialismo que incrementa el bienestar del pueblo, que eleva la felicidad y la libertad del pueblo y sólo por él vale la pena luchar» (panfleto del SPD).

Si citamos exhaustivamente al SPD es para hacerse una mejor idea de las argucias y de las artimañas que utiliza la izquierda del capital.

Tenemos aquí una vez más una de las características clásicas de la acción de la burguesía contra la lucha de clases en los países altamente industrializados: cuando el proletariado expresa su fuerza y aspira a su unificación, siempre son las fuerzas de izquierda las que intervienen con la más hábil de las demagogias. Son ellas las que pretenden actuar en nombre de los obreros e intentan sabotear las luchas desde dentro, impidiendo que el movimiento supere las etapas decisivas.

La clase obrera revolucionaria en Alemania encuentra frente a sí a un adversario incomparablemente más fuerte que el que enfrentaron los obreros rusos. Para engañarla, el SPD adopta un lenguaje radical que va en el sentido supuesto de los intereses de la revolución, poniéndose así a la cabeza del movimiento, cuando es en realidad el representante principal del Estado burgués. No actúa contra la clase obrera como partido exterior al Estado, sino como punta de lanza de éste.

Los primeros días del enfrentamiento revolucionario muestran ya en aquella época la característica general de la lucha de clases en los países altamente industrializados: una burguesía experimentada en todo tipo de artimañas que se enfrenta a una clase obrera fuerte. Sería una ilusión pensar que la victoria de la clase obrera pueda ser fácil.

Como veremos más tarde, los sindicatos, por su parte, actúan como segundo pilar del capital, colaborando con los patronos inmediatamente después de desencadenarse el movimiento. Tras haber organizado durante el conflicto la producción de guerra, tendrán que intervenir junto al SPD para derrotar al movimiento. Se hacen unas cuantas concesiones, entre ellas la jornada de 8 horas, para así impedir la radicalización de la clase obrera.

Pero el sabotaje político, la labor de zapa de la conciencia de la clase obrera por el SPD no son suficientes: simultáneamente, ese partido traidor sella un pacto con el Ejército para una acción militar.

La represión

El comandante en jefe del Ejército, el general Groener, quien durante la guerra había colaborado cotidianamente con el SPD y los sindicatos como responsable de proyectos armamentísticos, explica:

«Nosotros nos aliamos para combatir el bolchevismo. La restauración de la monarquía era imposible (...) Yo había aconsejado al Feldmarschall no combatir la revolución con las armas, pues era de temer que, teniendo en cuenta el estado de las tropas, ese medio fuera un fracaso. Propuse que el alto mando militar se aliara con el SPD en vista de que no había otro partido que dispusiera de suficiente influencia en el pueblo, y entre las masas, para reconstruir una fuerza gubernamental con el mando militar. Los partidos de derechas habían desaparecido por completo y debía excluirse la posibilidad de trabajar con los extremistas radicales. Se trataba en primer lugar de arrancar el poder de manos de los consejos obreros y de soldados de Berlín. Con ese fin se previó un plan. Diez divisiones debían entrar en Berlín. Ebert estaba de acuerdo. (...) Nosotros elaboramos un programa que preveía, tras la entrada de las tropas, la limpieza de Berlín y el desarme de los espartaquistas. Eso quedó convenido con Ebert, al cual le estoy profundamente reconocido por su amor absoluto a la patria. (...) Esta alianza fue sellada contra el peligro bolchevique y el sistema de los consejos» (octubre-noviembre de 1925, Zeugenaussage).

Con ese fin, Groener, Ebert y demás compinches están cada día enlazados telefónicamente entre las 11 de la noche y la una de la mañana a través de líneas secretas, encontrándose para concertarse sobre la situación.

Contrariamente a Rusia, en donde, en octubre, el poder cayó en manos de los obreros sin que casi se derramara sangre, la ­ burguesía en Alemania se dispone, inmediatamente, junto al sabotaje político, a desencadenar la guerra civil. Desde el primer día reúne todos los medios necesarios para la represión militar.

La intervención de los revolucionarios

Para evaluar la intervención de los revolucionarios, debemos examinar su capacidad para analizar correctamente el movimiento de la clase, la evolución de la relación de fuerzas, lo «que ha sido alcanzado», y su capacidad para proponer las perspectivas más claras. ¿Qué dicen los espartaquistas?

«Ha comenzado la revolución. No es la hora ni de echar las campanas al vuelo por lo ya realizado, ni de hacer triunfalismos ante el enemigo abatido; es la hora de la más severa autocrítica y de la reunión férrea de las energías para así proseguir la labor iniciada. Pues lo que se ha realizado es mínimo y el enemigo NO ESTÁ vencido. ¿Qué hemos alcanzado?. La monarquía ha sido barrida, el poder gubernamental supremo ha pasado a manos de los representantes de los obreros y de los soldados. Pero la monarquía nunca ha sido el verdadero enemigo, sólo ha sido una fachada, el estandarte del imperialismo. (...) Nada menos que la abolición de la dominación del capital, la realización del orden de la sociedad socialista son el objetivo histórico de la revolución actual. Es una tarea considerable que no se logrará en un santiamén con la ayuda de unos cuantos decretos venidos de arriba, sino que sólo podrá ser llevada felizmente a cabo a través de todas las tempestades de la acción propia y consciente de la masa de trabajadores de las ciudades y del campo, gracias a la madurez espiritual más elevada y al idealismo inagotable de las masas populares.

- Todo el poder en manos de los consejos obreros y de soldados, salvaguarda de la obra revolucionaria contra sus enemigos al acecho: ésa es la orientación de todas las medidas del gobierno revolucionario.
- El desarrollo y la reelección de los consejos locales de obreros y de soldados para que el primer ímpetu impulsivo y caótico de su surgimiento pueda ser sustituido por el proceso consciente de autocomprensión de las metas, de las tareas y de la marcha de la revolución.
- La asamblea permanente de los representantes de las masas y la transferencia del poder político efectivo del pequeño comité del comité ejecutivo (vollzugrat) a la base más amplia del consejo obrero y de soldados.
- La convocatoria en el más breve plazo del parlamento de obreros y soldados para que los proletarios de toda Alemania se constituyan en clase, en poder político compacto y se pongan detrás de la obra de la revolución para ser su muralla y su fuerza ofensiva.
- La organización inmediata, no de los «campesinos», sino de los proletarios del campo y de los pequeños campesinos, quienes hasta ahora se encuentran fuera de la revolución.
- La formación de una Guardia roja proletaria para la protección permanente de la revolución y de una Milicia obrera para que el conjunto del proletariado esté permanentemente vigilante.
- La supresión de los órganos del estado policiaco absolutista y militar de la administración, de la justicia y del ejército (...)
- La convocatoria inmediata de un congreso obrero mundial en Alemania para indicar neta y claramente el carácter socialista e internacional. La Internacional, la revolución mundial del proletariado son los únicos puntos de amarre para el futuro de la revolución alemana.»
(R. Luxemburg, «El inicio», Die Rote Fahne, 18 de noviembre de 1918)

Destrucción de las posiciones del poder político de la contrarrevolución, instauración y consolidación del poder proletario, ésas son las dos tareas que los espartaquistas ponen en primer plano con una claridad notable.

«El balance de la primera semana de la revolución es que en el Estado de los Hohenzollern no ha cambiado nada fundamentalmente, el Consejo obrero y de soldados funciona como representante de un gobierno imperialista en bancarrota. Todas sus acciones están inspiradas por el miedo a la masa de los obreros (...)

«El Estado reaccionario del mundo civilizado no se transformará en Estado popular revolucionario en 24 horas. Soldados que, ayer mismo, eran los guardianes de la reacción y asesinaban a los proletarios revolucionarios en Finlandia, en Rusia, en Ucrania, en los países bálticos y obreros que dejaron hacer eso tranquilamente no han podido convertirse en 24 horas en portadores conscientes de las metas del socialismo» (18 de noviembre).

El análisis de los espartaquistas, afirmando que no se trata de una revolución burguesa, sino de la contrarrevolución burguesa ya en marcha, su capacidad para analizar la situación con clarividencia y un enfoque de conjunto, todo ello es la expresión de lo indispensable que son, para el movimiento de la clase, sus organizaciones políticas revolucionarias.

Los consejos obreros, punta de lanza de la revolución

Como lo hemos descrito más arriba, en las grandes ciudades, durante los primeros días de noviembre, por todas partes se formaron consejos de obreros y de soldados. Incluso si los consejos surgen «espontáneamente», su aparición no es ninguna sorpresa para los revolucionarios. Ya habían aparecido en Rusia, al igual que en Austria y en Hungría. Como lo decía la Internacional comunista por la voz de Lenin en marzo de 1919: «Esta forma, es el régimen de los soviets con la dictadura del proletariado. La dictadura del proletariado era “latín” para las masas en nuestros días. Ahora, gracias al sistema de los soviets, ese latín se ha traducido a todas las lenguas modernas; la forma práctica de la dictadura ha sido encontrada por las masas obreras» (Discurso de apertura del primer congreso de la Internacional comunista)

La aparición de los consejos refleja la voluntad de la clase obrera de tomar su destino en sus manos. Los consejos obreros sólo pueden aparecer cuando en el conjunto de la clase hay una actividad masiva y cuando se desarrolla en profundidad la conciencia de clase. Por ello, los consejos no son sino la punta de lanza de un movimiento profundo y global de la clase, y su vida depende en gran parte de las actividades del conjunto de la clase. Si la clase debilita sus actividades en las fábricas, si la combatividad afloja y la conciencia retrocede en la clase, ello repercute en la vida misma de los consejos. Los consejos son el medio para centralizar las luchas de la clase y son la palanca mediante la cual la clase exige e impone el poder sobre la sociedad.

En muchas ciudades, los consejos obreros empiezan, en efecto, a tomar medidas para oponerse al Estado burgués. Desde el principio de la existencia de los consejos, los obreros intentan paralizar el aparato de Estado burgués, tomar sus propias decisiones en lugar del gobierno burgués y hacerlas aplicar. Es el inicio del período de doble poder, como en Rusia después de la Revolución de febrero. Ese fenómeno aparece por todas partes, pero es más visible en Berlín, sede del gobierno.

El sabotaje de la burguesía

Para la clase es vital mantener su control sobre los consejos obreros, porque son la palanca de la centralización de la lucha obrera y todas las iniciativas de las masas obreras convergen en su seno.

En Alemania, la clase capitalista utiliza un verdadero caballo de Troya contra los consejos: el SPD. Este partido, que hasta 1914 había sido un partido obrero, los combate, los sabotea desde dentro, y los desvía de su objetivo en nombre de la clase obrera.

Empezando por su composición, utiliza todo tipo de trampas para meter a sus delegados. El Consejo ejecutivo de Berlín, al principio se compone de 6 representantes respectivamente del SPD y el USPD, y de 12delegados de los soldados. Sin embargo en Berlín, el SPD consiguió –con el pretexto de la necesidad de paridad de votos y de la necesidad de la unidad de la clase obrera– meter un número importante de sus hombres en el Consejo ejecutivo sin que ninguna asamblea obrera tomara la decisión. Gracias a esta táctica de insistencia sobre la «paridad (de votos) entre los partidos», el SPD tiene más delegados de lo que corresponde a su influencia real en la clase. En provincias las cosas no son muy diferentes: en 40 grandes ciudades, casi 30 consejos de obreros y soldados están bajo la influencia dominante del SPD y el USPD. Los consejos obreros adoptan una vía radical sólo en las ciudades en las que los espartaquistas tienen mayor influencia.

Por lo que concierne a las tareas de los consejos, el SPD intenta esterilizarlas. Mientras que por su naturaleza los consejos tienden a actuar como contrapoder frente al poder del Estado burgués, e incluso a destruirlo, el SPD se las apaña para debilitar estos órganos de la clase y someterlos al Estado burgués. Esto lo hace propagando la idea de que los consejos tienen que concebirse como órganos de transición hasta la convocatoria de elecciones para la asamblea nacional, pero también para hacerles perder su carácter de clase, defendiendo que tienen que abrirse a toda la población, a todas las capas del pueblo. En muchas ciudades el SPD crea «comités de salud pública», que incluyen a todas las capas de la población -desde los campesinos a los pequeños comerciantes, y por supuesto los obreros- con los mismos derechos en estos organismos.

Mientras que los espartaquistas empujan desde el principio a la formación de Guardias rojas para poder imponer, incluso por la fuerza si fuera necesario, las medidas tomadas, el SPD torpedea esta iniciativa en los consejos de soldados diciendo que «expresa una desconfianza hacia los soldados».

En el Consejo ejecutivo de Berlín hay constantemente enfrentamientos sobre las medidas y la dirección a tomar. Aunque no se puede decir que todos los delegados obreros tuvieran una claridad y una determinación suficiente sobre todas las cuestiones, el SPD hace todo lo posible para minar la autoridad del Consejo, tanto desde el interior como del exterior. Así:
– cuando el Consejo ejecutivo da instrucciones, el Consejo de los Comisarios del pueblo (dirigido por el SPD), impone otras;
– el Ejecutivo nunca tendrá su propia prensa y tendrá que ir a mendigar espacio en la prensa burguesa para la publicación de sus resoluciones. Los delegados del SPD hicieron todo lo posible para que fuera así;
– cuando estallan las huelgas en las fábricas de Berlín en noviembre y diciembre, el Comité ejecutivo, bajo la influencia del SPD, toma posición en su contra, aunque expresan la fuerza de la clase obrera y podrían haber permitido corregir los errores del Comité ejecutivo;
– finalmente, el SPD –como fuerza dirigente del gobierno burgués– utiliza la amenaza de los Aliados, que según decían estarían preparados para intervenir militarmente, ocupar Alemania y evitar la «bolchevización», para hacer dudar a los obreros y frenar el movimiento. Así por ejemplo, hacen creer que si los consejos obreros van demasiado lejos, EE.UU. va a terminar el suministro de alimentos a la población hambrienta.

Tanto a través de la amenaza directa desde el exterior, como del sabotaje desde el interior, el SPD utiliza todos los medios contra la clase obrera en movimiento.

Desde el principio, el SPD se afana por aislar a los consejos de su base en las fábricas. Los consejos se componen, en cada fábrica, de delegados elegidos por las asambleas generales y que son responsables ante ellas. Si los obreros pierden o abandonan su poder de decisión en las asambleas generales, si los consejos se desvinculan de sus «raíces», de su «base» en las fábricas, se debilitan y acaban inevitablemente siendo víctimas de la contraofensiva burguesa. Por eso desde el principio, el SPD presiona para que su composición se haga sobre la base de un reparto proporcional de delegados entre los partidos políticos. La elegibilidad y revocabilidad de los delegados por las asambleas no es un principio formal de la democracia obrera, sino la palanca con la cual el proletariado puede dirigir y controlar su lucha partiendo de su célula de vida más pequeña. La experiencia en Rusia ya había mostrado que la actividad de los comités de fábrica es esencial. Si los consejos obreros no tienen que rendir cuentas ante la clase, ante las asambleas que los han elegido, si la clase no es capaz de ejercer su control sobre ellos, eso significa que su movimiento está debilitado y que el poder se le escapa.

En Rusia, Lenin lo había señalado: «Para controlar hay que detentar el poder (...) Si pongo en primer plano el control, ocultando esa condición fundamental, digo una verdad a medias y hago el juego a los capitalistas y los imperialistas. (...) Sin poder, el control es una frase pequeñoburguesa vacía que dificulta la marcha y el desarrollo de la revolución» (Conferencia de abril, «Informe sobre la situación actual», 7 de mayo, Obras completas -traducido por nosotros).

Mientras que en Rusia, desde las primeras semanas, los consejos que se apoyaban en los obreros y los soldados disponían de un poder real, el Ejecutivo de los Consejos de Berlín había sido desposeído de él. Rosa Luxemburg lo constata justamente: «El Ejecutivo de los Consejos unidos de Rusia es -a pesar de lo que se pueda escribir contra él- con toda seguridad, otra cosa que el ejecutivo de Berlín. Uno es la cabeza y el cerebro de una potente organización proletaria revolucionaria, el otro es la rueda de recambio de una camarilla gubernamental cripto-capitalista; uno es la fuente inagotable de la plenipotencia proletaria, el otro carece de fuerza y orientación; uno es el espíritu vivo de la revolución, el otro su sarcófago» (R. Luxemburg, 12 de diciembre de 1918).

El Congreso nacional de los Consejos

El 23 de noviembre, el Ejecutivo de Berlín convoca un Congreso nacional de los Consejos en Berlín para el 16 de diciembre. Esta iniciativa, que intenta reunir todas las fuerzas de la clase obrera, en realidad será utilizada contra ella. El SPD impone que, en las diferentes regiones del Reich, se elija un «delegado obrero» por cada 200 000 habitantes, y un representante de los soldados por cada 100000 soldados, con lo que la representación de los obreros se reduce, mientras que se amplía la de los soldados. En lugar de ser un reflejo de la fuerza y la actividad de la clase en las fábricas, este congreso nacional, en manos del SPD, va a escapar a la iniciativa obrera.

Además, según los propios saboteadores, sólo pueden elegirse «delegados obreros» los «trabajadores manuales e intelectuales». Por eso todos los funcionarios del SPD y de los sindicatos se presentan «mencionando su profesión»; sin embargo, los miembros de la Liga Spartakus, que se presentan abiertamente como tales, son excluidos. Moviendo todos los hilos posibles, las fuerzas de la burguesía consiguen imponerse, mientras que a los revolucionarios, que actúan a cara descubierta, se les prohíbe tomar la palabra.

Cuando se reunió el Congreso de los Consejos el 16 de diciembre, rechazó en primer lugar la participación de los delegados rusos. «La asamblea general reunida el 16 de diciembre no trata deliberaciones internacionales sino únicamente asuntos alemanes en los cuales los extranjeros por supuesto no pueden participar... La delegación rusa es un representante de la dictadura bolchevique.» Esa es la justificación que da el Vorwarts nº 340 (11 de diciembre de 1918). Al hacer adoptar esta decisión, el SPD priva de entrada a la Conferencia de lo que debería haber sido su carácter más fundamental: ser la expresión de la revolución proletaria mundial que había comenzado en Rusia.

En la misma lógica de sabotaje y de desviación, el SPD hacer votar igualmente el llamamiento a la elección de una Asamblea constituyente para el 19 de enero de 1919. Habiendo comprendido la maniobra, los espartaquistas llaman a una manifestación de masas ante el congreso. Más de 250 000 manifestantes se agrupan bajo la consigna: «Por los Consejos obreros y de soldados, no a la asamblea nacional».

Mientras el Congreso está preparado para actuar contra los intereses de la clase obrera, Liebknecht se dirige a los participantes de la manifestación: «Pedimos al Congreso que asuma todo el poder político en sus manos para realizar el socialismo, y que no lo transfiera a la constituyente, que no será para nada un órgano revolucionario. Pedimos al Congreso de los Consejos que tienda la mano a nuestros hermanos de clase en Rusia y que llame a los delegados rusos a venir a unirse a los trabajos del congreso. Queremos la revolución mundial y la unificación de todos los obreros de todos los países en los Consejos obreros y de soldados» (17 de diciembre de 1918).

Los revolucionarios habían comprendido la necesidad vital de la movilización de las masas obreras, la necesidad de ejercer una presión sobre los delegados, de elegir otros nuevos, de desarrollar la iniciativa de asambleas generales en las fábricas, de defender la autonomía de los consejos contra la asamblea nacional burguesa, de insistir sobre la unificación internacional de la clase obrera.

Pero incluso después de esta manifestación masiva, el Congreso sigue rechazando la participación de Rosa Luxemburg y de Karl Liebknecht, bajo el pretexto de que no son obreros, cuando en realidad la propia burguesía ya ha conseguido meter a sus hombres en los consejos. Durante el Congreso, los representantes del SPD defienden el Ejército para protegerlo de un mayor desmoronamiento por los consejos de soldados. El congreso decide igualmente no recibir ninguna delegación más de obreros y soldados para no tener que plegarse a su presión.

Al final de sus trabajos el Congreso llega a propagar la confusión haciendo alarde de las pretendidas primeras medidas de socialización mientras que los obreros ni siquiera han tomado el poder: «Llevar a cabo medidas socio-políticas en las empresas tomadas una a una, aisladas, es una ilusión, mientras la burguesía aún tenga el poder en sus manos» (IKD, Der Kommunist). La cuestión central del desarme de la contrarrevolución y del derribo del gobierno burgués, todo esto se dejó de lado.

¿Qué tienen que hacer los revolucionarios ante un tal desarrollo de los acontecimientos? El 16 de diciembre en Dresde, Otto Rühle, que entretanto se ha inclinado hacia el consejismo, tira la toalla ante el Consejo obrero y de soldados local cuando las fuerzas socialdemócratas de la ciudad se hacen con él. Los espartaquistas, al contrario, no abandonan el terreno al enemigo. Después de haber denunciado el congreso nacional de los Consejos, llaman a la iniciativa de la clase obrera:

«El Congreso de los Consejos ha sobrepasado sus plenos poderes, ha traicionado el mandato que le habían dado los consejos de obreros y de soldados, ha suprimido la base sobre la que estaban fundadas su existencia y su autoridad. Los consejos de obreros y de soldados a partir de ahora van a desarrollar su poder y a defender su derecho a la existencia con una energía diez veces mayor. Declararán nula y sin futuro la obra contrarrevolucionaria de sus hombres de confianza indignos» (Rosa Luxemburg, Los Mamelucos de Ebert, 20 de diciembre de 1918).

La savia de la revolución es la actividad de las masas

La responsabilidad de los espartaquistas es empujar adelante la iniciativa de las masas, intensificar sus actividades. Esta orientación es la que van a plantear 10 días después, durante el congreso de fundación del KPD. Retomaremos los trabajos de este congreso de fundación en un próximo artículo.

Los espartaquistas habían comprendido en efecto que el pulso de la revolución latía en los Consejos; la revolución proletaria es la primera revolución que se hace por la gran mayoría de la población, por la clase explotada. Contrariamente a las revoluciones burguesas, que pueden hacerse por minorías, la revolución proletaria sólo puede ganar la victoria si está nutrida y empujada por la actividad de toda la clase. Los delegados de los Consejos, los Consejos mismos, no son una parte aislada de la clase que puede y tiene que aislarse o protegerse de ella, o que deberían mantener al resto de la clase en la pasividad. No, la revolución sólo puede avanzar con la participación consciente, vigilante, activa y crítica de la clase.

Para la clase obrera en Alemania, esto significaba, en ese momento, que tenía que entrar en una nueva fase en la que había que reforzar la presión a partir de las fábricas. Respecto a los comunistas, su agitación en los Consejos locales era la prioridad absoluta. Así los espartaquistas siguen la política que Lenin había ya preconizado en abril de 1917, cuando la situación en Rusia era comparable a la de Alemania: «Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario, y que, por consiguiente, nuestra tarea, en tanto que este gobierno se deje influenciar por la burguesía, no puede sino explicar paciente, sistemática, obstinadamente a las masas los errores de su táctica, partiendo esencialmente de sus necesidades prácticas.

Mientras estemos en minoría, nos aplicamos a criticar y a explicar los errores cometidos, afirmando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder pase a manos de los soviets de diputados obreros, a fin de que las masas se liberen de sus errores por la experiencia» (Tesis de abril, nº 4).

No podemos comprender verdaderamente la dinámica en los consejos si no analizamos más de cerca el papel de los soldados.

El movimiento revolucionario de la clase se inició con la lucha contra la guerra. Pero es fundamentalmente el movimiento de resistencia de los obreros en las fábricas lo que «contamina» a millones de proletarios vestidos de uniforme en el frente (la proporción de obreros entre los soldados es mucho más alta en Alemania que en Rusia). Finalmente los motines de los soldados y las revueltas de los obreros en las fábricas crean una relación de fuerzas que obliga a la burguesía a poner fin a la guerra. Mientras dura la guerra, los obreros de uniforme son el mejor aliado de los obreros que luchan en la retaguardia. Gracias a su resistencia se crea un relación de fuerzas favorable en el frente interior; como señala Liebknecht: «Esto había dado como consecuencia la desestabilización del Ejército. Pero desde que la burguesía ha puesto fin a la guerra, se abre una escisión en el seno del Ejército. La masa de soldados es revolucionaria contra el militarismo, contra la guerra y contra los representantes abiertos del imperialismo. Pero respecto al socialismo está aún indecisa, dubitativa e inmadura» (Liebknecht, 19 de noviembre de 1918). Mientras perdura la guerra y las tropas continúan movilizadas, se forman consejos de soldados.

«Los consejos de soldados son expresión de una masa compuesta por todas las clases de la sociedad, en cuyo seno los proletarios son con mucho la más numerosa, pero no desde luego el proletariado consciente de sus objetivos y dispuesto a la lucha de clases. En muchas ocasiones se forman desde arriba, directamente por oficiales o círculos de la alta nobleza, que así se adaptan hábilmente a las circunstancias tratando de mantener su influencia en los soldados y presentándose como la élite de sus representantes» (Liebknecht, 21 de noviembre de 1918).

El Ejército, como tal, es un instrumento clásico de represión y de conquista imperialista, controlado y dirigido por oficiales sumisos al Estado explotador. En una situación revolucionaria con miles de soldados en efervescencia las relaciones jerárquicas clásicas ya no se respetan, los obreros en uniforme deciden colectivamente, y esto puede conducir a la disgregación del Ejército, más cuando los obreros en uniforme están armados. Pero para que esa disgregación se produzca es necesario que la clase obrera, con su lucha, se alce como un polo de referencia lo suficientemente fuerte entre los obreros.

Durante la fase final de la guerra existía esa dinámica. Por eso la burguesía, que veía como ese peligro se desarrollaba, decide parar la guerra como medio para impedir una radicalización aún mayor. La nueva situación que se crea con el fin de la guerra permite a la burguesía «calmar» a los soldados y alejarlos de la revolución pues, por su parte, el movimiento de la clase obrera no es lo suficientemente fuerte como para atraer hacia sí a la mayoría de los soldados. Esto permite a la burguesía manipular mejor en su favor a los soldados.

Si durante la fase ascendente del movimiento los soldados son un polo importante e indispensable a la hora de acabar con la guerra, cuando la burguesía lanza su contraofensiva su papel varía.

La revolución solo puede hacerse internacionalmente

Mientras que durante cuatro años los capitalistas han combatido duramente entre si, y han sacrificado millones de vidas humanas, súbitamente se unen ante el estallido de la revolución en Rusia y, sobre todo, cuando el proletariado alemán comienza a lanzarse al asalto. Los espartaquistas comprenden muy bien el peligro del aislamiento de la clase obrera en Rusia y en Alemania. El 25 de noviembre lanzan el siguiente llamamiento:

«¡A los proletarios de todos los países!. Ha llegado la hora de ajustar las cuentas a la dominación capitalista. Pero esta gran tarea no pueda cumplirla el proletariado alemán solo. Solo podemos luchar y vencer llamando a la solidaridad de los proletarios del mundo entero. Camaradas de los países beligerantes, sabemos vuestra situación. Sabemos bien cómo vuestros gobernantes, gracias a la victoria obtenida, ciegan al pueblo con los resplandores de la victoria (...). Vuestros capitalistas victoriosos están listos para ahogar en sangre nuestra revolución, a la que temen tanto como la vuestra. A vosotros la “victoria” no os ha hecho más libres sino aún más esclavos. Si vuestras clases dominantes logran estrangular la revolución proletaria en Alemania y en Rusia se volverán contra vosotros con una ferocidad redoblada (...). Alemania da a luz la revolución social pero el socialismo solo lo puede levantar el proletariado mundial» («A los proletarios de todos los países», Spartakusbund, 25 de noviembre 1918).

Mientras que el SPD hace todo  para separar a los obreros alemanes de los rusos, los revolucionarios comprometen todas sus fuerzas en la unificación de la clase obrera.

A este respecto los espartaquistas son conscientes de que «Hoy en día reina entre los pueblos de la Entente, de forma natural, una fuerte embriaguez de victoria, y alborozo por la ruina del imperialismo alemán, la liberación de Francia y Bélgica, es tan grande que no esperamos por el momento un eco revolucionario en esas partes de la clase obrera» (Liebknecht, 23 de diciembre de 1918). Sabían que la guerra había causado una peligrosa división en las filas de la clase obrera. Los defensores del capital, en particular el SPD, comienzan a predisponer a los obreros alemanes contra los de los demás países. Agitan incluso la amenaza de un intervención extranjera. Todo eso fue utilizado a partir de ese momento por la clase dominante.

La burguesía había sacado las lecciones de Rusia

La firma por parte de la burguesía del armisticio que ponía fin a la guerra, bajo la dirección del SPD, ante el miedo a que la clase obrera se radicalizara y siguiera «los pasos de los Rusos», abre una nueva situación.

Como señala R. Müller, uno de los principales miembros de los Delegados revolucionarios: «El conjunto de la política de guerra y todos sus efectos sobre la situación de los obreros, la unión sagrada de la burguesía, todo aquello que había azuzado la cólera de los obreros, se ha olvidado».

La burguesía ha sacado las lecciones de Rusia. Si en este país la burguesía hubiera puesto fin a la guerra en marzo o abril de 1917, seguramente la Revolución de octubre no habría sido posible o, en todo caso, habría sido mucho más difícil. Por tanto es preciso parar la guerra para pisarle los píes del movimiento revolucionario de la clase. A ese nivel los obreros en Alemania se encuentran ante una situación más difícil que sus hermanos de clase en Rusia.

Los espartaquistas captan que el final de la guerra implica un giro en las luchas y que no es previsible una victoria inmediata contra el capital.

«Si vemos las cosas desde el terreno del desarrollo histórico no podemos esperar que surja súbitamente, el 9 de noviembre de 1918, una revolución de clase grandiosa y consciente de sus objetivos en una Alemania que ha ofrecido la imagen espantosa del 4 de agosto y los cuatro años que le han seguido; lo que hemos vivido el 9 de noviembre ha sido sobre todo el hundimiento del imperialismo, más que la victoria de un principio nuevo. Para el imperialismo, coloso con pies de barro, podrido desde su propio interior, simplemente había llegado su hora y debía derrumbarse: lo que siguió fue un movimiento más o menos caótico sin un plan de batalla, muy poco consciente: el único incluso coherente, el único principio constante y liberador se resume en la consigna: creación de consejos obreros y de soldados» («Congreso de fundación del KPD», R. Luxemburgo).

Por eso no se puede confundir el inicio con el final del movimiento, con su objetivo final, pues «ningún proletariado del mundo, incluso el alemán, puede zafarse de la noche a la mañana de los estigmas de una servidumbre milenaria. La situación del proletariado encuentra, menos política que espiritualmente, su estado más elevado el PRIMER día de la revolución. Serán las luchas de la revolución lo que elevará al proletariado a su madurez completa» (R. Luxemburgo, 3 de diciembre de 1918).

El peso del pasado

Los espartaquistas señalan, muy justamente, que el peso del pasado es la principal causa de las grandes dificultades que encuentra la clase obrera. La confianza, aún importante, que muchos obreros tienen aún en el SPD es una debilidad peligrosa. Muchos de ellos consideran que la política de guerra de este partido es, en gran medida, resultado de una desorientación pasajera. Es más, para ellos la guerra era resultado de una maniobra innoble de la camarilla gobernante, que ahora ha sido derribada. Rememorando la insoportable situación que sufrían en el período previo a la guerra, ahora esperan superar definitivamente la miseria. Además las promesas de Wilson que anuncia la unión de las naciones y la democracia aparecen como una garantía contra nuevas guerras. No ven la república democrática que se les «propone» como una república burguesa, sino como el terreno en el que va a nacer el socialismo. En resumen, es determinante la falta de experiencia en la confrontación con los saboteadores, el SPD y los sindicatos.

«En todas las revoluciones anteriores los combatientes se enfrentaban abiertamente, clase contra clase, programa contra programa, espada contra escudo. (...) (Antes) eran siempre los partidarios del sistema a derrocar o que estaba amenazado quienes en nombre de ese sistema, y para salvarlo, tomaban las medidas contrarrevolucionarias. (...) En la revolución de hoy en día las tropas que defienden el antiguo orden se acomodan bajo la bandera del Partido socialdemócrata y no bajo su propia bandera y uniforme de la clase dominante (...) La dominación de la clase burguesa está llevando hoy a cabo su última lucha histórica bajo una bandera ajena, bajo la bandera de la propia revolución. Y es un partido socialista, es decir la creación más original del movimiento obrero y de la lucha de clases, quien se convierte en el instrumento más importante de la contrarrevolución burguesa. El fondo, la tendencia, la política, la psicología, el método, todo ello es capitalista de arriba abajo. De socialista solo queda la bandera, el atavío y la fraseología» (R. Luxemburgo, Una victoria pírrica, 21 de diciembre de 1918).

No se puede formular más claramente el carácter contrarrevolucionario del SPD.

Por ello los espartaquistas definen la siguiente etapa del movimiento de ésta forma: «El paso de una revolución de soldados, predominante el 9 de noviembre de 1918, a una revolución específicamente obrera, es el paso de un trastorno superficial y puramente político a un proceso de larga duración consistente en un enfrentamiento económico general entre el trabajo y el capital, y exige a la clase obrera revolucionaria un grado de madurez política, de educación y de tenacidad diferente del dela primera fase de inicio» (R. Luxemburg, 3 de enero de 1919).

No hay duda de que el movimiento de comienzos de noviembre no es sólo una «revolución de soldados», pero sin los obreros en las fábricas, los soldados nunca habrían llegado a tal nivel de radicalización. Los espartaquistas ven la perspectiva de un verdadero paso adelante cuando, en la segunda mitad de noviembre y en diciembre, estallan las huelgas en el Ruhr y la Alta Silesia, que ponen de manifiesto la actividad de la clase obrera en las fábricas, y un retroceso del peso de la guerra y de los soldados. Tras el final de las hostilidades, el hundimiento de la economía conduce a una degradación aún mayor de las condiciones de vida de la clase obrera. En el Ruhr muchos mineros paran el trabajo y, para imponer sus reivindicaciones van a las otras minas para encontrar la solidaridad de sus hermanos de clase y así construir un frente potente. Así ven a desarrollarse las luchas, viviendo retrocesos para desarrollarse de nuevo con más fuerza.

«En la actual revolución las huelgas que acaban de estallar (...) son los primeros inicios de un enfrentamiento general entre el capital y el trabajo, anuncian el comienzo de una lucha de clases potente y directa, cuya salida solo puede ser la abolición de las relaciones salariales y la introducción de le economía socialista. Son el desencadenante de la fuerza social viva de la revolución actual: la energía de la clase revolucionaria de las masas proletarias. Abren un período de actividad inmediata de las masas mucho más amplio».

Por ello, R. Luxemburgo señala acertadamente que: «Tras la primera fase de la revolución, la de la lucha principalmente política, viene la fase de una lucha reforzada, intensificada, esencialmente económica. (...) En la fase revolucionaria por venir, las huelgas no solo se extenderán más y más, sino que serán el centro, el punto decisivo de la revolución, inhibiendo las cuestiones puramente políticas» (R. Luxemburgo, Congreso de fundación del KPD).

Después de que la burguesía pusiera fin a la guerra bajo la presión de la clase obrera, y que pasara a la ofensiva para frenar las primeras tentativas de toma del poder por el proletariado, el movimiento entra en una nueva etapa. O la clase obrera es capaz de desarrollar nuevas fuerzas para empujar la iniciativa de los obreros en las fábricas y lograr «pasar a una revolución obrera específica», o la burguesía podrá continuar su contraofensiva.

En el próximo artículo abordaremos la cuestión de la insurrección, las concepciones fundamentales de la revolución obrera, el papel que deben desempeñar los revolucionarios y el que efectivamente desempeñaron.

DV

 


[1] En Colonia, el movimiento revolucionario fue muy fuerte. En solo 24 horas, el 9 de noviembre, 45 000 soldados se negaron a obedecer a los oficiales y desertaron. Ya el 7 de noviembre, marineros revolucionarios procedentes de Kiel iban camino de Colonia. El futuro canciller K. Adenauer, entonces alcalde de la ciudad, y la dirección del SPD tomarían medidas para «calmar la situación».

[2] Desde entonces el capital actúa siempre utilizando la misma táctica: en 1980, cuando Polonia estaba dominada por una huelga de masas de obreros, la burguesía cambió de gobierno. La lista de ejemplos en los que la clase dominante cambia a las personas para que la dominación del capital no se vea afectada, es interminable.

 

Series: 

  • Revolución alemana [14]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [15]

Respuesta al BIPR (I) - La naturaleza de la guerra imperialista

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El BIPR han respondido en la International Communist Review nº 13 a nuestro artículo de polémica «El concepto del BIPR sobre la decadencia del capitalismo» aparecido en el nº 79 de esta Revista internacional. Esa respuesta expone de forma razonada posiciones. En ese sentido su artículo es una contribución al necesario debate que debe existir entre las organizaciones de la Izquierda comunista, las cuales tienen la responsabilidad decisiva en la lucha por la constitución del Partido comunista del proletariado.

El debate entre el BIPR y la CCI se sitúa dentro del marco de la Izquierda comunista:

  • no es un debate académico y abstracto, sino una polémica militante para dotarnos de posiciones claras, depuradas de cualquier ambigüedad o concesión a la ideología burguesa, muy especialmente en cuestiones como la naturaleza de las guerras imperialistas y los fundamentos materiales de la necesidad de la revolución comunista.
  • es un debate entre partidarios del análisis de la decadencia del capitalismo: desde principios de siglo el sistema ha entrado en una crisis sin salida lo que contiene una amenaza creciente de aniquilación de la humanidad y del planeta.

Dentro de ese marco, el artículo de respuesta del BIPR insiste en su visión de la guerra imperialista como medio de devaluación del capital y reanudación del ciclo de acumulación y justifica esa postura con una explicación de la crisis histórica del capitalismo basada en la tendencia a la baja de la tasa de ganancia.

Estas dos cuestiones son el objeto de nuestra respuesta a su respuesta ([1]).

Lo que nos une con el BIPR

En una polémica entre revolucionarios y a causa precisamente de su carácter militante hemos de partir de lo que nos une para en ese marco global abordar lo que nos separa. Este es el método que ha aplicado siempre la CCI, siguiendo a Marx, Lenin, Bilan, etc., y que empleamos al polemizar con el PCI (Programa) ([2]), sobre la misma cuestión que ahora tratamos con el BIPR. Subrayar esto nos parece muy importante porque, en primer lugar, las polémicas entre revolucionarios tienen siempre como hilo conductor la lucha por su clarificación y reagrupamiento en la perspectiva de la constitución del Partido mundial del proletariado. En segundo lugar, porque entre el BIPR y la CCI, sin negar ni relativizar la importancia y las implicaciones de las divergencias que tenemos sobre la comprensión de la naturaleza de la guerra imperialista, es mucho más importante lo que compartimos:

  1. Para el BIPR las guerras imperialistas no tienen objetivos limitados sino que son guerras totales cuyas consecuencias sobrepasan de lejos las que podrían tener en el período ascendente.
  2. Las guerras imperialistas unen los factores económicos y políticos en un nudo inseparable.
  3. El BIPR rechaza la idea de que el militarismo y la producción de armamentos como medio de «acumulación de capital» ([3]).
  4. Como expresión de la decadencia del capitalismo, las guerras imperialistas contienen la amenaza creciente de destrucción de la humanidad.
  5. Existen en el capitalismo actual tendencias importantes al caos y la descomposición, aunque como luego veremos el BIPR no les da la misma importancia que nosotros.

Estos elementos de convergencia expresan la capacidad común que tenemos para denunciar y combatir las guerras imperialistas como momentos supremos de la crisis histórica del capitalismo, llamando al proletariado a no elegir entre los distintos lobos imperialistas, apelando a la revolución proletaria mundial como única solución al atolladero sangriento al que lleva el capitalismo a la humanidad, combatiendo a muerte las adormideras pacifistas y denunciando las mentiras capitalistas de que «estamos saliendo de la crisis».

Estos elementos, expresión del patrimonio común de la Izquierda comunista, hacen necesario y posible que ante acontecimientos de envergadura como las guerras del Golfo o de la antigua Yugoslavia, los grupos de la Izquierda comunista hagamos manifiestos conjuntos que expresen ante la clase la voz unida de los revolucionarios. Por eso propusimos en el marco de las Conferencias internacionales de 1977-80 hacer una declaración común ante la guerra de Afganistán y lamentamos que ni BC ni CWO (que luego constituirían el actual BIPR) hubieran aceptado esta iniciativa. Lejos de ser una propuesta de «unión circunstancial y oportunista» estas iniciativas en común son instrumentos de la lucha por la clarificación y la delimitación de posiciones dentro de la Izquierda comunista porque establecen un marco concreto y militante (el compromiso con la clase obrera ante situaciones importantes de la evolución histórica) en el cual debatir seriamente las divergencias. Ese fue el método de Marx o de Lenin: en Zimmerwald, pese a que existían divergencias mucho mayores que las hoy pudieran existir entre la CCI y el BIPR, Lenin aceptó suscribir el Manifiesto de Zimmerwald. Por otra parte, en el momento de la constitución de la IIIª Internacional, existían entre los fundadores importantes desacuerdos no solo sobre el análisis de la guerra imperialista, sino sobre cuestiones como la utilización del parlamento o los sindicatos y, sin embargo, ello no impidió unirse para combatir por la revolución mundial que estaba en marcha. Ese combate en común no era el marco para acallar las divergencias sino, al contrario, la plataforma militante dentro de la cual abordarlas con seriedad y no de forma académica o según impulsos sectarios.

La función de la guerra imperialista

Las divergencias entre el BIPR y la CCI no se sitúan sobre las causas generales de la guerra imperialista. Ateniéndonos al patrimonio común de la Izquierda comunista vemos la guerra imperialista como expresión de la crisis histórica del capitalismo. Sin embargo, la divergencia surge a la hora de ver el papel de la guerra dentro del curso del capitalismo decadente. El BIPR piensa que la guerra imperialista cumple una función económica: permite una devaluación masiva de capital y, en consecuencia, abre la posibilidad de que el capitalismo reemprenda un nuevo ciclo de acumulación.

Esta apreciación parece la mar de lógica: ¿no hay antes de una guerra mundial una crisis generalizada, como por ejemplo la de 1929?; al ser una crisis de sobreproducción de hombres y mercancías ¿no es la guerra imperialista una «solución» al destruir en grandes proporciones obreros, máquinas y edificios? ¿no se reemprende después la reconstrucción y con ello se supera la crisis?. Sin embargo, esta visión, tan aparentemente simple y coherente, es profundamente superficial. Recoge –como luego veremos– una parte del problema (efectivamente, el capitalismo decadente se mueve a través de un ciclo infernal de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis...) pero no plantea el fondo del problema: por una parte, la guerra es mucho más que un simple medio de restablecimiento del ciclo de acumulación capitalista y, de otro lado, ese ciclo se encuentra profundamente viciado y degenerado y está muy lejos de ser el ciclo clásico del período ascendente.

Esta visión superficial de la guerra imperialista tiene consecuencias militantes importantes que el BIPR no es capaz de captar. En efecto, si la guerra permite restablecer el mecanismo de acumulación capitalista, en realidad se está diciendo que el capitalismo siempre podrá salir de la crisis a través del mecanismo doloroso y brutal de la guerra. Esta es la visión que en el fondo nos propone la burguesía: la guerra es un trance horrible que no gusta a ningún gobernante, pero es el medio inevitable que permite encontrar una nueva era de paz y prosperidad.

El BIPR denuncia esas supercherías pero no se da cuenta que esa denuncia se encuentra debilitada por su teoría de la guerra como «medio de devaluación del capital». Para comprender las consecuencias peligrosas que tiene su posición debería examinar esta declaración del PCI (Programa):

«La crisis tiene su origen en la imposibilidad de proseguir la acumulación, imposibilidad que se manifiesta cuando el crecimiento de la masa de producción no logra compensar la caída de la cuota de ganancia. La masa de sobretrabajo total ya no es capaz de asegurar beneficios al capital avanzado, de reproducir las condiciones de rentabilidad de las inversiones. Destruyendo el capital constante (trabajo muerto) a gran escala, la guerra ejerce entonces una función económica fundamental (subrayado nuestro): gracias a las espantosas destrucciones del aparato productivo, permite, en efecto, una futura expansión gigantesca de la producción para sustituir lo destruido, y una expansión paralela de los beneficios, de la plusvalía total, o sea, del sobretrabajo que tanto necesita el capital. Las condiciones de recuperación del proceso de acumulación de capital quedan restablecidas. El ciclo económico vuelve a arrancar... El sistema capitalista mundial, viejo al iniciarse la guerra, encuentra el manantial de juventud en el baño de sangre que le proporciona nuevas fuerzas y una vitalidad de recién nacido» (PC, nº 90, pag. 24, citada en nuestra polémica de la Revista internacional, nº 77. Subrayado por nosotros).

Decir que el capitalismo «recupera la juventud» cada vez que sale de una guerra mundial tiene unas claras consecuencias revisionistas: la guerra mundial no pondría al orden del día la necesidad de la revolución proletaria sino la reconstrucción de un capitalismo que vuelve a sus inicios. Eso es tirar por tierra el análisis de la IIIª Internacional que dice claramente que «una nueva época surge. Época de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado». Significa, pura y simplemente, romper con una posición fundamental del marxismo: el capitalismo no es un sistema eterno sino un modo de producción cuyos límites históricos le imponen una época de decadencia en la cual está a la orden del día la revolución comunista.

Esta declaración la citamos y criticamos en nuestra polémica sobre la concepción de la guerra y la decadencia del PCI (Programa) de la Revista internacional, nos 77 y 78. Esto es ignorado por el BIPR, el cual en su «Res­ puesta» parece defender al PCI (Programa) cuando afirma: «Su debate con los bordiguistas se centra en su aparente punto de vista de que existe una relación mecánica causal entre guerra y ciclo de acumulación. Decimos “aparentemente” porque, como es habitual, la CCI no da ninguna cita que muestre que la visión histórica de los bordiguistas sea tan esquemática. Estamos poco inclinados a aceptar las aserciones sobre Programa comunista a la vista de la manera cómo interpretan nuestros puntos de vista» ([4]).

La cita que dimos en Revista internacional nº 77 habla por sí sola y pone en evidencia que en la posición del PCI (Programa) hay algo más que «esquematismo»: si el BIPR se sale por la tangente con lloriqueos sobre nuestras «malas interpretaciones» es porque, sin atreverse a decir las aberraciones del PCI (Programa), sus ambigüedades conducen a ellas: «Nosotros decimos que la función (subrayado en el original) económica de la guerra mundial (esto es sus consecuencias para el capitalismo) es devaluar capital como preludio necesario para un posible nuevo ciclo de acumulación» ([5]).

Esta visión de la «función económica de la guerra imperialista» viene de Bujarin. Éste, en La Economía mundial y el imperialismo, libro que escribió en 1915, y que fue una aportación en cuestiones como el capitalismo de Estado o la liberación nacional, desliza, sin embargo, un error importante, ve las guerras imperialistas como un instrumento del desarrollo capitalista: «La guerra no puede detener el curso general del desarrollo del capital mundial, sino que, al contrario, es la expresión de la expansión al máximo del proceso de centralización... La guerra recuerda, por su influencia económica, en muchos aspectos las crisis industriales, de las que se distingue, desde luego, por la mayor intensidad en las conmociones y estragos que produce» ([6]).

La guerra imperialista no es un medio de «devaluación del capital» sino una expresión del proceso histórico de destrucción, de esterilización de medios de producción y vida, que caracteriza globalmente al capitalismo decadente.

Destrucción y esterilización de capital no es lo mismo que devaluación de capital. El período ascendente del capitalismo comportaba crisis cíclicas periódicas que llevaban a periódicas devaluaciones de capitales. Es el movimiento señalado por Marx: «Al mismo tiempo que disminuye la tasa de beneficio, la masa de capitales aumenta. Paralelamente, se produce una depreciación del capital existente, que detiene esa baja e imprime un movimiento más rápido a la acumulación de valor-capital... La depreciación periódica del capital existente, que es un medio inmanente al régimen de producción capitalista, para detener la baja de la cuota de beneficio y acelerar la acumulación de valor capital mediante la formación de capital nuevo, perturba las condiciones dadas –en las cuales se efectúan los procesos de circulación y de reproducción del capital– y, como consecuencia, va acompañada de bruscas interrupciones y de crisis en el proceso de producción» ([7]).

El capitalismo, por su propia naturaleza, desde sus orígenes, tanto en el período ascendente como en la decadencia, cae constantemente en la sobreproducción y, en ese marco, las periódicas sangrías de capital le son necesarias para retomar con más fuerza su movimiento normal de producción y circulación de mercancías. En el período ascendente, cada etapa de devaluación de capital se resolvía en una expansión a mayor escala de las relaciones capitalistas de producción. Y esto era posible porque el capitalismo encontraba nuevos territorios precapitalistas que podía integrar en su esfera sometiéndolos a las relaciones salariales y mercantiles que le son propias. Por esa razón «las crisis del siglo XIX que Marx describe lo son todavía de crecimiento, crisis en las que el capital sale reforzado... Tras cada crisis quedan aún mercados nuevos por conquistar para los países capitalistas» ([8]).

En el período de decadencia estas crisis de devaluación de capitales prosiguen y se hacen más o menos crónicas ([9]). Sin embargo, a ese rasgo inherente y consustancial del capitalismo, se superpone otro característico de su época de decadencia y fruto de la agravación extrema de las contradicciones que comporta dicha época: la tendencia a la destrucción y la esterilización de capital.

Esta tendencia viene dada por la situación de bloqueo histórico que determina la época decadente del capitalismo: «¿Qué es la guerra imperialista mundial? Es la lucha por medios violentos, a la que se ven obligados a librarse los diferentes grupos capitalistas, no para la conquista de nuevos mercados y fuentes de materias primas, sino para el reparto de los ya existentes, un reparto en beneficio de unos y en detrimento de otros. El curso de la guerra se abre, y tiene sus raíces, en la crisis económica general y permanente que estalla, marcando por ello el fin de las posibilidades de desarrollo al cual ha llegado el régimen capitalista» («El renegado Vercesi», mayo 1944, en el Boletín internacional de la Fracción italiana de la Izquierda comunista, nº 5). En el mismo sentido «el capitalismo decadente es la fase en la cual la producción no puede continuar más que a condición (subrayado en el original) de tomar la forma material de productos y medios de producción que no sirven al desarrollo y la ampliación de la producción sino a su restricción y destrucción» (ídem).

En la decadencia, el capitalismo no cambia, en manera alguna, de naturaleza. Continúa siendo un sistema de explotación, continúa afectado (a una escala mucho mayor) por la tendencia a la depreciación del capital (tendencia que se hace permanente). Sin embargo, lo esencial de la decadencia es el bloqueo histórico del sistema del cual nace una poderosa tendencia a la autodestrucción y el caos: «La ausencia de una clase revolucionaria que presente la posibilidad histórica de engendrar y presidir la instauración de un sistema económico en correspondencia con la necesidad histórica, conduce la sociedad y su civilización a un atolladero, donde el desplome, el hundimiento interno, son inevitables. Marx dio como ejemplo de ese atolladero histórico las civilizaciones de Grecia y de Roma en la antigüedad. Engels, aplicando esta tesis a la sociedad burguesa, llega a la conclusión de que la ausencia o la incapacidad del proletariado llamado a resolver, superándolas, las contradicciones antitéticas que surgen en la sociedad capitalista, sólo puede tener como desembocadura la vuelta a la barbarie» (ídem).

La posición de la Internacional comunista sobre la guerra imperialista

El BIPR ironiza frente a nuestra insistencia sobre este rasgo crucial del capitalismo decadente: «Para la CCI todo se reduce a “caos” y “descomposición” y con ello no necesitamos molestarnos demasiado con un análisis detallado de las cosas. Esta es la clave de su posición» ([10]). Volveremos sobre esta cuestión; queremos precisar, sin embargo, que esa acusación de simplismo que supondría en opinión del BIPR nada menos que una negación del marxismo como método de análisis de la realidad, deberían dirigirla al Ier Congreso de la IC, a Lenin y a Rosa Luxemburgo.

No es objeto de este artículo poner en evidencia las limitaciones de la posición de la IC ([11]) sino apoyarnos en sus puntos claros. Examinando los documentos fundacionales de la Internacional comunista vemos en ellos indicaciones claras que rechazan la idea de la guerra como «solución» a la crisis capitalista y la visión de un capitalismo de posguerra que funciona «normalmente» según los ciclos de acumulación propios de su período ascendente.

«La “política de paz” de la Entente desvela aquí definitivamente a los ojos del proletariado internacional la naturaleza del imperialismo de la Entente y del imperialismo en general. Prueba al mismo tiempo que los gobiernos imperialistas son incapaces de acordar una paz “justa y duradera” y que el capital financiero no puede restablecer la economía destruida. El mantenimiento del dominio del capital financiero conduciría a la destrucción total de la sociedad civilizada o al aumento de la explotación, de la esclavitud, de la reacción política, del armamentismo y finalmente a nuevas guerras destructoras» ([12]).

La IC deja bien claro que el capital no puede restablecer la economía destruida, es decir, no puede restablecer, tras la guerra, un ciclo de acumulación «normal», sano, no puede encontrar, en suma, «una nueva juventud» como dice el PCI (Programa). Más aún, en caso de volver a un «restablecimiento», éste estaría profundamente viciado y alterado por el desarrollo del «armamentismo, la reacción política, el incremento de la explotación».

En el Manifiesto del Ier Congreso, la IC aclara que «El reparto de materias primas, la explotación de la nafta de Bakú o de Rumania, o de la hulla del Donetz, del trigo de Ucrania, la utilización de las locomotoras, de los vagones y de los automóviles de Alemania, el aprovisionamiento de pan y carne de la Europa hambrienta, todos esos problemas fundamentales de la vida económica del mundo ya no están regidos ni por la libre competencia ni tampoco por combinaciones de trusts o de consorcios nacionales o internacionales. Ellos han caído bajo el yugo de la tiranía militar para salvaguardar de ahora en adelante su influencia predominante. Si la absoluta sujeción del poder político al capital financiero condujo a la humanidad a la carnicería imperialista, esta carnicería permitió al capital financiero no solamente militarizar hasta el extremo el Estado sino también militarizarse a sí mismo, de modo tal que no puede cumplir sus funciones económicas esenciales sino mediante el hierro y la sangre» ([13]).

La perspectiva que traza la IC es la de una «militarización de la economía» cuestión que todos los análisis marxistas evidencian como una expresión de la agravación de las contradicciones capitalistas y no como su alivio o relativización aunque sea temporal (el BIPR en su Respuesta, pag. 33, rechaza el militarismo como medio de acumulación). También la IC insiste en que la economía mundial no puede volver ni al período liberal ni siquiera al de los trusts y, finalmente, expresa una idea muy importante: «el capitalismo ya no puede cumplir sus funciones económicas esenciales sino mediante el hierro y la sangre». Esto sólo puede interpretarse de una manera: tras la guerra mundial el mecanismo de acumulación ya no puede funcionar normalmente, para hacerlo necesita del «hierro y la sangre».

La perspectiva que apunta la IC para la posguerra es la agravación de las guerras: «Los oportunistas que antes de la guerra invitaban a los obreros a moderar sus reivindicaciones con el pretexto de pasar lentamente al socialismo y que durante la guerra lo obligaron a renunciar a la lucha de clases en nombre de la unión sagrada y la defensa nacional, exigen del proletariado un nuevo sacrificio, esta vez con el propósito de acabar con las consecuencias horrorosas de la guerra. Si tales prédicas lograsen influir a las masas obreras, el desarrollo del capital proseguiría sacrificando numerosas generaciones con nuevas formas de sujeción, aún más concentradas y más monstruosas, con la perspectiva fatal de una nueva guerra mundial» ([14]).

Fue una tragedia histórica que la IC no desarrollara este claro cuerpo de análisis y, además, que en su etapa de degeneración lo contradijera abiertamente con posturas que insinuaban la concepción de un capitalismo «vuelto a la normalidad» reduciendo los análisis sobre el declive y la barbarie del sistema a meras proclamas retóricas. Sin embargo, la tarea de la Izquierda comunista es precisar y detallar esas líneas generales legadas por la IC y está claro que de las citas anteriores no se desprende una orientación que vaya en el sentido de un capitalismo que da vueltas en torno a un ciclo constante de acumulación-crisis-guerra devaluativa-nueva acumulación... sino más bien en el sentido de una economía mundial profundamente alterada, incapaz de retomar las condiciones normales de la acumulación y abocada a nuevas convulsiones y destrucciones.

La irracionalidad de la guerra imperialista

Esta subestimación del análisis fundamental de la IC (y de Rosa Luxemburgo y Lenin) se pone de manifiesto en el rechazo por parte del BIPR de nuestra noción de la irracionalidad de la guerra: «Pero el artículo de la CCI altera el significado de esta afirmación (sobre la función de la guerra) porque su comentario subsiguiente es que eso significaría que estaríamos de acuerdo con que “hay una racionalidad económica en el fenómeno de la guerra mundial”. Eso implicaría que vemos la destrucción de valores como el objetivo del capitalismo, es decir, que eso es la causa (subrayado en el original) directa de la guerra. Pero causas no son lo mismo que consecuencias. La clase dominante de los Estados imperialistas no va a la guerra conscientemente para devaluar capital» ([15]).

En el período ascendente del capitalismo las crisis cíclicas no eran provocadas conscientemente por la clase dominante. Sin embargo, las crisis cíclicas tenían una «racionalidad económica»: permitían devaluar capital y, en consecuencia, reanudar la acumulación capitalista a un nuevo nivel. El BIPR piensa que las guerras mundiales de la decadencia cumplen un papel de devaluación de capital y reanudación de la acumulación. Es decir, les atribuyen una racionalidad económica de índole similar al de las crisis cíclicas en el período ascendente.

Ahí está justamente el error central tal y como advertíamos a CWO, hace ya 16 años, en nuestro artículo «Teorías económicas y lucha por el socialismo»: «Es posible percibir el error de Bujarin repitiéndose en el análisis de la CWO: “cada crisis conduce mediante la guerra a la devaluación del capital constante, lo que eleva la cuota de ganancia y permite que el ciclo de reconstrucción se repita de nuevo” (cita de la CWO tomada de la publicación Revolutionary Perspectives, nº 6, pag.18, en su artículo «La acumulación de contradicciones»). Para la CWO, por lo tanto, las crisis del capitalismo decadente son vistas en términos económicos como si fueran las crisis cíclicas del capitalismo en ascendencia, pero repetidas a un nivel más alto» ([16]).

El BIPR sitúa la diferencia entre ascendencia y decadencia únicamente en la magnitud de las interrupciones periódicas del ciclo de acumulación: «Las causas de la guerra vienen de los esfuerzos de la burguesía para defender sus valores de capital frente a los de los rivales. Bajo el capitalismo ascendente tal rivalidad se expresaba en el nivel económico y entre firmas rivales. Aquellos que podían alcanzar un grado de concentración de capital más grande (tendencia capitalista a la centralización y el monopolio) estaban en posición... de empujar a sus competidores contra la pared. Esta rivalidad llevaba también a una sobreacumulación de capital que desembocaba en las crisis cada 10 años del siglo XIX. En éstas las firmas más débiles quebraban o eran tomadas por sus rivales más poderosos. El capital podía ser devaluado en cada crisis y entonces una nueva ronda de acumulación podía recomenzar, aunque el capital se hacía más centralizado y concentrado... en la era del capital monopolista, en la que la concentración ha alcanzado el nivel del Estado nacional, lo económico y lo político se interrelacionan en la etapa decadente o imperialista del capitalismo. En esta época las políticas que demanda la defensa de los valores del capital involucran a los Estados mismos y se elevan a rivalidades entre las potencias imperialistas» ([17]). Como consecuencia de ello «las guerras imperialistas no tienen tales objetivos limitados (como las del período ascendente, ndt). La burguesía... una vez se embarca en la guerra lo hace hasta que se produce la aniquilación de una nación o de un bloque de naciones. Las consecuencias de la guerra no se limitan a una destrucción física de capital sino también a una masiva devaluación del capital existente» ([18]).

En el fondo de estos análisis hay un fuerte economicismo: sólo conciben las guerras como un producto inmediato y mecánico de la evolución económica. En nuestro artículo de la Revista internacional, nº 79, expusimos que la guerra imperialista tiene una raíz económica global (la crisis histórica del capitalismo) pero de ahí no se deduce que cada guerra tenga una motivación económica inmediata y directa. El BIPR buscó en la guerra del Golfo una causa económica y cayó en el terreno del economicismo más vulgar diciendo que era una guerra por los pozos de petróleo. Igualmente ha explicado la guerra yugoslava por el apetito de no se sabe qué mercados por parte de las grandes potencias ([19]). Es cierto que luego, bajo la presión de nuestras críticas y de las evidencias empíricas, corrigió esos análisis pero no ha llegado nunca a poner en cuestión ese economicismo vulgar que no puede concebir la guerra sin una causa inmediata y mecánica de tipo «económico» detrás de ella ([20]).

El BIPR confunde rivalidad comercial y rivalidad imperialista que no son necesariamente iguales. La rivalidad imperialista tiene como causa de fondo una situación económica de saturación general del mercado mundial, pero eso no quiere decir que tenga como origen directo la mera concurrencia comercial. Su origen es económico, estratégico y militar y en él se concentran factores históricos y políticos.

De la misma forma, en el período ascendente del capitalismo, las guerras (de liberación nacional o coloniales) si bien tenían una finalidad económica global (la constitución de nuevas naciones o la expansión del capitalismo mediante la formación de colonias) no venían directamente dictadas por rivalidades comerciales. Por ejemplo, la guerra franco-prusiana tuvo orígenes dinásticos y estratégicos pero no venía ni de una crisis comercial insalvable para ninguno de los contendientes ni de una particular rivalidad comercial. Esta cuestión el BIPR es capaz de entenderla hasta cierto punto cuando dicen: «Mientras las guerras post-napoleónicas del siglo XIX tenían sus horrores (como lo ve correctamente la CCI) la verdadera diferencia estaba en que se luchaba por objetivos específicos que permitían alcanzar soluciones rápidas y negociadas. La burguesía del siglo XIX todavía tenía la misión programática de destruir los residuos de los viejos modos de producción y crear verdaderas naciones» ([21]). Además, el BIPR ve muy bien la diferencia con el período decadente: «el coste de un mayor desarrollo capitalista de las fuerzas productivas no es inevitable. Además, estos costes han alcanzado tal escala que amenazan la destrucción de la vida civilizada tanto a corto plazo (medio ambiente, hambrunas, genocidio) y a largo plazo (guerra imperialista generalizada)» ([22]).

Las constataciones del BIPR son correctas y las compartimos plenamente, pero deberían plantearle una pregunta muy simple: ¿qué significa que las guerras de la decadencia tengan «objetivos totales» y que el coste del mantenimiento del capitalismo llegue hasta el extremo de suponer la destrucción de la humanidad? ¿pueden corresponder esas situaciones de convulsión y destrucción que el BIPR reconoce que son cualitativamente diferentes a las del período ascendente, a una situación económica de reproducción normal y sana de los ciclos de acumulación del capital, que sería idéntica a la del período ascendente?.

La enfermedad mortal del capitalismo decadente el BIPR la sitúa únicamente en el momento de las guerras generalizadas, pero no la ven en los momentos de aparente normalidad, en los períodos donde, según ellos, se desarrolla el ciclo de acumulación del capital. Esto le lleva a una peligrosa dicotomía: por un lado, conciben épocas de desarrollo de los ciclos normales de acumulación del capital donde asistimos a un crecimiento económico real, se producen «revoluciones tecnológicas», crece el proletariado. En estas épocas de plena vigencia del ciclo de acumulación, el capitalismo parece volver a sus orígenes, su crecimiento parece mostrarle en una situación idéntica a su período juvenil (esto el BIPR no se atreve a decirlo, mientras que el PCI-Programa lo afirma abiertamente). Por otro lado, estarían las épocas de guerra generalizada en las cuales la barbarie del capitalismo decadente se manifestaría en toda su brutalidad y violencia.

Esta dicotomía recuerda fuertemente a la que expresaba Kautski con su tesis del «superimperialismo»: por una parte, reconocía que tras la Primera Guerra mundial el capitalismo entraba en un período donde podían producirse grandes catástrofes y convulsiones, pero, al mismo tiempo, establecía que había una tendencia «objetiva» a la concentración suprema del capitalismo en un gran trust imperialista lo cual permitía un capitalismo pacífico.

En el prólogo al libro antes citado de Bujarin (La Economía mundial y el imperialismo), Lenin denuncia esta contradicción centrista de Kautsky: «Kautsky ha prometido ser marxista en la época de los graves conflictos y de las catástrofes, que él se ha visto forzado a prever y a definir muy netamente, cuando, en 1909, escribía su obra sobre el tema. Ahora que está absolutamente fuera de duda que dicha época ha llegado, Kautski se limita a seguir prometiendo ser marxista en una época futura, que no llegará quizá nunca, la del superimperialismo. En una palabra, el prometerá ser marxista, tanto como se quiera, pero en otra época, no en el presente, en las condiciones actuales, en la época que vivimos» (libro citado, pág. 6, edición española).

Guardando las distancias, al BIPR le pasa lo mismo. El análisis marxista de la decadencia del capitalismo lo guarda celosamente para el período en que estalle la guerra, entre tanto para el período de acumulación se permite un análisis que hace concesiones a las mentiras burguesas sobre la «prosperidad» y el «crecimiento» del sistema.

La subestimación de la gravedad del proceso de descomposición del capitalismo

Esa tendencia a guardar el análisis marxista de la decadencia para el período de guerra generalizada explica la dificultad que tiene el BIPR para comprender la actual etapa de la crisis histórica del capitalismo: «La CCI ha sido consecuente desde su fundación hace 20años en dejar de lado todo intento de análisis sobre cómo el capitalismo ha conducido la crisis actual. Piensa que todo intento de ver los rasgos específicos de la crisis presente es equivalente a decir que el capitalismo ha resuelto la crisis. No se trata de eso. Lo que incumbe a los marxistas actualmente es tratar de entender por qué la crisis presente sobrepasa en duración a la gran depresión de 1873-96. Pero mientras esta última fue una crisis cuando el capitalismo entraba en su fase monopolista y era todavía soluble por una simple devaluación económica, la crisis de hoy amenaza la humanidad con una catástrofe muchísimo más grande» ([23]).

No es cierto que la CCI haya renunciado a analizar los rasgos de la presente crisis. El BIPR se convencerá de esto estudiando los artículos que regularmente publicamos en cada número de la Revista internacional, siguiendo la crisis en todos sus aspectos. Para nosotros la crisis abierta en 1967 es la reaparición en forma abierta de una crisis crónica y permanente del capitalismo en su decadencia, es la manifestación de un freno profundo y cada vez más incontrolable del mecanismo de acumulación capitalista. Los «rasgos específicos» que tiene la crisis actual constituyen las distintas tentativas del capital a través del reforzamiento de la intervención del Estado, la huida hacia adelante en el endeudamiento y las manipulaciones monetarias y comerciales, para evitar una explosión incontrolable de su crisis de fondo y, simultáneamente, la evidencia del fracaso de tales pócimas y su efecto perverso de agravar mucho más el mal incurable del capitalismo.

El BIPR ve como la «gran tarea» de los marxistas explicar la larga duración de la crisis actual. No nos sorprende que al BIPR le choque esa larga duración de la crisis, en la medida en que no comprenden el problema de fondo: no asistimos al fin de un ciclo de acumulación sino a una situación histórica prolongada de bloqueo, de alteración profunda, del mecanismo de acumulación. Una situación, como decía la IC, donde el capitalismo no puede asegurar sus funciones económicas esenciales más que por el hierro y la sangre.

Este problema de fondo que tiene el BIPR le lleva a ironizar una vez más acerca de nuestra posición sobre la actual situación histórica de caos y descomposición del capitalismo: «mientras podemos estar de acuerdo en que hay tendencias hacia la descomposición y el caos (después de 20 años del fin del ciclo de acumulación es difícil ver cómo no podía ser de otra manera) éstas no pueden ser utilizadas como eslóganes para evitar un análisis concreto de qué es lo que está pasando» ([24]).

Como se ve, lo que más le preocupa al BIPR es nuestro supuesto «simplismo», una especie de «pereza intelectual» que se refugiaría en gritos radicales sobre la gravedad y el caos de la situación del capitalismo, como muletilla para no entrar en un análisis concreto de lo que está pasando.

La preocupación del BIPR es justa. Los marxistas nos molestamos y nos molestaremos (esa es una de nuestras obligaciones dentro del combate del proletariado) en analizar detalladamente los acontecimientos evitando caer en generalidades retóricas al estilo del «marxismo ortodoxo» de Longuet en Francia o de las vaguedades anarquistas que reconfortan mucho pero que ante los momentos decisivos llevan a graves desvaríos oportunistas cuando no a traiciones descaradas.

Sin embargo para poder hacer un análisis concreto de «lo que está pasando» hay que tener un marco global claro y es en ese terreno donde el BIPR tiene problemas. Como no comprende la gravedad y la profundidad de las alteraciones y el grado de degeneración y contradicciones del capitalismo en «tiempos normales», en las fases del ciclo de acumulación, todo el proceso de descomposición y caos del capitalismo mundial, que se ha acelerado substancialmente con el derrumbe del bloque del Este en 1989, se le escapa de las manos, es incapaz de comprenderlo.

El BIPR debería recordar las estupideces lamentables que dijo cuando el derrumbe de los países estalinistas especulando sobre los «fabulosos mercados» que estos solares de ruinas podrían ofrecer a los países de Occidente y creyendo que supondrían un alivio de la crisis capitalista. Luego, ante lo aplastante de las evidencias empíricas y gracias a nuestras críticas, el BIPR ha corregido sus errores. Esto está muy bien y revela su responsabilidad y su seriedad ante el proletariado. Pero el BIPR debería ir al fondo del asunto: ¿por qué tantas meteduras de pata? ¿por qué tiene que cambiar arrastrado por los hechos mismos? ¿qué vanguardia es esa que tiene que cambiar de posición a remolque de los acontecimientos, incapaz siempre de preverlos?. El BIPR debería estudiar atentamente los documentos donde hemos expuesto las líneas generales del proceso de descomposición del capitalismo ([25]). Comprobaría que no hay problema de «simplismo» por nuestra parte sino de retraso e incoherencia por la suya.

Estos problemas tienen una nueva muestra en la siguiente especulación del BIPR: «Una prueba más del idealismo de la CCI está en su acusación final al Buró de que “no tiene una visión unitaria y global de la guerra” lo cual llevaría a la “ceguera y la irresponsabilidad (sic)” de no ver que una próxima guerra podría significar “nada menos que la completa aniquilación del planeta”. La CCI podría tener razón, aunque nos gustaría conocer las bases científicas de esta predicción. Nosotros mismos hemos dicho siempre que la próxima guerra amenaza la existencia de la humanidad. Sin embargo no hay una certeza absoluta de esta destrucción total de todo lo existente. La próxima guerra imperialista podría no desembocar en la destrucción final de la humanidad. Hay armas de destrucción masiva que no se han usado en conflictos anteriores (como por ejemplo las armas químicas o biológicas) y no hay garantía que un holocausto nuclear podría abarcar todo el planeta. De hecho los preparativos presentes de las potencias imperialistas incluyen la eliminación de armas de destrucción masiva a la vez que se desarrollan las armas convencionales. Incluso la burguesía entiende que un planeta destruido no sirve para nada (incluso si las fuerzas que dirigen hacia la guerra y la naturaleza de la guerra acaban en última instancia fuera de su control)» ([26]).

El BIPR debería aprender un poco de la historia: en la Primera Guerra mundial todos los bandos emplearon las máximas fuerzas de destrucción, corrieron desesperados por encontrar el ingenio más mortífero. En la Segunda Guerra mundial cuando Alemania ya estaba vencida se produjeron los masivos bombardeos de Dresde empleando bombas incendiarias y de fragmentación y después con Japón igualmente vencido Estados Unidos empleó la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Después, la masa de bombas que cayó en 1971 sobre Hanoi en una noche superó la masa de bombas caídas en todo 1945 sobre Alemania. A su vez, la «alfombra de bombas» que lanzaron los «aliados» sobre Bagdad batió el triste récord de Hanoi. En la misma guerra del Golfo se probaron, experimentando sobre los propios soldados norteamericanos, nuevas armas de tipo nuclear-convencional y químico. Se empieza a saber ahora que Estados Unidos hizo en los años 50 experimentos sobre su propia población con armas bacteriológicas... Y ante esa masa de evidencias que se pueden leer en cualquier publicación burguesa, el BIPR ¡tiene la torpeza y la ignorancia de especular sobre el grado de control de la burguesía, sobre «su interés» en evitar un holocausto total!. De forma suicida, el BIPR sueña en que se emplearían armas «menos destructivas» cuando 80 años de historia prueban todo lo contrario.

En esta especulación insensata, el BIPR no sólo no comprende la teoría sino que ignora olímpicamente la aplastante y repetida evidencia de los hechos. Debería comprender lo gravemente erróneo y revisionista de esas ilusiones estúpidas de pequeño burgués impotente que se agarra al clavo ardiendo de que «incluso la burguesía entiende que un planeta destruido no sirve para nada».

El BIPR debe superar su centrismo, su oscilación entre una posición coherente sobre la guerra y la decadencia del capitalismo y las teorizaciones especulativas que hemos criticado sobre la guerra como medio de devaluación del capital y reanudación de la acumulación. Esos errores le llevan, en efecto, a no considerar y tomarse en serio como instrumento coherente de análisis lo que él mismo dice: «incluso si las fuerzas que dirigen hacia la guerra y la naturaleza de la guerra acaban en última instancia fuera de su control».

Esta frase es para el BIPR un mero paréntesis retórico; pero si quisiera ser plenamente fiel a la Izquierda comunista y comprender la realidad histórica esa frase debería ser su guía de análisis, el eje de pensamiento para comprender concretamente los hechos y las tendencias históricas del capitalismo actual.

Adalen
27-5-95


[1] En su respuesta el BIPR desarrolla otras cuestiones como una peculiar concepción del capitalismo de Estado que no trataremos aquí.

[2] Ver en Revista internacional, nº 77 y 78, «Negar la decadencia del capitalismo equivale a desmovilizar al proletariado ante la guerra».

[3] El BIPR afirma su coincidencia con nuestra posición pero en vez de reconocer la importancia y las consecuencias de esa convergencia de análisis reacciona de forma sectaria y nos acusa de mantener ese rechazo del error que cometió Rosa Luxemburgo sobre el «militarismo como sector de acumulación de capital» de manera deshonesta. En realidad, como luego demostraremos, la comprensión de que el militarismo no es un medio de acumulación de capital es un argumento a favor de nuestra tesis fundamental sobre el bloqueo creciente de la acumulación en el período de decadencia, y no un desmentido de esa tesis. Por otra parte, los compañeros del BIPR se confunden cuando dicen que es gracias a su crítica si cambiamos de posición sobre el tema del militarismo. Deberían leer los documentos de nuestros predecesores (la Izquierda comunista de Francia) que contribuyeron de manera fundamental al análisis de la economía de guerra a partir de una crítica sistemática a la idea de Vercesi de la «guerra como solución a la crisis capitalista». Ver «El renegado Vercesi» (1944).

[4] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 29.

[5] Ídem.

[6] Libro citado, pág. 139, edición española.

[7] El Capital, libro 3º, sección 3ª, capítulo XV, parte 2.

[8] «Las teorías sobre las crisis: desde Marx hasta la IC», en Revista internacional, no 22, pag. 17.

[9] Ver nuestro artículo de polémica con el BIPR en Revista internacional nº 79, apartado «La naturaleza de los ciclos de acumulación en la decadencia capitalista».

[10] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 30.

[11] La IC en sus dos primeros Congresos tenía como tarea urgente y prioritaria llevar adelante los intentos revolucionarios del proletariado mundial y reagrupar sus fuerzas de vanguardia. En ese sentido sus análisis sobre la guerra y la posguerra, sobre la evolución del capitalismo etc. no pudieron ir más allá de la elaboración de unos rasgos generales. El curso posterior de los acontecimientos, las derrotas del proletariado y el avance veloz de la gangrena oportunista en el seno de la IC, condujeron a que contradijera esos rasgos generales y a que las tentativas de elaboración teórica (en particular, la polémica de Bujarin contra Rosa Luxemburgo en su libro El Imperialismo y la acumulación de capital, de 1924) constituyeran una brutal regresión respecto a la claridad de los dos primeros Congresos.

[12] «Tesis sobre la situación internacional y la política de la Entente», Documentos del Ier Congreso de la IC, pág.78, edición española.

[13] Ídem.

[14] Ídem.

[15] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, p. 29.

[16] Revista internacional, no 16, pag. 19.

[17] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 29-30.

[18] Ídem.

[19] Ver el artículo «El medio político proletario ante la guerra del Golfo» en Revista internacional, no 64.

[20] Battaglia Communista de enero de 1991 anunciaba, a propósito de la guerra del Golfo, que «la tercera guerra mundial ha comenzado el 17 de enero» (dia de los primeros bombardeos directos de los «aliados» sobre Bagdad). En el número siguiente, BC pliega velas ante la metedura de pata pero en lugar de sacar lecciones del error persisten en él: «en ese sentido, afirmar que la guerra que ha comenzado el 17 de enero marca el inicio del tercer conflicto mundial no es un acceso de fantasía, sino tomar acta de que se ha abierto la fase en la que los conflictos comerciales, que se han acentuado desde principios de los años 70, no pueden solucionarse si no es con la guerra generalizada». Ver en Revista internacional, nº 72, el artículo «Cómo no entender el desarrollo del caos y los conflictos imperialistas» donde se critican y analizan estos y otros lamentables patinazos.

[21] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13.

[22] Ídem, pág. 31.

[23] Ídem, pág. 34.

[24] Ídem, pág. 35.

[25] Ver en Revista internacional, no 60, las «Tesis sobre los países del Este» acerca del hundimiento del estalinismo; en la Revista internacional, no 62, «La descomposición del capitalismo»; y en Revista internacional, no 64, «Militarismo y descomposición».

[26] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 36.

 

Series: 

  • Polémica en el medio político: sobre la decadencia [25]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [26]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [5]
  • Imperialismo [27]

Revista internacional n° 83 - 4o trimestre de 1995

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Antigua Yougoslavia - Un paso adelante en la escalada guerrera

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Antigua Yougoslavia

Un paso adelante en la escalada guerrera

Ante la anarquía y el caos crecientes característicos de las relaciones burguesas a nivel internacional desde que se hundió el bloque del Este hace ya seis años, asistimos hoy a una fortísima presión por parte de Estados Unidos (EE.UU.) para reafirmar su liderazgo amenazado y su papel de gendarme del “nuevo orden mundial”, como ya lo hicieron cuando la guerra del Golfo. Entre las manifestaciones más significativas de tal presión, el cercano Oriente sigue siendo un terreno predilecto para las maniobras de la burguesía norteamericana. Ésta se aprovecha tanto de la fuerte tutela que ejerce sobre un Estado israelí aislado en la zona (y que por lo tanto no tiene más remedio que de seguir sus órdenes al pie de la letra) como de la situación de dependencia de un Arafat en postura muy incómoda, para acelerar el proceso de la “pax americana” y consolidar su control y dominio sobre esta área estratégica esencial, sometida como nunca a convulsiones.

El régimen debilitado de Sadam Hussein también es uno de los blancos favoritos de las maniobras de Washington. La burguesía norteamericana se prepara para incrementar su presión militar sobre el “matarife de Bagdad” ahora que alguna que otra rata huye del barco para refugiarse en Jordania (otra de las bases sólidas de los intereses norteamericanos en Oriente medio), y en particular dos de los yernos de Sadam, uno de los cuales era responsable de los programas militares irakíes. Esta adhesión permite a EE.UU. refrescar el recuerdo de su demostración de fuerza durante la guerra del Golfo y justificar el refuerzo de tropas norteamericanas basadas en la frontera con Kuwait, volviendo también a hacer correr rumores sobre arsenales bacteriológicos y preparativos de invasión de Kuwait y Arabia Saudí por parte de Irak. Sin embargo, la principal reafirmación de tal presión sigue siendo, tras tres años de fracasos, el restablecimiento espectacular de la situación de Estados Unidos en la antigua Yugoslavia, área central de conflictos en que la primera potencia imperialista mundial no puede permitirse estar ausente.

De hecho, la multiplicación y amplitud creciente de ese tipo de operaciones de policía no son sino la expresión de una huida ciega hacia la militarización por parte del sistema capitalista como un todo y de su hundimiento en la barbarie guerrera.

La realidad desmiente contundentemente el cuento que dice que la guerra y la barbarie desencadenadas en la ex Yugoslavia desde hace cuatro años no serían sino un vulgar asunto de enfrentamientos interétnicos entre pandillas nacionalistas. La cantidad de ataques aéreos contra las zonas serbias en torno a Sarajevo y demás “zonas de seguridad” (casi 3500 “acciones” durante los doce días de la operación llamada “Deliberate Force”) hace que esta operación sea la mayor intervención militar de la OTAN desde que se creó en 1949.

Las grandes potencias son las verdaderas responsables el desencadenamiento e la barbarie

Han sido las mismas potencias las que han estado manejando los peones unos contra otros en el tablero de ajedrez yugoslavo. Baste con considerar quién forma parte del “grupo de contacto” que pretende encontrar los medios para acabar el conflicto (EE.UU., Alemania, Rusia, Gran Bretaña y Francia) para darse cuenta de que está compuesto por las primeras potencias imperialistas del planeta, exceptuando a Japón y China demasiado alejados de la zona de conflicto.

Como ya hemos puesto de relieve: «fue Alemania, animando a Eslovenia y a Croacia a proclamarse independientes de la antigua confederación yugoslava, la que provocó el estallido del país, desempeñando un papel primordial en el inicio de la guerra en 1991. Frente al empuje del imperialismo alemán, fueron las otras cuatro grandes potencias las que apoyaron y animaron al gobierno de Belgrado a llevar a cabo una contraofensiva. (...) particularmente mortífera». Son «Francia y Gran Bretaña, con la tapadera de la ONU, [quienes] enviaron entonces los contingentes más importantes de cascos azules, los cuales, con el pretexto de impedir los enfrentamientos, lo único que han hecho es dedicarse sistemáticamente a mantener el statu quo a favor del ejército serbio. En 1992, el gobierno de Estados Unidos se pronunció a favor de la independencia de Bosnia-Herzegovina, apoyando a la parte musulmana de esta región en una guerra contra el ejército croata (también apoyado por Alemania) y el serbio (apoyado por Gran Bretaña, Francia y Rusia). En 1994, la administración de Clinton logró imponer un acuerdo de constitución de una federación entre Bosnia y Croacia contra Serbia y, al final de año, bajo la dirección del ex presidente Carter, obtuvo la firma de una tregua entre Bosnia y Serbia. (...) Sin embargo, a pesar de todas las negociaciones en las que aparece claramente la pugna entre las grandes potencias, no se alcanza el menor acuerdo. Lo que no podrá ser obtenido con la negociación, lo será por la fuerza militar. (...) La invasión de una parte de la Eslavonia occidental por Croacia, a principios del mes de mayo, así como la reanudación de los combates en diferentes puntos del frente (...); el inicio, en el mismo momento, de una ofensiva del ejército bosnio (...) Está claro que estas acciones han sido emprendidas con el acuerdo y a iniciativa de los gobiernos americano y alemán» ([1]). La reacción del campo adverso no es menos significativa de la intervención de las demás potencias.

En el texto citado ya desarrollamos ampliamente tanto el sentido como el contenido de las maniobras franco-británicas de común acuerdo con las fuerzas serbias, que se concretaron en la creación de la FFR y la expedición sobre el terreno de las tropas de ambas potencias bajo su propia bandera nacional. Al ser una operación de sabotaje de las fuerzas de la OTAN, esta maniobra ha sido una contundente afrenta para la potencia imperialista que pretende desempeñar el papel de gendarme del mundo.

Estados Unidos tenía que pegar muy fuerte para restablecer la situación a su favor, y para esto ha utilizado la población civil con un cinismo comparable al de sus adversarios. Todos esos bandidos imperialistas se combaten unos a otros con camarillas eslavas interpuestas, procurando mantener la sórdida defensa de sus intereses particulares respectivos a costa de las poblaciones utilizadas como rehenes permanentes, víctimas de los ajustes de cuentas de aquéllos.

Efectivamente, son las grandes potencias las verdaderas responsables de las masacres y del éxodo que desde 1991 ha precipitado a más de cuatro millones y medio de refugiados en interminables filas de hombres, mujeres, ancianos y niños despavoridos por los caminos, huyendo de una zona de combate a otra. Son las grandes potencias imperialistas las que, a causa de sus sangrientas rivalidades imperialistas, cada una por su lado, han animado a cometer las sucias faenas de “limpieza” y “purificación étnica” llevadas a cabo por las pandillas nacionalistas rivales en el terreno.

Y así fue como la Unprofor, apoyada por Francia y Gran Brataña, dio permiso para que los serbios de Bosnia eliminaran las «bolsas» de Srebrenica y Zepa en julio de 1995. Mientras ambas potencias polarizaban la atención sobre su “misión de protección” en Gorazde y Sarajevo, la Unprofor ayudaba a los serbios a vaciar aquellos enclaves de sus ocupantes. Nunca hubiese sido posible la expulsión de los refugiados sin esa ayuda. De hecho, la “protección” de los enclaves por la ONU permitió a los serbios concentrar su esfuerzo militar en las zonas de enfrentamiento más vitales. Y para que los enclaves pudiesen ser recuperados por las fuerzas serbias en el momento oportuno, la ONU desarmó previamente a las poblaciones en nombre de su “misión por la paz”. El propio gobierno bosnio fue cómplice de esos crímenes, demostrando lo poco que le importa su carne de cañon al haber amontonado a las poblaciones refugiadas dentro de las zonas de combate.

La burguesía norteamericana ha recurrido a esos mismos métodos sucios. Así es como EE.UU., para justificar la ofensiva croata en la Krajina, inundó los medios de comunicación durante el ataque con fotos tomadas por satélite que mostraban tierra recién movida, lo que suponía la existencia de hacinamientos de cadáveres dejados por las tropas serbias en la región de Srebrenica. También fueron imágenes horrorosas de la matanza cometida por un obús en el mercado de Sarajevo lo que justificó la réplica de la OTAN. El pretexto de la respuesta militar es claro como el agua clara: es efectivamente bastante improbable que Karadzic esté tan loco como para exponerse a represalias brutales al disparar obuses que ocasionaron 37 muertos y unos cien heridos en el mercado de Sarajevo. Cuando se sabe que los tiros vinieron precisamente de la misma línea de frente que separa los ejércitos serbio y bosnio (ambos campos se han echado mutuamente la culpa de la matanza), está permitido suponer que se trataba de una “provocación”. Una operación como la que desencadenó la OTAN con sus bombardeos no puede improvisarse y venía demasiado a punto para servir los intereses de Washington; no sería la primera vez que la primera potencia imperialista haya organizado ese tipo de montaje escénico. Puede recordarse, por ejemplo, que el presidente Lyndon Johnson pretextó el ataque de dos naves norteamericanas por un buque vietnamita del norte para emprender la guerra del Vietnam; años después se supo que tal ataque era un cuento y que la operación la había montado totalmente el Pentágono. Es un ejemplo perfecto de los métodos gangsteriles de las grandes potencias que fabrican pretextos de arriba abajo para justificar sus acciones.

Para EE.UU. se trataba de dar cumplida respuesta a las provocaciones franco-británicas, cuyas pretensiones de aguafiestas arrogantes y su creciente ardor guerrero se hacían cada vez más intolerables, mediante otras maniobras, otras trampas que demostraran su capacidad imperialista superior, su verdadera supremacía militar.

Enfrentada a su fracaso y al atasco de la situación en Bosnia durante tres años, la burguesía norteamericana estaba ante la necesidad de reafirmar su liderazgo a escala mundial. No era admisible para la primera potencia mundial, tras haber apostado por apoyar a la fracción musulmana que se ha revelado como la más débil, quedar fuera de juego en un conflicto primordial, en suelo europeo, uno de los más cruciales para afirmar su hegemonía.

Sin embargo, EEUU está ante una dificultad mayor que pone en evidencia la debilidad fundamental de su situación en Yugoslavia. El recurrir a cambios sucesivos de táctica, que se han plasmado en 1991 en el apoyo a Serbia, en 1992 a Bosnia y en 1994 a Croacia (a condición de que este país colaborara con las fuerzas bosnias), demuestra que no disponen de aliados fijos en la región.

Tras la ofensiva croata, la acción conjunta de EE.UU. y Alemania

Durante un primer tiempo, EE.UU. se ha visto obligado a apoyarse en la fracción más fuerte, Croacia, abandonando a su aliado de ayer, Bosnia, para poder salir del callejón sin salida en el que se encontraba, volverse a situar en el centro del juego imperialista y conservar un papel de primer orden. Washington ha utilizado la fracción croato-musulmana y la confederación de ésta con Croacia que había supervisado durante la primavera del 94. Su papel y el apoyo logístico del Pentágono han sido determinantes para el éxito de la guerra “relámpago” de tres días del ejército croata en la Krajina (gracias a la localización precisa por satélite de las posiciones serbias). EE.UU. ha sido, por lo demás, el único país en saludar públicamente el triunfo de la ofensiva croata. De este modo, se comprueba que la ofensiva croata en la Krajina fue preparada largo tiempo de antemano, organizada y dirigida con maestría a la vez por Alemania y por Estados Unidos. Pues, para ello, la burguesía norteamericana ha tenido que pactar paradójicamente con el «diablo», con su más peligroso gran adversario imperialista, Alemania, favoreciendo los intereses que le son de verdad más antagónicos.

La creación de un verdadero ejército croata (100000 hombres para ocupar la Krajina) ha estado fuertemente apoyada por Alemania, que ha actuado de forma discreta y eficaz, en particular suministrando material militar pesado procedente de la antigua Alemania del Este, a través de Hungría. La reconquista de la Krajina es un éxito y un paso adelante indiscutible para Alemania. Ha permitido, ante todo, a la burguesía germánica dar un gran paso hacia su objetivo estratégico esencial: tener acceso a los puertos dálmatas en toda la costa adriática, que le dan una salida hacia las aguas profundas del Mediterráneo. La liberación de la Krajina, y en particular de Knin, también abre a Croacia y a su aliado alemán una red ferroviaria y de carreteras entre el sur y el norte de Dalmacia. A la burguesía alemana tanto como a la croata también les interesaba eliminar la amenaza serbia sobre el enclave de Bihac, desde donde se puede cerrar el paso a toda la costa dálmata.

Al derrotar por primera vez a las tropas serbias ([2]), se debilitaba sobre todo a las potencias de segunda fila, a Francia y a Gran Bretaña, ridiculizando a la FFR y poniendo en evidencia su lamentable inutilidad, cuando se ocupaba de abrir sin resultado una estrecha vía de acceso hacia Sarajevo mientras el ariete croata derrumbaba la fortaleza serbia en la Krajina. Arrinconada en el monte Igman en una ridícula defensa de Sarajevo, no solo quedó momentáneamente desprestigiada en el ruedo internacional sino también para los propios serbios, de lo cual ha sacado provecho el otro rival, Rusia, la cual desde entonces se ha confirmado para los serbios como su mejor y más firme aliado.

Tras los bombardeos antiserbios, el forcejeo entre EEUU y las demás potencias imperialistas

La réplica de la burguesía norteamericana recuerda el guión de la guerra del Golfo. Aunque dirigido contra las posiciones serbias, el bombardeo intensivo de la OTAN era sobre todo un mensaje de reafirmación de la supremacía norteamericana directamente dirigido a las demás grandes potencias. Para EEUU era necesario acabar con todas las estratagemas guerreras ([3]) y todas las artimañas diplomáticas con Serbia de la pareja franco-inglesa.

Sin embargo, al pasar a la segunda fase de su iniciativa, Estados Unidos corría una vez más el riesgo de desprestigiarse. El plan de paz en que ha desembocado la ofensiva de la Krajina aparecía como una “traición abierta de la causa bosnia”, al confirmar el desmembramiento del territorio bosnio con el 49 % de las conquistas militares para los serbios y el 51 % para la confederación croato-bosnia, reparto que deja de hecho al resto de Bosnia como una especie de protectorado de Croacia. Semejante plan, verdadera puñalada trapera de sus aliados, no podía sino provocar la hostilidad del presidente bosnio Izetbegovic. Mientras el emisario norteamericano negociaba directamente en Belgrado, saltando por encima de Francia y Gran Bretaña, únicos interlocutores acreditados por Serbia entre las potencias occidentales desde hace tres años, fue con el mayor descaro por parte de los aliados de Milosevic ([4]) como ambas potencias creyeron poder aprovecharse de la ocasión para intentar ponerle la zancadilla a EE.UU., presentándose como las grandes e indefectibles defensoras de la causa bosnia y de la población asediada de Sarajevo ([5]). Así es como el gobierno francés intentó presentarse como un aliado incondicional de Izetbegovic recibiéndolo en París. Pero eso fue caer en la trampa montada por EE.UU. para darles una lección magistral a aquellas dos potencias. Aprovechándose del pretexto dado por los obuses disparados sobre el mercado de Sarajevo, Estados Unidos movilizó inmediatamente las fuerzas de la OTAN, poniendo a la pareja franco-británica entre la espada y la pared declarándoles muy probablemente en sustancia: “¿Quieren ayudar a los bosnios? ¡Estupendo! Nosotros también. Entonces han de seguirnos, porque somos los únicos en poder hacerlo, los únicos en tener los medios de imponer una relación de fuerzas eficaz contra los Serbios. Lo hemos demostrado al realizar en tres días el desenclave de la zona de Bihac, reconquistando la Krajina, lo que no habéis sido capaces de cumplir en tres años. Lo vamos a verificar una vez más liberando Sarajevo de la tenaza serbia, lo que vuestra FFR tampoco ha sido capaz de cumplir. Si os echáis atrás, si no nos seguís, será la demostración de que no sois más que unos fanfarrones, unos chillones incapaces, y perderéis todo el crédito que os queda en el ruedo internacional”. Este chantaje no dejó la menor salida a la pareja franco-británica que acabó participando en las operaciones de bombardeo contra sus aliados serbios y volviendo a poner a la FFR bajo el patrocinio directo de la OTAN. Aún evitando no causar pérdidas irreparables a sus aliados serbios, cada una de esas dos potencias reaccionó entonces a su manera. Mientras Gran Bretaña se hizo muy discreta, Francia no pudo evitar hacer el papelón de matón militarista, e intenta ahora presentarse, dedicándose a la escalada verbal antiserbia, como el más resuelto partidario de la fuerza, el mejor teniente de EE.UU. y el aliado más indispensable de Bosnia. Esas fanfarronadas, llegando incluso a dárselas de ser el principal artífice del «plan de paz», no logran ocultar que el gobierno francés ha tenido que achantarse y ponerse en su sitio.

De hecho, en la segunda parte de la operación, Estados Unidos ha actuado por cuenta propia obligando a todos sus competidores imperialistas a doblegarse a su voluntad. La aviación alemana ha participado por vez primera en una acción de la OTAN, pero ha sido a regañadientes. Ante el hecho consumado de la acción norteamericana en solitario, a la burguesía alemana no le quedaba otra solución que integrarse en una acción que no le sirve para nada en sus proyectos. E igualmente Rusia, principal apoyo de los serbios, a pesar de sus ruidosas protestas y sus espectaculares ademanes (petición de convocatoria el Consejo de seguridad de la ONU) contra la continuación de los bombardeos de la OTAN, ha sido totalmente impotente ante una situación que le ha sido impuesta.

Con esta acción, Estados Unidos ha marcado un tanto importante. Ha logrado reafirmar su supremacía imperialista haciendo ver su superioridad militar aplastante. Ha demostrado una vez más que la fuerza de su diplomacia se basa en la fuerza de sus armas. Ha demostrado que es el único capaz de imponer una verdadera negociación pues es el único capaz de poner en la balanza de las discusiones la amenaza de sus armas, de su impresionante arsenal.

Lo que esta situación confirma es que, en la lógica imperialista, la única fuerza real es la militar. Cuando el gendarme interviene, lo hace golpeando todavía más fuerte que las demás potencias imperialistas. Esta ofensiva se enfrenta, sin embargo, a una serie de obstáculos. La fuerza de disuasión de la OTAN es una pálida imitación de la guerra del Golfo:
- La eficacia de los bombardeos aéreos es limitada, lo cual ha permitido a las tropas serbias enterrar sin muchas pérdidas la mayor parte de su artillería. En la guerra moderna la aviación es un arma decisiva, pero ella sola no puede ganar una guerra. El uso de carros blindados y de la infantería sigue siendo indispensable.
- La estrategia americana misma es limitada: Estados Unidos no tiene el más mínimo interés en aniquilar las fuerzas serbias en una guerra total. Para EE.UU., el potencial militar de Serbia debe mantenerse para que un día pueda ser utilizado contra Croacia, en la óptica de su antagonismo fundamental con Alemania. Además una guerra a ultranza contra Serbia acarrearía el riesgo de envenenar las relaciones con Rusia y poner en entredicho su alianza privilegiada con el gobierno de Yeltsin.

Esos límites favorecen las maniobras de sabotaje de los «aliados», obligados por la fuerza a comprometerse en los bombardeos americanos. Ya han aparecido esas maniobras justo cuatro días después del acuerdo de Ginebra, acuerdo que debería haber sido el broche de la habilidad diplomática estadounidense.

La burguesía francesa se puso en primera línea de quienes exigían el cese de los bombardeos de la OTAN «para que los serbios pudieran evacuar sus armas pesadas», y eso que el ultimátum de EE.UU. exigía precisamente lo contrario: el cese de los bombardeos exigía la retirada previa de las armas pesadas de los alrededores de Sarajevo. Y mientras que Estados Unidos pretendía ir más lejos en la presión sobre los serbios de Bosnia, bombardeando el cuartel general de Karadzic en Pale, la Unprofor ponía trabas, oponiéndose a los bombardeos con «objetivos civiles» ([6]).

Los acuerdos de Ginebra firmados en 8 de septiembre por los beligerantes, bajo la batuta de la burguesía estadounidense y en presencia de todos los miembros del «grupo de contacto» no son, ni mucho menos, un «primer paso hacia la paz» como lo ha afirmado el diplomático americano Holbrooke. Lo único que esos acuerdos hacen es sancionar una relación de fuerzas en un momento dado. De hecho, es un paso más hacia un desencadenamiento de una barbarie cuyas atrocidades van a seguir pagando las poblaciones locales.

Como ocurrió cuando la guerra del Golfo, los media se dedican a propalar el cínico infundio de una guerra limpia, de «bombardeos quirúrgicos». ¡Siniestra patraña!. Pasarán meses, sino años, antes de que pueda desvelarse la amplitud y el horror que para las poblaciones locales han sido las nuevas matanzas perpetradas por las naciones más «democráticas» y «civilizadas».

En su mutuo enfrentamiento, cada gran potencia, tan asquerosamente una como la demás, nutre su propaganda belicista sobre Yugoslavia. En Alemania se evocan, en virulentas campañas antiserbias, las atrocidades cometidas por los guerrilleros chechniks. En Francia, en medio de una odiosa campaña belicista de geometría variable, una vez no se pierde la ocasión de recordar lo que hicieron los ustachis croatas junto a los nazis durante la IIª Guerra mundial, otra vez se evoca la locura sanguinaria de los serbios de Bosnia y de vez en cuando se vilipendia el fanatismo musulmán de los combatientes bosnios. Y así en otros países según el campo que se apoya.

El hipócrita concierto internacional de plañideras e intelectuales de todo pelaje que no han cesado de hacer vibrar la cuerda humanitaria exigiendo «armas para Bosnia» sólo ha servido y sigue sirviendo para que la población occidental dé su acuerdo a la política imperialista de su burguesía nacional. Pueden ahora estar contentos esos lacayos de la burguesía gracias a los bombardeos de la OTAN. Esos centinelas del humanismo han sido el refuerzo indispensable de las campañas televisivas con sus imágenes de las más horribles matanzas de la población civil. Esos pretendidos defensores de quienes sufren no son otra cosa sino vulgares banderines de enganche para la guerra; son los alistadores más peligrosos de la burguesía. Son de la misma calaña que los antifascistas de 1936 que enrolaban a los obreros para la guerra de España. La historia ha demostrado su función verdadera, la de abastecedores en carne de cañón en la preparación de la guerra imperialista.

Una expresión del hundimiento
del capitalismo en su descomposición

La situación actual es un verdadero fulminante que puede provocar un mayor  incendio de los Balcanes. Con la intervención de la OTAN, nunca antes se habían concentrado y acumulado tantas máquinas mortíferas en el territorio yugoslavo. La perspectiva actual es la del enfrentamiento directo entre los ejércitos serbios y croatas y no ya únicamente de milicias más o menos regulares.

Prueba de ello es la continuación de las operaciones militares por los ejércitos croatas, serbios y bosnios. Los acuerdos de Ginebra y sus consecuencias no harán sino caldear las tensiones entre los beligerantes. Cada uno de ellos va a intentar sacar la mayor tajada de la nueva situación:
- aunque el objetivo de los bombardeos masivos y mortíferos de la OTAN era acallar las ambiciones de las fuerzas serbias, éstas van a intentar resistir al retroceso preparándose ya a arreglar a su manera el destino de los enclaves de Sarajevo y Gorazde y del pasillo de Brcko;
- los nacionalistas croatas, animados por sus éxitos militares anteriores, apoyados por Alemania, van a intentar afirmar sus pretensiones para reconquistar la rica Eslavonia oriental, comarca situada junto a Serbia;
- las fuerzas bosnias lo van a intentar todo por no ser las víctimas propiciatorias del «plan de paz», prosiguiendo su ofensiva actual hacia el norte de Bosnia, la región serbia de Banja Luka.

La llegada de refugiados de todo tipo y a todas partes crea una situación de gran peligro que puede arrastrar a otras zonas, como Kosovo y Macedonia sobre todo, a la hoguera belicista, pero también a otras naciones europeas, desde Albania a Rumania, pasando por Hungría.

Como una bola de nieve, la situación conlleva una mayor implicación imperialista de las grandes potencias europeas, incluidos algunos países próximos de gran importancia estratégica como Turquía o Italia sobre todo ([7]).

Francia y Gran Bretaña, potencias por ahora reducidas al papel de alabarderos de teatro, van a dedicarse a poner múltiples trabas a los demás protagonistas, especialmente a Estados Unidos ([8]).

Se ha dado un nuevo paso en la escalada de la barbarie. Lo que presentan como una tendencia hacia el arreglo del conflicto es, al contrario, hacia desórdenes bélicos cada día más mortíferos en la antigua Yugoslavia. Y todo ello supervisado firmemente por las grandes potencias. Lo que se confirma es la acentuación de la tendencia a que cada cual arrime el ascua a su sardina, la dinámica de «cada cual a la suya» que predomina desde que se disolvieron los bloques imperialistas. Lo que también se expresa es una aceleración de la dinámica imperialista y la huida ciega en el aventurismo bélico.

La proliferación, el desarrollo multiforme de todas esas aventuras bélicas es el fruto podrido de la descomposición del capitalismo. Ocurre como con las metástasis de un cáncer generalizado: destruyen primero los órganos más débiles de la sociedad, allí donde el proletariado no tiene los medios a su alcance para oponerse a la infame histeria del nacionalismo. La burguesía de los países avanzados intenta sacar provecho del embrollo yugoslavo, del velo «humanitario» con el que encubre su acción para crear una atmósfera de unión sagrada. Para la clase obrera debe quedar claro que no tiene que escoger ni dejarse arrastrar hacia semejante ciénaga.

Los proletarios de los países centrales deben tomar conciencia de la responsabilidad principal de las grandes potencias, de la de su propia burguesía en el desencadenamiento de esta barbarie guerrera, de que se trata de un ajuste de cuentas entre bandidos imperialistas. Esa toma de conciencia es una condición indispensable para comprender sus propias responsabilidades históricas. Es la misma burguesía la que, por un lado, empuja a las poblaciones a exterminarse mutuamente y, por otro, precipita a la clase obrera en el desempleo, la miseria o al umbral insoportable de la explotación. Por eso, únicamente el desarrollo de las luchas obreras en su propio terreno de clase, en el terreno del internacionalismo proletario podrá ser el muro de contención a la vez contra los ataques de la burguesía y contra sus aventuras militares.

CB
14 de septiembre de 1995

 

[1] Revista internacional, nº 82, III-1995, «Cuanto más hablan de paz las grandes potencias, más siembran la guerra».

[2] Milosevic prefirió dejar el ejército croata asediar la Krajina sin mover un dedo, para así intentar negociar con EEUU el enclave de Gorazde y, sobre todo, negociar el cese de las sanciones económicas que pesan sobre Belgrado.

[3] Además del simulacro de «rapto» de soldados y observadores de la ONU, operación montada por Francia y Gran Bretaña con la complicidad de Serbia a primeros de junio, se ha de interpretar el bombardeo francés, en julio, sobre Pale, feudo de los serbios de Bosnia como represalia puramente teatral, para así ocultar la acción verdadera de la FFR, y esto es manifiesto cuando se sabe que los bombardeos no alcanzaron ningún objetivo estratégico y no entorpecieron en nada las operaciones militares serbias. En cambio, sí que sirvieron de pretexto para justificar el golpe de fuerza serbio sobre los enclaves de Srebrenica y Zepa.

[4] La pareja franco-británica se ha puesto del lado de Milosevic en un intento de explotar las disensiones que han surgido en el campo de los serbios de Bosnia : su apoyo abierto al general Mladic contra el “presidente” Karadzic y la presión que han ejercido sobre éste no tenían otro sentido sino el de darle a entender que los verdaderos adversarios de Serbia ya no eran los bosnios sino los croatas.

[5] Un hecho edificante: fue un periódico inglés, The Times, el que sacó a la luz, durante la conferencia de Londres, la existencia del famoso dibujo del croata Tudjman según el cual el territorio bosnio quedaba repartido entre Serbia y Croacia, desatándose así el furor de la parte bosnia.

[6] Como decía el periódico francés Le Monde del 14 de septiembre con delicado eufemismo: «Las fuerzas de la ONU, formadas esencialmente por tropas francesas, tienen la sensación de que, día tras día, se les van de las manos las operaciones en provecho de la OTAN. Es cierto que la Alianza Atlántica está llevando a cabo bombardeos aéreos sobre objetivos en decisión conjunta con la ONU. Pero los detalles de las operaciones son planificadas por las bases de la OTAN en Italia y por el Pentágono. El uso, el domingo pasado, de misiles Tomahawk contra instalaciones serbias en la región de Banja Luka (sin consultar previamente a la ONU ni a los demás gobiernos de las potencias asociadas a los bombardeos, NDLR) no ha hecho sino incrementar los temores [de aquéllas fuerzas]».

[7] Es significativo ver a Italia exigiendo una parte más importante en la gestión del conflicto bosnio y negarse a aceptar en su territorio, en donde están instaladas las bases de la OTAN, a los cazas furtivos F-117 americanos, protestando así contra su exclusión del «grupo de contacto» y de los organismos de decisión de la OTAN.

[8] Ante todo, para ser capaz de replicar a la ofensiva estadounidense al nivel apropiado para no quedar excluido de la zona, la actual pareja franco-británica deberá meterse todavía más en el engranaje militar.

Geografía: 

  • Balcanes [22]

Acontecimientos históricos: 

  • Caos de los Balcanes [23]

50 años después - Hiroshima y Nagasaki o las mentiras de la burguesía

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50 años después

Hiroshima y Nagasaki o las mentiras de la burguesía

Con el cincuentenario de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, la burguesía ha alcanzado una nueva cumbre de cinismo y de ignominia. El no va más de la barbarie no fue cometido por un dictador o un loco sanguinario, sino por la tan virtuosa democracia americana. Para justificar tan monstruoso crimen, toda la burguesía mundial ha repetido la innoble patraña ya usada en la época de los esos siniestros acontecimientos: la bomba se habría utilizado para abreviar y limitar los sufrimientos causados por la continuación de la guerra con Japón. La burguesía estadounidense ha llevado su cinismo hasta el extremo de editar un sello postal de aniversario en el cual reza: «Las bombas atómicas aceleraron el final de la guerra. Agosto de 1945». Aunque en Japón este aniversario haya sido, claro está, una ocasión suplementaria para expresar la oposición a su ex padrino americano, el Primer ministro ha aportado sin embargo su valioso grano de arena a esa mentira de la bomba necesaria para que triunfaran la paz y la democracia, presentado, por vez primera, las excusas de Japón por todos los crímenes cometidos durante la IIª Guerra mundial. Y es así como vencedores y vencidos se encuentran unidos para desarrollar una campaña repugnante para con ella justificar uno de los mayores crímenes de la historia.

La justificación de Hiroshima y Nagasaki: una burda mentira

Las dos bombas atómicas lanzadas sobre Japón en agosto del 45 hicieron, en total, 522 000 víctimas. En los años 50 y 60, aparecerían innumerables cánceres de pulmón y de tiroides y todavía hoy, los efectos de las radiaciones siguen cobrándose víctimas: baste decir que hay diez veces más leucemias en Hiroshima que en el resto de Japón.

Para justificar semejante crimen e intentar dar una respuesta a la legítima preocupación provocada por el horror de la explosión de las bombas y de sus consecuencias, Truman, el presidente americano que había ordenado el holocausto nuclear, junto con su cómplice Winston Churchill, dio unas explicaciones tan cínicas como mentirosas. Según ellos, el empleo del arma atómica habría salvado un millón de vidas más o menos, las pérdidas que habría acarreado la invasión de Japón por las tropas de EEUU. O sea, contra las evidencias, las bombas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki, y que hoy, cincuenta años después, siguen haciendo su oficio de muerte, serían bombas... pacifistas. Esa mentira, tan retorcida y odiosa, es incluso desmentida por numerosos estudios históricos procedentes de la propia burguesía...

Observando la situación militar de Japón en el momento de la capitulación de Alemania (mayo del 45), se comprueba que aquel país está ya totalmente vencido. La aviación, arma esencial en la IIª Guerra mundial está diezmada, reducida a unos cuantos aparatos pilotados por un puñado de adolescentes tan fanáticos como inexperimentados. La marina, tanto la mercante como la militar está prácticamente destruida. La defensa antiaérea ya no es más que un inmenso colador, lo cual explica que los B 29 US hubieran podido ejecutar miles de incesantes bombardeos durante la primavera del 45 sin casi ninguna pérdida. Eso, ¡el propio Churchill lo afirma en el tomo 12 de sus memorias!

Un estudio de los servicios secretos de EEUU de 1945, publicado por el New York Times en 1989, revela que: «Consciente de la derrota, el Emperador del Japón había decidido desde el 20 de junio de 1945 que cesara  toda hostilidad y que, a partir del 11 de julio, se entablaran negociaciones para el cese de las hostilidades» ([1]).

Aún estando al corriente de esa realidad, Truman, tras haber sido informado del éxito del primer tiro experimental nuclear en el desierto de Nuevo México en julio de 1945 ([2]) y en el mismo momento en que se está celebrando la conferencia de Postdam entre él mismo, Churchill y Stalin ([3]), decide utilizar el arma atómica contra las ciudades japonesas. El que semejante decisión no tuviera nada que ver con la voluntad de acelerar el fin de la guerra con Japón también está acreditado por una conversación entre el físico Leo Szilard, uno de los «padres» de la bomba, y el secretario de Estado americano para la Guerra, J. Byrnes. Éste le contesta a aquél, el cual estaba preocupado por los peligros del uso del arma atómica, que él «no pretendía que fuera necesario el uso de la bomba para ganar la guerra. Su idea era que la posesión y el uso de la bomba haría a Rusia más manejable» ([4]).

Y por si hicieran falta más argumentos, dejemos la palabra a algunos de los más altos mandos del propio ejército americano. Para el almirante W. Leahy, jefe de estado mayor, «los japoneses ya estaban derrotados y listos para capitular. El uso de esa arma bárbara no contribuyó en nada en nuestro combate contra el Japón» ([5]). Esa misma opinión era compartida por Eisenhower.

La tesis de que el arma atómica se usó para forzar la capitulación de Japón y hacer que cesara así la carnicería es totalmente absurda. Es una mentira fabricada de arriba abajo por la propaganda guerrera de la burguesía. Es uno de los mejores ejemplos del lavado de cerebro con que la burguesía justificó ideológicamente la mayor matanza de la historia, o sea la guerra de 1939 a 1945, y también la preparación ideológica de la guerra fría.

Cabe subrayar que, sean cuales sean los estados de ánimo de algunos miembros de la clase dominante, ante el uso de un arma tan aterradora como lo es la bomba nuclear, la decisión del presidente Truman no fue ni mucho menos la de un loco o un individuo aislado. Fue la consecuencia de una lógica implacable, la del imperialismo, y esta lógica es la de la muerte y la destrucción de la humanidad para que sobreviva una clase, la burguesía, enfrentada a la crisis histórica de su sistema de explotación y a su decadencia irreversible.

El objetivo real de las bombas de Hiroshima y Nagasaki

Desmintiendo la montaña de patrañas repetidas desde 1945 sobre la pretendida victoria de la democracia como sinónimo de paz, nada más terminarse la segunda carnicería imperialista ya se está diseñando la nueva línea de enfrentamiento imperialista que va ensangrentar el planeta. Del mismo modo que en el tratado de Versalles de 1919 estaba ya inscrita inevitablemente una nueva guerra mundial, Yalta contenía ya la gran fractura imperialista entre el gran vencedor de 1945, Estados Unidos, y su challenger ruso. Rusia, potencia económica de segundo orden, pudo acceder, gracias a la IIª Guerra mundial, a un rango imperialista de dimensión mundial, lo cual era necesariamente una amenaza para la superpotencia americana. Desde la primavera de 1945, la URSS utiliza su fuerza militar para formar un bloque en el este de Europa. Lo único que en Yalta se hizo fue confirmar la relación de fuerzas existente entre los principales tiburones imperialistas, que habían salido vencedores de la mayor matanza de la historia. Lo que una relación de fuerzas había instaurado, otra podría deshacerlo. De modo que en el ve­ rano de 1945, lo que de verdad se le plantea al Estado norteamericano no es ni mucho menos el hacer que Japón se rinda lo antes posible como dicen los manuales escolares, sino, ante todo, oponerse y frenar el empuje imperialista del «gran aliado ruso».

W. Churchill, el verdadero dirigente de la IIª Guerra mundial en el bando de los «Aliados», tomó rápidamente conciencia del nuevo frente que se estaba abriendo y no cesará de exhortar a Estados Unidos para que tome medidas. Escribe en sus memorias: «Cuando más cerca está el final de una guerra llevada a cabo por una coalición, más importancia toman los aspectos políticos. En Washington sobre todo deberían haber tenido más amplias y lejanas vistas... La destrucción de la potencia militar de Alemania había provocado una transformación radical de las relaciones entre la Rusia comunista y las democracias occidentales. Habían perdido el enemigo común que era prácticamente lo único que las unía». Y concluye diciendo que: «La Rusia soviética se había convertido en enemigo mortal para el mundo libre y había que crear sin retraso un nuevo frente para cerrarle el paso. En Europa ese frente debería encontrarse lo más al Este posible» ([6]). Difícil ser más claro. Con esas palabras, Churchill analiza con mucha lucidez que, cuando todavía no ha terminado la IIª Guerra mundial, ya está iniciándose una nueva guerra.

Desde la primavera de 1945, Churchill lo hace todo por oponerse a los avances del ejército ruso en Europa del Este (en Polonia, en Checoslovaquia, en Yugoslavia, etc.). Procura con obstinación que el nuevo presidente de EEUU, Truman, adopte sus análisis. Éste, después de algunas vacilaciones ([7]) adoptará totalmente la tesis de Churchill de que «la amenaza soviética ya había sustituido al enemigo nazi» (Ibíd.).

Se entiende así perfectamente el apoyo total que Churchill y su gobierno dieron a la decisión de Truman de que se ejecutaran los bombardeos atómicos en las ciudades japonesas. Churchill escribía el 22 de julio de 1945: «[con la bomba] poseemos algo que restablecerá el equilibrio con los rusos. El secreto de este explosivo y la capacidad para utilizarlo modificarán totalmente un equilibrio diplomático que iba a la deriva desde la derrota de Alemania». Las muertes, en medio de atroces sufrimientos, de miles y miles de seres humanos parecen dejarle de piedra a ese «gran defensor del mundo libre», a ese «salvador de la democracia».

Cuando se enteró de la noticia de la explosión de Hiroshima, Churchill... se puso a dar brincos de alegría y uno de sus consejeros, lord Alan Brooke da incluso la precisión de que «Churchill quedó entusiasmado y ya se imaginaba capaz de eliminar todos los centros industriales de Rusia y todas las zonas de fuerte concentración de población» ([8]). ¡Así pensaba aquel gran defensor de la civilización y de los valores humanistas al término de una carnicería que había costado 50 millones de muertos!.

El holocausto nuclear que cayó sobre Japón en agosto de 1945, esa manifestación de la barbarie absoluta en que se ha convertido la guerra en la decadencia del capitalismo, no fue cometida por la «blanca y pura democracia» norteamericana para limitar los sufrimientos causados por la continuación de la guerra con Japón, como tampoco correspondía a una necesidad militar. Su verdadero objetivo era dirigir un mensaje de terror a la URSS para forzarla a limitar sus pretensiones imperialistas y aceptar las condiciones de la «pax americana».

Y más concretamente, se trababa de dar a entender a la URSS, la cual, conforme a los acuerdos de Yalta, declaraba en ese mismo momento la guerra a Japón, que le estaba totalmente prohibida la participación en la ocupación de este país, al contrario de lo que se había hecho en Alemania. Y para que el mensaje fuera lo bastante vehemente, EEUU lanzó una segunda bomba sobre una ciudad de menor importancia, Nagasaki, en la cual la explosión aniquiló su principal barrio obrero. Fue ésa la razón de la negativa de Truman a adoptar la opinión de sus consejeros que pensaban que la explosión de la bomba nuclear en una zona poco poblada de Japón habría sido suficiente para obligar a este país a capitular. En la lógica asesina del imperialismo, la vitrificación nuclear de dos ciudades era necesaria para intimidar a Stalin, para enfriar las ambiciones imperialistas del ya ex-aliado soviético.

Las lecciones de esos terribles sucesos

¿Qué lecciones debe sacar la clase obrera de esa tragedia tan espantosa y de la repugnante utilización que la burguesía hizo y sigue haciendo de ella?

En primer lugar, que ese desencadenamiento insoportable de la barbarie capitalista es todo menos una fatalidad ante la que la humanidad sería la víctima impotente. La organización científica de semejante salvajada sólo fue posible porque el proletariado había sido derrotado a escala mundial por la contrarrevolución más bestial e implacable de toda su historia. Destrozado por el terror estalinista y fascista, totalmente desorientado por la enorme y monstruosa mentira de la identificación del estalinismo al comunismo, acabó dejándose alistar en la trampa mortal de la defensa de la democracia gracias a la complicidad tan activa como insustituible de los estalinistas. Y eso hasta acabar convertido en un montón gigantesco de carne de cañón que la burguesía pudo usar a su gusto. Hoy, por muchas que sean las dificultades que el proletariado tiene para profundizar en su combate, la situación es muy diferente. En las grandes concentraciones proletarias, lo que está al orden del día, en efecto, no es, como durante los años 30, la unión sagrada con los explotadores, sino la ampliación y la profundización de la lucha de clases.

En contra de la gran mentira desarrollada hasta el empacho por la burguesía, la cual presenta la guerra interimperialista de 1939-45 como una guerra entre dos «sistemas», fascista el uno y democrático el otro, los cincuenta millones de víctimas de la atroz carnicería lo fueron del sistema capitalista como un todo. La barbarie, los crímenes contra la humanidad no fueron especialidad del campo fascista únicamente. Los pretendidos «defensores de la civilización» reunidos tras los estandartes de la Democracia, o sea los «Aliados» tienen en las manos tanta sangre como las «potencias del Eje» y si bien el diluvio de fuego nuclear de agosto de 1945 fue de una atrocidad innombrable, no es sino uno de los numerosos crímenes perpetrados a lo largo de la guerra por esos siniestros campeones de la democracia ([9]).

El horror de Hiroshima significa también el inicio de une nuevo período en el hundimiento del capitalismo en su decadencia. La guerra permanente es desde entonces el modo de vida cotidiano del capitalismo. Si el tratado de Versalles anunciaba la siguiente guerra mundial, la bomba sobre Hiroshima marcaba el comienzo real de lo que se llamaría «guerra fría» entre los Estados Unidos y la URSS y que iba a llenar de sangre y fuego todos los rincones del planeta durante más 40 años. Por eso es por lo que después de 1945, y contrariamente a lo que había ocurrido después de 1918, no hubo el más mínimo desarme, sino, al contrario, un incremento gigantesco de los gastos militares por parte de todos los vencedores del conflicto; la URSS, a partir de 1949 tendrá su bomba atómica. En esas condiciones, el conjunto de la economía, bajo la dirección del capitalismo de Estado (sean cuales sean las formas adoptadas por éste), se pone al servicio de la guerra. Y en esto también, al contrario del período que siguió al primer conflicto mundial, el capitalismo de Estado va a reforzarse continuamente y por todas partes sobre la sociedad entera. Pues únicamente el Estado puede movilizar los enormes recursos necesarios para desarrollar, entre otros, el arsenal nuclear. Así el proyecto Manhattan fue el primero de una funesta y larga serie que llevaría a la más descabellada y gigantesca carrera de armamentos de la historia.

1945 no fue la apertura de una nueva era de paz, sino todo lo contrario, lo fue de un nuevo período de barbarie agudizada por la amenaza constante de una destrucción nuclear del planeta. Si hoy Hiroshima y Nagasaki siguen obsesionando la memoria de la humanidad, es porque simbolizan, y cuán trágicamente, cómo y por qué el mantenimiento del capitalismo decadente es una amenaza directa incluso para la supervivencia de la especie humana. Esa terrible espada de Damocles encima de la cabeza de la humanidad da al proletariado, única fuerza capaz de oponerse realmente a la barbarie guerrera del capitalismo, una inmensa responsabilidad. Pues, aunque esa amenaza se haya alejado momentáneamente con el final de los bloques ruso y americano, esa responsabilidad sigue siendo la misma y el proletariado en ningún caso deberá bajar la guardia. En efecto, la guerra sigue estando hoy tan o más presente que nunca, ya sea en África, en Asia, en los confines de la ex URSS, o en el cruel conflicto, que al desgarrar la antigua Yugoslavia, ha vuelto a traer la guerra a Europa por primera vez desde 1945 ([10]). Basta con tomar conciencia del empeño de la burguesía en justificar el empleo de la bomba en agosto del 45 para comprender que cuando Clinton afirma que «si hubiera que volverlo a hacer lo volveríamos a hacer» ([11]), lo único que está expresando es el sentir de toda la clase burguesa a la que pertenece. Tras los discursos hipócritas sobre el peligro de la proliferación nuclear, cada Estado lo hace todo por poseer armas nucleares o perfeccionar el arsenal que ya posee. Es más, las investigaciones para miniaturizar el arma atómica y por lo tanto banalizar su uso no cesan de multiplicarse. Como dice el periódico francés Libération del 5 de agosto de 1995 «Las reflexiones de los estados mayores occidentales sobre la respuesta llamada “del fuerte al demente” están volviendo a poner en la mesa la posibilidad de un uso táctico, limitado, del arma nuclear. Después de lo de Hiroshima, el paso al acto se había vuelto tabú. Después de la guerra fría, el tabú se tambalea».

El horror del uso del arma nuclear no es pues algo que pertenezca a un pasado lejano, sino que, al contrario, es el futuro que el capitalismo en descomposición prepara para la humanidad si el proletariado le dejara hacer. La descomposición ni suprime ni atenúa la presencia de la guerra. Lo que hace es, al contrario, hacerla más peligrosa e incontrolable en medio del caos y del reino de «todos contra todos» que propicia la descomposición. Por todas partes se ve a las grandes potencias imperialistas fomentando el caos para defender sus sórdidos intereses imperialistas y podemos estar seguros de que si la clase obrera no se opone a sus acciones criminales, aquéllas no vacilarán en utilizar todas las armas de las que disponen, desde las bombas de fragmentación (empleadas a profusión contra Irak) hasta las armas químicas y nucleares. Frente a la única perspectiva que «ofrece» el capitalismo en descomposición, la destrucción trozo a trozo del planeta y de sus habitantes, el proletariado no deberá ceder ni a los cantos de sirenas del pacifismo, ni a las de la defensa de la democracia en cuyo nombre quedaron vitrificadas las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Debe, al contrario, mantenerse firme en su terreno de clase, el de la lucha contra el sistema de explotación y de muerte que es el capitalismo. La clase obrera no debe albergar sentimientos de impotencia ante el espectáculo de los horrores, de las atrocidades presentes y pasadas que hoy los medios de comunicación exhiben con complacencia servil mediante imágenes de archivo de la guerra mundial o con las televisivas de las guerras actuales. Es eso lo que precisamente está buscando la burguesía: aterrorizar a los proletarios, transmitirles la idea que contra eso nada puede hacerse, que el Estado capitalista, con sus enormes medios de destrucción, es, de todas, el más fuerte, que sólo él es capaz de traer la paz puesto que sólo él manda en la guerra. El panorama de barbarie sin fin que el capitalismo está desarrollando debe, al contrario, servir a la clase obrera para reforzar en sus luchas, su conciencia y su voluntad de acabar con el sistema.

RN
24 de agosto de 1995

 

[1] Le Monde diplomatique, agosto de 1990.

[2] Para la puesta a punto de la bomba atómica, el Estado americano movilizó todos los recursos de la ciencia poniéndolos al servicio de los ejércitos. Se dedicaron dos mil millones de dólares de entonces al proyecto “Manhattan”, que había sido decidido por el gran «humanista» Roosevelt. Todas las universidades del país aportaron su concurso. En él participaron directa o indirectamente los físicos más grandes, desde Einstein hasta Oppenheimer. Seis premios Nobel trabajaron en la elaboración de la bomba. Esa enorme movilización de todos los recursos científicos para la guerra es un rasgo general de la decadencia del capitalismo. El capitalismo de Estado, ya sea abiertamente totalitario ya sea el adornado con los oropeles democráticos, coloniza y militariza toda la ciencia. Bajo su reinado, ésta sólo se desarrolla y vive por y para la guerra. Y desde 1945, eso no ha cesado de incrementarse.

[3] La meta esencial de esta conferencia, para Churchill esencialmente que fue su principal instigador, era de manifestarle a la URSS de Stalin que debía limitar sus ambiciones imperialistas, que había límites que no debía sobrepasar.

[4] Le Monde diplomatique, agosto de 1990.

[5] Ídem.

[6] Memorias, tomo 12, mayo de 1945.

[7] Durante toda la primavera de 1945, Churchill no parará de echar pestes contra lo que el llama la flojera americana ante el avance por todo el Este de Europa de las tropas rusas. Si bien las vacilaciones del gobierno norteamericano para enfrentarse a los apetitos imperialistas del Estado ruso expresaba la relativa inexperiencia de la burguesía estadounidense en su traje nuevo de superpotencia mundial, mientras que la británica poseía une experiencia secular en ese plano, también era expresión de intenciones ocultas no tan amistosas respecto al «hermano» británico. El que Gran Bretaña saliera de la guerra muy debilitada y que sus posiciones en Europa fueran amenazadas por el «oso ruso» la haría más dócil ante las órdenes que el Tío Sam no iba a tardar en imponer, incluso a sus más próximos aliados. Es un ejemplo más de las relaciones «francas y armoniosas» que reinan entre los diferentes tiburones imperialistas.

[8] Le Monde diplomatique, agosto de 1990.

[9] Véase Revista internacional, nº 66, «Las matanzas y los crímenes de las grandes democracias».

[10] Después de 1945, la burguesía ha presentado la «guerra fría» como una guerra entre dos sistemas diferentes: la democracia frente al comunismo totalitario. Esta mentira ha seguido desorientando gravemente a la clase obrera, a la vez que se ocultaba la naturaleza clásica y sórdidamente imperialista de la nueva guerra que enfrentaba a los aliados de ayer. En cierto modo, la burguesía ha vuelto a servir el mismo plato en 1989 clamando que con la «caída del comunismo» la paz iba a reinar por fin. Desde entonces, desde el Golfo hasta Yugoslavia, hemos podido comprobar lo que valían las promesas de los Bush, Gorbachov et demás.

[11] Libération, 11 de abril de 1995.

Geografía: 

  • Japón [28]

Acontecimientos históricos: 

  • IIª Guerra mundial [12]

Friedrich Engels - Hace cien años desaparecía un «gran forjador del socialismo»

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Friedrich Engels

Hace cien años desaparecía un «gran forjador del socialismo»

«El 5 de Agosto de 1985 falleció en Londres Federico Engels. Después de su amigo Carlos Marx (fallecido en 1883), [...] Marx y Engels fueron los primeros en demostrar que la clase obrera con sus reivindicaciones surge necesariamente del sistema económico actual, que, con la burguesía, crea inevitablemente y organiza al proletariado. Demostraron que la humanidad se verá liberada de las calamidades que la azotan no por los esfuerzos bien intencionados de algunas que otras nobles personalidades, sino por medio de la lucha de clase del proletariado organizado. Marx y Engels fueron los primeros en dejar sentado en sus obras científicas que el socialismo no es una invención de soñadores, sino la meta final y el resultado inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas dentro de la sociedad contemporánea».

Con estas lineas Lenin comenzaba, un mes después de la muerte del compañero de Marx, una corta biografía de uno de los mejores militantes del combate comunista.

Un combatiente ejemplar del proletariado

Engels, nacido en Barmen en 1820 en la provincia renana de Prusia, es en efecto un ejemplo de militante dedicado en vida y obra al combate de la clase obrera. Nacido en el seno de una familia de industriales podría haber vivido rica y confortablemente sin tener que preocuparse del combate político. Sin embargo, como Marx y tantos otros jóvenes estudiantes en rebelión contra la miseria del mundo en el que vivían, muy joven adquirió una madurez política excepcional en contacto con la lucha de los obreros en Inglaterra, Francia y después en Alemania. En el período en el que el proletariado se constituía en clase, y empezaba a desarrollar su combate político era inevitable que atrajera a un cierto número de intelectuales a sus filas.

Engels fue siempre modesto en cuanto a su trayectoria individual, saludando siempre la considerable aportación realizada por su amigo Marx. Sin embargo, con apenas 25 años, fue un precursor. Fue testigo en Inglaterra de la catastrófica marcha de la industrialización y de la pauperización. Percibió al mismo tiempo las potencialidades y las debilidades del movimiento obrero balbuceante (el Cartismo). Tomó conciencia de que el «enigma de la historia» residía en ese proletariado despreciado y desconocido. Asistía a los mítines obreros en Manchester donde vio a los proletarios combatir de frente al cristianismo e intentar ocuparse de su futuro.

En 1844, Engels escribió un artículo, «Contribución a la crítica de la economía política» para los Anales franco-alemanes, revista publicada en común en Paris por Arnold Ruge, un joven demócrata, y por Marx que, en aquellos momentos, se situaba aún en el terreno de la lucha por la conquista de la democracia contra el absolutismo prusiano. Fue este escrito el que abrió los ojos a Marx sobre la naturaleza profunda de la economía capitalista. Después, la obra de Engels, La Condición de la clase trabajadora en Inglaterra, publicado en 1845 se convertiría en un libro de referencia para toda una generación de revolucionarios. Como escribió Lenin, Engels fue por tanto el primero en declarar que el proletariado «no es solamente» una clase que sufre, sino que la situación económica intolerable en la que se encuentra la empuja irresistiblemente adelante, obligándola a luchar por su emancipación final. Dos años más tarde, fue también Engels el que redactó en forma de cuestionario Los Principios del comunismo que sirvieron de armazón a la redacción del mundialmente conocido Manifiesto comunista firmado por Marx y Engels.

De hecho, lo esencial de la inmensa contribución que Engels ha aportado al movimiento obrero es el fruto de una estrecha colaboración con Marx, y viceversa. Marx y Engels se conocieron realmente en Paris durante el verano de 1844. Se inició entonces un trabajo en común de toda una vida, una rara confianza recíproca, que no se basaba simplemente en una amistad fuera de lo común, sino que se cimentaba en una comunión de ideas, una convicción compartida del papel histórico del proletariado y un combate constante por el espíritu de partido, por ganar a cada vez más elementos al combate revolucionario. Juntos, desde su encuentro, Marx y Engels superaron rápidamente sus visiones filosóficas del mundo para dedicarse a ese acontecimiento sin precedente en la historia, el desarrollo de una clase, el proletariado, a la vez explotada y revolucionaria. Una clase que a diferencia de todas las demás tiene la capacidad de adquirir una clara «conciencia de clase» para deshacerse de los prejuicios y automistificaciones que pesaban sobre las clases revolucionarias del pasado tales como la burguesía. De esta reflexión común surgieron dos libros: La Sagrada familia publicado en 1844 y La Ideología alemana escrito entre 1844 y 1846 y publicado ya en el siglo XX. En estos libros Marx y Engels saldaron cuentas con las concepciones filosóficas de los «jóvenes hegelianos», sus primeros compañeros de combate, aquellos que no pudieron superar una visión burguesa o pequeño burguesa del mundo. Al mismo tiempo desarrollaron una visión materialista del mundo que rompía con el idealismo (que consideraba que «son las ideas las que gobiernan el mundo») y también con el materialismo vulgar que no reconocía ningún papel a la conciencia. Por su parte Marx y Engels consideraban que «cuando la teoría se adueña de las masas, se convierte en una fuerza material». Tanto es así que los dos amigos, totalmente convencidos de esta unidad entre el ser y la conciencia, no van a separar nunca el combate teórico del proletariado de su combate práctico, ni su propia participación en esas dos formas de lucha.

En efecto, contrariamente a la imagen que la burguesía ha dado a menudo de ellos, Marx y Engels nunca fueron «sabios de escritorio», fuera de las realidades y de los combates prácticos. En 1847, el Manifiesto que redactaron juntos se llamaba en realidad Manifiesto del Partido comunista y sirvió de programa a la Liga de los comunistas, organización que se preparaba a tomar parte en los combates de clase que se anunciaban. En 1848, cuando estalla toda una serie de revoluciones burguesas en el continente europeo, Marx y Engels participan activamente, contribuyendo en la eclosión de las condiciones que permitieran el desarrollo económico y político del proletariado. Una vez en Alemania, publican un diario, La Nueva gaceta renana que se convierte en un instrumento de combate. Más concretamente aún, Engels se alista en las tropas revolucionarias que luchan en el país de Bade.

Tras el fracaso y la derrota de esta oleada revolucionaria europea, su participación en la misma supondrá para Engels, y también para Marx, el ser perseguidos por todas las policías del continente, hecho que les obligará a exiliarse en Inglaterra. Marx se instala definitivamente en Londres, mientras que Engels va a trabajar hasta 1870 en la fábrica de su familia en Manchester. El exilio no paralizó en modo alguno la participación de ambos en los combates de clase. Su actividad prosiguió en el seno de la Liga de los comunistas hasta 1852, fecha en la que, para evitar que ésta degenerara tras el reflujo de las luchas, ambos se pronunciaron por su disolución.

En 1864, cuando se constituye, al calor de una reanudación internacional de los combates obreros, la Asociación internacional de los trabajadores (AIT), ambos participaron activamente en ella. Marx es miembro del Consejo general de la AIT y Engels se asocia en 1870 en cuanto puede liberarse de su trabajo en Manchester. Es un momento crucial en la vida de la Internacional y codo con codo ambos militantes participan activamente en los combates de aquélla: la Comuna de Paris en 1871, la solidaridad con los refugiados después de la derrota de ésta (en el seno del Consejo general es Engels el que organiza la ayuda material a los comuneros emigrados a Londres) y sobre todo la defensa de la AIT contra las intrigas de la Alianza de la democracia socialista animada por Bakunin. Marx y Engels estuvieron presentes, en septiembre de 1872, en el Congreso de la Haya que hizo frente a las intrigas de la Alianza, y será Engels quien redacte la mayor parte del Informe encargado por el Congreso al Consejo general sobre las intrigas bakuninistas.

El aplastamiento de la Comuna fue un terrible hachazo para el proletariado europeo y la AIT, la «vieja Internacional» como la llamaron desde entonces Marx y Engels, se extinguirá en 1876. Los dos compañeros no abandonaron, tampoco entonces, el combate político. Siguieron de muy cerca la actividad de todos los partidos socialistas que se constituyeron y desarrollaron en la mayor parte de los países de Europa, actividad que Engels prosiguió de forma enérgica tras la muerte de Marx en 1883. Prestaron una atención particular al movimiento que se desarrollaba en Alemania y que se había convertido en el faro mundial del proletariado. En tal sentido, intervinieron para combatir todas las confusiones que pesaban sobre el Partido socialdemócrata, como lo demuestra la Crítica del programa de Ghota (escrito por Marx en 1875) y la Crítica del programa de Erfurt (Engels, 1891).

Engels, al igual que Marx, fue ante todo un militante del proletariado, parte activa de los diferentes combates por él librados. Hacia el final de su vida, Engels confesaba que no había nada más apasionante que el combate de propaganda militante, evocando en particular su alegría por colaborar en la prensa cotidiana en la ilegalidad, con la Nueva gaceta renana en 1848, y después con el Sozialdemocrat en los años 1880, cuando el partido sufría la dura ley de Bismark contra los socialistas.

La colaboración de Engels y Marx fue particularmente fecunda: incluso alejados el uno del otro, o cuando sus organizaciones se habían disuelto, ellos siempre continuaron luchando, rodeados de compañeros fieles y desarrollando un trabajo de fracción indispensable en los períodos de reflujo, manteniendo esa actividad de minoría gracias a una enorme correspondencia.

Gracias a esta colaboración se deben las obras teóricas mayores redactadas tanto por Engels como por Marx. Los escritos por Engels son resultado, en gran medida, del intercambio permanente de ideas y de reflexiones que mantenía con Marx. Tal es el caso, en particular, del Anti-Düring (publicado en 1878 y que se hizo instrumento esencial para la formación de muchos militantes socialistas en Alemania) y del Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) que expone de manera muy precisa la concepción comunista del Estado sobre la que se basaron posteriormente los revolucionarios (en especial Lenin en su obra El Estado y la revolución. Incluso Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana publicado tras la muerte de Marx, sólo pudo ser escrito como consecuencia de la reflexión que desde su juventud habían puesto en común los dos amigos.

Recíprocamente, sin la contribución de Engels, la gran obra de Marx, el Capital, jamás habría visto la luz. Como hemos visto más arriba, fue Engels quien, en 1844 hizo comprender a Marx, la necesidad de desarrollar una crítica de la economía política. Después, todos los avances, todas las hipótesis contenidas en El Capital serían objeto de largas correspondencias; Engels, por ejemplo, al estar directamente implicado en el funcionamiento de una empresa capitalista, pudo aportar elementos de primera mano sobre ese funcionamiento. En el mismo sentido, el apoyo y los consejos permanentes de Engels contribuyeron decisivamente a que el primer libro de la obra apareciera en 1867. En fin, cuando Marx dejó tras su muerte una masa considerables de notas y trabajos, fue Engels quien les dio forma para hacer de ellos los libros II y III de El Capital (publicados en 1885 y 1894).

Engels y la IIª Internacional

Así, Engels, cuya única pretensión era la de ser un «segundo violín», ha dejado sin embargo al proletariado una obra a la vez profunda y de gran legibilidad. Pero sobre todo hizo posible también, tras la muerte de Marx, que permaneciera el legado del «espíritu de Partido», una experiencia y unos principios organizativos que tienen un valor de continuidad y que se transmitieron hasta la IIIª Internacional.

Engels había participado en la fundación de la Liga de los comunistas en 1847 y, después, en de la AIT en 1864. Tras la disolución de la Iª Internacional, Engels desempeñó un importante papel en el mantenimiento de los principios para la reconstrucción de la IIª Internacional, a la que jamás negó su contribución y consejos. Aunque estimó prematura la fundación de esta nueva Internacional, no por ello dejó de combatir la reaparición de intrigantes como Lassalle o la reemergencia del oportunismo anarquizante, y por ello puso todo su peso para vencer al oportunismo en el Congreso internacional de fundación celebrado en Paris en 1889. De hecho, hasta su muerte, Engels se implicó decididamente en la lucha contra el oportunismo emergente sobre todo en la socialdemocracia alemana, contra la la influencia pusilánime de la pequeña burguesía, contra el elemento anarquista destructor de toda vida organizativa y contra el ala reformista seducida cada vez más por los cantos de sirena de la ideología burguesa.

A finales del siglo pasado la burguesía toleró el desarrollo del sufragio universal. El número de diputados elegidos, en particular en Alemania, dio una impresión de fuerza en el marco de la legalidad a los elementos oportunistas y reformistas del Partido. La historiografía burguesa y los enemigos del marxismo intentan utilizar los escritos de Engels, en particular el prefacio escrito en 1895 como introducción a los escritos de Marx sobre La Lucha de clases en Francia, para hacernos creer que el viejo militante se habría convertido en un pacifista reformista que consideraba caduco el tiempo de las revoluciones ([1]). Es cierto que esta introducción contenía fórmulas falsas ([2]), pero no es menos cierto que el texto publicado como introducción no tenía nada que ver con el original escrito por Engels. De hecho, esta famosa introducción fue retocada por Kautsky para evitar persecuciones judiciales; después, volvió a retocarse, siendo esta vez expurgada a fondo por Wilheim Liebknecht. Engels escribió a Kautsky para expresarle enérgicamente su indignación al encontrar en el Vorwärts (órgano de prensa de la Socialdemocracia) una introducción que le hacía «aparecer como un partidario a toda costa de la legalidad» (carta del 1º de abril de 1895). Dos días después, se quejaba también a Paul Lafargue diciéndole: «Liebknecht acaba de hacerme una buena jugarreta. Ha recogido, desde mi introducción hasta los artículos de Marx sobre la Francia de 1848-1850, todo lo que le sirve para apoyar la táctica a toda costa pacífica y no violenta que tanto le gusta predicar desde hace algún tiempo».

A pesar de las múltiples advertencias, la sumisión al oportunismo de los Berstein, Kaustky y compañía iba a desembocar en la explosión de IIª Internacional en 1914 ante la oleada socialpatriota. Pero esa Internacional fue verdaderamente un lugar del combate revolucionario contrariamente a lo que afirman los modernos narradores de la historia a la manera del GCI ([3]). Sus adquisiciones políticas, en particular el internacionalismo que había afirmado en sus Congresos (en particular en los de 1907 en Stuttgart y en 1912 en Bâle), y sus principios programáticos en materia de organización (defensa de la centralización, combate contra los arrivistas e intrigantes de todo tipo...) no se perdieron para el ala Izquierda de lo que quedó de la Internacional de Engels, ya que Lenin, Luxemburg, Pannekoek y Bordiga, entre otros, recogieron enérgicamente el estandarte que tan apasionadamente había defendido el viejo militante hasta el final de sus días.

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La hija de Marx, Eleanor, en un artículo que le había pedido una revista socialista alemana en el 70 cumpleaños de Engels, rindió merecido homenaje al hombre y al militante, destacando uno de los rasgos políticos que hicieron de Engels un destacado luchador, un verdadero militante de Partido:

«Hay una sola cosa que Engels no perdona jamás, la falsedad. Un hombre que no es sincero consigo mismo, más aún, que no es fiel a su Partido no encontrará ninguna piedad en Engels. Para él esto es una falta imperdonable... Engels, que es el hombre más exacto del mundo, tiene como nadie un sentimiento muy estricto del deber y sobre todo de la disciplina hacia el Partido, lo que en modo alguno tiene que ver con el puritanismo. Nadie como él es capaz de comprenderlo todo y por lo tanto, nadie como él es capaz de disculpar fácilmente nuestras pequeñas debilidades».

Al volver a publicar este texto, la prensa socialista de la época (número de agosto de 1885 del Devenir social) saludaba la memoria del gran combatiente recién fallecido:

«Ha muerto un hombre que se ha mantenido voluntariamente en un segundo plano, pudiendo estar en el primero. La idea, su idea, se ha levantado, viva, más viva que nunca, desafiando todos los ataques, gracias a las armas que él, junto con Marx, han contribuido a forjar. No oiremos nunca más el ruido del martillo de este valeroso forjador sobre el yunque; el buen obrero ha caído; el martillo escapa de sus potentes manos al suelo y ahí quedará quizás durante tiempo; pero las armas que ha forjado están ahí, sólidas y relucientes. Aunque ya no podrá forjar nuevas armas, lo que al menos, podemos y debemos hacer es no dejar que se oxiden las que nos ha dejado; y, con esta condición, esas armas nos harán obtener la victoria para las que han sido fabricadas».

F. Médéric

 

[1] La historiografía burguesa no es la única que intenta hacernos creer que existió una degradación política de Engels hacia el final de su vida. Nuestros «marxistólogos» modernos al estilo de Maximilien  Rubel tratan a Engels a la vez de deformador e idólatra de Marx. Todas estas difamaciones tienen por objeto silenciar la voz de Engels, por lo que representa real y profundamente: la fidelidad al combate revolucionario.

[2] Rosa Luxemburg, en el momento de la fundación del Partido comunista de Alemania el 31 de diciembre de 1918, criticó con razón estas fórmulas de Engels señalando concretamente en qué medida habían sido «pan bendito» para los reformistas y su labor de degradación del marxismo. Pero al mismo tiempo precisaba lo siguiente: «Engels no vivió el tiempo suficiente para poder ver los resultados, las consecuencias prácticas de la utilización que hicieron de su prefacio... Pero estoy completamente segura de lo siguiente: cuando se conocen las obras de Marx y Engels, cuando se conoce el espíritu revolucionario vivo, auténtico, inalterable que se desprende de sus escritos, de todas sus lecciones, podemos estar seguros de que Engels habría sido el primero en protestar contra los excesos del parlamentarismo puro y simple... Engels e incluso Marx, si hubiera vivido, habrían sido los primeros en rebelarse violentamente contra esos excesos, en detener, en frenar brutalmente el vehículo para impedir que se empantanara en el barrizal» (Rosa Luxemburgo, «Discurso sobre el Programa»). En aquellos momentos, Rosa no sabía que Engels sí había protestado enérgicamente a propósito de su Prefacio. Por otra parte, para todos aquellos que se complacen en oponer a Engels contra Marx, debemos señalarles que el mismo Marx emitió opiniones que fueron ampliamente utilizadas por los reformistas. Por ejemplo, menos de dos años después de la Comuna, Marx declaraba: «(...) nosotros no negamos que existen países como Norteamérica, Inglaterra, y si yo conociera bien sus instituciones, podría añadir Holanda, en los que los trabajadores pueden llegar a su objetivo por medios pacíficos» (Discurso en el mitin de clausura del Congreso de la Haya. Todos los revolucionarios, incluso los más grandes han podido cometer errores. Si bien es normal que los falsificadores socialdemócratas, estalinistas y trotskistas eleven a dogma esos errores de forma interesada, incumbe a los comunistas saber reconocerlos inspirándose en la globalidad de la obra de sus predecesores.

[3] Sobre la defensa del carácter proletario de la IIª Internacional ver nuestro artículo «La continuidad de las organizaciones políticas del proletariado: la naturaleza de clase de la social-democracia», en Revista internacional, nº 50.

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [21]

III - La insurrección prematura

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Este tercer artículo tratará de las luchas revolucionarias en Alemania de 1918-19  ([1]). Aborda uno de los problemas más delicados del combate proletario: las condiciones y la oportunidad de la insurrección. La experiencia alemana, por negativa que fuera, es una fuente muy rica de enseñanzas para los combates revolucionarios del mañana.

En noviembre de 1918 la clase obrera se subleva y obliga a la burguesía en Alemania a poner fin a la guerra. Para evitar que se radicalizara el movimiento y se repitiera «lo de Rusia», la clase capitalista usa al SPD ([2]) dentro de las luchas, como punta de lanza contra la clase obrera. Gracias a una política de sabotaje muy hábil, el SPD con la ayuda de los sindicatos, lo hace todo para minar la fuerza de los consejos obreros.

Ante el desarrollo explosivo del movimiento, al ver que por todas partes se amotinaban los soldados y se ponían del lado de los obreros insurrectos, a la burguesía le era imposible hacer una política de represión inmediata. Tenía primero que actuar políticamente contra la clase obrera para después conseguir la victoria militar. Ya tratamos en detalle en nuestra Revista internacional nº 82 el sabotaje político llevado a cabo por la burguesía. Vamos ahora a tratar sobre su acción contra la insurrección obrera.

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Los preparativos para una acción militar ya habían sido hechos desde el primer día. Y no son los partidos de la derecha de la burguesía los que organizan la represión, sino el que todavía aparece como «el gran partido del proletariado», el SPD, y eso en colaboración estrecha con el ejército. Son esos «demócratas» tan adulados quienes entran en acción en primera línea de defensa del capitalismo. Son ellos quienes aparecen como el baluarte más eficaz del Capital. El SPD empieza organizando sistemáticamente Cuerpos francos, pues las tropas regulares, al estar infectadas por el «virus de las luchas obreras», obedecen cada día menos al gobierno burgués. Así, unidades de voluntarios, que se benefician de sueldos extras, van a servir de auxiliares represivos.

Las provocaciones militares del 6 y 24 de diciembre de 1918

Justo un mes después del inicio de las luchas, el SPD da la orden a sus esbirros de entrar por la fuerza en los locales del periódico de Spartakus, Die Rote Fahne. Son detenidos K. Liebknecht, R. Luxemburg y otros espartaquistas, pero también algunos miembros del Consejo ejecutivo de Berlín. Simultáneamente, tropas leales al gobierno atacan una manifestación de soldados desmovilizados y desertores; matan a catorce manifestantes. Varias fábricas se ponen en huelga el 7 de diciembre en señal de protesta; por todas partes se organizan asambleas generales en las fábricas. El 8 de diciembre se produce por primera vez una manifestación de obreros y de soldados en armas que reúne a más de 150000 participantes. En ciudades del Ruhr, como en Mülheim, los obreros y los soldados detienen a los patronos de la industria.

Frente a las provocaciones del gobierno, los revolucionarios evitan empujar a la clase obrera a la insurrección inmediata, animándola a movilizarse masivamente. Los espartaquistas concluyen que, en efecto, las condiciones necesarias para derribar al gobierno burgués no están todavía reunidas sobre todo en lo que a las propias capacidades de la clase obrera se refiere ([3]).

El Congreso nacional de consejos que se desarrolla a mediados de diciembre de 1918 ilustra bien esa situación de inmadurez. La burguesía va a sacar provecho de ella (ver el artículo precedente en la Revista internacional nº 82). En ese Congreso, los delegados deciden someter sus decisiones a una Asamblea nacional que habrá que elegir. Y simultáneamente se instaura un «Consejo central» (Zentralrat) formado exclusivamente por miembros del SPD, los cuales pretenden hablar en nombre de los consejos de obreros y de soldados de Alemania. Después de ese Congreso, la burguesía se da cuenta de que puede utilizar inmediatamente la debilidad política de la clase obrera organizando una segunda provocación militar: los cuerpos francos y las tropas gubernamentales pasan a la ofensiva el 24 de diciembre. Matan a once marineros y a varios soldados. Otra vez surge de las filas obreras un sentimiento de gran indignación. Los obreros de la Sociedad de motores Daimler y de otras muchas fábricas berlinesas exigen la formación de una Guardia roja. El 25 de diciembre se organizan grandes manifestaciones de réplica a aquel ataque. El gobierno se ve obligado a retroceder. El desprestigio creciente que se apodera del gobierno hace que el USPD ([4]) que formaba parte de él, se retire.

La burguesía no por eso alivia la presión. Sigue queriendo proceder al desarme del proletariado en Berlín y se prepara para asestarle un golpe decisivo.

El SPD anima a asesinar comunistas

El SPD, para levantar la población contra el movimiento de la clase obrera, se hace el portavoz de una infame y poderosa campaña de calumnias contra los revolucionarios, llegando incluso a hacer llamamientos a asesinar a espartaquistas: «¿Queréis la paz? Pues entonces cada uno debe hacer de tal modo que se acabe la tiranía de la gente de Spartakus. ¿Queréis la libertad? ¡Acabad entonces con esos haraganes armados de Liebknecht!. ¿Queréis la hambruna?. Seguid entonces a Liebknecht. ¿Queréis ser los esclavos de la Entente?. ¡Liebknecht se ocupa de ello!. ¡Abajo la dictadura de los anarquistas de Spartakus! ¡Sólo la violencia podrá oponerse a la violencia brutal de esa pandilla de criminales!» (Hoja de la Corporación municipal del Gran Berlín, 29/12/1918).

«Las artimañas vergonzosas de Liebknecht y de Rosa Luxemburgo manchan la revolución y ponen en peligro todas sus conquistas. Las masas no deben seguir tolerando que esos tiranos y sus partidarios paralicen las instancias de la República. (...) Con mentiras, calumnias y violencia es como echarán abajo cualquier obstáculo que se atreva a oponérseles.

¡Hemos hecho la revolución para poner fin a la guerra!. ¡Spartakus quiere una nueva revolución para comenzar una nueva guerra!» (Hoja del SPD, enero de 1919).

A finales de diciembre, el grupo Spartakus abandona el USPD y se unifica con los IKD ([5]) para formar el KPD. La clase obrera va a poseer así un Partido comunista nacido en pleno movimiento y que va ser, de entrada, el blanco de los ataques del SPD, principal defensor del capital.

Para el KPD lo indispensable para oponerse a esa táctica del capital es la actividad de las masas obreras más amplias. «Tras la primera fase de la revolución, la fase de la lucha esencialmente política, se abre la de la lucha reforzada, intensa y principalmente económica» (R. Luxemburg en el Congreso de fundación del KPD). El gobierno del SPD «No podrá apagar las llamas de la lucha de clase económica» (ídem). Por eso, el capital, y a su cabeza el SPD, va a hacerlo todo por impedir toda extensión de las luchas en ese terreno, provocando levantamientos armados de obreros para acabar reprimiéndolos. Se trata para el capital de debilitar, en un primer tiempo, el movimiento en su centro, o sea Berlín, para después atacar al resto de la clase obrera.

La trampa de la insurrección de Berlín

En enero, la burguesía reorganiza las tropas acuarteladas en Berlín. En total, concentra a más de 80 000 soldados en torno a la ciudad, 10 000 de entre los cuales forman parte de las tropas de choque. A principios del mes, lanza una nueva provocación contra los obreros para así incitarlos al enfrentamiento militar. El 4 de enero, en efecto, el gobierno burgués dimite al jefe de la policía de Berlín, Eichhorn. Esto es inmediatamente vivido como una provocación por la clase obrera. En la noche del 4 de enero, los «hombres de confianza revolucionarios» ([6]) organizan una reunión en la que participan Liebknecht y Pieck en nombre del KPD, que ha sido fundado algunos días antes. Se funda un «Comité revolucionario provisional» que se apoya en el círculo de «hombres de confianza revolucionarios». Pero al mismo tiempo, el Comité ejecutivo de los consejos de Berlín (Vollzugsrat) y el Comité central (Zentralrat) nombrado por el congreso nacional de consejos –dominados ambos por el SPD– siguen existiendo y actuando en el seno de la clase obrera.

El Comité de acción revolucionaria convoca a una reunión de protesta para el domingo 5 de enero. Unos 150 000 obreros acuden a ella después de haberse manifestado ante la sede de la prefectura de policía. Por la noche del 5 de enero, algunos manifestantes ocupan los locales del periódico del SPD Vorwärts y otras sedes editoriales. Estas acciones han sido probablemente suscitadas por agentes provocadores; en todo caso, se producen sin que el Comité, que no tiene conocimiento de ellas, las haya decidido.

Las condiciones para el derrocamiento del gobierno no están reunidas y eso es lo que pone de relieve el KPD en una octavilla de los primeros días de enero:

«Si los obreros de Berlín disolvieran hoy la Asamblea nacional, si mandaran a la cárcel a los Ebert y Scheidemann, mientras que los obreros del Ruhr, de la Alta Silesia y los obreros agrícolas de las comarcas al este del Elba siguieran sin moverse, los capitalistas tendrían la posibilidad de someter Berlín de inmediato, encerrándolo en el hambre. La ofensiva de la clase obrera contra la burguesía, el combate por la toma del poder por los consejos obreros debe ser obra de todo el pueblo trabajador de todo el país. Únicamente la lucha de los obreros de las ciudades y del campo, en todo lugar y en todo momento, acelerándose e incrementándose, a condición de que se transforme en una poderosa marea que atraviese toda Alemania con su mayor fuerza, únicamente la oleada iniciada por las víctimas de la explotación y de la opresión, que anegue todo el país, podrá hacer estallar el gobierno del capitalismo, dispersar la Asamblea nacional e instaurar sobre sus ruinas el poder de la clase obrera que conducirá al proletariado a la victoria total en su lucha futura contra la burguesía. (...)

¡Obreros y obreras, soldados y marineros! ¡Convocad por doquier asambleas y esclareced a las masas sobre el camelo de la Asamblea nacional. En cada taller, en cada unidad de tropa, en cada ciudad, examinad si vuestro consejo de obreros y de soldados ha sido elegido de verdad, si no alberga en su seno a representantes del sistema capitalista, a traidores a la clase obrera tales como los secuaces de Scheidemann, o a elementos inconsistentes o vacilantes como los Independientes. Convenced entonces a los obreros para que elijan a comunistas. (...) Allí donde poseéis la mayoría en los consejos obreros, estableced inmediatamente vínculos con los demás consejos obreros de la región (...) Si se realiza un programa así (...) la Alemania de la república de los consejos, junto a la república de los consejos de obreros rusos, arrastrará a los obreros de Inglaterra, de Francia, de Italia tras los estandartes de la revolución...». Este análisis demuestra que el KPD ve claramente que el derrocamiento de la clase capitalista no es todavía posible en lo inmediato y que la insurrección no está aún al orden del día.

Después de la gigantesca manifestación de masas del 5 de enero, en esa misma noche se organiza una sesión de los «hombre de confianza», en la que participan delegados del KPD y del USPD así como representantes de las tropas de la guarnición. Impresionados por la poderosa manifestación de la tarde, los asistentes eligen un Comité de acción (Aktionsauschu) de 33 miembros, a cuya cabeza son nombrados Ledebour de presidente, Scholze por los «hombres de confianza revolucionarios» y K. Liebknecht por el KPD. Se decide para el día siguiente 6 de enero una huelga general y una nueva manifestación.

El Comité de acción reparte una octavilla de llamamiento a la insurrección con la consigna: «¡Luchemos por el poder del proletariado revolucionario! ¡Abajo el gobierno Ebert-Scheidemann!»

Vienen soldados a proclamar su solidaridad con el Comité de acción. Una delegación de ellos asegura que se pondrá del lado de la revolución en cuanto se declare la destitución del actual gobierno Ebert-Scheidemann. En estas, K. Liebknecht por el KPD, Scholze por los «hombres de confianza revolucionarios» firman un decreto por el que proclaman esa destitución y la toma a cargo de los asuntos gubernamentales por un comité revolucionario. El 6 de enero, medio millón de personas se manifiestan por las calles. En todos los barrios de la capital se producen manifestaciones y reuniones; los obreros del Gran Berlín reclaman armas. El KPD exige el armamento del proletariado y el desarme de los contrarrevolucionarios. El Comité de acción da la consigna «¡Abajo el gobierno!», pero no toma ninguna iniciativa seria para llevar a cabo esa orientación. Ninguna tropa de combate es organizada en las fábricas, ni un conato se lleva a cabo para apoderarse de los asuntos del Estado y paralizar al antiguo gobierno. El Comité de acción no sólo no tiene ningún plan de acción, sino que incluso, el 6 de enero, es él mismo emplazado por soldados de la marina para que abandone el edificio que le sirve de sede... ¡y lo hace!

Las masas obreras en manifestación esperan directivas por las calles mientras los dirigentes se reúnen en el mayor desconcierto. Mientras la dirección del proletariado permanece expectante, vacila, sin plan alguno, el gobierno dirigido por el SPD, por su parte, se recupera del golpe causado por la primera ofensiva obrera. De todas partes acuden en su ayuda fuerzas diversas. El SPD llama a huelgas y manifestaciones de apoyo al gobierno. Una encarnizada y pérfida campaña es lanzada contra los comunistas: «Allí donde reina Spartakus quedan abolidas toda libertad y seguridad individuales. Los peligros más graves se ciernen sobre el pueblo alemán y especialmente sobre la clase obrera alemana. Nosotros no queremos seguir dejándonos atemorizar más tiempo por esos criminales de espíritu descarriado. El orden debe ser restablecido de una vez por todas en Berlín y la construcción pacífica de una nueva Alemania revolucionaria debe ser garantizada. Os invitamos a cesar el trabajo en protesta contra las brutalidades de las pandillas espartaquistas y a reuniros inmediatamente ante la sede del gobierno del Reich (...)

No debemos buscar descanso hasta que el orden no esté restablecido en Berlín y mientras el disfrute de las conquistas revolucionarias no esté garantizado para todo el pueblo alemán. ¡Abajo los asesinos y los criminales! ¡Viva la república socialista!» (Comité ejecutivo del SPD, 6 de enero de 1919).

La célula de trabajo de los estudiantes berlineses escribe: «Vosotros, ciudadanos, salid de vuestras casas y uníos a los socialistas mayoritarios! ¡La mayor urgencia es necesaria!» (hoja del 7-8 de enero de 1919).

Por su parte, Noske declara cínicamente el 11 de enero: «El gobierno del Reich me ha entregado el mando de los soldados republicanos. Un obrero se encuentra pues a la cabeza de las fuerzas de la República socialista. Vosotros me conocéis, a mí y mi pasado en el Partido. Me comprometo a que no se derrame sangre inútil. Quiero sanear, no aniquilar. La unidad de la clase obrera debe hacerse contra Spartakus para que el socialismo y la democracia no se hundan».

El Comité central (Zentralrat) «nombrado» por el Congreso nacional de consejos y sobre todo controlado por el SPD, proclama: «...una pequeña minoría aspira a la instauración de una tiranía brutal. Las acciones criminales de bandas armadas que hacen peligrar todas las conquistas de la revolución, nos obligan a conferir plenos poderes extraordinarios al gobierno del Reich para que así el orden (...) quede restablecido en Berlín. Todas las divergencias de opinión deben desvanecerse ante el objetivo (...) de preservar el conjunto del pueblo trabajador de una nueva y terrible desgracia. Es deber de todos los consejos de obreros y de soldados apoyarnos en nuestra acción, a nosotros y al gobierno del Reich, por todos los medios (...)» (Edición especial del Vorwärts, 6 de enero de 1919).

Así, es en nombre de la revolución y de los intereses del proletariado como el SPD (con sus cómplices) se prepara para aplastar a los revolucionarios del KPD. Con la más rastrera doblez llama a los consejos para se pongan tras el gobierno y actúen contra lo que aquél llama «bandas armadas». El SPD alista incluso una sección militar que recibe las armas en los cuarteles y Noske recibe el mando de las tropas de represión: «Se necesita un perro sangriento y yo no me echo atrás ante tal responsabilidad».

Desde el 6 de enero se producen combates aislados. Mientras el gobierno no cesa de acumular tropas en torno a Berlín, por la noche del 6 se reúne el Ejecutivo de consejos de Berlín. Éste, dominado por el SPD y el USPD, propone al Comité de acción revolucionaria negociaciones entre los «hombres de confianza revolucionarios» y el gobierno, a cuyo derrocamiento acaba de llamar precisamente el Comité revolucionario. El Ejecutivo de consejos hace el papel de «conciliador» proponiendo conciliar lo inconciliable. Esta actitud desorienta a los obreros y sobre todo a los soldados ya vacilantes. Y es así como los marineros deciden adoptar una política de «neutralidad». En situaciones de enfrentamiento directo entre las clases, la menor indecisión puede llevar rápidamente a la clase obrera a una pérdida de confianza y a adoptar una actitud de desconfianza hacia las organizaciones políticas. El SPD, que juega esa baza, contribuye a debilitar dramáticamente al proletariado. Y simultáneamente, por medio de agentes provocadores (lo cual quedará demostrado más tarde), jalea a los obreros para el enfrentamiento. Y es así como el 7 de enero, éstos ocupan por la fuerza los locales de varios periódicos.

Ante esta situación, la dirección del KPD, contrariamente al Comité de acción revolucionaria, tiene una posición muy clara: basándose en un análisis de la situación hecho en su Congreso de fundación, considera prematura la insurrección.

El 8 de enero Die Rote Fahne escribe: «Se trata hoy de proceder a la reelección de consejos de obreros y de soldados, de representantes del Ejecutivo de consejos de Berlín, con la consigna: ¡fuera los Ebert y sus secuaces!. Se trata hoy de sacar las lecciones de las ocho últimas semanas en los consejos de obreros y de soldados que correspondan a las concepciones, a los objetivos y a las aspiraciones de las masas. Se trata en una palabra de batir a los Ebert-Scheidemann en el seno de lo que son los cimientos mismos de la revolución, es decir, los consejos de obreros y de soldados. Después, y sólo después, las masas de Berlín y también de todo el Reich tendrán en los consejos de obreros y de soldados a verdaderos órganos revolucionarios que les proporcionarán, en todos los momentos decisivos, verdaderos dirigentes, verdaderos centros para la acción, para las luchas y la victoria.»

Los espartaquistas llaman así a la clase obrera a reforzarse primero a nivel de los consejos, desarrollando sus luchas en su propio terreno de clase, en las fábricas, desalojando de ellas a los Ebert, Scheidemann y compañía. Mediante la intensificación de su presión, a través de los consejos, podrá la clase dar un nuevo impulso a su movimiento para después lanzarse a la batalla de la toma del poder político.

Ese mismo día, Rosa Luxemburg y Leo Jogisches critican violentamente la consigna de derrocamiento inmediato del gobierno, lanzado por el Comité de acción, pero también y sobre todo el hecho de que éste, con su actitud vacilante incluso capituladora, demostró ser incapaz de dirigir el movimiento de la clase obrera. Más en particular, criticaban a K. Liebknecht que actuara por cuenta propia, dejándose llevar por su entusiasmo y su impaciencia, en lugar de rendir cuentas a la dirección del Partido y basarse en el programa y los análisis del KPD.

Esta situación demuestra que no es el programa ni los análisis políticos de la situación lo que se echa en falta, sino la capacidad del partido, como organización, para desempeñar su papel de dirección política del proletariado. Fundado unos cuantos días antes, el KPD no tiene la influencia en la clase y todavía menos la solidez y la cohesión que poseía, por ejemplo, el partido bolchevique un año antes en Rusia. La inmadurez del Partido comunista en Alemania explica la dispersión existente en sus filas, dispersión que va a serle un pesado y dramático lastre en los acontecimientos sucesivos.

En la noche del 8 al 9 de enero, las tropas gubernamentales se lanzan al asalto. El Comité de acción, que sigue siendo incapaz de analizar correctamente la relación de fuerzas, anima a actuar contra el gobierno: «¡Huelga general!, ¡A las armas!, ¡No queda otra alternativa!¡Debemos combatir hasta el último!». Muchos obreros siguen el llamamiento, pero una vez más, siguen esperando directivas precisas del Comité. En vano. No se hace nada por organizar a las masas, nada para incitar a la confraternización entre obreros revolucionarios y soldados...Y es así como las tropas gubernamentales entran en Berlín y libran combate por la calle a los obreros armados. Matan o hieren a muchos de éstos en enfrentamientos que, de manera dispersa, tienen lugar en diferentes barrios de Berlín. El 13 de enero la dirección del USPD proclama el final de la huelga general y el 15 de enero Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht son asesinados por los esbirros del régimen dirigido por los socialdemócratas. La campaña criminal lanzada por el SPD con la consigna «¡Matad a Liebknecht!» ha concluido con gran éxito para la burguesía. El KPD pierde entonces a sus dirigentes más importantes.

Mientras que el KPD recién formado ha analizado correctamente la relación de fuerzas y ha advertido contra una insurrección prematura, resultado de una provocación del enemigo, el Comité de acción dominado por los «hombres de confianza revolucionarios» valora erróneamente la situación. Es falsificar la historia hablar de una pretendida «semana de Spartakus». Al contrario, los espartaquistas se pronunciaron contra todo tipo de precipitaciones. La ruptura de la disciplina de partido por parte de Liebknecht y de Pieck es, en fin de cuentas, la prueba por la contraria. Es la actitud precipitada de los «hombres de confianza revolucionarios», ardientes de impaciencia y faltos de reflexión, lo que va a originar la sangrienta derrota. El KPD, por su parte, no tiene en ese momento las fuerzas suficientes para retener el movimiento tal como los bolcheviques habían logrado hacerlo en julio de 1917. Como así lo reconocerá el socialdemócrata Ernst, nuevo prefecto de policía en sustitución del dimitido Eichorn, «Todo el éxito de la gente de Spartakus era imposible desde el principio, habida cuenta de que gracias a nuestros preparativos los habíamos obligado a actuar prematuramente. Sus cartas quedaron al descubierto antes de lo que ellos deseaban y por ello estábamos en condiciones de combatir contra ellos.»

La burguesía, tras los éxitos militares, comprende inmediatamente que debe aumentar su ventaja. Y lanza una campaña de represión sangrienta en la que miles de obreros berlineses y de comunistas son asesinados, torturados y encarcelados. El asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht no son una excepción, sino que plasman a la perfección la determinación bestial de la burguesía cuando se trata de eliminar a sus enemigos mortales, los revolucionarios.

El 19 de enero triunfa la «democracia»: tendrán lugar las elecciones a la Asamblea nacional. Bajo la presión de las luchas obreras, el gobierno, entre tanto, se ha trasladado a Weimar. Así nace la república de Weimar, sobre un montón de cadáveres de obreros.

¿Es la insurrección un asunto de partido?

Sobre esta cuestión de la insurrección, el KPD se apoya claramente en las posiciones del marxismo y especialmente en lo que había escrito Engels tras la experiencia de las luchas de 1848:

«La insurrección es un arte. Es una ecuación con datos de lo más incierto, cuyos valores pueden cambiar en cualquier momento; las fuerzas del adversario tienen de su parte todas las ventajas de la organización, de la disciplina y de la autoridad; en cuanto uno no es capaz de oponerse a ellas en posición de fuerte superioridad, está derrotado y aniquilado. Segundo, desde que uno se ha metido por el camino de la insurrección, debe actuar con la mayor determinación y pasar a la ofensiva. La defensiva es la muerte de toda insurrección armada; se ha perdido incluso antes de haber entablado combate con el enemigo. Pon a tu adversario en falso mientras sus fuerzas estén dispersas; haz de tal modo que obtengas cotidianamente nuevas victorias por muy pequeñas que sean; conserva la supremacía moral que te ha proporcionado la primera victoria del levantamiento; atrae a los elementos vacilantes que siguen siempre el ímpetu del más fuerte y se ponen siempre del lado más seguro; obliga a tus enemigos a la retirada antes de que puedan reunir sus fuerzas contra ti...» (Revolución y contrarrevolución en Alemania).

Los espartaquistas utilizan, sobre la cuestión de la insurrección, los mismos métodos que Lenin en abril de 1917:

«Para poder triunfar, la insurrección no debe apoyarse en una conjuración, ni en un partido, sino en la clase más avanzada. Esto en primer lugar. En segundo lugar, debe apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. Y en tercer lugar, la insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje en la historia de la revolución ascensional en la que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en la filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución. Estas tres condiciones, previas al planteamiento del problema de la insurrección, son las que precisamente distinguen el marxismo del blanquismo» («Carta al comité central del POSDR», septiembre de 1917).

¿Y cómo se plantea ese problema fundamental en enero de 1919?

La insurrección se apoya en el ímpetu revolucionario de las masas

La posición del KPD en su congreso de fundación es que la clase no está todavía madura para la insurrección. En efecto, después de un movimiento dominado al principio por los soldados, es necesario un nuevo impulso procedente de las fábricas, de las asambleas y de las manifestaciones. Es la condición para que la clase adquiera, en su movimiento, más fuerza y más confianza en sí misma. Es la condición para que la insurrección no pertenezca a una minoría, un asunto de unos cuantos desesperados e impacientes, sino, al contrario, que pueda apoyarse en el «ímpetu revolucionario» de la inmensa mayoría de los obreros.

Además, en enero, los consejos obreros no ejercen un doble poder real, pues el SPD ha conseguido sabotearlos desde dentro. Como decíamos en el número anterior de esta Revista, el Congreso nacional de consejos de mediados de diciembre fue una victoria para la burguesía y por desgracia no ha habido desde entonces ningún estímulo nuevo para revivificar los consejos. La valoración del KPD del movimiento de la clase y de la relación de fuerzas es perfectamente lúcido y realista.

Para algunos, es el partido el que toma el poder. Hay que explicar entonces cómo una organización revolucionaria, por muy fuerte que sea, podría tomar el poder cuando la gran mayoría de la clase obrera no ha desarrollado todavía suficientemente su conciencia de clase, vacila y oscila, cuando todavía no ha sido capaz de dotarse de consejos obreros lo bastante poderosos como para oponerse al poder de la burguesía. Un posición como ésa, la de creer que es un partido el que toma el poder, significa que se desconocen las características fundamentales de la revolución proletaria y de la insurrección que Lenin ponía de relieve: «la insurrección no debe apoyarse en una conjuración, ni en un partido, sino en la clase más avanzada». Incluso en octubre de 1917, los bolcheviques tenían el mayor interés en que no fuera el partido bolchevique quien tomara el poder, sino el Soviet de Petrogrado.

La insurrección proletaria no puede ser «decretada desde arriba». Es, al contrario, una acción consciente de las masas, las cuales deben antes desarrollar su propia iniciativa y el control de sus luchas. Sólo así podrán ser discutidas y seguidas las directivas y las orientaciones dadas por los consejos y el partido.

La insurrección proletaria no puede ser una intentona golpista, como pretenden hacérnoslo creer los ideólogos burgueses. Es la obra del conjunto de la clase obrera. Para quitarse de encima el yugo del capitalismo, no basta con la voluntad de unos cuantos, por mucho que sean los elementos más clarividentes y determinados de la clase obrera. «(...) el proletariado insurgente sólo puede contar con su número, su cohesión, sus dirigentes, y su estado mayor» (Trotski, Historia de la Revolución rusa, «El arte de la insurrección»).

Ese grado de madurez no había sido alcanzado en enero, en la clase obrera de Alemania.

La función de los comunistas es fundamental

El KPD es consciente en ese momento que su responsabilidad esencial es animar al fortalecimiento de la clase obrera y en particular al desarrollo de su conciencia de igual modo que lo había hecho antes Lenin en Rusia, en sus Tesis de Abril:

«Aparentemente, esto [la necesaria labor crítica por el Partido comunista contra la “embriaguez pequeñoburguesa”] “no es más” que una labor de mera propaganda. Pero, en realidad, es la labor revolucionaria más práctica, pues es imposible impulsar una revolución [se trata, claro está, de la Revolución de febrero del 17, NDLR] que se ha estancado, que se ahoga en frases y se dedica a “marcar el paso sin moverse del sitio”, no por obstáculos exteriores, no porque la burguesía emplee contra ella la violencia (...), sino por la inconciencia confiada de las masas.

Sólo luchando contra esa inconciencia confiada (...) podremos desembarazarnos del desenfreno de frases revolucionarias imperante e impulsar de verdad tanto la conciencia del proletariado como la conciencia de las masas, la iniciativa local, audaz y resuelta (...)» (Lenin, «Las tareas del proletariado en nuestra revolución», 28 de mayo de 1917).

Cuando se alcanza el punto de ebullición, el partido debe justamente «en el momento oportuno suspender la insurrección que sube», para permitir que la clase pase al acto insurreccional en el mejor momento. El proletariado debe sentir que tiene «por encima de él a una dirección perspicaz, firme y audaz» en la forma del partido (Trotski, Historia de la Revolución rusa, «El arte de la insurrección»).

Pero, a diferencia de los bolcheviques en julio de 1917, el KPD, en enero de 1919, no posee todavía el suficiente peso para poder influir decisivamente en el transcurso de las luchas. No basta con que el partido tenga una posición justa. También es necesario que tenga una influencia importante en la clase. Y no será el movimiento insurgente prematuro de Berlín y menos todavía la derrota sangrienta que le siguió lo que va a permitir que esa influencia se incremente. Al contrario, la burguesía logra debilitar trágicamente la vanguardia revolucionaria, eliminando a sus mejores militantes y, además, prohibiendo su principal herramienta de intervención en la clase, Die Rote Fahne. En un momento en el que la intervención más amplia del partido era absolutamente indispensable, el KPD se encuentra, durante largas semanas, sin su órgano de prensa.

El drama de las luchas dispersas

Durante esas semanas, a nivel internacional, la clase obrera de varios países, se enfrenta al capital. Mientras que en Rusia la ofensiva de los ejércitos blancos contrarrevolucionarios se refuerza contra el poder obrero, en los «países vencedores» el final de la guerra produce cierta tregua en el frente social. En Inglaterra y Francia hay toda una serie de huelgas, pero las luchas no toman la misma orientación radical que en Rusia y en Alemania. Las luchas en Alemania y en Europa central permanecen relativamente aisladas de las de los demás centros industriales europeos. En marzo, los obreros de Hungría establecen una república de consejos, rápidamente aplastada en la sangre por las tropas contrarrevolucionarias, gracias, también allí, a la hábil labor de la socialdemocracia del país.

En Berlín, después de haber derrotado la insurrección obrera, la burguesía prosigue una política con vistas a disolver los consejos de soldados para crear un ejército destinado a la guerra civil. Además, acomete la labor de desarme total del proletariado. La combatividad obrera sigue manifestándose, sin embargo, por todo el país. El centro de gravedad del combate, durante los meses siguientes, va a desplazarse por Alemania. En casi todas las grandes ciudades van a producirse enfrentamientos muy violentos entre burguesía y proletariado, pero, por desgracia, aislados unos de otros.

Bremen en enero...

El 10 de enero, por solidaridad con los obreros berlineses, el consejo de obreros y de soldados de Breme proclama la instauración de la República de consejos. Decide la expulsión de los miembros del SPD de su seno, decide que se arme a los obreros y se desarme a los elementos contrarrevolucionarios. Nombra un gobierno de consejos responsable ante él. El 4 de febrero, el gobierno del Reich reúne tropas en torno a Bremen y pasa a la ofensiva contra la ciudad insurgente, que había quedado aislada. Ese mismo día, Bremen cae en manos de los perros sangrientos.

El Ruhr en febrero...

En el Ruhr, la mayor concentración obrera, la combatividad no ha cesado de expresarse desde el final de la guerra. Ya antes de la guerra, había habido, en 1912, una larga oleada de huelgas. En julio del 16, en enero del 17, en enero del 18, en agosto del 18, los obreros reaccionan contra la guerra con importantes movimientos de lucha. En noviembre de 1918, los consejos de obreros y de soldados están, en su mayoría, bajo influencia del SPD. A partir de enero y febrero del 19, estallan numerosas huelgas salvajes. Los mineros en lucha acuden a los pozos vecinos para extender y unificar el movimiento. A menudo se producen encontronazos violentos de obreros en lucha contra los consejos todavía dominados por miembros del SPD. El KPD interviene:

«La toma del poder por el proletariado y la realización del socialismo presuponen que la gran mayoría del proletariado haya alcanzado la voluntad de ejercer la dictadura. No pensamos nosotros que haya llegado ese momento. Creemos que el desarrollo en las próximas semanas y meses hará madurar en el proletariado entero la convicción de que sólo mediante su dictadura alcanzará su salvación. El gobierno Ebert-Scheidemann acecha la menor ocasión para ahogar en sangre ese desarrollo. Como en Berlín, como en Bremen, va a intentar apagar uno por uno los focos de la revolución, para evitar así la revolución general. El proletariado tiene el deber de hacer fracasar esas provocaciones, evitando ofrecerse voluntariamente en sacrificio a los verdugos en levantamientos armados. Se trata sobre todo, hasta el momento de la toma del poder, de izar al más alto grado la energía revolucionaria de las masas con manifestaciones, reuniones, propaganda, agitación y organización, ganarse a las masas en proporciones cada vez mayores y preparar los ánimos para cuando llegue la hora. Sobre todo, por todas partes, hay que fomentar la reelección de consejos obreros con una consigna:
¡Fuera de los consejos los Ebert-Scheidemann!
¡Fuera los verdugos!.»
(Llamada de la Central del KPD del 3 de febrero por la reelección de consejos obreros)

El 6 de febrero, se reúnen 109 delegados de consejos y exigen la socialización de los medios de producción. Tras esta reivindicación está la comprensión creciente por los obreros de que el control de los medios de producción no debe quedar en manos del capital. Pero mientras el proletariado no posea el poder político, mientras no haya derribado el gobierno burgués, aquella reivindicación puede volverse contra él. Todas las medidas de socialización hechas sin disponer del poder político, no son sólo un engañabobos, sino incluso un medio del que puede echar mano la clase dominante para estrangular las luchas. Por eso el SPD promete una ley de socialización que prevé una «participación» y un seudocontrol por la clase obrera sobre el Estado. «Los consejos obreros son constitucionalmente reconocidos como representación de intereses y de participación económica; están integrados en la Constitución. Su elección y sus prerrogativas serán reglamentadas por una ley especial que será de efecto inmediato.»

Se prevé que los consejos se transformen en «comités de empresa» (Betribräte) y que tengan la función de participar en el proceso económico mediante la cogestión. El objetivo principal de esta propuesta es desvirtuar los consejos e integrarlos en el Estado. Dejan así de ser órganos de doble poder contra el Estado burgués para transformarse en su contrario, órganos al servicio de la regulación de la producción capitalista. Además, esa mistificación cultiva la ilusión de la transformación inmediata de la economía en «su propia fábrica» y así los obreros se ven encerrados en una lucha local y específica en lugar de involucrarse en un movimiento de extensión y de unificación del combate. Esta táctica, utilizada por primera vez por la burguesía en Alemania, queda ilustrada en unas cuantas ocupaciones de fábrica. En las luchas en Italia de 1919-1920 será aplicada por la clase dominante con gran éxito.

A partir del 10 de febrero, las tropas responsables de las matanzas de Bremen y de Berlín avanzan hacia el Ruhr. Los consejos de obreros y de soldados de la cuenca entera deciden la huelga general llamando a la lucha armada contra los cuerpos francos. Por todas partes se oye la consigna «¡Salgamos de las fábricas!». Hay una gran cantidad de enfrentamientos armados que se producen con el mismo esquema. La ira de los obreros es tal que los locales del SPD suelen ser atacados, como el 22 de febrero en Mülheim-Ruhr en donde es ametrallada una reunión socialdemócrata. En Gelsenkirchen, Dortmund, Bochum, Duisburgo, Oberhausen, Wuppertal, Mülheim-Ruhr y Düsseldorf hay miles de obreros en armas. Pero también aquí, como en Berlín, falla la organización del movimiento, no hay dirección unida que oriente la fuerza de la clase obrera, mientras que el Estado capitalista, con el SPD a su cabeza, actúa de manera organizada y centralizada.

Hasta el 20 de febrero, 150 000 obreros están en huelga. El 25, se decide la reanudación del trabajo y la lucha armada queda suspendida. Puede entonces la burguesía dar rienda suelta a la represión y los cuerpos francos se van apoderando del Ruhr población por población. Sin embargo, a primeros de abril se reanuda una nueva oleada de huelgas: el primero de abril hay 150 000 huelguistas, el 10, 300 000 y a finales de mes vuelve a descender a 130 000. A mediados de abril la represión y la caza de comunistas vuelven a desencadenarse. El restablecimiento del orden en el Ruhr se ha vuelto prioritario para la burguesía, pues, simultáneamente, hay importantes masas obreras que se han puesto en huelga en Brunswick, Berlín, Francfort, Dantzig y en Alemania central.

Alemania central en febrero-marzo...

A finales de febrero, en el momento en que en el Ruhr se está terminando el movimiento, aplastado por el ejército, entra en escena el proletariado de la Alemania central. Mientras que en el Ruhr, el movimiento se ha limitado a los sectores del carbón y del acero, aquí, el movimiento concierne a todos los obreros, de la industria y del transporte. En casi todas las ciudades y en las grandes empresas, los obreros se unen al movimiento.

El 24 de febrero se proclama la huelga general. Los consejos de obreros y de soldados lanzan inmediatamente un llamamiento a los de Berlín por la unificación del movimiento. Una vez más, el KPD pone en guardia contra toda acción precipitada: «Mientras la revolución no tenga sus órganos centrales de acción, debemos oponer la acción de organización de los consejos que se está desarrollando localmente en mil sitios diferentes» (Hoja de la Central del KPD). Se trata de reforzar la presión a partir de las fábricas, intensificar las luchas económicas y renovar los consejos. No se formula ninguna consigna por el derrocamiento del gobierno.

Gracias a un acuerdo sobre la socialización, la burguesía consigue, también ahí, quebrar el movimiento. Se reanuda el trabajo el 6 y 7 de marzo. Y de nuevo, se organiza la misma acción común entre el ejército y el SPD: «Para todas las operaciones militares (...) es conveniente tomar contacto con los miembros dirigentes del SPD fieles al gobierno» (Märecker, dirigente militar de la represión en Alemania central). Al haber desbordado la oleada de huelgas hacia Sajonia, Turingia y Anhalt, los esbirros de la burguesía ejercen su represión hasta el mes de mayo.

Berlín, de nuevo, en marzo...

El movimiento en el Ruhr y en Alemania central está llegando a su fin, pero el proletariado de Berlín vuelve a la lucha el 3 de marzo. Sus principales orientaciones son: fortalecer los consejos de obreros y de soldados, liberar a todos los presos políticos, formar una guardia obrera revolucionaria y establecer contactos con Rusia. La degradación rápida de la situación después de la guerra, la estampida de los precios, el incremento del desempleo masivo tras la desmovilización, todo ello anima a los obreros a desarrollar sus luchas reivindicativas. En Berlín, los comunistas reclaman nuevas elecciones a los consejos obreros para acentuar la presión sobre el gobierno. La dirección del KPD de la circunscripción del Gran Berlín escribe: «¿Creéis alcanzar vuestros objetivos revolucionarios gracias al voto? (...) Si queréis que la revolución progrese, comprometed todas vuestras fuerzas en el trabajo dentro de los consejos de obreros y de soldados. Actuad de tal modo que se conviertan en verdaderos instrumentos de la revolución. Y organizad nuevas elecciones a los consejos de obreros y de soldados».

El SPD, por su parte, se pronuncia contra esa consigna. Una vez más, se dedica a sabotear el movimiento en el plano político, pero también, como hemos de ver, mediante la represión. Cuando los obreros berlineses se ponen en huelga a principios de marzo, el consejo ejecutivo compuesto de delegados del SPD y del USPD toma la dirección de la huelga. El KPD, en cambio, se niega a ocupar un escaño en el consejo: «Aceptar a los representantes de esa política en el comité de huelga es traicionar la huelga general y la revolución».

Como hoy lo hacen los socialistas, los estalinistas y demás representantes de la izquierda del capital, el SPD consiguió entonces apoderarse del comité de huelga gracias a la credulidad de una parte de los obreros, pero sobre todo merced a toda una serie de maniobras, chanchullos y engaños. Es para no tener las manos atadas por lo que los espartaquistas se niegan, en ese momento, a sentarse junto a esos verdugos de la clase obrera.

El gobierno prohíbe Die Rote Fahne, mientras que el SPD, claro está, puede perfectamente imprimir su periódico. De este modo, los contrarrevolucionarios pueden intensificar su propaganda repugnante mientras que los revolucionarios están amordazados. Antes de la prohibición, Die Rote Fahne pone en guardia a los obreros: «¡Cesad el trabajo! Quedaos por ahora en las fábricas. Reuníos en las fábricas. Convenced a los vacilantes y a los que se quedan atrás. No os dejéis arrastrar a tiroteos inútiles, que es lo único que está esperando Noske para hacer que vuelva a correr la sangre».

Rápidamente, en efecto, la burguesía suscita saqueos, gracias a sus agentes provocadores, que sirven de justificación oficial a la entrada en juego del ejército. Los soldados de Noske destrozan en primerísimo lugar los locales de la redacción de Die Rote Fahne. Vuelven a meter en la cárcel a los principales miembros del KPD. Fusilan a Leo Jogisches. Es precisamente porque Die Rote Fahne ha advertido a la clase obrera contra las provocaciones de la burguesía por lo que es el objetivo inmediato de las tropas contrarrevolucionarias.

La represión en Berlín se inicia el 4 de marzo. Unos 1200 obreros son pasados por las armas. Durante varias semanas, el Spree, río de Berlín, va dejando cadáveres en sus orillas. Se detiene a cualquier persona que lleve un retrato de Karl o de Rosa. Y volvemos a repetir lo dicho anteriormente en estos artículos: no eran fascistas los responsables de esa represión sangrienta, sino el SPD.

El 6 de marzo, la huelga general es quebrada en Alemania central, y la de Berlín se termina el 8. También hay luchas importantes durante esas mismas semanas en Sajonia, en Bade y en Baviera, luchas importantes pero nunca se logró establecer vínculos entre esos diferentes movimientos.

La república de consejos de Baviera en abril de 1919

También en Baviera se ha puesto a luchar la clase obrera. El 7 de abril, el SPD y el USPD intentando «volver a ganarse las masas con una acción seudorevolucionaria» (Levine) proclaman la República de consejos. Como en enero en Berlín, el KPD se da cuenta de que la relación de fuerzas no es favorable a los obreros y toma posición contra la instauración de tal República. Los comunistas de Baviera llaman a los obreros a elegir un «consejo verdaderamente revolucionario» con el objetivo de instaurar una verdadera República de consejos comunista. El 13 de abril, E. Levine es elegido a la cabeza de un nuevo gobierno que toma, en los planos económico, político y militar, medidas enérgicas contra la burguesía. A pesar de ello, esta iniciativa es un grave error de los revolucionarios de Baviera, los cuales actúan en contra de los análisis y las orientaciones del Partido.

El movimiento, mantenido en el mayor aislamiento del resto de Alemania, va a conocer una contraofensiva de envergadura por parte de la burguesía. Munich padece hambre y hay 100 000 soldados concentrados en sus alrededores. El 27 de abril, el Consejo ejecutivo de Munich es derribado. Una vez más golpea el brazo de la represión sangrienta. Fusilan a miles de obreros. A otros los ametrallan en los combates. Los comunistas son perseguidos y Levine es condenado a muerte.

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A las generaciones actuales de proletarios les cuesta mucho imaginar lo que significó la poderosa oleada de huelgas casi simultáneas en las grandes concentraciones del capitalismo y la enorme presión que el movimiento ejerció sobre la clase dominante.

En su movimiento revolucionario en Alemania, la clase obrera demostró que fue capaz, frente a una de las burguesías más experimentadas, establecer una relación de fuerzas que hubiera podido llevar a la destrucción del capitalismo. Esta experiencia demuestra que el movimiento revolucionario no era algo reservado para el proletariado de los «países atrasados» como Rusia, sino que involucró masivamente a los obreros del país más industrialmente desarrollado de entonces.

Pero la oleada revolucionaria, de enero a abril de 1919, se desarrolló en la mayor dispersión. Las mismas fuerzas, pero concentradas y unidas, habrían sido suficientes para derribar el poder burgués. Pero se desperdigaron, logrando así el gobierno enfrentarlas e irlas aniquilando una tras otra. La acción del gobierno, desde enero en Berlín, había decapitado y acabó quebrando el ímpetu de la revolución.

Richar Müller, uno de los dirigentes de los «hombres de confianza revolucionaros», los cuales se caracterizaron durante largo tiempo por sus vacilaciones, tuvo que reconocer: «Si la represión de las luchas de enero en Berlín no se hubiera producido, el movimiento habría adquirido más empuje en otros lugares durante la primavera y la cuestión del poder se habría planteado con más precisión y con todo su alcance. Pero la provocación militar había minado el movimiento. La acción de enero había dado argumentos para las campañas de calumnias, el acoso y la creación de una atmósfera de guerra civil».

Sin aquella derrota, el proletariado de Berlín hubiera podido apoyar oportunamente las luchas que se extendieron por otras regiones de Alemania. Y al revés, el debilitamiento del batallón central de la revolución permitió a las fuerzas del capital pasar a la ofensiva y arrastrar por todas partes a los obreros hacia enfrentamientos militares prematuros y dispersos. La clase obrera, en efecto, no consiguió construir un movimiento amplio, unido y centralizado. No fue capaz de instaurar un doble poder en todo el país gracias al fortalecimiento de los consejos y a su centralización. Sólo una relación de fuerzas así permitirá lanzarse a una acción insurgente, la cual exige la mayor convicción y coordinación. Y esta dinámica sólo puede desarrollarse con la intervención clara y decidida de un partido político dentro del movimiento. Así el proletariado podrá salir vencedor de su combate histórico.

La derrota de la revolución en Alemania durante los primeros meses del año 1919 no sólo se debió a la habilidad de la burguesía local. Fue también el resultado de la acción concertada de la clase capitalista internacional.

Mientras que la clase obrera en Alemania lucha en la dispersión, los obreros en Hungría, en marzo, se yerguen contra el capital en enfrentamientos revolucionarios. El 21 de marzo se proclama en Hungría la República de consejos, pero acaba siendo aplastada en verano por las tropas contrarrevolucionarias.

La clase capitalista internacional se mantuvo unida tras la burguesía alemana. Mientras que durante los 4 años anteriores, esas burguesías se habían lanzado a mutuo degüello de la manera más bestial, ahora se unían para enfrentarse a la clase obrera, como así lo puso claramente de relieve Lenin cuando decía que lo habían hecho todo por «entendérselas con los conciliadores alemanes para ahogar la revolución alemana» (Informe del Comité central para el IXº Congreso del PCR). Es ésa una lección que la clase obrera deberá retener: cada vez que ponga en peligro el capitalismo, frente a ella no va a encontrar a una clase dominante dividida, sino a las fuerzas del capital unidas internacionalmente.

Pero si el proletariado en Alemania hubiera tomado el poder, el frente capitalista habría quedado fuertemente resquebrajado y la revolución rusa no se habría quedado aislada.

Cuando se funda en Moscú la IIIª Internacional en marzo de 1919, en pleno desarrollo todavía de las luchas en Alemania, esa perspectiva parece estar al alcance de la mano para todos los comunistas. Pero la derrota obrera en Alemania va a ser el inicio del declive de la oleada revolucionaria internacional y, muy especialmente, el de la revolución rusa. Fue la acción de la burguesía, con el SPD de cabeza de puente, lo que va permitir mantener aislada a la revolución bolchevique, provocando una degeneración que acabaría, más tarde, en el parto del capitalismo de Estado estalinista.

DV

 


[1] Ver en los dos números precedentes de esta Revista los artículos: «Los revolucionarios en Alemania durante la Iª Guerra mundial» y «Los inicios de la revolución».

[2] Partido socialdemócrata de Alemania, el mayor partido obrero antes de 1914, año en el cual su dirección, grupo parlamentario y direcciones sindicales en cabeza, traicionó todos los compromisos internacionalistas del partido pasándose con armas y equipo del lado de su burguesía nacional como banderín de enganche para la carnicería imperialista.

[3] La Communist Workers Organisation (CWO) demostró en 1980 hasta dónde puede llegar la actitud irresponsable de una organización revolucionaria sin análisis claros. En el momento de las luchas de masas en Polonia, la CWO llamó nada menos que a la revolución ¡ya! («Revolution now»).

[4] Partido socialista independiente de Alemania, escisión «centrista» del SPD. El USPD rechaza los aspectos más abiertamente burgueses del SPD, sin por ello situarse en las posiciones revolucionarias de los comunistas internacionalistas. La Liga Spartakus se integró en él en 1917 para extender su influencia entre los trabajadores, cada día más asqueados por la política del SPD.

[5] Comunistas internacionalistas de Alemania. Antes del 23 de noviembre de 1918 se llamaban Socialistas internacionalistas de Alemania. En esa fecha, en Bremen, cambiaron el término Socialista por el de Comunista en su nombre. Menos numerosos e influyentes que los espartaquistas, comparten con éstos el mismo espíritu internacionalista revolucionario. Miembros de la Izquieda zimmerwaldiana, están muy vinculados con la Izquierda comunista internacional, especialmente la holandesa (Pannekoek y Gorter están entre sus teóricos antes de la guerra) y la rusa (Radek trabaja en sus filas). Su posición de rechazo de los sindicatos y del parlamentarismo será mayoritaria en el congreso de constitución del KPD, contra la posición de Rosa Luxemburg.

[6] Los «hombres de confianza revolucionarios», Revolutionnäre Obleute (RO) eran sobre todo delegados sindicales elegidos en las fábricas que habían roto con las direcciones social-patriotas de las centrales sindicales. Son el producto directo de la resistencia de la clase obrera contra la guerra y contra la traición de los partidos obreros y de los sindicatos. Por desgracia, la rebelión contra la dirección sindical, los lleva a menudo a desconfiar de la idea de centralización y a desarrollar un enfoque demasiado localista y hasta «fabriquista». Siempre se quedarán cortos cuando se trate de problemas de política general, siendo así una presa fácil para la política del USPD.

 

Series: 

  • Revolución alemana [14]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [15]

Respuesta al BIPR (II) - Las teorías sobre la crisis histórica del capitalismo

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En la International Communist Review nº 13, el BIPR respondió a nuestro artículo de polémica “El concepto del BIPR sobre la decadencia del capitalismo” aparecido en el nº 79 de nuestra Revista internacional. En la Revista internacional nº 82 publicamos la 1ª parte de este artículo demostrando las implicaciones negativas que tiene la concepción del BIPR sobre la guerra imperialista como medio de devaluación de capital y reanudación de los ciclos de acumulación. En esta segunda parte vamos a analizar la teoría económica que sustenta esta concepción: la teoría de la tendencia a la baja de tasa de ganancia.

La explicación de la crisis histórica del capitalismo en el movimiento marxista

Los economistas burgueses, desde los clásicos (Smith, Ricardo, etc.), se apoyan en dos dogmas intangibles:
- Primero, el obrero es un ciudadano libre que vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario. El salario es su participación en la renta social a igual título que el beneficio con el que se remunera al empresario.

- Segundo, el capitalismo es un sistema eterno. Sus crisis son temporales o coyunturales, debidas a desproporciones entre las distintas ramas productivas, a desequilibrios en la distribución o una mala gestión. Sin embargo, a la larga, el capitalismo no tiene problemas de realización de las mercancías: la producción encuentra siempre su mercado, alcanzándose el equilibrio entre la oferta (producción) y la demanda (consumo).

Marx combatió a muerte esos dogmas de la economía burguesa. Demostró que el capitalismo no era un sistema eterno: “en el curso de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es sino su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de esas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social” (Marx, Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política). Ese período de crisis histórica, de decadencia irreversible del capitalismo, se abrió con la Iª Guerra mundial. Desde entonces, aplastado el intento revolucionario mundial del proletariado en 1917-23, la supervivencia del capitalismo está costando a la humanidad océanos de sangre (100 millones de muertos en guerras imperialistas entre 1914-68), sudor (incremento brutal de la explotación de la clase obrera) y lágrimas (el terror del paro, las barbaries de todo tipo, la deshumanización de las relaciones sociales).

Sin embargo, este análisis fundamental, patrimonio común de la Izquierda comunista, no es explicado de la misma manera dentro del actual medio político revolucionario: existen dos teorías para explicar la decadencia del capitalismo, la teoría de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia y la que se ha dado en llamar la “teoría de los mercados” basada esencialmente en la contribución de Rosa Luxemburgo.

El BIPR se adhiere a la primera teoría mientras que nosotros nos decantamos por la segunda ([1]). Para que la polémica sobre ambas teorías sea fructífera es necesario basarla en una comprensión de la evolución del debate dentro del movimiento marxista.

Marx vivió la época de apogeo del capitalismo. Pese a que entonces no se planteaba con el dramatismo que hoy tiene la crisis histórica del sistema, fue capaz de ver en las crisis cíclicas que periódicamente lo sacudían, una manifestación de sus contradicciones y un anuncio de las convulsiones que lo llevarían a la ruina.

“Marx señalaba que había dos contradicciones básicas en el proceso de acumulación capitalista. Estas contradicciones explicaban las crisis cíclicas de crecimiento por las que pasó el capitalismo en el siglo XIX. En un momento dado, impulsarían el declive histórico del capitalismo, precipitándolo en una crisis mortal que pondría la revolución comunista a la orden del día. Estas dos contradicciones eran la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, dada la inevitabilidad de una composición orgánica del capital cada vez más alta, y el problema de la superproducción, o sea, la enfermedad innata del capitalismo de producir más de lo que el mercado puede absorber” ([2]).

Como luego veremos, “aunque Marx presentó el marco en el cual los dos fenómenos se conectaban íntimamente, nunca completó su examen del capitalismo. Por eso en sus diferentes escritos se da más o menos énfasis a uno u otro fenómeno como la causa básica de la crisis... El carácter inacabado de este aspecto crucial del pensamiento de Marx es lo que ha llevado a la controversia sobre las bases económicas de la decadencia capitalista en el movimiento obrero. Pero, como ya hemos dicho, esto no se debe a la incapacidad personal de Marx de terminar el Capital, sino a las limitaciones del período histórico en el que vivió” (2).

A finales del siglo pasado, las condiciones del capitalismo empezaron a cambiar: el imperialismo como política de rapiña y enfrentamiento entre potencias se desarrollaba a pasos agigantados, por otro lado, el capitalismo mostraba crecientes signos de enfermedad (inflación, aumento de la explotación) que ponían un fuerte contrapunto a un crecimiento y una prosperidad ininterrumpidos desde la década de 1870. En ese contexto apareció dentro de la IIª Internacional una corriente oportunista que ponía en cuestión la tesis marxista del derrumbe del capitalismo y apostaba por un tránsito gradual al socialismo a través de sucesivas reformas de un capitalismo que estaría “aminorando sus contradicciones”. Los teóricos de esta corriente concentraron su artillería precisamente contra la segunda de las contradicciones señaladas por Marx: la tendencia a la sobreproducción. Así, Bernstein decía: “Marx se contradice al reconocer que la causa última de las crisis es la limitación del consumo de las masas. En realidad, la teoría de Marx sobre las crisis no difiere en mucho al subconsumismo de Rodbertus” ([3]).

En 1902, Tugan-Baranowski, un revisionista ruso, arremetió contra la teoría de Marx sobre la crisis del capitalismo negando que éste pudiera tener un problema de mercado y señalando que las crisis se producen por “desproporcionalidad” entre sus diversos sectores.

Tugan-Baranowski iba aún más lejos que sus colegas revisionistas alemanes (Berstein, Schmidt, Vollmar, etc.). Retrocedía a los dogmas de la economía burguesa, concretamente volvía a las ideas de Say (ampliamente criticadas por Marx) basadas en la tesis de que “el capitalismo no tiene ningún problema de realización más allá de algunos trastornos coyunturales” ([4]). Hubo una respuesta muy firme en la IIª Internacional por parte de Kautski, que entonces todavía se situaba en las filas revolucionarias: “Los capitalistas y los obreros por ellos explotados ofrecen un mercado que aumenta con el crecimiento de la riqueza de los primeros y del número de los segundos, pero no tan aprisa como la acumulación del capital y la productividad del trabajo. Este mercado, sin embargo, no es, por sí solo, suficiente para los medios de consumo creados por la gran industria capitalista. Esta debe buscar un mercado suplementario fuera de su campo, en las profesiones y naciones que no producen aún en forma capitalista. ... Este mercado suplementario no posee ni con mucho, la elasticidad y capacidad de extensión del proceso de producción capitalista... Tal es en breves rasgos la teoría de la crisis fundada por Marx y, en cuanto sabemos, aceptada en general por los marxistas ortodoxos” ([5]).

Sin embargo, la polémica se radicalizó cuando Rosa Luxemburgo publicó La Acumulación de capital. En este libro, Rosa Luxemburgo trataba de explicar el desarrollo vertiginoso del imperialismo y la crisis cada vez más profunda del capitalismo. En el libro demostraba que el capitalismo se desarrolla históricamente extendiendo a regiones o sectores precapitalistas sus relaciones de producción basadas en el trabajo asalariado y que alcanza sus límites históricos cuando estas abarcan todo el planeta. A partir de entonces dejan de existir territorios nuevos que correspondan a las necesidades de expansión que impone el crecimiento de productividad del trabajo y de la composición orgánica del capital: “De este modo, mediante este intercambio con sociedades y países no capitalistas, el capitalismo va extendiéndose más y más, acumulando capitales a costa suya, al mismo tiempo que los corroe y desplaza para suplantarlos. Pero cuantos más países capitalistas se lanzan a esa caza de zonas no capitalistas susceptibles de ser conquistadas por los movimientos de expansión del capital, más aguda y rabiosa se hace la concurrencia entre los capitales, transformando esta cruzada de expansión en la escena mundial en toda una cadena de catástrofes económicas y políticas, crisis mundiales y revoluciones” ([6]).

Los críticos de Rosa Luxemburgo negaban que el capitalismo tuviera un problema de realización, es decir, olvidaban esa contradicción del sistema que Marx había afirmado encarnizadamente contra los economistas burgueses y que constituía la base de “la teoría de la crisis fundada por Marx” como había recordado unos años antes Kautski contra el revisionista Tugan-Baranowski.

Los contradictores de Rosa Luxemburgo se erigían en defensores “ortodoxos e incondicionales” de Marx y, muy particularmente, de sus esquemas sobre la reproducción ampliada presentados en el tomo II de el Capital. Es decir, desvirtuaban el pensamiento de Marx exagerando un pasaje de su obra ([7]). Sus argumentos fueron muy variados: Eckstein decía que no había problema de realización porque las tablas de la reproducción ampliada de Marx explicaban “perfectamente” que no había ninguna parte de la producción no vendida. Hilferding resucitó la teoría de la “proporcionalidad entre los sectores” diciendo que las crisis se debían a la anarquía de la producción y que la tendencia del capitalismo a la concentración aminoraría esa anarquía y por tanto las crisis. Finalmente, Bauer dijo que Rosa Luxemburgo había señalado un problema real pero que éste tenía solución bajo el capitalismo: la acumulación seguía el crecimiento de la población.

En ese periodo solo un redactor de un periódico socialista local, opuso a Rosa Luxemburgo la teoría de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. A su objeción ésta respondió así: “O bien, queda el consuelo, un tanto nebuloso, de un modesto ‘experto’ del Dresdener Volkszeitung, el cual después de haber aniquilado totalmente mi libro, declara que el capitalismo perecerá finalmente ‘por el descenso de la cuota de beneficio’. No sé como el buen hombre se imaginará la cosa. Si es que en un momento determinado, la clase capitalista, desesperada ante la escasez de los beneficios, se agotará colectivamente, o si declarará que, para tan míseros negocios, no vale la pena molestarse y entregará las llaves al proletariado. Sea de esto lo que fuere, el consuelo se evapora con sólo una afirmación de Marx: por la observación de que ‘para los grandes capitales, el descenso de la cuota de ganancia se compensa por la masa’. Por consiguiente, queda aún tiempo para que sobrevenga, por este camino, el rendimiento del capitalista; algo así como lo que queda hasta la extinción del Sol” ([8]).

Lenin y los bolcheviques no participaron en esta polémica ([9]). Es cierto que Lenin había combatido la teoría de los populistas sobre los mercados, una teoría subconsumista continuadora de los errores de Sismondi. Sin embargo, Lenin jamás negó el problema de los mercados: en su análisis del problema del imperialismo, aunque se apoye principalmente en la teoría de Hilferding sobre la concentración en el capital financiero ([10]), no deja de reconocer que aquel surge bajo la presión de la saturación general del mercado mundial. Así, en El imperialismo fase superior del capitalismo, respondiendo a Kautski, subraya que “lo característico del imperialismo es precisamente la tendencia a la anexión no sólo de las regiones agrarias, sino incluso de las más industriales, pues, la división ya terminada del mundo, obliga, al proceder a un nuevo reparto, a alargar la mano hacia toda clase de territorios”.

En la IIIª Internacional en degeneración, Bujarin en el libro El imperialismo y la acumulación de capital atacó las tesis de Rosa Luxemburgo en el contexto del desarrollo de una teoría que abrirá las puertas al triunfo del estalinismo: la teoría de la “estabilización” del capitalismo (que presuponía la tesis revisionista de que podía superar las crisis) y la “necesidad” de que la URSS “coexista” por un tiempo prolongado con el sistema capitalista. La crítica fundamental de Bujarin a Rosa Luxemburgo es que ésta se habría limitado a privilegiar la contradicción referida al mercado olvidando todas las demás, entre ellas, la teoría de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia ([11]).

A finales de los años 20 y principios de los 30, “Paul Mattick, perteneciente a los comunistas de los consejos americanos, recogió las críticas de Henryk Grossman contra Rosa Luxemburgo. Grossman sostenía que la crisis permanente del capitalismo aparece cuando la composición orgánica del capital alcanza tal magnitud que hay cada vez menos plusvalía para alimentar el proceso de acumulación. Esta idea básica, aunque elaborada en ciertos aspectos nuevos, la defienden hoy en día grupos revolucionarios como CWO, Battaglia Comunista y algunos grupos surgidos en Escandinavia” ([12]).

La teoría marxista de la crisis no se basa
únicamente en la tendencia a la baja de la tasa de ganancia

Debe quedar claro que la contradicción que sufre el capitalismo respecto a la realización de la plusvalía juega un papel fundamental en la teoría marxista de la crisis y que las tendencias revisionistas atacan con particular saña esa tesis. El BIPR pretende lo contrario. Así, en su Respuesta nos dice que: “Para Marx las fuentes de toda auténtica crisis se encuentran dentro del sistema capitalista mismo, dentro de las relaciones entre capitalistas y trabajadores. El la presenta a veces como una crisis creada por la capacidad limitada de los trabajadores para consumir el producto de su propio trabajo ... El continuaba añadiendo que esto no era por la sobreproducción ‘per se’ ... Y Marx continuaba explicando que estas se producen por la caída de la tasa de ganancia ... La crisis devalúa capital y permite un nuevo ciclo de acumulación”([13]). Su seguridad es tal que se permiten añadir que “Los ‘esquemáticos ciclos de la acumulación’ en los cuales somos felices de estar prisioneros, ocurren exactamente tal y como Marx había dicho” ([14]).

Es una deformación del pensamiento de Marx decir que éste explica la crisis histórica del capital únicamente por la teoría de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Por 3 razones fundamentales:

1. Marx puso el énfasis en las dos contradicciones (baja de la tasa de ganancia y sobreproducción):

  • estableció que el proceso de producción capitalista tiene dos partes, la producción propiamente dicha y su realización. Dicho llanamente, la ganancia inherente a la explotación, no es nada para el capitalista individual ni tampoco para el capitalismo en su globalidad, si las mercancías producidas no se venden: “La masa total de mercancías, el producto total, tanto la parte que representa al capital constante y al capital variable como la que representa la plusvalía, deben ser vendidas. Si esta venta no se efectúa o sólo se realiza de un modo parcial o tiene lugar a precios inferiores a los precios de producción, el obrero, desde luego, es explotado, pero el capitalista no realiza su explotación como tal” ([15]).
  • señaló la importancia vital del mercado en el desarrollo del capitalismo: “es necesario que el mercado aumente sin cesar, de modo que sus conexiones internas y las condiciones que lo regulan adquieran cada vez más la forma de leyes de la naturaleza... Esta contradicción interna busca su solución extendiendo el campo exterior de la producción” ([16]). Más adelante, se pregunta: “¿Cómo sería posible que la demanda de esas mercancías, de las que carece la gran masa del pueblo, sea insuficiente y haya que buscar tal demanda en el extranjero, en mercados alejados, para poder pagar a los obreros del país la cantidad media de subsistencias indispensables?. Porque el sistema específico capitalista, con sus interdependencias internas, es el único donde el producto excedente adquiere una forma tal que su poseedor no puede entregarse a consumirlo sino cuando lo ha vuelto a convertir en capital” ([17]).
  • condenó sin paliativos la tesis de Say según la cual no hay ningún problema de realización en el capitalismo: “La concepción que Ricardo ha adoptado del vacuo e insustancial Say de que es imposible la sobreproducción o, por lo menos, la saturación general del mercado, se basa en el principio de que los productos siempre se cambian por productos, o, como ha dicho Mill, la demanda sólo está determinada por la producción” ([18]).
  • insistió en que la sobreproducción permanente expresa los límites históricos del capitalismo: “La misma admisión de que el mercado se ha de ampliar junto con la producción es, desde otro ángulo, la admisión de la posibilidad de superproducción, porque el mercado está externamente limitado en el sentido geográfico... Es perfectamente posible que los límites del mercado no se puedan ampliar con bastante rapidez para la producción o bien que los nuevos mercados puedan ser rápidamente absorbidos por la producción de modo que el mercado ampliado represente una traba para la producción como lo era el mercado anterior más limitado” ([19]).

2. En segundo lugar, Marx estableció el conjunto de causas que contrarrestan la tendencia a la baja de la tasa de ganancia: en el capítulo XIV del libro IIIº de el Capital analiza las 6 causas que contrarrestan esa tendencia: aumento del grado de explotación del trabajo, reducción del salario por debajo de su valor, reducción del coste del capital constante, la superpoblación relativa, el comercio exterior, el aumento del capital-acciones.

  • Concebía la tendencia a la baja de la tasa de ganancia como una expresión del aumento constante de la productividad del trabajo, tendencia que el capitalismo desarrolla a un nivel jamás visto en anteriores modos de producción: “A medida que disminuye progresivamente el capital variable en proporción con el capital constante, se eleva más y más la composición orgánica del conjunto del capital y la consecuencia inmediata de esta tendencia es que la cuota de plusvalía, se traduce por una cuota de beneficio en continua disminución ... Por tanto, la tendencia progresiva a la disminución de la cuota de beneficio general es simplemente una forma, propia del régimen de producción capitalista, de expresar el progreso de la productividad del trabajo” ([20]).
  • precisó que no es una ley absoluta sino una tendencia que encierra toda una serie de causas contrarrestantes (antes expuestas) que nacen de ella misma: “de donde se deduce, en líneas generales, que las mismas causas que produce la baja de la cuota general de beneficio, provocan efectos contrarios que obstaculizan, atenúan y en parte paralizan aquella acción. No anulan la ley, pero amortiguan sus efectos. Sin estas causas, no se podría concebir no sólo la baja misma de la cuota general de beneficio sino su lentitud relativa. Por eso, esta ley sólo obra como una tendencia cuyos efectos sólo se manifiestan claramente en circunstancias determinadas y en el curso de largos periodos” ([21]).
  • en relación a la tendencia a la baja de la ganancia Marx subrayó la importancia primordial del “comercio exterior” y sobre todo de la continua búsqueda de nuevos mercados: “el mismo comercio exterior fomenta en el interior el desarrollo de la producción capitalista, y, a la vez, el descenso del capital variable con respecto al constante, mientras que, por otra parte, estimula la superproducción en relación con el extranjero, con lo cual produce, a la larga, el efecto contrario” ([22]).

3. Finalmente, en contra de lo que piensan el BIPR, Marx no vio la devaluación de capitales como el único medio que tiene el capitalismo para remontar las crisis, insistiendo una y otra vez en el otro medio: la conquista de nuevos mercados:

“¿Cómo vence esta crisis la burguesía?. De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos” ([23]).

“La producción capitalista es una fase económica de transición llena de contradicciones internas que sólo se desarrollan y se hacen perceptibles en el transcurso de su propia evolución. Esta tendencia a crearse un mercado y anularlo al propio tiempo es justamente una de tales contradicciones. Otra contradicción es la ‘situación sin salida’ a que conduce, y que en un país sin mercado exterior como Rusia, sobreviene antes que en países que se hallan más o menos capacitados para competir en el mercado mundial. Sin embargo, en estos últimos países, esta situación aparentemente sin salida, se remedia con las medidas heroicas de la política comercial; esto es, en la apertura violenta de nuevos mercados. El último mercado nuevo que se ha abierto de este modo el comercio inglés y que se ha manifestado apto para animar temporalmente dicho comercio es China” ([24]).

El problema de la acumulación

Sin embargo, el BIPR nos da otro argumento “de peso”: “como hemos puntualizado antes, esta teoría (se refieren a la de Rosa Luxemburgo) reduce a un sinsentido el Capital de Marx ya que éste desarrolló su análisis asumiendo un sistema capitalista cerrado que está exento de ‘terceros compradores’ (y sin embargo fue capaz de encontrar el mecanismo de la crisis)” ([25]).

Es totalmente cierto que Marx señaló que “la introducción del comercio exterior en el análisis del valor de los productos anualmente reproducidos no puede crear sino confusión, sin aportar ningún elemento nuevo ya sea al problema ya sea a su solución” ([26]). Es verdad que en el capítulo final del libro 2º, Marx, tratando de comprender los mecanismos de la reproducción ampliada del capitalismo, afirma que debe prescindirse de “elementos exteriores”, que debe suponerse que no hay más que capitalistas y trabajadores, y partiendo de estos supuestos elabora las tablas de reproducción ampliada del capital. Estas famosas tablas han servido de “biblia” a los revisionistas para “demostrar” que “las manifestaciones de Marx en el 2º volumen de El Capital bastaban para explicar y agotar el fenómeno de la acumulación y que en estas páginas se demostraba de forma palmaria, por medio de esquemas, que el capital podía expansionarse de un modo excelente y la producción extenderse sin necesidad de que existiese en el mundo más producción que la capitalista, que ésta tenía en sí misma su propio mercado y que solo mi rematada ignorancia e incapacidad para comprender lo que es el ABC de los esquemas marxistas me podía haber llevado a ver aquí semejante problema” ([27]).

Es absurdo pretender que la explicación de las crisis capitalistas está encerrada en las famosas tablas de la acumulación. El centro de la crítica de Rosa Luxemburgo es precisamente el supuesto sobre el que se elabora: “la realización de la plusvalía para fines de acumulación es un problema insoluble para una sociedad que conste únicamente de capitalistas y obreros” ([28]). Partiendo de ahí, demuestra su inconsistencia: “¿Para quién producen los capitalistas lo que ellos no consumen; aquello de lo que ‘se privan’, es decir, lo que acumulan? No puede ser para el sustento de un ejército cada vez mayor de obreros, ya que en régimen capitalista el consumo de los trabajadores es una consecuencia de la acumulación; nunca su medio ni su fin... ¿Quién realiza pues la plusvalía que crece constantemente? El esquema responde: los capitalistas mismos y sólo ellos ([29]). ¿Y qué hacen con su plusvalía creciente? El esquema responde la utilizan para ampliar más y más su producción. Estos capitalistas son fanáticos de la producción por si misma, hacen construir nuevas máquinas para construir con ellas, a su vez, nuevas máquinas. Pero lo que de este modo resultará no es una acumulación de capital, sino una producción creciente de medios de producción sin fin alguno y es menester la osadía de Tugan-Baranowski para suponer que este carrusel incesante, en el espacio vacío, puede ser un fiel espejo teórico de la realidad capitalista y una verdadera consecuencia de la doctrina marxista” ([30]).

Por ello concluye que “Marx ha expuesto muy detallada y claramente su propio concepción del curso característico de la acumulación capitalista en toda su obra, particularmente en el tomo 3º. Y basta ahondar en esta concepción para percibir que el esquema inserto al final del 2º tomo es insuficiente. Si se examina el esquema de la reproducción ampliada, desde el punto de vista de la teoría de Marx, se halla, necesariamente, que se encuentra en varios aspectos en contradicción con ella” ([31]).

El capitalismo depende para su desarrollo histórico de un medio ambiente pre-capitalista con el cual establece una relación que comprende de forma indisociable tres elementos: intercambio (adquisición de materias primas a cambio de productos manufacturados), destrucción de esas formas sociales (aniquilación de la economía natural de subsistencia, separación de campesinos y artesanos de sus medios de trabajo) e integración en la producción capitalista (desarrollo del trabajo asalariado y del conjunto de instituciones capitalistas).

Esa relación de intercambio-destrucción-integración abarca el largo proceso de formación (siglos XVI-XVIII), apogeo (siglo XIX) y decadencia (siglo XX) del sistema capitalista y constituye una necesidad vital para el conjunto de sus relaciones de producción “el proceso de acumulación del capital está ligado por sus relaciones de valor y materiales: capital constante, capital variable y plusvalía, a formas de producción no capitalista. La acumulación de capital no puede ser expuesta bajo el supuesto de del dominio exclusivo y absoluto de la forma de producción capitalista, ya que, sin los medios no capitalistas, es inconcebible en cualquier sentido” ([32]).

Para Battaglia Comunista este proceso histórico que se desarrolla a nivel del mercado mundial no es otra cosa que el espejo de un proceso mucho más profundo: “aunque se parta del mercado y de las contradicciones que en él se manifiestan (producción-distribución, desequilibrio entre demanda y oferta) hay que volver a los mecanismos que regulan la acumulación para tener una visión más correcta del problema. El capitalismo en tanto que unidad productiva-distributiva impone que consideremos lo que ocurre en el mercado como una consecuencia de la maduración de las contradicciones que están en la base de las relaciones de producción y no al contrario. Es el ciclo económico y la necesidad de la valorización del capital lo que condiciona el mercado. Es solamente partiendo de las leyes contradictorias que regulan el proceso de acumulación como es posible explicar las leyes del mercado” ([33]).

La realización de la plusvalía, el famoso “salto mortal de la mercancía” que decía Marx, constituiría la “superficie” del fenómeno, la “caja de resonancia” de las contradicciones de la acumulación. Esta visión con aires de “profundidad” no encierra otra cosa que un profundo idealismo: las “leyes del mercado” serían el resultado “externo” de las leyes “internas” del proceso de acumulación.

Esa no es la visión de Marx, para quien los dos momentos de la producción capitalista (la producción y la realización) no son el reflejo el uno del otro, sino dos partes inseparables de la unidad global que es la evolución histórica del capitalismo: “la mercancía entra en el proceso de circulación no solamente como un valor de uso particular, por ejemplo, una tonelada de hierro, sino también como un valor de uso a un precio determinado, supongamos una onza de oro. Este precio que es, por una parte, el exponente del ‘quantum’ de tiempo de trabajo contenido en el hierro, es decir, de su magnitud de valor, expresa al mismo tiempo el buen deseo que tiene el hierro de convertirse en oro... Si no resulta esa transubstanciación, la tonelada de hierro no solamente deja de ser mercancía, sino también producto, pues precisamente es mercancía porque constituye un no-valor de uso para su poseedor, o dicho de otro modo, porque su trabajo no es trabajo real sino en cuanto es trabajo útil para los demás ... La misión del hierro o de su poseedor, consiste pues, en descubrir en el mundo de las mercancías el lugar en donde el hierro atrae al oro. Esta dificultad, el ‘salto mortal’ de la mercancía, queda vencida si la venta se efectúa realmente” ([34]).

Toda tentativa de separar la producción de la realización impide comprender el movimiento histórico del capitalismo que lo lleva a su apogeo (formación del mercado mundial) y su crisis histórica (saturación crónica del mercado mundial):

“Los capitalistas se ven forzados a explotar a una escala cada vez mayor los gigantescos medios de producción ya existentes... A medida que crece la masa de producción y, por tanto, la necesidad de mercados más extensos, el mercado mundial va reduciéndose más y más, y quedan cada vez menos mercados nuevos que explotar, pues cada crisis anterior somete al comercio mundial un mercado no conquistado todavía o que el comercio sólo explotaba superficialmente” ([35]).

Únicamente en el marco de esa unidad se puede integrar coherentemente la tendencia a la elevación continua de la productividad del trabajo: “El capital no consiste en que el trabajo acumulado sirva al trabajo vivo como medio para una nueva producción. Consiste en que el trabajo vivo sirva al trabajo acumulado como medio para conservar y aumentar el valor de cambio” ([36]).

Cuando Lenin estudia el desarrollo del capitalismo en Rusia procede con el mismo método: “Lo importante es que el capitalismo no puede subsistir y desarrollarse sin una ampliación constante de su esfera de dominio, sin colonizar nuevos piases y enrolar a los países viejos no capitalistas en el torbellino de la economía mundial. Y esta peculiaridad del capitalismo se ha manifestado y se sigue manifestando con enorme fuerza en la Rusia posterior a la Reforma” ([37]).

Los límites históricos del capitalismo

Los compañeros del BIPR piensan, sin embargo, que Rosa Luxemburgo se empeñaba en buscar causas “externas” a la crisis del capitalismo: “inicialmente Luxemburgo apoyaba la idea de que la causa de la crisis debía ser buscada en las relaciones de valor inherentes al modo de producción capitalista mismo ... Pero la lucha contra el revisionismo dentro de la social-democracia alemana parece que la condujo en 1913 a buscar otra teoría económica con la cual contrarrestar el aserto revisionista de que la tendencia a la baja de la tasa de ganancia no era válida. En la Acumulacion de capital concluyó que había una grieta en el análisis de Marx y decidió que la causa de la crisis capitalista es exterior a las relaciones capitalistas” ([38]).

Los revisionistas echaban en cara a Rosa Luxemburgo haber planteado un problema inexistente ya que, según ellos, las tablas de la reproducción ampliada de Marx “demostraban” que toda la plusvalía se realizaba al interior del capitalismo. El BIPR no recurre a esas tablas pero su método viene a ser el mismo: para ellos Marx con su esquema de los ciclos de la acumulación habría dado la solución. El capitalismo va produciendo y desarrollándose hasta que cae la tasa de ganancia y entonces el bloqueo de la producción que ocasiona esta tendencia se resuelve “objetivamente” por una depreciación masiva de capitales. Tras esta depreciación, la tasa de ganancia se restaura, el proceso vuelve a empezar y así sucesivamente. Es verdad que el BIPR admite que históricamente la evolución es, debido al aumento de la composición orgánica del capital y a la tendencia a la concentración y centralización del capital, mucho más complicada: con el siglo XX ese proceso de concentración, hace que las necesarias devaluaciones de capital ya no puedan limitarse a medios estrictamente económicos (cierre de fábricas y despido de obreros) sino que requieran enormes destrucciones realizadas por la guerra mundial (ver la 1ª parte de este artículo).

Esta explicación es, en el mejor de los casos, una descripción de los movimientos de coyuntura del capital pero no permite comprender el movimiento global, histórico, del capitalismo. Con ella tenemos un termómetro no muy fiable (hemos explicado, siguiendo a Marx, la causas contrarrestantes de la ley) de las convulsiones y la marcha del capitalismo pero no se comprende, ni siquiera se empieza a plantear, el porqué, la causa profunda de la enfermedad. Con el agravante ([39]) de que en la decadencia la acumulación está profundamente bloqueada y sus mecanismos (incluida por tanto la tendencia a la baja de la tasa de ganancia) han sido alterados y pervertidos por la intervención masiva del Estado.

El BIPR nos recuerda que para Marx las causas de la crisis son internas al capitalismo.

¿Quiere el BIPR algo “más interno” al capitalismo que la necesidad imperiosa que tiene de ampliar constantemente la producción más allá de los límites del mercado?. El capitalismo no tiene como fin la satisfacción de necesidades de consumo (al contrario del feudalismo que tenía como fin satisfacer las necesidades de consumo de nobles y curas). Tampoco es un sistema de producción simple de mercancías (formas que podían verse en la Antigüedad o hasta cierto punto en los siglos XIV-XV). Su fin la producción de una plusvalía cada vez mayor a partir de las relaciones de valor basadas en el trabajo asalariado. Esto le obliga a buscar constantemente nuevos mercados: ¿para qué? ¿para establecer un régimen de intercambio simple de mercancías? ¿para la rapiña y la obtención de esclavos?. No, aunque esas formas han acompañado el desarrollo del capitalismo, no constituyen su esencia interna, la cual reside en su necesidad de extender más y más las relaciones de producción basadas en el trabajo asalariado: “El capital, por desgracia para él, no puede hacer comercio con clientes no capitalistas sin arruinarlos. Ya sea vendiéndoles bienes de consumo, ya vendiéndoles bienes de producción, destruye automáticamente el equilibrio precario de toda economía pre-capitalista. Introducir vestidos baratos, implantar el ferrocarril, instalar una fábrica, bastan para destruir toda la vieja organización económica. El capitalista ama a sus clientes precapitalistas como el ogro a los niños: devorándolos. El trabajador de las economías precapitalistas que ha tenido la desgracia de verse afectado por el comercio con los capitalistas sabe que, tarde o temprano, acabará en el mejor de los casos, proletarizado por el capital, y, en el peor -y es cada día lo más frecuente desde que el capitalismo se hunde en la decadencia- en la miseria y en la indigencia” ([40]).

En el período ascendente, en el siglo XIX, este problema de la realización parecía secundario en la medida en que el capitalismo encontraba constantemente nuevas áreas precapitalistas para integrar en su esfera y por tanto vender sus mercancías. Sin embargo, el problema de la realización ha pasado a ser decisivo en el siglo XX donde los territorios precapitalistas son cada vez menos significativos en proporción a sus necesidades de expansión. Por eso decimos que la teoría de Rosa Luxemburgo “proporciona una explicación para las condiciones históricas que determinan concretamente la irrupción de las crisis permanente del sistema: cuanto más integra el capitalismo en su esfera de influencia las áreas no capitalistas, cuanto más crea un mundo a su propia imagen, menos capacidad tiene de extender el mercado y de encontrar nuevas salidas para la realización de la porción de plusvalía que no pueden realizar ni los capitalistas ni el proletariado. La incapacidad del sistema para expandirse como en el pasado abre paso a la nueva época del imperialismo y las guerras imperialistas, marcando el fin de la misión históricamente progresista del capitalismo y la amenaza para la humanidad de hundirse en la barbarie” ([41]).

Nosotros no negamos la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, vemos su operatividad en función de una visión histórica de la evolución del capitalismo. Este está golpeado por toda una serie de contradicciones, la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de su apropiación, entre el aumento incesante de la productividad del trabajo y la disminución proporcional del trabajo vivo, la mencionada tendencia a la baja de la tasa de ganancia... Pero estas contradicciones pudieron ser un estimulante al desarrollo del capitalismo en tanto este tuviera posibilidades de extender su sistema de producción a escala mundial. Cuando el capitalismo llega sus límites históricos, esas contradicciones de estimulantes que eran, se convierten en pesadas trabas, en factores que aceleran las dificultades y convulsiones del sistema.

El crecimiento de la producción en la decadencia capitalista

El BIPR nos hace una objeción realmente chocante “Si los mercados estaban ya saturados en 1913, si todos las salidas pre-capitalistas estaban exhaustas y no podían ser creadas otras nuevas (salvo un viaje a Marte). Si el capitalismo ha ido mucho más lejos en el nivel de crecimiento que el ciclo precedente ¿como es posible hacerlo todo esto para la teoría de Luxemburgo?” ([42]).

Cuando en nuestro artículo de polémica de la Revista internacional nº 79 pusimos en evidencia la naturaleza y la composición del “crecimiento económico” experimentado tras la IIª Guerra mundial, el BIPR nos lo critica en su “Respuesta” dando a entender que ha habido un “verdadero crecimiento del capitalismo en la decadencia” y cara a nuestro defensa de las posiciones de Rosa Luxemburgo dicen “ya hemos visto como resuelve la CCI el dilema: negando empíricamente que ha habido un real crecimiento” ([43]).

No podemos repetir aquí un análisis de la naturaleza del “crecimiento” desde 1945. Invitamos al BIPR a leer el artículo “El modo de vida del capitalismo en la decadencia” en la Revista internacional nº 56 que deja claro que “las tasas de crecimiento después de 1945 (las más altas de la historia del capitalismo) han sido un sobresalto de crecimiento drogado, huida ciega hacia adelante de un sistema con el agua al cuello. Los medios puestos en práctica (créditos a mansalva, intervencionismo estatal, producción militar siempre en aumento, gastos improductivos, etc.) para realizar ese crecimiento han llegado a su estancamiento”. Lo que queremos abordar es algo elemental para el marxismo: el crecimiento cuantitativo de la producción no significa necesariamente desarrollo del capitalismo.

El problema crónico, sin salida, que tiene el capitalismo en la decadencia es la ausencia de mercados nuevos que estén a la altura del crecimiento que impone a la producción el aumento constante de la productividad del trabajo y de la composición orgánica del capital. Este incremento constante agrava todavía más el problema de la sobreproducción ya que la proporción de trabajo acumulado (capital constante) es cada vez mayor en relación al trabajo vivo (capital variable, medios de vida de los obreros).

Toda la historia de la supervivencia del capitalismo en el siglo XX tras la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23, es la de un esfuerzo desesperado de manipulación de la ley del valor, vía el endeudamiento, la hipertrofia de gastos improductivos, el desarrollo monstruoso de los armamentos, para paliar esa ausencia crónica de nuevos mercados. Y la historia ha mostrado que esos esfuerzos no han hecho otra cosa que agravar los problemas y avivar las tendencias del capitalismo decadente a la autodestrucción: la agravación de la crisis crónica del capitalismo acentúa las tendencias permanentes a la guerra imperialista, a la destrucción generalizada ([44]).

En realidad, los datos de crecimiento “fabuloso” de la producción que tanto deslumbran al BIPR ilustran la contradicción insalvable que supone para el capitalismo su tendencia a desarrollar la producción de forma ilimitada mucho más allá de las capacidades de absorción del mercado. Esos datos lejos de desmentir las teorías de Rosa Luxemburgo las confirman plenamente. Cuando se ve el crecimiento desbocado y descontrolado de la deuda, sin parangón en la historia humana, cuando se comprueba la existencia de una inflación permanente y estructural, cuando se ve que desde el abandono del patrón oro el capitalismo ha ido eliminando alegremente cualquier respaldo a las monedas (actualmente Fort Knox únicamente cubre el 3% de los dólares que circulan en Estados Unidos), cuando se comprueba la intervención masiva del Estado para sujetar artificialmente el edificio económico (y ello desde hace más de 50 años) cualquier marxista mínimamente serio debe rechazar ese “fabuloso crecimiento” como moneda de ley y concluir que se trata de un crecimiento drogado y fraudulento.

El BIPR en vez de encarar esa realidad prefiere especular sobre las “nuevas realidades” del capitalismo. Así, en Su Respuesta se proponen abordar: “la reestructuración (y, nos atrevemos a decirlo, el crecimiento) de la clase trabajadora, la tendencia de los estados capitalistas a ser económicamente achicados por el volumen del mercado mundial y el aumento del capital que es controlado por las instituciones financieras (el cual es, al menos, cuatro veces mayor que los presupuestos de los Estados juntos) han producido una extensión de la economía mundial de los tiempos de Rosa Luxemburgo y Bujarin hacia la economía globalizada” ([45]).

Cuando hay en el mundo 820 millones de parados (datos del BIT, diciembre 1994) el BIPR habla de ¡crecimiento de la clase trabajadora!. Cuando crece de forma irreversible el trabajo eventual, el BIPR cual nuevo quijote ve los molinos de viento del “crecimiento” y la “reestructuración” de la clase trabajadora. Cuando el capitalismo se acerca más y más a una catástrofe financiera de proporciones incalculables, el BIPR especula alegremente sobre la “economía global” y el “capital controlado por las instituciones financieras”. Una vez más, ven el mundo al revés: su Dulcinea del Toboso de la “economía global” consiste en la prosaica realidad de un esfuerzo desesperado de esos estados “cada vez más achicados” por controlar la escalada de la especulación provocada precisamente por la saturación de los mercados; sus gigantes constituidos por el “capital controlado por las instituciones financieras” son globos hinchados monstruosamente por la especulación que puede desencadenar una catástrofe sobre la economía mundial.

El BIPR nos anuncia que “todo lo anterior debe ser sometido a un riguroso análisis marxista que toma tiempo el desarrollarlo” ([46]). ¿No sería más eficaz para el trabajo militante de la Izquierda comunista que el BIPR dedicará su tiempo a explicar los fenómenos que muestran la parálisis y enfermedad mortal de la acumulación a lo largo de la decadencia capitalista?. Marx decía que el error no estaba en la respuesta sino en la propia pregunta. Plantearse la cuestión de la “economía global” o la de la “reestructuración de la clase obrera” es enfangarse las arenas movedizas del revisionismo, mientras que hay “otras preguntas” como la naturaleza del paro masivo de nuestra época, el endeudamiento etc. que ayudan a encarar los problemas de fondo en la comprensión de la decadencia capitalista.

Conclusiones militantes

En la Iª Parte de este artículo insistimos en la importancia de lo que nos une con el BIPR: la defensa intransigente de la posición marxista de la decadencia del capitalismo, base granítica de la necesidad de la revolución comunista. Lo fundamental es la defensa de esa posición y la comprensión coherente y hasta el final de todas sus implicaciones. Como explicamos en “Marxismo y teoría de la crisis” (Revista internacional nº 13) se puede defender la posición sobre la decadencia del capitalismo sin compartir plenamente nuestra teoría sobre la crisis basada en el análisis de Rosa Luxemburgo ([47]). Sin embargo, tal postura implica el riesgo de sostener esa posición sin una coherencia plena, “cogida con alfileres”. El sentido militante de nuestra polémica es precisamente ese: las inconsecuencias y desviaciones del BIPR que les lleva a debilitar la posición de clase sobre la decadencia del capitalismo.

Con su rechazo visceral y sectario de las tesis de Rosa Luxemburgo (y de Marx mismo) sobre la cuestión de los mercados, el BIPR abre las puertas para que entren en sus análisis las corrientes revisionistas de los Tugan-Baranowski y cía. Así nos dicen que “los ciclos de acumulación son inherentes al capitalismo y explican por qué, en los diferentes momentos, la producción capitalista y el crecimiento capitalista pueden ser más altos o más bajos que en precedentes periodos” ([48]). Con ello retoman una vieja afirmación de BC en la Conferencia internacional de grupos de la Izquierda comunista según la cual “el mercado no es una entidad física existente fuera del sistema de producción capitalista que, una vez llena, detendría el mecanismo productivo, al contrario, es una realidad económica, al interior y al exterior del sistema, que se dilata o contrae según el curso contradictorio del proceso de acumulación” ([49]).

¿No se da cuenta el BIPR que con este “método” entra de lleno en el mundo de Say donde, fuera de desproporcionalidades coyunturales, “todo lo producido es consumido y todo lo consumido es producido”? ¿No comprende el BIPR que con esos análisis lo único que hace es dar vueltas a la noria “constatando” que el mercado “se contrae o dilata según el ritmo de la acumulación” pero que no explica absolutamente nada sobre la evolución histórica de la acumulación capitalista?. ¿No ve el BIPR que está cayendo en los mismos errores que Marx criticó: “el equilibrio metafísico de compras y ventas se reduce a que cada compra es una venta y cada venta es una compra, lo cual resulta un mediano consuelo para los poseedores de mercancías que no pueden vender ni, por lo tanto, comprar” ([50]).

Esa puerta que el BIPR deja entreabierta a las teorías revisionistas explica la propensión que tiene a perderse en las especulaciones absurdas y estériles sobre la “reestructuración de la clase obrera” o la “economía global”. También da cuenta de su tendencia a dejarse llevar por los cantos de sirena de la burguesía: primero fue la “revolución tecnológica”, luego vino el fabuloso mercado de los países del Este, más tarde fue el “negociazo” de la guerra de Yugoslavia. Cierto que el BIPR corrige esos desvaríos a toro pasado bajo la presión de las críticas de la CCI y de la evidencia aplastante de los hechos. Eso demuestra su responsabilidad y su vínculo firme con la Izquierda Comunista, pero los compañeros del BIPR coincidirán con nosotros que esos errores demuestran que su posición sobre la decadencia del capitalismo no es lo suficientemente consistente, está “cogida con alfileres” y deben cimentarla sobre bases mucho más firmes.

El BIPR coincide con los revisionistas adversarios de Rosa Luxemburgo en su negativa a considerar seriamente el problema de la realización, pero diverge radicalmente de ellos al rechazar su visión de una tendencia a la aminoración de las contradicciones del capitalismo. Al contrario, con toda justeza, el BIPR ve que cada fase de crisis en el ciclo de acumulación supone una agravación mucho mayor y más profunda de las contradicciones del capitalismo. El problema está precisamente en los períodos en que, según él, la acumulación capitalista se restaura plenamente. Frente a esos períodos, al considerar únicamente la tendencia a la baja de la tasa de ganancia y al negarse a ver la saturación crónica del sistema, el BIPR olvida o relativiza la posición revolucionaria sobre la decadencia del capitalismo.

Adalen
16-6-95


[1] Hemos desarrollado nuestra posición en numerosos artículos de nuestra Revista internacional; queremos destacar “Marxismo y teorías de las crisis” (no 13), “Teorías económicas y lucha por el socialismo” (no 16), “Las teorías de las crisis desde Marx hasta la IC” (no 22), “Crítica de Bujarin” (nos 29 y 30), la parte VIIª de la serie “El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material” (no 76). Los compañeros en su respuesta dicen que la CCI no prosiguió la crítica de sus posiciones anunciada en el artículo “Marxismo y teorías sobre las crisis” de la Revista internacional no 13. La simple enumeración de la lista de artículos anteriormente expuesta demuestra que el BIPR se equivoca totalmente cuando afirma que la CCI no tendría ningún argumento que oponer a sus propios artículos.

[2] “Marxismo y teoría de las crisis” en Revista internacional nº 13, subrayados nuestros.

[3] Bernstein: Socialismo teórico y social-democracia práctica. Rodbertus era un socialista burgués de mediados del pasado siglo que formuló su “ley” de la cuota decreciente de los salarios. Según él las crisis del capitalismo se debían a esta ley por lo que propugnaba la intervención del Estado para aumentar los salarios como remedio a la crisis. Los revisionistas de la IIª Internacional acusaban a Marx de haber cedido a las tesis de Rodbertus, llamadas “subconsumistas” y volvieron a repetir esa acusación contra Rosa Luxemburgo. Actualmente, muchos sindicalistas y también ciertas corrientes de la Izquierda del capital son seguidores no reconocidos de Rodbertus: afirman que el capitalismo es el primer interesado en mejorar las condiciones de vida obreras como medio de superar su propia crisis.

[4] Say fue un economista burgués de principios del siglo XIX que en su apología del capitalismo insistió en que éste no tenía ningún problema de mercado pues según en él “la producción crea su propio mercado”. Tal teoría equivalía a proponer el capitalismo como un sistema eterno sin ninguna posibilidad de crisis más allá de convulsiones temporales provocadas por “mala gestión” o por “desproporción entre los distintos sectores productivos”. ¡Como se ve los mensajes actuales de la burguesía sobre la “recuperación” no son nada originales!.

[5] Citado por Rosa Luxemburgo en su libro La Acumulacion del capital.

[6] La Acumulación del capital.

[7] Esta técnica del oportunismo ha sido luego retomada por su cuenta por el estalinismo y la socialdemocracia y demás fuerzas de la izquierda del capital (particularmente los izquierdistas) que utilizan descaradamente tal o cual pasaje de Lenin, Marx etc. para avalar posiciones que nada tienen que ver con ellos.

[8] Rosa Luxemburgo, op.cit.

[9] Conviene precisar que en la polémica suscitada por el libro de Rosa Luxemburgo, Pannekoek, que no era oportunista ni revisionista en esa época sino que por el contrario estaba con la izquierda revolucionaria de la IIª Internacional, tomó partido contra las tesis de Rosa Luxemburgo.

[10] Hemos explicado muchas veces que Lenin ante el problema de la Iª Guerra mundial y muy particularmente en su libro El Imperialismo fase superior del capitalismo defiende correctamente la posición revolucionaria sobre la crisis histórica del capitalismo (él la llama crisis de descomposición y parasitismo del capital) y la necesidad de la revolución proletaria mundial. Esto es lo esencial, sin embargo, se apoya en las teorías erróneas de Hilferding sobre el capital financiero y la “concentración de capital”, lo cual, particularmente en sus epígonos, debilitado la fuerza y coherencia de su posición contra el imperialismo. Ver nuestra crítica en Revista internacional nº 19 el artículo “Acerca del imperialismo”.

[11] Para una crítica de Bujarin, ver en Revista internacional nº 29 y 30, el artículo “La verdadera superación del capitalismo es la eliminación del salariado”.

[12] “Marxismo y teoría de las crisis” en Revista internacional, nº 13.

[13] “The Material Basis of Imperialism War, A Breif Reply to the ICC”, respuesta del BIPR a la CCI, en Internationalist Communist Review, nº13.

[14] Ídem.

[15] El Capital, libro IIIº sección 3ª capítulo XV pag. 643 edición española.

[16] Ídem.

[17] Ídem.

[18] Teorías de la Plusvalía, tomo II.

[19] Ídem.

[20] Marx, el Capital, Libro 3º, sección 3ª, capitulo XIII.

[21] Ídem.

[22] Ídem.

[23] Marx-Engels, El Manifiesto comunista.

[24] Cartas de Marx y Engels a Nikolai.

[25] ”A Breif Reply to the ICC”, respuesta del BIPR.

[26] Marx, el Capital, libro 2º, sección 3ª, capítulo XX.

[27] Rosa Luxemburgo, la Acumulación del capital.

[28] Ídem.

[29] En el libro 3º, Marx señala que “decir que sólo pueden los capitalistas cambiar y consumir sus mercancías entre ellos mismos es olvidar por completo que se trata de valorizar el capital, no de consumirlo” (Sección 3ª capitulo XV).

[30] Rosa Luxemburgo, la Acumulación del capital.

[31] Ídem.

[32] Ídem.

[33] IIª Conferencia de Grupos de la Izquierda Comunista, Textos preparatorios, volumen 1.

[34] Marx, Contribución a la critica de la economía política, capítulo II.

[35] Marx, Trabajo asalariado y capital, tomo I.

[36] Ídem.

[37] Lenin, el Desarrollo del capitalismo en Rusia, capítulo VIIIº, parte 5ª.

[38] “A Breif Reply to the ICC”, respuesta del BIPR.

[39] Ver los artículos de la Revista internacional, nº 79 y nº 82.

[40] “Crítica de Bujarin”, parte 2ª, en Revista Internacional, nº 30.

[41] “El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material”, VIIª parte, en Revista internacional nº 76.

[42] “A Breif Reply to the ICC”, respuesta del BIPR.

[43] Ídem.

[44] Ver la Iª parte de este artículo en la Revista internacional, nº 82.

[45] “A Breif Reply to the ICC”, respuesta del BIPR.

[46] Ídem.

[47] La Plataforma de la CCI admite que los camaradas puedan defender la explicación de la crisis basada en la teoría de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia.

[48] “A Breif Reply to the ICC”, respuesta del BIPR.

[49] IIª Conferencia de Grupos de la Izquierda Comunista, Textos preparatorios, volumen 1.

[50] Contribución a la Crítica de la economía política, capítulo II.

Series: 

  • Polémica en el medio político: sobre la decadencia [25]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [26]

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [13]

Parasitismo político - El CBG hace la faena de la burguesía

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Un problema de todo el medio político proletario

No es debido a ningún exhibicionismo si tratamos en nuestra prensa de nuestros debates internos, sino porque estamos convencidos de que los problemas que se nos han planteado no son en absoluto algo específico de la CCI. Estamos convencidos de que la CCI no hubiese sobrevivido si no hubiera erradicado de sus filas las concesiones a ideas anarquistas sobre cuestiones organizativas. Consideramos que este peligro amenaza al medio revolucionario en su conjunto. El peso de las ideas y de los comportamientos pequeño burgueses, la resistencia a la disciplina organizativa y a los principios colectivos han afectado a todos los grupos con más o menos fuerza. La ruptura de la continuidad orgánica con las organizaciones revolucionarias del pasado durante los cincuenta años que duró la contrarrevolución, la interrupción del proceso de transmisión de la experiencia organizativa inapreciable entre una generación marxista y la siguiente, han permitido que las nuevas generaciones de militantes proletarios de después del 68 hayan sido particularmente vulnerables a la influencia de la pequeña burguesía rebelde (movimientos estudiantiles, contestatarios...).

En estas condiciones nuestra lucha actual no es un asunto interno a la CCI. Los artículos sobre nuestro Congreso tienen como meta la defensa del conjunto del medio proletario. Son un llamamiento a todos los grupos marxistas serios para que se clarifique la concepción proletaria del funcionamiento y para dar a conocer las lecciones de la lucha contra la desorganización pequeño burguesa. El medio revolucionario visto como un todo tiene que estar mucho más alerta con respecto a la intrusión de modos de comportamiento ajenos al proletariado. Necesita organizar su defensa consciente y abiertamente.

El ataque del parasitismo contra el campo proletario

La primera reacción pública a nuestros artículos sobre el XIº congreso no vino del medio proletario, sino de un grupo que le es abiertamente hostil. En un artículo titulado «La CCI llega a Waco», el pretendido Communist Bulletin Group (CBG), en su 16º y último Boletín, no tiene la menor vergüenza en dedicarse a denigrar a las organizaciones marxistas, en la mejor tradición burguesa.

«Salem o Waco hubiesen sido lugares adecuados para este congreso particular. Aunque podría ser tentador burlarse o ridiculizar este falseado congreso-juicio en el que, entre otras cosas, Bakunin como Lassalle han sido denunciados como “no necesariamente” agentes de la policía y Martov caracterizado de “anarquista”, el sentimiento dominante es el de una gran tristeza al ver una organización que fue en sus tiempos dinámica y positiva reducida a tan triste estado.

En la mejor tradición estalinista, la CCI se ha dedicado a reescribir la historia (como ya lo hizo tras la escisión del 85), para poner en evidencia que todas las divergencias mayores (...) fueron provocadas no por militantes con divergencias sobre una cuestión, sino por la intrusión de ideologías ajenas al proletariado en la CCI.

Lo que no logra entender la CCI, es que el problema estriba en su propia práctica monolítica. Lo que sin duda ha ocurrido en el XIº congreso no es más que el triunfo burocrático de un clan sobre otro, un pulso por controlar los órganos centrales, lo que se podía prever lógicamente tras la muerte de su miembro fundador MC».

Para el CBG, lo ocurrido en el Congreso de la CCI habrán sido «dos días o más de batallas psicológicas. Los lectores que tengan algún conocimiento de las técnicas de lavado de cerebro utilizadas por las sectas religiosas entenderán este proceso. Quienes posean libros sobre las torturas mentales infligidas a quienes confesaban “crímenes” imposibles durante los espectaculares juicios de Moscú también entenderán lo que ha ocurrido».

Y el CBG se cita a sí mismo en un texto del 82, cuando sus miembros ya habían salido de la CCI : «Para cada militante siempre se planteará la cuestión: ¿hasta dónde puedo ir en la discusión antes de verme condenado como fuerza extraña, como amenaza, como elemento pequeño burgués?; ¿hasta dónde puedo ir antes de que se sospeche de mí?; ¿hasta dónde antes de ser considerado agente de la policía?».

Estas citas hablan por sí mismas. Manifiestan a la perfección el verdadero carácter no de la CCI, sino del CBG. Su mensaje es claro: las organizaciones revolucionarias son como la mafia. Las «luchas por el poder» se producen en ellas exactamente igual que en las organizaciones burguesas.

La lucha contra los clanes que todo XIº Congreso ha apoyado con unanimidad, para el CBG no puede ser más, «sin la menor duda», que una lucha entre clanes. Los órganos centrales son inevitablemente «monolíticos», e identificar la intrusión de influencias no proletarias, tarea primordial de los revolucionarios, el CBG lo presenta como método para machacar a los «oponentes». Los métodos de clarificación de las organizaciones proletarias -debate abierto en el conjunto de la organización, publicación de las conclusiones para informar al conjunto de la clase- se convierten en métodos de «lavado de cerebro» dignos de sectas religiosas.

No sólo es el conjunto del medio revolucionario actual el que es atacado aquí. En realidad, están insultando a toda la historia y las tradiciones del movimiento obrero.

Las mentiras y calumnias del CBG están perfectamente en la línea de las campañas ideológicas de la burguesía mundial sobre la pretendida muerte del comunismo y del marxismo. En el centro de esta propaganda hay una idea que es ni más ni menos que una de las mayores mentiras de la historia, según la cual el rigor organizativo de los bolcheviques conduce necesariamente al estalinismo. En la versión del CBG de esta propaganda, es el bolchevismo de la CCI lo que conduce “necesariamente” a su pretendido “estalinismo”. Es evidente que el CBG no sabe lo que es el medio revolucionario como tampoco sabe qué es el estalinismo.

Una vez más, lo que ha provocado la reacción pequeño burguesa del CBG no es más que la fuerza con la que la CCI ha afirmado una vez más su fidelidad al método organizativo de Lenin. Aprovechamos esta ocasión para tranquilizar a todos los elementos parásitos: cuanto más ataque la burguesía la historia de nuestra clase, más afirmaremos nosotros con orgullo nuestra fidelidad al bolchevismo.

Al escupir así sobre la vanguardia proletaria, el CBG demuestra no sólo que no forma parte del medio revolucionario, sino también que es su adversario. El hecho de que la CCI haya librado la batalla más importante de su historia no le interesa de forma alguna.

No es nada nuevo que los revolucionarios que defienden el rigor organizativo contra la pequeña burguesía sean atacados y hasta denigrados. El mismo Marx tuvo que sufrir una campaña por parte de toda la burguesía tras su combate contra la Alianza de Bakunin. También a Lenin se le insultó personalmente en la época de su oposición a los mencheviques en 1903 y no fueron sólo los reformistas y los oportunistas confirmados, sino, incluso, compañeros como Trotski. Sin embargo nadie que haya formado parte del movimiento obrero, ni Trotski ni los reformistas, habló nunca de Marx o de Lenin usando términos como los que usa CBG. La diferencia estriba en que la meta de la «polémica» del CBG no sólo es la destrucción de la CCI, sino la del medio revolucionario como un todo.

La naturaleza del parasitismo

Vamos también a decepcionar al CBG, según el cual la CCI trata a todos los que no están de acuerdo con ella de policías. Aunque el CBG no «esté de acuerdo» con nosotros, no consideramos ni que son espías, ni que son una organización burguesa. La gente del CBG no tiene una plataforma política burguesa. Programáticamente, hasta se adhieren a ciertas posiciones proletarias. Se sitúan en contra de los sindicatos y contra la defensa de la «liberación nacional».

Sin embargo, aunque sus posiciones políticas tiendan a evitarles la incorporación en las filas de la burguesía, su comportamiento organizativo les prohíbe cualquier participación en la vida del proletariado. Su principal actividad consiste en atacar a los grupos marxistas revolucionarios. El Communist Bulletin nº 16 lo ilustra perfectamente. Hacía ya varios años que este grupo no publicaba nada. El editorial de este número reciente nos informa de que «no es un secreto para nadie que la organización dejó de funcionar de forma significativa hace ya por lo menos dos años (...) De grupo no tiene más que el nombre».

El grupo pretende que tras esa total inactividad e insignificancia organizativa, le entró un repentino cosquilleo como a la bella durmiente, se despertó y decidió publicar un «boletín» para informar al mundo que había decidido... ¡dejar de existir! Es evidente que, en realidad, la única y verdadera razón de ser de su último Boletín no ha sido más que la de atacar una vez más a la CCI y a su congreso. Es significativo que el nº 16 no contenga el menor ataque a la burguesía; no publica, por ejemplo, ninguna defensa del internacionalismo proletario con respecto a la guerra de los Balcanes. Está en la línea directa de los quince números precedentes, dedicados esencialmente a calumniar a los grupos proletarios. Y estamos convencidos de que a pesar de disolución anunciada seguirán con lo mismo. De hecho, el abandono de sus pretensiones de ser un grupo político les permitirá centrar aún más su nociva labor de aliados objetivos de la burguesía en la denigración del campo marxista.

La existencia de grupos que aunque no estén pagados ni encargados por la burguesía, hacen con plena voluntad parte del trabajo de la clase dominante es un fenómeno muy significativo. En el movimiento marxista, a éstos se les llama parásitos, vampiros que viven a costa de las fuerzas revolucionarias. No atacan el campo marxista por juramento de fidelidad al capital, sino porque tienen un odio ciego e impotente al modo de vida de la clase obrera, al carácter colectivo e impersonal de su lucha. Semejantes elementos pequeño burgueses y desclasados se ven movidos por un ánimo de venganza con respecto a un movimiento político que no se puede permitir el lujo de hacer concesiones a sus necesidades individuales, a su vanidosa sed de vanagloria y de lisonja.

La trayectoria del CBG

Antes de poder entender el carácter de ese parasitismo (que no es nada nuevo en el movimiento obrero), es necesario estudiar sus orígenes y su desarrollo. El CBG puede servirnos de ejemplo-tipo. Tiene sus orígenes en la fase de los círculos de la nueva generación de revolucionarios que se desarrolló después de 1968, dando lugar a un pequeño grupo de militantes relacionados entre sí por una mezcla de fidelidades políticas y personales. Ese grupo informal rompió con la Communist Workers Organisation (CWO) y se acercó de la CCI a finales de los 70. Durante las discusiones en aquel entonces, criticábamos su voluntad de adherirse a la CCI «como grupo» y no individualmente. Esto hacía correr el riesgo de que formasen una organización dentro de la organización, con bases no políticas sino de afinidad y que amenazasen de esta forma la unidad organizativa proletaria. También condenamos el hecho de que se hubieran llevado con ellos parte del material de la CWO, violando de esta forma los principios proletarios.

En la CCI, el grupo intentó mantener su identidad informal separada, a pesar de que la presión en una organización centralizada a nivel internacional para someter cada parte al todo haya sido muchísimo más fuerte que en la CWO. Sin embargo, la «autonomía» de los «amiguetes» que más tarde formarían el CBG pudo sobrevivir gracias a la existencia en la misma CCI de otros agrupamientos del mismo tipo, restos de los círculos que fueron la base de la formación de la CCI y que seguían existiendo. Eso es sobre todo cierto en lo que concierne nuestra sección británica, World Revolution, en la que habían ingresado los ex miembros de la CWO, y que estaba dividida por la existencia de dos «clanes». La existencia de esos dos clanes apareció rápidamente como un obstáculo para la aplicación práctica de los estatutos de la CCI en todas sus partes.

En aquel entonces, cuando un agente estatal (Chénier, que se integró en el Partido socialista francés de Mitterrand tras su exclusión de la CCI) infiltró a la CCI, escogió como principal objetivo de sus manipulaciones a la sección británica. La consecuencia de estas manipulaciones y del descubrimiento del agente Chénier fue que la mitad de la sección británica se salió de la organización. Ninguno de ellos fue excluido, diga lo que diga el CBG ([1]).

Los que habían sido miembros de la CWO y que dimitieron entonces de la CCI, fueron quienes formaron el CBG.

De ahí podemos sacar unas cuantas conclusiones:
- aunque no hayan tenido posiciones políticas particulares que les distinga de los demás, es básicamente la misma camarilla la que salió de la CWO y de la CCI y que formó el CBG. Esto revela el rechazo y la incapacidad de esa gente para integrarse en el movimiento obrero, para someter su identidad de grupito a algo más amplio que él.
- aunque proclamen que la CCI los excluyó, o que no podían permanecer en ella debido a «la imposibilidad de discutir», en realidad esa gente huyó del debate político que se desarrollaba en la organización. En nombre de la lucha contra “el sectarismo”, dieron la espalda a las dos organizaciones comunistas más importantes que existían en Gran Bretaña, la CWO y la CCI, a pesar de que no hubiera la menor divergencia política de importancia. Así es como “combaten el sectarismo”.

El medio político no ha de dejarse engañar con frases vacías sobre el “monolitismo” y el pretendido “temor” al debate de la CCI. La CCI está en la tradición de la Izquierda italiana y de Bilan, corriente que se negó durante la guerra de España a excluir a su minoría que llamaba abiertamente a participar en la guerra imperialista en las filas de las milicias republicanas ([2]), porque la clarificación política ha de preceder siempre a la separación política.

Lo que el CBG le echa en cara a la CCI, es su método proletario riguroso de debate, la polémica y las posiciones claras, llamando al pan pan y vino al vino, llamando por su nombre a las posiciones pequeño burguesas u oportunistas. Un ambiente difícilmente aceptable para los círculos y clanes, con su lenguaje falso y su diplomacia de hojalata, sus fidelidades y sus traiciones personales. Y claro está que tal ambiente no podía gustar a los “amiguetes”, pequeño burgueses cobardes que huyeron de la confrontación política y se retiraron de la vida de la clase.

Peor todavía, y por segunda vez, el CBG participó en el robo de material de la organización al salirse de ella. Intentaron justificarlo con una especie de visión del partido marxista parecida a una sociedad por acciones: cualquiera que le había dedicado tiempo a la CCI tenía derecho a “recuperar” su parte de las “riquezas” al salirse. Y ellos fueron quienes determinaron la “parte” que les correspondía. Ni que decir tiene que si se toleraran semejantes métodos en cualquier organización marxista, eso significaría su desaparición. De ese modo, los principios dejan el paso a la ley de la selva de la burguesía. Cuando la CCI se presentó para recuperar su material, estos valientes «revolucionarios» amenazaron con llamar a la policía.

Los miembros del futuro CBG fueron los principales colaboradores del agente provocador Chénier en la organización, y sus principales defensores tras su exclusión. Eso es lo que se esconde en las alusiones a la pretendida actitud de la CCI de denunciar a sus “disidentes” como policías. Según las mentiras del CBG, la CCI habría denunciado a Chénier por que no estaba de acuerdo con la mayoría de la CCI sobre el análisis de las elecciones en Francia en el 81. Una acusación a ciegas es algo tan criminal contra las organizaciones revolucionarias como llamar a la policía contra ellas. Una situación de ese tipo requiere que los revolucionarios que no estén de acuerdo con la opinión de la organización, y en particular el militante acusado, no sólo tengan derecho sino que tienen la obligación de oponerse a dicha opinión y si lo estiman necesario, exigir un tribunal de honor con la participación de las demás organizaciones revolucionarias para que se pronuncie sobre la acusación. En el pasado del movimiento obrero, hubiese sido impensable sugerir que una organización obrera pudiera acusar a un individuo por otro motivo que su defensa contra el Estado. Ese tipo de acusaciones no puede sino destruir la confianza en la organización y en sus órganos centrales, confianza indispensable para su defensa contra las infiltraciones del Estado.

Un odio ciego e impotente

Esa resistencia a tope de los elementos anarquistas pequeño burgueses y desclasados a su integración y subordinación a la misión histórica y mundial del proletariado, por mucha simpatía que tengan por ciertas posiciones políticas, es lo que les lleva al parasitismo, al odio abierto y al sabotaje político del movimiento marxista.

La realidad sórdida y corrosiva del CBG demuestra por sí misma las mentiras de sus declaraciones cuando afirma que ha salido de la CCI “para poder discutir”. Una vez más dejemos a los parásitos hablar de sí mismos. Primero, su abandono de toda forma de fidelidad al proletariado ha sido teorizado abiertamente. “Una visión muy negra del período ha empezado a expresarse... (...) varios elementos en el CBG se preguntan sobre la capacidad de la clase para alzarse a pesar de todo”.

Frente a este “debate difícil”, veamos como el CBG, valiente gigante “antimonolítico”, se las apaña con sus “divergencias”.

“No estábamos armados para enfrentarnos a estas cuestiones. Por toda respuesta reinaba un silencio más o menos atronador... el debate no degeneraba totalmente porque sencillamente se ignoraba. Era profundamente nocivo para la organización. El CBG se vanagloriaba de estar abierto a cualquier discusión en el movimiento revolucionario, y era uno de sus propios debates, sobre un tema central de su existencia, lo que le tapaba los oídos y le cerraba la boca”. Es pues perfectamente lógico que, al final de su cruzada contra la concepción marxista del rigor organizativo y metodológico previo a cualquier debate real, el CBG “descubra”... ¡que es la propia organización la que bloquea el debate!

«Para que pueda desarrollarse el debate... hemos decidido acabar con el CBG». ¡La organización es una traba al debate! ¡Viva el anarquismo! ¡Viva el liquidacionismo organizativo! Imagínense la gratitud de la clase dominante ante la propagación de tales “principios” ¡en nombre del “marxismo”!

El parasitismo: punta de lanza contra las fuerzas proletarias

A pesar de que la dominación de la burguesía no esté de momento amenazada ni mucho menos, los aspectos esenciales de la situación mundial la obligan a estar particularmente vigilante en la defensa de sus intereses. El hundimiento irreversible de su crisis económica, el desarrollo de las tensiones imperialistas y la resistencia de una generación obrera que no ha sufrido derrotas decisivas, todos estos elementos contienen la perspectiva de una desestabilización dramática de la sociedad burguesa. Todo ello impone a la burguesía la tarea histórica y mundial de destruir la vanguardia marxista revolucionaria del proletariado. Por insignificante que aparezca hoy el campo marxista, la clase dominante ya está obligada a intentar seriamente sembrar en él la confusión y debilitarlo.

En los tiempos de la Iª Internacional, la burguesía se encargó ella misma de denigrar públicamente a la organización de los revolucionarios. El conjunto de la prensa de la burguesía calumniaba la AIT y a su Consejo general, oponiendo al pretendido “centralismo dictatorial” de Marx los encantos de su propio pasado progresista y revolucionario.

Hoy en día, por el contrario, la burguesía no tiene ningún interés en llamar la atención sobre las organizaciones revolucionarias, porque son de momento todavía tan minoritarias que ni siquiera sus nombres suelen ser conocidos por los obreros. Un ataque directo del Estado contra ellas, ya sea a través de los media, ya sea utilizando sus órganos de represión, podría además provocar un reflejo de solidaridad en una minoría políticamente significativa de obreros conscientes. Ante esta situación, la burguesía prefiere no hacerse notar y dejar la faena sucia de la denigración a los parásitos políticos. Aunque no se den cuenta de ello ni siquiera lo deseen, esos parásitos están integrados en la estrategia antiproletaria de la clase dominante. La burguesía sabe muy bien que el mejor medio y el más eficaz para destruir el campo revolucionario es atacándolo desde dentro, denigrándolo, desmoralizándolo, dividiéndolo. Los parásitos cumplen con esta tarea sin que ni siquiera se lo hayan pedido. Al presentar a los grupos marxistas como estalinistas, como sectas burguesas dominadas por luchas de poder, a imagen de la burguesía, como algo históricamente insignificante, vienen a apoyar la ofensiva del capital contra el proletariado. Al dedicarse a atacar la reputación del medio político proletario, no sólo contribuyen a los ataques contra las fuerzas proletarias actuales, sino que además preparan el terreno para la represión política del campo marxista en el porvenir. Aunque la burguesía misma se mantenga hoy en un segundo plano, dejando que el parasitismo haga su sucia faena, es también porque tiene la intención de salir mañana a la luz con la intención de decapitar a la vanguardia revolucionaria.

La incapacidad de la mayoría de los grupos revolucionarios a reconocer el carácter real de los grupos parásitos es hoy en día una de las grandes debilidades del medio político. La CCI está determinada a asumir sus responsabilidades combatiendo esta debilidad. Ya es hora de que los grupos serios del medio político proletario, visto como un todo, organicen su propia defensa en contra de los elementos más podridos de la pequeña burguesía revanchista. En lugar de andar coqueteando con semejantes grupos en plan oportunista, la responsabilidad del medio es la de entablar un combate implacable contra el parasitismo político. La formación del partido de clase, el triunfo de la lucha emancipadora del proletariado, dependen en buena parte de nuestra capacidad para llevar a cabo ese combate.

Kr

 

[1] Contrariamente a lo que afirma el CBG, en toda la historia de la CCI, el único individuo excluido de nuestra organización ha sido el tal Chénier, a quien denunciamos en nuestra prensa como individuo «turbio y poco de fiar». Para tomar una decisión semejante y de graves consecuencias, tenía que haber argumentos serios y graves. Y así fue. Independientemente de su actitud de doble lenguaje, de duplicidad, de maniobras y de creación de una organización dentro de la organización, Chénier ha sido y sigue siendo un agente del Estado burgués: es hoy responsable del «sector social» en el ayuntamiento y en el Partido socialista de una gran ciudad francesa, en los barrios «problemáticos», y ese trabajo sirve directamente para controlar posibles revueltas de jóvenes sin trabajo. También ha sido, después de su exclusión de la CCI, un defensor de los sindicatos, primero en la CGT de la cual fue excluido, antes de entrar en la CFDT. Ese es el aventurero burgués que todavía hoy prefiere defender el CBG para, en cambio, echar su basura sobre las organizaciones revolucionarias y entre ellas la CCI. Pero bueno, ¡cada uno tiene los amigos que se merece!. Nosotros preferimos escoger a nuestros enemigos. Existe, en efecto, una frontera de clase entre el CBG (el cual chapotea con Chénier en la misma charca hedionda de los sicarios «turbios y de poco fiar» de la burguesía), y el medio político proletario del cual participa plenamente la CCI.

[2] Ver nuestro libro La Izquierda comunista de Italia.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Parasitismo [29]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/199501/1812/1995-80-a-83

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/crisis-economica [2] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/primera-internacional [3] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/segunda-internacional [4] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-italiana [5] https://es.internationalism.org/tag/3/47/guerra [6] https://es.internationalism.org/tag/21/368/rusia-1917 [7] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa [8] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/tercera-internacional [9] https://es.internationalism.org/tag/21/506/construccion-de-la-organizacion-revolucionaria [10] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria [11] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional [12] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/iia-guerra-mundial [13] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia [14] https://es.internationalism.org/tag/21/367/revolucion-alemana [15] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1919-la-revolucion-alemana [16] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-germano-holandesa [17] https://es.internationalism.org/tag/geografia/china [18] https://es.internationalism.org/tag/21/515/china-1928-1949-eslabon-de-la-guerra-imperialista [19] https://es.internationalism.org/tag/21/365/el-comunismo-no-es-un-bello-ideal-sino-una-necesidad-material [20] https://es.internationalism.org/tag/2/24/el-marxismo-la-teoria-revolucionaria [21] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo [22] https://es.internationalism.org/tag/geografia/balcanes [23] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/caos-de-los-balcanes [24] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos [25] https://es.internationalism.org/tag/21/366/polemica-en-el-medio-politico-sobre-la-decadencia [26] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr [27] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo [28] https://es.internationalism.org/tag/geografia/japon [29] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/parasitismo