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“…la revolución le reserva una cátedra de historia antigua a Kautsky…” y otra de filosofía a Harper.
Tras las críticas que le hemos hecho a la filosofía de Harper, queremos demostrar ahora como el punto de vista político que de ella resulta se aleja en los hechos de las posiciones revolucionarias. No hemos querido profundizar sino sencillamente dejar bien claro que todas las críticas de Harper sobre un materialismo mecanicista partían de una exposición bastante justa, aunque demasiado esquemática, del problema del conocimiento humano y de la praxis marxista y revolucionaria, pero desembocaban en su aplicación política, práctica, en un punto de vista mecanicista y vulgar.
Para Harper:
La revolución rusa, en sus manifestaciones filosóficas (crítica del idealismo) fue únicamente una manifestación del pensamiento materialista burgués… típicamente marcada por el medio y las necesidades rusas.
Rusia colonizada, en lo económico, por el capital extranjero, tiene la necesidad de aliarse con la revolución del proletariado occidental “e incluso” dice Harper:
“…Lenin se vio obligado a apoyarse en la clase obrera, y como la lucha de aquel tenía que ser llevada a su extremo, sin miramientos, también él adoptó la doctrina más radicalizada del proletariado occidental1 en lucha contra el capital mundial, o sea, el marxismo”.
Pero añade:
“y como la revolución rusa era una mezcla de las dos características del desarrollo occidental, o sea, de la revolución burguesa en cuanto a sus tareas y de la proletaria en cuanto a su fuerza activa, así pues, la teoría bolchevique que acompañaba la revolución era una mezcla de materialismo burgués en cuanto a sus conceptos básicos y de materialismo proletario en cuanto a la doctrina de la lucha de clases…”
Y se pone Harper a llamar a las concepciones de Lenin y de sus amigos “de marxismo típicamente ruso” … únicamente Plejánov, dice, es quizás el marxista más occidental, aunque no totalmente separado del materialismo burgués.
Si fuera de hecho posible que un movimiento burgués pueda apoyarse en “un movimiento revolucionario del proletariado en lucha contra el capitalismo mundial” (Harper), y que el resultado de esta lucha sea la instauración de una burocracia como clase dominante que ha robado, los frutos de la revolución proletaria internacional, entonces la puerta queda abierta a las conclusiones de James Burnham, según las cuales la tecno-burocracia instaura su poder gracias a la lucha contra la antigua forma capitalista de la sociedad apoyándose en el movimiento obrero, y que el socialismo es una utopía.
No es casualidad si el punto de vista de Harper se reúne con el de Burnham. La única diferencia está en que Harper “cree” en el socialismo y que Burnham “cree” que el socialismo es una utopía. Pero en lo que sí se juntan es en el método crítico, que es totalmente ajeno a un método revolucionario, y objetivo también.
Harper, que se adhirió a la Tercera Internacional, que formó el Partido Comunista holandés, que participó en la IC durante los cruciales años de la revolución, que participó en animar al proletariado de Europa a que apoyará a ese “Estado ruso contrarrevolucionario”, se explica a este respecto diciendo:
“si hubiésemos tenido conocimiento, en aquel entonces, del libro… (Materialismo y Empiriocriticismo de Lenin), habríamos podido predecir...” (el destino de la revolución rusa y del bolchevismo de degenerar en un capitalismo de Estado apoyándose en los obreros).
Se le puede contestar a Harper que ya mucho antes que él, marxistas “clarividentes” habían predicho y habían llegado a las mismas conclusiones que él acerca de la revolución rusa, como Karl Kautsky.
La postura de Kautsky respecto a la revolución rusa quedó lo bastante clara públicamente, con el amplio debate que hubo entre él, Lenin y Rosa de Luxemburgo, como para que ahora tengamos que insistir al respecto, (Lenin: Contra la corriente, El Socialismo y la Guerra, El Imperialismo fase suprema del capitalismo, El Estado y la revolución; Kautsky: La dictadura del proletariado; Rosa Luxemburgo: La Revolución rusa; Kautsky: Rosa Luxemburgo y el bolchevismo).
En la serie de artículos de Kautsky “Rosa Luxemburgo y el bolchevismo” (en Kampf de Viena) publicados en folleto, en francés, en Bélgica en 1922, se puede demostrar ampliamente como en más de un punto, las conclusiones de Harper le son comparables:
”… Y esto (La revolución rusa, de Rosa Luxemburgo), nos pone (Kautsky) en la paradójica postura de tener que defender en esto o aquello a los bolcheviques contra más de una de las acusaciones de Rosa de Luxemburgo...”
Por parte de Kautsky, defender los “errores” de los bolcheviques que Rosa crítica en su folleto, es para defender las consecuencias lógicas de la revolución burguesa en Rusia y poder demostrar que los bolcheviques no podían ir más allá de lo que les permitía el destino del medio ruso, o sea, la revolución burguesa.
Citando algunos ejemplos, digamos que Rosa critica la actitud de los bolcheviques con su consigna y práctica de los pequeños campesinos se apropian individualmente de las tierras cuando al reparto, lo cual desembocaría, según ella, en dificultades impresionantes a causa de la división de las fincas en pequeñas parcelas. Rosa preconizaba, al contrario, la colectivización inmediata de las tierras. Lenin había contestado ya a los argumentos de Kautsky y, desde otro punto de vista, ya había avanzado más (véase el capítulo “Servilismo ante la burguesía con el pretexto del análisis económico” del folleto de Lenin “La revolución Proletaria y el renegado Kautsky”).
Kautsky dice: “…Es lógico que eso (la propiedad parcelaria) haya sido un poderoso obstáculo en el progreso del socialismo en Rusia. Es la marcha de las cosas, que hubiera sido imposible impedir; eso sí, hubiera podido ser instaurada de modo más racional que el de los bolcheviques. Lo cual es precisamente la prueba de que Rusia se encuentra fundamentalmente en la fase de la revolución burguesa. Por esto, la reforma agraria burguesa del bolchevismo lo sobrevivirá, mientras que sus medidas socialistas ya han sido reconocidas por él mismo como incapaces de durar y perjudiciales…”
Ya sabemos que la “agudísima” vista de Kautsky ha sido totalmente invalidado por ese otro sedicente “socialista”, Stalin, el cual ha colectivizado las tierras y “socializado” la industria, cuando la revolución estaba ya totalmente ahogada.
Y ahora veamos una larga muestra de Kautsky sobre el desarrollo del marxismo en Rusia, la cual se acerca curiosamente a la dialéctica de Harper (véase “La revolución rusa” en “Lenin Filósofo”);
“Como les ocurrió a los franceses, los revolucionarios de Rusia heredaron de los reaccionarios la creencia de la importancia ejemplar de su nación sobre las demás naciones…Cuando el marxismo llegó del putrefacto occidente a Rusia, tuvo que luchar enérgicamente contra aquella ilusión y demostrar que la revolución social no podía surgir más que de un capitalismo de desarrollo superior. La revolución hacia la que Rusia iba sería por fuerza y primero una revolución burguesa mediante el mismo modelo seguido en Occidente. Pero a la larga, esa manera de ver les pareció demasiado restrictiva y paralizante a los más impacientes de entre los marxistas, sobre todo a partir de 1905, la primera revolución en que el proletariado ruso había luchado con tanto éxito, infundiendo el mayor entusiasmo en el proletariado de toda Europa.
Entre los más radicales de entre los marxistas rusos se formó desde entonces un matiz particular del marxismo. La parte de la doctrina que dice que el socialismo depende de las condiciones económicas del elevado desarrollo del capitalismo industrial iba a quedar cada día más desvaída para ellos. En cambio, la teoría de la lucha de clases cogía cada día colores más fuertes. Fue esta considerada más y más como la única lucha por el poder político por todos los medios, separada de sus bases materiales. Según este modo de ver las cosas, se llegaría a considerar al proletariado ruso como ser extraordinario, modelo de todo el proletariado mundial. Y los proletarios de los demás países empezarían a creer en él y a saludar al proletariado ruso como guía de todo el proletariado internacional hacia el socialismo. No de resulta difícil explicarse esto. Occidente tenía tras sí a las revoluciones burguesas, y ante sí a las revoluciones proletarias. Pero estas exigían una fuerza que aquel no había alcanzado en sitio alguno. Es así como, en Occidente, nos encontrábamos en una fase intermedia entre dos épocas revolucionarias, lo cual ponía a dura prueba la paciencia de los elementos avanzados en esos países.
Rusia, en cambio, estaba tan atrasada que todavía tenía ante sí a la revolución burguesa, la caída del absolutismo.
Esta tarea no exigía un proletariado tan fuerte como lo exigía la conquista del predominio exclusivo por parte de la clase obrera en Occidente. La revolución rusa se produjo, por lo tanto, más pronto que la del Occidente. Era básicamente una revolución burguesa, pero eso no apareció claramente durante cierto tiempo por el hecho de que las clases burguesas son hoy en Rusia, mucho más débiles aún que lo eran en la Francia de finales del siglo XVIII. Dejando de lado las bases económicas, no considerando más que la lucha de clases y la fuerza relativa del proletariado, podía parecer, durante algún tiempo, que realmente el proletariado ruso era superior al de Europa Occidental y estaba destinado a servirle de guía...” (Rosa Luxemburgo y el bolchevismo. Kautsky).
Harper recoge uno por uno, filosóficamente hablando, los argumentos de Kautsky. Kautsky opone dos concepciones del socialismo. 1) La primera que dice que el socialismo solo es realizable a partir de bases capitalistas avanzadas…(o sea, la suya y la de los mencheviques, que sirvió para criticar la revolución rusa a los socialdemócratas alemanes, entre los cuales estaba un tal Noske…, concepción esta que llevaba realmente a hacer la política capitalista de Estado, apoyándose en “una parte de las masas populares” contra el proletariado revolucionario). 2) otra según la cual la lucha por el poder político “…por todos los medios, separada de su base material…” permitía “incluso en Rusia” construir el socialismo…(la cual sería, deformada a gusto, por la postura de los bolcheviques).
Lo que de verdad decían Lenin y Trotsky era que la revolución burguesa en Rusia no podía hacerse más que gracias a la insurrección del proletariado. Y como la insurrección del proletariado conlleva una tendencia objetiva a desarrollarse a escala mundial, podemos legítimamente esperar, dirían aquellos, que por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas mundiales, la insurrección rusa provocará un movimiento general.
La revolución rusa iba hacia la revolución burguesa si se considera el factor del desarrollo de las fuerzas productivas en Rusia, y la realización del socialismo es muy posible a condición de que la revolución tenga un despliegue mundial. Lenin y Trotsky, y también Rosa, Luxemburgo, pensaban que el grado de desarrollo de las fuerzas productivas en el mundo entero no solo hacía posible el socialismo, sino incluso necesario, al haberse alcanzado una fase que todos ellos nombraban “era de guerras (mundiales) y de revoluciones”, aunque hubiera desacuerdos en cuanto a los factores económicos de esta nueva situación. Por todo ello, para que el socialismo fuera posible, la revolución rusa no debía quedar aislada.
Kautsky contesta, con los mencheviques, que Lenin y Trotsky solo veían en la revolución el factor “voluntarista” de toma del poder gracias a un “golpe” bolchevique, llegando a aquel incluso a comparar el bolchevismo con el blanquismo.
Todos esos marxistas y socialistas han tan “perspicaces” eran los que parece que Harper pone como ejemplo de los que “habían multiplicado las advertencias”, que estaban en contra de “la dirección del movimiento obrero internacional por los rusos”, como Kautsky:
“Que Lenin no había entendido el marxismo como teoría de la revolución proletaria, que no había entendido la naturaleza profunda del capitalismo, de la burguesía, del proletariado en la última fase de su desarrollo, de eso tenemos la prueba inmediatamente después de 1917, cuando el proletariado internacional debía ser conducido a la revolución proletaria por la Tercera Internacional bajo las órdenes de Rusia y cuando las advertencias de los marxistas occidentales se quedaron sin eco…”
Con esos distingos tan sabiondos entre la tan atrasada Rusia y Occidente, entre “marxistas rusos” y occidentales, encontramos ahí todas las críticas de los marxistas “centristas”, emparentados con Kautsky.
Todos, empezando por Kautsky, que reprochan el no haber tenido en cuenta el estado atrasado de la economía rusa. Ahora bien, Trotsky ya había contestado hacía tiempo, ya en 1905, de un modo magistral, a todos esos “honestos padres de familia” (Lenin), de cómo el estado avanzado de la concentración industrial en Rusia, por un lado, y por el otro, su situación atrasada en lo social (atraso de la revolución burguesa), hacían de ella un país sensible a una situación revolucionaria permanente y en el cual la revolución solo podía ser proletaria o no ser.
Harper construye su teoría y su crítica filosófica, basándose en la teoría y en la crítica histórica de Kautsky. Y afirma que a causa de la situación atrasada de la economía rusa y por lo inevitable de la revolución burguesa en Rusia, la filosofía de la revolución rusa estaba obligada, en lo económico, a tomar como referencia el marxismo de primer molde, o sea, el marxismo revolucionario-demócrata-burgués- de Feuerbach, el de “la religión es el opio del pueblo”, (crítica de la religión) y que es lógico que Lenin y sus compañeros nos recogieran el marxismo de segundo molde, o sea, el “dialéctico-revolucionario-proletario”, el de “la existencia social condiciona la conciencia”. Lo que se olvida Harper, y es imposible que no lo sepa, es que la lucha esencial de los bolcheviques estaba dirigida contra todas las corrientes a su derecha en la socialdemocracia, los gubernamentales y los centristas, antes de 1918, y eso en toda la prensa europea y con folletos en todas las lenguas difundidos ampliamente, mientras que “Materialismo y Empiriocriticismo” es una obra que no fue no fue conocida sino muy tarde por un amplio público ruso, traducida aún más tarde en alemán y más todavía en francés, y que casi nadie leyó fuera de Rusia. Y lo que tenemos derecho a preguntarnos y que Harper tendría que demostrar, y que, claro está, ni siquiera lo intenta, es saber en qué medida el espíritu de ”Materialismo y Empiriocriticismo” aparece en aquellos artículos y folletos.
Así que Harper concluye diciendo, como Kautsky, que “a pesar de” la concepción voluntarista de la lucha de clases de Lenin y Trotsky, los cuales querían “hacer que el proletariado ruso llegará a ser el director de orquesta de la revolución mundial”, la revolución estaba fatalmente destinada a ser burguesa, filosóficamente hablando, puesto que Lenin y sus compañeros habían practicado un modo de pensar filosófico-materialista-burgués de Feuerbach (o sea, el Marx de primera hornada).
Eso hace que se junten en su crítica de la revolución rusa Kautsky con Harper en cuanto al fondo del problema y también en cuanto a la forma que le dan a su pensamiento y a su crítica de los bolcheviques, a los que acusan de haber querido dirigir la revolución mundial desde el Kremlin.
Pero hay más, Harper demuestra en su exposición filosófica que Engels no era un materialista dialéctico, sino que seguía profundamente apegado, en sus concepciones en el dominio del conocimiento, a las ciencias de la naturaleza y al materialismo burgués. Esta teoría, para poder ser comprobada, exige una exégesis de Engels que Harper no hace, mientras que Mandolfo, en una obra importante sobre el materialismo dialéctico, aparece querer demostrar lo contrario, lo cual prueba que esta querella no es de hoy. Sea como fuese, creo yo que las jóvenes generaciones podrán ver en las que las han precedido lo que nosotros hemos podido constatar en Lenin o en Engels quienes hacían una crítica de las filosofías de su tiempo partiendo de un mismo nivel de conocimiento científico y demasiado esquemático a veces, mientras que lo que hay que de verdad analizar es su actitud general no en tanto que filósofos, sino comprobar primero si se encuentran en el terreno de la práctica, de su compromiso general, de la praxis según la tesis de Marx sobre Feuerbach.
En ese aspecto, se acerca mucho más a la realidad lo que significó que Sydney Hook dice de la obra de Lenin en “Para comprender a Marx”:
“…lo que es muy raro es que Lenin no se dé cuenta de lo incompatible entre su activismo político y filosofía dinámica de acción recíproca plasmada en el “¿Qué hacer?”, por un lado, y por otro la teoría del conocimiento según una correspondencia absolutamente mecanicista y que defiende con tanta vehemencia en su “Materialismo y Empiriocriticismo”. En esto sigue a Engels palabra por palabra cuando éste afirma que las sensaciones son copias fotográficas, imágenes, reflejos de espejo de las cosas! y que la mente no es activa en el conocimiento. Parece que si creyera que sostener que la mente participa como factor activo en el conocimiento, condicionada por el sistema nervioso y toda la historia pasada, de ello se dedujera que ella crea todo lo que existe, incluso el propio cerebro. y que eso sería idealismo patente, o idealismo implica religión y creencia en Dios
Sin embargo, el paso de la primera a la segunda preposición es algo de lo más inconsecuente En realidad, en el interés de su concepción del marxismo como teoría y práctica de la revolución social, Lenin tuvo que admitir que el conocimiento es algo activo, un proceso en el cual la materia cultura y mente reaccionan recíprocamente unas en otras y que las sensaciones no forman el conocimiento sino una parte de la materia con que trabaja.
Esta fue la postura que Marx tomó en sus “Tesis sobre Feuerbach” y en “La ideología alemana”. Quien considera a las sensaciones como copias exactas del que llevan por sí mismas al conocimiento no puede evitar el fatalismo, el mecanicismo en los escritos políticos, y no en los técnicos, de Lenin no se encuentra rastro alguno de esta epistemología dualista lockeana . El ¿Qué hacer?, como ya hemos visto, lleva en si la aceptación de papel activo del conocimiento de clase en el proceso social. Es sus escritos prácticos sobre problemas concretos de la agitación, revolución y reconstrucción en donde se encuentra la verdadera filosofía de Lenin. (“Para comprender, a Marx”, Sydney Hook)2
El testimonio vivo y la más auténtica expresión de lo que dice Hook y que pone a Harper del lado de los Plejanov-Kautsky es el que da a Trotsky hablando de Plejanov en “Mi vida”:
“Lo que lo hundía (a Plejanov) era precisamente lo que le daba fuerzas a Lenin, o sea la proximidad de la revolución. Plejanov fue el propagandista y el polemista del marxismo, pero no el político revolucionario del proletariado. Cuanto más inminente se volvía la revolución más se sentía que se iba el suelo bajo los pies…”
Se puede, pues, ver que no es la tesis filosófica de Harper lo que es original (es al contrario una puntualización más, venida tras tantas otras), sino sobre todo, la conclusión que saca. Esta es una conclusión fatalista del estilo de la de Kautsky, el cual, en el folleto “Rosa de Luxemburgo y el bolchevismo”, cita una frase que Engels le escribió, por lo visto, en una carta personal: “...los verdaderos fines y no los fines ilusorios de una revolución siempre son realizados tras esa revolución...”
Esto es lo que Kautsky quiere demostrar en su folleto, Eso es lo que Harper consigue demostrar según los que quieren seguirle en su conclusión, en “Lenin Filósofo”. Tras haber combatido el materialismo burgués en Lenin y en Engels, Harper desemboca en una conclusión mecanicista de lo más vulgar sobre la revolución rusa, “producto fatal”, “fin verdadero y no ilusorio”, “…la revolución rusa dio los frutos que tenía que dar, estaba escrito en ..Empiriocriticismo y en las condiciones de desarrollo económicas rusas”, “el proletariado mundial debía servirle de simple tapadera ideológica marxista”, “…la nueva clase en el poder apropiándose lo más naturalmente del mundo, de esta forma de pensar del leninismo, materialismo burgués para ocupar el poder y luchar contra las capas de la burguesía capitalista establecida, las cuales han vuelto a caer en el cretinismo religioso, el misticismo y el idealismo a la vez que se volvían conservadoras y reaccionarias; ese viento fresco, esa nueva filosofía, esa nueva clase capitalista de Estado, de intelectuales y técnicos, recaba su razón de ser en “…Empiriocriticismo” y en el estalinismo y está en auge en todos los países”.
O sea, y resumiendo, es algo así como: el Marx de la primera etapa = al Lenin de Empiriocriticismo = a Stalin.
Esto lo ha entendido muy bien Burnham, sin conocer a Harper. Eso es lo que a muchos anarquistas les gusta repetir, sin entender nada. Cierto es que Harper no lo dice con tanta brusquedad, pero el que deje la puerta abierta a todas las confusiones de los apólogos burgueses y anarquistas de Burnham basta para demostrar las taras inherentes a su “Lenin filósofo”.
Después, cuando se pone a sacar las enseñanzas “proletarias puras” de la revolución rusa (hago notar, de paso, que Harper-Kautsky escriben siempre “la revolución rusa” y escasas veces “la revolución de octubre”, distinción que debe romperles la pluma), separando la acción de la clase obrera rusa y “la influencia burguesa de los bolcheviques”, llega a decir que fue sobre todo en sus huelgas generalizadas, en los soviets (o consejos) “en sí”, que la revolución rusa produjo, en lo que esta es una lección positiva para el proletariado:
1ª el proletariado debe separarse ideológicamente “hombre por hombre” de la influencia burguesa;
2ª debe aprender progresivamente a gestionar por sí solo las fábricas y organizar la producción;
3ª las huelgas generales y los Consejos son las armas exclusivas del proletariado.
Aparece que esta conclusión es de un tipo acabado de reformismo y que es, además, antidialéctica. La separación “hombre por hombre” de la ideología burguesa, además de que si fuera realizable dejaría el socialismo para el final de los tiempos y haría aparecer la doctrina de Marx como un bonito cuento de Hadas para leerles a los críos de proletarios para que tengan ánimos para encarar la vida, además, pues, resulta que estamos en una sociedad burguesa, cuyo carácter social primordial es que cada persona, tomada una por una y en el proletariado mismo, es incapaz de separarse de la ideología burguesa. O sea que esa “idea” no es y no será más que eso, una idea. Muy al contrario, la clase obrera, en conjunto, consigue separarse en determinadas condiciones históricas, cuando choca más violentamente contra el viejo sistema. No hay posible realización del socialismo “persona por persona”, al modo de los antiguos reformistas creían que había que “reformar primero al hombre antes de reformar la sociedad”, cuando de hecho ambos son inseparables. La sociedad cambia cuando la humanidad se pone en movimiento para que cambie. Y el proletariado no se pone en movimiento “hombre por hombre”, sino “como un solo hombre” cuando se encuentra en condiciones históricas especiales.
El que Harper vuelva a repetir, con formas aparentemente nuevas, las viejas pamplinas reformistas, le permite, bajo una palabrería filosófico-dialéctica, escamotear los problemas, que son los ejes principales de la revolución rusa, dejándolos en las mazmorras del olvido de las “razones del Estado rusas”, las cuales sirven últimamente para explicarlo todo, dicho sea de paso. Se trata de la postura de Lenin contra la guerra y de la teoría de Trotsky de la revolución permanente.
Pues sí, señores, Kautsky Harper, se puede dar efectivamente en el clavo cuando se hace una crítica puramente negativa de las teorías filosóficas o económicas de Lenin y de Trotsky, pero no quiere decir que con eso tengan ustedes la patente de posición revolucionaria. En cambio, en sus posiciones políticas, durante la fase crucial de la insurrección de la revolución rusa, sí que eran revolucionarios marxistas Lenin y Trotsky.
No basta, con explicaciones filosóficas, y 20 años después de una batalla en que uno mismo participó como destacado dirigente, decir que uno se ha dado cuenta que aquello no tuvo otro resultado que el estado estalinista, afirmando que éste es el resultado de aquello. Hay que preguntarse también por qué el movimiento obrero internacional apoyó a Lenin y a Trotsky. Y entonces hay que afirmar francamente si el estalinismo es el producto inevitable de aquel movimiento entero.
Eso Harper, igual que Kautsky, es incapaz de decírnoslo, pues en sus posiciones políticas, frente a la burguesía, en la guerra imperialista, o en un período revolucionario en auge, no tienen conceptos que le permitan ni tan siquiera abordar esos problemas, problemas que ni conocen. Así, por ejemplo, saben mucho de Lenin como “filósofo”, o como “jefe de Estado”, pero no conocen al Lenin marxista revolucionario, que en su verdadero rostro, frente a la guerra imperialista, o el de Trotsky frente a la concepción mecanicista del desarrollo capitalista “fatal” de Rusia. No conocen el verdadero rostro de Octubre que no es solo el de las huelgas de masas, ni siquiera solo el de los soviets, soviets a los que Lenin no estaba apegado de manera absoluta, (como lo está Harper), pues aquel opinaba que las formas del poder proletario surgían espontáneamente de su lucha, acompañándola. Y en esto creo yo que Lenin tenía una posición más marxista, incluso en sus errores, pues no estaba apegado a los soviets ni a los sindicatos, ni al parlamentarismo de una manera definitiva, sino de una manera apropiada a un momento de la lucha de la clase.
En cambio, Harper con su apego casi teológico a los consejos, los ha transformado hoy en una forma de cogestión por los obreros dentro del régimen capitalista. Y también en eso ve una especie de aprendizaje del socialismo. Y no es el papel de los revolucionarios el de dar enseñanzas de esa especie. Igual que con el aprendizaje “hombre por hombre” de la teoría del socialismo, la humanidad estaría así condenada a ser una eterna esclava alienada para siempre, con o sin consejos, con o sin “Raden-Komunisten” (comunistas consejistas) y sus métodos de enseñanza del socialismo en régimen capitalista, lo cual no es más que reformismo vulgar, la otra cara de la moneda kautskista.
En cuanto a la lucha de clases “limpia”, “con los medios apropiados” (la huelga, etc.) ya hemos visto los resultados. Es lo mismo que la teoría trotskista del “huelguicultivo”, de los trotskistas actuales y de los anarquistas también, los cuales siguen perpetuando hoy la vieja tradición de los “tradeunionistas” y de los “economicistas”, a los cuales ya en “¿Qué hacer? Lenin criticaba con tanta vehemencia. Para nosotros, la postura antisindical de los “Raden-Kommunisten”, aunque es justa a nuestro entender pero solo desde el punto de vista negativo, no por ello deja de ser falsa “por sí misma”, pues en ella los sindicatos son sustituidos por sus hermanos menores, los soviets, que juegan el mismo papel. Creen que basta con cambiar el nombre para cambiar el contenido. Ya no le llaman partido al partido, ya no les llaman sindicatos a los sindicatos, los sustituyen por organizaciones que tienen las mismas funciones y que se llaman de otra manera. A un gato, pueden ponerle por nombre el “gran Micifuz”, para nosotros será seguirá teniendo la misma anatomía de felino y su misma función en la tierra; pero para algunos, puede ser que se transforme en un mito, encandilados por su misterioso nombre. Por eso, es curioso ver a filósofos, a materialistas “dialécticos” con mentes tan cerradas y miras tan estrechas que intentan que nos traguemos, como si fuera un mundo nuevo, el mundo de sus construcciones mitológicas, queriéndonos dar gato por liebre.
Era bastante normal, en fin de cuentas, que en el pasado un Kautsky no acabará siendo más que un vulgar reformista. En nuestro nuevo mundo, trotskistas, anarquistas y “Raden-Komunisten” se presentan como “revolucionarios auténticos” cuando en realidad son reformistas mucho más bastos que el fino teórico Kautsky.
El que Harper recoja los argumentos clásicos del reformismo burgués, mencheviques y kautskistas (y que más recientemente se encuentre con los puntos de vista de Burnham) contra la revolución rusa es algo que no debe extrañarnos demasiado.
En lugar de intentar sacar de aquella época revolucionaria elecciones como marxista, del mismo modo que Marx y Engels sacaron enseñanzas de la Comuna de París por ejemplo, Harper se empeña en condenar “en bloque” la revolución rusa y el bolchevismo que a ella está ligado, de la misma manera que el blanquismo y el proudhonismo estuvieron ligados a la Comuna de París.
Harper se acerca mucho a la realidad, es verdad, pero si en lugar de empeñarse en condenar a “los bolcheviques como apropiados al medio ruso” se hubiera planteado, sencillamente cuál era el nivel de pensamiento de aquella izquierda de la socialdemocracia de la que todos habían surgido, habría podido sacar conclusiones muy diferentes en su libro. Se hubiera dado cuenta de que ese nivel (incluso entre los más capaces desde el punto de vista dialéctico) no permitía resolver ciertos problemas contra los que chocaba la revolución rusa, entre ellos el del Partido y el Estado, problemas sobre los cuales, en vísperas de la revolución rusa, ningún marxista tenía ideas muy precisas por razones evidentes. Nosotros afirmamos y vamos a procurar demostrarlo, que, en el nivel de conocimientos filosóficos, económicos y políticos en su conjunto, los bolcheviques eran, en 1917, unos de los más avanzados entre los revolucionarios del mundo entero y esto gracias, en parte, a la presencia entre ellos de Lenin y Trotsky. Lo sucedido después no vino a contradecirlos sino en apariencia, pues la causa está en el nivel general del movimiento obrero, lo cual plantea problemas teóricos que Harper no ha querido ni siquiera abordar.
1En un próximo número veremos como uno de los discípulos de Harper, Cannemeyer, acabará haciendo, aunque eso si con lamentos y tristeza, la misma constatación de Burnham sobre el “socialismo como utopía”. Básicamente, con mucha verborrea de añadidura, esa será la conclusión a la que llegará el grupo “Socialisme ou Barbarie” y su mentor Chaulieu (alias Castoriadis en la actualidad, ex “Cardan” NDLT).
2“…la doctrina materialista, escribe Marx, que afirman que los hombres son productos de sus medios y de su educación, los hombres diferentes son productos de medios y educación diferentes, se olvida de que también el medio mismo ha sido transformando por el hombre y que el educador tuvo que ser educado a su vez. Por eso es por lo que aquella separa la sociedad en dos partes, de las cuales una es puesta por encima del conjunto. La simultaneidad de cambios paralelos en el medio y en la actividad humana solo puede ser comprendida racionalmente como práctica revolucionaria…” (según sobre Tesis sobre Feuerbach de Marx y Engels, en la obra citada de S. Hook). Esta cita sirva para contradecir la del “medio específicamente ruso”, de Harper y Kautsky.
Philipe, Internationalisme, 1948.
Desde su creación, la CCI subrayó siempre la importancia decisiva de una organización internacional de revolucionarios en el resurgir de un nuevo curso de la lucha de clases a escala mundial. Con su intervención en la lucha, aunque todavía sea a escala modesta, con sus perseverantes trabajos para la creación de un lugar verdadero de discusiones entre grupos de revolucionarios, la CCI ha demostrado en la práctica que su existencia no era ni superflua ni imaginaria. Convencida de que su función respondía a una necesidad profunda de la clase, ha combatido tanto el diletantismo como la megalomanía de un medio revolucionario todavía marcado por los estigmas de la irresponsabilidad y la inmadurez. Esta convicción no se apoya en una existencia religiosa, sino en un método de análisis, la teoría marxista. Las razones del resurgir de la organización revolucionaria no podrían ser comprendidas fuera de esa teoría, sin la cual no podría haber movimiento revolucionario auténtico.
Las escisiones recientes que acaba de soportar la CCI no deben ser comprendidas como crisis fatal. Traducen esencialmente una incomprensión sobre las condiciones y la marcha del movimiento de la clase que segrega la organización revolucionaria:
La incomprensión de la función de la organización de revolucionarios ha abocado siempre en la negación de su necesidad:
Ayer como hoy, la organización de revolucionarios sigue siendo una necesidad que no contradice ni la contrarrevolución (para rechazarla), ni la amplitud de una lucha de clases en la que no habría fracción revolucionaria organizada (como en Polonia 1980):
desde la formación del proletariado como clase, en el siglo XIX, el agrupamiento de revolucionarios fue, ha sido y seguirá siendo una necesidad vital. Toda clase histórica portadora de conmoción social se da una visión clara del objetivo y de los medios de la lucha que la llevará al triunfo de sus metas históricas;
la finalidad comunista del proletariado engendra una organización política que, en la teoría (el programa) y en la práctica (la actividad) defiende las metas generales del conjunto del proletariado;
generada en permanencia por la clase, la organización revolucionaria supera, y por lo tanto niega, cualquier división natural (geográfica e histórica) y artificial (categorías profesionales, lugares de producción). Expresa la tendencia permanente al resurgir de una conciencia unitaria de clase, afirmándose y oponiéndose a toda división inmediata;
dado el trabajo sistemático de la burguesía para desviar y quebrar la conciencia del proletariado, la organización revolucionaria es un arma decisiva para combatir los efectos perniciosos de la ideología burguesa. Su teoría (el programa comunista) y su acción militante en la clase son un poderoso antiveneno contra la pus de la propaganda capitalista.
El programa comunista y el principio de acción militante que de él precede son las bases de toda organización revolucionaria digna de tal nombre. Sin teoría revolucionaria, no puede haber función revolucionaria, o sea organización para la realización de ese programa. Por esto, el marxismo ha rechazado siempre cualquier desviación inmediatista o economicista, tendentes a desnaturalizar y a negar el papel histórico de la organización comunista.
La organización revolucionaria es un órgano de la clase. Y quien dice órgano dice miembro vivo de un cuerpo vivo. Sin ese órgano, la vida de la clase se vería privada de una de sus funciones vitales y momentáneamente disminuida y mutilada. Por eso renace de manera constante esa función, crece y florece creando necesariamente el órgano que necesita.
Ese órgano no es un simple apéndice fisiológico de la clase que se contenta y limita a obedecer sus pulsiones inmediatas. La organización revolucionaria es una parte de la clase. Ni está separada ni se confunde (es idéntica) con la clase. No es ni una mediación entre el ser y la conciencia de la clase, ni la totalidad de la conciencia de la clase. Es una forma particular de ésta, la parte más consciente. No agrupa, por lo tanto, a toda la clase, sino a su fracción más consciente y más activa. Lo mismo que el partido no es la clase, la clase no es el partido.
Al ser parte de la clase, la organización de revolucionarios no es la suma de sus partes (los militantes), ni una asociación de capas sociológicas (obreros, empleados, intelectuales). Se desarrolla como totalidad viva cuyas diferentes células tienen la función de asegurar su mejor funcionamiento. No privilegia ni a individuos ni a categorías particulares. A imagen de la clase, la organización surge como un cuerpo colectivo.
Las condiciones para un pleno florecer de la organización revolucionaria son las mismas que las que permitieron y permiten el auge de la clase proletaria:
Como memoria de la irreemplazable experiencia del movimiento obrero pasado, es la expresión más consciente de las metas generales e históricas del proletariado mundial.
Son esas condiciones las que dan tanto a la clase como a su organización política su forma unitaria.
La actividad de la organización revolucionaria no puede entenderse mas que como conjunto unitario cuyos componentes no están separados sino que son interdependientes:
Muchas incomprensiones políticas y organizativas aparecidas en nuestra corriente surgieron del olvido del marco teórico con que la CCI se dotó desde su nacimiento. Tienen como origen la mala asimilación de la teoría de la decadencia del capitalismo y de las implicaciones prácticas de esa teoría en nuestra intervención.
Si, en su esencia, la organización de revolucionarios no ha cambiado de naturaleza, los atributos de su función se han modificado cualitativamente entre la fase ascendente y la decadente del capitalismo. Los trastornos revolucionarios de la primera posguerra volvieron caducas algunas formas de existir de la organización revolucionaria, desarrollando otras que en el siglo XIX sólo habían aparecido embrionariamente.
El ciclo ascendente del capitalismo les dio una forma singular, y por lo tanto transitoria, a las organizaciones políticas revolucionarias:
La posibilidad de reformas inmediatas, tanto económicas como políticas, desplazaba el terreno de acción de la organización socialista. La lucha inmediata, gradualista, tenía primacía sobre la vasta perspectiva del comunismo que había sido afirmada en el Manifiesto.
La inmadurez de las condiciones objetivas de la revolución desembocó en una especialización de tareas ligadas orgánicamente a una atomización de la función de la organización:
La inmadurez del proletariado, cuyas grandes masas procedían del campo o de talleres artesanos, el desarrollo del capitalismo en el marco de naciones apenas formadas, oscurecieron la función real de la organización de revolucionarios:
Las características pasajeras de ese período histórico falsearon las relaciones entre partido y clase: el papel de los revolucionarios aparecía como dirigista (estado mayor). A la clase se le exigían virtudes de disciplina militar, sumisión a sus jefes. Como cualquier ejército, la clase no existía sin "jefes", a los cuales ella dejaba el encargo de cumplir sus metas (sustitucionismo) e incluso de sus medios (sindicalismo); el partido era el partido del "pueblo entero" ganado a la "democracia socialista". La función clasista del partido se empantanaba en el democratismo.
Fue contra esa degeneración de la función del partido contra lo que lucharon las izquierdas en la Segunda Internacional y en la Tercera Internacional del principio. El que la Internacional Comunista hubiera vuelto a recoger ciertos conceptos de la antigua Internacional fallida (como lo de los partidos de masas, el frentismo, el sustitucionismo, etc...) es una realidad que no tiene por qué servir de ejemplo para los revolucionarios de hoy día. La ruptura con las deformaciones de la función de la organización es una necesidad vital que se ha impuesto con la era histórica de la decadencia.
El período histórico abierto con la Primera Guerra Mundial implicó un cambio profundo, irreversible, de la función de los revolucionarios:
La organización revolucionaria es pues inmediatamente unitaria, aunque no sea la organización unitaria de la clase, los Consejos obreros. Es una unidad de una unidad más vasta, el proletariado mundial que la ha engendrado:
La maduración de las condiciones objetivas de la revolución (concentración del proletariado, mayor homogeneización de la conciencia de una clase más unificada, más cualificada, de nivel intelectual y madurez superiores a los de siglos pasados) ha modificado profundamente no sólo la forma sino también los objetivos de la organización de revolucionarios:
a) por su forma:
b) por sus fines:
El triunfo de la contrarrevolución, la dominación totalitaria del estado, han vuelto más difícil la existencia misma de la organización revolucionaria, reduciendo la extensión misma de su intervención. En ese período de hondo retroceso, su función teórica prevaleció sobre su función de intervención, revelándose como algo vital para la conservación de los principios revolucionarios. El período de contrarrevolución demostró:
El final del período de contrarrevolución ha modificado las condiciones de existencia de los grupos revolucionarios. Se ha abierto un nuevo período, favorable al reagrupamiento de los revolucionarios. Sin embargo, este nuevo período de florecimiento es todavía un período "bisagra" en el cual las condiciones necesarias para el resurgir del partido no están aún presentes para ser suficientes, gracias a un verdadero salto cualitativo.
Por ello, durante cierto lapso de tiempo, florecerán grupos revolucionarios que, gracias al mutuo careo, a acciones comunes incluso, y a su fusión al final, plasmarán esa tendencia hacia la constitución del partido mundial. La realización de ésta depende no sólo de la apertura del curso a la revolución, sino también de la propia conciencia de los revolucionarios.
Si bien se han adelantado etapas desde 1.968, si ya ha habido una selección en el medio revolucionario, debe quedar claro que el surgimiento del partido no es ni automático ni voluntarista, teniendo en cuenta el desarrollo lento de la lucha de clases y el carácter aún inmaduro y a menudo irresponsable del medio revolucionario.
Efectivamente, tras el resurgir histórico del proletariado en 1.968, el medio revolucionario se encontró muy flaco e inmaduro, para enfrentarse al nuevo período. La desaparición o la esclerosis de las antiguas izquierdas comunistas, que habían luchado contra la corriente durante todo el período de contrarrevolución, fue un factor contrario en la maduración de las organizaciones revolucionarias. Más que lo teórico de las izquierdas (redescubierto y asimilado poco a poco) fue lo adquirido organizativamente (la continuidad orgánica) lo que se echaba en falta y sin lo cual la teoría queda como letra muerta. La función de la organización, su necesidad incluso, fueron muy a menudo incomprendidas, cuando no eran tratadas de broma.
A falta de una continuidad orgánica, los elementos surgidos del ambiente de después de Mayo del 68 soportaron la aplastante presión del movimiento estudiantil y "contestatario":
A pesar de la confirmación arrolladora, sobre todo tras lo de Polonia, de que la crisis abría un curso de explosiones de clase cada vez más generalizadas, las organizaciones revolucionarias (y entre ellas la CCI) no se han liberado de otro peligro, peligro no menos pernicioso que el academicismo y el modernismo, el inmediatismo, cuyos hermanos son el individualismo y el diletantismo. Contra esas plagas, tiene hoy que resistir la organización revolucionaria y liquidarlas de una vez por todas si quiere mantenerse en vida.
La CCI, en estos últimos años, ha aguantado los efectos desastrosos del inmediatismo, forma típica de la impaciencia pequeñoburguesa y última secuela de la confusión del 68. Las formas más patentes del inmediatismo han sido:
La marcha de cierta cantidad de compañeros demuestra que el inmediatismo es una enfermedad que deja gravísimas secuelas, desembocando sin remedio en la negación de la función política de la organización, en tanto que cuerpo teórico y programático.
Todas esas desviaciones, de tipo izquierdista, no son el fruto de una insuficiencia teórica de la Plataforma de la organización. Son expresión de una mala asimilación del marco teórico, y, en particular, de la teoría de la decadencia del capitalismo, decadencia que modifica profundamente las formas de actividad y de intervención de la organización de revolucionarios.
Por todo ello, la CCI debe combatir con vigor contra cualquier abandono del marco programático, abandono que desemboca fatalmente en el inmediatismo en el análisis político. La CCI tiene que luchar con decisión:
Para preservar lo adquirido tanto teórica como organizativamente, hay que liquidar sin falta las secuelas del diletantismo, forma infantil del individualismo:
La organización no está al servicio de los militantes en su vida cotidiana. Al revés, los militantes luchan cotidianamente para insertarse en el amplio trabajo de la organización.
La comprensión clara de la función de la organización en período de decadencia es la condición necesaria para nuestro propio auge en el período decisivo de estos años ochenta
Aunque la revolución no es un problema de organización, sí que tiene problemas organizativos que resolver, incomprensiones que superar, para que la minoría de revolucionarios pueda existir como organismo de la clase.
La existencia de la CCI viene garantizada por la reapropiación del método marxista, que es la brújula más segura para entender lo que acontece y para intervenir en ello. Sólo a largo plazo puede entenderse y desarrollarse cualquier trabajo de organización. Sin método, sin ánimo colectivo, sin esfuerzo permanente del conjunto de los militantes, sin ánimo perseverante que elimine la impaciencia inmediatista, no podrá exisitr verdadera organización revolucionaria. El proletariado mundial ha confiado a la CCI un órgano cuya existencia es un factor necesario en los combates futuros.
La tarea de la organización revolucionaria es, mucho más que en el siglo pasado, algo difícil. Exige más de cada cual. Tiene que aguantar todavía los últimos efectos de la contrarrevolución y los contragolpes de una lucha de clases marcada todavía por avances y retrocesos. Aunque ya no tiene que soportar la agobiante y destructiva atmósfera de la larga noche de la contrarrevolución triunfante, aunque hoy despliega su actividad en un período favorable para la eclosión de la lucha de clases y la apertura de un curso hacia explosiones generalizadas a nivel mundial. La organización debe saber retroceder en orden cuando la lucha recae y la clase retrocede momentáneamente.
Por eso es por lo que hasta la revolución, la organización revolucionaria deberá saber luchar resueltamente contra el ambiente de incertidumbres y hasta de desmoralización en la clase. La defensa de la integridad de la organización en sus principios y en su función es primordial. Saber resistir sin flaquezas ni aislacionismos, es para los revolucionarios saber preparar las condiciones de la victoria futura. Para ello, la lucha teórica más encarnizada contra las desviaciones inmediatistas es vital para que la teoría revolucionaria pueda ser un día de las masas.
Al liberarse de las secuelas del inmediatismo, al volverse a apropiar de la tradición viva del marxismo, preservada y enriquecida por las izquierdas comunistas, la organización demostrará en la práctica que es el instrumento insustituible que el proletariado ha delegado para poder estar a la altura de sus tareas históricas.
En los períodos de luchas generalizadas y de movimientos revolucionarios es cuando la actividad de los revolucionarios tendrá un impacto directo, decisivo incluso, puesto que:
Desde hoy, la existencia de la CCI y la realización de sus tareas actuales son ya un trabajo de preparación indispensable para estar a la altura de las tareas venideras. La capacidad de los revolucionarios para cumplir con su papel en los períodos de lucha generalizada está condicionada por su actividad actual.
Esa capacidad no nace espontáneamente sino que se desarrolla mediante un proceso de aprendizaje político y organizativo. Las posiciones coherentes y formuladas claramente, así como la capacidad organizativa para defenderlas, difundirlas y profundizarlas, no es algo que cae de los cielos sino que exigen, desde ahora, una preparación. La historia nos muestra como la capacidad de los bolcheviques para desarrollar sus posiciones teniendo en cuenta la experiencia de la clase (1905, la guerra) y para reforzar la organización les permitió, al contrario de los revolucionarios en Alemania por ejemplo, desempeñar un papel decisivo en los combates revolucionarios de la clase.
En ese marco, uno de los objetivos esenciales de un grupo comunista debe ser la superación del nivel artesano de sus actividades y de su organización que es la marca típica de sus primeros pasos en la lucha política. El desarrollo, la sistematización, el cumplimiento regular y sin bruscos altibajos de sus tareas de intervención, publicación, difusión, discusión y correspondencia con elementos cercanos, debe ser algo central en sus preocupaciones. Ello supone que la organización se desarrolla mediante reglas de funcionamiento y órganos específicos que le permiten actuar no como un montón de células dispersas, sino como cuerpo único dotado de un metabolismo equilibrado.
Desde hoy ya, la organización de revolucionarios es también un polo de agrupamiento político internacional coherente para los grupos políticos, círculos de discusión y grupos obreros dispersos que surgen y van a surgir por el mundo con el desarrollo de las luchas. La existencia de una organización internacional comunista con prensa e intervención les da a esos grupos la posibilidad, mediante la confrontación de posiciones y experiencias, de ubicarse y desarrollar la coherencia revolucionaria de sus posiciones y si es caso, unirse a la organización comunista internacional. Las posibilidades de desaparición, de desánimo, de degeneración (por activismo, localismo o corporativismo por ejemplo) serían tanto más grandes de no existir ese polo. Con el desarrollo de las luchas y la aproximación del período de enfrentamiento revolucionario, ese papel tendrá cada vez más importancia con respecto a los elementos que surgen directamente de la clase en lucha.
Cada día más y más, la clase obrera se verá cara a cara con su enemigo mortal. Aunque el derrocamiento del poder burgués no sea inmediatamente realizable, los choques serán violentos y pueden ser decisivos para la continuación de la lucha. Por eso, los revolucionarios deben intervenir ya, conforme a sus medios, en el seno de la lucha de su clase:
Enero 1982
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«Decimonovena pregunta: ¿Podrá producirse esta revolución en un solo país?
Respuesta: No. Ya por el mero hecho de haber creado el mercado mundial, la gran industria ha establecido tal vinculación mutua entre todos los pueblos de la tierra, y especialmente entre los civilizados, que cada pueblo depende de lo que ocurra en los otros. Además, ha equiparado hasta tal punto el desarrollo social entre todos los países civilizados que, en todos esos países, la burguesía y el proletariado se han convertido en las dos clases decisivas de la sociedad, y el antagonismo entre esas dos clases es hoy el antagonismo fundamental de la sociedad. La revolución comunista, por consiguiente, no será una revolución meramente nacional, sino una revolución que transcurrirá en forma simultánea en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, Norteamérica, Francia y Alemania. Se desarrollará en cada uno de esos países, más rápida o más lentamente según posean una industria más desarrollada, una mayor riqueza nacional o una masa más considerable de fuerzas productivas. Por ello su ejecución será más lenta y deparará mayores dificultades en Alemania, y será más rápida y más fácil en Inglaterra. Ejercerá, asimismo, una considerable repercusión en todos los demás países del globo, modificando por completo su modo de desarrollo de hasta este momento, y acelerándolo en gran medida. Es una revolución universal y, por ello, también se desarrollará en un terreno universal” (Engels, “Principios del comunismo”[1]).
1.- Desde el alba del movimiento obrero, éste ha afirmado el carácter mundial de la revolución comunista. En todos los tiempos, el internacionalismo ha sido la piedra angular de los combates de la clase obrera y del programa de sus organizaciones políticas. Cualquier puesta en cuestión de este principio esencial ha sido, siempre, sinónimo de ruptura con el campo proletario y de adhesión al campo burgués. Pero que, desde hace más de un siglo, los revolucionarios tengan claro que el movimiento de la revolución se confunde con el proceso de la generalización mundial de las luchas obreras, no significa que en todas las épocas del movimiento obrero se hayan comprendido con claridad, las condiciones y las características de este proceso, e incluso en ciertos momentos se ha llegado incluso a retroceder en la conciencia de esta cuestión. Así, durante más de sesenta años, el movimiento obrero ha arrastrado el lastre de dos ideas erróneas:
Estas dos ideas no forman parte del patrimonio histórico del marxismo tal y como Marx y Engels nos lo legaron. Aparecieron, en realidad, durante la Primera Guerra Mundial, formando parte de los errores que sacralizó la Internacional Comunista (IC), y que quedaron convertidos en dogma gracias a la derrota de la revolución mundial.
Pero a diferencia de otros errores de la IC, que sí fueron enérgicamente combatidos por la Izquierda Comunista, estas dos ideas han contado en cambio, durante mucho tiempo, con la adhesión de corrientes auténticamente revolucionarias[2] y siguen siendo aún hoy “el alfa y el omega” de la perspectiva de los grupos bordiguistas.
Como muchas veces ha sucedido en el movimiento obrero, estos errores provenían de la defensa intransigente de verdaderas posiciones de clase. Así, por ejemplo:
El triunfo de la revolución de 1917 en Rusia demostró la validez de las posiciones de principio defendidas por los bolcheviques, sobre todo, que la guerra mundial, característica del siglo XX pone de manifiesto que el sistema capitalista, como un todo, ha entrado en su fase de declive histórico, lo que plantea la necesidad de la revolución socialista como única alternativa. Sin embargo, el aislamiento internacional de esta primera tentativa proletaria no permitió ver que los bolcheviques no habían acabado de desarrollar con total claridad posiciones que eran esencialmente justas, pero que aún defendían con argumentos erróneos. El triunfo definitivo de la contrarrevolución mundial permitió la utilización sistemática de esas debilidades como justificación de la política burguesa de los partidos que se autoproclamaban “obreros”. La denuncia de esta política burguesa no puede, por tanto, limitarse a una simple reafirmación de las verdaderas posiciones de Lenin y la IC, que es lo que nos proponen los bordiguistas, sino que exige una crítica de los errores heredados del pasado, y el rechazo de todas aquellas formulaciones que se prestan a una explotación interesada por parte de la burguesía.
2.- La CCI ha emprendido, desde hace ya un tiempo, una crítica de las tesis que defienden que es la guerra imperialista lo que proporciona las condiciones óptimas para la revolución, y la generalización de los combates que la condicionan. En cambio, y aunque en nuestros análisis lo rechazamos implícitamente, no hemos combatido aún, explícita y específicamente, la “teoría del eslabón más débil”. Esto es lo que nos proponemos con el siguiente texto, ya que:
Si bien la CCI ha señalado nítidamente que la perspectiva revolucionaria pasa por la generalización de los combates de clase, no hemos explicitado hasta hoy las características de esa generalización, y no hemos respondido a las siguientes cuestiones:
La cuestión del “eslabón más débil” atañe a la visión de la perspectiva histórica de la revolución. Por ello debemos plantear el marco de análisis de las condiciones generales de la revolución.
3.- Según el punto de vista clásico del marxismo, tal y como se muestra por ejemplo en el Manifiesto Comunista, las condiciones de la revolución comunista son, esquemáticamente, las siguientes:
a) Desarrollo suficiente de las fuerzas productivas hasta llegar a un punto en que las relaciones de producción que en el pasado habían permitido su desarrollo, se convierten en una traba para ello. Se crean así las condiciones materiales para la puesta en marcha de un proceso de transformación de estas relaciones de producción (necesidad y posibilidad material de la revolución)[5].
b) Desarrollo de la clase revolucionaria, «enterradora», de la vieja sociedad moribunda, «encargada de ejecutar la sentencia pronunciada por la historia».
Estas condiciones que son válidas para todas las revoluciones de la historia (especialmente para la revolución burguesa) se expresan más particularmente en el caso de la revolución proletaria de la forma siguiente:
4.- Las condiciones materiales de la revolución comunista están ya dadas a escala planetaria desde la Primera Guerra Mundial. Ahí Lenin acertaba plenamente al ver la naturaleza de la revolución en Rusia como resultado de la situación mundial, y no como producto de las características especiales de ese país, como sí hacían en cambio los mencheviques y como siguen haciendo aún hoy numerosos grupos consejistas[6]. Que el conjunto del capitalismo haya entrado ya en su fase de decadencia no quiere decir, en absoluto, que se hayan borrado las enormes diferencias existentes entre las diferentes regiones del mundo en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas, y, en particular la principal de ellas, el proletariado.
La ley del desarrollo desigual del capitalismo, en cuyas extrapolaciones Lenin y sus epígonos basaron su tesis del “eslabón más débil”, se manifestó, en el periodo ascendente del capitalismo, en un brioso empuje de los países más retrasados tendente a recortar las diferencias e incluso superar el nivel de los más desarrollados. Este fenómeno, en cambio, tiende invertirse a medida que el sistema, en su conjunto, se va aproximando a sus límites históricos objetivos y se muestra incapaz de extender el mercado mundial al nivel que exige el desarrollo de las fuerzas productivas. Alcanzados sus límites históricos, el sistema en decadencia, no ofrece ya posibilidades de igualación en el desarrollo, sino que, por el contrario, tiende al estancamiento de todo desarrollo, al despilfarro de las fuerzas productivas y a la destrucción. Lo que se recorta es la distancia que separa a los países más desarrollados de la situación que en cuanto a convulsiones económicas, miseria, y medidas de capitalismo de Estado, existe en los países más atrasados. Si durante el siglo XIX el país más avanzado, Inglaterra, marcaba porvenir a los demás, hoy son los países del Tercer mundo los que indican, en cierto modo, el porvenir a los más desarrollados[7].
Pero ni siquiera en estas condiciones veremos nunca una verdadera “igualación” de la situación de los distintos países. Aunque la crisis mundial no perdona a ningún país, ejerce sus efectos más devastadores no tanto en los más desarrollados y poderosos, sino en los que llegaron con retraso a la arena económica mundial y que ven cegada definitivamente la vía a su desarrollo económico precisamente por las potencias más antiguas[8].
Así la “ley del desarrollo desigual” que en su momento favoreció cierta igualación de las situaciones económicas, se convierte hoy en factor de agravación de las desigualdades entre los países. Aunque la solución a las contradicciones de la sociedad – la revolución proletaria mundial -, sigue siendo unitaria e idéntica en todos los países, no es menos cierto, sin embargo, que el conjunto de la burguesía entra en el período de su crisis histórica arrastrando notables diferencias entre distintas zonas geoeconómicas.
Lo mismo le sucede al proletariado, es decir que afronta su tarea histórica de forma unitaria, pero que también presenta diferencias importantes entre los diversos países y regiones. Este segundo punto se deriva, en efecto, del primero, ya que las características del proletariado de un país y notablemente las que determinan su fuerza (su número, su concentración, su educación, su experiencia), dependen estrechamente del desarrollo del capitalismo en ese país.
5.- Para establecer la perspectiva revolucionaria sobre bases sólidas hemos de tener en cuenta, integrándolas en ella, estas diferencias que nos lega el capitalismo. Pero no podemos deducir conclusiones falsas de premisas justas y, sobre todo, no esperar que el punto de partida de la revolución se dé precisamente, donde no puede hacerlo, a diferencia de lo que postulan los “leninistas” con su “teoría del eslabón más débil”.
Esta teoría se basa en transponer, sin más, un principio de la ciencia física (“una cadena sometida a una tensión se rompe por su punto más débil”) a la esfera de lo social. Pero así se está obviando una diferencia, que en esta ocasión es esencial, entre el mundo inorgánico y el mundo orgánico vivo, y sobre todo el mundo de lo humano.
Una revolución social no consiste simplemente en la ruptura de una cadena, en el estallido de la vieja sociedad. Se trata sobre todo de una acción para, simultáneamente, edificar la nueva sociedad. No es un acto mecánico sino un hecho social indisolublemente ligado a los antagonismos de intereses humanos, a la voluntad y a las aspiraciones de las clases sociales, y a su lucha.
Al quedar prisionera de esta visión mecanicista, la “teoría del eslabón más débil” se dedica a escrutar los puntos geográficos donde el cuerpo social es más frágil, para situar en ellos su perspectiva. Ahí está la raíz de su error teórico.
El marxismo – el de Marx y Engels – jamás ha tenido tal concepción de la historia. Para ellos las revoluciones sociales no se producen allí donde la antigua clase dominante es más débil o su estructura está menos desarrollada, sino al contrario, allí donde su estructura alcanzó la mayor madurez compatible con las fuerzas productivas, y donde la clase portadora de las nuevas relaciones sociales y llamada a destruir las antiguas, es más fuerte. Mientras Lenin buscaba e insistía en el punto de mayor debilidad de la burguesía, Marx y Engels buscaron e insistieron en los puntos donde el proletariado es más fuerte, está más concentrado, y más apto para operar la transformación social.
Aunque la crisis golpee antes y con mayor brutalidad en los países subdesarrollados - a causa de su debilidad económica y su falta de margen de maniobra -, nunca debemos perder de vista que la crisis tiene su origen en la sobreproducción y, por tanto, en el centro del capitalismo. Esto abunda en que las condiciones para una respuesta a la crisis, y para su superación, están fundamentalmente en esos grandes centros del capitalismo.
6.- Los defensores acérrimos de “la teoría del eslabón más débil” replicarán a esos argumentos que lo que confirma la certeza de sus concepciones es la revolución de Octubre de 1917, pues ya se sabe, desde Marx, que «en la práctica es donde el hombre demuestra la verdad, la validez de su pensamiento». Lo que importa es, sin embargo, como se lee, como se interpreta esa “práctica”, como se distingue la excepción de la regla. Por ello no puede “estirarse” la significación de la revolución de 1917. Y, del mismo modo que no sirve para demostrar que la guerra proporciona condiciones más favorables para la revolución, tampoco prueba la validez de “la ley del eslabón más débil”. Por las siguientes razones:
1) Rusia es en 1917, a pesar de su atraso económico global, la quinta potencia industrial del mundo, con inmensas concentraciones obreras en algunas ciudades, sobre todo en Petrogrado. La fábrica Putilov era, entonces, la más grande del mundo con 40 mil trabajadores.
2) La revolución de 1917 se produce en plena guerra mundial, lo que limitó las posibilidades de la burguesía de otros países ayudar inmediatamente a la burguesía rusa.
3) El país es, además, el más extenso del mundo - la sexta parte de la superficie del globo -, lo que complicó aún más la respuesta de la burguesía mundial, como pudo verse durante la guerra civil.
4) Es la primera vez (exceptuando las tentativas prematuras y abocadas al fracaso de la Comuna de París y de 1905) que la burguesía se confronta a una revolución proletaria, por lo que ésta se ve sorprendida:
a) tanto en la misma Rusia donde no comprende a tiempo la necesidad de retirarse de la guerra imperialista,
b) como a escala internacional, donde corre importantes riesgos continuando la guerra imperialista durante más de un año.
Respecto a esto último hay que tener en cuenta que la burguesía sí sacó en cambio las lecciones de Octubre de 1917 para aplicarlas contra la revolución en Alemania. Apenas estalló la revolución en este país en Noviembre de 1918, los imperialistas detuvieron la guerra, y pusieron en práctica una estrecha colaboración entre sus diferentes sectores con el fin de aplastar a la clase obrera: liberación de prisioneros alemanes en los países de la “Entente”, derogación de los acuerdos de armisticio y de paz que permitieron al ejército alemán disponer de 5.000 ametralladoras, etc.
Esta toma de conciencia por parte de la burguesía del peligro proletario se confirmó posteriormente ante la Segunda Guerra Mundial[9], así como durante las hostilidades de esta segunda carnicería imperialista. También los revolucionarios más lúcidos han puesto de relieve la estrecha colaboración de los distintos sectores de la burguesía mundial frente a la lucha de clases en Polonia 1980-81.
Aunque sólo fuera por este último factor – es decir que la burguesía no se vería sorprendida hoy como sí lo fue en el pasado – resulta completamente vano esperar una repetición de las condiciones en que se desarrolló la revolución de 1917.
Mientras los movimientos importantes de la clase obrera se circunscriban a los países de la periferia capitalista (como es el caso de Polonia) y aunque tales movimientos lleguen a desbordar por completo a la burguesía local, la Santa Alianza de todas las burguesías del mundo, con las más poderosas a su cabeza, conseguirá establecer un cordón sanitario económico, político, ideológico e incluso militar, para cercar a los sectores proletarios afectados[10].
Sólo cuando la lucha proletaria afecte al corazón económico y político del dispositivo capitalista, es decir cuándo:
Entonces, y sólo entonces, esta lucha dará la señal de la extensión revolucionaria mundial.
Como dijimos anteriormente representar el mundo capitalista con la imagen de una cadena es falso. Es más verosímil el ejemplo de una red o, mejor aún, de un tejido orgánico, de un cuerpo vivo. La herida que no afecte a sus órganos vitales acabará cicatrizando, y además el capital no dudará en segregar los anticuerpos necesarios para eliminar el riesgo de infección. Sólo atacando el corazón y el cerebro de la bestia capitalista, el proletariado conseguirá acabar con ella.
7.- La historia ha situado, desde hace siglos, el corazón y el cerebro del mundo capitalista en Europa Occidental. Ahí donde el capitalismo dio sus primeros pasos, la revolución mundial dará los suyos, pues ambas cosas están estrechamente relacionadas. Ahí es donde están reunidas en su forma más avanzada todas las condiciones para la revolución que antes hemos enumerado.
Las fuerzas productivas más desarrolladas, las concentraciones obreras más importantes, el proletariado más cultivado (por las propias necesidades tecnológicas de la producción moderna), se haya en tres grandes zonas del mundo: Europa, América del Norte y Japón. Pero estas zonas no tienen sin embargo las mismas potencialidades para la revolución.
Por un lado Europa Central y Oriental están atadas al bloque imperialista más atrasado, de ahí que las grandes concentraciones obreras de esos países (recordemos que Rusia tiene el mayor número de obreros industriales del mundo) hacen funcionar un potencial industrial atrasado, y hacen frente a condiciones económicas (sobre todo la penuria), que no son las más propicias para el desarrollo de un movimiento que tenga por perspectiva el establecimiento de la sociedad socialista.
En esos países, por otro lado, sigue pesando muy duramente la losa de la contrarrevolución en la forma de un régimen político totalitario, sin duda rígido y frágil, pero, precisamente por ello, el proletariado tiene muchas más dificultades para superar las mistificaciones democráticas, sindicales, nacionalistas, e incluso religiosas. En estos países se desarrollarán, como así ha sucedido hasta el presente, explosiones obreras violentas, acompañadas siempre que sea necesario del surgimiento de fuerzas destinadas a desorientarlas, como es el caso de Solidarnosc, pero no podrán ser el escenario del desarrollo de la conciencia obrera más avanzada.
Por otra parte, zonas como Japón o América del Norte, aunque reúnen la mayor parte de los elementos necesarios para la revolución, no son tampoco las más favorables para el desencadenamiento del proceso revolucionario dada la falta de experiencia y al retraso ideológico del proletariado. Esto que se ve más claro en el caso de Japón, es igualmente válido para Norteamérica, donde el movimiento obrero se ha desarrollado como apéndice del existente en Europa, y donde, además, el peso de factores específicos tales como el mito de la “frontera”, o el hecho de tener un nivel de vida más elevado, permite a la burguesía asegurarse un control ideológico sobre los obreros mucho más sólido que en Europa. Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en la ausencia de grandes partidos burgueses con tintes “obreros”. Con esto no queremos decir, a diferencia de lo que defienden los trotskistas, que este tipo de partidos expresen la más mínima conciencia proletaria, sino evidenciar que precisamente dado que el grado de experiencia, de politización y de conciencia de los proletarios es más débil, que hay una mayor adhesión a los valores clásicos del capitalismo, éste puede prescindir de las formas más elaboradas de mistificación y encuadramiento de la clase obrera.
Es pues en Europa Occidental, ahí donde el proletariado tiene una más larga experiencia de lucha; donde, desde hace décadas, se confronta directamente a los engaños anti obreros más elaborados, donde la clase obrera podrá desarrollar plenamente la conciencia política indispensable para su lucha por la revolución.
No se trata, en manera alguna, de una visión “eurocentrista”. El mundo burgués que se desarrolló a partir de Europa generó el proletariado más antiguo y, por tanto, el que acumula una experiencia más vasta. El mundo burgués ha concentrado en un pequeño espacio físico una gran cantidad de naciones avanzadas, lo que facilita el desarrollo de un internacionalismo práctico, la conjunción de las luchas proletarias de diferentes países (no es casualidad que el proletariado inglés fuese el pilar de la fundación de la Primera Internacional, como tampoco que el alemán lo fuera de la Segunda). Por último, la historia ha colocado en Europa la frontera entre los dos bloques imperialistas de este final del siglo XX. Más aún la ha situado en Alemania, país “clásico” del movimiento obrero.
Lo anterior no quiere decir que la lucha de clases o la actividad de los revolucionarios, carezca de sentido en otras regiones del mundo. La clase obrera es una. La lucha de clases existe en todos los lugares donde se enfrentan proletarios y capital. Las enseñanzas de las diferentes manifestaciones de esta lucha ocurran donde ocurran, son válidas para toda la clase. En particular la experiencia de las luchas en los países de la periferia influenciará la lucha en los países centrales. La revolución será, igualmente, mundial y afectará a todos los países. Las corrientes revolucionarias de la clase serán valiosísimas en todos los lugares donde el proletariado se enfrente con la burguesía, es decir, en todo el mundo.
Tampoco afirmamos que el proletariado habrá ganado la partida cuando haya derribado el Estado capitalista en los grandes países de Europa Occidental. El último acto de la revolución, el que probablemente será decisivo, se jugará en los dos grandes monstruos imperialistas: Rusia y, sobre todo, Estados Unidos.
Lo que queremos decir es, lisa y llanamente, que:
Esto quiere decir también que la hora de la generalización mundial de las luchas obreras, la hora de los enfrentamientos revolucionarios, sonará cuando el proletariado de estos países haya desmontado las trampas más sofisticadas tendidas por la burguesía, especialmente la de la izquierda en la oposición.
El camino es largo y difícil y no hay atajos. En Polonia pudo desarrollarse la huelga de masas, pero cayó a continuación en el atolladero sindicalista. Sólo cuando se supere ese atolladero, la huelga de masas y con ella (como dijo Rosa Luxemburgo) la revolución, podrá desplegarse en Europa Occidental y en el mundo entero. El camino es largo, pero no hay otro.
F.M.
[2] En mayo de 1952, nuestro "antecesor directo", INTERNATIONALISME (GCF), escribió: "El proceso de toma de conciencia revolucionaria por parte del proletariado está directamente ligado al retorno de las condiciones objetivas en las que esta conciencia puede tener lugar. Estas condiciones pueden reducirse a una, la más general, que el proletariado sea expulsado de la sociedad, que el capitalismo no logre ya asegurar sus condiciones materiales de existencia. Es en el clímax de la crisis cuando se puede dar esta condición. Y este clímax de la crisis, en la etapa del capitalismo de Estado, está en la guerra".
[3] Esta teoría fue adoptada por el XIV Congreso del PCUS en diciembre de 1925 bajo el impulso de Stalin y significó la aniquilación en dicho partido del internacionalismo y por tanto selló su abandono definitivo del campo proletario culminando un largo proceso de degeneración. Este cáncer se extendió a los diferentes partidos comunistas empujándolos a convertirse igualmente en instrumentos de su respectivo capital nacional
[4] El prefacio del volumen 1 de las Obras selectas de Lenin en francés, escrito por los plumíferos a sueldo de la antigua Academia de Ciencias de la URSS, es esclarecedor: "En los artículos "La consigna de los Estados Unidos de Europa" y "El programa militar de la revolución proletaria", partiendo de la ley del desarrollo desigual del capitalismo, descubierta por él, Lenin sacó la brillante conclusión de la posibilidad de la victoria del socialismo al principio en unos pocos países capitalistas o incluso en uno. La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De ello se desprende que la victoria del socialismo es posible al principio en un pequeño número de países capitalistas o incluso en un solo país capitalista” (p.651 de la edición francesa). Añadiendo a continuación: “Este fue el mayor descubrimiento de nuestra era. Se convirtió en el principio rector de todo el trabajo del Partido Comunista en su lucha por la victoria de la revolución socialista y la construcción del socialismo en nuestro país. La teoría de Lenin sobre la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país dio al proletariado una clara perspectiva de la lucha, dio rienda suelta a la energía e iniciativa de los proletarios de cada país para marchar contra su burguesía nacional, inspiró al partido y a la clase obrera una firme confianza en la victoria”. (Instituto de Marxismo-Leninismo en el CC del U.S.C.P. 1960).
[5] ” Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social” (Marx Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm [10] )
[6] Para una crítica documentada de la falsa visión consejista ver Octubre de 1917, principio de la revolución proletaria https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/1066/octubre-de-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-i [11] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2362/octubre-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-ii [12]
[7] Los bordiguistas llegaron al colmo de la aberración cuando reprocharon la pusilanimidad y la falta de combatividad de Allende y de la burguesía democrática chilena y cuando cantaron el "radicalismo" de las masacres cometidas por los "jemeres rojos".
[8] El espectacular desarrollo de algunos países del tercer mundo (Singapur, Taiwán, Corea del Sur, Brasil) gracias a unas condiciones geoeconómicas muy específicas no debe ser el árbol que esconde el bosque. Además, para algunos de estos países, ha llegado la hora de la verdad, de una caída aún más espectacular que la subida.
[9] Ver Informe sobre el curso histórico https://es.internationalism.org/revista-internacional/201804/4294/el-curso-historico [13]
[10] En Polonia el papa -entonces Juan Pablo II, de origen polaco- colaboró estrechamente con la burguesía “atea” del régimen ruso y de su satélite polaco para aplastar la huelga de masas obrera. Sobre esta ver Polonia (agosto de 1980): Hace 40 años, el proletariado mundial retomaba de nuevo la huelga de masas https://es.internationalism.org/content/4597/polonia-agosto-de-1980-hace-40-anos-el-proletariado-mundial-retomaba-de-nuevo-la-huelga [14]
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Publicamos a continuación un artículo aparecido en nuestra Revista Internacional nº 31 (4º trimestre de 1982). Con ello proseguimos el esfuerzo para verter en español todos los artículos de la Revista a lo largo de sus 159 números. La publicación ha sido posible gracias al esfuerzo de un compañero muy próximo a la organización a quien agradecemos calurosamente su colaboración. Aparecido hace 35 años, el artículo sigue siendo plenamente válido. No obstante, existe una cierta subestimación de la capacidad de la burguesía para atenuar la crisis de su sistema
1. El proletariado es la primera clase revolucionaria de la historia sin ningún poder económico en la vieja sociedad. Al contrario que las anteriores clases revolucionarias, el proletariado no es una clase explotadora. Su consciencia, su autoconocimiento es por tanto crucial para el éxito de su revolución, mientras que para clases revolucionarias previas la consciencia de clase era secundaria o incluso poco importante en comparación con su acumulación de poder económico antes de tomar y ejercer el poder político.
Para la burguesía, la última clase explotadora de la historia, la tendencia hacia el desarrollo de una consciencia de clase llegó mucho más lejos que para sus predecesores ya que requería de una victoria teórica e ideológica para cementar su triunfo sobre los antiguos órdenes sociales.
La consciencia de la burguesía ha sido significativamente moldeada por dos factores clave:
· al revolucionar sin descanso las fuerzas productivas el sistema capitalista se extendía a sí mismo constantemente y, al crear el mercado mundial, llevó al mundo a un estado de interconexión sin precedentes.
· A partir de un determinado momento en la evolución del sistema capitalista (1848) la burguesía ha tenido que reñir con la amenaza planteada por la clase destinada a ser su enterradora—el proletariado.
El primer factor empujó a la burguesía y sus teóricos a desarrollar una cosmovisión general del mundo mientras su sistema socioeconómico estaba en su fase ascendente, es decir, mientras estaba todavía basado en un modo de producción progresista. El segundo factor proporcionaba a la burguesía un recordatorio, una advertencia constante de que, cualquiera que fuera el conflicto de intereses entre sus miembros, como clase debía unirse en la defensa de su orden social contra la lucha del proletariado.
Cualquiera que fuera el avance en consciencia desarrollado por la burguesía sobre aquel de clases dominantes previas, su visión del mundo está irreparablemente tullida por el hecho de que su posición explotadora en la sociedad le enmascara la transitividad histórica de su sistema.
2. La unidad básica de organización social dentro del capitalismo es el estado-nación.
Dentro de los confines del estado-nación la burguesía organizó su vida política de forma coherente con su vida económica. En su época clásica, la vida política era organizada mediante partidos que se enfrentaban entre sí en el foro parlamentario.
Estos partidos políticos, en primera instancia, reflejaban el conflicto de intereses entre diferentes ramas de capital dentro del estado-nación. A partir de la confrontación de los partidos dentro de este foro se creaba un medio de gobierno para controlar y dirigir el aparato estatal que como consecuencia orientaba la sociedad hacia los objetivos decididos por la burguesía. En este modo de funcionar se puede ver la capacidad de la burguesía de delegar el poder político a una minoría especializada nacida de su propio seno: los políticos profesionales.
Debe notarse, sin embargo, que esta organización 'clásica' de la vida política de la burguesía en un marco parlamentario no era un modelo universal, sino una tendencia en el marco de la época ascendente del capitalismo. Las formas concretas variaban de país a país dependiendo de factores como: la velocidad del desarrollo del capital; el desarrollo de los conflictos con el antiguo orden social; la capacidad de adaptación de la nueva burguesía; la organización de cada aparato estatal en concreto; las presiones impuestas por la lucha del proletariado, etc.
3. La transición del sistema capitalista hacia su época de decadencia fue rápida y repentina, ya que el desarrollo acelerado de la producción capitalista se las vio duramente contra la habilidad del mercado mundial de absorberla. En otras palabras, las relaciones de producción impusieron sus cadenas de forma abrupta a las fuerzas productivas. Las consecuencias se mostraron muy rápido en los eventos mundiales en la segunda década del siglo XX: en 1914 cuando la burguesía demostró lo que su época imperialista significaba; en 1917 cuando el proletariado mostró que podía plantear su solución histórica para la humanidad con la revolución de octubre en Rusia[1].
La lección de 1917 no ha sido olvidada por la burguesía. A escala mundial la clase gobernante ha llegado a apreciar que su primera prioridad en esta época es defender su sistema social del embate del proletariado. Tiende por tanto a unirse de cara a esta amenaza.
4. La decadencia es la época de crisis histórica del sistema capitalista. De forma permanente, la burguesía tiene que hacer frente a las principales características de la época; al ciclo de crisis, guerra y reconstrucción, y a la amenaza contra su orden social planteada por el proletariado. En respuesta a esto, tres cosas se han desarrollado dentro de la organización del sistema capitalista:
· el capitalismo de estado
· el totalitarismo
· la construcción de bloques imperialistas
5. El desarrollo del capitalismo de estado es el mecanismo mediante el cual la burguesía ha organizado su economía dentro de cada marco nacional para atender en su decadencia una crisis cada vez más profunda.
Ya mediante la fusión con capitales individuales o por una más directa expropiación, el estado ha desarrollado una abrumadora autoridad en comparación con cualquier unidad de capital. Esto proporciona una coherencia en la organización económica mediante la subordinación de los intereses de cada elemento a aquellos de la unidad nacional. Y en las condiciones impuestas en la época del imperialismo la base de la economía se ha vuelto la economía de guerra permanente, una base sólida sobre la que el capitalismo de estado se desarrolla.
Pero, aunque el capitalismo de estado fue una respuesta en primera instancia a la crisis a nivel de la producción, el proceso de estatalización no paró ahí. Cada vez más, instituciones han sido absorbidas por una maquinaria estatal voraz para convertirse en instrumentos suyos, y allá donde ciertos instrumentos hacían falta y no existían, estos fueron creados. En consecuencia, el aparato estatal se ha extendido a todos los aspectos de la vida social. En este contexto, la integración de los sindicatos en el estado ha sido de la mayor necesidad e importancia. No solo existen en este período para mantener los engranajes de la producción en funcionamiento sino también, como policía contra el proletariado, se convierten en importantes agentes para la militarización de la sociedad.
Desacuerdos y antagonismos entre la burguesía en cualquier capital nacional no desaparecen en la decadencia, pero experimentan una mutación considerable debido al poder del estado. En general, los antagonismos entre la burguesía a nivel nacional son atenuados mientras como consecuencia aparecen en una competición más intensificada entre estados-nación a nivel internacional.
6. Una de las consecuencias del capitalismo de estado es que el poder en la sociedad burguesa tiende a pasar de las manos de los órganos legislativos al aparato ejecutivo del estado. Esto tiene un profundo efecto en la vida política de la burguesía, ya que esta ocurre en el marco del estado. Como consecuencia, en la decadencia la tendencia dominante en la vida política burguesa es hacia el totalitarismo, así como en la vida económica es hacia la estatalización.
Los partidos políticos de la burguesía ya no prevalecen como emanaciones de diferentes grupos de interés como lo fueron en el siglo XIX. Se convierten en expresiones del capital estatal hacia secciones específicas de la sociedad.
En cierto sentido, podríamos decir que los partidos políticos de la burguesía en cualquier país son meramente facciones de un partido estatal totalitario. En algunos países la existencia del estado unipartidista es siempre fácil de ver—como en Rusia. Sin embargo, la existencia real del estado de partido único en las 'democracias' se muestra claramente solo en ciertos momentos. Por ejemplo:
· el poder de Roosevelt y el Partido Democrático en los EEUU a finales de los años 1930 y durante la Segunda Guerra Mundial;
· la 'suspensión de la democracia' en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial y la creación del Gabinete de Guerra.
7. En el contexto del capitalismo de estado, las diferencias entre los partidos burgueses no son nada en comparación con lo que tienen en común. Todos parten de la premisa de que los intereses del capital nacional en su conjunto son primordiales. Esta premisa permite a diferentes facciones trabajar juntas de forma muy cercana—especialmente detrás de las puertas cerradas de los comités parlamentarios y en los escalones más altos del aparato estatal. En efecto, solo una pequeña fracción del debate de la burguesía se lleva a cabo en el ring parlamentario. Los miembros de los parlamentos burgueses se han convertido de hecho en funcionarios del estado.
8. No obstante, la burguesía en cualquier estado-nación siempre tiene desacuerdos. Sin embargo, es importante distinguir entre ellos:
A menudo, sin embargo, hay hebras de varias de estas diferencias presentes en los desacuerdos de la burguesía, especialmente durante las elecciones.
9. A medida que los antagonismos entre naciones-estado se han intensificado a lo largo de la época, el capital ha intentado llevar el desarrollo del capitalismo de estado al nivel internacional mediante la formación de bloques imperialistas. Si la organización de los bloques ha permitido una cierta atenuación de los antagonismos entre los estados miembros de cada bloque esto solo ha llevado a una intensificación de la rivalidad entre los bloques--la fractura última del sistema capitalista mundial donde todas sus contradicciones económicas se concentran[2]
En la formación de los bloques, las alianzas previas entre grupos de estados capitalistas (más o menos) iguales han sido sustituidas por dos agrupamientos en cada uno de los cuales los capitales más débiles están subordinados a un capital dominante. E igual que en el desarrollo del capital estatal el aparato del estado se extiende sobre todos los aspectos de la vida económica y social, también la organización del bloque se extiende dentro de cada estado-nación miembro. Dos ejemplos de esto son:
10. Marx decía que era realmente solo en tiempos de crisis cuando la burguesía se volvía inteligente. Esto es verdad, pero, como muchas de las percepciones de Marx, tiene que ser considerada a la luz del cambio de período histórico. La visión general de la burguesía se ha estrechado considerablemente con su transformación de clase revolucionaria a reaccionaria en la sociedad. A día de hoy la burguesía ya no tiene la visión del mundo que tenía el siglo pasado y en este sentido es mucho menos inteligente. Pero, al nivel de organizarse para sobrevivir, para defenderse—en este campo, la burguesía ha mostrado una capacidad inmensa para desarrollar técnicas para el control económico y social mucho más allá de los sueños de los gobernantes del siglo diecinueve. En este sentido, la burguesía se ha vuelto 'inteligente' enfrentada a la crisis histórica de su sistema socioeconómico.
A pesar de los puntos recién explicados sobre los tres desarrollos novedosos en la decadencia, es posible reafirmar los límites que restringen la consciencia de la burguesía—su incapacidad para tener una consciencia unitaria o para comprender completamente la naturaleza de su sistema.
Sin embargo, el desarrollo del capitalismo de estado y de amplias organizaciones de bloques le ha proporcionado mecanismos altamente desarrollados para actuar en conjunto. La habilidad de la burguesía para organizar el funcionamiento de la economía mundial desde la Segunda Guerra Mundial de forma que extendió el período de reconstrucción durante décadas y reescalonó la reaparición de crisis abiertas para que las quiebras tipo-1929 no se repitieran es testimonio de esto. Y estas acciones todas ellas estaban basadas en el desarrollo de una teoría sobre los mecanismos y 'deficiencias' (como la burguesía podría llamarlos) del modo de producción. En otras palabras, estas acciones fueron ejecutadas conscientemente.
La capacidad de la burguesía de actuar coordinadamente a nivel diplomático/militar también se ha mostrado una y otra vez—como en las acciones de ambos bloques en Oriente Medio durante las últimas tres décadas.
Sin embargo, la burguesía tiene manos relativamente libres en su actividad en los niveles puramente económicos y militares—es decir, solo está lidiando consigo misma. El funcionamiento del estado es más complejo donde tiene que lidiar con cuestiones sociales—porque estas implican los movimientos de otras clases, particularmente el proletariado.
11. En su enfrentamiento al proletariado, el estado puede emplear muchas ramas de su aparato en una división del trabajo coherente; una huelga aislada de los trabajadores podría tener que enfrentarse a un conjunto de sindicatos, campañas propagandísticas de prensa y televisión de diferentes matices, campañas de varios partidos políticos, la policía, los servicios de 'bienestar' y, a veces, al ejército. Pero ver la ejecución de un uso coordinado de todas estas partes del estado no implica que cada parte vea el marco general en el que cada una está llevando a cabo su función.
En primer lugar, es innecesario para todo el conjunto de la burguesía entender qué está sucediendo. La burguesía es capaz de delegar esta responsabilidad a una minoría suya. Por lo tanto, el Estado no se ve obstaculizado de forma significativa por el hecho de que toda la clase dominante no vea el cuadro completo. Es por tanto posible hablar, por ejemplo, sobre los "planes de la burguesía", mientras que de hecho es solo una pequeña proporción de la clase la que realmente los está haciendo.
Esto solo funciona debido a la forma en que los diferentes brazos del Estado están entrelazados. Brazos diferentes tienen diferentes funciones y además de ocuparse de la sección de la sociedad que les corresponde por dicha función, también comunican a los escalones más altos del Estado las presiones a las que están sometidos, y por consiguiente ayudan a determinar qué es posible y qué no.
En las alturas de la máquina estatal es posible para aquellos que están al mando hacerse una especie de cuadro general de la situación y de qué opciones tienen abiertas de forma realista para enfrentarse a ella. Al decir esto, sin embargo, es importante indicar:
· debe hacerse distinción entre una consciencia que permite una comprensión del sistema social capitalista (la del proletariado) y una consciencia que es requerida solo para permitir una defensa de ese sistema (la de la burguesía). En consecuencia, el ejército de analistas sociales empleados por el estado puede ayudar a este a defender su sistema, pero nunca a entenderlo;
12. Consecuentemente, las maniobras de la burguesía están estructuradas, sean conscientes de ello o no, y están determinadas por y confinadas dentro de un marco establecido por:
De acuerdo con la evolución del período actual, el peso de facciones clave de la burguesía se refuerza dentro del aparato estatal, a medida que la importancia de su rol y orientación se vuelve más clara para la burguesía. En la mayoría de los países del mundo este proceso automáticamente conduce al equipo de gobierno elegido—como resultado del mecanismo del estado de partido único.
Sin embargo, en las 'democracias'--que están generalmente entre los países más poderosos—los procesos de reforzamiento de ciertas facciones en el aparato estatal y los de elección del equipo de gobierno están separados. Por ejemplo, hemos visto en Gran Bretaña durante varios años un reforzamiento de la izquierda en los sindicatos, en el aparato local del estado, etc., mientras el Partido Laborista caía del poder político. La dictadura totalitaria de la burguesía permanece y mediante una hábil prestidigitación, la población elige, "libremente", lo que el conjurador ya ha elegido por ellos. El truco funciona bastante bien—las 'democracias' mantienen estos mecanismos electorales porque han aprendido cómo manipularlos de forma efectiva.
La 'libre elección' del equipo de gobierno por el electorado está afectada por:
Sin entrar en detalles, los siguientes ejemplos ilustran el uso reciente de algunos de estos mecanismos:
Estos ejemplos demuestran los mecanismos que la burguesía tiene a su disposición y que sabe cómo usarlos. Sin embargo, las burguesías de diferentes países tienen variados grados de flexibilidad en sus aparatos. A este respecto, Gran Bretaña y los EEUU probablemente tienen la maquinaria más efectiva entre las 'democracias'. Un ejemplo de una maquinaria relativamente inflexible, y de la falibilidad de la burguesía, se puede observar en los resultados de las elecciones presidenciales francesas de 1981[3].
13. La cuestión del marco impuesto por el período histórico en las maniobras de la burguesía ya se ha mencionado. En períodos en los que la lucha de clases es relativamente tranquila la burguesía elige a su equipo de gobierno de acuerdo a criterios principalmente relacionados con las políticas económicas y la política exterior. En estos casos, los objetivos de la burguesía pueden verse relativamente claros en las acciones del gobierno. Así, a lo largo de los años 1950 el gobierno de Gran Bretaña—la facción-Eden del Partido Conservador—correspondió a una decisión de la burguesía de aferrarse al Imperio contra la embestida de los Estados Unidos. Este esfuerzo se arruinó en el arrecife de la aventura de Suez en 1956. Sin embargo, la economía británica pudo funcionar bajo el gobierno de los Conservadores (que, bajo el gobierno de la facción-Macmillan, asumió más de las orientaciones del Partido Laborista en este asunto) hasta 1964. En otras palabras, en este tipo de períodos no hay necesariamente un criterio perfecto con el que juzgar si un determinado gobierno es el mejor para la burguesía o no.
Este no es para nada el caso en un período de resurgimiento de la clase obrera, como en el período desde 1968. A medida que la crisis abierta se muestra y que la lucha se intensifica, el marco impuesto a la burguesía se vuelve más definido y más ceñido, y las consecuencias de su salida fuera de este marco más peligrosas.
A lo largo de los años 1970 la burguesía trató de resolver sus crisis económicas, paliar la lucha de clases y además prepararse para la guerra—todo al mismo tiempo. En los años 1980 no hace ningún intento de resolver su crisis económica ya que generalmente se aprecia que no puede hacerlo. El marco para la burguesía está determinado ahora por la lucha de clases y las preparaciones de guerra, estando este segundo punto determinado por su habilidad para tratar con el primero. En tal situación, la forma en que la burguesía presenta sus políticas a la clase obrera es crucial ya que, en ausencia de soluciones, sus mistificaciones adquieren una enorme importancia.
La burguesía tiene que enfrentarse a la clase obrera hoy en día:
Además, la burguesía se enfrenta a la necesidad inmediata de aplastar a la clase obrera.
Esto es lo que hace que el marco de la izquierda en la oposición sea un factor crucial en la situación actual para la burguesía. Se convierte en un criterio para evaluar la preparación de la burguesía para enfrentarse a la clase obrera.
14. Ya se ha argumentado que, frente a la amenaza proletaria, la burguesía tiende a unirse y su consciencia tiende a hacerse "más inteligente". Las expresiones de este proceso han estado claras a lo largo de la última década y más:
En consecuencia, estamos en un período en el cual la burguesía comienza a organizarse a escala mundial para enfrentarse al proletariado, usando mecanismos creados en su mayor parte en respuesta a otras necesidades.
15. A medida que el proletariado entra en un período de confrontación de clases decisiva, se vuelve imperativo medir la fuerza y los recursos de la clase enemiga. Subestimar aquellos significaría desarmar al proletariado, que requiere claridad de consciencia y no ilusiones para enfrentarse a su reto histórico.
Como este texto ha intentado mostrar, el aparato estatal de la burguesía se está reforzando a lo largo de todo el mundo para enfrentarse al proletariado. Podemos esperar la continuación de este proceso—que el estado se vuelva más sofisticado, y que la consciencia de la burguesía se vuelva más alerta y un factor aún más activo en la situación. Sin embargo, esto no significa que el enemigo del proletariado se esté volviendo cada vez más y más fuerte. Al contrario, el reforzamiento del estado está teniendo lugar sobre cimientos que se están desmoronando. Las contradicciones del orden burgués están provocando que se rompan las costuras de la sociedad. Independientemente de cuánto se fortalezca el estado no será capaz de reparar la decadencia del sistema provocada por factores históricos. El estado tal vez sea fuerte, pero es una fuerza quebradiza.
Debido a que el sistema social está desmoronándose el proletariado podrá confrontar al estado a nivel social, atacando sus cimientos ampliando la brecha causada por las contradicciones sociales. El éxito del empuje del proletariado para abrir aún más la brecha dependerá de su confrontación con la primera línea de defensa del estado burgués: los sindicatos.
Marlowe
[1] Ver nuestro Manifiesto Internacional sobre 1917, https://es.internationalism.org/accion-proletaria/201710/4237/manifiesto-de-la-corriente-comunista-internacional-sobre-la-revolucion [17]
[2] Nota de la edición actual (2017): el artículo que estamos publicando apareció en 1982. El contexto mundial de entonces era la división entre dos grandes bloques imperialistas (USA y URSS). En 1989 se hundió el bloque ruso y con ello desapareció gradualmente el bloque americano. Para sacar lecciones de este cambio trascendental en las relaciones imperialistas mundiales, la CCI produjo el Texto de Orientación Militarismo y Descomposición (Revista Internacional nº 64, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion [18] ). En él se afirma que “No es la formación de bloques imperialistas lo que está en la base del militarismo y del imperialismo. Es lo contrario: la formación de bloques no es sino la consecuencia extrema (que en cierta fase pueda agravar las causas mismas) del hundimiento del capitalismo decadente en el militarismo y la guerra”.
[3] Desde un punto de vista objetivo y, por así decirlo, “racional”, la burguesía francesa necesitaba para quebrar la lucha de clases que la Izquierda (PS y PC) estuvieran en la oposición. Sin embargo, las divisiones dentro de la Derecha, su falta de visión y el fuerte desprestigio que había sufrido, condujeron a la inesperada victoria de la izquierda en dichas elecciones.
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Los artículos que siguen son el producto de una discusión que ha estado animando a la CCI: su propósito principal es investigar el nivel de consciencia y capacidad de maniobrar de la burguesía en el período de decadencia. Es parte del debate sobre el Maquiavelismo de la burguesía, que fue una de las cuestiones que dieron lugar a la 'tendencia' que abandonó la organización hace alrededor de un año[1] [20] [1]. Esta tendencia algo informal se separó en varios grupos al salir de la CCI: L'Ouvrier Internationaliste (Francia) y 'News of War and Revolution' (Gran Bretaña), que han desde entonces desaparecido, y que junto a 'The Bulletin' (Gran Bretaña) hacían todas una misma crítica a la CCI: tenemos una visión Maquiavélica de la burguesía y una visión conspiradora de la historia. Otros grupos como 'Volunte Communiste' o 'Guerre de Classe' en Francia también acusan a la CCI de sobreestimar la consciencia de la burguesía[2] [21].
Pero esta discusión no es simplemente sobre la cuestión en concreto de cómo la burguesía maniobra en su período de decadencia: también plantea la cuestión más general de ¿qué es la burguesía?, y lo que esto implica para el proletariado.
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Por qué la burguesía es maquiavélica
Recordemos primero quién era Maquiavelo: esto nos ayudará a entender qué queremos decir cuando hablamos sobre maquiavelismo.
No intentamos hacer aquí un análisis exhaustivo de la obra de Maquiavelo y la época en que vivió. Nuestro objetivo es entender su contribución a la construcción de la ideología burguesa.
Maquiavelo fue un hombre de Estado en Florencia en la época del Renacimiento. Se le conoce sobre todo por su libro El Príncipe. Obviamente Maquiavelo, como cualquier persona, estaba atado a los límites de su propio período, y su conocimiento estaba condicionado por las relaciones de producción de aquella época, la etapa decadente del feudalismo. Sin embargo, su época era también una en la que una nueva clase estaba ascendiendo al poder: la burguesía, la cual estaba empezando a dominar la economía. La burguesía era la clase revolucionaria de ese período, y pronto empezaría a aspirar a la dominación política sobre la sociedad. El Príncipe, de Maquiavelo, no es solo un fiel retrato del tiempo en que fue escrito, un reflejo de la perversidad y doblez hipócrita de los gobiernos en los siglos 16 y 17, Maquiavelo antes que nada entendía la 'verdad efectiva'[3] [22] de las tácticas de los Estados en su día: los medios importan poco, lo esencial es el fin: conquistar y mantenerse en el poder. Su cometido era por encima de todo el de enseñar a los príncipes de aquella época cómo agarrarse a lo que habían adquirido y cómo evitar ser desposeídos por otros.
Maquiavelo fue el primero en separar la moral de la política, lo que venía a ser: la religión de la política. Tomó un punto de vista exclusivamente 'técnico'. Por supuesto, los príncipes nunca habían gobernado a sus súbditos para el bien de aquellos. Pero bajo el feudalismo, los príncipes no entendían los asuntos de estado muy bien, así que Maquiavelo emprendió la tarea de educarlos en ello. Maquiavelo no se inventó nada nuevo cuando dijo que los príncipes debían mentir si querían ganar, o cuando señaló que rara vez mantenían su palabra: todo esto se sabía ya desde los tiempos de Sócrates. La vida de los príncipes—su cinismo, su falta de fe—estaba condicionada por el poder tan abrumador que ya poseían. Habiendo asimilado su propio cinismo, lo único que le quedaba a Maquiavelo por hacer era cuestionar su fe Esto es lo que hizo cuando cuestionó la moral y el pilar en el que se apoyaba: la religión. En asuntos de estado, los medios no son importantes. Así, mediante la desestimación de todos los prejuicios morales en el ejercicio del poder, Maquiavelo justificaba el uso de la coerción y el chantaje y optaba por la desestimación de la la religión con el fin de que una minoría gobernara sobre la mayoría.
Esta es la razón por la que él fue el primer ideólogo político de la burguesía: liberó la política de la religión. Para él, igual que para la nueva clase ascendente, el modo de dominación podía ser ateo incluso mientras se hacía uso de la religión. Si bien la historia de la Edad Media hasta entonces no había conocido otra forma ideológica distinta de la religión, la burguesía estaba gradualmente desarrollando su propia ideología, que se quitaría de encima el peso de la religión, aunque continuaría usándola como un accesorio. Mediante la destrucción del vínculo entre política y moral, entre política y religión, Maquiavelo destruyó el concepto feudal de derecho divino al poder: le hizo la cama a la burguesía.
En realidad, los príncipes a los que Maquiavelo estaba educando eran 'los príncipes de la burguesía', la futura clase dominante, porque los príncipes feudales no podían abrir los oídos a este mensaje sin al mismo tiempo socavar las bases del poder feudal. Maquiavelo expresaba el punto de vista revolucionario de la época: el de la burguesía.
Incluso con sus limitaciones, el pensamiento de Maquiavelo no solo expresaba las limitaciones de aquella época, sino también los de su clase. Al presentar la 'verdad efectiva' como la verdad eterna, no estaba expresando tanto la ilusión de la época sino la ilusión de la burguesía, que, como todas las clases dominantes previas en la historia, era también una clase explotadora. Maquiavelo planteó explícitamente lo que había estado implícito para todas las clases dominantes y explotadoras de la época. Mentiras, terror, coerción, juego a dos bandas, corrupción, conspiración y asesinato político no eran métodos nuevos de gobierno: toda la historia del mundo antiguo, así como la del feudalismo, lo mostraba bastante claro. Como los patricios en la antigua Roma, como la aristocracia feudal, la burguesía no era excepción a la regla. La diferencia es que los patricios y aristócratas 'practicaban el maquiavelismo sin saberlo', mientras que la burguesía es maquiavélica y lo sabe. Convierte el maquiavelismo en 'verdad eterna', porque es así como vive: necesita y piensa en la explotación como algo eterno.
Como todas las clases explotadoras la burguesía también es una clase alienada. Ya que su propia trayectoria histórica le conduce hacia la nada, no puede admitir conscientemente sus límites históricos.
Al contrario que el proletariado, que como clase explotada y clase revolucionaria está empujada hacia la objetividad revolucionaria, la burguesía es prisionera de su subjetividad como clase explotadora. La diferencia entre la consciencia de clase revolucionaria del proletariado y la 'consciencia' explotadora de clase de la burguesía no es por tanto una cuestión de gradiente o cantidad: es una diferencia cualitativa.
La visión del mundo de la burguesía inevitablemente porta consigo el estigma de su situación como clase dominante y explotadora, que a día de hoy no es ya revolucionaria en ningún sentido—que desde que el capitalismo entró en su fase de decadencia, no tiene ningún rol progresista que jugar para la humanidad. A nivel de su ideología, necesaria y forzosamente expresa la realidad del modo de producción capitalista que está basado en la búsqueda frenética de lucro, en la más viciosa competición y la más salvaje explotación.
Como todas las clases explotadoras de la historia la burguesía no puede, a pesar de todas sus pretensiones, evitar demostrar en la práctica su absoluto desprecio por la vida humana. La burguesía comenzó siendo lo primero y ante todo una clase de comerciantes para quienes 'los negocios son los negocios' y 'el dinero no tiene olor'[4] [23]. Cuando separaba la 'política' de la 'moral', Maquiavelo estaba simplemente traduciendo la habitual separación burguesa entre 'negocios' y moral. Para la burguesía la vida humana no tiene valor salvo como mercancía.
La burguesía no solo expresa esta realidad en sus relaciones generales con las clases explotadas, sobre todo con la más importante de ellas, la clase obrera: también la expresa en sus procesos y relaciones internas, en las raíces más profundas de su forma de existir. Como expresión de un modo de producción basado en la competencia, toda su cosmovisión puede ser tan solo competitiva, una visión de rivalidad perpetua entre todas las personas, incluyendo en sus propias relaciones internas. Como es una clase explotadora, solo puede tener una cosmovisión jerárquica. En sus propias divisiones la burguesía simplemente expresa la realidad de un mundo dividido en clases, un mundo de explotación.
Desde que ha sido la clase gobernante, la burguesía siempre ha reforzado su poder con las mentiras de la ideología. El lema de la triunfante República francesa en 1789-'Libertad, Igualdad, Fraternidad'--es la mejor ilustración de esto. Los primeros Estados democráticos, surgidos de la lucha de clases contra el feudalismo en Inglaterra, Francia o América, no dudaron en usar los métodos más repulsivos y despiadados para extender sus conquistas territoriales y coloniales. Y cuando se trataba de aumentar sus ganancias estaban preparados para imponer la más brutal represión y explotación a la clase obrera.
Hasta el siglo 20 el poder de la burguesía se basaba esencialmente en la fuerza de su economía que todo lo conquistaba, en la tumultuosa expansión de las fuerzas productivas, en el hecho de que la clase obrera podía, mediante su lucha, ganar mejoras reales en sus condiciones de vida. Pero desde que el capitalismo entró en su fase decadente, en un período marcado por la tendencia hacia el colapso económico, la burguesía ha visto el fundamento material de su dominio socavado por la crisis de su economía. En estas condiciones, los aspectos ideológicos y represivos de su gobierno de clase se han vuelto esenciales. Las mentiras y el terror se han vuelto el método de gobierno para la burguesía.
El maquiavelismo de la burguesía no es la expresión de un anacronismo o de la perversión de sus ideales sobre 'la democracia'. Está en conformidad con su esencia, su verdadera naturaleza. Esto no es una 'novedad' en la historia—solo una de sus más siniestras banalidades. Aunque todas las clases explotadoras lo han expresado a diferentes niveles, la burguesía lo ha elevado a un grado cualitativamente nuevo. Al quebrantar el marco ideológico de dominación feudal—la religión—la burguesía emancipó la política de la religión, así como la ley, la ciencia y el arte. Ahora podría empezar a usar todas estas cosas conscientemente como instrumentos de su gobierno. En esto podemos comprobar el tremendo avance conseguido por la burguesía, así como sus límites.
No es la CCI la que tiene una visión maquiavélica de la burguesía, es la burguesía la que, por definición, es maquiavélica. No es la CCI la que tiene una cosmovisión conspirativa, policíaca de la historia, sino la burguesía. Esta visión de las cosas se propaga incesantemente en las páginas de los libros de historia, que se pasan el tiempo exaltando individuos, centrando la atención en tramas, intrigas y complots, en rivalidades entre pandillas y otros aspectos superficiales sin ver en ningún momento las fuerzas motrices reales, en comparación con las cuales estos epifenómenos son meramente espuma en una ola.
En el fondo, que los revolucionarios señalemos que la burguesía es maquiavélica es relativamente secundario y banal. Lo más importante es extraer las implicaciones que esto tiene para el proletariado.
El conjunto de la historia de la burguesía demuestra su inteligencia, su capacidad para maniobrar—particularmente el período de decadencia que ha visto dos guerras mundiales y en el cual la burguesía ha mostrado que no existen mentiras, no existen actos de barbarie que sean suficientemente grandes para ella[5] [24].
Pensar que a día de hoy la burguesía no es ya capaz de tener la misma capacidad de maniobra, la misma falta de escrúpulos que demuestra en sus rivalidades internas, enfrentada como está a su enemigo de clase histórico, llevaría a una profunda subestimación del enemigo contra el cual el proletariado tiene que enfrentarse
Los ejemplos históricos de la Comuna de París y la revolución en Rusia ya han mostrado que, cuando ha de enfrentarse al proletariado, la burguesía puede dejar de lado sus más potentes antagonismos—aquellos que le llevan a la guerra—y a unirse contra la clase que amenaza con destruirla.
La clase obrera, la primera clase revolucionaria explotada en la historia, no puede apoyarse en ninguna fuerza económica para llevar a cabo su revolución política. Su verdadera fuerza es su consciencia, y esto lo ha entendido muy bien la burguesía. “Gobernar significa poner a tus súbditos en una situación en la que no te puedan molestar o tan siquiera pensar en molestarte”, como dijo Maquiavelo. Esto es más cierto que nunca hoy en día.
Debido a que el terror por sí solo no es suficiente, toda la propaganda burguesa se emplea en mantener al proletariado atado a las cadenas de su explotación, en movilizarlo hacia intereses que no son los suyos propios, en bloquear el desarrollo de una consciencia de la necesidad y posibilidad de la revolución comunista.
Si la burguesía gasta tanto dinero en mantener un aparato político que contenga y mistifique al proletariado (parlamento, partidos, sindicatos,) y lleva un control absoluto sobre todos los medios de comunicación de masas (prensa, radio, televisión) es porque la propaganda—la mentira—es un arma esencial de la burguesía. Y es bastante capaz de provocar eventos que alimenten esta propaganda, si es necesario.
Sin contar con que todos estos medios se unen al campo de los ideólogos a los que Marx atacaba cuando escribía:
“Aunque en la vida cotidiana todo tendero sabe distinguir entre lo que un individuo dice ser y lo que realmente es, nuestra historiografía todavía no ha adquirido este banal conocimiento. Se cree palabra por palabra lo que cada época afirma y se imagina de sí misma.”
En realidad, significa no conseguir ver a la burguesía, estar ciego a todas sus maniobras porque no te crees que la burguesía sea capaz de ellas.
Simplemente por fijarnos en dos ejemplos particularmente ilustrativos:
● Las campañas internacionales contra el terrorismo para crear un clima de inseguridad con el fin de polarizar la atención del proletariado y subordinarlo a un cada vez más creciente control policial. La burguesía no solo ha usado los actos desesperados de la pequeña burguesía para conseguir esto: no ha vacilado en fomentar y organizar ataques terroristas para alimentar sus campañas propagandísticas.
● Desde hace mucho tiempo, la burguesía ha entendido el papel esencial de la izquierda para controlar a los trabajadores. Una de las tareas esenciales de la propaganda burguesa es mantener a flote la idea de que los partidos socialistas, los partidos comunistas, los izquierdistas y los sindicatos verdaderamente defienden los intereses de la clase obrera. Es la mentira que más pesa en la consciencia del proletariado.
Este es el maquiavelismo de la burguesía de cara al proletariado. Es simplemente la forma de ser y actuar de la burguesía: no hay nada nuevo es esto. Denunciar los medios característicos de la burguesía, sus maniobras, sus mentiras; esta es una de las tareas más esenciales de los revolucionarios.
La cuestión de la eficacia de las maniobras y la propaganda de la burguesía hacia el proletariado es otro problema. Secretamente en sus gabinetes privados internos, la burguesía puede preparar las intrigas y maniobras más sutiles, pero su éxito depende de otros factores, sobre todo de la consciencia del proletariado. La mejor forma de reforzar esta consciencia es, para la clase obrera, romper con cualquier tipo de ilusión que pueda tener sobre su enemigo de clase y sus maniobras.
El proletariado se enfrenta a una clase de gánsteres sin escrúpulos que no detendrán por nada del mundo su sistema de explotación. Esto es algo que el proletariado tiene que entender.
JJ
[1] [25] Ver ‘Crisis en el Medio Revolucionario', Revista Internacional 28, disponible en papel en la traducción española.
[2] [26] The Bulletin, Ingram, 580 George St, Aberdeen, Reino Unido. Revolution Sociale, BP 30316, 74767 París, Cedex 16, Francia. Guerre de Classe, c/o Paralleles, 47 Rue de St. Honore, 75001, París, Francia
[3] [27] Esto es lo que entendía Maquiavelo por “verdad efectiva”, lo cual es muy revelador: “Queda ahora por analizar cómo debe comportarse un príncipe en el trato con súbditos y amigos. Y porque sé que muchos han escrito sobre el tema, me pregunto, al escribir ahora yo, si no seré tachado de presuntuoso, sobre todo al comprobar que en esta materia me aparto de sus opiniones. Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse; pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad”. El Príncipe, capítulo 15 https://ocw.uca.es/pluginfile.php/1491/mod_resource/content/1/El_principe_Maquiavelo.pdf [28]
[4] [29] Esta frase se emplea habitualmente en varios idiomas (alemán, por ejemplo) para indicar que no importa de dónde se saca el dinero o si se hace por medios lícitos o ilícitos, lo importante es qué es dinero y enriquece a su poseedor. Es un principio clave del capitalismo que en su sed de acumulación no tiene ningún escrúpulo en asesinar, poner en peligro vidas, explotar más allá de todo límite etc., con tal de obtener la máxima ganancia. Esto abunda en la tesis que estamos defendiendo del maquiavelismo de la burguesía. Sobre el origen de la expresión “El dinero no tiene olor viene de que el emperador Vespasiano (69-79 DC) impuso un impuesto a los artesanos que utilizaban la orina para limpiar cueros o túnicas de lana. A las letrinas públicas se les llama en varios idiomas “vespasianas”.
[5] [30] Los escándalos episódicos que salen a flote como gas nocivo en un pantano son una buena ilustración del estado de descomposición repulsivo alcanzado por esta clase maquiavélica, la burguesía. El caso Lockheed que mostró la verdadera corrupción del comercio internacional; el caso de la Logia P2 en Italia que revelaba el funcionamiento oculto de la burguesía dentro del Estado, a años luz de sus principios 'democráticos'; el caso De Broglie donde el que fue en su momento un influyente ministro apareció en el centro de toda una red de falsificación de dinero, tráfico de armas y fraude financiero internacional; el caso Matesa en España...la lista es interminable, mostrando una completa falta de escrúpulos de esta clase gángster. El escenario político internacional de la burguesía es rica en asesinatos políticos (siendo Sadat y Gemayel ejemplos recientes), en complots, en golpes de estado fomentados con la ayuda de los servicios secretos de esta o aquella fracción dominante de la burguesía mundial
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Las conclusiones de Harper sobre la revolución rusa y algunos aspectos de la revolución rusa que le ha parecido bien dejar ocultos1.
Hay tres maneras de considerar la revolución rusa.
La primera es la de los “socialistas” de diferentes colores, de derecha, de centro y de izquierdas, revolucionarios y compañía (en Rusia), independientes y tutti quanti en otros lugares.
Antes de la revolución, la perspectiva de estos era: la revolución rusa será una revolución burguesa democrática, en cuyo seno la clase obrera podrá luchar “democráticamente” por “sus derechos y libertades”.
Todos esos señares eran, claro está, además de “revolucionarios demócratas sinceros”, fervientes defensores del “derecho de los pueblos a autodeterminarse”, concluyendo en la defensa de la nación mediante un internacionalismo de dirección única que se basaba en el pacifismo y acababa en la idea de que había que luchar contra los agresores y los opresores.
Esa gente eran moralistas en el sentido propio de la palabra, al defender el “derecho” y la “libertad”, con D y L mayúsculas, de los pobres y de los oprimidos. Cuando estalló la primera revolución, la de febrero, lloraban lágrimas de alegría en cantidad, era la confirmación de la sacrosanta perspectiva, la santísima revolución tan esperada.
Lo que habían olvidado es que el empuje de la insurrección general de febrero en Rusia no hacía sino abrir las puertas a la verdadera lucha entre las clases actuantes. Derrocado el zar, la revolución burguesa que se desarrollaba dentro mismo de la vieja autocracia traía consigo la caída de este aparato y la necesidad de su sustitución, o sea que, en realidad, lo de febrero abría las puertas a la lucha por el poder.
En Rusia misma se manifestaban cuatro fuerzas: 1) la autocracia, burocracia feudal que gobierna un país en el que el gran capital se está instalando; 2) la burguesía y la pequeña burguesía, gran capital, directores de empresas y élites intelectuales, propietarios rurales, etc..; 3) las grandes masas de campesinos pobres recién salidos de la servidumbre; 4) intelectuales y pequeña burguesía proletarizada por la crisis del régimen y del país y el gran proletariado industrial.
Los elementos reaccionarios (apoyo del régimen zarista) se habían convencido de la inevitable necesidad de introducir el gran capitalismo industrial en Rusia. Aspiraban a ser los gerentes y guardianes del gran capital financiero extranjero a cambio de un conservadurismo social que le fuera favorable, manteniendo el sistema burocrático imperial. Liberando a los siervos necesarios para la industria, pero manteniendo el control por la burocracia y la nobleza del campesinado mediano, considerando éste como clase de arrendatarios.
Todo eso ya era, claro está, la “revolución burguesa”. Sin embargo, las fuerzas sociales que entraban en el escenario de la historia no podían tener en cuenta los deseos de la burocracia. Introducir el capital en Rusia implicó que apareciera por un lado la clase obrera y por el otro la capitalista, la cual está compuesta no solo por los poseedores de capital sino por todos los que dirigen efectivamente la industria y administran la circulación de capitales. La importación de capital hizo comprender a las clases dirigentes rusas, en el sentido más amplio, las enormes posibilidades de desarrollo que el sistema capitalista podía ofrecerle a Rusia. Y aparecieron, en esas clases, dos tendencias ambivalentes: la primera era que había que utilizar el capital financiero extranjero para el desarrollo capitalista de Rusia; la segunda era la de que había que independizarse, liberarse del dominio de ese capital.
Desde que se inicia el curso revolucionario, los países que habían invertido capitales en Rusia, como Francia e Inglaterra y bastantes más, se dieron cuenta del peligro sobre todo desde el punto de vista de los intereses de “sus” capitales. Y ya sabemos que la mentalidad de los pudientes es, en general la del miedo vil y su reacción es, por consiguiente, la de dar rienda suelta a toda la fuerza de la que disponen.
Esos países sabían muy bien que un gobierno democrático salvaguardaría sus intereses, pero. como capitalistas que son, también consideraban la posibilidad de dictar su política mediante un golpe reaccionario, controlando así de hecho un territorio riquísimo. Y así, los países extranjeros jugaban todas las bazas, apoyaban a todo quisque, a Kereneski, y a Denikin, a las bandas reaccionarias y al gobierno provisional, etc... Unos recibían dinero, armas y consejeros y técnicos militares, los otros recibían “consejos desinteresados” por parte de embajadores y demás personal. Además, cuanto más dura era la lucha por el poder, tanto más agudas eran las luchas por ganar mayor influencia, las luchas de rivalidades de los imperialismos, unidos una vez y luego disparándose por la espalda y haciendo complós por detrás contra el aliado, etc... Lo ocurrido en el período entre la primera revolución, la de febrero, y la segunda, octubre, se resume en marasmo y caos, y eso queda bien claro en todos los acuerdos secretos oficiales que luego publicaría el gobierno bolchevique.
La guerra imperialista misma estaba en un callejón sin salida. Los cadáveres se pudrían en los “no man’s land” que separaban las trincheras de un frente que cubría todo el Este y el Sur de Alemania y del imperio Austrohúngaro, sin que la guerra pareciera tener salida alguna.
En aquel caos general, un pequeño grupo, representante del internacionalismo revolucionario en las Conferencias de Zimerwald y de Kienthal, había planteado como principio básico para el renacimiento del movimiento obrero revolucionario, pasando por encima del cadáver de la IIª Internacional, que el proletariado debía, ante todo, proclamar su internacionalismo luchando, en cualquier circunstancia, contra su propia burguesía, teniendo siempre presente que el movimiento forma parte de uno internacional del proletariado que deberá extenderse, para que pueda realizarse el socialismo, a las principales potencias burguesas.
La divergencia que había entre socialdemócratas y el núcleo de la futura Internacional Comunista era ni más ni menos que este punto fundamental y crucial: los socialdemócratas pensaban que el socialismo se realizaría con “progresos en la ampliación de la democracia interna” del país, creyendo además que la guerra era un “accidente” en el movimiento de la historia y que durante ella debían cesar las luchas de clase y dejarlas en la nevera en espera de la victoria sobre el “malvado” enemigo que venía a impedir que aquéllas se desarrollarán “pacíficamente”. Nos falta sitio aquí para mostrar los manifiestos de los diferentes partidos, Socialdemócratas, Socialistas Revolucionarios y demás, sobre la guerra entre 1914 y 1917, y artículos de esos partidos destinados a las tropas rusas en Francia y en los cuales el “socialismo” era defendido con un ardor de lo más heroico...
La izquierda que empezó a agruparse tras las dos conferencias de Suiza cristalizaba la solidez de sus cimientos políticos en la personalidad de Lenin, el cual estaba por aquel entonces totalmente aislado tanto de sus propios aliados del partido bolchevique como incluso en la izquierda de la socialdemocracia, considerado como una especie de iluminado que proclamaba:
“… Predicar la colaboración de clases, renegar la revolución social y de los métodos revolucionarios, adaptarse al nacionalismo burgués, olvidarse del carácter cambiante de las fronteras nacionales y de las patrias, erigir como fetiche la legalidad burguesa, renegar de la idea de clase y de la lucha de clases por temor a alejarse de “las masas populares” (o sea, la pequeña burguesía) esas son sin duda alguna las bases teóricas del oportunismo...”
“… La burguesía engaña a los pueblos tapando el gansterismo imperialista con el velo de la vieja ideología de la “guerra nacional”. El proletariado pone la mentira al desnudo cuando proclama la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Esta es la consigna inscrita en las resoluciones de Stuttgart, de Basilea, las cuales preveían no la guerra en general sino esta guerra misma y que hablaban no de la “defensa de la patria”, sino de “acelerar la quiebra del capitalismo” explotando para ello la crisis producida por la guerra, poniendo como ejemplo a la Comuna. La Comuna de París fue la transformación de la guerra nacional en guerra civil.
Esa transformación no es tarea fácil y no se verifica a gusto de tal o cual partido. Y es precisamente lo que corresponde al estado objetivo del capitalismo en general y de su fase terminal en particular. Es en esa dirección y solo en ella hacia la que deben trabajar los socialistas. No votar los créditos de guerra, no aprobar el “chovinismo” de su país y de los países aliados, antes al contrario, combatir ante todo el chovinismo de su burguesía, sin limitarse a los medios legales cuando la crisis es total y que la burguesía misma anula su propia legalidad, esa es la línea de conducta que lleva a la guerra civil y llevará fatalmente, en un momento o en otro, al incendio que se extenderá por Europa...”
“…La guerra no es un accidente, un “pecado” como la piensan los curas (los cuales predican patriotismo, humanidad y paz por lo menos tan bien como los oportunistas), sino una fase inevitable del capitalismo, una forma de la vida capitalista que le es tan propia como la paz. La guerra actual es una guerra entre pueblos. Pero la consecuencia de esa verdad no es que haya que seguir la corriente “popular” del chovinismo; durante la guerra, en la guerra, y con aspectos guerreros, siguen existiendo y seguirán manifestándose los antagonismos sociales que desgarran a los pueblos…”
“…! Abajo las insulseces sentimentaloides y los suspiros imbéciles de la “paz a toda costa”! El imperialismo ha puesto en juego los destinos de la civilización europea. Si esta guerra no viene seguida por una serie de revoluciones victoriosas, otras guerras la continuarán en breve plazo. Lo de “esta es la última guerra” es una fábula huera y dañina, un “mito” pequeño burgués.
En el día de hoy o en el de mañana, durante esta guerra o tras ella, actualmente o durante la próxima guerra, el estandarte proletario de la guerra civil reunirá no solo a cientos de miles de obreros conscientes, sino también a millones de semi-proletarios y pequeño-burgueses estupidizados actualmente por el chovinismo, a los cuales los horrores de la guerra podrán asustar y deprimir, pero sobre todo los instruirán, los esclarecerán, los organizarán y los prepararán a la guerra contra la burguesía, contra la de “su” país y la de los países “extranjeros”..”.
“…La IIª Internacional ha muerto, rematada por el oportunismo. ¡Abajo, el oportunismo. Y viva la Internacional depurada no solo de los “tránsfugas” sino también de los oportunistas, la IIª Internacional! La IIª Internacional hizo su parte de trabajo útil. (…) A la IIIª Internacional le toca ahora organizar a las fuerzas proletarias para la ofensiva revolucionaria contra los gobiernos capitalistas, para la guerra civil contra la burguesía de todos los países, por la conquista del poder, por la victoria del socialismo…”
Si se compara con Marx, bien se ven que, al contrario de lo que Harper pretende que nos creamos, Lenin entendía de marxismo y supo aplicarlo en los suplementos adecuados:
“… Resulta evidente que, para poder luchar de manera general, la clase obrera debe organizarse en su país como clase y que el interior del país es el escenario inmediato de su lucha. En esto su lucha de clases es nacional, no en cuanto al contenido, sino, como lo dice el Manifiesto Comunista, “en cuanto a su forma”. Pero el “marco nacional actual”, o sea el del Imperio alemán, entra a su vez, económicamente, “en el marco” del sistema de Estados. Cualquier comerciante sabe que el comercio exterior y la grandeza del Sr. Bismarck reside precisamente en un tipo de política internacional.
¿Y a qué reduce el Partido Obrero alemán su Internacionalismo? A la conciencia de que el resultado de su esfuerzo “será la fraternidad internacional de los pueblos”, frase copiada de la Liga, burguesa, de la libertad y de la paz, y que se quiere hacer pasar como equivalente de la fraternidad de las clases obreras en su lucha común contra las clases dominantes y sus gobiernos…” (Crítica del Programa de Gotha).
Lo que distinguía pues a la izquierda de la socialdemocracia del conjunto del movimiento obrero eran sus posiciones políticas:
sobre la noción de toma del poder (la divergencia entre democracia burguesa o democracia obrera integra mediante la dictadura del proletariado);
sobre el carácter de la guerra y la postura de los revolucionarios en relación con aquella guerra.
Sobre todo, lo demás, en particular sobre la organización “económica” del socialismo, todavía se andaba por las consignas de nacionalización de la tierra y de la industria, del mismo modo que muchos mantenían en política la consigna de “Huelga General Insurgente”. Sea como fuere, cabe recordar que eran muy poco numerosos los militantes socialistas, incluso la izquierda, que habían comprendido las posiciones de Lenin durante la guerra, y que después se unirían en la revolución rusa cuando la teoría se vería plasmada en los hechos.
Eso es tan verdad que, cuando la querella entre Kautsky y Lenin, aquel no dijo lo más mínimo al respecto y eso que, como lo hizo notar Lenin, Kautsky había tomado postura anteriormente, en el Congreso de Basilea, expresando posiciones muy avanzadas acerca del poder obrero y el internacionalismo. Lo que pasa es que no basta con firmar resoluciones, hay que saber ponerlas en práctica. Y en eso, cuando se es capaz de ir del plano teórico al práctico, en donde se ve el verdadero marxista. El gran valor de un Plejanov y de un Kautsky, personas de talla en el movimiento obrero socialista de finales del XIX, se disuelve como estatua de sal al lado de aquel puñado de bolcheviques que tuvo que trasponer en lo práctico sus teorías, primero en la toma del poder, luego ante la guerra, frente a los socialistas revolucionarios de izquierda y la fracción bolchevique que estaba a favor de la “guerra revolucionaria” en Brest-Litovsk, ante la ofensiva alemana, y la guerra civil interna que proseguía. En espera de la revolución mundial triunfante, en Rusia solo podía hacerse una organización burguesa de la economía, pero con el modelo del capitalismo más avanzado, el capitalismo de Estado.
Solo la posibilidad futura de la revolución internacional (que había tenido su punto de arranque internacionalmente, en base a las posiciones y con el ejemplo de los bolcheviques), hubiera permitido la evolución y transformación de la sociedad hacia el socialismo. Aparte de eso, se pueden citar 100 y más ejemplos de posiciones falsas., antes y después de la revolución, de Lenin.
En 1905, Trotsky le da una severa lección en “Nuestras diferencias”, pero es la síntesis de la posición de Trotsky en este texto y de Lenin en ¿Qué hacer? lo que está en la base de la toma de postura frente a la guerra. Tras la toma del poder, fueron cometidos errores en cantidad dentro del partido, por unos y por otros, por Lenin y por Trotsky. No se trata aquí de taparse los ojos ante esos errores. Ya volveremos sobre el asunto en otras ocasiones. Lo que hay que saber es que las enseñanzas que podemos sacar 30 años después, ahora que las condiciones económicas han cambiado y que ciertos procesos se han extremado, implican un método diferente del que se necesita para encarar los acontecimientos que se presentan de forma imprevista y anárquica. Hoy podemos delimitar cuáles fueron los errores de los bolcheviques, podemos estudiar la revolución rusa como acontecer histórico, podemos analizar cuáles serán los grupos políticos presentes, estudiar sus documentos, su acción, etc.… Pero lo que importa es saber, en el contexto del pasado es si, a pesar de sus posiciones políticas atrasadas, los bolcheviques, con Lenin y Trotsky a la cabeza, estaban comprometidos en un movimiento cuyo objetivo inmediato era el de llevar el socialismo, saber si las opciones bolcheviques iban en esa dirección, o si no, si las que iban en la buena dirección eran las de Kautsky, o las de Zutano o las de Mengano, pero cuales.
Y nosotros contestamos que solo había una base de partida para que el movimiento se encaminará por la vía de la revolución socialista. Y en Rusia, solo los bolcheviques (y no todos ni mucho menos) la habían propuesto y la pusieron en práctica. Fueron esas bases las que hicieron que su acción se inscribiera en una lucha de clases cuyo objetivo era el derrocamiento del capitalismo a escala internacional y cuyas posiciones políticas generales abocaban realmente en ese derrocamiento.
Fuera de eso, de esas bases que a grandes rasgos fueron las del surgimiento del movimiento bolchevique de Octubre, hay muchísimas cosas que decir y la discusión, que no hace sino empezar, deberá tener como mínimo en cuenta el programa revolucionario de Octubre y toda la experiencia del movimiento obrero de estos 30 últimos años.
El movimiento revolucionario que se inició en 1917 en Rusia demostró que era internacional por las repercusiones que tuvo en Alemania al año siguiente. A principios del mes de noviembre de 1918, los marinos alemanes se sublevan, y los soviets se extienden por toda Alemania. Sin embargo, algunos días después, se firmaba el armisticio y meses más tarde Noske había rematado su labor represiva, de tal modo que cuando por fin en 1919 se verifica el primer Congreso de la Internacional Comunista, el punto álgido de la revolución quedaba atrás, la burguesía se había recuperado, la paz disolvía la lucha de clases, el proletariado retrocedía ideológicamente a medida que la revolución alemana era quebrada trozo a trozo, aunque la gran oleada levantada por la revolución ruso alemana siguiera sacudiendo al proletariado durante largos años. El fracaso de la revolución alemana dejó a Rusia aislada, obligada a proseguir su organización económica en espera de una nueva ola revolucionaria.
Un movimiento obrero no puede llegar a la victoria por etapas históricas. Al ser la revolución rusa una victoria parcial, y el resultado final que ella desencadenó una derrota a escala internacional, la supuesta construcción del “socialismo” en Rusia no sería sino la imagen de esa derrota del movimiento obrero internacional.
La Internacional Comunista y sus Congresos de Moscú iban a demostrar que la revolución se había detenido. Cada nuevo Congreso plasma un nuevo retroceso del movimiento obrero internacional, en el plano teórico en Moscú y en el físico en Berlín. Una vez más los revolucionarios se encontraban primero en minoría y luego excluidos. Como la primera y la segunda, internacionales, la comunista y los partidos comunistas, igual que los “socialistas”, “obreros” y demás de antes, acababan poco a poco por aburguesar su ideología. Además de este retroceso del movimiento obrero, se producen dos fenómenos de primera importancia: a) un partido obrero degenerado conserva para sí el poder de un Estado y b) la nueva era del capitalismo, iniciada en 1914, marcada tras el retroceso del movimiento obrero, por crisis internas de un nivel mucho más profundo que antes.
El análisis de esos dos fenómenos es, a nuestro parecer, lo único que pudiera podido permitir que surgiera un nuevo movimiento revolucionario. Más tarde, la fracción italiana de la izquierda comunista (que publicaba Bilán entre 1933 y 1938, título que es ya de por sí todo un programa) sería la única en llevar a cabo ese análisis.
Ante la degeneración del movimiento obrero, ante la evolución del capitalismo moderno, frente al Estado estalinista ruso, ante los problemas planteados en y por la insurrección de los soviets, queda una tercera posición que consiste en no romperse la cabeza investigando razones y condiciones históricas y políticas de estos 30 últimos años, sino encargárselo todo a una “cabeza de turco”. Unos escogen a Stalin de “cabeza de turco”, y su antiestalinismo les lleva a participar en la guerra en el campo americano (democrático). Entre 1938-1942 se daban como causas de la degeneración del movimiento obrero lo que eran sus consecuencias, o sea, el fascismo, o la guerra o la degeneración de la sociedad y demás chapuzas explicativas. Hoy la moda es explicarlo todo con el estalinismo, lo cual es no explicar nada. Y florecen las teorías: la de Burnham contra la burocracia, Bettelheim a favor, etc.…, y Sartre y demás escribanos asalariados de los partidos políticos de la burguesía y del periodismo moderno plagado de trepas. En ese cuadro, la acusación de Harper contra el “leninismo”, del cual “el estalinismo sería el hijo natural”, es una pieza más en esa maquinaria.
En esta época, en que el marxismo está soportando su mayor crisis (que esperemos que solo sea una crisis de crecimiento), Harper no hace sino añadir un poco más de confusión en donde ya había de sobra. Como cuando afirma: “…No, no hay nada en Lenin que indique que las ideas son determinadas por la clase. Las divergencias teóricas en Lenin planean por los aires. Una opinión teórica no puede ser criticada más que con argumentos teóricos. Pero cuando las consecuencias sociales son puestas en primer plano con tanta violencia, no se puede dejar en la sombra el origen social de los conceptos teóricos. Este aspecto esencial del marxismo, visiblemente, no existe en Lenin…” (“Lenin filósofo”, de Harper).
Ahí, Harper va más allá que la simple confusión, arrastrado por la polémica; es uno de esos numerosos marxistas que han visto en él marxismo más bien un método filosófico y científico en teoría, pero que se quedan en el cielo astronómico de la teoría sin aplicarla nunca a la práctica histórica del movimiento obrero. Para esos “marxistas”, la “praxis” sigue siendo un objeto filosófico, y no ya un objeto actuante.
¿No existe una filosofía que sacar de este período revolucionario? Si, desde luego. Afirmamos incluso que para un marxista, no se puede sacar filosofía más que del movimiento de la historia. Pero, y Harper, ¿qué hace?; él lo que hace es filosofar sobre la filosofía de Lenin, sacándola del contexto histórico. Lo peor no es eso, sino que encima intenta aplicar sus conclusiones, que son medio verdades, a un contexto histórico que ni siquiera se ha preocupado de examinar. En esto, Harper nos demuestra que lo que hace es mucho peor que Lenin en “Materialismo y Empiriocriticismo”. Lo que hay que afirmar, y en Harper no queda claro, es que lo principal en la cuestión de la PRAXIS y del conocimiento para un marxista es que no puede ser analizada fuera de lo político inmediato, que es donde se inscribe la “praxis” verdaderamente revolucionaria, en el desarrollo del pensamiento y de la acción revolucionaria... Harper no hace más que repetir hasta la saciedad: “Lenin no era marxista”, …no entendió nada de la lucha de clases …” y de hecho resulta claro que Lenin siguió las enseñanzas del marxismo en el desarrollo de su pensamiento político y revolucionario práctico.
La prueba de que Lenin entendió y aplicó a la revolución rusa las enseñanzas del marxismo está en su “Prefacio a las cartas de Marx a Kugelmann” en las cuales Lenin demuestra haber asimilado bien las lecciones que Marx sacó de la Comuna de París, así como en otros muchos textos, algunos de los cuales, citados aquí, en los que aparecen tantas analogías con la “Crítica al programa de Gotha” de Marx.
Lenin y Trotsky están de lleno en la línea del marxismo revolucionario, continuando sus enseñanzas. La teoría de la Revolución Permanente de Trotsky no es otra cosa que continuidad del Manifiesto Comunista y del marxismo en general; la revolución rusa es una plasmación ejemplificadora de todo ese marxismo no degenerado.
Harper, como tantos otros marxistas se olvidan de preguntarse si la perspectiva válida para las revoluciones del siglo XIX, durante el periodo ascendente del capitalismo y en cuyos límites se encuentra en la revolución rusa, sigue siendo válida para el período de degeneración de la sociedad actual. Lenin había definido la nueva perspectiva diciendo que el periodo nuevo lo era de “guerras y revoluciones”. Rosa, por su parte, había despejado claramente la idea de que el capitalismo entraba en una época de degeneración. Y, sin embargo, todo eso no impidió que la Internacional Comunista y tras ella todo el movimiento obrero trotskista y otras oposiciones de izquierdas se quedarán en la perspectiva antigua o que volvieran a ella, como sí lo había hecho Lenin tras el fracaso de la revolución alemana. Harper sí que piensa que hay una nueva perspectiva, pero con su análisis sobre Lenin y, a través de éste, de la revolución rusa, demuestra que tampoco ha sabido despejarla, perdiéndose en un montón de consideraciones vagas o falsas como tantos otros antes que él.
Por eso, no es casualidad si son los herederos de una parte de los aportes teóricos de Bilán los que contestan de la misma manera que contestan también los “leninistas puros”.
Los “pro” y los “anti” Lenin se olvidan sencillamente de que si bien los problemas de hoy día solo pueden ser comprendidos a la luz de los de ayer, no por eso dejan de ser diferentes.
Philippe
1Las partes I, II y III de esta Serie han sido publicadas en esta Revista Internacional en los nº 25, 28 y 29. Con esta parte IV, en este nº 30 de la Revista Internacional, termina la serie. Publicación en nuestra Web:
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