XIIº Congreso de la CCI
El XIIº Congreso de la CCI -Abril de 1997- ha marcado una etapa fundamental en la vida de una organización internacional como lo es la nuestra. Este Congreso ha cerrado un período de casi 4 años de discusiones sobre cuestiones de funcionamiento de la organización y de combate por reconstruir su unidad y cohesión, adoptando una orientación de trabajo que pone de relieve que: «... la CCI ha acabado con la convalecencia y puede, en este Congreso internacional, darse la perspectiva de la vuelta a un equilibrio del conjunto de actividades, tomando a cargo el conjunto de tareas para las que el proletariado la ha hecho surgir, en el medio político proletario...» ([1]).
Desde finales de 1993 la CCI, aún manteniendo sus actividades regulares de análisis de la situación internacional y de intervención a través de la prensa, se ha dedicado prioritariamente a la tarea de la defensa de la organización ante los ataques a su integridad organizativa desarrollados en su interior y contra una ofensiva sin precedentes del parasitismo político desde el exterior.
Este combate que nada tiene que ver con una supuesta paranoia que se habría apoderado de la CCI, como han insistido los rumores de los adeptos del parasitismo y ciertos grupos y elementos del medio político proletario, ha tenido diferentes fases. En un principio consistió en el examen crítico y sin concesiones de todos los aspectos de la vida organizativa que pudieran manifestar una asimilación insuficiente de la concepción marxista de la organización revolucionaria y al mismo tiempo una penetración de comportamientos ajenos a ella. En esta fase, la CCI se vio ante la necesidad de poner en evidencia el nefasto papel de los «clanes» en la organización. Herencia de las condiciones en las que la CCI se formó y desarrolló, es decir a partir de círculos y grupos, estos agrupamientos de militantes sobre bases afinitarias, en lugar de fundirse en el conjunto de la organización concebida como una unidad internacional centralizada, han subsistido con su propia dinámica, hasta el punto de mantener un insidioso funcionamiento paralelo en el seno de la organización.
En el contexto general de una comprensión profunda de la necesidad de luchar permanentemente contra el espíritu de circulo y por la instauración de un espíritu de partido en la organización, el XIº Congreso internacional de la CCI, celebrado en 1995, puso en evidencia el papel devastador de un clan que había extendido su influencia en diferentes secciones territoriales y en su órgano central internacional. Este Congreso consiguió, como resultado de una larga encuesta interna, desenmascarar al principal inspirador de ese clan, el individuo JJ, elemento que había desarrollado una política sistemática de sabotaje, por medio de múltiples maniobras ocultas, rematadas por la constitución de una red de «iniciados» al esoterismo dentro de la organización. Las delegaciones y participantes en el XIº Congreso se pronunciaron unánimemente a favor de la exclusión de este individuo.
El XIº Congreso internacional permitió clarificar la naturaleza de los malos funcionamientos internos. A partir de una política de discusión sistemática sobre ellos y de una puesta en evidencia de las diferentes responsabilidades en el desarrollo de comportamientos antiorganizativos, realizando un examen crítico de la historia de la CCI, y todo ello a la luz de la reapropiación de las lecciones de la historia del movimiento obrero en materia de organización, la CCI consideró que había hecho frente a la principal amenaza que hacía peligrar su existencia, reinstaurando en su seno los principios marxistas en materia de organización y funcionamiento. Sin embargo, no había llegado aún la hora de poner fin al debate y el combate sobre la cuestión organizativa. Por ello, el Informe de Actividades del XIIº Congreso Internacional, debía someter a la discusión internacional el balance de la «convalecencia» de la organización.
Tras el XIº Congreso, la CCI tomó conciencia de la amplitud de los ataques de que era objeto. Por un lado el individuo JJ, inmediatamente después del XIº Congreso, pasó a desarrollar una nueva ofensiva, ejerciendo una considerable presión sobre los «amigos» que seguían en la organización, así como sobre los militantes aún indecisos sobre la validez de la política de la CCI. Por otra parte, y coincidiendo en el tiempo con la anterior, «esta nueva ofensiva se alternaba en el plano externo con renovados ataques del parasitismo, a escala internacional, contra la CCI» (ibid).
Así, la CCI pasó a una segunda fase de su combate sobre la cuestión organizativa: no se trataba tan solo de hacer frente a los problemas de funcionamiento interno, además debía «pasar del combate de defensa interna de la organización al de su defensa hacía el exterior (...) respondiendo a todos los niveles del ataque concentrado de la burguesía contra la CCI y el conjunto de la Izquierda comunista...» (Ibíd.).
El XIIº Congreso ha sacado un balance positivo de esa fase del combate. Contrariamente a las calumnias y rumores persistentes sobre la «crisis» y la «hemorragia» de dimisiones que conocería la CCI, la política de defensa y construcción desarrollada por ésta ha permitido, por un lado, consolidar las bases de un funcionamiento interno colectivo, sano y eficaz, lo que ha posibilitado nuevas integraciones, y por otro convertirse en un factor considerable de reforzamiento de las relaciones políticas de la organización con los elementos en búsqueda, contactos y simpatizantes, que se aproximan a posiciones revolucionarias.
Puede parecer sorprendente que una organización revolucionaria internacional, con más de 20 años de existencia, haya debido dedicar tanto tiempo y de forma prioritaria a la defensa de la organización. Pero esto solo puede sorprender a aquellos que creen que esta es una cuestión secundaria que se desprende automáticamente de las posiciones políticas programáticas. En realidad, la cuestión de la organización es una cuestión plenamente política, que condiciona en última instancia más que ninguna otra la existencia de la organización y el cumplimiento de todas sus tareas cotidianas. Exige de los revolucionarios una vigilancia permanente y un combate contra todos los aspectos de la represión directa o de la presión indirecta de la ideología y el poder de la burguesía. El combate por la defensa de la organización contra la burguesía es una constante de toda la historia del movimiento obrero. Fue librado por Marx y Engels en la Primera Internacional contra las influencias de la pequeña burguesía y también contra las intrigas del bakuninismo. Igualmente, Rosa Luxemburgo batalló contra el aburguesamiento de la socialdemocracia alemana y el reformismo en el seno de la IIª Internacional; Lenin libró un combate contra el funcionamiento en «círculos» que reinaba en el seno del Partido obrero socialdemócrata ruso, defendiendo una concepción de partido disciplinado y centralizado. También, la Izquierda comunista combatió la degeneración de la IIIª Internacional, especialmente gracias a la labor de fracción desarrollada por la Izquierda comunista de Italia.
La CCI viene librando este combate desde su formación en los años 70, luchando por el reagrupamiento de los revolucionarios, defendiendo la concepción de una organización internacional, unida y centralizada, contra las concepciones antiorganizativas que prevalecían en el resurgir de la lucha de clases y de las posiciones revolucionarias en esa época. En los años 80, la CCI luchó contra las concepciones académicas y el peso del «consejismo». Actualmente, toda la ideología de la burguesía y de la pequeña burguesía en descomposición hace reinar un ambiente general de denigración y denuncia del comunismo y de las nociones mismas de organización revolucionaria y de militancia. Ambiente que es sistemáticamente favorecido por la burguesía, que no cesa de lanzar campañas ideológicas sobre la «muerte del comunismo» y de organizar un ataque directo contra la herencia de la Izquierda comunista, intentando presentarla como una corriente extremista de tipo «fascista», o como una constelación de pequeñas sectas de iluminados.
Por todo ello, la defensa de la idea marxista de la organización debe ser una preocupación constante de las organizaciones de la Izquierda comunista. «La CCI ha ganado una batalla, ha ganado no sin dificultades el combate que la oponía a una tendencia destructiva en el seno de la organización. Sin embargo, no ha ganado la guerra. Porque nuestra guerra es la guerra de clases, la que opone proletariado y burguesía, una lucha a muerte que no dará respiro a la débil vanguardia comunista, de la que la CCI es hoy su principal componente. Por ello, si bien las perspectivas, deben evaluarse en razón de lo que la organización ha sido capaz de cumplir en los dos últimos años –y más generalmente desde su constitución– para poder medir la realidad de las adquisiciones del combate y el estado real de las fuerzas, éstas deben estar igualmente determinadas por las exigencias de la lucha general de la clase obrera, y en su seno por la necesidad de la lucha por la construcción del partido mundial, arma indispensable de su lucha revolucionaria» (Ibíd.).
El XIIº Congreso ha afirmado, una vez más, el concepto que desde su fundación ha defendido la CCI de la existencia de un medio político proletario. Contrariamente a los concepciones que aún existen en el propio medio, principalmente entre los herederos «bordiguistas» de la corriente de la Izquierda comunista de Italia, la CCI no se considera como la única organización comunista, y mucho menos aún como «el Partido». Pero la CCI defiende la absoluta necesidad de la construcción de un partido mundial indispensable para la lucha revolucionaria del proletariado, en tanto que expresión más avanzada y factor activo en la toma de conciencia. Para la CCI, en la tarea a largo plazo de la construcción del partido, hay que basarse en las organizaciones del período histórico actual, las organizaciones continuadoras de las antiguas corrientes de Izquierda de la IIIª Internacional y en los nuevos grupos que puedan surgir con posiciones de clase al calor de la lucha proletaria. Esta construcción no será el producto espontáneo del «movimiento» de la clase que vendría a agregarse automáticamente al «partido histórico» de la concepción bordiguista, mediante el «reconocimiento» de su «programa invariante». Tampoco será el resultado de un agrupamiento sin principios, basado en mutuas concesiones y oportunismo entre diferentes organizaciones dispuestas a liquidar sus posiciones. Será el resultado de toda una actividad consciente de las organizaciones revolucionarias que debe desarrollarse desde hoy mismo a partir de la concepción según la cual el medio político proletario (o lo que el PC Internacionalista llama el «campo internacionalista») «... es una expresión de la vida de la clase, de su proceso de toma de conciencia...» ([2]).
El XIIº Congreso ha reafirmado por tanto que la política de la CCI de confrontación sistemática con las posiciones de otras organizaciones del medio político proletario no debe perder jamás de vista que su objetivo no es en sí la denuncia de los errores, sino que fundamentalmente es la necesidad de clarificación ante la clase obrera: «... Nuestro objetivo último es ir hacia la unificación política de nuestra clase y de sus revolucionarios, unificación que se expresa en la construcción del partido y en el desarrollo de la conciencia de la clase obrera. En ese proceso, la clarificación política es el elemento central y es lo que siempre ha guiado la política de la CCI en el medio político proletario. Incluso cuando en un grupo de este medio, la escisión es inevitable por la invasión de corrientes burguesas, es necesario que ésa sea el fruto de tal clarificación para que pueda servir realmente a los intereses de la clase obrera y no a los de la burguesía...» (Ibid).
El XIIº Congreso ha vuelto a insistir sobre la noción de «parasitismo» profundizada a lo largo de estos últimos años. Ha subrayado, especialmente, la necesidad de una neta demarcación del medio político proletario de esa nebulosa de grupos, publicaciones e individuos que, reivindicándose más o menos de una filiación con el medio revolucionario, por sus posiciones programáticas o por su actividad hacia el medio, tienen como función extender la confusión y en última instancia hacer el juego de la burguesía contra el medio político proletario.
«... El parasitismo no forma parte del Medio político proletario. La noción de parasitismo político no es una innovación de la CCI. Al contrario, pertenece a la historia del movimiento obrero. En ningún caso el parasitismo es expresión del esfuerzo de toma de conciencia de la clase, tan solo representa una tentativa para hacer abortar este esfuerzo. En ese sentido, su actividad completa el trabajo de las fuerzas burguesas que lo hacen todo por sabotear la intervención de las organizaciones revolucionarias en el seno de la clase.
Lo que anima y determina la existencia de grupos parásitos, no es en modo alguno la defensa de los principios de clase del proletariado, la clarificación de las posiciones políticas, sino que en el mejor de los casos, es el mantenimiento de espíritu de capilla o de circulo de “amigos”, la afirmación del individualismo y de su individualidad respecto al medio político proletario. En ese sentido, lo que caracteriza al parasitismo moderno no es la defensa de una plataforma programática, sino una actitud política de destrucción frente a las organizaciones revolucionarias...» (Ibíd.).
Por ello el XIIº Congreso ha definido que una de las prioridades de la actividad de la CCI es «... la defensa del medio político proletario contra la ofensiva destructora de la burguesía y las acciones del parasitismo...» y «... el hacer vivir al medio político proletario que comprende también a nuestros contactos y simpatizantes...» como «... una expresión de la vida de la clase, y de su proceso de toma de conciencia...» (Ibíd.).
El XIIº Congreso internacional ha debatido, igualmente en profundidad, sobre la situación internacional, la aceleración de la crisis económica, la agravación de las tensiones imperialistas, y el desarrollo de la lucha de clases. Esta discusión ha representado un esfuerzo particularmente importante por el hecho de que, el caos que se desarrolla actualmente en todos los aspectos de la sociedad capitalista bajo el peso de la presión de la descomposición y la confusión que efectúa la burguesía para ocultar la quiebra de su sistema, ponen en peligro la capacidad de desarrollar por parte de los grupos revolucionarios un cuadro marxista de análisis y de perspectivas justas para el desarrollo de la lucha de clases.
En el plano de la crisis económica, el XIIº Congreso ha reafirmado la necesidad de apoyarse en las adquisiciones del marxismo para poder hacer frente de forma eficaz a todos los discursos mistificadores que la burguesía destila. No hay que limitarse tan solo al examen empírico de los «indicadores económicos», cada día más falsificados por los «especialistas» de la economía burguesa. Ante todo, hay que situar de forma permanente el examen de la situación actual en el marco de la teoría marxista del hundimiento del capitalismo: «... Por eso es la responsabilidad de los revolucionarios, de los marxistas, denunciar permanentemente las mentiras burguesas sobre las pretendidas posibilidades del capitalismo para «salir de la crisis» y ajustarle las cuentas a los «argumentos» utilizados para «demostrar» tales posibilidades» ([3]).
Sobre las tensiones imperialistas, el XIIº Congreso se ha esforzado en analizar y precisar las características del caos actual, de los golpes bajos entre las grandes potencias, ocultados tras el pretexto de intervenciones «humanitarias» o de «mantenimiento de la paz», que llevan al desarrollo de la barbarie guerrera que afecta cada vez más a un número creciente de regiones del planeta. «... La tendencia del cada uno para sí ha tomado la delantera a la tendencia a la reconstrucción de alianzas estables que prefiguren futuros bloques imperialistas, lo que ha contribuido a multiplicar y agravar los enfrentamientos militares...» (Ibíd.).
Finalmente, las perspectivas de la lucha de clases han sido objeto de la discusión más importante en este punto del Congreso. Realmente, la clase obrera se encuentra hoy en día en una situación de dificultad ya que sufre plenamente el impacto de ataques muy brutales a sus condiciones de vida en el contexto de una desorientación ideológica de la que no se ha recuperado y que la burguesía intenta perpetuar con campañas mediáticas y maniobras de todo tipo.
«Para la clase dominante, totalmente consciente de que los ataques crecientes contra la clase obrera van a provocar necesariamente respuestas de gran amplitud, se trata de tomar la delantera mientras la combatividad todavía sigue embrionaria, mientras todavía siguen pesando fuertemente sobre las conciencias las secuelas del hundimiento de los regímenes pretendidamente socialistas, para así mojar la pólvora y reforzar al máximo su arsenal de mistificaciones sindicalistas y democráticas.» (Ibíd.).
Esta situación tiene implicaciones muy importantes para la intervención de la organización. En la apreciación de la situación, se trata ante todo de no equivocarse. Los importantes obstáculos que opone la burguesía al desarrollo de la lucha de clases no significan, en absoluto, que el proletariado se encuentre en una situación de derrota similar a la que se dio en los años 30.
«Sin embargo, mientras que (las campañas) en los años 30:
– se desarrollaban en un marco de derrota histórica del proletariado, de victoria total de la contrarrevolución,
– tenían como objetivo claro alistar a los obreros en la guerra mundial que estaba preparándose,
– se apoyaban en una realidad brutal, duradera y palpable, la de los regímenes fascistas en Italia, Alemania y la amenaza en España,
las campañas actuales:
– se desarrollan en un marco en que el proletariado ha superado la contrarrevolución, en el que no ha conocido derrota decisiva que cuestione el curso hacia los enfrentamientos decisivos de clase;
– tienen como objetivo sabotear el curso ascendente de combatividad y de conciencia en la clase obrera;
– no se pueden apoyar en una justificación única y bien definida, así que están en la obligación de recurrir a temas disparatados e incluso circunstanciales (terrorismo, “peligro fascista”, redes de pedofilia, corrupción de la justicia...), lo que limita su alcance internacional e histórico» (Ibíd.).
En el mismo sentido, de no equivocarse en los análisis, había que evitar caer en la euforia como la que se desarrolló tras el «movimiento» de huelgas en Francia de diciembre del 95. Esta maniobra preventiva de la burguesía ha hecho creer, a más de uno, que el camino hacia nuevas movilizaciones obreras significativas estaba abierto y de paso, les ha hecho subestimar enormemente las actuales dificultades de la clase obrera. «Sólo un avance significativo de la conciencia en la clase obrera le permitirá rechazar ese tipo de mistificaciones. Y semejante esfuerzo no podrá resultar sino del desarrollo masivo de las luchas obreras que cuestione, como ya lo hizo durante los años 80, a los instrumentos más importantes de la burguesía en la clase obrera, los sindicatos y el sindicalismo» (Ibíd.)
En ese contexto, el XIIº Congreso ha dado como otra de sus prioridades de actividad de la organización «... la intervención en el desarrollo de la lucha de clases (...)
Las perspectivas de nuestra intervención no serán de forma general las de una participación activa, directa y de agitación en una tendencia al desarrollo de la lucha de clases que se separaría claramente del control sindical para afirmarse en su propio terreno, dándose la tarea de impulsar la extensión y el control de la lucha por la clase obrera misma.
«... De manera general nuestra intervención en la lucha de clases, aun prosiguiendo con la defensa de la perspectiva histórica del proletariado (defensa del comunismo contra las campañas de la burguesía), tendrá como cometido principal el trabajo paciente y tenaz de denuncia y explicación de las maniobras de la burguesía, de los sindicatos y el sindicalismo de base contra el descontento y la combatividad creciente de la clase obrera, una intervención “a contracorriente” de la tendencia a dejarse atrapar en las trampas de la división y del radicalismo corporativista del sindicalismo...» («Resolución de actividades», op. cit.).
El trabajo cumplido en este XIIo Congreso de la CCI para marcar las perspectivas de los años venideros ha sido un trabajo importante del que solo podemos dar aquí un rápido resumen. Nuestros lectores y simpatizantes podrán encontrar esas perspectivas en la «Resolución sobre la situación internacional» publicada integra aquí, y las implicaciones de esas perspectivas en nuestra prensa y nuestras intervenciones futuras.
CCI
1. No son una novedad las mentiras sobre la supuesta «quiebra definitiva del marxismo», abundamente repetidas cuando el hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los 80 y comienzos de los 90. La izquierda de la Segunda internacional, encabezada por Rosa Luxemburgo, ya tuvo que combatir hace exactamente un siglo las tesis revisionistas que afirmaban que Marx se había equivocado al anunciar la perspectiva de quiebra del capitalismo. Con la Primera Guerra mundial y la gran depresión de los años 30 que acabó con el corto período de reconstrucción de la posguerra, la burguesía no tuvo suficiente tiempo para seguir haciendo su propaganda. Sin embargo, las dos décadas de «prosperidad» que siguieron a la Segunda Guerra mundial permitieron la reaparición hasta en ámbitos «radicales» de «teorías» que sepultaban definitivamente una vez más al marxismo y sus previsiones sobre al hundimiento del capitalismo. Esos conciertos de autosatisfacción quedaron evidentemente malparados por la crisis abierta del capitalismo a finales de los 60, cuyo ritmo lento (con períodos de «reanudación» como la que hoy conocen las economías norteamericana e inglesa) permite sin embargo a la propaganda burguesa esconder a la gran mayoría de los proletarios tanto la realidad como la amplitud del callejón sin salida en el que está metido el modo de producción capitalista. Por eso es la responsabilidad de los revolucionarios, de los marxistas, denunciar permanentemente las mentiras burguesas sobre las pretendidas posibilidades del capitalismo para «salir de la crisis» y ajustarle las cuentas a los «argumentos» utilizados para «demostrar» tales posibilidades.
2. A mediados de los 70, ante la evidencia de la crisis, empezaron ya los «expertos» a buscar todas las explicaciones posibles que permitieran a la burguesía tranquilizarse en cuanto a las perspectivas de su sistema. Incapaces de plantearse la quiebra definitiva del sistema, haciendo evidentemente caso omiso de las causas reales, la clase dominante necesitaba explicar las dificultades crecientes de la economía mundial basándose en causas circunstanciales, no solo para engañar a la clase obrera sino también por su propia tranquilidad. Una tras otra, varias explicaciones ocuparon las primeras planas en la prensa:
– la «crisis del petróleo», tras la guerra del Kipur de 1973 (era olvidarse que la crisis abierta ya tenía seis años en aquel entonces, y que las alzas de los precios del crudo no habían sino acentuado una degradación que ya se había manifestado con las recesiones de 1967 y 1971);
– los excesos de política neokeynesiana practicada desde el final de la guerra, que acabarían provocando una inflación galopante: se necesitaba «menos Estado»;
– los excesos de «reaganomics» de los 80 que habrían provocado un aumento sin precedentes del desempleo en los principales países.
Fundamentalmente, había que agarrarse a la idea de que existía una salida, de que con una «gestión buena» podía la economía volver a los esplendores de las décadas de posguerra. Era necesario buscar y encontrar el secreto perdido de la «prosperidad».
3. Durante bastante tiempo, mientras los demás países se enfrentaban al marasmo, los resultados económicos de Japón y Alemania se utilizaron para demostrar la supuesta capacidad del capitalismo para «superar su crisis»: el credo de los apologistas a sueldo del capitalismo era afirmar que «cada país debe tener las virtudes de los dos grandes vencidos de la Segunda Guerra mundial, y todo se arreglará». Hoy, tanto Japón como Alemania a su vez se ven afectados por la crisis. Japón tiene las mayores dificultades para relanzar un «crecimiento» que tanta fama le dio, y ahora ha sido clasificado en la categoría D (junto con Brasil y México), que es el índice de los países con riesgos, a causa de la amenaza que representan las deudas acumuladas por el Estado, las empresas y los particulares (éstas equivalen a dos años y medio de la producción nacional). En cuanto a Alemania, alcanza hoy el nivel de desempleo más importante de la Unión europea y ni siquiera logra cumplir los «criterios de Maastricht» indispensables para establecer la «moneda única». En fin de cuentas, se puede ahora entender que las pretendidas «virtudes» de ambos países en el pasado no eran otra cosa sino cortinas de humo que ocultaban la misma huida ciega propia del capitalismo en estas últimas décadas. En realidad, las dificultades actuales de esos dos «buenos alumnos» de los años 70 y 80 son la mejor ilustración de la imposibilidad del capitalismo para proseguir con la trampa en que se basó fundamentalmente la reconstrucción tras la Segunda Guerra mundial y le ha permitido hasta ahora evitar un hundimiento semejante al de los años 30: el uso y abuso sistemático del crédito.
4. Cuando denunciaba las «teorías» de los revisionistas, Rosa Luxemburg ya tuvo que echar abajo la idea según la cual el crédito podía permitir al capitalismo superar las crisis. Habrá podido ser un estimulante indiscutible del desarrollo del sistema, tanto para la concentración del capital como en lo que toca a su circulación; sin embargo nunca podrá sustituir al propio mercado real como alimento de la expansión capitalista. Los créditos permiten acelerar la producción y comercialización de las mercancías, pero han de pagarse algún día. Y este reembolso sólo es posible si esas mercancías han podido cambiarse en el mercado, el cual, como Marx lo demostró sistemáticamente contra los economistas burgueses, no es un resultado automático de la producción. En fin de cuentas, el crédito no permite ni mucho menos superar las crisis, sino, al contrario, lo que hace es ampliarlas y hacerlas más graves, como lo demostró Rosa Luxemburg apoyándose en el marxismo. Las tesis de la izquierda marxista contra el revisionismo de finales del siglo pasado siguen siendo hoy perfectamente válidas. Hoy como ayer, el crédito no puede ampliar los mercados solventes. Enfrentado a la saturación definitiva de éstos (mientras que en el siglo pasado existía la posibilidad de conquistar nuevos mercados), el crédito se ha convertido en condición indispensable para dar salida a la producción, haciendo así las veces del mercado real.
5. Esa realidad ya se confirmó en la posguerra con el plan Marshall, el cual, además de su función estratégica en la formación del bloque occidental, permitió a EE.UU. dar salida a la producción de sus industrias. Permitió que las economías europeas y japonesa se reconstruyeran, pero también las transformó en rivales de la economía norteamericana, lo que provocó la crisis abierta del capitalismo mundial. Desde entonces, ha sido sobre todo mediante el crédito, el endeudamiento creciente, si la economía mundial ha logrado evitar une depresión brutal como la de los años 30. Fue así como la recesión de 1974 pudo ser superada hasta principios de los 80, gracias al impresionante endeudamiento de los países del Tercer mundo que acabó desembocando en la crisis de la deuda a principios de los años 80, la cual coincidió con una nueva recesión todavía más importante que la de 1974. Esta nueva recesión mundial sólo pudo ser superada gracias a los colosales déficits comerciales de EE.UU. cuya cifra de la deuda externa ha acabado por competir con la del Tercer mundo. Paralelamente, estallaron los déficits de los presupuestos de los países avanzados, lo cual permitió mantener la demanda, pero desembocó en una situación de quiebra para los Estados (cuya deuda representa entre el 50% y el 130% de la producción anual según los países). Por eso es por lo que la recesión abierta, la que se expresa en números negativos en las tasas de crecimiento de la producción de un país, no son el único dato de la gravedad de la crisis. En casi todos los países, el déficit anual del presupuesto de los Estados (sin contar el de las administraciones territoriales) es superior al crecimiento de la producción; eso significa que si esos presupuestos estuvieran en equilibrio (único medio de estabilizar la deuda acumulada de los Estados) todos esos países estarían en recesión abierta.
La mayor parte de la deuda no es, evidentemente, reembolsable, y viene acompañada de quiebras financieras periódicas, cada vez más graves, verdaderos terremotos para la economía mundial (1980, 1989) y que siguen siendo más que nunca una amenaza.
6. Recordar esos hechos permite poner en su sitio los discursos sobre la «salud» actual de las economías británica y estadounidense que contrasta con la apatía de sus competidores. En primer lugar, hay que relativizar la importancia de los «éxitos» de esos dos países. La baja muy sensible de la tasa de desempleo en Gran Bretaña, por ejemplo, se debe en gran parte, como así lo ha reconocido el propio Banco de Inglaterra, a la supresión en las estadísticas (cuyo sistema de cálculo ¡ha sido cambiado 33 veces desde 1979!) de los desempleados que han renunciado a buscar trabajo. En gran parte esos «éxitos» se deben a la mejora de la competitividad de esas economías en el ruedo internacional (basada en especial en la debilidad de su moneda; el mantenimiento de la libra fuera del sistema monetario aparece hasta ahora como una medida acertada), o sea, en una degradación de las economías competidoras. Es algo que había ocultado la sincronización mundial de los períodos de recesión y los de «recuperación» que hasta ahora se han conocido: la relativa mejora de la economía de un país ya no exige la mejora de la de sus «socios», sino, básicamente lo contrario, su degradación, pues los tales «socios» son ante todo competidores. Con la desaparición del bloque USA tras la del bloque URSS a finales de los años 80, la coordinación (a través del G7, por ejemplo) del pasado entre las políticas económicas de los principales países occidentales (lo cual era un factor nada desdeñable para frenar el ritmo de la crisis) ha dejado paso a tendencias centrífugas cada vez más violentas. En tal situación, es privilegio de la primera potencia mundial imponer sus dictados en el ruedo comercial en provecho de su propia economía nacional. Eso es lo que en parte explica los «éxitos» actuales del capital americano.
Si ya los resultados actuales de las economías anglosajonas no significan ni mucho menos una posible mejora del conjunto de la economía mundial, tampoco van a durar. Tributarias del mercado mundial, el cual no podrá superar su saturación total, acabarán por chocar contra ésta. Ningún país ha resuelto el problema del endeudamiento generalizado aunque se hayan reducido un poco los déficits presupuestarios de EE.UU. en los últimos años. La mejor prueba de ese problema es el pánico que se apodera de los principales responsables económicos (como el presidente del Banco federal estadounidense) por si el «crecimiento» actual no desemboca en «recalentamiento» y en retorno de la inflación. En realidad, detrás de ese miedo al recalentamiento lo que hay es el hecho de que el «crecimiento» actual se basa en una deuda desenfrenada que, obligatoriamente, va a provocar una vuelta de manivela catastrófica. La extrema fragilidad en la que se basan los «éxitos» actuales de la economía americana nos ha sido confirmada por el brote de pánico de Wall Steet y de otras bolsas de valores, cuando el Banco federal anunció a finales de marzo de 1997 la subida mínima de tipos de interés.
7. Entre las mentiras abundantemente propaladas por la clase dominante para hacer creer en la viabilidad, a pesar de todo, de su sistema, ocupa también un lugar especial el ejemplo de los países del Sureste asiático, los «dragones» (Corea del Sur, Taiwán, Hongkong y Singapur) y los «tigres» (Tailandia, Indonesia y Malasia) cuyas tasas de crecimiento actuales (algunas de dos cifras) hacen morir de envidia a los burgueses occidentales. Esos ejemplos servirían para demostrar que el capitalismo actual puede tanto desarrollarse en los países atrasados como evitar la fatalidad de la caída o el estancamiento del crecimiento. En realidad, el «milagro económico» de la mayoría de esos países (especialmente Corea y Taiwán) no es ni mucho menos casual: es la consecuencia del plan equivalente al plan Marshall que instauró Estados Unidos durante la guerra fría para frenar el avance del bloque ruso en la región (inyección masiva de capitales hasta el 15 % del PNB, control directo de la economía nacional, apoyándose en el aparato militar para así compensar la casi ausencia de burguesía nacional y superar las resistencias de los sectores feudales, etc.). Como tales, esos ejemplos no son, ni mucho menos, generalizables al conjunto del Tercer mundo, el cual sigue, en su gran mayoría, hundiéndose en una sima sin fondo. Por otra parte, la deuda de la mayoría de esos países, tanto la externa como la interna de los Estados, está alcanzando grados que los está poniendo en la misma situación amenazante que los demás países. Y, aunque los bajos precios de la fuerza de trabajo han sido un atractivo para muchas empresas occidentales, el que acaben siendo rivales comerciales para los países avanzados les hace correr el riesgo de que se incrementen las barreras comerciales a sus exportaciones. En realidad, si bien hasta ahora aparecen como excepciones, no podrán indefinidamente evitar, como tampoco lo pudo su gran vecino Japón, las contradicciones de la economía mundial que han cambiado en pesadilla otros «cuentos de hadas» anteriores, como el de México. Por todas esas razones, junto a los discursos ditirámbicos, los expertos internacionales y las instituciones financieras ya están tomando medidas para limitar los riesgos financieros en esos países. Y las medidas destinadas a hacer más «flexible» la fuerza de trabajo que han sido la causa de las recientes huelgas en Corea, muestran a las claras que la propia burguesía local es consciente de que se están acabando las vacas gordas. Como escribía el diario londinense The Guardian el 16 de octubre de 1996: «De lo que se trata es de saber qué tigre asiático caerá primero».
8. El caso de China, a la que algunos presentan como la futura gran potencia del siglo próximo, tampoco se sale de la regla. La burguesía de ese país ha conseguido hasta ahora efectuar con éxito la transición hacia las formas clásicas de capitalismo, contrariamente a los países de Europa del Este, cuyo marasmo total (con alguna que otra excepción) es un áspero mentís a todos los discursos sobre las pretendidas «enormes perspectivas» que aparecían ante ellos tras el abandono de sus regímenes estalinistas. Sin embargo, el atraso de China es considerable y gran parte de su economía, como la de todos los regímenes de corte estalinista, se ahoga bajo el peso de la burocracia y de los gastos militares. Según reconocen las propias autoridades, el sector público es globalmente deficitario y a cientos de miles de obreros se les paga con meses de retraso. Y aunque el sector privado es más dinámico, le cuesta, por un lado, superar el lastre del sector estatal y, por otro, depende mucho de las fluctuaciones del mercado mundial. Y el «formidable dinamismo» de la economía china será incapaz de hacer desparecer los 250 millones de desempleados, incluso en la hipótesis del crecimiento actual, que contará a finales de siglo.
9. Se mire adonde se mire, por un lado y otro, con solo ser un poco resistente a las canciones de cuna de los apologistas del modo de producción capitalista y basándose en las enseñanzas del marxismo, la perspectiva de la economía no puede ser otra que la de una catástrofe cada vez mayor. Los pretendidos éxitos actuales de algunas economías (países anglosajones o Sureste asiático) no son el porvenir del conjunto del capitalismo. Son un espejismo que no podrá ocultar durante más tiempo el desierto económico. De igual modo, los discursos sobre la «globalización», pretendida era de libertad y de expansión del comercio, lo único que intentan encubrir es la agudización sin precedentes de la guerra comercial en la que los conjuntos de países como la Unión europea no son sino fortalezas contra la competencia de otros países. Así, una economía mundial en equilibrio inestable sobre un montón de deudas, que nunca serán reembolsadas, se verá cada día más enfrentada a las convulsiones propias de la tendencia de «cada cual para sí», fenómeno típico del capitalismo pero que hoy, en este período de descomposición, ha alcanzado una nueva dimensión. Los revolucionarios, los marxistas, no pueden prever las formas precisas ni el ritmo del hundimiento del modo de producción capitalista. Les incumbe, eso sí, afirmar claramente y demostrar que el capitalismo está en un atolladero, denunciar todas las mentiras sobre el tan manido mito de la «salida del túnel» de ese sistema.
10. Más aún que en el ámbito económico es en las relaciones entre los Estados en las que el caos típico del período de descomposición ejerce sus efectos. En el momento del desmoronamiento del bloque del Este que desembocó en la desaparición del sistema de alianzas surgido tras la IIªGuerra mundial, la CCI puso de relieve:
– que esa situación ponía al orden del día, sin que fuera inmediatamente realizable, la reconstitución de nuevos bloques, dirigido uno por Estados Unidos y por Alemania el otro;
– que, en lo inmediato, esa nueva situación iba a desembocar en enfrentamientos en serie que «el orden de Yalta» había logrado mantener dentro de un marco «aceptable» para los dos gendarmes del mundo.
En un primer tiempo, la tendencia a la formación de un nuevo bloque en torno a Alemania, en la dinámica de reunificación del país dio pasos significativos. Pero rápidamente, las tendencias centrífugas han ido ganando la partida a la tendencia a la constitución de alianzas estables anunciadoras de futuros bloques imperialistas, lo cual ha contribuido a multiplicar y agravar los enfrentamientos militares. El ejemplo más significativo ha sido el de Yugoslavia cuyo estallido fue favorecido por los intereses imperialistas antagónicos de los grandes Estados europeos, Alemania, Gran Bretaña y Francia. Los enfrentamientos en la ex Yugoslavia abrieron un foso entre los dos grandes aliados de la Comunidad europea, Alemania y Francia, provocando un acercamiento espectacular entre Francia y Gran Bretaña y el final de la alianza entre ésta y EE.UU., la más sólida y duradera del siglo XX. Desde entonces, esas tendencias centrífugas, «cada uno para sí», de caos en las relaciones entre Estados, con sus alianzas en serie circunstanciales y efímeras, no solo no han amainado sino todo lo contrario.
11. Así, en el último período ha habido una serie de modificaciones sensibles en las alianzas que se habían formado en el período anterior:
– distensión de lazos entre Francia y Gran Bretaña. Esto se ha ilustrado en la falta total de apoyo por parte de ésta a las reivindicaciones de aquélla (reelección de Butros-Ghali para la ONU o la exigencia de un jefe europeo para el mando Sur de la OTAN en Europa);
– nuevo acercamiento entre Francia y Alemania, concretado, entre otras cosas, en el apoyo de ésta a esas mismas reivindicaciones de Francia;
– disminución de los conflictos entre Estados Unidos y Gran Bretaña, plasmada, en particular, en el apoyo de ésta a EE.UU. en esos mismos temas.
De hecho, una de las características de la evolución de las alianzas es que únicamente Estados Unidos y Alemania tienen, y pueden tener, una política coherente a largo plazo: en el caso de EE.UU. la preservación de su liderazgo, en el de Alemania el desarrollo de su propio liderazgo sobre una parte del mundo, pues lo único que les queda a las demás potencias son políticas circunstanciales cuyo objetivo es, en buena parte, frenar a aquellas dos. La primera potencia mundial está enfrentada, desde que desapareció la división del mundo en dos bloques, a una puesta en entredicho permanente de su autoridad por parte de sus antiguos aliados.
12. La expresión más espectacular de esa crisis de autoridad del gendarme del mundo fue la ruptura de su alianza histórica con Gran Bretaña, a iniciativa de ésta, en 1994. Se concretó también en la larga impotencia de EE.UU., hasta el verano de 1995, en uno de los terrenos de máximo enfrentamiento imperialista, la antigua Yugoslavia. Más recientemente, en septiembre de 1996, se ha plasmado en las reacciones casi unánimes de hostilidad contra los bombardeos sobre Irak con 44 misiles de crucero, mientras que en 1990-91, Estados Unidos había conseguido recabar el apoyo de esos mismo países para el operativo «Tempestad del desierto». Es de señalar, por lo que se refiere a los Estados de la región, la firme condena de Egipto y Arabia Saudí en total contraste con el apoyo indefectible que proporcionaron al tío Sam cuando la guerra del Golfo. Entre otros ejemplos del cuestionamiento del liderazgo americano hay que señalar:
– la protesta general contra la ley Helms-Burton que refuerza el embargo contra Cuba, cuyo «líder máximo» fue después recibido con todos los honores, y por primera vez, en el Vaticano;
– la llegada al poder en Israel, contra la voluntad manifiesta de EE.UU., de las derechas, las cuales, desde entonces, lo han hecho todo por sabotear el proceso de paz con los palestinos, proceso que era uno de los grandes éxitos de la diplomacia USA;
– más en general, la pérdida del monopolio en el control de la situación en Oriente Medio, zona crucial si las hay, ilustrada por el retorno de Francia, la cual se ha impuesto a finales del 95 como copadrino para la solución del conflicto entre Israel y Líbano. El éxito de Francia en la región quedó confirmado por la cálida acogida que Arabia Saudí dio a Chirac en octubre de 1996;
– la invitación reciente a varios dirigentes europeos (y entre ellos también Chirac, quien ha dirigido llamamientos a la independencia para con Estados Unidos) por Estados de América del Sur sancionan el final del control exclusivo de esta zona por parte de EE.UU.
13. Sin embargo, el período más reciente ha estado marcado, como ya lo constatamos hace un año en el XIIºCongreso de la sección en Francia, por una contraofensiva masiva por parte de EE.UU. Esa contraofensiva se ha plasmado muy especialmente en la ex Yugoslavia a partir de 1995 bajo las banderas de la IFOR que sucedió a la UNPROFOR, la cual había sido durante varios años el instrumento de la presencia dominante del tándem franco-británico. La mejor prueba del éxito estadounidense fue la firma en Dayton, Estados Unidos, de los acuerdos de paz sobre Bosnia. Desde entonces, el nuevo avance de la potencia americana no se ha desmentido. Sobre todo ha logrado dar una severo golpe al país que la había retado más abiertamente, Francia, en su «coto de caza» de África. Después de haber eliminado por completo la influencia francesa en Ruanda, le toca ahora a la posición principal de Francia en el continente, Zaire, país que se le va de las manos por completo, con el desmoronamiento del régimen de Mobutu frente a los golpes que le dan los «rebeldes» de Kabila, apoyado masivamente por Ruanda y Uganda, o sea, por Estados Unidos. Es un castigo muy severo el que le está infligiendo Estados Unidos a Francia, un castigo que quisiera ser ejemplar para otros países que quisieran imitarla en su política de reto permanente. Es un castigo que remata otros golpes que EEUU ha dado a Francia como lo de la sucesión de Butros-Ghali o en el problema del mando Sur de la OTAN.
14. La burguesía británica ha tomado últimamente sus distancias con la francesa, precisamente porque ha comprendido los riesgos que corría embarcándose en la política aventurista de Francia, la cual, de manera regular, se propone objetivos que van más allá de sus capacidades reales. Ese distanciamiento ha sido favorecido en gran medida por la acción tanto de EE.UU. como de Alemania, quienes no podían ver con buenos ojos la alianza trabada entre Francia y Gran Bretaña a partir de la cuestión
yugoslava. Los bombardeos estadounidenses sobre Irak, en septiembre de 1996, tuvieron la gran ventaja para EE.UU. de meter una cuña entre las diplomacias francesa y británica, apoyando aquélla lo mejor que podía a Sadam Husein y ésta apostando, junto con EE.UU., por la destrucción del régimen irakí. Del mismo modo, Alemania no ha dejado de hacer labor de zapa contra la solidaridad franco-británica en los temas que más duelen como en de la Unión europea y la moneda única (3 cumbres franco-alemanas en dos semanas sobre la cuestión en diciembre de 1996). Es pues en este marco en el que puede comprenderse la nueva evolución de las alianzas durante los últimos tiempos de que hablábamos arriba. De hecho, la actitud de Alemania y sobre todo la de EEUU confirma lo que decíamos ya en el Congreso anterior de la CCI: «En tal situación de inestabilidad, es más fácil para cada potencia crear desórdenes en sus adversarios, sabotear las alianzas que no le aventajan, que desarrollar por su parte alianzas sólidas y asegurarse una estabilidad en sus dominios» («Resolución sobre la situación internacional», punto 11). Sin embargo, debemos poner de relieve las diferencias importantes tanto en los métodos como en los resultados de la política seguida por esas dos potencias.
15. El resultado de la política internacional de Alemania no se limita, ni mucho menos, a separar a Francia de Gran Bretaña y obtener que Francia reanude su alianza pasada, lo cual se ha concretado, entre otras cosas, en tiempos recientes, en acuerdos militares de gran importancia, tanto en el terreno, en Bosnia (creación de una brigada conjunta) como en acuerdos de cooperación militar (firma en 9 de diciembre de un acuerdo por «un concepto común en materia de seguridad y de defensa»). Estamos asistiendo, en realidad, a un despliegue muy significativo del imperialismo alemán que se plasma en:
– el hecho de que en la nueva alianza entre Francia y Alemania, ésta se encuentra en una relación de fuerzas mucho más favorable que en el período 1990-94, al haberse visto obligada Francia a volver con su antigua pareja a causa de la defección de Gran Bretaña.
– una ampliación de su zona tradicional de influencia hacia los países del Este, y muy especialmente con el desarrollo de una alianza con Polonia;
– un fortalecimiento de su influencia en Turquía (cuyo gobierno dirigido por el islamista Erbakan es más favorable a la alianza alemana que el precedente), que le sirve de paso hacia el Cáucaso (en donde apoya a los movimientos nacionalistas que se oponen a Rusia) y hacia Irán con quien Turquía ha firmado importantes acuerdos;
– el envío, por vez primera desde la Segunda Guerra mundial, de unidades fuera de sus fronteras, y precisamente a la zona de los Balcanes, con el cuerpo expedicionario presente en Bosnia en el marco de la IFOR (lo que permite al ministro de defensa declarar que «Alemania desempeñará un papel importante en la nueva sociedad»).
Por otra parte, Alemania, en compañía de Francia, ha iniciado un acoso diplomático en dirección de Rusia, país del que Alemania es primer acreedor y que no ha sacado grandes ventajas de su alianza con Estados Unidos.
16. Así, ya hoy, Alemania está colocándose en su papel de principal rival imperialista de EE.UU. Cabe señalar que Alemania ha conseguido hasta hoy avanzar sus peones sin exponerse a las represalias del mastodonte americano, evitando desafiarlo abiertamente como lo hace Francia. La política del águila alemana (que por el momento está logrando ocultar sus garras) aparece en fin de cuentas más eficaz que la del gallo galo. Esto es a la vez consecuencia de los límites que sigue imponiéndole su estatuto de vencido de la IIª Guerra mundial (aunque su política actual está intentando saltarse ese estatuto precisamente) y de su seguridad de ser la única potencia que podría tener una posibilidad, a largo plazo, de ponerse a la cabeza de un nuevo bloque imperialista. Es también el resultado de que, hasta ahora, Alemania ha podido hacer avanzar sus posiciones sin hacer alarde directo de su fuerza militar, aunque sí es cierto que dio un apoyo importante a su aliado croata en su guerra contra Serbia. Pero la novedad histórica de su presencia militar en Bosnia no sólo rompe un tabú, sino que indica el camino por el que va a orientarse Alemania cada vez más para mantener su rango. Y será, a medio plazo, no sólo indirectamente (como en Croacia y, en menor medida, en el Cáucaso) como el imperialismo alemán aportará su contribución a los conflictos sangrientos y a las matanzas que asolan el mundo actual, sino de manera más directa.
17. En lo que a la política internacional de Estados Unidos se refiere, el alarde y el empleo de la fuerza armada no sólo forman parte de sus métodos desde hace tiempo, sino que es ya el principal instrumento de defensa de sus intereses imperialistas, como así lo ha puesto de relieve la CCI desde 1990, antes incluso de la guerra del Golfo. Frente a un mundo dominado por la tendencia a «cada uno para sí», en el que los antiguos vasallos del gendarme estadounidense aspiran a quitarse de encima la pesada tutela que hubieron de soportar ante la amenaza del bloque enemigo, el único medio decisivo de EE.UU. para imponer su autoridad es el de usar el instrumento que les otorga una superioridad aplastante sobre todos los demás Estados: la fuerza militar. Pero en esto, EE.UU. está metido en una contradicción:
– por un lado, si renuncia a aplicar o a hacer alarde de su superioridad militar, eso no puede sino animar a los países que discuten su autoridad a ir todavía más lejos;
– por otro lado, cuando utilizan la fuerza bruta, incluso, y sobre todo, cuando ese medio consigue momentáneamente hacer tragar sus veleidades a los adversarios, ello lo único que hace es empujarlos a aprovechar la menor ocasión para tomarse el desquite e intentar quitarse de encima la tutela americana.
De hecho, la afirmación de la superioridad militar actúa en sentido contrario según si el mundo está dividido en bloques, como antes de 1989, o si los bloques ya no existen. En aquel caso, la afirmación de la superioridad tiende a fortalecer la confianza de los vasallos hacia su líder en su capacidad para defenderlos con eficacia y es, pues, un factor de cohesión en torno a él. En el segundo caso, las demostraciones de fuerza de la única superpotencia que se ha mantenido dan, en fin de cuentas, el resultado de agravar todavía más las tendencias centrífugas, mientras no exista una potencia que pueda hacerle frente a ese nivel. Por eso, los éxitos de la contraofensiva actual de Estados Unidos no deben ser considerados, ni mucho menos, como definitivos, como una superación de su liderazgo. La fuerza bruta, las maniobras para desestabilizar a sus competidores (como hoy en Zaire) con todo su cortejo de consecuencias trágicas, van a seguir siendo utilizadas por esa potencia, contribuyendo así a agudizar el caos sangriento en el que se hunde el capitalismo.
18. Ese caos parece haber evitado relativamente y por ahora a Extremo oriente y Asia del Sureste. Pero es importante subrayar el incremento de cargas explosivas que está ocurriendo ahora:
– intensificación de los esfuerzos de armamento de las principales potencias, China y Japón;
– voluntad de Japón por sacudirse lo más posible el control americano heredado de la IIª Guerra mundial;
– política más abiertamente «contestataria» de China (este país parece ocupar un lugar parecido al de Francia en occidente, mientras que Japón actúa con una diplomacia más parecida a la alemana).
– amenaza de desestabilización política en China (sobre todo desde la muerte de Deng);
– existencia de múltiples «contenciosos» entre Estados (Taiwán y China, ambas Coreas, Vietnam y China, India y Pakistán, etc.).
Del mismo modo que no podrá evitar la crisis económica, esta región tampoco podrá librarse de las convulsiones imperialistas que están asaltando al mundo de hoy, contribuyendo a acentuar el caos general en el que se hunde la sociedad capitalista.
19. Este caos general, con su cortejo de conflictos sangrientos, masacres, hambre y más generalmente la descomposición que va corroyendo todos los aspectos de la sociedad y que contiene la amenaza de aniquilarla, tiene su principal alimento en el callejón sin salida en el que está metida la economía capitalista. Sin embargo, al provocar necesariamente ataques permanentes y siempre más brutales contra la clase productora de lo esencial de la riqueza social, el proletariado, semejante situación también provoca la reacción de ésta y contiene entonces la perspectiva de su surgimiento revolucionario. Desde finales de los 60, el proletariado mundial ha hecho la prueba de que no estaba dispuesto a sufrir pasivamente los ataques del capital y las luchas que ha desarrollado desde los primeros ataques debidos a la crisis muestran que ha salido de la terrible contrarrevolución que lo hundió tras la oleada revolucionaria de los años 1917-23. Sin embargo, estas luchas no se han desarrollado de forma continua, sino con tropiezos, avances y retrocesos. Así es cómo la lucha de clases ha conocido entre 1968 y 1989 tres oleadas sucesivas de combates (1968-74, 1978-81, 1983-89) durante las cuales, a pesar de las derrotas, vacilaciones y retrocesos, las masas obreras han adquirido una experiencia creciente que les ha permitido en particular ir rechazando el encuadramiento sindical. Esta progresión de la clase obrera hacia una toma de conciencia de los fines y los medios de su combate se vio interrumpida, sin embargo de forma brutal a finales de los 80: «Esta lucha, que surgió fuertemente a finales de los años 80, acabando con la contrarrevolución más terrible que haya conocido la clase obrera, sufrió un retroceso considerable con el hundimiento de los regímenes estalinistas, las campañas ideológicas que lo han acompañado y la serie de acontecimientos (guerra del Golfo, guerra en Yugoslavia, etc.) que siguieron. Es en esos dos planos, el de la combatividad y el de la conciencia, en los que la clase obrera ha sufrido, masivamente, ese retroceso, sin que esto ponga en entredicho, como la CCI lo afirmó en aquel entonces, el curso histórico hacia enfrentamientos de clase» («Resolución sobre la situación internacional», XIo Congreso de la CCI).
20. A partir del otoño del 92, el proletariado ha retomado el camino de la lucha con las grandes movilizaciones obreras en Italia. Pero es un camino lleno de trampas y dificultades. En el otoño del 89, cuando el hundimiento de los regímenes estalinistas, la CCI anunció este retroceso de la conciencia provocado por este acontecimiento y precisó: «la ideología reformista va a pesar muy poderosamente sobre las luchas en el período venidero, favoreciendo así fuertemente la acción de los sindicatos» («Tesis sobre la crisis económica y política de al URSS y en los países del Este», Revista internacional no 60). Y hemos asistido efectivamente durante este período a un reforzamiento de los sindicatos, resultante de una estrategia elaboradísima por parte de todas las fuerzas de la burguesía. Esta estrategia tenía como primer objetivo aprovecharse del desconcierto provocado en la clase obrera por los acontecimientos de 1989-91 para volver a dar el máximo crédito a los aparatos sindicales cuyo desprestigio de los años 80 seguía manifestándose. La mayor ilustración de esta ofensiva política de la burguesía está en la maniobra desarrollada en Francia por la clase dominante durante el otoño del 95. A favor de un hábil reparto de tareas entre por un lado la derecha en el poder que desencadenó de forma particularmente provocadora toda una serie de ataques en contra de la clase obrera, y por el otro los sindicatos que se presentaron como los más fieles defensores de ésta, proponiendo métodos proletarios de lucha –la extensión más allá del sector y la dirección del movimiento por las asambleas generales–, el conjunto de la burguesía ha logrado darle de nuevo una popularidad a los aparatos sindicales que habían perdido durante los diez años precedentes. La premeditación, sistemática e internacional de la maniobra se revela con la inmensa publicidad que le hicieron los media a las huelgas de finales del 95 en todos los países, cuando la mayoría de los movimientos de lucha de los años 80 habían sido víctimas de un black out total. Se volvió a confirmar con la maniobra desarrollada en Bélgica durante el mismo período, que no fue sino una copia de la de Francia. También fue utilizada la referencia a las huelgas del otoño del 95 en Francia en la maniobra utilizada en la primavera del 96 en Alemania, que culminó con la inmensa marcha sobre Bonn del 10 de julio. Esta maniobra tenía como objetivo darles a los sindicatos en Alemania, que tenían fama de ser sobre todo especialistas de la negociación y de la concertación con la patronal, una imagen mucho más combativa que les dé la capacidad de controlar en el futuro las luchas sociales que no dejaran de desencadenarse frente a la intensificación sin precedentes de los ataques económicos contra la clase obrera. Así se confirmaba claramente el análisis que hizo la CCI en su XIo Congreso: «las maniobras actuales de los sindicatos también tienen, y es lo principal, un objetivo preventivo: se trata de desarrollar su dominio de la clase obrera antes de que ésta manifieste más su combatividad, combatividad que resultará necesariamente de la rabia creciente frente a los ataques siempre más brutales de la crisis» («Resolución sobre la situación internacional», punto 17). Y el resultado de estas maniobras, que se añadió a la desorientación provocada por los acontecimientos de 1989-91, nos permitió analizar en el XIIo Congreso de nuestra sección en Francia: «... la clase obrera en los principales países del capitalismo, se ve retrotraída a una situación comparable a la de los años 70 en lo que concierne a sus relaciones con los sindicatos y el sindicalismo: una situación en la que globalmente la clase luchaba tras los sindicatos, seguía sus consignas y sus llamamientos, y, en fin de cuentas, confiaba en ellos. En ese sentido, la burguesía ha conseguido borrar momentáneamente de las conciencias obreras las lecciones adquiridas durante los años 80, fruto de las experiencias repetidas de enfrentamiento con los sindicatos» («Resolución sobre la situación internacional», punto 12).
21. La ofensiva política de la burguesía no se limita ni mucho menos a prestigiar a los aparatos sindicales. La clase dominante utiliza todas las diferentes manifestaciones de la descomposición de la sociedad (auge de la xenofobia, conflictos entre pandillas burguesas, etc.) contra la clase obrera. Así es como hemos podido asistir en varios países de Europa a campañas destinadas a hacer diversión, o a canalizar la rabia de los obreros y su combatividad en un terreno que le es totalmente ajeno:
– aprovechándose de los sentimientos xenófobos explotados por la extrema derecha (Le Pen en Francia, Heider en Austria) para montar campañas sobre el pretendido «peligro fascista»;
– campañas contra el terrorismo de ETA en España, en las que se convida a los obreros a que se solidaricen con sus patrones;
– utilización de los ajustes de cuentas entre sectores del aparato policiaco y judicial para montar campañas a favor de un Estado y una justicia «limpios», en países como Italia (operación «manos limpias») y más particularmente en Bélgica (caso Dutroux).
Este país ha sido últimamente un verdadero «laboratorio» de las mistificaciones utilizadas por la burguesía contra la clase obrera. Así es como sucesivamente:
– ha realizado una copia calcada de la maniobra de la burguesía francesa del otoño del 95;
– ha desarrollado una maniobra similar a la que desarrolló la burguesía alemana en la primavera del 96;
– ha puesto de manifiesto, a partir del verano del 96, el caso «Dutroux» que fue de forma muy oportuna «descubierto» en el buen momento (cuando todos los elementos ya eran conocidos de la policía desde hacía mucho tiempo) para crear, gracias a una campaña mediática impresionante, una verdadera psicosis en las familias obreras cuando al mismo tiempo pegaban fuerte los ataques, y poder así desviar el descontento y la rabia hacia el terreno de una «justicia al servicio del pueblo», que se manifestó particularmente cuando la Marcha blanca del 20 de octubre;
– ha relanzado, con la Marcha multicolor del 2de febrero organizada con ocasión del cierre de las Forjas de Clabecq, la mistificación interclasista de una «justicia popular» y de la «economía al servicio del ciudadano», reforzadas por la promoción del sindicalismo «de combate», «de base», en torno al supermediático D’Orazio;
– ha añadido otra capa de mentiras democráticas tras el anuncio en marzo del cierre de la factoría Renault en Vilvorde (cierre que ha sido condenado por la justicia) y ha desarrollado la campaña sobre la «Europa social» opuesta a la «Europa de los capitalistas».
La mediatización inmensa a nivel internacional de estas maniobras manifiesta una vez más que forman parte de un plan elaborado de forma concertada por la burguesía de todos los países. Para la clase dominante, totalmente consciente de que los ataques crecientes contra la clase obrera van a provocar necesariamente respuestas de gran amplitud, se trata de tomar la delantera mientras la combatividad todavía sigue embrionaria, mientras todavía siguen pesando fuertemente sobre las conciencias las secuelas del hundimiento de los regímenes pretendidamente socialistas, para así mojar la pólvora y reforzar al máximo su arsenal de mistificaciones sindicalistas y democráticas.
22. La incontestable confusión en la que está actualmente la clase obrera le permite a la burguesía cierto margen de maniobra para sus juegos políticos internos. Como dijo la CCI en 1990: «Por esto es por lo que resulta necesario reactualizar el análisis de la CCI sobre la “izquierda en la oposición”. Esta baza le era necesaria a la burguesía desde finales de los 70 y todo a lo largo de los 80, frente a la dinámica general de la clase obrera hacia enfrentamientos cada vez más determinados y conscientes, frente a su creciente rechazo de las mistificaciones democráticas, electorales y sindicales. A pesar de las dificultades encontradas en algunos países (como por ejemplo en Francia) para realizar esa política en las mejores condiciones, ésta era el eje central de la estrategia de la burguesía contra la clase obrera, plasmada en los gobiernos de derechas en EE.UU., en RFA y en Gran Bretaña. Al contrario, el actual retroceso de la clase ha dejado de imponer a la burguesía por algún tiempo el uso prioritario de esa estrategia. Esto no significa que la izquierda vaya necesariamente a volver al gobierno en esos países: ya hemos evidenciado en varias ocasiones (...) que esta fórmula sólo le es indispensable a la burguesía en los períodos revolucionarios o de guerra imperialista. No nos hemos de sorprender, sin embargo, si ocurre semejante acontecimiento, o considerar que se trata de un “accidente” o de la expresión de una “debilidad particular” de la burguesía en tal o cual país» («Tras el hundimiento del bloque del Este: inestabilidad y caos», Revista internacional no 61). Por esto la burguesía italiana ha podido, en gran parte por razones de política internacional, llamar al poder en la primavera del 96 a un equipo de centro izquierdas en el que domina el ex Partido comunista (PSD) apoyado durante cierto tiempo por la extrema izquierda de Rifondazione comunista. Por eso también la probable victoria de los laboristas en Gran Bretaña, en mayo del 97, no tendrá que analizarse como una fuente de dificultades para la burguesía de ese país (que ha sido bastante lista para romper de antemano el lazo orgánico entre el partido y el aparato sindical, para permitirle a éste oponerse al gobierno si es necesario). Dicho esto, es importante poner en evidencia que la clase dominante no va a volver a repetir los temas de los años 70 en que «la alternativa de izquierdas», con su programa «de medidas sociales» y de nacionalizaciones, tenía como objetivo el romper la oleada de luchas iniciada en el 68, desviando el descontento obrero y la combatividad hacia el callejón sin salida electoral. Si hoy en día partidos de izquierdas (cuyos programas económicos se confunden cada día más con los de las derechas, dicho sea de paso) alcanzan el gobierno, no será más que debido a las dificultades de las derechas, y no para movilizar a los obreros, a quienes el profundizamiento de la crisis ha quitado hoy las ilusiones que podían tener durante los años 70).
23. En este mismo orden de ideas, conviene diferenciar claramente entre las campañas ideológicas que se están desarrollando y las que se usaron contra la clase obrera durante los años 30. Existe un punto común a ambos tipos de campañas: se basan sobre el tema de «defensa de la democracia». Sin embargo, mientras que en los años 30:
– se desarrollaban en un marco de derrota histórica del proletariado, de victoria total de la contrarrevolución,
– tenían como objetivo claro alistar a los obreros en la guerra mundial que estaba preparándose,
– se apoyaban en una realidad brutal, duradera y palpable, la de los regímenes fascistas en Italia, Alemania y la amenaza en España,
las campañas actuales:
– se desarrollan en un marco en que el proletariado ha superado la contrarrevolución, en el que no ha conocido derrota decisiva que cuestione el curso hacia los enfrentamientos decisivos de clase;
– tienen como objetivo sabotear el curso ascendente de combatividad y de conciencia en la clase obrera;
– no se pueden apoyar en una justificación única y bien definida, así que están en la obligación de recurrir a temas disparatados e incluso circunstanciales (terrorismo, «peligro fascista», redes de pedofilia, corrupción de la justicia...), lo que limita su alcance internacional e histórico.
Por estas razones, si bien las campañas de finales de los años 30 lograron movilizar a las masas obreras de forma permanente, las actuales en cambio:
– o logran atraer masivamente a los obreros (como fue el caso con la Marcha blanca en Bruselas el 20 de octubre del 96), y no lo pueden conseguir más que a corto plazo (por esto la burguesía belga tuvo que desatar otros tipos de campañas inmediatamente después);
– o se despliegan permanentemente (como las campañas contra el Front national –partido de extrema derecha– en Francia) sin lograr alistar a los obreros, no jugando entonces más que un papel de diversión.
Dicho esto, importa no subestimar el peligro de ese tipo de campañas en la medida en que los efectos de la descomposición general y creciente de la sociedad burguesa siempre podrán facilitar nuevos temas en permanencia. Sólo un avance significativo de la conciencia en la clase obrera le permitirá rechazar ese tipo de mistificaciones. Y semejante esfuerzo no podrá resultar sino del desarrollo masivo de las luchas obreras que cuestione, como ya lo hizo durante los años 80, a los instrumentos más importantes de la burguesía en la clase obrera, los sindicatos y el sindicalismo.
24. Este cuestionamiento, que va acompañado por la toma en manos propias de la lucha y de su extensión por las asambleas generales y los comités de huelga elegidos y revocables, pasa necesariamente por un proceso largo de enfrentamientos contra el sabotaje de los sindicatos. Es un proceso que no puede sino desarrollarse, debido al auge de la combatividad obrera en respuesta a los ataques siempre más brutales del capitalismo. Ante la amenaza de un posible desbordamiento, la tendencia a un desarrollo de la combatividad ya no permite hoy a la burguesía renovar el tipo de maniobras «a la francesa» que desarrolló en el 95-96, que destinaba en aquél entonces a dar prestigio a los sindicatos. Éstos sin embargo todavía no han dado la ocasión de ser desenmascarados realmente aunque últimamente hayan vuelto a utilizar métodos clásicos de su acción, como la división entre sector público y privado (por ejemplo en España con la manifestación del 11 de diciembre del 96) o la puesta en evidencia del corporativismo. El ejemplo más espectacular de esta táctica está en la huelga de la empresa Renault de Vilvorde, en la que hemos podido asistir a un esfuerzo por parte de los sindicatos de varios países en donde hay factorías de esta empresa para promover una movilización «europea» de los «Renault». El que esa indecente maniobra de los sindicatos haya pasado desapercibida, que les haya permitido incluso incrementar un poco su prestigio, a la vez que difundían la patraña de una «Europa social», demuestra que estamos hoy en un punto de unión entre la etapa de revalorización de los sindicatos y la etapa durante la cual deberán ponerse al descubierto y desprestigiarse cada vez más. Una de las características de este período estriba en que ya empiezan a proponerse temas del sindicalismo «de combate» según los cuales «la base» sería capaz de «empujar» a las direcciones sindicales a que se radicalicen (ejemplos de las Forjas de Clabecq en Bélgica, o de los mineros, en marzo último, en Alemania) o que podría existir una «base sindical» capaz de defender verdaderamente los intereses obreros a pesar de las traiciones de los aparatos (ejemplo de la huelga de los estibadores de Gran Bretaña).
25. Sigue siendo un largo camino el que le queda por hacer a la clase obrera para su emancipación, un camino que la burguesía va a barrenar sistemáticamente, como ya lo hemos podido constatar estos últimos tiempos. La misma amplitud de las maniobras de la burguesía basta para demostrar que ésta es consciente de los peligros contenidos en la situación para el capitalismo mundial. Si Engels pudo escribir que la clase obrera lleva a cabo su combate en tres planos, el político, el económico y el ideológico, la estrategia actual de la burguesía que se está desarrollando también contra las organizaciones revolucionarias (campaña contra el pretendido «negacionismo» de la Izquierda comunista) demuestra que también lo ha entendido perfectamente. Es de la responsabilidad de los revolucionarios no solo denunciar sistemáticamente las trampas sembradas por la clase dominante, y el conjunto de sus órganos, en particular los sindicatos, sino plantear, contra todas las falsificaciones que se han desarrollado en el último período, la verdadera perspectiva de la revolución comunista como meta última de los combates actuales del proletariado. La clase obrera no podrá desarrollar sus fuerzas y su conciencia para alcanzar esa meta si la minoría comunista no es capaz de desempeñar plenamente su papel.
CCI, abril de 1977
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En 1914 la barbarie de la Primera Guerra Mundial muestra la entrada del capitalismo en su época de decadencia. Cuando un modo de producción entra en su fase histórica de decadencia, las condiciones objetivas para una revolución social se ponen a la orden del día. “Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social” (Marx: Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política).
En respuesta a la Guerra Mundial, el proletariado se lanzó a la Oleada Revolucionaria Mundial de 1917-23 inaugurada por la Revolución de octubre 1917 en Rusia[1]. En Alemania el proletariado desde 1918 secundó el ejemplo de sus hermanos rusos. Fueron varios los jalones de este movimiento: la revolución de noviembre 1918, la insurrección de Berlín de enero 1919, la toma del poder en Baviera en abril de 1919, el movimiento del Ruhr de 1920-21, la acción desesperada de octubre de 1923 e igualmente el episodio del golpe del general Kapp de 1920 del cual se cumplen 100 años, lo que nos lleva a republicar un artículo perteneciente a una Serie sobre la Revolución en Alemania que comenzamos a publicar hace 25 años[2].
La revolución en Rusia se concibió como el primer episodio de la Revolución Mundial. Era imposible culminar la revolución en ese país pues la revolución proletaria es mundial o no es. Por ello el bastión proletario ganado en Rusia no podía consolidarse sin la extensión mundial de la revolución, de ahí la importancia del movimiento revolucionario en Alemania. En este país, la burguesía mucho más experimentada que la rusa jugó sus bazas de forma inteligente tratando desde el primer momento de dividir y descabezar al proletariado. Empujó a los obreros de Berlín, mucho más avanzados que sus hermanos del resto del país, a una insurrección prematura en enero de 1919 que fue rápidamente aplastada. Después enfrentó al proletariado paquete por paquete, forzándolo a protagonizar movimientos revolucionarios aislados en diferentes ciudades.
El golpe de Kapp nos ofrece otra lección que no podemos olvidar. Este general representa a la extrema derecha militar que ve urgente derrotar de una vez por todas al proletariado para imponer una militarización social que lleve de nuevo Alemania a la guerra. El Gobierno socialdemócrata, verdugo de los obreros de Berlín y de tantas ciudades, asesino de Rosa Luxemburgo y Karl Liebchneck, ante la toma de la sede del gobierno en Berlín por el golpista Kapp huye a Dresde y llama a la huelga general.
Pero los obreros se adelantan al llamado del gobierno, por todas partes hacen huelga, se forman Consejos Obreros y comités de acción, se constituyen milicias obreras que reúnen 80000 obreros. El golpe de Kapp fracasa y el general claudica vergonzosamente. Aquí entra en escena la maniobra del gobierno socialdemócrata que pide a los obreros volver al trabajo, pues se habría obtenido “una gran victoria” y consigue desmovilizar la lucha en todas las regiones del país excepto en el Ruhr, principal zona industrial, donde los obreros luchan aislados y son finalmente aplastados por el ejército “demócrata”, fiel al gobierno socialdemócrata. LO QUE NO LOGRÓ LA EXTREMA DERECHA DEL GENERAL KAPP LO CONSIGUIÓ LA IZQUIERDA: EL PARTIDO SOCIALDEMOCRATA. “El Reichswher va a ejecutar un auténtico baño de sangre bajo el mando del SPD. El ejército «democrático» avanza contra la clase obrera mientras los «kappistas» ya han podido huir sin el menor contratiempo” señala nuestro artículo.
La lección es clara: el proletariado no puede elegir entre la dictadura de la Democracia y la dictadura militar. Es una trampa que se ha repetido desde entonces: elegir entre Hitler y la Democracia, entre Franco y la República, entre Allende y Pinochet, entre el bloque USA y el bloque ruso, actualmente entre Trump y los demócratas o entre Vox y el gobierno español de izquierdas…. Elegir entre dos verdugos capitalistas, elegir plato en el menú envenenado de este sistema decadente. Como afirma terminantemente el artículo “Desde que el sistema capitalista entró en su período de decadencia, el proletariado ha tenido que volver a apropiarse constantemente del hecho de que no existe ninguna fracción de la clase dominante menos reaccionaria que las demás o en una disposición de menor hostilidad hacia la clase obrera. Al contrario, las fuerzas de izquierda del capital, como fue el ejemplo del SPD, han dado la prueba de que son todavía más hipócritas y peligrosas en sus ataques contra la clase obrera”.
En la Revista Internacional nº 83 demostrábamos que en 1919 la clase obrera, tras el fracaso del levantamiento de enero, había sufrido graves derrotas a causa de la dispersión de sus luchas. La clase dominante en Alemania desencadenó la más violenta de las represiones contra los obreros.
La ola revolucionaria mundial conoció su apogeo en l919. Mientras la clase obrera en Rusia quedaba aislada frente al asalto organizado por los Estados democráticos, la burguesía alemana pasa a la ofensiva contra un proletariado muy afectado por sus recientes derrotas para así acabar con él.
Tras el desastre de la guerra, con una economía hecha trizas, la clase dominante lo intenta todo por explotar la situación haciendo caer todo el peso de su derrota en las espaldas de la clase obrera. En Alemania, entre 1913 y 1920, las producciones agrícola e industrial han caído más de un 50 %. Además, un tercio de la producción restante debe ser entregado a los países vencedores. En numerosos ramos de la economía, la producción sigue hundiéndose. Los precios aumentan a un ritmo de vértigo y el coste de la vida pasa del índice 100 en 1913 al 1100 en 1920. Después de las privaciones sufridas por la clase obrera durante la guerra, es el hambre de los «tiempos de paz». La subalimentación se extiende, el caos y la anarquía de la producción capitalista, la pauperización y las hambres reinan por doquier.
Simultáneamente, las potencias victoriosas del Oeste hacen pagar el precio más alto a la vencida burguesía alemana. Existen sin embargo grandes divergencias de intereses entre las potencias vencedoras. Mientras que a Estados Unidos le interesa que Alemania sirva de contrapeso a Inglaterra, y, por lo tanto, se opone a todo despedazamiento de Alemania, Francia, en cambio, desea que Alemania se debilite territorial, militar y económicamente durante el mayor tiempo posible, e incluso que se desmiembre. El Tratado de Versalles del 28 de junio de 1919 establece que los ejércitos alemanes se reduzcan por etapas a 400000 hombres el 10 de abril de 1920, y después a 200 000 el 20 de julio de 1920. El nuevo ejército republicano, el Reichswehr, solo podrá integrar en sus filas a 4000 oficiales de los 24000 existentes. El Reichswehr considera esas decisiones como una amenaza de desaparición y se opone a ellas por todos los medios. Todos los partidos burgueses, del SPD al Centro pasando por la extrema derecha, se encuentran unidos por el interés del capital nacional para rechazar el Tratado de Versalles. Sólo la presión ejercida por las potencias vencedoras hace que se dobleguen. Sin embargo, la burguesía mundial saca provecho del Tratado de Versalles para aumentar las divisiones existentes entre los obreros de las potencias vencedoras y los de las vencidas.
Además, una fracción importante del ejército, sintiéndose amenazada por el Tratado, intenta inmediatamente organizar la resistencia contra su aplicación. Esa fracción aspira a un nuevo enfrentamiento con las potencias victoriosas. Para encarar esa perspectiva, la burguesía tiene que imponer muy rápidamente una nueva derrota decisiva a la clase obrera.
Por ahora, sin embargo, para los principales poseedores del capital alemán, queda totalmente excluida la llegada del ejército al poder. A la cabeza del Estado burgués, el Partido socialdemócrata alemán, SPD, está dando las mejores pruebas de sus grandes capacidades para servir al Capital. Desde 1914 ha logrado amordazar al proletariado. Y, durante el invierno de 1918-19, ha organizado con la mayor eficacia el sabotaje y la represión de las luchas revolucionarias. El capital alemán no necesita pues a los ejércitos para mantener su poder. Dispone de la dictadura democrática de la república de Weimar y en ella se apoya. Y es así como las tropas de la policía, a las órdenes del SPD, disparan contra una manifestación masiva reunida ante el Reichstag el 13 de enero de 1920. Cuarenta y dos muertos quedan en el suelo. Durante la oleada de huelgas en el Rhur a finales de febrero, el «gobierno democrático» amenaza a los revolucionarios con la pena de muerte.
Por eso, cuando en febrero de 1920, hay partes del ejército que llevan a la práctica sus aspiraciones golpistas, encuentran pocos apoyos en las fracciones del capital. Los principales apoyos son las fracciones del Este agrario, interesadas como lo están por reconquistar las regiones orientales, que se perdieron durante la guerra.
La preparación de ese golpe es un secreto a voces en la burguesía. Pero en un primer tiempo, el gobierno SPD no hace nada contra los golpistas. El 13 de marzo de 1920, una brigada al mando del general Von Lüttwitz entra en Berlín, rodea la sede del gobierno de Ebert y proclama su destitución. Cuando Ebert reúne en torno suyo a los generales Von Seekt y Schleicher para replicar al golpe de la extrema derecha, el ejército vacila, pues, como lo declara entonces el Alto mando del estado mayor: «El Reichswher no puede admitir ninguna “guerra fratricida” de Reichswher contra Reichswher».
El gobierno huye entonces, primero a Dresde, luego a Stuttgart. Kapp declara dimitido de sus funciones al gobierno socialdemócrata, sin por ello llevar a cabo detención alguna. Antes de su huida a Stuttgart, el gobierno, apoyado por los sindicatos, consigue hacer un llamamiento a la huelga, mostrando así una vez más la perfidia que es capaz de usar contra la clase obrera:
«Luchad por todos los medios por el mantenimiento de la República. Abandonad vuestras diferencias. Sólo existe un medio contra la dictadura de Guillermo II:
– parálisis total de toda la economía;
– todos los brazos deben quedarse cruzados;
– ningún proletario debe prestar su ayuda a la dictadura militar;
– huelga general por doquier.
Proletarios, ¡uníos!. ¡Abajo la contrarrevolución!».
Los miembros socialdemócratas del gobierno: Ebert, Bauer, Noske.
El Comité director del SPD,
O. Wels.
Los sindicatos y el SPD intervienen así inmediatamente para proteger a la república burguesa, aun utilizando, para la ocasión, un lenguaje aparentemente favorable a los obreros[3].
Kapp proclama la disolución de la Asamblea nacional, anuncia elecciones y amenaza a todo obrero en huelga con la pena de muerte.
La indignación entre los obreros es enorme. Se dan inmediata cuenta de que se trata de un ataque directo contra su clase. Brota por todas partes la réplica más violenta. No se trata naturalmente de defender el odiado gobierno socialdemócrata.
De la Wasserkante a Prusia oriental, pasando por la Alemania central, Berlín, Baden-Würtemberg, Baviera y el Ruhr, en todas las grandes ciudades se producen manifestaciones; en todos los centros industriales, los obreros se ponen en huelga e intentan asaltar los puestos de policía para armarse; en las fábricas se organizan asambleas generales para decidir el combate que llevar a cabo. En la mayoría de las grandes ciudades, las tropas golpistas empiezan a abrir fuego contra los obreros en sus manifestaciones. Caen decenas de obreros el 13 y 14 de marzo de 1920.
Se forman en los centros industriales comités de acción, consejos obreros y consejos ejecutivos. Las masas obreras ocupan las calles. Desde noviembre de 1918, nunca una movilización obrera había sido más importante. Por todas partes estalla la ira obrera contra los militares.
El 13 de marzo, día de la entrada de las tropas de Kapp en Berlín, la Central del KPD se queda a la expectativa. En una primera toma de posición, desaconseja la huelga general: «El proletariado no levantará un dedo por la República democrática. (...) La clase obrera, todavía ayer encadenada por los Eberts y Noske, y desarmada, (...) es en estos momentos incapaz de reaccionar. La clase obrera emprenderá la lucha contra la dictadura militar en las circunstancias y con los medios que le parecerán propicios. Esas circunstancias no están todavía reunidas».
Sin embargo, la Central se equivoca.
Los obreros mismos no quieren esperar; al contrario, en unos días son cada día más numerosos en unirse al movimiento.
Por todas partes surgen consignas: «Armas para los obreros», «Abajo los golpistas».
Mientras que, en 1919, en toda Alemania, la clase obrera había luchado en la dispersión, el putsch provoca su movilización simultánea en numerosos lugares a la vez. Sin embargo, excepto en el Ruhr, casi ni hay contactos entre los diferentes focos de lucha.
En todo el país, la respuesta se hace espontáneamente, pero sin la más mínima organización capaz de darle una centralización.
El Ruhr, la más importante concentración de clase obrera, es el blanco principal de los kappistas. Por eso es el centro de la réplica obrera. A partir de Münster, los kappistas intentan cercar a los obreros del Ruhr. Estos son los únicos en unir sus luchas a escala de diferentes urbes y dar una dirección centralizada a la huelga. Se forman por todas partes comités de acción.
Se forman unidades de obreros armados (unos 80 000). Fue la movilización militar de la historia del movimiento obrero más importante después de la de Rusia.
Aunque no se centralice esa resistencia en el plano militar, los obreros en armas logran frenar las tropas de Kapp. Los golpistas son derrotados una ciudad tras otra. La clase obrera no había logrado tales éxitos en 1919 en los diferentes levantamientos revolucionarios. El 20 de marzo de 1920, el ejército se ve obligado a retirarse por completo del Ruhr. El 17 de marzo, Kapp tiene que dimitir sin condiciones tras una intentona que ha durado apenas cien horas. La causa de su caída ha sido la poderosa réplica obrera.
Como durante los acontecimientos del año anterior, los principales focos de la resistencia obrera son Sajonia, Hamburgo, Francfort y Múnich[4]. Pero la reacción más fuerte es la del Ruhr.
Mientras que, en el conjunto de Alemania, el movimiento retrocede tras la dimisión de Kapp y el fracaso de la intentona, en el Ruhr, en cambio, la nueva situación no pone fin al movimiento. Muchos obreros piensan que es ésta una buena ocasión de desarrollar el combate de clase.
Aunque se ha desplegado con una rapidez inaudita un amplio frente en la réplica obrera contra los golpistas, es sin embargo evidente que la cuestión de derrocar a la burguesía no se plantea verdaderamente. Para la mayoría de los obreros no se trata sino de repeler una agresión armada.
Qué continuidad darle a ese éxito es algo que, en ese momento, permanece confuso. Excepto los obreros del Ruhr, los de las demás regiones pocas reivindicaciones formulan que puedan dar una mayor dimensión al movimiento de clase. Mientras la presión obrera iba contra el putsch los proletarios tenían una orientación homogénea. Pero una vez derrotadas las tropas golpistas, el movimiento se va parando al encontrarse sin objetivos claros. Repeler un ataque militar en una región no es una base suficiente para crear las condiciones de un derrocamiento del orden capitalista.
En diferentes lugares, hay, por parte de anarcosindicalistas, intentos de instaurar medidas de socialización de la producción. Éstas plasman la idea de que la neutralización de los extremistas de derecha es suficiente para abrir las puertas al socialismo. Aquí y allá aparecen «comisiones» creadas por obreros que quieren por medio de ellas dirigir sus exigencias al Estado burgués. Todo eso es presentado como las primeras medidas en la vía del socialismo, como los primeros pasos hacia el doble poder.
En realidad, esas ideas no son sino expresiones de impaciencia que desvían la atención de los obreros de las tareas más urgentes por cumplir. Albergar ilusiones así con solo haberse asegurado una relación de fuerzas favorable a nivel local es un grave peligro para la clase obrera, pues la cuestión del poder sólo puede plantearse en un primer tiempo a escala de un país y, en realidad, sólo a escala internacional. Por eso, los signos de impaciencia típicos de la pequeña burguesía y las exigencias de «todo y ya» deben ser combatidos con firmeza.
Los obreros se han movilizado militarmente y de inmediato contra la intentona golpista. Sin embargo, el impulso y la fuerza de su movimiento no proceden de las fábricas. Y sin este impulso, es decir, sin la iniciativa de las masas que ejercen su presión en la calle y se expresa en las asambleas obreras, en la cuales se discute sobre la situación y se toman las decisiones colectivamente, el movimiento no puede ir hacia adelante. Este proceso implica la toma de control más amplia posible, la tendencia a la extensión y a la unificación del movimiento, pero también un desarrollo en profundidad de la conciencia que permita en particular desenmascarar a los enemigos del proletariado.
El armamento de los obreros y su decidida respuesta militar no bastan. La clase obrera debe poner en práctica lo que es su fuerza principal: el desarrollo de su conciencia y de su organización. Y en esta perspectiva, los consejos obreros ocupan el lugar central.
Los consejos obreros y los comités de acción que han vuelto a aparecer espontáneamente en este último movimiento están, sin embargo, todavía poco desarrollados para servir de polo de adhesión y de punta de lanza para el combate. Además, desde el principio, el SPD emprende toda una serie de maniobras con vistas al sabotaje de los consejos.
Mientras que el KPD concentra toda su intervención en la reelección en los consejos, procurando así reforzar la iniciativa obrera, el SPD consigue bloquear esos intentos.
En el Ruhr muchos representantes del SPD están en los comités de acción y en el comité de huelga central. Igual que ocurrió entre 1918 y finales de 1919, ese partido sabotea el movimiento tanto desde dentro como desde fuera; una vez que los consejos obreros están debilitados de modo consecuente, podrá lanzar sobre ellos todos los medios de represión.
Tras la dimisión de Kapp el 17 de marzo, la retirada de las tropas fuera del Ruhr el 20 y el retorno «de exilio» del gobierno SPD de Ebert-Bauer, ese gobierno, junto con el ejército, se siente capaz de reorganizar las fuerzas de la burguesía.
Una vez más los sindicatos y el SPD se precipitan a salvar al capital. Apoyándose en la peor demagogia y en amenazas apenas veladas, Ebert y Scheidemann llaman a la reanudación inmediata del trabajo: «Kapp y Lüttwitz han sido neutralizados, pero la sedición de los Junkers sigue amenazando al Estado Popular alemán. Ellos son los responsables de la continuación del combate hasta que se sometan sin condiciones. Para llegar a este gran objetivo, hay que apretar aún más sólida y profundamente las filas del frente republicano. La huelga general, a más largo plazo, afecta no sólo a quienes se han hecho culpables de alta traición sino también a nuestro propio frente. Necesitamos carbón y pan para proseguir el combate contra las antiguas potencias, por eso hay que acabar con la huelga del pueblo aun estando en alerta permanente»
Al mismo tiempo, el SPD hace como si diera concesiones políticas para tocar el movimiento en su parte más combativa y más consciente. Promete «más democracia» en las fábricas, «una influencia determinante en la elaboración del nuevo reglamento de la constitución económica y social», la depuración en la administración de las fuerzas simpatizantes de los golpistas. Pero, sobre todo, los sindicatos lo hacen todo porque se firme un acuerdo. El acuerdo de Bielefeld hace promesas que permiten, en realidad, acabar con el movimiento para después organizar la represión.
Al mismo tiempo se vuelve a agitar la amenaza de una «intervención extranjera». Si se ampliaran las luchas obreras, ello favorecería un ataque de tropas extranjeras, sobre todo las de Estados Unidos, contra Alemania; asimismo quedarían interrumpidas las entregas de abastecimientos procedentes de Holanda para una población hambrienta.
Así, los sindicatos y el SPD preparan las condiciones y ponen en práctica una serie de medios de represión contra la clase obrera. Los ministros del SPD, que unos días antes, el 13 de marzo, llamaban todavía a los obreros a la huelga general contra los golpistas, cogen ahora las riendas de la represión. Mientras las negociaciones para un alto el fuego se está desarrollando y, aparentemente, el gobierno hace «concesiones» a la clase obrera, la movilización general del Reichswher está en marcha. Muchos obreros albergan la ilusión fatal de que las tropas gubernamentales enviadas por el «Estado democrático» de la República de Weimar contra los golpistas no van a emprender ninguna acción de combate contra los obreros. Y es así como el Comité de defensa de Berlín- Köpenick llama a las milicias obreras a cesar el combate. Nada más entrar en Berlín las tropas fieles al gobierno constituyen consejos de guerra cuya ferocidad no tendrá nada que envidiar a la de los Cuerpos francos de un año antes. Cualquiera que esté en posesión de un arma será inmediatamente ejecutado. Se fusila y se somete a la tortura a miles de obreros, muchas mujeres son violadas. Se calcula que sólo en la región del Ruhr son asesinados 1000 obreros.
Lo que los esbirros de Kapp no han logrado hacer contra los obreros, lo van a conseguir los verdugos del Estado democrático.
Desde que el sistema capitalista entró en su período de decadencia, el proletariado ha tenido que volver a apropiarse constantemente del hecho de que no existe ninguna fracción de la clase dominante menos reaccionaria que las demás o en una disposición de menor hostilidad hacia la clase obrera. Al contrario, las fuerzas de izquierda del capital, como fue el ejemplo del SPD, han dado la prueba de que son todavía más hipócritas y peligrosas en sus ataques contra la clase obrera. En el capitalismo decadente no existe ninguna fracción de la clase dominante que sea progresista, de una u otra manera, y a la que la clase obrera deba apoyar (Ver los puntos IX y XIII de nuestra Plataforma Política https://es.internationalism.org/cci/201211/3550/plataforma-de-la-cci-adoptada-por-el-ier-congreso) [4]
El proletariado pagó muy caras sus ilusiones sobre la Socialdemocracia. Con el aplastamiento de la respuesta obrera al putsch de Kapp, el SPD demostró una vez más su hipocresía y dio la prueba de que actuaba al servicio del Capital.
Primero se presentó como «representante más radical de los obreros». No sólo consiguió engañar a los obreros, sino incluso a sus partidos políticos. Aunque, en general, el KPD puso en guardia a la clase obrera contra el SPD, denunciando sin restricción el carácter burgués de su política, es también aquél víctima, a nivel local, de las trapacerías de éste. Por ejemplo, en diferentes ciudades, el KPD firma llamamientos a la huelga general junto con el SPD. En Francfort, el SPD, el USPD y el KPD declaran conjuntamente: «Hay que entrar en lucha ahora, no para proteger la república burguesa sino para establecer el poder del proletariado. ¡Abandonad inmediatamente las fábricas y las oficinas!». En Wuppertal las direcciones de los distritos de los tres partidos publican este llamamiento:
«La lucha unitaria debe llevarse a cabo con estos objetivos:
1º La conquista del poder político por la dictadura del proletariado hasta la consolidación del socialismo basándose en el puro sistema de los consejos.
2º La socialización inmediata de las empresas económicas suficientemente maduras para ese fin.
Para alcanzar esos objetivos, los partidos firmantes (USPD, KPD, SPD) llaman a ponerse con determinación en huelga general el lunes 15 de marzo».
El que el KPD y el USPD no denuncien el verdadero papel del SPD, sino que presten su concurso a la ilusión de hacer un frente único con ese partido traidor a la clase obrera y con las manos manchadas de sangre obrera, va a tener consecuencias asoladoras[6].
Una vez más, el SPD maneja todos los hilos y prepara la represión contra la clase obrera. Tras la derrota de los golpistas, Ebert, a la cabeza del gobierno, nombra un nuevo jefe para el Reichswher, Von Seekt, veterano militar con ya una sólida fama de verdugo de la clase obrera. De entrada, el ejército excita los odios contra la clase obrera: «Ahora que el golpismo de derechas, derrotado, debe dejar el escenario, resulta que el golpismo de izquierdas vuelve a levantar cabeza. (...) Nosotros alzamos las armas contra todas las variedades de intentonas golpistas». Y es así como los obreros que han luchado contra los golpistas son denunciados como los verdaderos golpistas. «No os dejéis engañar por las mentiras bolchevistas y espartaquistas. Manteneos unidos y fuertes. Haced frente contra el bolchevismo que lo quiere destruir todo» (en nombre del gobierno del Reich, Von Seekt y Schiffer).
Y el Reichswher va a ejecutar un auténtico baño de sangre bajo el mando del SPD. El ejército «democrático» avanza contra la clase obrera mientras los «kappistas» ya han podido huir sin el menor contratiempo.
Mientras que la clase obrera se opone con heroico valor a los ataques del ejército e intenta dar una orientación a sus luchas, los revolucionarios se quedan atrás con relación al movimiento. La ausencia de un partido comunista fuerte es una de las causas decisivas de este nuevo revés que sufre la revolución proletaria en Alemania.
Como lo demostramos en la Revista internacional nº 88[7], el KPD se encontró muy debilitado con la exclusión de la oposición en el Congreso de Heidelberg; en marzo de 1920, el KPD sólo cuenta con unos cientos de militantes en Berlín, al haber sido excluida la mayoría de sus miembros.
Además, pesa sobre el partido el traumatismo de su terrible debilidad durante la semana sangrienta de enero de 1919 cuando no consiguió denunciar unitariamente la trampa tendida por la burguesía a la clase obrera e impedir que ésta cayera en ella.
Por eso es por lo que el 13 de marzo de 1920, el KPD desarrolla un análisis falso sobre la relación de fuerzas entre las clases, pensando que es demasiado pronto para devolver los golpes. Es evidente que la clase obrera está enfrentada a una ofensiva de la burguesía sin posibilidad de escoger el momento del combate. Además, su determinación en la respuesta es importante. Frente a esta situación, el partido tiene toda la razón en dar la siguiente orientación: «Reunión inmediata en todas las fábricas para elegir consejos obreros. Reunión inmediata de los consejos en asambleas generales que deben encargarse de la dirección de la lucha y tomar las siguientes medidas necesarias. Reunión inmediata de los consejos en un Congreso central de consejos. En el seno de los consejos obreros, los comunistas luchan por la dictadura del proletariado, por la República de consejos...» (15 de marzo de 1920).
Pero después de que el SPD coge en sus manos las riendas de los asuntos gubernamentales, la Central del KPD declara el 21 de marzo de 1920: «Para la conquista futura de las masas proletarias a la causa del comunismo, un estado de cosas en el cual la libertad política podría ser aprovechada sin límites y en el que la democracia burguesa no aparecería como la dictadura del capital, es de la mayor importancia para el movimiento hacia la dictadura del proletariado.
El KPD ve en la formación de un gobierno socialista que excluya a todo partido burgués capitalista, las condiciones favorables para la acción de las masas proletarias y para su proceso de maduración necesaria para el ejercicio de la dictadura del proletariado.
Adoptará hacia el gobierno una actitud de oposición leal mientras éste no atente contra las garantías que aseguran a la clase obrera su libertad de acción política y mientras luche contra la contrarrevolución burguesa por todos los medios a su disposición y no impida el reforzamiento social y organizativo de la clase obrera».
¿Qué esperará el KPD prometiendo su «oposición leal» al SPD? ¿No es el mismo SPD el que, durante la guerra y al inicio de la oleada revolucionaria, lo hizo todo por engañar a la clase obrera, atarla al carro del Estado y que organizó la represión?
Al adoptar esa actitud, la Central del KPD se deja embaucar por las maniobras del SPD. Cuando la propia vanguardia de los revolucionarios se deja engañar de tal manera, no es de extrañar que las ilusiones respecto al SPD se refuercen en las masas. La política catastrófica del frente único «en la base» aplicada en marzo de 1920 por el KPD va a ser recogida inmediatamente por la Internacional comunista. Va a ser pues el KPD el que dé ese trágico primer paso.
Para los militantes excluidos del KPD en octubre de 1919, ese nuevo error de la Central va a ser el motivo que los anime a fundar el KAPD en Berlín algún tiempo después, a principios de abril de 1920.
Una vez más la clase obrera de Alemania había luchado heroicamente contra el capital. Y ello cuando ya la oleada de luchas estaba en reflujo en el plano internacional. Una vez más, sin embargo, tuvo que actuar sin la acción determinante del partido. Las vacilaciones y los errores políticos de los revolucionarios en Alemania pusieron claramente en evidencia el gran peso que tiene en la balanza la confusión de la organización política del proletariado.
El enfrentamiento provocado por la burguesía a partir del putsch de Kapp se concluyó desgraciadamente por una nueva y grave derrota del proletariado en Alemania. A pesar del impresionante valor y la determinación con los que se lanzaron al combate, los obreros volvieron a pagar, una vez más y al más alto precio, sus persistentes ilusiones respecto al SPD y la democracia burguesa. Disminuidos por la debilidad crónica de sus organizaciones revolucionarias, embaucados por la política y los discursos hipócritas de la Socialdemocracia, acabaron derrotados y entregados no a las balas de los golpistas de extrema derecha sino a las del tan «democrático» Reichswher a las órdenes del gobierno SPD.
Pero esa nueva derrota del proletariado en Alemania significó sobre todo el parón de la oleada revolucionaria mundial y el cada día mayor aislamiento de la Rusia de los soviets.
DV
[1] Para estudiar críticamente y en profundidad esta gran experiencia del proletariado se puede ver en nuestra Web el bloque 1914-23: 10 años que estremecieron el mundo en https://es.internationalism.org/go_deeper [5]
[2] Para conocimiento del movimiento revolucionario en Alemania ver Lista de artículos sobre la tentativa revolucionaria en Alemania 1918-23 https://es.internationalism.org/content/4373/lista-de-articulos-sobre-la-tentativa-revolucionaria-en-alemania-1918-23 [6]
[3] Hoy todavía no se ha esclarecido si se trataba o no de una provocación con un objetivo preciso, con el acuerdo entre los ejércitos y el gobierno. Pero no debe excluirse en modo alguno la hipótesis según la cual la clase dominante tenía un plan para utilizar a los golpistas como factor de provocación según la maniobra siguiente: los extremistas de derecha arrastran a los obreros a la trampa que les han tendido para que después la dictadura democrática golpee con todas sus fuerzas
[4] En la Alemania central, aparece por vez primera Max Hölz. Organiza grupos de combate de obreros armados, y entabla numerosos combates contra la policía y el ejército. En acciones contra almacenes, se apodera de mercancías que luego distribuye entre los desempleados. En un próximo artículo volveremos a hablar de él
[5] Ver los puntos IX y XIII de nuestra Plataforma Política https://es.internationalism.org/cci/201211/3550/plataforma-de-la-cci-adoptada-por-el-ier-congreso [4]
[6] Esta fue una cruel lección de la tentativa revolucionaria en Hungría donde el partido comunista se alió con el partido socialdemócrata lo que se pagó muy caro: el aplastamiento de la República de los Consejos. Ver 1919 El ejemplo ruso inspira a los obreros húngaros (II): El abrazo del oso de la Socialdemocracia https://es.internationalism.org/content/4379/1919-el-ejemplo-ruso-inspira-los-obreros-hungaros-ii-el-abrazo-del-oso-de-la [7]
[7] Ver el artículo sexto de la Serie sobre la Revolución en Alemania https://es.internationalism.org/revista-internacional/199701/1233/vi-el-fracaso-de-la-construccion-de-la-organizacion [8]
Las Jornadas de julio de 1917 son uno de los momentos más importantes, no sólo de la revolución rusa, sino de toda la historia del movimiento obrero. Esencialmente en tres días, del 3 al 5 de Julio, tuvo lugar una de las mayores confrontaciones entre burguesía y proletariado, que aunque se saldó con una derrota de la clase obrera, abrió la vía a la toma del poder cuatro meses después, en octubre de 1917. El 3 de Julio, los obreros y los soldados de Petrogrado, se alzaron masiva y espontáneamente, reivindicando que todo el poder se transfiriera a los consejos obreros, a los soviets. El 4de Julio, una manifestación armada de medio millón de participantes reclamaba que el soviet se hiciera cargo de las cosas y tomara el poder, pero volvieron a casa pacíficamente por la tarde, siguiendo los llamamientos de los bolcheviques. El 5 de Julio tropas contrarrevolucionarias se apoderaron de la capital de Rusia y empezaron la caza del bolchevique y la represión a los obreros más avanzados. Pero al evitar una lucha prematura por el poder, el proletariado mantuvo sus fuerzas revolucionarias intactas. El resultado es que la clase obrera fue capaz de sacar las lecciones de todos aquellos acontecimientos, y en particular de comprender el carácter contrarrevolucionario de la democracia burguesa y de la nueva ala izquierda del capital: los mencheviques y los socialrevolucionarios (eseristas), que habían traicionado la causa de los obreros y los campesinos pobres y se habían pasado a la contrarrevolución. En ningún otro momento de la revolución rusa como en estas 72 horas dramáticas fue tan grave el riesgo de una derrota decisiva del proletariado, y de que el Partido bolchevique viera diezmadas sus fuerzas. En ningún otro momento resultó ser tan crucial la confianza de los batallones dirigentes del proletariado en su partido de clase, en la vanguardia comunista. 80 años después, frente a las mentiras de la burguesía sobre la «muerte del comunismo», y particularmente sus denigraciones de la Revolución rusa y el bolchevismo, la defensa de las verdaderas lecciones de las Jornadas de julio, y globalmente de la revolución proletaria es una de las responsabilidades principales de los revolucionarios. Según la burguesía, la revolución rusa fue una lucha «popular» por una república parlamentaria burguesa, la «forma de gobierno más libre del mundo», hasta que los bolcheviques «inventaron» la consigna «demagógica» de «todo el poder a los soviets», e impusieron gracias a un «golpe» su «dictadura bárbara» sobre la gran mayoría de la población trabajadora. Sin embargo, un leve vistazo a los hechos de 1917 es suficiente para mostrar tan claro como la luz del día, que los bolcheviques estaban junto a la clase obrera, y que fue la democracia burguesa la que estaba en el bando de la barbarie, del golpismo, y de la dictadura de una ínfima minoría sobre los trabajadores.
Las Jornadas de Julio de 1917 fueron desde el principio una provocación de la burguesía con el propósito de decapitar al proletariado aplastando la revolución en Petrogrado, y eliminando al partido bolchevique antes de que, globalmente, el proceso revolucionario en toda Rusia estuviera maduro para la toma del poder por los obreros.
El alzamiento revolucionario de febrero 1917 que condujo a la sustitución del zar por un gobierno provisional «democrático burgués», y al establecimiento de los consejos obreros como centro proletario de poder rival, fue ante todo el producto de la lucha de los obreros contra la guerra imperialista mundial que comenzó en 1914. Pero el gobierno provisional, y los partidos mayoritarios en los soviets, los mencheviques y los eseristas, contra la voluntad del proletariado, se aprestaron a la continuación de la guerra, a la prosecusión del programa imperialista de rapiña del capitalismo ruso. De esta forma, no sólo en Rusia, sino en todos los países de la Entente (la coalición contra Alemania), se le proporcionaba una nueva legitimidad pseudorevolucionaria a la guerra, al mayor crimen de la historia de la humanidad. Entre febrero y julio de 1917 fueron asesinados o heridos varios millones de soldados, incluyendo la flor y nata de la clase obrera internacional, para dilucidar la cuestión de cuál de los principales gángsteres imperialistas capitalistas dirigiría el mundo. Aunque inicialmente muchos obreros rusos creyeron las mentiras de los nuevos dirigentes, de que era preciso continuar la guerra «para conseguir de una vez por todas una paz justa y sin anexiones», mentiras que ahora salían de las bocas de «demócratas» y «socialistas» de pro, hacia junio de 1917, el proletariado había vuelto a la lucha contra la carnicería imperialista con energía redoblada. Durante la gigantesca manifestación del 18 de junio en Petrogrado, las consignas internacionalistas de los bolcheviques por primera vez eran mayoritarias. Hacia comienzos de julio, la mayor y más sangrienta ofensiva militar rusa desde el «triunfo de la democracia» terminaba en fiasco; el ejército alemán había roto las líneas rusas en el frente en varios puntos. Era el momento más crítico para el militarismo ruso desde el comienzo de la «Gran Guerra». Las noticias del fracaso de la ofensiva ya habían llegado a la capital, avivando las llamas revolucionarias, mientras que aún no habían alcanzado el resto del gigantesco país. De esta situación desesperada surgió la idea de provocar una revuelta prematura en Petrogrado, para, en esta ciudad, aplastar a los obreros y a los bolcheviques, y después culpar del fracaso de la ofensiva militar a la «puñalada trapera» asestada por el proletariado de la capital a los que se encontraban en el frente.
La situación objetiva no era en absoluto desfavorable para llevar a cabo este plan. Aunque los principales sectores obreros de Petrogrado fueran por delante de las orientaciones de los bolcheviques, los mencheviques y los eseristas todavía tenían una posición mayoritaria en los soviets, y guardaban una posición dominante en las provincias. En el conjunto de la clase obrera, incluso en Petrogrado, todavía había fuertes ilusiones sobre la capacidad de los mencheviques y los eseristas de servir la causa del proletariado. A pesar de la radicalización de los soldados, mayoritariamente campesinos en uniforme, un número considerable de regimientos importantes todavía eran leales al gobierno provisional. Las fuerzas de la contrarrevolución, después de una fase de desorganización y desorientación tras la «revolución de Febrero», estaban ahora en el punto culminante de su reconstitución. Y la burguesía tenía una carta marcada en la manga: documentos y testimonios falsificados que supuestamente probarían que Lenin y los bolcheviques eran agentes a sueldo del Kaiser alemán.
Este plan representaba sobre todo una trampa para el Partido bolchevique. Si el partido se ponía a la cabeza de una insurrección prematura en la capital, se desprestigiaría ante el proletariado ruso, apareciendo como representante de una política aventurera irresponsable, e incluso para los sectores atrasados, como apoyo al imperialismo alemán. Pero si se desentendía del movimiento de masas se aislaría peligrosamente de la clase, dejando a los obreros a su suerte. La burguesía esperaba que el partido picara, pero el partido decidió y su decisión forjaría su destino.
¿Eran realmente las fuerzas antibolcheviques excelentes demócratas y defensores de la «libertad del pueblo» como pretendía la propaganda burguesa? Las dirigían los kadetes, el partido de la gran industria y de los grandes terratenientes; el comité de oficiales, que representaba alrededor de 100 000 mandos que preparaban un golpe militar; el pretendido soviet de las tropas contrarrevolucionarias cosacas; la policía secreta y el grupo antisemita de las «centurias negras» «tal es el medio del que surge el ambiente de pogromo, las tentativas de organizar pogromos, los disparos contra los manifestantes, etc.» ([1])
Pero la provocación de Julio fue un golpe contra la maduración de la revolución mundial asestado, no sólo por la burguesía rusa, sino por la burguesía mundial, representada por los aliados de guerra de Rusia. En este intento artero de ahogar en sangre la revolución inmadura que todavía está apenas surgiendo, podemos reconocer las formas de la vieja burguesía democrática: la burguesía francesa, que ha acumulado una larga y sangrienta tradición de provocaciones semejantes (1791, 1848, 1870), y la burguesía británica con su incomparable experiencia e inteligencia política. De hecho, en vista de las crecientes dificultades de la burguesía rusa para combatir eficazmente la revolución y mantener el esfuerzo de guerra, los aliados occidentales de Rusia habían sido la principal fuerza, no sólo en la financiación del frente ruso, sino también en lo que se refiere a aconsejar y fundar la contrarrevolución en aquel país. El Comité provisional de la Duma estatal (parlamento) «servía de tapadera legal a la labor contrarrevolucionaria, generosamente alimentada con recursos financieros por los bancos y las embajadas de la Entente» ([2]), como lo recuerda Trotski.
«En Petrogrado abundaban las organizaciones secretas y semisecretas de oficiales, que gozaban de la protección de las altas esferas y eran pródigamente sostenidas por las mismas. En la información secreta suministrada por el menchevique Liber, casi un mes antes de las jornadas de julio, se decía que los oficiales conspiradores estaban en relaciones directas con Sir Buchanan. ¿Acaso podían los diplomáticos de Inglaterra dejar de preocuparse del próximo advenimiento de un poder fuerte?» ([3])
No fueron los bolcheviques, sino la burguesía la que se alió con los gobiernos extranjeros contra el proletariado ruso.
A comienzos de julio, tres incidentes amañados por la burguesía fueron suficientes para desencadenar una revuelta en la capital.
El partido kadete retira sus cuatro ministros del gobierno provisional
Puesto que los mencheviques y los eseristas habían justificado hasta entonces su rechazo de la consigna de «todo el poder a los soviets» por la necesidad de colaborar, fuera de los consejos obreros, con los kadetes como representantes de la «democracia burguesa», la retirada de éstos tenía la finalidad de provocar, entre los obreros y los soldados, una nueva exigencia de reivindicaciones favorables a que todo el poder recayera en los soviets.
«Suponer que los kadetes podían no prever las consecuencias que tendría el acto de sabotaje que realizaban contra los soviets, significaría no apreciar en su justo valor a Miliukov. El jefe del liberalismo aspiraba evidentemente a empujar a los conciliadores a una situación difícil, de la cual sólo se podría salir con ayuda de las bayonetas: por aquellos días, estaba firmemente convencido de que era posible salvar la situación mediante un golpe audaz de fuerza.» ([4])
La presión de la Entente sobre el Gobierno provisional
La Entente obliga al Gobierno provisional a confrontar la revolución por las armas o a ser abandonado por sus aliados.
«Entre bastidores, los hilos se concentraban en las manos de las embajadas y de los gobiernos de la Entente. En la Conferencia interaliada que se había inaugurado en Londres, los amigos de Occidente se “olvidaron” de invitar al embajador ruso (...) El escarnio de que era objeto el embajador del gobierno provisional y la significativa salida de los kadetes del ministerio – ambos acontecimientos tuvieron lugar el 2 de julio – perseguían el mismo fin: acorralar a los conciliadores.» ([5])
El Partido menchevique y los eseristas, que todavía estaban en proceso de adhesión a la burguesía, eran aún inexpertos en su función, y estaban llenos de dudas y vacilaciones pequeñoburguesas, y además aún encontraban en sus filas pequeñas oposiciones internacionalistas y proletarias; no estaban iniciados en el complot contrarrevolucionario, pero maniobraban como podían para cumplir la función que les habían encomendado sus dueños y dirigentes burgueses.
La amenaza de trasladar al frente los regimientos de la capital
De hecho la explosión de la lucha de la clase en respuesta a estas provocaciones no la iniciaron los obreros, sino los soldados, y no incitaron a ella los bolcheviques, sino los anarquistas.
«En general, los soldados eran más impacientes que los obreros, porque vivían directamente bajo la amenaza de ser enviados al frente y porque les costaba mucho más trabajo asimilar las razones de estrategia política. Además tenían un fusil en la mano, y desde febrero el soldado se inclinaba a sobreestimar el poder específico de esta arma» ([6]).
Los soldados se aplicaron inmediatamente a ganar a los obreros para su acción. En la fábrica Putilov, la mayor concentración obrera de Rusia, hicieron su avance más decisivo: «Unos 10 000 obreros se congregaron frente a las oficinas de la administración. Los ametralladoritas decían, entre gritos de aprobación de los obreros, que habían recibido orden de marchar al frente el 4 de julio, pero que ellos habían decidido «no al frente alemán, no contra el proletariado de Alemania, sino contra sus propios capitalistas». Los ánimos se excitaron. «¡Vamos, vamos!» gritaban los obreros» ([7]).
En unas horas, todo el proletariado de la ciudad se había alzado y armado, y se reagrupaba alrededor de la consigna «todo el poder a los soviets», la consigna de las masas.
La tarde del 3 de julio, llegaron delegados de los regimientos de ametralladoras para intentar ganar el apoyo de la conferencia de ciudad de los bolcheviques y quedaron pasmados al enterarse de que el partido se pronunciaba en contra de la acción. Los argumentos que daba el partido, que la burguesía quería provocar a Petrogrado para culparle del fracaso en el frente, que la situación no estaba madura para la insurrección armada y que el mejor momento para una acción contundente inmediata sería cuando todo el mundo se enterara del colapso en el frente- muestran que los bolcheviques captaron inmediatamente el significado y el riesgo de los acontecimientos. De hecho, ya desde la manifestación del 18 de junio, los bolcheviques habían estado advirtiendo contra una acción prematura.
Los historiadores burgueses han reconocido la destacada inteligencia política del partido en ese momento. Ciertamente el Partido bolchevique estaba plenamente convencido de la necesidad imperativa de estudiar la naturaleza, la estrategia, y las tácticas de la clase enemiga, para ser capaz de responder e intervenir correctamente en cada momento. Estaba embebido de la comprensión marxista de que la toma revolucionaria del poder es en cierto modo un arte o una ciencia, y que tanto una insurrección en un momento inoportuno, como no tomar el poder en el momento justo, son igualmente fatales.
Pero por mucho que el análisis del partido fuera correcto, haberse quedado ahí hubiera significado caer en la trampa de la burguesía. El primer punto de inflexión decisivo de las jornadas de julio se produjo la misma noche que el Comité central y el Comité de Petrogrado del Partido decidieron legitimar el movimiento y ponerse a su cabeza, pero para garantizar su «carácter pacífico y organizado». Contrariamente a los acontecimientos espontáneos y caóticos del día anterior, las gigantescas manifestaciones del 4 de julio dejaron ver «la mano del partido intentando imponer orden». Los bolcheviques sabían que el objetivo que se habían trazado las masas – obligar a que los dirigentes mencheviques y eseristas del soviet tomaran el poder en nombre de los consejos obreros – era imposible que se produjera. Los mencheviques y eseristas, que la burguesía presenta hoy como los auténticos representantes de la democracia soviética, ya estaban entonces integrándose en la contrarrevolución, y sólo esperaban una oportunidad para liquidar los consejos obreros. El dilema de la situación, el hecho de que la conciencia de las masas obreras era aún insuficiente, se concretó en la famosa anécdota del obrero encolerizado que agitaba su puño en torno al mentón de uno de los ministros «revolucionarios» gritándole: «¡hijo de puta! toma el poder puesto que te lo estamos entregando». En realidad los ministros y dirigentes traidores de los soviets, dejaban pasar el tiempo hasta que llegaran los regimientos leales al gobierno.
Para entonces los obreros se estaban percatando por sí mismos de las dificultades de transferir todo el poder a los soviets mientras los traidores y los conciliadores ocuparan su dirección. Puesto que la clase todavía no había encontrado el método de transformar los soviets desde dentro, intentaba en vano imponer por las armas su voluntad desde fuera.
El segundo punto de inflexión decisivo vino con el llamamiento del orador bolchevique a decenas de miles de obreros de Putilov y otros, el 4 de julio, al final de un día de manifestaciones de masas; Zinoviev comenzó con una broma, para rebajar la tensión, y terminó con un llamamiento a volver a casa pacíficamente que los obreros siguieron. El momento de la revolución no es ahora, pero se acerca. Nunca se había probado más espectacular la frase de Lenin de que la paciencia y el buen humor son cualidades indispensables de los revolucionarios.
La capacidad de los bolcheviques de conducir al proletariado a sortear la trampa de la burguesía no se debía solamente a su inteligencia política. Sobre todo fue decisiva la confianza del partido en el proletariado y en el marxismo, que le permitía basarse plenamente en la fuerza y el método que representa el futuro de la humanidad, y evitar así la impaciencia de la pequeña burguesía. Fue decisiva la profunda confianza que había desarrollado el proletariado ruso en su partido de clase, que permitió al partido permanecer con las masas e incluso dirigirlas, aunque no compartían ni sus objetivos inmediatos ni sus ilusiones. La burguesía fracasó en su tentativa de abrir un foso entre el partido y la clase, foso que hubiera significado la derrota segura de la Revolución rusa.
«Era un deber ineludible del partido proletario permanecer al lado de las masas, esforzarse por dar un carácter lo más pacífico y organizado posible a sus justas acciones, no hacerse a un lado, ni lavarse las manos como Pilatos, basándose en el pedantesco argumento de que las masas no estaban organizadas hasta el último hombre y de que en su movimiento suele haber excesos» ([8]).
En la mañana del 5 de julio, temprano, tropas del gobierno empezaron a llegar a la capital. Empezó un trabajo de dar caza a los bolcheviques, de privarles de sus escasos medios de publicación, de desarmar y culpar de terrorismo a los obreros, y de incitar a pogromos contra los judíos. Los salvadores de la civilización, movilizados contra la «barbarie bolchevique», recurrieron esencialmente a dos provocaciones para movilizar a las tropas contra los obreros.
La campaña de mentiras según la cual, los bolcheviques eran agentes alemanes
«El gobierno y el Comité Ejecutivo habían intentado inútilmente conquistarlos, valiéndose de su autoridad: los soldados no se movían, sombríos, de los cuarteles, y esperaban. Hasta la tarde del 4 de julio los gobernantes no descubrieron, al fin, un recurso eficaz: enseñar a los soldados de Preobrajenski un documento que demostraba, como dos y dos son cuatro, que Lenin era un espía alemán. Esto surtió efecto. La noticia circuló de un regimiento a otro (...) El estado de ánimo de los regimientos neutrales se modificó.» ([9]) En particular se empleó en esta campaña a un parásito político llamado Alexinski, un bolchevique renegado que había sido apoyado ya antes para intentar crear una oposición de «ultraizquierda» contra Lenin, pero que al haber fracasado en sus ambiciones se convirtió en un enemigo declarado de los partidos obreros. Como resultado de esta campaña, Lenin y otros bolcheviques se vieron obligados a ocultarse, mientras que Trotski y otros fueron arrestados. «Lo que el poder necesita no es un proceso judicial, sino acosar a los internacionalistas. Encerrarlos y tenerlos presos: eso es lo que precisan los señores Kerenski y Cía.» ([10])
La burguesía no ha cambiado. 80 años después organiza una campaña similar con la misma «lógica» contra la Izquierda comunista. Entonces, en 1917, puesto que los bolcheviques se niegan a apoyar a la Entente, es que ¡están de parte de los alemanes! Ahora, puesto que la Izquierda comunista se negó a apoyar al bando imperialista «antifascista» en la IIª guerra mundial, ella y sus sucesores de hoy deben haber estado de parte de los alemanes. Campañas «democráticas» del Estado que preparan futuros pogromos.
Los revolucionarios actuales, que a menudo subestiman el significado de estas campañas contra ellos, tienen mucho que aprender aún del ejemplo de los bolcheviques tras las jornadas de julio, que movieron cielo y tierra en defensa de su reputación en la clase obrera. Más tarde Trotski habló de julio de 1917 como «el mes de la calumnia más gigantesca de la historia de la humanidad», pero incluso aquellas mentiras se quedan cortas comparadas con las actuales según las cuales el estalinismo sería el comunismo.
Otra forma de atacar la reputación de los revolucionarios, tan vieja como el método de la denigración pública, y que normalmente se ha usado en combinación con ésta, es la actitud del Estado de animar a elementos no proletarios y antiproletarios, que pretenden presentarse como revolucionarios, a entrar en acción.
«Es indudable que, tanto en los acontecimientos del frente como en los de las calles de Petrogrado, la provocación desempeñó su papel. Después de la Revolución de Febrero, el Gobierno había mandado al ejército de operaciones a un gran número de ex gendarmes y policías. Ninguno de ellos, naturalmente, quería combatir. Temían más a los soldados rusos que a los alemanes. Para hacer olvidar su pasado, se presentaban como los elementos más extremos del Ejército, azuzaban a los soldados contra los oficiales, gritaban más que nadie contra la disciplina y la ofensiva y, con frecuencia, se proclamaban incluso bolcheviques. Apoyándose recíprocamente por el lazo natural de la complicidad, crearon una especie de orden, muy original, de la cobardía y de la abyección. Por su mediación penetraban entre las tropas y se difundían rápidamente los rumores más fanáticos, en los cuales el ultrarrevolucionarismo se daba la mano con el reaccionarismo más oscurantista. En los momentos críticos, estos sujetos eran los primeros que daban la señal de pánico. La prensa había hablado repetidas veces de la labor desmoralizadora de policías y gendarmes. En los documentos secretos del propio Ejército se alude a ello con no menos frecuencia. Pero el mando superior se hacía el sordo y prefería identificar a los provocadores reaccionarios con los bolcheviques.» ([11])
Francotiradores disparan contra las tropas que llegan a la ciudad,
a las que se decía que los disparos eran de los bolcheviques
«La deliberada insensatez de aquellos disparos excitaba profundamente a los obreros. Era evidente que provocadores expertos acogían a los soldados con plomo con el fin de inyectarles, desde el primer momento, el morbo antibolchevique. Los obreros se apresuraban a explicárselo a los soldados, pero no les dejaban llegar hasta ellos; por primera vez, desde las jornadas de febrero, el junker y el oficial se interponían entre el obrero y el soldado.» ([12]) Viéndose forzados a trabajar en la semi ilegalidad tras las jornadas de julio, los bolcheviques tuvieron que combatir contra las ilusiones democráticas de quienes, en sus propias filas, pensaban que debían comparecer ante un tribunal contrarrevolucionario para responder a las acusaciones de que fueran agentes alemanes. Lenin reconoció en esto otra trampa tendida al partido. «Actúa la dictadura militar. En este caso es ridículo hablar de “justicia”. No se trata de “justicia”, sino de un episodio de la guerra civil.» ([13])
Pero si el partido sobrevivió al periodo de represión que siguió a las jornadas de julio, fue sobre todo por su tradición de vigilancia respecto a la defensa de la organización contra todos los intentos del Estado de destruirla. Hay que señalar, por ejemplo, que el agente de policía Malinovski, que se las había apañado antes de la guerra para ser miembro del comité central del partido directamente responsable de la seguridad de la organización, si no hubiera sido desenmascarado previamente (a pesar de la ceguera de Lenin), hubiera sido el encargado de ocultar a Lenin, Zinoviev, etc, tras las Jornadas de julio. Sin esa vigilancia en la defensa de la organización, el resultado hubiera sido
probablemente la liquidación de los líderes revolucionarios más experimentados. En enero-febrero de 1919, cuando fueron asesinados en Alemania, Luxemburg, Jogisches, Liebknecht y otros veteranos del KPD, parece que las autoridades fueron advertidas previamente por un agente de policía «de alto rango» infiltrado en el partido.
Las Jornadas de julio pusieron de manifiesto una vez más el gigantesco potencial revolucionario del proletariado, su lucha contra el fraude de la democracia burguesa, y el hecho de que la clase obrera es un factor contra la guerra imperialista frente a la decadencia del capitalismo. En las jornadas de julio no se planteaba el dilema «democracia o dictadura», sino que se planteó la verdadera alternativa a la que se enfrenta la humanidad, dictadura del proletariado o dictadura de la burguesía, socialismo o barbarie, sin que todavía pudiera darse una respuesta. Pero lo que ilustraron sobre todo las Jornadas de julio es el papel indispensable del partido de clase del proletariado. No hay que extrañarse, pues, si la burguesía hoy «celebra» el 80 aniversario de la Revolución Rusa con nuevas denigraciones y maniobras contra el medio revolucionario actual.
Julio de 1917 también mostró que es indispensable superar las ilusiones en los partidos renegados ex obreros, en la izquierda del capital, para que el proletariado pueda tomar el poder. De hecho esa fue la ilusión principal de la clase durante las Jornadas de julio. Pero esta experiencia fue decisiva. Las Jornadas de julio esclarecieron definitivamente, no sólo para la clase obrera y los bolcheviques, sino también para los propios mencheviques y eseristas, que éstos dos últimos partidos habían abrazado irrevocablemente la causa de la contrarrevolución. Como escribió Lenin a principios de septiembre: «...en aquel entonces, Petrogrado no podía haber tomado el poder ni siquiera materialmente, y si lo hubiera hecho, no lo habría podido conservar políticamente, porque Tsereteli y Cía. no habían caído aún tan bajo como para apoyar la cruel represión. He aquí por qué, en aquel entonces, entre el 3 y el 5 de julio de 1917, en Petrogrado, la consigna de la toma del poder hubiera sido incorrecta. En aquel entonces, ni siquiera los bolcheviques tenían, ni podían tener, la decisión consciente de tratar a Tsereteli y Cía. como contrarrevolucionarios. En aquel entonces, ni los soldados, ni los obreros podían tener la experiencia aportada por el mes de julio» ([14]).
A mitad de julio Lenin ya había sacado claramente esta lección: «A partir del 4 de julio, la burguesía contrarrevolucionaria, del brazo de los monárquicos y de las centurias negras, ha puesto a su lado a los eseristas y mencheviques pequeñoburgueses, apelando en parte a la intimidación, y ha entregado de hecho el poder a los Cavaignac, a una pandilla militar que fusila en el frente a los insubordinados y persigue en Petrogrado a los bolcheviques» ([15]).
Pero la lección esencial de julio fue el liderazgo del partido. La burguesía ha empleado a menudo la táctica de provocar enfrentamientos prematuros. Tanto en 1848 o 1870 en Francia, como en 1919 o 1921 en Alemania, en todos estos casos el resultado fue una represión sangrienta del proletariado. Si la Revolución rusa es el único gran ejemplo de que la clase obrera ha sido capaz de eludir la trampa e impedir una derrota sangrienta es, en gran parte, porque el partido bolchevique de clase fue capaz de cumplir su papel decisivo de vanguardia. Al evitar a la clase obrera una derrota semejante, los bolcheviques salvaban de quedar pervertidas por el oportunismo las profundas lecciones revolucionarias de la famosa introducción de Engels en 1895 a La Lucha de clases en Francia de Marx, especialmente su advertencia: «Y sólo hay un medio para poder contener momentáneamente el crecimiento constante de las fuerzas socialistas en Alemania e incluso para llevarlo a un retroceso pasajero: un choque a gran escala con las tropas, una sangría como la de 1871 en París» ([16]).
Trotski resumía así el balance de la acción del partido: «Si el partido bolchevique, obstinándose en apreciar de un modo doctrinario el movimiento de julio como “inoportuno”, hubiera vuelto la espalda a las masas, la semi-insurrección habría caído bajo la dirección dispersa e inorgánica de los anarquistas, de los aventureros que expresaban accidentalmente la indignación de las masas, y se habría desangrado en convulsiones estériles. Y, al contrario, si el Partido, al frente de los ametralladoritas y de los obreros de Putilov, hubiera renunciado a su apreciación de la situación y se hubiera deslizado hacia la senda de los combates decisivos, la insurrección habría tomado indudablemente un vuelo audaz, los obreros y soldados, bajo la dirección de los bolcheviques, se habrían adueñado del poder, para preparar luego, sin embargo, el hundimiento de la revolución. A diferencia de febrero, la cuestión del poder en el terreno nacional no habría sido resuelta por la victoria en Petrogrado. La provincia no habría seguido a la capital. El frente no habría comprendido ni aceptado la revolución. Los ferrocarriles y los teléfonos se habrían puesto al servicio de los conciliadores contra los bolcheviques. Kerensky y el Cuartel general habrían creado un poder para el frente y las provincias. Petrogrado se habría visto bloqueado. En la capital se habría iniciado la desmoralización. El gobierno habría tenido la posibilidad de lanzar a masas considerables de soldados contra Petrogrado. En estas condiciones el coronamiento de la insurrección habría significado la tragedia de la Comuna petrogradesa.
Cuando en el mes de julio se cruzaron los caminos históricos, sólo la intervención del partido de los bolcheviques evitó que se produjeran las dos variantes que entrañaban el peligro fatal tanto en el espíritu de las Jornadas de junio de 1848, como en el de la Comuna de París de 1871. El partido, al ponerse audazmente al frente del movimiento, tuvo la posibilidad de detener a las masas en el momento en que la manifestación empezaba a convertirse en colisión en la cual los contrincantes iban a medir sus fuerzas con las armas. El golpe asestado en julio a las masas y al Partido fue muy considerable. Pero no fue un golpe decisivo. (...) La clase obrera no salió decapitada y exangüe de esa prueba, sino que conservó completamente sus cuadros de combate, los cuales aprendieron mucho en esa lección.» ([17])
La Historia probó que Lenin tenía razón cuando escribía: «Empieza un nuevo periodo. La victoria de la contrarrevolución ha hecho que las masas se desilusionen de los partidos eserista y menchevique y desbroza el camino que llevará a esas masas a una política de apoyo al proletariado revolucionario.» ([18])
KR
[1] Lenin, Obras completas, t. 32, «¿Dónde está el poder y dónde, la contrarrevolución?», Ed Progreso, Moscú 1985.
[2] Trotski, Historia de la Revolución rusa, t. 2.
[3] Ídem. Buchanam era un diplomático británico en Petrogrado.
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Lenin, Obras Completas, t. 34, «Sobre las ilusiones constitucionalistas», Ed Progreso, Moscú 1985.
[9] Trotski, op. cit.
[10] Lenin, Obras completas, t. 32, «¿Deben los dirigentes bolcheviques comparecer ante los tribunales?»
[11] Trotski, op. cit. Una función similar, que fue incluso más catastrófica, hicieron esos elementos ex policías y lumpen proletarios, mezclándose entre los «soldados de Spartakus» y los «inválidos revolucionarios» durante la revolución alemana, particularmente durante la trágica «semana Spartakus» en Berlín, en enero de 1919.
[12] Trotski, op. cit.
[13] Lenin, Obras, t. 32, «¿Deben los dirigentes bolcheviques comparecer ante los tribunales?»
[14] Lenin, Obras, t. 34, «Rumores sobre una conspiración», Ed. Progreso, Moscú 1985.
[15] Lenin, Obras, t. 34, «A propósito de las consignas».
[16] Engels, introducción a «Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850», en Obras escogidas de Marx y Engels, t. 1, Ed. AKAL, Madrid 1975.
[17] Trotski, op. cit.
[18] Lenin, Obras, t. 34, «Sobre las ilusiones constitucionalistas».
Desde el principio de la primera serie de estos artículos, titulada «El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material» hemos combatido el cliché según el cual «el comunismo es un bello ideal que jamás podrá ser realizado». Hemos afirmado, con Marx, que el comunismo no puede reducirse a un bello ideal sino que está orgánicamente contenido en la lucha de clase del proletariado. El comunismo no es una utopía abstracta, soñada por unos pocos visionarios bienintencionados; es un movimiento que nace de las condiciones de la presente sociedad. Además, los primeros artículos de la serie fueron, sobre todo, un estudio de las «ideas» del comunismo en el período ascendente del capitalismo, son un examen de cómo su concepción de la futura sociedad y de la vía para conseguirla, fue desarrollada en el siglo XIX, antes de que la Revolución comunista estuviera al orden del día de la historia.
El comunismo es el movimiento del conjunto del proletariado, de la clase obrera como fuerza histórica y mundial. Sin embargo, la historia del proletariado es también la historia de sus organizaciones y la clarificación de los objetivos del movimiento es la tarea específica de las minorías politizadas del proletariado, sus partidos y fracciones. Contrariamente a las fantasías del consejismo y el anarquismo no puede haber movimiento comunista sin organizaciones comunistas. Como tampoco existe un conflicto de intereses entre estas organizaciones y ese movimiento. A lo largo de la primera la serie de artículos, hemos mostrado cómo el trabajo de clarificación de los fines y los medios del movimiento fue llevado a cabo por los marxistas en la Liga de los Comunistas y, posteriormente, por la Iª y IIª Internacional; pero ese trabajo se hizo siempre en conexión con el movimiento de masas, participando en su interior y sacando lecciones de los distintos episodios que se habían venido produciendo como la revolución de 1848 y la Comuna parisina de 1871.
En esta segunda serie de artículos vamos a ver la evolución del proyecto comunista en el período de decadencia del capitalismo: es decir, el periodo en el que el comunismo se convierte en algo más que una perspectiva general de las luchas obreras, cuando se convierte en una auténtica necesidad en cuanto las relaciones de producción capitalistas entran en un conflicto permanente y definitivo con las fuerzas productivas que ha puesto en movimiento. Dicho de forma simple: la decadencia del capitalismo coloca a la humanidad ante el dilema: comunismo o hundimiento en la barbarie. Tendremos ocasión de profundizar en esa alternativa a medida que vayamos desarrollando esta segunda serie. Por el momento queremos decir simplemente que, de la misma forma que en la primera parte de la serie, los artículos que traten sobre la decadencia del capitalismo no pretenden aportar una «historia» de los distintos acontecimientos del siglo XX que han servido para elucidar los fines y los medios del comunismo. Quizá, aún más que en la primera parte, nos limitaremos a ver la forma en que los comunistas analizaron y entendieron estos hechos.
Solo tenemos que ver la Revolución rusa de 1917 para comprender por qué debemos proceder así: escribir una nueva historia, incluso de los primeros meses de este acontecimiento, no está dentro de nuestras posibilidades. Pero eso no disminuye la importancia de nuestro estudio: al contrario, nos daremos cuenta de que casi todos los avances del movimiento revolucionario del siglo XX en la comprensión del camino hacia el comunismo derivan de su interacción con la experiencia insustituible de la clase obrera. Aunque la Revista internacional de la CCI ha dedicado muchas de sus páginas a las lecciones de la Revolución Rusa y de la oleada revolucionaria internacional que esa Revolución inspiró, hay, sin embargo, todavía mucho que decir sobre la forma en que esas lecciones fueron sacadas y elaboradas por las organizaciones comunistas.
El marxismo reconoce generalmente que el comienzo de la época del capitalismo decadente estuvo marcado por el estallido de la Primera Guerra mundial en 1914. Sin embargo, nosotros terminamos la primera serie, y empezamos esta segunda serie, con la primera revolución rusa, o sea los acontecimientos de 1905, que ocurrieron en una especie de bisagra entre las dos épocas. Como veremos, la situación incierta de ese período llevó a muchas ambigüedades en el movimiento obrero sobre el significado de tales hechos. Sin embargo, lo que se hizo evidente, en las fracciones más claras del movimiento, fue que 1905 en Rusia marcó la emergencia de nuevas formas de lucha y organización que correspondían a las necesidades de enfrentar el período de declive capitalista. Si, como hemos mostrado en el último artículo de la primera serie, la década anterior había sido testigo de una tendencia en el movimiento obrero a extraviarse de la ruta hacia la revolución, especialmente con el crecimiento del reformismo y de las ilusiones parlamentarias en el movimiento, 1905 fue la antorcha que iluminó el camino a todos aquellos que querían verlo.
A primera vista, la revolución en Rusia de 1905 apareció como una tormenta en un cielo azul. Las ideas reformistas habían ganado al movimiento obrero porque el capitalismo parecía haber entrado en un período feliz en el cual las cosas no podían sino ir cada día mejor para los trabajadores si se atenían a los métodos legales, al sindicalismo y el parlamentarismo. Los días del heroísmo revolucionario, de la lucha callejera y las barricadas, parecían algo del pasado e incluso los que profesaban el marxismo «ortodoxo», como Karl Kautsky, insistían en que la mejor vía para que los trabajadores hicieran la revolución era ganar la mayoría parlamentaria. De repente, en enero de 1905, la sangrienta represión de una manifestación pacífica conducida por el cura y agente policial, padre Gapón, encendía una masiva oleada de huelgas por todo el inmenso imperio zarista y abría un año de agitación que culminó con las huelgas masivas de octubre que vieron la formación del primer Soviet en San Petersburgo y el levantamiento armado de diciembre
En realidad, estos sucesos no brotaban de la nada. Las lamentables condiciones de vida y de trabajo de los obreros rusos que estaban en la raíz de sus humildes peticiones al Zar en el Domingo sangriento, se habían hecho más y más intolerables con la guerra ruso-japonesa de 1904, una guerra que era clara expresión de la agudización general de las tensiones interimperialistas cuyo paroxismo se alcanzaría en 1914. Además, la magnífica combatividad de los obreros rusos no era un fenómeno aislado, ni geográfica ni históricamente: el movimiento huelguístico en Rusia seguía los pasos de las luchas de la década de 1890, mientras que el espectro de la huelga de masas había empezado a mostrarse en la propia Europa más avanzada: en Bélgica y Suecia en 1902, en Holanda en 1903, en Italia en 1904.
Incluso antes de 1905 el movimiento obrero se había visto atravesado por un animado debate sobre la «huelga general». En la IIª Internacional los marxistas habían luchado contra la mitología anarquista y sindicalista la cual había pintado la huelga general como un hecho apocalíptico que podía ser puesto en marcha en cualquier momento y que podría destruir el capitalismo sin necesidad de que los trabajadores se plantearan la batalla por el poder político. Sin embargo, la experiencia concreta de la clase hizo descender el debate de esas abstracciones para situarlo en la cuestión concreta de la huelga de masas, la cual era una expresión real, producto de la evolución del movimiento de huelgas, que se oponía al paro universal del trabajo un día y de una vez por todas y decretado de antemano. Con ello cambiaban radicalmente los protagonistas del debate. Desde ese momento la cuestión de la huelga de masas era una de las líneas de demarcación entre la derecha reformista y la izquierda revolucionaria dentro del movimiento obrero y muy particularmente dentro de los partidos socialdemócratas. Como ocu-rrió en un debate anterior (sobre las teorías revisionistas de Berstein en los años90 del pasado siglo) el movimiento en Alemania estuvo en el centro de la controversia.
Los reformistas, y sobre todo los líderes de los sindicatos, solo veían la huelga de masas como una fuerza anárquica, capaz de amenazar y echar abajo años de paciente labor para captar afiliados u obtener fondos, así como la presencia parlamentaria del partido. Los burócratas de los sindicatos, especialistas en la negociación con la burguesía, temían que el tipo de estallido masivo y espontáneo que había ocurrido en Rusia acabara en una represión masiva que derrumbara las ganancias penosamente adquiridas las pasadas décadas. Prudentemente, tomaron la precaución de no denunciar abiertamente el movimiento en Rusia. Procuraron, en cambio, limitar su campo de aplicación. Reconocían que el movimiento de masas en Rusia era el producto de las condiciones atrasadas de dicho país y de su despótico régimen. Pero no era necesario en un país como Alemania donde los sindicatos y los partidos obreros tenían una existencia legal reconocida. La huelga general sólo era necesaria en Europa como un ejercicio defensivo y limitado para salvaguardar los derechos democráticos frente a tentativas reaccionarias de eliminarlos. Sobre todo, tal acción debía ser preparada de antemano y estrechamente controlada por las organizaciones obreras existentes con vistas a prevenir cualquier amenaza de «anarquía».
Oficialmente, la dirección del SPD se distanció de esas reacciones conservadoras. En el Congreso de Jena celebrado en 1905, Bebel propuso una resolución que apareció como una victoria de la izquierda contra el reformismo, dado que enfatizaba la importancia de la huelga de masas. Pero, en realidad, la resolución de Bebel fue una típica expresión del centrismo porque reducía la huelga de masas a un esfera puramente defensiva. La duplicidad de la dirección se vio unos meses más tarde, en febrero de 1906, cuando llegó a un acuerdo secreto con los sindicatos para bloquear cualquier propaganda efectiva de la huelga de masas en Alemania.
Para la izquierda, en cambio, el movimiento en Rusia tuvo un significado universal e histórico, aportando una bocanada de aire fresco frente a la asfixiante atmósfera de sindicalismo y «nada más que» parlamentarismo que dominaba el partido desde hacía tiempo. Los esfuerzos de la izquierda por entender el significado y las implicaciones de las huelgas de masas en Rusia se plasmaron sobre todo en los escritos de Rosa Luxemburgo que ya antes había encabezado el combate contra el revisionismo de Bernstein y que se había visto directamente envuelta en los acontecimientos de 1905 a través de su militancia en el Partido socialdemócrata de Polonia que entonces formaba parte del imperio ruso. En su justamente famoso folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, mostró un profundo dominio del método marxista, el cual, armado con un marco teórico histórico y global, era capaz de discernir las flores del futuro en las semillas del presente. De la misma forma que Marx había sido capaz de predecir el futuro general del capitalismo estudiándolo en sus formas pioneras existentes en Gran Bretaña o proclamando el potencial revolucionario del proletariado analizando un modesto movimiento como el de los tejedores de Silesia (1844), Rosa Luxemburgo fue capaz de mostrar que el movimiento proletario en 1905 en la atrasada Rusia poseía las características esenciales de la lucha de clases en el período que entonces comenzaba a desarrollarse: el período de declive del capitalismo mundial.
El oportunismo arraigado en la burocracia sindical y con más o menos apoyos abiertos en el partido, se apresuró a calificar a los marxistas que comprendían las verdaderas implicaciones del movimiento en Rusia como «revolucionarios románticos» y sobre todo como anarquistas que reeditaban la vieja visión milenarista de la huelga general. Es verdad que fueron los elementos semi-anarquistas del SPD –en particular los llamados lokalisten– quienes convocaban a la «huelga social general» y, como la propia Luxemburgo escribe en su folleto «Rusia sobre todo parecía particularmente preparada para servir de campo de experiencia a las hazañas anarquistas» ([1]). Pero en realidad, como lo prueba Rosa Luxemburgo, no sólo el anarquismo había estado prácticamente ausente del movimiento, sino que sus métodos y objetivos significaban «la liquidación histórica del anarquismo». Y esto no sólo porque los obreros rusos habían probado, contrariamente al apoliticismo defendido por los anarquistas, que la huelga de masas podía ser un instrumento en la lucha por conquistas democráticas (y esto empezaba ya a dejar de ser un componente realizable del movimiento obrero), sino y sobre todo, porque la forma y la dinámica de la huelga de masas había dado un golpe decisivo a anarquistas y burócratas sindicales que, pese a todas sus diferencias, tenían en común la falsa noción de la huelga general como algo que se empieza y se termina a voluntad, al margen de las condiciones históricas y de la evolución real de la lucha de clases. Contra todo esto, Luxemburgo insiste que la huelga de masas es un «producto histórico y no algo artificial» que «ni se fabrica artificialmente ni es decidida o propagada en un espacio inmaterial o abstracto, sino que es un fenómeno histórico resultante en un cierto momento de una situación social, a partir de una necesidad histórica. Por lo tanto, el problema no se resolverá mediante especulaciones abstractas acerca de la posibilidad o la imposibilidad, sobre la utilidad o el riesgo de la huelga de masas, sino a través del estudio de los factores y la situación social que provoca la huelga de masas en la fase actual de la lucha de clases. Ese problema no será comprendido y no podrá ser discutido a partir de una apreciación subjetiva de la huelga general tomando en consideración lo que es deseable o no, sino a partir de un examen objetivo de los orígenes de la huelga de masas, interrogándonos sobre sí ella es históricamente necesaria» ([2]).
Cuando Luxemburgo habla de la «fase presente de la lucha de clases» no se está refiriendo al momento inmediato sino a una nueva época histórica. Con fuerte perspicacia argumenta que «la revolución rusa actual estalla en un punto de la evolución histórica situado ya sobre la otra vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista» ([3]). En otras palabras: la huelga de masas en Rusia anuncia las condiciones que se convertirán en universales en la época ya cercana del declive capitalista. El hecho de que haya aparecido de forma aguda en la atrasada Rusia refuerza más que debilita sus tesis, ya que el tardío pero muy rápido desarrollo capitalista en Rusia había producido un proletariado muy concentrado que hacía frente a un aparato policial omnipresente que le prohibía virtualmente organizarse y que no le daba más opción que organizarse por y para la lucha. Esta es una realidad que se iba a imponer a todos los trabajadores en la época decadente, en la cual el Estado capitalista burgués ya no puede tolerar una organización permanente de masas de los trabajadores, destruyendo o recuperando sistemáticamente todos los esfuerzos anteriores para organizarse a esa escala.
El período del capitalismo decadente es el periodo de la revolución proletaria; por consiguiente, la Revolución de 1905 en Rusia «aparece menos como la heredera de las viejas revoluciones burguesas que como la precursora de una nueva serie de revoluciones proletarias. El país más atrasado, precisamente porque tiene un retraso imperdonable en la tarea de cumplir la revolución burguesa, muestra al proletariado de Alemania y de los países más avanzados las vías y los métodos de la lucha de clases futura» ([4]). Estas «vías y métodos» son precisamente los de la huelga de masas, que son, como Luxemburgo dice «el movimiento mismo de la masa proletaria, la fuerza de manifestación de la lucha proletaria en el curso de la revolución» ([5]). En suma, el movimiento en Rusia muestra a los obreros de todos los países cómo puede hacerse realidad su revolución.
¿Cuál es precisamente el método de acción de la lucha de clases en el nuevo periodo?
Primero, la tendencia de la lucha a estallar espontáneamente, sin una planificación previa, sin una recogida de fondos anticipada que respalde un asedio largo contra los patronos. Luxemburgo recuerda el motivo «trivial» de los trabajadores de Putilov para ponerse en huelga en enero; en su libro 1905, Trotski dice que la lucha de octubre empezó por un simple problema de la paga por puntos entre los impresores de Moscú. Tales desarrollos son posibles porque las causas inmediatas de la huelga de masas son enteramente secundarias en relación a lo que está debajo de ellas: la profunda acumulación de descontento en el proletariado frente a un régimen capitalista cada vez menos capaz de otorgar concesiones y obligado a incrementar la explotación y a derogar cuantas adquisiciones había ganado aquél previamente.
Los burócratas sindicalistas no pueden, desde luego, imaginar una lucha obrera a gran escala que no esté planificada y controlada desde la seguridad de sus oficinas y si la huelga estalla espontáneamente ante sus narices no pueden verla sino como algo ineficaz al no estar organizado. Pero Luxemburgo replica que en las nuevas condiciones emergentes de la lucha de clases, espontaneidad no es la negación de la organización sino su más viable premisa: «la concepción rígida y mecánica de la burocracia sólo admite la lucha como resultado de la organización que ha llegado a un cierto grado de fuerza. La evolución dialéctica, viva, por el contrario, hace nacer a la organización como producto de la lucha. Hemos visto ya un magnífico ejemplo de ese fenómeno en Rusia, donde un proletariado casi inorgánico comenzó a crear en año y medio de luchas revolucionarias tumultuosas una vasta red de organizaciones» ([6]).
Contrariamente a muchos de los críticos de Rosa Luxemburgo, tal visión no es «espontaneísta», dado que la organización a la que se refiere es la organización inmediata y los órganos generales de la clase, no se refiere al partido político o a las fracciones cuya existencia y programa, aunque están vinculadas al movimiento inmediato de la clase, corresponden sobre todo a su dimensión histórica y profunda. Como veremos, Luxemburgo no negó en manera alguna la necesidad de que el partido político
proletario intervenga en la huelga de masas. Lo que este punto de vista de la organización expresa lúcidamente es el fin de una era en el que la organización unitaria de la clase podía existir con bases permanentes fuera de los momentos de combate abierto contra el capital.
La naturaleza explosiva y espontánea de la lucha en las nuevas condiciones está directamente conectada a la esencia misma de la huelga de masas (la tendencia de las luchas a extenderse rápidamente, a ganar a capas cada vez más amplias capas de trabajadores). Describiendo la extensión de las huelgas de enero, Rosa escribe: «Sin embargo, tampoco allí se puede hablar de plan previo, ni de acción organizada, porque el llamamiento de los partidos debía apenas seguir a los levantamientos espontáneos de las masas; los dirigentes apenas tenían tiempo de formular las consignas cuando ya las masas de proletarios se lanzaban al asalto» ([7]). Cuando el descontento en la clase es general se hace rápidamente posible para el movimiento extenderse a través de la acción directa de los trabajadores, llamando a sus compañeros de otras fábricas y sectores a plantear las demandas que reflejan sus agravios comunes.
En fin, contra aquellos que en los sindicatos o en el partido insisten en «la huelga política de masas», en reducir la huelga de masas a una mera arma defensiva contra los atentados a los derechos democráticos de los trabajadores, Luxemburgo demuestra la interacción viva entre los aspectos políticos y económicos de la huelga de masas:
«Sin embargo, el movimiento en su conjunto no se orienta únicamente en el sentido de un paso de lo económico a lo político, sino también en el sentido inverso. Cada una de las acciones de masa políticas se transforma, luego de haber alcanzado su apogeo, en una multitud de huelgas económicas. Esto es válido no sólo para cada una de las grandes huelgas sino también para la revolución en su conjunto. Cuando la lucha política se extiende, clarifica e intensifica. La lucha reivindicativa no sólo no desaparece sino que se extiende, organiza e intensifica paralelamente. Existe una completa interacción entre ambas (…) En una palabra, la lucha económica presenta una continuidad, es el hilo que vincula los diferentes núcleos políticos; la lucha política es una fecundación periódica que prepara el terreno a las luchas económicas. La causa y el efecto se suceden y alternan sin cesar, y de este modo el factor económico y el factor político, lejos de distinguirse completamente o incluso de excluirse recíprocamente como lo pretende el esquema pedante, constituyen en un periodo de huelgas de masas dos aspectos complementarios de la lucha de clases proletaria en Rusia. La huelga de masas constituye precisamente su unidad» ([8]).
Aquí «política» no significa simplemente para Luxemburgo, la defensa de las libertades democráticas, sino sobre todo la lucha ofensiva por el poder, pues, como añade en el siguiente pasaje, «la huelga de masas es inseparable de la revolución». El capitalismo decadente es un sistema incapaz de ofrecer mejoras permanentes en las condiciones de vida de los trabajadores; al contrario, todo lo que puede ofrecer es represión y empobrecimiento. Por tanto, las condiciones mismas que alumbran la huelga de masas impulsan a los trabajadores a plantear la cuestión de la revolución. Más aún, al conseguir polarizar la sociedad burguesa en dos grandes campos, al llevar inevitablemente a los trabajadores a oponerse a la fuerza del conjunto del Estado burgués, la huelga de masas no puede sino plantear la necesidad de destruir el viejo poder estatal: «En el presente la clase obrera está obligada a educarse, reunirse y dirigirse a sí misma en el curso de la lucha y de este modo la revolución está orientada tanto contra la explotación capitalista como contra el régimen de Estado anterior. La huelga de masas aparece así como el medio natural de reclutar, organizar y preparar para la revolución a las más amplias capas proletarias y es al mismo tiempo un medio de minar y abatir el Estado anterior y de contener la explotación capitalista» ([9]).
Aquí, Luxemburgo aborda el problema planteado por los oportunistas en el partido, que basan su «nada más que» parlamentarismo en la correcta observación según la cual el moderno Estado no puede ser destruido mediante las viejas tácticas de la lucha callejera y de barricadas (en el último artículo de la serie vimos cómo incluso Engels había dado cierto apoyo a los oportunistas en este punto). Los oportunistas pensaban que el resultado de ello sería que:
«la lucha de clases se limitaría simplemente a la batalla parlamentaria y que la revolución –en el sentido de combates callejeros– sería simplemente suprimida». Frente a ello, Rosa Luxemburgo argumenta que «la historia ha resuelto el problema a su manera, que es a la vez la más profunda y la más sutil: hizo surgir la huelga de masas que ciertamente no reemplaza ni torna superfluos los enfrentamientos directos y brutales en la calle, sino que los reduce a un simple momento en el largo periodo de luchas políticas» ([10]). Así, la insurrección armada se afirma como la culminación del trabajo de educación y organización de la huelga de masas, una perspectiva ampliamente confirmada por los acontecimientos de febrero y octubre de 1917.
En este pasaje, Luxemburgo menciona a David y a Bernstein como los portavoces de la tendencia oportunista del partido. Pero la insistencia de Rosa en que la revolución no es sólo un acto violento de destrucción, sino que es el punto culminante del movimiento de masas en el terreno específico del proletariado – en los centros de producción y en las calles – significaba en esencia un rechazo total de las concepciones «ortodoxas» defendidas por Kautsky, a quien en un determinado momento se le situaba en la izquierda del partido, pero cuya noción de revolución, como ponemos de manifiesto en el artículo de la primera serie de la Revista internacional nº 88, estaba completamente atrapada en el laberinto parlamentario. Como veremos más adelante, la oposición de Kautsky al análisis revolucionario de Rosa Luxemburgo sobre la huelga de masas se hizo más clara después de que el folleto de Rosa estuviera escrito. Pero ésta había afirmado claramente la salida del laberinto parlamentario mostrando la huelga de masas como embrión de la revolución proletaria.
Hemos dicho que el trabajo de Rosa Luxemburgo sobre la huelga de masas no eliminaba en manera alguna la necesidad del partido proletario. De hecho, en la época de la revolución, la necesidad del partido revolucionario se hace más crucial todavía, como fue el caso de los bolcheviques en Rusia. Pero al desarrollo de las nuevas condiciones y de los nuevos métodos de la lucha de clase corresponde un nuevo papel para la vanguardia revolucionaria y Luxemburgo fue la primera en afirmarlo. La concepción del partido como una organización de masas que reagrupa, controla y dirige a la clase, que había dominado masivamente a la social democracia, fue históricamente superada por la huelga de masas. La experiencia de esta última mostró que el partido no puede agrupar a la mayoría de la clase, no puede tomar en sus manos todos los detalles de un movimiento tan enorme y fluido como la huelga de masas. En consecuencia la conclusión de Rosa Luxemburgo es:
«De este modo arribamos a la las mismas conclusiones para Alemania, en lo que concierne al papel a desempeñar por la ‘dirección’ de la socialdemocracia en relación a las huelgas de masas, que para el análisis de los acontecimientos en Rusia. En efecto, dejemos de lado la teoría pedante de una huelga demostrativa montada artificialmente por el partido y los sindicatos y ejecutada por una minoría organizada y consideremos el cuadro vivo de un verdadero movimiento popular surgido de la exasperación de los conflictos de clase y de la situación política que explota con la violencia de una fuerza elemental en conflictos tanto económicos como políticos y en huelga de masas. La tarea de la socialdemocracia consistirá entonces no en la preparación o la dirección técnica de la huelga, sino en la dirección política del conjunto del movimiento» ([11]).
La profundidad del análisis de Rosa sobre la huelga de masas en Rusia nos suministra una refutación clara de todos aquellos que trataron de negar su significado histórico y mundial. Como todo verdadero revolucionario, Luxemburgo demostró que las tormentas procedentes del Este transformaron completamente las viejas concepciones de la lucha de clases en general, pero incluso obligaron a un reexamen radical del papel del partido mismo. ¡Cuestión con la que estropeó el sueño de los conservadores que dominaban el partido y los sindicatos!.
El dogma bordiguista según el cual el programa revolucionario es invariable desde 1848 fue claramente refutada por los acontecimientos de 1905. Los métodos y formas organizativas de la huelga de masas – los soviets o consejos obreros, especialmente – no fueron el resultado de un esquema previo sino que surgieron de las capacidades creativas de la clase en movimiento. Los soviets no fueron creaciones de la nada, pues tales cosas no existen en la naturaleza. Fueron los sucesores naturales de las formas previas de organización de la clase obrera, en particular, de la Comuna de París. Pero también fueron la forma más alta de organización correspondiente a las necesidades de la lucha de la nueva época.
Del mismo modo, la experiencia de 1905 contradice otro aspecto de las tesis «invariantes»: la de que el «hilo rojo» de la claridad revolucionaria en el siglo XX pasa únicamente por una única corriente del movimiento (en concreto, la Izquierda italiana). Como veremos, la claridad que se desarrolló entre los revolucionarios a propósito de los acontecimientos de 1905 vino de una síntesis de las diferentes contribuciones hechas por los revolucionarios de la época. Así, mientras que la visión de Luxemburgo de la dinámica de la huelga de masas, de las características de la lucha de clases en el nuevo período, no tiene parangón, el folleto Huelga de masas, en cambio, contiene una sorprendentemente limitada comprensión de lo adquirido en el terreno organizativo del movimiento. Desde luego, fue capaz de poner de manifiesto una profunda verdad al señalar que las organizaciones nacidas de la huelga de masas eran el producto del movimiento; sin embargo, el órgano que fue, más que ningún otro, la genuina emanación de la huelga de masas, el Soviet, no es mencionado más que de pasada. Cuando ella habla de nuevas organizaciones nacidas de la lucha, se refiere sobre todo a los sindicatos: «... y mientras los guardianes celosos de los sindicatos alemanes temen ante todo verse romper en mil pedazos esas organizaciones, como una preciosa porcelana en medio del torbellino revolucionario, la revolución rusa nos presenta un cuadro totalmente diferente: lo que emerge de los torbellinos, de las tempestades, de las llamas y de la hoguera de las huelgas de masas, como Afrodita surgiendo de la espuma del mar, son los sindicatos nuevos y jóvenes, vigorosos y ardientes» (ídem).
Es verdad que en este periodo bisagra, los sindicatos aún no habían sido integrados definitivamente en el Estado burgués, aunque la burocratización contra la que polemizaba Rosa era una expresión de esa tendencia. Sin embargo, lo que está claro es que la emergencia de los soviets marca la quiebra histórica de los sindicatos como formas de organización de la lucha proletaria. Como método de defensa de los trabajadores los sindicatos están estrechamente conectados con la época precedente donde todavía era posible planificar de antemano las luchas y plantear el combate sector por sector, dado que los patronos no estaban unidos a través del Estado y que la presión de los obreros en un sector no provocaba automáticamente la más fuerte solidaridad de toda la clase dominante contra la lucha. Desde entonces, sin embargo, las condiciones para que surjan «frescos, jóvenes, poderosos y ardientes sindicatos» han desaparecido y las nuevas condiciones exigen nuevas formas de organización.
El significado revolucionario de los soviets fue entendido con mayor claridad por los revolucionarios rusos y muy especialmente por Trotski, quien desempeñó un papel central en el soviet de San Petersburgo. En su libro 1905, escrito casi inmediatamente después de los acontecimientos, Trotski nos proporciona una definición clásica del soviet estableciendo con claridad el lazo entre su forma y su función en la lucha revolucionaria: «¿Qué fue el Soviet de diputados obreros? El Soviet surgió como respuesta a una necesidad objetiva – una necesidad nacida en el curso de los acontecimientos. Fue una organización con una clara autoridad pero que todavía no tenía tradición, que pudo envolver inmediatamente a masas dispersas de cientos de miles de personas que no poseían ninguna máquina organizativa; que unió a todas las corrientes revolucionarias del proletariado, que fue capaz de tomar iniciativas y de establecer espontáneamente un autocontrol – y lo más importante de todo, surgió de debajo de la tierra en 24 horas … Para tener autoridad ante las masas el mismo día en que nació debía estar basada en la más amplia representación. ¿Y cómo lo consiguió? La respuesta se dio espontáneamente. Dado que el proceso de producción era el único lazo entre las masas proletarias que, en el sentido organizativo, tenían aún poca experiencia, la representación se adaptó a las fábricas y centros de producción» ([12]).
Aquí Trotski llena el vacío dejado por Luxemburgo mostrando que fueron los soviets y no los sindicatos la forma organizativa apropiada a la huelga de masas, a la esencia de la lucha proletaria en el nuevo periodo revolucionario. Nacido espontáneamente, producto de la iniciativa creadora de los trabajadores en movimiento, personificaron el necesario paso entre la espontaneidad y la autoorganización. La existencia permanente y la forma sectorial de los sindicatos solo eran adecuadas para los métodos de combate del período precedente. La forma soviética de organización, en cambio, expresa perfectamente las necesidades de la situación donde la lucha «tiende a desarrollarse no en un plano vertical (oficios, ramos industriales) sino en un plano horizontal (geográfico) unificando todos sus aspectos – económicos y políticos, locales y generales – la forma de organización que engendra tiene como función unificar al proletariado por encima de los sectores profesionales» ([13]).
Como ya hemos visto, la dimensión política de la huelga de masas no se limita al nivel defensivo sino que implica inevitablemente tomar la ofensiva, la lucha proletaria por el poder. Aquí, de nuevo, Trotski vio más claramente que nadie que el destino último de los soviets era convertirse en el órgano directo del poder revolucionario. Cuanto más se organiza y unifica el movimiento de masas, más se ve inevitablemente obligado a ir más allá de las tareas «negativas» de paralizar el aparato productivo y asumir las tareas más «positivas» de asegurar la producción y la distribución de los suministros básicos, de difundir informaciones y propaganda, de garantizar un nuevo orden revolucionario, todo lo cual encierra la naturaleza real del soviet como órgano capaz de reorganizar la sociedad.
«Los soviets organizaron a las masas trabajadoras, dirigieron las huelgas políticas y las manifestaciones, armaron a los trabajadores y protegieron a la población contra los pogromos. Un trabajo similar fue realizado por otras organizaciones revolucionarias antes de que el soviet surgiera, coincidiendo con él y después. Pero esto no les dio la influencia que concentraron en sus manos los soviets. El secreto de esta influencia reside en que el Soviet surgió como un órgano natural del proletariado en su lucha inmediata por el poder y determinada por el curso de los acontecimientos. El nombre de “Gobierno obrero” que, por una parte, los obreros mismos y, por otra, la prensa reaccionaria, daban al Soviet era una expresión de que realmente el Soviet era un gobierno obrero en embrión» ([14]). Esta concepción del significado real de los soviets estaba, como veremos después, íntimamente ligada a la visión de Trotski según la cual la revolución proletaria estaba al orden del día de la historia en Rusia.
Lenin, obligado a observar las primeras fases de la revolución desde el exilio, también captó el papel clave de los soviets. Solo tres años antes, cuando escribió ¿Qué hacer?, un libro cuyo núcleo central subraya el papel indispensable del partido, había advertido contra la corriente economicista que hacía un fetiche de la espontaneidad de la lucha. Pero ahora, en el torbellino de la huelga de masas, Lenin ve necesario corregir a los «superleninistas» que habían convertido su polémica en un rígido dogma. Desconfiando de los soviets porque no era un órgano de partido que habían emergido espontáneamente de la lucha, esos bolcheviques les planteaban un absurdo ultimátum: adoptar el programa bolchevique o disolverse. Marx había advertido contra esa clase de actitud consistente en decir «he aquí la verdad ¡arrodíllate!» incluso antes de que el Manifiesto comunista se escribiera y Lenin vio claramente que si los bolcheviques persistían en esa actitud se verían completamente marginados del movimiento real. Esta fue la respuesta de Lenin:
«Creo que el camarada Radin no tiene razón cuando (…) plantea este interrogante: ¿el Soviet de diputados obreros o el Partido? Me parece que no es ése el planteamiento, que la solución ha de ser, incondicionalmente, lo uno y lo otro: tanto el Soviet de diputados obreros como el Partido. El problema –y de capital importancia– consiste en cómo dividir y cómo unir las tareas del Soviet y las tareas del Partido obrero socialdemócrata de Rusia. Me parece que sería inconveniente que el Soviet se adhiriera en forma exclusiva a un determinado partido (…)
El Soviet de diputados obreros ha nacido de la huelga general, con motivo de la huelga y para los fines de la huelga. ¿Quién ha sostenido y ha terminado victoriosamente dicha huelga? Todo el proletariado, dentro del cual hay trabajadores no socialdemócratas (…) ¿Deben sostener esta lucha los socialdemócratas solos? ¿debe librarse únicamente bajo la bandera de la socialdemocracia? Me parece que no (…) Me parece que como organización profesional el Soviet de diputados obreros debe tender a incluir en su seno a diputados de todos los obreros, empleados, sirvientes, braceros, etc. (…) Y nosotros los socialdemócratas trataremos por nuestra parte de aprovechar la lucha conjunta con nuestros camaradas proletarios, sin distinción de ideologías, para predicar sin descanso y con firmeza el marxismo, la única concepción del mundo verdaderamente consecuente y verdaderamente proletaria. Para esta labor de propaganda y agitación sin duda mantendremos, fortaleceremos y ampliaremos nuestro partido, partido de clase del proletariado consciente» ([15]).
Junto con Trotski, que también enfatizaba la distinción entre el partido como organización dentro del proletariado y el Soviet como organización del proletariado (1905), Lenin fue capaz de ver que el partido no tiene como tarea agrupar o organizar al conjunto del proletariado, sino intervenir en la clase y en sus órganos unitarios para aportar una clara dirección política, una visión coincidente con la de Rosa Luxemburgo que hemos analizado anteriormente. Más aún, a la luz de la experiencia de 1905, que había aportado un elocuente testimonio de las capacidades revolucionarias de la clase obrera, Lenin fue capaz de «dar marcha atrás» y corregir alguna de las exageraciones contenidas en el ¿Qué hacer?, en particular, la noción, desarrollada previamente por Kautsky, según la cual la conciencia socialista debe ser «importada» desde el exterior al proletariado por le partido, o más bien, por los intelectuales socialistas. Pero esta reafirmación de las tesis de Marx según las cuales la conciencia comunista emana necesariamente de la clase comunista, el proletariado, de ninguna manera pretende disminuir la convicción de Lenin sobre el papel indispensable del partido. Aunque la clase obrera en su conjunto se mueva en una dirección revolucionaria, debe sin embargo enfrentar el enorme poder de la ideología burguesa y la organización de los proletarios más conscientes tiene que estar presente en las filas obreras combatiendo las vacilaciones y las ilusiones y clarificando los objetivos inmediatos y a largo plazo del movimiento.
No podemos ir más lejos en esta cuestión por ahora. Tomaría toda una serie de artículos exponer la teoría bolchevique de la organización y en particular defenderla contra las calumnias, compartidas por mencheviques, anarquistas, consejistas así como por innumerables parásitos que alegan que la «estrecha» concepción de Lenin sobre el partido sería el producto del atraso ruso, una especie de vuelta atrás a las concepciones narodniki (populistas) y bakuninistas. Lo que queremos subrayar aquí es que la Revolución rusa de 1905 no fue la última de una larga serie de revoluciones burguesas sino el heraldo anunciador de la revolución proletaria que estaba gestándose en las entrañas del capitalismo mundial. Por ello, la concepción bolchevique del partido no estaba anclada en el pasado, sino que fue de hecho una ruptura con él, con la concepción legalista, parlamentaria, del partido de masas que había dominado el movimiento socialdemócrata. Los acontecimientos de 1917 confirmarían de la forma más concreta posible el partido de «nuevo tipo» que defendió Lenin, el cual fue precisamente el tipo de partido que correspondía a las necesidades de la lucha de clases en la época de la revolución proletaria.
Si hubo alguna debilidad en la comprensión de Lenin sobre el movimiento de 1905, fue esencialmente su postura sobre el problema de las perspectivas. Como desarrollaremos a continuación, la visión de Lenin de la Revolución de 1905 fue que se trataba de una revolución burguesa en la cual el papel dirigente incumbía al proletariado, lo cual le dificultó alcanzar el grado de claridad que tuvo Trotski sobre el significado histórico de los soviets. Ciertamente, fue capaz de ver que no podían limitarse a ser órganos puramente defensivos, que deberían ser órganos del poder revolucionario: «Pienso que el Soviet de Diputados obreros es políticamente hablando el embrión del Gobierno Revolucionario Provisional. El Soviet debe proclamarse gobierno provisional revolucionario incorporando para ello nuevos diputados no solo de los obreros sino de los marinos y los soldados» ([16]). No obstante, en la concepción de Lenin sobre la «dictadura revolucionaria del proletariado y los campesinos», ese gobierno no era la dictadura del proletariado que llevaría a cabo la revolución socialista, sino que debía llevar a cabo una revolución burguesa en la que tenía que incluir a todas las clases y estratos sociales opuestos al zarismo. Trotski vio la fuerza del Soviet precisamente en que «no puede permitirse disolver su naturaleza de clase en la democracia revolucionaria; debe permanecer como la expresión organizativa de la voluntad de clase del proletariado» ([17]). Lenin, por otro lado, llamaba al Soviet a diluir su composición de clase ampliando su representación a soldados, campesinos y la «inteligencia burguesa revolucionaria» así como asumiendo las tareas de la revolución «democrática». Para entender estas diferencias hay que profundizar un poco más en la cuestión que estaba detrás de ellas: la naturaleza de la revolución en Rusia.
En 1903 la escisión entre bolcheviques y mencheviques se focalizó sobre la cuestión de la organización. Pero 1905 reveló que las diferencias en materia de organización estaban conectadas con otras cuestiones más programáticas: en este caso, sobre todo, la naturaleza y las perspectivas de la revolución en Rusia.
Los mencheviques, proclamándose intérpretes ortodoxos de Marx sobre la cuestión, argumentaban que Rusia estaba esperando todavía su 1789. En esa trasnochada revolución burguesa, inevitable si el capitalismo ruso quería romper sus amarras absolutistas y construir las bases materiales para el socialismo, la tarea del proletariado y su partido era actuar como fuerza independiente de oposición apoyando a la burguesía contra el zarismo pero negándose a participar en el gobierno para tener las manos libres y poderlo criticar desde una posición de izquierda. En ese sentido, la clase dirigente de la revolución burguesa tenía que ser la burguesía, al menos sus fracciones más avanzadas y liberales.
Los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, estaban de acuerdo en que la revolución sería burguesa y rechazaban como anarquista la idea según la cual tendría un carácter inmediatamente socialista. Pero su análisis de la vía en que se había desarrollado el capitalismo en Rusia (especialmente su dependencia del capitalismo extranjero y de la burocracia estatal rusa) les convenció de que la burguesía rusa era demasiado sumisa al aparato zarista, demasiado blanda e indecisa para llevar adelante su propia revolución. Además, la experiencia histórica de las revoluciones de 1848 en Europa enseñaba que tal indecisión podía ser tanto mayor porque la burguesía temía que un levantamiento revolucionario diera libre curso a la «amenaza de los de abajo», es decir, del movimiento proletario. En estas circunstancias, los bolcheviques insistían en que la burguesía podía retirarse de la lucha contra el absolutismo, la cual solo podía llevarse a una conclusión victoriosa mediante una sublevación popular armada en la que el papel dirigente tenía que ser desempeñado por la clase obrera. La insurrección debería instaurar una «dictadura democrática del proletariado y el campesinado» y, para gran escándalo de los mencheviques, se declaraban dispuestos a participar en el Gobierno provisional revolucionario que sería el instrumento de dicha «dictadura democrática», volviendo a la oposición una vez que las adquisiciones de la revolución burguesa hubieran sido consolidadas.
La tercera posición era la de Trotski – la revolución permanente – una fórmula sacada de los escritos de Marx a propósito de las revoluciones de 1848. Trotski estaba de acuerdo con los bolcheviques en que la revolución tenía todavía que completar tareas democrático-burguesas y que, efectivamente, la burguesía sería incapaz de llevarlas hasta el final. Pero rechazaba la idea de que el proletariado, una vez embarcado en ese camino revolucionario, se impusiera una autolimitación en su combate. Los intereses de clase del proletariado le obligarían no solo a tomar el poder en sus propias manos sino también a transformar las tareas democrático-burguesas iniciales en tareas proletarias, instaurando una serie de medidas económicas y políticas socialistas. Sin embargo, semejante evolución no podía realizarse limitándose al marco nacional:
«Una “limitación voluntaria” del gobierno obrero no tendrá otro efecto que el de traicionar los intereses de los desempleados, los huelguistas y todo el proletariado en general, para realizar la República. El poder revolucionario tendrá que resolver problemas socialistas absolutamente objetivos y en esta tarea chocará en un determinado momento con una gran dificultad: el atraso de las condiciones económicas del país. En los límites de una revolución nacional esta situación no tendría salida. La tarea del gobierno obrero será, por lo tanto, desde el principio, unir sus fuerzas con las del proletariado socialista de Europa occidental. Sólo de esta manera su dominación revolucionaria temporal se transformará en el prólogo de la dictadura socialista. La revolución socialista será imprescindible para el proletariado de Rusia en interés y para la salvaguardia de esta clase» ([18]).
La noción de «revolución permanente», como ya hemos observado en esta serie, no carece de ambigüedades que han sido hábilmente explotadas por aquellos que se han apropiado de la autoridad de Trotski, los actuales trotskistas. Pero en el momento en que se planteó fue un intento de entender la transición hacia el nuevo período de la historia del capitalismo. Esta posición tiene la inmensa ventaja sobre las dos anteriores teorías de plantear el problema de forma internacional, más allá del contexto ruso. En ello Trotski estaba menos con el menchevismo y más con las posiciones de Marx, el cual en sus últimos escritos había reflexionado sobre la posibilidad de que Rusia «superara» la etapa capitalista insistiendo que sólo podría hacerse en el contexto de una revolución socialista internacional ([19]). La evolución de los acontecimientos demostró que Rusia no podría evitar la experiencia del capitalismo. Pero, a diferencia del dogma esquemático de los mencheviques, que defendían que cada país debía construir los fundamentos del socialismo en sus propios confines nacionales, el internacionalista Trotski planteaba el problema en las verdaderas condiciones para la realización del socialismo (o sea, la entrada en decadencia de un capitalismo maduro al borde de la putrefacción), las cuales surgirían de la realidad global mucho antes que cada país hubiera llegado al techo del desarrollo capitalista. Los acontecimientos de 1905 habían demostrado ampliamente que el proletariado urbano combativo y altamente concentrado constituía ya una verdadera fuerza revolucionaria en la sociedad rusa, mientras que los acontecimientos de 1917 confirmarían que un proletariado revolucionario puede lanzarse a la revolución proletaria.
El Lenin de 1917, como muestra el artículo de la Revista internacional nº 89 sobre Las Tesis de Abril, fue capaz de quitarse de encima lo de la «dictadura democrática» pese al apego que le tenían a esa posición muchos «viejos bolcheviques». En este aspecto, no es ninguna casualidad que Lenin en el periodo 1905-1917 fuera acercándose progresivamente hacia las tesis de la «revolución permanente», declarando en un articulo escrito en septiembre de 1905: «De la revolución democrática comenzaremos a pasar enseguida, y precisamente en la medida de nuestras fuerzas, las fuerzas del proletariado consciente y organizado, a la revolución socialista. Somos partidarios de la revolución permanente. No nos quedaremos a mitad de camino» ([20]). Las traducciones estalinistas de la obra de Lenin cambian el término «permanente» por el de «ininterrumpida» para proteger a Lenin de todo «virus trotskista» pero el significado sigue siendo transparente. Si Lenin, no obstante, siguió vacilando frente a la posición de Trotski fue como resultado de las ambigüedades del período que va hasta 1914: hasta la guerra del 14 no quedó claro que el sistema había entrado en su período de decadencia, que la revolución comunista mundial se ponía definitivamente al orden del día de la historia. La guerra y el gigantesco movimiento proletario que estalló en febrero de 1917 eliminaron sus últimas dudas.
La posición menchevique reveló también su íntimo secreto en 1917: en la época de la revolución proletaria la «oposición crítica» a la burguesía se convirtió en capitulación ante ella para posteriormente transformarse en enrolamiento dentro de las fuerzas contrarrevolucionarias. Incluso, la posición de la «dictadura democrática» amenazó con arrastrar a los bolcheviques al mismo campo hasta que el retorno de Lenin del exilio y la victoriosa lucha contra esa posición lo evitó. La reflexión de Trotski sobre la revolución de 1905 tuvo un papel crucial en ese combate. Sin ella, Lenin no habría sido capaz de forjar las armas teóricas necesarias para elaborar Las Tesis de Abril y preparar la vía a la insurrección de Octubre.
La revolución de 1905 terminó con una derrota para la clase obrera. La insurrección armada de diciembre, aislada y aplastada, no llevó ni a la dictadura proletaria ni a la república, sino a una década de reacción zarista que causó la desorientación y la dispersión temporal del movimiento obrero. Pero no fue una derrota de proporciones históricas y mundiales. En la segunda década de este siglo empezaron a verse claras indicaciones de resurgimiento proletario incluso en la propia Rusia. Sin embargo, el centro del debate sobre la huelga de masas se localizó en Alemania. Además, se hizo más urgente porque el deterioro de la situación económica provocó movimientos de huelga masivos, unos alrededor de demandas económicas, aunque también otros, sobre todo en Prusia, en torno a la cuestión de la reforma del sufragio electoral. También fue creciendo la amenaza de guerra la cual alentó al movimiento obrero a considerar la huelga de masas como arma de lucha contra el militarismo. Estos acontecimientos dieron origen a una fuerte polémica dentro del partido alemán, enfrentando a Kautsky, «el papa de la ortodoxia marxista» (en realidad, líder de la corriente centrista del partido) contra Pannekoek y Rosa Luxemburgo, principales teóricos de la Izquierda.
Con la derecha de la socialdemocracia, que mostraba su creciente oposición a toda acción de masas de la clase obrera, el argumento de Kautsky era que la huelga de masas en los países avanzados debía limitarse a un nivel defensivo, que la mejor estrategia de la clase obrera era una «guerra de desgaste» gradual y esencialmente defensiva con el parlamento y las elecciones como instrumentos clave para transferir el poder al proletariado. Pero esto en realidad lo único que probaba era que su autodenominada posición «centrista» no era más que una tapadera del ala abiertamente oportunista del partido. Respondiendo en dos artículos publicados en Neue Zeit de 1910, titulados «¿Desgaste o lucha?» y «La teoría y la práctica», Luxemburgo reafirmaba el argumento que había defendido en Huelga de masas, partido y sindicatos, rechazando el punto de vista de Kautsky según el cual la huelga de masas en Rusia era el producto de su atraso y oponiéndose a la estrategia de «desgaste», mostrando la conexión íntima e inevitable entre la huelga de masas y la revolución.
Pero como nuestro libro sobre la Izquierda holandesa pone de relieve, había una debilidad importante en el argumento de Rosa Luxemburgo: «En realidad, muy a menudo en este debate, Rosa Luxemburgo se situaba en el terreno elegido por Kautsky y la dirección del SPD. Ella llamaba a inaugurar las huelgas y las manifestaciones por el sufragio universal con una huelga de masas y proponía como consigna “transitoria” de movilización la lucha por la República. En este terreno, Kautsky podía replicarle que “querer inaugurar una lucha electoral mediante una huelga de masas es un absurdo”». Y como el libro muestra, fue el marxista holandés Anton Pannekoek, que vivía en Alemania en ese período, quien fue capaz de dar en este debate un paso adelante muy importante.
Ya en 1909 en su texto Divergencias tácticas en el movimiento obrero, que se dirigía contra las desviaciones anarquistas y revisionistas en el movimiento, Pannekoek mostró una profunda comprensión del método marxista en la defensa de sus posiciones, las cuales contenían en germen los principios del rechazo del parlamentarismo y del sindicalismo elaborados por la Izquierda germano-holandesa después de la guerra, aunque desmarcándose claramente, en ese rechazo, de la posición anarquista, moralista e intemporal. En su polémica con Kautsky aparecida en Neue Zeit en 1912 en los textos «Acción de masas y revolución» y «Teoría marxista y táctica revolucionaria», Pannekoek llevará más lejos ese enfoque. Entre las contribuciones más importantes contenidas en esos documentos, destaca el diagnóstico de la posición de Kautsky como centrismo (tratada como «radicalismo pasivo» en el segundo texto); su defensa de la huelga de masas como la forma más apropiada para la clase obrera en la nueva época imperialista emergente; su insistencia en la capacidad del proletariado para desarrollar nuevas formas de organización unitaria en el curso de la lucha ([21]). También, su visión del partido como una minoría activa que tiene como tarea aportar una dirección política y programática al movimiento más que organizarlo o controlarlo desde arriba. Pero más importante todavía fue su argumento sobre el fin último de la huelga de masas que asume la posición marxista sobre el enfrentamiento revolucionario del proletariado con el Estado burgués frente al fetichismo parlamentario y legalista de Kautsky. En un pasaje citado y apoyado por Lenin en su libro El Estado y la Revolución, Pannekoek escribe:
«La lucha del proletariado no es sencillamente una lucha contra la burguesía por el poder estatal, sino una lucha contra el poder estatal. El contenido de la revolución proletaria es la destrucción y eliminación de los medios de fuerza del Estado por los medios de fuerza del proletariado (…) La lucha cesa únicamente cuando se produce como resultado final la destrucción completa del poder estatal. La organización de la mayoría demuestra su superioridad al destruir la organización de la minoría dominante» ([22]).
Lenin, pese a ver ciertos defectos en la formulación de Pannekoek, lo defiende ardientemente como marxista frente a la acusación de Kautsky de recaída en el anarquismo: «En esta polémica es Pannekoek quien representa al marxismo contra Kautsky, pues precisamente Marx nos enseñó que el proletariado no puede limitarse a conquistar el Poder del Estado en el sentido de que el viejo aparato estatal pase a nuevas manos, sino que debe destruir, romper, dicho aparato y sustituirlo por otro nuevo» ([23]).
Para nosotros, los defectos de la presentación de Pannekoek se sitúan a dos niveles: que no basa suficientemente su argumento en los textos de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado, particularmente sobre su conclusión acerca de la Comuna de París. Eso hizo más fácil a Kautsky lanzar su acusación de anarquismo. Y, en segundo lugar, Pannekoek es poco claro acerca de la forma de los nuevos órganos de poder del proletariado: como Luxemburgo no capta el significado histórico de la forma soviética, algo que, sin embargo, sí que fue capaz de comprender después, cuando se produjo la Revolución rusa. Pero, una vez más, esto lo que prueba es que la clarificación del programa comunista es un proceso que integra y sintetiza las mejores contribuciones del movimiento internacional del proletariado. El análisis de Luxemburgo sobre la huelga de masas quedó «coronado» por la apreciación de Trotski sobre los soviets y la perspectiva revolucionaria que extrajo de los acontecimientos de 1905. Los avances de Pannekoek sobre la cuestión del Estado fueron retomados por Lenin en 1917, el cual fue capaz no solo de comprender que la revolución proletaria debía destruir el Estado capitalista existente sino que, además, la forma «al fin encontrada» para ejercer la dictadura del proletariado eran los soviets o consejos obreros. Los logros de Lenin en ese campo, ampliamente resumidos en su libro El Estado y la Revolución serán el eje del siguiente capítulo de esta serie.
CDW
[1] Rosa Luxemburgo, Obras escogidas, tomo II.
[2] ídem.
[3] ídem.
[4] ídem.
[5] ídem.
[6] ídem.
[7] ídem.
[8] ídem.
[9] ídem.
[10] ídem.
[11] ídem.
[12] Trotski, 1905, «El Soviet de diputados obreros»
[13] Revista internacional nº 43 «Revolución de 1905: enseñanzas fundamentales para el proletariado»
[14] Trotski, 1905, «Conclusiones»
[15] Lenin, «Nuestras tareas y el Soviet de diputados obreros», Obras completas, t. 12, edición en español
[16] Lenin, «Nuestras tareas y el Soviet de diputados obreros», Obras completas, t. 12
[17] Trotski, op.cit.
[18] Trotski, 1905, «Nuestras diferencias», t. II, edición en español
[19] Revista internacional nº 81, «Comunismo del pasado y del futuro»
[20] Lenin, «La actitud de la Socialdemocracia ante el movimiento campesino», Obras completas, t. 11, edición en español
[21] Pannekoek se queda a nivel de generalidades en la descripción de esas formas de organización. Pero el movimiento real comenzó a concretarse: en 1913 surgieron huelgas antisindicales en los astilleros del norte de Alemania, dando nacimiento a los primeros comités de huelga autónomos. Pannekoek no vaciló en defender esas formas nuevas de lucha y organización contra la burocracia sindical, la cual estaba completando su integración en el Estado capitalista. Ver Pannekoek y los Consejos obreros de S. Bricianier.
[22] la cita aparece en Lenin, El Estado y la Revolución, y está tomada del texto de Pannekoek Acción de masas y revolución
[23] Lenin, El Estado y la Revolución
En el número anterior de esta Revista publicamos una polémica, respuesta a la publicada en Revolutionary Perspectives nº 5, órgano de la Communist Workers Organisation (CWO), titulada ésta última «Sectas, mentiras y la perspectiva perdida de la CCI». Por falta de sitio, no pudimos tratar todos los aspectos abordados por la CWO, limitándonos a contestar únicamente a la idea de que la perspectiva propuesta por la CCI para el período histórico actual habría fracasado totalmente. Pusimos en evidencia ya que las afirmaciones de la CWO se basan especialmente en la mayor incomprensión de nuestras propias posiciones y, sobre todo, en la ausencia total de marco de análisis sobre el período actual por su parte. Una ausencia de marco que, además, la CWO y el Buró internacional por el Partido revolucionario (BIPR, al que la CWO está afiliada) reivindican con altanería, cuando consideran que es imposible para las organizaciones revolucionarias el identificar la tendencia dominante en la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado, si vamos hacia enfrentamientos de clase crecientes o, si el curso es hacia la guerra imperialista. En realidad, la negativa del BIPR a definir el curso histórico como algo posible y necesario para los revolucionarios, viene de las condiciones mismas en las que se formó, al final de la IIª Guerra mundial, la otra organización del BIPR, inspiradora de sus posiciones políticas, el Partito Comunista Internazionalista (PCInt). Precisamente en el no 15 de la revista teórica en inglés del BIPR, Internationalist Communist (IC), esta organización vuelve a la polémica con la CCI con un artículo «Las raíces políticas del malestar organizativo de la CCI» sobre la cuestión de los orígenes del PCInt y los de la CCI. Es esencialmente este tema del que trataremos aquí como repuesta a esa nueva polémica.
La polémica del BIPR trata del mismo tema que el artículo de RP nº 5: las causas de las dificultades organizativas con las que la CCI se ha enfrentado en los últimos tiempos. La gran debilidad de ambos textos es que no mencionan para nada el análisis que ha hecho la CCI sobre sus dificultades ([1]). Para el BIPR, tales dificultades sólo pueden originarse en debilidades de tipo programático o en la apreciación de la situación mundial actual. Es evidente que esos temas pueden ser fuente de dificultades para una organización comunista. Pero toda la historia del movimiento obrero nos demuestra que las cuestiones relacionadas con la estructura y el funcionamiento de la organización son cuestiones plenamente políticas. Las debilidades en ese aspecto, más incluso que en otros puntos programáticos o de análisis, tienen consecuencias de primer plano, a menudo dramáticas, sobre la vida de las formaciones revolucionarias. ¿Habrá que recordar a los camaradas del BIPR, que tanto se reivindican de las posiciones de Lenin, el ejemplo del IIº Congreso del Partido obrero socialdemócrata de Rusia en 1903, en donde fue precisamente la cuestión de la organización (y no puntos programáticos o de análisis del período) lo que provocó las divergencias entre bolcheviques y mencheviques? De hecho, si se mira de cerca, la incapacidad actual del BIPR para hacer un análisis sobre el curso histórico se explica, en gran parte, por los errores políticos sobre la cuestión de organización y, especialmente, sobre la cuestión de las relaciones entre fracción y partido. Y esto es lo que pone precisamente en evidencia el artículo de IC. Para que los compañeros del BIPR no vengan luego acusándonos de falsificar sus posiciones, reproducimos aquí un amplio extracto de su artículo:
«La CCI se formó en 1975, pero su historia remonta a la Izquierda comunista de Francia (GCF), un grupo minúsculo que se formó durante la IIª Guerra mundial por la misma persona que luego formaría la CCI en los años 70. La GCF se basaba fundamentalmente en el rechazo a la formación del Partido comunista internacionalista en Italia después de 1942 por los antepasados del BIPR.
La GCF afirmaba que el Partido comunista internacionalista no significaba avance alguno con relación a la vieja Fracción de la Izquierda comunista que se había exiliado en Francia durante la dictadura de Mussolini. La GCF hizo un llamamiento a los miembros de la Fracción para que no integraran el nuevo Partido, formado por revolucionarios como Onorato Damen, liberado de la cárcel tras el hundimiento del régimen mussoliniano. El argumento de la GCF era que seguía la situación de contrarrevolución que se había abatido sobre los obreros desde las derrotas de los años 20, y que por ello no había posibilidad de crear un partido revolucionario en los años 40. Después de que se hundiera el fascismo italiano y que el Estado italiano se convirtiera en campo de batalla entre los dos frentes imperialistas, la gran mayoría de la Fracción italiana en el exilio se sumó al Partido comunista internacionalista (PCInt), apostando por una combatividad obrera que no se iba a quedar limitada al norte de Italia cuando la guerra iba llegando a su fin. La oposición de la GCF no tuvo impacto alguno en aquel tiempo, pero era ya el primer ejemplo de las consecuencias de los razonamientos abstractos que son uno de los rasgos metodológicos de la CCI hoy. La CCI va a decir hoy que de la Segunda Guerra mundial no salió ninguna revolución y que eso sería la prueba de que la GCF tenía razón. Pero eso es ignorar el hecho de que el PCInt fue la creación de la clase obrera revolucionaria que había alcanzado mayor éxito desde la revolución rusa y que, a pesar del medio siglo de dominación capitalista después, sigue existiendo y hoy está aumentando.
La GCF, por otro lado, llevó las abstracciones «lógicas» a un nivel más alto. Consideraba que puesto que la contrarrevolución seguía siendo dominante, la revolución proletaria no estaba al orden del día. Y si esto era así, ¡se iba a producir una nueva guerra imperialista! El resultado fue que la dirección se fue a América del Sur y la GCF desapareció durante la guerra de Corea. La CCI siempre ha estado un tanto molesta por la revelación de las capacidades de comprensión del «curso histórico» de sus antepasados. Su respuesta ha sido siempre, sin embargo, la del desdén. Cuando la antigua GCF volvió a una Europa preservada de la guerra, a mediados de los años 60, en lugar de reconocer que el PCInt había tenido siempre razón sobre sus perspectivas y sobre su concepto de la organización, aquélla intentó denigrar al PCInt afirmando que padecía de «esclerosis» y de «oportunismo», afirmando por todas partes que era «bordiguista» (... una acusación que han tenido que retirar después). Sin embargo, después de haberse visto obligada a retractarse, no por eso acabó con su política de denigración de los posibles «rivales» (recogiendo los términos de la CCI misma) y ahora la CCI intenta demostrar que el PCInt «trabajó con los partisanos» (o sea que apoyó a las fuerzas burguesas que intentaban establecer un Estado democrático italiano). Esto era una calumnia cobarde y asquerosa. De hecho, hubo militantes del PCInt que fueron asesinados bajo las órdenes directas de Palmiro Togliatti (Secretario general del Partido comunista italiano) por haber intentado luchar contra el control de los estalinistas sobre la clase obrera y haberse granjeando audiencia entre los partisanos».
Ese pasaje, que aborda las historias respectivas de la CCI y del BIPR, merece ser contestado en su fondo, sobre todo aportan-do elementos históricos. Sin embargo, para la claridad del debate, debemos empezar rectificando algunas afirmaciones que son expresión o de la mala fe o de la ignorancia más cerril por parte del redactor del artículo.
Empecemos por la cuestión de los partisanos, que tanta indignación provoca en los compañeros del BIPR hasta el punto de que no pueden evitar tratarnos de «calumniadores» y de «cobardes». Sí, hemos dicho que el PCInt «trabajó en los partisanos». Pero esto no es ninguna calumnia, es la más pura verdad. ¿Mandó, si o no, el PCInt a algunos de sus militantes y dirigentes a las filas de los partisanos?. Sí, es algo que no se puede negar. Es más, el PCInt se reivindica de esa política, a no ser que haya cambiado de postura desde que el camarada Damen escribía, en nombre del ejecutivo del PCInt, en el otoño de 1976, que su partido podía «presentarse con todas sus cartas en regla», al evocar «a aquellos militantes revolucionarios que hacían una labor de penetración en las filas de los partisanos para difundir en ellas los principios y la táctica del movimiento revolucionario y que, a causa de ese compromiso, llegaron incluso a pagarlo con sus vidas»([2]). Ya hemos tratado este tema en nuestra prensa en varias ocasiones ([3]) y hemos de volver sobre él en la segunda parte de este artículo. Pero debe quedar claro que si bien hemos criticado sin rodeos los errores cometidos por el PCInt en su constitución, nunca lo hemos confundido con las organizaciones trotskistas y menos todavía con las estalinistas. En lugar de ponerse a gritar escandalizados, los compañeros del BIPR hubieran hecho mejor en reproducir las citas que tanto los enfadan. En espera de que lo hagan, sería mejor que se tragaran su indignación y sus insultos.
Otro punto sobre el que debemos hacer una rectificación y una precisión se refiere al análisis del período histórico hecho por la GCF a principios de los años 50 y que motivó la marcha de Europa de algunos de sus miembros. El BIPR se engaña cuando pretende que la CCI se sentiría mal a gusto ante ese tema y que respondería «con desdén». Así, en un artículo dedicado a la memoria de nuestro camarada Marc (Revista internacional nº 66) escribíamos:
«Ese análisis lo encontramos en particular, en el artículo “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, publicado en Internationalisme nº 46 (...). Este texto redactado en mayo de 1952 por Marc, fue en cierto modo el testamento político de la GCF. En efecto, Marc se va en junio del 52 de Francia para Venezuela. Su partida es resultado de una decisión colectiva de la GCF, la cual, ante la guerra de Corea, estima que una tercera guerra mundial entre el bloque americano y el bloque ruso se ha vuelto inevitable a corto plazo, como así se afirma en el texto mencionado. Una guerra así, que destruiría sobre todo a Europa, podría acabar por completo con el puñado de grupos comunistas, y entre ellos la GCF, que habían sobrevivido a la precedente. La “salvaguardia” fuera de Europa de cierto número de militantes no se debió pues a una preocupación por su seguridad personal (...); de lo que se trataba era de mantener la vida misma de la organización. Sin embargo, la partida a otro continente de su elemento más experimentado y formado va a significar un golpe fatal para la GCF, cuyos militantes quedados en Francia no logran, a pesar de la correspondencia que Marc mantiene con ellos, mantener en vida la organización en aquel período de profunda contrarrevolución. Por razones que no cabe explicar ahora aquí, ya se sabe que no hubo tercera guerra mundial. Y es evidente que este error de análisis le costó la vida a la GCF; y sin duda es el error, entre los cometidos por nuestro camarada a lo largo de su vida militante, que tuvo las consecuencias más graves».
Por otra parte, cuando reprodujimos el texto evocado arriba (ya en 1974 en el nº 8 del Bulletin d’étude et de discussion de Révolution internationale, que es el antecesor de esta Revista internacional) lo precisamos con claridad: «Internationalisme tuvo razón en analizar el período que siguó a la IIª Guerra mundial como continuación del período de reacción y reflujo de la lucha de clases del proletariado (...) Tenía también razón cuando afirmaba que a pesar del final de la guerra, el capitalismo no saldría de su período de decadencia y que todas las contradicciones que llevaron al capitalismo a la guerra permanecían y llevarían inexorablemente al mundo hacia nuevas guerras. Pero Internationalisme no percibió o no insistió lo suficiente en la fase de la posible «reconstrucción» en el ciclo de la decadencia (crisis-guerra-reconstrucción-crisis). Por eso fue por lo que, en aquel contexto de la enrarecida atmósfera de la guerra fría USA-URSS, Internationalisme no veía la posibilidad de un resurgir proletario sino durante y como consecuencia de una tercera guerra.»
Como puede verse, la CCI nunca «ha tomado con desdén» ese tema y nunca se ha sentido «molesta» al evocar los errores de la GCF (incluso en una época en la que el BIPR no existía para recordárselos). Dicho esto, el BIPR nos vuelve a dar otra prueba de que es incapaz de comprender nuestro análisis del curso histórico. El error de la GCF no consiste en una evaluación incorrecta de la relación de fuerzas entre las clases, sino en una subestimación del respiro que la reconstrucción dio a la economía capitalista, permitiéndole durante dos décadas evitar la crisis abierta y por lo tanto atenuar en cierto modo las tensiones imperialistas entre los bloques. Éstas pudieron entonces quedar contenidas en las guerras locales (Corea, Oriente Medio, Vietnam, etc.). Si no hubo guerra mundial en aquel entonces no fue gracias al proletariado, paralizado y encuadrado como lo estaba por las fuerzas de izquierda del capital, sino porque no se imponía todavía al capitalismo.
Tras haber hecho esas puntualizaciones, debemos volver a un «argumento» que parece gustarle mucho al BIPR (pues ya lo usó en un artículo de polémica de RP nº 5): es el del tamaño «minúsculo» de la GCF. En realidad, esa referencia al carácter minúsculo de la GCF es paralela a lo de «la creación de la clase obrera revolucionaria que había alcanzado mayor éxito desde la Revolución rusa», o sea, el PCInt, el cual, en aquel entonces, contaba con varios miles de miembros. ¿Nos quiere con eso demostrar el BIPR que la razón del «mayor éxito» del PCInt fue que sus posiciones eran más correctas que las de la GCF?
Si es así, flaco es ese argumento. Pero más allá de tal argumento, el método del BIPR toca temas de fondo en los que se sitúan precisamente algunas divergencias fundamentales entre nuestras dos organizaciones. Para poder abordar esas cuestiones de fondo, debemos volver a la historia de la Izquierda comunista de Italia, pues la GCF no sólo era un grupo «minúsculo», sino sobre todo el verdadero continuador político de esa corriente histórica de la que se reivindican también el PCInt y el BIPR.
La CCI ha publicado un libro, la Izquierda comunista de Italia sobre la historia de esa corriente. Vamos aquí a esbozar algunos aspectos importantes de esa historia.
La corriente de la Izquierda italiana, que se había formado en torno a Amadeo Bordiga y la federación de Nápoles como fracción «abstencionista» en el seno del Partido Socialista Italiano (PSI), fue el origen del PC de Italia en 1921, en el Congreso de Livorno y asumió la dirección de este partido hasta 1925. Al mismo tiempo que otras corrientes de izquierda en la Internacional comunista (IC), como la Izquierda alemana o la holandesa, la italiana se irguió, mucho antes que la Oposición de izquierda de Trotski, contra el rumbo oportunista de la IC. Contrariamente al trotskismo, que se reivindicaba íntegramente de los 4 primeros congresos de la IC, la Izquierda italiana rechazaba algunas de las posiciones adoptadas en los 3º y 4º Congresos, especialmente la táctica de «Frente único». En muchos aspectos, especialmente sobre la naturaleza capitalista de la URSS o sobre la naturaleza definitivamente burguesa de los sindicatos, las posiciones de la Izquierda germano-holandesa eran al principio mucho más justas que las de la Izquierda italiana. Sin embargo, la contribución al movimiento obrero de la Izquierda comunista de Italia fue mucho más fecunda que la de las demás corrientes de la Izquierda comunista al haber sido capaz de comprender dos problemas esenciales:
La Izquierda italiana, aun siendo consciente de la necesidad de discutir las posiciones políticas que la experiencia histórica había invalidado, tuvo la preocupación de avanzar con la mayor prudencia, evitando así «tirar el grano con la paja», al contrario de lo que hizo la Izquierda holandesa, la cual acabó considerando Octubre de 1917 como una revolución burguesa y rechazando la necesidad de un partido revolucionario. Eso no quitó que la Izquierda italiana hiciera suyas algunas posiciones elaboradas con anterioridad por la Izquierda germano-holandesa.
La represión creciente del régimen mussoliniano, sobre todo a partir de las leyes de excepción de 1926, obligó a la mayoría de los militantes de la Izquierda comunista de Italia a exiliarse. Y fue en el extranjero, sobre todo en Bélgica y Francia, donde esa corriente mantuvo su actividad organizada. En febrero de 1928, se funda en Pantin, cerca de París, la Fracción de izquierda de Partido comunista de Italia. Intenta participar en el esfuerzo de discusión y agrupamiento de las diferentes corrientes de izquierda que habían sido excluidas de la IC en plena degeneración y cuya figura más conocida es Trotski. La Fracción se propuso, en particular, publicar una revista de discusión común a esas diferentes corrientes. Pero tras haber sido excluida de la Oposición de izquierda internacional, tomó la resolución de publicar a partir de 1933 su propia revista, Bilan (Balance), en francés, a la vez que continuaba la publicación en italiano de Prometeo.
No vamos ahora a repasar las posiciones de la Fracción ni su evolución. Nos limitaremos a recordar una de las posiciones esenciales que fundaron su existencia: las relaciones entre partido y fracción.
La Fracción fue elaborando progresivamente esa posición a finales de los años 20 y principio de los 30 cuando se trataba de definir qué política debía ser desarrollada respecto a unos partidos comunistas en vías de degeneración.
A grandes rasgos, puede resumirse así esta posición. La Fracción de izquierda se forma en un momento en que el partido del proletariado tiende a degenerar, víctima del oportunismo, o sea, de la penetración en su seno de la ideología burguesa. Es responsabilidad de la minoría que mantiene el programa revolucionario luchar de modo organizado para que tal programa triunfe en el partido. Una de dos: o la Fracción logra que ganen sus posiciones, salvando así al Partido, o éste sigue su curso degenerante y acaba pasando con armas y equipo al campo de la burguesía. No es fácil determinar en qué momento el partido proletario se pasa al campo enemigo. Uno de los indicadores más significativos es, sin embargo, el que sea imposible que pueda aparecer una vida política proletaria en el seno del partido. La fracción de izquierda tiene la responsabilidad de llevar a cabo un combate en el seno del partido mientras exista una mínima esperanza de que pueda ser enderezado. Por eso, en los años 1920, no son las corrientes de izquierda las que abandonan los partidos de la IC, sino que son excluidos y muy a menudo mediante sórdidas maniobras. Pero una vez que un partido del proletariado se pasa al campo de la burguesía, no hay ya retorno posible. El proletariado deberá, necesariamente, hacer surgir un nuevo partido para reanudar su camino hacia la revolución y el papel de la fracción será entonces el de servir de «puente» entre el antiguo partido pasado al enemigo y el futuro partido del que deberá elaborar las bases programáticas y servir de armazón. El hecho de que, tras el paso del partido al campo burgués no pueda existir vida proletaria en su seno significa también que es inútil y peligroso para los revolucionarios, practicar «el entrismo», una de las tácticas del trotskismo que la Fracción siempre rechazó. El único resultado que ha dado el querer mantener una vida proletaria en un partido burgués, estéril pues para las posiciones de clase, es el de acelerar la degeneración oportunista de las organizaciones que lo han intentado y ni mucho menos el de conseguir volver a enderezar tal partido. En cuanto al «reclutamiento» que esos métodos permitieron, éste era especialmente confuso, gangrenado por el oportunismo, incapaz de formar una vanguardia para la clase obrera.
De hecho una de las diferencias fundamentales entre el trotskismo y la Fracción italiana estriba en que ésta, en la política de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias, siempre puso por delante la necesidad de la mayor claridad, el mayor rigor programático, aunque estuviera abierta a la discusión con todas las demás corrientes que habían entablado el combate contra la degeneración de la IC. En cambio, la corriente trotskista, intentó formar organizaciones de modo precipitado, sin discusiones serias, sin decantación previa de las posiciones políticas, basándolo todo en acuerdos entre «personalidades» y en la autoridad ganada por Trotski, uno de los principales dirigentes de la Revolución de Octubre y de la IC en sus orígenes.
Otra cuestión que opuso el trotskismo y la Fracción italiana fue la del momento en que debe formarse un nuevo partido. Para Trotski y sus camaradas, la cuestión de fundar un nuevo partido estaba ya al orden del día en el momento en que los antiguos partidos se habían perdido para el proletariado. Para la Fracción, la cuestión estaba clara:
«La transformación de la fracción en partido viene condicionada por dos elementos íntimamente vinculados ([4]):
1. La elaboración, por la fracción, de nuevas posiciones políticas capaces de dar un nuevo marco sólido a las luchas del proletariado por la Revolución en su nueva fase más avanzada (...).
2. El cambio en la relación de fuerzas del sistema actual (...) con el estallido de movimientos revolucionarios que permitan a la Fracción tomar la dirección de las luchas con vistas a la insurrección» («Vers l’Internationale 2 et 3/4?», Bilan nº 1, 1933).
Para que los revolucionaros sean capaces de establecer de manera correcta cuál es su responsabilidad en un momento dado, les es indispensable identificar claramente cuál es la relación de fuerzas entre las clases y el sentido de la evolución de esa relación de fuerzas. Uno de los grandes méritos de la Fracción es precisamente el haber sabido identificar la naturaleza del curso histórico de los años 30: de la crisis general del capitalismo, a causa de la contrarrevolución que había abatido sobre la clase obrera, sólo podía salir una nueva guerra mundial.
Ese análisis demostró toda su importancia con la guerra de España. Mientras que la mayoría de las organizaciones que se reivindicaban de la izquierda de los partidos comunistas vieron en los acontecimientos de España una reanudación revolucionaria del proletariado mundial, la Fracción entendió que, a pesar de su combatividad y valor, el proletariado de España estaba encerrado en la ideología antifascista promocionada por todas las organizaciones influyentes en su seno (la CNT anarquista, la UGT socialista así como los partidos comunista, socialista y el POUM, que también participó en el gobierno burgués de la Generalitat), un proletariado destinado a servir de carne de cañón en un enfrentamiento entre sectores de la burguesía (la «democrática» contra la «fascista»), preludio de una guerra mundial que inevitablemente se iba a declarar. Se formó entonces, en la Fracción, una minoría que pensaba que en España la situación seguía siendo «objetivamente revolucionaria» y, haciendo caso omiso de toda disciplina organizativa y rehusando el debate que la mayoría le proponía, se enroló en las brigadas del POUM([5]) e incluso se expresó en el periódico de este partido. La Fracción se vio obligada a tomar nota de la escisión de la minoría, la cual, a su vuelta de España a finales de 1936([6]), va a integrarse en las filas de la Unión comunista, un grupo que, a principios de los años 30, había roto, por la izquierda, con el trotskismo, pero que volvió a unirse a esta corriente para calificar de «revolucionarios» los acontecimientos de España y promover un «antifascismo crítico».
Así, junto con cierta cantidad de comunistas de izquierda holandeses, la Fracción italiana fue la única organización que mantuvo una postura de clase ante la guerra imperialista que se estaba desarrollando en España ([7]). Por desgracia, a finales de 1937, Vercesi, principal teórico y animador de la Fracción, empieza a elaborar una teoría según la cual los diferentes enfrentamientos militares que se produjeron en la segunda mitad de los años 30 no eran los preparativos hacia una nueva carnicería imperialista generalizada, sino «guerras locales» destinadas a precaverse, mediante matanzas de obreros, de la amenaza proletaria que estaba surgiendo. Según esta «teoría», el mundo se encontraba entonces en vísperas de una nueva oleada revolucionaria y la guerra ya no estaba al orden del día, pues la economía de guerra debía servir por sí misma para superar la crisis capitalista. Sólo una minoría de la Fracción, y en ella nuestro camarada Marc, fue entonces capaz de no dejarse arrastrar hacia esa desviación, que venía a ser una especie de desquite póstumo de la minoría de 1936. La mayoría decide interrumpir la publicación de Bilan y sustituirla por Octobre (nombre en conformidad con la «nueva perspectiva»), órgano del Buró internacional de las Fracciones de izquierda (italiana y belga), que se quiere publicar en tres lenguas. De hecho, en lugar de «hacer más» como la supuesta «nueva perspectiva» exigía, la Fracción es incapaz de mantener el trabajo de antes: Octobre, contrariamente a Bilan, aparecerá con irregularidad y sólo en francés; muchos militantes, desorientados por ese cuestionamiento de las posturas de la Fracción se desmoralizan o dimiten.
Cuando estalla la guerra mundial, la Fracción está desarticulada. Más todavía que la represión policiaca por parte, primero, de la policía «democrática» y después de la Gestapo (varios militantes, Mitchell entre ellos, principal animador de la Fracción belga, mueren en deportación), fueron la desorientación y la falta de preparación políticas ante una guerra mundial que, por lo visto, no debía ocurrir, las responsables de la desbandada. Por su parte, Vercesi proclama que con la guerra, el proletariado se ha vuelto «socialmente inexistente», que todo trabajo de fracción se ha vuelto inútil y que deben disolverse las fracciones (decisión tomada por el Buró internacional de las fracciones), lo cual acentúa más la parálisis de la Fracción. Sin embargo, el núcleo de Marsella, formado por militantes que se habían opuesto a las ideas revisionistas de Vercesi antes de la guerra, prosigue la labor paciente de reconstrucción de la Fracción, labor muy difícil a causa de la represión y por falta de medios materiales. Se reconstruyen secciones en Lyón, Tolón y París. Se establecen vínculos con Bélgica. A partir de 1942, la Fracción «reconstituida» mantiene conferencias anuales, nombra una Comisión ejecutiva y publica un Boletín internacional de discusión. Paralelamente se forma en 1942, basándose en las posiciones de la Fracción italiana, el Nucleo francés de la Izquierda comunista en el que Marc participa, miembro de la CE de la FI, con la perspectiva de formar la Fracción francesa.
Cuando en 1942-43 se producen en el Norte de Italia grandes huelgas obreras que conducen a la caída de Mussolini y a su sustitución por el almirante proaliado Badoglio (huelgas que repercuten en Alemania entre los obreros italianos, apoyadas por huelgas de obreros alemanes), la Fracción estima que, de acuerdo con su postura de siempre, «se ha abierto en Italia la vía de la transformación de la Fracción en partido». Su Conferencia de agosto de 1943 decide reanudar el contacto con Italia y pide a los militantes que se preparen para volver en cuanto sea posible. Sin embargo ese retorno no fue posible, en parte por razones materiales y en parte por razones políticas, pues Vercesi y parte de la Fracción belga estaban en contra, al considerar que los acontecimientos de Italia no ponían en entredicho «la inexistencia social del proletariado». En su Conferencia de mayo de 1944, la Fracción condena las teorías de Vercesi ([8]). Éste, sin embargo, no ha llegado todavía al término de su deriva. En septiembre de 1944, participa en nombre de la Fracción (y con otro miembro de ésta, Pieri) en la formación de la Coalizione antifascista de Bruselas junto a los partidos democristiano, «comunista», republicano, socialista y liberal, que publica el periódico L’Italia di Domani en cuyas columnas se encuentran llamamientos a ayuda financiera en apoyo al esfuerzo de guerra aliado. Al enterarse de esos hechos, la CE de la Fracción excluye a Vercesi el 20 de enero de 1945. Eso no le impidió proseguir su actividad todavía unos meses más en la Coalizione y como presidente de la Croce Rossa ([9]).
Por su parte, la Fracción mantenida prosiguió su labor difícil de propaganda contra la histeria antifascista y de denuncia de la guerra imperialista. Tenía ahora a su lado al Núcleo francés de la Izquierda comunista que se constituyó en Fracción francesa de la Izquierda comunista (FFGC), organizando su primer congreso en diciembre de 1944. Ambas fracciones repartían octavillas y pegaban carteles llamando a la confraternización entre los proletarios en uniforme de los dos campos imperialistas. Sin embargo, en la conferencia de mayo de 1945, tras haberse enterado de la constitución en Italia del Partito comunista internazionalista con figuras de tanto prestigio como Onorato Damen y Amadeo Bordiga, la mayoría de la Fracción decide disolverla y que sus miembros entren individualmente en el PCInt. Era ésta una puesta en entredicho radical de todo el método de la Fracción desde que se formó en 1928. Marc, miembro de la CE de la Fracción, principal animador de la labor de ésta durante la guerra, se opone a esa decisión. No se trata de una acción formalista, sino política: Marc opina que la Fracción debe mantenerse hasta no estar segura de las posiciones del nuevo partido, mal conocidas, y comprobar si estaban en conformidad con las de la Fracción ([10]). Para no ser cómplice del suicidio de la Fracción, dimite de la CE y abandona la Conferencia tras haber hecho una declaración explicativa de su actitud. La Fracción, aunque teóricamente ya habría dejado de existir, excluye a Marc, sin embargo, por «indignidad política» y se niega a reconocer la FFGC de la que él era principal animador. Unos meses después, dos miembros de la FFGC que se habían entrevistado con Vercesi, quien se había pronunciado a favor de la constitución del PCInt, escisionan y forman una FFGC-bis con el apoyo de aquél. Para evitar confusiones, la FFGC adopta el nombre de Izquierda comunista de Francia (GCF), reivindicándose evidentemente de continuidad política con la Fracción. Por su parte, la FFGC-bis ve «reforzadas» sus filas con la entrada de miembros de la minoría excluida de la Fracción en 1936 y del principal animador de Union communiste, Chazé. Esto no impide que el PCInt y la Fracción belga la reconozcan como «único representante en Francia de la Izquierda comunista».
La «minúscula» GCF cesó en 1946 la publicación de su periódico de agitación, l’Etincelle (la Chispa), estimando que la perspectiva de una reanudación histórica de los combates de clase, tal como se había anunciado en 1943, no se había verificado. En cambio, sí publicó, entre 1945 y 1952, 46 números de su revista teórica Internationalisme, en donde se abordan todas las cuestiones que se planteaban al movimiento obrero en la inmediata posguerra y se precisan las bases programáticas en las que se iba a formar Internacionalismo en 1964, en Venezuela, Révolution internationale en 1968 en Francia y la Corriente comunista internacional en 1975.
En la segunda parte de este artículo, volveremos sobre la fundación del Partito comunista internazionalista, inspirador del BIPR y «creación de la clase obrera revolucionaria que alcanzó mayor éxito desde la revolución rusa» según él.
Fabienne
[1] Véase artículo sobre el XIIº Congreso de la CCI en este número.
[2] Carta publicada en la Revista internacional nº 8 con nuestra respuesta: «Las ambigüedades sobre los «partisanos» en la constitución del Partido comunista internacionalista en Italia».
[3] Véase artículo de la Revista internacional nº 8.
[4] Hemos tratado a menudo en nuestra prensa sobre lo que, según la concepción elaborada por la Izquierda italiana, distingue la forma partido de la forma fracción (ver en especial nuestro estudio «La relación Fracción-Partido en la tradición marxista» en la Revista internacional nº 59, 61, 64 y 65). Para mayor claridad de este tema, recordemos aquí los elementos siguientes. La minoría comunista existe en permanencia como expresión del devenir revolucionario del proletariado. Sin embargo, el impacto que pueda tener en las luchas inmediatas de la clase está estrechamente condicionado por el nivel de esas luchas y el de la conciencia de las masas obreras. Sólo en períodos de luchas abiertas y cada vez más conscientes del proletariado podrá esperar la minoría tener influencia en ellas. Sólo en esas circunstancias podrá hablarse de esa minoría como partido. En cambio, en períodos de retroceso histórico del proletariado, de triunfo de la contrarrevolución, es vano esperar que las posiciones revolucionarias tengan un impacto significativo y determinante en el conjunto de la clase. En esos períodos, la única labor posible, e indispensable, es la de fracción: preparar las condiciones políticas para la formación del futuro partido cuando la relación de fuerzas entre las clases vuelva a permitir que tengan influencia en el conjunto del proletariado.
[5] Un miembro de la minoría, Candiani, tomó incluso el mando de la columna poumista «Lenin» en el frente aragonés.
[6] La mayoría de la Fracción, contrariamente a una leyenda propagada por la minoría y otros grupos, no se limitó a mirar de lejos lo que ocurría en España. Sus representantes permanecieron en España hasta mayo de 1937, no desde luego para alistarse en el frente antifascista, sino para proseguir, en la clandestinidad y frente a los matones estalinistas que casi los asesinan, una labor de propaganda para intentar extraer a algunos militantes de la espiral de la guerra imperialista.
[7] Cabe señalar que los acontecimientos de España provocaron escisiones en otras organizaciones (Union communiste en Francia, Ligue des communistes en Bélgica, Revolutionary Workers’ League en Estados Unidos, Liga comunista en México) que tenían las mismas posiciones que la Fracción y uniéndose a sus filas o formando, como en Bélgica, una nueva fracción de la Izquierda comunista internacionalista. Fue entonces cuando el camarada Marc dejó la Union communiste y se unió a la Fracción con la que estaba en contacto desde hacía varios años.
[8] Durante ese período, la Fracción publicó múltiples números de su boletín de discusión lo que le permitió desarrollar toda una serie de análisis, en especial sobre la naturaleza de la URSS, sobre la degeneración de la Revolución rusa y la cuestión del Estado en el período de transición, sobre la teoría de la economía de guerra desarrollada por Vercesi y sobre las causas económicas de la guerra imperialista.
[9] En ese cargo, llegó incluso a agradecerle «a su excelencia el nuncio apostólico» por «su apoyo a esta obra de solidaridad y de humanidad», a la vez que se declaraba seguro de que «ningún italiano se cubrirá de vergüenza quedándose sordo a nuestro urgente llamamiento» (L’Italia de Domani nº 11, marzo de 1945).
[10] En este sentido, la razón por la cual Marc se opuso a la decisión de la Fracción, en mayo de 1945, no es la que da IC de que «la contrarrevolución que se había abatido sobre los obreros desde las derrotas de los años 20, y que por ello no había posibilidad de crear un partido revolucionario en los años 40», puesto que en ese momento, aún subrayando las dificultades crecientes que encontraba el proletariado a causa de la política sistemática de los Aliados para desviar hacia un terreno burgués su combatividad, Marc no había puesto explícitamente en tela de juicio la postura adoptada en 1943 sobre la posibilidad de formar el partido.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional
[2] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
[3] https://es.internationalism.org/files/es/golpe_kapp.pdf
[4] https://es.internationalism.org/cci/201211/3550/plataforma-de-la-cci-adoptada-por-el-ier-congreso
[5] https://es.internationalism.org/go_deeper
[6] https://es.internationalism.org/content/4373/lista-de-articulos-sobre-la-tentativa-revolucionaria-en-alemania-1918-23
[7] https://es.internationalism.org/content/4379/1919-el-ejemplo-ruso-inspira-los-obreros-hungaros-ii-el-abrazo-del-oso-de-la
[8] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199701/1233/vi-el-fracaso-de-la-construccion-de-la-organizacion
[9] https://es.internationalism.org/tag/geografia/alemania
[10] https://es.internationalism.org/tag/21/367/revolucion-alemana
[11] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1919-la-revolucion-alemana
[12] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923
[13] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-germano-holandesa
[14] https://es.internationalism.org/tag/21/529/1917-la-revolucion-rusa
[15] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[16] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[17] https://es.internationalism.org/tag/5/519/jornadas-de-julio
[18] https://es.internationalism.org/tag/21/364/el-comunismo-no-es-un-bello-ideal-sino-que-esta-al-orden-del-dia-de-la-historia
[19] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1905-revolucion-en-rusia
[20] https://es.internationalism.org/tag/21/377/polemica-en-el-medio-politico-sobre-agrupamiento
[21] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr
[22] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/battaglia-comunista
[23] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-italiana
[24] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/izquierda-comunista-francesa