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En la estela de la ofensiva victoriosa americana, que no ha suscitado la menor reacción hostil significativa entre los países árabes, y aprovechándose del debilitamiento causado a Arafat, acusado de tolerancia hacia el terrorismo palestino, Israel está poniendo brutalmente contra las cuerdas al líder de la OLP al mismo tiempo que provoca una nueva oleada de violencia en los territorios ocupados. A los actos de terrorismo ciego cometidos contra la población israelí, el ejército de Israel replica con una violencia tan ciega como aquélla y cuya víctima principal es la población de a pie, muy a menudo niños. Desde los acuerdos de Oslo, Estados Unidos no paró de criticar, incluso descalificar la política de "cuanto peor mejor" de los diferentes gobiernos israelíes, una política basada en sabotear la puesta en práctica del proceso de paz. Esto se debía a que Estados Unidos era perfectamente consciente de la necesidad de limitar a toda costa la agudización de las tensiones entre israelíes y palestinos, pues podían acabar cristalizando en la región la creciente reacción de hostilidad del mundo árabe contra Israel. Una situación así hubiera acabado por repercutir en la política de Estados Unidos, pues este país no podía en ningún caso abandonar Israel, que es su brazo armado en la región. Pero hubiera sido sobre todo una ocasión para algunos países europeos de jugar sus propias bazas mediante el apoyo que habrían aportado a tal o cual fracción nacional de la burguesía, en apoyo de esta o aquella solución diplomática, la que fuera con tal de ser diferente de la de Estados Unidos. Hoy la situación es muy otra a causa del enorme ascendiente que sobre el resto del mundo han ganado los Estados Unidos, una ventaja que este país llevará lo más lejos posible. Al asumir plenamente la brutalidad de la ofensiva israelí en los territorios ocupados, Estados Unidos hace todavía más patente la incapacidad actual de cualquier otro país, especialmente de los europeos, para convertirse en pivote de una alternativa a la política estadounidense en Oriente Medio. De todos modos, la situación actual, ni más ni menos que la "paz de Oslo", no significará en ningún caso estabilidad, sino que, al contrario, está acumulando las condiciones, sobre todo con el incremento de un profundo sentimiento de odio a Estados Unidos e Israel, para el estallido futuro de esas tensiones.
Estados Unidos ha logrado hoy marginalizar por completo en el ruedo mundial a las potencias europeas (Gran Bretaña, Alemania, Francia), principales rivales suyos, no dejándoles desempeñar el menor papel en el conflicto de Afganistán, si no es el de comparsas en la gestión de la situación dejada por la derrota de los talibanes. En efecto, las tropas de la ONU, mediante las cuales esas potencias pretendían instalarse en aquel país (como así fue en Kosovo), estarán claramente bajo el mando y control norteamericano, interviniendo únicamente como auxiliar del nuevo poder instalado en Kabul por Estados Unidos.
Todas las potencias de segunda o tercera fila, arrinconadas por ese éxito alcanzado por primera potencia mundial, no van a quedarse, sin embargo, de brazos cruzados. Al contrario, van a hacerlo todo y más, con los medios a su alcance, para poner zancadillas a la política estadounidense, explotando al máximo, entre otras cosas, las tensiones locales alimentadas por la presencia de Estados Unidos. Decir que esa nueva afirmación del orden mundial americano no arregla ninguna de las tensiones que pululan por el mundo queda confirmado en la reanudación de las hostilidades entre dos potencias nucleares, India y Pakistán. Desde el atentado terrorista perpetrado por un grupo islámico en el Parlamento indio el 13 de diciembre de 2001, la tensión no ha cesado entre esos dos países, a niveles nunca alcanzados hasta ahora (como, entre otros hechos, demuestra el que India haya evacuado la población fronteriza en Cachemira).
Por otra parte, el fragor y el humo de las bombas habrán podido durante algún tiempo ocultar la agravación dramática de la crisis económica, pero no por ello han cambiado su realidad. Hoy la recesión es oficial en Japón, se instala en Alemania y en Estados Unidos, mientras que en el resto de Europa el crecimiento se reduce aceleradamente en el momento mismo en que se estrena el euro. Muy significativo de la situación mundial ha sido el desmoronamiento brutal de la economía argentina, la cual, tras cuatro años de recesión, está literalmente en quiebra, con lo que todo eso significa para el proletariado: desempleo, miseria y, por vez primera desde la independencia, la aparición del espectro de la hambruna. Lo que hoy presenciamos en Argentina - un país que hace 40 años se jactaba de pertenecer al "selecto" club de los países "más desarrollados"- es revelador de la perspectiva que nos ofrece el capitalismo[1].
Argentina, por un lado, Afganistán por el otro nos muestran ambos las amenazas: hundimiento económico con sus consecuencias de desempleo, miseria y hambre (ver el artículo correspondiente en esta Revista) y estallido de la barbarie bélica con su cortejo de muertos, destrucción y bestialidad.
Al bárbaro baño de sangre de las Torres Gemelas, Estados Unidos ha respondido con una Cruzada "Antiterrorista" que está suponiendo nuevos y peores baños de sangre. Las primeras víctimas son los trabajadores, los campesinos, la población de Afganistán, que desde el 7 de octubre están recibiendo un terrible lote de bombas a la vez que los ejércitos locales libran feroces combates.
Muchas personas están muriendo o van a morir; están siendo aniquiladas viviendas, industrias, campos de labranza, hospitales, vías de comunicación; el hambre, las enfermedades, la rapiña están golpeando a la población; miles y miles de refugiados intentan cruzar las fronteras de los países vecinos siendo brutalmente tratados por todos: militares, salteadores de caminos, guardias fronterizos ...
Es una nueva hecatombe que se abate sobre miles y miles de seres humanos. Afganistán lleva ya 23 años de guerra. Ha sufrido la guerra de todas las formas del capitalismo: primero fue el capitalismo pretendidamente "socialista" de la antigua URSS; después el capitalismo "islámico" en sus diferentes versiones - los muyahidines, los talibán - y ahora, la del capitalismo "más capitalista" de todos, el de la primera potencia mundial. Es la barbarie infinita de un sistema que deja de lado la careta engañosa con la que pretende revestirse de dignidad, cultura, derechos, progreso, y muestra su verdadero rostro, el de un organismo agonizante que causa cada vez más guerras, destrucción, hambre... "Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre, así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza" (Rosa Luxemburgo, La Crisis de la socialdemocracia, escrito en 1915 contra la Primera Guerra mundial).
Estados Unidos ha dejado bien claro que su cruzada "antiterrorista" no se limitará a Afganistán. El secretario de defensa anuncia "10 años de guerra", mientras que Mr. Bush, en su charla radiofónica del sábado 24 de noviembre, afirma que "el hundimiento del régimen talibán es solo el principio. Ahora tenemos que dar los pasos más difíciles". También aclara que piensa invadir los países que haga falta con la excusa de que "Estados Unidos no esperará a que los terroristas intenten atacarnos otra vez. Donde sea que se oculten y donde sea que conspiren seremos nosotros quienes atacaremos", precisando que "el Ejército de Estados Unidos deberá actuar en distintas zonas del mundo".
¿Para qué estos planes de barbarie? ¿Son realmente una defensa contra el terrorismo? En el editorial del número anterior de la Revista internacional denunciamos la hipocresía de esa envoltura "antiterrorista". El terrorismo - que puede tomar diversas formas todas ellas ajenas al proletariado[2]- forma parte de la acción corriente de todos los Estados y constituye un arma de guerra cada vez más importante.
¿Es, simplemente, una operación de conquista de los yacimientos petrolíferos de Asia Central, como pretenden grupos del medio político proletario? No podemos desarrollar aquí el análisis que contiene el "Informe sobre los conflictos imperialistas" de nuestro XIV Congreso publicado en la Revista internacional nº107 donde afirmamos que "si en los comienzos del imperialismo y después en la decadencia del capitalismo, la guerra se concebía como medio para repartirse los mercados, en el estadio actual se ha convertido en un medio de imponerse como gran potencia, de hacerse respetar, de defender su rango frente a las otras, de salvar la nación. Las guerras no tienen una racionalidad económica, cuestan mucho más de lo que permiten ganar"[3]. El objetivo real de la cadena de operaciones bélicas que USA ha abierto en Afganistán es político-estratégico[4]. Es una respuesta al creciente desafío a su liderazgo mundial que se ha agudizado tras la guerra de Kosovo y que protagonizan, en primera línea, las potencias europeas - Alemania, Francia -, seguidas por toda clase de potencias regionales, locales e incluso Señores de la Guerra como el propio Bin Laden.
En el Editorial de la Revista anterior expusimos las premisas generales de nuestro análisis: la actual crisis guerrera es un exponente, no solo de la decadencia del capitalismo, que se extiende desde principios del siglo XX, sino de lo que hemos calificado como su fase terminal de descomposición que se puso claramente de manifiesto en 1989 con el hundimiento del antiguo bloque soviético. El rasgo más característico de esta fase última de la decadencia del capitalismo es el enorme desorden que reina tanto en las relaciones entre Estados como en la forma que toma la confrontación imperialista entre ellos. Cada Estado Nacional "barre para casa" sin aceptar la más mínima disciplina. Es lo que hemos caracterizado como cada nación a la suya que traduce, y a su vez agrava, un estado general de caos imperialista mundial, tal y como previmos hace más de 10 años con el hundimiento del antiguo bloque soviético: "el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada uno va a jugar por su cuenta y para sí, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos el carácter de estabilidad de los bloques, sino que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sanguinario" (Revista internacional nº 64: "Militarismo y Descomposición"[5]).
El capitalismo encierra desde sus primeros estadios una contradicción irresoluble entre el carácter de la producción que tiende a ser social y mundial y su modo de apropiación y organización que es necesariamente privado y nacional. En el genoma del capitalismo está inscrito el cisma, el enfrentamiento y la destrucción que nacen de esa contradicción. Esta tendencia era menos visible en el período ascendente del capitalismo pues lo que dominaba entonces era la dinámica hacia la formación del mercado mundial. Esta produjo una unificación objetiva pues sometió los territorios más significativos del planeta y el intercambio general en todo el mundo a las relaciones capitalistas de producción[6].
Con la decadencia del capitalismo, la guerra de todos los Estados entre sí, la batalla de cada imperialismo nacional para escapar de las contradicciones crecientes del régimen capitalista a costa de sus rivales adquiere una virulencia asesina. Fue la época que va desde 1914 y 1945 que provocó dos guerras mundiales. Sin embargo, en el período de la llamada "guerra fría" (1945-89) el "todos contra todos" pareció atenuarse al imponerse una férrea disciplina de bloques, basada en la supremacía militar, el chantaje estratégico y político y el soborno económico. Sin embargo, la desaparición de los bloques desde 1989 ha desatado la expresión de los intereses imperialistas nacionales en toda su furia caótica y destructora: "La fragmentación de las estructuras y la disciplina de los antiguos bloques imperialistas ha liberado las rivalidades entre naciones a una escala sin precedentes, provocando un combate cada vez más caótico, cada uno a la suya, desde las mayores potencias mundiales hasta los más pequeños señores de la guerra... Las guerras en la fase actual de descomposición del capitalismo no son menos imperialistas que las de fases precedentes de la decadencia, pero, en cambio, se han hecho más extensas, más incontrolables y más difíciles de detener, incluso temporalmente" ("Resolución sobre la situación internacional del XIV Congreso de la CCI" en Revista internacional nº 106). La fase de descomposición del capitalismo ha puesto claramente de manifiesto que "la realidad del capitalismo decadente, a pesar de los antagonismos imperialistas que lo hacen aparecer momentáneamente como dos unidades monolíticas enfrentadas, es la tendencia a la dislocación y la desintegración de sus componentes. La tendencia del capitalismo decadente es al cisma, el caos, de ahí la necesidad esencial del socialismo que quiere realizar el mundo como una unidad" (Internationalisme, Gauche Communiste de France, "Informe sobre la situación internacional", enero 1945[7]).
Los Estados Unidos son los grandes perdedores de esta situación. Sus intereses nacionales se identifican con el mantenimiento de un orden mundial construido en su propio beneficio. Frente a los designios imperialistas de sus grandes rivales (Alemania, Francia, Gran Bretaña etc.), frente a la contestación de numerosos Estados con ambiciones regionales e incluso de sus más fieles aliados (el caso de Israel que desde 1995 está saboteando cada vez más abiertamente la "Pax americana"), USA, como "Sheriff Mundial", se ve obligado a continuos y repetidos golpes de fuerza, auténticos puñetazos sobre la mesa, como vimos con la Guerra del Golfo o con Kosovo y ahora en Afganistán.
Pero la actual "cruzada antiterrorista", tiene objetivos mucho más ambiciosos. En el Golfo, USA se limitó a una apabullante demostración de fuerza destinada a meter en cintura a sus antiguos aliados. En Kosovo volvió a exhibir su inmenso poderío militar, aunque sus "aliados" le jugaron una mala pasada en los "planes de paz" agarrando cada cual su zona de influencia y frustrando sus planes. Ahora pretende por un lado marginar totalmente del teatro de guerra a los aliados infligiéndoles una patente humillación y, por otra parte, instalar sus posiciones militares de forma estable en una zona clave como es Asia Central.
En el primer plano, USA ha pedido una "colaboración" a sus "aliados" consistente en quedarse en el patio de butacas aplaudiendo las hazañas de los Rambos. El intento de Francia de enviar un contingente de soldados disfrazado de "ayuda humanitaria" ha sido bloqueado por USA en Termez en la frontera uzbeka. El "ofrecimiento" alemán de 3900 soldados ha sido despreciado. Gran Bretaña que al principio apareció como socio activo de la operación ha sufrido un bochornoso desplante. El intento de Blair de presentarse como "comandante en jefe" ha sido respondido con el bloqueo de 6000 soldados desde hace más de una semana. Esta marginación les ha supuesto a esos países un duro golpe a su rango en el escenario mundial.
El segundo objetivo es más importante. Por primera vez en toda su historia, los Estados Unidos se instalan, con vocación de quedarse, en Asia Central, no solo en Afganistán sino también en dos repúblicas exsoviéticas vecinas (Tayikistán y Uzbekistán). Esto supone una clara amenaza para China, Rusia, India e Irán. Sin embargo, su alcance es más profundo: constituye un paso para establecer un auténtico cerco - una nueva edición de la vieja política de "contención" que se empleó con Rusia - a las potencias europeas. Desde las altas montañas de Asia Central se controla estratégicamente Oriente Medio y el suministro de petróleo, clave para la economía y la acción militar de las naciones europeas.
Arropado por la "coalición antiterrorista" y marginados los "aliados" europeos, Norteamérica puede ahora seguir sus fechorías bélicas en otros países. Ha puesto Irak en el punto de mira. Habla también de Yemen y Somalia etc. Estos nuevos actos de sangre no tendrán como objetivo "perseguir terroristas" sino que irán dirigidos al fin estratégico de cercar a los "aliados" europeos.
Como dijimos en el Editorial de la anterior Revista internacional no sabemos si los autores del crimen de las Torres Gemelas son Bin Laden y sus compinches, pero lo que sí sabemos es que el beneficiario del crimen ha sido Estados Unidos como el mismísimo Bush reconoce indirectamente en su charla radiofónica del 24 de noviembre: "el mal que nos deseaban los terroristas ha resultado en un bien que nunca habrían esperado y estos días los americanos tienen muchas razones para dar las gracias".
Analizando la guerra de Kosovo, nuestro XIII Congreso internacional, celebrado en abril de 1999, señalaba que "la guerra actual, con la nueva desestabilización que representa en la situación europea y mundial, es una nueva ilustración del dilema en que se encuentran encerrados actualmente los Estados Unidos. La tendencia al "cada uno para sí" y la afirmación cada vez más explícita de las pretensiones imperialistas de sus antiguos aliados, les obligan de manera creciente a hacer alarde y usar su enorme superioridad militar. Al mismo tiempo, esa política conduce únicamente a una agravación mayor todavía del caos que reina ya en la situación mundial" (Revista internacional nº 97: "Resolución sobre la situación internacional"[8]).
La virulencia de esa contradicción, lejos de atenuarse no ha hecho sino agravarse en los diez últimos años. Las exhibiciones apabullantes de su poderío militar logran en un primer momento que sus rivales plieguen alas y se alineen tras el Gran Padrino. Pero los efectos son poco duraderos. Tras el Golfo, Alemania se atrevió a hacer estallar Yugoslavia para lograr una salida al Mediterráneo vía el mar Adriático. Los objetivos americanos en los Balcanes fueron frustrados en cuanto terminaron los bombardeos en Kosovo. Los políticos de Washington han intentado todos los métodos posibles para encauzar la situación, pero han fracasado no tanto por su incompetencia sino porque las condiciones de evolución del capitalismo en descomposición juegan en su contra. El puñetazo sobre la mesa intimida a los demás gánsteres, pero al poco tiempo vuelven a las andadas. Primero comienzan las intrigas diplomáticas, las sórdidas maniobras, después vienen las jugadas de desestabilización de tal o cual país, de tal o cual zona. Más tarde, los acuerdos con Señores de la guerra locales, finalmente, las operaciones de "injerencia humanitaria". Todo ello es reproducido a escala regional por Estados de segunda o tercera división, configurando entre todo un amasijo sangriento de influencias cruzadas. Es un círculo vicioso que no hace sino sembrar el mundo de ruina, hambrunas y montañas de cadáveres. Las grandes potencias, que se presentan como bomberos apagafuegos, son en realidad, los pirómanos que con nocturnidad y alevosía rocían previamente con gasolina.
Sin embargo, la situación convierte a Estados Unidos en el principal bombero pirómano. Las contradicciones propias de su posición en este período histórico de descomposición capitalista hacen de él a la vez el pirómano que siembra de incendios del mundo y el bombero que tiene que apagarlos abriendo nuevos fuegos. Es una contradicción que revela la profunda gravedad de la situación mundial. Estados Unidos, principal garante y beneficiario del "orden mundial" es a la vez quien más lo socava al intentar defenderlo con sus devastadoras operaciones militares.
En la 1ª y la 2ª Guerra mundial, vimos que eran las potencias peor dotadas en el reparto imperialista, y por consiguiente las más débiles (especialmente Alemania) las que desafiaban el estado de cosas existente poniendo en peligro la "paz mundial". Durante el período de violenta rivalidad entre la URSS y Estados Unidos, desde principios de los años 50 hasta finales de los 80, siempre correspondió el papel desestabilizador al bando más débil, es decir al bloque ruso. Estados Unidos adoptaría después una política más ofensiva sobre todo en la carrera de armamentos, aunque podía permitirse el lujo de aparecer como "atacado", imponiendo así al bloque adverso unos retos que la debilidad económica de éste le impedían aceptar, lo cual acabó arrastrándolo a su destrucción. Pero hoy, como expresión del descenso del capitalismo en la barbarie, se da la situación absurda de que Estados Unidos, principal beneficiario del orden mundial y potencia ampliamente dominante en el mundo tanto en lo militar como en lo económico, es quien más hace para desafiarlo.
La actual cruzada "antiterrorista" va a seguir indefectiblemente el mismo camino solo que las dosis de destrucción y de caos que va a crear serán cualitativa y cuantitativamente más graves que las resultantes de anteriores operaciones.
Para empezar, en el propio Afganistán no va establecerse la "paz" y la reconstrucción, sino las premisas para nuevas convulsiones guerreras. La Alianza del Norte es un conglomerado de Señores de la Guerra y de facciones tribales que se han soldado momentáneamente contra el enemigo común. Pero el reparto del poder, las rencillas entre ellos y los fuegos que azuzarán los diversos padrinos extranjeros (Rusia, Irán, India) los llevarán a violentos enfrentamientos como ya ha sido el caso con la toma de Kunduz donde han chocado las tropas "aliadas" de Dostum y Daud. La relegación, o al menos la toma de ventajas frente a las facciones que se apoyan en la etnia pastún, mayoritaria, anuncia la fiereza de la confrontación. USA, que no tiene ningún interés en una ocupación de todo Afganistán[9], despliega tropas en Kandahar para apadrinar a los pastunes y contrapesar a la Alianza.
Para llevar a cabo su intervención en Afganistán, Estados Unidos necesita el apoyo de Pakistán, país que, a cambio, ha recibido la confirmación por parte de Estados Unidos de que apoyarían a las etnias capaces de hacer contrapeso a la Alianza del Norte, tradicional enemigo de Pakistán y, por lo tanto, obstáculo en su influencia en Afganistán. Esta "zona de influencia" es necesaria a Pakistán para darle "profundidad estratégica" en el encarnizado enfrentamiento que mantiene con la India y cuyo eje es Cachemira. El ascenso de la influencia de la Alianza del Norte en la gestión de la situación post- talibán es, pues, una brecha en el dispositivo de Pakistán frente a India.
India, China, Rusia e Irán, están furiosas por la instalación de los americanos en Asia central. No han tenido más remedio que sumarse al Frente "antiterrorista", pero todos sus esfuerzos se van a dirigir a sabotear por todos los medios las operaciones del Gran Hermano pues éste amenaza sus intereses vitales. No pueden hacer otra cosa que responderle con los medios de que disponen: intrigas, operaciones de desestabilización de zonas clave, apoyo a las fracciones más díscolas.
En los países árabes e islámicos, la operación americana no puede sino encender todavía más los odios en amplios sectores de la población, acentuando los riesgos de desestabilización y empujando a todas las burguesías de la zona a aumentar sus distancias respecto a Estados Unidos como se ve actualmente con Arabia Saudita que manifiesta abiertamente su mal humor.
Del mismo modo, la operación afgana, con el fuerte desprestigio que provoca en la "causa árabe", es catastrófica para Arafat que sale debilitado, lo cual facilita las cosas a los planes israelíes de poner contra las cuerdas a su enemigo palestino con la consecuencia de una agravación de la guerra abierta que se arrastra desde hace años.
Japón ha aprovechado la circunstancia para enviar, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra mundial, una flota naval. Se trata de un gesto más bien simbólico que muestra cómo el imperialismo nipón trata de afirmar su potencia despertando un nuevo frente de tensión que añadirá más fuego a la situación mundial.
Pero Alemania, Francia y Gran Bretaña, los más perjudicados por la guerra actual, tienen necesariamente que responder pues la maniobra americana supone una grave amenaza ya que es el principio de una estrategia de "cerco continental" que puede acabar asfixiándolas. Tendrán que contraatacar, quizá en África, quizá en los Balcanes, e, imperiosamente, tendrán que acelerar los gastos militares y los planes de crear brigadas de intervención rápida en el marco del famoso "Euro ejército".
En definitiva, Estados Unidos no logrará estabilizar en su favor la situación mundial, sino que ya desde ahora la está desestabilizando muy gravemente.
Desde 1945 los países centrales del capitalismo (Estados Unidos, Europa Occidental) han gozado de un largo período de estabilidad y paz dentro de sus fronteras. El capitalismo mundial, como un todo, se ha ido hundiendo progresivamente en una dinámica de guerras, destrucción, hambrunas... pero aquellos han permanecido como un oasis de paz. Pero esa situación está empezando a cambiar. Las guerras balcánicas de la década de los 90 fueron el primer aviso. Una guerra devastadora se instalaba a las puertas de las grandes concentraciones industriales. En esa línea, los hechos de Nueva York tienen un significado grave y profundo más allá de su alcance inmediato. Un acto de guerra ha golpeado directamente a la primera potencia mundial causando una matanza equivalente a una noche de bombardeos de la aviación.
No estamos afirmando que la guerra se ha instalado, o está próxima a instalarse, en las grandes metrópolis del planeta. Estamos lejos de esa situación entre otras razones por la más importante: el proletariado de esos países, pese a las dificultades que sufre, se resiste a caer en la degradación moral, el sufrimiento físico, el terror vital y el sacrificio extenuante que significan soportar cotidianamente un estado de guerra. Pero esta constatación no nos puede ocultar la gravedad de lo ocurrido. Unos meses antes, analizando la dinámica profunda de la situación histórica y sacando lecciones de las tendencias que encerraba, nuestro XIV Congreso, en su Resolución sobre la situación internacional, afirmaba "la clase obrera puede verse arrastrada a una reacción en cadena de guerras locales y regionales. Este apocalipsis no está tan lejano como a primera vista podría parecer: el rostro de la barbarie está a punto de tomar una forma material ante nuestros ojos. Hoy la humanidad no hace frente simplemente a la perspectiva de la barbarie: el descenso hacia la barbarie ha comenzado ya y lleva consigo el peligro de demoler toda tentativa futura de regeneración social" (Revista Internacional nº106).
El significado del ataque de las Torres Gemelas es que la inestabilidad, la garra sangrienta de acciones terroristas planteadas directamente como actos de guerra, amenaza de forma mucho más directa a los grandes Estados industrializados y que, de ahora en adelante, serán cada vez menos esos "refugios de orden y estabilidad", que hasta ahora aparentaban[10]. Es un elemento de la situación que el proletariado debe tomar en cuenta pues constituye un nuevo peligro, no solo físico (los obreros han sido las principales víctimas del golpe de las Torres Gemelas) sino fundamentalmente político pues el Estado de las grandes metrópolis "democráticas" aprovecha la inseguridad y el terror que generan tales acciones para pedir que se cierren filas a su alrededor para "defender la seguridad nacional" y se ofrece como "única garantía" frente al caos y la barbarie.
El terrorismo, como arma utilizada en la guerra entre Estados, no es ninguna novedad. Lo que resulta "novedoso" es la amplitud del fenómeno en los últimos años. Los grandes Estados, y tras su estela los más pequeños, han multiplicado sus relaciones con toda clase de grupos mafiosos y /o terroristas, tanto para el control de toda clase de tráficos ilegales que proporcionan lucrativos negocios como para utilizarlos como elemento de presión contra Estados rivales. La utilización del IRA por parte de Estados Unidos como medio de presión sobre Gran Bretaña o de Francia presionando a España mediante ETA, son dos ejemplos significativos. A su vez, todos los Estados han desarrollado los "departamentos especiales" en sus ejércitos y servicios secretos: han preparado comandos de tropa muy especializados, entrenados para acciones de "guerrilla", sabotaje y terrorismo, etc.
Esa utilización del arma terrorista acompaña una tendencia creciente a que en la guerra entre Estados se violen las reglas mínimas, hasta ahora respetadas, en la confrontación entre ellos. Como dijimos en las "Tesis sobre la descomposición del capitalismo", "... la situación mundial se caracteriza por el aumento del terrorismo, de las capturas de rehenes como medio de guerra entre Estados en detrimento de las 'leyes' que el capitalismo se había dado en el pasado para 'reglamentar' los conflictos entre las fracciones de la clase dirigente"[11]. La reacción de los gobiernos occidentales tras el 11 de septiembre endureciendo con una inusitada rapidez el arsenal represivo del Estado muestra de forma inequívoca que han captado el peligro. Estados Unidos ha dado la medida: instauración de controles de identidad, suspensión del habeas corpus, tribunales militares secretos, "debate" sobre la instauración de una tortura "moderada" para "evitar males mayores" etc. En esta política se desarrollan armas cuyos destinatarios últimos serán el proletariado y los revolucionarios, pero lo que revelan ya desde ahora es el riesgo en ciernes de inestabilidad, de caos, de golpes bajos de rivales, que se instaura en los países centrales.
El cordón sanitario contra el caos, levantado cual nuevo muro de Berlín, para proteger a las "grandes democracias" va a hacerse más vulnerable. Bush ha caracterizado la "cruzada antiterrorista" como "una guerra larga, en muchos lugares de la Tierra, que tendrá fases visibles y fases secretas, que exigirá muchos medios, algunos se darán a conocer, otros no" mostrando la etapa de convulsiones, de inestabilidad, que va a afectar a los países centrales.
Para darnos una medida del significado de esas amenazas es útil referirse a otras épocas históricas. Cuando el Imperio Romano, en el siglo I de la era cristiana, entra en decadencia, la primera etapa se caracteriza por violentas convulsiones en su propio centro, Roma. Es la época de los emperadores "dementes" como Nerón, Calígula etc. Las "reformas" de los emperadores del siglo II -época de grandes obras públicas que ha legado los más imponentes monumentos - alejan las convulsiones del centro arrojándolas a la periferia que se hunde en un marasmo total y es víctima de invasiones bárbaras cada vez más victoriosas. El siglo III ve la vuelta, como un bumerán, de esa avalancha hacia el centro, afectando cada vez más a Roma y Bizancio. El saqueo de Roma será la conclusión de ese proceso donde el centro, hasta entonces una fortaleza inexpugnable, cae como un castillo de naipes a manos de hordas bárbaras.
Ese mismo proceso se anuncia ya, como tendencia progresiva, en el capitalismo actual. Las guerras, las hambrunas, las ruinas, que en las últimas décadas han martirizado a millones de seres humanos en los países subdesarrollados, pueden acabar instalándose con toda su fuerza destructora en el corazón mismo del capitalismo, si el proletariado no es capaz de reaccionar a tiempo llevando su lucha hasta la revolución mundial. Hace casi 90 años, Rosa Luxemburgo anunciaba "el triunfo del imperialismo lleva a la negación de la civilización, esporádicamente durante la duración de la guerra y definitivamente si el período de guerras mundiales que comienza ahora prosigue sin obstáculos hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Federico Engels predijo una generación antes que la nuestra, hace cuarenta años. Estamos hoy situados ante esta elección: o bien triunfo del imperialismo y decadencia de toda la civilización como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, un enorme cementerio; o bien, victoria del socialismo, es decir, de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método de acción: la guerra" (La Crisis de la socialdemocracia).
La escalada guerrera va subiendo peldaños. La época de guerras fundamentalmente localizadas, alejadas de las grandes metrópolis, está tocando a su fin. No pasamos a una situación de guerra generalizada, de guerra mundial, sino a un estadio definido por guerras de mayor dimensión e implicación mundial y, sobre todo, por su repercusión más directa en la vida de los países centrales.
Esta evolución de la situación histórica debe hacer reflexionar al proletariado. Como decíamos en la Resolución de nuestro XIV Congreso, el rostro de la barbarie se hace más preciso, sus contornos más definidos. La barbarie del atentado de las Torres Gemelas ha tenido su prolongación en la campaña guerrera que la burguesía americana ha impuesto a toda la sociedad. El lenguaje bélico se ha generalizado entre los políticos americanos de todas las tendencias. Mac Cain, antiguo rival de Bush en el partido republicano vocifera "que Dios tenga piedad de los terroristas porque nosotros no la vamos a tener", el secretario de Defensa se distingue por sus bravatas bélicas y su desprecio arrogante de las vidas humanas. A propósito de Kunduz dice "quiero talibanes muertos o prisioneros". Un soldado enardecido por uno de los discursos del generalísimo Bush declara "después de oír al presidente tengo ganas de salir a matar enemigos".
"La guerra es un asesinato metódico, organizado, gigantesco. Para que unos hombres normalmente constituidos asesinen sistemáticamente, es necesario, en primer lugar, producir una embriaguez apropiada. Desde siempre, producir esa embriaguez ha sido el método habitual de los beligerantes. La bestialidad de los pensamientos y de los sentimientos debe corresponder a la bestialidad de la práctica, debe prepararla y acompañarla" (Rosa Luxemburgo, op. cit.). Esa presión sobre el proletariado y la población americana para despertar los más bajos instintos y catalizar la peor bestialidad ha sido animada por el Estado americano con sistemáticas campañas de ardor patriótico, con histerias cuidadosamente cultivadas sobre la amenaza del ántrax, con increíbles rumores sobre atentados de "los árabes" etc. Y, de forma más discreta, pero más cínica y sofisticada, por sus cofrades europeos.
Pero, por fuerte que sea el impacto inmediato de esta campaña -complemento indispensable del estruendo de las bombas y de los aviones - no estamos ni mucho menos en la situación que combatía Rosa Luxemburgo en 1914 o la de 1939, en las que el proletariado fue masivamente arrastrado a la guerra. Hoy, la tendencia de la sociedad mundial es hacia el desarrollo de la lucha de clase del proletariado y no hacia la guerra mundial generalizada. Las condiciones de embriaguez patriótica, de odio bestial hacia los pueblos designados como enemigos, de aceptar ser pisoteados todos los días en las fábricas, en las oficinas, en la calle, por las exigencias de la bota militar, de disponibilidad para el asesinato metódico y sistemático por la "justa causa" enarbolada por el poder; hoy no están reunidas en el proletariado ni de Estados Unidos ni de los demás países principales.
¿Quiere eso decir que debemos respirar tranquilos y echarnos a dormir sin sobresaltos? ¡Ni mucho menos! Hemos puesto de manifiesto en el informe sobre el curso histórico aprobado por nuestro último Congreso[12] que en la época actual, fase terminal de descomposición capitalista, el tiempo no juega a favor del proletariado y cuanto más se retrase en llegar al nivel de conciencia, unidad y fuerza colectiva necesarios para abatir el monstruo capitalista, más riesgo correremos de que las bases del comunismo queden destruidas y de que las capacidades de unidad, solidaridad y confianza del proletariado se debiliten sin remisión.
El cúmulo de acontecimientos que se ha producido en los 2 últimos meses ha revelado una brusca aceleración de la situación. Se han concatenado 3 elementos muy importantes de la situación mundial:
- la aceleración de la guerra imperialista;
- un salto violento y espectacular de la crisis económica con un aluvión de despidos ya desde ahora muy superior al del período 1991-93;
- una cascada de medidas represivas, en nombre del "antiterrorismo", por parte de los Estados más "democráticos".
Asimilar estos acontecimientos, desgajar las perspectivas que encierran, no es nada fácil. Pese a que no nos han sorprendido, confesamos, sin embargo, que su virulencia y su velocidad han sido muy superiores a lo esperado y estamos lejos de haber sacado de ellos todas las consecuencias que contienen. Es pues natural que una cierta perplejidad, combinada con sentimientos de temor y desarraigo, dominen al proletariado por un cierto tiempo. Esto ha ocurrido en otras ocasiones. Por ejemplo, ante los momentos de aceleración de la crisis económica con su cortejo de ataques, el proletariado no entró inmediatamente en combate pues en un primer momento se sintió aturdido y sorprendido. Solo posteriormente, cuando empezó a digerir los acontecimientos, sus luchas surgieron ampliamente. Así pasó tanto frente a la recesión abierta de 1974-75, como a las de 1980-82 o 1991-93.
Sin embargo, el hecho de que los tres elementos (crisis, guerra y aumento del aparato represivo) se presenten a la vez, concatenados y en proporciones tan enormes, puede, si se desarrolla la combatividad y las luchas en respuesta al eje central - la agudización de la crisis -, sentar las premisas de una toma de conciencia más profunda, más global, en las filas del proletariado.
Las guerras actuales, tal y como se presentan, no hacen fácil la toma de conciencia sobre su naturaleza pues la maraña de fanatismos religiosos y étnicos, propios de la descomposición, así como la proliferación de actos terroristas, son como árboles que impiden ver el verdadero responsable y los principales culpables: el capitalismo y las grandes potencias. Igualmente, la burguesía está muy preparada. No en balde, como dijimos en nuestro anterior Congreso, "en esta situación cargada de peligros, la burguesía ha puesto las riendas del gobierno en manos de la corriente política con mayor capacidad para velar por sus intereses: la socialdemocracia, la principal corriente responsable del aplastamiento de la revolución mundial tras 1917-18. La corriente que salvó al capitalismo en esa época y que vuelve al puesto de mando para asegurar la defensa de los intereses amenazados de la clase capitalista" ("Resolución sobre la situación internacional del XIII Congreso de la CCI", en Revista internacional nº 97, 1999).
Esa Izquierda que en la mayoría de países europeos está en el poder, empuja hacia la guerra pero dando a la vez cancha al pacifismo y buscando toda clase de justificaciones a los desmanes bélicos muy consciente de que "desde que la llamada opinión pública juega un papel en los cálculos de los gobernantes, ¿ha habido jamás una guerra en la que cada partido beligerante no haya sacado la espada de la vaina con corazón deprimido, únicamente para la defensa de la Patria y de su propia causa justa, ante la indigna invasión del adversario?. Esta leyenda forma parte del arte de la guerra como la pólvora y el plomo" (Rosa Luxemburgo, op. cit.)
Estos obstáculos pueden, sin embargo, ser superados por el proletariado pues posee, de manera global e histórica aunque no esté presente masivamente en la actualidad, el arma de la conciencia. Porque "Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a si mismas, se interrumpen constantemente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban al adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodas, hic salta" (Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte).
"Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en El Manifiesto, Marx confiaba tan solo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes, la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera"[13]
Rosa Luxemburgo dice que en el proletariado internacional "tan gigantescos como sus problemas son sus errores. Ningún plan firmemente elaborado, ningún ritual ortodoxo válido para todos los tiempos le muestra el camino a seguir. La experiencia histórica es su único maestro, su vía dolorosa hacia la libertad está jalonada no solo de sufrimientos inenarrables sino de incontables errores. La meta del viaje, la liberación definitiva, depende por entero del proletariado, de si este aprende de sus propios errores. La autocrítica, la crítica cruel e implacable que va hasta la raíz del mal, es vida y aliento para el proletariado. La catástrofe a la que el mundo ha arrojado al proletariado socialista es una desgracia sin precedentes para la humanidad. Pero el socialismo está perdido únicamente si el proletariado es incapaz de medir la envergadura de la catástrofe y se niega a comprender sus lecciones" (op. cit.).
Las revoluciones burguesas fueron actos mucho más conscientes que los procesos sociales que acabaron con el esclavismo y llevaron a los regímenes feudales. Sin embargo, todavía estuvieron dominadas por el peso arrollador de los factores objetivos. La revolución proletaria es la primera en la historia donde el factor determinante es su conciencia de clase. Este rasgo crucial de la revolución proletaria, que fue enérgicamente subrayado por los marxistas como acabamos de ver, tiene aún más fuerza y es más vital ante la presente situación histórica de descomposición del capitalismo.
Adalen, 28-11-2001
[1] Ver Revueltas 'populares' en Argentina: Sólo la afirmación del proletariado en su terreno podrá hacer retroceder a la burguesía https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/231/revueltas-populares-en-argentina-solo-la-afirmacion-del-proletariad [2]
[2] Ver en Revista internacional números 14 y 15 nuestras tomas de posición sobre Terror, Terrorismo y Violencia de Clase: https://es.internationalism.org/revista-internacional/197806/944/terror-terrorismo-y-violencia-de-clase [3] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/197810/2134/resolucion-sobre-el-terror-el-terrorismo-y-la-violencia-de-clase [4]
[3] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3254/xiv-congreso-internacional-informe-sobre-tensiones-imperialistas [5]
[4] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201112/3284/polemica-con-el-bipr-la-guerra-en-afganistan-estrategia-o-benefici [6]
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion [7]
[6] Por eso, es absurdo que hoy se hable de "mundialización". Hace por lo menos un siglo que el mercado mundial se formó y esa capacidad objetiva de unificación de las condiciones de existencia de la gran mayoría de la humanidad que tenía el capitalismo hace ya tiempo que se ha agotado. Sobre el sentido real de la llamada "globalización" ver nuestro artículo "Tras la 'globalización' de la economía la agravación de la crisis del capitalismo" en Revista internacional nº 86
[7] https://es.internationalism.org/cci/200606/974/la-situacion-despues-de-la-segunda-guerra-mundial [8]
[8] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1167/xiii-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internaciona [9]
[9] Han aprendido de la ratonera en la que se metieron los rusos en la guerra de 1979-89
[10] Como ya dijimos en la Editorial de la Revista internacional nº 107 no sabemos quién es el verdadero responsable del atentado de 11 de septiembre. Sin embargo, que tal monstruosidad se haya producido es reveladora del avance del caos y la inestabilidad y de sus efectos directos en los países centrales
[11] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [10]
[12] Revista internacional no 107, 2001, "Informe sobre el curso histórico" https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3255/el-concepto-de-curso-historico-en-el-movimiento-revolucionario [11]
[13] Engels, "Prólogo" a la edición alemana de 1890 de El Manifiesto comunista
LOS ATENTADOS del 11 de septiembre han sido ampliamenteutilizados por
la burguesía para extender el veneno nacionalista, pero también
para desviar la atención de la clase obrera de las preocupaciones
socioeconómicas y para trastornar su conciencia sobre las verdaderas
causas de la profunda recesión que hoy se está extendiendo
a nivel mundial. Contrariamente a lo que cuenta la clase dominante, la
degradación económica no es el resultado del hundimiento
de las Torres Gemelas de Nueva York, por mucho que el atentado haya sido
un factor agravante de ella, especialmente en algunos sectores económicos
como el transporte aéreo o el turismo. Como así lo afirman
los expertos de la OCDE "el freno económico que se inició
en EE.UU en el 2000 y alcanzó a otros países se ha transformado
en retroceso mundial de la actividad económica que pocos países
han podido evitar" (Le Monde, 21/11/01). La crisis actual no tiene
nada de específicamente americano. Según los sesudos cálculos
de la OCDE, el crecimiento de los 30 países que pertenecen a este
organismo no superará el 1 % en 2001, ni en 2002. El sistema capitalista
ha entrado en su quinta fase de recesión desde que volviera a presentarse
la crisis en el escenario de la historia a finales de los años
60.
Tras la caída del bloque soviético en 1989, la realidad
desmintió rápidamente todos los discursos sobre el pretendido
nuevo orden mundial que iba a surgir desde entonces. Guerras multiplicadas,
genocidios diversos, todo ha puesto en solfa las mentiras de que con el
final de la guerra fría, el mundo iba a conocer una era de paz.
Los propios institutos de estadística de la clase dominante reconocen,
aunque confidencialmente. que la cantidad de conflictos y víctimas
desde hace diez años es muy superior en intensidad a la del período
de la guerra fría. Hoy, el Bush hijo, definiendo la primera guerra
del nuevo milenio como un estado de conflicto permanente, entierra definitivamente
las patrañas proferidas por su padre sobre el advenimiento de un
nuevo orden internacional. En cambio, hay que reconocer que la propaganda
ideológica sobre la victoria de la democracia y del capitalismo
ha tenido cierto eco y sigue pesando con fuerza en la conciencia de clase
de los explotados. Los trastornos en el ruedo político mundial
y la guerra del Golfo pudieron, en gran parte, ocultar la recesión
precedente, la de finales de los 80 y principios de los 90. El krach económico
del Sudeste asiático en 1997 y las quiebras de Rusia y Brasil en
1998, seguidas por la de Turquía, fueron avisos considerados como
limitados; a pesar de ellos, la propaganda siguió con las falaces
profecías sobre una nueva era de prosperidad económica,
reforzadas por el rebote del crecimiento que se prolongó un poco
más de lo normal y la incesante tabarra mediática sobre
la "nueva economía". Esta matraca consistía en
hacernos tragar que había nacido una especie de nueva revolución
tecnológica basada en la informática, las telecomunicaciones
e Internet. Hoy, en cambio, cuando la recesión está causando
estragos a mansalva con una degradación de las condiciones de vida
de la clase obrera, con el riesgo para la burguesía de que quede
al desnudo su tinglado de monsergas ideológicas, se trata, para
ella, de ocultar al máximo la profundidad de la agonía de
su sistema económico ante el proletariado, impedir que éste
tome conciencia del atolladero tanto político como económico
del capitalismo.
Lo que caracteriza la recesión actual, según los propios
comentaristas burgueses, es la rapidez y la intensidad de su despliegue.
Estados Unidos, primera economía mundial, se ha visto rápidamente
hundido en la recesión. El repliegue del Producto Interior Bruto
(PIB) norteamericano está siendo más rápido que el
de la recesión anterior. El incremento del desempleo está
alcanzando un récord desconocido desde la crisis de 1974. Japón,
segunda potencia mundial, no anda mucho mejor. Ese modelo tan alabado
durante los años 1970-80 está anémico desde hace
más de diez años. Y solo ha sido gracias a los planes de
reactivación intensivos y continuos si Japón ha logrado
mantenerse dificultosamente a flote con tasas de crecimiento rayanas en
el 0 %. Y con todo y eso, la economía japonesa ha vuelto a hundirse
en la recesión por tercera vez. Es la mayor crisis desde hace 20
años según dice el FMI: Japón podría conocer
dos años consecutivos de contracción de la actividad económica
por primera vez desde la IIª Guerra. Tras sus planes de relanzamiento
sucesivos, en Japón, la deuda pública que se ha vuelto la
más alta de todos los países industrializados, ha venido
a añadirse a su endeudamiento bancario sideral. La pública
alcanza hoy el 130 % del PIB y alcanzará el 153 % en 2003, pero
ya hay quienes predicen que ya será de ¡ 180 % en 2002 !
Esta montaña de deudas que se han ido acumulando no sólo
en Japón sino en todos los países desarrollados es un polvorín
amenazador a medio plazo. La deuda mundial de todos los agentes económicos
(Estados, empresas, familias y banca) se estima grosso modo entre 200
y 300 % del Producto mundial. Esto significa, concretamente, dos cosas:
por un lado, el sistema ha adelantado lo equivalente a 2 o 3 veces el
producto mundial para paliar así su crisis letal de sobreproducción,
pues éste es el cuño que ha marcado el retorno de la crisis
económica a principio de los años 1970. Por otro lado, que
habría que trabajar dos o tres años por nada si esa deuda
tuviera que ser reembolsada de un día para otro. Ese endeudamiento
colosal mundial es algo históricamente inédito y es la plasmación
del callejón sin salida en el que está metido el sistema
capitalista, pero también expresa su capacidad para manipular la
ley del valor para así asegurar su perennidad. Se entiende así
por qué la burguesía habla de "contracción de
la actividad económica", un eufemismo que significa ni más
ni menos que se está produciendo un nuevo hundimiento del sistema
capitalista en una recesión abierta. Esto es lo que los marxistas
llevan poniendo de relieve desde hace tiempo: la recesión es una
expresión de la sobreproducción, o sea de la incapacidad
del sistema para encontrar salida a nuevas mercancías en un mercado
mundial sobresaturado. Si esta deuda masiva puede ser todavía soportada
por las economías desarrolladas, está, en cambio, ahogando
uno tras otro a los países llamados "emergentes". Mientras
la e-economía se transformaba en e-quiebra en los países
desarrollados en 2000-2001, los países pretendidamente emergentes
se transformaban en sumergibles. En estos, la fragilidad de sus economías
los hace incapaces de soportar una deuda de unas cuantas decenas porcentuales
del Producto Interior Bruto. Así, tras la crisis de la deuda en
México a principios de los años 80, otros países
vinieron a aumentar la lista: Brasil, México una vez más
en 1994, los países del Sureste asiático, Rusia, Turquía,
y hoy Argentina. En cuanto a la zona "euro", la parte del capitalismo
que, pretendidamente, iría mejor, ya se están anunciando
tasas de crecimiento nulas para el 2002 y una tasa oficial de desempleo
que se ha vuelto a incrementar entre 8,5 y 9 % en 2001.
Como podemos comprobar, la crisis hace mayores estragos a medida que pasan
las recesiones. Tras los países más pobres del Tercer mundo,
que han conocido retrocesos netos de su PIB per cápita desde hace
dos o tres décadas, fue la caída del "Segundo mundo",
o sea el desmoronamiento económico de los países del bloque
del Este. Después le tocó el turno a Japón de quedarse
averiado y, ocho años más tarde, al conjunto de los países
del Sureste asiático. O sea que lo que durante mucho tiempo se
consideró como nuevo polo de desarrollo según los ideológos
del capitalismo volvía a su sitio. En los últimos tiempos
se han ido hundiendo una tras otra las economías "intermedias",
"emergentes" y demás. Hoy la recesión está
llamando a las puertas del centro mismo del capitalismo, en los países
desarrollados, y ya no solo afecta a las viejas tecnologías (carbón,
siderurgia, etc.) o a las ya maduras (astilleros, automóvil, etc.),
sino claramente a los sectores punta, los que se consideraban como la
flor y nata de la nueva economía, crisol de la nueva revolución
industrial: la informática, internet, telecomunicaciones, aeronáutica,
etc. En estos ramos industriales, las quiebras, las reestructuraciones,
las fusiones y adquisiciones se cuentan por cientos, y por cientos de
miles los despidos, acumulándose las bajas salariales y la degradación
de las condiciones de trabajo.
La crisis por muy terrible que sea para los explotados sirve, en última
instancia, para desgarrar el velo mistificador con el que la clase dominante
envuelve su sistema. Se evaporó la euforia con la que terminó
el milenio. Es verdad que algunos cometieron la imprudencia de anunciar
la recesión como algo inminente tras la quiebra de los países
de Sudeste asiático en 1998, seguida poco después por la
bancarrota rusa. No sólo no se produjo tal cosa; sino que incluso
Estados Unidos tuvo un crecimiento ligeramente mayor entre 1991 y 2000
que en la década anterior y, además, de una duración
media sin precedentes desde el siglo XIX. Se asistió además
a una carrera desenfrenada por los récords bursátiles, especialmente
en el sector de las nuevas tecnologías. Todo ello acompañado
a profusión de los discursos sobre la "fuerza renovada del
capitalismo", su "capacidad para digerir las crisis financieras"
y hacer surgir una "nueva revolución tecnológica"
cuyo corazón serían los Estados Unidos. En realidad, poco
misterio en todo eso. El crecimiento estadounidense ha estado drogado
por tres factores: el primero, y más importante, ha sido el consumo
de las familias que han gastado muy por encima de sus ingresos hasta tal
punto que el ahorro ¡se ha vuelto negativo! En 1993 las familias
americanas consumían 91 % de sus ingresos; en 2000 más de
100%. Esto explica las ganancias bursátiles tan drogadas (especialmente
para las familias más ricas) así como la rápida progresión
del endeudamiento individual. Este pasó de 85% a 100% del total
de los ingresos durante los años 90, o dicho de otro modo, las
deudas de las familias americanas es, hoy por hoy, ¡equivalente
a un año de sus ingresos! El segundo factor se apoya en la reanudación
de la inversión basada, no en el ahorro al ser éste negativo,
sino en el afluir de capitales europeos y japoneses, a causa de los tipos
de interés más altos en EE.UU, nutriendo así un déficit
rápido y colosal de la balanza corriente: 200 mil millones de $
en 1998, 400 mil millones en 2000. El tercer factor, que explica perfectamente
la duración excepcional del ciclo, es, en realidad, un efecto paradójico
de la crisis financiera de 1998: el regreso de los capitales a las plazas
financieras de Europa y EE.UU. El tan cacareado ciclo de alta tecnología
estadounidense fue en realidad estimulado por un retorno masivo de los
capitales especulativos invertidos en los países del Sudeste asiático
para comprar acciones del sector de la "economía-Internet".
Esto no ha sido nada extraordinario como para andar especulando sobre
el retorno de un pretendido nuevo "ciclo de Kondratiev" basado
en no se sabe qué nueva revolución tecnológica. Este
ciclo se ha cerrado, además, con una quiebra bursátil que
ha sido particularmente severa en el sector que se consideraba precisamente
como portador de un nuevo capitalismo.
Un segundo mito que se está gastando seriamente es el pretendido
retroceso del capitalismo de Estado a causa del "rumbo neoliberal"
de los años 80. En realidad fue la propia iniciativa del Estado
la que impuso ese rumbo y no contra él. Además, cuando se
consultan las estadísticas se comprueba que a pesar de los veinte
años de "neoliberalismo", el peso económico del
Estado (más precisamente del sector "no mercantil") no
ha retrocedido prácticamente: está, en los 30 países
de la OCDE, entre 40 y 45 %, entre 30 a 35 % en Estados Unidos y Japón
y 75 a 80 % en los países nórdicos. El peso político
de los Estados, por su parte, no ha hecho sino incrementarse. Hoy, como
durante todo el siglo XX, el capitalismo de Estado no tiene color político
preciso. En Estados Unidos, son los republicanos (la derecha) quienes
acaban de tomar la inciativa de un apoyo público a la reactivación
y subvención a las compañías aéreas. El Banco
Federal, por su parte, que depende totalmente del poder, ha bajado sus
tipos de interés a medida que se iba precisando la recesión
para así intentar reactivar la máquina económica:
¡pasaron de 6,5% a principios de 2001 a 2 % a finales de año!.
En Japón, el Estado ha puesto a flote a los bancos en dos ocasiones
y algunos de ellos han sido incluso nacionalizados. En Suiza, es el Estado
el que organiza la gigantesca operación de puesta a flote de la
compañía aérea nacional Swissair. Incluso en Argentina,
con la bendición del FMI y del Banco Mundial, el gobierno ha recurrido
a un amplio programa de obras públicas para intentar crear empleos,
etc. En el siglo XIX los partidos políticos hicieron del Estado
su instrumento por sus intereses; en la decadencia del capitalismo, son
los imperativos económicos e imperialistas globales los que dictan
la política que debe seguirse sea cual sea el color político
del gobierno del momento. Este análisis básico de la Izquierda
Comunista se confirmó durante todo el siglo XX y es hoy todavía
más actual puesto que lo que está en juego se ha agudizado
todavía más.
Lo que es totalmente cierto es que con el desarrollo de la recesión
a nivel internacional, la burguesía va a imponer una nueva y violenta
degradación del nivel de vida de la clase obrera. Así, con
el pretexto del estado de guerra y en nombre de los intereses superiores
de la nación, la burguesía estadounidense aprovecha la ocasión
para hacer tragar las medidas de austeridad que la recesión hace
necesarias, una recesión que se desarrolla desde hace un año:
despidos masivos, esfuerzos productivos incrementados, medidas de excepción
en nombre del antiterrorismo pero que servirán sobre todo como
terreno de ensayo para mantener el orden social… Por todas las partes
del mundo, las curvas del desempleo se han orientado al alza. En años
pasados, la burguesía consiguió ocultar una parte de la
amplitud real del desempleo con políticas "sociales"
- o sea de gestión de la precariedad - o groseras manipulaciones
de las estadísticas. En Europa, los presupuestos se están
revisando a la baja y se han programado nuevas medidas de austeridad.
En nombre de una pretendida estabilidad presupuestaria que al proletariado
debe importarle un bledo, la burguesía europea está volviendo
al tema de las pensiones, considerando la posibilidad de reducirlas y
aumentar la duración de la actividad laboral. Se prevén
nuevas medidas para hacer saltar "los frenos al crecimiento"
como dicen a medias palabras los expertos de la OCDE, "atenuar las
rigideces", "favorecer la oferta de empleo" mediante un
incremento de la precariedad laboral y una reducción de todas las
indemnizaciones sociales (desempleo, salud, subsidios diversos…)
En Japón, el Estado ha planificado una reestructuración
de 40 % de los organismos públicos: 17 van a cerrar y 45 serán
privatizados. En fin, a la vez que aumentan los ataques contra el proletariado
en el centro del capitalismo mundial, la pobreza se incrementa a velocidad
de vértigo en los países de la periferia del capitalismo.
La situación en los países llamados emergentes es de lo
más significativo al respecto. Argentina es en el día de
hoy el último ejemplo de todo ello. Citada por el Banco Mundial
durante mucho tiempo como modelo, se encuentra ahora en recesión
desde hace más de tres años, en una quiebra total. Han estallado
huelgas importantes en las principales ciudades obreras del país
para protestar contra los ataques del Estado que ha despedido por miles
a asalariados de la función pública, ha reducido los salarios
de 20 %, ha suspendido los pagos de pensiones y ha privatizado la Seguridad
social. Otros países como Venezuela están siendo zarandeados
por fuertes tensiones sociales. Otros, como Brasil, Turquía o Rusia
siguen estando bajo perfusión y vigilados con lupa. Turquía,
por ejemplo, país que debe encontrar cada año entre 50 y
60 mil millones de dólares para financiar su economía, está
estrechamente vigilada por el FMI.
A esta situación de atolladero económico, de caos social
y de miseria creciente para la clase obrera, a ésta solo le queda
una respuesta que dar: desarrollar masivamente sus luchas en su propio
terreno de clase en todos los países, pues ninguna "alternancia
democrática", ningún cambio de gobierno (como han hecho
en Argentina), ninguna política nueva, podrá aportar la
más mínima solución a la enfermedad mortal del capitalismo.
La generalización y la unificación de los combates del proletariado
mundial, hacia el derrocamiento del capitalismo, es la única alternativa
capaz de sacar a la sociedad del callejón en que está metida.
C.Mlc
LA PROPAGANDA burguesa norte-americana comparó desde los primeros
instantes el atentado contra el World Trade Center con el ataque japonés
sobre Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Esa asimilación tiene
en sí misma un impacto considerable, tanto psicológico,
histórico como político, pues Pearl Harbor fue la causa
de la entrada directa del imperialismo norteamericano en la Segunda Guerra
mundial. Según la campaña ideológica actual que desarrolla
la burguesía norteamericana, en particular en los media, el paralelo
es sencillo directo y evidente:
1) En ambos casos, Estados Unidos fue atacado a traición, por un
ataque sorpresa que lo ha pillado desprevenido. En el primer caso se trataba
de la perfidia del imperialismo japonés, que pretendía cínicamente
negociar con Washington para evitar una guerra cuando en realidad estaba
preparando un ataque sorpresa. En el caso actual, Estados Unidos ha sido
víctima de integristas musulmanes fanáticos, que se habrían
aprovechado de la apertura y de la libertad de la sociedad americana para
cometer una atrocidad cuyas dimensiones no tiene precedentes, y cuyo carácter
criminal pone a sus autores fuera de la civilización.
2) En ambos casos, las muertes provocadas por los ataques sorpresa han
provocado un sentimiento de indignación en unas poblaciones aterrorizadas.
Hubo 2043 muertos en Pearl Harbor, cuya mayoría eran militares
norteamericanos; el crimen es peor en las Torres Gemelas, en las que perecieron
unos 3000 civiles inocentes.
3) En ambos casos, los ataques se han vuelto contra quienes los cometieron.
En vez de aterrorizar a la nación norteamericana y hundirla en
el derrotismo y la sumisión silenciosa, han logrado provocar la
mayor fiebre patriótica en la población, incluida la clase
obrera, lo que ha permitido su alistamiento tras el Estado hacia una guerra
imperialista duradera.
4) Al fin y al cabo, el "Bien", aquí representado por
el "american way of life" democrático y su potencia militar,
triunfa sobre "Mal".
Como todos los mitos ideológicos burguesese, sean cuales sean los
elementos verdaderos que les dan una credibilidad superficial, le historia
de ambas tragedias distantes de sesenta años está cargada
de mentiras, semiverdades y deformaciones interesadas. Esto no es, evidentemente,
una sorpresa. En política, la burguesía como clase siempre
utilizó las mentiras, las falsificaciones, les manipulaciones y
las mentiras. Y esto sigue siendo particularmente justo cuando se trata
de movilizar a la sociedad para la guerra total de los tiempos modernos.
Los fundamentos de esta campaña ideológica de la burguesía
están en total contradicción con la realidad histórica
de ambos acontecimientos. Varios son los hechos que muestran que la burguesía
norteamericana no fue atacada por sorpresa, que en cada uno de esos dos
acontecimientos aceptó con cinismo la muerte de miles de seres
humanos porque así le convenía, para alcanzar sus proyectos
imperialistas y otros objetivos políticos a más largo plazo.
Al haber sido utilizados Pearl Harbor y el atentado del World Trade Center
por la burguesía para alistar el pueblo americano en la guerra,
es necesario examinar brevemente las tareas políticas que la burguesía
debe encarar para preparar la guerra imperialista en el período
decadente del capitalismo. La guerra en este período tiene características
fundamentalmente diferentes de las del período en que fue un sistema
progresista. Antaño las guerras podían tener un papel progresista,
en la medida en que posibilitaban el desarrollo de las fuerzas productivas.
Por esto podemos considerar la Guerra de Secesión en Estados Unidos
como históricamente progresista, al haber destruido aquel sistema
anacrónico esclavista y poner en marcha la industrialización
a gran escala del país, como también fueron progresistas
aquellas guerras nacionales en Europa que permitieron la creación
y unidad de los Estados modernos y por consiguiente la base del desarrollo
del capital nacional de cada país. Esas guerras, de forma general,
podían quedar limitadas al personal militar implicado en el conflicto
y no ocasionaban destrucciones masivas sistemáticas de los medios
de producción así como tampoco de las infraestructuras o
de las poblaciones de las países en guerra.
Las guerras imperialistas de la decadencia del capitalismo tienen características
profundamente diferentes. Mientras que las guerras nacionales de la época
ascendente podían tener la función de sentar las bases para
el avance cualitativo del desarrollo de las fuerzas productivas, las de
la decadencia ya no permiten ese progreso porque el sistema en sí
ya ha alcanzado su más alto nivel de desarrollo histórico.
El capitalismo ya terminó la extensión del mercado mundial,
y todos aquellos mercados extracapitalistas que permitían su expansión
global quedaron integrados en el sistema. La única posibilidad
de extensión que tiene hoy cualquier capital nacional es a costa
de otro: conquistar territorios o mercados controlados por el adversario.
El crecimiento de las rivalidades imperialistas favorece el desarrollo
de alianzas que preparan el terreno para la guerra imperialista generalizada.
En vez de quedar limitada a batallas entre militares profesionales, las
guerras en la decadencia exigen la movilización total de la sociedad,
lo que tiene como consecuencia la emergencia de una forma nueva del Estado:
el capitalismo estatal, cuya función es la de ejercer un control
total sobre cualquier aspecto de la sociedad, para poder abarcar las contradicciones
de clase que amenazan hacerla estallar y también organizar la movilización
exigida por la guerra total moderna.
Sea cual sea el éxito con que haya sido preparada la guerra a nivel
ideológico, la burguesía en decadencia siempre disfraza
sus guerras imperialistas con el mito de la autodefensa contra la tiranía
de la que supuestamente sería víctima. La realidad de la
guerra moderna, con sus destrucciones masivas y sus innumerables muertos,
con toda su barbarie desplegada sobre la humanidad, es tan espantosa,
tan horrible, que el proletariado, pese a estar derrotado e ideológicamente
destrozado, no puede ir al degolladero así como así. Cada
burguesía nacional cuenta mucho con la falsificación de
la realidad para dar la ilusión de que es ella la víctima
de una agresión y que no tiene más remedio que defenderse.
Para justificar los conflictos, tiene que hablar de la necesidad de defender
la madre patria contra las agresiones exteriores y tiránicas, para
esconder las verdaderas razones imperialistas que provocan las guerras
en el capitalismo. ¿Quién podría movilizar a cualquier
población con consignas como: "A oprimir el mundo con nuestro
imperialismo cueste lo que cueste"? En el capitalismo decadente,
el control de los medios de información por el Estado facilita
el lavado de cerebro de la población a través de toda una
serie de mentiras y propaganda.
Durante su historia, la burguesía norteamericana ha sido una adicta
muy especial a esa estratagema que consiste a hacerse pasar por víctima,
y esto incluso antes de la decadencia del capitalismo ya en el siglo XIX.
Así, por ejemplo, "Remember the Alamo" (émonos
de El Álamo") fue la consigna de la guerra de 1845-48 contra
México. Ese grito inmortalizó la "matanza" cometida
por las tropas mexicanas del general Santa Ana de 136 rebeldes norteamericanos
en San Antonio, Texas, que en aquel entonces era territorio mexicano.
Que los mexicanos "sedientos de sangre" propusieran varias veces
a los rebeldes la rendición y permitieran que mujeres y niños
evacuaran El Álamo antes del asalto final no impidió que
la clase dirigente norteamericana pusiera a los defensores de la fortaleza
con la corona del martirio, y utilizara el incidente para movilizar todo
el esfuerzo necesario para la guerra cuyo punto culminante fue la anexión
por Estados Unidos de la mayoría de territorios que hoy son los
estados del Suroeste.
Del mismo modo, la explosión más que sospechosa del acorazado
"Maine" en el puerto de La Habana en 1898 fue el pretexto a
la guerra hispano-norteamericana de 1898 que dio luz a la consigna "Remember
the Maine".
Más recientemente, en 1964, un pretendido ataque contra dos cañoneros
norteamericanos frente a las costas vietnamitas sirvió de pretexto
para la "Resolución sobre el Golfo de Tonkín"
adoptada por el Congreso estadounidense en verano del 64, la cual, a pesar
de no ser una declaración de guerra formal, sirvió de trama
legal para la intervención americana en Vietnam. A pesar de que
la Administración Johnson se enteró al cabo de unas horas
de que no había habido tal "ataque" contra el "Maddox"
y el "Turner Joy", sino que el informe sedebía a un error
de jóvenes oficialesde radar algo nerviosos, la ley sobre la autorización
de intervenir militarmente fue sin embargo presentada al Congreso, y sirvió
de cobertura legal para una guerra que duró hasta la caída
de Saigón en 1975 a manos de las tropas estalinistas.
Es de lo más cierto que la burguesía utilizó el ataque
contra Pearl Harbor para alistar a la población vacilante ante
el esfuerzo de guerra, como utiliza hoy el horror del atentado del 11
de Setiembre para movilizar para otra guerra. Sin embargo, sigue planteándose
la cuestión de saber si Estados Unidos en ambos casos fue atacado
por sorpresa, y hasta qué punto funcionó y ha vuelto a funcionar
el maquiavelismo de la burguesía para provocar o permitir esos
ataques y utilizar en ventaja propia la indignación popular que
provocaron.
En cuanto la CCI denuncia el maquiavelismo de la burguesía, nuestros
críticos nos acusan de no considerar la historia más que
como una sucesión de conspiraciones. No solo entienden al revés
nuestros análisis, sino que además caen en la trampa ideológica
de la burguesía que se esfuerza, en particular a través
de los media, en denigrar a quienes ponen en evidencia las maniobras que
utiliza en su vida política, económica y social, para se
les considere como teóricos irracionales de la conspiración.
Sin embargo, no es algo del otro mundo afirmar hoy que "las mentiras,
el terror, la coerción, el doble juego, la corrupción, los
golpes y los asesinatos políticos" ("Maquiavelismo, conciencia
y unidad de la burguesía", Revista internacional no 31, 1982)
siempre han sido la base del negocio de la clase explotadora a lo largo
de su historia, sea en el feudalismo o en el capitalismo moderno. "La
diferencia entre ambos períodos está en que "patricios
y aristócratas 'hacían ma quia velismo sin saberlo', mientras
que la burguesía es maquiavélica y lo sabe. Ésta
hace del maquiavelismo una 'verdad eterna' porque ella misma se considera
como eterna, porque supone eterna la explotación" (ibid).
En este sentido, las mentiras y manipulaciones, que ya habían utilizado
todas las clases ex plotadoras que la habían precedido enla historia,
se han transformado en características centrales del modo de funcionamiento
de la burguesía mo derna. Ésta, al utilizar la formidable
herramienta de control social que da el capitalismo dirigido por el Estado,
ha alzado el maquiavelismo a su más alta expresión.
La emergencia del capitalismo de Estado en la época de decadencia
capitalista, una forma estatal que concentra el poder en manos de un ejecutivo,
en particular de la burocracia permanente, y que permite al Estado un
poder cada vez más totalitario sobre todos los aspectos de la vida
social y económica, le ha dado a la burguesía medios mucho
más eficaces para poner en ejecución sus esquemas maquiavélicos.
"En el plano de su propia organización para sobrevivir, para
defenderse, la burguesía ha demostrado una inmensa capacidad de
desarrollo de las técnicas de control económico y social,
mucho más allá de los sueños de la clase dominante
en el siglo XIX. En este sentido, la burguesía se ha vuelto 'inteligente'
respecto a la crisis de su sistema socioeconómico" (ídem).
El desarrollo de un sistema de medios de información totalmente
controlados por el Estado, sea con formas jurídicas o por métodos
más flexibles, es un elemento central en el esquema maquiavélico
de la burguesía. "La propaganda, la mentira, es un arma esencial
de la burguesía. Para alimentar su propaganda, la burguesía
no vacila, si es necesario, en provocar acontecimientos" (ídem).
La historia de Estados Unidos está cargada de ejemplos, tanto de
manipulaciones de la opinión pública con respecto a sucesos
como de manipulaciones más importantes a nivel histórico.
Podemos citar como ejemplo de la utilización de sucesos el incidente
ocurrido en 1955 en que el secretario del Presidente para las relaciones
con la prensa, James Hagerty, inventó totalmente un suceso para
esconder la incapacidad del presidente Eisenhower, hospitalizado en Denver
tras una crisis cardiaca. Hagerty organizó para todo el equipo
ministerial un viaje de dos mil millas, de Washington a Denver, para dar
la ilusión de que Eisenhower estaba en buenas condiciones físicas
para presidir un consejo de ministros que nunca se hizo. Un ejemplo más
importante en el plano histórico es la forma con la que fue manipulado
Sadam Husein en 1990 por la embajadora de Estados Unidos en Irak, cuando
ésta le dijo que su país no intervendría en el conflicto
fronterizo entre Irak y Kuwait, haciéndole creer que tenía
la bendición del imperialismo norteamericano para invadir Kuwait.
Estados Unidos aprovechó el pretexto de la invasión para
desencadenar la Guerra del Golfo en 1991, cuyo objetivo era reafirmar
que ellos solos seguían siendo una superpotencia tras el hundimiento
del estalinismo, del bloque del Este y de la consecuente desintegración
del bloque occidental.
Esto no implica en nada que todos los acontecimientos de la sociedad contemporánea
estén necesariamente predeterminados por esquemas secretos preparados
en círculos restringidos de líderes capitalistas. Está
claro que existen enfrentamientos en los círculos dirigentes de
los Estados capitalistas y que sus resultados no se conocen de antemano.
Del mismo modo, el desenlace de los enfrentamientos con la clase obrera
en la lucha de clases no es conocido de antemano por la burguesía.
Por bien planificadas que estén las manipulaciones, siempre pueden
ocurrir accidentes en la historia. De forma general, se ha de tener bien
claro que si la burguesía como clase explotadora es incapaz tanto
de tener una conciencia global y unificada como de entender claramente
el funcionamiento de su sistema y el callejón sin salida que ofrece
a la sociedad, es, sin embargo, consciente de que su sistema se está
hundiendo en una crisis social y económica. "En los más
altos niveles del aparato estatal, es posible, para los que mandan, tener
una especie de tablero global de la situación y de las opciones
que se han de tomar de forma realista para enfrentarla" (idem). Y
aunque no lo haga con conciencia total, la burguesía es más
que capaz de establecer estrategias y tácticas y de aprovecharse
de los mecanismos de control totalitario del capitalismo de Estado para
ponerlas en práctica. Les incumbe a los marxistas revolucionarios
la responsabilidad de denunciar semejantes maniobras y mentiras maquiavélicas.
Hacerse los desentendidos sobre este aspecto de la ofensiva de la clase
dominante por controlar la sociedad es una actitud irresponsable y hace
el juego del enemigo de clase.
El ataque de Pearl Harbor es un ejemplo excelente para entender el funcionamiento
del maquiavelismo de la burguesía. Podemos aprovecharnos de más
de medio siglo de trabajos históricos, de cantidad de investigaciones
hechas por militares y partidos de oposición. Según la versión
oficial de los acontecimientos, el 7 de diciembre de 1941 quedará
en la historia como día de infamia, tal como lo definió
el Presidente Roosevelt. El acontecimiento fue utilizado para movilizar
a la opinión pública a favor de la guerra en 1941, y así
lo presentan los medios de comunicación capitalistas, los libros
escolares y la cultura popular. Numerosas pruebas históricas demuestran
sin embargo que el ataque japonés fue conscientemente provocado
por la política norteamericana; el ataque no vino por sorpresa,
y la administración del presidente Roosevelt tomó con plena
conciencia la decisión de permitir que se realizara con todas sus
consecuencias en pérdidas de vidas humanas y de material naval,
para así tener el pretexto para que Estados Unidos entrara en la
Segunda Guerra mundial. Ya se han sido escrito varios libros sobre el
tema y numerosos documentos se pueden consultar por Internet. Nos limitaremos
aquí en ver los más importantes para ilustrar cómo
funciona el maquiavelismo de la burguesía.
Los acontecimientos de Pearl Harbor ocurrieron en un momento en el que
EE.UU estaba listo para decidirse a entrar en la IIª Guerra mundial
junto a los aliados. La administración del presidente Roosevelt
estaba impaciente para entrar en guerra contra Alemania. Aunque la clase
obrera americana fuese totalmente prisionera de un aparato sindical (en
cuyo seno el partido estalinista desempeñaba una papel significativo)
impuesto por la autoridad del Estado para controlar la lucha de clases
en las industrias clave, aunque estaba empapada de la ideología
del antifascismo, la burguesía estadounidense tenía que
enfrentarse a una fuerte oposición a la guerra, no solo por parte
de la clase obrera, sino en el seno de la propia burguesía. Antes
de Pearl Harbor, los sondeos mostraban que el 60 % de la opinión
pública era desfavorable a la entrada en guerra, y las campañas
de los grupos aislacionistas como "American first" tenían
un apoyo considerable en la burguesía. Por mucho que la Administración
de EE.UU hiciera alarde de su voluntad política y demagógica
de permanecer fuera de la contienda europea, en secreto no cejaba en su
voluntad de encontrar un pretexto para entrar en combate. Los Estados
Unidos violaban cada día más su pretendido neutralismo,
ofreciendo ayuda a los Aliados, transportando importantes cantidades de
material bélico siguiendo el programa "Lend Lease". El
gobierno esperaba forzar a los alemanes a lanzarse a un ataque contra
las fuerzas norteamericanas en el Atlántico Norte, lo cual serviría
de pretexto para entrar en guerra. Al no caer en la trampa el imperialismo
alemán, EE.UU se fijó entonces en Japón. La decisión
de imponer un embargo petrolero a Japón y transferir la flota del
Pacífico de la costa oeste de EE.UU hacia una posición más
expuesta de Hawai fue el motivo y la oportunidad para Japón de
"disparar primero" contra Estados Unidos, y, de este modo, proporcionar
el pretexto para la intervención estadounidense en la guerra imperialista.
En marzo de 1941, el informe secreto del Departamento de la Marina preveía
que si Japón atacaba a EE.UU sería de madrugada, y con un
ataque aéreo sobre Pearl Harbor lanzado desde un portaaviones.
Como lo anotó el consejero presidencial Harold Ickes en un memorándum
de junio de 1941, justo cuando Alemania acababa de atacar a Rusia, "desde
el embargo petrolero a Japón podría crearse una situación
que no solo permitiría sino que facilitaría nuestra entrada
en guerra". En octubre Ickes escribía: "Siempre he pensado
que nuestra entrada en guerra se haría a través de Japón".
A finales de noviembre, Stimson, secretario de Estado de la Guerra reseñó
en su diario sus pláticas con el presidente Roosevelt: "Se
trataba de saber cómo maniobrar para llevarlos (a Japón)
a disparar los primeros sin demasiado peligro para nosotros. A pesar de
los riesgos que implicaba dejarlos disparar primero, nos dábamos
nosotros cuenta de que para recabar el apoyo total del pueblo norteamericano,
mejor era que así hicieran los japoneses para que no cupiera la
menor duda en la mente de nadie de que eran ellos los agresores".
El Informe del Mando de Pearl Harbor, fechado el 20 de octubre de 1944,
describe esta acción maquiavélica tomada con la certeza
de que iban a ser sacrificadas vidas humanas y destruir equipos concluyendo
así: "durante este período decisivo, entre el 27 de
noviembre y el 6 de diciembre de 1941, nos llegaron múltiples informaciones
del más alto nivel al departamento de Estado, al Departamento de
la Marina y de la Guerra, con indicaciones precisas sobre las intenciones
de los japoneses, incluida la hora y la fecha exactas en que el ataque
iba a verificarse" (Army Board Report, Pearl Harbor Attack, cap.
29, pp. 221-230).
Esas informaciones eran las siguientes:
- los servicios secretos USA se habían enterado el 24 de noviembre
de que "estaban listas las operaciones militares ofensivas de Japón";
- esos mismos servicios secretos había recibido el 26 de noviembre
"pruebas evidentes de las intenciones japonesas de lanzar una guerra
ofensiva contra Gran Bretaña y Estados Unidos";
- En un informe también fechado el 26 de noviembre, se señalaba
"una concentración de unidades de la flota japonesa en un
puerto desconocido, listas para entrar en acción ofensiva";
- el 1º de diciembre, "llegaron informaciones precisas procedentes
de tres fuentes independientes, según las cuales Japón iba
a atacar a Gran Bretaña y Estados Unidos, pero que permanecería
en paz con Rusia";
- el 3 de diciembre, "informaciones de que los japoneses destruían
sus códigos secretos y sus máquinas de cifrado fueron la
culminación de esa revelación completa de las intenciones
bélicas de Japón y del ataque inminente. Esto fue analizado…con
el pleno sentido de guerra inmediata".
Esas informaciones de los servicios secretos se entregaban a los funcionarios
de más alto rango del Departamento de Estado y de la Guerra y,
al mismo tiempo, a la Casa Blanca, en donde Roosevelt en persona recibía
dos veces por día información sobre los mensajes japoneses
interceptados. Mientras que los oficiales de los servicios de información
apremiaban para que se enviase con la mayor urgencia una "alerta
de guerra" al Mando Militar de Hawai para así prepararse a
un ataque inminente, los peces gordos civiles y militares decidieron lo
contrario, enviando, en lugar de la alarma, un mensaje que el Mando calificó
de "anodino".
La prueba de que el ataque japonés se conocía de antemano
quedó confirmada por diferentes fuentes entre las cuales artículos
periodísticos y memorias escritas por participantes. Se podía
leer, por ejemplo, en un despacho de la agencia United Press publicado
en el New York Times del 8 de diciembre con el título "El
ataque se esperaba": "Es ahora posible revelar que las fuerzas
armadas estadounidenses estaban enteradas desde hace una semana de que
el ataque iba a ocurrir, de modo que no las sorprendió" (New
York Times, 8/12/1941, p. 13).
En una entrevista de 1944, Eleanor Roosevelt, esposa del Presidente, reconoció
que "el 7 de diciembre no fue ni mucho menos el choque brutal para
el país en el que tanto se ha insistido. Hacía ya tiempo
que se esperaba un acontecimiento así" (New York Times Magazine,
8/10/1944, p. 44) El 20 de junio de 1944, el ministro británico
sir Oliver Littleton declaró ante la Cámara de comercio
americana: "Japón fue impelido a atacar a los americanos en
Pearl Harbor. Es falsificar la historia decir que Norteamérica
se vio forzada a entrar en guerra. Todos saben hacia quiénes iba
la simpatía norteamericana. Es incorrecto hablar de verdadera neutralidad
de EE.UU, incluso antes de su participación en los combates"
(Prang, Pearl Harbor: Verdict of History, p. 39-40).
Winston Churchill confirmó la duplicidad de los dirigentes norteamericanos
en lo que al ataque de Pearl Harbor se refiere, en este fragmento de su
libro The Grand Alliance: "En 1946 se publicaron los resultados de
una investigación del Congreso estadounidense en la que se exponía
cada detalle de los hechos que llevaron a la guerra entre EE.UU y Japón,
y, también, el hecho de que los departamentos militares no enviaron
nunca mensaje alguno de "alerta" a los navíos o las guarniciones
más expuestas. Cada detalle, incluido el texto cifrado de los telegramas
japoneses, se ha expuesto al mundo en cuarenta volúmenes. La fuerza
de EE.UU ha sido suficiente para permitirle soportar esta dura prueba
que exige el espíritu de la Constitución norteamericana.
No es mi intención emitir en estas páginas un juicio sobre
ese espantoso acontecimiento de su historia. Sabemos bien que todas las
eminencias americanas que rodeaban al Presidente, en quien tenían
confianza, se percataban, con tanta perspicacia como yo, de ese terrible
peligro de que Japón acabara atacando las posesiones inglesas y
holandesas en Extremo Oriente evitando tocar a Estados Unidos, de tal
modo que el Congreso americano no habría autorizado la declaración
de guerra. (…) El Presidente y sus hombres de confianza se daban
perfecta cuenta desde hacía tiempo de los graves riesgos que a
Estados Unidos hacía correr su neutralidad en la guerra contra
Hitler y todo lo que éste representaba. Habían sentido duramente
las obligaciones que les imponía el Congreso cuando varios meses
antes, la Cámara de Representantes había reconducido la
ley sobre el servicio militar obligatorio con un solo voto de mayoría,
una ley necesaria sin la cual sus ejércitos habrían sido
desmantelados en medio de las convulsiones que agitaban el mundo. Roosevelt,
Hull, Stimson, Knox, el general Marshall, el almirante Stark y Harry Hopkins
eran todos ellos de la misma opinión. (…) Un ataque japonés
contra Estados Unidos iba a facilitarles considerablemente sus problemas
y sus tareas. ¿Puede uno entonces extrañarse de que hubieran
considerado la forma que iba a tener este ataque, incluso su intensidad,
como algo mucho menos importante que el hecho de que la nación
americana entera se volviera a encontrar unificada en una causa justa
para defender su seguridad como nunca antes lo había estado?"
(Winston Churchill, The Grand Alliance, p. 603).
Es posible que Roosevelt no previera la amplitud de las destrucciones
y de las pérdidas que los japoneses iban a infligir en Pearl Harbor,
pero lo que sí está claro es que estaba dispuesto a sacrificar
vidas y navíos americanos para hacer surgir un sentimiento de odio
en la población y llevarla así hacia la guerra.
Es desde luego más difícil evaluar el maquiavelismo de
la burguesía americana en el caso del atentado del World Trade
Center ocurrido hace poco más de tres meses en el momento en que
escribimos este artículo. No conocemos las investigaciones habidas
desde entonces y que podrían sacar a la luz secretos sobre gente
perteneciente a la clase dominante que habría sido más o
menos cómplice en esos atentados o que, aún estando al corriente
de su preparación, dejaron hacer. Pero como la historia de la clase
dominante lo muestra, y muy especialmente lo de Pearl Harbor, tal posibilidad
es algo perfectamente posible. Si examinamos lo ocurrido recientemente,
basándonos únicamente en lo que ha sido reproducido por
los medios - los cuales, no es casualidad, están totalmente alistados
en la ofensiva política e imperialista actual del gobierno y a
la que le dan todo su apoyo - podemos perfectamente justificar tal hipótesis.
Hagámonos primero la pregunta de ¿a quién beneficia
el crimen políticamente hablando? Sin la menor duda a la clase
dominante norteamericana. Solo ya esta constatación basta para
hacer brotar sospechas sobre el atentado del World Trade Center. Con la
mayor prontitud y sin la menor vacilación, la burguesía
americana ha sacado la mayor ventaja de lo ocurrido el 11 de septiembre
para hacer avanzar sus proyectos tanto en el plano nacional como el internacional:
movilización de la población tras el estado de guerra, fortalecimiento
del aparato represivo del Estado, reafirmación de la superpotencia
americana frente a la tendencia general a que cada país juegue
sus propias bazas en el ruedo internacional.
Inmediatamente tras el atentado, el aparato político americano
y los media fueron requisados para movilizar a la población para
la guerra, en un esfuerzo concertado para superar el llamado "síndrome
de Vietnam" que ha impedido al imperialismo americano durante tres
décadas hacer la guerra. El pretendido "desorden psicológico
de masas" era en realidad la expresión de la resistencia,
especialmente por parte de la clase obrera, a dejarse movilizar tras el
Estado en una guerra imperialista de larga duración y fue en gran
parte responsable de que EE.UU recurriera a guerras locales, mediante
otros países, en su conflicto con el imperialismo ruso durante
los años 70 y 80 o también a intervenciones a corto plazo
y de limitada duración, con el apoyo de bombardeos aéreos
y de misiles más que mediante ataques en tierra, como así
fue en la Guerra del Golfo y en Kosovo. Evidentemente, esa resistencia
no es ni mucho menos el resultado de no se sabe qué desorden psicológico.
Lo que refleja es la incapacidad de la clase dirigente a infligir una
derrota ideológica y política al proletariado, a alistar
a la generación actual de obreros detrás del Estado para
la guerra imperialista, como sí lo consiguió en la preparación
de la IIª Guerra mundial. El editorial de una edición de la
revista Time, publicada justo después del atentado, muestra bien
cómo se ha fomentado la campaña actual de psicosis bélica.
El título desarrollado en ese número "Día de
infamia" evoca de entrada la comparación con Pearl Harbor.
El editorial de Lance Morrow, titulado y castigo" subraya los detalles
de la campaña ideológica que siguió. Escrito en una
publicación que participa en el esfuerzo de propaganda, el artículo
de Morrow ilustra además lo bien que habían entendido los
propagandistas de la clase dominante todos los beneficios que podían
sacar de los atentados del World Trade Center, en comparación con
los atentados precedentes, para manipular a la población para la
guerra gracias a la gran cantidad de víctimas y al enorme dramatismo
de las imágenes: "No podemos vivir un día de infamia
sin que nos embargue un sentimiento de furor. ¡Liberemos nuestro
furor!
Necesitamos un sentimiento de rabia comparable al provocado por Pearl
Harbor! Una indignación despiadada que no se agotará al
cabo de una o dos semanas. (…)
Ha sido un terrorismo cercano a la perfección dramática.
Nunca el espectáculo del Mal había alcanzado una producción
de tal valor. Hasta ahora el público solo había visto los
resultados todavía humeantes: la embajada destruida por una explosión,
los cuarteles en ruinas, el boquete negruzco en el casco del navío.
Esta vez, el primer avión al percutir la primera torre atrajo nuestra
atención. Alertó a los medios, convocó a las cámaras
para poder filmar así la segunda explosión, un estallido
fuera de la realidad…
El Mal posee un instinto teatral y es por eso por lo que en una época
en la que los medios son tan propensos al mal gusto, puede exagerar sus
destrozos gracias al poder de las horrorosas imágenes" (Time
Magazine, número especial, septiembre 2001).
Al mismo tiempo, el aparato político burgués desplegó
y puso en marcha sus planes para reforzar el aparato represivo del Estado.
Una nueva legislación "de seguridad", que legaliza prácticas
que quedaron desautorizadas tras la guerra de Vietnam y el caso Watergate,
así como todo un nuevo arsenal de medidas represivas preparadas,
discutidas, adoptadas y firmadas por el Presidente en un tiempo récord.
Tenemos buenas razones para sospechar que tal legislación ya estaba
preparada desde hacía tiempo para ser puesta en práctica
en el mejormomento. Han detenido a más de 1000 sospechosos, simplemente
por sus apellidos árabes o por llevar ropa oriental, encarcelados
sin acusación precisa y por tiempo indeterminado. Se han congelado
los fondos de organizaciones de las que se sospecha tener simpatías
por Bin Laden y eso sin ningún tipo de proceso judicial. Han restringido
la inmigración, especialmente la procedente de países islámicos,
lo cual es más una respuesta a las preocupaciones permanentes de
la burguesía sobre los flujos de inmigrantes ilegales que intentan
huir de las horribles condiciones de descomposición y de barbarie
que golpean a sus países subdesarrollados, que algo directamente
relacionado con los atentados terroristas.
Del día a la mañana, la crisis terrorista se ha convertido
en explicación de la agravación de la recesión económica
y justificación en los recortes en los presupuestos de programas
sociales, al haber dirigido los fondos disponibles hacia la guerra y la
seguridad nacional. La rapidez con la que se han presentado esas medidas
demuestra que no fueron redactadas en la urgencia, sino preparadas, discutidas
y planificadas para cualquier contingencia.
En el plano internacional, el objetivo real de la guerra contra el terrorismo
no es tanto destruirlo, sino reafirmar con fuerza la dominación
imperialista de Estados Unidos, única superpotencia que queda en
un ruedo internacional cada vez más marcado por los constantes
retos que esa superpotencia debe enfrentar. El desmoronamiento del bloque
del Este en 1989 provocó la rápida disgregación del
bloque occidental, al haber desaparecido lo que le daba cohesión,
es decir la existencia del bloque imperialista ruso. A pesar de su aparente
victoria en la guerra fría, el imperialismo americano se vio ante
una situación mundial en la que las grandes potencias, antiguas
aliadas suyas, y muchos otros países de menor envergadura, se pusieron
a retar su liderazgo, intentando dar salida a sus propias ambiciones imperialistas.
Para forzar a volver a filas a sus antiguos aliados y que éstos
reconocieran quién manda y ordena, Estados Unidos emprendió
en la última década tres operaciones militares de gran envergadura:
la primera contra Irak, luego contra Serbia y ahora contra Afganistán
y la red de Al Qaeda. En los tres casos, el despliegue militar estadounidense
ha forzado a sus "aliados", Francia, Gran Bretaña y Alemania,
a unirse en las "alianzas" dirigidas por EE.UU a riesgo de quedarse
al margen del juego imperialista mundial.
En segundo lugar, basándose únicamente en los medios burgueses
de comunicación, se pueden reunir suficientes elementos probatorios
del más que probable maquiavelismo de la burguesía norteamericana,
por mucho que la única versión oficial autorizada sea que
Estados Unidos no se lo esperaba. Un maquiavelismo consistente en dejar
hacer esos atentados:
Las fuerzas que parecen haber cometido la atrocidad del World Trade Center
no estarían sin duda bajo control del imperialismo americano, pero
sí que eran perfectamente conocidas por sus servicios secretos,
pues, en realidad, habían sido agentes de la CIA durante la guerra
que, gracias a diferentes pandillas afganas, el imperialismo americano
entabló contra el imperialismo ruso en 1979-89. Para contener la
invasión de Afganistán por parte del imperialismo ruso en
1979, la CIA reclutó, entrenó, armó y utilizó
a miles de integristas islámicos para llevar a cabo una guerra
santa, una yihad, contra los rusos. El concepto de yihad estaba más
o menos soterrado en la teología musulmana hasta que el imperialismo
americano lo volvió a resucitar, hace dos décadas, para
sus propios objetivos. Miles de islamistas fueron reclutados por el mundo
musulmán, en Pakistán, en Arabia Saudí en particular.
Fue entonces cuando se oyó hablar por vez primera de Osama Bin
Laden como agente de EE.UU. Tras la retirada de Afganistán del
imperialismo ruso en 1989 y el desplome del gobierno de Kabul en 1992,
el imperialismo americano se retiró de Afganistán, concentrándose
en Oriente Medio y los Balcanes. Cuando luchaban contra los rusos, los
integristas islámicos eran aplaudidos por Ronald Reagan como combatientes
de la "Libertad". Cuando hoy usan la misma brutalidad contra
el imperialismo americano, el presidente Bush dice que son bárbaros
fanáticos que hay que exterminar. Al igual que Timothy Mac Veigh,
el norteamericano fanático de extrema derecha autor del atentado
de Oklahoma City en 1995, educado en la ideología de la guerra
fría, en el odio a los rusos, reclutado por el ejército
USA, los jóvenes reclutados por la CIA para la yihad lo único
que conocieron, en su vida de adultos, es el odio y la guerra. Tanto aquél
como éstos se sintieron traicionados por el imperialismo americano
una vez terminada la guerra fría, volviendo la violencia contra
sus antiguos dueños.
Desde 1996, el FBI investigaba sobre la posibilidad de que hubiese terroristas
que utilizaran escuelas de pilotos norteamericanas para aprender a volar
en jumbo jets: las autoridades anticiparon elmodo operativo de los terroristas
(TheGuardian: "FBI failed to find suspects named before hijackings",
25/09/01).
El piso en Alemania en el que se planificó y coordinó el
atentado estaba vigilado por la policía alemana desde hacía
más de tres años.
El FBI, al igual que otras agencias de contraespionaje estadounidenses,
había recibido avisos e interceptado mensajes según los
cuales se preveía un atentado terrorista coincidiendo con la ceremonia
en la Casa Blanca entre Clinton, Rabin y Arafat. Los servicios secretos
israelíes y franceses avisaron a los norteamericanos. Y por eso
las autoridades de EEUU supieron cuándo se iba a producir el atentado.
¿Y no era esta vez evidente que el objetivo iba a ser el World
Trade Center cuando ya este centro había sido el objetivo de terroristas
islamistas en un atentado de 1993, al ser considerado como símbolo
del capitalismo americano?
En agosto, el FBI detuvo a Zacarías Moussaoui, quien había
despertado las sospechas al empeñarse en entrenarse en una escuela
de pilotos de Minnesota y afirmar que, en la enseñanza, no le interesaban
ni el despegue ni el aterrizaje. A principios de septiembre, las autoridades
francesas mandaron un aviso sobre los vínculos sospechosos entre
Moussaoui y los terroristas. En noviembre, el FBI cambió repentinamente
de opinión desmintiendo que Moussaoui estuviera implicado en el
atentado. En todo caso, el que a unos pilotos no les interesara aprender
a despegar ni atterrizar, dando con ello a sospechar de un posible secuestro
suicida, volvió a hacer surgir las sospechas.
Mohammed Atta, el supuesto organizador del 11 de septiembre, el que, por
lo visto, habría pilotado del primer avión que golpeó
las Torres Gemelas, era alguien muy conocido por las autoridades, pero
llevaba, sin embargo, una vida muy normal, con autorización para
circular libremente por Estados Unidos. Aunque constaba desde hacía
años en las listas de terroristas de especial vigilancia por parte
del Departamento de Estado, sospechoso de haber atentado con bomba contra
un autobús en Israel en 1986, se le había autorizado a salir
de EE.UU y regresar a este país durante estos dos últimos
años. Entre enero y mayo de 2000, estuvo bajo vigilancia de agentes
estadounidenses por sus sospechosas compras en grandes cantidades de productos
químicos idóneos para fabricar bombas. En enero de 2001,
estuvo detenido durante 57 minutos por los servicios de Inmigración
y Naturalización en el aeropuerto internacional de Miami porque
su visado estaba caducado y ya no valía para entrar en EE.UU. Atta
constaba en las listas de vigilancia del Departamento de Estado, el FBI
tenía sospechas sobre alguna gente de que podría recibir
clases de pilotaje en Estados Unidos; a pesar de todo ello, Atta pudo
entrar en el país y matricularse en una escuela de pilotaje. En
abril de 2001, lo detuvo la policía por conducir sin permiso. En
mayo, no se presentó ante el tribunal, se publicó un acta
de busca y captura contra él, pero nunca se le daría cumplimiento.
Se le detuvo dos veces por conducir borracho. A Atta ni se le ocurrió
cambiar de nombre durante su estancia en EE.UU, sino que viajaba, vivía
y estudiaba pilotaje con el suyo verdadero. ¿Es el FBI tan abismalmente
incompetente? ¿Estaba, como lo pretende, tan entorpecido por la
falta de agentes e intérpretes árabes?, ¿no habráuna
explicación más maquiavélica para que las autoridades
le dejaran en libertad una y otra vez? ¿Estaba "protegido"
o sirvió de cabeza de turco? ("Terrorists among us",
Atlanta Journal Constitution, 16/09/01. The Guardian, 25/09/01)
El 23 de agosto de 2001, la CIA hizo llegar una lista de presuntos miembros
de la red de Bin Laden, identificados ya en Estados Unidos o de viaje
a este país, entre los cuales Jalid Al Midhar y Nawak Alhazmi,
que estaban en el avión que chocó contra el Pentágono.
Mucho tiempo antes de los atentados pretendidamente inesperados del 11
de septiembre, Estados Unidos llevaba preparando, desde hacía casi
tres años, en secreto, el terreno para una guerra en Afganistán.
Tras los atentados terroristas contra las embajadas americanas de Dar
es Salam en Tanzania y de Nairobi en Kenia en 1998, el presidente Clinton
autorizó a la CIA a prepararse para posibles acciones contra Bin
Laden, el cual estaba fuera de todo control. Fue por eso por lo que se
establecieron contactos secretos y se abrieron negociaciones con antiguas
repúblicas de la URSS, Uzbekistán y Tayikistán, para
instalar en ellas bases militares con las que dar apoyo logístico
a posibles operaciones y acopiar información. Todo esto no solo
habría de servir para preparar una intervención militar
en Afganistán, sino que ha favorecido una implantación norteamericana
importante en la zona de influencia rusa de Asia central. Por todo ello
se puede decir que aunque EE.UU pretenda que lo alcanzaron por sorpresa,
sí que ya estaba preparado para aprovecharse inmediatamente de
la oportunidad que se le presentó con el atentado contra las Torres
Gemelas y tomar una serie de medidas estratégicas y tácticas
que estaban preparándose desde hacía tiempo.
Es también verosímil que la administración de Estados
Unidos haya impulsado deliberadamente a Bin Laden a lanzar un ataque contra
el país. El diario The Guardian del 22 de septiembre nos lleva
hacia esa hipótesis: "Una investigación del periódico
ha establecido que Osama Bin Laden y los talibanes recibieron amenazas
de un posible ataque militar de EE.UU dos meses antes de los atentados
terroristas contra Nueva York y Washington. Pakistán había
advertido al régimen de Afganistán de la amenaza de una
guerra si los talibanes no entregaban a Osama Bin Laden…Los talibanes
se negaron a someterse, pero la gravedad de la advertencia recibida, plantea
la posibilidad de que el atentado de hace diez días contra el World
Trade Center de Nueva York y contra el Pentágono por Bin Laden,
lejos de proceder de ningún sitio, fue de hecho un ataque preventivo,
como respuesta a lo que Bin Laden consideraba una amenaza de parte de
Estados Unidos…Esa advertencia destinada a los talibanes se lanzó
durante una reunión de cuatro días entre americanos, rusos,
iraníes y pakistaníes en un hotel de Berlín, a mediados
de julio. Esa conferencia, la tercera de una serie llamada 'Brainstorming
sobre Afganistán' pertenece a un método diplomático
clásico conocido bajo el nombre de 'vía nº 2'."
En otras palabras, es muy posible que Estados Unidos no solo no intentara
impedir de verdad el atentado cometido por Bin Laden, sino que, incluso,
por "vía diplomática" semioficial, hubiera provocado
deliberadamente tanto a ése como a los talibanes a que emprendieran
una acción que justificara una réplica militar norteamericana.
Las destrucciones devastadoras y la cantidad de muertos han sido la piedra
angular de la campaña ideológica lanzada tras el desastre
de las Torres Gemelas. Durante semanas, los miembros del gobierno y los
media nos han repetido hasta la saciedad las 6000 vidas perdidas en el
World Trade Center, o sea dos veces más que en Pearl Harbor. El
jefe de Estado Mayor repitió esas cifras en una entrevista a una
cadena nacional de televisión a principios de noviembre (entrevista
al general Richard Myers, presidente de Jefes de E.M. en el canal NBC,
el 4/11/01). Sin embargo, hay indicios de que esos cómputos, cuya
única finalidad es apoyar la propaganda con todo su peso emotivo,
son muy exagerados. Las estadísticas realizadas por agencias de
prensa independientes han estimado el total en menos de 3000muertos, o
sea lo equivalente a las pérdidas sufridas en Pearl Harbor. Por
ejemplo, el New York Times establece el total en 2943, la agencia Associated
Press en 2626 y el diario USA Today en 2680. La Cruz Roja norteamericana,
que distribuye ayudas financieras a las familias de las víctimas,
sólo ha tratado 2563 demandas. El gobierno se ha negado a entregar
a la Cruz Roja la copia de la lista oficial, por ahora secreta, de las
víctimas del World Trade Center ("Numbers vary in tallies
of the victims", New York Times, 25/10/01). Mientras tanto, los políticos
y los media siguen utilizando, por necesidades de propaganda, la cifra
muy sobrevalorada de 5000-6000 muertos o desaparecidos, cifra ahora ya
incrustada en las conciencias populares.
El gobierno de EE.UU no ha desvelado públicamente las pruebas de
la responsabilidad de Bin Laden en los atentados. Recientemente, mientras
proseguían las operaciones militares, Bush anunció que si
capturaban vivo a Bin Laden, éste sería juzgado a puerta
cerrada por un tribunal militar, para así no hacer público
de dónde proceden laspruebas contra él. Rumsfeld, secre
tario de Defensa, ha dicho claramente que prefiere que se mate a Bin Laden
aque se le capture vivo, para evitar asíun juicio. Es perfectamente
lógico pues preguntarse por qué a Estados Unidos le interesa
tanto guardar secretasesas pretendidas pruebas tan evidentes.
¿No es todo eso, en cambio, la prueba por la contraria de que la
Administración estadounidense, o quizás por lo menos la
CIA, estaban al corriente de los atentados contra las Torres, dejando
que ocurrieran? No hace falta ser un maniático que "ve conspiraciones
por doquier" para albergar ese tipo de sospechas. Dejemos a los historiadores
el cuidado de investigar más detalladamente durante los años
venideros, pero a nosotros ni nos sorprendería ni desde luego nos
"escandalizaría" enterarnos de que la burguesía
estadounidense aceptó que hubiera víctimas en esos atentados
del World Trade Center para satisfacer sus intereses políticos.
¿Es el atentado de las Torres Gemelas un nuevo Pearl Harbor?
Contrariamente a la insistencia de los medios de comunicación,
la situación actual no puede ser comparada a la de Pearl Harbor
en el plano histórico. Pearl Harbor ocurrió casi veinte
años después de derrotas que aplastaron al proletariado
mundial política, ideológica e incluso físicamente,
abriéndose así el curso histórico hacia la guerra
imperialista. Esas derrotas fueron un grave peso histórico encima
del proletariado: el fracaso de la Revolución alemana y de la oleada
revolucionaria; la degeneración del régimen revolucionario
en Rusia y el triunfo del capitalismo de Estado bajo Stalin; la degeneración
de la Internacional comunista convirtiéndose en brazo armado de
la política extranjera del Estado ruso, acompañado todo
ello de un retroceso considerable en las posiciones revolucionarias en
comparación con las que habían prevalecido en el momento
más álgido de la oleada revolucionaria; la integración
de los partidos comunistas en sus aparatos de Estado respectivos; la derrota
política y física de la clase obrera por el fascismo en
Italia, Alemania y España; el triunfo de la ideología antifascista
en los países "democráticos".
El impacto acumulado de esas derrotas limitó profundamente las
posibilidades históricas del movimiento obrero. La revolución,
que estaba al orden del día en el período que siguió
a 1917, se encontró entonces atascada. El equilibrio de fuerzas
se había desplazado en favor de la clase capitalista, la cual tuvo
entonces en sus manos la posibilidad de imponer su "solución"
a la crisis histórica del capitalismo mundial: la guerra mundial.
Sin embargo, el hecho de que la relación de fuerzas se hubiera
desplazado en su favor no significaba necesariamente que la burguesía
tuviera las manos libres para imponer su voluntad política. Aunque
el curso político era hacia la guerra, eso no significaba que la
burguesía pudiera desencadenar una guerra imperialista en cualquier
mo mento. La burguesía tuvo que hacer frente todavía a una
resistencia por parte del proletariado americano en 1939-41, que reflejaba
en parte la posición vacilante del partido estalinista, el cual
tenía una influencia considerable sobre todo en los sindicatos
afiliados a la CIO, vacilación causada por la línea indecisa
de Moscú durante el período del pacto de no agresión
con la Alemania nazi. La fracción dominante de la burguesía
americana tuvo que tener en cuenta también a elementos recalcitrantes
en el seno mismo de su propia clase, con simpatías de algunos de
ellos hacia las potencias del Eje y defendiendo otros una política
aislacionista. Como ya dijimos el ataque "sorpresa" de Japón
dio el pretexto para reunir a los vacilantes tras el Estado y los esfuerzos
de guerra. Por eso puede decirse que Pearl Harbor fue el último
clavo para cerrar el ataúd político e ideológico.
La situación es hoy muy diferente. Es cierto que el desastre de
las Torres Gemelas ocurre después de una década de desorientación
y de confusión políticas sembradas tras el desmoronamiento
de los regímenes estalinistas de Europa del Este y las campañas
ideológicas de la burguesía sobre la muerte del comunismo.
Pero esas confusiones no tienen el mismo peso político que las
derrotas de los años 1920 y 30 sobre la con ciencia política
del proletariado a nivel histórico. Tampoco han significado un
cambio del curso histórico hacia enfrentamientos de clase. A pesar
de esa desorientación, la clase obrera ha luchado por reconquistar
su terreno, y no faltan signos de cómo va madurando subterráneamente
su conciencia así como de la aparición de gente nueva inquieta
que viene a unirse al medio político proletario en torno a los
grupos revolucionarios existentes. No intentamos aquí minimizar
la desorientación política que predomina en la clase obrera
desde 1989, situación agravada por la descomposición, una
barbarie cada día mayor que no requiere obligatoriamente una guerra
mundial para realizarse plenamente. Incluso si la burguesía americana
alcanza un éxito considerable con su ofensiva ideológica,
por mucho que, por ahora, los obreros estén entrampados en una
psicosis de guerra de un nivel alarmante, el equilibrio global de fuerzas
no está determinado por la situación en un único
país aunque éste sea de la importancia de Estados Unidos.
En el plano internacional, el proletariado no ha sido derrotado y la perspectiva
sigue yendo hacia un enfrentamiento de clases. Incluso en Estados Unidos,
la huelga de dos semanas de los 23 000 trabajadores del sector público
de Minnesota, en octubre, fue un eco de esa capacidad de la clase obrera
internacional para proseguir su combate. Aunque fueron tildados de antipatriotas,
atacados por hacer huelga en un momento de crisis nacional, esos obreros
no abandonaron su terreno de clase y siguieron luchando por mejoras salariales.
Mientras que Pearl Harbor fue el remate de un proceso que llevó
a la guerra imperialista en 1941, el atentado del World Trade Center ha
provocado un paso atrás del proletariado, especialmente para el
norteamericano, pero en una situación histórica que sigue
siéndole favorable.
JG
En el fragor de la salvajada imperialista en Afganistán, los reducidos grupos de internacionalistas han tomado una posición de clase: han mostrado su rechazo a todos y cada uno de los imperialismos contendientes; han denunciado las ilusiones en la posibilidad de un capitalismo pacífico, negando el más mínimo apoyo a un campo o al otro en nombre de la paz. Igualmente han llamado a un desarrollo de la lucha de clases que lleve a la destrucción, a escala mundial, del sistema capitalista, pues es este sistema el principio y origen de la guerra imperialista. Estos grupos que se reivindican de la herencia de las Izquierdas italiana y alemana, únicas corrientes internacionalistas que sobrevivieron a la quiebra de la Tercera Internacional, y que pasaron la prueba de la IIª Guerra mundial manteniendo contra viento y marea la posición internacionalista del proletariado, forman parte de lo que la CCI denomina el medio político proletario ([1]).
Como contribución al fortalecimiento de este medio pretendemos – como hacemos cada vez que los acontecimientos han puesto a prueba la verdadera naturaleza de las organizaciones revolucionarias – examinar los aspectos positivos y las debilidades de su actual respuesta a la guerra. No nos detendremos en exceso en cuanto a lo que hay en común en la postura de los diferentes grupos. La prensa territorial de la CCI ya ha reconocido y saludado el carácter proletario de sus respuestas ([2]).
Tampoco podemos extendernos debido a problemas de espacio. Sí queremos, en cambio, debatir algunas cuestiones que nos parecen significativas de la explicación que da de la barbarie imperialista uno de estos grupos: el Buró internacional por el Partido revolucionario (BIPR).
No es suficiente que las organizaciones revolucionarias sepan que el Estado norteamericano, al igual que las demás potencias imperialistas, no son hostiles al terrorismo en contra de lo que han estado proclamando los pasados cuatro meses: Tampoco podemos conformarnos con señalar que los intereses que mueven a los imperialistas a desencadenar una guerra que ha causado muerte y miseria a una escala masiva no son, ni mucho menos, los de la defensa de la civilización y la humanidad. Es necesario que estas organizaciones puedan explicar también cuál es la verdadera razón de esta barbarie, cuales son los verdaderos intereses de las potencias imperialistas, sobre todo de EE.UU, y si es posible que pueda haber un final a esta pesadilla para la humanidad.
EL BIPR nos ofrece la siguiente explicación de la guerra en Afganistán: los Estados Unidos quieren mantener el dólar como divisa mundial y conservar así el control sobre la industria del petróleo:
«… Estados Unidos necesita que el dólar siga siendo la moneda del comercio mundial si quieren mantener su posición como superpotencia mundial. Así pues, sobre todo para EE.UU le es vital asegurarse que el comercio global de petróleo siga haciéndose fundamentalmente en dólares. Esto implica tener la voz cantante en el transporte del petróleo y en los gaseoductos más aún que la implicación comercial de EE.UU en la extracción en origen. Así ocurre cuando simples decisiones por criterios puramente comerciales están supeditadas a los supremos intereses de conjunto del capitalismo EE.UU, y que el Estado norteamericano llegue a implicarse política y militarmente en la defensa de objetivos más ambiciosos, objetivos que, a menudo, tropiezan con los intereses de otros estados, y especialmente y cada vez más con los de los “aliados” europeos. En otras palabras ésa es la clave de la confrontación imperialista del siglo XXI (…).
Desde hace ya algún tiempo compañías petroleras europeas, entre ellas la italiana ENI, se estaban involucrado en distintos proyectos para traer el petróleo del Caspio y del Cáucaso directamente a las refinerías europeas. Resulta obvio que desde el 1º de Enero (fecha en la que el euro se ha convertido en la moneda de los países de la Unión europea), el proyecto de un mercado alternativo del petróleo va tomando forma, pero Estados Unidos, enfrentado quizás con la más cruel crisis que haya vivido desde la IIª Guerra mundial, no va a dejar que se le escape su propio poder económico y financiero» (“Imperialistas, petróleo e intereses nacionales de EE.UU”; Revolutionary Perspectives nº 23, publicación cuatrimestral de la Communist Workers Organisation, afiliado en Gran Bretaña del BIPR).
Resulta pues que el objetivo de la guerra sería la destrucción del peligro potencial que representarían el régimen talibán y sus secuaces de Al Qaeda para la construcción de un oleoducto que recorrería Afganistán, y que transportaría el petróleo obtenido en los yacimientos de Kazajstan. Todo ello como parte de una estrategia más amplia de EE.UU por controlar la distribución del petróleo. EE.UU pretende asegurar y diversificar las vías de transporte de los suministros mundiales de petróleo, ya que en ello se juega, según el BIPR, el futuro del dólar, y con la suerte del dólar, el estatuto de superpotencia de EE.UU. Los europeos, por su parte, tienen también mucho interés en mejorar la posición de su divisa (el euro) en el mercado petrolero, por lo que oponen sus intereses imperialistas a los de EE.UU cada vez más enérgicamente.
El trasfondo de la intervención de EE.UU en Afganistán es, como dice el BIPR, preservar su posición de “superpotencia mundial”. Por tal entendemos su aplastante superioridad militar económica y política sobre las demás naciones del planeta. Sus oponentes pretenden limitar e incluso llegado el momento arrebatarle esa posición. En otras palabras que, a diferencia de los cuentos de hadas que nos cuentan los media de la burguesía sobre una lucha entre el bien y el mal, entre la democracia y el terror, el BIPR como revolucionarios que son, ponen al desnudo los sórdidos intereses imperialistas de los protagonistas. Detrás del conflicto imperialista se hallan los intereses antagónicos de las potencias imperialistas rivales, acentuadas por la crisis económica.
Es más el BIPR consigue distanciarse de una explicación de la guerra actual (y de la creciente acentuación de las tensiones imperialistas) basada en el interés de encontrar un beneficio económico inmediato. Hace diez años, con motivo de la guerra del Golfo que se veía venir, el BIPR decía que «… la crisis del Golfo se debe en realidad al petróleo y a quien lo controla. Sin petróleo barato los beneficios caerán. Los beneficios de los capitalistas occidentales se ven amenazados y por esa razón, y no por ninguna otra, EE.UU está preparando un baño de sangre en Oriente Medio» (Hoja de la CWO, citada en nuestra Revista internacional nº 64).
La victoria norteamericana en la Guerra del Golfo no significó aumento alguno en los beneficios del petróleo ni implicó un cambio significativo en el precio de esta materia prima. Sensibilizados, quizás, por estos resultados, o bien por el hecho de que la antigua Yugoslavia no ha supuesto ningún mercado rentable para las potencias imperialistas que allí luchaban entre sí, en contra de lo que inicialmente pensaba el BIPR, da la impresión que el BIPR ha desarrollado una explicación más global de la situación ([3]). Esta actitud debe ser bienvenida pues la credibilidad de la izquierda marxista depende de su capacidad para comprender el imperialismo en función de un análisis histórico y global, en el que los factores económicos inmediatos no representan la causa de la guerra.
Pero a pesar de este paso adelante del BIPR, estos compañeros siguen considerando que los objetivos imperialistas giran en torno a la posición de las divisas monetarias, lo que no deja de ser un factor económico específico, y dan a la cuestión del petróleo y los oleoductos un peso decisivo en la posición del dólar así como de su nuevo rival, el euro. Sitúan exageradamente el petróleo en el “centro de la confrontación imperialista en el siglo XXI”.
Pero ¿depende tan directa y decisivamente, como dice el BIPR, la preservación del estatuto de EE.UU como poder hegemónico mundial de la posición del dólar? Y, por otro lado, ¿depende tanto la posición del dólar como divisa mundial del control que EE.UU tenga sobre el petróleo? Permítasenos examinar estas cuestiones con más detalle, empezando por esta última.
Es cierto que llevar la voz cantante en el control de la producción de petróleo – no olvidemos que muchas de las principales compañías mundiales petroleras son norteamericanas – contribuye a que EE.UU mantenga su poderío económico, y contribuye a que el dólar sea la moneda dominante en el comercio mundial. Ahora bien, no reside ahí la razón esencial por la que el dólar consiguió alcanzar y mantener esa posición de divisa mundial. El dólar conquistó esa posición privilegiada antes de que el petróleo se convirtiera en el principal combustible del planeta. De hecho no es cierto que la fortaleza de ninguna moneda se fundamente esencialmente en el control de las materias primas.
Japón, por ejemplo, no controla prácticamente el suministro de materia prima alguna y, sin embargo, el yen, a pesar del reciente estancamiento de la economía japonesa, sigue siendo una divisa fuerte. A la inversa, la antigua URSS tenía en su poder grandes cantidades de petróleo, pero eso no pudo impedir el colapso económico del país, y no digamos hacer que el rublo llegase a ser la moneda mundial. No fue el control de los suministros de lana o algodón lo que hizo que la libra esterlina fuese la principal moneda del siglo XIX.
Lo que explica que ciertas divisas se convirtieran en las monedas de referencia para el capitalismo mundial es la preponderancia de tal o cual país en producción y comercio mundiales, su peso político y militar respecto a los demás. La libra esterlina alcanzó ese estatuto porque Gran Bretaña fue el primer país del capitalismo moderno. La mayor productividad de sus industrias permitió a sus productos desplazar a los del resto del mundo en términos de precio y calidad, ya que en otros lugares la producción capitalista apenas despuntaba. La potencia militar, especialmente naval, de Gran Bretaña, así como su acumulación de posesiones coloniales, reforzaron la supremacía de la libra y la posición de Londres como centro financiero del mundo.
El desarrollo del capitalismo en otros países minó la supremacía del capitalismo británico, y sus competidores comenzaron a aventajarle en cuanto a productividad. Esas nuevas condiciones del capitalismo, puestas al desnudo por la Primera Guerra mundial, hicieron sonar el réquiem por la esterlina y la Segunda Guerra mundial remató definitivamente su suerte. En un mundo en el que las naciones capitalistas rivales se habían ya repartido el mercado mundial, y buscaban expandirse mediante un nuevo reparto a su favor, la cuestión de la competición militar – el imperialismo – tiende a favorecer más a los países que tienen una escala continental, como por ejemplo Estados Unidos, que a los países europeos cuyo tamaño relativamente pequeño resultaba más apropiado para una primera fase de crecimiento capitalista. El agotamiento de todas las potencias europeas tras la Iª Guerra mundial, incluyendo países vencedores como Gran Bretaña, favoreció la expansión del peso relativo de la producción y de la parte de EE.UU en el comercio mundial, y por lo tanto de la demanda internacional de dólares. Y tras la devastación de Europa en la IIª Guerra mundial, los Estados Unidos, estimulados por un crecimiento descomunal de la producción armamentística, alcanzaron una supremacía económica aplastante en el escenario mundial. En 1950, por ejemplo, generaron ¡la mitad de la producción mundial! El Plan Marshall de 1947 suministró a las economías europeas los dólares que éstas necesitaban desesperadamente para la reconstrucción comprando mercancías norteamericanas. La supremacía del dólar se institucionalizó a escala mundial a través de los acuerdos de Bretton Woods y el establecimiento del Banco mundial y del Fondo monetario internacional bajo la égida de los EE.UU.
Con el final del período de reconstrucción a finales de los años 60, las economías europea y japonesa habían mejorado su posición económica respecto a la de los Estados Unidos. Pero incluso el relativo debilitamiento de la economía estadounidense, si bien condujo efectivamente a la devaluación del dólar, no significó de manera inmediata el final de su posición privilegiada, sino que por el contrario, EE.UU disponía de más medios para aprovecharse de la nueva situación. El final de la paridad del dólar respecto al oro decretada por Washington en 1971, permitió a EE.UU mantener el poder del dólar y la posición competitiva de la producción de ese país, manipulando la tasa de intercambio lo que también le ayudó a abaratar su creciente deuda externa (un método que ya había sido empleado por Gran Bretaña en los años 30 para preservar el papel de la libra esterlina tras el eclipsamiento de su economía por la de EE.UU). A comienzos de los años 80, el alza de los tipos de interés y la desregularización del movimiento de capitales, con la consiguiente explosión de la especulación financiera, ayudó a desplazar los efectos de la crisis hacía otros países. Detrás de estas medidas, la supremacía militar de los EE.UU que se ha convertido en incontestable tras el colapso de la Unión Soviética, asegura que el Rey Dólar siga conservando su trono.
El papel del petróleo en la primacía del dólar es pues relativamente insignificante. Incluso aunque sea cierto que en la llamada “primera crisis del petróleo” en 1971-72, a través de su influencia en la fijación de precios del petróleo por parte de la OPEP, manipuló para meterse en sus bolsillos enormes fondos de las potencias europeas y japonesa a través de Arabia Saudí, tales manipulaciones no son, ni de lejos, los principales instrumentos de la supremacía del dólar.
Lo que cuenta en la hegemonía del dólar es la dominación económica, política y militar de EE.UU sobre el mercado mundial en el que se compra y vende el petróleo así como otras materias primas, y este dominio obedece a factores de naturaleza más general e histórica que los simplemente dependientes del control del petróleo.
El BIPR cree, sin embargo, que la aceleración de las aventuras militares de los norteamericanos en Asia Central forma parte de una estrategia preventiva, de más largo alcance, para ocupar los centros de producción de petróleo y las rutas de su transporte para impedir a las potencias europeas que sean ellas quienes los controlen. El supuesto objetivo sería impedir que el euro, la moneda única de la Unión Europea, arrebate al dólar su corona, impidiendo así que la Unión Europea se enfrente a EE.UU como bloque imperialista rival.
Si nuestra explicación es la correcta, eso implica que las potencias europeas tendrían mucho más que hacer que simplemente incrementar su influencia en la industria petrolera para desplazar al dólar por el euro. Incluso aunque la Unión Europea fuera una entidad realmente unificada desde un punto de vista económico y político, eso no quita que su Producto Interior Bruto per cápita sea, en conjunto, las 2/3 partes del de EE.UU. Pero la Unión Europea, aún cuando ya dispone de una moneda común, se halla todavía fragmentada en varias unidades capitalistas nacionales en competencia, lo que debilita su poder económico frente al de Norteamérica. El Banco central europeo no tiene la misma unidad de intervención sobre política monetaria y fiscal que la Reserva federal de Estados Unidos, lo que explica el que, hasta ahora, haya tendido a copiar las políticas de ésta última. La economía alemana, el polo políticamente más fuerte de la zona euro, solo es todavía la tercera potencia económica mundial detrás de EE.UU y Japón, y eso no se debe, ni mucho menos, a su falta de control sobre el petróleo y los oleoductos.
En cuanto al plano militar y político, las divisiones son aún mucho más profundas, ya que en la Unión Europea coexisten intereses imperialistas contrapuestos, no sólo entre las naciones que la componen, sino incluso sobre su actitud frente a EE.UU. La principal potencia económica europea, Alemania, sigue siendo un enano en el plano militar, comparada con Gran Bretaña o Francia, sus rivales principales (y vale la pena poner de relieve que una de las principales potencias militares y una de las economías más importantes de Europa, Gran Bretaña, ni siquiera forma parte de la zona euro). Alemania está desarrollando actualmente su poderío militar, sus tropas han intervenido fuera de sus fronteras (Kosovo) por vez primera desde la IIª Guerra mundial. Sin embargo, su capacidad para proyectar su potencia militar no va más allá que de sus vecinos más cercanos de Europa del Este.
Incluso los expertos monetarios de la burguesía admiten que esa debilidad militar y los intereses contradictorios en el seno de la Unión son una seria amenaza para el euro: « Glyn Davies, autor de Una historia de la moneda desde los tiempos remotos a la actualidad, señaló que la mayor amenaza que a largo plazo se cierne sobre la unión monetaria en Europa serán las guerras o las “disputas sobre actitudes hacia países que están en guerra”.
“El aspecto político es donde está la dificultad” dijo. “Si se dispone de una fuerte unión política se podrán resistir muchos ataques. Pero si aparecen diferencias políticas, eso puede debilitar considerablemente la unión monetaria” » (International Herald Tribune, 29.12.2001).
Consecuentemente, por esta y otras razones, el euro verá dificultado el arrebatar al dólar la confianza de la economía mundial.
Por todo ello, no puede considerarse que la dominación del dólar sobre la economía mundial sea la razón válida para la enorme campaña militar llevada a cabo en Afganistán. Como decíamos en nuestro último Congreso internacional: “EE.UU quiere controlar esta región a causa de su petróleo; pero no para obtener ganancias económicas, sino para que Europa no pueda abastecerse de esa fuente de energía necesaria en caso de guerra. Podemos recordar que durante la Segunda Guerra mundial, en 1942, Alemania había dirigido una ofensiva sobre Bakú para tratar de apropiarse de esa fuente tan necesaria para mantener la guerra. La situación es diferente para Azerbaiyán y Turquía por ejemplo, para quienes la cuestión del petróleo representa un beneficio inmediato apreciable. Pero el reto central de la situación no es ese” (“Informe sobre las tensiones imperialistas”, Revista Internacional nº 107) ([4]).
La segunda cuestión que plantea el BIPR es: ¿depende el estatuto de superpotencia de EE.UU del papel predominante del dólar? Debemos contestar que no, al menos en la forma decisiva que sugiere el BIPR. Como hemos argumentado, es la supremacía militar de EE.UU la causa del estatuto del dólar: éste no es sino el resultado de aquélla. Por supuesto que la preeminencia económica y monetaria de los Estados Unidos en la economía mundial es un factor crucial para su supremacía militar. Pero lo militar y lo estratégico no se desprenden automática, mecánica e inmediata o proporcionalmente del poderío económico. Hay innumerables ejemplos que prueban lo anterior. Japón y Alemania son las potencias económicas mundiales más fuertes después de EE.UU, pero son enanos militares comparadas con Francia y Gran Bretaña, que aunque más débiles económicamente, poseen armamento nuclear. La URSS era extremadamente débil desde el punto de vista económico pero fue capaz de discutir la superpotencia americana en el ámbito militar durante 45 años. Y a pesar del relativo debilitamiento económico que se ha producido en Estados Unidos desde 1969, su fortaleza militar y estratégica respecto a sus más cercanos rivales se ha visto considerablemente aumentada.
EE.UU, como cualquier otro país, no puede confiar en las capacidades de su moneda para ver garantizada automáticamente su posición imperialista. Por el contrario, los Estados Unidos deben continuar dedicando enormes y costosos recursos a la defensa de sus intereses militares y estratégicos para poner a prueba y aventajar a sus principales rivales imperialistas, y reducir así sus pretensiones de desafiar su liderazgo mundial. La campaña antiterrorista puesta en marcha por EE.UU desde el 11 de Septiembre ha marcado un éxito significativo en esta lucha imperialista. Ha obligado a las demás potencias a apoyar sus objetivos militares y estratégicos, sin dejar a ninguna de ellas más que unas pocas migajas de prestigio por su apoyo al rápido éxito militar de las fuerzas americanas en Afganistán sobre el régimen talibán. Al mismo tiempo ha incrementado su peso estratégico en Asia central. La exhibición de su superioridad militar ha sido tan devastadora que su renuncia al Tratado Antimisiles con Rusia, ha evocado sólo unas tímidas críticas por parte de los anteriormente vociferantes oponentes en las capitales europeas. Los EE.UU pueden ahora extender más fácilmente sus campañas “antiterroristas” a otros países.
Todavía es difícil medir si la ofensiva norteamericana de los últimos 3 meses ha hecho más seguros que antes los suministros de petróleo para EE.UU, o si ha reforzado la aplastante superioridad del dólar sobre el euro. La verdadera victoria de EE.UU se sitúa en los planos militar y estratégico, como así sucedió ya tras la guerra del Golfo. Los beneficios económicos serán tan difíciles de encontrar como lo fueron también entonces.
El control del petróleo para tener ventajas económicas no es la causa decisiva que hace que EE.UU se gaste miles de millones de dólares por mes en la guerra de Afganistán, y ponga en peligro la estabilidad de Pakistán, por donde el supuesto oleoducto debería continuar tras abandonar Afganistán.
La CWO ya mostraba en un artículo publicado en 1997 (“Tras los talibanes se encuentra el imperialismo EE.UU”) que no había nada intrínseco al régimen talibán que amenazara los intereses petroleros de EE.UU. Al contrario, los EE.UU veían este régimen como un factor de estabilidad comparado con sus predecesores. Incluso tras albergar a Osama Bin Laden, el régimen no presentaba obstáculos que fueran insuperables para acomodarse a EE.UU y sus intereses ([5]).
La época en la que las potencias capitalistas iban a la guerra para obtener beneficios económicos directos o inmediatos, representó una fase embrionaria en la evolución del imperialismo que apenas duró más allá del siglo XIX. Una vez que las principales potencias imperialistas se hubieron dividido el mundo entre sí bajo la forma colonial o de áreas de influencia, la posibilidad de un beneficio económico directo de la guerra se ha convertido en algo cada vez más improbable. Cuando la guerra se convierte en un problema de conflicto militar con otras potencias imperialistas, empezaron a predominar unas consideraciones estratégicas de mayor calado, acarreando la preparación industrial y los gastos a una escala masiva. La guerra acaba siendo menos una cuestión de beneficio económico y más un problema de supervivencia de cada Estado a expensas de sus rivales.
La ruina de muchas de las potencias capitalistas contendientes en las dos guerras mundiales atestigua que el imperialismo, en vez de ser la “fase superior” del capitalismo como pensaba Lenin, es más bien una expresión de su período de decadencia, en la que el capitalismo se ve forzado, dados los límites nacionales de su propio sistema, a “hacer humo” de hombres y máquinas en el campo de batalla en lugar de valorarlos en el proceso productivo ([6]).
En lugar de que la guerra esté al servicio de la economía, ésta se ha puesto al servicio de la guerra, y las materias primas no están fuera de ese principio general. Si las potencias imperialistas quieren controlar materias primas cruciales como el petróleo, no es porque la burguesía crea, como sí lo hace el BIPR, que esto les asegurará la salud de sus beneficios o de su moneda, sino a causa de su importancia militar.“El mayor programa de construcción militar en tiempo de paz en la historia norteamericana fue ejecutado por el Comité de servicios de armamento de la Cámara. Un informe al Comité de asuntos exteriores del Parlamento llamaba la atención sobre la importancia estratégica del Mediterráneo Oriental y de Oriente Medio ‘al menos tan relevante como el propio área del Tratado del Atlántico Norte’. Es necesario el establecimiento de bases en los Estados árabes y en Israel para proteger las rutas marítimas y aéreas. La protección de esta región es vital, señala el informe ‘porque esta área se asienta sobre gigantescas reservas de petróleo que el mundo libre necesita ahora para su esfuerzo militar cada vez más extenso’” (International Herald Tribune, 1951).
El imperialismo EE.UU ha sido bastante sincero: el control del petróleo es importante ante todo por razones militares, así podía garantizar su suministro a sus propios ejércitos en tiempos de guerra y cortar su acceso a los ejércitos enemigos de los países rivales.
Aunque el BIPR reconoce que el capitalismo se encuentra en su etapa histórica de decadencia, este marco teórico desaparece cuando trata de comprender la guerra imperialista actual. La necesidad económica fundamental del capitalismo es todavía la de la acumulación de capital, pero las relaciones de producción que en su día le aseguraron su fantástico desarrollo le impiden ahora encontrar suficientes campos de expansión. La producción creciente se dirige hacia la destrucción en lugar de hacia la reproducción de la riqueza. La comprensión de que la guerra, mientras se hace cada vez más y más necesaria para la burguesía, ha dejado de ser beneficiosa para el sistema capitalista en su conjunto no supone por tanto ninguna negación del materialismo marxista, sino una expresión de la capacidad de éste de comprender las fases sucesivas que atraviesa un sistema económico, en particular desde su fase ascendente a la etapa decadente. En esta última etapa, las exigencias económicas continúan apremiando a la burguesía, sobre todo en los períodos de crisis abierta, no hacia la guerra por un beneficio financiero inmediato o particular, sino hacia una lucha global y en última instancia suicida por obtener una supremacía militar sobre las naciones rivales.
Solo si aplicamos las implicaciones de la decadencia capitalista a los conflictos imperialistas actuales podemos mostrar a la clase obrera el enorme peligro que representa la guerra en Afganistán, y aquellos conflictos que, inevitablemente vendrán después. El BIPR, por su parte, tiende a ofrecer al proletariado una imagen falsa y peligrosamente confiada de un sistema que, como en su fase juvenil, es aún capaz de subordinar sus objetivos militares a las necesidades de la expansión económica.
Más aún, con esta falsa concepción de un imperialismo europeo, unido en torno al euro, el BIPR da una impresión de una evolución relativamente estable del capitalismo mundial hacia dos nuevos bloques imperialistas. Al contrario, los intereses antagónicos y contradictorios de unas potencias europeas frente a otras, así como, frente a EE.UU señala la entrada de un período diferente de la decadencia capitalista. Indica una fase terminal de descomposición en la que, incluso si Alemania intentara afirmarse como polo alternativo a Estados Unidos, el caos imperialista es lo predominante, y en la que los conflictos militares no harán sino multiplicarse de una manera catastrófica.
Es muy cierto pues que la guerra en Afganistán tiene que ver con el mantenimiento y el reforzamiento por parte de EE.UU de su posición como única superpotencia mundial. Pero esa situación no está determinada por factores económicos específicos, como el control del petróleo, tal y como lo plantea el BIPR. Depende mucho más de cuestiones geoestratégicas, de la capacidad de los Estados Unidos de alcanzar una supremacía militar en áreas clave del mundo, y de impedir que sus rivales puedan poner en cuestión seriamente sus posiciones. Son áreas del mundo, que como Afganistán, ya demostraron su valor estratégico para las potencias imperialistas mucho antes de que el petróleo llegara a conocerse como el “oro negro”. No fue por el petróleo si el Imperio británico del siglo XIX envío en dos ocasiones a sus ejércitos a Afganistán y acabó logrando instalar allí un dirigente fantoche. La importancia de Afganistán no deriva del hecho de que pueda alojar un posible oleoducto, sino por su posición central entre las potencias imperialistas de Oriente Medio y Lejano, así como las del sur de Asia. Su control aumentará enormemente el poder de EE.UU no sólo en esa región, sino respecto a los principales imperialismos europeos.
Estados Unidos alcanzó su posición imperialista dominante esencialmente porque salió victorioso de las dos guerras mundiales. La clave para conservar esa posición estará también basada fundamentalmente en lo militar.
Como
[1] Ver los libros editados por la CCI, La Izquierda comunista italiana, y La Izquierda comunista germano-holandesa.
[2] Ver, por ejemplo, “Los revolucionarios denuncian la guerra imperialista” en World Revolution (publicación de la CCI en Gran Bretaña) nº 249, noviembre de 2001
[3] En la Revista comunista internacionalista nº 10, el BIPR reconoce incluso la importancia de las cuestiones estratégicas y militares sobre las económicas: «Sigue estando entonces en manos del liderazgo político y del ejército el establecer la dirección política de cada estado en función de una única exigencia: una valoración de cómo alcanzar la victoria militar ya que ésta anula ahora la victoria económica» (“Final de la guerra fría: nuevos pasos hacia un nuevo alineamiento imperialista”).
[4] Hay que subrayar aquí que el BIPR se equivoca sencillamente ya en los hechos cuando dice que: “La región que rodea el mar Caspio es el mayor paraje conocido del mundo por sus reservas sin explotar de petróleo”. Las reservas conocidas de petróleo de toda Rusia ascienden a 63 mil millones de barriles, las de los cinco productores principales de Oriente Medio a más de diez veces esa cantidad; solo ya Arabia Saudí posee más del 25 % de las reservas mundiales conocidas. Además el crudo saudí es mucho más rentable (considerando solo el aspecto económico que tanto le gusta al BIPR), pues solo sale a un dólar por barril extraído y sin el enorme costo que implica la necesaria construcción de oleoductos a través de las montañas de Afganistán o del Cáucaso.
[5] Un libro reciente: Ben Laden: la verité interdite (La verdad prohibida) de Jean-Charles Brisard y Guillaume Dasquie (editions Denoel, París, 2001), trata sobre la diplomacia encubierta entre el gobierno norteamericano y el régimen talibán hasta el 11 de Septiembre, y tiende a señalar la conclusión opuesta a la que plantea el BIPR a propósito de las relaciones entre los intereses petroleros norteamericanos y el desarrollo de las hostilidades militares con Afganistán. Hasta el 17 de julio de 2001, EE.UU intentaba resolver diplomáticamente sus problemas pendientes con el régimen talibán, tales como la extradición de Bin Laden por su ataque al navío norteamericano “Cole”, así como a las embajadas de EE.UU en Nairobi y Dar es Salaam. Y los talibanes no eran ni mucho menos reacios a discutir estas cuestiones. De hecho tras la toma de posesión de Bush, los talibanes propusieron una especie de reconciliación que desembocase finalmente en un reconocimiento diplomático mutuo. Pero a partir de julio de 2001, EE.UU rompió efectivamente esas relaciones, enviando un mensaje muy provocador a los talibanes amenazándoles con acciones militares para detener a Bin Laden, y anunciando que estaban discutiendo con el antiguo monarca Zahir Sha la posibilidad de volver a poner en el trono de Kabul. Esto hace suponer que las intenciones guerreras de EE.UU estaban ya decididas antes del 11 de septiembre y de que el ataque terrorista fuera su pretexto. También nos sugiere que no eran los talibanes quienes impedían un proceso diplomático que hubiera conducido a un Afganistán más estable para los intereses petroleros de EE.UU, sino el propio gobierno norteamericano, el cual tenía otras prioridades. En lugar de la fórmula que plantea el BIPR: una guerra en Afganistán que sirva para estabilizar el país para un oleoducto, los hechos apuntan más bien a una guerra que ha desestabilizado la región entera en aras al objetivo más importante de la superioridad militar y geoestratégica de EE.UU.
[6] El capital se acumula o se “valora” mediante la extracción de sobretrabajo de la clase obrera.
En tiempos como los actuales, en que la perspectiva de acabar con la barbarie capitalista parece, para la mayoría de los obreros, fuera de alcance, más que nunca los revolucionarios tienen que insistir en la naturaleza a largo plazo de su trabajo, y no empantanarse en consideraciones que atañen sólo a la situación inmediata. El trabajo de los revolucionarios siempre está implicado con la perspectiva futura y no únicamente con la defensa de los intereses inmediatos del proletariado. Como la historia ha mostrado, una revolución sólo puede triunfar si la organización revolucionaria, el partido, está a la altura de las tareas que tiene que desempeñar.
Sin embargo un tal partido, capaz de cumplir sus tareas, no se proclama ni surge espontáneamente, sino que es el resultado de una largo trabajo de años de construcción y combate. En este sentido, los revolucionarios de hoy ya están implicados en la formación del futuro partido. Sería fatal que los revolucionarios subestimaran el significado histórico de su propio trabajo.
A pesar de que las organizaciones revolucionarias actuales surgieron en condiciones distintas que las Fracciones de izquierda, los revolucionarios de hoy contribuyen a la construcción del puente indispensable al futuro. Pero para ello deberán al menos ser capaces de asumir esa responsabilidad, pues la historia nos enseña precisamente que no todas las organizaciones que la clase ha hecho surgir en el pasado fueron capaces de estar a la altura de tal responsabilidad especialmente ante la prueba que fueron las guerras imperialistas o el surgimiento de un período de revolución.
Muchas organizaciones degeneraron o se destruyeron bajo la presión de la sociedad burguesa y su veneno, el oportunismo. Hoy también la presión del oportunismo es muy fuerte y por eso las organizaciones revolucionarias tienen que llevar un combate permanente contra esta presión.
El ejemplo más famoso de cómo degeneró una organización anteriormente es el caso de la socialdemocracia alemana, el SPD, que después de haber sido la mayor organización de la clase obrera del siglo XIX, vio como sus líderes traicionaron los intereses de la clase obrera cuando la burguesía inició la Primera Guerra mundial en Agosto de 1914. Otro ejemplo famoso es el del Partido bolchevique, que habiendo sido la vanguardia de la revolución proletaria de Octubre 1917, se convirtió en un enemigo de la clase obrera cuando fue integrado al Estado soviético.
Sin embargo, cuando una organización revolucionaria degeneraba y traicionaba los intereses de la clase obrera, ésta fue capaz de generar una Fracción, que luchó contra la traición y la degeneración.
«La continuidad histórica entre el viejo y el nuevo partido de clase sólo puede hacerse a través del canal de la fracción, cuya función histórica consiste en hacer el balance político de la experiencia, en pasar por la criba de la crítica marxista los errores e insuficiencias del programa de ayer, en extraer de la experiencia los principios políticos que completen el viejo programa y sean la condición de una postura progresiva del nuevo programa, indispensable para la formación del nuevo partido. Al mismo tiempo que la fracción es un lugar de fermentación ideológica, el laboratorio del programa de la revolución en el período de retroceso, también es el terreno en que se forjan los cuadros, se forma el material humano, los militantes del futuro partido» (L’Etincelle nº 10, Enero 1946) ([1]).
En la primera parte de este artículo queremos recordar algunas de las lecciones principales de las degeneraciones anteriores y el combate de las fracciones. En la segunda parte trataremos más precisamente cómo se organizaron las fracciones para llevar a cabo ese combate contra la degeneración.
Cuando el 4 de agosto de 1914 el grupo parlamentario de la socialdemocracia votó unánimemente a favor de los créditos de guerra y apoyó así plenamente la movilización guerrera del imperialismo alemán, por primera vez en la historia del movimiento obrero un partido de la clase obrera cometía traición. Para una organización política burguesa no puede haber traición de sus intereses de clase en beneficio del proletariado; esto podría ser cierto en caso de que, por razones circunstanciales, se negara en un momento dado a participar en la guerra imperialista. En cambio, rechazar el internacionalismo es la peor violación de los principios proletarios que pueda cometer una organización proletaria, sentenciando su paso al campo burgués.
En realidad, esta traición al campo proletario por parte de la dirección de la socialdemocracia fue la culminación de un largo proceso de degeneración. Aunque Rosa Luxemburg ([2]) fue una de las primeras en darse cuenta ya a finales del siglo XIX del proceso de fosilización oportunista, la amplitud de ese proceso no pudo reconocerse hasta la traición de 1914. Puede verse hasta qué extremo la mayoría de los revolucionarios no eran conscientes de la profundidad de la degeneración a través de la sorpresa total de Lenin cuando se enteró del voto del SPD a favor de los créditos de guerra, en agosto de 1914, que pensó que era una difamación, una falsa noticia, creyéndose también que el ejemplar del Vorwärts (periódico del SPD) que había recibido en Suiza era uno falso impreso por el gobierno alemán para engañar a los obreros.
Para que empiece un proceso de degeneración, tienen que existir las condiciones materiales que permitan tal dinámica y la clase obrera esté políticamente debilitada. A comienzos del siglo XX la clase obrera se dejo impactar por la ilusión sobre la posibilidad de una transición pacífica del capitalismo al socialismo. Años de crecimiento ininterrumpido (a pesar de altos y bajos coyunturales) pusieron las bases materiales para que crecieran esas ilusiones. Bernstein ([3]) representó esas ilusiones de la forma más extrema cuando afirmó que el capitalismo puede superarse a través de una serie de reformas y que “el fin no es nada y lo importante es el movimiento”.
Rosa Luxemburg percibía la gran confusión causada por ese incremento del oportunismo que comenzaba en el SPD, cuando escribía en marzo de 1899 en una carta a Leo Jogiches ([4]):
“El mismo Bebel ([5]) está viejo, y deja pasar las cosas; se siente aliviado si otros luchan, pero no tiene ni la energía ni el valor para tomar la iniciativa.
“Todo el partido está en mal estado, anda descabezado. Nadie dirige nada, nadie se siente responsable” (03.03.1899, Cartas a Leo Jogiches).
Poco tiempo después en otra carta a Jogiches, menciona las intrigas, el miedo y el resentimiento en el partido hacia ella, que apareció tan pronto como empezó a luchar contra ese proceso.
“No tengo intención de limitarme a criticar. Al contrario, me propongo urgentemente ‘impulsar’ en positivo, no a los individuos, sino al conjunto del movimiento... señalar nuevos caminos (...) luchar contra la dejadez general etc., en pocas palabras, ser una fuerza conductora permanente en el movimiento...
“... y por supuesto, la agitación oral y escrita, que se ha osificado en sus viejas formas y ya no tiene un impacto, tiene que recuperarse en una nueva onda, en general quiero dar un aliento de nueva vida a la prensa, los folletos y las reuniones del partido” (01/05/1899, idem).
Y cuando Rosa Luxemburg escribió Reforma o Revolución, en abril de 1899, mostró no sólo su determinación de combatir contra esas tendencias oportunistas, sino también que había comprendido que su lucha tenía que entenderse en toda su dimensión programático-teórica. Señaló que “Por ello muéstrase, en aquellos que no pretenden conseguir mas que resultados prácticos, la tendencia natural a pedir libertad de movimientos, esto es, a separar la “teoría” de la práctica, a independizarse de aquella... Está claro que esta corriente quisiera afirmarse frente a nuestros principios, llegando incluso a oponerse a la misma teoría, y en lugar de ignorarla, tratar de destruirla, confeccionando una teoría propia” (Reforma o Revolución, Ed. Fontamara, Barcelona 1975).
Así, la degeneración siempre se expresa a través de poner en cuestión el programa político, pero se confronta a la resistencia de una parte del partido que permanece fiel a los principios del partido.
La lucha del ala izquierda de la II Internacional por tanto, fue desde el principio una lucha política por la defensa del marxismo contra sus detractores, pero también fue un intento de sacar lecciones de las nuevas condiciones del capitalismo decadente. Percibiendo esas nuevas condiciones e intentando situarlas en un marco preciso, Rosa Luxemburg en Huelga de masas, partido y sindicatos, y Pannekoek ([6]) en Diferencias tácticas en el movimiento obrero, intentaron comprender las raíces más profundamente ancladas del oportunismo y su incapacidad para captar las nuevas condiciones de la lucha en la decadencia del capitalismo.
Pero el ala izquierda de la Socialdemocracia era una minoría, porque la mayoría del partido tenía graves dificultades para combatir contra las ideas revisionistas, puesto que el parlamentarismo y la integración creciente del aparato sindical en el Estado, permitió que esas ilusiones se extendieran y crearan un aparato leal al Estado y alejado de la clase obrera y hostil a ella.
Una degeneración siempre toma cuerpo en una parte específica de la organización, que por identificarse con los intereses de la clase dominante, paso a paso arroja por la borda los principios básicos del partido y actúa como leal defensora del Estado y del capital nacional. Esta parte degenerada de la organización está abocada a oponerse a cualquier debate, por su propia naturaleza es monolítica e intenta silenciar cualquier crítica. Así, la Socialdemocracia que, en tiempos de las leyes antisocialistas (1878-1890) había sido el centro de la vida proletaria y de muchos debates controvertidos, no sólo se había convertido cada vez más en un club para votar, sino que sofocaba los debates. Muchos artículos del ala izquierda eran sometidos a la censura de la dirección del partido, otros oponentes eran amordazados, la dirección intentó expulsar a la Izquierda de los equipos de redacción de los periódicos y en las votaciones en el parlamento, los diputados tenían que obedecer la disciplina.
Rosa Luxemburg vio y condenó esas tendencias con toda claridad, se comprometió a no abandonar el partido a su suerte, sino a luchar por su enderezamiento, porque el principio de los comunistas no es “salvar su pellejo” sino luchar por la organización.
En una carta a Clara Zetkin ([7]) del 16 de diciembre de 1906, le insistía:
“Soy muy consciente de todas las dudas y estrecheces mentales de nuestro partido y me duele mucho.
“Pero no puedo dejarme perturbar por estas cosas, porque he entendido con una claridad apabullante que no podemos cambiarlas y cambiar a la gente mientras no cambien las condiciones. Y aún entonces, y he pensado en esto con sosiego, con tranquilidad, y me he preparado para eso, tendremos que confrontar la inevitable resistencia de mucha gente si queremos llevar a las masas hacia delante. Tal y como están las cosas, Bebel y los otros han optado por el parlamentarismo y están plenamente dedicados a ello. Si hay cualquier cambio que trascienda los límites del parlamentarismo, lo desaprobarán totalmente, e incluso tratarán de llevarlo al terreno parlamentario, se opondrán con todas sus fuerzas a todo y a todos los que intenten ir más allá, tratándolos de ‘enemigos del pueblo’…
“Tengo la impresión de que las masas e incluso una gran cantidad de nuestros camaradas, han roto con el parlamentarismo. Todos celebrarían que hubiera una ráfaga de aire fresco, un rumbo nuevo de nuestra táctica; les pesan como un bulto a la espalda los viejos caciques, y sobre todo las altas capas de editores oportunistas, de diputados y líderes sindicales. Nuestra tarea es oponer la más firme protesta contra esas autoridades que se descomponen... Si empezamos una ofensiva contra el oportunismo, las viejas capas dirigentes estarán todas en nuestra contra... ¡Estas son tareas que sólo pueden cumplirse a lo largo de varios años!” (Rosa Luxemburg, Correspondencia).
A pesar de que el ala Izquierda se enfrentó a la resistencia creciente dentro del partido, a nadie se le ocurrió reagruparse en un cuerpo separado, ni mucho menos abandonar el partido a los oportunistas. El 19 de abril de 1912, Rosa Luxemburg expresó su punto de vista en una carta a Franz Mehring ([8]):
“Seguramente te darás cuenta de que se acercan tiempos en que las masas en el partido necesitarán una dirección enérgica, firme y generosa, y que nuestros dirigentes – Ejecutiva, órgano central, grupo parlamentario – cada vez son más miserables, cobardes, y cretinos parlamentarios. Claramente, tenemos que encarar ese atractivo futuro y ocupar y mantener todas las posiciones que nos permitan contrariar a la dirección oficial ejerciendo el derecho de crítica...
“Esto hace que nuestro deber sea aguantar hasta el final, y no hacerles a los jefes oficiales del partido el favor de plegar. Tenemos que estar preparados para luchas y fricciones continuas, particularmente cuando alguien ataque ese sancta santorum del cretinismo parlamentario... Pero a pesar de todo, no ceder una pulgada parece ser la consigna correcta”.
Marchlewski ([9]) señalaba (16.12.1913):
“somos de la opinión de que el partido está pasando una crisis interna mayor que cuando apareció el revisionismo por primera vez. Estas palabras pueden parecer duras, pero tengo la convicción de que la amenaza de un estancamiento completo se cierne sobre el partido si las cosas continúan como hasta ahora. En semejante situación, sólo hay una consigna para un partido revolucionario: la mayor y más severa autocrítica” (citado por Nettl en Rosa Luxemburg, traducido por nosotros).
De esta forma, la degeneración del SPD originó una corriente de izquierda dentro de la IIª internacional, que sin embargo se vio confrontada a diferentes condiciones en cada país. El SPD alemán fue uno de los partidos más impregnados por el oportunismo, pero sólo cuando la dirección del partido traicionó el internacionalismo proletario, la corriente de izquierda se dio una forma organizada.
En Holanda, el ala izquierda fue expulsada del SDAP (Partido obrero socialdemócrata) y formó el SDP (Partido socialdemócrata – Tribunistas –) en 1909. Sin embargo esta escisión ocurrió demasiado pronto – como señalamos en nuestro análisis de la Izquierda holandesa ([10]).
En Rusia, el Partido obrero socialdemócrata ruso se dividió profundamente entre bolcheviques y mencheviques desde 1903.
Tras las decisiones de la mayoría del Congreso en 1903, los mencheviques no reconocieron las decisiones del Congreso, y a través de una serie de maniobras, intentaron echar a los bolcheviques del partido. Los bolcheviques defendieron los principios del partido, que cada vez más eran socavados por los mencheviques, que a su vez comenzaban a estar infectados por el oportunismo. En la socialdemocracia rusa la penetración del oportunismo se manifestó primero en problemas de organización pero no tardó en manifestarse también en cuestiones de táctica, pues, en la Revolución de 1905 en Rusia, los mencheviques adoptaron en su gran mayoría una postura de apoyo sin más a la burguesía liberal, mientras que los bolcheviques propugnaban una política independiente por parte de la clase obrera. La mayoría de este ala oportunista del partido – agrupada bajo la bandera de los mencheviques – se pasó al campo de la burguesía en 1914 cuando traicionó también el internacionalismo proletario. Pero los bolcheviques lucharon casi durante 10 años dentro del mismo partido con los mencheviques, antes de que se produjera la escisión en 1912. Cuando estaban organizados como una fracción en el seno del POSDR, los bolcheviques, a pesar de las profundas divergencias con los mencheviques, no tuvieron que enfrentar un proceso de degeneración semejante al que ocurrió en el SPD. Sin embargo, al organizarse como una corriente separada, luchando resueltamente contra el oportunismo y permaneciendo fieles al programa marxista del partido, sentaron las bases para la ulterior formación del Partido bolchevique y del Partido comunista en 1917-18.
Así, antes de 1914, los bolcheviques, aunque trabajando en condiciones diferentes, también contribuyeron decisivamente a la experiencia de una fracción.
Podemos señalar una característica del trabajo de las corrientes de Izquierda antes de 1914: estas corrientes de izquierda no se reagruparon realmente a nivel internacional, ni tomaron una forma organizada – a excepción de los bolcheviques. Como apuntó Bilan:
«El problema de la Fracción tal y como la concebimos nosotros – es decir, como un momento de la reconstrucción del partido de clase – no tenía sentido, ni podía tenerlo, en el seno de la Iª y la IIª Internacional. Los que se llamaron entonces ‘Fracción’, o más comunmente, ‘ala derecha’, o ‘ala izquierda’, o ‘corriente intransigente’, o en fin, ‘revolucionaria’ o ‘reformista’, no fueron – en la mayor parte de los casos, a excepción de los bolcheviques – mas que ‘ententes’ fortuitos en vísperas o durante los congresos, con el fin de hacer prevalecer ciertos órdenes del día sin ninguna continuidad organizativa...” (Bilan, “La fraction dans les partis socialistes de la Seconde internationale”, nº 24, Oct. 1935, traducido por nosotros).
Aunque hubo momentos en que unieron sus fuerzas y presentaron mociones comunes o enmiendas en los congresos (por ejemplo en Sttugart en 1907, y en Basilea en 1912 sobre el peligro de guerra), no hubo una posición común de los grupos de izquierda.
Hay varios elementos que explican esta relativa dispersión. El primero son las diferentes condiciones materiales en los países en que se hallaban los partidos de la II Internacional.
Por ejemplo, debido al atraso económico de Rusia, en comparación con Alemania, los obreros en Rusia no habían podido arrancar las mismas concesiones del capital, el impacto del sindicalismo era más débil en Rusia; la presencia parlamentaria del partido obrero socialdemócrata ruso era mucho menor que la del SPD alemán, y las ilusiones democráticas y el cretinismo parlamentario incomparablemente menor. Otro elemento era la estructura federalista de la IIª Internacional – que hacía difícil para los revolucionarios tener un conocimiento profundo de la situación respectiva en cada uno de los países. Debido a la estructura federalista no había una verdadera centralización, y el concepto de una lucha común centralizada de las alas de izquierda aún no existía.
“El trabajo fraccional de Lenin, se desarrolló únicamente en el seno del partido ruso, sin que intentara plantearlo a escala internacional. Para convencerse basta con leer sus intervenciones en diferentes congresos, y se puede confirmar que ese trabajo quedó completamente desconocido fuera de las esferas rusas” (Bilan, Idem, citado en Revista internacional nº 64).
En cierto modo, la II Internacional era todavía una expresión de la fase ascendente del capitalismo, donde los diferentes partidos miembros podían existir a nivel federal, “cada uno por su lado”, en vez de estar unidos en un cuerpo único.
El estallido de la Primera Guerra mundial en 1914, la traición del SPD y la muerte de la II Internacional, ponían a los revolucionarios ante una nueva situación.
La Primera Guerra mundial significaba que el capitalismo mundial se había convertido en una sistema decadente en todo el mundo, confrontando a los revolucionarios con las mismas tareas en todas partes; esto requería una intervención de los revolucionarios que ya no fuera de tipo federal, sino centralizada – con el mismo programa y la necesidad de una unificación internacional de las fuerzas revolucionarias.
Tras la traición de la dirección de la Socialdemocracia, ¿tenían los revolucionarios que abandonar el partido y construir su propia organización inmediatamente?
La corriente de la Izquierda alemana, en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht comprendió inmediatamente la nueva situación:
Esa corriente se puso manos a la obra sin vacilación, sin esperar una primera reacción de los obreros contra la guerra. Durante los 52 meses de guerra, la mayoría de sus dirigentes fueron a prisión – desde donde continuaron su trabajo como fracción! Los Espartaquistas y otras fuerzas de izquierda padecían entonces condiciones extremadamente duras: tenían que enfrentarse a un aparato represivo estatal cada vez mayor, mientras la dirección del partido denunciaba las voces internacionalistas tan abiertamente como lo haría cualquier agente de policía. Muchos miembros del partido que defendían el internacionalismo en las reuniones del partido, poco después eran denunciados y arrestados por la policía. Bajo las más difíciles condiciones de ilegalidad, los espartaquistas continuaron luchando por la reconquista del partido contra la dirección chovinista, pero al mismo tiempo prepararon las condiciones para la formación de un nuevo partido. Su defensa de un programa revolucionario significaba que tenían que combatir continuamente las actitudes centristas en el SPD. Esta dura lucha de los Espartaquistas por el partido, para impedir que la burguesía se apropiara de él, serviría después de punto de referencia para los camaradas de la Izquierda italiana que se opusieron a la dirección de la Internacional comunista durante varios años.
La otra fuerza importante capaz de cumplir un verdadero trabajo como fracción después de 1914 fueron los bolcheviques. Con muchos de sus dirigentes en el extranjero en el exilio, también se implicaron en una dura lucha por la defensa del internacionalismo proletario. Lenin y los otros bolcheviques fueron los primeros en declarar que la II Internacional había muerto y en movilizarse por el reagrupamiento de las fuerzas internacionales. Participaron activamente en la Conferencia de Zimmerwald de 1915, cuya ala izquierda formaron junto con otros especialmente los militantes de la Izquierda holandesa.
En el exilio o en Rusia, actuaron como la fuerza principal que impulsaba adelante la resistencia de la clase obrera a la guerra. Sin duda fue su capacidad de mantener alta la bandera del internacionalismo, de impulsar la perspectiva de una lucha internacional (convertir la guerra imperialista en una guerra de clases) lo que permitió a la clase obrera en Rusia alzarse contra la guerra y comenzar el proceso revolucionario.
Así los Espartaquistas y los bolcheviques, fueron la punta de lanza de un gran movimiento revolucionario durante la guerra, y se convirtieron en los pilares indispensables para terminar la guerra y empujar las luchas hacia su extensión internacional y la destrucción del capitalismo.
Mostraron claramente que ninguna fracción puede cumplir su responsabilidad militante si no lucha en dos frentes: intervenir en la clase obrera y al mismo tiempo defender y construir una organización revolucionaria. Para ambas fracciones hubiera sido impensable retirarse de cualquiera de estos dos frentes.
En el caso de la socialdemocracia, un partido había degenerado para acabar traicionando los intereses de clase en una situación de guerra. Podemos ver ahora el segundo gran ejemplo de una degeneración: la del Partido bolchevique.
Habiendo sido la vanguardia de la clase obrera, y la fuerza decisiva que hizo posible la toma del poder por los consejos obreros en Octubre de 1917, el Partido bolchevique fue gradualmente absorbido por el Estado ruso cuando se detuvo la extensión internacional de la revolución. Aquí, de nuevo, contrariamente al punto de vista anarquista, que reivindica que cualquier partido está condenado a traicionar, hay un trasfondo material objetivo que empujó al Partido bolchevique a ser digerido por el Estado ruso.
Como explicamos en nuestra presentación de la historia de las Fracciones de izquierda ([11]):
“El retroceso de la oleada revolucionaria y el aislamiento de la Revolución rusa dio lugar a un proceso de degeneración tanto en la Internacional comunista como en el poder soviético en Rusia. El Partido bolchevique se había fusionado cada vez más con un aparato burocrático de Estado que crecía en proporciones inversas a los propios órganos proletarios de poder y participación – los soviets, los comités de fábrica y guardias rojos. En el seno de la Internacional, los intentos de ganar el apoyo de las masas en una fase de actividad decreciente de las masas engendró ‘soluciones’ oportunistas – creciente énfasis en el trabajo parlamentario y sindical, llamamiento a los pueblos de Oriente a levantarse contra el imperialismo, y sobre todo, política de Frente unido, que tiraba a la basura toda la claridad adquirida duramente sobre la naturaleza capitalista de los socialpatriotas”.
Ese giro oportunista, favorecido por el debilitamiento internacional de la clase obrera y el aislamiento de la revolución en Rusia, se convirtió gradualmente en un auténtico proceso de degeneración, que tras media docena de años, culminó con la proclamación del “socialismo en un solo país” en 1926.
Como en la degeneración del SPD antes de la Primera Guerra mundial, este proceso también estuvo marcado por una aniquilación gradual de la vida del partido. Las fuerzas del partido que estaban más íntimamente ligadas e integradas en el aparato de Estado eran las que movían los hilos.
Después de algunas protestas muy tempranas contra el sofoco de la vida del partido, previniendo sobre la creciente burocratización del partido (ver los artículos en la Revista internacional 8 y 9 sobre la degeneración de la Revolución rusa y la labor de la Izquierda comunista en Rusia) se tomaron una serie de medidas para silenciar las fuerzas de oposición:
De manera similar a la IIª Internacional, el proceso de degeneración no se limitó al Partido bolchevique; este proceso se produjo en todos los partidos de la Internacional comunista. Paso a paso siguieron el trágico curso del partido ruso – sin haber sido necesariamente integrados en los respectivos Estados de los países donde desarrollaban su actividad, todos escogieron sacrificar los intereses del proletariado internacional a los del Estado ruso.
Una vez más, el proletariado reaccionó con “anticuerpos”, formando una izquierda comunista: «Es evidente que la necesidad de la fracción es expresión de la debilidad del proletariado, bien porque se encuentre desmembrado, o ganado por el oportunismo» (“Projet de résolution sur les problèmes de la Fraction de gauche”, Bilan nº 17, abril 1935, traducido por nosotros).
Pero igual que el crecimiento del oportunismo en la IIª Internacional provocó una respuesta proletaria en forma de corrientes de izquierda, las corrientes de la izquierda comunista resistieron la marea de oportunismo en la IIIª Internacional – muchos de los portavoces de esta corriente de izquierdas, como Pannekoek o Bordiga ([12]), habían demostrado ser los mejores defensores del marxismo en la vieja internacional.
La Izquierda comunista era esencialmente una corriente internacional y estaba presente en muchos países diferentes, desde Bulgaria a Gran Bretaña, y desde USA a Sudáfrica. Pero sus representantes más importantes se encontraban precisamente en esos países donde la tradición marxista era mayor: Alemania, Italia y Rusia.
En Alemania, la profundidad de la tradición marxista, junto al gran ímpetu que provenía del movimiento de las masas del proletariado, ya había engendrado, en lo más alto de la oleada revolucionaria, algunas de las posiciones políticas más avanzadas, particularmente sobre la cuestión parlamentaria y sindical. Pero la Izquierda comunista como tal apareció en respuesta a los primeros signos de oportunismo en el partido comunista alemán y la Internacional, y su primera punta de lanza fue el KAPD (Partido comunista obrero de Alemania), formado en 1920, cuando la oposición de Izquierda en el KPD fue expulsada por una maniobra sin principios. Aunque fue criticada por la dirección de la IC por “infantil” y “anarcosindicalista”, el rechazo por parte del KAPD de las viejas tácticas parlamentaria y sindical se basaba en un profundo análisis marxista de la decadencia del capitalismo, que hacía obsoletas estas tácticas y exigía nuevas formas de organización para la clase – los comités de fábrica y los consejos obreros; lo mismo puede decirse de su claro rechazo de la vieja concepción de la socialdemocracia del “partido de masas” a favor de una noción del partido como un núcleo de claridad programática – una noción directamente heredada del bolchevismo. La defensa intransigente del KAPD de esas adquisiciones contra una vuelta a las viejas tácticas socialdemócratas, lo convirtió en el nucleo central de una corriente internacional que tenía una presencia en muchos países, particularmente en Holanda, cuyo movimiento revolucionario estaba íntimamente ligado a Alemania a través del trabajo de Pannekoek y Gorter. Esto no significa que la Izquierda comunista en Alemania a comienzos de los años 20 no sufriera importantes debilidades.
En Italia, por otra parte, la Izquierda comunista – que inicialmente ocupaba una posición mayoritaria en el partido comunista de Italia – fue particularmente clara sobre las cuestiones de organización, y esto le permitió no sólo llevar una valerosa batalla contra el oportunismo en la Internacional que degeneraba, sino también engendrar una fracción comunista que fuera capaz de sobrevivir al naufragio del movimiento revolucionario y desarrollar la teoría marxista durante la noche de la contrarrevolución. Durante los primeros años 20, sus argumentos a favor del abstencionismo respecto a la cuestión parlamentaria, en contra de unir a la vanguardia comunista con los grandes partidos centristas para dar una ilusión de “influencia en las masas”, en contra de la consigna del Frente unido, y del “gobierno obrero”, también se basaban en una profunda comprensión del método marxista. Lo mismo se puede decir de su análisis del nuevo fenómeno del fascismo y su rechazo consecuente de cualquier frente antifascista con los partidos de la burguesía “democrática”. El nombre de Bordiga está irrevocablemente asociado con esta fase de la historia de la Izquierda comunista italiana, pero a pesar de la gran importancia de su contribución militante, la Izquierda italiana no puede reducirse a Bordiga, igual que el bolchevismo no se limita a Lenin: ambos personajes fueron productos orgánicos del movimiento político proletario.
El aislamiento de la Revolución rusa había producido, como ya hemos dicho, un creciente divorcio entre la clase obrera y la máquina cada vez más burocrática del Estado – cuya expresión más trágica fue el aplastamiento en marzo de 1921 de la revuelta de los obreros y marineros de Kronstadt por el propio Partido bolchevique del proletariado, que estaba más y más implicado en el Estado. Pero precisamente porque era un verdadero partido proletario, el bolchevismo también produjo numerosas reacciones internas contra su propia degeneración. Lenin mismo – que en 1917 había sido el portavoz más claro de la izquierda del partido – hizo hacia el final de su vida, algunas críticas muy pertinentes de la inclinación del partido al burocratismo; y al mismo tiempo, Trotsky se convirtió en el representante principal de una Oposición de izquierdas, que trató de restaurar las normas de democracia proletaria dentro del partido, y que continuó combatiendo las expresiones más notables de la contrarrevolución estalinista, particularmente la teoría del “socialismo en un solo país”. Pero en gran medida porque el bochevismo había minado su propio papel como vanguardia proletaria al fusionarse con el Estado, las corrientes de izquierda más importantes en el partido, tendían a estar dirigidas por figuras menos conocidas que fueron capaces de permanecer más cerca de la clase que de la máquina estatal. Ya en 1919, el grupo Centralismo democrático, dirigido por Ossinski, Smirnov y Sparanov, había comenzado a advertir contra el “vaciamiento” de los soviets y el creciente alejamiento de los principios de la Comuna de París. Críticas similares hizo en 1921 el grupo de la Oposición obrera, dirigido por Kollontai y Shliapnikov, aunque éste último resultó menos riguroso y duradero que los “Decistas” (de las siglas en inglés “Democratic Centralism”), que siguió jugando un papel importante durante los años 20, y que iba a desarrollar una posición similar a la de la Izquierda italiana.
En 1923, el grupo obrero de Miasnikov sacó un Manifiesto y desarrolló una importante intervención en las huelgas de ese año. Su posición y sus análisis eran próximos a los del KAPD. Todos estos grupos, no sólo surgieron del partido bolchevique, sino que continuaron luchando dentro del partido por volver a los principios originales de la revolución. Pero a medida que las fuerzas de la contrarrevolución ganaban fuerza dentro del partido, la cuestión clave era la capacidad de las diferentes corrientes de oposición de ver la verdadera naturaleza de esta contrarrevolución, y de romper con cualquier esbozo de lealtad sentimental a sus expresiones organizadas. Esto mostró la divergencia fundamental entre Trotski y la Izquierda comunista rusa: mientras el primero iba a permanecer toda su vida vinculado a la noción de la defensa de la Unión soviética e incluso a la de la naturaleza obrera de los partidos estalinistas, los comunistas de izquierda vieron que el triunfo del estalinismo – incluidos sus “giros a la izquierda” que confundieron a muchos de los seguidores de Trotski – significaba el triunfo del enemigo de clase e implicaba la necesidad de una nueva revolución. Sin embargo, muchos de los mejores elementos de la oposición trotskista – los llamados “irreconciliables” – fueron por su parte más allá que las posiciones de la Izquierda comunista a finales de los años 20 y comienzos de los 30. Pero el terror estalinista ya casi había eliminado esos grupos a fines de la década.
En contraste con esta trayectoria, la Fracción de izquierda italiana en torno a la revista Bilan, definió correctamente las tareas del momento: primero no traicionar los principios elementales del internacionalismo ante la marcha a la guerra; segundo, sacar un “balance” del fracaso de la oleada revolucionaria y en particular de la Revolución rusa, y elaborar las lecciones apropiadas que puedan servir de teoría para la fundación de los nuevos partidos que emergerán del futuro resurgir de la lucha de clases. La guerra en España fue un test particularmente duro para los revolucionarios; muchos capitularon a los cantos de sirena del antifascismo y no vieron que ambos bandos en la guerra eran imperialistas, que se trataba de un ensayo general de la próxima guerra mundial. Bilan sin embargo, se mantuvo firme y llamó a la lucha de clases contra ambas facciones de la burguesía, la fascista y la republicana, igual que Lenin denunció ambos bandos en la Primera Guerra mundial. Al mismo tiempo, las contribuciones teóricas que hizo esta corriente – con la que más tarde se reagruparían otras fracciones en Bélgica, Francia y Mexico – fueron inmensas e irremplazables. En sus análisis de la degeneración de la Revolución rusa – que nunca le llevó a cuestionar el carácter proletario de 1917; en sus investigaciones sobre los problemas del futuro período de transición; en su trabajo sobre la crisis económica y las bases de la decadencia del capitalismo; en su rechazo de la posición de la Internacional comunista de apoyo a las luchas de “liberación nacional”; en su elaboración de la teoría del partido y la fracción; en sus continuas pero fraternas polémicas con otras corrientes políticas proletarias; en estas y muchas otras áreas, la Fracción de izquierda italiana cumplió sin duda su tarea de poner las bases programáticas para las organizaciones proletarias del futuro.
La fragmentación de los grupos de la Izquierda comunista en Alemania se completó con el terror nazi, a pesar de que bajo el régimen de Hitler aún persistió alguna actividad revolucionaria clandestina. Durante los años 30, la defensa de las posiciones revolucionarias de la Izquierda alemana fue ampliamente llevada a cabo en Holanda, particularmente por el trabajo del Grupo de comunistas internacionalistas; también en América por el grupo dirigido por Paul Matick.
Como Bilan, la Izquierda alemana permaneció fiel al internacionalismo resistiendo las tentaciones de “defender la democracia” frente a todas las guerras imperialistas locales que allanaron el camino a la carnicería global. Continuó profundizando su comprensión de la cuestión sindical, de las nuevas formas de organización obrera en la época de la decadencia del capitalismo, de las raices materiales de la crisis capitalista, de la tendencia al capitalismo de Estado. También mantuvo una intervención importante en la lucha de clases, particularmente hacia el movimiento de los desempleados. Pero la izquierda holandesa, traumatizada por la derrota de la revolución rusa, se deslizaba cada vez más hacia la negación consejista de la organización política, y por ende de su propia función. Junto a esto, también desarrollaba un rechazo total del bolchevismo y de la revolución rusa, que rechazaron como burgueses desde el principio. Estas teorizaciones fueron la semilla de su posterior desaparición. Aunque el comunismo de izquierda en Holanda continuó incluso bajo la ocupación nazi, y dio origen a una importante organización después de la guerra – Spartacusbund, que inicialmente volvió atrás a la posición pro-partido del KAPD –, las concesiones de la Izquierda holandesa al anarquismo sobre las cuestiones organizativas, hicieron que cada vez fuera más difícil para ella mantener cualquier clase de continuidad organizada los años siguientes.
La Izquierda italiana por su parte, mantuvo en cierto modo la continuidad organizativa, pero no sin que la contrarrevolución se cobrara su precio. Justo antes de la guerra, la Fracción italiana se vio desorientada por la “teoría de la economía de guerra”, que negaba la inminencia de la guerra mundial, pero su trabajo continuó, particularmente a través de la aparición de la Fracción francesa en medio del conflicto imperialista. Hacia el final de la guerra, el estallido de importantes luchas proletarias en Italia creó más confusión en las filas de la fracción; la mayoría volvió a Italia para formar, con Bordiga, que había estado inactivo políticamente desde los años 20, el Partido comunista internacionalista de Italia, que aunque se opuso a la guerra imperialista, se formó sobre bases programáticas poco claras y con un análisis fallido del período: creían que se desarrollaría un combate revolucionario.
La mayoría de la fracción francesa se oponía a esta orientación política, y comprendió más rápidamente que el período era aún de contrarrevolución triunfante, y que, consecuentemente, las tareas de la fracción no habían terminado. La Izquierda Comunista de Francia, continuó trabajando pues en el espíritu de Bilan, y aunque no abandonó su responsabilidad de intervenir en las luchas inmediatas de la clase, concentró sus energías en el trabajo de clarificación política y teórica, y llevó a cabo importantes avances, particularmente sobre la cuestión del capitalismo de Estado, el período de transición, los sindicatos y el partido. Manteniendo el riguroso método marxista de la Izquierda italiana, fue también capaz de integrar algunas de las mejores contribuciones de la Izquierda germano-holandesa en su bagaje programático.
Mientras que las Izquierdas alemana y holandesa básicamente fueron incapaces de hacer un verdadero trabajo de fracción, los camaradas de la Izquierda italiana, no sólo consiguieron no ser expulsados de la Internacional comunista a las primeras de cambio, sino que se las apañaron para llevar una lucha heroica contra el oportunismo y el estalinismo en condiciones muy difíciles de trabajo en la ilegalidad en Italia y de creciente disciplina militar en la Internacional comunista.
Hasta antes del estallido de la Segunda Guerra mundial, Bilan se distinguió por su claridad sobre la comprensión de la relación de fuerza entre las clases, sobre el curso histórico a la guerra – y el grupo estuvo armado para rechazar el antifascismo incluso al precio de un terrible aislamiento. Su rechazo a apoyar a la burguesía democrática fue la condición para permanecer fieles al internacionalismo proletario en la Guerra de España y en la Segunda Guerra mundial. Esto resalta en claro contraste con los trotskistas, que durante los años 30 abogaron por el entrismo en los partidos socialdemócratas como medio para luchar contra el ascenso del fascismo, y que ante el estallido de la guerra en España vieron el momento de una nueva oleada revolucionaria de luchas. Contrariamente a la actitud oportunista e inmediatista de Trotski y sus seguidores, Bilan ofreció una claridad histórico-política que sirvió como punto de referencia para los internacionalistas no solo de entonces, sino también para los grupos políticos que surgieron a finales de la contrarrevolución a partir de 1968.
Después de haber recordado los dos casos más importantes de degeneración de partidos proletarios y la reacción del proletariado contra ella creando “anticuerpos”, o sea las fracciones, ahora queremos recordar algunos elementos de su lucha.
Bilan definió así la función y las condiciones de formación de una fracción:
“La fracción, como el partido, se genera por la situación de la lucha de clases y no por la voluntad de las individualidades. Aparece como una necesidad cuando el partido refleja la ideología burguesa sin llegar a expresarla aún, y su posición en el mecanismo de las clases significa ya un ganglio del sistema de dominación burguesa. Vive y se desarrolla con el desarrollo del oportunismo para convertirse en el único lugar histórico donde el proletariado se organiza en clase.
“Al contrario, la fracción surge como necesidad histórica para mantener una perspectiva para la clase y como tendencia orientada a la elaboración de datos cuya ausencia, producto de la inmadurez del proletariado, permite el triunfo del adversario. En la IIª Internacional, la génesis de las fraccione se encuentra en la reacción a la tendencia del reformismo de incorporar gradualmente al proletariado en el aparato de Estado del capitalismo.
“La fracción crece, se delimita, se desarrolla en el seno de la IIª internacional paralelamente al curso del oportunismo y a la elaboración de los datos programáticos nuevos, mientras que esta última intenta aprisionarla en los partidos de masa corrompidos con el fin de romper su trabajo histórico. En la IIIª Internacional, la maniobra envolvente del capitalismo se desarrolla en torno a Rusia, y el centrismo intentará hacer converger los PC hacia la preservación de los intereses económicos del Estado proletario dándoles una función de desviar las luchas de clase en cada país...» (Bilan nº 17, abril 1935).
Por supuesto una fracción siempre puede constituirse como tal. El momento de su fundación no puede decidirlo la mayoría de la organización o los órganos centrales, sino que depende de lo que decidan los militantes implicados.
Sin embargo, la formación de una fracción tiene que seguir un método.
Por eso, no es suficiente proclamar tan fuerte como sea posible que una organización está degenerando en cuanto comienza un debate con posiciones fuertemente antagonistas. Avanzar el concepto de degeneración no puede ser nunca un insulto, sino que es una apreciación política que tiene que probarse de forma materialista.
Como insistió Bilan, la formación de una fracción se hace necesaria cuando hay que hacer lo que sea posible para prevenir que una organización caiga en manos de la clase enemiga. La constatación de una degeneración implica por tanto emprender una lucha larga y tenaz; requiere aceptar trabajar para el futuro, rechazando cualquier posición precipitada; así que es totalmente opuesto a la impaciencia, y una apreciación semejante no puede basarse nunca en una sensación pasajera, o en un mal momento, en pocas palabras, la acusación de que una organización está degenerando no puede plantearse sin rigor, sino que tiene que basarse en un análisis materialista.
Por ejemplo la delegación del KAPD en el congreso de Moscú de la Internacional comunista en 1921 calificó al Partido bolchevique y al Internacional comunista como un cuerpo en degeneración que estaba siendo absorbido por la burguesía. En ese momento el diagnóstico era prematuro. Como mostramos en nuestra serie de artículos sobre la revolución alemana (Revista internacional nº 81 a 99), al establecer tal diagnóstico, el KAPD cometió un error capital, con la consecuencia de que fue incapaz de implicarse en una verdadera lucha como fracción en el interior de la Internacional comunista.
Una fracción solo puede formarse después de un largo debate, una intensa lucha en el seno de la organización, donde las divergencias no están limitadas a uno o dos puntos, sino que implican una orientación totalmente diferente – donde una parte se mueve hacia el abandono de las posiciones de clase y la otra parte se opone a esto.
Solo cuando ha tenido lugar esta larga lucha, cuando todos los pasos previos se han mostrado insuficientes para prevenir que la organización avance hacia la degeneración, la fracción es una necesidad imperativa. En esos casos, cuando una organización está desbarrando hacia posiciones burguesas, sería entonces irresponsable no formar una fracción.
Una fracción siempre se caracteriza por su defensa del programa, su lealtad a las posiciones de clase que una parte de la organización pone en cuestión. En oposición a las tentaciones oportunistas inmediatistas en la organización de abandonar el programa en nombre de concesiones a la ideología burguesa, la fracción lleva una lucha teórico-política-programática que le conduce al establecimiento de una serie de contraposiciones que son parte de un marco teórico más amplio.
Así, las corrientes de izquierda que se opusieron a las tendencias oportunistas ante la Primera Guerra mundial, nunca se limitaron a una mera defensa del programa, sino que destacaron las raíces histórico-políticas más profundas de las cuestiones que estaban en el candelero y ofrecieron un marco teórico-programático para entender la nueva situación. En este sentido, la fracción es más que la lealtad al viejo programa, una fracción ofrece sobre todo un nuevo marco teórico para comprender las nuevas condiciones históricas, puesto que el marxismo no es, de ninguna manera, “invariante”, sino que siempre ofrece un análisis capaz de integrar nuevos elementos de una situación.
“Esto tiene que servir para demostrar que la fracción no puede vivir, formar cuadros, representar realmente los intereses finales del proletariado, más que a condición de manifestarse como una fase superior del análisis marxista de las situaciones, de la percepción de las fuerzas sociales que actúan en el seno del capitalismo, de las posiciones proletarias sobre los problemas de la revolución, y no como un organismo que toma como fundamento los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista – que no podían contener una respuesta a situaciones que no estaban maduras...” (Bilan, idem).
Sin la crítica del oportunismo antes de la Primera Guerra mundial, sin el trabajo teórico analítico de los internacionalistas durante la guerra, los revolucionarios nunca hubieran podido comprender la nueva situación. Por ejemplo, el Folleto de Junius de Rosa Luxemburg, o el Imperialismo fase superior del capitalismo de Lenin, o El Imperialismo y las tareas del proletariado, de Pannekoek, fueron contribuciones teóricas vitales hechas durante ese período.
Y cuando la Internacional comunista empezó a embarcarse en una deriva oportunista tras 1920, propagando de nuevo los viejos métoidos de lucha, las fracciones de izquierda demostraron que las nuevas condiciones del capitalismo no permitían una vuelta al pasado. Eran las únicas que habían empezado a comprender las implicaciones de la nueva época (si bien es cierto que de una forma todavía parcial, fragmentada y muy confusa).
El mecanismo de defensa que representa la fracción está siempre determinado por tanto por la necesidad de entender una nueva situación histórica. Una fracción está obligada a presentar una nueva coherencia teórica llevando a la organización a un mayor nivel de comprensión.
“Se afirma como organismo progresivo fijándose el objetivo central de impulsar el movimiento comunista a un estadio superior de su evolución doctrinal, aportando su propia contribución a la solución internacional de los nuevos problemas planteados por las experiencias de la revolución rusa y del período de declive del capitalismo” (Bilan nº 41, Mayo 1937).
Puesto que la lucha de una fracción no se limita nunca a oponer una posición alternativa sobre un simple asunto, sino que tienen que acompañarse de un marco más amplio, Bilan destacaba respecto a Trotski, que quería actuar principalmente como “corriente de oposición” al ascenso del estalinismo, que Trotski nunca comprendió realmente el reto al que tenían que enfrentarse los revolucionarios:
“a Trotski se debe haber ahogado la posible formación de una fracción homogénea en Rusia, al haberla separado de la base mundial en la que se movía, al haber impedido el trabajo de formación de fracciones en los diferentes países, proclamando la necesidad de grupos de oposición llamados a reenderezar los PC. Con esto, reducía una lucha gigantesca de los núcleos marxistas contra el bloque de fuerzas capitalistas que había incorporado al Estado proletario, al centrismo, a la conservación de sus intereses, en una simple lucha de presión para impedir una industrialización desproporcionada y efectuada bajo la bandera del socialismo en un solo país, y los errores de los PC que llevarían a la derrota” (Bilan nº 17, 1935).
Ni que decir tiene que enriquecer el marxismo, estando obligados a profundizar las cuestiones en el candelero, no puede hacerse en una “escaramuza”. En el mismo sentido que la construcción de la organización no puede ser el intento impaciente de levantar un castillo de naipes, sino que requiere los esfuerzos más perseverantes, combatir los peligros del inmediatismo, la impaciencia, el individualismo, etc., una fracción tiene que rechazar cualquier precipitación.
Una degeneración es siempre un proceso largo. Una organización nunca se colapsa de repente, sino que pasa a través de una fase de agonía. No es como un combate de boxeo, que termina a los 15 asaltos, sino una lucha a vida o muerte, que termina con el triunfo de una parte sobre otra, porque las dos posiciones son incompatibles. Una parte, la parte oportunista en degeneración, se mueve hacia las posiciones burguesas y la traición, mientras que la otra defiende el internacionalismo. En esta lucha se desarrolla una relación de fuerzas, que en el caso de que triunfe la degeneración y traición, significa que toda vida proletaria ha desaparecido del partido.
En el caso del SPD y otros partidos en degeneración de la IIª Internacional, este proceso duró aproximadamente doce años.
Pero incluso cuando la dirección del SPD traicionó el internacionalismo proletario en Agosto 1914, los internacionalistas no desertaron, sino que lucharon por el partido durante 3 años, antes de que desapareciera toda vida proletaria del SPD y el partido se perdiera definitivamente para el proletariado.
La degeneración de la Internacional comunista duró alrededor de media docena de años – con una intensa resistencia desde dentro. Este proceso duró en sus afiliados, los PC, varios años, dependiendo de la capacidad de los diferentes partidos de oponerse a la dominación del partido ruso, que a su vez estaba en función del peso de las tendencias de izquierda comunista en cada partido.
Los comunistas de izquierda italianos, que fueron los defensores más consecuentes e incondicionales de la organización, combatieron hasta 1926, antes de ser expulsados de la Internacional comunista. El mismo Trotski no fue expulsado hasta 1927 del Comité del Partido y deportado a Siberia en 1928.
Contrariamente a cualquier tipo de impaciencia pequeño burguesa, y subestimación de la necesidad de la organización revolucionaria, la Fracción siempre se planteó una lucha a largo plazo.
Respecto a esta cuestión, los espartaquistas durante la Iª Guerra mundial fueron un punto de referencia para el trabajo de la Fracción italiana durante los años 20.
La historia ha mostrado que los que abandonan la lucha por la defensa de la organización demasiado pronto, están abocados al desastre.
Por ejemplo, los internacionalistas en torno a Borchert y el periódico Lichstrahlen de Hamburgo, y Otto Rühle de Dresde, en Alemania, decidieron rápidamente el abandono del SPD, y terminaron adoptando posiciones consejistas, y rechazando la necesidad de los partidos políticos al final de la guerra, en medio de la oleada revolucionaria de luchas.
El KPD estaba dividido en torno a cuestiones esenciales como la actitud frente a las elecciones parlamentarias y el trabajo en los sindicatos, y su dirección, a cargo de Paul Levi, expulsó a la mayoría de la organización, empujándola a formar el KAPD en abril de 1920. En vez de llevar a cabo un intenso debate en las filas del KPD que permitiera esclarecer esas cuestiones básicas, a lo que se asistió fue a una asfixia del debate mediante métodos monolíticos. El KPD fue a la escisión a los 10 meses de vida. La Internacional comunista expulsó al KAPD tras un ultimátum en 1921, no permitiendo que se constituyera como fracción en el seno de la IC.
Y fue una verdadera tragedia de la historia que la corriente del KAPD, que había sido expulsada del KPD y de la Internacional comunista, se viera inmediatamente afectada por el virus de la escisión, porque en cuanto que aparecieron profundas divergencias en sus filas, en un contexto de retroceso de la lucha de clases, el partido se escindió en dos partes: las tendencias de Essen y Berlín (1922).
La defensa del programa por tanto, no puede separarse de una lucha larga y tenaz por la defensa de la organización.
Crear una nueva organización antes que la lucha por la defensa de la organización haya concluido en una victoria o derrota, significa desertar, o encaminarse a un fiasco.
Abandonar la lucha como fracción para precipitarse a la formación de una nueva organización, contiene el riesgo de construir una organización que está congénitamente abocada a la autodestrucción con el riesgo de verse ahogada por el oportunismo y el inmediatismo.
La aventura a la que se lanzó el KAPD en 1921 de crear una Internacional comunista obrera fue un fracaso.
Y cuando la Izquierda italiana, que había sido capaz de defender la tradición del trabajo de fracción contra las tendencias oportunistas e inmediatistas de los miembros de la fracción sobre la guerra de España en 1937, y contra las teorías de Vercesi, votó en 1943 a favor de la formación precipitada y sin principios del PCI, se embarcó en una vía peligrosa – que llevaba los gérmenes del oportunismo.
Finalmente, como hemos visto, el proceso de degeneración nunca se limita a un país, sino que es un proceso internacionalista. Como la historia ha mostrado, aparecen voces diferentes que presentan un cuadro muy heterogéneo, pero que se oponen todas a las tendencias oportunistas y de degeneración.
Al mismo tiempo, la lucha de una fracción tiene que ser internacional y no puede limitarse a los confines de un país, como muestran los ejemplos de la 2ª y la 3ª Internacional.
Como se ha mencionado antes, las diferentes fracciones de izquierda en la IIª Internacional no se reagruparon para trabajar de forma centralizada, y desafortunadamente, las fracciones de izquierda que fueron explusadas de la Internacional comunista también fueron incapaces de trabajar de forma centralizada.
Mientras que en las organizaciones burguesas es una práctica común organizar reuniones secretas para elaborar intrigas y tramar complots, en las organizaciones proletarias es un principio elemental prohibir las reuniones secretas. Los miembros de una minoría o de una fracción tienen que reunirse a las claras, para que cualquier militante de la organización pueda asistir a sus reuniones.
La lucha contra las organizaciones paralelas y secretas fue un combate central de la Primera Internacional, que descubrió la Alianza secreta de Bakunin que operaba en sus filas.
No es casualidad que Bordiga insistiera en estas cuestiones: “tengo que decir claramente que esta reacción sana, útil y necesaria, no puede y no debe presentarse como una maniobra o una intriga, bajo la forma de murmuraciones que se difunden en los pasillos” (Bordiga, VI plenario de la IC, febrero-marzo 1926).
Entraremos más en esta cuestión en la segunda parte de este artículo, cuando planteemos la necesidad de proteger a la fracción de los ataques de la dirección en degeneración, que como en el caso del SPD, estaba dispuesta a mandar a Liebnechkt a las trincheras para así exponerlo a la muerte, ni en denunciar las voces internacionalistas en sus filas; o como en el caso del partido bolchevique estalinizado, el cual silenció a los miembros del partido por medios represivos.
D.A.
[1] Periódico publicado por la Izquierda comunista de Francia, antepasado político de la CCI, al final de la Segunda Guerra mundial. Ver nuestros folletos La Izquierda comunista de Italia y La Izquierda comunista de Francia
[2] Rosa Luxemburg (1870-1919) una de las figuras más preclaras del movimiento obrero internacional. De origen polaco se fue a vivir a Alemania para militar en el Partido socialdemócrata (militando también en la Socialdemocracia polaca) en el cual se hizo rápidamente notar como una de las principales teóricas del SPD antes de llegar a ser una dirigente de la Izquierda de ese partido. Estuvo encarcelada durante la mayor parte de la guerra mundial por sus actividades internacionalistas, siendo liberada por la Revolución alemana en noviembre de 1918. Participó activamente en la fundación del KPD (el Partido comunista de Alemania, cuyo programa redactó) a finales de ese año antes de que, dos semanas después, fuera asesinada por los “cuerpos francos” sicarios del gobierno dirigido por sus antiguos “camaradas” del SPD, partido que se había vuelto el mejor defensor del orden capitalista.
[3] Eduard Bernstein (1850-1932), colaborador de Engels hasta la muerte de éste en 1895, empezó a publicar a partir de 1896 una serie de artículos llamando a una “revisión” del marxismo que hicieron de él el principal “teórico” de la corriente oportunista en el SPD
[4] Anton Pannekoek (1873-1960), principal teórico de la Izquierda de la Socialdemocracia de Holanda, militante también del SPD antes de la guerra, fundador del Partido comunista de Holanda y dirigente de la Izquierda de este Partido, que acabará formando la corriente “comunista de consejos”.
[5] August Bebel (1840-1913), uno de los principales fundadores y dirigentes de la Socialdemocracia alemana y de la IIª Internacional. Hasta su fallecimiento fue una figura de proa de esas dos organizaciones
[6] Anton Pannekoek (1873-1960), principal teórico de la Izquierda de la Socialdemocracia de Holanda, militante también del SPD antes de la guerra, fundador del Partido comunista de Holanda y dirigente de la Izquierda de este Partido, que acabará formando la corriente “comunista de consejos”.
[7] Clara Zetkin (1857-1933), miembro del SPD dentro del cual ella se situaba a la izquierda junto a su amiga Rosa Luxemburg. Espartaquista durante la guerra, es una de los fundadores del Partido comunista de Alemania (KPD).
[8] Franz Mehring (1846-1919), uno de los líderes y teóricos del ala izquierda de la Socialdemocracia alemana. Espartaquista durante la guerra y fundador con Rosa, Liebknecht y otros, del KPD
[9] Julian Marchlewski (1866-1925), dirigente de la SDKPiL junto a Luxemburg y Jogiches. Militante también en Alemania, participó ahí activamente en la batalla contra la guerra así como en la primera andadura de la Internacional comunista[9]
[10] Léase nuestro folleto sobre la Izquierda germano-holandesa, (en inglés o francés). «La lucha contra el sectarismo en el SDP se planteó desde el principio. En mayo de 1909, Mannoury, uno de los líderes del partido y conocido matemático, declaró que el SPD era el único partido socialista, puesto que el SDAP se había convertido en un partido burgués. Görter, que era de los que más amargamente había luchado contra Toelstra, se opuso vigorosamente a esa concepción. Desde la minoría al principio, mostró que aunque el revisionismo lo llevara hacia el terreno burgués, el SDAP era un partido oportunista en el campo del proletariado. Esta posición tenía implicaciones directas a nivel de la agitación y la propaganda en la clase. Era posible de hecho luchar junto al SDAP mientras éste defendiera posiciones de clase, sin hacerle la mínima concesión teórica» (La gauche hollandaise, p. 34).
[11] La cita siguiente la hemos extraído de “La izquierda comunista y la continuidad del marxismo”, un artículo nuestro publicado en Tribuna proletaria en Rusia, y en Internet (ver nuestro sitio) en versión inglesa.
[12] Amadeo Bordiga (1889-1970) se adhirió al Partido socialista italiano (PSI) en 1910, situándose en la extrema izquierda. Militante incondicional contra la guerra y el reformismo, se volvió antiparlamentario, participando en la formación de una “fracción socialista intransigente” del PSI en 1917. Fue elegido para la dirección de la nueva sección italiana de la Internacional comunista tras la escisión con el PSI en 1921. Se le excluyó del PCI en 1930, se mantuvo al margen de las organizaciones hasta 1949 cuando se unió al Partido comunista internacionalista. Tras la escisión de 1952, participó en la formación del Partido comunista internacional, siendo en él su principal teórico hasta su muerte
NO
SE HABÍAN terminado todavía las operaciones militares en
Afganistán cuando ya se estaba desencadenando otra matanza en Oriente
Próximo. Y en pleno degolladero tanto en Cisjordania como en Jerusalén,
se está preparando ya una nueva intervención contra Iraq.
Irremediablemente el mundo capitalista se hunde en el caos y en la barbarie
bélica. Y cada nuevo baño de sangre pone más todavía
al desnudo la locura asesina que genera este sistema.
Oriente Próximo se ha vuelto a precipitar en la guerra. El conflicto
palestino-israelí, cuyos orígenes hay que ir a buscar en
el reparto imperialista de la región en 1916 entre Gran Bretaña
y Francia, ha estado ya marcado por cuatro guerras "declaradas"
en 1956, 1967, 1973 y 1982. Pero desde que empezó la segunda Intifada
en septiembre de 2000, el conflicto ha alcanzado una dimensión
nunca vista en violencia y matanzas a destajo. Ante la presión
de los hechos, los difíciles acuerdos de Oslo y los años
de negociación para instaurar un proceso de paz se han hecho añicos.
Este conflicto se inscribe claramente en una espiral sin fin de locura
asesina marcada por un desencadenamiento de caos y de barbarie. La guerra
ya no es el resultado de la lucha entre dos campos imperialistas rivales,
sino la expresión de un desbarajuste general y del caos dominante
en las relaciones internacionales.
Desde el 11 septiembre, es la escalada vertiginosa en la política
de "cuanto peor, mejor". Cada protagonista va lanzado con la
misma lógica destructora que Al Qaeda con los atentados de las
Torres Gemelas en los que los asesinos son a la vez suicidas. Por un lado
se multiplican los atentados suicidas de kamikazes fanatizados - a menudo
jóvenes de apenas 20 años - cuyo único objetivo es
matar a la mayor cantidad de gente a su alrededor. Esos atentados terroristas
son guiados a distancia por una u otra fracción burguesa, desde
la nacionalista, y de Hamas hasta las Brigadas de Al-Aqsa, pasando por
Hezbolá, y eso cuando no están directamente manipulados
por el Mosad, los servicios secretos del Estado israelí. Por otro
lado, paralelamente, los Estados se meten en el mismo engranaje para defender
sus propios intereses imperialistas, lanzándose a ciegas en aventuras
guerreras sin salida, cuya única finalidad es sembrar muertes y
destrucciones. Es así como Israel se ve impelida a calcar su comportamiento
belicoso, agresivo y arrogante del de Estados Unidos. Sharon usa los mismos
argumentos que Bush para justificar su huida ciega en el belicismo y su
"cruzada" "contra el terrorismo". Esto se plasma en
la ocupación y el bloqueo actuales de las ciudades de Cisjordania
por los tanques, los desmanes del ejército israelí que dispara
contra quien sea, ametralla las ambulancias y los hospitales, bombardea
campos de refugiados, registra y saquea las viviendas una tras otra, dinamita
barrios, destruye infraestructuras vitales y deja morirse de hambre a
la población a la vez que la aterroriza.
Cada Estado, especialmente las grandes potencias rivales de EE.UU., intenta
sacar el mejor partido de la situación para sus propios intereses
y así atajar o desestabilizar las operaciones de los demás
imperialismos en competencia. Los falsos remilgos indignados, la careta
"pacifista" y los intentos de "mediación" de
las potencias europeas en especial, no hacen sino echar más leña
al fuego.
Así ocurre con esas fracciones de la burguesía que presentan
la espiral de las guerras y del militarismo como únicamente el
resultado de los sectores "halcones" del capitalismo, Sharon
o Bush, a quienes habría que oponer la "ley internacional"
basada en los "derechos humanos". Las grandes manifestaciones
organizadas en el mundo entero en contra o a favor de la política
de Sharon (y de Bush), sean cuales sean las intenciones proclamadas, no
tienen otro resultado que el llevar a las poblaciones a "escoger
su campo", a alimentar las tensiones y cultivar un clima de odio
entre las diferentes comunidades.
La burguesía siempre quiere hacer creer que la responsabilidad
de una situación incumbe a tal o cual jefe de Estado, a tal o cual
nación, a este o aquel campo, a este o aquel pueblo. Cada burguesía
alega con la mayor hipocresía que ella actúa "en servicio
de la paz", por la "defensa de la democracia" o de "la
civilización". Con ello lo que hace es encubrir sus propias
maniobras criminales, esquivando sus responsabilidades.
Cuando se presenta la ocasión, se permite juzgar y condenar a algún
que otro de sus semejantes ante la historia como "criminales de guerra".
La función esencial de los juicios de Nuremberg que los vencedores
de la segunda carnicería imperialista mundial, entre 1945 y 1949,
organizaron contra los jefes nazis, era la de justificar las monstruosidades
cometidas por las grandes democracias en Dresde, Hamburgo o en Hiroshima
y Nagasaki. Y ha sido para dar legitimidad a los bombardeos sobre Serbia
y Kosovo y ocultar la complicidad activa de las grandes potencias en todas
las atrocidades cometidas durante los conflictos de la antigua Yugoslavia
si hoy también el Tribunal Penal Internacional de La Haya juzga
a Milosevic.
De igual modo, y después de los hechos, la "comunidad internacional"
intenta justificar la guerra en Afganistán con su "misión
liberadora" del yugo de los talibanes: la pseudo liberación
de las mujeres, el restablecimiento de la libertad de comercio y del ocio
(televisión, radio, deporte...). El argumento parece tanto más
una burla por cuanto, al mismo tiempo, no cesan de incrementarse los enfrentamientos
entre las innumerables facciones y bandas rivales que han cogido las riendas
del país tras la caída de los talibanes.
Las pretensiones de la burguesía de servir la causa de la paz no
son más que patrañas.
Sea cual sea, la acción de la burguesía lo único
que hace es agravar más todavía el caos y la barbarie guerrera
a nivel mundial. Es una de las expresiones más patentes de la quiebra
histórica del capitalismo, de su putrefacción de raíz
y de la amenaza de destrucción que su supervivencia hace pesar
sobre la humanidad. En realidad, el verdadero responsable es el capitalismo
en su conjunto en cuyo seno la guerra se ha convertido en modo de vida
permanente.
La única fuerza social portadora de un porvenir para la humanidad,
es la clase obrera. A pesar de los obstáculos actuales que ante
sí encuentra, es la única clase capaz de poner término
al caos y a la barbarie capitalista, de instaurar una nueva sociedad al
servicio de la especie humana.
Mientras que el capitalismo procura repeler hacia la periferia las contradicciones
más violentas de su sistema y los efectos de su crisis económica,
el ejemplo de Argentina muestra las grandes dificultades de la clase obrera
para volver a encontrar y reafirmar su identidad de clase, al ser desviadas
sus luchas hacia el atolladero del interclasismo. (ver artículo
siguiente). A otro nivel, la clase obrera está hoy ante la trampa
del pacifismo, el cual, al sembrar las mismas ilusiones interclasistas,
aireadas sobre todo por los "antimundialistas", solo es una
manera de arrastrarla tras la defensa de los intereses nacionales de la
burguesía. El proletariado tiene la responsabilidad esencial de
integrar en el desarrollo de sus luchas, frente a los ataques de la burguesía,
la conciencia de lo que hoy está en juego históricamente
y del peligro mortal que el caos y la barbarie guerrera hacen correr a
la humanidad. Esto reforzará al cabo su determinación para
proseguir, desarrollar y unificar su combate de clase: "El siglo
que empieza será decisivo para la historia de la humanidad. Si
el capitalismo prosigue su dominación sobre el planeta, la sociedad
se hundirá antes del 2100 en la barbarie más profunda, comparada
con la cual la del siglo XX parecería una simple jaqueca, una barbarie
que la hará volver a la Edad de piedra o que acabará, simplemente,
destruyéndola. Por eso, si existe un porvenir para la especie humana,
está totalmente en manos del proletariado mundial, cuya revolución
es lo único que podrá derribar la dominación del
modo de producción capitalista, responsable, a causa de su crisis
histórica, de toda la barbarie actual" ("Al inicio del
Siglo XXI ¿Por qué el proletariado no ha acabado aún
con el capitalismo?" en Revista internacional nº 104, enero
de 2001).
Los acontecimientos en Argentina entre diciembre 2001 y febrero 2002 han despertado un fuerte interés en los elementos politizados de todo el mundo. Discusiones y reflexiones se han producido entre obreros combativos en los centros de trabajo. Algunos grupos trotskistas han hablado de "inicio de la revolución"; dentro de la Izquierda comunista, el BIPR han dedicado numerosos artículos y en una "Declaración" han afirmado que "en Argentina, los estragos causados por la crisis económica han puesto en movimiento a un proletariado fuerte y determinado en el terreno de la lucha y de la autoorganización, capaz de expresar una ruptura de clase" (1).
El interés suscitado por la situación de efervescencia social en Argentina es perfectamente legítima y comprensible. En efecto, desde el desmoronamiento del bloque del Este, en 1989, la situación internacional no ha estado marcada por movimientos proletarios de masas como lo fueron por ejemplo la huelga en Polonia en 1980 o luchas como la de Córdoba (el "cordobazo") en Argentina en 1969. La primera plana de los acontecimientos ha estado dominada por la barbarie bélica (guerra del Golfo en 1991, Yugoslavia, Afganistán, Oriente Medio...), los efectos cada vez más crueles del avance de la crisis económica mundial (despidos masivos, desempleo, recorte de salarios y pensiones) y las diferentes manifestaciones de la descomposición del capitalismo (destrucción del medio ambiente, multiplicación de catástrofes "naturales" y "accidentales", estallidos de fanatismo religioso, racial, de la criminalidad, etc.).
Esta situación - cuyas causas hemos explicado detalladamente (2) - hace que muchos elementos politizados dirijan su atención a acontecimientos donde parece romperse ese abrumador dominio de las "malas noticias": en Argentina las protestas callejeras han provocado un baile de presidentes sin precedentes (5 en 15 días), se han dado la forma de asambleas multitudinarias "autoconvocadas" y han expresado ruidosamente su rechazo a "todos los políticos".
Los revolucionarios deben seguir atentamente los movimientos sociales para así tomar posición e intervenir allí donde la clase obrera se manifiesta. Es indudable que los obreros han participado en las movilizaciones que han sacudido Argentina y que algunas luchas aisladas han formulado claras reivindicaciones clasistas y han chocado con el sindicalismo oficial. Somos solidarios con esos combates pero nuestra mejor contribución, como grupo revolucionario, es ante todo despejar la mayor claridad en el análisis de esos acontecimientos. De esa claridad depende la capacidad de las organizaciones revolucionarias para realizar una intervención adecuada, refiriéndose constantemente al marco histórico e internacional definido por el método marxista. Lo peor que pueden hacer las organizaciones de la vanguardia del proletariado es sembrar falsas ilusiones en nuestra clase, haciéndole tomar sus derrotas por victorias y su debilidad como si fuera fuerza. Un error así, al contrario de ayudar al proletariado a recuperar la iniciativa, a desarrollar sus luchas en su propio terreno de clase, a afirmarse como única fuerza social antagónica al capital, lo único que hace es hacer su tarea todavía más difícil.
Desde ese punto de vista la pregunta que nos hacemos es: ¿cuál ha sido la naturaleza de clase de los acontecimientos en Argentina? ¿Se trata de un movimiento donde el proletariado ha desarrollado, como dice el BIPR, su "autoorganización" y su "ruptura" con el capitalismo?. Nuestra respuesta es rotunda: NO. El proletariado en Argentina se ha visto sumergido y diluido en un movimiento de revuelta inter clasista. Ese movimiento de protesta popular, en el que se ha anegado la clase obrera, no ha expresado la fuerza del proletariado, sino su debilidad. No ha avanzado hacia su autonomía política ni hacia su autoorganización.
El proletariado no necesita consolarse ni agarrarse a quimeras ilusorias. Lo que necesita es encontrar el camino de su propia perspectiva revolucionaria, afirmarse en el ruedo social como única clase capaz de ofrecer un porvenir a la humanidad y, a partir de ahí, llevarse tras él a las demás capas sociales no explotadoras. Para ello, el proletariado necesita mirar la realidad de frente, y no debe temer la verdad. Para desarrollar su conciencia y poner sus luchas a la altura de la situación histórica actual, no puede zafarse a la crítica y la reflexión a fondo sobre los errores que comete y las dificultades por las que atraviesa. Los acontecimientos en Argentina servirán al proletariado mundial - y al propio proletariado argentino cuyas capacidades de combate no se han agotado ni mucho menos - si saca una lección clara de ellos: la revuelta interclasista no debilita al poder burgués a quien debilita principalmente es al propio proletariado.
No vamos a hacer aquí un análisis detallado de la crisis argentina. Remitimos para ello a nuestra prensa territorial (3).
Particularmente significativas de la situación son la brutal escalada del desempleo que ha pasado de un 7% en 1992 al 17% en octubre 2001 y en solo 3meses ha saltado al 20% (diciembre 2001) y la aparición por primera vez desde los tiempos de la colonia española del fenómeno del hambre en un país considerado hasta hace muy poco de "nivel europeo" y cuyas principales producciones son precisamente la carne y el trigo.
Lejos de ser un fenómeno local, provocado por causas como la corrupción o la voluntad de "vivir como europeos", la crisis argentina es un nuevo episodio de la agravación de la crisis económica del capitalismo. Esta crisis es mundial y afecta a todos los países. Pero eso no significa que les afecte a todos de la misma forma y al mismo nivel. "Aunque no perdona a ningún país, la crisis mundial ejerce sus efectos devastadores no en los más desarrollados, los más poderosos, sino en los que han llegado demasiado tarde al ruedo económico mundial y a los cuales la vía hacia el desarrollo económico ha quedado definitivamente cerrada por las potencias más antiguas" ("El proletariado de Europa Occidental en el centro de la lucha de clases" en Revista internacional nº 31). Además, ante la continua agravación de la crisis los países más fuertes toman medidas destinadas a defenderse de sus golpes y descargarlos sobre los países más débiles ("liberalización" del comercio mundial, "globalización" de las transacciones financieras, inversiones en sectores clave de los países más débiles aprovechando las privatizaciones, políticas del FMI etc.), es decir, todo lo que se ha llamado la "globalización". Esta no es otra cosa que un conjunto de medidas de capitalismo de estado aplicadas sobre la economía mundial por los grandes países para protegerse de la crisis y hacer recaer sus peores efectos sobre los más débiles(4). Los datos proporcionados por el Banco mundial (5) son elocuentes: entre 1980 y 2000 los acreedores privados recibieron del conjunto de países de América Latina 192000 millones de $ más que el monto que les habían prestado pero en 1999-2000, en solo dos años, esa diferencia ascendió nada menos que a 86200 millones de $, es decir, prácticamente la mitad de la diferencia producida en 20 años. Por su parte, el FMI otorgó entre 1980 y 2000 créditos a los países sudamericanos por un monto de 71300 millones de $ mientras que éstos le reembolsaron en ese mismo lapso de tiempo ¡86700 millones!.
Y sin embargo, la situación argentina no es más que la punta del iceberg: tras Argentina hay una serie de países, bastante importantes por diversas razones -papel en el suministro de petróleo, posición estratégica - que son candidatos a sufrir el mismo desmoronamiento económico y político: Venezuela, Turquía, México, Brasil, Arabia Saudí...
Como afirma el BIPR en su publicación italiana el capitalismo responde al hambre con más hambre. También deja claro que no hay ninguna alternativa en las múltiples fórmulas de "política económica" que proclaman gobiernos, oposiciones o "movimientos alternativos" como el Foro social de Porto Alegre. Las pócimas ingeniosas que estos demagogos ofrecen han sido descalificadas una tras otra por los hechos mismos en 30años de crisis (6) . Por eso concluyen con toda razón que "no hay que hacerse ilusiones: en el actual estado de cosas, el capitalismo lo único que es capaz de ofrecer es la miseria general y la guerra. Sólo el proletariado podrá atajar esa trágica deriva" (7).
Sin embargo, los movimientos de protesta en Argentina son evaluados por el BIPR de la siguiente forma: "[El proletariado] ha salido espontáneamente a la calle, llevándose tras sí a la juventud, a los estudiantes, a partes importantes de una pequeña burguesía proletarizada y pauperizada como él mismo. Todos juntos, han canalizado su cólera contra los santuarios del capitalismo, bancos, oficinas y sobre todo supermercados y otros almacenes que fueron asaltados como los hornos de pan de la Edad Media. A pesar de que al gobierno, esperando así intimidar a los rebeldes, no se le ocurrió mejor cosa que dar rienda suelta a una represión brutal, matando e hiriendo a mansalva, la revuelta no cesó, extendiéndose por todo el país, adquiriendo características cada vez más clasistas".
En las movilizaciones sociales que se han producido en Argentina ha habido tres componentes:
Primero, los asaltos a supermercados protagonizados esencialmente por marginados, gentes del lumpen y también por jóvenes parados.
Estos movimientos han sido ferozmente reprimidos por la policía, los vigilantes privados y los propios comerciantes. En una serie de casos han degenerado en robos de viviendas en barrios humildes o en saqueos de oficinas, almacenes (8) etc. La consecuencia principal de este "primer componente" del movimiento social es que ha conducido a trágicos enfrentamientos entre los propios trabajadores como lo ilustra el enfrentamiento sangriento entre piqueteros que querían llevarse alimentos y obreros almacenistas del Mercado central de Buenos Aires el 11 de enero (9).
Para la CCI, las manifestaciones de violencia en el seno mismo de la clase obrera (que en este caso son una ilustración de los métodos típicos de las capas lumpenizadas del proletariado) no son la expresión de su fuerza, sino, al contrario, de su debilidad. Esos enfrentamientos entre diferentes sectores de la clase obrera van, evidentemente, en contra de su unidad y de su solidaridad y sólo pueden servir los intereses de la clase dominante.
El segundo componente ha sido el "movimiento de las cacerolas".
Este ha sido protagonizado esencialmente por las "clases medias" exasperadas por el golpe bajo que ha significado el secuestro y devaluación de sus ahorros en el llamado "corralito". La situación de estas capas es desesperada: "entre nosotros, la pobreza se liga con el alto desempleo; en ella van cayendo además los "nuevos pobres", ex habitantes de la clase media, en virtud de una movilidad social descendente, inversa a la de la pujante Argentina migratoria de comienzos del siglo XX" (10). Empleados del sector público, jubilados, algún sector del proletariado industrial, comparten con los pequeño burgueses la misma puñalada del corralito: sus humildes ahorros conseguidos con el esfuerzo de una vida se han convertido prácticamente en humo; los complementos a unas pensiones de hambre se han volatilizado. Sin embargo, ninguna de esas características otorga al movimiento de las cacerolas un carácter de clase proletario sino que su naturaleza es la de una revuelta popular interclasista dominada por planteamientos nacionalistas y "ultrademocráticos".
El tercer componente lo forman toda una serie de luchas obreras.
Mencionemos, en particular: las huelgas de docentes en la gran mayoría de las 23 provincias argentinas; el combativo movimiento de los ferroviarios a nivel nacional; la huelga del hospital Ramos Mejías en Buenos Aires o la lucha de la fábrica Bruckmann en el Gran Buenos Aires, en los cuales ha habido choques tanto con la policía uniformada como con la policía sindical. Lucha de los trabajadores de Banca. Numerosas han sido también las movilizaciones de los desempleados que desde hace dos años vienen protagonizando cortes de carretera por todo el país (los famosos "piqueteros").
Los revolucionarios saludan evidentemente la enorme combatividad de que la clase obrera ha dado prueba en Argentina. Pero como lo hemos dicho siempre, la combatividad, por fuerte que sea, no es el principal y único criterio para tener una visión clara de la relación de fuerzas entre las dos clases fundamentales de la sociedad: la burguesía y el proletariado. La primera pregunta a la que debemos contestar es la siguiente: esas luchas obreras que han estallado por todo el país, ¿han desembocado en un movimiento unido de toda la clase obrera, un movimiento masivo capaz de superar los cortafuegos instalados por la burguesía (especialmente sus fuerzas de oposición democrática y sus sindicatos)? La realidad de los hechos nos obliga a responder claramente: NO. Y es precisamente porque las huelgas obreras quedaron dispersas y no han podido desembocar en un gran movimiento unificado de toda la clase obrera por lo que el proletariado en Argentina no ha sido capaz de ponerse a la cabeza del movimiento de protesta social y arrastrar tras sí, tras sus propios métodos de lucha, al conjunto de las capas no explotadoras. Al contrario, por su incapacidad para colocarse en la vanguardia del movimiento, sus luchas han quedado anegadas, diluidas y contaminadas por la revuelta sin perspectivas de las demás capas sociales, las cuales, por mucho que sean ellas también víctimas del desmoronamiento de la economía argentina, no tienen ningún porvenir histórico. Para los marxistas, el único método que nos pueda evitar la desorientación en una situación así se resume en la pregunta ¿quién dirige el movimiento? ¿Qué clase social tiene la iniciativa y marca la dinámica de los acontecimientos?. Solo si se es capaz de contestar correctamente a esa pregunta se podrá contribuir a que el proletariado avance en la perspectiva de liberarse a sí mismo y liberar a la humanidad de la trágica deriva a la que es conducido por el capitalismo.
Y aquí el BIPR yerra totalmente en el método. Contrariamente a su visión fotográfica y empírica, no ha sido el proletariado quien ha arrastrado a los estudiantes, a la juventud, a partes importantes de la pequeña burguesía, sino justamente lo contrario, la revuelta desesperada, confusa y caótica de un amasijo de capas populares la que ha anegado y diluido a la clase obrera. Un examen somero del planteamiento, las reivindicaciones y el tipo de movilización de las Asambleas populares de Barrio que han proliferado en Buenos Aires y se han extendido por todo el país lo prueba de forma fehaciente. ¿Qué pide la convocatoria de cacerolazo mundial del 2/3 de febrero de 2002 y que tuvo un eco entre amplios sectores politizados en más de 20 ciudades de 4 continentes? : "Cacerolazo global. Todos somos Argentina. Todo el mundo a la calle, New York City, Porto Alegre, Barcelona, Toronto, Montreal (agrega tu ciudad y tu país). ¡Que se vayan todos! FMI, Banco mundial, Alca, multinacionales ladronas, gobiernos /políticos corruptos, ¡Que no quede ni unos solo! ¡Viva la Asamblea popular! ¡Arriba pueblo argentino!" Este "programa", por mucha rabia que manifieste contra "los políticos", es el que estos están defendiendo todos los días, desde la extrema derecha a la extrema izquierda pues incluso los gobiernos "ultraliberales" saben darse toques de "crítica" al ultraliberalismo, las multinacionales, la corrupción etc.
Por otra parte, ese movimiento de protesta "popular" ha estado profundamente marcado por el nacionalismo más extremo y reaccionario. En todos los manifiestos de las Asambleas vecinales se repite hasta la náusea que el objetivo es "conseguir otra Argentina", "recuperar nuestro país por la base". En los sitios de Internet de varias Asambleas Vecinales se plantean debates de tipo nacionalista tales como ¿debemos pagar la deuda externa? ¿Cuál es la mejor solución, la pesificación o la dolarización?. En una WEB se propone loablemente la "formación y la toma de conciencia" de las gentes y para ello abre un debate sobre El Contrato social de Rousseau (11) y se pide una vuelta a los clásicos argentinos del siglo XIX como San Martín o Sarmiento.
Hay que ser muy miope (o buscar la seguridad contándose cuentos de hadas) para no ver que ese nacionalismo a ultranza también ha contagiado las luchas obreras: los trabajadores de TELAM encabezaban sus manifestaciones con banderas argentinas; en un barrio obrero del Gran Buenos Aires la asamblea contra el pago de un nuevo impuesto municipal comenzó y terminó entonando el himno nacional.
Al ser un movimiento interclasista, popular y sin perspectivas, no podía hacer otra cosa que preconizar las mismas soluciones reaccionarias que han conducido a la trágica situación en la que está hundida la población y con las que se han llenado la boca los partidos políticos, sindicatos, Iglesia etc. es decir, las fuerzas capitalistas contra las que el movimiento quiere luchar. Pero esa aspiración a repetir la situación anterior, ese buscar su poesía en el pasado, es una confirmación muy elocuente de su carácter de revuelta social impotente y sin porvenir. Como testimonia con toda sinceridad una participante en las Asambleas: "Muchos dicen que no tenemos propuestas, que lo único que sabemos hacer es oponernos. Y con orgullo podemos decir que es cierto, que nos oponemos al sistema establecido por el neoliberalismo. Como un arco tensado por la opresión, somos flechas disparadas contra el pensamiento único. Nuestra acción, estará sostenida, pie con pie por nuestros vecinos, para ejercer el más viejo derecho de los pueblos, la resistencia popular" (12).
En la propia Argentina, en 1969-73, el cordobazo, la huelga de Mendoza, la marea de luchas que inundó el país, constituyeron la clave de la evolución social. Sin tener ni mucho menos un carácter insurreccional marcaron el despertar del proletariado el cual a su vez condicionó toda la agenda política y social el país. Pero en la Argentina de diciembre 2001, a causa de la agravación de la descomposición de la sociedad capitalista, la situación no es la misma. El proletariado está hoy ante dificultades nuevas, ante obstáculos que tendrá que superar para poder afirmarse, impulsar su identidad y su autonomía de clase. Contrariamente al período de principios de los 70, la situación social en Argentina ha estado hoy marcada por un movimiento interclasista que ha diluido al proletariado y ha dejado, en el plano político, una huella efímera e impotente. Ciertamente el movimiento de las cacerolas ha conseguido una hazaña para el Guinnes cual es el derribo de 5 presidentes en 15 días. Pero todo eso no es sino humo de paja. Sea cual sea la camarilla en el gobierno sigue siendo la burguesía quien ejerce el poder en Argentina, como en todos los países del mundo. Actualmente, los sitios WEB de las Asambleas populares constatan amargamente cómo el movimiento se ha desvanecido como por encanto de tal forma que el astuto Duhalde ha logrado restablecer el orden sin haber siquiera atenuado la miseria galopante y sin que su plan económico suponga la más mínima solución.
En el presente periodo histórico que hemos calificado como la fase de descomposición del capitalismo (13), el proletariado corre un riesgo muy importante: el de la pérdida de su identidad de clase, la falta de confianza en sí mismo, en su capacidad revolucionaria para erigirse como una fuerza social autónoma y determinante en la evolución de la sociedad. Ese peligro es el producto de toda una serie de factores conectados entre sí:
- el golpe que fue para la conciencia del proletariado el hundimiento de los países del Este que la burguesía ha podido identificar fácilmente como "hundimiento del comunismo" y "fracaso histórico del marxismo y de la lucha de clases";
- el peso de la descomposición del sistema capitalista que erosiona los lazos sociales y favorece una atmósfera de competencia irracional incluso entre sectores mismos del proletariado;
- el miedo a la política y a la politización que es una consecuencia de la forma que tomó la contrarrevolución (a través del estalinismo "desde dentro" del propio bastión proletario y de los partidos de la Internacional comunista) y del enorme golpe histórico que significó la degeneración prácticamente sucesiva y en el lapso de una generación de las dos mejores creaciones de su capacidad política y consciente: primero los partidos socialistas y luego, apenas 10 años después, los partidos comunistas.
Ese peligro puede acabar impidiéndole tomar la iniciativa frente al desmoronamiento profundo de toda la sociedad, a la que conduce la crisis histórica del capitalismo. Argentina muestra con claridad ese peligro potencial: la parálisis general de la economía y convulsiones importantes del aparato político burgués, no han sido utilizadas por el proletariado para erigirse como una fuerza social autónoma, luchando por sus propios objetivos y ganando tras su estela a las demás capas de la sociedad. Sumergido dentro de un movimiento interclasista, típico de la descomposición de la sociedad burguesa, el proletariado se ha visto arrastrado a una revuelta estéril y sin futuro.
Por esta razón son muy peligrosas las especulaciones que han fomentado los medios trotskistas, autónomos, anarquistas, y, en general, del movimiento "antiglobalización" sobre los acontecimientos argentinos presentándolos como "inicio de una revolución", como "nuevo movimiento", como "demostración práctica de que otra sociedad es posible".
Lo más preocupante es que el BIPR se haya hecho eco de esas confusiones aportando su contribución a las quimeras sobre la "fuerza del proletariado en Argentina" (14).
Estas especulaciones desarman a las minorías que el proletariado hace surgir, que buscan actualmente una alternativa revolucionaria frente a este mundo que se hunde. Por eso mismo nos parece importante esclarecer las razones por las que el BIPR cree encontrar gigantes de "movimientos de clase" en lo que no son sino los molinos de viento de las revueltas interclasistas.
En primer lugar, el BIPR ha rechazado siempre el concepto de curso histórico con el cual hemos tratado de comprender la evolución de las relaciones de fuerza entre el proletariado y la burguesía en la presente situación histórica abierta con la vuelta al escenario social del proletariado en 1968. Al BIPR todo eso les parece puro idealismo, caer en "pronósticos y predicciones" (15). Su rechazo de este método histórico les lleva a una visión inmediatista y empirista tanto respecto a los hechos guerreros como a la lucha de clases. Vale la pena recordar el análisis que hizo el BIPR de la guerra del Golfo, presentada nada menos que como "comienzo de la tercera guerra mundial". Y fue con el mismo método "fotográfico" con el que presentaron la revolución de palacio que derribó el régimen de Ceaucescu (1989) casi como una "revolución". "Rumania es el primer país de las regiones industrializadas en el que la crisis económica mundial ha hecho surgir una verdadera insurrección popular cuyos resultados han sido el derribo del gobierno (…) en Rumania todas las condiciones objetivas y casi todas las subjetivas están reunidas para transformar la insurrección en una auténtica revolución social" ("Murió Ceaucescu pero el capitalismo sigue vivo", Battaglia communista, enero de 1990).
Está claro que el rechazo de todo análisis del curso histórico solo puede llevar a dejarse zarandear por los acontecimientos inmediatos. Sin método de análisis de la situación histórica mundial y de la relación de fuerzas real entre las clases lleva al BIPR lo mismo a considerar una vez que estamos al borde de la tercera guerra mundial y la otra que estamos al borde de la revolución proletaria. Siguiendo el "método" de análisis del BIPR, ¿cómo pasa el proletariado de la situación de encuadramiento tras las insignias nacionales con el que se prepara una tercera guerra mundial a la situación en la que está listo para el asalto revolucionario? Esto sigue siendo para nosotros algo misterioso yseguimos a la espera de que el BIPR nos explique con coherencia esos ban dazos.
Por parte nuestra, frente a este vaivén desmoralizante solo la brújula de una visión global e histórica permitirá que los revolucionarios no sean un juguete de los acontecimientos y eviten confundir a su clase haciéndole creer en los reyes magos.
En segundo lugar, el BIPR no cesa de ironizar sobre nuestro análisis de la descomposición del capitalismo afirmando que "sirve para explicarlo todo". Sin embargo, el concepto de descomposición es muy importante para distinguir entre revuelta y lucha de clase del proletariado. Esta distinción es crucial en nuestra época. La situación actual del capitalismo mueve efectivamente a la protesta, el tumulto, los choques entre clases, capas y fracciones de la sociedad. La revuelta es el fruto ciego e impotente de las convulsiones agónicas de la sociedad que no contribuye a la superación de sus contradicciones sino a su pudrimiento y agravación. Es la expresión de una de las salidas de la perspectiva general que desgaja El Manifiesto comunista de la lucha de clases a lo largo de la historia "que terminó siempre con la transformación revolucionaria de la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna", siendo esta última alternativa la que proporciona la base al concepto mismo de descomposición. Frente a ello está la lucha de clase del proletariado que sí es capaz de expresarse en su terreno de clase, manteniendo su autonomía y avanzando hacia su extensión y autoorganización, puede convertirse en "el movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría" (ídem). Todo el esfuerzo de los elementos más conscientes del proletariado y de forma más general de los obreros en lucha está en no confundir revuelta con lucha autónoma de clase, en combatir para que el peso de la descomposición general de la sociedad no arrastre la lucha del proletariado hacia el callejón sin salida de la revuelta ciega. Mientras el terreno de la revuelta lleva al progresivo desgaste de las capacidades del proletariado el terreno de la lucha de clase le conduce hacia la destrucción revolucionaria del Estado capitalista en todos los países.
Sin embargo, si los hechos de Argentina muestran claramente el peligro que corre el proletariado si se deja arrastrar al terreno podrido de la revuelta "popular" interclasista, el problema del desenlace de la evolución de la sociedad hacia la barbarie o hacia la revolución no se juega allí sino que tiene su epicentro en las grandes concentraciones obreras del mundo y muy especialmente en Europa occidental.
"Una revolución social no consiste simplemente en la ruptura de una cadena, en el estallido de la vieja sociedad. No es un hecho mecánico sino un hecho social indisolublemente ligado a los antagonismos de intereses humanos, a la voluntad y a las aspiraciones de las clases sociales y de su lucha" (16). Las visiones mecanicistas y materialistas vulgares ven en la revolución proletaria únicamente el aspecto estallido del capitalismo pero son incapaces de ver el aspecto más importante y decisivo - su destrucción revolucionaria por la acción consciente del proletariado, es decir, lo que Lenin y Trotski llamaban el "factor subjetivo". Aquellos enfoques materialistas vulgares son una traba en la toma de conciencia de la gravedad de la situación histórica marcada por la entrada del capitalismo en la fase última de su decadencia, la fase de la descomposición, de su putrefacción de raíz. Además ese materialismo mecánico y contemplativo les hace quedarse "satisfechos" con el aspecto "objetivamente revolucionario": la agravación inexorable de la crisis económica, las convulsiones de la sociedad, la podredumbre de la clase dominante. Los peligros que entrañan las manifestaciones de la descomposición del capitalismo (incluida la explotación ideológica que de ellas hace la clase dominante) para la conciencia del proletariado, para el desarrollo de su unidad y de su confianza en sí, son barridas de un plumazo de materialismo vulgar (17).
Pero la clave de una perspectiva revolucionaria en nuestra época está precisamente en la capacidad del proletariado para desarrollar en sus luchas ese conjunto de elementos "subjetivos" (la conciencia, la confianza en su porvenir revolucionario, su unidad y solidaridad de clase) que le permitirán contrarrestar progresivamente y acabar superando el peso de la descomposición ideológica y social del capitalismo. Donde existen las condiciones más favorables para su desarrollo es precisamente en las grandes concentraciones obreras de Europa occidental pues "las revoluciones sociales no se producen allí donde la clase dominante es más débil o su estructura está menos desarrollada, sino al contrario, allí donde su estructura ha alcanzado la mayor madurez compatible con las fuerzas productivas y donde la clase portadora de las nuevas relaciones sociales llamadas a sustituir a las antiguas es más fuerte... Marx y Engels buscaban e insistían en los puntos donde el proletariado es más fuerte, está más concentrado y es más apto para operar la transformación revolucionaria del mundo. Pues, aunque la crisis golpea más brutalmente a los países subdesarrollados no hay que perder de vista nunca que tiene su origen en la sobreproducción y por tanto en los grandes centros de desarrollo del capitalismo. Esta es una razón suplementaria de por qué las condiciones para una respuesta contra la crisis y su superación se encuentran fundamentalmente en esos grandes centros" (18).
De hecho, la visión deformada del BIPR sobre el contenido de clase de lo ocurrido en Argentina debe relacionarse con su análisis de las potencialidades del proletariado de los países de la periferia que se expresa, en particular, en sus "Tesis sobre la táctica comunista en los países de la periferia capitalista" adoptadas en el VIº Congreso de Battaglia communista (publicadas en italiano en Prometeo nº 13, serie V, junio de 1997). Según esas Tesis, las condiciones prevalecientes en los países de la periferia determinan en éstos "un potencial de radicalización de las conciencias más elevado que en las formaciones sociales de las grandes metrópolis", lo cual tiene como consecuencia que "queda la posibilidad de que la circulación del programa comunista entre las masas sea más fácil y el "nivel de escucha" obtenido por los comunistas revolucionarios sea más alto comparado con las concentraciones sociales del capitalismo avanzado". En la Revista internacional nº 100, en el artículo "La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo", rebatimos con detalle ese análisis que no vamos a repetir aquí. En lo que sí queremos insistir es en la visión falsa del BIPR de lo que significan las recientes revueltas en Argentina es una ilustración no sólo de su incapacidad para integrar la noción de curso histórico así como de la noción de descomposición del capitalismo, sino además de que esas Tesis son erróneas.
Nuestro análisis, por su parte, no significa, ni mucho menos, que despreciemos o subestimemos las luchas del proletariado en Argentina o en otras zonas donde el capitalismo es más débil. Significa simplemente que los revolucionarios, como vanguardia del proletariado que son y porque deben poseer una visión clara de la marcha general del movimiento proletario en su conjunto, tienen la responsabilidad de contribuir a que el proletariado y sus minorías revolucionarias tengan en todos los países una visión más clara y exacta de cuáles son sus fuerzas y sus limitaciones, de quiénes son sus aliados y cómo deben orientar sus combates.
Contribuir a esta perspectiva es la tarea de los revolucionarios. Para cumplirla deben resistir con todas sus fuerzas la tentación oportunista de ver, por impaciencia, inmediatismo y falta de confianza histórica en el proletariado, un movimiento de clase allí donde -como así ha sido en Argentina - solo ha habido una revuelta interclasista.
Adalen, 10-03-2002
NOTAS
1) Esta declaración se encuentra en el sitio de Internet del BIPR (https://www.internationalist.net/ [24]) y se titula "D'Argentine une leçon : Ou le parti révolutionnaire et le socialisme, ou la misère généralisée et la guerre" ("Una lección de Argentina: o partido revolucionario y socialismo o miseria generalizada y guerra"). Si dedicamos una buena parte de este artículo a rebatir los análisis del BIPR no es, ni mucho menos, debido a una hostilidad particular hacia esa organización, sino porque es, junto al nuestro, el componente principal del medio político proletario, lo cual nos impone la responsabilidad de combatir aquellas concepciones que estimamos erróneas y vehículos de la confusión para quienes se acercan a las posiciones de la Izquierda comunista.
2) Ver en Revista internacional: Dificultades crecientes del proletariado tras la caída del estalinismo (nº60 https://es.internationalism.org/revista-internacional/199001/3502/derrum... [25] ); ¿Por qué el proletariado no ha hecho la revolución? (números 103 y 104 https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/752/al-inic... [26] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3245/al-ini... [27]); "Informe sobre la lucha de clases" (nº 107).
3) Ver en particular los números 319 y 320 de Révolution internationale.
4) Ver en Revista Internacional nº 106 Informe sobre la crisis económica. https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3251/xiv-co... [28]
5) Fuente: Banco Mundial, World Development Indicators 2001.
6) Ver el antes mencionado Informe sobre la crisis económica en Revista internacional nº 106 y 30 años de crisis capitalista en Revista internacional números 96 a 98 https://es.internationalism.org/revista-internacional/199901/1175/crisis... [29] , https://es.internationalism.org/revista-internacional/199904/1168/crisis... [30] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1162/crisis... [31]
7) Toma de posición del BIPR sobre Argentina antes mencionado.
8) Página 12, reportaba: "el dato, sin precedentes, de que en algunos barrios del Gran Buenos Aires los saqueos habían pasado de los comercios a casas".
9) Ver Révolution internationale nº 320, órgano de la CCI en Francia.
10) Tomado de un Sitio WEB de resúmenes de prensa argentina.
11) En sí mismo no es negativo el estudiar las obras de pensadores anteriores al movimiento proletario pues éste integra y supera en su conciencia revolucionaria todo el legado histórico de la humanidad. Sin embargo, no es precisamente un adecuado punto de partida para enfrentar los graves problemas actuales el comenzar por Rousseau.
12) Recogido de Internet: www.cacerolazo.org [32].
13) Ver las "Tesis sobre la descomposición" aparecidas en Revista internacional nº 62 y publicadas de nuevo en Revista internacional nº 107 https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-desc... [10]
14) En cambio, el PCInt, en su número 460 de Le Prolétaire adopta una clara toma de postura ya desde el título mismo de su artículo "Los cacerolazos han podido derribar a presidentes. Para combatir el capitalismo, ¡se necesita la lucha obrera!" denunciando el carácter interclasista del movimiento y defendiendo que "sólo hay un camino para oponerse a esa política: la lucha contra el capitalismo, la lucha obrera que una a todos los proletarios basándose en objetivos no populares sino de clase, la lucha no nacional sino internacional, la lucha que se da como objetivo final no de reforma sino de revolución" (trad. del francés por nosotros).
15) Para ver nuestra concepción del curso histórico se pueden leer nuestros artículos en la Revista internacional nº 15, 17 y 107. Hemos polemizado con la concepción del BIPR en artículos en la Revista internacional nº 36 y 89. 16) Revista internacional, nº 31.
17) "Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica: - la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el "sálvese quién pueda", el "arreglárselas por su cuenta"; - la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad; - la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el "no future"; - la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época" ("La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo", Revista internacional nº 62, 1990 y nos107, 2001.
18) Idem.
En los artículos anteriores de esta serie, hemos examinado cómo, durante los años 20, 30 y 40, los más sombríos de la contrarrevolución, el movimiento comunista se esforzó por comprender qué había ocurrido con la primera dictadura del proletariado establecida a escala de un país entero, o sea, el poder de los soviets en Rusia. En artículos venideros trataremos sobre las lecciones que los revolucionarios sacaron de la desaparición de esa dictadura, lecciones que deberán aplicarse a todo futuro régimen proletario. Antes de ir por estos derroteros, sin embargo, debemos volver a aquellos días durante los cuales la Revolución rusa estaba todavía viva, y estudiar un problema fundamental, planteado pero no resuelto en aquel período decisivo de la transformación comunista de la sociedad. Nos referimos a la cuestión de la “cultura”.
Lo haremos no sin vacilar un tanto, pues el tema es vasto y el propio término se ha empleado muy abusivamente. Esto es todavía más cierto en los tiempos actuales, período de atomización al que llamamos nosotros fase de descomposición del capitalismo. Es cierto que en las fases anteriores del capitalismo, la cultura se identificaba generalmente con la de alto nivel correspondiente a la producción artística de la clase dominante únicamente, una visión que ignoraba o rechazaba sus expresiones más “marginales” (baste recordar, por ejemplo, el desdén de la burguesía por las expresiones culturales de las sociedades primitivas colonizadas). Hoy, al contrario, se nos dice que vivimos en un mundo “multicultural”, en el que todas las expresiones de la cultura tienen el mismo valor y en el que, de hecho, cada aspecto parcial de la vida social se ha vuelto ya en sí una “cultura” (“cultura de la violencia”, “cultura de asistido”, “cultura de la dependencia” y así…) Con semejantes simplificaciones, se hace imposible llegar a una noción general y unificada de la cultura como producto de una época de la historia humana o de la historia humana en general. Un uso especialmente pernicioso de esa manera de enfocar la cultura es el que hoy está exponiéndose con ocasión del conflicto imperialista en Afganistán: algunos no cesan de presentárnoslo como un conflicto entre dos culturas, entre dos civilizaciones, más concretamente la “civilización occidental” y la “civilización musulmana”. Y esto sin duda para ocultarnos la realidad: hoy no reina en planeta más civilización que la civilización decadente del capitalismo mundial.
En cambio, y fiel al enfoque monista del marxismo, Trotski define así la cultura: “Recordemos ante todo que en su origen, la palabra cultura designaba un campo cultivado, distinguiéndose así del monte o del erial. Cultura se oponía a Naturaleza, o sea a lo producido por el esfuerzo humano en oposición a lo que venía dado por la Naturaleza. Esta antítesis sigue siendo hoy básicamente válida.
La Cultura es todo lo que ha sido creado, construido, aprendido por el Hombre a lo largo de toda su historia, distinguiéndose de todo lo que la Naturaleza ha dado, incluida la historia natural del propio Hombre como especie animal que es. La ciencia que estudia al Hombre como producto de la evolución animal se llama antropología. Pero a partir del momento en que el hombre se separó del mundo animal, más o menos cuando echó mano de herramientas primitivas de piedra o madera para incrementar la fuerza de su propio cuerpo, se inició entonces la creación y la acumulación de la Cultura, o sea todo lo que constituye su saber y su habilidad en su lucha por dominar la naturaleza” (Cultura y socialismo, 1926, trad. por nosotros). Esta es en efecto una definición muy amplia, una defensa de la visión materialista de la emergencia del hombre, que muestra que la transición de la naturaleza hacia la cultura no es sino el producto de algo tan esencial y universal como el trabajo.
Ello no quita que según esa definición, la política y la economía, en sus sentidos más amplios, son también la expresión de la cultura humana, de tal modo que podríamos acabar perdiendo de vista aquello de lo que queremos hablar. En otro ensayo, sin embargo, No sólo de política vive el hombre (1923), Trotski señalaba que para entender la relación real entre política y cultura, es necesario dar, junto a su definición más amplia, una más “restringida” de lo político como “una parte bien definida de la actividad humana, directamente movida por la lucha por el poder, en oposición al trabajo económico, al combate por la Cultura, etc.…” Puede decirse otro tanto de la palabra cultura, la cual en ese sentido se aplica a ámbitos como el arte, la educación y los Problemas de la vida de cada día (título de la serie de ensayos entre los que está el artículo citado antes). Desde este enfoque, los aspectos culturales de la revolución podrían aparecer como algo secundario, o, al menos, como algo dependiente de los ámbitos políticos y económicos. Y así es: como Trotski lo muestra en el texto que reproducimos aquí, es una insensatez esperar un renacimiento cultural mientras la burguesía no haya sido derrotada políticamente y las bases materiales de la sociedad socialista no se hayan implantado. De igual modo, incluso reduciendo el problema de la cultura únicamente a la esfera del arte, sigue planteándose la cuestión fundamental de la naturaleza de la sociedad que la revolución quiere edificar. No es casualidad si, por ejemplo, la contribución más elaborada de Trotski a la teoría marxista sobre el arte, Literatura y revolución, se concluye por una visión ampliada de la naturaleza humana en una sociedad comunista avanzada. Pues si el arte es la expresión por excelencia de la creatividad humana, nos proporciona entonces la clave para comprender lo que serán los seres humanos una vez que se hayan quebrado las cadenas de la explotación.
Para orientarnos en este amplio dominio, vamos a seguir de cerca los escritos de Trotski sobre el tema, escritos que, aunque no sean muy conocidos, nos proporcionan, hasta hoy, la trama más clara para abordar el problema ([1]). Para evitar hacer una paráfrasis de Trotski, publicaremos aquí y en el futuro amplios extractos de dos capítulos de Literatura y revolución. El segundo capítulo se concentra en un esbozo evocador de la sociedad futura. En esta Revista publicamos un extracto del capítulo “Cultura proletaria y arte proletario”, componente importante de la contribución de Trotski al debate sobre la cultura en el Partido bolchevique y en el movimiento revolucionario en Rusia. Para situar esta contribución, importa describir el contexto histórico.
El debate sobre la cultura no fue nunca secundario y ello queda ilustrado por el hecho de que Lenin se comprometió a preparar la resolución siguiente, para ser presentada por la Fracción comunista en el congreso del movimiento Proletkult en 1920:
“1. En la República soviética obrera y campesina, toda la organización de la instrucción, tanto en el terreno de la instrucción política en general como especialmente en el del arte, debe estar impregnada del espíritu de la lucha de clase del proletariado por el feliz cumplimiento de los fines de su dictadura, es decir, por el derrocamiento de la burguesía, la supresión de las clases y la abolición de toda explotación del hombre por el hombre.
2. Por ello, el proletariado debe tomar la parte más activa y principal en todos los asuntos relacionados con la instrucción pública, personificado tanto por su vanguardia, el Partido comunista, como, en general, por toda la masa de organizaciones proletarias de todo género.
3. Toda la experiencia de la historia moderna y, en particular, más de medio siglo de lucha revolucionaria del proletariado de todos los países desde la publicación del Manifiesto comunista demuestran incontestablemente que sólo la concepción marxista del mundo expresa de modo correcto los intereses, el punto de vista y la cultura del proletariado revolucionario.
4. El marxismo ha conquistado su significación histórica universal como ideología del proletariado revolucionario porque no ha rechazado en modo alguno las más valiosas conquistas de la época burguesa, sino, por el contrario, ha asimilado y reelaborado todo lo que hubo de valioso en más de dos mil años de desarrollo del pensamiento y la cultura humanos. Sólo puede ser considerado desarrollo de la cultura verdaderamente proletaria el trabajo ulterior sobre esa base y en esa misma dirección, inspirado por la experiencia práctica de la dictadura del proletariado como lucha final de éste contra toda explotación.
5. Sustentando firmemente este punto de vista de principio, el Congreso de Proletkult de toda Rusia rechaza con la mayor energía, como inexacta teóricamente y perjudicial en la práctica, toda tentativa de inventar una cultura especial propia, de encerrarse en sus propias organizaciones aisladas, de delimitar las esferas de acción del Comisariado del pueblo de instrucción y del Proletkult o de implantar la “autonomía” de Proletkult dentro de las instituciones del Comisariado del pueblo de instrucción, etc. Por el contrario, el Congreso impone a todas las organizaciones de Proletkult la obligación inexcusable de considerarse enteramente órganos auxiliares de la red de instituciones del Comisariado del pueblo de instrucción y cumplir sus tareas, como parte de las tareas de la dictadura del proletariado, bajo la dirección general del poder soviético (especialmente del Comisariado del pueblo de instrucción) y del Partido comunista de Rusia” (8 de octubre de 1920, Lenin, “La cultura proletaria”, Obras escogidas, tomo 3, p.492, ed. Progreso).
El Movimiento de la cultura proletaria, abreviado en Proletkult, se formó en 1917 con el objetivo de dar una orientación política a la dimensión cultural de la revolución. Se asocia a menudo con A. Bogdánov, miembro de la fracción bolchevique desde el principio, pero que había entrado en conflicto con Lenin en muchos temas, no sólo sobre la formación del grupo de los Ultimalistas en 1905 ([2]), sino, y esto es más conocido, porque Bogdánov se había hecho defensor de las ideas de Mach y de Avenarius en filosofía y más generalmente a causa de sus esfuerzos por “completar” el marxismo mediante sistemas teóricos varios, tales como la noción de “tectología”. No podemos aquí entrar en los detalles del pensamiento de Bogdánov; por lo poco que de él sabemos (pocas obras se han traducido del ruso a otras lenguas), fue capaz, por defectos que tuviera, de desarrollar importantes perspectivas, especialmente sobre el capitalismo de Estado en el período de decadencia. Por eso debería llevarse a cabo un estudio crítico de sus ideas y eso desde un enfoque claramente proletario ([3]). Proletkult no se limitó, ni mucho menos, a Bogdánov. Bujarin y Lunacharski, por sólo nombrar a estos destacados bolcheviques, participaron también en el movimiento y no siempre compartieron la opinión que Lenin tenía sobre el asunto. Bujarin, quien debía presentar la resolución al Congreso de Proletkult, se opuso a algunos aspectos desarrollados por el proyecto de Lenin, proyecto que acabó siendo presentado con una forma algo modificada. La etapa heroica de la revolución fue un período floreciente para Proletkult, durante la cual la liberación de las energías revolucionarias hizo surgir un inmenso movimiento de expresión y de experimentación en lo artístico, identificado en gran parte a la revolución misma. Además, este fenómeno no se limitó a Rusia, y de ello es testimonio el desarrollo del movimientos como el dadaísmo o el expresionismo en el inicio de la revolución en Alemania, o, poco tiempo después, el surrealismo en Francia y en otros lugares. Entre 1917 y 1920, Proletkult se acercaba al medio millón de miembros, con más de 30 periódicos y cerca de 300 grupos. Para Proletkult el combate en el frente cultural era tan importante como el del frente político y económico. Se veía dirigiendo el combate cultural, de igual modo que el partido dirigía el político y los sindicatos el económico. Se pusieron muchos estudios a disposición de los obreros para las reuniones y la experimentación, entre otras cosas, en pintura, música, teatro y poesía, a la vez que eran animados a nuevas formas de vida en comunidad, en educación, etc. Hay que decir que, aunque el impulso en experimentaciones sociales y culturales no se limitó a Proletkult, fue este movimiento, especialmente, el que intentó situar esos fenómenos mediante una interpretación marxista. La idea conductora era que el proletariado, como el propio nombre Proletkult lo indica, tenía que emanciparse del yugo ideológico de la burguesía, debía desarrollar su propia cultura, basada en una ruptura radical con la cultura jerarquizada de las viejas clases dirigentes. La cultura proletaria sería igualitaria y colectiva, mientras que la cultura burguesa era elitista e individualista; por eso, hubo experiencias como conciertos sin director de orquesta y obras poéticas y pictóricas colectivas. De igual modo que en el movimiento futurista, con el cual Proletkult mantenía relaciones estrechas aunque críticas, había una fuerte tendencia a exaltar todo aquello que se relacionara con la modernidad, a la ciudad y a la máquina, en oposición a la cultura rural y medieval que había imperado en Rusia hasta entonces.
El debate sobre la cultura se volvió apasionado en el seno del Partido una vez ganada la guerra civil. Fue entonces cuando Lenin insistió en la importancia del combate cultural:
“…nos vemos obligados a reconocer el cambio radical producido en todo nuestro punto de vista sobre el socialismo. Ese cambio radical consiste en que antes poníamos y debíamos poner el centro de gravedad en la lucha política, en la revolución, en la conquista del poder, etc. Mientras que ahora el centro de gravedad cambia hasta desplazarse hacia la labor pacífica de organización “cultural”. Y estoy dispuesto a decir que el centro de gravedad se trasladaría en nuestro país a la obra de cultura, si no fuera por las relaciones internacionales, si no fuera a causa de tener que luchar por nuestras posiciones en escala internacional. Pero si dejamos esa cuestión a un lado y nos limitamos a nuestras relaciones económicas interiores, en realidad, el centro de gravedad del trabajo se reduce hoy a la obra cultural” (“Sobre cooperación”, Obras escogidas, t. 3, p. 784)
Para Lenin, sin embargo, ese combate cultural tenía un significado muy diferente que para Proletkult, pues estaba relacionado con el cambio de período: del final de la guerra civil hacia la reconstrucción y de la NEP. El problema que tenía que encarar el poder soviético en Rusia no era el de la construcción de una nueva cultura proletaria, lo cual parecía totalmente utópico habida cuenta del aislamiento internacional del estado ruso y el terrible atraso cultural de la sociedad rusa (analfabetismo, dominio de la religión, costumbres “asiáticas”, etc.) Para Lenin, las masas rusas debían primero aprender a andar antes de conseguir correr, lo cual significaba que debían todavía asimilar las realizaciones esenciales de la cultura burguesa antes de construir una nueva proletaria. Con un enfoque paralelo, pedía que el régimen soviético aprendiera a comerciar, o en otras palabras, tenía que aprender del capitalismo para sobrevivir en un entorno capitalista. Al mismo tiempo, Lenin estaba cada vez más preocupado por la burocracia creciente, consecuencia directa del atraso cultural de Rusia: el combate por el avance de la cultura se veía pues como parte del combate contra el incremento de la burocracia. Sólo un pueblo educado y cultivado puede esperar tomar la dirección del Estado, y, a la inversa, la nueva capa de burócratas es por lo tanto la consecuencia del conservadurismo campesino y de la ausencia de cultura moderna en Rusia.
La resolución presentada al congreso de Proletkult, aunque escrita antes de la adopción de la NEP, parece anticipar esas inquietudes. El punto más importante es que subraya que el marxismo no rechaza las realizaciones culturales del pasado, sino al contrario, debe asimilar de ellas lo mejor que poseen. Esto era un claro reproche al carácter “iconoclasta” de las tendencias de Proletkult a rechazar todas las riquezas culturales precedentes. Aunque el propio Bogdánov tenía un acercamiento al problema mucho más complejo, no hay duda de que Proletkult estaba muy impregnado de actitudes inmediatistas y obreristas. En su primera conferencia, por ejemplo, se dijo que “toda la cultura del pasado puede calificarse de burguesa, y dentro de ella –salvo en las ciencias naturales y la técnica- no hay nada que valga la pena conservarse; el proletariado debe empezar su trabajo de destrucción de la vieja cultura y de creación de una nueva inmediatamente después de la Revolución” (citado y traducido por nosotros en Revolutionary Dreams: Utopian Vision and Experimental Life in the Russian Revolution, OUP, 1089, p. 71, libro que contiene un panorama detallado de las numerosas experiencias culturales de los primeros años de la Revolución). En Tambov, en 1919, “los ‘proletkultistas’ locales habían previsto quemar todos los libros de las bibliotecas creyendo que sus estantes iban a llenarse desde principios de año con obras proletarias únicamente” (idem).
Contra esa visión sobre el pasado, Trotski insistió en Literatura y revolución: “Nosotros, marxistas, siempre hemos vivido en la tradición y no por eso hemos dejado de ser revolucionarios”. La exaltación del proletariado considerado en un momento aislado no fue nunca una posición marxista; el marxismo ve al proletariado en su dimensión histórica, incluyendo en ella el pasado más lejano, el presente y el futuro, cuando el proletariado se haya disuelto en la comunidad humana. Por una ironía del lenguaje, la palabra Proletkult se entendió a veces como “culto del proletariado”, noción radical sólo en apariencia y que puede perfectamente ser recuperada por el oportunismo, el cual se desarrolla basado en una visión restringida e inmediatista de la clase. Ese mismo obrerismo se expresaba en la tendencia de Proletkult a dar por sentado que la cultura proletaria sería el producto de los obreros solos. Pero como lo muestra Trotski en Literatura y revolución, los mejores artistas no son necesariamente obreros; la dialéctica social que produce las obras de arte más radicales es más compleja que la visión reductora según la cual sólo podrían venir de individuos pertenecientes a la clase revolucionaria. Podríamos decir lo mismo de la relación entre revolución social y política del proletariado y los nuevos avances artísticos: hay sin lugar a dudas un vínculo subyacente entre ambos, pero no es ni automático ni nacional. Por ejemplo, mientras Proletkult intentaba crear en Rusia una nueva música “proletaria”, una de las creaciones más radicales de la música contemporánea estaba surgiendo en la Norteamérica capitalista, el jazz.
La resolución de Lenin expresaba también su oposición a la tendencia de Proletkult a organizarse autónomamente, casi como un partido paralelo, con sus congresos, su comité central, etc. Y de hecho, ese modo de organización parecía basado en una confusión entre la esfera política y la cultural, una tendencia a darles la misma importancia, e, incluso, como en Bogdánov, la tentación de ver la esfera cultural como la primordial.
Desde un punto de vista más crítico, debemos recordar que era aquél un período en el que Lenin estaba desarrollando una hostilidad a todo tipo de disidencias dentro del Partido. Como ya se ha relatado en los artículos anteriores de esta serie, en 1921 se prohibieron las “fracciones” y los grupos o corrientes de izquierda en el seno del Partido sufrieron violentos ataques que acabaron culminando en la represión física de los grupos comunistas de izquierda en 1923. Y una de las razones de la hostilidad de Lenin hacia Proletkult era que éste tenía tendencia a convertirse en punto de convergencia de algunos disidentes de dentro o cercanos al Partido. La insistencia de Proletkult en el igualitarismo y la creatividad espontánea de los obreros se acercaba a las ideas de la Oposición obrera: en 1921, un grupo llamado de los “Colectivistas” hizo circular un texto durante el congreso de Proletkult en el que reivindicaba a la vez su pertenencia a la Oposición obrera y a Proletkult; defendía así las ideas de Bogdánov sobre la filosofía y su análisis sobre el capitalismo de Estado, que fue utilizado para criticar la NEP. Un año después, el grupo Verdad Obrera defendió un punto de vista idéntico; Bogdánov estuvo momentáneamente encarcelado por su participación en ese grupo, aunque él negó haberlo apoyado. Tras este episodio, Bogdánov se retiró de toda actividad política, dedicándose por completo a su labor científica. A la luz de estos hechos debemos comprender por qué Lenin insistió tanto para que Proletkult se fundiera más o menos en las instituciones “culturales” del Estado, o sea el Comisariado del pueblo para la instrucción.
A nuestro parecer, la subordinación de los movimientos artísticos al Estado de transición no es la respuesta correcta a la confusión entre los ámbitos artístico y político; en realidad no hace sino incrementar esa confusión. Según Zenovia Sochor en Revolución y cultura, Trotski se opuso a los esfuerzos de Lenin por disolver Proletkult en el Estado. aunque compartiera muchas de sus críticas. En Literatura y Revolución, Trotski propone una base clara para determinar la política comunista respecto al arte:
“¿Quiere esto decir que el partido, contrariamente a sus principios, tiene una posición ecléctica en el terreno artístico? Esta idea que parece tan convincente, es extraordinariamente pueril. El marxismo puede servir para valorar el desarrollo del arte nuevo, estudiar sus fuentes, favorecer a las tendencias progresistas por medio de la crítica, pero no se le puede pedir más. El arte debe abrirse su propio camino. Sus métodos no son los del marxismo. El partido dirige al proletariado, pero no dirige el proceso histórico. Hay terrenos en los que dirige de un modo directo e imperativo. Hay otros en los que vigila y fomenta. Y otros, finalmente, en los que se limita a dar directivas. El arte no es una materia en la que el partido deba dar órdenes. Puede protegerlo y estimularlo, pero sólo indirectamente puede dirigirlo. Puede y debe otorgar su confianza a los grupos que aspiren sinceramente a aproximarse a la revolución, y estimular así la expresión artística de ésta. Pero en ningún caso puede adoptar las posiciones de un círculo literario que esté combatiendo a otros. No puede y no debe hacerlo ([4]).
En 1938, en respuesta a los proyectos de los nazis y de Stalin de reducir el arte a un simple apéndice de la propaganda del Estado, Trotski fue todavía más explícito: “Si bien para un mejor desarrollo de la producción material, la revolución debe construir un régimen socialista con un control centralizado, para desarrollar la creación intelectual, un régimen de libertad individual de tipo anarquista deberá establecerse primero. ¡Ninguna autoridad, ningún diktat, ni la menor huella de órdenes que procedan de arriba!” (Leon Trotski, On Literature and Art, Nueva York, 1970, p. 119, trad. por nosotros).
Trotski analizó más profundamente que Lenin el problema general de la cultura proletaria; mientras que la resolución de Lenin deja la puerta abierta a esa idea de la intervención autoritaria del Estado, Trotski la rechaza de plano, basándose en la búsqueda y la reflexión sobre la naturaleza del proletariado: primera clase revolucionaria en la historia que nada posee, una clase explotada. Comprender esto, que es clave para captar cada aspecto del combate de clase del proletariado, está muy claramente desarrollado en el extracto que aquí publicamos de Literatura y revolución. La corta introducción al libro es ya un resumen de su tesis sobre la cultura proletaria:
“Es un error de base el oponer cultura y arte burgueses a cultura y arte proletarios. Estos no existirán jamás, al ser el régimen proletario transitorio y temporal. El significado histórico y la grandeza moral de la revolución proletaria consiste en que establece las bases de una cultura que está por encima de las clases y que será la primera cultura verdaderamente humana”.
Literatura y revolución fue escrito en el período 1923-24, o sea, en el período mismo en que se iniciaba plenamente la lucha contra la instalación de la burocracia estalinista. Trotski escribió el libro durante las vacaciones de verano. En cierto modo, le procuró un alivio contra las tensiones y obligaciones del combate “político” diario dentro del Partido. Pero fue, además, un arma en el combate contra el estalinismo. Aunque el Proletkult originario había decaído profundamente tras las controversias de 1920-21 en el Partido, a mediados de los años 20, una parte de él se reencarnó en un engañoso radicalismo que fue una de las apariencias del estalinismo. Y en 1925, uno de sus retoños, el grupo de Escritores proletarios alumbró una justificación “cultural” de la campaña contra Trotski: “Trotski niega la posibilidad de una cultura y un arte proletarios so pretexto de que nos dirigimos hacia una sociedad sin clases. Pero es en base a lo mismo que el menchevismo niega la posibilidad de la dictadura proletaria, del estado proletario, etc. Las ideas de Trotski y de Voronski citadas arriba son ‘el troskismo aplicado a temas ideológicos y artísticos’. Aquí, la fraseología ‘de izquierdas’ sobre un arte por encima de las clases sirve de disfraz, sirve para limitar las tareas culturales del proletariado”. Más lejos, ese texto proclama: “Ese éxito significativo de la literatura proletaria se ha hecho posible gracias al progreso político y económico de las masas laboriosas de la Unión Soviética” (“Resolución de la primera conferencia plenaria de escritores proletarios”, publicada en Bolchevick Visions: First Phase of the Cultural Revolution in Soviet Russia, 2ª parte, editada en inglés por W.G. Rosenberg, 1990). Pero ese “progreso político y económico” avanzaba ahora tras los lábaros del “socialismo en un solo país”. Esta monstruosa revisión ideológica perpetrada por Stalin, identificando dictadura del proletariado y socialismo con el fin de acabar con ambas cosas, permitió a ciertos apéndices de Proltkult pretender que una nueva cultura proletaria se estaba construyendo sobre los cimientos de una economía socialista.
El propio Bujarin rechazó la crítica de Trotski a la llamada cultura proletaria, diciendo que éste no podía comprender que el período de transición hacia la sociedad comunista pudiera ser un proceso largo, y, teniendo en cuenta el fenómeno del desarrollo desigual, el período de dictadura del proletariado podría durar el tiempo suficiente para que emergiera una cultura proletaria diferenciada. Esto era también un apoyo teórico para abandonar la perspectiva de la revolución mundial en beneficio de la construcción del “socialismo” en Rusia sola. ([5]).
Los testimonios sobre la bestial opresión de los Estados estalinistas tanto en lo económico como en lo político son una prueba más que suficiente de que lo que se estaba construyendo en aquellos países no tenía nada que ver con el socialismo. Y el vacío cultural completo de esos regímenes, la desaparición de una verdadera creatividad artística en favor de un kitch totalitario de lo más cutre demuestran una vez más que esos regímenes nunca representaron la más mínima expresión de un avance hacia una verdadera cultura humana, sino un producto especialmente brutal de este sistema senil y moribundo que se llama capitalismo. De esto, los ejemplos más patentes son, entre otros, la manera con la que el aparato estalinista, a partir de los años 30, rechazó cualquier experimento vanguardista en el ámbito artístico y educativo, al igual que la pretendida “revolución cultural” china de los años 60. La historia lamentable de los monstruos estalinista y maoísta no han ofrecido la menor enseñanza sobre los problemas culturales ante los que se encontrará la clase obrera en su futura revolución.
CDW
[1] Una de las consecuencias de la contrarrevolución es que la tradición de la Izquierda comunista, que preservó y desarrolló el marxismo durante ese período, no tuvo ni tiempo ni ocasión de interesarse por la esfera general del arte y la cultura, de modo que las contribuciones de Rühle, Bordiga y otros todavía están por recuperar y sintetizar
[2] Los “ultimalistas” fueron, junto con los “otzovistas”, una tendencia en el seno del bolchevismo que no estaban de acuerdo con la táctica parlamentaria del Partido tras la derrota del levantamiento de 1905. La controversia con Lenin sobre las innovaciones filosóficas de Bogdánov llegó a ser muy intensa cuando a ella se mezclaron divergencias
[3] más directamente políticas, acabando en la expulsión de Bogdánov del grupo bolchevique en 1909. El grupo de Bogdánov permaneció en el Partido socialdemócrata ruso, publicó el periódico Vperiod (Adelante) durante los años siguientes. También en esto sigue pendiente la escritura de una historia crítica de esas primeras tendencias de “izquierda” dentro del bolchevismo.
3) Existe en inglés: Revolution and Culture, the Bogdanov-Lenin Controversy, de Zenovia Sochor, Cornell Universitry, 1988. Sirve de reseña informativa de las principales diferencias entre Lenin y Bogdánov. El enfoque del autor es, sin embargo, más académico que revolucionario. Sobre el capitalismo de Estado, Bogdánov criticaba la tendencia de Lenin a verlo como una especie de antesala del socialismo. Bogdánov veía en ese capitalismo una expresión de la decadencia del capitalismo (cap. IV de la obra citada).
[4] “La posición del partido ante el arte”, Literatura y revolución, t. 1, ed. Ruedo Ibérico
[5] Cf. Isaac Deutcher, El profeta armado, Trotski 1921-29, cap. III. Este capítulo que trata de los escritos de Trotski sobre la cultura, es tan brillante como el resto de la biografía que hemos utilizado ampliamente. Pero también revela el destino trágico del trotskismo. Deutcher está en el 99 % de acuerdo con Trotski sobre la “cultura proletaria”, pero hace una concesión muy significativa a las ideas de Bujarin según las cuales un “régimen transitorio” aislado podría durar décadas. Según Deutcher y los trotkistas de la posguerra, los regímenes estalinistas establecidos fuera de la URSS, al igual que ésta, eran todos “Estados obreros” atrapados entre una revolución proletaria y la siguiente, de modo que Trotski: “sin la menor duda, subestimó la duración del período de dictadura del proletariado y, por consiguiente la tendencia de esta dictadura a tomar un carácter burocrático”. En realidad, esto no es más que una defensa del capitalismo de Estado estalinista
El debate sobre la “cultura proletaria” Cultura proletaria y arte proletario
TOda clase dominante crea su propia cultura y, por consiguiente, su propio arte. La historia ha conocido las culturas esclavistas de Oriente, la cultura feudal de la Europa medieval y la cultura burguesa que domina actualmente el mundo. De ahí parece deducirse que el proletariado tiene que crear también su cultura y arte propios.
Sin embargo, la cuestión no es tan simple como parece a primera vista. La sociedad en la que los propietarios de esclavos formaban la clase dirigente ha existido durante muchos siglos. Lo mismo ocurrió con el feudalismo. La cultura burguesa, incluso si contamos sólo a partir de su primera manifestación abierta y turbulenta, es decir desde la época del Renacimiento, existe desde hace cinco siglos, aunque no alcanzó su pleno esplendor hasta el siglo xix, y más exactamente en su segunda mitad. La historia muestra que la formación de una cultura nueva alrededor de una clase dominante exige un periodo considerable de tiempo y no alcanza su plena realización hasta el momento precedente a la decadencia política de dicha clase.
¿Tendrá el proletariado tiempo suficiente para crear una cultura “proletaria”? Al revés que el régimen de los propietarios de esclavos y que el de los señores feudales y el de la burguesía, el proletariado considera su dictadura como breve periodo de transición. Cuando queremos rebatir las concepciones demasiado optimistas sobre la transición al socialismo, señalamos que el periodo de la revolución social a escala mundial no durará meses, sino años y décadas ; décadas, pero no siglos, y menos aún milenios. ¿ Puede el proletariado crear una nueva cultura en este lapso de tiempo ? Es lícito dudarlo, tanto más cuanto que los años de la revolución social serán años de una cruel lucha de clases, en que la destrucción requerirá más atención que la actividad constructiva. En todo caso, la energía del proletariado se empleará principalmente en la conquista del poder, su conservación y fortalecimiento y su utilización para las necesidades más urgentes de la existencia y de la lucha ulterior. No obstante, será durante este periodo revolucionario, que encierra en límites tan estrechos la posibilidad de una construcción cultural, cuando el proletariado alcanzará su tensión máxima y la manifestación más completa de su carácter de clase. Por otra parte, cuanto más protegido esté el nuevo régimen contra los trastornos políticos y militares y cuanto más favorables sean las condiciones para la creación cultural, más se disolverá el proletariado en la comunidad socialista, se liberará más de sus características de clase y dejará de existir como proletariado. En otras palabras, durante el periodo de dictadura no cabe pensar seriamente en crear una nueva cultura, es decir no cabe edificar a nivel histórico superior. Por el contrario, cuando la mano de hierro de la dictadura desaparezca, comenzará una época de creación cultural sin precedente en la historia, pero sin carácter de clase. De donde hay que concluir la consecuencia general de que no sólo no hay una cultura proletaria sino que nunca la habrá y que en realidad no hay motivos para sentirlo. El proletariado ha conquistado el poder precisamente para acabar para siempre con la cultura de clase y para abrir paso a una cultura humana. Muchas veces parece que olvidamos esto.
Las referencias inconcretas a la cultura proletaria, por oposición a la cultura burguesa, se basan en una comparación superficial entre los destinos históricos del proletariado y los de la burguesía. El método fácil, puramente liberal, de las analogías históricas formales, no tiene nada en común con el marxismo. No hay ninguna analogía real entre el ciclo histórico de la burguesía y el del proletariado.
El desarrollo de la cultura burguesa comenzó varios siglos antes de que la burguesía se apoderase del Estado tras una serie de revoluciones. Cuando la burguesía no era más que el tercer estado, privada casi por completo de sus derechos, desempeñaba ya un papel importante y creciente en todos los campos de la cultura. Esto se puede ver muy claramente en la evolución de la arquitectura. Las iglesias góticas no fueron edificadas de repente, bajo el impulso de una inspiración religiosa. La construcción de la catedral de Colonia, su arquitectura y su escultura, resumen toda la experiencia arquitectónica de la humanidad desde los tiempos de las cavernas, y todos los elementos de esta experiencia se hallan combinados en un estilo nuevo que expresa la cultura de su época, es decir, en definitiva la estructura social y la técnica del momento. La antigua preburguesía de los gremios y corporaciones fue la verdadera creadora del gótico. Al desarrollarse y fortalecerse, es decir al enriquecerse, la burguesía superó intelectual y prácticamente el gótico y comenzó a crear su propio estilo arquitectónico, ya no para iglesias sino para sus palacios. Apoyándose en los adelantos del gótico, se volvió hacia la antigüedad, especialmente la romana, aprovechó la arquitectura árabe, lo subordinó todo a las condiciones y necesidades de la nueva vida urbana y creó así el Renacimiento (Italia al final del primer cuarto del siglo xv). Los especialistas pueden contar, y de hecho cuentan, los elementos que el Renacimiento debe a la antigüedad y los que debe al gótico, y pueden discutir sobre cuál es el predominante. Pero el Renacimiento comienza, en cualquier caso, cuando la nueva clase social, saciada ya culturalmente, se siente lo suficientemente fuerte como para sacudirse el yugo del arco gótico, para considerar el gótico y todo lo anterior como materiales a su disposición y para someter la técnica del pasado a sus propios objetivos artísticos. Esto se aplica también a todas las demás artes, con la diferencia de que debido a su mayor flexibilidad, o sea a que dependen menos de los fines prácticos y de la técnica, las artes “libres” no revelan de un modo tan convincente la evolución dialéctica de los sucesivos estilos.
Entre el Renacimiento y la Reforma, por una parte, que crearon unas condiciones de existencia intelectual y política más favorables para la burguesía dentro de la sociedad feudal, y la revolución, que transfirió el poder a la burguesía (en Francia), transcurrieron tres o cuatro siglos de crecimiento de la fuerza material e intelectual de la burguesía. La época de la gran revolución francesa y de las guerras subsiguientes hizo descender momentáneamente el nivel material de la cultura. Pero poco después, el régimen capitalista se afirmó como “natural” y “eterno”.
Así, el proceso fundamental de acumulación de elementos de la cultura burguesa y su cristalización en un estilo específico estuvo determinado por las características sociales de la burguesía como clase poseedora y explotadora; la burguesía no sólo se desarrolló materialmente en el seno de la sociedad feudal, uniéndose a ésta de mil maneras y apoderándose de la riqueza, sino que además se atrajo a los intelectuales, creándose así puntos de apoyo culturales (escuelas, universidades, academias, periódicos, revistas), mucho antes de apoderarse abiertamente del Estado. Basta recordar aquí que la burguesía alemana, con su incomparable cultura técnica, filosófica, científica y artística, dejó el poder en manos de una casta feudal y burocrática hasta 1918, y se decidió, o más exactamente se vio obligada a hacerse cargo del poder sólo cuando la base material de la cultura alemana comenzó a romperse en pedazos.
Pero se puede objetar: fueron precisos milenios para crear el arte de la sociedad esclavista y sólo siglos para el arte burgués; ¿por qué, entonces, no habrían de bastar unas décadas para el arte proletario? Las bases técnicas de la vida son completamente diferentes hoy día y por consiguiente el ritmo ha cambiado también. Esta objeción, que a primera vista parece convincente, en realidad elude el verdadero problema.
Indudablemente, llegará un momento en el desarrollo de la nueva sociedad en que la economía, la vida cultural y el arte lograrán la máxima libertad de acción para su avance. El ritmo de ese avance no podemos ni soñarlo hoy. En una sociedad en la que habrá desaparecido la molesta y embrutecedora preocupación por el pan de cada día, en la que los comedores comunitarios prepararán a gusto de cada uno una buena comida, sana y apetitosa; en la que las lavanderías comunitarias lavarán bien ropa de calidad para todos, en la que los niños, todos los niños, estarán bien alimentados, fuertes y alegres, y absorberán los elementos fundamentales de la ciencia igual que absorben la albúmina, el aire y el calor solar; en la que la electricidad y la radio no serán esas técnicas primitivas que son hoy, sino que bastará con apretar un botón para que se pongan en acción reservas inagotables de energía; en la que no habrá « bocas inútiles », en la que el egoísmo liberado del hombre – ¡una fuerza enorme! – se dirigirá totalmente hacia el conocimiento, la transformación y el perfeccionamiento del universo..., en una sociedad como ésta, la dinámica del desarrollo de la cultura será incomparable con nada de lo anteriormente conocido. Pero todo esto no vendrá sino después de un largo y difícil periodo de transición, que todavía está ante nosotros. Y de lo que hablamos ahora es precisamente de ese periodo de transición.
Pero, ¿ no es dinámica la época actual ? Sí, lo es, y en el más alto grado. Pero su dinamismo se centra en la política. La guerra y la revolución fueron dinámicas, pero en su mayor parte a costa de la cultura y de la técnica. Es cierto que la guerra ha dado lugar a una larga serie de inventos técnicos. Pero la miseria general que ha producido ha imposibilitado durante bastante tiempo la aplicación práctica de estos inventos, que podían haber significado una revolución en el modo de vida. Así ocurre con la radio, la aviación y muchos descubrimientos químicos y mecánicos. Por otra parte, la revolución crea las bases de una nueva sociedad. Pero lo hace con los métodos de la vieja sociedad, con la lucha de clases, la violencia, la destrucción y la aniquilación. Si la revolución proletaria no hubiese ocurrido, la humanidad se habría asfixiado en sus propias contradicciones. La revolución salvó la sociedad y la cultura, pero por medio de la cirugía más cruel. Todas las fuerzas activas se concentran en la política, en la lucha revolucionaria; lo demás queda relegado a segundo término, y todo lo que constituye un obstáculo es pisoteado sin compasión. Este proceso tiene, naturalmente, sus flujos y reflujos parciales : el comunismo de guerra deja paso a la NEP que, a su vez, recorre diversos estadios. Pero esencialmente, la dictadura del proletariado no es la organización económica y cultural de una nueva sociedad, sino un régimen militar revolucionario en lucha para instaurar esa organización. No hay que olvidar esto. El historiador futuro situará probablemente el cenit de la sociedad antigua en el 2 de agosto de 1914, en que el poder exacerbado de la cultura burguesa sumió al mundo en el fuego y la sangre de la guerra imperialista. El comienzo de la nueva historia de la humanidad se fijará probablemente en el 7 de noviembre de 1917. Las etapas fundamentales del desarrollo de la humanidad se establecerán poco más o menos de la siguiente manera: la “historia” prehistórica del hombre primitivo; la historia de la antigüedad, cuyo progreso se basó en la esclavitud; la Edad Media, basada en la servidumbre; el capitalismo, con la explotación del trabajo asalariado; y finalmente la sociedad socialista, con su transición, esperemos que no dolorosa, a una comuna en la que habrá desaparecido el poder. En cualquier caso, los veinte, treinta o cincuenta años que exigirá la revolución proletaria mundial pasarán a la historia como la transición más dolorosa de un sistema a otro, y en ningún caso como una época independiente de cultura proletaria.
En estos años de respiro por los que pasamos actualmente, pueden nacer algunas ilusiones respecto a esto en nuestra república soviética. Nos hemos preocupado por los problemas culturales. Al proyectar nuestras preocupaciones actuales sobre un futuro lejano se puede llegar a imaginar una cultura proletaria de larga duración. Pero por importante y por vital que sea nuestra tarea cultural, está totalmente subordinada a la suerte de la revolución europea y mundial. Seguimos siendo meros soldados en acción. Tenemos de momento un día de descanso, que hay que aprovechar para lavarnos la camisa, cortarnos el pelo y ante todo limpiar y engrasar el fusil. Toda nuestra actividad económica y cultural actual no es más que una reorganización de nuestro equipo entre dos batallas y dos campañas. Los combates decisivos están aún ante nosotros y hay otros en el horizonte. Los días que vivimos no son todavía la época de una nueva cultura, son todo lo más el umbral de esa época. Debemos, en primer lugar, tomar posesión oficialmente de los elementos más importantes de la cultura antigua, de modo que nos sirvan al menos como base sobre la que apoyarnos para avanzar hacia la cultura nueva.
Esto se ve con gran claridad si se enfoca el problema, como se debe hacer, a escala internacional. El proletariado era, y sigue siendo, una clase no poseedora. Por esta misma razón, sus posibilidades de participar en los elementos de la cultura burguesa que han pasado a ser patrimonio de la humanidad eran extraordinariamente restringidas. En cierto sentido, se puede decir con justicia que el proletariado, al menos el proletariado europeo, ha tenido también su Reforma, sobre todo en la segunda mitad del siglo xix, en que, sin alcanzar aún directamente el poder del Estado, logró unas condiciones jurídicas más favorables a su desarrollo dentro del régimen burgués. Pero, en primer lugar, para este periodo de Reforma (parlamentarismo y reformas sociales), que coincide esencialmente con el periodo de la Segunda internacional, la historia asignó a la clase obrera aproximadamente tantos decenios como siglos había asignado a la burguesía. En segundo lugar, durante este periodo preparatorio, el proletariado no se enriqueció ni reunió en sus manos poder material alguno; al contrario, desde el punto de vista social y cultural se encontró cada vez más desposeído. La burguesía llegó al poder habiendo dominado plenamente la cultura de su tiempo. El proletariado, por su parte, llega al poder poseyendo sólo una aguda necesidad de dominar la cultura. El problema del proletariado que ha conquistado el poder consiste en primer lugar en tomar en sus manos el aparato cultural -industrias, escuelas, publicaciones, prensa, teatros, etc. – que antes estaba al servicio de otros, y abrir con él el camino hacia la cultura para sí mismo.
En Rusia la tarea se complica por la pobreza de toda nuestra tradición cultural y por los destrozos materiales producidos por los acontecimientos de los últimos años. Después de haber conquistado el poder y de haber luchado durante casi seis años por su conservación y consolidación, nuestro proletariado se ve obligado a emplear todas sus energías en la creación de las condiciones materiales de existencia más elementales y en iniciarse a sí mismo en el ABC de la cultura -ABC en el sentido auténtico y literal de la expresión. No en vano nos hemos fijado como objetivo la eliminación total del analfabetismo para el décimo aniversario del régimen soviético.
Alguien, quizás, puede objetar que yo doy al concepto de cultura proletaria un sentido demasiado amplio. Que si no puede existir una cultura proletaria total, plenamente desarrollada, la clase obrera podrá imponer al menos su sello a la cultura antes de disolverse en la sociedad comunista. Una objeción de este tipo debe considerarse en primer lugar como un serio alejamiento del concepto de cultura proletaria. Es indiscutible que el proletariado, durante la época de su dictadura, impondrá su sello a la cultura. Sin embargo, de ahí a una cultura proletaria, si se entiende por ésta un sistema desarrollado e internamente coherente de conocimientos y técnicas en todos los terrenos de la creación material y espiritual, hay mucha distancia. El hecho mismo de que, por primera vez, decenas de millones de hombres sepan leer y escribir y conozcan las cuatro operaciones aritméticas, será ya un acontecimiento cultural de la mayor importancia. La esencia de la nueva cultura reside en que no será aristocrática, para una minoría privilegiada, sino que será una cultura de masas, universal, popular. La cantidad se transformará en calidad: con el aumento del carácter masivo de la cultura se elevará también su nivel y cambiarán sus características. Pero esta evolución se operará a través de una serie de etapas históricas. Con cada nuevo éxito en esta dirección, se debilitarán los rasgos que hacen del proletariado una clase y de este modo desaparecerá la base necesaria para una cultura proletaria.
¿Y qué ocurre con los estratos superiores de la clase trabajadora, qué ocurre con su vanguardia ideológica? ¿No se puede decir que en estos círculos, por reducidos que sean, se está produciendo ya hoy el desarrollo de una cultura proletaria? ¿Es que no tenemos una academia socialista, es que no tenemos profesores rojos? Muchos cometen el error de plantearse el problema de este modo tan abstracto. Se piensa que es posible crear una cultura proletaria por métodos de laboratorio. Pero en realidad el tejido cultural básico se forma por las relaciones e interacciones que existen entre la intelligentsia de una clase y la clase misma. La cultura burguesa -técnica, política, filosófica y artística se formó por la interacción de la burguesía y sus inventores, dirigentes, pensadores y poetas. El lector creaba al escritor y el escritor al lector. Esto es cierto en una medida incomparablemente mayor tratándose del proletariado, pues su economía, su política y su cultura sólo pueden basarse en la iniciativa creadora de las masas. En un futuro inmediato, sin embargo, la tarea principal de la intelligentsia proletaria no reside en la abstracción de una nueva cultura – carente aún de base –, sino en una política cultural concreta: la asimilación sistemática, planificada y por supuesto crítica, de los elementos indispensables de la cultura ya existente, por parte de las masas atrasadas. Es imposible crear una cultura de clase a espaldas de esa clase. Luego para edificar la cultura de la clase obrera colaborando con ella y de acuerdo con su sentido histórico general, es preciso organizar el socialismo, al menos en sus líneas básicas. En este proceso, las características de clase de la sociedad no se irán acentuando, sino, al contrario, debilitándose poco a poco hasta desaparecer, en relación directa con el éxito de la revolución. La dictadura del proletariado es liberadora, precisamente en el sentido de que es un medio transitorio –muy transitorio– de despejar el camino y sentar las bases.
Para explicar más concretamente la idea del “periodo de edificación cultural” en el desarrollo de la clase trabajadora, consideremos la sucesión histórica, no de las clases sino de las generaciones. Decir que éstas se suceden y se continúan unas a otras, suponiendo una sociedad en ascenso y no en decadencia, significa que cada una añade su aportación a lo que la cultura ha acumulado hasta entonces. Pero antes de poder hacerlo, cada generación nueva debe atravesar un periodo de aprendizaje: se apropia entonces de la cultura existente y la transforma a su manera, haciéndola más o menos diferente a la de la generación anterior. Esta apropiación no es aún creadora, es decir no supone la creación de nuevos valores culturales, sino sólo la de sus premisas. En cierta medida, todo esto puede aplicarse al destino de las masas trabajadoras que se elevan al nivel de la creación histórica. Sólo es preciso añadir que antes de superar la etapa de aprendizaje cultural el proletariado habrá dejado de ser proletariado. Recordemos una vez más que la capa superior del tercer estado, la burguesía, hizo su aprendizaje cultural bajo el techo de la sociedad feudal; que mientras estaba todavía en el seno de ésta, había superado, desde el punto de vista cultural, a los viejos estamentos dirigentes y que había llegado a ser el motor de la cultura antes de llegar al poder. Todo es muy diferente tratándose del proletariado en general, y del proletariado ruso en particular; éste se ha visto forzado a tomar el poder antes de haberse apoderado de los elementos fundamentales de la cultura burguesa; se ha visto forzado a derribar la sociedad burguesa por la violencia revolucionaria precisamente porque esta sociedad le impedía el acceso a la cultura. La clase trabajadora se esfuerza por transformar el aparato estatal en una potente bomba para apagar la sed de cultura de las masas. Es una tarea de un significado histórico inmenso. Pero hablando con exactitud, no es todavía la creación de una cultura proletaria especial. “Cultura proletaria”, “arte proletario”, etc., son expresiones que en tres de cada diez casos se usan sin el menor sentido crítico para designar la cultura y el arte de la sociedad comunista futura; en dos de cada diez casos, para referirse al hecho de que grupos particulares del proletariado se apoderan de elementos aislados de la cultura preproletaria; y finalmente, en cinco de cada diez casos, es un conjunto confuso de ideas y palabras sin pies ni cabeza.
He aquí un ejemplo reciente, de entre los cien posibles, de empleo claramente negligente, erróneo y peligroso, de la expresión “cultura proletaria” : “La base económica y el sistema de superestructuras correspondiente – escribe el camarada Sisov – forman la cultura característica de una época (feudal, burguesa, proletaria)”. Así, la época cultural proletaria se coloca aquí en el mismo plano que la época burguesa. Sin embargo, lo que se denomina aquí cultura proletaria es sólo el breve periodo de transición de un sistema sociocultural a otro, del capitalismo al socialismo. La instauración del régimen burgués estuvo también precedida por una época de transición. Pero la revolución burguesa tenía como objetivo perpetuar el dominio de la burguesía, y ha tenido éxito, mientras que la revolución proletaria pretende acabar con la existencia del proletariado como clase en el plazo más breve posible. La longitud de este plazo depende totalmente del éxito de la revolución. ¿No es increíble que se pueda olvidar esto y que se coloque la época de la cultura proletaria en el mismo plano que la de la cultura feudal o burguesa?
Si esto es así, ¿Puede deducirse que no tenemos ciencia proletaria? ¿No podemos decir que la concepción materialista de la historia y la crítica marxista de la economía política son elementos científicos inestimables de una cultura proletaria? ¿No hay aquí una contradicción?
Desde luego, la concepción materialista de la historia y la teoría del valor tienen una inmensa importancia, tanto como arma de lucha de la clase proletaria como para la ciencia en general. Hay más verdadera ciencia en el Manifiesto comunista solo que en bibliotecas enteras llenas de compilaciones, especulaciones y falsificaciones profesorales sobre filosofía e historia. ¿Pero se puede decir que el marxismo constituye un producto de la cultura proletaria? ¿Y se puede decir que ya hoy estamos utilizando el marxismo, no sólo en las luchas políticas sino también en los problemas científicos generales?
Marx y Engels salieron de las filas de la democracia pequeñoburguesa y, naturalmente, se educaron en esta cultura y no en la cultura proletaria. Si no hubiese existido la clase obrera, con sus huelgas, sus luchas, sus sufrimientos y sus rebeldías, tampoco hubiese habido, por supuesto, comunismo científico, por no ser históricamente necesario. La teoría del comunismo científico se edificó totalmente sobre la base de la cultura científica y política de la burguesía, aunque declaró a esta última una guerra a muerte. Bajo los golpes de las contradicciones capitalistas, el pensamiento universalizador de la democracia burguesa se elevó, en sus representantes más audaces, más honrados y más clarividentes, hasta una genial negación de sí mismo, armado con todo el arsenal crítico de la ciencia burguesa. Así se originó el marxismo. El proletariado encontró en el marxismo su método, pero no inmediatamente, y ni siquiera hoy completamente. Hoy, este método sirve principalmente, casi exclusivamente, a objetivos políticos. El desarrollo metodológico del materialismo dialéctico y su aplicación sistemática al conocimiento, son cosas que pertenecen aun totalmente al futuro. Sólo en una sociedad socialista dejará el marxismo de ser únicamente un instrumento de lucha política, para convertirse en un método de creación científica, elemento e instrumento importantísimo de la cultura espiritual.
Es indiscutible que toda ciencia refleja en mayor o menor grado las tendencias de la clase dominante. Cuando más estrechamente se vincule una ciencia a los problemas prácticos de la conquista de la naturaleza (física, química, ciencias naturales en general), mayor será su valor humano, no clasista. Cuanto más profundamente se relacione con el mecanismo social de la explotación (economía política) o generalice abstractamente la experiencia humana (como la sicología, no en su sentido experimental y fisiológico sino en su llamado sentido « filosófico »), más se subordinará al egoísmo de clase de la burguesía y menor será su contribución al acervo general de conocimientos humanos. En el terreno de las ciencias experimentales existen diferentes grados de integridad y objetividad científica, según la amplitud de las generalizaciones hechas. Por regla general, las tendencias burguesas se desarrollan mucho más libremente en las altas esferas de la filosofía metodológica, de la «concepción del mundo». Por eso es necesario limpiar el edificio científico de pies a cabeza o, mejor dicho, desde la cabeza hasta los pies, pues es preciso comenzar por los pisos de arriba. Sin embargo, sería muy inocente creer que el proletariado debe revisar críticamente toda la ciencia heredada de la burguesía antes de aplicarla a la edificación socialista. Esto equivaldría a decir, como los moralistas utópicos: antes de construir una sociedad nueva, el proletariado debe elevarse a la altura de la moral comunista. De hecho, el proletariado transformará la moral, al igual que la ciencia, sólo después de que haya construido la sociedad nueva, aunque sea únicamente en sus líneas generales. Pero, e no estamos cayendo en un círculo vicioso? ¿Cómo se puede crear una sociedad nueva por medio de la ciencia y la moral antiguas? Aquí hay que recurrir a la dialéctica, a esa misma dialéctica que derrochamos en la poesía lírica, la administración, la sopa de verduras o el puré. Para comenzar a actuar, la vanguardia proletaria tiene absoluta necesidad de ciertos puntos de apoyo, ciertos métodos científicos que puedan liberar la mente del yugo ideológico de la burguesía; en parte los tiene ya, y en parte tiene que conquistarlos todavía.
El método fundamental ha sido ya puesto a prueba en muchas batallas y en las condiciones más variadas. Pero de esto a la ciencia proletaria hay una gran distancia. La clase revolucionaria no puede interrumpir su lucha porque el partido no haya decidido aún si debe aceptar la hipótesis de los electrones y los iones, la teoría sicoanalítica de Freud, la genética, los nuevos descubrimientos matemáticos de la relatividad, etc. Después de conquistar el poder, el proletariado tendrá muchas más posibilidades de asimilar y revisar la ciencia. Pero también ahí es más fácil decirlo que hacerlo. El proletariado no puede aplazar la construcción del socialismo hasta que sus nuevos científicos, muchos de los cuales tienen hoy pantalones cortos, hayan comprobado y depurado todos los instrumentos y todos los métodos de conocimiento. El proletariado rechaza lo que es manifiestamente inútil, falso y reaccionario, y usa, en los diferentes campos de su labor constructiva, los métodos y resultados de la ciencia actual, tomándolos necesariamente con el porcentaje de elementos clasistas y reaccionarios que contienen. El resultado práctico se justificará en conjunto, porque la práctica, sometida al control de los principios socialistas, irá revisando y seleccionando gradualmente los métodos y conclusiones de la teoría. Entre tanto habrán crecido científicos educados en las condiciones nuevas. En cualquier caso, el proletariado tendrá que realizar su obra de edificación socialista hasta un nivel bastante avanzado, es decir hasta lograr una verdadera seguridad material y la satisfacción de las necesidades culturales de la sociedad, antes de que pueda llevar a cabo una purificación general de la ciencia, de pies a cabeza. Con esto no quiero combatir el trabajo de crítica marxista que actualmente se esfuerzan por realizar muchos pequeños círculos y seminarios en diferentes terrenos. Este trabajo es necesario y útil. Debe ampliarse y profundizarse por todos los medios. Sin embargo, hay que conservar el sentido práctico marxista de la medida para apreciar el peso específico actual de tales experimentos y esfuerzos en relación con las dimensiones generales de nuestra tarea histórica.
¿Significa todo esto que hay que excluir la posibilidad de que puedan surgir de las filas del proletariado, mientras esté en el periodo de la dictadura revolucionaria, científicos eminentes, inventores, dramaturgos y poetas? De ningún modo. Pero sería extraordinariamente superficial dar el nombre de cultura proletaria ni siquiera a los éxitos más valiosos de los representantes individuales de la clase trabajadora. No se puede cambiar el concepto de cultura en monedas pequeñas para el gasto diario personal, ni se pueden determinar los progresos culturales de una clase por los pasaportes proletarios de inventores o poetas aislados. La cultura es el conjunto orgánico de conocimientos y técnicas que caracteriza a toda la sociedad, o al menos a su clase dirigente. Comprende y penetra en todos los terrenos de la creación humana y los unifica en un sistema. Las realizaciones individuales se desarrollan a partir de este nivel y lo van elevando poco a poco.
¿Existe esta relación orgánica entre nuestra poesía proletaria actual y la actividad cultural de la clase obrera en su conjunto? Es evidente que no. Individualmente o por grupos, los obreros se inician en el arte creado por la intelligentsia burguesa y usan su técnica, por el momento de un modo bastante ecléctico. ¿ Se hace con la intención de expresar su propio mundo interior, proletario ? La realidad es que no, todo lo contrario. La obra de los poetas proletarios está falta de esa calidad orgánica que no puede surgir más que de una unión íntima entre el arte y el desarrollo general de la cultura. Tenemos obras literarias de proletarios dotados e inteligentes, pero esto no es literatura proletaria. Puede, sin embargo, que llegue a ser una de sus fuentes.
El camarada Dubrovskoy ofendió gravemente a los poetas gérmenes, raíces y fuentes a los que se remontará algún investigador futuro como antecedentes de los diversos sectores de la cultura del porvenir, igual que los historiadores actuales del arte parten del teatro de Ibsen para remontarse a los misterios religiosos o del impresionismo y cubismo a la pintura de los monjes. En la economía del arte, como en la de la naturaleza, nada se pierde y todo está unido. Pero de hecho, concretamente, en la vida, la producción actual de los poetas surgidos del proletariado está aún lejos de desarrollarse al mismo ritmo que el proceso de preparación de las condiciones de la futura cultura socialista, es decir el proceso de elevación de las masas. (…)
León Trotski
Trotski, Literatura y revolución; otros escritos sobre la literatura y el arte, cap. 6, tomo 1, Ruedo ibérico ediciones, 1969.
NO ES la primera vez que el capitalismo justifica su marcha a la guerra mediante la noción de "choque de civilizaciones". En 1914, se mandó a los obreros al frente en nombre de la defensa de la "civilización" moderna contra la barbarie del knut ruso o del káiser germánico; en 1939 fue para defender la democracia contra las tinieblas del nazismo, entre 1945 y 1989 fue por la democracia contra el comunismo o, en los países "socialistas", contra el imperialismo. Hoy se nos sirve la cantinela de la defensa del "modo de vida occidental" contra el "fanatismo islámico" o, a la inversa, del "Islam contra los cruzados o los judíos". Todos esas consignas no son más que vociferaciones de rebato para la guerra imperialista; en otras palabras, son llamamientos para la lucha bélica entre fracciones rivales de la burguesía en plena época de descomposición del capitalismo decadente. El artículo siguiente es una contribución para combatir esa idea de que el islamismo militante estaría fuera de la civilización burguesa e incluso que estaría contra ella. Intentaremos demostrar que es todo lo contrario: ese fenómeno no puede comprenderse sino como producto, expresión concentrada, del declive histórico de la civilización capitalista. Un segundo artículo estudiará el enfoque marxista del combate contra la ideología religiosa en el proletariado.
NO ES la primera vez que el capitalismo justifica su marcha a la guerra mediante la noción de "choque de civilizaciones". En 1914, se mandó a los obreros al frente en nombre de la defensa de la "civilización" moderna contra la barbarie del knut ruso o del káiser germánico; en 1939 fue para defender la democracia contra las tinieblas del nazismo, entre 1945 y 1989 fue por la democracia contra el comunismo o, en los países "socialistas", contra el imperialismo. Hoy se nos sirve la cantinela de la defensa del "modo de vida occidental" contra el "fanatismo islámico" o, a la inversa, del "Islam contra los cruzados o los judíos". Todos esas consignas no son más que vociferaciones de rebato para la guerra imperialista; en otras palabras, son llamamientos para la lucha bélica entre fracciones rivales de la burguesía en plena época de descomposición del capitalismo decadente.
El artículo siguiente es una contribución para combatir esa idea de que el islamismo militante estaría fuera de la civilización burguesa e incluso que estaría contra ella. Intentaremos demostrar que es todo lo contrario: ese fenómeno no puede comprenderse sino como producto, expresión concentrada, del declive histórico de la civilización capitalista.
Un segundo artículo estudiará el enfoque marxista del combate contra la ideología religiosa en el proletariado.
Marx veía en la religión como "la conciencia y el sentimiento propio del hombre que o no se ha encontrado todavía a sí mismo o se ha vuelto ya a perder a sí mismo". La religión es pues "una conciencia errónea del mundo… la realización fantasmagórica de la conciencia humana, al no tener la esencia humana una realidad verdadera" (1) No es, sin embargo, una simple conciencia errónea, sino una respuesta a la opresión real (respuesta inapropiada que sólo conduce al fracaso):
"El desamparo religioso es, por un lado, la expresión del desamparo real y por otro, la protesta contra el desamparo real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, a la vez que es el espíritu de unas condiciones sociales de las que el espíritu está excluido. Es el opio del pueblo" (2).
En oposición con aquellos filósofos del siglo XVIII que denunciaban la religión como no más que una obra de impostores, Marx afirmó que era necesario exponer las raíces reales, materiales, de la religión, en el marco de unas relaciones económicas de producción bien determinadas.
Pensaba con confianza que la humanidad podrá lograr emanciparse de esa falsa conciencia y alcanzar su pleno potencial en un mundo comunista sin clases.
Marx, de hecho, puso en evidencia hasta qué punto el desarrollo económico del capitalismo había debilitado las bases de la religión. En La Ideología alemana, por ejemplo, afirma que la industrialización capitalista redujo la religión a no ser otra cosa sino una simple mentira. Para liberarse, el proletariado debía perder sus ilusiones religiosas y destruir todos los obstáculos que le impidieran afirmarse como clase; pero las brumas de la religión acabarían siendo barridas por el propio capitalismo. De hecho, para Marx, era el propio capitalismo el que estaba destruyendo la religión, hasta el punto de que hablaba de ella como de algo ya muerto para el proletariado.
Los seguidores de Marx pusieron de relieve que una vez que el capitalismo dejó de ser una fuerza revolucionaria para la transformación de la sociedad, hacia 1871, la burguesía volvió a inclinarse hacia el idealismo y la religión. En su texto: El ABC del comunismo (en torno al programa del Partido comunista ruso en 1919), Bujarin y Preobrazhenski explican las relaciones entre la Iglesia ortodoxa rusa y el viejo Estado feudal zarista. Bajo los zares, explican, el contenido principal de la educación era la religión: "mantener el fanatismo religioso, la estupidez y la ignorancia, fue de una importancia primordial para el Estado". La Iglesia y el Estado estaban "obligados a unir sus fuerzas contra las masas laboriosas y su alianza servía para fortalecer su dominio sobre los trabajadores". En Rusia, la burguesía emergente acabó entablando un conflicto contra la nobleza feudal, incluida la Iglesia en ésta, pues aquélla ansiaba poseer las inmensas rentas que esta última sacaba de la explotación de los trabajadores: "la base real de esta exigencia era el deseo de se transfiriera a la burguesía las rentas otorgadas a la Iglesia por el Estado".
Como la joven burguesía de la Europa occidental, la burguesía ascendente de Rusia llevó a cabo una campaña vigorosa por la separación total entre la Iglesia y el Estado. Sin embargo, en ningún lugar se llevó ese combate hasta el final, ni siquiera en Francia en donde el conflicto había sido especialmente enconado. La burguesía acabó por alcanzar un compromiso con la Iglesia: en la medida en que ésta se puso a desempeñar un papel de pilar del capitalismo, acabó uniéndose a la burguesía, pudiendo llevar a cabo sus actividades religiosas. Bujarin y Preobrazhenski atribuyen esto al hecho de que "por todas partes, el combate llevado a cabo por la clase obrera contra los capitalistas iba cobrando cada vez una mayor intensidad… Los capitalistas acabaron comprendiendo que era más ventajoso aliarse con la Iglesia, pagarle sus oraciones en nombre del combate contra el socialismo, utilizar su influencia sobre las masas incultas para así mantener vivo en sus mentes el sentimiento de ser esclavos que debían somerterse al Estado explotador".
Los burgueses de Europa occidental hicieron entonces las paces con el Clero, aún manteniendo en privado un comportamiento pretendidamente materialista. Como lo muestran en El ABC del comunismo Bujarin y Preobrazhenski, la clave de esa contradicción está en "el bolsillo de los explotadores". En su texto de 1938, Lenin filósofo, Anton Pannekoek, de la Izquierda comunista holandesa, explica por qué el materialismo naturalista de la burguesía progresista tuvo una vida muy corta:
'Mientras la burguesía pudo creer que su sociedad de propiedad privada, de libertad personal, de libre competencia, podía resolver, mediante el desarrollo de la industria, de las ciencias y la técnica, todos los problemas materiales de la humanidad, podía también creer de igual modo que los problemas teóricos podrían resolverse con la ciencia, sin necesidad de plantear hipótesis sobre la existencia de poderes sobrenaturales y espirituales. Por eso, en cuanto se comprobó que el capitalismo ya no podía resolver los problemas materiales de las masas, como lo demostró el auge de la lucha de clase del proletariado, desapareció la confianza en la filosofía racionalista. El mundo volvió a verse lleno de insolubles contradicciones e incertidumbres, fuerzas siniestras que amenazaban la civilización. Entonces la burguesía se volvió hacia diferentes creencias religiosas, y sus intelectuales y sabios se vieron sometidos a la influencia de tendencias místicas. No tardaron demasiado en descubrir las debilidades y los defectos de la filosofía materialista y a disertar sobre los límites de la ciencia y los enigmas insolubles del mundo" (Anton Pannekoek, Lenin filósofo).
Si ya esa tendencia estuvo presente en la fase ascendente del capitalismo, acabó siendo la regla desde el inicio del período de decadencia. Al haber alcanzado los límites de su expansión, el capitalismo en declive ha sido incapaz de crear un mundo plenamente a su imagen: ha dejado vastas regiones en el atraso y sin desarrollar. Este retraso económico y social es la base de la gran influencia que la religión todavía ejerce sobre esas zonas. Los bolcheviques se las vieron ante ese problema y tuvieron que incluir en su programa, en 1919, una sección que tratara específicamente de la religión, "expresión del retraso de las condiciones materiales y culturales de Rusia"
La burguesía está obligada a tener en cuenta el idealismo y la religión en el período de decadencia y eso, sobre todo, cuando todo su optimismo se resquebraja; se pudo comprobar con el nazismo y su profunda tendencia hacia el irracionalismo. En la etapa final de la decadencia del capitalismo, la descomposición, esas tendencias se han confirmado más todavía e incluso miembros de la burguesía (como el multimillonario Usama bin Laden) acaban tomándose en serio las creencias reaccionarias y obscurantistas que declaran. Como lo anotaban acertadamente Bujarin y Preobrazhenski: "si la clase burguesa empieza a creer en Dios y en la vida eterna será sencillamente porque empieza a darse cuenta de que su vida en este mundo está llegando a su fin" (El ABC…).
El brote de movimientos irracionalistas entre las masas de las regiones más desfavorecidas cobra cada día más importancia en este período de descomposición, en donde aparece con mayor claridad cada día la ausencia del menor porvenir para el sistema y en el que la vida social, en las zonas más débiles de la periferia del capitalismo, tiende a desintegrarse. Por todas las partes del mundo, como ocurrió en los períodos últimos de los modos anteriores de producción, estamos asistiendo al auge de las sectas, de los cultos suicidas apocalípticos y de los diferentes fundamentalismos. Y es islamismo es una expresión de esa tendencia general. Antes de examinar su expansión debemos volver, sin embargo, a los orígenes históricos del Islam como religión mundial.
Cuando se fundó en el siglo VIIº en la región del Heyaz, en el oeste de Arabia, el Islam viene a ser, resumiendo a grandes rasgos, una síntesis entre judaísmo, cristianismo bizantino y asirio y de las religiones antiguas de Persia así como de otras creencias locales monoteístas como la Hanifiya. Esta rica mezcla se adaptaba a las necesidades de una sociedad en plenos trastornos sociales, económicos y políticos. Dominado por la ciudad de La Meca, el Heyaz era en aquel entonces la principal encrucijada comercial de Oriente Próximo. Arabia se encontraba entre dos grandes imperios: Persia y su dinastía sasánida y Bizancio, imperio romano de Oriente. En esta situación, la clase dominante de La Meca animaba a los comerciantes de paso a colocar sus dioses paganos personales en la Kaaba, un santuario religioso local, para que pudieran adorarlos en él en cada una de sus visitas. Esta idolatría proporcionaba riquezas importantes a los ricos habitantes de la ciudad.
Durante unos cien años, La Meca fue una sociedad próspera, dirigida por una aristocracia tribal, en donde se utilizaba escasamente el trabajo de esclavos, con un comercio pujante con regiones muy lejanas y con los ingresos suplementarios de la Kaaba. Sin embargo cuando Mahoma alcanzó la edad adulta, la sociedad estaba inmersa en una crisis profunda. Y esta estalló amenazando con hundirse en una guerra interminable entre las diferentes tribus.
En las propias inmediaciones de La Meca y de Yathrib, segunda ciudad de la región, la actual Medina, vivían los beduinos de austeras y altivas tribus nómadas independientes, las cuales, al principio, se habían beneficiado del enriquecimiento de los centros urbanos de la región; mediante préstamos otorgados por los ricos ciudadanos habían podido mejorar su nivel de vida. Pero se vieron cada día más en la imposibilidad de reembolsar sus deudas, una situación que acabaría provocando una situación explosiva. Se aceleraba la desintegración de las tribus, tanto en las ciudades como en los oasis del desierto. Los beduinos eran "vendidos como esclavos o reducidos a un estado de dependencia…los límites habían sido traspasados". Más precisamente:
"Inevitablemente, esas transformaciones económicas y sociales vinieron acompañadas por cambios intelectuales y morales. Quienes tenían olfato para los negocios prosperaban. Las virtudes tradicionales de los hijos del desierto, los beduinos, ya no eran el camino del éxito. Saber aprovecha su suerte y ser codicioso era mucho más útil. Los ricos se habían vuelto orgullosos y arrogantes, glorificando su éxito como algo personal y no como algo que interesaba a la tribu entera. Se iban debilitando los vínculos de sangre, siendo sustituidos por otros basados en el interés" (3).
Y más lejos en ese mismo libro:
"La iniquidad triunfaba en el seno de las tribus. Los ricos y poderosos oprimían a los pobres. Se conculcaban cada día las leyes ancestrales. Se vendía como esclavos al débil y al huérfano. Se atropellaba el antiguo código del honor, de la decencia y de la moral. El pueblo no sabía ya a qué dioses servir y adorar" (4).
Esta última frase es muy significativa: en unas sociedades en las que la religión era el único medio posible para estructurar la vida cotidiana, su situación expresaba claramente la gravedad de la crisis social. El Islam llama a ese período de la historia de Arabia, la yahiliia, o era de la ignorancia, afirmando que durante ese período no había límites para la inmoralidad, la crueldad, la práctica de una poligamia y el asesinato de le recién nacidos de sexo femenino.
La Arabia de entonces estaba desgarrada tanto por las rivalidades entre sus propias tribus, en guerra de todos contra todos, como por las amenazas y las ambiciones de las civilizaciones vecinas. Intervinieron también otros factores más globales. En Arabia se sabía que los imperios persa y romano estaban pasando por serias dificultades tanto internas como externas, a punto de desmoronarse. Muchos veían en ello "la proclamación del fin del mundo" (5) La mayor parte del mundo civilizado estaba también al borde del caos.
Engels analizó el ascenso del Islam como "una reacción de los beduinos contra los ciudadanos, poderosos pero degenerados, y que en aquel tiempo profesaban una religión decadente, mezcla de un depravado culto naturalista con el judaísmo y el cristianismo" (6).
Nacido en La Meca en el 570 después de JC, pero educado en parte por beduinos del desierto, profundamente influido por las corrientes intelectuales procedentes del mundo entero que recorrían Arabia, especialmente el Heyaz, Mahoma, hombre de reflexión y propenso a la meditación, fue el vehículo ideal para resolver la crisis de las relaciones sociales que sacudía su ciudad y región. El inicio de su ministerio en 610 hizo de él el hombre de la situación.
Arabia entera estaba madura para el cambio. Estaba en condiciones para que en ella emergiera un Estado panárabe, capaz de superar el separatismo tribal y de poner a la sociedad sobre nuevos cimientos económicos y por lo tanto sociales y políticos. El Islam dio la prueba de que era el instrumento perfectamente adaptado para cumplirlo. Mahoma enseñó a los árabes que el caos creciente de su sociedad se debía a que se habían alejado de las leyes divinas (la Sharia) y que debían someterse a esas leyes si querían evitar la condena eterna. La nueva religión denunció la crueldad y las guerras intertribales, declarando no sólo que los musulmanes eran todos hermanos, sino que como hombres y mujeres que eran tenían la obligación de unirse. El Islam (literalmente sumisión a Dios) proclamó que era Dios mismo (Alá) quien lo pedía. El Islam puso fuera de la ley la depravación (el alcohol, las blasfemias y los juegos de azar quedaron prohibidos), se prohibió la crueldad (por ejemplo, se incitó a los propietarios de esclavos a libertarlos), se limitó la poligamia a cuatro esposas para cada creyente varón (cada una de ellas debería ser tratada con ecuanimidad, lo que llevó a algunos a afirmar que esta práctica estaba fuera de la ley), los hombres y las mujeres desempeñaban funciones sociales diferentes, pero la mujer estaba autorizada a trabajar y a escoger ella misma a su marido; el asesinato fue estrictamente prohibido, incluido el infanticidio. El Islam enseñó también a los árabes que no bastaba con rezar y evitar el pecado; la sumisión a Dios significaba que todas las esferas de la existencia debían someterse a la voluntad de Dios, o sea que el Islam ofrecía un marco para cada cosa, incluida la vida económica y política de una sociedad.
En las condiciones de entonces, no es sorprendente que la nueva religión atrajera muy pronto a numerosos fieles, tras haber fracasado todos los intentos de las clases dominantes de La Meca por destruirla físicamente. Fue el instrumento ideal para echar abajo la sociedad árabe de entonces y las sociedades vecinas. Pero la época dorada musulmana no podía durar siempre. Ocurrió que los sucesores de Mahoma, los califas, elegidos para dirigir el mundo musulmán en función de su supuesta fidelidad al mensaje mahometano, fueron de hecho sustituidos por dinastías cada vez más corruptas que reivindicaban el cargo como algo hereditario. La transformación quedó rematada cuando la dinastía de los Omeyas accedió al califato (680-750). Sin embargo, es claro que cuando surgió, el Islam significó un avance en la evolución histórica, de ahí su fuerza inicial y el alcance de su visión. Y aunque, inevitablemente, la civilización musulmana medieval no logró vivir según los ideales de Mahoma, fue sin embargo un marco para una serie de avances fulgurantes en ámbitos como la medicina, las matemáticas y otros sectores del saber humano. Aunque el despotismo oriental en que se basó acabaría llevándolo a un estéril atolladero al que lo condenaba ese modo de producción, en el momento en que alcanzó la apogeo de su desarrollo, hacía aparecer, por contraste, a la sociedad feudal occidental como tosca y oscurantista. Esto quedó simbólicamente plasmado en el enorme foso cultural que separaba a Ricardo Corazón de León y Saladino en la época de las cruzadas (7) o en el contraste en todos los aspectos entre la España musulmana (Al-Andalus) y la España cristiana en la misma época. Podría incluso añadirse que el foso es todavía mayor entre la cultura musulmana en su mayor esplendor y el oscurantismo del fundamentalismo de nuestros días.
Los marxistas reconocieron los aspectos progresistas del Islam en sus orígenes, pero ¿cómo analizaron su papel en un período de revolución proletaria, en el que todas las religiones se han vuelto un obstáculo para la emancipación de la humanidad? Es muy instructivo examinar brevemente la política de los bolcheviques en este aspecto.
Menos de un mes después de la victoria de la revolución de Octubre de 1917, los bolcheviques difundieron una proclama, A todos los Trabajadores musulmanes de Rusia y del Este, en la que declaraban estar del lado de "todos aquellos cuyas mezquitas y oratorios han sido destruidos, cuyas creencias y costumbres han sido atropelladas bajo la bota de los zares y de los opresores de Rusia". Los bolcheviques se comprometían así:
"Desde ahora vuestras creencias y costumbres, vuestras instituciones nacionales y culturales son libres e inviolables (…). Sabed que vuestros derechos, como los de los demás pueblos de Rusia, están bajo la poderosa salvaguardia de la Revolución y de sus organismos, los soviets de obreros, soldados y campesinos".
Esa política significó un cambio radical respecto a la de los zares, los cuales siempre y de manera sistemática había intentado por la fuerza, de manera violenta a menudo, asimilar a las poblaciones musulmanas, después de la conquista del Asia central a partir del siglo XVI. No es pues de extrañar que, en reacción a la violencia zarista, las poblaciones musulmanas de esas regiones se aferraran al Islam, que era su herencia religiosa y cultural. Salvo raras y notables excepciones, los musulmanes de Asia central no participaron activamente en la Revolución de Octubre, que se centró sobre todo en Rusia: "Las organizaciones nacionales musulmanas permanecieron como espectadores indiferentes a la causa bolchevique" (8). Sultan-Galiev, el "co mu nista musulmán" que desempeñó un papel importante, declaró unos cuantos años después de la Revolución:
"Si hacemos balance de la revolución de Octubre y de la participación de los tártaros, debemos admitir que las masas laboriosas y las capas desheredadas tártaras no han tenido la menor parte en ella" (9).
La actitud de los bolcheviques hacia los musulmanes de Asia central estuvo determinada por imperativos de orden externo y a la vez interno. Por un lado, el nuevo régimen tenía que adaptarse a la situación: los territorios del antiguo imperio zarista eran en su mayoría musulmanes. Los bolcheviques estaban convencidos de que esos territorios de Asia central eran imprescindibles, tanto estratégica como económicamente, para la supervivencia de la Rusia revolucionaria. Cuando los nacionalistas musulmanes se rebelaron contra el nuevo gobierno de Moscú, la respuesta de las autoridades, en la mayoría de los casos, fue tomar medidas brutales. Tras la rebelión en Turquestán, por ejemplo, la réplica de las unidades militares del Soviet de Tashkent fue la de arrasar la ciudad de Kolanda. Lenin mandó allá una comisión especial en noviembre de 1919, para, decía, "restablecer relaciones correctas entre el régimen soviético y los pueblos de Turquestán" (10).
Un ejemplo de este proceder ante los problemas planteados por las regiones musulmanas fue la creación por los bolcheviques de la organización Zhendotel (Departamento de mujeres obreras y campesinas) para trabajar entre las mujeres musulmanas en Asia central soviética. Zhendotel centró más especialmente su acción en el problema de la religión en esos territorios muy atrasados económicamente. En sus inicios, Zhendotel adoptó un método paciente y sensible hacia los delicados problemas a que se veía encarado. Los miembros femeninos de la organización usaban incluso el paranya (un velo islámico que tapaba totalmente la cara) en las discusiones organizadas con mujeres musulmanas.
Mientras que algunas organizaciones nacionalistas musulmanas se unieron durante algún tiempo a la contrarrevolución durante la guerra civil de 1918-1920, la mayoría acabó aceptando de mala gana el régimen bolchevique, que les parecía un mal menor después de haber sufrido los desmanes de los ejércitos blancos de Denikin. Muchos de los "nacionalistas musulmanes" entraron en el Partido comunista y numerosos fueron los que ocuparon puestos de alto rango en el gobierno. Pero sólo una cantidad muy limitada de ellos parecía estar convencida de la validez del marxismo. El célebre tártaro Sultan-Galiev era el representante bolchevique ante el Comisariado musulmán (formado en enero de 1918), era miembro del Colegio interno del Comisariado del pueblo para las Nacionalidades (Narkomnats), redactor jefe de la revista Zhizn Natsionalnostei, profesor de la Universidad de los Pueblos del Este y dirigente del ala izquierda de los "Nacionalistas musulmanes". Pero incluso esa figura emblemática de los reclutados entre los nacionalistas musulmanes, fue en el mejor de los casos un "comunista nacional" como se designó a sí mismo en el periódico tártaro Qoyash (El Sol) en 1918, al explicar su adhesión al Partido bolchevique en octubre de 1917 en estos términos: "He llegado al bolchevismo por amor de mi pueblo, un amor que tanto peso tiene en mi corazón" (11).
Por otro lado, los bolcheviques comprendieron que su revolución, para sobrevivir, necesitaba que se unieran a ella los obreros de los demás países. El fracaso de las revoluciones en los países occidentales desarrollados, especialmente en Alemania, los llevó a contemplar cada vez más la posibilidad de una oleada "nacionalista revolucionaria" en Oriente. Esta política no tiene nada de proletaria, pero como se estaban haciendo notar los primeros signos de un retroceso de la oleada revolucionaria y a causa del aislamiento creciente de la Revolución rusa, los bolcheviques se iban escorando cada vez más hacia ese enfoque oportunista del "nacionalismo revolucionario", creyendo que acabaría desembocando en revolución proletaria. Pero, por el momento, la "cuestión de Oriente" - el apoyo a las luchas de "liberación nacional" en Oriente Próximo y en Asia - se concebía como el medio para liberar a la Rusia soviética del avasallamiento del imperialismo británico.
Fue en ese contexto en el que los bolcheviques acabaron llevando a hacer evolucionar la actitud de la Internacional comunista (IC) hacia los movimientos panislámicos. En su segundo congreso, en 1920, la IC puso de manifiesto que las enormes presiones ejercidas por las fuerzas de la contrarrevolución, a la vez desde dentro y desde fuera de Rusia, empezaban a doblegarla. Se empezaron a hacer concesiones a la línea oportunista con la vana esperanza de que disminuyera la hostilidad del mundo capitalista hacia la sociedad soviética. Los comunistas se vieron obligados a organizarse en los sindicatos burgueses, aliarse con los partidos socialistas y laboristas, abiertamente proimperialistas, y apoyar a los movimientos de la pretendida "liberación nacional" en los países subdesarrollados. Las "Tesis sobre la cuestión nacional y colonial" - que debían servir para justificar el apoyo a los "movimientos de liberación nacional" - fueron preparadas por Lenin para el Congreso y adoptadas con solo tres abstenciones.
Y así, el segundo congreso diseñó las grandes líneas de la colaboración con los musulmanes. En las "Tesis", Lenin declaraba:
"Es necesario luchar contra el panislamismo, el panasiatismo, y otras corrientes de esta índole que tratan de combinar el movimiento de liberación contra el imperialismo europeo y norteamericano con el fortalecimiento del poder del imperialismo turco y japonés, de la nobleza, de los terratenientes, del clero, etc." (12).
Aunque votó la resolución, Sneevliet, representante de las Indias orientales holandesas (actual Indonesia), afirmó que una organización de masas islamista estaba presente allí. Sneevliet declaro que Sarekat Islam (Unión islámica), había adquirido un "carácter de clase", adoptando un programa anticapitalista. Esos "hadjis comunistas" (con el-hadj se designa a quien ha peregrinado a La Meca), insistía él, eran necesarios a la Revolución comunista (13). Esta no era otra política más que la continuación de la desarrollada por la antigua Unión socialdemócrata indonesia (ISDV), cuya mayoría formará más tarde el Partido comunista indonesio (PKI), fundado en mayo de 1920. Desde el principio los marxistas indonesios tuvieron una relación de lo más ambiguo con el Islam radical, como ya lo ha puesto de relieve la CCI:
"Había miembros indonesios del ISDV, que también eran miembros e incluso dirigentes del movimiento islámico. Durante la guerra (Primera Guerra mundial), el ISVD reclutó una cantidad considerable de indonesios miembros del Sarekat Islam, que contaba con unos 20 000… Esta política prefiguró, de manera embrionaria, la que se llevaría a cabo en China después de 1921 - con el apoyo de Sneevliet y de la Internacional comunista - de formar un frente unido que desembocara incluso en la fusión de organizaciones nacionalistas y comunistas (el Kuomintang y el PC chino)…
Es significativo que en el seno de la Internacional comunista, Sneevliet representara a la vez al PKI y al ala izquierda de Sarekat Islam. Esta alianza con la clase burguesa indígena musulmana iba a durar hasta 1923" (14).
La primera aplicación de esas "Tesis sobre la cuestión nacional y colonial" fue lo que se llamó "Congreso de los pueblos de Oriente", celebrado en Bakú (Azerbaiyán) en septiembre de 1920, poco después de la clausura del segundo congreso de la Internacional comunista. Como mínimo, una cuarta parte de los delegados a la conferencia no eran comunistas, y entre ellos había burgueses nacionalistas y panislamistas, abiertamente anticomunistas. En esta conferencia, presidida por Zinoviev, se llamó a la "guerra santa" (términos utilizados por el propio Zinoviev) contra los opresores extranjeros y del interior, a favor de gobiernos obreros "y campesinos" por todo Oriente Próximo y Asia con el fin de debilitar el imperialismo, especialmente el británico.
Para los bolcheviques se trataba de establecer una "indefectible alianza" con gente de lo más dispar con el objetivo principal de aflojar el acorralamiento de Rusia por parte del imperialismo. Toda la substancia oportunista de esa política fue expuesta por Zinoviev en la sesión de apertura del congreso, cuando describió al conjunto de los delegados a la conferencia, y a través de ellos a los movimientos y Estados que representaban, como la "segunda espada" de Rusia y a los que Rusia "consideraba como hermanos y camaradas de lucha" (15). Fue la primera conferencia "antiimperialista" (o sea interclasista) celebrada en nombre del comunismo.
John Reed, pionero del comunismo en Estados Unidos, acabó asqueado por los trabajos del congreso, al que asistía. Angélica Balabanova (16) cuenta en su libro: "Jack (John Reed) habló con amargura de la demagogia y del aparato que caracterizaron el congreso de Bakú, así como de la manera con la que las poblaciones indígenas y los delegados de Extremo Oriente habían sido tratados" (17). Un "Llamamiento del partido comunista de Holanda a los pueblos de Oriente representados en Bakú" apareció en la edición en francés de los trabajos del congreso y sin duda se repartió entre los delegados. Ese llamamiento afirmaba que "miles de indonesios"se habían encontrado "unidos en el combate común contra los opresores holandeses" mediante el movimiento panislámico Sarekat Islam, y que este movimiento se adhería al llamamiento para saludar el congreso.
Durante el congreso, Radek, del partido bolchevique, evocó abiertamente la imagen de los ejércitos conquistadores de los antiguos sultanes otomanos musulmanes, declarando: "Apelamos, camaradas (sic), a los sentimientos guerreros que inspiraron antaño a los pueblos de Oriente, cuando guiados por sus grandes conquistadores, avanzaron hacia Europa" (18). Menos de tres meses después del congreso de Bakú, que había saludado al nacionalista turco Mustafá Kemal (Kemal Atatürk), éste asesinaba a todos los dirigentes del Partido comunista turco. En su cuarto congreso, la Internacional comunista llevó más lejos todavía la revisión de su programa. Como introducción a las "Tesis sobre la cuestión de Oriente", adoptadas por unanimidad, el delegado holandés Van Ravensteyn, declaró que "la independencia del mundo oriental en su conjunto, la de Asia y la de los pueblos musulmanes, significaba en sí misma el final del imperialismo occidental". Previamente, durante el congreso, Malaka, delegado de las Indias orientales holandesas, declaró que los comunistas habían colaborado estrechamente en la región con Sarekat Islam, hasta que en 1921 se separaron por disensiones. Malaka afirmó que la hostilidad hacia el movimiento panislámico, que expresaban las Tesis del segundo congreso había debilitado las posiciones de los comunistas. El delegado de Túnez, por su parte, ofreció su apoyo a la colaboración estrecha con el movimiento panislámico, haciendo notar que contrariamente a los PC inglés y francés, que no hacían nada sobre la cuestión colonial, al menos los panislamistas unificaban a los musulmanes contra sus opresores.
El giro oportunista de los bolcheviques y de la Internacional comunista sobre la cuestión colonial se basó, en gran parte, en la idea de que había que encontrar aliados para luchar contra el asedio de la Rusia soviética por parte del imperialismo. Los "izquierdistas" actuales, al hacer la apología de esta política, argumentan hoy que sirvió a la supervivencia de la Unión Soviética; en realidad, como lo reconoció la Izquierda comunista italiana en los años 30, el precio pagado por esa supervivencia fue la modificación completa de lo que era el poder de los Soviets: de haber sido el baluarte de la Revolución mundial, se había vuelto un jugador más en la ruleta imperialista mundial. Las alianzas con las burguesías de las colonias le permitieron integrarse en ese juego, pero a expensas de los explotados y de los oprimidos de esas regiones: esto quedó perfectamente ilustrado en el fracaso de la política de la Internacional comunista en China en 1925-1927.
El abandono del método marxista riguroso sobre la cuestión del Islam no fue sino una corriente más de un curso general hacia el oportunismo. Sigue siendo hoy una justificación teórica a la actitud abiertamente contrarrevolucionaria del izquierdismo moderno, el cual no cesa de presentarnos a los Jomeini, Bin Laden y demás ralea como luchadores contra el imperialismo, diciendo, eso sí, que su combate y sus ideas son algo erróneos.
Cabe señalar que esos halagos a los nacionalistas musulmanes se combinaron con un falso radicalismo con el que se intentó erradicar la religión mediante campañas demagógicas. Esa fue una de las características típicas del estalinismo cuando realizó su "giro a la izquierda" a finales de los años 20.
Durante este período, la paciencia y la sensibilidad de la que había dado pruebas Zhendotel se dejaron de lado sustituidas por brutales campañas a favor del divorcio y contra el velo. En 1927, según un informe de Trotski (19):
"Se organizaron mítines de masas durante los cuales miles de participantes gritaban: "¡Abajo el paranya!", se arrancaban el velo, lo embebían de gasolina y lo quemaban. (…) Protegidas por la policía, recorrían las calles grupos de mujeres pobres, arrancándoles el velo a las más ricas, buscando alimentos escondidos y señalando con el dedo a quienes se apegaban a prácticas tradicionales que se denunciaban entonces como criminales (…) Al día siguiente, esas acciones sectarias y brutales se pagaron con sangre: cientos de mujeres sin velo fueron asesinadas por sus familias, y esta reacción fue alentada por el clero musulmán, el cual ha interpretado los recientes terremotos como un castigo de Alá por el rechazo a llevar velo. Antiguos rebeldes basmachi se reunieron en una organización secreta contrarrevolucionaria, el Tash Kuran, que se desarrolló gracias a su compromiso de preservar los valores y las costumbres locales (el Narj)".
Todo esto estaba tan lejos de los métodos iniciales de la revolución de Octubre como lo estaba el congreso de Bakú y su jerigonza sobre la Guerra santa. La gran fuerza de los bolcheviques en 1917 había sido su pleno compromiso en la lucha contra las ideologías ajenas al proletariado, desarrollando su conciencia de clase y sus propias organizaciones. Y ésa sigue siendo la única base para atajar la influencia de la religión y de las demás ideologías reaccionarias.
De lo anterior puede deducirse que el problema del "Islam político" no es nuevo para el proletariado.
De hecho, todos los grupos islamistas "modernos" tienen sus raíces en el movimiento de los Hermanos musulmanes (Ijwan al-Muslimûn), la primera organización islamista importante moderna, fundada en Egipto en 1928, y, desde entonces, extendida por más de 70 países. Su fundador, Hassan al-Banna, proclamó la necesidad para los musulmanes de "volver al camino recto" del Islam suní ortodoxo, a la vez antídoto contra la corrupción creciente desde el califato de los Omeyas y para "liberar" al mundo musulmán de la dominación occidental. Ese combate podría desembocar en la instauración de un auténtico Estado islámico, el único que podría resistir a Occidente.
Los Hermanos pretendían seguir las huellas de Ahmed ibn Taimiyah (1260-1327), que se opuso a los intentos de sabios musulmanes helenizados de reducir el Islam y sus reglas de gobierno a simples funciones de la razón humana. Según Ibn Taimiyah, un dirigente musulmán estaba obligado a imponer a sus súbditos las leyes de Dios si era necesario. El Islam de Ibn Taimiyah se proclamaba purísimo, liberado de todos los añadidos modernos. Los Hermanos musulmanes tomaron para su movimiento el modelo de los Salafiyah (Salafismo, purificación) puritanos de los siglos XVII a XIX, que también procuraron llevar a la práctica las ideas de Ibn Taimiyah.
De hecho, la clave del éxito de los Hermanos musulmanes es su gran flexibilidad táctica, al estar listos para trabajar con cualquier institución (parlamento, sindicato…) u organización (estalinistas, liberales…) que pudiera servir para llevar a cabo sus proyectos de "reislamización" de la sociedad. Para Al-Banna, estaba, sin embargo, claro que el Estado islámico que su movimiento proyectaba, prohibiría todas las organizaciones políticas. Sayed Qutb, sucesor de Al-Banna en la jefatura del movimiento en 1948 (20), denunciaba por igual "la idolatría socialista o capitalista", es decir el poner objetivos políticos por delante de las leyes de Dios. Y añadía:
"Es necesario romper con la lógica y las costumbres de la sociedad que nos rodea, construir el prototipo de la futura sociedad islámica con los "verdaderos creyentes", y después, en el momento oportuno entablar batalla contra la nueva jahiliya".
Hacia 1948, el movimiento había crecido considerablemente, pues ya solo en Egipto contaba entre 300 y 600 mil militantes. Logró sobrevivir a una feroz represión del Estado, entre 1948 y 1949, y acabó reconstituyéndose. Fue durante un corto tiempo el aliado de Naser y de su Movimiento de Oficiales libres que fomentó el golpe de Estado en julio de 1952. Una vez en el poder, Naser encarceló a muchos Hermanos musulmanes, poniendo al movimiento fuera de la ley. Aunque en principio sigue hoy prohibido, el movimiento ha podido mandar diputados al parlamento y controla cierta cantidad de organizaciones no gubernamentales islámicas. Y dispone de un apoyo creciente entre las masas urbanas desfavorecidas al poner a su disposición unos servicios sociales que el Estado no proporciona.
El éxito de los Hermanos musulmanes es una referencia constante para los grupos "fundamentalistas" más recientes, aunque la mayoría de éstos se ha separado de aquéllos, tras haber moderado su discurso en cuanto obtuvieron el apoyo de las masas y unos cuantos escaños en el parlamento. Existen otros grupos que se inspiran de los Hermanos por todas las partes del "mundo musulmán", no sólo en Oriente Próximo sino también en Indonesia y Filipinas, e incluso en otros países en donde los musulmanes no son la mayoría de la población. De manera general estos grupos se parecen más a los Hermanos musulmanes de origen (favorables a la violencia terrorista), que a la fuerza relativamente moderada que ahora son. En todos los casos, sin embargo, ninguno de esos grupos podría existir sin el apoyo material de uno u otro Estado que los manipula para sus propios objetivos en materia de política exterior. Fue así cómo se fundó, en Gaza, Hamás (Movimiento de la Resistencia islámica) gracias a Israel, quien esperaba así establecer un contrapeso a la OLP. Pero a su vez, Hamás y la Organización de la Yihad islámica han cooperado con la OLP y otras organizaciones nacionalistas palestinas, también ellas manipuladas a su vez por potencias extranjeras como Siria o la antigua Unión Soviética. En Argelia, el GIA (Grupo islamista armado) recibe más o menos abiertamente fondos y ayuda de Estados Unidos, país que, de esta manera, procura debilitar la oposición de Francia a la única superpotencia que ha quedado. Recientemente, en Indonesia, han sido manipulados grupos islamistas por fracciones político-militares para, sucesivamente, instalar o derrocar al Presidente. Más conocida todavía fue la creación en Pakistán por Estados Unidos del movimiento de los Talibanes de Afganistán, que fueron adiestrados con éxito contra sus antiguos aliados islamistas (las variadas facciones muyahidin) y que consiguieron llevar a Afganistán hacia el caos total. Estados Unidos ayudó activamente a Usama bin Laden en su lucha contra el imperialismo ruso, aportando un apoyo sin límites al grupo ahora bien conocido con el nombre de Al Qaeda.
Otras variantes del modelo original son las proporcionadas por los grupos venidos de la secta musulmana shií. Estado shií más poblado, ha sido Irán la referencia de esas variantes, entre las que se incluyen grupos presentes en otros países, especialmente en Líbano e Irak. El propio Irán es un país a menudo descrito como un Estado en el que el "fundamentalismo está en el poder". Esto es una apariencia engañosa, pues el régimen instaurado allá lo fue más para rellenar un vacío que bajo la impulsión de una corriente "islamista". Cierto es que en sus primeros años, el régimen de Jomeini se granjeó, mediante acciones de masas, un apoyo popular hacia el Estado, proponiendo un imposible "retorno" a unas condiciones parecidas a las de la Arabia del siglo VII. Es, sin embargo, importante señalar que los mulás de Irán (o sea el clero) si alcanzaron el poder fue a causa de la extrema debilidad del proletariado iraní: los obreros del sector petrolero, por ejemplo, estuvieron en huelga durante seis meses, paralizando esa industria clave para Irán con el objetivo de acabar con el régimen del Sha. Al ser la única fuerza de oposición con objetivos políticos claros y con posibilidades de funcionar en la legalidad, los mulás acabaron por acaparar el control de la confusa movilización contra el Sha. Cabe señalar, sin embrago, que los partidarios de Jomeini alcanzaron el poder, pero después de haber retorcido hasta deformar por completo la doctrina shií: desde la desaparición del último dirigente shií, hace ya muchos siglos, los creyentes shiíes deben oponerse resueltamente a todo poder político temporal (21).
Una vez en el poder, en febrero de 1979, los mulás aprovecharon todas las ocasiones para extender su influencia hacia otros países, entrenando, armando y proporcionando bases a grupos islamistas shiíes que actúan en esos países, como la milicia del Hezbolá (partido de Dios) en Líbano, que siempre apoyó a Jomeini. E Irán se lo agradeció con una importante ayuda material a partir de 1979 así como de su aliada Siria.
Afganistán ha producido otras variantes, al menos una por cada grupo étnico importante de ese país. Aunque todos esos grupos afganos comparten la noción de un Estado unitario islámico ("islamista", en realidad), les ha sido de lo más difícil mantenerse unidos durante mucho tiempo, incluso y sobre todo tras haber eliminado a los adversarios comunes. Las luchas intestinas sanguinarias que siguieron al desmoronamiento del régimen prorruso en 1992, convencieron al imperialismo US a dejar de apoyar esas fracciones, creando una fuerza nueva más unitaria, los talibanes, que podrían constituir un régimen estable proamericano. Esas disparatadas fracciones islamistas de Afganistán son todas ellas culpables de matanzas colectivas, de espeluznantes actos de crueldad: violaciones, torturas, mutilaciones y matanzas de niños, sin olvidar su papel en el comercio internacional de la droga que ha hecho de Afganistán el mayor exportador de opio bruto del mundo.
No es posible, por falta de espacio, describir la totalidad de esos grupos y de todos sus mutuos entrelazamientos. Como ya dijimos, los Hermanos musulmanes fueron el paradigma, el modelo del "fundamentalismo islámico" moder no. Existen múltiples versiones, tanto shiíes como suníes, pero ninguna de ellas es enemiga verdadera del capitalismo y del imperialismo, sino que forman plenamente parte del mundo "civilizado".
Ante la propaganda burguesa que nos habla de un "choque de civilizaciones", de un combate a muerte entre "Occidente" y el "Islam militante", propaganda transmitida tanto por los occidentales como por los partidarios de Bin Laden, es importante mostrar que el islamismo actual es un producto de la sociedad capitalista en plena época de su decadencia.
Esto es tanto más importante por cuanto la naturaleza de los movimientos islamistas no es claramente comprendida por los grupos del medio político proletario. En un artículo reciente (22) de su revista Revolutionary Perspectives, el BIPR sostiene la idea de que el islamismo es el reflejo de la incapacidad del capitalismo para eliminar por completo los vestigios precapitalistas y, por ende, que no ha habido una real "revolución burguesa" en el mundo musulmán. El artículo sigue así:
"Algunas hipótesis afirman que el islamismo no es más que puro reflejo del modo de producción capitalista. Ni mucho menos: el islamismo es la expresión confusa de la coexistencia de al menos dos modos de producción"
Según ese mismo artículo, el islamismo "se ha convertido en una ideología capaz de mantener el orden capitalista mediante medidas ideológicas y culturales no capitalistas". En él se afirma que:
"Contrariamente al cristianismo, el Islam no ha seguido un largo proceso de secularización y de esclarecimiento…El mundo musulmán ha permanecido relativamente sin cambios en el sentido histórico y ha logrado, incluso en la era del capitalismo, conservar su vieja identidad, pues el capitalismo no pudo ni quiso eliminar las estructuras precapitalistas de la sociedad: por consiguiente Dios no ha muerto en Oriente".
Como prueba de esas afirmaciones, el artículo menciona la perpetuación de lo que él llama ", "la antigua comunidad del clero estrechamente vinculada al Bazar que "ha conseguido quedar en pie" frente a la presión de la modernización. Como consecuencia de ello, el artículo defiende la idea de que "el mundo musulmán debe contener en su seno dos modos de producción y dos culturas". El islamismo sacaría sus fuerzas de esa dualidad que le permitiría aparecer como una alternativa al capitalismo de Estado. Aún siendo "una pieza clave del orden capitalista", el islamismo, prosigue el artículo, "está irónicamente en contradicción con ese mismo orden, a ciertos niveles". Eso es un error. Es cierto que ningún modo de producción existe en estado totalmente puro. La esclavitud existió en épocas diferentes, en todas las formas de sociedad de clases. Inglaterra, Estado capitalista más antiguo, no ha terminado todavía por completo con su "aristocracia". Y esto por solo dar dos ejemplos. Cierto es también que la penetración del capitalismo en las regiones dominadas por la religión musulmana se hizo tardíamente y de modo incompleto y que tampoco han conocido un equivalente de revolución burguesa. Pero sean cuales sean los vestigios del pasado que subsistan o sigan pesando en esas regiones, éstas están sometidas por completo a la dominación de la economía capitalista y forman plenamente parte de ella.
El Bazar, en el mundo musulmán, no es una institución que esté fuera del capitalismo, ni más ni menos que la reliquia viviente que es la Reina de Inglaterra o ese otro vestigio del feudalismo y de antiguos regímenes que es el papa Juan Pablo II. En realidad, los bazaris, los mercaderes capitalistas del Bazar de Teherán, fueron un apoyo importante en el ascenso de Jomeini al poder iraní en 1978-1979, y siguen siendo todavía una fracción capitalista de la mayor importancia. Los desacuerdos, a veces violentos, entre bazaris y otras fracciones del régimen iraní, más secularizadas o influidas por Occidente, son contradicciones que se producen dentro del capitalismo. Aunque esos conflictos puedan debilitar la economía capitalista del país, la burguesía en su conjunto saca de ellos un gran beneficio político, pues desvían al proletariado iraní de su terreno de clase para llevarlo a la falsa alternativa de apoyar a la fracción "reformista" o a la fracción "radical" del capital iraní. Esto no tienen nada que ver ni de lejos con "medidas ideológicas y culturales no capitalistas" de que habla el artículo del BIPR.
Además, en Irán, los vínculos entre bazaris y dirigentes políticos son más fuertes que en cualquier otro lugar, debido a la historia del país y a la forma de Islam que en él se practica, de modo que no puede usarse un ejemplo así para probar que el islamismo tendría algo de "precapitalista". Al contrario, algo común a las clases dominantes de los países musulmanes es el uso muy eficaz de aspectos sociales procedentes de un pasado precapitalista para ponerlos al servicio de unas necesidades muy actuales de los capitalistas modernos. Por ello es por lo que la familia real saudí, o Naser, o las fracciones políticas indonesias y demás representantes de la rica clase capitalista, han utilizado o rechazado, según las necesidades, a los grupos islámicos, perfectamente capitalistas por muy reaccionarios que sean, y que, en palabras, querrían reintroducir la sociedad precapitalista para abrirse camino hacia el poder. Y no puede ser de otra manera. Por todas las partes del ancho mundo, las fracciones capitalistas no han tenido el menor asco en movilizar al personal más retrógrado para así alcanzar sus propios objetivos, perfectamente "modernos" y más todavía en este período de descomposición del capitalismo. El capitalismo alemán lo demostró usando a un Hitler. Al igual que los Hermanos Musulmanes, los partidarios de Jomeini y de Usama bin Laden o de Adolf Hitler son una confusa mezcolanza de viejos restos reaccionarios precapitalistas para servir los intereses de su clase dominante. En este aspecto, el islamismo no es diferente, una ideología que le debe muchas cosas a la ideología nazi, especialmente al adoptar sin la menor reserva la idea de una conspiración judía mundial. Y dicho sea de paso, esos tufillos racistas acentúan todavía más la contradicción entre el islamismo y las enseñanzas de origen del Corán, que predicaba la tolerancia hacia las demás "Gentes del Libro".
Bajo ninguna de sus formas está el islamismo en contradicción con el capital. Sí, es sin duda el reflejo del retraso económico y social de los países musulmanes, pero es parte íntegra del sistema capitalista y además, y sobre todo, el islamismo forma parte plenamente de la decadencia y de la descomposición de ese sistema. Hay que añadir que, lejos de ser una oposición al capitalismo de Estado, la idea de un Estado islámico, justificador de la intervención del Estado en cada aspecto de la vida social, es una vía ideal para el capitalismo de Estado totalitario, que es la forma característica que toma el capital en su período de decadencia.
El fundamentalismo islámico se desarrolló como ideología de una parte de la burguesía y de la pequeña burguesía en su lucha contra las potencias coloniales y sus lacayos. Fue un movimiento minoritario hasta finales de los años 1970 pues quienes ocupaban ese espacio entonces eran los movimientos nacionalistas impregnados de ideología estalinista. Los movimientos islamistas han alcanzado una fuerza real en los países en los que la clase obrera es relativamente poco numerosa o es reciente e inexperimentada. Los islamistas se autoproclaman "guías de los pueblos oprimidos" (Jomeini). En Irán, por ejemplo, los partidarios de Jomeini lograron captar, a finales de los años 1970, a la masa de los paupérrimos habitantes de las chabolas de Teherán para su movimiento, ungiéndose con la mentira de que eran ellos los defensores de sus intereses, llamándoles mustazifin, término religioso para designar a los menesterosos y oprimidos. El capitalismo decadente, al irse hundiendo más y más en la descomposición, no hace sino agudizar más todavía las condiciones de vida de esas capas sociales. La marginación de los islamistas en sus inicios trabaja ahora en su favor, pudiendo aparecer como más dignos de crédito cuando proclaman que si todas las ideologías no religiosas (desde la democracia al marxismo, pasando por el nacionalismo) han fracasado es porque las masas han ignorado las leyes de Dios. Son las mismas razones que las invocadas por los islamistas en Turquía para "explicar" el terremoto de agosto de 1999, como así ya lo habían hecho los islamistas egipcios para otro temblor de tierra ocurrido en los años 80.
Ese tipo de mistificaciones y patrañas atrae fácilmente a las capas de la población más afectadas por la pobreza y la desesperanza. A los pequeñoburgueses arruinados, a los habitantes de chabolas sin la menor esperanza de trabajo e incluso obreros, ofrece el espejismo de una "retorno" a aquel Estado perfecto que la leyenda atribuye a Mahoma, un Estado que supuestamente protegería a los pobres e impediría a los ricos hacer demasiados beneficios. En otras palabras, un Estado presentado como el orden social "anticapitalista" por excelencia. El tópico de los grupos islamistas es pretenderse ni capitalistas ni socialistas, sino "islámicos" que combatirían por la instauración de un estado islámico siguiendo el modelo del antiguo Califato. Toda esa argumentación se basa en una falsificación de la Historia: el Estado musulmán originario existió mucho antes de la era capitalista. Se basaba en una forma de explotación de clase, pero que, al igual que el feudalismo occidental, no permitió un desarrollo de las fuerzas productivas como lo ha hecho el capitalismo. Hoy, en cambio, cada vez que un grupo islamista radical toma el control del Estado, no le queda otra alternativa que la de ser el guardián encargado de mantener las relaciones sociales capitalistas, intentando sacar la mayor ganancia a la escala del Estado-nación. Ni los mulás iraníes, ni los talibanes han podido salir fuera de esta ley de hierro.
Ese falso "anticapitalismo" viene acompañado de un tan falso "internacionalismo" musulmán: los grupos islamistas radicales tienen a menudo la pretensión de no ser vasallos de ninguna nación particular, llamando a la fraternidad y a la unidad de los musulmanes por el mundo entero. Esos grupos se presentan, y quienes se les oponen dicen lo mismo, como algo único, como una ideología y un movimiento que trascendería las fronteras nacionales para formar un nuevo "bloque" aterrador, que amenazaría a Occidente del mismo modo que el antiguo bloque "comunista". Esto se debe en parte al hecho de que están vinculados a las redes del crimen internacional: tráfico de armas (incluso, sin duda, de medios de destrucción masiva como las armas químicas o nucleares) y el narcotráfico: Afganistán es, como ya hemos visto, el pivote de todo ello. En ese contexto, bin Laden, "señor de la guerra"…imperialista, podrá ser visto por algunos como una especie de último retoño de la "globalización", o sea de la superación de las fronteras nacionales. Esto sólo es verdad más que como expresión de una tendencia a la desintegración de las unidades nacionales más débiles. El Estado "global" musulmán no existirá nunca, pues tal idea siempre acabará topándose contra la competencia entre burguesías musulmanas. Por eso es por lo que, en su lucha tras semejante quimera, los muyaidines siempre acaban obligados a integrarse en el gran juego imperialista, que es donde se enfrentan todos los Estados nacionales.
Tras la "guerra santa", a la que convocan las bandas islamistas, se oculta la realidad de la guerra tradicional que de "santa" no tienen nada, a la que se libran las potencias imperialistas rivales. Los verdaderos intereses de los explotados y oprimidos del mundo entero no están en una mítica fraternidad musulmana, sino en la guerra de clase contra la explotación y la opresión en todos los países. Tampoco están en no se sabe qué retorno al gobierno de Dios o de los Califas, sino en la creación revolucionaria de la primera sociedad verdaderamente humana de la Historia.
Dawson, 6/1/2002
1) Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. 2) Idem. 3) M. Rodinson, Mohammed, Ed. Penguin, 1983. Traducido del inglés por nosotros, así como de otros libros en inglés citados en este artículo. 4) Idem. 5) Idem. 6) Carta de Engels a Marx, 6 junio de 1853. 7) Saladino no solo era más culto que Ricardo; también era mucho más compasivo con los no combatientes que lo eran los cruzados, los cuales se ilustraron en matanzas de poblaciones enteras, sobre todo de judíos. Por mucho que sus amigos y sus enemigos comparen a Bin Laden con Saladino, sería más bien con los cruzados con quienes habría que comparar a quien ha declarado, tras el primer atentado con bomba contra el World Trade Center : "Matar a los americanos y a sus aliados, civiles o militares, es un deber para todo musulmán". Y en esos mismos términos justificó la carnicería del 11de septiembre de 2001 así como los atentados suicidas contra civiles israelíes. 8) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Islam in the Soviet Union, Pall Mall Press, 1967. 9) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Sultan Galiev, Le Père de la révolution tiers-mondiste, Ed. Fayard, 1986, trad. del francés por nosotros. 10) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Islam in the Soviet Union, Pall Mall Press, 1967. 11) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Sultan Galiev..., op.cit. 12) Traducido de Manifestes, thèses et résolutions des quatre premiers congrès mondiaux de l'Internationale communiste, 1919-1923, Librairie du Travail, París, 1934. facsímil, La Brèche, 1984. Ver también: Jane Degras, The Communist International 1919-1943, vol. 1, Franck Cass & Co, 1971. 13) Ver The Second Congress of the Communist International, New Park, 1977. 14) La Gauche hollandaise (La Izquierda holandesa), folleto de la CCI, en francés. 15) Baku Congress of the Peoples of the East, New Park, 1977. 16) Angelica Balabanova, My Life as a Rebel. 17) Ver E.H Carr, A History of Soviet Russia, Macmillan, 1978. 18) Baku Congress of the Peoples of the East, New Park, 1977. 19) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Islam in the Soviet Union, op. cit. 20) Hassan al-Banna fue asesinado por la policía secreta egipcia el 12 de febrero de 1949, tras el asesinato del Primer ministro por los Hermanos musulmanes, el 28 de diciembre de 1948. 21) Jomeini pretendía que un religioso descendiente directo de Mahoma podría servir de regente de un Estado shií islámico, en espera del "retorno" eventual del 12º imam. 22) Revolutionary Perspectives, publicación en inglés del BIPR, nº 23.
La CCI ha celebrado recientemente una Conferencia Internacional Extraordinaria dedicada, principalmente, a los problemas organizativos. Volveremos sobre los trabajos de esta Conferencia, tanto en nuestra prensa territorial como en el próximo número de la Revista internacional. Dicho esto, y en la medida en que las cuestiones tratadas son muy similares a las que ya tratamos en el pasado, consideramos oportuno publicar aquí extractos de un documento interno (adoptado unánimemente por la CCI) que fue la base del combate por la defensa de la organización que libramos en 1993-95, del que dimos cuenta en la Revista internacional nº 82 en el artículo sobre el XIº Congreso de la CCI.
EL Informe de Actividades presentado en el BI plenario ([1]) de octubre de 1993 daba cuenta de la existencia o de la persistencia, en el seno de la CCI, de dificultades organizativas en un gran número de secciones. El Informe para el Xº Congreso internacional ya había tratado estas dificultades. En particular había insistido en la necesidad de una unidad internacional mayor de la organización, una centralización más viva y rigurosa de ésta. La persistencia de esas dificultades prueba que el esfuerzo que suponía ese Informe y los debates del Xº Congreso era aún insuficiente. Los fallos de funcionamiento que se han dado en la CCI durante el último periodo ponen de manifiesto que existen retrasos, lagunas en la comprensión de las cuestiones, en fin una pérdida de vista del marco de nuestros principios en materia de organización. Tal situación nos exige, una vez más, ir al fondo de las cuestiones que el Xº Congreso había planteado. En particular es importante que la organización, las secciones y todos los militantes, vuelvan de nuevo a tratar las cuestiones de base y, en especial, los principios en que se basa una organización que lucha por el comunismo (...).
Una reflexión de este tipo se llevó a cabo en 1981-82 tras la crisis que zarandeó a la CCI (perdida de la mitad de la sección en Gran Bretaña, hemorragia de unos 40 miembros de la organización). La base de esa reflexión la dio el Informe sobre “La estructura y el funcionamiento de la organización” adoptado en la Conferencia extraordinaria de enero de 1982. En ese sentido este documento sigue siendo una referencia para el conjunto de la organización ([2]). El texto que aparece a continuación está concebido como un complemento, una ilustración, una actualización (a partir de la experiencia adquirida desde entonces) del texto de 1982. Se propone, en particular, llamar la atención de la organización y de los militantes sobre la experiencia vivida, no solo por la CCI, sino también por otras organizaciones revolucionarias en la historia.
La cuestión de la estructura y funcionamiento de la organización se plantea en todas las etapas del movimiento obrero. A lo largo de la historia, siempre que se ha puesto en entredicho ha tenido implicaciones de suma importancia. Y no es ninguna casualidad. En las cuestiones de organización se concentran toda una serie de aspectos esenciales de lo que fundamenta la perspectiva revolucionaria del proletariado:
En el primer caso, está claro que la constitución en el seno de la AIT de la “Alianza internacional de la democracia socialista” manifestaba la influencia de la ideología pequeño burguesa a la que se confrontaba regularmente el movimiento obrero al dar sus primeros pasos. Por tanto, no es ninguna casualidad si la Alianza reclutaba a sus miembros, principalmente, entre aquellos con profesiones cercanas al artesanado (los relojeros del Jura suizo, por ejemplo) y en las regiones en las que el proletariado aún sólo se había desarrollado débilmente (como en Italia y, en especial, en España).
Igualmente, la constitución de la Alianza supone un peligro particularmente grave para el conjunto de la AIT, en la medida que:
La Alianza constituía, de hecho, la viva negación de las bases sobre las cuales se había fundado la Internacional. Justamente para que ésta no cayera en manos de la Alianza, lo que con toda certeza la habría desnaturalizado, Marx y Engels propusieron en el Congreso de La Haya, en 1872, que el Consejo general fuese transferido a Nueva York, acuerdo que obtuvieron del Congreso. Eran plenamente conscientes de que esa transferencia conduciría a la AIT a su progresiva extinción (que se hizo efectiva en 1876) pero en la medida que tras el aplastamiento de la Comuna de París (que había provocado un profundo retroceso en la clase) estaba condenada, prefirieron que acabara así antes de que su degeneración desacreditase toda la obra positiva que había realizado entre 1864 y 1872.
Hay que señalar que el conflicto entre la AIT y la Alianza tomó un sesgo muy personalizado en torno a Marx y Bakunin. Bakunin, que no se unió a la AIT hasta 1868 (tras fracasar en su intento de cooperar con los demócratas burgueses dentro de la “Liga por la paz y la libertad”), acusaba a Marx de “dictador” del Consejo general y, por tanto, del conjunto de la AIT ([3]). Sobra decir que era totalmente falso (para convencerse basta leer las actas de las reuniones del Consejo general y de los congresos de la Internacional). Por su parte Marx (con razón) denunciaba las intrigas del líder incuestionable de la Alianza, intrigas facilitadas por el carácter secreto de ésta y sus concepciones sectarias heredadas de una época ya caduca del movimiento obrero. Además hay que señalar que esas concepciones sectarias y conspiradoras, al igual que la carismática personalidad de Bakunin, favorecían su influencia personal sobre sus adeptos y le permitían ejercer su autoridad de “gurú”.
En fin, presentarse como la supuesta víctima de una persecución era uno de los medios que utilizaba para sembrar desavenencias y ganar adeptos entre ciertos obreros mal informados o sensibles a las ideologías pequeño burguesas.
Ese mismo tipo de características lo volvemos a encontrar en la escisión entre bolcheviques y mencheviques que, en un principio, se produce por cuestiones organizativas.
Como después se confirmó, la posición de los mencheviques obedecía a la penetración e influencia de ideologías burguesas y pequeño burguesas en la Socialdemocracia rusa (incluso si ciertas concepciones de los bolcheviques era en sí mismas tributarias de una visión jacobino burguesa). Como señala Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás : “El grueso de la oposición (los mencheviques) está compuesto por elementos intelectuales de nuestro Partido” lo que, en particular, constituyó uno de los vehículos de las ideas pequeño burguesas en materia de organización.
En segundo lugar, la idea de la organización de los mencheviques (que Trotski compartió durante largo tiempo, mientras que sobre otras cuestiones, en especial la naturaleza de la revolución que se estaba gestando en Rusia y sobre las tareas del proletariado en ella, estaba claramente alejado de ellos), daba la espalda a las necesidades de la lucha revolucionaria y era portadora de la destrucción de la organización. Por un lado esa idea era incapaz de distinguir entre miembros del Partido y simpatizantes, como lo evidencia el desacuerdo sobre el punto 1 de los estatutos entre Lenin y la máxima autoridad de los mencheviques, Martov ([4]). Y por otro lado es, sobre todo, tributaria de un período ya caduco del movimiento (como los “aliancistas”, los cuales estaban todavía marcados por el período sectario del movimiento obrero): “Bajo el nombre de ‘minoría’ se han agrupado en el Partido, elementos heterogéneos a los que une el deseo, consciente o no, de mantener las relaciones de círculo, las formas de organización anteriores al Partido. Ciertos militantes eminentes de los círculos más influyentes, al no tener el hábito de las restricciones en materia de organización que se han debido imponer en razón de la disciplina del Partido, se hallan inclinados a confundir mecánicamente los intereses generales del Partido y sus intereses de círculo que, efectivamente, en el periodo de los círculos podían coincidir” (Idem). Debido a su enfoque pequeño burgués estos elementos “... levantan con naturalidad el estandarte de la revuelta contra las restricciones indispensables que exige la organización, y elevan su anarquismo espontáneo a principio de lucha, calificando sin ninguna razón este anarquismo... de reivindicación en favor de la ‘tolerancia’” (Idem).
En tercer lugar, el espíritu de círculo y el individualismo condujo a los mencheviques a personalizar los asuntos políticos. El punto más dramático del Congreso, que provocó una fractura irreparable entre los dos grupos, fue el nombramiento a las diversas instancias responsables del Partido y, en particular, la redacción de Iskra considerada como la verdadera dirección política de éste (la responsabilidad del Comité central era esencialmente sobre temas organizativos). Antes del Congreso esa redacción estaba formada por 6 miembros: Plejánov, Lenin, Mártov, Axelrod, Staroven (Potresov) y Vera Zasúlich. Aunque solo los tres primeros hacían un verdadero trabajo de redacción, mientras los tres últimos no hacían prácticamente nada, a lo sumo se contentaban con enviar sus artículos ([5]). A fin de superar el “espíritu de círculo” que animaba la vieja redacción, particularmente a sus tres miembros menos implicados, Lenin propuso al Congreso una fórmula que permitiera nombrar una redacción más adaptada sin que pareciera una moción de desconfianza hacia esos tres militantes: el Congreso elige una redacción más restringida, de tres miembros, que puede posteriormente asociar, de acuerdo con el Comité central, a otros militantes. En un primer momento Martov, y los demás redactores, aceptan esta fórmula, pero tras el debate sobre los estatutos que le opone a Lenin (que pone de manifiesto el peligro que corrían sus antiguos camaradas de no volver a su puesto), Martov cambia de opinión: pide que el Congreso “confirme” la antigua redacción de seis miembros (de hecho será Trotski el encargado de proponer una resolución en tal sentido). Finalmente la propuesta de Lenin provoca la cólera y los lamentos de los que van a convertirse en “mencheviques” (minoritarios). Martov declara en "nombre de la mayoría de la antigua redacción": “puesto que se ha decidido elegir un comité de tres declaro, en nombre de mis tres camaradas y en el mío propio, que ninguno de nosotros aceptará formar parte de él. En lo que me atañe personalmente añado que consideraría una injuria que se me propusiera como candidato a esa función, y que la mera suposición de que yo consentiría trabajar en ella la consideraré una mancha a mi reputación política”. Para Martov la defensa sentimental de sus viejos compañeros víctimas del “estado de sitio que reina en el Partido” y de su “honor mancillado” suplanta a las consideraciones políticas. Por su parte Tsarev, menchevique, declara: “¿Cómo deben comportarse los miembros no elegidos de la redacción ante el hecho de que el Congreso no quiere ya que formen parte de la redacción?”. Los bolcheviques, por su parte, denuncian la forma no política con la que presentan las cosas ([6]). Los mencheviques acto seguido rechazan y sabotean las decisiones del Congreso, boicotean a los órganos centrales elegidos por éste, y se dedican a atacar sistemáticamente a Lenin. Trostki, por ejemplo, le llama “Maximiliano Lenin” acusándole de querer “adoptar el papel de incorruptible” e instaurar una “República de la Virtud y el Terror” (Informe de la delegación siberiana). Es chocante la semejanza entre las acusaciones lanzadas por los mencheviques contra Lenin y las de los aliancistas contra Marx y su “dictadura”. Lenín responde frente a la actitud de los mencheviques, frente a la personalización de las cuestiones políticas, frente a los ataques que le lanzan y la subjetividad que invade a Martov y sus amigos: “Cuando considero la conducta de los amigos de Martov tras el congreso..., únicamente puedo decir que se trata de una tentativa insensata de hacer añicos el Partido, indigna de miembros del Partido... ¿Por qué?. Unicamente porque están descontentos con la composición de los órganos centrales, ya que objetivamente sólo nos ha separado esta cuestión, las apreciaciones subjetivas (como la ofensa, el insulto, expulsión, separación, deshonra, etc.) no son más que fruto de un amor propio herido y una imaginación enferma. Esta imaginación enferma y este orgullo herido conduce directamente a los más vergonzosos chismes: sin saber aún la actividad de los nuevos centros y sin haberlos visto aun funcionar expanden rumores sobre sus ‘carencias’, sobre el ‘guante de hierro’ de Ivan Ivanovitch, el ‘puño’ de Ivan Nikiforovitch, etc. A la Socialdemocracia rusa le queda por superar la última y más difícil etapa, pasar del espíritu de círculo al espíritu de partido; de la mentalidad pequeño burguesa a la conciencia de su deber revolucionario; de los chismes y la presión de los círculos, considerados como medio de acción, a la disciplina” (relación del 2º Congreso del POSDR).
La CCI como cualquier otra organización del proletariado (...) ha vivido dificultades organizativas similares a las que acabamos de evocar. Entre ellas podemos recordar:
(...) A pesar de sus diferencias podemos ver que, en todos estos momentos de dificultades, hay una serie de características comunes que los acercan a los problemas que vivió, con anterioridad, el movimiento obrero:
Pasar revista a todos estos momentos de dificultad sería demasiado largo. Podemos contentarnos con resaltar la forma en que esas características (que siempre han estado presentes aunque en diversos grados) se han manifestado en ciertos momentos:
a) El peso de la ideología pequeñoburguesa
Este peso es evidente cuando se examina en que se ha convertido la tendencia de 1987: el GCI ha caído en una especie de anarco-bordiguismo, exaltando las acciones terroristas y desconfiando de las luchas del proletariado en los países avanzados mientras que pone de relieve imaginarias luchas proletarias en el tercer mundo. Igualmente identificamos en la dinámica del grupo de camaradas que acabaría formando la FECCI similitudes importantes con la que había animado a los mencheviques en 1903 (ver el artículo de nuestra Revista internacional nº 45 “La Fracción externa de la CCI”) y, especialmente, el peso de la componente intelectual. En fin, en la dinámica contestataria y de desmovilización (...) que afectó a la sección de París en 1988 pusimos por delante la importancia del peso de la descomposición como factor que favorece la penetración de la ideología pequeño burguesa en nuestras filas, en especial en la forma de “democratismo” (...)
b) La puesta en entredicho del marco unitario y centralizado de la organización
Es un fenómeno que hemos encontrado, de forma sistemática y marcada, en los diversos momentos de dificultades organizativas de la CCI:
El rechazo, o la contestación, de la centralización no han sido las únicas formas con las que se ha puesto en entredicho el carácter unitario de la organización a lo largo de los diversos episodios de dificultades que acabamos de evocar. Hay que añadir la manifestación de lo que, parafraseando a Lenin en 1903, podríamos llamar una dinámica de “circulo” o bien de “clan”. Es decir el agrupamiento, incluso informal, de cierto número de camaradas sobre la base, no de un acuerdo político, sino de criterios heteróclitos tales como la afinidad personal, el descontento frente a tal o cual orientación de la organización o la revuelta contra un órgano central.
De hecho todas las tendencias que hasta la fecha se han formado en la CCI han obedecido, más o menos, a tal dinámica. Por eso todas han conducido a escisiones. Esto es algo que en cada ocasión hemos puesto de relieve: las tendencias se han formado no en base a destacar una orientación positiva y alternativa a una posición adoptada por la organización, sino como un agrupamiento de “descontentos” que ponen sus divergencias en la misma cazuela y tratan de que de ahí salga, rápidamente, algo coherente. Con tales bases ninguna tendencia no podía dar nada positivo, en la medida en que su lógica no era reforzar la organización buscando la mayor claridad posible, sino que, por el contrario expresaba una actitud (con frecuencia inconsciente) de destrucción de la organización. Tales tendencias no eran el producto orgánico de la vida de la CCI y del proletariado, sino que –por el contrario– expresaban la penetración en su seno de influencias ajenas: la ideología pequeño burguesa en general. Esas tendencias, por tanto, aparecían de entrada como un cuerpo extraño a la organización; de ahí que constituyeran un riesgo para la organización y que su destino estaba prácticamente trazado de antemano: la escisión ([7]).
En cierto modo la tendencia Berard fue la más homogénea, aunque esa “homogeneidad” no venía de una real comprensión común de las cuestiones planteadas sino que se basaba esencialmente en:
Visto el carácter heteróclito de estas tendencias lo que hay que plantearse es: ¿entonces en que se basaba su dinámica y su “unidad”?
Incontestablemente en su base hay incomprensiones y confusiones tanto sobre cuestiones políticas generales como sobre cuestiones de organización. Pero no todos los camaradas que tenían desacuerdos sobre esas cuestiones se integraron en esas tendencias. Y a la inversa, ciertos camaradas que al inicio no tenían ningún desacuerdo los fueron “descubriendo” a medida que se implicaban en el proceso de formación de esas “tendencias” (...). Eso nos lleva a evocar, como Lenin en 1903, otro aspecto de la vida organizativa: la importancia de la subjetividad y las cuestiones “personales”.
c) La importancia de la subjetividad y las cuestiones “personales”
La actitud, el comportamiento, las relaciones emotivas y subjetivas de los militantes, lo mismo que la personalización de ciertos debates, no son de naturaleza "psicológica" sino eminentemente política. La personalidad, la historia de cada uno, su niñez, los problemas afectivos, etc., no explican, ni fundamentalmente ni por sí mismos, las actitudes y comportamientos aberrantes que pueden llegar a adoptar, en tal o cual momento, ciertos miembros de la organización. Tras esos comportamientos siempre está, directa o indirectamente, el individualismo o el sentimentalismo, es decir manifestaciones de la ideología de clases ajenas al proletariado: de la burguesía y de la pequeña burguesía. A lo sumo lo que podemos decir es que ciertas personalidades son más frágiles que otras frente a la presión de tales influencias ideológicas.
Eso no contradice en absoluto, como se ha podido ver en numerosas ocasiones, que cuestiones “personales” puedan desempeñar un importante papel en la vida organizativa:
Pero, no es solo en la formación de “tendencias” donde los problemas personales han desempeñado un papel muy importante.
Así en el 87-88, en un momento de dificultades en la sección en España, se desarrolló por parte de los camaradas de San Sebastián, que se habían integrado con unas bases políticas insuficientemente sólidas y con gran peso de la subjetividad, una fuerte animosidad hacia ciertos camaradas de Valencia. Esta actitud de personalización se vio acentuada, en especial, por el espíritu retorcido y malsano de uno de los elementos de San Sebastián y, sobre todo, por la acción de Albar ([10]), animador del núcleo de Lugo con comportamientos muy similares a los de Chénier: correspondencia y contactos clandestinos, denigración y calumnias, utilización de simpatizantes para “trabajarse” a un camarada de Barcelona que finalmente abandonaría la organización (...).
El examen, necesariamente muy rápido y superficial, de las dificultades organizativas que la CCI ha encontrado a lo largo de su historia pone de relieve dos hechos esenciales:
Este último elemento debe incitar al conjunto de la organización, y a todos los camaradas, a examinar nuevamente y de forma profunda los principios de la organización que fueron precisados en el “Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización” de la Conferencia extraordinaria de 1982, y en los estatutos.
3. Los puntos principales del informe de 1982 y de los estatutos
La idea clave del Informe de 1982 es la unidad de la organización. Este documento trata esa idea en primer lugar desde la óptica de la centralización, y después desde el ángulo de las relaciones entre los militantes y la organización. La elección de este orden correspondía a que los problemas con que se había encontrado la CCI en 1981 se habían expresado, sobre todo, a través de una puesta en entredicho de los órganos centrales y de la centralización. Hoy la mayor parte de los problemas con los que se encuentran las secciones no están directamente ligados a la cuestión de la centralización, sino más bien al tejido organizativo. Incluso cuando las debilidades aparecen relacionadas con problemas de centralización, como es el caso de la sección en Francia, acaban refiriéndose al problema mencionado. Por ello hoy es preferible comenzar a reexaminar el Informe del 1982 por la última parte (el punto 12) que, justamente, se refiere a las relaciones entre la organización y los militantes.
3.1. La relación entre organización y militantes
a) El peso del individualismo
“Una condición fundamental de la aptitud de una organización para cumplir sus tareas en la clase es la correcta comprensión en su seno de las relaciones que se establecen entra los militantes y la organización. Esta es una cuestión particularmente difícil de comprender en nuestra época habida cuenta del peso de la ruptura orgánica con las fracciones del pasado y la influencia del elemento estudiantil en las organizaciones revolucionarias después del 68, lo que ha favorecido el resurgimiento de uno de los fardos del movimiento obrero del siglo XIX: el individualismo” (Informe de 1982, punto 12).
Está claro que a estas causas de la penetración del individualismo en nuestras filas, claramente identificadas desde hace mucho tiempo, hay que añadir actualmente el peso de la descomposición que fomenta la atomización y el “cada uno a la suya”. Toda la organización debe ser muy consciente de esta presión constante que el capitalismo putrefacto ejerce en la cabeza de los militantes, y que irá en aumento mientras no se abra un periodo revolucionario. En este sentido los puntos siguientes, y que corresponden a las dificultades que la organización encontró ya en el pasado, no solo mantienen su plena vigencia sino que cobran un valor aún mayor hoy en día. Esto, obviamente, no debe desanimarnos sino impulsarnos a acrecentar la vigilancia frente a esos peligros y dificultades.
b) La “realización” de los militantes
“Hay la misma relación entre un organismo particular (grupo o partido) y la clase que entre la organización y el militante. E igual que la clase no existe para responder a las necesidades de las organizaciones comunistas, éstas no existen para resolver los problemas del individuo militante. La organización no es el producto de las necesidades de los militantes. Se es militante en la medida en que se comprende y se adhiere uno a las tareas y la función de la organización.
“En este sentido, el reparto de tareas y responsabilidades en la organización no tiene por objeto que los individuos militantes ‘se realicen’. Las tareas deben repartirse de forma y manera que la organización como un todo pueda funcionar óptimamente. Si bien la organización vela, en la medida de lo posible, por el buen estado de cada uno de sus miembros, lo hace ante todo en interés de la organización. Ello no quiere decir que se ignore la individualidad o los problemas de los militantes, significa que el punto de partida y el de llegada es la aptitud de la organización para cumplir sus tareas en la lucha de clases”.
Este es un punto que jamás debemos olvidar. Estamos al servicio de la organización y no al contrario. La organización no es una especie de sanatorio para curar las enfermedades, especialmente psíquicas, que puedan sufrir sus adherentes. Eso no quita para que el hecho de ser militante revolucionario pueda contribuir a relativizar, por no decir a superar, las dificultades personales que cada uno lleva a cuestas. Bien al contrario, convertirse en un combatiente del comunismo significa dar un sentido profundo a su existencia, un sentido muy superior a todo lo que pueden aportar otros aspectos de la vida (éxito “profesional” o “familiar”, procreación y educación de un niño, creación científica o artística, satisfacciones todas ellas de las que cada ser humano puede ser privado y que, de todas maneras, están fuera del alcance de la mayor parte de la humanidad).
La mayor satisfacción que puede alcanzar un ser humano en su vida es aportar su contribución positiva al bien de sus semejantes, de la sociedad, de la humanidad. Lo que distingue al militante comunista, y da sentido a su vida, es que es un eslabón de la cadena que va hasta la emancipación de la humanidad, su ascenso al “reino de la libertad”, una cadena que pervive más allá de su propia desaparición. De hecho, lo que cada militante puede hoy cumplir es incomparablemente más importante que lo que pueda hacer el mayor de los sabios que descubriera la cura del cáncer o una fuente inagotable de energía no contaminante. En ese sentido, la pasión que aporta a su compromiso es lo que debe permitirle sobreponerse y superar, lo mejor posible, las dificultades que todo ser humano puede atravesar.
Por eso la actitud que la organización debe adoptar frente a las dificultades particulares que pueden atravesar sus miembros ha de ser, ante todo, política y no psicológica. Es evidente que hay que tener en cuenta factores psicológicos a la hora de ver tal o cual problema que pudiera afectar a un militante, pero debe de hacerse en el marco de una actitud organizativa y no a la inversa.
Si un miembro de la organización tiene con frecuencia problemas para cumplir sus tareas, la organización debe comportarse ante ello de forma política y de acuerdo con sus principios de funcionamiento, aunque evidentemente debe reconocer las especificidades de la situación en la que esté ese militante en cuestión. Por ejemplo cuando la organización se encuentra ante el caso de un militante que cae en el alcoholismo, su papel específico no es jugar a psicoterapeuta (papel para el que no tiene ninguna cualificación y, además, en ese terreno corre el riesgo de actuar como un “aprendiz de brujo”) sino reaccionar en lo que es su terreno:
Por esas mismas razones evocadas más arriba, el compromiso militante no ha de verse como una rutina al estilo de la del trabajo, aunque ciertas de las tareas no sean en sí entusiasmantes. En particular, si es necesario que la organización vele por repartir esas tareas, como todas las tareas en general, de la forma más equilibrada posible con el fin de evitar que ciertos camaradas esten sobrecargados mientras otros no tienen prácticamente nada que hacer, es importante también que cada militante destierre de su pensamiento y comportamiento toda actitud de “víctima”, de queja contra los “malos tratos” o la “sobrecarga de trabajo” que le infringiría la organización. Con frecuencia, en ciertas secciones hay un gran silencio cuando se piden voluntarios para hacer tal o cual actividad, esto además de resultar chocante desmoraliza, especialmente a los jóvenes militantes ([11]).
c) Los diversos tipos de tareas y el trabajo de los órganos centrales
“En la organización no hay tareas ‘nobles’ y tareas ‘secundarias’ o ‘menos nobles’. Tanto el trabajo de elaboración teórica como la realización de tareas prácticas, el trabajo dentro de los órganos centrales como el trabajo específico en las secciones locales, son igualmente importantes para la organización y, por tanto, no deberían jerarquizarse (el capitalismo es quien establece tales jerarquías). Por ello hay que rechazar completamente la idea burguesa según la cual nombrar a un militante para formar parte de un órgano central sería darle un ‘ascenso’, darle acceso a un ‘honor’ o a un privilegio. El espíritu de trepa debe ser desterrado con decisión de la organización por ser totalmente opuesto a la dedicación desinteresada que es una de las características dominantes de la militancia comunista”.
Esta afirmación tiene una validez general y permanente, y no solo es aplicable a la situación que vivió la CCI en 1981 ([12]). En cierto modo la mentalidad contestataria a la que con regularidad se enfrenta la CCI está vinculada, con frecuencia, a un concepto “piramidal”, “jerárquico” de la organización, del mismo tipo que el que considera un “objetivo que alcanzar” para cada militante el de tener responsabilidades en los órganos centrales (la experiencia ha mostrado que con frecuencia los anarquista son excelentes – valga el adjetivo – burócratas). Del mismo modo, para darse cuenta de que no es un falso problema, basta ver la repugnancia que suscita la idea de retirar de sus responsabilidades en un órgano central a un militante y el trauma que provoca cuando se adopta tal medida. Está claro que tales traumas son directamente un tributo a la ideología burguesa, aunque saberlo no garantiza estar a la altura y evitarlo totalmente. Por eso, ante tal situación, la organización y sus militantes deben velar por combatir todo lo que pueda favorecer la penetración de tal ideología:
d) Las desigualdades entre militantes
“Efectivamente tanto entre los individuos como entre los militantes hay desigualdad en cuanto a sus aptitudes, sobre todo mantenidas y reforzadas por la sociedad de clases, el papel de la organización no es pretender abolirlas a imagen de las comunidades utopistas. La organización debe reforzar al máximo la formación y aptitudes políticas de sus militantes como condición de su propio reforzamiento, pero jamás plantea el problema en términos de formación escolar individual de sus miembros, ni de una igualación entre la formación de estos.
“La verdadera igualdad que puede existir entre militantes es la que consiste en que cada uno de ellos dé lo máximo que pueda a la vida de la organización (‘de cada uno según su capacidad’, formula de Saint-Simón retomada por Marx). La verdadera ‘realización’ de los militantes, en tanto que militantes, consiste en hacer todo lo que esté en sus manos para que la organización pueda cumplir las tareas para las que la clase obrera le ha hecho surgir”.
Tanto los sentimientos de rivalidad, celos, competencia, como los complejos de inferioridad que pueden aparecer entre militantes, ligados a sus desigualdades, son manifestaciones típicas de la penetración de la ideología dominante en las filas de la organización ([13]). Aunque pretender erradicar tales sentimientos de la cabeza de todos los miembros de la organización es ilusorio, lo que es importante es que cada militante tenga permanentemente la preocupación de no dejarse dominar ni guiar por tales sentimientos en su comportamiento, además incumbe a la organización velar para que ello sea así.
Las actitudes contestatarias son con frecuencia resultado de esos sentimientos y frustraciones. En efecto ya sea frente a los órganos centrales o frente a ciertos militantes que, supuestamente, tendrían “más peso” que el resto (como, precisamente, los miembros de los órganos centrales) se trata de una actitud típica de los militantes o partes de la organización que se sienten “acomplejados” frente a otros u otras. Por eso, en general, suelen tomar la forma de la crítica por la crítica (y no en función de lo que se dice o hace) hacia lo que puede representar la “autoridad” (comportamiento típico de los adolescentes que se “rebelan contra el padre”). La contestación, como manifestación del individualismo, es la otra cara de la moneda de otra manifestación del individualismo: el autoritarismo, el “ansia de poder” ([14]). Hay que saber que la contestación puede ser “muda” lo que no la hace menos peligrosa, sino todo lo contrario, pues resulta más difícil de poner en evidencia. También puede tener como objetivo ocupar el puesto de aquel a quien se impugna (tanto militante como órgano central) con ello se pretende acabar con los complejos que se tenían hacia aquel.
Otro aspecto que debe vigilarse, en especial cuando llegan nuevos elementos a la organización, es la posibilidad de que viejos militantes temerosos de que los recién llegados “les hagan sombra”, más cuando éstos últimos demuestran capacidades políticas importantes, tengan comportamientos hostiles hacia ellos. No es un falso problema: una de las razones importantes de la hostilidad de Plejanov a que Trotski entrase en la redacción de Iskra era el miedo a que su prestigio se resintiera por la llegada de alguien de reconocida gran capacidad ([15]). Si esto era cierto a principios del siglo XX hoy lo es mucho más. Si la organización (y sus militantes) no es capaz de erradicar, o como mínimo neutralizar, ese tipo de actitudes, no será capaz de preparar su futuro y el del combate revolucionario.
Por último sobre la cuestión de la “formación escolar individual” que se evoca en el Informe de 1982, hay que precisar que la entrada en un órgano central no es, en modo alguno, un medio de "formación" de los militantes. Lo que forma a los militantes es su actividad en el seno de lo que constituye “la unidad de base de la organización” (estatutos), la sección local. En este marco es, fundamentalmente, donde adquieren y perfeccionan, para mejor contribuir a la vida de la organización, sus capacidades como militantes (tanto en lo que respecta a cuestiones teóricas, organizativas, prácticas, sentido de la responsabilidad, etc.). Si las secciones locales no están en condiciones de hacer ese papel, es porque su funcionamiento, actividades y discusiones tampoco están a la altura de lo que deberían estar. En necesario que la organización pueda formar regularmente a nuevos militantes para las tareas específicas de los órganos centrales o comisiones especializadas (para poder, por ejemplo, hacer frente a situaciones en que la represión neutraliza esos órganos) pero en ningún momento lo hace con el objetivo de satisfacer alguna “necesidad de formación” de los militantes concernidos, sino para permitir a aquella, como un todo, hacer frente a sus responsabilidades.
e) Las relaciones entre militantes
“Las relaciones que se forjan entre los militantes de la organización aunque llevan consigo los estigmas de la sociedad capitalista... no pueden estar en contradicción flagrante con el objetivo que persiguen los revolucionarios... se apoyan en una solidaridad y confianza mutuas que son una característica de la clase portadora del comunismo a la que pertenece la organización” (extractos de la Plataforma de la CCI, recogidos en el Informe).
Eso significa, en particular, que la actitud de los militantes entre sí debe estar marcada por la fraternidad y no por la hostilidad. En especial:
Al margen de este caso extremo, que no tiene cabida en la organización, está claro que nunca pueden desaparecer totalmente las enemistades en su seno. En ese caso hay que actuar de forma que el funcionamiento de la organización no las favorezca sino que tienda a atenuarlas y limitarlas. Por ello, la franqueza que debe existir entre camaradas de combate no puede confundirse con rudeza o falta de consideración hacia los otros militantes. En las relaciones entre militantes las injurias están, por supuesto, absolutamente proscritas. Por eso hay que actuar de modo que el funcionamiento de la organización no favorezca sino que tienda a atenuar o neutralizar tales enemistades.
Dicho esto, la organización no debe concebirse como un “grupo de amigos” o como una reunión de tales grupos ([16]).
En efecto uno de los graves peligros que amenazan permanentemente a la organización, poniendo en dificultades su unidad y arriesgando destruirla, es la formación, deliberada o no, de “clanes”. En una dinámica de clan las posturas comunes no parten de un acuerdo político real sino de las relaciones de amistad, fidelidad, convergencia de intereses “personales” específicos o de frustraciones compartidas. Con frecuencia tal dinámica, que no se basa en una convergencia política real, lleva pareja la existencia de “gurús” o “jefes de banda” que garanticen la unidad del clan y que sacan su poder ya sea de su carisma personal, neutralizando las capacidades políticas y de juicio de otros militantes, o presentándose ellos mismos como “víctimas” de tal o cual política de la organización, o siendo presentados así por otros. Cuando aparece tal dinámica, el comportamiento y las decisiones de los miembros o simpatizantes del clan ya no está determinados por una elección consciente y razonada basada en los intereses generales de la organización, sino en función de los intereses del clan que tienden a aparecer como contradictorios con los del resto de la organización ([17]). Así cualquier intervención o toma de posición que cuestione lo que hace o dice un miembro del clan se vive, por su parte y por el resto del clan, como “un ajuste de cuentas” personal. De la misma manera, en tal dinámica, el clan tiende a presentar un frente monolítico (prefiere “lavar la ropa sucia en casa”) acompañado de una disciplina ciega y una adhesión inquebrantable al “jefe de la banda”.
Es cierto que algunos miembros de la organización pueden adquirir, debido a su experiencia, sus capacidades políticas o sus juicios, una autoridad mayor a la de otros militantes. La confianza que los demás militantes les otorgan espontáneamente, incluso si no están seguros de compartir inmediatamente su punto de vista, forma parte de las cosas “normales” y corrientes en la vida de la organización. Es más, puede darse el caso de que los órganos centrales, o algún militante, pida que se le tenga confianza momentáneamente cuando no puede dar inmediatamente todos los elementos en los que basa su convicción, o cuando no se dan las condiciones para un debate claro en la organización. Lo que no es en absoluto normal es que se este de acuerdo con tal o cual posición porque es “X” quien la plantea. Incluso los nombres más prestigiosos del movimiento obrero han cometido ese error. La adhesión a una posición solo puede basarse en un profundo acuerdo con ella, para lo cual es condición indispensable la calidad y profundidad de la discusión. Esa es la mejor garantía de la solidez de una posición y de que no se verá alterada porque “X” cambie de parecer. Los militantes no tienen por qué “creer” de una vez por todas y sin discusión lo que ha dicho tal o cual, inclusive un órgano central. Su pensamiento crítico debe estar permanentemente despierto (lo que no quiere decir que esté permanentemente criticando). Eso da a los órganos centrales, y a los militantes que tienen más “peso” la responsabilidad de no utilizar su “autoridad como argumento”. Por el contrario, deben combatir cualquier tendencia al “seguidismo” y a los acuerdos superficiales, sin reflexión ni convicción.
Una dinámica de clan puede acompañarse de una actitud, no necesariamente voluntaria, de "copo" es decir designar para los puestos clave de la organización (como los órganos centrales por ejemplo, pero no sólo) a miembros del clan o personas que éste pretenda ganarse. Esa es una práctica corriente en los partidos burgueses, de la que la organización comunista debe precaverse. En esto hay que ser muy vigilantes. Por ello, si en la elección de los órganos centrales “hay que tener en cuenta... la capacidad [de los militantes] para trabajar colectivamente” (estatutos) la organización debe velar por evitar en lo posible la aparición en su seno de dinámicas de clan fruto de afinidades particulares o relaciones personales que pudieran darse entre los militantes concernidos. La organización debe evitar, especialmente y en la medida de lo posible, nombrar en una misma comisión a los miembros de una pareja. La falta de vigilancia a este respecto puede tener graves consecuencias tanto para las capacidades políticas de los militantes como para las del órgano en su conjunto. En el mejor de los casos se puede percibir al órgano en cuestión, independientemente de la calidad de su trabajo, como una “pandilla de amigos” lo que constituye una pérdida de autoridad no despreciable. Y en el peor, ese órgano puede llegar a comportarse efectivamente como un clan con todos los peligros que ello conlleva, o bien acabar totalmente paralizado por un conflicto entre clanes. En ambos casos la vida misma de la organización estría en peligro.
En resumen, una dinámica de clan constituye un terreno en el cual pueden desarrollarse prácticas más cercanas al juego electoral burgués que al militantismo comunista:
La alerta contra los comportamientos ajenos al militantismo revolucionario en las organizaciones revolucionarias no debe considerarse un combate contra molinos de viento. De hecho el movimiento obrero se ha visto enfrentado con frecuencia, a lo largo de toda su existencia, a este tipo de comportamientos que ponen de manifiesto la presión en sus filas de la ideología dominante. Evidentemente la propia CCI no ha estado exenta de ellos. Creer que en adelante estaría inmunizada es más deseo piadoso que clarividencia política. El peso creciente de la descomposición en la medida que refuerza la atomización (de hecho la búsqueda de un “refugio”), las actitudes irracionales, los enfoques emocionales, la desmoralización, solo puede acrecentar la amenaza de tales comportamientos. Ello debe incitarnos a estar siempre vigilantes frente a ese peligro.
Esto no quiere decir que en la organización se deba desarrollar una desconfianza permanente entre los camaradas. Todo lo contrario: el mejor antídoto contra la desconfianza es, justamente, la vigilancia que impide que se desarrollen las situaciones y desviaciones que la nutren. Hay que ejercer esa vigilancia frente a todo comportamiento o actitud que pudieran llevar a tales desviaciones. En especial la práctica de discusiones informales entre camaradas, particularmente sobre cuestiones que atañen a la vida de la organización, que en cierto forma son inevitables, deben limitarse lo más posible y, en cualquier caso, deben hacerse de forma responsable. Mientras el marco formal de las diversas instancias de la organización, empezando por las secciones locales, es el que mejor se presta tanto para las actividades y declaraciones responsables como para una reflexión consciente y realmente política, el marco “informal” da mayor cancha a actitudes y palabras irresponsables marcadas por la subjetividad. En particular es importante cerrar la puerta expresamente a cualquier campaña de denigración contra miembros de la organización (como, evidentemente, contra un órgano central). Tal vigilancia debe hacerse tanto contra los deslices propios como frente a los ajenos. En este terreno, como en otros, los militantes más experimentados, y especialmente los miembros de los órganos centrales, deben observar un comportamiento ejemplar dado el impacto que pueden provocar sus palabras. Ello es más importante aún, y más grave, cuando se dirigen hacia camaradas nuevos:
Para concluir esta parte sobre las relaciones entre la organización y los militantes hay que recordar y resaltar que la organización no es una suma de militantes. En su lucha histórica por el comunismo, el ser colectivo del proletariado hace surgir, como parte de si mismo, otro ser colectivo que es la organización revolucionaria. Cualquier otra visión, especialmente la de la organización como una suma de militantes es presa de la influencia de la ideología burguesa y constituye una amenaza de muerte para la organización.
Sólo a partir de esta visión colectiva y unitaria de la organización se puede comprender la cuestión de la centralización.
Aunque ésta era una cuestión central del Informe de actividades para el Xº Congreso Internacional la parte de este texto que se dedica a la cuestión de la centralización será menos extensa que las precedentes y se compondrá, en gran parte, de extractos de los textos fundamentales acompañados de los comentarios necesarios frente a las incomprensiones que se han desarrollado en estos últimos tiempos; esto es así porque, de un lado las dificultades que han encontrado la mayor parte de las secciones no atañen directamente a la cuestión de la centralización, y de otro que es más fácil comprender la cuestión de la centralización cuando se ha entendido claramente la relación entre la organización y sus militantes.
a) Unidad de la organización y centralización
“El centralismo no es un principio abstracto o facultativo de la estructura de la organización. Es la concreción de su carácter unitario. Expresa que es una misma y única organización la que toma posición y actúa dentro de la clase” (Informe de 1982, punto 3).
“En las relaciones entre las diferentes partes de la organización y el todo, siempre prima el todo... Hay que proscribir absolutamente la concepción según la cual tal o cual parte de la organización puede adoptar frente a la clase o a la organización posiciones o actitudes que le parezcan correctas en lugar de las de la organización que estima erróneas ... la responsabilidad de los miembros que creen defender una posición correcta, y piensan que la organización va por mal camino, no es salvar su pellejo por su cuenta sino luchar dentro de la organización para llevarla al ‘camino recto’” (Idem, punto 3).
“En la organización el todo no es la suma de las partes. La organización delega en ellas el cumplimiento de tal actividad particular (publicaciones territoriales, intervenciones locales, etc.) y son por tanto responsables, ante el conjunto, del mandato que han recibido” (Idem, punto 4).
Estos breves recordatorios del Informe de 1982 ponen en evidencia la insistencia, que es el eje principal de ese documento, en la unidad de la organización. Las diversas partes de la organización solo pueden concebirse como partes de un todo, como delegaciones e instrumentos de ese todo. ¿Hay que repetir, una vez más, que esta concepción debe estar presente en todas las partes de la organización?
A partir de esa insistencia sobre la unidad de la organización el Informe introduce la cuestión de los Congresos (sobre la que no vamos a volver aquí) y de los órganos centrales.
“El órgano central es una parte de la organización y, como tal, es responsable ante ella cuando ésta se reúne en Congreso. Sin embargo es una parte cuya especificidad es expresar y representar al todo, por ello las posiciones y decisiones del órgano central priman siempre sobre las de otras partes de la organización tomadas por separado” (Idem, punto 5).
“... El órgano central es un instrumento de la organización, y no a la inversa. No es la cumbre de una pirámide como en las visiones jerárquicas o militares, sino que constituye un tejido tupido y unido en el que se imbrican y viven todos sus componentes. Por tanto hay que ver al órgano central más bien como el núcleo de una célula que coordina el metabolismo de una entidad viva” (Idem, punto 5).
Para entender la centralización es fundamental esta última imagen, pues permite comprender plenamente que en el seno de una organización unitaria puede haber varios órganos centrales con escalas de responsabilidad diferentes. Si se considera la organización como una pirámide cuyo órgano central seria su cima nos vemos abocados a una figura geométrica imposible: una pirámide que tiene una cima y está formada por un conjunto de pirámides que cada tiene su propia cima. En la práctica una organización así seria tan aberrante como esa figura geométrica y no podría funcionar. Las administraciones y laS empresas privadas tienen una estructura piramidal: para poder funcionar las responsabilidades se atribuyen, necesariamente, de arriba a abajo. Ese no es en nada el caso de la CCI que dispone de órganos centrales elegidos a diferentes niveles territoriales. Tal modo de funcionamiento se corresponde con el hecho de que la CCI es una entidad viva (como lo una célula o un organismo) en la que las diversas instancias organizativas son vínculos de un todo unitario.
En una concepción así, que se expresa de forma detallada en los estatutos, no debe haber conflictos, oposiciones, entre las diversas estructuras de la organización. Evidentemente, como en cualquier otra parte de la organización, pueden surgir desacuerdos lo que es algo normal y forma parte de su vida. Cuando esos desacuerdos desembocan en conflictos es que, de alguna manera, se ha perdido esta concepción de la organización y se ha introducido una visión piramidal que necesariamente conduce al enfrentamiento entre las diferentes “cimas”. Tal dinámica que conduce a la aparición de varios “centros”, y por tanto a que se opongan entre sí, pone en peligro la unidad de la organización y, por tanto, su propia existencia.
* * *
Lo relativo a la organización y al funcionamiento, que son de suma importancia, resulta más difícil de comprender ([19]). Su comprensión, mucho más que en otras cuestiones, es tributaria de la subjetividad de la subjetividad de los militantes y, por ello, puede constituir un canal privilegiado de penetración de ideologías ajenas al proletariado. Estas cuestiones, por excelencia, jamás se adquieren definitivamente. Por ello deben ser objeto de una atención y vigilancia sostenida tanto por parte de la organización como por la de todos los militantes (...)
(14/10/1993)
[1] La CCI, a imagen de la 2ª Internacional y de la Internacional comunista, se dota de un órgano central internacional, el Buró Internacional (BI) compuesto de militantes de diferentes secciones territoriales. Este se reúne regularmente en sesiones plenarias (BI plenario) y entre esas reuniones la continuidad del trabajo internacional la asume el Secretariado Internacional (SI) que es una subcomisión permanente de aquel.
[2] “Los textos de la Conferencia extraordinaria, menos aún que los demás textos fundamentales de la CCI, no se hicieron para ser enterrados en el fondo de un cajón o bajo una pila de papeles. Deben ser una referencia constante en la vida de la organización” (Resolución de Actividades del Vº Congreso de la CCI).
[3] Tampoco se privaba de tildarlo frecuentemente de judío y alemán, dos orígenes que Bakunin detestaba: “Es un compendio (...) de todos los relatos absurdos y sucios que la maldad, más perversa que espiritual, de los judíos alemanes y rusos, sus amigos, sus agentes, sus discípulos [de Marx] ha propagado y dirigido contra todos nosotros, pero sobre todo contra mí... ¿Recuerdan el artículo del judío alemán M. Hess en Le Réveil... reproducido y desarrollado por los Borkheim y otros judíos alemanes del Volksstaat?” (Respuesta de Bakunin a la Circular del Consejo general de Marzo 1872 sobre “Las pretendidas escisiones de la Internacional”). Igualmente hay que señalar que Bakunin, al que los anarquistas presentan como una especie de “héroe sin miedo ni mancha” hacia gala de una buena dosis de hipocresía y duplicidad. De hecho, en el mismo momento que comenzaba a tramar sus intrigas contra el Consejo general y contra Marx le escribía a este último: “Yo hago ahora lo que tú comenzaste hace 20 años... Mi patria ahora es la Internacional, de la cual tú eres uno de los principales fundadores. Observa pues, querido amigo, que yo soy tu discípulo y que estoy orgulloso de serlo” (22/12/1868).
[4] La fórmula defendida por Lenin: “Es miembro del partido quien reconoce su programa y apoya al partido tanto materialmente como militando personalmente en una de sus organizaciones”. La fórmula defendida por Martov (y adoptada por el Congreso gracias a los votos de Bund): “Es miembro del partido quien reconoce su programa y apoya al partido tanto materialmente como trabajando bajo el control y la dirección de una de sus organizaciones”.
[5] Es significativo que estos tres militantes, lo mismo que Plejánov que se unió a los mencheviques algunos meses después del Congreso, fueron social-chovinistas durante la guerra y se opusieron a la Revolución de 1917. Sólo Martov adoptó una postura internacionalista pero, más tarde, tomó posición en contra del poder de los soviets.
[6] Esta es la respuesta del bolchevique Russov (citado y saludado por Lenin en Un paso a delante dos pasos atrás): “En boca de revolucionarios se escuchan discursos singulares en claro desacuerdo con la noción del trabajo del Partido, de la ética del partido... Colocándonos en ese punto de vista ajeno al Partido, en ese punto de vista pequeño burgués, nos encontraremos en cada elección ante la cuestión de saber si Pétrov no se molestaría al ver que en su lugar se ha elegido a Ivanov... Por tanto, camaradas ¿a dónde nos va a conducir esto?. Estamos reunidos no para dirigirnos mutuamente amables discursos ni para intercambiar afables cumplidos, sino para crear un Partido y no podemos aceptar, en modo alguno, ese punto de vista. Hemos de elegir responsables y aquí no cabe la falta de confianza de tal o cual que no ha sido elegido; lo único que debe saberse es si es a favor de la causa y si la persona elegida es la adecuada para el puesto en el que se le ha designado”. En el mismo folleto, Lenin, resume así los retos de ese debate: “La lucha del espíritu pequeño burgués contra el espíritu de partido, las peores ‘consideraciones personales’ contra los objetivos políticos, las palabras vergonzosas contra las nociones elementales del deber revolucionario, he aquí lo que fue la lucha en torno a los seis y a los tres en la trigésima sesión de nuestro congreso” (los subrayados son de Lenin).
[7] En repetidas ocasiones algunos camaradas que estaban en desacuerdo con las orientaciones de la CCI en materia de organización ha afirmado que ese destino sistemáticamente “trágico” de las tendencias que hemos conocido revelaba una debilidad de nuestra organización y, especialmente, una política errónea por parte de los órganos centrales. Es conveniente aportar, al respecto, los siguientes elementos:
[8] MC fue un camarada que militó tras la oleada revolucionaria que siguió a la Primera Guerra mundial. A finales de los años 20 fue excluido del Partido comunista francés como opositor de izquierda que era. Militó en diversas organizaciones de la Izquierda comunista, en especial en la Fracción italiana. Fue el principal fundador de la Izquierda comunista de Francia, predecesor político de la CCI. Murió en diciembre de 1990 (ver los artículos que sobre él publicamos en la Revista internacional nos 65 y 66).
[9] “No es Chénier quien funda la tendencia y la crisis, sino que es la crisis latente en la CCI la que permite a Chénier catalizarla y manipularla por motivos que, si bien no han podido ser totalmente esclarecidos, tienen claramente más connotaciones patológicas y de ambición arribista que naturaleza política. La comisión no puede responder, ni en un sentido ni en otro, a si sus maniobras obedecían a órdenes exteriores – como lo sugieren ciertos testimonios – lo que sí podemos afirmar es que se trata de un sujeto profundamente turbio, ruin e hipócrita, perfectamente susceptible de servir a cualquier causa con el fin de destruir, desde dentro, toda organización en la que logre infiltrarse” (Informe de la Comisión de Encuesta). Para aquellos camaradas que no han vivido este periodo de la historia de la CCI se pueden dar algunas ilustraciones muy significativas de la personalidad y el comportamiento de Chénier:
Ésa la calaña del personaje que la CCI había tenido la debilidad, por falta de vigilancia, de permitir que entrara en sus filas. Hay que señalar que este elemento llegó a ser miembro de la CE de RI, y no es descabellado pensar que de no haberle desenmascarado tan rápidamente podría haber llegado a ser miembro del BI.
[10] En una "Advertencia al medio revolucionario", publicada en Acción proletaria nº 78 (marzo-abril de 1988) escribíamos al respecto: “Por la presente declaración queremos dar a conocer públicamente la suspensión inmediata de nuestra organización internacional del denominado “Albar”. Esta medida la hemos tomado como consecuencia de un examen riguroso del comportamiento de esta persona que juzgamos absolutamente incompatible don la pertenencia a toso grupo revolucionaria proletario. CCI.”
[11] En un texto escrito en 1980 el camarada MC ya plantea esta cuestión: “No quisiera detenerme en este tipo de recriminaciones pues, más que desconsoladora, la encuentro indecente. Cuando se conoce, aunque sea un poco, lo que era la vida de los militantes revolucionarios, no solo en los momentos excepcionales como la guerra o la revolución, sino su vida corriente, ‘normal’, cuando se piensa por ejemplo lo que era la vida de los militantes de la Fracción italiana en los años 30, todos ellos emigrados y gran parte de entre ellos expulsados, ilegales, obreros no cualificados, desempleados, siempre con trabajos y residencias inestables, con hijos (sin poder contar con ningún apoyo o sostén de la familia que está tan lejos) que, con frecuencia, no saciaban su hambre, esos militantes que en esas condiciones proseguían su actividad 20-30-40 años... no se puede escuchar las quejas y recriminaciones de cierto ‘críticos’ sin hallarlas pura y simplemente indecentes. En vez de lloriquear, debemos tomar más conciencia de que el grupo y los militantes viven actualmente en condiciones excepcionalmente favorables. Hasta el presente no hemos vivido la represión, ni la clandestinidad, ni el paro, ni dificultades materiales mayores. Por eso, hoy más que nunca, el militante no debe hacer recriminaciones de carácter personal sino tener siempre a gala dar lo máximo que pueda, sin esperar siquiera a ser solicitado” (MC, “La organización revolucionaria y los militantes” 1980).
[12] “Es un desatino ver en la elección de camaradas a comisiones no se sabe qué ‘ascenso’ y considerarla como un honor y un privilegio. Ser nombrado para una comisión es una carga de responsabilidades suplementarias, y hay muchos camaradas que desearían librarse de ellas. Y mientras esto no sea posible lo importante es que las cumplan lo más a conciencia que se pueda. Es importante velar para que la verdadera pregunta de ‘cumplen bien las tareas que se les ha confiado’ no sea sustituida por la falsa cuestión, típicamente izquierdista, de ‘la carrera por los puestos de honor’” (MC, 1980).
[13] “La visión proletaria es completamente distinta. Dado que es una clase histórica y la última clase de la historia, su visión tiende de entrada a ser global, y en ésta los diversos momento son solo aspectos, momentos de un todo. Por ello la militancia comunista no está condicionada por ‘qué lugar ocupo yo’, ni motivada por la ambición individual por legítima que parezca. Ya sea escribiendo o estrujándose el cerebro con una cuestión teórica, pasando a máquina, imprimiendo un panfleto, manifestándose en la calle, o difundiendo un periódico que han escrito otros camaradas, se es siempre el mismo militante porque la acción en la que se participa es siempre política y cualquiera que sea la práctica particular es siempre producto de una opción política y expresa su pertenencia a esta unidad, a ese cuerpo político: el grupo político” (MC, 1980).
[14] “La división de la sociedad en clases antagónicas no se manifiesta solo en la división de hecho entre trabajo teórico y trabajo práctico, entre teoría y práctica, dirección que decide y base que ejecuta, sino también en la obsesión intelectual que hace de ese hecho un eje central de preocupación, lo que expresa que no se ha llegado a superar ese plano, y que aún se sitúa en el mismo terreno, se le da la vuelta a la medalla pero ésta se conserva” (MC, 1980).
[15] Era la prueba de que Plejanov empezaba a ser presa de la ideología burguesa (él, que había escrito el excelente libro El papel del individuo en la historia): a fin de cuentas la diferencia de actitud entre Lenin y Plejanov sobre esta cuestión prefiguraba, en cierta forma, la actitud que posteriormente tendrían respecto a la revolución del proletariado.
[16] “En la segunda mitad de los años 60 se constituyen pequeños núcleos, pequeños círculos de amigos, compuestos por elementos en su mayoría muy jóvenes, sin ninguna experiencia política y que vivían en el medio estudiantil. En el plano individual ese encuentro parece fruto de pura casualidad. En el plano objetivo – el único que puede darnos una explicación real – estos núcleos corresponden al final de la reconstrucción de la posguerra y a los primeros signos de que el capitalismo está de nuevo entrando en una fase aguda de crisis permanente que hace resurgir la lucha de clases.
Más allá de lo que pudieran pensar los individuos que componían esos núcleos, se imaginaban que lo que les unía era su afinidad afectiva, la amistad, el deseo de hacer juntos su vida cotidiana, estos núcleos solo sobrevivieron en la medida en que se politizaron, o se volvieron grupos políticos, cosa que sólo pudieron hacer cumpliendo y asumiendo conscientemente su destino. Los núcleos que no alcanzaron esa conciencia fueron engullidos y se descompusieron en el pantano izquierdista, modernista o simplemente desaparecieron del mapa. Esa es nuestra propia historia. Ese proceso de transformación de un círculo de amigos en grupo político, en el que la unidad basada en el afecto, las simpatías personales, el mismo modo de vida cotidiano debe ceder el sitio a un cohesión política y una solidaridad basada en la convicción de que se está comprometido en un mismo combate histórico: la revolución proletaria, no estuvo exento de dificultades...
No debemos confundir la organización política que somos con las ‘comunidades’, tan queridas por el movimiento estudiantil, cuya única razón de ser es la ilusión de algunos individuos descontentos de poder sustraerse, en conjunto, a las obligaciones que la sociedad decadente les impone y ‘realizar’ así mutuamente su vida personal” (MC, 1980).
[17] “... En una organización burguesa la existencia de divergencias se basa en la defensa de tal o cual orientación de gestión del capitalismo, o más sencillamente en la defensa de tal o cual sector de la clase dominante o de tal o cual camarilla, orientaciones e intereses que se mantienen de forma duradera y que hay que conciliar mediante una ‘reparto equitativo’ de los puestos entre quienes las representan. No hay nada de eso en una organización comunista, en ella las divergencias no expresan en absoluto que se defiendan intereses materiales, personales o de grupos de presión particulares, sino que son la traducción de un proceso vivo y dinámico de clarificación de los problemas que se le plantean a la clase, y su destino como tales es absorberse fruto de una discusión profunda y a la luz de la experiencia histórica” (Informe de 1982, punto 6).
[18] Es importante, a este respecto, que la costumbre de invitarse a comer o a encuentro “privados” se realice con sentido de la responsabilidad. Reunirse entre camaradas alrededor de una buena mesa puede ser una excelente ocasión para reforzar los vínculos entre miembros de la organización, desarrollar entre ellos sentimientos de fraternidad, superar la atomización que engendra la sociedad actual (especialmente los camaradas más aislados). Sin embargo hay que velar para que esta practica no se transforme en una “política de clan”:
[19] Baste con decir que un revolucionario de la talla de Trotski demostró en bastantes ocasiones que no entendía muy bien esos problemas.
Tras los atentados del 11 de septiembre, la guerra en Afganistán y la reanudación de las matanzas en Oriente Próximo, otros dos acontecimientos inquietantes han saltado al ruedo de la actualidad internacional‑: la amenaza de guerra entre India y Pakistán, (dos Estados con armas nucleares que desde su nacimiento como tales Estados llevan peleándose por Cachemira de manera recurrente) y la progresión de los partidos de extrema derecha en Europa occidental, lo cual ha ofrecido la oportunidad a la burguesía de agitar el espantajo fascista y montar unas campañas democráticas gigantescas.
Nada parece relacionar esos dos acontecimientos, muy alejados geográficamente y situados en planos geopolíticos totalmente diferentes. Y sin embargo tienen raíces comunes. Para comprenderlas hay que evitar a toda costa una aproximación fotográfica a lo que ocurre en el mundo, una visión fragmentada, la que consiste en analizar cada fenómeno en sí, separado del resto. El método marxista es el único se basa en un enfoque histórico, global, dialéctico, dinámico, capaz de relacionar diferentes expresiones de los mecanismos del capitalismo para darles una unidad y una coherencia; es el único capaz de integrar esos dos hechos en un marco común.
La amenaza de una guerra nuclear en India y Pakistán por un lado, y el ascenso de la extrema derecha, por otro, ilustran, bajo formas diferentes, la realidad de la fase actual de descomposición del capitalismo caracterizado por la putrefacción de raíz de la sociedad que amenaza la existencia misma de ella. La descomposición es el resultado de un proceso histórico en el que ninguna de las dos clases antagónicas de la sociedad, el proletariado y la burguesía, han sido hasta hoy incapaces de imponer su solución frente a la crisis insoluble del capitalismo. La burguesía no ha sido capaz de arrastrar a la humanidad a una tercera guerra mundial porque el proletariado de los países centrales no está dispuesto a sacrificar sus intereses en aras de la defensa del capital nacional. Pero tampoco este ha sido capaz de afirmar sus propia perspectiva revolucionaria e imponerse como única fuerza de la sociedad que pueda ofrecer una alternativa al callejón sin salida de la economía capitalista. Por esto, aunque los combates de la clase obrera han impedido que se declare una tercera guerra mundial, no han sido capaces, en cambio, de hacer cesar la locura asesina del capitalismo. De ello es testimonio el caos sanguinario que se extiende día tras día por la periferia del sistema, un caos que ha ido en continuo aumento desde el desmoronamiento del bloque del Este. La escalada de la guerra sin fin de Oriente Próximo y la actual amenaza de un conflicto nuclear entre India y Pakistán dejan bien patente, por si falta hiciera, el “no future” apocalíptico de la descomposición del capitalismo.
Por otra parte, el proletariado de los grandes países “democráticos” ha tenido que soportar de lleno los efectos de la manifestación más espectacular de la descomposición, o sea, el desmoronamiento del bloque del Este. El peso de las campañas burguesas sobre la pretendida “quiebra del comunismo”, campañas que han dañado su identidad de clase, su confianza en sí mismo y en su propia perspectiva revolucionaria, ha sido el factor principal de sus dificultades para desarrollar sus luchas y afirmarse como única fuerza portadora de porvenir para la humanidad. Sin luchas obreras masivas en los países de Europa occidental, capaces de ofrecer una perspectiva a la sociedad, el fenómeno de putrefacción de raíz del capitalismo se ha ido manifestando en la propagación, en su tejido social, de las ideologías más reaccionarias que favorecen el ascenso de los partidos de extrema derecha, algo totalmente aberrante desde el punto de vista de los intereses de la clase dominante, es una nueva ilustración del “no future” del capitalismo.
Ante la gravedad de la situación histórica actual, les incumbe a los revolucionarios contribuir a la toma de conciencia del proletariado sobre las responsabilidades que sobre sus hombros pesan. Sólo la lucha de clases en los países más industrializados podrá abrir una perspectiva revolucionaria mundial hacia el derrocamiento del capitalismo. Sólo la revolución proletaria mundial podrá acabar de una vez con el ciego desencadenamiento de la barbarie bélica, de la xenofobia y de los odios raciales.
DESDE el mes de mayo, se han ido acumulando los nubarrones de la tor-
menta de una guerra nuclear total entre India y Pakistán. Desde
el atentado del 13 de diciembre de 2001 contra el Parlamento indio, las
relaciones indo-pakistaníes no han cesado de degradarse. Tras el
de principios de mayo de 2002 en Jammu (estado indio de Jammu y Cachemira)
atribuido a terroristas islamistas, esa degradación ha desembocado
en los recientes enfrentamientos en Cachemira.
El conflicto actual entre esos dos países, que hasta ahora se había
limitado a los que los media nombran "duelos de artillería"
por encima de una población aterrorizada, no es el primero, especialmente
a causa de Cachemira, que ya ha conocido varias centenas de miles de muertos,
pero nunca antes la amenaza de usar el arma nuclear había sido
tan seria. Pakistán, en inferioridad, pues dispone de 700 000 soldados
(mientras que India posee 1 200 000) y 25 misiles nucleares, de menor
alcance (mientras que India posee 60), "había anunciado claramente
que frente a un enemigo superior, estaba dispuesto a lanzar un ataque
nuclear" (The Guardian, 23 mayo de 2002). India, por su parte, intenta
deliberadamente arrastrar al enfrentamiento militar abierto. El objetivo
de Pakistán es, en efecto, desestabilizar Cachemira y hacer que
esta región caiga de su lado, a través de guerrillas y grupos
infiltrados. India, por su parte, tiene el mayor interés en atajar
ese proceso mediante un enfrentamiento directo.
Por eso les ha entrado una verdadera inquietud a las burguesías
de los países desarrollados, la norteamericana y la británica
en primer término (1), de encontrarse ante una catástrofe
que podría producir millones de muertos. Y, tras el fracaso de
la conferencia de países de Asia central, celebrada en Kazajistán
a primeros de junio, orquestada por un Putin, teledirigido para la ocasión
por la Casa Blanca, se ha necesitado todo el peso de Estados Unidos enviando
al secretario de estado de Defensa, Donald Rumsfeld, a Karachi e interviniendo
Bush directamente ante los dirigentes indios y pakistaníes, para
que bajara la tensión. Pero como lo reconocen los propios dirigentes
occidentales, los riesgos de un patinazo sólo momentáneamente
han sido postergados. Nada está arreglado.
Cuando se partió el antiguo imperio británico de las Indias
en 1947, y de él nacieron (además de Sri Lanka y Birmania)
los estados independientes de India y Pakistán occidental y oriental,
la burguesía inglesa y, con ella, su aliada estadounidense, sabían
perfectamente que estaban fabricando dos naciones rivales de nacimiento.
Siguiendo el refrán "divide y vencerás", el objetivo
de semejantes recortes artificiales era debilitar, en sus fronteras oriental
y occidental, a ese inmenso país cuyo dirigente Nehru había
declarado su deseo de mantenerse "neutral" respecto a las grandes
potencias y de hacer de India una superpotencia regional. En el período
inmediato de posguerra en que se estaban dibujando ya los bloques del
Este y del Oeste, el acceso a la independencia de India significaba, en
efecto, para una Gran Bretaña ferozmente antirrusa y unos Estados
Unidos que intentaba imponer su hegemonía en el mundo, el riesgo
de verla pasarse al enemigo soviético.
Cuando se forma la "democrática" "nación"
india bajo la dirección del pandit, tres regiones, entre las cuales
el futuro estado de Jammu y Cachemira, que debían formar parte
de Pakistán, fueron anexionadas a la fuerza por India, primera
expresión de una manzana de la discordia permanente que se cristalizaba
en reivindicaciones territoriales. Toda la historia de esos dos países
está jalonada por enfrentamientos bélicos a repetición
en los que el gobierno de Nueva Delhi, en general a la ofensiva, intenta
ganar zonas que considera que le pertenecen por "naturaleza".
Así fue con la guerra de Cachemira en 1965, las de 1971 en Pakistán
oriental (que será el Bangladesh actual) y en Cachemira, hasta
el conflicto de este año.
El interés de la burguesía india no se limita, sin embargo,
a la necesidad de expansión inherente a todo imperialismo. Radica
en la necesidad de que el Estado indio sea reconocido como superpotencia
con la que se debe contar, no sólo ante la llamada "comunidad
internacional" de los Grandes, sino también frente a su rival
principal, China. Pues tras la permanente agresividad de India hacia Pakistán
hay que ver la competencia fundamental con China por la plaza de "gendarme"
del Sureste asiático.
En 1962, la guerra chino-india y la victoria de Pekín revelaron
a la burguesía india que China era su peor enemigo, al igual que
la mediocridad de su propio armamento. Lo que el Estado indio procura
hacer es tomarse la revancha contra China. La guerra en Pakistán
oriental en 1971 debe ya entenderse en ese marco de hostilidad imperialista
que anima a ambas burguesías. Es evidente que hoy un conflicto
de gran envergadura entre India y Pakistán que dejara exangüe
a éste e incluso borrado del mapa, sería un revés
para un Estado chino que había puesto todas sus fuerzas en apoyar
a Islamabad. No es casualidad si fue China, cuando la URSS "regaló"
el arma nuclear a India como sello del "Pacto de cooperación"
entre ambos países, quien hizo lo mismo con Pakistán, con
el beneplácito estadounidense, para así rebajar las pretensiones
indias.
Las grandes potencias, EE.UU en cabeza, están hoy sin lugar a
dudas muy inquietas ante la posibilidad de que estalle una guerra nuclear
entre India y Pakistán, pero no es evidentemente por razones humanitarias,
ni mucho menos. La preocupación que tienen es, ante todo, impedir
que se produzca una nueva etapa en la agravación de la tendencia
de "cada uno para sí" que hoy impera en el planeta desde
que se hundió en bloque del Este y la desaparición tras
él del que fue su rival del Oeste. Durante el periodo de guerra
fría que siguió a la Segunda Guerra mundial, las rivalidades
entre Estados estaban bajo el control de la necesaria disciplina de bloques
y reguladas por esa disciplina. Ni siquiera un país como India
que intentaba ir por su cuenta y sacar partido a la vez del potencial
militar del Este y de la tecnología del Oeste, tenía campo
libre para imponerse como gendarme del Sureste asiático. Hoy los
Estados dan rienda suelta a sus ambiciones. Ya en 1990, un año
apenas después del desmoronamiento del bloque ruso, la amenaza
de guerra nuclear entre India y Pakistán tuvo que ser conjurada
mediante las presiones de EE.UU.
Puede uno darse cuenta de la intensidad alcanzada por el antagonismo entre
esas dos potencias nucleares de segundo orden por las propias dificultades
de EE.UU para imponer su voluntad en la región. Apenas unos meses
después de haber dado una importante demostración de fuerza
en Afganistán, con el fin de obligar a otros Estados a alinearse
tras EE.UU, dos de sus aliados en esta guerra se enfrentan. He aquí
una región más, en la que EE.UU quería imponer su
orden por medios militares, amenazada de desastre.
Desde el final de la Guerra fría, EE.UU ha lanzado operaciones
militares de gran envergadura para afirmar su dominio sobre el mundo como
única superpotencia mundial. Tras la Guerra del Golfo de 1991,
en lugar de nuevo orden mundial, lo que hemos visto ha sido el estallido
de la región balcánica, acompañado de los horrores
de la guerra y de una insondable miseria ahora permanente. En 1999, tras
la demostración de fuerza americana contra Serbia, las potencias
imperialistas europeas han seguido oponiéndose abiertamente a la
política estadounidense, en especial sobre el tema del "escudo
antimisiles" cuya realización está acelerando Bush
a toda velocidad. Y también ha sido para mostrar esa voluntad si
EE.UU está machacando Afganistán, con el pretexto de los
atentados del 11 septiembre.
Ya sean grandes potencias como Alemania, Francia o Gran Bretaña,
ya sean potencias regionales como Rusia, China, India e incluso Pakistán,
todas se ven abocadas a lanzarse a mutuo degüello en peleas cada
vez más destructoras. Y de ello es una ilustración patente
el actual conflicto entre India y Pakistán, que, junto a la posguerra
en Afganistán, es el ojo del huracán.
En una situación general semejante, de caos y de "cada uno
para sí", provocada en primer término por las tensiones
crecientes entre grandes potencias, la hipocresía de éstas
ha aparecido una vez más ante el mundo. Expresando la inquietud
de las burguesías "civilizadas" ante la posibilidad de
estallido de un conflicto nuclear, sus medios de comunicación señalan
con el dedo al presidente pakistaní, Musharraf, y al primer ministro
indio, Vajpayee, tildándolos de irresponsables que parecen "no
darse cuenta de la verdadera escala del desastre que resultaría
del uso de armas atómicas, incapaces de no ver que las consecuencias
serían la destrucción total de sus países" (The
Times, 1 junio de 2002).
¡Es como el cerdo llamando cochino al burro! ¿Serían
las grandes potencias "responsables"? Sin duda, sí, responsables
de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki al final de
la Segunda Guerra mundial, responsables de la proliferación espantosa
de armas nucleares durante toda la Guerra fría, responsables de
su acumulación so pretexto de que la "disuasión nuclear",
el "equilibrio del terror" (!) serían la mejor garantía
de paz. Y son hoy esos países desarrollados los que siguen poseyendo
los depósitos más importantes de armas de destrucción
masiva, incluidas las nucleares.
Para la mayoría de los media, esta situación se debería
al "fundamentalismo religioso". Para la clase dominante india,
los responsables de los atentados terroristas en Cachemira y contra el
Parlamento indio son los fundamentalistas islamistas apoyados por Pakistán.
Del otro lado, la clase dominante pakistaní denuncia los excesos
nacionalistas del fundamentalismo hindú del BJP, partido en el
poder en India, y en especial su represión contra los "combatientes
de la libertad" en Cachemira.
En India, el BJP utiliza los atentados terroristas en Cachemira y en el
resto de India para justificar sus amenazas militares contra Pakistán.
Mientras tanto, ese partido estaba involucrado en las matanzas intercomunitarias
que ocurrieron en el Estado de Gujarat, durante las cuales cientos de
fundamentalistas hindúes fueron quemados vivos en un tren por militantes
islamistas y después, en represalia, fueron asesinados miles de
musulmanes. Paralelamente, la burguesía pakistaní no sólo
ha intentado desestabilizar a India aportando su apoyo a la lucha organizada
en Cachemira contra la dominación india, sino también denunciando
algo que es cierto: que India apoya a grupos terroristas en Pakistán.
Y también inyectando constantemente el nacionalismo más
violento en ambos campos, los explotadores arrastran a amplias capas de
la población en apoyo de sus ambiciones imperialistas. El uso de
los nacionalismos, de los odios raciales y religiosos, no es desde luego
algo nuevo ni propio de los países de la periferia del capitalismo.
Las burguesías de los principales países capitalistas han
transformado esas manipulaciones en un verdadero arte. Durante la Primera
Guerra mundial, cada campo acusó al otro de ser el "mal"
y una "amenaza para la civilización". En los años
30, Hitler y también Stalin usaron el antisemitismo y el nacionalismo
para movilizar a las poblaciones. Los Aliados "civilizados"
lo hicieron todo por atizar la histeria anti-alemana y anti-japonesa,
con el uso cínico del Holocausto para justificar los bombardeos
sobre la población alemana y con el punto culminante del horror
nuclear contra Japón por dos veces. Durante la Guerra fría,
los dos bloques cultivaron odios parecidos para ajustarse las cuentas.
Y desde 1989, en nombre de lo "humanitario", los dirigentes
de las grandes potencias han permitido que se multiplicaran las "limpiezas
étnicas" y han atizado los odios religiosos y raciales que
han llevado a tantas regiones del planeta a una sucesión de guerras
y de carnicerías.
La clase obrera es una amenaza y por eso el capitalismo necesita usar
todas las mentiras a su disposición para ocultar la verdadera naturaleza
imperialista de sus guerras y desviar así a la clase obrera del
camino de su propio combate de clase. Localmente, en Asia del Sureste,
la clase obrera no da muestras de una combatividad capaz de hacer cesar
una guerra. Internacionalmente, la clase obrera está en un estado
momentáneo de impotencia frente a un capitalismo que se desgarra,
con el peligro de ver millones de cadáveres en unos cuantos minutos
por los suelos de una región del planeta.
Y sin embargo la única fuerza histórica capaz de parar el
carro incontrolable y destructor del capitalismo en plena descomposición
sigue siendo el proletariado internacional y, sobre todo, el de los países
centrales del capitalismo. Éste, mediante del desarrollo de sus
luchas por la defensa de sus propios intereses, podrá mostrar a
los obreros del subcontinente asiático y de otras zonas del mundo
que existe una alternativa de clase al nacionalismo, al odio religioso
y racial, a la guerra. Es pues una enorme responsabilidad la que incumbe
al proletariado de los países centrales del capitalismo. No debe
éste perder de vista que al defender sus intereses de clase también
posee entre sus manos el porvenir de la humanidad.
Ante la locura del capitalismo en decadencia, el proletariado internacional
debe recuperar la consigna: "Proletarios de todos los países,
¡uníos!". El capitalismo no podrá sino arrastrarnos
a la guerra, la barbarie y la destrucción total de la humanidad.
La lucha de la clase obrera es la clave de la única alternativa
posible: la revolución comunista mundial.
ZG (18 de junio de 2002)
a principios de este año la CCI tomó la decisión de transformar el XVº Congreso de su sección en Francia en Conferencia internacional extraordinaria. Decisión motivada por la existencia en su seno de una crisis organizativa que se manifestó brutal y abiertamente, de la noche a la mañana, tras su XIVº Congreso internacional en abril de 2001.
Esta crisis acarreó la salida de nuestra organización de un cierto número de militantes que desde hace varios meses se habían reagrupado en lo que ellos han denominado la “fracción interna de la CCI”. Como veremos más adelante, la Conferencia tomó acta de que esos militantes se habían colocado ellos solos, deliberadamente, fuera de nuestra organización, aunque después digan a quien quiera escucharlos que han sido “excluidos”.
Aunque la Conferencia dedicó la mayor parte de sus trabajos a cuestiones organizativas, también analizó la situación internacional adoptando una Resolución que publicamos en este mismo número de la Revista internacional.
El objetivo de este artículo es dar cuenta de lo esencial de los trabajos de la Conferencia, la naturaleza de sus discusiones y decisiones sobre cuestiones organizativas, pues ése era su objetivo principal. Igualmente dará cuenta de nuestro análisis sobre la pretendida “fracción interna” de la CCI que se presenta ahora como la verdadera continuidad de las adquisiciones organizativas de la CCI, y que no es otra cosa sino un agrupamiento parásito como otros que la CCI y otros grupos del medio político proletario hemos tenido que enfrentar en diversas ocasiones en el pasado. Pero antes de tratar estas cuestiones es preciso abordar algo que hoy es objeto de numerosas incomprensiones por parte del medio político proletario: la importancia para las organizaciones comunistas de las cuestiones de funcionamiento.
Se han hecho, en efecto, comentarios que hemos leído y escuchado en numerosas ocasiones de que “la CCI está obsesionada por las cuestiones organizativas”, o bien “los artículos que hace sobre estas cuestiones no tienen ningún interés, pues se trata de su ‘cocina’”. Este tipo de afirmaciones sería más comprensible en boca de no militantes incluso simpatizantes de la Izquierda comunista. Cuando no se es miembro de una organización política proletaria es, evidentemente, más difícil ver en su total dimensión los problemas de funcionamiento que una organización puede encontrar. Dicho esto, lo más sorprendente es constatar que este tipo de comentario proviene de gente organizada en grupos políticos. Es una de las manifestaciones de la debilidad actual del medio político proletario como resultado de la ruptura orgánica y política entre sus organizaciones y las del movimiento obrero del pasado, resultado de la contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera desde finales de 19[1]20 hasta finales de los años 60.
Por todo esto, antes de abordar las tareas de la Conferencia, vamos a empezar haciendo un breve recordatorio de algunas de las lecciones de la historia del movimiento obrero sobre las cuestiones organizativas, basándonos en particular en la experiencia de las dos organizaciones más punteras al respecto: la Asociación internacional de trabajadores (AIT) o Primera internacional (donde militaron Marx y Engels) y el Partido obrero socialdemócrata de Rusia (POSDR) del que salió el Partido bolchevique que estuvo a la cabeza de la única revolución proletaria victoriosa hasta que su aislamiento internacional provocara su degeneración. Vamos a evocar en especial dos congresos de esas organizaciones en los que las cuestiones organizativas fueron el eje central: el Congreso de 1872 de la AIT y el Congreso de 1903 del POSDR que condujo a la formación de las fracciones bolchevique y menchevique que desempeñaron papeles totalmente opuestos en la revolución de 1917.
La AIT se fundó en Londres, en septiembre de 1864, a iniciativa de cierto número de obreros ingleses y franceses. De entrada se dotaron de una estructura de centralización, el Consejo central que tras el Congreso de Ginebra de 1866 pasaría a llamarse Consejo general. Rápidamente la AIT (la “Internacional” como desde entonces la llamarán los obreros) se convierte en una “potencia” en los países avanzados. Hasta La Comuna de París de 1871 agrupa a cantidades crecientes de obreros y es un factor de primer plano en el desarrollo de las dos armas esenciales del proletariado: su organización y su conciencia. Por ello será objeto de los ataques más encarnizados de la burguesía: calumnias en la prensa, infiltración policial, persecución de sus miembros, etc. Pero fueron los ataques procedentes de sus propias filas contra su modo de organización lo que supuso el mayor de los peligros que atravesó.
Ya desde el momento de la fundación de la AIT, cuando las secciones parisinas (fuertemente influenciadas por las concepciones federalistas de Proudhon) tradujeron los Estatutos provisionales lo hicieron atenuando considerablemente el carácter centralizado de la Internacional. Pero los ataques más peligrosos vendrán más tarde con la entrada en sus filas de la “Alianza de la democracia socialista” fundada por Bakunin, quien encontró un terreno fértil en sectores importantes de la Internacional por las debilidades que aún pesaban sobre ellos, resultado de la inmadurez del proletariado en aquella época, un proletariado que aún no se había despojado totalmente de los vestigios de la etapa precedente de su desarrollo y, particularmente, de los movimientos sectarios.
Esta debilidad se acentúa en especial en los sectores más atrasados del proletariado europeo, que apenas acaban de salir del artesanado y campesinado, en particular en los países latinos. De estas debilidades se sirvió Bakunin, que no entró en la Internacional hasta 1868, para tratar de someterla a sus concepciones “anarquistas” y hacerse con su control. El instrumento de esa operación fue la Alianza de la democracia socialista que había fundado como minoría de la Liga de la paz y la libertad”. Esta última era una organización de republicanos burgueses, fundada por iniciativa de Garibaldi y Victor Hugo, que tenía como uno de sus objetivos hacerle la competencia entre los obreros a la AIT. Bakunin formaba parte de la dirección de la “Liga” a la que pretendía dar un “impulso revolucionario” incitándola a proponer que se fusionase con la AIT, cosa que el Congreso de Bruselas de 1868 rechazó. Tras el fracaso de la Liga de la paz y la libertad, Bakunin se decide a entrar en la AIT pero no como simple militante, sino para hacerse con su dirección.
“Para hacerse reconocer como jefe de la Internacional, [Bakunin] tenía que presentarse como jefe de otro ejército cuyo acatamiento absoluto hacia su persona debía estarle asegurado mediante una organización secreta. Tras haber implantado abiertamente su sociedad en la Internacional, contaba con extender sus ramificaciones a todas las secciones y acaparar así la absoluta dirección de todas ellas. Fundó en Ginebra para ese fin la Alianza (pública) de la democracia socialista. (…) Pero aquella Alianza pública ocultaba otra, la cual, a su vez, estaba dirigida por la Alianza todavía más secreta de los Hermanos internacionales, los Cien guardias del dictador Bakunin” ([2]).
La Alianza era, por tanto, una sociedad a la vez publica y secreta, y que en realidad se proponía hacer una Internacional dentro de la Internacional. Su estructura secreta y la concertación entre sus miembros que ella permitía debía permitirle el “copo” del máximo de secciones de la AIT, allí donde las concepciones anarquistas tenían mayor eco. El problema no era en sí la existencia de diversas corrientes de pensamiento en la AIT. Lo que constituía un grave factor de desorganización que la ponía en peligro de muerte, era las acciones de la Alianza que trataba de sustituirse a la estructura oficial de la AIT. La Alianza trató de hacerse con el control de la Internacional durante el Congreso de Basilea, en septiembre de 1869, intentando que éste adoptase una moción, contraria a la presentada por el Consejo general, a favor de la supresión del derecho de herencia. Para lograr ese objetivo sus miembros, en especial Bakunin y James Guillaume, apoyaron fervorosamente una resolución administrativa que reforzaba los poderes del Consejo general. Fracasado su plan, la Alianza, que por su parte se había dotado de unos estatutos secretos basados en una centralización extrema, empieza su campaña contra la “dictadura” del Consejo general al que pretende reducir a una simple “oficina de correspondencia y estadísticas” (según los propios términos de los aliancistas), un “buzón postal” (como les reprochaba Marx). Contra el principio de centralización que expresa la unidad internacional del proletariado, la Alianza preconiza el “federalismo”, la total “autonomía de las secciones” y el carácter no obligatorio de las decisiones del Congreso. De hecho buscaba hacer lo que quisiera en las secciones que controlaba. Esto abría la puerta a la desorganización completa de la AIT.
Este era el peligro al que debía hacer frente el Congreso de La Haya en 1872. Este Congreso se dedicó esencialmente a las cuestiones organizativas. Como decíamos en la Revista internacional nº 87:
“... tras la derrota de la Comuna de Paris, liberarse del peso de su propio pasado sectario y poder superar así la influencia del socialismo pequeño burgués, era ya la prioridad absoluta para el movimiento obrero.
Este es el contexto político que explica por qué la cuestión central del Congreso de La Haya no fue la Comuna de París en sí misma, sino la defensa de los Estatutos de la Internacional, contra el complot de Bakunin y sus aliados” ([3]).
El Congreso, tras confirmar las decisiones de la Conferencia de Londres que se había celebrado el año anterior, en especial la necesidad para la clase obrera de dotarse de su propio partido político y el reforzamiento de las atribuciones del Consejo general, debatió sobre la Alianza en base al informe de una Comisión de investigación que había sido previamente nombrada. Finalmente el Congreso decidió la exclusión de Bakunin, así como la de Guillaume, principal responsable de la federación del Jura de la AIT que estaba totalmente controlada por la Alianza. Vale la pena detenerse en ciertos aspectos de la actitud de los miembros de la Alianza en la víspera y durante el propio Congreso:
Este congreso fue a la vez el punto final de la AIT (fue además el único congreso al que Marx y Engels asistieron lo que prueba la importancia que le daban) y su canto del cisne por el aplastamiento de la Comuna de París y la desmoralización que provocó en el proletariado. Marx y Engels eran conscientes de esa realidad. Por eso, junto a otras medidas para arrancar la AIT de manos de la Alianza, propusieron desplazar el Consejo general a Nueva York lejos de las conflictos que dividían más y más a la Internacional. Era un medio para permitir que la AIT se extinguiese de muerte natural (certificada en la Conferencia de Filadelfia de julio de 1876) y evitar que su prestigio lo recuperaran los intrigantes bakuninistas.
Los bakuninistas y los anarquistas han perpetuado la leyenda de que Marx y el Consejo general habrían excluido a Bakunin y Guillaume por las divergencias que tenían respecto a la cuestión del Estado (y eso cuando no se les ocurre mejor cosa que explicar el conflicto por razones de personalidad entre Marx y Bakunin). En resumen, Marx habría querido arreglar por medios administrativos un desacuerdo sobre cuestiones teóricas generales. Nada más falso.
Así, el Congreso de La Haya no toma ningún tipo de medidas contra los miembros de la delegación española que compartían la visión de Bakunin y que habían pertenecido a la Alianza, pero que aseguraron ya no pertenecer a ella. Del mismo modo la AIT “antiautoritaria” que se formó tras el Congreso de La Haya con las federaciones que rechazaron sus decisiones, no solo estaba compuesta por anarquistas; también había junto a ellos lasallistas alemanes, grandes defensores del “socialismo de Estado”, usando las palabras del propio Marx. En realidad la verdadera lucha que había en el seno de la AIT era entre quienes preconizaban la unidad del movimiento obrero (y en consecuencia el carácter vinculante de las decisiones del Congreso) y quienes preconizaban el derecho a hacer lo que les viniera en gana, cada uno en su feudo, que consideraban el Congreso como una simple asamblea en la que el debate es un mero “intercambio de opiniones” que no toma decisiones. Mediante ese modo informal de organización, la Alianza se encargaba de asegurar, secretamente, la verdadera centralización entre todas las federaciones, como se decía explícitamente en muchas de las correspondencias de Bakunin. La puesta en práctica de las concepciones “antiautoritarias” en la AIT era la mejor forma de dejarla a merced de las intrigas, del poder oculto, del control de la Alianza.
El IIo Congreso del POSDR, por su parte, fue objeto de un enfrentamiento similar entre quienes defendían una concepción proletaria de la organización revolucionaria y quienes defendían una posición pequeño burguesa.
Hay similitudes entre la situación del movimiento obrero en Europa occidental en los tiempos de la AIT y el movimiento en la Rusia de principios del siglo XX. En ambos casos estamos ante una etapa de infancia del movimiento, pues el retraso del desarrollo industrial en Rusia explica ese desfase. La AIT tenía como vocación juntar en el seno de una organización unida a las diversas sociedades obreras surgidas del desarrollo del proletariado. Del mismo modo, el segundo Congreso del POSDR tenía por objetivo unificar los diversos comités, grupos y círculos que, reivindicándose de la Socialdemocracia, se habían desarrollado tanto en Rusia como en el exilio. No existía prácticamente ninguna relación formal entre ellas desde la desaparición del Comité central que había surgido del primer Congreso del POSDR en 1897. El segundo Congreso, como la AIT, vio el enfrentamiento entre una idea de la organización que representaba el pasado del movimiento –la de los “mencheviques” (minoritarios)– y otra que expresaba las nuevas exigencias, la de los “bolcheviques” (mayoritarios).
Como se confirmaría más tarde (ya durante la revolución de 1905 y sobre todo ante la revolución de 1917 en que los mencheviques se situarían del lado de la burguesía) la actitud de los mencheviques estaba determinada por la penetración en la Socialdemocracia rusa de la influencia de ideologías burguesas y pequeño burguesas, en particular de tipo anarquista. De hecho esos elementos “alzan naturalmente la bandera de la revuelta contra las restricciones indispensables que exige la organización, elevan su anarquismo espontáneo a principio de lucha, califican erróneamente ese anarquismo de... reivindicación a favor de la “tolerancia”, etc.” (Lenin, Un paso adelante, dos pasos atras). De hecho hay muchas similitudes entre el comportamiento de los mencheviques y el de los anarquista en la AIT (en no pocas ocasiones Lenin habla del “anarquismo señorial” de los mencheviques).
Los mencheviques, al igual que los anarquistas tras el Congreso de La Haya, se niegan a reconocer y aplicar las decisiones del IIo Congreso afirmando que “el congreso no es Dios” y “sus decisiones no son sacrosantas”.
Además, del mismo modo que los bakuninistas alzan el hacha de guerra contra el principio de la centralización y contra “la dictadura del Consejo general” tras el fracaso de su toma del control, una de las razones por la que los mencheviques, tras el Congreso, empiezan a rechazar la centralización es porque algunos de ellos no han sido elegidos por el Congreso para formar parte de los órganos centrales. Las similitudes llegan hasta la forma en que los mencheviques llevan su campaña contra la “dictadura personal” de Lenin, su “mano de hierro” que son el eco de las acusaciones de Bakunin contra la “dictadura” de Marx sobre el Consejo general.
“Cuando considero la conducta de los amigos de Martov tras el Congreso (...) únicamente puedo decir que se trata de una tentativa insensata de hacer añicos el Partido, indigna de miembros del Partido... ¿Por qué? Unicamente porque están descontentos con la composición de los órganos centrales, ya que objetivamente sólo nos ha separado esa cuestión, las apreciaciones subjetivas (como la ofensa, el insulto, expulsión, separación, deshonra, etc.) no son más que fruto de un amor propio herido y una imaginación enferma. Esta imaginación enferma y este orgullo herido conducen directamente a los más vergonzosos chismes: sin saber aún la actividad de los nuevos centros y sin haberlos visto aún funcionar expanden rumores sobre sus ‘carencias’, sobre el ‘guante de hierro’ de Iván Ivanóvich, el ‘puño’ de Iván Nikiforóvich, etc. A la socialdemocracia rusa le queda por superar la última y más difícil etapa, pasar del espíritu de círculo al espíritu de partido; de la mentalidad pequeño burguesa a la conciencia de su deber revolucionario; de los chismes y la presión de los círculos, considerados como medio de acción, a la disciplina” (Relación del IIº Congreso del POSDR).
Hay que resaltar que el arma del chantaje empleada en su momento por James Guillaume y los aliancistas forma parte también del arsenal de los mencheviques. De hecho Martov, jefe de los mencheviques, se niega a participar en la redacción de la publicación del partido, Iskra, para la cual lo había elegido el Congreso, porque sus amigos Axelrod, Potrésov y Zasúlich no habían sido elegidos.
Con estos ejemplos de la AIT y del Segundo congreso del POSDR podemos dar toda la importancia que merecen las cuestiones relacionadas con el modo de funcionamiento de las organizaciones revolucionarias. En efecto, sobre esa cuestión se produjo la primera decantación decisiva entre de un lado la corriente proletaria y de otro las corrientes pequeño burguesas o burguesas. Y su importancia no es ninguna casualidad pues el canal privilegiado por el que se infiltran en las organizaciones ideologías de clases ajenas al proletariado (burguesía y pequeña burguesía) es precisamente su modo de funcionamiento.
Por ello las cuestiones relativas a la organización han sido siempre objeto de la mayor atención por parte de los marxistas. En el seno de la AIT son Marx y Engels quienes se ponen a la cabeza del combate por la defensa de los principios proletarios en materia de organización. Por eso no es ninguna casualidad si tuvieron un papel esencial en el Congreso de La Haya y si ese Congreso dedicó lo esencial de su trabajo a las cuestiones organizativas en un momento en que la clase obrera se encontraba ante dos acontecimientos históricos de la mayor importancia: la guerra franco-prusiana y la Comuna de París, a los cuales el Congreso dedicó una atención mucho menor. Esta opción ha hecho que muchos historiadores burgueses considerasen el Congreso de La Haya como el menos importante de la historia de la AIT, cuando en realidad fue el más importante ya que habría de permitir que más tarde la IIª Internacional diera su propio paso adelante en el desarrollo del movimiento obrero.
Lenin, en la IIª internacional, aparece también como alguien “obsesionado” por las cuestiones organizativas. En el resto de partidos socialistas no comprenden las querellas que agitaban a la socialdemocracia rusa y ven a Lenin como un “sectario” cuyo único sueño es fomentar cismas cuando, en realidad, es el único que se inspira en el combate de Marx y Engels contra la Alianza. Pero la validez de su combate se demostrará brillantemente en 1917 con la capacidad de su partido para estar a la cabeza de la revolución.
La CCI, por su parte, ha seguido la tradición de Marx y Lenin otorgando la mayor atención a las cuestiones organizativas. Así, en enero de 1982 la CCI dedicó una Conferencia internacional extraordinaria a ese problema tras la crisis vivida en 1981 ([6]). En fin, entre finales de 1993 y principios de 1996 nuestra organización llevó un combate decisivo para sanear el tejido organizativo, contra el “espíritu de círculo” y por el “espíritu de partido” tal y como la había definido Lenin en 1903. En nuestra Revista internacional nº 82 hicimos la reseña del XIº Congreso de la CCI dedicado esencialmente a los problemas organizativos que en aquel momento encaraba nuestra organización ([7]). Más adelante, en los números 85 y 88 de la Revista publicamos una serie de artículos con el título general de “Cuestiones de organización” dedicada a los combates organizativos en el seno de la AIT, y en los números 96 y 97 publicamos dos artículos con el titulo de “¿Nos habremos vuelto leninistas?” a propósito del combate de Lenin y los bolcheviques sobre cuestiones organizativas. Y, para terminar, en nuestro ultimo número de la Revista publicamos amplios extractos de un documento interno “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI” que sirvió de texto de orientación para el combate de 1993-96.
La actitud de transparencia sobre las dificultades con las que se ha encontrado nuestra organización no se debe a no se sabe qué “exhibicionismo” por parte nuestra. La experiencia de las organizaciones comunistas es parte íntegra de la experiencia de la clase obrera. Esa es la razón por la que un gran revolucionario como Lenin dedicó un libro entero, Un paso adelante, dos pasos atrás, para sacar las lecciones políticas del Segundo congreso del POSDR.
Claro está, cuando las organizaciones revolucionarias ponen en evidencia sus problemas y discusiones internos eso parece ser lluvia de abril para las tentativas de denigración por parte de sus adversarios. Y así ha sido para la CCI. Como escribíamos en nuestra Revista internacional nº 82:
“Desde luego no va a ser en la prensa burguesa donde encontremos manifestaciones de alegría cuando exponemos nuestras dificultades, dado que nuestra organización es demasiado modesta en tamaño e influencia en las masas obreras para que aquélla tenga interés en hablar de ella para intentar desprestigiarla. Para la burguesía es preferible crear un muro de silencio alrededor de las posiciones y la existencia de las organizaciones revolucionarias. Por eso, el trabajo de denigrarlas y el sabotaje de su intervención es tomado a cargo por elementos parásitos cuya función es alejar de las posiciones de clase a quines se aproximan a ellas, asquearlos frente a toda participación en el trabajo difícil de desarrollo de un medio político proletario (...)
En el mundillo parásito encontramos grupos constituidos tales como el “Grupo comunista internacionalista” (GCI) y sus escisiones (como “Contra la corriente”), el difunto “Grupo boletín comunista” (CBG) o la ex “Fracción externa de la CCI” que se han constituido todos ellos a partir de escisiones de la CCI. Sin embargo el parasitismo no se limita a estos grupos. Es acarreado por elementos desorganizados que se agrupan de vez en cuando en círculos efímeros ([8]) cuya preocupación principal consiste en hacer circular toda clase de cotilleos a propósito de nuestra organización. Estos elementos son, a menudo, antiguos militantes que cediendo a la presión de la ideología pequeño burguesa, no han tenido la fuerza de mantener su compromiso con la organización, se han sentido frustrados de que no se les haya ‘reconocido sus méritos’ a la altura de la imagen que se hacen de sí mismos o que no han podido soportar las críticas de las que han sido objeto. (...) Estos elementos son absolutamente incapaces de construir algo. En cambio son muy eficaces con su pequeña agitación y sus charlatanerías porteriles para desacreditar y destruir lo que la organización intenta construir”.
Sin embargo los mangoneos de los parásitos no ha impedido nunca que diésemos a conocer al conjunto del medio político proletario y, de forma más amplia, a la clase obrera, las lecciones de nuestra propia experiencia. De nuevo, en esto, nuestra organización se reivindica de la tradición de Lenin cuando escribía, en 1904, en el prefacio de Un paso adelante, dos pasos atrás:
“[Nuestros adversarios] con muecas de alegría maligna siguen nuestras discusiones; procurarán, naturalmente, entresacar para sus fines algunos pasajes aislados de mi folleto, dedicado a los defectos y deficiencias de nuestro partido. Los socialdemócratas rusos están ya lo bastante fogueados en el combate para no dejarse turbar por semejantes alfilerazos y para continuar, pese a ellos, su labor de autocrítica, poniendo despiadadamente al descubierto sus propias deficiencias, que de un modo necesario e inevitable serán corregidas por el desarrollo del movimiento obrero. ¡Y que ensayen los señores adversarios a describirnos un cuadro de la situación efectiva de sus ‘partidos’ que se parezca, aunque sea de lejos, al que brindan las actas de nuestro IIº Congreso” (Obras escogidas, tomo 1, pag 283-284).
Con esa misma óptica damos cuenta, en el presente artículo, de los problemas organizativos que recientemente ha sufrido nuestra organización, y que han sido centrales en los trabajos de la Conferencia.
El XIº Congreso de la CCI había adoptado una resolución de actividades que sacaba las lecciones de la crisis que vivió nuestra organización en 1993 y del combate llevado frente a ella. En la Revista internacional nº 82 publicamos amplios extractos de dicha resolución que en parte reproducimos ahora porque arroja luz sobre la recientes dificultades:
“El marco de comprensión que se ha dado la CCI para sacar a la luz el origen de sus debilidades se inscribe en el combate histórico del marxismo en contra de la influencia de las ideologías pequeño burguesas que lastran al proletariado... Especialmente era importante que la organización inscribiera en el centro de sus preocupaciones, como hacen los bolcheviques a partir de 1903, la lucha contra el espíritu de círculo por el espíritu de partido. En este sentido la constatación del peso especialmente fuerte del espíritu de círculo en nuestros orígenes formaba parte integrante del análisis general elaborado desde hace mucho tiempo y que situaba la base de nuestras debilidades en la ruptura orgánica de las organizaciones comunistas producida por la contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera desde finales de los años 20. Sin embargo esta constatación nos permitía ir más lejos que las constataciones precedentes y atacar con más profundidad la raíz de nuestras dificultades. Nos permitía, notablemente, comprender el fenómeno, ya constatado en el pasado pero insuficientemente elucidado, de la formación de clanes en la organización: estos clanes eran en realidad resultado del pudrimiento del espíritu de círculo que se ha mantenido mucho más allá del periodo en que los círculos habían sido una etapa inevitable de la reconstrucción de la vanguardia comunista” ([9]) (Resolución de actividades del XIº Congreso, punto 4).
Nuestro artículo sobre el XIº Congreso precisa respecto a la cuestión de los clanes:
“Este análisis se basa sobre los precedentes históricos del movimiento obrero, por ejemplo la actitud de los antiguos redactores de Iskra agrupados en torno a Martov y que, descontentos con las decisiones adoptadas por el II º Congreso del POSDR, habían formado la fracción menchevique. No podemos entrar en detalles pero podemos afirmar que las “tendencias” que ha conocido la CCI correspondían más bien a dinámicas de clan que a autenticas tendencias basadas en una orientación positiva alternativa. En efecto el motor principal de estas “tendencias” no eran las divergencias que sus miembros pudieran tener respecto a las orientaciones de la organización (...) sino un agrupamiento de descontentos y de frustraciones contra los órganos centrales, y unas fidelidades personales hacía elementos que se consideraban “perseguidos” o insuficientemente reconocidos”.
El artículo subraya que fue el conjunto de la CCI (incluidos los militantes directamente implicados) el que puso de relieve que había estado enfrentada a un clan que había ocupado un lugar de primer plano en la organización y que había “concentrado y cristalizado un gran número de características destructoras que afectaban a la organización y cuyo denominador común era el anarquismo (visión de la organización como suma de individuos, enfoque “psicologizante” y por afinidades de las relaciones políticas entre militantes y de las cuestiones de funcionamiento, desprecio y hostilidad hacia las concepciones políticas marxistas en materia de organización)” (Resolución de actividades, punto 5).
La resolución continuaba diciendo: “La comprensión de la CCI del fenómeno de los clanes y de su papel particularmente deletéreo le ha permitido poner de relieve cantidad de malos funcionamientos que afectaban a la mayoría de sus secciones territoriales ” (idem, punto 5).
Y como balance del combate que la organización había llevado establecía: “El Congreso constata el éxito global del combate emprendido por la CCI en otoño del 93 (...) el enderezamiento, a menudo espectacular, de secciones entre las más afectadas por las dificultades organizativas en 1993 (...) las profundizaciones procedentes de numerosas partes de la CCI (...) estos hechos confirman la plena validez del combate llevado, su método, tanto a nivel teórico como sobre los aspectos concretos”.
Sin embargo la Resolución ponía en guardia contra cualquier triunfalismo: “Eso no significa que el combate que hemos llevado a cabo tenga que acabarse (...) La CCI deberá proseguirlo con una vigilancia de cada momento, con la determinación de identificar cada debilidad y encararla inmediatamente (...) En realidad la historia del movimiento obrero, incluida la de la CCI, nos enseña, y el debate lo ha confirmado ampliamente, que el combate por la defensa de la organización es permanente, no admite pausas. En particular la CCI debe guardar en mente que el combate llevado por los bolcheviques por el espíritu de partido contra el espíritu de círculo prosiguió durante muchos años. Lo mismo sucede en nuestra organización que debe velar por desenmascarar y eliminar toda desmoralización, todo sentimiento de impotencia, resultante de la duración del combate” (idem, punto 13[10]).
Y justamente la reciente Conferencia de la CCI ha puesto en evidencia que una de las causa mayores de los problemas organizativos con los que la CCI se ha vuelto a encontrar en el último periodo se debe a cierta relajación de la vigilancia frente al retorno de dificultades ya vividas en el pasado. En realidad la mayor parte de la organización había perdido de vista la llamada de atención con la que se concluía la resolución adoptada por el XIº Congreso. De hecho hemos tenido grandes dificultades para identificar el resurgir del clanismo en la sección local de París así como en el Secretariado internacional (SI) (9). Es decir en las dos partes que habían sufrido con más fuerza la enfermedad en 1993.
Esta deriva clánica toma auge en marzo de 2000 cuando el SI adopta un documento relativo a cuestiones organizativas que había sido criticado por un reducido número de camaradas que, reconociendo la plena validez de la mayor parte de la ideas expuestas en ese documento (en especial la necesidad de una mayor confianza entre las diversas partes de la organización), detectan en él concesiones a una visión democratista y una cierta puesta en entredicho de nuestra idea de la centralización. A modo de resumen, estos compañeros consideraban que en el documento se introduce la idea de que “más confianza es igual a menos centralización”. Nunca ha sido un problema para un órgano central de la CCI que partes de la organización criticasen un texto adoptado por éste. Muy al contrario, la CCI y su órgano central ha insistido siempre en que cualquier divergencia o duda se exprese abiertamente dentro de la organización con objeto de llegar a la mayor clarificación posible. Ante la aparición de desacuerdos la actitud del órgano central ha sido siempre responder a ellos con seriedad. A partir de la primavera del 2000 la mayoría del SI adopta una actitud completamente opuesta. En vez de desarrollar una argumentación seria, adopta una actitud totalmente contraria a la que había mantenido en el pasado. Para esa mayoría, el que una pequeña minoría de camaradas criticara un texto del SI solo podía ser fruto del espíritu contestatario de este camarada, o de los problemas familiares de aquél, o de que aquel otro tendría una enfermedad psíquica. Uno de los argumentos utilizados por el SI era que si su texto de marzo había sido objeto de críticas se debía a que lo había escrito tal militante y si hubiera sido otro el que lo redactase la acogida habría sido otra. La respuesta a los argumentos que daban los compañeros en desacuerdo no se basaba en oponer otros argumentos sino en denigraciones, justificando no publicar algunas de sus contribuciones diciendo que “iban a alborotar la organización” e incluso que una de los camaradas, afectada por la presión que se ejercía sobre ella, “no soportaría” las críticas que otros militantes de la CCI harían a sus textos. En suma, la mayoría del SI estaba desplegando una política de ahogar el debate de forma totalmente hipócrita en nombre de la “solidaridad”.
Esta actitud política totalmente ajena a los métodos empleados hasta entonces por la CCI se agrava brutalmente cuando un miembro del SI empieza a criticarlo mostrando su acuerdo con ciertas críticas que habían hecho otros compañeros al documento adoptado por esa comisión en marzo 2000. Ese compañero, que hasta entonces había estado hasta cierto punto al abrigo de la denigración, pasa al ser objeto de una autentica campaña de descrédito: si adopta tal posición es porque “está siendo manipulado por sus allegados”. Paralelamente la actitud de la mayoría del SI consiste en restar importancia a la discusión argumentando que “no es el debate del siglo”. Y cuando empiezan a llegar contribuciones más profundas a la discusión, la mayoría del SI trata de comprometer al conjunto del órgano central de la CCI (BI) en “cerrar el debate”. Sin embargo el órgano central se niega a seguir a su SI por el camino por el que se había metido y, contra la voluntad de la mayoría de éste último, decide nombrar una Delegación de información (DI), formada en su mayor parte por miembros del órgano central que no están en el SI, cuya tarea es examinar los problemas de funcionamiento que estaban desarrollándose en el SI y en torno a él.
Esta decisión provoca una nueva “radicalización” de la mayoría de miembros del SI. Su actitud hacia la DI consistió en verter toda suerte de acusaciones contra los camaradas que expresaban sus desacuerdos, señalando con el dedo por sus “faltas organizativas” particularmente graves y “alertando” sobre el comportamiento “dudoso” o “indigno” de uno de esos militantes. En resumen, los miembros del SI que consideraban infundada la creación de la Delegación de información despliegan un ataque tan destructivo como artero contra la organización, lo cual ya de por sí habría justificado que fueran precisamente ellos los que reclamaran la constitución de tal órgano para hacer una investigación sobre otros militantes. Por su parte Jonás, miembro del SI, no solo se niega a testimoniar ante la DI sino que rechaza de plano reconocerla ([11]). Paralelamente y entre bastidores empieza a difundir la hipótesis de que uno de los militantes que expresa desacuerdos sería un agente del Estado que manipula a los de su entorno para “demoler a la CCI”. Por su parte otros miembros del SI, en vísperas del XIVº Congreso de principios de mayo 2001, presionan a la DI de múltiples formas y entre varios tratan de intimidarla para que renuncie a comunicar al Congreso un “Informe preliminar” que establece el marco para comprender los problemas que afectan al SI y a la sección de París ([12]). La misma mañana del Congreso, justo antes de su apertura, la mayoría del SI intenta una última maniobra: convoca una reunión del Buró Internacional (BI) para presentar una resolución que desautoriza el trabajo hecho por la DI. Es esa actitud de la mayoría del SI contra la DI, más que los testimonios de los camaradas que habían expresado críticas hacia la política del SI, lo que la convence de que realmente existe una dinámica clánica en el SI. Igualmente es la actitud de la mayoría del SI en el BI lo que fundamentalmente convence a éste de que tal dinámica es muy real. Sin embargo, en ese momento, la mayoría del BI confía en la capacidad de esos militantes para recobrarse, como fue el caso en 1993-95 para una importante cantidad de camaradas que habían estado implicados en la dinámica de clan. Por ello, el BI saliente decide proponer al Congreso que reelija para formar parte del órgano central a la totalidad de los militantes del antiguo SI. También propone que la DI se transforme en Comisión de investigación (CI) y se refuerce con más camaradas. En fin, propone al Congreso no comunicarle las primeras conclusiones a las que había llegado la DI y le pide a éste que otorgue su confianza a la nueva CI. El Congreso ratifica unánimemente ambas propuestas.
Sin embargo, dos días después del Congreso, uno de los miembros del antiguo SI viola las decisiones de aquél, sacando a relucir en la sección de París (con el objetivo de volverla contra el resto de la CCI y contra el Buró internacional) informaciones sobre temas que el Congreso había decidido comunicar más adelante en un marco apropiado. Por su parte los demás miembros de la mayoría del antiguo SI o bien lo apoyan o rechazan condenar su flagrante infracción a los estatutos de la organización.
En la medida en que el Congreso es la instancia suprema de la organización violar sus decisiones (a imagen de la actitud de los mencheviques en 1903) es una falta especialmente grave. Sin embargo los militantes que la cometieron no fueron objeto, en ese momento, de sanción alguna, sino es una simple censura de su proceder: la organización seguía confiando en la capacidad de los miembros del clan de rehacerse. Pero en realidad esa violación descarada de los estatutos era, tan solo, la primera de una larga lista de infracciones a nuestras reglas de funcionamiento por parte de los miembros de la mayoría del antiguo SI y de aquellos a los que había logrado atrapar en las redes de su guerra abierta contra la organización. No podemos pasar revista aquí a todas sus infracciones. Nos contentaremos con señalar las más características de las faltas que han cometido, en diversos grados, los miembros de la pretendida “Fracción interna de la CCI” actual:
1) “Tras conocer (...) las actas de la reunión del 20/08 de los 7 camaradas que han constituido el “Colectivo de trabajo” y tras examinar su contenido del que se desprende:
2) La actuación de los miembros del “colectivo” constituye una falta organizativa muy grave y como tal merece la sanción más severa. No obstante, en la medida en que los participantes en esta reunión han decidido acabar con el “colectivo”, el BI decide aplazar tal sanción con la voluntad de que los militantes que han cometido este falta no se limiten a la simple disolución del “colectivo” sino que:
En ese sentido, esta decisión del BI no debe interpretarse como una subestimación de la falta cometida sino como una incitación a los participantes en la reunión secreta del 20/08 a ver en toda su dimensión esa gravedad”.
De esta forma los miembros del “colectivo”, ante la evidencia del carácter destructor de sus actividades, dan marcha atrás. Dos de los participantes en esa reunión aplican realmente lo que pedía la resolución: emprenden un trabajo sincero de crítica de su dinámica y hoy siguen siendo militantes leales de la organización. Otros dos, que habían dado su acuerdo a la resolución, prefieren dimitir a hacer esa crítica. El resto echa rápidamente por la borda sus buenos propósitos y, unas pocas semanas después, crea la “fracción interna de la CCI” de marras, la cual se reivindica íntegramente de la “Declaración de constitución de un Colectivo de trabajo” que poco antes habían rechazado. Desde la constitución de esa pretendida “fracción” sus miembros se han distinguido por una brutal escalada de ataques contra la organización y sus militantes, con una auténtica política de tierra quemada, combinando la vacuidad más total en lo que a argumentos de fondo se refiere con las mentiras más delirantes, las calumnias más repugnantes y la violación sistemática de nuestras reglas de funcionamiento, lo que ha obligado a la CCI a adoptar sanciones contra ellos ([13]). Como dice una resolución adoptada por el órgano central de la sección en Francia (Comisión ejecutiva), el 18 de noviembre de 2001:
“Los militantes de la “fracción” dicen querer convencer al resto de la organización de la validez de sus “análisis”. Su comportamiento y sus mentiras prueban que estamos ante otra de sus mentiras (...) Desde luego con su forma de actuar no convencerán a nadie (...) La CE denuncia, en especial, su “táctica” de violación sistemática de los estatutos para, en cuanto la CCI adopta medidas para defenderse, ponerse a aullar sobre su supuesta “degeneración estalinista”, y justificar con ello la constitución de su pretendida “fracción”.
Una de las mentiras repetidas hasta la saciedad por los miembros de la “fracción” es que la CCI los sanciona para evitar el debate de fondo. En realidad, mientras que los “argumentos” que presentan son absolutamente rebatidos, normalmente con profundidad, en numerosas contribuciones de militantes y secciones de la CCI, sus propios textos evitan sistemáticamente responder a esas contribuciones, lo mismo que a los informes oficiales o a los textos de orientación producidos por los órganos centrales. En realidad se trata de uno de los procedimientos favoritos de la “fracción”: atribuir al resto de la organización, y en especial a lo que califican como “fracción liquidadora”, sus propias artimañas. Así, en uno de sus primeros “textos fundacionales”, su “Contrainforme de actividades para el BI plenario de septiembre 2001” acusan a los órganos centrales de la CCI de adoptar “una orientación en ruptura con la de la organización hasta entonces (...) desde el final del combate del 93-96 hasta el XIVº Congreso de la CCI que acaba de celebrarse”. Y para afirmar mejor su acuerdo con las orientaciones del XIVº Congreso, el redactor de este documento... algunas semanas después rechaza en bloque la resolución de actividades adoptada por el Congreso (que, además, antes había votado). De igual modo, el “contrainforme” afirma, además, “nos reivindicamos del combate de siempre (...) por el respeto, no “rígido”, sino riguroso de los estatutos. Sin el respeto firme de los estatutos, sin su defensa, no hay organización”. Y este documento sirve de plataforma para las reuniones secretas donde los participantes reconocen, ellos mismos, que están al margen de los estatutos y que, semanas después, empezarán a escribir páginas y páginas con pretensiones “teóricas” en las que se ataca “la disciplina por la disciplina” con el objetivo de justificar la violación sistemática de los estatutos.
Podríamos multiplicar los ejemplos de este tipo pero correríamos el riesgo de ocupar con este artículo todo el espacio de la Revista. Al menos citaremos un último ejemplo realmente significativo: la “fracción” se presenta como la autentica continuadora del combate de 1993-96 por la defensa de la organización pero el “contrainforme” afirma: “Las lecciones del 93 no se limitan al clanismo. Es más, este no es el aspecto principal”. La “Declaración de constitución de un colectivo de trabajo” plantea la cuestión en los mismos términos: “Clanes y clanismo: son nociones que encontramos en la historia de las sectas y de la francmasonería pero no (...) en la historia del movimiento obrero del pasado. ¿Por qué el alfa y el omega de las cuestiones organizativas se reduce al “peligro del clanismo”?. De hecho, los miembros de la “fracción” quieren colarnos la idea de que la noción de clan no pertenece al movimiento obrero (lo cual no es cierto, pues Rosa Luxemburg utiliza este término para designar a la camarilla que dirigía la Socialdemocracia alemana). El medio de refutar la evidencia de la dinámica clanica por parte de estos militantes es radical: “La noción de clan no es válida”. ¡Y todo eso en nombre del combate del 1993-96, un combate que hizo hincapié, como hemos visto en las citas de sus documentos más importantes, en el papel fundamental del clanismo en las debilidades de la CCI!.
La constitución de un grupo parásito
La “fracción”, como la Alianza respecto a la AIT, se ha convertido en un organismo parásito de la CCI. Y, como la Alianza tras fracasar en su intento por hacerse con el control de la AIT declara una guerra pública y abierta contra ella, el clan de la antigua mayoría del SI y sus amigos deciden atacar públicamente a nuestra organización desde el momento en que perdió totalmente el control de ella, y que sus acciones en vez de atraer a los últimos dudosos sirve, por el contrario, para convencerlos de lo que de verdad se está dirimiendo en el combate que está llevando a cabo nuestra organización. El momento decisivo de este paso cualitativo en la guerra desencadenada por la “fracción” contra la CCI es la reunión plenaria del Buró internacional a principios del año 2002. Esa reunión, tras la discusión de rigor, adopta una serie de decisiones importantes:
Hay que señalar que, por lo que respecta a la primera cuestión (celebración de una Conferencia internacional extraordinaria), los dos miembros de la “fracción” que participan en la reunión se abstienen. Esta actitud es, como mínimo, paradójica en unos militantes que no han cesado de afirmar que el conjunto de militantes de la CCI se equivocan y están manipulados por la “fracción liquidadora” y los “órganos decisorios”. Y en cuanto se les presenta una ocasión en que la que el conjunto de la organización va a discutir y decidir colectivamente sobre sus problemas, a nuestros valerosos fraccionistas no se les ocurre mejor cosa que abstenerese. Esta actitud es totalmente opuesta a la de las fracciones de izquierda del movimiento obrero (como los bolcheviques o los espartaquistas) de las que no cesan de reivindicarse, que siempre exigieron la celebración de un congreso para tratar los problemas que afectaban a la organización mientras que era la derecha la que ponía obstáculos para su celebración.
La reunión plenaria del Buró internacional señala que, respecto a las dos últimas decisiones, los militantes concernidos podrían recurrirlas ante la Conferencia, e igualmente propuso a Jonás que sometiera su caso ante un tribunal de honor de militantes del medio político proletario si consideraba injustas las acusaciones que contra él hacía la CCI. Ante esto su respuesta fue una nueva escalada. Jonás se niega a encontrarse con la organización para presentar su defensa, del mismo modo se niega a recurrir ante la Conferencia y a pedir un tribunal de honor sobre su caso: para todos los militantes de la CCI, y para el propio Jonás, queda claro que ya no queda el menor honor que defender, teniendo en cuenta lo abrumador de los hechos. En ese mismo momento Jonás anuncia su plena confianza en la “fracción”. Ésta, por su parte, comienza a expandir en el exterior calumnias contra la CCI, primero enviando cartas a los demás grupos de la Izquierda comunista, después mandando sucesivos textos a nuestros suscriptores demostrando con ello que uno de sus miembros había robado el fichero de señas de nuestros suscriptores del que era responsable hasta el verano del 2001 (es decir antes incluso de la constitución de la “fracción” e incluso del “colectivo”). En esos documentos enviados a nuestros suscriptores se puede leer textualmente que los órganos centrales de la CCI han llevado contra Jonás y la “fracción” “innobles campañas para ocultar y descalificar las posiciones políticas al ser incapaces de contradecirlas seriamente”. El resto es por un estilo. En los documentos que han enviado al exterior se testimonia una solidaridad total de la “fracción” hacia los comportamientos de Jonás y le llaman a trabajar con ella. Así la “fracción” desvela públicamente lo que ha sido desde el principio, mientras Jonás estaba en la sombra: la camarilla de los amigos del ciudadano Jonás.
Pese a que la camarilla de Jonás había abierto al exterior la guerra contra la CCI, el órgano central de nuestra organización envía a cada uno de los miembros parisinos de la “fracción” varias cartas invitándolos a que vengan a defenderse ante la Conferencia, y precisando las modalidades de ese recurso. La “fracción” en un primer momento simula aceptarlo pero en el ultimo momento ejecuta una miserable acción más contra la organización. Se niega a presentarse ante la Conferencia internacional a menos que la organización reconozca por escrito a esa “fracción” y retire las sanciones adoptadas en aplicación de nuestros estatutos (y en especial la exclusión de Jonás). Estos militantes para recurrir contra las sanciones que les ha impuesto la organización exigen, nada menos, que la organización las retire previamente. Evidentemente para ellos es la solución más simple: así no hay necesidad de recurrirlas. Ante esta situación, todas las delegaciones de la CCI que habían estado listas para escuchar el recurso y los argumentos de esos individuos (a tal efecto, la víspera de la Conferencia, habían nombrado una Comisión internacional de recurso, formada por militantes de varias secciones de la CCI para permitir que los cuatro miembros parisinos de la “fracción” pudieran presentar ante ella sus argumentos) no tienen más remedio que reconocer que estos individuos se han puesto ellos solos fuera de la organización.
La CCI, en vista de la negativa a defenderse ante la Conferencia y a apelar ante la comisión de recursos, toma acta de su deserción y considera que ya no son militantes de la organización ([14]).
La Conferencia también toma acta de los métodos del hampa empleados por la camarilla de Jonás como el de “secuestrar” (¿con su consentimiento?), a su llegada al aeropuerto, a dos delegados de la sección mexicana miembros de la “fracción” que venían mandatados a la Conferencia para defender sus posiciones. La CCI pagó sus billetes de avión para que pudieran asistir a los trabajos de la Conferencia y defender las posiciones de la “fracción”, pero, a su llegada al aeropuerto, son acogidos por dos miembros parisinos de la “fracción” y se los llevan consigo impidiendo que asistan a la Conferencia. Ante nuestras protestas y la exigencia de que devuelvan el importe de los dos billetes de avión en el caso de que los dos delegados mexicanos (que habían recibido mandato de su sección) no asistieran a la Conferencia, uno de los miembros parisinos de la “fracción” nos espeta con el mayor de los cinismos: ¡”Ese es problema vuestro”! Ante semejante malversación de fondos de la organización, ante la negativa a devolver a la organización el importe de los billetes que había pagado la organización, actos que ponen de manifiesto la naturaleza gansteril de los métodos que emplea la camarilla de Jonás, todos los militantes de la organización expresan su mayor indignación y adoptan una resolución condenando ese comportamiento. Estos métodos, que no tienen nada que envidiar a los de la tendencia Chenier (que en 1981 robó fondos de la organización), acaban convenciendo a los últimos camaradas que todavía podían tener dudas sobre la naturaleza parásita y antiproletaria de esa supuesta “fracción”. La “fracción” responde inmediatamente a la CCI que no está dispuesta a devolver el material político y el dinero que pertenecen a nuestra organización. Hoy en día la camarilla de Jonás se ha convertido no solo en un grupo parásito, de acuerdo con el análisis de la naturaleza de éstos que hacen las “Tesis sobre el parasitismo” publicadas en la Revista internacional nº 94 ([15]), sino en un grupo de hampones que no se contentan con calumniar y chantajear a nuestra organización para tratar de destruirla, sino que además le roban.
Todo esto plantea obligatoriamente la pregunta: ¿cómo es posible que unos cuantos militantes que llevan muchos años en nuestra organización, con responsabilidades importantes en los órganos centrales algunos de ellos, acaben volviéndose una pandilla de gamberros?. En esa deriva hacia el pandillismo de los miembros de la “fracción” hay que ver, evidentemente, la influencia de Jonás que los empuja permanentemente a “radicalizar” sus ataques contra la CCI en nombre del “rechazo al centrismo”. Sin embargo, esa explicación no basta para entender tal deriva, por eso la Conferencia se ha dado unas bases para ir más lejos.
La Conferencia, por un lado reconoce que no es un fenómeno nuevo en la historia del movimiento obrero el que antiguos miembros de una organización proletaria traicionen el combate que durante decenios habían hecho suyo: militantes como Plejánov (el “padre fundador” del marxismo en Rusia) o Kautsky (“papa” de la IIª internacional, referencia marxista de la Socialdemocracia alemana) acabaron su vida militante en las filas de la burguesía, el primero llamando a participar en la guerra imperialista, y el segundo condenando la revolución rusa de 1917.
Por otro lado inscribe el problema del clanismo en un contexto más amplio como es el oportunismo:
“El espíritu de círculo y el clanismo, cuestiones clave ambas planteadas por el Texto de Orientación de 1993, son expresiones particulares de un fenómeno más general: el oportunismo en materia de organización. Es evidente que esta tendencia, que en el caso de grupos relativamente pequeños como el partido ruso en 1903 o la CCI está estrechamente ligada a las formas afinitarias de círculos y clanes, no se expresa de la misma forma en los partidos de masas de la Segunda o Tercera Internacionales.
“Sin embargo las diversas expresiones de este fenómeno tienen las mismas características principales. Entre ellas, una de las más notorias es la incapacidad del oportunismo para implicarse en un debate proletario. Es incapaz, en particular, de mantener una disciplina organizativa cuando se encuentra defendiendo posiciones minoritarias.
“Dos son las expresiones más importantes de esta incapacidad. Cuando el oportunismo está en ascenso en las organizaciones proletarias tiende a minimizar las divergencias, ya sea pretendiendo que son meras “incomprensiones” como fue el caso del revisionista Berstein, o adoptando sistemáticamente las posiciones políticas de sus oponentes como hizo en sus primeros días el estalinismo.
“El oportunismo, cuando está a la defensiva, como en 1903 en Rusia o en la historia de la CCI, reacciona de forma histérica, declarándose como minoría, declarando la guerra a los estatutos y presentándose como víctima de la represión para eludir el debate. En tal situación, las dos características principales del oportunismo son, como señala Lenin, sabotear el trabajo de la organización y montar escenas y escándalos.
“El oportunismo es intrínsecamente incapaz de la actitud serena de la clarificación teórica y de los esfuerzos pacientes por convencer que caracterizaron a las minorías internacionalistas durante la guerra, o la actitud de Lenin en 1917, o la de la Fracción italiana en los años 30 y, después, de la Fracción francesa.
El actual clan es una caricatura de esa actitud. Así durante el largo tiempo que estuvieron al mando ([16]) trataron de minimizar las divergencias que aparecían en Révolution internationale (...) concentrándose en la tarea de desprestigiar a quienes habían formulado desacuerdos. Desde el momento en que el debate empieza a desarrollar una dimensión teórica tratan de cerrarlo prematuramente. Cuando el clan se siente minoritario, antes incluso de que el debate pueda desarrollarse, las cuestiones (...) se hinchaban de divergencias programáticas, justificando el rechazo sistemático de los estatutos (Resolución de actividades de la Conferencia, punto 10).
Del mismo modo, en su análisis, la Conferencia hace intervenir el peso ideológico que la descomposición capitalista ejerce sobre la clase obrera:
“Una de las características principales del período de descomposición es que la situación de bloqueo entre proletariado y burguesía impone a la sociedad una prolongada y dolorosa agonía. Por consiguiente, el proceso de la lucha de clases, de la maduración de la conciencia, y de construcción de la organización se hace mucho más lento, contradictorio y tortuoso. La consecuencia de todo ello es una tendencia a la erosión de la claridad política, de la convicción militante y de la lealtad organizativa, que son los principales contrapesos a las debilidades políticas y personales de cada militante (...)
“Una vez que las víctimas de esa dinámica han comenzado a compartir la ausencia total de perspectiva que es hoy lo propio de la sociedad burguesa en descomposición, se ven abocadas a expresar, más que ningún otro clan del pasado, un inmediatismo irracional, una impaciencia febril, una ausencia de reflexión y una pérdida radical de capacidades teóricas, aspectos todos ellos sobresalientes de la descomposición” (idem, punto 6).
La Conferencia también ha puesto en evidencia que una de las causas, tanto de las tomas de posición iniciales erróneas del SI y del conjunto de la organización sobre cuestiones de funcionamiento como del rumbo antiorganizativo tomado por los miembros de la “fracción” y del retraso del conjunto de la CCI en identificar esa deriva, es el peso en nuestras filas del democratismo. Por tanto, la Conferencia decidió abrir una discusión sobre el problema del democratismo en base a un texto de orientación que deberá redactar el órgano central de la CCI.
Para terminar, la Conferencia puso de relieve la suma importancia que tiene el combate que actualmente está realizando la organización:
“El combate de los revolucionarios es una batalla constante en dos frentes: defensa y construcción de la organización, e intervención hacia el conjunto de la clase. Todos los aspectos de este trabajo son interdependientes (...).
“En el centro del actual combate está la defensa de la capacidad de la generación de revolucionarios que emergió tras 1968 para transmitir el dominio del método marxista, la pasión revolucionaria y la entrega, la experiencia de décadas de lucha de clases y combates organizativos a una nueva generación. Esencialmente se trata de llevar el mismo combate tanto en el interior de la CCI como hacia el exterior, hacia los elementos en búsqueda que segrega el proletariado, para preparar el futuro partido de clase”. (idem, punto 20).
CCI
[1] La Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de trabajadores, informe sobre la Alianza, redactado por Marx, Engels, Lafargue y otros militantes por mandato del Congreso de La Haya de la AIT. Trad. del francés por nosotros.
[2] “El Congreso de La Haya de 1872: la lucha contra el parasitismo político.
[3] Las reacciones a estas amenazas son significativas: “Ranvier protesta contra las amenazas de abandonar la sala proferidas por Splingard, Guillaume y otros que prueban que son ELLOS y no nosotros los que ya se han pronunciado DE ANTEMANO sobre las cuestiones en discusión”. “Morago [miembro de la Alianza] habla de la tiranía del Consejo, pero es el propio Morago quien está imponiendo la tiranía de su mandato al Congreso” (Intervención de Lafargue).
[4] James Guillaume declara: “Alerini piensa que la comisión no tiene convicciones morales ni pruebas materiales; él ha pertenecido a la Alianza y está orgulloso de ello (...) sois la Santa Inquisición; pedimos una encuesta con pruebas concluyentes y tangibles”.
[5] Ver sobre el tema los siguientes artículos “La crisis del medio revolucionario”, “Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de revolucionarios” y la “Presentación del Vº Congreso de la CCI”, publicados en Revista internacional nos 28, 33 y 35 respectivamente.
[6] “XIº Congreso de la CCI: el combate por la defensa y la construcción de la organización.
[7] Fue el caso, a finales de los años 90, del “Circulo de París” compuesto de ex militantes de la CCI cercanos a Simón (un elemento aventurero excluido de la CCI en 1995) que publicó un folleto titulado Qué no hacer que es un batiburrillo de calumnias contra nuestra organización a la que presentan como una secta estalinista.
[8] Nuestro texto de 1993, “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, publicado en la Revista internacional no 109, desarrolla ampliamente nuestro análisis de los clanes y el clanismo.
[9] El SI es la comisión permanente del órgano central de la CCI, el Buró internacional que está compuesto de militantes de todas las secciones territoriales.
[10] A este respecto ver nuestro “Comunicado a los lectores” publicado en nuestra prensa territorial
[11] Equivalente a la actitud de James Guillaume frente a la Comisión de encuesta nombrada por el Congreso de La Haya de la AIT.
[12] Esta actitud de intimidación hacia una comisión de investigación tampoco es nueva: Utin, que había enviado a la comisión de encuesta del Congreso de La Haya un testimonio de las acciones de Bakunin, fue objeto de una agresión por partidarios de éste.
[13] El órgano central internacional, en una circular remitida a todas las secciones en noviembre de 2001, enumera las violaciones a los estatutos. Veamos un corto extracto de esa lista:
“(...)
[14] Lo mismo que los bakuninistas denunciaron las decisiones del Congreso de La Haya de ser un medio para impedirles expresar sus posiciones, la camarilla de Jonas denuncia a la CCI por haber dejado constancia de su deserción, como si esta comprobación de hecho fuera una exclusión para acallar las divergencias.
[15] De ese modo la “fracción” trata de enfrentar unos con otros a los grupos del medio proletario, incrementando así la división que ya existe entre ellos. En su boletín nº 11 lanza una campaña de zalamerías y seducción hacia elementos del medio parásito, como el “Círculo de París” al que antes los miembros de la actual “fracción” eran los primeros en condenar. También en esto remedan la actitud de la muy “antiautoritaria” Alianza de Bakunin y que se alió, tras el Congreso de La Haya, con les “estatalistas” lassalianos
[16] Jonás expresa así su visión de la crisis: “Ahora que no tenemos las riendas, la CCI está perdida”.
La RESOLUCIÓN sobre la situación internacional de nuestro
XIV° Congreso -adoptada en mayo de 2001- se centró en el curso
histórico en la fase de descomposición del capitalismo (ver
Revista internacional n° 106). En ella poníamos en evidencia
la aceleración tanto de la crisis económica como del hundimiento
del planeta en la guerra y la barbarie; y, al mismo tiempo, analizábamos
los problemas y las potencialidades de una respuesta proletaria frente
a esta situación. La Resolución que publicamos a continuación,
propuesta en la Conferencia extraordinaria de la CCI en abril de 2002,
se plantea complementar la primera a la luz de los acontecimientos del
11 de Septiembre y de la posterior "guerra antiterrorista",
que han confirmado claramente los análisis generales del Congreso
de 2001.
La ofensiva imperialista norteamericana
1. Los revolucionarios marxistas pueden hasta
estar de acuerdo con el presidente Bush cuando este describió el
ataque del 11 de Septiembre como un "acto de guerra" aunque,
eso sí, añadirían que se trata de un acto de guerra
capitalista, un momento de la guerra imperialista permanente que caracteriza
la época de la decadencia capitalista. La matanza intencionada
de miles de civiles (proletarios en su mayoría) mediante la destrucción
de las Torres Gemelas ha constituido un nuevo crimen bárbaro contra
la humanidad, a añadir a una larga lista que incluiría Guernica,
Londres, Dresde, Hiroshima... Que el probable ejecutor del crimen haya
sido un grupo terrorista vinculado a un Estado pobrísimo no cambia,
para nada, su carácter imperialista, ya que en el período
actual todos los Estados, o quienes aspiran a legitimarse como Estados,
del mismo modo que todos los "señores de la guerra",
son imperialistas.
El carácter criminal del 11 de Septiembre no sólo reside
en el propio acto, sino también en su manipulación cínica
por parte del Estado norteamericano, una manipulación totalmente
comparable a la conspiración de Washington ante Pearl Harbor cuando,
a sabiendas, permitió el ataque japonés, para poder tener
una coartada para entrar en la guerra y movilizar a la población
tras el Estado. No se sabe aún hasta qué punto los servicios
secretos del Estado norteamericano han estado implicados "dejando
hacer" a los terroristas en los ataques del 11 de Septiembre, aunque
ya haya un montón de elementos que apuntan a una intriga maquiavélica
y sin escrúpulos por su parte, pero lo que sí está
claro es de qué manera los Estados Unidos han sacado provecho del
crimen, utilizando el shock y la cólera causados en la población
para movilizar a ésta en apoyo de una ofensiva imperialista de
una amplitud sin precedentes.
2. Enarbolando la bandera del antiterrorismo,
el imperialismo USA ha extendido la sombra de la guerra al planeta entero.
La "guerra al terrorismo" lanzada por USA ha devastado ya Afganistán,
y la amenaza de que se extienda a Irak es cada vez más explícita.
Pero la presencia armada norteamericana se ha ampliado a otras regiones
del globo aunque no formen parte del llamado "eje del mal" (Irán,
Irak y Corea del Norte). Así, en Filipinas se han desplegado tropas
USA con la excusa de ayudar a combatir militarmente la "insurrección
islamista"; y en Yemen y Somalia han llevado a cabo acciones espectaculares.
El presupuesto de defensa americano se incrementará este año
en un 14 %, y seguirá creciendo hasta que en el año 2007
supere en un 11 % el nivel medio que tenía durante la guerra fría.
Estos datos proporcionan una elocuente imagen del enorme desequilibrio
que existe en los gastos militares de los diferentes Estados: EE.UU representa
casi el 40 % de los gastos mundiales totales, por sí sólo
el presupuesto estadounidense es muy superior a la suma de los presupuestos
británico, francés y de otros 12 países de la OTAN.
A través de una reciente "indiscreción", la Administración
estadounidense ha hecho saber que están dispuestos a emplear este
terrorífico arsenal -incluyendo el nuclear- contra ciertos rivales.
Al mismo tiempo la guerra en Afganistán ha reavivado las tensiones
entre India y Pakistán; y entre Israel y Palestina, la carnicería
sigue en aumento, mientras EEUU -invocando siempre la cruzada antiterrorista-
apoya el plan apenas disimulado de Sharon de deshacerse de Arafat, de
la Autoridad palestina, y de cualquier posibilidad de un arreglo negociado.
En los días que siguieron al 11 de Septiembre se habló mucho
de la posibilidad de una 3ª guerra mundial. Este término se
manejó profusamente en las redacciones y las tertulias, asociado
por lo general a la idea de un "choque de civilizaciones" entre
el "Occidente" moderno" y el Islam "fanático"
(mostrado en el llamamiento de Bin Laden a una Yihad islámica "contra
cruzados y judíos"). Esta idea ha encontrado, incluso, cierto
eco en algunos grupos del medio político proletario, por ejemplo
en el PCI (Il Partito) que en su hoja a propósito del 11 de Septiembre,
escribía:
"Si la primera guerra imperialista basó su propaganda en la
demagogia irredentista de la defensa nacional, si la segunda fue antifascista
y democrática, la tercera, que será igual de imperialista,
se disfrazará con el ropaje de una cruzada entre religiones opuestas,
contra personajes tan donquijotescos, increíbles y turbios como
esos Saladinos barbudos".
Otras formaciones del medio proletario, como el BIPR, más aptas
para reconocer que lo que se esconde detrás de la campaña
norteamericana contra el Islam es el conflicto ínterimperialista
entre USA y sus principales rivales (en particular las principales potencias
europeas); no son, sin embargo, capaces de refutar de arriba abajo el
machaconeo mediático sobre la 3ª guerra mundial, pues no comprenden
las especificidades históricas del período abierto con la
desintegración de los dos bloques imperialistas a finales de los
80. Sobre todo, porque tienden a creer que la formación de bloques
imperialistas que llevarían a la 3ª guerra mundial, se encuentra
ya hoy muy avanzada.
A pesar de la agravación de las contradicciones del capitalismo,
la guerra mundial no está al orden del día
3. Para comprender lo que tiene de inédito
este período y seamos, por tanto, capaces de ver las perspectivas
reales que se abren hoy ante la humanidad, es necesario que recordemos
lo que de verdad representa una guerra mundial. La guerra mundial es la
expresión de la decadencia del capitalismo, del carácter
obsoleto del modo de producción capitalista. Es el producto del
callejón sin salida histórico en el que este sistema se
adentró cuando llegó a establecerse como economía
mundial a comienzos del siglo XX. Las raíces materiales de la guerra
mundial se encuentran pues, efectivamente, en una crisis sin solución
como sistema económico, aunque no exista una relación mecánica
entre los indicadores económicos y el desencadenamiento de tal
guerra. Partiendo de esa base, la experiencia de las dos guerras mundiales
anteriores, y los largos preparativos para la tercera entre los bloques
norteamericano y ruso, han demostrado que una guerra mundial equivale
a un conflicto directo por el control del planeta entre los bloques militares
constituidos por las potencias imperialistas dominantes. Como se trata
de una guerra entre los Estados capitalistas más potentes, se necesita
también la movilización y la adhesión activa de los
obreros de esos Estados, y esto sólo puede conseguirse si la clase
dominante es capaz de derrotar a los principales batallones de ese proletariado.
Si examinamos la situación actual nos daremos cuenta de que las
condiciones que se necesitarían para una 3ª guerra mundial,
no se vislumbran en un futuro inmediato.
4. No es éste, sin embargo, el caso
en cuanto a la crisis económica mundial. La economía capitalista
se enfanga cada día más en sus propias contradicciones,
cuyo nivel es muy superior al que alcanzaron en los años 30. En
aquel entonces, la burguesía fue capaz de reaccionar ante el hundimiento
en la recesión, gracias a los nuevos instrumentos del capitalismo
de Estado. Hoy, esos mismos instrumentos, que sigue siendo necesario utilizar
para gestionar la crisis e impedir la parálisis total, son los
que agudizan profundamente las contradicciones que sacuden al sistema
capitalista. En los años 30, aunque los mercados extra-capitalistas
residuales que seguían subsistiendo eran insuficientes para permitir
una expansión "pacífica" del sistema, es cierto,
sin embargo, que seguían quedando grandes zonas receptivas a un
desarrollo capitalista (en Rusia, África, Asia...). Finalmente,
en aquel período ya de declive capitalista, la guerra mundial a
pesar de su coste en muertes de millones de seres humanos y de destrucción
del resultado de siglos de trabajo humano, podía aún producir
un aparente beneficio económico (si bien jamás éste
ha sido el objetivo de guerra de los beligerantes): un largo período
de reconstrucción que, acompañado de la política
del capitalismo de Estado de recurrir al déficit, parecía
dar un nuevo hálito de vida al sistema. En cambio, una tercera
guerra mundial significaría, ni más ni menos, la destrucción
del género humano.
Lo más significativo del curso de la crisis económica que
se abrió al acabarse la etapa de reconstrucción, es que
cada "solución", cada una de las "panaceas"
que se han aplicado a la economía capitalista, han demostrado ser
en realidad -y cada vez en un plazo de tiempo más breve- auténticas
pócimas de charlatán.
Ante la reaparición de la crisis a finales de los años 60,
la respuesta inicial de la burguesía fue la de volver a emplear
gran parte de las políticas keynesianas utilizadas ya en la reconstrucción.
La reacción "monetarista" de los años 80, que
se presentó como una "vuelta a la realidad" (acordémonos
del discurso de Thatcher que decía que un país, como una
familia, no puede gastar más de lo que ingresa) fracasó,
sin embargo, estrepitosamente, en la reducción de los gastos producidos
por el endeudamiento o por el coste del funcionamiento del Estado ("boom"
del consumo alimentado por la especulación inmobiliaria en Gran
Bretaña, programa de la "guerra de las galaxias" de Reagan
en Estados Unidos).
Este "boom" ficticio de los años 80, basado en el endeudamiento
y la especulación y acompañado por un desmantelamiento de
sectores enteros del aparato productivo e industrial, se paró en
seco con el crash financiero de 1987. La crisis que sucedió a ese
quiebra dio paso, a su vez, al "crecimiento" alimentado por
el endeudamiento que ha caracterizado los años 90.
Cuando, tras el hundimiento de las economías del Sudeste asiático
a finales de la década pasada, se pudo comprobar que ese crecimiento
había sido en realidad la causa de la agravación de la situación
económica, nos vendieron entonces un ramillete de nuevas "soluciones
definitivas" a la crisis, tales como la "revolución tecnológica",
o la cacareada "nueva economía". Los efectos de estas
panaceas han sido los más efímeros de todos: sólo
unos meses después de lanzar el bombardeo propagandístico
sobre "la economía basada en Internet", ésta ha
demostrado ser un enorme fraude especulativo.
Hoy, los "diez gloriosos años" de crecimiento norteamericano
están oficialmente finiquitados. Los Estados Unidos han reconocido
que están en recesión, y otro tanto sucede en potencias
como Alemania. Además el estado de la economía japonesa
supone un quebradero de cabeza constante para la burguesía mundial
que se teme, incluso, que Japón acabe tomando el mismo rumbo que
Rusia. Y eso por no hablar del estado de las regiones periféricas,
donde el hundimiento catastrófico de la economía argentina
no es más que la punta del iceberg, pues un montón de países
más se encuentra precisamente en esa misma situación.
Es verdad que a diferencia de lo que sucedió en los años
30, el estallido de la crisis no ha derivado inmediatamente en que cada
país "tire por su lado" en sus políticas económicas,
parapetándose a sí mismo con barreras proteccionistas. Aquella
reacción de entonces aceleró, sin duda, el curso hacia la
IIª Guerra mundial. En cambio hoy, el desmoronamiento de unos bloques
imperialistas, que también sirvieron al capitalismo para regular
los problemas económicos entre 1945 y1989, prácticamente
solo ha repercutido en las esferas militar e imperialista. En lo económico,
las antiguas estructuras del bloque han sido adaptadas a la nueva situación
y ha habido una política global consistente en impedir una quiebra
catastrófica de las economías centrales (permitiendo así
también un hundimiento "controlado" de las economías
periféricas más afectadas); gracias al recurso masivo a
los préstamos administrados por instituciones como el Banco mundial
o el FMI. Lo que se llama "mundialización" consiste,
en cierto modo, en ese consenso entre las economías más
poderosas para controlar mínimamente una competencia entre ellas
que consistiría en tratar de mantenerse a flote a costa de hundir
al resto del mundo. Además la burguesía insiste frecuentemente
en que ha aprendido la lección de los años 30, y que no
va a consentir, por tanto, que una guerra comercial degenere en guerra
mundial entre las principales potencias. Hay una pizca de verdad en esta
afirmación puesto que, a pesar de las rivalidades nacional-imperialistas
entre las grandes potencias, se ha conseguido mantener una estrategia
de "gestión" internacional de la economía.
Pero por mucho que la burguesía se empeñe en tratar de contener
las tendencias más devastadoras de la economía mundial (la
simultaneidad de hiperinflación y depresión, la competencia
irrefrenable entre sus diferentes unidades nacionales), lo cierto es que
cada día más debe enfrentarse a las contradicciones inherentes
al proceso mismo. Esto se ve muy claramente en el caso de una pieza fundamental
de su política como es el recurso al endeudamiento, que cada vez
está más cerca de explotarle en la cara al capitalismo.
Por ello, a pesar de los discursos optimistas sobre la "futura"
reactivación económica, el horizonte se oscurece y el futuro
de la economía mundial aparece cada vez más incierto. Y
esto va a aguijonear, sin duda, las rivalidades imperialistas. La posición
extremadamente agresiva adoptada hoy por Estados Unidos tiene ciertamente
que ver con sus dificultades económicas, y éstas le obligarán,
cada vez más, a recurrir a la fuerza militar para mantener su dominación
sobre el mercado mundial. Al mismo tiempo, la formación de una
zona "euro" contiene las premisas de una guerra comercial que
se acentuará en el futuro pues las principales economías
se verán obligadas a responder a la agresividad comercial norteamericana.
La gestión "global" de la crisis económica por
parte de la burguesía es pues extremadamente frágil, y se
verá crecientemente minada por las rivalidades, tanto económicas
como estratégico-militares.
5. Si dependiese únicamente del nivel
alcanzado por la crisis económica, el capitalismo habría
ido a la guerra mundial en los años 80. En el período de
la guerra fría, cuando los bloques militares necesarios para llevar
a cabo la contienda se encontraban formados, el principal obstáculo
para el desencadenamiento de la guerra lo constituía el hecho de
que la clase obrera no estaba derrotada. Hoy, ese factor subsiste, a pesar
de todas las dificultades que ha sufrido la clase obrera en el período
abierto en 1989, el período que nosotros hemos caracterizado como
el de la descomposición del capitalismo. Pero antes de examinar
este punto, debemos considerar un segundo factor histórico que
dificulta hoy el estallido de una 3ª guerra mundial: la inexistencia
de bloques militares.
En el pasado, la derrota de un bloque en la guerra conducía rápidamente
a la formación de nuevos bloques: así el bloque alemán,
contendiente en la Iª Guerra mundial, comenzó a reconstituirse
a principios de los años 30 y, el bloque ruso se formó inmediatamente
después de la IIª Guerra mundial. Tras el hundimiento del
bloque ruso (más como consecuencia de la crisis económica
que directamente de la guerra), la tendencia inherente al capitalismo
decadente a la división del mundo en dos bloques imperialistas
adversarios, volvió a ponerse de manifiesto con la reunificación
de Alemania que es el único país que puede aspirar a encabezar
un nuevo bloque que rete la hegemonía de EE.UU. Este desafío
se vislumbró sobre todo a través de la injerencia alemana
en el desmantelamiento de la ex Yugoslavia, lo que precipitó a
los Balcanes en una guerra que dura ya más de diez años.
Sin embargo esta tendencia a la formación de un nuevo bloque se
ha visto contrarrestada por otras tendencias opuestas:
- La tendencia de cada nación, tras acabarse el sistema de bloques
de la guerra fría, a mantener su propia política imperialista
"independiente". Este factor tiene desde luego mucho que ver
con la necesidad imperiosa por parte de las grandes potencias del antiguo
bloque occidental de liberarse de la tutela norteamericana; pero también
ha jugado en contra de la posibilidad de la formación de un nuevo
bloque cohesionado antagonista de EEUU. Y si bien es verdad que la única
candidatura posible para llegar a ser ese bloque es la de una Europa dominada
por Alemania, sería un error suponer que la Unión Europea
actual constituye ya tal bloque. La Unión Europea es, primera y
principalmente, una institución económica, aunque tenga
pretensiones de desempeñar un papel más relevante en lo
político y en lo militar. Un bloque imperialista es, ante todo,
una alianza militar. La "Unión" Europea dista mucho de
estar unida a ese nivel. Los dos actores clave de cualquier futuro bloque
imperialista basado en Europa (Francia y Alemania), andan continuamente
a la gresca por razones que se remontan muy atrás en la historia.
Lo mismo cabe decir de Gran Bretaña, cuya orientación "independiente"
se basa, esencialmente, en enfrentar a Alemania con Francia, a ésta
con los alemanes, a Estados Unidos con Europa y a ésta con los
norteamericanos. La fuerza de esta tendencia a "cada uno para sí"
ha quedado demostrada en estos últimos años a través
de la voluntad creciente por parte de potencias de tercera y cuarta división
de retar frecuentemente los designios de EE.UU (por ejemplo Israel en
Oriente Medio, India y Pakistán en Asia, etc.) y de jugar sus propias
bazas. Una demostración más de ello es la proliferación
de "señores de la guerra" imperialistas, que aspiran
a tener una relevancia mundial y no sólo local, aún cuando
no lleguen a controlar siquiera un Estado particular.
- La superioridad militar aplastante de los USA, que se ha hecho aún
más evidente en los diez últimos años, y que ellos
mismos no han dejado de reforzar en las grandes intervenciones que han
realizado en este período: el Golfo, Kosovo y, hoy, Afganistán.
Es más, en cada una de esas intervenciones los USA han ido abandonando
progresivamente la pretensión de actuar como parte de una presunta
"comunidad internacional". Y así mientras la guerra del
Golfo fue llevada a cabo "legalmente" bajo mandato de la ONU;
la guerra de Kosovo se desarrolló "ilegalmente" en el
marco de la OTAN, y la reciente campaña en Afganistán ha
sido ejecutada enarbolando la bandera de la "acción unilateral".
El presupuesto de defensa que acaba de ser aprobado en EE.UU no deja lugar
a dudas de que los europeos son -en palabras de Lord Robertson, secretario
general de la OTAN- auténticos "pigmeos militares", lo
que no ha dejado de suscitar multitud de artículos en la prensa
europea que se preguntaban: "¿No serán demasiado poderosos
los americanos para lo que les interesa?"; así como una inquietud
generalizada por el hecho de que la Alianza transatlántica sea
ya algo del pasado. Por todo ello si bien la "cruzada contra el terrorismo"
es una respuesta a las crecientes tensiones entre USA y sus principales
competidores (véanse por ejemplo las desavenencias con ocasión
de los "acuerdos de Kyoto" o sobre la reedición de la
Guerra de las galaxias), exacerbando aún más esas disputas,
el resultado de la acción norteamericana es el de resaltar aún
más cuán lejos están los europeos de poder desafiar
el liderazgo mundial de los Estados Unidos. El desequilibrio es pues tan
enorme que como señalábamos en nuestro texto de orientación
"Militarismo y descomposición", escrito en 1991:
"La reconstitución de un nuevo dúo de bloques imperialistas
no sólo resulta imposible antes de que pasen muchos años,
es que puede que nunca vuelva a producirse: la revolución o la
destrucción de la humanidad acontecerán antes de que esto
suceda" (Revista internacional nº 64).
Diez años más tarde, la formación de un verdadero
bloque antinorteamericano, se sigue enfrentando a los mismos enormes obstáculos.
- La formación de bloques imperialistas exige, también,
una justificación ideológica, sobre todo para poder entrampar
en sus redes a la clase obrera. Esta ideología no existe hoy. El
"Islam" ha demostrado ser una fuerza capaz de movilizar a explotados
de ciertas partes del planeta, pero carece de un impacto significativo
entre los obreros de los países centrales del capitalismo. Por
la misma razón, menos todavía serviría el "antiislamismo"
para movilizar a los trabajadores norteamericanos contra sus hermanos
europeos. El problema, tanto para EE.UU como para sus principales rivales,
es que comparten la defensa de la misma ideología "democrática",
lo cual les hace aparecer más como aliados que como rivales. Es
verdad que en Europa, la clase dominante empieza a instigar una significativa
corriente de antiamericanismo, pero en ningún caso puede ésta
compararse al antifascismo o al anticomunismo que les sirvieron en el
pasado para suscitar la adhesión a la guerra imperialista. Detrás
de esas dificultades ideológicas, lo que hay, en realidad, es un
problema mucho más profundo para la clase dominante: la clase obrera
no está derrotada, no se muestra dispuesta a aceptar los sacrificios
que su enemigo de clase pretende imponerle para hacer frente a las exigencias
de guerra.
El curso a los enfrentamientos entre las clases sigue estando vigente
6. La enorme demostración de patriotismo
que vimos en Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre hace
necesario que reexaminemos este aspecto fundamental de nuestra comprensión
de la situación mundial. En EE.UU una atmósfera de chovinismo
se apoderó de todas las clases sociales, lo que, por descontado,
ha aprovechado la clase dominante para, por un lado y a corto plazo, desencadenar
la "guerra contra el terrorismo", pero también para impulsar,
más a largo plazo, una política tendente a eliminar el llamado
"síndrome de Vietnam", es decir, las reticencias del
proletariado de EE.UU a dejarse sacrificar en aras de las aventuras imperialistas
norteamericanas. Es innegable que el capitalismo norteamericano ha hecho
bastantes progresos ideológicos en este terreno, del mismo modo
que ha reforzado todo su arsenal de vigilancia y represión (un
éxito que también ha encontrado eco en Europa). Pero esto
no representa una derrota histórica mundial para la clase obrera,
por las razones siguientes:
- La relación de fuerzas entre las clases sólo puede determinarse
a escala internacional, y se juega, por encima de todo, en el corazón
de los países europeos, que es donde se decide y se decidirá
la suerte de la revolución. Y si bien los atentados del 11 de septiembre
permitieron a la burguesía europea montar también su particular
versión de la campaña antiterrorista, en Europa no se ha
dado el desbordamiento de patriotismo que hemos visto en EE.UU. Al contrario,
la guerra norteamericana en Afganistán ha suscitado, más
bien, una considerable inquietud en la población europea que se
ha visto reflejada, parcialmente, en la amplitud del movimiento "contra
la guerra" en el viejo continente. Es cierto que este movimiento
ha sido auspiciado por la propia burguesía, en parte como expresión
de sus reticencias a dejarse arrastrar en la campaña belicista
de los USA, pero también como medio para impedir cualquier oposición
verdaderamente de clase a la guerra capitalista.
- Ni siquiera en los mismos Estados Unidos puede decirse que la marea
patriótica lo anegara todo. En las mismas fechas en que se producían
los ataques, había huelgas en diferentes sectores de la clase obrera
norteamericana, aún cuando los huelguistas fueran denunciados como
"antipatrióticos" por defender sus intereses de clase.
Así pues los diferentes factores que, en la Resolución de
nuestro XIVº Congreso, identificamos como la confirmación
del curso histórico hacia los enfrentamientos de clases, siguen
plenamente vigentes:
- El lento desarrollo de la combatividad de la clase obrera sobre todo
en las concentraciones centrales del proletariado. Esto se ha visto recientemente
confirmado en la huelga de ferrocarriles en Gran Bretaña, así
como en el movimiento más extenso, aunque también más
disperso, de huelgas en Francia.
- La maduración subterránea de la conciencia que se pone
de manifiesto en el desarrollo de minorías politizadas en numerosos
países. Este proceso continúa e incluso se desarrolla después
de la guerra de Afganistán (por ejemplo los grupos que defienden
posiciones de clase y que emergen del pantano de confusión, en
Gran Bretaña, Alemania...).
- El peso "en negativo" del proletariado sobre la preparación
y la forma de conducir los conflictos. Esto puede verse, sobre todo, en
cómo la clase dominante se ve obligada a presentar sus principales
operaciones militares. Tanto en el Golfo, en Kosovo como en Afganistán,
la función real de estas guerras ha sido sistemáticamente
ocultada. No sólo en cuanto a los verdaderos objetivos (el capitalismo
camufla siempre sus objetivos criminales con pomposas declaraciones),
sino incluso sobre quién es el verdadero enemigo. Al mismo tiempo
la burguesía sigue siendo muy prudente a la hora de movilizar a
un número importante de obreros en estas guerras. Y si bien la
burguesía estadounidense ha conseguido, sin duda, ciertos éxitos
ideológicos en este terreno, la verdad es que continúa estando
muy interesada en minimizar sus bajas en Afganistán. En cuanto
a Europa, no se ha producido ninguna tentativa de cambiar la política
consistente en enviar a la guerra únicamente a soldados profesionales.
La guerra en la descomposición del capitalismo
7. Por todo lo anterior no se vislumbra en
un futuro inmediato el estallido de una tercera guerra mundial. Pero esto
no debe servirnos de consuelo. Los acontecimientos del 11 de Septiembre
han engendrado un fuerte sentimiento de que una especie de apocalipsis
es inminente, quedando un sentimiento de que "el fin del mundo"
se acerca, si entendemos por "mundo", el mundo del capitalismo,
un sistema condenado por la Historia y que ha agotado cualquier posibilidad
de reforma. La perspectiva que el marxismo anuncia desde el siglo XIX
sigue siendo la de socialismo o barbarie, pero la forma concreta que puede
tomar la amenaza de barbarie es diferente de la que preveían los
revolucionarios del siglo pasado (la destrucción de la civilización
únicamente a través de una guerra imperialista). La entrada
del capitalismo en la fase terminal de su decadencia, la fase de descomposición,
se ve condicionada por la incapacidad de la clase dominante de "resolver"
su crisis histórica mediante otra guerra mundial, pero trae consigo
nuevos y más insidiosos peligros de una gradual caída en
el caos y la autodestrucción. En este escenario, la guerra imperialista,
o más bien una espiral de guerras imperialistas, seguiría
siendo el principal jinete del Apocalipsis pero cabalgaría en medio
de hambrunas, enfermedades, desastres ecológicos a escala planetaria,
y disolución de todas las relaciones sociales. A diferencia de
la guerra imperialista mundial, para que tal escenario llegue a su conclusión,
no es necesario que el capitalismo logre alistar o derrotar a los batallones
centrales de la clase obrera. Hoy nos enfrentamos ya al peligro de que
la clase obrera sea progresivamente sumergida en todo el proceso de descomposición,
y pierda poco a poco la capacidad de actuar como una fuerza consciente,
antagónica al capital y a la pesadilla en la que éste adentra
a la humanidad.
8. "La guerra contra el terrorismo"
es, verdaderamente, una guerra de la descomposición capitalista.
Aunque las contradicciones económicas del sistema le empujan insistentemente
a una conflagración entre los principales centros del capitalismo
mundial, resulta que la vía de esa confrontación está
bloqueada, por lo que, inevitablemente, debe tomar otro camino como en
el Golfo, Kosovo y Afganistán, es decir guerras en las que el conflicto
subyacente entre las grandes potencias se ha "desviado" hacia
acciones militares contra potencias capitalistas más débiles.
En los tres casos mencionados EE.UU ha sido el principal protagonista.
A diferencia de lo que ocurrió en las dos primeras guerras mundiales,
el Estado más poderoso del planeta es quien se ve obligado a pasar
a la ofensiva, tratando de impedir que surja un rival lo suficientemente
fuerte para que se les oponga abiertamente.
9. Pero es que la actual "guerra contra
el terrorismo" es mucho más que una simple reedición
de las precedentes intervenciones de Estados Unidos en el Golfo Pérsico
y en los Balcanes, pues representa, en realidad, una aceleración
cualitativa de la descomposición y la barbarie:
- ya no se trata de una campaña de corta duración con objetivos
precisos y limitados a una región particular, sino una operación
por tiempo ilimitado, un conflicto prácticamente permanente que
tiene el mundo entero de teatro de operaciones.
- tiene objetivos estratégicos mucho más globales y vastos
que incluyen una presencia decisiva de EE.UU en Asia Central para asegurarse
el control no sólo de esta región, sino también de
Oriente Medio y del subcontinente indio, bloqueando así cualquier
posibilidad de expansión europea (especialmente de Alemania) en
esta zona del planeta. Ello supone, efectivamente, cercar a Europa. Por
esta razón, y contrariamente a lo que sucedió en 1991, Estados
Unidos puede permitirse ahora el derrocamiento de Sadam, ya que no le
necesita como gendarme local habida cuenta de la intención norteamericana
de imponer directamente su presencia. Las ambiciones estadounidenses de
controlar el petróleo y otras fuentes de energía de Oriente
Medio y Asia Central deben verse en este contexto. Al revés de
lo que plantean los izquierdistas, no es que el gobierno de Washington
actúe en nombre de las grandes compañías petrolíferas
en busca de un beneficio inmediato, sino que está llevando a cabo
una política estratégica para controlar sin réplica
posible las principales vías de circulación de los recursos
energéticos en caso de futuros conflictos imperialistas. Paralelamente,
la insistencia estadounidense en situar a Corea del Norte dentro del "eje
del mal" debe entenderse como un aviso por parte de Washington de
que se reserva el derecho de realizar una gran operación en Asia
Oriental, lo que supone un desafío a las ambiciones tanto de China
como de Japón en esa región.
10. Sin embargo, si la "cruzada antiterrorista"
deja claro que los Estados Unidos necesitan imperiosamente crear un orden
mundial sometido, total y permanentemente, a sus intereses militares y
económicos, esta guerra no puede escapar al sino de todas las guerras
del período actual: ser un factor más de la agravación
del caos mundial, sólo que esta vez a un nivel mucho más
elevado que en los conflictos precedentes.
En Afganistán la victoria de Estados Unidos no ha servido, en absoluto,
para estabilizar la situación interna en este país en el
que ya han estallado las querellas entre las fracciones que se han hecho
con el poder tras derrocar a los talibanes. Los bombardeos norteamericanos
han sido ya utilizados como "instrumentos de mediación"
en estas disputas, mientras otras potencias, sobre todo Irán, que
controla a algunas fracciones disidentes, no dejan de echar leña
al fuego.
- El "éxito" de la campaña americana contra el
terrorismo islámico ha hecho que EE.UU revise también su
política respecto a los países árabes con los que
se muestra mucho menos complaciente. El apoyo norteamericano a la actitud
extremadamente agresiva de Sharon respecto a la Autoridad palestina, ha
terminado por enterrar el "proceso de paz" de Oslo, elevando
la intensidad de la confrontación militar. Pero también
los desacuerdos sobre la presencia de tropas USA en suelo saudí
han supuesto un enrarecimiento de las relaciones con quien, antaño,
fue un cliente dócil.
- La derrota de los talibanes ha puesto a Pakistán en una situación
de mucha dificultad, lo que la burguesía india no ha tardado en
tratar de rentabilizar. La escalada de tensiones entre estas dos potencias
nucleares tiene repercusiones muy graves para el futuro de esa zona, sobre
todo si tenemos en cuenta que China y Rusia están también
implicadas en ese laberinto de rivalidades y alianzas.
11. Toda esta situación encierra un
muy serio peligro de degenerar en una espiral fuera de control, en la
que Estados Unidos se vea, cada vez más, obligado a intervenir
para imponer su autoridad, lo que a su vez puede multiplicar las fuerzas
dispuestas a defender sus intereses particulares y a oponerse a los designios
de Washington. Y esto no es menos cierto cuando nos referimos a los principales
rivales de los norteamericanos. Tras la comedia inicial del "cerremos
filas con Estados Unidos", la "cruzada antiterrorista"
ha acentuado considerablemente las tensiones entre EE.UU y sus aliados
europeos. A la inquietud por el desmedido nivel del nuevo presupuesto
estadounidense de defensa, se han unido las críticas sin tapujos
al discurso de Bush sobre el "eje del mal". Alemania, Francia,
e incluso Gran Bretaña, han expresado sus reticencias a dejarse
arrastrar en los planes norteamericanos de ataque a Irak, y han mostrado
abiertamente su disgusto por la inclusión de Irán en dicho
"eje". Esto es lógico por cuanto Alemania y también
Gran Bretaña habían aprovechado la crisis afgana para aumentar
sus influencias en Teherán. Estas potencias están contrariadas
por tener que reconocer que Estados Unidos, al mismo tiempo que se enfada
con el régimen iraní porque éste ha tratado de sacar
ventaja de la situación en Afganistán, utiliza a Irán
como bastón para golpear a sus rivales europeos. La siguiente fase
de la "guerra contra el terrorismo" que implica, probablemente,
un importante ataque contra Irak, incrementará esas diferencias.
En esto podemos ver una nueva manifestación de la tendencia a la
formación de nuevos bloques en torno a USA por un lado, y a Europa
por otro. Pero por las razones que antes hemos analizado, las tendencias
contrarias a esa formación de nuevos bloques ganan la partida.
Si embargo esto no hará que el mundo sea más pacífico.
Frustradas por su inferioridad militar y por los factores sociales y políticos
que imposibilitan una confrontación directa con Estados Unidos,
el resto de grandes potencias multiplicarán sus esfuerzos por desafiar,
con los medios que tienen a su alcance (las guerras mediante países
interpuestos, las intrigas diplomáticas, etc.), la autoridad norteamericana.
El ideal americano de un mundo unido bajo las barras y estrellas de su
bandera es un sueño tan imposible como el que tenía Hitler
de un Reich de mil años.
12. En los próximos años, el
proletariado, y sobre todo la clase obrera de los principales países
capitalistas, se verá ante una aceleración de la situación
mundial en todos los terrenos. Sobre todo aparecerá en la práctica
la relación estrecha existente entre la crisis económica
y la escalada de la barbarie capitalista. La intensificación de
la crisis y de los ataques contra las condiciones de vida de los trabajadores
no coincide, mecánicamente, con el desarrollo de las guerras y
de las tensiones imperialistas. Ambas se refuerzan mutuamente. El mortal
callejón sin salida en el que se encuentra la economía capitalista
empuja hacia soluciones militares; y a su vez, el aumento vertiginoso
de los presupuestos militares implica nuevos sacrificios para la clase
obrera, la devastación causada por la guerra, sin la recompensa
de una verdadera "reconstrucción", entraña antes
o después una dislocación de la maquinaria económica.
A la vez, la necesidad de justificar estas agresiones al proletariado
dará lugar a nuevos ataques ideológicos a la conciencia
de la clase obrera. En su lucha por defender sus condiciones de vida,
los trabajadores no tendrán más opción que comprender
la estrecha vinculación que hay entre crisis y guerra, y reconocer
así las implicaciones históricas y políticas de su
combate.
Los peligros que supone para el proletariado la descomposición
capitalista
13. Los revolucionarios pueden tener confianza
en el hecho de que el curso histórico hacia los enfrentamientos
de clase sigue estando abierto, y que ellos tienen una misión vital
en la futura politización de la lucha de clases. Pero su papel
no es de consolar a la clase obrera. El mayor peligro para el proletariado
en el próximo período es la erosión de su identidad
de clase, causada por el retroceso de su conciencia como resultado del
hundimiento del bloque del Este en 1989, y agravada por el avance pernicioso
de la descomposición en todas las esferas de la sociedad. Si ese
proceso prosigue sin freno, la clase obrera será incapaz de tener
una influencia decisiva en las convulsiones sociales y políticas
que se avecinan, inexorablemente, con el ahondamiento de la crisis económica
mundial y la deriva hacia el militarismo. Los últimos acontecimientos
en Argentina nos dan una ilustración clarísima de este peligro:
confrontada a una parálisis severa no sólo de la economía,
sino también del aparato político de la clase dominante,
la clase obrera ha sido incapaz de afirmarse como fuerza autónoma.
Al contrario, sus movimientos embrionarios (huelgas, comités de
parados, etc.) se han visto anegados en una "protesta interclasista"
que no podía ofrecer ninguna perspectiva, sino que, al revés,
ha permitido a la burguesía tener todas las bazas para manejar
la situación a su favor. Es muy importante que los revolucionarios
tengamos claridad sobre esto, ya que las letanías izquierdistas
sobre un supuesto desarrollo de una situación revolucionaria en
Argentina, han aparecido de manera similar en ciertos sectores del medio
político proletario (e incluso en el seno de la CCI), como expresión
de un embalamiento inmediatista y oportunista. Nuestra posición
sobre la situación en Argentina, no es, en ningún caso,
el resultado de una especie de "indiferencia" ante las luchas
del proletariado de los países periféricos. Ya hemos insistido
muchas veces en la capacidad del proletariado de esas regiones, cuando
lucha en su propio terreno de clase, de ofrecer una dirección política
a todos los oprimidos. Así, por ejemplo, el movimiento de luchas
obreras masivas de Córdoba en 1969 ofreció claramente una
perspectiva a las demás capas no explotadoras en Argentina, y representó
una lucha ejemplar para la clase obrera mundial. Pero los acontecimientos
de hoy, que algunos han tomado por un movimiento insurreccional muy avanzado
del proletariado, han manifestado todo lo contrario: que las escasas expresiones
embrionarias del proletariado han sido incapaces de ofrecer una referencia
y una dirección a una revuelta que ha sido rápidamente recuperada
por las fuerzas de la burguesía. El proletariado argentino tiene
todavía un inmenso papel que desempeñar en el desarrollo
de las luchas en América Latina, pero lo que está viviendo
últimamente no debe ser confundido con sus futuras potencialidades
que, más que nunca, vienen determinadas por el desarrollo de los
combates, en su propio terreno de clase, de los trabajadores de los países
centrales.
Las responsabilidadesde los revolucionarios
14. Todas las clases de la sociedad están
afectadas por la descomposición capitalista. La primera de todas
la propia burguesía, pero eso no quiere decir que el proletariado
se encuentre a salvo, ya que su conciencia de clase, su confianza en el
porvenir, su solidaridad de clase, se ven continuamente atacadas por la
ideología y las prácticas sociales producidas por dicha
descomposición: el nihilismo, la huida hacia delante a través
de lo irracional y el misticismo, la atomización y la disolución
de la solidaridad humana sustituida por la falsa colectividad de las bandas,
las pandillas mafiosas y los clanes. Tampoco la minoría revolucionaria
está inmunizada frente a estos efectos negativos de la descomposición,
sobre todo del recrudecimiento del parasitismo político, un fenómeno
que si bien no es específico de la etapa de la descomposición,
sí se ve fuertemente estimulado por ésta. La gran dificultad
de los grupos del medio político proletario para tomar conciencia
de este peligro, pero también la falta de vigilancia de la propia
CCI frente a él (1), suponen una gran debilidad. A esto cabe añadir
la acentuación de una tendencia a la fragmentación y a la
cerrazón por parte del resto de grupos del medio político
proletario, justificada con nuevas teorías sectarias que llevan
también la marca del período. Si en este medio no se expresan
con suficiente fuerza la conciencia y la voluntad políticas de
combatir tales debilidades, el potencial que representa la emergencia,
en todo el planeta, de nuevas capas de elementos en búsqueda de
posiciones revolucionarias, corre entonces el peligro de quedar abortada.
La formación del futuro partido depende de que el MPP sea capaz
de situarse a la altura de sus responsabilidades.
La comprensión que tiene la CCI del fenómeno de la descomposición
del capitalismo, lejos de ser una manera de evitar las verdaderas cuestiones
políticas reales, es, en cambio, la clave para entender las dificultades
políticas a las que, hoy, deben hacer frente la clase obrera y
sus minorías revolucionarias. A los revolucionarios siempre les
ha correspondido el deber de realizar un esfuerzo permanente de elaboración
teórica para clarificar, en sus filas y en el seno del conjunto
del proletariado, las cuestiones planteadas por las necesidades de la
lucha. Esa necesidad es aún más imperiosa en nuestros días,
para que la clase obrera -la única fuerza que mediante su conciencia,
su confianza y su solidaridad tiene capacidad de resistir la descomposición-
pueda asumir sus responsabilidades históricas de destrucción
del capitalismo.
1º de Abril de 2002
1) Ver en este número el artículo "Balance de la Conferencia
extraordinaria de la CCI".
En un artículo anterior (Revista internacional nº 108) describimos la emergencia de las fracciones de izquierda que combatieron la degeneración de los antiguos partidos obreros, especialmente la del SPD (Partido socialdemócrata de Alemania), el cual había apoyado el esfuerzo de guerra de su capital nacional en 1914, la del Partido comunista ruso y de la Tercera internacional a medida que se transformaban en instrumentos del Estado ruso con la derrota gradual de la Revolución de octubre. En este proceso, la tarea de las fracciones era luchar para reconquistar la organización para las posiciones centrales del programa proletario, contra su abandono por la derecha oportunista y la traición total de la dirección que controla la mayoría de la organización. Para salvaguardar la organización como instrumento de lucha de la clase y salvar el máximo de militantes, una preocupación esencial de las fracciones de izquierda era la de quedarse el mayor tiempo posible en el partido. Sin embargo, el proceso de degeneración política venía inevitablemente acompañado de una modificación profunda del modo de funcionamiento de los partidos mismos, de las relaciones entre militantes y el conjunto de la organización. Esta situación planteó irremediablemente a las fracciones la cuestión de la ruptura de la disciplina de partido para poder cumplir la tarea de preparación del nuevo partido del proletariado.
Ahora bien, en el movimiento obrero, la izquierda ha defendido siempre el respeto riguroso de las reglas de la organización y de la disciplina en su seno. Romper la disciplina de partido no era algo que se planteaba a la ligera, sino que, al contrario requería un gran sentido de las responsabilidades, una evaluación profunda de lo que está en juego y de las perspectivas para el porvenir de la organización del proletariado y para el proletariado mismo.
EL OBJETIVO de este artículo es examinar cómo se planteó el problema de la disciplina en la historia de la organización de la clase obrera, especialmente cómo fue tratada por las izquierdas en los grandes partidos obreros, los de la IIª y IIIª Internacional, por las fracciones de izquierda que lucharon en esos partidos para defender la línea revolucionaria durante la degeneración de éstos y, en fin, en la izquierda comunista internacional de la que nosotros, como la mayoría de las demás organizaciones del medio proletario de hoy, somos herederos. Para ello, es necesario tratar la cuestión más general de cómo se plantea la disciplina en la sociedad de clases, especialmente en el seno de la burguesía y en el proletariado.
Es una evidencia afirmar la necesidad de reglas comunes para la organizar cualquier actividad humana, ya sea a nivel de una pequeña colectividad o a escala de toda la sociedad. La diferencia entre el comunismo y las demás sociedades de clase anteriores no es que el comunismo estará menos organizado (al contrario, será la primera comunidad humana organizada a escala planetaria), sino que la organización social no será impuesta a una clase explotada por, y en provecho de, una clase explotadora. "Al gobierno de los hombres, decía Marx, le sucederá la administración de las cosas". En cambio, mientras vivamos en una sociedad de clases, "el gobierno de los hombres" no es algo neutral. En el capitalismo, la disciplina en la fábrica o en la oficina la impone la clase dominante sobre la clase explotada, garantizada, en última instancia por el Estado a través de sus leyes sobre el trabajo y gracias a la fuerza armada. La burguesía pretende hacernos creer que el Estado y su disciplina están por encima de la sociedad, independientemente de las clases, que todos somos iguales ante la disciplina de la ley. El marxismo denunció de inmediato esa mentira, demostrando que ningún aspecto de la organización o del comportamiento social debe considerarse ajeno a su estatuto y a su función en la sociedad de clases. Como lo escribió Lenin:
"…los conceptos "democracia en general" y "dictadura en general", sin plantear la cuestión de qué clase (…) es una descarada mofa de la teoría principal del socialismo (…) Porque en ningún país capitalista civilizado existe la "democracia en general", pues lo que existe en ellos es únicamente la democracia burguesa" (1).
Es de igual modo un sinsentido hablar de "disciplina" en sí: hay que identificar la naturaleza de clase de la disciplina que se considera. En la sociedad capitalista la libertad en sí (en apariencia, lo contrario de la disciplina) es un engaño, pues la humanidad, por un lado, sigue viviendo sometida a la necesidad y no es, por lo tanto, libre de elegir y además, la conciencia humana está inevitablemente mistificada por la falsa conciencia de la ideología dominante. La libertad no es hacer lo que uno quiere, sino alcanzar la conciencia más completa posible de lo que es necesario hacer. Como lo escribió Engels en Anti-Düring:
"Así pues, la libertad de la voluntad no es otra cosa que la facultad para decidir con conocimiento de causa. Cuanto más libre es el juicio de un hombre sobre un tema determinado tanto mayor es la necesidad que determina el contenido de ese juicio; mientras que la incertidumbre que se basa en la ignorancia, que aparentemente escoge de manera arbitraria entre varias posibilidades de decisión diversas y contradictorias, lo único que expresa es su ausencia de libertad, su sumisión al objeto al que precisamente debería someter".
El objetivo de la teoría marxista -el materialismo histórico y dialéctico- es precisamente permitir al proletariado adquirir ese "conocimiento de las causas" de la sociedad burguesa. Sólo así podrá la clase revolucionaria quebrar la disciplina de la clase enemiga, imponer la suya propia, su dictadura, sobre la sociedad y, al hacerlo, poner las bases para la creación de la primera sociedad humana libre: libre porque, por primera vez, la humanidad entera dominará conscientemente a la vez el mundo natural y su propia organización social.
El marxismo siempre combatió la influencia de la rebelión pequeño burguesa que se infiltra en el movimiento obrero, la idea típica del anarquismo según la cual bastaría con oponer a la disciplina burguesa la "no disciplina", una especie de pretendida "indisciplina proletaria". Para el obrero la experiencia de la disciplina burguesa la vive como algo que le es ajeno, contrario a sus intereses, una disciplina impuesta desde arriba para hacer respetar el poder y los intereses de la clase dominante. Sin embargo, a diferencia de la pequeña burguesía, la cual lo único que es capaz de hacer es rebelarse sin ir más lejos, la clase obrera es capaz de comprender la disciplina impuesta por el capitalismo en su doble naturaleza: por un lado, su vertiente opresiva, expresión de la dominación de clase de la hurguesía que se apropia de manera privada del fruto del trabajo del proletariado; por otro, un aspecto potencialmente revolucionario al ser un componente esencial del proceso colectivo del trabajo, impuesto por el capital al proletariado, proceso que es una condición fundamental de la socialización de la producción a escala planetaria. Eso es precisamente lo que expresa Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás cuando trata este tema con el único enfoque posible para un marxista: considerando la "disciplina" no como una categoría abstracta en sí, sino como factor de organización, determinado por su pertenencia de clase:
"Precisamente la fábrica, que a algunos les parece sólo un espantajo, representa la forma superior de cooperación capitalista que ha unificado y disciplinado al proletariado, que le ha enseñado a organizarse y lo ha colocado a la cabeza de todos los demás sectores de la población trabajadora y explotada. Precisamente el marxismo, como ideología del proletariado instruido por el capitalismo, ha enseñado y enseña a los intelectuales vacilantes la diferencia que existe entre el factor de explotación de la fábrica (disciplina fundada en el miedo a la muerte por hambre) y su factor organizador (disciplina fundada en el trabajo en común, unificado por las condiciones en que se realiza la producción, altamente desarrollada desde el punto de vista técnico). La disciplina y la organización, que tan difícilmente adquiere el intelectual burgués, son asimiladas con singular facilidad por el proletariado, gracias precisamente a esta "escuela" de la fábrica. El miedo mortal a esta escuela, la completa incomprensión de su valor organizador, caracterizan precisamente los métodos del pensamiento que reflejan las condiciones de vida pequeño burguesas".
Es evidente que Lenin no quiere idealizar la disciplina impuesta a los obreros por la burguesía (2), pero lo que sí quiere mostrar es cómo las condiciones de su existencia determinan la actitud de la clase obrera hacia las cuestiones de disciplina, así como hacia otros aspectos de su autoactividad. Las condiciones de su existencia demuestran al obrero que forma parte de un proceso de producción colectivo y que solo puede defender sus intereses contra la clase dominante mediante la acción colectiva. La gran diferencia entre la disciplina de la burguesía y la del proletariado es: mientras que la de aquélla es una disciplina impuesta por una clase explotadora detentora de todos los poderes del aparato de Estado para mantener su propia dominación, la segunda es básicamente la autodisciplina de una clase explotada para oponer una resistencia colectiva a la explotación y acabar por derrocarla del todo. La disciplina que reclama el proletariado es una disciplina voluntaria, consciente, animada por la compresión de los objetivos de su lucha. Mientras que la disciplina burguesa es ciega y opresiva, la del proletariado es liberadora y consciente. Por ello, la disciplina no podrá nunca servir para sustituir el desarrollo de la conciencia en el proletariado entero, la conciencia de los fines de su lucha y de los medios para alcanzarlos.
Y eso que es válido para el conjunto de la clase obrera, lo es también para sus organizaciones revolucionarias. Existen, sin embargo, diferencias. Mientras que la disciplina de la clase obrera, su unidad de acción, su centralización son la expresión directa de su naturaleza colectiva y organizada, de su propio ser de clase revolucionaria, la disciplina en el seno de sus organizaciones se basa en el compromiso de cada uno de sus miembros para respetar las reglas de la organización y el más alto grado de desarrollo de la conciencia a que corresponden esas reglas. Ninguna organización revolucionaria podrá servirse de la disciplina para sustituir esa conciencia proletaria. De igual modo que la clase obrera nunca podrá avanzar en su combate contra la burguesía y por el comunismo sin desarrollar una conciencia cada vez más profunda y extensa de las necesidades de la lucha y del camino a seguir, tampoco las organizaciones podrán servirse de la disciplina para sustituir el debate más extenso en su seno.
Y así ocurrió con la Gauche communiste de France (GCF), la cual hizo una polémica contra la disciplina impuesta, sin debate, sobre sus propios militantes por parte del Partido comunista internacionalista para imponer la política de la dirección de participar en las elecciones de la Italia de 1946.
"El socialismo sólo será posible como acto consciente de la clase obrera (…) No se impone el socialismo a garrotazos. Y no porque el palo sea un medio inmoral (…) sino porque no contiene el más mínimo factor de conciencia. (…) La organización y la acción concertada comunistas no tienen otra base que la conciencia de los militantes que las animan. Cuanto mayor, más diáfana es esa conciencia tanto más fuerte es la organización, y tanto más concertada y eficaz es su acción.
"Lenin denunció con vehemencia en múltiples ocasiones el recurrir a la 'disciplina libremente consentida' como una estaca de la burocracia. Cuando empleaba el término de disciplina, Lenin lo entendía -y así lo dijo varias veces- en el sentido de la voluntad de acción organizada, basada en la convicción revolucionaria de cada militante".
No es casualidad si el artículo se reivindica de Lenin, el Lenin de Un paso adelante, dos pasos atrás. La organización que publica este artículo en 1947 es la misma que dos años antes supo reaccionar con la mayor firmeza en sus propias filas contra aquellos que ponían en peligro "la voluntad de acción organizada" (véase más lejos).
En el seno de la organización comunista, la disciplina proletaria es pues algo inseparable de la discusión, de la crítica sin tregua, a la vez de la sociedad capitalista y de sus propios errores y los de la clase obrera. Vamos ahora a interesarnos por la manera con que las izquierdas lucharon por la disciplina de partido en el seno de la IIª y la IIIª Internacionales.
Durante las dos décadas que precedieron la Primera Guerra mundial, el SPD, mascarón de proa de la IIª Internacional, fue el escenario de un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha oportunista, revisionista. Ésta estaba personificada en el plano ideológico en las teorías revisionistas de Eduard Bernstein, surgiendo con dos formas relacionadas entre sí, pero diferenciadas: por un lado, la tendencia de las fracciones parlamentarias a tomar iniciativas independientemente del conjunto del partido; por otro lado, la negativa por parte de los dirigentes sindicales a vincularse a las decisiones del partido. En Reforma social o revolución (publicado por primera vez en 1899), Rosa Luxemburg ponía de relieve el desarrollo del oportunismo práctico que había preparado el terreno a la teoría oportunista de Bernstein:
"Si se tiene en cuenta una serie de manifestaciones esporádicas (por ejemplo, la famosa cuestión de la subvención acordada a las compañías marítimas), las tendencias oportunistas dentro de nuestro movimiento remontan a hace bastante tiempo. Pero será sólo en 1890 cuando se vea perfilarse una tendencia declarada y única en ese sentido, tras la abolición de las leyes de excepción contra los socialistas, cuando la socialdemocracia hubo reconquistado el terreno de la legalidad. El socialismo de Estado al modo de Vollmar, la votación del presupuesto en Baviera, el socialismo agrario en Alemania del Sur, los proyectos de Heine tendentes a establecer una política de mercaderías, las opiniones de Schippel sobre la política aduanera y la milicia: son esas otros tantos jalones en el camino de la práctica oportunista".
Sin entrar en más detalles sobre esos ejemplos, es significativo que el "socialismo de Estado" al modo de Vollmar se plasmara, en particular, en el voto favorable por el SPD bávaro a los presupuestos del Land (parlamento) bávaro, explícitamente en contra de la decisión de la mayoría del partido. Contra la negativa de la derecha oportunista de respetar las decisiones de la mayoría y del congreso del partido, la izquierda pidió que se reforzara la centralización del partido, especialmente el Parteivorstand (centro ejecutivo) y la subordinación de las fracciones parlamentarias al partido en su conjunto. Parece evidente que Rosa Luxemburg tenía en mente la experiencia de esa lucha en la respuesta a Lenin de 1904 sobre Las cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa:
"en ese caso [el alemán] una aplicación más rigurosa de la idea de centralismo en la constitución y una aplicación más estricta de la disciplina de partido puede ser sin duda alguna una barrera útil contra la corriente oportunista (…). Una revisión de ese tipo de la constitución del partido alemán se ha vuelto hoy necesaria. Pero incluso en este caso, la constitución del partido no podrá ser considerada como una especie de arma que sería ella sola suficiente contra el oportunismo, sino simplemente sería como un medio externo mediante el cual podría ejercerse la influencia decisiva de la mayoría proletaria-revolucionaria actual. Cuando falta una mayoría así, la constitución escrita más rigurosa no puede actuar en su lugar".
Es así evidente que la izquierda era favorable a la defensa más intransigente de la disciplina y de la centralización del partido y al respeto de los estatutos (3). De hecho, del mismo modo que aquí expresa su preocupación de defender el partido alemán mediante una disciplina rigurosa, Rosa Luxemburg, desde finales del siglo XIX no cesó de batirse por el respeto, por parte de todos los partidos de la IIª Internacional, de las decisiones tomadas por sus Congresos (4).
1914: golpe de Estado en el seno mismo del Partido
Durante el período que precedió a la Primera Guerra mundial, la izquierda luchó por una disciplina fiel a los principios revolucionarios. Podemos pues imaginar fácilmente el terrible dilema ante el que se encontraron Karl Liebknecht y otros diputados de izquierda en el Parlamento, el 4 de agosto de 1914, cuando la mayoría de la fracción parlamentaria del SPD anunció que iba a votar los créditos de guerra requeridos por el gobierno del Káiser: o romper con el internacionalismo proletario votando a favor de los créditos de guerra, o votar como minoría contra la guerra y, por ello, romper la disciplina del partido. Lo que Liebknecht y sus camaradas fueron incapaces de comprender en esos momentos críticos es que, por haber traicionado los principios más fundamentales al haber abandonado el internacionalismo proletario con el apoyo al esfuerzo de guerra de la clase dominante, al haber roto con las decisiones de los congresos del partido y de la Internacional, fue la dirección de la Socialdemocracia la que abandonaba la disciplina del partido. A partir de aquí, la izquierda no podía seguir planteando el problema de la misma manera. Al aliarse con el Estado burgués, la fracción parlamentaria del SPD realizó un auténtico golpe de Estado en el seno del Partido, se apoderó de una autoridad a la que no tenía derecho, pero que impuso gracias a la potencia armada del Estado capitalista. Para Rosa Luxemburg: "La disciplina respecto al partido en su totalidad, es decir a su programa, pasa antes que cualquier disciplina de cuerpo y solo aquella puede servir de justificación a ésta, del mismo modo que es su límite natural". Fue la dirección, y no la izquierda, la que perpetró, desde el inicio de la guerra, violaciones sin fin a la disciplina del partido por su apoyo al Estado, "violaciones de la disciplina que consisten en que órganos sectoriales del partido traicionan por propia iniciativa la voluntad del conjunto, es decir del programa, en lugar de servirlo" (5). Y para asegurarse que la masa de militantes no pueda poner en entredicho la decisión de la dirección, el 5 de agosto (o sea el día siguiente de la votación de los créditos de guerra), el congreso del partido fue postergado hasta que terminara la guerra (6). El desarrollo de una oposición en el seno del SPD demostraría las razones de ese aplazamiento.
En los años siguientes, la izquierda del SPD, manteniéndose fiel al internacionalismo proletario, se vio enfrentada a una disciplina auténticamente burguesa en el seno del partido mismo. Inevitablemente la actividad del grupo Spartakus rompió la disciplina tal como la interpretaba ahora la dirección de un SPD aliado del Estado (7). La cuestión ahora ya no era cómo mantener la disciplina y la unidad de la organización del proletariado, sino cómo evitar dar a la dirección pretextos disciplinarios para expulsar a la izquierda del partido y aislar a militantes cuya resistencia a la guerra comenzaba a hacerse presente, expresándose inevitablemente como una resistencia al golpe de Estado de la dirección.
Un ejemplo de esta dificultad es la del desacuerdo surgido en el seno de Spartakus (8) sobre el pago de las cuotas al centro del SPD por las secciones locales. Era una cuestión verdaderamente difícil: el dinero -las cuotas de los militantes- es el "nervio de la guerra" para una organización de la clase obrera. Sin embargo, en 1916, era evidente que la dirección del SPD desviaba en realidad los fondos de organización de la lucha no hacia la guerra de clases del proletariado, sino hacia la guerra imperialista de la burguesía. En esas condiciones, Spartakus apeló a los militantes locales a "dejar de pagar las cuotas a la dirección del partido, pues ésta usa vuestro dinero, duramente ganado, para apoyar una política y publicar textos que quieren transformaros en paciente carne de cañón del imperialismo, todo ello con la finalidad de prolongar la matanza" (9).
Desde que se inició el combate de la izquierda contra la traición de 1914 se planteó la cuestión de crear una nueva Internacional. Si para ciertos revolucionarios como Otto Rühle (10), la traición total del SPD y su utilización feroz de la disciplina mecánica impuesta en colaboración con el Estado eran la prueba definitiva de que todos los partidos políticos estaban inevitablemente condenados a convertirse en monstruos burocráticos y a traicionar a la clase obrera, cualquiera que fuera su programa, no fue esa la conclusión sacada por la mayoría de la izquierda. Al contrario, se trataba de entablar una batalla por la construcción de una nueva Internacional y la victoria de la revolución proletaria iniciada en Petrogrado en octubre de 1917. Para Rosa Luxemburg, como lo explica Frölich:
"El movimiento obrero debía romper con quienes se habían entregado al imperialismo; había que crear una nueva Internacional, una Internacional de más altura que la que acababa de desmoronarse", poseedora de una idea homogénea de los intereses y de las tareas del proletariado, de una táctica coherente, y de una capacidad de intervención en tiempo de paz como en tiempo de guerra. Se daba la mayor importancia a la disciplina internacional: "El centro de gravedad de la organización de clase del proletariado está en la Internacional. La Internacional decide en tiempos de paz sobre la táctica que deben adoptar las secciones nacionales en lo que concierne al militarismo, la política colonial (…) etc., y además del conjunto de la táctica que adoptar en caso de guerra. La obligación de aplicar las resoluciones de la Internacional prevalece ante toda otra obligación de la organización (…) La patria de los proletarios, en cuya defensa debe quedar todo subordinado, es la Internacional socialista" (11).
Cuando en junio de 1920, se reunieron los delegados en Moscú para el IIº Congreso de la Internacional comunista, la guerra civil seguía causando estragos en Rusia y los revolucionarios del mundo entero estaban en pleno combate contra la burguesía y los social-traidores, o sea, los viejos partidos que habían traicionado a la clase obrera con su apoyo a la guerra.
Estaban también confrontados a las oscilaciones de las corrientes "centristas" que dudaban todavía en romper los vínculos con los viejos métodos socialistas o, al menos en el caso de muchos dirigentes, con sus viejos amigos que habían permanecido en la socialdemocracia corrupta. Los centristas tampoco estaban listos para romper radicalmente con las viejas tácticas legalistas. En una situación así, los comunistas, y en particular el ala izquierda, estaban decididos a que la nueva Internacional no repitiera los errores de la antigua en materia de disciplina. Dejaría de haber autonomía para los particularismos de los partidos nacionales, que sólo habían servido de taparrabos del chovinismo en la antigua Internacional (12), como tampoco se toleraría el arribismo pequeño burgués cuyos intereses eran llevar a cabo una carrera parlamentaria personal. La Internacional comunista debía ser una organización de combate, la dirección del proletariado en su lucha mundial decisiva por el derrocamiento del capitalismo y la toma del poder político. Esta determinación se plasmó en las 21 condiciones de adhesión a la Internacional, adoptadas por el Congreso. Citemos, por ejemplo, el punto 12:
"Los Partidos que pertenecen a la Internacional comunista deben edificarse sobre el principio de la centralización democrática. En la época actual de guerra civil encarnizada, el Partido comunista sólo podrá cumplir su función si está organizado de la manera más centralizada, si en él se admite una disciplina de hierro rayana en la disciplina militar y si su organismo central cuenta con amplios poderes, ejerce una autoridad indiscutible, se beneficia de la confianza unánime de los militantes".
Las 21 condiciones fueron reforzadas por los estatutos de la organización que establecían claramente que la Internacional debía ser un partido mundial y centralizado. Según el punto 9 de los estatutos: "El Comité Ejecutivo (órgano central internacional) de la Internacional comunista tiene derecho a exigir a los Partidos afiliados que sean excluidos grupos o individuos que hubieran infringido la disciplina proletaria; puede exigir la exclusión de Partidos que hayan violado las decisiones del Congreso mundial".
La izquierda compartía totalmente esa determinación, como lo ilustra con creces el hecho de que fuera Bordiga, dirigente de la izquierda del Partido socialista italiano, el que propuso la nº 21 (13):
"Los adherentes al Partido que rechacen las condiciones y las tesis establecidas por la Internacional comunista deben ser excluidos del Partido. Y lo mismo para los delegados al Congreso extraordinario".
La trágica degeneración de la Internacional comunista fue paralela al retroceso a la oleada revolucionaria de 1917. La clase obrera rusa quedó desangrada por la guerra civil, la revuelta de Cronstadt fue aplastada, la revolución derrotada en todos los países centrales de Europa (Alemania, Italia, Hungría), sin ni siquiera conseguir desarrollarse en Francia o Gran Bretaña y la propia Internacional estaba dominada por el Estado ruso dirigido ya por Stalin y su policía política (la GPU). El año 1925 iba a ser el de la "bolchevización": la Internacional quedó reducida al papel de instrumento entre las manos del capitalismo de Estado ruso. A medida que la contrarrevolución ganaba la Internacional, la disciplina proletaria iba cediendo el terreno a la disciplina de la estaca burguesa.
Semejante degeneración, inevitablemente, tuvo que enfrentarse a una fuerte oposición por parte de los comunistas de izquierda, a la vez dentro de Rusia (Oposición de izquierda de Trotski, el grupo obrero de Miasnikov, el grupo "Centralismo democrático", etc.) y en el seno de la Internacional misma, especialmente por parte de la izquierda del PC italiano agrupada en torno a Bordiga (14). Una vez más, como durante la guerra de 1914, la izquierda se encontró enfrentada a la cuestión de la disciplina del partido, una disciplina que, en Rusia al menos, se identificaba con la GPU de Stalin, la cárcel y los campos de concentración. Pero la Internacional no era el Estado ruso, y la izquierda italiana estaba decidida a luchar, mientras fuera posible, para arrancarla de las manos de la derecha, preservándola para la clase obrera. Lo que no estaba dispuesta a hacer era llevar a cabo el combate negando los principios mismos por los que había luchado en el IIº Congreso. Más concretamente, Bordiga y la izquierda de la IC no estaban dispuestas a abandonar la disciplina de un partido centralizado a sus adversarios. En marzo-abril de 1925, el ala izquierda del partido italiano hizo un primer intento para trabajar como grupo organizado formando el "Comité de entendimiento":
"En cuanto se anunció el Congreso, un Comité de entendimiento se creó espontáneamente para así evitar las reacciones desordenadas de los militantes y de los grupos, que habrían llevado a la disgregación, y para canalizar la acción de todos los camaradas de la Izquierda en la línea común y responsable, en los estrictos límites de la disciplina, estando garantizados los derechos de todos en la constitución del partido. La dirección (15) echó mano de estos hechos para utilizarlos en su plan de agitación que presentaba a los camaradas de la Izquierda como fraccionistas y escisionistas a quienes se prohibió defenderse y contra los cuales se obtuvieron votos de los comités federales mediante presiones ejercidas desde arriba" (Tesis de Lyón, 1926) (16).
La dirección de la Internacional exigió la disolución del Comité de entendimiento y la izquierda se sometió a esta decisión aún protestando:
"Acusados de fraccionismo y de escisionismo, sacrificaremos nuestras opiniones por la unidad del partido ejecutando una orden que nosotros consideramos injusta y ruinosa para el partido. Demostraremos así que la Izquierda italiana es quizás la única corriente que considera la disciplina como algo serio con lo que no hay que regatear. Nosotros reafirmamos todas nuestras posiciones anteriores y todos nuestros actos. Negamos que el Comité de Entendimiento haya sido una maniobra para hacer una escisión en el partido y constituir una fracción en su seno y protestamos una vez más contra la campaña organizada con esas bases sin darnos siquiera el derecho de defendernos y engañando escandalosamente al partido. No obstante, ya que la dirección piensa que la disolución del Comité de entendimiento alejará el fraccionismo y, aún siendo nosotros de parecer contrario, obedeceremos. Pero dejamos a la dirección la entera responsabilidad de la evolución de la situación interior del Partido y de las reacciones determinadas por la manera con la que la dirección ha administrado la vida interior" (ídem).
Cuando Karl Korsch, excluido poco antes del KPD (17), escribió a Bordiga en 1926 para proponer una acción común entre la izquierda italiana y el grupo Kommunistische Politik, éste lo rechazó. Vale la pena citar dos de las razones que da. Por un lado, consideraba que la base teórica para tomar tal posición no había quedado establecida todavía:
"Creo, en general, que la prioridad de hoy debe ser, más que la organización y la maniobra, un trabajo de elaboración de una ideología política de la izquierda internacional, basada en las experiencias elocuentes que la IC ha atravesado. Como este punto dista mucho de ser alcanzado, toda iniciativa internacional parece difícil".
Por otro lado, la unidad y la centralización internacional de la Internacional no era algo que pudiera abandonarse a la ligera:
"No debemos favorecer nosotros la escisión en los partidos y en la Internacional. Debemos permitir que la experiencia de la disciplina artificial y mecánica alcance sus límites, respetando esa disciplina en todas sus absurdeces de leguleyo mientras sea posible, sin renunciar nunca a nuestra critica política e ideológica y sin solidarizarnos nunca con la orientación dominante".
La lucha de la Izquierda italiana contra la degeneración de la Internacional primero y después para extraer todas las lecciones de esa degeneración y de la derrota de la revolución rusa fue algo esencial para la creación del medio político proletario de hoy. Las principales corrientes existentes hoy, incluida la CCI, son descendientes directos de aquella lucha y, para nosotros, es indiscutible que la defensa de la disciplina proletaria en el seno de la Internacional que la Izquierda italiana llevó a cabo forma parte íntegra de la herencia que nos ha legado. La disciplina proletaria de la Internacional fue algo esencial para desmarcarse de los social-traidores, pues permitió definir lo que era y lo que no era aceptable en el seno de las organizaciones de la clase obrera. Sin embargo, como decía Bordiga, la disciplina proletaria es algo totalmente ajeno a la disciplina impuesta a las clases explotadas por el Estado capitalista.
A partir del momento en que ya no pudo seguir trabando en la Internacional al haber sido excluida por la dirección estalinista, la Fracción de izquierda italiana adoptó su propia forma organizativa (en torno a la publicación Bilan), sacando para ello las lecciones de sus luchas por la Internacional y en el seno de ésta.
Y la primera lección fue la insistencia sobre la discusión "sin ostracismos", como decía Bilan, para así hacer surgir todas las lecciones de la inmensa experiencia de la oleada revolucionaria que siguió a Octubre de 1917. Pero también las fracciones de izquierda estaban enfrentadas a crisis en su seno cuando, precisamente, fallaba "la voluntad de acción organizada, basada en la convicción revolucionaria de cada militante" por parte de minorías en el seno de la organización. ¿Cómo hacer pues cuando el marco mismo que permite esa acción organizada es zarandeado por algunos de sus propios militantes? La primera de las crisis que vamos a tratar surge en 1936, cuando una importante minoría de Bilan rechazó la posición de la mayoría según la cual el enfrentamiento que estaba ocurriendo en España no se realizaba en el terreno de la revolución proletaria, sino en el de la guerra imperialista. La minoría exigió el derecho de tomar las armas para defender la "revolución" española y, a pesar del veto de la Comisión ejecutiva (CE) de Bilan, 26 miembros de la minoría se fueron a Barcelona en donde crearon una nueva sección. Ésta se negó a pagar sus cuotas, integró a nuevos miembros con la base de la participación en el frente militar en España y exigió el reconocimiento a la vez de la sección de Barcelona y de los nuevos militantes recién integrados como condición previa para continuar su actividad en el seno de la organización (18).
La manera con la que la izquierda italiana trató el problema de la disciplina en sus propias filas era coherente con su idea de la organización y de las relaciones de los militantes con ella. Y así la CE "ha decidido no forzar la discusión. El objetivo es permitir que organización se beneficie de las contribuciones de los camaradas que están imposibilitados para intervenir activamente en ella y, también porque la evolución permitirá una mejor clarificación de las divergencias fundamentales surgidas en los debates" (19). Habida cuenta de la importancia de las divergencias, la CE sabía que la escisión era casi inevitable y consideró que la prioridad era la de la clarificación programática. Para que ésta fuera posible, estaba dispuesta a dejar de lado ciertas violaciones de los estatutos por parte de la minoría para que ésta no tuviera pretextos para abandonar la organización y esquivar así la confrontación sobre temas de fondo. Llegó incluso a aceptar el impago de las cuotas por la minoría. Cuando la minoría de la Fracción constituyó un "Comité de coordinación" (CC) para negociar con la mayoría y pedir el inmediato reconocimiento de la sección de Barcelona (anunciando incluso que consideraría la negativa al reconocimiento de la sección como una exclusión de la minoría), la CE empezó negándose:
"La CE se ha basado en un criterio elemental y de principio de la vida de la organización cuando decidió no reconocer el grupo de Barcelona. Y por eso consideramos que ni siquiera fueron discutidas por el Comité de coordinación y que fueron comunicadas en nuestro precedente comunicado. No se decidió ninguna exclusión contra los miembros de la Fracción y por eso resulta incomprensible la decisión del Comité de Coordinación cuando considera como excluido al conjunto de la minoría si el grupo de Barcelona no es reconocido" (20).
A causa de la amenaza de escisión esgrimida por la minoría, la CE decidió reconocer la sección de Barcelona. Se negó, sin embargo, a reconocer a los militantes recién integrados en la sección, por el hecho de haber entrado con una base de lo más confuso y sin haber dado, además, su acuerdo con los textos fundamentales de la Fracción. Así, "la CE, basándose en el mismo criterio, es decir que la escisión debía hacerse sobre cuestiones de principio, de ninguna manera sobre cuestiones particulares de tendencia y menos aún sobre cuestiones de organización…" (21).
Esta determinación en mantener el debate político no tuvo el menor eco. La minoría se negó a asistir al congreso de la Fracción, organizado para discutir las posiciones presentes, se negó a dar a conocer a la CE sus propios documentos políticos y tomó contacto con el grupo antifascista "Giustizia e Libertà". Por consiguiente:
"En estas condiciones, la C.E. hace constar que la evolución de la minoría es la prueba patente de que ya no se la puede considerar como una tendencia de la organización sino como resultado de la maniobra del Frente Popular en el seno de la Fracción. En consecuencia, no se puede plantear un problema de escisión política de la organización. Por otra parte, teniendo en cuenta que la minoría se combina con fuerzas enemigas de la Fracción y claramente contrarrevolucionarias (…) a la vez que proclama inútil discutir con la Fracción, la C.E. decide la expulsión por indignidad política de todos los camaradas que se solidaricen con la carta del Comité de coordinación del 25 de noviembre de 1936 y deja quince días a los compañeros de la minoría para que se pronuncien definitivamente. (22)
La Izquierda italiana habría de sufrir otra crisis cuando estalló la guerra mundial, pues la Fracción se disolvió siguiendo la idea, defendida por Vercesi, de que el proletariado desaparecía como clase en período de guerra. Una parte de sus miembros, sin embargo, reconstruiría la Fracción durante la guerra en torno al núcleo de Marsella. Se constituyó, paralelamente, la Fracción francesa de la Izquierda comunista (FFGC). En 1945 estalló una nueva crisis. Acababa de ser fundado en Italia el nuevo Partito Comunista Internazionalista por los miembros de la Izquierda italiana que habían pasado la guerra en las cárceles de Mussolini. La Fracción italiana decidió disolverse e ingresar individualmente en las filas del partido. La FFGC criticó duramente esa decisión, estimando que las bases para formar un nuevo partido en Italia no eran claras y que la disolución de la Fracción daba la espalda a toda la labor cumplida antes y durante la guerra por la Fracción italiana en el exilio. Marco, de la Fracción italiana, y la FFGC rechazaron la liquidación de la Fracción. Una parte de la FFGC, sin embargo, adoptó las posiciones de la mayoría de la Fracción italiana. Pero, en lugar de defender esa posición política en el seno de la organización, esos militantes prefirieron orquestar una campaña de calumnias dentro y fuera de la FFGC, campaña dirigida sobre todo contra Marco. Al no haber podido hacer volver a esos camaradas al terreno de la disciplina organizativa, una asamblea general de la FFGC tuvo que acabar adoptando una resolución (17/06/1945) (23) sancionándolos:
"La Asamblea general reafirma la posición de principio de que las escisiones y las exclusiones no pueden servir de medio para resolver un debate político, mientras las divergencias no lo sean sobre las bases programáticas y de principio. Al contrario, cuando las medidas organizativas intervienen en el debate político lo único que hacen es embrollar los problemas, impidiendo la plena maduración de las tendencias, que es lo único que permite al conjunto del movimiento sacar las conclusiones y fortalecer, a través de la lucha política, el acervo ideológico de la fracción. De esta posición de principios no se deduce ni mucho menos que la elaboración política pueda realizarse de cualquier manera. La elaboración política sólo puede concebirse mediante el respeto de las reglas elementales de la organización y con el trabajo fraterno y colectivo en interés de la clase y de la organización (…)
"Primero, esos dos elementos se esquivan para explicarse ante el conjunto de los camaradas y públicamente en nuestro órgano Internationalisme, para luego publicar un comunicado con la firma de "un grupo de militantes de P", en el cual se expanden en ataques injuriosos y en calumnias (…)
"Y es así como esos dos han roto abierta y públicamente los últimos lazos que les unían a la fracción de la GCF. (…)
"La actividad de Al y de F ha demostrado a la vez su incompatibilidad con su presencia en la organización y su ruptura pública al situarse fuera de ella (…) Tras constatar esos hechos, la organización los sanciona y suspende de organización a los camaradas Al y F por un año (…) la asamblea les pide que devuelvan inmediatamente el material de la organización que conservan…
Lo que con eso subraya la Fracción no es únicamente que la organización tiene derecho a esperar de sus miembros un comportamiento acorde con sus principios, sino algo más fundamental todavía: que el desarrollo del debate, y por lo tanto de la conciencia, no es posible sin el respeto de las reglas comunes a todos.
En un artículo publicado en 1999, desarrollamos nuestra visión sobre el papel de los estatutos en la vida de una organización revolucionaria:
"Y en eso también nos mantenemos fieles al método y las enseñanzas de Lenin en materia de organización. El combate político por establecer reglas precisas en las relaciones organizativas, o sea los estatutos, es algo fundamental. Al igual que el combate por que se respeten, claro está. Sin éste, las grandes declaraciones sobre el partido no son más que fantasmadas. (…)
"(…) el aporte de Lenin concierne también y especialmente los debates internos, el deber -y no sólo el simple derecho- de expresión de toda divergencia en el marco de la organización ante la organización en su conjunto; y una vez zanjados los debates y tomadas las decisiones por el congreso (órgano soberano, verdadera asamblea general de la organización) las partes y los militantes se subordinan al todo. Contrariamente a la idea, extendida a mansalva, de un Lenin dictatorial, que habría intentado a toda costa ahogar los debates y la vida política en la organización, en realidad no cesa de oponerse a la idea menchevique que veía el congreso como "un registrador, un controlador, pero no un creador" (Trotski en Informe de la delegación siberiana). (…)
"Los estatutos de la organización revolucionaria no son meras medidas excepcionales o protecciones. Son la concreción de los principios organizativos propios a las vanguardias políticas del proletariado. Producto de estos principios, son a la vez un arma de combate contra el oportunismo en materia de organización y los fundamentos en los que va a construirse y levantarse la organización revolucionaria. Son la expresión de su unidad, de su centralización, de su vida política y organizativa, como también de su carácter de clase. Son la regla y el espíritu que han de guiar cotidianamente a los militantes en su relación con la organización, en su relación con los demás militantes, en las tareas que les son confiadas, en sus derechos y deberes, en su vida cotidiana personal que no puede estar en contradicción ni con su actividad militante ni tampoco con los principios comunistas". (24)
Esa especial insistencia en nuestros estatutos sobre el marco que no sólo debe permitir sino animar el debate más amplio en el seno de la organización viene en gran parte de la experiencia de las izquierdas que combatieron la degeneración de los antiguos partidos obreros. Hay, sin embargo, un aspecto en el que nos hemos quedado retrasados en comparación con nuestros predecesores: el problema de cómo tratar no el debate sino la calumnia y la provocación en el seno de la organización. Las organizaciones del pasado sabían, a partir de su experiencia amarga y repetida, que el Estado burgués es experto en infiltrar a agentes provocadores y que el papel del provocador no era sólo espiar a los revolucionarios y denunciarlos ante el aparato represivo del Estado, sino también ir sembrando semillas de desconfianza autodestructora y de sospechas entre los revolucionarios mismos. También sabían que esa desconfianza no tenía que ser forzosamente la labor de un provocador, sino que también podía ser el fruto de celos, frustraciones y resentimientos que son parte de la vida de la sociedad capitalista y contra los cuales los revolucionarios no están inmunizados. Como lo demostramos en los artículos publicados en nuestra prensa territorial, esta cuestión era, pues, un elemento clave de los estatutos de las organizaciones proletarias anteriores; no sólo la provocación sino también la acusación de provocación a un militante eran tratadas con la mayor seriedad (25).
A las fuerzas ciegas de la economía y al poder represivo del Estado burgués, el proletariado opone la fuerza consciente y organizada de una clase revolucionaria mundial. A la disciplina de plomo que impone la burguesía, el proletariado opone una disciplina voluntaria y consciente porque es para él un elemento indispensable de su unidad y de su capacidad para organizarse.
Cuando se comprometen en una organización comunista, los militantes aceptan la disciplina que viene del reconocimiento de lo que es necesario hacer por la causa de la revolución proletaria y de la liberación de la humanidad del yugo milenario de la explotación de clase. Pero no es ni mucho menos porque se comprometen a respetar las reglas comunes de acción por lo que los militantes comunistas deberían abandonar todo sentido crítico hacia su clase y hacia su organización. Muy al contrario: el espíritu crítico, que es responsabilidad de cada militante, es indispensable para la propia existencia de la organización, pues sin él ésta acabaría siendo un cuenco vacío cuyas palabras revolucionarias no serían sino la careta de una práctica oportunista. Por eso es por lo que las izquierdas en el seno de una IC degenerante combatieron hasta el final el uso de una disciplina administrativa para acallar las divergencias políticas.
No lo hicieron, sin embargo, en nombre de no se sabe qué "libertad de pensamiento", "derecho a la crítica" u otras quimeras anarquistas o burguesas. Como lo hemos visto a lo largo de este artículo, en regla general la ruptura de la disciplina no fue cosa de la izquierda, sino de las tendencias oportunistas, una expresión de la penetración de ideas burguesas o pequeño burguesas en la organización. Los militantes de izquierda, en general, Lenin, Rosa Luxemburg, Bordiga y demás, eran los más determinados en respetar y hacer respetar las decisiones de la organización, de sus congresos, de sus órganos centrales, y a luchar por sus principios, se tratara de posiciones programáticas o de las reglas de funcionamiento y de comportamiento.
Como hemos visto a través de los ejemplos de las fracciones de izquierda en el SPD alemán y la Internacional comunista, la degeneración de una organización pone a los militantes de izquierda ante un dilema terrible: romper o no romper con la disciplina organizativa para mantenerse fiel a "la disciplina hacia el partido en su totalidad, o sea hacia su programa" como decía Rosa Luxemburg. La clase obrera tiene derecho a exigir a sus fracciones de izquierda que sepan tomar una decisión con la mayor seriedad. Romper la disciplina de la organización no es algo que pueda tomarse a la ligera, pues la autodisciplina es algo central en la unidad de la organización y en la confianza mutua que debe unir a los camaradas en su lucha por el comunismo.
Jens.
los artículos que vienen a continuación fueron publicados en 1936 en los números 30 y 31 de la revista Bilan, órgano de la Fracción italiana de la Izquierda comunista. Era vital que la Fracción expresara la posición marxista sobre el conflicto judeo-árabe en Palestina, tras la huelga general árabe contra la inmigración judía que había degenerado en una serie de pogromos sangrientos. Aunque desde aquel entonces hayan cambiado algunos aspectos específicos, es de señalar hasta qué punto estos artículos pueden hoy aplicarse a la situación de la región. Demuestran en particular con notable precisión cómo los movimientos “nacionales”, sean judíos o árabes, por mucho que estén engendrados por la opresión y la persecución, se mezclan inextricablemente con los conflictos de los imperialismos rivales, y cómo fueron ambos utilizados para ocultar los intereses de clase comunes a los proletarios árabes y judíos, lanzándolos a mutuo degüello en nombre de los intereses de sus explotadores. Estos dos artículos demuestran que :
– el movimiento sionista llagó a ser un proyecto realista sólo tras haber recibido el apoyo del imperialismo británico, el cual intentaba crear lo que él llamaba una “pequeña Irlanda” en Oriente Medio, zona de importancia estratégica creciente con el desarrollo de la industria petrolera ;
– Gran Bretaña, aun apoyando el proyecto sionista, jugaba sin embargo doble juego ; debía tener en cuenta la muy importante componente arabo-musulmana de su imperio colonial ; ya había utilizado cínicamente las aspiraciones nacionales árabes con ocasión de la Primera Guerra mundial, cuando su mayor preocupación era acabar con el imperio otomano que se desmoronaba. Había entonces hecho toda clase de promesas a la población árabe de Palestina y de la región. Esta política clásica de”divide y vencerás” tenía dos objetivos : mantener el equilibrio entre las diferentes aspiraciones imperialistas nacionales en conflicto en esa área bajo su dominación, e impedir que las masas explotadas de la zona tomaran conciencia de sus intereses materiales comunes;
– el movimiento de “liberación árabe”, a pesar de su oposición al apoyo de Gran Bretaña al sionismo, no tenía entonces nada de antiimperialista –como tampoco lo eran los elementos sionistas dispuestos a tomar las armas contra Gran Bretaña. Ambos movimientos nacionalistas se situaban totalmente en el marco del juego imperialista global. Si una fracción nacionalista se volvía en contra de su antiguo “padrino” imperialista, no tenía más remedio que buscar el apoyo de otro imperialismo. Cuando la guerra de independencia de Israel en 1948, prácticamente todo el movimiento sionista se había vuelto antiinglés, pero al hacerlo se convertían en instrumento del nuevo imperialismo triunfante, Estados Unidos, dispuesto a utilizar lo que le cayera entre las manos para quitar de en medio a los viejos imperios coloniales. También pone en evidencia Bilan cómo, cuando entró en conflicto abierto el nacionalismo árabe contra Gran Bretaña, se le abrieron las puertas a las ambiciones del imperialismo italiano y alemán ; después de la guerra, habríamos de ver a la burguesía palestina acercarse al bloque ruso, más tarde a Francia y a otras potencias europeas en su conflicto con Estados Unidos.
Los cambios principales que se han producido desde que se escribieron estos artículos están en el que el sionismo logró construir un Estado, lo que ha cambiado fundamentalmente la relación de fuerzas en la región, y en que ya no es Gran Bretaña sino Estados Unidos quien domina esta región. Pero la esencia misma del problema sigue siendo la misma : la creación del Estado israelí, que expulsó decenas de miles de palestinos, no hizo sino llevar a su extremo la tendencia a la expropiación de los campesinos palestinos, tendencia inherente al proyecto sionista, como lo anota Bilan. A su vez, EE.UU está obligado a mantener un equilibrio contradictorio apoyando por un lado el Estado sionista y por el otro intentando mantener a toda costa bajo su influencia al “mundo árabe”. Mientras tanto, los rivales de EE.UU siguen haciendo todo lo que pueden para utilizar a su favor los antagonismos que tiene éste con los paises de la región.
Lo más pertinente es la clara denuncia por Bilan de la forma con la que ambos chovinismos fueron utilizados para mantener el conflicto entre los obreros ; a pesar de ello, o mejor dicho debido a ello, la Fracción italiana se negó a hacer cualquier tipo de concesión en la defensa del auténtico internacionalismo : “No existe una cuestión ‘palestina’ para el verdadero revolucionario, sino únicamente la lucha de todos los explotados de Oriente Próximo, árabes o judíos, parte de la lucha más general de los explotados del mundo entero por la revuelta comunista”. Rechazó entonces totalmente la política estalinista de apoyo al nacionalismo árabe so pretexto de combatir el imperialismo. La política de los partidos estalinistas de aquel entonces es hoy la de los partidos trotskistas y demás izquierdistas que se hacen portavoces de la “Resistencia” palestina. Semejantes políticas son tan contrarrevolucionarias hoy como lo eran en 1936.
Hoy en día, cuando las masas de ambas partes son más que nunca aguijoneadas por un odio mutuo rabioso, cuando las víctimas de las matanzas son infinitamente más numerosas que durante los años 30, el internacionalismo más intransigente sigue siendo el único antídoto contra el veneno nacionalista.
CCI, junio de 2002
La agravación del conflicto judeo- árabe en Palestina, la acentuación de la orientación antibritánica del mundo árabe –el cual, durante la Primera Guerra mundial, había sido un peón del imperialismo inglés– nos han determinado a analizar el problema judío y el del nacionalismo panárabe. Intentaremos en este primer artículo tratar del primero de ambos problemas.
Ya se sabe que tras la destrucción de Jerusalén por los romanos y la dispersión del pueblo judío, todos los países a los que fueron, cuando no se les expulsaba del territorio (menos por las razones religiosas invocadas por las autoridades católicas que por razones económicas, en particular para incautarse de sus bienes y anular los créditos), ordenaron sus condiciones de existencia según la bula papal de mediados del siglo XVI que fue una regla para todos países, que les obligaba a vivir encerrados en barrios cerrados (ghettos, juderías) y a llevar una insignia infamante.
Expulsados de Inglaterra en 1290, de Francia en 1394, emigraron a Alemania, Italia y Polonia; expulsados de España en 1492 y de Portugal en 1498, se refugiaron en Holanda, Italia y sobre todo en el Imperio Otomano que entonces dominaba África del Norte y la mayor parte del sureste de Europa, países en donde formaron esta comunidad, que sigue hoy existiendo, que habla un dialecto judeo-español, mientras que los que emigraron a Polonia, Rusia o Hungría, etc., hablan un dialecto judeo-alemán. La lengua hebraica, que durante aquellos tiempos siguió siendo la lengua de los rabinos, ha dejado de ser lengua muerta para convertirse en lengua de los judíos de Palestina con el movimiento nacionalista judío actual.
Mientras los judíos occidentales– los menos numerosos– y parcialmente los de Estados Unidos han logrado alcanzar una influencia económica y política gracias a su influencia bursátil, como también une influencia intelectual gracias a que muchos ejercían profesiones liberales, la gran masa se concentró en Europa oriental en donde, ya a finales del siglo XVIII, se agrupaba el 80 % de los judíos de Europa. Cuando el reparto de Polonia y a la anexión de Besarabia, pasaron bajo la dominación de los zares que tuvieron en sus territorios, a principios del siglo XIX, las dos terceras partes de los judíos. El gobierno ruso ejerció desde Catalina II una política represiva que alcanzó su punto más álgido con Alejandro III quien consideraba en estos términos el problema judío: “una tercera parte ha de ser convertida, otra ha de emigrar y la última debe ser exterminada”. Estaban encerrados en una serie de distritos en provincias del Noroeste (Rusia blanca), del Sureste (Ucrania y Besarabia) y en Polonia. Éstas fueron sus áreas de residencia. No tenían derecho a vivir fuera de las ciudades como tampoco, y sobre todo, en las regiones industrializadas (cuencas mineras o regiones metalúrgicas). Sin embargo fue sobre todo entre los judíos donde apareció el capitalismo durante el siglo XIX y se diferenciaron las clases sociales.
Fue la presión del terrorismo gubernamental ruso lo que dio su primer impulso a la colonización palestina. Sin embargo, tras su expulsión de España, ya habían vuelto a Palestina los primeros judíos a finales del siglo XV. La primera colonia agrícola se fundó en Jaffa en 1870. Pero la primera emigración importante no empezaría hasta 1880, cuando la persecución policiaca y los primeros pogromos (1) provocaron una emigración hacia América y hacia Palestina.
Esa primera “Aliya” (inmigración judía) de 1882, llamada de los “Biluimes”, estaba en su mayoría compuesta de estudiantes rusos, a quienes se puede considerar como los pioneros de la colonización judía de Palestina. La segunda “Aliya” se produjo en 1904-1905, y fue la consecuencia del aplastamiento de la primera revolución en Rusia. El número de judíos en Palestina pasó de 12‑000 en 1850 a 35 000 en 1882, para alcanzar 90 000 en 1914.
Todos eran judíos de Rusia o de Rumania, intelectuales y proletarios, puesto que los capitalistas judíos de Occidente, los Rothschild y los Hisch, se limitaron a proporcionar un apoyo financiero, lo cual les procuraba una fama de filántropos sin tener que arriesgar sus tan valiosas personas.
Entre los “Biluimes” de 1882, los socialistas eran poco numerosos, pues en las controversias sobre si la emigración judía debía dirigirse hacia Palestina o América, la mayoría eran favorables a Estados Unidos. En cambio, con la primera emigración judía a Estados Unidos los socialistas eran ya muy numerosos y allí formaron rápidamente organizaciones, periódicos y hasta intentos de colonias comunistas.
La segunda vez que se planteó la cuestión de saber hacia dónde dirigir la emigración judía fue, como ya hemos dicho, tras la derrota de la primera revolución rusa, y la consiguiente agravación de los pogromos, como el ocurrido en Kichinev.
El sionismo, que intentaba darle al pueblo judío un lugar en Palestina y que había constituido un Fondo nacional para comprar tierras, se dividió en el VIIº Congreso sionista entre la corriente tradicionalista que se mantenía fiel a la constitución de un Estado judío en Palestina y la corriente territorialista favorable a la colonización, incluso en cualquier otro lugar, y más concretamente en Uganda, ofrecida por Inglaterra.
Sólo una minoría de socialistas judíos, los “Poales” sionistas de Ber Borochov, se mantuvieron fieles al “tradicionalismo”, mientras que la mayoría de los demás partidos socialistas judíos del aquel entonces, tales como el Partido de los socialistas sionistas y los “Serpistas” – algo así como una copia en el ámbito judío de los SR rusos –, se declararon favorables al territorialismo. Como es sabido, la más fuerte y antigua organización judía de entonces, el Bund, era todavía, al menos en aquel tiempo, totalmente contraria a la cuestión nacional.
Un momento decisivo para el movimiento de renacimiento nacional fue la guerra mundial de 1914, cuando a consecuencia de la ocupación por las tropas británicas de Palestina, a las que se había unido la Legión judía de Jabotinsky, se promulgó la Declaración de Balfour de 1917 que prometía la formación de un Hogar nacional judío en Palestina.
Esta promesa quedó confirmada cuando la Conferencia de San Remo de 1920, en la que se puso a Palestina bajo mandato inglés.
La Declaración de Balfour favoreció una tercera “Aliya”, pero la más numerosa fue sobre todo la cuarta, la que coincidió con la entrega del mandato palestino a Inglaterra. En esta “Aliya” ya había muchas capas de pequeño burgueses. Es sabido que la última inmigración a Palestina, tras el advenimiento de Hitler al poder, fue la de mayor importancia y en ella había un alto porcentaje de capitalistas.
Si un primer censo hecho en 1922 en Palestina, no registró, habida cuenta los estragos de la guerra mundial, más que 84 000 judíos, o sea el 11 % de la población total, el de 1931 registró ya 175 000. En 1934, las estadísticas dan el resultado de unos 307‑000 en una población total de 1 171 000. Ahora se habla de 400 000 judíos.
El 80‑% de judíos se ha establecido en las ciudades, cuyo desarrollo queda ilustrado en la rápida aparición de la ciudad de Tel Aviv; el desarrollo de la industria judía es rápido: se contaban en 1928 a 3505 fábricas de las que 782 contaban con más de 4 obreros, o sea 18‑000 obreros con un capital invertido de 3,5 millones de libras esterlinas.
Los judíos establecidos en el campo no representan sino el 20‑%, mientras que los árabes son el 65‑% de la población agrícola. Pero los fellah (campesino árabe) trabajan la tierra con medios primitivos, cuando los judíos en sus colonias y plantaciones trabajan aplicando los métodos intensivos del capitalismo, explotando una mano de obra árabe muy barata.
Las cifras dadas aquí explican ya un aspecto del conflicto actual. Desde hace 20 siglos, los judíos abandonaron Palestina y otras poblaciones se instalaron en las orillas del Jordán. Aunque la declaración de Balfour y las decisiones de la Sociedad de Naciones pretendan asegurar el respeto a los derechos de los ocupantes de Palestina, en realidad el incremento de la inmigración judía implica la expulsión de los árabes de sus tierras, por mucho que éstas sean compradas a muy bajo precio por el Fondo Nacional Judío.
No es por humanidad hacia “el pueblo perseguido y sin patria” si Gran Bretaña ha optado por una política projudía. Son los intereses de la alta finanza inglesa, en la que los judíos tienen una influencia predominante, lo que ha sido determinante en esa política. Por otro lado, desde el inicio de la colonización judía, se observa un contraste entre los proletarios árabes y los judíos. Al principio, los colonos judíos empleaban a obreros judíos, explotando su fervor nacional para defenderse de las incursiones de los árabes. Después, una vez consolidada la situación, los industriales y propietarios judíos empezaron a preferir una mano de obra árabe, menos exigente, a la judía.
Los obreros judíos, al formar sus sindicatos, se dedicaron, no ya a la lucha de clases, sino y sobre todo a organizar la competencia contra los bajos salarios de los árabes. Esto es lo que explica el carácter patriotero del movimiento obrero judío, explotado por el nacionalismo judío y el imperialismo británico.
Hay evidentemente en la base del conflicto actual, razones de naturaleza política. El imperialismo inglés, a pesar de la hostilidad de las dos razas, quisiera hacer convivir bajo el mismo techo dos Estados diferentes, creando incluso un doble parlamentarismo con una cámara diferente para judíos y árabes.
Del lado judío, junto a la dirección contemporizadora de Weizmann, están los revisionistas de Jabotinsky que combaten el sionismo oficial, acusan a Gran Bretaña de ausentismo, incluso de no cumplir sus compromisos, y que quisieran que Transjordania, Siria y la península de Sinaí se abrieran a la emigración judía.
Los primeros conflictos surgidos en agosto de 1929, en torno al Muro de Lamentaciones, provocaron, según las estadísticas oficiales, la muerte de doscientos árabes y ciento treinta judíos, cifras sin duda inferiores a la realidad, pues aunque en las instalaciones modernas los judíos consiguieron repeler los ataques, en Hebrón, Safit y en algunos arrabales de Jerusalén, los árabes organizaron auténticos pogromos.
Esos acontecimientos marcaron el punto final de la política filojudía por parte de Inglaterra, pues el imperio colonial británico comprendía muchos pueblos musulmanes, incluida India, otras tantas buenas razones de ser prudente.
Como consecuencia de la actitud del gobierno británico hacia el Hogar nacional judío, la mayoría de los partidos judíos (los sionistas ortodoxos, los sionistas generales y los revisionistas) se pasaron a la oposición, mientras que el puntal más firme de la política inglesa, que entonces estaba dirigida por el Partido laborista, fue el movimiento laborista judío, expresión política de la Confederación general del trabajo, la cual encuadraba a la práctica totalidad de los obreros judíos de Palestina.
Se ha expresado últimamente, pero solo superficialmente, una lucha común de movimientos judíos y árabe contra la potencia mandataria. Pero quedaban rescoldos en un fuego que acabó estallando en los acontecimientos del mes de mayo último.
o O o
La prensa fascista italiana se ha soliviantado contra la acusación de la prensa “sancionista” de que las revueltas en Palestina habrían sido fomentadas por agentes fascistas, acusación que ya se hizo a propósito de los recientes acontecimientos de Egipto. Nadie puede negar que el fascismo tiene el mayor interés en echar leña al fuego. El imperialismo italiano no ha ocultado nunca sus intenciones hacia Oriente Próximo, es decir su deseo de sustituir a las potencias mandatarias en Palestina y Siria. Ya posee además en el Mediterráneo una potente base naval y militar con la isla de Rodas y las demás islas del Dodecaneso. El imperialismo inglés, por su parte, aunque encuentre ventajas en el conflicto entre árabes y judíos, siguiendo la máxima romana “divide y vencerás”, está obligado a tener en cuenta el poderío financiero de los judíos y de la amenaza del movimiento nacionalista árabe.
Este último movimiento, del que hablaremos más ampliamente en otra ocasión, es una consecuencia de la guerra mundial (2), la cual fue determinante en cierta industrialización en India, en Palestina y en Siria y en el fortalecimiento de la burguesía nativa, la cual “presentaba su candidatura” para gobernar, o sea, para explotar a las masas locales.
Los árabes acusan a Gran Bretaña de querer hacer de Palestina el Hogar Nacional Judío, lo cual significaría el robo de tierras a las poblaciones indígenas. Han enviado emisarios a Egipto, Siria, Marruecos para decidir una agitación del mundo musulmán en favor de los árabes de Palestina, para así intensificar el movimiento, hacia una unión nacional panislámica. Todo ello se ha visto activado por los recientes acontecimientos de Siria, en los que se obligó a la potencia mandataria, Francia, a capitular ante la huelga general así como los acontecimientos de Egipto en donde la agitación y la formación de un frente nacional único han obligado a Londres a tratar con toda igualdad con el gobierno de El Cairo. No sabemos si la huelga general de los árabes de Palestina obtendrá un éxito así. En un próximo artículo examinaremos ese movimiento así como el problema árabe en general.
Gatto MAMMONE
1) Esta palabra viene del ruso pogrom, que significa “matanzas organizadas con el consentimiento de las autoridades contra los judíos en Rusia”.
2) Se trata, evidentemente, de la Primera y hasta entonces única Guerra mundial.
Como vimos en la parte anterior de este artículo, cuando, tras cien años de exilio, los “Biluimes” adquirieron una franja de territorio arenoso en el sur de Jaffa, se encontraron a otros pueblos, árabes, que habían ocupado su lugar en Palestina. Estos eran unos cuantos cientos de miles, fellah (campesinos árabes) o nómadas beduinos; los campesinos trabajaban con medios muy primitivos y la tierra pertenecía a latifundistas. El imperialismo inglés, como ya vimos, al animar a esos latifundistas y a la burguesía árabe a entrar en la guerra mundial a su lado, les prometió la constitución de un Estado nacional árabe. La revuelta árabe fue, en efecto, un factor decisivo en el desmoronamiento del frente turco-alemán en Oriente Próximo, pues anuló por completo el llamamiento a la Guerra Santa lanzado por el Califa otomano e hizo fracasar a muchas tropas turcas en Siria, sin hablar de la destrucción de las tropas turcas en Mesopotamia.
Pero si, por un lado, el imperialismo británico impulsó esa revuelta árabe contra Turquía gracias a las promesas de creación de un Estado árabe compuesto por todas aquellas provincias del antiguo imperio otomano (incluida Palestina), por otro lado, no iba a tardar en solicitar el apoyo de los sionistas judíos si éstos, en contrapartida, defendían los intereses británicos, diciéndoles que se les entregaría Palestina tanto en lo administrativo como en lo colonial.
o O o
Lord Balfour dirigió una carta el 2 de noviembre de 1917 a Rothschild, presidente de la Federación Sionista de Inglaterra, en la que le comunicaba que el gobierno inglés consideraba favorable el establecimiento, en Palestina, de un hogar nacional para el pueblo judío y que a ello dedicaría todos sus esfuerzos. Añadía que nada se haría que pudiera mermar ni los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías que vivían en Palestina, ni los derechos y el estatuto político que poseen los judíos en los demás países.
A pesar de las ambigüedades de esa declaración, que permitía a un pueblo nuevo instalarse en su suelo, el conjunto de la población árabe se mantuvo neutral al principio cuando no favorable a la instalación de un hogar nacional judío. Los propietarios árabes, bajo el temor de que iba a instaurarse una ley agraria, se mostraron dispuestos a vender tierras. Los jefes sionistas, por preocupaciones exclusivamente políticas, no se aprovecharon de esas ofertas e incluso llegaron a aprobar la prohibición del gobierno Albany de venta de tierras.
Pronto la burguesía manifestó tendencias a ocupar Palestina, tanto territorial como políticamente, despojando a la población autóctona y alejándola hacia el desierto. Esta tendencia se manifiesta hoy en los sionistas revisionistas, o sea en esa corriente filofascista del movimiento nacionalista judío.
La superficie de las tierras de labranza de Palestina es de unos 12 millones de “dunam” (= 1/10 de hectárea), de los que se cultivan hoy entre 5 y 6 millones
Ésta es la superficie de las tierras cultivadas por los judíos en Palestina desde 1899:
– 1899 : 22 colonias, 5 000 habitantes, 300 000 dunam.
– 1914 : 43 colonias, 12 000 habitantes, 400 010 dunam.
– 1922 : 73 colonias, 15 000 habitantes, 600 000 dunam.
– 1931 : 160 colonias, 70 000 habitantes, 1 120 000 dunam.
Para estimar el valor real de esa progresión y de la influencia que de ella se deduce, no debe olvidarse que los árabes cultivan la tierra de un modo arcaico, mientras que las colonias emplean los métodos más modernos de cultivo.
Los capitales judíos invertidos en las empresas agrícolas son estimados en varios millones de dólares/oro, y de ellos el 65 % en las plantaciones. Aunque los judíos sólo poseen el 14 % de las tierras cultivadas, el valor de sus productos alcanza la cuarta parte de la producción total.
En lo que a producción de naranjas se refiere, los judíos alcanzan el 55 % de la cosecha total.
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Fue en abril de 1920, en Jerusalén, y en mayo de 1921 en Jaffa donde se produjeron, en forma de pogromos, los primeros síntomas de la reacción árabe. Sir Herbert Samuel, alto comisario en Palestina hasta 1925 intentó calmar a los árabes haciendo cesar la inmigración judía, a la vez que prometía a los árabes un gobierno representativo y les atribuía las mejores tierras estatales del dominio público.
Después de la gran oleada de colonización de 1925, que alcanzó su cota más alta con 33 000 inmigrantes, la situación empeoró y acabó desembocando en los movimientos de agosto de 1929. Fue entonces cuando vinieron a unirse a las poblaciones árabes de Palestina las tribus beduinas de Transjordania, convocadas por agitadores musulmanes.
Tras esos acontecimientos, la Comisión de Investigación parlamentaria enviada a Palestina, conocida por el nombre de Comisión Shaw, concluyó que lo sucedido se debía a la inmigración obrera judía y a la “escasez” de tierras, proponiendo al gobierno la compra de tierras para indemnizar al fellah expulsado de su suelo.
Después, cuando en mayo de 1930, el gobierno británico aceptó en su conjunto las conclusiones de la Comisión Shaw y volvió a suspender la inmigración judía a Palestina, el movimiento obrero judío –al que, por cierto, la Comisión Shaw se había negado incluso a escuchar– replicó con una huelga de protesta de 24 horas, mientras que el Poalezion en todos los países así como los grandes sindicatos judíos de Norteamérica protestaban contra esa medida con numerosas manifestaciones.
En octubre de 1930, apareció una nueva declaración sobre la política británica en Palestina, conocida con el nombre de Libro Blanco.
También era muy poco favorable a las tesis sionistas. Pero ante las protestas cada vez mayores de los judíos, el gobierno laborista respondió en febrero de 1931 con una carta de Mac Donald en la que reafirmaba el derecho al trabajo, a la inmigración y a la colonización judía, autorizando a los empresarios judíos a emplear mano de obra judía — cuando tenían preferencia por esta mano de obra antes que la árabe- sin tener en cuenta el aumento posible del desempleo entre los árabes.
El movimiento obrero palestino se apresuró a dar su confianza al gobierno laborista inglés, mientras que los demás partidos sionistas se mantenían en una desconfiada oposición.
Ya hemos demostrado en el artículo anterior las razones del carácter chovinista del movimiento obrero palestino.
En Histadrut –principal Central sindical palestina– sólo hay judíos (el 80 % de los obreros judíos están organizados). Ha sido la necesidad de subir el nivel de vida de las masas árabes únicamente para proteger los salarios más elevados de la mano de obra judía lo que ha decidido a aquella Central, en los últimos tiempos, a intentar construir organizaciones árabes. Pero los embriones de sindicatos agrupados en “La Alianza” se mantienen orgánicamente separados de Histadrut, con la única excepción del Sindicato de ferroviarios que engloba a representantes de ambas comunidades.
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La huelga general de los árabes en Palestina acaba de entrar en su cuarto mes. La guerrilla continúa, a pesar de que un decreto reciente condena a muerte a los autores de atentados: cada día hay emboscadas y ataques contra trenes y automóviles, sin contar las destrucciones e incendios de propiedades judías.
Esos sucesos han costado ya a la potencia mandataria cerca de medio millón de libras esterlinas para el mantenimiento de las fuerzas armadas y a causa de la disminución de ingresos presupuestarios a causa de la resistencia pasiva y del boicot económico de las masas árabes. Últimamente en los Comunes [Parlamento británico], el ministro de Colonias ha anunciado la cantidad de víctimas: 400 musulmanes, 200 judíos y 100 policías; hasta ahora, han sido juzgados 1800 árabes y judíos y 1200 han sido condenados, de entre los cuales 300 judíos. Según el ministro, se ha deportado a unos cien nacionalistas árabes a campos de concentración. Cuatro dirigentes comunistas (2 judíos y un armenio) han sido detenidos y 60 comunistas en libertad vigilada. Esas son cifras oficiales.
Es evidente que la política del imperialismo británico en Palestina se inspira naturalmente de una política colonial típica de todos los imperialismos. Consiste, por todas partes, en recabar el apoyo de ciertas capas de la población colonial (oponiendo a razas entre sí, o a confesiones religiosas diferentes o haciendo surgir inquinas entre clanes y jefes), lo cual permite al imperialismo asentar sólidamente su férrea opresión sobre las masas coloniales mismas, sin distinción de razas o confesiones.
Pero ese tipo de maniobras funcionó en Marruecos y África central, el movimiento nacionalista en Palestina y Siria presenta una resistencia muy compacta. Se apoya en los países más o menos independientes que le rodean: Turquía, Persia, Egipto, Irak, Estados de Arabia y, además, está vinculado al mundo musulmán que suma varios millones de personas.
A pesar de las disparidades existentes entre los diferentes Estados musulmanes, a pesar de la política anglófila de algunos de ellos, el gran peligro para el imperialismo sería la formación de un bloque oriental capaz de imponérsele (lo cual sería posible si el despertar y el fortalecimiento del sentimiento nacionalista de las burguesías locales lograra impedir el despertar y la revuelta de clase de los explotados de las colonias, los cuales tienen que acabar tanto con sus explotadores como con el imperialismo europeo) y que podría encontrar un punto de equilibrio en torno a Turquía, la cual acaba de volver a plantear sus derechos sobre Dardanelos y volver a su política panislámica.
Ahora bien, Palestina es de una importancia vital para el imperialismo inglés. Los sionistas creyeron obtener una Palestina “judía”: en realidad sólo acabarán obteniendo una Palestina “británica”, vía de tránsito terrestre entre Europa e India. Podría sustituir la vía marítima de Suez, cuya seguridad se ha visto debilitada con la implantación del imperialismo italiano en Etiopía. No debe olvidarse que el oleoducto de Mosul (área petrolífera) desemboca en el puerto palestino de Haifa.
En fin, la política inglesa deberá siempre tener en cuenta que son 100 millones los musulmanes que viven en el Imperio británico. Hasta ahora, el imperialismo británico ha logrado, en Palestina, contener la amenaza del movimiento árabe de independencia nacional. A éste le opuso el sionismo, el cual, al exhortar a las masas judías a emigrar a Palestina dislocó el movimiento de clase de sus países de origen en donde esas masas tenían su lugar y, en fin, se aseguró así un apoyo sólido para su política en Oriente Próximo.
La expropiación de tierras a precios de saldo ha hundido en la miseria más negra a los proletarios árabes, echándolos en brazos de los nacionalistas árabes, de los grandes latifundistas y de la naciente burguesía. Ésta se aprovecha, evidentemente, para ampliar su capacidad de explotación de las masas, dirigiendo el descontento de los fellah y de los proletarios contra los obreros judíos del mismo modo que los capitalistas sionistas dirigieron el descontento de los obreros judíos contra los árabes.
De esa oposición entre explotados judíos y árabes, el imperialismo británico y las clases dirigentes árabes y judías saldrán reforzadas.
El comunismo oficial ayuda a los árabes en su lucha contra el sionismo tildado de instrumento del imperialismo inglés.
Ya en 1929, la prensa nacionalista judía publicó una lista negra hecha por la policía en la que figuraban los agitadores comunistas junto al gran Mufti y los jefes nacionalistas árabes. Actualmente han sido arrestados muchos militantes comunistas.
Tras haber lanzado la consigna de “arabización” del partido (el palestino, como el PC de Siria e incluso el de Egipto, fue fundado por un grupo de intelectuales judíos a los que luego se combatió por “oportunismo”), los centristas (3) han lanzado hoy la consigna de “Arabia para los árabes”, lo cual no es más que una copia de la consigna de “Federación de todos los pueblos árabes”, que es la divisa de los nacionalistas árabes, o sea de los latifundistas y de los intelectuales, quienes, con el apoyo del clero musulmán, dirigen el congreso árabe y canalizan, para sus propios intereses, las reacciones de los explotados árabes.
Para el verdadero revolucionario, naturalmente, no existe una cuestión “palestina”, sino únicamente la lucha de todos los explotados de Oriente Próximo, árabes y judíos, que forma parte de la lucha más amplia de los explotados del mundo entero por la revuelta comunista.
Gatto MAMMONE
el primer artículo de esta serie (publicado en la Revista internacio- nal nº 109) explicaba el retorno del Islamismo como ideología capaz de movilizar a las masas. Veíamos cómo el Islam se adaptó a las necesidades del capitalismo en descomposición en los países subdesarrollados bajo la forma de un pretendido “Islam político” (el fundamentalismo) que poco tiene que ver con la fe de Mahoma, su fundador, pero que se presenta como defensor de todos los oprimidos. También demostrábamos que, contrariamente a Marx, que pensaba que las neblinas de la religión serían rápidamente dispersadas por el propio capitalismo, sus continuadores reconocieron que el capitalismo, en su fase de decadencia, ha llevado a un resurgir de la religión, lo cual es una expresión evidente de la quiebra de la sociedad burguesa. En los países subdesarrollados ésta ha tomado la forma particular de un recrudecimiento de los movimientos “fundamentalistas”. En los países desarrollados, la situación es más compleja: la estricta observancia de los ritos de las religiones establecidas ha ido más o menos decayendo desde hace cincuenta años, a la vez que se incrementan otros cultos religiosos alternativos como la “New Age”.
A la vez que hay sectores de la población que se separan de la religión y de la fe en Dios, se observa cómo en otros lugares renacen las creencias “fundamentalistas”.
Estas tendencias se están reforzando en ambientes impregnados ya de tradiciones religiosas y están afectando a todas las grandes religiones, salvo, quizás, el budismo. En cuanto a las poblaciones inmigradas procedentes del Tercer mundo, tienen tendencia a agarrarse a su religión, no sólo ya para “consolarse” sino también porque es un símbolo de su herencia cultural perdida, un medio para conservar una identidad cultural en un entorno cruel y hostil.
Esas tendencias no son equivalentes en todos los países desarrollados, a pesar de la evidente evolución común de esos países hacia el laicismo. En un artículo de Le Monde diplomatique (Dominique Vidal, “Une société séculière”, noviembre de 2001), “solo el 5 % de los estadounidenses dicen no tener religión” y a pesar de los progresos de la secularización de la sociedad, sería impensable que un presidente de Estados Unidos no entone el God bless America (Dios proteja a América) cada vez que se dirige a la nación. De igual modo, en Francia, donde la separación entre la Iglesia y el Estado ha sido desde 1879 la razón de ser de la burguesía, donde “la mitad de la población ni siquiera pisa la iglesia, el templo o la mezquita”, está levantándose una oleada de “fundamentalismo” entre los inmgrantes de África del Norte.
A pesar, pues, de la desafección hacia las grandes religiones, sigue perdurando la práctica religiosa. El final del período ascendente del capitalismo, su entrada en el período de decadencia y, ahora, en su fase terminal de descomposición generalizada, no sólo ha prolongado la vida de la irracionalidad religiosa sino que ha hecho surgir múltiples variantes de ella, de las que puede pensarse que son todavía más peligrosas para la humanidad.
Este artículo es un primer intento por examinar el método marxista sobre cómo combatir la ideología religiosa en el proletariado en las condiciones actuales. Veremos cómo, al respecto, se pueden sacar muchas enseñanzas de la historia del movimiento obrero.
Como ya dijimos en el artículo anterior, Marx veía la religión a la vez como una peligrosa mistificación que permitía huir de la realidad (“el opio del pueblo”), y como el “el suspiro de la criatura oprimida”, es decir, el grito ahogado contra la opresión. Lenin añadía este consejo a los comunistas: avanzar con prudencia en la propaganda antirreligiosa, sin por ello ocultar su propio materialismo ateo. El método general de Lenin al respecto sigue siendo hoy una referencia para el pensamiento comunista y la práctica revolucionaria. Y no es porque hubiera él establecido el marco sobre este tema basándose únicamente en citas de Marx y de Engels (lo cual sería rebajar la ciencia marxista a la altura de una religión…), sino porque ese marco trata los principales problemas de manera racional y científica. Es pues útil examinar previamente las reflexiones de Lenin sobre el tema antes de volver a la situación actual y plantearse lo que debe ser la actitud de los marxistas de hoy.
Es interesante señalar que el primer comentario de Lenin sobre la religión que se tradujo fue una defensa apasionada de la libertad religiosa. Se trata de un texto escrito en 1903 y dirigido a los campesinos pobres de Rusia, en donde se declara que los marxistas “exigen que cada uno tenga pleno derecho a profesar la religión que desee”. Lenin denunciaba como de lo más “vergonzoso” las leyes vigentes en Rusia y en el Imperio Otomano (“las escandalosas persecuciones policiacas contra la religión”) al igual que las discriminaciones a favor de ciertas religiones (allí la Iglesia ortodoxa y aquí el Islam). Para él todas esas leyes son de lo más injusto, arbitrario y escandaloso, pues cada uno debe ser perfectamente libre no sólo de practicar la religión que desee, sino también de propagarla o de cambiar.
Las ideas de Lenin sobre muchos aspectos de la política revolucionaria cambiaron con el tiempo, pero no sobre este tema. De ello es testimonio su primera declaración importante, Socialismo y religión, un texto de 1905 que sigue siendo muy próximo, en el fondo, de sus últimos escritos al respecto.
“Socialismo y religión” define el marco indispensable del método de los bolcheviques respeto a la religión. Este artículo resume, en un estilo accesible, las conclusiones a las que ya habían llegado Marx y Engels sobre este tema: la religión, escribe Le
nin, es “una especie de alcohol espiritual que anima a los obreros a soportar la explotación con la esperanza de ser recompensados en el más allá. Para quienes viven del trabajo de los demás, en cambio, la religión les enseña a practicar en este más acá la caridad, lo cual les permite justificar a buen precio su existencia como explotadores y venderles barato un billete para la gloria eterna en el más allá”.
Lenin tenía confianza en que el proletariado fusionaría su combate con la ciencia moderna en ruptura con “las sombras de la religión” y “combatiría hoy ya por una mejor vida terrestre”.
Para Lenin, en el marco de la dictadura del proletariado, la religión era un asunto privado. Afirmaba que los comunistas querían un Estado totalmente independiente de toda afiliación religiosa y que no contribuyera en lo más mínimo en los gastos de las organizaciones religiosas. Y a la vez, debía rechazarse toda discriminación hacia las religiones, debiendo cualquier ciudadano “ser libre de practicar cualquiera” o evidentemente “ninguna de ellas”.
En cambio, en lo referente al partido marxista, la religión no fue nunca considerada como un asunto privado:
“Nuestro partido es una asociación de personas animadas por una conciencia de clase, en la vanguardia del combate por la emancipación del proletariado. Una asociación así no puede ser indiferente a lo que las creencias religiosas implican de ignorancia, oscurantismo y pérdida de la conciencia de clase. Nosotros exigimos la separación completa de la Iglesia y del Estado, para ser capaces de combatir las sombras de la religión con armas pura y simplemente ideológicas, mediante nuestra prensa y nuestras intervenciones. Sin embargo, para nosotros, el combate ideológico no es un asunto privado, sino que es un asunto de todo el partido, un asunto del proletariado entero.”
Y Lenin añadía que no se lograría acabar con la religión únicamente mediante una propaganda hueca y abstracta:
“Habría que ser un burgués obtuso para olvidarse de que el yugo de la religión (…) no es sino el reflejo del yugo económico que pesa sobre la sociedad. Ningún folleto, ningún discurso podrán esclarecer al proletariado si éste no es esclarecido por su propio combate contra las fuerzas oscuras del capitalismo. La unidad en ese combate realmente revolucionario de la clase oprimida por la creación de un paraíso en la tierra es más importante para nosotros que la unidad de opinión de los proletarios sobre un paraíso en los cielos.”
Los comunistas, escribía Lenin, están intransigentemente en contra de todo intento de fomentar “las diferencias secundarias” sobre las cuestiones religiosas, lo cual podría ser utilizado por los reaccionarios para dividir al proletariado. En definitiva, el verdadero origen del “charlatanismo religioso” es la esclavitud económica.
Lenin desarrolló los mismos temas en 1909 en “Sobre la actitud del partido obrero ante la religión”:
“La base filosófica del marxismo, como así lo proclamaron en muchas ocasiones Marx y Engels, es el materialismo dialéctico, materialismo indiscutiblemente ateo, resueltamente hostil a toda religión…”La religión es el opio del pueblo” (Karl Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel – Introducción). Esta fórmula de Marx es la piedra angular de toda la concepción marxista sobre la religión. El marxismo siempre ha considerado a las religiones y a las iglesias, las organizaciones religiosas de todo tipo que hoy existen, como organismos de la reacción burguesa que sirven para defender la explotación y para intoxicar a la clase obrera”.
Y al mismo tiempo, Engels no cejó en su condena de todo intento de quienes, deseosos de alardear de estar “más a la izquierda” o ser “más revolucionarios” que la socialdemocracia, querían introducir en el programa del partido obrero una proclama explícita de ateísmo, lo cual significaba una declaración de guerra a la religión. Engels condenó la guerra a la religión llevada a cabo por los blanquistas, como así lo cita Lenin, al ser ése:
“el mejor medio para reavivar el interés por la religión y hacer más difícil su agotamiento efectivo: “Engels reprocha a los blanquistas el no comprender que únicamente la lucha de clase de las masas obreras, que induce a las más amplias capas del proletariado a practicar a fondo la acción social, consciente y revolucionaria, podrá, en los hechos, liberar a las masas oprimidas del yugo de la religión, y que proclamar la guerra a la religión como tarea política del partido obrero no es más que fraseología anarquizante” (idem).
La misma advertencia hizo Engels en el Anti-Dühring, respecto a la guerra que Bismarck había entablado contra la religión:
“Con esta lucha, Bismarck no ha hecho sino reforzar el clericalismo militante de los católicos; no ha hecho sino dañar la causa de la verdadera cultura, poniendo en primer plano las divisiones religiosas, en lugar de las políticas, ha hecho desviar la atención de ciertas capas de la clase obrera y de la democracia de las tareas esenciales que implica la lucha de clases revolucionaria, hacia el anticlericalismo más superficial y el más burguesamente mentiroso. Acusando así a Dühring, quien de ese modo quería alardear de ultrarrevolucionario, de querer retomar bajo otra forma la misma estupidez de Bismarck, Engels exigía que el partido obrero trabajara pacientemente en la construcción de la organización y de la educación del proletariado, que desemboca en el agotamiento de la religión, en lugar de lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la religión (…) Engels (…) subrayó adrede (…) que la socialdemocracia considera a la religión como un asunto privado frente al Estado, pero no respecto a ella misma, no respecto al marxismo, no respecto al partido obrero” (ídem).
Esa actitud flexible hacia la religión, pero basada en principios, que fue la de Marx, Engels y Lenin fue atacada por los “charlatanes anarquistas” (expresión de Lenin) que no eran capaces de captar la lógica y la coherencia de ese enfoque marxista de la cuestión.
Como lo explicó Lenin:
“Sería un error pensar que la aparente “moderación” del marxismo hacia la religión se debería a supuestas consideraciones “tácticas”, el deseo de “no chocar”, etc. Al contrario, la línea política del marxismo, también en este tema, está indisolublemente vinculada a sus principios filosóficos.
“El marxismo es un materialismo (…) Debemos combatir la religión, ése es el abecé de todo materialismo y, por lo tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un materialismo que se haya parado en el abecé. El marxismo va más allá, y dice: se debe saber luchar contra la religión y para ello debemos explicar el origen de la fe y de la religión de las masas de un modo materialista. La lucha contra la religión no debe quedar limitada a una prédica ideológica abstracta, no debe quedar reducida a esto; esa lucha debe vincularse a la práctica concreta del movimiento de clase cuya meta es hacer desaparecer las raíces sociales de la religión” (idem).
Según “el burgués progresista, el radical y el burgués ateo”, sigue Lenin, la religión mantiene su imperio “sobre el pueblo a causa de su ignorancia”.
“Los marxistas dicen: eso es falso. Es un enfoque superficial, es el enfoque de un burgués de mente obtusa que quiere educar a las masas. No explica las raíces de la religión con suficiente profundidad, las explica de manera idealista y no materialista. En los países capitalistas modernos, esas raíces son sobre todo sociales. La religión está hoy arraigada en lo más profundo de las condiciones sociales de opresión de las masas laboriosas y en la completa impotencia a la que están manifiestamente reducidas frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, las cuales imponen a los obreros, a cada hora, cada día, los sufrimientos más crueles, los tormentos más bestiales, mil veces más duros que los de acontecimientos extraordinarios como las guerras, los terremotos, etc.
“El miedo creó los dioses”. El miedo ante las fuerzas ciegas del capital –ciegas pues no pueden ser previstas por las masas populares– que amenazan al proletario en cada etapa de su vida y al pequeño patrón aportándoles la ruina “súbita”, “inesperada” y “accidental” que los arruina, que los transforma en mendigos, desclasados, prostitutas, que los deja reducidos al hambre. Esas son las raíces de la religión moderna, eso es lo que debe recordar, ante todo, el marxismo si no quiere ser un simple materialismo primario. Ningún libro de vulgarización podrá extirpar la religión del espíritu de las masas embrutecidas por el cautiverio capitalista, que están a la merced de las fuerzas ciegas y destructoras del capitalismo, mientras esas masas no hayan aprendido por sí mismas a combatir esas raíces de la religión, a combatir el imperio del capital bajo todas sus formas, de una manera unitaria, organizada, sistemática y consciente.
“¿Significará eso que un libro de vulgarización contra la religión sería dañino o inútil? No. La conclusión que se impone es muy otra. Eso significa que la propaganda atea de la socialdemocracia debe estar subordinada a su tarea fundamental: el desarrollo de la lucha de clase de las masas explotadas contra sus explotadores” (idem).
Lenin insistía en que eso no podía ser comprendido más que de modo dialéctico. Sin esto, en algunas circunstancias, la propaganda atea puede ser contraproducente. Cita el ejemplo de una huelga llevada a cabo por una asociación obrera cristiana. En este caso, los marxistas deben “poner el éxito del movimiento de huelga por encima de todo”, oponerse a toda división entre obreros “ateos y cristianos”, pues serán los progresos del combate los que harán “convertirse a los obreros cristianos a la socialdemocracia y al ateísmo, con cien veces más eficacia que un sermón favorable al ateísmo”.
“El marxista debe ser un materialista, o sea un enemigo de la religión, pero un materialista dialéctico, o sea que considera la lucha contra la religión, no de manera especulativa, no en lo abstracto y puramente teórico de una propaganda siempre idéntica a sí misma, sino de manera concreta, en el terreno de la lucha de clases que se está produciendo en ese momento, lo cual educa a las masas mejor que cualquier otra cosa. El marxista debe saber tener en cuenta el conjunto de una situación concreta, debe encontrar siempre el punto de equilibrio entre el anarquismo y el oportunismo (equilibrio relativo, flexible, variable, pero real), no caer ni en el “revolucionarismo” abstracto, verbal y prácticamente vacuo del anarquista, ni en el filisteísmo y el oportunismo del pequeño burgués o del intelectual liberal, que teme el combate contra la religión, se olvida de la misión que le incumbe en ese dominio, se amolda a la fe en Dios, y se inspira no en los intereses de la lucha de clases sino en un mezquino y miserable cálculo: no chocar a nadie, no herir a nadie, no escandalizar a nadie, resumido en el precepto prudente como ninguno de: “vivir y dejar vivir a los demás”, etc.” (idem).
Lenin no cesó de alertar contra los peligros de la impaciencia pequeño burguesa en el combate contra los estragos de la religión. Y así, en un discurso ante el primer congreso panruso de obreras, en noviembre de 1918, evidenció los éxitos impresionantes obtenidos por la joven República de los Soviets en las zonas más urbanizadas para hacer retroceder la opresión de las mujeres. Pero añadía esta advertencia:
“Por primera vez en la historia, nuestras leyes han suprimido todo lo que privaba a las mujeres de sus derechos. Pero lo que importa no es la ley. En las grandes ciudades y en las zonas industriales, la ley sobre la libertad completa de matrimonio se aplica sin problemas, pero en el campo sigue siendo papel mojado. Aquí sigue predominando el matrimonio religioso. Y esto se debe a la influencia del clero, una plaga que es aún más difícil de combatir que la antigua legislación.
“Debemos ser muy prudentes en nuestra lucha contra los estragos de la religión; algunos han causado muchos daños al ofender los sentimientos religiosos. Debemos nosotros servirnos de la propaganda y de la educación. Con ataques frontales demasiado brutales, lo único que haremos es que el pueblo albergue resentimientos; esos métodos de lucha tieneden a perpetuar las divisiones en el pueblo según criterios religiosos, mientras que nuestra fuerza reside en su unidad. La pobreza y la ignorancia son las raíces más profundas de los estragos de la religión, y ése es el mal que debemos nosotros combatir.”
En su proyecto de programa del Partido comunista de Rusia redactado al año siguiente, Lenin insistió en la reivindicación de separación total de la Iglesia y del Estado y reiteró sus advertencias de no “chocar los sentimientos religiosos de los creyentes, pues eso sólo servirá para incrementar el fanatismo”.
Dos años después, en un mitin de delegados no bolcheviques al IXº congreso panruso de los Soviets, cuando a Kalinin, a quien más tarde Stalin otorgaría el control de la educación, se le ocurrió decir que Lenin podría dar la orden de “quemar todos los misales”, éste se apresuró a esclarecer las cosas, insistiendo que : “jamás he sugerido semejante cosa y jamás se me habría ocurrido proponerlo. Sabéis que según nuestra Constitución, ley fundamental de la República, la libertad de conciencia, en lo que a religión se refiere, está plenamente garantizada para cada cual.”
Algún tiempo después, en 1921, Lenin escribió a Molotov (otro de los futuros principales apparátchiki –altos funcionarios del partido– de Stalin) para criticar consignas tales como “denunciar las mentiras de la religión” que aparecían en una circular referente al Primero de mayo. Eso es un error, una falta de tacto” escribió Lenin, subrayando una vez más la necesidad de “evitar por todos los medios el ataque frontal a la religión”. De hecho, Lenin tenía tal conciencia de lo importante que era este problema que pidió que una circular adicional corrigiera la anterior. Y si no estuviera de acuerdo el Secretariado propondría entonces que el problema se planteara ante el Buró político. El resultado fue que el Comité central mandó publicar una carta en la Pravda del 21 de abril de 1921, exigiendo que en las celebraciones del 1º de mayo, “no se hiciera ni se dijera nada que pudiera ofender los sentimientos religiosos de las masas populares”.
Queda así claramente definido el punto de vista de Lenin sobre las relaciones entre el socialismo y la religión. Podemos ahora resumir cómo veían Marx, Engels y Lenin el combate contra el oscurantismo religioso. En primer lugar, la religión es vista como una forma de opresión en una sociedad dividida en clases, un medio de embaucar a las masas para hacerles aceptar esa opresión. Existe y se desarrolla en condiciones materiales específicas, que Lenin definía como “la esclavitud económica”. La entrada del capitalismo en su fase de decadencia significa, más que nunca, que el proletariado y las demás capas oprimidas sufren “del miedo a las fuerzas ciegas del capital”, pues las catástrofes económicas del capitalismo arrastran a las masas trabajadoras hacia el pozo sin fondo “de la mendicidad, la prostitución y el hambre”.
Las religiones toman formas muy variadas. Pero cada una de ellas, a la vez que aleja al ser humano de su verdadera liberación, funciona precisamente como una huida gracias al consuelo que ofrece frente a la adversidad. Parece ofrecer la esperanza de una vida mejor, ya sea después de la muerte, ya sea mediante no se sabe qué milagrosa transformación sobrenatural del mundo material. Y en espera de esa liberación, “la salvación del alma”, en el más allá o en la futura Apocalipsis, puede alimentarse la ilusión de que los sufrimientos soportados en este “valle de lágrimas” no serán vanos, pues serán generosamente recompensados en el Paraíso si el creyente se somete a la ley de Dios. En este mundo frío, inhumano, despiadado, consecuencia de la crisis permanente y en cada vez más honda del capitalismo decadente, la religión proporciona además a los oprimidos una apariencia de liberación parcial de su esclavitud. La religión afirma que cada persona es verdaderamente muy valiosa para su creador divino.
Para los anarquistas, “los burgueses de espíritu obtuso que quieren educar a las masas” y los radicales impacientes procedentes de las clases medias, el imperio de la religión sobre las masas se debe a la ignorancia. Los marxistas, al contrario, comprenden que la religión ahonda sus raíces en lo más profundo del capitalismo moderno –y más allá todavía–, hasta los orígenes de la sociedad de clases e incluso a los orígenes de la humanidad. Por eso es por lo que no se acabará con ella mediante la propaganda únicamente, ni siquiera considerándola como medio principal junto a otros. Los comunistas deben hacer, claro está, una propaganda antirreligiosa, pero ésta debe estar siempre subordinada a la búsqueda de la unidad efectiva del proletariado en su combate de clase. El discurso antirreligioso “debe vincularse a la práctica concreta del movimiento de clase cuya meta es hacer desaparecer las raíces sociales de la religión”. Esta es la única estrategia materialista para arrancar esas raíces. Todos los intentos por resolver el problema con declaraciones de guerra política a la religión, atacándola de frente sin precauciones, o apoyando medidas para restringir las prácticas religiosas, ignoran las raíces muy reales y materiales de la religión. Desde un punto de vista proletario, esa conducta es insensata pues agudiza las divisiones en el seno del proletariado y lleva a los obreros a caer en brazos de los fanáticos religiosos.
Aunque los comunistas se oponen a la religión sin contemplaciones, no por ello van a dar su apoyo a las medidas tomadas por el Estado contra las creencias y las prácticas religiosas, o contra grupos religiosos particulares.
En el plano ideológico y político, los comunistas seguirán estando en contra de la religión: no es aceptable bajo ningún concepto considerar la religión como un asunto privado en las filas mismas de una organización revolucionaria, al estar formada por militantes impregnados de una conciencia de clase y que han roto con toda forma de religión. Dicho lo cual, en su combate contra los estragos provocados por la religión en las masas, los comunistas no sólo deben ser materialistas, que basan su convicción y su acción en ese punto central de que son los seres humanos quienes hacen su propia historia y pueden por lo tanto liberarse a sí mismos mediante una actividad consciente. Deben asimismo ser materialistas dialécticos, o sea actuar considerando la situación en su conjunto, siendo conscientes de todas las interacciones entre los diversos componentes políticos. Ello implica que la propaganda antirreligiosa debe estar vinculada concretamente a una lucha de clases bien real, en lugar de llevar a cabo un combate abstracto, puramente ideológico, contra la religión.
Sólo mediante la victoria del movimiento proletario podrán ser extirpadas las raíces sociales de los miasmas religiosos, vinculados a la explotación de la clase obrera. La religión no puede ser abolida por decreto y las masas obreras deberán superarla basándose en su propia experiencia. Los comunistas deberán pues evitar toda medida (la condena de las prácticas religiosas, por ejemplo) que tienda a reavivar los sentimientos religiosos, lo cual sería contraproducente para el objetivo que se quiere alcanzar. El Estado del período de transición del capitalismo al comunismo instaurado por la dictadura del proletariado deberá evitar toda discriminación religiosa de igual modo que todo tipo de afiliación o vínculo material con la religión.
Para demostrar lo mejor posible qué intereses de clase sirve la religión en nuestros días, las organizaciones revolucionarias deben integrar, en su propaganda, la evolución del papel de la religión en la sociedad. Las creencias y las prácticas que caracterizaban a las religiones en su origen, se han transformado en una especie de caricatura, por el hecho de que las jerarquías religiosas se han adaptado a la sociedad de clases y que ésta las ha absorbido. Es lo que tenía en la mente Rosa Luxemburg cuando preparaba su llamamiento a los obreros animados de sentimientos religiosos y en cual acusaba a las iglesias:
“Hoy sois vosotros, por vuestras mentiras y vuestras enseñanzas, los paganos y somos nosotros quienes anunciamos a los pobres y explotados la buena nueva de la fraternidad y de la igualdad. Somos nosotros quienes estamos en marcha para conquistar el mundo, como lo hizo en su tiempo aquel que proclamaba que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos” (Rosa Luxemburg, El socialismo y las iglesias, traducido por nosotros).
Puede verse claramente cómo de la herencia del pasado, muchas cosas siguen siendo útiles hoy. Los escritos militantes de Marx y Engels son de la época de la plena ascensión del capitalismo, mientras Lenin fue un pionero revolucionario de la práxis comunista en los inicios de la decadencia del capitalismo. Hoy, la fase final de la decadencia capitalista ha llegado a su paroxismo: la descomposición capitalista. De modo que, una de dos: o el proletariado vuelve a descubrir su propia herencia revolucionaria, o la humanidad en su conjunto será condenada a la extinción. Parece pues evidente que no basta con repetir los valiosos textos sacados de los clásicos del marxismo, pero que también es imperativo identificar lo que tiene de nuevo el período actual y las enseñanzas que deben sacar de ello en la práctica el proletariado y sus organizaciones políticas.
Lo primero que debemos esclarecer se planteó de hecho en el inicio de la decadencia, hacia 1914, pero no fue claramente identificado por los revolucionarios. Se trata de la consigna heredada de la revolución francesa y retomada por la IIª Internacional: la separación de la Iglesia y del Estado. Esta consigna, muy apropiada y necesaria en la época en que se lanzó, es una exigencia burguesa y democrática del capitalismo en su fase ascendente que nunca ha sido satisfecha. Debe comprenderse que únicamente el proletariado y su partido podrán realizarla realmente, habida cuenta de la cantidad de vínculos que unen las religiones y el capitalismo. Era ya una verdad universalmente reconocida en el siglo XIX, es todavía más evidente en nuestro tiempo de capitalismo de Estado, típico de la decadencia del capitalismo. Reivindicar la separación de la Iglesia y el Estado es una absurdez y es además una ilusión peligrosa, hacia la cual, por cierto, tendían Lenin y los bolcheviques.
La segunda cuestión, mencionada en la introducción de este artículo y en el anterior, es la siguiente: ¿es el capitalismo, desde que entró en su fase de descomposición, más irracional y e inhumano que nunca antes? (ver “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, Revista internacional n° 107). La descomposición es la consecuencia de una situación en la que el capitalismo, cuando ya hace tiempo que dejó de ser un factor progresivo y útil para la humanidad, se encuentra enfrentado a un proletariado que todavía está marcado por las largas décadas de la contrarrevolución, al que le falta confianza en sí mismo aunque sea la única fuerza capaz de echar abajo el sistema y sustituirlo por otra sociedad. Durante el período que va desde 1968 a 1989, la reanudación de la actividad de la clase obrera redujo en gran parte algunos efectos de la contrarrevolución capitalista. Pero durante la última década, que es el período que nosotros definimos como el de la descomposición capitalista, la clase obrera ha sufrido múltiples ataques contra la conciencia de su propia identidad de clase, sobre todo a través de las campañas orquestadas por la burguesía sobre la “muerte del comunismo” y el “final de la lucha de clases”. A los efectos negativos sobre la conciencia de la clase obrera se han añadido los insidiosos y solapados debidos a la descomposición.
En su fase postrera, a la vez perversa y fuertemente irracional, nada podrá parar al capitalismo en su intento de poner todas las trabas al desarrollo de la confianza de la clase en sí misma y de su propia conciencia política. Tampoco las organizaciones revolucionarias están inmunizadas contra la irracionalidad del capitalismo decadente. Ya después de 1905, como consecuencia de la derrota del asalto revolucionario y del triunfo de la reacción de Stolopin, una parte de lo bolcheviques se vio asaltada por arrebatos religiosos. Más recientemente, un grupo bordiguista, el que publica el periódico Il Partito se puso a ocuparse un poco de misticismo (ver
“Marxismo y misticismo”, Revista internacional nº 94 y el número de mayo de 1997 de Programme communiste). De igual modo, la CCI se vio obligada, a mediados de los años 90, a llevar a cabo un combate en su seno contra el entusiasmo de ciertos militantes por el esoterismo y el ocultismo.
Los peligros crecientes que la descomposición del capitalismo entraña no deben subestimarse. La humanidad en su conjunto es, por naturaleza, un ser social. La descomposición es una especie de ácido social que corroe los vínculos naturales de solidaridad que entretejen mutuamente los seres humanos que viven en sociedad, expandiendo en su lugar la sospecha y la paranoia. Dicho de otra manera, la descomposición engendra una tendencia espontánea en la sociedad a los agrupamientos tribales y de bandas. Todos los tipos de “fundamentalismos”, las diferentes variedades de cultos, el desarrollo de grupos y de prácticas de tipo “New Age”, el incremento imparable de bandas de jóvenes delincuentes, todo eso son tentativas, abocadas al fracaso, con las que se intenta rellenar el vacío de la solidaridad social que desaparece, en un mundo cada día más duro y hostil. Al no basarse en la vitalidad latente de la única clase revolucionaria de nuestra época, sino en respuestas individualistas de las relaciones sociales basadas en la explotación, todos esos intentos están condenados, por su propia naturaleza, a no producir otra cosa que más alienación, más abandono y, en fin de cuentas, a agudizar más todavía los efectos de la descomposición.
Así pues, el combate contra el resurgir religioso, contra todas las formas de lo irracional que tanto éxito tienen hoy, es inseparable de la necesidad para la clase obrera de reanudar el combate por sus verdaderos intereses de clase. Sólo este combate será capaz de reducir los efectos destructores de un orden social que se va deshaciendo cada día más. Al proletariado, en su lucha por la defensa de sus intereses materiales, no le queda otro remedio que ir creando las premisas de una verdadera comunidad humana. La verdadera solidaridad que le anima en la lucha es el antídoto a ese falso sentimiento de solidaridad que proporciona la “cultura” de las bandas o el fundamentalismo. De igual modo, el combate por hacer revivir la conciencia de clase del proletariado –y en la vanguardia de ese combate están las minorías comunistas- es el antídoto contra esas mitologías, cada vez más degradantes, segregadas por una sociedad en putrefacción.
Y por todo eso, ese combate indica el camino hacia un porvenir en el que el ser humano se hará plenamente consciente de sí mismo y de su lugar en la naturaleza, en el que habrá dejado, lejos, por fin, a todos los dioses.
Dawson
A continuación publicamos la introducción a la edición rusa del folleto de la CCI La Decadencia del capitalismo, recientemente publicada gracias a los esfuerzos de compañeros del nuevo medio proletario emergente en Rusia. Nuestra introducción se centra en particular en la contribución del movimiento obrero en Rusia a nuestra comprensión del ocaso del capitalismo. Resulta tanto más importante porque el concepto o la definición de la decadencia del capitalismo ha sido una de las cuestiones importantes discutidas con los grupos e individuos que componen el medio ruso.
Como ya lo explicamos en varios textos, consideramos que la noción según la cual todas las formas de sociedades de clase existentes han atravesado épocas de ascendencia y de declive es algo fundamental en la concepción materialista de la historia. Como Marx lo escribió en su famoso Prefacio a la Crítica de la economía política, a cierto nivel de su desarrollo, un modo de producción entra en una época de revolución social cuando las relaciones socio-económicas pasan de un ser formas de desarrollo a convertirse en trabas para un progreso ulterior. Compartimos la conclusión sacada por la Internacional comunista y las Fracciones de izquierda italiana y alemana, para quienes la época de "desintegración interna" del capitalismo, de guerras imperialistas y de revoluciones proletarias se abre con el estallido de la Primera Guerra mundial en 1914, conclusión confirmada totalmente por la oleada revolucionaria internacional qui surgió frente a la guerra imperialista.
Es verdad que todas las corrientes de la izquierda comunista no han proseguido esta tradición. Sus herederos tanto bordiguistas como consejistas, procedentes respectivamente de le Izquierda italiana y de la germano-holandesa, han puesto en entredicho cada una de ellas a su manera el concepto de decadencia, con argumentos como que el capitalismo siempre podía seguir con un desarrollo juvenil en las antiguas regiones coloniales, o que siendo cíclicas de por sí las crisis del capitalismo, quizás podía haber una diferencia cuantitativa pero nunca cualitativa en los trastornos provocados por las crisis antes de 1914 y las catástrofes que provocaron en el período siguiente. Ya veremos que estos puntos de vista han tenido una considerable influencia sobre los nuevo grupos rusos. Argumentaremos sin embargo que estas posiciones son una regresión y que los grupos que con más fidelidad mantienen los progresos programáticos de la Izquierda comunista se fundan en el reconocimiento de que el capitalismo es un sistema en decadencia.
De forma implícita, el lazo íntimo existente entre el materialismo histórico y la teoría de la decadencia se verifica en la ofensiva ideológica contra el marxismo dirigida por el capitalismo desde el hundimiento del bloque del Este a finales de los 80. Esa ofensiva se ha basado en gran parte en la "mundialización". Según esta idea (de la que podemos convenir que es bastante ambigua y vaga), el capitalismo no habría sido un sistema verdaderamente mundial más que con el advenimiento de las políticas de "librecambio" -las "reaganomics" de los 80-, con el crecimiento rápido de las comunicaciones gracias al triunfo de la informática y sobre todo con el hundimiento del bloque del Este que supuestamente habría borrado del mapa económico del planeta a las últimas zonas "no capitalistas". Los que comparten esta idea podrán apoyar o condenar los efectos de la mundialización, pero el fondo común sigue siendo que el capitalismo habría entrado en una nueva época, una especie de ascendencia que sería un mentís a la vieja teoría marxista del sistema capitalista en declive. Esta visión es totalmente contraria a la tradición de la Izquierda comunista, la cual basó sus análisis en las teorías de Luxemburg y de Bujarin quienes, cuando la Primera Guerra mundial, defen dieron que el capitalismo había entrado en su fase de declive precisamente por que se había vuelto un sistema global, una verdadera economía mundial. También es totalmente antagónica con el análisis que hace la CCI del período abierto con el hundimiento del bloque del Este, del que afirmamos que no es ni mucho menos un nuevo período de ascendencia del capitalismo, sino la fase final y más peligrosa de su declive -su fase de descomposición-, en la que la alternativa entre socialismo o barbarie es cada día más una realidad cotidiana.
La teoría de la decadencia sufre esos ataques ideológicos generales por parte de un montón de ideólogos procedentes tanto de la derecha "neoliberal" como de los gurús más "radicales" de los movimientos de protesta "antimundialización", pero a él se une una muchedumbre de grupos que pretenden defender el comunismo, y que en realidad están en ese pantano que hay entre el ala izquierda del capital y el medio proletario, y eso cuando no pertenecen al parasitismo político. Ya advertimos este fenómeno a finales de los 80, lo que nos incitó a publicar una serie de artículos sobre el tema: "Entender la decadencia del capitalismo" (1). En ellos contestábamos en particular a las novedades y demás inventos de grupos parásitos tal come el Grupo comunista internacionalista (GCI), Perspectiva internacionalista (PI) y demás. Éstos procedían de la CCI y a pesar de haber escisionado por otras razones, es de notar que entre todas las revisiones teóricas a que se lanzaron para distanciarse políticamente de la CCI, la primera de ellas fue la decadencia. Fue abiertamente en el caso del GCI, que adoptó entonces un método semibordiguista, y más insidiosamente por parte de PI, que empezó diluyendo y mezclando la noción de decadencia con nociones muy sabias sobre la transición entre dominación formal y dominación real del capital, para acabar metiéndose con la herencia de la Izquierda comunista acusando la teoría de la decadencia de ser fundamentalmente mecanicista y "productivista". A mediados de los 90, el Círculo de París, también compuesto de elementos qui habían salido de la CCI para caer en el parasitismo, se fue por el mismo camino. Sus protagonistas empezaron poniendo en entredicho el concepto de la CCI de la descomposición ; no tardaron mucho en concluir que la verdadera cuestión teórica no era la descomposición, sino la decadencia. Y el último engendro del panteón parasito -la "Fracción interna de la CCI"-, también parece haber tomado el mismo derrotero pues ya se ha puesto a expresar abiertamente su desdén hacia el concepto de descomposición.
Esos grupos parásitos funcionan como estaciones de enlace de las campañas ideológicas de la burguesía en el medio proletario. Se puede precisamente medir el éxito de estas campañas por el número de antiguos comunistas que se ha llevado consigo la propaganda sobre las nuevas perspectivas deslumbrantes de crecimiento capitalista. Para saber que no sólo la CCI ha sufrido la presión de la ideología dominante en ese aspecto, podemos considerar el caso del BIPR que ha integrado prácticamente sin vacilar la noción de mundialización a su marco teórico, minimizando simultáneamente la importancia de la decadencia. En un texto publicado en su sitio web, "Reflexiones sobre las crisis de la CCI", el BIPR muestra una lógica similar a la de los "pensadores" ex-CCI :
"Volvamos al concepto fundador de la decadencia. Subrayemos que no tiene sentido más que si nos referimos a la capacidad de sobrevivir del modo de producción. En otros términos, no se puede hablar de decadencia más que si con ello entendemos la presunta incapacidad creciente del capitalismo para pasar de un ciclo de acumulación a otro. También se puede considerar como un fenómeno de decadencia el acortamiento de las fases ascendentes de acumulación, pero la experiencia de los últimos ciclos demuestra que la brevedad de la fase ascendente no significa necesariamente la aceleración del conjunto del ciclo de acumulación crisis, guerra, nueva acumulación. ¿ Para qué sirve entonces el concepto de decadencia en la crítica militante de la economía política, es decir en el análisis profundizado de los fenómenos y de la dinámica del capitalismo en el período que atravesamos ? Para nada. Hasta el punto de que la palabra ni aparece en los tres libros que componen El Capital."
Esta cita es la expresión más clara de una forma de pensar del BIPR que se ha ido definiendo desde hace unos años. Mucho tiempo ha pasado desde que los compañeros de la CWO argumentaban que el concepto de decadencia era la piedra angular de sus posiciones políticas. Ya tendremos ocasión de volver a criticar este pasaje y sus implicaciones.
Si ya los grupos más "establecidos" de la Izquierda comunista en el Oeste están sufriendo esas presiones extremas, no es de sorprender si el concepto de decadencia plantea tantas dificultades a los grupos de medio que está emergiendo en Rusia, en donde la tradición de la Izquierda comunista fue liquidada por completo por la presencia directa de la contrarrevolución estalinista.
La CCI ya ha publicado buena parte de su correspondencia con elementos y grupos de ese medio, dedicada buena parte de ella a la cuestión de la decadencia. En la Revista internacional no 101, por ejemplo, publicamos un artículo titulado "La revolución proletaria está a la orden del día de la historia desde principios del siglo XX". Era nuestra respuesta al compañero S, de Moldavia, miembro del Grupo de revolucionarios colectivistas proletarios (GRCP). Los principios del GRCP que, si hemos entendido bien, han sido aceptados por el nuevo grupo, definen al capitalismo como un sistema decadente, pero parece ser que definen el principio de la decadencia en un momento muy avanzado del siglo XX, al afirmar que el comunismo solo se ha convertido en posibilidad material con el desarrollo global de los microprocesadores. Del mismo modo, mientras argumentan en sus principios que "la consigna de 'derecho de los pueblos a la autodeterminación' perdió su carácter progresista en la época moderna de declive y de decadencia de la sociedad capitalista" y que el "reconocimiento del carácter imperialista de todos los conflictos internacionales en la época moderna de decadencia del capitalismo", el mo mento en que los conflictos nacionales perdieron su carácter progresista sigue siendo una cuestión no clarificada (2) ; y da también la impresión de que hoy en día seguiría siendo posible el apoyo del proletariado a ciertos movimientos nacionales :
"apoyo a los movimientos de las clases pequeño burguesas y semiproletarias de las naciones oprimidas, movimientos que aparecen con la consigna de 'liberación nacional', en la medida en que estos movimientos no son controlados por clases explotadoras y que debilitan objetivamente el poder estatal de los explotadores (incluido su propio Estado nacional)".
Tales argumentos parecen demostrar la dificultad que tienen los grupos rusos en romper con la argumentación de Lenin cuando éste afirma que el apoyo a los movimientos de liberación nacional es una forma de oposición a su propia burguesía nacional (en particular cuando ésta tiene tras ella una larga historia de opresión de otros grupos nacionales, como fue el caso del imperio del zar). Esos sentimientos "leninistas" también tienen un eco en los compañeros del Buró Sur del Partido marxista del trabajo (MLP, Marxist Labour Party) quienes proclaman su no leninismo pero no vacilan en apoyarlo sobre este tema fundamental : "Habréis notado que somos muy poco leninistas. Sin embargo, pensamos que la posición de Lenin fue la mejor sobre el tema. Cada nación (¡ojo! nación, y no nacionalidad o grupo nacional, étnico, etc.) tiene totalmente derecho a disponer de sí misma en el marco de su territorio étnico-histórico, hasta la separación y la fundación de un Estado independiente". Este pasaje está citado en nuestro artículo "El papel irremplazable de las Fracciones de izquierda en la tradición marxista", publicado en la Revista internacional no104, que también contesta a varios argumentos del MLP. También son incapaces estos compañeros de ir más allá de ciertas formulaciones de Lenin que definen la revolución rusa como una revolución doble, en parte social y en parte democrática burguesa. Explican este punto de vista en un largo texto traducido en inglés, "La anatomía marxista de Octubre". La CCI escribió una respuesta a esta contribución, apoyándose esencialmente en los argumentos de Bilan quien insistía en que al ser necesario analizar el capitalismo como que sistema global e histórico, las condiciones de la revolución proletaria han de surgir necesariamente a nivel internacional en el mismo período histórico, de forma que no tiene sentido hablar de que la revolución proletaria estaría a la orden del día en ciertos paises, mientras que en otros lo estarían unas revoluciones híbridas o por qué no burguesas.
Más recientemente, hemos publicado en World Revolution no 254 la plataforma de otro nuevo grupo, la Unión comunista internacional (UCI), basado en Kirov. En nuestros comentarios que saludan la aparición de este grupo, notamos que la plataforma de la UCI nos parece ambigua sobre los temas de la decadencia y de las luchas nacionales, y su respuesta a nuestro comentario ha confirmado esta toma de posición. Como no hemos contestado públicamente a esta carta, empezaremos aquí a hacerlo, presentando como mejor podamos los argumentos de la UCI. Debido a problemas de idioma, no ha sido siempre fácil seguir la argumentación de los compañeros. Pero basándonos en su carta del 20 de febrero de 2002, pensamos que contestan a nuestros comentarios en seis puntos :
1) La teoría de la decadencia niega que haya habido un desarrollo del capitalismo en el siglo XX, cuando claramente lo ha habido.
2) Siempre ha vivido el capitalismo en la violencia y la destrucción, así que dos guerras mundiales no prueban en nada que el sistema esté en decadencia.
3) En nuestros comentarios de WR no254, escribimos que la UCI era incoherente cuando negaba la decadencia del capitalismo y a la vez insistía en su plataforma en que todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias. Los compañeros contestan que aún siendo reaccionarias todas las fracciones de la burguesía, ello no implica que las tareas de la revolución democrática burguesa sean reaccionarias : "Por ejemplo, la burguesía rusa no fue capaz de conducir la revolución burguesa y era entonces reaccionaria en 1917. Sin embargo, las transformaciones democráticas burguesas de la Revolución rusa sí que eran progresistas". Hoy en día, dice la UCI, la burguesía no es capaz de hacer ninguna transformación burguesa sin guerra mundial, y es por eso por lo que no tiene sentido apoyar a ninguna fracción burguesa ; esto no quiere decir que no existan tareas democráticas burguesas que cumplir, sino que solo es capaz de realizarlas el proletariado.
4) La "Revolución china" es una prueba concreta de la posibilidad de revoluciones progresistas burguesas en el siglo XX…
5) Ese período de revoluciones burguesas nacionales progresistas no se acabó más que con la mundialización del capitalismo a finales del siglo XX.
6) Sin embargo, el proletariado todavía puede lograr transformar movimientos de independencia nacional en luchas por la revolución socialista.
Queremos contestar en profundidad a estos argumentos, así que volveremos en otros artículos sobre el tema. Sin embargo, parece claro que cualesquiera que sean las divergencias que puedan existir entre los grupos del medio ruso, los argumentos que avanzan son muy similares. Estimamos por lo tanto que nuestra respuesta a la UCI ha de ser considerada como una contribución dirigida al conjunto de este medio, así como para el debate internacional sobre las perspectivas del capitalismo mundial. CDW
1) Revista internacional nos 48, 49, 50, 54, 55, 56, 58, 60.
2) En el artículo que publicamos en la Revista internacional no 101, citamos este pasaje que parece confirmar que para este grupo, la decadencia del capitalismo, y por lo tanto el fin de toda función progresista de los movimientos nacionales, empieza a finales del siglo XX: "Con respecto a vuestro folleto Nación o clase, sí estamos de acuerdo con las conclusiones, sin embargo disentimos con la parte que se refiere a los motivos y al análisis histórico. Estamos de acuerdo con que hoy, a finales del siglo XX, la consigna de derecho a laautodeterminación de las naciones ya notiene nada de revolucionario. Es una consigna burguesa democrática. En cuanto se cierra la época de las revoluciones burguesas, también se cierra esta consigna para los revolucionarios proletarios. Sin embargo pensamos que la época de las revoluciones burguesas se cierra a finales del siglo XX, no a su comienzo. En 1915, Lenin tenía razón contra Luxemburgo, en 1952 Bordiga tenía razón sobre este tema contra Damen, sin embargo hoy la situación esta invertida. Y consideramos totalmente errónea vuestra posición según la cual diversos movimientos revolucionarios no proletarios del tercer mundo, que a pesar de no tener ningún contenido socialista eran objetivamente movimientos revolucionarios, no eran sino herramientas de Moscú y no eran objetivamente movimientos burgueses progresistas, como lo habéis escrito sobre Vietnam por ejemplo".
LA PUBLICACION del folleto de la CCI La Decadencia del capitalismo testimonia el resurgimiento de elementos revolucionarios en un país donde la tradición política revolucionaria, en otro tiempo muy fuerte, fue enterrada bajo el peso terrible de la contrarrevolución estalinista. La CCI es plenamente consciente de que sin ese renacimiento la traducción del folleto no hubiera sido posible: nosotros lo proponemos, pues, como contribución a la clarificación de las posiciones comunistas que actualmente se están produciendo tanto en el mismo medio ruso como entre éste y las expresiones internacionales del comunismo auténtico.
La introducción de las ediciones precedentes de este folleto contiene ya una historia del concepto de decadencia en el movimiento marxista, mostrando que desde Marx hasta la Internacional comunista y las Fracciones de izquierda que plantaron cara contra la degeneración y muerte de ésta, esta noción no estaba basada en una crítica puramente moral o cultural de la sociedad capitalista, como lo concibe la interpretación vulgar de "decadencia", en términos de reprobación de las diferentes formas de arte, de la moda o de las costumbres sociales. Al contrario, la noción marxista de decadencia se desprende de manera ineluctable de las premisas mismas del materialismo histórico, y es la piedra angular de la demostración del hecho que no solo el capitalismo ha entrado en su declive histórico como modo de producción desde principios del siglo XX, sino que también este periodo ha puesto la revolución proletaria al orden del día de la historia. En este prefacio a la edición en ruso, queremos focalizarnos sobre la contribución enorme que han aportado al concepto de decadencia del capitalismo, la experiencia concreta de la clase obrera rusa y los esfuerzos teóricos de sus minorías revolucionarias.
No queremos extendernos, por lo que presentaremos esta contribución de forma cronológica. Otros documentos -que deben escribirse, quizá por los mismos camaradas rusos- pueden explorar esta cuestión más profundamente; sin embargo, esta forma servirá también para ir marcando las etapas más importantes del proceso durante el cual la sección rusa del movimiento obrero hizo su aportación a la comprensión del proletariado mundial en su conjunto.
1903: la separación entre bolcheviques y mencheviques en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso no tuvo únicamente como razón la de cómo organizar el partido en la condiciones de represión del zarismo. En cierto sentido, pese al atraso, Rusia con su proletariado fuertemente concentrado y su incapacidad para encerrar el movimiento en un marco legal y democrático, fue una anticipación a las condiciones totalitarias a las que tenía que hacer frente la clase obrera en la época inmediata de la revolución proletaria en una situación en la cual ya no existía margen para la existencia permanente de organizaciones de masas de la clase obrera. Así, cuando Lenin rechaza la concepción menchevique de un partido obrero "amplio" y "abierto" e insiste en la necesidad de un partido disciplinado de militantes revolucionarios comprometidos con un programa claro, está siendo un precursor de la forma de organización del partido necesaria en una época en la que la lucha directa por la revolución ha sustituido el combate por reformas dentro del orden burgués.
1905: "la revolución rusa actual estalla en un punto de la evolución histórica situado ya en la otra vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista" (Rosa Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicatos). Con sus huelgas de masas y su descubrimiento de la forma soviética de organización, el proletariado en Rusia anuncia el advenimiento de una nueva época, en la cual quedarán caducados los viejos métodos sindicales. Mientras es Rosa Luxemburgo quien demuestra de la forma más incisiva cual es la dinámica de la huelga de masas, el ala izquierda de la socialdemocracia comienza a sacar las principales lecciones de los acontecimientos de 1905: Lenin -contrariamente a los "super-leninistas", cuya primera respuesta a los Soviets fue llamarlos a disolverse en el partido- señala la relación dialéctica entre la organización de la minoría revolucionaria, el partido, y el soviet, concebido éste como órgano general de toda la clase capaz de constituir la base de una dictadura revolucionaria. Trotski es todavía más consciente de la importancia del soviet como forma de organización adaptada a la huelga de masas y a la lucha por el poder del proletariado. En su teoría de la revolución permanente avanza hacia la conclusión según la cual la evolución histórica ha superado la posibilidad de una revolución burguesa en países atrasados como Rusia: en consecuencia, una verdadera revolución tendrá que ser conducida por la clase obrera, adoptar objetivos socialistas y extenderse a escala internacional.
1914-16: de todas las corrientes proletarias opuestas a la guerra imperialista mundial, son los bolcheviques, en torno a Lenin, los más claros. Rechazando los argumentos social-chovinistas que utilizan la letra de Marx para mejor traicionar su espíritu, Lenin muestra que no hay nada de nacional, democrático o progresivo en aquella escabechina y enarbola la consigna de "transformar la guerra imperialista en guerra civil". La guerra, en suma, ha abierto una nueva época en la que la revolución proletaria no es un proyecto lejano sino que está directamente inscrita en el orden del día de la historia. En su libro El Imperialismo, fase suprema del capitalismo, Lenin describe el capitalismo imperialista como un sistema en declive. En la misma época, el libro de Bujarin Imperialismo y economía mundial demuestra que el hundimiento del capitalismo en el militarismo es el resultado de la creación de una economía mundial que ha puesto las bases de las condiciones objetivas para un modo de producción superior pero que actúa como un obstáculo sangriento para su realización. Esta tesis es paralela a la del análisis de Rosa Luxemburg sobre las limitaciones históricas del sistema capitalista, La Acumulación de capital, folleto que es el punto de referencia fundamental de este folleto. Tanto Bujarin como Luxemburg, reconocen también que en un orden mundial construido por los gigantes imperialistas, las luchas de "liberación nacional" han perdido todo sentido. Finalmente, el trabajo de Bujarin da una panorámica de la forma que tomará esta nueva economía capitalista mundial: una lucha a muerte entre "trusts capitalistas de Estado". Es una anticipación de cómo la forma estatal adoptada por el capital durante la guerra habría de ser su método clásico de organización durante todo su periodo de declive.
1917: el proletariado muestra de nuevo la unidad entre la teoría y la práctica al rebelarse contra la guerra imperialista, derribando el zarismo, organizándose en soviets y orientándose hacia la toma revolucionaria del poder. Enfrentado a la vieja guardia bolchevique que se agarra a las fórmulas superadas heredadas del periodo anterior, Lenin escribe las Tesis de Abril en las cuales declara que el objetivo del proletariado en Rusia no es ni mucho menos una "revolución democrática" híbrida sino la insurrección proletaria como primer paso hacia la revolución socialista mundial. Una vez más, la revolución de octubre es la verificación en la práctica del método marxista aplicado en las Tesis de Abril que habían sido denigradas como "anarquistas" por los "marxistas ortodoxos" que no habían conseguido ver el nuevo periodo que se había abierto.
1919: La formación en Moscú de la Internacional comunista como instrumento clave para la extensión mundial de la revolución proletaria. La plataforma de la CCI se funda en el reconocimiento de que "un nuevo periodo ha nacido, la época del declive del capitalismo, de su desintegración interna, la época de la revolución comunista proletaria". Por consiguiente, el viejo programa mínimo de reformas está superado de la misma forma que los métodos que utilizaba la socialdemocracia para llevarlo adelante. Desde ese momento la noción de decadencia del capitalismo se convirtió en un fundamento del programa comunista.
1920-27: el que la revolución no haya conseguido extenderse provoca la burocratización del estado ruso y del partido bolchevique que se fusiona con aquél de forma errónea. Se abre un proceso de contrarrevolución interna que culmina con el triunfo del estalinismo antes del final de la década. Sin embargo, la degeneración del Partido bolchevique y de la IC, dominada por él, provoca resistencias por parte de la Izquierda comunista en países tales como Alemania, Italia y en la misma Rusia. La izquierda denuncia la tendencia a volver a las viejas prácticas socialdemócratas como el parlamentarismo o la búsqueda de alianzas con los antiguos partidos socialistas definitivamente pasados al campo de la burguesía. En Rusia, por ejemplo, el Grupo obrero de Miasnakov, formado en 1923, es muy claro sobre el rechazo de la táctica del Frente único de la IC a la vez que critica la pérdida del control político del proletariado sobre el Estado de los soviets. Cuando la facción estalinista consolida su victoria, los comunistas de izquierda rusos figuran entre los primeros en comprender que el estalinismo representa la contrarrevolución burguesa y que las relaciones sociales capitalistas pueden mantenerse dentro de una economía completamente estatalizada.
1928-1945: el terror estalinista elimina o lleva al exilio a toda una generación de revolucionarios. La voz política de la clase obrera rusa es reducida al silencio durante decenios y el trabajo de sacar las lecciones de esta derrota y analizar la naturaleza y las características del régimen estalinista incumbe a los comunistas de izquierda de Europa y América. No es una tarea fácil y las cuentas deben ser saldadas con numerosas teorías erróneas, como por ejemplo la de Trotski de un "Estado obrero degenerado", antes de que lo esencial pueda ser plenamente comprendido, o sea, que el régimen estalinista de capitalismo de estado integral, con su aparato político totalitario y su economía orientada hacia la guerra, es sobre todo un producto de la decadencia del capitalismo, porque el capitalismo es en esta época un sistema que vive para la guerra y que se apoya en el Estado para impedir que las contradicciones económicas y sociales en fermentación no desemboquen en una situación explosiva. Contra todas las ilusiones sobre el capitalismo de Estado estalinista viéndolo como una vía para resolver esas contradicciones y desarrollar progresivamente el capital, la Izquierda comunista insistió en el terrible coste social de la industrialización estalinista en los años30, mostrando que ponía las bases de nuevos conflictos imperialistas todavía más destructivos. La participación voraz de la URSS en el segundo reparto del mundo confirmará los argumentos de la izquierda según los cuales el régimen estalinista tenía sus propios apetitos imperialistas, rechazando de esta forma toda concesión al llamamiento de Trotski a "la defensa de la URSS contra el ataque imperialista".
1945-1989: la URSS se convierte en líder de uno de los dos bloques imperialistas cuyas rivalidades dominan la situación internacional durante cuatro decenios. Sin embargo, como vemos en nuestras "Tesis sobre la crisis económica y política en el bloque del Este", incluidas como anexo en este folleto, el bloque estalinista está mucho menos desarrollado que su rival occidental, agobiado bajo el peso de un enorme sector militar, demasiado rígido en sus estructuras políticas y económicas para adaptarse a la demanda del mercado capitalista mundial. A finales de los años 60, la crisis económica del capitalismo mundial, que había sido enmascarada por el periodo de reconstrucción de posguerra, vuelve a la superficie una vez más, haciendo llover los golpes sobre la URSS y sus satélites. Incapaz de poner en marcha la más pequeña reforma económica o política sin poner en cuestión todo su edificio, incapaz de poder movilizar para la guerra pues no puede apoyarse en la lealtad de su propio proletariado (un hecho concretamente demostrado por la huelga de masas de Polonia de 1980), el edificio estalinista entero se desmorona bajo el peso de sus contradicciones. Sin embar go, contrariamente a lo que nos cuenta la propaganda mentirosa sobre el hundimiento del comunismo, lo que se hunde es una parte particularmente débil de la economía capitalista mundial, la cual, como un todo, no tiene solución a su crisis histórica.
1989: el hundimiento del bloque ruso conduce a la rápida desaparición del bloque occidental que ya no tiene un "enemigo común" que mantenga su cohesión. Este enorme cambio en la situación mundial marca la entrada del capitalismo decadente en una fase nueva y final -la fase de la descomposición- cuyos rasgos principales son descritos en las Tesis que se publican también como anexo de la presente obra. Basta decir aquí que la situación de Rusia tras la explosión de la Unión Soviética reúne todas las características de la nueva fase: a nivel internacional, la sustitución de las viejas rivalidades imperialistas bipolares por una lucha caótica de todos contra todos, en la cual Rusia continua defendiendo sus ambiciones imperialistas, aunque de forma menos descarada que en el pasado; a nivel interior, hemos visto después una tendencia a la explosión de la integridad territorial de la propia Rusia a través de las rebeliones nacionalistas y de numerosas guerras asesinas como la guerra actual de Chechenia; económicamente, a través de una ausencia total de estabilidad financiera que va de la mano con un desempleo y una inflación galopantes; socialmente, a través de un declive acelerado de la infraestructura, una polución creciente, un nivel creciente de enfermedades mentales y del recurso a la droga, la proliferación de bandas criminales a todos los niveles incluido en las altas esferas del Estado.
La desintegración interna es tal que hay muchos que en Rusia sienten la nostalgia de los "buenos tiempos" del estalinismo. Pero no puede haber marcha atrás: el capitalismo en todos los países es un sistema en crisis mortal, que plantea claramente a la humanidad el dilema entre hundimiento en la barbarie o revolución comunista mundial. La reaparición actual de elementos revolucionarios en Rusia muestra claramente que el segundo término de la alternativa no ha sido enterrado por los continuos avances del primero.
Hemos intentado mostrar en este Prefacio que el concepto de decadencia del capitalismo no es en manera alguna "extraño" al movimiento obrero auténtico en Rusia; de la misma forma que la noción de comunismo, la tarea de la nueva generación de revolucionarios en Rusia es arrancar la teoría del magma en que la transformaron sus secuestradores estalinistas y con ello ayudar a su retorno en la clase obrera de Rusia y del resto del mundo.
CCI Febrero de 2001
Publicamos aquí amplios extractos del texto La anatomía marxista de Octubre y la situación actual, del Marxist Labour Party ruso. Por falta de espacio no hemos podido publicar el texto entero; se puede encontrar la versión original inglesa en nuestro sitio web (www.internationalism.org [61]) (1)
TRAS décadas de poder soviético, nos hemos acostumbrado a hablar de la gran revolución de Octubre como una revolución socialista. Pero mucho de eso a lo que nos hemos acostumbrado ha desaparecido ahora ¿En qué se han convertido en estas circunstancias los "títulos nobiliarios" de la Revolución de octubre?
El marxismo científico clásico afirma que el primer acto de la revolución social del proletariado será la toma del poder político por la clase obrera. Según Marx, el capitalismo está separado del comunismo por un periodo de transformación revolucionaria. Este periodo sólo puede ser una dictadura del proletariado. Por consiguiente, si no se ve esa dictadura de clase, es evidentemente inapropiado hablar de superación de las relaciones capitalistas. Además las denominaciones y los rótulos oficiales no significan nada. Pueden ser errores (bienintencionados o no). El propio Marx estaba convencido de que ni las épocas ni las personas pueden juzgarse por la forma en que se conciben a sí mismas. Ya estamos de sobra convencidos: ser miembro de un partido que se llama comunista no significa tener una convicción comunista; no más que la nostalgia de banderas rojas al viento en los edificios administrativos atestiguaría una aspiración a nuevas relaciones sociales.
Rusia, como se sabe, es un país "con un pasado imprevisible". Esa es la razón por la que probablemente no existe hoy una opinión única respecto al momento en que pereció la dictadura del proletariado en Rusia, o incluso si existió alguna vez. Desde nuestro punto de vista, la dictadura del proletariado existió realmente en Rusia. Pero para empezar, no fue una dictadura "pura" del proletariado, es decir, una dictadura socialista del proletariado que implicaba sólo una clase, sino una "dictadura democrática del proletariado", es decir, la unión de los obreros en minoría y una mayoría de campesinos pobres. En segundo lugar, sólo duró unos meses.
He aquí lo que pasó: el 13 (26) de enero de 1918, el tercer congreso ruso de los soviets de diputados campesinos se fusionó con el tercer congreso de soviets de diputados obreros y de soldados. Hacia marzo, la fusión se había extendido a los soviets locales. De esta forma, el proletariado, cuya dominación política habría debido garantizar la transformación socialista bajo la presión de los bolcheviques, compartió el poder con el campesinado.
El propio campesinado ruso en 1917 no era, como se sabe, socialmente homogéneo.
Una parte significativa, los "kulaks", y el campesinado medio
orientaban cada vez más su actividad económica hacia las
demandas del mercado. De esta forma, el campesino medio se convirtió
en pequeño burgués y los Kulaks se lanzaron a una economía
completamente contractual, alquilando la fuerza de trabajo -los "batraks"-
y explotándola, es decir, que ya eran la burguesía del campo.
La institución de la comunidad campesina tradicional estaba formalmente
preservada en la mayor parte de lugares, pero no beneficiaba mucho al
campesino medio, y aún menos a los "kulaks" -esos "vampiros"
que chupaban la sangre de sus explotados; beneficiaba a la masa de campesinos
pobres, que constituía más del 60% del conjunto del campesinado.
Sin embargo las leyes del desarrollo capitalista transformaron a muchos
campesinos pobres en semiproletarios. En los pueblos existían también
verdaderos proletarios -los obreros agrícolas que no se unían
a la comunidad y que, junto a los campesinos pobres, vendían su
fuerza de trabajo a los propietarios y a los Kulaks.
También por sí misma la fusión del soviet de diputados
obreros y soldados con los soviets campesinos indicaba el abandono de
la "dictadura pura del proletariado". Sin embargo la "pureza"
misma de ésta era bien relativa. Los Soviets de diputados obreros
y de soldados no estaban únicamente compuestos de obreros. Los
soldados eran fundamentalmente -hasta el 60%- antiguos campesinos: campesinos
pobres o medio vestidos con abrigos y armados por el gobierno zarista.
Los obreros fabriles constituían menos del 10% de los soldados.
El armamento general del pueblo, y no únicamente de la clase de vanguardia, el proletariado, la fusión de dos tipos de soviets, e incluso la coalición de dos partidos, los bolcheviques y los social-revolucionarios de izquierda, indican en la práctica la transición hacia lo que se llama "la vieja fórmula bolchevique" -la dictadura revolucionaria del proletariado y el campesinado. Pero esta forma de poder era un paso atrás en comparación con lo que había surgido tras el derrocamiento del zarismo por la revolución de Octubre. En esta época, como es bien sabido, el poder pasó al Segundo Congreso de soviets de diputados obreros y soldados, es decir, que se introdujo la "dictadura democrática del proletariado", aunque Lenin, jefe de los bolcheviques, hablara de "revolución de los obreros y los campesinos" y de "transición del poder local a los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos".
También hay que decir que la primera experiencia de establecimiento de la "dictadura democrática del proletariado" se limitó al periodo que va desde Octubre de 1917 a enero/febrero de 1918, y además se produjo un retroceso constante respecto a las posiciones alcanzadas por la clase obrera de octubre a noviembre.Tras este periodo que los historiadores llaman "el paseo triunfal del poder soviético", no sólo tuvo lugar la fusión de los soviets de obreros y soldados con los de los campesinos. Una circunstancia más importante aún fue que en lugar de reforzar y desarrollar el sistema de organizaciones obreras auténticas -los comités de fábrica-, los bolcheviques contribuyeron al contrario a su disolución. Pero sólo los comités de fábrica podían convertirse en la base auténtica del poder soviético, si los concebimos en la perspectiva de una verdadera dictadura socialista del proletariado. En otros términos, son precisamente los soviets de los comités de fábrica los que habrían tenido que dominar el país. En lugar de eso, en enero/febrero de 1918, en el Primer Congreso ruso de los sindicatos y en la 6ª Conferencia de los comités de fábrica de Petrogrado se aceptó, a propuesta de los bolcheviques, la fusión de los comités de fábrica con los sindicatos. Los propios sindicatos se pusieron bajo el control del aparato del partido-Estado que se había formado. La pertenencia a los sindicatos era obligatoria para todos los obreros, no sólo en las empresas, sino también en las instituciones. La clase obrera sin embargo, se opuso a esta política de Estado, y las autoridades soviéticas no consiguieron eliminar los comités de fábrica autónomos hasta principios de 1919.
La fusión de los soviets de obreros y soldados con los soviets de campesinos y la de los comités de fábrica con los sindicatos bajo el control del Estado, no son las únicas cosas que desalojaron la parte proletaria de la estructura soviética. Así, en el curso de la guerra civil, los bolcheviques abandonaron sus intenciones de antes de Octubre de crear soviets de trabajadores agrícolas independientes de los soviets de campesinos -que hubieran sido los órganos del poder proletario rural. Se crearon granjas soviéticas en las tierras de los antiguos propietarios terratenientes, pero no soviets de trabajadores agrícolas. Y después, en marzo de 1919, se organizaron sindicatos de trabajadores agrícolas.
Esto y otros muchos hechos, nos muestran que el gran Octubre no fue de hecho una revolución socialista, como sugieren los bolcheviques, sino únicamente la segunda etapa culminante de la revolución democrático-burguesa en Rusia, uno de cuyos objetivos fundamentales era ordenar la cuestión agraria a favor del campesinado. A pesar de toda la actividad de la clase obrera y de la revolución política del proletariado en las ciudades, la revolución socialista de Octubre 1917 en Rusia, que era un país atrasado desde el punto de vista capitalista, no se produjo jamás. Karl Marx había previsto la posibilidad de una situación semejante en 1847. Escribía: "También, si el proletariado derroca la dominación política de la burguesía, su victoria será de corta duración; no será más que un auxiliar de la propia revolución burguesa, como en 1794 [en Francia], hasta que el curso de la historia, su movimiento haya creado de nuevo las condiciones que necesitan la eliminación de los medios de producción burgueses. Además, una revolución con alma política, conforme a la naturaleza limitada y doble de esta alma, organiza una capa dominante en la sociedad a expensas de la misma sociedad", advertía, ya que "el socialismo no puede realizarse sin revolución. Necesita este acto político puesto que tiene que abolir y destruir el pasado. Pero allí donde comienza su actividad organizadora, donde su fin en sí y su alma se anuncian, el socialismo se desembaraza de su envoltura política" (Marx).
Ni qué decir tiene que los bolcheviques no tenían intención de "desembarazarse de la política" ni con Lenin, ni tras su muerte. (...)
De esta forma, hacia fines de 1919, la dictadura del proletariado en la Rusia soviética, incluso bajo su aspecto "democrático" no desarrollado, sufrió una derrota. Los comités de fábrica y los comités de pobres fueron abolidos, se perdió finalmente la perspectiva socialista de la revolución de Octubre. Seis meses después, la revolución proletaria en Europa sufrió una derrota. El país, en esencia, volvió a la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y del campesinado, que sin embargo, tuvo una corta existencia, puesto que el verdadero poder ya no estaba en manos de los soviets de diputados obreros y campesinos, sino en las de los comités ejecutivos y los comités del Partido Comunista ruso. Los soviets estaban cada vez más separados de las colectividades obreras y comenzaron a desarrollarse tendencias burocráticas en el aparato soviético. Los bolcheviques, con sinceridad absoluta, llamaron a las masas y a sus propias filas a combatir esas tendencias. Ese proceso fue tan lejos que Lenin, hablando al IVocongreso de la Internacional comunista, el 13 de noviembre de 1922, se vio obligado a confirmarlo:
"Hemos heredado la vieja administración pública, y ésta ha sido nuestra desgracia. Es muy frecuente que esta administración trabaje contra nosotros. Ocurrió que en 1917, después de que tomamos el poder, los funcionarios públicos comenzaron a sabotearnos. Entonces nos asustamos mucho y les rogamos: "Por favor, vuelvan a sus puestos". Todos volvieron y ésta ha sido nuestra desgracia. Hoy poseemos una inmensidad de funcionarios, pero no disponemos de elementos con suficiente instrucción para poder dirigirlos de verdad. En la práctica sucede con harta frecuencia que aquí, arriba, donde tenemos concentrado el poder estatal, la administración funciona más o menos; pero en los puestos inferiores disponen ellos como quieren, de manera que muy a menudo contrarrestan nuestras medidas. Hombres de los nuestros, en las altas esferas, tenemos no sé exactamente cuántos, pero creo que, en todo caso, sólo varios miles, a lo sumo unas decenas de miles. Pero en los puestos inferiores se cuentan por centenares de miles los antiguos funcionarios que hemos heredado del régimen zarista y de la sociedad burguesa y que trabajan contra nosotros, unas veces de manera consciente y otras inconsciente." (Lenin, "Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial").
La introducción de la NEP en 1921 constituyó por su parte el fin lógico de la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado: el campesinado alcanzó sus objetivos de mercado, el proletariado industrial perdió completamente su autonomía organizativa (en particular tras la introducción por parte de los bolcheviques, de la gestión de las fábricas por un solo dirigente), y por añadidura ya estaba, "a causa de la guerra y del empobrecimiento terrible, de la ruina, desclasado, es decir, que los obreros pierden sus lazos con la clase" (Lenin). La misma NEP indicaba, según los términos de Lenin, "un movimiento de restauración del capitalismo en un grado significativo". "Si se restaura el capitalismo, entonces el proletariado como clase se restaura también, implicado en una producción de mercancías", escribía Lenin. Además, declaraba que "en la medida en que la gran industria está arruinada, las fábricas están paradas, y el proletariado ha desaparecido. A veces se le cuantifica, pero no en relación a las bases económicas". El jefe de los bolcheviques sin embargo, orientaba a sus hermanos de armas hacia la posición según la cual "el poder del Estado proletario es capaz, apoyándose en el campesinado, de mantener a los capitalistas bajo su control, y de dirigir al capitalismo en el sentido del Estado, de crear un capitalismo sujeto al Estado y a su servicio". Aquí se ven claramente las especificidades del leninismo que pedían, a partir de las Tesis de Abril, "no sólo consideraciones de clase, sino también instituciones". Así, si tiene sentido llamar a la Rusia soviética un "Estado obrero", es solamente durante algunos meses de su existencia y aún entonces es relativo. Después de todo esto... ¿Es sorprendente que el desarrollo de la URSS termine por la restauración de las relaciones burguesas clásicas, la propiedad privada, la "nueva burguesía rusa", la dura explotación y la pobreza masiva?
Lo que acabamos de decir no es en absoluto una acusación contra los bolcheviques. Ellos hicieron lo que tenían que hacer en las condiciones de un país atrasado -condiciones agravadas por la derrota de la revolución social en Occidente. Pero sin esta revolución, ni los bolcheviques con Lenin pensaban en construir el socialismo en Rusia. Aunque su objetivo más inmediato -una sociedad socialista liberada de las relaciones mercantiles- no se haya podido alcanzar, los bolcheviques hicieron mucho en fin de cuentas. Durante 70 años, la URSS ha vivido la experiencia de un salto significativo de su capacidad productiva. Pero... ¿Por qué llamar a eso socialismo? La industrialización que substituye a la pequeña producción (en la ciudad y particularmente en el campo) por una gran producción de mercancías, la mejora del nivel cultural de las masas, todo eso forma parte del proceso de desarrollo de la sociedad burguesa. ¡No decimos que Francia es socialista por el hecho de que se han construido muchas fábricas en el país y gobierna el "partido socialista"! El socialismo implica, presupone, una sociedad industrial altamente desarrollada y el poder de la clase obrera. Que una sociedad así sólo estuviera en proceso de formación en Rusia -la URSS- y que se excluyera a la clase obrera del poder, indica hasta qué punto este país estaba lejos del socialismo (...)
[Por falta de espacio hemos cortado la parte "los marxistas rusos en el papel de social-jacobinos" que intenta hacer una comparación entre el desarrollo económico de Francia desde la revolución burguesa de 1789 hasta la Comuna de 1871, y el de la URSS entre 1918 y el hundimiento del estalinismo en 1989.]
V.I. Lenin hablaba frecuentemente de la revolución de Octubre como de "la revolución de los obreros y los campesinos" y sin duda tenía razón de hacerlo. Sin embargo el gran Octubre, como ya hemos dicho, no fue una revolución socialista, fue el apogeo de la presión burguesa-democrática, la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado con una transición a corto plazo hacia "la dictadura democrática del proletariado". La transformación antifeudal llevada a cabo por los bolcheviques, no se hizo sólo en interés de los obreros, sino también de las grandes masas campesinas.
La propia revolución de Octubre, la victoria de los rojos durante la guerra civil, la supresión de numerosos sublevamientos y motines no hubiera sido posible sin el apoyo que el pueblo -la masa de base de los trabajadores- aportó a la revolución. ¿Cuál era la composición de clase de esos trabajadores? De 140mi llones de obreros en el momento de la revolución, casi 110 millones eran campesinos. Aproximadamente el 65% del campesinado estaba constituido de campesinos pobres, los campesinos medios representaban el 20%, los kulaks casi el 15%. La pequeña burguesía urbana era el 8% de la población del país. Los proletarios eran cerca de 15 millones, un poco más del 10% de la población, y de entre ellos, los obreros industriales sólo eran 3,5 millones (ver "La gran revolución socialista de Octubre", Moscú, Enciclopedia soviética, 1977). No es pues sorprendente que la revolución tuviera una tonalidad que no era propiamente proletaria, sino sobre todo la de las masas semiproletarias y pequeñoburguesas. El papel dirigente del partido proletario no salvó la situación. Para esto existe una explicación totalmente marxista: la base determina la "supraestructura", incluso una "supraestructura" como el partido comunista ruso. He aquí lo que escribía el propio Lenin en 1917:
"Rusia está hoy en ebullición. Millones y decenas de millones de hombres que se habían pasado diez años aletargados políticamente, en quienes el espantoso yugo del zarismo y los trabajos forzados al servicio de los terratenientes y los fabricantes habían matado toda sensibilidad política, han despertado y comenzado a incorporarse a la vida política. ¿Pero quiénes son esos millones y decenas de millones de hombres? Son en su mayoría pequeños propietarios, pequeños burgueses, gentes que ocupan un lugar intermedio entre los capitalistas y los obreros asalariados. Rusia es el país más pequeñoburgués de toda Europa. "Esta gigantesca ola pequeñoburguesa lo ha inundado todo, ha arrollado al proletariado consciente no sólo con la fuerza del número, sino también ideológicamente, es decir, ha arrastrado y contaminado con sus concepciones pequeñoburguesas de la política a grandes sectores de la clase obrera" (Lenin, Tesis de Abril, "Las tareas del proletariado en nuestra revolución"). La fuerza motriz de la revolución de Octubre fueron los obreros y los campesinos en uniforme de soldado, y el proletariado tuvo la hegemonía bajo la dirección del partido bolchevique. A los "nuevos bolcheviques" les pareció que con este acto comenzaba la revolución socialista en Rusia. Sin embargo, los acontecimientos ulteriores demostraron que el desarrollo de la revolución política del proletariado no se produjo más allá de los límites del proceso revolucionario burgués democrático (es decir, la "revolución en sentido restringido"). Las tentativas de eliminar el dinero, la introducción de la producción sobre una base comunista, la distribución directa de los productos, la dominación desde abajo, todas estas medidas y otras del "comunismo de guerra" se consideró que no valían la pena. Los bolcheviques no consiguieron intercambiar productos entre el campo y la ciudad. Los elementos pequeñoburgueses reclamaban mercados y la ley del valor pedía relaciones mercantiles.
Esas reivindicaciones no se podían suprimir sin suprimir al mismo tiempo el ambiente pequeñoburgués. Pero ese ambiente constituía la masa fundamental de la población armada, el ejército revolucionario. Volviendo otra vez a V.I. Lenin, hay que hacer notar que él tenía menos ilusiones sobre el carácter de la revolución de Octubre que otros "nuevos bolcheviques". A finales de 1920 estalló una discusión en el partido comunista ruso sobre el papel y los fines de "la reserva de poder del Estado", los sindicatos, en la Rusia soviética. Una vez que los obreros tienen el Estado, ¿De qué tienen que proteger los sindicatos al proletariado? ¿de nuestro querido Estado? Respecto a esto, el jefe de los bolcheviques hacía, de manera sensata, el siguiente comentario:
"El camarada Trotski habla del 'Estado obrero'. Permítaseme decir que esto es una abstracción. Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero; pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: '¿Para qué defender y frente a quién defender a la clase obrera si no hay burguesía y si el Estado es obrero?' No del todo obrero, ahí está el quid de la cuestión En esto consiste cabalmente uno de los errores del camarada Trotski. Ahora que hemos pasado de los principios generales al examen práctico y a los decretos se nos quiere arrastrar hacia atrás, apartándonos de la labor práctica y eficiente. Esto es inadmisible. En nuestro país, el Estado no es, en realidad, obrero, sino obrero y campesino. Esto en primer término. Y de esto dimanan muchas cosas." Y Lenin añadía... "nuestro Estado es obrero con un deformación burocrática". Es cierto que el jefe de los bolcheviques intentaba salir de esa situación con la dialéctica siguiente:
"Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan nuestro Estado. Una y otra defensa se efectúan a través de una combinación original de nuestras medidas estatales y de nuestro acuerdo, de la 'trabazón' con nuestros sindicatos", explicaba Lenin, "el concepto de 'trabazón' incluye que es necesario saber utilizar las medidas del poder estatal para defender de este poder estatal los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad. (...)" (Lenin, "Sobre los sindicatos,el momento actual, y los errores del camarada Trotski").
Aunque por la época de la introducción de la NEP, V.I. Lenin tomara conciencia interiormente de la naturaleza no proletaria del poder soviético, su consigna como sabemos era: "empujar la revolución burguesa tan lejos como sea posible". Empujarla con la esperanza de que llegue rápido una revolución social del proletariado europeo (una revolución auténticamente socialista). Esta revolución compensaría el atraso de Rusia, según pensaba Lenin (...)
Por todas estas razones, el líder bolchevique se negó a admitir públicamente la naturaleza no proletaria de la sociedad que había surgido de la revolución de Octubre, e incluso amenazó con ejecutar a quien expresara públicamente ese punto de vista. El mismo Ulianov-Lenin escribió en 1905:
"La revolución completa es la toma del poder por el proletariado y el campesinado pobre. Pero estas clases, cuando llegan al poder, no pueden dejar de apuntar a la revolución socialista. En consecuencia, la toma del poder que es en principio un primer paso en la revolución democrática, será conducida por la fuerza de las cosas y en contra de la voluntad (y a veces en contra de la conciencia) de los participantes, a la revolución socialista. Y aquí el fracaso es inevitable. Pero puesto que el fracaso de las experiencias en la revolución socialista es inevitable, nosotros (como Marx en 1871 que había previsto el fracaso inevitable en París) debemos decir al proletariado que no se subleve, que espere, que se organize, que retroceda en orden para lanzarse más tarde al asalto".
El pronóstico marxista del Lenin teórico (distinto de sus aspiraciones no marxistas como político y sujeto práctico social-jacobino) estaba plenamente justificado. El PCR pasó por la experiencia de una dura lucha y de la eliminación de una parte significativa de la vieja guardia. Como ha mostrado la historia, la realización del ciclo completo de transformación burguesa-democrática en Rusia llevó aproximadamente tanto tiempo como en Francia. En Francia duró de 1789 a 1871, y para nosotros de 1905 a 1991. Además, la similitud es sorprendente hasta en los detalles. El mismo Lenin nos recuerda a Robespierre. Como Robespierre en su época, luchó contra la izquierda repetidamente, por ejemplo en el Xº Congreso del PCR, cuando se suprimió "la Oposición obrera", que trataba de desarrollar una posición clave del nuevo programa del partido, según la cual "los sindicatos deben llegar a una verdadera concentración entre sus manos de la gestión del conjunto de la economía como un todo unificado".
El "Robespierre ruso" no cayó en la guillotina, pero se sabe que su mujer, N.K. Krupskaya sugirió que Lenin hubiera formado parte de las víctimas de las purgas de Stalin. Tras la muerte del jefe de la revolución, el poder en la Rusia soviética, como en Francia en 1794, pasó a un "Directorio" Termidoriano -al ala más de derechas de los "comunistas de la NEP", al servicio de quienes se encontraban muchos viejos mencheviques que mostraban una clara inclinación por el mercado. La polémica que surgió en torno a la evaluación de Trotski de la revolución de Octubre atestigua que la mayoría de "nuevos termidorianos" conservaba esencialmente las "viejas ideas bolcheviques".
Cuando se buscó sustituto a la NEP, a finales de la década de 1920, se erigió una burocracia soviética rusa dirigida por J.V. Stalin, que encarnó muchas de las características de Napoleón Io e incluso en cierta medida de Napoleón III. El bonapartismo ruso específico (que ha confundido a mucha gente hasta ahora) consistió en que el "Napoleón" soviético, acabando con el desarrollo de la revolución, introdujo un régimen de "socialismo de Estado"en la URSS. El "socialismo de Estado" ya había sido planificado en el siglo XIX por los Saint-simonianos, Rodbertus y otros; era un modelo de sociedad que Engels criticó sin concesiones durante los últimos años de su vida. Sin embargo, las características fundamentales del bonapartismo descritas por Marx en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, se pueden ver en su variante soviética. Vemos el culto a la personalidad, basado en "la fe tradicional del pueblo" y "la inmensa revolución interior" [...] Vemos :
"Este poder ejecutivo con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificionsa maquinaria de Estado", en que "cada interés común (gemeinsame) se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a ésta como título de interés superior, general (allgemeines), se sustraía a la propia actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la actividad del gobierno, desde el puente, la casa-escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades nacionales de Francia".
La revolución rusa, como la gran revolución francesa :
"tenía necesariamente que desarrollar lo que la monarquía absoluta había iniciado: la centralización; pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de servidores del poder del gobierno" (Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte).
Stalin, como Napoleon "perfeccionó esta máquina del Estado", y como Napoleón, estableció las bases de un nuevo sistema jurídico, introdujo una nueva división territorial administrativa, etc (...).
Sin embargo hay muchas diferencias reales entre la historia de Francia y la de Rusia. Stalin llevó una política social imperialista respecto a ciertos pequeños pueblos y Estados vecinos, extendiendo y reforzando la Unión Soviética, pero no fue vencido, como Napoleón; al contrario, venció al agresor nazi en la guerra mundial. En Francia, tras la caída de Napoleón Io, la reacción europea restauró temporalmente la monarquía, pero esto no ha ocurrido todavía en Rusia. No es necesario insistir más en el hecho de que la diferencia fundamental es que, al fin y al cabo, la revolución rusa eliminó radicalmente y de una vez al conjunto de la nobleza y la vieja clase burguesa, mientras que en Francia la cuestión se limitó a la extirpación y la expulsión de la burguesía terrateniente.
Sin embargo, lo principal sería que en el siglo XX esto sucedió en Rusia, en contra de lo que Marx y Engels habían advertido a los revolucionarios: " En Francia el proletariado no llegará solo al poder, sino con los campesinos y la pequeña burguesía, y se verá obligado a llevar a cabo, no sus propias medidas, sino las de las otras clases".
[Aquí sigue una parte sobre "el socialismo de Estado como capitalismo de recuperación", que demuestra en conclusión, la naturaleza capitalista de la URSS sobre la base de las denuncias de Marx y Engels del "socialismo de Estado", e identifica algunas de las principales causas que llevaron al hundimiento de la URSS. Sin embargo también contiene la idea, fundamentalmente incorrecta desde nuestro punto de vista, de que la contrarrevolución estalinista desempeñó de hecho un papel históricamente progresista.]
La "Nomenklatura" del partido ha cumplido una tarea objetivamente progesista, organizando la industria a gran escala e integrándola, junto con las granjas colectivizadas y el sector cooperativo, en un solo complejo económico nacional; así se superó la herencia económica que este país multinacional había heredado del feudalismo, e incluso de modos de producción prefeudales.
[Para terminar, la parte sobre la "Rusia postsoviética" se concluye así:]
Para nosotros, las tareas del proletariado y de los intelectuales marxistas en esta situación son el desarrollo de una lucha de clases sin compromisos contra todas las fracciones de la burguesía -desde los compradores (en castellano en la versión francesa), hasta los nacional-patriotas y sus asistentes políticos de toda calaña-, la creación de auténticos sindicatos obreros de clase y el reagrupamiento de la vanguardia proletaria en un partido marxista del trabajo (Marxist Labour Party, en traducción inglesa) fuerte, que tenga una influencia, y la perspectiva de hacer una revolución socialista mundial auténtica, y por tanto de abolir el conjunto del sistema de economía mercantil, y por consiguiente, todas las relaciones de dominación y sometimiento a la institución del Estado.
Al mismo tiempo, el primer paso en esta vía tiene que ser el poder no compartido de esa parte del proletariado organizado en la producción a gran escala y clarificado por el marxismo; poder que establecerá en el curso de una revolución social radical, es decir, la dictadura socialista del proletariado. Sólo la clase obrera socialista -productora de la mayoría de la riqueza en la época actual- tiene derecho a armarse para evitar las tentativas de contrarrevolución y restauración de los antiguos órdenes, vengan de donde vengan.
Puesto que la clase obrera necesita un Estado de este tipo, el poder de éste tiene que pertenecerle entera y directamente; esa es una de las principales lecciones de la derrota del leninismo.
1) En donde estaba indicado en el texto original, hemos citado las fuentes a nuestra disposición editadas en castellano. Lamentablemente no es así en todas las citas. En las que no hay ninguna referencia, nos hemos limitado a traducirlas nosotros mismos.
QUEREMOS en primer lugar saludar la seriedad del texto, los esfuerzos hechos por el Marxist Labour Party (MLP) para traducirlo y propagarlo internacionalmente, así como también la invitación hecha a organizaciones revolucionarias a comentarlo. El carácter de la Revolución de octubre, así como la naturaleza del régimen estalinista qui surgió de su derrota, siempre ha sido un problema crucial para los revolucionarios, problema que sólo el método marxista permite abordar. Como lo sugiere el título del texto, se trata de un intento de poner en evidencia la "anatomía marxista" de la Revolución de octubre, referiéndose a los estudios más elaborados sacados de los clásicos del marxismo (Engels, Lenin, etc.). Ya veremos que estamos de acuerdo con ciertos aspectos de este texto, no con todos, pero son éstos los que plantean debate. Nos parece sin embargo que el texto no logra su propósito fundamental : definir la naturaleza esencial de la Revolución de octubre. Por esto nos dedicaremos en este artículo a subrayar los principales desacuerdos que tenemos al respecto.
Parece como si este texto fuera el producto de un debate en el MLP. No estamos muy al tanto de los diferentes puntos de vista que se expresan en este debate, pero en la traducción en inglés del prefacio, publicada en el órgano del MLP, Marxist, se habla de divergencias entre los puntos de vista de las corrientes "leninista" y "no-leninista" sobre la Revolución rusa, siendo el texto que comentamos la expresión de esta última corriente.
La CCI ya ha polemizado varias veces en el pasado con los que tienen una visión "consejista" de la Revolución rusa, según la cual fue una revolución esencialmente burguesa muy tardía, siendo los bolcheviques en el mejor de los casos una expresión de la intelligentsia pequeño burguesa, y no del proletariado (vease en particular nuestro folleto Rusia 1917, principio de la revolución mundial). El texto del MLP retoma varios aspectos de esta visión, en particular cuando habla de la Revolución rusa como de una "revolución doble", proletaria en las grandes ciudades pero dominada por el peso del campesinado pequeño burgués, lo que les conduce a enunciar esa fórmula según la cual la Revolución de octubre «no fue una revolución socialista, fue el apogeo de la presión burguesa-democrática, la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado con una breve transición hacia "la dictadura democrática del proletariado"». Las palabras que aquí se utilizan están sacadas del programa bolchevique, anterior a Las Tesis de abril de Lenin. Globalmente, este análisis de una "revolución doble" no deja de recordar las tesis del KAPD de principios de los años 20, que también hablaba de una revolución doble, obrera en las ciudades, campesina y burguesa en los campos, tendiendo este úlrimo aspecto a hacerse preponderante sobre el primero. Más tarde, los últimos representantes de la Izquierda germano-holandesa desarrollaron la noción de revolución puramente burguesa en Rusia, mientras que la idea de revolución doble ha perdurado ampliamente en las contribuciones de la corriente bordiguista.
Pero al mismo tiempo, el enfoque del MLP en lo que toca a la naturaleza del Partido bolchevique difiere claramente del enfoque del consejismo. Mientras que éstos sacan de la experiencia rusa la conclusión de que el partido es una forma burguesa por definición, el MLP (como ya lo sugiere su nombre) se afirma explícitamente como defensor de la noción de partido. En el primer punto de sus "estatutos fundamentales", se proclama que «el MLP es un partido de la clase obrera (…) la tarea del partido es aclarar y organizar a los obreros para que estos tomen el poder político y económico, con el fin de construir una sociedad sin clases y autogobernada». Tampoco se pone en una posición de "juez" a posteriori de los bolcheviques, como tampoco los excluye del movimiento obrero por haber sido víctimas de la derrota de una revolución : «Lo que se ha dicho no es en nada una acusación contra los bolcheviques. Hicieron lo que tenían que hacer, en las condiciones de un país agrícola atrasado - condiciones agravadas por la derrota de la revolución social en occidente».
Una vez esclarecido ese punto, existe a nuestro parecer un defecto crucial en el núcleo principal de este texto, consecuencia de una debilidad teórica de tipo consejista, basada en la incapacidad para considerar la Revolución de octubre en su marco histórico global. Las referencias por cierto no faltan a la dimensión internacional de Octubre, particularmente para explicar que la derrota de la revolución en Europa fue la causa determinante de que la República de los soviets no hubiera podido evolucionar más que hacia un desarrollo del capitalismo ruso. Sin embargo, nos parece que el punto de partida de este análisis, tanto en los consejistas como en los mencheviques, es Rusia y no el mundo capitalista en su globalidad. Y es por eso por lo que el texto hace una comparación radicalmente errónea entre la Rusia del siglo XX y la Francia del siglo XIX : «Como la historia lo ha demostrado, ha sido necesario casi tanto tiempo en Rusia como en Francia para cumplir el ciclo de transformación burgués democrático. En Francia fue de 1789 hasta 1871, aquí de 1905 a 1991». Para los mencheviques, Rusia todavía estaba en su fase de revolución burguesa en 1905-17 ; en este aspecto, la noción de revolución permanente defendida por Trotski fue un avance teórico considerable, por basarse en el contexto internacional de la revolución venidera en Rusia cuando la vieja consigna bolchevique de "dictadura democrática del proletariado y del campesinado" estaba a medio camino entre ambas posiciones, y podemos considerar que Lenin la abandonó efectivamente con sus Tesis de abril de 1917 (lease el artículo de la Revista internacional nº90: "1905: la huelga de masas abre la vía a la revolución proletaria"). A nuestro parecer, la revolución burguesa y la revolución proletaria son ambas productos de una evolución histórica e internacional. Es cierto que la era de las revoluciones burguesas en Francia cubrió gran parte del siglo XIX, y esto porque el capitalismo, en su globalidad, todavía estaba en su fase de expansión. La era de la revolución proletaria mundial empezó a principios del siglo XX, porque el capitalismo, tomado como sistema global, había entrado en su fase de declive. Y, como señalaron los compañeros de Bilan, en oposición tanto al estalinismo como al trotskismo, el único punto de partida posible para analizar la revolución en Rusia está en la maduración internacional de las contradicciones sociales y económicas del sistema capitalista, no en la "madurez" de cada país. Reproducimos aquí una larga cita sacada del primer artículo de una larga serie sobre "Los problemas del período de transición", publicado en 1936 por Bilan en su número 28 :
«Ya señalamos a principio de este estudio que el capitalismo, a pesar de haber desarrollado fuertemente la capacidad productiva de la sociedad, no ha logrado reunir todo lo necesario para la organización inmediata del socialismo. Como lo indica Marx, solo existen las condiciones materiales para resolver el problema, 'o están en camino de existir'.
«Esa idea restrictiva puede aplicarse con todavía más razón a cada uno de los componentes nacionales de la economía mundial. Todos están históricamente maduros para el socialismo, pero ninguno de entre ellos lo está suficientemente para reunir todas las condiciones materiales necesarias para la edificación del socialismo íntegro y esto, sea cual sea el nivel de desarrollo alcanzado.
«No hay nación que ella sola contenga todos los elementos de una sociedad socialista, y el nacional-socialismo se opone irreductiblemente al internacionalismo de la economía imperialista, a la división universal del trabajo y al antagonismo mundial entre burguesía y proletariado.
«Es una abstracción total el concebir una sociedad socialista como si fuera la yuxtaposición de economías socialistas acabadas. La distribución mundial de las fuerzas productivas (que no es un producto artificial) impide tanto a las naciones "superiores" como a las regiones 'inferiores' la posibilidad de realizar íntegramente el socialismo. El peso específico de cada una de ellas en la economía mundial mide su grado de dependencia recíproca y no la amplitud de su independencia. Inglaterra, uno de los sectores del capitalismo más avanzado, en donde éste se expresa prácticamente puro, no es viable si se la considera aisladamente. Los hechos hoy muestran que, privados aunque sea en parte del mercado mundial, les fuerzas productivas nacionales decaen. Así ocurrió con la industria algodonera y la industria carbonífera de Inglaterra. En Estados Unidos, si se limita al mercado interior -y por vasto que sea-, la industria automóvil retrocedería. Una Alemania proletaria aislada asistiría impotente a la contracción de su aparato industrial, aún considerando una amplia expansión del consumo.
«Resulta entonces abstracto plantear la cuestión en términos de paises 'maduros' o no para el socialismo, debido a que el criterio de madurez debe excluirse tanto para los paises desarrollados como para los paises atrasados.
«Es, pues, con el enfoque de una maduración histórica de los antagonismos sociales resultante del conflicto violento entre las fuerzas materiales y las relaciones de producción con el que ha de ser abordado el problema. Limitarse a factores materiales, es situarse en las posiciones de los teóricos de la IIªinternacional, la de Kautsky y de los socialistas alemanes que consideraban que Rusia, como economía atrasada en la que el sector agrícola -técnicamente débil- ocupaba un lugar preponderante, no estaba madura para la revolución proletaria, concepción que iban a adoptar rápidamente los mencheviques rusos. Otto Bauer dedujo de la 'inmadurez' económica de Rusia que el Estado proletario debía degenerar inevitablemente.
«Rosa Luxemburgo (La Revolución rusa) puso de relieve que según los principios de los socialdemócratas, la revolución rusa hubiese tenido que pararse cuando hizo caer al zarismo : "Si ha ido más lejos, si se ha dado como misión la dictadura del proletariado, se debe, según esa doctrina, a un simple error del ala radical del movimiento obrero ruso, los bolcheviques, y todos los desengaños que la revolución ha tenido que sufrir en su curso ulterior, todas las dificultades que ha debido soportar, serían entonces el resultado de ese error fatal".
«Saber si Rusia estaba o no madura para la revolución proletaria es algo que no podía resolverse en función de las condiciones materiales de su economía, sino en función de unas relaciones de clase alteradas por la situación internacional. La condición esencial era la existencia de un proletariado concentrado -aunque fuera en proporciones ínfimas con relación a la inmensa masa de productores campesinos- cuya conciencia se expresara a través de un partido de clase, fuerte por su ideología y su experiencia revolucionaria. Junto con Rosa Luxemburg, decimos que : "El proletariado ruso no podía ser considerado como la vanguardia del proletariado mundial, vanguardia cuyos movimientos expresaban el grado de madurez de los antagonismos sociales a escala internacional. Era el desarrollo de Alemania, de Inglaterra y de Francia lo que se expresaba en San Petersburgo. Y era ese desarrollo del que dependía el destino de la revolución rusa. Ésta no podía alcanzar su objetivo si no era el prólogo de la revolución del proletariado europeo". «
(…) Volvemos a repetir que la condición fundamental de existencia de la revolución proletaria es la continuidad de sus vínculos y la política interior y exterior del Estado proletario deberá definirse en función de esa continuidad. Precisamente porque la revolución, si ha de empezar en el terreno nacional, no puede mantenerse en él indefinidamente, sean cuáles sean la riqueza y la amplitud del territorio nacional; porque debe ampliarse a otras revoluciones nacionales hasta desembocar en la revolución mundial, so pena de asfixia o de degeneración, por todo eso consideramos erróneo basarse en premisas materiales.»
Para Bilan, contrariamente a Trotski por ejemplo o a la corriente consejista, la época de las revoluciones burguesas estaba caduca, puesto que el capitalismo, no considerado país por país, sino considerado como un sistema global, había "madurado" lo suficiente para la revolución proletaria. La consecuencia del enfoque del MLP es que la época estalinista de la URSS ya no debería entenderse como una expresión típica de la contrarrevolución burguesa y de la decadencia universal del capitalismo, como lo son otras manifestaciones como el nazismo en Alemania. Claro está, el MLP está perfectamente claro en cuanto a que el régimen estalinista en Rusia (como en cualquier sitio del mundo) no tenía nada de obrero, sino que era una forma de capitalismo de Estado (1). Sin embargo, considerar que ésta es una expresión de la revolución burguesa también es considerarla como un factor de progreso histórico, que preparó la industrialización de Rusia y por lo tanto el posible triunfo del proletariado. Y a pesar de que en sus "estatutos fundamentales", el MLP afirma con razón que el Estado ruso burocrático "destruyó a los bolcheviques como Partido fundado en 1903", el texto "Anatomy of October" no deja de dar una impresión de continuidad entre bolchevismo y estalinismo :
«A pesar de que su objetivo más inmediato -una sociedad socialista liberada de las relaciones de mercancía- no fuese posible, los bolcheviques cumplieron, en fin de cuentas, una obra inmensa. Durante 70 años, Rusia (la URSS) hizo la experiencia de un salto adelante significativo en su capacidad de producción». Aquí también es conveniente aplicar el método de la Izquierda italiana de los años 30, y el criterio para saber si el estalinismo tuvo o no tuvo un papel progresista no está en un mero cálculo de índices del crecimiento económico según el plan quinquenal, sino en el análisis de su papel como factor profundamente contrarrevolucionario a escala mundial ; y este criterio pone bien de relieve que el estalinismo fue un fenómeno reaccionario por excelencia. A pesar de no haber entendido totalmente el carácter capitalista del Estado estalinista, la Izquierda italiana era consciente de que el "formidable desarrollo económico de URSS" estaba ligado inseparablemente a una economía de guerra, con vistas a un reparto imperialista venidero, y de que semejante "desarrollo" - que simultáneamente se producía en los principales paises capitalistas - no era sino la más clara expresión de que el capitalismo, tomado en su conjunto, era, a escala mundial, un modo de producción caduco.
Al no considerar, como hacen los consejistas, el desarrollo del capitalismo sino en las condiciones particulares de Rusia, se priva a las generaciones futuras de revolucionarios de las lecciones imprescindibles de la experiencia rusa. Si lo que cumplieron los bolcheviques solo estaba sobre todo determinado por la necesidad vital para Rusia de desarrollar su capitalismo, pasando por la etapa de una revolución burguesa tardía, de nada sirve entonces criticar sus errores sobre el Estado soviético, los órganos de masas de la clase obrera, la economía, etc., puesto que el debilitamiento de la dictadura del proletariado no era sino el resultado de circunstancias objetivas que escapaban a cualquier control. Todo esto resulta bastante diferente del trabajo de la Izquierda italiana, quien hizo una serie de estudios sobre las lecciones que tenemos que sacar de la experiencia de la Revolución rusa, sobre la política que deberá promover un futuro poder proletario. Y esto es tanto más penoso porque el MLP tiene una percepción muy justa de los problemas que se le plantean al Estado en el período de transición, cuestión considerada de crucial importancia por la Izquierda italiana. El MLP subraya, en particular, la importancia que tiene el que los órganos específicos del proletariado se hubieran disuelto en el aparato general del Estado soviético :
«He aquí lo que pasó: el 13 (26) de enero de 1918, el tercer congreso ruso de los soviets de diputados campesinos se fusionó con el tercer congreso de soviets de diputados obreros y de soldados. Hacia marzo, la fusión se había extendido a los soviets locales. De esta forma, el proletariado, cuya dominación política habría debido garantizar la transformación socialista bajo la presión de los bolcheviques, compartió el poder con el campesinado». También pone en evidencia la importancia del hecho de que los Soviets de obreros y soldados sufrieran ya una fuerte influencia de los campesinos, a causa de la composición social del ejército. Además, «Una circunstancia más importante aún fue que en lugar de reforzar y desarrollar el sistema de organizaciones obreras auténticas -los comités de fábrica-, los bolcheviques contribuyeron al contrario a su disolución», obligándolos a fusionar con los sindicatos de Estado.
Son esos, sin duda, análisis importantes, pero a nuestro parecer, en la medida en que en cualquier situación revolucionaria será necesario que las capas no explotadoras se organicen en el marco del Estado de transición, la lección que se ha de sacar es que la clase obrera no tendrá que dejar que sus propios órganos auténticos se sumerjan bajo ningún pretexto -los consejos obreros, los comités de fábrica- en los órganos más generales del Estado. El proletariado ha de mantener su autonomía con respecto al Estado de transición, controlándolo sin identificarse con él. Y debe quedar claro que ése no es un problema específico de un país como Rusia en 1917, sino que concierne a la clase obrera del mundo entero, la cual ni mucho menos representa hoy la mayoría de la humanidad. Pero en lugar de alimentar nuestra comprensión de cómo la autoorganización del proletariado se debilita al subordinarse al Estado de transición, el MLP nos marea con teorías un tanto pesadas sobre el paso de la dictadura democrática del proletariado a la dictadura revolucionaria del proletariado y del campesinado en 1919, y para terminar la subordinación de éste a un régimen puramente capitalista tras 1921, presentando lo que fue una experiencia única en la historia como algo que no aporta ninguna lección práctica para el porvenir del movimiento obrero.
Seamos claros : nunca hemos pretendido que la dictadura del proletariado en Rusia hubiese podido ser salvada por garantías organizativas, y menos aún que hubiese podido llevar a la creación de una sociedad socialista. Teniendo en cuenta su aislamiento, tanto su degenereración como su derrota eran inevitables. Sin embargo, esto no debe impedirnos enriquecernos al máximo de sus éxitos como de sus fracasos, sobre todo si se tiene en cuenta que no ha habido otra experiencia de ese tipo en la historia de la clase obrera.
Esto nos lleva a otra cuestión : la ausencia de medidas económicas por parte de los bolcheviques. Entendemos, según la tesis del MLP, que la revolución no impuso una "dictadura socialista" sino una "dictadura democrática del proletariado" puramente política ; y aunque el texto no tenga ninguna ambigüedad sobre el carácter de las medidas tomadas en el marco del comunismo de guerra, subraya que no hubo abolición de las relaciones mercantiles tras la Revolución de octubre. Pero lo que deja entender el texto, es que si el proletariado hubiese impuesto una dictadura realmente socialista, sin ningún reparto de poder, entonces hubiese sido posible realizar medidas económicas realmente socialistas. Aquí también, los compañeros del MLP se olvidan no solo de la dimensión internacional de la revolución, sino también de la naturaleza misma del proletariado. La revolución proletaria no puede empezar más que como revolución política, sea cual sea el nivel de desarrollo del capitalismo del país en que empiece ; esto se debe a que la clase obrera, al ser clase explotada sin la menor posesión, de la única arma de que dispone es el poder político (que es, de hecho, la expresión de su conciencia y de su autoorganización) para poder realizar las medidas sociales necesarias para avanzar hacia un orden comunista. En un país aislado, la revolución proletaria tendrá necesariamente que tomar medidas económicas urgentes para poder sobrevivir. Sin embargo, sería una terrible ilusión pensar que las relaciones capitalistas podrían ser abolidas en el marco de las fronteras de una economía nacional. Como lo demuestra la larga cita de Bilan, el capitalismo, considerado como conjunto global de relaciones, no puede ser derribado más que por la dictadura internacional del proletariado. Mientras ésta no esté establecida, por medio de una guerra civil más o menos larga, el proletariado no puede realmente empezar a desarrollar una forma social comunista. En este sentido, la tragedia fundamental de la Revolución rusa no está en la "restauración" de las relaciones capitalistas, pues éstas en ningún momento desaparecieron realmente; la tragedia fue el proceso entre la toma del poder político por la clase obrera y su pérdida, y sobre todo, fue el hecho de que esa pérdida de poder político quedó ocultada por un proceso interno de degeneración, durante el cual se mantuvieron las antiguas apelaciones mientras que se cambiaba totalmente su contenido esencial.
Para concluir, diremos que la mayor tragedia del siglo XX -los horrores del estalinismo y del fascismo así como la cadena sin fin de guerras y de masacres- fue la consecuencia de la derrota de la oleada revolucionaria proletaria mundial de 1917-23, las esperanzas destrozadas del Octubre ruso. La humanidad ha pagado un enorme tributo por esa derrota, y sigue pagándolo hoy, en el siglo XXI, en el que está hundiéndose más claramente que nunca en la barbarie. La transformación de la sociedad hacia el comunismo era posible a escala mundial en 1917, ésta es la razón por la que pensamos que los bolcheviques tenían toda la razón cuando pidieron al proletariado ruso que diera el primer paso.
CCI
(1) Dejamos de lado la utilización algo confusa de la expresión "socialismo de Estado" que utiliza el MLP para describir el sistema estalinista, ya que de hecho parece no ser más que otra denominación del capitalismo de Estado.
Publicamos a continuación amplios extractos de la primera parte de un texto de orientación discutido en la CCI durante el verano del 2001 y adoptado por la Conferencia extraordinaria de nuestra organización a finales de marzo del 2002. El texto se refiere a las dificultades organizativas qua ha atravesado la CCI durante el período reciente, de las cuales ya hemos dado parte en nuestro artículo “El combate por la defensa de los principios organizativos” publicado en la Revista internacional nº 110, así como en nuestra prensa territorial.
Al no poder aquí repetir lo que se ha dicho en estos artículos, animamos al lector a remitirse a ellos para lograr una mayor comprensión de las cuestiones tratadas. Hemos añadido al texto, sin embargo, cierta cantidad de notas para facilitar la lectura así como también hemos vuelto a formular ciertos pasajes que solo eran comprensibles para los militantes de la CCI –pues hacen referencia a discusiones internas–, y podían resultar herméticos para el lector.
“ Non ridere, non lugere,
neque detestari, sed intelligere”
(“Ni reír, ni llorar, ni maldecir sino comprender”) La Ética, B. Spinoza
Los debates actuales en la CCI sobre la solidaridad y de la con-fianza comenzaron en los años 1999 y 2000, en respuesta a una serie de debilidades, habidas en el seno de nuestra organización, relacionadas con esos problemas fundamentales. Detrás de incumplimientos concretos en la afirmación de la solidaridad hacia algunos camaradas con dificultades, hemos identificado una debilidad más profunda para desarrollar una actitud permanente y cotidiana de solidaridad entre los militantes. Detrás de ciertas manifestaciones repetidas de inmediatismo a la hora de analizar la lucha de clases y de intervenir en ella (la negativa, por ejemplo, a reconocer la amplitud del retroceso desde 1989) y detrás de una tendencia marcada a consolarnos con “pruebas inmediatas” que supuestamente confirmarían el curso histórico, hemos puesto en evidencia una carencia fundamental de confianza en el proletariado y en nuestro propio marco de análisis. Detrás de la degradación del tejido organizativo que empezó a concretarse particularmente en la sección de la CCI en Francia, hemos sido capaces de reconocer no sólo una falta de confianza entre distintas partes de la organización sino también desconfianza en nuestro propio modo de funcionamiento.
Por otra parte, el haber tenido que encarar algunas expresiones de falta de confianza en nuestras posiciones fundamentales, en nuestros análisis históricos y principios organizativos, de desconfianza entre camaradas y órganos de centralización, nos ha obligado a ir más allá de cada caso particular y plantearnos las cosas de manera más general y fundamental y por lo tanto de manera teórica e histórica.
Más en particular, la reaparición del clanismo (1) en el corazón mismo de la organización nos ha exigido profundizar nuestra comprensión de esas cuestiones. Como lo recoge la resolución de actividades del XIVº Congreso de la CCI:
“… el combate de los años 90 estaba necesariamente dirigido contra el espíritu de círculo y los clanes. Pero, como ya lo dijimos entonces, los clanes eran una falsa respuesta a un problema real: el de la falta de confianza y de solidaridad proletarias en el seno de nuestra organización. Por eso es por lo que la abolición de los clanes existentes no ha resuelto automáticamente ni el problema de la creación en la organización de un espíritu de partido ni el de la instauración de una verdadera fraternidad en nuestras filas, ya que su resolución sólo puede ser el resultado de un esfuerzo profundamente consciente.
“A pesar de haber insistido, en aquel entonces, en que el combate contra el espíritu de círculo es permanente, ha subsistido la idea según la cual –como fue ya el caso en tiempos de la Primera y Segunda internacionales– el problema estaba básicamente ligado a una fase de inmadurez ya superada..
“En realidad, tanto el peligro del espíritu de círculo como el del clanismo están hoy todavía más presentes y son más insidiosos que lo fueron en la época de Marx contra Bakunin o la de Lenin contra el menchevismo. De hecho, existe un paralelismo entre las dificultades actuales de la clase en su conjunto para recuperar tanto su identidad de clase como sus reflejos elementales de solidaridad entre los proletarios que la componen, y las dificultades de la organización de revolucionarios para mantener un espíritu de partido en el funcionamiento cotidiano.
“En ese sentido, al plantearnos las cuestiones de la confianza y la solidaridad como cuestiones centrales del periodo histórico, la organización ha iniciado la continuación de la lucha de 1993, agregándole una dimensión “en positivo” y profundizando pues en el sentido de armarse contra la intrusión de errores organizativos de naturaleza pequeño burguesa.”
El debate actual concierne así, directamente, tanto la defensa como, incluso, la supervivencia de la organización. Y precisamente por estas razones es esencial desarrollar al máximo todas las implicaciones teóricas e históricas de esas cuestiones. Por esto, en relación con los problemas organizativos a los que estamos hoy enfrentados, existen dos enfoques fundamentales: uno, la puesta al desnudo de las debilidades organizativas y de las incomprensiones que han permitido el resurgir del clanismo, y otro, el análisis concreto del desarrollo de esta dinámica. De ambos se ocupará el informe que presentará la Comisión de investigación (2). Este Texto de orientación, por su parte, trata esencialmente de elaborar un marco teórico que permita una comprensión histórica en profundidad y una resolución de esos problemas.
De hecho, es esencial comprender que el combate por el espíritu de partido tiene una dimensión teórica indispensable. Ha sido precisamente la pobreza del debate sobre la confianza y la solidaridad, hasta el presente, uno de los factores que más ha potenciado el desarrollo del clanismo. El hecho mismo de que este Texto de orientación haya sido escrito no al iniciarse el debate sino un año después, es testimonio de las dificultades que la organización ha tenido hasta ser capaz de encarar esas cuestiones. Pero la mejor prueba de esas debilidades es el hecho que el debate sobre la confianza y la solidaridad ha estado acompañado… ¡de un deterioro sin precedentes de los lazos de confianza y de solidaridad entre camaradas!
Estamos aquí, en realidad, ante problemas fundamentales del marxismo, que son la base misma de nuestra comprensión de la naturaleza de la revolución proletaria, que son parte íntegra de la plataforma y de los estatutos de la CCI. En este sentido, la pobreza del debate nos recuerda que los peligros de atrofia teórica, de esclerosis, son permanentes para una organización revolucionaria.
La tesis central de este Texto de orientación es que la dificultad para desarrollar en la CCI una confianza y una solidaridad profundamente arraigadas ha sido un problema fundamental a lo largo de toda su historia. Esta debilidad es a la vez el resultado de las características esenciales del periodo histórico que se abre en 1968. Es una debilidad no únicamente de la CCI sino de toda la generación de proletarios involucrada en este período. Como pone de relieve la resolución del XIVo Congreso:
“Es un debate que debe movilizar al conjunto de la CCI hacia una reflexión profunda ya que contiene las potencialidades para intensificar nuestra comprensión tanto de lo que es la construcción de una organización dotada de una vida verdaderamente proletaria como del período histórico en el que estamos viviendo.”
Lo que por lo tanto está en juego va más lejos que la cuestión organizativa en sí misma. Particularmente, la cuestión de la confianza afecta a todos los aspectos de la vida del proletariado y del trabajo de los revolucionarios –del mismo modo que la desconfianza en la clase se manifiesta igualmente por el abandono de las adquisiciones programáticas y teóricas.
a) En la historia del movimiento marxista, no hemos encontrado un solo texto escrito sobre la confianza o sobre la solidaridad. Y, sin embargo, esas cuestiones son centrales en muchas de las contribuciones fundamentales del marxismo, desde La Ideología alemana y El Manifiesto comunista hasta ¿Reforma social o revolución? y El Estado y la revolución. La ausencia de una discusión específica sobre estas cuestiones en el movimiento obrero pasado no indica que tengan un carácter secundario. Todo lo contrario. Son tan fundamentales y evidentes que nunca fueron planteadas por sí ni en sí mismas sino, siempre, en respuesta a otros problemas planteados.
Si estamos obligados hoy a dedicar un debate específico y un estudio teórico a esos temas, es porque han perdido su carácter de “evidencia”.
Esta pérdida es el resultado de la contrarrevolución que comenzó en los años veinte y de la ruptura de la continuidad orgánica de las organizaciones políticas proletarias que esa ruptura causó. Por esta razón, para entender lo que significa experiencia de confianza y de solidaridad vivas en el seno del movimiento obrero, es necesario distinguir dos fases en la historia del proletariado. Durante la primera fase, que va desde los inicios de su autoafirmación como clase autónoma hasta la oleada revolucionaria de 1917 a 1923, la clase obrera fue capaz, a pesar de una serie de derrotas a menudo sangrientas, de desarrollar de manera más o menos contínua su confianza en sí misma y su unidad política y social. Las manifestaciones más importantes de esa capacidad fueron, además de las luchas obreras mismas, el desarrollo de una visión socialista, de una capacidad teórica, de una organización política revolucionaria. Esta acumulación, resultado de un trabajo de decenios y de varias generaciones de proletarios fue interrumpida, incluso destrozada, por la contrarrevolución. Sólo minúsculas minorías revolucionarias fueron capaces de mantener su confianza en el proletariado durante los decenios posteriores. Al poner fin a la contrarrevolución, el resurgir histórico de la clase obrera en 1968 empezó a darle la vuelta a esa tendencia. Sin embargo, las expresiones de confianza en sí y de solidaridad de clase de esta nueva generación proletaria no derrotada permanecieron en su mayor parte arraigadas en las luchas inmediatas. No se basaban todavía, como en el periodo anterior a la contrarrevolución, en una visión socialista ni en una formación política, en una teoría de clase ni en la transmisión de la experiencia acumulada y la comprensión teórica de una generación a otra. En otros términos, la confianza en sí, histórica, del proletariado, y su tradición de unidad activa y de combate colectivo son uno de los aspectos de su combate que más ha sufrido la ruptura de la continuidad orgánica. Igualmente, son los aspectos más difíciles de restablecer ya que dependen, más que muchos otros, de una continuidad política y social vivas. Esto da lugar a su vez a una particular vulnerabilidad de las nuevas generaciones de la clase y de sus minorías revolucionarias.
Primero y ante todo, fue la contrarrevolución estalinista lo que más contribuyó en socavar la confianza del proletariado en su propia misión histórica, en la teoría marxista y en las minorías revolucionarias. El resultado es que el proletariado desde 1968 tiende, más que las generaciones no derrotadas del pasado, a padecer el peso del inmediatismo, de la ausencia de una visión histórica a largo plazo. Al haberle robado gran parte de su pasado, la contrarrevolución y la burguesía de hoy han privado al proletariado de una visión clara de su futuro sin la cual la clase no puede desplegar una confianza más profunda en su propia fuerza.
Lo que distingue al proletariado de cualquier otra clase social de la historia es que desde su primera intervención como fuerza social independiente, ya propuso un proyecto de sociedad futura, basado en la propiedad colectiva de los medios de producción; como primera clase en la historia cuya explotación está basada en la separación radical entre productores y medios de producción y en la sustitución del trabajo individual por el trabajo socializado, su lucha de liberación se caracteriza por el hecho de que su combate contra los efectos de la explotación (común de todas las demás clases explotadas) ha estado siempre ligado al desarrollo de una visión de la sociedad en la que no cabe la explotación. Primera clase en la historia que produce de manera colectiva, el proletariado está llamado a fundar la nueva sociedad sobre una base colectiva consciente. Puesto que es incapaz, en tanto que clase sin propiedad, de ganar ningún poder en el seno de la sociedad actual, el significado histórico de su lucha de clase contra la explotación le revela a sí mismo y a la sociedad en su conjunto, el secreto de su propia existencia: ser el enterrador de la explotación y de la anarquía capitalistas.
Por esta razón la clase obrera es la primera clase para la cual la confianza en su propia misión histórica es inseparable de la solución que ella aporta a la crisis de la sociedad capitalista.
Esta situación excepcional del proletariado, al ser la única clase de la historia que es a la vez explotada y revolucionaria, tiene dos consecuencias importantes:
La dialéctica de la revolución proletaria es, pues, esencialmente la de la relación entre el objetivo y el movimiento, entre la lucha contra la explotación y la lucha por el comunismo. La inmadurez natural de los primeros pasos de la “infancia” de la clase en el escenario histórico se caracteriza por un paralelismo entre el desarrollo de las luchas obreras y el de la teoría del comunismo. La interconexión entre ambos polos no fue entendida al principio por los propios participantes. Esto se reflejó, por un lado, en el carácter, a menudo ciego e instintivo, de las luchas obreras y, por otro, en el utopismo del proyecto socialista.
La maduración histórica del proletariado unió esos dos elementos. Esa maduración se concretó en las revoluciones de 1848-49 y sobre todo en el nacimiento del marxismo, la comprensión científica del movimiento histórico y del objetivo final del proletariado.
Dos décadas más tarde, la Comuna de Paris, producto de esa maduración, revela la esencia de la confianza del proletariado en su propio papel: la aspiración a tomar la dirección de la sociedad para transformarla según su propia visión política.
¿Qué origina esa sorprendente confianza en sí de una clase oprimida, desposeída, que concentra toda la miseria de la humanidad entre sus filas y que se reveló a sí misma con toda claridad desde 1870? Como la de todas las clases explotadas, la lucha del proletariado contiene un aspecto espontáneo. El proletariado no puede sino reaccionar a los ataques y las dificultades que le impone la clase dominante. Pero contrariamente a las luchas de todas las demás clases explotadas, las del proletariado tienen ante todo un carácter consciente. Los avances de su lucha son primero y ante todo producto de su propio proceso de maduración política. El proletariado de París era una clase educada políticamente y que había pasado por diferentes escuelas de socialismo, desde el blanquismo hasta el prudhonismo. Es esa formación política alcanzada durante los decenios precedentes lo que explica en gran medida la capacidad de la clase para desafiar de tal manera el orden dominante (como también explica los defectos de ese movimiento). Al mismo tiempo, 1870 también fue el resultado del desarrollo de una tradición consciente de solidaridad internacional que caracterizó todas las principales luchas desde los años 1860 en Europa occidental.
En otras palabras, la Comuna fue el producto de una maduración subterránea, caracterizada particularmente por la mayor confianza de la clase en su misión histórica y por una práctica más desarrollada de su solidaridad de clase. Una madurez cuyo punto culminante fue la Primera internacional.
Con la entrada del capitalismo en su período de decadencia se acentúa el papel central de la confianza y de la solidaridad, pues la revolución proletaria se inscribe en el orden del día de la historia. Por un lado, el carácter espontáneo del combate obrero tiene que desarrollarse más, pues el proletariado tropieza con la imposibilidad de organizar las luchas a través de los partidos de masas y de los sindicatos(3). Por otro lado, la preparación política de estas luchas, mediante el fortalecimiento de la confianza y la solidaridad, se hace aun más importante. Los sectores más avanzados del proletariado ruso que, en 1905, fueron los primeros en descubrir el arma de la huelga de masas y de los consejos obreros, habían pasado por la escuela del marxismo a través de una serie de fases: la de la lucha contra el terrorismo, la formación de los círculos políticos, las primeras huelgas y manifestaciones políticas, la lucha por la formación del partido de clase y las primeras experiencias de agitación de masas. Rosa Luxemburg, la primera en comprender el papel de la espontaneidad en la época de la huelga de masas, insiste en que sin tal escuela de socialismo los acontecimientos de 1905 jamás hubiesen sido posibles (ver Rosa Luxemburg, La Revolución rusa).
Pero es la oleada revolucionaria de 1917-23 y, sobre todo, la Revolución de octubre las que revelan más claramente el carácter de las cuestiones en torno a la confianza y la solidaridad. La quintaesencia de la crisis histórica estaba contenida en la cuestión de la insurrección. Por primera vez en la historia de la humanidad, una clase social estuvo en posición de cambiar deliberada y conscientemente el curso de los acontecimientos mundiales. Los bolcheviques recuperan el concepto de Engels sobre “El arte de la insurrección”. Lenin declara que la revolución es una ciencia. Trotski habla del “álgebra de la revolución”. A través del estudio de la realidad social, a través de la construcción de un partido de clase capaz de superar las pruebas de la historia, a través de una preparación paciente y vigilante del momento en el que las condiciones objetivas y subjetivas para la revolución estén reunidas, y mediante la audacia revolucionaria necesaria para aprovechar la ocasión, el proletariado y su vanguardia empezaron, en lo que es un triunfo de conciencia y de organización, a superar la alienación que condena a la sociedad a ser la víctima impotente de fuerzas ciegas. Al mismo tiempo, la decisión consciente de tomar el poder en Rusia y por tanto de asumir todas las adversidades de tal acto en interés de la revolución mundial, fue la expresión más elevada de la solidaridad de clase. Es una nueva cualidad en el camino ascendente de la sociedad, el inicio del salto desde el reino de la necesidad hasta el de la libertad. Y es la esencia de la confianza del proletariado en sí mismo y de la solidaridad entre sus filas.
b) Uno de los más viejos principios de la estrategia militar es la necesidad de ahogar la confianza y la unidad del ejército enemigo. Igualmente, la burguesía ha comprendido la necesidad de combatir estas cualidades en el proletariado. Particularmente, con el ascenso del movimiento obrero durante la segunda mitad del siglo XIX, la necesidad de destruir la idea de solidaridad obrera pasó a ser central en la visión del mundo de la clase capitalista, como lo atestigua la promoción de ideologías como el darwinismo social, la filosofía de Nietzche, el “socialismo” elitista del Fabianismo, etc. Sin embargo, justamente hasta que su sistema no entró en decadencia la burguesía no fue capaz de encontrar los medios para hacer retroceder esos principios en el seno de la clase obrera. En particular, la represión feroz que impuso al proletariado de Paris en 1848 y en 1870, y al movimiento obrero en Alemania bajo las Leyes antisocialistas (1878-1890), aunque provocaron retrocesos momentáneos en el progreso del socialismo no consiguieron dañar ni la confianza histórica de la clase obrera ni sus tradiciones de solidaridad.
Los acontecimientos de la Primera guerra mundial revelan que fue la traición de los principios proletarios por los partidos de la clase obrera misma, sobre todo por partes de las organizaciones políticas de la clase lo que destruyó esos principios “desde dentro”. La liquidación de esos principios en el seno de la socialdemocracia había comenzado ya a principios del siglo XX con el debate sobre el “revisionismo”. El carácter destructor, pernicioso de ese debate no sólo apareció en la penetración de posiciones burguesas y en el abandono progresivo del marxismo, sino y sobre todo, en la hipocresía que introducía en la vida de la organización. Aunque, formalmente, la posición de la Izquierda fue la que se adoptó, en realidad, el resultado principal de ese debate fue el aislamiento completo de la Izquierda, sobre todo en el partido alemán. Las campañas oficiosas de denigración contra quien estaba a la cabeza de la vanguardia en el combate contra el revisionismo, Rosa Luxemburg, descrita en los pasillos de los congresos del partido como un elemento extraño, sedienta incluso de sangre, preparaban ya el terreno para su asesinato en 1919.
De hecho, el principio fundamental de la contrarrevolución que comienza en los años veinte es la demolición de la idea misma de confianza y solidaridad. El principio despreciable del “chivo expiatorio”, barbarie de la Edad Media, reaparece en el capitalismo industrial con la caza de brujas de la Socialdemocracia contra los espartaquistas y del fascismo contra los judíos, tratadas como minorías “diabólicas” quienes, solas, impiden el retorno de la pacífica armonía a la Europa de posguerra. Pero es sobre todo el estalinismo, o sea la “punta de lanza” de la ofensiva burguesa, el que sustituyó los principios de confianza y solidaridad por los de la desconfianza y la denuncia entre los jóvenes partidos comunistas y quien despretigió el objetivo del comunismo y de los medios para lograrlo.
Sin embargo, la aniquilación de esos principios no se logró en una noche. Incluso durante la Segunda Guerra mundial, docenas de miles de familias obreras mantenían aun suficiente solidaridad como para arriesgar su vida ocultando a quienes estaban perseguidos por el Estado. Y ahí tenemos la lucha del proletariado holandés contra la deportación de los judíos para recordarnos que la solidaridad de la clase obrera constituye la única solidaridad real con el conjunto de la humanidad. Pero ese fue el último movimiento de huelga del siglo XX en el que los comunistas de izquierda tuvieron una influencia significativa (4).
Como sabemos, la contrarrevolución fue superada por una nueva generación de obreros, no derrotada, obreros que en 1968 tuvieron, una vez más, confianza para tomar en sus manos la extensión de su lucha y de su solidaridad de clase, para volver a plantear la cuestión de la revolución y para generar nuevas minorías revolucionarias. Ahora bien, traumatizada por la traición de todas las principales organizaciones obreras del pasado, esta nueva generación adoptó una actitud de escepticismo hacia la política, hacia su propio pasado, su teoría de clase, hacia su misión histórica. Eso no la protege del sabotaje de la izquierda del capital pero sí le impide restablecer las raíces de la confianza en sí misma y revivir de forma consciente su gran tradición de solidaridad. También las minorías revolucionarias están profundamente afectadas De hecho, por primera vez surge una situación en la que aún teniendo las posiciones revolucionarias un eco creciente en la clase, las organizaciones que las defienden no son reconocidas, incluso ni por los obreros más combativos, como pertenecientes a la clase.
A pesar de la impertinencia y la altanería de esta nueva generación pos-1968 que logró al principio coger por sorpresa a la clase dominante, tras su escepticismo hacia la política reside una profunda falta de confianza en sí misma. Jamás antes habíamos visto tal contraste entre, de un lado, su capacidad para implicarse en las luchas masivas, gran parte de ellas autoorganizadas; y de otro, la ausencia de esa seguridad elemental que caracterizó al proletariado desde los años 1848-50 hasta 1917-18. Y esa falta de confianza en sí marca, también profundamente, las organizaciones de la Izquierda comunista. No sólo las nuevas, como la CCI o la CWO, sino también a un grupo como el PCInt bordiguista, el cual, tras haber sobrevivido a la contrarrevolución, estalló a comienzos de los ochenta a causa de su impaciencia por ser reconocido por el conjunto de la clase. Como sabemos, el bordiguismo y el consejismo teorizaron, durante la contrarrevolución, esa pérdida de la confianza en sí mismo, estableciendo una separación entre los revolucionarios y la clase en su conjunto, llamando a una parte de la clase a desconfiar de la otra (5). Además ambas, la idea bordiguista de “la invariación” y su opuesta consejista de “un nuevo movimiento obrero”, son, teóricamente, falsas respuestas a la contrarrevolución a ese nivel. Pero la CCI, aunque haya rechazado tales teorizaciones, tampoco ha sido inmune a los daños causados en la confianza en sí mismo del proletariado y al deterioro de los cimientos en que se basa esa confianza.
Así podemos ver cómo, en este periodo histórico, la falta de confianza de la clase en sí misma, de los obreros en los revolucionarios y viceversa; la falta de confianza de las organizaciones en sí mismas, en su papel histórico, en la teoría marxista y en los principios organizativos heredados del pasado y la falta de confianza del conjunto de la clase en la naturaleza histórica, a largo plazo, de su misión están todas ligadas.
En realidad, esa debilidad política, heredada de la contrarrevolución, es uno de los principales factores que conforman la fase de descomposición en que ha entrado el capitalismo. Cortado de su experiencia histórica, de sus armas teóricas y de la visión de su papel histórico, el proletariado carece de la confianza necesaria para llevar adelante una perspectiva revolucionaria. Con la descomposición, esta falta de confianza, esa falta de perspectiva lo acaba siendo para la sociedad entera, encarcelando a la humanidad en el presente (6). No es ninguna coincidencia si el periodo histórico de descomposición se inauguró con el hundimiento del principal vestigio de la contrarrevolución, o sea, los regímenes estalinistas. El resultado de ese desprestigio continuado de su objetivo de clase y de sus armas políticas es que el movimiento proletario está confrontado una vez más a una situación sin precedente histórico: una generación no derrotada pierde en gran medida su identidad de clase. Para salir de esa crisis deberá aprender de nuevo la solidaridad de clase, volver a desarrollar una perspectiva histórica, redescubrir en el ardor de la lucha de clases la posibilidad y la necesidad para las diferentes partes de la clase de confiar unas en las otras. El proletariado no ha sido derrotado. Ha olvidado pero no ha perdido las lecciones de sus combates. Lo que si ha perdido, sobre todo, es su confianza en sí mismo.
Por eso las cuestiones de la confianza y de la solidaridad están entre las principales claves de esta situación de atolladero, de estancamiento histórico. Ambas son centrales para el futuro de la humanidad, para el reforzamiento de la lucha obrera en los años por venir, para la construcción de la organización marxista, para la materialización de una perspectiva comunista en el seno de la lucha de clase.
a) Como lo muestra el Texto de orientación de 1993 (7), todas las crisis, tendencias y escisiones en la historia de la CCI tienen sus raíces en la cuestión organizativa. Incluso cuando había importantes divergencias políticas, no hubo acuerdo sobre esas cuestiones entre los miembros de las “tendencias”, y esas divergencias tampoco justificaban una escisión y ciertamente menos el tipo de escisión irresponsable y prematura que ha acabado siendo la regla general en el seno de nuestra organización.
Como lo muestra el Texto de orientación del 93, todas esas crisis tienen como origen el espíritu de círculo y en particular el clanismo. De eso podemos concluir que a lo largo de la historia de nuestra Corriente el clanismo ha sido la manifestación principal de la pérdida de confianza en el proletariado y la causa principal de la puesta en entredicho de la unidad de la organización. Es más, como su evolución ulterior fuera de la CCI lo ha confirmado frecuentemente, los clanes son el principal portador del germen de degeneración programática y teórica en nuestras filas (8).
Este hecho, puesto a la luz hace ocho años, es tan sorprendente que merece una reflexión histórica. El XIVº Congreso de la CCI ha comenzado ya esta reflexión mostrando, que en el movimiento obrero del pasado, el peso predominante del espíritu de círculo y del clanismo quedó limitado a los inicios del movimiento obrero mientras que la CCI ha estado atormentada por ese problema a lo largo de su existencia. La verdad es que la CCI es la única organización en la historia del proletariado en la cual la penetración de una ideología extraña se manifiesta, tan particular y dominantemente, a través de problemas organizativos.
Este problema sin precedentes debe entenderse dentro del contexto histórico de los tres últimos decenios. La CCI, heredera de la más elaborada síntesis de la herencia del movimiento obrero y en particular de la Izquierda comunista, (…) Pero la historia nos muestra que la CCI ha asimilado su herencia programática con más facilidad que su herencia organizativa. Ello es debido principalmente a la ruptura de la continuidad orgánica causada por la contrarrevolución. Primero porque es más fácil asimilar las posiciones políticas por el estudio y la discusión de textos del pasado que integrar las cuestiones organizativas que son una tradición viva cuya transmisión depende muy fuertemente de la existencia de vínculos entre las generaciones. Segundo, porque el golpe asestado por la contrarrevolución a la confianza en sí de la clase ha afectado principalmente a su confianza en su misión política y en sus organizaciones políticas. Así, mientras que la validez de nuestras posiciones programáticas ha estado a menudo confirmada de manera espectacular por la realidad (y después de 1989 esta validez ha sido incluso confirmada por un número creciente de elementos del pantano), nuestra construcción organizativa no ha tenido tan rotundo éxito. En 1989, fin del periodo de posguerra, la CCI no había dado ningún paso decisivo en términos de crecimiento numérico, difusión de su prensa, impacto de su intervención en la lucha de clases, ni en el nivel de reconocimiento de la organización por el conjunto de la clase.
Es, desde luego, una situación histórica paradójica. Por un lado, el fin de la contrarrevolución y la apertura de un nuevo curso histórico han favorecido el desarrollo de nuestras posiciones: la nueva generación no derrotada desconfiaba, más o menos abiertamente frente a la izquierda del capital, las elecciones burguesas, el sacrificio por la nación, etc. Pero por otro, nuestro militantismo comunista podríamos decir que es por lo general menos respetado que en la época de Bilan. Esta situación histórica ha generado dudas, profundamente arraigadas respecto a la misión histórica de la organización. Estas dudas han aflorado, con frecuencia a nivel político general, a través del desarrollo de concesiones abiertamente consejistas, modernistas o anarquistas –en otros términos, capitulaciones más o menos abiertas al ambiente dominante. Pero sobre todo, donde aparecen de manera más vergonzante es a nivel organizativo.
A eso hay que añadir que aunque en la historia de la lucha de la CCI por el espíritu de partido hay similitudes con las organizaciones del pasado – la asimilación de la herencia de los principios de funcionamiento de nuestros predecesores y su fijación a través de una serie de luchas organizativas– hay igualmente grandes diferencias. La CCI es la primera organización que forja el espíritu de partido no en condiciones de ilegalidad sino dentro de una atmósfera impregnada de ilusiones democráticas. En lo que se refiere a esta cuestión la burguesía ha aprendido de la historia: no es la represión, sino el desarrollo de una atmósfera de desconfianza lo que constituye la mejor arma para la liquidación de la organización. Lo que es verdadero para el conjunto de la clase lo es también para los revolucionarios: es la traición a los principios internos lo que destruye la confianza proletaria.
El resultado es que la CCI no ha sido nunca capaz de desarrollar ese modo de solidaridad que en el pasado siempre se forjó en la clandestinidad y que constituye uno de los principales componentes del espíritu de partido. Además, el democratismo es el terreno ideal para el cultivo del clanismo ya que es la antítesis viva del principio proletario según el cual cada uno da lo mejor de sus capacidades a la causa común; favorece el individualismo, el informalismo y el olvido de los principios. No debemos olvidar que los partidos de la segunda Internacional fueron en gran parte destruidos por el democratismo y que incluso el triunfo del estalinismo ha sido democráticamente legitimado, como lo puso de relieve la Izquierda italiana (…).
b) Es evidente que el peso de todos esos factores negativos se ha multiplicado con la apertura del periodo de descomposición. No repetiremos lo que ha dicho la CCI sobre este tema. Lo que es importante aquí es que como la descomposición tiende a dislocar las bases sociales, culturales, políticas, ideológicas de la comunidad humana, minando en particular la confianza y la solidaridad; hay, actualmente, en la sociedad una tendencia a reagruparse en clanes, camarillas, bandas… Estos agrupamientos, cuando no están basados en intereses comerciales o en otros intereses materiales, tienen frecuentemente un carácter irracional, basado en lealtades personales en el seno del grupo y en odios con frecuencia absurdos hacia enemigos reales o imaginarios. En realidad ese fenómeno es, en parte, un retorno, en el contexto actual, a formas atávicas completamente pervertidas de confianza y solidaridad que reflejan la pérdida de confianza en las estructuras sociales existentes y un intento de protegerse de la creciente anarquía en la sociedad. Ni que decir tiene que estos agrupamientos, lejos de representar una respuesta a la barbarie de la descomposición, son una expresión de ésta. Es significativo que hoy estén afectadas las dos clases principales de la sociedad. De hecho, por ahora sólo los sectores más fuertes de la burguesía parecen ser más o menos capaces de resistir al desarrollo de ese fenómeno. Para el proletariado el grado con que le afecta a su vida cotidiana este fenómeno es sobre todo la manifestación del daño causado a su identidad de clase y a la necesidad que se deriva de él: recuperar su solidaridad de clase.
Como se dijo en el XIVo Congreso de la CCI: a causa de la descomposición la lucha contra el clanismo no la hemos dejado atrás sino que está delante de nosotros.
c) Así pues, podemos decir que el clanismo es la expresión principal de la pérdida de confianza en el proletariado en la historia de la CCI. Pero la forma que toma es la de una desconfianza abierta no hacia la organización sino hacia una parte de ésta. En realidad y sin perder de vista lo anterior, lo que da sentido a su existencia es la puesta en entredicho de la unidad de la organización y de sus principios de funcionamiento. Por eso el clanismo, aunque inicie su andadura partiendo de una preocupación correcta y con una confianza más o menos intacta, va desarrollando necesariamente tal desconfianza hacia quienes no están de su lado hasta llegar a la paranoia abierta. En general, quienes son víctimas de esta dinámica son de hecho inconscientes de esta realidad. Eso no quiere decir que un clan no tenga cierta conciencia de lo que hace. Pero es una falsa conciencia que sirve para engañarse a sí mismo y engañar a los demás.
El texto de orientación de 1993 explicaba ya las razones de ésta vulnerabilidad que en el pasado afectó a militantes como Martov, Plejanov o Trotski: el peso particular del subjetivismo en las cuestiones organizativas. (…)
En el movimiento obrero el clanismo ha tenido casi siempre por origen la dificultad de distintas personalidades para trabajar conjuntamente. En otros términos, el clanismo representa una derrota frente a la etapa inicial de la construcción de cualquier comunidad. Por esa razón las actitudes clánicas aparecen a menudo en los momentos en que llegan nuevos miembros o en los de formalización y de desarrollo de estructuras organizativas. En la Primera Internacional fue la incapacidad del recién llegado, Bakunin, para “encontrar su sitio” lo que cristalizó los resentimientos preexistentes hacia Marx. En 1903 al contrario, fue la preocupación acerca del estatuto de la “vieja guardia” lo que provocó lo que acabó siendo, en la historia, el menchevismo. Eso, evidentemente, no impidió a un recién llegado como Lenin defender el espíritu de partido, ni a un Trotski, quien con su llegada provocó más de un resentimiento, ponerse junto a quienes habían tenido miedo de él (9).
(…)
Es precisamente porque el espíritu de partido supera el individualismo, por lo que es capaz de respetar la personalidad y la individualidad de cada uno de sus miembros. El arte de la construcción de la organización consiste, ni más ni menos, en tomar en consideración todas esas personalidades, tratar de armonizarlas al máximo y permitir a cada una dar lo mejor de sí mismas a la colectividad. El clanismo, al contrario, se cristaliza precisamente en torno a una desconfianza hacia las personalidades y su distinto peso en el entorno. Por eso es tan difícil identificar una dinámica clánica al principio. Incluso si muchos camaradas sienten el problema, la realidad del clanismo es tan sórdida y ridícula que se necesita coraje para declarar que “El emperador va desnudo”, como en el cuento tradicional recogido por Andersen (El nuevo traje del emperador).
Como lo resaltó en cierta ocasión Plejánov, en la relación entre la conciencia y las emociones, éstas últimas desempeñan el papel conservador. Pero eso no quiere decir que el marxismo comparta el desprecio racionalista burgués hacia ese papel. Hay emociones que sirven y otras que perjudican a la causa del proletariado. Es cierto que la misión de este último no se realizará sin un desarrollo gigantesco de su pasión revolucionaria, sin una voluntad inquebrantable de vencer, sin un desarrollo inaudito de la solidaridad, de la generosidad y del heroísmo sin los cuales las pruebas de la lucha por el poder y de la guerra civil no podrían nunca ser soportadas. Y sin el cultivo consciente de los rasgos sociales e individuales de la verdadera humanidad, una sociedad nueva no puede fundarse. Estas cualidades no hay que considerarlas como precondiciones. Hay que forjarlas en la lucha, como decía Marx.
[…]
Contrariamente a la actitud de la burguesía revolucionaria para quien el punto de arranque de su radicalismo fue el rechazo del pasado, el proletariado ha basado siempre, conscientemente, su perspectiva revolucionaria en todas las adquisiciones de la humanidad que le han precedido. Fundamentalmente, el proletariado es capaz de desarrollar tal visión histórica porque su revolución no defiende ningún interés particular opuesto a los intereses de la humanidad en su conjunto. Por tanto, la preocupación del marxismo, en todas las cuestiones teóricas planteadas por esta misión, ha sido siempre tomar como punto de partida todas las adquisiciones que le han sido trasmitidas. Para nosotros no solamente la conciencia del proletariado sino la de la humanidad en su conjunto es algo que se acumula y se trasmite a través de la historia. Tal fue la preocupación y el modo de hacer de Marx y Engels respecto a la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa o el socialismo utópico francés.
También debemos entender aquí que la confianza y la solidaridad proletarias son concreciones específicas de la evolución general de esas cualidades en la historia de la humanidad. Sobre estas dos cuestiones la tarea de la clase obrera es ir más allá de lo ya realizado, pero, para realizarlo, la clase debe basarse en lo ya cumplido.
Las cuestiones planteadas aquí son de una importancia histórica fundamental. Sin una mínima solidaridad como base es imposible realizar la sociedad humana. Y sin al menos una confianza mutua rudimentaria ningún proceso social es posible. En la historia, la ruptura de esos principios siempre ha desembocado en la barbarie.
a) La solidaridad es una actividad práctica de apoyo mutuo entre los seres humanos en su lucha por la existencia. Es una expresión concreta de la naturaleza social de la humanidad. Contrariamente a impulsos tales como la caridad o el sacrificio personal que presuponen la existencia de un conflicto de intereses, la base material de la solidaridad es una comunidad de intereses. Por eso la solidaridad no es un ideal utópico sino una fuerza material tan vieja como la propia humanidad. Pero ese principio, que representa el medio más eficaz y a la vez colectivo de defender sus propios intereses materiales “sórdidos”, puede alumbrar las acciones más desinteresadas incluso el sacrificio de su propia vida. Este hecho, que el utilitarismo burgués no ha sido nunca capaz de explicar, resulta de la simple realidad según la cual, a partir del momento en que existen intereses comunes, las partes se someten al bien común. La solidaridad es pues la superación no del “egoísmo” sino del individualismo y del particularismo en interés del conjunto. Por eso, la solidaridad es siempre una fuerza activa caracterizada por la iniciativa y no por la actitud de esperar la solidaridad de los demás. Allí donde reina el principio burgués de cálculo de las ventajas y de los inconvenientes no hay solidaridad posible.
Aunque en la historia de la humanidad la solidaridad entre los miembros de la sociedad fue primeramente un reflejo instintivo, según la sociedad humana se iba haciendo más compleja y conflictiva más alto era el nivel de conciencia necesario para su desarrollo. En ese sentido la solidaridad de clase del proletariado constituye la forma más alta de la solidaridad humana hasta ahora.
No obstante, para que florezca la solidaridad no basta con la conciencia de su necesidad en general, también es necesario cultivar las emociones sociales. Para desarrollarse, la solidaridad requiere un marco cultural y organizativo que favorezca su expresión. Si tal marco se da en un agrupamiento social, es posible el desarrollo de costumbres, tradiciones y reglas “no escritas” de solidaridad que pueden trasmitirse de una generación a otra. En ese sentido, no tiene solamente un impacto inmediato sino también histórico.
Pero a pesar de tales tradiciones, la solidaridad tiene siempre un carácter voluntario. Por eso, la idea del Estado como encarnación de la solidaridad, que cultivaron en particular la socialdemocracia y el estalinismo, es una de las más grandes mentiras de la historia. La solidaridad no puede jamás ser impuesta contra la voluntad. Ella no es posible sin que quienes expresan la solidaridad y quienes la reciben compartan la convicción de su necesidad. La solidaridad es el cemento que mantiene cohesionado un grupo social, el catalizador que transforma un grupo de individuos en una sola fuerza unida.
b) Como la solidaridad, la confianza es una expresión del carácter social de la humanidad. Como tal presupone también una comunidad de intereses. No puede existir sino en relación con otros seres humanos que comparten objetivos y actividades. De ahí se derivan sus dos componentes fundamentales: confianza mutua de los participantes y confianza en el objetivo compartido. Las bases principales de la confianza social son siempre un máximo de claridad y de unidad.
Sin embargo, la diferencia esencial entre el trabajo humano y el trabajo animal, entre el trabajo del arquitecto y la construcción de una colmena por las abejas, como dice Marx, reside en la premeditación de ese trabajo sobre la base de un plan (10). Por eso la confianza va siempre ligada al futuro, a algo que en el presente no existe sino en forma de idea o de teoría. Por eso también la confianza mutua es siempre concreta, basada en las capacidades de una comunidad para llevar a cabo una tarea determinada.
También, contrariamente a la solidaridad que es una actividad y que no existe sino en el presente, la confianza es ante todo una actividad encaminada al futuro. Eso es lo que le da su carácter enigmático, difícil de definir o identificar, difícil de mantener o desarrollar. No hay casi ninguna otra faceta de la vida humana sobre la que haya habido tanto equívoco y tanto autoengaño. De hecho la confianza está basada en la experiencia, en lo aprendido a fuerza de tanteos, de ir probando hasta poder establecer objetivos realistas y desarrollar los medios apropiados. Ya que su cometido es posibilitar el nacimiento de un proyecto, ella no pierde nunca su carácter teórico. Ninguna de las grandes realizaciones de la humanidad habría sido jamás posible sin esta capacidad de perseverar en una tarea realista pero difícil en ausencia de resultados inmediatos. La ampliación del alcance de la conciencia es lo que permite el crecimiento de la confianza, mientras que el impacto de fuerzas ciegas e inconscientes sobre la naturaleza, la sociedad y el individuo tiende a destruir esa confianza. No es tanto la existencia de peligros lo que asfixia la confianza humana sino, más que nada, la incapacidad para comprenderlos. La vida plantea constantemente nuevos peligros, la confianza es particularmente frágil y aunque se necesitan años para desarrollarla es fácil destruirla del día a la mañana.
Como la solidaridad, la confianza no puede ser ni decretada ni impuesta, pero requiere una estructura y una atmósfera adecuadas para su desarrollo. Lo que hace tan difíciles las cuestiones de la solidaridad y la confianza es el hecho de que no son solamente un asunto de la mente sino también del corazón. Es necesario “sentirse confiado”. La ausencia de confianza deja paso al reino del miedo, de la incertidumbre, de la duda y de la parálisis de las fuerzas colectivas conscientes.
c) Aunque la ideología burguesa hoy se pueda sentir confortada, por aquello de la pretendida “muerte del comunismo”, en su convicción de que la eliminación de los débiles de la lucha competitiva por la supervivencia es lo único que asegura la perfección de la sociedad, la realidad es que esas fuerzas colectivas y conscientes son las bases para la ascensión del género humano.
Ya los antecesores de la humanidad pertenecían ciertamente a esas especies animales altamente desarrolladas a quienes los instintos sociales dieron una ventaja decisiva en la lucha por la supervivencia. Esas especies llevaban en sí las marcas rudimentarias de la fuerza colectiva: los débiles estaban protegidos y la fuerza de cada miembro individual se convertía en la fuerza de todos. Estos aspectos han sido cruciales en la emergencia de la humanidad, pues sus crías quedan indefensas durante más tiempo a lo largo de su vida que cualquier otra especie. Con el desarrollo de la sociedad humana y de las fuerzas productivas, esa dependencia del individuo respecto a la sociedad no ha cesado jamás de crecer: los instintos sociales (a los que Darwin llamó “altruistas”) que existían ya en el mundo animal, adquieren más y más un carácter consciente. El desinterés, el valor, la lealtad, la dedicación a la comunidad, la disciplina y la honestidad son glorificadas en las primeras expresiones culturales de la sociedad como primeras manifestaciones de una solidaridad verdaderamente humana.
Pero el hombre es por encima de todo la única especie que utiliza las herramientas que ella misma ha fabricado. Es esta manera de obtener los medios de subsistencia lo que dirige la actividad humana hacia el futuro.
“En el animal, la acción sigue de manera inmediata a la impresión. Encuentra su presa o su comida e inmediatamente salta, atrapa, come o hace todo lo necesario para mantenerla y eso es un instinto heredado. Entre la impresión y la acción del hombre, al contrario, pasa por su cabeza una larga cadena de pensamientos y de consideraciones. ¿De dónde procede esa diferencia? No es difícil ver que está ligada a la utilización de herramientas. De igual manera que los pensamientos surgen entre las impresiones del hombre y sus acciones, la herramienta aparece entre el hombre y lo que busca obtener. Además, de la misma manera que el utensilio se sitúa entre el hombre y los objetos exteriores, el pensamiento debe surgir entre la impresión y la realización”. Él coge un utensilio “y su espíritu debe hacer también el mismo recorrido, no seguir la primera impresión” (Anton Pannekoek, Marxismo y darwinismo).
Aprender a “no dejarse arrastrar por la primera impresión” es una buena descripción del salto desde el mundo animal al género humano, del reino del instinto al de la conciencia, de la prisión inmediatista del presente a la actividad orientada hacia el futuro. Todo desarrollo importante en la primera sociedad humana estuvo acompañado de un reforzamiento de ese aspecto. También con la aparición de las sociedades agrícolas sedentarias, a los viejos ya no se les mataba sino que se les cuidaba y quería como a quienes podían trasmitir la experiencia.
En el llamado comunismo primitivo, esta confianza embrionaria en la potencia de la conciencia para dominar las fuerzas de la naturaleza debió ser extremadamente frágil mientras que la fuerza de la solidaridad en el seno de cada grupo debió ser poderosa. Pero hasta la aparición de las clases, de la propiedad privada y del Estado, esas dos fuerzas, por desiguales que fueran, se reforzaron mutuamente una a la otra.
La sociedad de clases hizo estallar esa unidad acelerando la lucha por el dominio de la naturaleza, pero a la vez sustituyó la solidaridad social por la lucha de clases en el seno de la misma sociedad. Sería erróneo creer que ese principio social general fue sustituido por la solidaridad de clase. En la historia de la sociedad de clases, el proletariado es la única clase capaz de una real solidaridad. Mientras que las clases dominantes han sido siempre clases explotadoras para quienes la solidaridad no ha sido jamás otra cosa que la oportunidad del momen to, el carácter necesariamente reaccionario de las clases explotadas significó que su solidaridad tuviese también necesariamente un carácter fugaz, utópico como fue el caso de “la comunidad de bienes” de los primeros cristianos y de las sectas de la Edad Media. La principal expresión de la solidaridad social en el seno de la sociedad de clases, antes del advenimiento del capitalismo es la que se derivaba de los vestigios de la economía natural, incluidos los derechos y los deberes que vinculaban todavía a clases opuestas entre sí. Todo eso fue finalmente destruido por la producción de mercancías y su generalización bajo el capitalismo.
“Si en la sociedad actual, los instintos sociales conservan aun su fuerza, es solamente gracias a que la producción generalizada de mercancías sigue siendo todavía un fenómeno nuevo, de apenas un siglo, pero en la medida en que el comunismo democrático primitivo desaparezca y… deje por consiguiente de ser la fuente de instintos sociales; brotará un nuevo y más rico manantial, la lucha de clases de las clases ascendentes populares explotadas” (Karl Kautsky, La concepción materialista de la historia).
Con el desarrollo de las fuerzas productivas, la confianza de la sociedad en su capacidad para dominar las fuerzas de la naturaleza crecerá de manera acelerada. El capitalismo ha hecho, con mucho, la principal contribución en ese sentido alcanzando la cumbre en el siglo XIX, el siglo del progreso y del optimismo. Pero al mismo tiempo, al empujar al hombre contra el hombre en la lucha de la competencia y al haber empujado la lucha de clases hasta un punto jamás alcanzado, ha socavado hasta una profundidad sin precedentes otro pilar de la confianza en sí de la sociedad, el de la unidad social. Aun más, para liberar a la humanidad de las fuerzas ciegas de la naturaleza, el capitalismo la ha sometido a la dominación de unas nuevas fuerzas ciegas en el seno de la sociedad misma: las fuerzas que desencadena la producción de mercancías cuyas leyes operan sin control, e incluso incompresiblemente, “a espaldas” de la sociedad. Eso ha traído consigo que el siglo XX el más trágico de la historia, haya hundido a gran parte de la humanidad en una desesperanza indecible.
En su lucha por el comunismo, la clase obrera se basa no solo en el desarrollo de las fuerzas productivas producidas por el capitalismo, sino que además una parte de su confianza la basa para el el porvenir en las realizaciones científicas y las propuestas teóricas aportadas con anterioridad por la humanidad. También la herencia de la clase, acumulada en su lucha por una solidaridad efectiva, comprende toda la experiencia de la humanidad hasta nuestros días en lo que se refiere a la creación de lazos sociales, unidad de objetivos, lazos de amistad, actitudes de respeto y de atención hacia los compañeros de combate, etc.
En el próximo número de esta Revista internacional, publicaremos la segunda y última parte de este texto, la cual abordará las cuestiones siguientes:
1) Para tener más datos sobre el análisis de la CCI sobre la trasformación del espíritu de círculo en clanismo, sobre los clanes que han existido en nuestra organización y sobre la lucha contra estas debilidades a partir de 1993, vease nuestro texto “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, Revista internacional no 109, y “El combate por la defensa de los principios organizativos”, Revista internacional no 110.
2) Se trata de una Comisión de investigación nombrada por el XIVº congreso de la CCI. Ver al respecto nuestro artículo de la Revista internacional nº 110.
3) Vease sobre el tema nuestro artículo “La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo”, Revista internacional no 23. En ese artículo ponemos en evidencia las razones por cuales las luchas del siglo XX, contrariamente a las del siglo XIX, no podían apoyarse en una organización previa de la clase.
4) En febrero de 1941, las medidas antisemitas de las autoridades de ocupación alemanas provocaron la movilización masiva de los obreros holandeses. Iniciada en Amsterdam el 25 de febrero, la huelga se extendió al día siguiente a otras ciudades, especialmente, a La Haya, Rotterdam, Groninga, Utrecht, Hilversum, Haarlem, hasta Bélgica incluso, antes de ser reprimida por las autoridades, por las SS en particular. Léase al respecto nuestro libro La Izquierda holandesa.
5) La idea consejista cobre la cuestión del partido desarrollada por la Izquierda comunista holandesa y la idea bordiguista, que es un avatar de la Izquierda italiana, parecen, de entrada, oponerse radicalmente: ésta defiende que el papel del partido es tomar el poder y ejercer la dictadura en nombre del proletariado, incluso, si cabe, oponiéndose al conjunto de la clase, mientras que aquélla estima que todo partido, incluido el comunista, es un peligro para la clase destinado por necesidad a usurparle el poder en detrimento de los intereses de la revolución. En realidad, ambas ideas acaban reuniéndose, pues las dos establecen una separación, cuando no una oposición, entre el partido y la clase , expresando así una falta de confianza fundamental hacia ella. Para los bordiguistas, el conjunto de la clase no es capaz de ejercer la dictadura y por eso le incumbe al partido ejercer esa tarea. A pesar de las apariencias, el consejismo no manifiesta una mayor confianza hacia el proletariado, ya que considera que éste está abocado a dejarse despojar de su poder en beneficio de un partido desde el instante en que existe tal partido.
6) Para nuestro análisis de la descomposición, ver “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo” en la Revista internacional nº 62.
7) Texto publicado en la Revista internacional 109 con el título “La cuestión del funiconamiento de la organización en la CCI”.
8) Y es así porque “En la dinámica de clan, las actuaciones no proceden de un acuerdo político real, sino de lazos de amistad, de fidelidad, de la convergencia de intereses “personales” específicos o frustraciones compratidas. (…) Cuando aparece una dinámica así, los miembros o simpatizantes del clan ya no se determinan, en su comportamiento o las decisiones que toman, en función de una opción consciente y razonada basada en los intereses generales de la organización, sino en función del punto de vista y de los intereses del clan que tienden a plantearse como contradictorios con los del resto de la organización” (“La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, Revista internacio naln°109). En cuanto unos militantes adoptan esas actuaciones, están obligados a dar la espalda a un pensamiento riguroso, al marxismo, adoptando una tendencia a la degeneración teórica y programática. Por sólo citar un ejemplo, podemos recordar que la agrupación clánica aparecida en la CCI en 1984, y que formaría más tarde la “Fracción Externa de la CCI”, acabó poniendo en entredicho nuestra plataforma, de la que se presentaba como la mejor defensora, y rechazando el análisis de la decadencia del capitalismo, patrimonio de la Internacional comunista y de la Izquierda comunista.
9) Cuando llegó a Europa occidental en otoño de 1902, tras su evasión de Siberia, Trotski venía precedido de su fama de redactor de mucho talento (uno de los seudónimos que le pusieron fue “Pero”, “la Pluma”). Llega rápidemente a ser un colaborador de primer plano de la Iskra publicada por Lenin y Plejánov. En marzo de 1903, Lenin escribe a Plejánov para proponerle que Trotski entre en la redacción de Iskra, pero Plejánov se niega: en realidad lo que Plejánov teme es que el talento del joven militante (23 años) ne acabe haciéndole sombra a su propio prestigio. Fue ésa una de las primeras expresiones del extravío de quien había sido principal artífice de la introducción del marxismo en Rusia. Tras haberse unido a los mencheviques, acabará su carrera como socialpatriota al servicio de la burguesía.
10) “Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, par su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad. Y esta supeditación no constituye un acto aislado. Mientras permanezca trabajando, además de esforzar los órganos que trabajan, el obrero ha de aportar esa voluntad consciente del fin a que llamamos atención…” (Marx, El Capital, vol. I, Cap. V. FCE, México)
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[3] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197806/944/terror-terrorismo-y-violencia-de-clase
[4] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197810/2134/resolucion-sobre-el-terror-el-terrorismo-y-la-violencia-de-clase
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3254/xiv-congreso-internacional-informe-sobre-tensiones-imperialistas
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[7] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion
[8] https://es.internationalism.org/cci/200606/974/la-situacion-despues-de-la-segunda-guerra-mundial
[9] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1167/xiii-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internaciona
[10] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
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[25] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199001/3502/derrumbe-del-bloque-del-este-dificultades-en-aumento-para-el-prole
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[27] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3245/al-inicio-del-siglo-xxi-por-que-el-proletariado-no-ha-acabado-aun-
[28] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3251/xiv-congreso-de-la-cci-informe-sobre-la-crisis-extractos
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