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2001 - 104 a 107

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Rev. Internacional nº 104, 1er trimestre 2001

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Crisis económica, Oriente Medio - Las aberraciones del capitalismo 'democrático'

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A favor o en contra de la "globalización" o "mundialización", tranquilizadores o alarmantes, los discursos sobre la situación internacional y sus perspectivas son unánimes en una cosa: la democracia sería el único sistema que permitiría hacer progresar y prosperar a la sociedad, y el capitalismo sería la forma acabada de la organización económica, política y social de la humanidad: "El 2000 no ha sido el verdadero primer año del siglo XX. En términos sustanciales, el siglo XXI empezó en 1991 con la caída del comunismo soviético, el hundimiento del orden bipolar y el esplendor del capitalismo global como ideología incuestionable de nuestra era" (1).¿Y qué ocurre con la multiplicación de las guerras locales y de las matanzas? ¿Por qué aumenta incuestionablemente, por qué se generaliza la miseria en el mundo? ¿Por qué se incrementa el desempleo y la degradación de las condiciones de existencia del proletariado? ¿Cómo habrán de entenderse las hambrunas, el incremento de las epidemias, la corrupción y la inseguridad crecientes? ¿A qué se deben las catástrofes "naturales" y las amenazas sobre el medio ambiente a escala planetaria? Todo ello se debe a que el capitalismo sigue ahí, por las relaciones sociales y las relaciones de producción que impone, en las que las necesidades humanas importan un comino y que solo persiguen un único objetivo: la ganancia y "no simplemente la obtención de ganancias en oro contante y sonante, sino la obtención de ganancias en una progresión cada vez mayor" (2).

A estas objeciones nos encontramos con varias respuestas.

La "mundialización" o la fábula de la "democracia" para ocultar el caos capitalista

Todo eso no serían más que exageraciones de plañideras que se niegan a ver el bienestar que proporciona el sistema actual. Esta es en general la respuesta de los aduladores del capitalismo liberal. Para éstos, las consecuencias desastrosas de la perpetuación del capitalismo son el precio normal que hay que pagar en este sistema social, el resultado inevitable de una ley natural que implica la eliminación de los más débiles y la salvación únicamente para los más fuertes.

O también que esas plagas del mundo moderno en los albores del siglo XXI son reales, pero deben considerarse ante todo como excesos o imperfecciones resultantes de errores cometidos por dirigentes demasiado codiciosos y poco preocupados por el bien común. Sería el resultado del capitalismo "salvaje". Según estas ideas, se necesitaría un control, una regulación bien planteada, organizada por los gobiernos, por los Estados, por organismos locales, nacionales o internacionales idóneos (por ejemplo, a la manera de las célebres ONG, organizaciones pretendidamente no gubernamentales). Ese control podría amortiguar los efectos devastadores del sistema, transformándolo en una verdadera organización de "ciudadanos", convirtiéndolo en un paraíso de paz y prosperidad para todos o casi. Esta respuesta, con variantes, es en general la de la izquierda del aparato político de la burguesía, de la socialdemocracia y de los ex partidos estalinistas, de los ecologistas. Esas son las ideas del ámbito "antiglobalización". También hay en él corrientes izquierdistas que ponen en sordina su fraseología revolucionaria tradicional para aportar una contribución radical al concierto de la defensa de la democracia. Así ocurre con toda clase de camarillas trotskistas o ex maoístas, anarquistas o libertarias, corrientes todas ellas más o menos retoños del izquierdismo socialista, comunista, libertario de los años 70-80. Más allá de las diferencias, todo el mundo se reivindica hoy de la democracia, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda.

Los contestatarios que en el pasado criticaban el circo parlamentario se han quitado la careta desvelando su naturaleza de fervientes defensores de la democracia burguesa que antaño despreciaban. Muchos de ellos son hoy, en casi todos los países, dirigentes del Estado, están en puestos de responsabilidad, en honorables instituciones, organismos y empresas, muy bien integrados en el sistema. Los demás, los que se han mantenido en una oposición más o menos radical a los gobiernos y a esas instituciones (3) denuncian los excesos y errores del sistema, pero en el fondo nunca se plantean cuál es su verdadera naturaleza.

Uno de los mejores ejemplos de esa ideología nos lo da regularmente el mensual francés le Monde diplomatique. Así, el su número de enero del 2001, se puede leer: que "el nuevo siglo empieza en Porto Alegre [Brasil, donde se organiza el primer Foro social mundial a finales de enero 2001]. Todos aquellos que de una manera o de otra, cuestionan o critican la mundialización neoliberal van a reunirse [?] No ya para protestar como en Seattle, Washington, Praga u otros lugares, contra las injusticias, las desigualdades y los desastres que provocan por todas las partes del mundo los excesos del neoliberalismo. Sino para intentar, con ánimo positivo y constructivo esta vez, proponer un marco teórico y práctico que permita considerar una mundialización de nuevo tipo, afirmando que otro mundo, menos inhumano y más solidario, es posible" (4).

En el mismo número hay un artículo de Toni Negri, figura de Potere operaio (5), el cual explica la idea de que hoy ya no hay imperialismo, sino? ¡un "Imperio" capitalista!. Lo expuesto parece mantenerse fiel a la "lucha de clases" y a la "batalla de los explotados contra el poder del capital". Pero solo es apariencia. El artículo pretende sobre todo inventar una especie de nueva perspectiva para la lucha de clases. Y así acaba cayendo de cabeza en lo mismo de siempre: la necesidad de defender no se sabe qué democracia en lugar de la "revolución" e identificarse como ciudadanos en el lugar de la identidad de clase del proletariado. "Esas luchas exigen, además de un salario garantizado, una nueva expresión de la democracia en el control de las condiciones políticas de reproducción de la vida. [?] La mayoría de esas ideas nacieron durante las manifestaciones parisinas del invierno de 1995, aquella "Comuna de París bajo la nieve" [¡] que exaltaba [?] el auto-reconocimiento subversivo de los ciudadanos de las grandes ciudades".

Cualesquiera que sean las intenciones subjetivas de esos protagonistas de la contestación del sistema capitalista, de esos defensores de la perspectiva de la democracia, lo único para lo que sirve objetivamente todo eso, es para mantener las ilusiones de que se puede reformar el sistema o transformarlo gradualmente.

Lo que la clase obrera necesita comprender, en contra de esas viejas ideas reformistas que se han vuelto a poner de moda, es que el imperialismo esa "etapa suprema del capitalismo" como decía Lenin, sigue dominando el mundo, afectando a "todos los Estados, desde el más pequeño al más grande" como decía Rosa Luxemburg, causa básica de la multiplicación de las guerras locales y de la proliferación de las matanzas por el ancho mundo, en cantidad de regiones con conflictos militares. Ante las numerosas preguntas e inquietudes que se hacen frente la vacuidad y lo absurdo del mundo actual, ante la ausencia cada día más patente de perspectiva que impregna toda la sociedad, ante este ambiente abrumador de un vivir día a día, frente a la tendencia a "cada uno para sí", la descomposición del tejido social, la desintegración de la solidaridad colectiva, la clase obrera necesita comprender que la perspectiva del capitalismo no es la de un mundo de ciudadanos que una bonita democracia haría vivir en paz, en medio de la abundancia y la prosperidad. Lo que la clase obrera necesita entender es que la sociedad actual es y sigue siendo una sociedad de clases, un sistema de explotación del hombre cuyo motor es la ganancia y el funcionamiento dictado por la acumulación del capital; entender que la democracia es una democracia burguesa, la forma más elaborada de la dictadura de la clase capitalista.

Lo que ha cambiado desde 1991 no es que el capitalismo haya triunfado sobre el comunismo y que se habría impuesto como único sistema social viable. Lo que cambió fue que el régimen capitalista e imperialista del bloque soviético se desmoronó por los golpes de la crisis económica y frente a la presión militar de su enemigo, el bloque occidental. Lo que cambió fue la configuración imperialista del planeta que dominaba el mundo desde la Segunda Guerra mundial. No fue el comunismo o un sistema en transición hacia él lo que se desmoronó en el Este. En verdadero comunismo, que no ha existido nunca todavía, sigue estando al orden del día. Y no podrá ser instaurado más que mediante el derrocamiento revolucionario de la dominación capitalista por la clase obrera internacional. Es la única alternativa contra lo que augura la supervivencia de la sociedad capitalista: el hundimiento en un caos sin nombre que podría acarrear la destrucción definitiva de la humanidad.

La "nueva economía", el descalabro de la crisis que no cesa

Mientras que los festejos del año 2000 ce organizaron con los mejores auspicios en la euforia de la "nueva economía", el año 2001 ha empezado con una inquietud claramente afirmada en cuanto a la salud económica del capitalismo mundial. Las nuevas ganancias prodigiosas se han desvanecido. Al contrario, después de un año de sinsabores y desilusiones, los ases del e-business y de la net-economía han multiplicado las quiebras y despedido a mansalva en un contexto general apático. Unos ejemplos: "Con el enfriamiento de la nueva economía, ha habido un torbellino de anuncios de despidos. Más de 36000 empleos han sido suprimidos en los "puntocom" en la segunda mitad del año pasado, incluidos los 10000 del mes último" (6).

Ya hemos analizado en varias ocasiones la situación de la crisis económica (7). No vamos a volver a detallar esos análisis, cuyas conclusiones se han vuelto a confirmar hoy. En diciembre pasado, algunas revistas de la prensa internacional titulaban cosas como "Caos" (8), o "¿Aterrizaje brutal?" (9). Por detrás de una fraseología hueca y tranquilizadora, la burguesía necesita saber qué hay de las ganancias que puede esperar de sus inversiones; tiene que rendirse ante lo evidente: la "nueva economía" no es más que otro collar del mismo perro de la "vieja economía", o sea, no un producto del crecimiento sino de la crisis de la economía capitalista. El desarrollo de las comunicaciones por Internet no es la "revolución" prometida. El uso a gran escala de Internet, tanto en los flujos comerciales y las transacciones financieras y bancarias como en el seno de las empresas y las administraciones, en nada cambia las leyes inevitables de la acumulación del capital que exigen el beneficio neto, la rentabilidad y la competitividad en el mercado.

Como cualquier otra innovación técnica, la ventaja competitiva que otorga el uso de Internet desaparece muy rápidamente en cuanto se generaliza ese uso. Y, además, en el ámbito de la comunicación y de las transacciones, para que la técnica funcione y sea eficaz implica que todas las empresas estén conectadas, lo cual significa que la innovación que representa el uso de esa red destruye las ventajas que supuestamente proporciona.

Al principio, la gran "revolución tecnológica" de Internet iba a permitir un desarrollo colosal del "modelo B2C", siglas que significan "business to consumer", o sea una relación directa entre productor y consumidor. De hecho se trata simplemente de consultar catálogos y hacer pedidos por correspondencia electrónica por Internet y no por correo. ¡Vaya novedad! ¿Revolución tecnológica? Muy rápidamente el B2C ha sido abandonada en beneficio del B2B el "business to business", la relación directa entre las empresas mismas. El primer "modelo" apostaba por unas ganancias obtenidas mediante la correspondencia por correo electrónico, poco rentable en fin de cuentas al estar esencialmente dedicada al consumo de las familias. El segundo debía servir para poner en relación directa a las empresas. Las ganancias debían entonces venir de dos "salidas mercantiles". Por un lado las empresas podían ganar dinero, o más bien reducir sus gastos, mediante la reducción de los intermediarios en sus relaciones. ¡No es ya un verdadero mercado, sino una simple reducción de gastos! Por otro lado, íbamos a asistir a la apertura de un "mercado" fabuloso, el de la necesidad de proporcionar mediante Internet los servicios idóneos (anuarios, listas, catálogos, aplicaciones informáticas, medios de pago, etc.); o sea, vuelven a entrar por la ventana los? intermediarios expulsados por la puerta. ¡Gracias Internet!.

Es evidente que tampoco aquí las ganancias se han presentado y se han abandonado rápidamente esos "modelos" económicos. Ha desaparecido el 98% de las starts up de estos últimos años, esas empresas de la "nueva economía" que iban a ser el ejemplo del radiante porvenir del desarrollo capitalista. Y en las que han sobrevivido, a los asalariados les abruma la decepción después de la euforia del enriquecimiento (¡virtual!) de los dividendos de las stocks options generosamente regaladas, trabajando durante horas y horas. Es significativo que los sindicatos, que hasta ahora han dejado esa mano de obra de lado, estén ahora entrando con fuerza en el sector. Y no porque el sindicalismo se haya convertido como por ensalmo en defensor de los trabajadores(10), sino porque sería peligroso dejar que se desarrollara la libre reflexión entre unos trabajadores brutalmente despertados de sus dorados sueños.

La ideología de la net-economy es una clara ilustración del atolladero en que está la economía burguesa, del declive histórico de las relaciones capitalistas de producción. En esa ideología, la ganancia debía ahora obtenerse del desarrollo del comercio y ya no directamente de la producción. El comerciante debía, en cierto modo, cobrar más importancia que el productor. Pero ¿qué ideología es ésa, sino una especie de aspiración a volver a un capitalismo mercantil como el que existía a finales de? la Edad Media?. En aquel entonces, el capitalismo empezaba a desarrollarse gracias al auge del comercio, el cual iba a romper las trabas de las relaciones feudales de producción que encerraban las fuerzas productivas en la prisión del sistema de servidumbre. Hoy, y desde hace más de un siglo, el mercado mundial ha sido conquistado por el capitalismo y el mercado mundial rebosa de una sobreproducción generalizada incapaz de encontrar salidas suficientes. La salvación del capitalismo no vendrá de un nuevo auge del comercio, lo cual es imposible en las condiciones históricas de la época actual.

Hasta ahora solo hemos considerado en este artículo la net-economy, debido a que su hundimiento durante el año 2000 fue lo más comentado de la crisis de la economía capitalista. Pero como lo dice la revista citada arriba: "las supresiones de empleo fueron mucho más allá que el planeta "puntocom". Hubo más de 480000 despidos en noviem-bre. General Motors ha despedido a 15000 obreros con el cierre de Oldsmobile. Whirlpool ha reducido su plantilla en 6300 obreros y Aetna ha puesto en la calle a 5000" (11). En efecto, el año 2001 se ha abierto con una aceleración considerable de la crisis. En Estados Unidos, Greenspan, director de la Reserva federal, ha tomado medias de urgencia para intentar atajar el espectro de la recesión. La "nueva economía" está naufragando y la crisis de la "vieja economía" prosigue sin descanso. Endeudamiento gigantesco a todos los niveles, ataques cada día más duros contra las condiciones de vida del proletariado a escala internacional, incapacidad de integrar en las relaciones de producción capitalistas a masas crecientes de desocupados etc., ésas son las consecuencias principales de la economía capitalista. Los Estados, los bancos centrales, las Bolsas, el FMI, en general todas las instituciones financieras y bancarias y todos los "actores" de la política mundial no cesan de esforzarse por regular el funcionamiento caótico de esta "economía de casino" (12), pero los hechos son testarudos y las leyes del capitalismo acaban siempre imponiéndose.

Así como en el ámbito económico en el que los diferentes discursos sirven sobre todo para ocultar el declive histórico del capitalismo y la profundidad de la crisis, en el del imperialismo los discursos sobre la paz sirven para ocultar el caos y los antagonismos crecientes a todos los niveles. La situación actual en Oriente Medio es una clara ilustración de ello.

La paz encallada en Oriente Medio

Cuando salga esta Revista internacional, el plan que Clinton quería imponer a toda costa antes de abandonar la presidencia de Estados Unidos será papel mojado como era de prever.

Ni siquiera los propios protagonistas de ese "proceso de paz" saben cómo hacer frente a la situación. Cada uno procura defender lo mejor posible sus posiciones sin que ninguna de las partes sea capaz de proponer una salida estable y un mínimo viable al embrollo de la situación de guerra endémica que no ha cesado nunca en esta parte del mundo. El Estado de Israel está dispuesto a soltar lo menos posible de sus prerrogativas y la Autoridad palestina bajo el mando de Arafat no podrá ceder nada que aparezca como una capitulación de sus ambiciones.

El Estado de Israel defiende una posición de fuerza adquirida desde su fundación en 1947 a través de varias guerras contra los Estados árabes vecinos (Jordania, Siria, Líbano, Egipto) con el apoyo indefectible de Estados Unidos. El Estado de Israel, baluarte de la resistencia del bloque imperialista occidental ante la ofensiva llevada a cabo por el bloque imperialista ruso desde los años 50 (mediante los Estados árabes que se sometieron a la URSS), se ha forjado un puesto de gendarme en la región que no está dispuesto a que se le discuta.

Pero la situación ha cambiado desde el desmoronamiento del bloque imperialista ruso hace diez años. Estados Unidos ha cambiado de orientación a su política en Oriente Medio. El objetivo de la guerra del Golfo de 1991 fue que se reconociera el estatuto de superpotencia mundial a Estados Unidos frente las pretensiones de sus aliados del bloque occidental, Gran Bretaña, Francia y, sobre todo, Alemania, de marcar distancias con un padrino percibido ahora como demasiado omnipresente. La disciplina de bloque ya no era necesaria, puesto que la amenaza adversa había desaparecido. La guerra del Golfo también tuvo otro objetivo, el de imponer el dominio total de Estados Unidos sobre Oriente Medio.

En la época de reparto del mundo en dos grandes bloques imperialistas, la administración de Estados Unidos toleraba que sus aliados ocuparan posiciones influyentes en el ruedo imperialista en ciertas partes del mundo. Incluso delegó en algunos de ellos la labor de llevar a cabo una política exterior que, aunque a veces apareciera como opuesta a a los intereses estadounidenses, estaba de todos modos obligada a insertarse en la órbita del bloque occidental. En Oriente Medio, Gran Bretaña pudo así gozar de una influencia preponderante en Kuwait, Francia en Líbano y Siria, Alemania y Francia en Irak, etc. En 1991, la guerra del Golfo dio la señal de la voluntad de Estados Unidos de encargarse por cuenta propia de la "pax americana". La Conferencia de Madrid de 1991, las negociaciones de Oslo a partir de 1993, desembocaron en la firma de la declaración de principio israelo-palestina en Washington de septiembre de 1993, bajo la autoridad única de Estados Unidos. En mayo de 1994, Arafat y Rabin firmaron en El Cairo el acuerdo de autonomía de Gaza - Jericó, iniciando el ejército israelí una retirada que iba a permitir la llegada triunfal a Gaza de Yasir Arafat en julio de 1994.

Pero esta evolución provocó en una parte de la burguesía israelí una verdadera ruptura con la política de Estados Unidos por primera vez en la corta historia de Israel. En noviembre de 1995, Rabin fue asesinado por "un extremista". La llegada al poder del Likud de Netanyahu empezó a entorpecer seriamente los planes de la diplomacia norteamericana. Estados Unidos volverían a coger las riendas en mayo de 1999 con la vuelta del partido Laborista y Ehud Barak de Primer ministro, rematándose en el acuerdo de Sharm el Sheij entre Arafat y Barak en noviembre de 1999. La cumbre de Camp David de julio de 2000, sin embargo, que supuestamente iba a ser la culminación de la capacidad estadounidense para imponer su paz en Oriente Medio, se torció y acabó sin acuerdo. En este episodio, la política de uno de sus antiguos aliados, Francia, fue claramente un intento de sabotaje de la de Estados Unidos, quien así la denunció sin rodeos. En Israel mismo se refuerza la resistencia al "proceso de paz" a la americana con la ya tan conocida visita de Ariel Sharon, viejo halcón del Likud, a la explanada de las Mezquitas en septiembre de 2000, lo que va a dar la señal de nuevos enfrentamientos violentos que se extienden rápidamente por Cisjordania y Gaza. En octubre de 2000, una nueva cumbre en Sharm El Sheij, que preveía el cese de las violencias, la creación de una comisión de encuesta y la reanudación de las negociaciones no llegó a nada en el terreno en donde siguen la Intifada y la represión.

Hoy la situación no es la misma que la de las guerras abiertas como la guerra de los Seis Días de 1967 o la del Kippur de 1973 cuando los ejércitos israelíes se enfrentaron directamente con los de los Estados árabes, en cuyo seno participaban los diferentes Frentes de liberación de Palestina. Tampoco es la misma situación que la de 1982, cuando Israel invadió Líbano e inspiró las matanzas en masa de refugiados en los campos palestinos de Sabra y Chatila a manos de las milicias cristianas, aliadas suyas (más de 20000 víctimas en unos cuantos días). Era entonces una situación en la que predominaba el corte fundamental entre los dos grandes bloques imperialistas, por encima de alguna que otra oposición circunstancial en el seno de un mismo bloque. E incluso si Yasir Arafat, desde que acudió por vez primera a la tribuna de Naciones Unidas en 1976, procuraba granjearse las simpatías de la diplomacia de Estados Unidos, seguía siendo para ésta sospechoso de connivencia con el "Imperio del Mal", según la expresión del presidente americano de entonces, Reagan, para calificar a la URSS.

Hoy lo que impera por todas partes es la división. La burguesía israelí ya no se considera indefectiblemente vinculada a la tutela de Estados Unidos. Ya cuando la guerra del Golfo, una parte significativa de ella, sobre todo en el ejército, se rebeló contra la prohibición a Israel de replicar militarmente a los misiles iraquíes lanzados sobre su territorio. Para el ejército israelí que era y sigue siendo el más eficaz y operativo de la zona fue una píldora amarga y humillante el verse obligado a quedar pasivo y dejar su defensa en manos del estado mayor norteamericano. Después, el "proceso de paz", que ha puesto en casi igualdad a israelíes y palestinos, que impone la retirada del ejército israelí del sur de Líbano, que prevé la cesión de del Golan, etc. no es un plato que aprecie la fracción más "radical" de la burguesía israelí. Y ese "proceso de paz" tampoco es aceptable tal como está para el partido Laborista de Barak. Aunque este partido es más cercano a Estados Unidos que el Likud y tiene, sobre todo, una visión a largo plazo más realista sobre la situación en Oriente Medio, no por ello deja de ser el partido de la guerra, el que ha dirigido los ejércitos y las campañas militares principales. Es, además, el partido bajo cuya autoridad se han desarrollado las famosas implantaciones de colonos en territorio palestino. Contrariamente a bastantes tópicos y mentiras, la izquierda, el partido Laborista, no tiene más inclinación hacia "la paz" que la derecha, el Likud. Matices habrá, pero divergencias fundamentales no hay entre esas dos fracciones de la burguesía israelí. Siempre ha habido unidad nacional en la guerra como en "la paz" (los acuerdos de paz con Egipto los firmó la derecha a finales de los años 70).

Pero no es Israel el único país que podría tener tendencias a hacer su propio papel, intentando quitarse de encima la tutela norteamericana. Siria pudo echar mano de Líbano vendiendo su comportamiento "neutral" hacia Israel en la guerra del Golfo de 1991. Sin embargo, desde su punto de vista, la anexión del Golan conquistado por Israel en 1967 es impensable. Otro asunto suplementario para alimentar la tensión. Y en el propio seno de la burguesía palestina, la organización Fatah de Arafat y las más radicales no están ni mucho menos de acuerdo entre ellas. Toda la región, a imagen de la situación mundial, es presa de la tendencia a que cada cual intente ir "por su cuenta". La influencia muy preponderante de la diplomacia estadounidense es, en realidad, muy superficial, sirviendo para tapar una gran cantidad de polvorines siempre listos para estallar en un contexto de sobrearmamento de todos los protagonistas de la región.

En cuanto a las demás potencias imperialistas, aunque no puedan abiertamente sabotear las iniciativas de Estados Unidos a riesgo de encontrarse fuera de juego, como ahora está ocurriendo con la diplomacia francesa, por mucho que todas ellas hayan aceptado apoyar el "proceso de paz", eso no quita de que, bajo mano, no emprendan acciones para hacer zozobrar el plan Clinton, o cualquier otro plan de la diplomacia norteamericana. El propio Arafat llama a veces a la Unión Europea para que se implique en las negociaciones, pues le gustaría no depender únicamente de Estados Unidos para su supervivencia política. Aunque, eso sí, a la hora de discutir, no acude a la Unión Europea, sino al poder estadounidense.

En esa tendencia "cada uno para sí" que hoy predomina, excepto Estados Unidos que lo hace todo por mantener su estatuto de única superpotencia militar del planeta y Alemania, la cual, en segundo plano, prosigue discretamente una disimulada política imperialista para incrementar su influencia, totalmente paralizada desde la Segunda Guerra mundial y durante la "guerra fría", ninguna otra de las grandes potencias puede tener una visión a largo plazo. Y todavía menos otros Estados menos poderosos. Cada cual procura defender sus intereses nacionales, defenderse donde lo atacan, sobre todo minando y sembrando el desorden en las posiciones del adversario. Ninguno de ellos es hoy capaz de instaurar una política constructiva y duradera. En Oriente Medio, la hora no es la de la estabilización de la situación. Ni siquiera una "paz armada" como la que pudo perdurar en Europa del Este durante la guerra fría es hoy posible.

En cuanto a la posibilidad de crear hoy un Estado palestino, el inconmensurable absurdo de la configuración del proyecto mismo haría casi aparecer la organización de los bantustanes de la Sudáfrica de la época del Apartheid como una estructura social racional. Están los territorios bajo el control exclusivo de la autoridad palestina: son, en el mapa, unas cuantas manchas en Cisjordania junto con la franja de Gaza, pero no entera. Después están los territorios bajo control mixto, en los que Israel es responsable de la seguridad: una cuantas manchas más en Cisjordania. Y todo ello rodeado de los Territorios de Cisjordania bajo control exclusivo de Israel, con carreteras específicas para proteger a los colonos israelíes? ¿Cómo podría hacerse creer que semejante aberración contiene el menor ápice de progreso, lo mínimo de satisfacción de las necesidades de la población, algo que tenga que ver con el pretendido "derecho de los pueblos a la autodeterminación"?

Toda la historia de la decadencia del capitalismo ya ha demostrado hasta qué punto los Estados nacionales que no lograron alcanzar su madurez durante la fase ascendente del modo de producción capitalista, no han podido constituir un marco económico y político sólido y viable a largo plazo, como la URSS y Yugoslavia lo han demostrado haciéndose añicos. Los Estados heredados de la colonización se hacen trizas en Africa. La guerra está infectando toda Indonesia. El terrorismo se ceba en el sur de India, en Sri Lanka. La tensión es extrema en las fronteras indo-pakistaníes, entre Tailandia y Birmania. En Sudamérica, en Colombia impera la inestabilidad. La guerra entre Perú y Ecuador vuelve una y otra vez. Por todas partes se discuten las fronteras, al carecer de la mínima solidez por no haber existido o no haber sido verdaderamente aceptadas y reconocidas desde el siglo XIX.

En el contexto actual, no solo "la patria palestina no será nunca más que un Estado burgués al servicio de la clase explotadora y opresora de esas mismas masas, con sus policías y sus cárceles" (13), sino que además ese Estado no podrá ser más que una aberración, un especie de Estado tampón, un símbolo no ya de la formación de una nación, sino de la descomposición que lleva en sí la persistencia del capitalismo en el período histórico actual. El reparto de soberanías en un entramado indescriptible de zonas, ciudades, pueblos, carreteras, atribuidos a unos u a otros, eso no es un "proceso de paz", sino un campo minado para hoy y para mañana en el cual cualquier conflicto puede estallar en cualquier momento. En una situación en la que la irracionalidad del mundo actual es llevada a su extremo.

oOo

El siglo XXI ha empezado con una nueva aceleración de las consecuencias dramáticas para la humanidad de la persistencia del modo de producción capitalista. La prosperidad prometida por la "nueva economía" al igual que la paz prometida en Oriente Medio no llegan nunca. Y nunca llegarán, pues el capitalismo es un sistema decadente, un cuerpo enfermo con perfusión, que no puede llevar en su descomposición actual más que al caos, a la miseria y la barbarie.

MG

1) "Ideas: No, Economics Isn't King", F. Zakaria, Newsweek, enero de 2001.

2) Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, "Apéndice. En qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Una anticrítica", Grijalbo, 1978, p. 369.

3) En realidad, muchos de ellos ocupan puestos "oficiosos" , como, en Francia, por ejemplo, Krivine de la Ligue communiste révolutionnaire, trotskista, o Aguiton, fundador del sindicato "de base" SUD-PTT, e incluso funciones de consejeros ocultos en las administraciones de la izquierda de la burguesía.

4) Le Monde diplomatique, enero de 2001, "Porto Alegre", I. Ramonet.

5) Grupo extraparlamentario italiano de extrema izquierda de los años 1960-70.

6) Time, 10 de enero de 2001, "This Time It´s Different".

7) Ver los artículos de la Revista internacional de los últimos años: "La nueva economía: una nueva justificación del capitalismo" (no 102), "La falsa buena salud del capitalismo" (no 100) "Detrás del 'crecimiento ininterrumpido', el abismo" (no 99), la serie de artículos "Treinta años de crisis abierta del capitalismo" (nos 96, 97 y 98).

8) Newsweek, 18/12/2000.

9) The Economist, 9-15/12/2000.

10) Ver nuestro folleto Los sindicatos contra la clase obrera.

11) Time, íbidem.

12) Ver "Una economía de casino", en Revista internacional nº 87.

13) "Ni Israel, ni Palestina, los proletarios no tienen patria", toma de posición publicada en toda la prensa territorial de la CCI.

Geografía: 

  • Oriente Medio [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [2]

Al inicio del Siglo XXI - ¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo? (II)

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El siglo que empieza será decisivo  para la historia de la humanidad. Si  el capitalismo prosigue su dominación sobre el planeta, lo sociedad se hundirá antes del 2100 en la barbarie más profunda, comparada con la cual la del siglo XX parecería una simple jaqueca, una barbarie que la hará volver a la edad de Piedra o que acabará, simplemente, destruyéndola. Por eso, si existe un porvenir para la especie humana, está totalmente en manos del proletariado mundial, cuya revolución es lo único que podrá derribar la dominación del modo de producción capitalista, responsable, a causa de sus crisis históricas, de toda la barbarie actual. Pero para ello el proletariado tendrá que ser capaz, en el porvenir, de encontrar en sí mismo la fuerza capaz de le ha faltado hasta ahora para realizar esa tarea.

En la primera parte de este artículo (Revista internacional no 103) intentamos comprender por qué el proletariado fracasó en sus intentos revolucionarios del pasado, sobre todo en el más importante de ellos, el que se inició en Rusia en 1917. En esa primera parte afirmábamos que la terrible derrota sufrida tras ese intento fue la causa de sus ausencias en las demás citas que no debía haber fallado en la historia: la gran crisis del capitalismo de los años 30 y la Segunda Guerra mundial. Subrayábamos en especial que al término de esta guerra: “El proletariado había tocado fondo. Lo que se le presenta, y que él interpreta, como su gran “victoria”, el triunfo de la democracia frente al fascismo, es en realidad su mayor derrota histórica. El sentimiento de victoria que experimenta, la creencia de que esa victoria viene de las “virtudes sagradas” de la democracia burguesa, esa misma democracia que le ha llevado a las dos‑carnicerías imperialistas y que aplastó la revolución a comienzos de los años 20, la euforia que lo embarga es la mejor garantía del orden capitalista”.

En Europa, es decir el principal campo de batalla de la revolución y también de la guerra mundial, la victoria aliada paralizó durante algunos años las luchas obreras. El vientre de los proletarios estaba vacío, pero sus mentes estaban llenas con la euforia de la “victoria”. Además, las políticas de capitalismo de Estado que instauran todos los gobiernos de Europa fue un medio suplementario de engaño de la clase obrera. Esas políticas correspondían básicamente a las necesidades del capitalismo europeo, cuya economía había salido destrozada por la guerra. Las nacionalizaciones, así como algunas medidas “sociales” (como la mayor toma a cargo por parte del Estado del sistema de salud) eran medidas perfectamente capitalistas. Permitían al Estado planificar mejor y coordinar la reconstrucción de un potencial productivo en ruinas y desorden total. Al mismo tiempo permitieron una gestión más eficaz de la fuerza de trabajo. Los capitalistas tenían, por ejemplo, el mayor interés en disponer de obreros en buena salud, sobre todo en un tiempo en que iba a pedírseles un esfuerzo excepcional de producción, en unas condiciones de vida de lo más precario y en situación de penuria de mano de obra. Esas medidas capitalistas serán, sin embargo, presentadas como “victorias obreras”, no sólo por los partidos estalinistas cuyo programa contiene la estatalización completa de la economía, sino también por los socialdemócratas  y especialmente el Partido laborista del Reino Unido. Esto explica por qué en todos los países de Europa, los partidos de izquierda, incluidos los estalinistas, forman parte de los gobiernos, ya sea en coalición con los partidos de la derecha “democrática” (como la Democracia cristiana en Italia) ya sea dirigiendo el gobierno (en el Reino Unido es el laborista Attlee quien sustituye a Churchill como Primer ministro, a pesar de la gran popularidad y el servicio inestimables que éste hizo a la burguesía británica).

Pero al cabo de dos años, al no haberse cumplido las promesas de un “porvenir mejor” que los partidos “obreros”, socialistas y estalinistas, les habían hecho para que aceptaran los sacrificios más insoportables, los obreros empezaron a llevar a cabo toda una serie de luchas. En Francia, por ejemplo, en la primavera de 1947, la huelga de la mayor factoría del país, Renault, obligó al partido estalinista, el PCF, cuyo jefe, Maurice Thorez, no había cesado de llamar a los obreros de todos los sectores a “trabajar primero, reivindicar después”, a salir del gobierno. A continuación, ese partido, mediante el sindicato que controla, la CGT, lanza toda una serie de huelgas para desahogar la cólera obrera antes de que ésta les tome la delantera, pero también, y sobre todo, para hacer presión sobre los demás sectores burgueses para que vuelvan a llamarlo a los ministerios. Los demás partidos burgueses, sin embargo, no hacen caso. No temen, ni mucho menos, que los estalinistas sean desleales en la defensa del capital nacional contra la clase obrera. Pero la Guerra fría ha empezado y en los países de Europa occidental, los sectores dominantes de la burguesía se han alineado detrás de Estados Unidos. En los demás países de Europa en los que los partidos estalinistas participaban en los gobiernos, una de dos: o echan mano del poder si pertenecen a la zona de ocupación rusa, o son expulsados de él si pertenecen a la zona de ocupación occidental.

A partir de entonces, en Europa occidental, las condiciones de vida de la clase obrera empiezan a conocer una ligera mejora. Esto nada tiene que ver, evidentemente, con una especia de generosidad de la burguesía. En realidad, los millones de dólares del plan Marshall han empezado a llegar para así vincular firmemente la burguesía de Europa occidental al bloque americano y minar la influencia de los partidos estalinistas, los cuales, desde entonces van a ponerse en cabeza de las luchas obreras.

En los países de Europa del Este, los cuales, por su parte, no se benefician del maná estadounidense, pues los partidos estalinianos lo han rechazado siguiendo órdenes de Moscú, la situación tarda bastante más tiempo en mejorar un poco. Sin embargo, en estos países, la cólera obrera no puede expresarse del mismo modo. En un primer tiempo, los obreros son llamados a apoyar a los partidos “comunistas” que les prometen el paraíso terrenal, tanto más por cuanto esos partidos no sólo participan en las gobiernos instalados desde la “Liberación” (como en la mayoría de los países occidentales), sino que además se ponen en cabeza de esos gobiernos gracias al apoyo del “Ejército rojo” y que eliminan a los partidos “burgueses”. La patraña que presentan a los obreros es la de la “edificación del socialismo”. Esta patraña alcanza cierto éxito, como en Checoslovaquia donde el “golpe de Praga” de febrero de 1948, o sea la toma de control del gobierno por los estalinistas se realiza con la simpatía de muchos obreros.

Pero muy rápidamente, en las “democracias populares”, el principal instrumento de control de la clase obrera es la fuerza bruta y la represión. Y así, el levantamiento obrero de junio de 1953 en Berlín Este y en numerosas ciudades de la zona de ocupación soviética es aplastado brutalmente por los tanques rusos ([1]). Aunque la cólera que empieza a expresarse en Polonia en la gran huelga de Poznan de junio de 1956 se reduce con la vuelta al poder de Gomulka (dirigente estalinista excluido del PC en 1949, acusado de “titismo”. Estuvo encarcelado de 1951 a 1955) el 21 de octubre de 1956, el levantamiento de los obreros húngaros, en cambio, que se inicia algunos días después fue reprimido bestialmente por los tanques rusos a partir del 4 de noviembre, provocando 25.000 muertos y 160.000 refugiados ([2]).

Las insurrecciones obreras de 1953 y 1956 en los países “socialistas” fueron la prueba evidente de que esos países de “obrero” no tenían nada. Y todos los sectores de la burguesía van a ir en el mismo sentido para impedir que los proletarios saquen las verdaderas lecciones de esos acontecimientos.

En los países del Este, la propaganda “comunista”, las referencias constantes al “marxismo”, al “internacionalismo proletario” de los dirigentes estalinistas son el mejor medio para desviar la cólera obrera de una perspectiva de clase e incrementar las ilusiones de los proletarios hacia la democracia burguesa y el nacionalismo. Y así, el 17 de junio de 1955, una inmensa manifestación de obreros de Berlín Este se dirige hacia el Oeste de la ciudad por la gran avenida Unter den Linden. El objetivo del cortejo era recabar la solidaridad de los obreros de Berlín Oeste, pero también expresaba la ingenuidad de que las autoridades occidentales podrían ayudar a los obreros del Este. Estas autoridades cerraron su sector, pero después, con ese cinismo que las caracteriza, cambiaron el nombre de Unter den Linden en “avenida del 17 de Junio”. De igual modo, las reivindicaciones de junio de 1956 de los obreros polacos, aunque tenían evidentemente aspectos económicos de clase, estaban fuertemente marcadas por las ilusiones democráticas y sobre todo nacionalistas y religiosas. Por eso Gomulka, que se presentaba como un “patriota” que se había opuesto a Rusia y que mandó, en cuanto llegó al poder, liberar al cardenal Wyszynski (ingresado en un monasterio desde septiembre de 1953) pudo recuperar el control de la situación a finales de 1956. De igual modo, en Hungría, la insurrección obrera, aunque fue capaz de organizarse en consejos obreros, estuvo muy marcada por las ilusiones democráticas y nacionalistas. Además, la insurrección se produjo como consecuencia de la represión sangrienta de una manifestación  convocada por los estudiantes que reivindicaban la puesta en marcha en Hungría de un rumbo “como el de Polonia”. De igual manera, la finalidad de las medidas decididas por Imre Nagy (viejo estalinista, retirado de su puesto de jefe del partido por la tendencia “dura” en abril de 1955), en su retorno, es la de aprovecharse de esas ilusiones para volver a apoderarse de las riendas: formación de un gobierno de coalición y anuncio de la retirada de Hungría del Pacto de Varsovia. Para la URSS esta última medida es inaceptable y decide enviar sus tanques.

La intervención de las tropas rusas es, evidentemente, más leña al fuego del nacionalismo en los países de Europa del Este. Y al mismo tiempo, es utilizada por la propaganda de los sectores “democráticos” y proamericanos de la burguesía de los países de Europa occidental, mientras que los partidos estalinistas de esos países utilizan esa misma propaganda para presentar la insurrección obrera en Hungría como un movimiento patriotero, hasta “fascista”, a sueldo del imperialismo americano.

Y así, durante toda la Guerra fría, e incluso cuando ésta fue sustituida por la “coexistencia pacífica” después de 1956, la división del mundo en dos bloques fue un instrumento de primer orden para mistificar a la clase obrera. En los años 1930, como ya hemos visto en la primera parte de este artículo, la identificación del comunismo a la URSS estalinista provocó una profunda desmoralización en ciertos sectores de la clase obrera que rechazaban una sociedad al estilo “soviético”, reanudando con los partidos socialdemócratas. Al mismo tiempo, la mayoría de los obreros que esperaban todavía una revolución proletaria siguieron a los partidos estalinistas que se reivindicaban de ella en su defensa de la “patria socialista” y de lucha “antifascista”, lo que les permitió encuadrarlos en la Segunda Guerra mundial. En los años 50, el mismo tipo de política siguió dividiendo y desorientando a la clase obrera. Una parte de ella no quiso ni oír hablar más de comunismo, identificado a la URSS, mientras que la otra parte siguió soportando la dominación ideológica de los partidos estalinistas y de sus sindicatos. Así, desde la guerra de Corea, el enfrentamiento Este-Oeste se aprovechó para oponer a diferentes sectores de la clase obrera y a alistar a millones de obreros tras los estandartes del campo soviético en nombre de la “lucha contra el imperialismo”. Por ejemplo, el Partido comunista francés y el Movimiento de la paz controlado por él, organizan una gran manifestación en París contra la venida del general estadounidense Ridgway, comandante de las tropas americanas en Corea. Como Ridgway es acusado (sin razón, en realidad) de utilizar armas bacteriológicas, la manifestación que agrupa a varias decenas de miles de obreros (sobre todo militantes del PC) denuncia a “Ridgway-la-Peste”, exigiendo la salida de Francia de la OTAN. Se producen enfrentamientos muy violentos con la policía y el número 2 del PCF, Jacques Duclos, es arrestado. La determinación del PCF en su enfrentamiento con la policía y la detención de su dirigente “histórico” le dan una imagen “revolucionaria” a un partido que solo 5‑años antes ocupaba los palacetes y los ministerios de la República burguesa. En la misma época, las guerras coloniales son una ocasión más para desviar a los obreros de su terreno de clase, en nombre, una vez más, de la “lucha contra el imperialismo” (y no de lucha contra el capitalismo), contra el que la URSS es presentada como la campeona del “derecho y la libertad de los pueblos”.

Ese tipo de campañas va a proseguir en muchos países durante los años 50 y 60, sobre todo cuando la guerra de Vietnam, en la que EEUU se comprometió masivamente a partir de 1961.

Si ha habido un país en el que la división del mundo en dos bloques antagónicos ha tenido un gran peso, un país en el que la contrarrevolución tuvo una amplitud sin parangón, ese país es Alemania. El proletariado de ese país fue durante décadas la vanguardia del proletariado mundial. Los obreros del mundo entero eran conscientes de que el destino de la revolución se dirimía en Alemania. Y eso fue exactamente lo que ocurrió entre 1919 y 1923. La derrota del proletariado alemán determinó la del proletariado mundial. Y la terrible contrarrevolución que sobre él se abatió después, con el rostro infame del nazismo, fue, junto con el estalinismo, la expresión más patente de que la contrarrevolución que se precipitó sobre los obreros de todos los países.

Después de la Segunda Guerra mundial, la división de Alemania en dos, cada uno de los dos trozos perteneciente a uno de los dos grandes bloques imperialistas, permitió, en ambos lados del telón de acero, una destrucción masiva en las masas obreras, haciendo del proletariado alemán, durante varias décadas no ya la vanguardia, sino la retaguardia del proletariado de Europa en el plano de la combatividad y de la conciencia.

Sin embargo, el elemento esencial que paralizó a la clase obrera durante todo ese período, permitiendo su sumisión ideológica al capitalismo, fue la “prosperidad” que conoció el sistema con la reconstrucción de las economías destruidas por la guerra.

Entre el final de los años 40 y mediados los 60, el capitalismo mundial conoció lo que los economistas y políticos burgueses llaman los “treinta gloriosos”, pues cuentan el período que va de 1945 a 1975 (año marcado por una fuerte recesión mundial), sin contar las dificultades que aparecieron en 1967 y 1971.

No vamos a examinar aquí las causas ni el crecimiento económico rápido de esos años ni los años finales de ese crecimiento, análisis que ha sido objeto de muchos artículos en esta Revista ([3]). Lo que sí importa señalar es que la crisis abierta que empieza a desarrollarse a partir del año 1967 (freno de la economía mundial, recesión en Alemania, devaluación de la libra esterlina, incremento del desempleo) fue una confirmación del marxismo, el cual siempre:

– ha anunciado que el capitalismo era incapaz de superar definitivamente sus contradicciones económicas, responsables, en última instancia, de las convulsiones del siglo XX y, muy especialmente, de las dos guerras mundiales;

– ha considerado que los períodos de prosperidad del capitalismo eran aquellos en los que este sistema poseía los cimientos políticos y sociales más sólidos ([4]);

– ha basado la perspectiva de una revolución proletaria en la quiebra del modo de producción capitalista ([5]).

En ese sentido, la sumisión ideológica de la clase obrera al capitalismo, el conjunto de mistificaciones que han logrado mantener a las masas obreras alejadas de toda perspectiva de una puesta en entredicho del capitalismo sólo podían ser superadas con el final del “boom” de la posguerra.

Y eso fue precisamente lo que ocurrió en 1968.

La salida de la contrarrevolución

A finales de 1967, cuando todos los ideólogos de la burguesía seguían celebrando los esplendores de la economía capitalista, mientras que algunos, que se reivindicaban, sin embargo, del marxismo e incluso de la revolución sólo hablaban de la capacidad de la sociedad burguesa par “integrar” a la clase obrera ([6]), mientras que incluso los grupos surgidos de la Izquierda comunista que se habían separado de la IIIª Internacional en degeneración, no veían la menor salida del túnel, la pequeña revista Internacionalismo (después convertida en publicación de la CCI en Venezuela) publicaba un artículo titulado: “1968, se inicia una nueva convulsión del capitalismo”, artículo que concluía así: “Profetas no somos, y no pretendemos adivinar cómo se van a desarrollar los acontecimientos futuros. Pero de lo que sí estamos seguros y conscientes, sobre el proceso en el que se está hundiendo actualmente el capitalismo, es que no es posible frenarlo con reformas, devaluaciones, ni con ningún otro tipo de medidas económicas capitalistas y que lleva directamente a la crisis. Y también estamos seguros de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad de clase, que hoy se está viviendo de manera general, va a conducir a la clase obrera a una lucha sangrienta y directa por la destrucción del Estado burgués”.

El único y gran mérito de nuestros camaradas que publicaron ese artículo fue el haber permanecido fieles a las enseñanzas del marxismo, unas lecciones que iban a verificarse magistralmente unos meses después. En efecto, en mayo de 1968, estalló en Francia la mayor huelga de la historia, la huelga en la que mayor número de obreros (casi 10 millones) cesaron simultáneamente el trabajo.

Un acontecimiento de esa amplitud fue la señal de un cambio fundamental en la vida de la sociedad: la terrible contrarrevolución que había aplastado a la clase obrera a finales de los años 20 y que prosiguió durante dos décadas después de la Segunda Guerra mundial había llegado a su fin. Y esto se confirmó rápidamente por todas las partes del mundo en una serie de luchas de una amplitud desconocida desde hacía décadas:

  • el otoño caliente italiano de 1969, con sus luchas masivas en los principales centros industriales y una puesta en entredicho explícita del encuadramiento sindical;
  • el levantamiento de los obreros de Córdoba, en Argentina, ese mismo año;
  • las huelgas masivas de los obreros del Báltico en Polonia, durante el invierno de 1970-71;
  • y otras muchas luchas en los años siguientes en prácticamente todos los países europeos, en Inglaterra en particular (el más antiguo país capitalista del mundo), en Alemania (país más poderoso de Europa y país faro del movimiento obrero desde la segunda mitad del siglo XIX) e incluso en España, país sometido todavía en aquel entonces a la feroz dictadura franquista.

Al mismo tiempo que se producía el despertar de las luchas obreras, podía asistirse a un retorno de la idea misma de revolución, en discusiones entre numerosos obreros en lucha, especialmente en Francia e Italia, países que habían vivido los movimientos más masivos. También, ese despertar del proletariado se manifestó por un interés creciente por el pensamiento revolucionario, los textos de Marx, Engels, los escritos marxistas en general, Lenin, Trotski, Rosa Luxemburg, pero también de los militantes de la Izquierda comunista, Bordiga, Görter, Pannekoek. Este interés se concretó en el surgimiento de toda una serie de pequeños grupos que intentaban acercarse a las posiciones de la Izquierda comunista y de inspirarse de su experiencia.

No vamos aquí a hacer un cuadro de la evolución las luchas obreras desde 1968 ni de los grupos que se reivindican de la Izquierda comunista ([7]). Lo que sí vamos a intentar es explicar por qué no se ha hecho realidad todavía lo que preveían nuestros camaradas de Venezuela en 1967: la “lucha sangrienta y directa por la destrucción del estado burgués”.

Los obstáculos encontrados por el proletariado a lo largo de estos treinta últimos años han sido analizados por nuestra organización. Así la parte que sigue es un resumen de lo que ya hemos ido diciendo en otras ocasiones.

La primera causa del largo camino de la revolución comunista es objetiva. La ola revolucionaria que se inició en 1917 y se extendió después a muchos países era una respuesta a la agravación repentina y terrible de las condiciones de vida de la clase obrera: la guerra mundial. Menos de tres años bastaron para que el proletariado, que había entrado en la guerra con “la flor en el fusil”, totalmente cegado por las mentiras burguesas, empezara a abrir los ojos y a levantar cabeza frente a la barbarie que se vivía en las trincheras y la explotación despiadada que sufría en retaguardia.

La causa objetiva del desarrollo de las luchas obreras a partir de 1968 es la agravación de la situación económica del capitalismo, cuya crisis abierta le obliga a atacar cada día más las condiciones de vida de los trabajadores. Pero, contrariamente a los años 30, en que la burguesía perdió totalmente el control de la situación, la crisis abierta actual no se incrementa en un período de unos cuantos años sino en un proceso de varias décadas. El ritmo lento de la crisis se debe a que la clase dominante ha sabido sacar las lecciones de su pasada experiencia y que ha instaurado una serie de medidas que le permiten “gestionar” la caída en el abismo ([8]). Esto no pone ni mucho menos en entredicho el carácter insoluble de la crisis capitalista, pero sí permite a la clase dominante extender en el espacio y en el tiempo sus ataques contra la clase obrera a la vez que puede ocultar durante cierto tiempo, incluso para ella, el hecho de que esta crisis no tiene salida.

El segundo factor que permite explicar el largo camino hacia la revolución para la clase obrera es el despliegue por parte de la clase dominante de toda una serie de maniobras políticas para acabar agotando las luchas y atajar la toma de conciencia.

A grandes rasgos, pueden resumirse así las diferentes estrategias de la burguesía desde 1968:

  • frente al primer surgimiento de luchas obreras que la sorprendieron, la burguesía avanzó la baza de “la alternativa de izquierdas”, llamando a los obreros a renunciar a sus luchas para permitir a los partidos de izquierda instaurar otra política económica que tenía la pretensión de superar la crisis;
  • después de que esa política paralizara durante cierto tiempo la combatividad obrera, una nueva oleada de luchas a partir de 1978 (por ejemplo, en 1979, Gran Bretaña conoce, con 29 millones de jornadas de huelga, la mayor combatividad obrera desde 1926) lleva a la burguesía de los principales países avanzados (especialmente en el Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Italia) a jugar la baza de la izquierda en la oposición, en la que los partidos que se pretenden obreros y los sindicatos por ellos controlados se ponen a hablar un lenguaje más radical para sabotear desde dentro las luchas obreras;
  • esta política explica en gran parte el retroceso de las luchas obreras desde 1981, pero no puede impedir que se reanuden combates de envergadura desde el otoño de 1983 (sector público en Bélgica, después en Holanda, huelga de los mineros británicos en 1984, huelga general en Dinamarca, en 1985, huelgas masivas en Bélgica en 1986, huelgas ferroviarias en Francia a finales del 86, serie de huelgas en Italia en 1987, sobre todo en la Educación, etc.)

Lo más característico de esos movimientos, que expresa una toma de conciencia en profundidad en la clase obrera, es la dificultad creciente de los aparatos sindicales clásicos para controlar las luchas lo que se plasma en el uso cada vez más frecuente de órganos que se presentan no ya como sindicatos sino incluso antisindicales (como las “coordinadoras” en Francia y en Italia en 1986-88), y que no son sino las estructuras de base del sindicalismo.

A lo largo de ese período, la burguesía desplegó una cantidad considerable de maniobras destinadas a limitar la combatividad obrera y retrasar la toma de conciencia del proletariado. Pero en esta política antiobrera, se vio poderosamente ayudada por el desarrollo de un fenómeno, la descomposición de la sociedad capitalista. Esta es el resultado de que, aunque el surgimiento histórico del proletariado a finales de los años 60 impidió a la burguesía dar su propia respuesta a la crisis de su sistema (o sea una guerra mundial, como la crisis del 29 que desembocó en la Segunda Guerra mundial), no podía impedir, mientras no hubiera echado abajo el capitalismo, que todos los aspectos de la decadencia se desplegaran cada día más:

“Hay bloqueo momentáneo de la situación mundial, pero no por ello se para la historia. Durante dos décadas, la sociedad ha seguido soportando la acumulación de todas las características de la decadencia agudizadas por el hundimiento en la crisis económica, mientras que, cada día más, la clase dominante da prueba de su incapacidad para superarla. El único proyecto que esta clase sea capaz de proponer a la sociedad es el de resistir día a día, golpe a golpe y sin esperanza de éxito, al hundimiento irremediable del modo de producción capitalista.

“Privado del menor proyecto histórico capaz de movilizar sus fuerzas, incluso del más suicida, la guerra mundial por ejemplo, la clase capitalista lo único que ha podido hacer es pudrirse sobre sí misma cada día más, hundirse en la descomposición social avanzada, la desesperanza general” ([9]).

La entrada del capitalismo decadente en su última fase, la de la descomposición, ha sido un creciente peso negativo sobre la clase obrera a lo largo de los años 80:

“La descomposición ideológica afecta, evidentemente, en primer lugar a la clase capitalista misma y de rebote, a las capas pequeño burguesas, que carecen de la menor autonomía. Puede incluso decirse que estas capas se identifican muy bien con la descomposición, pues al dejarlas su propia situación sin la menor posibilidad de porvenir, se amoldan a la causa principal de la descomposición ideológica: la ausencia de toda perspectiva inmediata para el conjunto de la sociedad. Únicamente el proletariado lleva en sí una perspectiva para la humanidad, y por eso es en sus filas en donde existen las mayores capacidades de resistencia a la descomposición. Pero también le afecta ésta, sobre todo porque la pequeña burguesía con la que convive es uno de sus principales vehículos. Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica:

  • la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el “salvase quien pueda”, el “arreglárselas por su cuenta”;
  • la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad;
  • la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el “no future”;
  • la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época.

“Uno de los factores que está agravando esa situación es evidentemente que una gran proporción de jóvenes generaciones obreras está recibiendo en pleno rostro el latigazo del desempleo, incluso ants de que muchos hayan podido tener ocasión, en los lugares de producción, en compañía de los compañeros de trabajo y lucha, de hacer la experiencia de una vida colectiva de clase. De hecho, el desempleo, resultado directo de la crisis económica, aunque en si no es una expresión de la descomposición, acaba teniendo, en esta fase particular de la decadencia, consecuencias que lo transforman en aspecto singular de la descomposición. Aunque en general sirva para poner al desnudo la incapacidad del capitalismo para asegurar un futuro a los proletarios, también es, hoy, un poderoso factor de “lumpenización” de ciertos sectores de la clase obrera, sobre todo entre los más jóvenes, lo que debilita de otro tanto las capacidades políticas actuales y futuras de ella, lo cual ha implicado, a lo largo de los años 80, que han conocido un aumento considerable del desempleo, una ausencia de movimientos significativos o de intentos reales de organización por parte de obreros sin empleo. El que en pleno período de contrarrevolución, cuando la crisis de los años 30, el proletariado, en especial en Estados Unidos, hubiera sido capaz de darse formas de lucha da una idea, por contraste, del peso de las dificultades que hoy acarrea el desempleo en la toma de conciencia del proletariado, debido a la descomposición” ([10]).

En ese contexto de dificultades encontradas por la clase obrera en el desarrollo de su toma de conciencia iba a intervenir a finales de 1989 un acontecimiento histórico considerable, expresión también de la descomposición del capitalismo, el hundimiento de los regímenes estalinistas de Europa del Este, de esos regímenes que todos los sectores de la burguesía habían presentado como “socialistas”:

“Los acontecimientos que hoy están agitando a los países llamados “socialistas”, la desaparición de hecho del bloque ruso, la bancarrota patente y definitiva del estalinismo a nivel económico, político e ideológico, constituyen el hecho histórico más importante desde la Segunda Guerra mundial, junto con el resurgimiento internacional del proletariado a finales de los años 60. Un acontecimiento de esa envergadura tendrá repercusiones, y ha empezado ya a tenerlas, en la conciencia de la clase obrera, y más todavía por tratarse de una ideología y un sistema político presentados durante más de medio siglo y por todos los sectores de la burguesía como “socialistas” y “obreros”. Con el estalinismo desaparece el símbolo y la punta de lanza de la más terrible contrarrevolución de la historia. Pero eso no significa que el desarrollo de la conciencia del proletariado mundial tenga ahora ante sí un camino más fácil, sino‑al contrario. Hasta en su muerte, el estalinismo está prestando un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue contaminando la atmósfera que respira el proletariado. Para los sectores dominantes de la burguesía, el desmoronamiento definitivo de la ideología estalinista, los movimientos “democráticos”, “liberales” y nacionalistas que están zarandeando a los países del Este, son una ocasión pintiparada para desatar e intensificar aún más sus campañas mistificadoras. La identificación establecida sistemáticamente entre comunismo y estalinismo, la mentira repetida miles y miles de veces, machacada hoy todavía más que antes, de que la revolución proletaria no puede conducir más que a la bancarrota, va a tener con el hundimiento del estalinismo, y durante todo un período, un impacto creciente en las filas de la clase obrera. Cabe pues esperarse a un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado, cuyas manifestaciones se advierten ya, en especial, en el retorno a bombo y platillo de los sindicatos en el ruedo social. Aunque el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques cada vez más duros contra los obreros, lo cual les obligará a entrar en lucha, no por ello el resultado va ser, en un primer tiempo, el de una mayor capacidad de clase para avanzar en su toma de conciencia. En especial, la ideología reformista habrá de pesar fuertemente en las luchas del período venidero, lo cual va a favorecer la acción de los sindicatos” ([11]).

Habíamos hecho esta previsión en octubre de 1989 y se verificó plenamente durante todos los años 90. El retroceso de la conciencia en la clase obrera se ha manifestado en una pérdida de confianza en sus propias fuerzas que ha provocado el retroceso general de su combatividad cuyos efectos se siguen notando hoy.

En 1989 definimos las condiciones para que la clase obrera saliera de ese retroceso:

“En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico – la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase –, aparece como más importante que el que había acarreado la derrota en 1981 del proletariado en Polonia. Sin embargo, no se puede prever de antemano su amplitud real ni su duración. En particular, el ritmo del hundimiento del capitalismo occidental, en el cual se percibe actualmente una aceleración con la perspectiva de una nueva recesión abierta y patente, va a determinar el plazo de la próxima reanudación de la marcha del proletariado hacia su conciencia revolucionaria. Al barrer las ilusiones sobre la “reactivación” de la economía mundial, al poner al desnudo la mentira que presenta al “capitalismo liberal” como una solución a la bancarrota del pretendido “socialismo”, al revelar la quiebra histórica del conjunto del modo de producción capitalista y no sólo de sus retoños estalinistas, la intensificación de la crisis capitalista obligará al proletariado a dirigirse de nuevo hacia la perspectiva de otra sociedad, a inscribir de manera creciente sus combates en esa perspectiva” ([12]).

Y precisamente, los años 90 han estado marcados por la capacidad de la burguesía mundial, especialmente por su parte principal, la de Estados Unidos, para frenar el ritmo de la crisis y dar la ilusión de una “salida del túnel”. Una de las causas profundas del grado débil de combatividad actual de la clase obrera, a la vez que sus dificultades para desarrollar su confianza en sí misma estriba sin lugar a dudas en las ilusiones que el capitalismo ha logrado crear sobre la “prosperidad” de su economía.

Pero también hay otro factor más general que explica las dificultades actuales para la politización del proletariado, una politización que permitiría comprender, aunque fuera de forma embrionaria, lo que está hoy en juego en los combates que está llevando a cabo para fecundarlos y ampliarlos:

“Para entender todos los datos del período actual y el venidero, hay que también tener en cuenta las características del proletariado que hoy está llevando a cabo el combate: está formado por generaciones obreras que no han vivido la derrota, como así ocurrió con las que habían llegado a su madurez en los años 30 y durante la Segunda Guerra mundial; por eso, en ausencia de derrotas sucesivas que la burguesía no ha conseguido asestarle hasta ahora, mantienen intactas sus reservas de combatividad.

“Estas generaciones se benefician de un desgaste irreversible de los grandes temas mistificadores (la patria, la civilización, la democracia, el antifascismo, la defensa de la URSS), que en su día habían servido para enrolar al proletariado en la guerra imperialista.

“Son esas dos características esenciales las que explican que el curso histórico actual va hacia enfrentamientos de clase y no hacia la guerra imperialista. Sin embargo, lo que da la fuerza al proletariado actual, ocasiona también su debilidad. El hecho mismo de que sólo las generaciones que no han conocido la derrota puedan volver a encontrar el camino de los combates de clase implica que existe entre estas generaciones y las que realizaron los últimos combates decisivos, en los años 20, un abismo enorme, que el proletariado de hoy está pagando caro:

  • con la ignorancia considerable de su propio pasado y de las enseñanzas de éste;
  • con el retraso en la formación de su partido revolucionario.

“Esos factores explican ese carácter que tiene el curso actual de las luchas obreras de “ir a trompicones” y permiten entender por qué hay momentos de falta de confianza en si mismo por parte de un proletariado que no tiene clara conciencia de la fuerza que él representa frente a la burguesía. Esos factores nos dicen también el largo camino que espera al proletariado, el cual sólo será capaz de llevar a cabo su revolución si asimila las experiencias del pasado y si se da su partido de clase.

“Con el resurgir histórico del proletariado a finales de los 60, se ha puesto a la orden del día la formación del partido de clase, pero sin que haya podido realizarse a causa:

  • del vacío de medio siglo que nos separa de los antiguos partidos revolucionarios;
  • de la desaparición o de la atrofia más o menos avanzada de las fracciones de izquierda que se salieron de aquellos;
  • de la desconfianza de muchos obreros para con cualquier organización política (sea ésta burguesa o proletaria), lo cual es una expresión del peligro consejista, tal como la CCI lo ha identificado, expresión de una debilidad histórica del proletariado frente a la necesaria politización de su combate” ([13]).

Puede así comprobarse cuán largo es para el proletariado el camino que lleva a la revolución comunista. Profunda y larga contrarrevolución, desaparición casi total de sus organizaciones comunistas, descomposición del capitalismo, hundimiento del estalinismo, capacidad de la clase dominante  para controlar la caída de su economía y sembrar ilusiones sobre ella. Parece como si todo, desde hace 30 años, e incluso desde los años 20, hubiera sido hecho contra la clase obrera en su progresión por ese camino.

La naturaleza profunda de las dificultades del proletariado
en el camino de la revolución

Al final de la primera parte de este artículo, evocábamos las diferentes citas con la historia falladas por el proletariado durante el siglo XX: la oleada revolucionaria que puso fin a la Primera Guerra mundial y que acabó en derrota, el hundimiento de la economía mundial a partir de 1929, la Segunda Guerra mundial. Veíamos que el proletariado no falló a la cita con la historia a partir de finales de los años 60, pero también hemos podido medir la cantidad de obstáculos que ante sí ha tenido y que han frenado su progresión en el camino hacia la revolución proletaria.

Los revolucionarios del siglo pasado, empezando por Marx y Engels, pensaban que la revolución podría verificarse durante su siglo. Se engañaron y fueron ellos los primeros en reconocerlo. En realidad solo sería al iniciarse el siglo XX cuando se reunieron las condiciones materiales de la revolución proletaria, lo que quedó confirmado  en la primera carnicería imperialista mundial. A su vez, los revolucionarios de principios del XX creyeron que merced a esas condiciones objetivas ya presentes, la revolución comunista tendría lugar en el siglo XX. También ellos se engañaron. Cuando se pasa revista a los acontecimientos históricos que han impedido que la revolución se haya verificado hasta hoy, podría albergarse el sentimiento de que “el proletariado no tiene suerte”, que ha estado enfrentado a una serie de catástrofes y hechos desfavorables, aunque no ineluctables cada uno en sí. Es cierto que ninguno de esos hechos estaba escrito de antemano y la historia podría haber evolucionado de otra manera. Por ejemplo, en Rusia, la revolución habría podido ser aplastada por los ejércitos blancos, lo cual habría evitado el desarrollo de la monstruosidad estalinista, el peor enemigo del proletariado en el siglo XX, punta de lanza de la peor contrarrevolución  de la historia, cuyos efectos negativos se siguen notando treinta años después de su término. De igual modo, tampoco estaba escrito que los Aliados ganaran la Segunda Guerra mundial, relanzando por largo tiempo la fuerza de la ideología democrática, que es, en los países más desarrollados, uno de los venenos más eficaces contra la conciencia comunista del proletariado. De igual modo, en otra configuración de la guerra, el régimen estalinista podría no haber sobrevivido al conflicto, lo cual habría evitado que el antagonismo entre los bloques apareciera como enfrentamiento entre capitalismo y socialismo. Tampoco habríamos conocido entonces el desmoronamiento del bloque “socialista” cuyas consecuencias ideológicas tanto pesan hoy en las espaldas de la clase obrera.

Sí, pero la acumulación de todos esos obstáculos ante el proletariado a lo largo del siglo XX no podrán nunca ser considerados como una simple sucesión de “infortunios”, sino que son básicamente la expresión de la inmensa dificultad que representa la revolución proletaria.

Un aspecto de esa dificultad viene de la capacidad de la clase burguesa para sacar provecho de las diferentes situaciones que ante ella se presentan, para volverlas sistemáticamente contra la clase obrera. Es la prueba de que la burguesía, a pesar de la prolongada agonía de su modo de producción, a pesar de la barbarie que está obligada a agravar cada día más por el mundo entero, a pesar de la putrefacción de raíz de su sociedad y la descomposición de su ideología, se mantiene vigilante y da pruebas de su inteligencia política cuando se trata de impedir que el proletariado avance hacia la revolución. Una de las razones por las cuales no se realizaron las previsiones de los revolucionarios del pasado sobre el advenimiento de la revolución fue que subestimaron la fuerza de la clase dirigente, especialmente su inteligencia política. Hoy, los revolucionarios no podrán contribuir de verdad al combate del proletariado por la revolución si no saben reconocer esa fuerza política de la burguesía, especialmente ese maquiavelismo que despliega cuando es necesario, si no saben prevenir a los obreros contra todas las trampas que les tiende la clase enemiga.

Pero también hay otra razón más fundamental todavía de la gran dificultad del proletariado para alcanzar la revolución. Es una razón que ya mostró Marx en un pasaje a menudo citado de El 18 de Brumario de Luís Bonaparte: “Las revoluciones proletarias… se critican a sí mismas constantemente, interrumpen a cada instante su propio andar, vuelven hacia atrás constantemente ante la infinita inmensidad de sus propios fines, y eso hasta que por fin se haya fraguado la situación que haga imposible toda vuelta atrás, y que las circunstancias mismas clamen: ¡Hic Rhodus, hic salta!”.

Efectivamente, una de las causas de la gran dificultad de la gran mayoría de los obreros para inclinarse hacia la revolución es el vértigo que les embarga cuando piensan que la tarea es imposible por lo inmensa que es. Efectivamente, la tarea que consiste en derrocar a la clase más poderosa que la historia haya conocido, el sistema que ha hecho dar a la humanidad pasos de gigante en la producción material y el dominio de la naturaleza, aparece como algo imposible. Pero lo que más vértigo produce en la clase obrera es la inmensidad de una tarea que consiste en edificar una sociedad totalmente nueva, por fin liberada de los males que abruman a la sociedad humana desde sus orígenes, la penuria, la explotación, la opresión, las guerras.

Cuando los prisioneros o los esclavos llevaban permanentemente cadenas en los pies, tanto se acostumbraban a esa traba que acababan teniendo el sentimiento que no podrían volver a andar sin sus cadenas y a veces se negaban a que les fueran retiradas. Es un poco lo que le ocurre al proletariado. Aun cuando lleva en sí la capacidad de liberar a la humanidad, todavía le falta la confianza para encaminar sus pasos conscientemente hacia ese objetivo.

Pero se acercará el momento en que “las circunstancias mismas clamen: ¡Hic Rhodus, hic salta!”. Si queda en manos de la burguesía, la sociedad humana no alcanzará el próximo siglo, si no es hecha trizas y ya sin nada que pueda llamarse humano. Mientras este extremo no se haya alcanzado, mientras haya un sistema capitalista, incluso hundido en la más profunda de sus crisis, habrá necesariamente una clase explotada, el proletariado. Y permanecerá por consiguiente la posibilidad de que éste, acuciado por la quiebra económica total del capitalismo, supere al fin sus vacilaciones para lanzarse a la tarea inmensa que la historia le ha confiado, la revolución comunista.

Fabienne.


[1] Ver nuestro artículo: “Alemania del Este: la insurrección obrera de junio de 1953” en la Revista internacional nº 15.

[2] Ver nuestro artículo: “Lucha de clases en Europa del Este (1920-1970)” en la Revista internacional nº 27.

[3] Puede también leerse nuestro folleto La Decadencia del capitalismo.

[4]  “Así, de los hechos mismos, él [Marx] extrajo un enfoque perfectamente claro de lo que hasta entonces no había hecho sino deducir, un poco a priori, materiales insuficientes: a saber, que la crisis comercial mundial de 1847 había sido la verdadera madre de las revoluciones de Febrero [París] y de Marzo [Viena y Berlín] y que la prosperidad industrial vuelta poco a poco desde mediados de 1848 y llegada a su apogeo en 1849 y 1850, fue la fuerza vivificadora en la que la reacción europea encontró un nuevo vigor” (Engels, “Prefacio” de 1895 a Las Luchas de clases en Francia).

[5] Ese fue, en particular, el caso del ideólogo de las revueltas estudiantiles de los años 1960, Herbert Marcuse, el cual consideraba que la clase obrera ya no podía ser una fuerza revolucionaria y que la única esperanza de trastorno de la sociedad venía de sectores marginales de ella, como los negros o los estudiantes en Estados Unidos o los campesinos pobres del Tercer mundo.

[6] Ese cuadro ha sido objeto de numerosos artículos de esta Revista internacional. Señalemos, en particular, la parte del “Informe sobre la lucha de clases del XIII congreso de la CCI”, publicado en la Revista nº 99.

[7] Ese cuadro ha sido objeto de numerosos artículos de esta Revista internacional. Señalemos, en particular, la parte del “Informe sobre la lucha de clases del XIII congreso de la CCI”, publicado en la Revista nº 99.

[8] Ver nuestra serie de artículos: “Treinta años de crisis abierta del capitalismo”, en los números 96, 97 y 98 de esta Revista internacional.

[9] “Revolución comunista o destrucción de la humanidad”, Manifiesto del IXo Congreso de la CCI.

[10] “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, Revista internacional nº‑62, 1990.

[11] “Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este”, y “Dificultades en aumento para el proletariado”, Revista internacional nº 60 (1990).

 [12] “Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este” Revista internacional nº 60, 1990.

[13] “Resolución sobre la situación internacional del VIº congreso de la CCI”, Revista internacional nº 44, 1986. 

 

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  • Al inicio del Siglo XXI - ¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo? [3]

Conferencia mundial de La Haya : Sólo la revolución proletaria salvará a la especie humana

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No existe ni una organización  internacional de la burguesía,  OMC, Banco mundial, OCDE o FMI, que no haga alarde de sus preocupaciones de hacerlo todo por un “desarrollo duradero”, preocupada por el porvenir de las generaciones futuras. No existe ni un solo Estado que no proclame su preocupación de respetar el medio ambiente. No existe ni una sola organización no gubernamental (ONG) con vocación ecologista que no se entregue a fondo en manifestaciones, peticiones, memorándums de todo tipo. Y tampoco existe un periódico de la burguesía que no se descuelgue con su artículo pseudocientífico sobre el calentamiento global del planeta. Todo ese personal – ¡no dudemos de sus buenas intenciones! – se dio cita en La Haya del 13 al 25 de noviembre del 2000 para definir las modalidades de aplicación del protocolo de Kioto ([1]). Nada menos que 2000 delegados representantes de 180 países, rodeados de 4000 observadores y periodistas, tenían supuestamente la responsabilidad de elaborar por fin la milagrosa receta para acabar con los desarreglos climáticos. ¿Resultado? ¡Nada! Menos que nada, sino una prueba más de que para la burguesía, las consideraciones sobre la supervivencia de la humanidad pasan, muy lejos, por detrás de la defensa de cada capital nacional.

Hace ya diez años, publicamos un artículo “Ecología: Es el capitalismo quien contamina el planeta” (Revista internacional no 63, 1990) que afirmaba: “el desastre ecológico es ahora una amenaza tangible para el ecosistema del planeta”. Debemos afirmar que hoy el capitalismo ha concretado esa amenaza. A lo largo de los años 90, el saqueo del planeta ha proseguido con ritmo acelerado: deforestación, erosión del suelo, contaminación tóxica del aire que respiramos, de las corrientes subterráneas y de los mares y océanos, saqueo de los recursos fósiles naturales, diseminación de materias químicas o nucleares, destrucción de especies animales y vegetales, explosión de enfermedades infecciosas, y, en fin, subida continua del promedio de temperatura en la superficie del globo (7 de los años más cálidos ¡ del milenio ! pertenecen a la década de los 90). Los desastres ecológicos se combinan entre sí cada día más, son más globales, tomando a menudo un carácter irreversible, cuyas consecuencias a largo plazo son difícilmente previsibles.

Si la burguesía ha demostrado ampliamente que era totalmente incapaz de ni siquiera frenar un poco esa demencia destructora, sí ha demostrado, sin embargo, su capacidad para ocultar sus propias responsabilidades tras una multitud de tapaderas ideológicas. Se trata para ella – cuando no las ignora pura y simplemente – de presentar las calamidades ecológicas como ajenas a la esfera de las relaciones sociales capitalistas, ajenas a la lucha de clases. De ahí todas esas falsas alternativas, desde las medidas gubernamentales hasta los discursos “antimundialización” de las ONG, que tienen como objetivo oscurecer la única perspectiva que puede permitir a la humanidad salir de esta pesadilla: el derrocamiento revolucionario por la clase obrera del modo de producción capitalista.

Resulta claro para los revolucionarios que la causa está en la lógica productivista propia del capitalismo, como ya lo analizó Carlos Marx en El Capital: “Acumular para seguir acumulando, producir para seguir produciendo, ésa es la consigna de la economía política que proclama la misión histórica del periodo burgués. Y‑no se ha hecho la menor ilusión en‑cuanto a los dolores del parto de la‑riqueza: pero ¿ para qué sirven esos‑lamentos que no cambian nada a las‑fatalidades históricas ?” (Libro I – Cap.‑XXIV). Ahí están la lógica y el cinismo sin límites del capitalismo: la verdadera finalidad de la producción capitalista está en la acumulación del capital y no en la satisfacción de las necesidades humanas. Importa poco entonces el destino del planeta, de la humanidad y menos aún el de la clase obrera. Con la saturación global de los mercados, que se hizo efectiva en 1914, el capitalismo entró en su fase de decadencia. O sea que la acumulación del capital se ha vuelto cada día más conflictiva, más convulsiva. Desde entonces, “la destrucción del medio ambiente adquiere otra dimensión y otra cualidad […] Estamos en una época en la que todas las naciones capitalistas están obligadas a competir entre sí dentro de un mercado supersaturado, una época, en consecuencia, de permanente economía de guerra, con un crecimiento desproporcionado de la industria pesada. Una época caracterizada por la irracionalidad, por la multiplicación inútil de complejos industriales en cada unidad nacional, […] la aparición de megalópolis […] el desarrollo de tipos de agricultura que han sido tan dañinas ecológicamente como la mayoría de los tipos de industria” (Revista internacional no 63). Esta tendencia ha dado un salto al entrar el capitalismo en la fase terminal de su decadencia, la de la descomposición, que caracteriza desde hace unos veinte años la putrefacción de raíz del sistema en la medida en que ni el proletariado ni la burguesía han logrado hasta ahora imponer su solución, o sea, revolución proletaria o guerra generalizada.

El capitalismo ha puesto el caos y la destrucción en el orden del día de la historia. Las consecuencias para el medio ambiente son catastróficas. Es lo que vamos a ilustrar (aunque muy parcialmente porque innumerables son los destrozos), mostrando cómo la burguesía enciende sistemáticamente contrafuegos ideológicos para se extravíen hacia callejones sin salida todos aquellos que se plantean legítimamente qué habría que hacer para acabar con este bestial ciclo de destrucción.

El capitalismo estropea el ecosistema...

Tanto su carácter mundial como la dimensión de sus implicaciones dan a la cuestión de los trastornos climáticos una importancia de primer orden. No es por casualidad si la burguesía ha hecho de esta cuestión uno de los ejes mayores de sus campañas mediáticas. Pueden seguir pretendiendo los pedantes que “en lo que toca a la meteorología o la climatología, el hombre es de poca memoria” (le Monde, 10/9/2000) o ir acusando de terrores milenaristas; este tipo de actitud, al que nunca renuncia totalmente la burguesía, defiende implícitamente el statu quo, su posición dominante, el sentimiento de estar “protegido”. Pero no puede el proletariado permitirse semejante lujo. Físicamente, siempre son los obreros y las capas más miserables de la población mundial las que sufren en sus carnes las consecuencias espeluznantes de las perturbaciones globales en el ciclo de vida terrestre que son provocadas por el aprendiz de brujo capitalista.

El IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), encargado de hacer la síntesis de los trabajos científicos sobre cuestiones climáticas, recuerda en su “Informe para responsables” del 22 de octubre del 2000, los datos fundamentales observados, que expresan todos ellos una ruptura cualitativa en la evolución del clima: “La temperatura media de la superficie ha subido de 0,6 ºC desde 1860 [...]. Recientes análisis indican que el siglo XX ha sufrido probablemente en el hemisferio Norte el recalentamiento más importante de todos los siglos desde hace mil años [...]. La superficie del manto de nieve ha disminuido un 10 % desde finales de los 60 y el período de hielo de lagos y ríos ha disminuido en el hemisferio Norte en unas dos semanas durante el siglo XX [...]. Disminución de la capa de hielo en el Ártico en un 40 % [...]. El nivel de los mares ha subido un promedio de 10 a 20‑centímetros durante el siglo XX [...]. El ritmo de aumento del nivel de los mares durante el siglo XX ha sido diez veces más importante que durante los pasados 3000 años [...]. Las precipitaciones han aumentado entre 0,5 y 1 % por década durante el siglo XX para la mayoría de los continentes de latitud media o alta en el hemisferio Norte. Las lluvias han disminuido en la mayoría de tierras intertropicales”.

La ruptura aun es más patente si se toman en consideración las concentraciones de gases llamados “de efecto invernadero” ([2]), puesto que “desde el principio de la era industrial, la composición química del planeta ha sufrido una evolución sin precedentes” ([3]), lo que no puede negar el informe del IPCC: “Desde 1750, la concentración atmosférica de gases carbónicos (CO2) ha subido un tercio. La concentración actual nunca había sido superada desde hace cuatrocientos veinte mil años y probablemente tampoco durante los veinte millones de años pasados [...]. El nivel de concentración de metano (CH4) en la atmósfera se ha multiplicado por 2,5 desde 1750 y sigue creciendo”. O sea que ha sido esencialmente durante el siglo XX, y más particularmente en las décadas pasadas y no desde 1750 cuando han sido observados estos cambios.

El simple hecho de poder poner en paralelo la duración del periodo de decadencia del capitalismo con periodos que cubren centenas de miles cuando no millones de años, ya es de por sí la más poderosa acta de acusación que se pueda lanzar a la cara de la dejadez e irresponsabilidad demencial del capitalismo como modo de producción, puesto que resulta incontestable que las alteraciones son el resultado directo de la actividad salvaje y anárquica de la industria y de los transportes de combustión fósil. No hace falta recordar aquí que, aunque durante este mismo periodo el capitalismo ha desarrollado considerablemente sus capacidades productivas, ni la clase obrera ni la mayoría de la población del planeta han disfrutado de esos progresos. Desde este punto de vista, el balance social y humano de la decadencia capitalista, hecho de guerras y de miseria, es peor aún que el balance “climático”, y en nada puede servirle a la burguesía como circunstancia atenuante ([4]).

Por otra parte, el que el Informe del IPCC señale que “las pruebas de una influencia humana sobre el clima global son mayores ahora que cuando el segundo Informe” de 1995 sólo sirve para disculpar a la burguesía, la cual no ha hecho más que manipular el discurso científico durante los años 90, planteando voluntariamente las malas preguntas. Así es como, tras haber admitido el recalentamiento (y con mucho retraso respecto a los estudios científicos), la pregunta de la burguesía fue: ¿qué prueba formal tenemos de que ese recalentamiento se debe a la actividad industrial y no a un ciclo natural?. Planteado así, resulta muy difícil contestar científicamente. Pero lo que siempre ha sido particularmente flagrante es la ruptura cualitativa en la evolución observada del clima descrita más arriba, cuando las tendencias cíclicas del clima (perfectamente conocidas y modeladas al estar dirigidas con parámetros astronómicos tales como las variaciones de la órbita terrestre, la inclinación del eje de rotación de la Tierra, etc.) nos colocan precisamente en un periodo de glaciación relativa iniciado hace mil años y que todavía debe durar unos 5000. Y por si no es suficiente, dos parámetros más van en el sentido del enfriamiento: el ciclo de actividad solar y el aumento de partículas en la atmósfera... aumento también debido a la contaminación industrial (y a las erupciones volcánicas...). Así queda patente la hipocresía de‑la burguesía que exige “pruebas”. Ahora que resulta difícil negar el origen capitalista del recalentamiento, la nueva pregunta que preocupa a los medios
burgueses es: ¿puede demostrarse formalmente el vínculo entre este recalentamiento y fenómenos observados recientemente (ciclón Mitch y Eline, tormentas en Francia, inundaciones en Venezuela, Gran Bretaña, etc.)? Una vez más, la comunidad científica tiene dificultades para contestar a esa pregunta tan poco... científica, cuyo único objetivo es sembrar la idea de que en fin de cuentas, el recalentamiento no tendría consecuencias sensibles: organismos oficiales como la Meteorología nacional francesa contestan con fórmulas jesuíticas de lo más alambicado:
“No está demostrado que los recientes incidentes extremos sean la manifestación de un cambio climático, pero cuando éste sea plenamente perceptible es verosímil que pueda venir acompañado de un aumento de incidentes extremos.”

Y los cambios climáticos venideros son de lo más inquietante, también según el IPCC: “el aumento promedio de la temperatura de la superficie se supone que será un 1,5 a 6 °C [...] este aumento no tendría ningún precedente durante los 10 000 años pasados”, mientras la subida de los mares alcanzaría unos 0,47 metros de promedio, “o sea entre 2 y 4 veces el aumento de nivel observado durante el siglo XX”. Hemos de añadir que estas previsiones no toman en cuenta el ritmo real de la deforestación (siguiendo con el ritmo actual, todos los bosques habrán desaparecido en 600 años). Por terribles y mortíferas que fueran las probables consecuencias de estas variaciones climáticas en términos de inundaciones, ciclones en ciertas áreas y sequía en otras, como también en términos de penuria de agua potable, de desaparición de especies animales, etc., para el director del Instituto francés de investigaciones médicas “ése no es el peligro principal. Es la dependencia del hombre respecto a su entorno. Las migraciones, la superconcentración humana en un ámbito urbano, la disminución de las reservas de agua, la contaminación y la pobreza siempre han sido condiciones propicias para la difusión de microorganismos infecciosos [pero ¡si es el capitalismo quien ha desarrollado las grandes concentraciones, la pobreza y la contaminación!]. Ahora bien, la capacidad reproductora e infecciosa de varios insectos y roedores, vectores de parásitos o de virus, depende de la temperatura y humedad del medio. En otros términos, una subida de la temperatura, por pequeña que sea, abre las puertas a una expansión de numerosos agentes patógenos tanto para el animal como para el hombre. Y así, enfermedades parasitarias tales como el paludismo, la esquistosomiasis o la enfermedad del sueño, infecciones vírales como el dengue, ciertas encefalitis y fiebres hemorrágicas, han ido ganando terreno estos años pasados. Han vuelto a zonas en que habían desaparecido, pero también afectan ahora a regiones que nunca habían estado afectadas [...]. Las proyecciones para el año 2050 muestran que 3 mil millones de seres humanos vivirán amenazados por el paludismo [...]. También del mismo modo se multiplican las enfermedades transmitidas por el agua. El recalentamiento de las aguas dulces favorece la proliferación de microbios. El de las aguas saladas – en particular cuando están enriquecidas por corrientes humanas – permite al fitoplancton, auténtico vivero de bacilos, reproducirse de forma acelerada. El cólera, que había desaparecido prácticamente de Latinoamérica a partir de los 60, mató a 1 368 053 personas entre 1991 y 1996. Al mismo tiempo, surgen nuevas infecciones o van más allá de los nidos ecológicos en que habían quedado relegadas [...]. La medicina está desarmada, a pesar de sus progresos, ante la explosión de varias patologías. La epidemiología de enfermedades infecciosas [...] puede tomar nuevos aspectos durante el siglo XXI, con la expansión en particular de zoonosis, infecciones transmisibles del animal vertebrado al hombre y viceversa” (Manière de Voir n°50, p. 77).

... y lo hace todo para disculparse

A tal nivel de responsabilidad histórica, la respuesta ideológica de la burguesía ha sido organizar descomunales verbenas hipermediatizadas, desde la Conferencia de la Tierra en Río en 1992 hasta La Haya, pasando por Kioto y Berlín, para hacernos tragar que la clase dominante habría tomado por fin conciencia de los peligros que amenazan el Planeta. El fraude funciona a varios niveles.

Para empezar, darnos la ilusión de que si se alcanzaran los objetivos decididos en Kioto sería un primer paso significativo. Ahora bien, no solo es evidente que no se alcanzarán esos objetivos, sino que, aunque así fuese, es tan ridículo el ritmo decidido que no disminuiría en nada la actual tendencia al recalentamiento. Esto deja patente que todas las ONG, al igual que todos los partidos ecologistas, que se comprometen a fondo en esas discusiones sobre la aplicación del protocolo de Kioto, forman parte de esta mistificación. En nada puede tratarse de un paso hacia adelante, en el mejor de los casos sería un paso de lado.

En segundo lugar, hacernos creer que si los Estados no siempre logran ponerse de acuerdo, es porque tienen una visión diferente de los medios para alcanzar el objetivo común de disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero. En realidad, cada capital nacional defiende sus intereses e intenta imponer en las negociaciones normas de producción que estén lo más cerca posible de las suyas propias, con sus capacidades tecnológicas, con su modo de abastecimiento energético, etc. Por ejemplo, ni Francia ni Estados Unidos respetan los compromisos de Kioto (las emisiones de gas carbónico han aumentado un 11 % en EEUU y un 6,5 % en Francia); sin embargo cuando el presidente francés Chirac declara que “la esperanza de una limitación eficaz de los gases de efecto invernadero está ahora en manos americanas” (le Monde, 20/11/2000), ha de traducirse: “en la guerra comercial que nos opone, nos gustaría ponerles unos grillos atados a los pies”. Lo mismo ocurre con la puesta en marcha de un sistema de “observación” exigido por la Unión Europea para multar a quienes sobrepasaran sus cuotas de contaminación (o sea que no se trata en absoluto, dicho sea una vez más, de impedirla). Ya puestos a ello, ¡que pidan a EEUU que financie Airbus y limite la producción de Boeing ! La cosa es todavía más sencilla para los países del Tercer mundo: el peso de la crisis, de la deuda y de la miseria han sistematizado el saqueo de los recursos naturales, dejando hacer lo que les dé la gana a las grandes compañías occidentales que alimentan la corrupción local. Se trata de una realidad que el capitalismo es incapaz, por definición, de superar. En el marco capitalista, todo apoyo a unas medidas con respecto a otras implica favorecer a unos Estados contra otros.

Y para terminar, la última falsificación tan del gusto de los reformistas de todo jaez: la idea de que hay que luchar a favor de un capitalismo limpio, respetuoso del medio ambiente, sin competencia, un capitalismo de ensueño. Esta santa cruzada se hace en nombre de la antimundialización y dirige sus súplicas desgarradas al Estado para que éste legisle, imponga tasas, presione a las malditas multinacionales. Ocurre como con la legislación del trabajo, la cual no cambia para nada ni la explotación capitalista, ni el desempleo, ni la miseria y ni siquiera impide no ser respetada cuando le interesa a la burguesía. No existe legislación, obligación fiscal o cualquiera que sea la medida con pretensiones ecologistas que no sea perfectamente asimilable por el capitalismo, y hasta favorable a la modernización del aparato productivo, cuando no se trata pura y sencillamente de una forma disfrazada de proteccionismo o de una justificación cómoda de medidas antiobreras (despidos por cierre en empresas contaminadoras, bajada de sueldos para absorber los costos de la normalización, etc.). Desde este punto de vista, los llamados “impuestos ecológicos” (contamino pero pago... un poquito) y el mercado de los permisos para emitir gases cuyo principio ha sido admitido, ¡demuestran el camino por el que va el realismo capitalista en materia de lucha contra la contaminación y el recalentamiento global!

Por eso los partidarios de la ecología política y las ONG más coherentes acaban justificando las medidas necesarias desde el punto de vista de la rentabilidad misma del capital y no es extraño verlos integrar, con función de consultantes, los centros de decisión de la burguesía. Resulta evidente en lo que concierne los partidos “verdes”, presentes en varios gobiernos de Europa (Francia, Alemania), pero también lo es para las ONG como el World Conservation Monitoring Centre, que se ha convertido en verdadera antena de Naciones Unidas, defendiendo que “las políticas y medidas referentes al cambio climático han de tener una relación eficacia/gastos para garantizar beneficios globales al menor costo posible”. En este mismo sentido, el distribuidor de la ideología antimundialización (o sea anti-EEUU) en Francia, le Monde diplomatique, se indigna de que “el impacto combinado de los costos sociales del transporte automóvil – ruido, contaminación del aire, consumo de espacio y ausencia de seguridad – podría alcanzar hasta el 5 % del producto nacional bruto (PNB)” (Manière de voir, no 50, p. 70). Esta conversión al realismo ecológico también puede manifestarse como una ayuda efectiva al Estado, como lo hemos podido ver con Greenpace que ofreció sus servicios tras el naufragio del carguero Ievoli-Sun frente a las costas francesas en noviembre del 2000.

Es una característica de todas las corrientes ecológicas, sean ONG o partidos, el hacer del Estado capitalista el garantizador de los intereses comunes. Su modo de acción es fundamentalmente a-clasista (puesto que todos estamos concernidos) y democrático (también son los campeones de la democracia local): sería la presión popular, la reacción ciudadana, la que debe imponer al Estado (lo suponemos sinceramente emocionado por semejante movilización) tomar las medidas a favor del medio ambiente. Ni falta hace decir que esa contestación, que ni cuestiona los fundamentos del modo de producción capitalista ni el poder político de la clase dominante, es totalmente asimilable por la burguesía. Y en cuanto a muchos que no se creen estos cuentos de hadas, pero que se desmoralizan también esto acaba siendo una victoria para la burguesía.

Ya hemos visto que es totalmente ilusorio pensar que puedan existir mecanismos integrados al capitalismo que permitan acabar con los desastres ecológicos ([5]), tanto más cuando estos son el resultado del funcionamiento más propio del capitalismo. Son las relaciones sociales capitalistas lo que hay que destruir para imponer una sociedad en la que la satisfacción de las necesidades del hombre, en el mismo cogollo del modo de producción, no se haga a costa del entorno natural, puesto que ambos, hombre y naturaleza, están indisociablemente vinculados. Solo el proletariado podrá llevar a cabo la instauración de esa sociedad, la sociedad comunista, pues es la única fuerza social capaz de desarrollar una conciencia y una práctica que tienden a “revolucionar el mundo existente” y a “trasformar prácticamente el estado de las cosas” (Marx, La Ideología alemana).

Desde su aparición como teoría revolucionaria del proletariado, el marxismo se afirmó opuesto a la ideología burguesa, incluso contra sus concepciones materialistas más avanzadas, que no veían en la naturaleza más que un objeto exterior al hombre y no una naturaleza histórica. El dominio de la naturaleza jamás ha tenido para el proletariado el sentido saqueo de la naturaleza: “A cada paso se nos recuerda que no reinamos en absoluto sobre la naturaleza como un conquistador sobre un pueblo extranjero, como alguien ajeno a la naturaleza – sino que nosotros, con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, existimos en ella, y que toda nuestra superioridad estriba en que tenemos la ventaja sobre las demás criaturas de ser capaces de entender sus leyes y aplicarlas correctamente” (Engels, Dialéctica de la naturaleza).

Sin embargo, es evidente que la toma de conciencia de la gravedad de los problemas ecológicos no puede ser por sí mismo un factor de movilización en las luchas que la clase obrera tendrá que librar hasta el triunfo de la revolución comunista. Como ya lo afirmábamos en la Revista internacional no 63, y los 10 años pasados no han hecho sino confirmarlo, “la cuestión como tal no le permite al proletariado afirmarse como fuerza social distinta. Al contrario, […] le ofrece a la burguesía un pretexto ideal para sus campañas interclasistas […]. La clase obrera no podrá dedicarse a solucionar la cuestión ecológica hasta que no se haya hecho con el poder político en todo el mundo”.

Sin embargo, las aberraciones del sistema capitalista en descomposición también afectan a los proletarios (salud, alimentación, vivienda...) y de esta forma pueden convertirse en factor de radicalización en la luchas económicas venideras.

Para todos aquellos que, aun no perteneciendo a la clase obrera pero sinceramente opuestos e indignados por la destrucción del planeta, la única perspectiva constructiva para su indignación es la de hacer la crítica de la ideología ecologista, y responder a la invitación del Manifiesto comunista alzándose hasta la comprensión general de la historia de la lucha de clases, incorporándose al combate del proletariado en sus organizaciones revolucionarias.

La destrucción del entorno no es un problema técnico sino político: el capitalismo es hoy más que nunca un verdadero peligro mortal para la humanidad, y hoy más que nunca el porvenir está en manos del proletariado. No se trata de una visión mesiánica o abstracta. Es una necesidad que tiene sus raíces en la misma realidad del modo de producción capitalista. Al proletariado no le queda mucho tiempo para cortar el nudo histórico entre socialismo o barbarie. Cuanto más pasa el tiempo, más apocalíptica será la herencia que dejará la descomposición acelerada de la sociedad capitalista y que la sociedad comunista tendrá que solucionar.

Bt


[1] El protocolo de Kioto (diciembre de 1997) es la petición de principio de los Estados que firmaron la convención sobre los cambios climáticos de Río de Janeiro (1992), comprometiéndose a reducir un 5,2 % de aquí a 2010 las emanaciones de gases de efecto invernadero respecto a 1990.

[2]  El efecto invernadero es un “proceso [que] da‑una función considerable a los gases minoritarios de la atmósfera (vapor de agua, dióxido de carbono, metano, ozono): al impedir que salgan libremente del planeta las radiaciones infrarrojas terrestres, éstas mantienen suficiente calor cerca del suelo para que el planeta sea habitable (si no, el promedio de temperatura sería –18 °C)” (Hervé Le Trent, director de investigaciones al laboratorio de Meteorología dinámica de París, le Monde, 7‑de agosto del 2000).

3) Hervé Le Trent, idem. 

[3] Hervé Le Trent, idem. 

[4] Véase el artículo “El siglo más sanguinario de la historia”, Revista internacional nº 101.

[5] No es aquí el lugar para desarrollar las otras caras del desastre ecológico: desertificación y deforestación incontroladas, desaparición de especies animales con todas las pérdidas medicinales potenciales que ello conlleva (de aquí a 2010, 20 % de las especies conocidas habrán desaparecido, una tercera parte de ellas animales domésticos), envenenamiento permanente por la dioxina, utilización masiva de pesticidas tóxicos, penuria de agua potable (cada 8 segundos se muere un niño por falta de agua o debido a su mala calidad), contaminación nuclear militar y civil, saqueo de regiones enteras por la explotación petrolera, agotamiento de los recursos oceánicos, guerras locales, etc. Así como para la cuestión del recalentamiento global, las “soluciones” de la burguesía consisten en disfrazar la realidad tanto como puede y en cualquier caso seguir agravándola. 

 

Series: 

  • Medioambiente [4]

Cuestiones teóricas: 

  • Medio ambiente [5]

Documento (J. Rebull, POUM) - Sobre las Jornadas de mayo del 37 en Barcelona

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Documento (J. Rebull, POUM)

Sobre las Jornadas de mayo del 37 en Barcelona

 

Presentación

El artículo de Josep Rebull sobre las  Jornadas de mayo del 37, que aquí  publicamos, forma parte de un trabajo serio e interesante de Agustín Guillamón sobre la Guerra de España que él nos ha comunicado. Este texto fue publicado en su origen en un Boletín interno de discusión para el Segundo congreso del Comité local de Barcelona del POUM, tras los acontecimientos de mayo del 37. Su publicación hoy participa de la reflexión indispensable que se ha de llevar a cabo sobre la Guerra de España ([1]). Contiene en particular importantes elementos de clarificación en cuanto a la actitud política de la corriente anarquista y del POUM ([2]) durante aquellos trágicos acontecimientos.

Las Jornadas de mayo del 37 fueron efectivamente otra dramática experiencia para la clase obrera. También fueron para los estalinistas y los anarquistas “oficiales” la ocasión de desencadenar una política antiobrera y mostrar que se habían convertido en defensores de los intereses del capitalismo. Durante esas luchas, no fueron sino unos pocos trotskistas en torno a G. Munis así como el grupo anarquista de Los amigos de Durruti los que se pusieron claramente del lado de los obreros de Cataluña.

El artículo de J. Rebull es de gran clarividencia en cuanto al resultado de las Jornadas de mayo y también en cuanto al curso general de la lucha de clases. También merece un homenaje el valor político que demostró, por haber desarrollado un militante del partido – desde el interior – una crítica así a la dirección del POUM.

Josep Rebull ([3]) fue miembro del POUM durante los años 30. Es necesario recordar aquí que este partido se constituyó en 1935 partiendo del BOC (Bloque obrero y campesino) ([4]) de Joaquín Maurín ([5]) al que se añadieron elementos como Andrés Nin ([6]). Éste rompió primero con la Oposición de izquierdas internacional y luego con Trotski en 1934. En el POUM, Maurín conservó el puesto de Secretario general mientras que Nin fue nombrado Secretario político ([7]). Durante la Guerra de España, mientras Maurín se pudría en las cárceles de Franco, Nin participó junto con la CNT y los partidos de la burguesía republicana y catalanista como Esquerra republicana de Lluís Companys y Josep Taradellas en el gobierno de la Generalitat de Cataluña, en tanto que ministro de Justicia. A pesar de sus desacuerdos profundos con la política del POUM durante la Guerra de España, y aunque fue capaz de acercarse un poco a las posiciones de la Izquierda comunista, Josep Rebull jamás fue capaz de romper formalmente con su partido.

Durante el período histórico que va de finales de los 30 a comienzos de los 40, las energías revolucionarias eran particularmente reducidas y aisladas de su clase. Entre ellas estaba la Izquierda italiana que tuvo en aquellos momentos el inmenso mérito de entender cuál era la verdadera dinámica de la situación. Por eso fue a contracorriente de todas las demás tendencias políticas revolucionarias. La Izquierda italiana supo, efectivamente, situarse en una visión histórica con una verdadera comprensión marxista de la realidad de la relación de fuerzas entre las clases y de su evolución; supo situar en el mismo centro de su análisis la noción de curso histórico. Así fue capaz de determinar que éste ya no era favorable a la clase obrera, que se había invertido a finales de los 20 y que, desde entonces, la contrarrevolución y la marcha hacia la guerra imperialista generalizada eran el marco de la situación política internacional.

Esta es la visión política de la que más carece Rebull, por la que su artículo tiene limitaciones políticas importantes. La más grave entre ellas es la ilusión de que la revolución proletaria era posible en España en 1936 y 1937. Defiende la idea de que si hubiese habido una verdadera dirección proletaria durante las Jornadas de mayo del 37, la situación habría podido evolucionar diferentemente. Pero más allá de esas importantes confusiones políticas, queremos saludar este artículo de Josep Rebull y poner de relieve los numerosos elementos de clarificación política, que van mucho más allá de la simple comprensión de los acontecimientos de mayo del 37 en Barcelona.

¿Qué hemos de recordar de este artículo?

• En mayo del 37, la burguesía española e internacional ha logrado acallar definitivamente las últimas expresiones proletarias en España. Tras las Jornadas de mayo del 37, la represión está en marcha y puede abatirse sobre la clase obrera española antes de que se inicie la Segunda Guerra mundial. El artículo muestra que las Jornadas de mayo fueron una derrota gravísima para la clase obrera y “un triunfo para la burguesía pseudodemocrática”.

• Reanuda con una visión histórica de flujos y reflujos de la lucha de clases. Como Marx cuando la Comuna de París ([8]), como Lenin durante la Revolución rusa ([9]) o Rosa Luxemburg ([10]) durante la Revolución alemana, analiza en qué momento de la lucha de clases se enmarcan las Jornadas de mayo. Es uno de los pocos del POUM, pero también entre los demás revolucionarios españoles, que da la voz de alarma sobre la necesidad imperiosa de pasar a la clandestinidad tras las Jornadas de mayo. Esta evaluación, la más compleja de diagnosticar para un revolucionario, en qué momento de la lucha se está, es el honor de los marxistas. Es su papel y su función entender el ritmo de la lucha de clases y así decirlo ante su clase. Si ellos no lo asumen no lo asumirá nadie, y de nada servirían.

• No solo crítica al PC español y al PC catalán (el PSUC), sino también a la CNT que actúa apoyando el poder republicano dominado por los estalinistas y la fracción de izquierdas de la burguesía republicana. Sobre la dirección de la CNT, escribe que “el movimiento de Mayo ha demostrado el verdadero papel de los dirigentes anarcosindicalistas. Como todos los reformistas de todas las épocas han sido – consciente o inconscientemente – los instrumentos de la clase enemiga dentro de las filas obreras”.

• Saca lecciones sobre el verdadero papel de los Frentes populares: “En el futuro, la clase obrera no puede tener ya ninguna duda acerca del papel reservado al Frente popular en cada país”.

• Ofrece una perspectiva para la nueva situación creada por el fracaso de las Jornadas de mayo. Contrariamente al POUM que considera que estos acontecimientos son una victoria para la clase obrera, él los ve como una derrota y en este marco los revolucionarios han de prepararse, para poder sobrevivir, a vivir en la clandestinidad.

Rol

Las Jornadas de mayo ([11])

Preámbulo

Desaparecido el segundo poder en su forma organizada, es decir, desaparecidos los órganos nacidos en julio en oposición al Gobierno burgués, la contrarrevolución, representada actualmente por los partidos pequeñoburgueses y reformistas, ha atacado sucesivamente – primero con cautela y después en forma agresiva – las posiciones revolucionarias del proletariado, principalmente en Cataluña, por ser la región en que más impulso había recibido la revolución.

La potencia de la clase trabajadora estaba neutralizada, en parte, ante estos ataques; por un lado, por la dictadura contrarrevolucionaria de los dirigentes de la UGT en Cataluña, y, por otro lado, por la colaboración de la CNT en los gobiernos burgueses de Valencia y de Barcelona.

No obstante este handicap ([12]), el proletariado ha ido convenciéndose – diferenciándose de sus dirigentes reformistas, colaboradores de la burguesía – de que únicamente su acción enérgica en la calle podía cortar los avances de la contrarrevolución. Los choques armados producidos en diversos lugares de Cataluña durante el mes de abril, fueron el preludio de los sucesos de mayo en Barcelona.

La lucha estaba planteada (y sigue planteada), en términos generales, entre la revolución y la contrarrevolución, en las siguientes condiciones, por lo que respecta a Cataluña:

Los sectores revolucionarios CNT-FAI y POUM contaban con la mayor parte del proletariado en armas, pero han carecido, desde julio acá, de objetivos concretos y de una táctica eficaz. La revolución perdió por eso su iniciativa.

Los sectores contrarrevolucionarios PSUC-Esquerra, sin tener una base tan amplia – casi inexistente en Julio –, han seguido, desde el primer momento, objetivos bien determinados y han llevado una táctica en consecuencia. Mientras la CNT – fuerza numéricamente decisiva – se ha ido enmarañando en el laberinto de las instituciones burguesas, hablando al mismo tiempo de nobleza y lealtad en el trato, sus adversarios y colaboradores han venido preparando cuidadosamente y ejecutando por etapas todo un plan de provocación y desprestigio, cuya primera fase era la eliminación del POUM. Tanto éste como la dirección de la CNT, ante estos ataques – primero solapados y después descaradamente al descubierto –, se han situado a la defensiva. Han permitido, pues, a la contrarrevolución, que tomara la ofensiva.

Es en estas condiciones que se producen los acontecimientos de mayo

La lucha

La lucha iniciada el [lunes] 3 de mayo fue provocada, episódicamente, por las fuerzas reaccionarias del PSUC-Esquerra, al tratar de apoderarse de la Telefónica en Barcelona. La parte más revolucionaria del proletariado respondió a la provocación tomando posesión de la calle y fortificándose en ella. La huelga se extendió como reguero de pólvora y con una amplitud absoluta.

A pesar de nacer decapitado, este movimiento no puede en manera alguna calificarse de “putsch”. Se puede afirmar que casi todas las armas en manos de los obreros estuvieron presentes en las barricadas. El movimiento fue acogido, durante los dos primeros días, con simpatía por la clase obrera en general – prueba de ello la amplitud, rapidez y unanimidad de la huelga – y sumió a la clase media en actitud de expectante neutralidad, influida, naturalmente, por el terror. Los obreros pusieron en juego toda su combatividad y entusiasmo, hasta constatar la falta de coordinación y objetivo final del movimiento, en cuyo momento cundió la vacilación y la desmoralización en varios sectores combatientes. Únicamente a base de estos factores psicológicos, puede comprenderse que los mismos obreros dejaran de llegar, contra las órdenes de sus dirigentes, hasta el mismo Palacio de la Generalidad, del cual estaban a pocos metros.

Al lado del Gobierno sólo se encontraban una parte de las fuerzas de Orden público, los estalinistas, Estat Català, Esquerra – fuerzas estas últimas escasamente combativas. Algunas compañías de Orden público se declararon neutrales; negándose a luchar contra los obreros, y otras se dejaron desarmar. Las Patrullas de control estuvieron en su aplastante mayoría al lado del proletariado.

No existió un centro director y coordinador por parte de las organizaciones revolucionarias. Sin embargo, la ciudad quedó en tal forma en manos del proletariado que desde el martes podían hacerse perfectamente los enlaces entre los diferentes focos obreros. Únicamente alguno de estos quedó aislado; pero hubiese bastado una ofensiva concentrada sobre los centros oficiales para quedar, sin gran esfuerzo, la ciudad completamente en poder de los obreros ([13]).

La lucha se mantuvo, en general, a la expectativa por ambas partes. Las fuerzas del Gobierno por no contar con efectivos para llevar la iniciativa. Las fuerzas obreras por carecer de dirección y de objetivos.

Como factores ajenos a la ciudad y que podían de un momento a otro incorporarse a la lucha, estaban las fuerzas del frente, dispuestas a venir sobre la capital – fuerzas de los sectores revolucionarios que habían empezado ya por cortar el camino a la División Carlos Marx – y las fuerzas que enviaba el Gobierno de Valencia, las cuales no tenían ciertamente la llegada muy segura. A partir del miércoles había frente a Barcelona varios buques franceses e ingleses, probablemente dispuestos para la intervención.

Las fuerzas proletarias fueron dueñas de la calle cuatro días y medio: del lunes tarde hasta el viernes. Los órganos de la CNT asignaron al movimiento la duración de un día – el martes. Los órganos del POUM le asignaron la duración de tres días. Es decir, cada uno hace terminar el movimiento coincidiendo con su respectiva orden de retirada. Pero, en realidad, los obreros se retiraron DESPUÉS de las órdenes, por falta de una dirección que les señalara una salida progresiva, y, sobre todo, ante la traición de los dirigentes confederales: unos, declarando patéticamente desde la radio; otros colaborando con Companys, según propia declaración de éste: “El Gobierno disponía de pocos medios de defensa, de muy pocos, y no porque no lo hubiera previsto, pero no podía remediarlo. A pesar de ello, ha contenido sin vacilaciones la subversión, con estas únicas fuerzas, asistidas por el fervor popular y con conversaciones iniciadas en la Generalidad con diferentes delegados sindicales, y con la asistencia de algunos delegados de Valencia, iniciándose el retorno a la normalidad” (Hoja oficial, 17 de mayo).

Tal fue, pues, en líneas generales, la insurrección de mayo.

Los dirigentes de la CNT

El proletariado llegó a este movimiento de una manera espontánea, instintiva, sin una dirección firme, sin objetivo positivo concreto para avanzar decisivamente. La CNT-FAI, al no explicar a la clase trabajadora claramente el significado de los hechos de abril, dejaron ya decapitado el movimiento al nacer.

No todos los dirigentes confederales estuvieron al principio contra el movimiento. Los Comités de la localidad de Barcelona, no sólo lo apoyaron, sino que intentaron coordinarlo desde el punto de vista militar. Pero esto no podía hacerse sin tener previamente objetivos de carácter político a realizar. La duda y la vacilación de estos Comités se tradujeron, en la práctica, en una serie de instrucciones ambiguas y equívocas, término medio entre la voluntad de la base y la capitulación de los comités superiores.

Únicamente éstos – Comités nacional y regional – expresaron una decisión firme: la retirada. Esta retirada, ordenada sin condiciones, sin obtener el control del Orden público, sin la garantía de batallones de seguridad, sin órganos prácticos de frente obrero, y sin una explicación satisfactoria a la clase trabajadora, poniendo en el mismo saco a todos los elementos en lucha – revolucionarios y contrarrevolucionarios – queda como una de las mayores capitulaciones ante la burguesía y como una traición al movimiento obrero.

Dirigentes y dirigidos no habrán de tardar en tocar las graves consecuencias, si la formación del Frente obrero revolucionario no se lleva a la realidad ([14]).

La Dirección del POUM

Fiel a su línea de conducta desde el 19 de julio, la Dirección del POUM fue a remolque de los acontecimientos. A medida que éstos iban produciéndose, nuestros dirigentes iban suscribiéndolos, a pesar de no haber tomado parte ni arte ni en la declaración del movimiento ni en su encauzamiento ulterior. No puede titularse como encauzamiento la consigna – con retraso y en malas condiciones de difusión – de Comités de defensa, sin decir ni una palabra acerca del papel antagónico de estos Comités frente a los Gobiernos burgueses.

Desde el punto de vista práctico, todo el mérito de la acción queda en favor de los comités inferiores y de la base del partido. La dirección no editó ni un solo manifiesto, ni una sola octavilla, en los primeros días, para orientar al proletariado en armas.

Cuando – lo mismo que los que luchaban en las barricadas – nuestros camaradas dirigentes se dieron cuenta de que el movimiento no iba concretamente a la consecución de ningún objetivo final, dio la orden de retirada ([15]). Después del curso de los acontecimientos, sin la decisión de dirigirlo desde el principio, y ante la capitulación de los dirigentes confederales, la orden de retirada tendía evidentemente a evitar la masacre.

Con todo y esta falta de orientación por parte de nuestros dirigentes, la reacción les presenta como directores e impulsores del movimiento. Es, desde luego, un honor que se les hace, del todo inmerecido, a pesar de que ellos lo rechacen apelando a que se trata de una calumnia ([16]).

El Frente popular

Para todos aquellos que creían en el Frente popular como la salvación de la clase trabajadora, este movimiento ha sido altamente aleccionador. Movimiento provocado precisamente por los componentes del Frente popular y aprovechado por ellos para reforzar el aparato represivo de la burguesía, ha quedado como la prueba más contundente de que el Frente popular es un frente contrarrevolucionario que, al impedir el aplastamiento del capitalismo – causa del fascismo – prepara el camino a éste, mientras reprime por otro lado todo intento de llevar la revolución hacia adelante.

La CNT, apolítica hasta el 19 de julio, cayó – al entrar en la arena política – en la trampa del Frente popular, habiendo de costar esta desgraciada experiencia, nuevos ríos de sangre proletaria.

Para las posiciones políticas del POUM anteriores al 19 de julio, esta diferenciación brutal del Frente popular, constituye un triunfo teórico, puesto que lo había previsto y prevenido.

Con respecto al estalinismo, por primera vez se ha desenmascarado como enemigo abierto de la revolución proletaria, habiéndose situado al otro lado de la barricada, luchando contra los obreros revolucionarios y en favor de la burguesía del Frente popular, del cual es el estalinismo el creador y principal valedor.

{En el} futuro, la clase obrera no puede tener ya ninguna duda acerca del papel reservado al Frente popular en cada país.

El peligro de intervención

El temor de ciertos sectores durante el movimiento de mayo sobre el peligro de intervención armada de parte de Inglaterra y Francia, indica una falta de comprensión del papel jugado hasta la fecha por dichas potencias.

La intervención anglo-francesa contra la revolución proletaria española ya existe desde hace meses, de forma más o menos encubierta. Esta intervención consiste en el dominio ejercido por dichos imperialismos, a través del estalinismo, sobre los gobiernos de Valencia y Barcelona; consiste en la reciente lucha – siempre a través del estalinismo – dentro del gobierno de Valencia, que terminó con la eliminación de Largo Caballero y de la CNT, consiste, en fin, en los acuerdos de “no-intervención” sólo observados y cumplidos cuando de favorecer al proletariado hispano se trata. La intervención abierta mediante envíos de buques de guerra y tropas de ocupación sólo cambiaría la forma de intervención. Esta intervención, abierta o encubierta, habrá que vencerla o nos vencerá.

Al igual que cualquiera revolución obrera, la nuestra no sólo tiene y tendrá necesidad de eliminar a nuestros explotadores nacionales, sino también la ineludible de luchar por la derrota de toda tentativa intervencionista del capitalismo internacional. No puede haber revolución victoriosa sin afrontar y vencer este aspecto de la guerra. Pretender soslayarlo, equivale a renunciar a la victoria, pues nunca los imperialistas dejarán voluntariamente de tratar de intervenir en nuestra revolución.

Una justa política internacional por parte de los revolucionarios españoles puede despertar en nuestro favor al proletariado de aquellos países que quieran movilizarlo contra el proletariado español, e incluso revolverlo contra su propio gobierno. Tal es el ejemplo de la Revolución rusa de 1917.

Discusión del movimiento

Planteado el movimiento espontáneamente, podían tomarse principalmente dos posiciones sobre la marcha [excluimos la inhibición]: a) Considerarlo como un movimiento de protesta, en cuyo caso había que señalar rápidamente un plazo corto y tomar las medidas en consecuencia para evitar sacrificios inútiles. En julio de 1917, los dirigentes bolcheviques se esforzaron en detener el movimiento prematuro del proletariado de la capital y no por eso mermó su prestigio, pues supieron justificar la resolución tomada.

b) Considerar el movimiento como decisivo para la conquista del poder, en cuyo caso el POUM, en tanto que único partido marxista revolucionario, había de haberse puesto de una manera resuelta, firme, inquebrantable, a la dirección del movimiento para coordinarlo y dirigirlo. Para ello no bastaba, naturalmente, esperar encontrarse por casualidad constituido en Estado mayor de la revolución, sino que era preciso actuar rápidamente, ampliar el frente de lucha, extenderlo por todo Cataluña, proclamar sin rodeos que el movimiento iba dirigido contra el Gobierno reformista, aclarar desde el primer momento que los Comités de defensa y su Comité central debían constituirse sin dilación, constituirlos, fuese como fuese, para pasar a ser los órganos de poder FRENTE AL GOBIERNO DE LA GENERALIDAD, y atacar sin demora los lugares estratégicos aprovechando las largas horas de desconcierto y de pánico que atravesaron nuestros adversarios.

Pero si el temor manifestado en la dirección del Partido a enfrentarse con los dirigentes confederales desde el comienzo –después era tarde –, es un caso de renuncia a costa del partido, es decir, contrario a las primeras medidas adoptadas al estallar el movimiento y contrario a la independencia política del POUM, la posible excusa de que el partido no estaba en condiciones de asumir la dirección no es menos contraria a los intereses del mismo, puesto que el POUM solamente podrá jugar el papel de verdadero partido bolchevique, tomando la dirección y no precisamente declinando por “modestia” la orientación resuelta de los movimientos de la clase trabajadora. No es suficiente para el partido que se llama de la revolución estar al lado de los trabajadores en lucha, sino que es preciso situarse en vanguardia.

De no haber titubeado, de no haber esperado una vez más el criterio de los elementos trentistas de la dirección confederal, el POUM, aun en el caso de derrota, de persecución y de ilegalidad hubiese salido enormemente fortalecido de esta batalla.

El único grupo que intentó tomar una posición de vanguardia fue el de los Amigos de Durruti, que sin adoptar consignas totalmente marxistas, tuvieron y tienen el indiscutible mérito de haber proclamado que luchaban – e invitaron a luchar – CONTRA EL GOBIERNO DE LA GENERALIDAD.

Los resultados inmediatos de esta insurrección obrera representan una derrota para la clase trabajadora y un nuevo triunfo para la burguesía seudodemocrática ([17]). Pero una actuación más eficaz, más práctica en la dirección de nuestro partido, podría haber resultado una victoria cuando menos parcial de los obreros. En el peor de los casos se podría haber organizado un Comité central de defensa, a base de las representaciones de las barricadas. Para esto hubiese bastado celebrar primero una asamblea de delegados de cada barricada del POUM y alguna que otra de la CNT-FAI, para nombrar un Comité central provisional. Este Comité provisional, mediante un pequeño manifiesto podría haber luego convocado a una segunda reunión invitando a delegaciones de grupos que no estaban representados en la primera asamblea, a fin de establecer un organismo central de defensa. En el caso de haber estimado también una retirada, habría sido posible conservar este Comité central de defensa, como órgano embrionario del doble poder, es decir, como un Comité provisional del Frente obrero revolucionario, que mediante su democratización por medio de la creación de Comités de defensa en los lugares de trabajo y en los cuarteles, habría podido continuar la lucha con más ventaja que ahora contra los gobiernos burgueses ([18]).

Pero no podemos excluir una variante infinitamente más favorable. Una vez constituido el Comité central de defensa, en la forma indicada, habría sido quizás posible la toma del poder político. Las fuerzas burguesas – desmoralizadas y rodeadas en el centro de Barcelona – podrían haber sido vencidas mediante una ofensiva rápida y organizada.

Naturalmente, este poder proletario en Barcelona, habría repercutido en todo Cataluña y muchos lugares de España. Todas las fuerzas del capitalismo nacional e internacional se habrían aprestado para destrozarlo. Su destrucción habría sido inevitable, sin embargo, si no se hubiese fortalecido inmediatamente por los medios siguientes:

a) la rápida resolución del POUM para actuar como vanguardia marxista revolucionaria, capaz de orientar y dirigir el nuevo poder en colaboración con los otros sectores activos de la insurrección;

b) la organización del nuevo poder a base de los Consejos de obreros, campesinos y combatientes, o lo que es lo mismo, a base de Comités de defensa democráticamente constituidos y debidamente centralizados;

c) la extensión de la revolución por toda España, mediante una rápida ofensiva en Aragón;

d) la solidaridad de los obreros de los demás países. Sin estas condiciones la clase obrera catalana no habría podido mantenerse por mucho tiempo en el poder.

Digamos, para finalizar este apartado, que las hipótesis aquí formuladas tienden a aportar datos a la discusión general que las Jornadas de mayo están destinadas a suscitar durante largo tiempo en los medios revolucionarios.

Conclusiones

1. La clase obrera continúa en una situación defensiva en condiciones peores que antes de la insurrección de mayo. Podría haber iniciado su ofensiva en mayo, si la traición y la capitulación no hubiesen determinado una derrota parcial, que no significa [aún] una derrota definitiva para la actual revolución. Los trabajadores poseen más armas que antes de las Jornadas de mayo, y si no se dejan arrastrar a una lucha prematura por la provocación, podrán estar nuevamente en condiciones de tomar la ofensiva al cabo de unos meses.

2. El no haber sabido tomar el poder en julio, planteó una segunda insurrección: la de mayo. La derrota sufrida ahora, hace ineludible una nueva lucha armada ante la cual tenemos el deber de prepararnos. Mientras no sea derrocado el Estado burgués, contra el cual tenemos que dirigir nuestra lucha revolucionaria, la insurrección armada del proletariado continúa siendo una cosa del futuro.

3. El movimiento de mayo ha demostrado el verdadero papel de los dirigentes anarcosindicalistas. Como todos los reformistas de todas las épocas han sido – consciente o inconscientemente – los instrumentos de la clase enemiga dentro de las filas obreras. La revolución en nuestro país sólo puede triunfar a través de la lucha simultánea contra la burguesía y contra los dirigentes reformistas de todos los matices, incluso CNT-FAI.

4. Se ha visto que no existe un verdadero partido marxista de vanguardia en nuestra revolución y que queda todavía por forjarse este instrumento indispensable para la victoria definitiva. El partido de la revolución no puede tener una dirección vacilante y en continua expectativa, sino una dirección firmemente convencida de que hay que ir delante de la clase obrera, orientarla, impulsarla, vencer con ella ([19]). No puede situarse solamente a base de los hechos consumados, sino que debe tener una línea política revolucionaria que sirva de base a su acción e impida las adaptaciones oportunistas y las capitulaciones (10). No puede basar su acción en el empirismo y la improvisación, sino que debe utilizar en su favor los principios de la técnica y organización modernas. No puede permitirse las más leves ligerezas en la cima, porque éstas se proyectan dolorosamente amplificadas en la base, siendo el germen de la indisciplina, de la falta de abnegación, de la pérdida de fe en los menos fuertes, en el triunfo de la revolución proletaria.

5. Queda demostrada una vez más, la necesidad ineludible del Frente obrero revolucionario, que sólo puede constituirse a base de una lucha a fondo contra la burguesía y su Estado simultáneamente a la lucha contra el fascismo en los frentes. Si las direcciones de las organizaciones obreras revolucionarias no aceptan dichas bases ([20]) – que ciertamente pugnan con su actuación de julio acá – entonces deberá promoverse la formación mediante la presión desde abajo.

6. Ninguna de las lecciones aprendidas podrá ser útil, si el proletariado, y sobre todo el partido marxista revolucionario, no se entrega a un intenso trabajo práctico de agitación y organización. Hasta la misma lucha contra las amenazas y restricciones de la clandestinidad requiere una actividad incansable si no queremos ser aplastados irremediablemente. El criterio de que el Partido no será sumido en la clandestinidad solamente puede admitirse como el propósito de una nueva adaptación y una nueva renuncia a la lucha revolucionaria en estos momentos, quizás decisivos ([21]).

J. Rebull

 


[1] Cf. el libro que la CCI acaba de publicar, España 36, Franco y la República masacran a los trabajadores, Valencia, abril 2000, 159 p.

[2] Véase por ejemplo Historia del POUM, Víctor Alba, Ed. Champ libre, París, 1975. Historia escrita por una antiguo miembro del POUM.

[3] Cf. el trabajo realizado sobre J. Rebull por A.‑Guillamón, in Balance nos 19 y 20, octubre 2000.

[4] El Bloque obrero y campesino nació en marzo del 31 en Terrassa, ciudad de la cercanía industrial de Barcelona.

[5] Nacido en 1896 en Bonanza (provincia de Huesca), es influenciado por el anarcosindicalismo y de la Revolución rusa. En 1919, es miembro de la CNT, participa en su Segundo congreso en el que conoce a Nin con el que se pronuncia a favor de la adhesión a la Internacional comunista. El Congreso aprobó esta adhesión. Luego fue miembro y uno de los dirigentes del Partido comunista español hasta su expulsión junto con la Federación comunista catalano-balear en 1930, que representaba una tercera parte del Partido.

[6] Nacido en 1892 en Vendrell, en Cataluña. Tiene el mismo recorrido político que J. Maurín, luego es uno de los secretarios de la Internacional sindical roja en Moscú hasta 1928. Es dimitido de sus responsabilidades por haber manifestado su simpatía hacia Trotski. Cuando logra irse de la URSS y volver a España en 1930, participa en la Oposición de izquierdas internacional, perteneciendo al grupo que se nombra Izquierda comunista. La propuesta de fusión propuesta por Nin fue rechazada en 1934 por el BOC y no se realizó hasta el 29 de setiembre del 35, cambiándose el nombre por el de POUM. Nin fue asesinado en 1937 por sicarios del NKVD de Stalin.

[7] No es Secretario general para que quede claro que esta función se reserva para J. Maurín.

[8] Marx fue capaz de saludar la lucha y sin embargo afirmar que estaba perdida y no podía resolverse más que en un fracaso sangriento debido a su aislamiento. Según Marx, los proletarios se lanzaban "al asalto del cielo".

[9] Durante las Jornadas de julio del 17, Lenin fue capaz de decir que no era favorable el momento para la clase obrera, y también fue capaz de favorecer la preparación de la insurrección a partir del mes de setiembre.

[10] {Se trata de una crítica directa al CE del POUM}.

[11] Existen dos versiones del texto de Josep Rebull. La primera fue publicada en el Boletín del Comité local del POUM, y está fechada el 29 de mayo del 37. La segunda fue publicada en el Boletín de discusión editado por el Comité de defensa del congreso [del POUM], París, 1 de julio de 1939. Cuando exista un añadido, que corresponda al texto de 1939, aparecerá entre corchetes: [ ]. Las modificaciones más relevantes están indicadas en notas a pie de página. Las escasas indicaciones del compilador de este trabajo aparecerán entre los signos: { }.

[12] En el texto de 1939 se sustituye la palabra inglesa "handicap" por la española "desventaja".

[13] {Nota número 1 de Rebull, que fue suprimida en la versión publicada en 1939}: La cél. 72 posee un plano de Barcelona con las barricadas y posiciones de ambos lados durante la lucha. Su examen es altamente interesante. Está a disposición de todos los camaradas.

[14] {Es notable la diferenciación que hace Josep Rebull entre los comités locales de Barcelona y los comités superiores: nacional y regional. En el seno de la CNT, en Barcelona, se daba la organización informal de los comités de fábrica y de defensa de los barrios, coordinados por Manuel Escorza. Cf. la coincidencia con Abel Paz: Viaje al pasado (1936-1939. Ed. Autor, Barcelona, 1995.}.

[15] ["Faltos los trabajadores que luchaban en la calle de unos objetivos concretos y de una dirección responsable, el POUM no podía hacer otra cosa que ordenar y coordinar una retirada estratégica..." (Resolución del CC ante las jornadas de mayo, punto 3)]. {Esta nota no aparecía en la versión de 1937}.

[16] [“por parte de cierta prensa nacional y extranjera, se hacen los esfuerzos más extraordinarios – ya se necesita que lo sean – para presentarnos como los “agentes provocadores” de los sucesos acaecidos la semana pasada en Barcelona... Si nosotros hubiésemos dado la orden de empezar el movimiento el día 3, no tendríamos por qué ocultarlo. Siempre hemos respondido de nuestras palabras y de nuestros actos... Lo que hizo nuestro partido – eso lo hemos dicho ya varias veces y lo repetimos hoy sencillamente – fue sumarse a él. Los trabajadores estaban en la calle y nuestro partido tenía que estar al lado de los trabajadores...” (Editorial de La Batalla, 11 de mayo 1937. El subrayado es nuestro). {Nota que no fue publicada en la versión de 1937}.

[17] {Nota añadida por Rebull en 1939}: [En la orden de retirada, la dirección del POUM interpretó, por lo contrario, que la victoria pertenecía a los obreros. Una sangrienta represión vino como epílogo de esta “victoria obrera”.].

[18] {Nota que existía ya en el primer texto publicado en 1937}: [Durante la tarde del martes se trabajó en el C{omité} L{ocal} de Barcelona para esta coordinación, pero faltó el entusiasmo de la dirección para llegar hasta el final.].

[19] {Josep Rebull constata que el POUM no es un partido revolucionario, ni podrá llegar a serlo jamás con la estrategia política del actual CE}.

10) {Se trata de una crítica directa al CE del POUM}.

[20] {Nota añadida por Rebull en 1939}: [Bases que forman parte de la Contratesis política que mencionamos al principio].

[21] {Nota añadida por Rebull en 1939}. [En efecto, la dirección no tomó las medidas necesarias en orden al trabajo ilegal y organización clandestina. Desgraciadamente, los mismos dirigentes, como hemos visto, fueron las primeras víctimas de su imprevisión.]

{Esta es la única advertencia manifestada por un dirigente poumista sobre la inminencia de la represión contra los revolucionarios, y por lo tanto la urgente necesidad de prepararse para la clandestinidad, que se cumplió a partir del 16 de junio con la ilegalización del POUM, la detención de sus dirigentes, el secuestro y asesinato de Nin, y la persecución de sus militantes.}

Series: 

  • España 1936 [6]

Personalidades: 

  • Rebull [7]
  • POUM [8]

Acontecimientos históricos: 

  • Guerra de España del 1936 [9]
  • Mayo 1937 [10]

Entender Cronstadt

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El 21 de marzo hará 80 años que el Partido bolchevique, cuatro años después de que la clase obrera tomara el poder durante la Revolución rusa en octubre de 1917, acabó por la fuerza con la insurrección de la guarnición de la flota del Báltico en Cronstadt, situada en la pequeña isla de Kotlin, en el Golfo de Finlandia y a 30 kilómetros de Petrogrado.

Durante varios años, en la guerra civil, el partido bolchevique tuvo que librar un sangriento combate contra los ejércitos contra-rrevolucionarios de las burguesías rusa y extranjera. Pero la revuelta de la guarnición de Cronstadt fue algo nuevo y diferente: se trataba de una revuelta de unos obreros, partidarios del régimen de los soviets, que habían estado en la vanguardia de la Revolución de octubre. Y eran esos mismos obreros los que, ahora, ponían por delante sus reivindicaciones para corregir los numerosos abusos y desviaciones intolerables del nuevo poder.

Desde entonces, el aplastamiento violento de esa lucha ha quedado como una referencia para poder comprender el sentido del proyecto revolucionario. Esto es aún más cierto hoy en día cuando la burguesía se afana en probar a la clase obrera que hay un hilo histórico ininterrumpido que va de Marx y Lenin a Stalin y el gulag.

Nuestra intención, en este artículo, no es entrar en todos los detalles históricos. Ya hemos publicado otros artículos en la Revista internacional que tratan los acontecimientos con mayor precisión (Revista internacional nº 3, "Lecciones de Cronstadt", y nº 100 "1921: el proletariado y el Estado de transición").

Aprovechamos la ocasión de este aniversario para concentrarnos, de manera polémica, en dos tipos de argumentos sobre la revuelta de Cronstadt: en primer lugar, el empleo por los anarquistas de estos sucesos para probar la naturaleza autoritaria y contrarrevolucionaria del marxismo y de los partidos que de él se reclaman; en segundo, la idea de que todavía existe en el campo proletario de que el aplastamiento de la rebelión fue una "trágica necesidad" para defender los logros de Octubre.

La visión anarquista

Según Volin, historiador anarquista: "Lenin nada comprendió; más bien, nada quiso comprender del movimiento del Cronstadt. Lo esencial, para él y para su partido, era permanecer en el poder a toda costa (...) Como marxistas (autoritarios y estatalistas, pues) los bolcheviques no podían admitir la libertad de las masas, la independencia de su acción. No tenían confianza alguna en las masas libres. Estaban persuadidos de que la caída de su dictadura significaría la caída de toda la obra emprendida y poner en peligro la revolución, con la que ellos se indentificaban (...).

Cronstadt fue la primera tentativa popular enteramente independiente para librarse de todo yugo y realizar la revolución social, tentativa directa, resoluta y audaz de las masas mismas, sin pastores políticos, jefes ni tutores. Fue el paso inicial para la Tercera revolución. Cronstadt cayó. Pero el deber quedó cumplido, y eso fue lo esencial. En el laberinto tenebroso de los cambios que se ofrecen a las masas humanas en revolución, Cronstadt es un faro que ilumina la buena ruta. Poco importa que, en las circunstancias que afrontaron, los rebeldes hablaran aún de un poder (el de los soviets), en lugar de desterrar para siempre la palabra y la idea de poder, para hablar de coordinación, de organización, de administración. Es el último tributo al pasado. Una vez conquistada definitivamente por las masas laboriosas mismas la amplia libertad de discusión, de organización y de acción; una vez emprendido el verdadero camino de la actividad popular independiente, el resto vendrá forzosamente" (Volin, La Revolución desconocida, volumen II, pág. 156 y 157, Campo Abierto Ediciones).

Como explica brevemente Volin, para los anarquistas era natural la represión de la revuelta de Cronstadt. Fue la consecuencia lógica de las concepciones marxistas de los bolcheviques. El sustitucionismo del partido, la identificación de la dictadura del proletariado con la dictadura del partido, la creación de un Estado de transición fueron la expresión de las grandes ansias de poder, de autoridad sobre unas masas en las que los bolcheviques no tenían ninguna confianza. Para Volin, bolchevismo significa el cambio de una opresión por otra.

Pero para él, Cronstadt no es una simple revuelta sino un modelo para el futuro. Si el Soviet de Cronstadt se hubiera limitado a las tareas económicas y sociales (coordinación, organización y administración) y olvidado las tareas políticas (sus propósitos respecto al poder de los soviets) habría dado la imagen de lo que debe ser una verdadera revolución social: una sociedad sin líder, sin partido, sin Estado, sin ningún tipo de poder, una sociedad de libertad inmediata y total.

Desgraciadamente para los anarquistas la primera de sus lecciones coincide al milímetro con la ideología dominante de la burguesía mundial, según la cual la revolución comunista solo puede conducir a un nuevo tipo de tiranía.

Esta coincidencia entre los anarquistas y la burguesía no es casual. Ambos miden la historia con abstracciones tales como la igualdad, la solidaridad, la fraternidad, contra la jerarquía, la tiranía y la dictadura. La burguesía utiliza cínica e hipócritamente esos principios morales contra la Revolución de octubre para justificar la brutalidad de las intervenciones armadas de sus fuerzas contrarrevolucionarias, y el bloqueo económico, contra Rusia entre 1918 y 1920. Por otro lado, la alternativa concreta que los anarquistas oponen al bolchevismo, no es más que una ingenua utopía donde desaparecen misteriosamente todas las enormes dificultades históricas a las que se enfrentó la revolución, y con las que se volverá a enfrentar en el futuro.

Pero como confirmaron los acontecimientos de España en 1936, después de haber rechazado la concepción histórica marxista de la revolución, la ingenuidad anarquista les obliga a capitular en la práctica ante la contra revolución burguesa.

Si, como dice Volin, lo que movía a los bolcheviques era su pasión por el poder absoluto, el anarquismo es - en cambio - incapaz de responder a toda una serie de cuestiones que emergen de la realidad histórica. ¿Si el objetivo último de los bolcheviques era la toma del poder, por qué, contrariamente a la mayoría de la social-democracia, se condenaron a sí mismos a un periodo de ostracismo entre 1914 y 1917 al denunciar la guerra imperialista y llamar a su transformación en guerra civil? ¿Por qué, contrariamente a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios, rechazaron unir-se al Gobierno provisional con la burguesía liberal rusa tras la Revolución de febrero 1917 (1) y, en su lugar, lanzaron la consigna de "todo el poder a los Consejos obreros"?.

¿Por qué muestra su confianza en las capacidades de la clase obrera rusa para dar inicio a la revolución proletaria mundial en Octubre, contrariamente a los partidos de la socialdemocracia internacional que la consideran demasiado atrasada y poco numerosa para derrocar a la burguesía?. ¿Por qué, por el contrario, dan su confianza a la clase obrera obteniendo de ella su apoyo para hacer los sacrificios necesarios para sobrevivir al bloqueo de los Aliados y para resistir, con las armas en la mano, a los ejércitos contrarrevolucionarios durante la Guerra civil?.

¿Cómo se puede entender que ellos lograran inspirar a la clase obrera internacional a que siguiera la vía rusa en sus tentativas revolucionarias en Europa y en el resto del mundo?. ¿Cómo pudo el Partido bolchevique impulsar la creación de una nueva internacional, la Internacional comunista, a escala mundial?.

En fin, ¿por qué el proceso de integración del partido en el aparato del Estado y la usurpación del poder obrero de los órganos de masas (los consejos obreros y los comités de fábrica) y, finalmente, el empleo de la fuerza contra la clase obrera, no ocurrió de la noche a la mañana sino tras un periodo de varios años?.

La historia de la malicia inherente a los bolcheviques no explica ni, en general, la degeneración de la Revolución rusa, ni, en particular, el episodio de Cronstadt.

En 1921 la Revolución rusa y el Partido bolchevique que la dirige, se enfrentan a una situación muy difícil. La extensión de la revolución a Alemania y otros países parece mucho menos probable que en 1919. La situación económica mundial es relativamente estable, y el alzamiento de los obreros en Alemania ha fracasado.

En Rusia, pese a la victoria en la guerra civil, la situación es dramática a causa de los repetidos asaltos de los ejércitos contrarrevolucionarios y la asfixia del país, organizada científicamente por la burguesía internacional. La infraestructura industrial estaba en ruinas, y la clase obrera diezmada por los sacrificios en los campos de batalla de la guerra mundial y después la guerra civil, en la que se vio obligada a abandonar masivamente las ciudades para tratar de sobrevivir en los pueblos.

La impopularidad creciente del régimen afecta a los bolcheviques, no solo de parte de los campesinos que desencadenan una serie de insurrecciones en las provincias, sino sobre todo en la clase que lanzó una ola de huelgas en Petrogrado a mediados de febrero de 1921. Entonces ocurre lo de Cronstadt. ¿Cómo podía Rusia mantenerse como un bastión de la revolución mundial, sobrevivir a esa situación de la clase obrera y a la desintegración económica, esperando un apoyo revolucionario de la clase obrera de otros países, en particular de Europa, que tardaba en llegar?.

Los anarquistas no dan ninguna explicación sobre la degeneración de la revolución. Cierran los ojos ante el problema de la supremacía política del proletariado, de la centralización del poder, de la extensión internacional de la revolución, y del periodo de transición hacía la sociedad comunista. Eso no impide reconocer que los bolcheviques cometiesen un error catastrófico al dar una respuesta militar a la revuelta de Cronstdat y al considerar la resistencia de la clase obrera hacia ellos como un acto de traición contrarrevolucionario.

Pero el Partido bolchevique no se puede beneficiar de la sapiencia retrospectiva y de la distancia que da la historia sobre los acontecimientos, que hoy debemos tener los revolucionarios. No puede apoyarse en las adquisiciones de un movimiento obrero que en aquella época no se había enfrentado con anterioridad a la inmensa y difícil tarea de mantenerse en el poder en un mundo capitalista hostil. La relación entre los soviets y el partido de la clase obrera, tras la victoriosa toma del poder, no es clara, como tampoco lo es la relación entre esos órganos de la clase obrera y el estado de transición que surge inevitablemente tras la destrucción del Estado burgués.

El Partido bolchevique, al tomar el poder del Estado e incorporar gradualmente los consejos obreros y los comités de fábrica, se mueve en lo desconocido. Según la opinión que imperaba en esa época en el seno del movimiento obrero, el principal peligro para la revolución viene del exterior del nuevo aparato del Estado: de la burguesía internacional, de la burguesía rusa en el exilio y de los campesinos.

En ese momento no hay ninguna tendencia en el movimiento comunista, ni siquiera las corrientes de "izquierda", que tenga una perspectiva alternativa pese a que ciertos revolucionarios, incluso dentro del Partido bolchevique, protestan contra la burocratización del régimen. Pero las orientaciones de esos revolucionarios son limitadas y contienen otros peligros. La Oposición obrera de Kolontai y Chliapnikov llama a los sindicatos a defender a los obreros contra los excesos del Estado olvidando que los consejos obreros han pasado a ser los órganos de masas del proletariado revolucionario.

Otros, en el seno del Partido bolchevique, se oponen al aplastamiento de la revuelta: los miembros del partido en Cronstadt se unen al movimiento, y elementos como Miasnikov forman, inmediatamente, el Grupo obrero y se oponen a la solución militar. Pero las tendencias de "izquierda" existentes en el partido y en la Internacional Comunista, a pesar de sus críticas al régimen bolchevique, sin embargo apoyan que se emplee la violencia. La Oposición obrera rusa se ofrece voluntaria para el asalto a Cronstadt. El Partido comunista obrero alemán, el KAPD, que está en contra de la dictadura del partido, apoya igualmente la acción militar contra la rebelión de Cronstadt (eso no impide que ciertos anarquistas de hoy, como la Federación anarquista de Gran Bretaña, se reivindiquen del KAPD y ¡ lo presenten como su antepasado !).

Finalmente, las reivindicaciones del Consejo obrero de Cronstadt, contrariamente a lo que opina Volin, no forman parte de una perspectiva alternativa ya que se sitúan principalmente en un contexto inmediato y local que no toma en cuenta las cuestiones más amplias planteadas por el bastión proletario y por la situación mundial. En particular, no dan respuestas sobre el papel de vanguardia que ha de tener el partido (2).

Más tarde, bastante más tarde, cuando los revolucionarios tratan de sacar todas las lecciones de la derrota de la Revolución rusa y de la oleada revolucionaria de 1917-23, es cuando están en condiciones de señalar las verdaderas enseñanza de ese trágico episodio.

"Hay circunstancias en que un sector proletario -- concedamos, incluso, que haya sido presa inconsciente de las maniobras del enemigo - pasa a la lucha contra el Estado proletario. ¿Qué hacer en esa situación?. Partir del principio de que el socialismo no se impone al proletariado por la fuerza. Habría sido mejor perder Cronstadt que conservarlo desde el punto de vista geográfico ya que, substancialmente, esa victoria solo podía tener un resultado: alterar las bases mismas, la substancia de la acción llevada por el proletariado" (Octubre nº 2, marzo 1938, Organo del Buró internacional de las Fracciones de la Izquierda comunista).

La Izquierda comunista pone el dedo en la llaga respecto al problema esencial: al emplear la violencia del Estado contra la clase obrera el Partido bolchevique permite que la contrarrevolución penetre en su seno. La victoria sobre Cronstadt acelera la tendencia del Partido bolchevique a convertirse en un instrumento del Estado ruso contra la clase obrera.

La Izquierda comunista, partiendo de esa concepción, fue capaz de sacar otra importante conclusión. El Partido comunista, para poder mantenerse como vanguardia del proletariado, debe mantener su autonomía respecto al Estado posrevolucionario, que representa la tendencia inevitable a la preservación del statu quo y, que impide el avance del proceso revolucionario.

La visión bordiguista

Sin embargo, hoy en día en el seno de la Izquierda comunista esta conclusión está lejos de ser compartida por todos. De hecho, una parte de la izquierda, particularmente la corriente bordiguista, retoma las justificaciones de Lenin y Trotsky sobre la represión de Cronstadt, en franca contradicción con la posición de la Fracción italiana en 1938:

"Sería vano discutir las terribles exigencias de una situación como la que obligó a los bolcheviques a aplastar Cronstadt con cualquiera que rechaza por principio que un poder proletario naciente o que se está consolidando pueda disparar contra los obreros. El examen del terrible problema que el Estado proletario tuvo que enfrentar refuerza, a su alrededor, la crítica de una visión de la revolución como un camino de rosas y permite comprender porque el aplastamiento de esa rebelión fue, según Trotsky, "una trágica necesidad", una necesidad e incluso un deber" ("Cronstadt: una trágica necesidad", Programa comunista nº 88, Organo del Partido comunista internacional, mayo de 1982).

La corriente bordiguista, bien defiende el internacionalismo intransigente del Partido bolchevique aunque defiende con la misma vehemencia, y pasando por alto la tradición a la que dice pertenecer, sus errores. Por eso es incapaz de comprender todas las lecciones de la degeneración del partido y de la revolución (3).

Para esta corriente la relación entre el partido, la clase obrera y el Estado posrevolucionario en el contexto de un periodo revolucionario, no presenta ningún problema de principio, únicamente de oportunidad, de táctica, sobre cómo la vanguardia asume su función, de la mejor manera, en cada situación: "Esta lucha titánica no puede más que provocar, en el seno mismo del proletariado, terribles tensiones. En efecto, si es evidente que el partido no hace la revolución ni dirige la dictadura contra ni sin las masas, la voluntad revolucionaria de la clase no se manifiesta en las consultas electorales o en los "sondeos" que reflejan una "mayoría numérica" o, lo que es más absurdo, una unanimidad. Se expresa en un crecimiento y una orientación cada vez más precisa de las luchas en las que las fracciones más determinadas arrastran a los indecisos y vacilantes, barriéndolos si se oponen. En el curso de las vicisitudes de la guerra civil y de la dictadura pueden cambiar las posiciones y las relaciones entre las diversas capas. Lejos de reconocer el mismo peso y la misma importancia a todas las capas obreras, semi obreras o pequeño burguesas, en virtud de no se sabe qué "democracia soviética", como explica Trotsky en Terrorismo y comunismo, su propio derecho para participar en los soviets, es decir en los órganos del Estado proletario, depende de su actitud en la lucha.

"Ninguna "regla constitucional", ningún "principio democrático" permite entonces armonizar las relaciones en el seno del proletariado. No hay ninguna receta que permita resolver las contradicciones entre las necesidades locales y las exigencias de la revolución internacional, entre las necesidades inmediatas y las exigencias de la lucha histórica de la clase, contradicción que se expresa en la oposición entre diversas fracciones del proletariado. Ningún formalismo permite codificar las relaciones entre el partido, fracción más avanzada de la clase y órgano de su lucha revolucionaria, y las masas que siguen, en diversos grados, la presión de las condiciones locales e inmediatas. Incluso el mejor partido, el que sabe 'observar el estado de ánimo de las masas e influir en él' como dice Lenin, puede en ocasiones pedir lo imposible a las masas. Más exactamente, solo encontrará el "limite" de lo posible tratando de ir lo más lejos" (ídem).

El Partido bolchevique elige en 1921 la mala senda, sin ninguna experiencia anterior y sin parámetros de referencia que le permitan orientarse. Hoy, de forma absurda, los bordiguistas cometen los mismo errores que hicieron los bolcheviques invocando el principio de "no hay principios". Para ellos el problema del ejercicio de poder por parte del proletariado desaparece al presentar como formalistas y abstractos los medios con que la clase llega a una posición común. Incluso si es cierto que no hay un medio ideal para establecer un consenso ante una situación extrema y cambiante, los consejos obreros han demostrado ser el medio más adecuado para expresar la voluntad revolucionaria del proletariado como un todo, pese a la experiencia de 1918 en Alemania que muestra cómo pueden ser vulnerables a su recuperación por parte de la burguesía. Aunque los bordiguistas tengan la "generosidad" de admitir que el partido no puede hacer la revolución sin las masas, para ellos éstas no disponen de ningún otro medio para expresar su voluntad revolucionaria, como clase en su conjunto, que el partido contando con su permiso. El partido puede, si es necesario, corregir al proletariado fusil en mano como en Cronstadt. Según esta lógica, la revolución proletaria tiene dos consignas contradictorias: antes de la revolución "todo el poder a los soviets", y después de la revolución "todo el poder al partido".

Los bordiguistas, contrariamente a Octubre, olvidan que las tareas de la revolución proletaria, a diferencia de la revolución burguesa, no puede delegarse en una minoría. Solo pueden realizarse por medio de una mayoría consciente. La emancipación de los obreros será obra de los propios obreros.

Los bordiguistas rechazan a la vez la democracia obrera y la democracia burguesa como si de la misma superchería se tratara. Pero, los consejos obreros - los medios con los que el proletariado se moviliza para derrocar al capitalismo - deben ser los órganos de la dictadura del proletariado, que reflejan y regulan las tensiones y diferencias en su seno, que ejercen el poder armado sobre el Estado de transición. El partido, indispensable vanguardia, por muy claro y avanzado que esté respecto al conjunto de la clase en tal o cual momento, no puede sustituir al conjunto de la clase obrera organizada en consejos obreros para ejercer el poder.

Sin embargo los bordiguistas, tras haber demostrado el derecho - en la práctica ya que no en "los principios" - a disparar sobre los obreros, ante el horror que implica tal conclusión, acaban por negar cualquier carácter revolucionario a la revuelta de Cronstadt. Retoman una de las definiciones de Lenin: Cronstadt es una "contrarrevolución pequeño burguesa" que abre la puerta a la reacción de los guardias blancos.

No cabe la menor duda de que los obreros de Cronstadt tienen toda una serie de ideas confusas e, incluso, contrarrevolucionarias. Algunas de ellas aparecen en su plataforma. También es cierto que las fuerzas organizadas de la contrarrevolución tratan de utilizar, en su provecho, la rebelión. Pero los obreros de Cronstadt siguen considerándose parte integrante del movimiento proletario a escala mundial y continuadores de la Revolución de octubre: "Que los trabajadores del mundo entero sepan que nosotros, los defensores del poder de los soviets, protegemos las conquistas de la revolución social. Venceremos o moriremos en las ruinas de Cronstadt batiéndonos por la justa causa de las masas proletarias" (Pravda de Cronstadt).

Sean cuales fueran las confusiones que tenían, es incuestionable que sus reivindicaciones reflejaban los intereses del proletariado frente a las terribles condiciones de existencia, a la opresión creciente de la burocracia estatal y la pérdida de su poder político por la atrofia de los consejos. Las tentativas infructuosas de los bolcheviques de estigmatizarlos tachándolos de pequeño burgueses y agentes potenciales de la contrarrevolución son solo un pretexto para salir airosos de una situación terriblemente peligrosa y compleja.

Con la ventaja que da la distancia histórica y el trabajo teórico hecho por la Izquierda comunista, hoy podemos ver los errores de base del razonamiento de los bolcheviques: los comunistas que aplastan la revuelta de Cronstadt acabarán siendo masacrados por una dictadura antiproletaria, el estalinismo (poder absoluto de la burocracia capitalista). De hecho los bolcheviques, al aplastar los esfuerzos obreros de Cronstadt por regenerar los consejos, al identificarse con el Estado, abren sin saberlo el camino al estalinismo. Así, participan en acelerar el proceso contrarrevolucionario cuyas consecuencias serán mucho más terribles y trágicas para la clase obrera que lo hubiera sido la restauración de los Blancos. En Rusia triunfa una contrarrevolución que se autoproclama comunista. La idea de que la Rusia estalinista es la encarnación viva del socialismo y la continuidad con la Revolución de octubre siembra una terrible confusión y una incalculable desmoralización en las filas de la clase obrera en todas partes del mundo. Aún vivimos las consecuencias de esa distorsión de la realidad con la identificación de la muerte del estalinismo y la del comunismo que desde 1989 hace la burguesía.

Pero los bordiguistas, a pesar de toda esa experiencia, continúan identificándose con el error trágico de 1921. ¡ Para ellos apenas si es una "trágica" necesidad y sí un deber comunista que habrá de repetirse !.

Los bordiguistas, al igual que los anarquistas, no ven ninguna contradicción entre el partido bolchevique de 1917 que dirige, pero también se atiene y subordina a la voluntad armada del proletariado revolucionario organizado en los consejos obreros; y el partido bolchevique de 1921 que ha vaciado a los consejos obreros de su poder anterior y ha lanzado la violencia del Estado contra la clase obrera. Pero, mientras los anarquistas ayudan a la burguesía en sus campañas que presentan a los bolcheviques como unos maquiavélicos traidores, los bordiguistas presentan esa imagen como el punto culminante de la intransigencia revolucionaria.

Una Izquierda comunista digna de esa nombre, que se reclama de la herencia del Partido bolchevique, debe ser capaz de criticar sus errores. El aplastamiento de la revuelta de Cronstadt es uno de los mayores y más dramáticos.

Como

 

 

 

1) Revolución en la que las masas obreras y populares echaron abajo al zarismo.

2) Respecto a la plataforma de la revuelta de Cronstadt ver la Revista internacional n º3.

3) El BIPR, Buró Internacional por el Partido revolucionario, es otra rama de la Izquierda Comunista que tiene una posición ambigua sobre Cronstadt. Un artículo publicado en Revolutionary Perspectives nº 23 (1986) reafirma el carácter proletario de la Revolución de octubre y del Partido bolchevique que la dirigió. Rechaza las idealizaciones anarquistas sobre la revuelta de Cronstadt señalando que la revuelta reflejaba las condiciones profundamente desfavorables para la revolución y contenía muchos elementos confusos y reaccionarios. El artículo, al mismo tiempo, critica la idea bordiguista de que era necesario el asalto a Cronstadt para preservar la dictadura del partido. Afirma que una de las lecciones esenciales de Cronstadt es que la dictadura del proletariado debe ejercerla la propia clase obrera por medio de sus consejos obreros (los soviets) y no el partido. El artículo también muestra cómo los errores de los bolcheviques sobre la relación entre partido y clase, en un contexto general de aislamiento de la Revolución rusa, aceleraron la degeneración interna tanto del partido como del Estado soviético.

Sin embargo, el artículo no caracteriza de proletaria la revuelta ni responde a una cuestión fundamental: ¿es posible que la dictadura proletaria emplee la violencia contra el descontento de la clase obrera?. Más aún, dice que la represión de la revuelta está más que justificada porque ésta era el producto de las maniobras de la contrarrevolución, a pesar de que esta represión abrió el paso a una lenta agonía del movimiento obrero.

 

Series: 

  • Rusia 1917 [11]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [12]

El papel imprescindible de las fracciones de izquierdas en la tradición marxista

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Correspondencia de Rusia

El papel imprescindible de las fracciones de izquierdas en la tradición marxista

Hemos saludado en varias ocasiones  el resurgir de individuos y grupos revolucionarios en Europa oriental y particularmente en Rusia. Este fenómeno se inscribe claramente en una tendencia internacional. Los grupos políticos proletarios, que representan la tradición de la Izquierda comunista, han establecido contactos estos años pasados en todos los continentes. Se puede entonces considerar que existe a medio plazo una tendencia característica del período actual. Desde el desmoronamiento de la URSS y de su bloque imperialista, la burguesía no ha parado de proclamar triunfalmente la quiebra del comunismo y la fin de la lucha de clases. La clase obrera, ya desorientada por estos acontecimientos, retrocedió ante las constantes andanadas de esas campañas ideológicas de la burguesía. Pero excepto en los períodos de contrarrevolución, una clase histórica siempre reacciona ante los ataques que ponen profundamente en entredicho su ser y su perspectiva propia. Aunque todavía no lo pueda hacer generalizando sus luchas reivindicativas, sí se defiende reforzando su vanguardia política. Los elementos aislados, los círculos de discusión, los núcleos y pequeños grupos que surgen situándose en la perspectiva revolucionaria, no han de buscar su razón de ser en sí mismos o en lo inmediato. Son una secreción de la clase obrera internacional. Su responsabilidad es muy importante. Han de entender primero el proceso histórico del que son producto, y luego llevar hasta sus últimas consecuencias, sin temor, la lucha por la conciencia, por la clarificación política.

En los países de la periferia de las ‑grandes potencias capitalistas, estas ‑minorías se enfrentan a mil dificultades: la dispersión geográfica, los problemas de idioma, la situación de retraso económico. A las dificultades materiales se añaden las dificultades políticas debidas a la debilidad del movimiento obrero y la débil presencia, cuando no es sencillamente la ausencia, de una tradición del marxismo revolucionario. En Rusia, país en donde la contrarrevolución estalinista fue más terrible, “país de la gran mentira”‑([1]) como lo llamó Anton Ciliga, se realizó hasta sus máximos límites la labor de destrucción y de mentira sobre el programa comunista. Las potencialidades contenidas en estas nuevas energías revolucionarias se pueden medir en la forma con la que intentan superar sus dificultades:

–  por la afirmación del internacionalismo proletario, como lo muestra su denuncia de la guerra y de todos los campos imperialistas en Chechenia y en ex Yugoslavia;

–  por la búsqueda de contactos internacionales;

–  por el descubrimiento de corrientes políticas que, durante los años 20, fueron las primeras en lanzarse en nombre del comunismo en el combate contra la degeneración del movimiento comunista, contra el auge del oportunismo y del estalinismo.

Ese es el terreno ocupado desde siempre por el marxismo revolucionario: es internacional, internacionalista y desarrolla una visión histórica.

La delimitación con respecto al izquierdismo

Un signo del carácter auténticamente proletario de esos grupos es el haberse enfrentado rápidamente con la necesidad de diferenciarse del trotskismo actual, el cual siempre ha encontrado las mejores razones para animar a los obreros a participar en la guerra imperialista, así como del maoísmo, puro retoño del “nacional-comunismo” estalinista. Esta es una frontera de clase que separa la Izquierda comunista internacionalista del “izquierdismo” ([2]).

Es evidente que todos esos grupos o individuos, aún siendo productos de una misma situación, no dejan de ser muy heterogéneos. Rechazar la confusión entre comunismo y estalinismo, denunciar las afirmaciones más vulgares de la propaganda enemiga no es lo más difícil, pues el contenido burgués de esos discursos se deja ver rápidamente. «Fue Lenin quien estableció los cimientos del futuro régimen nombrado “estalinista”». La prueba está, prosiguen los periodistas más obtusos, en que “Lenin fundó la Internacional comunista, cuya meta era la “revolución socialista mundial”. Según sus propias declaraciones, Lenin emprendió la Revolución de octubre porque tenía la convicción de lo ineluctable que era una revolución europea, empezando por la de Alemania” (l’Histoire, no 250, p. 19). Uno se da muy rápidamente cuenta de las mentiras transmitidas por la cerrilidad nacional de nuestros curtidos universitarios. Pero la ofensiva de la burguesía no se limita a semejante caricatura. Queda por identificar y defender el significado profundo de la Revolución rusa y de la obra de Lenin. Aquí tropezamos no solo con un envilecimiento de la teoría marxista efectuado de forma más sutil por los izquierdistas, sino también con toda una serie de confusiones peligrosas o de cuestiones programáticas que todavía animan encarnizadas discusiones en el propio medio político proletario.

Hay pues un largo proceso de clarificación que todos estos elementos todavía no han llevado a cabo. Para entender el fenómeno estalinista, es necesario enfrentarse al análisis trotskista del “Estado obrero degenerado”, al de los anarquistas que ven en el estalinismo el producto natural del “socialismo autoritario”, el de los consejistas que, con una visión marxista perfectamente mecanicista, no ven en el bolchevismo más que un instrumento adaptado a las necesidades del capitalismo en Rusia. Tras estas cuestiones se plantea el problema de la filiación histórica y de la coherencia del programa comunista. Rechazar la impaciencia activista y enfrentarse a este problema es la condición para alistarse en las filas de todos los militantes anónimos que han luchado y hoy luchan por el comunismo, el comunismo que Marx y Engels presentaron al proletariado internacional hace 150 años por primera vez con el Manifiesto.

Pero ¿qué hilo une la lucha proletaria de ayer con la de hoy y la de mañana? Sólo partiendo de la última experiencia revolucionaria del proletariado se puede encontrar. O sea, hoy en día, partiendo de la Revolución de octubre del 17. No se trata de un respeto religioso hacia el pasado. Se trata de hacer un balance crítico de la Revolución, de sus magníficos avances pero también de sus errores y de su derrota. La Revolución rusa no hubiese sido posible sin las enseñanzas sacadas de la Comuna de París. Sin el balance crítico de la Comuna hecho por la Fracción marxista, sin los Llamamientos del Consejo general de la AIT y la magnífica síntesis de Lenin en el Estado y la revolución, el proletariado ruso jamás habría podido vencer.

Ésa es la profunda unidad entre práctica y teoría, entre acción y programa comunista. Y son precisamente las fracciones de le Izquierda comunista las que asumieron la labor de hacer balance de la Revolución rusa. Del mismo modo que fue vital en el pasado, este balance será vital para la próxima revolución.

Por esto saludamos con entusiasmo y apoyamos con todas las fuerzas de que disponemos, los esfuerzos por recuperar ese balance. Nos hemos comprometido en entregar todos los documentos de la Izquierda comunista que necesiten estos compañeros. También en dar conocimiento de sus tomas de posición, una vez resueltos los problemas de traducción, en alimentar las discusiones sobre las cuestiones políticas principales animados con un espíritu militante, con la voluntad de apertura y de solidaridad que ha de caracterizar la discusión entre comunistas.

Ya hemos comentado la evolución del medio político proletario en Rusia en la Revista internacional nos 92 y 101, así como en nuestra prensa territorial. Queremos hoy dar cuenta de nuestra correspondencia con el Buró Sur del Partido obrero marxista. El POM (también Marxist Labour Party) tiene la voluntad de situarse en la continuidad del movimiento obrero y, por eso, la palabra obrero hace referencia al Partido obrero socialdemócrata de Rusia. En esta correspondencia, los compañeros se expresan como Buró Sur puesto que no pueden comprometer la responsabilidad del POM sobre ciertos detalles de sus tomas de posición, en la medida en que la discusión prosigue en el Partido. Pero vamos a dejar a ellos mismos presentar sus luchas políticas desde el primer congreso de marzo del 90 en donde se decidió la constitución del “POM – El Partido de la dictadura del proletariado”.

“En un ambiente de buen humor se creó el nuevo partido comunista, algo que ya de por sí se oponía al PCUS de Gorbachov que entonces existía en la URSS. Pero al ser la composición ideológica de los participantes a este Congreso tan diversa como inestable se produjo una primera ruptura. Un pequeño grupo de 12 personas (que pensaban que Rusia era un “Estado feudal” con industria desarrollada a gran escala, y que la revolución burguesa era entonces una necesidad para pasar a una revolución socialista) se instaló en una habitación vecina tras haber escisionado y formó un comité para la creación de un “Partido democrático del trabajo” (marxista). Pero no llegaron a nada y se disolvieron” (Carta del 10 de julio del 99).

“No participaron trotskistas en ese primer Congreso; sin embargo, sí quedaban algunos estalinistas y los partidarios del “feudalismo industrial” que pensaban, contrariamente a los les escisionistas, que no era necesaria una revolución burguesa. Los participantes encontraron, sin embargo, una unidad en las consignas: “la clase obrera debe organizarse” y “el poder de los soviets (consejos) es el poder de los obreros”. El segundo Congreso también tuvo lugar en Moscú, en setiembre del 90. Varios textos del Partido fueron adoptados, y entre ellos el Programa. También se pronunció sobre el carácter capitalista de Estado de la URSS. Es evidente que los partidarios del “feudalismo industrial en Rusia” salieron del Partido para constituir su propio “Partido de la dictadura del proletariado (bolchevique)”. Los estalinistas, poco numerosos, también salieron del Partido” (ídem).

“La primera conferencia del POM en febrero del 91 abandonó la frase “el Partido de la dictadura del proletariado” en la denominación del grupo. En 1994-95 se formó en el Partido una pequeña fracción que pensaba que había habido un modo de producción neo-asiático en la URSS. Esta fracción escisionó a primeros de enero del 96 y se unió a los trotskistas morenistas (Argentina) del International Workers Party que son bastante activos en Rusia y Ucrania” (ídem).

“En el programa adoptado por el Segundo congreso figuran esencialmente los principios de base siguientes:

–  la necesidad de la dictadura del proletariado para la transición al comunismo (socialismo) y la necesidad de dicha transición;

–  la dictadura de la clase obrera urbana, para ser más precisos, es una necesidad, pero no la del partido de la dictadura del proletariado, ni la de “todos los trabajadores”, ni la “del pueblo”;

–  el fracaso del partido ruso del proletariado durante los años 20 y la necesidad de su creación hoy;

–  el reconocimiento de que la “dictadura del proletariado” y la “dictadura del partido” no es lo mismo”.

Los compañeros acaban precisando que: “Aunque estén ausentes del programa de 1990 la crítica de la teoría del "socialismo en un solo país" y la necesidad de la revolución mundial, son, para nosotros, una evidencia y como tal evidencia son entendidas” (ídem).

Aquí se puede constatar cuán áspera ha sido la lucha en Rusia, y hasta qué punto era necesario separarse de los ex estalinistas “exclaustrados” y que siguen dándoselas de revolucionarios. También se puede constatar la presión de todo un abanico de sectas trotskistas que intentan vender sus propias recetas revolucionarias. En 1980, algunos sindicatos occidentales (la CFDT francesa, la AFL-CIO americana...) acudieron a toda prisa a dar a Solidarnosc su apoyo logístico contra los obreros polacos. Hoy son los trotskistas los que van a todo correr hacia el Este, con sus buenos consejos y subsidios, para impedir el renacimiento de un medio político proletario. En estas condiciones, es normal que ese renacimiento solo pueda interesar a una minoría frente a las múltiples expresiones de la ideología dominante, omnipresente por definición.

La cuestión de la filiación histórica

En sus cartas del 15 (que llamaremos [A]) y del 20 de marzo (que llamaremos [B]) del 2000, los compañeros se pronuncian sobre la polémica que tuvimos con el BIPR y que publicamos en la Revista internacional no 100 (“La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”), y sobre todo desarrollan una serie de posiciones oficiales del Buró Sur del POM.

El redactor de ambas cartas precisa: “Los demás miembros del BS del POM están de acuerdo con las posiciones esenciales de este comentario. Podéis considerarlo entonces como nuestra posición común” [B].

Precisemos para empezar que los compañeros están un poco desconcertados por la polémica entre el BIPR y la CCI, al no haber tenido todavía los medios para examinar las posiciones fundamentales de ambos. Por esto tienen algunas dificultades cuando se trata de identificar realmente las divergencias, que ven más bien como enredos en los que se insiste más en un aspecto de la realidad que en otro, “puesto que a menudo son dos aspectos de una misma unidad dialéctica”, según sus términos. Finalmente, “tenéis todos razón”, todo depende de qué punto de vista se sitúa uno. Nosotros creemos que la experiencia y la discusión les permitirán hacerse una opinión más precisa sobre lo que es común y sobre las divergencias en el campo proletario. Escriben los compañeros:

“A nuestro parecer, esta es la debilidad de la Izquierda comunista en Europa occidental: en lugar de cooperar con éxito y de igual a igual, o se ignoran unos a otros, o “les quitáis la careta” a los demás “arrimando cada uno el ascua a su sardina” (“tirar la manta para sí”, como se dice en Rusia) [...] A nuestro parecer, el BS del POM, todos los comunistas de Izquierdas, los “capiestatalistas” [los que reconocen el carácter capitalista de Estado de la URSS], ¡ han de obrar como colaboradores científicos de un centro de investigación, de un centro único !” [A].

No tenemos miedo a la ironía polémica tan del gusto de los grandes revolucionarios, pues de lo que se trata, partiendo de las posiciones reales de nuestros adversarios, es de mostrar a qué consecuencias conducen y defender firmemente lo que creemos que son los principios intangibles del marxismo. No atacamos a tal o cual persona o grupo, sino una posición que revela una lógica oportunista o un error teórico que se pagaría muy caro en el mañana. Por esto la intransigencia revolucionaria no se contradice en nada con la necesaria solidaridad entre comunistas.

Partiendo de esta primera impresión, los compañeros concluyen hablando de debilidad de la Izquierda comunista en tanto que corriente histórica. Esta idea la queremos criticar. Tras haber constatado que la CCI y el BIPR están en desacuerdo sobre la cuestión del imperialismo y de la decadencia del capitalismo, consideran que ello se debe a un error de método, y que no se trata de decir “o esto... o aquello...” sino de decir “y... y...”. De hecho, ése es un reproche que ha sido a menudo hecho a la Izquierda comunista. Es evidente que no compartimos todas las tomas de posición de la Izquierda comunista que empezó a separarse en el propio seno de la Internacional comunista. Sin embargo, se la acusó sin razón de ser antipartido, de impaciencia activista, de radicalismo barato al rechazar las concesiones por principio, de deslizamiento hacia el anarquismo y por fin de purismo estéril que no ve las cuestiones más que en términos de oposición zanjada, en blanco o negro. Todos los líderes de la izquierda comunista eran profundamente marxistas e incondicionales a la noción de partido. Su objetivo era precisamente el de defender el partido contra el oportunismo. Esa era la tarea del momento. “Camarada, escribía Gorter a Lenin en su Respuesta a Lenin, la fundación de la Tercera internacional no ha hecho desaparecer de ninguna manera el oportunismo de nuestras filas. Lo constatamos ya en todos los partidos comunistas, en todos los países. Habría sido de todos modos un milagro, contrario a todas las leyes del desarrollo, que la enfermedad que se llevó a la Segunda internacional no estuviera presente en la Tercera!” (Ediciones Spartacus, 1979, p. 85). “Resulta absurdo y peligrosísimo, añadía Bordiga, pretender que el partido y la Internacional están misteriosamente protegidos contra toda recaída en el oportunismo o toda tendencia a hacerle concesiones!” (Proyecto de tesis de la Izquierda en el Congreso de Lyon, 1926).

Por no haber entendido que el trabajo de fracción estaba al orden del día, y no el simple trabajo de oposición, la corriente de Trotski se fue hacia un callejón sin salida y acabó en quiebra. Porque lo había entendido, la Izquierda se afirmó como la verdadera heredera de la corriente marxista en la historia del movimiento obrero. Reanudó la labor de fracción que Lenin había emprendido desde 1903 contra el oportunismo en la Segunda internacional, labor que permitió a los bolcheviques denunciar a todos los campos imperialistas en 1914, seguir fieles a los principios del comunismo. Permitió también al partido desempeñar plenamente su papel en la insurrección de Octubre. Era una labor a favor del partido y no contra él. Había que luchar hasta las últimas consecuencias, a pesar de las exclusiones y de todas las trabas de la disciplina formalista de la dirección. Éste era el verdadero espíritu de Lenin del que se inspiró la Izquierda. En 1911, Lenin sistematizó la noción de fracción partiendo de la experiencia adquirida por los bolcheviques desde su constitución en fracción en la Conferencia de Ginebra en 1904. “Una fracción es una organización en el seno del partido, unida no por el lugar de trabajo, el idioma o cualquier otra condición objetiva, sino por un sistema de conceptos comunes sobre los problemas que se plantean al partido” (“Sobre una nueva fracción de conciliadores, los virtuosos”, Obras completas, tomo XVII, Ediciones de Moscú). La intransigencia revolucionaria no se opone en nada al realismo, ella sola permite realmente tener en cuenta las situaciones concretas. ¿Qué puede haber de más realista que el rechazo por parte de la Izquierda comunista de Italia a la posición de Trotski, cuando éste veía abrirse un nuevo período revolucionario en 1936?

La fracción es, pues, algo central en cuanto se habla de filiación histórica. Ella es la que enlaza el antiguo con el nuevo partido, con la condición de que sepa sacar las lecciones de la experiencia de la clase obrera, concretándolas en un enriquecimiento del programa. Los revolucionarios, por ejemplo, habían comprobado que el papel de parlamento burgués se había transformado desde la Primera Guerra mundial. Es la Izquierda comunista quien saca las consecuencias plasmándolas en principios: rechazo del parlamentarismo revolucionario y de la participación en las elecciones de la democracia burguesa. Otra condición es también necesaria para la formación del nuevo partido: las relaciones de fuerza entre las clases han de modificarse en favor de la clase obrera, para que el partido pueda influir realmente en la lucha de clases. Ahora bien, esa influencia y la función de orientación que incumbe al partido no son posibles más que cuando avanza la sociedad hacia una situación revolucionaria. La formación del partido anticipa la apertura de un periodo revolucionario. Fue la Izquierda comunista de Italia, la que enunció con más profundidad cuál es la función de la fracción y cuándo la fracción debe transformarse en partido. Así lo expresaba Bilan:

“La transformación de la fracción en partido está condicionada por dos elementos íntimamente relacionados:

“1. La elaboración por parte de la fracción de nuevas posiciones políticas capaces de proporcionar un marco sólido a las luchas del proletariado hacia la revolución en su nueva fase más avanzada [...].

“2. El derribo de las relaciones de clase del sistema actual [...] con el estallido de movimientos revolucionarios que puedan permitir que la fracción tome la dirección de las luchas hacia la insurrección” (Bilan, no 1).

El materialismo dialéctico nos muestra que el movimiento real es algo complejo, actuando en él múltiples factores. Es lo que nos recuerdan los compañeros del POM. Pero se olvidan de que el sistema de contradicciones que produce la realidad desemboca en ciertos momentos en una alternativa zanjada y clara. Es entonces o una cosa u otra, o socialismo o barbarie, o política proletaria o política burguesa. La inclinación centrista de la dirección de la Internacional, a partir de la consigna de conquista de las masas, está directamente relacionada con la búsqueda de atajos inmediatistas que alteraban profundamente la política de clase: no solo los consejos sino también los sindicatos, no solo la lucha fuera del parlamento sino también el parlamentarismo revolucionario, no solo el internacionalismo sino también el nacionalismo... Y queriendo combinarlo todo, ocurrió el desastre. Cada innovación política significaba un paso adelante hacia la derrota. En vez de reforzar los partidos y núcleos comunistas, las alianzas con la socialdemocracia lo único que consiguieron fue desgastar esas fuerzas, que sólo sobre la base de un programa claramente comunista hubiesen podido desarrollarse realmente. El libro de Lenin, La Enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo, simboliza ese giro centrista. Lenin parte de la idea de criticar lo que considera como errores momentáneos e inevitables de una corriente auténticamente revolucionaria. “Evidentemente, el error del doctrinarismo de izquierdas en el movimiento obrero es, actualmente, mil veces menos peligroso y grave que el error representado por el doctrinarismo de derechas...”. Pero termina confundiendo las posiciones de la Izquierda con las del anarquismo, realzando el prestigio de la derecha con el pretexto que ésta sigue ejerciendo su predominio sobre amplias capas del proletariado. Eso es el centrismo. Y la derecha va a utilizar ampliamente la autoridad que se le concede para aislar a la izquierda.

Trabajo asalariado y mercado mundial, dos rasgos fundamentales del capitalismo

Los compañeros escriben: “Pensamos que el siglo XXI verá nuevas batallas por la independencia nacional. A pesar de la potencia (y según vosotros la decadencia) del capitalismo en los países altamente desarrollados, el capitalismo en los países atrasados sigue desarrollándose, creciendo a su propio ritmo, si así puede decirse. Y no se trata de un problema de principios, ¡ se trata de la realidad objetiva !” [A].

Es ésa en verdad una divergencia importante en el medio político proletario. Ya saben los compañeros que pensamos que Lenin se equivocó cuando contestó a Rosa Luxemburg: “No son solamente probables las guerras coloniales, sino que son inevitables en una época de imperialismo, por parte de las colonias y semicolonias” (Respuesta al Folleto de Junius). Importa aquí decir que esta posición no significó en absoluto que Lenin abandonara el internacionalismo proletario, pero, a nuestro parecer, sí que contribuyó en debilitarlo. La preocupación es definir cuáles son las condiciones para una unidad del proletariado internacional, no la de andar utilizando a Lenin para disfrazar su apoyo a una u otra potencia imperialista como suelen hacerlo los izquierdistas.

“Habréis notado que somos muy poco leninistas. Sin embargo, pensamos que la posición de Lenin fue la mejor sobre el tema. Cada nación (¡ojo! nación, y no nacionalidad o grupo nacional, étnico, etc.) tiene totalmente derecho a disponer de sí misma en el marco de su territorio étnico-histórico, hasta la separación y la fundación de un Estado independiente [...]. Lo que les interesa a los marxistas es la cuestión de la libre disposición para el proletariado de su autodeterminación en tal o cual nación, o sea, la posibilidad de disponer libremente de sí mismo cuando ya existe como clase para sí, o la posibilidad para elementos pre-proletarios de constituirse como clase en el marco de ese nuevo Estado burgués nacional. Este es el caso de Chechenia. Chechenia-Ingushia estaba industrializada bajo el poder soviético, pero más del 90 % de los obreros eran de origen ruso, mientras que los chechenos eran campesinos pequeñoburgueses o intelectuales, funcionarios, etc. En cuanto la nueva burguesía chechena haga surgir un proletariado checheno nacional, en cuanto empiece a explotar a su proletariado nacional, sus familias, sus nativos (los obreros rusos no volverán por miedo a ser asesinados por los nacionalistas) ¡ ya veremos entonces que será de la “firme unidad de la nación chechena !” Entonces será posible la unión real y objetiva entre proletarios rusos y chechenos, no antes” [A].

Esta posición desemboca en una serie de contradicciones que no resuelven los compañeros cuando declaran que “según nosotros, el reconocer la objetividad de una lucha nacional no significa “justificarla” (¿ pero qué sentido tiene la palabra “justificar” ?) ni tampoco llamar a una alianza con fracciones de la burguesía nacional” [B].

Toda la cuestión está en saber cuál es esa realidad objetiva que se invoca. Tal realidad corresponde a una época pasada, la de la formación de naciones burguesas contra el feudalismo. ¿ Han analizado realmente los compañeros las motivaciones nacionalistas de la burguesía chechena ? Si lo hubiesen hecho, se habrían dado cuenta de que sus reivindicaciones nacionales ya no tienen el mismo contenido que cuando correspondían a una etapa anterior del desarrollo social. Los marxistas a menudo han descrito esa etapa. Rosa Luxemburg la resume de esta forma: “Durante la Gran revolución, la burguesía francesa tenía derecho a hablar en nombre del “pueblo francés”, en tanto que tercer Estado, e incluso la burguesía alemana podía hasta cierto punto considerarse, en 1848, como representante del “pueblo alemán” [...]. En ambos casos, esto significaba que la causa revolucionaria de la clase burguesa, en el nivel de desarrollo de entonces, coincidía con la del pueblo entero puesto que éste, junto con la burguesía, era todavía una masa indiferenciada opuesta al feudalismo dominante” (“La cuestión nacional y la autonomía”, de la edición francesa de Les marxistes et la question nationale, edición l’Harmattan, 1977, p. 195). Lo que no ven los compañeros, es que el nivel de desarrollo social no está definido por la situación local en Chechenia, sino por el ámbito social, por la situación general. Embarcada en el juego sangriento del imperialismo, totalmente dependiente del mercado mundial, Chechenia ya perdió hace mucho tiempo las principales características de una sociedad feudal.

Según los compañeros, existe una burguesía progresista en cierto número de países “porque el capitalismo nacional sigue en ascenso espontáneamente a partir de los sectores tradicionales, según las leyes generales del desarrollo de los pueblos en la época de la segunda superformación social, la de la propiedad privada. Esas formaciones son tres: la formación de la comunidad primitiva (no 1), luego la de la propiedad privada: el sistema de esclavitud antiguo, el feudalismo y el capitalismo (no 2), y por fin la formación del comunismo auténtico (no 3). Ésas son las tres formas según Marx (véase los esbozos de su “Carta a Vera Zasúlich”, 1881). Pero pocos son los países (y cada día hay menos) en que predomina un capitalismo nacional que se está autodesarrollando. En donde esto ocurre, la burguesía progresista puede conquistar el poder y el pueblo (incluidos los obreros, ¡tanto más al estar todavía en una situación de pre-proletarios!) la apoyará. Pero esto es momentáneo, puesto que, cada día más, las cosas van a depender de la burguesía imperialista mundial, como lo hemos podido ver en Afganistán [...]. Al capitalismo se le puede comparar a una ola en el “mar” de la segunda superformación social (véase arriba), y más que a una ola, a oleadas sucesivas. La segunda superformación (a la que Marx también llamó “económica”) genera esas olas desde el interior. Pero los límites, las orillas de este “mar” de la “superformación económica” son los mismos límites que los del capitalismo, son esas orillas sobre las que sus olas acaban rompiéndose.

“La característica esencial de ese “mar” de la formación social económica (la segunda de las tres) es la ley del valor. Pero las “oleadas sucesivas” son propulsadas, animadas por... el pequeño productor propietario. Éste ha sido, es y será el agente de la ley del valor en toda la extensión de la formación social económica (la “segunda”, la de la propiedad privada). Ésa es la razón por la que el capitalismo no puede destruir al pequeño productor. Por eso el monopolio estatal no puede ser total y de larga duración. ¡ La oleada se volverá hacia atrás ! Si los comunistas de izquierdas hubiesen analizado las cosas desde ese punto de vista, ¡ cuántos problemas hubiesen evitado, incluso en sus relaciones mutuas ! Y serían mucho más comprensibles el lugar y la función de la revolución social proletaria mundial” [B].

¿ Cómo explicar esta perspectiva de una regresión del capitalismo de Estado, tal como la defienden los compañeros ? Podemos comprobar cómo se confirma cada día más la tendencia hacia une gestión de la economía por un capitalista colectivo, anunciada ya por Engels en El Anti-Dühring. En cualquier país, es el Estado quien reglamenta las fusiones de las grandes empresas y les impone sus orientaciones. Un Estado que abandonara ese control estaría inmediatamente en situación de debilidad en la guerra comercial. Es, sin duda, el desmoronamiento de la URSS lo que explica esa toma de posición. Si así fuera, los compañeros harían generalizaciones a partir de una situación específica. La URSS estaba marcada por la debilidad de su economía y, con ella, no fue el capitalismo de Estado lo que se hundió, sino su versión más caricaturesca en la que la nacionalización afectaba a la inmensa mayoría de la economía. El que el Estado sea directamente propietario de las empresas siempre ha sido un signo de debilidad. En los países más desarrollados, el capitalismo de Estado es tan real como lo era en la URSS, pero posee sobre todo esa flexibilidad que le proporciona su participación en el capital de las empresas, o mejor todavía, si se limita a promulgar la reglamentación económica que deben acatar todas las empresas.

Se entiende por qué los compañeros ven el capitalismo de Estado como un fenómeno pasajero, puesto que para ellos es el pequeño productor quien mejor simboliza la propiedad privada y la ley del valor. Es justo decir que el capitalismo florece en una sociedad caracterizada por la propiedad privada y el intercambio de mercancías; es incluso su remate lógico, su apogeo, una vez que las mercancías han sido transformadas en capital. También es verdad que nunca podrá el capitalismo hacer desaparecer totalmente a los pequeños productores. Pero también es verdad que la pequeña propiedad está atacada permanentemente por la competencia. Ahora que la sobreproducción es un fenómeno generalizado y permanente, una parte de la burguesía cae en la pequeña burguesía, y un número incalculable de pequeño burgueses son arruinados y transformados en desocupados, o sobreviven en comercios a menudo ilícitos. El pequeño propietario no es entonces una característica del capitalismo sino más bien una herencia de las sociedades precapitalistas o de la primera etapa del desarrollo del capitalismo. En la mitología burguesa, siempre se presenta al capitalista como un pequeño productor que ha logrado gracias a sus esfuerzos convertirse en gran productor. El artesano de la Edad Media se habría convertido en gran industrial. La realidad histórica no es ésa, ni mucho menos. En el feudalismo en descomposición, no son los artesanos de las ciudades los que emergen como clase capitalista, sino más bien los comerciantes. Es más, los primeros proletarios a menudo fueron esos artesanos, sometidos en un primer tiempo a la dominación formal del capital. Los compañeros se olvidan de que antes de ser productor, el capitalista es ante todo un comerciante, cuyo principal comercio es el de la fuerza de trabajo.

Los compañeros parecen estar influenciados por un pasaje de La Enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo (1920), en donde Lenin explica que la potencia de la burguesía “consiste no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y solidez de los vínculos internacionales de la burguesía, sino además en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, por desgracia, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, de modo espontáneo y en masa” (Obras escogidas, tomo III, p. 353). Recordemos el contexto. Estamos en 1920 y desde 1918 se está desarrollando, en el Partido bolchevique, la controversia entre Lenin y los Comunistas de izquierda que publican Kommunist. Bujarin, principal líder de la Izquierda, se incorpora a la mayoría del Partido tras haber sido minoritario sobre la cuestión de Brest-Litovsk. Pero el grupo prosigue la controversia sobre la cuestión del capitalismo de Estado presentado por Lenin como una etapa preparadora del paso al socialismo, o sea como un progreso. Es verdad que el proletariado victorioso no solo se enfrentaba a la furia de las viejas clases dominantes, sino también al peso muerto de amplias capas campesinas que tenían sus razones para resistir ante los avances del proceso revolucionario. Pero el peso de estas capas sociales se ejercía era sobre el proletariado ante todo por medio del órgano estatal que, en su tendencia natural en preservar el statu quo social, tenía tendencia a convertirse en poder autónomo para sí mismo. Todos los revolucionarios sabían que el aislamiento de la Revolución rusa acabaría con ella. El problema estaba en saber si la restauración de la burguesía sería el resultado de una derrota militar contra los ejércitos blancos o de la enorme presión de la pequeña burguesía. Enfrentado a esa problemática, el partido era incapaz de ver el proceso que conducía al renacimiento de una burguesía rusa mediante la formación de una burocracia estatal. La Izquierda manifestaba bastantes debilidades en sus críticas (pero ¿hubiese sido posible de otra forma en medio de los acontecimientos?) y Lenin supo, con razón, poner muchas de ellas en evidencia. Pero la Izquierda comunista muestra, sin embargo, toda su capacidad cuando denuncia los peligros del capitalismo de Estado. Es el mismo método que después se volverá a ver en la Izquierda alemana, la primera en definir y analizar la Rusia estalinista como capitalismo de Estado. En la cita de arriba, Lenin expresa profundas confusiones sobre el carácter del capitalismo, que ya había manifestado en el folleto El Imperialismo, fase superior del capitalismo, en 1916. Es posible hoy sintetizar sobre ese punto todos los aportes de la Izquierda comunista, a pesar de su diversidad y sus tomas de posición contradictorias en ocasiones, porque están animadas en el fondo por el método marxista y los principios comunistas: “El capitalismo de Estado no es un paso orgánico al socialismo. En realidad representa la última forma de defensa del capitalismo contra su colapso y la emergencia del comunismo. La revolución comunista es la negación dialéctica del capitalismo de Estado” (Revista internacional no 99, p. 21).

Es un error a nuestro parecer presentar al pequeño productor independiente como el agente de la ley del valor. En realidad, no son los capitalistas quienes hacen el capitalismo, sino todo lo contrario: es el capitalismo quien engendra capitalistas. Si aplicamos este planteamiento marxista a Rusia, podemos entonces entender por qué “no funciona el Estado como esperábamos”, según la frase de Lenin. El poder que imponía en realidad su orientación era mucho más fuerte que “los hombres de la NEP”, que el capitalismo privado o la pequeña propiedad: fue el enorme poder impersonal del capital mundial lo que determinó inexorablemente el curso de la economía rusa y del Estado soviético. Si los camaradas no consiguen entender la naturaleza profunda del capitalismo, ni el capitalismo de Estado como expresión de un capitalismo decadente, se debe, sin duda, a que en esto se sitúan en el largo plazo, el que Marx utilizó en los borradores de su carta a Vera Zasúlitch, al dividir la historia de la humanidad en tres períodos: la formación social arcaica (comunismo primitivo), la formación social segunda (las sociedades de clases) y el comunismo moderno que restablece la producción y la apropiación colectivas a un nivel superior. El ejemplo de las sociedades primitivas era para Marx una prueba más de que familia, propiedad privada y Estado no son inherentes a la humanidad. Estos textos son también una denuncia de la interpretación fatalista de la evolución económica y del progreso lineal, sin contradicciones, como lo ven los burgueses. Si quedamos en ese terreno, resulta entonces imposible expresar precisamente lo que contiene de específico el capitalismo y sobre todo que posee una historia propia, que de sistema progresista se ha transformado en traba para el desarrollo de las fuerzas productivas. Y las bases de este análisis están presentes en estos textos de Marx, tanto como en el Manifiesto. Tras la Comuna de París y el fin de las grandes luchas nacionales del siglo XIX, Marx había constatado que la burguesía de los principales países capitalistas ya no tenía ningún papel revolucionario en el escenario de la historia, aunque el capitalismo tuviese todavía ante él un enorme campo de expansión. Se abría una nueva etapa, la de las conquistas coloniales y del imperialismo. Gracias a ese planteamiento, el marxismo fue capaz de anticipar la evolución histórica y prever la entrada en el período de decadencia. Esto está muy claro en el segundo borrador: “El sistema capitalista ha superado su apogeo en el Oeste, acercándose al momento en que ya solo será un sistema social regresivo”(citado en Marx maduro y el camino de Rusia, Théodore Shanin, Nueva York, 1983, p. 103).

Los interrogantes de Marx sobre la comuna rural rusa han sido desfigurados por ciertos izquierdistas. El norteamericano Shanin, por ejemplo, veía en ellas la prueba de que el socialismo podría ser el resultado de revoluciones campesinas en la periferia del capitalismo. Sin compartir su admiración por Hô Chi Minh o Mao, Raya Dunayewskaya y el grupo News and Letters consideraban más o menos lo mismo. Concluyen que Marx en los años 1880 está buscando otro sujeto revolucionario diferente a la clase obrera. Así es como buena parte del izquierdismo va a terminar considerando a la clase obrera como un sujeto revolucionario entre otros: las tribus primitivas, las mujeres, los homosexuales, los negros, los jóvenes, los pueblos del “Tercer mundo”.

Octubre del 17, producto de la situación mundial

Esas aberraciones nada tienen que ver con las tesis de los compañeros de Rusia. Pero sin embargo, ya veremos que la defensa de la posibilidad de guerras nacionales actualmente los lleva a un análisis bastante original de la Revolución de octubre de 1917.

"Nosotros (el BS del POM) pensamos que es la historia la que ha rebatido esa concepción angular del leninismo del “eslabón más débil”. Pero ¡cuidado! muy originalmente: demostró que era posible romper la “cadena imperialista” y hasta “construir el socialismo” en países retrasados (o “atrasados” como decís vosotros, aunque aquí distinguiría: no solo se ha empezado a “construir el socialismo” en países capitalísticamente atrasados – Rusia por ejemplo –, sino también en Mongolia, en Vietnam, etc., que están realmente retrasados). Y decimos que sí, se puede romper la cadena, es posible construir una “revolución socialista”, hasta es posible construir el socialismo en países separados y edificarlo (o sea “acabar de construirlo”)... pero ¡en ningún caso puede llevar al comunismo! ¡Never and in no way! ¿Por qué, desde un punto de vista teórico, pudieron los bolcheviques tomar ese camino, engañarse a sí mismos y a muchos otros, inclusive a los Comunistas de izquierda? La causa es... una sola palabra (y aquí no se trata de mi subjetivismo: esta palabra falsa esconde una concepción falsa, no marxista en el fondo), una consigna, ¡la “revolución socialista”! Cuando Marx, y sobre todo Engels, ¡aceptaron semejante disfraz del concepto de “revolución social del proletariado”, de la revolución comunista mundial! En cuanto a la “revolución socialista”, tarde o temprano acaba “construyendo el socialismo”, y nos encontramos con que este “socialismo”, aunque sea "de Estado" o "de mercado" o “nacional”, etc., ¡no rompe en realidad con el capitalismo!” [A].

“Allí donde existe el sector exógeno del capitalismo, la burguesía progresista tiene un papel y una influencia inversamente proporcionales al grado de madurez de este sector: la burguesía del sector capitalista importado pesa sobre la burguesía nacional progresista y la corrompe, ¡y qué decir de la burguesía imperialista mundial (transnacional)! Ambos sectores estaban presentes en Rusia a principios del siglo XX, y el marxismo ruso era la expresión, en el interior, de las relaciones en el sector capitalista exógeno. Pero los bolcheviques decidieron hacerse los portavoces de todos los explotados: en el sector del capitalismo desarrollado importado, en el del capital nacional (hasta en el sector agrícola con su comunidad rural preservada). ¡ Y así se volvieron “social-jacobinos” y proclamaron la “revolución socialista !” [B].

“Tratáis de la cuestión de lo objetivo y lo subjetivo en la revolución proletaria mundial, y es correcto. Pero ¿por qué no tenéis la menor duda en cuanto a que “la revolución era objetivamente posible desde la guerra imperialista del 14”, etc.? ¿Acaso Marx y Engels no habían creído, en sus tiempos, que la “revolución era objetivamente posible”? ¡Recordad las categorías de la dialéctica: lo posible y lo real, lo necesario y lo eventual! Ya sabemos que es necesario distinguir la posibilidad abstracta (formal) de la practicable (concreta). La posibilidad abstracta se caracteriza por la ausencia de obstáculos principales para el devenir del objeto, sin que existan, no obstante, todas las condiciones necesarias para su realización. La posibilidad practicable posee todas las condiciones necesarias para su realización: de realidad latente, se transforma en nueva realidad en ciertas circunstancias. La transformación del conjunto de las condiciones determina la transición entre la posibilidad abstracta y la practicable, transformándose ésta en realidad. La medida numérica de esta posibilidad está expresada en la noción de probabilidad. Como se sabe, la necesidad es el modo de la transformación de la posibilidad en realidad, en el que no existe más que una posibilidad en cierto objeto, la que se transforma en realidad. Y por el contrario, la eventualidad no es sino el modo de transformación de la posibilidad en realidad, en el que existen varias (o muchas) posibilidades diferentes en tal objeto (claro está en ciertas circunstancias) para que se transformen en realidad, aunque una sola se realice” [A].

No entendemos por qué habría que afirmar que la construcción del socialismo en un solo país es a la vez posible e imposible al no romper en modo alguno con el capitalismo. Preferimos limitarnos a la afirmación de que el socialismo en un solo país ha sido una mistificación sin relación alguna con la realidad, ha sido un arma de la contrarrevolución. Parece que lo que los compañeros nos quieren decir, es que los bolcheviques dejaron en cierto momento de representar los intereses del proletariado. Efectivamente, eso es lo que se llama contrarrevolución estalinista. La dificultad del problema, contra el que muchos revolucionarios en los años 30 se rompieron la cabeza, está en que la contrarrevolución triunfa tras un largo proceso de degeneración y de deriva oportunista. En un proceso así, largo y a menudo imperceptible, ocurre en cierta forma una transformación de la cantidad en calidad. Lo que no era en un primer tiempo más que un problema en el seno de la clase obrera se transforma en contrarrevolución burguesa. El cambio en cuanto a la ruptura en la naturaleza del régimen soviético, sí que queda muy claro: ocurre cuando Stalin elimina a toda la vieja guardia bolchevique, cuando la perspectiva de la revolución mundial se cambia por la defensa del capital nacional ruso. La debilitación del poder de los consejos obreros y la del Partido bolchevique socavado por el oportunismo siguieron curvas paralelas hasta el establecimiento del poder de la burguesía de Estado rusa. Recordar lo que fue el movimiento real de los enfrentamientos de clase a finales de los 20 en Rusia no solo nos fortalece contra la propaganda burguesa, sino también contra cualquier debilitamiento de la teoría revolucionaria que vería una continuidad, objetiva o subjetiva, entre Lenin y Stalin.

Al introducir la idea de que “los bolcheviques decidieron ser los portavoces de todos los explotados”, los compañeros se olvidan de la contrarrevolución estalinista y caen en este debilitamiento. Pero ¿cuándo y por qué se tomó esa decisión?; las palabras “todos los explotados” ¿ significa el conjunto de los trabajadores, o sea varias clases y entre ellas, además del proletariado, las capas no explotadoras tales como el campesinado y lo que queda de la pequeña burguesía, que son clases oprimidas bajo el capitalismo ? Si este es el caso, los compañeros confunden los discursos de Stalin, y también los de Mao y su “bloque de las cuatro clases”, con la realidad. En cualquier caso, no podemos estar de acuerdo cuando afirman que Marx y Engels “aceptaron” el concepto de una revolución socialista que “no rompe en realidad con el capitalismo”. Es cierto que ciertas fórmulas de Marx y Engels pueden sembrar cierta confusión entre estatalización del capital y socialismo. Esto se puede fácilmente entender en aquellos tiempos, cuando el proletariado podía apoyar, en ciertas condiciones, a la burguesía progresista contra los vestigios del feudalismo. La conciencia como el programa son el resultado del combate permanente contra la ideología de la clase dominante. Por eso, cuando los revolucionarios profundizan la letra del programa siguen fieles, y han de seguir siéndolo, al espíritu que animaba a la generación marxista precedente. La corrección definitiva de los errores “capitalistas de Estado” que permanecían en la doctrina marxista se debió a la experiencia de la Revolución rusa del 17. Pero ya en Marx aparecen las premisas de esa corrección, en su definición del capital como relación social y del capitalismo como sistema basado en el trabajo asalariado, la extracción y la realización de la plusvalía. En esa relación, la transformación de la propiedad individual del capital en propiedad colectiva del Estado no cambiaba para nada el carácter de la sociedad. Más aún, la crítica del carácter progresista de la propiedad colectiva estatal ya estaba en germen en la lucha de Marx y Engels contra el socialismo de Estado de Lassalle, quien animaba a los obreros a utilizar el Estado contra los capitalistas, o el de la corriente de Liebknecht y Bebel en la socialdemocracia alemana que dejó fórmulas lassallianas en el Programa de Gotha.

Así resumiríamos la idea de los compañeros: el bolchevismo fue una corriente marxista en sus orígenes; expresaba los intereses del proletariado en el marco de relaciones capitalistas desarrolladas, pero éstas eran de origen extranjero, también existía en Rusia un joven capitalismo que necesitaba una revolución antifeudal. De este modo los bolcheviques no sucumbieron a la contrarrevolución estalinista, ya habían sido conquistados mucho antes por los encantos del capitalismo nacional y habían decidido hacerse “social-jacobinos”. Aquí se evidencia la diferencia política con la visión consejista. Ésta considera que la Revolución rusa fatalmente desembocaría en capitalismo de Estado, siendo los bolcheviques, desde el principio, el reflejo de ese destino. Este descubrimiento fue muy tardío, pues fue en los años 30 cuando a Pannekoek, que se volvió consejista en aquel momento, no se le ocurrió mejor cosa que revelarnos el carácter original del bolchevismo a partir del libro escrito por Lenin en 1908, Materialismo o empiriocriticismo: “Es clara y exclusivamente a la imagen de la Revolución rusa a la cual tiende con todas sus fuerzas. Esta obra es tan conforme al materialismo burgués que si hubiese sido conocida e interpretada correctamente en Europa occidental... habríamos podido prever que la Revolución rusa desembocaría de una u otra forma en un tipo de capitalismo basado en la lucha obrera” (Lenin filósofo, Ediciones Spartacus, París, 1970, p. 103).

El método marxista se basa en el concepto de totalidad y a partir de ese concepto se “eleva” hasta las situaciones más concretas. Partiendo del pequeño productor independiente o de una situación local, los compañeros se alejan del método marxista y acaban confundiendo algunos vestigios del feudalismo con la característica general. Es entonces útil recordar que en 1917, Rusia es la quinta potencia industrial del mundo y que en la medida en que el desarrollo del capitalismo pasó en gran parte por encima de la etapa del desarrollo del artesanado y de la manufactura, ese modo de producción tenía allí sus formas más modernas y concentradas. Putilov, con más de 40 000 obreros, era la mayor empresa del mundo. Esto es la clave de la comprensión de la situación en Rusia, y no la oposición entre capitalismo exógeno y endógeno. La mutua relación de las relaciones económicas había llegado a tal extremo que nada tenía que ver con la época de las revoluciones burguesas de los siglos XVII o XVIII.

"Desde la guerra de Crimea y su modernización mediante las reformas, el aparato de estado ruso no se mantiene en gran parte sino gracias a los capitales extranjeros, esencialmente franceses. (...) Los capitales franceses sirven, desde hace décadas, sencillamente, para dos fines: la construcción de ferrocarriles con la garantía del Estado y los gastos militares. Para dar respuesta a esos dos fines, ha surgido en Rusia una poderosa gran industria, desde los años 1870, protegida por un sistema reforzado de aranceles. El capital francés ha hecho surgir en Rusia un joven capitalismo que necesita, a su vez, estar constantemente apoyado por grandes importaciones de maquinaria y otros medios de producción procedentes de los países industriales de primera línea, Inglaterra y Alemania” (Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política).

También es significativo el ejemplo de Polonia: “Al ser la burguesía polaca, en su gran mayoría, de origen extranjero (se había instalado en Polonia a principios del siglo XIX), siempre se mostró hostil a la idea de independencia nacional.. Tanto más por cuanto, durante los años veinte y treinta del siglo XIX, la industria polaca se centró en la exportación antes incluso de que se creara un mercado interior. La burguesía del reino, en lugar de desear una reunificación nacional con Galitzia y el Principado, siempre andaba buscando sus apoyos en el Este, pues era la exportación masiva de sus textiles hacia el Este la base del crecimiento del capitalismo polaco” (Rosa Luxemburg, La cuestión nacional y la economía).

La formación del mercado mundial es una de las principales características del modo de producción capitalista, pues en su proceso destruye las relaciones precapitalistas. Este proceso dinámico es el que crea las condiciones de la unidad del proletariado internacional, y no el autodesarrollo de un capital nacional. La Revolución de 1905 fue la primera demostración práctica de este fenómeno. A la inversa, la consigna del “derecho de los pueblos a la autodeterminación”, que por desgracia hicieron suya los bolcheviques, aumentó la división del proletariado. ¿Acaso no aportaron los años 20 la confirmación práctica de ello?

La decadencia de una formación social

No se pueden comparar con los jacobinos ni a los bolcheviques de ayer ni a la burguesía de ningún país de hoy. En cuanto quedó terminada la formación del mercado mundial, las crisis de sobreproducción han anulado toda posibilidad de desarrollo real. La burguesía chechena jamás hará surgir un proletariado nacional. ¿Dónde iba a encontrar mercados para sus mercancías? Sólo la revolución proletaria podrá poner las bases de la industrialización de los países atrasados. El Manifiesto comunista describe muy bien cómo la burguesía creó un mundo a su imagen, mediante la exportación de mercancías a bajo precio y la extensión de sus relaciones comerciales. Pero alcanzó sus límites antes de haber industrializado el conjunto del planeta. Marx y Engels ya habían puesto de relieve que las contradicciones insolubles resultantes de la relación salarial no podían sino conducir a la decadencia del capitalismo. La crítica perspicaz de Charles Fourier ya lo había esbozado: “Como vemos, Fourier maneja la dialéctica con tanta capacidad como su contemporáneo Hegel. Con una dialéctica parecida, hace resaltar que contrariamente a las charlatanerías sobre el hombre perfectible, todas las fases históricas tienen su fase ascendente y también su fase decadente, aplicando esa idea al porvenir de la humanidad en su conjunto” (Engels, El Anti-Dühring). Fue Marx quien dio su explicación al fenómeno. A cierto nivel del desarrollo, al estar saturado el mercado mundial, la tendencia decreciente de la cuota de ganancia ya no puede compensarse con el aumento de la masa de plusvalía. “Ahora bien, el capitalismo tiene tanta más necesidad de encontrar salidas mercantiles porque su producción se ha ido incrementando, mientras los medios de producción más poderosos y más costosos que ha puesto a funcionar le permiten vender más barato, pero también le obligan a vender más, a conquistar para sus mercancías, mercados muchísimo más amplios [p. 223] (...). En fin, a medida que ese movimiento irresistible obliga a los capitalistas a explotar los enormes medios de producción ya existentes a una escala mucho mayor todavía, y a hacer funcionar para ese fin todos los mecanismos del crédito, se van multiplicando los terremotos que sacuden el mundo comercial, no dejándole más que una salida: sacrificar a los dioses de los Infiernos una parte de la riqueza, de los productos, de las fuerzas productivas incluso, en una palabra: aumentar las crisis. Estas aumentan en frecuencia y en violencia. Y es porque la masa de productos crece y por lo tanto la necesidad de salidas mercantiles, a la vez que el mercado mundial se estrecha; Y es porque cada crisis somete al mundo comercial un mercado todavía no conquistado o poco explotado, restringiendo así las salidas [p. 228]” (Trabajo asalariado y capital). Les incumbió a las Fracciones de izquierda, con Lenin y Rosa Luxemburgo en su vanguardia, demostrar más tarde que la Primera Guerra mundial fue la manifestación de que el capitalismo ya había empezado su fase de declive. La revolución comunista no solo era necesaria, sino que, por fin, ya era posible.

Al terminar esta primera respuesta a los compañeros del POM, y lamentando no haber podido traducir sus textos políticos del ruso (3), hacemos un llamamiento para que el debate y la reflexión sigan desarrollándose.

Deseamos que prosigan la discusión y las críticas mutuas. Y también animamos a que este debate no se quede limitado a nosotros, sino que se abra a otros compañeros en Rusia y a otros grupos del medio proletario del mundo entero.

Pal

 

3) Los documentos que tenemos, en francés o inglés, son en su gran mayoría correspondencia

 


[1] En el país de la gran mentira, de Antón Ciliga. La versión completa se tituló Diez años en el país de la mentira desconcertante.

[2] Desde Mayo del 68, “izquierdismo” ha pasado al lenguaje común para designar no ya a quienes se opusieron al centrismo de la Internacional comunista, criticados como camaradas que eran por Lenin, y que formaban la Izquierda comunista, sino a todas las corrientes capitalistas extraparlamentarias, como los trotskistas o los maoístas (habría que distinguir aquí a los maoístas de los países occidentales, incluidos en lo que se ha dado en llamar “izquierdistas”, de Mao, teórico de una especie de “nacional comunismo campesino” que nunca tuvo nada que ver con el movimiento obrero, sino que fue un “estalinista oriental”), que traicionaron el internacionalismo apoyando “de forma crítica” a los partidos de izquierdas de la burguesía (partidos socialistas y comunistas estalinistas) así como a los sindicatos. Ese término designa, pues, hoy, a una tendencia política que pertenece claramente al aparato político de la burguesía

Series: 

  • Las fracciones de Izquierda [13]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [14]

Rev. Internacional nº 105, 2º trimestre 2001

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Situación internacional : ¿ 'Paz y prosperidad' o guerras y miseria ?

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Ocho años después de su padre, G.W. Bush inicia su mandato depresidente de Estados Unidos de América. Aquél nos había prometido "una era de paz y prosperidad" tras la implosión del bloque del Este y el estallido de la URSS. Su hijo hereda una situación de miseria generalizada que se ha ido agudizando yextendiéndose a lo largo de los años 90. La situación del mundo esrealmente catastrófica. Y no es ni provisional, ni transitoria enespera de la profecía del G. Bush padre. Todo está indicando queel mundo capitalista arrastra a la humanidad en una espiral deconflictos guerreros mortíferos por todos los continentes, crecientes antagonismos imperialistas, especialmente entre las grandes potencias, en una nueva caída brutal en la crisis económica y en la miseria, en una cascada de catástrofes de todo tipo. Esos tres elementos, guerras, atasco económico y destrucción del planeta, hacen la vida de las generaciones actuales cada vez más insoportable, poniendo en peligro la supervivencia de las generaciones venideras. Se hace cada día más patente que elmundo capitalista lleva a la especie humana a su desaparición.

SI LA ILUSION de la paz quedó rápidamente desmentida por la guerra del Golfo y el subsiguiente aplastamiento de Irak en 1991, después, con la interminable guerra en Yugoslavia, la fábula de la prosperidad habrá podido alimentarse en varias ocasiones con las tasas positivas del crecimiento estadounidense de los años 90, con las alzas en las Bolsas, y la deslumbrante "nueva economía" ligada a Internet. Las tasas de crecimiento en Estados Unidos (EE.UU) y las cotizaciones bursátiles no han impedido, sino lo contrario en realidad, el incremento dramático de la pobreza y del hambre en el mundo. Por su parte, a la nueva economía se le ha mojado la pólvora y hoy las ilusiones de la prosperidad se están haciendo añicos.

Una economía en quiebra virtual

Ya hemos denunciado en esta Revista las patrañas sobre la "buena salud" de la economía capitalista, basada, por lo visto, en tasas de crecimiento positivas. La burguesía mundial ha establecido "reglas" para definir la recesión, la cual solo sería efectiva tras dos meses de crecimiento negativo. Digamos de paso que, globalmente, Japón lleva diez años en recesión "oficial", o sea según los criterios de la propaganda burguesa. Sin embargo, y más allá de las trampas sobre cifras y métodos de cálculo, la realidad del crecimiento positivo "oficial" no significa que la economía esté boyante. El aumento de la pobreza en los propios EE.UU. (1) bajo la presidencia de Clinton, a pesar de las tasas de crecimiento excepcionales es una ilustración de ello.

Peor que en 1929

Los medios, los historiadores y los economistas se refieren siempre a la gran crisis de 1929, para definir una crisis económica catastrófica, mostrando así que hoy las cosas van bien. La experiencia misma de 1929 lo desmiente: "En la vida de la mayoría de hombres y mujeres, las experiencias económicas centrales de la época fueron, sí, devastadoras, coronadas por la Gran Crisis de los años 1923-1933, pero el crecimiento económico no cesó durante esas décadas. Sencillamente aminoró. En la mayor y más rica economía del planeta en aquel entonces, la de Estados Unidos, la tasa de crecimiento medio del PNB per cápita entre 1913 y 1938 no superó un modesto 0,8 % por año. Al mismo tiempo, la producción industrial mundial aumentó de algo más de 80 %, o sea la mitad del crecimiento del cuarto de siglo anterior (W.W. Rostov, 1978, p. 662) […] Sea como fuere, si un marciano hubiera observado la curva de los movimientos económicos desde lo bastante lejos como para no fijarse en los altibajos que sufrieron los seres humanos en la tierra, habría concluido inevitablemente que hubo una expansión continua de la economía mundial" (E.J. Hobsbawm, La edad de los extremos).

Nuestros economistas y gobernantes no son marcianos sino representantes y defensores del orden capitalista. Y como tales pasan gran parte de su tiempo en enmascarar la realidad de la catástrofe económica. Sólo algunas veces, y en publicaciones más confidenciales, algunos reconocen una parte de la realidad que viene a confirmar nuestras tesis. "Sin embargo, el crecimiento económico seguirá siendo insuficiente para reducir la tasa de pobreza o llevar bienestar a la población", reconoce The Economist a propósito de Latinoamérica (Courrier international, "Le monde en 2001"). Y eso es válido para toda la población mundial. ¿Qué decir entonces de la agravación dramática de la pobreza si se realizaran las previsiones de Fred Hockey, citado por The Wall Street Journal, cuando dice "seguro que vamos hacia una recesión" (Le Monde, 17 de marzo de 2001)?

Hoy con las caídas bursátiles de este principio de 2001, es difícil creer que todo va bien en el reino de las finanzas o en la "nueva economía" vinculada a Internet. "Desde su más alto nivel histórico de 5132 enteros alcanzados el 10 de marzo de 2000, el mercado de valores tecnológicos ha caído casi 65 %. Triste aniversario, pues, para ese mismo período son casi 4,5billones de dólares los que se han esfumado en el conjunto de las plazas financiera norteamericanas" (Le Monde, ídem).

Más allá de la economía ligada a Internet, las afectadas por la baja de las cotizaciones son todas las Bolsas. Por ahora, contrariamente a las crisis bursátiles de los años 1980 y 1990 (EEUU, Asia, Rusia), la caída parece estar controlada, aunque se trate de una quiebra importante. Sigue habiendo el mismo problema: la economía japonesa, cuyo sistema financiero y bancario, muy fragilizado por deudas muy dudosas, está al borde de la quiebra. "La ruina del sistema bancario nipón amenaza al resto del planeta" (Le Monde, 27 de marzo de 2001). Si Japón retirara sus haberes americanos, sería todo el financiamiento a crédito de la economía norteamericana el que estaría amenazado por las sucesivas consecuencias de tal decisión. "Si los inversores extranjeros no quieren seguir abasteciendo los capitales necesarios, el impacto en el crecimiento, en las cotizaciones en la Bolsa y en el dólar podría ser importante" (The Economist, Courrier international, "Le monde en 2001").

Más todavía: los ahorros de las familias americanas son nulos y la deuda privada y la de las empresas para especular en Bolsa, ha alcanzado cotas insospechadas. Ya lo hemos demostrado en múltiples ocasiones: la economía capitalista mundial se basa en una montaña de deudas que nunca serán reembolsadas y que, tras haber relegado en el tiempo y en el espacio, hacia los países emergentes, las consecuencias del atolladero económico del mundo capitalista, esas deudas acaban acelerando y agravando las cosas. La primera economía, la de EEUU, es la más endeudada de todas y sus tasas de crecimiento son pagadas a crédito mediante "un déficit comercial colosal y un endeudamiento masivo hacia el exterior" (ídem). Incluso los expertos expresan sus dudas. "Resumiendo, la economía americana, en 2001, necesitará una gestión inteligente y, sobre todo, una buena dosis de suerte" (ídem) ¿Quién se subiría en un avión en el que se previene de antemano que se necesita un piloto inteligente, y sobre todo "una buena dosis de suerte"?

Al mismo tiempo, y tras las diferentes crisis financieras que han sacudido a Rusia, Asia, Latinoamérica en varias ocasiones, incapaces una tras otra de afrontar los plazos de la deuda, le toca ahora a Turquía estar casi en quiebra y recibir a su cabecera al FMI. Incapaz de reembolsar 3mil millones de dólares el 21 de marzo, Turquía ha recibido 6 mil millones del FMI a cambio de un plan drástico de ataques económicos contra la población. Por otra parte, el descenso a los infiernos de la economía argentina ha conocido una nueva aceleración. Este invierno hubo que otorgarle con urgencia "una ayuda financiera excepcional de 397 mil millones de dólares, destinados ante todo a evitar la imposibilidad de pago de la pesada deuda externa (122 mil millones de dólares, o sea el 42 % del PNB)" (Le Monde, 20 de marzo de 2001, suplemento económico). En sí, esas crisis locales podrían únicamente expresar la fragilidad de esos países. Pero, de hecho, expresan la fragilidad de la economía mundial pues en cada una de esas crisis - y hay muchas en Latinoamérica desde 1982 - en las que países "emergentes" resultar ser incapaces de hacer frente a los plazos de su deuda, es todo el sistema financiero internacional el que está en peligro inmediato. De ahí vienen esas intervenciones precipitadas por parte de los gobiernos de las grandes potencias y del FMI a golpe de nuevos créditos cada vez más importantes.

En esta situación, lo que importa a la burguesía mundial, y desde hace varios años, es intentar controlar la inevitable caída de la economía norteamericana. "El exceso de la demanda con relación a la oferta en EE.UU. simboliza el reverso de ese milagro [el crecimiento norteamericano]. Es también un peligro, pues viene acompañado de un déficit comercial colosal y de una deuda masiva con el exterior. Si el déficit y la deuda se confirmaran, el desplome sería inevitable. Pero no será así. En 2001, con el retorno del crecimiento americano a un ritmo más moderado, no ya milagroso sino sencillamente impresionante, los déficits del comercio exterior y la balanza de pagos deberían disminuir" (The Economist, Courrier International, "Le monde en 2001"). El primer periodista confiaba en la suerte. Este último, en un artículo titulado "L'age d'or de l'économie mondiale" (La edad de oro de la economía mundial) espera milagros. Para los diferentes sectores de la economía mundial, aparte de los intereses imperialistas, políticos y comerciales antagónicos, la cuestión crucial sigue siendo el éxito o no del "aterrizaje suave" de la economía de EE.UU. O sea, que no haya sacudidas excesivas que podría acabar por poner bruscamente al descubierto ante la población mundial, y especialmente la clase obrera internacional, la realidad dramática de la quiebra del modo de producción capitalista y su carácter irreversible. Para la población mundial, incluida la de los países industrializados de Europa y de América del Norte, la perspectiva es hacia un incremento de la pobreza y de la miseria que ya están alcanzando cotas muy altas.

La "crisis agrícola" es la crisis del capitalismo

Las consecuencias de la crisis de sobreproducción agrícola van a provocar la ruina de miles de campesinos medios y pequeños en los países industrializados y una aceleración de la concentración de esta parte de la producción capitalista. Las enfermedades de las "vacas locas" o la epidemia de la fiebre aftosa no son desastres naturales, sino catástrofes sociales, o sea vinculadas y resultantes del modo de producción capitalista. Son el producto de la agudización de la competencia económica y de la carrera productivista. En resumen, son la plasmación de la sobreproducción agrícola mundial y ofrecen la ocasión de "resolverla" temporalmente, mediante la matanza masiva de animales… mientras una gran parte de la población mundial se muere de hambre. Y eso que bastaría con… vacunar a los animales. "La crisis agrícola subraya una vez más hasta qué punto el hambre en el Sur va en perfecto paralelismo con el despilfarro en el Norte" (Sylvie Brunel, "Action contre la faim", Le Monde 10/03/01). Esta crisis va a tener también consecuencias dramáticas en campesinos de la periferia del capitalismo, o sea en una fracción importante de la población mundial. "Está apareciendo otra consecuencia desastrosa para el Tercer mundo causada por el hundimiento del sector cárnico: la sobreproducción de cereales" (ídem) ¡Qué otra más clara manifestación de la irracionalidad del mundo capitalista, de lo absurdo de su supervivencia, si no es ese ejemplo de miles de animales destruidos mientras millones de personas no tienen que comer! "Pues el problema alimentario del mundo no es el de la producción de alimentos, ampliamente suficiente para todos en volumen, sino en su reparto: quienes sufren de subnutrición son demasiado pobres para comprar con qué alimentarse" (ídem)(2). Ésa es la razón por la que el capitalismo no puede ni siquiera darse el "lujo" de vacunar a ovejas y vacas: las cotizaciones se hundirían, sobre todo si se entregaran gratis a los hambrientos del mundo los animales destinados al exterminio.

Sin destrucción del capitalismo, mientras sus leyes económicas, especialmente la ley del valor, subsistan, no es posible regalar animales sanos que van a ser destruidos. Y lo mismo es para toda la sobreproducción agrícola, y toda la producción capitalista, de ahí el dejar en barbecho cantidad de tierras en los países industriales y los enormes excedentes de mantequilla y leche invendibles. Solo una sociedad en la que la ley del valor, y por lo tanto el salariado y las clases sociales, hayan desaparecido, podrá resolver esas cuestiones, pues una sociedad así podrá dar y no destruir.

La población vinculada a las actividades agrícolas, ya sea de pequeños propietarios o de aparceros, ya sean braceros u obreros agrícolas, no es la única que recibe de lleno los latigazos de la brutal aceleración de la crisis económica.

Los ataques contra la clase obrera

Llueven los despidos en todos los sectores. En EEUU, se suprimen empleos por miles, en compañías como Intel, Dell, Delfi, Nortel, Cisco, Lucent, Xerox, Compaq, de la "nueva economía", pero también en la industria tradicional como General Motors o Coca Cola. En Europa, vuelve brutalmente la siniestra ronda de despidos y cierres de empresas: cierre de almacenes Marks&Spencer, en Danone, en la industria de armamento (EADS, y, en Francia, GIAT, la que construye los carros Leclerq), a la vez que se reducen plantillas en las grandes empresas y los servicios públicos.

Se trata ahí de países industrializados, en donde las burguesías nacionales, conscientes de las potencialidades y de los peligros de la reacciones de una clase obrera concentrada y de gran experiencia histórica de lucha, toman muchas precauciones políticas para llevar a cabo sus ataques. En los países en donde la clase obrera es más joven, menos experimentada y más dispersa, los ataques son todavía más violentos. Está claro que, entre otros muchos ejemplos, los ataques van a redoblar contra la clase obrera en Argentina y también en Turquía. Todos esos ataques masivos en todos los países, en todos los sectores, tiran por los suelos la patraña de que "la economía va bien". Y sobre todo, la idea, machacada sin cesar, de que si una empresa despide, se trataría de un caso particular, excepcional, y que, en otros lugares, en otras empresas y sectores, todo iría bien. Toda la clase obrera del mundo se ve afectada; en todos los sectores de actividad llueven los despidos, se reducen los salarios, se incrementan eventualidad y horas de trabajo, se deterioran las condiciones de trabajo y de vida.

Bush, el padre, y con él los diferentes aparatos de Estado nacionales, gobiernos, políticos, ideólogos, periodistas, intelectuales, hablaban de prosperidad. Lo que sí nos cayó encima fue, es, y todo indica que así seguirá siendo cada día más, la miseria por doquier. La humanidad se encuentra ante una situación histórica bloqueada. Por un lado, al capitalismo ya no le quedan perspectivas que ofrecer sino es la crisis, la guerra, la desolación, más y más miserias y barbarie. Por otro lado, la única fuerza social, la clase obrera internacional, que podría ofrecer la perspectiva de acabar con el capitalismo y encaminarse hacia una nueva sociedad no ha logrado todavía afirmarse abiertamente. En tal situación, estamos asistiendo a una putrefacción de raíz, a una verdadera descomposición de la sociedad capitalista. Entre las consecuencias más dramáticas, además de las guerras, la violencia urbana, la inseguridad general, entre las que más ponen en peligro la supervivencia misma de la humanidad, la destrucción del medio ambiente y la multiplicación de catástrofes de todo tipo.

Putrefacción e irracionalidad de lasociedad capitalista

Entre la disminución de la capa de ozono, las contaminaciones marítimas y terrestres, ríos, ciudades y campos, trapicheos sobre los alimentos, epidemias en el hombre y en el ganado - la lista no es exhaustiva - el planeta se vuelve cada día más inhabitable, con su propio equilibrio en peligro. Hasta hoy, las catástrofes y la deterioración del medio ambiente no aparecían sino como consecuencias "mecánicas" de la agravación de la crisis económica, de la competencia capitalista y de la búsqueda desenfrenada de una productividad máxima. Hoy las cuestiones del entorno se han convertido en bazas imperialistas, un ámbito de enfrentamiento entre grandes potencias. La ruptura de los acuerdos de Kioto sobre las emisiones de gas con efecto invernadero por parte de EE.UU. ha sido la ocasión de una denuncia por las demás grandes potencias, sobre todo las europeas, de la irresponsabilidad estadounidense. "La Unión Europea no ve otra solución alternativa al problema climático del protocolo de Kioto y sigue decidida a aplicarlo, con o sin Estados Unidos" (Romano Prodi, presidente de la Comisión europea, Le Monde 6/04/01).

Lo mismo que con las causas humanitarias y la "defensa de los derechos humanos", el medio ambiente y las catástrofes naturales son temas de competencia entre Estados. La "injerencia humanitaria" organizada en Bosnia fue un terreno de enfrentamiento entre las grandes potencias, como ya lo había sido en Somalia. La ayuda humanitaria es igual: cada vez que hay un terremoto, asistimos a la misma competición entre equipos americanos y europeos a ver quién encuentra más muertos entre los escombros.

Cada día más se desvela la relación entre atolladero económico del capitalismo, exacerbación de antagonismos imperialistas que la crisis económica provoca en el plano histórico, y todas las consecuencias sobre la vida social entera, consecuencias que vienen a su vez a acentuar las rivalidades imperialistas y los conflictos, a incidir en la crisis económica. El mundo capitalista está arrastrando a la humanidad y al planeta en una espiral dantesca, a un hundimiento en los infiernos.

Multiplicación de las guerras

"El que la humanidad se haya acostumbrado a vivir en un mundo en el que las matanzas, las torturas y el exilio de masas se han convertido experiencias cotidianas que ya ni notamos es, quizás, lo más trágico de esta catástrofe" (E.J. Hobsbawn, L'âge des extrêmes).

El panorama del mundo actual es de espanto. Una multitud de conflictos guerreros sin fin ensangrientan el planeta. Afectan a todos los continentes: en lo que fue la URSS, especialmente en lo que fueron sus repúblicas asiáticas, empezando por las del Cáucaso; en Oriente Medio, desde Irak a Pakistán pasando por Afganistán; en el Sudeste asiático; en Oriente Próximo, evidentemente; en África; en parte de Sudamérica, especialmente Colombia; en los Balcanes. Hoy, los países y las regiones del mundo que no están afectadas directamente, a mayor o menor grado, por guerras abiertas o larvadas parecen islotes de "paz" en medio de un océano de enfrentamientos bélicos.

A finales de los 70 y primeros 80, la situación en Líbano era el paradigma más claro de la entrada del mundo capitalista en su fase de descomposición. Cabe recordar que entonces se hablaba de "libanización" cuando un país era presa de una guerra sin fin y de la dislocación. Hoy se han "libanizado" continentes enteros. ¿Cuántos países africanos? (3). Difícil enumerarlos a todos, pero su mayoría se han vuelto "Líbanos". Afganistán (4) - más de 20años de guerra y de matanzas continuas - es una de las expresiones más extremas y dramáticas.

No nos engañemos: la responsabilidad primera tanto en su origen histórico como en la agravación de los conflictos, es la del imperialismo en general y el de las grande potencias en particular. Son las rivalidades imperialistas entre éstas lo que ha desencadenado esos conflictos, lo que los ha alimentado: así fue en Afganistán con la invasión rusa en 1980 y el apoyo a la guerrilla islámica por Estados Unidos, en la época de los dos bloques imperialistas. Y lo mismo, evidentemente, en los Balcanes hoy, con el apoyo por Alemania, por un lado, a las independencias eslovena y croata en la ex Yugoslavia, y, por otro, con la intervención activa de Gran Bretaña, Francia, Rusia, Italia, España y Estados Unidos -por no citar sino a las principales potencias - para atajar aquella política. Lo mismo ha ocurrido en África. Tanto en el origen de las guerras como en su desarrollo todavía hoy, la mano de las grandes potencias sigue echando leña al fuego incluso cuando los conflictos dejan de tener un interés fundamental para ellas, como así ocurre en África o Afganistán.

Las rivalidades imperialistas directas entre grandes potencias, que han sido en general mucho menos aparentes sobre todo desde el final de los bloques en 1989, conocen hoy una tensión particular. Estados Unidos está adoptando una actitud especialmente agresiva hacia China, como lo demuestra el accidente del caza chino con el avión espía norteamericano el 1º de abril de 2001, hacia Rusia con la expulsión de 50 diplomáticos rusos a finales de marzo y hacia Europa con el rechazo americano al protocolo de Kioto sobre los gases de efecto invernadero y el proyecto de escudo antimisiles estadounidense.

Bush, el padre, y con él los diferentes aparatos de Estado nacionales, gobiernos, políticos, ideólogos, periodistas, intelectuales, hablaron de "paz". Lo que sí se obtuvo y todo indica que seguiremos teniendo es la guerra permanente.

Las guerras en el período dedecadencia del capitalismo

El capitalismo parece ser algo irracional históricamente hablando. Arrastra a la especie humana hacia su desaparición y ya no respeta ninguna "razón" económica o histórica. "En el "corto" siglo XX, se ha matado o dejado morir deliberadamente a más seres humanos que nunca antes en la historia (…) Fue el siglo más asesino que haya dejado huella, y eso tanto por la escala, la frecuencia y la duración de las guerras que lo ocuparon (y que apenas si amainaron un poco durante los años 20), pero también por la amplitud incomparable de las catástrofes humanas que el siglo ha engendrado - las mayores hambrunas de la historia con sus genocidios sistemáticos. A diferencia del "largo siglo XIX" que aparece y fue en efecto un período de progreso material, intelectual y moral prácticamente ininterrumpido, o sea de progresión de los valores de la civilización, asistimos, desde 1914, a una marcada regresión de esos valores, considerados como normales en los países desarrollados y en el medio burgués y de los que se estaba convencido que se iban a propagar a las regiones más atrasadas y a las capas menos ilustradas de la población." (E.J. Hobsbawn).

Existe una historia del capitalismo que permite comprender su dinámica actual. Hay "razones" históricas de su irracionalidad. La principal es el haber entrado en su período de declive histórico, de decadencia, a principios del siglo XX, cuya primera expresión fue la Iª Guerra mundial de 1914-1918 y, a la vez, su producto y un factor activo de esa decadencia. Con el período de decadencia, las guerras dejaron de ser coloniales o nacionales, es decir con objetivos "racionales" como la conquista de nuevos mercados o la formación o consolidación de nuevas naciones que se inscribían globalmente en el desarrollo histórico, para convertirse en guerras imperialistas cuyas causas son la ausencia de mercados y la necesidad de un nuevo reparto imperialista, objetivo que no puede inscribirse en modo alguno en un progreso histórico. Inmediatamente, las guerras imperialistas se han hecho cada día más bestiales, asesinas y destructoras. En realidad, en el período de decadencia, ya no son las guerras las que están al servicio de la economía, sino ésta la que está al servicio de la guerra. Y eso tanto en tiempos de guerra como en tiempos de "paz". Todo el período desde 1945 hasta hoy lo ilustra con creces.

"Durante el siglo XX, las guerras han apuntado cada vez más a la economía y las infraestructuras de los Estados, al igual que a sus poblaciones civiles. Desde la IªGuerra mundial, el número de víctimas civiles de la guerra ha sido mucho más importante que el de las militares en todos los países beligerantes, excepto en Estados Unidos…En esas condiciones, ¿por qué llevaron a cabo la Iª Guerra mundial las potencias dominantes como un juego con un monto nulo, o sea como una guerra que no podía ni ser ganada ni ser perdida por completo? (…) En los hechos, la única finalidad de la guerra que contaba era la victoria total y, para el enemigo, lo que se llamaría más tarde (durante la IIª Guerra mundial) una "capitulación sin condiciones". Era un objetivo absurdo y autodestructor, que arruinó a la vez a vencedores y a vencidos. A estos los arrastró a la revolución, a aquéllos a la quiebra y el agotamiento físico." (E.J. Hobsbawn).

Esas características propias de las guerras imperialistas del siglo XX se verificaron dramáticamente en la IIª Guerra mundial y hasta nuestros días en todos los conflictos que se han desencadenado. Desde 1989, con la desaparición de los bloques imperialistas formados en torno a EE.UU y la URSS, la amenaza de guerra mundial ha desaparecido. Pero la desaparición de los bloques, y la disciplina que exigían, ha dejado cancha libre a la explosión de una profusión de conflictos bélicos que provocan, alimentan y azuzan las grandes potencias imperialistas, a pesar de las dificultades para controlarlos una vez declarados. Las características principales de la guerra en el período de decadencia, no han desaparecido con la desaparición de los bloques imperialistas. Muy al contrario: se ha venido a añadir, elemento agravante, la tendencia a "cada uno para sí" que ha suplantado a la disciplina de bloque. Cada potencia imperialista, cada Estado, grande o pequeño, quiere jugar sus propias bazas contra los demás. El mundo capitalista ha entrado en una fase particular de su decadencia histórica, fase a la que nosotros definimos como fase de descomposición (5). Independientemente del análisis que se haga sobre el tema, o del nombre que se le dé: "no se puede seriamente dudar de que una era de la historia mundial se acabó a finales de los años 80 y principios de los 90, y que se ha iniciado una nueva era (…) La última parte del siglo ha sido una nueva era de descomposición, de incertidumbre y de crisis, y, parauna buena parte del mundo, África, la ex URSS y la antigua Europa socialista, de catástrofe" (ídem).

Las guerras del período dedescomposición del capitalismo

Las tensiones imperialistas actuales deben comprenderse en esa situación histórica particular, inédita. Esto escribíamos en 1990: "En el período de decadencia del capitalismo, todos los Estados son imperialistas y toman sus disposiciones para asumir esa realidad: economía de guerra, armamento, etc. Por eso, la agravación de las convulsiones de la economía mundial va a agudizar las peleas entre los diferentes Estados, incluso, y cada vez más, militarmente hablando. La diferencia con el período que acaba de terminar es que estas peleas, estos antagonismos, contenidos antes y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, van ahora a pasar a primer plano. La desaparición del "gendarme" imperialista ruso, y la que de ésa va a resultar para el "gendarme" norteamericano respecto a sus principales "socios" de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán, por ahora, degenerar en conflicto mundial, incluso suponiendo que el proletariado no fuera capaz de oponerse a él. En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil." (6)

Cuando ya los Balcanes y Oriente Próximo son y seguirán siendo, mientras perdure el capitalismo, zonas de guerras y conflictos permanentes, durante las últimas semanas hemos asistido a multiplicación de las tensiones interimperialistas directamente entre las grandes potencias. Y es Estados Unidos el país que adopta una actitud agresiva: "Sigue siendo un misterio el motivo de lo que parece ser una brutalidad gratuita hacia Rusia y China, pero también hacia Corea del Sur y los europeos" (W. Pfaff, International Herald Tribune, 28/03/01). Sería muy reductor explicar esa nueva agresividad por la presencia de Bush junior. Cierto, el cambio de presidente y de equipo gubernamental es una ocasión para dar otro rumbo a la política, pero, en realidad, se mantienen las grandes tendencias de fondo de la política norteamericana. Ese juego de "miren qué músculos" o de "agárrenme, que los mato" no tiene nada que ver con las deficiencias intelectuales de la familia Bush, como quieren hacernos creer los medios europeos y hasta algunos estadounidenses. Se trata de una tendencia de fondo que viene impuesta por la situación histórica.

"Con la desaparición de la amenaza rusa, la "obediencia" de las demás grandes potencias ya no está garantizada ni mucho menos (por eso es por lo que se ha desintegrado el bloque occidental). Para obtener esa obediencia, Estados Unidos deberá desde ahora adoptar un comportamiento claramente ofensivo en el plano militar" (Revista internacional, nº 67, "Informe sobre la situación internacional del IXº Congreso de la CCI", 1991). Desde entonces, esa característica de fondo de la política imperialista americana no se ha desmentido, pues "Frente al crecimiento irresistible de la tendencia "cada uno para sí", Estados Unidos no tiene más solución que una política de ofensiva militar permanente" (Revista internacional nº 98, "Informe sobre los conflictos imperialistas del XIIIº Congreso de la CCI", 1999).

Antagonismos imperialistas crecientes

La necesidad de enseñar bíceps se impone más todavía porque EE.UU. se encuentra en una situación difícil en el ámbito diplomático. La extensión de la guerra balcánica a Macedonia expresa las dificultades americanas para dominar la situación en esa parte del mundo. Sin apoyo real en la región contrariamente a los británicos, franceses o rusos tradicionalmente aliados de Serbia, y de los alemanes antiserbios y apoyados en croatas y albaneses, los Estados Unidos están obligados a adaptar su política en función de las circunstancias. No es pues por casualidad, "si la OTAN permite que vuelva parcialmente el ejército yugoslavo a la "zona de seguridad" que rodea a Kosovo (…) La preocupación de asociar a Belgrado en la prevención de un nuevo conflicto en la región es patente" (Le Monde, 10/03/01). EEUU, al igual que los aliados de Serbia, están interesados en la estabilidad de Macedonia, "considerada siempre como el eslabón débil que hay que proteger so pena de desestabilizar todo el Sureste europeo" (ídem). La única potencia que saca tajada de la extensión de la guerra a Macedonia, la única a la que no interesa que haya estabilidad, manteniéndose el statu quo es Alemania. Con una Croacia independiente, el territorio croata de Bosnia-Herzegovina, una gran Albania que hiciera estallar a Macedonia y Montenegro, se realizaría el objetivo histórico de Alemania de abrirse directamente hacia el Mediterráneo. Evidentemente, tal perspectiva abriría el apetito, momentáneamente reprimido, de Grecia y Bulgaria sobre…Macedonia. El presidente macedonio no se confundió al señalar a los verdaderos responsables de la ofensiva de la guerrilla albanesa. Era antes del cambiazo de Estados Unidos. "En Macedonia, hoy, no convencerán ustedes a nadie de que Estados Unidos y Alemania no saben quiénes son los jefes de los terroristas y que no podrían, si lo quisieran, impedirles actuar" (Le Monde, 20/03/2001).

Como en Afganistán, como en África, como en tantas otras regiones del mundo que conocen guerras y conflictos típicos de la descomposición del capitalismo, la paz en los Balcanes no se realizará mientras perdure el capitalismo.

Y lo mismo ocurre con Oriente Próximo. Como ya lo anunciábamos en el número anterior de esta Revista "el plan que Clinton quería imponer a toda costa antes de abandonar la presidencia de Estados Unidos será papel mojado como era de prever". La nueva administración Bush parece querer tener en cuenta las dificultades estadounidenses para imponer la "pax americana". De hecho, parece integrar y aceptar la idea de que la región será siempre un foco de guerra o que, como mínimo, el conflicto entre Israel y los palestinos no tendrá nunca fin. Colin Powell, nuevo secretario de Estado norteamericano (ministro de Exteriores), ex jefe del Estado Mayor del ejército en la Guerra del Golfo, reconoce hoy que "no hay fórmula mágica" tanto más porque Israel ya no vacila en hacer su propia política, expresión de las tendencias centrífugas en el actual período histórico, incluso cuando aquélla es contraria a la política norteamericana. Por su parte, la burguesía de Palestina (país cuya población asfixiada económicamente, en la mayor miseria y sometida a represión permanente, sólo puede expresar su desesperación en un nacionalismo suicida antiisraelí) es apoyada por las potencias europeas. Francia, en especial, no vacila en favorecer todo aquello que pueda ir en contra de la política norteamericana en la región.

La respuesta de EEUU a su propia impotencia ha sido un mortífero bombardeo sobre Bagdad en cuanto Bush subió al poder. Ha sido un mensaje para todos, a los países árabes de la región y a las demás potencias imperialistas: los Estados Unidos ya no pretenderán imponer su paz, sino que golpearán cada vez que sea necesario, cuando estimen que alguien "se ha pasado de la raya". No solo no habrá paz entre israelíes y palestinos, sino que la guerra, más o menos larvada, corre el riesgo de generalizarse por toda la región. Las leyes mismas del mundo capitalista empujan inevitablemente a la exacerbación de las rivalidades imperialistas, a la multiplicación de los conflictos bélicos por todos los continentes, por el planeta entero, al igual que la agravación irreversible de la crisis económica. El capitalismo agonizante no podrá nunca aportar "paz y prosperidad". Solo más guerra y más miseria, sin fin.

¿ Qué alternativa a la barbarie capitalista ?

Solo la teoría marxista supo, ya en 1989, desde el final del bloque del Este y antes incluso de la explosión de la URSS, comprender y prever el significado de los acontecimientos y sus consecuencias para el mundo capitalista y la clase obrera internacional (7). No se trata de ninguna superioridad de unos cuantos individuos, ni de ninguna creencia ciega y estúpida en no se sabe qué Biblia. Si el marxismo ha sido clarividente es porque es la teoría del proletariado internacional, la expresión de su ser revolucionario. Es porque el proletariado es la clase revolucionaria por lo que el marxismo existe y puede captar las grandes líneas del devenir histórico, y, especialmente, la imposibilidad para el capitalismo de resolver los problemas dramáticos que su supervivencia acarrea. Ante el reconocido deterioro de la economía mundial, por mucho que la burguesía intente minimizar sus consecuencias y los ataques que hoy está llevando a cabo contra la clase obrera internacional, especialmente en Europa occidental, los obreros deberán quitarse el velo de los ojos y ver qué hay detrás del mito de la prosperidad y del futuro radiante del capitalismo. Ya ahora, cierta combatividad obrera está tendiendo a desarrollarse, una combatividad que los sindicatos se esfuerzan por canalizar, contener y desviar. Por lenta que sea en afirmarse y desarrollarse esa combatividad, por tímidas que sean las réplicas actuales de la clase obrera internacional a la situación que se le impone, esas luchas llevan en sí la superación de esta barbarie cotidiana y la supervivencia de la humanidad. El derrocamiento del capitalismo pasa por la réplica a los ataques económicos que soporta la clase obrera y por la negativa a participar en toda guerra imperialista, por la afirmación del internacionalismo proletario. También exige el desarrollo y la extensión más amplia de las luchas obreras cada vez que sea posible. Es la única vía hacia una perspectiva revolucionaria y la posibilidad para la especie humana de una sociedad sin guerra, sin barbarie. No hay otra solución, no queda más alternativa.

RL, 7/04/01

1. Ver nuestra prensa territorial. 2. Estamos de acuerdo con esa constatación que el marxismo ya ha explicado y denunciado desde hace mucho. Evidentemente, la conclusión que saca nuestra honrada y, sin duda, sincera "Consejera estratégica de la organización humanitaria Acción contra el hambre", o sea que "urge dar poder adquisitivo a los pobres del Sur para que puedan volverse consumidores" es algo totalmente irrealizable, pues no rompe con las leyes mismas del modo de producción capitalista, las cuales son precisamente la causa de tal situación. 3. "La mayoría de los Estados del África subsahariana, quizás con la excepción del África austral, están atravesando una fase de lenta descomposición" (Le Monde Diplomatique, marzo de 2001). 4. La prensa de los gobiernos occidentales se han conmovido enormemente por la destrucción de los Budas por los talibanes. Son una pérdida sin duda para el patrimonio cultural universal. Pero es difícil no ver ahí lo hipócritas que son y la oportunidad que aprovechan para sus campañas ideológicas: cabe recordar que las burguesías occidentales y democráticas no tuvieron el menor empacho en bombardear hasta el suelo, al final de la guerra mundial, todas las ciudades alemanas y machacar a millones de civiles, y destruir así un patrimonio cultural e histórico importante también. 5. Revista internacional nº 62, "La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo", mayo de 1990. 6. "Tras el hundimiento del bloque del Este; inestabilidad y caos" (10/02/1990), Revista internacional nº61. 7. Revista internacional nº 60 "Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este", septiembre de 1989.

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [2]
  • Imperialismo [15]

10 años después de la guerra del Golfo: maquinaciones, mentiras y medias verdades (o cómo funciona el Goebbels democrático)

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En Arte, canal público de televisión franco-alemán, se difundió reciente-mente un largo documental con un título elocuente: "Lo ocultado de la guerra del Golfo". Cuando se difundió este documento también se publicaron artículos en semanarios con "revelaciones" sobre lo que había sido la preparación y la realización deesa guerra. El título del artículo publicadopor el semanario francés Marianne (22-28enero 2001) es todavía más explícito: "Les mensonges de la guerre du Golfe" (Las mentiras de la guerra del Golfo). ¿Por qué esas "revelaciones" diez años más tarde? ¿Por qué, tras toneladas de mentiras sobre esta guerra, que acompañaron a las toneladas de bombas, algunas fracciones de la burguesía desvelan hoy las patrañas criminales de la administración Bush (el padre) en la preparación y la realización de esta guerra, entre el verano de 1990 hasta febrero de 1991 e incluso hoy todavía?

La versión oficial

"La guerra del Golfo fue una operación militar llevada a cabo en enero y febrero de 1991 por Estados Unidos y sus aliados, bajo la égida de la ONU, contra Irak, para poner fin a la ocupación de Kuwait, invadido por las tropas de Sadam Husein el 2 de agosto de 1990. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas había exigido desde el 2 de agosto la retirada de las fuerzas iraquíes, instaurando después un embargo comercial, financiero y militar (operación Escudo del Desierto), que acabaría transformándose en bloqueo. El 29 de noviembre una nueva resolución del Consejo de Seguridad había autorizado a los Estados miembros a recurrir a la fuerza a partir del 15 de enero de 1991 si las tropas iraquíes no se había retirado de Kuwait. El 17 de enero, la coalición antiiraquí, basada en Arabia Saudí y formada por Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y unos veinte ejércitos aliados, inicia la operación Tempestad del desierto, bajo mando americano, bombardeando los objetivos militares iraquíes y kuwatíes. Una ofensiva terrestre victoriosa, del 24 al 28 de febrero, en dirección a Kuwait capital, pone fin al conflicto en el terreno. Las pérdidas humanas alcanzarán varias decenas de miles de muertos civiles y militares para Irak, contra menos de doscientos muertos en la coalición. Los dos tercios del potencial militar iraquí fue destruido. Las condiciones del alto el fuego, definidas por el Consejo de seguridad de la ONU (sobre todo la destrucción por Irak de sus armas químicas y biológicas y de sus misiles de corto y medio alcance), al ser aceptadas por Sadam Husein, la guerra se terminó oficialmente el 11 de abril de 1991".

Es ese tipo de relato el que podríamos encontrarnos en los manuales escolares (1). En cualquier caso, todos los elementos del cuadro están ahí para hacer creer que se respeta la "objetividad" histórica. ¿No era eso lo que se nos decía más o menos hace 10 años (excepto quizás en lo referente al cómputo de los muertos)? La justificación de la guerra fue la defensa del sacrosanto "derecho internacional", que el "vil" Sadam había conculcado al invadir Kuwait. Por lo visto, estábamos entonces viviendo en una época en la que, tras el desmoronamiento del bloque del Este, se iba a abrir ante la humanidad un radiante "porvenir de paz y prosperidad". Eso era en todo caso lo que nos prometían y así lo resumió el entonces presidente de EEUU en la fórmula "el nuevo orden mundial". Había pues que darse todos los medios para sujetar el brazo asesino del causante de la guerra que no respetaba el "derecho internacional". En ese relato, hay, primero, el escenario de la puesta en condición de la llamada opinión pública internacional (el proletariado, en realidad), o sea la ONU, pretendido foro internacional de "paz", en donde, desde el embargo hasta el bloqueo, se representó la siniestra farsa diplomática. En fin, la guerra misma, una pretendida "guerra limpia", quirúrgica, una especia de guerra que, como quien dice, solo iba a matar a los "malvados". La guerra se terminó "oficialmente" en abril de 1991, pero, en realidad, el epílogo de esta guerra está todavía por escribir, pues desde hace diez años, la burguesía americana, ahora en solitario (o acompañada por su acólito británico) utiliza regularmente a Sadam (o más bien a la población iraquí) como putching-ball para mostrar sus músculos en un mundo que, después de esa guerra, no ha hecho más que hundirse todavía más en la barbarie (2).

"La verdad revelada"

Cierta prensa burguesa reconoce hoy lo que la CCI afirmaba hace diez años. No estamos "orgullosos" ni mucho menos por ello. No es eso lo que nos interesa. Lo que nos interesa es, por un lado, dejar bien clara la necesidad para los revolucionarios de arraigar sus análisis en el método marxista, ser vigilantes ante los acontecimientos, poner nuestros análisis ante la prueba de la realidad, saber ser críticos, no cambiando de orientación como veletas al viento. Esa es una condición sine qua non para que la lucha de nuestra clase pueda avanzar: es una de las funciones primordiales de las organizaciones revolucionarias. Por otro lado, se trata de saber por qué la burguesía, hoy, "desvela" lo que ocultó y, en fin de cuentas, cuáles son los mecanismos de lo se podría llamar el "Goebbels democrático"(3).

La trampa de Washington

Así dice el semanario francés Marianne (y eldocumento de Arte): "La trampa de Washington (…):Washington apenas reacciona cuando Sadam habla de invadir su antigua provincia (…)"; Washington insiste en que Estados Unidos no tiene "ningún acuerdo de defensa con los kuwaitíes", "se trata de una maquinación para meterlo en una trampa"; "puede decirse que los americanos rechazaban una solución diplomática después de la invasión", concluye D. Halliday…de la ONU". Son esos algunos extractos de la revista mencionada.

Esto decíamos nosotros a primeros de septiembre de 1990, un mes después de la invasión de Kuwait por las tropas de Sadam y mucho antes de que se declarara la guerra: "Pero la hipocresía y el cinismo no se quedan ahí. Discretamente se da a saber que EEUU habría dejado de manera deliberada que Irak emprendiera su aventura guerrera (…) Cierto o falso - y es seguramente cierto esto nos da una idea del comportamiento y la práctica de la burguesía, de sus mentiras, sus manipulaciones, de cómo utiliza esos acontecimientos. (…) a Irak no le quedaba otra alternativa (…) Se le imponía esa política. Y EEUU dejó hacer, favoreciendo y explotando la aventura guerrera de Sadam Husein, con toda conciencia de la situación de caos creciente, con toda conciencia de la necesidad de dar un ejemplo" (4).

La prensa burguesa misma, en aquel verano de 1990, había hablado muy discretamente de esas informaciones. Y es ahí donde puede verse perfectamente cómo funciona la propaganda en los regímenes de dictadura democrática: después de que algunos periódicos hablaran, siempre a medias tintas, de la trampa tendida por EEUU a Sadam, en el momento en que las cosas se tensan y la guerra se prepara, prácticamente todos los medios sirven de eco a la propaganda bélica de la coalición antiirakí. Esos hipócritas lo reconocen hoy: "El ejército americano se asegurará, esta vez, "la lealtad" de los periodistas. "El Gobierno había decidido mantener a la prensa al margen y lo consiguió. "En realidad, ustedes no sabían lo que estaba pasando", resume Paul Sullivan, presidente del Centro de ayuda a los veteranos del Golfo (…) Durante cuatro meses, se jugará así a darse miedo alimentando la idea de que el ejército iraquí, "el cuarto del mundo" era un adversario temible…" (del semanario francés Marianne). (…) "Esta estúpida ceguera [sic] no impidió a los periodistas occidentales hacer interminables peroratas sobre el talento maniobrero del "diabólico" Sadam (…) La prensa occidental relata hasta la saciedad los desmanes reales o inventados del ejército de ocupación. Publica, por ejemplo, el testimonio de una "joven del pueblo", testigo de horrores incalificables. En realidad, aquella "evadida" era la mismísima hija del embajador de Kuwait en Washington…" (ídem) Así, después del 2 de agosto de 1990, día de la invasión de Kuwait por las tropas iraquíes, se hizo todo para "poner en condición a la opinión" para que aceptara lo que iba a seguir. Y entonces, los periodistas, voluntaria o más o menos involuntariamente, participaron plenamente en esa "puesta en condición".

Lo que en cambio no explican, ni podrán explicar nunca, esos periodistas que hoy se pretenden "honrados" es que la trampa montada por EEUU sirvió sobre todo contra sus "aliados" de entonces, es decir contra las demás grandes potencias.

En un artículo fechado en noviembre de 1990 de nuestra Revista internacional(5), tomábamos ampliamente posición sobre la situación creada por la crisis del Golfo, antes de lo que iba a convertirse en Guerra del Golfo. Nuestro análisis se basaba en tomas de posición anteriores en las cuales poníamos de relieve que el hundimiento del bloque del Este había acarreado la disgregación del bloque occidental y el desarrollo en su seno de fuertes tendencias centrífugas ("cada uno para sí") por parte de las grandes potencias. Por ello, el pretendido "nuevo orden mundial" no era más que una siniestra ficción. La determinación de EE UU en la trampa que tendieron a Irak no tenía como objetivo principal someter a ese país o a la región, ni siquiera la cuestión del petróleo era primordial. Lo que trataba EE UU era de poner firmes a las demás potencias, a Francia especialmente, obligándola a enfrentarse a su aliado tradicional iraquí, a Alemania y Japón, obligándolos a participar financieramente; en cuanto a la URSS, ya en plena descomposición, lo único que pudo hacer fue dar unos cuantos pasos de baile diplomático para disimular. "En agosto del 90, EE UU exhibía la unanimidad de fachada de la "comunidad internacional" contra el "loco Sadam" en la "crisis del Golfo; apenas dos meses después, lo que reina en dicha "comunidad" es "cada uno por su cuenta"" (ídem). Sadam Husein, "porque tenía conciencia de las divisiones existentes entre esos diversos países" (ídem) va a intentar jugar con las disensiones evidentes en el seno de la coalición occidental: manda liberar a todos los rehenes franceses a finales de octubre de 1990 y recibe la visita, también entonces, del ex canciller alemán Willi Brandt, con la consecutiva liberación de los rehenes alemanes.

La guerra contra Irak fue, en realidad, una ocasión para la potencia norteamericana, en un momento en que su hegemonía iba a ser necesariamente puesta en entredicho a causa del hundimiento del bloque adverso, de "dar una muestra de su fuerza y afirmar su determinación ante los demás países desarrollados" (ídem). Esa demostración de la determinación americana se hizo al precio de un castigo sangriento y asesino contra Irak. En ese mismo artículo de la Revista nº 64, bajo el párrafo titulado "La oposición entre EE UU, secundado por Gran Bretaña, y los demás", escribíamos: "El hundimiento del bloque imperialista ruso trastornó toda la correlación de fuerzas político-militares y geoestratégicas del planeta. Y esa situación no solo ha abierto un período de caos total en los países y regiones de ese ex bloque, sino que ha acelerado también, en todas partes, la tendencia al caos, amenazando el "orden" capitalista mundial cuyo principal beneficiario es EE UU. Fue este país el primero en reaccionar. Provocó la "crisis del Golfo" en agosto del 90, no solo para instalarse en la región, sino, sobre todo, y es lo que fue decisivo en su determinación, para convertirlo en ejemplo destinado a servir de advertencia a quien se le ocurriera desafiar su primacía de superpotencia en el ruedo capitalista mundial" (ídem).

Se declara la guerra: los medios de comunicación a las órdenes

En enero de 1991, EEUU ha logrado dominar la coalición onusiana. Un diluvio de bombas va a caer sobre Irak. El cinismo de los gángsters de la "coalición" va hasta pretender hacer creer en una "guerra limpia". "El Pentágono contó que esos bombardeos eran de lo más preciso. Era totalmente falso. Durante cuarenta y dos días, se soltaron sobre Irak 85000 toneladas de bombas, algo equivalente ¡a más de siete Hiroshimas! Entre 150000 y 200000 personas fueron matadas, sobre todo civiles" (Ramsay Clark, antiguo fiscal general de EE UU, en Marianne y el documental T.V. de Arte). "En realidad, la coalición va mucho más allá de la aniquilación de la máquina de guerra iraquí: destruye metódicamente la infraestructura económica" (Marianne).

La prensa colaboró plenamente con el poder de los diferentes países implicados en la guerra y prácticamente sin el menor escrúpulo. No se limitó a acusar al régimen iraquí y a su sangriento dictador (6), se puso firmes ante los militares de la coalición. Recuérdense los estudios de televisión con invitados especialistas civiles y militares eructando estupideces sobre el "peligrosísimo" ejército iraquí, al que no vacilaban en presentar como el cuarto del mundo. Y todos esos periodistas nos detallaban las armas terroríficas en manos del poder de Bagdad, el cual podía enviarlas casi a cualquier sitio del "mundo civilizado". Nos contaban cómo los ejércitos del sanguinario Sadam mataban a bebés en las hospitales de Kuwait y, en cambio, cómo "nuestros" pilotos, tan majos ellos, iban a poner sumo cuidado destruyendo únicamente los lugares estratégicos del odiado poder.

El semanario Marianne confirma hoy esa despreciable sumisión y esa complicidad de los medios: "Durante cuatro meses, se jugará así a darse miedo, repitiendo la idea de que el ejército iraquí seguía siendo un enemigo temible (…). Se evocarán las factorías de pesticidas reconvertidas, la venta de uranio enriquecido, (…) el alcance del "supercañón". Nadie se atrevió, por lo visto, a plantearse la hipótesis más sencilla. Matón bocazas, duro de pacotilla [Sadam] era sencillamente tan tonto como cabezón. En cambio, los verdaderos especialistas de la historia militar no se dejaban engañar por esa puesta en condición: "el ejército iraquí, expuesto en pleno desierto, no aguantará una hora frente a la potencia de fuego de la coalición" (…) Puesta en condición, la opinión occidental se tragará la ficción de las "bombas inteligentes" y de los bombardeos reducidos a lo estrictamente necesario".

La manipulación no cesó con la guerra: Estados Unidos incitó a la rebelión de los kurdos en el Norte y de los shiíes en el Sur contra Sadam. "El 3 de marzo, el general Schwarzkopf recibe la rendición de los iraquíes, autorizándolos a conservar sus helicópteros [para poder reprimir la rebelión](7). Desde hace semanas, la radio de la CIA los anima a la insurreción. Los aliados no se mueven cuando Sadam lanza contra los rebeldes las mejores unidades de su guardia republicana, milagrosamente salvadas de los bombardeos…".

¿ Por qué los medios lo dicen "todo" hoy ?

En esa cita, Marianne habla de "puesta en condición". Y esa tarea primordial les incumbió a los medios de comunicación en general y a la televisión en particular. Pudo comprobarse lo que quiere decir "libertad de prensa" para la burguesía "democrática", sobre todo en momentos decisivos como durante la guerra del Golfo. Todos aquellos que tienen constantemente la boca llena de ese gran "derecho democrático", se pusieron sin el menor reparo a las órdenes de la coalición. Y si por casualidad alguien quería jugar a Tintín en busca de la verdad o de un scoop extraordinario, los servicios de los Ejércitos lo ponían inmediatamente firmes. Marianne lo dice a su manera: " Nadie se atrevió, por lo visto, a plantearse la hipótesis más sencilla".

Ahí se ve perfectamente cómo funcionan los servicios de propaganda en los sistemas democráticos. En el momento en que los acontecimientos exigen el silencio, nada importante filtra. En cambio, se hacen pasar toda clase de mentiras, medias verdades y manipulaciones, aderezadas con la opinión de peritos "independientes", especialistas universitarios, todavía más creíbles precisamente gracias al prestigio de la "libertad de expresión" de la prensa de los países democráticos. Se asiste entonces a un auténtico diluvio de desinformación, sobre todo gracias al medio más "popular", la T.V. Diez años después, "la verdad" solo se dice en revistas de poca tirada y en canales de televisión con poca audiencia. Este mecanismo hemos podido volver a verlo usar en 1995 con el genocidio de Rwanda y, sobre todo, con la última guerra en la ex Yugoslavia (Kosovo), en donde el modelo mediático del Golfo ha vuelto a servir.

Además, tras la guerra del Golfo, después de haber entregado a la población kurda y shií a los matarifes de Sadam, las "grandes democracias" lanzaron con un cinismo inaudito, su famosa "intervención humanitaria" para "socorrer a poblaciones inocentes". Desde entonces, el plato del "deber de injerencia humanitaria" nos lo han servido hasta la náusea. En esto, la Guerra del Golfo ha servido de boceto a partir del cual se han bordado todas las campañas imperialistas que se desarrollan por el mundo.

El que una parte de la verdad aparezca hoy a las claras responde primero a la necesidad de la clase dominante de justificar sus sistema. Quieren hacernos creer que el capitalismo "democrático" es el único que lo permite. Y el "todo puede decirse en democracia" sirve para justificar los momentos en los que todo debe ser manipulado, deformado, ocultado.

Pero hay otra razón que permite explicar por qué, hoy, algunos medios difunden o publican esos hechos. Esos artículos y esos documentales tienen algo en común: el Estado norteamericano aparece como único culpable. Aunque todas las grandes potencias comparten la responsabilidad de las matanzas ocasionadas por la guerra, es cierto que fue Estados Unidos el principal organizador de aquella "cruzada", fue este país el que preparó y tendió la trampa, fue él el principal brazo armado de la coalición. Y así, hoy, algunas potencias europeas, Francia y Alemania en cabeza, para las cuales EE UU es el principal adversario en el ruedo imperialista mundial, tienen el mayor interés en deformar una vez más la realidad de esta guerra para que su responsabilidad aparezca disminuida, insistiendo en la bestialidad y el cinismo del "imperialismo americano", que, evidentemente, son muy reales.

La intervención de los revolucionarios

Evidentemente, nosotros también sacamos nuestra información de la prensa burguesa. En el verano de 1990, ya algunos periódicos se había hecho eco de la manipulación. Después, el diluvio de mentiras fue de tal envergadura que lo que nosotros afirmábamos en nuestra prensa nos hacía aparecer (incluso ante gente de buena fe e incluso algunos militantes de la Izquierda comunista) por gente que andaba delirando viendo maquiavelismo por todas partes.

Pero la información en sí misma no es lo más importante. Lo que importa es el método con el que se analizan los acontecimientos y nuestro método es el marxista. Si nosotros fuimos capaces de comprender lo que se cocinaba en 1990-91 en Oriente Medio fue porque habíamos hecho una labor de análisis sobre las consecuencias del hundimiento del bloque del Este y sobre la descomposición del capitalismo. Los revolucionarios ni tienen ni podrán tener nunca "informadores secretos". Nuestra fuerza viene del apego a nuestra clase, el proletariado, a su historia y a la teoría, el marxismo, que se ha ido forjando.

Por otra parte, tampoco hay que hacerse ilusiones: los revolucionarios viven bajo "libertad vigilada" y así pueden publicar. Nuestra única protección no se la debemos desde luego a la "libertad de prensa", sino a la fuerza y a la lucha de nuestra clase.

Durante los acontecimientos de 1990-91, solo los revolucionarios fueron capaces de mostrar lo que estaba en juego y, por consiguiente, fueron capaces de denunciar la barbarie y las manipulaciones de la clase dominante. Algunas fracciones de la burguesía denunciaron la barbarie contra Irak, pero era por razones nacionalistas (antiamericanas) o, claramente, apoyando al imperialismo iraquí, como así fue con algunos grupos izquierdistas. Solo los grupos de la Izquierda comunista defendieron la posición internacionalista proletaria contra la guerra. Y entre ellos, solo la CCI fue capaz de poner en evidencia lo esencial de la situación. La trampa tendida a Irak no tenía sentido si la causa hubiera sido únicamente el petróleo. En cambio, cobraba todo su sentido si lo que estaba en juego era el mantenimiento del liderazgo estadounidense, liderazgo que, en cuanto de desmoronó el bloque del Este, había empezado a ser puesto en entredicho (8). Y solo en este contexto, la cuestión del petróleo puede tener todo su sentido como factor de una política imperialista global.

En el plano de la propaganda y de la "información", la burguesía lo hace todo para que la clase obrera, la única clase capaz de acabar con ella y con su sistema, no logre tomar conciencia de todo lo que está en juego. Esos esfuerzos los multiplica cuando, en particular, se trata de problemas como la crisis económica mortal que afecta desde hace más de 30 años a su sistema o acontecimientos como la guerra del Golfo. Y en medios ideológicos para mentir, ocultar o deformar la realidad, la burguesía democrática es, con mucho, la más capaz y en eso no tiene nada que envidiar a los especialistas de la "información" de los regímenes totalitarios. Es deber de los revolucionarios no solo denunciar la barbarie imperialista, sino también los mecanismos con los cuales la burguesía intenta anestesiar al proleta riadoembruteciéndolo con propagandas mentirosas.

PA, 30/03/2001

1. Esta cita está extraída y traducida de la Encyclopaedia Universalis, versión francesa de la Encyclopaedia Britannica. Como los artículos de esa enciclopedia son redactados por eminentes historiadores, puede uno suponer que los capítulos sobre el tema de los libros de texto usados en la enseñanza de la Historia, con los que se embuten los cerebros de las jóvenes generaciones, podrían estar redactados por el estilo. 2. Ese relato no habla de los comparsas que sirvieron para completar la puesta en escena: el papel de extras de los pretendidos "antiimperialistas" y demás fauna pacifista. Confundiendo antiamericanismo con antiimperialismo, algunas fracciones de la burguesía, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, pasando, por ejemplo en Francia, por los nacional-republicanos y otros "soberanistas", expresaron su desacuerdo con la política de los gobiernos que, tanto de izquierdas como de derechas, gobernaban entonces en los países de Europa. En general, todas esas fracciones de la burguesía que expresaban un desacuerdo más o menos crítico con la colación antiiraquí se basaban en explicaciones en las que el petróleo era la causa primera de la guerra. En Francia, había un gobierno socialista bajo la presidencia de Mitterrand. El único en expresar sus reticencias respecto a la coalición antiiraquí fue el nacional-republicano de izquierdas Chevènement. En España, el gobierno socialista de González, a pesar de los ascos de algunos socialistas, participó en la coalición antiiraquí. En cuanto a Alemania, cabe señalar que en aquel entonces, los Verdes eran unos ferocísimos pacifistas. Hoy están en el gobierno. En la última guerra en Yugoslavia (1999), fueron favorables, sin hacer ascos, al bombardeo de Serbia. La ventaja con los Verdes alemanes es que no hace falta hacer un largo análisis para saber qué es el pacifismo, ideología de la burguesía. Basta con recordar sus "hazañas". 3. Goebbels fue el ministro de Información y Propaganda del régimen nazi. Usamos esa expresión porque Goebbels se convirtió en el símbolo del técnico del aporreo ideológico y de la manipulación de Estado. Pero, y este artículo intenta demostrarlo, los ejemplos no faltan en cualquier otro régimen burgués, estalinista o democrático. 4. "Crisis del Golfo Pérsico. El capitalismo es la guerra", Revista internacional nº 63, (4/09/90) 5. "Ante la barbarie guerrera, la única solución: ¡desarrollo de la lucha de clases!", Revista internacional nº 64, 1er trimestre de 1991. 6. En verdad, hasta el momento de la Guerra del Golfo, Sadam tenía buena prensa en los medios occidentales. Se le consideraba "moderno" y sobre todo era alguien a quien había que apoyar contra las ambiciones del Irán de los molás en el momento de la guerra Iran-Irak. Sadam había llevado a cabo una bestial represión antikurda, a base de armas químicas, que los gobiernos occidentales apoyaron por la sencilla razón que Sadam era, en aquel entonces, una pieza clave contra Irán. 7. El semanario francés Marianne dice: "algo así como si, durante el invierno de 1945, los Aliados se hubieran detenido en el Rin dejando suficientes armas a Hitler para que pudiera aplastar eventuales levantamientos". No es "algo así como si…", pues eso fue exactamente lo que hicieron los Aliados en Italia en 1944: parar su avance hacia el Norte para dejar al régimen fascista las manos libres para aplastar la insurrección y las huelgas obreras. 8 "El medio político proletario ante la guerra del Golfo" (01/11/1990), Revista internacional nº 64, 1ertrismestre de 1991.

Noticias y actualidad: 

  • Irak [16]

X - Desenmarañando el enigma ruso: 1926-36

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En el último artículo de esta serie (“1924-28: el Termidor del capitalismo de Estado estalinista”, en la Revista Internacional nº 102), vimos los intentos de las diferentes corrientes de izquierda del partido bolchevique para comprender y combatir la degeneración y muerte de la revolución de Octubre. A medida que estos grupos sucumbían al terror sin piedad de la contrarrevolución estalinista, el foco de esta lucha política y teórica se desplazó al ruedo internacional, particularmente a Europa occidental. Los dos próximos artículos se centrarán en las tentativas de la izquierda comunista internacional de llegar a un claro análisis marxista del régimen que había surgido en la URSS de las cenizas de la revolución proletaria.

Comprender la naturaleza del sistema estalinista es un aspecto clave  del programa comunista: sin esa comprensión, sería imposible para los comunistas esbozar claramente la clase de sociedad por la que están luchando, describir lo que el socialismo es y lo que no es. Pero la claridad que tienen hoy los comunistas sobre la naturaleza de la URSS no se alcanzó fácilmente: llevó mucho tiempo de intenso debate y reflexión en el movimiento político proletario antes de que se alcanzara una verdadera síntesis coherente. Nunca antes los revolucionarios se habían visto obligados a analizar una revolución proletaria que pereció desde dentro. De resultas de esto, la URSS apareció durante mucho tiempo como una especie de enigma ([1]), un problema imprevisto en los anales del marxismo. Nuestro propósito en los siguientes artículos será por tanto hacer la crónica de los principales episodios en que, los grupos de la vanguardia marxista, en los oscuros años de la contra-revolución, consiguieron desenmarañar el enigma y legar el análisis del capitalismo de Estado estalinista a sus herederos de hoy día.

Carta de Korsch a Bordiga

Empezaremos la historia en 1926. El partido comunista de Alemania, el KPD, está siendo “bolchevizado”, ostensiblemente para poner todos los partidos comunistas fuera de Rusia en sintonía con los métodos intransigentes y disciplinados del partido ruso. Pero la campaña de blochevización lanzada por la Internacional comunista en 1924-25 es en realidad parte del proceso de destrucción del bolchevismo. El partido que había dirigido la Revolución en 1917 se está convirtiendo en mero anexo del Estado ruso; y el Estado ruso se ha convertido en el eje de la contrarrevolución capitalista. La teoría de Stalin del “socialismo en un solo país”, anunciada por primera vez en 1924, es una declaración de guerra contra las verdaderas tradiciones internacionalistas del partido ruso. Hacia 1926, todos los bolcheviques que quedaban – incluyendo a Zinoviev, bajo cuyos auspicios se había impuesto a la Internacional la campaña de la bolchevización – se habían pasado a la oposición, y en un año serían expulsados del partido.

También en Alemania hay una amplia resistencia al creciente oportunismo y burocratismo del KPD, al intento de silenciar todos los cuestionamientos serios sobre la situación interna en Rusia y la política exterior de la IC. La incapacidad del aparato del KPD para tolerar cualquier debate real, ha dado como resultado la expulsión masiva de la mayoría de los elementos más revolucionarios del partido, de una serie de grupos influenciados, no sólo por la (hoy) mejor conocida Oposición, en torno a Trotski, sino también por la izquierda comunista Alemana. El KAPD, aunque más débil con distancia que en sus días de apogeo durante la oleada revolucionaria, aún existe, y ha llevado un trabajo consistente hacia el KPD, que define como una organización centrista, capaz todavía de dar a luz minorías revolucionarias.

Nuestro libro sobre la Izquierda germano-holandesa evidencia con precisión la escala y la importancia de estas escisiones, que incluían los siguientes grupos:

“– el grupo en torno a Schwarz y Korsch, “Entschiedene Linke” o izquierda -intransigente, que reagrupaba cerca de 7000 miembros;

“– el grupo de Ivan Katz, que junto con el grupo de Pfemfert’s formaba una organización de 6000 miembros próxima a las AAUE. Actuaba en nombre de un grupo de organizaciones de la izquierda comunista, y publicaba el periódico Spartakus. Este se convirtió en el órgano de Spartakusbund mark II;

“– el grupo de Fishler-Maslow, que tenía 6000 militantes;

“– el grupo de Urbahns, el futuro Leninbund, que reagrupaba 5000 miembros.

La oposición de Wedding, excluida en 1927-28, crearía más tarde, junto con parte del Leninbund de Urbahns, la oposición trotskista alemana” (La Izquierda holandesa).

El grupo de Korsch es el que estuvo más influenciado por el KAPD – más tarde se produciría una fusión precipitada y de corta vida entre ambos. La plataforma de este grupo no es muy conocida ni fácil de conseguir – lo que muestra hasta qué punto la Izquierda alemana ha desaparecido de la historia. Más conocida es la carta a Korsch de Amadeo Bordiga, comentando la plataforma. Bordiga era en ese momento la figura más importante de la Izquierda comunista de Italia, que había estado llevando una pujante polémica contra el creciente oportunismo en la IC.

Nuestra atención se dirige a esta correspondencia porque nos da una visión valiosa de los diferentes planteamientos de la Izquierda comunista de Italia y Alemania sobre los problemas fundamentales que confrontaban en ese momento – comprensión de la naturaleza del régimen en la URSS y definición y política coherente hacia la Internacional y sus partidos componentes.

La primera cosa que hay que destacar en la respuesta de Bordiga (fechada el 28 de octubre de 1926), es que no hay en ella ningún rastro de sectarismo considerándose como el único depositario de la verdad, y menos aún un rechazo a la discusión con otras corrientes de la izquierda. En pocas palabras, estamos muy lejos del “bordiguismo” de hoy, que se reivindica como el único heredero de la tradición de la Izquierda comunista de Italia, y que ha teorizado el rechazo a mantener cualquier tipo de debate con grupos que no entren en una definición muy restringida de esta tradición. Es completamente cierto que el Bordiga de 1926 no consideraba que hubiera aún la suficiente homogeneidad política para un reagrupamiento, o incluso para la publicación de una declaración internacional común. Pero pone todo el énfasis en la necesidad de la discusión y del trabajo de clarificación en el que tienen un papel todas las corrientes de la Izquierda comunista internacional: “Creo en general que la prioridad hoy, más que maniobrar y formar organizaciones, es el trabajo preliminar de elaborar una ideología política de la izquierda comunista, basada en las elocuentes experiencias del Comintern”. Más tarde añade que contribuirían a este trabajo declaraciones paralelas sobre Rusia y el Comintern de los diferentes grupos de izquierda; aunque estaba preocupado por evitar “llegar tan lejos como si se tratara de un complot fraccionista”.

El argumento de Bordiga está fundado en la convicción de que “aún no estamos en el momento de la clarificación definitiva”, o sea, es demasiado pronto para dar por perdidos los partidos comunistas o la Internacional. Los revolucionarios tienen que llevar la lucha dentro de los partidos comunistas cuanto sea posible, a pesar de la disciplina cada vez más artificial y mecánica que reina en ellos: “tenemos que respetar esa disciplina con todas sus absurdecess reglamentarias, sin renunciar nunca a posiciones de crítica política e ideológica y sin solidarizarnos nunca con la orientación dominante”. Defendiendo la decisión de la Oposición de izquierda en Rusia de someterse a la disciplina y así evitar la escisión, argumenta que “la situación objetiva y externa es tal que, no sólo en Rusia, el hecho de ser expulsados del Comintern nos deja aún con menos posibilidades de influir el curso de la lucha de clases de las que podríamos tener dentro del partido”.

En retrospectiva podemos llevar la contraria a algunas de las conclusiones de Bordiga: si era completamente cierto que la lucha por el “espíritu” de los partidos comunistas estaba lejos de haber terminado en 1926, su rechazo a reconocer la necesidad de formar fracciones organizadas – incluso si fuera posible una fracción internacional – va a explicar de alguna forma porqué Bordiga fue incapaz de jugar un papel en la fase siguiente de la historia de la Izquierda italiana; la fase iniciada precisamente por la formación de la Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia en 1928. Pero lo importante aquí es el método de Bordiga, que sin duda transmitió a los que trabajaron en la Fracción. La prioridad que da al trabajo de clarificación en una situación objetiva desfavorable, la insistencia en la necesidad de luchar hasta el final para salvar las organizaciones que el proletariado ha creado con tanta dificultad – este fue el sello de la Izquierda italiana y da la clave para comprender por qué estaba destinada a jugar un papel central en “la elaboración de una ideología política de la izquierda internacional” durante los años más crudos de la contrarrevolución. Al contrario, el abandono prematuro por parte de la Izquierda alemana de los partidos comunistas y de la IC, fue una de las causas que más incidieron en su rápida desintegración organizativa.

Lo mismo puede decirse cuando Bordiga aborda la cuestión de la naturaleza del régimen en Rusia, que es de hecho el primer asunto que se trata en la respuesta a Korsch. La “Izquierda intransigente”, como antes otras corrientes de la Izquierda comunista de Alemania (Ruhle ya en 1920, el KAPD de 1922 en adelante) ya había declarado que el capitalismo había triunfado sobre la revolución en Rusia. Pero en ambos casos esta conclusión, a la que se había llegado de modo impresionista, sin pasar por una profundización teórica, había dado como resultado que se pusiera en cuestión la naturaleza proletaria de la revolución, en una regresión de hecho a las posiciones de los mencheviques o los anarquistas, muchos de los cuales habían denunciado desde el principio la revolución de Octubre como un golpe de Estado de los bolcheviques para instalar una nueva variedad de capitalismo en lugar de la anterior. El KAPD globalmente no llegó tan lejos, pero desarrolló la teoría de la “doble revolución”, proletaria en las ciudades, burguesa en el campo; y también tendió a ver la Nueva política económica (NEP), introducida en 1921, como el punto a partir del cual una especie de “capitalismo campesino” habría ganado la supremacía sobre los restos del poder proletario.

Otra ironía para el bordiguismo de hoy: la respuesta de Bordiga a Korsch no contiene ni rastro de la teoría de la “doble revolución”, que elaboró tras la IIª Guerra mundial, y que definió la economía burguesa de la URSS como el producto de una “transición hacia el capitalismo” ocurrida bajo el aparato estalinista. Al contrario, la preocupación principal de Bordiga es defender el carácter proletario de la Revolución de Octubre, sin importar qué degeneración subsiguiente había sucedido: “... su `forma de expresarse´ sobre el tema ruso no me parece correcta. NO se puede decir que la Revolución rusa fue una revolución burguesa. La revolución de 1917 fue una revolución proletaria, aunque fue un error generalizar sus lecciones “tácticas”; ahora el problema que se plantea es qué sucede a la dictadura del proletariado en un país si la revolución no se lleva a cabo en otros países. Puede haber contrarrevolución, puede haber un proceso de degeneración cuyos síntomas y reflejos dentro del Partido comunista tienen que ser descubiertos y definidos. No se puede decir simplemente que Rusia es un país que tiende hacia el capitalismo. El asunto es mucho más complejo: se trata de nuevas formas de la lucha de clases que no tienen precedente en la historia. Se trata de mostrar cómo la concepción estalinista de las relaciones con las clases medias es equivalente a renunciar al programa comunista. Parece que usted excluye la posibilidad de que el Partido comunista ruso lleve una política que no conduzca a la restauración del capitalismo. Esto terminaría justificando a Stalin, o apoyando la inaceptable política de “renunciar al poder”. Al contrario, hemos de decir que en Rusia sería posible una política de clase correcta evitando la serie de errores graves en política internacional cometidos por la totalidad de la vieja guardia leninista”.

De nuevo con el beneficio de la retrospectiva es posible llevar la contraria a alguna de las conclusiones de Bordiga: cuando escribía esa respuesta a Korsch, el capitalismo – no basado en las concesiones a las clases medias, sino en el mismísimo Estado que había surgido de la revolución – estaba realmente convirtiéndose en el dueño de Rusia, no sólo económicamente (puesto que nunca había sido vencido a este nivel), sino también políticamente, y cuanto más se colgaba del poder el partido comunista, más se separaba del proletariado y se sometía a los intereses del capital. Pero aquí otra vez lo importante es el método, el punto de partida teórico: la revolución era proletaria, pero estaba aislada; ahora la cuestión es comprender algo que nunca antes había ocurrido en la historia, la degeneración de una revolución proletaria desde dentro. Y aquí de nuevo, aunque los herederos de Bordiga en la Fracción tardaron mucho tiempo en llegar a conclusiones correctas sobre la naturaleza del régimen en la URSS, la solidez de su método de análisis iba a garantizar su profundidad teórica y su seriedad mucho mayores que las de quienes habían proclamado mucho antes la naturaleza capitalista de la URSS, pero a costa de romper la solidaridad con la Revolución de Octubre. La Izquierda alemana iba a pagar caro por esto: cortar las raíces que la conectaban a Octubre y al bolchevismo significaba cortar sus propias raíces, y sin raíces un árbol no puede sobrevivir. Hoy es evidente que es prácticamente imposible mantener cualquier actividad política proletaria organizada que no esté basada en las lecciones de la victoria de Octubre y de su posterior derrota.

El debate en la Oposición de izquierda internacional

Vayamos a 1933. La derrota del proletariado alemán ha quedado sellada por la subida de Hitler al poder. Los obreros de los otros dos centros principales de la oleada revolucionaria internacional de 1917-23 – Rusia e Italia – también han sido aplastados. Las derrotas han desembocado en la desaparición o dispersión de la vanguardia revolucionaria. La vida política de la clase obrera ya no transcurre en los partidos comunistas, que han sido estalinizados de cabo a rabo y están a punto de capitular a la ideología de la defensa nacional. En lugar de eso, lo que expresa esa vida es el medio muy reducido de grupos de oposición y fracciones. Ahora el crisol de esa actividad de oposición ha cambiado a Francia, y en particular a París, la ciudad tradicional de las revoluciones europeas.

Hacia 1933 algunos de estos grupos ya habían agotado su ciclo vital. Ese había sido el destino de un “ala” de la Izquierda italiana en el exilio, el grupo Réveil communiste en torno a Pappalardi. Formado en 1927, este grupo había intentado una audaz síntesis entre las posiciones de las Izquierdas italiana y alemana. Sin rechazar el carácter proletario de la Revolución de Octubre, había llegado a la conclusión de que en Rusia había tenido lugar una contrarrevolución burguesa. Pero la tendencia del grupo a la impaciencia y el sectarismo le llevó pronto a perder su conexión con el método de la Izquierda italiana. Hacia 1929 su síntesis se había transformado en una conversión total a la tradición de la Izquierda alemana, con sus debilidades y sus puntos de fuerza. Esta mutación estuvo marcada por la aparición del periódico L’Ouvrier communiste, que trabajó estrechamente con el comunista de izquierdas ruso exiliado en París, Gavril Miasnikov ([2]). Muy rápidamente el nuevo grupo sucumbió a las influencias anarquistas y cesó su publicación en 1931.

En 1933, la mayoría de los grupos “nativos” de oposición estaban influenciados por Trotski, aunque la Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia, formada en el suburbio parisino de Pantin en 1928, es extremadamente activa en este medio. La sección oficial de la Oposición internacional de izquierdas es la Liga comunista, formada en 1929 sobre bases muy heterogéneas y fuertemente criticada por la Fracción italiana. El “trotskismo” había llegado a identificarse con una búsqueda del reagrupamiento activista y sin principios, sin ningún sólido acuerdo programático. Esos planteamientos sólo pueden traer escisiones, especialmente porque se combinaban con posiciones cada vez más oportunistas sobre cuestiones claves como las relaciones con los partidos comunistas y socialistas, y la defensa de la democracia contra el fascismo. La Liga ya había sufrido una serie de escisiones. La primera, alimentada (aunque no exclusivamente) por antagonismos personales y lealtades de clan, se había producido tras la disputa entre el grupo de Molinier y el de Rosmer-Naville. La intervención de Trotski en la situación desde el exilio en Prinkipo había sido cuanto menos desafortunada, puesto que estaba impaciente por formar nuevas organizaciones de masas y se había dejado llevar por los esquemas activistas de Molinier, que en esencia era una aventurero político. La tendencia de Rosmer estaba más preocupada por la necesidad de reflexionar y desarrollar una comprensión más clara de las condiciones que enfrentaba la clase, pero la “paz de Prinkipo” de Trotski, llevó a la retirada virtual de Rosmer de la vida militante. Pero la escisión también dio origen a una corriente organizada, el grupo de Izquierda comunista, en torno a Collinet y el hermano de Naville. En 1932 se produjo otra escisión de este grupo, que dio lugar a la formación de la Fracción de izquierda, animada por el otro zinovietista Albert Treint, y por Marc, que más tarde estaría en la Izquierda comunista de Francia y la CCI. La causa de la escisión fue el rechazo del grupo a una tendencia creciente en la Liga hacia la conciliación con el estalinismo. A comienzos de 1933, la Liga está al borde de otra escisión aún más dañina, ya que una creciente minoría reacciona contra la política de conciliación hacia la socialdemocracia, que culminará con el “giro francés” de 1934 – la política de “entrismo” en los partidos socialdemócratas que en su tiempo habían sido denunciados por la Internacional comunista como instrumentos de la burguesía.

En este punto, otro grupo de oposición, conocido como el “grupo 15a sección”, cuyo militante más conocido era Gaston Davoust (Chazé), lanza una invitación a todas las corrientes de oposición para tener una serie de reuniones destinadas a la clarificación programática y un eventual reagrupamiento. Esta iniciativa es calurosamente acogida por la Fracción italiana, que, con maniobras, había sido separada de la Oposición internacional de Izquierda hacia 1932, pero que ve en estas reuniones las posibles bases para la formación de una Fracción de izquierdas del Partido comunista de Francia, para emplear aquí su terminología de entonces. También hay una respuesta positiva de parte de prácticamente todos los grupos en Francia, y también algunos grupos de fuera de Francia participan o envían su apoyo (Liga comunista internacionalista en Bélgica, Grupo de oposición de Austria, etc.). A los pocos meses, se celebran una serie de reuniones en las que participan una lista impresionante de grupos: La Fracción de izquierda y la Izquierda comunista, el grupo de Davoust, la Liga comunista, así como una delegación separada de su última minoría; la Fracción de izquierda italiana; unos cuantos grupos pequeños (y efímeros), como Pour une Renaissance communiste, de 3 elementos, que se habían escindido de la Fracción italiana por la cuestión rusa, considerando que la URSS era un estado capitalista; el nuevo grupo de Treint, Effort communiste, que había dejado la Fracción de izquierdas porque tampoco veía ya nada de proletario en el régimen “soviético”, y había empezado a desarrollar la teoría de que Rusia estaba ahora bajo la férula de una nueva clase explotadora; también acudieron varios individuos como Simone Weil y Kurt Landau.

La naturaleza del régimen de la Unión Soviética era uno de los temas centrales del orden del día. Sobre este punto, la mayoría de los grupos invitados defendía formalmente la visión de la plataforma de la Oposición rusa de 1927, que Trotski aún defendía vigorosamente, de que la URSS era un Estado proletario, aunque en una condición de severa degeneración burocrática porque no había suprimido la propiedad estatal de los principales medios de producción. Pero lo que es particularmente interesante sobre las discusiones en esta conferencia, es que proporciona una ilustración de cómo evolucionaron las posiciones sobre esta cuestión en el medio de oposición.

Así por ejemplo, el grupo Izquierda comunista hizo el informe sobre la cuestión rusa. Este texto es muy crítico con los argumentos de Trotski: “ Para explicar la ofensiva de la burocracia contra el campesinado, y la conversión del estalinismo a una política de industrialización, a pesar de la ‘liquidación del partido como partido’, el camarada Trotski argumenta que mientras la infraestructura económica de la dictadura del proletariado se hace más fuerte, su superestructura política ha seguido debilitándose y degenera. Un planteamiento difícil de aceptar, cuando se tiene en cuenta la tesis marxista de que “la política es sólo economía concentrada”, especialmente cuando hablamos de un régimen donde el asunto político esencial es la dirección de la economía”. El informe concluye que efectivamente, la burocracia se ha convertido en una nueva clase, ni proletaria ni burguesa. Pero a diferencia de Treint, y sin ninguna consistencia aparente, el texto también argumenta que este Estado burocrático aún contiene algunos vestigios proletarios y por eso los revolucionarios tienen que defenderlo de los ataques del imperialismo. El grupo de Chazé presentó una resolución donde se expresan igualmente conclusiones contradictorias – la URSS sigue siendo un Estado obrero, pero la burocracia “juega el papel de una verdadera clase cuyos intereses son cada vez más opuestos a los de la clase obrera”. Más importante quizás que el contenido de todos estos textos, es el planteamiento mismo de la Conferencia, su actitud abierta a la cuestión de la naturaleza de la URSS. Así por ejemplo, cuando el grupo “ortodoxo” trotskista, la Liga comunista, propuso una resolución para excluir a todos los que negaran la naturaleza proletaria de la URSS, fue casi unánimemente rechazada.

La Conferencia no tuvo éxito en cuanto a la unificación de los grupos que participaron, ni en crear una Fracción francesa: en un periodo de derrota, la tendencia dominante es inevitablemente hacia la dispersión y el aislamiento. Pero sí tuvo lugar un reagrupamiento parcial, y esto también es significativo: La Fracción de izquierda, el grupo de Davoust y más tarde la minoría de la Liga comunista – una minoría de 35 miembros, cuya partida dejó prácticamente inutilizada la Liga – se unieron para formar el grupo Union communiste, que sobrevivió hasta la guerra. Aunque comenzó con un fuerte bagaje trotskista, y después no estuvo a la altura de la prueba de fuego de la guerra de España, sí hubo una evolución en este grupo: puso en cuestión la ideología del antifascismo, y en 1935 había concluido que la burocracia estalinista es una nueva burguesía. La LCI en Bélgica adopta una posición similar.

Si consideramos también que la Fracción italiana, aunque todavía hablaba de la URSS como un Estado proletario, avanzaba rápidamente hacia el rechazo de cualquier consigna de defensa de la URSS en este período, tenemos que, hacia mitad de los años 30, la posición de Trotski sobre la URSS había sido puesta en cuestión o abandonada por una parte importante del movimiento de oposición, igual que había ocurrido en la Oposición rusa. Y la importancia de esto es cuantitativa y cualitativa: cuantitativa porque en esos momentos, ese medio de oposición es mayor que el grupo trostkista “oficial” en el país clave de la Oposición internacional de izquierda; y cualitativa porque son los elementos más consistentes e intransigentes, formados durante la oleada revolucionaria o poco después, quienes rechazan la defensa de la URSS y empiezan a comprender, aunque de forma contradictoria e incompleta a menudo, que en la “tierra de los soviets” se ha producido una contrarrevolución. No es sorprendente que la historia de estas corrientes sea sistemáticamente ignorada por los historiadores trotskistas.

La respuesta de Trotski a la izquierda: la Revolución traicionada

Para entender la evolución de la posición de Trotski sobre la URSS, es preciso reconocer las presiones de la Izquierda. Si nos fijamos en la declaración más importante de Trotski sobre la naturaleza de la URSS en este período – su libro la Revolución traicionada, escrito durante su exilio en Noruega y publicado en 1936 – se comprende rápidamente que estaba metiéndose en una polémica en dos frentes: por una parte, contra el engaño estalinista de que la URSS era un paraíso para los obreros, y por otra parte, contra todas esas corrientes de izquierda que estaban convergiendo en la posición de que la Unión soviética había perdido su conexión con el poder proletario de 1917.

Aclaremos antes que nada que, contrariamente a las conclusiones que se adelantaron en el seno de la Izquierda comunista, incluyendo la Fracción italiana en esa época, en 1936 Trotski no había dejado de ser un marxista, y la Revolución traicionada contiene amplias evidencias de eso. El principal impulso del libro se dirige a refutar la absurda pretensión de Stalin de que la URSS ya habría alcanzado el pleno “socialismo” (aunque todavía no el “comunismo”) en 1936. Contra esa monstruosa mentira, Trotski despliega toda la fuerza de sus conocimientos estadísticos, su aguzado ingenio y su claridad política, para exponer las condiciones de vida absolutamente miserables de la clase obrera y el campesinado, deplorable calidad de las mercancías para el consumo de masas, los crecientes privilegios de la élite burocrática, las tendencias cada vez más reaccionarias, nacionalistas y jerárquicas en las esferas del arte y la literatura, la educación, el ejército, la vida familiar, etc. Ciertamente la descripción de Trotski de la mentalidad y las prácticas de la burocracia es tan acertada, que casi prueba que estamos en presencia de una clase explotadora. En el artículo “La clase no identificada: la burocracia soviética según Leon Trotski”, escrito para la Revista internacional nº 92 por uno de los camaradas del medio proletario emergente actual en Rusia, se plantea esto muy claramente: “Trotski de hecho está describiendo el siguiente panorama (en la Revolución traicionada): es cierto que existe un estrato social numeroso que controla la producción – y por tanto sus productos –, de una forma monopolista, y que se apropia de una parte muy importante de esa producción (o dicho de otro modo que ejerce una función de explotación), que está unida por una comprensión de los intereses materiales que tienen en común, y que se opone a la clase productora. ¿Cómo deben llamar los marxistas a un estrato social con todas esas características? Sólo puede haber una respuesta: se trata de la clase dominante en todos los sentidos. Trotski lleva a sus lectores a esa misma conclusión, aunque él mismo se niegue a hacerlo (…) Trotski arranca de “a”, pero tras haber descrito a la clase dominante en la explotación, vacila en el último momento, y se niega a llegar a “b””.

El libro de Trotski plantea también una cuestión muy importante sobre la naturaleza del Estado de transición, y sobre el porqué de su extrema vulnerabilidad a las presiones del antiguo orden social. A partir de una frase muy sugestiva de Lenin en el Estado y la Revolución en la que dice que el Estado de transición es, en cierto sentido, “un Estado burgués pero sin burguesía”, Trotski añade que “Esta conclusión altamente significativa, completamente ignorada por los teóricos oficiales de hoy, tiene una gran importancia para la comprensión de la naturaleza del Estado soviético o, más precisamente, para una primera aproximación a esa comprensión. Ya que es el Estado el que asume la tarea de la transformación socialista se ve obligado a defender la desigualdad – esto es los privilegios materiales de una minoría – mediante la fuerza. Al actuar así sigue siendo un Estado burgués, incluso aún sin burguesía. Las normas burguesas de distribución, mediante la ampliación acelerada del poder material, deben servir a objetivos socialistas, pero sólo lo hacen en última instancia. El Estado asume directamente y desde el primer momento, un carácter dual: socialista por cuanto defiende la propiedad social de los medios de producción; y burgués, ya que la distribución de los bienes vitales se lleva a cabo sobre la base del criterio capitalista del valor con todas las consecuencias que de ello se desprenden. Tal carácter contradictorio horrorizará a los dogmáticos y a los escolásticos, a los que únicamente podemos ofrecerles nuestras condolencias” (la Revolución traicionada, Pathfinder press. Traducido del inglés por nosotros). Esta postura de cuestionar la naturaleza del Estado de transición, de haberse desarrollado adecuadamente, habría llevado a Trotski a comprender que el Estado establecido tras la Revolución de Octubre se había convertido en el guardián del capital estatalizado, pero Trotski se mostró, en cambio, incapaz de llevarla hasta el final.

En cuanto a las conclusiones más directamente políticas que aparecen en el libro, algunas de las cuales ya aparecían en 1933, representan también un cierto avance respecto al pensamiento anterior de Trotski. En 1927, tal y como vimos en el último artículo de esta serie, Trotski ya había alertado sobre el peligro de un “Termidor”, una especie de “contrarrevolución escalonada” en la URSS, aunque se resistía a aceptar que ya se hubiera consumado. Cuando escribe la Revolución traicionada Trotski revisa sus puntos de vista y concluye que ese Termidor ya ha tenido lugar bajo la égida de la burocracia, y que como resultado “el viejo partido bolchevique ha muerto, y ninguna fuerza puede ya resucitarlo” (ibid.). Concluye además que la burocracia que ha estrangulado el bolchevismo ya no puede ser reformada, sino que debe ser necesariamente derrocada, por lo que llama a la clase obrera a que realice una “revolución política”. En ese mismo momento decide también que la Internacional comunista ha expirado, y que por tanto la formación de nuevos partidos, en todos los países, está a la orden del día.

Finalmente, es importante recordar que el libro de Trotski no da por cerrada la cuestión de la naturaleza de la URSS, sino que cree que es la historia la que aún debe zanjar esta cuestión, pues él insiste en que el reinado de la burocracia es necesariamente inestable por lo que o bien resultará destruido (sea por los trabajadores o por una abierta contrarrevolución burguesa), o bien se transformará en una clase poseedora en el sentido más clásico del término. Dado que el mundo se convulsionaba hacia una nueva guerra mundial, Trotski pensó en los últimos años de su vida, que en función del papel que jugase la URSS en la guerra, podría establecerse definitivamente su carácter de clase.

A pesar de estos aspectos positivos, el libro significa también una encendida defensa de la tesis según la cual la URSS seguía siendo un Estado obrero puesto que había desarrollado una completa nacionalización de los medios de producción, logrando así la “abolición” de la burguesía. El Termidor del que Trotski habla en este libro no tiene mucho que ver con el concepto que había empleado en 1927. Entonces se refería a Termidor como una contrarrevolución burguesa, mientras que ahora se pierde más en comparaciones ambiguas con la Revolución francesa. En Francia el Termidor no había significado una restauración feudal, sino la llegada al poder de una fracción más conservadora de la burguesía. Por esa misma razón, Trotski argumenta que el Termidor soviético no ha restaurado el capitalismo sino que ha instalado una especie de “bonapartismo proletario” en el que un estrato burocrático parasitario defiende sus privilegios a expensas del proletariado, aunque depende para su propia supervivencia del mantenimiento de las “formas proletarias de propiedad” instauradas por la Revolución de Octubre. Por ello reclama para la URSS una revolución meramente política que elimine la burocracia pero que mantenga las formas básicas de la economía, en lugar de una completa revolución social. Así se explica también que Trotski siguiera abogando decididamente por la “defensa de la Unión Soviética” frente a las intenciones hostiles del capitalismo mundial, que, según él mismo argumentaba, seguiría viendo a la URSS como un cuerpo extraño.

Llegamos así al aspecto más reaccionario del trabajo de Trotski que consiste en sus tesis dirigidas directamente contra la Izquierda, lo que hace explícitamente en la última parte de su libro, cuando plantea – más bien evacua – el problema de si hay que ver la URSS como un capitalismo de Estado, y a la burocracia como una clase dominante. Respecto al capitalismo de Estado, Trotski se da cuenta de la tendencia general del capitalismo a la intervención del Estado en la economía, y lo analiza como una expresión de la decadencia histórica del sistema. Llega incluso a admitir la posibilidad teórica de que el conjunto de la clase dominante de un país pueda constituirse en un único trust, a través del Estado. Es más, señala que: “las leyes económicas de un régimen así no representarían misterio alguno. Un capitalista individual, como es sabido, recibe en forma de beneficios, no aquella parte de plusvalía creada directamente por los trabajadores de su propia empresa, sino una parte de la plusvalía global creada en el conjunto del país, una parte proporcional al monto de su propio capital. Bajo un “capitalismo de Estado” integral esta ley del reparto equitativo del beneficio se realizaría no a través de los mecanismos enrevesados de la competencia entre diferentes capitales, sino de manera directa e inmediata a través de la contabilidad estatal”. En realidad lo que describe es cómo estaba operando en la URSS la ley del valor, pero llegado a este punto, retrocede y se empeña en negarlo, afirmando, por el contrario, que “sin embargo un régimen así ni ha existido nunca, ni, dadas las profundas contradicciones entre los propietarios, existirá. Es más, al menos en su calidad de depositario universal de la propiedad capitalista, el Estado será demasiado tentador como objeto para la revolución social” (la Revolución traicionada).

Hay que añadir que las burguesías más avanzadas habían dado la espalda a ese modelo de capitalismo de Estado integral ya que, como quedó finalmente confirmado con el colapso de los países ex estalinistas, ha demostrado una ineficacia desastrosa. Pero donde Trotski falla estrepitosamente en este libro es a la hora de hacerse pregunta esta simple cuestión: ¿puede nacer un capitalismo de Estado integral de una situación en la que la revolución proletaria ha expropiado a la vieja burguesía, y que sin embargo está degenerando debido a su aislamiento internacional?.

En cuanto al argumento de Trotski, por el que se niega que la burocracia pueda ser una clase dominante puesto que carecería de acciones bursátiles o de derechos de herencia que le permitieran legar sus propiedades a sus herederos, nuestro compañero en Rusia, AG, ha escrito una réplica muy lúcida: “En la Revolución traicionada, Trotski intenta refutar teóricamente la tesis de la naturaleza burguesa de la burocracia, con argumentos tan débiles como que “no poseen acciones o bonos” (pag 249). Pero ¿para qué necesita poseerlos la clase dominante? Es obvio que la posesión de acciones o de bonos no tiene importancia en sí misma, lo importante es si tal o cual clase se apropia de la plusvalía arrancada a los productores directos. Si la respuesta es que sí, entonces la función de la explotación existe aunque la distribución de ese producto apropiado se realice a través de dividendos y participaciones, o a través de un salario y privilegios añadidos al trabajo. El autor de la Revolución traicionada apenas resulta convincente cuando dice que los representantes de la capa social dirigente no pueden legar su status privilegiado (...) es altamente improbable que Trotski pensara de verdad que los hijos de la elite pudieran convertirse en obreros o campesinos”. Cuando atribuye una importancia decisiva a la existencia de los derechos de herencia, Trotski se desvía claramente de un axioma marxista fundamental que señala que las relaciones jurídicas son sólo la expresión superestructural de las relaciones sociales subyacentes. Del mismo modo, cuando insiste en encontrar signos de una pertenencia personal a la clase dominante, Trotski olvida que los marxistas definen el capital como un poder global impersonal, que es el capitalismo el que crea a los capitalistas y no a la inversa.

Igualmente tras su concepción de que la naturaleza de clase del Estado soviético estaría determinada, en última instancia, por la estructura económica, aparece una confusión muy seria sobre la naturaleza de la revolución proletaria. Como clase explotada que es, la única forma que tiene la clase obrera para transformar la sociedad hacia el socialismo es conquistando y detentando el poder político. Carece de bienes o propiedades, tampoco las leyes económicas actúan a su favor. Sus métodos de lucha contra las leyes de la economía capitalista se basan enteramente en su capacidad para imponer un control consciente y planificado contra la anarquía del mercado, en imponer las necesidades humanas contra las necesidades del beneficio. Pero esta capacidad sólo puede derivar de su fuerza organizada y de su conciencia política, de su capacidad para afirmar su programa a todos los niveles de la vida social y económica. Esto no garantiza, sin embargo, que la expropiación de la burguesía y la colectivización de los medios de producción conduzca automáticamente a unas nuevas relaciones sociales. Se trata únicamente de un punto de partida: la labor de crear estas nuevas relaciones sociales sólo puede recaer en el movimiento social de masas de la clase obrera. Es verdad que Trotski llegó a afirmar algo muy parecido a esto cuando señaló que “la predominancia del socialismo sobre las tendencias pequeñoburguesas se garantiza no a través de los automatismos de la economía – estamos aún muy lejos de ello – sino mediante medidas políticas adoptadas por la dictadura. El carácter de la economía en su globalidad depende pues del carácter del poder estatal”. Pero, como sucede con el resto de sus tesis, Trotski es incapaz de llevarlo hasta sus necesarias conclusiones: si el proletariado ya no ejerce el más mínimo control sobre el poder estatal, entonces la economía marchara automáticamente en una sola dirección: hacia el capitalismo. En suma, que la existencia de un Estado obrero o de una dictadura del proletariado por hablar con más precisión, no depende de que el Estado se haga formalmente dueño de la economía, sino de que el proletariado detente verdaderamente el poder político.

La consecuencia más grave de la incapacidad de Trotski para reconocer que la Revolución de Octubre había sido ya definitivamente derrotada, es que este fracaso le llevará a justificar “teóricamente” la apología radical del estalinismo, que llegaría a ser la función última del movimiento fundado por él. De hecho ya en la Revolución traicionada, y a pesar de todas las críticas sobre las condiciones que atraviesa la clase obrera en Rusia, aparece explícitamente esa apología,: “No tenemos nada que discutir con los economistas burgueses. El socialismo ha demostrado su derecho a vencer, no en las páginas de Das Kapital, sino en el terreno industrial que comprende una sexta parte de la superficie terrestre; no en el lenguaje de los dialécticos, sino en el lenguaje del acero, el cemento y la electricidad” (ídem). Aquí Trotski insiste en que, a pesar de todas sus degeneraciones burocráticas, el “desarrollo de las fuerzas productivas” del estalinismo es progresista ya que sienta las bases de una sociedad socialista. De hecho Trotski nunca abandonó la idea de que el giro que dio Stalin, a finales de los años 20, hacia una rápida industrialización, vendría a darle en cierta forma la razón al programa económico de la Oposición de izquierdas. Pero el verdadero sentido de esa industrialización de la URSS hay que verlo en el contexto de un desarrollo mundial de las fuerzas productivas. La Revolución rusa de 1917 se realizó bajo la premisa de que el mundo se encontraba ya maduro para el comunismo. El desarrollo que tuvo lugar bajo el stalinismo estaba asentado en la derrota de la primera tentativa de crear una sociedad comunista y se basaba, en cambio, en la necesidad de construir una economía de guerra para prepararse para un nuevo reparto imperialista del mundo. Por todo ello, los éxitos de la industrialización soviética no constituyen, en manera alguna, un factor de progreso para la humanidad sino una expresión de la decadencia del modo de producción capitalista; y los cantos de Trotski a la producción de hormigón y acero suponen una justificación de la más implacable explotación sufrida por la clase obrera.

Peor aún: la defensa de la Unión Soviética frente al capitalismo mundial condujo a una política de apoyo a los apetitos imperialistas del capital ruso, una política que Trotski ya puso en práctica en 1929 cuando apoyó a Rusia en su conflicto con China por la posesión del ferrocarril de Manchuria. Dado que el mundo se encaminaba rápidamente hacia otra guerra, y habida cuenta de la creciente implicación de Rusia en el escenario imperialista, la posición trotskista oficial de “defensa del Estado obrero” llevaría a este movimiento a acercarse cada vez más al campo de la burguesía.

Como señalamos en el artículo que hicimos a propósito de la muerte de Trotski (ver Revista internacional nº 103), la pendiente hacia la guerra llevó a Trotski a replantearse algunas cuestiones fundamentales. Dentro del propio movimiento trotskista tuvo que enfrentarse además a críticas a su noción de un Estado obrero degenerado. Estas no procedían en esta ocasión de la Izquierda, sino de personajes como Bruno Rizzi en Italia, y sobre todo de Burnham y Schachtman en USA, que representaban distintas versiones de una misma idea según la cual la URSS representaría una sociedad explotadora de nuevo tipo, desconocida para el marxismo. Trotski se oponía a tal conclusión, aunque en sus últimos escritos se nota que algo le influyeron. No obstante – como muchísimo mejor marxista que elementos como Schachtman – comprendió bastante claramente que si de las entrañas de la sociedad capitalista podía surgir un nuevo sistema de explotación, entonces habría que poner en entredicho el conjunto de la perspectiva marxista y, sobre todo, el potencial revolucionario de la clase obrera: “Llevada a su conclusión histórica, la alternativa histórica se resume así: o bien el régimen estalinista supone un tremendo retroceso en el proceso de transformación de la sociedad burguesa en una sociedad socialista; o, de otro modo, el régimen estalinista es el primer paso hacia una nueva sociedad de explotación. Si es éste segundo pronóstico el acertado, entonces por supuesto que la burocracia podría convertirse en una nueva clase explotadora. Por horrible que pueda parecer esta perspectiva, probaría de hecho la incapacidad del proletariado para llevar adelante la misión que le ha sido confiada por el curso del desarrollo histórico, lo que nos llevaría a reconocer que el programa socialista basado en las contradicciones internas de la sociedad capitalista se ha convertido finalmente en una utopía. No es preciso decir que necesitaríamos un nuevo “programa mínimo” para defender los intereses de los esclavos de la sociedad totalitaria burocrática” (La URSS en la guerra, 1939).

Para Trotski el resultado de la guerra que se anunciaba iba a ser decisivo: si la burocracia demostraba ser lo bastante estable como para sobrevivir a la guerra, sería necesario concluir que, de hecho, ya habría cristalizado en una nueva clase dominante; y si el proletariado no conseguía acabar con la guerra mediante la revolución, eso probaría que el programa socialista se habría convertido, de hecho, en una utopía. Aquí podemos ver cómo la negativa de Trotski a aceptar la naturaleza capitalista de la URSS, le llevaban a poner en duda las convicciones que inspiraron el conjunto de su existencia.

Por esa misma razón, la definición de la URSS como un país capitalista, demostró ser la única base firme para la defensa del internacionalismo durante la Segunda Guerra mundial y en los años siguientes. La defensa del Estado “obrero degenerado”, junto a la ideología de apoyo a la democracia contra el fascismo, llevaron al movimiento trotskista oficial a una capitulación abierta ante el chovinismo y a integrarse en el campo imperialista aliado. Tras la guerra, los trotskistas se situaron como propagandistas del imperialismo ruso contra su rival americano.

En cuanto a aquellos que plantearon la teoría de una nueva sociedad burocrática, pronto concluyeron que las democracias occidentales resultaban más progresistas que el régimen bárbaro de Rusia, o bien simplemente desaparecieron al creer que el marxismo ya no tenía ninguna validez. Por el contrario, los grupos y elementos que rompieron con el trotskismo en los años 40 a causa de su abandono del internacionalismo, lo hicieron convencidos de que Rusia era un Estado capitalista e imperialista. Hablamos del grupo en torno a Munis, de los RKD alemanes, de Agis Stinas en Grecia… y por supuesto de Natalia Trotski que siguió las recomendaciones políticas de su compañero y tuvo el coraje de reexaminar la ortodoxia “trotskista” a la luz de la Segunda Guerra mundial y de los preparativos para una tercera que sucedieron a la anterior.

CDW

El próximo artículo de esta serie versará sobre la posición de la Izquierda italiana a propósito de la cuestión rusa, y mostraremos por qué fue esta corriente la que estableció el mejor marco de análisis para resolver finalmente el “enigma ruso”.


[1] Hemos adaptado para nuestro titular, el título de un artículo escrito por Treint, un miembro francés de la Oposición (“Para descifrar el enigma ruso: Tesis del camarada Treint sobre la cuestión rusa”), redactado para la conferencia de 1933. De todas formas debemos señalar que la teoría de Treint, es decir la de un nuevo sistema de explotación que representa el capitalismo de Estado, únicamente consigue añadir nuevos misterios.

[2] Es importante reseñar aquí la posición final de Miasnikov sobre la cuestión de la URSS. En 1929 Miasnikov se encontraba exiliado en Turquía e inició una correspondencia con Trotski. A pesar de las profundas diferencias que les separaban, él reconocía la importancia de Trotski para el conjunto de la oposición internacional contra el estalinismo. Miasnikov escribió un folleto sobre la burocracia soviética, que envió a Trotski pidiéndole que escribiera un preámbulo. Trotski se negó a ello ya que el texto argumentaba que Rusia era un sistema de capitalismo de Estado y que la burocracia era una clase dominante: Según Avrich en su ensayo “La Oposición bolchevique a Lenin: G.T. Miasnikov y el Grupo obrero” (publicada en The Russian Review – La Revista rusa –, vol. 43, 1984), el texto de Miasnikov arroja cierta luz sobre el proceso de pérdida del poder por parte del proletariado y de consolidación de la dominación de la burocracia stalinista. Avrich también comenta que “Dado que como capitalismo de Estado organizó la economía de modo más eficiente que el capitalismo privado; Miasnikov lo consideró históricamente progresista”; pero en una nota a pie de página afirma que Tianov, otro miembro del Grupo obrero que estuvo encarcelado junto a Ciliga, consideraba el capitalismo de Estado como regresivo. El folleto de Miasnikov apareció publicado en Francia en 1931, en lengua rusa, bajo el título de Ocherednoi obman (la actual decepción). Por lo que sabemos no ha sido traducido a otra lengua, una tarea que quizás pueda ser acometida por el nuevo medio proletario que emerge en Rusia. La CCI puede facilitar una copia del texto disponible en ruso si hay compañeros dispuestos a traducirlo. 

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [17]

Personalidades: 

  • Miasnikov [18]
  • Trotski [19]
  • Korsch [20]
  • Bordiga [21]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [12]

Acontecimientos históricos: 

  • Enigma ruso [22]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [23]

La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido (II)

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Ante todo: una cuestión de método en la discusión

En la primera parte de este artículo "nos hemos esforzado por contestar a la tesis del BIPR según la cual organizaciones como la nuestra se habrían "alejado del método y de las perspectivas de trabajo que llevan a la composición del futuro partido revolucionario". Para ello, hemos tenido en cuenta los dos niveles en que se plantea el problema de la organización (cómo concebir la futura internacional y qué política llevar a cabo para la construcción de la organización y el agrupamiento de los revolucionarios); y en ambos niveles, hemos demostrado que es el BIPR, y no la CCI, quien se sale de la tradición de la Izquierda comunista italiana. En realidad, el eclecticismo que guía al BIPR en su política de agrupamiento recuerda más al de un Trotski metido en su construcción de la IVª internacional; la visión de la CCI, en cambio, es la de la Fracción italiana, la cual siempre combatió para que el agrupamiento se hiciera con la mayor claridad, y gracias a ello poder ganarse a los elementos del centro, a los indecisos" (1).

Sacábamos esas conclusiones al final de un artículo de 7 páginas, y que no tiene nada que ver con elucubraciones sin sentido, sino que son la expresión de un esfuerzo realizado por la defensa de un método de trabajo, el nuestro, y de una crítica firme pero fraterna hacia un grupo político que nosotros consideramos, sin la menor duda, que está del mismo lado de la frontera de clase que nosotros. Para ello, nuestros argumentos críticos en los debates con el BIPR siempre han tenido como base sus propios textos - que nosotros procuramos reproducir lo mejor que podemos en nuestros artículos. Nuestros argumentos se basan en una confrontación con la tradición común de la Izquierda comunista para así comprobar la validez de tal o cual hipótesis en la difícil labor de construcción de la vanguardia revolucionaria..

Como respuesta, Battaglia Comunista (BC), uno de los componentes del BIPR, ha publicado un artículo (2) que plantea más de un problema. En realidad, el artículo es una respuesta a la CCI, a la que únicamente se cita cuando no les queda más remedio. El conjunto del artículo es superficial, sin citas de nuestras posiciones, que son, en cambio, sintetizadas por BC reproduciendo algunas de una manera patentemente deformada (estamos dispuestos a pensar que eso se debería a una incomprensión de ellas y no a la mala fe).

En fin de cuentas, aparece claramente a través de ese artículo, que lo que busca BC son "efectos de estilo" para atraerse la simpatía de sus lectores y no plantear abiertamente las cuestiones y confrontarlas. BC parece negarse a situarse en el único terreno de confrontación posible, terreno en el que estaba construida nuestra respuesta, el método histórico.

Síntoma de esa actitud es el juicio de BC sobre nuestro artículo, el cual expresaría "acritud" y en el cual habría "bilis y calumnias"(3). Esta actitud de BC confirma plenamente, a nuestro entender, la crítica de oportunismo que hemos dirigido al BIPR en el artículo precedente, pues, históricamente, el oportunismo ha procurado evitar siempre los debates políticos serios pues ponen evidentemente de relieve sus propios fallos. En cuanto a nosotros, remitimos al lector a nuestro artículo anterior para que así pueda medir hasta qué punto la respuesta de BC es falsa cuando no de mala fe (4). No vamos a seguir a BC por ese camino, perdiéndonos en polémicas estériles e interminables. Vamos a procurar en este nuevo artículo dar elementos suplementarios sobre el tema de la construcción de la organización de los revolucionarios. Esto, a través de:

  1. una respuesta a la argumentación sobre el tema presentada por BC en su artículo;
  2. una respuesta a las críticas del BIPR sobre nuestro pretendido idealismo, el cual sería la causa de nuestra incapacidad y nuestra inaptitud para ser una fuerza digna de participar en la construcción del partido mundial.

Más sobre la construcción del partido

La segunda parte del articulo de BC intenta defender su propia política oportunista de construcción del partido internacional en oposición a nuestra manera de proceder. Vamos a recordar los elementos esenciales desarrollados anteriormente en respuesta a la crítica del BIPR sobre cómo crear secciones nacionales de una organización internacional. El BIPR escribe:

"Negamos por principio y con la base de las diferentes resoluciones de nuestros congresos, la hipótesis de que se creen secciones nacionales mediante germinación de brotes de una organización preexistente, aunque fuera la nuestra. No se construye una sección nacional del partido internacional del proletariado creando en un país, de modo más o menos artificial, un centro de redacción de publicaciones redactadas en otro país y, de todos modos, sin vínculos con las batallas políticas reales y sociales en el propio país." (subrayado nuestro) (5).

Y así respondíamos nosotros esa Revista internacional nº 103: "Es evidente que nuestra política de agrupamiento internacional está ahí ridiculizada intencionadamente, cuando se habla de "de brotes de una organización preexistente", de creación "en un país, de modo más o menos artificial, de un centro de redacción de publicaciones redactadas en otro país", una manera de inducir una especie de sentimiento difuso de rechazo a la estrategia de la CCI."

"(…) Según el BIPR, si surge un nuevo grupo de camaradas, supongamos en Canadá, que se acerca a las posiciones internacionalistas, ese grupo podrá sacar provecho de la contribución crítica fraterna, incluso polémica, pero deberá crecer y desarrollarse a partir del contexto político de su propio país, vinculado a "las batallas políticas reales y sociales en el propio país". Lo cual quiere decir para el BIPR, que el contexto actual y local de un país particular es más importante que el marco internacional e histórico determinado por la experiencia del movimiento obrero. ¿Cuál es, en cambio, nuestra estrategia de construcción de la organización a nivel internacional" (…) Haya uno o cien candidatos que quieren militar en un nuevo país, nuestra estrategia no es crear un grupo local que deba evolucionar en dicho territorio "vinculado a las batallas políticas reales y sociales en el propio país", sino integrar lo antes y mejor posible a esos nuevos militantes en el trabajo internacional de organización, dentro del cual, de manera central, se incluye la intervención en el país de los camaradas que en él se encuentran. Por eso, incluso con exiguas fuerzas, nuestra organización procura estar cuanto antes presente con una publicación local bajo la responsabilidad del nuevo grupo de camaradas, pues es, sin lugar a dudas, el medio más directo y más eficaz para ampliar, por una lado, nuestra influencia y, por otro, proceder directamente a la construcción de la organización revolucionaria. ¿Qué hay ahí de artificial? ¿Por qué hablar de no se sabe qué germinación de brotes preexistentes? Que nos lo expliquen."

Lo que de verdad sorprende es que, frente a nuestros argumentos, BC no es capaz de oponer el más mínimo argumento político. Lo único que dice es que… no se lo cree. Esta es, en efecto su postura: "¿Puede pensarse en una "expansión" multinacional de las organizaciones más fuertes y más representativas? No. Porque la política revolucionaria es una cosa seria: no puede uno imaginarse que una "sección" de unos cuantos camaradas en un país diferente del de la sección "madre" pueda ser concretamente un elemento de una organización de verdad [¿y por qué no?, NDLR].

"Hay que tener el valor de reconocer las dificultades para hacer funcionar realmente una organización a escala nacional; la coordinación misma de una "campaña" a escala nacional no siempre es completa: la distribución de la prensa en las condiciones organizativas nuestras, de "escasas fuerzas", se resiente del menor cambio en la disponibilidad de los militantes y solo podemos avanzar con los elementos concretos de la organización"

¡Ésa es pues la verdad!. BC cree que es imposible constituir una organización internacional simplemente porque ella misma es incapaz de gestionar una organización como la suya a nivel nacional. ¡No será porque BC no sea capaz que la cosa es imposible! La existencia de la CCI es un desmentido total a esa argumentación. BC habla de la dificultad de difundir la prensa a nivel internacional, pero es incapaz de ver (es solo un ejemplo) que la prensa en inglés y en español de la CCI (especialmente esta Revista internacional) se difunde en unos veinte países del mundo en los que no existe obligatoriamente una sección. No se da cuenta tampoco que nuestra organización es capaz, y así lo ha demostrado cada vez que ha sido necesario, de difundir, a la vez, el mismo panfleto en todos los países en los que está presente e incluso en otros. Una vez más, BC no ve una realidad patente, que la CCI es una organización unitaria de verdad, una organización que actúa, piensa, trabaja e interviene como cuerpo político único, como organización internacional, sea cual sea el tamaño de la sección de tal o cual país.

Todo eso da una idea del valor de los argumentos de BC cuando dice que " Hay que tener el valor de reconocer las dificultades para hacer funcionar realmente una organización", un argumento que se usa únicamente para negar la posibilidad de construir ya hoy una organización internacional, un argumento sin la menor base científica.

Pero hay más en el artículo de BC. De él emerge una idea perniciosa sobre la manera con la que debe desarrollarse una organización en un país:

"Además, una minisección, llegada del cielo, no tiene la posibilidad de implantarse en la escena política de ese país, posibilidad que sí tiene una organización - y en este caso poco importa que sea pequeña - que ha surgido de ese escenario político, orientándose hacia posiciones revolucionarias. (…) Los que no comprenden o fingen no comprender que la identidad política no basta para hacer una organización, una de dos: o no poseen el sentido de la organización, o les falta tanta experiencia organizativa que creen que la cuestión no viene al caso. (…) No se vuelve uno capaz de cumplir sus tareas si no se desarrolla la tarea primordial de arraigarse, aunque sea de forma limitada hoy, en la clase" (6). Nos inquieta, de verdad, el sentido de ese pasaje. Lo que se saca de lo expuesto por BC es que vale más tener un grupo "surgido de esa escena política [del lugar], orientándose hacia posiciones revolucionarias", sin que importe el grado de confusión al principio, que tener en el mismo territorio "una minisección caída del cielo".

El verdadero "arraigo" de una organización en la clase no se juzga en saber si sus posiciones son momentáneamente más o menos "populares" entre los obreros. Eso es inmediatismo y oportunismo. El arraigo verdadero se juzga a una escala histórica, entre la experiencia del pasado de la clase y su porvenir. El principal criterio de "arraigo" es la claridad programática y los análisis que permiten a una organización:

  • aportar una verdadera contribución frente a las confusiones que puede haber entre los obreros;
  • construirse sólidamente para el porvenir.

En eso estribó el debate entre Lenin y los mencheviques. Éstos querían recabar una influencia mayor abriendo las puertas del partido a elementos confusos y vacilantes. Fue también ése el debate, en los años 1920, entre la Izquierda italiana y la mayoría de la IC en relación con la formación de los PC (con bases "estrechas" según la idea de la izquierda o "amplias" según la de la IC), sabiendo justamente que la IC buscaba tener un "arraigo" en las masas obreras lo más rápido posible. Y lo mismo en cuanto a la posición de la Fracción frente a la de los trotskistas en los años 1930. El arraigo de la organización en la clase nunca debe hacerse rebajando los principios y quitándoles hierro. Esa es una de las grandes enseñanzas del combate de la Izquierda del que el BIPR se olvida hoy, como lo había olvidado ya el PC Internacionalista en 1945.

De hecho, lo insubstancial de la argumentación de BC se debe a que este grupo se niega obstinadamente a contestar a dos preguntas de fondo, preguntas que les habíamos planteado en nuestro artículo precedente:

  1. ¿Considera BC que el principio sobre la construcción de la organización que el movimiento obrero expresó en el pasado, y especialmente la Izquierda, era errónea? Y en este caso ¿por qué?
  2. Si BC no lo considera así, ¿le parece entonces que la fase histórica actual es radicalmente diferente de la los tiempos de Lenin y de Bilan (del mismo modo que hubo una diferencia de fondo entre el período ascendente y el período decadente del capitalismo), exigiendo un tipo de organización diferente? Y si es así, ¿por qué?

Seguimos esperamos la respuesta.

Acerca de nuestro pretendido idealismo

BC, ya se sabe, nos acusa de idealismo y de que analizamos la actualidad con ese enfoque. Últimamente, en una reunión pública de Battaglia comunista en Nápoles, a una petición de explicaciones sobre nuestro pretendido idealismo, BC contestó así: "Hay tres puntos que caracterizan el idealismo de la CCI:

"El primero es el concepto de decadencia: es un concepto que nosotros también usamos; pero no se puede explicar el conflicto de decadencia basándose únicamente en factores sociológicos. El problema es que puede explicarse la decadencia basándose en la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Nosotros decimos que el capitalismo sufre su decadencia no porque haya crisis (crisis cíclicas las ha habido siempre), sino porque ésta es una crisis particularmente grave. Decimos que la CCI es idealista porque el concepto de decadencia es abstracto, idealista. En segundo lugar, el análisis del imperialismo: cuando existía la URSS, estábamos acostumbrados a ver el imperialismo con dos caras, la URSS y los Estados Unidos. Uno de los dos polos desapareció, el otro domina en el plano militar, económico, etc. Hay sin embargo, en esta nueva situación, una tentativa de agrupamiento imperialista en Europa. ¿Cómo puede ahora la CCI explicar esta nueva fase hablando únicamente de caos? La CCI confunde las aspiraciones conscientes a predominar en el ruedo imperialista con el caos.

"La tercera razón es la cuestión de la conciencia y es lo más importante. Hemos oído cosas increíbles, cosas como que la clase obrera posee tal nivel de conciencia que ha podido impedir una tercera guerra mundial."

Suponemos que con esa crítica sobre el idealismo, BC quería acusar a nuestra organización de no estar en los problemas reales y dedicarse a delirar. Lo que nosotros comprendemos, en cambio, y eso es lo que intentamos demostrar, es que esa crítica de BC se basa en una comprensión deficiente y poco profunda de nuestros análisis políticos que solo se justifica por el deseo incontenible de querer desmarcarse de nuestra organización.

Intentemos pues a dar algunos elementos de respuesta, aunque evidentemente nos es imposible hacer aquí unas exposiciones apropiadas a temas tan amplios.

La decadencia del capitalismo. Es cierto que el análisis de la CCI es diferente del de BC. Es totalmente falso, en cambio, que para nosotros "el concepto económico de decadencia" se explique "basándonos únicamente en factores sociológicos". Los camaradas de BC saben perfectamente que, mientras que su posición se basa en la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, la CCI se refiere a los aportes teóricos sucesivos de Luxemburg (7) sobre la saturación de los mercados y la práctica desaparición de los mercados extracapitalistas, lo cual no excluye ni mucho menos, el factor de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Nuestra posición, por lo tanto, también tiene una base económica y ni mucho menos sociológica. De todos modos, más allá de ambas explicaciones económicas diferentes, el aspecto fundamental es que ambos análisis llevan a la misma visión histórica que es la de la decadencia del capitalismo, en la cual estamos totalmente de acuerdo. ¿Dónde está, pues, el idealismo?

Imperialismo y caos. Si, sobre este tema, la CCI defendiera efectivamente la posición que dice BC que tiene, no será creíble en absoluto. Para nosotros el caos guerrero no es un fenómeno en sí, sino la consecuencia precisamente de la desaparición de los dos bloques imperialistas después de 1989 y de la pérdida de la disciplina interna que implicaba su existencia, disciplina que, en la época de la guerra fría, había garantizado en fin de cuentas, a pesar de los peligros de guerra mundial, cierta "pacificación" en el seno de cada bloque y en el ruedo internacional.

Según BC, "la CCI confunde las aspiraciones conscientes a predominar en el ruedo internacional con el caos". ¡Ni mucho menos! La CCI, precisamente a partir de las aspiraciones conscientes de cada Estado para hacer prevalecer sus intereses imperialistas en el ruedo mundial, no solo de las grandes potencias, sino también de los países menores, ve en la situación actual una tendencia conflictiva cada vez más extendida y en todas direcciones, una tendencia de cada cual a enfrentarse a todos los demás, mientras que no existen, o al menos por ahora (y es algo que debe excluirse a corto plazo) nuevos bloques imperialistas que puedan reunir y orientar en una sola dirección las veleidades imperialistas de cada país (8).

En esta nueva situación, al ir desapareciendo la disciplina de la que hablábamos antes, cada país se ha lanzado a aventuras imperialistas enfrentándose cada vez más a los demás, de ahí el caos, es decir una situación sin control ni disciplina pero cuya dinámica fundamental es muy clara. ¿Es acaso nuestra posición disparatada e… idealista?

En fin, sobre la clase obrera que impide la guerra: recordemos, una vez más, que cuando afirmamos que la reanudación histórica de la lucha de clase iniciada en 1968 impidió que la burguesía fuera hacia la conclusión de la crisis del capital, o sea hacia una tercera guerra mundial, no queremos decir en absoluto que la clase obrera fuera consciente del peligro de guerra y se opusiera conscientemente a él. Si así hubiera sido, estaríamos sin la menor duda en una fase prerrevolucionaria, lo cual, evidentemente, no es el caso. Lo que sí queremos decir, en cambio, es que la reanudación histórica ha vuelto la clase obrera mucho menos manipulable por la burguesía que en los años 1940 y 1950. El no tener al proletariado a su plena disposición es lo que le ha planteado problemas a la clase dominante, impidiéndole lanzarse en un conflicto imperialista generalizado.

En efecto, en el período actual, incluso si la combatividad y la conciencia de clase están a un bajo nivel, la burguesía no tiene capacidad de encuadrar a los obreros de los países avanzados tras las banderas de la guerra (sean éstas la nación, el antifascismo o el anti-imperialismo). Para hacer la guerra no basta con disponer de obreros poco combativos, se necesitan obreros dispuestos a arriesgar su vida por algún ideal de la burguesía.

El BIPR, que hoy se las da de aleccionador, de sabelotodo, ha tenido y sigue teniendo notorias dificultades para analizar la situación internacional. Cuando la caída del bloque del Este, por ejemplo, BC no tuvo al principio las ideas muy claras que digamos. Atribuyó la "caída" del bloque del Este a un proceso que habría sido conducido por Gorbachov para redistribuir las cartas entre los bloques e intentar marcar puntos frente al imperialismo americano:

"Lo que se acaba, o se ha acabado ya, son los equilibrios de Yalta. Las cartas se están volviendo a repartir en medio de una crisis que, si ya golpea dramáticamente la zona del rublo, también va a seguir desarrollándose en el área del dólar (…) Gorbachov juega con habilidad en los dos tapetes: en el de Europa y en el de la otra superpotencia. La marcha hacia un acercamiento entre la Europa del Este y la del Oeste no es algo que vaya a tranquilizar a los USA y Gorbachov lo sabe" (de "Las cartas de redistribuyen entre los bloques: las ilusiones sobre el socialismo real se desmoronan", Battaglia Comunista nº 12, diciembre de 1989) (9).BC habló también entonces de apertura de nuevos mercados en los países del Este, que podrían dar oxígeno a los países occidentales: "El hundimiento de los mercados de la periferia del capitalismo, los de Lationoamérica por ejemplo, ha creado nuevos problemas de solvencia en la remuneración del capital…Las nuevas oportunidades abiertas en Europa del Este podrían representar una válvula de seguridad para las necesidades de inversión… Si se concreta ese largo proceso de colaboración Este-Oeste, habrá un nuevo oxígeno para el capital internacional" (10).

Cuando la burguesía rumana a principio de los 90, decide deshacerse del dictador Ceaucescu, recurriendo a una puesta en escena de lo más dramático para alentar en la gente la sed de democracia (que es la dictadura más eficaz de la burguesía), BC llegó a hablar de Rumania como de un país en el que estaban reunidas "todas las condiciones objetivas y casi todas las subjetivas para que pueda proseguir la insurrección y convertirse en verdadera revolución social, pero la ausencia de una fuerza auténticamente de clase ha dejado cancha abierta a las fuerzas favorables al mantenimiento de las relaciones de producción burguesas" (Battaglia Comunista nº 1, enero de 1990)

¿Y qué decir del artículo escrito por simpatizantes de Colombia y publicado por BC en la primera página de su periódico? Artículo en el que la situación en ese país es presentada como casi insurreccional y eso sin el menor comentario o crítica por parte de BC:

"En los últimos años, los movimientos sociales en Colombia (…) han adquirido un radicalismo y una amplitud considerables (…) Hoy, las huelgas se transforman en motines, las paralizaciones urbanas en revueltas, las protestas de las masas urbanas se concluyen con violentos enfrentamientos callejeros (…) Resumiendo: en Colombia, hay un proceso insurreccional en curso, desencadenado por mecanismos capitalistas y por la agudización y la extensión del conflicto entre los dos frentes militares burgueses" (extracto de Battaglia Comunista nº 9, septiembre de 2000, subrayado nuestro).

Cabe preguntarse a ese respecto dónde están los idealistas. ¿En nuestros artículos o en los análisis delirantes del BIPR? (11)

Últimos disparates sobre la decadencia

Hay cosas todavía más graves. Lo que hemos notado desde hace algún tiempo a ese respecto, es que BC lanza juicios despectivos sobre el campo proletario, el cual "habría fracasado por no haber estado a la altura de las tareas del momento" y, a la vez, es BC la que precisamente pone en entredicho, una tras otra, las piedras angulares de su análisis (y del nuestro) sobre el período histórico actual, dejando cada día más espacio a la improvisación del redactor que le ha tocado escribir el artículo. Hemos tenido nosotros que intervenir con tono polémico en los debates de BC para corregir un importante traspié sobre el papel de los sindicatos en la fase actual (12) que se contradecía con los propias posiciones históricas de BC. Pero he aquí que en el mismo artículo de Prometeo nº 2, nos encontramos con una serie de pasajes que vuelven a tratar el tema, sin hacer la menor mención a la polémica anterior, poniendo en entredicho el concepto mismo de decadencia del capitalismo, posición que une desde siempre a nuestros organizaciones, el BIPR y la CCI, y que es una herencia del movimiento revolucionario, de Marx, de Engels, de Rosa Luxemburg y de Lenin (de quienes, sin embargo, el BIPR se reivindica), de la IIIª Internacional y hasta las Izquierdas comunistas que de ésta surgieron tras la desaparición de la oleada revolucionaria en los años 20.

De hecho, el artículo define la situación actual de manera extraña, con "fases ascendentes del ciclo de acumulación" y "fases de decadencia del ciclo de acumulación" y no de período histórico de decadencia irreversible del capitalismo por oposición a la fase histórica precedente, con sus ciclos de crisis, sí, pero globalmente fase de desarrollo general: "Hay (…) un esquema. Es el que divide la historia del capitalismo en dos grandes épocas, la de la ascendencia y la de la decadencia. Casi todo lo que era válido para los comunistas en la primera ya no lo es en la segunda, precisamente por el hecho de que ya no es una fase de crecimiento sino de decadencia. ¿Un ejemplo? Los sindicatos servían y se justificaba que los revolucionarios trabajaran en ellos para ocupar su dirección; después ya no fue válido. Ni la sombra de una referencia al papel histórico institucional de mediación del sindicato; todavía menos a la relación entre ese papel y las diferentes fases del capitalismo, o del vínculo objetivo entre las cuotas de ganancia y el campo de la negociación (…) En las fases ascendentes del ciclo de acumulación, el sindicato, como "abogado" puede arrancar concesiones salariales y reglamentarias (pero inmediatamente recuperadas por el capital); en las fases de decadencia del ciclo, quedan reducidos a cero los márgenes de mediación y el sindicato, que sigue con la misma función histórica, se ve reducido a hacer de mediador, sí, pero a favor de la conservación, operando como agente de los intereses capitalistas en el seno de la clase obrera.

"La CCI, al contrario, divide la historia en dos partes: cuando los sindicatos son positivos para la clase obrera - sin especificar en qué terreno - y cuando se vuelven negativos.

"Esos esquematismos se verifican en la cuestión de las guerras de liberación nacional. "Y es así como la proposición formal de posiciones indiscutibles y, por lo tanto que, en apariencia, podríamos compartir, está acompañada de una divergencia sustancial, o incluso de una no pertenencia al materialismo histórico y de una incapacidad para examinar la situación objetiva" (13).

Puesto que esa parte del artículo está escrita refiriéndose explícitamente a la CCI, debemos nosotros hacer notar que BC tiene una memoria corta si ya ni siquiera se acuerda de las posiciones de base de la CCI sobre los sindicatos, posiciones desarrolladas en decenas y decenas de artículos y, en especial, en un folleto dedicado a ese tema (14), en el cual nos referimos ampliamente " al papel histórico institucional de mediación del sindicato" y a "la relación entre ese papel y las diferentes fases del capitalismo". Invitamos a los camaradas a leer o a volver a leer nuestro folleto para que se den cuenta hasta qué punto las afirmaciones de BC no tienen la menor base.

Nos parece, sin embargo, importante recordar lo que escribieron Marx y Engels hace siglo y medio:

"A cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, utilizando un término jurídico, con las relaciones de propiedad en cuyo seno se habían desarrollado hasta entonces. Esas relaciones, tras haber sido formas de desarrollo de las fuerzas productivas, se transforman en trabas de esas fuerzas. Se llega así a una época de revolución social" (15).

Estamos dispuestos a creer que BC ha hecho un simple error de escritura, utilizando términos inapropiados al intentar contestar a nuestros argumentos. Si así no fuera, cabría preguntarse qué significa lo escrito por BC. ¿Significa que tras una fase de recesión y con la reanudación de un ciclo de acumulación la clase obrera puede contar de nuevo con los sindicatos para "arrancar concesiones salariales y reglamentarias"? Si así fuera, nos interesaría saber cuáles han sido, según ella, en las últimas décadas "las fases de ascendencia del ciclo de acumulación" y cuáles han sido las "concesiones salariales yreglamentarias" correspondientes, obtenidas por la clase obrera gracias a los sindi catos. También, respecto a las luchas de liberación nacional, que la CCI analizaría con un "igual esquematismo", ¿qué quieren decir los camaradas de BC? ¿Que podría apoyarse a Arafat u a otros con tal de que esté asegurado el ciclo de acumulación del capital y que no haya recesión? Si no es ésta la buena interpretación, ¿qué quiere decir BC?

Concluyendo

Hemos demostrado en este segundo artículo que no es la CCI la que tendría una visión idealista de la realidad, pero que sí es BC la que va dando tumbos en plena confusión teórica y que tiene un enfoque oportunista en su intervención. Tenemos la sensación de que todos los argumentos empleados por BC en su polémica contra "un campo político proletario que ya no está a la altura de las tareas del momento y que, por lo tanto, se ha quedado atrás" no son más que humo con el que ocultar sus propios descarrilamientos oportunistas, incluso en el plano programático, que empiezan a ser de lo más preocupante. Respecto a la tendencia actual del BIPR, en particular, a considerarse como "solo en el mundo" frente a un "un campo político proletario que ya no está a la altura de sus tareas", sería muy conveniente que los camaradas volvieran a leer el folleto y otros muchos textos que ellos han escrito en polémica contra los bordiguistas, textos en los que critican con mucha razón el que cada grupo bordiguista se considere como EL PARTIDO y todos los demás como basura. Por eso invitamos a BC (y al BIPR) a tomarse en serio nuestras críticas sin ocultarse tras acusaciones ridículas de que esas críticas se deberían a una descarga de bilis y cosas por el estilo. Procuremos estar todos a la altura de nuestras tareas.

Ezechiele, 9 de marzo de 2001

1. "La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido", Revista internacional nº 103.

2. "La nueva internacional será el Partido internacional del proletariado", en Prometeo nº 2, diciembre de 2000.

3. Hay que notar que en el movimiento obrero, las acusaciones de "calumnia", "bilis", etc. son típicas de elementos centristas y oportunistas hacia las polémicas hechas contra ellos por las corrientes de izquierda (a Lenin lo consideraban como un "horrible calumniador" cuando entabló el combate contra los mencheviques. Rosa, de igual modo, fue acusada de "histérica" cuando entabló la pelea contra Bernstein y más tarde contra Kautsky sobre la huelga de masas). Mejor que acusaciones de ese estilo, le preguntamos al BIPR en qué son falsas nuestras críticas, o "calumniadoras". No basta con afirmar. Hay que demostrar. Por lo demás, el BIPR no es el más indicado para hacer ese tipo de críticas, pues no andan cortos en calificativos, en especial, sin el menor argumento, cuando les da por decir que nosotros ya no formamos parte del campo proletario. Es la historia de quien ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo.

4. Hay que notar que los camaradas de BC recibieron nuestra primera respuesta con bastante rencor, porque ellos asocian el calificativo "oportunista" a "contrarrevolucionario". Esta asociación, para cualquiera que conozca la historia del movimiento obrero, es totalmente errónea, sin el menor fundamento. Es, como mínimo, expresión de ignorancia política. El oportunismo siempre ha sido identificado como deformación de posiciones revolucionarias, y eso dentro del movimiento obrero. Es la ambigüedad y la ausencia de claridad del bordiguismo (y de BC también) lo que les permite seguir llamando oportunistas a formaciones políticas que en realidad se pasaron al campo de la contrarrevolución, como así fue con los diferentes PC estanilistas, identificando así oportunismo y contrarrevolución.

5. BIPR, "Verso la Nuova Internazionale" (Hacia la nueva Internacional), en Prometeo nº 1, serie VI, junio de 2000, citado ya en nuestro artículo del nº193 de esta Revista.

6. "La nueva internacional será el Partido Internacional del proletariado".

7. Ver especialmente las dos obras principales de Rosa Luxemburg en las que desarrolla esa teoría:La acumulación del capital , y En qué han convertido los epígonos de la teoría de Marx: una anticrítica, obras ambas que se suelen publicar juntas.

8. Uno de los factores de más importancia por los cuales la formación de nuevos bloques no está a la orden del día es que no existen países capaces de rivalizar mínimamente con Estados Unidos en el plano militar. Se necesitarían años (quizás una década) para que un país como Alemania pueda disponer de una potencia militar creíble.

9. Para comprender mejor esa ausencia de visión por parte de BC, ver también "La "Tormenta del Este" y respuesta de los revolucionarios", Revista internacional nº 61).

10. Idem.

11. Recordemos también que cuando las huelgas en Polonia de agosto de 1980, la CWO lanzó la consigna de "¡Revolución, ya!" en su periódico, cuando, en realidad, la situación no era nada revolucionaria. Los camaradas de la CWO nos dijeron después que fue un accidente, que ese título fue cosa de un militante, sin el acuerdo de los demás miembros, y que el periódico fue inmediatamente retirado de la circulación. Aceptamos esas explicaciones, pero hay que reconocer, sin embargo, que en la CWO de entonces no había una gran claridad tanto política como organizativa, puesto que uno de sus miembros pudo pensar y escribir semejante absurdo sin que la organización pudiera impedir su publicación. El militante de marras debía ser probablemente alguien con bastante responsabilidad puesto que CWO le otorgó la de publicar el periódico sin control previo por parte de la organización o de un comité de redacción. Solo entre los anarquistas puede ocurrir ese tipo de patinazo individual o, también, en el Partido socialista italiano, en 1914-15, cuando Mussolini publicó sin avisar a nadie un editorial en Avanti llamando a participar en la guerra. Pero en aquel entonces, el Benito era nada menos que director del diario (y había sido comprado secretamente por Cachin con fondos del gobierno francés). En todo caso, la organización interna de CWO dejaba que desear en los años 80. Es de esperar que haya mejorado desde entonces.

12. Ver artículo "Polémica con Battaglia comunista: ¿han cambiado los sindicatos de función con la decadencia del capitalismo?", en Rivoluzione Internazionale nº 116 (publicación de la CCI en Italia)

13. "La nueva internacional será el Partido Internacional del proletariado", p. 8-9. 14. Los sindicatos contra la clase obrera, folleto de la CCI, con versiones en las diferentes lenguas de las secciones territoriales de la organización. 15. Marx y Engels, "Prefacio" a la Contribución a la crítica de la economía política.

Series: 

  • Polémica en el medio político: sobre agrupamiento [24]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [25]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [26]

Cuestiones teóricas: 

  • Partido y Fracción [27]

La posición del Grupo comunista internacionalista de Holanda (GIC) …y la URSS

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El artículo de Räte Korespondenz,  órgano del Grupo comunista internacionalista de Holanda (GIC) ([1]), que aquí publicamos ([2]), merece ser sacado del olvido y conocido por nuestros lectores. En los años 30, el GIC fue el grupo central representante de la Izquierda comunista germano-holandesa, situado en la encrucijada de esta tradición. Así es como en 1933 se encarga de la labor de agrupamiento del conjunto de aquella corriente; publica Proletarier, revista internacional del comunismo de consejos, así como un servicio de prensa en alemán. A Proletarier le seguirá Räte Korespondenz en tanto que órgano “teórico y de discusión del movimiento de consejos”.

Antes de dedicarnos a estudiar su contenido, es importante hacer resaltar que este texto muestra el apoyo de toda la Izquierda comunista a la Revolución rusa y al Partido bolchevique. Es, pues, evidente que la Izquierda comunista germano-holandesa no adoptaría su posición sobre el “carácter burgués de la Revolución rusa” sino bastante más tarde.

Se suele decir que el origen del movimiento comunista de consejos (que niega la experiencia proletaria rusa y considera que el Partido bolchevique no fue un partido revolucionario sino un órgano “ajeno” a la clase obrera) es 1934 con las Tesis sobre el bolchevismo ([3]) de Helmut Wagner. Esta idea admitida se basa en una visión limitada de la realidad ([4]), puesto que en realidad hubo debates encarnizados en la GIC sobre la cuestión, la cual no estaba ni mucho menos zanjada, de la naturaleza del bolchevismo, como lo muestra este artículo de 1936-37 que aquí publicamos.

¿Que dice el texto?

  1. Que la Revolución rusa fue una revolución proletaria.
  2. Que no existe nada de común entre la revolución y Stalin en los años 30: “Jamás se vio hombre político romper tan radicalmente con la línea seguida hasta entonces como Stalin en 1931”.
  3. Que la URSS es un capitalismo de Estado: “En lugar de los poderosos capitalistas individuales, unos aparatos estatales omnipotentes acosaban el obrero a entregar sus últimas fuerzas, dándole a cambio un sueldo que apenas daba para sobrevivir”. “Esa relación del obrero ruso con el Estado ¿no es parecida a la del esclavo asalariado de Europa occidental respecto a su patrón?”.
  4. Que la contrarrevolución manifestó rápidamente sus primeros efectos: “No fue ayer cuando fueron introducidas las relaciones capitalistas de clase en URSS, como tampoco es a partir de 1931 que URSS es capitalista. Lo fue esencialmente a partir de el momento en que fueron derribados los últimos soviets obreros libremente elegidos...”.
  5. En cuanto a la naturaleza de los bolcheviques, resulta claro que los viejos bolcheviques “ya llevan muchos años en oposición irreductible al régimen. Son un elemento ajeno al sistema ruso y éste los va eliminando”.

Las Tesis sobre el bolchevismo no serán las bases del comunismo de consejos más que en la segunda posguerra, cuando empiece a desarrollarse lo que se ha dado en llamar consejismo. Y hasta en aquel entonces, no toda la corriente de la Izquierda comunista germano-holandesa estaba de acuerdo con aquel marco: Ian Appel, por ejemplo, antiguo miembro del KAPD y delegado en el IIº congreso de la Internacional comunista, jamás aceptó la idea de que la Revolución rusa no hubiera sido sino una revolución burguesa.

El debate sobre el carácter de la URSS en los años 30 fue la discusión central y movilizó a todos los grupos de la izquierda comunista, como lo pone en evidencia el folleto que acabamos de publicar (en francés) sobre la Izquierda comunista de Francia ([5]).

Sin embargo, el GIC entiende mucho más rápidamente que la Izquierda comunista italiana el carácter de capitalismo de Estado del sistema en la URSS. La Izquierda italiana no adoptará esta posición más que con la Segunda Guerra mundial, a pesar de haber abordado el problema en los años 30 sin llegar a conclusiones definitivas. La Izquierda comunista italiana siempre fue muy prudente al enunciar una nueva posición política. Tuvo siempre como principio examinar todas las consecuencias políticas de una posición antes de adoptarla; y este método fue el que siempre le permitió mantener el rumbo en lo político y lo teórico.

La validez del método de la Izquierda italiana

Tanto sus posiciones como su política ante la degeneración del movimiento comunista lo prueban claramente:

  1. No rompe con la Internacional comunista más que en 1928, cuando ésta decide que no se puede ser miembro si se apoya a Trotski y adopta en su programa la tesis del “socialismo en un solo país” (lo que significa la muerte de la Internacional).
  2. Muestra que era inevitable el fracaso de la revolución en cuanto ésta no logró extenderse a Europa. Fue entonces un proceso de degeneración que fue intensificándose hasta restablecer el capitalismo en URSS. No es posible darle une fecha precisa a un acontecimiento cuando éste es el resultado de un proceso. Queda claro para ella, sin embargo, que este proceso había llegado a su término cuando la URSS participó en 1939 en la Segunda Guerra mundial.

En lo que concierne los partidos comunistas, los consideró caso por caso; en lo que toca al PCF y el PCI, por ejemplo, no los consideró como perdidos para la clase obrera hasta que se comprometieron en 1935 con una política de apoyo a su burguesía nacional. La Fracción italiana del PCI cambió entonces su denominación en Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional.

Esta forma prudente de plantear las cuestiones es lo que le permitió sacar una a una las lecciones y hacer el balance de lo que ocurrió al movimiento comunista tras la Revolución rusa y también engendrar, con bases sólidas, una filiación bien presente todavía hoy.

Los límites del método de la Izquierda germano-holandesa

Estos resaltan claramente en el texto que aquí publicamos:

  1. No explica cómo se desarrolla la contrarrevolución, como tampoco explica a qué viene ni qué importancia particular podrá tener el año 1931.
  2. Esa confusión sobre la contrarrevolución así como sobre sus causas no nos permite sacar lecciones esenciales para el porvenir de la lucha proletaria como tampoco nos permite saber cómo debemos actuar ante una nueva situación revolucionaria.
  3. La segunda parte del texto intenta criticar medidas económicas tomadas en la URSS respecto al campesinado con un enfoque “gestionario”. Pero esta forma de tratar la cuestión es ambigua, pues deja pensar que unas buenas medidas económicas en la URSS hubiesen podido invertir el curso y evitar la contrarrevolución. Esto es un gran error, pues aunque los bolcheviques hubiesen tomado excelentes medidas económicas, de todos modos no habrían impedido la contrarrevolución al ser imposible la revolución proletaria en un sólo país.

Rol


[1] Cf. el libro editado por la CCI Contribución a una historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.

[2]Según una traducción de l’Internationale, revista mensual de la Union communiste, nos 27 y 28, abril y mayo del 37. Union communiste era un grupo que se situaba entre la Izquierda comunista italiana y los trotskistas en la primera posguerra mundial. Véase el nuevo folleto (en francés) de la CCI, la Izquierda comunista de Francia.

[3] Cf. La révolution bureaucratique, Ed. 10/18, París, 1973.

[4] También lo hemos desarrollado varias veces, cf. nuestro libro Contribución a una historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.

[5] Nuevo folleto (en francés) de la CCI, la Izquierda comunista de Francia.

 

Series: 

  • La Izquierda Germano-Holandesa [28]

Personalidades: 

  • GIC [29]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Consejismo [30]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [12]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda germano-holandesa [31]

Teorías de las crisis y decadencia (I) - El método de El Capital

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Correspondencia Publicamos aquí una carta enviada por uno de nuestros contactos próximos que expresa un desacuerdo con nuestra posición sobre las explicaciones económicas de la decadencia del capitalismo. Publicamos esa carta y nuestra respuesta, basada en nuestras posiciones sobre el tema. En un próximo número de esta Revista publicaremos la segunda parte de este intercambio de correspondencia. Teorías de las crisis y decadencia – I 1. El método de El Capital a) Consideraciones generales Una de las críticas, considerada entre las más pertinentes, de Rosa Luxemburgo a El Capital es que, dado que es una obra inacabada, es necesariamente insuficiente. Aunque es cierto que El Capital es una obra incompleta pues Marx había manifestado su intención de continuarla, lo que escribió, con la asistencia de Engels, es en lo esencial, un análisis coherente y consistente ( ). Esto se evidencia si se comprende que la teoría de Marx sobre la crisis está basada únicamente en la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Lo que críticas como la de Luxemburgo no alcanzan a comprender es que Marx ya había comprendido las contradicciones de la acumulación capitalista con anterioridad a El Capital en la colección ulteriormente conocida llamada Las Teorías de la plusvalía. De hecho, argumentar que El Capital tiene serias lagunas, como hace Rosa Luxemburgo, es reducir el análisis de Marx a una mera descripción cuando es en realidad una crítica de la economía política capitalista, esto es, caer en una perspectiva empírica ( ). Significa que Luxemburgo no ha entendido la naturaleza del método de presentación que Marx utiliza en El Capital. Esto es puesto de manifiesto por su incapacidad para entender la advertencia de Marx que “puede parecer como si tuviéramos ante nosotros una construcción a priori” ( ). No puede comprender que Marx elija ese método particular de presentación que adoptó en El Capital y que capacita al proletariado para entrar más allá del mundo de las apariencias, del fetichismo de la mercancía que las relaciones de producción capitalista crean necesariamente y con ello, comprender sus contradicciones básicas y de esta forma “el movimiento real puede ser apropiadamente presentado” ( ). Este método “va más allá de lo menos esencial y de los fenómenos superficiales continuamente cambiantes de la economía mercantil” ( ). El Capital no pretende contarnos “la historia entera del desarrollo capitalista” ( ) o “predecir el curso actual del desarrollo capitalista” ( ) sino “poner al desnudo la dinámica de ese desarrollo” ( ); esto es, revelar las contradicciones inherentes a la acumulación capitalista desde la perspectiva de la transformación revolucionaria de la sociedad, adoptando un punto de vista de totalidad. El Capital no consiste en una serie de descripciones progresivamente detalladas de la realidad capitalista concreta análogas a una serie de fotografías que sucesivamente adquieren una mayor amplitud. Aunque las explicaciones que contiene El Capital van desde las de naturaleza más general y abstracta hasta las más concretas y particulares, no se trata de una simple progresión lineal; aunque en cada etapa, sobre la base de condiciones simplificadas, se hace un análisis provisional. En la etapa siguiente este análisis provisional es ampliado y concretado. Sin embargo, estos diferentes niveles no se contradicen entre sí ni tampoco la realidad capitalista empírica como podría parecer a primera vista si se comparan simplemente como hace erróneamente Luxemburgo ( ). En el siguiente paso, Marx elimina las contradicciones aparentes entre los diferentes niveles de la forma siguiente. En primer lugar, extrae las conclusiones lógicas que se siguen de la hipótesis que se desprende del nivel anterior. Con ello, mostrando que “estas conclusiones llevan a un absurdo lógico” ( ) demuestra entonces que “el análisis no está terminado todavía y debe proseguirse ulteriormente” ( ); es decir, cada conclusión previa necesita modificarse para eliminar las contradicciones. Estas modifican las conclusiones en el nivel siguiente. Ejemplos de ello en El Capital podemos verlos en la transición entre el valor de las mercancías y el valor de la fuerza de trabajo en el Capítulo 4º del Volumen Iº así como en la transición entre las diferentes tasas de ganancia en las diferentes esferas de producción hasta la formación de una tasa media de ganancia en el Capítulo 8º del Volumen III. “La imposibilidad de la plusvalía en el Capítulo 4º del Volumen I, y la posibilidad de las diferentes tasas de ganancia en el Capítulo 8º del Volumen III, no sirven como necesarios enlaces para su construcción sino como pruebas de lo contrario. El hecho de que dichas conclusiones conduzcan a un absurdo lógico muestra que el análisis no está todavía terminado y debe proseguirse ulteriormente. Marx no determina la existencia de diferentes tasas de ganancia sino el absurdo de una teoría que se base en semejante premisa” ( ). Es fundamental para entender el método de Marx la distinción entre la naturaleza “interna” o “general” de El Capital ( ) y su realidad empírica históricamente hablando; las “tendencias generales y necesarias” ( ) como diferentes de las “formas de su apariencia” ( ). La incapacidad para captar estas diferencias cruciales puede llevar directamente al empirismo al aceptar las meras apariencias como la verdad. Pero inversamente, ignorar los “lazos necesarios” entre la naturaleza interna y las formas en que aparecen llevaría a El Capital a convertirse en un ideal abstracto divorciado de la realidad. No hay nada de escolástico o de místico en esta distinción; Marx la concibió claramente como vital para entender la acumulación capitalista: “un análisis científico de la competencia es posible solamente si comprendemos la naturaleza íntima del capital, de la misma forma que el movimiento de los cuerpos celestes es inteligible solamente para quienes van más allá de sus movimientos reales que no son perceptibles por los sentidos” ( ). b) Los esquemas de Marx sobre la reproducción, las crisis y la caída de la tasa de ganancia En sus esquemas sobre la reproducción, Marx se limita a mostrar la reproducción del capital social en su forma fundamental; no pretende “presentar un panorama de la realidad capitalista concreta” ( ). Pero lo esencial, un punto importante se muestra claramente a partir de estos esquemas de la reproducción: “para que la producción se expanda y progrese deben existir unas proporciones dadas entre los sectores productivos; en la práctica estas proporciones se realizan aproximadamente; ello depende de los siguientes factores: la composición orgánica del capital, la tasa de explotación y la proporción de plusvalía que ha sido acumulada” ( ). Los esquemas no pretenden revelar la causa de la crisis. La verdadera causa es investigada en una etapa posterior del análisis de Marx. “Ni la posibilidad de sobreproducción ni la imposibilidad de la sobreproducción se deriva de los esquemas mismos... Lo que debe recordarse es que estos esquemas solo son una etapa particular, representan un cierto nivel de abstracción, en el desarrollo de la teoría de Marx. El proceso de producción y el proceso de circulación, el problema de la producción y la realización, han de ser vistos dentro del proceso total de la producción capitalista en su conjunto” ( ). Marx explica la caída de la tasa de ganancia como una consecuencia de la unidad de la producción, la circulación y la distribución del capital, por ejemplo, “el proceso de la acumulación capitalista tiene 3 momentos distintos aunque interrelacionados: la extracción de plusvalía, la realización de la plusvalía y la capitalización de la plusvalía” ( ). Explica las crisis capitalistas únicamente en términos de la caída de la tasa de ganancia puesto que esta engloba el proceso entero de la acumulación capitalista. Muestra, en fin de cuentas, que esto causa la crisis debido a la sobreproducción de capital. Más aún, la sobreproducción de capital no es absoluta ni permanente sino recurrente y relativa dada una tasa de ganancia determinada. “Periódicamente, sin embargo, se produce demasiados medios de trabajo y demasiados medios de subsistencia, demasiado en función de los trabajadores explotados bajo una determinada tasa de ganancia. Se producen demasiadas mercancías respecto al valor contenido en ellas y la plusvalía incluida en dicho valor para ser realizada bajo las condiciones de distribución dadas por la producción capitalista y para ser transformadas en nuevo capital. Es imposible cumplir dicho proceso sin explosiones periódicas que se repiten sin cesar” ( ). c) El Capital y la evolución histórica del capitalismo Para entender cómo el análisis inacabado y abstracto de El Capital puede ser aplicado a la evolución histórica es preciso captar lo siguiente. Primero, el análisis abstracto de El Capital es aplicable a todas las fases del capitalismo: “Las fórmulas de Marx tratan sobre un capitalismo químicamente puro que nunca ha existido ni existirá. Precisamente por ello, estas fórmulas revelan la tendencia básica de cada capitalismo y precisamente del capitalismo y solo del capitalismo” ( ). Aunque aquí, Trotski, se refiere específicamente a los esquemas de la reproducción contenidos en el Volumen II de El Capital, esta apreciación puede ser extendida al conjunto de El Capital. En segundo lugar que: “Aunque la crisis real tiene que ser explicada a partir del movimiento real de la producción, el crédito y la concurrencia capitalista, son las tendencias generales del proceso de acumulación mismo y la tendencia secular a la baja de la tasa de ganancia las que proporcionan la base de esta explicación” ( ). Por último, que este “movimiento real de la producción, el crédito y la concurrencia capitalista” no puede reducirse a pura economía, sino que necesita ser concebido desde el punto de vista de la evolución del capitalismo en su conjunto. “Además, la crisis no puede ser reducida a acontecimientos ‘puramente económicos’ aunque aparezcan como ‘puramente económicos’, esto es, emergiendo de las relaciones sociales de producción vestidas con formas económicas. La lucha competitiva internacional, llevada también por medios políticos y militares, influencia el desarrollo económico, dando lugar a varias formas de concurrencia. Así cada crisis real solo puede ser comprendida en conexión con el desarrollo social en su conjunto” ( ). Aquí reside la gran contribución de Luxemburgo al marxismo. Aunque su teoría económica es muy defectuosa, su capacidad para proceder desde un punto de vista de la totalidad hace que llegue a esta conclusión: “La política imperialista no es obra de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable que no puede comprenderse más que como relaciones recíprocas y al cual ningún Estado puede sustraerse” ( ). 2. La naturaleza de la decadencia capitalista y las teorías de la crisis de Marx, Luxemburgo y Grossmann La clave para entender la decadencia del capitalismo es, como Bujarin señala en Imperialismo y economía mundial ( ), la formación de la economía mundial. Por tanto, la decadencia del capitalismo es sinónimo de la creación de la economía mundial. “La existencia de la economía mundial implica la intensificación de la división internacional del trabajo y del cambio mercantil hasta el punto que cualquier cosa que ocurre en un punto de la cadena económica influencia directamente todos los demás puntos. La concurrencia internacional iguala los precios y las condiciones de producción y tiende hacia la igualación de la tasa de ganancia a nivel internacional (aunque desde luego es siempre modificada por la existencia del capitalismo en su forma de Estado nacional). Los países industrializados son ahora interdependientes en términos de mercados y de inversiones, mientras que las crisis son fenómenos que se extienden como un incendio de un sitio a otro. En lo concerniente a las áreas subdesarrolladas, carecen de dinámica interna y están totalmente circunscritas a la dominación formal que les impone el capitalismo. La existencia de la economía mundial no mitiga sino que intensifica los antagonismos imperialistas y sus consecuencias son crisis económicas mundiales y guerras mundiales” ( ). Aunque la creación de la economía mundial desemboca en el “ciclo infernal de crisis – guerra-reconstrucción-nueva crisis...” ( ) – eso no significa que la decadencia se caracterice por una total detención del crecimiento de las fuerzas productivas. Sino que: “Desde el comienzo del siglo estamos siendo testigos de un freno masivo del crecimiento de las fuerzas productivas en comparación con lo que sería objetivamente posible dado el nivel de conocimiento científico, progreso técnico y el nivel de proletarización de la sociedad” ( ). Esto está en línea con la perspectiva de la decadencia de las sociedades de clase que Marx desarrolló en el famoso Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política. Durante el periodo de reconstrucción tras la 2ª Guerra mundial, muchos trabajadores, particularmente los de los países del Oeste, experimentaron una sustancial mejora de sus condiciones materiales. Pero esas mejoras no pueden ser consideradas de ninguna forma como verdaderas reformas dados los costes materiales asociados con ellas: tales mejoras ocurrieron sobre la base de las destrucciones masivas de las fuerzas productivas durante la 2ª Guerra mundial y las profundas trabas a su desarrollo a lo largo de la llamada “Guerra fría”. Durante el periodo de reconstrucción el capitalismo destruyó el futuro de la humanidad con antelación a la vez que fue preparando destrucciones mucho más graves en el futuro. La realidad material de la decadencia desmiente sin embargo la idea de una crisis mortal y final. Pero, la teoría de la crisis de Luxemburgo y Grossmann defienden sin ninguna duda la idea de una crisis mortal y ambas pronostican un límite absoluto a la acumulación capitalista; esto es, ellos predicen que, en última instancia, el capitalismo deberá hundirse porque la acumulación se hace literalmente imposible (de forma específica, Luxemburgo dice que el capitalismo lleva consigo la crisis porque es imposible realizar la plusvalía dentro del capitalismo ( ); Grossmann afirma que la crisis ocurre porque la acumulación capitalista conduce inevitablemente a una carencia absoluta de plusvalía ( ). Es verdad que Luxemburgo y Grossmann piensan que mucho antes de que la acumulación se haga imposible, la intensificación de la lucha de clases resultante de las crecientes dificultades económicas podría paralizar la acumulación de todas maneras ( ). No obstante, en la medida en que ellos ven un límite absoluto a la acumulación capitalista, argumentan en cualquier caso que el capitalismo podría hundirse incluso sin la lucha de clases. El crecimiento virtualmente cero entre la Iª y la IIª Guerra mundial pareció confirmar las teorías de Luxemburgo y Grossmann pues tendían a identificar decadencia del capitalismo con crisis económica permanente. Sin embargo, la expansión del capitalismo tras la IIª Guerra mundial supone la mayor refutación posible de estas teorías. Según Luxemburgo, los mercados precapitalistas solventes, sin los cuales la acumulación capitalista es imposible, estaban globalmente exhaustos hacia la Iª Guerra mundial. Está claro que desde entonces ha ocurrido una persistente destrucción de esos mercados. Lógicamente, el crecimiento capitalista no puede alcanzar y menos aún superar el crecimiento previo a la Iª Guerra. Vistas las cosas a la luz de su teoría, el crecimiento posterior a la IIª Guerra mundial que ha alcanzado niveles muy superiores a los anteriores a la Iª Guerra mundial, incluso tomando en cuenta la producción capitalista improductiva, como admite la propia CCI, resulta inexplicable. Como Grossmann comparte con Luxemburgo la concepción mecánica de un límite económico absoluto a la acumulación capitalista, lógicamente su teoría puede dar cuenta de la expansión del capitalismo tras la IIª Guerra mundial solamente si el capitalismo fuera todavía un sistema progresivo, es decir, si NO fuera todavía decadente. La imposibilidad de auténticas reformas y de la autodeterminación nacional, la naturaleza imperialista de todas las naciones, la naturaleza reaccionaria de todas las fracciones de la burguesía, la naturaleza mundial de la revolución proletaria, en resumen, la decadencia del capitalismo, NO PUEDE ser reducida a la imposibilidad del desarrollo capitalista como implican las teorías de Luxemburgo y Grossmann sino que “solo pueden ser entendidos en conexión con el desarrollo social tomado en su conjunto” ( ). Por tanto, la crisis permanente no significa una crisis económica permanente. Solo en relación al “desarrollo social en su conjunto” podemos hablar de crisis permanente. Sin embargo, eso es lo que se deriva de las teorías de Luxemburgo y Grossmann. El auténtico curso del desarrollo capitalista contradice las teorías sobre la crisis de Luxemburgo y Grossmann. La tentativa de conciliar esas teorías con la evolución actual del capitalismo solo pueden conducir a explicaciones que son empíricas, inconsistentes y contradictorias. En particular, es un flagrante error pretender que la visión según la cual existe un límite económico absoluto para la acumulación capitalista no se desprende lógicamente de ambas teorías. La visión marxista de la decadencia como una traba a las fuerzas productivas y la noción de un límite económico absoluto del capitalismo, son totalmente incompatibles; no podemos suscribir coherentemente las dos ideas al mismo tiempo. a) La distorsión de Luxemburgo y Grossmann de El Capital Dado que la crisis de la economía mundial coincide con el reparto geográfico de todo el mundo podría parecer que la falta de mercados externos es la causa de dicha crisis. Luxemburgo toma esta apariencia como realidad y procede a revisar ( ) El Capital a la luz de su visión empirista. En particular, después de examinar el esquema de Marx sobre la reproducción ampliada concluye que la acumulación capitalista provoca inevitablemente un exceso absoluto de plusvalía ( ). “El problema que parecía no resuelto es quien compra los productos en los cuales está contenida la plusvalía. Sí el departamento I (medios de producción) y el II (medios de consumo) se compran mutuamente cada vez más medios de producción y cada vez menos medios de consumo esto significaría un movimiento circular interminable con lo cual nada quedaría resuelto. La solución estaría en la aparición de compradores situados fuera del capitalismo” ( ). Sin embargo, este “movimiento circular interminable” que habla Luxemburgo solo existe en su profunda incomprensión del proceso de acumulación capitalista: construye su “prueba” sobre la base de uno de los errores teóricos más elementales que jamás hayan sido cometidos por los revolucionarios marxistas (la crítica fue realizada por la izquierda de la Socialdemocracia como por ejemplo por Lenin y Pannekoek en sus recensiones coetáneas de la obra de Luxemburgo La Acumulación de capital). “El error básico de Luxemburgo es que toma el capital total como si fuera un capitalista individual. Subestima este capital total. Además no entiende que el proceso de realización ocurre gradualmente. Por la misma razón pinta la acumulación de capital como si fuera una acumulación de capital dinero” ( ). La confusión de Luxemburgo entre capital total y capitalista individual viene de que llega al esquema de Marx sobre la reproducción ampliada partiendo de su esquema sobre la reproducción simple con lo cual “el montante total del capital variable y por consiguiente el consumo de los trabajadores debe permanecer fijo y constante” ( ). “Pero excluir semejante hipótesis significa excluir la reproducción ampliada desde el principio. Si, sin embargo, se excluye la reproducción ampliada desde el principio como prueba lógica, se hace naturalmente fácil hacerla desaparecer al final, pues lo que aquí tenemos delante de nosotros es la simple reproducción de un error lógico” ( ). Luxemburgo desarrolla el increíble argumento consistente en que la plusvalía total necesita para ser acumulada que coincida con el montante total de dinero para que la realización ocurra ( ). “En cada momento, la plusvalía total destinada a la acumulación aparece en diferentes formas: como mercancía, como dinero, medios de producción en funcionamiento y fuerza de trabajo. Sin embargo, la plusvalía bajo la forma dinero nunca puede ser identificada con la totalidad de la plusvalía” ( ). “De todo esto se desprende – como pensamos nosotros – la manera como explica ella el imperialismo. Desde luego, si el capital total es equiparado con el típico capitalista individual, no puede ser su propio consumidor. Más aún, si el total de oro es equivalente al valor del número adicional de mercancías, este oro solo puede venir del extranjero (pues es un sin sentido obvio asumir la correspondiente producción de oro). Finalmente, si todos los capitalistas tienen que realizar su plusvalía a la vez (sin ir de un bolsillo a otro, lo que está estrictamente prohibido) ¡desde luego necesitarán ‘terceras personas’!” ( ). Sin embargo, incluso si consiguiera mostrar que un exceso de plusvalía se produce sobre la base del esquema, aún así no probaría NADA porque estaría sacando conclusiones que “se derivan de un esquema que no tiene ninguna validez objetiva” ( ). En suma, el principal error de Rosa Luxemburgo es pensar que el esquema de Marx sobre la reproducción ampliada sería supuestamente un retrato del capitalismo real ( ). “En un esquema de la reproducción construido sobre valores, diferentes tasas de ganancia pueden surgir en cada sección del esquema. Sin embargo, en la realidad existe una tendencia a que las diferentes tasas de ganancia se igualen en una tasa media, una circunstancia que ya se halla contenida en el concepto de precios de producción. Por tanto, si se quiere tomar el esquema como base para criticar o admitir la posibilidad de realizar la plusvalía, se debería transformar primero en precios de producción el esquema” ( ). Esto tiene la siguiente consecuencia: “Si tomamos en cuenta esta tasa de ganancia media, el argumento de Rosa Luxemburgo sobre la desproporción pierde todo su valor, puesto que un sector vende por encima y otro por debajo del valor y, sobre la base de los precios de producción, la parte no disponible de la plusvalía puede desaparecer” ( ). Superficialmente hablando, Grossmann parece seguir la teoría de Marx sobre la tendencia a la baja de la tasa de ganancia puesto que utiliza el esquema de Otto Bauer, el cual muestra una composición orgánica creciente del capital en los dos sectores de la reproducción social. Sin embargo, el esquema asume igualmente una tasa fija y constante de plusvalía en ambos sectores; con lo que tenemos “dos condiciones las cuales se contradicen y neutralizan entre si” ( ) lo que constituye “una imposibilidad, en realidad un absurdo” ( ) (aunque estas premisas sean válidas para mostrar el error del pretendido problema de la realización planteado por Rosa Luxemburgo). Bajo estas premisas, a fin de cuentas “se alcanza un punto en el que la composición orgánica de la composición total es tan grande y la tasa de ganancia tan pequeña que se tendría que absorber la totalidad de la plusvalía producida para ampliar el capital constante existente” ( ). De lo que se desprende que la crisis sería el resultado de una carencia absoluta de plusvalía. Sin embargo, en la teoría de Grossmann la caída de la tasa de ganancia constituye únicamente un factor acompañante, no la causa de la crisis. “¿Cómo puede ser que un porcentaje, un puro número como es la tasa de ganancia, produzca la ruptura de todo un sistema? La caída de la tasa de ganancia es en realidad un indicador que revela la caída relativa de la masa de ganancia” ( ). Aunque este argumento es impecable lógicamente hablando, procede en realidad de falsas premisas. Grossmann no se da cuenta que al tomar el esquema de Bauer comete el mismo error que él mismo y Paul Mattick reprochan a Rosa Luxemburgo. Saca conclusiones de un esquema que no tiene validez objetiva. Puesto que si se quiere tomar el esquema de Bauer como una base para criticar o admitir la posibilidad de una subacumulación de capital, deberíamos previamente transformarlo en esquema de precios de producción. Grossmann no consigue comprender la importancia del hecho que Marx, en el Volumen III de El Capital, analice la caída de la tasa después de haber examinado la transformación de los valores en precios de producción; o sea, que como estos son los responsables de la formación de la tasa media de ganancia, la tendencia del capitalismo a la crisis no puede deducirse independientemente de este proceso. Lo que Grossmann paso por alto es que el esquema de Bauer, en virtud de estas dos premisas contradictorias, excluye de esta forma la tasa de ganancia media, lo que anula, por consiguiente, todas las conclusiones que saca. Además, no solo Grossmann parte de Marx ignorando las consecuencias de tasa de ganancia media, sino que hace lo mismo con su visión según la cual los capitalistas se ven obligados a aumentar el capital constante a causa del “crecimiento del capital requerido por la tecnología” ( ). Grossmann sostiene que “cuando la tasa de ganancia es inferior a la tasa de crecimiento exigida por el progreso técnico entonces el capitalismo se hunde” ( ). Este concepto que es extraño tanto a El Capital como al marxismo en general, proporciona a Grossmann la principal razón para explicar por qué la acumulación capitalista avanza inevitablemente hacia su hundimiento. En esta teoría, por consiguiente, la caída de la tasa de ganancia no es la causa de la crisis sino más bien un factor acompañante. Saca la conclusión lógica que el capital es exportado porque resulta imposible utilizarlo en el interior cuando en realidad la razón reside en que las ganancias son superiores ( ). Las conclusiones de Luxemburgo y de Grossmann sobre las causas de la crisis capitalista y sobre la tendencia histórica de la acumulación capitalista no tienen ningún sentido pues derivan de unos esquemas que no tienen ninguna validez objetiva. Estos esquemas no tienen ningún valor para un análisis de estas cuestiones pues están basados sobre premisas que, histórica y lógicamente, son absurdas para su resolución. Estas teorías erróneas de la crisis provienen de visiones fragmentarias y unilaterales de la acumulación capitalista. Mientras que Marx explica que la crisis surge de la unidad entre la producción, la circulación y la distribución del capital, Luxemburgo y Grossmann, separan respectivamente, la circulación y la producción de capital del proceso de producción capitalista como un todo. La revisión de las teorías económicas de Marx que realiza Rosa Luxemburgo es más grosera y más extrema que la de Grossmann. Es más grosera debido a los errores elementales que comete acerca de la acumulación capitalista; es más extrema porque sitúa la barrera fundamental a la acumulación capitalista en el exterior de la economía capitalista mientras que Grossmann está al menos de acuerdo con Marx en que “la verdadera barrera de la producción capitalista es el capital mismo” ( ). Aunque Luxemburgo sucumbe al empirismo en su explicación de las contradicciones de la acumulación capitalista, sigue, sin embargo, el método marxista al analizar el desarrollo histórico del capitalismo desde el punto de vista del sistema capitalista en su totalidad. Más que empírica, la interpretación de Grossmann de las crisis capitalistas, refleja una perspectiva idealista. Sostiene que la verdadera causa de la crisis capitalista es la imagen invertida de lo que parece ser: la crisis aparece como una superproducción de mercancías, es decir, como un excedente absoluto de plusvalía, cuando en realidad la crisis se debe a una carencia absoluta de plusvalía. Es cierto que Grossmann percibe mejor el método de El Capital pero esta percepción la utiliza para justificar su visión idealista del capitalismo. Solo El Capital de Marx explica las contradicciones fundamentales de la acumulación capitalista y, por tanto, los fundamentos económicos del periodo ascendente y el periodo decadente del capitalismo. Consecuencias políticas “Queremos decir que todo error en el nivel de las teorías económicas tiende a reforzar errores que se derivan del conjunto de teorías políticas de un grupo. Toda incoherencia en los análisis de un grupo puede abrir la puerta a confusiones más generales: pero no consideramos que existan fatalidades irrevocables... un análisis de los fundamentos económicos de la decadencia forma parte de un punto de vista proletario más amplio, un punto de vista que exige un compromiso activo para cambiar el mundo... Las conclusiones políticas defendidas por los revolucionarios no provienen de forma mecánica de un análisis particular de las teorías económicas” ( ). A la luz de esta premisa, saco las siguientes conclusiones: La fuerza principal de los análisis del imperialismo de Bujarin ( ), Luxemburgo, Bilan, Paul Mattick ( ), la Fracción francesa de la Izquierda comunista y la CCI es su reconocimiento de la naturaleza global de la decadencia capitalista. Inversamente, la debilidad principal de los análisis sobre el imperialismo de Pannekoek, Lenin, los bordiguistas y el BIPR es su tendencia, en diferentes grados, a concebir el desarrollo de cada nación tomada aisladamente, viendo la economía mundial como una suma de economías nacionales separadas. Dicho de otra forma: sus análisis del imperialismo están influidos por la teoría mecanicista errónea de los estadios procedente de la Socialdemocracia. La deficiente teoría económica de Rosa Luxemburgo entraña una tendencia a ver una diferencia absoluta en lugar de una diferencia cualitativa entre el periodo ascendente y el periodo decadente del capitalismo. Tal es la razón por la cual en su teoría del agotamiento de los mercados precapitalistas entraña lógicamente una barrera infranqueable a la acumulación capitalista. La CCI, por ejemplo, a veces ve difícil “que las tendencias que han provocado la decadencia capitalista se han detenido simplemente al principio de la 1ª Guerra mundial” ( ). La teoría de las crisis de Grossmann coincide con la de Luxemburgo en que hay un límite absoluto a la acumulación capitalista. Pero como esta teoría sostiene que dicho límite es debido a factores capitalistas internos, ello implica lógicamente que la expansión capitalista posterior a la 2ª Guerra mundial se inscribía todavía en su periodo ascendente. Por consiguiente, su teoría conlleva una tendencia a ver más bien diferencias cuantitativas entre ascendencia y decadencia del capitalismo. Sin embargo, más que cualquier otra cosa, es el rigor y la coherencia del programa político de la Corriente lo que influye de forma determinante la claridad y la pertinencia de sus análisis. De esta forma, las deficiencias del análisis económico de la CCI tienen efectos menos negativos en la claridad de sus análisis a causa de la fuerza de su programa político, un programa que saca todas las consecuencias de la decadencia del capitalismo. Por el contrario, el programa político del BIPR – y en un grado mayor el de los bordiguistas – el que contiene más errores, incoherencias y ambigüedades. Estas debilidades reflejan la incapacidad de la primera corriente para sacar todas las consecuencias de la decadencia ( ) y de estos últimos para reconocer que el capitalismo como sistema global es completamente decadente ( ). Estas corrientes, es especial los bordiguistas, tienden en consecuencia a ver más bien diferencias cuantitativas entre capitalismo ascendente y decadente. C.A. Nota de la redacción: por falta de tiempo no hemos podido hacer una labor de búsqueda de los textos en castellano citados en esta carta. Por ello, hemos traducido esas citas directamente del inglés. Teorías de las crisis y decadencia Nuestra respuesta – I LAS ACTUALES convulsiones económicas, el aluvión de despidos que está cayendo sobre todos los trabajadores del mundo y principalmente en los países más industrializados, arrojan claras sombras de duda sobre la machacona propaganda que habla sin parar de la “buena salud” y las “perspectivas radiantes” de este sistema social y motivan una justificada inquietud sobre su futuro. Discutir sobre ello, ver qué teorías existen en el movimiento revolucionario y cual es la que logra una explicación más coherente sobre el actual estado de cosas y sus perspectivas, es pues de la mayor importancia. La correspondencia que publicamos se inscribe en esa dirección. El compañero no tiene ninguna duda sobre la decadencia del capitalismo. Su punto de partida es la posición fundamental adquirida con el Primer congreso de la Internacional comunista: “Una nueva época ha nacido. Época de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado... el periodo actual es el de la descomposición y el hundimiento de todo el sistema capitalista mundial y será el del hundimiento de la civilización europea en general si no se destruye al capitalismo con sus contradicciones insolubles”. También comparte las posiciones políticas que se ¬derivan de ese análisis histórico: “La imposibilidad de auténticas reformas y de la autodeterminación nacional, la naturaleza imperialista de todas las naciones, la naturaleza reaccionaria de todas las fracciones de la burguesía la naturaleza mundial de la revolución proletaria”. Del mismo modo, tiene bien claro que “la principal fuerza de los análisis del imperialismo de Bujarin, Luxemburgo, Bilan, Paul Mattick, la Izquierda comunista de Francia y la CCI es su reconocimiento de la naturaleza global de la decadencia capitalista”, insiste en que lo esencial es ver el capitalismo en su totalidad y no de forma abstracta o parcial y pone en evidencia que pese a las críticas que nos dirige “por encima de todo es el rigor y la coherencia del programa político de la corriente el que tiene la influencia determinante en la claridad y la perspicacia de sus análisis”. En este marco, el compañero rechaza la tesis de Rosa Luxemburgo sobre la explicación teórica de la crisis capitalista, cree que la CCI cae en el dogmatismo sobre esta cuestión y afirma que Marx “explica la crisis capitalista únicamente en términos de caída de la tasa de ganancia porque esta engloba el proceso total de la acumulación capitalista”. Nuestra respuesta no va abordar todas las cuestiones que plantea. Nos limitaremos a exponer a qué problemas concretos responden las dos teorías que básicamente se han desarrollado en el movimiento marxista para explicar la crisis histórica del capitalismo (la tendencia a la baja de la tasa de ganancia y la tendencia a la sobreproducción); trataremos de demostrar que ambas no son contradictorias y que precisamente desde un punto de vista global e histórico es la segunda, que se desprende de los trabajos del propio Marx y fue desarrollada posteriormente por Rosa Luxemburgo ( ), la que permite una explicación más justa y que integra coherentemente la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Del mismo modo, intentaremos despejar una serie de malentendidos que existen sobre los análisis de Rosa Luxemburgo. La tendencia a la baja de la tasa de ganancia El capitalismo ha desarrollado de forma prodigiosa la productividad del trabajo humano en todos los órdenes de la actividad social. Por ejemplo, el transporte que bajo el feudalismo se limitaba a los métodos lentos e inciertos del caballo, la carreta y el barco de vela, ha sido llevado por el capitalismo a las impensables velocidades alcanzadas sucesivamente por el ferrocarril, el barco de vapor, el avión o el tren de alta velocidad. El Manifiesto comunista rinde cuenta de ese enorme dinamismo del sistema capitalista: “ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas... Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios ha quitado a las industrias su base nacional... Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticos hostiles a los extranjeros”. Por eso mismo, mientras “la conservación del antiguo modo de producción era la primera condición de existencia de todas las clases precedentes”, en cambio “la burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales” (ídem). Los adoradores de El Capital resaltan unilateralmente este rasgo del sistema atribuyéndolo al “espíritu de empresa”, al ímpetu “innovador”, que supuestamente habría liberado en los individuos la “libertad de comercio”. Marx, reconociendo en su justa medida la contribución histórica del capitalismo, desmonta sin embargo, esos cantos de sirena. En primer lugar, pone en evidencia la base material de esas prodigiosas transformaciones. El capitalismo encierra una tendencia permanente a que el capital constante (máquinas, edificios, instalaciones, materias primas etc.) crezca proporcionalmente mucho más que el capital variable (el trabajo de los obreros). El primero constituye la coagulación de un trabajo realizado precedentemente, es decir, un trabajo muerto, mientras que el segundo es quien pone en movimiento esos medios para crear nuevos productos, es el trabajo vivo. Bajo el capitalismo el peso del trabajo muerto tiende a ser cada vez mayor en detrimento del trabajo vivo. Es decir, el capital constante (trabajo muerto) crece proporcionalmente mucho más que el capital variable (trabajo vivo). Esto se denomina la tendencia al aumento de la com-posición orgánica del capital. ¿Qué consecuencias sociales e históricas tiene esa tendencia?. Marx las pone en evidencia, revelando el lado oscuro y destructivo de lo que los propagandistas del capital presentan unilateralmente como el Progreso, así como mayúsculas. En primer lugar, engendra una tendencia permanente al desempleo, el cual en la decadencia del capitalismo tiende a ser crónico ( ). Pero además demuestra que el aumento de la composición orgánica del capital significa que globalmente la masa de trabajo vivo explotado tiende a disminuir y con ello disminuye también la fuente del beneficio de los capitalistas: la plusvalía extraída a los obreros pues, como señala Mitchel en el trabajo antes citado, “un solo consumo le emociona, le apasiona, estimula su energía y su voluntad y constituye su razón de ser: el CONSUMO DE FUERZA DE TRABAJO” (ídem). En palabras de Marx “este incremento progresivo del capital constante en relación con el capital variable [tiene] como resultado una baja gradual de la cuota de beneficio, permaneciendo invariable la cuota de plusvalía e incluso el grado de explotación del trabajo por parte del capital” (El Capital, Vol. III, Secc. 3ª, Cap. XIII: Naturaleza de la ley, subrayado en el original).Es decir, el desarrollo de la productividad del trabajo que se traduce en el aumento de la composición orgánica del capital tiene como contrapartida la ley de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Por ello, Mitchel afirma que “la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia genera crisis cíclicas y será un potente fermento de descomposición de la economía capitalista decadente” ( ). Los límites a la tendencia a la baja de la tasa de ganancia En una época histórica (el siglo XIX) de expansión y apogeo del capitalismo, donde la humanidad asistía asombrada a una sucesión interminable de inventos y progresos que transformaban todos los ámbitos de la vida social, Marx, de forma rigurosamente científica fue capaz de ver en ese progreso los factores de crisis histórica y descomposición del sistema que entonces estaba en su cumbre. Fue él, el primero en descubrir esa ley y sistematizar sus posibles consecuencias históricas. Pero precisamente su rigor y meticulosidad le llevó a ver también sus limitaciones, los factores que la contrarrestaban y sus propias contradicciones:“si consideramos por un momento el enorme desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social solo durante los últimos 30 años... vemos que en vez de la dificultad con la que hasta ahora han tropezado los economistas, es decir, explicar el descenso de la cuota de beneficio, surge la dificultad contraria, o sea explicar por qué este descenso no es mayor o más rápido. Indudablemente tal hecho se debe al juego de influencias que contrarrestan y neutralizan los efectos de esta ley general, dándole simplemente el carácter de una tendencia, motivo por el cual presentamos aquí la baja de la cuota general de beneficio como una tendencia a la baja simplemente” (ídem). Este cuestionamiento encabeza el Capítulo XIV de la Sección 3ª del Volumen III de El Capital que se titula “Causas que contrarrestan la ley”. En éste capítulo Marx enumera seis “causas contrarrestantes”: a) El aumento del grado de explotación del trabajo b) La reducción del salario por debajo de su valor c) El abaratamiento de los elementos componentes del capital constante d) La superpoblación relativa e) El comercio exterior f) Aumento del capital-acciones En el marco limitado de esta Respuesta no podemos hacer un análisis en profundidad de esas causas contrarrestantes, su alcance y su validez. Pero debemos destacar la más importante: si la tasa de beneficio desciende, la cuota de plusvalía tiende a aumentar ( ), es decir, los capitalistas tratan de compensar la disminución de la tasa de beneficio aumentando la explotación del obrero. Frente a la tesis interesada de burgueses, sindicalistas y economistas según la cual el progreso técnico y la productividad disminuyen la explotación, Marx señala que “la tendencia decreciente de la cuota de beneficio va acompañada por la tendencia creciente de la cuota de plusvalía, es decir, del grado de explotación del trabajo. Por tanto, no hay cosa más estúpida que pretender explicar el descenso de la cuota de beneficio por medio del aumento de la cuota del salario, aunque excepcionalmente puedan darse casos como estos. Sólo la comprensión de las relaciones que constituyen la cuota de beneficio permite a la estadística analizar de un modo efectivo la cuota del salario en las distintas épocas y en los distintos países. La cuota del beneficio no disminuye porque el trabajo resulte más improductivo, sino porque se hace más productivo” (ídem). Esta es la realidad de todo el siglo XX donde el capitalismo ha intensificado de manera increíble la explotación de la clase obrera: “hay que hacer notar que, pese a una cierta baja en relación al último siglo, las tasas de ganancia actuales se han mantenido a un valor apreciable del orden del 10% – nivel que esencialmente se puede imputar al formidable aumento de la tasa de explotación sufrida por los trabajadores: para una misma jornada de 10 horas, si el obrero del siglo XIX trabajaba 5 para él y 5 para el capitalista (datos frecuentemente reportados por Marx) el obrero actual trabaja 1 hora para él y 9 para el empresario” ( ) (“La crisis ¿vamos a un nuevo 29?”, aparecido en Révolution internationale Antigua serie nos 6 y 7). Así pues “esta teoría de las crisis [se refiere a la que las explica por la baja tendencial de la tasa de ganancia] presenta el interés de captar el carácter transitorio del modo de producción capitalista y la gravedad creciente de las crisis que sacuden la sociedad burguesa. Con esta visión se puede pues interpretar parcialmente el cambio cualitativo que se produce entre el siglo XIX y el siglo XX en la naturaleza de las crisis: la gravedad creciente de las crisis encontraría su explicación en la agravación de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia pero esta visión no basta en nuestra opinión para explicarlo todo y particularmente para encontrar una respuesta satisfactoria a dos cuestiones: – ¿por qué las crisis se presentan bajo la forma de una crisis de mercado? – ¿por qué las crisis han desembocado a partir de un determinado momento sobre la guerra mientras que anteriormente encontraban una solución pacífica?” El papel del mercado El capitalismo no se caracteriza únicamente por su capacidad para aumentar la productividad del trabajo. En realidad su rasgo esencial es la generalización y universalización de la producción mercantil: “Aunque la mercancía ha existido en la mayor parte de las sociedades, la economía capitalista es la primera basada fundamentalmente en la producción de mercancías. La existencia de mercados en constante aumento es una de las condiciones esenciales del desarrollo capitalista. En particular, la realización de la plusvalía producida por la explotación de la clase obrera es indispensable para la acumulación de capital, motor esencial de su dinámica” (Punto III de la Plataforma de la CCI). El capitalismo no nace de artesanos inteligentes ni de genios innovadores sino de mercaderes. La burguesía surge como clase de comerciantes y a lo largo de su historia ha recurrido – y sigue recurriendo – a formas de trabajo de muy baja productividad: – hasta bien entrado el siglo XIX echa mano del esclavismo; – hoy emplea masivamente el trabajo forzado de los presos, por ejemplo en la primera concentración industrial del mundo, USA ( ); – sigue explotando el trabajo doméstico; – durante largas épocas ha utilizado diversas formas de trabajo forzado; – Hoy prolifera el trabajo de los niños El móvil del capitalismo es el máximo beneficio y éste encuentra su marco global en el mercado. Pero cuando hablamos de “mercado” y “producción mercantil” hay que precisar. Los economistas burgueses presentan el mercado como un mundo de “productores y consumidores”, como si el capitalismo fuera un régimen de intercambio simple de mercancías donde cada cual vende para poder adquirir lo que necesita para su subsistencia. La base del capitalismo es el trabajo asalariado, es decir, la explotación de una mercancía especial, la fuerza de trabajo, con objeto de obtener el máximo beneficio. Ello determina una forma específico de intercambio caracterizada por los siguientes rasgos: 1. Se realiza a gran escala rompiendo el estrecho marco local o incluso nacional; 2. Pierde todo vínculo con el trueque o el cambio simple de mercancías propio de pequeñas co¬munidades locales de productores más o menos suficientes, para tomar una forma universal ba¬sado en el dinero; 3. Está al servicio de la formación y acumulación del capital; 4. Necesita como condición misma de su existen¬cia el ampliarse constantemente no pudiendo acomodarse a un punto de equilibrio determi¬nado. Es cierto que el mercado no es el objetivo de la producción capitalista. Esta no se realiza para satis¬facer las necesidades de consumo de los comprado¬res solventes sino para obtener plusvalía en una escala cada vez mayor. Sin embargo, no hay otro medio para materializar la plusvalía que pasar por el mercado y no hay otra forma de obtener una plus¬valía cada vez mayor que ampliar el mercado. Dentro del movimiento revolucionario los partidarios de explicar las crisis por la tendencia a la baja de la tasa de ganancia exclusivamente, como es el caso del compañero, tienden relativizar o a negar pura y simplemente, el papel del mercado en las crisis del capitalismo. Aducen que el mercado no es sino el reflejo de lo que pasa en el terreno de la producción. Según ellos, las proporcionalidades entre los distintos sectores de la producción capitalista (esencialmente, el Sector I de medios de producción y el Sector II de medios de consumo) se manifiestan en el equilibrio o los desequilibrios del mercado. Este esquema mental obvia totalmente las condi¬ciones históricas en las que crece y se desarrolla el capitalismo. Si se concibe el mercado como una feria medieval donde los productores exponen el fruto de sus cosechas o de su labores artesanas a unos consumidores que buscan completar o trocar lo que les falta para su subsistencia, efectivamente, “el mercado es un reflejo de lo que pasa en el terreno de la producción”. Pero el mercado capitalista no se parece en nada a esa imagen deformada. Su principal base es la expropiación de los productores directos, separándolos de sus medios de vida y producción, convirtiéndolos en proletarios y sometiendo progresivamente sobre esta base al régimen del intercambio mercantil. Este movimiento de lucha contra las formas económicas precapitalistas se realiza en el mercado y para el mercado y puede expandirse sin trabas decisivas mientras existan en el globo territorios no sometidos a la producción capitalista de un tamaño suficiente. Marx ante la cuestión del mercado Los partidarios de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia suelen decir que Marx no consideró la cuestión del mercado a la hora de analizar la causa de las crisis del capitalismo. Un análisis somero de lo que verdaderamente dijo Marx en El Capital y en otras obras, muestra que eso no es así. 1. En primer lugar, afirma la necesidad de que las mercancías se vendan para que la plusvalía se realice y el capital pueda valori-zarse. “A medida que se desarrolla el proceso que se refleja en la baja de la cuota de beneficio, la masa de plusvalía producida de esta forma aumenta desmesuradamente. Entonces comienza la segunda parte del proceso. La masa total de las mercancías, el producto total, tanto la parte que reemplaza al capital constante y al capital variable como la que representa la plusvalía, deben ser vendidas” (El Capital, Vol. III Cap. XV Desarrollo de las contradicciones internas de la ley, subrayado nuestro). Afirma además que “si esta venta no se efectúa o sólo se realiza de un modo parcial o tiene lugar a precios inferiores a los precios de producción, el obrero, desde luego, es explotado pero el capitalista no realiza su explotación como tal: esta explotación para el capitalista puede ir acompañada de una realización sólo parcial de la plusvalía arrancada al obrero o de una ausencia de toda realización o incluso de una pérdida de una parte o de la totalidad del capital” (ídem). La extracción de plusvalía no agota el proceso de producción capitalista, hace falta vender las mercancías para realizar la plusvalía y poder valorizar el capital. Esta segunda parte Marx la llama en el Libro I “el salto mortal de la mercancía”. La extracción de plusvalía (que a partir del nivel alcanzado por la composición orgánica del capital determina una tasa media de beneficio) forma una unidad con la realización de la plusvalía cuyo determinante es la situación general del mercado mundial. 2. Define el mercado como el marco global para realizar la plusvalía. ¿Cuáles son las condiciones de ese mercado? ¿Es este acaso una mera manifestación externa, una forma epidérmica de una estructura interna determinada por la proporcionalidad entre las diferentes ramas de producción y la composición orgánica general?. Tal es la idea que defienden los que hablan del “método abstracto de Marx” y que tachan de “empirismo” cualquier tentativa de hablar del “mercado” y de cosas tan prosaicas como “vender” las mercancías. Pero la respuesta de Marx no va por ahí: “las condiciones de la explotación inmediata y las de su realización no son iguales. Difieren no solo por el tiempo y el lugar, sino también porque, teóricamente, no van juntas. Las unas solo se ven limitadas por la potencia de producción de la sociedad, las segundas por la proporcionalidad existente entre las diferentes ramas de producción y la capacidad de consumo de la sociedad” (ídem). 3. Deja claro que las relaciones de producción capitalistas, basadas en el trabajo asalariado, determinan los límites históricos del mercado capitalista. ¿Y qué determina esta “capacidad de consumo de la sociedad”? “Esta no se halla determinada ni por la fuerza productiva ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de las relaciones antagónicas de distribución que reduce el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo, susceptible de variar solo dentro de límites más o menos estrechos” (ídem). El capitalismo es una sociedad de producción mercantil basada en el trabajo asalariado. Este determina un cierto límite a la capacidad de consumo de la gran mayoría asalariada de la sociedad: el salario tiene que oscilar más o menos alrededor del coste de reproducción social de la fuerza de trabajo. Por eso Marx afirma con toda rotundidad en El Capital que “la causa última de todas las verdaderas crisis es siempre la pobreza y la limitación de consumo de las masas, en contradicción con la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas, como si el único límite de su desarrollo fuera la capacidad absoluta de la sociedad”. Esta capacidad de consumo de la gran masa está “además limitada por la tendencia a la acumulación, por la tendencia a aumentar capital y producir plusvalía en mayor escala. Para la producción capitalista esto es una ley que imponen las constantes perturbaciones de los métodos mismos de producción, la depreciación del capital existente que esas perturbaciones implican: la ley general de la concurrencia y la necesidad de perfeccionar la producción y aumentar la escala, solo para mantenerse y so pena de desaparecer” (ídem.) 4. Concibe la necesidad de que el mercado se amplíe constantemente en la perspectiva de la formación del mercado mundial. Marx ve imprescindible la ampliación constante del mercado como condición de la acumulación capitalista: “Es necesario que el mercado aumente sin cesar, de modo que sus conexiones internas y las condiciones que lo regulan adquieran cada vez más la forma de leyes de la naturaleza, independientemente de los productores y que escapen paulatinamente a su control. Esta contradicción interna busca una solución extendiendo el campo exterior de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la fuerza productiva, más choca con la estrecha base sobre la que se fundan las relaciones de consumo. Dada esta base llena de contradicciones no resulta contradictorio que un exceso de capital vaya unido a una superpoblación creciente. Porque, si bien es cierto que la combinación de estos dos factores aumenta la masa de la plusvalía producida, también lo es que, de esta forma, se aumenta precisamente la contradicción entre las condiciones en que esta plusvalía se produce y las condiciones en las que se realiza” (ídem). Ve como tarea histórica fundamental del capitalismo la formación del mercado mundial: “Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes” (El Manifiesto comunista). En el mismo sentido se pronuncia Lenin: “Lo importante es que el capitalismo no puede subsistir ni desarrollarse sin extender constantemente su esfera de dominación, sin colonizar países nuevos, sin incorporar antiguos países no capitalistas al torbellino de la economía mundial” (El Desarrollo del capitalismo en Rusia). 5. Da una gran importancia al mercado en la formación de las crisis. Pero por sus propias relaciones de producción basadas en el trabajo asalariado esta tendencia lleva al mismo tiempo a la agravación de sus contradicciones: “si el modo de producción capitalista es un medio histórico para desarrollar la fuerza productiva material y crear el mercado mundial correspondiente a dicha fuerza, aparece al mismo tiempo como una contradicción permanente entre esta tarea histórica suya y las relaciones de producción que le son propias” (Libro III). Por ello, la evolución del mercado es clave en el estallido de las crisis: “La misma admisión de que el mercado se ha de ampliar junto con la producción es, desde otro ángulo, la admisión de la posibilidad de la superproducción, porque el mercado está externamente limitado en el sentido geográfico ... Es perfectamente posible que los límites del mercado no se puedan ampliar con bastante rapidez para la producción o bien que los nuevos mercados puedan ser rápidamente absorbidos por la producción de modo que el mercado ampliado represente una traba para la producción como lo era el mercado anterior más limitado” (ídem). En El Manifiesto comunista se pregunta: “durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la sobreproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por el contrario, resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas”. Este último elemento es muy importante de cara a comprender las causas de la crisis histórica del capitalismo, de su decadencia irreversible. Mientras en anteriores modos de producción las crisis eran de subproducción (hambrunas, sequías, epidemias), las crisis capitalistas tienen por primera vez en la historia el carácter de crisis de sobreproducción. La miseria de la mayoría no nace de la penuria de medios de consumo sino de su exceso. El desempleo y el cierre de fábricas no viene de la escasez de repuestos o de la falta de máquinas sino de su exuberancia. La destrucción y la aniquilación, la amenaza de hundimiento en la barbarie, aparecen por la sobreproducción. Esto nos muestra la base del comunismo, la tarea de la nueva sociedad: encaminar las fuerzas productivas hacia la plena satisfacción de las necesidades humanas liberándolas del yugo del trabajo asalariado y el mercado. La aportación de Rosa Luxemburgo Marx analizó las dos caras de la moneda que constituye en su globalidad el régimen capitalista. Una cara es la producción de plusvalía y vista por ese lado es determinante la cuota del beneficio, el desarrollo de la productividad del trabajo y la tendencia a la baja de la cuota del beneficio. Pero la otra cara es la realización de la plusvalía y en este lado de la balanza intervienen el mercado, los límites a la producción que imponen las propias relaciones capitalistas basadas en el trabajo asalariado y la necesidad de conquistar nuevos mercados tanto para realizar la plusvalía como para obtener nuevas fuentes de la misma (separación de los productores de sus medios de producción y de vida y su incorporación al trabajo asalariado). Las dos caras, o para hablar más precisamente, las dos contradicciones, contienen las premisas de las convulsiones que llevan el capitalismo a su decadencia y a la necesidad de que la clase obrera lo destruya instaurando el comunismo. Globalmente, Marx realizó una formulación más elaborada sobre la primera “cara” pero, como acabamos de ver, dio una gran importancia a la segunda. Se puede comprender fácilmente este desequilibrio si se analizan las condiciones históricas en las que vivió y combatió Marx. Entre 1840 y 1880, el periodo donde se desarrolla la actividad militante de Marx, el rasgo dominante de la producción capitalista es la prodigiosa aceleración de sus descubrimientos técnicos, el desarrollo a una escala cada vez más vasta de la industria. Tras las exageraciones de 1848 donde El Manifiesto preveía una crisis económica prácticamente definitiva, Marx y Engels se encaminan hacia un análisis más circunspecto, tomando en consideración todos los factores y emprendiendo una larga investigación sobre la “radiografía de la sociedad”. Por un lado, la batalla política principal con los economistas e ideólogos de la burguesía tenía dos ejes: demostrar la base material de la producción – la explotación del obrero, la extracción de plusvalía – y demostrar el carácter históricamente limitado del régimen de producción capitalista. Sobre este último aspecto se concentraron en demostrar que la tendencia más ensalzada por los adalides del capitalismo – el progreso de la fuerza productiva del trabajo – contenía en si misma el germen de la crisis y las convulsiones decisivas del sistema – la tendencia a la baja de la tasa de beneficio. Por otro lado, el problema de la realización de la plusvalía, aunque asomaba la cabeza detrás de cada crisis cíclica, no se presentaba directamente como el problema histórico decisivo. En 1850 solo el 10 % de la población mundial vivía bajo el régimen capitalista, las capacidades de expansión del sistema aparecían como infinitas e inconmensurables y cada crisis cíclica desem¬bocaba en una nueva extensión del campo capitalista. Pese a ello, Marx supo ver la gravedad que encerraba y señaló la contradicción subyacente entre la tendencia del capitalismo a producir de forma ilimitada y la necesidad inherente a su propia estructura social de encerrar dentro un límite el consumo de la gran mayoría de la población. La situación cambia radicalmente en la última década del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX. Aparece el fenómeno del imperialismo, las guerras imperialistas se agravan, conduciendo a la terrible carnicería de 1914. Con ello la cuestión teórica fundamental para entender la crisis histórica del capitalismo es la realización de la plusvalía y no simplemente su producción: “es cierto que la tendencia arrolladora de la producción capitalista a penetrar en los países no capitalistas se manifiesta desde el instante mismo en que aquella comparece en la escena histórica, se extiende como un estribillo incesante a lo largo de toda su evolución, ganando cada vez más en importancia, hasta convertirse, por fin, desde hace un cuarto de siglo, al llegar la fase del imperialismo, en el factor predominante y decisivo de la vida social” (Rosa Luxemburgo: La Acumulación de capital, una anti-crítica). Rosa Luxemburgo aborda este problema desde un método histórico. No se plantea – como aducen sus críticos- una cuestión coyuntural – ¿cómo encontrar “terceras personas” distintas de los capitalistas y los obreros para dar salida a las mercancías que no logran vender?. sino una cuestión global: ¿cuáles son las condiciones históricas de la acumulación capitalista?. Su respuesta es que “el capitalismo viene al mundo y se desarrolla históricamente en un medio social no capitalista. En los países europeos occidentales le rodea, primeramente, el medio feudal de cuyo seno surge; luego desaparecido el feudalismo, un medio en el que predomina la agricultura campesina y el artesanado, es decir, la producción simple de mercancías, lo mismo en la agricultura que en la industria. Aparte de esto, rodea al capitalismo europeo una enorme zona de culturas no europeas, que ofrece toda la escala de grados de evolución, desde las hordas primitivas comunistas de cazadores nómadas, hasta la producción campesina y artesana de mercancías. En medio de este ambiente se abre paso hacia delante, el proceso de acumulación capitalista” (La Acumulación de capital, capítulo XXVII, “La lucha contra la economía natural”). Distingue tres partes en ese proceso: “la lucha del capital con la economía natural; la lucha con la economía de mercancías y la concurrencia del capital en el escenario mundial en lucha para conquistar el resto de elementos para la acumulación” (ídem). Aunque estas tres partes están presentes en toda la vida del capitalismo, cada una de ellas tiene más preponderancia en cada una de sus fases históricas. Así en la fase de acumulación primitiva – la génesis del capital inglés durante los siglos XIV al XVII brillantemente estudiada por Marx – el rasgo dominante es la lucha contra la economía natural; en cambio, el periodo que va desde el siglo XVII hasta el primer tercio del XIX está globalmente dominado por el segundo aspecto – la lucha contra la economía simple de mercancías – mientras que en el último tercio del siglo XIX el factor crucial es el tercero – la concurrencia agudizada por repartirse el planeta. A partir de este análisis señala que “el capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas. Pero no le basta cualquiera de estas formas. Necesita como mercados capas sociales no capitalistas para colocar su plusvalía. Ellas constituyen a su vez fuentes de adquisición de sus medios de producción y son reservas de obreros para su sistema asalariado” (ídem). Desde este punto de vista histórico y global plantea una crítica al esquema de la reproducción ampliada que Marx había empleado para representar el proceso regular de la acumulación capitalista. No cuestiona su validez respecto al fin concreto e inmediato que les había dado Marx: demostrar contra Adam Smith y la economía clásica burguesa que la reproducción ampliada era posible y poner de relieve el error que cometían al negar la existencia de capital constante. En efecto sin reconocer la existencia de capital constante es imposible comprender la continuidad de la producción y el papel del trabajo acumulado en ella y en consecuencia la acumulación de capital es imposible. Tampoco los critica porque no responderían a la realidad inmediata – en contra de lo que piensa el compañero que atribuye a Rosa Luxemburgo un “error de principiantes”. Rosa ve perfectamente legítimo el modelo abstracto que elabora Marx para ese fin concreto de demostrar que la acumulación, la reproducción ampliada, es posible. Lo que critica Rosa Luxemburgo es el supuesto de que toda la plusvalía extraída es consumida al interior del ámbito formado por los capitalistas y los obreros. Este supuesto puede ser válido si sólo se quiere explicar que la acumulación de capital es posible de manera general, pero no sirve si se pretende es comprender el proceso histórico de desarrollo y posteriormente de crisis general del sistema capitalista. Por tanto, Rosa Luxemburgo constata que hay una fracción de toda la plusvalía extraída a los obreros que no es consumida por los capitalistas y explica que su realización tiene lugar a través de la lucha por incorporar territorios precapitalistas al sistema mercantil y asalariado propio del capitalismo. Con ello está tratando de responder a una realidad muy concreta del capitalismo en el periodo de su apogeo (1873-1914): “si la producción capitalista constituye un mercado suficiente para si misma y permite cualquier ampliación para el total del valor acumulado, resulta inexplicable otro fenómeno de la moderna evolución: la lucha por los más lejanos mercados y por la exportación de capitales, que son los fenómenos más relevantes del imperialismo actual, resultaría totalmente incomprensible. ¿Para qué tanto ruido? ¿Para qué la conquista de las colonias y las peleas actuales por los pantanos del Congo y los desiertos de Mesopotamia? Sería mucho más conveniente que el capital se quedase en casa a darse la buena vida. Krupp produce alegremente para Thyssen, Thyssen para Krupp, no necesitan ocuparse más que de invertir los capitales una y otra vez en las propias explotaciones y ampliarlas mutuamente de un modo indefinido. El movimiento histórico del capital resulta sencillamente incomprensible y con él, el imperialismo actual” (Rosa Luxemburgo, ídem). Esto es justo lo mismo que plantea Marx cuando afirma: “Decir que sólo pueden los capitalistas cambiar y consumir sus mercancías entre ellos mismos es olvidar por completo el carácter de la producción capitalista y olvidar que se trata de valorizar el capital, no de consumirlo” (op cit.). Hay que dejar claro que Rosa Luxemburgo no ve los territorios precapitalistas como las “terceras personas” que le harían falta a los capitalistas para colocar sus mercancías sobrantes tal y como le reprochan sus críticos: “Los fines económicos del capitalismo en su lucha contra la economía natural son: “I. Apoderarse directamente de fuentes importantes de fuerzas productivas, como la tierra, la caza de las selvas vírgenes, los minerales, las piedras preciosas, los productos de las plantas exóticas como el caucho etc. “II. ‘Libertar’ a los obreros y obligarlos a trabajar para el capital “III. Introducir la economía de mercancías “IV. Separar la agricultura de la industria” (ídem). Los apologistas del capitalismo pretenden que es un sistema basado en el intercambio regular de mercancías del cual se desprende un equilibrio gradual de la oferta y la demanda que va desarrollando el crecimiento económico. Frente a ello, Rosa Luxemburgo señala que “la acumulación capitalista tiene, como todo proceso histórico concreto, dos aspectos distintos. De un lado, tiene lugar en los sitios de producción de la plusvalía – en la mina, en la fábrica, en el fundo agrícola, en el mercado de mercancías. Considerada así, la acumulación es un proceso puramente económico, cuya fase más importante se realiza entre los capitalistas y los trabajadores asalariados, pero que en ambas partes, en la fábrica como en el mercado, se mueve exclusivamente dentro de los límites del cambio de mercancías, del cambio de equivalencias. Paz, propiedad e igualdad reinan aquí como formas, y era menester la dialéctica afilada de un análisis científico para descubrir, cómo en la acumulación el derecho de propiedad se convierte en apropiación de la propiedad ajena, el cambio de mercancías en explotación, la igualdad en dominio de clases” (op. cit., capítulo XXXI). Poner en evidencia este último aspecto – revelar el mundo de violencia y destrucción que encerraba el simple intercambio regular de mercancías – fue el trabajo de Marx en El Capital, pero ante la época del imperialismo y la entrada del sistema en su decadencia lo crucial era polarizarse en “el otro aspecto de la acumulación de capital [que] se realiza entre el capital y las formas de producción no capitalistas. Este proceso se desarrolla en la escena mundial. Aquí reinan, como métodos, la política colonial, el sistema de empréstitos internacionales, la política de intereses privados, la guerra. Aparece aquí, sin disimulo, la violencia, el engaño, la opresión, la rapiña” (ídem). Adalen 2-4-2001 En la segunda parte de esta correspondencia, publicaremos un complemento que nos ha hecho llegar el camarada sobre su explicación de los períodos de reconstrucción y su crítica del dogmatismo de la CCI sobre las cuestiones económicas. Desarrollaremos por nuestra parte algunas precisiones en defensa de los análisis de Rosa Luxemburgo y contestaremos a esas críticas.

Series: 

  • Teorías de las crisis y decadencia [32]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La decadencia del capitalismo [33]

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [2]

Rev. Internacional nº 106, 3er trimestre 2001

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Crisis, guerras y lucha de clase

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LA Corriente comunista internacional ha celebrado recientemente su XIVº Congreso. Publicamos en este mismo número un articulo sobre las tareas y lo que debía zanjarse en este congreso. En él se adoptó una Resolución sobre la Situación internacional publicada aquí.
La finalidad de esa Resolución no es pronunciarse sobre los acontecimientos inmediatos de la situación, sino dar el marco más general y profundo posible para entenderlos. Además, ese documento se redactó hace más de dos meses por lo que no están incluidos en él los acontecimientos más recientes. Sin embargo, como habremos de ver, esos acontecimientos han venido a ilustrar de manera patente el análisis que se hace en la Resolución. Ésta, además, está completada e ilustrada por extractos del Informe sobre la Crisis económica presentado en el Congreso (1).
La Resolución sobre la Situación internacional del XIVº Congreso de la CCI consta de tres partes: la situación económica del capitalismo, los conflictos imperialistas y el estado de la lucha de clases.
En la parte titulada "La lenta agonía de la economía capitalista", la resolución señala que: "El 'boom' [de la economía estadounidense durante los años 90] ya es algo del pasado, hablándose cada día más de una caída de Estados Unidos en la recesión. Ya no solo tienen dificultades las 'punto.com', sino también amplios sectores de la producción. A pesar de esas señales alarmantes, la burguesía sigue hablando de 'booms' especiales en Gran Bretaña, en Francia, en Irlanda, en España…pero sólo es para tranquilizarse a sí misma. Al depender estrechamente de Estados Unidos los demás países industriales, el final evidente de los 'diez años de crecimiento de Estados Unidos' tendrá obligatoriamente serias repercusiones por todo el mundo industrializado."
Esa previsión no ha tardado en verificarse, pues estamos asistiendo últimamente a una serie de "profits warnings" (o sea, bajas de ganancias en comparación con lo previsto) en gran cantidad de empresas entre las más punteras, especialmente las de la "nueva" economía, lo cual ha llevado a una caída continua de los índices bursátiles (que han perdido casi 30% en un año). Gigantes como Philips o Nokia, líder mundial de teléfonos móviles, anuncian o el abandono de la fabricación de ese producto o reducciones drásticas de su fabricación, todo ello acompañado de despidos a mansalva. Incluso una empresa como Alcatel, gigante francés de telecomunicaciones, anuncia que iba a deshacerse ¡de más de cien de sus ciento veinte fábricas!
Al mismo tiempo, las previsiones para el crecimiento del PIB de 2001 son regularmente revisadas hacia abajo en la mayoría de los países europeos (cerca de un punto desde principios de año, o sea que el crecimiento será 30% más débil de lo que estaba previsto). En fin, las tasas oficiales de desempleo, que se han reducido en los últimos tiempos están volviendo a incrementarse por todas partes (en Alemania desde hace varios meses así como en Francia, uno de los países alabados por sus "resultados" económicos).
En su parte "Caída hacia la barbarie", la resolución indica que: "La dislocación de los antiguos bloques, en su estructura y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde las grandes potencias mundiales hasta los más cutres caudillos de guerras locales. Esto ha cobrado la forma de un incremento constante de guerras locales y regionales, en torno a las cuales las grandes potencias procuran adelantar sus peones en propia ventaja. (…) A lo largo de esta década, la supremacía militar de Estados Unidos se ha visto incapaz de poner coto a la aceleración centrífuga de las rivalidades interimperialistas. En lugar de un nuevo orden mundial dirigido por Estados Unidos, que en sus tiempos prometiera su padre, el ahora nuevo Bush está confrontado a un desorden militar creciente, a una proliferación de guerras por todo el planeta". Entre los ejemplos de esta situación, la Resolución cita la agravación del conflicto en Oriente Medio, el nuevo despegue de la guerra en los Balcanes, en Macedonia ahora. Desde que se redactó la Resolución, las cosas han ido de mal en peor. Cada día aporta su lista de muertos en Israel y Palestina, sin que nada puedan hacer los esfuerzos diplomáticos a repetición del "padrino" americano. Entre "tregua" que nadie respeta y "alto el fuego" violado nada más firmarlo, nada parece poner fin a la demencia bélica en esta parte del mundo. Y para todos está claro que aunque hubiera algún que otro receso, nunca desembocaría en paz verdadera, una paz que se proponía el "proceso de Oslo" nada menos que a principios de los años 90.
En cuanto a los Balcanes, cabe hacer una mención especial a lo que acaba de ocurrir, el 28 de junio, con la entrega de Milosevic al Tribunal penal internacional de La Haya por parte del Gobierno de Belgrado, inmediatamente seguida por el desbloqueo de más de mil millones de dólares por los países "donantes" para la reconstrucción de Serbia. Tenemos ahí patente un buen ejemplo de la hipocresía que puede desplegar la burguesía. Milosevic fue, a principios de los 90, el amiguete de los americanos y de algunos otros países europeos, como Francia y Gran Bretaña, que querían refrenar las ambiciones alemanas en los Balcanes por medio sobre todo de Croacia. Después, los norteamericanos cambiaron de chaqueta aportando su apoyo a los bosnios, mientras que aquellos dos países europeos seguían apoyando a Milosevic. Los EE.UU. necesitaron llegar a la prueba de fuerza de la conferencia de Rambouillet a principios de 1999, que hizo inevitable la guerra entre la OTAN y Serbia, para forzarlos a alinearse con la potencia norteamericana durante los "bombardeos humanitarios" sobre Serbia y Kosovo de la primavera de ese año. Esta guerra, que pretendidamente era para "proteger" a la población albanesa de Kosovo lo que hizo fue aumentar las matanzas antes de que los supervivientes pudieran volver a una región transformada en montón de ruinas.
La potencia estadounidense necesitaba un "happy end", el castigo del "malo" para justificar la barbarie guerrera que ella misma había desencadenado. Y así se ha hecho: el "bueno" de antes transformado en "malo" por necesidades del guión, está ahora en manos del sherif.
El conflicto en Macedonia, por su parte, no ha cesado de agravarse. Una buena parte del norte del país está ya en manos de la guerrilla proalbanesa del UCK. Y es ésta una nueva ocasión para las grandes potencias de hacer surgir sus rivalidades, por mucho que todas parezcan estar de acuerdo en que el UCK llegue a sus fines: ante el anuncio de EE.UU. de mandar tropas de la OTAN para calmar los ánimos, la diplomacia europea contesta nombrando a un "Especial Macedonia" en la persona de F. Leotard, antiguo ministro francés de Defensa. El que Solana haya escogido a un político del país tradicionalmente más opuesto a Estados Unidos, da una idea de que en Macedonia como en otras partes, los discursos de paz y las expresiones manifiestas de "amistad" entre EE.UU. y sus ex aliados europeos, sólo sirven de tapadera para lo contrario, o sea el incremento irresistible de sus rivalidades. Esto quedó confirmado durante la visita de Bush a Europa en junio: el presidente de EE.UU. no ha logrado ni mucho menos "vender" a los europeos su proyecto de escudo antimisiles, el cual es, como lo dice la Resolución: "Una gran ofensiva por parte del imperialismo americano para convertir su ventaja tecnológica en una supremacía planetaria sin precedentes. Ese proyecto es un paso más en una carrera de armamento cada día más aberrante que va a exacerbar el antagonismo con sus rivales".
Y, para terminar, la perspectiva de desarrollo de la lucha y de la conciencia de clase no ha tenido, en esos últimos tiempos, una evolución significativa. Vale sin embargo la pena subrayar, como lo hace la Resolución en la parte "La clase obrera sigue teniendo en sus manos la llave del futuro", la idea de que una de las maneras con las que valorar la amenaza potencial que sigue siendo la clase obrera para el orden burgués es "la enorme cantidad de tiempo y de energía dedicado a sus campañas ideo lógicas [de la burguesía] contra el proletariado, y entre ellas, las dedicadas a demostrar que éste sería una fuerza totalmente agotada son de las más ruidosas".
En el próximo número de esta Revista escribiremos sobre un ejemplo muy significativo de esas campañas, aquellas cuyo objetivo es pervertir el significado verdadero de los movimientos sociales de los últimos años 60. Para ocultar el hecho de que esos movimientos fueron el final de la contrarrevolución, fueron el inicio de un período en el que el proletariado iba a volver a ser capaz de desempeñar un papel de actor en el escenario social; para incrustar la idea de que nuestra clase "está acabada", los medios y los políticos burgueses, como dice la Resolución, han desempolvado y sacado a la luz a los "excombatientes" de las luchas estudiantiles de entonces. Se trata para la clase dominante de hacer que se olvide que las luchas obreras de entonces tuvieron una importancia sin comparación posible con las estudiantiles. También quieren hacer creer que al haberse integrado en el sistema (como el actual ministro alemán de Exteriores) los pretendidos "revolucionarios" de entonces habrían dado la prueba de que también ellos habían comprendido que la revolución es imposible.
Lo que demuestran esas campañas, aunque la gran mayoría de obreros no sea todavía hoy consciente de ello, es que los sectores más lúcidos de la burguesía sí saben que la revolución es posible. El proletariado deberá, en el período que nos espera, alcanzar la conciencia de que la revolución es posible y que el porvenir de la revolución está en sus manos.

1) Se publicarán extractos de los demás informes en los números siguientes de la Revista internacional.

Acontecimientos históricos: 

  • Caos de los Balcanes [34]

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [2]
  • Imperialismo [15]

Resolución sobre la Situación internacional 2001

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1. La alternativa ante la que se encuentra en estos principios del siglo XXI la humanidad es la misma que la de principios del XX: la caída en la barbarie o la regeneración de la sociedad mediante la revolución comunista. Los marxistas revolucionarios, quienes, durante el período tumultuoso de 1914-1923, insistieron en ese dilema inevitable, no hubieran podido imaginarse nunca que sus herederos políticos estén todavía obligados a insistir en él al iniciarse este nuevo milenio.
De hecho, incluso la generación de los revolucionarios "post68", surgida de la reanudación de las luchas proletarias tras un largo período de contrarrevolución iniciado en los años 20, no podía de verdad imaginarse que el capitalismo en declive fuese tan hábil como para sobrevivir a sus propias contradicciones, como así lo ha demostrado desde los años 60.
Para la burguesía todo es una prueba suplementaria de que el capitalismo sería la última y ahora ya única forma de sociedad humana y el proyecto comunista no habría sido más que un sueño utópico. La caída del bloque "comunista" en 1989-91 aportó una aparente verificación histórica a esa idea, que es la piedra clave de toda ideología burguesa.
Presentando hábilmente la caída de una parte del sistema capitalista mundial como si fuera la desaparición final del marxismo y del comunismo, la burguesía, desde entonces, ha concluido, basándose en esa falsa hipótesis, que el capitalismo habría entrado en una nueva fase más dinámica de su existencia.
Desde ese punto de vista:
- por vez primera, el capitalismo sería un sistema global; la libre aplicación de las leyes del mercado ya no estaría entorpecida por los engorrosos obstáculos "socialistas" levantados por los regímenes estalinistas y sus imitadores;
- el uso de ordenadores y de la red Internet se habría revelado no solo ya como una enorme revolución tecnológica, sino además como una especie de mercado sin límites;
- la competencia entre naciones y las guerras se habrían convertido en cosas del pasado;
- la lucha de clases habría desaparecido, pues la propia noción de clase sería ya caduca; la clase obrera sería una especie de reliquia del pasado.
En este nuevo capitalismo dinámico, la paz y prosperidad estarían al orden del día. Se habría desterrado la barbarie; el socialismo se habría convertido en un absurdo total inaplicable.
2. En la realidad de los hechos, durante la década iniciada en 1991, todas esas patrañas han ido apareciendo como tales una tras otra.
Cada vez que se han sacado un nuevo tinglado ideológico para dar la prueba de que el capitalismo podría ofrecer a la humanidad un porvenir radiante, ha aparecido inmediatamente como una mala chapuza, como un juguete barato que se estropea nada más jugar con él. Las generaciones futuras mirarán con el mayor de los desprecios las justificaciones propuestas por la burguesía durante esta década y verán sin duda este período como el de la ceguera, la estupidez, el horror y el sufrimiento sin precedentes.
La previsión marxista de que el capitalismo ha podido seguir viviendo después de haber dejado de ser útil a la humanidad quedó confirmada por las guerras mundiales y las crisis totales de la primera mitad del siglo XX. La continuación de este sistema senil en su fase de descomposición aporta nuevas pruebas a aquella previsión; esa descomposición sí que es el "nuevo" período cuyo inicio vino marcado por los acontecimientos de 1989-91.
Hoy, lo que ante la humanidad se presenta no es ya únicamente la perspectiva de la barbarie: la caída ya ha empezado, con el peligro de destruir todo intento de futura regeneración social. La revolución comunista, lógico punto culminante de la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista, no es una utopía, contrariamente a las campañas de la clase dominante. Esta revolución sigue siendo una necesidad impuesta por la agonía mortal del modo de producción actual, y es, al mismo tiempo, una posibilidad concreta, pues la clase obrera ni ha desaparecido ni ha sido vencida de manera decisiva.

 

La lenta agonía de la economía capitalista

 

3. Todas las promesas hechas por la clase dirigente sobre la nueva era de prosperidad iniciada por "la victoria del capitalismo sobre el socialismo" han demostrado ser una tras otra puras burbujas llenas de aire:
- primero nos dijeron que el desmoronamiento del "comunismo" y la apertura de amplios y nuevos mercados en los países del ex bloque del Este iban a dar nuevo estímulo al capitalismo mundial. En realidad, esos países no estaban fuera del sistema capitalista, sino que eran sencillamente Estados capitalistas atrasados incapaces de rivalizar con los países del bloque del Oeste en un mercado mundial sobresaturado. El que no hubiera sitio para ninguna otra economía capitalista importante obligó a esos países a rodearse de murallas proteccionistas, mientras que su jefe, la URSS, se dedicaba a intentar hacerle la competencia en el plano militar a su rival occidental. La apertura de esas economías al capital de los países más industrializados no ha hecho sino subrayar sus debilidades intrínsecas y sólo ha servido para hundir a las poblaciones en una miseria todavía más profunda que la que soportaban bajo los regímenes estalinistas: hundimiento de sectores enteros de la producción, desempleo masivo, penuria de bienes de consumo, inflación, corrupción endémica, salarios no pagados desde hace meses, descalabro de los servicios sociales, convulsiones financieras cada día más importantes, y fracaso sistemático de todos los "paquetes de reformas" impuestos por Occidente. El ex bloque del Este no fue ni mucho menos un regalo navideño para las economías occidentales, sino que, al contrario, ha resultado ser una pesada rémora. Eso es evidente en Alemania, cuya parte oriental va a arrastras de toda la economía; pero también a gran escala, al considerar las masas enormes de capital que se han inyectado en el pozo sin fondo que son esas economías, capital sin retorno visible. Hay que añadir el flujo creciente de refugiados que intentan huir del caos económico y militar que son los Balcanes y los territorios de la antigua URSS.
- Le tocó después el turno a Extremo Oriente de los "tigres y dragones", fieras que iban a mostrar al resto del mundo el camino a seguir, gracias a sus impresionantes cifras de crecimiento. Esas economías han demostrado sobre todo que no eran más que un espejismo. Al principio, cuando había dos bloques, fueron artificialmente levantadas pieza a pieza por el capitalismo estadounidense para que sirvieran de cortafuegos ante la expansión del "comunismo"; su crecimiento espectacular de los años 80 y 90 se construyó en las mismas arenas movedizas que el resto de la economía mundial: recurso masivo al crédito, un recurso que ya era el resultado de la insuficiencia de nuevos mercados para el capital global. La crisis de 1997, tan espectacular como aquel crecimiento, fue la prueba: bastó que el pago de las deudas fuera exigido para que el castillo de naipes se viniera abajo. Y aunque una serie de medidas dirigidas por Estados Unidos, ha ido permitiendo que esa crisis quedara dentro de ciertos límites, impidiendo la recesión abierta en Occidente, el estancamiento duradero de la economía japonesa, durante largos años considerada como imbatible, es una prueba suplementaria de que Extremo Oriente no podrá proporcionar una nueva "locomotora" a la economía. El estado de la economía japonesa es tan peligroso que provoca periódicamente una oleada de pánico a través del mundo, como cuando el ministro japonés de Finanzas declaró el país en quiebra. A pesar de la reaparición, en versión adaptada, del mito del "peligro amarillo" de principios de siglo XX, hay todavía menos posibilidades de que China llegue a ser una especie de nuevo motor de desarrollo económico. Sea cual fuere el desarrollo económico en China, también está basado en un endeudamiento masivo; y tampoco ha impedido que millones de obreros se pudran en el desempleo de larga duración y que muchos otros millones no hayan sido pagados desde hace tiempo.
- la última gran esperanza del capitalismo se ha basado en los resultados de la economía de EEUU y sus "diez años de crecimiento ininterrumpido", y, especialmente, en su función motora en la nueva economía basada en Internet. La "net-economía" ha mostrado ser una promesa fallida; incluso los propios comentaristas burgueses han acabado burlándose de ella. Las "start-up" y demás "patrañas.com" han acabado quebrando a un ritmo de fórmula-1, demostrando la mayoría de ellas que no eran más que un timo especulativo, una especia de metáfora de la engañifa real de que el capitalismo podría salvarse a sí mismo funcionando como una gigantesca gran superficie electrónica. Además, la caída de la "nueva economía" no es sino el reflejo mismo de los problemas más profundos de la economía norteamericana entera. No es ya un secreto para nadie que el boom de EE.UU. se ha basado esencialmente en un despegue vertical de una deuda que ha llegado a ser inconmensurable, tanto para las empresas como para los particulares, lo cual ha hecho que la tasa de ahorro sea negativa por vez primera desde hace décadas. Las tasas de crecimiento considerables de las que alardea la burguesía se basan en realidad en un sistema financiero que la locura especulativa ha ido debilitando cada día más y en una agudización de los ataques contra las condiciones de vida de los obreros: aumento de los empleos precarios, reducción del salario social, desvío de una parte creciente de los ingresos de los trabajadores hacia la timba de la Bolsa;
- en todo caso, el boom ya es algo del pasado, hablándose cada día más de una caída de Estados Unidos en la recesión. Ya no solo tienen dificultades las "punto.com", sino también amplios sectores de la producción. A pesar de esas señales alarmantes, la burguesía sigue hablando de booms especiales en Gran Bretaña, en Francia, en Irlanda, en España… pero sólo es para tranquilizarse a sí misma.
Al depender estrechamente de Estados Unidos los demás países industriales, el final evidente de los "diez años de crecimiento de Estados Unidos" tendrá obligatoriamente serias repercusiones por todo el mundo industrializado.
4. El modo de producción capitalista entró en su crisis histórica de sobreproducción a principios del siglo XX. En realidad, es desde entonces que el capitalismo está "globalizado", "mundializado". Simultáneamente, alcanzó los límites de su expansión hacia el exterior y puso las bases de la revolución proletaria mundial. Pero el fracaso de la clase obrera en ejecutar la sentencia de muerte del sistema significó que el capitalismo haya podido sobrevivir a pesar del peso cada día mayor de sus contradicciones internas. El capitalismo no se para así como así en cuanto deja de ser un factor de progreso histórico. Al contrario, sigue "creciendo" y funcionando, aunque sea con una base corroída que ha acabado metiendo a la humanidad en una espiral catastrófica.
El capitalismo decadente entró en un ciclo de crisis-guerra-reconstrucción, que marcó los dos primeros tercios del siglo XX. Las guerras mundiales permitieron un reparto del mercado mundial y la reconstrucción que las siguió proporcionaron un estímulo temporal.
Pero también la supervivencia del sistema necesitó la intervención política creciente por parte de la clase dominante, la cual ha utilizado su aparato de Estado para esquivar las leyes "normales" del mercado, sobre todo mediante políticas de déficit presupuestario y la creación de mercados artificiales mediante el crédito. El krach de 1929 demostró a la burguesía que el proceso de reconstrucción de posguerra, por sí solo, no podía sino desembocar en crisis mundial general, tan solo una década después de terminada la Primera guerra. En otras palabras, ya no era posible volver a encontrar firme y duraderamente el nivel de producción capitalista mediante un retorno a una aplicación "espontánea" de las leyes comerciales. La decadencia del capitalismo es precisamente la expresión del antagonismo entre las fuerzas de producción y su forma mercantil; así pues, en aquel tiempo, la burguesía misma se vio obligada a actuar cada vez más en desacuerdo con las leyes naturales de la producción de las mercancías a la vez que tal producción seguía estando dictada por esas mismas leyes.
Por eso es por lo que Estados Unidos financió conscientemente la reconstrucción de 1945, usando ese mecanismo que parece irracional: prestó dinero a sus clientes para que construyeran un mercado para sus productos. Una vez alcanzados los límites de ese absurdo, a mediados de los años60, la burguesía mundial no ha cesado de llevar más lejos las cotas del intervencionismo. En los tiempos de los bloques imperialistas, esa intervención se coordinaba en general a escala de bloque; la desaparición de los bloques, a la vez que ha provocado peligrosas tendencias centrífugas tanto en lo económico como en el plano imperialista, no ha llevado a la desaparición de los mecanismos internacionales de intervención: han renacido e incluso reverdecido instituciones cada vez más identificadas como agentes principales de la "mundialización", como la OMC (Organización mundial del comercio). Estos organismos, aunque funcionan como un campo de batalla entre los principales capitales nacionales o como coaliciones entre agrupamientos geopolíticos particulares (TLCN: Tratado de libre comercio norteamericano; UE: Unión europea, etc.) expresan la necesidad fundamental para la burguesía de impedir la parálisis de la economía mundial. Esto se concreta, por ejemplo, en los esfuerzos constantes de EE.UU. por avalar a su rival económico principal, Japón, aunque ello signifique achicar las enormes deudas japonesas mediante deudas todavía mayores.
Ese trampeo organizado con la ley del valor mediante el capitalismo de Estado no suprime las convulsiones del sistema; sencillamente las va postergando o las desplaza. Las difiere en el tiempo, especialmente en las economías más avanzadas, evitando constantemente que resbalen hacia la recesión; y las desplaza en el espacio arrojando sus peores efectos hacia las regiones periféricas del planeta, más o menos abandonadas a su suerte, excepto cuando sirven de peones en el tablero interimperialista. Pero también en los países avanzados, ese aplazamiento de las recesiones abiertas o de depresiones se hace notar en la presión inflacionista, en las "mini quiebras" bursátiles, el desmantelamiento de partes enteras de la industria, el hundimiento de la agricultura y el deterioro de las infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, servicios), fenómenos todos ellos en constante aumento. Este proceso incluye también recesiones declaradas, aunque la mayoría de las veces la profundidad real de la crisis es ocultada adrede mediante manipulaciones conscientes de la burguesía. Por eso, la perspectiva para los tiempos venideros es la de un descenso largo y lento hacia las profundidades, aderezado de vez en cuando con caídas cada vez más violentas. Pero no existe, en lo absoluto, una especie de punto sin retorno para la producción capitalista, en términos puramente económicos. Mucho antes de que ese punto se hubiera alcanzado, el capitalismo habría quedado destruido ya sea por la generalización de su tendencia a la barbarie, ya sea mediante la revolución proletaria.

La caída hacia la barbarie

5. A principios de los años 90 se nos dijo que la desaparición de la superficie del planeta del agresivo "comunismo" iba a abrir una nueva era de paz, puesto que el capitalismo, en su forma democrática, había dejado de ser imperialista desde hacía tiempo. Esta ideología se combinó después con el mito de la mundialización, con el cuento de que las rivalidades entre naciones era ya cosa del pasado.
Es cierto que el desmoronamiento del bloque del Este y la consecuente dislocación de su adversario occidental, suprimieron una condición fundamental para la guerra mundial, o sea la de la existencia de bloques constituidos (haciendo aquí abstracción de las condiciones sociales necesarias y previas a ese tipo de conflictos). Pero ese desarrollo no ha cambiado en nada la realidad esencial de que los Estados-nación capitalistas son incapaces de superar esa situación de lucha sin cuartel por dominar el mundo. De hecho, la dislocación de los antiguos bloques, en su estructura y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde las grandes potencias mundiales hasta los más cutres caudillos de guerras locales. Esto ha cobrado la forma de un incremento constante de guerras locales y regionales, en torno a las cuales las grandes potencias procuran avanzar sus peones en ventaja propia.
6. Desde el principio, los Estados Unidos, como gendarme del mundo se dieron cuenta del peligro de la nueva tendencia y tomaron medidas inmediatas para atajarla. Ése fue el sentido de la Guerra del Golfo de 1991, gigantesco despliegue de la supremacía militar de Estados Unidos, no dirigida, en primer término contra el Irak de Sadam Husein, sino destinada a intimidar a las grandes potencias rivales de EE.UU. y someterlas a su autoridad. Sin embargo, aunque EE.UU. logró temporalmente fortalecer su liderazgo mundial obligando a las demás potencias a participar en su coalición antiSadam, se puede juzgar el éxito verdadero de sus esfuerzos cuando se comprueba que diez años después, EE.UU. se sigue viendo obligado a usar la táctica del bombardeo a Irak, y cada vez que lo hace, tiene que enfrentarse a las críticas de la mayoría de sus aliados y también a verse obligado a efectuar despliegues de fuerza del mismo tipo en otras zonas conflictivas, especialmente en los Balcanes. A lo largo de esta década, la supremacía militar de Estados Unidos se ha visto incapaz de poner coto a la aceleración centrífuga de las rivalidades interimperialistas. En lugar de un nuevo orden mundial dirigido por Estados Unidos, que en sus tiempos prometiera su padre, el ahora nuevo Bush está confrontado a un desorden militar creciente, a una proliferación de guerras por todo el planeta:
- en los Balcanes, región que, a pesar de las intervenciones masivas en 1996 y 1999, dirigidas por EE.UU., sigue siendo un hervidero de tensiones entre grandes potencias y susagentes locales. En 2001, en el"pacificado" Kosovo sigue corriendo cada día la sangre, y la brutal sangría étnica se ha extendido ahora a Macedonia, con la amenaza de una entrada en liza de varias potencias regionales:
- en Oriente Medio, con unos acuerdos de Oslo en quiebra total, la escalada del conflicto armado entre Israel y los palestinos es una patada a las esperanzas de EE.UU. de establecer su "Pax americana" en la región, dando oportunidades a las demás grandes potencias que, por otra parte, no poseen la menor capacidad de imponer una alternativa al orden americano;
- en Chechenia, en donde, aún con el apoyo activo de las demás grandes potencias a las cuales no les apetece lo más mínimo que la Federación Rusa de desgarre en múltiples movimientos nacionalistas, el Kremlin es incapaz de poner fin a la guerra;
- en Afganistán, en donde continúa la guerra entre diferentes fracciones musulmanas contra los talibanes por el control del país;
- en África, en donde ya las guerras no son solo endémicas, desde Argelia en el norte hasta Angola en el sur, sino que se han extendido en importancia para convertirse en verdaderas guerras regionales, involucrando a ejércitos de muchos Estados vecinos, como así ocurre en el Congo;
- en Extremo Oriente, países como Birmania y Camboya siguen desgarrándose en combates internos, con una China que tiende cada día más a hacer valer sus "derechos" a ser una potencia regional de primer orden;
- en el subcontinente indio, India y Pakistán se amenazan mutuamente agitando su panoplia nuclear y Sri Lanka sigue destrozándose con la guerra contra los separatistas tamiles;
- en Latinoamérica, en donde la tensión se ha agravado con la nueva "guerra contra la droga" que llevan los Estados Unidos, que no es otra cosa sino un intento más para volver a asentar su autoridad en su coto privado, ante la intervención creciente de sus rivales europeos (por ejemplo, a través del apoyo abierto de éstos a los zapatistas);
- en Irlanda, en donde otro "proceso de paz" es salpicado por el ruido de las bombas y en el País Vasco, en donde se ha roto la tregua, con una ETA que se ha lanzado a una escalada de actividades terroristas.
La lista podría alargarse, pero basta para esclarecer el cuadro. Lejos de aportar paz y estabilidad, la ruptura del sistema de bloques ha acelerado considerablemente la caída del capitalismo hacia la barbarie militar. La característica de las guerras en la fase actual de descomposición del capitalismo es que no son menos imperialistas que las guerras en las fases anteriores de su decadencia, pero sí se han vuelto más extensas, más incontrolables y más difíciles de hacer cesar incluso temporalmente.
7. En todos esos conflictos, ha quedado más o menos enmascarada la rivalidad entre Estados Unidos y sus antiguas grandes potencias "aliadas". Más en el Golfo Pérsico y en los Balcanes, donde los conflictos han revestido la forma de una "alianza" de los Estados democráticos contra tiranuelos locales; menos en África, en donde cada potencia ha actuado más abierta y separadamente para proteger sus intereses nacionales. Oficialmente, los "enemigos" de Estados Unidos (los que citan los dirigentes de este país para justificar unos presupuestos militares cada vez mayores) son o pequeños Estados "sin escrúpulos", como Corea del Norte o Irak, o sus antiguos rivales directos de la época de la guerra fría, Rusia, o su rival primero y aliado después en esa misma época, China. A China, en particular, la identifican cada día más como potencialmente principal rival de Estados Unidos. De hecho, en los últimos tiempos, se ha podido observar un incremento de las tensiones entre EE.UU. y esas dos potencias, a propósito de la extensión de la OTAN hacia la Europa del Este, el descubrimiento de una red de espionaje ruso centrada en un antiguo responsable del FBI, y, sobre todo, con el incidente del avión espía en China. Existe además, en el seno de la burguesía norteamericana, una fracción importante que está convencida de que China es, sin lugar a dudas, el enemigo principal de Estados Unidos. Pero lo más significativo de lo acontecido en los últimos tiempos ha sido sin duda la multiplicación de declaraciones por parte de sectores de la burguesía europea sobre la "arrogancia" estadounidense, especialmente tras la decisión por parte de EEUU de rechazar los acuerdos de Kioto sobre la emisión de dióxido de carbono y de hacer avanzar su proyecto antimisiles "hijo de la guerra de las galaxias". Este proyecto es de hecho una gran ofensiva por parte del imperialismo americano para convertir su ventaja tecnológica en una supremacía planetaria sin precedentes. Ese proyecto es un paso más en una carrera de armamento cada día más aberrante que va a exacerbar el antagonismo con sus rivales.
Esos antagonismos se van a agudizar más todavía con la decisión de formar un "ejército europeo" separado de la OTAN. Aunque existe una fuerte tendencia a cargar la responsabilidad de la creciente ruptura en las relaciones entre Europa y Estados Unidos sobre la administración de Bush, este nuevo "antiamericanismo" no es más que el reconocimiento explícito de una tendencia que lleva obrando desde la desaparición del bloque occidental a principios de los años 90. Ideológicamente, refleja una tendencia que también se desató con el desmoronamiento de los bloques, otra manera de "cada uno para sí", la tendencia hacia un nuevo bloque antiamericano basado en Europa.
8. Está sin embargo muy lejos la formación de nuevos bloques imperialistas por razones a la vez estratégico-militares como político-sociales:
- ningún Estado ni grupo de Estados es capaz de compararse a la potencia de fuego de Estados Unidos. Alemania, el país que más se ha beneficiado del proceso de descomposición haciendo avanzar sus intereses hacia sus esferas de influencia tradicionales como Europa oriental, no posee el arma nuclear y, a causa de su pasado, está obligada a avanzar con cautela en su estrategia de expansión. Francia, con mucho la potencia europea más abiertamente antiamericana, es incapaz de presentarse como líder potencial de un nuevo bloque;
- "Europa" dista mucho de ser una "unión". En ella la tendencia "cada uno para sí" está tan viva como en otros continentes. Aunque Francia y Alemania pudieran ser el eje central de un bloque europeo, hay tensiones entre ellas, a la vez históricas e inmediatas. Por su parte, Gran Bretaña tiende a jugar a una contra la otra para impedirles volverse demasiado poderosas, a la vez que juega la baza de Estados Unidos contra ambas. Es importante no confundir cooperación económica entre Estados europeos y formación inmediata de una estructura de bloque, pues no hay una relación mecánica entre intereses económicos inmediatos e intereses estratégicos y militares;
- En el ámbito social, no es posible mantener una cohesión de la sociedad en torno a una nueva ideología de guerra comparable al antifascismo de los años 30 o al anticomunismo de la posguerra, pues la clase obrera no está movilizada, ni mucho menos, tras los estandartes de la nación. La base ideológica para la formación de nuevos bloques no se ha edificado todavía, por mucho que el nuevo antiamericanismo nos dé una idea de la forma que podría tomar en el futuro.
La guerra mundial no está, pues, en la agenda de un futuro más o menos cercano. Pero esto no minimiza en nada los peligros de la situación actual. La proliferación de guerras locales, el despliegue de conflictos regionales entre potencias con armas nucleares, como India y Pakistán, la extensión de esos conflictos hacia los centros vitales del capital (como testimonia la guerra en los Balcanes), la necesidad de EE.UU de reafirmar su liderazgo declinante, sin cesar y con todo su peso, así como las reacciones que esto podría acarrear por parte de las demás potencias, todo ello podría ocasionar una terrible espiral destructora que acabaría por arruinar las bases de una futura sociedad comunista, incluso sin que el capitalismo hubiera obtenido el alistamiento activo de los obreros en los lugares centrales del capital mundial.
9. La clase dominante tiende a reducir el significado global de las crecientes tensiones buscando para cada conflicto, causas específicas locales, ideológicas y económicas: aquí serán los odios raciales fuertemente arraigados, allá las discordias religiosas, en el Golfo, el petróleo, en Sierra Leona, los diamantes, etc. Esto acaba a menudo haciendo mella en las confusiones del medio político proletario, el cual cree con demasiada facilidad que hacer un análisis materialista es esforzarse simplemente por explicar cada conflicto imperialista por razones de la ganancia económica inmediata que se pueda sacar. Muchos de esos factores son reales, pero en nada explican las características generales del período en el que ha entrado el capitalismo. En el período de decadencia, la guerra ha sido, cada vez más, un desastre económico, una pérdida completa. El mantenimiento de cada conflicto particular acarrea costes que sobrepasan con mucho los beneficios que se puedan sacar de él. Por ello, aunque hubo fuertes presiones económicas que sin duda desempeñaron un papel clave para empujar a Zimbabwe a invadir el Congo, o Irak a invadir Kuwait, las complicaciones militares habidas después precipitaron a esos países en una ruina todavía más profunda. Esto quiere decir, hablando ya en general, que se terminó el ciclo crisis-guerra-reconstruccióbn, que daba una especie de apariencia de racionalidad a la guerra mundial en el pasado, pues ninguna nueva guerra mundial vendría seguida de la menor reconstrucción. Pero ninguno de esos cálculos de ganancias o pérdidas no impedirá que los Estados imperialistas tengan que responder a la necesidad de defender su presencia imperialista en el mundo, de sabotear las ambiciones de sus rivales, o de incrementar sus presupuestos militares. Al contrario, están todos entrampados en una lógica que no pueden controlar, una "lógica" que cada vez lo es menos, incluso con un enfoque capitalista, y es eso precisamente lo que hace que la situación ante la que está enfrentada la humanidad sea tan peligrosa e inestable. Sobrestimar la racionalidad del capital equivale a subestimar la amenaza real de guerra en el período actual.
10. La clase obrera debe pues encarar la posibilidad de verse arrastrada en una reacción en cadena de guerras locales y regionales. Pero ése solo es un aspecto de la amenaza que representa el capitalismo en descomposición.
La última década ha visto todas las consecuencias de la descomposición transformarse poco a poco en mortíferas:
- en el ámbito de la vida social, especialmente con el fenómeno de "gangsterización" creciente: corrupción en las más altas esferas de los Estados, implicación cada día mayor de las mafias y de los cárteles internacionales de la droga en la vida política y económica de la burguesía, alistamiento de explotados y oprimidos en bandas locales, pandillas que en los países de la periferia se han convertido en instrumentos de las guerras imperialistas; a estos fenómenos se vincula la extensión de ideologías de lo más retrógrado, basadas en el odio racial o étnico, la "normalización" del genocidio y de la matanza interétnica como en Ruanda, Timor Oriental, Bosnia o Borneo;
- con el desmoronamiento de las infraestructuras de transporte y alojamiento, que afectan a cada vez más gente, provocando todavía más víctimas en todo tipo de accidentes y de desastres (accidentes de ferrocarril, inundaciones, terremotos y demás, etc.); estrechamente vinculado a ello, la crisis de la agricultura resultante de las nuevas erupciones de enfermedades que incrementan la crisis que las ha producido;
- más en general, a nivel del ecosistema planetario, cada día se van acumulando más pruebas del calentamiento global del planeta (subida de la temperatura de los mares, deshielo del banco polar, cambios climáticos bruscos, etc.), mientras que los fracasos repetidos de las conferencias internacionales sobre el clima muestran la incapacidad total de las naciones capitalistas para cambiar lo más mínimo.
El capitalismo ofrece hoy una anticipación cada vez más patente de lo que pudiera ser el hundimiento en la barbarie: una civilización totalmente desintegrada, estragada por tempestades, sequías a repetición, epidemias, hambres, envenenamiento irreversible del aire, de los suelos y del agua; una sociedad de hecatombe con sus conflictos asesinos y guerras de destrucción mutua que arruinan a países enteros, cuando no continentes; guerras que emponzoñan todavía más la atmósfera, que se vuelven más y más frecuentes y devastadoras a causa de lo desesperado de las peleas entre naciones, regiones o feudos locales por guardar sus reservas de unos recursos que disminuyen y de lo mínimo necesario; un mundo de pesadilla donde los últimos baluartes de prosperidad atrancan sus puertas a cal y canto ante las hordas de refugiados que huyen de guerras y catástrofes; en resumen, un mundo en el que la putrefacción se ha metido tanto que ya no habría posible vuelta atrás y en el que, finalmente, la civilización capitalista se hundiría en las arenas movedizas que ella misma ha creado. Ese paisaje apocalíptico tampoco está tan alejado de lo que hoy tenemos ante nuestros ojos; el rostro de la barbarie está tomando forma material ante nosotros. Lo único que queda por saber es si el socialismo, la revolución proletaria, sigue siendo una alternativa viva.

La clase obrera sigue teniendo en sus manos la llave del futuro

11. A lo largo de los años 70 y 80, el combate de la clase obrera en respuesta al resurgir de la crisis histórica del capitalismo fue una defensa contra el posible estallido de una tercera guerra mundial, la única verdadera defensa, pues el capitalismo ya tenía formados los bloques imperialistas que debían lanzarse a la guerra, y la crisis económica estaba ya empujando al sistema hacia esa "solución". Pero por una serie de razones relacionadas entre sí, algunas históricas, otras inmediatas, la clase obrera tuvo enormes dificultades para saltar de un nivel defensivo a una afirmación clara de su propia perspectiva política (el peso de las décadas anteriores de una contrarrevolución que diezmó su expresión política organizada, la naturaleza de una crisis económica que se eternizaba y que hacía difícil ver la situación catastrófica que ante sí tenía en mundo capitalista, etc.). La incapacidad de las dos clases principales de la sociedad para imponer su solución a la crisis hizo surgir el fenómeno de la descomposición, el cual, a su vez, se vio fuertemente acelerado por su propio resultado, o sea el desmoronamiento del bloque del Este. Este hundimiento ha sido la señal, para el capitalismo decadente, de la entrada en una fase en la cual la descomposición será la característica principal. Antes de esta fase, la lucha de la clase obrera estuvo marcada por tres oleadas internacionales sucesivas, con unos avances evidentes en la conciencia y en la autoorganización. En cambio, en esta nueva fase de descomposición, la lucha de la clase obrera ha caído en un hondo reflujo, tanto en conciencia como en combatividad.
La descomposición plantea dificultades a la clase obrera a la vez materiales e ideológicas:
- en lo económico y social, los factores materiales de la descomposición han tendido a socavar en el proletariado la conciencia de su identidad. Cada vez se han ido destruyendo más concentraciones tradicionales de la clase obrera; la vida social se ha ido atomizando cada día más (lo cual refuerza la tendencia a la gangsterización como falsa alternativa comunitaria); el desempleo de larga duración, sobre todo entre los jóvenes, refuerza esa fragmentación y destruye más todavía el vínculo con las tradiciones del combate colectivo;
- esos factores objetivos se han hecho más eficaces todavía con las campañas ideológicas incesantes de la clase dominante, vendiendo nihilismo, individualismo, racismo, ocultismo, fundamentalismos religiosos, todo para ocular la realidad de la sociedad cuyas divisiones básicas siguen siendo la división en clases; esas campañas han sido rematadas por el lavado de cerebro que acompañó el desmoronamiento del bloque del Este y que se ha mantenido después: fracasó el comunismo, ha sido rebatido el marxismo, la clase obrera ha dejado de existir. Este tema también ha sido propuesto por todas esas ideologías de la "novedad", las cuales explican de qué modo el capitalismo ha superado sus antiguas divisiones de clases ("nueva economía", "globalización" o "mundialización, "recom po sición de la clase obrera", etc.).
La clase obrera está hoy pues confrontada a una falta de confianza grave, no solo ya en su capacidad para cambiar la sociedad, sino incluso en su capacidad para defenderse a sí misma en lo cotidiano. Esto ha permitido a los sindicatos, que en los años 80 llegaron a desenmascararse como instrumentos del orden burgués, restaurar su control sobre las luchas de los obreros. Al mismo tiempo, ha aumentado la capacidad del capitalismo para desviar los esfuerzos obreros en la defensa de sus propios intereses hacia todo un tinglado de movimientos "populares" y "ciudadanos" en pos de una mayor "democracia".
12. La clase dominante explota, claro está, las dificultades evidentes que hoy la clase obrera debe encarar, para así dar consistencia a su mensaje sobre el final de la lucha de clases. Los hay que reciben bien este mensaje: aquellos que, aún viendo perfectamente el futuro de barbarie que el capitalismo nos está preparando, no creen que la clase obrera sea el sujeto del cambio revolucionario y se dedican a buscar "nuevos" movimientos para un mundo mejor. Esto ocurre, por ejemplo, con muchas personas involucradas en movilizaciones "anticapitalistas"). Los comunistas saben perfectamente que si la clase obrera estuviera acabada de verdad, ya no quedaría ninguna otra barrera para impedir que el capitalismo arrastre a la destrucción de la humanidad. Pero también son capaces de afirmar que esa barrera sigue ahí, que la clase obrera internacional no ha dicho su última palabra ni mucho menos. Esta confianza en la clase obrera no tiene nada que ver con una especie de fe religiosa, sino que se basa en:
- una visión histórica de la clase obrera, que no es una instantánea fotográfica inmediata, sino que es capaz de ver el vínculo verdadero entre los combates pasados, presentes y futuros de la clase y de sus organizaciones;
- un análisis de la última década en particular, que les permite concluir que a pesar de todas las dificultades que ha encontrado, la clase obrera no ha sufrido derrotas históricas a escala mundial, comparables a las que sufrió al término de la primera oleada revolucionaria.
13. La prueba de la certeza de esa conclusión viene dada por:
- el hecho de que, a pesar de las dificultades innegables habidas durante esta última década (aislamiento y dispersión y, por consiguiente, ausencia en general de la lucha de clases en el escenario social), la clase obrera de las concentraciones más importantes sigue conservando importantes reservas de combatividad y no ha aceptado los planes de austeridad que el capitalismo intenta imponerle. La combatividad conoce un desarrollo tortuoso pero real en respuesta a la degradación de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera;
- los signos de una maduración subterránea de la conciencia en la clase obrera. Contrariamente a la visión idealista según la cual la conciencia sería algo aportado desde fuera de la clase, o las teorías mecanicistas que solo ven desarrollarse la conciencia en los combates inmediatos y visibles, los comunistas siempre han sido plenamente conscientes de que las huelgas de masas o las revoluciones no brotan de la nada, sino que encuentran sus fuentes en procesos subterráneos que se van construyendo en largos períodos y que a menudo sólo se pueden discernir en explosiones repentinas o en la aparición de minorías combativas en el seno de la clase. Durante el período reciente, ha sido evidente la emergencia de esas minorías. Esto se ha notado en la ampliación de esa zona de transición política entre burguesía y proletariado y en el desarrollo de una minoría, poco numerosa pero importante, que se vincula al medio político proletario. Es muy significativo que muchos de esos elementos "en búsqueda" procedan no solo de ámbitos politizados desde hace tiempo, sino de una nueva generación de gentes que se plantean por vez primera problemas sobre el capitalismo;
- la clase obrera sigue ejerciendo un peso "negativo" en la clase dirigente. Esto se plasma, entre otras cosas, en la repulsión de la burguesía a admitir la verdadera amplitud de las rivalidades imperialistas entre las principales potencias y a arrastrar directamente a los trabajadores de esos países en las aventuras militares; se plasma en la preocupación de la clase dominante de que no aparezca claramente la amplitud de la crisis, evitando una crisis económica demasiado evidente que podría provocar una reacción masiva de la clase obrera; la enorme cantidad de tiempo y de energía dedicados a sus campañas ideológicas contra el proletariado, y entre ellas, las dedicadas a demostrar que éste sería una fuerza totalmente agotada, son de las más ruidosas.
Los comunistas pueden seguir afirmando que el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos, que se abrió con la oleada internacional de luchas de los años 1968-72 no se ha invertido: La clase obrera demostró que fue una barrera contra la guerra mundial. Y aunque existe el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal, la clase sigue siendo un obstáculo histórico contra el deslizamiento del capitalismo hacia la barbarie guerrera. Es más: la clase obrera posee todavía la capacidad de resistir a los efectos de la descomposición social mediante el desarrollo de sus luchas y el fortalecimiento de su identidad y, por consiguiente, de la solidaridad que puede ofrecer una verdadera alternativa a la atomización, a la violencia autodestructiva y a la desesperanza, características de este sistema putrefacto.
14. La clase obrera, en el difícil camino de reencuentro con su espíritu combativo y de recuperación de sus tradiciones del pasado y sus experiencias de lucha, topa, evidentemente, con la estrategia antiproletaria de la burguesía:
a) primero, el uso de los partidos de izquierda en los gobiernos, en donde siguen estando mejor situados en general que la derecha para:
- presentar los signos evidentes del hundimiento del capitalismo como únicamente resultantes de la acción de sectores particulares del capitalismo (sectores "egoístas", empresas irresponsables, etc.); así, la única alternativa sería la acción del Estado democrático defensor de los intereses de todos los ciudadanos;
- presentar la espiral de las guerras y el militarismo como resultado únicamente de los sectores "belicistas" ("halcones") del capitalismo, tales como Bush, Sharon, etc., contra quienes hay que oponer la "ley internacional" basada en los "derechos humanos";
- escalonar los ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera, sobre todo en las concentraciones industriales más importantes, para así procurar retrasar y dispersar la combatividad obrera, crear la división en las filas proletarias, entre sectores "privilegiados" (trabajadores con contratos fijos, trabajadores de los países occidentales, etc.) y los sectores precarios (contratos temporales, inmigrados, etc.);
b) está después, en perfecta coherencia con todo eso, la actividad de los izquierdistas así como la del sindicalismo radical, destinada a neutralizar la desconfianza de los trabajadores hacia los partidos de centro-izquierda, desviándolos hacia una defensa radical de la democracia burguesa. El actual desarrollo en Gran Bretaña, por ejemplo, de la "Alianza socialista" es un buen ejemplo de esa función;
c) y, en fin, no menos importantes, nos encontramos con las actividades de los antimundialistas, a quienes los medios suelen presentar como la única forma posible de anticapitalismo. La ideología de estos movimientos, cuando no es la del "no futur" de la pequeña burguesía (defensa de la producción a pequeña escala, culto de la violencia ciega que refuerza el sentimiento de desesperanza, etc.), no es más que una versión más radical de lo que proponen sus hermanos mayores de la pretendida izquierda "tradicional": defensa del interés nacional contra los rivales. Esas ideologías no sirven más que para paralizar la evolución posible de nuevos elementos "en búsqueda" en la población en general y en el seno de la clase obrera en particular. Como ya dijimos, esas ideologías no contradicen la propaganda más general sobre la muerte del comunismo (que seguirá siendo utilizada como baza principal); son, en cambio, un complemento importante.
15. Las responsabilidades que ante sí tiene la clase obrera son inmensas: nada menos que el destino de la humanidad entre sus manos. Y esto, por consiguiente, confiere enormes responsabilidades a la minoría revolucionaria, cuya tarea esencial en los años que vienen será:
- intervenir cotidianamente en los combates de clase, insistiendo en la solidaridad necesaria, en la implicación de la mayor cantidad posible de trabajadores en cada movimiento de resistencia a los ataques del capitalismo;
- explicar con todos los medios a su alcance (prensa, folletos, reuniones, etc.), de manera a la vez profunda y comprensible, por qué capitalismo significa quiebra, por qué todas sus "soluciones" (especialmente las que sirven de "gancho" a la izquierda e izquierdistas) son engañifas, y explicar lo que de verdad es la alternativa proletaria;
- ayudar a las minorías combativas (grupos de lucha sobre los lugares de trabajo, círculos de discusión, etc.) en sus esfuerzos por sacar lecciones de las experiencias recientes, para prepararse a las luchas venideras, y al mismo tiempo reanudar los lazos con las tradiciones históricas del proletariado;
- intervenir en el medio político proletario, que ha entrado en un período de crecimiento significativo, insistiendo para que el medio actúe como una verdadera referencia en un debate serio y esclarecedor para todos que aquellos que se acercan a él.
El curso histórico hacia enfrentamientos de clase nos proporciona el contexto para formar el partido comunista mundial. El medio político proletario es la matriz del futuro partido, pero no existe garantía alguna de que algún día lo haga nacer. Sin una rigurosa preparación responsable por parte de los revolucionarios de hoy, el partido nacerá muerto, y los tumultuosos conflictos de clase hacia los que vamos no serían capaces de transformar lo esencial: la revuelta en revolución.

Mayo de 2001

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [35]

XIV Congreso de la CCI - Informe sobre la crisis (extractos)

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XIV Congreso de la CCI

Informe sobre la crisis

(extractos)

 Desde hace más de 80 años, el  capitalismo ha entrado en su  época de decadencia. Sobrevive hundiendo a la humanidad en una espiral de crisis abierta – guerra generalizada – reconstrucción – nueva crisis...([1]). Mientras el estancamiento y las convulsiones del sistema en la primera década del siglo XX desembocaron rápidamente en la terrible carnicería de Primera Guerra mundial, mientras la Gran depresión de 1929 dio paso en el lapso de 10 años al matadero aún más salvaje de la Segunda Gran guerra, la nueva crisis iniciada a finales de los 60 no ha podido desembocar en su salida orgánica de una nueva guerra generalizada, debido a que el proletariado no ha sido derrotado.

Confrontado a esta situación inédita, de crisis sin salida, el capitalismo lleva a cabo lo que hemos llamado una “gestión de la crisis”. Para ello recurre al órgano supremo de salvación de su sistema: el Estado. Si bien la tendencia al capitalismo de Estado se ha venido desarrollando desde hace décadas, en los últimos 30 años hemos asistido a un perfeccionamiento y sofisticación inauditos de sus mecanismos de intervención y control de la economía y la sociedad. Para acompañar la crisis, haciendo que su ritmo fuera más lento y menos espectacular que en 1929, los Estados han recurrido a un endeudamiento astronómico, sin parangón en la historia, y las principales potencias han colaborado entre sí para sostener y organizar el comercio mundial de tal forma que los peores efectos de la crisis recayeran sobre los países más débiles ([2]). Este mecanismo de supervivencia ha permitido que los países centrales, aquellos que son clave tanto desde el punto de vista del enfrentamiento de clases como cara al mantenimiento de la estabilidad global del capitalismo, vivieran una caída lenta y en escalones sucesivos, de tal forma que, globalmente, han logrado dar una sensación de control, de aparente normalidad, incluso, de “progreso” y “renovación”.

No obstante, estas medidas de acompañamiento de la crisis no han logrado ni mucho menos estabilizar la situación. Desde principios del siglo XX el capitalismo es un sistema mundial, con todos los territorios mínimamente significativos del planeta incorporados al engranaje de sus relaciones de producción. En estas condiciones, la supervivencia de cada capital nacional o grupo de capitales nacionales solo puede hacerse en detrimento no solo de sus rivales sino del conjunto del capital global. Por ello, en los últimos 30 años hemos asistido al progresivo deterioro del capitalismo en su conjunto, su reproducción se ha realizado sobre bases cada vez más estrechas, el capital mundial como un todo se ha empobrecido ([3]).

Este progresivo hundimiento del capital global se ha traducido en convulsiones periódicas que nada tienen que ver con las crisis cíclicas del siglo pasado. Estas convulsiones se han expresado como recesiones más o menos fuertes en 1974-75, 1980-82 y 1991-93. Pero la recesión – la caída oficial de los índices de producción – no ha sido su expresión más importante precisamente porque el capitalismo de Estado trata de evitar en lo posible esta forma más clásica y evidente del hundimiento del sistema. Por ello, han tendido a manifestarse bajo otras formas, más alejadas aparentemente de la esfera productiva, pero no por ello menos graves y peligrosas. Tormentas monetarias de la libra esterlina en 1967 y del dólar en 1971, brutal explosión inflacionaria a lo largo de los años 70, sucesivas crisis de la deuda y desde mediados de los 80 violentos seísmos financieros: quiebra bursátil de 1987, miniquiebra de 1989, crisis monetaria del SME en 1992-93, Efecto “Tequila” (devaluación del peso mexicano y caída de las bolsas latinoamericanas) en 1994, la llamada “crisis asiática” en 1997-98.

El XIIIº congreso de la CCI analizó los importantes estragos causados por ese nuevo episodio de la crisis y se hizo eco de previsiones muy pesimistas, entre los propios expertos burgueses, que hablaban de una recesión e incluso de una depresión inminentes. Sin embargo, esa recesión no se ha producido y el capitalismo ha podido entonar de nuevo himnos triunfalistas sobre la “salud de hierro” de su economía y lanzarse a la osadía de especular sobre la entrada de la sociedad en la era de la “nueva economía”. El verano del 2000 con un rebrote inflacionista, de alcance y consecuencias muy importantes, obligó a bajar los humos de la euforia. En poco más de 2 años, de forma concentrada y rápida, hemos asistido al batacazo brutal de 1997-98, el sobresalto de euforia desde mediados de 1999 hasta el verano del 2000 y, ahora, los indicios de nuevas convulsiones.

El nuevo milenio no va a deparar una superación de la crisis ni una estabilización de la situación sino una nueva fase de hundimiento que va a hacer pequeños los tremendos sufrimientos que ha causado el sistema a lo largo del siglo que se acaba.

10 años de crecimiento ininterrumpido en Estados Unidos

 

Los adoradores del sistema babean de gusto con esos famosos “10 años de crecimiento sin inflación” ([4]). En sus delirios llegan hasta pronosticar que las crisis cíclicas van a desaparecer y en el futuro tendremos un crecimiento permanente.

Estos señores no se molestan en comparar esos índices de crecimiento con otras épocas del capitalismo, ni en ver su naturaleza y composición. ¡A ellos les basta y les sobra con el “crecimiento” y punto!. Pero frente a esa visión inmediatista y superficial, propia de la ideología de un orden social condenado, nosotros aplicamos una visión global, histórica, y desde ella podemos demostrar la falacia del argumento de los “10 años de crecimiento USA”.

En primer lugar, si vemos las tasas de crecimiento de la economía americana desde 1950 comprobamos que el crecimiento de la última década es el peor de los últimos 50 años:

Tasa de crecimiento medio
del PIB de EE.UU. (
[5])

Periodo 1950-64                                         3,68 %             

Periodo 1965-72                                         4,23 %             

Periodo 1973-90                                         3,40 %             

Periodo 1991-99                                         1,98 %

La misma conclusión se saca si consideramos los datos de los países más industrializados:

Tasa de crecimiento medio del PIB de los principales países
industrializados (
[6])

                            1960-73         73-89          89-99

Japón                      9,2% 3,6%           1,8%

Alemania                   4,2% 2,0%           2,2%

Francia                     5,3% 2,4%           1,8%

Italia                        5,2% 2,8%           1,5%

Gran Bretaña               3,1% 2,0%           1,7%

Canadá                    5,3% 3,4%           1,9%

Las 2 tablas nos muestran un declive gradual pero persistente de la economía mundial que desmonta el triunfalismo de los adalides del capitalismo y pone en evidencia su trampa: deslumbrarnos con cifras inmediatas sacadas de su contexto histórico.

El “crecimiento americano” tiene una historia que nos ocultan con tanto triunfalismo. No hablan de cómo se consiguió reanimar la economía en 1991-92: los tipos de interés se bajaron hasta ¡33 veces!, de tal modo que el dinero era prestado a los bancos a una tasa ¡por debajo del índice de inflación! ¡el Estado les estaba regalando el dinero!. Tampoco nos dicen que ese crecimiento empezó a perder impulso a partir de 1995 con sucesivas crisis financieras que culminaron en la “gripe asiática” de 1997-98, estancándose en la fase 1996-98.

Pero ¿qué pasa con la última fase de crecimiento, la que sucede al estancamiento de 1996-98?. Sus bases son aún más frágiles y destructivas, pues el motor del crecimiento pasa a ser una burbuja especulativa sin precedentes en la historia. La inversión en la Bolsa se convierte en la “única inversión rentable”. Las familias y las empresas americanas han sido arrastradas al mecanismo perverso de endeudarse para especular en Bolsa y utilizar los títulos adquiridos como prenda hipotecaria para adquirir frenéticamente bienes y servicios que son el sostén del crecimiento. Los cimientos de la auténtica inversión se ven, de esta forma, seriamente arruinados: empresas y particulares han subido su endeudamiento en un 300% entre 1997 y 1999. La tasa de ahorro es negativa desde 1996 (tras 53 años de tasas positivas): mientras en 1991 era + 8,3% en 1999 era – 2,5%.

El consumo a crédito mantiene viva la llama del crecimiento pero su efectos son letales sobre la base productiva estadounidense ([7]). Un economista famoso, Robert Samuelson, reconoce que “la utilización de la capacidad productiva de la industria norteamericana bajó sin cesar tras el pico alcanzado a mediados de los 80”. La industria manufacturera pierde peso en el conjunto de las cifras anuales de producción y desde abril 1998 ha despedido a 418 000 trabajadores. La balanza de pagos americana sufre una espectacular degradación pasando de un déficit del – 2,5% del PIB en 1998 a uno actualmente del – 4,7%.

Este tipo de “crecimiento” está en los antípodas del verdadero crecimiento que históricamente ha experimentado el capitalismo. Entre 1865 y 1914 Estados Unidos basó su espectacular crecimiento económico en el aumento permanente de su superávit comercial y financiero. Del mismo modo, la expansión americana tras la segunda posguerra se basó en el predominio de las exportaciones de productos y capitales. Por ejemplo, en 1948 las exportaciones USA cubrían en un 180% sus importaciones. Desde 1971, EE.UU empieza a tener déficits comerciales negativos que no han parado de crecer desde entonces.

Mientras en el siglo XIX el crecimiento económico de los países centrales del capitalismo se basó en el aumento de sus exportaciones de bienes y de capitales que servían de ariete para incorporar nuevos territorios a las relaciones de producción capitalista, hoy asistimos a la situación aberrante y peligrosa según la cual los fondos de todo el mundo acuden – atraídos por las elevadas cotizaciones del dólar – a sostener la principal economía del planeta. Desde 1985 el flujo de inversiones del resto de países del mundo hacia las 10 primeras economías del planeta es superior al de éstas hacia el resto. Esto significa concretamente que el capitalismo, incapaz de expansionar la producción en el mundo, concentra todos los recursos en mantener a flote sus principales metrópolis a costa de crear un erial en el resto, destruyendo de esta forma sus propias bases de reproducción.

La temida recesión tras la crisis asiática no se produjo

 

Se quiere que veamos en la grave sacudida de 1997-98 una crisis cíclica idéntica a las que el capitalismo sufrió durante el siglo XIX. Entonces, cada etapa de crisis se resolvía con una nueva expansión de la producción que alcanzaba cotas superiores al periodo anterior. Se abrían nuevos mercados mediante la incorporación de nuevos territorios a las relaciones de producción capitalista de tal forma que, por una parte, proporcionaban nuevas masas de proletarios a los cuales extraer plusvalía y, por otro lado, aportaban nuevos compradores solventes de las mercancías producidas. Actualmente, esa salida es imposible para el capitalismo: los mercados hace largo tiempo que están sobresaturados.

Por ello, ante cada batacazo, la “salida” no son nuevos mercados donde se expande la producción ni nuevas masas de obreros incorporados al trabajo asalariado sino todo lo contrario: medidas de endeudamiento que tratan de enmascarar la caída real de la producción y nuevas oleadas de despidos – disfrazadas como reestructuraciones, privatizaciones y fusiones – que van secando poco a poco las fuentes de la plusvalía: “A falta de mercados solventes, en los cuales pudiera realizarse la plusvalía producida, se da salida a la producción en mercados ficticios... Ante un mercado mundial cada vez más saturado, una progresión de las cifras de producción solo puede corresponder a una progresión de las deudas. Una progresión todavía mayor que las precedentes” (Revista internacional nº 59).

El resultado es que cada una de las fases de convulsión supone una caída más violenta en el abismo mientras que cada momento de recuperación suaviza la caída, pero ambas se sitúan en una dinámica de hundimiento progresivo.

En el siglo pasado, el capitalismo estaba dominado por una dinámica de expansión dentro de la cual las fases de crisis preparaban nuevas etapas de prosperidad. Hoy sucede justo lo contrario, cada momento de recuperación no es sino el preparativo de nuevas y más graves convulsiones. Testimonio de ello es que Japón (2ª economía planetaria) sigue en la cuneta y que en 1999 apenas ha alcanzado un raquítico 0,3% de crecimiento mientras que las perspectivas para el 2000 son bastante pesimistas. Ello a pesar del despliegue espectacular de medios crediticios por parte del Estado japonés: en 1999 el déficit público alcanzó el 9,2% del PIB.

La nueva economía

 

Así pues ni el argumento del “gran crecimiento” americano ni el de la “fácil superación de la crisis asiática” resultan convincentes si se analizan con un mínimo de seriedad. Pero hay un tercer argumento que parece tener más calado: el de la “revolución” de la “nueva economía” que trastocaría totalmente los fundamentos de la sociedad de tal forma que con Internet desaparecería la tradicional división en clases de la sociedad –  patronos y obreros – para convertirse en una vasta masa igualitaria de “emprendedores”. Además, el motor de la economía ya no sería la obtención de una ganancia sino el consumo y la información. En fin, todo eso de las crisis desaparecería como una pesadilla del pasado pues toda la economía mundial se regularía armoniosamente a través de las transacciones comerciales por Internet. Los únicos problemas serían los “inadaptados” que se habrían quedado atrapados en la “vieja economía”.

No podemos hacer una refutación detallada de estas estúpidas especulaciones. El artículo editorial de la Revista internacional nº 102 desmonta de forma convincente ese nuevo mito con el cual el capitalismo pretende embaucarnos ([8]).

Lo primero que necesitamos es recordar la historia: ¿cuántas veces en los últimos 70 años el capitalismo ha intentado vendernos un “modelo” de desarrollo económico que sería la solución definitiva?. En los años 30 la industrialización soviética, el New Deal americano, el Plan De Man se presentaron como la salida a la crisis del 29, ¡ el resultado fue la Segunda Guerra mundial ! En los años 50 fue el “Estado del bienestar”, en los 60 el “desarrollo”, en los 70 las diferentes “vías al socialismo” y la “vuelta a Keynes”, en los 80 el reaganomics y el modelo japonés, en los 90 los tigres asiáticos y la “mundialización”, ahora es la “nueva economía”. El viento de la crisis ha arramblado con ellas una tras otra. Ya hoy, a poco más de un año de haber nacido, la “nueva economía” empieza a ser irremediablemente vieja e inoperante.

En segundo lugar, se ha propagado el equívoco de que la “nueva economía” basada en Internet sería la que está creando la mayoría de los nuevos empleos. Esto es una falsedad total. El artículo de Battaglia comunista antes citado demuestra que de los 20 millones de empleos creados en USA solo un millón son consecuencia de Internet. El resto de empleos proviene de actividades tan de “alta tecnología” como paseantes de perros, aparcacoches, repartidores de pizzas y hamburguesas, cuidadores de niños etc.

En realidad, la introducción de Internet en el comercio, la información, las finanzas y las administraciones públicas elimina empleos en vez de crearlos. Un estudio sobre las oficinas bancarias de la “nueva economía” demostraba que:

–  una Red de oficinas con ordenadores pero sin conexión permanente necesita ([9]) 100 trabajadores ;

–  una Red de oficinas con ordenadores conectados de forma permanente necesita 40 trabajadores ;

–  una Red de Banca Telefónica necesita 25 trabajadores ;

–  una Red de Banca por Internet necesita 3 trabajadores.

Otro estudio de la Unión europea pone en evidencia que el cumplimiento de formularios administrativos por Internet puede eliminar uno de cada 3 puestos de trabajo en las administraciones públicas.

¿Sería acaso la aplicación de Internet la base para una expansión de la producción capitalista? El ciclo del capital tiene dos fases inseparables: la producción de la plusvalía y la realización de la plusvalía. En la decadencia del capitalismo con un mercado saturado, la realización de la plusvalía se convierte en el problema más agobiante. En ese marco, los gastos de comercialización, distribución, financiación, que corresponden precisamente a la realización de la plusvalía, toman unas proporciones exorbitantes. Las empresas y los Estados desarrollan un enorme aparato de comercialización, publicidad, financiación etc., con objeto de exprimir hasta el último jugo del mercado existente, de estirarlo al máximo (técnicas para aumentar artificialmente el consumo) y de competir con éxito frente a los rivales para arrebatarles segmentos del mercado.

A esos gastos necesarios para la realización de la plusvalía se suman otros que toman una dimensión aún más colosal: armamentos, el desarrollo de una gigantesca burocracia estatal etc. La implantación de Internet busca aliviar todo lo posible la carga tremenda que suponen esos gastos, pero sobre el conjunto de la economía... desde el punto de vista del capital global, el mercado no va a extenderse, va a sufrir una nueva amputación, los compradores solventes van a reducirse.

Lejos de poner en evidencia la salud y progresión del capitalismo, manifiesta la espiral mortal en la que se ve enredado: la reducción de mercados solventes obliga a aumentar los gastos improductivos y el endeudamiento. Pero esto ocasiona una nueva disminución de los mercados solventes, obligando a nuevas vueltas de tuerca en el endeudamiento y los gastos improductivos... ¡y así sucesivamente!.

El nuevo rebrote inflacionario

 

La inflación es un fenómeno típico de la decadencia del capitalismo que tuvo una manifestación espectacular en Alemania durante los años 20 con una depreciación del marco que llegó a superar el 2000 %. Enfrentado a la violenta llamarada inflacionaria de los años 70 el capitalismo ha logrado en los últimos 20 años reducir de forma significativa las cifras de inflación en los países industrializados, pero, como pusimos en evidencia en el informe del pasado Congreso, la inflación ha sido enmascarada por una fortísima reducción de costes y por una vigilancia más estrecha por parte de los bancos centrales del dinero efectivo en circulación. Sin embargo, las causas profundas de la inflación – el gigantesco endeudamiento y los gastos improductivos que requiere el mantenimiento del sistema – no han sido erradicadas sino que pesan de forma todavía mayor. Por esa razón, las nuevas presiones inflacionarias que se vienen produciendo desde principios del 2000 no son ninguna sorpresa. En realidad, la agravación de la crisis que desde 1995 ha salido a la superficie bajo la forma de sucesivas desbandadas bursátiles puede provocar un nuevo episodio grave esta vez en forma de brote inflacionario.

La OCDE en su Informe de junio 2000 alerta sobre los riesgos inflacionarios crecientes que genera la economía americana diciendo que “el reciente reforzamiento de la demanda doméstica es insostenible y las presiones inflacionarias se han hecho más presentes en los últimos tiempos mientras que el déficit por cuenta corriente ha crecido bruscamente hasta alcanzar el 4 % del PNB. El reto para las autoridades es conseguir una reducción ordenada del crecimiento de la demanda”. La inflación, tras haber caído en 1998 en EE.UU. a su nivel más bajo (1,6 %) puede alcanzar en el año 2000 (según la Reserva federal) un índice del 4,5 %. La tendencia se manifiesta igualmente en Europa donde la media de la Zona euro ha pasado de un 1,3 % en 1998 a una previsión del 2,4 % en el 2000 con picos como los de Holanda (estimación del 3,5 %), España que en septiembre alcanzó el 3,6 % e Irlanda que llegaba a un 4,5 %.

El endeudamiento astronómico, la burbuja especulativa, el creciente desnivel entre la producción y el consumo, el peso del crecimiento de los gastos improductivos, salen a la superficie poniendo en entredicho la pretendida bonanza de la economía.

Las consecuencias catastróficas del acompañamiento de la crisis

Así pues, la economía mundial, tras apenas dos años de respiro, vuelve a entrar en zona de turbulencias. El ruido ensordecedor de las campañas sobre la “salud” del capitalismo y sobre la “Nueva economía” es inversamente proporcional a la eficacia de las políticas de acompañamiento de la crisis. La escalada de triunfalismos oculta una progresiva reducción del margen de maniobra de los Estados. Los costes económicos, humanos, sociales, para el proletariado y para el futuro de la humanidad son elevadísimos. Por la vía de las guerras – por el momento localizadas – y por la vía de las políticas económicas de “acompañamiento de la crisis”, el capitalismo amenaza convertir el planeta en un vasto solar de ruinas humeantes. Tres son los estragos principales:

–  el desmoronamiento de la economía en cada vez más países,

–  el proceso gradual de fragilización y descomposición de la economía de los países centrales,

–  el ataque a las condiciones de vida de la clase obrera.

La “organización” del comercio y las finanzas mundiales para que los países más industrializados descarguen los peores efectos de la crisis sobre los países de la periferia ha ido convirtiendo el mundo en un gigantesco erial. Nuestros camaradas mexicanos destacan que “hasta finales de los años 60 los [países] periféricos eran básicamente exportadores de materias primas, pero la ­tendencia actual es que los países periféricos se vuelvan crecientemente importadores, aún de los productos más básicos. Por ejemplo, México, el país del maíz, se convierte en importador de este grano. Junto con esto, son ahora los [países] centrales los exportadores de productos básicos”. El capitalismo se concentra en mantener a flote sus países centrales – que históricamente instauraron una división internacional del trabajo que dejaba en manos de los países periféricos la producción de materias primas – se lanzan a disputar a éstos esos mercados.

El reciente informe del Banco mundial sobre África traza una panorámica espeluznante: apenas alcanza el 1 % del PIB mundial y su participación en el comercio internacional no llega al 2 %. “Durante los pasados 30 años África ha perdido la mitad de su cuota de mercado en el comercio global, incluido el tradicional de las materias primas. Si hubiera mantenido simplemente la cuota que tenía en 1970 ingresaría cada año 70 000 millones de dólares más”. Los kilómetros de carreteras son inferiores a Polonia y solo el 16 % están asfaltadas. Menos del 20 % de la población tiene electricidad y menos del 50% tiene acceso al agua potable. Solo hay 10 millones de aparatos telefónicos para una población de 300 millones de habitantes. Más del 20 % de la población adulta está infectada de sida, se calcula en más del 25 % los parados en las grandes ciudades. Las guerras afectan a uno de cada 5 africanos. ¡ Estos datos incluyen Sudáfrica y los países del Magreb que si se descontaran serían aún más aterradores !

Este desarrollo de la barbarie solo puede comprenderse como expresión del avance incontenible de la crisis del capitalismo. Si en el siglo XIX el desarrollo del capitalismo en Inglaterra marcaba el porvenir al mundo entero, en el nuevo siglo la tragedia de África anuncia el porvenir que el capitalismo reserva a la humanidad si no es derribado ([10]).

Pero los estragos del “acompañamiento de la crisis” dañan cada vez más profundamente las propias infraestructuras, el fondo mismo del aparato productivo de los grandes países capitalistas cuyas estructuras de base son cada vez más frágiles y se debilitan progresivamente.

Expertos burgueses reconocen francamente que el capitalismo occidental se ha convertido en una “sociedad de riesgo”. Con este eufemismo encubren el veloz deterioro que están sufriendo los sistemas de transporte (aéreo, ferroviario, por carretera) de lo que son testimonio las catástrofes cada vez más frecuentes en el metro, en los ferrocarriles cuyo último jalón ha sido la muerte de 150 personas en un funicular austríaco. Lo mismo ocurre en las obras públicas. Las redes de canalización, los diques, los mecanismos de prevención, sufren un envejecimiento sin precedentes como consecuencia del recorte sistemático y prolongado en gastos de seguridad y mantenimiento. El resultado es que las inundaciones u otras catástrofes, tradicionalmente reservadas en Europa a los países sureños más atrasados económicamente, se multiplican en Inglaterra, Alemania, Holanda.

En el campo de la salud, vemos que en Estados Unidos la tasa de mortalidad infantil en barrios neoyorquinos de los distritos de Harlem o Brooklin supera a las de Shanghai o Moscú. La esperanza de vida ha caído a 66 años en esas zonas. En Gran Bretaña, la Asociación nacional de Visitadores médicos afirmaba en un informe aparecido el 25-11-96 que “enfermedades de los tiempos de Dickens vuelven a afectar a la Inglaterra actual. Son enfermedades propias de la pobreza como el raquitismo o la tuberculosis”. 

El ataque a las condiciones de vida de la clase obrera

 

El principal indicador del avance de la crisis es la degradación de las condiciones de vida de la clase obrera. Como Marx dice en El Capital, “la razón última de todas las crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrata la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad”. Sí el ataque a las condiciones de vida fue relativamente suave en la década de los 70, se ha acelerado en los últimos 20 años ([11]).

Para sostener el endeudamiento, soltar lastre y eliminar toda actividad no rentable, para librar la feroz batalla de la competencia, todos los capitales nacionales han descargado lo peor de la crisis sobre la clase obrera: desde los años 80, la vida de los trabajadores “privilegiados” de los países centrales – ¡ no hablemos de la situación espantosa de sus hermanos en el Tercer Mundo ! – está marcada con el hierro candente de los despidos masivos, la transformación del trabajo fijo en trabajo eventual, la multiplicación de subtrabajos pagados miserablemente, la prolongación de la jornada de trabajo a través de múltiples subterfugios incluido el de la “semana de 35 horas”, el recorte de subsidios y prestaciones sociales, los accidentes laborales que se incrementan vertiginosamente...

El desempleo es el principal y más seguro indicador de la crisis histórica del capitalismo. Consciente de la gravedad del problema, la clase dominante de los países industrializados ha desarrollado una política de cobertura política del paro, para enmascararlo a los ojos de los obreros y de toda la población. Esta política, que condena a una gran masa de obreros a un carrusel trágico (un empleo temporal, unos meses de paro, un subempleo, un curso de formación, otro periodo de paro... y así sucesivamente), junto con la adulteración escandalosa de las cifras estadísticas, le ha permitido proclamar a los cuatro vientos sus “permanentes éxitos” en la erradicación del desempleo.

Un estudio sobre el porcentaje de parados entre 25 y 55 años muestra unas cifras más precisas que las estadísticas generales de paro que diluyen los porcentajes al mezclar los jóvenes que están estudiando muchos de ellos (18-25 años) y los trabajadores prejubilados (56-65 años):

Media de paro
en edades comprendidas
entre 25 y 55 años (1988-95)

Francia                                                   11,2%

Gran Bretaña                                            13,1%

USA                                                      14,1%

Alemania                                                 15,0%

En Gran Bretaña el porcentaje de familias con todos sus miembros en situación de desempleo ha seguido la siguiente evolución ([12]):

1975                                                     6,5%

1985                                                     16,4%

1995                                                     19,1%

La coyuntura más inmediata de los últimos meses muestra una oleada de despidos sin precedentes en todos los sectores productivos, desde la industria hasta las empresas “punto.com” pasando por rancias compañías comerciales como Marks & Spencer.

La ONU elabora un índice llamado IPH (índice de pobreza humana). Los datos para 1998 del porcentaje de la población de los principales países industrializados que están por debajo del IPH mínimo son:

USA                                                     16,5 %

Gran Bretaña                                            15,1 %

Francia                                                   11,9 %

Italia                                                     11,6 %

Alemania                                                10,4 %

Los salarios sufren una caída prolongada desde de hace más de 10 años. Limitándose a EE.UU.: “las ganancias semanales promedio – ajustadas a la inflación – del 80 % de los trabajadores estadounidenses cayeron en un 18 % entre 1973 y 1995 al pasar de 315 dólares a 285 dólares por semana” ([13]). Estos datos se confirman para los 5 años siguientes: así entre julio 1999 y junio del 2000 los costes laborales unitarios en EE.UU. cayeron un 0,8 %. El salario medio por hora era en 1973 de 11,5 $ mientras que en 1999 era de 10 $ ([14]). El grado de explotación sube en EE.UU. de forma implacable: para obtener la misma renta salarial (descontando la inflación) los obreros tienen que trabajar en 1999 un 20 % más de horas que en 1980.

Los límites del capitalismo

 

La política de supervivencia que ha seguido el capitalismo ha logrado hasta ahora salvaguardar la estabilidad de los países centrales, a costa, sin embargo, de agravar más y más la situación: “contrariamente a 1929, en los últimos 30 años la burguesía no ha sido sorprendida ni se ha quedado inactiva frente a la crisis, sino que ha reaccionado permanentemente para controlar su curso. Eso es lo que da a la crisis su carácter prolongado y despiadadamente profundo. La crisis se profundiza a pesar de todos los esfuerzos de la clase dominante... En 1929 no existía una vigilancia permanente de la economía, de los mercados financieros y de los acuerdos comerciales internacionales, no existía un prestamista de última instancia ni una brigada internacional de bomberos para salvar países en dificultades. Entre 1997 y 1999, economías, de una importancia política y económica considerables para el mundo capitalista, se han hundido a pesar de la existencia de todos esos instrumentos capitalistas de Estado” (“Resolución sobre la situación internacional” del XIIIo Congreso).

Frente a esta situación es un método erróneo, producto de la desesperación y el inmediatismo, esperar obsesivamente el momento de una Gran recesión en la que la burguesía perdería el control de los acontecimientos de tal forma que la crisis se manifestara por fin de manera brutal, catastrófica, formulando su sentencia inapelable sobre el modo de producción capitalista.

No se trata de excluir la perspectiva de una recesión. En 1999-2000, el capitalismo apenas ha logrado un breve respiro, utilizando en dosis aún más arriesgadas las mismas pócimas que llevaron al batacazo de 1997-98, por lo cual, convulsiones mucho más graves se perfilan en un horizonte bastante próximo. Sin embargo, la gravedad de la crisis no se mide por el volumen de las caídas de la producción sino, desde una visión histórica y global, por la agravación de sus contradicciones, la reducción progresiva de su margen de maniobra y sobre todo por el deterioro en las condiciones de vida de la clase obrera.

Polemizando contra la posición de Trotski según la cual en la decadencia del capitalismo “las fuerzas productivas de la humanidad han dejado de crecer”, nuestro folleto La decadencia del capitalismo responde “todo cambio social es resultado de una agravación real y prolongada del choque entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Si nos situamos en la hipótesis del bloqueo definitivo y permanente, únicamente un estrechamiento ‘absoluto’ de ese envoltorio que son las relaciones de producción existentes, podría explicar una agravación neta de la contradicción. Al contrario, se puede comprobar que lo que se produce generalmente durante las diferentes decadencias de la historia (incluida la del capitalismo) es más bien una tendencia hacia la ampliación de ese envoltorio hacia sus últimos límites y no hacia un estrechamiento. Controlado por el Estado y sometido a la presión de las urgencias económicas y sociales, ese envoltorio se va estirando, despojándose de todo lo que parece superfluo a las relaciones de producción por no ser estrictamente necesario a la supervivencia del sistema. El sistema se refuerza pero en sus límites extremos”.

Forma parte plenamente del análisis marxista de la decadencia de los modos de producción, el comprender por qué el capitalismo trata de “gestionar la crisis” practicando una política de supervivencia frente a ella que consigue aminorar sus efectos en los países centrales. ¿No hizo lo mismo el Imperio romano replegándose a Bizancio y abandonando vastos territorios al empuje de las invasiones bárbaras? ¿No respondió de igual manera el despotismo ilustrado de los reyes feudales ante el avance de las relaciones de producción capitalistas?.

“La emancipación de los esclavos en el Bajo Imperio romano; la de los siervos a finales de la Edad Media; las libertades parciales que la monarquía declinante tiene que otorgar a las nuevas ciudades burguesas, el fortalecimiento del poder central de la corona, la eliminación de la nobleza de espada en beneficio de la nobleza togada sometida directamente al rey; y en el capitalismo, fenómenos como los intentos de planificación, los esfuerzos por aliviar las ­trabas que imponen las fronteras nacionales, la tendencia a sustituir los burgueses parásitos por ejecutivos eficientes asalariados del capital, las políticas del tipo New Deal, las constantes manipulaciones de algunos mecanismos de la ley del valor, son todos ellos testimonios de esa tendencia a la ampliación del envoltorio jurídico mediante purgas y limpiezas constantes en las relaciones de producción. El movimiento dialéctico no se detiene tras el auge de una sociedad. El movimiento se transforma cualitativamente pero no cesa. Se siguen intensificando necesariamente las contradicciones inherentes a la antigua sociedad y por ello tienen que seguir desarrollándose las aprisionadas fuerzas, aunque sólo sea lentamente” (ídem).

La situación de los últimos 30 años responde plenamente a ese marco de análisis. Tras más de 50 años de supervivencia en medio de grandes cataclismos, el capitalismo ha tenido que concentrarse imperativamente en una gestión política de la crisis destinada a evitar un hundimiento brutal en sus centros neurálgicos que hubiera sido catastrófico tanto frente a las contradicciones acumuladas durante más de 50 años de supervivencia como, sobre todo, para enfrentar a un proletariado no derrotado.

Combatiendo el determinismo economicista reinante en el medio de la Oposición de Izquierdas, Bilan estigmatiza la deformación grosera del marxismo consistente en afirmar que “el mecanismo productivo representa no solamente la fuente de la formación de las clases sino que determina automáticamente la acción y la política de las clases y de los hombres que la constituyen; así el problema de las luchas sociales sería singularmente simplificado; hombres y clases no serían más que marionetas accionadas por fuerzas económicas” (Bilan, nº 5: “Los principios armas de la revolución”). En realidad “si bien es perfectamente exacto que el mecanismo económico da lugar a la formación de las clases, es totalmente falso creer que el mecanismo económico las empuja directamente a tomar el camino que llevará a su desaparición” (ídem). Por esta razón “la acción de las clases no es posible más que en función de una inteligencia histórica del papel y de los medios apropiados a su triunfo. Las clases deben al mecanismo económico su nacimiento y su desaparición, pero para triunfar... deben ser capaces de darse una configuración política y orgánica sin la cual, aunque hayan sido elegidas por la evolución de las fuerzas productivas, corren el riesgo de permanecer por largo tiempo prisioneras de la clase antigua que, a su vez – para resistir – aprisionará el curso de la evolución económica” (ídem)

No se puede formular con mayor lucidez la sustancia última de los problemas que plantea el curso actual de la crisis histórica del capitalismo. Nuestra tarea no es esperar la depresión apocalíptica sino realizar un análisis metódico de la agravación constante de la crisis, mostrando el fracaso acumulativo de todas las medidas de acompañamiento que el capitalismo presenta como “modelos de superación de la crisis y de evolución hacia amaneceres radiantes”. Todo ello con vistas a lo esencial: el desarrollo de la lucha y sobre todo de la conciencia del proletariado, el sepulturero de la sociedad capitalista y el artesano de la acción de la humanidad para construir una nueva sociedad.

Por ello la “Resolución” del pasado Congreso dejó claro que no existe en la evolución del capitalismo “un punto de no retorno económico más allá del cual el sistema estaría condenado a desaparecer irrevocablemente, ni un límite teórico definido al incremento de las deudas, la droga principal del capitalismo en agonía, que el sistema pueda administrarse sin hacer imposible su existencia. De hecho, el capitalismo ha superado ya sus límites económicos con la entrada en su fase de decadencia... Los límites a la existencia del capitalismo no son económicos sino políticos. El desenlace de la crisis histórica del capitalismo depende de la relación de fuerzas entre las clases:

–  o el proletariado desarrolla su lucha hasta el establecimiento de su dictadura revolucionaria mundial;

–  o el capitalismo, mediante su tendencia orgánica hacia la guerra, hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitiva” n


[1] Ver en la Revista internacional nº 101: “¿Adonde lleva el capitalismo al mundo?” y “El siglo más sanguinario de la historia

[2] En ese marco de cooperación frente a los pequeños gángsteres, los grandes gángsteres han librado una batalla encarnizada por aumentar cada cual su parte en el pastel de la economía mundial a costa de sus rivales

[3] “La sociedad capitalista en la época imperialista se asemeja a un edificio donde los materiales necesarios para la construcción de los pisos superiores son arrancados de los pisos inferiores y de sus propios cimientos. Cuanto más frenética es la construcción en las alturas más frágil se vuelve la base que sostiene todo el edificio. Cuanto más imponente es en apariencia la cumbre más vacilante y frágil se vuelve el edificio en sus cimientos” (Internationalisme nº 2 Informe sobre la situación internacional)

[4] La cifra redonda de 10 años es falsa, en realidad son 33 trimestres seguidos de crecimiento (es decir, 8 años y un trimestre). Los comentarios laudatorios sobre la “excepcionalidad” de ese ciclo de crecimiento olvidan intencionadamente que en los años 60 se dio un ciclo más largo de 35 trimestres

[5] Datos tomados de un artículo de Battaglia comunista sobre la Nueva Economía: Prometeo nº 1, 2000

[6] Fuente: ONU, Comisión económica para Europa

[7] En este crecimiento enfermizo juegan también su papel los gastos en armamento por parte de USA que tras haber alcanzado su cumbre en 1985 – época del famoso proyecto de Guerra de las Galaxias de Reagan – con 352.000 millones de $ y haber bajado desde 1990 hasta el nivel anual de 255 000 millones de $ en 1997, en el 2000 han subido a la suma de 274 000 millones de $ (datos proporcionados por Révolution internationale, nº 305).

[8] Del mismo modo, Prometeo de junio del 2000 contiene un artículo contra el mito de la “nueva economía” que aporta algunos argumentos sólidos contra esta mistificación

[9] Índice 100 para la Red de oficinas con ordenadores sin conexión permanente

[10] Frente a esta explicación se alza la que estimula la propia clase dominante a través de los movimientos de Praga o Seattle: echarle la culpa a una política del capitalismo (el liberalismo y la globalización) para reivindicar una “distribución más justa”, la “condonación de la deuda” y acreditar desde la “protesta radical” la buena salud y la posibilidad de progreso del capitalismo que sería “reformable” si “renunciara” a tales “políticas erróneas” propiciadas por la OMC, el FMI y demás “villanos

[11] Ver en la Revista internacional números 96 a 98 la serie “30 años de crisis abierta del capitalismo”.

[12] Fuente: London School of Economics, estudio publicado en enero 1997

[13] Datos tomados de un libro de J. Gray, autor de Falso amanecer que pretende ser una crítica de la globalización.

[14] Datos proporcionados por el artículo antes citado de BC en Prometeo

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [35]

Presentación del XIVº congreso de la CCI

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A PRIMEROS de mayo del 2001 se celebró el XIVo congreso de la Corriente comunista internacional. Al igual que para cualquier otra organización del movimiento obrero, el congreso es la instancia suprema de la Corriente comunista internacional. Es la ocasión privilegiada para hacer balance del trabajo cumplido desde el congreso anterior y darse las perspectivas para el período venidero.
Tal balance y tales perspectivas no se establecen en "circuito cerrado". Dependen de las condiciones con las que la organización hace frente a sus responsabilidades y en primer lugar, claro está, al contexto histórico. Le incumbe pues al congreso hacer un análisis del mundo actual, de lo que se está jugando en los acontecimientos de la vida de la sociedad tanto en lo económico (de la que los marxistas saben que determina en última instancia todos los demás aspectos), en la vida política de la clase dominante y los conflictos que enfrentan a sus diversos sectores, y, en fin, en la vida de la única clase, el proletariado, capaz de derrocar el orden existente.
Al examinar la situación de éste, los comunistas han de analizar el estado y las perspectivas de las luchas de clase actualmente, el nivel de conciencia en las masas obreras de los retos que esas luchas plantean, pero también han de analizar el estado y la actividad de las fuerzas comunistas existentes pues también ellas forman parte del proletariado.
Para terminar, y en ese mismo contexto, el congreso ha de examinar la actividad de nuestra propia organización y plantear las perspectivas que le permitan asumir sus responsabilidades en la clase. Esos son los diferentes puntos que va a abordar este artículo de presentación de nuestro XIVo congreso internacional.

El mundo de hoy

También publicamos en esta Revista internacional la Resolución sobre la situación internacional adoptada por el congreso, síntesis de varios informes presentados ante él, así como de la discusión habida sobre esos informes. En este sentido no vale la pena volver a los diferentes aspectos de las discusiones sobre la situación internacional. Nos limitaremos en recordar el principio de esta resolución, que da el marco para entender lo que se está jugando actualmente en el mundo:
"La alternativa ante la que se encuentra en estos principios del siglo XXI la humanidad es la misma que la de principios del XX: la caída en la barbarie o la regeneración de la sociedad mediante la revolución comunista. Los marxistas revolucionarios, quienes, durante el período tumultuoso de 1914-1923, insistieron en ese dilema inevitable, no hubieran podido imaginarse nunca que sus herederos políticos estén todavía obligados a insistir en él al iniciarse este nuevo milenio.
"De hecho, incluso la generación de los revolucionarios "post68", surgida de la reanudación de las luchas proletarias tras un largo período de contrarrevolución iniciado en los años 20, no podía de verdad imaginarse que el capitalismo en declive fuese tan hábil como para sobrevivir a sus propias contradicciones, como así lo ha demostrado desde los años 60.
"Para la burguesía todo es una prueba suplementaria de que el capitalismo sería la última y ahora ya única forma de sociedad humana y el proyecto comunista no habría sido más que un sueño utópico. La caída del bloque "comunista" en 1989-91 aportó una aparente verificación histórica a esa idea, que es la piedra clave de toda ideología burguesa"
(Punto 1).
"Las generaciones futuras mirarán con el mayor de los desprecios las justificaciones propuestas por la burguesía durante esta década y verán sin duda este período como el de la ceguera, la estupidez, el horror y el sufrimiento sin precedentes (…).
"Hoy, lo que ante la humanidad se presenta no es ya únicamente la perspectiva de la barbarie: la caída ya ha empezado, con el peligro de destruir todo intento de futura regeneración social. La revolución comunista, lógico punto culminante de la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista, no es una utopía, contrariamente a las campañas de la clase dominante. Esta revolución sigue siendo una necesidad impuesta por la agonía mortal del modo de producción actual, y es, al mismo tiempo, una posibilidad concreta, pues la clase obrera ni ha desaparecido ni ha sido vencida de manera decisiva"
(Punto 2).
De hecho, gran parte de cada uno de los documentos presentados, discutidos y adoptados por el congreso (1) se dedicó a rebatir las mentiras que la burguesía difunde hoy tanto para tranquilizarse como para justificar la supervivencia de su sistema ante las masas explotadas. Y eso es así porque los análisis y las discusiones de los revolucionarios sobre la situación en la que viven no tiene más objetivo que el de afilar las armas del combate de la clase obrera contra el capitalismo. El movimiento obrero sabe muy bien desde hace mucho tiempo que su mayor fuerza está, además de en su organización, en su conciencia, una conciencia que se basa necesariamente en un profundo conocimiento del mundo que hay que transformar y del enemigo que habrá que destruir. Por eso el carácter combatiente de los documentos presentados al congreso y de sus discusiones no significa en absoluto que nuestra organización haya caído en la trampa de limitarse a afirmar unas cuantas consignas de denuncia de las mentiras burguesas. Al contrario, la profundidad con la que los revolucionarios abordan estas cuestiones forma parte de su combate. Ha sido una constante en el movimiento obrero desde hace más de siglo y medio, y hoy cobra una importancia todavía más fundamental. En una sociedad entrada en decadencia con la Primera Guerra mundial y que hoy en día está pudriéndose de raíz, la clase dominante es incapaz de proponer el más mínimo pensamiento social coherente o simplemente racional, y menos todavía dotado de un mínimo de profundidad. Lo más que puede hacer es producir cantidad de baratijas ideológicas a cuál más superficial, presentándolas como "verdades profundas" (la "victoria definitiva del capitalismo sobre el comunismo", la "democracia" como "supremo valor", la"mundialización", etc.), y que ni siquiera poseen la cualidad de ser originales, pues su "novedad" consiste en poner un nuevo envoltorio a ramplonerías de lo más gastado. Pero por pobre que sea el "pensamiento" burgués actual, todavía logra, gracias a la matraca mediática, desconcertar a los obreros, colonizar su pensamiento. En este sentido, el esfuerzo de los comunistas por ir a la raíz de las cosas no solo es un medio para entender mejor el mundo actual, sino que también es un antídoto indispensable contra la tendencia a la destrucción del pensamiento. Esta destrucción es una de las manifestaciones de la descomposición en la que se está hundiendo hoy la sociedad. Esto es lo que explica que una de las características más importantes de los informes preparados para el congreso, decidida por la organización, era que no se limitasen a analizar los tres aspectos esenciales de la situación mundial - crisis económica, conflictos imperialistas, relación de fuerzas entre proletariado y burguesía y por lo tanto, la perspectiva de la lucha proletaria -, sino que analizasen cómo el movimiento obrero planteó estas cuestiones en el pasado.
Tal enfoque es tanto más importante, porque estamos empezando un nuevo siglo y toda una serie de características de la situación mundial cambiaron totalmente durante la última década del siglo pasado. A finales de 1989, el bloque del Este se desmoronó cual un castillo de naipes, provocando no solo un cambio total en los alineamientos imperialistas surgidos en Yalta en 1945, sino también un profundo retroceso de la clase obrera enfrentada a las descomunales campañas sobre "la quiebra del comunismo". Esos trastornos exigían evidentemente una actualización de sus análisis por parte de los revolucionarios, de la que se encargó nuestra organización a medida que se iban produciendo los acontecimientos. Hemos considerado sin embargo necesario volver a comentar las implicaciones de esos extraordinarios acontecimientos que se desarrollaron a finales del 89, insistiendo particularmente en:
- cómo se manifiestan los antagonismos imperialistas en una situación en la que ya no existe un reparto del mundo entre dos bloques, tal como se había conocido desde el final la Segunda Guerra mundial;
- qué es el curso histórico en una época en la que no está al orden del día una nueva guerra mundial, debido a la desaparición de los bloques.
Es tanto más indispensable la mayor claridad sobre estas cuestiones porque engendran mucha confusión en las organizaciones de la Izquierda comunista. A ese tipo de confusiones, que no son sino concesiones a los temas ideológicos de la burguesía, responden también los informes y resoluciones adoptados por el congreso. En particular, esos documentos:
- rebaten la idea de que pueda haber una "racionalidad" económica como causa fundamental de las guerras que se desencadenan actualmente (punto 9 de la Resolución);
- ponen en evidencia que "el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos, que se abrió con la oleada internacional de luchas de los años 1968-72 no se ha invertido: La clase obrera demostró que fue una barrera contra la guerra mundial. Y aunque existe el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal, la clase sigue siendo un obstáculo histórico contra el deslizamiento del capitalismo hacia la barbarie guerrera. Es más: la clase obrera posee todavía la capacidad de resistir a los efectos de la descomposición social mediante el desarrollo de sus luchas y el fortalecimiento de su identidad y, por consiguiente, de la solidaridad que puede ofrecer una verdadera alternativa a la atomización, a la violencia autodestructiva y a la desesperanza, características de este sistema putrefacto" (punto 13).
De hecho, la preocupación de examinar detalladamente, y eventualmente de criticar, los análisis de la situación histórica actual hechos por el medio político proletario forma parte del esfuerzo permanente de nuestra organización para definir y precisar las responsabilidades de los grupos revolucionarios, responsabilidades que van, claro está, mucho más allá que el mero análisis de la situación.

La responsabilidad de los grupos revolucionarios

Los informes, resoluciones y discusiones del congreso han puesto en evidencia que hoy existe, tras una década de grandes dificultades para el desarrollo de la conciencia en la clase obrera, cierta maduración subterránea de ésta. "Seguimos viviendo en un contexto en el que sigue vigente el curso histórico a los enfrentamientos de clase. En este contexto se produce una maduración subterránea de la conciencia de clase que expresa un proceso de reflexión que -aún siendo minoritario- afecta a más sectores de la clase y es más profundo que en la época que siguió a 1989. Las expresiones visibles de tal maduración son:
- el crecimiento numérico de las principales organizaciones del medio proletario y de su entorno de simpatizantes y de contactos;
- la influencia creciente de la Izquierda comunista en esos espacios intermedios entre burguesía y proletariado ("el pantano"), incluso en sectores del medio anarquista.
- el aumento de las posibilidades de fundación y desarrollo de círculos de discusión proletarios;
- ciertas experiencias de agrupamientos minoritarios de obreros combativos en quienes los problemas de resistencia a los ataques del capital, pero también las lecciones de las luchas de antes de 1989 empiezan a plantearse;
- ciertas luchas obreras - hoy por hoy más bien la excepción y no la regla- en las que la autonomía en la actividad de la clase, la desconfianza hacia los sindicatos empiezan a expresarse"
(Resolución sobre Actividades de la CCI).
Esta situación otorga nuevas responsabilidades a los grupos que se reivindican de la Izquierda comunista. El congreso dedicó, pues, una parte importante de su tiempo a examinar la evolución de esos grupos. Puso de relieve una dificultad de esos grupos para asumir esas responsabilidades. Por un lado, con la interrupción de la publicación de Daad en Gedachte en Holanda, ya no existe manifestación organizada de la rama germano-holandesa de la Izquierda comunista (la corriente "consejista"). Por otro lado están las corrientes que se reivindican de la Izquierda italiana, por un lado los diferentes grupos de tradición "bordiguista" (que se autodenominan todos ellos Partido comunista internacional), y, por otro lado, el Buró Internacional para el Partido Revolucionario. Estos grupos siguen estando muy encerrados cuando no se repliegan más todavía en el sectarismo, como ya quedó patente hace dos años cuando rechazaron la eventualidad de una toma de posición común sobre la guerra en Kosovo (véase Revista internacional nº 98).
No obstante, con la aparición actual de nuevos elementos que se orientan hacia la Izquierda comunista, es importante que ésta recobre plenamente su tradición, que asociaba estrechamente el mayor rigor en lo que a posiciones políticas se refiere con una actitud de apertura de cada uno de sus grupos a la discusión con los demás. Esa es la condición para que esas organizaciones sean realmente parte activa del proceso que se está anunciando de un nuevo desarrollo de la conciencia en la clase obrera.
Por eso es por lo que nuestra resolución sobre la situación internacional incluye las responsabilidades específicas de nuestra propia organización dentro de las del conjunto de la corriente revolucionaria actual: "Las responsabilidades que ante sí tiene la clase obrera son inmensas: nada menos que el destino de la humanidad entre sus manos. Y esto, por consiguiente, confiere enormes responsabilidades a la minoría revolucionaria, cuya tarea esencial en los años que vienen será:
- intervenir cotidianamente en los combates de clase, insistiendo en la solidaridad necesaria, en la implicación de la mayor cantidad posible de trabajadores en cada movimiento de resistencia a los ataques del capitalismo;
- explicar con todos los medios a su alcance (prensa, folletos, reuniones, etc.), de manera a la vez profunda y comprensible, por qué capitalismo significa quiebra, por qué todas sus "soluciones" (especialmente las que sirven de "gancho" a la izquierda e izquierdistas) son engañifas, y explicar lo que de verdad es la alternativa proletaria;
- ayudar a las minorías combativas (grupos de lucha sobre los lugares de trabajo, círculos de discusión, etc.) en sus esfuerzos por sacar lecciones de las experiencias recientes, para prepararse a las luchas venideras, y al mismo tiempo reanudar los lazos con las tradiciones históricas del proletariado;
- intervenir en el medio político proletario, que ha entrado en un período de crecimiento significativo, insistiendo para que el medio actúe como una verdadera referencia en un debate serio y esclarecedor para todos que aquellos que se acercan a él.
"El curso histórico hacia enfrentamientos de clase nos proporciona el contexto para formar el partido comunista mundial. El medio político proletario es la matriz del futuro partido, pero no existe garantía alguna de que algún día lo haga nacer. Sin una rigurosa preparación responsable por parte de los revolucionarios de hoy, el partido nacerá muerto, y los tumultuosos conflictos de clase hacia los que vamos no serían capaces de transformar lo esencial: la revuelta en revolución"
(punto 15).
El congreso consideró que, por su parte, nuestra organización podía sacar un balance positivo del cumplimiento de esas responsabilidades en el período pasado. Sin embargo, concluyó que la CCI, consciente de que está sometida como el conjunto de la clase obrera a la presión letal de la descomposición creciente de la sociedad, tiene que mantenerse muy vigilante frente a las manifestaciones de esta presión, tanto en el plano de sus esfuerzos en la elaboración de sus análisis y posiciones políticas como en el de su vida organizativa. Hoy más que nunca, el combate para la construcción de la organización comunista, herramienta indispensable de la lucha revolucionaria del proletariado, sigue siendo un combate permanente y cotidiano.

(1) Extractos del informe sobre la crisis económica presentado al congreso se publican en esta Revista internacional. Extractos de otros informes se publicarán en próximos números.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [35]

XI - 1933-1946: 1933-1946 : el enigma ruso y la Izquierda Comunista Italiana

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La Izquierda comunista es en  gran  medida el producto de las  fracciones del proletariado que representaron la mayor amenaza para el capitalismo durante la oleada revolucionaria internacional que siguió a la guerra de 1914-1918, o sea, del proletariado de Rusia, Alemania e Italia. Estas secciones “nacionales” hicieron la contribución más significativa para el enriquecimiento del marxismo en el contexto del nuevo periodo histórico de decadencia capitalista inaugurado por la guerra. Pero los que tan alto se alzaron fueron también quienes más bajo cayeron. Ya hemos visto en precedentes artículos de esta serie cómo las corrientes de izquierda del Partido bolchevique, tras su primera tentativa heroica para resistir los asaltos de la contrarrevolución estalinista, fueron casi completamente barridas por esta, dejando a los grupos de izquierda situados fuera de Rusia la labor de proseguir el análisis del fracaso de la Revolución rusa y de definir la naturaleza del régimen que había usurpado su nombre. En esta tarea, las fracciones alemana e italiana de la Izquierda comunista desempeñaron un papel absolutamente primordial, si bien es cierto que no fueron las únicas (el artículo precedente de esta serie, por ejemplo, describió la emergencia de una corriente comunista de izquierda en Francia en los años 1920-1930 y su contribución a la comprensión de la cuestión rusa).

Pero aunque el proletariado sufrió importantes derrotas al mismo tiempo en Italia y en Alemania, fue sin duda el proletariado alemán – el cual tenía efectivamente en sus manos el destino de la revolución mundial en 1918/1919 – el que fue masacrado con mayor brutalidad y sangre vertida por los esfuerzos combinados de la socialdemocracia, el estalinismo y el nazismo. Este hecho trágico, al tiempo que una debilidad teórica y organizativa que se remonta a los inicios de la oleada revolucionaria e incluso antes, contribuyó a un proceso de disolución no menos devastador que el que vivió el movimiento comunista en Rusia.

Sin entrar en una discusión para saber por qué fue la Izquierda italiana la que mejor sobrevivió al naufragio causado por la contrarrevolución, queremos refutar una leyenda cultivada por aquellos que no solo pretenden ser los herederos exclusivos de la Izquierda italiana sino que además reducen la Izquierda comunista, que de hecho fue una expresión internacional de la clase obrera, únicamente a su rama italiana. Los grupos bordiguistas que expresan más claramente esta actitud, reconocen sin duda la importancia de la componente rusa del movimiento marxista durante la ­oleada revolucionaria y los acontecimientos que siguieron, pero amputan a un buen numero de corrientes de izquierda de entre las más significativas que vivieron en el seno del Partido bolchevique (Ossinski, Miasnikov, Sapranov, etc.) y tienden a referirse solo de forma positiva cuando hablan de los líderes “oficiales” tales como Lenin o Trotski. Por lo que se refiere a la Izquierda alemana, el bordiguismo repite las deformaciones acumuladas contra ella por la Internacional comunista: que era anarquista, sindicalista, sectaria, etc., y precisamente en una época en la que la Internacional comunista empezó a abrir sus puertas al oportunismo. Para estos grupos, es lógico concluir que no hay lugar para debatir con las corrientes que provienen de esa tradición o que intentan realizar una síntesis de las contribuciones de las diferentes izquierdas.

Esta no fue en modo alguno la actitud adoptada por Bordiga, ya sea en los primeros años de la oleada revolucionaria, cuando el periódico Il Soviet abría sus páginas a todos aquellos que formaban parte de la Izquierda alemana o se encontraban en su órbita tales como Gorter, Pannekoek y Pankhurst; o bien en el periodo de retroceso, como en 1926, cuando Bordiga respondía muy fraternalmente a la correspondencia recibida del grupo de Korsch.

La Fracción italiana mantuvo esta actitud durante los años 1930. Bilan fue muy crítico respecto a las fáciles denigraciones que planteó la IC sobre la Izquierda germano-holandesa y abrió voluntariamente sus columnas a las contribuciones de esta corriente, como hizo por ejemplo para temas como el periodo de transición. Si bien es cierto que mantuvo profundos desacuerdos con los “internacionalistas holandeses” los respetó como una auténtica expresión del proletariado revolucionario.

Con la distancia que da el tiempo, podemos decir que sobre numerosas cuestiones cruciales, la Izquierda germano-holandesa llegó más rápidamente que la Izquierda italiana a conclusiones correctas: por ejemplo, sobre la naturaleza burguesa de los sindicatos; sobre la relación entre el partido y los consejos obreros; y sobre la cuestión tratada en este artículo: la naturaleza de la URSS y la tendencia general hacia el capitalismo de Estado.

En nuestro libro sobre la Izquierda holandesa, por ejemplo, señalamos que Otto Rühle, una de las principales figuras de la Izquierda alemana, había llegado a conclusiones muy avanzadas sobre el capitalismo de Estado desde 1931. «Uno de los primeros teóricos del comunismo de consejos que examinó en profundidad el fenómeno del capitalismo de estado fue Otto Rühle. En un encomiable libro de vanguardia, publicado en Berlín en 1931 bajo el seudónimo de Karl Steuermann, Rühle demostró que la tendencia hacia el capitalismo de Estado era irreversible y que ningún país podía evitarla, a causa de la naturaleza mundial de la crisis. El camino seguido por el capitalismo no era un cambio de naturaleza, sino de forma, con el objetivo de asegurar su supervivencia en tanto que sistema: “la formula para la salud del mundo capitalista es: cambio de forma, transformación de dirigentes, lavado de cara, sin renunciar a su objetivo principal que es la ganancia. La cuestión es buscar un medio que permita al capitalismo continuar a otro nivel, en otra etapa de evolución.”

«Rühle plateó, grosso modo, tres ­formas de capitalismo de Estado correspondientes a diferentes niveles de desarrollo. A causa de su retraso económico, Rusia representaría la forma extrema de capitalismo de Estado: “la economía planificada se introdujo en Rusia antes que la economía capitalista liberal hubiera llegado a su cenit, antes que su proceso vital la condujera a la senilidad.” En el caso de Rusia, el sector privado fue totalmente controlado y absorbido por el Estado. En  una economía capitalista más desarrollada como Alemania, ocurre lo contrario, el capitalismo privado tomó el control del Estado. Pero el resultado final fue idéntico: el reforzamiento del capitalismo de Estado. “Hay una tercera vía para llegar al capitalismo de Estado. No por la expropiación del capital por el Estado, sino por lo contrario: el capital privado se adueña del Estado.”

«El segundo método que podría ser considerado como una “mezcla” de los dos, corresponde a la apropiación gradual por el Estado de sectores del capital privado: “[el Estado] conquista una influencia creciente sobre el conjunto de la industria: poco a poco se convierte en el director de orquesta de toda la economía”.

«De todas formas, el capitalismo de Estado no puede ser en ningún caso una “solución” para el capitalismo. No representa más que un paliativo ante la crisis del sistema: “el capitalismo de Estado es siempre capitalismo (...) incluso bajo la forma de capitalismo de Estado, el capitalismo no puede esperar prolongar por largo tiempo su existencia. Las mismas dificultades y los mismo conflictos que le obligan a ir de la forma privada hacia la forma estatalizada reaparecen a un nivel superior.” Ninguna “internacionalización” del capitalismo podrá resolver los problemas del mercado: “la supresión de la crisis no es un problema de racionalización, de organización o de producción de crédito, es pura y simplemente el problema de vender.”»

A pesar de que, como precisa nuestro libro, la posición de Rühle contenía una contradicción en la medida en que él veía también al capitalismo de Estado como una especie de forma “superior” del capitalismo que prepararía la vía hacía el socialismo, su libro sigue siendo “una contribución de primer orden al marxismo”. En particular, cuando presenta al capitalismo de Estado como una tendencia universal del nuevo período, establece las bases para destruir la ilusión según la cual el régimen estalinista en Rusia representaría una excepción total respecto del resto del sistema mundial.

Rühle encarnaba al mismo tiempo las debilidades de la Izquierda alemana tanto como las indudables fuerzas que contenía. Primer delegado del KAPD al IIº Congreso de la Internacional comunista en 1920, Rühle vivió en primera línea la terrible burocratización que ya se había apoderado del Estado soviético. Pero, sin tomarse el tiempo de intentar comprender los orígenes de este proceso en el trágico aislamiento de la revolución, Rühle abandonó Rusia sin siquiera intentar defender las posiciones de su partido ante el Congreso, y rechazó inmediatamente cualquier posición de solidaridad con el asediado bastión ruso. Excluido del KAPD por esta transgresión, comenzó a desarrollar las bases del “consejismo”: la revolución rusa no era más que otra revolución burguesa, la forma de partido no servía más que a tales revoluciones; todos los partidos políticos eran burgueses por esencia, y por ello, era necesario fusionar los órganos económicos y políticos de la clase en una misma organización “unificada”. Muchos militantes en el seno de la Izquierda alemana no aceptaron estas ideas a lo largo de los años 20, e incluso durante los años 30, no fueron aceptadas universalmente entre todos los componentes del comunismo de consejos, como puede verse en el texto extraído de Räte Korrespondenz que hemos publicado en la Revista internacional nº 105. Pero, sin duda, tales posiciones causaron importantes estragos en la Izquierda germano-holandesa y aceleraron enormemente su hundimiento organizativo. Al mismo tiempo, al negar el carácter proletario de la Revolución rusa y del Partido bolchevique, tales posiciones bloquearon la posibilidad de comprender el proceso de degeneración al que ambos sucumbieron. Estas posiciones reflejan también, el peso real del anarquismo en el movimiento obrero alemán, y por ello permitieron que fuera mucho más fácil amalgamar toda la tradición de la Izquierda alemana con el anarquismo.

La Izquierda italiana: paulatim sed firmiter *

En el artículo precedente de esta serie, vimos que, en el seno del medio político que rodeaba la Oposición de izquierdas de Trotski, e incluso entre los grupos que se orientaban hacia las posiciones de la Izquierda comunista, existía una enorme confusión sobre la cuestión de la URSS a finales de los años 1920 y en el curso de los años 1930; en particular respecto a la idea de que la burocracia era una especie de nueva clase, no prevista por el ­marxismo, y ciertamente no era ésta la menor. Teniendo en cuenta la enorme debilidad teórica de la Izquierda germano-holandesa, no es sorprendente que la Izquierda italiana abordara este problema con enorme prudencia. Respecto a otros muchos grupos proletarios, esta reconoció muy lentamente la verdadera naturaleza de la Rusia estalinista. Pero, en la medida en que estaba firmemente anclada en el método marxista, sus últimas conclusiones fueron más coherentes y más profundas.

La Fracción abordó el “enigma ruso” del mismo modo que había abordado otros aspectos del “balance” que debía realizarse de los combates revolucionarios del período que siguió a la Primera Guerra mundial, y en consecuencia de todas las trágicas derrotas que sufrió la clase obrera; con paciencia y con rigor, evitando todo juicio precipitado, basándose en las lecciones históricas que los combates de clase habían establecido antes de poner en cuestión posiciones difícilmente alcanzadas. Respecto a la naturaleza de la URSS, la Fracción se situó en continuidad directa con la respuesta de Bordiga a Korsch, texto que examinamos en el anterior artículo de la serie: para ella lo que estaba claramente establecido, era el carácter proletario de la revolución de Octubre y del Partido bolchevique que la dirigió. De hecho, podemos decir que la comprensión profunda que tenía la Fracción sobre el período histórico abierto por la Primera Guerra mundial – la época de la decadencia del capitalismo – le permitió ver, más claramente que a Bordiga, que sólo la revolución proletaria estaba al orden del día de la historia, en todos los países. Por tanto, no perdió ni un minuto en especulaciones sobre el carácter “burgués” o “doble” de la Revolución rusa. Una idea que, como vimos, tuvo un impacto creciente en la Izquierda germano-holandesa. Para Bilan, rechazar el carácter proletario de la revolución de Octubre no podía ser más que el resultado de una especie de “nihilismo proletario”, de una verdadera perdida de ­confianza en la capacidad de la clase obrera para cumplir su propia revolución (la formula está extraída de un artículo de Vercesi: “El Estado soviético” de la serie “Partido, Internacional, Estado” en Bilan nº 21).

Nada de esto puede hacernos pre­suponer que la Fracción estuviera “casada” con la noción de “invariación del marxismo” tras 1848, noción que se ha convertido en un credo para los bordiguistas de hoy en día. Al contrario: desde los inicios – de hecho en el editorial del nº 1 de Bilan – se puso a exa­minar las lecciones de los recientes ­combates de clase “sin dogmatismo ni ostracismo”; y esto la llevó a exigir una revisión fundamental de algunas de las tesis de base de la Internacional comunista, por ejemplo, sobre la cuestión nacional. Por lo que respecta a la URSS, insistiendo siempre en la naturaleza proletaria de Octubre de 1917, reconoció también que en los años transcurridos se había producido una profunda transformación, de forma que, en lugar de ser un factor de extensión y defensa de la revolución mundial, el “Estado proletario” había jugado un papel contrarrevolucionario a escala mundial.

Un punto de partida, siempre crucial para la Fracción, era que las necesidades del proletariado a escala internacional eran en todo caso prioritarias sobre cualquier expresión local o nacional y que, bajo ninguna circunstancia se podía transigir con el principio del internacionalismo proletario. Es por ello por lo que el Partido comunista italiano defendió siempre la idea de que debía considerarse a la Internacional como único partido mundial y que sus decisiones debían obligar a todas las secciones, incluso si ellas, como en el caso de Rusia, detentaban el poder en ese país; por esta razón la Izquierda italiana se puso inmediatamente al lado de Trostki en su combate contra la teoría de Stalin del socialismo en un solo país.

De hecho para la Fracción, “... no sólo es imposible construir el socialismo en un solo país, sino también establecer sus bases. En el país donde el proletariado ha vencido, no se trata de realizar una condición del socialismo (a través de la libre gestión económica por parte del proletariado) sino únicamente salvaguardar la revolución, lo que exige el mantenimiento de todas las instituciones de clase del proletariado…”  (“Naturaleza y evolución de la revolución rusa- respuesta al camarada Henaut”, Bilan nº 35, septiembre 1936). Aquí la Fracción fue mucho más lejos que Trotski, que, con su teoría de la “acumulación socialista primitiva” consideró que Rusia había comenzado a plantear los fundamentos de una sociedad socialista, incluso si rechazaba lo que pretendía Stalin de que tal sociedad ya era una realidad. Para la Izquierda italiana, el proletariado no podía establecer más que su dominación política en un país, e incluso, esto estaría inevitablemente dificultado por el aislamiento de la revolución.

¿Internacionalismo o defensa de la URSS ?

Aún con todo, a pesar de su claridad en lo fundamental, la posición de la mayoría en el seno de la Fracción, era, en apariencia al menos, similar a la de Trotski: la URSS seguía siendo un Estado proletario, incluso si había sufrido una enorme degeneración, basándose en que la burguesía había sido expropiada y que la propiedad estaba en manos del Estado que había surgido de la Revolución de Octubre. La burocracia estalinista se definía como una capa parásita, pero no era considerada como una clase – ya se tratase de una clase capitalista o de una nueva clase no prevista por el marxismo: “... la burocracia rusa no es una clase, aún menos una clase dominante, teniendo en cuenta que no existen derechos particulares sobre la producción fuera de la propiedad de los medios de la producción y que en Rusia, y la colectivización subsiste en sus fundamentos. Es muy cierto que la burocracia rusa consume una amplia porción del trabajo social: pero también lo es para cualquier tipo de parasitismo social y no hay que confundirlo con explotación de clase” (“El problema del Periodo de transición”, 4ª parte, Bilan no 37, noviembre-diciembre 1936).

Durante los primeros años de vida de la Fracción no se resolvió la cuestión de saber si había que defender o no ese régimen, así en el primer número de Bilan, en 1933, se muestra tal ambigüedad al alertar al proletariado de una posible traición: “Las Fracciones de izquierda tienen el deber de alertar al proletariado del papel que leva ya desempeñando la URSS en el movimiento obrero, haciéndole ver ya desde hoy la evolución que va a tener el Estado proletario bajo la dirección del centrismo. Desde ahora la ausencia de solidaridad debe ser patente con la política que el centrismo impone al Estado obrero. Debe cundir la alerta en la clase obrera contra la posición que el centrismo impondrá al Estado ruso, una posición que no va en favor de sus intereses de clase sino contra ellos. Desde hoy hay que decir que el centrismo mañana traicionará los intereses del proletariado.

“La naturaleza de tal actitud vigorosa está destinada a llamar la atención de los proletarios, a alejar a los miembros del partido de las garras del centrismo, a defender realmente al Estado obrero. Solo ella moviliza las energías para la lucha que protegerá al proletariado de Octubre 1917” (“Hacia la internacional dos y tres cuartos”, Bilan nº 1, noviembre 1933).

La Fracción, al mismo tiempo, fue siempre muy consciente de la necesidad de seguir la evolución de la situación mundial y de tener un criterio cada vez más claro para juzgar la cuestión de la defensa de la URSS: ¿desempeñaba ésta o no un papel enteramente contrarrevolucionario a nivel internacional?, ¿Una política de defensa hacia ella mermaba la posibilidad de mantener un papel estrictamente internacionalista en todos los países? Si tal era el caso, eso tenía más importancia que saber si subsistían algunas “adquisiciones” concretas de la Revolución de Octubre dentro de Rusia. Y aquí, su punto de partida era radicalmente diferente al de Trotski, para quien el carácter “proletario” del régimen era en sí una justificación suficiente para una política de defensa cualquiera que fuera el papel de la URSS en el escenario mundial.

La actitud seguida por Bilan ante este problema estaba íntimamente ligada a su idea del curso histórico: a partir de 1933, la Fracción declaró con una creciente certitud que el proletariado había sufrido una derrota profunda, y que el curso se había abierto para una Segunda Guerra mundial. El triunfo del nazismo en Alemania fue una prueba de ello, el alistamiento del proletariado en los países “democráticos” tras la bandera del antifascismo fue otra, pero la última confirmación fue precisamente la “victoria del centrismo” (término con el que Bilan designaba todavía al estalinismo) dentro de la URSS y de los partidos comunistas al mismo tiempo, la incorporación creciente de la URSS en la marcha hacia un nuevo reparto imperialista del globo. Esto era evidente para Bilan en 1933, cuando la URSS fue reconocida por los Estado Unidos (un acontecimiento descrito como “Una victoria para la contrarrevolución mundial” en el titulo de un artículo de Bilan nº 2, diciembre de 1933); algunos meses más tarde se concedió a la URSS el derecho a ingresar en la SDN (Sociedad de Naciones, antepasado de la ONU): “El ingreso de Rusia en la S.D.N. plantea inmediatamente el problema de la participación de Rusia en uno de los bloques imperialistas de cara a la próxima guerra” (“La Rusia soviética entra en el concierto de los bandidos imperialistas”, Bilan nº 8, junio 1934). El brutal papel jugado contra la clase obrera por el estalinismo se confirmó a continuación por el papel que éste desempeñó en la masacre de los obreros en España, y por los juicios de Moscú, a través de los cuales una generación entera de revolucionarios fue barrida.

Esta evolución condujo a la Fracción a rechazar definitivamente toda política de defensa de la URSS lo que marcó un nuevo grado en la ruptura entre la Fracción y el trotskismo. Para éste último, existía una contradicción fundamental entre “el Estado proletario” y el capital mundial. Este tenía un interés objetivo en unirse contra la URSS, y por tanto era deber de los revolucionarios defenderla contra los ataques imperialistas. Al contrario, para Bilan, estaba claro que el mundo capitalista podía adaptarse fácilmente a la existencia del Estado soviético y de su economía nacionalizada tanto en el plano económico, y sobre todo, en el militar. Por ello, predijo con terrible exactitud que la URSS se integraría plenamente en uno de los dos bloques imperialistas que se alinearían para librar la futura guerra, si bien la cuestión de saber a qué bloque en particular se adscribiría aún no podía definirse. La Fracción demostró de forma muy explícita que la posición trotskista de defensa de la URSS solo podía conducir al abandono del internacionalismo ante la guerra imperialista: “Así, según los bolcheviques-leninistas en caso de “alianza de la URSS con un Estado imperialista o con un agrupamiento imperialista contra otro agrupamiento” el proletariado deberá defender a la URSS. El proletariado de un país aliado mantendrá su hostilidad implacable hacia su gobierno imperialista, pero prácticamente no podrá actuar en todas las circunstancias como proletariado de un país adversario de Rusia. Así, “sería, por ejemplo, absurdo y criminal, en caso de guerra entre la URSS y Japón, que el proletariado americano saboteara el envío de armas americanas a Rusia”.

“Nosotros, naturalmente no tenemos nada en común con esas posiciones. Una vez encadenada a la guerra imperialista, Rusia, no como objeto en sí, sino como instrumento de la guerra imperialista, debe ser considerada en función de la lucha por la revolución mundial, es decir, en función de la lucha por la insurrección proletaria en todos los países.

“Por otro lado, la posición de los bolcheviques-leninistas en nada se distingue ya de la de los centristas y los socialistas de izquierda. Hay que defender a Rusia, incluso si se alía con un Estado imperialista, si bien habría que mantener una lucha sin cuartel contra el “aliado”!! sin embargo, esta “lucha sin cuartel” contiene ya una traición de clase, desde el momento en el que se plantea la cuestión de prohibir la huelga contra la burguesía “aliada”. El arma específica de la lucha proletaria es precisamente la huelga e impedirlo contra una burguesía, es en realidad reforzar sus posiciones e impedir toda lucha real. ¿Cómo pueden los obreros de una burguesía aliada a Rusia mantener una lucha sin cuartel contra ella, si no pueden desencadenar movimientos de huelga?

“Pensamos que en caso de guerra, el proletariado de todos los países, incluyendo a Rusia, tiene como deber concentrar su energía para la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. La participación de la URSS en una guerra de rapiña no modificará el carácter esencial de ésta, y el Estado proletario no podrá sino caer bajo los golpes de contradicciones sociales que tal participación implicaría” (“De la Internacional dos y tres cuartos a la Segunda internacional”, Bilan nº 10, agosto 1934). Este pasaje es particularmente profético: para los trotskistas, la “defensa de la URSS” se convierte en un simple pretexto para la defensa de los intereses nacionales de sus propios países.

Lejos de ser una fuerza intrínseca hostil al capital nacional, la burocracia estalinista era percibida como su agente, como una fuerza a través de la cual la clase obrera rusa sufría la explotación capitalista. En numerosos artículos, Bilan demostró con fuerza y detalle que esta explotación era precisamente eso, una forma de explotación capitalista: “En Rusia, como en los otros países, la carrera desenfrenada de industrialización conduce inexorablemente a hacer del hombre una pieza del engranaje mecánico de les producción industrial. El vertiginoso nivel alcanzado por el desarrollo de la técnica impone una organización socialista de la sociedad. El progreso incesante de la industrialización debe armonizarse con los intereses de los trabajadores, de otro modo estos últimos se convierten en sus prisioneros y, en fin, en esclavos de las fuerzas de la economía. El régimen capitalista es la expresión de esta esclavitud ya que, a través de cataclismos económicos y sociales, encuentra la fuente de su dominación sobre la clase obrera. En Rusia las construcciones gigantescas de fábricas se realizan bajo el imperio de la ley de la acumulación capitalista, y los trabajadores están sujetos irremisiblemente a la lógica de esta industrialización: aquí accidentes de ferrocarril, allá explosión en las minas, por todas partes catástrofes en los talleres” (“El juicio de Moscú”, Bilan nº 39, enero-febrero 1937). Además Bilan reconoce que la naturaleza extremadamente violenta de esa explotación viene determinada por el hecho de que la “construcción del socialismo” por la URSS, la industrialización acelerada de los años 30, eran de hecho la construcción de una economía de guerra en el contexto de preparación del próximo holocausto mundial: “La URSS, como los Estados capitalistas con los que se ha aliado, debe preparase para una guerra que se anuncia cada vez más cercana: la industria esencial de la economía debe ser, por tanto, la del armamento que necesita una cantidad de capitales ingente” (“El asesinato de Kyrov, la supresión de los racionamientos de pan en el URSS”, Bilan nº 14, enero 1935). Todavía más: “La burocracia centrista rusa extrae la plusvalía de sus obreros y de sus campesinos con vistas a la preparación de la guerra. La Revolución de Octubre surgida de la lucha contra la guerra imperialista de 1914, es explotada por los epígonos degenerados para empujar a las nuevas generaciones a la próxima guerra imperialista” (“La carnicería de Moscú”, Bilan nº 34, agosto-septiembre 1936).

Aquí, la contradicción con el método de Trotski es claramente evidente: mientras que Trotski no podía impedir en La Revolución traicionada cantar las loas de las enormes “realizaciones” económicas de la URSS que vendrían a demostrar la “superioridad del socialismo”, Bilan replicaba que en ningún caso el progreso hacia el socialismo podía medirse por el crecimiento del capital constante, sino que únicamente podía hacerse valorando la mejora real de las condiciones de vida y trabajo de las masas. “Pero si la burguesía establece en su Biblia la necesidad de un crecimiento continuo de la plusvalía con el fin de convertirla en capital, en interés común de todas las clases (sic!!), el proletariado al contrario debe actuar en el sentido de una disminución constante del trabajo no remunerado que conlleva inevitablemente como consecuencia un ritmo de acumulación subsiguiente extremadamente lento respecto a la economía capitalista...”  (“El Estado soviético”, Bilan nº 21, julio-agosto 1935). Además, esta visión encontraba sus raíces en la comprensión que Bilan tenía de la decadencia del capitalismo: la negativa a reconocer que la industrialización estalinista era un fenómeno “progresista” no se basaba sólo en el reconocimiento de que no solo se apoyaba en la miseria absoluta de las masas, sino también en la comprensión de su función histórica de participante en la preparación de la guerra imperialista que es, en sí misma, la expresión más patente de la naturaleza regresiva del sistema capitalista.

Si recordamos también que Bilan estaba perfectamente al corriente de ese pasaje del Anti-Dühring en el que Engels rechaza la idea de que la estatalización tenga, en sí misma, un carácter socialista; y que utilizó más de una vez ese argumento para rebatir a los apologistas del estalinismo (ver “El Estado soviético”, op. cit., “Problemas del período de transición”, Bilan nº 37), nos daremos cuenta de lo que Bilan se aproximó a una visión de la URSS bajo Stalin, como un régimen capitalista e imperialista. Finalmente debía igualmente reconocer que el capitalismo, en todas partes, se apoyaba cada vez más en la intervención del Estado para escapar de los efectos del hundimiento económico mundial y para prepararse para la guerra que se avecinaba. El mejor ejemplo de este análisis está contenido en los artículos sobre el plan De Man en Bélgica de los números 4 y 5 de Bilan. No podía ignorar las similitudes existentes entre lo que estaba pasando en la Alemania nazi, en los países democráticos y en la URSS.

Y sin embargo, Bilan, dudaba aún en librarse de la idea de que la URSS fuese un Estado proletario. Era perfectamente consciente de que el proletariado ruso era explotado, pero pensaba que esa relación de explotación le venía impuesta por el capital mundial sin la mediación de una burguesía nacional, de manera que la burocracia estalinista era vista como “un agente del capital mundial” más que como una expresión del capital nacional ruso con su propia dinámica imperialista. Esta insistencia en el papel primordial del capital mundial estaba en completa coherencia con su visión internacionalista y su profunda comprensión de que el capitalismo es, ante todo, un sistema global de dominación. Pero el capital global, la economía mundial, no es una abstracción que pueda existir al margen del enfrentamiento entre los capitales nacionales concurrentes. Esta era la última pieza del rompecabezas que le faltó a la Fracción para lograr terminarlo.

Al mismo tiempo, en los últimos escritos empieza a verse una intuición cada vez mayor de que sus posiciones son contradictorias y que sus argumentos a favor de la tesis del “Estado proletario” son cada vez más defensivos y menos consistentes:

“Pese a la revolución de Octubre, tendrá que ser barrido el edificio construido sobre el martirio de los obreros rusos, desde la primera a la última piedra, pues sólo así podrá afirmarse una posición de clase en la URSS. Negar la «construcción del socialismo» para conseguir la revolución proletaria: aquí ha llevado la evolución de los últimos años al proletariado ruso. Si se nos pone como objeción que la idea de la revolución proletaria contra el Estado proletario es un sin sentido, que se trata de armonizar los fenómenos y llamar a ese Estado, Estado burgués, respondemos que quienes razonan así no hacen más que expresar una confusión sobre el problema ya tratado por nuestros maestros: las relaciones entre el proletariado y el Estado, confusión que les conducirá al otro extremo: la participación en la Unión Sagrada en torno al Estado capitalista de Cataluña. Lo que prueba que tanto por parte de Trotski quien, so pretexto de defender las conquistas de Octubre, defiende el Estado ruso, y por parte de quienes hablan de un Estado capitalista en Rusia, hay una alteración del marxismo que conduce a estas gentes a defender el Estado capitalista amenazado en España” (“Cuando habla el carnicero”, Bilan nº 41, mayo-junio 1937). Esta argumentación estaba muy fuertemente marcada por la polémica que mantenían con grupos como la Unión comunista y la Liga de los comunistas internacionalistas, sobre la guerra de España; pero no consigue establecer bien la relación lógica entre la defensa de la guerra imperialista en España, y la conclusión de que Rusia se ha convertido en un Estado capitalista.

De hecho algunos camaradas de la propia Fracción comenzaron a poner en cuestión la tesis del Estado proletario, y no se trataba en absoluto de los mismos que cayeron bajo la influencia de grupos como la Unión o la Liga sobre el problema de España. Pero fuera cual fuera la discusión sobre ese tema en el seno de la Fracción en la segunda mitad de los años 30, resultó eclipsada por otro debate provocado por el desarrollo de la economía de guerra a escala internacional: el debate con Vercesi, el cual empezaba a defender que la economía de guerra a que había recurrido el capitalismo, había absorbido la crisis y eliminado la necesidad de otra guerra mundial. La Fracción resultó literalmente agotada por este debate y, dado que las ideas de Vercesi eran las que mayor influencia tenían en un mayor número de militantes, la Fracción se encontró, cuando estalló la guerra, en la más completa desorientación (ver nuestro libro La Izquierda comunista de Italia, para una más amplia reseña del desarrollo de este debate).

Siempre se había tenido como un axioma que la guerra acabaría por aclarar el problema de la URSS. Y así fue. No es casualidad que aquellos que se opusieron al revisionismo de Vercesi, fueron también quienes llamaron más activamente a la reconstitución de la Fracción italiana y a la formación del Núcleo francés de la Izquierda comunista. Fueron esos mismos camaradas los que desarrollaron el debate sobre la cuestión de la URSS. En su declaración de principios inicial, el Núcleo francés definía aún la URSS como un “instrumento del capitalismo mundial”. Pero en 1944 la posición de la mayoría estaba perfectamente clara: “La vanguardia comunista será capaz de llevar a cabo su tarea de guiar al proletariado hacia la revolución en la medida en que sea capaz de liberarse ella misma de la gran mentira de la «naturaleza proletaria» del Estado ruso, y de quitarle la careta mostrando lo que es, revelando su naturaleza y su función capitalistas contrarrevolucionarias.

“Basta señalar que el objetivo de la producción sigue siendo la extracción de plusvalía, para afirmar el carácter capitalista de la economía. El Estado ruso ha participado en el curso hacia la guerra, no sólo a causa de su función contrarrevolucionaria en el aplastamiento del proletariado, sino por su propia naturaleza capitalista, por su necesidad de defender sus fuentes de materias primas, a través de la necesidad de asegurarse un lugar en el mercado mundial donde realizar su plusvalía, por el deseo, por la necesidad de ampliar sus esferas de influencia y de abrirse rutas de acceso” (“La naturaleza no proletaria del Estado ruso y su función  contrarrevolucionaria”, Boletín internacional de discusión nº 6, junio de 1944). La URSS tenía su propia dinámica imperialista que encontraba su origen en el proceso de acumulación; se veía impulsada a la expansión puesto que la acumulación no puede realizarse en un circuito cerrado, la burocracia era pues una clase dirigente en todos los sentidos del término. Estas previsiones fueron ampliamente confirmadas por la brutal expansión de la URSS en dirección a la Europa del Este al final de la guerra.

El proceso de clarificación continuó tras la guerra sobre todo, también esta vez, en el grupo francés que tomó el nombre de Izquierda comunista de Francia. Las discusiones continuaron también en el Partito communista internazionalista (PCInt) recién formado, pero desgraciadamente no son bien conocidas. Parece ser que existía una enorme heterogeneidad. Algunos camaradas del PCInt desarrollaron posiciones próximas a las de la GCF, mientras que otros se sumieron en la confusión. El artículo de la GCF: “Propiedad privada y propiedad colectiva”, Internationalisme nº 10, 1946 (reproducido en la Revista Internacional nº 61) critica a Vercesi que había vuelto a unirse al PCInt, porque éste mantenía la ilusión de que, incluso después de la guerra, la URSS todavía podía ser definida como un Estado proletario. En cuanto a Bordiga recurría en ese momento a un término carente de sentido como era el de “industrialismo de Estado”, y, aún cuando más tarde acabó considerando a la URSS como capitalista, jamás aceptó el término de capitalismo de Estado y su significado como expresión de la decadencia del capitalismo. En ese artículo del número 10 de Internationalisme, se encuentran, en cambio, reunidos todos los elementos esenciales del problema. En sus estudios teóricos de finales de los años 40 y principios de los 50, la GCF los reúne en un todo homogéneo. El capitalismo de Estado es analizado como “la forma correspondiente a la fase decadente del capitalismo, como el capitalismo de monopolios lo fue a su fase de pleno desarrollo”. Es más, no se trataba de algo limitado únicamente a Rusia: “el capitalismo de Estado no es patrimonio de una fracción de la burguesía o de una escuela ideológica particular. Le vemos instaurarse tanto en la América democrática como en la Alemania hitleriana, tanto en la Inglaterra laborista, como en la Rusia soviética”.  Superando la mistificación que establece que la abolición de la “propiedad privada” individual permitiría eliminar el capitalismo, la GCF fue capaz de situar su análisis sobre las raíces materiales de la producción capitalista.

“La experiencia rusa nos enseña y nos recuerda que no son los capitalistas los que hacen el capitalismo. Más bien al contrario: es el capitalismo el que engendra a los capitalistas, (...). El principio capitalista de la producción puede existir tras la desaparición jurídica e incluso efectiva de los capitalistas beneficiarios de la plusvalía. En tal caso, la plusvalía, al igual que bajo el capitalismo privado, será invertida de nuevo en el proceso de producción con miras a la extracción de una masa todavía mayor de plusvalía.

“A corto plazo, la existencia de la plusvalía engendrará a los hombres que formen la clase destinada a apropiarse del usufructo de la plusvalía. La función crea el órgano. Ya sean los parásitos, los burócratas o los técnicos, ya sea que la plusvalía se reparta de manera directa o indirecta por medio del Estado, mediante salarios elevados o dividendos proporcionales a las acciones y préstamos de Estado (como ocurre en Rusia), todo ello no cambia para nada el hecho fundamental de que nos hallamos ante una nueva clase capitalista”.

La GCF, en continuidad con los estudios de Bilan acerca del período de transición, saca todas las implicaciones necesarias para la política económica que el proletariado ha de adoptar tras la toma del poder político. De una parte negarse a identificar estatalización con socialismo, y reconocer que, tras la desaparición de los capitalistas privados, “la temible amenaza de una vuelta al capitalismo procederá esencialmente del sector estatificado. Tanto más por cuanto el capitalismo encuentra en éste su forma más impersonal, o por así decirlo etérea. La estatalización puede servir para camuflar, por largo tiempo, un proceso opuesto al socialismo” (ídem). Por otro lado, la necesidad de que la política económica del proletariado se dedique a atacar radicalmente al proceso básico de la acumulación del capital: “el principio capitalista de predominio del trabajo acumulado sobre el trabajo vivo para la producción de plusvalía debe ser sustituido por el principio del predominio del trabajo vivo sobre el trabajo acumulado con miras a la producción de productos de consumo para satisfacer a los miembros de la sociedad” (ídem). Esto no quiere decir que será posible abolir el sobretrabajo como tal, sobre todo inmediatamente tras la revolución cuando sea necesario todo un proceso de reconstrucción social. Sin embargo la tendencia a la inversión de la relación capitalista entre lo que el proletariado produce y lo que consume “podrá servir de indicación de la evolución de la economía y ser el barómetro que indique la naturaleza de clase de la producción” (ídem).

oOo

No es casualidad si la GCF no dudó en incluir los análisis más perspicaces de la Izquierda germano-holandesa en sus bases programáticas. En el período de posguerra, la GCF dedicó un importante esfuerzo a reanudar el diálogo con esa rama de la Izquierda comunista (ver nuestro folleto La Izquierda comunista en Francia). Su claridad sobre cuestiones tales como el papel de los sindicatos y las relaciones entre el partido y los consejos obreros, provienen sin la menor duda de este trabajo de síntesis. Lo mismo puede decirse de su comprensión de la cuestión del capitalismo de Estado: las previsiones desarrolladas por la Izquierda alemana algunas décadas antes, quedaban ahora integradas en la coherencia teórica global de la Fracción italiana.

Esto no quiere decir que el problema del capitalismo de Estado quedase definitivamente cerrado. Así en particular el hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los años 1980, exigió un esfuerzo de profundización y de clarificación sobre cómo afectó la crisis económica capitalista a esos regímenes, arrastrándolos al abismo. Pero la cuestión rusa es la que determinó, neta y definitivamente, al final del segundo holocausto imperialista, la frontera de clase: a partir de ese momento, sólo quienes reconocían el carácter capitalista e imperialista de los regímenes estali­nistas podían permanecer en el campo proletario y defender los principios internacionalistas frente a la guerra impe­rialista. Como prueba, en negativo, tenemos la trayectoria del trotskismo cuya posición de defensa de la URSS lo llevó a traicionar el internacionalismo durante la guerra, y cuya adhesión a la tesis del “Estado obrero degenerado” lo llevó a una defensa del bloque imperialista ruso durante la época de la guerra fría. La prueba, en positivo, la proporcionan los grupos de la Izquierda comunista, cuya capacidad de defender y desarrollar el marxismo durante el período de la decadencia del capitalismo les ha permitido, finalmente, resolver el enigma ruso y preservar la bandera del verdadero comunismo frente a los intentos de mancillarlo por parte de la propaganda burguesa.

CDW 

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [17]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda italiana [36]

Acontecimientos históricos: 

  • Enigma ruso [22]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [23]

Correspondencia - Teoría de las crisis y decadencia (II)

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Correspondencia

Teoría de las crisis y decadencia (II)

Publicamos a continuación la segunda parte del correo publicado en el número precedente que nos ha hecho llegar uno de nuestros contactos próximos que expresa un desacuerdo con nuestra posición sobre las explicaciones económicas de la decadencia del capitalismo.

En el texto que sigue, continuamos el desarrollo de nuestra respuesta que iniciamos en el número precedente y que se concentra esencialmente sobre el método para llevar el debate. En realidad, no abordamos directamente las cuestiones y la crítica que el camarada nos dirige en esta segunda parte de su correo. Volveremos sobre ello en un próximo artículo en particular para responder a la cuestión
de la reconstrucción de posguerra en los años 50 y 60 que no puede explicarse únicamente por la desvalorización del capital constante
y el aumento de la parte de capital variable en la composición orgánica del capital a consecuencia de la guerra, por mucho que lo piensen
así el camarada y la CWO. Estamos de acuerdo que es una cuestión importante que debemos discutir y clarificar.

Igualmente, volveremos sobre la visión que el camarada nos atribuye sobre la relación entre el “interés económico” y la guerra imperialista. No pretendemos negar el peso del interés económico como factor de la guerra imperialista en el periodo de decadencia. La cuestión es: ¿cómo juega y a qué nivel? ¿A nivel inmediato de conquista de territorios y mercados o bien en términos más generales e históricos? ¿Cuál es la relación entre los factores económicos y los factores geoestratégicos? ¿Cuál es el factor determinante en la dinámica misma de estas rivalidades?. Para ser más concretos ¿por qué por ejemplo los antagonismos imperialistas no se han identificado con las principales rivalidades económicas durante el periodo del bloque imperialista americano –que reagrupaba a las principales potencias económicas del mundo- y el bloque imperialista ruso, durante el periodo 1945-89?

Más allá de su aspecto teórico, las respuestas a estas cuestiones determinan diferentes análisis de la situación concreta, diferentes posturas y sobre todo diferentes intervenciones de los revolucionarios en la situación, como hemos podido constatar una vez más con las guerras de Kosovo o de Chechenia. Tales son las razones por las cuales pensamos que se trata de debates importantes que sometemos a la lectura, la discusión y la crítica.

La baja de la tasa de ganancia, la guerra imperialista y el periodo de reconstrucción

En su ensayo “Guerra y acumulación” (Revolutionary Perspective nº 16, Antigua serie, páginas 15-17), la CWO ha mostrado de forma convincente cómo el análisis de Marx de la baja de la tasa de ganancia explica el periodo de reconstrucción (n.b.: la teoría de las crisis de la CWO combina de forma ecléctica el análisis de Marx de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia con el análisis de Grossmann-Mattick. En esta discusión, sin embargo, la CWO sigue exclusivamente el análisis de Marx).

«Durante una guerra – hablamos aquí de las guerras totales del siglo XX – la masa de capital existente se devalúa simplemente porque ella se gasta hasta el extremo y no se ve reemplazada por nuevo capital; en términos de volumen del aparato productivo es el mismo que el de antes de la guerra, pero en términos de valor no ocurre así, dado su envejecimiento y su sobreutilización. El sentido de toda producción para el esfuerzo de guerra asegura esto: la producción de las fábricas del Sector I se desvía de las máquinas herramientas hacia los armamentos, y las máquinas envejecidas, que son técnicamente obsoletas antes de que todo su valor C esté fuera de uso, son utilizadas hasta el último jugo, para economizar capital. En tiempos de paz, los capitalistas que no dejan de aumentar esta composición de su capital son obligados a hacerlo, pero no en tiempos de guerra. El control del Estado sobre la economía y el esfuerzo de guerra introducen tales limitaciones a la competencia y tal sistema de pedidos garantizados, que el capitalista no tiene estimulante y no tiene la obligación de reconstituir y mejorar su aparato productivo...

“No se trata únicamente de que la masa de capital era de un valor menor en 1949 que en 1939 (principalmente debido más a la devaluación que a la destrucción) sino también que la composición del capital había caído en los años de guerra, debido a la introducción del ejército de reserva de trabajo (parados, mujeres) en la producción, en general basándose en la introducción masiva de la jornada de trabajo en 3 equipos y en la semana de 6 días; la composición del capital cae porque el mismo C era utilizado por una fuerza de trabajo más importante, es decir, que V aumentaba...

“Sobre la base de esa tasa elevada y de esa masa de ganancia, la reconstitución gradual de las fuerzas productivas se produjo tras la Segunda Guerra mundial... En una situación donde una masa de capital devaluado existía, toda reconstitución de las fuerzas productivas (aunque sea con máquinas similares sin incrementar su valor) debía llevar a un crecimiento fenomenal de la productividad. Si esta última crece más rápido que la composición del capital, la tasa de ganancia no baja, al contrario, tiende a aumentar... Por tanto, la burguesía no tenía que preocuparse de la acumulación en los años 50; la guerra había resuelto el problema restableciendo las bases para una producción con ganancias».*

Esta explicación clara por parte de la CWO supone una demolición de la confusa crítica que hace la CCI de la tasa de ganancia como explicación de la reconstrucción capitalista.

«El hic consiste en que jamás se ha probado que con las recuperaciones que han seguido a las guerras mundiales, la composición orgánica del capital haya sido inferior a lo que fue en la víspera. En realidad se trata de lo contrario. Si tomamos el caso de la Segunda Guerra Mundial está claro que en los países afectados por las destrucciones de la guerra, la productividad media del trabajo y, por consiguiente, la relación entre el capital constante y el capital variable, alcanzó rápidamente, desde el comienzo de los años 50, el nivel que tenía en 1939. De hecho, el potencial productivo que se reconstituyó era considerablemente más moderno que el que se había destruido... Por consiguiente, el periodo de ‘prosperidad’ que acompaña a la reconstrucción se prolonga mucho más lejos (en realidad hasta mediados de los años 60) del momento en que el potencial productivo de antes de la guerra quedó reconstruido, haciendo que la composición orgánica volviera a tener su valor precedente» (Revista internacional nº 77: “El rechazo de la noción de decadencia conduce a la desmovilización del proletariado frente a la guerra”).

 El verdadero “problema” es que la CCI, como su mentor Rosa Luxemburgo, no comprende el análisis de Marx sobre la baja de la tasa de ganancia.

Las confusiones económicas de la CCI

La CCI se encuentra en una situación embarazosa porque, por una parte, defiende la posición marxista según la cual la decadencia no significa cese total del crecimiento de las fuerzas productivas, pero, por otra parte, defiende una teoría de las crisis cuya conclusión lógica es precisamente ese resultado. (En la teoría de las crisis de Rosa Luxemburgo los mercados extracapitalistas son la condición sine qua non de la acumulación capitalista. Por tanto, cuando esos mercados están agotados, la acumulación ha alcanzado su límite económico absoluto. En efecto, la destrucción continua de los mercados extracapitalistas significa que el capital total no puede superar ese límite pero también que debe necesariamente disminuir).

La CCI, sin embargo, ignora la contradicción flagrante entre el desarrollo real del capitalismo y la conclusión lógica de su análisis económico según el cual hay un techo al crecimiento capitalista, hay un límite económico absoluto a la acumulación capitalista (Henryk Grossmann llega también a la misma conclusión lógica).

Esta contradicción obliga a la CCI a una conclusión ridícula sobre la naturaleza de la guerra imperialista: piensa que la guerra no tiene una función económica en el capitalismo decadente ([1]). El absurdo total de esa idea es desconcertante, del mismo tipo que la de los bordiguistas sobre la invariación del programa.

En otros términos, la CCI dice que la posición marxista según la cual en la decadencia el capitalismo deja de cumplir una función progresista (económica o de otro tipo) para la humanidad, es idéntica a la posición según la cual la guerra imperialista no cumple una función económica para el capitalismo. La CCI hace las cosas todavía más confusas al asimilar esta última idea con la noción falsa del BIPR según la cual toda guerra en la decadencia tiene un móvil económico inmediato ([2]).

(Esa idea de que las guerras imperialistas no tienen un papel económico para el capitalismo es coherente con la teoría luxemburguista de las crisis de los mercados precapitalistas de la CCI. Después de todo, en esta teoría, una vez que los mercados precapitalistas se han agotado, la continuación de la acumulación a nivel del capital total se hace imposible. Y si la acumulación capitalista ha alcanzado un límite absoluto entonces nada, ni siquiera la guerra imperialista, puede invertir esta situación. Por consiguiente, la guerra imperialista no puede tener ninguna función económica).

La CCI argumenta que la guerra imperialista no tiene una función económica. Pero si la guerra imperialista no tiene una función económica ¿cómo explicar los periodos de reconstrucción del capital cuya existencia es reconocida por la CCI y que reconoce incluso que el que sobrevino tras la Segunda Guerra mundial condujo a una expansión económica que ha superado notablemente el capitalismo de preguerra?

¿Por qué la CCI, cuyo programa y práctica política es la más coherente de todos los grupos de la Izquierda Comunista, que ha sabido librarse del sectarismo, el oportunismo y el centrismo que marcan al BIPR y a los bordiguistas, cae en una confusión tan profunda en el dominio de la economía?

La respuesta está en su luxemburguismo económico. Contrariamente a las ilusiones de la CCI, Rosa Luxemburgo desarrolló su teoría alternativa de las crisis porque no comprendió el método de El Capital; en particular, pensó de forma errónea que los esquemas de la reproducción del Volumen II de El Capital tenían como objetivo dar directamente una imagen de la realidad capitalista concreta. La contradicción aparente entre los esquemas y la realidad histórica la empujaron a creer que los esquemas eran falsos, sin embargo, lo que era falso era el empirismo parcial de su enfoque; pues su “descubrimiento” según el cual el capitalismo no podía acumular sin los mercados capitalista deriva de su adopción errónea del punto de vista del capitalista individual. Sus concesiones al empirismo le impidieron captar la validez del análisis de Marx sobre la tasa de ganancia y la arrastraron a una interpretación mecanicista de la crisis mortal de la acumulación capitalista.

Yo considero las explicaciones económicas específicas de Rosa Luxemburgo y Henryk Grossmann de la decadencia capitalista como teorías económicas revisionistas porque se basan en una mala comprensión del método de El Capital: «La ortodoxia en cuestiones de ­marxismo se ciñe casi exclusivamente al método. Solamente ateniéndose a la vía de sus fundadores se puede desarrollar, extender y profundizar. Esta convicción se basa en la observación de que todas las tentativas de superar o ‘mejorar’ dicho método han llevado, inevitablemente, a banalidades, a tonterías y al eclecticismo» ([3]).

Por supuesto, pese a sus teorías económicas revisionistas, existía una frontera de clase entre Rosa Luxemburgo y Henryk Grossmann: la primera fue una revolucionaria marxista por sus posiciones políticas mientras que Henryk Grossmann fue un estalinista reaccionario.

El dogmatismo de la CCI

«No puede haber dogmatismo cuando el criterio supremo y único de una doctrina está en conformidad con el proceso real de desarrollo económico y social» ([4]).

 La CCI se niega a reconocer que dado que los mercados precapitalistas son una condición sine qua non de la acumulación capitalista en las teorías de Rosa Luxemburgo, esto tendría consecuencias particulares e inevitables para el desarrollo capitalista si fuera verdad. Dicho de otra forma, su teoría de las crisis hace predicciones específicas sobre el desarrollo capitalista. Sin embargo, “el proceso real de desarrollo económico y social” ha mostrado sin equívocos la falsedad de estas predicciones y, por consiguiente, la falsedad de sus teorías económicas. La CCI continúa a pesar de todo defendiendo la validez de estas teorías económicas. A eso se le llama dogmatismo.

Además, no se puede calificar de otra manera que dogmatismo el que la CCI continúe considerando el análisis de Henryk Grossmann de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como idéntico al de Marx en El Capital, cuando sabe desde hace mucho tiempo que la crítica de Henryk Grossmann realizada por Antón Pannehoek en La teoría del hundimiento del capitalismo ([5]) muestra claramente las diferencias fundamentales entre ambos. Además, ese artículo así como los escritos del BIPR – particularmente los de la CWO – deberían aclarar a la CCI que el BIPR combina de manera ecléctica la teoría económica de Grossmann con la de Marx.

La CCI se refiere a los numerosos artículos que ha escrito sobre las teorías económicas como un signo de su determinación para que se establezca la claridad sobre este tema ([6]). Sin embargo, en la práctica esto quiere decir que la CCI ha repetido simplemente los mismos argumentos una y otra vez, ignorando y eludiendo las críticas convincentes que le han dirigido otras corrientes comunistas. Es verdad que la CCI responde con críticas a estas corrientes que a menudo son correctas en sí mismas, pero que no son pertinentes respecto a la validez de las críticas específicas que estas corrientes plantean en un primer nivel. Por ejemplo: la CCI señala correctamente que el BIPR y especialmente los bordiguistas tienen tendencia a analizar el capitalismo desde el punto de vista de una nación tomada aisladamente.

Que la CCI defienda todavía las teorías económicas defectuosas del luxemburguismo, 25 años después de su formación hace pensar que existe un clima político interno que desanima, o al menos no estimula, a profundizar sobre las teorías económicas de la decadencia. Una cosa justa es afirmar como lo hace la CCI que las divergencias sobre las teorías económicas no deberían constituir un obstáculo a la unidad política y al agrupamiento. Pero otra cosa muy distinta es que esto ha significado para la CCI, en la práctica, evitar la claridad máxima sobre esta cuestión; esto ha significado un estancamiento teórico.

Francamente hablando, la CCI al defender sus teorías económicas luxemburguistas, exhibe la misma indiferencia por la precisión y el rigor que el BIPR y los bordiguistas tienen para justificar su política sectaria, centrista y oportunista. Es inútil añadir que las depauperadas teorías económicas de la CCI dan crédito a los ataques a su programa político que realizan el BIPR y los bordiguistas puesto que muchas de las críticas que dichas corrientes hacen a la CCI son válidas.

La devoción dogmática que la CCI profesa a las teorías económicas de Rosa Luxemburgo, que en mi opinión recuerda la actitud idólatra que los bordiguistas tienen hacia Lenin, ciega a la organización sobre el desnivel que existe entre su perspicacia política sobre el imperialismo y sus teorías económicas revisionistas ([7]).

Si la CCI quiere tener un fundamento económico marxista coherente para su programa político, debe abandonar fatalmente la teoría de las crisis errónea de Rosa Luxemburgo y sustituirla por el análisis de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de El Capital.

El eclecticismo en la teoría de las crisis del BIPR y de la CCI

Como ha observado la CWO sobre el punto de vista ecléctico de las teorías económicas de la CCI: «Como Luxemburgo, su referencia a la baja de la tasa de ganancia se hace simplemente para dar una explicación satisfactoria de los hechos (como, por ejemplo, por qué el capitalismo buscaba mercados lejos de las metrópolis durante la acumulación primitiva) o para explicar elementos del desarrollo del capitalismo, todo ello con una óptica puramente de los mercados, no se puede hacer (por ejemplo, por qué la concentración del capitalismo ha precedido la carrera hacia la conquista de las colonias y por qué el grueso del desarrollo comercial ha proseguido en este periodo entre las potencias capitalistas avanzadas)» ([8]).

Sin embargo, el mismo BIPR cae en una teoría ecléctica y confusa pues combina las teorías de las crisis de Henryk Grossmann y de Marx. En efecto, cree que «la contribución [de Grossmann] ha consistido en mostrar la significación del papel de la masa de plusvalía en la determinación de la naturaleza exacta de la crisis» ([9]). El BIPR no consigue darse cuenta de que esa pretendida perspicacia de Grossmann está ligada de forma inextricable a una concepción mecanicista y de sentido único de la acumulación capitalista. Al contrario que Marx, examina la baja de la tasa de ganancia solamente en términos de producción de plusvalía ignorando el papel de la circulación y la distribución de la plusvalía. De ello resulta que llega a la conclusión errónea de que el capital es exportado a las naciones extranjeras no tanto – como Marx decía – para maximizar la plusvalía sino porque hay «una falta de posibilidades de inversión a nivel nacional» ([10]) (lo que se concreta en la falsa idea según la cual el capital es exportado «porque no puede ser utilizado a nivel nacional» ([11]), cosa que Marx ha criticado en el Volumen tercero de El Capital). Todo lo cual expresa su concepción mecanicista de la crisis mortal del capitalismo.

La postura ecléctica de las dos corrientes les permite seleccionar y escoger en las diferentes teorías de la crisis como si se estuviera en autoservicio. Por plausible que parezca en realidad defienden dos perspectivas diametralmente opuestas: el punto de vista mecanicista de la burguesía y el punto de vista dialéctico del proletariado (es verdad que la CCI y el BIPR critican ciertos aspectos de las teorías de las crisis respectivamente de Rosa Luxemburgo y de Grossmann-Mattick. Pero como siguen defendiendo el núcleo de los análisis económicos de esas teorías, también siguen defendiendo las concepciones mecanicistas en que se basan).

Nuestra respuesta – II

El pretendido empirismo de Rosa Luxemburg

Bujarin, Raya Dunayeskavya y otros críticos de Rosa Luxemburg que cita el compañero, dicen que Rosa se equivoca al buscar en causas externas las razones de la crisis del capitalismo ([12]). Pero el mercado mundial y las economías precapitalistas no son nada externo al sistema sino su propio medio ambiente de desarrollo y confrontación. Si se pretende que el capitalismo puede desarrollar su acumulación dentro de sus propios límites se está diciendo que es un sistema históricamente ilimitado y que puede desarrollarse a través del simple intercambio de mercancías. Marx demostró en el primer tomo de El Capital y también en “Los resultados de la dominación británica en la India” justamente lo contrario, que la génesis del capital, su acumulación progresiva, tiene lugar mediante una batalla por separar a los productores de sus medios de vida, transformarlos en la principal mercancía productiva – la fuerza de trabajo – y, alrededor de ese eje, construir, en medio de sufrimientos incontables, el “pacífico” y “regular” intercambio de mercancías. Siguiendo ese método, Rosa Luxemburgo se plantea que lo que era válido para la acumulación primitiva sigue siéndolo en las fases ulteriores del desarrollo capitalista. Sus críticos pretenden que la acumulación primitiva es una cosa pero el desarrollo capitalista es otra donde ya no operan ni “el mercado exterior” ni la “la lucha contra la economía natural”. Pero eso es desmentido radicalmente por la evolución del capitalismo en el siglo XIX especialmente en la fase imperialista.

“En la acumulación primitiva, esto es, en los primeros comienzos históricos del capitalismo de Europa, a fines de la Edad Media y hasta entrado el siglo XIX, la liberación de campesinos constituye, en Inglaterra y en el continente, el medio más importante para transformar en capital la masa de medios de producción y de obreros. Pero en la política colonial moderna el capital realiza actualmente, la misma tarea en una escala mucho mayor... La esperanza de reducir el capitalismo exclusivamente a la competencia pacífica, es decir, al comercio regular de mercancías, que se da como la única base de la acumulación, descansa en creer ilusoriamente que la acumulación del capital puede realizarse sin las fuerzas productivas y la demanda de las más primitivas formaciones, en que puede confiar en el lento proceso interno de descomposición de la economía natural... el método violento es el resultado del choque del capitalismo con las economías naturales que ponen trabas a su acumulación. El capitalismo no puede pasarse sin sus medios de producción y sus trabajadores ni sin la demanda de su plusproducto” (Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital, II, “La lucha contra la economía natural”).

Aquellos, dentro del movimiento revolucionario, que como el compañero, pretenden explicar la crisis histórica del capitalismo exclusivamente por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, solo ven una parte – el intercambio dentro del mercado capitalista ya constituido – pero no ven la otra parte, la más dinámica históricamente y cuya progresiva limitación desde finales del siglo XIX, determina el caos y las convulsiones crecientes que arrastramos desde 1914.

Con ello se colocan en una posición muy incómoda frente al dogma central de la ideología económica capitalista – “la producción crea su propio mercado”, toda oferta acaba encontrando su demanda más allá de los desajustes coyunturales – que fue severamente criticado por Marx quien estigmatizó “la concepción que Ricardo ha tomado del vacuo e insustancial Say de que es imposible la sobreproducción o, por lo menos, la saturación general del mercado, se basa en el principio de que los productos siempre se cambian por productos, o, como ha dicho Mill, la demanda solo está determinada por la producción” (“Teorías de la plusvalía”, tomo II). En la misma línea, combatió las concepciones que limitan los trastornos del capitalismo a meras desproporciones entre sectores de producción.

Si excluyen los territorios precapitalistas del campo de la acumulación, si piensan que el capitalismo puede desarrollarse partiendo de sus propias relaciones sociales, ¿cómo evitar la tesis de que la producción crea su propio mercado?. La tendencia decreciente de la tasa de ganancia es una explicación insuficiente pues opera en medio de tal cúmulo de causas contrarrestantes y actúa tan a largo plazo que no puede explicar los hechos históricos que se suceden desde el último tercio del siglo XIX y se acumulan a lo largo del XX: el imperialismo, las guerras mundiales, la gran depresión, el capitalismo de Estado, la reaparición de la crisis abierta desde finales de los años 60 y el desplome cada vez más agudo de partes más importantes de la economía mundial en los últimos 30 años.

Pero precisamente porque la tendencia decreciente opera “a largo plazo” ¿no habría que evitar el empirismo y la impaciencia y no dejarse engatusar por todos esos cataclismos inmediatos?. Tal parece ser el método que propugna el compañero cuando tilda de “apariencia” el que coincidiera la “división del mundo” con la “crisis mundial” o cuando señala que la gran depresión pareció confirmar las tesis de Grossmann y Luxemburgo pero que luego habría sido desmentida por el gran ­crecimiento posterior a la Segunda Guerra mundial o por el crecimiento de los años 90.

Después volveremos sobre esto último, lo que ahora queremos poner en evidencia es que detrás de la acusación de “empirismo” contra Rosa Luxemburgo se encierra una cuestión de “método” importante que pensamos se le escapa al compañero. Los revisionistas dentro de la Socialdemocracia emprendieron una cruzada contra el “subconsumismo” de Marx, Berstein fue el primero en equiparar el análisis de la crisis de Marx nada menos que con el patético Rodbertus mientras que Tugan Baranowsky volvió tranquilamente a las tesis de Say sobre la “producción que crea su propio mercado” al explicar con razonamientos “marxistas” que las crisis vienen de desproporciones entre los dos sectores de la producción. Los críticos revisionistas de Rosa Luxemburgo – los Bauer, Eckstein, Hilferding etc. – plantearon con plena “ortodoxia marxista” que las tablas de la reproducción ampliada explican perfectamente que el capitalismo no tiene problemas de realización, Bujarin –al servicio de la estalinización de los partidos comunistas- la emprendió con la obra de Rosa para “demostrar” que el capitalismo no tiene ningún problema “externo”.

¿Por qué esta inquina de los oportunistas hacia el análisis de Rosa Luxemburgo? Sencillamente porque esta había puesto el dedo en la llaga, había demostrado la raíz global e histórica de la entrada del capitalismo en su decadencia. Cincuenta años antes, la contradicción entre el avance de la productividad del trabajo y la necesidad de maximizar el beneficio había sido la primera aproximación extremadamente fructífera. Pero ahora la cuestión de la lucha del capitalismo contra los órdenes sociales que le han precedido para formar el mercado mundial y las contradicciones que se planteaban (creciente penuria de territorios extracapitalistas) proporcionaba un marco más claro y sistemático que integraba en una síntesis superior la primera contradicción y daba cuenta del fenómeno del imperialismo, las guerras mundiales y la progresiva descomposición de la economía capitalista.

Posteriormente, tras las huellas de aquellos revisionistas pero en un terreno directamente burgués, toda una camarilla de “marxólogos” universitarios se han dedicado a elucubrar sobre el “método abstracto” de Marx. Separan hábilmente sus reflexiones sobre la reproducción ampliada, la tasa de ganancia, etc., de las que afectan a la cuestión del mercado y la realización de la plusvalía, y con esta fragmentación – en realidad adulteración – del pensamiento de Marx elaboran el fantasma de su “método abstracto” convirtiéndolo en un “modelo” de explicación del funcio­namiento contractual de la economía capitalista: el intercambio regular de mercancías de que hablaba Rosa Luxemburgo. Cualquier tentativa de confrontar este “modelo” con las realidades del capitalismo sería “empirismo” y no entender que se trata de un “modelo abstracto”, etc.

Esta empresa destinada a convertir a Marx en un “icono inofensivo” – como diría Lenin – tiene como objetivo eliminar el filo revolucionario de su obra y hacerle decir todo lo que nunca dijo. Los economistas burgueses más descarados que no recurren al disfraz “marxista” tienen también su “visión a largo plazo”. ¿No nos dicen a todas horas que no hay que ser empiristas ni inmediatistas, que más allá de los despidos, de los cataclismos bursátiles, lo que debe verse es la “tendencia general” y que esta reposa sobre unos buenos fundamentos?. Partes de El Capital convenientemente seleccionadas y sacadas fuera de contexto sirven a los marxólogos para acometer el mismo objetivo.

El compañero, que tiene unas posiciones claramente revolucionarias y no comparte ni de cerca ni de lejos esa empresa de confusión, al tomar prestados muchos “argumentos” de Bujarin así como de diversos académicos en lugar de emprender, él mismo, el examen de las posiciones de Rosa Luxemburgo ([13]), se cierra los ojos a considerar los aspectos de la cuestión que hemos intentado exponerle.

Los límites de la acumulación capitalista

Dice el compañero que Rosa Luxemburgo plantea un “límite absoluto” al desarrollo del capitalismo. Veamos en primer lugar qué dice exactamente: “Cuanto más violentamente lleve a cabo el militarismo, tanto al exterior como al interior, el exterminio de capas no capitalistas, y cuanto más empeoren las condiciones de vida de las capas trabajadoras, la historia diaria de la acumulación de capital en el escenario del mundo se irá transformando más y más en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales que, junto con las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis, harán necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, aún antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma” (op.cit., capítulo XXXII).

Si el compañero se refiere a “tropezar con la barrera natural que se ha puesto a sí misma la propia dominación capitalista” es evidente que, interpretada literalmente, da la idea de un límite absoluto. Pero la misma conclusión podría sacarse de esta afirmación de Marx: “con la baja de la tasa de ganancia, el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo permite el nacimiento de una ley, que, en cierto momento, entra en contradicción absoluta con el propio desarrollo de esta productividad” (op. cit.). Esta formulación contrasta con otras – que hemos evocado anteriormente – donde señala que esa ley es solamente una tendencia.

Si es evidente que debemos tener cuidado en no caer en expresiones que se presten a la ambigüedad, tampoco se trata de tomar una frase aisladamente fuera de su contexto. Lo que importa ver es la dinámica y la orientación global de un análisis. En ese aspecto el de Rosa – como el de Marx – es muy claro: lo más importante es su afirmación de que la acumulación de capital “se irá transformando en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales”. Esto no expresa un límite absoluto sino una tendencia general que se va agravando con el pudrimiento de la situación.

Marx dice en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente y les han sido legadas por el pasado”. El método de los revolucionarios consiste, de acuerdo con esta aseveración, en comprender y enunciar las tendencias de fondo que marcan “las circunstancias que encuentran los hombres”. Lo que afirmaba Rosa Luxemburgo, justamente un año antes del estallido de la guerra del 14, era una tendencia histórica que iba a marcar – ¡ y de qué modo ! – la “acción de los hombres”.

La conclusión de la primera edición de su libro despeja, a nuestro juicio,  las dudas sobre si estaba formulando una tendencia “absoluta”: “El capitalismo es la primera forma económica con capacidad de desarrollo mundial. Una forma que tiende a extenderse por todo el ámbito de la Tierra y a eliminar todas las otras formas económicas; que no tolera la coexistencia de ninguna otra. Pero es también la primera que no puede existir sola, sin otras formas económicas de que alimentarse, y que al mismo tiempo que tiene la tendencia a convertirse en forma única, fracasa por la incapacidad interna de su desarrollo. Es una contradicción histórica viva en si misma. Su movimiento de acumulación es la expresión, la solución constante y, al propio tiempo, la graduación de la contradicción. A una cierta altura de su evolución, esta contradicción solo podrá resolverse por la aplicación de los principios del socialismo: de aquella forma económica que es, al propio tiempo, por naturaleza, una forma mundial y un sistema armónico, porque no se encaminará a la acumulación sino a la satisfacción de las necesidades vitales de la humanidad trabajadora misma y a la expansión de todas las fuerzas productivas del planeta”.

¿Cuál es nuestra concepción de la decadencia del capitalismo? ¿Hemos hablado alguna vez tanto de un bloqueo absoluto del desarrollo de las fuerzas productivas como de un límite absoluto a la producción capitalista, una especie de crisis definitiva y mortal?

El propio compañero reconoce que rechazamos la concepción formulada por Trotski que habla de un bloqueo absoluto de las fuerzas productivas, pero del mismo modo nuestra concepción es ajena a ciertas concepciones que se surgieron en los años 20 en tendencias del KAPD que hablaban de la “crisis mortal del capitalismo” entendiendo por ella una detención absoluta de la producción y el crecimiento capitalistas.

Polemizando contra la posición de Trotski, nuestro folleto sobre la decadencia responde: “todo cambio social es resultado de una agravación real y prolongada del choque entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Sí nos situamos en la hipótesis del bloqueo definitivo y permanente, únicamente un estrechamiento ‘absoluto’ de ese envoltorio que son las relaciones de producción existentes, podría explicar una agravación neta de la contradicción. Al contrario, se puede comprobar que lo que se produce generalmente durante las diferentes decadencias de la historia (incluida la del capitalismo) es más bien una tendencia hacia la ampliación de ese envoltorio hacia sus últimos límites y no hacia un estrechamiento. Controlado por el Estado y sometido a la presión de las urgencias económicas y sociales, ese envoltorio se va estirando, despojándose de todo lo que parece superfluo a las relaciones de producción por no ser estrictamente necesario a la supervivencia del sistema. El sistema se refuerza pero en sus límites extremos” (op. cit.).

Forma parte plenamente del análisis marxista de la decadencia de los modos de producción, el comprender por qué el capitalismo trata de “gestionar la crisis” practicando una política de supervivencia frente a ella que consigue aminorar sus efectos en los países centrales. ¿No hizo lo mismo el Imperio romano replegándose a Bizancio y abandonando vastos territorios ante el empuje de las invasiones bárbaras? ¿No respondió de igual manera el despotismo ilustrado de los reyes feudales ante el avance de las relaciones de producción capitalistas?

“La emancipación de los esclavos en el Bajo Imperio romano; la de los siervos a finales de la Edad Media; las libertades parciales que la monarquía declinante tiene que otorgar a las nuevas ciudades burguesas, el fortalecimiento del poder central de la corona, la eliminación de la nobleza de espada en beneficio de la nobleza togada sometida directamente al rey; y en el capitalismo, fenómenos como los intentos de planificación, los esfuerzos por aliviar las trabas que imponen las fronteras nacionales, la tendencia a sustituir los burgueses parásitos por ejecutivos eficientes asalariados del capital, las políticas del tipo New Deal, las constantes manipulaciones de algunos mecanismos de la ley del valor, son todos ellos testimonios de esa tendencia a la ampliación del envoltorio jurídico mediante purgas y limpiezas constantes en las relaciones de producción. El movimiento dialéctico no se detiene tras el auge de una sociedad. El movimiento se transforma cualitativamente pero no cesa. Se siguen intensificando necesariamente las contradicciones inherentes a la antigua sociedad y por ello tienen que seguir desarrollándose las aprisionadas fuerzas, aunque sólo sea lentamente” (ídem).

En el periodo de decadencia del capitalismo asistimos a una agravación de sus contradicciones en todos los planos. Hay desarrollo de las fuerzas productivas, hay también fases de crecimiento económico pero esto se hace dentro de un marco global cada vez más contradictorio, más convulsivo, más destructivo. La tendencia hacia la barbarie no se manifiesta clara y rotundamente a través de una línea recta de catástrofes y hundimientos sin fin, sino enmascarada por fases de crecimiento, por el aumento de la productividad del trabajo, por fases de crecimiento más o menos prolongadas. El capitalismo de Estado – especialmente en los países centrales – hace todo lo que está en su mano para controlar una situación potencialmente explosiva, atenuar o aplazar las contradicciones más graves y, con todo ello, mantener una apariencia de “buen funcionamiento” e incluso de “progreso”. El sistema “estira su envoltorio hasta sus últimos límites”.

En el sistema esclavista, los siglos I a III después de Cristo se caracterizaron por esa contradicción cada vez más grave: Roma o Bizancio se poblaban con los mejores monumentos de la historia del imperio, las tecnologías más avanzadas de la época florecieron en aquel periodo hasta el extremo de que en siglo II se descubría el principio de la energía eléctrica. Pero esos desarrollos deslumbrantes tenían lugar en un marco cada vez más degradado, de exacerbación de las luchas sociales, de abandono de territorios al empuje de los bárbaros, de deterioro brutal de las infraestructuras de transporte ([14]).

¿No estamos asistiendo hoy a la misma evolución pero con una gravedad mucho mayor por las características específicas de la decadencia del capitalismo? ([15]).

El compañero afirma que el crecimiento posterior a la Segunda Guerra mundial y el crecimiento que ha tenido lugar durante los años 90 desmiente nuestra teoría. No podemos desarrollar aquí una argumentación detallada ([16]) pero respecto al crecimiento experimentado entre 1945 y 1967, más allá de su volumen estadístico hay que tener en cuenta:

  • la fuerte proporción que en él tiene el armamento y la economía de guerra, como reconoce el propio compañero;
  • la importancia que tuvo un endeudamiento que en su momento – Plan Marshall – fue el más gigantesco jamás alcanzado entonces;
  • las consecuencias que ha tenido (y que parece que el compañero también reconoce): una parte sustancial de ese crecimiento se ha evaporado en un dramático proceso de desmantelamiento – que en los países occidentales afectó especialmente a la industria pesada – o de implosión – el caso del ex bloque ruso.

En lo concerniente al crecimiento de los años 90 se ha tratado de un crecimiento minúsculo ([17]), basado en un endeudamiento sin parangón en la historia y en una especulación jamás vista y, además, se ha limitado a Estados Unidos – y algunos países más – en medio de un proceso de descalabro jamás visto antes de numerosos países de África, Asia y América Latina ([18]). Por otro lado, el desplome actual de la “Nueva economía” y las tormentas bursátiles a que estamos asistiendo dan buena cuenta de ese crecimiento.

Un elemento de reflexión que el compañero debe considerar cuando se habla de “cifras de crecimiento” es su naturaleza y su composición ([19]). No es lo mismo un crecimiento que expresa la expansión del sistema que un crecimiento que expresa una política de supervivencia y acompañamiento de la crisis. De manera general, para un marxista, no se puede identificar crecimiento de la producción con desarrollo de la producción capitalista. Son dos conceptos distintos. La práctica vigente en la Rusia estalinista consistente en batir récord tras récord en las estadísticas de acero, algodón y cemento que luego se demostraba que encubría una producción defectuosa o inexistente, es la ilustración extrema y grotesca, de una tendencia general del capitalismo decadente, estimulada por el capitalismo

C.A. n


[1] Ver “La función de la guerra imperialista” en la Revista internacional nº 82

[2] Ibid

[3] George Lukacs [sic], Historia y conciencia de clase, citado por Paul Mattick en “La inevitabilidad del comunismo: Una crítica a la interpretación de Sydney Hook de Marx”, aparecido en Polemic Publishers, Nueva York 1935, página 35

[4] Lenin, Obras escogidas, Tomo I (página 298 de la versión inglesa

[5] Antón Pannehoek en Capital y clase, Londres 1977 Spring

[6] Para obtener una lista detallada, ver la Revista internacional nº 83

[7] La CCI supone que la comprensión por Rosa Luxemburgo de las consecuencias políticas de la decadencia capitalista (la naturaleza global del imperialismo destruye las bases materiales para la autodeterminación nacional) garantiza la validez de su explicación económica específica de la decadencia

[8] “Imperialismo, la etapa decadente del capitalismo” en Revolutionnary Perspectives nº 17 Antigua Serie

[9] Correspondencia de la CWO con el autor

[10] Citado en Grossmann versus Marx de Antón Pannehoek, op cit.

[11] Ídem

[12] Ver en la Revista internacional números 29 y 30 una crítica a estas imputaciones de Bujarin y Duyaneskaya a Rosa Luxemburgo

[13] Apenas cita directamente a Rosa Luxemburgo, las críticas que menciona las toma literalmente del Bujarin de la “bolchevización” (estalinización en realidad) y de toda una serie de “académicos” que pueden decir tal o cual cosa interesante pero que globalmente tienen una postura ajena al marxismo. Cuestión diferente son las citas de Mattick o de Pannekoek con las cuales no estamos de acuerdo pero que necesitarían otro tipo de precisiones

[14] Sobre un análisis de la decadencia de modos de producción anteriores al capitalismo ver en Revista internacional nº 55 el artículo que forma parte de la serie “Comprender la Decadencia del Capitalismo”.

[15] Ver “La descomposición del capitalismo”, Revista internacional número 62

[16] Remitimos al lector al folleto sobre La Decadencia del capitalismo, a los artículos aparecidos en la Revista internacional números 54 y 56 dentro de la serie “Comprender la Decadencia del Capitalismo” y a los artículos de la Revista internacional de polémica con el BIPR en los números 79 y 83

[17] La media de crecimiento en la década de los 90 en USA ha sido la menor de las 5 últimas décadas.

[18] Ver la serie “30 años de crisis capitalista” en Revista internacional números 96 a 98

[19] Ver en la Revista internacional nº 59, “Presentación del VIII Congreso”, unas reflexiones sobre ello

 

Series: 

  • Teorías de las crisis y decadencia [32]

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [2]

Rev. Internacional nº 107, 4º trimestre 2001

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En Nueva York como por todas partes el capitalismo siembra la muerte

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SABEMOS ahora que los atentados de Nueva York han causado más de 6000 muertos. Más allá de esta cantidad - espantosa ya - la destrucción del World Trade Center significa un giro en la historia cuyo alcance no podemos hoy calibrar. Es el primer ataque contra territorio estadounidense desde Pearl Harbour en 1941. El primer bombardeo de su historia en el territorio americano de Estados Unidos. El primer bombardeo de una metrópoli de un país desarrollado desde la Segunda Guerra mundial. Ha sido un indudable acto de guerra como dice la prensa. Y como todo acto de guerra ha sido un crimen abominable, un crimen cometido contra una población civil sin defensa. Como siempre, ha sido la clase obrera la principal víctima de ese acto. Secretarias, barrenderos, obreros almacenistas, oficinistas, la amplia mayoría de los muertos eran de los nuestros, de nuestra clase.
Negamos todo derecho a la burguesía hipócrita y a la prensa a sus órdenes a lloriquear por los obreros asesinados. La clase dominante es responsable de ya demasiadas matanzas: la espantosa carnicería de la Primera Guerra mundial; la todavía más atroz de la Segunda, en la que por vez primera, los civiles fueron sus blancos principales. recordemos de qué ha sido capaz la burguesía: bombardeos de Londres, de Dresde y de Hamburgo, de Hiroshima y Nagasaki, millones de muertos en los campos de concentración nazis y en los gulags estalinistas. Recordemos el infierno de los bombardeos sobre poblaciones civiles, y del ejército iraquí huyendo durante la Guerra del Golfo en 1991, y sus cientos de miles de muertos.
Recordemos las matanzas cotidianas, de hoy de ayer y de mañana, en Chechenia, perpetradas por la burguesía rusa con la complicidad plena de los Estados democráticos de Occidente. Recordemos la complicidad de los Estados belga, francés o norteamericano en la guerra civil en Argelia, las matanzas horribles en Ruanda.
Recordemos en fin que hoy, la población afgana, aterrorizada por los inminentes bombardeos estadounidense, ha sufrido veinte años de guerra ininterrumpida, que han dejado dos millones de refugiados en Irán, dos millones más en Pakistán, más de un millón de muertos, y la mitad de la población dependiente de abastecimientos de la ONU o una ONG.
Son esos solo unos cuantos ejemplos de los desmanes de una capitalismo hundido en una crisis económica sin salida, en una decadencia irremediable. Un capitalismo en el atolladero.
El bombardeo no es un ataque "contra la civilización", sino, al contrario, la mismísima expresión de la "civilización" burguesa.
Hoy, cínica, hipócrita, la clase dirigente de este sistema putrefacto, se planta ante nosotros, con las manos chorreando todavía la sangre de tantos obreros y desventurados asesinados bajo sus bombas, lloriqueando por unas personas de cuya muerte es ella la responsable.
Las campañas actuales de las democracias occidentales contra el terrorismo son especialmente hipócritas. No solo porque la destrucción perpetrada contra poblaciones civiles por el terror estatal de esas democracias es mil veces más carnicero que el peor de los atentados (millones de muertos, citando solo las guerras de Corea o de Vietnam). No solo porque, so pretexto de combatir el terrorismo, esas mismas democracias se asocian con Rusia, entre otras potencias, de la que han denunciado en varias ocasiones los actos de guerra contra su propia población en Chechenia. No sólo porque nunca vacilaron en usar el golpe de Estado y las dictaduras más bestiales para imponer sus intereses (como Estados Unidos en Chile, por ejemplo). Son hipócritas porque ellas mismas nunca han hecho ascos al uso del arma terrorista, al sacrificio de vidas civiles, si esos métodos podían servir a sus intereses del momento. Recordemos algunos ejemplos de la historia reciente:
- En los años 80, la aviación rusa derriba un Boeing de la Korean Air Lines en el espacio aéreo de la URSS; después se supo que el desvío había sido provocado por los servicios de inteligencia de EE.UU. para estudiar las reacciones rusas ante la incursión en su espacio aéreo.
- Durante la guerra Irán-Iraq, EE.UU. derriba un avión de línea iraní que sobrevolaba el golfo Pérsico. Fue una advertencia al Estado iraní para que se mantuviera tranquilo y no desencadenara la guerra en los Estados del Golfo.
- Mientras llevaba a cabo sus pruebas nucleares en Mururoa en el Pacífico, Francia mandó a sus servicios secretos a Nueva Zelanda a que dinamitaran y hundieran el navío "Rainbow Warrior" de Greenpeace.
-Un atentado en la estación italiana de Bolonia que mató a unas cien personas en los años 70 se achacó durante mucho tiempo a las Brigadas Rojas, para acabar reconociendo que fueron los servicios secretos italianos. Estos mismos servicios estuvieron involucrados en toda la madeja mafiosa de la red Gladio instalada por EE.UU. en Europa entera y de la que se sospecha toda una serie de ataques asesinos en Bélgica.
- Durante la guerra civil en Nicaragua, el gobierno Reagan organizó el transporte de armas y dinero para los guerrilleros de la "Contra". Fue una acción ilegal, ocultada al Congreso y financiada con la venta de armas a Irán (ilegal también) y el narcotráfico.
- El Estado tan democrático de Israel prosigue hoy una campaña de asesinatos y atentados en territorio palestino contra dirigentes del Fatah, de Hamas y otros (1).
No podemos hoy afirmar con certeza que haya sido Osama Ben Laden el responsable del ataque a las Torres Gemelas, como lo acusa el Estado norteamericano. Si esta hipótesis se confirmara, se trataría de un señor de la guerra vuelto incontrolable por sus antiguos dueños. Ben Laden no es un simple terrorista fanático ahíto de Islam. Su carrera, al contrario, se inició como eslabón de la cadena del imperialismo americano durante la guerra contra la URSS en Afganistán. Perteneciente a una pudiente familia saudí apoyada plenamente por la familia real, Ben Laden fue reclutado por la C.I.A. en Estambul en 1979:
"La guerra de Afganistán acaba de estallar. Estambul es el lugar de tránsito escogido por EEUU para conducir a los voluntarios hacia la guerrilla afgana. Osama Ben Laden se convierte en intermediario financiero del tráfico de armas, financiado a partes iguales por EE.UU y Arabia Saudí, hasta 1200 millones de $ por año. En 1980, llega a Afganistán en donde permanecerá hasta la retirada de las tropas rusas en 1989. Se encarga de repartir el tesoro entre las diferentes facciones de la resistencia, función clave, eminentemente política. En aquel entonces, goza del apoyo total de los americanos y del régimen saudí, gracias a su amigo el príncipe Turki Ben Faysal, hermano del rey y jefe de los servicios secretos saudíes, y a la familia de éste. Transforma dinero "limpio" en "sucio" y después hará lo contrario"
(Le Monde, 15 de septiembre).
Según este diario francés, Ben Laden construyó una red de tráfico de opio junto con su amigo Gulbuddin Hekmatyar, jefe talibán apoyado también por EE.UU. Quienes ahora se tratan mutuamente de "gran Satán" o "terrorista mundial nº 1" y otras lindezas, cual si fueran enemigos irreductibles, eran ayer mismo en realidad aliados indefectibles (2).


El marco general


Más allá, sin embargo, de la aversión que nos inspiran a la vez las matanzas de Nueva York y la hipocresía de la burguesía que las denuncia, los revolucionarios y la clase obrera necesitan comprender los porqués de esa masacre si no queremos quedarnos de simples espectadores aterrorizados por el acontecimiento. Y contra la prensa y los medios burgueses que no cesan de declarar que el responsable es el integrismo, los "Estados delincuentes", los "fanáticos", nosotros contestamos que el verdadero responsable es el sistema capitalista como un todo.
Para nosotros (3), los inicios del siglo pasado estuvieron marcados por la entrada de la sociedad capitalista en su período de decadencia a nivel mundial. Con la entrada en los años 1900, el capitalismo terminó su misión histórica: la integración de todo el planeta en un único mercado mundial; la eliminación del dominio de antiguas formas de poder (feudal, tribal, etc.) todo lo que puso las bases materiales sobre las que se hacía posible la construcción de una verdadera comunidad humana por vez primera en la historia. Al mismo tiempo, el que las fuerzas productivas hubieran alcanzado ese punto de desarrollo significó que las relaciones de producción capitalistas se convirtieron entonces en una traba para su desarrollo posterior. Desde entonces, el capitalismo dejó de ser un sistema progresista, convirtiéndose en un estorbo para la sociedad.
La decadencia de una forma social nunca se abre a un simple período histórico de declive o de estancamiento. Al contrario, el conflicto entre fuerzas productivas y relaciones de producción es obligatoriamente violento. En la historia es lo que se vio en el período de decadencia del Imperio romano esclavista, marcado por convulsiones, guerras internas y externas, invasiones de los bárbaros, hasta la instalación de nuevas relaciones de producción, las feudales, que permitieran la eclosión de una nueva forma de sociedad. De igual modo, la decadencia del modo de producción feudal estuvo marcado por dos siglos de guerras destructoras hasta que las revoluciones burguesas (especialmente en Inglaterra en el siglo XVII y en Francia en el XVIII) acabaran con el poder de los señores feudales y de las monarquías absolutas, abriéndose así el período de dominación de la burguesía capitalista.
El modo de producción capitalista ha sido el más dinámico de toda la historia humana, pues vive únicamente mediante el trastorno constante de las técnicas productivas existentes y - lo que es todavía más importante - mediante la ampliación continua de su campo de actividad. Menos todavía que otro modo de producción, su decadencia no podía ser un período de paz. Materialmente, la entrada del capitalismo en su decadencia estuvo marcada por dos hechos gigantescos y contrarios: la Primera Guerra mundial y la Revolución obrera de 1917 en Rusia.
Con la guerra de 1914, los enfrentamientos entre grandes potencias imperialistas ya no serán guerras limitadas o enfrentamientos en países lejanos como cuando la carrera colonial. Desde entonces los conflictos van a ser mundiales, de una inconcebible mortandad y destrucción.
Con la Revolución de Octubre de 1917, el proletariado ruso logró por vez primera en la historia derrocar un Estado capitalista; la clase obrera reveló su naturaleza de clase revolucionaria capaz de poner fin a la barbarie bélica y abrir los caminos hacia la constitución de una nueva sociedad.
En su Manifiesto, la IIIª Internacional, fundada precisamente para dirigir al proletariado por el camino de la revolución, declaró que el período abierto por la guerra era el de la decadencia capitalista, el "período de guerras y de revoluciones", en el que - como decían Marx y Engels en El manifiesto comunista - la alternativa era o victoria de la revolución o "ruina común de las clases en conflicto". Los revolucionarios de la Internacional comunista consideraban o la victoria o la caída en los infiernos de toda la civilización humana.
No podían ni imaginarse lo que serían los horrores de la Segunda Guerra mundial, los campos de concentración, los bombardeos nucleares. Todavía menos podrían haberse imaginado la situación histórica inédita en la que nos encontramos hoy.
Al igual que la guerra de 1914 significó la entrada del capitalismo en su período de decadencia, el desmoronamiento del bloque ruso en 1989 marcó la entrada del capitalismo en una nueva fase de esa decadencia: la fase de la descomposición. La tercera guerra mundial, que se fue preparando desde que terminó de la Segunda Guerra mundial en 1945, no se produjo. Desde mayo de 1968 en Francia, donde ocurrió la mayor huelga de la historia, una serie de luchas obreras que estremeció a los principales países capitalistas hasta finales de los años 80, demostró que el proletariado mundial, y especialmente el de los países del corazón del sistema, no estaba dispuesto a alistarse en guerras "como en 1914", ni siquiera como en 1939. Sin embargo, por mucho que la clase obrera se negara implícitamente y por sus actos a dejarse alistar, no por ello logró alcanzar la conciencia de su verdadero lugar en la sociedad capitalista, ni de su papel histórico de enterrador del capitalismo. Una de las expresiones más patentes de esa dificultad se plasma en la incapacidad de las organizaciones comunistas de hoy para ser algo más que unos grupos minúsculos, dispersos y sin eco significativo en la clase obrera.
Desapareció pues la amenaza de guerra mundial en dos bloques imperialistas, pero el peligro para la humanidad permanece. La descomposición del capitalismo no es una "fase más" a la que le sucederían otras. No, es la última de su decadencia, que sólo tiene dos salidas: o la revolución proletaria con el paso a otra forma de sociedad humana o caída más o menos acelerada en una barbarie infinita, que ya conocen bastantes países subdesarrollados y que acaba de golpear por vez primera en el corazón mismo de la sociedad burguesa. Eso es lo que está en juego en el período en el que vivimos.
La desaparición del imperio ruso no ha acabado, ni mucho menos, con las rivalidades imperialistas. Muy al contrario, ha permitido la libre expresión de las ambiciones imperialistas no solo de las antiguas grandes potencias europeas, sino también de las potencias secundarias, regionales, y hasta los países más pequeños y hasta los últimos y más cutres señores de la guerra.
El 1989, el presidente Bush nos anunció el final del conflicto contra el "imperio del mal", prometiéndonos una nueva era de paz y de prosperidad. En 2001, Estados Unidos es golpeado por primera vez en su historia y el Bush-hijo, presidente ahora, nos propone una cruzada del "bien contra el mal", una cruzada que durará "hasta la erradicación de todos los grupos terroristas de alcance mundial". El 16 de septiembre, Donald Rumsfeld, ministro de Defensa de EE.UU., repite que será "un esfuerzo largo, amplio, sostenido" que se extenderá no solo "durante semanas y días, sino por años" (citado en Le Monde del 18/09/01). Estamos pues ante una guerra cuyo fin ni siquiera la clase dominante pretende vislumbrar. No es el momento de hacer aspavientos sobre los diez años pasados de "prosperidad" americana, sino de tomar conciencia de una realidad que Winston Churchill prometió al pueblo inglés en 1940: "sangre, sudor y lágrimas".
La situación ante la que hoy estamos confirma palabra por palabra la resolución que en nuestro XIVº Congreso internacional verificado en la primavera de este año:
"la dislocación de los antiguos bloques, en su estructura y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde las grandes potencias mundiales hasta los más ruines caudillos de guerras locales (…) La característica de las guerras en la fase actual de descomposición del capitalismo es que no son menos imperialistas que las guerras en las fases anteriores de su decadencia, pero sí se han vuelto más extensas, más incontrolables y más difíciles de hacer cesar incluso temporalmente. (…) [Los Estados capitalistas] están todos entrampados en una lógica que no pueden controlar, una "lógica" que cada vez lo es menos, incluso con un enfoque capitalista, y es eso precisamente lo que hace que la situación ante la que está enfrentada la humanidad sea tan peligrosa e inestable".


¿ Quién saca provecho del crimen ?


En el momento en que escribimos, nadie - ningún Estado, ningún grupo terrorista - ha reivindicado el atentado. Es sin embargo evidente que ha exigido una larga preparación y unos medios materiales importantes; el debate entre "especialistas" sigue abierto para saber si ha sido obra de un grupo terrorista únicamente, o si una acción de tal calibre no necesitaba que se involucraran los servicios secretos de un Estado. Todas las declaraciones públicas de las autoridades estadounidenses señalan a la organización Al Qaida de Osama Ben Laden, pero ¿habrá que creer esas declaraciones a pies juntillas? (4).
A falta de elementos verdaderamente concretos y con la poca confianza que podamos acordar a los medios de la burguesía, nos vemos obligados a seguir el viejo método de cualquier detective que se precie, o sea, buscar el móvil. ¿A quién favorece el crimen?
¿Lo habría intentado otra gran potencia? Uno de los Estados europeos, por qué no Rusia o China, perjudicados por la superpotencia norteamericana, que hace sombra a sus propias ambiciones, ¿no habría intentado dar un tremendo golpe en el corazón de Estados Unidos desprestigiando así la imagen de la superpotencia en el mundo? Esta tesis nos parece, a priori, tanto más imposible por cuanto el resultado de los atentados parece previsible en el plano internacional, o sea, la determinación estadounidense de golpear militarmente donde le parezca oportuno y su capacidad para involucrar, de mal o buen grado, a todas las potencias.
Están después los llamados "Estados delincuentes" como Irak, Irán, Libia, etc. La tesis, en este caso también, nos parece de lo más improbable. Porque, además de que esos Estados son menos "indeseables" que lo que quieren hacer creer (el gobierno iraní, por ejemplo, es más bien favorable a una alianza con EE.UU.), es evidente que el riesgo para ellos sería enorme si se descubriera el crimen. Arriesgarían el aplastamiento militar total por unas ventajas muy inciertas.
En Oriente Próximo están también los palestinos y el Estado de Israel que se acusan mutuamente de terrorismo. Apartamos inmediatamente la hipótesis palestina: Arafat y sus secuaces saben perfectamente que solo EE.UU. puede impedir a Israel acabar con su aborto estatal; para ellos, los atentados de Nueva York son un desastre total, pues hacen caer el desprestigio sobre todo lo árabe. Es este mismo razonamiento, pero en el otro sentido (para mostrar al mundo y sobre todo a EE.UU. que hay que acabar con el "terrorista Arafat") lo que podría incitar a plantearse la pista israelí. Es un crimen del que sería posiblemente capaz el Mosad (servicios secretos de Israel) en lo que a organización se refiere, pero es difícil imaginarse cómo iba el Mosad a actuar sin el acuerdo del Estado norteamericano.
Las acusaciones estadounidenses están sin duda justificadas: los atentados se deberían a uno de esos grupo de la enorme nebulosa de grupos terroristas que pululan en Oriente Medio y diseminados por el mundo entero. En este caso, sería más difícil encontrar el móvil, al no tener esos grupos un interés estatal fácilmente identificable. Puede sin embargo ponerse de relieve que incluso si el grupo Al Qaida fuera inculpado, no por ello se esclarecerían las cosas; el deterioro de la economía capitalista mundial ha venido acompañada por el desarrollo de una gigantesca economía paralela, basada en la droga, la prostitución, el tráfico de armas y el de refugiados. Así, el austero régimen islámico de los talibán no ha impedido - ni mucho menos - que Afganistán se haya convertido en el abastecedor principal del mundo en opio y en heroína. En Rusia, el hombre de negocios Berezovski, gran amiguete de Yeltsin, apenas si ha ocultado sus vínculos de negocios con las mafias chechenas. En Latinoamérica, las guerrillas izquierdistas, como las FARC colombianas, se financian con la venta de cocaína. Por todas partes, los Estados manipulan esos grupos por sus propios intereses. Y esto, como mínimo desde la guerra de 1939-1945 cuando el ejército americano mandó sacar de la cárcel al mafioso Lucky Luciano para que éste pudiera favorecer el desembarco de las tropas aliadas en Sicilia. Tampoco puede excluirse que algunos servicios secretos hayan podido actuar por cuenta propia fuera de la voluntad de sus gobiernos.
La última hipótesis podría parecer la más "descabellada": el gobierno norteamericano, o una fracción de éste en el seno de la CIA por ejemplo, habría podido, aunque no fuera preparar el atentado, haberlo provocado y dejarlo ejecutar sin intervenir. Cierto es que los destrozos en la credibilidad de EE.UU. en el mundo y en la economía son demasiado descomunales para que tal teoría fuera tal solo imaginable.
Sin embargo, antes de descartarla, vale la pena hacer una comparación en profundidad con el ataque japonés a Pearl Harbour (comparación muy presente en la prensa, por lo demás), haciendo un paréntesis histórico.
El 8 de diciembre de 1841, la fuerza aeronaval japonesa ataca la base estadounidense de Pealr Harbour, en Hawai, en donde se ha agrupado la práctica totalidad de las fuerzas navales americanas del Pacífico. El ataque sorprende totalmente a los militares encargados de la seguridad de la base, provocando grandes estragos: la mayoría de los navíos anclados son destruidos, al igual que la mitad de los aviones, hubo más de mil muertos o heridos del lado americano contra solo 30 aviones del lado japonés. Hasta entonces, la mayoría de la población de EE.UU. se opone a la entrada en guerra contra las fuerzas del Eje y los sectores aislacionistas de la burguesía americana, que animan el Comité "América primero", ocupan el terreno. El ataque "hipócrita y cobarde" de los japoneses hará callar todas las resistencias. El presidente Roosevelt, quien, ya desde el principio, quería que su país participara en la guerra, aportando ya desde hacía tiempo un apoyo al esfuerzo bélico de Gran Bretaña, declara: "debemos constatar que la guerra moderna, conducida a la manera nazi, es algo repugnante. Nosotros no queríamos entrar en ella. En ella estamos y vamos a combatir con todos nuestros recursos." Y realiza desde entonces una unión nacional sin fisuras en torno a su política.
Después de la guerra, impulsada por el Partido republicano, se lleva a cabo una amplia investigación para determinar por qué causas los militares norteamericanos fueron sorprendidos hasta semejante grado por el ataque japonés. La investigación hizo aparecer claramente que las autoridades políticas más elevadas eran las responsables del ataque japonés y de su éxito. Por un lado, durante las negociaciones americano-japonesas que se estaban desarrollando en esos momentos, se había impuesto a Japón condiciones inaceptables, en particular, el embargo de petróleo. Por otro lado, aun cuando estaban al corriente de los preparativos japoneses (especialmente en la intercepción de mensajes del estado mayor cuyo código secreto conocían), los dirigentes americanos no informaron al mando de la base de Pearl Harbour. Roosevelt incluso desautorizó al almirante Richardson, que se había opuesto a que toda la flota del Pacífico se amontonara en esa base. Cabe señalar, sin embargo, que los tres portaaviones (o sea los tres navíos, con mucho, más importantes) que habitualmente fondeaban en Pearl Harbour habían dejado puerto unos cuantos días antes. De hecho, la mayoría de los historiadores serios está hoy de acuerdo en considerar que el gobierno provocó a Japón para justificar la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra mundial obteniendo de ese modo la adhesión de la población estadounidense y de todos los sectores de la burguesía.
Es difícil hoy decir quién es el responsable de los atentados de Nueva York, ni afirmar que hayan sido una especie de reedición del ataque de Pearl Harbour. En cambio, lo que sí podemos afirmar con la mayor certidumbre es que el poder estadounidense es el primero en sacar provecho de ellos, demostrando así una gran capacidad para transformar en ventajas los contratiempos.


Cómo saca partido Estados Unidos de la situación

The Economist lo dice con pocas palabras:"La coalición que Estados Unidos ha reunido es extraordinaria. Una alianza que incluye a Rusia, a los países de la OTAN, a Uzbekistán, a Tayikistán, Pakistán, Arabia Saudí y a los demás países del Golfo, con el acuerdo tácito de Irán y de China no hubiera sido imaginable antes del 11 de septiembre"
Y, en efecto, la OTAN ha invocado por vez primera en su historia el artículo Vº del Tratado del Atlántico, que obliga a todos los miembros a acudir en ayuda de otro Estado atacado desde el extranjero. Todavía más extraordinario, el presidente ruso Putin ha dado su acuerdo para el uso de las bases en operaciones "humanitarias" (tan "humanitarias" sin duda como los bombardeos de la guerra de Kosovo), proponiendo incluso su ayuda logística: Rusia no se opone a que Tayikistán y Uzbekistán permitan el uso de sus bases aéreas para operaciones militares americanas contra Afganistán: ya habría tropas norteamericanas y británicas echándole una fuerte mano a la Alianza del Norte, única fuerza afgana todavía activa contra el gobierno talibán.
Todo eso no deja de tener, claro está, segundas intenciones. Rusia, en primer lugar, procura sacar tajada de la situación y que se acaben las críticas a su sanguinaria guerra en Chechenia y cortar los víveres transportados a los rebeldes desde Afganistán (rebeldes apoyados sin lugar a dudas por el ISI, los servicios secretos pakistaníes). El poder uzbeko saluda la llegada de las fuerzas americanas como medio de presión contra Rusia, hermano mayor demasiado "atento" para su gusto.
En cuanto a los Estados europeos, no se han puesto tras Estados Unidos con una alegría desbordante, contando cada uno de ellos con la posibilidad de guardar su libertad de acción. Por ahora, sólo la burguesía británica muestra una solidaridad total y militar con Estados Unidos, con una fuerza embarcada de 20000 hombres ya en ejercicio en el golfo Pérsico, la mayor desde la guerra de las Malvinas, y el envío de unidades de élite de la SAS a Uzbakistán. Incluso si la burguesía inglesa ha tomado algunas distancias respecto de EE.UU. en los últimos años (apoyo a la formación de una fuerza de reacción rápida europea capaz de actuar por su cuenta, sin EE.UU., cooperación naval con Francia), su historia particular en Oriente Medio, con sus intereses vitales e históricos en la región, hace que la defensa de sus propios intereses en esa región la obligue hoy a ponerse detrás de EE.UU., Gran Bretaña juega su partida como los demás, pero en este caso su juego exige una cooperación fiel con EE.UU. Como ya decía lord Palmerston en el siglo XIX: "Nosotros no tenemos ni aliados eternos, ni enemigos permanentes. Nuestros intereses son eternos, y es nuestro deber darles continuidad" (citado por Kissinger en La Diplomacia). Lo cual no ha impedido a otro lord, Robertson, actual secretario general de la OTAN, insistir sobre la independencia de cada Estado miembro: "Está claro que hay una obligación solemne, moral, para cada país de aportar una asistencia. Esta dependerá a la vez de lo que el país atacado (…) decida que es idóneo, y también de la manera que los países miembros estiman que pueden contribuir en esta operación" (Le Monde, 15 de septiembre).
Francia matiza mucho más; para Alain Richard, ministro de Defensa, los principios de "apoyo mutuo [de la OTAN] se van a aplicar", pero "cada nación (…) lo hace con los medios que ella considera adecuados" y que si "la acción militar puede ser una de las herramientas para debilitar la amenaza terrorista, también hay otras". "Solidaridad no significa ceguera", añade H. Emmanuelli, uno de los dirigentes del Partido socialista francés (5). El presidente Chirac, de visita en Washington quiso puntualizar:
"La cooperación militar puede, evidentemente, imaginarse, pero en la medida en que nos hayamos concertado previamente sobre objetivos y modalidades de una acción cuya finalidad sea la eliminación del terrorismo"
(citas sacadas de Le Monde, 15 y 20 de diciembre).
Hay sin embargo una diferencia entre la situación de hoy y la de la Guerra del Golfo en 1990-91. Hace once años, la Alianza reunida por EE.UU. incorporó fuerzas de varios Estados europeos y árabes (Arabia Saudí y Siria, en particular). Hoy, en cambio, Estados Unidos ha dado a entender de que va a actuar solo en el plano militar. Lo cual muestra hasta qué punto ha ido incrementándose el aislamiento diplomático de EE.UU. desde aquella guerra, al igual que la desconfianza de este país hacia sus "aliados". EE.UU. acabará obligándolos a apoyar, claro está, incluso, y especialmente, intentando acaparar sus redes de información, pero no soportarán el más mínimo estorbo ante sus acciones armadas.
Puede ponerse de relieve otra ventaja que saca la fracción dominante de la burguesía estadounidense, esta vez hacia el interior. Desde siempre existe una tendencia "aislacionista" de la burguesía norteamericana que considera que su país está lo bastante aislado por los océanos, que es lo bastante rico para no andar metiéndose en los asuntos del mundo. Fue esa misma fracción la que resistió contra la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra mundial, y a la que, como hemos dicho, Roosevelt redujo al silencio tras el ataque japonés contra Pearl Harbour. Está claro que hoy esa fracción ha perdido su influencia: el Congreso acaba de votar una partida suplementaria de 40000 millones de dólares para la defensa y la lucha "antiterrorista", 20000 millones de entre los cuales dejados a discreción del Presidente. O sea, un fortalecimiento importantísimo del poder del Estado central.


¿Por qué Afganistán?


Ha sido con una rapidez extraordinaria con la que la policía y los servicios secretos de EE.UU han señalado con el dedo al culpable del atentado: Osama Ben Laden y sus anfitriones talibanes (6). Y mucho antes de presentar la menor prueba concreta, el Estado norteamericano ya había designado su diana y sus intenciones: acabar con el régimen talibán. En el momento en que escribimos esto (7), la prensa anuncia que cinco portaaviones americanos y británicos ya está en la zona o en camino, que ya están aterrizando aviones americanos en Uzbekistán y que se prevé un ataque en 48 horas. Si se compara con los seis meses de preparación que precedieron el ataque contra Irak en 1991, puede uno preguntarse si no estaba previsto de antemano. Sea como sea, es evidente que la burguesía estadounidense ha decidido imponer su orden en Afganistán. Y no será, desde luego, para conquistar riquezas económicas ni mercados en ese país exangüe. ¿Por qué, entonces, Afganistán?
Si bien ese país nunca tuvo el menor interés en el plano económico, basta, en cambio, observar un mapa para comprender su importancia estratégica desde hace más de dos siglos. Desde la creación del Raj (el imperio británico en India) y durante todo el siglo XIX, Afganistán fue el lugar privilegiado de enfrentamientos entre los imperialismos inglés y ruso, en lo que entonces solía llamarse "El Gran Juego". A Gran Bretaña la contrariaba el avance del imperialismo ruso hacia los emiratos de Tashkent, Samarcanda, y Bujara y más todavía hacia sus "cotos privados" de la antigua Persia (Irán hoy). El Reino Unido consideraba, con razón para él, que la meta de los ejércitos del Zar era la conquista de la India de donde sacaba pingües beneficios y un gran prestigio. Por eso envió en dos oca siones expediciones militares a Afganistán; en la primera sufrió una derrota humillante en la que perdieron la vida 16000 hombres y hubo un solo superviviente.
Antes del siglo XX, el descubrimiento de inmensas reservas de petróleo en Oriente Medio, la creciente dependencia de las economías capitalistas desarrolladas y, especialmente, de sus ejércitos de esa materia prima incrementó tanto más la importancia estratégica de Oriente Medio. Tras la Segunda Guerra mundial, Afganistán se convierte en encrucijada regional en los mecanismos militares de los dos grandes bloques imperialistas. Estados Unidos reúnen a Turquía, Irán y Pakistán en el CENTO (Central Teatry Organisation), Irán se atiborra de estaciones de escucha norteamericanas, Turquía se convierte en uno de los países más poderosos militarmente de Oriente Próximo y Pakistán, por su parte, es indefectiblemente apoyado por EE.UU para hacer contrapeso a una India demasiado abierta a las demandas rusas.
La "revolución" islámica en Irán extrajo a este país del dispositivo americano. La invasión de 1979 de Afganistán por la URSS, la cual intenta sacar partido de esa debilidad estadounidense, es una amenaza de lo más peligroso para la posición estratégica del bloque americano no sólo en Oriente Medio, sino en toda Asia del Sur. Al no poder atacar directamente las posiciones rusas (debido en parte al resurgir espectacular de las luchas obreras con la huelga masiva en Polonia), EE.UU. interviene a través de la guerrilla. A partir de entonces, mediante el Estado pakistaní y su ISI con el papel de secuaces, EE.UU. apoya con las armas más modernas el movimiento de "liberación" sin duda más atrasado del planeta. Y para no quedarse de espectadores, los servicios secretos ingleses y franceses se apresuraron en aportar su ayuda a la Alianza del Norte del comandante Masud.
Al amanecer de este siglo XXI, dos nuevos acontecimientos han vuelto a realzar la importancia estratégica de Afganistán. Por un lado, el desmoronamiento del imperio ruso y la aparición de nuevos Estados inestables (los cinco "stán": Kazajstan, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán, y Armenia, Azerbaiyán y Georgia) ha agudizado los apetitos imperialistas de las potencias secundarias: Turquía intenta montar alianzas con los nuevos Estados de lengua turca, Pakistán presiona al gobierno Talibán para fortalecer su influencia y ganar terreno en su guerra larvada contra India en Cachemira. Y eso sin hablar de los nuevos intentos rusos para imponer de nuevo su presencia militar en la región. Por otro lado, el descubrimiento de importantes reservas de petróleo en torno al mar Caspio, sobre todo en Kazajstán, atrae a las grandes empresas petroleras occidentales.
No podemos aquí desmadejar todas las rivalidades y conflictos interimperialistas que agitan la región desde 1989 (8). No obstante, para darse una idea del polvorín que rodea Afganistán, baste con enumerar algunos de los conflictos y rivalidades actuales:
- La geografía absurda que ha dejado el desmoronamiento de la URSS ha hecho que la región más rica y más poblada - el valle del Fergana - esté compartida por Uzbekistán, Tayikistán y Kirguizistán, de tal modo que ninguno de esos países dispone de ruta directa entre su capital y su área más poblada…
- Tras una guerra civil de cinco años, los islamistas de la Oposición unificada tayik han entrado en el gobierno; sin embargo, se sospecha que no han abandonado sus vínculos con el Movimiento islámico de Uzbekistán (la organización guerrillera más importante), sobre todo porque éste tiene que atravesar Tayikistán para atacar Uzbekistán a partir de sus bases en Afganistán.
- Uzbekistán es el único país en haberse negado a aceptar tropas rusas en su territorio; está así sometido a todo tipo de presiones de Rusia.
- Pakistán apoya desde el principio a los Talibán, incluso con 2000 soldados en la última ofensiva contra la Alianza del Norte. Espera así darse una "profundidad estratégica" en la región contra Rusia e India, y eso por no hablar del lucrativo negocio de la heroína que pasa en gran parte por Pakistán y está en manos de los generales del ISI.
- China, que ya tiene sus propios problemas con los separatistas uiguros en Xingjiang, intenta también incrementar su influencia en la zona mediante la Shanghai Cooperation Organisation que agrupa a los "cinco Stán" (salvo Turkmenistán, reconocido como país neutral por la ONU) y Rusia. China quiere a la vez mantener buenas relaciones con los talibanes y acaba de firmar un acuerdo industrial y comercial con ese gobierno.
- Y, claro está, Estados Unidos no quiere quedar fuera del tinglado. Ya ha aportado su apoyo al tan poco recomendable gobierno uzbeko: "Los militares US conocen muy bien a los militares uzbekos y la base aérea de Tashkent. Unidades US han participado en ejercicios de entrenamiento militar con tropas uzbekas, kazajas y kirguisas como parte de los ejercicios Centrazbat en el marco del programa de la OTAN 'Asociación por la Paz'. algunos de esos ejercicios se han desarrollado en la base militar de Shirshik en las cercanías de Tashkent. Uzbekistán ha buscado también un apoyo US desde su independencia en 1991, a menudo en detrimento de sus relaciones con Rusia (…) Durante una visita en el año 2000 de la secretaria de Estado de entonces, M.Albright, Estados Unidos prometió a Uzbekistán varios millones de dólares de equipamiento militar y las fuerzas especiales US han entrenado a las tropas uzbekas en los métodos antiterroristas y de combate de montaña."
Los Estados Unidos intervienen, por lo tanto, en un verdadero polvorín, con la pretensión de aportar en él nada menos que una "Libertad duradera". No podemos evidentemente prever hoy cuál será el resultado final de semejante aportación. Lo que sí nos indica, en cambio, la historia de la Guerra del Golfo es que diez años después del final de la guerra:
- la región en sentido amplio no conoce la paz ni mucho menos, pues los enfrentamientos entre israelíes y palestinos, entre kurdos y turcos, entre gobiernos y guerrillas fundamentalistas siguen con mayor fuerza todavía, así como los bombardeos casi cotidianos de la aviación americana y británica en Irak;
- las tropas estadounidenses se han instalado durablemente en la región, gracias a las nuevas bases en Arabia Saudí, en donde esta presencia es a su vez fuente de inestabilidad (atentado antiamericano en Dahran)
No podemos sino afirmar con certeza que la intervención que se prepara en Afganistán no aportará ni paz, ni libertad, ni justicia, ni estabilidad, sino más guerra, más miseria que atizarán más y más las brasas del resentimiento y de la desesperanza de las poblaciones que se apoderó de los kamikazes del once de septiembre.


La crisis y la clase obrera

Unos días antes del atentado, Hewlett-Packard anunciaba su fusión con Compaq. Esta fusión se iba a concretar en la pérdida de 14000 empleos. Es ése un ejemplo entre muchos más de que la crisis se ahonda, que se dispone a golpear más y más duramente a los obreros.
Apenas unos días después del atentado, United Airlines, US Air y Boeing anunciaron decenas de miles de despidos. Desde entonces, les han seguido los pasos las líneas aéreas del mundo entero (Bombardier Aircraft, Air Canada, Scandinavian Airlines, British Airways y Swissair, por solo mencionar las más recientes).
Además, la burguesía tiene el descaro de usar el atentado del Wolrd Trade Center para explicar la nueva crisis abierta que está cayendo sobre la clase obrera (9). Es una explicación que podría parecer aceptable, con los 6 billones de dólares en valores perdidos en la auténtica quiebra bursátil mundial que se ha producido desde el 11 de septiembre. En realidad, la crisis ya estaba ahí y los patronos no han hecho sino aprovechar la ocasión. Así, según Leo Mullin, patrón de Delta Airlines :
"incluso si el Congreso otorga una ayuda financiera global a la industria, la aportación se ha calculado en función de lo no ganado por causa únicamente de los acontecimientos del 11 de septiembre (...) Ahora bien, la demanda baja mientras que los costes de explotación se incrementan. Delta está registrando un flujo de tesorería negativo".
Y, en efecto, el mundo capitalista ya se está ahogando con la tenaza de la recesión, lo cual se concreta en primer lugar en los ataques contra la clase obrera. En Estados Unidos, entre enero y finales de agosto de 2001, hubo un millón de desempleados suplementarios. Gigantes como Motorola y Lucent, la canadiense Nortel, la francesa Alcatel, la sueca Erikson, han despedido a mansalva por decenas de miles. En Japón, donde el desempleo era de 2 %, ha subido a 5 % este año (10). La fulgurante celeridad de nuevas pérdidas de empleo anunciadas (57 700 entre el 11 y el 21 de septiembre) nos muestran cómo los patronos han echado mano del pretexto del atentado para llevar a cabo los planes de despidos que ya tenían previstos desde hacía meses.
La clase obrera no sólo deberá pagar por la crisis, también deberá pagar por la guerra, y no sólo en EE.UU., en donde la cuenta alcanza ya a 40 000 millones de $ como mínimo. En Europa todos los gobiernos están de acuerdo para incrementar sus esfuerzos por construir fuerzas de intervención rápida que den a las potencias europeas una capacidad de acción independiente. En Alemania, 20000 millones de marcos para la reestructuración militar no han encontrado todavía su sitio en el presupuesto federal. Ni que decir tiene que el sitio lo van a encontrar y que serán los obreros quienes tendrán que pagar el pato.
Sin lugar a dudas, la solidaridad de la unión sagrada es una solidaridad de sentido único, o sea la de los obreros para con la clase dominante. Y el cinismo de esta clase, que utiliza a los muertos de la clase obrera de pretexto para despedir, no parece tener límites.

Hoy como siempre, es la clase obrera la primera víctima de la guerra.

Víctima primero en carne propia. Víctima sobre todo en su conciencia. Aún cuando es la clase obrera la única capaz de acabar con este sistema responsable de la guerra, la burguesía se sirve de ella, antes y ahora, para llamar a la unión sagrada. La unión sagrada de los explotados con sus explotadores. La unión sagrada entre quienes sufren en primer término del capitalismo con quienes sacan de él sus satisfacciones y privilegios.
La primera reacción de los proletarios neoyorquinos, de una de las primeras ciudades obreras del mundo, no fue la del patrioterismo vengativo. Asistimos, primero, a una reacción espontánea de solidaridad hacia las víctimas, como testimoniaron las colas para donar sangre, los miles de actos individuales de ayuda y ánimo. En los barrios obreros, después, en donde se lloraba a los muertos sin poderlos enterrar, podían leerse declaraciones en pancartas como: "Zona libre de odio", "Vivir como un solo mundo es la única manera de honrar a los muertos", "La guerra no es la respuesta". Evidentemente, consignas así están impregnadas de sentimientos democráticos y pacifistas. Sin un movimiento de lucha capaz de dar consistencia a una enérgica resistencia contra los ataques capitalistas y, sobre todo, sin un movimiento revolucionario capaz de hacerse oír en la clase obrera, esa solidaridad espontánea no podrá sino ser barrida por la descomunal oleada de patriotismo transmitida por los medios después del atentado. Quienes intenten rechazar la lógica de la guerra corren el riesgo de verse arrastrados por el pacifismo, el cual acaba siempre siendo el primer belicista cuando "la patria está en peligro". Como ejemplo valga esta declaración individual que puede leerse en un sitio web pacifista: "cuando una nación es atacada, la primera decisión debe ser o capitular o combatir. Creo que no hay camino intermedio aquí: o luchas o no luchas y no hacer nada equivale a capitular" (según el Willamette Week Online). Para los ecologistas, "la nación está hoy unida: nosotros no queremos aparecer en desacuerdo con el gobierno" (Alan Metrick, portavoz del Natural Ressources Defense Council, 530 000 miembros, citado en Le Monde del 28 de sep tiembre). "La paz mundial no puede ser salvaguardada mediante planes utópicos o básicamente reaccionarios tales como los tribunales internacionales de diplomáticos capitalistas, de convenciones diplomáticas sobre el "desarme" (…) etc. No se podrá eliminar ni siquiera poner coto al imperialismo, el militarismo y la guerra mientras las clases capitalistas sigan ejerciendo su dominación de clase de manera indiscutible. El único medio de resistir con éxito y salvaguardar la paz mundial, es la capacidad de acción política del proletariado internacional y su voluntad revolucionaria de poner todo su peso en la balanza".
Así escribía Rosa Luxembug en 1915 (Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional) en medio de uno de los períodos más negros que haya conocido la humanidad, en un momento en el que los proletarios de los países más desarrollados se estaban matando unos a otros en los campos de batalla de la guerra imperialista. Hoy también el período es duro para los obreros y los revolu cionarios que siguen manteniendo bien izado el estandarte de la revolución comunista.
Como Rosa Luxemburg, sin embargo, seguimos convencidos de que la alternativa es socialismo o barbarie y que la clase obrera mundial sigue siendo la única fuerza para resistir a la barbarie y crear el socialismo. Con Rosa Luxemburg afirmamos que la implicación de los obreros en la guerra :
"... es un atentado no contra la cultura burguesa del pasado, sino contra la civilización socialista del porvenir, un golpe mortal asestado a esta fuerza que lleva en sí el porvenir de la humanidad y que solo ella puede transmitir los valiosos tesoros del pasado a una sociedad mejor. Aquí el capitalismo ha descubierto su calavera, aquí ha desvelado que se terminó su derecho de existencia histórica, que el mantenimiento de su dominación ha dejado de ser compatible con el progreso de la humanidad (…) Esta locura cesará el día que los obreros (…) se despierten al fin de su borrachera y se den una mano fraterna, que haga callar a la vez el coro bestial de los causantes de guerras imperialistas y el ronco aullido de las hienas capitalistas, lanzando el antiguo y poderoso grito de guerra del Trabajo: ¡proletarios de todos los países, uníos!" (Folleto de Junius, 1915).

Jens
3 de octubre de 2001

1) En realidad todos los Estados mantienen servicios secretos dispuestos a realizar "golpes sucios" y cuando no usan sus propios asesinos, pagan los servicios de "agencias" independientes. 2) Según las revelaciones de R. Gates (antiguo jefe de la CIA), Estados Unidos no sólo replicó a la invasión rusa en Afganistán sino que la había provocado mediante la ayuda a la oposición al régimen prosoviético de Kabul de entonces. Entrevistado por el Nouvel observateur en 1998, Zbigniew Brzezinski (que fue consejero del presidente Carter) contestó: "Aquella operación secreta fue una idea excelente. Metió a los rusos en la trampa afgana, ¿y usted quiere que yo lo lamente? 3) Ver nuestro folleto La decadencia del capitalismo. 4) Se puede recordar aquí, por ejemplo, el juicio a los agentes secretos libios acusados de haber cometido el atentado de Lockerbie. Gran Bretaña y Estados Unidos mantuvieron sin transigir que debía juzgarse a los libios, incluso cuando fue evidente que los responsables eran más bien sirios. Pero entonces, Estados Unidos andaba guiñándole el ojo a Siria intentando que este país se metiera en el proceso de paz entre Israel y los palestinos. 5) Añadamos de paso que el llamado Partido comunista francés no anda con tales remilgos: el 13 de septiembre, el consejo nacional del PCF observa dos minutos de silencio para "expresar su solidaridad con todo el pueblo americano, con todos los ciudadanos y ciudadanas de ese gran país y con los dirigentes que se ha dado". Y qué decir de los titulares de primera página de Lutte ouvrière (trotskista): "No se puede andar manteniendo guerras por el mundo entero sin que un día te alcancen", lo cual podría traducirse por: "Obreros americanos asesinados: os han dado lo que merecíais". 6) Cabe hacerse conjeturas sobre tal celeridad: un coche de alquiler encontrado unas cuantas horas después del atentado con manuales de aviación redactados en árabe, aún cuando los pilotos kamikazes llevaban viviendo desde hacía meses cuando no años en EE.UU donde proseguían estudios; y el informe según el cual se habría encontrado entre los escombros del World Trade Center un pasaporte de uno de los terroristas, que la explosión de cientos de toneladas de queroseno no habría destruido… 7) Es evidente que la situación habrá evolucionado ampliamente cuando salga esta revista de imprenta. 8) Mencionemos de paso los conflictos permanentes por la construcción de nuevos oleoductos para el crudo entre el Caspio y los países desarrollados, con el Estado ruso que intenta imponer una ruta que pasara por Chechenia y Rusia acabando en Novosibirks en la costa rusa del mar Negro, con el gobierno de EE.UU. que promueve la ruta Bakú- Tiflis-Ceyhan (o sea Azarbaiyán-Georgia-Turquía) que dejaría fuera de juego a los rusos. Hay que decir que el gobierno americano ha tenido que imponer su opción en contra de las compañías petroleras que la consideraban económicamente ruinosa. 9) Como lo hizo en 1974, cuando pretendía que la crisis se debía al incremento del precio del petróleo y fue la misma explicación que nos volvieron a dar en 1980. En cuanto a la crisis de 1990-93 habría sido una consecuencia de la Guerra del Golfo… 10) Señalemos además que si esa tasa parece relativamente baja con relación a otros países, ello muestra no ya los éxitos del Estado nipón en el freno del desempleo, sino en la manipulación de las cifras.

Noticias y actualidad: 

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Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [38]

XIV Congreso internacional - Informe sobre tensiones imperialistas

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el movimiento obrero ha  afirmado, desde el último cuarto  del siglo xix, que el desarrollo del imperialismo planteaba a la humanidad la alternativa “socialismo o barbarie”. Engels había comenzado a plantear esta alternativa en los años 1880-90. Desde entonces, la historia de la decadencia ha mostrado ampliamente que el capitalismo en putrefacción es capaz de desarrollar una barbarie terrible cuyo nivel era difícilmente sospechable en el siglo pasado. Actualmente, nos encontramos en la fase última del capitalismo, la de su descomposición, desarrollo del caos y del cada uno para sí. La descomposición nos pone en una situación en parte inédita. Para comprender la amplitud y el significado de esta situación, debemos referirnos a la forma con la que el marxismo ha analizado el desarrollo del imperialismo.

Queremos demostrar que en la decadencia, y aún más en el periodo actual de descomposición, la burguesía no tiene como primer objetivo, en las guerras que desarrolla, la obtención de ganancias económicas sino que desarrolla aspiraciones esencialmente estratégicas, aún si por supuesto, el telón de fondo sigue siendo la cuestión económica, es decir la decadencia del capitalismo.

“La irracionalidad de la guerra es el resultado del hecho que los conflictos militares modernos – contrariamente a los de la ascendencia capitalista (guerras de liberación nacional o de conquista colonial que ayudaban a la expansión geográfica y económica del capitalismo) – buscan únicamente un nuevo reparto de las posiciones económicas y estratégicas ya existentes. En estas circunstancias, las guerras de la decadencia, por las devastaciones que ocasionan y su gigantesco costo, no representan un estímulo sino un peso muerto para el modo de producción capitalista” (“Resolución sobre la situación internacional para el xiii Congreso”, Revista internacional no 97).

Es importante recordar también que, para el periodo actual, situamos nuestro análisis en el marco de un curso que sigue abierto hacia enfrentamientos de clase decisivos.

La visión marxista del imperialismo

Desde los años 1880, el movimiento obrero vio aparecer el fenómeno del imperialismo. Los congresos de Bruselas de 1891 y de Zurich en agosto de 1893 se preocuparon por la cuestión. En esta época, Engels había puesto en evidencia los antagonismos que se desarrollaban entre Alemania y Francia. Veía formarse bloques: Alemania-Austria / Hungría-Italia de una parte contra Francia-Rusia de la otra. Veía desarrollarse el militarismo y el riesgo de una guerra en Europa, que sería una guerra imperialista, de la cual  temía las consecuencias para el movimiento obrero internacional y para la humanidad. Frente a estos peligros, el congreso de agosto de 1893 adoptó una resolución basada en la idea de que la guerra era inmanente al capitalismo, defendiendo el internacionalismo y declarándose contra los créditos para la guerra. Así, el fenómeno del imperialismo ligado a los antagonismos económicos se percibía y observaba como fuente de guerra y barbarie. Si bien esta barbarie fue subestimada en aquel entonces, Engels veía en la guerra un gran riesgo de debilitar como tambien de destruir el socialismo, mientras que la paz le daba muchas más oportunidades de éxito, aún cuando la perspectiva guerrera anunciaba el momento en que el socialismo podría vencer al capitalismo:

“La paz asegura la victoria del partido socialista alemán en una década; la guerra le ofrece, o la victoria en dos o tres años, o la ruina completa, al menos por quince o veinte años. En esta posición, los socialistas alemanes estarían locos si prefirieran apostar por la guerra  en vez de por el triunfo seguro que les promete la paz” (Carta a Lavrov, 5 de febrero de 1884).

Es en 1916 cuando Lenin escribe El imperialismo, fase superior del capitalismo. Denuncia al imperialismo pero, más que un análisis, describe los fenómenos introduciendo además visiones falsas. Él insiste en dos aspectos: la exportación de capitales de los grandes países desarrollados y la rapiña. Lenin ve en la exportación de capitales de las grandes potencias, la “base sólida para

la opresión y la explotación imperialista de la mayor parte de los países y pueblos del mundo, por el parasitismo capitalista de un puñado de Estados opulentos” (...) En las transacciones internacionales de este tipo, el prestamista, en efecto, obtiene casi siempre cualquier cosa: una ventaja durante la conclusión de un tratado comercial, unas minas de carbón, la construcción de un puerto, una generosa concesión, una compra de cañones.

Las elevadas ganancias que obtienen del monopolio los capitalistas de una rama industrial entre muchos otros, de un país entre muchos otros, etc. les da la posibilidad económica de corromper a ciertas capas de obreros, e incluso momentáneamente una minoría obrera muy importante, es ganada para la causa de la burguesía de la rama industrial o de la nación consideradas y las enfrentan contra todas las otras.”

Lenin observa acertadamente que la repartición del mundo ha terminado

“... el rasgo característico del periodo examinado, es la repartición definitiva del globo, definitiva no en el sentido de que una nueva repartición sea imposible, siendo por el contrario nuevas reparticiones posibles e inevitables, sino en el sentido de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado con la conquista de los territorios desocupados de nuestro planeta.”

De esta manera, lo que está a la orden del día, es la “lucha por los territorios económicos”, por lo que el imperialismo engendra la guerra. Los bordiguistas se refieren siempre a esta visión de Lenin que, por una parte, era sobre todo una descripción más que una explicación de los fenómenos (los cuales, además, han evolucionado considerablemente con la evolución de la decadencia), pero que por otra parte contenían visiones falsas tales como las de la aristocracia obrera y el desarrollo desigual del capitalismo([1]), visiones que eran suyas. A pesar de estos errores, Lenin sabrá sin embargo sacar lo mejor de sus predecesores a nivel de la orientación decisiva que había que promover en el marco de la primera guerra imperialista mundial, la de transformar la guerra imperialista en guerra civil para el derrocamiento del capitalismo. Pero sus errores debilitaban sin embargo, para el futuro, la tierra firme  de los análisis sobre los cuales el movimiento obrero tendría que apoyarse para llevar a cabo su combate.

Es Rosa Luxemburgo quien hace un análisis más profundo de las contradicciones del capitalismo y quien, en lugar de la visión de Lenin sobre el desarrollo desigual del capitalismo, que dejaba la puerta abierta a la posibilidad de un desarrollo económico en ciertas áreas, dará una explicación que destaca la cuestión de los mercados como contradicción esencial y partiendo de la evolución del capitalismo en su globalidad mundial y no país por país. Ella desarrolla su análisis en la Acumulación del capital (1913). Como Lenin, pone en evidencia la relación imperialismo-guerra:

“Pero a medida que aumenta el número de países capitalistas participantes en la caza de territorios de acumulación y a medida que se estrechan los territorios aún disponibles para la expansión capitalista la lucha del capital por sus territorios de acumulación se vuelve cada vez más encarnizada y sus campañas engendran a través del mundo una serie de catástrofes económicas y políticas: crisis mundiales, guerras, revoluciones” (...) “el imperialismo consiste precisamente en la expansión del capitalismo hacia nuevos territorios y en la lucha económica y política a la que se entregan los viejos países capitalistas para disputarse esos territorios.” (...) “sólo la comprensión teórica exacta del problema desde la raíz puede dar a nuestra lucha práctica contra el imperialismo esta seguridad del fin y esta fuerza indispensables para la política del proletariado” (p.‑152-153, Ed. Maspero).

En 1915, Rosa Luxemburgo publica El Folleto de Junius. En éste reafirma que en adelante el capitalismo domina la Tierra entera.

“Esta marcha triunfal durante la cual el capitalismo abre brutalmente su vía mediante todos los medios: la violencia, el pillaje y la infamia, posee un lado luminoso: ha creado las condiciones preliminares para su propia desaparición definitiva; ha instaurado la dominación mundial del capitalismo a la cual solamente la revolución mundial del socialismo le puede suceder.”

Plantea muy claramente que en el imperialismo, hay a la vez cuestiones de intereses económicos pero también estratégicos. Tomando el ejemplo de Rusia, dice:

“En las tendencias conquistadoras del régimen zarista se expresan, de una parte, la expansión tradicional de un imperio poderoso cuya población comprende actualmente 170 millones de seres humanos y que, por razones económicas y estratégicas, busca obtener el libre acceso a los mares, desde el Océano Pacífico por el Este, hasta  el Mediterráneo por el Sur y, de otra parte, interviene esa necesidad vital del absolutismo: la necesidad en el plano de la política mundial de mantener una actitud que imponga el respeto en la competencia general de los grandes Estados, para obtener del capitalismo extranjero el crédito financiero sin el cual el zarismo no es en absoluto viable.”

Como dice la resolución del 13º Congreso de la CCI (ya citado), “Rosa Luxemburgo reconocía la primacía de las consideraciones estratégicas globales sobre los intereses económicos inmediatos para los principales protagonistas de la primera guerra mundial”. En este sentido estratégico, Rosa Luxemburgo indica también por ejemplo, en qué la política de Alemania hacia Turquía representa para aquélla un punto de apoyo de la política alemana en Asia Menor. El desencadenamiento del imperialismo conlleva el desarrollo de la guerra; pero lejos de una visión mecánica que vería a la burguesía estallar la guerra como respuesta a los momentos más agudos de la crisis, ella muestra las estrategias y la preparación a largo plazo de los momentos en que la burguesía intentará por la fuerza una repartición del mundo. Al final del siglo XIX y comienzo del XX, la burguesía alemana se preocupaba mucho, por ejemplo, de construir una flota capaz de hacer incursiones del imperialismo alemán en el mundo.

“Con esta flota ofensiva de primera calidad y con los crecimientos militares que, paralelamente a su construcción, se suceden a una cadencia acelerada, era un instrumento de la política futura lo que se creaba, política cuya dirección y objetivos dejaban el campo libre a múltiples posibilidades.”

Esta tenía en la mira directamente a Inglaterra. Se llevaba a cabo en el contexto de desencadenamiento del imperialismo, que anunciaba la decadencia, la tendencia a la saturación de los mercados, la guerra. Rosa cita a un ministro alemán, Von Vulgo que decía en noviembre de 1899, a propósito de la fuerza naval:

“Si los ingleses hablan de una Mayor Bretaña, si los franceses hablan de una Nueva Francia, si los rusos se vuelven hacia Asia, por nuestra parte tenemos la pretensión de crear una Fuerte Alemania...”

Rosa Luxemburgo, como Engels, se preocupaba por el aspecto de la guerra destructor de las fuerzas de la revolución:

“Aquí también, la guerra actual se revela no solamente como un gigantesco asesinato, sino también como un suicidio de la clase obrera europea. Porque son los soldados del socialismo, los proletarios de Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia, Bélgica, los que desde hace meses se masacran unos a otros bajo las órdenes del capital, son ellos los que se hunden en el corazón el hierro mortal, se enlazan en un abrazo mortal, se tambalean en conjunto, llevando cada uno al otro a la tumba.”

Se puede señalar previamente que la visión más profunda de los mecanismos que conducen al capitalismo a su decadencia, la de Rosa, nos permite evitar los errores de los bordiguistas de confundir las guerras imperialistas con las guerras de liberación nacional, sobre la base de que existieran todavía áreas geográficas que se pudieran desarrollar. Actualmente, sin embargo, esta visión es difícil de mantener y los bordiguistas prácticamente ya no la destacan, pero sin saber precisamente porqué, de manera empírica y por tanto frágil. Por el contrario, continúan aferrándose a la visión de “territorios económicos” por conquistar queriendo encontrar sistemáticamente un objetivo económico inmediato en cada guerra. Este es el caso también de Battaglia y el BIPR. Lo que correspondía a una visión fotográfica del momento en Lenin, que, además, era mucho menos clara que la de Rosa Luxemburgo, se ha fijado en ellos.

Hay que decir también que Trotski, en sus escritos de 1924 y 1926 Europa y América, ¿a dónde va Inglaterra? se atiene a la visión de Lenin. Sólo ve la competencia económica entre las grandes naciones y nación por nación. Ve correctamente que son los Estados Unidos quienes salen como grandes vencedores de la primera guerra mundial y que toman el primer lugar del mundo. Pero solamente ve el aspecto económico, a saber, que los Estados Unidos quieren la “tutela económica de Europa”. El capital americano “busca el dominio del mundo, quiere instaurar la supremacía de América sobre nuestro planeta (...) ¿Qué debe hacer respecto a Europa? Debe, dice, pacificarla. ¿Cómo? Bajo su hegemonía. ¿Qué significa esto? Que debe permitir a Europa reedificarse, pero dentro de límites bien determinados, concederle sectores determinados, restringidos, del mercado mundial.”

Esta competencia sólo puede conducirles a enfrentarse, lo que es verdad de manera general. Pero al no ver los aspectos estratégicos en toda su amplitud, correspondientes a la necesidad de mantenerse como gran potencia si no puede mantenerse como la primera de ellas, como fue el caso para Inglaterra después de la Primera Guerra mundial, Trotski hace coincidir la competencia económica con los enfrentamientos imperialistas. De este modo, al pasar Inglaterra a segunda fila detrás de los Estados Unidos, él ve en la competencia entre estos dos países el eje mayor de los enfrentamientos imperialistas venideros: “El antagonismo capital del mundo es el antagonismo anglo-americano. Es éste el que mostrará más claramente el porvenir”. El porvenir, justamente, no verificó eso. Verificará, por el contrario, que entre más avance la decadencia, más dominará el aspecto estratégico, poniendo en el centro las consideraciones sobre las alianzas que permitirán mantenerse como gran nación o al menos como nación, y ello en detrimento de los intereses económicos inmediatos. Esto será toda la cuestión de la irracionalidad de la guerra desde un punto de vista estrictamente económico, cuestión que será puesta a la luz por la Izquierda comunista de Francia. Esta última llegará a formular la tesis de la irracionalidad de la guerra y el hecho de que al filo de la decadencia, la guerra ya no está al servicio del desarrollo de la economía sino que es la economía la que está al servicio de la guerra.

Aspectos económicos y estratégicos al filo de la decadencia

Estos dos aspectos se verifican a todo lo largo de la decadencia, pero sin embargo, el aspecto estratégico, la irracionalidad de la guerra desde el punto de vista económico, va ir predominando. Incluso aunque la Primera Guerra mundial no fue desencadenada mecánicamente en el momento más agudo de la crisis, y aunque los objetivos estratégicos de expansión habían sido calculados por Alemania, y aunque correspondiera, desde el punto de vista económico, a una voluntad de repartición del mundo alrededor de la cuestión de los mercados, esta guerra resultaría ya más costosa que ventajosa desde el punto de vista económico, para los vencedores mismos, con excepción de los Estados Unidos. Hablando de Inglaterra al salir de la Primera Guerra mundial, Sternberg dice, en El conflicto del siglo:

“Debido a la guerra, sin embargo, no perdió solamente una parte de sus haberes, sino que toda su posición en la economía mundial se debilitó a tal punto que quedó reducida en adelante a emplear la mayor parte de los intereses que extraía de sus inversiones en el financiamiento de sus importaciones y a afectar solamente una parte mínima para la constitución de nuevos capitales de inversión.”.

En cuanto a la riqueza y el crecimiento económico efectivo de los Estados Unidos luego de esta guerra, “el enriquecimiento de los Estados Unidos por la guerra” del que habla el trotskista Pierre Naville en su prefacio al libro de Trotski citado más arriba, no viene por principio de la guerra sino del hecho de que los Estados Unidos todavía no habían totalmente agotado los mercados precapitalistas de su inmenso territorio, por ejemplo quedaba todavía por efectuar la construcción de ciertos ferrocarriles, pero también a que no habían participado en la guerra sino cuando su final, lejos de su territorio en el que no conocieron destrucción alguna.

La Segunda Guerra mundial tiene aún por objetivo la repartición del mundo. La burguesía alemana se reconocía en la consigna de Hitler: “¡exportar o morir!”. Pero si bien el final de la guerra ve efectivamente una repartición del mundo entre los dos bloques, el bloque ruso y el bloque occidental, una buena parte de las inversiones para la reconstrucción tiene un objetivo esencialmente estratégico: cortar los deseos de Alemania y los países del Sudeste asiático de pasarse al otro bloque y así establecer un cordón sanitario alrededor de Rusia. La política de los Estados Unidos respecto a la URSS, llamada de “contención”, tenía como objetivo, en este sentido, impedir a esta última llegar a los mares, mantenerla como potencia continental. De donde también, en los años 1950, la guerra de Corea, con este mismo fin. Desde el punto de vista económico, se puede citar nuevamente a Sternberg: “En fin, la Segunda Guerra mundial fuerza a Inglaterra a liquidar la gran mayoría de sus haberes en el extranjero, provocando así un nuevo retroceso de su posición en los mercados mundiales hasta el punto que debe apelar, durante muchos años, a la ayuda directa de América para pagar sus importaciones”. Los Estados Unidos afirman su rango de primera potencia mundial pero en un contexto en que, más allá del periodo de reconstrucción, es el capitalismo mundial como un todo el que continúa debilitándose, incluidos ellos mismos.

En este marco de bloques, el reto es defenderse frente al otro bloque. Para ello, se utilizan las armas económicas y militares. Por supuesto, el bloque económicamente más poderoso tiene la ventaja en esta guerra fría. Puede sacar ventaja del cebo económico y tener ventaja de medios en la carrera armamentista. Después de la muerte de Nasser, los Estados Unidos utilizan el arma económica para hacer caer a Egipto en su bloque. A partir de 1975, los Estados Unidos trabaja para que China se acerque a ellos. Se verá que para mantener este acercamiento, el estatuto de nación privilegiada, al nivel de los intercambio comerciales, le será concedido. Todavía en este periodo de los años 70, los préstamos acordados a los países de Africa bajo tutela tienen, por supuesto, como objetivo mantener la posibilidad de intercambios comerciales con ellos, pero también el de mantenerlos en el bloque occidental.

Se puede ver por tanto que el aspecto estratégico domina ampliamente sobre el aspecto económico. Esto es una característica que se desarrolla claramente a partir de 1945. Lo hemos señalado más arriba con la política de “contención”. Por tanto hay que señalar una diferencia enorme en relación con lo que Lenin podía aún constatar a principio del siglo xx cuando habla de la exportación de capitales. En ese momento la burguesía sabía que sería reembolsada, que cobraría los intereses de su préstamo y que además ganaría mercados. A partir de los años 1970, es cada vez más a fondos perdidos que la burguesía presta, y lo sabe. Es por ello que, al inicio de los años 1980, el presidente del Estado francés, Mitterrand, podía hacerse el dadivoso cuando proponía una moratoria para la deuda de Africa. Se pueden recordar otros ejemplos que muestran los objetivos estratégicos:

  • en 1975, los Estados Unidos detienen la guerra de Vietnam porque se vuelve más importante trabajar en el acercamiento con China;
  • en 1979, Rusia invadía Afganistán; aprovecha el debilitamiento de los EE.UU. en Irán para hundir una cuña entre Irán y Pakistán. Se trataba de una tentativa para acercarse a los mares calientes. Este objetivo era puramente estratégico y por lo demás, el consejero americano Brezinski había dicho que esta empresa “arruinaría” a la URSS a tal grado que le costaría caro financieramente;
  • el interés por Africa, más allá de algunas ventajas económicas, era que, en caso de guerra mundial cuyo reto sería Europa, el controlar ese continente hubiera sido determinante, desde un punto de vista estratégico. En este caso, para poder mantener un control en Europa, hay que tener posiciones en Africa. Recuérdese las batallas en Africa, durante la Segunda Guerra mundial, entre los ejércitos alemán y aliados;
  • al inicio de los años 1980, la guerra del Líbano no tenía un objetivo económico sino estratégico. Los EE.UU. tenían que tener un control total de esta zona tan eminentemente estratégica. Por ello, había que sacarse la espina en el pie que constituía la pertenencia de Siria al bloque del Este y hacer caer a este país en el bloque occidental. El aspecto económico que constituía el petróleo producido en la región no era del todo el aspecto central, si bien había que controlarlo en caso de guerra.

Se puede verificar así que, si bien la economía sigue siendo el telón de fondo, ésta se halla cada vez más al servicio de la guerra y no a la inversa. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo. Si a comienzos del imperialismo y luego de la decadencia la guerra se concebía como el medio para la repartición de los mercados, ésta se ha convertido, en este estadio, un medio para imponerse como gran potencia, para hacerse respetar, para defender su rango frente a los otros, para salvar la nación. Las guerras no tienen ya racionalidad económica; cuestan mucho más caro de lo que reportan. La reflexión de Brezinski citada más arriba es muy significativa.

¿Y las guerras que se han sucedido desde 1989, tras el hundimiento del bloque del Este y la desaparición del occidental?

La burguesía había anunciado una era de paz y prosperidad. Hemos visto y seguimos viendo el desarrollo de la miseria y la guerra. El fin de los bloques expresa la entrada en la fase de descomposición, el desarrollo del cada uno para sí a nivel imperialista y el avance de la barbarie y el caos. Tras esta desaparición de los bloques, se ve a las grandes potencias volver a sus estrategias de expansión anteriores a 1914. Pero es necesario notar una gran diferencia: a principios del siglo xx, para alcanzar sus estrategias, la burguesía tendía a constituir constelaciones (alianzas). Hoy, es el cada uno para sí el que domina al punto que las alianzas, desde 1989, han sido siempre efímeras y que, en los conflictos, cada potencia defiende sus propios intereses. En este contexto, son estrategias propias lo que  cada potencia trata de defender.

Ante esto, Estados Unidos han indicado claramente que ellos buscan defender su liderazgo. Tal fue el objetivo de la Guerra del Golfo en 1991. A pesar de ello, unos meses después, Alemania abría las hostilidades en Yugoslavia reconociendo unilateralmente la independencia de Eslovenia y Croacia. A pesar de las advertencias de los Estados Unidos unos meses antes, Alemania reanuda su vieja política de expansión hacia el Sudeste, vía los Balcanes, sabiendo que Serbia representaría una barrera que habría que hacer saltar. En la guerra de Kosovo, Alemania continúa esta política. Lo hace sin complejos ya que,  por primera vez después de la Segunda Guerra mundial, se le ve desplegar  su fuerza militar en otro país. Además, da a entender claramente que en el futuro utilizará su ejército para defender sus intereses en cualquier parte del mundo que sea necesario.

Se sabe que Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Rusia no estaban dispuestos a dejar el campo libre a Alemania y cómo reaccionaron para contrarrestar las pretensiones germanas. Resulta claro que los intereses económicos no están en el centro de esta guerra, sino que son los intereses estratégicos, con el objetivo de defender o tratar de desarrollar su rango de gran potencia, sus zonas de influencia.

Son también intereses esencialmente estratégicos los que se hallan en juego en el Cáucaso, alrededor de la guerra en Chechenia. El petróleo está efectivamente en juego: pero ¿qué lugar ocupa? Un lugar estratégico y no económico. En efecto, se ve a los EE.UU. hacer transacciones con Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Turquía sin tomar en cuenta a Rusia, a lo cual ésta ha reaccionado asesinando ministros y diputados en el parlamento de Erevan, ya que los EE.UU. quieren controlar esta región a causa de su petróleo; no con una meta de beneficios económicos, sino para que Europa no pueda abastecerse de este energético necesario en caso de guerra. Podemos recordar que durante la Segunda Guerra mundial, en 1942, Alemania había dirigido una ofensiva sobre Bakú para tratar de apropiarse de este energético tan necesario para mantener la guerra. La situación es diferente para Azerbaiyán y Turquía por ejemplo, para quienes la cuestión del petróleo representa un beneficio inmediato apreciable. Pero el reto central de la situación no es ese.

En África, la guerra de Zaire que la burguesía presentó como una voluntad de los americanos para apropiarse de las riquezas del subsuelo, en realidad tenía como objetivo expulsar a Francia de esa región. El hecho de que algunos hombres de negocios se hayan precipitado inmediatamente al lugar, no minimiza en nada ese objetivo central. Es lo mismo con la visita de Clinton a Senegal,  a fines del 98, donde el objetivo era ir a competir con Francia, a nivel diplomático, directamente en su patio trasero. Regularmente, con el fin de ocultar el sentido real de esos actos, es la burguesía misma la que voluntariamente destaca supuestos objetivos económicos.

En el conflicto entre la India y Pakistán, Cachemira no es en primer lugar un reto económico. Mediante ese conflicto, actualmente, Pakistán querría recuperar la importancia regional que tuvo durante la época de los bloques y que perdió después. Y por supuesto, vemos a los EE.UU. reajustar su política y reanudar las relaciones con la India.

Pero hoy, es sin duda  el Medio Oriente el que indica el punto más alto del aspecto estratégico central de las cuestiones imperialistas. En estos últimos tiempos, se ha visto a los países de Europa impugnar a los EE.UU. hasta en esta zona tan crucial. Francia se muestra “preocupada” por la suerte de los Palestinos, Alemania ha mostrado por ejemplo ciertas solicitudes acerca de Israel. Francia intenta reintroducir su influencia en Líbano; mantiene los lazos con Siria. Es esta impugnación a los EE.UU. lo que ha desembocado en la explosión actual. Pero es necesario agregar que los incendiarios han perdido en parte el control del fuego que han atizado.  La descomposición se manifiesta en toda su gravedad. La provocación de Sharon, apoyado por una parte del ejército y del Estado, no era, ciertamente, lo que los EE.UU. querían. Arafat no controla ya gran cosa. Y aún si los EE.UU., para tratar de encontrar una solución que les permitiera controlar de nuevo la región hicieran de Palestina un campo de ruinas, ello no resolvería nada. El imperialismo no ofrece ninguna posibilidad de paz; sólo el desencadenamiento de guerras esta al orden del día.

En la arena mundial, actualmente, las dos principales potencias que se enfrentan para imponer su influencia y tratar de aglutinar alrededor de ellos, son los EE.UU. y Alemania. Potencias como Francia (aún si hace ruido), Inglaterra, no pueden rivalizar con aquéllas. La descomposición juega a favor de Alemania, lo hemos visto en Yugoslavia. Las cosas son más difíciles para los EE.UU., ya que es su propio liderazgo el que tienen que defender y debido a que su dominación empuja a los estados europeos en primer lugar, aunque también a la mayor parte de Estados, a impugnarles. No se ve brotar la constitución de bloques, sino todo lo contrario. La situación en el Medio Oriente muestra hoy hasta qué punto la humanidad avanzaría hacia su destrucción, incluso sin guerra mundial, si el proletariado, a plazo, no consigue imponerse. Se ve también hasta qué punto el no ver en las guerras mas que cuestiones económicas revela una subestimación de su gravedad e incluso constituye una ceguera, como lo dice la resolución del 13º congreso frente a la verdadera amplitud de los retos:

“En fin, las explicaciones (que se encuentran incluso entre los grupos revolucionarios) que tratan de interpretar la ofensiva actual de la OTAN como una tentativa para controlar las materias primas en la región (Kosovo ndr) constituyen una subestimación, si no es que una ceguera, frente a la verdadera amplitud de los retos”. Punto 3.

¿Dónde está el liderazgo americano?

La resolución del xiii congreso decía:

“Actualmente, aún si los EE.UU. están a la cabeza de la cruzada contra Milosevic, deben contar, mucho más que antes, con las pretensiones específicas de las otras potencias – principalmente Alemania – lo que introduce un factor considerable de incertidumbre sobre el resultado del conjunto de la operación” (...) “Alemania está obligada a encarar su ascenso a rango de superpotencia a largo plazo,  mientras que los EE.UU.  desde ahora, y esto ya desde hace algunos años, están confrontados a la pérdida de su liderazgo y al aumento del caos mundial”.

¿Dónde está el liderazgo americano?

Como dice la resolución, tiende a debilitarse. Hay que constatar sin embargo, que le es menos difícil mantenerlo en las regiones que están alejadas de Europa. A pesar de las dificultades que tienen en todos lados, incluso por ejemplo en América Latina donde el presidente de Venezuela, Chávez, apoya a la guerrilla colombiana y hace una visita ostensible a Saddam Hussein, le es menos difícil, hasta el presente; ante la India y Pakistán donde Estados Unidos alcanzan a recuperar las situaciones de resbalón; en Indonesia, en Filipinas, e incluso con Japón a pesar de que quiera independizarse de la tutela americana. También es verdad que con China tienen más dificultades.

Pero cerca de Europa, Estados Unidos tiene  muchas más dificultades. Se ha visto con Yugoslavia donde le fue difícil hallar una forma de implantarse. Con Kosovo, donde las hostilidades se desencadenaron bajo la égida de la OTAN, ejército de los EE.UU. y terminaron con un retorno de la ONU, expresión de un retorno de la influencia de las potencias antiamericanas. Con Irak, donde países como Francia tratan de romper el embargo impuesto por los americanos; en Medio Oriente donde la impugnación de las potencias europeas ha animado, aunque sea indirectamente, iniciativas, ya sea de Sharon o de los islamitas, que se traducen en resbalones y pérdidas de control de los EE.UU. Hay que confirmar, por tanto, que hay una tendencia histórica al debilitamiento del liderazgo americano, pero debemos agregar que esto no significa que las potencias europeas saldrán mejor libradas. Actualmente en el Medio Oriente, los europeos tampoco controlan la situación.

Esta impugnación generalizada hacia los EE.UU. obliga a estos últimos a utilizar cada vez más la fuerza militar en un contexto que ya no es el de la Guerra del Golfo. Como dice la resolución del xiiiº congreso, en ese momento “los

EE.UU. aún conservaban un liderazgo muy fuerte sobre la situación mundial, lo que les permitió conducir sin fallas las operaciones tanto militares como diplomáticas aún cuando la Guerra del Golfo tenía como vocación el acallar las veleidades de contestación a la hegemonía americana que ya se habían manifestado, particularmente por parte de Francia y Alemania. En ese momento, los antiguos aliados de los EE.UU.  aún no habían tenido la ocasión para desarrollar sus propias pretensiones imperialistas en contradicción con las de los EE.UU.”. El

avance de la descomposición juega contra los EE.UU. Actualmente, la situación dramática en Medio Oriente ilustra claramente cómo no logran controlar ni a todas las fracciones de Israel ni a las de Palestina. Es significativo que los EE.UU. hayan sido obligados a dejar a la ONU entrar en acción. Todo esto no hace sino agregarse a la gravedad de la situación ya que, si bien es incontestable que la superioridad militar de los EE.UU. podrían permitirle hacer de Palestina un campo de ruinas, esto no resolvería nada. Este debilitamiento del liderazgo americano es la expresión del avance de la descomposición. Esto no sucede de manera lineal ya que los EE.UU. oponen una resistencia encarnizada; pero la tendencia general es irresistiblemente esa. En cuanto a Alemania, si bien avanza, como lo dijimos más arriba,  aprovechando la descomposición, tampoco lo hace en línea recta, por ejemplo en Turquía donde se vio directamente confrontada por los EE.UU. En este contexto general, aún si la tendencia sigue existiendo, como característica de la decadencia, no se ve dibujarse la constitución de bloques.

¿Qué importancia tiene insistir en estos aspectos?

La importancia no es para el  análisis en sí, sino para comprender la gravedad de los conflictos, la gravedad de los retos, mostrar cuál es la única perspectiva que nos ofrece el capitalismo si la clase obrera no logra alzarse a la altura de sus responsabilidades. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo. Debemos encontrar el sentido profundo de las preocupaciones de Engels y de Rosa Luxemburgo concerniente al debilitamiento que el desarrollo de esta barbarie representa para la revolución. Por el momento, las destrucciones y las matanzas abarcan sobre todo a la periferia del capitalismo y, por tanto, no a los países centrales ni a las fuerzas vivas del proletariado, como sucede durante una guerra mundial. Ello es la expresión del curso histórico actual abierto todavía a los enfrentamientos de clase. Pero esas destrucciones representan, a pesar de todo, un debilitamiento. Además, las guerras de hoy, guerras de la descomposición, no favorecen el desarrollo de la conciencia.

La situación actual en Medio Oriente representa un nuevo golpe de mazo sobre la cabeza de la clase obrera, al desarrollar un sentimiento de impotencia. El aumento del nacionalismo y del odio, un posible incendio de la región conduciría a situaciones donde, en ciudades industriales como Haifa, los obreros árabes e israelíes, que han trabajado y luchado codo a codo, podrían enfrentarse.

Hay que agregar, en correspondencia con esta situación general, que después de una corta atenuación a principios de los 90,  las políticas de armamentos retoman toda su fuerza. Se puede citar, en ese sentido, la adopción en marzo de 1999, de un programa de defensa contra misiles para proteger a los EE.UU. contra los ataques de “Estados gamberros” y el uso accidental o no autorizado de ingenios balísticos rusos y chinos. Esto entraña una reacción en cadena en la cual se ve a cada Estado justificarse por el desarrollo del armamento en nombre de la necesidad de responder a esta escalada.

Para nuestra intervención

Cara a las subestimaciones e incluso a la ceguera dramática del medio político proletario, se ha de poner en evidencia el significado real de las guerras actuales. Los retos que contienen agudizan la responsabilidad de la clase obrera, la única clase que puede poner fin a la barbarie. Si la única perspectiva que puede ofrecer la burguesía es la barbarie, la clase obrera, y ella sóla, es portadora de una distinta. La cuestión no es guerra o paz sino socialismo o barbarie. Esto no es sólo una consigna. Esto expresa una relación de fuerzas: cuando la barbarie avanza, la perspectiva del socialismo es atacada. Actualmente las cosas pasan sobre todo en la periferia del capitalismo. El curso sigue abierto. Pero el caos y la barbarie que se desarrollan subrayan la responsabilidad del proletariado de los países centrales.


[1] Véase, en la Revista internacional no 31, el artículo “El proletariado de Europa del Oeste al centro de la lucha de clases”, y en la Revista internacional no 25 el artículo “La aristocracia obrera”.

 

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [35]

El concepto de curso histórico en el movimiento revolucionario

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Desde el informe sobre la lucha de clases en el último congreso, no ha habido cambios inmediatos en la situación a la que ha estado enfrentada la clase obrera. El proletariado ha demostrado con sus luchas que su combatividad sigue intacta y su descontento creciente (empleados de los transportes de Nueva York, “huelga general” en Noruega, huelgas que han afectado a muchos sectores en Francia, la huelga de empleados de Correos en Gran Bretaña, movimientos en países de la periferia como Brasil, China, Argentina, etc.). Pero la situación sigue estando más definida por las dificultades que ante sí encuentra la clase. Esas dificultades vienen impuestas por las condiciones del capitalismo en descomposición y continuamente reforzadas por las campañas ideológicas de la burguesía sobre “la muerte de la clase obrera”, la “nueva economía”, la “globalización” y hasta “el anticapitalismo”. Mientras tanto, en el seno del medio político proletario, se mantienen los desacuerdos fundamentales sobre la relación de fuerzas entre las clases, utilizando algunos grupos lo que ellos llaman visión “idealista” de la CCI sobre el curso histórico, como razón para no participar en ninguna iniciativa conjunta contra la guerra en Kosovo.

Es ésta una razón para centrar este Informe no tanto en las luchas del período reciente, sino en el intento de profundizar nuestra comprensión del curso histórico tal como el movimiento obrero lo ha desarrollado: si queremos responder con eficacia a las críticas que se nos hacen, debemos evidentemente ir a la raíz histórica de las incomprensiones que recorren el medio proletario.
Lo que sigue aquí abajo dista mucho de ser un estudio exhaustivo; su objetivo es ayudar a la organización a profundizar el método general con el que el marxismo ha abordado esta cuestión.

Primera parte 1848-1952
De El Manifiesto comunista a la Primera Guerra mundial

El concepto de “curso histórico” tal como lo desarrolló sobre todo la Fracción italiana de la Izquierda comunista, deriva de la alternativa histórica desarrollada por el movimiento marxista en el siglo xix: socialismo o barbarie. En otras palabras, el modo de producción capitalista contiene en su seno dos tendencias y posibilidades contradictorias – la tendencia a la autodestrucción y la tendencia a la asociación del trabajo a escala mundial y la emergencia de un orden social nuevo y superior. Hay que insistir que para el marxismo, ninguna de esas tendencias se impone a la sociedad capitalista desde fuera, contrariamente a las teorías burguesas que explican las expresiones de barbarie como el nazismo o el estalinismo como intrusiones extrañas a la normalidad capitalista, o en las diferentes versiones místicas o utópicas del advenimiento de una sociedad comunista. Las dos salidas posibles de la trayectoria histórica del capital son la culminación lógica de sus procesos vitales más profundos. La barbarie, el hundimiento social y la guerra imperialista proceden de la competencia a muerte que empuja al sistema hacia delante, a partir de las divisiones inherentes a la producción de mercancías y a la guerra perpetua de todos contra todos; el comunismo, por su parte, procede de la necesidad para el capital del trabajo asociado y unificado, que produce así su propio enterrador, el proletariado. Contra todos los errores idealistas que intentan separar proletariado y comunismo, Marx definió a éste como la expresión de “su movimiento real”, insistiendo en que los obreros “no tienen ideal que realizar, sino liberar los elementos de la nueva sociedad de la que está preñada la vieja sociedad burguesa que se está hundiendo” (La Guerra civil en Francia).

En El Manifiesto comunista, hay cierta tendencia a suponer que esa preñez acabará en nacimiento sano, que es inevitable la victoria del proletariado. Al mismo tiempo, El Manifiesto afirma, cuando habla de las sociedades de clase precedentes, que en caso de no haber salida revolucionaria, el resultado es “la ruina mutua de las clases en presencia”, o sea, la barbarie. Aunque esta alternativa no esté claramente anunciada para el capitalismo, es la deducción lógica que viene del reconocimiento de que la revolución proletaria no es, en modo alguno, un proceso automático y requiere la autoorganización consciente del proletariado, la clase cuya misión es crear una sociedad que permita por primera vez a la humanidad ser dueña de su destino. Por eso, El Manifiesto comunista está centrado en la necesidad para los proletarios de “constituirse ellos mismos en clase, y por lo tanto en partido político”. A pesar de las clarificaciones posteriores sobre la distinción entre partido y clase, el núcleo central de esta toma de posición sigue siendo profundamente válido: el proletariado no puede actuar como fuerza revolucionaria y consciente de sí misma más que enfrentando al capitalismo a nivel político. Y para ello, no puede prescindir de la necesidad de formar un partido político.

Una vez más, estaba claro que la “constitución del proletariado en clase” armado con un programa explícito contra la sociedad capitalista no era posible en todo momento. Primero, El Manifiesto insistía en la necesidad de que la clase atravesara un largo periodo de aprendizaje durante el cual haría avanzar sus luchas desde sus formas “primitivas” iniciales (el luddismo, por ejemplo) a formas más organizadas y conscientes (formación de los sindicatos y partidos políticos). Y a pesar del “optimismo de juventud” de El Manifiesto sobre las posibilidades inmediatas de la revolución, la experiencia de 1848-52 demostró que los períodos de contrarrevolución y de derrotas también forman parte del aprendizaje del proletariado, y que, en esos períodos, las tácticas y la organización del movimiento proletario debían adaptarse en consecuencia. Ése es el sentido de la polémica entre la corriente marxista y la tendencia Willich-Schapper, la cual, según los términos de Marx, “había sustituido la concepción materialista por una concepción idealista. En lugar de ver la situación real como la fuerza motriz de la revolución, sólo veía la simple voluntad” (Carta al Consejo general de la Liga comunista, septiembre de 1850). Este planteamiento fue decisivo en la decisión de disolver la Liga comunista y de concentrarse en las tareas de clarificación y defensa de los principios (tareas de una fracción) en lugar de malgastar energías en grandiosas aventuras revolucionarias. En su práctica real, la vanguardia marxista demostró durante la fase ascendente del capitalismo que era estéril intentar fundar un partido de clase realmente eficaz en los períodos de reflujo y de reacción: el esquema de fundación de los partidos durante la fase de lucha ascendente de la clase y el reconocimiento de su muerte en las fases de derrotas sería después seguido con la Primera internacional y la creación de la Segunda.

Es cierto que los escritos de los marxistas en ese período, aún conteniendo muchos aspectos vitales, no desarrollan una teoría coherente sobre el papel de la fracción en períodos de reflujo; como lo subraya Bilan, eso solo fue posible cuando la propia noción de partido se elaboró teóricamente, tarea que no podía cumplirse plenamente sino en el período de lucha directa por el poder, inaugurada por la decadencia del sistema capitalista (ver nuestro artículo sobre las relaciones entre fracción y partido en la Revista internacional nº 64). Además, las ­condiciones de la decadencia agudizan todavía más los contornos de esta ­cuestión en la práctica en el período ascendente, con la lucha a largo plazo por reformas, los partidos políticos podían mantener un carácter proletario sin por ello estar enteramente com­puestos de revolucionarios, mientras que en la decadencia, el partido de clase sólo puede estar compuesto de militantes revolucionarios y no puede mantenerse durante mucho tiempo como partido comunista, o sea, como órgano capaz de llevar a cabo la ofensiva revolucionaria, fuera de las fases de lucha abierta.

De igual modo, las condiciones del capitalismo ascendente no permitieron que evolucionara plenamente la idea de que la evolución ya sea hacia la guerra mundial ya hacia levantamientos revolucionarios depende de la relación de fuerzas global entre las clases. La guerra mundial no era en aquél entonces un “requisito” para el capitalismo, el cual podía superar siempre sus crisis económicas periódicas mediante la expansión del mercado mundial; y como la lucha por reformas no se había agotado todavía, la revolución mundial seguía siendo, para la clase obrera, una perspectiva global más que una necesidad urgente. La alternativa histórica entre el socialismo y la barbarie no podía “resumirse” todavía en una alternativa inmediata entre guerra y revolución.

Ya a partir de 1887, sin embargo, la emergencia del imperialismo permitió a Engels prever claramente la forma precisa que obligatoriamente iba a tener la tendencia del capitalismo a la barbarie: una guerra devastadora en el corazón mismo del sistema:

“No hay otra guerra posible para Prusia-Alemania sino una guerra mundial y una guerra mundial de una extensión y una violencia inimaginables hasta ahora. Ocho a diez millones de soldados matándose unos a los otros, y, a la vez, devorando toda Europa hasta devastarla como nunca la haya devastado ningún enjambre de saltamontes. La ruina de la guerra de los Treinta años comprimida en tres o cuatro y extendida por todo el continente; las hambres, el envenenamiento, la caída general en la barbarie, tanto de los ejércitos como de las masas del pueblo; una confusión sin esperanza para nuestro sistema de comercio, de industria y de crédito que desembocaría en la bancarrota general, en el hundimiento de los antiguos Estados y de su sabiduría elitista tradicional hasta el punto de que las coronas rodarán por docenas por las calles y que no habrá nadie para recogerlas; la imposibilidad absoluta de prever cómo acabará todo eso y quién saldrá victorioso de la lucha; un solo resultado es absolutamente cierto: el agotamiento general y el establecimiento de condiciones de la victoria final de la clase obrera” (15/12/1887). Vale la pena recordar que Engels – basándose sin duda en la experiencia real de la Comuna de París una década y media antes – preveía que esa guerra europea haría surgir la revolución proletaria.

Durante la primera década del siglo xx, la amenaza creciente de esa guerra se volvió una preocupación importante para el ala revolucionaria de la socialdemocracia, de aquellos que no se dejaban engañar por los cantos de sirena del “progreso perpetuo”, del “superimperialismo” y otras ideologías que se habían incrustado en amplios sectores del movimiento. En los congresos de la II Internacional, fue el ala izquierda –Lenin y Rosa Luxemburg en particular– especialmente el que insistió con mayor fuerza en que la Internacional tomara una postura clara frente al peligro de guerra. La resolución de Stuttgart de 1907 y la de Basilea que reafirmó en 1912 las premisas de aquélla, fueron el fruto de sus esfuerzos. La primera estipula: “en caso de una amenaza de estallido de la guerra, el deber de la clase obrera y de sus representantes en el Parlamento en los países que participen en ella, fortalecidos por la acción unificadora del Buró internacional, es hacer todo lo posible por impedir que estalle, usando los medios que les parezcan más eficaces, que son naturalmente diferentes según la intensificación de la guerra de clase y de la situación política general.

“Si, a pesar de todo, estallara la guerra, su deber es intervenir para que acabe rápidamente actuando con todas sus fuerzas para utilizar la crisis económica y política violenta que ha acarreado la guerra para que las masas se alcen, acelerando así la caída d la dominación de la clase capitalista”.

En resumen, frente a la caída imperialista hacia una guerra catastrófica, la clase obrera no sólo debía oponerse, sino, si la guerra estallara, responder con la acción revolucionaria. Esas resoluciones debían servir de base a la consigna de Lenin durante la Primera Guerra mundial: “Transformación de la guerra imperialista en guerra civil”.

Cuando se reflexiona sobre este período, es importante no proyectar hacia atrás una conciencia por parte de ambas clases que ellas no tenían. En ese estadio, ni el proletariado ni la burguesía podían tener plenamente conciencia de lo que significaba realmente la guerra mundial. Especialmente, al ser la guerra imperialista moderna una guerra total y ya no un combate alejado entre ejércitos profesionales, ya no podía llevarse a cabo sin la movilización plena del proletariado, obreros en uniforme y obreros del frente interior. Es cierto que la burguesía comprendió que no podía lanzarse a una guerra antes de que la socialdemocracia estuviese lo bastante corrompida para no oponerse a ella, pero los acontecimientos de 1917-21, provocados directamente por la guerra, le enseñaron muchas lecciones que nunca olvidará, especialmente sobre la necesidad de preparar totalmente el terreno político y social antes de lanzarse a una gran guerra, o, en otras palabras, rematar la destrucción física e ideológica de la oposición proletaria.

Si se mira el problema desde el punto de vista proletario, lo que está claramente ausente en la resolución de Stuttgart es la relación de fuerzas entre las clases – de la fuerza real del proletariado, de su capacidad para resistir a la pendiente hacia la guerra. Para la resolución, la guerra podía ser impedida mediante la acción de la clase, o podría ser detenida después de haber comenzado. De hecho, la resolución argumenta que las diferentes tomas de posición e intervenciones contra la guerra hechas por los sindicatos y los partidos socialdemócratas de entonces “son testimonio de la fuerza creciente del proletariado y de su poder para asegurar la paz mediante una intervención decisiva”. Esta toma de posición optimista era una subestimación  del grado en que la socialdemocracia y los sindicatos se habían integrado en el sistema, más que inútiles para una respuesta internacionalista. Esto iba a dejar a las izquierdas un tanto desconcertadas cuando estalló la guerra, como demuestra el hecho de que Lenin creyó al principio que el Alto mando alemán había confeccionado el Vortwärts que llamaba a los obreros a apoyar la guerra, como también el aislamiento del grupo Die Internationale en Alemania, etc. No cabe la menor duda de que fue la repugnante traición de las antiguas organizaciones obreras, su incorporación gradual al capitalismo, lo que hizo inclinar la relación de fuerzas contra la clase obrera, abriendo el curso hacia la guerra y esto a pesar del muy alto nivel de combatividad expresado por los obreros en numerosos países en la década anterior a la guerra e incluso en los meses que la precedieron.

Éste hecho permitió a menudo que se saque la teoría de que la burguesía habría desencadenado la guerra como medida preventiva contra la inminencia de la revolución, teoría basada, como así creemos nosotros, en la incapacidad de distinguir combatividad y conciencia y que minimiza el significado histórico y el efecto de la traición de las organizaciones por cuya construcción tanto había batallado la clase obrera. Cierto es, sin embargo, que la manera con la que la burguesía logró su primera victoria crucial sobre los obreros (la “Unión sagrada” proclamada por socialdemócratas y sindicatos) resultó ser insuficiente para quebrar totalmente la dinámica de huelga de masas que había ido madurando en la clase obrera europea, rusa y norteamericana durante la década precedente. La clase obrera se mostró capaz de recuperarse de la derrota, sobre todo ideológica, de 1914 y lanzar su respuesta revolucionaria tres años después. Así, el proletariado, a través de su propia acción cambió el curso histórico: el curso se alejaba ahora del conflicto imperialista mundial e iba hacia la revolución comunista mundial.

Desde la ola revolucionaria hasta el inicio de la contrarrevolución

Durante los años revolucionarios siguientes, la práctica de la burguesía proporcionó su propia “contribución” a la profundización del problema del curso histórico. Demostró que frente al reto abiertamente revolucionario de la clase obrera, el curso hacia la guerra pasaba a segundo plano respecto a la necesidad de recuperar el control de las masas explotadas. Esto no sólo fue así en el ardor mismo de la revolución, cuando los levantamientos en Alemania obligaron a la clase dominante a poner fin a la guerra y unirse contra su enemigo mortal, sino también durante los años siguientes, pues, aunque las oposiciones interimperialistas no habían desaparecido (el conflicto entre Francia y Alemania por ejemplo), quedaron en segundo plano  mientras la burguesía intentaba solucionar la cuestión social. Ése es el sentido, por ejemplo, del apoyo dado al programa de Hitler de terror contra la clase obrera por parte de muchas fracciones de la burguesía mundial, cuyos intereses imperialistas estaban necesariamente amenazados por el resurgir del militarismo alemán. El período de reconstrucción de la primera posguerra – aunque limitado en extensión y profundidad comparado con la de después del 45 – también sirvió para posponer temporalmente el problema del nuevo reparto del botín imperialista en la clase dominante.

Por su parte, la Internacional comunista (IC) dispuso de poco tiempo para dilucidar esas cuestiones, aunque desde el principio estableció claramente que si la clase obrera no lograba relanzar al reto revolucionario lanzado por los obreros rusos, quedaría expedito el camino hacia una nueva guerra mundial. El Manifiesto del Primer congreso de la IC (marzo de 1919) advertía que si la clase obrera se dejaba engañar por los discursos oportunistas:

“el desarrollo capitalista celebraría su restauración con nuevas formas más concentradas y más monstruosas sobre los hombros de muchas generaciones y con la perspectiva de una nueva e inevitable guerra mundial. Afortunadamente, eso ya no es hoy posible”.

Durante este período, la relación de fuerzas entre las clases era algo crucial, pero menos con respecto al peligro de guerra que respecto a las posibilidades inmediatas de la revolución. La última frase del pasaje citado da materia para reflexionar: en las primeras y enardecedoras fases de la oleada revolucionaria, había una clara tendencia a considerar la victoria de la revolución mundial como algo inevitable, y, por lo tanto, a imaginar que una nueva guerra mundial no era realmente posible. Esto era una clara subestimación de la tarea gigantesca que ante sí tenía la clase obrera, la de crear una sociedad basada en la solidaridad social y el dominio consciente de las fuerzas pro­ductivas. Además de este problema general, que lo es de cualquier movimiento revolucionario de la clase, el proletariado de los años 14-21, se vio enfrentado a la “erupción” repentina y brutal de una nueva época histórica que lo obligó a quitarse rápidamente de enci­ma los hábitos y métodos de lucha arraigados y adquirir “del día a la mañana” métodos adaptados a la nueva época.

Al irse debilitando el ímpetu inicial de la oleada revolucionaria, el optimismo un tanto simplista de los primeros años apareció cada vez más fuera de lugar, y se hizo cada vez más urgente hacer una valoración sobria y realista de la verdadera relación de fuerzas entre las clases. A principios de los años 20, hubo particularmente una polémica muy fuerte entre la IC y la Izquierda alemana sobre esta cuestión, debate en el que la verdad no se encontraba entera en ninguno de los lados. La IC se dio más rápidamente cuenta de la realidad del reflujo de la revolución, después de 1921, y por ello de la necesidad de consolidar la organización y desarrollar la confianza de la clase obrera participando en sus luchas defensivas. Pero, presionada por las necesidades del Estado ruso y de su economía, el cual buscaba apoyos fuera de Rusia, la IC fue plasmando aquella perspectiva en un lenguaje oportunista (el Frente único, la fusión con los partidos centristas, etc.). La Izquierda alemana rechazó firmemente esas conclusiones oportunistas, pero su impaciencia revolucionaria y la teoría de la crisis mortal del capitalismo le impidieron hacer la distinción entre el período general de declive del capitalismo, que plantea la necesidad de la revolución en términos históricos generales, y las diferentes fases en cada período, fases que no presentan automáticamente todas las condiciones requeridas para un movimiento revolucionario. La incapacidad de la Izquierda alemana para analizar la relación de fuerzas objetiva entre las clases estaba acompañada de una debilidad crucial en el plano organizativo (su incapacidad para entender las tareas de una fracción que lucha contra la degeneración del viejo partido). Esas debilidades iban a tener consecuencias fatales para la existencia misma de la Izquierda alemana como corriente organizada.

La contribución de la Izquierda alemana

Es en eso en donde la Izquierda italiana encuentra su justificación como esclarecedora referencia internacional. A principios de los años 20, tras haber atravesado la experiencia del fascismo, supo percibir que el proletariado estaba retrocediendo ante una resuelta ofensiva de la burguesía. Pero eso no la llevó ni al sectarismo (pues siguió participando plenamente en las luchas defensivas de la clase), ni al oportunismo, pues hizo una crítica muy lúcida del peligro oportunista en la I.C., especialmente en sus concesiones a la socialdemocracia. Por haber estado ya instruida en las tareas de una fracción en el combate político llevado a cabo en el seno del partido socialista de antes de la Primera Guerra ­mundial, la Izquierda italiana se daba perfecta cuenta de la necesidad de luchar en el seno de los órganos existentes de la clase mientras éstos siguieran teniendo un carácter proletario. Hacia 1927-28, sin embargo, la Izquierda reconoció que la expulsión de la Oposición de izquierdas del Partido bolchevique, y de otras corrientes a nivel internacional, significaba un ahondamiento cualitativo de la contrarrevolución y pidió la constitución formalizada de una Fracción de izquierda independiente, aunque se dejara abierta la posibilidad de reconquistar los partidos comunistas.

El año 1933 fue una nueva fecha significativa para la Izquierda italiana: no sólo porque el primer número de Bilan apareció entonces, sino también porque el triunfo del nazismo en Alemania convenció a la Fracción de se había abierto el curso hacia una Segunda Guerra mundial. La manera con la que Bilan percibió la dinámica de la relación de fuerzas entre las clases desde 1917 se resumía en el lema que puso durante algún tiempo en sus publicaciones: “Lenin 1917, Noske 1919, Hitler 1933”: Lenin personalizaba la revolución proletaria, Noske la represión de la oleada revolucionaria por la socialdemocracia, Hitler el remate de la contrarrevolución burguesa y de los preparativos de una nueva guerra. Así, desde el principio, la posición de Bilan sobre el curso histórico fue una de sus características específicas.

Es cierto que el artículo editorial de Bilan nº 1 parece, en cierto modo, vacilar sobre la perspectiva que se presenta al proletariado, aun reconociendo la derrota profunda que la clase obrera había atravesado, dejando la puerta abierta a la posibilidad de que ésta encontrara las capacidades de revitalizar su lucha y por lo tanto impedir el estallido de la guerra gracias al desarrollo de la revolución (ver nuestro folleto La Izquierda comunista de Italia). Quizás eso se debiera en parte a que Bilan no quería negar totalmente la posibilidad de que pudiera invertirse el curso contrarrevolucionario. Pero en los años siguientes, todos los análisis hechos por Bilan de la situación internacional, ya fueran los de las luchas nacionales de la periferia, o el despliegue de la potencia alemana en Europa, sobre el Frente popular en Francia, la integración de la URSS en el ruedo imperialista o la pretendida revolución española, se basaron en el reconocimiento precavido de que la relación de fuerzas había evolucionado claramente en contra del proletariado y que la burguesía estaba despejando el camino hacia una nueva matanza imperialista. Esta evolución quedó expresada con templada claridad en el texto de Bilan nº 17: “Defender la constitución de fracciones en una época en la que el aplastamiento del proletariado viene acompañado de la realización concreta de las condiciones para que se desencadene la guerra, expresa un “fatalismo” que acepta que el estallido de la guerra es inevitable y que es imposible que el proletariado se movilice contra ella” (“Proyecto de resolución sobre la situación internacional”).

Ese proceder ideológico es muy diferente de la postura de Trotski, el cual, en aquel entonces, era, y con mucho, el “representante” más conocido de la oposición de izquierdas al estalinismo (y todavía hoy). Hay que decir que también Trotski interpretó que 1933 y la victoria del nazismo fue un giro decisivo. Como para Bilan, ese acontecimiento también marcó la traición definitiva de la Internacional comunista; respecto al régimen de la URSS, Trotski, como Bilan, seguía hablando de un Estado obrero, pero a partir de ese período, dejó de creer que el régimen estalinista pudiera reformarse; al contrario, debía ser derrocado por la fuerza mediante una “revolución política”. Sin embargo, tras esas aparentes similitudes seguía habiendo diferencias fundamentales que acabarían en ruptura definitiva entre la Fracción italiana y la Oposición de izquierda internacional. Esas diferencias estaban profundamente relacionadas con la noción de la Izquierda italiana sobre el curso histórico, y, en aquel contexto, con la tarea de una fracción. Para Trotski, la quiebra del viejo partido significaba proclamación inmediata de uno nuevo. Bilan rechazaba esto tildándolo de actitud voluntarista e idealista, insistiendo en que el partido, como dirección efectiva de la clase obrera, no podía existir en momentos de profunda depresión del movimiento de la clase. Los esfuerzos de Trostki por formar una organización de masas en tal período no podían sino desembocar en oportunismo, y esto quedó plasmado en el giro que dio la Oposición de izquierda hacia el ala izquierda de la socialdemocracia a partir de 1934. Para Bilan, un verdadero partido del proletariado sólo podía formarse cuando la clase estaba en un curso hacia un conflicto abierto con el capitalismo. Y únicamente una fracción que definía como tarea principal suya la de hacer el “balance” (esto es lo que significa en francés la palabra “bilan”) de las victorias y de las derrotas pasadas, podía preparar esa modificación y establecer las bases del futuro partido.

Sobre la URSS, la visión global que tenía Bilan sobre la situación a la que se enfrentaba el proletariado, le hizo rechazar la perspectiva de Trotski de un ataque del capital mundial contra el estado obrero, y de ahí la necesidad de que el proletariado defendiera a la URSS contra tal ataque. Bilan, al contrario, veía en el período de reacción, la tendencia inevitable a que un Estado proletario aislado se viera arrastrado al sistema de alianzas capitalistas que preparaban el terreno de una nueva guerra mundial. De ahí el rechazo total a la defensa de la URSS, la cual sería incompatible con el internacionalismo.

Es cierto que los escritos de Trotski muestran a menudo una gran perspicacia sobre las tendencias profundamente reaccionaras que predominaban en la situación mundial. Pero a Trotski le faltaba un método riguroso, le faltaba una verdadera visión del curso histórico. Y así, a pesar del triunfo completo de la reacción, y aun reconociendo que se acercaba la guerra, Trotski siguió cayendo en un falso optimismo que veía en el fascismo la última carta de la burguesía contra el peligro de la revolución y en el antifascismo una especie de radicalización de las masas, lo cual le hizo apoyar la idea de que “todo era posible” cuando las huelgas bajo el Frente Popular en la Francia de 1936, o tomarse en serio la idea de que en España se estaba produciendo subterráneamente una revolución proletaria en ese mismo año. En resumen, la incapacidad de Trotski para comprender la verdadera naturaleza del período aceleró la inclinación del trotskismo hacia la contrarrevolución, mientras que la clarividencia de Bilan sobre la misma cuestión le permitió resistir en defensa de los principios de clase, incluso a costa de un terrible aislamiento.

Verdad es que la Fracción misma pagó caro ese aislamiento, pues esa clarividencia tuvo que ser defendida con grandes combates en sus propias filas. Primero contra las posiciones de la minoría sobre la Guerra de España: la presión para participar en la ilusoria “revolución española” era enorme y la minoría sucumbió a ella con su decisión de luchar en las milicias del POUM. La mayoría supo mantener su intransigencia en gran parte porque se negó a considerar aisladamente los acontecimientos de España, viéndolos como una expresión de la relación de fuerzas mundial entre las clases. Y así, cuando grupos como Unión comunista o la LCI, cuyas posiciones eran similares a las de la minoría, acusaron a Bilan de ser incapaz de ver un movimiento de clase si no estaba dirigido por un partido y considerar el partido como una especie de deus ex machina, sin el cual las masas eran incapaces de hacer gran cosa, Bilan contestó que la ausencia de partido en España era el resultado de las derrotas sufridas internacionalmente por el proletariado y a la vez que expresaba su solidaridad total con los obreros españoles ponía de relieve que la ausencia de claridad programática había llevado las reacciones obreras a ser desviadas de su propio terreno hacia el terreno de la burguesía y de la guerra interimperialista.

El punto de vista de la Fracción sobre los acontecimientos de España se verificó en los hechos, pero nada más terminarse esa prueba, ya se vio envuelta en una todavía más peligrosa: la adopción por parte de Vercesi, uno de los teóricos principales de la Fracción, de una noción que ponía en cuestión todo el análisis anterior sobre el período histórico, la teoría de la economía de guerra.

Esta teoría era el resultado de una huida en el inmediatismo. Al constatar la capacidad del capitalismo para utilizar el Estado y sus preparativos guerreros para reabsorber parcialmente el desempleo masivo que había caracterizado la primera fase de la crisis económica de los años 30, Vercesi y sus adeptos sacaron de ello la conclusión que en cierto modo, había habido un cambio en el capitalismo, superando su crisis histórica de sobreproducción. Vercesi retorna al elemental principio marxista según el cual la contradicción principal en la sociedad es la existente entre la clase explotadora y la explotada, y de ahí da un salto que lo lleva a la idea de que la guerra imperialista mundial no era ya una respuesta del capitalismo a sus contradicciones económicas internas, sino un acto de solidaridad interimperialista cuya finalidad era el aplastamiento de la clase obrera. Por lo tanto, si la guerra se acercaba era porque la revolución proletaria se había vuelto una amenaza cada día mayor para la clase dominante. En fin de cuentas, la consecuencia principal, durante ese período, de la teoría vercesiana de la economía de guerra fue minimizar al máximo el peligro de guerra. Según Vercesi, las guerras locales y las masacres selectivas podían desempeñar el mismo papel para el capitalismo que la guerra mundial. El resultado fue la incapacidad completa para prepararse al impacto que la guerra iba a tener inevitablemente sobre el trabajo de la organización y, por lo tanto, la desintegración completa de la Fracción al iniciarse la guerra. Y las teorías de Vercesi sobre el sentido de la guerra, una vez estallada ésta, rematarían su desbandada: la guerra quería decir “desaparición social del proletariado” haciendo inútil toda actividad militante organizada. El proletariado solo encontraría el camino de la lucha tras el estallido de “la crisis de la economía de guerra” (provocada no por la operación de la ley del valor, sino por el agotamiento de los medios materiales necesarios para la continuación de la producción de guerra). Vamos a examinar rápidamente las consecuencias que este aspecto de la teoría tuvo al finalizar la guerra, pero su efecto inicial fue el de sembrar el desconcierto y la desmoralización en las filas de la Fracción.

En el periodo que siguió a 1938, cuando Bilan  fue sustituido por Octobre en espera de un nuevos asaltos revolucionarios de la clase obrera, se mantuvo el análisis original de Bilan, desarrollándolo una minoría que no veía razones de poner en entredicho que la guerra era inminente, que iba a haber un nuevo conflicto interimperialista por la división del mundo y que los revolucionarios debían mantener su actividad en la adversidad para así mantener prendida la antorcha del internacionalismo. Esta labor fue sobre todo realizada por los militantes que hicieron revivir la Fracción a partir de 1941 y que contribuyeron a la formación de la Fracción francesa en los años siguientes de guerra.

La Izquierda comunista de Francia prosigue la labor de Bilan

Aquellos que se mantuvieron fieles a la labor de Bilan también mantuvieron su interpretación del cambio de curso en el fuego de la guerra misma. Este punto de vista se arraigaba profundamente en la experiencia real de la clase, la de 1871, la de 1905 y de 1917 y que los acontecimientos de 1943 en Italia parecieron confirmar. Hubo un auténtico movimiento de clase con una clara dimensión contra la guerra y que encontró un eco en las demás potencias europeas del Eje, incluso en Alemania. El movimiento en Italia produjo una poderosa impulsión hacia el agrupamiento de las fuerzas proletarias desperdigadas en Italia misma; mientras que el núcleo francés de la Izquierda comunista, al igual que la Fracción italiana en el exilio concluían que “el curso hacia la formación del partido está ya abierto”. Pero, mientras que una parte de militantes dedujo que había que formar ya el partido y con bases poco definidas programáticamente, la fracción francesa, el camarada Marco en particular (MC, que pertenecía a ambas fracciones, la francesa y la italiana) no abandonó el rigor de su método. La Fracción francesa, opuesta a la disolución de la Fracción italiana y a la formación del partido, insistía también en que había que analizar la situación italiana a la luz de la situación mundial de conjunto, negándose a caer en un “italocentrismo” sentimental que se había adueñado de muchos camaradas de la Fracción italiana. El grupo en Francia (convertido en Izquierda comunista de Francia) fue también el primero en reconocer que el curso no había cambiado y que la burguesía había sacado las lecciones necesarias de la experiencia de 1917 y había infligido una derrota decisiva al proletariado.

En el texto “la tarea del momento: formación del partido o formación de cuadros”, publicado en Internationalisme de agosto de 1946 (reproducido en la Revista internacional nº 32) hay una polémica muy aguda contra la incoherencia de las demás corrientes del medio proletario de aquel entonces. El objetivo de la polémica  era demostrar que la decisión de haber fundado el PCInt en Italia se basaba en una estimación errónea del período histórico, acarreando con ello el abandono del concepto materialista de fracción a favor de un voluntarismo y un idealismo, muy propio del trotskismo, para el cual los partidos deben “construirse” en cualquier momento, sin tener en cuenta la situación histórica real en la que está inmersa la clase obrera. Pero, probablemente porque el PCInt mismo, lanzado ya en una huida ciega de activismo, no había desarrollado un concepto coherente del curso histórico, el artículo se centra en los análisis desarrollados por otros grupos del medio, especialmente la Fracción belga de la Izquierda comunista, vinculada organizativamente al PCInt.

Durante el período precedente a la guerra, la Fracción belga, conducida por Mitchell, se había opuesto enérgicamente a la teoría de Vercesi sobre la economía de guerra; los restos que se habían mantenido tras la guerra eran ahora sus más fervientes partidarios. La teoría contenía la idea de que la crisis de la economía de guerra no podría estallar sino después de la guerra, de modo que: “es el período de posguerra cuando se realiza la transformación de la guerra imperialista en guerra civil…La situación actual debe pues analizarse como la de la ‘transformación en guerra civil’. Con este análisis central como punto de partida, la situación en Italia se muestra especialmente avanzada, justificándose así la inmediata constitución del partido, a la vez que las insurrecciones en India, Indonesia y otras colonias cuyas riendas están firmemente agarradas por los diferentes imperialismos y por las burguesías locales, se ven como signos de inicio de una guerra civil anticapitalista”.

Las consecuencias catastróficas de un análisis totalmente erróneo de la relación de fuerzas entre las clases son evidentes: la Fracción belga acabó viendo en los conflictos interimperialistas locales como las expresiones de un movimiento hacia la revolución.

También cabe mencionar que el artículo de Internationalisme criticaba una teoría alternativa sobre el curso histórico desarrollada por los RKD (que habían roto con el trotskismo durante la guerra y tomado posturas internacionalistas). Para Internationalisme, los RKD “de 

manera más prudente se refugian en la teoría de un curso doble, o sea un desarrollo simultáneo y paralelo de un curso hacia la revolución y de un curso hacia la guerra imperialista. Es evidente que los RKD no han comprendido que el desarrollo de un curso hacia la guerra está ante todo condicionado por el debilitamiento del proletariado y por el peligro de la revolución”.

Internationalisme, en cambio, era capaz de ver claramente que la burguesía había sacado las lecciones de la experiencia de 1917, y tomó medidas preventivas brutales contra el peligro de levantamientos revolucionarios provocados por la guerra : así había infligido una derrota  decisiva a la clase obrera centrada en Alemania:

“Cuando el capitalismo termina una guerra imperialista que ha durado seis años sin la menor llamarada revolucionaria, ello significa derrota del proletariado, significa que no estamos viviendo en vísperas de grandes luchas revolucionarias, sino en la estela de una derrota. Esta derrota ha ocurrido en 1945, con la destrucción física del centro revolucionario que era el proletariado alemán y ha sido tanto más decisiva porque el proletariado mundial se ha mantenido inconsciente de la derrota que acababa de padecer”.

Así Internationalisme rechazaba con la mayor insistencia cualquier proyecto de fundación de un nuevo partido en semejante período de reflujo, tildándolo de activista y voluntarista y defendiendo que la única tarea del momento era la de la “formación de cuadros”, o dicho en otras palabras, la de continuar con la labor de las fracciones de izquierda.

Había, sin embargo, una seria debilidad en los argumentos de la Izquierda comunista de Francia: la conclusión, expresada en ese artículo, según la cual “el curso hacia la tercera guerra mundial está abierto…En las condiciones actuales, no vemos fuerza capaz alguna de detener o modificar ese curso”. Una teorización suplementaria de esa posición se encuentra en el artículo “La ­evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, publicado en 1952 (Internationalisme, reproducido en la Revista internacional nº 21). Es ése un texto fecundo, pues resume la labor de la Izquierda comunista de Francia por comprender el capitalismo de Estado como una tendencia universal en el capitalismo decadente y no sólo como fenómeno limitado a los regímenes estalinistas. Pero no logra establecer una clara distinción entre la integración de las viejas organizaciones obreras en el capitalismo de Estado y la del proletariado mismo. “El proletariado se encuentra ahora asociado a su propia explotación. está así mental y políticamente integrado en el capitalismo”. Para Internationalisme, la crisis permanente del capitalismo en la era del capitalismo de Estado ya no tendrá la forma de “crisis abiertas” que arrojan a los obreros de la producción y los impulsa a reaccionar contra el sistema, sino que alcanzará, al contrario, su punto culminante en la guerra y sólo será durante la guerra – que la Izquierda comunista de Francia juzgaba inminente – cuando la lucha proletaria podrá recobrar un sentido revolucionario. Si no es así, la clase “no puede expresarse más que como categoría económica del capital”. Lo que Internationalisme no percibía era que los propios mecanismos del capitalismo, al intervenir en un período de reconstrucción tras la destrucción masiva de la guerra, iban a permitirle entrar en un período de “boom” durante el que los antagonismos interimperialistas, aunque siguieran siendo muy violentos, no planteaban la nueva guerra mundial como necesidad absoluta y eso a pesar de la debilidad del proletariado.

Poco tiempo después de haber escrito ese texto, la preocupación de la Izquierda comunista de Francia por conservar sus cuadros frente a una guerra mundial que ella juzgaba inminente (conclusión que no era, ni mucho menos, absurda, pues acababa de estallar la guerra de Corea) la llevó a “mandar al exilio” a uno de sus camaradas dirigentes, MC, a Venezuela y a la disolución rápida del grupo. Pagó así a alto precio la debilidad de no haber vislumbrado con suficiente claridad la perspectiva. Pero la del grupo también confirmaba el diagnóstico sobre la naturaleza contrarrevolucionaria del período. No es casualidad si el PCInt conoció su escisión más importante ese mismo año. Toda la historia de esta escisión está todavía por contar en un foro internacional, pero, por de pronto, muy pocos esclarecimientos han salido de ella. En pocas palabras, la escisión se verificó entre, por un lado, la tendencia en torno a Damen y, por otro, la inspirada por Bordiga. La tendencia Damen estaba más cerca del espíritu de Bilan desde el punto de vista de las posiciones políticas, o sea que compartía la voluntad de Bilan de discutir las posiciones de la Internacional comunista en sus primeros años, (sobre los sindicatos, la liberación nacional, el partido y el Estado, etc.). Pero aquélla era propensa al activismo y le faltaba el rigor teórico de Bilan. Esto era especialmente cierto sobre la cuestión del curso histórico y las condiciones de formación del partido, puesto que todo retorno al método de Bilan habría llevado a poner en tela de juicio la fundación misma del PCInt. Esto, la tendencia de Damen, o más precisamente el grupo Battaglia comunista, nunca quiso hacerlo. La corriente de Bordiga, en cambio, parece haber sido más consciente de que el período era un período de reacción y que haber procedido a un reclutamiento activista era algo manifiestamente estéril. Por desgracia, el trabajo teórico de Bordiga durante el período posterior a la escisión – aún teniendo un gran valor en un plano general – se había cortado casi por completo de los avances realizados por la Fracción durante los años 30. Las posiciones políticas de su nuevo “partido” no eran un avance sino una regresión hacia los análisis más frágiles de la IC, sobre los sindicatos o sobre la cuestión nacional, por ejemplo. Y su teoría del partido y sus relaciones con el movimiento histórico se basaba en especulaciones semimísticas sobre la “invariabilidad” y sobre la dialéctica entre el “partido histórico” y el “partido formal”. En suma, con esos puntos de partida, ninguno de los grupos salidos de la escisión podía contribuir con algo que tuviera un valor real que ayudara al proletariado a comprender la relación de fuerzas histórica. Esta cuestión siempre ha sido desde entonces una de sus principales debilidades.

Segunda Parte 1968-2001
El final de la contrarrevolución

A pesar de los errores reales cometidos en los años 40 y 50 – sobre todo el de que la guerra mundial era inminente – la lealtad básica de la Izquierda comunista de Francia al método de la Izquierda italiana permitió a su sucesor Internacionalismo en Venezuela, en los años 60, reconocer que el boom de la reconstrucción de posguerra, al igual que el período de contrarrevolución, estaban llegando a su fin. La CCI ya ha citado en varias ocasiones los términos incisivos de Internacionalismo nº 8, en enero de 1968, pero no vendrá mal volverlos a citar una vez más, pues son un buen ejemplo de la capacidad del marxismo – sin por ello pretender otorgarle un poder profético –, para anticipar el curso general de los acontecimientos: “No somos profetas y no pretendemos predecir cuándo y cómo van a suceder las cosas en el futuro. Pero de algo sí que somos conscientes y estamos seguros: el proceso en el que se ha hundido hoy el capitalismo no podrá cesar… y lleva directamente a la crisis. Y estamos también convencidos de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad del que hoy somos testigos, llevará a la clase obrera a una lucha directa y sangrienta por la destrucción del Estado burgués”.

El grupo venezolano expresa ahí que ha comprendido no sólo que una crisis económica estaba a punto de estallar, sino que además se iba a encontrar con una nueva generación de proletarios que no había sufrido derrotas. Los acontecimientos de Mayo del 68 en Francia y la oleada internacional de luchas de los 4 ó 5 años posteriores, fueron una palmaria confirmación de aquel diagnóstico. Evidentemente, un aspecto que formaba parte de ese diagnóstico era el comprender que la crisis iba a agudizar las tensiones imperialistas entre los dos grandes bloques militares que dominaban el planeta; pero el vigoroso ímpetu de la primera oleada internacional de luchas demostró que el proletariado no iba a aceptar dejarse arrastrar a un nuevo holocausto mundial. En resumen, el curso de la historia no iba hacia la guerra mundial, sino hacia confrontaciones de clase masivas.

Una consecuencia directa de la reanudación de la lucha de clases fue la aparición de nuevas fuerzas políticas proletarias tras un largo período durante el cual las ideas revolucionarias habían desaparecido más o menos del escenario. Los acontecimientos de Mayo del 68 y sus continuaciones engendraron una abundancia de nuevos agrupamientos políticos, marcados por muchas confusiones, pero ávidos de aprender y de asimilarse las verdaderas tradiciones comunistas de la clase obrera. La insistencia sobre “la necesidad del agrupamiento de los revolucionarios” por parte de Internacionalismo y de sus descendientes – RI en Francia e Internationalism en Estados Unidos – resume bien ese aspecto de la nueva perspectiva. Esas corrientes estuvieron pues en las posiciones de ­vanguardia para animar al debate, la correspondencia y las conferencias internacionales. Este esfuerzo recibió un verdadero eco entre los más claros de los nuevos grupos políticos para los cuales era más fácil entender que se había abierto un nuevo período. Esto se aplica especialmente a los grupos que se alinearon con la “tendencia internacional” formada por RI e Internationalism, pero también puede aplicarse a un grupo como Revolutionary Perspectives, cuya primera plataforma reconocía claramente la reanudación histórica del movimiento de la clase: “paralelamente al retorno de la crisis, un nuevo período de lucha de clases internacional se ha abierto en 1968 con las huelgas masivas en Francia, seguidas por los trastornos en Italia, Gran Bretaña, Argentina, Polonia, etc. Sobre la generación actual de obreros ya no pesa el reformismo como después de la Primera Guerra mundial, ni la derrota como en los años 30, y ello nos permite albergar una esperanza en su futuro y en el futuro de la humanidad. esas luchas muestran todas ellas, por mucho que les disguste a los modernistas dilettantes, que el proletariado no se ha integrado en el capitalismo a pesar de los cincuenta años de derrotas casi totales: con sus luchas, está haciendo revivir la memoria de su propio pasado histórico y preparándose para la última tarea” (RP nº 1, antigua serie, 1974).

Desafortunadamente, los grupos “establecidos” de la Izquierda italiana, que habían logrado mantener una continuidad organizativa durante toda la reconstrucción de posguerra, lo lograron, sin embargo, a costa de un proceso de esclerosis. Ni Battaglia comunista, ni Programma otorgaron gran significado a las revueltas de finales de los 60 y principios de los 70, viendo sobre todo en ellas las características estudiantiles-pequeñoburguesas que, sin duda, estaban presentes. Para esos grupos que habían empezado, recordémoslo, viendo un curso a la revolución en un período de derrota profunda, la noche de la contrarrevolución no había terminado y no veían razones suficientes para salir del magnífico aislamiento que los había “protegido” durante tanto tiempo. La corriente de Programma tuvo de hecho una época de importante crecimiento en los años 70, pero era un castillo construido en el arenal del oportunismo, especialmente sobre la cuestión nacional. Las consecuencias catastróficas de semejante crecimiento aparecerían con la explosión del PCInt a principios de los 80. Por su parte, Battaglia durante mucho tiempo no echó el ojo más allá de las fronteras italianas. Tardó casi diez años antes de lanzar su propio llamamiento a conferencias internacionales de la Izquierda comunista, y, cuando lo hizo, sus razones no eran nada claras (“la socialdemocratización de los partidos comunistas”).

Durante ese tiempo, los grupos que formaron la CCI tuvieron que combatir en dos frentes. Por un lado, debían argumentar contra el escepticismo de los grupos existentes de la Izquierda comunista que no veían nada nuevo bajo el sol. Por otro lado, también tenían que criticar el inmediatismo y la impaciencia de muchos nuevos grupos, estando algunos de ellos convencidos de que Mayo del 68 había enarbolado el estandarte de la revolución inmediata (como así ocurría con quienes estaban influidos por los Internacional situacionista, la cual no veía la menor relación entre lucha de clases y estado de la economía capitalista). Pero de igual modo que “el espíritu de Mayo 68” (la influencia de los prejuicios estudiantiles, consejistas y anarquistas) tenía un peso considerable en el joven CCI sobre todo lo que concierne la comprensión de las tareas y del funcionamiento de la organización revolucionaria, esas influencias se expresaban igualmente en su concepto del nuevo curso histórico, de la reanudación proletaria, tendiendo a ir emparejada con una subestimación de las enormes dificultades a las que tenía que enfrentarse la clase obrera internacional. Esto se expresó de diferentes maneras:

  • una tendencia a olvidar que el desarrollo de la lucha de clases es por naturaleza un proceso desigual, con sus avances y sus retrocesos; y, por lo tanto, una tendencia a esperar avances más o menos continuos hacia las luchas revolucionarias, perspectiva, en cierto modo, contenida en la cita precedente de Internacionalismo;
  • la subestimación de la capacidad de la burguesía para acompañar la crisis económica, para utilizar los mecanismos del capitalismo de Estado, para contrarrestar la brutalidad de los efectos de aquélla, sobre todo en las concentraciones obreras centrales;
  • la definición del nuevo curso como “curso a la revolución”, sobreentendiendo que la reanudación de la clase culminaría inevitablemente en un enfrentamiento revolucionario con el capital;
  • relacionado con lo anterior, la concentración – muy fuerte en el medio de la época – sobre el período de transición del capitalismo al comunismo. Este debate no estaba, ni mucho menos, fuera de lugar, sobre todo porque formaba parte del nuevo medio para recuperar las lecciones y las tradiciones del movimiento pasado. Pero las pasiones que provocaba (que a veces acababan, por ejemplo, en escisiones entre diferentes elementos del medio) también expresaban bastante ingenuidad sobre la dificultad de llegar ya a un período en el que las cuestiones tales como la forma del Estado del período de transición fuera una cuestión candente para la clase obrera.

En la década siguiente, los análisis de la CCI se fueron afinando y desarrollando. E inició una labor de examen de los mecanismo utilizados por la burguesía para “controlar” la crisis, y, por lo tanto, de explicación de las razones por las cuales la crisis seguiría inevitablemente un proceso largo y desigual; asimismo, tras las experiencias de los reflujos de mediados los 70 y de principios de los 80, la CCI se vio obligada a reconocer más claramente que dentro de  un contexto de una curva histórica globalmente ascendente de la lucha de clases, habría sin duda importantes momentos de reflujo. Además, la CCI había reconocido explícitamente que no había automatismo en el curso histórico; así pues, en su Vº Congreso, adoptó una resolución que criticaba el término “curso a la revolución”: “La existencia de un curso a enfrentamientos de clase significa que la burguesía no tiene las manos libres para desencadenar una nueva carnicería mundial: primero tiene que enfrentar y derrotar a la clase obrera. Pero precisamente esto no prejuzga el resultado de ese enfrentamiento, en un sentido o en otro. Por eso es preferible hablar de “curso hacia enfrentamientos de clase” mejor que de “curso a la revolución” (Resolución sobre la situación internacional, publicada en la Revista internacional nº 35).

En el Medio, sin embargo, las dificultades y los retrocesos vividos por el proletariado fortalecieron el escepticismo y el pesimismo, durante largo tiempo propios de los grupos “italianos”. Esto se expresó claramente, en particular, en las Conferencias internacionales a finales de los 70 cuando la CWO se alineó con el enfoque de Battaglia, rechazando el de la CCI, según el cual la lucha de clase es una barrera contra la guerra mundial. La CWO vaciló en su explicación de las razones por las cuales la guerra no había estallado, atribuyéndolo durante un tiempo a que la crisis no era bastante profunda, después dijo que se debía a que los bloques no estaban todavía formados; más recientemente, a la racionalidad de la burguesía rusa, la cual reconoció que era incapaz de ganar la guerra. También hubo ecos de ese pesimismo en la CCI misma; lo que iba a ser la tendencia GCI y RC en especial, que adoptó un punto de vista similar, atravesaron una fase en la que eran “más Bilan que Bilan” y argumentaban que estábamos en un curso hacia la guerra.

A finales de los 70, pues, el primer gran texto de la CCI sobre el curso histórico, adoptado en el Tercer congreso y publicado en la Revista internacional nº 18 debía definir nuestra posición contra el empirismo y el escepticismo que empezaban a dominar el medio.

El texto atacaba todas las confusiones existentes en el medio:

  • la idea, arraigada en el empirismo, de que no les es posible a los revolucionarios hacer pronósticos generales sobre el curso de la lucha de clases. Contra esta noción, el texto reafirma que una de las características que define y siempre ha definido al marxismo es su capacidad para trazar una perspectiva y no solo la alternativa general de socialismo o barbarie. Más concretamente, el texto insiste en que los marxistas siempre han basado su trabajo en su capacidad para percibir lo específico en un momento dado de la relación de fuerzas entre las clases, como ya hemos visto en la primera parte de este Informe. De igual modo, el texto muestra que la incapacidad para captar la naturaleza del curso ha llevado a los revolucionarios a cometer serios errores en el pasado;
  • una variante de esa visión “agnóstica” del curso histórico es el concepto defendido sobre todo por el BIPR de un curso “paralelo” hacia la guerra y hacia la revolución. Ya hemos visto que el método de Bilan y de la Izquierda comunista de Francia excluía tal idea. El texto del Tercer congreso seguía argumentando que esa idea es la consecuencia de haber abandonado el método marxista mismo: “Más recientemente, otras teorías han surgido, según las cuales “con la agravación de la crisis del capitalismo, los dos términos de la contradicción cobran fuerza al mismo tiempo: guerra y revolución no serían dos cosas que se excluyen mutuamente sino que avanzarían de manera simultánea sin que se pueda saber cuál va a llegar primero”. El error más grande de esta concepción es que no toma en cuenta en absoluto el factor lucha de clases en la vida de la sociedad. La concepción que desarrollaba la Izquierda italiana [la teoría de la economía de guerra] pecaba por sobrestimar el impacto de ese factor. Partiendo de la frase de El Manifiesto comunista según la cual “la historia de toda sociedad hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” la aplicaba mecánicamente al análisis del problema de la guerra imperialista considerándola como una respuesta a la lucha de clases, sin ver, al contrario que la guerra sólo podía existir en ausencia de lucha de clase o por la extrema debilidad de ésta. Pero, aunque fuera falsa, esta concepción se basaba en un esquema justo; el error provenía de una delimitación incorrecta de su campo de aplicación. En cambio, la tesis del “paralelismo y la simultaneidad del curso hacia la guerra y hacia la revolución” ignora francamente ese esquema básico del marxismo, puesto que supone que las dos clases antagónicas principales de la sociedad pueden preparar sus respuestas respectivas a la crisis del sistema – la guerra imperialista para la ­burguesía y la revolución para el proletariado – de manera completamente independiente una de la otra, de la relación entre sus fuerzas respectivas, de sus enfrentamientos. Si el esquema de El Manifiesto comunista no pudiera ni siquiera aplicarse a lo que determina toda la alternativa histórica de la vida de la sociedad, entonces habría que ir guardando el marxismo en un museo, en el departamento de los inventos extravagantes de la imaginación humana” (Revista internacional nº 18, 1979).

El texto termina tratando también sobre quienes hablan abiertamente de curso hacia la guerra, un punto de vista que estuvo algún tiempo de moda, pero que ha perdido muchos puntos desde que se desmoronó uno de los campos que debía enfrentarse en tal guerra.

En muchos aspectos, el debate sobre el curso histórico en el medio proletario no ha avanzado mucho desde que se escribió ese texto. En 1985, la CCI escribió otra crítica al concepto de curso paralelo, defendido éste en un documento del Xº congreso de Battaglia comunista (Revista internacional nº 85: “Los años 80 no son los años 30”). En los 90, los textos del BIPR reafirmaron a la vez el punto de vista “agnóstico” que cuestiona la capacidad de los marxistas para hacer diagnósticos generales sobre la dinámica de la sociedad capitalista y la noción estrechamente relacionada de un curso paralelo. Así, en la polémica sobre el significado del Mayo 68 en Revolutionary Perspectives nº 12, la CWO cita un artículo de Word Revolution nº 216 que resume una discusión sobre ese tema que tuvo lugar en una de nuestras reuniones públicas de Londres. Nuestro artículo subraya que : “el rechazo aparente por parte de la CWO de la posibilidad de prever el curso global de los acontecimientos es también un rechazo del trabajo llevado a cabo sobre esta cuestión vital para los marxistas durante toda la historia del movimiento obrero”.

La respuesta de CWO es de lo más bufonesco: “Si ése es el caso, los marxistas han obtenido un pobre resultado. Dejemos de lado el ejemplo habitual (pero no válido) de Marx después de las revoluciones de 1848 y observemos la Izquierda italiana en los años 30. Aun habiendo hecho una buena labor para hacer frente a la terrible derrota de la oleada revolucionaria después de la Primera Guerra mundial, la Izquierda italiana se dedicó sobre todo a teorizar la puesta en entredicho de su propia existencia justo antes de la segunda matanza imperialista”.

Dejando de lado la increíble condescendencia hacia el conjunto del movimiento marxista: lo que verdaderamente llama aquí la atención es cómo la CWO es incapaz de comprender que es precisamente porque abandonó su claridad anterior sobre el curso histórico, por lo que una parte de la Izquierda italiana “se dedicó a teorizar la puesta en entredicho de su propia existencia” en vísperas de la guerra, como ya hemos visto en la primera parte de este Informe.

Los grupos bordiguistas, por su parte, no tienen por costumbre participar en debates con los grupos del Medio, pero en la reciente correspondencia con un contacto común en Australia, el grupo Programma ha descartado como algo imposible que la clase obrera sea un obstáculo a la guerra mundial y sus especulaciones sobre si la crisis desembocará en la guerra o en la revolución no difieren sustancialmente de las del BIPR.

Si algo ha cambiado en las especulaciones defendidas por el BIPR es la virulencia de su polémica contra la CCI. Antes, una de las razones para romper las discusiones con la CCI era nuestra visión “consejista” del partido; últimamente, las razones para rehusar todo trabajo con nosotros se han ido centrando de manera acentuada en nuestras divergencias sobre el curso histórico. Nuestro enfoque de la cuestión es considerado como la prueba principal de nuestro método idealista y de nuestro divorcio completo de la realidad; además, según el BIPR, ha sido el naufragio de nuestras perspectivas históricas, de nuestro concepto “años de la verdad” lo que ha sido la causa verdadera de la crisis reciente de la CCI, siendo todo el debate sobre el funcionamiento una medio para ocultar el problema central.

El impacto de la descomposición

De hecho, aunque el debate en el Medio haya avanzado poco desde finales de los años 70, la realidad sí que ha avanzado. La entrada del capitalismo decadente en la fase de descomposición ha modificado profundamente la manera con la que hay que abordar la cuestión del curso histórico.

El BIPR nos ha reprochado durante tiempo el haber defendido que “años de la verdad” quería decir que en los 80 estallaría la revolución. ¿Qué decíamos en realidad? En el artículo original “Años 80, años de la verdad” (Revista internacional nº 20), defendíamos que frente a la profundización de la crisis y la intensificación de las tensiones imperialistas concretadas en la invasión de Afganistán por las tropas rusas, la clase capitalista estará cada día más obligada a dejar de lado el lenguaje del bienestar y de la ilusión y cambiarlo por el “de la verdad”, a llamar a “la sangre, el sudor y las lágrimas”; y nosotros nos comprometíamos con el siguiente pronóstico: “En el decenio que empieza ahora, se decidirá la alternativa histórica decisiva: o el proletariado prosigue su ofensiva, paralizando así el brazo asesino del capitalismo, juntando todas sus fuerzas para derrocar este sistema podrido, o, si no, acabará por dejarse entrampar, cansar y desmoralizar por los discursos y la represión y, entonces, el camino queda abierto para un nuevo holocausto que puede ser definitivo para la sociedad humana” (Revista internacional nº 20, “Años 80: los años de la verdad”).

Hay ambigüedades, especialmente cuando se sugiere que la lucha proletaria está ya en la ofensiva, mala formulación que viene de la tendencia, ya identificada, a subestimar las dificultades a las que se enfrenta la clase obrera para pasar de una lucha defensiva a una lucha ofensiva (o, en otras palabras, a un enfrentamiento con el Estado capitalista). A pesar de ello, la noción de “años de la verdad” contiene una visión profunda. Los años 80 iban a ser una década decisiva, pero no según lo contemplado en el texto. Pues el decenio no fue testigo del avance significativo de ninguna de las dos clases, sino de un bloqueo social que ha ido iniciando un proceso de descomposición que está desempeñando un papel central y determinante en la evolución social. Así, la década de los 80 se inició con la invasión rusa de Afganistán, lo cual provocó una exacerbación de las tensiones imperialistas; pero este acontecimiento vino seguido inmediatamente por la lucha de masas en Polonia que demostró claramente la imposibilidad casi total del bloque ruso para movilizar sus fuerzas para la guerra. Pero la lucha en Polonia también puso de relieve las debilidades políticas crónicas de la clase obrera. Y si bien los obreros polacos tuvieron que hacer frente a problemas particulares para politizar su lucha en un sentido proletario, debido a la profunda mentira del estalinismo (y de la reacción contra éste), tampoco los obreros del Oeste, aun habiendo realizado importantes avances en sus luchas durante los 80, fueron capaces de desarrollar una perspectiva política clara. Su movimiento quedó pues “sumergido” por los escombros del desmoronamiento del estalinismo; más generalmente, el inicio definitivo del período de descomposición ha venido a poner dificultades considerables ante la clase, reforzándose casi en cada nuevo episodio el reflujo de la conciencia resultante de los acontecimientos de 1989-91.

En suma, el inicio de la descomposición ha sido el resultado de un curso histórico identificado por la CCI desde los años 60, puesto que ha estado parcialmente condicionada por la incapacidad de la burguesía para movilizar a la sociedad para la guerra. Pero también nos ha obligado a plantear el problema del curso histórico de una manera nueva y que no habíamos previsto:

  • primero, el estallido de los dos bloques imperialistas formados en 1945 y la dinámica “cada uno para sí” que desató (cosas ambas producto y expresión de la descomposición) se han convertido en un nuevo factor que obstruye la posibilidad de una guerra mundial. A la vez que agudiza las tensiones militares por todo el planeta, esta nueva dinámica le ha ganado la partida, y con mucho, a la tendencia a la formación de nuevos bloques. Sin bloques, sin un nuevo centro capaz de desafiar directamente la hegemonía norteamericana, condición previa básica para desencadenar la guerra mundial, ésta es imposible.
  • a la vez, la evolución actual no sirve del menor consuelo para la causa del comunismo, pues lo que se está creando es una situación en la que las bases de una nueva sociedad podrían quedar socavadas sin guerra mundial y por lo tanto sin la necesidad de movilizar al proletariado en favor de la guerra. En el guión precedente era la guerra nuclear mundial lo que hubiera impedido definitivamente la posibilidad del comunismo, al destruir totalmente el planeta o como mínimo una parte muy importante de las fuerza productivas del mundo, incluido el proletariado. El nuevo guión considera la posibilidad de un deslizamiento más lento pero no menos mortal hacia un estado en el que el proletariado quedaría fragmentado más allá de toda posible reparación y arruinadas también las bases naturales y económicas para la transformación social a través de un incremento constante de conflictos militares locales y regionales, catástrofes ecológicas y la ruina social. Además, mientras que el proletariado puede luchar en su propio terreno de clase contra las tentativas de la burguesía para movilizarlo en la guerra, eso es en cambio mucho más difícil contra los efectos de la descomposición.

Esto es perfectamente evidente en cuanto al aspecto “ecológico” de la descomposición. Por mucho que la destrucción por el capitalismo del entorno natural se haya convertido ya por sí sola en una amenaza para la supervivencia de la humanidad (cuestión sobre la que el movimiento obrero sólo ha podido tener una conocimiento parcial hasta las últimas décadas), es ése un proceso contra el cual el proletariado poco puede hacer mientras no asuma él mismo el poder político a escala mundial. Las luchas contra las contaminaciones con una base de clase son posibles, pero no serán sin duda un factor fundamental para estimular la resistencia del proletariado.

Podemos pues ver que la descomposición del capitalismo pone a la clase obrera ante una situación más difícil que antes. En la situación anterior, se necesitaba una derrota frontal de la clase obrera, una victoria de la burguesía en un enfrentamiento de clase contra clase, antes de que pudieran cumplirse plenamente las condiciones para una guerra mundial. En el contexto de la descomposición, la “derrota” del proletariado puede ser más gradual, más insidiosa, ante la que resistir es más difícil. Y por encima de todo eso, los efectos de la descomposición, como ya lo hemos venido analizando tantas veces, tienen un efecto profundamente negativo en la conciencia del proletariado, sobre su propio sentido de sí mismo como clase, pues en todos los diferentes aspectos de la descomposición – mentalidad de gang, racismo, criminalidad, droga, etc. – sirven para atomizar a la clase, incrementar las divisiones en su seno, disolverla en una refriega social generalizada. Ante esta alteración profunda de la situación mundial, la respuesta del medio proletario ha sido totalmente inadecuada. Aunque sean capaces de reconocer los efectos de la descomposición, los grupos del Medio no son capaces ni de ver sus raíces – puesto que niegan la noción de bloqueo entre las clases – ni de sus verdaderos peligros. Así el rechazo por el BIPR de la teoría de la descomposición de la CCI como algo que no sería más que una mera descripción del “caos”, le lleva a buscar en la práctica las posibilidades de estabilización capitalista. Esto es patente en su concepto del “capital internacional” que busca la paz en Irlanda del Norte para así poder disfrutar pacíficamente de los beneficios de la explotación; pero es eso también visible en su teoría de que hay nuevos bloques en formación en torno a polos hoy en competencia (Unión europea, Estados Unidos, etc.) Aunque esta visión, junto con su negativa a hacer la menor “previsión” a largo plazo pueda incluir la idea de guerra inminente, se debe la mayoría de las veces a una fidelidad conmovedora a la racionalidad de la burguesía: puesto que los nuevos “bloques” son económicos más que militares y, ya que ahora hemos entrado en un período de “globalización”, la puerta está al menos medio abierta a la idea de esos bloques por intereses del “capital internacional” podrían llegar a conseguir una estabilización mutuamente benéfica del mundo hacia un futuro indeterminado.

El rechazo de la teoría de la descomposición sólo puede desembocar en una subestimación de los peligros que corre la clase obrera. Subestima el grado de barbarie y de caos en el que está ya inmerso el capitalismo; tiende a minimizar la amenaza de un debilitamiento progresivo del proletariado a causa de la desintegración de la vida social, y no logra comprender claramente que la humanidad podría ser destruida sin que haya tercera guerra mundial.

¿Dónde estamos?

Así pues, la apertura del período de descomposición ha cambiado la manera con la que nos planteamos nosotros la cuestión del curso histórico, pero no la ha hecho caduca, sino todo lo contrario. De hecho, la descomposición hace plantear con mayor fuerza todavía la cuestión central: ¿No será demasiado tarde? ¿No estará ya derrotado el proletariado? ¿Existe un obstáculo contra la caída en la barbarie total? Como ya hemos dicho, es, hoy, más difícil contestar a esa pregunta que en la época en la que la guerra era más directamente una opción de la burguesía. Así, Bilan, por ejemplo, fue capaz de poner relieve no sólo la derrota sangrienta de los levantamientos proletarios y el terror contrarrevolucionario que siguió en los países en donde la revolución había culminado más alto, sino también, tras ello, la movilización ideológica hacia la guerra, la adhesión “en positivo” de la clase obrera tras las banderas belicistas de la clase dominante (fascismo, democracia, etc.). En las condiciones actuales en las que la descomposición del capitalismo puede engullir al proletariado sin que haya habido ni derrota final ni ese tipo de movilización “positiva”, los signos de una derrota insuperable son, por definición, difíciles de discernir. En cambio, la clave de la comprensión del problema sigue estando en el mismo lugar que en 1923, o que en 1945, como ya hemos visto en el análisis sobre la Izquierda comunista de Francia (GCF) – en las concentraciones centrales del proletariado mundial y ante todo en Europa occidental. Estos sectores centrales del proletariado mundial ¿dijeron ya su última palabra en los años 80 (o como algunos lo piensan en los años 70), o conservan bastantes reservas de combatividad y un potencial suficiente para el desarrollo de la conciencia de clase, para así poder estar seguros de que los enfrentamientos de clase trascendentales siguen estando al orden del día?

Para contestar a esa pregunta, es necesario establecer un balance provisional de la última década, del período que siguió al desmoronamiento del bloque del Este y de la apertura definitiva del período de descomposición.

En problema estriba en que, desde 1989, el “esquema” de la lucha de clases ha cambiado en relación con lo que fue durante el período siguiente a 1968. Durante este último período, hubo oleadas de luchas de clase claramente identificables cuyo epicentro estaba en los principales centros capitalistas, aunque sus ondas de choque atravesaron el planeta entero. Además era posible analizar esos movimientos y evaluar los avances de la conciencia de clase realizados en ellos, como, por ejemplo, sobre la cuestión sindical o en el proceso de la huelga de masas.

Además, no eran solo las minorías revolucionarias las que llevaban acabo la reflexión. Durante las diferentes oleadas de lucha, es evidente que las luchas en un país podían ser un estimulante directo para las de otros países (no hay más que ver el enlace entre Mayo del 68 e Italia del 69, entre Polonia del 80 y los movimientos que hubo después en Italia, entre los grandes movimientos de los años 80 en Bélgica y las reacciones abiertas en los países vecinos). Al mismo tiempo, podía verse que los obreros sacaban las lecciones de los movimientos anteriores – por ejemplo en Gran Bretaña – en donde la derrota de los mineros provocó una reflexión en la clase sobre la necesidad de evitar caer en la trampa de las aisladas y largas huelgas de desgaste, o también en Francia e Italia en 1986 y 1987, en donde hubo intentos de organizarse fuera de los sindicatos, reforzándose mutuamente unas a otras.

La situación desde 1989 no se ha caracterizado por avances en la conciencia de clase que se puedan discernir con tanta facilidad. Esto no quiere decir que durante los años 90, el movimiento no haya tenido ninguna característica que resaltar. En el “Informe sobre la lucha de clases” para el XIII Congreso de la CCI pusimos de relieve las principales fases que ha atravesado el movimiento:

  • el fuerte impacto del desmoronamiento del bloque del Este, acentuado por las campañas sin tregua de la burguesía sobre la muerte del comunismo. Ese acontecimiento histórico acabó bruscamente con la tercera oleada de luchas, inaugurando un profundo reflujo tanto en el plano de la conciencia como en el de la combatividad de clase, del que seguimos soportando los efectos, especialmente en el plano de la conciencia;
  • la tendencia a una reanudación de la combatividad a partir de 1992, con las luchas en Italia, seguidas por las de Alemania en 1993 y en Gran Bretaña;
  • las grandes maniobras de la burguesía en Francia en 1995 que sirvieron de modelo a operaciones similares en Bélgica y en Alemania. En aquel entonces, la clase dominante se sentía lo bastante fuerte como para provocar movimientos a gran escala para con ellos restaurar la imagen de los sin­dicatos. En ese sentido, esos movimientos eran a la vez el producto del desconcierto en la clase y un reconocimiento por parte de la burguesía de que ese desconcierto no iba a ser eterno y que unos sindicatos creíbles serían un instrumento vital para controlar las futuras explosiones de la resistencia de la clase;
  • el desarrollo lento pero real del descontento y de la combatividad en el seno de la clase obrera enfrentada a la profundización de la crisis se ha confirmado con el vigor suplementario a partir de 1998 de las huelgas masivas en Dinamarca, China y Zimbabwe. Este proceso quedó confirmado el año pasado con las manifestaciones de los empleados de los transportes neoyorquinos, las huelgas de los de Correos en Gran Bretaña y Francia y, en especial, la importante explosión de luchas en Bélgica en el otoño del 2000 en las que vimos signos reales no sólo de descontento general sino también contra la “dirección” sindical de la lucha.

Ninguno de esos movimientos ha tenido ni la escala ni el impacto capaces de dar una verdadera respuesta a las campañas ideológicas masivas de la burguesía sobre el final de la lucha de clases; nada de comparable a los acontecimientos de Mayo del 68 o la huelga de masas en Polonia, ni a ciertos movimientos seguidos de los años 80. Incluso las luchas más importantes parecen tener poco eco en el resto de la clase: el fenómeno de unas luchas en un país que son una “respuesta” a movimientos en otros países parece hoy ser algo inexistente. En ese contexto, es difícil incluso para los revolucionarios, ver claramente un tipo de lucha ni signos definidos de progreso de la lucha de clases en los años 90.

Para la clase en general, la naturaleza fragmentada de unas luchas sin relación mutua favorece poco, al menos en superficie, el fortalecimiento o, más bien, la restauración de la confianza del proletariado en sí mismo, su conciencia en sí mismo como fuerza distinta en la sociedad, como clase internacional con un potencial capaz de desafiar al orden existente.

Esta tendencia de una clase obrera desorientada a perder de vista su identidad de clase específica y, por lo tanto, a sentirse, en fin de cuentas, impotente ente una situación mundial cada vez más grave es el resultado de una serie de factores entremezclados. Lo básico – y es un factor que los revolucionarios han tenido siempre tendencia a subestimar, precisamente por ser tan básico – es la posición de la clase obrera como clase explotada que es y que soporta todo el peso de la ideología dominante. Además de ese factor “invariable” en la vida de la clase obrera, está el efecto dramático del siglo xx, la derrota de la oleada revolucionaria, la larga noche de la contrarrevolución, y la casi desaparición del movimiento político proletario organizado durante este período. Esos factores, por su naturaleza misma, siguen siendo muy poderosos durante la fase de descomposición. De hecho, incluso refuerzan ambos su influencia negativa y son reforzados a su vez por ella. Es especialmente claro con lo de las campañas anticomunistas: derivan históricamente de la experiencia de la contrarrevolución estalinista, la cual fue la primera en establecer la gran mentira según la cual estalinismo equivalía a comunismo. Pero el hundimiento del estalinismo – fruto por excelencia de la descomposición – fue después utilizado por la burguesía para reforzar todavía más el mensaje según el cual no puede haber alternativa al capitalismo y que la guerra de clases ha dejado de existir.

Sin embargo, para comprender las dificultades particulares que encuentra la clase obrera en esta fase, es necesario centrarse en los efectos más específicos de la descomposición sobre la lucha de clases. Sin entrar en detalles, pues ya hemos escrito bastante sobre ese problema, podemos decir que esos efectos operan en dos niveles: el primero es el de los efectos materiales, reales, en el proceso de descomposición, el segundo es la manera con la que la clase dominante utiliza esos efectos para acentuar la desorientación de la clase obrera. Algunos ejemplos:

  • El proceso de desintegración aportada por el desempleo masivo y prolongado, en particular entre los jóvenes, por el estallido de las concentraciones obreras tradicionalmente combativas de la clase obrera en el corazón industrial, todo ello refuerza la atomización y la competencia entre los obreros. Ese proceso objetivo directamente vinculado a la crisis económica se ha reforzado después con las campañas sobre la “sociedad postindustrial” y la desaparición del proletariado. Este último proceso en particular ha sido descrito por diversos elementos del medio proletario o del “pantano” como una “recomposición” del proletariado; de hecho, semejante terminología, al igual que la tendencia a considerar la globalización como una nueva fase del desarrollo del capitalismo, procede de una importante subestimación de los peligros a que se encuentra enfrentada la clase obrera. La fragmentación de la identidad de clase de la que hemos sido testigos en la última década no sería en ningún caso un avance, sino una clara manifestación de la descomposición con los enormes peligros que ello comporta para la clase obrera.
  • Las guerras que proliferan en la periferia del sistema y que se han acercado al corazón del capital son, evidentemente, una expresión directa del proceso de descomposición y contienen una amenaza directa contra el proletariado de esas regiones que son devastadas y por el veneno ideológico inoculado a los obreros movilizados en esos conflictos; la situación en Oriente Medio da testimonio pleno de este último aspecto. Pero la clase dominante de los principales centros del capital también utiliza esos conflictos, no solo para desarrollar sus propios intereses imperialistas sino también para aumentar sus asaltos contra la conciencia de los principales batallones proletarios, agravándose el sentimiento de impotencia, de dependencia hacia el Estado “humanitario” y “democrático” para resolver los problemas mundiales, etc.
  • Otro ejemplo importante es el proceso de “gansterización” que ha tomado gran amplitud en la última década. Este proceso engloba a la vez a las más altas esferas de la clase dominante –la mafia rusa es una caricatura de un fenómeno mucho más amplio- y las capas más bajas de la sociedad, incluida una proporción importante de la juventud proletaria. Cuando se observa un país como Sierra Leona, donde las rivalidades entre bandas se inscriben en un conflicto interimperialista o el centro de las ciudades de los países más desarrollados en donde las bandas callejeras parecen ofrecer la única “comunidad” posible incluso el único recurso para vivir a los sectores más marginalizados de la sociedad. Al mismo tiempo, la clase dominante, a la vez que utiliza esas bandas para organizar lo “ilícito” de su comercio (drogas, armas, etc.) no vacila en “embalar” la ideología de la “banda” mediante la música, el cine o la moda, cultivando así una especie de falsa rebelión que borra cualquier significado de pertenencia a una clase, exaltando la identidad de la banda, se defina ésta en términos locales, raciales, religiosos y demás.

Podrían darse otros ejemplos: se trata aquí de subrayar el alcance y el impacto considerables de las fuerzas que actúan en el día de hoy como contrapeso a que el proletariado se “constituya a sí mismo como clase”. Sin embargo, contra todas esas presiones, contra todas las fuerzas que proclaman que el proletariado está muerto y enterrado, los revolucionarios deben seguir afirmando que la clase obrera no ha desaparecido, que el capitalismo no puede existir sin proletariado, y que el proletariado no puede existir sin luchar contra el capital. Para un comunista, es elemental. Pero lo específico de la CCI es que está dispuesta a analizar el curso histórico y la relación de fuerzas entre las clases. Y aquí, hay que afirmar que el prole­tariado mundial a principios del siglo xxi, a pesar de las dificultades que enfrenta, no ha dicho su última palabra, y sigue siendo la única barrera contra el pleno despliegue de la barbarie capitalista y que sigue conteniendo en sí mismo la potencialidad de lanzarse a confrontaciones de clase masivas en el corazón del sistema.

No se trata de una fe ciega, ni de una verdad eterna; no excluimos la posibilidad de que tengamos que revisar en el futuro nuestro análisis y reconocer que un cambio fundamental en esa relación de fuerzas pueda ocurrir en detrimento del proletariado. Nuestros argumentos se basan en una observación constante de la evolución en el seno de la sociedad burguesa que nos llevan a concluir:

  • que a pesar de los golpes contra su conciencia durante la década pasada, la clase obrera conserva enormes reservas de combatividad que han emergido en bastantes movimientos de este período. Es de una importancia vital porque, aunque no haya que confundir combatividad y conciencia, el desarrollo de la resistencia abierta a los ataques del capital es, en la situación actual, una condición más crucial que nunca para que el proletariado vuelva a descubrir su identidad como clase, lo cual es una condición previa para una evolución más general de la conciencia de clase.
  • que ha continuado un proceso de maduración subterránea, expresándose, entre otras cosas, en la emergencia de gente “en búsqueda” en el mundo entero, una minoría creciente que se plantea seriamente cuestiones sobre el sistema existente y que está buscando una alternativa revolucionaria. Esas gentes andan en gran parte por las zonas del “pantano”, en torno a expresiones del anarquismo etc. El reciente desarrollo de las protestas “anticapitalistas” –aun estando sin duda alguna manipuladas y explotadas por la clase dominante- expresa también un desarrollo masivo del pantano, esta zona siempre movediza de transición entre la política de la burguesía y la de la clase obrera. Pero más significativo todavía en el período reciente ha sido la expansión considerable de una serie de personas que se vinculan directamente a los grupos revolucionarios, especialmente a la CCI y al BIPR. Esta corriente de personas que van más allá que los planteamientos imprecisos propios del pantano y buscan una coherencia comunista de verdad, son la parte visible del iceberg, la expresión de un proceso más profundo y más extenso en el seno del proletariado en su conjunto. Su entrada en el ruedo tendrá un efecto considerable en el medio político existente, transformando su fisionomía y obligándole a romper con sus hábitos sectarios establecidos desde hace mucho.

La permanencia de la amenaza proletaria puede también medirse, en cierto modo, “en negativo”, examinando las políticas y las campañas de la burguesía. Podemos observarlo a diferentes niveles – ideológico, económico y militar. En el plano ideológico, la campaña sobre el “anticapitalismo” es un buen ejemplo. Al iniciarse la década, las campañas de la burguesía apuntaban a acentuar el desconcierto de una clase que había sido golpeada recientemente por el hundimiento del bloque del Este, y los temas eran abiertamente burgueses: la campaña en torno al asunto Dutroux estuvo enteramente centrada en la democracia. La insistencia de hoy sobre el “anticapitalismo” es, al contrario, una expresión del desgaste de la mistificación sobre el “triunfo del capitalismo”, de la necesidad de que el capitalismo recupere y desvíe el potencial de un cuestionamiento real en el seno de la clase obrera. El que las protestas anticapitalistas no hayan movilizado a los obreros sino marginalmente, no disminuye su impacto ideológico general. Podría decirse lo mismo de la táctica de la izquierda en el gobierno. Aunque la mayor parte de la ideología de los gobiernos de izquierda deriva directamente de las campañas sobre la quiebra del socialismo y la necesidad de una nueva y tercera vía para el futuro, esos gobiernos han sido instalados, en gran medida, no sólo para mantener la desorientación existente en la clase obrera e impedirle que levante cabeza y haga salir a la luz todas las insatisfacciones que se han ido acumulando en sus filas durante diez años.

A nivel económico, hemos demostrado en otros lugares, que la burguesía de los grandes centros seguirá usando todos los medios a su disposición para impedir que se hunda la economía y se “ajuste” a su nivel real. La lógica es, en última instancia, económica y social. Es económica en el sentido que la burguesía debe a toda costa seguir haciendo funcionar su economía e incluso conservar sus propias ilusiones sobre la perspectiva de expansión y de prosperidad. Pero también es social en el sentido de que la clase dominante sigue viviendo en el terror de que una caída dramática de la economía provoque reacciones masivas del proletariado, el cual estaría entonces con mayor capacidad para ver la bancarrota del modo de producción capitalista.

Más importante todavía, hemos podido observar cómo en todos los grandes conflictos que han involucrado a las potencias imperialistas centrales durante la década pasada (guerra del Golfo, de los Balcanes, África) hemos presenciado una gran prudencia por parte de las clase dominante, su repulsa a utilizar a soldados no profesionales en las operaciones e, incluso en este caso, su vacilación a hacerles arriesgar la vida por miedo a provocar reacciones ‘de vuelta al país’.

Es muy significativo que con el bombardeo de Serbia por la OTAN, la guerra imperialista diera un nuevo paso hacia el corazón del sistema. Pero Serbia no es Europa occidental. No es en absoluto evidente que hoy la clase obrera de los grandes países industriales esté dispuesta a desfilar tras las banderas nacionales, a alistarse en conflictos imperialistas, e incluso en un país como Serbia se ha podido observar que hay límites en el sacrificio, aunque el descontento masivo haya sido desviado hacia el circo democrático. El capitalismo siempre está obligado a enmascarar sus divisiones imperialistas tras una careta de alianzas por una intervención humanitaria. Esto hace resaltar la incapacidad de las potencias secundarias para desafiar la dominación estadounidense como ya hemos visto, pero eso también expresa el hecho de que el sistema no posee una base ideológica seria para cimentar nuevos bloques imperialistas, algo que ignoran por completo otros grupos proletarios, los cuales reducen lo esencial de los bloques a una función económica. Los bloques imperialistas tienen una función más militar que económica, pero para actuar a nivel militar también deben ser ideológicos. Hoy por hoy es imposible ver qué temas ideológicos podrían utilizarse para justificar la guerra entre las principales potencias imperialistas –todas ellas tienen la misma ideología democrática, ninguna puede andar señalando con el dedo un “Imperio del mal” que sería la amenaza número uno para su modo de vida. El antiamericanismo, fomentado en un país como Francia sólo es un pálido reflejo de las ideologías pasadas del antifascismo y del anticomunismo. Hemos dicho que el capitalismo siempre ha tenido que infligir una grande y rotunda derrota a la clase obrera de los países avanzados antes de poder crear las condiciones para movilizarla directamente en la guerra mundial. Pero hay muchas razones para pensar que esto se aplica también a los conflictos limitados entre bloques en formación que prepararían el terreno para un conflicto más generalizado. Es ésta una expresión real del peso “negativo” de un proletariado no derrotado en la evolución de la sociedad capitalista.

Evidentemente, nosotros hemos reconocido que en el contexto de la descomposición, el proletariado podría ser sumergido sin esa derrota frontal y sin una gran guerra entre las potencias centrales. Podría sucumbir a la barbarie en los países centrales, en un proceso de desmoronamiento social, económico e ideológico comparable, pero todavía más estremecedor, que lo que ya se ha iniciado en países como Ruanda o el Congo. Pero, aunque sea más insidioso, un proceso semejante no sería invisible y todavía estamos lejos de él, y este hecho se expresa también “en negativo” en las recientes campañas sobre “los solicitantes de asilo” que se basan en el reconocimiento de que Europa occidental y Norteamérica siguen siendo oasis de prosperidad y de estabilidad en comparación con las áreas de Europa del Este o del “Tercer mundo”, más afectadas por los horrores de la descomposición.

Podemos pues decir sin dudarlo que el hecho de que el proletariado no haya sido derrotado en los países avanzados sigue siendo una barrera contra el pleno desencadenamiento de la barbarie en los centros del capital mundial.

Pero no es solo eso: el desarrollo de la crisis económica mundial corroe lentamente la ilusión de que se perfila un avenir radiante –un futuro basado en la “nueva economía” en la que todo el mundo tendría en sus manos sus propias bazas. Esta ilusión se evaporará todavía más cuando la burguesía esté obligada a centralizar y profundizar sus ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera para así “ajustarse” al estado real de su economía. Y aunque estemos lejos de una lucha abiertamente política contra el capitalismo, no estamos, sin duda, lejos de una serie de luchas defensivas duras e incluso a gran escala cuando el descontento del proletariado que se está incubando tome la forma de una combatividad directa. Y es en esas luchas donde podrán germinar las semillas de una politización futura. Ni que decir tiene que la intervención de los revolucionarios será un factor determinante en ese proceso.

Es pues reconociendo clara y sobriamente las dificultades y los peligros terribles que tiene ante sí nuestra clase la manera con la que los revolucionarios pueden seguir afirmando su confianza: el curso histórico no se nos ha puesto en contra. Ante nosotros sigue estando la perspectiva de enfrentamientos de clase masivos y seguirá siendo determinante en nuestra actividad actual y futura.

Diciembre de 2000

Series: 

  • El curso histórico [39]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Bordiguismo [40]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La decadencia del capitalismo [33]

Cuestiones teóricas: 

  • Curso histórico [41]

TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo

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LOS ATENTADOS terroristas que han provocado más de 6000 muertos en Estados Unidos el 11 de septiembre, igual modo que la nueva guerra que se está preparando tras ellos, son una nueva ilustración trágica de la barbarie en la que se está hundiendo hoy la sociedad capitalista. Como lo decíamos en el artículo "En Nueva York como por todas partes, el capitalismo siembra la muerte", en esta misma Revista internacional dedicada a este acontecimiento, esta barbarie es expresión de que el capitalismo, que desde la Primera Guerra mundial entró en su período de decadencia, conoce desde hace más de una década una nueva agravación de dicha decadencia cuya característica más importante es la descomposición de la sociedad, su verdadera putrefacción de raíz. Nuestra organización señaló esta nueva fase de la decadencia capitalista, la fase de descomposición, desde finales de los años 80 (ver nuestro primer artículo sobre esta cuestión: "La descomposición del capitalismo" en la Revista internacional nº 57, 1989), sistematizando su análisis en 1990 en un documento publicado en la Revista internacional nº 62, justo después del desmoronamiento de los regímenes estalinistas y del bloque del Este. Es este documento el que aquí publicamos, pues nos parece que sigue, cada vez más, de plena actualidad. Es el marco que permite comprender el porqué del empleo creciente del terrorismo en los conflictos entre Estados así como el incremento de la desesperanza, del nihilismo, del oscurantismo religioso, de todo lo cual los atentados de Nueva York son hoy por hoy las expresiones más patentes. También se aborda en este texto por qué las diferentes manifestaciones de la descomposición son hoy un obstáculo importante para la toma de conciencia de la clase obrera. Eso es precisamente lo que hoy podemos comprobar, al ser aprovechados por la burguesía la emoción y el miedo provocados por los atentados de Nueva York, especialmente en Estados Unidos, para amordazar a la clase obrera en nombre de la "unión nacional". La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo

EL HUNDIMIENTO del bloque imperialista del Este ha venido a confirmar la entrada del capitalismo en una nueva fase de su período de decadencia : la de la descomposición general de la sociedad. Antes incluso de que se produjera lo del Este, la CCI ya había puesto de relieve ese fenómeno histórico (ver en especial la Revista internacional n° 57). Esos acontecimientos, la entrada del mundo en un período de inestabilidad nunca antes vista, obligan a los revolucionarios a analizar con la mayor atención dicho fenómeno, sus causas y sus consecuencias, para poner de relieve lo que en la nueva situación histórica se está jugando.
1. Todos los modos de producción del pasado conocieron un período de ascendencia y un período de decadencia. Para el marxismo, aquel período corresponde a una plena adecuación de las relaciones de producción dominantes con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, y el segundo período es expresión de que las rela ciones de producción se han vuelto demasiado estrechas para contener ese desarrollo. Contrariamente a las aberraciones defendidas por los bordiguistas, el capitalismo también está sometido a esas leyes. Desde principios de siglo, y en especial desde la primera guerra mundial, los revolucionarios han puesto de relieve que, a su vez, ese modo de producción había entrado en su período de decadencia. Sin embargo, sería falso contentarse con afirmar que el capitalismo seguiría el mismo camino que los modos de producción que lo precedieron. También hay que subrayar las diferencias fundamentales entre la decadencia del capitalismo y las de las sociedades pasadas. En realidad, la decadencia del capitalismo, tal como la conocemos desde principios del siglo XX, aparece como el período de decadencia por excelencia, valga la expresión. Comparada con la decadencia de otras sociedades anteriores (la esclavista y la feudal), la decadencia del capitalismo se sitúa a un nivel muy diferente. Y esto es así, porque :

  • el capitalismo es la primera sociedad de la historia que se ha extendido a escala mundial, que ha sometido a sus leyes a todo el planeta ; por eso mismo, su decadencia marca a toda la sociedad humana ;
  • mientras que en las sociedades pasadas, las nuevas relaciones de producción que iban a suceder a las relaciones de producción ya caducas, podían desarrollarse junto a éstas, dentro de la misma sociedad - lo cual podía en cierto modo limitar los efectos y la amplitud de la decadencia
  • la sociedad comunista, única capaz de suceder al capitalismo, no podrá en absoluto desarrollarse en su seno ; no existe pues la más mínima posibilidad de no se sabe qué regeneración de la sociedad sin derrocamiento violento del poder de la clase burguesa y la destrucción de las relaciones de producción capitalistas ;
  • el fenómeno de hipertrofia del Estado, típico de los períodos de decadencia, ha encontrado en la decadencia del capitalismo, con la tendencia histórica al capitalismo de Estado, su forma más rematada y extrema, la de la absorción prácticamente total de la sociedad civil por el monstruo estatal ;
  • aunque los períodos de decadencia del pasado también estuvieron marcados por conflictos guerreros, no tenían éstos ni punto de comparación con las guerras mundiales que, por dos veces ya, han asolado la sociedad capitalista.

En fin de cuentas, la diferencia entre la amplitud y la profundidad de la decadencia capitalista y las decadencias del pasado no pueden quedar resumidas a un problema de simple cantidad. Lo cuantitativo mismo da una "calidad" diferente y nueva. La decadencia del capitalismo es, en efecto :

  • la de la última sociedad de clases, la última sociedad basada en la explotación del hombre por el hombre, sometida a la penuria y a las exigencias de la economía ;
  • es la primera en poner en peligro la supervivencia misma de la humanidad, la primera que puede acabar destruyendo la especie humana.


2. Todas las sociedades en decadencia contenían aspectos de descomposición ; dislocación del cuerpo social, putrefacción de sus estructuras económicas, políticas e ideológicas, etc. Lo mismo ha ocurrido en el capitalismo desde que se inició su decadencia. Sin embargo, del mismo modo que hay que distinguir claramente esa decadencia de las del pasado, también es indispensable poner de relieve las diferencias fundamentales entre el principio de este siglo y la descomposición generalizada en la que hoy se está hundiendo el sistema y que no cesará de agravarse. Y en eso, más allá de lo puramente cuantitativo, el fenómeno de descomposición social está hoy alcanzando tal profundidad y tal extensión que está cobrando una calidad nueva, una cualidad singular, expresión de la entrada del capitalismo decadente en una fase específica - y última - de su historia, aquélla en la que la descomposición social se convierte en un factor, incluso en el factor, decisivo de la evolución de la sociedad.
Por ello, sería falso identificar decadencia y descomposición social. No puede concebirse que exista una fase de descomposición fuera de un período de decadencia ; pero sí puede concebirse la existencia de una decadencia sin que ésta se plasme en descomposición social.

3. De hecho, del mismo modo que el capitalismo conoce diferentes períodos en su recorrido histórico - nacimiento, ascendencia, decadencia -, cada uno de esos períodos contiene también sus distintas fases. Por ejemplo, el período de ascendencia tuvo las fases sucesivas del libre mercado, de la sociedad por acciones, del monopolio, del capital financiero, de las conquistas coloniales, del establecimiento del mercado mundial. Del mismo modo, el período de decadencia ha tenido también su historia : imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado, crisis permanente y, hoy, descomposición. Se trata de diferentes expresiones sucesivas de la vida del capitalismo ; esas expresiones quizás ya existían en la fase anterior, quizás se mantenían en la siguiente, pero son, sin embargo, lo característico de una fase determinada de la vida del capitalismo. Por ejemplo, en un plano más general, si bien el salariado existía ya en la sociedad esclavista o feudal (al igual que el esclavismo o la servidumbre se mantuvieron en el capitalismo), sólo en el capitalismo esa relación de explotación llegó a ser dominante en la sociedad. El imperialismo existió durante la fase ascendente del capitalismo. Sin embargo, no adquiere el lugar preponderante en la sociedad, en la política de los Estados y en las relaciones internacionales más que con la entrada del capitalismo en su período de decadencia imprimiendo con su marca la primera fase de esa decadencia lo que hizo que los revolucionarios de entonces lo identificaran con la decadencia misma.
Así, la fase de descomposición de la sociedad capitalista no aparece únicamente como la continuación cronológica de las caracterizadas por el capitalismo de Estado y la crisis permanente. En realidad, las contradicciones y expresiones de la decadencia del capitalismo que la han ido marcado sucesivamente en sus distintas fases se mantienen e incluso se han profundizado, de tal modo que la fase de descomposición es la resultante de la acumulación de todas esas características de un sistema moribundo, la fase que remata tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia. O sea que no sólo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el monstruo estatal, la crisis permanente de la economía capitalista, se mantienen en la fase de descomposición, sino que además, ésta aparece como la consecuencia última, como síntesis acabada de todos esos elementos. Es el resultado :

  • de la prolongación (siete décadas, o sea más que la duración de la "revolución industrial") de la decadencia de un sistema que ha tenido como característica entre las principales, la extraordinaria rapidez de las transformaciones que ha hecho vivir a la sociedad (en eso, 10 años de la vida del capitalismo valen tanto como un siglo de sociedad esclavista) ;
  • de la acumulación de las contradicciones que esa decadencia ha desencadenado.

Es la última y definitiva etapa hacia la que tienden las espeluznantes convulsiones que, desde principios de siglo, a través de una espiral infernal de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis, han zarandeado a la sociedad y a sus diferentes clases :
- dos espantosas carnicerías imperialistas que dejaron exangües a la mayoría de los principales países y que tuvieron repercusiones sin precedentes en toda la humanidad ;

  • una oleada revolucionaria que hizo temblar a la burguesía mundial entera, y que desembocó en una contrarrevolución con formas de lo más bestial como las del fascismo y el estalinismo o de lo más cínico como la de la "democracia" y el antifascismo ;
  • el retorno sistemático de la pobreza absoluta, de una miseria en las masas obreras que parecían fenómenos del pasado, caducos ;
  • el desarrollo de las hambres más considerables y asesinas de la historia humana ;
  • el hundimiento durante dos décadas de la economía capitalista en una nueva crisis abierta, sin que la burguesía, por su incapacidad para alistar tras sus banderas a la clase obrera, pueda dar su propia respuesta a esa crisis : la guerra mundial, respuesta que evidentemente no es ninguna "solución".

4. Ese último punto es precisamente lo nuevo, lo específico, lo inédito que, en última instancia, ha sido la causa de la entrada del capitalismo decadente en una nueva fase de su historia, la de la descomposición. La crisis abierta que se inicia a finales de los años 60, consecuencia del agotamiento de la reconstrucción de la posguerra, abre de nuevo la vía a la alternativa histórica de guerra mundial o enfrentamientos de clase generalizados hacia la revolución proletaria. Pero, contrariamente a la crisis abierta de los años 30, la crisis actual se ha desarrollado en un momento en el que la clase obrera no estaba sometida a la contrarrevolución. Por eso, con su resurgir histórico a partir del año 1968, dio la prueba de que la burguesía no tenía las manos libres para desencadenar una tercera guerra mundial. Al mismo tiempo, aunque el proletariado ha encontrado las fuerzas para impedir esa "solución", en cambio no ha encontrado todavía las fuerzas necesarias para echar abajo al capitalismo. Veamos por qué :
- a causa del ritmo de la crisis mucho más lento que en el pasado ;
- a causa del retraso histórico en el desarrollo de su conciencia y de sus organizaciones políticas, debido a la trágica ruptura orgánica en la continuidad de esas organizaciones, ruptura causada por la profundidad y la duración de la contrarrevolución.
En una situación así, en la que las dos clases fundamentales - y antagónicas - de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, la historia sigue, sin embargo, su curso. En el capitalismo, todavía menos que en los demás modos de producción que lo precedieron, la vida social no puede "estancarse" ni quedar "congelada". Mientras las contradicciones del capitalismo en crisis no cesan de agravarse, la incapacidad de la burguesía para ofrecer a la sociedad entera la menor perspectiva y la incapacidad de proletariado para afirmar, en lo inmediato y abiertamente, la suya propia, todo ello no puede sino desembocar en un fenómeno de descomposición generalizada, de putrefacción de la sociedad desde sus raíces.

5. En efecto, ningún modo de producción puede seguir viviendo, desarrollarse, afianzarse en bases firmes, mantener la cohesión social, si no es capaz de dar una perspectiva al conjunto de la sociedad en la que impera. Y esto es tanto más cierto para el capitalismo, al haber sido el modo de producción más dinámico de la historia. Cuando las relaciones de producción capitalistas eran el marco apropiado para el desarrollo de las fuerzas productivas, esta perspectiva se confundía con el progreso histórico, no sólo de la sociedad capitalista, sino de la humanidad entera. En estas circunstancias, a pesar de los antagonismos de clase o de rivalidades entre sectores, en especial nacionales, de la clase dominante, el conjunto de la vida social podía irse desarrollando sin mayores convulsiones. Cuando esas relaciones de producción se convirtieron en trabas para el crecimiento de las fuerzas productivas y, por lo tanto, en trabas para el desarrollo social, marcando así la entrada en un período de decadencia, surgieron las convulsiones que hemos conocido desde hace tres cuartos de siglo. En un marco así, la perspectiva que el capitalismo podía ofrecer a la sociedad no podía sino depender de los límites que su decadencia permite :

  • la "unión sagrada" o movilización de todas las fuerzas económicas, polí ticas y militares en torno al Estado nacional, para la "defensa de la patria", de la "civilización" y demás...;
  • la "unión de todos los demócratas", de todos los "defensores de la civilización" contra la "hidra y la barbarie bolcheviques" ;
  • la movilización económica por la reconstrucción después de la ruinas de la guerra ;
  • la movilización ideológica, política, económica y militar por la "conquista del espacio vital" o contra el "peligro fascista". Ninguna de esas perspectivas significaba, claro está, la más mínima "solución" para las contradicciones del capitalismo. Todas ellas tenían sin embargo, la ventaja de aparecer como objetivos "realistas" : ya fuera preservar la supervivencia de su sistema contra la amenaza de su enemigo de clase, el proletariado, ya fuera organizar la preparación de la guerra mundial o su desencadenamiento, ya fuera llevar a cabo un relanzamiento de la economía tras dicha guerra.

La situación actual se define, en cambio, en que la clase obrera no es todavía capaz de entablar ya el combate por su propia perspectiva, la única verdaderamente realista, la de la revolución comunista, pero también en que la burguesía es incapaz de proponer la menor perspectiva, ni siquiera a corto plazo, pues la capacidad que ésta demostró en el pasado, incluso en el período de decadencia, para limitar y controlar el fenómeno de descomposición va a desaparecer ante los golpes de ariete de la crisis. Por eso es por lo que la situación actual de crisis abierta aparece como totalmente diferente a los de la anterior crisis del mismo tipo, la de los años 30. Si esta última no dio lugar a un fenómeno de descomposición, ello no se debe a que sólo duró diez años, mientras que la actual ya dura desde hace dos décadas. Si no se desarrolló la descomposición de la sociedad en los años 30, ello se debió, sobre todo, a que la burguesía, frente a la crisis, tenía las manos libres para dar rienda suelta a su "solución". Una solución de una crueldad indecible, una respuesta a la crisis de carácter suicida que produjo la mayor catástrofe de la historia humana, una respuesta que la burguesía no había escogido deliberadamente puesto que le venía impuesta por la agravación de la crisis ; pero también una solución en torno a la cual, ella pudo, al no haber una resistencia significativa del proletariado, organizar el aparato productivo, político e ideológico de la sociedad. Hoy en cambio, por el hecho mismo que desde hace dos décadas el proletariado ha sabido impedir que pueda llevarse a cabo semejante solución, la burguesía ha sido incapaz de organizar lo mínimo para movilizar a los diferentes componentes de la sociedad, incluso entre la clase dominante, en torno a un objetivo común, si no es el de aguantar paso a paso y sin esperanzas de lograrlo, ante los avances de la crisis.

6. Es así como, incluso si la fase de descomposición aparece como remate, como síntesis de todas las contradicciones y manifestaciones sucesivas de la decadencia capitalista :

  • se integra plenamente en el ciclo crisis-guerra-reconstrucción-retorno de la crisis ;
  • se enfanga en la orgía guerrera y militarista típica de todos los períodos de decadencia y que ha sido desde hace dos décadas factor de primer orden de la agravación de la crisis abierta ;
  • es resultado de la capacidad de la burguesía (adquirida tras la crisis de los años 30) para frenar, mediante el capitalismo de Estado a escala de bloque imperialista, el ritmo de hundimiento en la crisis ;
  • es también resultado de la experiencia de esa clase (adquirida durante las dos guerras mundiales) que le evita lanzarse, sin la suficiente adhesión política por parte del proletariado, en la aventura del enfrentamiento imperialista generalizado ;
  • es resultado de la capacidad de la clase obrera de hoy para desmontar las trampas del período de contrarrevolución, pero también de la situación de inmadurez política herencia de esa misma contrarrevolución.

Esta fase de descomposición está determinada esencialmente por condiciones históricas nuevas, inéditas e inesperadas : la situación de bloqueo momentáneo de la sociedad, a causa de la "neutralización" mutua de sus dos clases fundamentales, lo que impide que cada una de ellas aporte su respuesta decisiva a la crisis abierta de la economía capitalista. Las manifestaciones de la descomposición, las condiciones de su evolución sólo pueden examinarse poniendo en primer plano ese aspecto.

7. Si pasamos revista a las características esenciales de la descomposición tal como hoy están apareciendo, podemos comprobar que tienen como denominador común la mencionada falta de perspectivas. Por ejemplo :

  • la multiplicación de hambrunas en los países del llamado Tercer mundo, a la vez que se destruyen reservas de mercancías agrícolas, o que se decide dejar baldías cantidad de tierras cultivables ;
  • la transformación de ese Tercer mundo en inmensas villas miseria, en donde miles de millones de personas procuran sobrevivir como ratas en alcantarillas ;
  • el desarrollo de ese mismo fenómeno en el corazón mismo de las ciudades de los países "adelantados", en donde la cantidad de gente sin techo, sin recursos, no hace sino aumentar, hasta el punto que la esperanza de vida en algunos barrios ya es menor que la de los países atrasados ;
  • las catástrofes "accidentales" que se han ido multiplicando en los últimos tiempos (aviones que se aplastan, trenes y metros que se transforman en ataúdes, no sólo en los países atrasados como India o la URSS, sino también en el centro de ciudades occidentales como París o Londres) ;
  • los efectos cada día más devastadores, en lo humano, social y económico, de las catástrofes "naturales" (inundaciones, sequía, terremotos, ciclones), ante los cuales los hombres parecen estar cada día más desarmados, a la vez que la tecnología no para de progresar y que ya existen todos los medios para protegerse de aquéllas (diques, sistemas de irrigación, viviendas antisísmicas, antitempestades), a la vez que se cierran empresas que fabrican esos medios y que se despide a los obreros ;
  • la degradación del medio ambiente que está alcanzando cotas impresionantes (agua corriente asquerosa, ríos muertos, océanos basura, aire irrespirable de las ciudades, decenas de kilómetros cuadrados contaminadas por la radioactividad en Ucrania y Bielorusia), que está amenazando el equilibrio del planeta entero con la desaparición de las selvas ecuatoriales, como la amazónica, los "pulmones de la Tierra", con el llamado efecto invernadero, con la destrucción de la capa de ozono.

Todas esas calamidades económicas y sociales, aunque se deben en general a la decadencia misma del sistema, dan cuenta, por su acumulación y amplitud, del callejón sin salida en que se ha metido un sistema que no tiene el más mínimo porvenir que proponer a la inmensa mayoría de la población mundial, si no es el de una barbarie en aumento e inimaginable. Un sistema cuyas políticas económicas, cuya investigación e inversiones se hacen sistemáticamente en detrimento del futuro de la humanidad y, por lo tanto, en detrimento del sistema mismo.

8. La ausencia total de perspectivas de la sociedad actual se expresa con todavía mayor evidencia en lo político e ideológico. Por ejemplo :

  • la increíble corrupción que está aumentando, prosperando en los aparatos políticos, la oleada de escándalos en la mayoría de los países, como en Japón, donde resulta cada día más difícil distinguir aparato de gobierno y hampa gangsteril, o en España, en donde está en entredicho el mismísimo brazo derecho del jefe de gobierno socialista, en Bélgica, en Italia y en Francia, en donde los diputados han decidido amnistiarse a sí mismos de sus mangoneos y bajezas ;
  • el aumento del terrorismo, de las capturas de rehenes como medio de guerra entre Estados, en detrimento de las "leyes" que el capitalismo se había dado en el pasado para "reglamentar" los conflictos entre fracciones de la clase dirigente ;
  • el aumento constante de la criminalidad, de la inseguridad, de la violencia urbana, en la que se han ido metiendo cada día más y más niños, los cuales acaban también siendo víctimas de la prostitución ;
  • el aumento del nihilismo, del suicidio de los jóvenes, de la desesperanza, como así lo expresaba el "no future" de las revueltas urbanas en Gran Bretaña, del odio y de la xenofobia que animan a "skinheads" y "hooligans", para quienes los encuentros deportivos son una ocasión de desahogarse y sembrar el terror ;
  • la imparable marea de la drogadicción, fenómeno hoy de masas, poderosa causa de la corrupción de los Estados y de los organismos financieros, que afecta a todas las partes del mundo y, en especial, a la juventud, un fenómeno que expresa cada vez menos la huida hacia mundos quiméricos, que se parece cada día más a la locura y al suicidio ;
  • la profusión de sectas, el resurgir del espíritu religioso, incluidos algunos países avanzados, el rechazo hacia un pensamiento racional, coherente, construido, incluso en algunos ámbitos "científicos", y que ocupa en los media un lugar preponderante gracias a la embrutecedora publicidad y a sus emisiones estúpidas ;
  • la invasión en esos mismos media del espectáculo de la violencia, del horror, de la sangre y de las matanzas, incluso en programas para niños ;
  • la nulidad y la venalidad de la mayoría de las producciones "artísticas", literarias, musicales, de pintura y arquitectura, que no saben sino expresar la angustia, la desesperación, el estallido del pensamiento, la nada ;
  • el "cada cual a lo suyo", la marginalización, la atomización de los individuos, la destrucción de las relaciones familiares, la exclusión de los ancianos, la aniquilación de lo afectivo y su sustitución por la pornografía, el deporte comercializado y mediatizado, las concentraciones de masas de jóvenes en plena histeria colectiva a modo de canción y baile, sustituto siniestro de una solidaridad y de unos lazos sociales totalmente ausentes.

Todas esas manifestaciones de la putrefacción social que, hoy, a una escala desconocida en la historia, invaden por todos sus poros a la sociedad humana, expresan no sólo la dislocación de la sociedad burguesa, sino y sobre todo la destrucción de todo principio de vida colectiva en el seno de una sociedad sin el menor proyecto, la menor perspectiva, incluso a corto plazo, incluso la más ilusoria.

9. Entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político. La base de este fenómeno es, claro está, que la clase dominante cada día controla menos su aparato económico, infraestructura de la sociedad. El atolladero histórico en que está metido el modo de producción capitalista, los fracasos sucesivos de las diferentes políticas instauradas por la burguesía, la huida ciega permanente en el endeudamiento con el cual va sobreviviendo la economía mundial, todos esos factores repercuten obligatoriamente en un aparato político incapaz, por su parte, de imponer a la sociedad, y en especial a la clase obrera, la "disciplina" y la adhesión que se requieren para movilizar todas las fuerzas y todos las energía para la guerra mundial, única "respuesta" histórica que la burguesía sea capaz de "ofrecer". La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual pueda movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es todavía una amenaza de su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una tendencia a una indisciplina cada vez mayor y al sálvese quien pueda. Es un fenómeno que nos permite explicar el hundimiento del estalinismo y del bloque imperialista del Este.

Ese derrumbe es globalmente consecuencia de la crisis económica mundial del capitalismo ; pero tampoco puede analizarse sin tener en cuenta lo que las circunstancias históricas de su aparición han hecho de específico en los regímenes estalinistas (véase al respecto las "Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este", Revista internacional n° 60). Sin embargo, no puede comprenderse plenamente ese hecho histórico tan importante e inédito (el hundimiento desde dentro de todo un bloque imperialista sin que se deba a una revolución o a una guerra) si no se tiene en cuenta en el análisis a ese otro factor inédito que es la entrada de la sociedad en una fase de descomposición tal como hoy puede verificarse. La centralización extrema y la total estatalización de la economía, la confusión entre aparato económico y político, la tramposería constante y a gran escala con la ley del valor, la movilización de todos los recursos económicos para lo militar, todas esas características propias de los regímenes estalinistas estaban perfectamente adaptadas a un contexto de guerra imperialista (ese tipo de régimen atravesó victoriosamente la Segunda Guerra mundial, reforzándose incluso gracias a ella), pero se toparon brutal y radicalmente con sus límites en cuanto la burguesía tuvo que afrontar durante años la agravación de la crisis económica sin que esta situación pudiera desembocar en tal guerra imperialista. El desinterés general que en esos países reina, al no existir la sanción del mercado (y que precisamente el restablecimiento del mercado pretende eliminar) es inconcebible en tiempos de guerra cuando la ón" primera de los obreros, y de los responsables de la economía, era el fusil que tenían detrás. La desbandada general dentro mismo del aparato estatal, la pérdida de control de su propia estrategia política, ese espectáculo que hoy nos están ofreciendo la URSS y sus satélites, son, en realidad la caricatura (caricatura debida a lo específico de esos regímenes) de un fenómeno mucho más general que afecta al conjunto de la burguesía mundial, un fenómeno que es propio de la fase de descomposición.

10. Esa tendencia general a que la burguesía pierda el control de su política, si ya es uno de los primeros factores en el hundimiento del bloque del Este, se va a agudizar todavía más precisamente por ese hundimiento, a causa de :

  • la agravación de la crisis económica resultante ;
  • el desmembramiento del bloque occidental que la desaparición de su rival supone ;
  • la agudización de las rivalidades particulares que el alejamiento momentáneo de la perspectiva de guerra mundial va a provocar entre sectores de la burguesía, tanto entre las diferentes fracciones nacionales como entre camarillas de un mismo Estado.

Esa desestabilización política de la clase burguesa, bien ilustrada por la inquietud que aparece entre sus sectores más sólidos respecto a la posible contaminación del caos que se está desplegando en los países del ex bloque del Este, podría acabar desembocando incluso en la incapacidad para volver a formar un nuevo orden mundial en dos bloques imperialistas. La agravación de la crisis mundial conduce obligatoriamente a la agudización de las rivalidades imperialistas entre Estados. Por eso, el aumento y la agravación de los enfrentamientos militares entre ellos están ya a la orden del día de la actualidad. En cambio, la reconstitución de una estructura económica, política y militar que agrupe a esos diferentes Estados supone que exista entre ellos una disciplina que la descomposición hará cada día más problemática. Por ello, este fenómeno, que ya es responsable en parte de la desaparición del sistema de bloques heredado de la Segunda Guerra mundial, puede, al impedir que vuelva a formarse un nuevo sistema de bloques, no sólo alejar, como ya está ocurriendo ahora, sino incluso a que desaparezca definitivamente la perspectiva de guerra mundial.

11. La posibilidad de semejante cambio de perspectiva general del capitalismo, resultado de las importantísimas transformaciones que la descomposición está haciendo en la vida de la sociedad, no pone, ni mucho menos, en entredicho el resultado final que este sistema reserva para la humanidad en caso de que el proletariado resultara incapaz de derrocarlo. En efecto, si bien la perspectiva histórica de la sociedad ya se planteó en términos generales por Marx y Engels con la forma de "socialismo o barbarie", el desarrollo mismo de la vida del capitalismo (y en especial en su decadencia) ha permitido precisar, e incluso agravar, ese juicio con la forma de :

  • "guerra o revolución", fórmula adoptada por los revolucionarios desde antes de la Primera Guerra mundial y que fue uno de los principios fundadores de la Internacional comunista ;
  • "revolución comunista o destrucción de la humanidad", que se impone tras la Segunda Guerra mundial con la aparición de las armas atómicas.

Hoy, tras la desaparición del bloque del Este, esa espeluznante perspectiva sigue siendo totalmente válida. Pero cabe precisar que la destrucción de la humanidad puede venir tanto de la guerra imperialista generalizada como de la descomposición de la sociedad.
En efecto, no debe considerarse la descomposición como regresión de la sociedad. Aunque es cierto que la descomposición hace que vuelvan a surgir algunas características típicas del pasado del capitalismo, y en particular del período ascendente de ese modo de producción, como, por ejemplo :

  • la ausencia actual de división del mundo en dos bloques imperialistas ;
  • y, por consiguiente, las luchas entre naciones (cuyo recrudecimiento ac tual, sobre todo en el ex bloque del Este es una buena expresión de la descomposición) no deben considerarse como momentos de un enfrentamiento entre dos bloques.

La descomposición no retrotrae a ningún tipo de sociedad anterior, a ninguna fase precedente de la vida del capitalismo. Ocurre con la sociedad capitalista como con un anciano de quien se dice que "ha vuelto a la infancia". Quizás haya podido perder éste ciertas facultades y comportamientos adquiridos en la madurez y recobrar algunos de la infancia (fragilidad, dependencia, debilidad de raciocinio), no por eso va a recobrar la vitalidad propia de la tierna edad. Hoy, la civilización humana está perdiendo cierta cantidad de lo adquirido (el dominio de la naturaleza, por ejemplo) ; pero no por eso va a volver a recuperar la capacidad de progreso y de conquista, características, en especial, del capitalismo ascendente. El discurrir de la historia es irreversible : la descomposición lleva, como su nombre tan bien lo indica, al desmembramiento y a la putrefacción de la sociedad, a la nada. Abandonada a su propia lógica, a sus consecuencias últimas, arrastraría a la humanidad a los mismos resultados que la guerra mundial. Ser aniquilado bestialmente por un chaparrón de bombas termonucleares en una guerra generalizada o serlo por la contaminación, la radioactividad de las centrales nucleares, las hambres, las epidemias y las matanzas en conflictos guerreros, en los que, además, se utilizarían las armas atómicas, todo ello es, en fin de cuentas, lo mismo. La única diferencia entre ambas formas de destrucción es que aquélla es más rápida mientras que ésta va más lenta y, por ende, con muchos más sufrimientos si cabe.

12. Es de la mayor importancia que el proletariado, y en su seno los revolucionarios, sean capaces de captar la amenaza mortal que la descomposición es para la sociedad entera. En un momento en el que las ilusiones pacifistas pueden desarrollarse a causa del alejamiento de una posible guerra generalizada, hay que combatir con el mayor ahínco toda tendencia en la clase obrera a buscar consuelos, a ocultarse la extrema gravedad de la situación mundial. Y muy especialmente, sería tan falso como peligroso el considerar que la descomposición, porque es una realidad, sería, por ello, una necesidad para avanzar hacia la revolución.
Hay que poner sumo cuidado en no confundir necesidad y realidad. Ya Engels criticaba duramente la fórmula de Hegel : "Todo lo que es racional es real y todo lo que es real es racional", rechazando la segunda parte de esta fórmula y dando el ejemplo de la persistencia de la monarquía en Alemania, que era muy real pero en absoluto racional (y este razonamiento de Engels podría aplicarse hoy todavía y desde hace mucho tiempo a las monarquías de muchos paises). La descomposición, si bien es un hecho real hoy, no por eso es una prueba de que sea necesaria para la revolución proletaria.Con un enfoque así, se podrían en entredicho la Revolución de Octubre de 1917 y toda la oleada revolucionaria de la primera posguerra que surgieron sin que hubiera fase de descomposición del capitalismo. De hecho, el distinguir claramente la decadencia del capitalismo y esa fase específica, fase postrera de la decadencia que es la descomposición, tiene una de sus aplicaciones en la cuestión de la realidad y de la necesidad : la decadencia del capitalismo era necesaria para que el proletariado fuera capaz de echar abajo el sistema ; en cambio, la aparición del fenómeno histórico de la descomposición, resultado de la prolongación de la decadencia al no haber revolución proletaria, no es en absoluto una etapa necesaria en el camino de su emancipación.
Con esta fase de la descomposición ocurre como con lo de la guerra imperialista.La guerra de 1914 fue un hecho fundamental que la clase obrera y los revolucionarios debían tener evidentemente en cuenta (¡ y de qué modo !), pero eso no implica ni mucho menos que fuera una condición necesaria a la revolución.Sólos los bordiguistas lo creen y lo afirman. La CCI ya tuvo ocasión de demostrar que la guerra no es ni mucho menos una condición especialmente favorable para el triunfo de la revolución internacional.Y si se considera la perspectiva de una tercera guerra mundial, el problema queda inmediatamente "resuelto".

13. En realidad, hay que ser de lo más clarividente sobre el peligro que significa la descomposición en la capacidad del proletariado para ponerse a la altura de su tarea histórica. Del mismo modo que el estallido de la guerra imperialista en el corazón del mundo "civilizado" fue una "sangría que podía acabar por agotar mortalmente al movimiento obrero europeo", que "amenazaba con enterrar las perspectivas del socialismo bajo las ruinas amontonadas por la barbarie imperialista", "segando en los campos de batalla (...) a las mejores fuerzas (...) del socialismo internacional, las tropas de vanguardia del proletariado mundial entero" (Rosa Luxemburg, La Crisis de la socialdemocracia), la descomposición de la sociedad, que no hará sino agravarse, puede también segar, en los años venideros, las mejores fuerzas del proletariado, comprometiendo definitivamente la perspectiva del comunismo. Y ello es así porque el envenenamiento de la sociedad que acarrea la putrefacción del capitalismo no deja libre a ninguno de sus componentes, a ninguna de sus clases, ni siquiera al proletariado. Y aunque el debilitamiento del imperio de la ideología burguesa debido a la entrada del capitalismo en su fase de decadencia era una de las condiciones de la revolución, el fenómeno de descomposición de esa misma ideología, tal como hoy se está desarrollando, aparece esencialmente como un obstáculo a la toma de conciencia del proletariado.
La descomposición ideológica afecta, evidentemente, en primer lugar a la clase capitalista misma y de rebote, a las capas pequeñoburguesas, que carecen de la menor autonomía. Puede incluso decirse que estas capas se identifican muy bien con la descomposición, pues al dejarlas su propia situación sin la menor posibilidad de porvenir, se amoldan a la causa principal de la descomposición ideológica : la ausencia de toda perspectiva inmediata para el conjunto de la sociedad. Unicamente el proletariado lleva en sí una perspectiva para la humanidad, y por eso es en sus filas en donde existen las mejores capacidades de resistencia a la descomposición. Pero también le afecta ésta, sobre todo porque la pequeña burguesía, con la que convive, es uno de sus principales vehículos. Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica :

  • la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el "sálvese quién pueda", el "arreglárselas por su cuenta" ;
  • la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad ;
  • la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el "no future" ;
  • la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época.


14. Uno de los factores que está agravando esa situación es evidentemente, que una gran proporción de jóvenes generaciones obreras está recibiendo en pleno rostro el latigazo del desempleo, incluso antes de que muchos hayan podido tener ocasión, en los lugares de producción, junto con los compañeros de trabajo y lucha, de hacer la experiencia de una vida colectiva de clase. De hecho, el desempleo, resultado directo de la crisis económica, aunque en sí no es una expresión de la descomposición, acaba teniendo, en esta fase particular de la decadencia, consecuencias que lo transforman es aspecto singular de la descomposición. Aunque en general sirve para poner al desnudo la incapacidad del capitalismo para asegurar un futuro a los proletarios, también es, hoy, un poderoso factor de "lumpenización" de ciertos sectores de la clase obrera, sobre todo entre los más jóvenes, lo que debilita de otro tanto las capacidades políticas actuales y futuras de ella, lo cual ha implicado, a lo largo de los años 80, que han conocido un aumento considerable del desempleo, una ausencia de movimientos significativos o de intentos reales de organización por parte de obreros sin empleo. El que en pleno período de contrarrevolución, cuando la crisis de los años 30, el proletariado, en especial en Estados Unidos, hubiera sido capaz de darse formas de lucha da una idea, por contraste, del peso de las dificultades que hoy acarrea el desempleo en la toma de conciencia del proletariado, a causa de la descomposición.

15. De hecho, no sólo es en la cuestión del desempleo en donde se han visto en los últimos años el peso de la descomposición como factor de las dificultades en la toma de conciencia del proletariado. Incluso dejando de lado el hundimiento del bloque del Este y la agonía del estalinismo (que son una expresión de la fase de descomposición y que han provocado un retroceso evidente en la conciencia de clase, véase al respecto la Revista internacional nos 60 y 61), debemos considerar que las dificultades de la clase obrera para hacer avanzar la perspectiva de unificación de las luchas, aún cuando esto ya estaba contenido en la dinámica misma de su lucha contra los ataques cada día más frontales del capitalismo, se deben en gran parte a la presión que está ejerciendo la descomposición. Las vacilaciones del proletariado, ante la necesidad de alzarse a un nivel superior de su lucha, aunque es una característica general del movimiento obrero analizada ya por Marx en El 18 de Brumario, se ha acentuado con la falta de confianza en sí mismo y en el porvenir que la descomposición inocula en la clase. E igualmente, la ideología del "cada uno a lo suyo", que marca especialemente el período actual, ha favorecido las trampas del corporativismo que la burguesía ha puesto delante de las luchas obreras en los últimos años.
Es así como a lo largo de los años 80, la descomposición de la sociedad capitalista ha desempeñado un papel de freno de la toma de conciencia de la clase obrera. Junto a otros factores, identificados ya en el pasado, que también han contribuido a frenar ese proceso, como :
1)el ritmo lento de la crisis misma ;
2)la debilidad de las organizaciones políticas de la clase debida a la ruptura orgánica entre las formaciones del pasado y las que han surgido con la reanudación histórica de finales de los años 60, es importante añadir la presión de la descomposición. Estos factores no actúan, sin embargo, de la misma manera.Mientras que el tiempo que pasa es un factor que contribuye a restar importancia a aquéllos, no hace sino aumentar la importancia de éste. Es, pues, fundamental, comprender que cuanto más tarde el proletariado en derrocar al capitalismo, tanto más importantes serán los peligros y los efectos nocivos de la descomposición.

16. Es conveniente poner en evidencia que hoy, contrariamente a la situación de los años 70, el tiempo ya no juega en favor de la clase obrera. Mientras la amenaza de destrucción de la sociedad estaba representada por la guerra imperialista "únicamente", al ser capaces de mantenerse como obstáculo decisivo ante semejante conclusión, las luchas obreras cerraban el camino a la destrucción. En cambio, contrariamente a la guerra imperialista, la cual, para poder estallar, requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, la descomposición no necesita ningún alistamiento de la clase obrera para destruir a la humanidad. Del mismo modo que no pueden oponerse al hundimiento económico, las luchas proletarias en este sistema tampoco serán capaces de llegar a ser un freno a la descomposición.En estas condiciones, aunque la amenaza que representa la descomposición para la vida social aparece como algo a más largo plazo que la que vendría de una guerra mundial (si las condiciones para ésta estuvieran reunidas, lo que no es el caso hoy), es, en cambio, mucho más insidiosa.Para acabar con la amenaza que es la descomposición, las luchas obreras de resistencia a los efectos de la crisis no son suficientes: únicamente la revolución comunista podrá destruir esa amenaza. Del mismo modo, en todo el período venidero, el proletariado no podrá utilizar en beneficio propio el debilitamiento que la descomposición está provocando en el seno de la burguesía misma. En este período, su objetivo será resistir ante los efectos nocivos de la descomposición en su propio seno, no contando más que con sus propias fuerzas, con su capacidad para luchar colectiva y solidariamente, en defensa de sus intereses como clase explotada, aunque, eso sí, la propaganda de los revolucionarios deberá insistir constantemente en los peligros de la descomposición. Sólo será en el período revolucionario, cuando el proletariado esté a la ofensiva, cuando entable directa y abiertamente el combate por su propia perspectiva histórica, cuando entonces podrá utilizar ciertos efectos de la descomposición de la ideología burguesa y de las fuerzas del poder capitalista, como punto de apoyo para volverlas contra el capital.

17. La evidencia de los peligros considerables que a la clase obrera y a la humanidad entera hace correr el fenómeno histórico de la descomposición no debe llevar a la clase y especialmente a sus minorías revolucionarias a adoptar frente a ella una actitud fatalista.La perspectiva histórica sigue abierta. A pesar del golpe en su toma de conciencia dado por el hundimiento del bloque del Este, el proletariado no ha sufrido derrotas importantes en el terreno de sus luchas. Su combatividad sigue intacta. Pero, además, y es éste un factor que determina en última instancia la evolución de la descomposición, o sea, la agravación inexorable de la crisis del capitalismo, es un estimulo esencial de la lucha y de la toma de conciencia de la clase, condición misma en su capacidad para resistir al veneno ideológico de la putrefacción de la sociedad. En efecto, si bien las luchas parciales contra los efectos de la descomposición no pueden ser un terreno de unificación de clase, en cambio la lucha contra los efectos de la crisis misma es la base para que se desarrolle su fuerza y su unidad de clase. Y esto es así porque :

  • si bien los efectos de la descomposición (la contaminación, la droga, la inseguridad...) afectan de modo relativamente indiferenciado a todas las capas de la sociedad y son un terreno idóneo para las campañas y trampas aclasistas (ecología, colectivos y movimientos antinucleares, movilizaciones antiracistas...), en cambio, los ataques económicos (baja del salario real, despidos, aumentos de cadencias...) resultados directos de la crisis, afectan de modo específico al proletariado, o sea, a la clase que produce la plusvalía y que enfrenta al capital en ese terreno ;
  • la crisis económica, al contrario de la descomposición social, la cual concierne esencialmente las superestructuras, es un fenómeno que afecta directamente la infraestructura de la sociedad en la que se basan aquéllas ; por eso, la crisis pone al desnudo las causas primeras de toda la barbarie que se cierne sobre la sociedad, permitiendo así al proletariado tomar conciencia de la necesidad de cambiar radicalmente de sistema y no ya de pretender mejorar algunos aspectos de él.

Sin embargo, la conciencia de la crisis por sí sola no puede resolver los problemas y las dificultades ante los que se enfrenta y deberá enfrentarse cada día más el proletariado.Unicamente :

  • la conciencia de la importancia de lo que se está jugando en la situación histórica de hoy y, en especial, de los peligros mortales que la des composición entraña para la humanidad;
  • su determinación en proseguir, desarrollar y unificar su combate de clase ;
  • su capacidad para desactivar la cantidad de trampas que la burguesía, incluso afectada por su propia descomposición, no dejará de tenderle en su camino ;

permitirá a la clase obrera responder golpe a golpe a los ataques de todo tipo desencadenados por el capitalismo para finalmente pasar a la ofensiva y acabar de una vez con este sistema cruel y despiadado.
La responsabilidad de los revolucionarios es participar activamente en el desarrollo de ese combate del proletariado.

FM, Mayo del 90

Series: 

  • Entender la descomposición [42]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La decadencia del capitalismo [33]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [38]

La única respuesta a la guerra imperialista es la lucha de clases internacional

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EN RESPUESTA al horrible crimen de guerra del 11 de septiembre, con su trágico balance de más de 6000 muertos, nuevos e igualmente horribles crímenes de guerra están siendo cometidos por USA y sus "aliados".

Antes ya del comienzo de los nuevos ataques militares sobre un Afganistán completamente arruinado, decenas de miles de refugiados afganos estaban condenados a muerte por hambre y enfermedades. Sin embargo, la lista de muertes va a crecer dramáticamente ahora que las acciones militares han empezado. Las bombas y los misiles causarán desabastecimiento y hambrunas a una escala todavía mayor por mucho que Estados Unidos, por razones publicitarias, lance unos cuantos paquetes de alimentos. Respecto a los llamados "ataques de precisión" no tenemos más que recordar lo que ocurrió anteriormente en las guerras contra Irak en 1991 y contra Serbia en 1999. Las poblaciones de ambos países todavía están padeciendo los resultados devastadores de estos bombardeos "humanitarios".
Se nos dice que esta nueva guerra es una guerra en defensa de la democracia y la civilización contra la red de fanáticos islámicos dirigida por Ben Laden. Pero Ben Laden y sus secuaces, que han matado deliberadamente el máximo número de civiles posible, no hacen sino seguir el ejemplo de lo que tantas veces han hecho los llamados Estados "civilizados". La civilización que reina en el planeta, tanto en los países occidentales como en el llamado "mundo musulmán", es una civilización capitalista, y es este sistema social el que está en un profundo declive desde la Primera Guerra mundial. En esta época de decadencia nos ha dado numerosas muestras de barbarie y carnicería humana: los campos de concentración de los nazis y del estalinismo; los bombardeos de terror de Londres durante la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos de Dresde y Hamburgo en 1944 realizados por los Aliados, Hiroshima y Nagasaki; Vietnam y Camboya. Muchas de estas carnicerías se han hecho en nombre de la democracia y de la civilización. Baste mirar la última década del siglo XX: masacres en Kuwait e Irak, en Yugoslavia, en Ruanda, en Argelia, Congo, Chechenia, en Oriente Medio. En cada una de esas historias de horror, la población civil ha sido tomada como rehén, forzada a huir, bombardeada, torturada, secuestrada, encerrada en campos de concentración. ¡Esa es la civilización que nos piden que defendamos!. Una civilización que vive en un estado de guerra caótica, que se hunde cada vez más profundamente en su propia descomposición, que amenaza la supervivencia de toda la especie humana.

La verdadera razón de la guerra actual

Lo de una "guerra contra el terrorismo" es una rematada mentira. En primer lugar, porque los primeros en utilizar el terrorismo o en alentarlo son los propios Estados "democráticos". Tomemos el ejemplo de Estados Unidos: en los años 80 apoyaron a los Contras de Nicaragua, en los 90 a los fundamentalistas islámicos de Argelia ... y sobre todo ¡al propio Ben Laden que empezó su carrera como agente de la CIA en la guerra contra los rusos en Afganistán!.
En realidad, la "lucha contra el terrorismo" no es el auténtico móvil de las acciones militares actuales. El hundimiento en 1989 del antiguo bloque soviético trajo como resultado la desaparición del bloque occidental alrededor de Estados Unidos. Este país se ha visto desde entonces ante una situación en la que sus antiguos aliados y toda clase de pequeños o medianos Estados intentan desafiar su liderazgo siguiendo sus propias ambiciones imperialistas. En respuesta, Estados Unidos ha realizado grandes exhibiciones de fuerza, en 1991 contra Irak, en 1999 contra Serbia y ahora contra Afganistán. En cada una de esas ocasiones, sus antiguos aliados - Gran Bretaña, Alemania, Francia - se han visto obligados a seguirles si no querían verse relegados en el tablero imperialista mundial.
Pero cuanto más intenta Estados Unidos imponer su autoridad más tensiones y desacuerdos genera. Con anterioridad al 11 de septiembre, EE.UU. tuvo que hacer frente a la creciente hostilidad de sus antiguos aliados europeos que se manifestó ruidosamente con ocasión de los Acuerdos de Kyoto, el Escudo antimisiles o el asunto del Euroejército. Por ello, con el nuevo despliegue militar supuestamente contra el terrorismo, Estados Unidos les fuerza una vez más a seguirle los pasos a la vez que intenta obtener importantes posiciones estratégicas en la región clave de Afganistán, pivote entre el subcontinente indio y Oriente Medio.
Por el momento, la "Coalición contra el Terrorismo" ha conseguido acallar las divisiones entre EE.UU. y las demás potencias. Pero esas divisiones volverán a estallar en el futuro. Actualmente, la guerra está desestabilizando profundamente el "mundo musulmán", creando nuevos conflictos que no dejarán de ser explotados por los rivales de los americanos. Lejos de crear un mundo más seguro, la guerra actual acelerará la caída hacia un caos militar. Este incluirá el empleo de atentados terroristas asesinos que se convertirán en un medio rutinario de la guerra interimperialista actual.

La clase obrera es la principal víctima de la guerra capitalista

Con la masacre del 11 de septiembre hemos entrado en una nueva etapa dentro del conflicto imperialista global, una etapa en la que la guerra se hará mucho más presente y tomará una amplitud que jamás había tenido desde 1945. Y como en todas las guerras capitalistas, la clase obrera y los sectores más desfavorecidos de la sociedad, serán las principales víctimas. En las Torres Gemelas la mayoría de los muertos son trabajadores administrativos, limpiadoras, bomberos, es decir, proletarios. En Afganistán, una población ya de por sí muy castigada por más de 20 años de guerra, es hoy de nuevo quien paga los platos rotos, víctima tanto de los talibanes que les obligan a alistarse en el ejército como de los bombardeos de Estados Unidos.
Pero la clase obrera no es solo víctima en sus propias carnes, lo es también en su conciencia. En Estados Unidos la burguesía se aprovecha de la legítima indignación que ha suscitado el ataque terrorista para desarrollar las peores formas de histeria patriótica, llamar a la unidad nacional, a la solidaridad entre explotadores y explotados.
En Europa nos dicen que "todos somos americanos" para, una vez más, tratar de transformar la solidaridad con los muertos en una apoyo hacia las nuevas acciones bélicas. Y si lo rechazamos, el bando de la "civilización contra el terrorismo" nos dice que estamos apoyando a Ben Laden. Nos quieren encerrar en una falsa disyuntiva: o la Coalición internacional o sostener a Bin Laden como pretendido símbolo de la "resistencia" contra la opresión, llamándonos a preparar la "guerra santa" como en Afganistán, Pakistán, Oriente Medio o entre las poblaciones musulmanas de los países centrales. Según esta versión de los hechos del 11 de septiembre "los americanos habrían recibido su merecido". Este antiamericanismo es otra forma de racismo y de chovinismo, su función es obstaculizar el desarrollo entre los trabajadores de su propia identidad de clase, la cual significa romper con las fronteras nacionales y los nacionalismos.
En todos los países, el proletariado está siendo sometido al terror estatal en nombre del "antiterrorismo". No solo el terror impuesto por el delirio nacionalista sino el de las medidas concretas de represión que se están estableciendo por el mundo entero. El temor real que generan los ataques terroristas proporciona a las autoridades el clima propicio para imponer un sistema completo de controles policiales, control de identidad, intervenciones telefónicas y otras medidas de "seguridad", un sistema que en el futuro no se usará contra los terroristas sino contra los trabajadores y revolucionarios que luchen contra el capitalismo. El establecimiento del carné de identidad en Estados Unidos y Gran Bretaña no es sino la punta del iceberg de este proceso.

La respuesta a la guerra no es el pacifismo sino la lucha de clases

La clase dominante es plenamente consciente de la necesidad de garantizarse la plena lealtad de toda la población y especialmente de la clase obrera, si quiere llevar adelante sus designios guerreros. Sabe muy bien que el único obstáculo a la guerra es la clase obrera que produce la mayoría de las riquezas sociales y es la primera en morir en las guerras capitalistas. Y esta es precisamente la razón por la cual los trabajadores deben rechazar cualquier identificación con cualquier interés nacional. La lucha contra la marcha hacia la guerra debe vivificar y desarrollar la lucha por sus propios intereses de clase. La lucha contra los despidos que están siendo impuestos no sólo a causa de los atentados terroristas sino sobre todo como consecuencia del propio desarrollo de la recesión. La lucha contra los sacrificios en el trabajo impuestos tanto para sostener a la economía nacional como para desarrollar el esfuerzo de guerra. Solo esta lucha puede hacer que los trabajadores entiendan la necesidad de la solidaridad de clase internacional con todas las víctimas de la devastación y la crisis capitalista. Solo esta lucha puede conducir hacia la perspectiva de una nueva sociedad liberada de la explotación y de la guerra.
La lucha del proletariado no tiene nada que ver con el pacifismo que defienden las diversas coaliciones "para detener la guerra" en la que participan grupos verdes, pacifistas, trotskistas u otros. El pacifismo solicita a la ONU, apelando a la "ley internacional", la lucha del proletariado solo puede desarrollarse si rompe las barreras de la ley burguesa. Actualmente, en muchos países "democráticos", toda forma efectiva de lucha (tentativas de extender las luchas a otros sectores, toma de decisiones mediante Asambleas Generales y no a través de votos sindicales) se ha convertido en ilegal con la ayuda de los Sindicatos. La ilegalización de la lucha de clases será cada vez más explícita en este periodo dominado por la guerra.
Los pacifistas también llaman a "las gentes de buena voluntad", a una alianza de todas las clases sociales que se oponen a la política de Bush, Blair y compañía. Pero esto es otra forma de diluir al proletariado entre la masa de la población, ahora que el problema principal que el proletariado tiene es el de volver a descubrir su propia identidad social y política.
Pero, por encima de todo, el pacifismo jamás se ha opuesto al interés nacional el cual, en la época del imperialismo, solo puede ser defendido por los métodos guerreros e imperialistas. Esto no solo se aplica a los grupos "respetables" del pacifismo, como el CND inglés o los Verdes alemanes, hoy en el gobierno, sino también a los que se proclaman su "ala radical" como es el caso de los trotskistas. Estos también quieren que defendemos un nacionalismo contra otro. Durante la guerra del Golfo defendieron a Irak contra la coalición internacional; en la guerra balcánica llamaron a defender a Serbia o al Ejército de liberación nacional de Kosovo (es decir, un grupo apoyado por la OTAN). Hoy también andan buscando una fracción "antiimperialista" entre los bandos en conflicto. Y si no son los talibanes o Ben Laden entonces llaman a defender a los grupos armados de la "Resistencia palestina" cuyas ideas y métodos son exactamente los mismos.
Lejos de oponerse a la guerra, el pacifismo es el complemento imprescindible que necesita la coalición militar de la burguesía pues su papel es el desviar y confundir a los trabajadores impidiendo una auténtica conciencia de clase sobre el significado de la guerra en la sociedad actual.
La humanidad no se enfrenta a un dilema entre Guerra o Paz. La verdadera alternativa es hundirse en una violenta espiral de guerras imperialistas o desarrollar la guerra de clases. Hundimiento en la barbarie o victoria de la revolución comunista, tal fue la alternativa que mostraron contra la guerra de 1914, Lenin y Rosa Luxemburgo y que se concretó en las huelgas, motines y revoluciones que acabaron con ella. Tras casi un siglo de decadencia capitalista y de autodestrucción esta alternativa se plantea hoy con mayor agudeza y violencia.
Contra el capitalismo, responsable de las hambrunas, de las guerras, de la miseria creciente, de toda la barbarie del mundo actual, las consignas del movimiento obrero son hoy más actuales que nunca:

¡ proletarios del mundo entero, uníos !

La emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores

Corriente comunista internacional

Vida de la CCI: 

  • Intervenciones [43]

Noticias y actualidad: 

  • 9/11 [37]

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