Hace 70 años, en mayo de 1936, estallaba en Francia una inmensa oleada de huelgas obreras espontáneas contra la agravación de la explotación provocada por la crisis económica y el desarrollo de la economía de guerra. En julio de ese mismo año, en España, frente al alzamiento militar de Franco, la clase obrera se puso inmediatamente en huelga general, tomando las armas para replicar al ataque. Muchos revolucionarios, incluidos los más conocidos como Trotski, creyeron percibir en aquellos acontecimientos el inicio de una nueva oleada revolucionaria internacional. En realidad, debido a un análisis superficial de las fuerzas en presencia, acabaron equivocándose a causa de la adhesión entusiasta y la “radicalidad” de algunos discursos. Basándose en un análisis lúcido de la relación de fuerzas internacional, la Izquierda comunista de Italia (en su revista Bilan) comprendió que los frentes populares no eran, ni mucho menos, la expresión de un desarrollo revolucionario, sino todo lo contrario: expresaban el encierro cada vez mayor del la clase obrera en la ideología nacionalista, democrática y el abandono de la lucha de clases contra las consecuencias de la crisis histórica del capitalismo: «El Frente popular es al fin y al cabo el proceso real de disolución de la conciencia de clase de los proletarios, el arma destinada a mantener, en todas las circunstancias de su vida social y política, a los obreros en el terreno de la sociedad burguesa” (Bilan n° 31, mayo-junio de 1936). Rápidamente, tanto en Francia como en España, el aparato político de la izquierda “socialista” y “comunista” sabrá ponerse en cabeza de los movimientos y, tras encerrar a los obreros en la falsa alternativa fascismo/antifascismo, logrará sabotearlos desde dentro, orientarlos hacia la defensa del Estado democrático y, finalmente, alistar a la clase obrera para la segunda carnicería interimperialista mundial.