Incendios en Amazonia y todo el mundo: El capitalismo abrasa el planeta

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En las últimas semanas hemos asistido, a propósito de los incendios en la Amazonia, a un nuevo ejemplo de la cobertura mediática capitalista de un desastre medioambiental: bombardeo de cifras y estadísticas, proliferación de apariciones de dirigentes compungidos y llamamientos abstractos al “algo hay que hacer”; y al mismo tiempo una auténtica cortina de humo – desgraciadamente nunca mejor dicho – sobre las verdaderas causas, - el sistema capitalista como tal -, o la única salida – la liberación de la humanidad y del planeta de este sistema cada vez más incompatible con la vida, con cualquier vida – a tamaña catástrofe.

Por justa que sea la sincera indignación que provoca la extinción a mansalva de los recursos del planeta, por lógica que sea la preocupación que suscita el futuro para la Naturaleza – entre la que se incluye la propia especie humana -, lo que debemos afirmar categóricamente es que sin enfocar el verdadero origen del creciente desastre medioambiental, sin dirigir nuestra lucha a suprimir el yugo capitalista que pesa sobre el planeta, sin establecer una nueva organización social, una comunidad humana liberada de las leyes de la explotación y de la mercancía, estos anhelos, por justos que sean, se desvanecerán como cenizas.

Los incendios consecuencia y factor de agravación del desastre medioambiental.

En dicha campaña los incendios del Amazonas han sido presentados como algo circunstancial. En su versión más burda – la de Bolsonaro y también, conviene recordarlo, el mismísimo Evo Morales – los incendios son presentados como algo “tradicional”. En la versión más “sofisticada” de esa campaña, los incendios se explican como la obra de oscuros intereses de “lobbys” agropecuarios.

Todo eso es rigurosamente cierto, pero completamente parcial. Y no hay peor mentira que una media verdad. En realidad, el capitalismo actual es un sistema que abrasa los bosques. Sólo en el año 2018 desparecieron de la faz de la tierra 12 millones de Hectáreas de dosel arbóreo, de las que 3,6 millones lo eran de selva tropical. El sistema tradicional de “quema” del bosque para obtener terreno para cultivos de subsistencia y autoconsumo de las comunidades rurales, ha dejado paso a una deforestación e incendios a escala industrial, como los que vimos en 2015 en las selvas de Borneo y Sumatra para generalizar las plantaciones de palma con el que obtener su aceite para biodiesel. Eso mismo lo vemos hoy en Brasil y toda Sudamérica para facilitar la penetración de las explotaciones mineras y madereras, para la obtención de pastos con los que alimentar una ganadería extensiva a bajo coste, y para una producción masiva de soja y palma, destinados esencialmente para la exportación para las explotaciones ganaderas de Europa y Norteamérica o la producción de biocombustibles. Los remilgados dirigentes mundiales que sueltan lágrimas de cocodrilo cuando ven arder la Amazonia, defienden a cara de perro la competitividad de su propia industria alimentaria. Ello explica que el compungido Macron (sobre el que volveremos luego) se haya quedado solo con su amenaza de frenar los acuerdos UE-Mercosur[1], que incluyen desde luego la importación de soja, maíz y algodón de Brasil, al menor coste posible.

La prueba de que no es algo circunstancial, ni característico” del estilo populista de Bolsonaro es que esa política de deforestación a lo bestia, fue practicada igualmente bajo los gobiernos de Lula, Roussef y Temer, y está siendo seguida en Paraguay, Perú y por el bolivariano Morales, que no cesará en sus invocaciones a la “pachamama”, o se disfrazará de aimara, pero lo cierto es que igualmente ha rebajado los controles medioambientales y ha perdonado multas a empresas deforestadoras. En consecuencia, en lo que va de año, 400 mil hectáreas de zonas arbóreas han desaparecido en Bolivia en zonas como la Chiquitanía (20 mil incendios) y el Pantanal también en Paraguay. El régimen de Maduro tampoco se queda atrás. La destrucción de la Amazonia venezolana ha tomado forma a través del llamado "Arco Minero", con lo cual esta extensa zona sufre una explotación descontrolada resultado no solo de la desidia del Estado, sino que él mismo promueve la extracción de oro y otros minerales que luego son vendidos principalmente a Turquía, lo que les permite a las cúpulas cívico-militares chavistas obtener algunos ingresos para permanecer en el poder. Desde los tiempos de Chávez, este Arco Minero, fue puesto bajo el control de una corporación militar. También en esa zona actúa la guerrilla colombiana del ELN en la explotación de los recursos mineros, con lo cual la dupla Chávez-Maduro ha venido otorgando en la práctica el control de amplios segmentos de esta zona a verdaderas mafias que son controladas por militares y civiles que ocupan altos cargos en su gobierno y que se benefician también de la minería ilegal (cuyas actividades abarcan mucho más territorio que en Brasil, Ecuador o Perú) la cual se ocupa de la explotación de oro, diamantes y coltán, lo que ha ocasionado una verdadera devastación vegetal y una alta contaminación de los ríos.

Y lo mismo sucede en África (en la Angola gobernada por el MPLA se han producido ya este año 130 mil incendios, casi el doble de los que han tenido lugar en Brasil). Y en Alaska y la zona ártica. O en la mismísima Siberia, donde también Putin adoptó medidas para dejar que los bosques ardieran excepto que, desde un punto de vista de rentabilidad económica, tuviera sentido apagarlos- En consecuencia, en un año han ardido 1’3 millones de Hectáreas y ciudades como Novosibirsk o Krasnoiarsk han visto como nubes de humo llevaban a las urgencias de los hospitales a miles de personas. Antes de que Putin decidiera que ya no era rentable dejar quemarse el bosque, el coste de los incendios en Siberia ascendía a 100 millones de euros, ¡cinco veces el importe de la ayuda de la UE al gobierno brasilero para acotar los incendios de la Amazonia!

Lo que sucede con esta marea de incendios es que en última instancia viene facilitada también por el calentamiento global del planeta. Un factor que tampoco es en absoluto “natural, ni resultado de un dominio de la “especie equivocada” como afirman los “anti especistas”[2]. Es el resultado de una forma de organización social de esa especie que antepone el beneficio de una minoría social a la supervivencia del conjunto de la humanidad. Por ello, la oleada de fuego que sacude hoy el planeta es, como decimos, consecuencia y factor de agravación desde desastre medioambiental. El humo de los incendios es ya hoy el responsable de un 30% de las emisiones de gases responsables del conocido “efecto invernadero” · La industria agroalimentaria es hoy más contaminante que las compañías petrolíferas. Y quién sufre en primer lugar las consecuencias de esa degradación medioambiental, no es ya la biodiversidad, sino la propia especie humana. Y dentro de estas no sólo un puñado de comunidades indígenas en las selvas, sino sobre todo las masas de trabajadores y de población empobrecida que se hacina en las grandes ciudades. La contaminación del aire (como la que vio en Siberia o la que hizo que en Sao Paulo se oscureciera el cielo a las 3 de la tarde tras los incendios) es una de las principales causas de muertes prematuras. Un reciente estudio de la ONU cifra en 8’8 millones de personas las víctimas anuales de esta contaminación, y comparativamente ese índice es mayor en los países más “desarrollados”. Se trata de un círculo malditamente vicioso: el calentamiento favorece los incendios, facilitando la deforestación, que a su vez permite la extensión de los fuegos, que liberan más carbono, lo que aumenta el calentamiento, en una espiral infernal. El nudo gordiano para quebrar esta espiral es acabar con el capitalismo, en todas sus variantes, en todas sus formas, en todo el orbe.

El nauseabundo doble lenguaje de la burguesía mundial.

Para los explotadores se trata de negar que es el sistema que mantiene sus privilegios lo que amenaza la supervivencia de la humanidad. Como ya denunciara la Internacional Comunista en 1919, si los dirigentes mundiales querían descubrir de verdad quien era el causante de la carnicería de la Primera Guerra mundial no tenían más que mirarse al espejo. Por el contrario, se dedicaron a cargar las culpas sobre tal o cual expresión de su barbarie (el militarismo prusiano o la barbarie eslava según el bando), con objeto de esconder que la guerra imperialista es el resultado de la evolución del capitalismo. Otro tanto hemos visto con los estragos de una crisis que ha llevado a la miseria a miles de millones de seres humanos, y a acentuar la concurrencia entre capitales nacionales para mantenerse a flote en el mercado mundial, aunque para ello deban agredir más los recursos naturales (sea China, o sea Brasil[3]). También fueron achacados a un puñado de capitalistas avariciosos (que sea Lehman Brothers o que sea la Merkel) que anteponían su egoísmo a las necesidades de la humanidad, cuando la realidad es que la causa de las crisis son las contradicciones inherentes al sistema capitalista, y que cuanto más perviva éste, más duras y devastadoras serán los episodios de recesión y sus supuestas “recuperaciones”. Y lo mismo vemos ahora en cuanto a la crisis medioambiental. Los “media”, los gobernantes “responsables” señalan con el dedo a un puñado de “irresponsables”, “lunáticos”, o “populistas” por causar las catástrofes que van arrasando el planeta. Tan gordo es el dedo acusador de algunos que merece la pena detenerse en examinar su comportamiento para darse cuenta del tamaño real de su cinismo.

Tomemos por ejemplo a Evo Morales que como ya señalamos practica las mismas medidas que Bolsonaro solo que en vez de fotografiarse con los latifundistas, fue corriendo a hacerse una foto portando una manguera, como si quisiera apagar el fuego, el muy hipócrita. Tomemos el ejemplo del representante de esa nueva forma de gobernar “para el pueblo” que es Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con un discurso en las antípodas ideológicas de Bolsonaro, pero que en defensa de la competitividad del capital nacional mexicano se prepara para perpetrar nuevos atentados sociales y “ecoicidas” (como el Tren Maya que degrada la llamada Amazonia mesoamericana, o la refinería de Dos Bocas, inscritas ambas en el plan rimbombantemente llamado la Cuarta Transformación). Tomemos el caso de Macron, elevado en la reciente cumbre de Biarritz, a portaestandarte del capitalismo “eco-friendly”, pero que no vaciló en responder con una represión brutal las protestas contra la edificación de un aeropuerto en la región de las Landas en 2018. Conviene recordar que Francia es un país amazónico (la Guyana francesa), es de hecho el titular del único bosque tropical de “propiedad” europea. Y ¿cuál es su política? Pues facilitar la implantación de explotaciones mineras de multinacionales francesas, rusas, holandesas, y canadienses (¡caramba con Trudeau!) para una explotación salvaje de lo que se conoce como la Montaña de Oro, que ocasionará un enorme gasto energético (más que toda la capital de la Guayana francesa) e ingentes cantidades – 300 millones de toneladas - de residuos tóxicos (arsénico, cianuro, etc.).

No podemos elegir entre la brutalidad y la crudeza de Bolsonaro o Trump y los negacionistas del cambio climático que califican éste de “complot marxista” y al ecologismo de estorbo para el desarrollo económico del país; y, por otro lado, el cinismo de los gobernantes que dicen estar preocupados por el calentamiento y el clima, que se fotografían sonrientes con las nuevas “starlettes” del movimiento ecologista que culpan a una parte de la humanidad (los mayores, los occidentales) del desastre medioambiental, pero que están dispuestos a aplastarnos cuando luchamos contra las bases mismas del sistema que lo ocasiona. Ambos acaban provocando arcadas de asco y de angustia por el futuro.

Solo la comunidad humana mundial liberada de la explotación, es decir el comunismo, puede rescatar el planeta.

Quienes quieren que veamos en personajes como Bolsonaro los únicos responsables de las catástrofes tales como los incendios en el Amazonas, les acusan de que priman los beneficios particulares sobre cualquier otra consideración humanitaria o medioambiental. Pero ¡esa es la lógica de base del sistema capitalista. ¡Es la misma lógica criminal que subyace detras de otros tantos crímenes como las guerras, la miseria o los miles de muertos en los naufragios de migrantes en el Mediterráneo, por ejemplo! Nos están tratando de colar una venenosa patraña: que sería posible un sistema basado en la explotación por parte de una minoría de una inmensa mayoría, fundamentado en la división de la humanidad en clases, rota en una concurrencia a muerte entre naciones hasta llegar a la guerra, cuyo motor es la transformación de recursos naturales y de los seres humanos en mercancías con los que acumular capital,… en un sistema en que, por ejemplo, la Amazonia no fuera vista como un negocio sino como una “reserva medioambiental” del planeta. Lo dicho. O ceguera cómplice o cinismo criminal.

Es cierto que el desastre medioambiental es demasiado grande para dejarlo a merced de “naciones soberanas”, que el planeta entero debe dejar de estar prisionero de la dictadura de las leyes del beneficio y la acumulación que caracterizan el capitalismo, que la naturaleza debe ser emancipada de su condición de mercancía. Pero eso solo puede hacerse liberando a la vez la humanidad y el planeta del capitalismo. Y eso es posible únicamente instaurando un nuevo orden en todo el planeta: el comunismo resultante de la revolución internacional de la clase obrera.

Como señalamos en la hoja que estamos repartiendo en las movilizaciones por el planeta que tienen lugar en estas semanas: «La salida de un sistema que no puede existir sin la explotación de una clase por otra sólo puede tener lugar relanzando la lucha de clases, empezando por la defensa de los intereses más elementales de los trabajadores, contra los ataques a sus condiciones de vida y trabajo que descargan contra ellos todos los gobiernos y todos los patrones en respuesta a la crisis económica. Ataques que cada vez más se ejecutan invocando la defensa del medio ambiente. Este es el único medio para que la clase obrera desarrolle el sentido de su propia existencia, contrarrestando todas las mentiras que quieren hacernos creer que se trata de una “especie extinguida”. Y es el único medio para que la lucha de clases fusione las dimensiones económica y política, estableciendo el vínculo existente entre la crisis económica, la guerra y las catástrofes ecológicas, y reconociendo que solo una revolución proletaria puede superarlas.»

Este artículo ha sido el fruto de la colaboración de las secciones de la CCI en Perú, Ecuador, Brasil y España.

 

[1] El Mercado Común del Sur conformado inicialmente por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, posteriormente se incorporaron Venezuela -ahora suspendida- y Bolivia, ésta última en proceso de adhesión).

[2] Esta corriente política define a la especie humana – sin distinguir entre las clases sociales en que está dividida, o la evolución de los diferentes modos de producción que el género humano ha atravesado – como la causa de la destrucción de la Naturaleza.

[3] La evolución reciente de la deforestación en el Amazonas sigue un curso paralelo a la degradación de la posición del capital brasileño en el mercado mundial. Si se contuvo entre 2004 y 2012 fue en parte porque Brasil soñó en ese momento en convertirse en una especie de nuevo “dragón” de la economía mundial (¡recordemos cuando se hablaba de los BRIC como oasis frente a la recesión, siendo Brasil la B!). Ese sueño se desvaneció y a partir de 2014, Brasil, incluso con Dilma Rousseff en el gobierno, bajo los pies a tierra y se volvió a centrar en la economía extractiva, y particularmente la ganadería y la soja. En consecuencia, la deforestación y los incendios volvieron a aumentar.

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