Entender la descomposición: las raices marxistas de la noción de descomposición

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La actitud más caricaturesca es probablemente la del Partido comunista internacional (PCI, que publica Le Prolétaire e Il Comunista). Así es como en un folleto recientemente publicado, Le Courant communiste international: à contre-courant du marxisme et de la lutte de classe (la CCI a contracorriente del marxismo y de la lucha de clases), esta organización evoca nuestro análisis sobre la descomposición en estos términos: “Tampoco haremos aquí la critica en regla de esa teoría brumosa, contentándonos con señalar sus hallazgos que rompen con el marxismo y el materialismo”. Y aquí se acaba todo lo que el PCI tiene que decir con respecto a nuestro análisis, cuando por otra parte dedica setenta páginas a la polémica con nuestra organización.

Para una organización que pretende defender intereses históricos de la clase obrera, es sin embargo una responsabilidad de primer orden el esfuerzo de reflexión teórica para clarificar las condiciones de su lucha y criticar los análisis de la sociedad que considera falsos, en particular cuando estos los defienden otras organizaciones revolucionarias (1).

El proletariado y sus minorías de vanguardia necesitan ante todo un marco global de comprensión de la situación. Sin él están condenadas a ser incapaces de responder a los acontecimientos sino es de forma empírica, condenadas a ser zarandeadas por ellos.

Por su parte, la Communist Worker’s Organisation (CWO), rama británica del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) ha abordado en tres artículos de sus publicaciones (2) nuestro análisis sobre la descomposición del capitalismo. Ya comentaremos más lejos los argumentos precisos avanzados por la CWO. Señalemos de momento que la crítica principal hecha en esos textos a nuestro análisis sobre la descomposición es que estaría fuera del ámbito marxista.

Frente a juicios como ése (que la CWO no es la única en enunciar) consideramos necesario poner de relieve las raíces marxistas de la noción de descomposición del capitalismo y precisar y desarrollar ciertos aspectos e implicaciones. Por eso empezamos aquí la redacción de una serie de artículos titulados “Entender la descomposición”, en continuidad con lo que redactamos hace años y que se titulaba “Entender la decadencia del capitalismo” (3), al no ser la descomposición en fin de cuentas sino un fenómeno de la decadencia, que no puede entenderse separada de ésta.

La descomposición fenómeno de la decadencia del capitalismo

El método marxista nos da un marco materialista e histórico que permite caracterizar las fases de la vida del capitalismo, tanto en su periodo ascendente como en el de su decadencia.

“De hecho, del mismo modo que el capitalismo conoce diferentes períodos en su recorrido histórico – nacimiento, ascendencia, decadencia –, cada uno de esos períodos contiene también sus distintas fases. Por ejemplo, el período de ascendencia tuvo las fases sucesivas del libre mercado, de la sociedad por acciones, del monopolio, del capital financiero, de las conquistas coloniales, del establecimiento del mercado mundial. Del mismo modo, el período de decadencia ha tenido también su historia: imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado, crisis permanente y, hoy, descomposición. Se trata de diferentes expresiones sucesivas de la vida del capitalismo; esas expresiones quizás ya existían en la fase anterior, quizás se mantenían en la siguiente, pero son, sin embargo, lo característico de una fase determinada de la vida del capitalismo” (4).

Así es como el ejemplo más conocido de este fenómeno concierne el imperialismo que, “... a decir verdad, empieza tras los años 1870, cuando el imperialismo mundial alcanza una nueva configuración significativa: el período en que se acaba la constitución de estados nacionales en Europa y Norteamérica y en el que en vez de una Gran Bretaña “fábrica del mundo”, se presentan varias “fábricas” capitalistas nacionales desarrolladas en competencia para dominar el mercado mundial –no solo para conquistar los mercados interiores de los demás sino también para conquistar el mercado colonial” (5).

Sin embargo, el imperialismo no adquiere “... un lugar preponderante en la sociedad, en la política de los Estados y en las relaciones internacionales más que con la entrada del capitalismo en su periodo de decadencia, hasta el punto de imprimir su marca a la primera fase de este período, lo que llevó a los revolucionarios en aquel entonces a identificarlo con la decadencia misma” (6).

De igual modo, el periodo de decadencia contiene, desde sus orígenes, elementos de descomposición, que se caracterizan por la dislocación del cuerpo social y la putrefacción de sus estructuras económicas, políticas e ideológicas. Sin embargo solo a cierto nivel de la decadencia, y en circunstancias bien determinadas, la descomposición se convierte en un factor, incluso el factor más decisivo de la evolución de la sociedad, abriendo así una fase especifica, la de la descomposición de la sociedad. Esta fase es el remate de las fases que la precedieron sucesivamente en la decadencia como lo prueba la historia misma de este período.

El Primer congreso de la Internacional comunista (IC) en marzo del 1919 puso en evidencia que había entrado el capitalismo en una nueva época, la de su declive histórico, e identificó en ésta la descomposición interna del sistema:

“Ha nacido una nueva época: la de la disgregación del capitalismo, de su hundimiento interno. La época de la revolución comunista del proletariado” (7).

La amenaza de su destrucción se plantea al conjunto de la humanidad si el capitalismo logra sobrevivir a la oleada de la revolución proletaria:

“La humanidad, cuya cultura está devastada, está amenazada de destrucción (...) El antiguo “orden” capitalista ha fallecido. Ya no puede seguir existiendo. El resultado final de los procedimientos capitalistas de producción es el caos” (ídem). “Ahora no solo se presenta ante nosotros con toda su horrenda realidad la pauperización social, sino también un empobrecimiento fisiológico y biológico” (8).

En el plano de la vida de la sociedad, esta nueva época está marcada por el acontecimiento histórico que la abrió, la Primera Guerra mundial:

“La libre competencia, como regulador de la producción y del reparto, fue sustituida en los campos principales de la economía por el sistema de trusts y de monopolios muchos años antes de la guerra, pero el propio curso de la guerra arrancó a los sociedades económicas el papel regulador y director para pasarlos directamente al poder militar y gubernamental” (9).

Lo que aquí se describe no es un fenómeno coyuntural, ligado al carácter pretendidamente excepcional de la situación de guerra, sino una tendencia permanente y dominante irreversible:

“Si la sujeción absoluta del poder político al capital financiero llevó la humanidad a la matanza imperialista, esta matanza permitió al capital financiero no solo militarizar el Estado de arriba abajo, sino también militarizarse a sí mismo, de tal forma que ya no puede cumplir con sus funciones económicas esenciales sino es mediante el fuego y la sangre (...) La estatización de la vida económica, contra la que tanto protestaba el liberalismo económico, es un hecho consumado. No solo volver a la libre competencia, sino a la simple dominación de los “trusts”, sindicatos y demás pulpos capitalistas se ha vuelto imposible. El único problema es saber quién dominará la producción estatizada: el Estado imperialista o el Estado del proletariado victorioso ” (10).

Las ocho décadas que siguieron no han hecho sino confirmar ese giro decisivo en la vida de la sociedad: el desarrollo masivo del capitalismo de Estado y de la economía de guerra tras la crisis del 29; la Segunda Guerra mundial; la reconstrucción y el inicio de una carrera nuclear demente; la guerra “fría”, que mató a tantos seres humanos como ambas guerras mundiales; y a partir de 1967, que corresponde al final de la reconstrucción de posguerra, el hundimiento progresivo de la economía mundial en una crisis que dura ya desde hace más de treinta años, acompañada de una espiral sin fin de convulsiones guerreras. Un mundo, en fin de cuentas, que no ofrece más alternativa que la de una agonía interminable hecha de destrucciones, miseria y barbarie.

Tal evolución histórica no puede sino favorecer la descomposición del modo de producción capitalista en todos los planos de la vida social: la economía, la vida política, la moral, la cultura, etc. Esto quedó ilustrado tanto en la locura irracional y la barbarie del nazismo con sus campos de exterminio o del estalinismo con sus gulags como por el cinismo y la hipocresía moral de sus adversarios democráticos y sus bombardeos asesinos, responsables, a finales de la Segunda Guerra mundial, de centenas de miles de victimas en la población alemana (en Dresde en particular) o en la japonesa (las dos bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki), cuando Alemania y Japón ya estaban vencidos. En 1947, la Izquierda comunista de Francia puso en evidencia que las tendencias a la descomposición que se expresaban en el capitalismo eran producto de sus contradicciones insuperables:

“La burguesía está ante su propia descomposición y sus manifestaciones. Cada solución que intenta aportar no hace sino precipitar el choque de las contradicciones (...) intenta atenuar el mal menor, pone cataplasmas aquí, tapa agujeros allá, sabiendo que la tormenta siempre va a seguir más fuerte” (11).

La descomposición fase última de la decadencia del capitalismo

Las contradicciones y manifestaciones de la decadencia del capitalismo que han marcado sucesivamente los momentos diferentes de esa decadencia no desaparecen con el tiempo, sino que se mantienen. La fase de descomposición que se abre en los años 80 aparece entonces “como resultado de la acumulación de todas las características de un sistema moribundo, la que remata y domina tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia”. Concretamente, “no solo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el Moloch estatal, la crisis permanente de la economía capitalista se mantienen durante la fase de descomposición, sino que además, aparece como la ultima consecuencia, la síntesis rematada de todos esos elementos” (12).

La apertura de la Descomposición (13) no se produce como un relámpago en un cielo sereno, sino que es la cristalización de un proceso latente que actúa ya durante las fases precedentes de la decadencia del capitalismo y que se transforma en un momento dado en factor central de la situación. Así es como los elementos de descomposición que, como ya hemos visto, han ido acompañando toda la decadencia del capitalismo no pueden ponerse en el mismo plano, cuantitativa ni cualitativamente, con los que se manifiestan a partir de los años 1980. La Descomposición no es simplemente una “nueva fase” que sucede a otras en el periodo de decadencia (imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado) sino que es la fase terminal del sistema.

Este fenómeno de descomposición generalizada, de pudrimiento de raíz de la sociedad se debe a que las contradicciones del capitalismo no cesan de empeorar, porque la burguesía es incapaz de dar la menor perspectiva al conjunto de la sociedad y que el proletariado no está de momento en condiciones para afirmar la suya.

En las sociedades de clases, los individuos actúan y trabajan sin controlar real y conscientemente su propia vida. Pero esto no significa, sin embargo, que la sociedad pueda funcionar de forma totalmente ciega, sin orientación ni perspectiva. Efectivamente, “ningún modo de producción puede seguir viviendo, desarrollarse, afianzarse en bases firmes, mantener la cohesión social, si no es capaz de dar una perspectiva al conjunto de la sociedad en la que impera. Y esto es tanto más cierto para el capitalismo, al haber sido el modo de producción más dinámico de la historia” (14).

Esta tendencia creciente a la desorientación en la marcha de la sociedad es una diferencia importante entre la fase actual de descomposición del capitalismo y el periodo de la Segunda Guerra mundial. Ésta fue una manifestación aterradora de la barbarie del sistema capitalista. Pero barbarie no es sinónimo de descomposición. Durante la barbarie de la Segunda Guerra mundial, la sociedad no carecía todavía de “orientación” puesto que seguía existiendo esa capacidad de los Estados capitalistas para encuadrar a la sociedad entera con sus férreas garras y alistarla en la guerra. El período de “Guerra fría” siguió con las mismas características: toda la vida social estaba encuadrada por los Estados implicados en un pulso sangriento entre bloques. La sociedad se hundía entonces en una barbarie “organizada”. Lo que hoy cambia radicalmente con el comienzo de la fase de descomposición, es que la barbarie “organizada” ha dejado el sitio a una barbarie anárquica y caótica en la que predominan la tendencia a “cada uno por su cuenta”, la instabilidad de las alianzas, la gangsterización de las relaciones internacionales....

La descomposición y la lucha de clases

Para el marxismo, “... las relaciones sociales de producción cambian y se transforman con la evolución y el desarrollo de los medios materiales de producción, de las fuerzas productivas. Las relaciones de producción, tomados en su totalidad, es lo que se llama relaciones sociales, y en particular una sociedad que ha alcanzado un grado determinado de evolución histórica, una sociedad particular y bien caracterizada. La sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa son esos conjuntos de relaciones de producción, de los que cada uno de ellos designa un nivel particular de la evolución histórica de la humanidad” (15).

Pero esas relaciones de producción también son el marco en el que obra el motor histórico de su evolución y el de la humanidad, o sea la lucha de clases: “La producción económica y la estructura social que se deriva necesariamente de ella en cada época de la historia constituyen el fundamento de la historia política e intelectual de esa época; que, en consecuencia (desde la disolución de la antiquísima propiedad común del suelo), toda la historia ha sido una historia de la lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominadoras y dominadas, en diversos peldaños del desarrollo social” (16).

Los lazos entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas por un lado, y por otro la lucha de clases, jamás fueron concebidos por el marxismo de manera simplista y mecánica, siendo aquellos determinantes y ésta determinada. Sobre este tema, contestando a la Oposición de izquierdas, Bilan alertaba contra la interpretación materialista vulgar, por el hecho de que “cualquier evolución de la historia puede reducirse a la ley de la evolución de las fuerzas productivas y económicas”, elemento aportado por el marxismo con respecto a todas las teorías históricas que lo precedieron y que ha sido plenamente confirmado por la evolución de la sociedad capitalista. Para esta interpretación materialista vulgar, “el mecanismo productivo no solo representa la fuente de la formación de clases, sino que determina automáticamente la acción y la política de las clases y de los hombres qua las constituyen; así quedaría curiosamente resuelto el problema de las luchas sociales; hombres y clases no serían sino muñecos accionados por fuerzas económicas” (17).

Las clases sociales no actúan según un quión escrito de antemano por la evolución económica. Bilan añade que “... la acción de las clases no es posible más que en función de una inteligencia histórica del papel y de los medios apropiados para su triunfo. Las clases deben tanto su existencia como su desaparición a los mecanismos económicos, pero para triunfar (...) han de ser capaces de darse una configuración política y orgánica, sin la cual corren el riesgo de seguir mucho tiempo prisioneras de las antiguas clases a pesar de haber sido elegidas por la evolución de las fuerzas productivas, porque esas clases, para resistir, intentarán detener el curso mismo de la evolución histórica” (18).

Se pueden ahora sacar dos conclusiones. La primera es que a pesar de ser determinante, el mecanismo económico también es determinado, puesto que la resistencia de la antigua clase –condenada por la historia– puede impedir el curso de su evolución. La humanidad de hoy día ya ha vivido casi un siglo de decadencia del capitalismo, lo que ilustra perfectamente esa realidad. A fin de evitar hundimientos brutales y para poder asumir las exigencias de la economía de guerra, el capitalismo de Estado ha falsificado en permanencia la ley del valor (19), encerrando la economía en contradicciones siempre más insuperables. En vez de resolver las contradicciones del sistema capitalista, esa huida ciega hacia adelante las ha agravado considerablemente. Para Bilan, esa huida ha encerrado el curso de la evolución histórica en un nudo gordiano de contradicciones insuperables.

La segunda conclusión es que la clase revolucionaria, a pesar de tener la misión histórica de derribar el capitalismo, no ha podido cumplirla hasta ahora. El larguísimo periodo de estos treinta años pasados es una certera confirmación del análisis de Bilan, en perfecta continuidad con todas las posiciones del marxismo: si el resurgimiento histórico del proletariado en 1968 logró entorpecer la capacidad de la burguesía para arrastrar a la sociedad hacia la guerra generalizada, no logró, sin embargo, orientar sus luchas defensivas hacia un combate ofensivo por la destrucción del capitalismo.

Esta debilidad, resultante de una serie de factores generales e históricos que no analizaremos aquí (20), es un elemento determinante para entender la entrada del capitalismo en su fase de descomposición. Por otro lado, si la descomposición es el resultado de dificultades del proletariado, también contribuye activamente a agravarlas: “... los efectos de la descomposición (...) pueden ser profundamente negativos en la conciencia del proletariado, sobre su propio sentido de sí mismo como clase, pues en todos los diferentes aspectos de la descomposición – mentalidad pandillera, racismo, criminalidad, droga, etc. – sirven para atomizar a la clase, incrementar las divisiones en su seno, disolverla en una refriega social generalizada” (21).

En efecto:

–  las clases intermedias, tales como la pequeña burguesía o el lumpen, tienden con la descomposición a adoptar comportamientos cada día más ligados a las peores aberraciones del capitalismo e incluso de sistemas que lo precedieron. Sus revueltas desesperadas pueden contaminar al proletariado o arrastrar a alguno de sus sectores;

–  La atmósfera general de descomposición moral e ideológica afecta a las capacidades de toma de conciencia, de unidad, de confianza y de solidaridad del proletariado:

“La clase obrera no esta separada de la vieja sociedad burguesa por una muralla de China. Cuando estalla la revolución, las cosas no pasan como cuando muere un hombre, y se entierra su cadáver. Cuando muere la vieja sociedad resulta imposible poner sus restos en un ataúd y enterrarla en la tumba. Se descompone entre nosotros, se pudre y su podredumbre nos va ganando. Ninguna gran revolución en el mundo ha evitado esto y no puede sino ser así. Es precisamente lo que hemos de combatir para salvaguardar los gérmenes del nuevo [mundo] en esta atmósfera apestada por los miasmas del cadáver en descomposición” (22).

–  La burguesía puede utilizar los efectos de la descomposición contra el proletariado. Así ocurrió en particular con el desmoronamiento sin guerra ni revolución del antiguo bloque soviético, manifestación más sobresaliente de la Descomposición, que permitió a la burguesía desencadenar una enorme campaña anticomunista cuyo efecto ha sido un retroceso importante de la conciencia y de la combatividad en las filas obreras. Todos los efectos de esta campaña no están ni mucho menos superados.

Marxismo contra fatalismo

El paso de un modo de producción a otro superior no es un producto ineluctable de la evolución de las fuerzas productivas. Este paso necesita una revolución, producto de la capacidad de la nueva clase dominante para echar abajo a la antigua y construir nuevas relaciones de producción.

El marxismo defiende el determinismo histórico, pero esto no implica que considere el comunismo como el resultado forzoso e inevitable de la evolución del capitalismo. Semejante visión es una deformación materialista vulgar del marxismo. Para el marxismo, determinismo histórico significa que:

1) una revolución no es posible más que cuando el modo de producción precedente ha agotado todas sus capacidades de desarrollo de las fuerzas productivas: “Jamás expira una sociedad antes de haber desarrollado todas las fuerzas productivas que es capaz de contener; nunca triunfan unas relaciones de producción superiores antes de que las condiciones materiales de su existencia hayan surgido en el corazón de la vieja sociedad” (23).

2) El capitalismo no puede volver hacia atrás (hacia el feudalismo u otros modos de producción precapitalistas): Una de dos: o la revolución proletaria permite superarlo o, si no, arrastra la humanidad hacia su destrucción;

3) El capitalismo es la última sociedad de clases. La teoría avanzada por el grupo “Socialismo o barbarie” o por ciertas escisiones del trotskismo (24) que anunciaba el advenimiento de una “tercera sociedad”, ni capitalista ni comunista, es una aberración desde el punto de vista marxista, el cual pone de relieve que “... las relaciones de producción burguesas son la ultima forma antagónica del proceso social de producción (...) Con este sistema social se acaba, pues, la prehistoria de la sociedad humana” (25).

El marxismo ha planteado siempre en términos de alternativa el desenlace de la evolución histórica: o se impone la clase revolucionaria abriendo las puertas a un nuevo modo de producción, o se hunde la sociedad en el caos y la barbarie. El Manifiesto comunista muestra de qué modo se ha manifestado la lucha de clases a través de “... una guerra interrumpida, unas veces abierta, otras oculta, una guerra que siempre acababa en transformación revolucionaria de la sociedad entera o en destrucción de ambas clases en lucha”.

“Contra todos los errores idealistas que intentaban separar al proletariado del comunismo, Marx definió a éste como la expresión del “movimiento real” de aquél, insistiendo en que los obreros “no tienen ideal que realizar, sino que han de liberar los elementos de la nueva sociedad de la que está preñada la antigua sociedad que se está hundiendo” (La Guerra civil en Francia)” (26).

La lucha de clase del proletariado no es el “instrumento” de un “destino histórico” (la realización del comunismo). En la Ideología alemana, Marx y Engels critican sin concesiones tal visión:

“La historia no es sino la sucesión de las diferentes generaciones, cada una de las cuales explota los materiales, capitales, y fuerzas productivas transmitidas por cuantas la han precedido; es decir que, por una parte, prosigue en condiciones completamente distintas la actividad precedente, mientras que, por otra parte, modifica las circunstancias anteriores mediante una actividad totalmente diferente, lo que podría tergiversarse especulativamente, diciendo que la historia posterior es la finalidad de la que precede, como si dijésemos, por ejemplo, que el descubrimiento de América tuvo como finalidad ayudar a que se expandiera la Revolución francesa”.

De esta forma, el método marxista, aplicado al análisis de la fase actual de la evolución del capitalismo, permite entender que, a pesar de su existencia bien real, la Descomposición no es un fenómeno “racional” en la evolución histórica. No es para nada un eslabón necesario de la cadena que lleva al comunismo. Al contrario, contiene el peligro de una erosión progresiva de sus bases materiales. Primero porque desarrolla un lento proceso de aniquilación de las fuerzas productivas hasta un punto en que se volviera imposible la construcción del comunismo:

“No se puede defender, como por ejemplo lo hacen los anarquistas, que una perspectiva socialista sería posible aunque las fuerzas productivas estuvieran en regresión, dejando de lado toda consideración sobre su grado. El capitalismo ha sido una etapa indispensable y necesaria para la instauración del socialismo porque logró desarrollar suficientemente las condiciones objetivas que lo permiten. Pero del mismo modo que en la fase actual (...) se ha convertido en freno al desarrollo de las fuerzas productivas, su prolongación más allá de esta fase acarreará la desaparición de las condiciones del socialismo” (27).

Además, corroe las bases de la unidad y de la identidad de clase del proletariado:

“El proceso de desintegración que acarrea el desempleo masivo y prolongado, en particular entre los jóvenes, por el estallido de las concentraciones obreras tradicionalmente combativas de la clase obrera en el corazón industrial, todo ello refuerza la atomización y la competencia entre los obreros. (...) La fragmentación de la identidad de clase de la que hemos sido testigos en la última década no sería en ningún caso un avance, sino una clara manifestación de la descomposición con los enormes peligros que ello comporta para la clase obrera” (28).

La lucha de clases motor de la historia

La etapa histórica de la Descomposición contiene la amenaza de aniquilamiento de las condiciones de la revolución comunista. No es diferente en este sentido de otras etapas de la decadencia del capitalismo en que existió también tal amenaza, que los revolucionarios evidenciaron. Existen sin embargo algunas diferencias con respecto a éstas:

–  la guerra podía desembocar en una reconstrucción, mientras que el proceso de destrucción de la humanidad bajo los efectos de la Descomposición, aunque sea lento y oculto, es irreversible (29);

–  la amenaza de destrucción estaba ligada al estallido de una tercera guerra mundial, cuando hoy, en la Descomposición, varias causas (guerras locales, destrucción del equilibrio ecológico, lenta erosión de las fuerzas productivas, hundimiento progresivo de las infraestructuras productivas, destrucción gradual de las relaciones sociales) actúan de forma más o menos simultánea como factores de destrucción de la humanidad;

–  la amenaza de destrucción se presentaba con la forma brutal de una nueva guerra mundial, mientras que hoy en día tiene una forma menos visible, más insidiosa, mucho más difícil de observar: “En el contexto de la descomposición, la “derrota” del proletariado puede ser más gradual, más insidiosa, ante la que resistir es más difícil” (véase al final del artículo la nota *);

–  el hecho de que la descomposición sea el factor central de la evolución de toda la sociedad significa, como ya lo hemos evocado, que tiene un impacto directo y más permanente sobre el proletariado a todos niveles: la toma de conciencia, la unidad, la solidaridad, etc.

No obstante,

“... la evidencia de los peligros considerables que a la clase obrera y a la humanidad entera hace correr el fenómeno histórico de la descomposición no debe llevar a la clase y especialmente a sus minorías revolucionarias a adoptar frente a ella una actitud fatalista” (30).

En efecto:

–  el proletariado no ha sufrido derrotas importantes y sigue intacta su combatividad;

–  el factor que es la causa fundamental de la descomposición, o sea la crisis, también es

“... un estimulo esencial de la lucha y de la toma de conciencia de la clase, condición misma en su capacidad para resistir al veneno ideológico de la putrefacción de la sociedad” (31).

Pero en la medida en que únicamente la revolución comunista es capaz de alejar definitivamente la amenaza que contiene la descomposición para la humanidad, las luchas obreras de resistencia a los efectos de la crisis no son suficientes. La conciencia de la crisis por sí misma no puede resolver los problemas y las dificultades que enfrenta el proletariado y que tendrá que enfrentar cada día más. Por eso tendrá que desarrollar:

“–  la conciencia de la importancia de lo que se está jugando en la situación histórica de hoy y, en especial, de los peligros mortales que la descomposición entraña para la humanidad;

“–  su determinación en proseguir, desarrollar y unificar su combate de clase;

“–  su capacidad para desactivar la cantidad de trampas que la burguesía, incluso afectada por su propia descomposición, no dejará de tenderle en su camino ” (32).

La descomposición obliga al proletariado a afilar las armas de su conciencia, de su unidad, de su confianza, de su solidaridad, de su voluntad y de su heroísmo, lo que Trotski llamaba los factores subjetivos y cuya enorme importancia en los acontecimientos puso él de relieve en su Historia de la Revolución rusa. Esas cualidades deberán ser cultivadas con profundidad y extensión por los revolucionarios y las minorías más en vanguardia del proletariado en todos los frentes de la lucha de clases del proletariado, el económico, el político y el teórico, según palabras de Engels.

La fase de descomposición pone en evidencia que de los dos factores que rigen la evolución histórica, o sea el mecanismo económico y la lucha de clases, el primero se está pasando de maduro y contiene el peligro de aniquilación de la humanidad. Por eso se hace tan decisivo el segundo factor. Hoy más que nunca, la lucha de clases del proletariado es el motor de la historia. La conciencia, la unidad, la confianza, la solidaridad, la voluntad y el heroísmo, cualidades que la clase obrera es capaz de alzar, en la lucha de clases, a unos niveles muy diferentes y superiores a las demás clases de la historia, son las fuerzas que le permitirán, desarrolladas al más alto nivel, superar los peligros contenidos en la descomposición y abrir el camino a la liberación comunista de la humanidad.

C. Mir

Denuncia de las manipulaciones de la FICCI sobre la cuestión de la descomposición

(*) En un panfleto titulado “Cuestiones a los militantes y simpatizantes de la CCI actual” repartido a la puerta de nuestras reuniones públicas así como en la manifestación pacifista del 20 de marzo en París, el grupo parásito autoproclamado “Fracción interna de la CCI” (animado por unos cuantos ex miembros de nuestra organización) comenta extractos de la “Resolución sobre la situación internacional” adoptada por el XVº Congreso internacional (33).

Primer extracto:

“Aunque la descomposición del capitalismo sea el resultado de ese bloqueo histórico entre las clases esta situación no puede permanecer estática. La crisis económica (...) sigue profundizándose. Sin embargo, contrariamente al periodo 1968-1989 en que la salida de estas contradicciones de clase no podía ser otra que la guerra o la revolución, el nuevo periodo abre la vía a una tercera posibilidad: la destrucción de la humanidad. No a través de una guerra apocalíptica sino a través de un avance gradual de la descomposición que podría, a la larga, ahogar la capacidad del proletariado para responder como clase, y de la misma manera hacer un planeta inhabitable, metido en un torbellino de guerras regionales y de catástrofes ecológicas. Para llevar a cabo una guerra mundial la burguesía debería comenzar por enfrentar directamente y derrotar a los principales batallones de la clase obrera, después movilizarlos para que marchen tras los estandartes y la ideología de nuevos bloques imperialistas. En el nuevo guión (el de la descomposición), la clase obrera podría ser derrotada de una manera menos abierta y menos directa, simplemente no siendo capaz de responder a la crisis del sistema y dejándose arrastrar cada vez más por el remolino de la decadencia” (los subrayados son de la Ficci).

Comentario de la Ficci: “Es aquí la introducción claramente oportunista de una “tercer vía”, opuesta a la tesis clásica del marxismo de una alternativa histórica. Como en Bernstein, Kautski y sus epígonos, la idea misma de una tercer vía se opone a la alternativa histórica, “simplista” según el oportunismo, de “guerra o revolución”. Aquí se trata de la afirmación explicita, abierta, de la revisión de una tesis clásica del movimiento obrero...”.

Segundo extracto:

“Lo que ha cambiado con la descomposición es la naturaleza de una posible derrota histórica que puede no venir de un choque frontal entre las dos principales clases en conflicto sino de un lento reflujo de las capacidades del proletariado para constituirse en clase dominante, en cuyo caso el punto de no retorno sería más difícil de discernir, lo que es el caso en cualquier catástrofe definitiva. Es el peligro mortal al que la clase obrera está confrontada hoy día”.

Comentario de la Ficci: “Aquí se expresa la tendencia oportunista, revisionista, que “liquida” la lucha de clases”.

Lo que expresan realmente estas líneas de la Ficci es la voluntad deliberada de esa agrupación de perjudicar a nuestra organización (al no poder destruirla) por cualquier medio. Efectivamente, los miembros de esa Ficci, tras algunas décadas de militantismo en nuestra organización, perdieron sus convicciones comunistas y juraron la ruina de la CCI, y están ahora dispuestos a la peor ignominia para conseguir sus fines: el robo, el chivatazo a la policía (véase sobre este tema nuestro articulo “Los métodos policiales de la Ficci” en nuestro sitio Internet y nuestra prensa territorial) y, claro está, la mentira más descarada. La CCI no ha “revisado” en modo alguno sus posiciones desde que ya no están en su seno esos matachines de la Ficci para impedirle “degenerar”.

El XIIIº Congreso de la CCI adoptó en 1999, con la aprobación total de los militantes que más tarde formarían esa Ficci, un “Informe sobre la lucha de clases” (34) que decía:

“Los peligros del nuevo período para la clase obrera y el porvenir de sus luchas no pueden subestimarse. El combate de la clase obrera cerró claramente la vía a la guerra mundial en los años 70 y 80, pero, en cambio, no puede frenar el proceso de descomposición. Para desencadenar una guerra mundial, la burguesía tendría que infligir derrotas importantes a los batallones centrales de la clase obrera. Hoy, el proletariado está enfrentado a la amenaza a más largo plazo, pero no menos peligrosa de una especie de “muerte lenta”, una situación en la que la clase obrera estaría cada vez más aplastada por ese proceso de descomposición hasta perder su capacidad de afirmarse como clase, mientras el capitalismo se va hundiendo de catástrofe en catástrofe (guerras locales, desastres ecológicos, hambres, enfermedades, etc.)”.

En el mismo sentido, en el “Informe sobre la lucha de clases” adoptado por el XIVº Congreso internacional (35) con la aprobación de los mismos futuros miembros de esa Ficci, decíamos:

“... la evolución (...) está creando una situación en la que las bases de una nueva sociedad podrían quedar socavadas sin guerra mundial y por lo tanto sin la necesidad de movilizar al proletariado en favor de la guerra. En el guión precedente era la guerra nuclear mundial lo que hubiera impedido definitivamente la posibilidad del comunismo (...) El nuevo guión considera la posibilidad de un deslizamiento más lento pero no menos mortal hacia un estado en el que el proletariado quedaría fragmentado más allá de toda posible reparación y arruinadas también las bases naturales y económicas para la transformación social a través de un incremento constante de conflictos militares locales y regionales, catástrofes ecológicas y la ruina social”.

En cuanto a la Resolución adoptada por este mismo Congreso (36), evoca en su punto 13 :“... el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal”.

¿No estarían dormidos esos valientes defensores de la “verdadera CCI” (así les gusta definirse) cuando fueron adoptados estos documentos? A lo mejor, se les alzaron automáticamente las manos para adoptarlos. Se ha de considerar entonces que estuvieron dormidos durante más de once años, puesto que en un Informe adoptado en enero del 1990 por el órgano central de la CCI (y que esos personajes apoyaron sin la menor reserva), ya se afirmaba:“Aunque la guerra mundial no podría, actualmente y quizás de forma definitiva, ser una amenaza para la vida de la humanidad, esa amenaza puede derivarse, como hemos visto, de la descomposición de la sociedad. Y tanto más porque, si bien es cierto que el desencadenamiento de la guerra mundial requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, (...) la descomposición, en cambio, no necesita semejante adhesión para destruir la humanidad” (37).

NOTAS: 

1) La CCI por su parte ha dedicado muchos artículos de su prensa a criticar lo que consideramos como visiones erróneas, empezando por la aberración contenida en esa “innovación” respecto al marxismo paradójicamente llamada “invariación”.

En nombre de ésta, la corriente bordiguista (perteneciente conmo la CCI a la corriente de la Izquierda comunista) se niega dogmáticamente a reconocer la realidad de una evolución en profundidad de la sociedad capitalista desde 1848, y en consecuencia la entrada de este sistema en su fase de decadencia (véase el articulo “El rechazo de la noción de decadencia”, Revista internacional nos 77 y 78).

2) Se trata de los artículos siguientes: “War and the ICC” “La guerra y la CCI), Revolutionary Perspectives (RP) no 24, “Workers’ Struggles in Argentina: polemic with the ICC” (Luchas obreras en Argentina: polémica con la CCI) en Internationalist Communist no 21 y “Imperialism’s New World Order” (El nuevo orden mundial del imperialismo), en RP no 27.

3) Véase las Revista internacional nos 48, 49, 50, 54, 55 y 56.

4) “Tesis sobre la descomposición”, punto 3, Revista internacional nos 62 o 107.

5) “Sobre el imperialismo”, Revista internacional no 19.

6) Idem.

7) “Plataforma” de la IC.

8) “Manifiesto de la IC a los proletarios del mundo entero”.

9) Ídem.

10) Ídem.

11) Internationalisme nº 23, “Inestabilidad y decadencia capitalista”.

12) Ídem.

13) Cuando nos referimos a la Descomposición con mayúscula, se trata de la fase de descomposición, o sea una noción distinta del propio fenómeno de descomposición que, como hemos visto, acompaña todo el proceso de decadencia de forma más o menos marcada y se vuelve dominante en la fase de descomposición.

14) “Tesis sobre la descomposición”, punto 5, op. cit.

15) Marx, Trabajo asalariado y capital.

16) F. Engels, “Prólogo a la edición alemana” de El Manifiesto comunista, 1883.

17) “Los principios, armas de la revolución”, Bilan no 5.

18) Ídem. El que una idea proceda de la corriente de la Izquierda comunista de Italia no le da de por sí, automáticamente, un carácter marxista irrefutable. Sin embargo, esto puede hacer reflexionar a los compañeros y simpatizantes de las organizaciones que hoy se reivindican de esa corriente

histórica, como el BIPR o los diferentes grupos que se denominan, todos ellos, Partido comunista internacional.

19) Vease el artículo “El proletariado en el capitalismo decadente”, Revista internacional no 23.

20) Vease en particular “¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?”, Revista internacional nos 103 y 104.

21) “Informe sobre la lucha de clases: el concepto de curso histórico en el movimiento revolucionario”, adoptado por el xivo Congreso de la CCI, Revista internacional no 107.

22) Lenin, “La lucha por el pan”, discurso al CCE panruso de los Soviets. Citado por Bilan no 6.

23) Marx, “Prologo” a la Contribución a la critica de la economía política.

24) Burham y su teoría de la nueva clase “de ejecutivos (managers)manageriale”.

25) Marx, “Prologo” a la Contribución a la critica de la economía política.

26) “El proletariado en el capitalismo decadente, Revista internacional no 23.

27) “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, Izquierda comunista de Francia, Internationalisme no 46 de mayo del 1952, republicado en la Revista internacional no 21.

28) “Informe sobre la lucha de clases, XIVo Congreso de la CCI, Revista internacional no 107.

29) El período de la “guerra fría”, con su carrera demencial a los armamentos nucleares, marcó ya el fin de cualquier posibilidad de reconstrucción tras una tercera guerra mundial.

30) “Tesis sobre la descomposición”, punto 17, Revista internacional no 107.

31) ídem.

32) ídem.

33) Vease Revista internacional no 113.

34) Revista internacional no 99, 1999.

35) Revista internacional no 107, 2001.

36) Revista internacional no 106.

37) Revista internacional no 61.

 

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