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Publicamos aquí el Informe sobre la lucha de clases presentado y ratificado en la reunión del otoño de 2003 del órgano central de la CCI (1). Una vez confirmados los análisis de la organización sobre la permanencia de un curso hacia enfrentamientos de clase (abierto con la reanudación internacional de la lucha de clases en 1968) y a pesar de la gravedad del retroceso sufrido por el proletariado en su conciencia desde el desmoronamiento del bloque del Este, este Informe se dio la tarea particular de estimar el impacto hoy y a largo plazo de la agravación de la crisis económica y de los ataques capitalistas contra la clase obrera. El Informe dice, por ejemplo, que “Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de la clase desde 1989. Han sido un primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el más largo período de reflujo desde 1968”.
Lejos estamos todavía de una oleada internacional de luchas masivas, pues, a escala internacional, la combatividad está todavía en una fase embrionaria y muy heterogénea. Importa subrayar, sin embargo, que la considerable agravación de la situación que las perspectivas del capitalismo hacen evidente: desmantelamiento del “Estado del bienestar”, intensificación de la explotación en todas sus formas, incremento del desempleo. Todo ello es una potente palanca en la toma de conciencia en la clase obrera. El Informe insiste en particular en la profundidad, pero también lentitud, de ese proceso de toma de conciencia de la lucha de clase. Desde la redacción de este Informe, las características reseñadas sobre ese cambio de dinámica en la clase obrera, no han sido desmentidas por la evolución de la situación. Aparece incluso una tendencia, señalada en el Informe, a que algunas manifestaciones todavía aisladas de la lucha de la clase desborden el marco fijado por los sindicatos. La prensa territorial de la CCI ha dado cuenta de esas luchas, como las habidas a finales de 2003, en los transportes en Italia y en Correos en Reino Unido, obligando al sindicalismo de base a entrar en acción para sabotear las movilizaciones obreras. Se ha mantenido también una tendencia, ya evidenciada por la CCI antes de este informe, a que aparezcan minorías en búsqueda de coherencia revolucionaria.
Es un camino muy largo el que deberá recorrer la clase obrera. Pero los combates que tendrá que entablar serán el crisol de una reflexión que, espoleada por la agravación de la crisis y fertilizada por la intervención de los revolucionarios, le permitirá volver a apropiarse de su identidad de clase y su confianza en sí misma, reanudar con la experiencia histórica y desarrollar la solidaridad de clase.
El Informe sobre la lucha de clases para el XVº Congreso de la CCI (2) ponía de relieve lo casi inevitable que sería una respuesta de la clase obrera ante el avance cualitativo de la crisis y los ataques que golpearían una nueva generación no derrotada de proletarios, con el telón de fondo de una lento pero significativo retorno de la combatividad. El Informe indicaba una ampliación y profundización, embrionarias pero perceptibles, de la maduración subterránea de la conciencia. Insistía en la importancia de los combates cada vez más masivos que permitirían la recuperación de su identidad de clase por la clase obrera y de la confianza en sí misma. Ponía de relieve que, con la evolución objetiva de las contradicciones del sistema, la concreción de una conciencia de clase suficiente (especialmente en la reconquista de una perspectiva comunista) es algo cada día más decisivo para el porvenir de la humanidad. Ponía el acento en la importancia histórica del surgimiento de una nueva generación de revolucionarios, afirmando que ese proceso ya está en marcha desde 1989, a pesar del reflujo en la combatividad y en la conciencia de la clase en su conjunto. El Informe mostraba, pues, los límites de ese reflujo, afirmando que no ha cambiado el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos y la clase obrera sigue siendo capaz de superar el retroceso que sufrió. Pero también el Informe analizaba la capacidad de la clase dominante para sacar provecho de todo lo que lo que acarrea la evolución de la situación y hacerle frente; situaba esa evolución en el contexto de los efectos negativos de una descomposición del capitalismo. Y concluía con la enorme responsabilidad de las organizaciones revolucionarias ante los esfuerzos de la clase obrera para avanzar, ante una nueva generación de trabajadores en lucha y de revolucionarios que surgirán de esa situación.
Justo casi después del XVº Congreso y el período que siguió a la guerra de Irak, la movilización de los obreros de Francia (entre las más importantes del país desde la Segunda Guerra mundial) confirmaba ya esas perspectivas. En un primer balance de ese movimiento, en la Revista internacional n° 114 ya decíamos que esas luchas eran un rotundo mentís de la tesis de la pretendida desaparición de la clase obrera. El artículo dice que les ataques actuales:
“... son el abono de un lento madurar de las condiciones para que surjan luchas masivas necesarias para reconquistar la identidad de clase proletaria y hacer que vayan cayendo las ilusiones, y en especial, la de creer que puede reformarse este sistema. Serán las acciones de masas mismas las que habrán de permitir que vuelva a emerger la conciencia de ser una clase explotada portadora de una perspectiva histórica para la sociedad. Por todo ello, la crisis es la aliada del proletariado. El camino que deberá abrirse la clase obrera para consolidar su propia perspectiva no es, sin embargo, una autovía, sino un camino largo, retorcido, difícil, lleno de baches y trampas que el enemigo de clase va a tender contra ella”.
Las perspectivas del Informe sobre la lucha de clases del XVº Congreso de la CCI se confirmaron no solo por el desarrollo a escala internacional de una nueva generación de personas en búsqueda, sino también por las luchas obreras.
Por ello, este Informe sobre la lucha de clases se limita a actualizar y examinar con mayor precisión qué significado tienen a largo plazo algunos aspectos de los últimos combates proletarios.
2003: El viraje
Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria fueron un giro en la lucha de clases desde 1989. Han sido un paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera después de un largo período de reflujo desde 1968. Cierto, en los años 90 ya hubo expresiones esporádicas, aunque importantes, de esa combatividad. Sin embargo, la simultaneidad de los movimientos en Francia y Austria, y el que, justo después, los sindicatos alemanes se dedicaran a organizar la derrota de los metalúrgicos en el Este (3) para atajar, preventivamente, la resistencia proletaria, todo ello muestra que la situación está evolucionando desde los inicios del nuevo milenio. En realidad, esos movimientos están sacando a la luz del día que a la clase obrera no le queda más remedio que luchar contra una agravación dramática de la crisis, unos ataques cada día más masivos y generales, y eso a pesar incluso de la persistente ausencia de confianza en sí misma.
El cambio no solo afecta a la combatividad de la clase obrera, sino también a su estado de ánimo, la perspectiva en la que inscribe su actividad. Hay hoy signos de que se están perdiendo ilusiones no sólo sobre los embustes típicos de los años 90 (la “revolución de las nuevas tecnologías”, “el enriquecimiento individual gracias a la Bolsa”, etc.), sino también los producidos por la reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial, o sea la esperanza de una vida mejor para las generaciones siguientes y una pensión decente para quienes sobrevivieran al cautiverio del trabajo asalariado.
Como lo recuerda el artículo de la Revista internacional n° 114, el retorno del proletariado al escenario histórico en 1968 y el surgimiento de una perspectiva revolucionaria no solo fueron una respuesta a los ataques en lo inmediato, sino, sobre todo, fueron una respuesta al hundimiento de las ilusiones en un porvenir mejor que el capitalismo de posguerra parecía ofrecer. Contrariamente a lo que una deformación vulgar y mecanicista del materialismo histórico quisiera hacernos creer, los giros en la lucha de clases, aun los producidos por una agravación inmediata de las condiciones materiales, siempre son el resultado de los cambios subyacentes en la visión del porvenir. La revolución burguesa en Francia (1879) no estalló con la crisis del feudalismo (pues ya era muy antigua), sino cuando se volvió evidente que el sistema del poder absoluto ya no podía hacer frente a esa crisis. De igual modo, el movimiento que iba a desembocar en la primera oleada revolucionaria mundial no se inició en agosto de 1914, sino cuando se disiparon las ilusiones sobre una solución militar rápida a la guerra mundial.
La comprensión de su significado histórico es, a largo plazo, la tarea principal que las recientes luchas nos imponen.
Una situación social que evoluciona lentamente
No todo giro en la lucha de clases tiene el mismo sentido y el mismo alcance que 1917 ó 1968. Esas fechas fueron cambios del curso histórico; 2003 fue sencillamente la leve marca del final de una fase de reflujo en un curso general a los enfrentamientos de clase masivos. Desde 1968, y antes de 1989, el curso de la lucha de clases había estado ya marcado por una serie de retrocesos y reanudaciones. La dinámica iniciada a finales de los 1970 culminó en las huelgas de masas del verano de 1980 en Polonia. El importante cambio político en la situación obligó entonces a la burguesía a cambiar rápidamente su orientación política y a poner a la izquierda en la posición para así sabotear mejor las luchas desde dentro (4). Es también necesario distinguir entre el cambio actual y la recuperación de la combatividad por la clase obrera y las reanudaciones habidas en los años 70 y 80.
Más en general, debemos distinguir entre unas situaciones en las que, por decirlo así, el mundo se despierta una mañana y ya no es el mismo mundo, y los cambios que no se perciben a primera vista, algo así como los que se producen entre la marea entrante y la saliente. La evolución actual es como el del cambio de marea. Así, las movilizaciones recientes contra los ataques a las pensiones no han sido, ni mucho menos, un cambio inmediato y espectacular de la situación que exigiera un despliegue amplio y rápido de las fuerzas de la burguesía para enfrentarlo.
Está lejos todavía el tiempo de una oleada internacional de luchas masivas. En Francia, lo masivo de la movilización de la primavera de 2003 quedó casi limitado a un único sector, el de la educación. En Austria, la movilización fue más amplia, pero limitada en el tiempo a unas cuantas jornadas de acción en el sector público. La huelga de los metalúrgicos del Este de Alemania no plasmó una combatividad obrera inmediata, sino una trampa tendida a una de las partes menos combativas de la clase (todavía traumatizada por el desempleo masivo aparecido tras la reunificación de Alemania) para que pasara el mensaje para todos de que la lucha “no paga”. Además en Alemania se limitó la información sobre los movimientos en Francia y en Austria salvo al final del movimiento para dar un mensaje de desánimo para luchar. En otros países centrales para la lucha de clases como Italia, Reino Unido, España, Bélgica u Holanda, no ha habido recientemente movilizaciones masivas. Algunas expresiones de combatividad, incluso fuera del control sindical en ciertos casos como la huelga salvaje del personal de British Airways en Heathrow (Londres), Alcatel en Toulouse (Francia) o Puertollano en España el verano pasado (ver Révolution internationale n° 339), han sido acontecimientos puntuales y aislados.
En Francia misma, el desarrollo insuficiente y sobre todo la ausencia de una combatividad mayor hicieron que la extensión del movimiento más allá del sector educativo no estuviera al orden del día inmediatamente.
Tanto a escala internacional como en cada país, la combatividad sigue siendo algo todavía embrionario y muy heterogéneo. Su expresión más importante hasta hoy, o sea la lucha de los docentes en Francia en la primavera pasada, fue, en un primer momento, el resultado de una provocación de la burguesía consistente en atacar más duramente a este sector para que así la réplica a la reforma de las pensiones, que afectaba a toda la clase obrera, se polarizara en ese único sector (5).
Ante las maniobras a gran escala de la burguesía, hay que observar la gran ingenuidad, la ceguera incluso de la clase obrera en su conjunto, incluso la de grupos en búsqueda y de partes del medio político proletario (sobre todo los grupos de la Izquierda comunista) e incluso muchos de nuestros simpatizantes. Por ahora, la clase dominante no solo es capaz de contener y aislar a las primeras manifestaciones de la agitación obrera, sino que puede, con mayor o menor éxito (más en Alemania que en Francia), darle la vuelta a esa voluntad de lucha todavía débil contra el desarrollo de la combatividad general a largo plazo.
Todavía más significativo que todo lo dicho antes es que la burguesía ni siquiera se sintió obligada a retornar a una estrategia de izquierda en la oposición. En Alemania, el país en el que la burguesía puede con más facilidad escoger entre una administración de izquierdas y una de derechas, con ocasión del ataque llamado “agenda 2010” contra los obreros, el 95 % de los delegados tanto del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) como de los Verdes se pronunciaron a favor de la permanencia de la izquierda en el gobierno. El Reino Unido, país que junto a Alemania, había estado en los años 70 y 80 en la “vanguardia” de la burguesía mundial en la instauración de políticas de izquierda en la oposición más idóneas para hacer frente a la lucha de clases, es también capaz de gestionar “lo social” con un gobierno de izquierda.
A diferencia de la situación dominante a finales de los 90, ya no se puede hoy hablar de la instalación de gobiernos de izquierda como orientación dominante de la burguesía europea. Mientras que, hace cinco años, la ola de victorias electorales de la izquierda se debió también a las ilusiones sobre la situación económica, la burguesía, hoy, ante la gravedad actual de la crisis debe tener la preocupación de mantener cierta alternancia gubernamental, jugando así plenamente la baza de la democracia electoral (6). Recordemos que, en este contexto, ya el año pasado la burguesía alemana, aun celebrando la reelección de Schroeder, mostró que estaría igual de satisfecha con un gobierno conservador de Stoiber.
La bancarrota del sistema
El que las primeras escaramuzas de la lucha de clases en un proceso largo y difícil hayan sido en Francia y Austria no es, sin duda, algo casual. El proletariado francés es conocido por su carácter explosivo, lo que explica en parte que en 1968 estuviera en cabeza de la reanudación internacional de los combates clase, pero no puede decirse lo mismo de la clase obrera del Austria de los últimos cincuenta años. Lo que han tenido en común esos dos países ha sido que los ataques masivos se han centrado sobre todo en el asunto de las pensiones. Cabe señalar que el gobierno alemán, que está actualmente iniciando el ataque más general en la Europa del oeste, actúa con mucha prudencia en lo que al tema de las pensiones se refiere. Al contrario, Francia y Austria son de esos países en los que, a causa entre otras cosas de la debilidad política de la burguesía, especialmente de su derecha, las pensiones habían sido menos atacadas que otros lugares. Por eso, en esos países se ha vivido con mayor amargura todavía el incremento de los años de trabajo necesarios para jubilarse y la reducción de las pensiones.
La agravación de la crisis obliga a la burguesía, al retrasar la edad de la jubilación, a sacrificar un amortiguador social que le permitía que la clase obrera aceptara los niveles insoportables de explotación impuestos en las últimas décadas y ocultar la amplitud real del desempleo.
Ante el retorno masivo de esa plaga social a partir de los años 70, la burguesía respondió con medidas capitalistas del Estado del “bienestar”, medidas sin sentido económicamente hablando y que son hoy una de las causas principales de la inmensa deuda pública. El desmantelamiento que hoy se está llevando a cabo del llamado Welfare State incita a una profunda puesta en entredicho de las perspectivas, del porvenir para la sociedad que el capitalismo ofrecería.
No todos los ataques capitalistas provocan el mismo tipo de reacción de parte de la clase obrera. Es más fácil entrar en lucha contra las reducciones de sueldo o el aumento de la jornada de trabajo que contra la disminución del salario relativo, resultante del incremento de la productividad del trabajo (a causa del desarrollo de la tecnología) y, por lo tanto, del proceso mismo de acumulación del capital. Así describía esa realidad Rosa Luxemburg:
“Una reducción de salario, que acarrea una baja del nivel de vida real de los obreros es un atentado visible de los capitalistas contra los trabajadores, una reducción de las condiciones de vida reales de los obreros a lo cual éstos replican inmediatamente con la lucha […] impidiéndola en los casos favorables. La baja del salario relativo se opera sin la menor intervención personal del capitalista, y contra ella los trabajadores no pueden luchar y defenderse dentro del sistema salarial, es decir en el terreno de la producción mercantil” (7).
El incremento del desempleo plantea el mismo tipo de dificultades a la clase obrera que la intensificación de la explotación (ataque contra el salario relativo). En efecto, el ataque capitalista que significa el desempleo cuando afecta a jóvenes que no han trabajado todavía no contiene la misma carga explosiva que los despidos, por el hecho mismo de que se lleva a cabo sin necesidad de despedir a nadie. La existencia de un desempleo masivo es incluso un factor inhibidor de las luchas inmediatas de la clase obrera, pues es una amenaza permanente para una cantidad cada día mayor de obreros con trabajo todavía, pero también porque es un fenómeno social que plantea unos problemas cuya solución obliga a reflexionar sobre el cambio de sociedad. También sobre la lucha contra la baja del salario relativo, Rosa Luxemburg añade:
“La lucha contra la baja del salario relativo es la lucha contra el carácter mercantil de la fuerza de trabajo, contra la producción capitalista entera. La lucha contra la caída del salario relativo ya no es una lucha en el terreno de la economía mercantil, sino un asalto revolucionario contra esa economía, es el movimiento socialista del proletariado”.
Los años 1930 pusieron de relieve que con el incremento del desempleo de masas, estalla la pauperización absoluta. Sin la derrota previa que había sido infligida al proletariado, la “ley general, absoluta de la acumulación del capital” podía haberse transformado en lo contrario: la ley de la revolución. La clase obrera posee una memoria histórica, la cual, con la profundización de la crisis, empieza a activarse lentamente. El desempleo masivo y los cortes en los salarios hoy hacen surgir el recuerdo de los años 30, la inseguridad y la pauperización generales. El desmantelamiento del Welfare State confirmará las previsiones marxistas.
Cuando Rosa Luxemburg escribe que los obreros, en el plano de la producción de bienes de consumo, no disponen de la menor posibilidad de resistir a la baja del salario relativo, eso no es ni fatalismo resignado, ni tiene nada que ver con el pseudo radicalismo de la última tendencia de Essen del KAPD (“la revolución o nada”) sino que es el reconocimiento de que su lucha no puede quedarse en los límites de los combates por la defensa inmediata y que debe emprenderse con la visión política más amplia posible. En los años 1980 ya se plantearon los problemas del desempleo y del incremento de la explotación, pero a menudo de manera restringida y local, por ejemplo, limitada a la salvaguardia de sus empleos por parte de los mineros ingleses. Hoy, el avance cualitativo de la crisis permite que se planteen cuestiones como el paro, la pobreza, la explotación, de manera más global y política, como la de las pensiones, la salud, el mantenimiento de los desempleados, las condiciones de vida, la latitud de una vida de trabajo, el porvenir de las futuras generaciones. De manera embrionaria es ese potencial el que ha empezado a emerger en los últimos movimientos de réplica a los ataques contra las pensiones. Esta lección es, a la larga, la más importante. Tiene un alcance mayor que el ritmo con el que va a restablecerse la combatividad inmediata de la clase. Como lo explica Rosa Luxemburg estar directamente enfrentados a los efectos devastadores de los mecanismos objetivos del capitalismo (desempleo masivo, intensificación de la explotación relativa) hace cada vez más difícil entrar en la lucha. Por todo eso, aunque el resultado sea un ritmo lento por un camino de luchas más tortuoso, éstas serán tanto más significativas en cuanto a su politización.
Superar los esquemas del pasado
A causa de la profundización de la crisis, el capital ya no puede seguir apoyándose en su capacidad para hacer concesiones materiales importantes con las que dar un nuevo lustre a los sindicatos, como lo hizo en 1995 en Francia (8). A pesar de las ilusiones actuales de los obreros, hay límites en la capacidad de la burguesía para desviar la combatividad naciente mediante maniobras a gran escala.. Esos límites se definen por el hecho de que los sindicatos están obligados a volver gradualmente a su función de saboteadores de las luchas:
“Se ha vuelto hoy a un esquema mucho más clásico en la historia de la lucha de clases: el gobierno aporrea, los sindicatos se oponen llamando en un primer tiempo a la unidad sindical para embarcar masivamente a los obreros tras ellos y bajo su control. Luego el gobierno abre negociaciones y los sindicatos se desunen para así introducir mejor la división y la desorientación en las filas obreras. Este método, que juega con la división sindical frente al alza de la lucha de la clase es la que mejor garantiza a la burguesía el mantenimiento del encuadramiento sindical, concentrando en lo posible el desprestigio en uno u otro aparato ya designado de antemano. Eso significa que los sindicatos están nuevamente sometidos a la prueba de fuego: el desarrollo inevitable de las luchas en el futuro va a volver a plantearle a la clase obrera el problema de enfrentarse a sus enemigos para poder afirmar sus intereses de clase y las necesidades del combate” (9).
Por eso, aunque todavía poco se ha inquietado la burguesía en la ejecución de sus maniobras a gran escala contra la clase obrera, el deterioro de la situación económica engendrará con mayor frecuencia enfrentamientos espontáneos, puntuales, aislados, entre obreros y sindicatos.
La repetición del esquema clásico de enfrentarse al sabotaje sindical, ya ahora al orden del día, hará que sea posible para los obreros referirse a las lecciones del pasado.
Eso no debe llevar sin embargo a una actitud esquemática basada en el marco y los criterios de los años 80 para comprender las luchas futuras e intervenir en ellas. Los combates de hoy son los de una clase que todavía deberá reconquistar, aunque sea a un nivel elemental, su identidad de clase. La dificultad para reconocer que se pertenece a una clase social, el no tomar conciencia que ante sí uno tiene a un enemigo de clase son las dos caras de la misma moneda. Aunque los obreros siguen conservando un sentido elemental de la necesaria solidaridad (porque es algo inscrito en los fundamentos mismos de la condición proletaria), todavía les queda por reconquistar una visión de lo que de verdad es la solidaridad de clase.
Para hacer pasar su reforma de las pensiones, la burguesía no necesitó recurrir al sabotaje de la extensión del movimiento por parte de los sindicatos. El meollo de su estrategia consistió en hacer que el personal de Educación adoptara unas reivindicaciones específicas como si fuera el objetivo principal. Para ello, ese sector, ya muy afectado por ataques precedentes, no solo iba a soportar el ataque general contra las pensiones, sino que además iba a recibir otro suplementario, específico, el proyecto de descentralización del personal no docente, contra el cual se acabó polarizando efectivamente su movilización. Adoptar como centrales unas reivindicaciones que de hecho llevan a la derrota, es siempre el signo de que hay una debilidad fundamental en la clase obrera que deberá superar para poder avanzar de manera significativa. Un ejemplo que ilustra por la contraria esa necesidad lo dan las luchas en Polonia en 1980, en donde fueron las ilusiones sobre la democracia occidental lo que permitió que la reivindicación de “sindicatos libres” se pusiera en cabeza de la lista presentada al gobierno, abriendo así la puerta a la derrota y a la represión del movimiento.
En las luchas de la primavera de 2003 en Francia, fue la pérdida de la identidad de clase y de la noción de solidaridad obrera lo que llevó a los docentes a aceptar que sus reivindicaciones específicas pasaran por delante del problema general del ataque a las pensiones. Los revolucionarios no deben tener miedo a reconocer esta debilidad de la clase y, por consiguiente, adaptar su intervención.
Le Informe sobre la lucha de clases del XVº congreso insistía con fuerza en la importancia del resurgir de una combatividad que permita al proletariado avanzar. Esto no tiene nada que ver con ese culto obrerista de la combatividad por sí misma. En la década de 1930, la burguesía fue capaz de desviar la combatividad obrera hacia el camino de la guerra imperialista. La importancia de las luchas de hoy estriba en que podrán ser el crisol del desarrollo de la conciencia de la clase obrera. Lo que hoy se juega en la lucha de clases, o sea la reconquista de la identidad de clase por el proletariado, es algo en sí muy modesto, pero es, sin embargo, la clave para la revivificación de la memoria colectiva e histórica del proletariado y para el desarrollo de la solidaridad de clase. Esta es la única alternativa contra la desquiciada lógica burguesa de la competencia, de la mentalidad de “cada uno para sí”.
La burguesía, por su parte, no se permite hacerse ilusiones sobre la importancia de esa cuestión. Hasta ahora ha hecho todo lo que ha podido para evitar que estalle un movimiento que recordara a los obreros que pertenecen a una misma clase. La lección de 2003 es que con la aceleración de la crisis, el combate obrero va a desarrollarse. Y no es la combatividad como tal lo que inquieta a la clase dominante, sino el riesgo de que los conflictos fomenten la conciencia de la clase obrera. La burguesía está hoy más preocupada que nunca por ese problema, precisamente porque hoy la crisis es más grave y más general. Su preocupación principal es, cada vez que es imposible evitar las luchas, limitar los efectos positivos para la confianza en sí misma, la solidaridad y la reflexión en la clase obrera, incluso hacer lo imposible porque tal lucha origine lecciones erróneas. Durante los años 80, ante los combates obreros, la CCI aprendió a identificar, en cada caso concreto, cuál era el obstáculo que entorpecía el avance del movimiento y que debía servir para polarizar el enfrentamiento con los sindicatos y la izquierda. El problema en mucho casos era la extensión. Mociones concretas, presentadas en asamblea general, llamando a extenderse hacia otros obreros eran la dinamita con la que intentábamos limpiar el camino favoreciendo así el avance general del movimiento. Los problemas centrales que hoy se plantean (qué es la lucha de clases, sus metas y sus métodos, quiénes son sus adversarios y los obstáculos que hay que superar) parecen una antítesis de los que se planteaban en los años 80. Parecen más “abstractos” al ser inmediatamente menos realizables, incluso como una vuelta atrás a los orígenes del movimiento obrero. Hacer esas propuestas exige más paciencia, una visión a más largo plazo, unas capacidades políticas y teóricas más profundas para la intervención. En realidad, las cuestiones centrales de hoy no son más abstractas, sino más globales. No hay nada de abstracto o retrógrado en intervenir en una asamblea obrera sobre la cuestión de las reivindicaciones del movimiento o para denunciar la manera con la que los sindicatos impiden toda perspectiva real de extensión. El carácter global de esas cuestiones muestra el camino que ha de seguirse. Antes de 1989, el proletariado fracasó porque planteaba las cuestiones de la lucha de clases de manera demasiado estrecha. Por eso, en la segunda mitad de los años 90, cuando el proletariado empezó a sentir, a través de sus minorías, la necesidad de una visión más global, la burguesía, consciente del peligro que podía representar esa necesidad, desarrolló el movimiento altermundialista para mediante éste dar una respuesta falsa a esos interrogantes.
Además, la izquierda del capital, sobre todo los izquierdistas, se ha hecho experta en el arte de usar los efectos de la descomposición de la sociedad contra las luchas obreras. La crisis económica favorece un cuestionamiento que tiende a ser global, pero la descomposición, en cambio, tiene un efecto contrario. Durante el movimiento de la primavera de 2003 en Francia y la huelga de los metalúrgicos de Alemania, hemos podido ver cómo, en nombre de “la extensión” o de la “solidaridad” los activistas de los sindicatos jalean la tendencia que arraiga en minorías de trabajadores cuando éstas intentan imponer la lucha a otros trabajadores, echándoles a éstos la culpa de la derrota del movimiento cuando se niegan a entrar en acción.
En 1921, durante la llamada “Acción de marzo” en Alemania, las trágicas escenas de desempleados intentando impedir que los obreros entraran en las fábricas era una expresión de la desesperanza ante el reflujo de la oleada revolucionaria. Los llamamientos recientes de los izquierdistas franceses a impedir que los alumnos pasaran sus exámenes, el espectáculo de los sindicalistas alemanes del oeste queriendo impedir que los metalúrgicos del Este –que no querían hacer una huelga larga por las 35 horas– volvieran al trabajo, son ataques muy peligrosos contra la idea misma de clase obrera y de solidaridad. Son tanto más peligrosas porque alimentan la impaciencia, el inmediatismo, el activismo descerebrado que la descomposición genera. Estamos avisados: las luchas venideras pueden ser un crisol para conciencia, pero la burguesía lo hará todo para transformarlas en tumbas de la reflexión proletaria.
Vemos aquí unas tareas dignas de la intervención comunista: “explicar pacientemente”, como decía Lenin, por qué la solidaridad no se impone sino que exige una mutua confianza entre las diferentes partes de la clase; explicar por qué la izquierda, en nombre de la unidad obrera, lo hace todo por destruirla.
Las bases de nuestra confianza en el proletariado
Todos los componentes del medio político proletario reconocen la importancia de la crisis en el desarrollo de la combatividad obrera. Pero la CCI es la única corriente de hoy que considera que la crisis estimula la conciencia de clase de las grandes masas. Los demás grupos limitan el papel de la crisis a un mero “empuje” físico a luchar. Para los consejistas, la crisis obligaría, como una especie de mecánica, a la clase obrera a hacer la revolución. Para los bordiguistas, el despertar del “instinto” de clase lleva al poder al poseedor de la conciencia de clase, o sea el partido. Para el BIPR, la conciencia revolucionaria procede del exterior, del partido. Entre los grupos en búsqueda, los autonomistas (que se reivindican del marxismo en cuanto a la necesidad de autonomía para el proletariado respecto de las demás clases) y los obreristas creen que la revolución es un producto de la revuelta obrera y del deseo individual de una vida mejor. Estos enfoques erróneos se acentuaron por la incapacidad de esas corrientes para entender que el fracaso del proletariado para replicar a la crisis de los años 29 se debía a la derrota anterior de la oleada revolucionaria mundial. Una de las consecuencias de esa carencia es la teoría, siempre vigente, según la cual la guerra imperialista crea condiciones más favorables para la revolución que la crisis (cf. nuestro artículo “Por qué la alternativa guerra o revolución” en Revista internacional n° 30).
En contra de esos conceptos, el marxismo plantea el problema así:
“La base científica del socialismo son, como se sabe, los tres resultados principales del desarrollo del capitalismo: ante todo, la anarquía creciente de la economía capitalista, que la lleva inevitablemente a la ruina; segundo, la socialización creciente del proceso de producción que crea las bases del orden social futuro, y, tercero, el fortalecimiento creciente de la organización y de la conciencia de clase del proletariado, que es el factor activo de la próxima revolución” (10).
Subrayando el vínculo activo entre esos tres aspectos y el papel de la crisis, Rosa Luxemburg escribe:
“La socialdemocracia no considera que el resultado final proceda ni de la violencia victoriosa de una minoría ni de la superioridad numérica de la mayoría, sino de la necesidad económica y de la comprensión de esta necesidad, que llevará a la supresión del capitalismo por parte de las masas populares, una necesidad que se expresa ante todo en la anarquía capitalista” (11).
Mientras que el reformismo (y hoy la izquierda del capital) promete mejoras mediante la intervención del Estado, con leyes que protegerían a los trabajadores, la crisis viene a poner al desnudo que “el sistema salarial no es una relación legal, sino una relación puramente económica”.
A través de los ataques que debe soportar, la clase como un todo empieza a comprender la verdadera naturaleza del capitalismo. Este enfoque marxista no niega para nada, ni mucho menos, el papel de los revolucionarios y de la teoría en ese proceso de comprensión. En la teoría marxista, les obreros encontrarán la confirmación y la explicación de la propia experiencia que están viviendo.
Octubre 2003
1) Al haber sido redactado este texto para una discusión interna en la organización, podría tener algunas expresiones insuficientemente explícitas para los lectores. Creemos, sin embargo, que estos defectos no les impedirán comprender lo esencial del análisis que este Informe contiene.
2) No pudimos publicar en nuestra prensa ese Informe. En cambio, sí publicamos en la Revista internacional n° 113, la resolución adoptada en ese Congreso, la cual recoge la mayoría de las claves del Informe.
3) El sindicato IG Metal jaleó a los metalúrgicos de los Länder del Este a que se pusieran en huelga para la aplicación inmediata de las 35 horas aunque su instauración solo estaba planificada para 2009. La maniobra de la burguesía consiste en lo siguiente: no sólo ya las treinta y cinco horas son un ataque contra la clase obrera a causa de la flexibilidad que introducen, sino que además la movilización de los sindicatos por su obtención servía, en ese momento, para desviar la atención de la necesaria respuesta contra las medidas de austeridad de la llamada “agenda 2010”.
4) La carta de la izquierda en la oposición fue jugada por la burguesía a finales de los 70 y principios de los 80. Consistía en un reparto sistemático de tareas entre los diferentes sectores de la burguesía. A la derecha, en el gobierno, le incumbía “el hablar claro” y aplicar sin tapujos los ataques contra la clase obrera. A la izquierda (es decir a las fracciones de la burguesía que, por su lenguaje e historia, tienen la tarea específica de mistificar y encuadrar a los obreros) le correspondía desviar, esterilizar y ahogar, gracias a su situación opositora, las luchas y la toma de conciencia que esos ataques iban a provocar en el proletariado. Para más detalles sobre esta política de la burguesía, puede leerse la Resolución publicada en la Revista internacional n° 26.
5) Para un análisis más detallado de ese movimiento, ver nuestro artículo “Frente a los ataques masivos del capital, es necesaria la respuesta masiva de la clase obrera” en Revista internacional n° 114.
6) Hay otra razón para la presencia de la derecha en el poder y es que este dispositivo era el que se adaptaba mejor para atajar el auge del populismo político (debido al aumento de la descomposición), pues los partidos que lo representan están en general incapacitados para la gestión del capital nacional.
7) Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política (trabajo asalariado).
8) En diciembre de 1995, los sindicatos fueron la punta de lanza de una maniobra del conjunto de la burguesía contra la clase obrera. Frente a un ataque masivo contra la seguridad social, el plan Juppé, y otro ataque más específico contra el sistema de jubilaciones de los ferroviarios, ataque que por su violencia era una auténtica provocación, los sindicatos no tuvieron dificultades para que los obreros se lanzaran masivamente en lucha bajo el control sindical. La situación económica no era todavía lo bastante grave como para obligar a la burguesía a mantener en lo inmediato su ataque contra las pensiones de los ferroviarios, de tal modo que la retirada de esta medida pudo aparecer como una victoria de una clase obrera movilizada detrás de los sindicatos. En la realidad, el plan Juppé pasó íntegramente, pero lo peor de la derrota fue que en esta ocasión la burguesía logró dar nuevo prestigio a los sindicatos y que la derrota apareciera como victoria (pueden leerse para más detalles, los artículos dedicados a la denuncia de esta maniobra de la burguesía en los nos 84 y 85 de la Revista internacional).
9) Ver nuestro artículo dedicado a los movimientos sociales en Francia, “Movimientos sociales en Francia. Primavera de 2003. Frente a los ataques masivos del capital, necesidad de respuesta masiva de la clase obrera” en Revista internacional n° 114.
10) Rosa Luxemburg, ¿Reforma o revolución ?
11) Rosa Luxemburg, ídem.