Publicado en Corriente Comunista Internacional (https://es.internationalism.org)

Inicio > Revista Internacional 2000s - 100 a 139 > 2006 - 124 a 127 > Rev. Internacional n° 124, 1er trimestre 2006

Rev. Internacional n° 124, 1er trimestre 2006

  • 4252 lecturas

Revueltas sociales: Argentina 2001, Francia 2005… : Solo la lucha de clases del proletariado es portadora de futuro

  • 5032 lecturas

Si se escucha el discurso dominante, desde hace algunos años, una serie de grandes revueltas populares estarían poniendo en peligro el capitalismo, especialmente en los países llamados por la burguesía “países emergentes”.

En Sudamérica, por ejemplo, las mases populares de Argentina se habrían lanzado en los últimos años a un movimiento contra el sistema. El movimiento de los Piqueteros, comidas de beneficencia, empresas autogestionadas, se han montado cooperativas de apoyo para «organizar» a esas masas en revuelta.

En China, las cifras oficiales para 2004 indican 74 000 incidentes y revueltas sociales que han provocado muchos muertos, asesinados por la policía (el último incidente, en el pueblo de Dongzhu de la provincia costera de Guangdong, cerca de Hong Kong, provocó 20 muertos en la población civil) y la instauración de la ley marcial. Desde 1989, las autoridades chinas han hecho grandes inversiones para equipar a la policía y entrenarla para aplastar ese tipo de revueltas. Y los disturbios, tradicionales ya con ocasión de las cumbres de la OMC, a través del planeta y que han vuelto a estallar en la reciente Cumbre de Hongkong, son la imagen de un mundo en rebelión.

A esa lista hay que añadir un país central del sistema capitalista, Francia. En el otoño de 2005, durante varias semanas, los barrios periféricos de Paris y de otras grandes ciudades francesas fueron saqueados por el movimiento social más violento desde 1968. Ardieron, entre otras cosas, 8000 coches, se impusieron cientos de penas de cárcel y el Estado francés recurrió a unas leyes draconianas cuyo último uso había sido en 1955 contra el movimiento de independencia de Argelia.

Todos esos movimientos sociales, con causas y objetivos de lo más variopinto, han tenido una amplia publicidad, a menudo en primera plana de los periódicos del mundo entero. Ya es hora de que ls marxistas revolucionarios denuncien esas quimeras de revolución, oponiéndoles el auténtico movimiento de transformación social, el cual, en cambio, no recibe tanta atención por parte de los medios de comunicación: la lucha de clases del proletariado internacional.

Las causas y la naturaleza de las revueltas sociales

La causa general de esos movimientos sociales no es ningún secreto. El capitalismo mundial vive desde hace años, una crisis económica insoluble que se expresa a todos los niveles de la sociedad y afecta a todos los sectores de la población no explotadora: pobreza en aumento, desempleo de larga duración debidos a los planes de austeridad de los Estados capitalistas en los países avanzados, una siniestra miseria que acompaña el hundimiento de economías enteras en Latinoamérica, la ruina total de pequeños campesinos y granjeros por todo el Tercer mundo, la discriminación étnica, consecuencia de una política deliberada de la clase dominante para dividir y asegurar su dominio sobre las poblaciones, el terror impuesto en los países ocupados por los ejércitos imperialistas.

Sin embargo, por mucho que las revueltas sociales tengan en común la causa fundamental que es la opresión capitalista, eso no significa que puedan ser una respuesta común, ni siquiera una respuesta a secas. Todo lo contrario.

A pesar de la gran variedad de revueltas habidas hoy, ninguna de ellas representa, ni embrionariamente siquiera, la menor alternativa, ni económica, ni política ni social, a la sociedad capitalista cuyos síntomas de declive suscitan todas esas protestas y revueltas. Eso ha quedado muy claro en los recientes disturbios ocurridos en Francia. La cólera de los insurrectos se volvió contra sí mismos y no contra la causa de su miseria.

“De manera cotidiana son sometidos, sin ningún tipo de miramiento y con brutal grosería, a controles de identidad y cacheos indiscriminados y, en ese sentido, es totalmente lógico que sientan a la policía como sus perseguidores sistemáticos. Pero la realidad es que las principales víctimas de esta violencia son las propias familias o los allegados de los jóvenes que la protagonizan: los hermanos o hermanas que no podrán ir a sus escuelas habituales, parientes que han perdido sus vehículos que en caso de ser pagados por los seguros, lo serán a precios de saldo o la obligación imperiosa de realizar sus compras lejos de sus domicilios ya que las tiendas han sido pasto de las llamas» (Toma de posición de la CCI: «Ante la desesperación, sólo la lucha de clases puede ofrecer un porvenir», 8 noviembre 2005).

Pero incluso las revueltas que expresan la desesperanza de manera menos elemental, que dirigen su violencia contra los guardianes del régimen que les oprime y que incluso consiguen, como en China, hacer retroceder momentáneamente a la policía, no ofrecen perspectivas más allá de la protesta inmediata que expresan. Por muy espectacular que sea a menudo la violencia de esos disturbios sociales, esas revueltas están inevitablemente mal preparadas y coordinadas, incapaces de hacer frente a las fuerzas bien armadas y organizadas del Estado capitalista.

En el caso de los Piqueteros de Argentina o de lo Zapatistas de México, las revueltas sociales están directamente encuadradas por ciertas fracciones de la burguesía que procuran movilizar a la población detrás de sus propias «soluciones» a la crisis económica y que quieren hacerse un sitio en el seno del aparato de Estado.

No es pues de extrañar si la burguesía saca cierta satisfacción de la impotencia de las revueltas sociales, y eso que éstas lo que demuestran es la incapacidad del sistema para ofrecer la menor esperanza de sanar las llagas purulentas que afligen a la población mundial. Las revueltas sociales no son una amenaza para el sistema, no tienen ni reivindicaciones ni perspectivas con las que poner seriamente en entredicho el estatus quo. Nunca van más allá del marco nacional y quedan, en general, dispersas y aisladas. Y aunque la burguesía esté preocupada por la generalización de la inestabilidad social, al tener cada vez menos margen de maniobra en lo económico, piensa que puede apoyarse en la represión para ahogar y neutralizar los daños de la revuelta social. En Francia, por ejemplo, los disturbios de las periferias urbanas son reflejo de los machetazos en los presupuestos sociales que se dieron en el período precedente. Ha habido fuertes reducciones en los gastos para renovar las viviendas y la creación de empleos temporales. El número de profesores y de trabajadores sociales ha disminuido así como las subvenciones a las organizaciones benévolas. Los disturbios no han forzado a la burguesía a tomar medidas serias ni a poner en entredicho su política de austeridad; lo que sí le han permitido es dar más fuerza a la réplica de “la ley y el orden”. La conocida advertencia del ministro francés del Interior, Sarkozy, de que iba a “limpiar los barrios con mangueras a presión” para eliminar a quienes fomentan los disturbios ha sido el emblema de esa réplica. La burguesía francesa ha sabido utilizar los disturbios para justificar el reforzamiento de su aparato represivo y prepararse para la amenaza futura que constituye la lucha de la clase obrera.

En Argentina, la revueltas sociales del 19 y 20 de diciembre de 2001 se hicieron famosas por el pillaje masivo de los supermercados y el asalto a los edificios gubernamentales y financieros. Sin embargo, el movimiento popular organizado en torno a esas revueltas no ha frenado en nada el declive vertiginoso del nivel de vida de las masas oprimidas del país: la cantidad de personas que viven bajo el “umbral oficial de pobreza” ha pasado de 24 % en 1999 a 40 % hoy. Al contrario, es la organización de esas masas pauperizadas en un movimiento popular vinculado al Estado capitalista lo que permite a la burguesía hablar hoy de una “primavera argentina” y rembolsar en su plazo la deuda al FMI.

Numerosas capas sociales son víctimas del declive del sistema capitalista y reaccionan violentamente al terror y la miseria que provoca. Pero esas violentas protestas no ponen nunca en cuestión el modo de producción capitalista, no hacen sino reaccionar contra sus consecuencias.

A medida que el capitalismo se va hundiendo en su fase final de descomposición social, la ausencia total de perspectiva económica, política y social en el seno del sistema parece contaminar todos los pensamientos y todas las acciones que alimentan la desesperación violenta de las revueltas sociales.

La autonomía del proletariado

A primera vista, puede parecer irrealista proclamar que el verdadero movimiento por el cambio social es la “trasnochada” lucha de la clase obrera que está apenas volviendo hoy a encontrar el camino de la combatividad y de la solidaridad, tras la gran desorientación que sufrió tras el hundimiento del bloque de Este en 1989. Pero la lucha proletaria, a diferencia de las revueltas sociales no solo existe en el presente, sino que tiene una historia y se proyecta en el porvenir.

La clase obrera que hoy lucha, es la misma cuyo movimiento revolucionario sacudió el mundo entro entre 1917 y 1923, movimiento durante el cual tomó el poder político en Rusia en 1917, puso fin a la Iª Guerra Mundial, fundó la Internacional comunista y estuvo cerca de la victoria en otros países de Europa.

A finales de los años 1960 y en los 70, el proletariado mundial volvió a aparecer en la historia después de medio siglo de contrarrevolución.

La oleada de huelgas masivas iniciada por los obreros en Francia en 1968 para defender sus condiciones de vida, irrumpió en todos los demás países centrales del capitalismo. La burguesía tuvo que adaptar su estrategia política para encarar la amenaza poniendo a sus partidos de izquierda en el gobierno. En algunos países, ese movimiento fue casi una insurrección, como en Córdoba (Argentina), en 1969. En Polonia, en 1980, alcanzó su momento álgido. La clase obrera superó sus divisiones locales, se unió mediante asambleas y comités de huelga. Solo sería después de un año de sabotaje del nuevo sindicato Solidarnosc cuando la burguesía polaca, debidamente aconsejada por los gobiernos occidentales, pudo declarar la ley marcial y acabar aplastando el movimiento. Pero las luchas de clase internacionales prosiguieron, en Gran Bretaña en particular donde los mineros estuvieron en huelga durante más de un año en 1984-85.

A pesar de los reveses sufridos por la clase obrera, no ha sido derrotada de manera decisiva durante los 35 últimos años como así lo había sido en los años 1920 y 1930. El camino de la clase obrera sigue abierto para que pueda ella expresar su naturaleza y sus características revolucionarias.

La clase obrera es revolucionaria, en el sentido auténtico de la palabra, pues sus intereses corresponden a un modo de producción social totalmente nuevo. Su interés objetivo es reorientar la producción sin explotación de su trabajo y para la satisfacción de las necesidades de la humanidad en una sociedad comunista. Y tiene en sus manos –aunque no legalmente en su posesión– los medios de producción de masas que permitirán el advenimiento de esa sociedad. La interdependencia, completada ya, de esos medios de producción a escala mundial significa que la clase obrera es una clase verdaderamente internacional, sin ningún interés en conflicto o competencia, mientras que todas las demás capas y clases de la sociedad, por mucho que algunas sufran bajo el capitalismo, están sumidas en una división insuperable.

Aunque estén todavía aisladas y divididas por los sindicatos, aunque sean menos espectaculares que las revueltas sociales, la luchas defensivas de la clase obrera para intentar proteger el bajo nivel de vida que hoy le queda, llevan en sí, contrariamente a esas revueltas, los gérmenes de un asalto ofensivo contra el sistema capitalista como así lo han demostrado, por ejemplo, las luchas de solidaridad en el aeropuerto de Londres de julio de 2005, o también la oleada de huelgas obreras en Argentina durante el verano de 2005 y la reciente huelga en los transportes de Nueva York.

Por las razones mencionadas, la clase obrera ha sido capaz, desde hace 150 años, de desarrollar una alternativa política revolucionaria contra el imperio del capital. La alternativa socialista pone obligatoriamente en conflicto a la clase obrera con la legalidad capitalista de explotación, defendida por una cantidad descomunal de fuerzas armadas y represivas. Por eso, la violencia de la clase obrera, a diferencia de las actos desesperados de otras capas oprimidas es una violencia engendradora de historia, una violencia que hará realidad el parto doloroso de una nueva sociedad.

Para los medios de comunicación, las revueltas sociales son la atracción principal. Las luchas de la clase obrera, de nuevo emergentes, aparecen muy en segundo plano, y, en el mejor de los casos, como un apoyo logístico a aquellas revueltas.

En ese contexto, es vital que los revolucionarios defiendan el papel fundamental del proletariado y la necesidad de su autonomía, no sólo contra las fuerzas de la burguesía que pretenden ser sus defensores, como los partidos de izquierda y los sindicatos, sino también ante las revueltas desesperadas de capas y agrupamientos incoherentes de oprimidos por el capitalismo.

La burguesía, cuyos representantes más inteligentes son muy conscientes de la amenaza subyacente que el proletariado representa, está por lo tanto muy interesada en hacer la publicidad de las revueltas sociales y minimizar o ignorar si puede, los movimientos o acciones auténticas del proletariado.

La burguesía identifica el caos violento de las revueltas sociales con todas las demás manifestaciones de la descomposición de la sociedad. Espera así desprestigiar toda resistencia a su dominación, incluida especialmente la lucha de clase del proletariado.

La burguesía presenta las revueltas sociales como la principal expresión de la oposición a la sociedad capitalista. Espera así persuadir a los miembros de la clase obrera, a los jóvenes en especial, que esas acciones condenadas al fracaso son la única forma de lucha posible. La burguesía deja que se muestren los límites evidentes y los fracasos indudables de esas revueltas. Intenta así desmoralizar, apagar y dispersar la amenaza que representa la unidad proletaria, una unidad que requiere en particular la solidaridad entre la joven generación de la clase con las generaciones anteriores.

Esta táctica respecto a la clase obrera ha tenido cierto éxito, sobre todo entre los jóvenes y los desempleados de larga duración así como en algunas minorías étnicas en el seno el proletariado. Bastantes elementos de esos sectores se han integrado en las revueltas ocurridas en Francia. En Argentina, el movimiento de los Piqueteros ha logrado «organizar» a los desempleados detrás del Estado y a desviar algunas acciones de la reciente ola de huelgas, en 2005, hacia ese movimiento y otros atolladeros semejantes.

El ala izquierda de la burguesía y sus fuerzas de extrema izquierda en particular desempeñan un papel muy especial en la desmovilización de la clase obrera hacia ese tipo de atolladeros, utilizándola como masa de maniobra para impulsar campañas que proponen otra gestión del régimen capitalista.

Por desgracia, algunas fuerzas de la Izquierda comunista, aun siendo capaces de ver los “límites” de las revueltas sociales, son, en cambio, incapaces de resistir a la tentación de ver en ellas “algo” positivo. El Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR), por ejemplo, fue ya seducido por los movimientos interclasistas de Argentina en diciembre 2001 y de Bolivia poco después, considerándolos como expresiones, reales o potenciales, de la clase obrera. En su toma de posición sobre los disturbios en Francia, el BIPR, a pesar de la crítica que hace de su inconsecuencia, ve la posibilidad de transformarlos en luchas de clase auténticas gracias al partido revolucionario. Y es más o menos lo mismo que encontramos en otros grupos que se reivindican de la Izquierda italiana, llamándose todos ellos “Partido comunista internacional”.

Evidentemente, puede uno ponerse a soñar despierto sobre la existencia de un partido de clase y los milagros que podría realizar, algo así como el viejo refrán ruso: “puesto que no hay vodka, hablemos de la vodka”. Pues resulta que si no existe hoy el partido revolucionario es precisamente porque la clase obrera deberá todavía desarrollar su independencia y su autonomía políticas respecto a las demás fuerzas sociales de la sociedad capitalista. Las condiciones que permitirán a la clase obrera dotarse de su partido revolucionario no se crearán gracias a unas explosiones sociales desesperadas, sino basándose en ese desarrollo de la identidad de clase del proletariado, sobre todo mediante la intensificación y la extensión de sus combates y también gracias a la intervención de las organizaciones revolucionarias en ellos. Cuando estemos en esa situación histórica, será entonces posible para el proletariado, con su partido político, llevar tras sí a todo el descontento de todas las demás capas oprimidas de la sociedad, pero únicamente basándose en el reconocimiento del papel central y dirigente de la clase obrera.

La tarea actual de los revolucionarios es insistir en la necesidad de que se cree la autonomía política del proletariado, y no ayudar a la burguesía a enturbiar esa necesidad con delirios de grandeza sobre el papel del partido revolucionario.

Como
(20/12/2005)

 

Situación nacional: 

  • Lucha de clases [1]

Geografía: 

  • Argentina [2]
  • Francia [3]

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [4]

Historia del movimiento obrero - IWW (1905-1921): el fracaso del sindicalismo revolucionario en Estados Unidos (I)

  • 24024 lecturas

Hace un siglo en Chicago, el 27 de junio de 1905, en una sala abarrotada, Big Bill Haywood, dirigente de la combativa Western Miners Federation (WMF, Federación de Mineros del Oeste), pronunciaba el discurso de apertura de lo que el mismo calificaba como “el congreso continental de la clase obrera”. Se trataba de una asamblea llamada a cumplir el objetivo de crear una nueva organización revolucionaria de la clase obrera en Estados Unidos: Industrial Workers of the World (IWW, Obreros industriales del mundo) y cuyos miembros eran llamados frecuentemente los Wobblies ([1]). Haywood declaraba solemnemente a los 203 delegados presentes:

“Estamos aquí para agrupar a los trabajadores de este país en el seno de un movimiento de la clase obrera cuyo objetivo será la emancipación de la clase obrera de la esclavitud capitalista …La meta de esta organización debe ser la de permitir a la clase obrera tomar el control del poder económico, de los medios para su existencia y del aparato de producción y distribución, sin preocuparse por los patrones capitalistas… esta organización estará formada, basada y fundada sobre la lucha de clases, sin compromisos, sin claudicación y tendrá como única meta la de conducir a los trabajadores de este país a tomar posesión del pleno valor del producto de su trabajo” (Proceedings of the First IWW Convention) ([2]).

Así quedó marcado el inicio de la gran experiencia sindicalista revolucionaria en Estados Unidos, tema de la tercera parte de nuestra serie de artículos sobre el anarco-sindicalismo y el sindicalismo revolucionario ([3]). Durante los 16 años, de 1905-1921, en que tuvo una significativa existencia con la que la burguesía tuvo que vérselas, IWW se convirtió en la organización más temible y vilipendiada por su enemigo de clase. Durante ese periodo conoció una rápida evolución, tanto en el plano de los principios teóricos y de la claridad política como a nivel de su contribución en la lucha de clases.

Pero antes de entrar en materia sobre las lecciones que podemos sacar de su experiencia, vale la pena subrayar que, en el contexto histórico actual, el simple hecho de recordar esta experiencia reviste una importancia particular. En efecto, actualmente existe una especie de “Santa Alianza” que va desde Al Qaeda a la extrema izquierda del capital, pasando por los altermundistas y los gobiernos imperialistas rivales de la burguesía norteamericana, que tiene todo el interés por presentar –de manera más o menos sutil– al “imperialismo yanqui” (o el “Gran Satanás”) como el enemigo número uno de los pueblos y de los proletarios del mundo entero. Según la propaganda antiamericana de esta “Santa Alianza”, el “pueblo” americano sería cristiano, creyente, cruzado y aprovecharía sin reflexionar los frutos de la política imperialista americana. En los mismos Estados Unidos se presenta a la clase obrera como parte de las “clases medias”. La experiencia de IWW, la valentía ejemplar de sus militantes frente a una clase dominante que no se tienta el corazón para echar mano de la mayor y más vil violencia o hipocresía, esa experiencia de IWW está pues ahí para recordarnos que los obreros de Estados Unidos son decididamente hermanos de clase de los obreros del mundo entero, que su interés y sus luchas son los mismos y que el internacionalismo no es vana palabra para el proletariado, sino más bien la piedra angular de su existencia.

El contexto histórico de la fundación de IWW

La aparición de IWW en Estados Unidos fue, en parte, una respuesta a las mismas tendencias generales que habían suscitado el sindicalismo revolucionario en Europa occidental: “el oportunismo, el reformismo y el cretinismo parlamentario” ([4]). La concreción en Estados Unidos de esa tendencia general internacional lleva el sello de algunas especificidades norteamericanas: La existencia de la Frontera ([5]); la emigración a gran escala de obreros que venían de Europa, a fines de los años de 1880 y a principios del 1900; la llegada al mercado laboral de una gran número de esclavos liberados después de la Guerra de Secesión (1861-65); la ruda oposición entre el sindicalismo por oficio y el sindicalismo de industria; y el debate sobre la política a adoptar frente a esos sindicatos de oficios: meterse en ellos para “socavarlos desde dentro” o crear un nuevo sindicato.

La Frontera y la inmigración

Esos dos factores, fuertemente entrelazados, tuvieron consecuencias significativas en el desarrollo del movimiento obrero en Estados Unidos.

La Frontera sirvió como válvula de seguridad ante la revuelta que rugía en los Estados industriales y fuertemente poblados del Noreste y del Medio Este.

Una cantidad importante de obreros, tanto nativos como emigrados, abrumados por la explotación en las fábricas, prefirieron huir de los centros industriales y migrar hacia el Oeste en busca de una independencia y de una “vida mejor” como granjeros, o con delirantes proyectos de enriquecerse rápidamente convirtiéndose en mineros. La existencia de esa válvula de seguridad tuvo un impacto sobre la capacidad del movimiento obrero para desarrollar su experiencia. Aunque el fenómeno de La Frontera dejó de existir a partir de los años 1890, el fenómeno de emigración hacia el Oeste perduró al menos hasta los albores del siglo xx ([6]).

Durante mucho tiempo, el movimiento obrero en Estados Unidos estuvo muy preocupado por las divisiones entre quienes habían nacido en el país, los obreros anglófonos (aunque ya fueran éstos la segunda generación de emigrantes) y los obreros inmigrados recién llegados, los cuales no hablaban y leían poco o nada en inglés. En su correspondencia con Sorge en 1893, Engels lo ponía en guardia contra el uso cínico que hacía la burguesía de las divisiones en el seno del proletariado y que retrasaban el desarrollo del movimiento obrero en Estados Unidos ([7]). En efecto, la burguesía utiliza hábilmente todos los prejuicios raciales, étnicos, nacionales y lingüísticos para dividir a los obreros entre sí y contrarrestar así el desarrollo de una clase obrera capaz de concebirse a sí misma como una clase unida. Estas divisiones fueron un serio obstáculo para la clase obrera en Estados Unidos ya que separaba a los obreros nacidos en América de la gran experiencia adquirida en Europa por los obreros recién inmigrados. Esas divisiones acarrearon, para los obreros americanos más conscientes, dificultades para mantenerse al nivel de los avances teóricos del movimiento obrero internacional, los hacía dependientes de la mala calidad de las traducciones de los escritos de Marx y Engels, lo cual reflejaba también las debilidades teóricas de los propios traductores.

Así pues, con un armamento teórico en retraso, el movimiento obrero de Estados Unidos se vio entorpecido en su capacidad para hacer frente al oportunismo y a las corrientes reformistas.

Las debilidades teóricas de Daniel DeLeon, líder del Socialist Labor Party (SLP, Partido socialista obrero) lo ilustran ampliamente. DeLeon defendía una variante de la “ley de bronce de los salarios” de Lassalle ([8]) y, debido a ese enfoque, subestimaba completamente la importancia de las luchas inmediatas del proletariado. Creía ingenuamente que la revolución se haría mediante la papeleta de voto, rechazaba el principio de la dictadura del proletariado pero dirigía el SLP de manera autoritaria y sectaria ([9]).

Por su parte, Eugene Debs, “eterno” candidato del Socialist Party of America (SPA, partido socialista rival del SLP ([10])) a la presidencia de los Estados Unidos, poseía grandes dotes como orador pero tenía serias limitaciones teóricas y organizativas. Estos dos hombres participaron en el congreso de fundación de IWW, pero el hecho es que ni ellos, ni sus respectivos partidos políticos fueron capaces de contribuir a la clarificación política en el seno de IWW, ello debido en gran parte y como consecuencia de las débiles tradiciones teóricas en el movimiento obrero norteamericano.

Otra consecuencia de la tradición de la Frontera es el peso de la violencia en la sociedad norteamericana. En sus inicios, las ciudades fronterizas del Oeste no contaban ni con un aparato de Estado formal ni con ninguna institución para mantener la ley y el orden. Ello ha contribuido al desarrollo de una “cultura de los fusiles y de la violencia” que persiste hasta nuestros días con su proliferación de armas de fuego y con niveles de violencia en la sociedad americana que sobrepasan, de lejos, los de cualquier otra gran nación industrializada ([11]). En este contexto, era casi inevitable que la lucha de clases en Estados Unidos, a finales del siglo xix y principios del xx, tomara una forma extremadamente violenta. La burguesía americana no vaciló un solo instante en utilizar la represión en esas confrontaciones con el proletariado, ya sea por medio del ejército, de milicias de los Estados, los infames Pinkerton (empleados de una agencia de detectives donde se alquilaba a los sicarios rompe huelgas, ndt) o por medio de la contratación de servicios de bandidos para aplastar las numerosas huelgas obreras, llegando incluso hasta masacrar a los huelguistas y sus familias. Los obreros, por su lado, no vacilaban tampoco en responder para defenderse. Esta situación desenmascaraba fácilmente la crueldad y la hipocresía de la dictadura de la democracia burguesa y mostraba claramente la futilidad de toda tentativa de querer cambiar fundamentalmente este estado de cosas por medio de una papeleta electoral. Sin embargo, esa misma situación extendía el escepticismo entre los obreros más concientes frente a la eficacia de la acción política que, en general, era concebida como la participación en las campañas electorales. Esta confusión era particularmente alimentada por el SLP de DeLeon y su fetichismo del voto que perpetuaba la falsa idea según la cual acción política y electoralismo serían, por definición, equivalentes. La incapacidad de los wobblies para comprender que la revolución es fundamentalmente un acto político que pasa por el enfrentamiento con el Estado capitalista y su destrucción, y por la conquista del poder por la clase obrera, iba tener graves consecuencias.

La oposición entre el sindicalismo de oficio y el sindicalismo industrial

La organización llamada Knights of Labor (los “Caballeros del Trabajo”) que contaba con un millón de miembros en 1886, fue la primera organización nacional significativa de trabajadores en Estados Unidos. Los Caballeros consideraban que los obreros debían concebirse primero como asalariados, antes de considerarse irlandeses, italianos, judíos, católicos o protestantes. Sin embargo, eran lo propio de aquella época; es decir, un sindicato nacional que organizaba a los obreros en el marco de la corporación:

“organizar a los carpinteros como carpinteros, a los albañiles como albañiles y así con los demás tipos de trabajadores; enseñarles a todos a anteponer sus intereses de obreros cualificados a los intereses de los demás obreros” ([12]).

Los acontecimientos violentos que tuvieron lugar debido a la lucha por la jornada de 8 horas y que condujeron a la masacre de Haymarket ([13]) en 1886, significaron un serio golpe a los Caballeros que declinaron a partir de 1888. Los sindicatos de oficio se reagruparon entonces en la American Federation of Labor (AFL, Federación Americana del Trabajo, fundada en 1886) que consideraba al capitalismo y al sistema asalariado como inevitable y tenía por objetivo obtener de éstos las mayores ventajas posibles para los trabajadores cualificados que representaba. Bajo la dirección de Samuel Gompers, la AFL se presentaba como defensora sin reservas del sistema americano y una alternativa responsable para el radicalismo obrero. Al hacer esto, la AFL rechazaba toda responsabilidad ante la situación de millones de obreros norteamericanos, poco o no cualificados, que eran salvajemente explotados en las nuevas industrias manufactureras o mineras de alta concentración obrera.

En ese contexto, el conflicto entre el sindicalismo de oficio y el sindicalismo de industria, desde entonces considerado como un conflicto entre el sindicalismo del business (mundo de los negocios) o de colaboración de clase y un sindicalismo “industrial”, de lucha de clase, se transformó en la principal controversia en el seno del movimiento obrero a finales del siglo xix y a principios del xx ([14]).

Más allá de las especificidades históricas de los países “anglosajones” (en particular la combinación de un movimiento sindical fuerte con una tradición política socialista y marxista débil), ese debate expresaba, ante todo, los profundos cambios que se producían en el propio capitalismo: de un lado, el desarrollo de una industria a gran escala concretado en la aparición del “Taylorismo” ([15]), y del otro, el hecho que el periodo ascendente del capitalismo llegaba a su fin, imponiendo nuevos objetivos históricos y nuevos métodos a la lucha de la clase.

Los primeros sindicatos, o “trade-unions”, estaban basados (como lo indica el término inglés) en gremios o corporaciones particulares de la industria y dedicaban la mayor parte de su actividad a la defensa de los intereses de sus miembros, no solamente como obreros de forma general, sino como obreros cualificados. Esta defensa podía llegar hasta la imposición de barreras a la contratación de los obreros que no hubieran terminado el aprendizaje requerido para ejercer cierto oficio, o aún más, por ejemplo, la limitación de la contratación a los miembros de ciertos sindicatos a los cuales estaban reservados ciertos empleos. En su forma tradicional, la organización sindical tendía a la vez a crear divisiones entre los obreros de diferentes oficios y a excluir completamente a la enorme masa de trabajadores no cualificados que llegaban a las nuevas industrias de producción masiva que se desarrollaban a finales del siglo xix y principios del xx. Además, el hecho de que esos trabajadores no cualificados fueran frecuentemente inmigrantes que venían del campo o de otros países, los aislaba de los cualificados, por cuestiones de idioma o prejuicios raciales (que no se limitaban, ni mucho menos, al prejuicio sobre el color de la piel).

Otro factor importante de la situación era que, a principios del siglo xx, con el final del periodo ascendente del capitalismo, comenzaban a plantearse nuevas exigencias en la lucha de clases. Como lo hemos visto en los artículos sobre la Revolución rusa de 1905 (Revista internacional nos 120, 122, 123), la lucha de clases estaba llegando al punto en que las luchas por la defensa o mejora de los salarios y las condiciones de vida implicaban cada vez más poner en entredicho el propio orden capitalista. La cuestión que se presentaba de forma cada vez más aguda no era la de obtener reformas en el capitalismo, sino la de plantear la cuestión del poder: debía o no dejar el poder político del Estado en las manos de los capitalistas o, por el contrario, la clase obrera debía destruir el Estado capitalista y tomar el poder para construir una nueva sociedad comunista (o socialista como lo habría dicho IWW).

En esos dos planos, la concepción cerrada de un sindicalismo de oficio, corporativo, propuesto por la AFL era no solamente inadaptado, sino francamente reaccionario.

Dos soluciones se presentaron en los debates a lo largo de la historia del movimiento sindicalista-revolucionario ([16]): la primera preconizaba el método del dual unionism (“sindicalismo doble”), que quería decir concretamente crear un nuevo movimiento para rivalizar con los viejos sindicatos. Era una estrategia de alto riesgo puesto que abría la puerta a la acusación de dividir el movimiento obrero y sólo podía ser realmente eficaz si atraía a suficientes adherentes, como lo había demostrado muy claramente en negativo, a finales de los años 1890, el fracaso de las tentativas de DeLeon para crear un “sindicato de la industria”. La otra estrategia, llamada “boring from within” (“socavar desde el interior”), es decir, tomar los sindicatos existentes, no podía tener éxito más que si los sindicalistas-revolucionarios tomaban el control, y esto los ponía algunas veces a merced de los métodos sin principios de sus adversarios “tradicionalistas”, como Gompers de la AFL.

En fin de cuentas, la Revolución rusa de 1905 y más aún la de 1917 hicieron caducos esos debates, creando una nueva forma de organización, el soviet, adaptada a las nuevas condiciones históricas de la lucha proletaria, lo que nunca podría suceder ni con los sindicatos de oficio ni con los “sindicatos de industria” de IWW.

Entre los defensores del sindicalismo “industrial”, hubo evoluciones notables. Así por ejemplo, decepcionado por las repetidas traiciones y la actividad de rompehuelgas de los sindicatos de oficio en la industria de ferrocarriles, de lo que él fue testigo durante los 17 años de su carrera en el sindicato de obreros calificados del ferrocarril, Eugene Debs fundó en 1893, la American Railroad Union (ARU, sindicato americano de ferrocarriles); que era una organización industrial, abierta a todos los obreros del ferrocarril, sin distinción de oficio o de cualificación. El sindicato crece rápidamente, atrayendo no solamente a obreros no cualificados sino también a obreros cualificados que comprendían la necesidad de la mayor solidaridad en la lucha contra los patrones. En 1894, la ARU se encuentra comprometida prematuramente en una huelga en Pullman, lo que conduce al aniquilamiento del sindicato y a una pena de seis meses de prisión para Debs. Esta experiencia fue un momento importante en la evolución política de Debs que, en prisión, se adhirió al socialismo y se puso en la vanguardia de la crítica al sindicalismo al estilo de Gompers.

A finales de los años 1890, el SLP (Partido socialista obrero), dirigido por Daniel DeLeon, abandonó la política de “boring from within” consistente en utilizar a los sindicatos de la AFL para la conquista de puestos dirigentes, optando por la política de “dual unionism” creando un nuevo sindicato llamado Socialist Trades and Labor Alliance (“Alianza socialista de los oficios y del trabajo”), como la organización socialista del trabajo rival de la AFL. Para pertenecer a ella, había una condición: ser miembro del partido. Esta tentativa organizativa tuvo un éxito limitado.

La fundación de IWW, en 1905, reanima la acusación hecha por Samuel Gompers contra el “dual unionism” y su propaganda contra IWW provoca una gran controversia. Los anarcosindicalistas franceses que habían triunfado al tomar el poder de la CGT gracias a la victoriosa estrategia de “boring from within”, esencialmente por su influencia en los sindicatos de oficio, criticaban el abandono de la AFL por IWW. William Z. Foster, un miembro de IWW influido por los anarcosindicalistas franceses, con ocasión de una estancia en Francia, abogó con fervor por la disolución de IWW y de su reintegración en las AFL y terminó abandonando a los Wobblies ([17]).

Los dirigentes de IWW rechazaban la acusación de “dual unionism” –o sea de haber creado un sindicato opositor, como lo muestra la insistencia hecha por Haywood sobre la misión de IWW de organizar a los no organizados, a los obreros industriales no cualificados, ignorados por los sindicatos de oficio de la AFL. IWW no buscaba atraer a los miembros de los sindicatos de la AFL ni tampoco hacerles competencia buscando el apoyo de sectores particulares de la clase obrera. Sin embargo, es innegable que IWW era, en los hechos, rival de Gompers y de la AFL.

Las tentativas que realizaron los obreros de las minas de Colorado, Montana e Idaho en los años 1880 y 1890, para organizarse con una base industrial –tentativas que dieron nacimiento a la Western Federation of Miners (WFM, Federación occidental de mineros) – pueden ser consideradas como el impulso más importante que se hizo por el desarrollo de un sindicalismo industrial, en particular a causa del impacto directo que tuvieron en la fundación de IWW.

Exasperada por lo que se había transformado en una verdadera lucha de clases abierta contra las compañías mineras y las autoridades del Estado (los dos contendientes frecuentemente estaban armados), la WFM se radicaliza cada vez más. En 1898, la WFM patrocina la formación de la Western Labor Union (WLU, Sindicato occidental del trabajo), según la política de “dual union”. Era una alternativa regional a la AFL, pero jamás adquirió existencia independiente fuera de la influencia de su patrocinador. Aún cuando las reivindicaciones inmediatas planteadas por la WFM con frecuencia eran las mismas que las de la AFL (típicas del “pork chop unionism”) ([18]), en 1902 el objetivo que perseguía la WFM era el socialismo.

En su discurso de despedida en el congreso de la WFM en 1902, por ejemplo, el presidente saliente Ed Boyce ponía en guardia contra el hecho de que el sindicalismo puro y duro no bastaría para defender los intereses de los obreros. Defendía que, a fin de cuentas, la respuesta era

“... la abolición del salario, que es el sistema más destructor de los derechos del hombre y de la libertad que cualquier otro sistema de esclavitud creado hasta el presente” ([19]).

En 1902, la AFL presiona a la WFM para que desmantele el Western Labor Union y que se una a la AFL, pero la WFM respondió transformando la organización regional en el American Labor Union (ALU, Sindicato norteamericano del Trabajo), para competir con la AFL a nivel nacional y referirse más abiertamente al socialismo. La ALU comenzó entonces a tomar posiciones que a partir de entonces iban a servir de pautas a IWW: la primacía de la acción económica (lo que IWW iba a nombrar más tarde “la acción directa”) sobre la acción política y el modelo sindicalista-revolucionario para la organización de la sociedad revolucionaria. El periódico de la ALU tomaba posición de la siguiente forma:

“La organización económica del proletariado es el corazón y el alma del movimiento socialista (…) El objetivo del sindicalismo industrial es organizar a la clase obrera aproximadamente en los mismos sectores de producción y de distribución que se presentarían en una comunidad basada en la cooperación, de tal forma que si los obreros perdieran sus derechos, siempre conservarían una organización económica comprometida conscientemente para tomar en sus manos los instrumentos de la industria y las fuentes de riqueza para administrarlas en su provecho” ([20]).

La convención de la WFM de 1904 da el mandato a su comisión ejecutiva de tratar de crear una organización nueva para unir a toda la clase obrera. Después de las reuniones secretas, durante el verano y el otoño, en las que participaron representantes de diversas organizaciones –no exactamente las mismas cada vez–, se envió una carta a treinta personas, sindicalistas de la industria, miembros del SPA y del SLP y también a miembros de los sindicatos de la AFL, invitándolas

“... a reunirnos en Chicago, el lunes 2 de enero, en una conferencia secreta para discutir los métodos y los medios para unificar a los trabajadores de Estados Unidos con principios revolucionarios correctos (…) de manera que se asegure la integridad [de la organización] en tanto que protector real de los intereses de los obreros” ([21]).

Asistieron veintidós personas a la reunión de enero. Varios, como Debs, no pudieron acudir pero enviaron su caluroso apoyo. Solamente dos invitados, ambos miembros influyentes del SPA, se negaron a participar porque preferían trabajar en la AFL. La reunión de enero se concluyó con una llamada al congreso de fundación de los IWW.

¿Sindicalismo revoluciona​rio de IWW o anarcosindicalismo?

Como organización sindicalista revolucionaria, IWW tomó una orientación que divergía fuertemente del anarcosindicalismo de la CGT francesa, a la cual ya hemos dedicado un artículo: “El anarco-sindicalismo ante un cambio de época: la CGT hasta 1914” (Revista internacional, no 120). A pesar del punto de vista sindicalista de los fundadores de IWW, para quienes la sociedad socialista debería organizarse según los mismos principios que los sindicatos industriales, había grandes diferencias entre IWW y el anarcosindicalismo tal como éste era en Europa. Estas diferencias se expresaban en particular a propósito de cuestiones vitales como el internacionalismo, la acción política y la centralización.

El internacionalismo

Durante el periodo que precedió al desencadenamiento de la Primera Guerra mundial, la oposición a la guerra de los anarcosindicalistas de la CGT francesa se parecía más al pacifismo que al internacionalismo. Y desde principios de la guerra en 1914, la CGT abandonó completamente su perspectiva antiguerra para dar su apoyo al Estado capitalista francés, participando en la movilización del proletariado en la guerra imperialista, franqueando así la frontera de clase y pasarse a la burguesía. En el sentido opuesto a esa traición de los principios de clase, los sindicalistas revolucionarios de IWW, antes de la entrada de EEUU en el conflicto, tenían una posición contra la guerra parecida a la de la socialdemocracia antes de la entrada en guerra de los principales beligerantes europeos. Así, por ejemplo, la convención de IWW adoptada en 1916 declaraba:

“Condenamos todas las guerras, y para impedirlas, estamos por la propaganda antimilitarista en tiempos de paz, también para promover la solidaridad de clase entre los trabajadores del mundo entero y, en tiempos de guerra, por la huelga general en todas las industrias. Extendemos nuestro apoyo tanto material como moral a todos los trabajadores que sufren a manos de la clase capitalista por el hecho de su adhesión a estos principios y llamamos a todos los obreros a unírsenos, para que cese el reino de los explotadores y que esta tierra sea hermosa gracias al establecimiento de una democracia industrial” (Actas de la convención de 1916).

Contrariamente a los anarcosindicalistas franceses y cualesquiera que fueran las ambigüedades de las acciones de IWW, jamás apoyó la guerra cuando EEUU participó en la masacre imperialista mundial, sufriendo así una violenta represión por parte del Estado- de lo cual hablaremos con más detalle en nuestro próximo artículo.

Si IWW y la CGT adoptaron ante la guerra un posicionamiento diferente sobre la defensa de los intereses del proletariado, no sólo se debió a unas circunstancias históricas diferentes, reales por lo demás, puesto que EEUU no tuvo que hacer frente a una invasión extranjera de su territorio y no entraría en guerra hasta 1917. Fue una actitud profundamente diferente lo que explica por una parte la capitulación de la CGT y, por otra, el internacionalismo de IWW ante la guerra. Como hemos visto en el artículo anteriormente citado sobre la CGT, ésta permaneció anclada en una visión “nacional” de la revolución que debía mucho a la experiencia de la Revolución francesa de 1789. Por su parte, Industrials Workers of the World jamás perdió de vista la naturaleza internacional de la lucha de clases y tomó muy en serio la referencia internacional contenida en el nombre que se dieron (obreros industriales del mundo). Desde el principio, la ambición de IWW fue unir a todo el proletariado mundial en una organización única, de lucha de clases; así, secciones afiliadas al “Gran sindicato” (One Big Union), se crearon en lugares alejados como México, Perú, Australia y Gran Bretaña. En EEUU, IWW fue pionero en combatir la brecha que existía entre obreros anglófonos, nacidos en EEUU, e inmigrantes. Acogían a obreros negros en la organización en las mismas condiciones que los blancos, en una época en que la segregación y discriminación racial hacía estragos en toda la sociedad y cuando la AFL rechazaba la admisión a los negros.

La acción política

Mientras que el anarcosindicalismo rechazaba la acción política, el sindicalismo revolucionario, como el encarnado por IWW, acogió la actividad y la participación de las organizaciones políticas en su congreso de fundación, incluidos al SPA y el SLP. De hecho, quienes participaron en el congreso de 1905 se consideraban socialistas, adherentes a una perspectiva marxista, y no anarquistas. A excepción de Lucy Parsons, viuda de Albert Parsons, mártir de Haymarket ([22]), que asistió en tanto que invitada de honor, los anarquistas o los sindicalistas no tuvieron ningún papel significativo en el congreso de fundación. Al final del congreso de fundación se podía constatar que “todos los dirigentes de los IWW eran miembros de un partido socialista” ([23]).

Uno de los momentos más emotivos del congreso de fundación fue el apretón de manos entre Daniel DeLeon, líder del SLP y Eugene Debs del SPA. A pesar de años de amargas disensiones y gracias al trabajo del sindicalismo revolucionario, estos dos gigantes políticos del movimiento socialista enterraron públicamente el hacha de guerra en interés de la unidad proletaria. Aunque luego IWW tomara distancias con los partidos socialistas y Debs y DeLeón salieran de la organización en 1908, siguió abierto a los militantes socialistas y, más tarde, lo fueron también a los del Partido comunista. Así, en 1911, Big Bill Haywood era a la vez miembro elegido de la comisión ejecutiva del SPA y uno de los dirigentes de IWW. Además, fue la fracción de derecha del Partido socialista, no la comisión de IWW, la que consideró inaceptable que Haywood asumiera su papel dirigente simultáneamente en las dos organizaciones. Después de que IWW retirara formalmente toda mención de acción política de su preámbulo revolucionario, la mayor parte de sus miembros votaron por candidatos socialistas, y las victorias electorales de los socialistas en lugares como Butte, en Montana, se atribuían en general a la presencia importante de electores Wobbly.

Los dirigentes de IWW rechazaron categóricamente toda adhesión a las teorías del sindicalismo revolucionario, considerándolas pertenecientes a doctrinas europeas y ajenas:

“... en enero de 1913, por ejemplo, un partidario Wobbly decía que el sindicalismo revolucionario era el término más comúnmente utilizado por los enemigos (de IWW). Los Wobblies mismos no tenían calificativos amistosos para los dirigentes sindicalistas europeos. Para ellos, Ferdinand Pelloutier era “el anarquista”, Georges Sorel, “el apologista monárquico de la violencia”, Herbert Lagardelle era un “antidemócrata” y el italiano Arturo Labriola, “conservador en política y revolucionario en los sindicatos” ([24]).

Sin embargo, a pesar de las insistencias de IWW sobre el hecho que ellos eran “sindicalistas de la industria” o “industrialistas” (según la terminología adoptada en EEUU) y no sindicalistas, es del todo justo caracterizar a esa organización como sindicalista revolucionaria, puesto que, para IWW, el “Gran sindicato” debía ser la fuerza organizativa del proletariado en el seno del capitalismo, el agente de la revolución proletaria y la forma organizativa de la sociedad socialista que la revolución debía crear.

De hecho, la actitud de IWW hacia la acción política era ambivalente. Aunque muchos Wobblies eran militantes del SPA o del SLP como hemos visto, IWW mantenía una desconfianza muy justificada hacia las disputas de facciones entre organizaciones políticas: el organizador (“General Organiser”) de IWW de 1908 a 1915, Vincent St John, decía claramente que se oponía a toda relación de IWW con un partido político y “combatía por salvar a IWW contra Daniel DeLeon por un lado y contra los “fantasiosos anarquistas” por el otro” ([25]).

Además, en la mayoría de los casos, las actividades de IWW eran más cercanas a las de una organización política que a las de un sindicato. En particular, la actitud de IWW hacia “la acción directa” reflejaba una concepción que iba más allá de las fronteras del sindicalismo tradicional según la cual la acción de las organizaciones debía limitarse a los lugares de trabajo para los sindicatos y a las urnas electorales para los partidos políticos. La “acción directa” significaba que la lucha podía ganar la calle y que el Estado era un enemigo que había que afrontar por las mismas razones que a los patrones. Uno de los ejemplos más claros son las batallas emprendidas por IWW de 1909 a 1913, por la libertad de palabra en el marco de sus campañas para organizar a los obreros, principalmente en las ciudades del Oeste; estas últimas habían adoptado leyes locales para prohibir los “soap box orators” (nombre dado a los “oradores sobre cajas de jabón”, según la expresión popular, porque los militantes obreros tenían por costumbre tomar la palabra en la calle subiéndose en esas cajas). IWW logró movilizar a todos los militantes disponibles para acudir en masa a esas ciudades, y en ellas transgredir la nueva ley, haciendo discursos en las calles de tal manera que las prisiones quedaron literalmente atascadas. Esta desobediencia civil recibió el apoyo de muchos obreros, de socialistas y de sindicatos como la AFL, y de elementos liberales de la burguesía. Aunque la idea de la “acción directa” debía servir más tarde de argumento a favor de la táctica sindical de “sabotaje” –sobre lo cual trataremos en el siguiente artículo- es claro que este modo de acción era un compromiso en la acción política, fuera de los parámetros tradicionales del sindicalismo revolucionario.

La centralización

Contrariamente a la concepción hostil a la centralización del anarcosindicalismo donde los principios federalistas promovían una confederación de sindicatos autónomos e independientes, IWW funcionaba según una orientación centralizada. La constitución de IWW en 1905 confería una “autonomía industrial” a sus sindicatos de industria, estableciendo claramente como principio que esos mismos sindicatos de industria estaban bajo el control de la Comisión ejecutiva general (General Executive Board, GEB), el órgano central de IWW:

“Las subdivisiones internacionales y nacionales de los sindicatos industriales tendrán una autonomía completa en lo que concierne a sus asuntos internos respectivos, a condición de que la Comisión ejecutiva general tenga el poder de controlarlas en lo que concierne los intereses sociales del conjunto” (Constitución y estatutos de IWW (1905), artículo 1º) ([26]).

Esta posición fue aceptada sin reservas en 1905. Solo la GEB podía autorizar a IWW a hacer huelga. El hincapié puesto en la centralización se basaba en “el reconocimiento de la centralización del capital y de la industria americanas” ([27]). A diferencia de los anarcosindicalistas que, según su perspectiva federalista, descentralizada, animaban a los sindicatos autónomos a lanzar frecuentemente huelgas, IWW prefería menos cantidad de huelgas, las cuales debían ser lo más rigurosamente planificadas, basadas en un análisis menos inmediatista de la relación de fuerzas entre las clases y de la fuerza de los trabajadores. Una comisión ejecutiva tenía una visión más global de la lucha y de la situación que los obreros aislados que reaccionaban espontáneamente ante los ataques a nivel local, y por tanto de tomar la decisión de la huelga.

Igualmente más tarde, después de que IWW llegara a rechazar la acción política y adoptara una perspectiva más abiertamente sindicalista revolucionaria, los partidarios de la centralización continuaron siendo mayoría sobre los que preconizaban una descentralización de la organización. Este debate opuso a la “fracción del Oeste” contra la “fracción del Este” en la GEB. Los adversarios de la centralización eran más fuertes en el Oeste y tenían como base a los obreros eventuales de la industria –leñadores, mineros y obreros agrícolas–, que eran en muchos casos solteros nacidos en Estados Unidos. En el Este, IWW ocupaba posiciones de fuerza en las industrias manufactureras y los puertos, donde los obreros muchas veces eran casados, tenían familias y se beneficiaban de condiciones de vida más estables. Y tras la huelga de Lawrence (Massachussets) en 1912, los obreros adherentes a los IWW en la mayoría de los casos eran inmigrantes. Los del Este estaban a favor de la centralización para guardar un control estrecho sobre lo que se hacía en nombre de la organización y para permitir a IWW tener una mayor estabilidad de adherentes, particularmente aportando a sus adherentes un apoyo durante y fuera de las luchas obreras –esencialmente el mismo tipo de ayuda que proporcionaban los sindicatos de la AFL. Los del Oeste se inclinaban por una mayor autonomía de los grupos locales de obreros y de elementos para así llevar a cabo acciones que ellos consideraban como un medio de elevar la moral y suscitar el entusiasmo de los militantes. Aunque era originario del Oeste, Haywood pertenecía a la fracción del Este y estaba a favor de la centralización para así construir una organización estable y permanente.

Ya hemos puesto en evidencia las diferencias entre el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo y subrayado que

“... el sindicalismo revolucionario representa un verdadero esfuerzo en el seno del proletariado, buscando encontrar una respuesta al oportunismo de los partidos socialistas y sindicatos (mientras que) el anarcosindicalismo representa la influencia del anarquismo en el seno de ese movimiento” (Revista internacional nº 120).

Sin embargo, ello no quiere decir que el sindicalismo revolucionario de IWW no sufriera de grandes debilidades. El objetivo del próximo artículo será examinar si los principios del sindicalismo revolucionario, como los que IWW expresó en el periodo 1905-21, se adaptaban a la lucha cuando tuvo que encarar concretamente la cuestión de la guerra y de la revolución, en aquel periodo crucial de enfrentamiento internacional entre la clase obrera y sus explotadores. Criticar las posiciones de IWW, que haremos en el próximo artículo, no significa en absoluto rechazar o negar el valor, el heroísmo, la combatividad y la entrega de los militantes de IWW quienes, en el mejor de los casos, lo que ganaron fue la prisión, cuando no perdieron la vida. Mucho menos hay que minimizar la importancia de las huelgas organizadas por IWW que unieron a los obreros inmigrantes y los obreros nacidos en América, los obreros blancos y los obreros negros en la lucha de clases. El próximo artículo verá mucho más de cerca qué hay tras la mitología novelesca Wobbly que ciega aún a militantes bien intencionados sobre las debilidades de esta organización y su herencia.

J. Grevin


[1]) Según la historia oficial de IWW, “el origen de la expresión ‘wobbly’ es incierto. La leyenda atribuye su procedencia a problemas de idioma de un dueño de un restaurante chino con el cual se habían hecho algunos acuerdos durante una huelga para alimentar a los miembros que pasaban por esa ciudad. Cuando el dueño del restaurante quería preguntar si ‘eran de IWW’, se dice que decía ‘All loo eye wobble wobble?’. La misma explicación, en Vancouver esta vez, es dada por Mortimer Downing en una carta citada en Nation nº 5, sept. 1923, concerniente al origen del término en 1911” (ver https://www.iww.org/culture/myths/wobbly.shtml [5]).

[2]) Citado por Howard Zinn en Una historia popular de los Estados Unidos.

[3]) Ver la Revista internacional números 118 y 120.

[4]) Prefacio de Lenin a un folleto de Voinov (Lunar­charski) sobre la actitud del partido ante los sindicatos (1907).

[5]) En la sociedad norteamericana la expresión “la Frontera” (The Frontier) tiene un sentido específico que se refiere a su historia. A todo lo largo del siglo xix uno de los aspectos más importantes del desarrollo de Estados Unidos fue la extensión del capitalismo industrial hacia el oeste, lo cual se tradujo en el asentamiento en esa región de poblaciones esencialmente compuestas de personas de origen europeo o africano –a expensas, evidentemente de las tribus indias autóctonas de esas regiones. La esperanza que representaba la Frontera ha marcado fuertemente la mentalidad y la ideología de Estados Unidos.

[6]) Por ejemplo, Vincent St John, uno de los más importantes dirigentes de IWW, quien había trabajado como minero antes de dedicarse al trabajo de organización, cada vez más decepcionado por la actividad de IWW terminó por dimitir del sindicato en 1914. Partió hacia el desierto de Nuevo México para buscar fortuna como minero. Evidentemente, jamás se hizo rico y aunque había dejado la organización mucho antes de que Estados Unidos entrara en guerra, cuando la burguesía se dedicó a perseguir, en 1917, a los dirigentes de IWW acusándolos de obstaculizar el esfuerzo de guerra, detuvo al pobre St John en el desierto.

[7]) Federico Engels “¿Por qué no hay un gran partido socialista en Estados Unidos? Engels a Sorge el 2 de diciembre de 1893”, en Marx and Engels, Basics writings on politics and philosophe, ed. Lewis Feuer, 1959. En esta carta Engels respondía a una pregunta de Fiedrich Adolf Sorge sobre la ausencia de un partido socialista significativo en Estados Unidos, explicando que “la situación en los Estados Unidos comporta dificultades muy importantes y particulares que obstaculizan el desarrollo regular de un partido obrero”. Entre esas dificultades una de las más importantes era “la inmigración que divide a los obreros en dos grupos: los nativos y los extranjeros, éstos últimos están divididos a su vez entre sí en 1) irlandeses, 2)alemanes, 3) y en muchos pequeños grupos donde a veces sólo comprenden sus propias lenguas: checos, polacos, italianos, escandinavos, etc. Y finalmente los negros. Construir un solo partido arrancando de esta base requiere de poderosas motivaciones que raramente se encuentran. Frecuentemente se presentan empujes vigorosos, pero a la burguesía le basta con esperar pasivamente a que las diferentes partes de la clase obrera se dispersen de nuevo” (traducido por nosotros).

[8]) El desarrollo del capitalismo industrial a principios del siglo xix, vino acompañado de una baja continua de salarios que hundió a la clase obrera en un estado peor que la esclavitud. La idea de que esta situación no puede ser superada a causa de la competencia entre capitalistas, afecta incluso a los pensadores socialistas. Algunos de estos llaman a los obreros a abandonar las luchas contra sus explotadores: Proudhon, por ejemplo, se pronuncia contra las huelgas obreras. Lassalle recoge esa misma idea diciendo que los salarios no podrán subir nunca a causa de las propias leyes del capitalismo: a eso lo llama “ley de bronce de los salarios”. Marx, por su parte, combatió siempre semejante idea, sobre todo en Miseria de la filosofía, escrito en 1847 contra las teorías de Proudhon y más tarde en Salario, precio y ganancia (1865): “el capitalista procura siempre bajar los salarios hasta su mínimo fisiológico y prolongar la jornada de trabajo hasta su máximo fisiológico, mientras que el obrero ejerce siempre un presión en sentido contrario. Todo ello se resume en una relación de fuerzas entre combatientes”. Por eso es por lo que Marx saluda las huelgas obreras, no solo como lucha contra los “abusos sin tregua del capital”, sino, y sobre todo, como preparativos para el derrocamiento del capitalismo: “Si la clase obrera cejara en su conflicto cotidiano contra el capital, sin la menor duda se privaría ella misma de la posibilidad de emprender tal o cual movimiento de mayor envergadura” (cap. “La lucha entre el capital y el trabajo y sus resultados”)

[9]) Hemos analizado estas debilidades en varios artículos de la prensa de la CCI de Estados Unidos. Ver “The heritage of DeLeonism” (La herencia del DeLeonismo) en Internationalism nos 114, 115,117 y 118.

[10]) El SPA era un partido socialista de masas en Estados Unidos que se hizo dominante a principios del siglo xx, se fundó a partir del agrupamiento de varias tendencias, incluyendo a militantes que habían roto con el SLP DeLeonista. Eugene Debs es la personalidad más conocida, fue hecho prisionero a causa de su oposición a la Primera Guerra mundial y fue candidato a la presidencia por el SPA mientras estaba en prisión, y aún así obtuvo un millón de votos.

[11]) En el 2002, 192 millones de armas de fuego de posesión individual fueron registradas en Estados Unidos. Las armas de fuego mataron a más de 29 700 estadounidenses en 2002 –más que la cantidad de soldados americanos muertos en el año más sangriento de la guerra de Vietnam. Los balazos son la segunda causa de mortalidad (después de los accidentes de automóvil) entre norteamericanos de menos de 20 años y la causa principal de mortalidad entre hombres afroamericanos de entre 15 y 24 años. El organismo Physicians for Social Responsability estima que la violencia armada cuesta 100 000 millones de $ a Estados Unidos por año. En 1999 las tasas por homicidios por arma de fuego era de 4,8 por cada 100 mil habitantes. Comparativamente, las mismas estadísticas arrojaban que en Canadá era de 0,54, en Suiza de 0,5, en Gran Bretaña de 0,12 y en Japón de 0,04.

[12]) Dubofsky, Melvyn, We Shall Be All: A History of the Industrial Workers of the World (Una Historia de Trabajadores Industriales del Mundo), Urbana and Chicago, University of Illinois Press, 2a edición, 1988.

[13]) El suceso de Haymarket surgió como consecuencia de un ataque con bombas – supuestamente obra de un anarquista desconocido – contra una multitud que se había reunido durante un mitin que se celebraba en la plaza Haymarket en Chicago el 4 de mayo de 1886 en apoyo a la jornada de 8 horas.

[14]) La traducción de ciertos términos usuales en Estados Unidos y en Gran Bretaña en esa época plantea problemas. Así, el término “unionist” puede designar indiferentemente “trade unionist” o “industrial unionist”, el primero corresponde a los sindicatos de oficio o corporación (en el cual los miembros, en esa época frecuentemente debían pasar por un aprendizaje específico antes de poder entrar en la corporación), el segundo se relaciona con el “sindicato industrial” al que podía adherirse cualquier obrero, cualificado o no, que trabajaba en la misma industria. El término inglés “syndicalist”, en cambio, designa un militante sindicalista-revolucionario. Un “industrial unionist” podía ser igualmente un “sindicalista”, pero no forzosamente. [NDT]

[15]) Frederick Winslow Taylor desarrolló una serie de principios en su monografía de 1911, The principles of scientific management (“Los principios de la gestión científica”), que esencialmente buscaban aumentar la productividad de la fuerza de trabajo reduciendo la producción industrial a una serie de tareas fáciles de aprender, que no exigían ninguna calificación de los obreros y que permitían, más fácilmente, imponerles un trabajo más intenso.

[16]) El debate también era importante en Inglaterra, como lo veremos cuando analicemos la historia del sindicalismo revolucionario en el movimiento de los shop-stewards.

[17]) Foster acabaría siendo un líder estalinista del Partido comunista norteamericano tras la derrota de la Revolución rusa.

[18]) En español “sindicalismo de chuleta de cerdo”, término peyorativo usado en esa época para designar al sindicalismo reformista.

[19]) Actas del Congreso de la WFM de 1902, citado por Dubofsky.

[20]) ALU Journal, 7 de enero de 1904, p. 2, citado por Dubofsky.

[21]) Versión oficial de la Conferencia y del Manifiesto de IWW, por Clarence Smith, Proceedings of the First Convention of the Industrial Workers of the World, New York , New York, 1905.

[22]) Albert Parsons estaba entre los militantes arrestados tras el atentado de Haymarket (ver nota más arriba) y fue condenado y ejecutado en base a pruebas falsificadas.

[23]) Dubofsky, Obra cit.

[24]) Conlin, Joseph Robert, Bread and Roses Too: Studies of the Wobblies. Westport, CT: Greenwood, 1969. Cita extraída de Williams E. Walling, “Sindicalismo industrial o revolucionario”, New Review no 1 (11 de enero,1913, p. 46). Y de Walling “Industrialismo contra sindicalismo”, Internationalist Socialist Review (agosto de 1913).

[25]) James Canon, Los IWW, y citado en Dubosky.

[26]) Disponible en el sitio “Jim Crutchfield de IWW (https://www.workerseducation.org/crutch/constitution/constitutions.html [6]).

[27]) Conlin, Bread and Roses Too.

 

Geografía: 

  • Estados Unidos [7]

Series: 

  • El sindicalismo revolucionario en Estados Unidos [8]

Corrientes políticas y referencias: 

  • sindicalismo revolucionario [9]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión sindical [10]

II - El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material

  • 8820 lecturas

En la Revista internacional no 123, anunciamos el comienzo del tercer volumen de la serie sobre el comunismo. Nos interesamos por las obras del joven Marx de 1843 para ir examinando el método que fue la base de la elaboración del programa comunista. En este tercer volumen tenemos la intención de retomar la cronología en donde la dejamos a finales del segundo, cuando se abrió el periodo de contrarrevolución tras la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23.

El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material 

(Resumen del primer volumen)

En la Revista internacional no 123, anunciamos el comienzo del tercer volumen de la serie sobre el comunismo. Nos interesamos por las obras del joven Marx de 1843 para ir examinando el método que fue la base de la elaboración del programa comunista. En este tercer volumen tenemos la intención de retomar la cronología en donde la dejamos a finales del segundo, cuando se abrió el periodo de contrarrevolución tras la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23. Considerando que esta serie empezó hace casi quince años, pensamos que es necesario recordar el contenido de los dos primeros volúmenes: dedicaremos a eso este artículo y el próximo. Confiamos en que ese resumen animará a los lectores a volver a los primeros artículos que pronto publicaremos en forma de libro y en nuestro sitio Internet. Hasta ahora hemos tenido muy pocas respuestas escritas a esos artículos por parte del campo proletario; no obstante los consideramos como una fuente de estudio y de reflexión para todos aquellos que quieren esclarecer de verdad el sentido y el contenido reales de la revolución comunista.

El primer volumen –exceptuando el primer artículo que examinaba las ideas comunistas anteriores a la emergencia del capitalismo y concluía con las formas más primitivas del comunismo proletario– se concentra esencialmente en la evolución del programa comunista a lo largo del periodo ascendente del capitalismo, cuando la revolución comunista todavía no estaba al orden del día de la historia. El propio titulo del volumen es ya de por sí una respuesta polémica al tan gastado argumento que afirma que aun admitiendo que los regímenes estalinistas no corresponden a lo que Marx y otros pensaban que era el comunismo, éste sigue siendo un bello ideal teórico pero no podrá existir en la práctica. Por su parte, la visión marxista defiende que el comunismo no es un bello ideal, en el sentido de que sería un invento de mentes con las mejores intenciones o de algún pensador genial. El comunismo es una teoría, o más bien es un movimiento que incluye una dimensión teórica; pero la teoría comunista proviene de la práctica real de una fuerza social revolucionaria. En el centro de esa teoría está la idea de que el comunismo como forma de vida social se convierte en necesidad cuando el capitalismo deja de funcionar, cuando éste se opone cada día más a las necesidades humanas. Pero mucho antes de que se llegue a esa situación, el proletariado y sus minorías políticas no solo esbozarán los fines históricos de su movimiento, sino también desarrollarán y habrán de elaborar el programa comunista a la luz de la experiencia adquirida en las luchas prácticas de la clase obrera.

Del comunismo primitivo al socialismo de la utopía
(Revista internacional no 68)

Una ojeada al sumario de esta revista, publicada en el primer trimestre de 1992, nos recuerda el contexto histórico en el que la serie salió a la luz. El articulo editorial está dedicado a la explosión de la URSS y a las matanzas en Yugoslavia; otro se titulaba “Notas sobre el imperialismo y la descomposición: hacia el mayor caos de la historia”. En resumen, la CCI había entendido que con el hundimiento del bloque del Este se estaba abriendo una nueva fase definitiva en la vida (o en la muerte) del capitalismo decadente, su fase de descomposición, que trae consigo nuevas pruebas y peligros desconocidos para la clase obrera y sus minorías revolucionarias. Simultáneamente, la caída espectacular de los regimenes estalinistas permitió a la clase dominante desencadenar una propaganda masiva para entorpecer y desmoralizar a una clase obrera que la había estado hostigando con sus luchas durante dos decenios. Basándose en unas premisas totalmente erróneas de que el estalinismo sería igual al comunismo, se nos echaba en cara con arrogancia que estábamos asistiendo a la muerte del comunismo, a la bancarrota definitiva del marxismo, a la desaparición de la clase obrera y hasta al fin de la historia… En un primer momento, se concibió entonces esta serie sobre el comunismo como respuesta a esa campaña perniciosa, para mostrar principalmente la diferencia fundamental entre el estalinismo y la visión auténtica del comunismo defendida por el movimiento obrero a lo largo de su historia. Habíamos previsto una corta serie de cinco o seis artículos. Pero ya desde el primero de ellos sentimos la obligación de profundizar más, por dos razones. La primera es que desde sus orígenes, el movimiento marxista revolucionario siempre se ha dado como tarea la clarificación de los fines del comunismo; esa tarea sigue siendo hoy importante y no depende de un acontecimiento histórico inmediato, por importante que sea la apertura de un nuevo periodo como así pasó con el hundimiento del bloque del Este. La segunda es que la historia del comunismo, de por sí, no solo es la del marxismo, no solo la del movimiento obrero, sino una historia de la humanidad.

En el artículo de la Revista internacional no 123, dedicamos una atención particular a una expresión que se puede leer en la carta de 1843 de Marx a Ruge: “… el mundo posee en sueños desde hace mucho tiempo aquello de lo que solo le falta tener conciencia para poseerlo realmente”. El primer artículo del no 68 de la Revista intentaba pues resumir los sueños comunistas de la humanidad. Fue la sociedad antigua la que por vez primera hizo una elaboración teórica de esos ideales; pero tuvimos que remontarnos más en el tiempo, al estar basadas, en cierto modo, esas primeras especulaciones en el recuerdo del comunismo verdadero – aunque limitado – de la sociedad tribal primitiva. El descubrimiento de que los seres humanos vivieron durante centenas de miles de años en una sociedad sin clases y sin Estado será un instrumento potente en manos del movimiento obrero para hacer contrapeso a todas aquellas proclamaciones que cantaban que el amor de la propiedad privada y la importancia de la jerarquía eran parte intrínseca de la naturaleza humana. Y, al mismo tiempo, el enfoque de los primeros pensadores comunistas, también contenía un poderoso factor mítico, vuelto hacia el pasado, como un lamento por una comunidad perdida que nunca volvería. Fue así, por ejemplo, con el “comunismo de posesión” de los primeros cristianos o de la rebelión de los esclavos dirigida por Espartaco, inspirada por la búsqueda de una edad de oro perdida. También fue en gran parte el caso de las prédicas de John Ball durante la revuelta campesina de 1381 en Inglaterra, a pesar de que en aquellos tiempos ya era evidente de que el único remedio contra la injusticia social era la propiedad común de la tierra y de los instrumentos de producción.

Las ideas comunistas que surgieron cuando nació el capitalismo muestran ser más capaces de volcarse hacia el porvenir y emanciparse progresivamente de esa obsesión de un pasado mítico. Desde el movimiento anabaptista conducido por Tomas Müntzer en el siglo XVI en Alemania, pasando por Winstanley y los Niveladores durante la guerra civil en Inglaterra hasta Babeuf y la Conspiración de los Iguales en la Revolución francesa, hay una evolución: partiendo de una visión religiosa apocalíptica del comunismo, va avanzando la idea central de la capacidad de la humanidad para liberarse de un orden social de explotación. A su vez, ello reflejaba el avance histórico posibilitado por el capitalismo, en particular el desarrollo de una visión científica del hombre y la emergencia lenta del proletariado como clase especifica en el nuevo orden social. El punto culminante de ese desarrollo se alcanzó con la aparición de los socialistas de la utopía como Owen, Saint-Simon y Fourier que hicieron cantidad de críticas muy penetrantes de los horrores del capitalismo industrial y supieron discernir las posibilidades que se abrirían después del capitalismo, sin lograr sin embargo ver cuál era la verdadera fuerza social capaz de aportar una sociedad más humana: el proletariado moderno.

 “Cómo el proletariado captó a Marx para el comunismo”
(Revista internacional no 69)

Así, y contrariamente a la interpretación común, el comunismo no es un movimiento “inventado” por Marx. Como lo ha demostrado el primer artículo, el comunismo es anterior al proletariado y el comunismo proletario es anterior a Marx. Pero así como el comunismo del proletariado fue un paso cualitativo con respecto a todas las formas de comunismo que lo precedieron, el comunismo “científico” elaborado por Marx y todos los que tras él retomaron su método fue un paso cualitativo con respecto a las esperanzas y especulaciones de los utopistas.

El artículo refiere la evolución de Marx hacia el comunismo partiendo de una crítica a la filosofía de Hegel y a la democracia radical. Como lo demostramos en el artículo precedente (Revista internacional no 123), esa evolución fue muy rápida pero sin caer en manera alguna en la superficialidad. Marx insistía en la necesidad de examinar en detalle todas las corrientes comunistas que empezaban a surgir en Alemania y Francia, en particular en París en donde vivió Marx en 1844 y en donde entró en contacto con grupos de obreros comunistas. Esos grupos arrastraban necesariamente una serie de confusiones, de ideologías heredadas de las revoluciones del pasado. Pero junto a los primeros signos embrionarios de una lucha de clases más general de los obreros, esas primeras manifestaciones de un profundo movimiento histórico fueron suficientes para convencerle de que el proletariado era la verdadera fuerza social no solo capaz de inaugurar una sociedad comunista sino también que su propia naturaleza le obligaba históricamente a ello. Así el proletariado se ganó a Marx y éste a su vez le dio las armas teóricas que había adquirido de la burguesía.

Desde el principio (en particular en la Ideología alemana en donde lucha contra la filosofía idealista y la visión de la conciencia exterior a la cruda realidad material), Marx insiste en que la conciencia comunista emana del proletariado y que la vanguardia comunista no es sino un producto de ese proceso, que no es su demiurgo, por mucho que haya surgido precisamente para ser un factor activo de ese proceso. Ya es una refutación de la tesis defendida 50 años después por Kautsky que afirma que es la intelligentzia socialista la que inyecta la conciencia comunista “desde el exterior” a la clase obrera.

 “La alienación del trabajo es la premisa de su emancipación”
(Revista internacional no 70)

Tras haber cumplido ese cambio fundamental al adoptar el punto de vista del proletariado, Marx empezó elaborando una visión del proyecto gigantesco de emancipación de la humanidad que un movimiento proletario revolucionario estaba transformando, de sueños inaccesibles que eran hasta entonces, en meta social realizable. Los Manuscritos económicos y filosóficos (también llamados Manuscritos de 1844) contienen ciertas visiones de las más audaces de Marx sobre el carácter de la actividad humana en una sociedad realmente libre. A menudo fueron considerados como “premarxistas”, al seguir centrados en conceptos esencialmente filosóficos tales como la alienación, término clave del sistema filosófico de Hegel. Y es verdad que el concepto de alienación, o sea la visión del hombre ajeno a sus propios poderes, existe más o menos no solo en Hegel sino en toda la historia, hasta en las primeras expresiones de los mitos. También es verdad que Marx iba a realizar avances fundamentales de su pensamiento en las décadas siguientes. Sin embargo, hay una continuidad esencial entre los escritos del Marx “joven” y los del Marx “maduro”, el que produjo grandes obras “científicas” como el Capital. Cuando Marx analiza la alienación en los Manuscritos de 1844, ya la hace bajar del cielo de la mitología y de la filosofía hasta la tierra de la vida social real del hombre y de su actividad productora; también la inspirada descripción que hace de la humanidad comunista tiene sus raíces en las capacidades humanas reales. Obras posteriores como Grundrisse tienen el mismo punto de partida.

En los Manuscritos de 1844, Marx esboza el marco para describir esa humanidad liberada, analizando en profundidad los problemas que encara la especie: su alineación en la sociedad capitalista.

Marx identifica cuatro factores de alineación, enraizados en los procesos fundamentales del trabajo:

la alineación del hombre respecto a su propio producto, transformándose sus creaciones en potencias que lo van dominando; la máquina, fabricada por el obrero que la hace funcionar, encadena el obrero a su ritmo infernal; la riqueza social creada por el obrero, transformada en capital, se transforma en potencia impersonal que tiraniza el conjunto de la vida social;

la alienación con respecto a su propia actividad productora, por la que el trabajo pierde toda apariencia de placer creativo y se vuelve un suplicio par el obrero;

la alienación con respecto a los demás hombres: el trabajo alienado se funda en la explotación de una clase por otra, y esa división fundamental acarrea otras muchas, en particular bajo el reino de la producción universal de mercancías en la que la sociedad tiende a hundirse en una guerra de todos contra todos;

la alienación del hombre respecto a su propia naturaleza humana, que es la de un ser social y creativo y que ha sido vaciada de su contenido a un nivel sin precedentes por las relaciones burguesas de producción.

Pero el análisis marxista de la alineación no mira hacia el pasado, hacia la nostalgia de formas menos explícitas de alineación como tampoco es un pretexto para desesperarse. La clase explotadora también está alienada; pero, en cambio, en el proletariado la alineación se convierte en base subjetiva del ataque revolucionario contra la sociedad capitalista.

 “El comunismo, verdadero comienzo de la sociedad humana”
(Revista internacional no 71)

En sus primeros escritos, tras haber analizado la enfermedad, Marx también muestra a qué podría parecerse la especie con buena salud. En contra de toda idea de “igualitarismo” por abajo, Marx muestra que el comunismo es un paso inmenso hacia adelante para la especie humana, al permitir resolver conflictos que la habrán atormentado no solo en la sociedad burguesa, sino a lo largo de su historia: es “la solución al enigma de la historia”. En el comunismo, el hombre no será rebajado, sino que se elevará hasta los límites posibles de su naturaleza. Marx subraya varias dimensiones de la actividad social humana en cuanto sean suprimidas las cadenas del capital:

si la división del trabajo, y más todavía la producción bajo el imperio del dinero y del capital, dividen la humanidad en una infinidad de unidades en competencia, el comunismo restaura la naturaleza social del hombre, de modo que hace placentero el trabajo, en gran parte porque entiende que trabaja para los demás;

la división del trabajo es superada, además, en cada individuo. Los productores ya no estarán agobiados por una forma única de actividad, sea manual o intelectual; el productor será un individuo completo cuyo trabajo combina actividades mentales y físicas, artísticas e intelectuales;

liberado de la necesidad y del azote del trabajo forzado se abre el camino para una experiencia nueva del mundo, “la emancipación de todos los sentidos”; el individuo ya no se considera como atomizado y en contradicción con la naturaleza, sino que hace la experiencia de una conciencia nueva de su unidad con ella.

“1848: el comunismo como programa político”
(Revista internacional no 72)

En sus primeros escritos, Marx expresa ya la idea de que las relaciones de producción determinan esencialmente la actividad humana; sin embargo, todavía no la ha elaborado en una presentación coherente y dinámica de la evolución histórica. La desarrollará rápidamente en su obra la Ideología alemana, en la que empieza estableciendo el método que se conocerá más tarde con el nombre de materialismo histórico. Pronunciarse a favor del comunismo y de la revolución proletaria no era un mero acto teórico, también implicaba necesariamente un compromiso político militante. Eso es reflejo de la propia índole del proletariado, clase sin propiedad que, al no poder, como hizo la burguesía en su tiempo, ganar una posición de fuerza económica en el seno de la vieja sociedad, no puede afirmarse más que en oposición a ella. Por consiguiente, una transformación comunista ha de estar precedida por una revolución política, por la toma del poder por la clase obrera. Y para prepararse para ello, el proletariado ha de crear su propio partido político.

Mucha gente dice hoy compartir las ideas de Marx pero, al haber estado traumatizados por la experiencia del estalinismo, no ven la necesidad de actuar de forma organizada y colectiva. Esa actitud es ajena al marxismo y al ser del proletariado. El proletariado es una clase colectiva y no le queda otro remedio para hacer avanzar su causa que formar asociaciones colectivas; y es inconcebible que a las partes más avanzadas de la clase, los comunistas, esa necesidad no les incumba.

Marx fue desde el principio un militante de la clase obrera. Su objetivo era participar en la formación de una organización comunista. De ahí la intervención en 1847 de Marx y Engels en el grupo que se llamará la Liga de los comunistas y que publicará el Manifiesto comunista, en vísperas de una oleada de sublevamientos revolucionarios en los que el proletariado iba a aparecer por primera vez en la escena de la historia como fuerza política distinta.

El Manifiesto empieza subrayando la nueva teoría de la historia, recordando rápidamente el auge y la caída de las diferentes formas de explotación de clase que precedieron la emergencia del capitalismo moderno. El texto no anda con rodeos para reconocer el papel revolucionario de la burguesía en la extensión global del modo de producción capitalista; identificando al mismo tiempo las contradicciones del sistema, en particular su tendencia inherente a la crisis de sobreproducción, mostrando que el capitalismo, a imagen de Roma o del feudalismo, tampoco es eterno y será remplazado por una forma superior de vida social.

El Manifiesto afirma esa posibilidad poniendo en evidencia una segunda contradicción fundamental del sistema, la contradicción de clase entre burguesía y clase obrera. El desarrollo histórico divide la sociedad capitalista en dos campos en conflicto cuya lucha llevará: o a la fundación de una sociedad superior o a “la ruina mutua de ambas clases en presencia”.

Son en realidad indicaciones para el futuro del capitalismo: ese futuro es la época en que el capitalismo ya no servirá para el progreso de la humanidad, sino que se habrá transformado en traba para el desarrollo de las fuerzas productivas. El Manifiesto, en ese punto, no es coherente. Reconoce la posibilidad de progreso bajo el régimen burgués, en particular la destrucción de los vestigios del feudalismo. Sugiere sin embargo en ciertas formulaciones que el sistema ya está yendo hacia su declive y que se ha vuelto inminente la revolución proletaria. Sin embargo, el Manifiesto es una auténtica obra “profética”: unos meses después de su publicación, el proletariado demostraba con su práctica que él era la nueva fuerza revolucionaria de la sociedad burguesa. Era un testimonio de la solidez del método histórico encarnado por el Manifiesto.

El Manifiesto es la primera expresión explícita de un nuevo programa político y señala las etapas que tendrá que franquear el proletariado para inaugurar la nueva sociedad:

la conquista del poder político: la lucha de clases se describe como una guerra civil más o menos velada y el Manifiesto considera la revolución como el derrocamiento violento de la burguesía. En esa etapa, la idea es que el proletariado tendrá que conquistar el aparato estatal utilizando la violencia de clase; y también está presente la idea de la conquista pacifica del poder “ganando la batalla por la democracia”. Este planteamiento será totalmente revisado a la luz de la experiencia posterior;

la conquista del poder por el proletariado ha de hacerse a nivel internacional. Es en ese texto donde Marx y Engels lanzan el inmortal grito “Los obreros no tienen patria” e insisten en el que “la acción unida de los países civilizados como mínimo es una de las primeras condiciones para la emancipación del proletariado”;

a largo plazo, el objetivo es sustituir un sistema dividido en clases por una “asociación en la que el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos”. Esa sociedad ya no necesitará Estado y superará la división embrutecedora del trabajo y entre la ciudad y el campo.

El Manifiesto no se imagina que el advenimiento de tal sociedad pueda realizarse en una noche, sino que necesitará un período de transición más o menos largo. Muchas de las medidas inmediatas preconizadas en el Manifiesto que significarían “una violación despótica del derecho de propiedad” –como la nacionalización de los bancos y el impuesto progresivo sobre la renta – son, como puede comprobarse en nuestros tiempos, perfectamente compatibles con el capitalismo y en particular con el capitalismo en su período de declive caracterizado por la dominación totalitaria del Estado. También en eso la experiencia revolucionaria de la clase obrera aportó cantidad de aclaraciones sobre el contenido económico de la revolución. Pero el Manifiesto tiene totalmente razón al afirmar el principio general de que el proletariado no puede ir adelante, hacia el comunismo, si no es centralizando las fuerzas productivas que controla.

 “Las revoluciones de 1848: se esclarece la perspectiva comunista”
(Revista internacional no 73)

La experiencia concreta de la Revolución de 1848 esclareció las cosas. Al haber previsto la inminencia de una gran sublevación social, el Manifiesto ya había previsto su carácter híbrido, a medio camino entre la gran revolución francesa de 1789 y la futura revolución comunista, como también proponía una serie de medidas tácticas para apoyar la lucha de la burguesía y de la pequeña burguesía contra el feudalismo, preparando también el terreno de la revolución proletaria que, según Marx y Engels, sucedería rápidamente siguiendo los pasos de la victoria de la burguesía.

La realidad no confirmó esa perspectiva. El surgimiento del proletariado en las calles de París –simultánea al brote del primer partido verdaderamente obrero en Inglaterra, los Chartistas– aterrorizó a la burguesía. Tomó conciencia de que esa fuerza ascendente no podría ser controlada fácilmente tras haberse desencadenado en la lucha contra los poderes feudales. De modo que se vio obligada a establecer compromisos con el antiguo régimen, en particular en Alemania. Por su parte, el proletariado no estaba lo bastante maduro políticamente como para asumir la dirección de la sociedad: las aspiraciones comunistas de los obreros parisinos eran más implícitas que explícitas. Y en muchos países, el proletariado estaba todavía constituyéndose a partir de la disolución de las antiguas formas de explotación.

Los acontecimientos de 1848 fueron el bautismo de fuego de la Liga de los comunistas recientemente formada. Intentando poner en práctica la táctica preconizada por el Manifiesto, la Liga se opuso al revolucionarismo fácil de los que consideraban que la dictadura del proletariado era una posibilidad inmediata y a quienes soñaban con liberar militarmente Alemania por la fuerza de las bayonetas francesas. Al contrario, la Liga intentó practicar la alianza táctica con la democracia radical alemana. Incluso fue demasiado lejos en ese sentido disolviéndose la Liga en las Uniones de Demócratas creadas por los partidos radicales burgueses y pequeño burgueses.

Ilustrados por sus errores y la reflexión suscitados por la represión brutal de los obreros parisinos y por la traición de la burguesía alemana respecto a su propia revolución, la Liga de los comunistas sacó lecciones vitales, en particular en el texto redactado por Marx para la Liga, las Luchas de clases en Francia:

la necesidad de la autonomía del proletariado. Era de esperar que la burguesía traicionara y había que preverlo. Esta acabaría inevitablemente aliándose con la reacción o, en el caso en que saliera victoriosa, se volvería contra los obreros. Era pues vital que los obreros conservaran sus propias organizaciones en el transcurso de revoluciones burguesas. Eso era válido tanto para la vanguardia política comunista como para las organizaciones mas generales de la clase (los círculos y ateneos obreros, los diferentes “comités”, etc.);

esos órganos debían armarse y estar dispuestos a formar un nuevo gobierno obrero. Además, Marx empezó entonces a entrever que ese nuevo poder no podría nacer sino destruyendo el aparato estatal existente, lección que la Comuna de París confirmaría plenamente en 1871.

La perspectiva seguía siendo la de “la revolución permanente”, una transición inmediata de la revolución burguesa a revolución proletaria. De hecho, esas lecciones son más propias de la época de la revolución proletaria, como lo demostrarán los acontecimientos de Rusia en 1917. En la misma Liga de los comunistas, hubo rudos debates sobre las perspectivas para la clase obrera después de las derrotas de 1848. Una tendencia inmediatista, encabezada por Willich y Schapper, pensaba que la derrota no tenía consecuencias y que la Liga debía prepararse para nuevas aventuras revolucionarias. La tendencia encabezada por Marx examinó en profundidad los acontecimientos y sus consecuencias; no solo entendió que la revolución no podía surgir directamente de las cenizas de la derrota, sino que no estaba todavía maduro el capitalismo para que la revolución proletaria pudiera realizarse; ésta no podría surgir más que a partir de una nueva crisis capitalista. Por ello, la tarea de los revolucionarios era preservar las lecciones del pasado y llevar a cabo un estudio serio del sistema capitalista para entender su verdadero destino histórico. Esas divergencias llevaron a la disolución de la Liga de los comunistas y, en el caso de Marx, a un período de trabajo teórico profundo que culminó con su obra maestra, el Capital.

“El estudio del capital y los fundamentos del comunismo”

1) “La historia como telón de fondo” (Revista internacional no 75)

La clave para entender el futuro del capitalismo está en la esfera de la economía política. En pleno auge de la fase revolucionaria de la burguesía, sus economistas políticos, Adam Smith en especial, hicieron importantes contribuciones para comprender la naturaleza de la sociedad capitalista y desarrollaron en particular la teoría del valor-trabajo, prácticamente abandonada hoy (en esta fase de decadencia del capitalismo), por los burgueses “expertos” en economía. Pero los propios prejuicios de clase impidieron a los mejores economistas burgueses sacar las conclusiones de aquellas primeras investigaciones. Sólo adoptando el punto de vista del proletariado es posible entender los verdaderos mecanismos internos del capital, puesto que únicamente esa clase es capaz de sacar lúcidamente unas conclusiones muy desagradables para la burguesía y sus apólogos: no solo el capitalismo es una sociedad basada en la explotación de clase, sino que es además la última forma de explotación de clase en la historia de la humanidad al haber creado la posibilidad y la necesidad de su superación por una sociedad comunista sin clases.

En su análisis del carácter y del destino del capital, Marx no se limitó a la época capitalista. Al contrario, hizo resaltar que no se puede entender el capitalismo más que poniendo como telón de fondo la historia de la humanidad. Por eso el Capital y su “borrador”, las Grundrisse, vuelven a tratar sobre las preocupaciones antropológicas y filosóficas que habían inspirado los Manuscritos de 1844, enriquecidos por un método histórico más elaborado:

la afirmación de la existencia de una naturaleza humana: el hombre no es una página blanca que renace con cada nueva formación económica; al contrario, el hombre desarrolla su naturaleza gracias a su propia actividad en la historia;

la afirmación del concepto de alineación, considerado también en su desarrollo histórico: el trabajo asalariado capitalista encarna la forma más avanzada de la alineación del trabajo y, al mismo tiempo, es la premisa de su emancipación. Eso implica el rechazo de una visión puramente lineal de la historia como progreso absoluto a favor del método dialéctico que concibe la evolución del avance histórico en un proceso contradictorio que contiene fases de regresión y de declive.

En ese marco, la dinámica de la historia muestra una disolución creciente de los lazos sociales originales del hombre, mediante la generalización de las relaciones mercantiles: el comunismo primitivo y el capitalismo están en los extremos antitéticos del proceso histórico, preparando el terreno para la síntesis comunista. El movimiento de la historia es el del auge y del declive de diferentes formaciones sociales antagónicas. El concepto de ascendencia y de decadencia de los modos de producción sucesivos es inseparable del materialismo histórico; y contrariamente a ciertas burdas incomprensiones, la decadencia de un sistema social no implica para nada el colapso total del crecimiento.

b) “El derribo del fetichismo de la mercancía” (Revista internacional no 76)

El Capital, a pesar de su profundidad y complejidad, es esencialmente una obra polémica. Es una denuncia apasionada contra los apólogos “científicos” del capitalismo y, en ese sentido, “el mísil más peligroso nunca antes lanzado a la cabeza de los burgueses” ([1]) utilizando la expresión de Marx.

El punto de partida de el Capital es elucidar la mistificación de la mercancía. El capitalismo es un sistema de producción universal de mercancías: todo está en venta. El reino de la mercancía enmascara la realidad del modo de funcionamiento del sistema. Era pues necesario revelar su verdadero secreto, la plusvalía, para así demostrar que toda la producción capitalista sin excepción está basada en la explotación de la fuerza de trabajo humano y que es esa plusvalía el verdadero origen de la injusticia y la barbarie en la vida bajo el capitalismo.

Al mismo tiempo, aprehender el secreto de la plusvalía, es demostrar que el capitalismo está marcado por profundas contradicciones que lo llevarán inevitablemente a su declive y a su caída final. Esas contradicciones arraigan en la naturaleza misma del trabajo asalariado:

–  la crisis de sobreproducción: la mayoría de la población bajo el capitalismo está compuesta, por la naturaleza misma de la plusvalía, de sobreproductores y de subconsumidores. El capitalismo es incapaz de realizar todo el valor que produce en el circuito cerrado de sus relaciones de producción;

–  la tendencia decreciente de la cuota o tasa de ganancia: solo la fuerza de trabajo del hombre puede crear un nuevo valor; sin embargo, la permanente competencia obliga constantemente al capitalismo a reducir la cantidad de trabajo vivo en relación con el trabajo muerto de las máquinas.

Durante el período ascendente, en el que vivió Marx, el capitalismo pudo diferir sus contradicciones internas extendiéndose sin cesar por las extensas regiones precapitalistas que le rodeaban. En el Capital, Marx comprende ya la realidad de ese proceso y de sus límites, pero el estudio de ese problema quedará sin terminar, no solo a causa de los limitaciones personales que tenía que encarar Marx, sino también porque sólo la evolución real del capitalismo podía dilucidar el proceso real por el que el sistema capitalista entraría en su fase de declive. La comprensión de la fase del imperialismo, de la decadencia capitalista, iba a ser desarrollada por los sucesores de Marx, Rosa Luxemburg en particular.

Las contradicciones del capitalismo indican también cuál es su solución: el comunismo. Una sociedad hundida en el caos por el imperio de las relaciones mercantiles sólo puede superarse con una sociedad que suprima el trabajo asalariado y la producción para el intercambio, una sociedad de “productores libremente asociados” en la que las relaciones entre seres humanos dejan de ser oscuras para hacerse simples y claras. Por eso, el Capital es también una descripción del comunismo; en gran parte en negativo, pero también de una manera más directa y positiva poniendo de relieve cómo funcionaría una sociedad de productores libremente asociados. Y además, el Capital y las Grundrisse vuelven otra vez a la inspirada perspectiva de los Manuscritos de 1844, procurando escribir qué es el reino de la libertad, y darnos una idea de qué es la libre actividad creadora del hombre, esencial de la producción comunista.

“1871 : la primera revolución proletaria de la historia”
(Revista internacional no  77)

En 1864, se termina el período de reflujo de la lucha de la clase obrera. Los obreros de Europa y de América se han organizado en sindicatos en defensa de sus intereses económicos; usan más y más el arma de la huelga; y también se movilizan en el terreno político para apoyar causas progresistas como la guerra contra la esclavitud en América del Norte. Esa efervescencia de la clase engendró la Asociación internacional de los trabajadores (AIT); la fracción de Marx participó activamente en su formación. Marx y Engels reconocieron en la Internacional una auténtica expresión de la clase obrera, aunque estuviera formada por todo tipo de corrientes, algunas muy confusas. La fracción marxista en la Internacional se vio así involucrada en múltiples debates críticos con esas corrientes, en particular sobre:

–  el principio de auto emancipación de la clase obrera (contra los reformistas burgueses bienpensantes que querían liberar la clase desde arriba), y el principio de la autonomía de la clase (contra los nacionalistas burgueses como Mazzini);

–  la defensa de la lucha política y de la organización centralizada contra la posición antipolítica y los prejuicios federalistas de los anarquistas.

El debate sobre la necesidad de que el proletariado reconociera la dimensión política de su lucha, concretada en gran parte, en aquella época, en la discusión sobre si era necesario o no hacer campaña en el ámbito político burgués, el parlamento y las elecciones, relacionado todo ello con la noción de período histórico de la revolución: para los marxistas, la lucha por reformas estaba todavía al orden del día, porque el sistema capitalista no había entrado todavía en su “era de revoluciones sociales”. Pero en 1871, el movimiento real de la clase dio un paso adelante histórico: la primera toma del poder político por la clase obrera, la Comuna de París. A la vez que comprendía el carácter “prematuro” de esa insurrección, Marx supo ver en ella el signo anunciador fundamental del futuro, aportando un nuevo enfoque sobre el problema de las relaciones entre proletariado y Estado burgués. Mientras que en el Manifiesto comunista, la perspectiva era tomar el control del Estado existente, la Comuna de París demostró que esa parte del programa se había vuelto caduca y que el proletariado no podría alcanzar el poder si no fuera destruyendo violentamente el Estado capitalista. La Comuna no fue, ni mucho menos, una invalidación, sino todo lo contrario, fue su patente confirmación. La clarificación no ocurrió como venida de no se sabe dónde. En realidad, la crítica marxista del Estado remonta a los escritos de Marx de 1843 ; el Manifiesto concibe el comunismo como una sociedad sin Estado; y entre las lecciones sacadas por la Liga de los Comunistas de la experiencia de 1848, se insiste ya en la necesidad de una organización proletaria autónoma e incluso en la idea de que hay que destruir el aparato burocrático. Todo eso, después de la Comuna, podrá incorporarse en una síntesis superior.

El combate heroico de los Communards mostró claramente que la revolución de los obreros significaba:

la disolución de los ejércitos permanentes, sustituidos por el armamento de los proletarios;

la sustitución de una burocracia privilegiada por funcionarios públicos pagados al mismo nivel que los salarios obreros;

la sustitución de las instituciones de tipo parlamentario por órganos que reúnan las funciones ejecutiva y legislativa y, lo más importante, el principio de la elección y revocabilidad de todos los puestos de responsabilidad en el nuevo poder.

Ese nuevo poder proporciona el marco organizado para:

–  atraer a las demás clases no explotadoras detrás del proletariado;

–  iniciar la transformación económica y social que muestra la vía hacia el comunismo, aunque nada hubiera podido realizarse en aquella época y en un contexto limitado geográficamente.

La Comuna fue pues ya un “semiestado” históricamente destinado a abrir la vía hacia una sociedad sin clases. Pero incluso entonces, Marx y Engels fueron capaces de percibir lo “negativo” del Estado-Comuna: Marx demostró que lo que la Comuna podía proporcionar era únicamente el marco organizado para el movimiento de emancipación social del proletariado, pero que ella misma no era ese movimiento; Engels insistió en que ese Estado era un “mal necesario”. La experiencia posterior –la Revolución rusa de 1917-27– iba a demostrar la profundidad de esa idea y revelar hasta qué punto es algo vital que el proletariado forje sus propios órganos de clase autónomos para controlar el Estado - órganos como los consejos obreros que eran inconcebibles para los proletarios semiartesanos del Paris de 1871.

Para terminar, la Comuna fue la indicación de que el período de guerras nacionales en Europa se había terminado: frente al espectro de la revolución proletaria, la burguesía de Francia y la de Prusia unieron sus fuerzas para aplastar a su enemigo principal. Para el proletariado de Europa, la defensa nacional se había convertido en máscara para ocultar la defensa de unos intereses de clase totalmente hostiles a los suyos.

 “El comunismo contra el ‘socialismo de Estado’”
(Revista internacional no 78)

Tras el aplastamiento brutal de la Comuna, el movimiento obrero se encontró en un nuevo período de retroceso. La Internacional no iba a sobrevivir durante mucho tiempo. Para la corriente marxista, sería un período de combate político intenso contra unas fuerzas que, aún actuando en el seno del movimiento, eran más o menos la expresión de la influencia y de la perspectiva de otras clases. Fue un combate, por un lado, contra las influencias burguesas más explícitas del reformismo y del “socialismo de Estado” y, por otro, contra las ideologías pequeño burguesas y de desclasados del anarquismo.

La identificación entre capitalismo de Estado y socialismo ha sido la base de la mayor mentira del siglo XX, con la forma estalinismo = comunismo. Una de las razones por las cuales la mentira ha tenido tanto peso es porque recoge lo que antes fueron confusiones naturales en el movimiento obrero. Durante el período ascendente, cuando el capitalismo aparecía en gran parte con la forma de capitalistas privados, podía fácilmente pensarse que la centralización del capital por el Estado era un golpe contra el capital (como ya lo vimos en El Manifiesto, por ejemplo). Pero ya las propias bases de la teoría marxista contenían la crítica de esa idea cuando demostraban que el capital no es un vínculo legal sino una relación social, de modo que poca diferencia hay entre una plusvalía extraída por un individuo o por un capitalista colectivo. Además, a finales del siglo xix, cuando ya el Estado empezaba a intervenir con cada vez mayor fuerza en la economía, Engels hizo explícita esa crítica implícita.

En el período siguiente a la disolución de la Internacional, el centro del desarrollo del movimiento obrero se desplazó a Alemania. Las condiciones políticas atrasadas imperantes en ese país se reflejaban también en el atraso de la corriente en torno a Lassalle que se caracterizaba por una adoración del Estado, y del Estado semifeudal de Bismarck además. Ni siquiera la fracción marxista, dirigida por Bebel y Liebknecht, estaba totalmente desprovista de esos prejuicios. El compromiso entre ambos grupos dio origen al Partido obrero socialdemócrata alemán. El programa del nuevo partido, en 1875, fue objeto de una severa crítica de Marx en su Crítica del Programa de Gotha que resume el método marxista sobre la cuestión de la revolución y del comunismo en aquel momento. Así, contra la tendencia del Programa de Gotha a confundir reformas inmediatas con el objetivo a largo plazo del comunismo, Marx advertía al partido alemán contra la idea de dejar en manos del Estado de los explotadores la protección de los explotados y hasta la conducción de la sociedad hacia el socialismo:

–  Contra la tendencia a hacer de la socialdemocracia un partido de todas las clases favorables a las reformas democráticas, los marxistas –para quienes “socialdemocracia” era una denominación totalmente inadecuada– insistían en el carácter de clase del partido y en su posición irremediablemente hostil a la sociedad burguesa.

–  Contra las ideas substitucionistas que consideraban al partido como una élite burguesa educada que debía aportar la salvación a los obreros ignorantes, los marxistas defendían que la gente de otras clases solo podría unirse al movimiento proletario si rechazaba sus prejuicios burgueses.

–  Contra las ilusiones sobre la noción de un «Estado del pueblo» que podría llegar poco a poco, con reformas, al socialismo, los marxistas insistían en que el comunismo implica transformación radical de la sociedad y que solo podría instaurarse tras un período de dictadura del proletariado, cuyo objetivo es la desaparición total de toda forma de Estado. El principio de la dictadura del proletariado quedó plenamente confirmado en los hechos con la Comuna de París.

–  Contra el llamamiento del Programa de Gotha a una “justa distribución” del producto social, Marx insistía en que la clave de todo movimiento hacia el comunismo es la abolición del intercambio y de la ley del valor.

Mientras que el Programa de Gotha confunde socialismo con propiedad de Estado, Marx habla de un movimiento que recorre unas etapas desde las más bajas hasta las más elevadas del comunismo. Durante la primera etapa, la sociedad está todavía marcada por la penuria y las huellas de la vieja sociedad. Las relaciones sociales capitalistas deben ser combatidas con medidas que impidan que vuelva la tendencia a acumular plusvalía. Marx veía el sistema de bonos de trabajo como un primer paso hacia la abolición del sistema de salario, un sistema de bonos marcado todavía por el “derecho burgués”.

“¿Anarquismo o comunismo?”
(Revista internacional no 79)

El combate contra las influencias abiertamente burguesas del “socialismo de Estado” iba emparejado con la lucha por superar los vestigios ideológicos de la pequeña burguesía, encarnados en el anarquismo. No era un combate nuevo: en una obra como Miseria de la Filosofía, el marxismo ya se había pronunciado contra las nostalgias proudhonianas y su sociedad de productores independientes regida por el «intercambio igualitario». En los años 1860, el anarquismo parecía haber evolucionado, ya que la corriente de Bakunin se denominaba colectivista e incluso comunista. En realidad, la esencia del bakuninismo era tan ajena al proletariado como la ideología proudhoniana. El bakuninismo tenía además la desventaja de no poder ser ya considerado como una expresión de la inmadurez del movimiento obrero, sino que de entrada se presentó en contra del avance fundamental que la visión marxista significó.

El conflicto entre marxismo y bakuninismo, entre posición proletaria y posición pequeño burguesa, se entabló en varios niveles:

–  la cuestión de la organización: Bakunin entró en la vida de la Internacional presentándose como defensor de la libertad y de la autonomía local contra las tendencias centralizadoras que se expresaban en el Consejo general de la Internacional. La centralización expresa la necesidad de unidad del proletariado, mientras que los bakuninistas querían reducir la función del Consejo general a ser un simple receptáculo, impidiendo a la Internacional que hablara con una sola voz contra el enemigo de clase; esta orientación habría acabado obligatoriamente en desorganización del movimiento proletario. Los discursos de los bakuninistas sobre la libertad y la autonomía eran, además, pura hipocresía, pues su objetivo oculto era infiltrar la Internacional mediante una cofradía secreta que sí que era de lo más “autoritario”, basada en el modelo masónico y con el “Ciudadano B.” - Bakunin – a su cabeza. La lucha por principios organizativos proletarios, basados en la transparencia y unas responsabilidades claramente definidas, contra las intrigas típicamente pequeño burguesas del clan bakuninista, fue la cuestión central del Congreso de la Internacional de 1872.

–  El método histórico: mientras que la corriente marxista defendía el método del materialismo histórico, concibiendo la orientación de la actividad del movimiento obrero en función de las condiciones objetivas históricas en las que se mueve, Bakunin rechazaba ese método, prefiriendo las peroratas sobre ideas eternas de justicia y libertad, pretendiendo que la revolución era posible en todo momento.

–  El sujeto de la revolución: mientras que los marxistas reconocían que la única clase destinada a hacer la revolución comunista, el proletariado moderno, estaba todavía constituyéndose, poco les importaba eso a los bakuninistas para quienes la revolución era como una gigantesca conflagración que podía ser llevada a cabo por campesinos, rebeldes semiproletarios o bandoleros tanto como por la clase obrera.

–  La naturaleza política de la lucha de clases: Puesto que, para los marxistas, la revolución comunista no estaba todavía al orden del día de la historia, la clase obrera debía consolidarse como fuerza política en el seno de la sociedad burguesa, lo cual significaba organizarse en los sindicatos y demás organismos de defensa similares e intervenir en el ruedo político burgués para defender sus intereses en el marco de la legalidad. Los bakuninistas, por su parte, rechazaban por principio toda actividad parlamentaria y –respecto a esta última al menos– rechazaban toda lucha que no tuviera el objetivo de la abolición del capitalismo; además, para ellos, el derrocamiento del capitalismo no exigía la conquista del poder político por los obreros, sino la “disolución” inmediata de toda forma de Estado. Contra esta visión, los marxistas sacaron las verdaderas lecciones de la Comuna: la revolución de la clase obrera implica, al contrario, la toma del poder político, pero ese nuevo poder es de un nuevo tipo también, es un poder en el que el proletariado en su conjunto, y no una élite privilegiada, toma directamente en sus manos la gestión de la vida económica y política. En la práctica, las frases ultrarrevolucionarias de los anarquistas no eran sino un ligero barniz para encubrir una práctica oportunista a remolque de la burguesía, del estilo de lo que harían en España al participar en instancias locales que en modo alguno estaban fuera del Estado capitalista.

–  La cuestión de la sociedad futura: la verdadera naturaleza del anarquismo como reflejo de la visión conservadora de una capa pequeño burguesa arruinada por la concentración del capital, era más evidente todavía en la idea que se hacía de la sociedad futura. Esto era tan cierto para los “colectivistas” bakuninistas como lo había sido para Proudhon: el texto de Guillaume, en particular, la Construcción de un nuevo orden social propone que las diferentes asociaciones de productores y las comunas que nacerán después de la revolución, tendrían que estar vinculadas entre sí mediante los buenos oficios de un “Banco de intercambio” que organizaría la compraventa en nombre de la sociedad. Los marxistas, al contrario, insistían en que una sociedad verdaderamente “colectivista”, los productores no intercambiarían sus productos, porque ya son ellos el producto y la “propiedad” de la sociedad entera. La perpetuación de las relaciones mercantiles es necesariamente el reflejo de la existencia de la propiedad privada y serviría de base para el resurgir de una nueva forma de capitalismo.

 “El Marx de la madurez: comunismo del pasado, comunismo del porvenir”
(Revista internacional no 81)

Durante los últimos años de su vida, Marx dedicó buena parte de su energía intelectual al estudio de las sociedades arcaicas. La publicación de La sociedad arcaica de Morgan y las cuestiones que le planteaba el movimiento obrero ruso sobre las perspectivas para la revolución en Rusia, le llevaron a emprender un estudio intensivo que nos ha quedado en la forma de unas “Notas Etnográficas” muy incompletas, pero que siguen siendo de la mayor importancia. Esos estudios también nutrieron el gran trabajo antropológico de Engels, el Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado.

El trabajo de Morgan sobre los indios de Norteamérica fue, para Marx y para Engels, una confirmación deslumbrante de sus tesis sobre el comunismo primitivo: en contra de la idea burguesa convencional según la cual la propiedad privada, la jerarquía social y la desigualdad entre los sexos serían inherentes a la naturaleza humana, el estudio de Morgan revelaba que cuanto más primitiva era una sociedad, más comunitaria era la propiedad, más colectivo era el proceso de toma de decisión y más de mutuo respeto era la base de las relaciones entre hombres y mujeres. Ese estudio fue un apoyo muy sólido para los argumentos comunistas contra las mitologías amañadas por la burguesía. Al mismo tiempo, el tema principal de las investigaciones de Morgan –les iroqueses– ya era una sociedad en transición entre las formas más antiguas de “estado salvaje” y el estado civilizado o la sociedad de clases; en las formas estructuradas de herencia en el clan o en el sistema de la Gens aparecían los gérmenes de la propiedad privada, base de la aparición de las clases, del Estado y de la “derrota histórica del sexo femenino”.

El método de Marx respecto a la sociedad primitiva se basaba en su método materialista que consideraba que la evolución histórica de las sociedades estaba, en última instancia, determinado por los cambios habidos en su infraestructura económica. Estos cambios acabarían provocando el fin de la comunidad primitiva y abriendo la vía a nuevas formas sociales más desarrolladas. Pero su concepto de progreso histórico era radicalmente opuesto al superficial evolucionismo burgués, el cual veía una ascensión puramente lineal, que iba de la oscuridad a la luz, un ascenso que habría culminado en el resplandor deslumbrante de la civilización burguesa. La visión de Marx era profundamente dialéctica: no rechaza, ni mucho menos, el comunismo primitivo como si fuera algo semihumano, sino que, al contrario, las «Notas» expresan el mayor respeto por las cualidades de la comunidad tribal: su capacidad para autogobernarse, el poder imaginativo de sus creaciones artísticas, su igualitarismo sexual. Los límites inherentes a la sociedad primitiva –las restricciones impuestas a los individuos, la división de la humanidad en unidades tribales y demás– fueron necesariamente superados por el progreso histórico. Pero lo positivo de esas sociedades se fue perdiendo a los largo de la historia y deberá ser restaurado a un nivel superior en el futuro comunista.

Engels compartía el mismo enfoque dialéctico de la historia – contrariamente a algunos que quieren establecer barreras entre Marx y Engels, acusando a éste de ser un vulgar “evolucionista” – y eso queda claramente demostrado en su libro, el Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado.

El problema de las sociedades primitivas y precapitalistas no era una simple cuestión sobre el pasado. Los años 1870 y 1880 fueron un período durante el cual el capitalismo, tras haber realizado las tareas de la revolución burguesa en la vieja Europa, estaba alcanzando su fase imperialista en la que se iba a repartir las restantes regiones del mundo. El movimiento proletario debía por lo tanto adoptar una postura clara sobre la cuestión colonial, tanto más porque había en sus filas algunas corrientes que preconizaban la idea de un “colonialismo socialista”, una forma precoz de chovinismo cuyo peligro iba a desvelarse plenamente en 1914.

No era aceptable ni mucho menos que los revolucionarios apoyaran la misión progresista del imperialismo. Pero como muchos espacios del planeta estaban todavía dominados por formas precapitalistas de producción, era necesario elaborar una perspectiva comunista para esas áreas. Esto se concretó en Rusia: los fundadores del movimiento comunista en Rusia escribieron a Marx preguntándole cómo consideraba él la comunidad arcaica, el Mir agrario que seguía vigente en la Rusia zarista. ¿Podría servir de base esa estructura para el desarrollo del comunismo en Rusia? Y –contrariamente a lo que se esperaban algunos de sus adeptos “marxistas” en Rusia, más bien reservados sobre la respuesta de Marx– éste concluyó que “la revolución burguesa” no era una etapa obligada en Rusia y que la comuna agraria podría servir de base a una transformación comunista. Pero ponía una condición previa: eso sólo podría ocurrir si la revolución rusa contra el zarismo era la señal de una revolución proletaria en occidente.

Todo ese episodio muestra que el método de Marx no era en absoluto obtuso o dogmático: al contrario, rechazaba los esquemas de desarrollo histórico groseros que algunos marxistas deducían de sus premisas, y siempre revisaba y volvía revisar sus conclusiones. Además, también ahí quedó demostrada la valía profética de su método : aunque el desarrollo del capitalismo en Rusia acabaría socavando el Mir en su propia esencia, el rechazo por parte de Marx de una teoría de la revolución por etapas en Rusia iba a tener continuidad en la teoría de la revolución permanente de Trotski y en las “Tesis de Abril” de Lenin, quienes reconocieron, siguiendo a Marx, que la única esperanza para todo levantamiento revolucionario en Rusia era enlazarse inmediatamente con la revolución proletaria en Europa occidental.

1883-1895: Los partidos socialdemócratas hacen avanzar la causa del comunismo
(Revista internacional no 84)

La aparición de partidos «social demócratas» en Europa fue una importante expresión del resurgir del proletariado tras la aplastante derrota de la Comuna. A pesar de su disgusto por la denominación de “social democracia”, Marx y Engels apoyaron con entusiasmo la formación de esos partidos, que representaban un avance respecto a la Internacional en dos aspectos: primero, encarnaban una distinción más clara entre los órganos unitarios y generales de la clase (en aquel período, sobre todo los sindicatos) y la organización política que agrupa a los elementos más avanzados de la clase. Segundo, se formaron basadas en el marxismo.

No cabe duda de que había, desde sus orígenes, unas debilidades significativas en las bases programáticas de esos partidos. Incluso sus direcciones marxistas estaban a menudo marcadas por el peso de toda clase de vestigios; y al ir cobrando influencia, esos partidos empezaron a convertirse en polo de atracción para todo tipo de reformistas burgueses claramente hostiles al marxismo. El período de expansión capitalista de finales del xix creó las condiciones para el desarrollo de un oportunismo cada día más flagrante en el seno de esos partidos, proceso de degeneración interna que culminaría con la gran traición de 1914.

Esto llevó a muchas corrientes con pretensiones políticas radicales, que se proclamaban comunistas pero profundamente influidas por el anarquismo, a negar en bloque toda la experiencia socialdemócrata, y denunciarla como si no fuera otra cosa sino la expresión de una adaptación a la sociedad burguesa. Eso es ignorar por completo la continuidad real del movimiento proletario y cómo desarrolla éste la comprensión de sus fines históricos. Todos los mejores elementos del movimiento comunista del siglo xx – de Lenin a Luxemburg, de Bordiga a Pannekoek – pasaron por la escuela de la socialdemocracia y sin ésta nunca habrían existido como tales. No es casualidad si el método a-histórico que lleva a condenar globalmente a la socialdemocracia acaba a menudo arrojando a Engels, e incluso al marxismo, a los basureros de la historia, descubriendo así sus raíces anarquistas.

Contra quienes quieren separar a Engels de Marx, presentándolo como un vulgar reformista, la polémica de Engels – en Anti-Dühring en especial – contra las influencias burguesas reales en el seno de la socialdemocracia es sin lugar a dudas una defensa fundamental de los principios comunistas:

–  la afirmación de las contradicciones insolubles del capitalismo, originadas por el carácter mismo de la producción y de la realización de la plusvalía;

–  la crítica de la intervención del Estado y de la propiedad del Estado que no son una solución a esas contradicciones, sino la última defensa del capitalismo contra ellas;

–  el rechazo del “socialismo de Estado” y la insistencia en que el socialismo/comunismo exige el agotamiento de toda forma de Estado;

–  la definición del comunismo como una asociación de productores liberada del trabajo asalariado y de la producción de mercancías;

–  la reafirmación de las metas más altas del comunismo que son la superación de la alienación y el verdadero comienzo de la historia de la humanidad.

Tampoco era Engels una figura aislada en los partidos socialdemócratas. Un breve estudio de los trabajos de August Bebel y de William Morris lo confirman: defendían que había que derrocar el capitalismo porque sus contradicciones llevarían a catástrofes cada vez mayores para la humanidad; negaban la identidad entre propiedad de Estado y socialismo ; insistían en la necesidad para la clase obrera revolucionaria de establecer una nueva forma de poder según el modelo de la Comuna de Paris ; afirmaban que el socialismo implica la abolición del mercado y del dinero; comprendían que el socialismo no puede construirse en un solo país, sino que requiere la acción unificada del proletariado mundial; hicieron la crítica internacionalista del colonialismo capitalista, refutando el chovinismo nacional, sobre todo en el contexto de las crecientes rivalidades entre las grandes potencias imperialistas. Todas esas posiciones no eran ajenas a los partidos socialdemócratas, sino que eran la expresión de su núcleo intensamente revolucionario.

“La transformación de las relaciones según los revolucionarios de finales del siglo XIX”
(Revista internacional no 85)

Sólo después de haber dejado en evidencia la mentira sobre la naturaleza capitalista de la socialdemocracia de antes de 1914 podemos abordar seriamente el estudio de las fuerzas y los límites de la manera con la que los revolucionarios de aquel entonces consideraron la transformación de la vida social y la eliminación de los problemas más acuciantes para la humanidad.

Una de las grandes cuestiones para el pensamiento comunista en el siglo XIX era “la cuestión de la mujer”. Ya desde los Manuscritos de 1844, Marx sostuvo que las relaciones entre los hombres y las mujeres en cualquier sociedad eran una clave para entender si tal o cual sociedad estaba lejos o cerca de hacer realidad la naturaleza profunda de la humanidad. Los trabajos de Engels en el Origen de la familia y de Bebel en la Mujer y el socialismo analizan el desarrollo histórico de la opresión de la mujer, que rebasó una etapa fundamental con la abolición de la comunidad primitiva y la aparición de la propiedad privada y que ha quedado sin solución bajo las formas más avanzadas de la civilización capitalista. Ese método histórico es, por definición, una crítica de la ideología feminista, la cual tiende a atribuir la opresión des las mujeres a un factor innato, biológico en el macho humano y, por lo tanto, como un atributo eterno de la condición humana. El feminismo revela su planteamiento conservador, incluso cuando se oculta detrás de una crítica, pretendidamente radical, de una visión del socialismo como si éste sólo propugnara una transformación “puramente económica”. El comunismo no es en modo alguno una transformación “puramente económica”, sino que, de igual modo que empieza por el derrocamiento político del Estado burgués, su meta última es la transformación en profundidad de las relaciones sociales, lo cual implica eliminar las fuerzas económicas subyacentes en el conflicto entre hombres y mujeres, eliminar lo que ha transformado la sexualidad en mercancía.

Del mismo modo que los feministas acusan sin razón al marxismo de “no ir lo bastante lejos”, los ecologistas, retomando la mentira marxismo = estalinismo, afirman que el marxismo sólo es una ideología “produccionista” como las demás, y que, como las demás, es responsable de la destrucción del entorno natural en el siglo xx. También se hizo una misma acusación del mismo estilo, en un plano más filosófico, contra la socialdemocracia del siglo xix, cuyo método se identificaba a menudo como un materialismo puramente mecánico, como una “ciencia” no crítica que consideraba al hombre fuera de la naturaleza y trataría a la naturaleza como algo propio del capitalismo: como algo muerto que comprar, vender o explotar. En esto también se pone a Engels en el banquillo de los acusados. Sin embargo, por cierto que sea que esas tendencias mecanicistas existieron en el seno de los partidos socialdemócratas e incluso prevalecieron cuando se empezó a acelerar el proceso de degeneración, sus mejores representantes siempre defendieron un planteamiento muy diferente. En esto también hay total continuidad entre Marx y Engels, en el reconocimiento de que humanidad forma parte de la naturaleza y que el comunismo conducirá a una verdadera reconciliación entre la persona humana y la naturaleza después de miles de años de alienación.

Esa visión no se limitaba a un porvenir inconcebible y lejano; en los trabajos de Marx, Engels, Bebel, Morris y otros, se encuentra un programa concreto que el proletariado deberá poner en práctica cuando alcance el poder. Ese programa se resume en la expresión: “abolición de la separación entre la ciudad y el campo”. El estalinismo en el poder interpretó esa frase a su manera, justificando el envenenamiento del campo y la construcción de enormes cuarteles para alojar a los obreros. Pero para los auténticos marxistas del siglo xix, esa no significaba ni mucho menos urbanización frenética del planeta, sino eliminación de las ciudades superpobladas y reparto armonioso de la humanidad por el mundo. Ese proyecto sigue siendo más válido todavía en el mundo de hoy con sus gigantescas megalópolis y la contaminación del entorno que padecemos.

 “La transformación del trabajo según los revolucionarios de finales del XIX”
(Revista internacional no 86)

Como artista que se adhirió con toda su pasión al movimiento socialista, William Morris tenía el mejor enfoque para escribir sobre la transformación del trabajo en una sociedad comunista, pues comprendía perfectamente tanto la condición desmoralizante del trabajo en el capitalismo y las posibilidades de un cambio radical sustituyendo el trabajo asalariado por una actividad verdaderamente creadora. En su novela visionaria News from Nowhere (Noticias de ningún sitio), dice claramente que “la felicidad sin un trabajo cotidiano feliz es imposible”. Esto está en perfecto acuerdo con el concepto marxista del lugar central del trabajo en la vida del hombre: el hombre se hizo a sí mismo gracias al trabajo, pero se hizo en unas condiciones que generan su autoalienación. Por eso, la superación de alienación no podrá realizarse sin transformación fundamental del trabajo.

El comunismo, contrariamente a algunos que hablan en su nombre, no está en contra del trabajo, no es “anti-trabajo”. Incluso bajo el capitalismo, la ideología del “negación del trabajo” no es más que la expresión de una rebelión puramente individual de clases o capas marginales. Una de las primeras medidas del poder proletario será la de instaurar la obligación universal de trabajar. En las primeras fases del proceso revolucionario, eso implicará inevitablemente cierta imposición, pues será imposible abolir la penuria sin una transición más o menos larga, período que exigirá sin duda sacrificios materiales considerables, sobre todo en la fase inicial de la guerra civil contra la vieja clase dominante. Sin embargo, los progresos hacia el comunismo lo serán a medida que el trabajo vaya dejando de ser una forma de sacrificio y se vaya transformando en un verdadero placer. En su ensayo Trabajo útil y trabajo inútil, Morris identifica los tres aspectos principales del “trabajo útil”:

–  Ese trabajo se respalda en “la expectativa de descanso”: la reducción de la jornada laboral deberá ser una medida inmediata de la revolución victoriosa; si no, será imposible para la mayoría de la clase obrera desempeñar un papel activo en el proceso revolucionario. El capitalismo ha creado ya las condiciones para la aplicación de esa medida al haber desarrollado una tecnología que podrá, una vez liberada de la búsqueda de la ganancia, ser utilizada para reducir masivamente la cantidad de tareas repetitivas e ingratas que el proceso del trabajo entraña. Al mismo tiempo, las cantidades enormes de trabajo humano despilfarradas en la producción capitalista –con el desempleo masivo o trabajo sin ningún fin utilitario (burocracia, producción militar, etc.)– podrán reorganizarse en la producción y servicios útiles, lo cual permitirá reducir la jornada de trabajo de todos. Ya hicieron estas observaciones gente como Engels, Bebel y Morris y hoy son todavía más válidas en este período de decadencia del capitalismo.

–  Deberá existir “la expectativa del producto”, o sea que los trabajadores se interesarán por lo producido ya sea porque es esencial, ya por su hermosura. Ya en tiempos de Morris, el capitalismo poseía una gran capacidad para hacer productos inútiles y de mala calidad, pero la producción masiva, en el capitalismo decadente, de objetos horribles sin el menor interés, ha ido sin duda más allá que sus peores pesadillas.

–  Deberá existir “la expectativa de placer en el trabajo mismo”. Morris y Bebel insistieron en que el trabajo deberá hacerse en condiciones agradables. Bajo el capitalismo, la fábrica es un modelo del infierno en la tierra; la producción comunista mantendrá el carácter asociado del trabajo en fábrica, pero con un entorno material muy diferente. De igual modo, la división capitalista del trabajo –que condena a tantos proletarios a faenas repetitivas y embrutecedoras día tras día– deberá ser superada, de modo que cada productor pueda disfrutar de un equilibrio entre trabajo intelectual y trabajo físico, pueda dedicarse a tareas variadas y, al irlas cumpliendo, desplegar una variedad de cualidades. Además, el trabajo del futuro se liberará del ritmo frenético que exige la búsqueda de ganancia y se adaptará a las necesidades humanas y a los deseos de las personas. Fourier, con su característico poder imaginativo, veía el trabajo en sus “falansterios” basado en la “atracción apasionada”, anticipando el acercamiento entre trabajo diario y juego. Marx, que admiraba a Fourier, afirmaba que el trabajo realmente creativo era un también un “asunto de lo más serio”, o, como dice en Grundrisse, “Un hombre puede volver a ser niño sin ser pueril”. Y sigue: “¿Es, sin embargo, insensible a la ingenuidad del niño, y no debe esforzarse por reproducir, a un nivel más elevado, la verdad de aquél?” ([2]). La actividad comunista habrá de superar la antigua contradicción entre el trabajo y el juego. Esos bosquejos del porvenir no eran utopías, pues el marxismo ya había demostrado que el capitalismo creó las condiciones materiales para que el trabajo diario se transforme por completo de esa manera e identificó la fuerza social que se vería obligada a emprender esa transformación, precisamente porque ella es la última víctima en la historia de la alienación del trabajo.

 “1895-1905: la perspectiva revolucionaria oscurecida por las ilusiones parlamentarias”
(Revista internacional no 88)

La dictadura del proletariado ha sido un concepto básico del marxismo desde su origen. Los artículos anteriores han mostrado que nunca fue una idea estática sino que ha ido evolucionando y se ha hecho más concreta a la luz de la lucha proletaria. De igual modo, la defensa de la dictadura del proletariado contra las diferentes formas de oportunismo ha sido un factor constante en el desarrollo del marxismo. Así, basando sus argumentos en la experiencia de la Comuna de Paris, Marx hizo una crítica sin concesiones a la noción lassaliana de un “Estado del pueblo” propuesto en el Programa de Gotha del nuevo Partido obrero socialdemócrata de Alemania.

Al mismo tiempo, puesto que la perspectiva del poder proletario está en constante pugna contra la ideología dominante, eso implica luchar también contra el impacto de esa ideología, incluidas las fracciones más lúcidas del movimiento obrero. Incluso después de la experiencia de la Comuna de Paris por ejemplo, el propio Marx hizo un discurso en 1872 en el Congreso de la Internacional en La Haya en el que sugería que al menos en ciertos países, el proletariado podría alcanzar el poder por la vía pacífica mediante el aparato democrático del Estado existente.

En los años 1880, Bismarck puso fuera de la ley al partido alemán, el más importante del movimiento internacional; eso ayudó a este partido a preservar su integridad política. Pero a pesar de que persistieran concesiones a la democracia burguesa, lo que prevalecía era que la revolución proletaria requería necesariamente el derrocamiento de la burguesía por la fuerza. No se había olvidado la lección básica de La Comuna (el aparato de Estado existente no puede ser conquistado, sino que debe ser destruido de arriba abajo).

Si embargo, durante la década siguiente, la legalización del partido, la llegada de intelectuales pequeño burgueses y, sobre todo, la expansión espectacular del capitalismo y la consecuente obtención de reformas importantes para la clase obrera proporcionaron el terreno favorable al reformismo en el seno de del partido, un reformismo cada vez más evidente. La tendencia “socialista de Estado” en torno a Vollmar y las teorías revisionistas de Bernstein, en particular, procuraban convencer al movimiento socialista para que abandonara sus posiciones en favor de una revolución violenta, y se declarara abiertamente como partido democrático reformista.

En un partido proletario, la penetración abierta de influencias burguesas como las mencionadas encuentra inevitablemente una fuerte resistencia por parte de quienes representan la médula proletaria de la organización. En el partido alemán, las tendencias oportunistas fueron combatidas de la manera más notoria por Rosa Luxemburg en su folleto ¿Reforma social o revolución?, pero el desarrollo de las fracciones de izquierda fue un fenómeno internacional.

Además, las luchas llevadas a cabo por Luxemburg, Lenin y otros parecía que iban a salir ganadoras. Los revisionistas fueron reprobados no solo por «Rosa la roja» sino también por “el papa” del marxismo, Karl Kautsky.

No obstante, las victorias de la izquierda se revelaron más frágiles de lo que parecían. La ideología democratista se había infiltrado en el conjunto del movimiento y ni el propio Engels se libró. En su introducción de 1895 al libro de Marx Las luchas de clases en Francia, Engels subrayaba con razón que recurrir a las barricadas y a los combates callejeros ya no era suficiente para echar abajo al régimen del capital, y que el proletariado debía construir una relación de fuerzas de masas en su favor antes de entablar el combate por el poder. Este texto fue deformado por la dirección del partido alemán para que diera la impresión de que Engels estaba en contra de toda forma de violencia proletaria. Pero como lo demostró Rosa Luxemburg, los oportunistas pudieron hacer esa labor porque efectivamente había debilidades en los argumentos de Engels: la construcción de la fuerza política proletaria se identificaba más o menos con el crecimiento gradual de los partidos socialdemócratas y de su influencia en el ruedo parlamentario.

Esa orientación del gradualismo parlamentario fue teorizada sobre todo por Kautsky, que se había opuesto a los elementos abiertamente revisionistas, pero defendía una posición de “centro” conservador que valoraba más que el partido apareciera unido que su claridad programática. En obras como La revolución social Kautsky identificaba la toma del poder por el proletariado a la conquista de la mayoría parlamentaria, aunque decía también claramente que en tal situación, la clase obrera debería prepararse para reprimir la resistencia de la contrarrevolución. Esta estrategia iba emparejada con una actitud “realista” en lo económico que perdía de vista el verdadero contenido del programa socialista –la abolición del salariado y de la producción mercantil– y veía el socialismo como una regulación de la vida económica por parte del Estado.

El artículo del próximo número de esta Revista resumirá el IIº volumen de la serie, que cubre el período que va de 1905 al final de la gran oleada revolucionaria internacional. Empezará mostrando cómo la cuestión de la forma y el contenido de la revolución se fue esclareciendo gracias a un rudo debate sobre las nuevas formas que empezaban a emerger en la lucha de clases, en un tiempo en que el capitalismo se estaba acercando al punto álgido entre su fase ascendente y su decadencia.

CDW

 

[1]) Marx a Johann Becker, 17 de abril de 1867 (en esta carta, en alemán, aparece “missile” en inglés).

 

[2]) Marx, Grundrisse – 1. Capítulo sobre el dinero

 

 

Series: 

  • El comunismo, entrada de la humanidad en su verdadera historia [11]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El marxismo: la teoría revolucionaria [12]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [13]

Polémica con el BIPR sobre la IVª Conferencia de los grupos de la Izquierda comunista

  • 3621 lecturas

Una triste mascarada que ridiculiza la tradición de la Izquierda comunista

 

En el número 122 de nuestra Revista internacional hemos publicado un artículo sobre el ciclo de conferencias de los grupos de la Izquierda comunista realizado durante los años 1977 a 1980. Hemos vuelto a resaltar el avance que supusieron en su día esos encuentros pero también hemos deplorado que hubiesen saboteados deliberadamente justo por dos de los principales grupos participantes, el Partito comunista internacionalista (PCInt – Battaglia comunista) y la Communist Workers Organisation (CWO) ambos principales secciones hoy del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR).

La iniciativa de aquel ciclo de conferencias le corresponde al PCInt quien ya hizo un llamamiento en 1967 a favor de esta clase de ciclos y convocó el primero de estos en Milán en 1977. Pero de hecho, si la convocatoria de estas conferencias no acabó en un sonoro fracaso se debió a que contrariamente a aquellos grupos, quienes a pesar de haber anunciado su participación decidieron finalmente no acudir, la CCI se dio los medios para garantizar la asistencia de una importante delegación. La convocatoria de las dos conferencias siguientes no fue ya resultado del exclusivo impulso del PCInt sino del de un “Comité técnico” en cuyos trabajos la CCI se implicó muy a fondo organizándolas en París, sede geográfica de la sección más importante de nuestra organización. La seriedad de este esfuerzo tiene que ver con la importante cantidad de grupos participantes en las conferencias y con el hecho de que se publicasen con tiempo suficiente los boletines preparatorios de los encuentros. Al colar, deprisa y corriendo y casi al final de los debates, un criterio suplementario de “selección” para las conferencias que pudiese haber en el futuro, una iniciativa cuyo objetivo era eliminar explícitamente de ellas a nuestra organización, el PCInt con la complicidad de la CWO (finalmente convencida tras largas conversaciones paralelas en los pasillos) asumía la responsabilidad de demoler todo el trabajo realizado y en el cual él mismo había participado. En efecto, la IVª Conferencia, que finalmente tuvo lugar en septiembre de 1982, confirmaba el carácter catastrófico de la actitud que adoptó el PCInt y la CWO al final de la 3ª convocatoria de esta serie.

Todo esto quedará evidenciado en este artículo, basado esencialmente en las actas –en inglés– de aquella IVª Conferencia que fueron publicadas en formato folleto en 1984 (dos años después de su celebración) ([1]) por el BIPR (constituido a finales de 1983).

 

En la Presentación de la Conferencia, organizada en Londres por la CWO, ésta se refiere a las tres conferencias precedentes y hace particular referencia a la tercera:

“Seis grupos han participado en la IIIª Conferencia cuyo orden del día incluía la crisis económica, las perspectivas para la lucha de clases y el papel y las tareas del partido. Los debates de esa conferencia confirmaron unos acuerdos ya evidenciados previamente, pero se llegó a un estancamiento cuando se discutió la cuestión del papel y las tareas del partido. Con objeto de que las futuras conferencias pudieran ir más lejos de la simple reiteración sobre la necesidad del partido y con los mismos argumentos acerca de su papel, el PCInt propuso un criterio suplementario de participación en ellas en el que se estipula que el partido debe desempeñar un papel dirigente en la lucha de la clase. Esto hizo aparecer una clara división entre los grupos que comprenden que el partido tiene, hoy mismo, ya tareas que llevar a cabo y por tanto que asumir un papel dirigente en la lucha de la clase; y los que rechazan la idea de que el partido debe estar hoy organizado ya en la clase con el fin de estar en posición de ejercer un papel dirigente en la revolución de mañana. Únicamente la CWO apoyó la resolución del PCInt. Y la IIIª Conferencia se dispersó en desorden.

“Hoy, aunque debido a aquello hay menos grupos presentes aquí que en la última conferencia, podemos decir que existen ahora las bases para comenzar un proceso de clarificación sobre las tareas reales del partido. En este sentido la disolución de la última conferencia no fue una separación totalmente negativa. Como escribe la CWO en Revolutionary Perspectives, nº 18 en su descrip­ción de la IIIª Conferencia: “Sea lo que sea lo que se decida en el futuro, el resultado de la IIIª Conferencia significa que el trabajo internacional entre los comunistas va a llevarse a cabo con bases diferentes a las del pasado.” (…) Hoy, aunque tenemos un número inferior de participantes que en las IIª y IIIª conferencias, partimos de bases más claras y más serias. Esperamos que esta conferencia demuestre esa seriedad a través de una clara voluntad de debatir y de discutir sobre el objetivo de cómo influir con nuestras posiciones y no sobre el de montar polémicas estériles o el de utilizar las conferencias como pasarela publicitaria para el propio grupo.”

Las actas de esa conferencia permiten hacerse una clarísima idea de la “enorme seriedad” que la distinguió de las precedentes.

La organización de la Conferencia

En primer lugar conviene examinar los aspectos “técnicos” (que tienen evidentemente un significado y una incidencia política) de preparación y de desarrollo de la conferencia.

Contrariamente a las conferencias precedentes no se dispuso de boletines preparatorios. Los documentos que se expusieron previamente a discusión eran en lo esencial textos ya publicados en la prensa de los grupos participantes. Respecto a este asunto hay que hacer una mención especial a los documentos que fueron propuestos por el PCInt: era una lista impresionante de textos, unos cuantos cientos de páginas (incluso un libro) sobre las cuestiones del orden del día (puede verse esa lista en la circular del PCInt del 25 de agosto de 1982, p. 39) y todo ello ¡en italiano!, una lengua bellísima, sin duda, y en la que se han escrito documentos muy importantes en la historia del movimiento obrero (los estudios de A. Labriola sobre marxismo, y sobre todo los textos fundamentales de la Izquierda comunista italiana entre 1920 y la Segunda Guerra mundial). Desafortunadamente el italiano no es una lengua internacional y podemos imaginarnos la perplejidad de los demás grupos participantes ante tal montón de documentos de los que no podían entender el contenido.

Hay que reconocer no obstante que en la misma circular, el PCInt se muestra preocupado por este problema del idioma:

“estamos traduciendo al inglés otro documento en relación con los puntos del orden del día que será enviado lo antes posible”.

Desgraciadamente en una carta del 15 de septiembre a uno de los grupos solicitantes puede leerse:

“Por razones técnicas el texto prometido no estará disponible hasta la misma conferencia” (p. 40).

Somos conscientes de las dificultades a las que se enfrentan en el terreno de las traducciones, como en el de muchos otros, los grupos de la Izquierda comunista y que son consecuencia de sus débiles fuerzas. No deseamos criticar esta fragilidad del PCInt en sí misma. Pero lo que revela su incapacidad para producir –“por razones técnicas”– con tiempo suficiente un documento comprensible para los demás componentes de la conferencia es la poca importancia que atribuye a ese problema. Si verdaderamente hubiese dado a ese tipo de actividad la seriedad que le dio la CCI en las anteriores conferencias, se habría movilizado mucho más para superar los “problemas técnicos”, recurriendo incluso a un traductor profesional.

La propia conferencia tuvo que vérselas con ese mismo problema de traducción. Tal y como podemos verlo en el informe sobre ella:

“El carácter relativamente breve de las intervenciones del PCInt es debido en gran parte a las limitaciones para las traducciones del italiano al inglés por parte del grupo que se ha encargado de acoger la conferencia”.

De esta manera muchas de las explicaciones y argumentos expuestos por el PCInt se han perdido. Lo que es verdaderamente una lástima. La CWO se excusó de su flojo conocimiento de la lengua italiana. Pero nos da la impresión que esta excusa se refiere al PCInt pues si éste se hubiese tomado en serio la conferencia habría enviado en su ­delegación a un camarada capaz de expresarse en inglés. Para una organización que aspira a ser un “partido”, debe ser posible encontrar en sus filas al menos un camarada con esa capacidad. A los camaradas de la CWO podrá parecerles que mientras la CCI estuvo presente en las conferencias, ésta no paraba de “repetir siempre los mismos argumentos sobre el partido”. Podrán incluso dar a entender que nosotros queríamos utilizar las conferencias de tribuna para nuestra política de camarilla. En todo caso, lo que sí debería reconocer es que las capacidades de organización del tándem que formaron con el PCInt son, con mucho, inferiores a las de la CCI. No es algo que se deba únicamente al número de militantes. La que sobre todo importa es comprender qué importancia se da a las tareas de los revolucionarios en la situación actual y de la seriedad con que se aborda su cumplimiento. La CWO y el PCInt consideran que el partido (y los grupos que lo preparan en el momento actual, es decir, ellos mismos) tienen como “tareas” las “de la organización” de las luchas de la clase. No es esa la posición de la CCI ([2]). Sin embargo, a pesar de nuestras dificultades, procuramos organizar lo mejor posible las actividades que nos corresponde cumplir. No parece ser el caso ni de la CWO ni el del PCInt quienes seguramente considerarán que si dedican hoy demasiada energía y atención a las tareas de organización estarán fatigados mañana cuando se trate de “organizar” a la clase para la revolución.

Los grupos participantes

En el folleto que hace el balance de la IVª Conferencia nos enteramos de qué grupos han sido invitados inicialmente (circular del 28 de junio de 1982). Son los siguientes:

Partito comunista internacionalista (Battaglia comunista), Italia;

Communist Workers Organisation, Gran Bretaña, Francia;

L’Éveil internationaliste, Francia;

Unity of Communist Militants, Irán;

Wildcat, Estados Unidos;

Kompol, Austria;

Marxist Worker, Estados Unidos;

Estos tres últimos grupos asistían con el estatuto de “observador”.

En la apertura no había más que tres grupos. Vamos a ver qué había ocurrido con el resto.

“En el momento en que se inicia la conferencia, Marxist Worker y Wildcat habían dejado aparentemente de existir” (p. 38).

Podemos hacernos un juicio de la perspicacia de la CWO y del PCInt, que formaban el “Comité técnico” encargado de preparar la conferencia: Preocupados como lo estaban por la “selección” de organizaciones “verdaderamente capaces de plantear correctamente la cuestión del partido y de atribuirle el papel dirigente en la revolución de mañana” se decidieron por invitar a grupos que prefirieron irse de vacaciones mientras esperaban al futuro partido (probablemente para tener más fuerzas con las que estar en condiciones de poder desempeñar la “función dirigente” llegado el momento). Podríamos decir que la conferencia se escapó de una buena: si Wildcat hubiese resucitado y hubiese aparecido por allí habría contaminado sin duda la Conferencia con su “consejismo” comparado con el cual, el consejismo con que el PCInt acusa a la CCI son menudencias. Un consejismo que era, desde luego, conocido, pero que aparentemente satisfacía los criterios que sirvieron, por otro lado, para excluir a la CCI.

Por lo que se refiere al resto de los grupos que no vinieron, dejamos de nuevo la palabra a la CWO:

“Sobre la base de los sucesos ocurridos, parece apropiado establecer hoy el significado de la última conferencia. Lo que la ausencia de los dos grupos que estuvieron inicialmente de acuerdo con participar parece manifestar es su alejamiento del marco de las conferencias. Kompol no ha vuelto a comunicarse con nosotros y l’Éveil communiste se ha embarcado en una trayectoria modernista que le lleva igualmente fuera del marco del marxismo” (Preámbulo).

Una vez más nos quedamos sorprendidos del olfato político, a toda prueba, de los grupos anfitriones.

Veamos ahora al SUCM (Estudiantes seguidores del UCM de Irán) único grupo presente en la conferencia a parte de los dos grupos convocantes.

He aquí lo que el folleto dice a propósito de él:

“El SUCM ha dejado de existir. Sus miembros se han integrado en una organización más amplia (la Organisation of the supporters of the Communist Party of Iran Abroad –OSCPIA) ([3]) que integra a los antiguos miembros del SUCM y a los del grupo kurdo Komala. A pesar de su adhesión inicial a los criterios de participación en las conferencias; a pesar de su voluntad de discutir y de mantener relaciones con las organizaciones pertenecientes a la tradición de la Izquierda comunista europea, el SUCM ha quedado atrapado en su posición de grupo de apoyo a un grupo iraní más amplio, grupo que se constituyó en 1983 como Partido comunista de Irán. Dejando de lado toda polémica, parece que este dato tiene una importancia objetiva, confirmada, por ejemplo, en la trayectoria que siguen los camaradas del SUCM en lo referente a la cuestión de la república democrática revolucionaria y a sus implicaciones. En el momento de la IVa Conferencia, el SUCM aceptaba claramente la idea de que las verdaderas guerras de liberación nacional son imposibles en la era del imperialismo, en el sentido de que no puede haber una auténtica guerra de liberación nacional al margen de la revolución de los obreros por el establecimiento de la dictadura proletaria. Posteriormente, sin embargo, el SUCM se ha reafirmado cada vez con mayor insistencia en la tesis de que las luchas comunistas emergen de las luchas nacionales. De hecho, su posición teórica se ha ido diluyendo para acomodarse con las posiciones del PC de Irán, posiciones que son muy peligrosas –como los artículos en la prensa de la CWO y del PCInt lo han demostrado. Así, en lugar de intensificar el proceso de clarificación, en vez de empujar a la organización iraní hacia posiciones más claras y firmemente enraizadas en suelo revolucionario, la OSCPIA intenta reconciliar con el Comunismo de izquierdas las deformaciones del programa comunista puestas de manifiesto por el SUCM y el PC de Irán. Es inevitable que haya habido deformaciones, de uno u otro tipo, en un área dónde no hay contacto con la tradición de la Izquierda comunista o con su legado de elaboración teórica y de lucha política. No obstante, no es tarea de los comunistas ni ocultar esas deformaciones ni aceptarlas ni adaptarse a ellas sino contribuir a superarlas. Desde este punto de vista la OSCPIA ha dejado pasar una oportunidad importante. Dado el estado actual de las divergencias, no es posible definir al PC de Irán como una fuerza que pueda reclamar el derecho a entrar de nuevo en el campo político delimitado por las conferencias de la Izquierda comunista.”

Si nos creyésemos las explicaciones dadas en ese pasaje, el SUCM, después de la conferencia, y ya en la estela del PC de Irán, habría evolucionado hacia posiciones que no le permitirían ya “reclamar el derecho a entrar en el campo político delimitado por las conferencias de la Izquierda comunista”. En suma, estas dos organizaciones se encuentran en el mismo caso que la CCI es decir, como ellas no podrá ya “reclamar tal derecho” ([4]).

En realidad, el PC de Irán no solo es que esté “fuera del campo político delimitado por las conferencias” sino que está además fuera del campo de la clase obrera. Es una organización burguesa de tendencia estalino-maoísta. Es fascinante la sutileza diplomática (¡¿para evitar “la polémica”!?) con que el BIPR habla de esa organización. Al BIPR no le gusta llamarle gato al gato. Prefiere decir que el animal evocado no es ni un perro ni un hámster, aunque sea igualmente un animal de compañía. Esta manera de proceder es bien conocida en el movimiento obrero y tiene un nombre: oportunismo. O se reconoce así o las palabras han dejado de tener sentido. Es cierto que no es agradable pensar que los elementos con quienes se ha tenido pocos meses antes una conferencia, en la perspectiva del futuro partido mundial de la revolución, hayan acabado siendo declarados defensores del orden capitalista. Es aun más difícil admitirlo públicamente. Entonces se opta por decir que estos elementos, a los que se les continúa llamando “camaradas”: “han dejado pasar una importante oportunidad”, se “han quedado atrapados”, su “posición teórica se ha ido diluyendo por su conformidad con las posiciones del PC de Irán”, posiciones a las que se califica de “muy peligrosas” para no decir que son burguesas.

Lo que el BIPR no ve o no quiere ver o simplemente se niega a reconocer públicamente es que la evolución del SUCM para acabar transformándose en un órgano de defensa del orden capitalista (rebautizado “fuerza que no puede reclamar el derecho a entrar en el campo político delimitado por las conferencias de la Izquierda comunista”), no es tal evolución, ni mucho menos. En el momento mismo de la conferencia el SUCM era ya una organización burguesa de tendencia maoísta. Esto es lo que muestran, a quien quiera abrir los ojos, sus intervenciones durante la conferencia.

Las intervenciones del SUCM

Reproducimos aquí algunas de sus intervenciones:

“En sus condiciones normales de funcionamiento, no de crisis, el capital, en el mercado interior de los países metropolitanos, tolera las reivindicaciones del movimiento sindical y es únicamente cuando la crisis se profundiza cuando recurre al aplastamiento decisivo del movimiento sindical” (p. 6).

Esta afirmación es, como mínimo, sorprendente en boca de un grupo que supuestamente pertenece a la Izquierda comunista. En realidad, en los países avanzados no es el movimiento sindical el que es aplastado por las fuerzas del orden cuando la crisis se agrava, sino las luchas obreras, con la complicidad del movimiento sindical. Hasta los trotskistas son capaces de reconocer eso. No así el SUCM que identifica sin problemas movimiento sindical y lucha de clase. Así, sobre la cuestión del papel de los sindicatos (que no es una cuestión secundaria sino de las más fundamentales), el SUCM se sitúa a la derecha del trotskismo para incorporarse a la posición de los estalinistas o de los socialdemócratas. Pues sí, sí, con un grupo así se proponían cooperar la CWO y el PCInt en pro de la formación del partido mundial.

Hasta aquí sólo un aperitivo. Sigamos leyendo:

“Hoy el proletariado en Irán está en vísperas de formar su partido comunista y éste, con la fuerza masiva que tiene tras su programa, deberá llegar a ser un factor independiente y determinante de los cambios actuales en Irán. El indiscutible liderazgo de Komala ([5]) en la lucha de amplios sectores de obreros y de explotados en el Kurdistán, influencia que el marxismo revolucionario ha adquirido entre los obreros avanzados de Irán; la existencia de amplias redes de núcleos obreros que distribuyen las publicaciones teóricas y obreras del marxismo revolucionario (…) a pesar de las condiciones de terror y de represión existentes (...); la pérdida de ilusiones en el populismo, el movimiento hacia el marxismo revolucionario (…), todo eso es expresión del importante papel que el proletariado socialista de Irán desempeñará en los próximos acontecimientos. Desde el punto de vista del proletariado mundial lo significativo de esta cuestión está en el hecho de que ahora, después de más de cincuenta años, la bandera roja del comunismo está a punto de convertirse en la bandera de la lucha de los obreros de un país dominado. El que esta bandera se haya izado en alguna parte del mundo es una llamada al proletariado mundial para acabar con la dispersión en sus filas, para unirse como clase contra la burguesía mundial y ajustarle las cuentas”   

Frente a tal declaración caben tres hipótesis:

– o estamos tratando con elementos sinceros pero totalmente iluminados y sin ningún sentido de la realidad;

– o estamos frente a un farol de gran envergadura destinado a impresionar al público pero que no está basado en ninguna realidad;

– o, efectivamente, el PC de Irán y Komala tienen la influencia que nos describen y, si es así, podemos decir que una corriente política con tal influencia no puede ser más que burguesa, en las condiciones históricas de 1982.

Si la primera hipótesis es la verdadera lo primero que hay que sugerirles, antes de empezara discutir, es que se curen.

Si estamos ante una fanfarronada, la discusión con individuos que son capaces de mentir hasta tal punto no tienen ningún interés, incluso si creen que se pueden defender de esa manera las posiciones comunistas. Como dice Marx “la verdad es revolucionaria” y si la mentira es un arma preferente de la propaganda burguesa, jamás deberá formar parte del arsenal del proletariado y de su vanguardia comunista.

Queda la tercera hipótesis: el SUCM no es un grupo proletario sino izquierdista es decir, burgués. Es esta naturaleza burguesa la que aparece con claridad en las discusiones de la conferencia sobre la cuestión de la “revolución democrática” y sobre el programa del partido. En efecto, de entre las muchas intervenciones, que pretenden estar afianzadas teóricamente, apoyadas en citas de autores marxistas, incluso de Marx, de Lenin, nos sirvieron la siguiente:

“La crisis mundial del imperialismo crea el embrión de la emergencia de condiciones revolucionarias. No obstante, este embrión, precisamente a causa de las diferentes condiciones existentes en los países dominados y en las metrópolis, está más desarrollado en los países dominados. Las primeras chispas de la revolución socialista del proletariado mundial contra el capital y el capitalismo en su estadio más avanzado, prenden el fuego de la revolución democrática dentro de los países dominados. Revolución que, desde ese punto de vista, es una parte inseparable de la revolución socialista mundial aunque, debido a su aislamiento, a lo limitado de las fuerzas de los obreros y de los explotados en los países dominados, a la ausencia de condiciones objetivas en el seno del proletariado de estos países por un lado y por otro lado a la presencia de amplias masas de explotados que no son proletarios revolucionarios, tome inevitablemente la forma y se desarrolle primeramente en el seno de una revolución democrática. La presente revolución en Irán es esa clase de revolución.” (p. 7)

(…)

“La presente revolución es una revolución democrática cuya tarea es eliminar los obstáculos al libre desarrollo de la lucha de clase del proletariado por el socialismo.

“El contenido de la victoria de esta revolución es el establecimiento de un sistema político democrático bajo la dirección del proletariado lo que, desde el punto de vista económico, equivale a la negación práctica de la dominación del imperialismo.” (p. 8)

Veamos en otra cita como el SUCM denuncia en esos términos la política del gobierno de Jomeini, con ocasión de la guerra entre Irak e Irán que estalló en septiembre de 1980, un año después de la instauración de la “República islámica”:

“El ataque contra las victorias democráticas de la insurrección [la sublevación de comienzo de 1979 que destronó al Sha y permitió la toma del poder por Jomeini] y la represión contra el ejercicio de la autoridad democrática del pueblo para decidir y conducir sus propios asuntos.” (p. 10)

En fin, el SUCM hace una distinción entre programa mínimo (que sería el de la “República democrática “) y el programa máximo, el socialismo (p. 8). Tal distinción fue empleada por la socialdemocracia en tiempos de la IIª Internacional, cuando el capitalismo era aun un sistema social en ascenso y cuando la revolución proletaria aun no estaba al orden del día; pero fue rechazada por los revolucionarios para el periodo que se abría con la primera guerra mundial, incluidos Trotski y sus epígonos.

Las intervenciones de la CWO y del PCInt

Evidentemente, frente a las concepciones burguesas del SUCM, la CWO y el PCInt defienden las posiciones de la Izquierda comunista.

Acerca de la cuestión sindical el PCInt es muy claro en su intervención:

“Ningún sindicato puede hacer otra cosa que permanecer en el campo burgués (…) En la época imperialista los comunistas no pueden, en ninguna circunstancia, soñar con la posibilidad de enderezar los sindicatos o reconstruir otros nuevos (…) Los sindicatos conducen a la clase obrera a la derrota en la medida en que la mistifican con la idea de defender sus intereses por medio del sindicalismo. Es necesario destruir los sindicatos.” (p. 12)

Estas son posiciones políticas que la CCI podría firmar con las dos manos. Lo único que se echa de menos es que el PCInt, que enuncia esas posiciones en una presentación sobre las luchas en Polonia de 1980, no dice explícitamente que son totalmente opuestas a las expuestas por el SUCM poco antes, sobre el mismo tema.

¿Es acaso porque ha faltado vigilancia frente a las declaraciones del SUCM? ¿Es un problema de idioma? El caso es que la CWO comprende el inglés. ¿O es una “táctica” para no se enfade el SUCM?

En cualquier caso, sobre la cuestión de la “revolución democrática”, de la “república democrática” y del “programa mínimo”, lo único que deben hacer el PCInt y la CWO es rechazar de plano aquellas nociones que no tienen nada que ver con el patrimonio programático de la Izquierda comunista:

“La opresión y la miseria de las masas no pueden por sí mismas conducir a la revolución. Ésta no puede ocurrir más que cuando son dirigidas por el proletariado de estas regiones en alianza con el proletariado mundial. (…) Decir que Marx las apoyó [las reivindicaciones democráticas] en el pasado y que además las hemos de apoyar hoy, en una época diferente es, como Lenin dijo sobre otra cuestión, citar las palabras de Marx contra el espíritu de Marx. Hoy vivimos en la época del declive del capitalismo y esto quiere decir que el proletariado no tiene NADA QUE GANAR, ni que apoyar a tal o cual capital nacional ni a tal o cual reivindicación reformista. (…)

Es un disparate sugerir que podemos escribir un programa que proporcione las bases objetivas materiales para la lucha por el socialismo. O bien las bases objetivas existen o bien no existen. Como dijo el PC de Italia en sus tesis de 1922: “Nosotros no podemos crear las bases objetivas por decreto.” (…) Sólo la lucha por el socialismo puede destruir el imperialismo y de ninguna manera las oportunidades estructurales que nos ofrezca la democracia o las reivindicaciones minimalistas.” (p. 16)

Pensamos que el papel del partido comunista en los países dominantes y en los países dominados es el mismo. No incluimos en el programa comunista reivindicaciones mínimas del siglo xix. (…) Nosotros queremos hacer una revolución comunista y no lo lograremos sino poniendo por delante el programa comunista en el que jamás incluiremos reivindicaciones que puedan ser recuperadas por la burguesía.” (p. 18)

Podríamos multiplicar las citas en las que la CWO y el PCInt defienden las posiciones de la Izquierda comunista, incluso las citas del SUCM que evidencian que esta organización no tiene nada que ver con esa corriente. Desde luego, eso nos obligaría a reproducir casi un tercio del folleto ([6]).

Para quien sabe leer y conoce las posiciones del maoísmo en los años 70-80 está claro que el SUCM, que se dedica en muchas de sus intervenciones a criticar las concepciones maoístas oficiales, es de hecho una variante “de izquierdas” y “crítica” de esa corriente burguesa.

Hay partes en las que la propia CWO constata las similitudes entre las posiciones del SUCM y las del maoísmo:

“Nuestra verdadera objeción concierne sin embargo la teoría de la aristocracia obrera. Pensamos que son los últimos gérmenes del populismo del SUCM y su origen está en el maoísmo.” (p. 18)

“El pasaje sobre el campesinado [en el “Programa” de la Unidad de los Combatientes comunistas” sometido a la conferencia] es el último vestigio del populismo en el SUCM. (…) La teoría del campesinado es una reminiscencia del maoísmo, algo que nosotros rechazamos totalmente.” (p. 22)

No obstante, estas anotaciones suenan tímidas y “diplomáticas”. Hay una cuestión que la CWO y el PCInt debían haber planteado claramente al SUCM: se refiere al significado del párrafo siguiente, que figura en uno de los textos presentados por el SUCM a la conferencia: el “Programa del partido comunista” y que, adoptado por el SUCM y Komala, fue publicado en mayo de 1982 (cinco meses antes de la conferencia):

“El dominio del revisionismo en el partido comunista de Rusia ha llevado al desastre y al retroceso de la clase obrera mundial en uno de sus principales bastiones.”

Por revisionismo este programa entendía la revisión “Jrushchevista” ([7]) del “Marxismo-leninismo”. Esta es exactamente la visión defendida por el maoísmo y habría sido interesante que el SUCM precisara si antes de Jrushchof el partido comunista ruso de Stalin era todavía un partido de la clase obrera. Desgraciadamente esta pregunta fundamental no fue planteada ni por el PCInt ni por la CWO. ¿Habría que pensar que estas dos organizaciones no habían leído ese documento, ciertamente esencial puesto que expresa el programa del SUCM? Se debe rechazar tal interpretación ya que estaría en total desacuerdo con la “seriedad” insistentemente reivindicada por la CWO en su discurso de apertura. Es más, muchas intervenciones del PCInt y de la CWO citan de forma precisa pasajes de este documento. Queda otra interpretación: esas dos organizaciones no plantearon la pregunta porque tenían miedo de la respuesta. En efecto ¿Cómo habrían podido, si no, continuar una conferencia con una organización que consideraba como “revolucionario” y “comunista” a Stalin, el jefe supremo de la contrarrevolución desencadenada contra el proletariado en los años treinta, el asesino de los mejores combatientes de la Revolución de octubre, el gerente responsable de la masacre de decenas de millones de obreros y de campesinos rusos?

Evidentemente hacer esa pregunta no habría sido muy “diplomático” y se habría corrido el riesgo de provocar el fracaso inmediato de la conferencia, que habría quedado reducida a un cara a cara entre el PCInt y la CWO, es decir solos los dos grupos que habían adoptado en la 3ª conferencia el criterio suplementario destinado a eliminar a la CCI, con el fin de darle un nuevo impulso a las conferencias.

Estas dos organizaciones prefirieron suscribir el total acuerdo que existía entre su visión del papel del partido y la defendida por el SUCM en su presentación sobre esta cuestión y que afirma que:

“... el partido organiza todos los aspectos de la lucha de clases del proletariado contra la burguesía y dirige a la clase obrera hacia la realización de la revolución social” (p. 25).

Que el partido del PCInt y de la CWO tuviera un programa opuesto totalmente al SUCM (Revolución comunista o revolución democrática), que uno y otro “organizaran” y “dirigieran” las luchas en direcciones contrarias, tiene una importancia aparentemente secundaria para la CWO y para el PCInt. Lo esencial era que al SUCM no le colgaba ninguna etiqueta “consejista” como es el caso de la CCI.

Epílogo

La conferencia concluye con un listado de los puntos de acuerdo y de desacuerdo hecha por la presidencia ([8]). La lista de convergencias es netamente más larga. Dentro de las “áreas de desacuerdo”, está señalada únicamente la cuestión de la “Revolución democrática” sobre la que se dice:

“Son necesarias otras discusiones y clarificaciones con el SUCM:

“a)  La revolución democrática debe ser definida en la próxima conferencia.

“b) Proponemos [la presidencia] que lo mejor es que se elabore un texto en el que se critique la visión del SUCM sobre la revolución democrática y que nosotros tengamos una discusión más extensa sobre las bases económicas del imperialismo” (p. 37).

De las visiones totalmente opuestas del papel de los sindicatos que se expresaron en el transcurso de la conferencia no hay ni una palabra, probablemente porque el SUCM aprobó totalmente la presentación sobre las luchas de Polonia, en la cual el PCInt había abordado esta cuestión en los términos que hemos visto anteriormente (cuando en realidad debería estar en desacuerdo con él sobre este asunto).

Al final el SUCM y el PCInt se expresaban así:

El SUCM:

“hace un año que hemos contactado con el PCInt y con la CWO. Les agradecemos su ayuda y apreciamos el contacto con los dos grupos. Hemos intentado trasmitir las críticas al UCM en Irán. Estamos de acuerdo con las conclusiones.”

El PCInt:

“estamos de acuerdo con las conclusiones. Estamos igualmente contentos de volver a ver a los camaradas que han venido de Irán. Ciertamente las discusiones con ellos deben continuar desarrollándose con el objetivo de encontrar una solución política a las divergencias sobre las cuales esta conferencia se ha focalizado.”

De esta manera, contrariamente a la IIIª que se “dispersó en el desorden” como recordó la CWO en el discurso de apertura, la “IVª Conferencia” concluyó con la voluntad de todos los participantes de proseguir la discusión. Ya se sabe lo que ocurrió después.

De hecho tuvo que transcurrir algún tiempo para que la CWO y el PCInt abrieran (¡un poco!) los ojos y vieran la verdadera naturaleza de sus interlocutores y eso sólo ocurrió en el momento en que éstos se quitaron la careta. Veamos: bastantes meses después de la “4ª conferencia”, la CWO, en su conferencia territorial, tomó violentamente partido contra la CCI que se había permitido, como es habitual en ella, llamar gato a un gato y grupo burgués, a un grupo burgués:

“Las intervenciones del SUCM han consistido principalmente en adular a la CWO: su única objeción concreta ha sido sugerir sutilmente a la CWO que dé un apoyo “crítico” y “condicionado” a los movimientos nacionales. Esta sugerencia quedó sin respuesta por parte de la CWO quien, en compensación, descargó su cólera contra la CCI cuando intentó plantear la cuestión de fondo de la presencia del SUCM; entonces la CWO corrió a taparle la boca al camarada de la CCI antes de que pudiese decir más de diez palabras” (World Revolution nº 60, mayo 1983: “When will you draw the line, CWO?”)

Con esta misma actitud nos hemos vuelto a encontrar en una reunión pública de la CCI en Leeds:

“Las intervenciones más vehementes de la CWO eran principalmente para apoyar al SUCM contra las “alegaciones no fundadas” de la CCI sobre la naturaleza de clase del UCM y de Komala y para saludar seguidamente la demagogia de SUCM como la contribución más clara a la reunión. Vociferar contra los comunistas porque ponen en guardia al movimiento revolucionario contra la invasión de la ideología burguesa fue el paso siguiente de la actitud sectaria de la CWO hacia la CCI” (Ibíd.)

Esa actitud, de grupos que emplean sus dardos más acerados contra las tendencias que ponen en guardia a los revolucionarios del peligro que para ellos comportan las organizaciones burguesas y que asumen de hecho la defensa de éstas, no es nada nuevo en el movimiento obrero. Es la actitud de la dirección centrista de la Internacional comunista cuando preconizaba el “Frente único” con los partidos socialistas, una actitud que la Izquierda comunista ha denunciado siempre como se merece.

Por todo eso la conferencia que se hizo en septiembre de 1982 en Londres no merece en absoluto el título de “IVª Conferencia de grupos de la Izquierda comunista”: Por un lado, porque se hizo con la presencia de un grupo que no aportaba nada al proletariado y menos a la izquierda comunista, el SUCM. Y por otra parte porque en esa conferencia estaban totalmente ausentes el espíritu y el modo de hacer político que caracterizan a la Izquierda comunista y que son producto de una búsqueda escrupulosa de la claridad, de la intransigencia contra todas las manifestación de penetraciones burguesas en el seno del proletariado y del combate contra el oportunismo ([9]).

No parece ser esa la opinión del BIPR quien, concluyendo sobre la presentación del folleto, afirma:

“Sin embargo, la validez o inutilidad de la 4ª conferencia internacional no gira alrededor de la participación del SUCM (la cual como para todos los demás grupos, depende de su aceptación de los criterios desarrollados de la Iª a la IIIª).

“La IVª Conferencia ha confirmado el desarrollo de una tendencia política clara en el medio político internacional, un tendencia que reconoce que la tarea de los revolucionarios hoy es desarrollar una presencia organizada en el seno de la lucha de clases y trabajar concretamente por la formación del partido mundial. Si el partido mundial se limita a ser una organización propagandista es decir, si no es un partido organizado en la clase obrera, entendida como un todo, no estará en posición de llevar la lucha de clase de mañana a su conclusión victoriosa.

“La formación del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) en diciembre de 1983, es la manifestación concreta de esta tendencia y es en sí la prueba de la validez de la IVª Conferencia. La homogeneidad política alcanzada por el PCInt y la CWO (y confirmada sobre la marcha durante los debates con el SUCM) ha permitido a los dos grupos dar pasos prácticos hacia la formación del futuro partido. La correspondencia internacional de los dos grupos (y de otros miembros del Buró) es ahora responsabilidad del Buró. El Buró es algo más que un asunto PCInt-CWO, es un medio para las organizaciones y los elementos emergentes en el mundo entero con el que clarificar sus posiciones, tomando parte en un debate internacional y en el trabajo del propio Buró. De hecho es el punto de referencia internacional que el PCInt preveía en 1977 y que se puede desarrollar a partir de las conferencias. Integrando y desarrollando su trabajo en el seno de ese marco político claramente definido el Buró estará en su momento dispuesto a convocar una Vª Conferencia que será un paso más hacia la formación del partido internacional.”

No ha habido una Vª Conferencia; tras el fiasco y el ridículo de la IVª (que los miembros del BIPR no pueden disimular por mucho que procuren ocultarlo hacia fuera) han preferido ahorrarse los esfuerzos. Además, diciendo ahora lo mismo que los bordiguistas, el BIPR se considera ahora la única organización en el mundo capaz de contribuir eficazmente a la formación del futuro partido de la revolución mundial ([10]). No podemos hacer otra cosa que dejarles con sus sueños megalómanos y con su triste incapacidad para representar la continuidad de lo mejor que la Izquierda comunista ha aportado al movimiento histórico de la clase obrera.

Fabienne

 

[1]) 4ª International Conference of Groups of the Communist Left -Proceedings, Texts, Correspondence (4ª Conferencia internacional de grupos de la Izquierda comunista – normas (estatutos y procedimientos), textos, correspondencia).

 

[2]) Lo que no quiere decir de ninguna manera que nosotros subestimemos el papel del partido en la preparación y realización de la revolución proletaria. Es indispensable para el desarrollo de la conciencia en la clase y para dar una orientación política a sus combates incluida la cuestión de su autoorganización. Eso no quiere decir que el partido “organice” los combates de la clase o la toma del poder, tarea que corresponde a la organización específica del conjunto del proletariado, los consejos obreros.

 

[3]) SCUM: Organización de los Seguidores del Partido comunista de Irán en el extranjero.

 

[4]) Queremos ser muy claros con los lectores: a la CCI nunca se la ha ocurrido “exigir” tal “derecho”. Desde el momento (cuando la 3ª conferencia) en que el PCInt y la CWO afirmaron explícitamente que querían continuar las conferencias sin la presencia de la CCI, a ésta jamás se le ha ocurrido “forzar la mano” a esas organizaciones (como lo podíamos haber hecho, por ejemplo, si nos hubiésemos abstenido en el momento de la votación del criterio suplementario, pues l’Éveil internationaliste, que se abstuvo, fue invitado a la 4ª). Eso no nos ha impedido posteriormente (como la Revista internacional lo ha hecho patente repetidas veces) hacerles a esos grupos propuestas de trabajo en común cada vez que lo hemos considerado necesario, particularmente tomas de posición frente a los enfrentamientos imperialistas, las cuales han sido casi siempre rechazadas.

 

[5]) Komala es una organización guerrillera ligada al Partido democrático kurdo.

 

[6]) Animamos a los lectores a que lo lean (está en inglés y pueden pedirlo al BIPR) y a que lo conozcan íntegramente.

 

[7]) Nikita Jrushchof dirigió la URSS después de la muerte de Stalin (1953) hasta 1964.

 

[8]) Hay que resaltar que el PCInt aceptó en la “IVª Conferencia” lo que obstinadamente había rechazado en las conferencias precedentes: la existencia de una toma de posición que resumíera los puntos de acuerdo y los de desacuerdo. El motivo de su rechazo era que no quería adoptar ningún documento en común con los otros grupos debido a las divergencias existentes entre ellos. Estamos obligados a pensar que para el PCInt las divergencias existentes entre los grupos de la Izquierda comunista son más importantes que las que separan a los grupos comunistas de los grupos burgueses.

 

[9]) En ese sentido, tiene razón cuando dice en la apertura de la conferencia que “El resultado de la 3ª conferencia significa que el trabajo internacional entre los comunistas va a llevarse a cabo sobre bases distintas a las del pasado”. Desde luego que bien diferentes, aunque en lo concerniente al PCInt no en el buen sentido.

 

[10]) Para ser totalmente precisos, el rechazo por el BIPR de cualquier discusión o de cualquier trabajo en común con la CCI debido a “las importantísimas divergencias” no se aplica con el mismo rigor respecto a otros grupos. En muchos artículos de nuestra Revista hemos señalado su mayor apertura hacia grupos claramente consejistas, como Red and Black Notes de Canadá o a grupos que no pertenecen a la Izquierda comunista, ni siquiera al campo proletario, como es el caso de la OCI de Italia (véase al respecto el artículo “La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido” de la Revista internacional nº 103 y 105). Esta apertura se aplica incluso a elementos que se presentan como los exclusivos defensores de las “verdaderas posiciones de la CCI” y que han constituido la “Fracción interna de la CCI” (FICCI), un pequeño grupúsculo parasitario que se distingue por comportamientos incalificables tales como el robo de material de nuestra organización, el chantaje, la delación e incluso la amenaza de muerte a uno de nuestros militantes. En su Bulletin communiste nº 33, la FICCI informa de las discusiones que mantiene con el BIPR y que presenta de esta manera:

“reanudando el hilo de esta discusión, la fracción y el BIPR resucitan el ciclo de Conferencias de los grupos de la Izquierda comunista que se hicieron en los años 1970 y 1980. La preocupación, el objetivo son los mismos. Y si las conferencias llegaron en parte a un estancamiento, es necesario reiniciar hoy la obra y llevarla a un nivel superior, sacando lecciones del pasado (…) despejando los malentendidos, los bloqueos ligados a cuestiones terminológicas a incomprensiones mutuas. Haciéndolo así estamos totalmente convencidos que recogemos la antorcha que la CCI ha abandonado encerrándose en un sectarismo cada vez más delirante.”

La FICCI no precisa por qué las conferencias se suspendieron mientras sus miembros estaban aun en la CCI y compartían nuestra condena de su sabotaje por el PCInt y por la CWO. Es una mentira más que poner en la lista de la FICCI. ¡Hay tantas!

Dicho esto, está claro que el BIPR parece dispuesto a discutir con elementos que afirman defender posiciones (las de la CCI) que justamente motivaron que el BIPR, desde hace ya mucho tiempo, se negara a discutir con la CCI. Ciertamente, la FICCI presenta grandes ventajas respecto a la CCI:

se pasa el tiempo denigrando a nuestra organización:

con ella no se corre el riesgo de que se “haga sombra al BIPR”, más que nada por su ridícula importancia;

no encuentra palabras lo suficientemente elogiosas para adular permanentemente a esa organización calificada como exclusivo polo de reagrupamiento internacional para el futuro partido revolucionario.

Es más, constatamos que la más servil lisonja parece ser un excelente “argumento” para convencer al BIPR a aceptar la discusión. A la vista está que si esas maneras le fueron eficaces en 1982 con un grupo burgués como el SUCM, aun hoy le son igualmente útiles con una pandilla de tramposos.

Dicho esto no parece que el BIPR se fíe mucho de las discusiones que mantiene con la FICCI pues estas no han aparecido en sus órganos de prensa hasta ahora; es más, el link –enlace– hacia la página Web de la FICCI ha desaparecido, hace ya tiempo, del espacio Internet del BIPR).

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [14]
  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [15]

¿Para qué sirve el Grupo comunista internacionalista (GCI)?

  • 6807 lecturas

Desde 1989, el proletariado mundial ha pasado por una larga etapa de retroceso de su conciencia y de su combatividad. La caída de los regímenes pretendidamente “comunistas” y la campaña de la burguesía sobre la “imposibilidad” de una alternativa al capitalismo, le afectaron profundamente en su capacidad para concebirse como clase capaz de desempeñar un papel histórico, el de destruir el capitalismo y edificar una nueva sociedad. Esto hizo que las viejas cantinelas de los Marcuse, la Escuela de Frankfurt, etc., proclamando la desaparición del proletariado y su sustitución por nuevos “sujetos revolucionarios”, recobraran un nuevo predicamento en compañeros que se plantean cómo luchar contra este mundo de barbarie y miseria. Sin embargo, bajo los efectos de la agravación acelerada de las contradicciones del capitalismo, y particularmente en el ámbito de su crisis económica, ese estado de cosas empieza a ser superado. El proletariado internacional recupera su combatividad ([1]) y va desarrollando su conciencia, como lo atestigua la emergencia de minorías que no se plantean simplemente “¿quién es el sujeto revolucionario?” sino “¿Cuáles son los objetivos y los medios que debe darse el proletariado para asumir su naturaleza revolucionaria?” ([2])

Frente a esas cuestiones, la intervención del Grupo Comunista Internacionalista (GCI) siembra una gran confusión. Por un lado, se reivindica del “revolucionarismo más extremo” (condena del parlamentarismo y del nacionalismo, denuncia de la izquierda y extrema izquierda del capital, ataque a la propiedad privada etc.), pero, por la otra parte, apoya “críticamente”, como lo hace la extrema izquierda del Capital, algunas de las posiciones más reaccionarias de la burguesía y ataca furiosamente las posiciones de clase del proletariado y a sus verdaderas organizaciones comunistas. Así, la trayectoria del GCI durante los últimos 25 años se reduce a un apoyo, apenas disimulado, a causas abiertamente burguesas so pretexto de que tras ellas se ocultarían “movimientos proletarios de masas”. Este artículo se da por objetivo denunciar semejante impostura.

La trayectoria del GCI

Nacido de una escisión de la CCI en 1979, el GCI no cesado desde entonces de aportar su apoyo a toda clase de causas burguesas:

- A principios de los años 80 toma partido de forma solapada por el Bloque popular revolucionario de El Salvador en la guerra que sacudió el país en aquella década (que enfrentaba el imperialismo USA al ruso con peones interpuestos). El GCI denunciaba la “dirección” del BPR como “burguesa” pero consideraba que “detrás de ella” se ocultaba un “movimiento de masas revolucionario” que debía ser apoyado ([3]).

- A partir de mediados de los años 80, en la guerra entre fracciones de la burguesía que opuso a Sendero Luminoso (4) contra las fracciones dominantes de la burguesía peruana, el GCI también tomó partido de manera indirecta por el bando senderista. Ahora la excusa era el “apoyo a los presos proletarios víctimas del terrorismo del Estado burgués” ([4]).

• a finales de los 80 y principios de los 90, frente a la lucha del movimiento nacionalista de la Cabilia argelina (1988) o la que se desarrolló en el Kurdistán iraquí (1991), el GCI empleó para apoyarlos pretextos más sofisticados: habló de la creación “por las masas” de “consejos obreros” cuando, como se ve obligado a reconocer en el caso de Cabilia, esos “consejos obreros” eran en realidad organismos interclasistas de aldeas o barrios constituidos por jefes tribales o líderes de partidos nacionalistas u opositores, ¡llamados en muchos casos “Comités de tribu”! ([5]).

En conflictos imperialistas recientes, el GCI ha seguido la misma tónica. Aparte de su decidida toma de partido por la “insurgencia iraquí” (sobre la que volveremos al final del artículo), merece destacarse cómo, en el conflicto entre Israel y Palestina, se ha arrojado sobre expresiones de ideología pacifista dentro de sectores de izquierda de la burguesía israelí, para presentarlos, desde luego de forma “crítica”, ¡nada menos que como “un primer paso” hacia el “derrotismo revolucionario”! Así, cita el pasaje siguiente de la carta de un objetor, quien, aunque se haya arriesgado al expresar su rebeldía contra la guerra, no se sale sin embargo de un terreno nacionalista:

«El ejército de ustedes, que se llama a sí mismo Israeli Defende Force (Fuerza de Defensa de Israel), no es más que el brazo armado del movimiento de las colonias. Este ejército no existe para defender la seguridad de los ciudadanos de Israel, sólo existe para garantizar la prosecución del robo de la tierra palestina. Como judío, los crímenes que comete esta milicia contra el pueblo palestino me repugnan. Mi deber, como judío y como ser humano es el de rechazar categóricamente todo tipo de participación en ese ejército. Como hijo de un pueblo víctima de pogromos y de destrucciones me niego a jugar cualquier papel en vuestra política insensata. Como ser humano, es mi deber negarme a participar en toda institución que comete crímenes contra la humanidad» (Carta citada en “¡No somos israelíes, ni palestinos, ni judíos, ni musulmanes... somos el proletariado!” en Communisme nº 54, abril 2003).

En efecto –más allá de las intenciones de su autor–, esta carta podría haber sido firmada por fracciones del Capital israelí quienes, percibiendo el descontento creciente en los obreros y en la población ante una guerra inacabable, emiten una crítica pública contra la manera de conducirla. La carta invoca “la defensa de la seguridad de los ciudadanos de Israel” que es una forma sofisticada de hablar de la seguridad del Capital israelí. No plantea el interés de los trabajadores o de las masas explotadas sino el interés de la nación israelí. Es decir, pone todos los ingredientes –defensa de la nación y del interés nacional– que sirven de base a la guerra imperialista.

La veneración de “todo lo que se mueve” utilizada contra los principios revolucionarios

Así pues, lo que “aporta” el GCI se resume en un cóctel de posiciones “radicales” y planteamientos típicos del tercermundismo y el izquierdismo burgués ¿Cómo concilia el GCI el agua con el fuego? Pues planteando el siguiente chantaje: ¿cómo vamos a despreciar un movimiento proletario porque su dirección sea burguesa? ¿Es que acaso, la revolución rusa de 1905 no se inició con una manifestación encabezada por el cura Gapón?

Este “argumento” se basa en un sofisma que, como veremos, es la arena movediza en la que se levanta todo el edificio “teórico” del GCI. Un sofisma es una afirmación falsa que se deduce de premisas correctas. Una ilustración sería el siguiente ejemplo célebre: “Sócrates es mortal, todos los hombres son mortales, luego todos los hombres son Sócrates”. Se trata de una deducción absurda que se ha sacado de afirmaciones correctas, jugando con silogismos.

1905 fue un genuino movimiento proletario con grandes masas en la calle que, al principio, la policía zarista intentó manipular. ¡Pero eso no quiere decir que todo movimiento con “grandes debilidades” y “con dirección burguesa” sea proletario! ¡Y ahí está el burdo sofisma de los señores del GCI! Son innumerables los “movimientos de masas” que han sido organizados por fracciones burguesas en su propio beneficio. Estos movimientos han llevado a violentos enfrentamientos, han conducido a espectaculares cambios de gobierno, tildados con frecuencia de “revoluciones”. Pero nada de eso hace de ellos movimientos proletarios comparables a la revolución de 1905 ([6]).

Un ejemplo del método de la amalgama que practica el GCI lo tenemos con su análisis de los acontecimientos de Bolivia 2003. Allí había masas en la calle, asaltos a bancos o instituciones burguesas, cortes de carretera, saqueos de supermercados, linchamientos, caídas de presidentes…, tenemos pues todos los ingredientes para que el GCI hable de “modelo de afirmación proletaria”, llevándole a exclamar:

“Hace mucho tiempo que no se proclamaba abiertamente que hay que destruir el poder burgués, el parlamento burgués con toda su democracia representativa (incluida la famosa Constituyente) y construir el poder proletario para realizar la revolución social” (“Algunas líneas de fuerza en la lucha del proletariado en Bolivia” en Communisme nº 56, octubre 2004).

Cualquiera que analice con un mínimo de seriedad los acontecimientos bolivianos no encontrará nada que se le parezca a una “destrucción del poder burgués” ni a una “construcción del poder proletario”. El movimiento fue dominado de cabo a rabo por reivindicaciones burguesas (nacionalización de los hidrocarburos, asamblea constituyente, reconocimiento de la nacionalidad aimara etc.) y sus objetivos generales gravitaron en torno a temas tan “revolucionarios” como “acabar con el modelo neo-liberal”, “poner otra forma de gobierno”, “luchar contra el imperialismo yanqui” ([7]).

El GCI tiene que reconocerlo pero inmediatamente saca de la chistera el “argumento irrebatible”: ¡eso formaría parte de las “debilidades” del movimiento! Siguiendo esa lógica “irrefutable”, una lucha por reivindicaciones burguesas de principio a fin sufre la maravillosa mutación de convertirse en “poder proletario para realizar la revolución social”. Esta versión “ultrarradical” de los viejos cuentos de hadas, sirve al GCI para operar una deformación grotesca de la lucha proletaria.

Toda sociedad en crisis y descomposición, como es el caso del capitalismo actual, sufre convulsiones crecientes que van desde rebeliones, enfrentamientos callejeros, asaltos, desórdenes, violaciones repetidas de las más elementales normas de convivencia… Pero ese caos manifiesto no es equivalente a una revolución social. Una revolución social –y más aún en el caso del proletariado, clase explotada y revolucionaria a la vez- altera efectivamente el orden establecido, lo pone patas arriba, pero lo hace de manera consciente, organizada, con una perspectiva de transformación social.

“Cuando los campeones del oportunismo en Alemania, oyen hablar de revolución piensan inmediatamente en la sangre vertida, en batallas callejeras, en la pólvora y en el plomo (…) Pero la revolución es otra cosa, es algo más que un simple baño de sangre. A diferencia de la policía que entiende por revolución simplemente la batalla callejera y la pelea, es decir, el desorden, el socialismo científico ve en la revolución antes que nada como una transformación interna profunda de las relaciones de clase” (Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos).

Es cierto que la revolución proletaria es violenta y pasa por combates encarnizados, pero se trata de medios conscientemente controlados por las masas proletarias y coherentes con el fin revolucionario al que aspiran. El GCI, en uno de sus habituales ejercicios de sofística, aísla y abstrae del fenómeno vivo que es una revolución, el elemento “desorden”, “alteración del orden público” y de ahí deduce con lógica imparable que toda convulsión que altere la sociedad burguesa es “revolucionaria”.

El activismo ciego de las “masas en revuelta” sirve al GCI para colar de contrabando la tesis según la cual estarían rechazando el electoralismo y estarían a punto de superar las ilusiones democráticas. Así, nos enseña que el eslogan “¡Que se vayan todos!”, tan agitado en Argentina por la pequeña burguesía en las convulsiones del 2001, ¡va más lejos que Rusia 1917!:

“la consigna ‘que se vayan todos’ es una consigna que va más allá de la democracia; es mucho más claro que las consignas que podemos encontrar en movimientos insurrecciónales netamente más potentes, incluido Octubre 1917 en Rusia donde el pan y la paz representaban las consignas centrales» (“A propósito de las luchas obreras en Argentina”, Communisme nº 56, octubre 2004).

Los señores del GCI falsean escandalosamente los hechos históricos: las “consignas centrales” de Octubre eran “Todo el poder a los Soviets”, es decir, planteaban la cuestión que permite la crítica de la democracia con los actos al derribar el Estado burgués e imponer sobre sus ruinas la dictadura del proletariado. En cambio, el “¡Que se vayan todos!” encierra el sueño utópico de la “regeneración democrática” mediante la “participación popular directa” sin “políticos profesionales”. Que en Argentina no se produjo ninguna “ruptura” con la democracia sino una mayor atadura a sus cadenas lo prueba un hecho que recoge el propio GCI: “En las elecciones, el voto mayoritario es el llamado «voto bronca», es decir, nulo, impugnado. Grupos de proletarios imprimen un boleto electoral, a modo de panfleto, con la leyenda «Ningún partido. No voto a nadie. Voto impugnado” (“A propósito de las luchas obreras en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003) Esto lo presenta ¡como una ruptura con el electoralismo!, cuando significa su apuntalamiento, pues estas acciones refuerzan la participación en el circo electoral al animar a votar aunque no se confíe en los “políticos actuales”. Expresa desconfianza en ellos pero confianza en la participación electoral.

Otra manifestación de cómo el GCI cuela por la puerta trasera del activismo lo que solemnemente rechaza por la puerta grande, nos la da su apoyo a los “escraches” en Argentina, que son acciones de protesta frente a domicilios de militares implicados en los bárbaros crímenes de la guerra sucia (1976-83). Estas acciones, impulsadas por el “ultrademócrata” Kirschner, constituyen actualmente una maniobra del Estado argentino para encubrir un ataque cada vez más desalmado a las condiciones de vida del proletariado y de la inmensa mayoría de la población. Algunos milicos argentinos son utilizados como chivo expiatorio donde descargar las iras de las masas descontentas. Lejos de debilitar al proletariado en su conciencia, para el GCI “A través de esta condena social, el proletariado desarrolla su fuerza, movilizando un gran número de personas (barrios, vecinos, amigos)”. Tras estas pomposas palabras, hay en realidad la típica movilización antirrepresiva de colectivos ciudadanos (vecinos, amigos, barrios) destinada a dar una fachada democrática al Estado ([8]).

Los medios de “lucha proletaria” del GCI

Lo que el GCI postula como métodos de combate del proletariado consiste en un planteamiento sindicalista y –por qué no decirlo?– socialdemócrata que sólo se diferencia del izquierdismo clásico en su radicalismo verbal, en su exaltación de la violencia y en que a todo se le pone la etiqueta de “proletario”.

En unas tesis sobre la autonomía proletaria y sus límites (Communisme nº 54, abril 2003), en referencia a los acontecimientos de Argentina 2001, el GCI nos expone lo que podría ser la quintaesencia de la organización combatiente de los trabajadores y de sus métodos de lucha:

“En el curso de este proceso de afirmación como clase, el proletariado se dota de estructuras masivas de asociación como las asambleas barriales. Éstas son a su vez precedidas, posibilitadas y potenciadas por estructuras con una mayor permanencia y organización como los piqueteros que vimos aquí u otras estructuras que desde hace años luchan contra la impunidad de los torturadores y asesinos del Estado argentino (madres, hijos...), así como por asociaciones de trabajadores en lucha (fábricas ocupadas) o el movimiento de jubilados. Esa correlación entre los diferentes tipos de estructuras, la relativa permanencia en el tiempo de algunas de ellas y las formas de acción directa que adoptaron hicieron posible esa afirmación de la autonomía del proletariado en Argentina y están constituyendo un ejemplo que tiende a extenderse por América y el mundo: el piquete, el escrache, el saqueo organizado, la olla «popular»...

Así pues ¡las Asambleas barriales que en las revueltas de 2001 en Argentina eran en su inmensa mayoría expresiones de la pequeña burguesía desesperada se transforman en “estructuras masivas de asociación obrera”! ([9])

Sin embargo, lo que mejor expresa la visión del GCI sobre el “asociacionismo obrero” es su tesis de que esta “autoorganización del proletariado” sería “precedida, posibilitada y potenciada” por “estructuras permanentes” como piqueteros, asociaciones de fábricas ocupadas ¡y hasta las Madres de la Plaza de Mayo!

Una vez más, tal planteamiento se alinea con el que proponen la izquierda y la extrema izquierda del Capital: si queréis luchar tenéis que tener una organización masiva previa que os encuadre por sectores (organismos sindicales, cooperativos, antirrepresivos, de jubilados, de barrio etc.). ¿Y qué lecciones sacan los elementos sinceramente proletarios de su paso por estas estructuras? Pues sencillamente que no sirven de palancas de organización, concienciación y fuerza de la clase obrera sino que actúan como herramientas del Estado burgués para desorganizar, atomizar, desmovilizar y encerrar en un terreno burgués a los obreros que caen en sus redes. No son medios de fuerza del proletariado contra el Estado burgués sino armas que tiene éste contra el proletariado.

Esto es así porque en el capitalismo decadente no puede existir una organización de masas permanente que se proponga únicamente limitar tal o cual aspecto de la explotación y la opresión capitalistas. Semejante tipo de organización es irremediablemente absorbido por el Estado burgués y por ello mismo se integra necesariamente en sus mecanismos democráticos de control totalitario de la sociedad y especialmente de la clase obrera. En el capitalismo decadente, la existencia de organizaciones unitarias de defensa económica y política de la clase obrera está condicionada por la movilización masiva de los obreros.

En Argentina asistimos a una proliferación de organizaciones “de base”: movimiento piquetero, organización de empresas autogestionadas, redes de trueque llamadas de “economía solidaria”, sindicatos autoconvocados, comedores populares… Estos organismos han nacido generalmente al calor de respuestas obreras o de la población contra una explotación y una miseria cada vez más exasperantes y, estas respuestas se han hecho al margen y muchas veces en contra de los sindicatos e instituciones oficiales. Sin embargo, la tentativa de hacerlas permanentes ha llevado inevitablemente a su absorción por el Estado burgués gracias a la intervención rápida de organismos asistenciales (tales como ONG’s de la iglesia católica o procedentes del propio peronismo) y sobre todo de un enjambre de organizaciones izquierdistas (principalmente trotskistas).

El exponente más claro de la función antiobrera de estos organismos es el movimiento piquetero. En 1996-97 se produjeron en diferentes regiones argentinas cortes de carretera protagonizados por desocupados que luchaban por obtener un medio de vida. Estas primeras acciones expresaban una lucha proletaria genuina. Sin embargo, no pudieron extenderse, dada la situación de retroceso de la clase obrera a nivel mundial, tanto en el plano de su conciencia como de su combatividad. Poco a poco fueron concebidas como actos de presión, resultando cada vez más incapaces de establecer una relación de fuerzas favorable contra el Estado capitalista. Los desocupados fueron progresivamente “organizados” por sindicalistas radicales, por grupos de extrema izquierda (principalmente trotskistas) dando lugar al “movimiento piquetero” que degeneró en un auténtico movimiento asistencial (el Estado repartía bolsas de comida a las múltiples organizaciones piqueteras a cambio de su control sobre los obreros)

Pero contra esta conclusión sacada por gente de la propia Argentina ([10]), el GCI contribuye con todas sus fuerzas al mito antiproletario del movimiento piquetero presentándolo –¡nada ­menos!– que como expresión del renacimiento del proletariado en Argentina:

“La afirmación proletaria en Argentina no habría sido posible sin el desarrollo del movimiento piquetero, puntal del asociacionismo proletario durante el último lustro (…) Los piquetes en Argentina, la paralización de caminos, carreteras y autopistas y su extensión a otros países, mostraban al mundo que el proletariado como sujeto histórico volvía a afirmarse y que el transporte es el talón de Aquiles del capital en la fase actual” ([11]) (“A propósito de las luchas actuales en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003).

Y cuando la realidad le pone difícil continuar sosteniendo sus análisis, el GCI se escabulle de nuevo invocando una “debilidad” del movimiento piquetero, su “institucionalización”, para evitar hablar de su integración pura y simple en el Estado burgués. Así, refiriéndose a un congreso de organizaciones piqueteras celebrado el año 2000 concede que:

“... sin embargo este congreso, donde se estructura un plan de lucha que implica una escalada en los cortes de carretera durante un mes, se afirma como una tentativa de control por tendencias que buscan la institucionalización política del movimiento piquetero: CTA (Central de trabajadores argentinos) –a la cual está adherida la importante Federación de tierra y vivienda–, la CCC (Corriente clasista y combativa) y el Polo obrero-Partido obrero. Mezcla de diferentes ideologías politicistas e izquierdistas (populismo radical, trotskismo, maoísmo), esta tendencia busca en su práctica la oficialización del movimiento piquetero como interlocutor válido, con representantes permanentes y formulación de reivindicaciones claras y atendibles estatalmente («libertad a los luchadores sociales presos, planes “Trabajar” y fin de las políticas de ajuste neoliberales»), lo que los lleva a aceptar un conjunto de condiciones que desnaturalizan la fuerza del movimiento piquetero y tienden a su liquidación” (“A propósito de las luchas actuales en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003).

Sin embargo, para el GCI, esto no significa la pérdida del carácter “proletario” del movimiento como lo testimoniaría el hecho de que:

“... fuertes masas de piqueteros desconocen totalmente tales directivas, continúan con sus métodos de lucha y rompen con la legalidad que aquellos quieren imponer: el uso de capuchas (elemento que el movimiento fue afirmando como elemental en la seguridad y defensa), los cortes totales de carreteras y hasta la toma de agencias bancarias, de sedes administrativas del gobierno, se seguirán desarrollando” (“A propósito de las luchas actuales en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003).

En definitiva, el GCI sigue los mismos esquemas del izquierdismo burgués: éste también habla de “institucionalización” de las organizaciones de masas para añadir a continuación la existencia de una “base” que se contrapondría a la dirección y tomaría iniciativas de “lucha”. ¿Qué tipo de lucha? Pues “llevar capucha” o el radicalismo estéril de “cortes totales”, cosas que los propios sindicalistas saben emplear cuando necesitan evitar cualquier desbordamiento.

El ataque a la propiedad y la sociedad “futura” según el GCI

El objetivo del proletariado consistiría en «la reapropiación generalizada de medios de vida y el ataque a la burguesía y su Estado». Esta “reapropiación generalizada” se concreta en que:

«... a partir del día 18 de diciembre del 2001, por todos los rincones de Argentina, el proletariado realiza cientos de asaltos y recuperaciones en supermercados, camiones de reparto, comercios, bancos, fábricas... Reparto de mercancías expropiadas entre los proletarios y comidas «populares» surtidas con el producto de las recuperaciones».

El programa “comunista” del GCI se resume en que:

«... los proletarios expropian directamente la propiedad burguesa para satisfacer inmediatamente sus necesidades» (“A propósito de las luchas actuales en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003).

La frasecita, como en general el radicalismo verbal y chillón del GCI, puede impresionar a algún burgués idiota. Puede impresionar también a elementos rebeldes pero ignorantes. Sin embargo, si la analizamos seriamente resulta de lo más reaccionaria. El proletariado no se plantea el reparto “directo” de los bienes y riquezas existentes por la sencilla razón de que –como demostró Marx frente a las teorías de Proudhon– la raíz de la explotación capitalista no está en el modo en que se reparte lo producido, sino en las relaciones sociales a través de las cuales se organiza la producción ([12]).

Llamar a un saqueo “expropiación directa de la propiedad burguesa” no deja de ser un eufemismo envuelto en palabrería “marxista”. En un saqueo, la propiedad no es atacada sino que simplemente cambia de manos. El GCI no hace con esto sino situarse en continuidad directa con la doctrina de Bakunin que consideraba a los bandoleros como los “revolucionarios más consecuentes”. Que unos expropien a otros no forma parte de ninguna dinámica “revolucionaria” sino que es una reproducción de la propia lógica de la sociedad burguesa: la burguesía expropió a los campesinos y a los artesanos para transformarlos en proletarios, los burgueses se expropian entre ellos en la competencia feroz que les caracteriza. El robo de bienes de consumo forma parte, bajo diversas maneras, del juego de las relaciones capitalistas de producción (los ladrones que se apropian de lo ajeno, el comerciante que estafa a mayor o menor escala; el pequeño o gran capitalista que defrauda a los consumidores o a sus propios rivales etc.). Si tratamos de imaginar una sociedad donde la consigna sea «expropiaos los unos a los otros» sólo tenemos que mirar al capitalismo:

«Los matices entre especulación comercial, de la bolsa, pseudo-negocios de ocasión, adulteración de alimentos, chantaje, peculado, robo, escalamientos y rapiñas se confunden tanto entre sí que desaparecen los límites que separaban a la honorable burguesía de la delincuencia. Con el abandono de las barreras y de los soportes convencionales de la moral y del derecho, la sociedad burguesa, cuya ley íntima de existencia es la más profunda inmoralidad, la explotación del hombre por el hombre, recae directa y desenfrenadamente en la pura y simple delincuencia» (Rosa Luxemburg, La Revolución rusa).

“Atacar la propiedad” resulta ser una fórmula tan ruidosa como vacía. En el mejor de los casos va a los efectos sin rozar siquiera las causas. En su polémica con Proudhon, Marx rebate esos radicalismos grandilocuentes

«La propiedad constituye la última categoría en el sistema del señor Proudhon. En el mundo real, por el contrario, la división del trabajo y todas las demás categorías del señor Proudhon son las relaciones sociales que su conjunto forman lo que actualmente se llama propiedad; fuera de esas relaciones, la propiedad burguesa no es sino una ilusión metafísica y jurídica» ([13]).

¿Cómo debe ser la futura sociedad según la doctrina del GCI? Muy doctamente nos dice que

“... el objetivo invariante de la revolución proletaria es trabajar lo menos posible y vivir lo mejor posible, objetivo que, a fin de cuentas, es exactamente el mismo que aquel por el que luchaba el esclavo cuando se oponía al esclavismo hace 500 o 3000 años. La revolución proletaria no es otra cosa que la generalización histórica de la lucha por los intereses materiales de todas las clases explotadas de la antigüedad” (“Poder y Revolución”, Communisme nº 56, octubre 2004).

Típica del ideal de rebelión de la pequeña burguesía estudiantil, la audaz parrafada del GCI a favor de la “reducción del tiempo de trabajo” no es capaz de ir más allá de una visión que reduce el trabajo a la actividad alienante tal como es en las sociedades de clase y particularmente bajo el capitalismo. Semejante visión está a cien leguas de comprender que, en una sociedad liberada de la explotación, el trabajo dejará de ser un factor de embrutecimiento para convertirse en un factor de desarrollo del ser humano.

Proclamar que el “objetivo invariante” (sic) de la “revolución proletaria” es “trabajar lo menos posible y vivir lo mejor posible” es reducir el programa del proletariado a una perogrullada ridícula. Salvo algún que otro ejecutivo “drogado por el trabajo” todo el mundo tiene ese “objetivo invariante” empezando por Mister Bush, quien, pese a ser presidente de EEUU, echa todos los días la siesta, se va de descanso el fin de semana, haraganea todo lo que puede, cumpliendo rigurosamente el principio “revolucionario” del GCI.

El objetivo es tan “invariante” que, efectivamente, puede ser elevado a aspiración universal de todo el género humano, habido y por haber, y desde luego con tan democrático principio se puede igualar en un mismo plano a esclavos, siervos, proletarios… Semejante igualación significa negar todo lo que caracteriza a la sociedad comunista, la cual es el producto específico del ser y el porvenir histórico que encierra el proletariado. El proletariado es el heredero de todas las clases explotadas que le han precedido a lo largo de la historia, sin embargo, eso no quiere decir que tenga la misma naturaleza, ni los mismos objetivos, ni la misma perspectiva histórica, que aquellas. Esta verdad elemental del materialismo histórico es echada al cubo de la basura por el GCI reemplazada con sus sofismas baratos.

En los Principios del comunismo, Engels recuerda que

“... las clases trabajadoras han vivido en distintas condiciones, según las diferentes fases de desarrollo de la sociedad y han ocupado posiciones distintas respecto a las clases poseedoras y dominantes”,

mostrando en primer lugar las diferencias entre el esclavo y el proletariado moderno y particularmente que:

“El esclavo es considerado como una cosa y no como miembro de la sociedad civil. El proletario es reconocido como persona, como miembro de la sociedad civil. Por consiguiente, el esclavo puede tener la existencia mejor que el proletario, pero este último pertenece a una etapa superior de desarrollo de la sociedad y se encuentra a un nivel más alto que el esclavo”.

¿Cuál es el objetivo del esclavo?

“Este –responde Engels– se libera cuando de todas las relaciones de la propiedad privada se suprime una de ellas –la esclavitud–, gracias a lo cual se convierte en proletario. En cambio, el proletario solo puede liberarse suprimiendo toda la propiedad privada en general”.

La liberación del esclavo no consiste en abolir la explotación sino en pasar a otra forma superior de explotación: el trabajador “libre” sometido al trabajo asalariado capitalista, como sucedió por ejemplo en Estados Unidos tras la guerra de secesión.

Igualmente, examina las diferencias entre el siervo y el proletario:

“El siervo se libera ya refugiándose en la ciudad y haciéndose artesano, ya dando a su amo dinero en lugar de trabajo o productos, transformándose en libre arrendatario, ya expulsando al señor feudal y haciéndose él mismo propietario. Dicho en breves palabras, se libera entrando de una manera o de otra en la clase poseedora y en la esfera de la competencia. El proletario se libera suprimiendo la competencia, la propiedad privada y todas las diferencias de clase”.

Esas diferencias son las que hacen del proletariado la clase revolucionaria de la presente sociedad y las que constituyen los fundamentos materiales de su lucha histórica. El GCI quiere borrarlo todo eso de un plumazo para ofrecer a quienes quieran escucharle una “revolución” de pacotilla que no es ni más ni menos que una imagen más del desorden y la anarquía que cada vez más provoca la evolución del capitalismo.

La demagogia delirante del GCI para justificar su apoyo a las bandas imperialistas en Irak

Ya hemos puesto en evidencia que toda la doctrina del GCI se basa en la burda manipulación de sofismas. Su apoyo descarado al bando de la insurgencia en la criminal y caótica guerra imperialista que sacude Irak se basa en dos de ellos.

1) La guerra imperialista formaría parte de la lucha del capital contra el proletariado

La lucha de clases es el motor de la historia. El antagonismo fundamental del capitalismo es la lucha de clase entre proletariado y burguesía. Pero ¿debemos deducir de ahí el dogma estúpido según el cual todo conflicto pertenece al antagonismo burguesía-proletariado? El GCI no tiene reparos en afirmarlo, para él,

“... la guerra se ha hecho cada vez más abiertamente una guerra civil, una guerra social directamente contra el enemigo de clase: el proletario (Communisme nº 56: “Haití: el proletariado enfrenta a la burguesía mundial”, octubre 2004).

Así

“... Este terror se concreta en la lucha contra la agitación social, en ocupaciones militares permanentes (Irak, Afganistán, la antigua Yugoslavia, Chechenia, la mayoría de países africanos…), en la guerra contra la subversión, en las prisiones y centros de detención, las torturas (…) Cada vez se hace más difícil hacer pasar esas operaciones internacionales de policía contra el proletariado por guerras entre gobiernos” (Communisme nº 56: “Y el Águila III no pasó”).

¡Mayor radicalismo es imposible de imaginar! ¿Pero adónde lleva ese inflado radicalismo? Pues a meter en el mismo saco de la “lucha de clases” las guerras imperialistas, las agitaciones sociales de cualquier tipo … Eso es concretamente un llamamiento a apoyar tanto a los combatientes islámicos, (que actualmente son los principales destinatarios de centros de tortura como Guantánamo) pues serían las víctimas visibles de la guerra social “contra el proletario”, como a los bandos no uniformados que operan en Irak so pretexto de que se opondrían a “las operaciones internacionales de policía contra el proletariado”.

2) Para asumir su guerra contra el proletariado mundial, la burguesía se habría dotado de un Estado mundial

Según el GCI, todas las fracciones de la burguesía mundial han cerrado filas tras Estados Unidos para efectuar una operación de policía contra el proletariado en Irak. El GCI nos informa que en Oriente Medio existiría una lucha de clases tan peligrosa que obligaría al gendarme mundial a intervenir. Los pobres ciegos que no ven esa “luminosa realidad” son fulminados por el GCI pues ello significaría obviar la cuestión:

“¿Pero dónde está el proletariado en medio de todo ese revoltijo? ¿Qué es lo que hace? ¿Cuáles son las alternativas que enfrenta en su intento por hacerse autónomo y destruir a todas las fuerzas burguesas? Sobre esto deberían discutir hoy los escasos núcleos proletarios que, en el ambiente nauseabundo de paz social que nos oprime, intentan mantener en alto la bandera de la revolución social. Pero la mayoría de ellos quedan atrapados en la problemática si tal o cual la contradicción ínter burguesa es o no fundamental” (“Algunas consideraciones sobre los acontecimientos que sacuden actualmente Irak” en Communisme nº 55, febrero 2004).

A partir de ahí, el GCI llega a la conclusión de que el capital posee un gobierno mundial único, negando lo que siempre ha defendido el marxismo, la división del capital en Estados nacionales que se pelean a muerte en la arena internacional:

“a través del mundo, un número creciente de territorios se encuentra así directamente administrados por las instancias mundiales de los capitalistas reunidos en esas cuevas de ladrones y asesinos que son la ONU, el FMI y el Banco Mundial (…) Regularmente, el Estado mundial del capital toma contornos cada vez más perceptibles en la imposición terrorista de su orden” (Communisme nº 56: “Haití: el proletariado enfrenta a la burguesía mundial”, octubre 2004).

El ultrarradical GCI nos sirve con esto una vieja teoría de Kautsky, que Lenin combatió enérgicamente, según la cual el capital se unificaría en un superimperialismo. Esta teoría es la que defiende regularmente la izquierda y extrema izquierda del capital que para mejor atar a los obreros a “su” Estado nacional hablan de un capital “unificado mundialmente” en instancias “apátridas” como la ONU, el FMI, el Banco mundial, las multinacionales etc. El GCI va en el mismo sentido que ellos sugiriendo (aunque sin decirlo abiertamente, lo cual es mucho peor) que el enemigo principal es el imperialismo americano, el súperimperialismo que federaría tras él lo esencial del capitalismo mundial. Todo esto es coherente con su papel de sargento reclutador para la guerra imperialista en Irak (¡aunque, eso sí, desde la distancia, instalado en su butaca!) que el GCI asume con el apoyo que da al movimiento burgués de la insurgencia iraquí con la excusa de hacerla pasar por proletaria:

“todo el aparato, los servicios, los órganos, los representantes del Estado mundial, que se encuentran en el lugar, son sistemáticamente elegidos como objetivo. Lejos de ser actos ciegos, esta resistencia armada tiene una lógica si hacemos el esfuerzo de salir de estereotipos y de la falsa propaganda ideológica que los burgueses nos proponen como única explicación de lo que pasa en Irak. Detrás de los objetivos, así como en la guerrilla cotidiana dirigida contra las fuerzas de ocupación, se pueden percibir designados los contornos de un proletariado que intenta luchar, organizarse, contra todas las fracciones burguesas que han decidido imponer el orden y la seguridad capitalista en la región, aún si todavía es extremamente difícil juzgar el grado de autonomía de nuestra clase en relación con las fuerzas burguesas que intentan encuadrar la rabia de nuestra clase contra todo aquello que representa al Estado mundial. Los actos de sabotajes, atentados, manifestaciones, ocupaciones, huelgas... no son hechos de islamistas o de nacionalistas panárabes. Dicha interpretación es demasiado simplista y va en el sentido del discurso dominante que quiere encerrar nuestra comprensión en una lucha entre «el bien y el mal», entre «los buenos y los malos», un poco como en una película de cowboys, eliminando una vez más la contradicción mortal del capitalismo: el proletariado” (Communisme nº 55 “Algunas consideraciones sobre los acontecimientos que sacuden actualmente Irak, febrero 2004).

¿En qué campo se sitúa el GCI?

La escisión de la CCI de la que procede el GCI tiene por origen una serie de divergencias dentro de la sección de la CCI en Bélgica que surgieron en 1978-79 sobre la explicación de la crisis económica, el papel del partido y sus relaciones con la clase, la naturaleza del terrorismo, el peso de las luchas del proletariado en los países de la periferia del capitalismo… Rápidamente los elementos en desacuerdo, aunque cada uno tenía una posición diferente, se reagruparon en una Tendencia y enseguida abandonaron la organización dando nacimiento al GCI sin establecer claramente los desacuerdos que fundaban la escisión. Así, el GCI no se constituyó sobre un conjunto de posiciones políticas coherentes alternativas a las de la CCI, sino sobre una amalgama de divergencias insuficientemente elaboradas y, sobre todo, en base a sentimientos negativos de ambiciones personales frustradas y de rencor ([14]). La consecuencia fue que los líderes del grupo pronto se enfrentaron entre ellos produciéndose dos nuevas escisiones ([15]), quedándose al frente del GCI el elemento con más inclinaciones izquierdistas que, desde entonces, no ha cesado de apoyar todo tipo de causas burguesas.

Un grupo como el GCI no es típicamente izquierdista, como pueden serlo los maoístas o los trotskistas, pues, al contrario de ellos, no tiene un programa que defienda abiertamente el Estado burgués. De hecho, los denuncia de forma muy radical. Sin embargo, como hemos puesto en evidencia a lo largo de este artículo, detrás de su radicalismo frente a las instituciones y fuerzas de la burguesía, sus análisis y consignas tienen como consecuencia esencial, no tanto la de armar política y teóricamente a los elementos que intentan plantear en términos y perspectivas políticas el rechazo legítimo que les inspira el mundo actual, sino más bien canalizarlos hacia los callejones sin salida del izquierdismo y el anarquismo ([16]).

Sin embargo, la contribución del GCI no se limita a este aspecto que es ya de por sí importante. La virulencia de sus ataques no soslaya a los auténticos revolucionarios y particularmente a nuestra organización. Empleando siempre el mismo método del sofisma que hemos puesto en evidencia, y sin ninguna argumentación seria, nos obsequia con epítetos como “socialdemócratas”, “pacifistas”, “kautkystas”, “auxiliares de la policía” etc. ([17]). En este sentido no hace más que aportar su pequeña contribución al esfuerzo general de la burguesía por desprestigiar todo combate que se inscriba auténticamente en una perspectiva revolucionaria. Y recordemos además aquí, sin volver a desarrollar el asunto, que el GCI ha llevado su radicalismo al servicio de una causa que no tiene, ni mucho menos, nada que ver con la emancipación del proletariado: ha llegado a incitar al asesinato de militantes de la sección de la CCI en México ([18]). Este llamamiento del GCI ha sido retomado con otra forma y dirigido esta vez contra los militantes de la CCI en España, por un grupo próximo al GCI (ARDE) ([19]).

Así pues, aunque el programa del GCI no forme parte del aparato político de la burguesía, eso no significa que pertenezca al campo proletario, dado que su vocación es la de atacarlo y destruirlo. En ese sentido, es un representante de lo que la CCI caracteriza como parasitismo político. Para terminar este artículo reproducimos unos extractos de un texto sobre dicho asunto que hemos publicado y que juzgamos perfectamente adaptados a la situación que hemos examinado:

“la noción de parasitismo político no es en manera alguna una invención de la CCI. Fue la AIT la primera que lo identificó y combatió, al verse enfrentada a esta amenaza contra el movimiento proletario. Fue ella, empezando por Marx y Engels, quien caracterizó ya a los parásitos como esos elementos politizados que, pretendiendo adherirse al programa y a las organizaciones del proletariado, concentran sus esfuerzos no sobre el combate, no tanto contra la clase dominante sino contra las organizaciones de la clase revolucionaria. La esencia de su actividad consiste en denigrar y maniobrar contra el campo comunista aunque pretendan pertenecer a él y servirlo” (Punto 9 de las “Tesis sobre el parasitismo” publicadas en la Revista internacional nº 94).

C.Mir 6-11-05

 

[1]) Ver Revista internacional nº 119 “Resolución sobre la lucha de clases”.

[2]) Un análisis de esta maduración de minorías en el proletariado internacional y de nuestra actividad ante ellas se puede ver en el balance del 16º Congreso de la CCI aparecido en la Revista internacional nº 122.

[3]) Ver Communisme nº 12, febrero 1981, el artículo “Lucha de clases en El Salvador”. El esquema argumental apenas se diferencia del que utiliza el trotskismo. Este también justifica su apoyo a luchas burguesas hablando de “movimientos revolucionarios de masas” ocultos tras la “fachada” de las “direcciones burguesas”.

[4]) Guerrilla peruana de inspiración maoísta que intentó hacer caer las ciudades mediante su cerco desde el campo donde eran reclutados los efectivos de la guerrilla. En realidad, era la población, y particularmente la de las zonas campesinas, la que pagaba los platos rotos de un régimen de terror impuesto por los dos campos burgueses, el que estaba instalado en el poder y Sendero Luminoso.

[5]) Cita de una fuente periodística tomada por el propio GCI: “La referencia a los lazos de sangre constitutivos del Arch permite agrupar las aldeas pertenecientes al mismo linaje, pero dispersas en diferentes municipios y distritos”. El programa acordado por una Coordinadora de los Arch de Cabilia (2000 delegados) es nacionalista y democrático aunque adobado con alguna reivindicación con gancho entre los trabajadores: “Reclaman, en desorden, la retirada inmediata de la gendarmería, la toma a cargo por el Estado de las víctimas generadas por la represión, la anulación de los juicios contra los manifestantes, la consagración del tamazight como lengua nacional y oficial, ventajas de libertad y justicia, la adopción de un plan de urgencia para Cabilia y el pago de una indemnización por desocupación a todos los parados» (Esta cita procede de Communisme nº 52, “Proletarios de todos los países la lucha de clases en Argelia es de todos”).

[6]) Ver la serie de artículos sobre este movimiento de nuestra clase iniciada en la Revista internacional nº 120.

[7]) Como acaba de ilustrarlo la victoria electoral del nuevo presidente Evo Morales que viene a engrosar las filas de la “Izquierda latina” (Castro, Lula, Chávez). Estos presidentes de izquierdas en América Latina quienes, además de proseguir los ataques contra la clase obrera, como lo haría cualquier gobierno de derecha, son capaces de venderle ilusiones.

[8]) Esto se ve corroborado por la afirmación del GCI en su artículo sobre la “autonomía proletaria en Argentina” según la cual las organizaciones de las Madres de Mayo ¡habrían contribuido a la autoorganización del proletariado!

[9]) Ver nuestro artículo en Revista internacional nº 109 sobre la revuelta social de 2001 en Argentina.

[10]) Ver el artículo de denuncia del movimiento piquetero realizado por un grupo argentino, el NCI, y que hemos publicado en Revista internacional 119.

[11]) Por otra parte, afirmar que el “transporte es el talón de Aquiles del capital actual” no deja de ser una ingeniosa constatación sociológica que oculta el deseo del GCI de encerrar al proletariado en una visión sindicalista de su lucha. En el periodo ascendente del capitalismo (siglo xix), la fuerza del proletariado, organizado en sindicatos, estaba en la capacidad para paralizar una parte de la producción capitalista. Sin embargo, no son esas las condiciones que prevalecen en el capitalismo decadente, caracterizado por la fuerte solidaridad, detrás del Estado, de todos los capitalistas contra el proletariado. La presión económica sobre un capitalista particular o, incluso, sobre un conjunto de ellos, no puede tener más que un impacto muy limitado. Por eso, ese tipo de lucha tomado de los métodos sindicales del siglo xix, hoy forma parte del juego de la clase capitalista. Pero eso no significa que los obreros hayan perdido la capacidad de constituir una fuerza contra el capital. Con métodos de lucha diferentes, ellos lo siguen consiguiendo como lo demuestra toda la historia del siglo xx: uniéndose mediante el desarrollo de una firme solidaridad entre todas las capas del proletariado, rompiendo las divisiones de sector, empresa, región, raza o nación, organizándose como clase autónoma en la sociedad, defendiendo sus propias reivindicaciones contra la explotación capitalista y asumiendo conscientemente el enfrentamiento con el Estado capitalista. Solamente de esa forma el proletariado desarrolla verdaderamente su fuerza y puede oponer una relación de fuerzas favorable contra el Estado.

[12]) La consigna de los proletarios de Roma, que popularizó el cristianismo, era el reparto de las riquezas. Pero ellos podían plantearse así la cuestión porque no desempeñaban ningún papel en la producción, que recaía enteramente en el trabajo de los esclavos: «Los proletarios romanos no vivían del trabajo, sino de las limosnas que les daba el gobierno. Por eso la demanda de los cristianos de propiedad colectiva no se refería a los medios de producción, sino a los medios de consumo. No pedían que la tierra, los talleres y las herramientas e instrumentos de trabajo fueran propiedad colectiva, sino que se dividiera todo entre ellos, casas, ropas, alimentos y otros productos necesarios para la vida. Las comunidades cristianas se cuidaban bien de no investigar el origen de esas riquezas. El trabajo de producción recaía siempre en los esclavos» (Rosa Luxemburgo, Socialism and the churches, tomado de Archivo de autores marxistas de Internet y traducido por nosotros).

[13]) Marx, Miseria de la filosofía.

[14]) Así, la razón primordial de esta escisión no se sitúa en las divergencias evocadas, que por otra parte eran reales, sino en la manera totalmente irresponsable con las que fueron asumidas. En efecto, las divergencias son normales en el seno de la organización revolucionaria y su debate riguroso y paciente es una fuente de clarificación y reforzamiento. Sin embargo, los principales protagonistas adoptaron una serie de actitudes y comportamientos antiorganizativos (ambiciones personales, contestación a los órganos centrales, difamación de camaradas, resentimientos…) que eran en parte el resultado de concepciones izquierdistas insuficientemente superadas, trabando de esta forma la discusión. Para más información sobre este episodio ver en la Revista internacional nº 109 el “Texto sobre el funcionamiento de la organización en la CCI”.

[15]) Que dieron lugar a dos grupos: Mouvement communiste y Fraction communiste internationaliste, este último ha tenido una existencia efímera.

[16]) La CCI ha criticado la interpretación anarquista que hace el GCI del materialismo histórico en los números 48, 49 y 50 de la Revista internacional dentro de la serie “Comprender la decadencia del capitalismo”.

[17]) Ver especialmente el artículo del GCI “Una vez más, la CCI al lado de los policías contra los revolucionarios” en Communisme nº 26 febrero 1988 así como nuestra respuesta “los delirios paranoicos del anarco-bordiguismo punk” en Révolution internationale nº 168 mayo 1988.

[18]) Ver a este propósito, nuestra toma de posición “los parásitos del GCI llaman al asesinato de nuestros militantes en México”, publicada en toda la prensa territorial de la CCI, concretamente en Acción proletaria de noviembre 1996, y en Revolución mundial. El llamamiento en cuestión se encuentra en el artículo del GCI “El eterno pacifismo euroracista de la socialdemocracia (la CCI en su versión mexicana)” en Communisme nº 43, mayo 1996.

[19]) Ver sobre ello nuestro artículo publicado en toda la prensa territorial de la CCI “¡Solidaridad con nuestros militantes amenazados!” concretamente en Acción proletaria nº 181.

 

Corrientes políticas y referencias: 

  • Parasitismo [16]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/511/rev-internacional-n-124-1er-trimestre-2006

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/lucha-de-clases-1 [2] https://es.internationalism.org/tag/geografia/argentina [3] https://es.internationalism.org/tag/geografia/francia [4] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/lucha-de-clases [5] https://www.iww.org/culture/myths/wobbly.shtml [6] https://www.workerseducation.org/crutch/constitution/constitutions.html [7] https://es.internationalism.org/tag/geografia/estados-unidos [8] https://es.internationalism.org/tag/21/497/el-sindicalismo-revolucionario-en-estados-unidos [9] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/sindicalismo-revolucionario [10] https://es.internationalism.org/tag/2/30/la-cuestion-sindical [11] https://es.internationalism.org/tag/21/228/el-comunismo-entrada-de-la-humanidad-en-su-verdadera-historia [12] https://es.internationalism.org/tag/2/24/el-marxismo-la-teoria-revolucionaria [13] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo [14] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista [15] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr [16] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/parasitismo