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Al igual que los dos números anteriores de la Revista, seguimos recordando el centenario de los acontecimientos de importancia histórica que marcaron la ola revolucionaria mundial de 1917-23.
Así, después de la revolución en Rusia en 1917[1] (Revista No. 160), los intentos revolucionarios en Alemania en 1919[2] (Revista No. 161), recordamos en este número el centenario de la fundación de la Internacional Comunista. Todas estas experiencias son piezas esenciales de la herencia política del proletariado mundial, frente a la que la burguesía hace todo lo que está en su poder para asegurar que sean desnaturalizadas (la revolución en Rusia y Alemania) o que sean olvidadas, como es el caso de la fundación de la Internacional Comunista. El proletariado tendrá que reapropiarlas para que, mañana, salga victorioso un nuevo intento revolucionario mundial.
Esto se refiere en particular a las siguientes cuestiones, algunas de las cuales se abordan en el presente número de la Revista:
Esta fundación concreta ante todo la necesidad de revolucionarios que han permanecido fieles al internacionalismo traicionado por la Derecha de los partidos socialdemócratas (la mayoría en la mayoría de estos partidos) a trabajar por la construcción de una nueva internacional. En la vanguardia de este esfuerzo y perspectiva se encuentra en particular la Izquierda de los Partidos Socialdemócratas, agrupada en torno a Rosa Luxemburgo en Alemania, Pannekoek y Gorter en Holanda, y por supuesto la fracción bolchevique del partido ruso en torno a Lenin. Fue por iniciativa del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia y del Partido Comunista de Alemania (KPD, antes Liga Spartacus) que el primer Congreso de la Internacional se convocó en Moscú el 2 de marzo de 1919.
La fundación del nuevo partido, el Partido Mundial de la Revolución, que llegó tarde en un momento en que la mayoría de los levantamientos revolucionarios del proletariado en Europa habían sido reprimidos violentamente, tenía como misión primordial proporcionar una dirección política clara a las masas trabajadoras: el derrocamiento de la burguesía, la destrucción de su estado y la construcción de un nuevo mundo sin guerras ni explotación.
La plataforma de la Internacional Comunista refleja el profundo cambio en el período histórico abierto por la Primera Guerra Mundial: "ha surgido una nueva era: la era de la desintegración del capitalismo, de su colapso interno. La era de la revolución comunista del proletariado", de modo que la única alternativa para la sociedad es ahora: la revolución proletaria mundial o la destrucción de la humanidad; el socialismo o la barbarie.
Todos estos aspectos de la fundación de la Internacional Comunista se desarrollan en los dos artículos de esta revista que dedicamos a esta cuestión, el primero en particular, "Centenario de la fundación de la Internacional Comunista - La Internacional de la Acción Revolucionaria de la Clase Trabajadora". El segundo artículo, "100 años de la fundación de la Internacional Comunista - ¿Qué lecciones se pueden aprender para las luchas del futuro? " desarrolla más particularmente una idea ya abordada en la primera: debido a la situación de emergencia, los principales partidos fundadores de la Internacional Comunista, en particular el Partido Bolchevique y el KPD, fueron incapaces de aclarar sus diferencias y confusión de antemano.
Además, el método utilizado por el nuevo partido para su fundación no iba a armarlo para el futuro. De hecho, gran parte de la vanguardia revolucionaria dio prioridad a la cantidad en términos de afiliados a expensas de la clarificación previa sobre los principios organizativos y programáticos. Tal enfoque le dio la espalda al enfoque desarrollado por los bolcheviques durante su existencia como una fracción dentro de la POSDR[4].
Esta falta de clarificación contribuyó como un factor importante, ante el retroceso de la ola revolucionaria, en el desarrollo del oportunismo en la Internacional. Este será el origen de un proceso de degeneración que llevará a la propia bancarrota de la IC, como fue el caso de la II Internacional. Esta nueva Internacional también sucumbió a la traición del principio del internacionalismo por parte de la derecha de los partidos comunistas. Posteriormente, en la década de 1930, en nombre de la defensa de la "patria soviética", los partidos comunistas de todos los países pisotearon la bandera de la Internacional llamando a los proletarios a matarse de nuevo en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial.
Frente a su degeneración, la IC, al igual que la II Internacional, incubó en su seno minorías de izquierda entre los militantes del partido comunista que se han mantenido fieles al internacionalismo y al lema "Los proletarios no tienen patria. Trabajadores de todos los países, uníos". Una de las fracciones así constituidas, la Izquierda Comunista de Italia, y posteriormente la Fracción Francesa de la Izquierda Comunista, que más tarde se convertiría en la Izquierda Comunista de Francia (GCF), hizo un gran trabajo en la evaluación de la ola revolucionaria. Publicamos los capítulos del artículo del número 7 (enero / febrero de 1946) de la revista Internationalisme, que tratan de la cuestión del papel de las fracciones que emergen del partido degenerado ("La fracción de izquierda"), y su contribución a la formación del futuro partido, en particular el método que debe aplicarse con este fin ("Método de formación de partidos").
Estas minorías revolucionarias, cada vez más reducidas, tuvieron que trabajar en un contexto de profundización de la contrarrevolución, ilustrado en particular por la ausencia de surgimiento revolucionario al final de la Segunda Guerra Mundial, a diferencia de lo que había ocurrido después de la Primera Guerra Mundial. Por lo tanto, este nuevo conflicto mundial había sido una prueba de fuego para las débiles fuerzas que habían permanecido en el terreno de clase mientras que los PC habían traicionado la causa del internacionalismo proletario. Así, la corriente trotskista a su vez traicionó pasando al campo enemigo generando reacciones proletarias dentro de él.
El número 43 (junio / julio 1949) de Internacionalismo incluye un artículo, "Bienvenida a Socialismo o Barbarie" (reeditado en el número 161 de nuestra Revista, en la primera parte del artículo "Castoriadis, Munis y el problema de la ruptura con el trotskismo"[5]) que toma una posición clara sobre la naturaleza del movimiento trotskista, que había abandonado sus referencias proletarias al participar en la Segunda Guerra Imperialista Mundial. Este artículo de Internationalisme es un buen ejemplo del método utilizado por el GCF en sus relaciones con los supervivientes del naufragio del trotskismo tras la Segunda Guerra Mundial. En la segunda parte de "Castoriadis, Munis y el problema de la ruptura con el trotskismo", publicada en este número de la Revista, se destaca lo difícil que es para quienes han crecido en el ambiente corrupto del trotskismo romper profundamente con sus ideas y actitudes fundamentales. Esta realidad queda ilustrada por la trayectoria de dos militantes, Castoriadis y Munis, que, sin duda, hasta finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, fueron militantes de la clase obrera. Munis permaneció así toda su vida, lo que no fue el caso de Castoriadis, que abandonó el movimiento obrero[6].
En cuanto a Munis, se destaca su dificultad para romper con el trotskismo: "Detrás de esta negativa a analizar la dimensión económica de la decadencia del capitalismo se esconde un voluntarismo que no es nuevo, cuyos fundamentos teóricos se remontan a la carta anunciando su ruptura con la organización trotskista en Francia, el Parti Communiste Internationaliste, donde mantiene la noción de Trotsky, presentada en las primeras líneas del Programa de Transición, de que la crisis de la humanidad es la crisis de la dirección revolucionaria". Sobre Castoriadis, se señala que "este "radicalismo" que hizo salivar tanto a los periodistas de alto vuelo fue una hoja de parra que cubría el hecho de que el mensaje de Castoriadis era extremadamente útil para las campañas ideológicas de la burguesía. Así, su afirmación de que el marxismo había sido pulverizado dio un apoyo "radical" a toda la campaña sobre la muerte del comunismo que se desarrolló tras el colapso de los regímenes estalinistas del bloque oriental en 1989. En cierto modo, es uno de los padres fundadores de lo que hemos llamado la corriente "modernista".
En este número de la Revista Internacional, continuamos también la denuncia, realizada en su número 160, de la unión de todas las facciones nacionales y de los partidos de la burguesía mundial contra la revolución rusa, para contener la ola revolucionaria e impedir que se extienda a los principales países industrializados de Europa Occidental. Contra los intentos revolucionarios en Alemania después, donde el SPD desempeñará un papel principal como verdugo de los levantamientos revolucionarios en ese país. Las campañas de calumnias, organizadas en la cúspide del estado para justificar la represión sangrienta, eran repugnantes. Más tarde, el estalinismo se impuso como verdugo de la revolución, asumiendo el ejercicio del terror de estado, la liquidación de la vieja guardia del partido bolchevique. Una vez que la URSS se convirtió en un estado burgués imperialista contra la clase obrera, las grandes democracias fueron cómplices para liquidar física e ideológicamente octubre de 1917. Tal alianza ideológica y política global ha sobrevivido a lo largo de los años y fue revivida, con más fuerza que nunca, en el momento del colapso del bloque oriental y del estalinismo, una forma particular de capitalismo de estado que ha sido presentada como “comunismo” lo que permitió a la campaña ideológica de la burguesía mundial repetir hasta la náusea “la bancarrota del comunismo”.
No hay artículos en esta Revista sobre temas candentes de la situación internacional. Sin embargo, nuestros lectores pueden ir a nuestro sitio donde se publican dichos artículos. Además, en el próximo número de la Revista Internacional se dará la debida importancia a estas cuestiones.
(14/05/2019)
[1] Ver LISTA DE ARTICULOS SOBRE LA REVOLUCION RUSA https://es.internationalism.org/cci-online/200805/2245/lista-de-articulos-sobre-la-revolucion-rusa [3]
[2] Ver Lista de artículos sobre la tentativa revolucionaria en Alemania 1918-23 https://es.internationalism.org/content/4373/lista-de-articulos-sobre-la-tentativa-revolucionaria-en-alemania-1918-23 [4]
[3] En la sección de Textos por Temas de nuestra Web se puede encontrar una colección de artículos sobre la oleada revolucionaria de 1917-23. Ver 1914-23, 10 años que sacudieron al mundo, https://es.internationalism.org/go_deeper [5]
[4] POSDR: Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, fundado en 1898. En 1903 durante el 2º Congreso se produjo la escisión entre mencheviques y bolcheviques.
[6] Ver En memoria de Munis, militante de la clase obrera, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1028/en-memoria-de-munis-militante-de-la-clase-obrera [7]
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Hace 100 años, en marzo de 1919, se celebró el primer congreso de la Internacional Comunista (IC), el congreso para la constitución de la Tercera Internacional.
Si no fuese por el deseo de las organizaciones revolucionarias de celebrar este acontecimiento, la fundación de la Internacional quedaría relegada al olvido. La burguesía está más bien interesada en silenciar este acontecimiento, mientras que se ceba con celebraciones como la del centenario del final de la Primera Guerra Mundial. A la clase dominante no le interesa lo más mínimo que la clase obrera recuerde su primera gran experiencia revolucionaria internacional de 1917-1923. La burguesía desearía, por el contrario, poder enterrar definitivamente el espectro de esta oleada revolucionaria que dio origen a la IC y que fue, por cierto, la respuesta que dio el proletariado internacional a la Primera Guerra Mundial, a cuatro años de carnicería y enfrentamientos militares entre estados capitalistas por el reparto del mundo.
Esta ola revolucionaria había comenzado con la victoria de la Revolución Rusa en octubre de 1917. Se puso también de manifiesto en los amotinamientos de soldados en las trincheras y en el levantamiento del proletariado en Alemania en 1918.
Esta primera ola revolucionaria atravesó toda Europa y alcanzó, incluso, a países del continente asiático (especialmente China en 1927). Los países del continente americano, desde Canadá y Estados Unidos hasta América Latina, también se han visto sacudidos por esta ola revolucionaria global[1].
No debemos olvidar que fue precisamente el miedo a la extensión internacional de la revolución rusa lo que obligó a la burguesía de las grandes potencias europeas a firmar el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial.
En este contexto, la fundación de la Internacional Comunista en 1919 representó la culminación de esta primera ola revolucionaria.
La Internacional Comunista fue fundada para dar una orientación política clara a las masas trabajadoras. Se dio como objetivo mostrar al proletariado el camino hacia el derrocamiento del estado burgués y la construcción de un nuevo mundo sin guerras ni explotación. Tal y como afirmaban los Estatutos de la IC (adoptados en su II Congreso en julio de 1920): "La Tercera Internacional Comunista se formó al final de la carnicería imperialista de 1914-1918, durante la cual la burguesía de los distintos países sacrificó 20 millones de vidas.
¡Recuerden la guerra imperialista! Esta es la primera palabra que la Internacional Comunista dirige a cada trabajador, sea cual sea su origen e idioma. ¡Recuerden que, a causa de la existencia del régimen capitalista, un puñado de imperialistas tuvo, durante cuatro largos años, la posibilidad de obligar a los trabajadores de todo el mundo a degollarse unos a otros! ¡Recuerda que la guerra burguesa sumió a Europa y al mundo entero en el hambre y la miseria! Recuerda que, sin el derrocamiento del capitalismo, la repetición de estas guerras criminales no sólo es posible, sino inevitable".
La fundación de la IC expresó, ante todo, la necesidad de que los revolucionarios se unieran para defender el principio del internacionalismo proletario. ¡Un principio básico del movimiento obrero que los revolucionarios tenían que preservar y defender contra viento y marea!
Para comprender toda la importancia de la fundación de la IC, debemos en primer lugar recordar que esta Tercera Internacional se sitúa en continuidad histórica con la Primera Internacional (AIT) y la Segunda Internacional (la Internacional de los partidos socialdemócratas). Por esa razón el Manifiesto de la IC afirmaba que: "nosotros, los comunistas reunidos en la Tercera Internacional, nos consideramos los continuadores directos de los esfuerzos heroicos y el martirio de una larga serie de generaciones revolucionarias, desde Babeuf hasta Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Si la I Internacional fue capaz de prever el desarrollo de la historia y preparar su camino, si la II pudo reunir a millones de proletarios; la III Internacional es la Internacional de la acción directa de masas, de la realización revolucionaria, es la Internacional de la acción".
Queda claro pues que la IC no surgió de la nada. Sus principios y su programa revolucionarios eran la emanación de toda la historia del movimiento obrero, en particular desde la Liga de Comunistas y la publicación del Manifiesto escrito por K. Marx y F. Engels en 1848. En este Manifiesto Comunista figura la célebre consigna del movimiento obrero: "Los proletarios no tienen patria. ¡Trabajadores de todos los países, uníos!"
Para comprender el significado histórico de la fundación de la IC, debemos recordar que la Segunda Internacional murió en 1914. ¿Por qué? Porque los principales partidos de esta II Internacional, los partidos socialistas, habían traicionado el internacionalismo proletario. Los líderes de estos partidos traidores habían votado créditos de guerra en el Parlamento. En cada país, llamaron a la "unión sagrada" de los proletarios con sus explotadores. ¡Los llamaron a matarse unos a otros en la carnicería mundial en nombre de la defensa del país, cuando lo que proclama el Manifiesto Comunista es que “los proletarios no tienen patria!".
Frente al vergonzoso colapso de la II Internacional, sólo unos pocos partidos socialdemócratas pudieron resistir la tormenta, entre ellos los partidos italiano, serbio, búlgaro y ruso. En los otros países, apenas una pequeña minoría de militantes, muy frecuentemente aislados, siguieron fieles al internacionalismo proletario. Denunciaron la sangrienta orgía de la guerra, e intentaron reagruparse. En Europa, esta minoría de revolucionarios internacionalistas es la que representará la Izquierda, en torno a Rosa Luxemburgo en Alemania, a Pannekoek y Gorter en Holanda y, desde luego, a la fracción bolchevique del partido ruso con Lenin.
Dos años antes de la guerra, en 1912, se había celebrado el Congreso de Basilea de la Segunda Internacional. Ante el auge de la amenaza de una guerra en el corazón de Europa, este Congreso aprobó una resolución sobre la cuestión de la guerra y la revolución proletaria. Esta Resolución decía: "Que los gobiernos burgueses no se olviden de que la guerra francoalemana (de 1870) dio lugar a la insurrección revolucionaria de la Comuna de París, y que la guerra ruso-japonesa puso en marcha las fuerzas revolucionarias de Rusia. A los ojos de los proletarios, es un crimen matarse unos a otros en provecho de la ganancia capitalista, la rivalidad dinástica y la proliferación de tratados diplomáticos”.
En el seno de esa misma II Internacional, los teóricos marxistas más consecuentes, y en especial Rosa Luxemburgo y Lenin, fueron capaces de analizar el cambio en el período histórico en la vida del capitalismo. Rosa Luxemburgo y Lenin habían demostrado claramente que el modo de producción capitalista había alcanzado su apogeo a principios del siglo XX. Comprendieron que la guerra imperialista en Europa no podía tener ya más que un único objetivo: el reparto del mundo entre las principales potencias que rivalizaban en la carrera por las colonias. Lenin y Rosa Luxemburgo entendieron que el estallido de la Primera Guerra Mundial marcaba, con una hecatombe, la entrada del capitalismo en su período de declive, de decadencia histórica. Pero ya mucho antes del estallido de la guerra, el ala izquierda de la II Internacional había tenido que combatir con fiereza contra la derecha, contra los reformistas, los centristas y los oportunistas. Estos futuros renegados teorizaban que el capitalismo aún tenía un futuro brillante por delante y que, en definitiva, el proletariado no tenía ninguna necesidad de hacer la revolución y derrocar el poder de la burguesía.
En septiembre de 1915, y por iniciativa de los bolcheviques, se celebró en Suiza la Conferencia Socialista Internacional de Zimmerwald, a la que siguió una segunda conferencia en abril de 1916 en Kienthal, también en Suiza. A pesar de las difíciles condiciones de guerra y represión, participaron en ellas delegados de once países (Alemania, Italia, Rusia, Francia, etc.). Pero la mayoría de los delegados eran pacifistas que se negaban a romper con los socialistas chovinistas que se habían pasado al campo de la burguesía votando créditos de guerra en 1914.
En esa conferencia de Zimmerwald apareció también un ala izquierda en torno a los delegados de la facción bolchevique, Lenin y Zinoviev. Esta "izquierda de Zimmerwald" defendió la necesidad de romper con los partidos socialdemócratas que habían traicionado y la necesidad de construir una nueva Internacional. Contrariamente a lo que planteaban los pacifistas, expuso, en palabras de Lenin, que "la lucha por la paz sin acción revolucionaria es una frase hueca y engañosa". La izquierda de Zimmerwald reivindicó la consigna de Lenin: "transformar la guerra imperialista en guerra civil". Un lema que ya estaba contenido en las resoluciones de la II Internacional votadas en el Congreso de Stuttgart en 1907 y especialmente en el Congreso de Basilea en 1912.
La Izquierda de Zimmerwald constituiría pues el "primer núcleo de la Tercera Internacional en formación", tal y como señaló Zinoviev, el compañero de Lenin, en marzo de 1918.
Los nuevos partidos que se crearon, rompiendo con la socialdemocracia, empezaron entonces a tomar el nombre de "partido comunista". La oleada revolucionaria abierta por la Revolución Rusa de octubre de 1917 dio un poderoso impulso a los militantes revolucionarios para la fundación de la IC. Los revolucionarios comprendieron, en efecto, que era absolutamente indispensable y vital fundar un partido mundial del proletariado para la victoria de la Revolución a escala mundial.
Por ello, y por iniciativa del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia y del Partido Comunista de Alemania (KPD, antes Liga Spartacus) se convocó el Primer Congreso de la Internacional en Moscú, el 2 de marzo de 1919.
La plataforma de la IC se basaba en el programa de los dos principales partidos comunistas, el Partido Bolchevique y el Partido Comunista de Alemania (fundado el 29 de diciembre de 1918).
Esta plataforma de la IC comienza afirmando claramente que "una nueva época ha nacido: la era de la desintegración del capitalismo, de su colapso interno. La época de la revolución comunista del proletariado". Y retomando el discurso sobre el programa fundacional del Partido Comunista Alemán, que pronunciase Rosa Luxemburgo, la Internacional declaraba sin ambigüedad que "el dilema al que se enfrenta la humanidad hoy en día es el siguiente: caer en la barbarie, o la salvación a través del socialismo". En otras palabras, que habíamos entrado en la "era de las guerras y las revoluciones". La única alternativa para la sociedad era ya: revolución proletaria mundial o destrucción de la humanidad; socialismo o barbarie. Esta posición se recogía con total rotundidad en el primer punto de la Carta de Invitación al Primer Congreso de fundación de la Internacional Comunista, que Trotsky había escrito en enero de 1919.
Para la Internacional, la entrada del capitalismo en su período de decadencia significaba que la lucha revolucionaria del proletariado tomaba una nueva forma. Este es el período en que se desarrolla la huelga de masas, el período en que los Consejos Obreros son la forma de la dictadura del proletariado anunciada por el surgimiento de los Soviets en Rusia en 1905 y 1917.
Pero una de las contribuciones fundamentales de la Internacional fue sobre todo la comprensión de que el proletariado debe destruir el Estado burgués para construir una nueva sociedad. A partir de esta cuestión, el primer congreso de la Internacional adoptó las Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura proletaria (escritas por Lenin). Estas tesis comienzan denunciando la falsa oposición entre democracia y dictadura "pues en ningún país capitalista civilizado, existe una ‘democracia en general’, sino sólo una democracia burguesa".
La Internacional afirmaba así que la defensa de la democracia “pura” en el capitalismo, significa defender, en la práctica, la democracia burguesa, la forma por excelencia de la dictadura del capital. Contra la dictadura del capital, la Internacional defendió que únicamente la dictadura del proletariado a escala mundial puede derrocar al capitalismo, abolir las clases sociales y ofrecer un futuro a la humanidad.
El partido mundial del proletariado debía dar pues una orientación clara a las masas proletarias para que pudieran alcanzar su objetivo final, defendiendo siempre la consigna de los bolcheviques en 1917: "Todo el poder a los Soviets". En eso consistía la “dictadura” del proletariado: en el poder de los Soviets o Consejos Obreros.
Desgraciadamente la Internacional se fundó demasiado tarde, en marzo de 1919, cuando ya la mayoría de los levantamientos revolucionarios del proletariado en Europa habían sido violentamente reprimidos. La IC se funda dos meses después de la sangrienta represión del proletariado alemán en Berlín. El Partido Comunista de Alemania acababa de perder a sus principales dirigentes, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, brutalmente asesinados por el gobierno socialdemócrata durante la sangrienta semana de Berlín en enero de 1919. Por lo tanto, cuando se funda la Internacional ya ha sufrido su primera derrota. El aplastamiento de la revolución en Alemania significaba también y ante todo una derrota terrible para el proletariado internacional.
Hay que reconocer que los revolucionarios de ese momento se encontraban en una situación de emergencia cuando fundaron la Internacional. La Revolución Rusa se encontraba completamente aislada, asfixiada y cercada por toda la burguesía de todos los países (sin mencionar la rapiña contrarrevolucionaria de los Ejércitos Blancos dentro de Rusia). Los revolucionarios estaban con el agua al cuello y había que apresurarse en la construcción del partido mundial. A causa de esta situación de urgencia, los principales partidos que fundaron la Internacional, y, sobre todo, el Partido Bolchevique y el KPD, no pudieron clarificar sus divergencias y confusiones. Esta falta de claridad fue un factor importante en el desarrollo del oportunismo en la Internacional con el retroceso de la ola revolucionaria.
Más adelante, y por esta gangrena del oportunismo, esta nueva Internacional morirá también. Sucumbirá, igualmente, a la traición del principio del internacionalismo por parte del ala derecha de los partidos comunistas. En particular, el principal partido de la Internacional, el Partido Bolchevique, comenzó a defender, tras la muerte de Lenin, la teoría de la "construcción del socialismo en un solo país". Stalin, haciéndose con la dirección del partido bolchevique, ejecutó la represión del proletariado que había hecho la revolución en Rusia, e impuso una feroz dictadura contra los antiguos compañeros de Lenin que luchaban contra la degeneración de la Internacional, y que denunciaban lo que ellos consideraban como el retorno del capitalismo a Rusia.
Posteriormente, ya en la década de 1930, e invocando la defensa de la "patria soviética", los partidos comunistas de todos los países pisotearon la bandera de la Internacional llamando a los proletarios a matarse entre sí, una vez más, en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Al igual que la Segunda Internacional en 1914, la IC quebró, también ella víctima de la gangrena del oportunismo y de un largo proceso de degeneración.
Pero, al igual que sucediera en la II Internacional, la IC también segregó una minoría de Izquierda compuesta de militantes que permanecieron fieles al internacionalismo y a la consigna "Los proletarios no tienen patria". Trabajadores de todos los países, uníos". Estas minorías de izquierda (en Alemania, Francia, Italia, Holanda…) llevaron a cabo un combate político en el seno de la Internacional en proceso de degeneración, para intentar salvarla. Pero Stalin acabó excluyendo a estos militantes de la izquierda de la Internacional. Los acosó, los persiguió y los liquidó físicamente (recordemos los juicios de Moscú, el asesinato de Trotsky por agentes de la GPU y también los gulags estalinistas).
Los revolucionarios excluidos de la Tercera Internacional también trataron de reagruparse, a pesar de todas las dificultades de la guerra y la represión. A pesar de su dispersión en diferentes países, estas exiguas minorías de militantes internacionalistas fueron capaces de hacer un balance de la oleada revolucionaria de 1917-1923 y sacar las principales lecciones para el futuro.
Estos revolucionarios que lucharon contra el estalinismo no pretendieron fundar una nueva internacional antes, durante o después de la Segunda Guerra Mundial. Comprendieron que era “medianoche del siglo": que el proletariado había sido aplastado físicamente, reclutado masivamente tras las banderas nacionales de antifascismo y víctima de la contrarrevolución más profunda de la historia. La situación histórica ya no era favorable al surgimiento de una nueva ola revolucionaria contra la Guerra Mundial.
Sin embargo, a lo largo de este largo período de contrarrevolución, las minorías revolucionarias continuaron llevando a cabo una actividad, a menudo en la clandestinidad, oculta, para preparar el futuro manteniendo la confianza en la capacidad del proletariado para levantar la cabeza y, un día, derrocar al capitalismo.
Queremos recordar que la CCI se reivindica de las contribuciones de la Internacional Comunista. Nuestra organización se vincula igualmente a la continuidad política con las fracciones de Izquierda excluidas de la Internacional en las décadas de 1920 y 1930, y en particular la Fracción de Izquierda Comunista Italiana. Así pues, este centenario es una oportunidad para saludar la invaluable contribución de la IC en la historia del movimiento obrero, pero también para aprender de esta experiencia a fin de armar al proletariado para sus futuras luchas revolucionarias.
Insistimos en la necesidad de comprender la importancia de la fundación de la Internacional Comunista como el primer intento de constituir el partido mundial del proletariado. Debemos, sobre todo, subrayar la importancia de la continuidad histórica, del hilo rojo que une a los revolucionarios de hoy con los del pasado, con todos aquellos militantes que, por su fidelidad a los principios del proletariado, fueron perseguidos y salvajemente asesinados por la burguesía y, sobre todo, por sus antiguos compañeros convertidos en traidores: los Kautsky, Noske, Ebert, Scheidemann, Stalin. También debemos rendir homenaje a todos aquellos activistas ejemplares (Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Léo Jogiches, Trotsky y muchos otros) que pagaron con su vida su lealtad al internacionalismo.
Para poder construir el futuro partido mundial del proletariado, sin el cual el derrocamiento del capitalismo será imposible, las minorías revolucionarias deben reagruparse, hoy como en el pasado. Deben aclarar sus diferencias a través de la confrontación de ideas y posiciones, la reflexión colectiva y la discusión más amplia posible. Deben ser capaces de aprender del pasado para comprender la situación histórica actual y permitir que las nuevas generaciones abran las puertas al futuro.
Frente a la descomposición de la sociedad capitalista, la barbarie bélica, la explotación y la creciente miseria de los proletarios, hoy la alternativa sigue siendo la que la Internacional Comunista identificó claramente hace 100 años: el socialismo o la barbarie, revolución proletaria mundial o destrucción de la humanidad en un caos cada vez más sangriento.
CCI
[1] Los lectores interesados en un conocimiento y lecciones de esta oleada revolucionaria mundial del proletariado pueden consultar en nuestra Web 1914-23: 10 años que sacudieron el mundo https://es.internationalism.org/go_deeper [5]
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Hace un siglo soplaban aires de esperanza sobre la humanidad. Primero en Rusia, donde la clase obrera había logrado tomar el poder. En Alemania, Hungría e Italia después, donde luchó valientemente para continuar la labor de los proletarios rusos con una sola consigna: la abolición del modo de producción capitalista cuyas contradicciones habían sumido a la civilización en cuatro años de guerra. Cuatro años de barbarie sin precedentes hasta entonces, trágico testimonio de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia.
En esas condiciones, tras constatar la quiebra de la Segunda Internacional, apoyándose en todo el trabajo de reconstrucción de la unidad internacional iniciado en Zimmerwald en septiembre de 1915 y luego en Kiental en abril de 1916, se fundó la Tercera Internacional el 4 de marzo de 1919 en Moscú. Ya en las Tesis de abril de 1917, Lenin llamaba a la fundación de un nuevo partido mundial. La inmadurez del movimiento revolucionario obligó, sin embargo, a posponer su fundación. Para Lenin, el paso decisivo se dio durante los terribles días de enero de 1919 en Alemania, durante los cuales se fundó el Partido Comunista Alemán (KPD). En una "Carta a los Trabajadores de Europa y América" del 26 de enero, Lenin escribió: "Cuando la Liga Espartaco se dio el nombre de Partido Comunista alemán, la fundación de la Tercera Internacional se hizo entonces realidad. Formalmente esta fundación aún no ha sido confirmada, pero en realidad, ahora ya, la Tercera Internacional sí existe". Más allá del excesivo entusiasmo de tal juicio, como veremos más adelante, lo que sí entendieron los revolucionarios de entonces es que forjar el partido ya era algo esencial para la victoria de la revolución a escala mundial. Tras varias semanas de preparación, 51 delegados se reunieron del 2 al 6 de marzo de 1919 para sentar las bases organizativas y programáticas que permitieran al proletariado mundial seguir avanzando en la lucha contra todas las fuerzas burguesas.
La CCI reivindica los aportes de la Internacional Comunista (IC). Es pues este centenario una oportunidad para saludar y destacar la valiosa contribución de la IC en la historia del movimiento revolucionario, pero también para sacar lecciones de esa experiencia y poner de relieve sus debilidades para así armar al proletariado de hoy para las luchas del futuro.
Como dice la "Carta de invitación al Congreso" de Trotski: "Los partidos y organizaciones abajo firmantes consideran urgente la convocatoria del primer congreso de la nueva Internacional revolucionaria. (...) El rápido ascenso de la revolución mundial que acarrea constantemente nuevos problemas, el peligro de asfixia de la revolución por la alianza de los estados capitalistas contra la revolución bajo la hipócrita bandera de la "Sociedad de Naciones", los intentos de los partidos sociales-traidores de unirse y seguir ayudando a sus gobiernos y burguesías a traicionar a la clase obrera tras haberse concedido una mutua "amnistía", por último, la riquísima experiencia revolucionaria ya adquirida y el carácter global de todo el movimiento revolucionario… todas estas circunstancias nos exigen poner al orden del día de la discusión la cuestión de la convocatoria de un congreso internacional de partidos revolucionarios".
A imagen de ese primer llamamiento de los bolcheviques, la fundación de la IC expresó el deseo de reunir a las fuerzas revolucionarias de todo el mundo. Pero también el de la defensa del internacionalismo proletario, pisoteado como lo había sido por la gran mayoría de los partidos socialdemócratas componentes de la II Internacional. Tras cuatro largos años de una guerra atroz que dividió y diezmó a millones de proletarios en los campos de batalla, el surgimiento de un nuevo partido mundial mostró la voluntad de profundizar la labor iniciada por las organizaciones que habían permanecido fieles al internacionalismo. En este sentido, la IC es la expresión de la fuerza política del proletariado que se estaba manifestando por todas partes después del profundo retroceso causado por la guerra, así como la responsabilidad de los revolucionarios de continuar defendiendo los intereses de la clase obrera y la revolución mundial.
Durante el congreso fundador se afirmó repetidamente que la IC era el partido de la acción revolucionaria. Como se afirma en su Manifiesto, la IC nació en un momento en que el capitalismo había mostrado claramente su obsolescencia. La humanidad estaba entrando en la "era de guerras y revoluciones". En otras palabras, la abolición del capitalismo se estaba convirtiendo en una necesidad extrema para el futuro de la civilización. Con esa nueva comprensión de la evolución histórica del capitalismo, la IC defendió incansablemente los consejos obreros y la dictadura del proletariado: "el nuevo aparato de poder debe representar la dictadura de la clase obrera (...) es decir, debe ser el instrumento del derrocamiento sistemático de la clase explotadora y de su expropiación. El poder de los consejos obreros o de las organizaciones de trabajadores es su forma concreta". (Carta de invitación al congreso). Esas orientaciones fueron defendidas durante todo el congreso. Además, las "Tesis sobre la democracia burguesa", escritas por Lenin y adoptadas por el Congreso, acometían la denuncia de las mistificaciones de la democracia, pero sobre todo advertían al proletariado del peligro que representaban en su lucha contra la sociedad burguesa. Desde el principio, la IC se puso resueltamente en el campo proletario defendiendo los principios y métodos de lucha de la clase obrera y denunciando enérgicamente el llamamiento de la corriente centrista a una unidad imposible entre los social-traidores y los comunistas, "la unidad de los obreros comunistas con los asesinos de los líderes comunistas Liebknecht y Luxemburgo", según las propias palabras de la "Resolución del Primer Congreso de la IC sobre la posición respecto a las corrientes socialistas y la Conferencia de Berna"[1]. Como prueba de la defensa inflexible de los principios proletarios, esa resolución, adoptada por unanimidad por el Congreso, fue una reacción a la reciente celebración por la mayoría de los partidos socialdemócratas de la II Internacional de una reunión[2] en la que se adoptaron una serie de orientaciones claramente dirigidas contra la oleada revolucionaria. La resolución terminaba así: “El congreso invita a los obreros de todos los países a entablar la lucha más enérgica contra la internacional amarilla y a preservar a las masas más amplias del proletariado contra esa internacional de la mentira y de la traición”
La fundación de la IC fue un paso vital en la continuación de la lucha histórica del proletariado. Consiguió recoger las mejores aportaciones de la II Internacional rompiendo con ella en posiciones o análisis que ya no correspondían al período histórico que acababa de comenzar.[3] Mientras que el antiguo partido mundial había traicionado el internacionalismo proletario, en nombre de la Unión Sagrada, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, la fundación del nuevo partido hizo posible fortalecer la unidad de la clase obrera y armarla en la feroz lucha que estaba librando en muchos países del mundo por la abolición del modo de producción capitalista. Por lo tanto, a pesar de las circunstancias desfavorables y de los errores cometidos, como veremos, nosotros saludamos y defenderemos aquel empeño. Los revolucionarios de aquella época asumieron su responsabilidad, había que hacerlo ¡y lo hicieron!
El año 1919 fue el punto culminante de la ola revolucionaria. Después de la victoria de la revolución en Rusia en octubre de 1917, la abdicación de Guillermo II y la firma apresurada del armisticio ante los motines y la revuelta de las masas trabajadoras en Alemania, aparecieron insurrecciones obreras, y, en particular, la instauración de la República de Consejos en Baviera y Hungría. También hubo motines en la flota y entre las tropas francesas o las unidades militares británicas, negándose éstas a intervenir contra la Rusia soviética, y se produjo una ola de huelgas, especialmente en los centros de mayor acción revolucionaria (Clyde, Sheffield, Gales del Sur) en el Reino Unido (1919). Pero en marzo de 1919, cuando se creó la IC en Moscú, la mayoría de tales levantamientos ya habían sido reprimidos o estaban a punto de serlo.
No hay duda de que los revolucionarios de entonces se encontraron en una situación de emergencia y se vieron obligados a actuar en pleno ardor de la lucha revolucionaria. Como lo diría más tarde la Fracción Francesa de Izquierda Comunista (FFIC) en 1946: "los revolucionarios intentan salvar la brecha entre la madurez de la situación objetiva y la inmadurez del factor subjetivo (la ausencia del Partido) mediante una amplia unión de grupos y corrientes políticamente heterogéneos, proclamando tal unión como el nuevo Partido"[4].
No se trata aquí de discutir la validez o no de la fundación del nuevo partido, la Internacional. Era una necesidad imperiosa. En cambio lo que sí queremos señalar es una serie de errores en el método con el que se fundó.
Aunque la mayoría de los informes presentados por los diferentes delegados sobre la situación de la lucha de clases en cada país alertan sobre la reacción de la burguesía al avance de la revolución (al final del congreso se vota una resolución sobre el Terror Blanco), es sorprendente notar lo mucho que se subestima ese aspecto durante aquellos cinco días de trabajo. Ya pocos días después de la noticia de la fundación del KPD, que siguió a la fundación de los Partidos Comunistas de Austria (noviembre de 1918) y Polonia (diciembre de 1918), Lenin consideraba que la suerte estaba echada: "Cuando la Liga Espartaco alemana, dirigida por tan ilustres líderes, conocidos en todo el mundo, leales partidarios de la clase obrera como lo son Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Franz Mehring, rompieron para siempre todos los lazos con los socialistas como Scheidemann, (...)....) cuando la Liga Espartaco se hizo llamar Partido Comunista Alemán, entonces la fundación de la Tercera Internacional, la Internacional Comunista, verdaderamente proletaria, verdaderamente internacional, verdaderamente revolucionaria, se hizo realidad. Formalmente, tal fundación no ha sido aprobada, pero en realidad la Tercera Internacional ya existe."[5] Anécdota significativa: la redacción de ese texto se completó el 21 de enero de 1919, fecha en la que Lenin fue informado del asesinato de K. Liebknecht. Esta inquebrantable certeza estaría presente durante todo el congreso. Ya en el discurso de apertura, Lenin marcó la pauta: "La burguesía podrá dar rienda suelta a sus instintos, podrá seguir matando a millones de obreros, la victoria será nuestra, la victoria de la revolución comunista mundial está asegurada". Posteriormente, todos aquellos que narraron la situación lo hicieron con el mismo optimismo desbordante; como el camarada Albert, miembro del joven KPD, que habló ante el Congreso el 2 de marzo en los siguientes términos: "No creo que sea de un optimismo exagerado decir que los partidos comunistas alemán y ruso continúan la lucha con la firme esperanza de que el proletariado alemán también dirija la revolución hacia la victoria final y que la dictadura del proletariado también pueda establecerse en Alemania, a pesar de todas las asambleas nacionales, a pesar de todos los Scheidemann y a pesar del nacionalismo burgués (...) Esto es lo que me impulsó a aceptar vuestra invitación con alegría, convencido de que en muy poco tiempo lucharemos codo con codo con el proletariado de los demás países, en particular Inglaterra y Francia, para que la revolución mundial también alcance en Alemania sus objetivos."
Pocos días después, entre el 6 y el 9 de marzo, una terrible represión se abatió sobre Berlín matando a 3000 personas el 8 de marzo, incluidos 28 marineros apresados y luego ejecutados con ametralladoras en la más pura tradición versallesca. El 10 de marzo Leo Jogiches fue asesinado; y Heinrich Dorrenbach[6] lo sería el 19 de mayo.
Y, sin embargo, las últimas palabras de Lenin en el discurso de clausura demostraron que el congreso no había cambiado en nada su análisis de la relación de fuerzas. Declaró sin vacilar que "la victoria de la revolución proletaria está asegurada en todo el mundo. La fundación de la República Internacional de Consejos está en marcha."
Amedeo Bordiga apuntó, sin embargo, un año después: "Después de que el proletariado ruso y el proletariado internacional lanzaran la consigna "régimen de sóviets" en el mundo, hemos visto cómo, al principio, se levantaba la ola revolucionaria, tras el fin de la guerra, y cómo se ponía en marcha el proletariado de todo el mundo. Hemos visto en todos los países la selección que se producía en los antiguos partidos socialistas para hacer surgir a partidos comunistas comprometidos en la lucha revolucionaria contra la burguesía. Desafortunadamente, el período siguiente fue un período de interrupción, cuando las revoluciones alemana, bávara y húngara fueron aplastadas por la burguesía".
En realidad, las debilidades significativas de la conciencia en del proletariado eran un obstáculo importante para el desarrollo revolucionario de la situación:
-Una dificultad para que esos movimientos fueran más allá de la lucha contra la guerra y alcanzaran un nivel más alto, el de la revolución proletaria. La ola revolucionaria se había construido sobre todo contra la guerra.
-El desarrollo de huelgas masivas mediante la unificación de reivindicaciones políticas y económicas siguió siendo muy frágil y, por lo tanto, poco capaz de estimular un mayor nivel de conciencia.
-La cima revolucionaria estaba a punto de alcanzarse. El movimiento ya no tenía la misma dinámica después de la derrota de las luchas en Alemania y Europa Central. La ola continuaba, sí, pero ya empezó a perder fuerza entre 1919 y 1920.
- La República de los sóviets en Rusia seguía cruelmente aislada. Seguía siendo el único bastión revolucionario con todo lo que eso podía implicar en regresión de la conciencia, tanto en su interior como en el resto del mundo.
“El movimiento obrero después de la primera guerra imperialista mundial se encuentra en un estado de división extrema. La guerra imperialista rompió la unidad formal de las organizaciones políticas que decían ser proletarias. La crisis del movimiento obrero, que ya existía antes, alcanzó su punto álgido debido a la guerra mundial y a las posiciones que había que adoptar ante ella. Todos los partidos y organizaciones anarquistas, sindicales y marxistas fueron violentamente sacudidas. Las divisiones se multiplicaron. Surgieron nuevos grupos. Se produce una delimitación política. La minoría revolucionaria de la II Internacional representada por los bolcheviques, la izquierda alemana de Luxemburg y los tribunistas holandeses, ya de por sí poco homogénea, no se encuentra ya frente a un bloque oportunista. Entre ella y los oportunistas hay todo un abanico de grupos políticos y tendencias más o menos confusas, más o menos centristas, más o menos revolucionarias, que son el resultado del movimiento general de las masas hacia la ruptura con la guerra, con la unión sagrada, con la traición de los antiguos partidos socialdemócratas. Asistimos al proceso de liquidación de los antiguos partidos cuyo colapso ha dado lugar a una multitud de grupos. Estos grupos no expresan el proceso de formación del nuevo Partido, sino, más bien, el proceso de dislocación, liquidación, muerte del viejo Partido. Esos grupos se componen sin duda de elementos para la constitución del nuevo partido, pero no son ni mucho menos la base de tal constitución. Esas corrientes expresan esencialmente la negación del pasado y no la afirmación positiva del futuro. La base del nuevo Partido de clase sólo se encuentra en la vieja izquierda, en el trabajo crítico y constructivo, en las posiciones teóricas, en los principios programáticos que la izquierda ha desarrollado durante los 20 años de su existencia y de lucha fraccional dentro del viejo Partido"[7].
Así, el medio revolucionario está muy fragmentado, compuesto por grupos que carecen de claridad, inmaduros todavía. Sólo las fracciones de izquierda de la II Internacional (los bolcheviques, los tribunistas y los espartaquistas, sólo en gran parte, pues hay mucha heterogeneidad en ellos cuando no división) son capaces de señalar el rumbo y establecer una base sólida para la fundación del nuevo partido.
Además, muchos militantes carecían de experiencia política. De los 43 delegados al congreso fundador cuyas edades se conocen, 5 tenían entre 20 y 30 años, 24 tenían más de 50 años[8] De los 42 delegados, cuya trayectoria política se puede rastrear, 17 se habían afiliado a los partidos socialdemócratas antes de la revolución rusa de 1905, mientras que 8 se habían hecho socialistas activos sólo después de 1914[9].
A pesar de su entusiasmo y pasión revolucionaria, muchos de ellos carecían de la experiencia necesaria en tales circunstancias.
Como ya decía la FFIC en 1946: "Es innegable que una de las causas históricas de la victoria de la revolución en Rusia y de su derrota en Alemania, Hungría e Italia radica en la existencia del Partido revolucionario en el momento decisivo en aquel país y su ausencia o inexistencia en éstos". La fundación de la Tercera Internacional se pospuso durante mucho tiempo debido a los diversos obstáculos que enfrentó el campo proletario durante el episodio revolucionario. En 1918-1919, consciente de que la ausencia del nuevo partido era una debilidad irreparable para la victoria de la revolución mundial, la vanguardia del proletariado fue unánime sobre la necesidad imperiosa de fundar el nuevo partido. Sin embargo, no todos se pusieron de acuerdo sobre la fecha y, sobre todo, qué método adoptar. Mientras que la gran mayoría de las organizaciones y grupos comunistas estaban a favor de fundarlo lo antes posible, el KPD, y especialmente Rosa Luxemburg y Léo Jogiches, optaron por posponer su fundación, considerando que la situación era prematura, que la conciencia comunista de las masas todavía era débil y que el medio revolucionario tampoco tenía mucha claridad[10]. El delegado del KPD en la conferencia, el camarada Albert, tenía pues el mandato de defender esa posición y no de votar a favor de la fundación inmediata de la Internacional Comunista.
“Cuando se nos dice que el proletariado necesita un centro político en su lucha, podemos decir que ese centro ya existe y que todos aquellos que se basan en el sistema de consejos ya han roto con los elementos de la clase obrera que todavía se inclinan hacia la democracia burguesa: constatamos que la ruptura se está preparando por todas partes y que se está realizando. Pero una Tercera Internacional no sólo debe ser un centro político, una institución en la que los teóricos intercambian calurosos discursos, sino que debe ser la base de un poder organizativo. Si queremos hacer de la Tercera Internacional un instrumento eficaz de lucha, si queremos convertirla en un medio de combate, entonces es necesario que también existan esas condiciones previas. Por lo tanto, en nuestra opinión, la cuestión no debería debatirse y decidirse simplemente desde un punto de vista intelectual, sino que es necesario que nos preguntemos en términos concretos si existen los fundamentos de la organización. Todavía tengo la sensación de que los camaradas que tanto presionan a favor de la fundación se dejan influir enormemente por la evolución de la Segunda Internacional, y que quieren, después de la conferencia de Berna, imponer una empresa en competencia con aquella. Esto nos parece menos importante, y cuando decimos que es necesaria una aclaración, de lo contrario los elementos indecisos se unirán a la Internacional amarilla, digo que la fundación de la Tercera Internacional no retendrá a los elementos que hoy se unen a la Segunda, y que si van allí a pesar de todo, es porque ése es su lugar"[11].
Como se puede ver, el delegado alemán advirtió contra el peligro de fundar un partido transigiendo con los principios y el esclarecimiento organizativo y programático. Aunque los bolcheviques se tomaron muy en serio las reservas de la central del KPD, no hay duda de que ellos también se vieron atrapados en esa carrera contra reloj. De Lenin a Zinóviev, de Trotski a Racovski, todos enfatizan la importancia de conseguir que se adhieran todos los partidos, organizaciones, grupos o individuos que reivindiquen, de cerca o de lejos, el comunismo y los consejos. Como se observa en una biografía de Rosa Luxemburg, "Lenin veía en la Internacional una manera de ayudar a los diversos partidos comunistas a formarse o fortalecerse"[12] por la decantación producida en la lucha contra el centrismo y el oportunismo. Para el KPD, se trataba en primer lugar de formar partidos comunistas "sólidos", con el apoyo de las masas, antes de ratificar la creación del nuevo partido.
La composición del congreso es una ilustración de la precipitación y las dificultades que se imponían a las organizaciones revolucionarias de la época. De los 51 delegados que participaron en los trabajos, habida cuenta de los retrasos, las salidas anticipadas y las ausencias temporales, unos 40 son militantes bolcheviques del partido ruso, pero también de los partidos letón, lituano, bielorruso, armenio y de la Rusia oriental. Además del partido bolchevique, sólo los partidos comunistas alemanes, polacos, austriacos y húngaros tenían existencia propia.
Las demás fuerzas invitadas al congreso eran una multitud de organizaciones, grupos o elementos no abiertamente "comunistas" sino en proceso de decantación en el seno de la socialdemocracia y el sindicalismo. La carta de invitación al Congreso convocaba a todas las fuerzas que, directa o indirectamente, apoyaban la Revolución Rusa y parecían de buena voluntad para laborar por la victoria de la revolución mundial:
“10° Es necesario aliarse con aquellos elementos del movimiento revolucionario que, aunque no hayan pertenecido a los partidos socialistas en el pasado, hoy en día se sitúan globalmente en el terreno de la dictadura del proletariado en su forma de poder de los consejos. Se trata, en primer lugar, de los elementos sindicalistas del movimiento obrero.
- 11° Es necesario, en fin, ganarse a todos los grupos u organizaciones proletarias que, sin haberse unido abiertamente a la corriente revolucionaria, manifiestan, sin embargo, en su evolución una tendencia en ese sentido"[13].
Ese método acarreó varias anomalías que atestiguan la falta de representatividad de una parte del congreso. Por ejemplo, el estadounidense Boris Reinstein no tenía mandato de su partido, el Socialist Labor Party. El holandés S.J. Rutgers representaba una liga para la propaganda socialista. Christian Racovsky[14] debía representar a la Federación Balcánica, al Tesnjaki búlgaro y al PC rumano.[15] Por lo tanto, pese a las apariencias, el congreso fundador fue sobre todo representativo de la insuficiente conciencia en la clase obrera mundial.
Todos esos elementos también muestran que gran parte de la vanguardia revolucionaria dio prioridad a la cantidad en detrimento de la clarificación previa sobre los principios organizativos. Este enfoque dio la espalda a todo el concepto que los bolcheviques habían desarrollado en los quince años anteriores. Esto ya lo puso de relieve la FFIC en 1946: "El método "estrecho" de selección sobre bases con principios más precisos, sin fijarse en los éxitos numéricos inmediatos, permitió a los bolcheviques construir el Partido que, en el momento decisivo, fue capaz de integrar en su seno y asimilar todas las energías revolucionarias y militantes de las demás corrientes y, en última instancia, conducir al proletariado a la victoria; el método "amplio", en cambio, preocupado sobre todo por reunir inmediatamente a la mayor cantidad a expensas de la precisión programática y de principios, iba a conducir a la formación de partidos de masas, verdaderos colosos con pies de barro que se derrumbarían a la primera derrota bajo la dominación del oportunismo. La formación del Partido de clase es infinitamente más difícil en los países capitalistas avanzados -donde la burguesía dispone de mil maneras de corromper la conciencia del proletariado- que en Rusia".
Cegada por la certidumbre de una victoria inminente del proletariado, la vanguardia revolucionaria subestimó en gran medida las dificultades objetivas que tenía ante sí. La euforia la llevó a dejar de lado el método "estrecho" de construcción de la organización que había sido defendida sobre todo por los bolcheviques en Rusia y en parte por los espartaquistas en Alemania. Se consideró que había que dar prioridad a una gran concentración revolucionaria que permitiera además contrarrestar a la "Internacional amarilla" que se había formado en Berna unas semanas antes. El método "amplio" dejó en segundo plano la clarificación de los principios organizativos. Parecían importar poco las confusiones que arrastraban los grupos integrados en el nuevo partido, la lucha se libraría en su seno. Por el momento, se dio prioridad a agrupamiento de la mayor cantidad posible.
Ese método "amplio" acabaría teniendo consecuencias nefastas, pues debilitaba a la IC en la futura lucha organizativa. Y así, la claridad programática del primer congreso acabó pisoteada por el empuje oportunista en un contexto de debilitamiento y degeneración de la oleada revolucionaria. Fue en el seno de la IC donde surgieron las fracciones de izquierda que criticarían la insuficiente ruptura con la II Internacional. Como veremos más adelante, las posiciones defendidas y desarrolladas por esos grupos respondieron a los problemas que se planteaban en la IC ante el nuevo período de decadencia del capitalismo
(Continuará).
Narek, 4 de marzo de 2019.
[2] La conferencia de Berna de febrero de 1919 fue un “intento de resucitar el cadáver de la Segunda Internacional" y a la cual "el Centro" envió a sus representantes.
[3] Para más amplio conocimiento, véase el artículo "Marzo de 1919: fundación de la Internacional Comunista”, Revista Internacional n°57, 2º trimestre de 1989.
[4] Internationalisme, "A propos du Premier Congrès du Parti communiste internationaliste d’Italie" (Sobre el Primer Congreso del Partido comunista internacionalista de Italia), n° 7, enero-febrero de 1946
[5] Lenin, Obras, t. XXVIII.
[6] Comandante de la división de la marina popular en Berlín en 1918. Tras la derrota de enero, se refugió en Brunswick luego en Eisenach. Lo detuvieron y ejecutaron en mayo de 1919.
[7] Internationalisme, "A propos du Premier Congrès du Parti communiste internationaliste d’Italie" (Sobre el Primer Congreso del Partido Comunista Internacionalista de Italia), n° 7, enero-febrero de 1946
[8] Founding the Communist International: The Communist International in Lenin's Time. Proceedings and Documents of the First Congress : March 1919, Editado por John Riddell, Nueva York, 1987, “Introduction”, p. 19
[9] Ibídem.
[10] Ese es el mandato que dieron (en la primera quincena de enero) al delegado del KPD para la convención de fundación. Esto no significa que Rosa Luxemburg, por ejemplo, se opusiera en principio a la fundación de una internacional. Todo lo contrario.
[11] Intervención del delegado alemán el 4 de marzo de 1919, en el Primer Congreso de la Internacional Comunista, textos completos publicados bajo la dirección de Pierre Broué, Etudes et documentation internationales, 1974.
[12] Gilbert Badia, Rosa Luxemburg. Journaliste, polémiste, révolutionnaire, Ediciones sociales, 1975.
[13] "Carta de invitación al congreso", https://www.marxists.org/espanol/comintern/eis/4-Primeros3-Inter-2-edic.pdf [13]
[14] uno de los delegados más influyentes y decididos para una fundación inmediata de la IC.
[15] Pierre Broué, Histoire de l’Internationale Communiste (1919-1943), Fayard, 1997, p 79.
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Artículo publicado por primera vez en Internationalisme nº 7 - Año 1946 órgano de la Gauche Communiste de France
Para estimular la discusión sobre la formación del futuro partido mundial de la revolución, publicamos a continuación dos capítulos de un artículo de Internationalisme nº 7 de enero de 1946, titulado “À propos du 1er congrès du Parti communiste internationaliste d’Italie’’ (Acerca del primer congreso del Partido Comunista Internacionalista de Italia) La revista Internationalisme era el órgano teórico de la Fracción Francesa de la Izquierda Comunista (FFGC), es decir, el grupo más claro políticamente del período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. A finales de 1945, la Fracción se transformó en Izquierda Comunista de France (GCF) para evitar confusiones con una escisión formada por militantes franceses que la habían abandonado y que habían tomado el mismo nombre (FFGC- bis).
Este artículo (que publicaremos íntegramente en nuestra página web) desarrolla, a partir de las lecciones de la degeneración de la Tercera Internacional, los criterios que deben regir la constitución de un futuro partido mundial. Los dos capítulos publicados en esta Revista -el primero "La Fracción de Izquierda" y el sexto "Método de formación del Partido" - ofrecen una visión general de los temas políticos que surgieron desde la fundación de la III Internacional con una argumentación coherente. Son como un puente entre el período de la primera posguerra y el de la segunda, basándose en la valoración hecha por la Fracción italiana en los años treinta, mientras que los demás capítulos están más bien dedicados a la polémica con posiciones y corrientes más específicas de los años cuarenta, como el RKD (Revolutionäre Kommunisten Deutschlands, ex-trotskistas austriacos) y Vercesi (esos capítulos son también muy interesantes pero no pueden incluirse en la revista impresa).
Resumiendo, brevemente, los criterios para la fundación del partido son, por un lado, un camino abierto hacia la reanudación de la lucha ofensiva del proletariado y, por otro, la existencia de una base programática sólida para el nuevo partido.
En aquellos años, después de la reunión del primer congreso del Partido Comunista Internacionalista de Italia en Turín a finales de diciembre de 1945, la GCF consideró que se había cumplido la primera condición: un nuevo curso favorable. Por lo tanto, sobre esa base, saluda la transformación de la Fracción de Izquierda italiana "al dar nacimiento al nuevo Partido del Proletariado" (capítulo "La Fracción de Izquierda"). Pero, poco más tarde, en 1946, la GCF se dio cuenta de que el período de la contrarrevolución no había terminado y que, por lo tanto, no se daban las condiciones objetivas para la formación del Partido. Por ello dejó de publicar su revista de agitación L'Étincelle, creyendo que la perspectiva de una reanudación histórica de la lucha de clases no estaba al orden del día. La última publicación de L'Etincelle data de noviembre de 1946.
Además, la GCF critica severamente el método utilizado para formar el partido italiano, mediante la "adición de corrientes y tendencias" sobre una base programática heterogénea (capítulo "Método de formación del partido"), de la misma manera que había criticado (en el mismo capítulo) el método de formación de la IC, al hacer una "amalgama en torno a un programa deliberadamente inacabado” y oportunista[1], que daba así la espalda al método que construcción del partido bolchevique.
El mérito del artículo de Internationalisme es haber insistido en el rigor necesario en el programa, un rigor ausente en el partido recién constituido en Italia. El artículo, escrito unos 25 años después de la fundación de la Comintern, y unas semanas después del congreso de PCInt es sin lugar a duda la crítica más consistente al método del Partido Bolchevique para fundar la Internacional Comunista. Internationalisme fue también la única publicación del movimiento de la Izquierda Comunista de aquel entonces en poner de relieve el método oportunista del PCInt.
La GCF es, en este sentido, un ejemplo de continuidad con el método de Marx y Engels cuando se fundó el Partido Socialdemócrata Alemán en Gotha en 1875 (ver la Crítica al programa de Gotha), un método que rechazaba las bases confusas y oportunistas en las que se fundó el SAPD[2]. Continuidad también con la actitud de Rosa Luxemburg hacia el oportunismo del revisionista Bernstein en la Socialdemocracia alemana 25 años después, pero también continuidad con la de Lenin hacia los mencheviques en lo que a principios organizativos se refiere. Finalmente, continuidad con la actitud de Bilan frente al oportunismo de la corriente trotskista durante los años 30. Fue gracias a esa intransigencia en defensa de las posiciones programáticas y de los principios organizativos que hubo gente procedente de la corriente trotskista (como los RKD) que pudo orientarse hacia la defensa del internacionalismo durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, mantener bien alta la bandera del internacionalismo en contra de los "partisanos", defender la intransigencia contra el oportunismo fue una condición para que las fuerzas internacionalistas encontraran una brújula política.
En esta presentación debemos precisar una formulación sobre la lucha de la Spartakusbund (Liga Espartaquista) durante la Primera Guerra Mundial. El artículo dice en el capítulo 6: "La experiencia de Spartakusbund es esclarecedora al respecto. Su fusión con los Independientes no condujo, como esperaban, a la creación de un partido de clase fuerte, sino que acabó en la asfixia de Spartakusbund por los independientes y el debilitamiento del proletariado alemán. Rosa Luxemburg, antes de ser asesinada, y otros líderes de Spartakusbund parecían haberse dado cuenta de ese error de haberse fusionado con los Independientes y tendían a corregirlo. Pero ese error no sólo fue mantenido por la IC en Alemania, sino que se convirtió en el método practicado, impuesto por la IC, en todos los países para la formación de los partidos comunistas". No es cierto que se hubiera producido una fusión de la Spartakusbund con el USPD. El partido USPD fue fundado por el SAG (Sozialistische Arbeitsgemeinschaft, Grupo de Trabajo Socialista); el grupo "Die Internationale" (Spartakusbund) pasó a formar parte de él. Pero no fue una fusión como tal, pues ésta implicaría la disolución de la organización que se fusiona con la otra. De hecho, los espartaquistas mantuvieron su independencia organizativa y su capacidad de acción al tiempo que se proponían el objetivo de atraer a la izquierda de aquella formación a sus posiciones. Muy diferente fue el método de la IC a través de la fusión de diferentes grupos en un solo partido, "abandonando" la selección necesaria en aras de la "adición", "sacrificando los principios en aras de la cantidad".
Hay que rectificar también un error factual en este artículo. Se dice: "En Inglaterra, la IC obligará a los grupos comunistas a unirse al Partido Laborista Independiente para formar una oposición revolucionaria masiva dentro de ese partido reformista”. En realidad, lo que exigió la IC fue ni más ni menos que la integración pura y simple de los comunistas en el Partido Laborista. Este error de detalle no altera la sustancia del argumento de Internationalisme.
(14 de mayo de 2019)
(Internationalisme 1946)
A finales de 1945 se celebró el primer Congreso del recién formado Partido Comunista Internacionalista de Italia.
Este nuevo Partido del proletariado no surgió espontáneamente de la nada. Es el resultado de un proceso que comienza con la degeneración del antiguo Partido Comunista y de la Internacional Comunista. Esta degeneración oportunista hizo surgir dentro del propio partido la respuesta histórica de la clase: la Fracción de Izquierda.
Como todos los partidos comunistas formados después de la Primera Guerra Mundial, el Partido Comunista de Italia se componía de corrientes oportunistas y de corrientes revolucionarias en el momento de su formación.
La victoria revolucionaria del proletariado ruso y del Partido Bolchevique de Lenin en octubre de 1917, mediante su influencia decisiva en el movimiento obrero internacional, aceleró el proceso completándolo y precipitando la diferenciación y delimitación organizativa y política entre revolucionarios y oportunistas que convivían en los antiguos partidos socialistas de la II Internacional. La guerra de 1914 rompió esa unidad imposible que existía en los viejos partidos.
La Revolución de Octubre tuvo que acelerar la constitución de los nuevos partidos del proletariado. Pero esta influencia positiva de la Revolución de Octubre también contenía elementos negativos.
Al apresurar la formación de nuevos partidos, se impidió que la construcción se llevara a cabo basándose en la claridad de principios y un programa revolucionario. Estos sólo pueden ser elaborados después de una lucha política franca e inflexible para eliminar las corrientes oportunistas y los residuos de la ideología burguesa.
Al no haberse concluido el programa de la revolución, los antiguos Partidos Comunistas, construidos demasiado apresuradamente sobre la base de un apego sentimental a la Revolución de Octubre, ofrecieron demasiadas grietas a la penetración del oportunismo en los nuevos partidos del proletariado.
Además, la IC y los partidos comunistas de los distintos países verán, desde su fundación, cómo vuelve a resurgir la lucha entre revolucionarios y oportunistas. La lucha ideológica (que tenía que haberse hecho de antemano y haber sido la condición para la construcción del partido, que sólo puede protegerse de la gangrena oportunista mediante la formulación de principios y la construcción del programa) no se produjo sino después de la constitución de los partidos. De hecho, los antiguos partidos comunistas no sólo introdujeron la semilla del oportunismo en su seno a causa de su propia constitución, sino que además hicieron más difícil la lucha de las corrientes revolucionarias contra el oportunismo superviviente y camuflado dentro del propio nuevo Partido. Cada derrota del proletariado, al modificar la relación de fuerzas entre clases en contra de éste, promovió inevitablemente el fortalecimiento de las posiciones del oportunismo en el Partido, lo que a su vez se convirtió en un factor adicional de las derrotas posteriores del proletariado.
Si el desarrollo de la lucha entre las corrientes en el Partido alcanzó rápidamente un nivel tan alto de agudeza, ello se debe al período histórico en que vivimos. La Revolución proletaria salió fuera de las esferas de la especulación teórica. De haber sido ayer un ideal lejano se ha convertido hoy en un problema de actividad práctica e inmediata.
El oportunismo ya no se manifiesta en elucubraciones teóricas librescas que actúan como un veneno lento en el cerebro de los proletarios. En el momento actual de aguda lucha de clases, el oportunismo tiene una repercusión inmediata y se paga con millones de vidas de proletarios y de derrotas sangrientas de la Revolución. El oportunismo que surgió y se fortaleció en la IC y sus partidos fue la baza y el auxiliar principal del capitalismo contra la revolución al ser la extensión del enemigo de clase dentro del órgano tan decisivo del proletariado. Los revolucionarios no podían oponerse al Partido sino era consolidando su Fracción y proclamando la lucha abierta y a muerte contra él. La constitución de la Fracción significa que el Partido se convirtió en el teatro donde las expresiones de clases opuestas y antagónicas se enfrentan entre sí.
Significó el grito de guerra de los revolucionarios para salvaguardar al Partido de y para la clase, contra el capitalismo y sus agentes oportunistas y centristas, que tendían a apoderarse de él y convertirlo en un instrumento contra el proletariado.
La lucha entre la Fracción Comunista de Izquierda y las fracciones de centro y derecha por el Partido no es una lucha por la "dirección" del aparato, sino esencialmente programática; es un aspecto de la lucha general entre revolución y contrarrevolución, entre capitalismo y proletariado.
Esta lucha sigue el curso objetivo de las situaciones, los cambios en el equilibrio de poder entre las clases y está condicionada por ellas.
La única alternativa es: o triunfa el programa de la Fracción de Izquierda y queda eliminado el oportunismo, o, si no, es la traición abierta del Partido puesto al servicio del capitalismo. Pero cualquiera que sea el resultado de esa alternativa, el surgimiento de la Fracción significa que la continuidad histórica y política de la clase ha pasado definitivamente del Partido a la fracción y que ésta es la única que, desde entonces, expresa y representa a la clase.
De igual modo que el viejo Partido sólo pudo ser salvarse por el triunfo de la Fracción; de igual modo que la alternativa a la traición del viejo Partido, que remataba así su curso irremediable bajo la dirección del centrismo, el nuevo partido de clase sólo puede formarse sobre las bases programáticas de la Fracción.
La continuidad histórica de la clase se realiza mediante la sucesión Partido-fracción-Partido. Es ésa una de las nociones fundamentales de la Izquierda Comunista Internacional. Esta posición ha sido durante mucho tiempo un postulado teórico. La formación del PCInt de Italia y su Primer Congreso confirman históricamente la exactitud de este postulado.
La Fracción de Izquierda italiana, después de 20 años de lucha contra el centrismo, ha completado su función histórica transformándose y haciendo surgir el nuevo Partido del Proletariado.
Internationalisme nº 7
Si bien es cierto que la constitución del Partido está determinada por condiciones objetivas y no puede ser el resultado de la voluntad individual, el método utilizado para tal constitución ha dependido más directamente de un "subjetivismo" de los grupos y militantes que en él han participado. Son ellos los que sienten la necesidad de la constitución del Partido y la traducen en sus acciones. El elemento subjetivo también se convierte en un factor determinante en el proceso y lo sigue; e imprime una orientación para el desarrollo ulterior del Partido. Sin caer en un fatalismo impotente, sería muy peligroso ignorar las graves consecuencias que se derivan de la forma en que los hombres realizan y llevan a cabo las tareas de cuya necesidad objetiva han tomado conciencia.
La experiencia nos enseña la importancia decisiva del problema del método de constitución del Partido. Sólo los ignorantes o los descerebrados, aquellos para quienes la historia comienza sólo con su propia actividad, pueden darse el lujo de ignorar toda la rica y dolorosa experiencia de la Tercera Internacional. Y no es menos grave que ver a militantes muy jóvenes, que apenas han entrado en el movimiento obrero y en la Izquierda Comunista, no sólo contentarse con su ignorancia y acomodarse a ella, sino que la convierten en la base de su pretenciosa arrogancia.
El movimiento obrero tras la primera guerra imperialista mundial se encuentra en un estado de división extrema. La guerra imperialista rompió la unidad formal de las organizaciones políticas que reivindicaban al proletariado. La crisis del movimiento obrero, que ya existía antes, alcanzó su punto más álgido debido a la guerra mundial y a las posiciones que había que adoptar en respuesta a ella. Todos los partidos y organizaciones anarquistas, sindicales y marxistas se vieron violentamente zarandeadas. Se multiplicaron las divisiones. Surgieron nuevos grupos. Se produjo una delimitación política. La minoría revolucionaria de la II Internacional representada por los bolcheviques, la izquierda alemana de R. Luxemburg y los tribunistas holandeses, ya de por sí poco homogénea, dejó de estar frente a un bloque oportunista, pues entre ella y los oportunistas había un arco iris de grupos políticos y tendencias más o menos confusas, más o menos centristas, más o menos revolucionarias, que representaban un desplazamiento general de las masas que estaban separándose de la guerra, rompiendo con la unión sagrada, con la traición de los antiguos partidos socialdemócratas. Se asistió entonces al proceso de liquidación de los antiguos partidos cuyo desmoronamiento engendró una multitud de grupos. Estos grupos no eran tanto la expresión del proceso de formación del nuevo Partido, sino más bien el proceso de dislocación, liquidación y muerte del viejo Partido. Esos grupos contenían sin duda elementos para la formación del nuevo partido, pero no eran, en modo alguno, la base de tal formación. Aquellas corrientes expresaban esencialmente la negación del pasado y no la afirmación positiva del futuro. La base del nuevo Partido de clase no era sino la de la vieja izquierda y su labor crítica y constructiva, en las posiciones teóricas, en los principios programáticos que había elaborado durante los 20 años de su existencia y de su lucha fraccionaria dentro del antiguo Partido.
La revolución de octubre de 1917 en Rusia enardeció el entusiasmo entre las masas y aceleró el proceso de liquidación de los antiguos partidos, de la traición. Al mismo tiempo, planteó, de manera candente, el problema de la constitución del nuevo Partido y de la nueva Internacional. La antigua izquierda, los bolcheviques, los espartaquistas, se vieron abrumados por el rápido desarrollo de la situación objetiva, por el empuje revolucionario de las masas. Su precipitación en la construcción del nuevo Partido correspondía y era el resultado de la precipitación de acontecimientos revolucionarios en el mundo. Es innegable que una de las causas históricas de la victoria de la revolución en Rusia y su derrota en Alemania, Hungría e Italia radica en la existencia del Partido revolucionario en el momento decisivo en aquel país y en su ausencia o inexistencia en éstos últimos. Por eso, los revolucionarios trataron de cerrar la brecha entre la madurez de la situación objetiva y la inmadurez del factor subjetivo (la ausencia del Partido) mediante una amplia confluencia de grupos y corrientes políticamente heterogéneos, proclamando tal reunión como nuevo Partido.
El método "estrecho" (la selección basada en los principios más precisos, sin fijarse en los éxitos numéricos inmediatos) había permitido a los bolcheviques construir el Partido que, en el momento decisivo, fue capaz de integrar en su seno y asimilar todas las energías y militantes revolucionarios de las demás corrientes y, en última instancia, dirigir al proletariado hacia la victoria. El método "amplio", en cambio, preocupado sobre todo por reunir inmediatamente al mayor número de miembros a expensas de la precisión programática y de principios, debía conducir a la constitución de los Partidos de masas, colosos con pies de barro que acabarían cayendo, ante la primera derrota, en manos del oportunismo. La formación del Partido de clase es infinitamente más difícil en los países capitalistas avanzados -donde la burguesía conoce mil maneras de corromper la conciencia del proletariado- que en Rusia.
La IC creía que podía superar las dificultades utilizando métodos distintos al que había ganado en Rusia. La construcción del partido no es un problema de habilidades, sino esencialmente un problema de solidez programática.
Contra la mayor fuerza ideológica corruptora del capitalismo y sus agentes, lo único que el proletariado puede oponer es una mayor severidad e intransigencia de principios de su programa de clase. Por muy lento que parezca ese camino hacia la construcción del Partido, a los revolucionarios no les queda otro, sino es, como la experiencia ha demostrado, el que conduce a la bancarrota.
La experiencia de Spartakusbund es esclarecedora al respecto. Su fusión con los Independientes no condujo, como esperaban, a la creación de un partido de clase fuerte, sino que acabó en la asfixia de Spartakusbund por los independientes y el debilitamiento del proletariado alemán. Rosa Luxemburg, antes de ser asesinada, y otros líderes de Spartakusbund parecían haberse dado cuenta de ese error de haberse fusionado con los Independientes y tendían a corregirlo. Pero ese error no sólo fue mantenido por la IC en Alemania, sino que se convirtió en el método practicado, impuesto por la IC, en todos los países para la formación de los partidos comunistas.
En Francia, la IC "hará" un Partido Comunista mediante la fusión y unificación impuesta entre grupos de sindicalistas revolucionarios, grupos internacionalistas del Partido Socialista y la tendencia centrista, corrupta y podrida de los parlamentarios, dirigida por Frossard y Cachin.
En Italia, la IC también exigirá a la Fracción Abstencionista de Bordiga fundar una sola organización con las tendencias centristas y oportunistas de Ordine Nuovo y Serrati.
En Inglaterra, la IC obligará a los grupos comunistas a unirse al Partido Laborista Independiente para formar una oposición revolucionaria masiva dentro de ese partido reformista.
En resumen, el método que utilizará la IC para "construir" los partidos comunistas será el contrario al método utilizado y comprobado en la construcción del Partido Bolchevique.
Ya no es la lucha ideológica en torno al programa, la eliminación progresiva de las posiciones oportunistas lo que, mediante el triunfo de la Fracción Revolucionaria coherente, servirá de base para la construcción del Partido, sino la suma de diferentes tendencias, una amalgama en torno a un programa deliberadamente inacabado lo que servirá de base. Se abandonará la selección a favor de la suma, y se sacrificarán los principios en aras de la cantidad.
¿Cómo pudieron los bolcheviques y Lenin tomar el camino que ellos mismos habían condenado y combatido durante 20 años en Rusia? ¿Cómo puede explicarse el cambio en el método de formación del Partido, para los bolcheviques, entre antes y después de 1917? Lenin no se hacía ilusiones sobre los líderes oportunistas y centristas, sobre la conversión de los Frossard y otros Ledebour a la revolución, sobre la valía de los revolucionarios de última hora. Lenin no podía ignorar el peligro que representaba la admisión de toda aquella escoria en los partidos comunistas. Si decidió admitirlos, es porque estaba sometido a la precipitación de los acontecimientos, porque creía que esos elementos, en el desarrollo mismo de los acontecimientos, serían eliminados gradual y definitivamente del Partido. Lo que permitió a Lenin inaugurar el nuevo método es que se basaba en dos nuevos hechos que, en su opinión, ofrecían una garantía suficiente: la preponderancia política del Partido Bolchevique en la IC y el desarrollo objetivo del curso revolucionario. La experiencia ha demostrado desde entonces que Lenin cometió un error colosal al subestimar el peligro de una degeneración oportunista, siempre posible, de un partido revolucionario y tanto más favorecida cuando la formación del Partido no se basa en la eliminación de las tendencias oportunistas sino en camuflarlas, sumarlas, incorporarlas como elementos constitutivos del nuevo Partido.
Contra el método "amplio" de agregar que triunfó en la IC, la izquierda recordó con energía el método de seleccionar que era el de Lenin antes de la Revolución de Octubre. Y es uno de los mayores méritos de Bordiga y su fracción el haber luchado con la mayor energía contra el método de la IC y haber puesto de relieve el error del método de formación del Partido y las graves consecuencias que tuvo para el desarrollo ulterior de los partidos comunistas. Si la fracción de Bordiga finalmente aceptó formar el Partido Comunista de Italia junto con la facción "Ordine Nuovo", lo hizo sometiéndose a la decisión de la IC, después de haber formulado las críticas más severas y haber mantenido sus posiciones, unas posiciones que la fracción mantuvo en espera de hacerlas triunfar en las crisis inevitables dentro del Partido y tras la propia experiencia histórica viva y concreta.
Se puede decir hoy [1946] que de igual modo que la ausencia de partidos comunistas durante la primera ola de la revolución de 1918-20 fue una de las causas de su fracaso, el método de formación de los partidos en 1920-21, fue también una de las causas principales de la degeneración de los PC y la IC.
No es de extrañar que hoy, 23 años después de la discusión entre Bordiga y Lenin, se repita el mismo error en la propia formación del PCInt de Italia. El método de la IC, tan violentamente combatido por la Fracción de Izquierda (de Bordiga) y cuyas consecuencias fueron catastróficas para el proletariado, es hoy asumido por la propia Fracción para la construcción del PCInt de Italia.
Muchos camaradas de la Izquierda Comunista Internacional parecen estar sufriendo de amnesia política. Y, en caso de que recuerden las posiciones críticas de la izquierda sobre la constitución del Partido, quizás ahora crean que pueden saltárselas. Creen que el peligro de ese método está circunscrito y hasta totalmente anulado porque lo aplica la Fracción de Izquierda, es decir, el organismo que fue capaz de resistir a la degeneración oportunista de la IC durante 25 años. Volvemos así a caer en los argumentos de los bolcheviques. Lenin y los bolcheviques también creían que, como eran ellos los que aplicaban tal método, estaba garantizado. La historia demuestra que no hay infalibilidad. Ningún partido, sea cual sea su pasado revolucionario, está inmunizado contra la degeneración oportunista. Los bolcheviques tenían como mínimo tantos títulos revolucionarios que hacer valer como la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista. No sólo habían resistido al oportunismo de la II Internacional, la traición ante la guerra imperialista, no sólo habían formado el Partido, sino que también habían conducido al proletariado a la victoria. Pero todo este glorioso pasado -que ninguna otra fracción tiene todavía en su haber- no inmunizó al Partido Bolchevique. Cada error es una brecha en la armadura del Partido a través del cual se infiltra la influencia del enemigo de clase. Los errores tienen sus consecuencias lógicas.
El Partido Comunista Internacional de Italia se "construye" mediante la fusión, la adhesión de grupos y tendencias tan opuestos políticamente entre sí como lo eran la Fracción Abstencionista de Bordiga y "Ordine Nuovo" cuando se fundó el PC en 1921. En el nuevo Partido ocupan sus lugares, en igualdad de condiciones, la Fracción italiana y la Fracción Vercesi, la cual había sido excluida por su participación en el Comité de Coalición Antifascista. No es ya sólo una repetición del error metodológico de hace 25 años, sino incluso una repetición agravada.
Al formular nuestra crítica al método de creación del PCInt de Italia, nos limitamos a adoptar la posición de la Fracción Italiana, que ahora abandona. Y así como Bordiga seguía a Lenin contra el propio error de Lenin, lo único que hacemos es seguir la política de Lenin y Bordiga ante el abandono de sus posiciones por parte de la Fracción Italiana.
El nuevo partido no es una unidad política, sino un conglomerado, una suma de tendencias que inevitablemente habrán de emerger y chocar entre sí. El armisticio actual será muy temporal. La eliminación de una u otra corriente es inevitable. Tarde o temprano, será necesaria una delimitación política y organizativa. De nuevo, como hace 25 años, el problema es: ¿Quién saldrá vencedor?
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La primera parte de este artículo se encuentra en:https://es.internationalism.org/revista-internacional/201804/4300/el-com... [17]
En nuestro anterior artículo de esta serie republicamos el texto “Salud a Socialismo o Barbarie” que fue escrito por la Izquierda Comunista de Francia (GCF) en 1948, y que representa una clara toma de posición respecto a un movimiento trotskista que había abandonado sus credenciales proletarias, al participar en la segunda guerra mundial imperialista:
“El trotskismo que fue una de las reacciones proletarias en la Internacional Comunista en el curso de sus primeros años de degeneración, no ha superado nunca su posición de oposición, a pesar de su constitución formal en partido orgánicamente separado. Permaneciendo atado a los PC – a los que siempre ha considerado como partidos obreros – en los que ha triunfado el estalinismo, el trotskismo se unce a éste constituyéndose en su apéndice. Amarrado ideológicamente al estalinismo le acompaña como si fuese su sombra. Toda la actividad del trotskismo desde hace 15 años así lo demuestra”.
Señalando, además:
“Esto no quiere decir que obreros revolucionarios, relativamente educados, no puedan quedar entrampados en sus filas. Al contrario, como organización, como medio político, el trotskismo, en lugar de favorecer la formación de un pensamiento revolucionario partiendo de los organismos (fracciones y tendencias) que así lo expresan, es el medio orgánico de su pudrimiento. Esta es una regla general válida para cualquier organización política ajena al proletariado, aplicable al trotskismo como al estalinismo, y plenamente verificable con la experiencia. Conocemos al trotskismo desde hace 15 años siempre en continua crisis, con escisiones y unificaciones, seguidas de nuevas escisiones y crisis, pero no sabemos de ejemplos en que estas hayan dado lugar a la formación de una tendencia revolucionaria verdadera y viable. Eso significa que el trotskismo no segrega en su interior ningún fermento revolucionario. Al contrario, lo aniquila. El fermento revolucionario esta pues condicionado en su existencia y desarrollo a situarse fuera de los marcos organizacionales e ideológicos del trotskismo”[1].
Por haberse constituido como una tendencia interna en el seno del partido trotskista francés - el Partido Comunista Internacionalista -, la reacción inicial de la Izquierda Comunista Francesa (GCF) frente a la llamada “Tendencia Chaulieu-Montal”[2] fue la de expresar severas dudas sobre las posibilidades de su evolución. Tras la ruptura con el PCI y la formación del grupo Socialismo o Barbarie (SoB), la GCF reconoció que efectivamente se había producido esa ruptura y lo saludó. Eso no impidió que la GCF alertara sobre el hecho de que el nuevo grupo seguía estando marcado por rasgos de su pasado trotskista (como la cuestión sindical, por ejemplo, o su relación con la revista Les Temps Modernes que publicaba el filósofo Jean Paul Sartre), así como una actitud de inusitada arrogancia hacia las corrientes revolucionarias que habían llegado a conclusiones similares a las de Socialismo o Barbarie, mucho antes de que ésta rompiese con el trotskismo.
En este nuevo artículo, vamos a tratar de mostrar lo acertado de esta prevención de la GCF en su bienvenida a SoB; y lo difícil que resultaba para aquellos que habían crecido en el seno del ambiente corrompido del trotskismo romper, de forma efectiva, con las ideas y actitudes de éste. Examinaremos la trayectoria política y la actividad de dos militantes – Castoriadis y Grandizo Munis – que formaron tendencias paralelas en el movimiento trotskista de finales de los años 40, y que rompieron con éste en un momento parecido. La elección de estos dos militantes es pertinente no sólo porque ambos ilustran el problema general de la ruptura con el trotskismo, sino porque ambos también, escribieron, y mucho, sobre la cuestión en que se basa esta serie: el contenido de la revolución socialista.
A finales de los años 40 y principios de los 50, tanto Castoriadis como Munis eran, incuestionablemente, militantes de la clase obrera. Munis lo siguió siendo toda su vida[3].
En su juventud y en la Grecia ocupada, Castoriadis abandonó el Partido Comunista al oponerse a la política de éste de apoyo (e incluso dirección) de la Resistencia nacionalista. Se orientó, en su lugar, hacia el grupo de Agis Stinas[4] que, aunque formalmente era miembro de la Cuarta Internacional, se oponía intransigentemente a apoyar a ninguno de los dos bandos de la guerra imperialista y tampoco a los frentes de la Resistencia. Mal informado sobre la auténtica realidad de la traición del movimiento trotskista, este grupo pensaba que su posición era la posición “normal” de cualquier grupo internacionalista, puesto que estaba en continuidad con la postura defendida por Lenin ante la Primera Guerra Mundial.
Amenazado tanto por fascistas como por estalinistas, Castoriadis abandonó Grecia al final de la guerra y se estableció en Francia, donde se integró en la principal organización trotskista de ese país, el PCI. Tras formar una tendencia de oposición en el seno del PCI (la tendencia Chalieu-Montal a la que se refería la Izquierda Comunista de Francia), se escindió del partido para formar el grupo SoB. El documento en el que se justificó esta escisión (“Carta abierta a los militantes del PCI y de la IVª Internacional [18]”, disponible en francés.), y que apareció publicado en el primer número de la revista Socialismo o Barbarie, desarrollaba una crítica en profundidad de la vacuidad teórica del movimiento trotskista, y de su incapacidad de actuar sin ser un mero apéndice del estalinismo, tanto en su visión de que la URSS jugaba aún un papel históricamente progresista al edificar un nuevo – aunque deformado – estado “obrero” en Europa del Este, como en cuanto a su seguidismo respecto a la coalición entre el PS y el PC, que había participado en el gobierno de reconstrucción en Francia vigilando la aplicación de una feroz intensificación de la explotación. Se mostraba especialmente crítico con una Cuarta Internacional que veía con buenos ojos la disidencia de Tito en Yugoslavia, pues esto suponía una clara ruptura con la posición defendida por Trotsky de que el estalinismo no podía ser reformado.
Al final de su vida, Trotsky había argumentado que, si la URSS salía de la guerra sin ser derrocada por una revolución proletaria, su corriente tendría que revisar su posición de que se tratase realmente un estado obrero, concluyendo que sería, por el contrario, el resultado de una nueva era de barbarie. Hay vestigios de esta postura en la caracterización inicial de SoB respecto a la burocracia vista como una nueva clase explotadora, haciéndose eco de los análisis sobre el “colectivismo burocrático” de Rizzi y de Sheachtman, que definían a la URSS como “ni capitalista ni comunista”; si bien, como reconoció la GCF, el grupo pronto se orientó hacia la noción de un nuevo capitalismo burocrático. En un texto que apareció en SoB nº2, como “Las relaciones de producción en Rusia” [19], Castoriadis no dudó en criticar el análisis del mismo Trotsky que definía la URSS como un sistema con un modo capitalista de distribución, pero un modo esencialmente socialista de producción. Esta separación entre distribución y producción resultaba, para Castoriadis, contraria a la crítica marxista de la economía política. En esa misma línea de un esfuerzo por aplicar un análisis marxista a la situación histórica mundial, SoB veía que la tendencia a la burocratización era no solo global, sino que expresaba igualmente la decadencia del sistema capitalista. Esta posición explica también el nombre que el nuevo grupo dio a su revista: Socialismo o Barbarie. En particular tanto en la carta abierta como en los primeros años de SoB este grupo consideraba que, en ausencia de una revolución proletaria, sería inevitable una nueva guerra mundial entre los bloques del Este y del Oeste.
En cuanto a Munis, su coraje como militante proletario es especialmente destacable. Junto a sus camaradas de la Sección Bolchevique Leninista - uno de los dos grupos trotskistas activos durante la guerra de España -, y junto a los disidentes anarquistas de los Amigos de Durruti[5], Munis luchó en las barricadas levantadas en Barcelona durante el levantamiento de los trabajadores contra el gobierno republicano estalinista, en mayo de 1937[6]. Encarcelado por los estalinistas hacia el final de la guerra escapó por poco a un pelotón de fusilamiento y huyó a México donde reinició su actividad en el movimiento trotskista, tomando la palabra durante los funerales de Trotsky, y ejerciendo una notable influencia en la evolución de política de Natalia Trotsky (Sedova), que, al igual que Munis, fue haciéndose cada vez más más crítica respecto a la postura oficial del trotskismo ante la guerra imperialista y la defensa de la URSS.
Una de sus críticas principales a la posición defendida por la Cuarta Internacional ante la guerra está contenida en su respuesta a la defensa que hizo James Cannon – en el juicio por sedición al que se sometió a éste en Minneapolis -, de la política sostenida por el Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos, y que básicamente había consistido en una aplicación de la “política militar proletaria”, consistente en situar la guerra de USA contra el fascismo bajo “control obrero”. Para Munis esto significaba una completa capitulación ante el esfuerzo de guerra de una potencia imperialista. Rechazando tajantemente, aunque también tardíamente, la defensa de la URSS[7], Munis también escribió en 1947, junto a Natalia Sedova y el poeta surrealista Benjamín Peret, una carta abierta al PCI[8], en la que insistían en que rechazar la defensa de la URSS se había convertido en una urgente necesidad para los revolucionarios. Al igual que la carta de Chaulieu- Montal, este documento denunciaba el apoyo de los trotskistas al régimen estalinista en el Este (aunque no alcanzaba aún a exponer un análisis definitivo sobre la naturaleza de este régimen), y a los gobiernos PS-PC en el Oeste. Esta carta estaba más focalizada que la escrita por Chaulieu-Montal en cuanto a la cuestión de la Segunda Guerra Mundial y a la traición del internacionalismo por amplios sectores del movimiento trotskista a través del apoyo de estos al antifascismo, a los movimientos de Resistencia, y a la defensa de la URSS. Afirmaba contundentemente también la idea de que las nacionalizaciones, que los trotskistas situaban como una de las principales reivindicaciones de sus “demandas programáticas”, no suponían otra cosa que un reforzamiento del capitalismo. Y si bien la carta albergaba aún cierta esperanza en una revitalización de la IVª Internacional liberada del oportunismo, y en su final llamaba a un trabajo conjunto con la tendencia Chaulieu – Montal en el seno de la internacional; lo cierto es que la corriente en torno a Munis rompió muy pronto sus vínculos con esta falsa internacional y conformó un grupo independiente (la Unión Obrera Internacional) que, al igual que Socialismo o Barbarie, entró en discusiones con los grupos de la Izquierda Comunista.
Volveremos más adelante sobre la ulterior trayectoria política de Castoriadis y Munis. Nuestra intención principal ahora es examinar como, en un período dominado por las concepciones sobre el socialismo de socialdemócratas y estalinistas, un período marcado por el reflujo de la clase obrera y el creciente aislamiento de la minoría revolucionaria; ambos militantes intentaron elaborar una visión de un auténtico camino a un futuro comunista. Comenzaremos con Castoriadis que dedicó tres artículos titulados “El contenido del socialismo” (CS) que fueron publicados entre 1955 y 1958 en Socialismo o Barbarie[9], y que constituyen, sin duda alguna, su más ambiciosa tentativa de criticar las falsedades dominantes sobre el verdadero significado del socialismo, y de plantear una alternativa. Estos textos, y en especial el segundo de ellos, tuvieron enorme influencia en muchos otros grupos y corrientes, empezando por la Internacional Situacionista que retomó de Castoriadis la noción de autogestión generalizada, así como el grupo socialista libertario británico Solidarity, que reelaboró este segundo artículo en su folleto, en inglés, ”Los Consejos Obreros y la Economía de la Sociedad Autogestionaria” [20][10].
Las fechas en que se escribieron estos artículos son muy significativas. Entre el primero y el segundo se producen situaciones trascendentales en el imperio de los países del Este: el famoso discurso de Kruschev sobre los excesos de Stalin, la revuelta en Polonia, y, sobre, todo, la insurrección obrera de Hungría donde aparecieron consejos obreros. Estos acontecimientos tuvieron un innegable e importante impacto en el pensamiento de Castoriadis, y en el segundo artículo aparece una detallada descripción de la proyectada sociedad socialista. El problema es que esos dos artículos siguen denotando la arrogancia teórica, que ya constató la GCF en 1948, por su presunción de haber descubierto aspectos clave del capitalismo que habrían pasado desapercibidos a todos en el movimiento obrero, incluyendo al propio Marx. Pero, como explicaremos, la verdad es que en vez de ir “más lejos” que Marx, no hizo sino retroceder a Proudhon.
No queremos decir con esto que no haya elementos positivos en estos documentos. Se confirma, por un lado, el rechazo de Castoriadis a la visión trotskista que consideraba el estalinismo como expresión desviada del movimiento obrero; insistiendo en cambio en que defendía intereses de clase opuestos a los del proletariado. Aunque Castoriadis no tuvo reparos en aceptar que su concepción de la sociedad postrevolucionaria no difería mucho a la que había planteado Pannekoek en su folleto “Los Consejos Obreros”[11], no incurrió en cambio en los cruciales errores que aparecen en los escritos “postreros” de éste: rechazo de la revolución rusa como revolución burguesa y negación de cualquier papel de las organizaciones políticas revolucionarias. En vez de eso, Castoriadis siguió tratando la revolución rusa como una experiencia esencialmente proletaria, cuya degeneración ha de comprenderse y aprender de ello. Tampoco estos textos caen explícitamente en postulados anarquistas de rechazo de la centralización por principio. Antes bien critica enérgicamente esta clásica visión anarquista cuando señala: “Rehusar hacer frente a la cuestión del poder central equivale a dejar la solución de estos problemas a una burocracia u otra”. On the Content of Socialism II - Socialisme Ou Barbarie [21]. Referido en el resto del texto como “CS II”.
Castoriadis rechazó la visión de Trotsky que pensaba que un mero cambio de formas de propiedad podría conducir a acabar con los mecanismos de la explotación capitalista, y por ello insistía atinadamente en que hablar de socialismo no tenía sentido si no conllevaba una transformación total de las relaciones en el seno de la humanidad con todos los aspectos de la vida social y económica, un cambio entre una sociedad en que el género humano está dominado por los productos obra de sus propias manos y mentes, a una sociedad en que los seres humanos controlen conscientemente su propia actividad, y en primer lugar el proceso de producción. Por esta razón, Castoriadis insiste en la importancia de los consejos obreros como las formas que harán posible este profundo cambio en el funcionamiento social. Lo problemático no es tanto la noción general de socialismo como la restauración del “poder del hombre como fin en sí mismo” sino con las medidas más concretas que Castoriadis postula para la obtención de ese fin, y el método teórico que subyace en la defensa de tales medidas.
Para empezar: la crítica de las contribuciones anteriores de la historia del movimiento obrero. Eso no es un error per se. De hecho, es uno de los elementos esenciales para el desarrollo del proyecto comunista. No estamos en desacuerdo con la idea de Castoriadis de que el movimiento obrero se ve necesariamente afectado por la influencia de la ideología dominante; y que sólo puede librarse esta influencia a través de un proceso constante de reflexión y lucha. Pero las críticas de Castoriadis son, a menudo, inexactas, y conducen a conclusiones que tienden, como se dice popularmente, a “tirar al niño con el agua sucia de la bañera”, o sea que llevan a una ruptura con el marxismo, como pudo comprobarse pocos años después de la escritura de estos artículos, por lo que las premisas de tal abandono pueden verse ya en estos documentos. Para dar un ejemplo: en ellos se rechaza ya la teoría marxista de que la crisis es un producto de las contradicciones internas del sistema capitalista. Para él, en cambio, la crisis no son el resultado de la sobreproducción o del descenso de la tasa de ganancia, sino de un creciente rechazo, por parte de “los de abajo”, de la división de la sociedad entre quienes dan las órdenes y quienes las reciben, que él considera no como producto inevitable de la explotación capitalista sino como su verdadero fundamento: “La abolición de la explotación no será posible hasta que los diferentes estratos de directores dejen de existir; pues en las sociedades modernas , lo que está en la base de la explotación es la división entre directores y ejecutores”[12]. En ese mismo sentido, en CS II, se expone una caricatura extremadamente reduccionista (aunque muy habitual) de la teoría de las crisis de Rosa Luxemburgo, como una predicción de un hundimiento puramente automático del capitalismo.
Apoyándose en una cita aislada de Marx sobre la persistencia de un “reino de la necesidad” aún en el comunismo, Castoriadis cree haber descubierto un fatídico defecto en el pensamiento de Marx: que para éste la producción sería siempre una esfera de negación y esencialmente de alienación, mientras que él (Castoriadis) sería el primer y único descubridor del hecho de que la alienación no puede ser superada si no se hace de la esfera de la producción un área también de la expresión de nuestra humanidad. La referencia que emplea Castoriadis (en CS II) es una cita de El Capital Vol. 3 en la que Marx señala: “De hecho, el reino de la libertad sólo comienza allí donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores; con arreglo a la naturaleza de las cosas, por consiguiente, está más allá de la esfera de la producción material propiamente dicha”.[13] Este pasaje implica que el trabajo o la producción material no pueden ser nunca un área de realización del ser humano, y según Castoriadis esto representa una regresión respecto al Marx “joven” que en sus primeros escritos anhelaba con impaciencia la transformación del trabajo en actividad libre (en especial en sus Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844). Pero presentar así las cosas supone una deformación de la complejidad del pensamiento de Marx. En la Crítica del Programa de Gotha, escrita en 1875, Marx insiste también en que el objetivo de la revolución proletaria es una sociedad en la que “el trabajo se convierta no solo en un medio de vida sino en la primera necesidad de la vida”. Ideas similares se expresan así mismo en los Grundrisse, otra obra también del Marx “de la madurez”[14].
Una crítica habitual a “El Contenido del Socialismo” es que este texto desoye la prevención de Marx contra “la elaboración de recetas para los libros de cocina del porvenir”. Castoriadis se anticipa a esta crítica al negar que trate de elaborar las reglas o la constitución de la nueva sociedad. Es muy interesante reflexionar sobre como la sociedad capitalista ha cambiado desde que Castoriadis escribiera CS II, planteando problemas que no encajan en su esquema, sobre todo la tendencia a la eliminación de la gran producción industrial en el corazón de los países centrales del capitalismo, el crecimiento del empleo precario y de la “externalización” hacia regiones del mundo en los que la mano de obra es más barata. No hay que reprochar a Castoriadis el hecho de no haber previsto esta evolución, pero sí démonos cuenta de lo arriesgado que es realizar anticipaciones esquemáticas de la futura sociedad. En todo caso preferimos concentrarnos en examinar las ideas contenidas en el texto, y mostrar por que una parte muy importante de lo que plantea Castoriadis no podría tomar parte de un programa comunista evolucionado.
Ya hemos mencionado el rechazo por Castoriadis de la teoría marxista de las crisis en favor de su invención: que la explotación y la contradicción fundamental en el capitalismo “moderno” tendría su raíz en la división entre quienes dan las órdenes y quienes la aceptan. Este osado “revisionismo”, este menosprecio de las contradicciones inherentes al sistema salarial y la acumulación del capital conduce a Castoriadis a no dudar en describir su sociedad socialista del futuro como una sociedad en la que las categorías esenciales del capital permanecen intactas, no representan amenaza alguna de una nueva forma de explotación, ni tampoco un obstáculo una sociedad plenamente comunista.
En 1972, cuando el grupo británico Solidarity publicó el folleto “Los consejos obreros y la economía de una sociedad autogestionaria” (ver nota la pie 7), escribió una introducción ya muy a la defensiva respecto al hecho de que la sociedad “socialista” descrita por Castoriadis conservaba aún alguna de las características claves del capitalismo: los salarios (aunque Castoriadis insista sobre la igualdad absoluta de los salarios desde el primer momento), los precios, el valor del trabajo como fuente de la contabilidad, un mercado de consumidores, y el “criterio de la rentabilidad”. Y, en efecto, en una polémica escrita en 1972, Adam Buick, del Partido Socialista de Gran Bretaña, mostró hasta qué extremo la versión de Solidarity había depurado los pasajes más comprometedores del original:
“Quien quiera que haya leído el artículo original no puede negar que Castoriadis es partidario del llamado ‘socialismo de mercado’. Está claro que el mismo Solidarity ha encontrado esto embarazoso, puesto que ha purgado de esta edición sus manifestaciones más groseras. En su introducción ya se excusa: “Hay quienes consideran este texto como una gran contribución a la perpetuación de la esclavitud asalariada; puesto que sigue hablando de “salarios” y no apela a una abolición automática del “dinero” (aunque defina netamente los significados radicalmente diferentes que estos conceptos tendrán en las primeras etapas de una sociedad autogestionaria)” (pag 4). Y, de nuevo, en una nota al pie de página: “Todos los discursos precedentes sobre los “salarios”, los “precios”, y el “mercado”, por ejemplo, inquietaran indudablemente a un cierto número de lectores. Les pedimos que, por el momento, controlen sus respuestas emocionales y traten de pensar racionalmente junto a nosotros sobre esta cuestión” (p.36).
Pero Cardan no hablaba únicamente de “salarios”, “precios” y de “mercado”. Hablaba también de “rentabilidad” y de “tasa de interés”. Desde luego ya esto ya fue demasiado para la emoción contenida de Solidarity, puesto que tales términos desaparecieron de la traducción publicada.
Resulta de lo más significativo dar algunos ejemplos de la forma en que Solidarity camufló los aspectos “socialismo de mercado” de los artículos originales de Cardan.
En el original pone: almacenes de venta a los consumidores.
La versión de Solidarity: los almacenes que distribuyen a los consumidores (P. 24).
Original: el mercado de bienes de consumo
La versión de Solidarity: bienes de consumo (rubrica que aparece en la p. 35).
Original: Lo que implica la existencia de un mercado para los bienes de consumo.
La versión de Solidarity: Lo que implica la existencia de un mecanismo real por el que la demanda de los consumidores pueda verdaderamente hacerse sentir (p.35 ).
Original: moneda, precios, salario y valor
Versión de Solidarity: “moneda”, “salarios” “valor” (rubrica p. 36)…
De hecho, Cardan vislumbra una economía de mercado en la que todo el mundo sería remunerado en dinero circulante, un salario igual, con el que poder bienes que estarán a la venta a un precio igual a su valor (cantidad de trabajo socialmente necesario incorporado a estas mercancías). Y tiene además la cara dura de pretender que Marx también defendía que en el socialismo los bienes se intercambiarían por sus valores…”[15] .
Aquí Castoriadis no se sitúa en continuidad con Marx, sino con Proudhon, para quién la futura sociedad “mutualista” es una sociedad de productores de mercancías independientes, que intercambian sus productos por su valor.
Y no es que Castoriadis pretenda que la sociedad que describe sea la meta final de la revolución. De hecho, su posición es muy parecida a la definición que apareció durante el período de la socialdemocracia, y que fue teorizada en particular por Lenin: el socialismo es una etapa en el camino al comunismo[16] . Por supuesto el estalinismo se aprovechó de esta idea para defender que la economía totalmente estratificada de la URSS era ya el “socialismo real”. Pero el problema no reside únicamente en la forma en que la rentabilizó el estalinismo. Una dificultad, aún más profunda, es que tiende a fijar el período de transición como un modo de producción estable, cuando, en realidad, solo puede ser comprendido como una etapa muy dinámica y contradictoria, como un período marcado por una lucha constante entre las medidas comunistas desencadenadas por el poder político de la clase obrera, y todos los restos del viejo mundo que tienden a retrotraer la sociedad al capitalismo. Que el régimen político de esta etapa “socialista” se contemple de forma despótica o democrática, no evita que la ilusión fundamental sigue siendo la misma: que puede llegarse al comunismo a través de un proceso de acumulación de capital. Podemos incluso ver como Castoriadis intenta desarrollar una economía equilibrada, en que la producción se armoniza con el mercado de consumo como un reflejo de los métodos keynesianos de esa época, que confiaban en la eliminación de la crisis económica precisamente mediante la aplicación de ese equilibrio planificado. Y esto es muy revelador a su vez de hasta qué punto Castoriadis estaba impactado por la apariencia de estabilidad económica capitalista del período que siguió a la Segunda Guerra mundial[17].
En una primera parte de CS II, Castoriadis retoma acertadamente la opinión de Marx de que la futura sociedad de productores libres debería simplificar profundamente el conjunto del proceso de producción y distribución, haciendo sus operaciones “perfectamente simples e inteligibles”, por utilizar los mismos términos empleados por Marx en una de las raras descripciones de la sociedad comunista que incluyó en El Capital [18]. Pero pretender conservar las categorías de producción de valor supone que cualquier tentativa de planificación racional de la producción y la distribución se verá socavada por la preocupación por el mercado y la “rentabilidad”. Además, acabará conduciendo, antes o después, a la misma vieja basura, o sea a la crisis económica y a formas de explotación primero disimuladas y luego más descaradas. Resulta también bastante irónico que, tras argumentar en la primera parte de CS II que la tecnología capitalista no puede ser considerada como algo neutro, sino profundamente vinculada a los objetivos de la producción capitalista; Castoriadis parece después apostar por una especie de solución técnica en la que la “producción planificada”, con la ayuda de grandes ordenadores, permitiría determinar cómo el mercado autogestionado alcanzaría un equilibrio económico perfecto.
La incapacidad de Castoriadis para alcanzar a ver una verdadera superación de las relaciones salariales se encuentra muy ligada a su fijación sobre la noción de “empresa” socialista, como unidad autogestionada, aunque es cierto que coordinada con otras empresas y ramas de producción a diferentes niveles. En CS II, la descripción de las relaciones en la futura sociedad socialista comienza por una larga sección sobre la forma en que será gestionada la fábrica del futuro, y sólo más tarde aborda como será gestionada la sociedad en su conjunto tanto a nivel político como económico. El texto CS III se consagra casi por entero al análisis de la realidad de la resistencia cotidiana en el taller de fábrica, considerándolo como el terreno en el que se desarrollará una futura conciencia revolucionaria. Castoriadis no se equivoca al destacar la importancia del lugar de trabajo como centro de interés para la asociación de los trabajadores, para su resistencia colectiva, y que, en todo el proceso revolucionario, las asambleas de base de los centros de trabajo jugaran desde luego un papel vital como “células” de una red más amplia de Consejos. Pero Castoriadis va más lejos que esto y sugiere que, en la sociedad socialista, la fábrica/lugar de trabajo se mantendrá como una especie de comunidad fija. Por el contrario, como siembre defendió Bordiga, la emergencia del comunismo implica necesariamente el fin de la empresa individual, y la superación verdadera de la división del trabajo implicará, por supuesto, que los productores estarán cada vez menos ligados a una única unidad de producción.
Y lo que, si cabe, es más importante todavía: ese “fabriquismo” de Castoriadis conduce a una profunda subestimación de la función primera de los Consejos Obreros, que no es la gestión de la fábrica sino la unificación de la clase obrera a nivel económico y a nivel político. Para Castoriadis, un consejo obrero es esencialmente un consejo elegido por la asamblea de trabajadores de una determinada unidad de producción, y en las páginas finales de su CS II, los acaba diferenciando de los Soviets rusos a los que él ve basados esencialmente en unidades territoriales [19]: “Aunque la palabra rusa “soviet” significa “consejo” no hay que confundir los consejos obreros que hemos descrito en este texto ni siquiera con los primeros Soviets rusos. Los consejos obreros están basados en el lugar de trabajo. Pueden jugar a la vez un rol político y un rol en la gestión industrial de la producción. Por su esencia, un consejo obrero es un órgano universal. El (Consejo) Soviet de diputados obreros de Petrogrado en 1905, si bien nació de una huelga general y era de composición exclusivamente proletaria, permaneció como un órgano puramente político. Los Soviets de 1917 tenían una base, por regla general, geográfica. Se trataba también de instituciones puramente políticas, en las que todas las capas sociales opuestas al antiguo régimen formaban un frente unido”.
Castoriadis prevé una red de consejos que toma a su cargo la gestión de los asuntos políticos locales y nacionales, y Solidarity, nos hace el favor de diseñar un esquema, pero en éste lo que se ve es una asamblea central de delegados de fábrica a escala nacional sin vínculo con el nivel local. Pero llevado por su fijación sobre la gestión de la fábrica (un cuestión que, en Rusia, fue asumida por los consejos de fábrica), Castoriadis subestima la importancia de que los soviets que aparecieron en 1905 y 1917, lo hicieron para coordinar los centros de trabajo que se habían implicado en una huelga de masas - se trataba de un auténtico “consejo de guerra” de delegados de todas las empresas de una localidad o de una ciudad -, y que, desde el principio, asumió la dirección de un movimiento que pasó de la lucha económica a la confrontación política con el régimen existente.
Es cierto que junto los soviets de diputados obreros, y muy frecuentemente vinculados a ellos, existían también soviets de delegados de soldados y de marinos, elegidos en los cuarteles y los navíos; también soviets de diputados “campesinos” elegidos en los pueblos, así como formas comparables elegidas en sectores o barrios urbanos, etc. En ese sentido numerosos soviets tenían una fuerte base territorial o residencial. Pero eso plantea otra cuestión que es la de la relación entre los consejos obreros y los consejos de otras capas no explotadoras. Castoriadis sí era consciente de este problema, pues su “diagrama” contempla que la asamblea central de delegados reúna delegados de los consejos de campesinos y de consejos de profesionales y pequeños comerciantes. Para nosotros este es el problema central del período de transición: un período en el que aún existen las clases, un período en el que la clase obrera debe ejercer su dictadura integrando a las demás capas no explotadoras en la vida política y en el proceso de transformación social. Castoriadis contempla un proceso similar, pero rechaza la idea de que esta organización transitoria de la sociedad constituya un Estado. Para nosotros, en cambio, su planteamiento es más propicio a permitir una situación en la que el Estado se convierta en una fuerza “autónoma” que se oponga a los órganos de la clase obrera, tal y como sucedió rápidamente en Rusia, dado el aislamiento de la revolución a partir de 1917. Para nosotros, la verdadera independencia de la clase obrera y de sus consejos se preserva mejor llamando Estado a lo que en realidad es tal, reconociendo sus riesgos inherentes, y asegurándose de que no hay subordinación alguna de los órganos de la clase obrera a los órganos de la “sociedad en su conjunto”.
Una última expresión de la incapacidad de Castoriadis de plantear una verdadera ruptura con las categorías del capital: la limitación de su visión a escala nacional. Ya aparecen indicios aquí y allá en este CS II, cuando habla por ejemplo de cómo podrían ser las cosas “en un país como Francia·, y como “la población de todo el país” podría gestionar sus asuntos a través de una asamblea de delegados de consejos que aparece retratada como algo meramente nacional. Pero ese peligro de contemplar el “socialismo” en un cuadro nacional aparece mucho más explícitamente en esta cita:
“(…) la revolución sólo puede comenzar en un país, o en un único grupo de países. En consecuencia, habrá de sufrir presiones de naturaleza y duración extremadamente variables. Por otra parte, aunque la revolución se propague rápidamente a escala internacional, el nivel de desarrollo interno de un país jugará un papel importante en la aplicación concreta de los principios del socialismo. Por ejemplo, la agricultura podría representar un problema importante en Francia, pero no así en los Estados Unidos o en Gran Bretaña (aquí, por el contrario, el principal problema sería la extrema dependencia del país de las importaciones alimentarias). A lo largo de todo nuestro análisis hemos examinado numerosos problemas de este género y esperamos haber podido mostrar que existen, en cada caso, soluciones en una dirección socialista.
No hemos podido considerar los problemas particulares que surgirían si la revolución permaneciera aislada en un país durante mucho tiempo, y difícilmente podemos hacerlo aquí. Pero esperamos haber demostrado que es un error pensar que los problemas que surgen de tal aislamiento son insolubles, que un poder obrero aislado debe morir heroicamente o degenerar, o que a lo sumo puede ‘sostenerse’ mientras espera. La única manera de ‘sostenerse’ es empezar a construir el socialismo; de lo contrario, la degeneración ya ha comenzado, y no hay nada por lo que sostenerse. Para el poder obrero, la construcción del socialismo desde el primer día no sólo es posible, sino imperativa. Si no tiene lugar, el poder que ostenta ya ha dejado de ser poder obrero"[20]
La idea de que un poder proletario puede mantenerse en un solo país mediante la construcción del socialismo invierte la realidad del problema y nos lleva, finalmente, a los errores de los bolcheviques después de 1921, e incluso a las posiciones contrarrevolucionarias de Stalin y Bujarin después de 1924. Cuando la clase obrera toma el poder en un país, por supuesto se verá obligada a tomar medidas económicas para garantizar la provisión de las necesidades básicas, y esas decisiones deben ser, en la medida de lo posible, compatibles con los principios comunistas y contrarios a las categorías de capital. Pero siempre se debe reconocer que tales medidas (como el “comunismo de guerra” en Rusia) serán profundamente distorsionadas por las condiciones de aislamiento y escasez, y no tendrán necesariamente ninguna continuidad directa con una auténtica reconstrucción comunista, que sólo comenzará una vez que la clase obrera haya derrotado a la burguesía a escala mundial. Mientras tanto, la tarea, esencialmente política, de extender la revolución tendrá que tener prioridad sobre las medidas sociales y económicas contingentes y experimentales que tendrán lugar en las primeras etapas de una revolución comunista.
Volveremos más adelante a la evolución política que siguió Castoriadis, y que se vio significativamente modelada por su abandono del marxismo a nivel teórico.
Munis regresó a España en 1951, para intervenir en un estallido generalizado de lucha de clases, viendo la posibilidad de un nuevo levantamiento revolucionario contra el régimen de Franco[21]. Fue arrestado y pasó los siguientes siete años en la cárcel. Se podrá argumentar que Munis no consiguió sacar lecciones políticas clave de esta experiencia, en particular sobre las posibilidades revolucionarias del período de la posguerra; pero eso no mermó desde luego su compromiso con la causa revolucionaria. Se refugió muy precariamente en Francia - el Estado francés pronto lo expulsó - y pasó varios años en Milán, donde entró en contacto con los bordiguistas y con Onorato Damen de Battaglia Comunista, desarrollándose entre ambos una profunda estima. Fue durante este periodo, en 1961, cuando Munis, en compañía de Benjamin Péret, fundó el grupo Fomento Obrero Revolucionario (FOR). En este contexto, produjo dos de sus textos teóricos más importantes: Los sindicatos contra la revolución en 1960 y Pro Segundo Manifiesto Comunista (PSMC) en 1961[22].
Al principio de este artículo señalamos las similitudes en las trayectorias políticas de Castoriadis y Munis en su ruptura con el trotskismo. Pero a principios de los años 60 sus caminos habían comenzado a divergir radicalmente. En sus inicios, el título de “Socialismo o Barbarie” era coherente con la verdadera opción a la que se enfrentaba la humanidad: Castoriadis se consideraba marxista y la alternativa anunciada en el título expresaba la adhesión del grupo a la idea de que el capitalismo había entrado en su época de decadencia[23]. Pero en la introducción al primer volumen de una colección de sus escritos, La Sociedad Burocrática[24], Castoriadis describe el período 1960-64 como los años de su ruptura con el marxismo, considerando no sólo que el capitalismo había resuelto esencialmente sus contradicciones económicas, refutando así las premisas básicas de la crítica marxista de la economía política; sino también que el marxismo, cualesquiera que fueran sus percepciones, no podía separarse de las ideologías y regímenes que lo reclamaban. En otras palabras, Castoriadis, al igual que otros antiguos trotskistas (como los restos de los RKD alemanes), pasó de un rechazo generalizado del "leninismo" a un rechazo del propio marxismo (y así terminó en una especie de anarquismo “new look”).
Aunque, como también examinaremos, el Pro Segundo Manifiesto Comunista (en adelante PSMC), indica también cómo Munis tampoco se había liberado enteramente del peso de su pasado trotskista; si dice en cambio, claramente, que pese a toda la propaganda de ese momento sobre la prosperidad social y la integración de la clase obrera, la trayectoria real de la sociedad capitalista confirmaba los fundamentos del marxismo: que el capitalismo había entrado, desde la Primera Guerra Mundial, en su época de decadencia, en la que la grave contradicción entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas estaba amenazando con arrastrar a la humanidad a la ruina; y, sobre todo, por el peligro histórico de guerra entre los dos bloques imperialistas que dominaban el mundo. La sociedad de la abundancia era en realidad una economía de guerra.
Lejos de culpar al marxismo por haber dado lugar, en cierto sentido, al estalinismo; el PSMC denuncia, elocuentemente, a los regímenes y partidos estalinistas como la expresión más pura de la decadencia capitalista, la cual, en diferentes formas alrededor del mundo, empujaba hacia un capitalismo de Estado totalitario. Desde ese mismo punto de partida teórico, el texto argumenta que todas las luchas de liberación nacional se habían convertido en momentos de la confrontación imperialista mundial. En un momento en que estaba en boga la idea de que las luchas nacionales en el Tercer Mundo eran la nueva fuerza para el cambio revolucionario, el PSMC fue un impactante ejemplo de intransigencia revolucionaria, cuyos argumentos se vieron ampliamente confirmados por la evolución de los regímenes "postcoloniales" productos de la lucha por la independencia nacional. Esto contrasta con las ambigüedades del grupo SoB sobre la guerra en Argelia y otras cuestiones básicas de clase. El PSMC deja claro que SoB había seguido un camino de componenda y de obrerismo en lugar de luchar por la claridad comunista, a contracorriente, cuando fuese necesario:
"Por su parte, la tendencia “‘Socialismo o Barbarie”', que también surgió de la IVª Internacional, opera a la zaga de la decadente 'izquierda' francesa en todos los problemas y en todos los movimientos importantes: ante Argelia y el problema colonial, el 13 de mayo de 1958 y el poder gaullista, los sindicatos y las luchas obreras contemporáneas, la actitud hacia el estalinismo y la dirección del Estado en general. Hasta el punto en que, aunque considera la economía rusa como una forma de capitalismo de Estado, sólo ha servido para sembrar más confusión. Al renunciar expresamente a la tarea de luchar contra la corriente y al decir sólo a la clase obrera ‘lo que ésta puede entender’, se condena a su propio fracaso. Falta de vigor, esta ‘tendencia’ ha cedido a una especie de versatilidad con ínfulas de funambulista existencialista. Para ellos, como para otras corrientes en Estados Unidos, vale la pena recordar las palabras de Lenin sobre: “esos lamentables intelectuales que piensan que con los trabajadores sólo habría que hablar de la fábrica y parlotear sobre lo que ya éstos saben desde hace mucho tiempo’".
Otra vez más, en contraste con la evolución del grupo SoB, el PSMC no duda en defender el carácter proletario de la Revolución de octubre y del partido bolchevique. En un documento escrito unos 10 años más tarde, y que aborda temas similares a los de PSMC, Partido-Estado, Estalinismo, Revolución[25], Munis argumenta contra esas corrientes de la Izquierda Alemana y Holandesa que habían renegado de su apoyo inicial a Octubre, y decidido que tanto la Revolución rusa como el bolchevismo eran esencialmente de naturaleza burguesa. Al mismo tiempo, el PSMC se centra en ciertos errores clave que aceleraron la degeneración de la revolución en Rusia y el surgimiento de la contrarrevolución estalinista: la confusión de las nacionalizaciones y la propiedad estatal con el socialismo; la idea de que la dictadura del proletariado significaba la dictadura del partido. En Partido-Estado, Munis también tiene una idea definida de que el Estado de transición no puede ser visto como el agente de la transformación comunista, haciéndose eco de la posición de Bilan y de la GCF (Izquierda Comunista de Francia):
"Desde la Comuna de París, los revolucionarios sacaron una lección de gran importancia, entre otros: el Estado capitalista no podía ser conquistado ni utilizado; tenía que ser demolido. La Revolución rusa profundizó esta misma lección de una manera decisiva: el Estado, por obrero o soviético que sea, no puede ser el organizador del comunismo. Como el propietario de los instrumentos del trabajo, como el recaudador del trabajo social excedente necesario (o superfluo), lejos de desaparecer, adquiere una fuerza y capacidad sofocantes ilimitadas. Filosóficamente, la idea de un Estado emancipador es puro idealismo hegeliano, inaceptable para el materialismo histórico". (Partido- Estado, Estalinismo, Revolución, op. cit.).
Y allí donde Castoriadis, en “El contenido del socialismo”, aboga por una forma de capitalismo auto gestionado; Munis no deja lugar a dudas sobre el contenido económico/social del programa comunista: la abolición del trabajo asalariado y de la producción de mercancías.
"El objetivo de una economía realmente planificada sólo puede ser lograr que la producción esté de acuerdo con el consumo; sólo la plena satisfacción de este último - y no las ganancias o los privilegios, ni las demandas de la ‘defensa nacional’ o una industrialización ajena a las necesidades diarias de las masas - puede considerarse como impulso para la producción. La primera condición para tal enfoque sólo puede ser, así, la desaparición del trabajo asalariado, la piedra angular de la ley del valor, universalmente presente en las sociedades capitalistas, incluso si muchos de ellos afirman hoy ser socialistas o comunistas".
Pero, al mismo tiempo, toda esta fortaleza del PSCM con respecto al contenido de la transformación comunista también tiene un lado débil: una tendencia a asumir que el trabajo asalariado y la producción de mercancías pueden ser abolidos desde el primer día, incluso en el contexto de un solo país. Es cierto, como dice el texto, que "desde el primer día, la sociedad en transición nacida de esta victoria debe apuntar hacia este objetivo. No debe perder de vista por un instante la estricta interdependencia entre producción y consumo". Pero como ya hemos subrayado, el proletariado en un solo país nunca debe perder de vista el hecho de que, cualesquiera que sean las medidas que emprenda, éstas sólo pueden ser temporales mientras la victoria revolucionaria no se haya logrado a una escala mundial, y que por lo tanto seguirán estando sometidas a las leyes del capitalismo. Que Munis no tenga presente esto en todo momento se pone de manifiesto en Partido- Estado, donde, por ejemplo, presenta el comunismo de guerra como una especie de ‘no capitalismo’ y ve la NEP como la restauración de las relaciones capitalistas. Ya hemos criticado este enfoque en dos artículos en la Revista Internacional núm. 25 y 52[26]. También está confirmado por lo que Munis siempre mantuvo sobre los acontecimientos en España 36-37: para él, la Revolución española fue incluso más profunda que la Revolución rusa. Y esto, en parte, porque en mayo de 1937, los trabajadores mostraron por primera vez, con las armas en las manos, una comprensión del papel contrarrevolucionario del estalinismo. Pero también consideraba que las colectivizaciones industriales y agrarias españolas habían representado pequeños islotes de comunismo[27]. En resumen: que las relaciones comunistas serían posibles incluso sin la destrucción del Estado burgués y la extensión internacional de la revolución. En estas concepciones, vemos, una vez más, una nueva versión de las ideas anarquistas, e incluso un anticipo de la corriente de la “comunización” que se desarrollará en la década de 1970, y que hoy tiene bastante influencia en el seno de un amplio movimiento anarquista.
Y si bien una ruptura incompleta con el trotskismo a veces toma esta dirección anarquista, también puede manifestarse en las resacas más clásicas del trotskismo. Por ello el PSMC finaliza con una especie de versión actualizada del Programa de Transición de 1938. Citamos extensamente lo que, a este propósito, señalamos en nuestro artículo en la Revista International 52:
"En su 'Por un Segundo Manifiesto Comunista', el FOR consideró correcto plantear todo tipo de reivindicaciones transitorias, en ausencia de movimientos revolucionarios del proletariado. Estas van desde la semana de 30 horas, la supresión del trabajo por piezas y el cronometraje en las fábricas a la “demanda de trabajo para todos, desempleados y jóvenes” en el terreno económico. En el plano político, el FOR exige a la burguesía ‘derechos’ y ‘libertades’ democráticos. “libertad de expresión, de prensa, de reunión y derecho de los trabajadores a elegir delegados permanentes de taller, de fábrica o de oficio”, “sin ninguna formalidad judicial o sindical” (Pro Segundo Manifiesto pág. 65-71). Todo esto está dentro de la ‘lógica’ trotskista, según la cual basta seleccionar bien las reivindicaciones para llegar gradualmente a la revolución. Para los trotskistas, todo el truco es saber cómo ser un pedagogo para los trabajadores, que no sabrían que reivindicar; poner ante ellos las zanahorias más apetitosas para empujar a los trabajadores hacia su ‘partido’. ¿Es esto lo que quiere Munis con su Programa de Transición ‘bis’ (…)
El FOR todavía no entiende hoy:
Es muy característico que el FOR coloque al mismo nivel sus consignas reformistas sobre los ‘derechos y libertades’ democráticos para los trabajadores, y consignas que sólo podrían surgir en un período totalmente revolucionario. Así, encontramos eslóganes mezclados caóticamente como:
*“expropiación del capital industrial, financiero y agrícola”;
*“gestión por los trabajadores de la producción y distribución de los productos”;
*” destrucción de todos los instrumentos de guerra, tanto atómicos como clásicos; disolución de los ejércitos y policías, reconversión de las industrias de guerra en industrias de consumo”;
*“armamento individual de los explotados por el capitalismo, organizados territorialmente según el esquema de comités democráticos de gestión y distribución”;
*”supresión del trabajo asalariado empezando por elevar el nivel de vida de las capas sociales más pobres para alcanzar finalmente la libre distribución de los productos según las necesidades de cada uno.”;
*“supresión de las fronteras y constitución de un gobierno único y una economía única, a medida que se produzca el triunfo del proletariado en distintos países.”
Todas estas consignas muestran enormes confusiones. El FOR parece haber abandonado cualquier brújula marxista. No hace distinción alguna entre un período prerrevolucionario en el que el capital domina políticamente, un período revolucionario en el que se establece un doble poder, y el período de transición (después de la toma del poder por parte del proletariado) que es cuando pueden ponerse en marcha (¡y no de manera inmediata!) la ‘supresión del trabajo asalariado’ y la ‘supresión de las fronteras’”. [28]
Munis murió en febrero de 1989. La CCI publicó un homenaje a él, que comenzaba diciendo: "el proletariado ha perdido a un militante que dedicó toda su vida a la lucha de clase" [29]. Después de trazar brevemente la historia política de Munis a través de la España en los años 30, su ruptura con el trotskismo en la Segunda Guerra Mundial, su estadía en las cárceles de Franco a principios de los años 50 y la publicación de Por un Segundo Manifiesto Comunista, el artículo retoma la historia a finales de los años 60:
En 1967, junto con compañeros del grupo venezolano Internacionalismo, participó en los esfuerzos para restablecer contactos con el medio revolucionario en Italia. Así, a finales de los años 60, con el resurgir de la clase obrera en el escenario de la historia, estará en la brecha junto a las débiles fuerzas revolucionarias existentes en aquel momento, incluyendo a quienes formarían Revolution Internationale en Francia. Pero, a principios de los años 70, lamentablemente permaneció fuera de las discusiones y los intentos de reagrupamiento que se tradujeron en particular en la constitución de la CCI en 1975. Aun así, Fomento Obrero Revolucionario (FOR), el grupo que formó en España y Francia, basado en las posiciones del ‘Segundo Manifiesto’, acordó, en principio, participar en la serie de conferencias de grupos de la Izquierda Comunista que comenzó en Milán en 1977. Pero esta actitud cambió en el curso de la segunda conferencia, el FOR se retiró de ella, y ésta fue la expresión de una tendencia hacia el aislamiento sectario que hasta ahora ha prevalecido en esta organización".
Hoy el FOR ya no existe. Siempre fue altamente dependiente del carisma personal de Munis, quien no fue capaz de transmitir una tradición sólida de organización a la nueva generación de militantes que se reunieron alrededor de él, y que habría podido servir como base para continuar el funcionamiento del grupo tras la muerte de Munis. Y como señalamos en este artículo, el grupo padeció una tendencia hacia el sectarismo que debilitó aún más su capacidad para sobrevivir.
El ejemplo de esta actitud que mencionamos en el homenaje fue el estrepitoso abandono por parte de Munis y su grupo de la segunda Conferencia de la Izquierda Comunista, alegando su desacuerdo con los demás grupos acerca del problema de la crisis económica. Aquí no vamos a examinar este problema en detalle, pero sí que podemos ver la posición esencial de Munis sobre esto en Por un Segundo Manifiesto Comunista:
"La recuperación del espíritu de lucha y el resurgimiento de una situación revolucionaria no puede esperarse, como pretenden ciertos marxistas que se inclinan hacia el automatismo económico, de una de esas crisis cíclicas, mal llamadas ‘crisis de sobreproducción’. Estas son sacudidas que reequilibran el caótico desarrollo del sistema, pero no el resultado de su agotamiento. La gestión capitalista sabe cómo atenuarlas, y, además, aunque alguna de ellas se presente, fácilmente podría favorecer los tortuosos planes de nuevos reaccionarios, que esperan su momento, con planes quinquenales en un bolsillo y estándares de producción en el otro. La crisis general del capitalismo es su agotamiento como un sistema social. Consiste, hablando resumidamente, en el hecho de que los instrumentos de producción en tanto que capital y de distribución de los productos, limitados por el trabajo asalariado, se han vuelto incompatibles con las necesidades humanas, e incluso con las máximas posibilidades que la tecnología podría ofrecer para el desarrollo económico. Esa crisis es insuperable para el capitalismo, y tanto en occidente como en Rusia, empeora cada día".
La posición de Munis no consiste simplemente en una negación de la crisis de sobreproducción. Es más, en un párrafo anterior del PSMC, atribuye tales crisis a una contradicción fundamental en el sistema, la que existe entre el valor de uso y el valor de cambio. Además, su rechazo de la idea de un ‘automatismo’, según el cual un crash económico conduciría mecánicamente a un avance de la conciencia revolucionaria, es totalmente acertado. También tiene Munis razón cuando dice que la aparición de una conciencia verdaderamente revolucionaria implica el reconocimiento de que las relaciones sociales mismas, subyacentes a la civilización, se han hecho incompatibles con las necesidades de la humanidad. Estos son puntos que pudieron haber sido discutidos con otros grupos de la Izquierda Comunista y ciertamente no justificaban abandonar la Conferencia de París, sin siquiera explicar sus divergencias reales.
De nuevo en su folleto 'La trayectoria quebrada de Revolución Internacional’[30], explica más ampliamente sus puntos de vista sobre la relación entre crisis económica y la conciencia de clase. Munis parece en ocasiones acertar, puesto que como hemos reconocido en nuestra Resolución sobre la Situación Internacional del 21º Congreso Internacional [22], la CCI algunas veces estableció un vínculo inmediatista y mecánico entre crisis y revolución [31]. Pero la realidad no dio la razón a Munis puesto que, nos guste o no, el sistema capitalista de hecho ha quedado estancado en una muy profunda crisis económica desde la década de 1970. Esta idea de que las crisis económicas serían simplemente parte del mecanismo de ‘regularización’ del sistema refleja, aparentemente, la potente influencia de la época en que fue escrito el PSMC -principios de los años 60, en el cénit del boom de la posguerra. Pero este pico fue seguido por un descenso rápido en una crisis económica mundial que ha demostrado ser fundamentalmente insuperable, a pesar de toda la energía que un sistema administrado por el Estado ha gastado para enlentecer y retrasar sus peores efectos. Y si es cierto que una conciencia auténticamente revolucionaria debe comprender la incompatibilidad entre las relaciones sociales capitalistas y las necesidades de la humanidad; el fracaso visible de un sistema económico que se presenta a sí mismo poco menos que como una encarnación de la naturaleza humana, seguramente jugará un papel clave permitiendo a los explotados deshacerse de sus ilusiones en el capitalismo y su inmortalidad.
Detrás de esta negativa a analizar la dimensión económica de la decadencia del capitalismo, se encuentra un voluntarismo no superado, cuyos fundamentos teóricos se remontan a la carta en que anunció su ruptura con la organización trotskista en Francia, el Partido Comunista Internacionalista, donde sostenía, tozudamente, la concepción de Trotsky, presentada en las primeras líneas del Programa de Transición, según la cual la crisis de la humanidad es la crisis del liderazgo revolucionario:
“La crisis de la humanidad -repetimos esto miles de veces junto con L.D. Trotsky- es una crisis de liderazgo revolucionario. Todas las explicaciones que tratan de emplazar la responsabilidad del fracaso de la revolución en las condiciones objetivas, en el desnivel ideológico o las ilusiones de las masas en el poder del estalinismo, o el atractivo ilusorio del ‘Estado obrero degenerado’, son erróneas y sólo sirven para excusar a los responsables, para distraer la atención del verdadero problema y dificultar su solución. Un auténtico liderazgo revolucionario, dado el nivel actual de las condiciones objetivas para la toma del poder, debe superar todos los obstáculos, superar todas las dificultades, triunfar sobre todos sus adversarios”[32]
Esta actitud 'heroica' fue la que llevó a Munis a ver la posibilidad de que la revolución pudiera surgir en no importa qué momento del período de decadencia del capitalismo. Le sucedió en los años 30, cuando Munis analizó los acontecimientos en España no como una prueba de la contrarrevolución triunfante sino como el punto más alto de la oleada revolucionaria que comenzó en 1917. Y también al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando, como hemos visto, Munis creyó ver en los movimientos en España de 1951 como precursores de un embate revolucionario. Y, otro tanto, en el culmen del periodo del “boom” de los años 60, puesto que el Pro Segundo hace referencia a una "acumulación de formidables energías revolucionarias" que se estaría produciendo en el momento en que se escribía esa obra. Y del mismo modo que rechazó los esfuerzos de la CCI para examinar la evolución de la crisis económica, se opuso también a nuestro argumento de que, aunque la decadencia significa que la revolución proletaria está al orden del día en la historia, pueden existir sin embargo fases de profunda derrota y confusión en la clase durante este período, fases que hacen casi imposible la revolución, y que confieren diferentes tareas a la organización revolucionaria.
Pero por importantes que pudieran ser tales errores, son errores comprensibles de un revolucionario que desea, con todo su ser, ver el fin del capitalismo y el comienzo de la revolución comunista. Por esta razón nuestro homenaje concluía:
“Está claro, pues, que mantenemos muy importantes diferencias con el FOR, lo que nos ha llevado a polemizar con ellos en varias ocasiones en nuestra prensa (ver en particular el artículo en la Revista Internacional 52). Sin embargo, a pesar de los serios errores que pudo haber cometido, Munis permaneció hasta el fin como un militante que fue profundamente leal al combate de la clase trabajadora. Él fue uno de esos muy raros militantes que permanecieron de pie ante las presiones de la más terrible contrarrevolución que el proletariado haya conocido jamás, cuando muchos desertaron o incluso traicionaron la lucha militante, él permaneció una vez más allí, al lado de la clase en el histórico resurgir de sus luchas a finales de los años 60.
Rendimos nuestro homenaje a este militante de la lucha revolucionaria, a su lealtad e inquebrantable compromiso con la causa proletaria. A los camaradas del FOR, enviamos nuestros saludos fraternales”.
Uno de los mejores relatos de la vida de Munis fue escrito por Agustín Guillamón en 1993, con el título ‘G Munis, un revolucionario desconocido’ [23] . Uno de los principales puntos que se resumen es que la mayoría de esos militantes que, a través de las pruebas y tribulaciones del siglo XX, permanecieron leales a la causa proletaria, no fueron recompensados por la fama o fortuna: junto a Munis, menciona a Onorato Damen, Amadeo Bordiga, Paul Mattick, Karl Korsch, Ottorino Perrone, Bruno Maffi, Anton Pannekoek [24] y Henk Canne-Meijer [33]. Todo lo contrario de lo que puede verse en nuestro obituario para Castoriadis publicado en inglés con el título: 'Muerte de Cornelius Castoriadis: la burguesía rinde tributo a uno de sus siervos’ [25]. Podemos dejar que el artículo hable por sí mismo, añadiendo algunos comentarios.
"La prensa burguesa, especialmente en Francia, ha hecho algo de ruido sobre la muerte de Cornelius Castoriadis. Le Monde se refirió a él en dos ediciones sucesivas (28-29 de diciembre y 30 de diciembre de 1997) y dedicó una página completa a él bajo un título significativo: ‘Muerte de Cornelius Castoriadis, revolucionario antimarxista’. Este título es típico de los métodos ideológicos de la burguesía. Contiene dos verdades que envuelven la mentira que quieren hacernos tragar. Las verdades: Castoriadis está muerto, y era antimarxista. La mentira: que fuera un revolucionario. Para apuntalar la idea, Le Monde recuerda las propias palabras de Castoriadis, 'repetidas hasta el final de su vida': ‘Pase lo que pase seguiré siendo ante todo un revolucionario’”.
Y es verdad que, en su juventud, había sido un revolucionario. A finales de la década de 1940 rompió con la ‘4° Internacional’ trotskista junto con un número de otros compañeros y animó la revista Socialismo o Barbarie. En ese momento SoB representaba un esfuerzo, aunque confuso y limitado por su origen trotskista, por desarrollar una línea proletaria del pensamiento en medio de la contrarrevolución triunfante. Pero en el transcurso de la década de 1950, bajo el impulso de Castoriadis (quien firmaba sus artículos como Pierre Chaulieu y luego como Paul Cardan), SoB fue rechazando cada vez más los ya débiles cimientos marxistas con que se había edificado. En particular, Castoriadis desarrolló la idea de que el antagonismo real en la sociedad ya no era entre explotadores y explotados sino entre 'quienes dan órdenes y quienes las reciben'. SoB acabó desapareciendo a principios de 1966, apenas dos años antes de los acontecimientos de mayo de 68, que marcaron el resurgimiento histórico de la lucha de clases a nivel mundial, tras casi medio siglo de contrarrevolución. Castoriadis, de hecho, había dejado de ser revolucionario mucho antes de morir, incluso si fue capaz de mantener el aspecto ilusorio de que lo era.
Castoriadis no fue el primero en traicionar las convicciones revolucionarias de su juventud. La historia del movimiento obrero está plagada de estos ejemplos. Lo que lo caracteriza, sin embargo, es que él disfrazó su traición con los harapos del ‘radicalismo político’, aparentando oponerse a la totalidad del orden social existente. Podemos comprobarlo en el artículo escrito en Le Monde Diplomatique en respuesta a su último libro: “Hecho y por hacer”, de 1997:
“Castoriadis nos da las herramientas para contestar, para construir barricadas, para vislumbrar el socialismo del futuro, para pensar en cambiar el mundo, para desear cambiar la vida políticamente... ¿Qué herencia política puede venir de la historia del movimiento obrero, cuando ahora es evidente que el proletariado no puede desempeñar el papel de fuerza motriz que el marxismo le atribuyó? Castoriadis responde con un excelente programa que combina las más altas exigencias de la política humana con lo mejor del ideal socialista... Acción y pensamiento están en busca de un nuevo radicalismo, ahora que está cerrado el paréntesis leninista, ahora que el Estado policiaco del marxismo histórico se ha ido a la basura”.
En realidad, este 'radicalismo' que tanto hacía babear a periodistas de altos vuelos, no era sino una hoja de parra que ocultaba que el mensaje de Castoriadis resultaba extremadamente útil para las campañas ideológicas de la burguesía. Así su declaración de que el marxismo había sido pulverizado (‘El ascenso de la insignificancia’, 1996), vino a dar un espaldarazo “radical” a toda la campaña sobre la muerte del comunismo que se desarrolló a raíz del colapso de los regímenes estalinistas del bloque del este en 1989".
Ya vimos algunos signos de esa búsqueda de reconocimiento en la decisión del grupo de Castoriadis de escribir para Les Temps Modernes de Sartre, algo que fue enérgicamente criticado por la GCF[34]. Pero fue cuando abandonó finalmente la idea de una revolución de la clase obrera y comenzó a especular sobre una especie de utopía de ciudadanos autónomos; cuando se zambulló en las aguas más oscuras de la sociología y el psicoanálisis lacaniano; fue entonces cuando se volvió más atractivo para las academias burguesas y las ramas más sofisticadas de los medios de información, que se mostraron bastante dispuestos a perdonarle las locuras de su juventud y aceptarlo en su muy confortable redil.
Pero nuestro artículo ('Muerte de Cornelius Castoriadis: …’) acusa a Castoriadis de una traición más grave que la renuncia a la vida militante o la búsqueda ante todo de progresión profesional:
"Pero la verdadera prueba del radicalismo de Castoriadis ya había tenido lugar en los años 80 cuando, bajo el liderazgo de Reagan, la burguesía occidental lanzó una campaña ensordecedora contra la amenaza militar que representaría el 'Imperio del mal' de la URSS, con objeto de justificar un rearme como no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial. En ese momento fue cuando Castoriadis publicó su libro ‘Ante la Guerra’, donde trataba de demostrar la existencia de un 'desequilibrio masivo’ en favor de Rusia, ‘una situación que era prácticamente imposible modificar para los estadounidenses’. Este ‘análisis’ fue, además, frecuentemente citado por Marie-France Garaud, una ideóloga de la derecha ultra-militarista, y vocera, en Francia, de las campañas reaganianas.
A finales de los 80, la realidad demostró que el poder militar ruso era en realidad muy inferior a la de los Estados Unidos, pero esto no desinfló la arrogancia de Castoradis, ni atenuó las alabanzas de los periodistas hacia él. Tampoco esto es nuevo. A partir de 1953-4, incluso antes de que abandonara abiertamente el marxismo, Castoriadis desarrolló toda una teoría según la cual el capitalismo ya había superado definitivamente su crisis económica (ver 'La dinámica del capitalismo' en SoB nº 120). Sabemos lo que sucedió después: la crisis del capitalismo regreso con más fuerza a finales de los 60. Cuando, en 1973, se publicaron en colección de bolsillo (Ediciones 10/18) las obras de Castoriadis, se dejaron aparte algunos textos poco gloriosos, para que su amigo Edgar Morin pudiese decir entonces: ‘¿Quién puede hoy publicar sin vergüenza y casi orgullosamente, los textos que marcaron su trayectoria política desde 1948 a 1973, sino un espíritu singular como Castoriadis?' (Le Nouvel Observateur)".
¿Es que Castoriadis llamó abiertamente para la movilización de los trabajadores en defensa de la ‘democracia occidental’, contra lo que él llamó la ‘estratocracia’ del bloque oriental? En un ‘hilo’ del foro de Libcom en 2011, un ‘post’ firmado por 'Julien Chaulieu', se opone al ‘post’ original, que era un resumen de la vida de Castoriadis escrito por la Federación Anarquista en el Reino Unido, y donde se afirmaba que “En su última etapa, Castoriadis se orientó hacia las Investigaciones filosóficas, hacia el psicoanálisis. En este período, su falta de conocimiento de los acontecimientos y los sociales de entonces, le llevó hacia una tentativa de Occidente -donde la lucha era aún posible – contra el imperialismo estalinista”[35].
A lo que Julien Chaulieu respondió:
"Como alguien que ha estudiado todas sus obras, junto a Guy Debord y muchos otros anarquistas-libertarios socialistas, puedo confirmar que la declaración anterior es totalmente falsa. Castoriadis nunca defendió al Occidente. Esto fue un malentendido a partir de una propaganda del partido social fascista estalinista griego (Partido Comunista de Grecia -PCG -). En esta entrevista grabada en vídeo (que por desgracia sólo existe en griego) afirma que la URSS era efectivamente opresiva y tiránica, pero que eso no significa que debamos defender a las potencias occidentales que son igualmente brutales hacia el 'Tercer mundo'. El hecho de que abandonase las ideas socialistas típicas, y se orientase hacia la autonomía, originó airadas reacciones en el seno del PCG.
En esta entrevista él indicó lo siguiente:
“Las sociedades occidentales no son sólo sociedades capitalistas. Si alguien es un marxista dirá que el modo de producción en el mundo occidental es capitalista, por lo tanto, estas sociedades son capitalistas porque el modo de producción determina todo. Pero estas sociedades no son sólo capitalistas. También se autodefinen como democracias, (yo no las llamo democráticas porque tengo una definición diferente de la democracia), yo las llamo oligarquías liberales. Pero en estas sociedades hay un elemento democrático que no ha sido creado por el capitalismo. Por el contrario, ha sido creado en contraste con el capitalismo. Se creó mientras Europa salía de la Edad Media, y una nueva clase social se estaba creando, la llamada clase media (que nada tiene que ver con los capitalistas), que trató de obtener cierta libertad de los señores feudales, los reyes y la iglesia. Este movimiento sigue después del Renacimiento con la revolución inglesa en el siglo 17º, las revoluciones francesa y americana en el siglo 18º que dieron lugar a la creación del movimiento obrero”.
En realidad, se muestra muy crítico con el capitalismo, desmontando el mito de 'el capitalismo es el único sistema que funciona, lo menos malo', que es el enfoque occidental dominante. Nada hay aquí en pro del capitalismo. Por el contrario, él señala la verdad que ha sido destruida por estúpidos liberales".
Pero lo aparece realmente en esta cita, junto a su análisis alarmista del poderío militar ruso, y una vez más en algunas de sus declaraciones cuando la guerra del Golfo de 1991[36], es que los textos ulteriores de Castoriadis crean una zona de ambigüedad, que puede ser fácilmente explotada por los buitres verdaderos de la sociedad capitalista, por mucho que Castoriadis mismo evite incriminarse en declaraciones abiertamente pro-belicistas.
Nuestro artículo también podía haber añadido que hay otra faceta del ‘legado de Castoriadis’: él es, en cierto sentido, uno de los padres fundadores de lo que hemos llamado la corriente “modernista” (y que, recordemos, se ha inspirado siempre, y en gran medida, por la versión Castoriadis surgida del trotskismo); compuesta de diversos grupos e individuos que pretenden haber superado el marxismo, pero que se siguen considerando a sí mismos como revolucionarios, e incluso comunistas. Varios miembros de la Internacional Situacionista, que tendieron hacia esta dirección, fueron incluso miembros de SoB, pero el paso de esta antorcha es una tendencia más general y no depende de una continuidad física directa. Los Situacionistas, por ejemplo, están de acuerdo con Castoriadis en la consigna de la autogestión generalizada, y convienen también que el análisis marxista de la crisis económica era una antigualla; pero no siguen a Castoriadis en el abandono de la idea de la clase obrera como la fuerza motriz de la revolución. Por otro lado, la tendencia principal del modernismo ulterior - que hoy tiende a autocalificarse como "movimiento para la comunización"- han leído a Marx y a Bordiga y son capaces de mostrar que esta noción de autogestión es completamente compatible con la ley del valor. Pero, en cambio, sí heredan de Castoriadis el abandono de la clase obrera como sujeto de la historia. Y, de igual modo, que la ‘superación’ de Marx, retrotrajo a Castoriadis a Proudhon; esta potente acción de “aufhebung” (autosupresión) tan en boca de los “comunizadores” les devuelve a Bakunin, que contemplaba una inmolación de todas las clases en la gran conflagración del porvenir. Pero esto es una polémica que deberemos abordar en otro momento.
C D Ward, diciembre de 2017
[1] Ver El comunismo esta al orden del día. Castoriadis, Munis y el problema de la ruptura con el trotskismo (primera parte) [17], Revista Internacional nº 161
[2] Chaulieu era el nombre de guerra de Cornelius Castoriadis que empleó también los de Paul Cardan y otros. Montal fue el de Claude Lefort
[3] Ver En memoria de Munis, militante de la clase obrera, Revista Internacional nº 58, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1028/en-memoria-de-munis-militante-de-la-clase-obrera [7]
[4] Ver en Revista Internacional nº 72: "Documento - Nacionalismo y antifascismo [26]". Y, en inglés, "Revolucionarios Derrotistas en Grecia durante la II Guerra mundial [27]".
[5] Ver en Revista Internacional nº 102 Lecciones de una ruptura incompleta con el anarquismo, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200007/772/anarquismo-y-comunismo-los-amigos-de-durruti-lecciones-de-una-ruptu [28]
[6] Para un análisis de estos acontecimientos ver España 1937, el Frente Popular contra los obreros de Barcelona, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1028/en-memoria-de-munis-militante-de-la-clase-obrera [7]
[7] Véase este texto de 1945, en inglés: “Defense of the Soviet Union and Revolutionary Tactics [29].
[9] Disponibles en inglés: On the Content of Socialism I - Socialisme Ou Barbarie [31], On the Content of Socialism II - Socialisme Ou Barbarie [21], On the Content of Socialism III - Socialisme Ou Barbarie [32]: .
[10] Publicado como tal en español en Ed. Zero, 1976.
[11] Escrito durante la guerra, pero publicado íntegramente en los años que la siguieron. Ver https://www.marxists.org/espanol/pannekoek/1940s/consejosobreros/index.htm [33] La referencia de Castoriadis a éste puede verse en, On the Content of Socialism III - Socialisme Ou Barbarie [32]
[12] CS II
[13] Capítulo XLVIII
[14] Véase nuestro anterior artículo de esta serie: “El derribo del fetichismo de la mercancía”. [34] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199404/1858/vii-el-estudio-de-el-capital-y-los-principios-del-comunismo-2a-par [34]
[15] "Solidarity, the market and Marx [35]" (Solidaridad el mercado y Marx). Este texto es igualmente interesante puesto que saluda la aparición de nuevos grupos tales como Workers Voice en Liverpool, Internationalism en Estados Unidos, y el grupo de Londres que tras separarse de Solidarity, dio lugar a World Revolution, como grupos mucho más claros que Solidarity sobre el contenido del socialismo/comunismo. Lo que no hace es oponerse a la concepción esencialmente nacional del socialismo que aparece en CS II, una debilidad esta que aflige inevitablemente al PS de la GB con su visión de un camino parlamentario al socialismo. Ver nota siguiente.
[16] Nosotros consideramos - y creemos que en esto estamos más cerca de lo que plantea Marx aunque él prefiriera más el término “comunismo -, que socialismo y comunismo es lo mismo. Una sociedad en la que el trabajo asalariado, la producción de mercancías y las fronteras nacionales, han sido superadas.
[17] Ver nuestro artículo El boom de postguerra no cambio el curso en el declive del capitalismo [36]
[18] El Capital Volumen I, capitulo I
[19] Es interesante anotar que en una carta a Socialismo o Barbarie en 1953, Antón Pannekoek ya había subrayado esa concepción restrictiva de los consejos obreros por parte del grupo francés: “Mientras que vosotros limitáis la actividad de estos organismos a la organización del trabajo en las fábricas tras la toma del poder social por los trabajadores, nosotros los consideramos también como los organismos a través de los cuales, los trabajadores van a conquistar ese poder”. Letter to Socialisme ou Barbarie [37]
[20] CS II.
[22] El texto Los sindicatos contra la revolución, puede verse en las Obras Completas tomo III [39] (pag 71 y siguientes).Este texto fue igualmente publicado en Internationalism a principios de los años 70, con una introducción de Judith Allen, Los sindicatos y el reformismo (Idem [39], pag 104 y siguientes). Munis respondió a esto en Lio teórico y netitud revolucionaria (Idem [39], pag 109 y siguientes).
El texto Pro Segundo Manifiesto puede verse en Obras Completas tomo II [40] (pag. 7 y siguientes).
[23] Ver en francés Les rapports de production en Russie [41]. Se trata del Volumen I del trabajo La sociedad burocrática. Ed Tusquets 1978
[24] Ver nota anterior.
[25]Obras Completas tomo I [42] (pág. 72 y siguientes).
[26] Las confusiones de Fomento Obrero Revolucionario sobre Rusia 1917 y España 1936 [43]. Y “¿Donde va el FOR?.(en versión digital en inglés [44]) o en Revista Internacional nº 52.
[27] Ver en nuestro libro 1936: Franco y la República masacran a los trabajadores, el capítulo V, El mito de la revolución española y en su seno Crítica de Jalones de Derrota, promesas de victoria, https://es.internationalism.org/cci/200602/753/1critica-del-libro-jalones-de-derrota-promesas-de-victoria [45]
[28] Ver el artículo mencionado en la nota anterior “¿Dónde va el FOR?”.
[29]“En memoria de Munis, militante de la clase obrera”. [7] Revista Internacional nº 58
[30] Obras Completas tomo II [40]. (págs. 80 y siguientes).
[31] Revista Internacional nº 156. Véase igualmente nuestra Resolución sobre la Lucha de clases internacional en Revista Internacional del 22º Congreso [46] en Revista Internacional nº 159.
[33] Curiosamente, no incluye a Marc Chirik en la lista, o en el conjunto del artículo, lo que le priva de una importante área de investigación, puesto que los debates entre Munis y la Izquierda Comunista de Francia a finales de los años 40 y los años 50 tuvieron un papel fundamental en la ruptura de Munis con el trotskismo. Además, a lo largo de todos los artículos de Munis sobre la crisis económica hay una polémica continua contra la concepción de la decadencia defendida por la GCF primero y luego por la CCI.
[34] El comunismo está al orden del día en la historia: Castoriadis, Munis y el problema de la ruptura con el trotskismo (primera parte). [17]
[35] En inglés. Castoriadis, Cornelius, 1922-1997 [47].
[36] Según Takis Fotopoulos. “Finalmente hay que mencionar su posición sobre la guerra del Golfo, que resultaba totalmente inaceptable para alguien que se declaraba a sí mismo como de la izquierda anti-sistema. Al contrario que otros analistas de izquierda como Noam Chomsky (¡para nada un extremista y sí también un entusiasta del hundimiento de la URSS!), Castoriadis no adoptó una posición inequívoca contra esta criminal guerra, que ha abierto la guerra a una eventual destrucción de Irak, sino que se mantuvo una actitud ‘equidistante’, entre la víctima (el pueblo iraquí) y el verdugo (la élite transnacional). Así, después de negar que el petróleo fuese la causa fundamental de la guerra en el Golfo (y más tarde, en consecuencia, de la invasión de Irak, lo que hoy reconoce incluso el jefe entonces del sistema de la Reserva Federal americana), sugiere en cambio - ¡una década antes de Samuel Huntington!- una especie de ‘choque de civilizaciones’ en versión Castoriadis. Se trata de hecho de una ‘actitud equidistante’ disimulada ante la víctima y ante el agresor (o sea la postura habitual adoptado por la izquierda en todas las guerras recientes de la élite transnacional): ‘El conflicto va ya mucho más allá de Saddam Hussein. Se encamina a transformarse en una confrontación entre, por un lado, sociedades sometidas a un imaginario religioso persistente y hoy en día fortalecido; y, por otra parte, sociedades occidentales que, de una u otra forma, se han visto libradas de ese imaginario, pero se han mostrado incapaces de transmitir al mundo otra cosa que no sea técnicas de guerra y de manipulación de la opinión´. No resulta sorprendente que, en los años 1990, Castoriadis, y por lo que yo sé, jamás dijo nada en contra del embargo occidental que resultó catastrófico para ese país y que supuso, según estimaciones de la ONU; la muerte de medio millón de niños iraquíes; ni contra los bombardeos mortíferos del país ordenados por la administración Clinton. No hay que insistir en que esta ‘postura equidistante’, similar a la sostenida por Castoriadis y la izquierda reformista, implica de hecho un apoyo indirecto a las élites dirigentes y a sus ‘guerras’”. En inglés The Autonomy Project and Inclusive Democracy: A critical review of Castoriadis ‘thought’ [48], Takis Fotopoulos, The International Journal of Inclusive Democracy Vol 4, Nº 2 (abril 2008).
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En la primera parte de este artículo pusimos en evidencia la reacción de todas las grandes potencias imperialistas para contener la oleada revolucionaria y evitar que se extendiera a los grandes países industrializados del oeste de Europa. Y si la burguesía de los distintos países europeos se había enfrentado entre sí durante 4 años, ahora hacía causa común contra su enemigo histórico: el proletariado mundial. De las múltiples fuerzas que la clase dominante comprometió para la preservación de su sistema, la Socialdemocracia (cuya dirección unida al ala derecha votó los créditos de guerra en 1914, consagrando así un oportunismo que venía de lejos, y que le llevó finalmente a pasar definitivamente al campo de la burguesía) había de desempeñar un papel determinante en la represión y la mistificación de la revolución mundial. El partido Socialdemócrata alemán (SPD) se sitúo a la vanguardia de esta ofensiva puesto que fue el auténtico verdugo de la revolución alemana en enero de 1919. Como habían presentido Lenin y Rosa Luxemburg[1], la imposibilidad de la extensión de la revolución a los grandes centros industriales de Europa Occidental condujo al aislamiento y la degeneración de la República de los soviets y a la victoria de la contrarrevolución estalinista que aún pesa enormemente en las filas de la clase obrera mundial.
En el curso de la oleada revolucionaria, que alcanzó a Alemania a partir de noviembre de 1918, la Socialdemocracia jugó verdaderamente el papel de cabeza de puente de la burguesía con el fin de aislar a la clase obrera de Rusia.
Cuando la revolución estalló en Alemania, los diplomáticos soviéticos fueron expulsados por Scheidemann (subsecretario de Estado sin cartera en el gabinete de Max de Bade). En ese momento las masas obreras no habían percibido claramente el abandono progresivo del marxismo por parte del SPD. Cientos de miles de obreros en Alemania aún eran miembros de éste en vísperas de la Iª guerra mundial. Pero su insolidaridad con la Revolución rusa confirmó su traición y su paso al campo burgués. Tras el motín de los marinos de Kiel, Haase transmitió por teletipo un mensaje de los comisarios del pueblo al gobierno soviético agradeciéndole el envío de cereales, pero después de una pausa el mensaje continuaba: «Sabiendo que Rusia está oprimida por el hambre, os pedimos que distribuyáis al pueblo ruso hambriento el grano que pretendéis sacrificar por la revolución alemana. El presidente de la República americana, Wilson, nos garantiza el envío de harina y mantequilla que necesita la población alemana para pasar el invierno». Como dijo después Karl Radek, «la mano tendida queda suspendida en el vacío» ¡El gobierno “socialista” prefería la ayuda de una potencia capitalista antes que la de los obreros de Rusia! En efecto, en su lugar el gobierno alemán aceptó la harina y la mantequilla americanas, y enormes cantidades de artículos de lujo y otras mercancías superfluas que dejaron seco el Tesoro alemán. El 14 de noviembre el gobierno hizo llegar un telegrama al presidente americano Wilson: «El gobierno alemán pide al gobierno de Estados Unidos que haga saber por telégrafo al canciller del Reich (Ebert) si puede contar con el suministro de productos alimenticios de parte del gobierno de los Estados Unidos de manera que el gobierno alemán esté en condiciones de garantizar el orden al interior del país y de distribuir equitativamente las provisiones».
En Alemania este telegrama se difundió ampliamente para transmitir a los obreros el mensaje siguiente a los obreros: «¡renunciad a la revolución y a derrocar el capitalismo y tendréis pan y mantequilla!». Pero los americanos no habían impuesto ninguna condición de ese tipo. Así que, no solo la Socialdemocracia hacía chantaje a los obreros, sino que les mentía descaradamente haciéndoles creer que esas condiciones las había impuesto el propio Wilson[2].
En esas condiciones no cabía duda de que la Socialdemocracia alemana se situaba a la vanguardia de la contrarrevolución. El 10 de noviembre de 1918 el consejo de obreros y de soldados de Berlín, el órgano supremo de poder reconocido por el nuevo gobierno tomó la decisión de restablecer inmediatamente las relaciones diplomáticas con el gobierno ruso a la espera de la llegada de sus representantes a Berlín. Esta resolución era una orden que los comisarios del pueblo debían respetar, pero no lo hicieron. Aunque se justificasen en la prensa del USPD, lo cierto es que la traición y la venta de la revolución a las potencias imperialistas fue aceptada por los Independientes (USPD), como lo demuestra el acta de la sesión del Consejo de Comisarios del Pueblo del 19 de noviembre de 1918: «Prosecución de la discusión sobre las relaciones entre Alemania y la República de los Soviets. Haase aconseja adoptar una política dilatoria. (…) Kautsky está de acuerdo con Haase: la decisión debe diferirse. El gobierno soviético no puede sobrevivir mucho tiempo; de aquí a algunas semanas ya no existirá (…)»[3].
Sin embargo, mientras el ala derecha de este partido centrista pasaba progresivamente al bando de la contrarrevolución, el ala izquierda se orientaba más claramente hacia la defensa de los intereses proletarios.
Pero el esmero del gobierno “socialista” no se detuvo ahí. Ante la irritación de la Entente por la lentitud con la que las tropas alemanas se retiraban de los territorios orientales, el gobierno alemán respondió con un despacho diplomático que, aunque enviado después de la expulsión de los socialdemócratas independientes del gobierno, había sido elaborado con ellos. Hete aquí lo que se afirmaba: «La convicción de la Entente de que las tropas alemanas apoyarían el bolchevismo, por propia iniciativa o siguiendo órdenes superiores, directamente o poniendo obstáculos a las medidas antibolcheviques, no corresponde a la realidad. También nosotros, los alemanes, y por tanto también nuestras tropas, seguimos pensando que el bolchevismo representa una amenaza extremadamente grave que hay que alejar por todos los medios»[4]
Si el SPD ilustra de la manera más extrema el paso de la socialdemocracia al bando de la burguesía, particularmente en su lucha abierta contra la revolución rusa, la mayoría de los otros grandes partidos socialistas del mundo no le fueron a la zaga. La táctica del Partido socialista italiano consistió, durante toda la guerra, en frenar la lucha de clases con la coartada de una posición falsamente neutral en el conflicto mundial, ilustrada por la hipócrita consigna “ni sabotear ni participar”, lo que equivalía a pasarse por el forro el principio del internacionalismo proletario. En Francia, aparte de la fracción que pasó en cuerpo y alma al bando burgués cuando se votaron los créditos de guerra, el movimiento socialista quedó gangrenado por el centrismo, que animaba la hostilidad frente a la revolución de octubre y la fracción bolchevique. No obstante, a finales de 1918 y comienzos de 1919 comenzó a formarse una corriente de izquierdas. Aunque la burguesía aprovechaba la ola de la victoria para reforzar el sentimiento patriótico, el proletariado francés pagó sobre todo la ausencia de un verdadero partido marxista. Eso es, por cierto, lo que había señalado Lenin muy lúcidamente: «la transformación del viejo tipo de partido europeo parlamentario, reformista en la práctica y ligeramente coloreado de un barniz revolucionario verdaderamente comunista, es algo extraordinariamente difícil. En Francia es seguramente donde esa dificultad aparece más claramente»[5].
La Socialdemocracia sabotea y torpedea los consejos obreros[6]
En Rusia, como en todos los países donde van a eclosionar los soviets, los partidos socialistas jugaron un doble juego. De un lado hicieron creer que eran favorables al desarrollo de la lucha emancipadora de los obreros a través de los soviets. De otro, hicieron todo lo posible para esterilizar esos órganos de autoorganización de la clase. En Alemania esto fue más evidente. Aparentemente favorables a los Consejos obreros, los socialistas se mostraron en realidad ferozmente hostiles. Y esto, su acción destructiva en el seno de los soviets demuestra que se comportaron como verdaderos perros guardianes de la burguesía. La táctica era simple; se trataba de socavar el movimiento desde dentro para vaciar los consejos de su contenido revolucionario. O sea, de esterilizar los soviets sometiéndolos al Estado burgués, de suerte que se concibieran como órganos transitorios hasta la celebración de las elecciones a la Asamblea Nacional. Los Consejos tenían igualmente que estar abiertos a toda la población, a todas las capas del pueblo. En Alemania, por ejemplo, el SPD creó los “Comités de Salvación Pública”, que acogían a todas las capas sociales, todas con idénticos derechos.
Además, los dirigentes SPD/USPD sabotearon el trabajo de los soviets desde el Consejo de comisarios del pueblo[7], imponiendo instrucciones distintas de las que daba el Consejo Ejecutivo (CE), que sí era una emanación de los Consejos obreros; o arreglándoselas para que éste no tuviera su propia prensa. Cuando el SPD tuvo la mayoría del CE, éste tomó incluso posición contra las huelgas de noviembre y diciembre de 1918. Esta empresa de demolición de la autoorganización de la clase obrera tuvo lugar igualmente en Italia entre 1919 y 1920 en el momento de las grandes huelgas, puesto que el PSI hizo todo lo que pudo para transformar los Consejos en vulgares comités de empresa incorporados al Estado que llamaban a la autogestión de la producción. La izquierda del partido libró entonces un combate contra esa ilusión que solo podía encerrar la lucha de los obreros en el perímetro estrecho de la fábrica: «Querríamos evitar que penetre en las masas obreras la convicción de que basta desarrollar sin más la institución de los Consejos para apropiarse de las fábricas y eliminar a los capitalistas. Eso sería una ilusión extremadamente peligrosa (…) Si no se produce la conquista del poder político, los Guardias Reales, los carabineros se encargarán de disipar cualquier ilusión con todos los mecanismos de opresión, toda la fuerza de la que dispone la burguesía, el aparato político de su poder» (A. Bordiga)[8].
Pero la Socialdemocracia alemana mostró su verdadero nuevo rostro cuando asumió directamente la represión de las huelgas obreras. En efecto, el desarrollo de una intensa campaña ideológica a favor de la República, del sufragio universal, de la unidad del pueblo…, no bastó para destruir la combatividad y la conciencia del proletariado. Así que, ya al servicio del Estado burgués, los traidores del SPD se aliaron con el ejército para reprimir sangrientamente un movimiento de masas que continuaba el que nació en Rusia, y que ponía en peligro una de las potencias imperialistas más desarrolladas del mundo. El comandante en jefe del ejército, el general Groener, que colaboraba día tras día con el SPD y los sindicatos durante la guerra como responsable de los proyectos de armamento, explica: «Nos aliamos para combatir el bolchevismo. La restauración de la monarquía era imposible. (…) Yo había aconsejado al mariscal de campo que no combatiera la revolución por las armas, porque era de temer que, teniendo en cuenta el estado de las tropas, esa vía fracasaría. Le propuse que el Alto Mando militar se aliara con el SPD, visto que no había ningún partido que dispusiera de suficiente influencia en el pueblo y las masas para reconstruir una fuerza gubernamental con el Mando militar. Los partidos de derecha habían desaparecido completamente y estaba excluido trabajar con los extremistas radicales. Se trataba en primer lugar de arrancar el poder de las manos de los Consejos obreros y de soldados de Berlín. Una acción fue prevista con ese fin. Diez divisiones debían entrar en Berlín. Ebert estaba de acuerdo. (…) Elaboramos un programa que contemplaba, después de la entrada de las tropas, la limpieza de Berlín y el desarme de los Espartaquistas. Esto también fue convenido con Ebert, que tiene particularmente mi reconocimiento por su amor absoluto a la patria. (…) Esta alianza fue sellada contra el peligro bolchevique y el sistema de Consejos.» (Zeugenaussage, - Declaración - octubre-noviembre 1925)[9].
El gobierno socialdemócrata tampoco dudó en apelar a la burguesía de Europa Occidental para la operación de mantenimiento del orden durante las jornadas cruciales de enero de 1919. De todas formas, ésta ya había hecho de la ocupación de Berlín en caso de que la revolución triunfara, una cuestión de honor. El 26 de marzo de 1919 el Primer ministro inglés Lloyd George escribía en un memorándum dirigido a Clémenceau y Wilson; «El mayor peligro en la situación actual es, para mí, que Alemania pueda virar hacia el bolchevismo. Si somos listos, ofreceremos a Alemania una paz que, puesto que será justa, será preferible para toda la gente razonable a la alternativa del bolchevismo»[10]. Frente al peligro de “bolchevización de Alemania”, los principales líderes políticos de la burguesía no se apresuraron en desarmar a quien hasta hacía poco era el enemigo. En un debate en el senado sobre este tema en octubre de 1919, Clémenceau no ocultaba en absoluto las razones: «Para empezar, ¿por qué hemos permitido a Alemania contar con esos 288 cañones? (…) Porque Alemania necesita defenderse y por nuestra parte no tenemos ningún interés en tener una segunda Rusia bolchevique en el centro de Europa; ya es bastante con una»[11].
Con el armisticio recién firmado, el gobierno de Ebert-Noske-Scheidemann-Erzberger sellaba la paz con los de Clémenceau, Lloyd George y Wilson con un pacto militar dirigido contra el proletariado alemán. A continuación, la violencia que exhibieron el perro sangriento Noske y sus cuerpos francos durante la “semana sangrienta” del 6 al 13 de enero de 1919 solo es comparable con la que aplicaron los versalleses contra los Comuneros en otra semana sangrienta del 21 al 28 de mayo de 1871. Igual que 38 años antes, el proletariado sufría «el salvajismo sin máscara y la venganza sin ley» (Karl Marx) de la burguesía. Pero el baño de sangre de enero 1919 solo sería el prólogo de un castigo más terrible que cayó después sobre los obreros del Ruhr, de Alemania central, de Baviera…
En los principales países aliados, la victoria sobre las fuerzas de la Triple Alianza no impidió la reacción de la clase obrera frente a la barbarie que había conocido Europa de 1914 a 1918. Pese al sonado eco de Octubre 1917 en el seno del proletariado de Europa occidental, la burguesía de los diferentes países de la Entente supo instrumentalizar la salida de la guerra para encauzar el desarrollo de las luchas del proletariado entre 1917 y 1927. Aunque la guerra imperialista es la expresión de la crisis general del capitalismo, la burguesía consiguió hacer creer que solo era una anomalía de la historia, que era “la última vez” que podía pasar algo así, que la sociedad encontraría una estabilidad y la revolución no tenía sentido de ser. En los países más modernos del capitalismo la burguesía machacaba con que a partir de ahora todas las clases debían participar en la construcción de la democracia. Era la hora, según decían, de la reconciliación y no de los enfrentamientos sociales. Según esa forma de ver, en febrero de 1918 los parlamentarios ingleses adoptaron la Representation of the People Act, que ampliaba el censo electoral y concedía el derecho de voto a las mujeres de más de 30 años. En un contexto en que la mecha de las luchas sociales prendía en Gran Bretaña, la burguesía más experimentada del mundo buscaba hábilmente desviar a la clase obrera de su terreno de clase. Como afirmase entonces Sylvia Pankhurst, esta hábil maniobra venía impuesta en gran parte por la amenaza de una propagación de la revolución de Octubre a los países occidentales: «Los acontecimientos de Rusia han suscitado una respuesta en todo el mundo, no solo entre la minoría favorable a la idea del Comunismo de Consejos, sino también entre las fuerzas de la reacción. Estas últimas eran perfectamente conscientes del crecimiento del sovietismo cuando han decidido jugar la carta de la vieja maquinaria parlamentaria acordando a ciertas mujeres al mismo tiempo el derecho de voto y a ser elegidas» (La amenaza obrera, 15 de diciembre)[12].
Además, la burguesía supo instrumentalizar muy bien la salida de la guerra jugando con la división entre países vencedores y vencidos a fin de romper la dinámica de generalización de las luchas. Por ejemplo, después de la dislocación del imperio austrohúngaro, el proletariado de las diferentes entidades territoriales tuvo que sufrir la propaganda de las luchas de liberación nacional. De la misma forma, en los países vencidos se cultivó un estado de espíritu revanchista entre el proletariado. En los países vencedores, y aunque el proletariado aspirase mayoritariamente a la tranquilidad tras 4 años de guerra, las noticias que llegaban desde Rusia tendían a alentar un nuevo impulso de combatividad sobre todo en Francia o Gran Bretaña. Pero este impulso se canalizó por el dique del chovinismo y la campaña de la victoria de la civilización contra los “sales boches”[13]. Ante la degradación de las condiciones de vida a consecuencia del desarrollo de la crisis a partir de la década de 1920, estallaron sin embargo luchas obreras en Inglaterra, en Francia, en Alemania e incluso en Polonia. Pero estos movimientos, reprimidos violentamente, eran en realidad los últimos sobresaltos de una oleada revolucionaria que tendría sus últimas convulsiones con la represión brutal de los trabajadores de Shangai y Canton en 1927[14]. La burguesía había conseguido finalmente coordinar sus fuerzas para aplastar y reprimir los últimos bastiones de la oleada revolucionaria. Hay que reconocer consecuentemente, como ya hemos puesto de manifiesto, que la guerra no crea las condiciones más favorables para la generalización de la revolución. En efecto, la crisis económica mundial que viene desarrollándose desde los años 60 parece ser una base material mucho más válida para la revolución mundial, puesto que afecta a todos los países sin excepción y, contrariamente a la guerra imperialista, no puede ser detenida. Los partidos socialistas tuvieron un papel central en la promoción de la democracia y del sistema republicano y parlamentario, como si fuesen pasos hacia la revolución. En Italia, desde 1919, el PSI preconizó sin ambigüedad el reconocimiento del régimen democrático, empujando a las masas a ir a votar en las elecciones de 1919. Circunstancia agravante, el éxito electoral subsiguiente fue aprobado por la Internacional Comunista. No obstante, una vez al mando, los socialistas gestionaron el Estado como cualquier otra fracción burguesa. En los años siguientes, las tesis antifascistas propagadas por Gramsci y los Ordinovistas empujaron a la clase obrera italiana ni más ni menos que al interclasismo. Considerando que el fascismo expresaba una deriva y una particularidad de la historia italiana, Gramsci preconizaba la formación de la Asamblea constituyente, etapa intermedia entre el capitalismo italiano y la dictadura del proletariado. Según él, «una clase de naturaleza internacional debe, en cierto sentido, nacionalizarse». El proletariado tenía que aliarse pues con la burguesía en el seno de una Asamblea nacional constituyente, donde los diputados de “todas las clases democráticas del país” elegidos por sufragio universal elaborarían la futura constitución italiana. En el Vº Congreso Mundial de la Internacional Comunista, Bordiga respondió a esos errores, que llevaban al proletariado a abandonar su terreno de clase en nombre de las ilusiones democráticas: «Debemos rechazar la ilusión de que un gobierno de transición podría ser ingenuo a tal punto de permitir que con los medios legales, las maniobras parlamentarias, los apaños más o menos hábiles, asediemos las posiciones de la burguesía, es decir, que nos hagamos legalmente con todo su aparato técnico y militar para distribuir tranquilamente las armas a los proletarios. Eso es una concepción verdaderamente infantil. ¡No es tan fácil hacer una revolución!»[15]
«Paralelamente a la preparación militar de la guerra civil contra la clase obrera, se procedía a la preparación ideológica» (Paul Frölich). En efecto, muy pronto, en las semanas y meses que siguieron a la revolución rusa, la burguesía se esforzó por reducir el acontecimiento a una toma del poder por parte de una minoría que habría distorsionado la voluntad de las masas y llevaría a la sociedad al desorden y al caos. Pero esta intensa campaña de propaganda antibolchevique y antiespartaquista no fue obra de un puñado de individuos obcecados y decididos a hacer de perros guardianes de la clase dominante, sino de una política de todas las fracciones de la gran burguesía pilotada desde las más altas esferas del aparato de Estado. Como desarrollamos en un artículo de la Revista Internacional n.º 155[16], la Primera Guerra mundial fue un momento determinante del proceso por el que el Estado se adueñó por completo de la información, a través de la propaganda y la censura. El objetivo era claro: influir ideológicamente en la población para asegurar la victoria en esta guerra total. Con la apertura del periodo revolucionario el cometido de la propaganda estatal resultaba igualmente nítido: influir a las masas para hacer que se alejaran de las organizaciones del proletariado, y asegurar así la victoria de la contrarrevolución. Los grandes empresarios alemanes se mostraron como los más decididos y no dudaron en romper sus huchas en pro de la “buena causa” del orden burgués. Gracias a la donación de miles de marcos por parte del banquero Helfferich y del político Friedrich Naumann, se fundó una “Secretaría general para el estudio y la lucha contra el bolchevismo” el 1 de diciembre de 1918 en Berlín. El 10 de enero, su fundador, un tal Stadler reunió cerca de 50 empresarios alemanes para exponerles sus puntos de vista. A continuación, Hugo Stinnes, uno de los mayores magnates de la industria alemana, arengó a las tropas del sombrero de copa: «Soy de la opinión de que después de esta exposición, cualquier discusión es superflua. Comparto completamente el punto de vista del orador. Si el mundo de la industria, del comercio y de la banca no tiene la voluntad ni está en disposición de versar una póliza de seguro de 500 millones de marcos para protegernos del peligro que nos acaban de revelar, no merecemos que se nos considere representantes de la economía alemana. Pido que se declare cerrada esta sesión y les ruego señores Mankiewitz, Borsig, Siemens, Deutsch, etc., etc., (cita aproximadamente 8 nombres) que pasen conmigo a la habitación de al lado para que nos pongamos de acuerdo inmediatamente sobre el modo de repartirse esta contribución»[17]
Con esos cientos de millones de marcos de subvenciones, se abrieron varias oficinas para llevar la campaña antirrevolucionaria. La Liga antibolchevique (la antigua asociación del Reich contra la socialdemocracia) fue ciertamente la más activa para escupir su veneno sobre los revolucionarios de Rusia y de Alemania, difundiendo millones de panfletos, de carteles, de folletos, u organizando mítines. Esta primera institución formaba parte de uno de los dos centros contrarrevolucionarios, junto con el Bürgerrat y el hotel Edén donde tenía su sede el cuartel general de la división de fusileros de la caballería de la guardia.
La organización de propaganda “Construir y Devenir, sociedad para la educación del pueblo y la mejora de las fuerzas nacionales del trabajo”, fundada por Karl Erdmann, fue directamente financiada por Ernst Von Borsig y Hugo Stinnes. Este último sufragó tanto la prensa nacionalista como los partidos de extrema derecha para que hicieran propaganda en contra de espartaquistas y bolcheviques.
Pero las más de las veces fue la socialdemocracia quien actúo como maestro de ceremonias de la manipulación de la opinión en el seno de la clase obrera. Como cuenta Paul Frölich: «Comenzó con la difusión de discursos insípidos celebrando la victoria de la revolución de noviembre. Siguieron las promesas, las mentiras, las reprimendas y las amenazas. El Heimatdienst, una institución creada durante la guerra para manipular a la opinión pública difundió cientos de millones de panfletos, opúsculos y carteles, las más de las veces redactados por los socialdemócratas, apoyando la reacción. Deformando sin pudor el significado de las revoluciones precedentes y las enseñanzas de Marx, Kautsky proclamaba su indignación ante la “prolongación de la revolución”. Se hacía del bolchevismo el coco. Este concierto también fue dirigido por los socialdemócratas, esos mismos gentilhombres que durante la guerra habían aclamado en las columnas de sus periódicos a los bolcheviques (descritos como fieles discípulos del pensamiento de Marx), porque entonces pensaban que las luchas revolucionarias rusas ayudarían a Ludendorff y compañía a vencer definitivamente a las potencias occidentales. Ahora, en cambio, difunden terribles historias sobre los bolcheviques, llegando hasta hacer circular falsos “documentos oficiales” según los cuales los revolucionarios rusos habrían compartido sus mujeres»[18]
A partir de entonces, las fuerzas proletarias que defendían el internacionalismo proletario se convirtieron en objeto prioritario de los ataques, sobre todo después de la toma del poder por los obreros de Rusia en Octubre 1917. Conscientes del peligro que podía significar la extensión de la revolución para el capital mundial, los Estados más desarrollados pusieron en marcha una verdadera campaña de calumnias contra los bolcheviques para alejar cualquier sentimiento de simpatía o tentativa de fraternización. Durante las elecciones de 1919, la burguesía francesa aprovechó la ocasión para centrar la campaña sobre el “peligro rojo” alimentando la demonización de la revolución y de los bolcheviques. Georges Clémenceau, uno de los grandes actores de la contrarrevolución, fue particularmente activo, puesto que hizo campaña por el tema de la “Unión nacional” contra la “amenaza del bolchevismo”. Un folleto y un cartel célebres, titulados “¿Cómo luchar contra el bolchevismo?” trazaban un perfil del bolchevique parecido al de una bestia, los cabellos desgreñados y un cuchillo entre los dientes. Todo esto contribuía a asimilar la revolución proletaria a una empresa bárbara y sanguinaria. En el congreso de fundación de la Internacional Comunista, George Sadoul rendía cuenta del alcance de las calumnias esparcidas por la burguesía francesa: «Cuando salí de Francia en septiembre de 1917, es decir algunas semanas antes de la revolución de Octubre, la opinión pública en Francia tomaba al bolchevismo por una grosera caricatura del socialismo. Los líderes del bolchevismo eran considerados como criminales o como locos. El ejército de los bolcheviques era, a sus ojos, una horda compuesta de miles de fanáticos y criminales. (…) He de confesaros con gran vergüenza, que la 9/10 parte de los socialistas, de la mayoría y la minoría, eran de la misma opinión. Podríamos alegar, como circunstancias atenuantes, por un lado, nuestra absoluta ignorancia de los acontecimientos rusos, de otra parte, todas las calumnias y falsos documentos propagados por la prensa de todas las tendencias sobre la crueldad, la felonía y alevosía de los bolcheviques. La toma del poder por esa “banda de forajidos” produjo en Francia un efecto “shock”. La calumnia que nos impedía apreciar la verdadera imagen del comunismo se volvió aún más tupida con la firma de la paz de Brest. La propaganda antibolchevique llegó entonces a un máximo apogeo»
Aunque los gobiernos de la Triple Entente contasen con el viento a favor de la victoria para calmar el descontento en el seno de la clase obrera, trataron igualmente de desviar cualquier veleidad revolucionaria hacia la vía de las urnas. La burguesía mostró su verdadero rostro: ¡vil, manipuladora, mentirosa! El anti-bolchevismo que venían difundiendo la prensa, los medios de comunicación y el mundo universitario desde hacía varias décadas, enraizó rápidamente, durante la oleada revolucionaria, en las más altas esferas de los aparatos de Estado. En efecto, la ofensiva militar en las fronteras rusas, la represión sangrienta de la clase obrera alemana en enero de 1919, debían acompañarse inexorablemente de una intensa campaña de propaganda que intentara truncar el impulso de simpatía hacia la revolución proletaria en las clases explotadas de todo el mundo. En los múltiples carteles de propaganda contrarrevolucionaria elaborados en Francia, en Inglaterra o en Alemania, la principal diana eran las organizaciones políticas del proletariado, a las que se consideraba responsables del paro, de la guerra y del hambre, y eran regularmente acusadas de sembrar el desorden y el crimen[19]. Como lo resumió P. Frölich, «los carteles en la calle representaban el bolchevismo como una bestia con una gran boca abierta, dispuesta a morder».
Desde noviembre 1918 la burguesía alemana hizo de Spartacus el objetivo a batir. Se trataba de neutralizar la influencia de esta organización en las masas. Para hacer esto, fue acusada de todos los males, Spartacus se convirtió en un chivo expiatorio considerado como una verdadera peste para el orden social y el capital alemán. Había que hacerla desaparecer. El cuadro que pinta Paul Frölich diez años después de los acontecimientos es ilustrativo: «Todo delito que se cometiera en las grandes ciudades tenía un único culpable: ¡Spartacus! Los espartaquistas eran acusados de todos los robos. Delincuentes vestidos de uniforme, provisto de documentos oficiales, verdaderos o falsos, aparecían en las viviendas, destrozándolo y robándolo todo: ¡Spartacus los enviaba! Cualquier padecimiento o amenaza solo tenía un origen: ¡Spartacus! Spartacus es la anarquía, Spartacus es el hambre, Spartacus es el terror»[20].
La ignominia de la socialdemocracia y de toda la burguesía alemana fue incluso más lejos, puesto que el Vorwarts[21] organizó una verdadera campaña de denigración y de odio contra Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg y otros militantes influyentes de la Liga Spartacus: «Karl Liebknecht, un tal Paul Lévi y la impetuosa Rosa Luxemburg, que no han trabajado nunca en un taller o una obra están a punto de arruinar nuestros sueños y los de nuestros padres (…) Si la banda espartaquista quiere eliminarnos a nosotros y a nuestro porvenir, entonces ¡que Karl Liebknecht y compañía sean también eliminados!».
Al discurso de odio le sucedió la organización de una verdadera cacería de los revolucionarios. La Liga por la lucha contra el bolchevismo ofrecía 10.000 marcos por la captura de Karl Radek o por informaciones que pudieran conducir a su arresto. Pero, sin duda, los objetivos principales eran Liebknecht y Luxemburg. Un manifiesto pegado en las paredes de Berlín en diciembre de 1918 llamaba nada menos que a asesinarlos. Su contenido da la medida del grado de violencia con el que la Socialdemocracia se ensañaba con Spartacus: «¡Trabajador, ciudadano! La patria está al borde de la ruina. ¡Salvadla! La amenaza no viene del exterior, sino del interior: del grupo Spartacus. ¡Atacad a su jefe!¡Matad a Liebknecht! ¡Y tendréis paz, trabajo y pan! Soldados del frente». Un mes antes, el consejo de soldados de Steglitz (una pequeña ciudad de Brandemburgo) había amenazado a Liebknecht y Luxemburg que los soldados dispararían a matar si se presentaban en un cuartel para pronunciar “discursos incendiarios”. La prensa burguesa esparcía realmente un ambiente de verdadero progromo, «loaba los muros salpicados de los sesos de los fusilados. Transformaba la burguesía en una horda sedienta de sangre, ebria de denuncias, que empujaba a los sospechosos (los revolucionarios y otros absolutamente inocentes) delante de los fusiles de los pelotones de ejecución. Y todos estos alaridos culminaban en una sola petición de asesinato: ¡Liebknecht, Luxemburg!»[22]. La palma de la ignominia podría concedérsele al Vorwärts, que el 13 de enero publicó un poema que presentaba a los miembros más destacados de Spartacus como desertores, cobardes que traicionaron al proletariado alemán, y que merecían la muerte:
«Centenas de muertos en un solo recuento-
¡Proletarios!
Karl, Radek, Rosa y compañía-
¡Ninguno de ellos está aquí!
¡Proletarios!»
Todos sabemos que esas calumnias tuvieron desgraciadamente nefastos efectos puesto que el 15 de enero de 1919, Karl y Rosa, esos dos grandes militantes de la causa revolucionaria, fueron asesinados por los cuerpos francos. El relato totalmente fraudulento que hizo el Vorwärts de tales crímenes ilustra por sí solo la mentalidad de la burguesía, esa clase “patética y cobarde” como la describiera ya Karl Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte. Según los periódicos de la tarde del 16 de enero, Liebknecht habría resultado muerto durante una tentativa de evasión, y Rosa Luxemburg linchada por la multitud. Cuenta Paul Frölich, que el comandante de la división de fusileros de caballería de la guardia, de la que dependían los dos ejecutores de los dos asesinatos, difundió un comunicado que falsificaba totalmente el desarrollo de los acontecimientos y que fue retomado por toda la prensa. Todo ello «dando rienda suelta a una madeja de mentiras, de maniobras de despiste y de violaciones de la ley, que proporcionarán la trama de una vergonzosa serie de comedias interpretadas por la magistratura»[23].
Al precio de un intenso trabajo, todas esas fabulaciones fueron desmentidas por Leo Jogiches que, en colaboración con una comisión de investigación creada por el consejo central y el consejo ejecutivo de Berlín, restableció la verdad exponiendo el desarrollo de esos crímenes y publicando la fotografía del festín de los asesinos tras sus crímenes. ¡Así firmó su propia sentencia de muerte! El 10 de marzo de 1919 fue arrestado y asesinado en la prisión de la prefectura de policía de Berlín. Tuvo lugar un “simulacro de justicia” que permitía adivinar la verdad, a pesar de las intimidaciones y la corrupción. En cuanto a los culpables, apenas sufrieron multas o cortas penas de prisión.
Ayer Rosa Luxemburg era esa bruja roja devoradora de “buenos alemanitos”, hoy es la “buena demócrata”, “la anti-Lenin”, ese “peligroso revolucionario”, “inventor del totalitarismo”. Para la clase dominante esto no le supone contradicción alguna. Las dos caras de su discurso sobre Rosa Luxemburg le cuadran. Supone la enésima demostración de lo que hace la burguesía con la memoria de los grandes personajes que han osado desafiar su mundo «sin corazón y sin alma»: «En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les sometían a constantes persecuciones, acogían sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso y las campañas más desenfrenadas de mentiras y calumnias. Después de su muerte se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de la doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta y envileciéndola. En semejante apocamiento del marxismo se dan hoy la mano la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero» (Lenin, El Estado y la Revolución[24])
El aplastamiento sangriento de la revolución en Alemania fue un golpe terrible para el proletariado mundial. Como afirmaban Lenin y Rosa Luxemburg, la supervivencia de la revolución a escala mundial dependía de la capacidad de los obreros de las grandes potencias de hacerse con el poder en sus países. O, dicho de otra forma, que el porvenir de la humanidad dependía de la extensión de la oleada revolucionaria que había comenzado en Rusia. Pero esa progresión no tuvo lugar. Los fracasos del proletariado en Alemania, en Hungría, y en Italia, tocaron a muerto por la revolución en Rusia; una muerte por asfixia, puesto que no quedaba en su seno aliento suficiente para dar ímpetu a los obreros del mundo entero. En esa agonía «interviene precisamente el estalinismo, en total ruptura con la revolución cuando, tras la muerte de Lenin, Stalin se hace con las riendas del poder y desde 1925 planteó su tesis de “la construcción del socialismo en un solo país”, gracias a la cual va a instalarse en todo su horror la contrarrevolución»[25].
Hace décadas que historiadores, periodistas y otros comentaristas de todo género intentan falsificar la historia tratando de encontrar una continuidad entre Lenin y Stalin y alimentando la mentira según la cual el comunismo es igual al estalinismo. Pero en los hechos hay un abismo entre Lenin y los bolcheviques de un lado, y el estalinismo en otro.
El Estado que surgió después de la revolución se le iba cada vez más de las manos a la clase obrera y absorbía progresivamente al partido bolchevique, en el que el peso de los burócratas se hacía preponderante. Stalin era el representante de esta nueva capa de gobernantes, cuyos intereses estaban en total oposición con la salvaguardia de la revolución mundial. La tesis del “socialismo en un solo país” sirvió precisamente para justificar la política de esta nueva clase burguesa en Rusia, que consistía en replegarse en la economía nacional y el Estado, garante del statu quo y del modo de producción capitalista. Lenin no defendió jamás esas posiciones. Al contrario, siempre defendió el internacionalismo proletario, considerando este principio como una brújula que permitía al proletariado no desviarse al terreno de la burguesía. Y, aunque no pudiera anticipar lo que sería el estalinismo, en los últimos años de su vida Lenin fue consciente de ciertos peligros que acechaban a la revolución y particularmente de la dificultad para frenar la atracción conservadora del Estado sobre las fuerzas revolucionarias. Aun cuando no fuera capaz de oponérsele, sí alertó contra la gangrena burocrática, sin que encontrara una solución a un problema de todas formas ineluctable. También Lenin desconfiaba mucho de Stalin y era contrario a que éste obtuviera cargos importantes. En su “testamento” del 4 de enero de 1923, intentó incluso apartarlo del puesto de secretario general del partido, en el que Stalin «iba a concentrar un poder enorme, del que abusa de forma brutal». Una vana tentativa, puesto que Stalin ya controlaba la situación[26].
Como pusimos en evidencia en nuestro folleto El hundimiento del estalinismo: «El estalinismo asentó su dominación sobre los escombros de la revolución de 1917. Gracias a esa negación radical del comunismo que constituía la doctrina monstruosa del “socialismo en un solo país”, totalmente ajena al proletariado y a Lenin, la URSS volvió a ser, no solo un Estado capitalista de arriba abajo, sino también un Estado en que el proletariado fue sometido brutalmente y con más saña que en cualquier otra parte, a los intereses del capital nacional, rebautizados como “intereses de la patria socialista”»[27]
Instalado en el poder, Stalin se afanó en conservarlo. A finales de los años 1920 tenía en sus manos las palancas de mando del aparato de Estado soviético. Por nuestra parte ya explicamos, en uno de los primeros artículos sobre la revolución rusa, el proceso que llevó a la degeneración de la revolución y el surgimiento de una nueva clase dominante, haciendo de este país enteramente un Estado capitalista[28]
¡La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, solo tenía de soviético el nombre!
«No solamente la consigna de todo el periodo revolucionario: “Todo el poder a los soviets” se abandona y se rechaza, sino que la dictadura del proletariado por los consejos obreros, que había sido el motor y el alma de la revolución, y que tanto repugna y aflige a nuestros queridos “demócratas” de hoy (…) es totalmente destruida y se convierte en un caparazón vacío, cediendo el sitio a una implacable dictadura del partido-Estado sobre el proletariado»[29].
Producto de la degeneración de la revolución, el estalinismo no ha pertenecido nunca a otro campo que el de la contrarrevolución. Además, si logró plenamente su asiento en el gran concierto de las naciones burguesas es precisamente por eso. Era una fuerza extraordinaria para engañar a la clase obrera haciéndole creer que el comunismo existía realmente en el Este de Europa, que su progresión estaba ralentizada, y que su victoria total dependía del apoyo de los obreros de todo el mundo a la línea política decidida por Moscú. Esa gran ilusión era evidentemente sostenida por todos los partidos comunistas del mundo entero. A fin de transmitir la mentira a gran escala, Moscú y los PC’s nacionales organizaban especialmente los famosos viajes a la Unión soviética de delegaciones obreras, una estancia durante la cual se mostraban todos los “fastos” del régimen a los “turistas políticos” que después, a su vuelta, se enviaban a predicar la buena nueva en sus fábricas y células. Henri Guilbeaux[30] describía así esta mascarada: «Cuando el obrero va a Rusia es cuidadosamente seleccionado, además solo puede ir en grupo. Se le escoge de entre los miembros del Partido, pero se elige también en los sindicatos y en el partido socialista y elementos llamados “simpatizantes”, muy influenciables, a los que será fácil “comer el coco”. Los delegados “elegidos” así forman una delegación obrera. Llegados a Rusia, los delegados son recibidos oficialmente, adiestrados, mimados, agasajados. Siempre los acompañan guías y traductores. Se les hacen regalos (…) Allá donde vayan se les dice: “esto pertenece a los obreros. Aquí son los obreros los que mandan”. A su regreso, a los delegados obreros que se identifican como más capaces de ensalzar a la URSS, se les da bombo y platillo. Se les invita a contar sus impresiones en reuniones públicas»[31].
Estos viajes de “descerebramiento político” tenían el objetivo principal de mantener el mito del “socialismo en un solo país”; auténtica falsificación del programa defendido por el movimiento revolucionario; puesto que desde sus orígenes éste se presenta como un movimiento internacional en la medida en que, como escribió Engels en 1847, la ofensiva política de la clase obrera contra la clase dominante se efectúa desde el principio a escala internacional: «La revolución comunista (…) no será una revolución puramente nacional; se producirá al mismo tiempo en todos los países civilizados (…) Ejercerá el mismo tiempo una repercusión considerable sobre los otros países del globo y transformará y acelerará completamente el curso de su desarrollo; tendrá por consiguiente un terreno universal»[32].
El socialismo en un solo país significaba la defensa del capital nacional y la participación en el juego imperialista. Eso significaba igualmente la liquidación de la oleada revolucionaria. En esas condiciones, Stalin se convirtió en un hombre respetable a los ojos de las democracias occidentales, preocupadas a partir de ahora de facilitar la inserción de la URSS en el mundo capitalista; mientras que la burguesía mundial no había dudado en establecer un cordón militar alrededor de Rusia en el momento de la revolución. Es decir, cambió radicalmente de política una vez disipado el peligro. Además, después de la crisis de 1929, la URSS se convirtió en una apuesta central y toda la burguesía occidental intentó atraerse los favores de Stalin. Así, la URSS se integró en la Sociedad de Naciones en 1934 y se firmó un pacto de no agresión entre Stalin y Laval, el ministro de asuntos exteriores francés. El comunicado que se publicó a continuación ilustra la política antiobrera de la URSS: «El Sr. Stalin comprende y aprueba plenamente la política de defensa nacional de Francia para mantener sus fuerzas armadas a la altura de sus necesidades de seguridad». Como señalamos en nuestro folleto El hundimiento del estalinismo: «Esa política de alianza con la URSS permitió, en la estela del pacto Laval- Stalin, la formación del “Frente Popular” en Francia, sellando la reconciliación del PCF con la socialdemocracia por las necesidades del capital francés en la arena imperialista Stalin se había pronunciado a favor del armamento de Francia y de rebote el PCF votó por su parte los créditos militares y firmó un acuerdo con los radicales y la SFIO»[33]
Toda la burguesía comprendió que Stalin era el hombre del momento, el que iba a erradicar los últimos vestigios de la revolución de Octubre 1917. Es más, las democracias occidentales se mostraron de lo más indulgentes con él cuando comenzó a aplastar y exterminar la generación de proletarios y revolucionarios que había participado en la revolución de Octubre 1917. La liquidación de la vieja guardia del partido bolchevique dejaba clara la determinación de Stalin para impedir cualquier tipo de conjura en su entorno y consolidar su poder; pero permitió igualmente asestar un golpe a la conciencia del proletariado de todo el mundo arrastrándolo a tomar a cargo la defensa de la URSS contra los pretendidos traidores de la causa revolucionaria.
En tales condiciones, las democracias europeas no dudaron en apoyar esa empresa macabra y participar en ella. Se extasiaban proclamando bellas frases sobre los derechos humanos, pero estaban mucho menos dispuestas a acoger y proteger a los principales miembros de la Oposición obrera, empezando por Trotsky, su principal representante. Tras haber sido expulsado de Rusia en 1928, fue acogido por la Turquía hostil al bolchevismo cuyas autoridades, conchabadas con Stalin, le dejaron entrar en su territorio, pero le privaron de pasaporte y expuesto a las acciones de los residuos de los ejércitos blancos. El antiguo jefe del ejército rojo escapó varias veces de las tentativas de asesinato. Su “vía crucis” continuó después de abandonar Turquía, ya que todos los gobiernos democráticos de Europa occidental, de acuerdo con Stalin, le negaron el derecho de asilo; «perseguido por los asesinos a sueldo de Stalin o los restos de los ejércitos blancos, Trotsky será condenado a errar de un país a otro hasta mediados de la década de 1930. El mundo entero se había convertido para el antiguo jefe del Ejército Rojo en un “planeta sin visado”[34]»[35].
La socialdemocracia se mostró además como la servidora más diligente de Stalin. Entre 1928 y 1936, todos los gobiernos occidentales colaboraron con él y cerraron sus fronteras a Trotsky o, como Noruega, lo pusieron bajo vigilancia prohibiéndole cualquier actividad política y toda crítica de Stalin. Otro ejemplo: en 1927, Christian Rakovski, embajador de la URSS en París, fue llamado a Moscú a petición del gobierno francés que lo consideró como “persona non grata” después de que firmara la plataforma de la Oposición de izquierda. Francia, la “patria de los derechos del hombre y del ciudadano”, lo entregaba de manera innoble a sus verdugos, aportando su grano de arena a las grandes purgas estalinistas. ¡Y hoy esas mismas democracias occidentales y sus intelectuales de pacotilla las denuncian a voz en grito para hacer olvidar que ellos mismos participaron en esos asesinatos!
Para todos los miembros de la Oposición, las “grandes democracias” solo eran las antesalas de los pasillos de la muerte estalinistas o el campo de acción de los agentes del GPU que estaban autorizados a entrar en sus territorios para masacrar a los militantes de la Oposición. Igualmente, la prensa occidental secundaba las campañas de calumnia designando a los acusados como agentes de Hitler, de igual modo que justificó las purgas y las condenas apoyándose, sin ponerlas en duda, en las actas de las sesiones de los procesos. Por supuesto los partidos comunistas, ponían mayor ahínco, si cabe, en la calumnia y la justificación de semejantes simulacros de justicia. Después de la condena de los 16 primeros acusados en el primero de los llamados Procesos de Moscú, el comité central del PCF y las células de muchas fábricas votaron resoluciones para apoyar la ejecución de esos “terroristas trotskistas”. El periódico L’Humanité se distinguió especialmente llamando a la ejecución de los “Hitleriano-trotskistas”. Pero la celebración más inmunda del terror estalinista puede que sea “El himno a la GPU”, ese simulacro de poema escrito por Louis Aragon[36] en 1931 quien, tras haber sido poeta en su juventud, se convirtió en un predicador estalinista que no dejó de cantar alabanzas a Stalin y a la URSS hasta su último aliento.
Trotsky, Kamenev, Zinoviev, Smirnov, Evdokimov, Sokolnikov, Piatakov, Bujarin, Radek, … por no citar más que a los condenados más conocidos, aunque algunos de ellos se comprometieran más o menos con la estalinización, todos esos combatientes del proletariado encarnaban la herencia de Octubre de 1917. Liquidándolos, Stalin asesinaba un poco más la revolución; puesto que tras la farsa de estos procesos se ocultaba la tragedia de la contrarrevolución. Estas grandes purgas, lejos de expresar la depuración de la sociedad para la “construcción del socialismo”, marcaban un nuevo asalto contra la memoria y la transmisión del legado del movimiento revolucionario.
Alentado o desacreditado, el mito del comunismo en la Unión soviética ha sido instrumentalizado siempre por la burguesía contra la conciencia del proletariado. Si se hubiera podido pensar que el estallido del bloque del Este entre 1989 y 1991 iba a arrastrar en su hundimiento esa gran superchería, no fue en absoluto así. Al contrario, la asimilación del estalinismo al comunismo no ha hecho más que reforzarse estos últimos 30 años; aunque en las minorías revolucionarias el estalinismo sea reconocido como el peor producto de la contrarrevolución.
Cien años después de los acontecimientos, el espectro de la Revolución de Octubre de 1917 persigue aún a la burguesía. Y para protegerse frente a un nuevo episodio revolucionario que haría tambalearse su mundo, se afana en enterrar la memoria histórica del proletariado. Pare ello sus intelectuales se dedican incansablemente a reescribir la historia hasta que la mentira tome la apariencia de verdad.
Por eso frente a la propaganda de la clase dominante, el proletariado debe sumergirse en la historia de la clase y esforzarse por sacar las lecciones de los episodios pasados. También tiene que cuestionarse, y esperamos que este artículo proporcione material de reflexión, las razones que llevan a la burguesía a denigrar de forma cada vez más infame, uno de los acontecimientos más gloriosos de la historia de la humanidad, el momento en que la clase obrera ha demostrado que era posible plantear una sociedad que acabara con la explotación del hombre por el hombre.
Narek (27 de enero 2019)
[1] Ver particularmente el folleto de Rosa Luxemburg sobre la revolución rusa https://www.marxists.org/espanol/luxem/11Larevolucionrusa_0.pdf [52]
[2] Ver P. Frölich, R. Lindau, A. Schreiner, J. Walter, Révolution et Contre-révolution en Allemagne (1918-1920) Editions Science Marxiste, 2013
[3] Citado en P. Frölich, Op. Cit. Pag. 25
[4] Citado en P. Frölich Op cit. Pag. 26
[5] Citado en Annie Kriegel, Aux origins du Communisme français, Flammarion 1978. Existe una versión en español: Los comunistas franceses, Ed Villalar 1978
[6] Para un enfoque más completo, ver nuestro folleto sobre la revolución en Alemania (se puede pedir a nuestra dirección: [email protected] [53] ), también la Lista de artículos sobre la tentativa revolucionaria en Alemania 1918-23 https://es.internationalism.org/content/4373/lista-de-articulos-sobre-la-tentativa-revolucionaria-en-alemania-1918-23 [4]
[7] El Consejo de comisarios del pueblo no era otra cosa sino el nombre del nuevo gobierno del 10 de noviembre de 1918, compuesto por Ebert, Scheidemann y consortes. Esa denominación permitía en cierta forma crear la ilusión de que los dirigentes del SPD eran favorables a los Consejos obreros y al desarrollo de la lucha de clases en Alemania.
[8] Citado en Revolución y Contra-revolución en Italia (1919-1922), 1ª parte, Revista Internacional nº 2 https://es.internationalism.org/revista-internacional/197504/1941/revolucion-y-contrarrevolucion-en-italia-i [54]
[9] Citado en “Revolución en Alemania” (II), “Los inicios de la revolución”, Revista Internacional nº 82 https://es.internationalism.org/revista-internacional/199512/1817/ii-los-inicios-de-la-revolucion [55]
[10] Citado Por Gilbert Badía en Les Spartakistes 1918: l’Allemagne en révolution, Ed. Aden 2008, pag. 296. Existe una versión en español en dos tomos: Los Espartaquistas, Ed Mateu Barcelona
[11] Gilbert Badía Op cit. Pag. 298
[12] ver en CCI online: «Campagne idéologique autour des “suffragettes”: droit de vote ou communisme?» (no hay versión es español)
[13] Boches era el término despectivo para referirse a los alemanes. Los “sales boches” quería decir los asquerosos alemanes.
[14] Ver el artículo Lecciones de 1917-23 - La primera oleada revolucionaria del proletariado mundial [56] en Revista Internacional nº 80
[15] Revolución y contrarrevolución en Italia (II): Frente al fascismo. Revista Internacional nº3. https://es.internationalism.org/revista-internacional/197508/2009/revolucion-y-contra-revolucion-en-italia-ii-frente-al-fascismo-el- [57]
[16] La propaganda durante la primera guerra mundial, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201509/4114/la-propaganda-durante-la-primera-guerra-mundial [58]
[17] Citado en G. Badia, Op. Cit. Pag 286
[18] Citado por P. Frölich, R. Lindau, A. Schreiner, J. Walcher, Révolution et contre-révolution en Allemagne. 1918-1920. De la fondation du Parti communiste au putsch de Kapp, Editions Science marxiste, 2013
[19] Ver nuestro artículo: “La propaganda en la Iª Guerra mundial”, en la Revista Internacional n.º 155
[20] P. Frölich, R. Lindau, A. Scheiner, J. Walcher, Op. Cit. Pag. 45
[21] El órgano de prensa principal del SPD
[22] P. Frölich, Rosa Kuxemburg, L’Harmattan, 1991, pag 364
[23] P. Frölich, R. Lindau, A. Scheiner, J. Walcher, Op. Cit. Pag. 137
[25] Folleto de la CCI (en francés) El hundimiento del estalinismo [60] (on line)
[26] Folleto de la CCI: El hundimiento del estalinismo (en francés) [60]
[28] La degeneración de la revolución rusa (respuesta a “Revolutionary workers group”) Revista Internacional nº3 https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-degeneracion-de-la-revolucion-rusa [61]
[30] Henri Guilbeaux fue un político socialista francés. Activo en el Movimiento contra la guerra que se reunió en Zimmerwald durante la Primera Guerra Mundial. Era una figura prominente de un grupo de intelectuales que lucharon en Ginebra contra la guerra (Wikipedia)
[31] Henri Guilbeaux, La fin des soviets, Societé française d’éditions littéraires et techniques, 1937, pag. 86
[32] F Engels: Principios de Comunismo
[33] Folleto de la CCI: El hundimiento del estalinismo (en francés) [60]
[34] En referencia a la novela de Jean Malaquais, traducida al español: “Planeta sin visado”, en la que se describe el ambiente de Marsella en la Francia ocupada de la 2ª guerra mundial, donde perseguidos de todas partes, viven un puñado de militantes de la Izquierda comunista como Marc Chirik, que trataban de escapar de ser exterminados
[35] Del folleto en francés: El hundimiento del estalinismo Op. Cit. [60]
[36] Poeta, novelista y periodista francés. Se afilió al PCF en 1927 y no lo abandonó hasta su muerte. Permaneció fiel a Stalin y al estalinismo toda su vida y aprobó los procesos de Moscú
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/revista_internacional_162_3.pdf
[2] https://es.internationalism.org/files/es/presentacion_revista_internacional_no_162.pdf
[3] https://es.internationalism.org/cci-online/200805/2245/lista-de-articulos-sobre-la-revolucion-rusa
[4] https://es.internationalism.org/content/4373/lista-de-articulos-sobre-la-tentativa-revolucionaria-en-alemania-1918-23
[5] https://es.internationalism.org/go_deeper
[6] https://es.internationalism.org/content/4363/castoriadis-munis-y-el-problema-de-la-ruptura-con-el-trotskismo-ii
[7] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1028/en-memoria-de-munis-militante-de-la-clase-obrera
[8] https://es.internationalism.org/files/es/accion_revolucionaria_162.pdf
[9] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[10] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria
[11] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/tercera-internacional
[12] https://es.internationalism.org/files/es/162-centenario-fundacion-ic.pdf
[13] https://www.marxists.org/espanol/comintern/eis/4-Primeros3-Inter-2-edic.pdf
[14] https://es.internationalism.org/tag/3/51/partido-y-fraccion
[15] https://es.internationalism.org/files/es/162-internationalisme_no7-esp.pdf
[16] https://es.internationalism.org/files/es/munis.pdf
[17] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201804/4300/el-comunismo-esta-al-orden-del-dia-en-la-historia-castoriadis-muni
[18] https://www.marxist.org/francais/general/castoriadis/works/chaulieu_19490228.htm
[19] https://www.marxists.org/francais/general/castoriadis/works/1949/index.htm
[20] https://libcom.org/article/workers-councils-and-economics-self-managed-society-cornelius-castoriadis
[21] https://libcom.org/article/content-socialism-ii-socialisme-ou-barbarie
[22] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201603/4151/resolucion-sobre-la-situacion-internacional
[23] https://prol-dissidenten.blogspot.com/2009/02/un-revolucionario-desconocido-biografia.html
[24] https://bataillesocialiste.wordpress.com/pannekoek-1873-1960/
[25] https://en.internationalism.org/213_castoriadis.htm
[26] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199304/1993/documento-nacionalismo-y-antifascismo
[27] https://libcom.org/article/revolutionary-defeatists-greece-world-war-ii-aghis-stinas
[28] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200007/772/anarquismo-y-comunismo-los-amigos-de-durruti-lecciones-de-una-ruptu
[29] https://www.marxists.org/archive/munis/1945/03/su-tactics.htm
[30] https://www.marxists.org/espanol/peret/1947_carta_pci.htm
[31] https://libcom.org/library/content-socialism-socialisme-ou-barbarie
[32] https://libcom.org/article/content-socialism-iii-socialisme-ou-barbarie
[33] https://www.marxists.org/espanol/pannekoek/1940s/consejosobreros/index.htm
[34] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199404/1858/vii-el-estudio-de-el-capital-y-los-principios-del-comunismo-2a-par
[35] https://libcom.org/library/solidarity-market-marx-adam-buick
[36] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3261/decadencia-del-capitalismo-xi-el-boom-de-la-posguerra-no-cambio-el
[37] https://www.marxists.org/archive/pannekoe/1953/socialisme-ou-barbarisme.htm
[38] https://libcom.org/article/1951-barcelona-general-strike
[39] https://www.marxists.org/espanol/munis/oc/tomo3.pdf
[40] https://www.marxists.org/espanol/munis/oc/tomo2.pdf
[41] https://www.marxists.org/francais/general/castoriadis/works/1949/chaulieu_19490500_01.htm
[42] https://www.marxists.org/espanol/munis/oc/tomo1.pdf
[43] https://es.internationalism.org/cci/200602/754/2-una-revolucion-mas-profunda-que-la-revolucion-rusa-de-1917
[44] https://en.internationalism.org/node/2937
[45] https://es.internationalism.org/cci/200602/753/1critica-del-libro-jalones-de-derrota-promesas-de-victoria
[46] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201711/4256/22-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacional
[47] https://libcom.org/article/castoriadis-cornelius-1922-1997
[48] https://www.inclusivedemocracy.org/journal/pdf%20files/pdf%20vol4/The%20Autonomy%20project%20and%20Inclusive%20Democracy.pdf
[49] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[50] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo
[51] https://es.internationalism.org/files/es/traduccion_articulo_rint_162_la_burguesia_contra_la_revolucionii.pdf
[52] https://www.marxists.org/espanol/luxem/11Larevolucionrusa_0.pdf
[53] mailto:[email protected]
[54] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197504/1941/revolucion-y-contrarrevolucion-en-italia-i
[55] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199512/1817/ii-los-inicios-de-la-revolucion
[56] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1829/lecciones-de-1917-23-la-primera-oleada-revolucionaria-del-proletar
[57] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197508/2009/revolucion-y-contra-revolucion-en-italia-ii-frente-al-fascismo-el-
[58] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201509/4114/la-propaganda-durante-la-primera-guerra-mundial
[59] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe3/lenin-obras-2-3.pdf
[60] https://fr.internationalism.org/brochure/stalinisme
[61] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-degeneracion-de-la-revolucion-rusa
[62] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923