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Revista Internacional n° 89 - 2° trimestre de 1997

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Campañas sobre el negacionismo: la corresponsabilidad de los Aliados y de los nazis en el holocausto

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La campaña ideológica actual que intenta asimilar las posiciones políticas de la izquierda comunista frente a la IIª Guerra Mundial con el llamado negacionismo (que es la negación de la exterminación de los judíos por los nazis), tiene dos objetivos. El primero es manchar y desprestigiar ante la clase obrera, a la única corriente política, la izquierda comunista, que se negó a ceder a la unión sagrada ante la IIª Guerra Mundial.

La campaña ideológica actual que intenta asimilar las posiciones políticas de la izquierda comunista frente a la IIª Guerra Mundial con el llamado negacionismo (que es la negación de la exterminación de los judíos por los nazis), tiene dos objetivos. El primero es manchar y desprestigiar ante la clase obrera, a la única corriente política, la izquierda comunista, que se negó a ceder a la unión sagrada ante la IIª Guerra Mundial. En efecto, la Izquierda Comunista fue la única que denunció la guerra -como la habían hecho antes que ella, Lenin, Trotski y Rosa Luxemburg ante la Iª Guerra Mundial- como guerra interimperialista de la misma naturaleza que la de 1914-18, demostrando que la pretendida especificad de la IIª, según la cual habría sido la lucha entre dos sistemas, la democracia y el fascismo, no fue más que pura mentira con la que alistar a los proletarios en una carnicería sin límites. El segundo objetivo se inscribe en la ofensiva ideológica que pretende hacer creer a los proletarios que la democracia burguesa seria, a pesar de sus imperfecciones, el único sistema posible, y que, por lo tanto, deberían movilizarse para defenderlo. Ese es el mensaje que se les propone mediante las campañas ideológicas político-mediáticas, desde la operación "manos limpias" en Italia hasta el "caso Dutroux" en Bélgica, pasando por la matraca anti Le Pen en Francia. En esta ofensiva, la función adjudicada a la denuncia del negacionismo es la de presentar al fascismo como el "mal absoluto", disculpando así al capitalismo como un todo de su responsabilidad en el holocausto.

Una vez más, queremos aquí dejar bien claro que la Izquierda comunista no tiene nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con esa caterva "negacionista" que reúne a la extrema derecha tradicional y a la "ultraizquierda", concepto totalmente ajeno a la izquierda comunista1. Para nosotros, no se trata, ni mucho menos, de negar la espantosa realidad de los campos nazis y de exterminio. Como ya lo decíamos en el número anterior de esta Revista: «Pretender relativizar la barbarie del régimen nazi, incluso para denunciar la mistificación antifascista, significa en fin de cuentas, relativizar la barbarie del sistema capitalista decadente, de la que ese régimen es una de las expresiones». Por eso, la denuncia del antifascismo como instrumento del alistamiento del proletariado en la peor de las carnicerías interimperialistas de la historia y como medio de disimular quien es el verdadero responsable de todos esos horrores, o sea el capitalismo como un todo, no ha significado nunca la menor complacencia en la denuncia del campo fascista, cuyas primeras víctimas fueron los militantes proletarios. La esencia del internacionalismo proletario, del que la izquierda comunista ha sido siempre una defensora intransigente en recta continuidad con la verdadera tradición marxista y por lo tanto contra todos aquellos que la traicionaron y entre ellos los trotskistas-, siempre ha sido la de denunciar todos los campos enfrentados, demostrando que todos son igualmente responsables de los horrores y del indecible sufrimiento que todas las guerras interimperialistas causan a la humanidad.

Ya hemos mostrado en números anteriores de esta Revista como la barbarie del "campo democrático" durante la IIª Guerra mundial no tuvo nada que envidiar a la del "campo fascista", en el horror y en el cinismo con el que fueron perpetrados los crímenes contra la humanidad que fueron los bombardeos de Dresde y de Hamburgo o el fuego nuclear que se abatió sobre el ya vencido Japón2. En este artículo nos ocuparemos de demostrar la complicidad de los Aliados al guardar cuidadosamente silencio hasta el final de la guerra sobre los genocidios que estaba perpetrando el régimen nazi, pues los Aliados estaban perfectamente al corriente de la existencia de los campos de concentración y para qué servían.

La burguesía quiso y propició la subida al poder del fascismo

Antes de demostrar la complicidad aliada con los crímenes perpetrados por los nazis, debe recordarse, que la subida al poder del fascismo -siempre presentado, desde la derecha clásica hasta la izquierda y extrema izquierda del capital como un monstruoso accidente de la historia, como si hubiera sido una aberración surgida del cerebro enfermo de un Hitler o un Mussolini- es, al contrario, la consecuencia orgánica del capitalismo en su fase de decadencia y de la derrota sufrida por el proletariado en la ola revolucionaria que vino tras la Iª Guerra Mundial.

La postura según la cual la clase dominante no sabía cuáles eran los verdaderos proyectos del partido nazi, que, en cierto modo, se habría dejado engañar, no aguanta de pie un solo instante. El partido nazi hunde sus raíces en dos factores determinantes para la historia de los años 30: por un lado, el aplastamiento de la revolución alemana que abre la puerta al triunfo de la contrarrevolución a escala mundial y, por otro, la derrota del imperialismo alemán tras la primera carnicería mundial. Desde el principio, el objetivo del naciente partido nazi fue, apoyándose en la sangría infringida a la clase obrera alemana por el partido socialdemócrata, el SPD de Noske y Scheidemann, el de rematar el aplastamiento del proletariado para así reconstruir las fuerzas bélicas del imperialismo alemán., Esos objetivos eran compartidos por el conjunto de la burguesía alemana, superando las divergencias reales, tanto en los medios que emplear como en los momentos para usarlos. Las SA, milicias del asalto en las que se apoyó Hitler en su marcha hacia el poder, fueron las herederas directas de los Cuerpos Francos que habían asesinado a Rosa Luxemburg y Karl Liebnecht y a miles de comunistas y militantes obreros. La mayoría de los dirigentes de SA habían empezando su carrera de carniceros en esos mismos cuerpos francos, los cuales habían sido la "guardia blanca" utilizada por el SPD para aplastar en sangre a la revolución, con el apoyo de las tan democráticas potencias victoriosas, las cuales, a la vez que desarmaban al ejército alemán, ponían sumo cuidado en dejar que las milicias contrarrevolucionarias dispusieran del suficiente armamento para cumplir sus sucias labores.

El fascismo no pudo arraigarse y prosperar sino gracias a la derrota física e ideológica infligida al proletariado por la izquierda del capital, la única capaz de enfrentar primero y vencer después a la ola revolucionaria que se extendió por Alemania en 1918-19. Así lo entendió perfectamente el estado mayor de los ejércitos alemanes, dando carta blanca al SPD para que este pudiera dar, en enero de 1919, el golpe decisivo al movimiento revolucionario que se estaba desarrollando. Y si Hitler no fue apoyado en su intentona de golpe en Munich, en 1925, fue porque el ascenso del fascismo era considerado prematuro todavía por los sectores más lúcidos de la clase dominante. Había que rematar primero la derrota del proletariado, utilizando hasta el final la mistificación democrática mediante la República de Weimar, la cual, aunque presidida por el junker3 Hindenburg, se beneficiaba de un disfraz radical gracias a la participación regular en sus sucesivos gobiernos, de ministros procedentes del llamado partido "socialista".

Pero en cuanto la amenaza proletaria quedó definitivamente conjurada, la clase dominante, en su forma más clásica, por medio de las joyas del capitalismo alemán, o sea los Krupp, Thyssen, AG Farben, no cejará en su apoyo total al partido nazi y a su victoriosa marcha hacia el poder. Y es que ahora, la voluntad de Hitler de reunir todas las fuerzas necesarias para la restauración de la potencia militar del imperialismo alemán corresponde exactamente con las necesidades del capitalismo alemán. Este, vencido y expoliado por sus rivales imperialistas de la I Guerra Mundial, no puede, so pena de muerte, sino intentar reconquistar el terreno perdido metiéndose en una nueva guerra.

Lejos de ser la consecuencia de una pretendida agresividad germánica, agresividad congénita que, por fin, había encontrado en el fascismo el medio de darse rienda suelta, esa voluntad no es otra sino la estricta expresión de las duras leyes del imperialismo en la decadencia del sistema capitalista como un todo, leyes que, frente a un mercado mundial totalmente repartido, no deja más solución a las potencias imperialistas perjudicadas en dicho reparto, que la de intentar, mediante una nueva guerra, llevarse una parte mayor. La derrota física del proletariado alemán, por un lado, y el estatuto de potencia imperialista expoliada que le tocó a Alemania tras su derrota en 1918, por otro, hicieron el fascismo, contrariamente a los países vencedores, en donde la clase obrera no había sido físicamente aplastada, el medio más adecuado del capitalismo alemán para prepararse para una segunda carnicería imperialista. El fascismo, como forma brutal de un capitalismo de Estado que se estaba fortaleciendo por todas partes, incluso en los países llamados democráticos, era el instrumento de la concentración y centralización de todo el capital en manos del Estado frente a la crisis económica, para orientar la economía hacia la preparación de la guerra. Hitler llegó, pues, al poder de la manera más "democrática", con el apoyo total de la burguesía alemana. En efecto, una vez en que la amenaza proletaria quedó definitivamente descartada, la clase dominante ya no tenía que preocuparse por mantener el arsenal democrático, siguiendo así el mismo proceso ya instaurado en Italia.

El capitalismo decadente exacerba el racismo.

"Sí, quizás...", nos dirían algunos, pero acaso ¿no hacéis abstracción de uno de los rasgos que distinguen al fascismo de las demás fracciones de la burguesía, o sea, su antisemitismo visceral cuando es esta la característica particular que provocó el holocausto? Es esa la idea que defienden, en particular, los trotskistas. Estos, de hecho, solo reconocen formalmente la responsabilidad del capitalismo y de la burguesía en general en la génesis del fascismo para añadir, a renglón seguido, que el fascismo es pese a todo, mucho peor que la democracia burguesa, como el holocausto demuestra, y, que, por lo tanto, ante la ideología del genocidio, no debe haber la menor vacilación: Hay que escoger su campo, el de la democracia, el de los aliados. Fue ese argumento, unido al de la defensa de la URSS, lo que le sirvió para justificar su traición al internacionalismo proletario y su paso al campo de la burguesía durante la IIª Guerra Mundial. Es pues de lo más lógico encontrar hoy en Francia, a la Liga Comunista Revolucionaria y a su líder Krivine, con el apoyo discreto pero real de Lutte Ouvriere, en cabeza de la cruzada antifascista y antinegacionista, defendiendo la visión del fascismo como mal absoluto, que sería pues cualitativamente diferente de todas las demás expresiones de la barbarie capitalista y contra el que la clase obrera debería ponerse en vanguardia del combate por la defensa y por, podríamos decir, la revitalización de la democracia.

Que la extrema derecha y el nazismo en especial sean profundamente racistas es algo que nunca ha sido cuestionado por la izquierda comunista, como tampoco como la espantosa realidad de los campos de la muerte. La verdadera cuestión es otra. Estriba en saber si ese racismo y la abominable designación de los judíos como chivo expiatorio de los males, no sería más que la expresión de la naturaleza particular del fascismo, el producto maléfico de cerebros enfermos, o si no es, más bien, la consecuencia siniestra del modo de producción capitalista enfrentado a la crisis histórica de su sistema, transformación monstruosa pero natural de la ideología nacionalista defendida y propagada por todas las fracciones de la burguesía. El racismo es una característica de la sociedad dividida en clases, no es un atributo eterno de la naturaleza humana. Si la entrada en decadencia del capitalismo ha agudizado el racismo hasta grados nunca antes alcanzados, si el siglo XX es el siglo en el que los genocidios ya no son la excepción sino la regla., ello no se debe a no se sabe qué perversión de la naturaleza humana. Es el resultado del hecho de que, frente a la guerra ahora permanente que cada Estado debe llevar a cabo en el marco de un mercado mundial sobresaturado y repartido hasta el más recóndito islote, la burguesía, para poder soportar y justificar esa guerra permanente, está obligada, en todos los países, a reforzar el nacionalismo por todos los medios! Qué ambiente más propicio, en efecto para el incremento del racismo que aquel tan certeramente describió Rosa Luxemburgo en el folleto en el que denuncia la primera carnicería mundial: «el populacho cometía excesos al salir a cazar espías, las multitudes cantando, de los cafés con coros patrióticos; turbas violentas, prestas a denunciar, a perseguir mujeres, a llegar hasta el frenesí del delirio ante cada rumor; un clima del crimen ritual, la atmósfera de pogromo en donde el único representante de la dignidad humana era el agente de policía en una vuelta de la calle» Y así prosigue: «Enlodada, deshonrada , embarrada en sangre, ávida de riquezas: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella» (La crisis de la socialdemocracia)4.

Podrían retomarse exactamente los mismos términos para describir las múltiples escenas de horror en la Alemania de los años 30: saqueos de almacenes de judíos, linchamientos, niños separados de sus padres, o evocar también la misma atmósfera de pogromo que reinaba en Francia en 1945 cuando el diario L´Humanite de los estalinistas vomitaba en primera página aquella ignominia de "! Cada uno a por su boche!" (Alemán en términos despectivos). No, el racismo no es especialidad exclusiva del fascismo, como tampoco lo es su forma antisemita. El célebre general de los "democráticos" Estados Unidos, Patton, quién por lo visto iba a liberar a la humanidad de la "bestia inmunda" acaso no declaraba cuando la liberación de los campos, que «los judíos son peores que los alemanes», mientras que el otro "gran liberador" Stalin, organizaba sus propios pogromos contra los judíos, los gitanos, los chechenos, etc. El racismo es producto de la naturaleza básicamente nacionalista de la burguesía, sea cual sea la forma de su dominación, totalitaria o "democrática ". Nacionalismo puesto al rojo vivo por la decadencia de su sistema.

Si el nazismo, con el asentimiento de la clase dominante pudo utilizar el racismo, latente siempre en la pequeña burguesía, para hacer de él y del antisemitismo la ideología oficial del régimen, fue porque la única fuerza capaz de oponerse al nacionalismo que transpira por todos los poros de una sociedad burguesa en putrefacción, o sea el proletariado, había sido derrotado tanto física como ideológicamente. Una vez más, por muy irracional y monstruoso que sea el antisemitismo oficial profesado y después puesto en práctica por el régimen nazi, no se puede explicar únicamente por la locura o la perversión de los dirigentes nazis. Como lo subraya con toda justicia el folleto publicado por el Partido Comunista Internacionalista titulado Auschwitz o la gran escusa, la exterminación de judíos «se produjo, no en un momento cualquiera, sino en plena crisis y guerra imperialistas. Y dentro de esa gigantesca empresa de destrucción hay que explicarla. El problema se encuentra por eso mismo, esclarecido: ya no hay que explicar el "nihilismo destructor" de los nazis, sino por qué la destrucción se centró en parte sobre los judíos». Y para explicar porque la población judía, aunque no fuera la única, fue señalada primero para la vindicta pública y después exterminada en masa por el nazismo, hay que tomar en cuenta dos factores: las necesidades del esfuerzo de guerra alemán y el papel desempeñado en ese periodo siniestro por la pequeña burguesía. Esta última se vio reducida a la ruina por la violencia de la crisis económica en Alemania, cayendo progresivamente en una situación de lumpenización. Así, desesperada y en ausencia de un proletariado que pudiera desempeñar un papel de contraveneno, aquella dio rienda suelta a todos sus prejuicios más reaccionarios, típicos de una clase sin porvenir alguno, enfangándose en el racismo y antisemitismo propagado por las formaciones fascistas. Estas señalaron con el dedo al judío, imagen por excelencia del apátrida "chupasangres", como chivo expiatorio de la miseria a la que se veía reducida la pequeña burguesía, plenamente dedicada a la preparación de la guerra.

El silencio cómplice de los Aliados sobre la existencia de los campos de la muerte.

Mientras que desde 1945 hasta hoy, la burguesía no ha cesado de exhibir casi obscenamente los montones de esqueletos encontrados en los campos de concentración nazis y los cuerpos esqueléticos de los supervivientes de aquel infierno, fue en cambio muy discreta sobre esos mismos campos durante la guerra misma, hasta el punto de que ese tema estuvo ausente de la propaganda guerrera del "campo democrático". Eso de que los Aliados solo se habían enterado de lo que ocurría en Dachau, Auschwitz, Treblinka, etc., cuando la liberación de los campos en 1945 es una patraña que nos cuenta con regularidad la burguesía pero que no resiste el menor estudio histórico.

Los servicios de información ya existían entonces y eran muy activos y eficaces, como lo demuestran ciertos episodios de la guerra en los que desempeñaron un papel determinante, y la existencia de los campos de la muerte no se libraba de su investigación. Eso está confirmado por una serie de trabajos de historiadores de la IIª Guerra Mundial. Así, el diario francés Le Monde , muy activo por otra parte en la campaña ·"antinegacionista", escribía en su edición de 27 de septiembre de 1996: «Una matanza [la perpetrada en los campos] de la que un informe del partido socialdemócrata judío, el Bund polaco, había revelado, ya en la primavera de 1942, y, sin embargo, la amplitud y el carácter sistemático, fue oficialmente confirmada a los dirigentes norteamericanos por el famoso telegrama del 8 de agosto de 1942, emitido por G. Riegner, representante del Congreso judío mundial en Ginebra, basándose en informaciones dadas por un industrial alemán de Leipzig, llamado Eduard Schulte. En esta época, como se sabe, una gran parte de los judíos europeos que serian aniquilados estaban todavía vivos».

Los gobiernos aliados, por canales múltiples, estaban perfectamente al corriente de los genocidios desde 1942, y, sin embargo, los dirigentes del "campo democrático", los Roosevelt, Churchill y demás, lo hicieron todo para que esas revelaciones, indiscutibles, no tuvieran la menor publicidad, dando consignas estrictas a la prensa de entonces para que mantuvieran la mayor reserva y discreción al respecto, De hecho, no hicieron el más mínimo esfuerzo por intentar salvar la vida de esos millones de seres condenados a muerte. Eso lo confirma ese mismo artículo citado: «el americano D. Wyman demostró, a mediados de los años 80 en su libro Abandono de los judíos (Edic. Calmann-Levy) que varios cientos de miles de vidas podrían haberse salvado sin la apatía, cuando no la obstrucción, de ciertos organismo de la administración estadounidense (como el Departamento de Estado) y de los aliados en general».

Estos extractos del burgués y tan democrático diario Le Monde no hacen sino afirmar lo que siempre ha afirmado la Izquierda Comunista, especialmente el folleto de Bordiga y el PCInt, Auschwitz o la gran excusa, texto que se ve hoy designado, mediante mentiras infames, a la vindicta pública porque, según pretenden, habría sido el origen de las tesis negacionistas sobre la no existencia de los campos de la muerte. Ese silencio de la coalición adversaria de la Alemania hitleriana demuestra lo que valen las virtuosas y ruidosas proclamaciones de indignación ante el horror del holocausto que vociferan todos los campeones de la "defensa de los derechos humanos".

¿Se aplicaría ese silencio por el antisemitismo latente de ciertos dirigentes del campo Aliado como así lo han afirmado historiadores israelíes después de la guerra?. Cierto es que el antisemitismo no es una especialidad de los regímenes fascistas: recuérdese la declaración, citada arriba, del general Patton, como también podría denunciarse el bien conocida antisemitismo de Stalin. Pero no es esa la verdadera explicación del silencio de los Aliados, entre cuyos dirigentes también había judíos o próximos a organizaciones judías, como Roosevelt. También aquí, el origen de esa notable discreción está en las leyes que rigen el sistema capitalista, sean cuales sean los adornos democráticos o totalitarios con los que viste su dominación. Como en el campo adversario, todos los recursos del campo Aliado se movilizaron en servicio de la guerra. Ninguna boca inútil, todo el mundo debe estar ocupado, ya sea en el frente ya sea en la producción de armamento. La llegada en masa de poblaciones procedentes de los campos, de niños o de ancianos que no podían llevarse al frente o a la fábrica, de hombres o mujeres enfermos que no podían ser integrados inmediatamente en el esfuerzo de guerra, habría desorganizado dicho esfuerzo. Por lo tanto se cierran las fronteras y se impide por todos los medios tal emigración. A. Eden decidió en 1943, es decir en un periodo en que la burguesía anglosajona estaba perfectamente al corriente de la existencia de los campos, a petición de Churchill «que ningún navío de la Naciones Unidas fuera habilitado para efectuar transferencias de refugiados en Europa», mientras que Roosevelt añadía que «transportar a tanta gente desorganizaría el esfuerzo de guerra» (Memorias de Churchill, t 10). Esas son las sórdidas razones que llevaron a esos "antifascistas" y "demócratas" a mantener el más absoluto silencio sobre lo que ocurría en Dachau, Buchenwald y otros lugares de siniestra memoria. Las consideraciones humanitarias que pretendidamente serían las inspiradoras del campo antifascista no contaban para nada ante las exigencias del esfuerzo de guerra.

La complicidad directa del "campo democrático" en el holocausto.

Los Aliados no se limitaron a mantener riguroso silencio durante toda la guerra sobre los genocidios cometidos en los campos; fueron todavía más lejos en la abyección y el increíble cinismo que caracterizan a la clase dominante en su conjunto. Primero, mientras que no vacilaron un instante en hacer caer un diluvio de bombas sobre las ciudades alemanas, se negaron a intentar la menor operación militar en dirección de los campos. Así, cuando a principios de 1944 hubieran podido bombardear las vías férreas que conducían a Auschwitz sin mayores problemas, pues el objetivo estaba al alcance de la aviación aliada y dos personas evadidas del campo hubieran descrito en detalle el funcionamiento y la topografía del terreno, no hicieron lo más mínimo.

Cuando «dirigentes judíos, húngaros y eslovacos suplican a los aliados que pasen a la acción, en un momento en que ya han empezado las deportaciones de judíos de Hungría, designando incluso un objetivo: el cruce ferroviario de Kosice-Pressow. Es cierto que los alemanes podían reparar las vías rápidamente. Pero este argumento no sirve para la destrucción de los crematorios de Birkenau, lo cual habría desorganizado sin lugar a dudas la máquina exterminadora. No se hará nada. En definitiva, es difícil no reconocer que ni lo mínimo se intentó, pues todo quedó enterrado en la mala voluntad de los estados mayores y de los diplomáticos» (Le Monde, 27/09/96)

Pero, contrariamente a lo que lamenta ese diario, no fue simplemente por la "mala voluntad burocrática" por lo que el "campo demócrata" fue cómplice del holocausto. Esa complicidad fue completamente consciente. Los campos de concentración fueron al principio esencialmente campos de trabajo en los que la burguesía alemana podía explotar a menor coste una mano de obra esclavizada, sometida hasta el agotamiento, enteramente dedicada a las exigencias del esfuerzo de guerra. Aunque ya habían existido campos de exterminio, hasta 1942 fueron más la excepción que la regla. Pero a partir de los primeros reveses militares serios sufridos por el imperialismo alemán, sobre todo frente a la apabullante apisonadora estadounidense, al no poder alimentar a la población y a las tropas alemanas, el régimen nazi decidió liquidar a la población excedentaria encerrada en los campos Desde entonces, los hornos crematorios se extendieron por todas partes y cumplieron su siniestra labor. El innombrable horror de los dientes, las uñas y el pelo de las personas gaseadas, cuidadosamente recuperados por sus verdugos para alimentar la máquina de guerra alemana eran los actos de un imperialismo acorralado, que retrocedía en todos los frentes, llevando hasta el final la profunda irracionalidad de la guerra interimperialista, tomando su cupo de carne humana cada vez más gigantesco para defender sus intereses imperialistas mortalmente amenazados por sus rivales en el saqueo imperialista. El holocausto fue perpetrado por el régimen nazi y sus esbirros sin la menor vacilación, pero poco beneficio podría sacar de él un capitalismo alemán que estaba metido, como hemos visto, en una carrera desesperada por reunir los medios para una resistencia eficaz ante el avance imparable de los Aliados. Y en este contexto fueron intentadas varias acciones, en general directamente organizadas por las SS, para quitarse de en medio, con beneficios, a cientos de miles, cuando no millones de prisioneros, vendiéndolos o intercambiándolos con los Aliados.

El episodio más conocido de esa abominable y siniestra venta fue la intentada ante Joel Brand, dirigente de una organización semi-clandestina de judíos húngaros. Brand, como lo ha contado A. Weissberg en su libro La historia de J. Brand, recogido también el folleto Auschwitz o la gran excusa, fue convocado en Budapest para entrevistarse con el jefe de las SS encargado de la cuestión judía, Eichmann. Este le encargó que negociara con los gobiernos anglo-americanos la liberación de un millón de judíos a cambio de 10.000 camiones, precisando que podían ser menos y estar dispuesto a aceptar otro tipo de mercancías Los SS, para dar prueba de la seriedad de su oferta declararon que estaban dispuestos a liberar 100.000 judíos en cuanto Brand obtuviera un acuerda de principio sin haber obtenido nada a cambio. Durante su viaje, J. Brand conoció las cárceles inglesas de Oriente Medio, y, tras múltiples dificultades que no tuvieron nada de casuales, sino debidas a la acción de los gobiernos aliados para evitar una entrevista oficial con semejante "aguafiestas", pudo al fin discutir la propuesta con Lord Moyne, responsable del gobierno británico en Oriente Medio. La negativa tajante de este a la propuesta de Eichmann no fue ni personal, pues no hacía sino aplicar las consignas del gobierno inglés, ni menos todavía un rechazo moral a un odioso chantaje.

Ninguna duda es posible cuando se lee la reseña que de esta discusión hizo Brand: «Le suplica (Brand) que al menos dé un acuerdo escrito, aunque no lo cumpla, al menos se salvarán 100.000 vidas. Moyne le pregunta entonces cual sería la cantidad total. Eichmann le habló de un millón. ¿Cómo puede Vd. imaginarse semejante cosa, Mr. Brand? ¿Qué haría yo con un millón de judíos? ¿Donde los metería? ¿Quién los acogería? Si en la tierra ya no hay sitio para nosotros, lo único que nos queda es dejarnos exterminar, dijo Brand desesperado». Como lo subraya muy justamente Auschwitz o la gran excusa a propósito de ese "glorioso" episodio de la segunda carnicería mundial, «desgraciadamente si bien existía la oferta, no había, en cambio, demanda. ¡No solo los judíos, incluso los mismos SS se habían dejado engañar por la propaganda humanitaria de los aliados! ¡Los Aliados no querían para nada ese millón de judíos! Ni por 10.000 camiones, ni por 5.000, ni por nada»

Cierta historiografía reciente intenta demostrar que esa negativa se debió ante todo al veto opuesto por Stalin a ese intercambio. Esa no es sino una tentativa más por ocultar y atenuar la responsabilidad de las "grandes democracias" y su complicidad directa en el holocausto, que pone de relieve lo ocurrido al crédulo Brand, y eso aún cuando nadie puede poner en entredicho su veracidad. Baste con decir que durante toda la guerra, ni Roosevelt ni Churchill se dejaron dictar su conducta por Stalin, y que en ese punto preciso, como lo demuestran las declaraciones citadas arriba, aquellos dos estaban en la misma longitud de onda que el "padrecito de los pueblos", pues en la dirección de la guerra aquellos no tenían nada que envidiarle en cinismo y en brutalidad a tal padrecito, El súper demócrata Roosevelt, por su parte, opondrá la misma negativa a otros intentos por parte de los nazis, especialmente cuando a finales de 1944 intentaron vender a judíos a la Organización de judíos americanos, transfiriendo en prueba de su buena voluntad, unos 2000 judíos a Suiza, como lo cuenta en detalle Y. Bauer en un libro titulado Juifs a vendre (Judíos en venta, ediciones Liana Levi).

Todo eso no se debió ni a errores ni a unos dirigentes que se habían vuelto "insensibles" a causa de los terribles sacrificios que exigía la guerra contra la feroz dictadura fascista, explicación más corrientemente avanzada por la burguesía para justificar la dureza de Churchill, por ejemplo, u otros episodios poco gloriosos de 1939-45. El antifascismo no ha expresado nunca un antagonismo real entre, de un lado, un campo que habría defendido la democracia y sus valores y del otro un campo totalitario. No fue desde el principio sino una trampa tendida a los proletarios, para justificar primero la guerra que se anunciaba, ocultando su carácter clásicamente interimperialista con el objeto de un nuevo reparto del mundo entre los grandes tiburones, una guerra anunciada por la Internacional comunista desde la misma firma del Tratado de Versalles y que el antifascismo prometía borrar de la memoria obrera, para acabar alistándolo finalmente en la carnicería más gigantesca de la historia. Si había que guardar silencio y cerrar cuidadosamente la frontera a todos los que intentaban escapar del infierno nazi, para "no desorganizar el esfuerzo de guerra", después de la guerra todo iba a cambiar. La inmensa publicidad hecha repentinamente a partir de 1945 sobre los campos de la muerte iba a ser una buena oportunidad para la burguesía. Enfocar todos los proyectores sobre la realidad monstruosa de los campos de la muerte iba a permitir a los Aliados ocultar los crímenes innumerables que ellos también habían cometido. La propaganda ensordecedora permitía también encadenar sólidamente al carro de la democracia a una clase obrera que podría oponer resistencia ante los sacrificios y la miseria que iba a seguir sufriendo después de la "Liberación". Todos los partidos burgueses, desde la derecha a los estalinistas, presentaban la democracia como un valor común de burgueses y obreros, valor que había que defender sin rechistar para evitar, en el futuro, nuevos holocaustos.

Atacando a la Izquierda comunista hoy, la burguesía, fiel seguidora de Goebbels, pone en práctica el célebre consejo de ese dirigente hitleriano que de una mentira cuanto más gruesa mejor podrá ser tragada. Intenta presentar a la Izquierda comunista como antepasada del "negacionismo".

La clase obrera debe rechazar semejante calumnia y recordar quienes fueron los que despreciaron el terrible sino de los deportados en los campos de la muerte, quienes utilizaron cínicamente a aquellos pobres deportados en sus campañas sobre la superioridad intangible de la democracia burguesa, justificando así el sistema de explotación y de muerte que es el capitalismo. Hoy, frente a los esfuerzos de la clase dominante para reavivar el engaño democrático, utilizando el antifascismo, la clase obrera debe acordarse de lo que ocurrió durante los años 1930-40, cuando se dejó engañar por ese mismo antifascismo, acabando por servir de carne de cañón en nombre de "la defensa de la democracia".

RN

1 Sobre esta campaña que pretende asimilar el "negacionismo" y la izquierda comunista, ver "El antifascismo justifica la barbarie", Revista Internacional n. 88

2 Ver "Las matanzas y los crímenes de las grandes democracias"·, Revista Internacional n. 66, "Hiroshima, las mentiras de la burguesía", nº 83

3 Nobleza terrateniente de origen prusiano que dominó Alemania a partir del siglo XIX

4 Este folleto se puede encontrar en https://www.marxists.org/espanol/luxem/09El%20folletoJuniusLacrisisdelasocialdemocraciaalemana_0.pdf [1]

Series: 

  • Fascismo y antifascismo [2]

Cuestiones teóricas: 

  • Fascismo [3]

I - 1917: Las tesis de Abril 1917, faro de la revolución proletaria

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Inicio de una serie sobre los 3 momentos cruciales de la Revolución Rusa de 1917: la tesis de abril, las jornadas de julio y la toma del poder en octubre

Nada enfurece más a una clase explotadora que el alzamiento de los explotados. La revuelta de los esclavos en el Imperio Romano, o de los campesinos en el feudalismo, fueron reprimidas con la más repugnante crueldad. Sin embargo, la rebelión de la clase obrera contra el capitalismo es una afrenta mayor todavía contra la clase dirigente de este sistema, pues aquella levanta, racional y claramente, la bandera de una nueva sociedad, la sociedad comunista; una sociedad que hoy día es una necesidad y una posibilidad histórica. Por tanto, para la clase capitalista, no es suficiente la mera represión de los intentos revolucionarios de la clase obrera, su ahogamiento en sangre, aunque la contrarrevolución capitalista ha sido y es ciertamente la más sangrienta de la historia. También necesita ridiculizar la idea de que la clase obrera es portadora de un nuevo orden social e intentar demostrar la categórica futilidad del proyecto comunista. Para eso necesita, además de las armas propiamente dichas, todo un arsenal de mentiras y distorsiones. De ahí que el capital haya mantenido durante gran parte de siglo XX la mayor mentira de la historia: la mentira de que el estalinismo es el comunismo.

Si el colapso del bloque del Este en 1989, y el de la URSS dos años después, privó a la burguesía de un "ejemplo" vivo de esa mentira, de hecho reforzó sus efectos en gran parte, al hacer posible que se desencadenase una gigantesca campaña sobre la quiebra del comunismo, del marxismo e incluso del "fin de la lucha de clases". Los efectos profundamente dañinos de esta campaña sobre la conciencia del proletariado mundial, se han examinado muchas veces en las paginas de esta Revista, y no insistiremos sobre ello aquí. Pero sí es importante señalar que, a pesar de que el impacto de esas campañas ha disminuido los últimos años (sobre todo porque las promesas de la burguesía sobre el nuevo orden mundial de paz y prosperidad tras el hundimiento del estalinismo se han evaporado a las primeras de cambio), son tan importantes para el aparato de control ideológico de la burguesía, que no desaprovechará ninguna oportunidad para reavivar su influencia. Entramos en el año del 80 aniversario de la revolución rusa, y no tenemos ninguna duda de que vamos a asistir a nuevas variantes sobre el mismo tema. Pero una cosa es cierta: el odio y desprecio de la burguesía por la revolución proletaria que empezó en Rusia en 1917, sus esfuerzos por deformar y desvirtuar su memoria van a centrarse sobre todo en la organización política que encarnó el espíritu de aquel enorme movimiento insurreccional: el partido bolchevique. Esto no debería sorprendernos. Desde los días de la Liga de los Comunistas y de la 1ª Internacional, la burguesía siempre ha estado dispuesta a "perdonar" a la mayoría de los pobres obreros engañados por las conspiraciones y las maquinaciones de las minorías revolucionarias, a las que al contrario, ha estigmatizado invariablemente como la mismísima encarnación del diablo. Y para el capital, nadie ha sido tan diabólico como los bolcheviques, que, después de todo, se las apañaron para "seducir" a los obreros más y mejor que cualquier otro partido revolucionaria en la historia.

Este no es el lugar para considerar todos los libros, artículos y documentales que últimamente se han dedicado a la revolución rusa. Es suficiente decir que los que han tenido más publicidad Por ejemplo el de Pipes, The Unknoum Lenin: from the Soviet Archives, y el trabajo de Volkogonov, un antiguo bibliotecario de los archivos del KGB, que presume de poder manejar archivos inaccesibles hasta ahora y que datan de 1917, tratan de un tema muy preciso: mostrar que Lenin y los bolcheviques eran una banda de fanáticos hambrientos de poder, que lo hicieron todo por usurpar los logros democráticos de la revolución de Febrero, y llevaron a Rusia, y al mundo, a uno de los experimentos más desastrosos de la historia. Naturalmente, estos caballeros pretender haber probado minuciosamente que el terror estalinista era la continuación y realización del terror leninista. El subtítulo de la edición alemana del trabajo de Volkogonov sobre Lenin: Utopía y terror, resume muy bien la posición de la burguesía de que la revolución degeneró en terror precisamente porque intentó imponer un ideal utopista, el comunismo, que en realidad seria la antítesis de la naturaleza humana.

Un elemento importante en esta inquisición anti bolchevique, es la idea de que el bolchevismo, a pesar de todo su discurso sobre el marxismo y la revolución mundial, era sobre todo una expresión del atraso de Rusia. Esto no es nuevo: de hecho era una de las tonadillas favoritas del "renegado Kautski" en el momento de la insurrección de Octubre. Pero después ha adquirido una considerable respetabilidad académica... Uno de los estudios mejor documentados sobre los líderes de la revolución rusa, el libro de Bertram Wolfe, Three who made revolution (Tres que hicieron la Revolución), escrito en la década de 1950, desarrolla esta idea aplicándosela a Lenin, Según esta visión, la posición de Lenin sobre la organización política proletaria como un cuerpo "reducido" compuesto de revolucionarios convencidos, pertenece más a las concepciones conspirativitas y secretas de los narodnikis y de Bakunin, que a Marx. Estos historiadores, a menudo contrastan esta visión con las concepciones más "sofisticadas", "europeas" y "democráticas" de los mencheviques. Y por supuesto, ya que la forma de la organización revolucionaria está conectada con la forma de la revolución propiamente dicha, la organización democrática menchevique podría habernos legado una Rusia democrática, mientras que la organización dictatorial bolchevique nos legó una Rusia dictatorial.

No solo los voceros oficiales de la burguesía venden esas ideas. También lo hacen, aunque con un envoltorio diferente, lo anarquistas de toda calaña, que se especializan en la postura de "ya os lo habíamos dicho" sobre la revolución rusa, "Ya sabíamos que el bolchevismo era peligroso y que terminaría en lágrimas - ¿Adonde, si no, podía conducir todo ese discurso , el Estado del periodo de transición y la dictadura del proletariado". Pero el anarquismo tiene el hábito de renovarse perpetuamente y puede ser mucho más sutil que eso. Un buen ejemplo de esto es el tipo de producto que presenta una especie parásita del anarquismo, que se hace llamar (entre otras cosas), la "London Psycogeographical Association" La LPA ha apoyado de buen grado el argumento de la CCI de que el bakuninismo, a pesar de todo su discurso sobre la libertad y la igualdad de sus críticas al "autoritarismo" marxista, estaba realmente basado en una visión profundamente jerárquica e incluso esotérica, muy próxima a la francmasonería. Para la LPA, sin embargo, esto es solo el aperitivo: el plato fuerte es que la concepción bolchevique de la organización es la verdadera continuadora del bakuninismo y de la francmasonería. El circulo se completa: los "comunistas" de la LPA vomitan las sobras de los profesores de la guerra fría.

El reto que plantean todos estos calumniadores contra el bolchevismo es considerable y no podría contestarse en el contexto de un solo artículo. Por ejemplo, hacer una apreciación crítica de la concepción "leninista" de la organización, refutar los prejuicios de que no era más que una nueva versión de los narodnikis o del bakuninismo, requeriría por si solo, una serie de artículos. Nuestro propósito en este artículo es más preciso: examinar un episodio particular de los acontecimientos de la revolución rusa - la Tesis de Abril-, enunciadas por Lenin a su regreso a Rusia en 1917. No solo porque este mes hace 80 años de esto y es un momento apropiado, sino sobre todo porque este breve y agudo documento, es un punto de partida para refutar todas las mentiras sobre el partido bolchevique, y para reafirmar algo esencial sobre este partido: que no fue el producto de la barbarie rusa, del anarcoterrorismo distorsionado, o del ansia inagotable de poder de sus dirigentes. El bolchevismo fue un producto, en primer lugar, del proletariado mundial. Inseparablemente ligado a toda la tradición marxista, no fue en absoluto la simiente de una nueva forma de explotación y opresión, sino la vanguardia de un movimiento para acabar con toda explotación.

De febrero a abril.

Hacia finales de febrero de 1917, los obreros de Petrogrado lanzaron huelgas masivas contra las intolerables condiciones de vida impuestas por la guerra imperialista. Las consignas del movimiento se politizaron rápidamente. Los obreros reclamaban el final de la guerra y el derrocamiento de la autocracia. A los pocos días la huelga se había extendido a otras ciudades, y los obreros tomaron las armas y confraternizaron con los soldados; la huelga de masas tomó el carácter de un alzamiento.

Repitiendo la experiencia de 1905, los obreros centralizaron la lucha por medio de los Soviets de diputados obreros, elegidos por las asambleas de fábrica y revocables en todo momento. A diferencia de 1905, los soldados y campesinos empezaron a seguir este ejemplo a gran escala. La clase dirigente, reconociendo que los días de la autocracia estaban contados, se deshizo del zar y llamó a los partidos del liberalismo y de "izquierda", en particular a los elementos anteriormente proletarios que recientemente se habían pasado al campo burgués al apoyar la guerra, a formar un Gobierno provisional, con la intención de conducir a Rusia hacia un sistema de democracia parlamentaria. En realidad, se suscitó una situación de doble poder, puesto que los obreros y los soldados, solo confiaban realmente en los Soviets y el Gobierno Provisional no estaba todavía en una posición suficientemente fuerte como para ignorarlos, y todavía menos para disolverlos. Pero esta profunda división de clases estaba parcialmente obscurecida por la niebla de la euforia democrática que cayó sobre el país tras la revuelta de febrero. Con el zar fuera de juego y la población disfrutando de una inaudita libertad, todos parecían estar a favor de la "revolución", incluyendo los aliados democráticos de Rusia, que esperaban que esto permitiría a Rusia participar más efectivamente en el esfuerzo de la guerra. Así, el Gobierno Provisional se preparaba a si mismo como el guardián de la revolución; los soviets estaban dominados políticamente por los mencheviques y los socialrevolucionarios, que hacían todo lo que podían para reducirlos a un cero a la izquierda del régimen burgués recién instalado. En resumen, todo el ímpetu de la huelga de masas y del alzamiento -que en realidad era una manifestación de un movimiento revolucionario más universal, que estaba fermentándose en los principales países capitalistas como resultado de la guerra- estaba siendo desviado hacia fines capitalistas.

¿Dónde estaban los bolcheviques en esta situación tan llena de riesgos y promesas? Estaban en una confusión casi completa. «Para el bolchevismo, los primeros meses de la revolución habían sido un periodo de desconcierto y vacilación. En el Manifiesto del Comité central bolchevique, elaborado tras la victoria de la insurrección , leemos que los obreros de los talleres y las fábricas, y así mismo las tropas amotinadas, deben elegir inmediatamente a sus representantes para el Gobierno provisional revolucionario ...Se comportaron, no como representantes de un partido proletario que prepara una lucha independiente por el poder, sino como el ala izquierda de una democracia que, habiendo anunciado sus principios, pretendía jugar por un tiempo indefinido el papel de leal oposición»[1] .

Cuando Stalin y Kamenev tomaron el timón del partido en marzo, lo llevaron aún más a la derecha. Stalin desarrolló una teoría sobre las funciones complementarias del Gobierno provisional y los Soviets. Peor aún, el órgano oficial del partido, Pravda, adoptó abiertamente una posición "defensista" sobre la guerra: «Nuestra consigna no es el sinsentido de" ¡Abajo con la guerra! Nuestra consigna es presionar al gobierno provisional con el fin de impulsarle... a intentar inducir a los países beligerantes a abrir negociaciones inmediatas.. y hasta entonces cada hombre debe permanecer en su puesto de combate». (idem).

Trotski cuenta que muchos elementos en el partido se sintieron profundamente intranquilos, e incluso furibundos con esta deriva oportunista, pero no estaban armados programáticamente para responder a la posición de la dirección, puesto que parecía estar basada en una perspectiva que había sido desarrollada por el propio Lenin, y que había sido la posición oficial del partido durante una década: la perspectiva de la "dictadura democrática de los obreros y campesinos". La esencia de esta teoría había sido que, aunque económicamente hablando, la naturaleza de la revolución que se desarrollaba en Rusia era burguesa, la burguesía rusa era demasiado débil para llevar a cabo su propia revolución, y por eso la modernización capitalista de Rusia debería asumirla el proletariado y las fracciones más pobres del campesinado, Esta posición estaba a media camino entre la de los mencheviques -que decían ser marxistas "ortodoxos" y argumentaban que la tarea del proletariado era dar apoyo crítico a la burguesía contra el absolutismo, hasta que Rusia estuviera lista para el socialismo- y la de Trotski, cuya teoría de la "revolución permanente", que desarrolló tras los acontecimientos de 1905, insistía en que la clase obrera se vería impulsada al poder en la próxima revolución, forzada a empujar más allá de la etapa burguesa de la revolución, hacía la etapa socialista, pero solo podría hacerlo si la revolución rusa coincidía con, o emanaba de, una revolución socialista en los países industrializados.

En realidad la teoría de Lenin había sido como mucho un producto de un periodo ambiguo, en el que cada vez era más obvio que la burguesía no era una fuerza revolucionaria, pero en el que todavía no estaba claro que había llegado el periodo de la revolución socialista internacional. Pese a todo, la superioridad de las tesis de Trotski se basaba precisamente en el hecho de que partía de un marco internacional, más que del terreno puramente ruso; y el propio Lenin, a pesar de sus múltiples discrepancias con Trotski en esa época, se había inclinado después de 1905 en varias ocasiones hacia la noción de "revolución permanente". En la práctica la idea de la "dictadura democrática de obreros y campesinos" se mostró insustancial; los "leninistas ortodoxos" que repetían esta fórmula en 1917, la usaban como una cobertura para deslizarse hacia el menchevismo puro y duro. Kamenev argumentó, forzando la barra, que puesto que la fase burguesa de la revolución todavía no se había completado, era necesario dar un apoyo crítico al Gobierno provisional; esto a duras penas cuadraba con la posición original de Lenin, que insistía en que la burguesía se comprometería inevitablemente con la autocracia. Incluso había serias presiones hacia la reunificación de los mencheviques y los bolcheviques.

Así, el partido bolchevique, desarmado programáticamente, se encaminaba hacia el compromiso y la traición. El futuro de la revolución colgaba de un hilo cuando Lenin volvió del exilio.

En su Historia de la Revolución Rusa, Trotski nos da una descripción gráfica de la llegada de Lenin a la estación de Finlandia el 3 de abril de 1917. El Soviet de Petrogrado, que todavía estaba dominado por los mencheviques y los socialrevolucionarios, organizó una gran fiesta de bienvenida y agasajó a Lenin con flores. En nombre del Soviet, Chekjeide saludó a Lenin con esta palabras: «Camarada Lenin... te damos la bienvenida a Rusia... consideramos que la tarea principal de la democracia revolucionaria en este momento es defender nuestra revolución contra todo tipo de ataque, tanto del interior como del exterior.. Esperamos que te unas a nosotros en la lucha por este objetivo» (idem).

La respuesta de Lenin no se dirigió a los lideres del Comité de bienvenida, sino a los cientos de obreros y soldados que se apiñaban en la estación: «Queridos camaradas, soldados , marineros y obreros. Me siento feliz de saludar en vosotros a la victoriosa revolución rusa, de saludaros como la vanguardia del ejercito proletario internacional... No está lejos la hora en que, al llamamiento de nuestro camarada Karl Liebnechkt, el pueblo volverá las armas contra sus explotadores capitalistas... La revolución rusa que habéis hecho, ha abierto una nueva época. ¡Larga vida a la revolución socialista mundial!» (idem).

Desde el mismo momento en que llegó, Lenin aguó el carnaval democrático. Esa noche, Lenin elaboró su posición en un discurso de dos horas, que más tarde dejaría casi sin sentido a todos los buenos demócratas y sentimentales socialistas, que no querían que la revolución fuera más lejos de lo que había ido en febrero, que habían aplaudido las huelgas de masas obreras cuando derrocaron al zar y permitieron que el gobierno provisional asumiera el poder, pero que temían una polarización de clases que fuera más allá. Al día siguiente, en una reunión conjunta de bolcheviques y mencheviques, Lenin expuso lo que iba a conocerse como sus Tesis de Abril, que son lo bastante cortas como para reproducirlas completas aquí:

«1. En nuestra actitud ante la guerra`, que por parte de Rusia sigue siendo indiscutiblemente una guerra imperialista, de rapiña, también bajo el nuevo gobierno provisional de Luov y Cía, en virtud del carácter capitalista de este gobierno, es intolerable la más pequeña concesión al "defensismo revolucionario".

El proletariado consciente solo puede dar su asentimiento a una guerra revolucionaria que justifique verdaderamente el defensismo revolucionario, bajo las siguientes condiciones: a) paso del poder a manos del proletariado y de los sectores más pobres del campesinado a él adheridos; b) renuncia de hecho, y no de palabra a todas las anexiones; c) ruptura completa de hecho con todos los interese del capital.

Dado la indudable buena fe de grandes sectores de defensistas revolucionarios de filas, que admiten la guerra solo como una necesidad y no para fines de conquista, y dado su engaño por la burguesía, es preciso aclararles su error de un modo singularmente minucioso, paciente y perseverante, explicarles la ligazón indisoluble del capital con la guerra imperialista y demostrarles que sin derrocar al capital es imposible poner fin a la guerra con una paz verdaderamente democrática y no con una paz impuesta por la violencia.

Organizar la propaganda más amplia de este punto de vista en el ejército de operaciones.

Confraternización en el frente.

2. La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado.

Este tránsito se caracteriza, de una parte, por el máximo de legalidad (Rusia es hoy el más libre de todos los países beligerantes); de otra parte, por la ausencia de violencia contra las masas y, finalmente, por la confianza inconsciente de estas en el gobierno de los capitalistas, los peores enemigos de la paz y el socialismo.

Esta peculiaridad exige de nosotros habilidad para adaptarnos a las condiciones especiales de la labor del partido entre masas inusitadamente amplias del proletariado, que acaban de despertar a la vida política.

3. Ningún apoyo al gobierno provisional; explicar la completa falsedad de todas sus promesas, sobre todo de la renuncia a las anexiones. Desenmascara a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria "exigencia" de que deje de ser imperialista.

4. Reconocer que, en la mayor parte de los Soviets de diputados obreros, nuestro partido está en minoría y, por el momento, en una minoría reducida, frente al bloque de todos los elementos pequeño burgueses y oportunistas -sometidos a la influencia de la burguesía y que llevan dicha influencia al seno del proletariado-, desde los socialistas populares y los socialistas revolucionarios hasta el Comité de Organización /Chjeídze, Tsereteli, etc.), Steklon, etc:

Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión solo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas.

Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor crítica y de esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores.

5. No una república parlamentaría -volver a ella desde los Soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás-, sino una república de los Soviets de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo arriba.

Supresión de la policía, del ejército y de la burocracia.

La remuneración de los funcionarios, todos ellos elegibles y revocables en cualquier momento, no deberá exceder del salario medio de un obrero cualificado.

6. En el programa agrario, trasladar el centro de gravedad a los Soviets de diputados braceros.

Confiscación de todas las tierras de los latifundistas.

Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los Soviets locales de de braceros y campesinos. Creación de Soviets especiales de diputados campesinos pobres. Hacer de cada gran finca (con una extensión de unas 100 a 300 deciatinas, según las condiciones locales y de otro género y a juicio de las instituciones locales) una hacienda modelo bajo el control de diputados braceros y a cuenta de la administración local.

7. Fusión inmediata de todos los bancos del país en el Banco Nacional único, sometido al control de los Soviets de diputados obreros.

8. No "implantación" del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Soviets de diputados obreros.

9. Tareas del partido:

a) celebración inmediata de un congreso del partido;

b) modificación del programa del partido, principalmente:

1) sobre el imperialismo y la guerra imperialista,

2) sobre la posición ante el Estado y nuestra reivindicación de un "Estado-Comuna"

3) reforma del programa mínimo, ya anticuado;

c) cambio de denominación del partido.

10. Renovación de la internacional.

Iniciativa de constituir una Internacional revolucionaria, una internacional contra los socialchovinistas y contra el "centro"» (Lenin, Obras Escogidas, Ed. Progreso, 1978, pag. 33-35).

La lucha por rearme del Partido.

Demostrar el método marxista

Zalezhski, un miembro del Comité central del Partido bolchevique en esa época, resumía la reacción a las Tesis de Lenin dentro del partido y en el movimiento en general: «Las tesis de Lenin produjeron el efecto del estallido de una bomba» (idem). La reacción inicial fue incredulidad, y una lluvia de anatemas cayó sobre Lenin: que si había estado demasiado tiempo en el exilio, que si había perdido el contacto con la realidad rusa; sus perspectivas sobre la naturaleza de la revolución habrían caído en el trotskismo; por lo que respecta a su idea de la toma del poder por los soviets, habría vuelto al blanquismo, al aventurerismo, al anarquismo. Un antiguo miembro del Comité Central bolchevique, fuera del partido en ese momento, planteó así el problema: «Durante muchos años, el puesto de Bakunin en la revolución rusa estaba vacante, ahora ha sido ocupado por Lenin» (idem). Para Kamenev, la posición de Lenin impediría que los bolcheviques actuaran como un partido de masas, reduciendo su papel al del "un grupo de comunistas propagandistas". Esta no era la primera vez que los "viejos bolcheviques" se agarraban a formulas anticuadas en nombre del leninismo. En 1905, la reacción inicial bolchevique ante la aparición de los soviets se basó en una interpretación mecánica de las críticas de Lenin al espontaneísmo en ¿Qué hacer?; La dirección llamó al Soviet de Petrogrado a subordinarse al partido o a disolverse. El propio Lenin rechazó rotundamente esa actitud, siendo uno de los primeros en comprender la significación revolucionaria de los soviets como órganos del poder político del proletariado, insistió en que la cuestión no era "soviets o partido", sino ambos, puesto que sus funciones eran complementarias. Ahora, una vez más, Lenin tenía que dar a esos "leninistas" una lección sobre el método marxista, para demostrar que el marxismo es todo lo contrario de un dogma muerto; es una teoría científica viva, que tiene que verificarse constantemente en el laboratorio de los movimientos sociales. Las Tesis de Abril fueron el ejemplo de la capacidad del marxismo para descartar, adaptar, modificar o enriquecer las posiciones previas a la luz de la experiencia de la lucha de clases: «por ahora es necesario asimilar la verdad indiscutible de que un marxista debe tener en cuenta la vida real, los hechos exactos de la realidad, y no seguir aferrándose a la teoría de ayer, que, como toda teoría, en el mejor de los casos, solo traza lo fundamental, lo general, solo abarca de un modo aproximado la complejidad de la vida. "La teoría, amigo mío es gris; pero el árbol de la vida es eternamente verde"»[2] Y en la misma carta, Lenin reprende a «aquellos "viejos bolcheviques", que ya más de una vez desempeñaron un triste papel en la historia de nuestro partido, repitiendo una formula totalmente aprendida, en vez de dedicarse al estudio de las peculiaridades de la nueva y viva realidad».

Para Lenin, la "dictadura democrática" ya se había realizado en los Soviets de diputados obreros y campesinos, y como tal ya se había convertido en una fórmula anticuada. La tarea esencial para los bolcheviques ahora era empujar adelante la dinámica proletaria en este amplio movimiento social, que está orientada hacia la formación de una Comuna-Estado en Rusia, que sería el primer poste indicador de la revolución socialista mundial. Se podría hacer una controversia sobre el esfuerza de Lenin por salvar el honor de la vieja fórmula, pero el elemento esencial en su posición es que fue capaz de ver el futuro del movimiento y, así, la necesidad de romper el molde de las teorías desfasadas.

El método marxista no solo es dialéctico y dinámico, también es global, es decir, que plantea cada cuestión particular en el marco histórico e internacional. Y esto es lo que permitió a Lenin, por encima de todo, comprender la verdadera dirección de los acontecimientos. De 1914 en adelante, los bolcheviques, con Lenin al frente, habían defendido la posición internacionalista más consistente contra la guerra imperialista, viendo que era la prueba de la decadencia del mundo capitalista, y por tanto, de apertura de una época de revolución proletaria mundial. Esta era la base de granito de la consigna de "transformar la guerra imperialista en guerra civil", que Lenin había defendido contra todas las variantes de Chovinismo y pacifismo. Fuertemente asido a este análisis, Lenin no se dejó llevar ni por un momento por la idea de que el acceso al poder del Gobierno provisional cambiara la naturaleza de la guerra imperialista, y no ahorró dardos para con los bolcheviques que habían caído en este error: «Pravda pide al gobierno que renuncia a las anexiones. Pedir al Gobierno de capitalistas que renuncia a las anexiones es un sinsentido, una flagrante burla»[3].

La reafirmación intransigente de la posición internacionalista era en primer lugar una necesidad para detener la pendiente oportunista del partido, pero también era el punto de partida para liquidar teóricamente la formula de la "dictadura democrática", y todas las apologías de los mencheviques para apoyar a la burguesía. Al argumento de que la atrasada Rusia no estaba aún madura para el socialismo, Lenin respondía como un verdadero internacionalista, reconociendo en la tesis 8 que «no es nuestra tarea inmediata introducir el socialismo». Rusia por si misma no estaba madura para el socialismo, pero la guerra imperialista había demostrado que el capitalismo mundial, globalmente estaba más que maduro. De ahí el saludo de Lenin a los obreros en la estación de Finlandia; los obreros rusos, al tomar el poder, estarían actuando como la vanguardia del ejercito proletario internacional. De ahí también el llamamiento a una nueva Internacional al final de las Tesis. Y para Lenin, como para todos los auténticos internacionalistas del momento, la revolución mundial no era un deseo piadoso, sino una perspectiva concreta surgida de la revuelta proletaria internacional contra la guerra -huelgas en Gran Bretaña y Alemania, manifestaciones políticas, mítines y confraternizaciones en las fuerzas armadas de varios países, y por supuesto la marea revolucionaria creciente en la propia Rusia. Esa perspectiva, que en ese momento era embrionaria, iba a confirmarse tras la insurrección de Octubre por la extensión de la oleada revolucionaria a Italia, Hungría, Austria, y sobre todo Alemania.

El "anarquismo" de Lenin

Los defensores de la "ortodoxia" marxista acusaron a Lenin de blanquismo y bakunismo por la cuestión de la toma del poder y de la naturaleza del Estado posrevolucionario. Blanquismo, porque supuestamente estaba a favor de un golpe de Estado a cargo de una minoría -sea por los bolcheviques solos, o incluso por el conjunto de la clase obrera industrial sin contar con la mayoría campesina. Bakuninismo, porque el rechazo de las Tesis de la república parlamentaria era una concesión a los prejuicios anti políticos de los anarquistas y sindicalistas.

En sus Cartas sobre la Táctica, Lenin defendió sus Tesis de la primera acusación de esta manera: «En mis tesis, me aseguré completamente de todo salto por encima del movimiento campesino o, en general, pequeño burgués, aún latente, de todo juego a la "conquista del poder" por parte de un Gobierno obrero, de cualquier aventura blanquista, puesto que refería directamente a la experiencia de la Comuna de Paris. Como se sabe, y como lo indicaron detalladamente Marx en 1871 y Engels en 1891, esta experiencia excluía totalmente el blanquismo, asegurando completamente el dominio directo, inmediato e incondicional de la mayoría y la actividad de las masas, sólo en la medida de la actuación consciente de la mayoría misma.

En las tesis reduje la cuestión, con plena claridad, a la lucha por la influencia dentro de los Soviets de diputados obreros, braceros, campesinos y soldados. Para no dejar ni asomo de duda a este respecto, subrayé dos veces, en las tesis, la necesidad de un trabajo de paciente e insistente "explicación", que se adapte a las necesidades prácticas de las masas».

Por lo que concierne a una vuelta atrás a una posición anarquista sobre el Estado, Lenin señaló en abril, como haría con mayor profundidad en El Estado y la Revolución, que los marxistas "ortodoxos", representados en las figuras de Kautsky y Plejanov, habían enterrado las enseñanzas de Marx y Engels sobre el Estado bajo un montón de estiércol de parlamentarismo. La Comuna de París había mostrado que la tarea del proletariado en la revolución no era conquistar el viejo Estado, sino destruirlo de arriba abajo; que el nuevo instrumento del gobierno proletario, la Comuna-Estado, no estaría basado en el principio de la representación parlamentaria, la cual, al fin y al cabo, solo era una fachada para ocultar la dictadura de la burguesía, sino en la representación directa y en la revocabilidad desde debajo de las masas armadas y auto organizadas . Al formar los Soviets, la experiencia de 1905, y de la revolución que emergía en 1917, no solo confirmaba esta perspectiva, sino que la llevaba más lejos. Mientras que en la Comuna, que se concebía como "popular", todas las clases oprimidas de la sociedad estaban igualmente representadas, los soviets eran una forma superior de organización, porque hacían posible que el proletariado se organizara autónomamente dentro del movimiento de las masas en general. Globalmente los soviets constituían un nuevo estado, cualitativamente diferente del viejo Estado burgués, pero un Estado al fin y al cabo -y en este punto Lenin se distinguía cuidadosamente de los anarquistas:

«..el anarquismo es la negación de la necesidad del Estado y del poder estatal en la época de la transición del dominio de la burguesía al dominio del proletariado. Mientras que yo defiendo, con una claridad que excluye toda posibilidad de confusión, la necesidad del Estado en esta época, pero -de acuerdo con Marx y con la experiencia de la Comuna de París-, no de un Estado parlamentario burgués de tipo corriente, sino de un Estado sin un ejercito permanente, sin una policía opuesta al pueblo, sin una burocracia situada por encima del pueblo.

Si el Sr. Plejanov, en su Edinstvo, grita a voz en grito sobre anarquismo, con ello solo demuestra, una vez más, que ha roto con el marxismo»[4].

El papel del partido en la revolución

La acusación de que Lenin estaba planteando un golpe blanquista, es inseparable de la idea de que buscaba el poder solo para su partido. Esto iba a ser un tema central de toda la propaganda burguesa subsiguiente sobre la revolución de Octubre; la cual fue presentada como un golpe de Estado llevado a cabo por los bolcheviques. No podemos entrar a hablar aquí de todas las variedades y matices de esa tesis. Trotski aporta una de las mejores respuestas a esto en su Historia de la Revolución Rusa, cuando muestra que no fue el partido, sino los Soviets, los que tomaron el poder en Octubre[5] . Pero una de las grandes líneas de esa argumentación es la que plantea que la visión de Lenin sobre el partido como una organización compacta y fuertemente centralizada, llevaba inexorablemente al golpe de octubre de 1917, y por extensión, al terror rojo y finalmente al estalinismo.

Toda esa historia retrotrae a la escisión original entre bolcheviques y mencheviques, y este no es el lugar para analizar en detalle esta cuestión clave. Baste decir que ya desde entonces, la concepción de Lenin sobre la organización revolucionaria se tachó de jacobina, elitista, militarista e incluso terrorista. Se ha citado a autoridades marxistas tan respetadas como Luxemburg y Trotski para apoyar esa visión. Por nuestra parte, no negamos que la visión de Lenin sobre la cuestión de organización, tanto en ese periodo como después, contiene errores (por ejemplo su adopción en 1902 de la tesis de Kautsky de que la conciencia viene "de fuera" de la clase obrera, aunque después Lenin repudiara esta posición; también ciertas de sus posiciones sobre el régimen interno del partido, y sobre la relación entre el partido y el Estado etc.). Pero a diferencia de los mencheviques de esta época, socialdemócratas y consejistas, no tomamos esos errores como punto de partida, de la misma forma que no abordamos un análisis de la Comuna de Paris o de la revolución de Octubre, partiendo de los errores que cometieron -incluso si fueron fatales. El verdadero punto de partida es que la lucha de Lenin a lo largo de toda su vida por construir una organización revolucionaria es una adquisición histórica del movimiento obrero, y ha dejado para los revolucionarios de hoy las bases indispensables para comprender, tanto como funciona internamente una organización revolucionaria, como cual debe ser su papel en la clase.

Respecto a ese último punto, y contrariamente a muchos análisis superficiales, la concepción de una organización "de minorías", que Lenin contraponía a la visión de una organización "de masas" de los mencheviques, no era simplemente el reflejo de las condiciones impuestas por la represión zarista. De la misma forma que las huelgas de masa y los alzamientos revolucionarios de 1905 no eran los últimos ecos de las revoluciones del siglo XIX, si no que planteaban el futuro inmediato de la lucha de clases internacional en el amanecer de la época de la decadencia del capitalismo, así la concepción bolchevique de un partido " de minorías", de revolucionarios entregados, con un programa absolutamente claro y que funcionara centralizadamente, era un anticipo de la función y la estructura del partido que imponían las condiciones de la decadencia capitalista, la época de la revolución proletaria. Puede que, como reivindican muchos antibolcheviques, los mencheviques miraran hacía occidente para establecer su modelo de organización, pero también miraban atrás, , copiando el viejo modelo de la socialdemocracia, de partidos de masas que englobaban a la clase, organizaban a la clase y representaban a la clase, particularmente a través del proceso electoral. Y para todos los que plantean que eran los bolcheviques los que estaban anclados en las condiciones arcaicas de Rusia, copiando el modelo de las sociedades conspirativas, hay que decir que en realidad eran los bolcheviques los únicos que miraban adelante, a un periodo de masivas turbulencias revolucionarias que ningún partido podía organizar, planificar ni encapsular, pero que al mismo tiempo hacían más vital que nunca la necesidad del partido. «En efecto, dejemos de lado la teoría pedante de una huelga demostrativa montada artificialmente por el partido y los sindicatos y ejecutada por una minoría organizada y consideremos el cuadro vivo de un verdadero movimiento popular surgido de la exasperación de los conflictos de clase y de la situación política que explota con la violencia de una fuerza elemental.. La tarea de la socialdemocracia consistirá entonces, no en la preparación o en la dirección técnica de la huelga, sino en la dirección política del conjunto del movimiento» ([6]).

Esto es lo que escribió Rosa Luxemburg en su análisis general de la huelga de masas y las nuevas condiciones de la lucha de clases internacional. Así, Luxemburg, que había sido una de las críticas más furibundas de Lenin cuando la escisión de 1903, convergía con los elementos fundamentales de la concepción bolchevique del partido revolucionario.

Estos elementos se plantean con meridiana claridad en las Tesis de Abril, que como ya hemos visto, rechazan cualquier visión que intente imponer la revolución "desde arriba": «Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor crítica y de esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores». Este trabajo de "explicación sistemática, paciente y persistente" es precisamente lo que quiere decir la dirección política en un periodo revolucionario. No podía plantearse pasar a la fase de la insurrección hasta que las posiciones de los bolcheviques triunfaran en los soviets, y a decir verdad, antes de que esto pudiese plantearse, tenían que triunfar las posiciones de Lenin en el propio partido bolchevique, y esto requirió una áspera lucha sin compromisos desde el mismo momento en que Lenin legó a Rusia.

«No somos charlatanes. Solo hemos de basarnos en la conciencia de masas» ([7]). En la fase inicial de la revolución, la clase obrera había entregado el poder a la burguesía, lo cual no debería sorprender a ningún marxista «puesto que siempre hemos sabido e indicado reiteradamente que la burguesía se mantiene no solo por medio de la violencia, sino también gracias a la falta de conciencia, la rutina, la ignorancia y la falta de organización de las masas» ([8]). Por eso, la tarea principal de los bolcheviques era hacer avanzar la conciencia de clase y la organización de las masas.

Esta función no complacía a los "viejos bolcheviques" , que tenían planes más prácticos. Querían tomar parte en la revolución burguesa que se estaba produciendo, y que el partido bolchevique tuviera una influencia masiva en el movimiento tal cual era. En palabras de Kamenev, están horrorizados de pensar que el partido pudiera quedarse al margen, con sus posiciones "puristas", reducido a la función de "un grupo de propagandistas comunistas". Lenin no tuvo ninguna dificultad para combatir esa trampa: ¿acaso los chovinistas no habían arrojado los mismos argumentos contra los internacionalistas al principio de la guerra mundial, diciendo que ellos permanecían vinculados a la conciencia de las masas mientras que los bolcheviques y los espartaquistas se habían convertido en sectas marginales? Para un camarada bolchevique debe haber sido particularmente irritante oír los mismos argumentos; pero esto no embotó la agudeza de la respuesta de Lenin:

«El camarada Kamenev contrapone "el partido de las masas" a un grupo de propagandistas. Pero las "masas" se han dejado llevar precisamente ahora por la embriaguez del defensismo "revolucionario". ¿No será más decoroso también para los internacionalistas saber oponerse en un momento como este a la embriaguez "masiva" que "querer seguir" con las masas, es decir, contagiarse de la epidemia general? ¿Es que no hemos visto en todos los países beligerantes europeos como se justificaban los chovinistas con el deseo de "seguir con las masas"? ¿No es obligatorio, acaso, saber estar en minoría durante cierto tiempo frente a la embriaguez "masiva"? ¿No es precisamente el trabajo de los propagandistas en el momento actual el punto central para liberar la línea proletaria de la embriaguez defensista y pequeño burguesa "masiva"? Cabalmente la unión de las masas, proletarias y no proletarias, sin importar las diferencias de clase en el seno de las masas, ha sido una de las premisas de la epidemia defensiva. No creemos que esté bien hablar con desprecio de "un grupo de propagandistas" de la línea proletaria" ([9])

Esta postura, esta voluntad de ir contra la corriente y quedar en minoría defendiendo tajante y claramente los principios de clase, no tiene nada que ver con el purismo o el sectarismo. El contrario, se basa en la comprensión del movimiento real de la clase, y a partir de ahí, en la capacidad para prestar una voz y una dirección a los elementos más radicales del proletariado.

Trotski muestra como Lenin se apoyó en esos elementos para ganar al partido a sus posiciones y para defender "la línea proletaria en el conjunto de la clase":

«Lenin halló un punto de apoyo contra los viejos bolcheviques en otro sector del partido, ya templado, pero mas fresco y más ligado con las masas. Como sabemos, en la revolución de Febrero los obreros bolcheviques desempeñaron un papel decisivo. Estos consideraban natural que tomase el poder la clase que había arrancado el triunfo.

Estos mismos obreros protestaban vehementemente contra el rumbo que Kamenev -Stalin, y el distrito de Viborg amenazó incluso con la expulsión de los "jefes" del partido. El mismo fenómeno podía observarse en provincias. Casi en todas partes habían bolcheviques de izquierda acusados de maximalismo e incluso de anarquismo. Lo que les faltaba a los obreros revolucionarios para defender sus posiciones eran recursos teóricos, pero estaban dispuestos a acudir al primer llamamiento claro que se les hiciese.

Hacia este sector de obreros, formado durante el auge del movimiento, en los años 1912 a 1914, se orientó Lenin» ([10]).

Esto también fue una expresión de la comprensión del Lenin del método marxista, que sabe ver más allá de las apariencias para discernir la verdad dinámica del movimiento social. Y como ejemplo contrario, en cambio, cuando a comienzos de la década de 1920 Lenin se inclinó hacia el argumento de "permanecer con las masas" para justificar el Frente Unido y la fusión organizativa con los partidos centristas, fue un signo de que el partido estaba perdiendo sus amarras con el método marxista, y se deslizaba hacia el oportunismo. Pero al mismo tiempo esto fue la consecuencia del aislamiento de la revolución y de la fusión de los bolcheviques con el Estado de los soviets. En el momento cumbre de la marea revolucionaria en Rusia, el Lenin de la Tasis de Abril no fue un profeta aislado, ni un demiurgo que se elevaba por encima de las masas vulgares, sino la voz más clara de la tendencia más revolucionaria en el proletariado; una voz que indicó con precisión el camino que llevaba a la insurrección de Octubre.

Amos.



[1] Trotsky, "Historia de la Revolución rusa"

[2] Lenin, "Cartas sobre la táctica", Obras completas.

[3] Trotski, op.cit.

[4] Lenin, "Cartas sobre táctica", Obras completas.

[5] Ver también nuestro artículos sobre la Revolución Rusa en la Revista Internacional nº 71 y 72.

[6] Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

[7] Segundo discurso de Lenin a su llegada a Petrogrado, citado por Trotski en su Historia de la revolución rusa.

[8] Lenin, "Cartas sobre táctica". Obras Completas.

[9] Idem.

[10] Trotsky, Historia de la revolución rusa.

Series: 

  • 1917: la Revolución Rusa [4]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [5]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La oleada revolucionaria de 1917-1923 [6]

VII - La fundación del KAPD

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Continuación de nuestra serie sobre la Revolución Alemana. Agradecemos la colaboración de un simpatizante muy próximo que ha permitido la publicación digital de este artículo. En el artículo anterior de esta serie vimos como el KPD, privado de sus mejores elementos, asesinados, sometidos a represión, no consigue llegar a desempeñar el papel que le incumbe. También vimos cómo las ideas erróneas sobre la organización pueden acabar en un desastre. Como lo es la exclusión de la mayoría del partido. Y el KAPD va a fundarse en medio de la confusión política, en una situación general de ebullición.

Los días 4 y 5 de abril de 1920, tres semanas después del golpe de Kapp y de la oleada de luchas que surgieron en respuesta contra él por toda Alemania, los delegados de la oposición se reunieron para fundar un nuevo partido: el Partido Comunista Obrero Alemán (Kommunistische Arbeiterpartei Deutschlands, KAPD).

Trataban de formar un "partido de la acción revolucionaria" y de disponer de una fuerza con la que oponerse a la evolución oportunista del KPD. Pero, por duras que fuese las consecuencias de los errores cometidos por el KPD durante el golpe de Kapp, estas no justificaban, en absoluto, en ese momento, la fundación de un nuevo partido y menos aún sin antes haber desarrollado todas las posibilidades de un trabajo de fracción. El nuevo partido se funda deprisa, con total precipitación y en parte simplemente por frustración, casi como producto de un arrebato de cólera.

Los delegados procedían en su mayor parte de Berlín y de pocas ciudades más, viniendo a representar alrededor de veinte mil miembros. Como el KPD en su congreso fundacional, el recién formado KAPD es muy heterogéneo en su composición y realmente se asemeja a un agrupamiento de opositores y expulsados del KPD (en nuestro folleto La izquierda holandesa abordamos detalladamente la cuestión del KAPD y su evolución. Véase en particular el capitulo: "El comunismo de izquierda y la revolución, 1919-1927".).

Lo formaban tres tendencias:

  • La tendencia de Berlín que está dirigida por intelectuales como son Schroder, Schwab y Reichenbach salidos del ámbito de los Estudiantes socialistas y por obreros como Emil Sachs, Adam Scharrer, Jan Appel, excelentes organizadores. Su punto de vista es que las Uniones son una rama dependiente del partido y también rechazan cualquier forma de sindicalismo revolucionario y de federalismo anarquizante. Esta tendencia representa el ala marxista en el seno del KAPD.
  • La tendencia "antipartido" cuyo principal portavoz es Otto Ruhle. Esta tendencia es ya por si misma un agrupamiento heterogéneo. Concentrar todas sus fuerzas en las Uniones, es la única orientación que une a sus componentes.
  • La tendencia nacional-bolchevique formada en torno a Wolffheim y de Laufenberg se implanta principalmente en Hamburgo. Hay que dejar claro que ni Wolffheim ni Laufenberg participaron directamente en la creación del KAPD y que el objetivo de su adhesión al nuevo partido es únicamente la infiltración.

El KAPD va a ver una rápida y masiva afluencia de jóvenes radicalizados quienes, a pesar de su alto grado de entusiasmo, tenían poca experiencia organizativa. Numerosos miembros de Berlín no tuvieron apenas lazos con el movimiento obrero anterior a la guerra. Es más, la Primera Guerra mundial radicalizó a muchos artistas e intelectuales (F. Joung, poeta; H. Vogeler, miembro de una comunidad; F. Pfemgfert, O. Kanehl, artistas; etc.) quienes fueron captados primero por el KPD y después por el KAPD, pero acabaron desempeñando, muchos de ellos, un papel desastroso pues, al igual que los intelectuales burgueses con su influencia después de 1968, defendían puntos de vista individualistas y propagaban la hostilidad hacia la organización, la desconfianza en la centralización, el federalismo. Este medio no solo es fácilmente contaminable por la ideología y los comportamientos pequeño burgueses sino que actúa como portador de ellos en el medio en el que se mueven y desarrollan. Sin sacar de todo ello, a priori, conclusiones definitivamente negativas sobre el KAPD ni tacharlo a la ligera de "pequeño burgués" si que está claro que la influencia de ese medio pesó fuertemente sobre el partido y lo marcó sobremanera. Estos círculos de intelectuales, a pesar de declararse contrarios a toda profundización teórica, contribuyeron a generar una ideología, hasta entonces inédita en el movimiento obrero: la "Proletkult" (la del "Culto al proletariado"). El ala marxista del KAPD se desmarca desde un principio de estos elementos hostiles a la organización.

Las debilidades sobre la cuestión organizativa
llevan a la desaparición de la organización

El objetivo de este artículo no es examinar con precisión las posiciones del KAPD (para ello remitimos a nuestro folleto La izquierda holandesa), sino sacar las lecciones políticas de su existencia.

El KAPD a pesar de sus debilidades teóricas fue una contribución histórica valiosísima sobre las cuestiones sindical y parlamentaria. Fue pionero en profundizar las razones que hacen imposible cualquier trabajo en el seno de los sindicatos en nuestra época de capitalismo decadente; es decir, en el periodo en que se han transformado en órganos del Estado burgués. Y lo mismo en lo que se refiere a la imposibilidad de utilizar el parlamento en beneficio de los obreros, dejando claro que este es, en este periodo, un arma de la burguesía contra el proletariado.

Por lo que concierne a la cuestión del partido, el KAPD fue el primero en desarrollar un punto de vista claro sobre el substituismo. Defiende, contrariamente a la mayoría de la Internacional Comunista (I.C.), que en este nuevo periodo histórico, el de la decadencia del sistema social capitalista, no son ya posibles los partidos de masas:

«7. La forma histórica de reagrupamiento de los combatientes revolucionarios más conscientes y con mayor claridad, de aquellos más dispuestos a la acción es el Partido. (...) El partido comunista debe ser una totalidad elaborada programáticamente, organizada y disciplinada dentro de una voluntad unitaria. Debe ser la cabeza y el arma de la revolución.

«9. (...). En particular, no deberá nunca incrementar el efectivo de sus miembros más rápidamente que lo que le permita la fuerza de integración de un núcleo comunista sólido» ("Tesis sobre el papel del partido en la revolución proletaria - Tesis del KAPD", Proletarier, nº 7, Julio 1921) .

Si resaltamos en primer lugar las aportaciones programáticas del KAPD es primero para señalar que pese a sus fatales debilidades, de las cuales vamos a tratar, la Izquierda Comunista debe reivindicarse de esa organización y además para mostrar que, como dejó claro el KAPD, no basta con tener claras las "cuestiones programáticas clave". En tanto no haya una comprensión suficientemente clara de la cuestión organizativa, la claridad programática no es garantía de supervivencia para la organización. Lo determinante no es solo la capacidad de dotarse de unas bases programáticas sólidas sino, sobre todo, la capacidad para construir la organización, para defenderla y darle la fuerza con la que acometer su función histórica. Si no es así corre el riesgo de acabar hecha pedazos bajo la acción de las falsas concepciones organizativas y el peligro de no resistir a las vicisitudes de la lucha de clases.

En uno de los primeros puntos del orden del día, durante su congreso fundacional, el KAPD declara su adhesión inmediata a la Internacional Comunista. Claro que desde un principio entre sus objetivos estaba el de incorporarse al movimiento internacional, pero el interés central de la discusión es el de llevar a cabo "el combate contra Spartakusbund (Liga Espartaco) en el seno de la III Internacional". En una discusión con los representantes del KPD se deja claro: «Nosotros consideramos la táctica reformista de Spartakusbund en contradicción con los principios de la II Internacional y vamos a trabajar para que la Spartakusbund sea expulsada de la III Internacional» (Actas del congreso fundacional del partido, citado por Bock, pag. 207). Durante esa discusión resurge permanentemente una idea: «Rechazamos la unión con Spartakusbund y la combatiremos sin tregua. (..) Nuestro posicionamiento frente a Spartakusbund es claro y preciso: pensamos que los jefes comprometidos deben ser expulsados del frente de la lucha proletaria y así tendremos la vía libre para que las masas marchen en armonía con el programa maximalista. Está decidida la formación de una comisión de dos camaradas para presentar un informe oral en el comité ejecutivo de la III Internacional» (ídem).

Si la lucha política contra las posiciones oportunistas de Spartakusbund es indispensable, esta actitud hostil hacia el KPD refleja una total distorsión de las prioridades. En lugar de la impulsión de la clarificación hacia el KPD, con el objetivo de esclarecer las condiciones para la unificación, lo que predomina es una actitud sectaria, irresponsable y destructiva de parte de cada organización. Esta actitud es sobre todo impulsada por la tendencia nacional-bolchevique de Hamburgo. Que el KAPD haya aceptado, desde su fundación, la tendencia nacional-bolchevique en sus filas es una catástrofe. Esta corriente es antiproletaria. Su sola presencia en el KAPD fue un pesado lastre que hundió la credibilidad de este ante la I.C. (no fueron excluidos del KAPD hasta que la delegación no volvió a finales del verano de 1919. Su presencia en el KAPD revela cuan heterogéneo era este en el momento de su fundación y como se parecía más a un agrupamiento que un partido constituido con sólidas base programáticas y organizativas.)

Jan Appel y Franz Jung son nombrados delegados para el segundo congreso de la I.C. reunido en julio de 1920 (el bloqueo, impuesto de los "ejércitos de la democracia" y por la guerra civil, impedía llegar a Moscú por tierra. Únicamente desviando de su ruta un navío, tras convencer a los marineros de que destituyesen al capitán, Franz Jung y Jan Appel, consiguieron tras graves riesgos, romper el bloqueo impuesto a Rusia por los ejércitos contrarrevolucionarios en plena guerra civil y arribar –a finales de abril– al puerto de Murmansk y desde ahí llegar a Moscú.).

En las discusiones con el comité ejecutivo de la I.C. (CEIC) donde ellos representan el punto de vista del KAPD, aseguran que la corriente nacional-bolchevique de Wolffheim y Laufenberg, así como la tendencia "antipartido", serán excluidas del KAPD. Sobre la cuestión sindical y parlamentaria los puntos de vista del CEIC y de KAPD se enfrentan violentamente. Lenin acaba de terminar su folleto "El izquierdismo enfermad infantil del comunismo". En Alemania, el partido, al no tener noticias de sus delegados a causa del bloqueo militar, decide enviar una segunda delegación compuesta por Otto Ruhle y por Merges. No lo pudo hacer peor. Ruhle es, de hecho, el representante de la minoría federalista que anhela disolver el partido comunista para disolverlo en el sistema de las uniones. Minoría que al negar toda centralización, implícitamente niega la existencia de una Internacional.

Tras su viaje a través de Rusia, durante el cual los dos delegados quedan muy afectados por las consecuencias de la guerra civil (veintiún ejércitos han sido preparados para el asalto de Rusia) y en el cual no fueron capaces de ver más que un "régimen en estado de sitio", ellos deciden, sin informar al partido, regresar, y lo hacen convencidos de que «la dictadura del partido bolchevique es el trampolín para la aparición de una nueva burguesía soviética». A pesar del esfuerzo que realizaron Lenin, Zinoviev, Radek y Bujarin para que se les reconozcan votos consultivos y para impulsarles a participar en los trabajos del congreso, ellos renuncian a toda participación. El CEIC llega incluso a concederles voz y voto (deliberativo) y no solo voto consultivo. «Cuando llegamos a Petrogrado, en el camino de vuelta, el Ejecutivo nos envió una nueva invitación al congreso, con la aclaración de que al KAPD se le garantizará durante este congreso el derecho de disponer de voto deliberativo aunque no satisfaga ninguno de los draconianos requisitos de la "Carta abierta al KAPD" o aunque no se haya comprometido a cumplirlos».

El resultado es que el Segundo congreso de la IC va a evolucionar sin que la voz crítica de los delegados del KAPD se haga oír: La influencia nefasta del oportunismo en el seno de la IC puede de esta manera desarrollarse con mayor facilidad, Así, el trabajo en el seno de los sindicatos queda inscrito en las 21 condiciones de admisión en la IC como condición imperativa sin que la resistencia del KAPD contra ese vira ge oportunista se haga sentir durante el congreso.

Hay más, no fue posible que las diferentes voces críticas frente a esta evolución de la IC se encontrasen reunidas durante el congreso. Por esta penosa actitud de los delegados de KAPD no hubo acuerdo internacional ni acción común. La oportunidad de un trabajo de fracción internacional fructuoso acababa de ser sacrificada.

Tras el retorno de los delegados, la corriente agrupada en torno a Ruhle es expulsada del KAPD a causa de sus concepciones y de sus comportamientos hostiles a la organización. Los consejistas no solo rechazan la organización política del proletariado, negando así el papel particular que debe desempeñar el partido en el proceso de desarrollo de la conciencia de clase del proletariado (ver a este respecto las "Tesis sobre el partido" del KAPD), sino que a la vez suman su voz al coro de la burguesía para deformar la experiencia de la revolución rusa. En lugar de sacar las lecciones de esta experiencia la rechazan tachándola de revolución doble (a la vez proletaria y burguesa o pequeño burguesa). Al hacer eso, lo único que hacen es el darse ellos mismos el tiro de gracia político. Los consejistas no solo causan destrozos negando el papel del partido en el desarrollo de la conciencia de clase sino que contribuyen activamente a la disolución del campo revolucionario y refuerzan la hostilidad general contra la organización. Tras su dispersión y desintegración no podrán llevar a cabo ninguna contribución política. Esta corriente todavía sobrevive, principalmente en Holanda (aunque su ideología esté ampliamente extendida más allá de este país).

El Comité Central del KAPD decide, en el primer congreso ordinario del partido en agosto de 1920, que de lo que se trata no de combatir la IIIª Internacional sino de luchar en su seno hasta el triunfo de las ideas del KAPD. Esta actitud apenas se diferencia de la de la izquierda italiana pero será modificada enseguida. La visión según la cual lo necesario es formar una "oposición" en el seno de la IC, en lugar de una fracción internacional, imposibilita desarrollar una plataforma internacional de la izquierda comunista.

En noviembre de 1920, tras el segundo congreso de KAPD, una tercera delegación (de la cual forman parte Gorter, Schroder y Rasch) parte hacia Moscú. La IC reprocha al KAPD la responsabilidad de la existencia, dentro del mismo país, de dos organizaciones comunistas (KPD y KAPD) y le pide acabar con esta anomalía. Para la IC la expulsión de Ruhle y de los nacional bolcheviques de Wolfheim y de Laufenberg abre la vía a la reunificación de las dos corrientes y permite el reagrupamiento con el ala izquierda del USPD. Ambos, KPD y KAPD, adoptan respectivamente una posición vehemente contra la fusión de ambos partidos, pero el KAPD, además, rechaza por principio todo reagrupamiento con el ala izquierda del USPD. Pese a este rechazo de la posición de la IC, esta concede al KAPD el estatuto de partido simpatizante de la IIIª Internacional con voz consultiva.

A pesar de todo eso, durante el tercer congreso de la IC (desde el 26 de julio al 13 de agosto de 1921) la delegación del KAPD vuelve a exponer su crítica a las posiciones de la IC. En numerosas intervenciones la delegación expone con valentía y determinación la evolución oportunista de la IC. Pero la tentativa de formar una fracción de izquierda en el transcurso del congreso fracasa, pues, de entre las diferentes voces críticas, procedentes de México, de Gran Bretaña, de Bélgica, de Estados Unidos, nadie está dispuesto a llevar una labor de fracción internacional. Únicamente el KAP holandés y los militantes de Bulgaria apoyan la posición del KAPD. Encima, para terminar, la delegación se ve enfrentada a un ultimátum de parte de la IC: en un plazo de tres meses el KAPD debe fusionarse con el VKPD, de lo contrario, será excluido de la Internacional.

Con su ultimátum la IC comete un error de graves consecuencias. Un error similar al del KPD quien, un año antes, durante el congreso de Heidelberg, había reducido al silencio las voces críticas que había en sus propias filas. El oportunismo, en la IC, ha eliminado un obstáculo más de su camino. La delegación del KAPD se niega en esta ocasión a tomar una decisión inmediata sin referirse previamente a las instancias del partido.

El KAPD se encuentra ante una situación difícil y dolorosa (la misma ante la que está el conjunto de la corriente comunista de izquierda):

  • o se fusiona con el VKPD, dando así un fuerte apoyo al desarrollo del oportunismo;
  • o se constituye en fracción externa de la internacional con la voluntad de reconquistar la IC e incluso el partido alemán, VKPD, y esperando que otras fracciones significativas se formen simultáneamente;
  • o trabaja en la perspectiva de que puedan darse las condiciones para la formación de una nueva internacional;
  • o proclama de manera totalmente artificial el nacimiento de una IVª Internacional.

A partir de julio de 1921 la dirección del KAPD se mete en una serie de decisiones precipitadas. A pesar de la oposición de los representantes de Sajonia oriental y de Hannover, a pesar de la abstención del distrito más importante de la organización (el de el Gran Berlín), la dirección del partido consigue que se acepte una resolución que proclama la ruptura con la IIIª Internacional. Más grave aun que esa decisión tomada fuera del marco de un congreso de un partido, es la de ponerse a trabajar en el sentido de la "construcción de una Internacional comunista obrera".

El congreso extraordinario del KAPD (desde el 11 al 14 de septiembre de 1921) proclama por unanimidad su salida inmediata de la IIIª Internacional como partido simpatizante. Al mismo tiempo considera a todas las secciones de la Internacional definitivamente perdidas. Según el, no pueden surgir ya fracciones revolucionarias del seno de la Internacional. Deformando la realidad ve a las diferentes partes de la IC como "grupos políticos auxiliares" al servicio del "capital ruso". En su arrebato, el KAPD no solo subestima el potencial de oposición internacional al desarrollo del oportunismo en la IC, sino que además atenta contra los principios organizativos que regulan las relaciones entre partidos revolucionarios. Esta actitud sectaria es un anticipo de la actitud que van a adoptar seguidamente otras organizaciones proletarias. El enemigo ya no parece ser el capital sino los demás grupos, a quienes niega la condición de revolucionarios.

El drama de la auto mutilación

Una vez excluido de la IC, va a notarse otra debilidad que lastra al KAPD. En sus conferencias casi ni se analiza la evolución global de la correlación de fuerzas entre las clases a nivel internacional, limitándose prácticamente a analizar la situación en Alemania y a subrayar la responsabilidad de la clase obrera en ese país. Nadie está dispuesto a admitir que la oleada revolucionaria internacional está en retroceso. De esta manera, en lugar de sacar las lecciones del reflujo y re definir las nuevas tareas del momento, se afirma que "la situación está archimadura para la revolución". Aún así, una mayoría de miembros, sobre todo los jóvenes que se han unido al movimiento después de la guerra, se aleja del partido, al constatar que el momento de las grandes luchas revolucionarias está remitiendo. En reacción a este hecho surgen intentos –que mostraremos en otro artículo– de enfrentar artificialmente la situación desarrollándose una amplia tendencia al "golpismo" y a las acciones individuales.

En lugar de reconocer el retroceso de la lucha de clases, en lugar de poner en marcha un trabajo paciente de fracción hacia el exterior de la Internacional se aspira a la formación de una Internacional comunista obrera (KAI). Las secciones de Berlín y de Bremerhaven se oponen al proyecto pero quedan en minoría.

Simultáneamente, en el transcurso del invierno 1921-22, el ala agrupada en torno a Schroder comienza a rechazar la necesidad de las luchas reivindicativas. Según ella, estas son, en el periodo de la "crisis mortal del capitalismo", oportunistas y por tanto únicamente las luchas políticas que plantean la cuestión del poder deben ser apoyadas. En otros términos lo que dice es que el partido no puede realizar su función si no es en periodos de lucha revolucionaria. ¡Estamos ante una nueva variante de la ideología consejista!

En marzo de 1922, Schoder obtiene, gracias a la manipulación en el tratamiento de las votaciones, una mayoría para su tendencia que no es el reflejo real de la relación de fuerzas en el partido. El distrito de Berlín, el más importante numéricamente, reacciona expulsando a Sachs, a Schroder y a Goldstein del partido «por su comportamiento que atenta contra el partido y por su desmesurada ambición personal». Schroder, quien pertenece a la "mayoría oficial", replica expulsando al distrito de Berlín y se instala en Essen donde funda la "tendencia Essen". Hay desde entonces dos KAPD y dos periódicos con el mismo nombre. Es entonces cuando comienza el periodo de las acusaciones personales y de las calumnias.

En lugar de intentar sacar las lecciones de la ruptura con el KPD (en el congreso de Heidelberg en octubre de 1919) y las de la expulsión de la IC, todo discurre, al contrario, ¡como si quisiera mantener una continuidad en la serie de fracasos! El concepto de partido acaba convirtiéndose en una simple etiqueta que se coloca a sí misma cada una de las escisiones, reducidas estas a unas cuantas centenas de miembros o incluso menos.

La culminación del suicidio organizativo se alcanza con la fundación, por la tendencia de Essen, de la Internacional comunista obrera entre el 2 y el 6 de abril de 1922. Tras el nacimiento, de manera totalmente precipitada, del propio KAPD sin haber antes agotado todas las posibilidades de un trabajo de fracción desde el exterior del KPD, se toma ahora la decisión –justo antes de haber abandonado la IC y después de que una escisión irresponsable haya provocado la aparición de dos tendencias simultaneas, la de Essen y la de Berlín! de fundar precipitadamente y de la nada una nueva internacional! Una creación puramente artificial, ¡como si la fundación de una organización fuese un simple acto voluntarista! Fue una actitud completamente irresponsable que acarreó un nuevo fracaso.

La tendencia de Essen se escinde a su vez en noviembre de 1923 originando el Kommunistischer Ratebund (Unión Comunista de Consejos) y de ella una parte (Schroder, Reichenbach) vuelve en 1925 al KPD y otra se retira totalmente de la política.

La tendencia de Berlín consigue mantenerse viva algo más de tiempo. A partir de 1926 se vuelve hacia el ala izquierda del KPD. Aunque cuenta aún con unos mil quinientos o dos mil miembros, la mayoría de sus grupos locales (principalmente en el Ruhr) han desaparecido. Conoce sin embargo un nuevo crecimiento numérico (llega a alcanzar los seis mil miembros) al reagruparse con la Entscheidene Linke (Izquierda Decidida), que ha sido expulsada del KPD. Tras una nueva escisión, en 1928, el KAPD acaba siendo cada vez más insignificante.

Toda esta trayectoria nos lo muestra: los comunistas de izquierda en Alemania tienen en el plano organizativo concepciones falsas que son nefastas para el movimiento obrero. Su andadura organizativa es catastrófica para la clase obrera. Tras su expulsión de la IC y tras la farsa de la creación de la KAI, son incapaces de llevar a cabo un trabajo consecuente de fracción internacional. Tarea fundamental que si será asumida por la Izquierda Italiana. Una condición es indispensable para poder sacar las lecciones de la oleada revolucionaria y defenderlas: !defender la vida de la organización! Pero son precisamente sus debilidades y sus concepciones profundamente erróneas sobre la cuestión organizativa lo que les lleva al fracaso y a la desaparición. Es cierto que desde un principio la burguesía utilizó a fondo la represión (de entrada con la socialdemocracia, luego con los estalinistas y después con los nazis) para aniquilar físicamente a los comunistas de izquierda. Pero es su propia incapacidad para construir y defender la organización lo que contribuye definitivamente a su muerte política y a su destrucción. La herencia revolucionaria en Alemania, excepción hecha de algunos raros casos, queda así reducida a nada. La contrarrevolución triunfó. Sacar las lecciones que nos dejó la experiencia organizativa de la izquierda alemana y asimilarlas es, para los revolucionarios actuales, una tarea fundamental para impedir que el fracaso de entonces vuelva a repetirse.

Las falsas concepciones organizativas del KPD
aceleran la trayectoria hacia el oportunismo

El KPD al expulsar en 1919 a la oposición se ve arrastrado por el torbellino devastador del oportunismo. Concretamente, emprende el trabajo dentro de los sindicatos y del parlamento. Aunque se trata de una cuestión "puramente táctica", decidida durante su segundo congreso de octubre de 1919, esta tarea es transformada rápidamente en "estrategia".

Al constatar que la oleada revolucionaria no solo ha dejado de extenderse sino que incluso retrocede, el KPD hace el esfuerzo de "ir" hacia los obreros, "atrasados" y "adormecidos por las ilusiones", que se encuentran en los sindicatos y monta "frentes unidos" en las empresas. Aún más (diciembre de 1920), su unificación con el USPD -centrista- se realiza con la esperanza de crecer en influencia gracias a la creación de un partido de masas. Gracias, también, a algunos éxitos durante las elecciones parlamentarias, el KPD se hunde en sus propias ilusiones creyendo que cuantos "más votos se obtienen en las elecciones más influencia se cosecha dentro de la clase obrera". Al final, acabará el mismo obligando a sus militantes a hacerse miembros de los sindicatos.

Su trayectoria oportunista se acelera aún más cuando abre sus puertas al nacionalismo. Mientras que en 1919 había sido, con toda justicia, favorable a la expulsión de los nacional - bolcheviques, a partir de 1920-21 deja meterse a elementos nacionalistas por la puerta trasera.

Frente al KAPD, el KPD adopta una actitud de rechazo inflexible. Cuando la Internacional admite a aquél con voto consultivo en noviembre 1920, este último, al contrario, presiona para que sea expulsado.

Tras las luchas de 1923, con el ascenso del estalinismo en Rusia, el proceso que transforma el KPD en portavoz del Estado ruso se acelera de tal manera que durante los años 20, el KPD se convierte en uno de los apéndices más fieles de Moscú. Si por un lado la mayoría del KAPD rechaza la totalidad de la experiencia rusa, por otro, el KPD ¡pierde por completo todo sentido crítico! Las falsas concepciones organizativas han debilitado definitivamente, en su seno, las fuerzas de oposición al desarrollo oportunista.

"La revolución alemana": historia de la debilidad del partido

Está claro que le faltó a la clase obrera en Alemania un partido suficientemente fuerte a su lado. Fue un verdadero drama el que la influencia de los espartakistas en la primera fase de la luchas, durante los meses de noviembre y diciembre de 1918, fuera relativamente débil y que el recién fundado KPD no hubiera podido impedir la provocación de la burguesía. Durante todo el año 1919, la clase obrera paga el precio de las debilidades del partido. En la oleada de luchas que tiene lugar después, en todos los rincones de Alemania, el KPD no dispone de una influencia determinante. Esta influencia disminuye aún más después de octubre del 19 con las escisiones del partido. Aunque se produce enseguida la reacción masiva de la clase obrera contra del golpe de Kapp (marzo de 1920), de nuevo el KPD sigue sin estar a la altura de las circunstancias.

Tras haber puesto de manifiesto la tragedia que fue para la clase obrera la debilidad del partido, se podría concluir que se ha encontrado por fin la causa de la derrota de la revolución en Alemania y que esa debilidad y los errores cometidos por los revolucionarios no deben repetirse. No obstante no basta con eso para explicar el fracaso de la revolución en Alemania.

Se ha resaltado con frecuencia que el Partido bolchevique entorno a Lenin nos proporciona el ejemplo de cómo la revolución puede llevar a la victoria, mientras que Alemania nos mostraría el ejemplo contrario, el de la debilidad de los revolucionarios. Pero eso no lo explica todo. Lenin y los bolcheviques son los primeros en resaltar que: «Si ha sido fácil acabar con una camarilla de degenerados como los Romanov y Rasputin, es infinitamente más difícil luchar contra la poderosa y organizada banda de los imperialistas alemanes, coronados o no» (Lenin: "Discurso al primer congreso de la marina de guerra de Rusia", 22 de noviembre de 1917, Obras, tomo 26). «Para nosotros, iniciar la revolución ha sido lo más fácil, pero nos resulta muy difícil continuarla y acabarla. Y la revolución presenta dificultades enormes para llevarla a término en un país tan industrializado como Alemania, en un país con una burguesía tan bien organizada» (Lenin: "Discurso a la conferencia de Moscú de los comités de fábrica", 23 de julio de 1918, Obras, tomo 27).

Al dar por terminada la guerra, bajo la presión de la clase obrera, la burguesía consigue eliminar un motor importante de radicalización de las luchas. Con la guerra terminada y a pesar de la formidable combatividad de los proletarios, de su presión creciente a partir de las fábricas, de su iniciativa y de su organización en el seno de los consejos obreros, estos se vieron confrontados al sabotaje particularmente elaborado de las fuerzas contrarrevolucionarias, en el centro de los cuales estaban el SPD y los sindicatos.

La lección para hoy es evidente: frente a una burguesía tan hábil como fue entonces la alemana –y en la próxima revolución el conjunto de la burguesía va a mostrar como mínimo las mismas capacidades y se unirá para combatir, con todos los medios, a la clase obrera- las organizaciones revolucionarias no pueden cumplir su deber si no son igualmente sólidas y si no están organizadas internacionalmente.

El partido no puede construirse de otra forma sino basándose en un duro trabajo de clarificación programática previa y, sobre todo, en la elaboración de sólidos principios organizativos. La experiencia en Alemania lo muestra: la falta de claridad sobre el modo de funcionamiento marxista de la organización, la lleva, indefectiblemente, a la desaparición.

La debilidad de los revolucionarios en Alemania, en la época de la Iª Guerra Mundial, para construir verdaderamente el partido tuvo consecuencias catastróficas. No solo el propio partido acabará hundido y disgregado sino que durante la contrarrevolución y desde finales de los años 20 no hubo casi revolucionarios organizados que hiciesen oír su voz. Durante más de cincuenta años reinó un silencio de muerte en Alemania. Hasta el momento en que el proletariado levanta la cabeza en 1968 le faltó esa voz revolucionaria. Una de las tareas más importantes dentro lo que es la preparación de la futura revolución proletaria es sin duda la de realizar bien la construcción de la organización. Si eso no se hace, se puede estar seguro de que la revolución no se producirá y su fracaso está anunciado desde ahora mismo.

Esa es la razón por la que la lucha de hoy por la construcción de la organización, es el meollo mismo de la preparación de la revolución de mañana.

DV

Series: 

  • Revolución alemana [7]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [8]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La oleada revolucionaria de 1917-1923 [6]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda germano-holandesa [9]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1227/revista-internacional-n-89-2-trimestre-de-1997

Enlaces
[1] https://www.marxists.org/espanol/luxem/09El%20folletoJuniusLacrisisdelasocialdemocraciaalemana_0.pdf [2] https://es.internationalism.org/tag/21/564/fascismo-y-antifascismo [3] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/fascismo [4] https://es.internationalism.org/tag/21/529/1917-la-revolucion-rusa [5] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa [6] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923 [7] https://es.internationalism.org/tag/21/367/revolucion-alemana [8] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1919-la-revolucion-alemana [9] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-germano-holandesa