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Revista Internacional n° 91 - 4° trimestre de 1997

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África Negra, Argelia, Oriente Medio - Las grandes potencias, responsables principales de las matanzas

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África Negra, Argelia, Oriente Medio

Las grandes potencias, responsables principales de las matanzas

 

«Más aún que en el ámbito económico, es en las relaciones entre los Estados en donde el caos típico del período de descomposición ejerce sus efectos. En el momento del desmoronamiento del bloque del Este que desembocó en la desaparición del sistema de alianzas surgido tras la Segunda Guerra mundial, la CCI puso de relieve:

– que esa situación ponía al orden del día, sin que fuera inmediatamente realizable, la reconstitución de nuevos bloques, dirigido uno por Estados Unidos y por Alemania el otro;

– que, en lo inmediato, esa nueva situación iba a desembocar en enfrentamientos en serie que “el orden de Yalta” había logrado mantener dentro de un marco “aceptable” para los dos gendarmes del mundo (...).

Desde entonces, esas tendencias centrífugas, “cada uno para sí”, de caos en las relaciones entre Estados, con sus alianzas en serie circunstanciales y efímeras, no sólo no han amainado sino todo lo contrario (...)

... rápidamente, las tendencias centrífugas han ido ganando la partida a la tendencia a la constitución de alianzas estables anunciadoras de futuros bloques imperialistas, lo cual ha contribuido a multiplicar y agravar los enfrentamientos militares» (Resolución sobre la situación internacional, publicada en Revista internacional nº 90).

Así definía la CCI, en su XIIº Congreso, la situación mundial en el plano imperialista, definición que se ha ilustrado y confirmado en los últimos meses en demasiadas ocasiones. La inestabilidad creciente que el mundo capitalista conoce hoy se está plasmando en una multiplicación de conflictos sangrientos en todos los rincones del planeta. La agravación de la barbarie capitalista es debida, ante todo, a la acción de las grandes potencias, las cuales, cuantos más muertos y más terror le cuestan a la humanidad sus crecientes y agudizadas rivalidades, más nos repiten la promesa de «un mundo de paz y de prosperidad».

«La primera potencia mundial, especialmente, está enfrentada, desde que desapareció la división del mundo en dos bloques, a una puesta en entredicho permanente de su autoridad por parte de sus antiguos aliados» (ídem) y por ello, en los últimos tiempos, ha tenido que efectuar contra ellos y contra sus intereses imperialistas, «una contraofensiva masiva» en particular en la antigua Yugoslavia y en África. A pesar de ello, los antiguos aliados siguen desafiando a Estados Unidos incluso en los cotos de caza de este país, Latinoamérica y Oriente Medio. No podemos repasar aquí todas las partes del mundo que están soportando las consecuencias de las tendencias centrífugas y de la agudización de las rivalidades imperialistas entre las grandes potencias. Sólo vamos a tratar algunas situaciones que ilustran perfectamente ese análisis y que han tenido, en los últimos tiempos, rebrotes significativos.

África negra: los intereses franceses en apuros

En la Resolución citada decíamos también que la primera potencia mundial «ha logrado dar una severo golpe al país que la había retado más abiertamente, Francia, en su “coto de caza” de África. Después de haber eliminado por completo la influencia francesa en Ruanda, le toca ahora a la posición principal de Francia en el continente, Zaire, país que se le va de las manos por completo con el desmoronamiento del régimen de Mobutu frente a los golpes que le dan los “rebeldes” de Kabila, apoyado masivamente por Ruanda y Uganda, o sea, por Estados Unidos».

Desde entonces, las hordas de Kabila han desbancado a Mobutu y su camarilla, tomado aquél el poder en Kinshasa. En esa victoria, especialmente en las monstruosas matanzas de población civil por ella ocasionadas, el papel directo y activo desempeñado por el Estado norteamericano, sobre todo mediante cantidad de «consejeros» puestos a disposición de Kabila, no es hoy un secreto para nadie. Ayer era el imperialismo francés el que armaba y aconsejaba a las bandas hutus, responsables de las matanzas en Ruanda, para desestabilizar al régimen proamericano de Kigali; es hoy Washington quien hace lo mismo, contra los intereses franceses, mediante los «rebeldes» tutsis de Kabila.

Zaire ha pasado así a estar bajo la férula exclusiva de Estados Unidos. Francia, por su parte, ha perdido un peón esencial, lo cual significa su total expulsión de la llamada región de los Grandes Lagos.

Además, esa situación se ha acelerado, provocando una desestabilización en cadena en los países vecinos, todavía bajo influencia francesa. La autoridad y el crédito del «padrino francés» están quedando muy mal parados en la región, de lo cual Estados Unidos intenta sacar el mayor provecho. Desde hace algunas semanas, el Congo-Brazzaville está desgarrándose con la guerra entre los dos últimos presidentes, aunque ambos sean «productos» franceses. La presión y los numerosos esfuerzos de mediación de Francia no han obtenido el menor éxito hoy por hoy. En la República Centroafricana, país presa hoy de un caos sangriento, se manifiesta la misma impotencia de París. A pesar de dos intervenciones militares muy fuertes y la creación de una «fuerza africana de interposición» a sus órdenes, el imperialismo francés sigue sin lograr mantener el orden allá. Más grave todavía, el Presidente centroafricano Ange Patassé, otro «producto» francés, amenaza hoy con recurrir a la ayuda americana, expresando así su desconfianza hacia su actual padrino. El creciente descrédito de Francia tiende a generalizarse a través del África negra hasta alcanzar a los peones más fieles a París. La influencia francesa se está desmoronando en el continente, como así lo ha demostrado, por ejemplo, la última cumbre anual de la OUA en donde fueron rechazadas algunas «iniciativas francesas» como:

– la referente al reconocimiento del nuevo poder de Kinshasa, que Francia quería que se retrasara y se concediera con condiciones; la presión de EEUU y de sus aliados africanos no sólo hizo que Kabila obtuviera un reconocimiento inmediato, sino, además, un apoyo económico «para reconstruir el país»;

– otra referente al nombramiento de la nueva dirección del organismo africano; el candidato de Francia, abandonado por sus «amigos», tuvo que retirar su candidatura antes de la votación.

El imperialismo francés está hoy sufriendo en el continente africano una serie de reveses bajo los golpes del imperialismo americano. Es un declive histórico, en provecho sobre todo de éste último, en lo que era, hasta hace muy poco, su coto privado.

«Es un castigo muy severo el que le está infligiendo Estados Unidos a Francia, un castigo que quisiera ser ejemplar para otros países que quisieran imitarla en su política de reto permanente» (ídem). Sin embargo, a pesar de su declive, al imperialismo francés le quedan argumentos y cartas que hacer jugar para defender sus intereses y replicar a la ofensiva, victoriosa por ahora, del imperialismo estadounidense. Con ese objetivo está hoy realizando aquél una reorientación estratégica de sus fuerzas militares en África. En este plano, como en tantos otros, Paris no puede rivalizar, ni mucho menos, con Washington, lo cual no significa que vaya a renunciar; o sea que lo que es seguro es que el imperialismo francés va a poner en funcionamiento toda su capacidad para ponerle zancadillas a la política y los intereses estadounidenses. Las poblaciones africanas van a seguir sufriendo en carne propia las rivalidades entre los grandes capos capitalistas.

Tras las matanzas en Argelia, los mismos intereses sórdidos de los «grandes»

Argelia es otro territorio que está soportando todos los efectos de la descomposición del capitalismo mundial y en el cual está causando estragos el feroz antagonismo entre los «grandes». Hace casi cinco años que ese país no cesa de hundirse en una barbarie cada día más bestial y sangrienta. Los ajustes de cuentas en serie, las matanzas masivas de población civil, la multiplicación de atentados asesinos perpetrados en el corazón mismo de la capital, han ido hundiendo al país en el espanto cotidiano. Desde 1992, inicio de lo que los media de la burguesía llaman hipócritamente «crisis argelina», la cifra de los 100 000 muertos ha sido superada con creces. Si hay una población (y por lo tanto un proletariado) atrapada como rehén en una guerra entre fracciones burguesas, ésa es la población argelina. Está claro que quienes hoy asesinan un día sí y el otro también, quienes son los responsables directos de la muerte de miles de mujeres y hombre, de viejos y niños, son las bandas armadas a sueldo de los diferentes campos en presencia:

• El de los islamistas, cuya facción más dura y fanática, los GIA, arrastra, en particular, a una juventud descompuesta, desocupada, sin la menor perspectiva, si no es la de enfangarse en la delincuencia (a causa de la situación económica dramática de la Argelia de hoy que precipita a la mayoría de la población al desempleo y la miseria). Al Wasat, periódico de la burguesía saudí que se publica en Londres, reconocía que «esta juventud fue primero un motor del que se sirvió el FIS para aterrorizar a quienes se interponían  en su camino al poder», pero que poco a poco fue yéndosele de las manos.

• El Estado argelino mismo, el cual aparece implicado directamente en cantidad de masacres que él ha imputado a los terroristas islámicos. Los testimonios recogidos, por ejemplo, en la carnicería (entre 200 y 300muertos) ocurrida en Rais, suburbio de Argel, a finales de este mes de agosto, prueban, por si fuera necesario, que el régimen de Zerual está implicado: «Aquello duró desde las 22 h 30 hasta las 2 h 30. Ellos [los matarifes] se tomaron el tiempo necesario. (...) No apareció ningún auxilio y eso que las fuerzas de seguridad están muy cerca. Los primeros en llegar esta mañana han sido los bomberos». Está hoy claro que buena parte de las matanzas perpetradas en Argelia son obra o de los servicios de seguridad del Estado o de «milicias de autodefensa» armadas y controladas por ese Estado. Esas milicias no están, ni mucho menos, encargadas, como pretende hacer creer el régimen, «de velar por la seguridad de los pueblos»: son, para el Estado, un medio de control de la población, arma temible para acabar con los oponentes e imponer el orden mediante el terror. Ante esta espantosa situación, la «opinión mundial», o sea las grandes potencias occidentales sobre todo, han empezado a expresar su «emoción». El secretario general de la ONU Kofi Annan quiere propugnar «la tolerancia y el diálogo», llamando a «una solución urgente». Washington, «horrorizado», le da su total apoyo. El Estado francés, por su parte, no se queda rezagado en los compungidos aspavientos de compasión, pero dice prohibirse «las ingerencias en los asuntos de Argelia». La hipocresía de todos esos «grandes demócratas» está a la altura de la ignominia que quieren ocultar, aunque les va a costar cada vez más encubrir sus responsabilidades en los horrores que está viviendo el país magrebí. Mediante fracciones burguesas argelinas interpuestas, lo que también hay es una guerra sorda sin cuartel que Estados Unidos y Francia han entablado desde la desaparición de los grandes bloques imperialistas. Lo que se juega en esa sórdida rivalidad es para Francia mantener a Argelia en su ámbito y para Washington recuperarla en su provecho o, al menos, hacer inestable la influencia de su rival. En esta batalla, el primer golpe lo dio el imperialismo americano, el cual apoyó, bajo mano, el desarrollo de la fracción integrista a sus órdenes, el FIS, hasta el punto de que éste, en 1992, casi alcanza el poder. Fue un verdadero golpe de Estado realizado por el propio régimen de Argel, con el apoyo del padrino francés, lo que permitió apartar un peligro tanto para las fracciones burguesas en el poder como para los intereses franceses. Desde entonces, la política del Estado argelino, sobre todo con la prohibición del FIS, la detención y el encarcelamiento de muchos de sus dirigentes y militantes, permitió reducir su influencia en el país. Pero, aunque esa política haya alcanzado globalmente sus objetivos, es, en cambio, responsable de la situación de caos actual. Es ella la que ha precipitado a las fracciones del FIS en la ilegalidad, la guerrilla y las acciones terroristas. Hoy, los islamistas se han desprestigiado a causa, sobre todo, de sus múltiples y abominables desmanes. Puede pues afirmarse que, con el apoyo de París, el régimen de Zerual ha logrado alcanzar momentáneamente sus fines, pero que también el imperialismo francés ha conseguido resistir a la ofensiva de la primera potencia mundial y preservar sus intereses en Argelia. El precio de ese «éxito» lo están pagando hoy los habitantes  y lo seguirán pagando mañana. En efecto, cuando EEUU decía recientemente que daría su mayor apoyo a «los esfuerzos personales» de Kofi Annan, lo que quería decir es que no está dispuesto a soltar la presa; a lo que Chirac contestaba de inmediato denunciando, de antemano, toda política «de ingerencia en los asuntos argelinos», dando con ello a entender que defenderá a toda costa su zona de influencia.

Oriente Medio: crecientes dificultades para la política norteamericana

Si a los imperialistas de segunda fila como Francia les cuesta mantener su autoridad en sus tradicionales zonas de influencia, sufriendo incluso retrocesos debidos a los golpes de Estados Unidos, tampoco este país puede evitar dificultades en su política imperialista, dificultades que sufre incluso en sus principales zonas de influencia como lo es Oriente Medio. Esta zona, en la que EEUU ha ejercido un control casi exclusivo, está sometida a una inestabilidad creciente que pone en entredicho su «pax americana» y su autoridad. En la Resolución citada, poníamos de relieve una serie de ejemplos que ilustran el creciente cuestionamiento del liderazgo estadounidense por parte de algunos países vasallos de esa región del mundo. Especialmente, en el otoño de 1996, «las reacciones casi unánimes de hostilidad hacia los bombardeos de Irak por 44misiles de crucero», reacciones a las que se unieron países tan «fieles» como Egipto y Arabia Saudí. Otro ejemplo significativo ha sido el de «la llegada al poder en Israel, contra la voluntad manifiesta de EEUU, de las derechas, las cuales, desde entonces, lo han hecho todo por sabotear el proceso de paz con los palestinos, proceso que era uno de los grandes éxitos de la diplomacia USA». La situación que se ha desarrollado desde entonces ha confirmado plenamente ese análisis. Desde marzo del 97, el llamado «proceso de paz» ha sufrido un retroceso significativo con la interrupción de las negociaciones entre israelíes y palestinos a causa de la cínica política de colonización de los territorios ocupados que está llevando a cabo el gobierno de Netanyahu. La tensión no ha cesado de incrementarse desde entonces. Durante este verano, esa tensión se plasmó, en particular, en varios atentados suicidas sangrientos, atribuidos a Hamás, en pleno Jerusalén, lo que dio ocasión al Estado israelí de incrementar la represión contra la población palestina, imponiendo un «bloqueo de los territorios libres». Por otro lado, una serie de incursiones del Ejército israelí, con su secuela de destrucción y muerte, han sido lanzados contra Hezbolá en el sur de Líbano. Ante la degradación de la situación, la Casa Blanca ha enviado allá, sucesivamente, a sus dos principales emisarios, Dennis Ross y Madeleine Allbright, sin mucho éxito. Esta última ha reconocido incluso que no había encontrado «el mejor método para encarrilar el proceso de paz». Y, en efecto, a pesar de las fuertes presiones de Washington, Netanyahu se hace el sordo y sigue con su política agresiva contra los palestinos, poniendo em peligro la autoridad de Arafat y su capacidad para controlar a los suyos. En cuanto a los países árabes, cada vez son más los que expresan su mal humor hacia la política de Estados Unidos, al que acusan de sacrificar los intereses árabes en beneficio de los de Israel. Entre los que desafían la autoridad del padrino está Siria, la cual, actualmente, está desarrollando relaciones económicas y militares con Irán e incluso ha vuelto a abrir sus fronteras con Irak. Además, lo que hubiera sido inconcebible hace poco se está produciendo hoy: Arabia Saudí, «el aliado más fiel» de Estados Unidos, pero también el más opuesto al «régimen de los molás» está restableciendo vínculos con Irán. Estas actitudes nuevas respecto a Irán e Irak, dos de los principales blancos de la política de EEUU en estos últimos años, es algo que este país no podrá interpretar sino como otros tantos desafíos, cuando no incluso afrentas contra su autoridad.

En ese contexto de tensas dificultades para su rival trasatlántico, las burguesías europeas se van a encargar de echar leña al fuego. Nuestra resolución ponía ya de relieve que el cuestionamiento del liderazgo norteamericano se confirma «más en general, [con] la pérdida del monopolio en el control de la situación en Oriente Medio, zona crucial si las hay, ilustrada por el retorno de Francia, la cual se ha impuesto a finales del 95 como “copadrino” para la solución del conflicto entre Israel y Líbano...». Durante el verano, se ha visto a la Unión Europea adelantarse a Dennis Ross, intentando meter una cuña en las grietas del montaje diplomático estadounidense, proponiendo su enviado especial la formación de un «comité de seguridad permanente» para permitir a Israel y a la OLP «colaborar en permanencia y no con interrupciones». Recientemente, el ministro francés de Exteriores echaba más leña al fuego acusando de «catastrófica» la política de Netanyahu, denunciando así, implícitamente, la política americana. Declaraba además que «el proceso de paz» se «había quebrado» y que «ya no tenía perspectivas». Es como mínimo un estímulo, dirigido a los palestinos y a todos los países árabes, para que se alejen de Estados Unidos y de su «pax americana».

«Por eso, los éxitos de la contraofensiva actual de Estados Unidos no deben ser considerados, ni mucho menos, como definitivos, como una superación de su liderazgo». E incluso si «la fuerza bruta, las maniobras para desestabilizar a sus competidores (como hoy en Zaire) con todo su cortejo de consecuencias trágicas, van a seguir siendo utilizadas por esa potencia» (ídem), tampoco esos mismos competidores de Estados Unidos van a parar de usar todas sus capacidades para entorpecer la política con tendencias hegemónicas de la primera potencia mundial.

Hoy, ningún imperialismo, ni siquiera el más fuerte, está protegido contra las acciones desestabilizadoras de sus competidores. Los cotos de caza, las zonas de influencia privilegiadas, tienden a desaparecer. Ya no quedan en el planeta zonas «protegidas». Más que nunca, el mundo está sometido a la competencia desenfrenada según la regla de «cada uno para sí» y por su cuenta. Todo ello no hace sino incrementar todavía más el caos bestial en el que se hunde el capitalismo.

Elfe (20/09/97)

Geografía: 

  • Africa [1]
  • Oriente Medio [2]

III - 1917: La insurrección de Octubre, una victoria de las masas obreras

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El año en curso nos recuerda que la historia no es un asunto de profesores universitarios, sino una cuestión política, de clase social, una cuestión de importancia vital para el proletariado. El principal objetivo político que la burguesía mundial se ha propuesto en 1997 es imponer a la clase obrera su propia versión falsificada de la historia del siglo XX. Con ese fin enfoca sus proyectores sobre el holocausto de la Segunda Guerra mundial y sobre la revolución de Octubre, intentando establecer un vínculo entre esos dos acontecimientos. Estos dos momentos, que simbolizan las dos fuerzas antagónicas cuyo conflicto ha determinado esencialmente la evolución de este siglo: la barbarie del capitalismo decadente y la lucha revolucionaria progresista del proletariado, la propaganda burguesa los presenta como el «fruto común de ideologías totalitarias», y los hace «conjuntamente responsables» de la guerra, del militarismo y el terror de los últimos 80 años. Si durante este verano ha estado en el candelero el asunto del «oro de los nazis», dirigido tanto contra los rivales actuales de Estados Unidos o de quienes ponen en entredicho su autoridad (en este caso Suiza), como ideológicamente contra el proletariado (haciendo propaganda al militarismo democrático burgués «antifascista»), la burguesía aprovecha el 80 aniversario de la Revolución rusa este otoño, para lanzar el siguiente mensaje: si el nacionalsocialismo llevó a Auschwitz, el socialismo de Marx, que inspiró la revolución proletaria de 1917, llevó de la misma forma al Gulag, el terror bajo Stalin, y a la «guerra fría» tras 1945.

Con su ataque contra la revolución de Octubre, nuestros explotadores intentan reforzar el retroceso actual en la conciencia del proletariado que impusieron después de 1989, con la utilización intensiva de la enorme mentira de que el hundimiento de los regímenes estalinistas contrarrevolucionarios era «el fin del marxismo» y «la bancarrota del comunismo».

Pero hoy la burguesía quiere dar un paso más para desprestigiar la revolución proletaria y la vanguardia marxista, vinculándolas, no sólo al estalinismo, sino también al fascismo. Por eso 1997 comenzó, en un país central del capitalismo como Francia, con la primera campaña de los medios de comunicación de masas, desde hace medio siglo, directamente dirigida contra la Izquierda comunista internacionalista, presentada como colaboradora del fascismo, deformando su posición internacionalista contra todos los campos imperialistas durante la IIª Guerra mundial.

Hoy, frente a la bancarrota de su propio sistema en ruinas, lo que la burguesía quiere barrer de la faz de la tierra es el programa mismo, la memoria histórica y la conciencia del proletariado. Sobre todo quiere borrar  la memoria del Octubre proletario, la primera toma del poder por una clase explotada en la historia del género humano.

Falso respeto por la revolución de Febrero, verdadero odio a la de Octubre

De igual forma que tras la caída del muro de Berlín, la campaña actual de la burguesía no es un exabrupto contra todo lo que representó la Revolución rusa. Al contrario, algunos historiadores a sueldo del capital están llenos de hipócritas alabanzas a la «iniciativa» e incluso la «energía revolucionaria» de los obreros y sus órganos de lucha de masas, los consejos obreros. Están llenos de comprensión por la desesperación de los obreros, soldados y campesinos, ante los sacrificios de la «Gran guerra». Pero sobre todo se presentan como los verdaderos defensores de la «auténtica revolución rusa», contra su supuesta destrucción que los bolcheviques habrían llevado a cabo. En otras palabras, en el centro del ataque burgués contra la Revolución rusa está la oposición entre «Febrero» y «Octubre» de 1917, oponiendo así el inicio y la conclusión de la lucha por el poder que es la esencia de toda gran revolución. Rememorando el carácter explosivo, espontáneo y masivo de las luchas que comenzaron en febrero de 1917, es decir las huelgas de masas, las millones de personas que tomaron las calles, los estallidos de euforia pública, y el hecho de que el propio Lenin declarara que Rusia en este período era el país más libre de la Tierra, la burguesía opone a esto los acontecimientos de Octubre, donde había poca espontaneidad, donde las acciones se planeaban con antelación, no había huelgas, ni manifestaciones en la calle, ni asambleas de masas durante el alzamiento, cuando se tomó el poder por medio de las acciones de unos pocos miles de hombres armados en la capital, bajo el mando de un Comité militar revolucionario, directamente inspirado por el Partido bolchevique, y entonces concluye: ¿No probaría todo esto que Octubre sólo fue un golpe de los bolcheviques?, ¿un golpe contra la mayoría de la población, contra la clase obrera, contra la historia, contra la misma naturaleza humana? Y todo esto, se nos dice, persiguiendo una loca utopía marxista, que sólo podía sobrevivir a través del terror, que lleva directamente al estalinismo.

Según la clase dominante, la clase obrera en Rusia no quería nada más que lo que le había prometido el régimen de Febrero: una «democracia parlamentaria», dispuesta a «respetar los derechos humanos», y un gobierno que, al mismo tiempo que continuaba la guerra, se declaraba «partidario de una paz rápida y sin anexiones». Dicho de otra forma, la burguesía quiere hacernos creer que el proletariado ruso luchaba ¡por la misma miseria que sufre actualmente el proletariado moderno!. Si el régimen de Febrero no hubiera sido derrocado en octubre, nos vienen a decir, Rusia sería hoy un país tan próspero y poderoso como EEUU, y el desarrollo del capitalismo en el siglo XX hubiera sido pacífico.

Lo que expresa realmente esta hipócrita defensa del carácter espontáneo de los acontecimientos de febrero es el odio y el miedo que los explotadores de todos los países sienten por la revolución de Octubre. La espontaneidad de la huelga de masas, el reagrupamiento de todo el proletariado en las calles y en las asambleas generales, la formación de los consejos obreros en el calor de la lucha, son momentos esenciales en la lucha de liberación de la clase obrera. «Indudablemente, la espontaneidad del movimiento es un síntoma de su profundidad entre las masas, de la consistencia de sus raíces, de su invencibilidad», como resaltó Lenin ([1]). Pero en la medida en que la burguesía continúa siendo la clase dominante, en que las fuerzas políticas y armadas del Estado capitalista siguen intactas, todavía es posible que contenga, neutralice y disuelva las armas de su clase enemiga.

Los consejos obreros, esos poderosos instrumentos de la lucha obrera, que surgieron más o menos espontáneamente, no son sin embargo ni los únicos, ni necesariamente las más altas expresiones de la revolución proletaria, si bien es cierto que predominan en las primeras etapas del proceso revolucionario. La burguesía contrarrevolucionaria los infla precisamente para presentar los inicios de la revolución como su culminación, sabiendo bien lo fácil que es aplastar una revolución que se detiene a medio camino. Pero la revolución rusa no se detuvo a mitad de camino. Al ir hasta el final, al completar lo que empezó en febrero, la Revolución rusa confirmó la capacidad de la clase obrera para construir paciente, consciente y colectivamente, no sólo «espontáneamente», sino también de forma deliberada, planificada estratégicamente, los instrumentos que requiere para la toma del poder: su partido de clase marxista y sus consejos obreros, galvanizados en torno a un programa de clase y una voluntad real de gobernar la sociedad, y la estrategia y los instrumentos específicos de la insurrección proletaria.

Esta unidad entre la lucha política de masas y la toma militar del poder, entre lo espontáneo y lo planificado, entre los consejos obreros y el partido de clase, entre las acciones de millones de obreros y las de audaces minorías de la clase avanzadas, es la esencia de la revolución proletaria. Esta unidad es la que intenta disolver hoy la burguesía con sus calumnias contra el bolchevismo y la insurrección de Octubre. La destrucción del Estado capitalista, el derrocamiento del gobierno de clase de la burguesía, el principio de la revolución mundial: estos son los logros gigantescos del Octubre de 1917, el mayor y más consciente, el más atrevido capítulo hasta ahora en toda la historia de la humanidad. Octubre hizo pedazos siglos de servilismo engendrado por la sociedad de clases, demostrando que, por primera vez en la historia, existe una clase que es a la vez clase explotada y revolucionaria. Una clase capaz de gobernar la sociedad aboliendo el gobierno de las clases, capaz de liberar a la humanidad de su «prehistoria» de sumisión a fuerzas sociales ciegas. Esa es la verdadera razón por la que la clase dominante hasta ahora, y ahora más que nunca, vierte la inmundicia de sus mentiras y calumnias sobre Octubre rojo, el acontecimiento «más odiado» de la historia moderna, pero que es, de hecho, el orgullo de la conciencia de clase del proletariado. Pretendemos demostrar que la insurrección de Octubre, que los voceros y escribas del capital llaman un «golpe», fue el punto culminante, no sólo de la Revolución rusa, sino de toda la lucha de nuestra clase hasta la fecha. Como escribió Lenin en 1917: «El hecho de que la burguesía nos odie con tanto furor es uno de los signos más evidentes de que indicamos con acierto al pueblo el camino y los medios para derrocar el dominio de la burguesía» ([2]).

«La crisis ha madurado»

El 10 de octubre de 1917, Lenin, el hombre más buscado del país, acosado por la policía por todas partes de Rusia, acudió a la reunión del Comité central del Partido bolchevique en Petrogrado, disfrazado con peluca y gafas, y redactó la siguiente resolución en una página de un cuaderno escolar: “El CC reconoce que tanto la situación internacional de la Revolución rusa (insurrección en la flota alemana como manifestación extrema de la marcha ascendente en toda Europa de la revolución socialista mundial, luego, la amenaza del campo imperialista de estrangular la revolución en Rusia), como la situación militar (decisión indudable de la burguesía rusa y de Kerenski y compañía de entregar Petrogrado a los alemanes) y la conquista por el partido proletario de la mayoría dentro de los soviets; unido todo ello a la insurrección campesina y al viraje de la confianza del pueblo hacia nuestro Partido (elecciones de Moscú), y, finalmente, la preparación manifiesta de una segunda korniloviada (evacuación de tropas de Petrogrado, envío de cosacos hacia Petrogrado, cerco de Minsk por los cosacos, etc.), ponen al orden del día la insurrección armada.

Reconociendo, pues, que la insurrección armada es inevitable y se halla plenamente madura, el CC insta a todas las organizaciones del Partido a guiarse por esto y a examinar y resolver desde este punto de vista todos los problemas prácticos (Congreso de los Soviets de la Región del Norte, evacuación de tropas de Petrogrado, acciones en Moscú y Minsk, etc.)» ([3]).

Exactamente cuatro meses antes, el Partido bolchevique había refrenado deliberadamente el ímpetu combativo de los obreros de Petrogrado, a quienes las clases dominantes impulsaban a un enfrentamiento aislado y prematuro con el Estado. Una situación así, hubiera llevado sin la menor duda a la decapitación del proletariado ruso en la capital y a que su partido de clase quedara diezmado (ver en el número anterior de la Revista internacional nº 90 el artículo sobre las «Jornadas de julio»). El partido, superando sus propias dudas internas, se aprestaba firmemente a «movilizar todas sus fuerzas para imprimir en los obreros y los soldados la necesidad incondicional de una última lucha desesperada y resuelta para derrocar el gobierno de Kerenski», como ya lo formuló Lenin en su famoso artículo: «La crisis ha madurado». El 29 de septiembre declaraba: «La crisis ha madurado. Está en juego todo el porvenir de la Revolución rusa. Está en entredicho todo el honor del Partido bolchevique. Está en juego todo el porvenir de la revolución obrera internacional por el socialismo».

La explicación de la actitud completamente diferente del Partido en octubre, opuesta a la de julio, está contenida en la resolución mencionada antes con una brillante claridad y audacia marxista. El punto de partida, como siempre para el marxismo, es el análisis de la situación internacional, la evaluación de la relación de fuerzas entre las clases y las necesidades del proletariado mundial. A diferencia de la situación en julio de 1917, la resolución hace notar que el proletariado ruso ya no está solo; que la revolución mundial ha empezado en los países centrales del capitalismo. «Echen un vistazo a la situación internacional. El crecimiento de la revolución mundial es indiscutible. La explosión de indignación de los obreros checos ha sido sofocada con increíble ferocidad, indicadora del extremado temor del gobierno. En Italia las cosas han llegado también a un estallido masivo en Turín. Pero lo más importante es la sublevación de la flota alemana» ([4]). Es responsabilidad de la clase obrera en Rusia, no sólo aprovechar la oportunidad para romper su aislamiento internacional, impuesto hasta entonces por la guerra mundial, sino sobre todo prender las llamas de la insurrección en Europa occidental, comenzando la revolución mundial. Contra la minoría de su propio Partido que todavía se hacía eco de la argumentación menchevique seudo marxista, contrarrevolucionaria, de que la revolución debería comenzar en un país más avanzado, Lenin mostró que en realidad las condiciones en Alemania eran mucho más difíciles que en Rusia y que el verdadero significado histórico de la revolución en Rusia era ayudar a desarrollarse la revolución en Alemania.

«Los alemanes, en condiciones diabólicamente difíciles, con un sólo Liebknecht (y, además, en presidio); sin periódicos, sin libertad de reunión, sin Soviets; con una hostilidad increíble de todas las clases de la población, incluido el último campesino acomodado, a la idea del internacionalismo; con una formidable organización de la burguesía imperialista grande, media y pequeña; los alemanes, es decir, los revolucionarios internacionalistas alemanes, los obreros con chaquetones de marinos, han organizado una sublevación en la flota con un uno por ciento de probabilidades de éxito.

Nosotros, en cambio, con decenas de periódicos, con libertad de reunión, con la mayoría en los Soviets; nosotros, los internacionalistas proletarios colocados en las mejores condiciones de todo el mundo, nos negaríamos a apoyar con nuestra insurrección a los revolucionarios alemanes. Razonaríamos como los Scheidemann y los Renaudel: lo más sensato es no insurreccionarse, pues si nos ametrallan, ¡¡Qué excelentes, qué juiciosos, qué ideales internacionalistas perderá el mundo!! Demostremos nuestra sensatez. Aprobemos una resolución de simpatía con los insurgentes alemanes y rechacemos la insurrección en Rusia. Eso será internacionalismo auténtico, sensato» ([5]).

Esta posición y este método internacionalista, exactamente lo opuesto a la posición burguesa-nacionalista que desarrolló el estalinismo durante la contrarrevolución, no era exclusiva del Partido bolchevique en esa época, sino la propiedad común de los obreros avanzados de Rusia con su educación política marxista. Así, a comienzos de octubre, los marinos revolucionarios de la flota del Báltico proclamaron a través de las estaciones de radio de sus barcos a los confines de la tierra el siguiente llamamiento: «En este momento en que las olas del Báltico están manchadas de sangre de nuestros hermanos, alzamos nuestra voz: ... ¡Pueblos oprimidos de todo el mundo! ¡Izad la bandera de la revuelta!».

Pero la valoración de las fuerzas de clases a nivel mundial que hacían los bolcheviques no se limitaba a examinar el estado del proletariado internacional, sino que expresaba una clara comprensión de la situación global del enemigo de clase. Basándose siempre en un enraizado y profundo conocimiento de la historia del movimiento obrero, los bolcheviques sabían, por el ejemplo de la Comuna de París de 1871, que la burguesía imperialista, incluso en plena guerra mundial, unificaría sus fuerzas contra la revolución.

«¿No demuestra la completa inactividad de la marina inglesa en general, así como de los submarinos ingleses durante la toma de Osel por los alemanes, en relación con el plan del Gobierno de trasladarse de Petrogrado a Moscú, que se ha fraguado un complot entre los imperialistas rusos e ingleses, entre Kerenski y los capitalistas anglo-franceses, para entregar Petrogrado a los alemanes y, de esta forma, estrangular la revolución rusa?”, se pregunta Lenin, y añade, «La resolución de la Sección de soldados del Soviet de Petrogrado contra la evacuación del Gobierno de Petrogrado muestra que también entre los soldados madura el convencimiento del complot de Kerenski» ([6]).

En agosto, bajo Kerenski y Kornilov, la Riga revolucionaria fue entregada a los pies del káiser Guillermo II. Los primeros rumores de una paz por separado entre Gran Bretaña y Alemania contra la Revolución rusa alarmaron a Lenin. El objetivo de los bolcheviques no era la «paz», sino la revolución, puesto que sabían, como verdaderos marxistas, que el «alto el fuego» capitalista sólo podía ser un intermedio entre dos guerras mundiales. Era esta visión comunista de la espiral inevitable de barbarie que el capitalismo decadente en quiebra histórica, reservaba a la humanidad lo que impulsaba ahora al bolchevismo a una carrera contrarreloj para parar la guerra por medios revolucionarios proletarios. Al mismo tiempo, los capitalistas comenzaban a sabotear la producción en todas partes para desprestigiar la revolución. Estos hechos, sin embargo, a fin de cuentas contribuyeron ante los obreros a destruir el mito burgués patriota de la «defensa nacional», según el cual, la burguesía y el proletariado de la misma nación, tienen un interés común en repeler al «agresor» extranjero. Esto explica también por qué, en octubre, la preocupación de los obreros ya no era desencadenar la huelga de masas, sino mantener la producción en marcha contra la tentativa de ataque de la burguesía a sus propias fábricas.

Entre los factores que fueron decisivos para llevar a la clase obrera a la insurrección está el hecho de que la revolución estaba amenazada por nuevos ataques contrarrevolucionarios, y que los obreros, sobre todo los principales soviets, apoyaban ahora a los bolcheviques. Esos dos factores eran el fruto directo de la confrontación de masas más importante entre julio y octubre de 1917: el golpe de Kornilov en agosto. Bajo la dirección de los bolcheviques, el proletariado paró la marcha de Kornilov a la capital, esencialmente ganándose a sus tropas, y saboteando su transporte y logística gracias a los obreros de los ferrocarriles, del correo y otros. En esta acción, durante la que los soviets se revitalizaron como organización revolucionaria de toda la clase, los obreros descubrieron que el Gobierno provisional de Petrogrado, dirigido por el socialista revolucionario Kerenski y por los mencheviques, estaba implicado en el complot contrarrevolucionario. A partir de ese momento, los obreros comprendieron que esos partidos se habían convertido en una verdadera «ala izquierda del capital», y empezaron a inclinarse hacia los bolcheviques.

«Todo el arte de la táctica consiste en captar el momento en que la totalidad de las condiciones son más favorables para nosotros. El alzamiento de Kornilov creó esas condiciones. Las masas, que habían perdido su confianza en los partidos que tenían la mayoría en el soviet, vieron la amenaza concreta de la contrarrevolución. Creyeron entonces que los bolcheviques estaban llamados a vencer esa  amenaza» ([7]).

El test más claro que da prueba de las cualidades revolucionarias de un partido obrero es su capacidad para plantear la cuestión del poder. «Cuando el partido proletario pasa, de la preparación, la propaganda, la organización, la agitación, a la lucha inmediata por el poder, a la insurrección armada contra la burguesía, se produce el reajuste más gigantesco. Todo lo que hay en el partido de indecisión, de escepticismo, de oportunismo, de elementos mencheviques, se levanta contra la insurrección» ([8]).

Pero el Partido bolchevique superó esta crisis, aplicándose firmemente a la lucha armada por el poder y demostrando así sus cualidades revolucionarias sin precedente.

El proletariado revolucionario toma el camino de la insurrección

En febrero de 1917 se suscitó una situación llamada de «doble poder». Junto al Estado burgués, y opuesto a él, los consejos obreros aparecían como un gobierno potencial alternativo de la clase obrera. Puesto que en realidad no pueden coexistir dos gobiernos opuestos de dos clases enemigas, puesto que necesariamente uno tiene que destruir al otro para imponerse a la sociedad, ese período de doble poder es necesariamente corto e inestable. Esa fase no se caracteriza, desde luego, por una «coexistencia pacífica» o una mutua tolerancia. Podrá tener una apariencia de equilibrio social. En realidad es una etapa decisiva en la guerra civil entre el trabajo y el capital.

La falsificación burguesa de la historia está obligada a enmascarar la lucha a vida o muerte que tuvo lugar entre febrero y octubre de 1917 para presentar la revolución de Octubre como un «golpe bolchevique». Una prolongación «anormal» de ese período de «doble poder» habría significado necesariamente el fin de la revolución y de sus órganos. Los soviets son reales únicamente «como órgano de insurrección, como órgano del poder revolucionario. Fuera de ello, los Soviets no son más que un mero juguete que sólo puede producir apatía, indiferencia y decepción entre las masas, que están legítimamente hartas de la interminable repetición de resoluciones y protestas» ([9]).

Aunque la insurrección proletaria no es más espontánea que el golpe militar contrarrevolucionario, los meses antes de octubre, ambas clases manifestaron repetidamente su tendencia espontánea a la lucha por el poder. Las Jornadas de julio y el golpe de Kornilov sólo fueron las manifestaciones más claras. La misma insurrección de Octubre en realidad empezó, no con una señal del Partido bolchevique, sino con el intento del gobierno burgués de enviar a las tropas más revolucionarias, dos tercios de la guarnición de Petrogrado, al frente, con la intención de reemplazarlos por batallones contrarrevolucionarios. Dicho de otra forma, empezó, apenas unas semanas después de la kornilovada, con un nuevo intento de aplastar la revolución, obligando al proletariado a tomar medidas insurreccionales para defenderla.

«En realidad el alzamiento del 25 de octubre en tres cuartas partes o más, fue decidido en el momento en que resistimos la salida de las tropas, se formó el Comité militar revolucionario (16 de octubre), nombramos nuestros comisarios en todas las organizaciones y formaciones de la tropa, y así aislamos completamente, no sólo al mando del distrito militar de Petrogrado, sino al gobierno... Desde el momento en que los batallones, a las órdenes del Comité militar revolucionario, se negaron a abandonar la ciudad, y no la abandonaron, tuvimos una insurrección victoriosa en la capital» ([10]).

Además, este Comité militar revolucionario, que tenía que conducir las acciones militares decisivas del 25 de octubre, no sólo no era un órgano del Partido bolchevique, sino que en su origen fue propuesto por los partidos de «izquierda» contrarrevolucionarios como un medio para imponer precisamente la retirada de las tropas de la capital bajo la autoridad de los soviets, pero fue trasformado inmediatamente por el soviet en un instrumento no sólo para oponerse a esta medida, sino para organizar la lucha por el poder.

«No, el gobierno de los soviets no era una quimera, una construcción arbitraria, una invención de los teóricos del Partido. Creció irresistiblemente desde abajo, del colapso de la industria, de la impotencia de las clases poseedoras, de las necesidades de las masas. Los soviets se habían convertido de hecho en un gobierno. Para los obreros, los soldados y los campesinos, no quedaba otro camino. No había tiempo para argumentar y especular sobre un gobierno de los soviets: había que realizarlo» ([11]).

La leyenda de un golpe bolchevique es una de las mentiras más grandes de la historia. De hecho, la insurrección se anunció públicamente de antemano a los delegados revolucionarios elegidos. El discurso de Trotski el 18 de octubre a la Conferencia de la guarnición es una ilustración de esto: «La burguesía sabe que el Soviet de Petrogrado propondrá al Congreso de los soviets asumir el poder... Previendo la batalla inevitable, las clases burguesas se esfuerzan en desarmar a Petrogrado... A la primera tentativa de la contrarrevolución por suprimir el Congreso, responderemos por una contraofensiva que será implacable y que llevaremos hasta el fin». El punto 3 de la resolución adoptada por la Conferencia de la guarnición, dice: «El Congreso panruso de los soviets debe tomar el poder en sus manos y asegurar al pueblo la paz, la tierra y el pan» ([12]). Para asegurar que todo el proletariado apoyaría la lucha por el poder, la Conferencia decidió una pacífica revista de fuerzas, que se celebraría en Petrogrado, antes del Congreso de los soviets, y se basaría en asambleas de masas y debates.

«Decenas de miles de personas anegaron el enorme edificio de la Casa del pueblo... Sobre los pilares de hierro, y en las ventanas, se suspendían guirnaldas, racimos de cabezas humanas, de piernas, de brazos. Había en el aire esa carga de electricidad que anuncia un próximo estallido. ¡Abajo Kerensky! ¡Abajo la guerra! ¡El poder a los soviets! Ni un solo conciliador se atrevió a mostrarse ante esas multitudes ardientes para oponer sus objeciones o advertencias. La palabra pertenecía a los bolcheviques» ([13]). Trotski añade: «La experiencia de la revolución, de la guerra, de la dura lucha, de toda una amarga vida, sube de las profundidades de la memoria de todo hombre aplastado por la necesidad y se fija en esas consignas simples e imperiosas. Esto no puede continuar así. Es preciso abrir una brecha hacia el porvenir».

El Partido no inventó este «deseo de poder» de las masas, pero lo inspiró y le dio al proletariado confianza de clase en su capacidad para gobernar. Como escribió Lenin después del golpe de Kornilov: «Dejemos a esos de poca fe aprender de este ejemplo. Vergüenza a los que dicen: “no tenemos ninguna máquina con la que reemplazar la vieja, que gravita inexorablemente hacia la defensa de la burguesía”. Puesto que sí la tenemos. Se trata de los soviets. No temamos la iniciativa y la independencia de las masas. Confiemos en las organizaciones revolucionarias de las masas y veremos en todas las esferas de la vida del Estado el mismo poder, majestad y voluntad inquebrantable de los obreros y campesinos que han mostrado en su solidaridad y entusiasmo contra la kornilovada» ([14]).

La tarea del momento: demoler el Estado burgués

La insurrección es uno de los problemas más cruciales, complejos y exigentes, que el proletariado tiene que resolver si quiere cumplir su misión histórica. En la revolución burguesa esta cuestión es mucho menos decisiva, puesto que la burguesía podía basar su lucha por el poder en su fuerza política y económica que había ido acumulando en el seno de la sociedad feudal. Durante su revolución, la burguesía obligó a la pequeña burguesía y a la joven clase obrera a combatir por ella. Cuando se disipaba el humo de la batalla, la burguesía a menudo prefirió entregar su recién ganado poder a las antiguas clases feudales, ahora aburguesadas y domesticadas, puesto que éstas tenían la autoridad de la tradición de su parte. El proletariado, al contrario, no tiene ninguna propiedad ni poder económico dentro del capitalismo, y no puede delegar, ni su lucha por el poder, ni la defensa de su gobierno de clase a ninguna otra clase ni sector de la sociedad. Tiene que tomar él mismo el poder, arrastrando tras su liderazgo a otros estratos de la sociedad, y aceptando la plena responsabilidad, asumiendo las consecuencias y los riesgos de su lucha. En la insurrección, el proletariado revela y descubre más claro que nunca, el «secreto» de su propia existencia como la primera y la última clase explotada y revolucionaria de la historia. ¡No es de extrañar que la burguesía se aplique a vituperar la memoria de Octubre!

La tarea primordial del proletariado, de febrero en adelante, fue conquistar los corazones y las mentes de todos aquellos sectores que pudieran ganarse para su causa, y que de otro modo se podrían volver contra la revolución: los soldados, los campesinos, los funcionarios del Estado, los empleados de transportes y comunicaciones, e incluso los sirvientes de la burguesía. En vísperas de la insurrección ya se había completado esta tarea. La tarea de la insurrección era bastante diferente: la de romper la resistencia de esos cuerpos del Estado y formaciones armadas que no pueden ganarse para la causa del proletariado, pero cuya existencia continuada contiene el núcleo de la contrarrevolución más bárbara. Para romper esta resistencia, para demoler el Estado burgués, el proletariado tiene que crear una fuerza armada y colocarla bajo su propia dirección de clase con disciplina de hierro. Aunque estaban dirigidas por el proletariado, las fuerzas insurreccionales del 25 de octubre estaban compuestas esencialmente de soldados que obedecían a su mando.

«La revolución de Octubre era la lucha del proletariado contra la burguesía por el poder. Pero correspondió al mujik, a fin de cuentas, decidir el resultado de esa lucha... Lo que dio a la insurrección en la capital ese carácter de golpe rápido con un número mínimo de víctimas, fue la combinación entre el complot revolucionario, el levantamiento obrero y la lucha en autodefensa de la guarnición campesina. El Partido dirigía la insurrección. La principal fuerza motriz era el proletariado; los destacamentos obreros armados constituían la fuerza de choque; pero el desenlace de la lucha dependía de la guarnición campesina, difícil de mover» ([15]).

En realidad, el proletariado pudo tomar el poder porque fue capaz de movilizar otros estratos sociales tras su propio proyecto de clase: exactamente lo opuesto a un «golpe».

«Casi no hubo manifestaciones, combates callejeros, barricadas, todo lo que es común entender por insurrección; la revolución no necesitaba resolver un problema que ya había sido resuelto. La toma de andamiaje gubernativo podía emprenderse de conformidad con un plan, con el auxilio de destacamentos armados relativamente poco numerosos, a partir de un centro único (...) La calma callejera en Octubre, la ausencia de multitudes, la falta de combates, dio pretexto a los adversarios para hablar de la conspiración de una insignificante minoría, de la aventura de un puñado de bolcheviques (...) [Pero] en realidad, si los bolcheviques, en el último momento, consiguieron reducir a un “complot” la lucha por el poder, no se debió a que fuesen una pequeña minoría, sino a que con ellos, en los barrios obreros y en los cuarteles, militaba una aplastante mayoría férreamente nucleada, organizada y disciplinada» ([16]).

Elegir el momento adecuado: piedra angular de la lucha por el poder

Técnicamente hablando, la insurrección comunista es una simple cuestión de organización militar y de estrategia. Políticamente, es la tarea más exigente que pueda imaginarse. Y lo más difícil de todo es elegir el momento adecuado de la lucha por el poder. El principal peligro era una insurrección prematura. Hacia septiembre, Lenin ya estaba llamando incesantemente a la preparación inmediata de la lucha armada, y declarando: «¡Ahora o nunca!».

«Los bolcheviques, de no haber tomado el poder en octubre-noviembre, es muy posible que jamás lo hubiesen hecho. Al no ver en ellos una dirección firme, sino la eterna cansadora discordia entre las palabras y los hechos, las masas los hubieran abandonado por engañar durante dos o tres meses sus esperanzas, como ya lo habían hecho con los socialrevolucionarios y los mencheviques» ([17]).

Por eso, Lenin, al combatir el peligro de retrasar la lucha por el poder, no sólo subrayaba los preparativos contrarrevolucionarios de la burguesía mundial, sino que sobre todo advertía contra los efectos desastrosos de las vacilaciones para los obreros, que estaban casi desesperados. «El pueblo hambriento podría empezar a demoler todo a su alrededor de forma puramente anarquista, si los bolcheviques no son capaces de conducirlo a la batalla final. No se puede esperar sin correr el riesgo de ayudar a la confabulación de Rodzianko con Guillermo y de contribuir a la ruina completa, con la huida general de los soldados, si éstos (próximos ya a la desesperación) llegan a la desesperación completa y lo abandonan todo a su suerte» ([18]).

Elegir el momento adecuado también requiere una estimación exacta, no sólo de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado, sino también de la dinámica de las capas intermedias. «Ninguna situación revolucionaria es eterna. Entre todas las premisas de una insurrección, la más inestable se refiere al estado de ánimo de la pequeña burguesía. En los tiempos de crisis nacional, la pequeña burguesía sigue a la clase capaz de inspirarle confianza, no sólo por sus palabras, sino por sus hechos. Es capaz de impulsos y hasta de delirios revolucionarios, pero carece de resistencia, los fracasos la deprimen fácilmente y sus fogosas esperanzas pronto se cambian en desilusión. Son estas violentas y rápidas mutaciones de ánimo las que dan tanta inestabilidad a cada situación revolucionaria. Si el partido revolucionario no es lo bastante resuelto como para cambiar a tiempo en acción revolucionaria la expectativa y la esperanza de las masas populares, la marea ascendente se invertirá en reflujo: las capas intermedias se apartan de la revolución y buscan soluciones en el campo opuesto» ([19]).

El arte de la insurrección

En su lucha para persuadir al Partido de la necesidad imperiosa de una insurrección inmediata, Lenin recuperó las reflexiones de Marx (en Revolución y contrarrevolución en Alemania) sobre la cuestión de la insurrección como un «arte», que, como el arte de la guerra u otros, está sujeto a ciertas reglas cuya negligencia lleva al hundimiento del partido responsable. Según Marx, la regla más importante es «no pararse nunca a mitad camino una vez que ha comenzado la insurrección; mantener siempre la ofensiva puesto que la defensiva es la muerte de todo alzamiento armado»; sorprender al enemigo y desmoralizarlo por medio de éxitos cotidianos,  «aunque sean pequeños», obligándole a batirse en retirada; «en pocas palabras, según Danton, el gran maestro de la táctica revolucionaria: “audacia, audacia y audacia”».

Y como señaló Lenin, «hay que concentrar en el lugar y el momento decisivos fuerzas muy superiores, porque de lo contrario, el enemigo, mejor preparado y organizado, aniquilará a los insurgentes». Lenin añadía: «Confiemos en que, si se acuerda la insurrección, los dirigentes aplicarán con éxito los grandes preceptos de Danton y Marx. El triunfo de la Revolución rusa y de la revolución mundial depende de dos o tres días de lucha» ([20]).

Con este objetivo, el proletariado tuvo que crear los órganos de su lucha por el poder, un comité militar y destacamentos armados. «Así como un herrero no puede tomar con sus manos desnudas hierro candente, tampoco el proletariado puede, con sólo sus manos, adueñarse del poder: les es preciso una organización adecuada para dicha tarea. En la combinación de la insurrección de masas con la conspiración, en la subordinación del complot a la insurrección, en la organización de la insurrección a través de la conspiración, consiste aquel capítulo complejo y lleno de responsabilidades de la política revolucionaria que Marx y Engels denominaban “el arte de la insurrección”» ([21]).

Este planteamiento centralizado, coordinado, es lo que permitió al proletariado aplastar la última resistencia armada de la burguesía y asestar un golpe terrible que la burguesía no olvidaría, y de hecho no ha olvidado hasta ahora. «Los historiadores y políticos suelen denominar insurrección de las fuerzas elementales al movimiento de masas que, aglutinado por el odio común al antiguo régimen, carece de perspectivas claras, de métodos de lucha elaborados, de dirección que conduzca conscientemente a la victoria. Los historiadores oficiales, por lo menos los democráticos, se complacen en presentar esta insurrección de las fuerzas elementales como una calamidad inevitable cuya responsabilidad recae sobre el antiguo régimen. La verdadera razón de esta indulgencia es que las insurrecciones de las fuerzas “elementales” no pueden trascender los marcos del régimen burgués (...) Lo que sí niega y tacha de “blanquismo”, o peor aún, de bolchevismo, es la preparación consciente de la insurrección, el plan, la conspiración» (21).

Esto es lo que todavía más enfurece a la burguesía: la audacia con la que la clase obrera le arrebató el poder. La burguesía –todo el mundo– sabía que se estaba preparando un alzamiento. Pero nadie sabía cómo y cuándo atacaría el enemigo. Al asestar su golpe definitivo, el proletariado se aprovechó plenamente de la ventaja de la sorpresa, de la elección del terreno de batalla. La burguesía esperaba que su enemigo fuera lo bastante ingenuo y «democrático» para decidir la cuestión de la insurrección públicamente, en presencia de la clases dirigentes, en el Congreso panruso de los Soviets que se había convocado en Petrogrado. Allí esperaba sabotear e impedir la decisión y su ejecución. Pero cuando los delegados del Congreso llegaron a la capital, la insurrección estaba en pleno apogeo y la clase gobernante se tambaleaba. El proletariado de Petrogrado, mediante su Comité militar revolucionario, entregó el poder al Congreso de los Soviets, y la burguesía no pudo hacer nada para impedirlo. ¡Golpe! ¡Conspiración! gritaba la burguesía –y todavía grita lo mismo–; la respuesta de Lenin: golpe, no; conspiración, sí, pero una conspiración subordinada a la voluntad de las masas y las necesidades de la insurrección. Y Trotski añadía: «Cuanto más alto sea el nivel político de un movimiento revolucionario y más serio sea su liderazgo, mayor será el lugar que ocupa la conspiración en una insurrección popular» ([22]).

¿El bolchevismo una forma de blanquismo? Las clases explotadoras lanzan de nuevo actualmente esta acusación. «Más de una vez, los bolcheviques, mucho antes de la insurrección de Octubre, hubieron de refutar las acusaciones de sus adversarios, quienes les imputaban manejos conspirativos y blanquismo. Y, sin embargo, nadie ha combatido con mayor firmeza que Lenin el sistema de la pura conspiración. ¡Cuántas veces los oportunistas de la socialdemocracia internacional tomaron bajo su protección la vieja táctica socialrevolucionaria del terror individual contra los agentes del zarismo, resistiéndose a la crítica implacable de los bolcheviques, quienes oponían al aventurero de la intelligentsia, el camino de la insurrección de las masas! Pero al rechazar todas las variantes del blanquismo y del anarquismo, Lenin, ni por un minuto, se inclinaba ante la “sagrada” fuerza elemental de las masas». Trotski añadía a esto: «La conspiración no reemplaza la insurrección. Por mejor organizada que se encuentre, la minoría activa del proletariado no puede adueñarse del poder independientemente de la situación general del país. En esto, el blanquismo está condenado por la Historia. Pero sólo en esto. El teorema conserva toda su fuerza. Para la conquista del poder no basta al proletariado un alzamiento de fuerzas elementales. Necesita la organización correspondiente, el plan, la conspiración. Así es como Lenin plantea la cuestión» ([23]).

Es un hecho bien conocido que Lenin, el primero que fue completamente claro sobre la necesidad de la lucha por el poder en octubre planteando diferentes planes para la insurrección (uno centrado en Finlandia y la flota del Báltico y otro en Moscú), en algún momento defendió que fuera el Partido bolchevique, y no un órgano de los soviets, quien organizara directamente la insurrección. Los hechos probaron que la organización y el liderazgo del alzamiento por un órgano del soviet como el Comité militar revolucionario, donde por supuesto el Partido tenía la influencia dominante, es la mejor garantía para el éxito completo del alzamiento, puesto que entonces es el conjunto de la clase, y no sólo los simpatizantes del partido, el que se siente representado por sus órganos unitarios revolucionarios. Pero la propuesta de Lenin, según la burguesía, revela que para él la revolución no es tarea de las masas, sino un asunto privado del Partido ¿Por qué si no –preguntan– estaba tan rotundamente en contra de esperar al Congreso de los soviets para decidir el alzamiento? La actitud de Lenin se inscribía plenamente en el marxismo y su confianza fundada históricamente en las masas proletarias. «Sería desastroso, o en todo caso un planteamiento puramente formal, querer esperar a la incierta votación del 25 de octubre. El pueblo tiene el derecho y el deber de decidir sobre esas cuestiones, no por el voto, sino por la fuerza; el pueblo tiene el derecho y el deber, en los momentos críticos de la revolución, de mostrar a sus representantes, incluso a sus mejores representantes, la dirección correcta, en vez de esperarlos. Esto nos lo enseña la historia de todas las revoluciones, y sería un monstruoso crimen de los revolucionarios dejar pasar el momento, cuando saben que la salvación de la revolución, las propuestas de paz, la salvación de Petrogrado, el acabar con el hambre, o la devolución de la tierra a los campesinos, depende de esto. El gobierno se tambalea, y hay que darle el último golpe ¡a cualquier precio!» ([24]).

En realidad, todos los líderes bolcheviques estaban de acuerdo con esto. Quienquiera que fuera el que dirigiera el alzamiento, el poder entregado sería entregado inmediatamente al Congreso panruso de los soviets. El Partido sabía perfectamente que la revolución no era solamente asunto suyo o de los obreros de Petrogrado, sino del conjunto del proletariado. Pero respecto a la cuestión de quién debía conducir la insurrección propiamente dicha, Lenin estaba en lo cierto cuando argumentaba que lo harían los órganos de la clase mejor preparados y en mejores condiciones para asumir la tarea de la planificación política y militar y del liderazgo político de la lucha por el poder. Trotski tenía razón al argumentar que el mejor dotado para esta tarea sería un órgano del Soviet, especialmente creado para esta tarea, y bajo la influencia del Partido. Pero no se trataba de un debate de principios, sino de un asunto vital de eficacia política. La preocupación de Lenin de que no se podía cargar con esta tarea al conjunto del aparato del Soviet, puesto que eso retrasaría la insurrección y llevaría a divulgar los planes al enemigo, era completamente válida.

Fue necesaria la dolorosa experiencia de la Revolución rusa para que después, la Izquierda comunista pudiera plantear que, aunque es indispensable la dirección política del partido de clase, tanto en la lucha por el poder como en la dictadura del proletariado, no es tarea del partido tomar el poder. Sobre esta cuestión, ni Lenin, ni otros bolcheviques (ni los espartakistas en Alemania, etc.) eran claros en absoluto en 1917, ni podían serlo. Pero respecto al «arte de la insurrección», a la paciencia revolucionaria, y a la precaución para evitar levantamientos prematuros, respecto a la audacia revolucionaria necesaria para tomar el poder, los revolucionarios de hoy tienen mucho que aprender de Lenin. En particular sobre el papel del partido en la insurrección. La historia probó que Lenin tenía razón: quienes toman el poder son las masas, y el soviet aporta la organización, pero el partido de clase es el arma más indispensable de la lucha por el poder. En julio de 1917 fue el partido el que no permitió que la clase obrera sufriera una derrota decisiva. En octubre de 1917, el partido condujo a la clase al poder. Sin esta dirección indispensable no se hubiera tomado el poder.

Lenin contra Stalin

¡Pero la revolución de Octubre llevó al estalinismo! grita la burguesía sacando su argumento «definitivo». Pero en realidad lo que llevó al estalinismo fue la contrarrevolución burguesa, la derrota de la revolución en Europa occidental, la invasión y el aislamiento internacional de la Unión soviética, el apoyo de la burguesía mundial a la burocracia nacionalista que se desarrollaba en Rusia contra el proletariado y los bolcheviques.

Es importante recordar que durante las semanas cruciales de octubre de 1917, como durante los meses previos, dentro del Partido bolchevique se manifestó una corriente que reflejaba el peso de la ideología burguesa, que se oponía a la insurrección, y de la que ya Stalin era el representante más peligroso.

Ya en marzo de 1917 Stalin había sido el principal vocero en el Partido de aquellos que querían abandonar su posición internacionalista revolucionaria, apoyar el Gobierno provisional y su política de continuación de la guerra imperialista, y reagruparse con los socialpatriotas mencheviques. Cuando Lenin llamó públicamente a la insurrección, Stalin, como editor del órgano de prensa del Partido, retrasaba intencionadamente la publicación de sus artículos, mientras publicaba las contribuciones de Kamenev y Zinoviev, que estaban en contra del alzamiento, y que a menudo rompían con la disciplina del Partido, como si se tratara de la posición oficial del Partido, razón por la cual Lenin amenazó con dimitir del Comité central. Stalin continuó pretendiendo que Lenin, que estaba por la insurrección inmediata y que ahora tenía al Partido detrás, y Kamenev y Zinoviev, que saboteaban abiertamente las decisiones del Partido, eran «de la misma opinión». Durante la insurrección, el aventurero político Stalin «desapareció» –en realidad para ver qué bando ganaba antes de reaparecer defendiendo su propia posición. La lucha de Lenin y el Partido contra el «estalinismo» en 1917, contra sus manipulaciones y el sabotaje tramposo a la insurrección (a diferencia de Zinoviev y Kamenev, pues, éstos, cuando menos, actuaban abiertamente), volvió a plantearse en el Partido los últimos días de la vida de Lenin, pero esta vez en condiciones infinitamente más desfavorables.

La cumbre más alta de la historia humana

Lejos de ser un banal golpe de Estado, como miente la clase dominante, la revolución de Octubre es el punto más alto que ha alcanzado hasta ahora la humanidad en toda su historia. Por primera vez una clase explotada tuvo el valor y la capacidad de tomar el poder arrebatándoselo a los explotadores e inaugurar la revolución proletaria mundial. Aunque la revolución pronto iba a ser derrotada en Berlín, Budapest y Turín, aunque el proletariado ruso y mundial tuvo que pagar un precio terrible por su derrota –el horror de la contrarrevolución, otra guerra mundial, y toda la barbarie hasta hoy– la burguesía todavía no ha sido capaz de borrar la memoria y las lecciones de este enorme acontecimiento.

Hoy, cuando la mentalidad y la ideología descompuesta de la clase dominante destila el individualismo, el nihilismo y el oscurantismo, el florecimiento de visiones reaccionarias del mundo, como el racismo y el nacionalismo, el misticismo, el ecologismo, una ideología que desprecia los últimos vestigios de creencia en el progreso humano, el faro que encendió la revolución de Octubre marca el camino. Octubre recuerda al proletariado que el futuro de la humanidad está en sus manos, y que esas manos, son capaces de cumplir su tarea. La lucha de clases del proletariado, la reapropiación por la clase obrera de su propia historia, la defensa y el desarrollo del método científico del marxismo, ese es el programa de Octubre. Ese es hoy el programa para el futuro de la humanidad. Como Trotski escribió en la conclusión de su gran Historia de la Revolución rusa:

“Tomado en su conjunto podemos resumir el ascenso histórico de la humanidad como una serie de victorias de la conciencia sobre las fuerzas ciegas: en la naturaleza, en la sociedad, en el hombre mismo. Hasta el presente, el pensamiento crítico y creador se ha apuntado sus mayores éxitos en la lucha contra la naturaleza. Las ciencias fisicoquímicas ya han llegado a un punto en que el hombre se dispone, evidentemente, a convertirse en amo de la materia. Pero las relaciones sociales se siguen desarrollando de una manera elemental. El parlamentarismo solo ilumina la superficie de la sociedad y eso de una manera bastante artificial. Comparada a la monarquía y otras herencias del canibalismo y el salvajismo de las cavernas, la democracia representa, por supuesto, una enorme conquista. Pero no modifica de ningún modo el juego ciego de las fuerzas en las relaciones mutuas de la sociedad. Precisamente en este dominio, el más profundo del inconsciente, la insurrección de Octubre ha sido la primera en poner las manos. El sistema soviético quiere introducir un fin y un plan en los fundamentos mismos de una sociedad, donde hasta entonces reinaban simples consecuencias acumuladas.»

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[1] Lenin, La Revolución rusa y la guerra civil.

[2] Lenin, ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?

[3] Lenin, Reunión del CC del POSDRb, 10-23 de octubre de 1917.

[4] Lenin, Carta a los camaradas bolcheviques que participan en el Congreso de los Soviets de la región del Norte.

[5] Lenin, Carta a los camaradas.

[6] Lenin, Carta a la Conferencia de la ciudad de Petrogrado.

[7] Trotski, Las lecciones de Octubre, escrito en 1924.

[8] Ídem.

[9] Lenin, Tesis para un informe ante la Conferencia de Octubre...

[10] Trotski, Las lecciones de Octubre.

[11] Trotski, Historia de la Revolución rusa.

[12] Ídem.

[13] Ídem.

[14] Lenin, ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?

[15] Trotski, Historia de la Revolución rusa.

[16] Ídem.

[17] Ídem.

[18] Lenin, Carta a los camaradas...

[19] Trotski, Historia de la Revolución rusa.

[20] Lenin, Consejos de un ausente.

[21] Trotski, Historia de la revolución rusa.

[22] Ídem.

[23] Trotski, Historia de la revolución rusa.

[24] Lenin, Carta al Comité central.

Series: 

  • 1917: la Revolución Rusa [3]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [4]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La revolución proletaria [5]

II - «El Estado y la revolución» (Lenin) - Una brillante confirmación del marxismo

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Uno de los argumentos preferidos por los profesores burgueses en su incesante combate contra el marxismo, es la acusación de que éste sería una «pseudociencia» como la frenología u otras tonterías de ese estilo. La manifestación más sofisticada de esta acusación se encuentra en el libro de Karl Popper: «La sociedad abierta y sus enemigos» todo un clásico de la «filosofía» en la justificación del liberalismo, ¡y de la «guerra fría»!. Según Popper no puede sostenerse que el marxismo pretenda ser una ciencia social, ya que sus planteamientos no pueden ser ni verificados ni refutados a través de la experimentación práctica, condición «sine qua non» de cualquier investigación científica.

Pero es que el marxismo no pretende ser «una ciencia» del mismo tipo que las ciencias naturales, puesto que reconoce, de entrada, que las relaciones sociales humanas no pueden estar sujetas a la exactitud y el examen como los procesos físicos, químicos o biológicos. Lo que sí afirma, por el contrario, es que al tratarse del punto de vista global de una clase explotada, que no tiene ningún interés en mistificar u ocultar la realidad social, sólo el marxismo es capaz de aplicar un método científico al estudio de la sociedad y de la evolución de la historia. Es verdad que la historia no puede ser examinada en condiciones de laboratorio, que las predicciones efectuadas por una crítica social revolucionaria, no pueden ser verificadas mediante experimentos cuidadosamente controlados y repetidos..., pero no es menos cierto que sí es posible extrapolar, a partir del pasado y de los actuales procesos sociales, económicos, o históricos, y perfilar, en líneas generales, cómo será el futuro. Para demostrarlo basta ver cómo la gigantesca secuencia de acontecimientos históricos inaugurados por la Primera Guerra mundial, confirmó, en el laboratorio vivo de la acción social, las predicciones efectuadas por el marxismo.

Una premisa fundamental del materialismo histórico es que, al igual que las anteriores sociedades de clases, el capitalismo alcanzaría una fase en la que sus relaciones de producción, en vez de condiciones para el desarrollo de las fuerzas productivas pasarían a constituir una auténtica traba, llevando a la crisis al conjunto de la superestructura política y jurídica de la sociedad, abriendo así una época de revolución social. Para llegar a esta premisa, los fundadores del marxismo analizaron en profundidad  las contradicciones inherentes a la base económica del capitalismo, que le empujarían a su crisis histórica. Este análisis quedó, lógicamente, a un nivel muy general, sin poder precisar la fecha de la crisis revolucionaria. A pesar de ello, incluso los mismos Marx y Engels sufrieron, en algún momento, de impaciencia revolucionaria y se precipitaron a la hora de anunciar el declive general del capitalismo y, con él, la inminencia de la revolución proletaria. Tampoco estuvo siempre claro qué forma tomaría esta crisis histórica. ¿Se trataría simplemente de una depresión económica – como las que cíclicamente habían marcado su período ascendente –, aunque de mucha mayor amplitud y de carácter irreversible? La respuesta a esto también debió quedarse en una perspectiva general. Y, sin embargo, ya desde el Manifiesto comunista, quedaba establecido cuál era el dilema fundamental al que se enfrentaba la humanidad: socialismo o hundimiento en la barbarie; emergencia de una forma más elevada de asociación humana o desencadenamiento de todas las tendencias destructivas inherentes al capitalismo, lo que el Manifiesto llama «la ruina recíproca de las clases en conflicto».

A finales del siglo XIX, sin embargo, cuando el capitalismo entró en su fase imperialista, de militarismo desenfrenado, de concurrencia para conquistar las áreas no capitalistas que aún quedaban en el planeta, empezó a vislumbrarse que el desastre al que el capitalismo llevaría a la humanidad no sería una simple depresión económica de grandes proporciones, sino una gigantesca catástrofe militar: una guerra generalizada –continuación, por otros medios, de la concurrencia económica–, pero cuya dinámica irracional acabaría prevaleciendo, destruyendo el conjunto de la civilización bajo sus engranajes. Y he aquí esta significativa «profecía» de Engels en 1887: «Ya no es posible para Prusia-Alemania, más guerra que una guerra mundial. Una guerra mundial, por supuesto, de una extensión  y una violencia inimaginables. De ocho a diez millones de soldados serán masacrados uno tras otro, devorando así toda Europa hasta arrasarla como ninguna plaga de langostas la haya arrasado antes. Las devastaciones de la Guerra de los Treinta años pero comprimidas en tres o cuatro años y extendida al conjunto del continente: las hambrunas, las plagas, el hundimiento general en la barbarie tanto de los ejércitos como de las poblaciones, el caos sin remisión de nuestro artificial sistema comercial, industrial y financiero, lo que desembocará en una bancarrota generalizada; el colapso de todos los Estados y de sus tradicionales élites intelectuales hasta el extremo que las coronas rodaran y no habrá nadie para recogerlas. Resulta por completo imposible prever como acabará todo esto y quien saldrá vencedor de esta lucha. Únicamente un resultado es absolutamente cierto: el hundimiento generalizado y el establecimiento de las condiciones para la victoria final de la clase obrera.

No hay otra perspectiva. El sistema de sobrepuja mutua en el armamentismo, llevado a sus extremos, acaba final e inevitablemente en tales resultados. Esto, señores, príncipes y hombres de Estado, es lo que vuestra sabiduría ha traído a la vieja Europa. Y lo único que os queda por hacer es inaugurar la última danza de la guerra, lo que a la larga nos vendrá bien. Puede que la guerra nos lleve, temporalmente, a las tinieblas; puede que nos arranque posiciones ya conquistadas. Pero una vez que hayáis desencadenado fuerzas que vosotros mismos ya no sois capaces de controlar, la situación se os escapará de las manos; y al final de la tragedia os encontraréis arruinados y la victoria del proletariado estará ya alcanzada o será prácticamente inevitable» ([1]).

Las fracciones revolucionarias que, en 1914, siguieron fieles a los principios internacionalistas contra la guerra, tuvieron razones de sobra para evocar estas palabras de Engels, que Rosa Luxemburgo, en su Folleto de Junius, sólo tuvo que actualizar: «Federico Engels dijo una vez: “La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie” ¿Qué significa “regresión a la barbarie” en la etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura, esporádicamente si se trata de una guerra moderna, para siempre si el período de guerras mundiales que se acaba de iniciar puede seguir su maldito curso hasta sus últimas consecuencias. Así nos encontramos, hoy tal y como profetizó Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo y provoca la destrucción de toda la cultura y, como en la antigua Roma, la despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el socialismo, es decir la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus guerras. Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y de la humanidad».

Luxemburgo se basaba tanto en las previsiones de Engels como en lo que ella misma vivía: si el proletariado no acababa con el capitalismo, la guerra imperialista de 1914-18 sería la primera de una serie de conflictos generalizados, cada vez más devastadores, que acabarían amenazando la supervivencia misma de la humanidad. Y ese ha sido, efectivamente, el drama que hemos vivido en el siglo XX, la prueba más contundente de que, como decía Lenin: «el capitalismo ha sobrevivido, convirtiéndose en el freno más reaccionario al progreso de la humanidad» ([2]).

Pero si la guerra de 1914 confirmaba este primer aspecto de la disyuntiva histórica: la decadencia del capitalismo y su hundimiento en la recesión; la Revolución rusa y la posterior oleada revolucionaria mundial confirmó también, y no menos tajantemente, el otro término de la disyuntiva, es decir, como en 1919 señaló el Manifiesto del Primer congreso de la Internacional comunista, que la época del derrumbe interior del capitalismo es también la época de la revolución proletaria; y que la clase obrera es la única fuerza social que puede acabar con la barbarie capitalista e inaugurar una nueva sociedad. Las terribles privaciones ocasionadas por la guerra imperialista y la desintegración del régimen zarista, desencadenaron una auténtica tormenta en el seno de la sociedad rusa, pero dentro de la revuelta de una inmensa masa de campesinos de uniforme (la mayoría de los soldados) y campesinos, fue la clase obrera de los centros urbanos quien creó nuevos órganos revolucionarios de lucha –los soviets, los comités de fábrica, las guardias rojas– que sirvieron de modelo para el resto de la población; fueron los proletarios quienes más rápidamente elevaron su conciencia política –un desarrollo que se expresó en el crecimiento espectacular de la influencia del Partido bolchevique; fueron también los obreros los que tomaron la dirección del movimiento y determinaron el curso de los acontecimientos, en los momentos decisivos del proceso revolucionario: derrocando el régimen zarista en febrero, desbaratando los complots contrarrevolucionarios en septiembre, emprendiendo la insurrección en octubre. Por esa misma razón fue la clase obrera la que en Alemania, en Hungría, en Italia y en todo el planeta, la que con sus luchas y sus levantamientos, puso fin a la guerra y amenazó la existencia misma del capital mundial.

Si las masas proletarias fueron capaces de realizar tales proezas, no fue porque estuvieran «intoxicadas» por alguna visión milenarista, ni «seducidas» por una especie de maquiavélicos manipuladores, sino porque a través de la práctica de sus propias luchas, de sus debates y discusiones propias, llegaron a comprender que las consignas y el programa de los marxistas revolucionarios se correspondían plenamente con sus propios intereses y necesidades.

Tres años después de la apertura efectiva de la época de la revolución proletaria, el proletariado emprendía una revolución, tomando el poder político en un país, y desafiando al orden burgués en todo el planeta. El espectro del «bolchevismo», del poder de los soviets, de las revueltas contra la máquina de guerra imperialista, hizo caer muchas monarquías y sembraron la angustia entre las clases explotadoras en todas partes. Durante tres años, e incluso alguno más, parecía que la «profecía» de Engels (que la barbarie de la guerra aseguraría la victoria del proletariado) fuera a cumplirse punto por punto. Hoy sabemos, y por supuesto no dejan de recordárnoslo los profesores burgueses, que «se equivocó», y por supuesto, añaden, no podía ser de otra forma ya que ese ambicioso proyecto de liquidación del capitalismo y de creación de una sociedad verdaderamente humana es irrealizable puesto que es, nos aseguran, contrario a la «naturaleza del hombre». Pero lo cierto es que en aquel momento la clase dominante no se quedó de brazos cruzados, confiada en que la «naturaleza humana» acabara aplacando los ímpetus revolucionarios, sino que para exorcizar el espectro de la revolución mundial aparcaron sus divisiones y combinaron todas sus fuerzas contrarrevolucionarias: invasión militar contra la República de los soviets, provocación y matanza de los obreros revolucionarios desde Berlín hasta Shangai... Y casi sin excepción, esas fuerzas del liberalismo y la socialdemocracia (los Kerenski, Noske, Woodrow Wilson) que la mayoría de los profesores presentan como la encarnación de una alternativa mucho más racional y realizable que las utopías marxistas, fueron en realidad quienes dirigieron y organizaron esas fuerzas contrarrevolucionarias.

Los físicos cuánticos de este siglo han reconocido la necesidad de una de las premisas fundamentales de la dialéctica, a saber, que no es posible estudiar la realidad desde fuera, que la observación influye en el proceso mismo que se está observando. El marxismo nunca ha pretendido ser una «ciencia de la sociedad» neutra, puesto que toma partido, como fuerza aceleradora y transformadora desde dentro de ese mismo proceso social. Los académicos burgueses reivindican, en cambio, «imparcialidad y neutralidad», pero también se desvelan sus intereses partidistas cuando comentan la realidad social. La diferencia estriba en que mientras los marxistas forman parte de un movimiento hacia la liberación de la sociedad, los profesores que critican el marxismo acaban inexorablemente justificando las sangrientas fuerzas de la reacción política y social.

El proletariado al borde del poder

Mientras que en el siglo pasado el programa comunista permaneció como una perspectiva histórica y global, en la época de la revolución mundial, se convirtió en algo muy preciso. El tema candente en 1917 era, precisamente, la cuestión del poder político, de la dictadura del proletariado. Y le correspondió a la Revolución rusa enfrentarse a este problema tanto en la teoría como en la práctica. El texto de Lenin: El Estado y la revolución. La teoría marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución, escrito entre agosto y septiembre de 1917, ha sido ya mencionado varias veces en estos artículos, ya que hemos intentado no sólo reexaminar muchas de las cuestiones que plantea, sino sobre todo aplicar su método. Y si es verdad que repetimos algunas cosas, es porque hay cuestiones que merecen esa insistencia. Y es que El Estado y la revolución tiene una importancia tal en la evolución de la teoría marxista sobre el Estado que nos parece lógico que dediquemos este artículo específicamente a ese texto.

Como ya mostramos en nuestro anterior artículo (ver Revista internacional nº 90), la experiencia directa de la clase obrera y su análisis por parte de las minorías marxistas ya había planteado, incluso antes de la guerra y de la oleada revolucionaria, las bases esenciales para resolver el problema del Estado en la revolución proletaria. La Comuna de París en 1871 permitió ya que Marx y Engels pudieran concluir que el proletariado no podía «simplemente adueñarse» del viejo Estado burgués, sino que debía destruirlo y sustituirlo con nuevos órganos de poder. Las huelgas de masas de 1905 mostraron cómo los soviets de diputados obreros eran la forma de poder revolucionario más adecuada a la nueva época histórica que se iniciaba. Pannekoek, en su polémica con Kautsky, ya había afirmado que la revolución proletaria sólo podría ser el resultado de un movimiento de masas que paralizara y desintegrara el poder estatal de la burguesía.

Pero el peso del oportunismo en el movimiento obrero de antes de la guerra era tan grande, que ni las más aceradas polémicas pudieron disiparlo. Todo lo aprendido de experiencias como la Comuna, fue relegado al olvido por décadas de parlamentarismo y legalismo, de creciente reformismo en el partido y los sindicatos. Y tal abandono de las posiciones revolucionarias de Marx y Engels, no fue únicamente obra de revisionistas descarados como Bernstein. También el trabajo de la corriente en torno a Kautsky, consiguió convertir el fetichismo del parlamentarismo y la teorización de un camino pacífico y «democrático» a la revolución, en la última palabra del «marxismo ortodoxo». En esa situación únicamente la fusión de las posiciones de la izquierda de la IIª Internacional con amplios movimientos de masas, permitió al proletariado superar la amnesia de sus propias adquisiciones. Esto no debe llevarnos a subestimar la importancia de la intervención teórica de los revolucionarios sobre esta cuestión. Al contrario, en el momento en que la teoría revolucionaria gana a las masas y se convierte en una fuerza material, se hacen más urgentes y decisivas su clarificación y su difusión.

En la Revista internacional nº 89, la CCI recordaba la vital importancia de la intervención política y teórica contenida en las Tesis de abril, ya que mostraban al partido y a la clase obrera en su conjunto el camino para salir de la confusión creada por los mencheviques, los socialistas-revolucionarios y el resto de fuerzas de la componenda y la traición. La cuestión central de la posición que Lenin defendió en abril es la insistencia en que la revolución en Rusia sólo podía entenderse como parte de la revolución socialista mundial, y que, por consiguiente, el proletariado se vería obligado a seguir luchando contra esas repúblicas parlamentarias que los oportunistas y la izquierda burguesa presentaban como la más digna conquista revolucionaria; que el proletariado debía luchar no por una república parlamentaria, sino para que los soviets, la dictadura del proletariado aliado con el campesinado pobre, asumieran el poder.

Por su parte, los adversarios políticos de Lenin, especialmente los que presumían de ser los depositarios de la ortodoxia marxista, le acusaron inmediatamente de anarquismo, de aspirar a suceder a Bakunin en su trono vacante. Esta ofensiva ideológica del oportunismo exigía, por tanto, una respuesta, una reafirmación del abecé del marxismo, pero también una nueva profundización teórica a la luz de las experiencias históricas más recientes. El Estado y la revolución respondía a esta necesidad, proporcionando, al mismo tiempo, una de las más destacadas demostraciones de lo que es el método marxista, de la profunda interacción entre teoría y práctica. Lenin, que ya había escrito más de diez años antes, que «no puede haber movimiento revolucionario sin teoría revolucionaria», comprendió en aquellos momentos, cuando se vio obligado a  esconderse en el campo finlandés para escapar de la represión que siguió a las jornadas de Julio (ver artículo sobre estos acontecimientos en la Revista internacional nº 90), la necesidad de investigar en profundidad en los clásicos del marxismo, en la historia del movimiento obrero, para clarificar los objetivos inmediatos de aquel inmenso movimiento práctico de las masas.

El Estado y la revolución es un desarrollo y una clarificación de la teoría marxista, aunque la burguesía (a menudo secundada por los anarquistas, como es habitual), señale, con muy diversas justificaciones, que este libro, que insiste en la toma del poder por los soviets y en la destrucción de toda burocracia, es el producto de una conversión temporal de Lenin al anarquismo.

Un «comprensivo» historiador izquierdista como Liebman (Leninism under Lenin, Londres 1975), señala, por ejemplo, que El Estado y la Revolución es la obra de un «Lenin libertario», como si fuera el resultado de un efímero entusiasmo de éste por el potencial creativo de las masas en 1917-18, en contraste con el Lenin «autoritario» de 1902-1903 que, supuestamente, desconfiaría de la espontaneidad de las masas, abogando por un partido de tipo jacobino que actuara como estado mayor. Pero la capacidad de Lenin para responder a los movimientos espontáneos, a la creatividad de las masas, corrigiendo, a la luz de estos acontecimientos, incluso sus propios errores y exageraciones, no se limita a 1917. Ya lo demostró en 1905 (ver artículo sobre 1905 en la Revista internacional nº 90). En 1917, Lenin ya estaba convencido de que lo que estaba a la orden del día era la revolución proletaria, que ya no debería quedar limitada por la teoría de la «revolución democrática» para Rusia. Esto le llevó a valorar más decisivamente aún, la lucha autónoma de la clase obrera, pero esto es, en realidad, un desarrollo de sus propias posiciones previas, y no una repentina conversión al anarquismo.

Otros, más abiertamente hostiles, ven el libro de Lenin como parte de una estratagema maquiavélica para conseguir que las masas secundaran los planes del golpe bolchevique y de la dictadura del partido. Tanto anarquistas como consejistas han utilizado profusamente argumentos de este estilo. No les contestaremos con detalle aquí. Esto forma parte de nuestra defensa global de la Revolución rusa, y de la insurrección de Octubre en particular, contra las campañas de la burguesía (ver artículo sobre la insurrección de Octubre en este mismo número). Sí debemos señalar, al menos, que la defensa intransigente que Lenin hizo de los principios marxistas sobre la cuestión del Estado, cuando volvió del exilio en abril, le puso en una postura muy minoritaria, que, en absoluto, garantizaba que la posición que defendía pudiera llegar a conquistar a las masas. Desde este punto de vista, el maquiavelismo de Lenin sería absolutamente sobrehumano, y deberíamos abandonar el mundo de la realidad social para abandonarnos a las divagaciones de la teoría conspirativa.

Otra postura –que desafortunadamente apareció publicada en Internationalism, la que hoy es publicación de la CCI en Estados Unidos, hace cerca de 20 años, cuando la ideología consejista tenía una gran ascendencia sobre los grupos revolucionarios que volvían a surgir– que criba minuciosamente El Estado y la Revolución en busca de «pruebas» que demostraran que –a diferencia de los escritos de Marx sobre la dictadura del proletariado– el libro de Lenin contendría aún los puntos de vista de un autoritario incapaz de soportar la idea de que los trabajadores podrían liberarse por sí mismos (ver Internationalism nº 3, «Dictadura proletaria: Marx contra Lenin»).

No pretendemos ignorar las debilidades que efectivamente existen en El Estado y la revolución. Pero eso no puede llevarnos a crear una falsa oposición entre Marx y Lenin, y mucho menos ver en El Estado y la revolución una conexión entre Lenin y Bakunin. El libro de Lenin esta en completa continuidad con Marx, Engels y el conjunto de la tradición marxista anterior. Y a quienes continuamos esa tradición marxista, ese trabajo indispensable nos ha proporcionado una inmensa fuerza y claridad.

El Estado, instrumento de dominación de clase

La primera tarea de El Estado y la revolución fue refutar las concepciones oportunistas sobre la esencia de la naturaleza del Estado. La tendencia oportunista en el movimiento obrero –particularmente el ala lassalleana de la socialdemocracia alemana– estaba firmemente arraigada en la convicción de que el Estado sería esencialmente un instrumento natural, que podría ser utilizado tanto en beneficio de los explotados como en defensa de los privilegios de los explotadores. Gran parte de la lucha teórica que Marx y Engels libraron en el Partido alemán se concentró, precisamente, en combatir la idea de un «Estado popular», demostrando, por el contrario, que el Estado es un producto específico de la sociedad de clases, que es esencialmente un instrumento de dominación de una clase sobre el conjunto de la sociedad y sobre la clase explotada en particular. Pero en 1917, como veíamos antes, esa ideología de un Estado como «instrumento neutral» del que podrían adueñarse los trabajadores, era presentada con un barniz «marxista» especialmente por los kautskystas. Esto explica por qué al principio y al final de El Estado y la revolución, aparece una denuncia contra la distorsión oportunista del marxismo. Al final, con una larga crítica de los principales trabajos de Kautsky sobre el Estado (y una defensa de Pannekoek en su polémica con Kautsky). Al principio del libro aparece una de sus más, y con razón, célebres citas sobre la forma en que «la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero compiten en esta castración del marxismo. Omiten, oscurecen o distorsionan el lado revolucionario de esta teoría, su espíritu revolucionario. Tratan de llevarla a los términos en los que es o parece ser aceptable para la burguesía (...). En estas circunstancias, ante esta vasta distorsión sin precedentes del marxismo, nuestra primera tarea es restablecer lo que de verdad pensaba Marx sobre la cuestión del Estado» ([3]).

Para ello, Lenin se dedica a recordar los análisis de los fundadores del marxismo, particularmente de Engels, sobre los orígenes del Estado. Pero aunque Lenin describa este trabajo como una excavación en los escombros del oportunismo, su investigación dista mucho de ser un trabajo arqueológico. Engels, en Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado, nos mostró cómo surge el Estado como producto de los antagonismos de clase irreconciliables, precisamente para prevenir que estos antagonismos acaben desgarrando el tejido social. Pero para que nadie pueda concluir de esto que el Estado sería una especie de «árbitro» social, Lenin añade, siguiendo a Engels, que la cohesión social que procura el Estado es siempre en interés de la clase económicamente dominante, apareciendo pues como un órgano de represión y explotación por excelencia.

En el fragor de la Revolución rusa, esta cuestión «teórica» cobró suma importancia. Los oportunistas mencheviques y socialrevolucionarios, que actuaban cada vez más como el ala izquierda de la burguesía, presentaban el Estado surgido de la caída del zar en febrero de 1917, como una especie de «Estado popular», una expresión de «democracia revolucionaria». Según ellos, pues, los trabajadores debían anteponer la defensa de ese Estado a sus propios intereses, ya que con una discreta persuasión, ese mismo Estado podría, seguramente, satisfacer las necesidades de todos los oprimidos. Cuando Lenin desmontaba esta patraña del Estado «neutral», preparaba el terreno para el derrocamiento práctico de ese Estado. Para reforzar su argumentación contra los llamados «demócratas revolucionarios», Lenin recordó también las fuertes palabras de Engels sobre los límites del sufragio universal: «Engels es sumamente explícito al señalar que el sufragio universal es un instrumento de la dominación burguesa. El “sufragio universal”, nos dice –tomando lógicamente en cuenta la amplia experiencia de la socialdemocracia alemana–, es “lo que calibra la madurez de la clase obrera. Pero no puede ser, ni será nunca nada más en el actual Estado”. Los demócratas pequeño burgueses, tales como nuestros socialrevolucionarios y mencheviques, ... esperan exactamente ese “más” del sufragio universal, e instilan en el cerebro del pueblo, la falacia de que el sufragio universal, “en el actual Estado” es verdaderamente capaz de representar la voluntad de la mayoría del pueblo trabajador, y de asegurar su realización» ([4]).

Este recordatorio sobre la naturaleza burguesa de la versión más «democrática» del «actual Estado» resultó vital en 1917, cuando Lenin planteó la necesidad de una forma de poder revolucionario que pudiera verdaderamente expresar las necesidades de las masas obreras. Pero, a lo largo de este siglo, los revolucionarios hemos debido hacer ese mismo recordatorio una y otra vez. Los herederos más directos de aquellos reformistas socialdemócratas, los actuales partidos socialistas y laboristas, han construido el conjunto de su programa (para el capital) sobre la idea de un Estado benefactor y neutral que al hacerse con el control de la mayor parte de las industrias y servicios sociales, tomaría un carácter «público» e incluso «socialista». Pero también los que se reivindican como herederos de Lenin –los estalinistas y los trotskistas–, venden esta misma mercancía fraudulenta de que las nacionalizaciones y las prestaciones del Estado del bienestar serían conquistas obreras, y por tanto pasos significativos hacia el socialismo, incluso bajo le actual Estado. Estos llamados «leninistas» son los más encarnizados oponentes de la sustancia revolucionaria de la obra de Lenin.

La evolución de la teoría marxista del Estado

Dado que el Estado es un instrumento de la clase dominante, un órgano de violencia directa contra la clase explotada, el proletariado no puede contar con él para defender sus intereses inmediatos y menos aún para construir el socialismo. Lenin muestra cómo había sido distorsionada por el oportunismo la teoría de la extinción del Estado para justificar que la tal nueva sociedad podría formarse de forma gradual, armoniosa, a través del propio Estado que se iría democratizando y tomando el control sobre los medios de producción, de tal forma que la «extinción» del Estado y las bases materiales del comunismo se impondrían por su propio peso. Una vez más volviendo a Engels, Lenin insiste en que la extinción del Estado no puede ser la del Estado burgués sino la del Estado que emerge tras la revolución proletaria, la cual necesariamente debe ser violenta, cuya tarea es destruir el viejo Estado burgués. Evidentemente, tanto Engels como Lenin, rechazan la idea anarquista de una desaparición del Estado de la noche a la mañana. Como producto de la sociedad de clases, la desaparición final del Estado solo puede realizarse tras un período más o menos largo de transición. Pero el Estado del período de transición no es el Estado burgués. Este debe ser destruido de tal forma que sobre sus ruinas emerja el nuevo Estado, el cual es una nueva forma de Estado, un semiestado que permite al proletariado ejercer su dominación sobre la sociedad pero que, al mismo tiempo, está en proceso de extinción. Para reforzar y profundizar esta posición fundamental del marxismo, Lenin examina la experiencia contemporánea sobre «el Estado y la revolución» y el desarrollo de la teoría marxista en conexión con dicha experiencia (algo que Pannekoek había subestimado dejando el flanco abierto a las acusaciones oportunistas de «anarquismo»).

El punto de partida de Lenin es el comienzo del movimiento marxista, es decir, el período justo antes de las revoluciones de 1848. Tras haber vuelto a leer el Manifiesto comunista y la Miseria de la filosofía, Lenin argumenta que en esos trabajos las cuestiones clave en lo concerniente al Estado son:

  • el proletariado necesita tomar el poder político, erigirse en la clase dominante, un acto generalmente descrito como el resultado de «una guerra civil más o menos velada « y del «derrocamiento violento de la burguesía» (Manifiesto comunista);
  • el Estado formado con la revolución debe desembocar en una sociedad sin clases donde exista la necesidad de un poder político.

En lo que se refiere a la naturaleza de este «derrocamiento violento», la relación exacta entre el proletariado y el Estado burgués no era posible precisarla demasiado dada la ausencia de experiencias concretas en ese momento. No obstante, Lenin observa: «dado que el proletariado necesita el Estado como una forma específica de dominación contra la burguesía, la conclusión cae por su propio peso: ¿cómo puede ser creada semejante organización sin abolir y destruir primero la máquina estatal burguesa? El Manifiesto comunista lleva directamente a esa conclusión y es de esa conclusión de la que habla Marx cuando sintetiza la experiencia de la revolución de 1848-51» ([5]). Después, Lenin cita el pasaje crucial de El 18 de Brumario de Luís Bonaparte donde Marx denuncia el Estado como «un espantoso cuerpo parásito» y señala lo que es novedoso de la revolución proletaria, la cual hace lo contrario de las revoluciones anteriores que «perfeccionaban dicha máquina en lugar de destruirla» ([6]).

Como mencionamos en nuestro artículo de la Revista internacional nº 73, las revoluciones de 1848, en tanto que planteaban por vez primera la cuestión de la destrucción del Estado burgués, también proporcionaron a Marx algunas indicaciones de cómo forma el proletariado, en el curso de la lucha, sus propios comités independientes, nuevos órganos de la autoridad revolucionaria. Sin embargo, el contenido proletario de los movimientos de 1848 fue demasiado débil, demasiado inmaduro, como para ser capaz de responder a la cuestión de «con qué sustituir la vieja máquina estatal burguesa». Lenin, por ello, aborda la única experiencia de toma del poder por el proletariado, la Comuna de 1871. De manera considerablemente detallada, expone las lecciones principales que Marx y Engels habían sacado de la Comuna:

  • Primero y más importante, como Marx y Engels expresan en su «introducción» al Manifiesto comunista de 1872: «Una cosa fue especialmente probada por la Comuna: el proletariado no puede limitarse simplemente a apoderarse de la vieja maquinaria estatal y hacerla servir para sus propios propósitos» ([7]). El movimiento revolucionario debe destruir el Estado existente y sustituirlo por sus propios órganos de poder. En el balance de la Revolución de 1848 esta comprensión aparece como una brillante anticipación del porvenir. En sus análisis de 1872 sobre la Comuna de París, se convierte en un principio programático. Para Marx y Engels fue tan significativo que motivó el anuncio de una rectificación del Manifiesto comunista.
  • La Comuna fue una forma específica de ese semiestado revolucionario, una nueva forma de poder político que lleva ya en su seno su propia autodestrucción. Sus rasgos más importantes eran:
  1. Abolición del Ejército permanente y armamento general del pueblo. La necesidad de su supresión permanece pero debe ser concebido como un arma de la mayoría contra la vieja minoría explotadora.
  2. Para prevenir el surgimiento de una nueva burocracia, todos los funcionarios debe ser elegidos y sometidos a un control permanente; ningún funcionario del Estado debe cobrar más de la media de todos los trabajadores. Necesidad de la participación constante de las masas a través de una democracia directa y de una supervisión directa de las funciones del Estado.
  3. Superación del parlamentarismo burgués, sustituyendo la representación (los diputados son elegidos cada 4 ó 5 años por mayorías amorfas) por la delegación (los diputados de la Comuna podían ser revocables en todo momento por las asambleas permanentemente movilizadas) y por la fusión de las funciones legislativas y ejecutivas en un mismo cuerpo. Aquí, de nuevo, Lenin aplica las lecciones del pasado a las luchas del presente: la crítica del parlamentarismo burgués, la defensa de las formas más altas democracia en los consejos obreros. Lo cual constituyó igualmente una aguda polémica con los «socialistas parlamentarios» que querían desviar a los trabajadores hacia la defensa del Estado existente.
  4. La Comuna es una forma centralizada de organización. Contrariamente a la visión estrecha de los anarquistas que reivindican la Comuna como «su modelo», ésta no defendía la dispersión de la autoridad en múltiple unidades locales o federales. Mientras permitía a nivel local el desarrollo de la mayor iniciativa posible, la Comuna optó por cimentar la unidad del proletariado tanto a nivel nacional como local.

El examen histórico que hizo Lenin no fue capaz de ir más allá de la experiencia de la Comuna. Su intención original era escribir un séptimo capítulo de El Estado y la revolución: «Más lejos veremos cómo las revoluciones rusas de 1905 y 1917, en un marco diferente y en otras condiciones, continuaron la labor de la Comuna, confirmándose los brillantes análisis históricos de Marx» ([8]). Pero la aceleración de la historia le privó de la oportunidad de hacerlo. «No me fue posible escribir ni una sola línea de dicho capítulo: vino a “estorbarme” la crisis política, la víspera de la revolución de Octubre de 1917. “Estorbos” como éste no pueden producir más que alegría. pero la redacción de la segunda parte de este folleto (dedicada a la experiencia de las Revoluciones rusas de 1905 y 1917) habrá que aplazarla seguramente por mucho tiempo; es más agradable y provechoso vivir la “experiencia de la revolución” que escribir acerca de ella» ([9]).

En realidad, la segunda parte jamás se escribió. Está claro que el séptimo capítulo hubiera tenido un valor incalculable. Pero Lenin había logrado lo esencial. La reafirmación de las enseñanzas de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado proporcionó una base suficiente para el programa revolucionario hasta el punto de afirmar que la cuestión primordial es la necesidad de destruir el Estado burgués y establecer la dictadura del proletariado. Sin embargo, el trabajo de Lenin no se limitó, como ya hemos señalado, a una mera repetición. Volviendo al pasado con profundidad y tras un propósito militante, los marxistas pueden llevar su percepción teórica más lejos. Desde este punto de vista, El Estado y la revolución aportó dos clarificaciones importantes para el programa comunista. Primero, identificó a los soviets como sucesores naturales de la Comuna, aunque esos órganos sólo son mencionados de pasada. Lenin no fue capaz de analizar con profundidad por qué los soviets fueron una forma de organización revolucionaria más alta que la Comuna; quizá debería haber profundizado en las aportaciones de Trotski en sus escritos sobre 1905, particularmente el último que subraya que los soviets de diputados obreros, basados en asambleas en los lugares de trabajo, eran la forma de organización más adaptada para asegurar la autonomía de clase del proletariado (la Comuna se basó más bien en las unidades territoriales más que en los lugares de trabajo reflejando la fase todavía inmadura de la concentración proletaria). De hecho, escritos posteriores de Lenin muestran que ésa era la comprensión que había alcanzado ([10]). Aunque Lenin no fue capaz de examinar los soviets con todo detalle en El Estado y la revolución, no existe la menor duda de que los consideraba como los órganos más apropiados para destruir el Estado burgués y establecer la dictadura del proletariado; desde las Tesis de abril, la consigna de «¡Todo el poder a los soviets!» fue ante todo la de Lenin y del Partido bolchevique renaciente.

En segundo lugar, Lenin fue capaz de realizar algunas generalizaciones definitivas sobre el problema del Estado y de su destrucción revolucionaria. En el capítulo de su trabajo dedicado a las revoluciones de 1848, Lenin se planteó «¿Es justo generalizar la experiencia, las observaciones y las conclusiones de Marx, transplantándolas más allá de los límites de la historia de Francia en  los tres años que van desde 1848 a 1851?» ([11]).

¿Es válida para todos los países la fórmula «concentración de todas las fuerzas» de la revolución proletaria en la destrucción de la máquina estatal?. La cuestión tenía todavía importancia en 1917 porque, pese a las lecciones que habían sacado Marx y Engels de la Comuna de París, incluso ellos mismos había dejado un considerable margen de ambigüedad sobre la posibilidad de que el proletariado pudiera tomar el poder de forma pacífica a través de un proceso electoral en un cierto número de países, aquellos con las instituciones parlamentarias más desarrolladas y los aparatos militares menos hinchados. Como lo dice Lenin, Marx citaba a Gran Bretaña en ese contexto, aunque también a países como Estados Unidos y Holanda. Pero aquí Lenin no tuvo ningún miedo en corregir a Marx y completar su pensamiento. Lo hizo utilizando el método de Marx, poniendo el problema en su más adecuado contexto histórico: «El imperialismo, la época del capital bancario, la época de los gigantescos monopolios capitalistas, la época de la transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado, revela un extraordinario fortalecimiento de la máquina estatal y un desarrollo inaudito de su aparato burocrático y militar, en relación con el aumento de la represión contra el proletariado, así en los países monárquicos como en los países republicanos más libres» ([12]).

Por consiguiente: «Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esa limitación hecha por Marx ya no tiene razón de ser. Inglaterra y Norteamérica, los más grandes y últimos representantes –en el mundo entero– de la “libertad” anglosajona, en el sentido de ausencia de militarismo y de burocratismo, han ido rodando hasta caer al inmundo y sangriento pantano, común a toda Europa, de las instituciones burocrático-militares, que todo lo someten y lo aplastan. Hoy también en Inglaterra y en Norteamérica, la “condición previa de toda verdadera revolución popular” es romper, es destruir la “máquina estatal existente”« ([13]). Por lo tanto, no podían seguir existiendo excepciones.

La refutación del anarquismo

El blanco principal de El Estado y la Revolución era el oportunismo, el cual, como hemos visto, no vacilaba en acusar a Lenin de anarquismo cuando empezó a insistir en la necesidad de destruir la máquina estatal. Pero como Lenin replicó: «la crítica corriente del anarquismo en los socialdemócratas de nuestros días ha degenerado en la más pura vulgaridad pequeño burguesa: “¡nosotros reconocemos el Estado, los anarquistas, no!”...»([14]). Pero a la vez que demolía estas estupideces, Lenin reiteró la verdadera crítica marxista al anarquismo, basada en particular en lo que Engels desarrolló en réplica a las absurdeces de los «antiautoritarios»: una revolución es la cosa más autoritaria que pueda existir. Rechazar la autoridad, rechazar el uso del poder político, es renunciar a la revolución. Lenin distingue cuidadosamente la posición marxista que ofrece una solución histórica, realizable, a los problemas de la subordinación y de la división entre dirigentes y dirigidos, Estado y sociedad, de la posición anarquista, la cual ofrece solo los sueños apocalípticos de todo ese género de problemas, unos sueños que tienen el resultado más conservador: «No somos utopistas, no soñamos con librarnos de golpe de toda subordinación, de toda administración. Esos sueños anarquistas, basados en la incomprensión de las tareas de la dictadura proletaria, son totalmente ajenos al marxismo. Y, como resultado concreto, solo sirven para posponer la revolución socialista hasta que la gente sea diferente. Nosotros queremos la revolución socialista con la gente tal y como es hoy, con gente que no puede librarse de la subordinación, el control, los capataces y los contables. La subordinación, sin embargo, debe ser hacia la vanguardia armada de todos los explotados y todos los trabajadores, el proletariado» ([15]).

Las bases económicas de la extinción del Estado

A diferencia de los anarquistas que quieren eliminar el Estado como resultado de un acto de voluntad revolucionaria, el marxismo reconoce que una sociedad sin Estado solo puede emerger cuando las raíces económicas y sociales de las divisiones de clases han sido erradicadas, dando pie al florecimiento de una sociedad de abundancia material. Subrayando las bases económicas para la extinción del Estado, Lenin, una vez más, vuelve a los clásicos, en particular a la Crítica del Programa de Gotha realizada por Marx, de la cual extrae los puntos siguientes:

  • la necesidad de un período de transición en el cual el proletariado ejerce su dictadura a la vez que conduce a la gran mayoría de la población al control político y económico de la sociedad;
  • en términos económicos, este período de transición puede ser descrito como «el estadio inferior del comunismo». Se trata de la sociedad comunista tal y como emerge del capitalismo, todavía marcada por muchos de los defectos del viejo orden. Las fuerzas productivas se han convertido en propiedad común pero no existen todavía las condiciones para la abundancia material. Por consiguiente, todavía existe desigualdad en la distribución. El sistema de bonos de trabajo defendido por Marx va contra la acumulación de capital, pero refleja una situación de desigualdad, donde unos pueden obtener más trabajo que otros, unos pueden tener ciertas capacidades que les faltan a otros, unos tienen hijos mientras que otros no, etc. En suma, existe todavía lo que Marx llama el «derecho burgués» en materia de distribución y para proteger el derecho burgués todavía existen vestigios de las leyes burguesas;
  • el desarrollo de las fuerzas productivas hace posible la superación de la división del trabajo e instituye un sistema de libre distribución: de cada uno según su capacidad, a cada cual según su necesidad. Esta es la fase más alta del comunismo, una sociedad de libertad real. El Estado no tiene cimientos materiales y se extingue, la extensión radical de la democracia lleva a la extinción de la democracia, dado que la democracia es una forma de Estado. La administración del pueblo es sustituida por la administración de las cosas. No se trata de una utopía: incluso en tal fase, por todo un período, puede haber excesos individuales y tienen que ser prevenidos: «Pero, en primer lugar, para ello no hace falta máquina especial, un aparato especial de represión; esto lo hará el propio pueblo armado, con la misma sencillez y facilidad con que un grupo cualquiera de personas civilizadas, incluso en la sociedad actual, separa a los que se están peleando o impide que se maltrate a una mujer» ([16]). En resumen, «la necesidad de observar las reglas simples, fundamentales, del comunismo, acaba convirtiéndose rápidamente en un hábito» ([17]).

Cuando Lenin estaba escribiendo El Estado y la revolución, el mundo entero estaba entrando en el umbral de una revolución comunista. La defensa de la posición marxista sobre la transformación económica no era una abstracción. Era una necesidad programática, vista como inminente. La clase obrera se veía impulsada al enfrentamiento revolucionario por necesidades inmediatas y candentes, la necesidad del pan, la de poner fin a la carnicería imperialista. La vanguardia comunista no tenía duda sobre el hecho de que la revolución no podría detenerse demasiado tiempo para solucionar esas cuestiones inmediatas. Se podía avanzar hasta su conclusión última e histórica: la inauguración de una nueva fase en la historia de la humanidad.

Los límites de la visión de Lenin

Hemos puesto de relieve que El Estado y la revolución es una obra incompleta. En particular, Lenin no pudo tratar el papel de los soviets como «la forma al fin descubierta de la dictadura del proletariado». Sin embargo, aunque la obra se vio «interrumpida» por la revolución de Octubre es el punto más alto de claridad antes de la experiencia de la revolución. Con posterioridad, la propia Revolución rusa –y, sobre todo, su derrota– nos proporciona muchas lecciones sobre los problemas del período de transición y no podemos reprochar a Lenin el no haber dado respuesta a unas cuestiones antes de que se plantearan en la experiencia real del proletariado. En próximos artículos volveremos sobre esas lecciones desde diversos enfoques pero será útil resumir en tres ámbitos principales aquello en lo que la experiencia de la revolución plasmó las debilidades y lagunas de El Estado y la revolución.

El Estado y la economía

Aunque Lenin defendió claramente la noción de una transformación comunista de la economía –una noción que Marx desarrolló en oposición a las tendencias al «socialismo de Estado» existentes dentro del movimiento obrero ([18])– su trabajo sufre todavía de ciertas ambigüedades sobre el papel del Estado en la economía de transición. Hemos visto que esas ambigüedades existían ya en los trabajos de Marx y Engels y que en el período de la IIª Internacional se desarrolló cada vez más la idea según la cual el primer paso en el camino hacia el comunismo era la estatalización de la economía nacional y que una economía enteramente nacionalizada ya no era capitalista. En algunos de sus escritos de la época, mientras denunciaba que los «trusts capitalistas de Estado» se habían convertido en la forma de organización capitalista en la guerra imperialista, Lenin tenía la tendencia a ver esos trusts como un instrumento neutral, una especie de primer paso hacia el socialismo, una forma de centralización económica que el proletariado victorioso podía tomar tal cual. En el trabajo escrito en septiembre de 1917, «Se sostendrán los bolcheviques en el poder», Lenin es más explícito: «El capitalismo creó aparatos de cálculo en forma de bancos, consorcios, el correo, las cooperativas de consumo y los sindicatos de funcionarios. Sin los grandes bancos el socialismo sería irrealizable. Los grandes bancos constituyen «el aparato de Estado» que necesitamos para realizar el socialismo y que tomamos ya formado del capitalismo» ([19]).

En El Estado y la revolución expresa una idea similar cuando dice «Todos los ciudadanos pasan a ser empleados y obreros de un solo “consorcio” de todo el pueblo, del Estado» ([20]).

Es verdad que la transformación comunista de la sociedad no empieza desde cero – su punto de partida inevitable son las fuerzas productivas existentes, las redes de transporte, de distribución, etc. existentes. Pero la historia nos ha enseñado a ser muy prudentes con los organismos e instituciones económicas creados por el capital para sus propias necesidades, sobre todo cuando son tan arquetípicas instituciones capitalistas como los grandes bancos. Aún más importante, la Revolución rusa y en particular la contrarrevolución estalinista han mostrado que la simple transformación del aparato productivo en propiedad estatal no acaba con la explotación del hombre por el hombre – un error claramente presente en El Estado y la revolución cuando Lenin escribe que en la primera fase del comunismo «la explotación del hombre por el hombre será imposible porque será imposible hacerse con los medios de producción -las factorías, las máquinas, las tierras etc.- y transformarlos en propiedad privada» ([21]). Esta debilidad está agravada por la insistencia de Lenin de que habría una «distinción científica» que hacer entre socialismo y comunismo (la anteriormente definida como estadio inferior del comunismo). De hecho, Marx y Engels nunca teorizaron tal distinción y no es accidental que Marx en la Crítica del programa de Gotha hablara de fase inferior y fase superior del comunismo ya que quería poner el énfasis en la idea de un movimiento dinámico entre capitalismo y comunismo, en oposición a la visión de un modo de producción fijo, en cierto modo una «tercera vía», caracterizado por la «propiedad pública». Finalmente, y aún más significativo, la discusión de Lenin sobre la economía del período de transición en El Estado y la revolución no hace explícito el hecho de que la dinámica hacia el comunismo sólo puede desarrollarse a escala internacional; eso deja la puerta abierta a la idea de que, al menos en sus primeras etapas, la «construcción del socialismo» podría realizarse en solo país.

La tragedia de la Revolución rusa es un testimonio patente de que, incluso si la economía está enteramente estatalizada, incluso si se tiene el monopolio del comercio exterior, las leyes del capital global seguirán imponiéndose sobre el bastión proletario aislado. En ausencia de extensión de la revolución mundial, esas leyes desafiarán todo intento de crear los fundamentos de una construcción socialista, incluso aunque se transforme el bastión proletario en un gigantesco «trutst capitalista de Estado» compitiendo en el mercado mundial. Además, semejante mutación vendrá necesariamente acompañada de una contrarrevolución política que borrará toda huella de la dictadura del proletariado.

Partido y poder

Hemos hecho notar que Lenin no dice demasiado sobre el papel del partido en El Estado y la revolución. ¿Sería esto una nueva prueba de la conversión temporal de Lenin al anarquismo durante 1917?. Es una cuestión estúpida. La clarificación teórica contenida en El Estado y la revolución es por sí misma una preparación para el papel directo y dirigente del Partido bolchevique en la revolución de Octubre. En su polémica despiadada contra todos aquellos que tratan de inyectar la ideología burguesa en las filas proletarias, es ante todo un documento político «de Partido», con el que se trata de ganar a los trabajadores hacia las posiciones del partido revolucionario y contra esas influencias.

Sin embargo, la cuestión se vuelve a plantear en el umbral de la oleada revolucionaria mundial: ¿cómo deben entender los revolucionarios (y no solo los bolcheviques) la relación entre el partido y la dictadura del proletariado? La ausencia de referencias al partido en El Estado y la revolución no nos da una clara respuesta a ello, excepto la respuesta ambivalente siguiente: «Educando al partido obrero, el marxismo educa a la vanguardia del proletariado, vanguardia capaz de tomar el poder y de conducir a todo el pueblo al socialismo, de dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el maestro, el dirigente, el jefe de todos los trabajadores y explotados en la obra de organizar su propia vida social sin la burguesía  y contra la burguesía» ([22]). Es ambivalente porque no está claro si es el partido quien asume el poder o es el proletariado, al cual Lenin a menudo define como la vanguardia del pueblo oprimido. Una mejor guía sobre el nivel de comprensión real de esta cuestión la ofrece el folleto ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?. La mayor confusión aparece ya en el propio título: los revolucionarios del momento, pese a su completa dedicación al sistema de los soviets que había hecho obsoleto el sistema de delegación propio del parlamentarismo, vuelven sin embargo a la ideología parlamentaria al preconizar que el partido que tenga la mayoría en los soviets forme gobierno y administre el Estado. En próximos artículos analizaremos con más detalle cómo llevó esta concepción a un entrelazamiento fatal entre el partido y el Estado, creando una situación insoportable que ayudó a vaciar a los soviets de toda vida proletaria y acabó organizando al partido contra la clase. Y sobre todo, transformó el partido de la fracción más radical de la clase revolucionaria en un instrumento de conservación social.

Pero esa evolución no ocurrió de forma autónoma, sino que estuvo determinada sobre todo por el aislamiento de la revolución y el desarrollo material de una contrarrevolución interior. En 1917, el énfasis de los escritos de Lenin, tanto en el folleto antes mencionado como en El Estado y la Revolución, no gira en torno al ejercicio de la dictadura por el partido, sino por el conjunto del proletariado y, de manera creciente, por la gran mayoría de la población, que toma en sus manos los asuntos económicos gracias a su propia experiencia práctica, a sus propios debates, a su propia organización de masas. Cuando Lenin responde afirmativamente que los bolcheviques podrán guardar el poder de Estado, es solo porque se basa en la idea de que los bolcheviques, apenas doscientas mil personas, son sólo una parte del vasto esfuerzo de millones de trabajadores y campesinos pobres que, día tras día, aprenden a hacer funcionar el Estado en su propio beneficio. El poder real no está en las manos del partido sino en las manos de las masas. Si las esperanzas iniciales de la revolución se hubieran realizado, si Rusia no se hubiera visto envuelta en la guerra civil, el hambre, el bloqueo internacional, las evidentes contradicciones en esta posición podrían haber sido resueltas en la buena dirección, demostrando que en un genuino sistema de delegaciones elegidas y revocables no tiene sentido hablar de que un partido toma el poder.

Clase y Estado

En la Crítica del Programa de Gotha, Marx describió el Estado de transición como «nada menos que la dictadura revolucionaria del proletariado». La identificación entre Estado de transición y dictadura del proletariado se continúa en El Estado y la revolución de Lenin cuando habla de «Estado proletario» o de «Estado de los trabajadores armados» y cuando subraya teóricamente esas fórmulas definiendo al Estado como «esencialmente compuesto de cuerpos armados». En definitiva, el Estado del período de transición no sería otra cosa sino los trabajadores en armas, tras haber suprimido a la burguesía.

Como veremos en los próximos artículos, esa formulación se vio rápidamente desmentida por inadecuada. El mismo Lenin tuvo que afirmar que el proletariado no sólo necesitaba el Estado para suprimir la resistencia de los explotadores sino para dirigir al resto de la población no explotadora hacia el socialismo. Y esta última función, la necesidad de integrar a la más amplia población del campo en el proceso revolucionario, dio nacimiento a un Estado que no solo se componía de los soviets de trabajadores sino también de los soviets de campesinos y soldados. Con el inicio de la guerra civil las milicias armadas de trabajadores, la Guardia roja, se mostraron como claramente inadecuadas para hacer frente a la fuerza de la contrarrevolución militar. A partir de ese momento, la principal fuerza armada del Estado soviético fue el Ejército rojo, de nuevo compuesto en su mayoría por campesinos. Al mismo tiempo, la necesidad de combatir la subversión y el sabotaje internos dio lugar a la Cheka, una fuerza policial especial que escapó rápidamente al control de los soviets. Pocas semanas después de la insurrección de octubre, el Estado-comuna se había convertido en algo más que «un cuerpo de trabajadores armados». Sobre todo, con el aislamiento creciente de la revolución, el nuevo Estado se vio cada vez más infestado por la gangrena de la burocracia, cada vez menos responsable frente a los órganos elegidos del proletariado y los campesinos pobres. En lugar de ir hacia su extinción, el nuevo Estado estaba empezando a tragarse a la sociedad entera. En lugar de expresar la voluntad de la clase revolucionaria, se convirtió en el punto focal de la degeneración y la contrarrevolución internas a un nivel jamás visto antes.

En su balance de la contrarrevolución, la Izquierda italiana prestó una especial atención al problema del Estado del período de transición y una de las principales conclusiones alcanzadas por Bilan e Internationalisme fue que, siguiendo la experiencia de la Revolución rusa, no era posible identificar la dictadura del proletariado con el Estado del período de transición. Volveremos sobre esta cuestión en futuros artículos. Pero, desde ahora, sin embargo, es importante subrayar que, incluso si en los planteamientos iniciales de la Revolución rusa, el movimiento marxista sufrió importantes debilidades, la misma idea de no identificar proletariado con Estado de transición no aparece de la nada. Lenin fue plenamente consciente de la definición de Engels del Estado de transición como «un mal necesario» y a lo largo de su libro hay un poderoso énfasis en la necesidad de que los trabajadores sometan a los funcionarios estatales a una constante supervisión y control, especialmente, aquellos elementos del Estado más tendentes a mantener una cierta continuidad con el viejo régimen, como los «expertos militares» y los técnicos, a los cuales los soviets se vieron forzados a recurrir.

Lenin desarrolló también un fundamento teórico a la actitud proletaria de mantener una sana distancia respecto al nuevo Estado. En la parte sobre la transformación económica explica que, teniendo en cuenta que su papel será el de salvaguardar el «derecho burgués», se podría definir el nuevo Estado como «un Estado burgués sin burguesía». Aunque esta definición sea más útil para provocar reflexión que para dar una clara definición de la naturaleza de clase del Estado de transición, Lenin había captado lo esencial: puesto que la tarea del Estado es salvaguardar un estado de cosas que todavía no es comunista, el Estado-comuna revela su naturaleza básicamente conservadora y se muestra particularmente vulnerable a la dinámica de la contrarrevolución. Esta percepción teórica de la naturaleza del Estado permitió a Lenin desarrollar algunos aspectos importantes sobre la naturaleza del proceso de degeneración, incluso estando él mismo parcialmente atrapado en ese proceso. Por ejemplo, su posición sobre la cuestión sindical en 1921, cuando reconoció la necesidad para los trabajadores de mantener órganos propios de defensa incluso contra el Estado de transición o también cuando advirtió contra el crecimiento de la burocracia estatal al final de su vida.

Sin embargo, el Partido bolchevique sucumbió a un proceso insidioso de muerte y la antorcha de la clarificación pasó a las manos de las fracciones comunistas de izquierda. Sin embargo, no cabe duda de que los aspectos teóricos más importantes desarrollados por aquéllas se alcanzaron gracias al punto de partida de la gran contribución de Lenin en El Estado y la revolución.

CDW


[1] 15 de diciembre de 1887, en Obras escogidas de Marx y Engels, Volumen 26. Traducido del inglés por nosotros.

[2] Lenin, Respuesta a las preguntas de un corresponsal americano, 20/7/1920.

[3] Lenin, Respuesta a las preguntas de un corresponsal americano, 20/7/1920.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] Ídem.

[9] «Palabras finales a la primera edición», Idem.

[10] Ver, en particular, Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, redactadas por Lenin y adoptadas por la Internacional comunista en su Congreso fundador de 1919. Entre otros puntos que serán examinados en un próximo artículo, este texto afirma que: «El poder soviético, es decir, la dictadura del proletariado, está organizado, por el contrario, de modo que acerca a las masas trabajadoras al aparato de gobernación. El mismo fin persigue la unión del poder legislativo y el poder ejecutivo en la organización soviética del Estado y la sustitución de las circunscripciones electorales territoriales por entidades de producción, como son las fábricas» (Tesis 16), Lenin, Obras escogidas, tomo 3.

[11] Lenin, El Estado y la revolución.

[12] Ídem.

[13] Ídem.

[14] Ídem.

[15] Ídem.

[16] Ídem.

[17] Ídem.

[18] Ver en la Revista internacional nº 79 «Comunismo contra socialismo de Estado».

[19] «¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?», Obras escogidas, tomo 2.

[20] Lenin, El Estado y la revolución.

[21] Ídem.

[22] Ídem.

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [6]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [4]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La dictadura del proletariado [7]
  • La revolución proletaria [5]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [8]

El combate de las Izquierdas en la Internacional comunista - La responsabilidad de los revolucionarios frente a la degeneración

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Si hay un combate en el movimiento obrero que los revolucionarios marxistas dignos de ese nombre siempre han librado hasta sus últimas consecuencias, aun en las condiciones más terribles, ése es el combate para salvar la organización, Partido o Internacional, de las garras del oportunismo e impedirle hundirse en la degeneración o, peor aún, traicionar.

Este principio guió a Marx y Engels en la AIT. También fue el de las «Izquierdas» de la Segunda Internacional, basta con recordar cuánto tiempo pasaron Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y los espartaquistas ([1]) antes de tomar la decisión de romper con el viejo Partido, ya fuera con la socialdemocracia alemana, ya con los Independientes. El objetivo de su lucha era derribar la dirección oportunista, ganándose a la mayoría del Partido en el mejor de los casos o, si las cosas iban mal, es decir si ya no existían esperanzas de enderezamiento, salirse de la organización llevando consigo al máximo de elementos sanos. Lucharon mientras estimaron que existía en el Partido una chispa de vida proletaria que les permitiera convencer a los mejores elementos.

Este principio siempre ha sido el de los marxistas, el único utilizado en cualquier época por los revolucionarios. Y la experiencia histórica nos muestra cómo lucharon las «izquierdas», en la mayoría de los casos, hasta tal extremo que fue el viejo Partido el que las excluyó y no ellas las que rompieron ([2]). Por ejemplo, Trotski dedicó más de seis años de su vida a luchar en el seno del Partido bolchevique antes de ser excluido.

El combate de las «izquierdas» de la Tercera internacional (IC) es particularmente elocuente por haber sido librado en el peor período que haya conocido el movimiento obrero, la profunda y terrible contrarrevolución que empezó en los años 20. Y sin embargo, es en esa situación de contrarrevolución, de retroceso dramático del movimiento obrero, en la que los militantes de la «izquierda» de la IC van a librar un combate memorable y titanesco. Muchos pensaban sin embargo que ya estaba jugada la partida, pero esta consideración no les impidió seguir luchando, sobrándoles valentía y voluntad ([3]). A pesar de los riesgos, si quedaba la más mínima posibilidad de salvar el Partido y la IC, consideraban que su deber era intentarlo todo para impedir qua cayera en las garras del estalinismo triunfante. Hoy en día se minimizan las lecciones de aquellos combates y en el peor de los casos hasta se olvidan, en particular por parte de quienes dejan las organizaciones en cuanto aparece la primera divergencia. Tal actitud es una ofensa a la tradición de lucha de la clase obrera y no puede sino expresar el desdén pequeño burgués hacia el duro y a menudo mortal combate de generaciones de obreros y de revolucionarios, combate que estos señoritos consideran poco reluciente o indigno de ellos.

La Izquierda italiana no solo defendió ese principio, sino que lo enriqueció política y teóricamente. Basándose en esa herencia, la CCI ha desarrollado a menudo este tema y, en particular, lo ha profundizado sobre el aspecto de cuándo y cómo traiciona un Partido ([4]): son las tomas de posición ante acontecimientos de primera importancia, como lo son la guerra imperialista y la revolución proletaria, lo que permite determinar, irrevocablemente, si una organización política ha traicionado a su clase. Mientras esta traición no se haya cumplido, mientras el Partido no se haya pasado con armas y equipo al campo enemigo, el papel de los revolucionarios auténticos es luchar con todas sus energías para conservarlo en el campo proletario. Esto es lo que hicieron las «izquierdas» de la IC, en las dramáticas condiciones de triunfo absoluto de la contrarrevolución.

Esta política sigue siendo válida hoy. Y es tanto más posible de realizar hoy por cuanto estamos en un curso ascendente hacia enfrentamientos de clases, en una situación mucho más favorable para el combate de la clase obrera y de los revolucionarios. En el contexto histórico actual, en que la revolución no está a la orden del día pero tampoco la guerra mundial imperialista, las condiciones objetivas son mucho menos propicias a la traición de una organización proletaria ([5]). Sigue entonces siendo el mismo principio, que cualquier revolucionario consecuente ha de defender: si considera que su organización está degenerando ha de seguir luchando en su seno para enderezarla. En ningún caso puede aceptarse la actitud pequeño burguesa de salvarse a sí mismo como ocurre con los «revolucionarios de salón», con sus tendencias individualistas y contestatarias heredadas de la típica mentalidad del 68 y que hoy están atraídos por los cantos de sirena del parasitismo. Por esto los que abandonan a su organización acusándola de todo los males, sin haber tenido el valor de haber luchado de forma consecuente en su seno, no son sino irresponsables y merecen ser combatidos como miserables pequeños burgueses sin principios, como es el caso de RV ([6]).

El largo combate de las «izquierdas» de la IC

La crisis del movimiento comunista no sale claramente a la luz más que en 1923. Unos hechos lo verifican: tras el tercer Congreso de la IC, en el que aparece claramente el peso creciente del oportunismo, la represión en Rusia cae sobre Kronstadt y las huelgas se desarrollan en Petrogrado y en Moscú y, paralelamente, aparece la Oposición obrera en el Partido comunista ruso (PCUS).

Trotski expresa el sentimiento general al afirmar: «La causa fundamental de la crisis de la revolución de Octubre está en el retraso de la revolución mundial» ([7]). Efectivamente, ese retraso lastra el movimiento obrero en su conjunto. Hay que añadir que éste también está desorientado por las medidas de capitalismo de Estado tomadas en Rusia con la NEP. Los últimos fracasos sufridos por el proletariado en Alemania no hacen sino retrasar la esperanza de una extensión de la revolución en Europa.

La duda empieza a socavar a los revolucionarios, incluido Lenin ([8]). En 1923, la Revolución rusa está ahogada económicamente por el capitalismo que domina el planeta. En ese aspecto, la situación de la URSS es catastrófica y el problema que se plantea en las instancias dirigentes es este: ¿debe ser mantenida la NEP íntegramente o ha de ser corregida con una ayuda a la industria?.

El combate de Trotski

Trotski comienza su combate ([9]) en el seno del Buró político (BP) del PCUS en el que la mayoría quiere conservar el statu quo. No está de acuerdo sobre la cuestión de la situación económica en Rusia y sobre la cuestión organizativa en el PCUS. Para evitar que se rompa la unidad del Partido, estos desacuerdos no salen del BP. No serán conocidos en el exterior más que a partir del otoño de 1923, y en particular con la publicación del libro de Trotski Nuevo curso ([10]).

Se van a expresar otras manifestaciones de oposición:

  • una carta del 15 de octubre de 1923 dirigida al Comité central del PCUS y firmada por 46 personalidades de izquierda y de la oposición (Piatakov, Preobrazhenski y también Osinski, Sapronov, Smirnov, etc.). Reclaman la convocatoria de una conferencia especial para tomar medidas impuestas por las circunstancias en espera del Congreso;
  • la formación del grupo Centralismo democrático con Sapronov, Smirnov, etc.;
  • la reactivación de la Oposición obrera, con Shliápnikov;
  • la creación del Grupo obrero de Miásnikov, Kusnezov, etc. ([11]).

Paralelamente a estos acontecimientos, en febrero de 1923, Bordiga desde presidio hace sus primeras críticas graves a la IC, en particular sobre la cuestión del «frente único», en su Manifiesto a todos los camaradas del PCI y, basándose en este desacuerdo de fondo, pide que se le descargue de sus funciones de dirigente del Partido comunista italiano (PCI) para no tener que defender posiciones que no comparte ([12]).

Para poder desarrollar más eficazmente su combate político, Bordiga, al igual que Trotski, adopta una actitud de prudencia. Y dos años más tarde da la clave de su método en una carta a Korsch firmada del 26 de octubre de 1926: «Zinoviev y sobre todo Trotski son dos hombres que tienen un gran sentido de la realidad; han entendido que hay que saber recibir golpes sin pasar a la ofensiva abierta». Así actúan los revolucionarios: con paciencia. Son capaces de proseguir un largo combate para lograr sus fines. Saben recibir golpes, avanzar con prudencia y sobre todo trabajar, sacar lecciones para los combates futuros de la clase obrera.

Tal actitud está a mil leguas de la que adoptan nuestros «revolucionarios domingueros» tan excitados y ansiosos por no se sabe cuál triunfo inmediato, cuya pasión es salvar su «yo», como es el caso de RV que huyó de sus responsabilidades y va lloriqueando sobre los sufrimientos que le ha causado la CCI durante el último debate interno en el que participó, sufrimientos peores, según él, que los que Stalin reservó a la oposición de izquierdas (sic). Sin hablar de su aspecto calumnioso, tal afirmación podría dar risa si no se tratara de una cuestión tan grave. Y nadie que conozca aunque sea un poquito de la historia de la Oposición de izquierda y de lo que fue su fin trágico podrá creerse ni por un instante semejante patraña.

La crisis de 1925-26: sigue el combate de Trotski y el de la Izquierda italiana

El período que sigue el Vº Congreso de al IC se caracteriza por:

  • la generalización de la «bolchevización» de los PC y de lo que se ha llamado el «curso derechista» de la IC. El objetivo de Stalin y de sus lacayos era eliminar a la dirección de los partidos en Francia y Alemania, o sea la de Treint y la de Ruth Fischer, que habían alineado con Zinoviev en el Vº Congreso de la IC y que no estaban dispuestos a irse hacia la derecha;
  • la «estabilización» del capitalismo, lo cual significaba para la dirección de la IC que se debía prever una «adaptación». Dice el Informe de actividades políticas del Comité central del XIVº Congreso del PCUS (diciembre de 1925): «Lo que durante cierto tiempo pensábamos que sería una pausa corta se ha transformado en todo un período».

Al margen de los debates del Congreso, el acontecimiento más importante para el movimiento obrero fue la desintegración, a finales de 1925, de la troika Zinoviev-Kamenev-Stalin, que encabezaba la dirección del PCUS y de la IC desde que Lenin se vio obligado a renunciar a su actividad política. ¿Por qué se desintegró? Su existencia estaba ligada al combate contra Trotski. En cuanto éste y la primera Oposición fueron amordazados, Stalin ya no necesitaba para nada a los «viejos bolcheviques» en torno a Zinoviev o Kamenev para acaparar la dirección del Estado, del Partido ruso y de la IC. La situación de «estabilización» le dio la oportunidad de un cambio político.

Aunque se enfrente a Stalin en cuanto a la política interior soviética, Zinoviev comparte con él el análisis de la política mundial: «la primera dificultad está en el aplazamiento de la revolución mundial. Cuando la revolución de Octubre, estábamos convencidos de que los obreros de los demás países iban a socorrernos al cabo de unos meses o, si las cosas iban mal, unos años. Desgraciadamente, hoy, el aplazamiento de la revolución mundial es un hecho verificado, es cierto que la estabilización parcial del capitalismo va para largo y esa estabilización acarrea nuevas y mayores dificultades».

A la vez que las direcciones del partido y de la IC reconocen la «estabilización», afirman, sin embargo, que el Vº Congreso no se había equivocado y que su política era correcta. Efectúan un cambio político sin decirlo abiertamente.

Mientras que Trotski guarda silencio en aquellos momentos, la Izquierda italiana adopta una actitud más política prosiguiendo el combate abiertamente. Bordiga trata de la cuestión rusa en febrero de 1925 así como de la «cuestión Trotski» en un artículo publicado en la Unità.

Para oponerse a la «bolchevización», la izquierda del PCI crea un «Comité de entendimiento» (marzo-abril de 1925). Sin embargo, para no ser excluido del Partido por la dirección de Gramsci, Bordiga no se afilia inmediatamente a ese Comité. Será en enero cuando adopte las posiciones de Damen, Fortichiari y Repossi. Este Comité, sin embargo, no es todavía una verdadera fracción, no es más que un medio organizativo. La izquierda estará obligada finalmente a disolver ese Comité de entendimiento para no ser excluida del Partido, a pesar de seguir siendo todavía mayoritaria en su seno.

En la primavera del 26 se crea en Rusia la Oposición unificada en torno a la primera oposición de Trotski, a la que se añaden Zinoviev, Kamenev, Krupskaia, para la preparación del XVº Congreso del PCUS. La represión estalinista se refuerza y golpea a los nuevos oponentes:

  • Serebriakov, Preobrazhenski ([13]) son excluidos del Partido;
  • otros son encarcelados (Miasnikov del Grupo obrero) o perseguidos, como Fishelev, el director de la Imprenta nacional;
  • protagonistas de primer plano de la guerra civil son expulsados del ejército: Grunstein (director de la Escuela de aviación) o el ukraniano Ojotnikov;
  • en Leningrado, a Moscú, en el Ural, la GPU decapita las organizaciones locales de la Oposición, haciendo excluir a sus responsables del Partido.

En octubre del 27, Trotski y Zinoviev son excluidos del Comité central del PCUS.

Prosigue el combate después de 1927

La capitulación de los zinovievistas no impide a la izquierda rusa proseguir el combate. Nada puede frenar a estos militantes que son verdaderos luchadores de la clase obrera, ni las vejaciones, ni las amenazas, ni la exclusión: «la exclusión nos quita nuestros derechos de miembros del Partido, no nos quita las obligaciones contraídas por cada uno de nosotros al entrar en el Partido comunista. Excluidos del Partido, seguimos fieles a su programa, sus tradiciones, su bandera. Seguiremos obrando por el reforzamiento del Partido comunista y su influencia en la clase obrera» ([14]).

Rakovski nos da ahí una formidable lección de política revolucionaria. Ésta es la actitud de los revolucionarios, éste es nuestro principio. Jamás los revolucionarios abandonan su organización mientras pueda ser salvada para la clase, a no ser que sean excluidos de ella, y, aún así, prosiguen el combate para intentar volver a ponerla en pie. Durante años, los opositores lo van a hacer todo para ser reintegrados en el Partido, al estar convencidos de que su exclusión es temporal.

Sin embargo, muy rápidamente, empiezan las deportaciones en enero del 28. Son condiciones particularmente difíciles porque ningún trabajo, ningún medio de sobrevivir se les garantiza a los deportados en su lugar de residencia obligatoria. La represión afecta incluso a las familias, a las que se les quita hasta el alojamiento. A Trotski se le manda a Alma Ata y, a las 48 horas, Rakovski ha de salir para Astraján. Pero no abandonan el combate y la Oposición se organiza en el exilio. A pesar de los golpes de la represión, los opositores y su representante más eminente, Rakovski, mantienen firme su postura de combate a pesar de capitulaciones sucesivas y de la expulsión de Trotski de la URSS.

Propalados solapadamente por la GPU, empiezan a correr rumores según los cuales Stalin va a aplicar finalmente la política de la Oposición. Estos rumores, debidos supuestamente al papel provocador de Radek, dan lugar a un inicio de estallido en la Oposición. Esos acontecimientos provocan una desmovilización de los más débiles, permitiendo al poder estalinista descubrir cuáles son los elementos más flojos de la Oposición y evaluar el momento más favorable para atacarlos o llevarlos a capitular.

Ante esas nuevas dificultades, Rakovski declara en agosto del 29: «Llamamos al Comité central (...) pidiéndole que nos facilite nuestra vuelta al Partido (...) reintegrando del exilio a L.D. Trotski (...) Estamos totalmente dispuestos a renunciar a los métodos fraccionales de lucha y a someternos a los estatutos y a la disciplina de Partido que garantizan a cada uno de sus miembros el derecho de defender sus opiniones comunistas».

Esta declaración no puede ser aceptada por el poder, no solo por la petición del retorno de Trotski del exilio, sino también porque está redactada de forma que aparezca la duplicidad de Stalin y su responsabilidad en los acontecimientos. Sin embargo, alcanza su meta enfriando el pánico que reinaba en las filas de los opositores. Cesa entonces la oleada de capitulaciones.

A pesar de la represión atroz, de los asesinatos, el combate de Rakovski y del centro de la Oposición va a proseguir de forma organizada en Rusia hasta febrero del 34. La mayoría sigue resistiendo hasta en los campos ([15]). El abandono de Rakovski no fue en modo alguno una capitulación vergonzosa como fue la de los zinovievistas. En un artículo de Bilan ([16]) se afirma claramente: «El camarada Trotski (...) ha publicado una nota en la que tras haber declarado que no se trata de una capitulación ideológica y política, escribe: “Hemos repetido a menudo que el restablecimiento del PC en URSS no se puede realizar más que por la vía internacional. El caso Rakovski lo confirma de forma negativa pero deslumbrante”. Nos solidarizamos con la apreciación (...) con respecto a Rakovski, su último gesto no tiene nada que ver con las vergonzantes capitulaciones de los Radek, Zinoviev, Kamenev...».

Un combate a nivel internacional

Tras la expulsión de Trotski de la URSS en 1929, el combate se va a desarrollar a nivel mundial con la creación de la Oposición de izquierdas internacional.

Bordiga participa por última vez en una reunión de la Internacional en febrero-marzo de 1926, cuando el VIº Pleno de la IC. Dice en su discurso: «Es deseable que se forme una resistencia de izquierdas; no hablo de una fracción, sino de una resistencia de izquierdas a nivel internacional en contra de semejantes peligros derechistas; y he de decir abiertamente que esta reacción sana, útil y necesaria no puede ni debe hacerse con maniobras o intrigas, con rumores propagados por los pasillos y entre bastidores».

Y a partir de 1927 prosigue el combate de la Izquierda italiana en la emigración en Francia y Bélgica. Aquellos militantes que no han podido huir de Italia están encarcelados o, como Bordiga, sometidos a residencia vigilada en una isla. La Izquierda italiana sigue luchando en los partidos comunistas y en la IC, a pesar de la exclusión de muchos de sus miembros. Su meta esencial es intervenir en esas organizaciones para rectificar su curso degenerante que no consideran como inevitable. «Los partidos comunistas (...) son órganos en los que se ha de obrar para combatir el oportunismo. Estamos convencidos de que la situación obligará a los dirigentes a reintegrarnos como fracción organizada (subrayado por nosotros), a no ser que la situación haga desaparecer totalmente a los partidos comunistas. También en este caso, que nos parece muy improbable, seguiremos cumpliendo con nuestro deber comunista» ([17]).

En esta visión aparece claramente toda la diferencia entre Trotski y la Izquierda italiana. Ésta se constituye en fracción en abril de 1928, en respuesta a la decisión del IXº Pleno ampliado de la IC (9-25 de abril de 1928) que afirma que no se puede seguir siendo miembro de la IC y defender las posiciones políticas de Trotski. Al no poder seguir siendo miembros de la IC, los miembros de la Izquierda italiana se ven obligados a constituirse en fracción.

En la resolución de fundación de la fracción, se proponen las tareas siguientes:

«1. Reintegración de todos los expulsados de la Internacional que se reivindican del Manifiesto comunista y aceptan las Tesis del IIº Congreso mundial.

2. Convocatoria del VIº Congreso mundial bajo la presidencia de León Trotski.

3. Puesta al orden del día en el VIº Congreso mundial de la expulsión de la Internacional de todos aquellos que se declaren solidarios con las resoluciones del XVº Congreso ruso». ([18])

Así, cuando la Oposición rusa pide su reintegración en el partido, la Izquierda italiana desea mantenerse como fracción en el seno de la IC y de los PC, pues piensa que la regeneración exige ahora una labor de fracción. «Por fracción, entendíamos nosotros el organismo que forme a los dirigentes que deberán asegurar la continuidad de la lucha revolucionaria y que están llamados a convertirse en protagonistas de la victoria proletaria. Contra nosotros, (...) [la Oposición] afirmaba que no había que proclamar la necesidad de la formación de dirigentes: la clave de los acontecimientos se encontraba en manos del centrismo y no en manos de las fracciones» (subrayado por nosotros) ([19]).

Hoy, al no haber logrado atajar la degeneración de los partidos comunistas y de la IC, podrá parecer errónea esa política que consistía en renovar las demandas de reintegración en la Internacional y que la Izquierda comunista sólo dejaría después de 1928. Pero, sin esa política, la oposición se habría encontrado fuera de la IC, desembocando en una situación de aislamiento peor todavía. Los opositores se habrían encontrado alejados de la masa de militantes comunistas y no habrían podido ir en contra su retroceso ([20]). Fue ese método, teorizado más tarde por la Izquierda italiana, el que permitió mantener los vínculos con el movimiento obrero y trasmitir sus experiencias a la izquierda comunista actual de la que la CCI forma parte.

En cambio, la política de aislamiento del grupo Réveil communiste ([21]), por ejemplo, fue catastrófica. Ese grupo no sobrevivió, siendo incapaz de originar una corriente organizada. Confirmó sobre todo el método y la tesis clásica del movimiento obrero: no se rompe así como así con una organización del proletariado; no se rompe sin haber agotado previamente todas las soluciones, sin haber usado todos los medios para alcanzar, por un lado, la clarificación política de las divergencias y, por otro, convencer al máximo posible de elementos sanos.

Las lecciones sacadas por la Izquierda italiana

No hemos hecho este amplio panorama histórico por el gusto de dárnoslas de historiadores, sino para sacar las enseñanzas necesarias para el movimiento obrero y nuestra clase de hoy. Lo expuesto nos enseña que «la historia del movimiento obrero es la historia de sus organizaciones», como lo afirmaba Lenin. Hoy podrá parecer normal separarse, sin ningún principio, de una organización política del proletariado. Aún teniendo las mismas bases programáticas se crea una nueva organización o, sin haber hecho una crítica del programa y de la práctica de una organización, se decreta su degeneración. Recordar la historia de la IIIª Internacional nos muestra cuál debe ser la actitud de los revolucionarios. A no ser que se piense que no se necesitan las organizaciones revolucionarias o que puede uno por su cuenta pretender descubrir todo lo que nos han legado las organizaciones del pasado. Sin el trabajo teórico y político de la Izquierda italiana, ni la CCI ni los demás grupos de la Izquierda comunista (el BIPR y los diferentes PCInt) existirían hoy.

Es evidente que si nos reivindicamos de la actitud de la Oposición y de la Izquierda italiana, no podemos, en cambio, reivindicarnos plenamente de las concepciones de la oposición y de Trotski.

Sí estamos de acuerdo, en cambio, con las propuestas en Bilan a principios de los años 30: «Es muy cierto que el papel de las fracciones es sobre todo un papel de educación de mandos mediante las experiencias vividas, gracias a la confrontación rigurosa de lo que los acontecimientos significan (...) Sin la labor de las fracciones, la Revolución rusa habría sido imposible. Sin las fracciones, Lenin mismo habría sido un ratón de biblioteca y no el jefe revolucionario que fue.

Las fracciones son, pues, los únicos espacios históricos en los que el proletariado continúa su labor por su organización de clase. Desde 1928 hasta hoy, el camarada Trotski ha desdeñado totalmente esa labor de construcción de fracciones y, por lo tanto, no ha contribuido en la construcción de las condiciones necesarias para el movimiento de masas» ([22]).

Del igual modo, nos reivindicamos nosotros de lo que la Izquierda italiana puso de relieve sobre la pérdida de las organizaciones políticas en un período de retroceso histórico del proletariado, en un curso hacia la guerra, en su caso, (el de los años 30), aunque hoy no sea lo mismo:

«La muerte de la Internacional comunista es el resultado de la extinción de su función: la IC ha muerto por la victoria del fascismo en Alemania; este acontecimiento ha agotado históricamente su función y ha expresado el primer resultado definitivo de la política centrista.

El fascismo, victorioso en Alemania, ha significado que los acontecimientos han tomado un derrotero opuesto al de la revolución mundial, van por el camino que lleva a la guerra.

El partido no deja de existir, incluso después de la muerte de la Internacional. EL PARTIDO NO MUERE, PERO SÍ TRAICIONA» ([23]).

Todos aquellos que, hoy, dicen estar de acuerdo con las posiciones y los principios de la Izquierda italiana y que acusan a una organización de estar degenerando, tienen el deber y la responsabilidad de hacerlo todo por impedir que esa dinámica prosiga y acabe en traición, del mismo modo que, antes que ellos, lo hicieron los camaradas de Bilan.

Pero la Izquierda italiana, al criticar a Trotski, también criticaba a todos esos individuos sin principios (o que no quieren saber en qué curso histórico se sitúan), que sólo piensan en construir nuevas organizaciones fuera de las ya existentes o que, como se ve hoy con el desarrollo del parasitismo, sólo piensan en destruir las que acaban de dejar:

«De una forma parecida, en lo que se refiere a la creación de nuevos partidos, [aquí la Izquierda italiana habla de Trotski, quien en 1933 proponía la construcción de nuevos partidos], a los deportistas del “más difícil todavía”, en lugar de construir el organismo para la acción política (...) lo único que hacen es mucho ruido sobre la necesidad de no perder un solo instante para ponerse a trabajar (...).

Es evidente que la demagogia y el éxito efímero le convienen más al deporte que a la labor revolucionaria» ([24]).

A todos esos señoritos, esos nuevos «deportistas», a esos fundadores irresponsables de nuevas capillitas, enderezadores de entuertos y de partidos que se ponen a denunciar a troche y moche a las organizaciones proletarias existentes, queremos recordarles muy especialmente la labor paciente y revolucionaria de la Oposición y sobre todo la de la Izquierda italiana en los años 20 y 30 para salvar a sus organizaciones y preparar a los dirigentes del futuro partido, en lugar de abandonar su organización para «salvar su alma».

Or


[1] Ver los números de esta Revista internacional dedicados a la revolución alemana.

[2] Los revolucionarios que fundaron el KAPD habían sido excluidos del Partido comunista alemán (KPD); no rompieron con éste.

[3] Pierre Naville, que estuvo con Rakovski en Moscú en 1927, dice que éste no se hacía la menor ilusión entonces. Sólo preveía años de sufrimiento y de represión, lo que, evidentemente, no lo arredró en su determinación de verdadero combatiente de la clase obrera. Ver, p. 274, Rakovsky ou la révolution dans tous les pays, de Pierre Broué (Ed. Fayard, París) y Trotski vivant de Pierre Naville.

[4] Ver nuestros textos sobre la Izquierda italiana y nuestro libro La Izquierda comunista de Italia.

[5] No hay que excluir una traición así, por ejemplo, cuando una organización proletaria, a causa de su falta de claridad sobre la cuestión de las luchas de «liberación nacional» se deja arrastrar al terreno del izquierdismo, o sea al de la burguesía, apoyando a un campo imperialista contra otro, en conflictos entre grandes potencias, con el pretexto de «luchas de liberación nacional». Esto es lo que les ocurrió a algunas secciones del Partido comunista internacional (bordiguista) a principios de los años 80.

[6] Ver nuestro folleto (en francés) La pretendida paranoia de la CCI.

[7] L. Trotski, La Internacional comunista después de Lenin.

[8] Philippe Robrieux, Histoire intérieure du Parti communiste français, t. 1.

[9] Al principio, ese combate, sobre la cuestión del régimen interno del Partido y la burocracia, debía llevarlo a cabo Trotski junto con Lenin. Pero Lenin tuvo un segundo ataque que le impediría volver al trabajo; ver la introducción de A. Rosmer en De la révolution, colección de artículos y textos de Trotski, Ed. de Minuit, París.

[10] Se publicó en diciembre de 1923.

[11] Cf. «Manifiesto del Grupo obrero del PCUS», febrero de 1923, Invariance nº 6, 1975.

[12] La «izquierda» del PCI era todavía mayoritaria en el Partido.

[13] Antiguos secretarios del partido antes de Stalin.

[14] Rakovsky, ou la révolution dans tous les pays, de Pierre Broué.

[15] Ante Ciliga, Diez años en el país de la mentira desconcertante.

[16] Bilan nº 5, marzo de 1934.

[17] «Respuesta del 8/7/1928 de la Izquierda Italiana a la Oposición comunista de Paz», ver Contre le courant nº 13.

[18] Se trata sobre todo de la resolución de exclusión de todos los que se solidarizaron con Trotski. Cita de Prometeo nº 1, mayo de 1928.

[19] Bilan nº 1, noviembre de 1933.

[20] Por ejemplo, H. Chazé permaneció en el PCF hasta 1931-32, siendo secretario de una sección de las afueras de París. Ver su Chronique de la révolution espagnole, Ed. Spartacus.

[21] Ver nuestro libro La izquierda comunista de Italia.

[22] Bilan nº 1, «Vers l’Internationale deux et trois quarts...?», 1933. Los trotskistas acabarían por caer, después de haberse lanzado durante los años 30 en toda clase de aventuras, en agrupamientos sin principios como con el PSOP (Socialdemocracia francesa de izquierdas) después de haber hecho «entrismo» en la SFIO (Partido socialista francés).

[23] Idem.

[24] Idem.

Series: 

  • Las fracciones de Izquierda [9]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Tercera Internacional [10]
  • La Izquierda italiana [11]
  • La Izquierda germano-holandesa [12]
  • Izquierda comunista francesa [13]
  • La Oposición de izquierdas [14]

Polémica: hacia los orígenes de la CCI y del BIPR, II - La formación del Partito comunista internazionalista

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En el número anterior de la Revista internacional publicamos la primera parte de este artículo, respuesta a la polémica «Las raíces políticas de los problemas organizativos de la CCI» aparecido en el nº 15 de Internationalist Communist, publicación en inglés de Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR), formado por la Communist workers’ organisation (CWO) y el Partito comunista internazionalista (PCint). En esa primera parte, después de rectificar una serie de afirmaciones del BIPR

que demuestran un desconocimiento de nuestras posiciones, volvíamos a la historia de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional, corriente política de la que se reivindican tanto el BIPR como la CCI. Pusimos especialmente de relieve que el antepasado de la CCI, la Izquierda comunista de Francia (Gauche communiste de France, GCF), era bastante más que un «grupo minúsculo» como así lo califica el BIPR; era, en realidad, la verdadera heredera política de la Fracción italiana al haberse formado sobre las adquisiciones de ésta. Y son esas adquisiciones las que precisamente el PCInt dejó de lado e incluso las rechazó totalmente en el momento de la formación, en 1943, y más todavía en su Congreso fundacional de finales de 1945. Esto es lo que vamos a evidenciar en esta segunda parte del artículo.

Para los comunistas, estudiar la historia del movimiento obrero y de sus organizaciones no tiene nada que ver con un prurito académico. Es, al contrario, el medio indispensable que les permite fundar un programa sólido, orientarse en la situación presente y establecer con claridad las perspectivas del porvenir. El examen de las experiencias pasadas de la clase obrera debe permitir verificar la validez de las posiciones que fueron defendidas en su tiempo por las organizaciones políticas y sacar lecciones de ellas.

Los revolucionarios de una época no se ponen de jueces de sus mayores. Pero sí deben ser capaces de poner en evidencia tanto las posiciones justas como los errores de las organizaciones del pasado, del mismo modo que deben saber reconocer el momento en que una posición correcta en determinado contexto histórico se vuelve caduca cuando cambian las condiciones históricas. Si no, tendrán las mayores dificultades para asumir su responsabilidad, condenadas a repetir los errores del pasado o a mantener una posición anacrónica.

Ese enfoque es el abecé de una organización revolucionaria. El BIPR, si nos referimos al artículo citado, comparte ese enfoque y nosotros consideramos muy positivo que esa organización haya abordado, entre otros temas, la cuestión de sus propios orígenes históricos (o más bien los del PCInt) como también los de la CCI. Nos parece que para comprender los desacuerdos entre ambas organizaciones hay que partir del examen de sus historias respectivas. Por eso nuestra respuesta a la polémica del BIPR se concentra en ese tema. Ya empezamos a hacerlo en la primera parte de este artículo sobre la Fracción italiana y la GCF. Se trata ahora de remontar a la historia del PCInt.

En realidad, uno de los puntos importantes que deben establecerse aquí es el siguiente: ¿puede considerarse, como dice el PCInt, que «el PCInt fue la creación de la clase obrera revolucionaria que había alcanzado mayor éxito desde la Revolución rusa»? ([1]). Si así fuera, habría que considerar la acción del PCInt como ejemplar y fuente de inspiración para las organizaciones comunistas de hoy y de mañana. Lo que se plantea es lo siguiente: ¿cómo y con qué debe medirse el éxito de una organización revolucionaria? La respuesta se impone: si ha cumplido con las tareas que le incumben en el período histórico en el que ha actuado. Por eso, los criterios del «éxito» que se seleccionen son ya significativos de cómo se concibe el papel y la responsabilidad de la organización de la vanguardia del proletariado.

Los criterios del «éxito» de una organización revolucionaria

Una organización revolucionaria es la expresión y a la vez factor activo del proceso de toma de conciencia que debe llevar al proletariado a asumir la tarea histórica de derrocamiento del capitalismo e instauración del comunismo. La organización es por lo tanto un instrumento indispensable del proletariado en el momento del salto histórico que representa su revolución comunista. Cuando una organización revolucionaria está confrontada a esa situación particular, como así fue con los partidos comunistas a partir de 1917 y a principios de los años 20, el criterio decisivo con el que debe apreciarse su acción es su capacidad para unificar en torno a ella y al programa comunista que defiende, a las grandes masas obreras, sujeto de la revolución. Por ello, puede decirse que el Partido bolchevique cumplió plenamente su tarea en 1917, y no sólo respecto a Rusia sino a la revolución mundial ya que fue él el principal inspirador en el programa y en la constitución de la Internacional comunista fundada en 1919. De febrero a octubre de 1917, su capacidad para vincularse a las masas en plena efervescencia revolucionaria, para proponer, en cada momento del proceso de maduración de la revolución, las consignas más adaptadas a la vez que mantenía la mayor intransigencia ante el oportunismo, fue un factor incontestable de su «éxito».

El papel de las organizaciones comunistas no se limita, sin embargo, a los períodos revolucionarios. Si así fuera, sólo habría habido organizaciones comunistas en el período entre 1917 y 1923 y cabría preguntarse qué sentido tendría la existencia del BIPR y de la CCI hoy. Está claro que, fuera de los períodos directamente revolucionarios, las organizaciones comunistas tienen el papel de preparar la revolución, o sea, contribuir lo mejor posible al desarrollo de su condición esencial: la toma de conciencia por el conjunto del proletariado de sus objetivos históricos y de los medios que emplear para alcanzarlos. Esto significa, en primer lugar, que la función permanente de las organizaciones comunistas (que es pues también la suya en los períodos revolucionarios) es definir lo más clara y coherentemente el programa del proletariado. Esto significa, en segundo lugar y en relación directa con la primera función, preparar política y organizativamente el partido que deberá encontrarse a la cabeza del proletariado en el momento de la revolución. Y eso exige en particular una intervención permanente en la clase, en función de los medios de la organización, para así ganar para las posiciones comunistas a quienes intentan romper con el dominio ideológico de la burguesía y de sus partidos.

Volviendo a eso de «la creación de la clase obrera revolucionaria que había alcanzado mayor éxito desde la Revolución rusa» o sea el PCInt (según la afirmación del BIPR), cabe plantearse la pregunta: ¿de qué «éxito» se trata?

¿Desempeñó un papel decisivo en la acción del proletariado durante un período revolucionario como la había hecho el Partido bolchevique en 1917?

¿Aportó contribuciones de primer plano en la elaboración del programa comunista, siguiendo el ejemplo, entre otros, de la Fracción italiana de la Izquierda comunista, de la que el PCInt se reivindica?

¿Puso sólidos cimientos organizativos de importancia en los que podría basarse la fundación del futuro partido comunista mundial, vanguardia de la revolución proletaria venidera?

Vamos a empezar respondiendo a esta última pregunta. En una carta del 9 de junio de 1980 dirigida por la CCI al PCInt, justo después del fracaso de la Tercera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, escribíamos: «¿Cómo explicáis vosotros (...) que vuestra organización, desarrollada ya en el momento de la reanudación de la clase en 1968, no sacara provecho de esa reanudación para extenderse a nivel internacional, mientras que la nuestra, prácticamente inexistente en 1968, ha multiplicado sus fuerzas y se ha implantado en diez países?».

La pregunta que formulábamos entonces sigue vigente hoy. Desde entonces, el PCInt ha logrado ampliarse internacionalmente mediante la formación del BIPR, junto con la CWO (que ha adoptado, en lo esencial, sus posiciones y análisis políticos) ([2]). Pero debe reconocerse que el balance del PCInt, tras más de medio siglo de existencia, es bastante modesto. La CCI ha puesto siempre de relieve, lamentándola, la debilidad numérica extrema y el reducido impacto de las organizaciones comunistas, incluida la nuestra, en el período actual. No es nuestro estilo el de andar echando faroles o el de autoproclamarnos «verdadero estado mayor del proletariado». Dejamos a los demás grupos esa manía de tomarse por el «auténtico Napoleón» y andar proclamándolo. Dicho lo cual, apoyándose en ese criterio del «éxito», el de la «minúscula GCF», aunque dejara de existir en 1952, es mucho más satisfactorio que el del PCInt. Con secciones o núcleos en 13 países, 11 publicaciones territoriales en 7 lenguas diferentes (y entre ellas las más extendidas en los países industrializados: inglés, alemán, español y francés), una revista teórica trimestral en tres idiomas, la CCI, que se formó en base a las posiciones y análisis políticos de la GCF, es hoy, sin lugar a dudas, la organización política más importante de la Izquierda comunista. El BIPR podrá, claro está, considerar que el «éxito» actual de los herederos de la GCF, comparado con el del PCInt, sería la prueba de la debilidad de la clase obrera. Cuando ésta haya desarrollado mucho más sus combates y su conciencia, reconocerá la validez de las posiciones y las consignas del BIPR y se agrupará mucho más masivamente en torno a él. Cada uno se consuela como puede.

Así, cuando el BIPR usa el superlativo absoluto del «éxito» del PCInt, no se puede tratar (a no ser que se refugie en especulaciones sobre lo que será el PCInt en el futuro) de su capacidad para poner las bases organizativas del futuro partido mundial.

Nos vemos obligados a usar otro criterio: ¿aportó el PCInt de 1945-46 (o sea cuando adopta su primera plataforma) contribuciones de primer plano a la elaboración del programa comunista?

No vamos aquí a pasar revista a todas las posiciones políticas de esa plataforma, la cual, es cierto, contiene aspectos excelentes. Sólo vamos a evocar ahora algunos puntos programáticos, importantísimos ya en aquella época, para los que no se encuentra en la plataforma una gran claridad. Se trata de la naturaleza de la URSS, del carácter de las luchas llamadas de «liberación nacional y colonial» y de la cuestión sindical.

La plataforma actual del BIPR es clara sobre la naturaleza capitalista de la sociedad que ha existido en Rusia hasta 1990, sobre el papel de los sindicatos como instrumentos de la preservación del orden burgués que el proletariado no podrá nunca y de ninguna manera «reconquistar», y sobre el carácter contrarrevolucionario de las luchas nacionales. Sin embargo, esta claridad no existe en la plataforma de 1945 en la que la URSS era todavía considerada como «Estado proletario», en la que la clase obrera era llamada a apoyar ciertas luchas nacionales o coloniales y en la que se consideraba a los sindicatos como organizaciones que el proletariado podría «reconquistar», en particular gracias a la creación, bajo la batuta del PCInt, de minorías candidatas a su dirección ([3]). Hay que precisar que en ese mismo momento, la GCF ya había cuestionado el viejo análisis de la Izquierda italiana sobre la naturaleza proletaria de los sindicatos y ya había comprendido que la clase obrera ya no podría, en ningún modo, reconquistar esos órganos. Del igual modo, el análisis sobre la naturaleza capitalista de la URSS ya había sido elaborado durante la guerra por la Fracción italiana reconstituida en torno al núcleo de Marsella. En fin, la naturaleza contrarrevolucionaria de las luchas nacionales, el que ya sólo fueran otros tantos momentos de los enfrentamientos imperialistas entre grandes potencias, era ya algo claramente definido por la Fracción en los años 30. Por todo eso, nosotros confirmamos lo que ya dijo la GCF sobre el PCInt en 1946 y que tanto enfada al BIPR cuando se queja de que «la GCF afirmaba que el PCInt no significaba avance alguno con relación a la vieja Fracción de la Izquierda comunista que se había exiliado en Francia durante la dictadura de Mussolini». En lo que a claridad programática se refiere, lo hechos hablan por si solos([4]).

No puede, pues, afirmarse que las posiciones programáticas del PCInt de 1945 formen parte del «éxito» pues buena parte de entre ellas tuvieron que ser revisadas después, sobre todo en 1952, en el congreso que conoció la escisión de la tendencia de Bordiga, y después también. Si el BIPR nos disculpa la ironía, podríamos decir que algunas de sus posiciones actuales están más inspiradas en las de la GCF que en las del PCInt de 1945. ¿Dónde estriba pues el «gran éxito» de esta organización? Sólo queda ya la fuerza numérica y el impacto que pudiera haber tenido en un momento dado de la historia.

Efectivamente, el PCInt contó, entre 1945 y 1947, con cerca de 3000 miembros y una cantidad significativa de obreros que se reconocían en él. O sea que esta organización pudo haber desempeñado un papel significativo en acontecimientos históricos llevándolos por el camino de la revolución proletaria, aunque esto, en fin de cuentas, no ocurrió. Es evidente que no se trata aquí, ni mucho menos, de echarle en cara al PCInt el haber incumplido su responsabilidad ante una situación revolucionaria, pues tal situación no existía en 1945. Pero ahí es precisamente donde duele. Como dice el artículo del BIPR, el PCInt apostaba: «por una combatividad obrera no limitada al norte de Italia al final de la guerra». De hecho, el PCInt se formó en 1943 basándose en un resurgir de los combates de clase en el norte de Italia apostando por el hecho de que esos combates iban a ser los primeros de una nueva oleada revolucionaria que surgiría de la guerra como había ocurrido durante el primer conflicto mundial. La historia se encargaría de desmentir esa perspectiva. Pero en 1943 era perfectamente legítimo planteársela ([5]). Al fin y al cabo, la Internacional comunista y la mayoría de los partidos comunistas, y entre ellos el italiano, se habían formado cuando ya la oleada revolucionaria iniciada en 1917 estaba declinando tras el trágico aplastamiento del proletariado alemán en enero de 1919. Pero los revolucionarios de entonces no tenían todavía conciencia de ese retroceso (y es precisamente uno de los méritos de la Izquierda italiana el haber sido una de las primeras corrientes en constatar esa inversión en la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado). Sin embargo, cuando se verificó la Conferencia de finales de 1945-principios del 46, la guerra ya había terminado y las reacciones proletarias por ella engendradas en 1943 habían quedado ahogadas gracias a una sistemática política preventiva de la burguesía ([6]). A pesar de ello, el PCInt no cuestionó su política anterior (aunque se alzaron algunas voces en la Conferencia constatando el reforzamiento del control burgués sobre la clase obrera). Lo que era un error normal en 1943 lo era mucho menos a finales de 1945. El PCInt, sin embargo, siguió por el mismo camino y ya nunca pondrá en entredicho la validez de la formación del Partido en 1943.

Pero lo más grave para el PCInt no es el error de apreciación del período histórico y la dificultad para reconocerlo. Más catastrófico todavía fue el modo con el que se desarrolló el PCInt y las posiciones que tuvo que adoptar para ello, sobre todo porque intentó «adaptarse» a las ilusiones crecientes de una clase obrera en retroceso.

La formación del PCInt

Cuando se formó el PCInt en 1943, se reivindicaba de las posiciones políticas elaboradas por la Fracción italiana de la Izquierda comunista. Por otra parte, si bien su principal animador, Onorato Damen, uno de los dirigentes de la Izquierda en los años 20, se había quedado en Italia después de 1924 (la mayor parte del tiempo en las cárceles mussolinianas de donde pudo salir gracias a los movimientos de 1942-43) ([7]), contaba en sus filas con cierta cantidad de militantes de la Fracción que volvieron a Italia al principio de la guerra. Y, en efecto, en los primeros números del Prometeo clandestino (nombre tradicional del periódico de la Izquierda, el de los años 20 y el de la Fracción italiana de los años 30) publicados a partir de noviembre del 43, se encuentran denuncias muy claras de la guerra imperialista, del antifascismo y de los movimientos de partisanos ([8]). Sin embargo, a partir de 1944, el PCInt se orienta a una labor de agitación hacia grupos de partisanos y difunde, en junio, un manifiesto incitando a la «transformación de las formaciones de partisanos allá donde estén compuestas por elementos proletarios de sana conciencia de clase, en órganos de autodefensa proletaria, dispuestos a intervenir en la lucha revolucionaria por el poder». En agosto de 1944, Prometeo nº 15 va más lejos en la componenda: «Los elementos comunistas creen sinceramente en la necesidad de la lucha contra el nazi-fascismo y piensan que, una vez el obstáculo derribado, podrán ir hacia la conquista del poder, venciendo al capitalismo». Es la vuelta a la idea en la que se apoyaron todos aquellos que en la guerra de España, como los anarquistas y los trotskistas, llamaban a los proletarios a «alcanzar primero la victoria sobre el fascismo y después hacer la revolución». Es el argumento de quienes traicionan la causa del proletariado para alistarse tras las banderas de uno de los campos imperialistas. No era ése el caso del PCInt, pues éste se mantuvo fuertemente impregnado por la tradición de la Izquierda del Partido comunista de Italia, la cual se había distinguido, frente al auge del fascismo, por su intransigencia de clase. Sin embargo, esos argumentos en la prensa del PCInt puedan dar la medida de la amplitud de los patinazos. Además, siguiendo el ejemplo de la minoría de la Fracción de 1936 que se había unido a las unidades antifascistas del POUM en España, cierto número de militantes y cuadros del PCInt se alistaron en grupos partisanos. La diferencia está en que la minoría había roto la disciplina organizativa, mientras que esos militantes lo único que hacían era aplicar las consignas del Partido ([9]).

Es evidente que la voluntad de agrupar la mayor cantidad de obreros en sus filas y en torno a él, en un momento en que éstos se dejaban masivamente arrastrar por las sirenas del «partisanismo», llevó al PCInt a tomar sus distancias con la intransigencia que había afirmado al principio contra el antifascismo y las «bandas partisanas». Eso no es una «calumnia» de la CCI, la cual vendría a retomar las «calumnias» de la GCF. Esa tendencia a reclutar nuevos militantes sin preocuparse demasiado por la firmeza de sus convicciones internacionalistas fue puesta de relieve por el camarada Danielis, responsable de la federación de Turín en 1945 y antiguo miembro de la Fracción: «Una cosa debe quedar clara para todo el mundo: el Partido ha sufrido la grave experiencia de una ampliación fácil de su influencia política, no en profundidad (pues es difícil), sino superficial. Debo dar cuenta de una experiencia personal que servirá de aviso ante el peligro de una influencia fácil del Partido en ciertas capas, en las masas, consecuencia automática de la no menos fácil formación teórica de los mandos... Era de suponer que ningún inscrito en el Partido habría aceptado las directivas del “Comité de Liberación nacional”. Sin embargo, el 25 de abril por la mañana [fecha de la «liberación» de Turín] toda la Federación de Turín estaba en armas para participar en el remate de una matanza de seis años, y algunos camaradas de la provincia –militarmente encuadrados y disciplinados– entraban en Turín para participar en la caza del hombre... el Partido no existía; se había volatilizado» (Actas del congreso de Florencia del PCInt, 6-9 de mayo de 1948). Se ve que Danielis también era un... «calumniador».

Ya más en serio, si las palabras significan algo, la política del PCInt que le permitió sus «grandes éxitos» de 1945 no era ni más ni menos que oportunista. ¿Más ejemplos?. Podríamos citar la carta del 10 de febrero de 1945 dirigida por el «Comité de agitación» del PCInt «a los consejos de agitación de los partidos con dirección proletaria y de los movimientos sindicales de empresa para dar a la lucha revolucionaria del proletariado una unidad de directivas y de organización... Con este fin, se propone una unión de dichos comités para poner a punto un plan de conjunto» (Prometeo, abril de 1945) ([10]). Los «partidos con dirección proletaria» de que se trata, son, en particular, el partido socialista y el estalinista. Por muy sorprendente que parezca hoy, esa es la estricta verdad. Cuando recordamos esos hechos en la Revista internacional nº 34, el PCInt nos contestó: «El documento “Llamamiento del Comité de agitación del PCInt” contenido en el número de abril del 45 ¿fue un error?. Sí, de acuerdo. Fue el último intento de la Izquierda italiana de aplicar la táctica de “frente único en la base” preconizada por el PC de Italia en su polémica con la IC en los años 21-23. Como tal, nosotros la catalogamos entre los “pecados veniales”, puesto que nuestros camaradas supieron eliminarla tanto en el plano político como en el teórico, con una claridad que hoy nos da seguridad ante cualquiera» (Battaglia Comunista nº 3, febrero de 1983). A esto contestábamos: «Uno no puede sino admirarse ante la delicadeza y la habilidad con las que BC cuida su amor propio. Si una propuesta de frente único con los matarifes estalinistas y socialdemócratas no es más que un simple «pecado venial», ¿qué tendría que haber hecho el PCInt para poder hablar de error? ... ¿Entrar en el gobierno?» (Revista internacional, nº 34) ([11]). En todo caso, está claro que en 1944 la política del PCInt significaba un paso atrás con relación a la de la «vieja fracción» ¡Y vaya paso!. Desde hacía tiempo, la Fracción había hecho una crítica en profundidad de la táctica de frente único y nunca se le hubiera ocurrido, a partir de 1935, calificar al partido estalinista de «partido con dirección proletaria»; y no hablemos de la socialdemocracia cuya naturaleza burguesa quedó reconocida desde los años 20.

Esa política oportunista del PCInt la volvemos a encontrar en la «apertura» y la falta de rigor de que hizo prueba después de la guerra para así ampliar sus bases. Las ambigüedades del PCInt formado en el Norte del país eran poco comparadas con la de los grupos del Sur admitidos en el Partido al final de la guerra, tales como la «Frazione di sinistra dei comunisti e socialisti» formada en Nápoles en torno a Bordiga y Piston, la cual, hasta principios del 45, practica el entrismo en el PCI estalinista con la esperanza de enderezarlo, y mantiene posiciones muy vagas sobre la cuestión de la URSS. El PCInt abre también sus puertas a elementos del POC (Partido obrero comunista) que había sido durante cierto tiempo la sección italiana de la IVª Internacional trotskista.

Recordemos también que Vercesi, quien durante la guerra opinaba que no había nada que hacer y al final de ella había participado en la Coalición antifascista de Bruselas ([12]) se integra igualmente en el nuevo Partido sin que éste ni siquiera le pida que condene sus extravíos antifascistas. Sobre este episodio, O. Damen, por el PCInt, escribió a la CCI, en otoño de 1976: «El Comité antifascista de Bruselas en la persona de Vercesi, quien, en el momento de la constitución del PCInt pensó que debía integrarse en él, mantuvo sus posiciones ambiguas hasta el momento en que el Partido, rindiendo el tributo necesario a la claridad, se separó de las ramas secas del bordiguismo». Y nosotros le contestamos: «¡Hay que ver con qué finura se dicen las cosas! Él, Vercesi, pensó que debía integrarse... y el Partido ¿qué pensó? ¿O es que el Partido es un club de canasta en el que se integra quien así lo piensa?» (Revista internacional nº 8). Debe decirse que en esta carta O. Damen tuvo la franqueza de reconocer que en 1945 el Partido no había rendido «el tributo necesario a la claridad» puesto que lo haría más tarde (de hecho en 1952). Tomamos nota de esta afirmación que contradice todas las fábulas sobre la pretendida gran claridad que habría inspirado la fundación del PCInt, ya que, según el BIPR, era «un paso adelante» respecto a la Fracción ([13]).

El PCInt tampoco se puso estrecho para con los miembros de la minoría de la Fracción que en 1936 se habían alistado en las milicias antifascistas en España, metiéndose en la Unión comunista ([14]). Esos elementos pudieron entrar en el Partido sin hacer la menor crítica de sus extravíos pasados. Sobre esta cuestión, O. Damen nos escribía en la misma carta: «En lo referente a los camaradas que durante la guerra de España decidieron abandonar la Fracción de la Izquierda italiana para lanzarse a una aventura ajena a toda posición de clase, recordemos que los acontecimientos de España, que no hacían sino confirmar las posiciones de la Izquierda, les sirvieron de lección para hacerles volver al surco de la izquierda revolucionaria». A esto contestamos nosotros: «Nunca volvió a tratarse el tema del retorno de esos militantes a la Izquierda comunista, hasta el momento de la disolución de la Fracción y la integración de sus militantes en el PCInt (finales del 45). Nunca se trató de tal o cual “lección”, ni de rechazo de posiciones, ni de condena de su participación en la guerra antifascista de España por parte de esos camaradas». Si el BIPR estima que se trata de una nueva «calumnia» de la CCI, que nos diga qué documentos prueban lo contrario. Proseguíamos nosotros: «Fue sencillamente la euforia y la confusión de la constitución del partido “con Bordiga” lo que animó a esos camaradas a integrarse en él... El Partido en Italia no les pidió cuentas, no por ignorancia... sino porque no era el momento de sacar “viejas querellas”; la constitución del Partido lo borraba todo. Ese Partido, que no era demasiado vigilante sobre las actuaciones de los partisanos presentes entre sus propios militantes, no iba a mostrarse riguroso hacia esa minoría por su actividad en un pasado ya lejano, abriéndole naturalmente las puertas».

De hecho, la única organización con la que el PCInt no quería saber nada es la GCF, precisamente porque ésta seguía apoyándose en el mismo rigor y la misma intransigencia que habían caracterizado a la Fracción en los años 30. La Fracción de entonces habría condenado sin lugar a dudas aquel cajón de sastre que sirvió de base al PCInt, algo parecido a lo que practicaban en aquellos años los trotskistas y que la Fracción no cesó de criticar con la mayor vehemencia.

En los años 20, la Izquierda comunista se había opuesto al rumbo oportunista tomado por la Internacional comunista a partir del Tercer congreso, política que consistía, entre otras cosas, en querer «ir hacia las masas» en el momento en que la oleada revolucionaria estaba decayendo, haciendo entrar en sus filas a las corrientes centristas salidas de los partidos socialistas (los Independientes en Alemania, los Terzini en Italia, Cachin-Frossard en Francia, etc), lanzando una política de «Frente único» con el PS. Contra la política de «unión amplia» empleada por la IC para formar los partidos comunistas, Bordiga y la Izquierda oponían el método de la «selección» basada en el rigor y la intransigencia en la defensa de los principios. Esta política de la IC tuvo consecuencias trágicas con el aislamiento, cuando no la expulsión, de la Izquierda y la invasión del partido de elementos oportunistas que iban a ser los mejores vehículos de la degeneración de la IC y de sus partidos.

A principios de los años 30, la Izquierda italiana, fiel a su política de los años 20, guerreó en el seno de la oposición de Izquierda internacional para imponer ese mismo rigor frente a la política oportunista de Trotski, para quien la aceptación de los cuatro primeros congresos de la IC y, sobre todo, de su propia política maniobrera eran criterios mucho más importantes de agrupamiento que los combates llevados a cabo en la IC contra su degeneración. Con esta política, los elementos más sanos que intentaban construir una corriente internacional de la Izquierda comunista o fueron corrompidos, o se desanimaron, o se quedaron aislados. Construida en cimientos tan frágiles, la corriente trotskista fue de crisis en crisis hasta pasarse con armas y equipo al campo de la burguesía durante la IIª Guerra mundial. La política intransigente de la Fracción, en cambio, le valió el ser excluida de la Oposición internacional en 1933, mientras Trotski se apoyaba en una fantasmagórica «Nueva oposición italiana» (NOI) formada por elementos que, a la cabeza del PCI todavía en 1930, habían votado por la exclusión de Bordiga de ese Partido.

En 1945, preocupado por reunir la mayor cantidad de gente, el PCInt, que se reivindica de la Izquierda comunista, reanuda por cuenta propia no con la política de ésta frente a la IC y frente al trotskismo, sino con la política que precisamente había sido combatida por la Izquierda: unión «amplia» basada en ambigüedades programáticas, agrupamiento – sin exigir explicaciones – de militantes y de «personalidades» ([15]) que habían combatido las posiciones de la Fracción durante la guerra de España o durante la guerra mundial, política oportunista para con las ilusiones de los obreros sobre los partisanos y sobre los partidos pasados al enemigo, etc. Y para que el parecido fuera lo más completo posible, exclusión en la Izquierda comunista internacional de la corriente, la GCF, que reivindicaba la mayor fidelidad al combate de la Fracción, a la vez que sólo se quiso reconocer a la FFGC-bis como único representante de la Izquierda comunista en Francia. ¿Hay que recordar que esa FFGC-bis estaba formada por tres elementos jóvenes que habían hecho escisión de la GCF en mayo de 1945, de miembros de la ex minoría de la Fracción excluida durante la guerra de España y de ex miembros de la Unión comunista que se había dejado arrastrar al antifascismo en la misma época? ([16]) ¿No hay cierto parecido con la política de Trotski respecto a la Fracción y a la NOI?

Marx escribió que «si la historia se repite, la primera vez es como tragedia y la segunda como farsa». Algo de eso hay en el episodio poco glorioso de la formación del PCInt. Por desgracia, los acontecimientos siguientes iban a demostrar que la repetición por parte del PCint en 1945 de la política combatida por la Izquierda en los años 20 y 30 tuvo consecuencias dramáticas.

Las consecuencias del método oportunista del PCInt

Cuando se leen las actas de la conferencia del PCInt de 1945-46, llama la atención la heterogeneidad que en ella predomina.

Sobre el análisis del período histórico, cuestión esencial, los principales dirigentes se oponen entre sí. Damen sigue defendiendo la «posición oficial»: «El nuevo curso histórico de la lucha del proletariado va a abrirse. Le incumbe a nuestro Partido la tarea de orientar esa lucha en un sentido que permita, en la próxima e inevitable crisis, que la guerra y sus promotores sean destruidos a tiempo y definitivamente por la revolución proletaria» («Informe sobre la situación general y las perspectivas»).

Pero ciertas voces constatan, sin decirlo abiertamente, que las condiciones no son las idóneas para la formación del Partido: «... lo que hoy domina es la ideología triunfalista del CLN [Comité de liberación nacional] y del movimiento partisano, y por eso no existen las condiciones  para la afirmación victoriosa de la clase proletaria. No se puede calificar el momento actual sino como reaccionario» (Vercesi, «El Partido y los problemas internacionales»).

«Para concluir este balance político, es necesario preguntarse si debemos ir hacia adelante siguiendo una política de ampliación de nuestra influencia, o si la situación nos impone ante todo (en una atmósfera envenenada todavía) salvar las bases primeras de nuestra definición política e ideológica, reforzar ideológicamente a los mandos, inmunizándolos contra los miasmas que se respiran en el ambiente de hoy, preparándolos así para las nuevas posiciones políticas que se presentarán mañana. A mi parecer, es en esta dirección por la que debe orientarse la actividad del Partido en todos los ámbitos» (Maffi, «Informe político-organizativo para la Italia septentrional»).

En otras palabras, Maffi preconiza el desarrollo de una labor clásica de fracción.

Sobre la cuestión parlamentaria, se constata la misma heterogeneidad: «Por eso utilizaremos, en régimen democrático, todas las concesiones que se nos hagan, en la medida en que este uso no menoscabe los intereses de la lucha revolucionaria. Seguimos siendo irreductiblemente antiparlamentarios; pero el sentido de lo concreto que anima nuestra política nos hará rechazar toda postura abstencionista determinada a priori» (O. Damen, ídem).

«Maffi, recogiendo las conclusiones a que el Partido había llegado, se pregunta si el problema del abstencionismo electoral debe plantearse en su antigua forma (participar o no a las elecciones, según si la situación va o no va hacia una explosión revolucionaria) o si, al contrario, en un ambiente corrompido por las ilusiones electorales, no convendría tomar una postura claramente antielectoral, incluso a costa del aislamiento. No agarrarse a las concesiones que nos hace la burguesía (concesiones que no son una muestra de su debilidad sino de su fuerza), sino al proceso real de la lucha de clase y a nuestra tradición de izquierda» (ídem).

¿Habrá que recordar aquí que la izquierda de Bordiga en el Partido socialista italiano se hizo conocer durante la primera guerra mundial como «Fracción abstencionista»?

De igual modo, sobre la cuestión sindical, el ponente, Luciano Stefanini, afirma, contra la posición que será, finalmente, adoptada: «La línea política del Partido ante el problema sindical no es todavía lo bastante clara. Por un lado, se reconoce la dependencia de los sindicatos respecto al Estado capitalista; por otro, se invita a los obreros a luchar en su seno y a conquistarlos desde dentro para llevarlos a una posición de clase. Pero esta posibilidad queda excluida por la evolución capitalista que hemos mencionado antes... el sindicato actual no podrá cambiar su fisonomía de órgano del Estado... La consigna de nuevas organizaciones de masas no está de actualidad, pero el Partido tiene el deber de prever cuál será el curso de los acontecimientos e indicar a partir de hoy a los trabajadores cuáles serán los organismos que, al surgir de la evolución de las situaciones, se impondrán como guía unitario del proletariado bajo la dirección del Partido. La pretensión de conquistar posiciones de dirección en los actuales organismos sindicales para tranformarlos debe quedar definitivamente olvidada» (ídem).

Después de esta Conferencia, la GCF escribía: «El nuevo Partido no es una unidad política, sino un conglomerado, una adición de corrientes y de tendencias que acabarán por manifestarse y enfrentarse. El armisticio actual sólo es provisional. La eliminación de una u otra corriente es inevitable. Tarde o temprano se impondrá la definición política y organizativa» (Internationalisme, nº 7, febrero de 1946).

Tras un período de reclutamiento intenso, esa delimitación empieza a operarse. Desde finales de 1946, la confusión que la participación en las elecciones del PCInt provoca (muchos militantes tienen en mente la tradición abstencionista de la Izquierda), lleva al Partido a hacer una puntualización en la prensa titulada «Nuestra fuerza», llamando a la disciplina. Tras la euforia de la Conferencia de Turín, muchos militantes, desanimados, abandonan, de puntillas, el Partido. Algunos rompen para participar en la formación del POI trotskista, prueba de que no había sitio para ellos en una organización de la Izquierda comunista. Muchos militantes son excluidos sin que aparezcan claramente la divergencias, al menos en la prensa pública del Partido. Una de las principales federaciones hace escisión para formar la «Federación autónoma de Turín». En 1948, en el Congreso de Florencia, el Partido ya ha perdido la mitad de sus miembros y su prensa la mitad de sus lectores. El «armisticio» de 1946 se ha transformado en «paz armada» que los dirigentes procuran no perturbar ocultando las principales divergencias. Maffi, por ejemplo, afirma «haberse abstenido de tratar tal problema» porque «yo sabía que esta discusión podría haber envenenado al Partido». Lo cual no impide que el Congreso ponga radicalmente en entredicho la postura sobre los sindicatos adoptada dos años y medio antes (¡y eso que la postura de 1945 pretendía ser la de mayor claridad!). Esa paz armada va acabar desembocando en enfrentamiento (sobre todo después de la entrada de Bordiga en el Partido en 1949) y, al final, en la escisión de 1952 entre la tendencia animada por Damen y la animada por Bordiga y Maffi, la cual sería la base de la corriente «Programma comunista».

En cuanto a las «organizaciones hermanas» con las que el PCInt contaba para formar un Buró internacional de la Izquierda comunista, su suerte fue todavía menos envidiable: la Fracción belga deja de publicar L’Internationaliste en 1949, desapareciendo poco después; la Fracción francesa-bis conoce en esa misma época un eclipse de dos años, con la partida de la mayoría de sus miembros, antes de volver a aparecer como Grupo francés de la Izquierda comunista internacional que se unirá a la corriente «bordiguista» ([17]).

El «mayor éxito desde la Revolución rusa» fue, pues, de corta duración. Y cuando el BIPR, para dar fuerza a sus argumentos sobre el tal «éxito», nos dice que el PCInt «a pesar de medio siglo de dominación capitalista después, sigue existiendo y hoy crece», se olvida de precisar que el PCInt, en lo que a efectivos y audiencia en la clase obrera se refiere, poco tiene que ver con lo que era al terminar la última guerra. No insistamos en esto de las comparaciones, pero puede considerarse que la importancia actual de esa organización es más o menos parecida a la de la heredera directa de la «minúscula GCF», o sea, la sección en Francia de la CCI. Y estamos dispuestos a creer que el PCInt «está hoy creciendo». También la CCI ha podido constatar que, en los últimos tiempos, aparece un interés mayor por las posiciones de la Izquierda comunista, lo cual se plasma en cierta cantidad de adhesiones. Dicho esto, no creemos que el crecimiento actual de las fuerzas del PCInt le permita volver a contar pronto con unos efectivos como los de 1945-46.

Así, ese tan grande «éxito» acabó poco gloriosamente en una organización que, aunque ha seguido llamándose «partido», se ha visto obligada a hacer el papel de fracción. Lo más grave es que, hoy, el BIPR no saca las lecciones de esa experiencia y, sobre todo, no pone en entredicho el método oportunista en que se basaron sus «grandes éxitos» de 1945 que prefigurarían los «fracasos» que iban a llegar después ([18]).

Esta actitud no crítica hacia los extravíos oportunistas del PCInt en sus orígenes, nos hace temer que el BIPR, cuando el movimiento de la clase esté más desarrollado que hoy, recurra a los mismos tejemanejes oportunistas que hemos puesto de relieve. Ya el hecho de que el BIPR proponga como primer criterio de «éxito» de una organización proletaria la cantidad de sus miembros y el impacto que haya podido tener en un momento dado, dejando de lado el rigor programático y su capacidad para poner las bases de una labor a largo plazo, pone de relieve su enfoque inmediatista en temas de organización. Y sabemos muy bien que el inmediatismo es la antesala del oportunismo. Pueden también señalarse otras consecuencias molestas, más inmediatas todavía, de la incapacidad del PCInt para hacer la crítica de sus orígenes.

En primer lugar, el que el PCInt haya mantenido desde 1945-46 (cuando se hizo evidente que la contrarrevolución seguía siendo aplastante) la tesis de la validez de la fundación del Partido le ha llevado a revisar radicalmente el concepto que la Fracción italiana tenía sobre las relaciones entre Partido y Fracción. Para el PCInt, desde entonces, la formación del Partido puede realizarse en cualquier momento, independientemente de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado ([19]). Ésa es la posición de los trotskistas, no la de la Izquierda italiana, la cual siempre consideró que el Partido no podría formarse más que durante una reanudación histórica de los combates de clase. Pero al mismo tiempo, esa revisión viene acompañada de un cuestionamiento de la existencia de cursos históricos determinados y antagónicos: curso hacia enfrentamientos de clase decisivos o curso hacia la guerra mundial. Para el BIPR, esos dos cursos pueden ser paralelos, no excluirse mutuamente lo cual le lleva a una total incapacidad para analizar el período histórico actual como hemos visto en nuestro artículo «La CWO y el curso histórico, una acumulación de contradicciones», aparecido en la Revista internacional nº 89. Por eso escribíamos en la primera parte de este artículo (Revista internacional nº 90): «... De hecho, si se mira de cerca, la incapacidad actual del BIPR para hacer un análisis sobre el curso histórico se explica, en gran parte, por los errores políticos sobre la cuestión de organización y, especialmente, sobre la cuestión de las relaciones entre fracción y partido».

A la pregunta de por qué los herederos de la «minúscula GCF» han conseguido lo que no lograron los del glorioso Partido de 1943-45, es decir, constituir una verdadera organización internacional, proponemos al BIPR la respuesta siguiente: porque la GCF, y la CCI tras ella, se han mantenido fieles al método que permitió a la Fracción formar, en el momento del desastre de la IC, la corriente principal y la más fecunda de la Izquierda comunista:

  • el rigor programático como base de la constitución de una organización que rechace todo oportunismo, toda precipitación, toda política de «reclutamiento» con bases imprecisas;
  • una clara visión de la noción de Fracción y de sus relaciones con el Partido;
  • la capacidad de identificar correctamente la naturaleza del curso histórico.

El mayor éxito desde la muerte de la IC (y no desde la Revolución rusa) no es el PCInt el que lo ha obtenido, sino la Fracción. No en términos numéricos, sino en capacidad para preparar, más allá de su propia desaparición, las bases en las que podrá mañana construirse el Partido mundial.

Fabienne


[1] Suponemos que, arrastrado por su entusiasmo, se le fue la pluma al autor del artículo y que quería decir «desde el final de la oleada revolucionaria de la primera posguerra y de la Internacional comunista». En cambio, si lo que está escrito es lo que piensa, puede uno preguntarse cuál es su conocimiento de la historia y su sentido de la realidad: ¿no ha oído hablar, entre otros ejemplos, del Partido comunista de Italia, el cual, a principios de los años 20, tenía un impacto mucho mayor que el PCInt en 1945, encontrándose en la vanguardia de la Internacional entera sobre toda una serie de problemas políticos?. En todo caso, para la continuación de nuestro artículo, preferimos basarnos en la primera hipótesis, pues hacer polémica contra absurdeces no tiene el menor interés.

[2] Notemos que durante ese mismo período, la CCI se amplió en tres nuevas secciones territoriales: en Suiza y en dos países de la periferia del capitalismo, México e India, países que tanto interesan al BIPR (ver en particular la adopción por el VIº Congreso del PCInt, en abril de 1997, de las «Tesis sobre la táctica comunista en los países de la periferia del capitalismo»).

[3] Así quedó formulada la política del PCInt respecto a los sindicatos: «El contenido substancial del punto 12 de la plataforma del Partido puede concretarse en los puntos siguientes:

1) El Partido aspira a la reconstrucción de la GCL mediante la lucha directa del proletariado contra la patronal en movimientos de clase parciales y generales.

2) La lucha del Partido no puede apuntar directamente a la escisión de las masas organizadas en los sindicatos.

3) El proceso de reconstrucción del sindicato, aunque solo pueda realizarse gracias a la conquista de sus órganos dirigentes, es el resultado  de un programa de encuadramiento de las lucha de clase bajo la dirección del Partido.»

[4] EL PCInt de hoy está un tanto molesto por esa plataforma de 1945. Cuando, por ejemplo, vuelve a publicar en 1974 esa plataforma junto con el «Esquema de programa» redactado en 1944 por el grupo de Damen, pone mucho cuidado en hacer una crítica en regla de aquélla oponiéndola a éste, al que elogia sin la menor reserva. Puede leerse en la «Presentación»: «En 1945, el Comité central recibe un proyecto de Plataforma política del camarada Bordiga quien, subrayémoslo, no estaba afiliado al Partido. El documento, cuya aceptación fue exigida como un ultimátum, se le considera como incompatible con las tomas de posición firmes que el Partido ha adoptado sobre los problemas más importantes y, a pesar de las modificaciones aportadas, el documento siempre se ha considerado como contribución al debate y no como plataforma de hecho (...) El CC no podía, como hemos visto, aceptar el documento sino como una contribución muy personal al debate del futuro congreso, el cual, pospuesto a 1948, dejará en evidencia unas posiciones muy diferentes.» Habría que haber precisado QUIÉN consideraba ese documento como «una contribución al debate». Sería sin duda el camarada Damen y algunos militantes más. Pero se guardaron para sus adentros sus impresiones, puesto que, la Conferencia de 1945-46, o sea la representación del conjunto del Partido, tomó una postura muy diferente. Ese documento fue adoptado por unanimidad como plataforma del PCInt y debía servir de base de afiliación y de constitución de un Buró internacional de la Izquierda comunista. En cambio, fue el «Esquema de programa» lo que se pospuso para ser discutido en el Congreso siguiente. Si los camaradas del BIPR piensan que estamos, otra vez, «mintiendo» o «calumniando», no tienen más que referirse a las actas de la Conferencia de Turín de finales de 1945. Si mentiras hay, será en la manera con la que el PCInt presentaba en 1974 su «versión» del asunto. En realidad, el PCInt está tan avergonzado de algunos lances de su propia historia que se siente obligado a arreglarla un poco. Puede uno preguntarse también, por qué el PCInt aceptó someterse a un ultimátum de quien sea y menos todavía de alguien que ni siquiera pertenecía al Partido.

[5] Como vimos en la primera parte de este artículo, la Fracción italiana consideraba, en su Conferencia de agosto de 1943 que «con el nuevo curso abierto con los acontecimientos de agosto en Italia, se ha abierto el proceso de transformación de la Fracción en partido». La GCF, en su fundación en 1944, retomó el mismo análisis.

[6] Ya hemos puesto varias veces en evidencia en nuestra prensa, en qué consiste la política sistemática de la burguesía: esta clase, habiendo sacado las lecciones de la Primera Guerra mundial, se repartió sistemáticamente el trabajo, dejando a los países vencidos el «trabajo sucio» (represión antiobrera en el Norte de Italia, aplastamiento de la insurrección de Varsovia, etc.), a la vez que los vencedores bombardeaban sistemáticamente las concentraciones obrera de Alemania, encargándose después de ejercer de policías en los países vencidos, ocupando todo el país y guardando durante varios años a los prisioneros de guerra.

[7] La GCF y la CCI han criticado a menudo las posiciones programáticas defendidas por Damen, al igual que su método político. Esto no impide, ni mucho menos, la estima que siempre hemos tenido por la profundidad de sus convicciones comunistas, su energía militante y su valentía.

[8] «¡Obreros! Frente a la consigna de guerra nacional, que arma a los proletarios italianos contra los proletarios alemanes e ingleses, oponed la consigna de la revolución comunista, que une por encima de las fronteras a los obreros del mundo entero contra su enemigo común: el capitalismo» (Prometeo, nº 1, 1º de noviembre de 1943). «Contra el llamamiento del centrismo [es así como la Izquierda italiana calificaba al estalinismo] a unirse a los grupos partisanos, debe contestarse con la presencia en las fábricas de donde saldrá la violencia de clase que destruirá los centros vitales del Estado capitalista» (Prometeo, 4 de marzo de 1944).

[9] Sobre otros aspectos de la actitud del PCInt para con los partisanos, ver: «La ambigüedades sobre los «partisanos» en la formación del Partido comunista internazionalista en Italia», en la Revista internacional nº 8.

[10] Publicamos en la Revista internacional nº 32 el texto completo de ese llamamiento junto con nuestros comentarios sobre él.

[11] Cabe precisar que en la carta enviada por el PCInt al PS, en respuesta a la de éste al llamamiento, el PCInt se dirigía a la ralea socialdemócrata llamándolos «queridos camaradas». No era ésa, desde luego, la mejor manera de desenmascarar, ante los obreros, los crímenes cometidos contra el proletariado por esos partidos desde la Iª Guerra mundial y la oleada revolucionaria que la siguió. En cambio, sí que era un medio excelente para hinchar las ilusiones de lo obreros que todavía seguían a aquélla.

[12] Ver al respecto la primera parte de este artículo en la Revista internacional nº 90.

[13] Sobre esto, vale la pena dar otras citas del PCInt: «Las posiciones expresadas por el camarada Perrone (Vercesi) en la Conferencia de Turín (1946) (...) eran manifestaciones libres de una experiencia muy personal y con una perspectiva política caprichosa a la que no es lícito referirse cuando se quieren formular críticas a la formación del PCInt» (Prometeo nº 18, 1972). Lo malo es que esas posiciones se expresaban en el informe sobre «El Partido y los problemas internacionales» presentado en la Conferencia por el Comité central del que formaba parte Vercesi. La opinión de los militantes de 1972 es, desde luego, muy severa para con su Partido de 1945-46, un Partido cuyo órgano central presenta un informe en el que se puede decir cualquier cosa. Suponemos que después de este artículo de 1972, su autor debió recibir una buena reprimenda por haber «calumniado» de tal modo al PCInt de 1945, en lugar de retomar la conclusión que O. Damen hizo al informe: «No hay divergencias, sino sensibilidades particulares que permiten una clarificación orgánica de los problemas» (Actas, p. 16). Cierto es que el propio Damen descubrió más tarde que las «sensibilidades particulares» eran en realidad «posiciones bastardas» y que la «clarificación orgánica» consistía en «separarse de las ramas secas». Lancemos, en todo caso, un ¡viva la claridad de 1945!.

[14] Sobre la minoría de 1936 en la Fracción, ver la primera parte de este artículo en la Revista internacional nº 90.

[15] Está claro que una de las razones por las que el PCInt de 1945 aceptó integrar a Vercesi sin pedirle cuentas y que Bordiga le «forzara la mano» en el tema de la plataforma es porque contaba con el prestigio de ambos dirigentes «históricos» para atraerse al mayor número de obreros y de militantes. Un Bordiga hostil habría privado al PCInt de grupos y elementos del Sur de Italia; un Vercesi hostil habría cortado al PCInt de la Fracción belga y de la FFGC-bis.

[16] Sobre este episodio, ver la primera parte de este artículo.

[17] Podemos comprobar que la «minúscula GCF», tratada con desprecio y cuidadosamente mantenida al margen por los demás grupos, sobrevivió, a pesar de todo, durante más tiempo que la Fracción belga o la FFGC-bis. Hasta su desaparición en 1956 publicaría 46 números de Internationalisme, patrimonio inestimable sobre el que se construyó la CCI.

[18] Es verdad que el método oportunista no es el único en explicar el impacto que pudo tener el PCInt en 1945. Dos causas principales lo explican:

  • Italia es el único país en que hubo un poderoso y auténtico movimiento de la clase obrera durante la guerra imperialista y contra ella;
  • la Izquierda comunista, por el hecho de que asumió la dirección del Partido hasta 1925 con Bordiga, su fundador principal, gozaba ante los obreros de un prestigio mucho mayor que en los demás países.

Y, al contrario, una de las causas de la debilidad numérica de la GCF fue precisamente la ausencia de tradición en Francia de la Izquierda comunista en la clase obrera, la cual, además, fue incapaz de surgir durante la guerra mundial. También está el hecho de que la GCF se negó a cualquier actitud oportunista hacia las ilusiones de los obreros respecto a la «Liberación» y los «partisanos». En esto, siguió el ejemplo de la Fracción en 1936 frente a la guerra de España, lo que la dejó en el mayor aislamiento del que ella misma hablaba en Bilan nº 36.

[19] Sobre este tema, ver en particular nuestro artículo «La relación Fracción-Partido en la tradición marxista»,  Revista internacional nº 59.

 

Series: 

  • Polémica en el medio político: sobre agrupamiento [15]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Bordiguismo [16]
  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [17]
  • Battaglia Comunista [18]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda italiana [11]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1214/revista-internacional-n-91-4-trimestre-de-1997

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/geografia/africa [2] https://es.internationalism.org/tag/geografia/oriente-medio [3] https://es.internationalism.org/tag/21/529/1917-la-revolucion-rusa [4] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa [5] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria [6] https://es.internationalism.org/tag/21/364/el-comunismo-no-es-un-bello-ideal-sino-que-esta-al-orden-del-dia-de-la-historia [7] https://es.internationalism.org/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado [8] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo [9] https://es.internationalism.org/tag/21/514/las-fracciones-de-izquierda [10] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/tercera-internacional [11] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-italiana [12] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-germano-holandesa [13] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/izquierda-comunista-francesa [14] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-oposicion-de-izquierdas [15] https://es.internationalism.org/tag/21/377/polemica-en-el-medio-politico-sobre-agrupamiento [16] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/bordiguismo [17] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr [18] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/battaglia-comunista